La Venida Del Salvador
La Venida Del Salvador
La Venida Del Salvador
Al lector moderno le parecerá que Mateo escogió una manera muy extraña de empezar su
evangelio, y le alucinará tener que vadear una larga lista de nombres propios justamente al
principio de todo. Pero, para un judío, esto era lo más natural y lo más interesante; y, desde
luego, la manera más esencial de empezar la historia de la vida de cualquier persona.
Los judíos tenían un interés tremendo en las genealogías. Mateo llama a esta parte el libro
de la generación de Jesucristo. Esa era una frase corriente entre los judíos; y quería decir la
partida del linaje de una persona, con unas pocas frases explicativas donde fueran
necesarias.
La razón de este interés era que los judíos daban la mayor importancia a la pureza de linaje.
Si hubiera en alguna persona la más ligera mezcla de sangre extranjera, perdería su derecho
de ciudadanía como judía y como miembro del pueblo de Dios.
Hay algo representativo en la manera como está organizada esta genealogía: hay en ella tres
secciones, que corresponden a las tres grandes etapas de la historia de Israel.
La primera sección incluye la historia hasta David. David fue el hombre que fraguó
a Israel como nación, e hizo de los judíos un poder en el mundo. La primera sección
sigue la historia hasta el surgimiento del más grande rey de Israel.
La segunda sección continúa la historia hasta la cautividad de Babilonia. Es la
sección que nos cuenta la vergüenza, y la tragedia, y el desastre de la nación.
La tercera sección continúa la historia hasta Jesucristo. Jesucristo fue la Persona
Que liberó a la humanidad de la esclavitud, Que la rescató del desastre, y en Quien
la tragedia se transformó en triunfo.
Estas tres secciones representan tres etapas de la historia espiritual de la humanidad.
1. El hombre fue creado para la grandeza.
«Y creó Dios al hombre a Su imagen, a imagen de Dios lo creó» (Génesis 1:27).
Dios dijo «Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza»
(Génesis 1:26). El sueño de Dios para el hombre era un sueño de grandeza. El
hombre estaba diseñado para la comunión con Dios. Fue creado para nada menos
que vivir en intimidad con Dios.
Cicerón dijo: «La única diferencia entre el hombre y Dios es en cuanto al tiempo.» Adán
nació esencialmente para ser rey.
2. El hombre perdió su grandeza.
En vez de ser siervo de Dios, se convirtió en esclavo del pecado. G. K. Chesterton
dijo: «Entre otras cosas tal vez, lo que es seguro es que el hombre no es lo que se
supuso que fuera.» Usó su libre albedrío para desafiar y desobedecer a Dios más
bien que para entrar en una relación de amistad y comunión con Él. Culpablemente
frustró el designio y el plan de Dios en Su creación.
3. El hombre puede recuperar su grandeza.
Dios no abandonó al hombre a su destino frustrado, Dios no permitió que el hombre
fuera destruido por su propia necedad. No dejó que la historia acabara en tragedia. A
este mundo Dios mandó a Su Hijo Jesucristo para que rescatara al hombre de la
ciénaga del pecado en que se había perdido, y le liberara de las cadenas del pecado.
en las que él mismo se había aherrojado, para que por medio de Él el hombre
pudiera recuperar la comunión con Dios que había perdido.
En su genealogía Mateo nos muestra la realeza original; la tragedia de la libertad perdida; la
gloria de la libertad restaurada.
Mateo 1:1-17
Este pasaje hace hincapié en dos cosas especiales acerca de Jesús:
A. Subraya el hecho de que era el Hijo de David. Era, desde luego y principalmente,
para demostrar este hecho para lo que se compuso la genealogía.
El Nuevo Testamento lo subraya una y otra vez.
1. Pedro lo afirmó en el primer sermón cristiano del que tenemos referencia, el del
día de Pentecostés (Hechos 2:29-36).
2. Pablo dice que Jesucristo fue descendiente de David según la carne (Romanos
1:3).
3. El autor de las epístolas pastorales nos exhorta a recordar que Jesucristo,
descendiente de David, resucitó de entre los muertos (2 Timoteo 2:8).
4. El autor del Apocalipsis oye decir al Cristo resucitado: «Yo soy la raíz y el
linaje de David» (Apocalipsis 22:16).
a. Después de la curación del hombre ciego y mudo, la gente exclamó: «¿Será
Éste aquel Hijo de David?» (Mateo 12:23).
b. La mujer de Tiro y Sidón que le pedía a Jesús que ayudara a su hija le llamó
«Hijo de David» (Mateo 15:22).
c. Los dos ciegos que clamaron a Jesús cuando pasaba Le llamaron «Señor,
Hijo de David» (Mateo 20:30s).
d. Fue como Hijo de David como las multitudes Le saludaron y aclamaron
cuando entró en Jerusalén por última vez (Mateo 21:9,15). Está claro que fue
la multitud, la gente corriente, la que llamaba a Jesús Hijo de David. Los
judíos eran un pueblo a la expectativa. Nunca olvidaban, y nunca podían
olvidar, que eran el pueblo escogido de Dios. Aunque su historia era una
larga serie de desastres, aunque entonces eran un pueblo sometido, nunca
olvidaron su destino. Y era el sueño de la gente del pueblo que algún día
vendría a este mundo un descendiente de David que los conduciría a la
gloria que ellos creían que les pertenecía por derecho.
B. Este pasaje también hace hincapié en que Jesús es el cumplimiento de la profecía.
En Él se hace realidad el mensaje de los profetas. En nuestro tiempo tomamos
bastante a la ligera la profecía. No tenemos interés la mayor parte de nosotros en
buscar los dichos del Antiguo Testamento que se cumplen en el Nuevo. Pero es
verdad que la profecía, contiene esta gran verdad eterna:
NO JUSTOS, SINO PECADORES.
No es normal encontrar nombres de mujeres en las genealogías judías. La mujer no
tenía derechos legales; se la consideraba, no como una persona, sino como una cosa.
No era más que una posesión de su padre o de su marido, quienes podían hacer con
ella lo que quisieran.
En la fórmula tradicional de oración matutina, el judío le da gracias a Dios por no
haberle hecho ni un gentil, ni un esclavo, ni una mujer. La misma existencia de estos
nombres en cualquier pedigrí es ya un fenómeno de lo más sorprendente y
extraordinario.
Cuando nos fijamos en quiénes eran estas mujeres y en lo que hicieron, la cosa se
vuelve todavía más alucinante.
a. Rahab, era una prostituta de Jericó (Josué 2:1-7).
b. Rut no era judía, sino moabita (Rut 1:4), ¿y es que no establecía la ley misma
que: «No entrará el amonita ni el moabita en la congregación del Señor, ni
siquiera en su décima generación; no entrarán nunca en la congregación del
Señor?» (Deuteronomio 23:3)? Rut pertenecía a un pueblo ajeno y aborrecido.
c. Tamar fue una seductora y adúltera (Génesis 38).
d. Betsabé, la madre de Salomón era la mujer de Urías a la que David sedujo con
una crueldad imperdonable (2 Samuel 11 y 12).
Mateo nos da una muestra del Evangelio de Dios en Jesucristo, porque nos muestra las
barreras que se vienen abajo.
1. Desaparece la barrera entre judío y gentil. Rahab, la mujer de Jericó, y Rut,
la mujer de Moab, hallan su sitio en el pedigrí de Jesucristo. Ya está aquí la gran
verdad de que en Cristo no hay judío ni griego. En el mismo principio,
encontramos el universalismo del Evangelio y del amor de Dios.
2. Desaparece la barrera entre varón y mujer. En ningún pedigrí ordinario se
encontraría el nombre de ninguna mujer; pero sí en el de Jesús. El viejo
desprecio ha desaparecido; y varones y mujeres se encuentran en el mismo nivel
en el amor de Dios y son igualmente importantes en Sus propósitos.
3. Desaparece la barrera entre santo y pecador. Dios se las arregla para usar para
Su propósito a los que han sido grandes pecadores. «Yo he venido -dijo Jesús-,
no para llamar a los justos, sino a los pecadores (Mateo 9:13).