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Resurrección
«…por nuestra causa fue crucificado en tiempo de Poncio Pilato y padeció y fue sepultado, y
resucitó al tercer día según las Escrituras y subió al cielo; …Esperamos la resurrección de los
muertos y la vida del mundo futuro. Amén».
Introducción
Sin la resurrección de Jesús, la muerte tiene la última palabra y no hay esperanza para
absolutamente nadie. Su resurrección fue la chispa que inició el movimiento de esperanza del
mundo: la iglesia. Todo se desmonta o se sostiene de acuerdo a lo que pensemos acerca de la
resurrección.
Lección teológica
La muerte no era parte del plan de Dios en su creación. La muerte vino por causa del pecado de
Adán y Eva. Fue el pecado que causó la muerte de Abel por la mano de su propio hermano. Y hoy
día, el pecado sigue siendo la causa de gran parte de las muertes que no sean por causas naturales
después de una larga vida.
«Pues ustedes se equivocan por ignorar las Escrituras y el poder de Dios —les dijo Jesús—. En la
resurrección no habrá matrimonios, porque todos serán como los ángeles del cielo. Y en cuanto a
la resurrección de los muertos, ¿no se han fijado que las Escrituras dicen: ‘Yo soy el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob’? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos». (Mateo 22:29-32).
En su respuesta, Jesús menciona dos cosas que los saduceos no conocen: las Escrituras y el poder
de Dios. Uno o dos de estos elementos se pueden encontrar en todos los que atacan al
cristianismo, a sus seguidores y aun a Dios mismo. La tentación de Jesús en el desierto fue a base
de una distorsión de la verdad, de la Palabra misma de Dios. Por otro lado, Satanás sí reconocía el
poder de Dios, pero de igual forma trató de distorsionarla para lograr sus propósitos.
«Dios no es Dios de muertos, sino de vivos». Por eso la resurrección de Jesús fue central, no solo
en su tiempo, sino hoy también, para entender toda la Palabra de Dios y su poder. Sabemos que
Jesús era el verbo encarnado, y el poder de Dios era el suyo también.
En el ministerio de Jesús se relatan tres milagros de resurrección de los muertos. ¿Podría haber
resucitado más, ya que hizo tantos milagros de muchas diferentes cosas y en diferentes maneras?
Claro que sí. Por cierto, sabemos que Juan concluye su Evangelio diciendo que «Jesús hizo muchas
otras señales milagrosas delante de sus discípulos que no están escritas en este libro. Pero estas se
han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su
nombre tengan vida». (Juan 20:30-31).
Todos los milagros de Jesús tenían un propósito. No eran un fin en sí mismo, ni mucho menos un
tipo de mercadotecnia para atraer la atención de un público adormecido espiritualmente. Su
propósito era mostrar que Él era el Cristo, el Mesías profetizado y para que creyeran en Él. Por
cierto, había lugares en que los no pudo hacer milagros, no por falta de poder, sino por la
incredulidad de la gente en esos lugares. También había muchos que, aun viendo los milagros, no
quisieron creer.
De los tres milagros de resurrección vemos que ninguno de ellos fue por intervención, o porque les
pidieron. En el caso de Lázaro, sus hermanas lamentaron que Jesús no había llegado antes, porque
sí creían que lo podría haber sanado. El otro aspecto en común de estos milagros fue la
demostración de la compasión de Jesús.
EL PECADO Y LA MUERTE.)
La compasión de Jesús
El primer milagro de resurrección fue con el hijo de la viuda de Naín (Lucas 7). Jesús había
nombrado a los doce apóstoles de entre sus discípulos, y había ministrado a las multitudes,
sanando a muchos y enseñando a sus discípulos y al pueblo. Saliendo, fue a Capernaúm donde
sanó al siervo que estaba a punto de morir. El centurión demostró su gran fe al decir que con solo
la palabra de Jesús su siervo no moriría. ¿Pero cuántas personas tuvieron fe para pedirle que
resucitara a un ser querido de la muerte?
Poco después de esa gran demostración de fe, camino a Naín, Jesús y sus discípulos se
encontraron frente a un muerto que estaban llevando fuera de la ciudad. Era el hijo único de una
viuda. Nadie le pidió ayuda a Jesús. Nadie le pidió oración, aun sabiendo el poder que tenía para
sanar. Jesús simplemente le dice a la madre, «No llores», y fue y levantó al hombre muerto porque
tenía compasión. Como resultado, el pueblo alabó a Dios y la fama de Jesús de divulgó.
En su siguiente capítulo, el médico Lucas una vez más presenta a Jesús en una circunstancia de
muerte. Esta vez era la hija de Jairo, jefe de la sinagoga había muerto. Igual que antes, Jesús dice
«dejen de llorar», y a pesar de las burlas que le hacían, su compasión era extremadamente visible.
La tercera resurrección de Jesús fue de su amigo Lázaro. No es posible saber por qué solamente
Juan narra esta historia, pero es posible que fuera un reflejo de la intimidad que Juan tenía con
Jesús. Tal vez por respeto a Juan, los otros evangelistas le permitieron a él contar esta historia.
Lázaro y sus hermanas Marta y María, igual que Juan, tenían una relación muy cercana con Jesús.
Sin embargo, cuando Jesús escuchó la noticia de la muerte de su amigo Lázaro, esperó unos días
antes de responder. Tal como lo hizo con la hija de Jairo, al principio Jesús les dijo a sus discípulos
que solo estaba durmiendo. Luego cambia, y les dice que Lázaro había muerto, pero que irían a
verlo.
A modo tal vez de ironía, Juan relata lo que Tomás dijo en respuesta: «Vayamos también nosotros,
para morir con él». (Juan 11:16). ¡A esto lo dijo porque tendrían que regresar al mismo lugar
donde poco tiempo antes habían intentado apedrear a Jesús!
En sus primeros dos milagros de resucitación Jesús les dijo que no lloraran. Ahora en esta tercera
ocasión con Lázaro, no vemos que Jesús les dijera que dejasen de llorar. Más bien, fue él mismo
quien lloró. Con seguridad, con excepción de su oración al Padre en Getsemaní, ningún otro
momento en los Evangelios nos presenta una mayor descripción de la humanidad de Dios.
En sus primeras dos resurrecciones, demuestra su compasión y su poder. En este tercer milagro,
Jesús utiliza el momento con las hermanas de Lázaro para expresar la centralidad de quién era Él:
«Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que cree en mí
nunca morirá. ¿Crees esto?». (Juan 11:25-26).
Este fue momento definitivo en el ministerio de Cristo. Lázaro había estado muerto ya por cuatro
días. No era un caso de que posiblemente había muerto, y solamente estaba dormido. Lo sabemos
porque ya su olor iba a ser feo. Jesús estaría en la tumba solo tres días, pero su poder sobre la
muerte era total, y lo demostró con Lázaro en anticipación de su propia muerte.
A pesar de estos tres milagros, los discípulos de Jesús no pudieron anticipar lo que estaba por
acontecer. Habían visto el poder de Dios en Jesús, pero aún no entendían las Escrituras.
Es muy probable que no se estaban refiriendo a las señales milagrosas en general, porque éstas ya
habían sido manifiestas. Más bien, la resurrección de Lázaro tenía que haber sido el tema que los
llevó a considerar qué hacer con Jesús. Por fin, pusieron la orden de que se denunciara a Jesús con
el fin de arrestarlo.
En uno de esos momentos en que Dios habla a través de una persona, aunque ésta esté en su
contra, Caifás, que era el sumo sacerdote de turno ese año1, dijo:
«‘¡Ustedes de verdad que no saben nada! No entienden que es mejor que un solo hombre muera
por el pueblo, y no que la nación entera sea destruida’. Pero él no dijo esto por su propia cuenta,
sino que, como era el sumo sacerdote ese año, profetizó que Jesús moriría por la nación judía. Y
moriría no sólo por esa nación, sino también para reunir a todos los hijos de Dios que estaban
dispersos. Así que desde ese día tomaron la decisión de matarlo». (Juan 11:49-53).
Jesús lo sabía y entendía, y por eso se quedó con sus discípulos en un lugar remoto cerca del
desierto, en un pueblo llamado Efraín. No se sabe mucho de este lugar que estaba posiblemente
cerca de Jericó y que también estaba cerca del río Jordán donde Jesús había comenzado su
ministerio con su bautismo. De un bautismo en agua que representaba muerte y resurrección,
ahora estaba por enfrentar una verdadera muerte y resurrección.
La última cena de Jesús con sus discípulos está relatada por Juan en los capítulos 13 al 17 de su
Evangelio. Pero antes de eso, faltaba escribir su capítulo 12, el relato del último ministerio en
público antes del arresto de Jesús. En este capítulo hay tres escenas:
1. Con la unción de María, la hermana de Lázaro, comenzó la última semana en la vida de Jesús
como Dios encarnado. El perfume llenó la casa entera con su fragrante aroma, y no por
coincidencia, fue Judas Iscariote quien se opuso. Lo que antes había sido un olor malo de Lázaro el
muerto, ahora, con Lázaro sentado a la mesa con Jesús, solo había fragancia. Y esa fragancia es
algo que las personas que no están con Jesús no pueden apreciar. Al igual que los sacerdotes y los
fariseos, Judas tenía que buscar algún pretexto para oponerse a alguien que querría demostrar
amor y adoración al Señor de Señores.
Con seguridad, María no había entendido lo que Jesús le había dicho a Judas. No podía apreciar lo
que Jesús dijo, que ese perfume se había guardado para su sepultura. Sin embargo, María era a la
que le gustaba sentarse a los pies de Jesús y escucharle. Lucas escribe lo que Jesús le había dicho a
su hermana Marta: «Marta, Marta, te preocupas demasiado por muchas cosas. Pero sólo una es
necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la va a quitar». (Lucas 10:41-42).
En varias ocasiones Jesús dijo «Los que tienen oídos…» y en Apocalipsis 2:7 leemos esta promesa:
«El que tenga oídos, escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias: Al que salga vencedor le daré a
comer del fruto del árbol de la vida que está en medio del paraíso de Dios». El árbol de vida que
Dios había puesto en el jardín de Edén ahora está disponible a los que le escuchan. Escucharle a Él
es lo mejor que podemos escoger, y es algo que nadie nos puede quitar. Esa declaración a Judas
fue cierta hace dos mil años, y es cierto hoy. Lamentablemente, Judas no entendió, y perdió su
vida.
2. El segundo evento del capítulo 12 fue la entrada triunfal. Los que salieron a su encuentro eran
los que habían estado con Jesús cuando resucitó a Lázaro, junto con los que habían escuchado
acerca de ese milagro específicamente. Resucitar a alguien de los muertos no era un milagro como
cualquier otro, y en eso tenían razón los líderes religiosos.
3. En el tercer relato, vemos un momento único, unos griegos se acercaron a Felipe diciendo que
querían ver a Jesús. No sabemos si lo llegaron a ver, pero cuando le dieron las noticias a Jesús, él
responde inmediatamente:
«Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Es verdad que si un grano de trigo
cae en tierra y no muere, se queda solo. Pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida
la pierde; en cambio, quien desprecia su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna. El
que quiera servirme, debe seguirme; y donde yo esté, allí también estará el que me sirve. Al que
me sirva, mi Padre lo honrará. En este momento estoy lleno de angustia, ¿y por eso voy a decir:
‘Padre, sálvame de este sufrimiento’? ¡Si para eso he venido! ¡Padre, glorifica tu nombre!». (Juan
12:23-27).
Con este relato acerca de los griegos queriendo ver a Jesús, y la inmediata respuesta de Jesús,
podemos apreciar la manera en que Juan entendió, tal vez no en ese mismo momento sino
después, que la muerte y resurrección de Jesús era para toda la humanidad, no solo para los
judíos.
Cuando Jesús salió de las aguas de bautismo, se oyó la voz de Dios aprobando a su hijo amado.
Ahora se escuchó esa voz de nuevo responder a la oración de Jesús, «Padre, glorifica tu nombre».
Lo que la multitud reunida escuchó fue: «Ya lo he glorificado, y volveré a glorificarlo». Sin
embargo, a pesar de todas las señales, muchos todavía no creían en Él.
La historia de la muerte y resurrección se relata en todos los cuatro evangelios. En cierta manera,
tener cuatro testigos cumplía de sobra con el requisito que tenían los judíos para verificar que algo
era cierto y verdadero.
Antes de ascender al cielo, Jesús se reunió con los once discípulos en una montaña. Allí, según lo
relata Mateo, lo adoraron, pero increíblemente todavía había algunos que dudaban; no era
solamente Tomás quien tenía dudas. Entre sus últimas palabras estuvieron estas: «He recibido
toda autoridad 2 en el cielo y en la tierra». (Mateo 28:18). Esta autoridad incluía su propia
resurrección, porque la muerte no lo pudo retener.
María escuchó a Jesús, y eso era lo único que era necesario y nadie se lo podía quitar. La multitud
escuchó la voz del Padre. El centurión al pie de la cruz había escuchado las últimas palabras de
Jesús, y cuando vio «el terremoto y los demás acontecimientos [exclamó] ‘¡Verdaderamente este
era el Hijo de Dios!’». (Mateo 27:54).
La resurrección de Jesús de los muertos fue el tema central del mensaje de la iglesia primitiva.
Lucas escribe: «Y con gran poder predicaban los apóstoles acerca de la resurrección del Señor…».
(Hechos 4:33; véase también Hechos 4:2, 17:32; y 23:6).
Marta le había respondido a Jesús con la siguiente afirmación: «Yo sé que volverá a vivir, en la
resurrección, cuando llegue el día final». (Juan 11.24). Pablo escribió que esperaba «resucitar de
entre los muertos» (Filipenses 3:11) y también que esperaba la resurrección de los muertos».
(Hechos 23:6).
Como cristianos que hemos puesto nuestra fe en Jesucristo, y por gracia hemos recibido en amor
su sacrificio por nuestros pecados. Tenemos una nueva identidad, que tanto Pablo como Pedro
describen:
«Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y esta vida que ahora
tengo la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó por mí». (Gálatas 2:20).
«Pues si fuimos injertados en Cristo cuando él murió, de la misma manera participamos con él en
su resurrección». (Romanos 6:5).
«¡Alabemos a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo!, porque su misericordia es grande y nos ha
hecho nacer de nuevo por medio de la resurrección de Jesucristo. Esto fue así para que tengamos
una esperanza viva». (1 Pedro 1:3).
Las tres cosas que Pablo dice que son para siempre son la fe, la esperanza y el amor. Vemos la fe y
el amor en nuestra nueva vida con Jesús. Pero también necesitamos esperanza. Esa esperanza es
un tema favorito de Pablo en sus cartas, especialmente en Romanos. Primero, el escribe «contra
toda esperanza, Abraham creyó y esperó» y con esa esperanza «recibió lo que se le había sido
prometido». (Rom 4:18 NVI; Hebreos 6:15 NVI).
Vivimos nuestra vida, entonces, en la plena luz de lo que sabemos por medio de las Escrituras y en
el poder de Dios. En las palabras de Pablo: «Lo he perdido todo con tal de conocer a Cristo, de
experimentar el poder de su resurrección, de tener parte en sus sufrimientos y de llegar a ser
semejante a él en su muerte». (Filipenses 3:10).
¿Por qué es importante este concepto teológico?
Pablo en este versículo nos da la respuesta. Lo apuesta todo a una carta. Sin la resurrección de
Jesús, nada de lo que predicamos tendría sentido. Es en ese suceso en el que sustentamos nuestra
fe. Si Jesús no hubiese resucitado, la iglesia no se habría iniciado. Hasta que lo vieron, todos sus
discípulos estaban atemorizados y sentían que el proyecto de Jesús había fracasado. Solo a través
de la resurrección, se interpreta correctamente su vida y su muerte. Somos los testigos de la
resurrección de Jesús, no creemos en ideas abstractas, sino en algo que ocurrió realmente hace
unos dos mil años y que cambió la historia del mundo. Fue ver a Cristo resucitado lo que armó de
valor a un grupo de cobardes para anunciar el evangelio de Jesús. Fue tan impactante para ellos
que estuvieron desde entonces dispuestos dar su vida por Él, con la esperanza puesta en la
resurrección.
El escéptico
La comunidad de historiadores está de acuerdo en algunos datos históricos acerca del suceso de la
resurrección. Veamos la lista en la que tanto creyentes como no creyentes están de acuerdo:
La crucifixión de Jesús, la afirmación de los discípulos que vieron a Jesús resucitado, la conversión
de Saulo de Tarso, perseguidor de los cristianos y la conversión del hermano escéptico, Jacobo. El
quinto hecho es la tumba vacía.
Cada uno de estos hechos se puede desarrollar ampliamente y si son hechos reales plantean serias
preguntas para aquellos que niegan la resurrección de Jesús. Si Jesús no resucitó, ¿cómo un grupo
de cobardes a partir del domingo de resurrección se convirtieron en valientes capaces de dar su
vida por este mensaje? Nadie da su vida por una mentira. ¿Por qué estaba la tumba vacía? Ya en
los evangelios se demuestra que los enemigos de Jesús querían poner respuestas alternativas, que
no consiguieron demostrar.
Además, los documentos antiguos más fiables hablan de que los primeros testigos fueron mujeres.
En aquella época el testimonio de una mujer carecía de valor. Si querían darle peso a la
resurrección de Jesús, ¿por qué en los evangelios aparecen las mujeres como primeras testigos?
Y así, muchísimas más preguntas. Sin duda es la piedra de toque que podría cambiar nuestro
enfoque de lo que es la vida. Si no ocurrió entonces, vana es nuestra predicación; pero si de
verdad ocurrió y no decidimos correctamente acerca de este hecho, podemos estar equivocados
acerca de los temas más importantes de todos: la vida y la muerte.
La tumba está vacía, ¿por qué buscan entre los muertos al que vive?
Te invito a seguir investigando. El libro más amplio acerca de este tema que sigue vigente hoy es el
de NT Wright, «La resurrección del Hijo de Dios», aunque también podrías leer El Caso de Cristo,
de Lee Strobel. Las cantidades ingentes de evidencia acerca de este suceso que plantea el autor
Wright aún no han sido superadas. A veces no es que no podemos creer, es que no queremos.
Dadas estas evidencias la explicación más plausible es que Jesús realmente resucitó y se presentó
delante de sus discípulos, de mujeres, de Pedro, y de más de quinientos testigos. Debemos
preguntarnos qué haremos frente a estas evidencias. Si no hay una explicación alternativa,
debemos asumir que Jesús resucitó, dejando de lado nuestros prejuicios y yendo hasta donde la
verdad nos lleve.
Resumen
• «Y Jesús lloró». Solo queda registrado que Jesús lloró cuando se enfrentó a la muerte de Lázaro.
Diálogos
• ¿Por qué crees que la resurrección era el tema central del mensaje de la iglesia primitiva?
• Si Jesús realmente resucitó ¿Cómo podemos comunicar este mensaje a nuestros amigos y
familiares que no creen en Él?