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PERSPECTIVA HISTÓRICA ................................................................................

HISTORIA Y PRÁCTICAS HISTORIADORAS .......................................................8

PRÁCTICA Y PERSPECTIVA HISTÓRICA: GENEALOGÍA ....................................15

LA ARQUEOLOGÍA Y GENEALOGÍA EN LA PRÁCTICA FOUCAULTIANA ..........19

EPISTEME Y DISPOSITIVOS ............................................................................25

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS .....................................................................28


P E R S P E C T I VA H I S T Ó R I C A

Las preguntas que nos hacemos sobre el conocimiento disciplinar de la psicología, sean

sobre los modos de su creación, movilización y recepción o sobre las formas en que es

aplicado, legitimado en su ejercicio y cómo sus enunciados se vuelven válidos, pueden

responderse desde una amplia variedad de posiciones epistémicas sobre qué es la psicología,

cuál es su objeto, y cómo produce conocimiento, y utilizando los más heterogéneos recursos

conceptuales. Esta amplitud genera un sinnúmero de respuestas posibles que seguramente,

en algún momento de su elaboración, utilizarán como un recurso válido, el recostarse sobre

el pasado del conocimiento, sobre su historia.

El trabajo con el pasado y su uso en las formas de hacer historia, tampoco ha escapado a la

creación de una heterogeneidad de puntos de vista, que en algún momento han entrado en

disputa y se han vuelto contrarios, en un campo que ha tenido su propio desarrollo y que fue

delineando su contorno a partir de versiones ‘históricas’ sobre las ideas, las ciencias y las

profesiones entre otras líneas.

La psicología “forma un campo de saber y prácticas marcado por una pluralidad radical no

solo en la diversidad temática y en sus áreas de investigación y actuación, sino

principalmente en la multiplicidad de orientaciones en un cuadro de combinaciones

imposible” (Ferreira, 2010, p.14). En este 'magma psicológico', los estudios históricos en

psicología han generado un camino propio en el que actualmente, es posible reconocer

perspectivas y tradiciones historiográficas bien disímiles. Los objetos estudiados destacan

por su heterogeneidad, y se ubican en un amplio espectro, que va desde los desarrollos

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institucionales, la profesionalización y las identidades profesionales así como los objetos

conceptuales de la disciplina y el uso de técnicas psicológicas.

La dispersión de objetos de estudio ha sido acompañada del uso de una variedad de

perspectivas historiográficas, que trascendiendo la historia interna de la disciplina, han

incluido el interés por las condiciones sociales y culturales de los saberes, articulando de

esta manera, desarrollos de las ciencias humanas y sociales. Las redefiniciones y

reestructuraciones en la historiografía de la psicología se han dado en diálogo con los

desarrollos de la historiografía en general, de la historia de las ciencias, de la historia social y

cultural, de la arqueología de los saberes, estudios de recepción, entre otros; configurando

un amplio campo de estudio, problematizaciones y objetivos para la investigación en historia

de la psicología (Massimi, 1996; Vezzetti, 2007).

El interés por la historia de la psicología y su estudio curricular, surge a nivel

internacionacional como una necesidad en el campo de la enseñanza de la disciplina

(Vezzetti, 2007). En nuestro país, se incluyó la historia de la psicología en el Uruguay en la

formación de los psicólogos en el Plan 1988 y se hizo básicamente a través de producciones

y relatos elaborados por actores implicados en esas historias de la psicología local. En

términos historiográficos, el relato de los actores y pioneros de la psicología sobre el

'desarrollo de la psicología' fue el modo de abordar el pasado de la disciplina. Estas

narrativas reflejan la imagen de una disciplina que avanzó sobre diversos campos de

aplicación, a la vez que consolidaba su condición de profesión y legitimaba su ejercicio,

imagen que valida el estado actual de la psicología, así como de agentes y acciones que

configuran, un tamiz homogéneo donde el presente de la disciplina mira para reconocerse

(Chavez y Freitas, 2014). Este modo de hacer historia se inscribe en un campo de

tradiciones que en el marco de las historias de las ciencias, Canguilhem (2009) las definió

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como historias recurrentes, historias que le imprimen un carácter legitimante a los

contenidos de su relato histórico.

En el campo específico de la historia de la psicología, Klappenbach (2006) propuso la

denominación de tradiciones historiográficas a: “las diferentes reconstrucciones históricas

de la disciplina fuertemente sesgada por un conjunto de operaciones intelectuales destinadas

a justificar y legitimar posiciones contemporáneas recurriendo a la historia” (p.5). La

tradición anglosajona y la tradición psicoanalítica, ubicadas por Klappenbach en estas

tradiciones historiográficas, lejos de entender al conocimiento histórico como relevante en sí

mismo, lo entienden como un modo de socialización de los integrantes de un campo

académico o profesional y como medio de fortalecimiento de la identidad de esos grupos.

Estas tradiciones se focalizan en la búsqueda de un origen mítico, tanto como en centrarse y

enfatizar una figura referente y un método singular, dejando de lado el carácter colectivo de

la construcción del conocimiento y la pluralidad de enfoques, teorías y prácticas que

caracterizaron los inicios de la psicología a fines del siglo XIX y que intentaron comprender

e intervenir sobre un complejo campo de problemas.

Kurt Danziger (1984) uno de los más destacados representantes de los estudios en historia

crítica de la psicología, advierte sobre la ingenuidad en considerar los objetos de la

psicología (sensaciones, comportamientos, etc.) como presentes en la naturaleza y a la

espera de ser descubiertos por algún genio solitario. A partir de los desarrollos de la

sociología del conocimiento, contrapone la idea que los conceptos, teorías y objetos de la

psicología son: “construcciones humanas producidas por agentes sociales en condiciones

históricas específicas” (p.3), por lo que deben ser estudiados en relación a las actividades

constructivas de las cuales son producto.

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El curso de Historia de la Psicología del Uruguay (1988- actualidad) se ha interesado por

construir una perspectiva histórica que trascienda las tradiciones clásicas y avance sobre

modos críticos y actuales en el campo de la historia de la psicología. En esta línea,

presentamos el recorrido y los contenidos que han signado la construccion de una

perspectiva histórica, tomando los elementos que hemos considerado útiles para elaborar

una herramienta de análisis que nos permita estudiar de manera crítica el pasado de la

disciplina, así como el presente y la construcción actual de la psicología.

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HISTORIA Y PRÁCTICAS
HISTORIADORAS

Paul Veyne (1984) plantea que la historia no es más que la respuesta a las preguntas que nos

hacemos dentro de un tema que elegimos previamente; la investigación en historia “exige

una elección previa para que no se disperse en singularidades ni caiga en una indiferencia en

la que todo es equivalente” (p. 33). Si bien la elección de un tema es libre, debemos

considerar que resulta imposible describir totalmente el tema elegido y esa descripción será

selectiva, los hechos y relaciones que configuran un tema serán para quien lo estudie un

campo de posibilidades, donde los itinerarios recorridos serán el fruto de esas elecciones

previas: “los historiadores cuentan historias que son como itinerarios que han decidido

seguir a través del campo objetivo de acontecimientos” (p. 37).

Los hechos que configuran esos itinerarios no se dan de manera aislada, se producen como

efecto de relaciones y las historias que se desprenden de ellos no se limitan a relatos

descriptivos, también explican, a través de la organización y elaboración de un relato es

donde la trama de hechos y relaciones se vuelve comprensible. “Si el pasado histórico es

considerado como un texto, la actividad del historiador consiste, esencialmente, en la labor

de traducir dicho texto al texto historiográfico que es esencialmente narrativo” (Mudrovic,

2005, p.10).

El trabajo de historizar tiene que ver con hacer comprender las tramas históricas sobre las

que se trabaja, y esta comprensión, emana de la claridad lograda a través de un relato lo

suficientemente bien documentado. En definitiva, el logro de esta comprensión se da

mostrando el sesgo elegido por el historiador, lo que él destaca de los documentos y

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testimonios es lo que dará forma y sentido a los hechos o situación estudiada y éste no

corresponderá nunca al “cogito de sus protagonistas y testigos” (Veyne, 1984. p. 38). El

modo en que elige y entiende los hechos, las relaciones que establece entre ellos, forman

parte de un proceso de abstracción que le otorga sentido al relato de quien narra la historia.

Estos sentidos y relatos forman el cúmulo de versiones históricas sobre diversos temas, la

comprensión de la historia y específicamente el avance del pensamiento histórico se ha

beneficiado de una amplitud de formas de estudiar, entender y trasladar a los demás, los

componentes de los hechos históricos. “El único progreso que cabe al conocimiento

histórico es la ampliación de los repertorios de lugares comunes: la historia no podrá nunca

darnos mas lecciones de las que ya nos da, pero puede seguir multiplicando los

interrogantes” (Veyne, 1984,p. 152).

En ese 'progreso del conocimiento histórico’ es posible identificar componentes de las

reflexiones históricas, que han propuesto conceptos que trascendieron varias épocas y en

otros casos se han constituido en verdaderas escuelas historiográficas. Si bien se pueden

rastrear estos componentes desde la Grecia antigua, ubicaremos algunos mojones que nos

resultan importantes destacar del pensamiento histórico desde los inicios de la modernidad.

Las reflexiones teóricas durante el siglo XVIII sobre los alcances del conocimiento histórico

estuvieron motivadas por la intención de darle al conocimiento histórico un status que lo

diferenciara de las belles lettres y “por legitimar el uso de la razón sobre el de la memoria en la

selección de los hechos” (Mudrovic, 2005, p.6). La empresa de los estudios en historia se

dirigía a fijar los límites del conocimiento y delimitar los hechos verdaderos para asegurar la

eficacia del conocimiento histórico.

El siglo XVIII conocido como el siglo de las luces, se caracterizó por la proliferación de

estudios históricos por parte de filósofos, en este período “nacen las ideas del devenir de la

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materia, de la evolución de las especies, del progreso de los seres humanos. Pensadores

como Voltaire, Kant o Condorcet creían en el movimiento ascendente de la humanidad hacia

un estado ideal” (Bourdé y Martin, 1992, p.71). Montesquieu, cuyo modelo eran las ciencias

de la naturaleza, aspiraba a trasladar tal modelo sobre los estudios históricos, formular leyes

generales dotando a la historia de un estricto determinismo. Buscar las causalidades entre

los hechos, de manera de salir del caos de los acontecimientos fue el objetivo de Voltaire,

quien junto a Condorcet buscaron encarnar la razón en la historia, así como el “flujo

continuo de la historia humana hacia un mayor progreso y mas transparencia” (Dosse, 2003,

p.52).

En la época del iluminismo, el universo se volvió mas inteligible para la naciente ciencia y la

naturaleza se convirtió en el nuevo espacio epistemológico. La razón y la investigación

científica se hicieron cargo de su comprensión, y la experiencia fue el modo de leer e

interpretar a la naturaleza o como la definió Galileo: ‘el nuevo libro’ (Abbagnano y

Visalberghi, 1999). La naturaleza comienza a ser transparente, se ‘conocerá’ un mundo

regido por leyes universales, y la historia tendrá su historia natural, “la inclusión del hombre

como objeto de la historia natural permite la transferencia del concepto naturaleza-

originariamente aplicado al mundo vegetal y animal- a un ámbito objetual que queda

determinado como naturaleza humana” (Mudrovic, 2005, p. 52).

A finales del siglo XVIII e inicios del XIX, las bases para el pensamiento histórico moderno

se encuentran sólidas y éste se desarrolla a partir de la secularización de la fé cristiana,

asumiendo como premisas: la adopción de la concepción lineal del tiempo, la desacralización

de los acontecimientos históricos, y por último, la conversión de la fé en la Providencia por

la fé en el Progreso. El ideal de progreso determina un principio de razón singular para las

ciencias humanas, esa razón exige ser pensada bajo el principio de evolución; el progreso

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implica continuidad y cambio, dos elementos que no forman parte de la tradición cristiana

(Campagno y Lewkowicz, 2007; Mudrovic, 2005).

El modelo de las ciencias de la naturaleza y específicamente el de las ciencias físicas será

tomado por las nacientes ciencias sociales y será Augusto Comte quien recupere la idea de

una ciencia de la sociedad, similar a las ciencias naturales llamada: la física social. El credo

positivista desarrollado por Comte tendrá sus adeptos en el campo de la historia, “la

verdadera historia positivista fue definida por L. Bordeau en L'Historie et les Historiens: essai

critique sur l'historie considerée commo science positive, publicado en 1888” (Bourdé y Martin,

1992, p. 143). Para L. Bordeau, quién fue discípulo de Comte, la historia era la ciencia de los

desarrollos de la razón y su objeto serían todos los hechos dirigidos o influenciados por la

razón.

La historia científica tendría entonces como objetivo, al igual que las ciencias de la

naturaleza, la búsqueda de leyes que rigieran el desarrollo de la especie humana, estas leyes

se pueden clasificar en tres grupos:

1) las leyes de orden, que muestran la similitud de las cosas; 2) las leyes de relación, que hacen

que las mismas causas provoquen los mismos efectos; y 3) la ley suprema, que regula el curso de la

historia. En suma, se trata de una filosofía de la historia, resueltamente determinista, que pretende

a la vez reconstituir el pasado y prever el porvenir. (Bourdé y Martin, 1992, p. 143)

Los principios que fueron estructurando el perfil de la naciente ciencia histórica, junto a los

aportes de las ciencias sociales y las estadísticas, se conjugaron para consolidar la imagen

profesional del nuevo historiador.

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Los historiadores de los siglos XIX y XX intentaron crear una física social, una ciencia

histórica distanciada de la subjetividad y en consonancia con las leyes universales, sin

embargo, este impulso fue difícil de sostener. El historicismo positivista dio paso, en

Francia, a la Escuela de los Annales. Esta escuela fue el ejemplo de las nuevas formas de hacer

historia en las primeras décadas del siglo XX, propuso una nueva dialéctica entre pasado y

presente, perspectiva que le implicó luchar en dos frentes: “contra los eruditos puramente

limitados a la restitución del pasado, sin inquietud alguna por las apuestas actuales, y por

otro, contra los economistas y sociólogos cuando tienden a ocultar el espesor temporal de

los objetos estudiados” (Dosse, 2003, p.57).

Posteriormente surge una corriente de pensamiento que reivindica la historia como

narración. Se reactualiza de esta manera, la interrogante sobre el acto de escritura,¿ dónde

ubicar el confuso objeto del relato?, inmerso en la relación entre la acción narrada, la

narración misma y el narrador.

De Certeau muestra que la historia depende a la vez de una escritura performativa en el acto de

hacer historia y de una escritura en espejo en el hecho de narrar historias, con lo cual el género

histórico está desde el comienzo en tensión entre una vertiente científica y una vertiente ficcional

(Dosse, 2003, p.105).

Si la historia es un relato, para De Certeau también es una práctica que debe referenciarse a

un lugar de enunciación, ya que toda producción historiográfica se enlaza a un lugar de

producción cultural, político, económico y social:

Implica un medio de elaboración circunscripto por determinaciones propias: una profesión

liberal, un puesto de observación o de enseñanza, una categoría especial de letrados, etcétera. Se

halla, pues, sometida a presiones, ligada a privilegios, enraizada en una particularidad.

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Precisamente en función de este lugar los métodos se establecen, una topografía de intereses se

precisa y los expedientes de las cuestiones que vamos a preguntar a los documentos se organizan.

(De Certeau, 1999, p.69)

De la misma manera que el relato histórico se encuentra inscripto en su medio social, las

formas que adquiere ese relato, su impronta técnica, está vinculada a lo que De Certau

(1999) llamó 'la institución histórica'. La idea que el saber debe estar separado de lo social,

tiene su raiz para De Certeau en aquellos saberes ligados al origen de las ciencias modernas,

que formaron cuerpos de expertos, generaron un 'espacio científico' despolitizado y retirado

del espacio público y elaboraron un discurso con reglas propias distanciado de lo social.

Shapin y Schaffer (20015) ubican el inicio de las prácticas que propiciaron la división entre

la política y la ciencia en la controversia entre Hobbes y Boyle, desde ese momento se

comenzaron a definir las características que debían revestir los saberes que pretendieran

consolidarse como ciencia desde el siglo XVIII en adelante.

La historia formó parte de esa corriente de saberes que se propusieron ser ‘ciencia’, y de la

misma manera que elaboró las condiciones para devenir ciencia histórica, también produjo

las condiciones para su crítica. “Toda doctrina que rechaza en historia su relación con la

sociedad queda en el campo de lo abstracto. Niega los mismo que la está produciendo” (De

Certeau, 1999, p. 74).

Desde el planteo de De Certeau, el discurso científico que no expresa su relación con lo

social no puede generar una práctica y en el caso de la historia esto resultaría grave, ya que

es en esa relación con lo social donde se encuentra el objeto de la disciplina y por ende la

posibilidad de elaborar una práctica historiadora.

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Avanzado el siglo XX, las prácticas historiadoras abandonaron las pretensiones de una

historia totalizante como lo planteaba Michelet y han abierto su espacio a perspectivas como

el materialismo histórico y el estructuralismo. Nuestra pretensión no es alinearnos a algunas

de estas escuelas o elaborar teorías sobre los casos que abordamos, sino que como plantean

Campagno y Lewkowicz (2007), consideramos que llevar adelante una práctica historiadora

refiere a “reflexionar sobre las operaciones teóricas y metodológicas puestas en juego en la

producción de una situación histórica...teorizar las prácticas en que estamos implicados” (p.

36).

El reconocimiento de que las prácticas historiadoras y la ciencia histórica responden a un

discurso ideológico mas o menos consciente, implicado sociohistóricamente, hace surgir “la

necesidad imperiosa que tiene el historiador de interrogarse sobre las condiciones, los

medios y los límites de sus conocimientos” (Bourdé y Martin, 1992, p.5). En este sentido

optaremos por una forma de abordar la práctica historiadora sin pretender construir

verdades absolutas o discursos únicos sobre el pasado de la disciplina y que contemple la

heterogeneidad de ese pasado como las posibles perspectivas que sobre el pueden situarse y

reconocer que resulta una interpretación entre tantas otras posibles.

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P R Á C T I C A Y P E R S P E C T I VA
HISTÓRICA: GENEALOGÍA

La diversidad creciente de la psicología, la vuelve un campo vasto y complejo, irreductible a

una mirada única. La unicidad y la objetividad en el conocimiento, tanto de la perspectiva

como del objeto a conocer, son características sobre las que debemos guardar nuestros

recaudos. Nietzsche (1887) nos alerta sobre la 'patraña conceptual' de volvernos sujetos

puros del conocimiento, ajenos a los afectos y defensores de conceptos absolutos,

suspendiendo las fuerzas interpretativas. Son estas fuerzas, en definitiva, las que nos

permiten ver algo,

existe únicamente un ver perspectivista, únicamente un conocer perspectivista; y cuanto mayor

sea el número de afectos a los que permitamos su palabra sobre una cosa, cuanto mayor sea el

número de ojos, de ojos distintos que sepamos emplear para ver una misma cosa, tanto mas

completo será nuestro concepto de ella, tanto más completa será nuestra objetividad. (p.139)

La historia, específicamente la historia metafísica a la que Nietzsche se contrapone, ha

construido un punto de vista suprahistórico, buscando una objetividad absoluta situándose

fuera del tiempo y desde esa cima intenta ordenar el discurso ‘verdadero’ de la historia. Los

historiadores han descrito la historia de acuerdo a relaciones de causa efecto, cadenas

causales donde sobresalen ciertos acontecimientos que se religan a otros en pos de

mantener la continuidad histórica.

Esta perspectiva disuelve los acontecimientos y su potencia en la linealidad que emerge de la

continuidad del relato histórico, limita la multiplicidad de causas y el devenir azaroso a una

explicación causal y mecánica, reduciendo las múltiples formas y sentidos del acaecer.
Para Nietzsche, el historiador debe destruir esa

totalidad, dividir y trozar la continuidad, mostrar sus

grietas, irrumpir por sus fisuras, "debe poseer la

fuerza de volver a formular lo ya conocido como algo

nunca antes visto y anunciar lo general de una

manera tan sencilla y profunda que haga pasar lo


Friedrich Nietzsche (1844-1900)
profundo como simple y lo simple como

profundo" (Nietzsche, 1874, p. 94). Dirige la crítica sobre el uso del pasado, un uso

desligado del presente y que se construye como una verdad, tornándose en jueza que ordena

y castiga. La historia debe dejar las alturas para concentrarse en lo micro, “para ello, al igual

que Zarathustra, es necesario comenzar el descenso" (Moro, 2006, p.37).

Descender, atender a lo pequeño, subvertir la mirada, se proponen como las premisas de una

práctica historiadora que se aleja de la pretensión totalizante, y a la vez reconoce que “la

historia es un palacio cuya extensión nunca descubrimos enteramente (pues no sabemos

todo el ámbito no-acontecimental que nos queda por historificar) y del cual no podemos

divisar a la vez todos los ángulos” (Veyne, 1984, p.178), por lo que los consejos

nietzscheanos resultan una invitación a descubrir y describir las historias.

Las historias son relatos de acontecimientos, se seleccionan hechos, se simplifican y

organizan, y esta síntesis es tan espontánea como la memoria al evocar eventos pasados, “el

campo histórico es totalmente indeterminado, con una sola excepción: todo lo que se

encuentra dentro de él tiene que haber acaecido realmente. Aparte de ello, no importa que

su entramado sea tupido o abierto, continuo o fragmentario” (Veyne, 1984, p.20).

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La crítica de Nietzsche a la historia de los historiadores y sobre todo, a los fundamentos

metafísicos de la historia que en definitiva legitiman el presente en el que viven, son los

argumentos para proponer su perspectiva genealógica.

La genealogía para Nietzsche es una propuesta histórica y filosófica que vincula el presente y

el pasado, la actualidad y el origen de una manera vívida, es una perspectiva histórica que

mantiene una relación vital con los problemas del presente, “Genealogía es, en primer lugar,

actualidad” (Moro, 2006, p. 25).

Como sucede con las diferentes formas de abordar la historia, la genealogía surge de la

actualidad, de esa actualidad que necesita del pasado para ser comprendida, pero que a

diferencia de otras perspectivas historiográficas propone que la historia no es el fundamento

del presente, sino que lo que vivimos en el presente es resultado de lo histórico, contingente

y azaroso.

Esta perspectiva se enfrenta a aquellas propuestas que suponen la existencia de valores

universales y propone la historización de esos valores. La razón, la moral, son algunos de los

objetos que estudió Nietzsche para mostrarnos que no son algo dado y naturales, sino que

son consecuencia de procesos históricos de producción y desarrollo. En este sentido, la

genealogía para Nietzsche es también crítica, la crítica debe abordar las condiciones que

ciertos valores morales se convirtieron en tales y también el valor de esos valores (Mahon,

1992).

La genealogía nos permite comprender “cómo se llega a ser lo que se es” (Nietzsche, 1888,

p.57), mostrándonos que todo tiene una historia y en ella reside la verdad genealógica. No

se trata de la búsqueda de un origen y seguir luego su posterior desarrollo, Nietzsche

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rechaza la búsqueda del origen, que como plantea Foucault (1988), implicaría recoger la

esencia de la cosa, la “identidad cuidadosamente replegada sobre sí misma” (p. 17).

Para Foucault, quien retoma los planteos nietzscheanos en sus estudios, existen otros

conceptos a diferencia de 'origen' que señalan de mejor manera el objeto de la genealogía,

por ejemplo el de: procedencia. El concepto de procedencia no remite a la semejanza o

identidad primigenia, sino a los innumerables comienzos, la proliferación de

acontecimientos, la dispersión e imperfecciones del pasado, no opera como un fundamento,

“al contrario: agita lo que se percibía inmóvil, fragmenta lo que se pensaba

unido” (Foucault, 1988, p. 29), muestra lo heterogéneo de lo que se presentaba como

idéntico a sí mismo.

Siguiendo este planteo, desde nuestra perspectiva no pretendemos ubicar o definir el

surgimiento de la psicología en el Uruguay o el origen de las prácticas en el campo de la

psicología, del que ya planteamos su heterogeneidad; sino trazar las derivas de un saber que

de manera dispersa y discontinua fue componiendo y haciendo emerger lo que conocemos

hoy como psicología.

La genealogía no va tras los orígenes para captar esencias, ni buscando formas inmóviles que

luego se desarrollan a través de la historia, cuando mira los comienzos busca el azar,

agitación, rupturas, no trata de construir una epistemología; “ella demuestra, mas bien, que

el origen que interpretamos como racional, el portador de la verdad, está enraizado en el

dominio, la subyugación, la relación de fuerzas, en una palabra, en el poder” ( Davidson,

1988, p. 247).

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LA ARQUEOLOGÍA Y GENEALOGÍA
EN L A PRÁCTIC A FOUC AULTIANA

El 2 de diciembre de 1970, Michel Foucault asumió la cátedra

de Sistemas de Pensamiento en el College de France. En la

conferencia inaugural propuso una concepción de historia que

contiene elementos reconocibles en la perspectiva Nietzcheana.

Era un momento en donde el autor trataba de preservar su

teoría arqueológica intentando complementarla con la

genealogía (Dreyfus y Rabinow, 2001).

Se propuso introducir en la base de su pensamiento tres Michel Foucault(1926-1984)

componentes: el azar, el discontinuo y la materialidad.

“Triple peligro que cierta forma de historia pretende conjurar refiriendo el desarrollo

continuo de una necesidad ideal” (Foucault, 1996, p. 59). En base a estos principios se

propuso analizar dos conjuntos, por un lado el 'conjunto crítico' que refiere a los discursos,

utilizando el principio de trastocamiento, es decir, como se han formado esos discursos, sus

regularidades, desplazamientos y alteraciones y por otro lado el conjunto genealógico que

retoma tres principios discontinuidad, especificidad y exterioridad. De los tres, el primero

propone tomar a los discursos como prácticas discontinuas, que pueden cruzarse, solaparse

y excluirse, la segunda refiere a que el discurso es lo que es, no hay un trasfondo a descifrar

y por ultimo, dirigirse sobre lo que hace posible la aparición de esos discursos (Foucault,

1996).

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Estas dos formas de abordaje no son separadas, “La crítica analiza los procesos de

rarefacción, pero también el reagrupamiento y la unificación de los discursos; la genealogía

estudia su formación dispersa, discontinua y regular a la vez”(Foucault, 1996, p. 64). Para

Dreyfus y Rabinow (2001) la relación entre arqueología y genealogía irá cambiando en su

equilibrio, de manera de que la última irá volviéndose mas importante en el trabajo sobre la

historia. De todas formas, en estos primeros momentos de los estudios de Foucault, la

arqueología permite visualizar en lo que se presenta como un despliegue continuo de

significados, la presencia de formaciones discursivas discontinuas y con esto esclarece la

arbitrariedad del horizonte hermenéutico de sentidos.

Esas discontinuidades, rarezas, pequeños acontecimientos, mínimos cambios, serán los

objetos de la genealogía. Para Ian Hacking (1988) lo que Foucault va a denominar como

genealogía es “una forma de historia que puede explicar la constitución de conocimientos,

discursos, dominios de objetos, etcétera, sin tener que hacer referencia a un sujeto que es o

trascendental en relación con el campo de los acontecimientos o corre en su vacía igualdad a

través del curso de la historia” (p. 46), no apunta a una historia de quien emitió tal

enunciado y por qué, sino al entramado de sentencias pronunciadas, realizando una

arqueología sobre lo que hicieron posible esos enunciados.

Los estudios realizados por Foucault sobre el asilo y la prisión fueron posibles como el lo

dice, gracias a la “aparición de contenidos históricos” (Foucault, 2000, p. 21). Esos

contenidos a los que hace mención refieren a bloques de saberes que se encontraban

presentes pero enmascarados dentro de conjuntos de saberes funcionales y sistemáticos.

Incluye en lo que llama 'saberes sometidos', los saberes no conceptuales, inferiores

jerárquicamente o insuficientes en cuanto al nivel de cientificidad requeridos; a partir de la

aparición de esos saberes, también llamados saberes de la gente o locales, Foucault

desarrolla la crítica.

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El proyecto genealógico de Foucault trata de hacer jugar esos saberes locales contra aquellos

saberes legitimados que en nombre del conocimiento verdadero intentan filtrarlos y

ordenarlos en función de los valores de la ciencia. Esta lucha contra el saber legitimado,

implica la insurrección de lo saberes contra los efectos de poder centralizadores del discurso

científico institucionalizado, romper el sometimiento de los saberes históricos y liberarlos,

en definitiva: “Las genealogías son, muy precisamente, anticiencias” (Foucault, 2000, p.23).

En el curso de los años 1975 y 1976 en el College de France llamado Defender la Sociedad,

Foucault (1975-76/ 2000) propuso una definición provisoria de genealogía vinculada a las

investigaciones que había realizado hasta el momento; llamó genealogía al “acoplamiento de

los conocimientos eruditos y memorias locales, acoplamiento que permite la constitución de

un saber histórico de luchas y la utilización de ese saber en las tácticas actuales” (p. 22).

El estilo Foucaultiano de hacer historia abarca, según Veyne (1984), el programa de las

formas tradicionales de hacer historia, incluye la sociedad, la economía en una

estructuración novedosa, no ya en el pasaje de los siglos o situándola en una civilización,

sino en las prácticas. El sentido que Foucault le brinda a la noción de prácticas refiere a lo que

los hombres realmente hacen cuando hablan o actúan, no remiten a algo exterior que las

explique, su sentido es inmanente. “El análisis histórico de las prácticas – y no de sus

objetivaciones- es el propósito tanto de la arqueología como de la genealogías” (Castro

Gomez, 2010, 29).

El relato foucaultiano se centra sobre las prácticas y sus historias, en cómo se han

constituido ciertas verdades y las luchas sobre éstas. Esta nueva manera de hacer historia no

se especializa sobre el discurso o lo que está oculto en el discurso, sino que considera con la

misma importancia las condiciones de emergencia de esos discursos, “la parte oculta del

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discurso y de la práctica no es separable de la parte que emerge” (Veyne, 1984, p. 237). En

este sentido, la genealogía como aspecto central de su metodología, tendrá como foco

central “las relaciones mutuas entre los sistemas de verdad y las modalidades de poder, el

modo en que hay un “régimen político” de la producción de verdad” (Davidson, 1988, p.

246).

Foucault advirtió, como lo hizo Nietzsche una curiosa sacralización de la historia y de los

modos de llevarla adelante. Según el autor francés, los historiadores se han planteado el

problema de la periodización en referencia a las revoluciones políticas, lo que

metodológicamente no resultaba la mejor forma de recorte. Cada periodización recorta

determinado nivel de acontecimientos y estos a su vez necesitan de su periodización, se

abren dos vías de entrada a los estudios históricos que permiten llegar a niveles diferentes y

que Foucault (2013a) plantea que así se accede a la metodología de la discontinuidad, lo que

en definitiva permite introducir en los análisis históricos “tipos de vinculación y modos de

ligazón mucho mas numerosos que la relación universal de causalidad mediante la cual se

había pretendido definir el método histórico” (Foucault, 2013a, p. 155).

Si se pretende realizar un trabajo sobre las formaciones discursivas, aplicando el concepto de

discontinuidad hay que desestimar ciertas tareas ligadas al postulado de la continuidad,

como el uso de nociones como tradición, influencia, desarrollo o espíritu de la época,

nociones que convocan ligazones universales y poco específicas.

La noción de tradición opera como un sistema de coordenadas en donde ubicar un conjunto

de acontecimientos, la de influencia no aporta un sostén sustancial a las acciones de

transmisión y comunicación, la noción de desarrollo da cuenta de una sucesión de

acontecimientos organizados secuencialmente y con cierto principio rector, al igual que las

nociones de evolución o teleología y la noción de mentalidad, espíritu de la época, permiten

22
establecer sentidos comunes entre fenómenos simultáneos o sucesivos; para Foucault esta

ideas sólo nos llevan a “aceptar que, en primera instancia, solo se está frente a una población

de acontecimientos dispersos” (Foucault, 2013b, p. 230). Otro elemento a considerar es la

búsqueda incesante del origen, es preciso renunciar a ésta y a aquellas operaciones que

perpetúan la continuidad del discurso y lo remiten a su origen.

Luego de descartadas estas operaciones previas ligadas a la 'continuidad', queda liberado un

dominio constituido por todos los enunciados, dispersos en acontecimientos y en instancias

particulares, es decir una población de acontecimientos en el campo general de los

discursos. De aquí sigue la descripción pura de los hechos del discurso que permitirá

plantearnos la pregunta sobre la irrupción de los enunciados, por que aparecen éstos y no

otros, en base a que reglas, y que otros enunciados aparecen sobre estas reglas. Se trata de

determinar sus condiciones de existencia, fijar sus límites y relaciones con otros enunciados,

cuales excluye; “devolver al enunciado su singularidad de acontecimiento” (Foucault, 2013c,

p.236) y su articulación con otros acontecimientos, de otro orden diferente al discurso,

técnicos, políticos, sociales, etc.

En el horizonte de este planteo se perfila un objetivo mas amplio como lo es: “el del modo

de existencia de los acontecimientos discursivos en una cultura” (Foucault, 2013c, p.238),

las condiciones que en una cultura rigen la aparición de los enunciados y su mantenimiento,

como devienen en prácticas o conductas, el modo en que circulan y en base a que principios.

El trabajo sobre el universo de los discursos se sostiene sobre tres criterios, que para

Foucault permiten sustituir los temas de la historia totalizante; criterio de formación que

permite individualizar un tipo de discurso y específicamente sus reglas de formación mas

allá de la dispersión de aparición de sus conceptos, el criterio de transformación o umbral

considerando las modificaciones internas de esos discursos y el criterio de correlación,

23
focalizado en el conjunto de relaciones que definen un discurso internamente y el contexto

no discursivo donde opera (Foucault, 2013b). Estos criterios:

permiten describir, como episteme de una época, no la suma de sus conocimientos o el estilo

general de sus investigaciones, sino la separación, las distancias, las oposiciones, las diferencias,

las relaciones de sus múltiples discursos científicos: la episteme no es una especie de gran teoría

subyacente, es un espacio de dispersión, un campo abierto y sin duda indefinidamente

descriptible de relaciones (Foucault, 2013b, p. 196)

24
EPISTEME Y DISPOSITIVOS

La noción de episteme es importante en el campo de los estudios históricos que desarrolla

Foucault, el autor francés propone una primera definición destacando que en cada cultura y

en cada momento “sólo hay siempre una episteme, que define las condiciones de posibilidad

de todo saber, sea que se manifieste en una teoría o que quede silenciosamente investida en

una práctica (Foucault, 2002 a, p. 166). Mas adelante, y ya realizando una explicitación y

reflexión sobre el modo de abordar las discursos en un campo histórico plantea que:

Por episteme se entiende, de hecho, el conjunto de las relaciones que pueden unir, en una época

determinada, las prácticas discursivas que dan lugar a unas figuras epistemológicas, a unas

ciencias, eventualmente a unos sistemas formalizados; el modo según el cual en cada una de esas

formaciones discursivas se sitúan y se operan los pasos a la epistemologización, a la cientificidad,

a la formalización... (Foucault, 2002 b, p.322-323)

La noción de episteme comparte características similares con la noción de dispositivo.

Ambos abordan las relaciones entre elementos distribuidos en un espacio topológico, un

espacio que se define por las posiciones y funciones de los elementos que la componen, lo

que nos lleva a una segunda característica compartida que refiere a la heterogeneidad de los

elementos que se estructuran formando una red.

Será la noción de dispositivo la que se transformará en el instrumento de análisis

genealógico, abordando los dominios que Foucault fue articulando en sus estudios: saber,

poder y subjetividad. Esta noción permite abordar procesos históricos a partir de ciertas

ideas generales presentes en la perspectiva genealógica de la historia. La heterogeneidad de

elementos que componen el espacio del dispositivo mantienen una relación histórica que se

transforma en el tiempo, que a su vez es atravesada por relaciones de poder y pone en

marcha procesos de subjetivación (Moro, 2006).


Los elementos heterogéneos van desde espacios arquitectónicos a leyes, de instituciones a

proposiciones morales, y en esta heterogeneidad, Foucault presta atención a las relaciones

que establecen entre ellos, a esas relaciones que se van transformando y cambiando en el

marco de un juego. Juego que es de naturaleza estratégica, ya que los cambios y

transformaciones en las relaciones responden a voluntades o manipulaciones “de esas

relaciones de fuerza a fin de desarrollarlas, bloquearlas, estabilizarlas...; en definitiva

utilizarlas” (Gabilondo, 1990, p.170).

Este juego de relaciones es la matriz del dispositivo, el uso de los saberes, su manipulación

en tanto parte de un juego estratégico dan cuenta de las relaciones poder, lo que implicará

en Foucault un cambio profundo en la concepción de poder. La concepción foucaultiana de

poder, lo ubica disperso en el entramado de la sociedad:

por poder hay que comprender, primero, la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y

propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización; el juego que por

medio de luchas y enfrentamientos incesantes las trasforma, las refuerza, las invierte; los apoyos

que dichas relaciones de fuerza encuentran las unas en las otras, de modo que formen cadena o

sistema, o, al contrario, los corrimientos, las contradicciones que aíslan a unas de otras; las

estrategias, por último, que las tornan efectivas, y cuyo dibujo general o cristalización institucional

toma forma en los aparatos estatales, en la formulación de la ley, en las hegemonías sociales.

( Foucault, 2007b, p.112)

Los estudios genealógicos llevaron a Foucault a estudiar el poder de una forma innovadora, a

partir de la cual estableció una nueva concepción de la que se desprenden ciertas reglas para

su estudio. No estudiarlo como forma de represión sino abordarlo en su positividad, en los

efectos que produce, estudiarlos en su propia especificidad en lo que denominó microfísica

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del poder, lo que no lo sitúa en estamentos sociales sino circulando en una especie de red,

no enfocarse en las intenciones o decisiones conscientes que impulsan esa circulación, no se

debería preguntar lo que cierta gente desea y por que desea dominar a otros, en cambio se

debería preguntar “como funcionan las cosas en el nivel de la sujeción presente, en el nivel

de esos procesos continuos e ininterrumpidos que someten a nuestros cuerpos, gobiernan

nuestros gestos, dictan nuestras conductas, etc”, esos proyectos que nos constituyen como

sujetos” (Davidson, 1988, p. 248).

Sujetos, saber y poder son los dominios sobre los que discurren los estudios genealógicos de

Foucault, práctica historiadora que contiene la relación entre la actualidad y la historia y que

lo llevan a convertir la pregunta sobre el presente en una ontología histórica de nosotros

mismos. Esta ontología histórica recorre tres líneas, la primera vinculada a la verdad a

través de la cual nos constituimos en sujetos de conocimiento, la segunda sobre el poder y el

modo en que nos constituimos en sujetos que actúan sobre los otros y la tercera relacionada

a la ética a través de la que nos formamos en agentes morales (Mahon,1992; Moro, 2006).

Proponemos hacernos de esta herramienta en el ámbito de los estudios históricos para

ubicar las interrogantes sobre el modo en que la psicología en el Uruguay ha devenido en un

campo de conocimiento singular, produciendo sus verdades y legitimando su quehacer; para

preguntarnos sobre cómo se ha convertido en un saber cuyos agentes expertos actúan sobre

otras personas y se ha vuelto necesario en una diversidad de ámbitos de la vida en sociedad,

así como interrogarnos sobre que legitimidades se sostiene tal posibilidad y que valores

éticos y morales hemos trasmitido y ayudado a consolidar a lo largo del tiempo. Esta

propuesta de estudio histórico no solo pretende aportar a conocer el modo en que nos

hemos constituido como profesionales de una disciplina, en el marco de que procesos

sociales, culturales y políticos, sino que además opere como una herramienta de análisis de

nuestro presente; como disciplina y profesión.

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