Conceptos y Problemas
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Conceptos y Problemas
LA ESPIRITUALIDAD.
CONCEPTOS Y PROBLEMAS. BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFÍA
dase que nos referimos todavía a la espiritualidad como vida, como tratado teo-
lógico. Es evidente que la espiritualidad tiene una conexión temática con espí-
ritu y espiritual.
$
1) Espíritu
2) Espiritual
Pues bien, los gnósticos aprovecharon el texto para dividir al género huma-
no en ílicos (materiales-carnales), psíquicos (animales), y espirituales (pneumá-
ticos), según el predominio de uno u otro de los elementos en el hombre. En
consecuencia, sólo en los «espirituales» habita la sofía, la gnosis. Los carnales
viven desconociendo la gnosis y por lo mismo se condenarán; los psíquicos se
conforman con creer (pistis) y tampoco llegarán a participar del pleroma divi-
no. Sólo los «espirituales» están seguros de la iluminación divina para que el
hombre conozca sus orígenes, el sentido de la vida en la tierra, en qué consiste
la liberación mediante el nuevo nacimiento, su propio destino final, etc. Ellos
son los «puros», los perfectos, no contaminados con la carne ni con el mundo.
En ellos habita corporalmente el Espíritu Santo que les ayuda a renunciar a las
formas inferiores de vida, como es la psíquica y la carnal. En resumen, y
ateniéndonos a lo estrictamente importante para la espiritualidad, el gnóstico
18 DANIEL DE PABLO MAROTO
«el hombre perfecto, como hemos dicho, consta de tres elementos: carne, alma
y espíritu. Uno que salva y configura, que es el Espíritu; otro que es unido y
configurado, que es la carne; y lo que están entre ambos, que es el alma, la
cual a veces obedece al Espíritu y es elevada por él, y otras a la carne y sigue
las concupiscencias terrenas» (Adv. Haer. V, 9, 1, PG 7, 1144).
«Todos aquellos —escribe también— que temen a Dios y creen en la
venida de su Hijo y que, mediante la fe, aceptan en sus corazones el Espíritu
de Dios, con toda justicia son llamados puros, espirituales y divinizados, por-
que tienen el Espíritu del Padre que purifica al hombre y lo eleva a la vida
divina. Así, pues, como la “carne” es débil, el “espíritu” está pronto, como
testifica el Señor» (ib., V, 9, 2, PG 7, 1144).
«El hombre, y no una parte, es hecho a semejanza de Dios por las dos
manos del Padre, esto es, por el Hijo y el Espíritu Santo. Pues el alma y
el Espíritu pueden ser parte del hombre, pero de ningún modo el hombre.
El hombre perfecto es la unión y la fusión del alma que asume el Espíritu del
Padre y que se une a la carne plasmada conforme a la imagen de Dios»?,
4 De la vida ascética trataré más adelante, cap. VII, 3, C. Las tendencias espirituales aquí
aludidas y su arribo al Vaticano II las analicé en mi Historia de la espiritualidad cristiana,
pp. 358-362. Cf. nota 56 de p. 358 donde se recoge el tratamiento clásico de los bienes temporales
en la teología. También me permito citar otros dos trabajos más especializados: Daniel de Pablo
Maroto, «Repercusiones espirituales de la escatología primitiva»: Revista de Espiritualidad 33
(1974) 207-232. Y «El hombre espiritual y la naturaleza a través de la historia»: Revista de Espiri-
tualidad 46 (1987) 53-81.
20 DANIEL DE PABLO MAROTO ”
5 Sobre movimientos y sectas, cf. la última bibliografía en Manuel Guerra Gómez, Los
nuevos movimientos religiosos (Las sectas). Rasgos comunes y diferenciales, Pamplona, Eunsa,
1993.
.
teologal, o sea, el ejercicio de fe, esperanza y caridad. Especificar más nos lle-
varía demasiado lejos del proyecto de este libro *.
Santa Teresa es más realista y concreta. No le gustaban a la Santa las almas
encerradas en sí mismas, aunque escribiese en primer lugar para almas contem-
plativas y orantes, sino compremetidas con la entrega a los demás en un servi-
cio caritativo casero o bien mirando a los grandes intereses de la Iglesia misio-
nera. Así, por ejemplo, cuando da esta hermosa y genuina descripción de los
auténticos «espirituales»:
«Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiri-
tual, de que nazcan siempre obras, obras» (Moradas, VII, 4, 6).
6 Cf. especialmente Subida del Monte Carmelo, libs. 2-3: Noche oscura, libs. 1-2.
22 DANIEL DE PABLO MAROTO
3) Espiritualidad
Parece ser que se trata de una carta dirigida a un adulto recientemente bau-
tizado («per novan gratiam omnis lacrymarum causa detersa est») y el autor le
exhorta a vivir una vida cristiana con auténticidad. Bello y temprano texto donde
encontramos la descripción del camino iniciado en la gracia bautismal cuya
consumación escatológica se espera con impaciencia.
En esa temprana edad sigue siendo un término «raro», «sin que podamos
decir, sin embargo, que se trata de un neologismo; se aplica ya a la vida espiri-
tual en su conjunto o a aspectos restringidos» ?.
Por otra parte, aun respetando las afirmaciones de los historiadores y teólo-
gos, leyendo la literatura original de los «espirituales» clásicos, tanto de la edad
media como de los siglos XVI y XVII, resulta evidente que la controvertida «espiri-
tualidad» o términos sinónimos o parónimos, la hemos convertido los modernos
de vida en tema y de tema en problema. Quizá dependa de que nuestras reflexio-
nes miran más a codificar la vida espiritual en un tratado, en una ciencia teológi-
ca del espíritu, que en una vida según el Espíritu. Sin negar que la espiritualidad
es también un tratado teológico, quizá haya que dar legitimidad a las diversas
maneras de ser «espirituales» y, en consecuencia, de que hay muchas «espirituali-
dades» legítimas en la vida real y concreta de los cristianos.
La espiritualidad sería una de esas realidades de difícil concreción y de
muy difícil definición, como reconocía hace años L. Cognet: «Es necesario
reconocer también que no es posible definir todo, y que ciertas realidades com-
plejas en extremo, como la vida espiritual, escapan por eso mismo a un intento
de definición» '*,
«Toda la doctrina que entiendo tratar en esta Subida del Monte Carmelo
está incluida en las siguientes canciones, y en ellas se contiene el modo de
subir hasta la cumbre del Monte, que es el alto estado de la perfección que
aquí llamamos unión del alma con Dios» (Subida del Monte Carmelo, 1, argu-
mento).
B) Descripción de la espiritualidad
2. DISCUSIONES ACTUALES.
CRÍTICAS Y DEFENSA DE LA ESPIRITUALIDAD
20 Ciro García resumió la situación en el posvaticano. Cf. Corrientes nuevas, pp. 200-
209, 243-255. Ilumina el clima posterior mi Historia de la espiritualidad cristiana, cap. VI,
pp. 325-389.
21 Por ser una antología comentada sobre el tema del compromiso, vale la pena tener en
cuenta: J. 1. González Faus, Vicarios de Cristo. Los pobres en la teología y espiritualidad cristia-
nas, Madrid, Trotta, 1991.
22 «La vida espiritual es una tentación»: Concilium 109 (1975) HI, p. 400.
EL «CAMINO CRISTIANO». MANUAL DE TEOLOGÍA ESPIRITUAL 31
Todos los que, de alguna manera, están en sintonía con la nueva dimen-
sión de la Iglesia como pueblo de Dios, o se sienten solidarios con los pobres,
defensores de la religiosidad popular o exigen a los cristianos la inserción o
encarnación en el mundo, ponen en duda la valencia de la espiritualidad tradi-
cional. Por ejemplo, los que escriben desde la perspectiva de la liberación.
Citemos, como ejemplo, algunas ideas de José M.? Castillo, representante
de esa línea crítica de la espiritualidad tradicional. Partiendo de la necesidad
de espiritualidad en la Iglesia, sin la cual sería «una institución incoherente y
grotesca, trasnochada y extravagante» y buscando el camino de una espirituali-
dad acomodada a las necesidades de hoy, reduce a esquemas demasiado sim-
ples lo que ha sido lo «espiritual» en la vida cristiana. En primer lugar, un
«problema», porque no se sabe bien qué es espiritualidad y por eso cada uno
busca caminos propios acomodados a sus gustos. En segundo lugar, «una abs-
tracción» (porque era «lo no material, lo no temporal», o sea algo psíquico).
Pero esto, sigue diciendo, es aberrante, porque el hombre es material y tempo-
ral y, en consecuencia, tiene que encarnarse en la vida. En tercer lugar, «una
contradicción», porque tan necesaria como se decía que era para el pueblo de
Dios y, sin embargo, sólo algunos económicamente privilegiados podían dedi-
carse a ese ocio psíquico y religioso. Y, finalmente, un asunto «privado» en el
sentido peyorativo: no sólo de la persona, sino que el espiritual se desentendía
de las grandes causas colectivas o sociales, lo cual generaba una «frustración»
y un «conflicto», porque en la persona se integran todos los valores simultáne-
amente.
La solución —según el autor— está en «asumir la vida del hombre» como
es. «La espiritualidad será un problema sin solución —concluye— mientras no
asuma a la persona entera, es decir, mientras no tome en serio a la persona real
tal como existe en el mundo, relacionada con Dios, con los demás y con la
sociedad». Y, además, «asumir el mensaje de Jesús» ?!.
23 Citado por J. I. González Faus, Vicarios de Cristo, p. 271. Publicado por primera vez en
el período L'Atélier de 1877.
24 La alternativa cristiana, cap. 6, pp. 197-208.
32 DANIEL DE PABLO MAROTO
«la espiritualidad goza de tan poca audiencia entre los cristianos, no sólo
ni sobre todo porque los cristianos son malos, egoístas, etc., sino, sobre todo,
porque la misma espiritualidad se ha complicado de tal manera que, a la hora
de la verdad, resulta una cosa poco apetecible e incluso, desde algunos puntos
de vista, bastante detestable».
«se puede decir que, en el interior del cristianismo, hay grandes sectores de
la población que no se interesan, ni poco ni mucho, por esto de la espirituali-
- dad... Todo esto quiere decir que la espiritualidad no es un asunto popular,
no es una cuestión que entra en las preocupaciones “normales” de la gente
normal» ?,
s
fanático cumplidor de leyes y preceptos; al verdadero místico del místico bri-
bón o pícaro. Christian Duquoc, en la «presentación» del primer número de
Concilium dedicado a la espiritualidad (n. 9, 1965), aceptó esta aparente para-
doja: «Este término es impreciso, pero se puede decir que designa la existencia
cristiana siempre y cuando se quiera despejar en ésta la línea de orientación
concreta..» (p. 3).
Esto no obsta para que aceptemos, como anotábamos más arriba, que la
espiritualidad tradicional ha estado enchapada en pesos muertos de origen extra-
evangélico. Primero, por el encuentro del cristianismo con la cultura grecoro-
mana y oriental (siglos I-IV); y después, por la fusión con las culturas de los
pueblos germánicos (invasiones de los siglos IV-vI). Por todos esos componen-
tes simbiotizados las masas populares incultas vivieron una religión teñida de
cristianismo con las connotaciones antropológicas ya descritas: escapismos del
mundo, desencarnación, individualismos egoístas, interiorismos narcisistas, dua-
lismos maniqueos, etc. La «espiritualidad», al no existir en abstracto, sino encar-
nada en el hombre, en su dinamismo psicológico-religioso, y ser éste tan com-
plejo, corre el riesgo de pervertirse.
Cuarto. Es conveniente que un tratado completo de Teología e historia
de la espiritualidad ponga en evidencia esos abusos y deficiencias, no siempre
errores; que haga autocrítica para corregirlos y buscar, en cada momento histó-
rico y de acuerdo con la mentalidad cultural de cada pueblo, con la dogmática,
la exégesis, las necesidades pastorales y evangelizadoras, las más adecuadas
realizaciones espirituales. La inculturación es hoy, por ejemplo, una de las ins-
tancias más urgentes de la espiritualidad. Releer a los grandes espirituales y
místicos, reestudiar las diferentes dimensiones de la espiritualidad, debe ser una
de las tareas más urgentes. Pero no hacerlo con la esperanza de encontrar en
ellos soluciones a todos «nuestros» problemas ?,
Paris, 1902-1912. P. Christophe, Para leer la historia de la pobreza, Estella, Verbo Divino, 1989.
J. I. González Faus, Vicarios de Cristo, Madrid, Trotta, 1991. Específico para el siglo xIx español,
tan denostado por algunos, y por lo que se refiere a España, cf. Baldomero Jiménez Duque, La
espiritualidad en el siglo xIx español, Madrid, FUE, 1974, sobre todo, cap. VII: «Obras caritativas
y sociales», pp. 87-103.
29 Cf., a modo de ejemplo, lo que digo sobre San Juan de la Cruz en «Olvidos y carencias
de un místico: San Juan de la Cruz»: Revista de espiritualidad, 49 (1990) 583-598.
EL «CAMINO CRISTIANO». MANUAL DE TEOLOGÍA ESPIRITUAL 35
Los teólogos están volviendo los ojos especialmente a los místicos como
lugares concretos de teofanía, y, en consecuencia, como fuentes de teología
dogmática. En ellos se fusionan experiencia y teología, son modelos óptimos de
una teología narrativa y ellos mismos se convierten en una «fenomenología
sobrenatural», exégesis viviente de la Revelación de Dios, traducción del miste-
rio salvador de Cristo. Por todo ello tienen una «misión» en la Iglesia ??.
Vista en esta perspectiva, tiene menos sentido la vieja y clásica polémica
sobre lo constitutivo formal de la vida espiritual mística, su fundamentación en
la ontología sobrenatural, en la dogmática objetiva, como se decía, o en la
vivencia subjetiva. En cualquier caso manifiesta el interés por los místicos y su
experiencia religiosa. Si fueron los espirituales del tiempo de los Padres y los
místicos medievales los promotores de una experiencia más objetiva y centrada
en el misterio, con el Renacimiento se impone una corriente más subjetivista
que privilegia, además de lo objetivo dogmático cristiano, el fenómeno psicoló-
gico y los estados de conciencia. Hoy se habla menos de todo aquello, pero,
como sucedió con el así llamado «problema místico» (necesidad o no de la vida
mística para la santidad), la polémica sobre el carácter dogmático o psicológico
de la espiritualidad, puso en evidencia la necesidad de estudios positivos para
entroncarla mejor con las fuentes de la revelación: la Escritura, la Tradición, el
magisterio, la vida y doctrina de los santos. El resurgimiento de la espirituali-
dad desde la década de los setenta debe mucho a aquel movimiento 3,
En el marco de esta polémica quiero recordar al eminente teólogo H. U.
von Balthasar que como nadie arremetió, a mi parecer con mucha injusticia,
contra los dos grandes místicos del Carmelo, Santa Teresa y San Juan de la
Cruz. El cree que lo que predomina en ellos no es la experiencia religiosa como
contacto con lo sobrenatural, sino la descripción de unos estados de conciencia
subjetiva e interiorizada. Con ello invalidaba el valor «objetivo» de esa expe-
riencia y casi el significado eclesial de su mensaje.
«En Santa Teresa y San Juan de la Cruz —escribe— los «estados» son
el verdadero objeto de su descripción. Hablando de manera vulgar, habría que
decir que es en el estado donde perciben la realidad objetiva que en ellos se
revela... La mística española se encuentra aquí muy lejos de la mística de la
Biblia... de la mística de los patriarcas y de los profetas; de la mística
«los santos y los espirituales son ignorados cada vez más por los teólogos
dogmáticos... Para la teología, los santos apenas existen. Se los entrega a la '
“spiritualité”, para que ésta los explote. Pero la “espiritualidad” misma apenas
existe ya para la dogmática moderna». Y los «fenómenos» de los místicos
acaban «en los laboratorios psicológicos, en sus experimentos y estadísticas,
es decir, en el descrédito definitivo del testimonio eclesial y carismático, para
convertirlo en un enunciado puramente privado» 3.
Consecuencia de este estado de cosas, tal como las veía él, sería volver a
unir la dogmática a la mística, superando otro divorcio entre teólogos y místi-
cos, tan grave como el acontecido en el siglo XII cuando los místicos se separa-
ron de los teólogos escolásticos.
En la ladera opuesta, enjuiciando la experiencia místicia de Santa Teresa
como entronque con las realidades sobrenaturales objetivas escribió Tomás
Álvarez:
4. BIBLIOGRAFÍA FUNDAMENTAL
l. Manuales de espiritualidad
a) Antiguos