Mil Millones de Estrellas Módulo 3

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Capacitación

Mil Millones de Estrellas


Perspectivas, orientaciones y herramientas para la Evangelización
en la Escuela Católica del Siglo XXI

Tercera sesión: LA CONSTELACIÓN


EVANGELIZADORA

En los módulos anteriores presentamos los fundamentos y lineamientos principales de una Escuela
en Diálogo Evangelizador.
Hablamos de “mil millones de estrellas”, como metáfora de una constelación: un conjunto
armónico de proyectos y acciones que, en un mismo sentido, se ofrecen para facilitar en las y los
estudiantes, familias y educadores, la Evangelización.
En este módulo nos detendremos en algunas de esas estrellas. Dejaremos para el próximo
módulo la Enseñanza Religiosa Escolar, ya que por su complejidad necesita un estudio un poco
más minucioso.

LA TRANSVERSALIDAD EVANGELIZADORA

Una Escuela en Diálogo Evangelizador se construye lentamente, en proceso. No es un


“modelo acabado”, sino que es un fluir de proyectos, iniciativas, propuestas, que se van organizando
en forma de trayectos, con cierta organicidad y coherencia estratégica, y con la particularidad de que
todos ellos están impulsados por una misma inspiración y empujan un mismo sueño.
Algunas veces se “depositó” toda la misión evangelizadora de la Escuela en los catequistas o
pastoralistas. Hoy nos damos cuenta de que la Evangelización es tarea de toda la institución, desde
sus distintos actores y propuestas. Cuando hablamos de “transversalidad” nos referimos,
fundamentalmente, a trabajar en los siguientes aspectos:

a) Favorecer un ambiente institucional impregnado de evangelio. Muy por debajo de las


palabras, formulaciones, proyectos y tareas, un ambiente evangeliza si “transmite” evangelio
en su aire cotidiano. No es muy sencillo de explicar, pero sí es muy sencillo de sentir. Los
modos de mirarnos y tratarnos, la manera de abordar los conflictos y las diferencias, los
criterios de inclusión y exclusión, los privilegios o igualdades, la justicia o injusticia reinantes,
la distribución de la palabra y del saber… todo ello, da cuenta de qué tan “evangelizada” está
una Institución, por tanto de cuán evangelizadora es. Como expresaba alguien una vez: lo
que haces habla tan fuerte, que apenas puedo oír lo que me dices. La escucha y la participación
de todos los actores de la escuela a través de asociaciones, asambleas, etc…, van
construyendo progresivamente una “atmósfera escolar” saludable y fraterna.

1
b) Ocuparse del crecimiento de las personas con la ternura de Jesús. Además de ocuparse
de los niños y jóvenes, una institución será evangélica si mira a las personas (a todas las
personas, también a sus empleados, a los educadores, a los padres y madres de familia, etc.)
como semejantes, como hermanas y hermanos dignos y portadores de palabra, y no como
piezas de una maquinaria productiva. Esto nos desafía a priorizar el cuidado que nos
dispensamos unos a otros, y el cuidado que la Institución en sí misma expresa a cada uno de
sus miembros.

c) Cultivar un discernimiento cristiano de los saberes. Lo más propio de la Escuela Católica,


que es el diálogo entre fe y cultura, necesita expresarse sobre todo en una manera de mirar
las ciencias desde una perspectiva contemplativa, abierta al misterio, capaz de movilizar el
intelecto en la búsqueda de las verdades más hondas.
Muchas veces el espacio de las materias mal llamadas “profanas” permanece ajeno a
este desafío, y camina en forma paralela e incluso contradictoria con los rasgos inspiradores
de la escuela. En otras ocasiones, esas materias sí se imparten desde una visión trascendente
e incluso religiosa, pero de un modo un tanto deductivo, poco abierto a la exploración, el
diálogo y la interpelación.

Hay un “modo cristiano” de mirar la realidad, de comprenderla y significarla. Ese modo


trasciende lo específicamente “religioso”. Es una postura existencial, ética, social. No se trata,
como en tiempos de la Cristiandad, de “bajar la doctrina” de un modo dogmático,
desconociendo la pluralidad de perspectivas y significados. Se trata quizá de lo contrario: en
esa multiplicidad de significados y perspectivas, ofrecer el mensaje cristiano con toda la
humildad y la potencia de su fuerza interior.
Una tarea fundamental de los educadores católicos será desarrollar el saber de una
manera armónica y compleja, dando cabida a las funciones racional y contemplativa del
intelecto, y brindando los elementos para que, junto con una permanente actitud de
búsqueda y comprensión, se desenvuelva también una cierta sensibilidad por el
discernimiento ético.
Dentro de esta perspectiva, habrá que desarrollar también programas específicos que
favorezcan el cultivo sistemático y sostenido de la alteridad, como capacidad que hace al
hombre más fraterno y abierto a sus semejantes, hambriento de genuina comunión. Los
proyectos solidarios, el aprendizaje en servicio, etc… son excelentes iniciativas que plasman
esta intuición.

d) Trascender las fronteras escolares y abrirse a la comunidad. La Escuela Católica no puede


ser un ente aislado de la sociedad, una “burbuja” en la cual se viven experiencias bellas pero
indiferentes de su entorno. A la escuela le corresponde, cada vez más, asociarse con otras
instituciones en búsqueda del bien común; participar en proyectos y políticas que promueven
el cuidado y el crecimiento de los niños, niñas y adolescentes; ofrecer sus “riquezas” (el saber
generado y construido en la institución) a quienes puedan estar más necesitados. De este
modo, la Institución se sitúa en el entramado social de un modo significativo y fecundo, y su
proyecto educativo se vuelve potente y contextualizado.

2
EL DESPERTAR Y EL DESARROLLO ESPIRITUAL

Como veíamos anteriormente, hay cuatro grandes estrellas que conforman una constelación
evangelizadora en la Escuela. La primera de ella tiene que ver con toda una perspectiva de relaciones
entre las personas y de relación con el saber mismo.
En este párrafo nos detendremos en otro aspecto fundamental. Una Escuela Católica debe
crear espacios específicos que ayuden al despertar y al desarrollo espiritual de quienes la componen:
niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos. Algunos nombran a esta tarea como Pastoral Escolar
Específica1. Una Escuela Católica necesita desarrollar un buen programa, completo, de esta pastoral.
¿En qué consiste? Básicamente en 3 cuestiones:

a) El despertar espiritual
En todas las religiones existe lo que se llama un despertar a la experiencia espiritual. Se trata de
algún momento de la vida (o algunos momentos) en el cual la conciencia da un salto cualitativo, y
se empieza a ver más allá de lo cotidiano. La persona por un momento saborea la experiencia de ser
alguien conectado con sus semejantes y con lo divino, unido a la creación y al Creador con una
especie de hilo invisible… Esa experiencia del despertar espiritual (también llamada conversión en
algunas tradiciones religiosas) se da normalmente por uno de estos cuatro motivos:

• situaciones límite que nos hacen conscientes de nuestra finitud, y que de un modo
misterioso nos abren a la invocación del Infinito;

1
Del mismo modo que a lo que describíamos en el capítulo anterior se lo puede llamar Pastoral Escolar Transversal.
3
• la experiencia del silencio interior, que tarde o temprano nos hace penetrar en dimensiones
profundas y trascendentes;

• la conexión honda con personas necesitadas, que nos revela un universo de solidaridad,
donde nos sentimos invitados a ir más allá de nosotros mismos;

• el amor fraterno2, como vivencia que ensancha nuestro corazón y nos abre a pertenencias
amorosas que van más allá de los lazos familiares

Si observas bien, esas cuatro experiencias tienen una característica común: nos sacan de
nosotros mismos, de nuestra zona de confort… nos abren a un universo trascendente… Nuestra
conciencia se expande y, por eso mismo, se vuelve más sensible y capaz de abrirse al Misterio Creador.
Podríamos detenernos más tiempo en esto, y ver cómo Jesús, en el evangelio, tiene frases que nos
hacen ver que ciertamente estas realidades nos conectan con la experiencia de su amor.
En la escuela, obviamente, no vamos a crear situaciones límite… Aunque sí podemos estar
atentos para acompañar con delicadeza y ternura a quienes las atraviesan. En cambio, sí podemos
diseñar (y de hecho muchas escuelas lo hacen) Programas donde haya experiencias de Jornadas,
Retiros, Misiones, Espacios Solidarios… Se trata de programar una serie de acciones concretas,
secuenciadas, que favorezcan que los niños, niñas y adolescentes puedan hacer esa experiencia del
despertar espiritual. Algunas de estas acciones, por sus características, serán propuestas a todos;
otras serán optativas, en coherencia con el respeto por los procesos y las opciones personales. Es
importante que estas acciones sean adecuadas a la edad y características de los destinatarios.

b) El Desarrollo espiritual y la educación de la fe


En todas las escuelas hay un porcentaje mayor o menor de niñas, niños, adolescentes,
adultos… que han despertado espiritualmente y desean hacer caminos de seguimiento de Jesús, de
discipulado. La Pastoral Escolar Específica tiene que organizar, para estas personas, algunos
programas de acompañamiento que ayuden a la maduración de la fe. En algunos casos puede
tratarse de grupos pastorales (de niños, de adolescentes…) que se reúnen en horario extra escolar.
En otros casos se tratará de la Catequesis específica de preparación a los sacramentos (la
Comunión y la Confirmación especialmente)3. También se hacen retiros o encuentros específicos,
itinerarios breves de profundización de la fe, experiencias de misión, etc…
La vitalidad espiritual de una Escuela Católica guarda estrecha relación con la cantidad y
calidad de estas propuestas.4

c) La dimensión celebrativa de la fe y los sacramentos.


La celebración de cumpleaños, la visita a un amigo, unos mates tomados con calma en un
atardecer, las expresiones de amor… son ritos humanos que nos fortalecen. Los seres humanos
somos seres rituales. En los ritos nos nutrimos, nos cuidamos, tocamos la dimensión profunda de lo
real.

2
S. S FRANCISCO, EVANGELII GAUDIUM Cap. 2, 78 - 80.
3
Una opción específica de esta propuesta, en consonancia con las orientaciones de la Iglesia, es que la Catequesis Sacramental no
debe realizarse en el ámbito de la Clase de Religión. La Catequesis Sacramental requiere por parte del catecúmeno y su familia una
opción y una decisión consciente y libre de hacer procesos de educación de la fe. Por lo mismo, creemos que puede ser realizada en el
ámbito colegial (si la Iglesia local no dispusiera otra cosa) pero en horario extra escolar. También creemos, desde nuestro c onocimiento
e investigaciones, que la Catequesis de Primera Comunión debiera impartirse en la niñez, alrededor de los 10 años, y la de Confirmación
en la Adolescencia alrededor de los 16.
4
S. S FRANCISCO, EVANGELII GAUDIUM La nueva evangelización para la transmisión de la fe 14-18.

4
El Zorro le decía al Principito: si dices que vendrás a la cuatro, empezaré a ser feliz desde las
tres. De eso se tratan los ritos. De acciones que nos templan el corazón, nos hacen caer en la cuenta
de que la vida cotidiana está llena de misterio y profundidad. Un rito exige cierta constancia y
disciplina.
El cultivo y el crecimiento espiritual necesitan de ritos para ahondar y nutrir la fe. Del mismo
modo, los signos y símbolos tienen esa mágica capacidad de conectar nuestra alma con ese mundo
trascendente, que habitamos y nos habita, pero del que no siempre somos conscientes.
La Pastoral Escolar específica desarrolla un programa de educación en la sensibilidad
simbólica para que los niños y niñas, especialmente, pero también los adolescentes, puedan abrirse
al misterio. En muchas escuelas, por ejemplo, se celebra la entrega de un signo por año (una imagen
de María, el Evangelio, la Cruz…). De ese modo se favorece el cultivo de la sensibilidad espiritual.
Teniendo en cuenta esos elementos (ritos y símbolos) importa hacer una educación de la
dimensión celebrativa. O sea, crear y favorecer espacios de silencio, contemplación, expresión,
celebración… Como decíamos antes, habrá que cuidar que estos sean coherentes con los procesos
reales de fe, y no forzar (en especial a partir de la pre-adolescencia) una postura religiosa donde no
la hay. Es necesario programar estas acciones con delicadeza y respeto.
A su vez, una Escuela Católica crea espacios de celebración de los sacramentos, como el modo
específico y propio que tenemos quienes nos reconocemos discípulos de Jesús en esta tradición
sagrada de expresar, profundizar y nutrir nuestra espiritualidad. Sobre todo, espacios para celebrar
la Eucaristía y la Reconciliación. Como ofrecemos esto en un marco de diversidad y pluralismo, no
forzaremos a los que no comparten nuestra religión a participar de esos espacios. Y, de hecho, los
ofreceremos con delicadeza, atentos a las sensibilidades culturales y religiosas. Una Escuela Católica
que no tuviera estos espacios, aunque concurriera a ellos una minoría, quedaría vacía y confusa en
su identidad.
El conjunto de estas acciones y procesos conforman los grandes ámbitos en los cuales se
programa la Pastoral Escolar Específica. El acompañamiento personal (realizado por personas
maduras, respetuosas y capacitadas, sean estos consagrados/as o laicos/as) es un complemento
clave que conviene ofrecer para que estos procesos puedan vivirse y profundizarse de modo
adecuado.5

PROMOVER EL DESARROLLO ESPIRITUAL DE LAS Y LOS EDUCADORES

Sin negar otros factores que colocan en crisis a la Escuela Católica de este tiempo, quizá el
gran desafío que, tal vez, los engloba a todos: la necesidad de revitalizar la MÍSTICA de la Escuela
Católica.
En efecto, lo que hace verdaderamente evangélica y evangelizadora a una escuela no es tanto
la claridad doctrinal de sus principios; ni siquiera la creatividad o cantidad de sus acciones pastorales.
Lo que hace que una escuela sea evangelizadora o no es cuánto de evangelio se respira en su ambiente,
en sus relaciones, en sus modos de ser y hacer. Y principalmente, cuánta espiritualidad genuina
transmiten sus educadores.
No se trata de apostar a fantasías o deseos idealizados: en el cuerpo de educadores de una
escuela siempre habrá diferentes niveles de compromiso y de adhesión a la fe. Y eso, en sí mismo,
no es algo malo; al contrario, bien visto es una oportunidad. No tiene sentido manipular o forzar
compromisos, si estos no brotan del corazón.
Pero ciertamente, si no existiese en cada escuela, un Núcleo Comunitario creyente fuerte,
testimonial, apasionado… ¡místico!... sería muy difícil pensar que esa escuela, por eficiente que sea
su planificación pedagógica y pastoral, pueda transmitir realmente el Evangelio.

5
S. S FRANCISCO, EVANGELII GAUDIUM Cap. 4, 208.
5
Vivimos un tiempo de dispersión, de aceleraciones que nos desintegran humanamente, de
gran desgaste en la tarea educativa. Los verdaderos educadores, aquellos que ponen alma y vida
en la tarea, son muchas veces héroes y heroínas que, en contextos muy adversos, sostienen una
pasión.
La propia identidad de los educadores está en transformación, junto con la escuela.
No es casualidad que un altísimo porcentaje de educadores deba, en algún momento de
sus trayectorias, tomar licencia por motivos ligados al estrés.
Necesitamos como agua en el desierto espacios de unificación, de paz, de sanación interior,
de renovación de fuerzas, de revisión y profundización de nuestras certezas y sueños. Por todo
esto, creemos que el cultivo de la espiritualidad de las y los educadores es, quizá, el desafío principal
de la escuela católica actual.
La eficiencia de una escuela puede depender de sus planes pedagógicos, de la calidad de las
supervisiones y capacitación; el prestigio de la escuela dependerá tal vez de sus resultados visibles, y
de otros factores socio- culturales. PERO LA FECUNDIDAD EVANGÉLICA DE UNA ESCUELA DEPENDE,
NECESARIAMENTE, DE CUÁNTA MÍSTICA NUTRA VIDA DE SUS EDUCADORES. A partir de allí se viven
y habilitan otros procesos. Sin eso, será muy difícil construir algo.

Distintas trayectorias, un mismo llamado.


Hay quienes llegan a ser educadores en las Escuelas Católicas como fruto consciente de un
itinerario de fe. O porque son ex alumnos/as. O porque viven y participan en la Comunidad
Parroquial. Para esas personas, seguramente, no habrá demasiadas preguntas respecto de la
IDENTIDAD y VOCACIÓN del Educador Cristiano. Con diferente grado de compromiso y con
diferentes niveles de profundización de su fe, saben y sienten que la Iglesia considera su quehacer
educativo como un verdadero ministerio de amor, servicio y evangelización.
Otras personas arriban a la Escuela Católica por factores muy diversos: recomendaciones,
búsquedas laborales, coincidencias incluso azarosas… Cuando están ya dentro de la Escuela perciben
que hay una cierta exigencia (manifiesta o no) de ofrecer algo más en ese lugar.
Los creyentes miramos la vida desde una perspectiva sagrada. Y creemos que la VOCACIÓN
es un MISTERIO. Misterio en el que se entretejen nuestros sueños, proyectos y opciones, con sus
errores y aciertos, con los CAMINOS DE DIOS, que tienen siempre un plus de sorpresa, paradoja y
bendición, aún desde aquello que no alcanzamos a comprender.
En aquella Parábola de los Obreros de la última hora6, Jesús cuenta que Dios invita a trabajar
en su Viña a las personas más diversas, en los modos más diversos y en los tiempos más diversos.
Por eso, en esta mágica historia de amor que es la vocación humana, y la maravillosa vocación
de educar, creemos que los distintos modos de llegar a la escuela son, también, caminos divinos,
trazos invisibles dibujados por un misterioso Arquitecto que suele amarnos y guiarnos hacia el Bien
sin firmar sus obras (nuestra vida).
Por eso no importa tanto el modo cómo llegaste a ser educador/a en una Escuela Católica.
Ni siquiera importa tanto cuál es el nivel de tu adhesión a la fe. Lo que realmente importa es que
HOY ESTÁS AQUÍ, ante una gran oportunidad: la oportunidad de CRECER HUMANAMENTE en este
espacio, en el cual Jesús es inspiración y Modelo. ¿Lo vas a desaprovechar?

En el corazón, una triple mirada (a los niños, a uno mismo, a Jesús Maestro)
El proceso de crecimiento espiritual y despliegue vocacional que proponemos a las
educadoras y educadores creyentes tiene una imagen muy simple y potente a la vez. Lo llamamos
LA TRIPLE MIRADA.

6
Mt. 20, 1-16

6
Creemos que la TRIPLE MIRADA marca, de por vida, un camino y una metodología de
desarrollo espiritual adecuada para este tiempo y el espacio concreto que nos toca transitar.
¿En qué consiste la triple mirada?
En primer lugar, conviene decir que la perspectiva de desarrollo espiritual que proponemos
es VITAL, CONTEXTUALIZADA, ENCARNADA. O sea, creemos que crecemos espiritualmente DESDE
LA VIDA y PARA LA VIDA.
Entendemos la espiritualidad no como una fuga de la realidad, sino como una mirada
profunda de la misma.
Entonces, para nosotros, educadores creyentes, el primer lugar en el cual necesitamos
depositar nuestros ojos son los alumnos. Sí, los alumnos. Las chicas y chicos concretos con los cuales
nos encontramos diariamente, en el aula.
Con toda convicción me animo a decir que, si en verdad tenemos VOCACIÓN docente, el
punto de partida de nuestros procesos espirituales más profundos será el encuentro con los chicos. Y
no un encuentro teñido de romanticismo, sino el encuentro real, concreto, hecho de lo de cada día:
sueño, sorpresa, mala conducta, simpatía, amor, enojos, crecimiento, límites….
¡Allí está la vida que nos sale al encuentro! Y allí está la vida que necesitamos aprender a
mirar en profundidad, para que sea ella, justamente, nuestro espacio de crecimiento humano y
vocacional. Mirando a los chicos aprendemos a amar y educar.
Ahora bien: hoy es difícil mirar a los alumnos. Porque son muchos, porque sus vidas a veces
nos cuestionan, nos duelen… Porque tal vez no responden a nuestras expectativas o porque algunos
de ellos (o sus familias) nos resultan francamente incómodos y hasta amenazantes….
Por eso es que la segunda mirada nos lleva a nosotros mismos. A nuestro interior. A lo que
se mueve dentro nuestro cuando miramos a los chicos.
En efecto, el encuentro educativo, si se vive en forma humana, real, genuina… despierta cosas
en nosotros: emociones, sentimientos, preguntas, búsquedas… Nadie queda indiferente tras un
verdadero encuentro humano.
Y eso que se nos mueve dentro nos lleva, muchas veces, a nuestro interior profundo. A
nuestras zonas más luminosas y también a nuestras zonas más oscuras. A nuestras certezas, pero
también a nuestras preguntas.
Especialmente aquellos encuentros y experiencias que nos afectan tienen el poder de
desestabilizarnos, y esconden una gran oportunidad: si les damos lugar, si nos dejamos interpelar
por ellos, pueden conducirnos a dimensiones de nuestro ser que están semi- escondidas a nuestra
consciencia habitual: heridas, dolores silenciados, sueños tapados, potencialidades ocultas, lágrimas
tragadas en su momento… En fin, todo aquello que forma parte de nuestra sombra, entendiendo a
esta como aquellos aspectos interiores que necesitamos visitar para acoger, abrazar, sanar o liberar.
Misteriosamente, entonces, el encuentro con los niños o adolescentes nos lleva al encuentro
con nuestro propio niño/ adolescente/ joven interior. Y si dejamos que este proceso suceda,
sentiremos como la profunda tarea de educar es realmente una experiencia bidireccional y recíproca,
porque no solamente damos, sino que también cosechamos cosas valiosas en el encuentro.
Pero ¡cuidado! Esto no siempre ocurre. Y no siempre ocurre, principalmente, porque muchos
educadores hemos desarrollado una cierta capacidad actoral que hace que el personaje que
representamos no siempre esté en sintonía profunda con aquello que sentimos y vivenciamos en lo
profundo.
Esto no es ni más ni menos que un mecanismo de defensa. Comprensible, ya que estamos 40
horas semanales zambullidos en un mundo de hormonas, emociones y reacciones que, si no
logramos fluir con flexibilidad y cierta solidez, puede llevarnos a descentrarnos y desgastarnos por
demás. Y claro, casi a ninguno de nosotros nos enseñaron, en los Profesorados, qué hacer con
nuestro mundo interior que aflora en el encuentro con el mundo de los chicos.

7
Nuestro corazón clama, en este punto, por una tercera mirada. Hemos mirado a los chicos y
eso nos movilizó interiormente. Y nos llevó a mirarnos a nosotros mismos.
Aquí aparece el regalo y la oportunidad de MIRAR A JESÚS. Sí. Dese esta experiencia personal
fuerte y sensible, podemos MIRAR AL MAESTRO. En sus actitudes, en sus gestos, en su Palabra, en
su Amor.
Mirarlo de dos maneras, que pueden ser complementarias. Si somos creyentes, mirarlo a Él
será un espacio de descanso en el Amor. Mirarlo y dejarnos mirar por El. Reposar en sus ojos… Dejar
que su luz nos atraviese con suavidad y firmeza.
Si no somos creyentes, estamos en búsqueda o tenemos ciertos reparos, de todos modos,
mirar a Jesús será posar nuestros ojos en un Maestro Extraordinario. Alguien que ha hecho del Amor
una genuina Pedagogía del Encuentro. Uno de esos héroes inspiradores que nos ayudan a vivir hasta
el fondo la aventura humana.
La espiritualidad de la triple mirada genera en nosotros una dinámica inagotable y
permanente. En efecto, siempre habrá nuevos encuentros, que nos llevarán a nuevas exploraciones
en nuestro interior, y nos permitirán encontrar nuevas dimensiones del rostro de Jesús; que, a su vez,
nos llevará otra vez al encuentro con los chicos de un modo más profundo.

Honrar y celebrar Nuestro Octavo Sacramento.


La Iglesia Católica reconoce y celebra, como parte esencial de su camino de espiritualidad,
los siete sacramentos: Bautismo, Confirmación, Reconciliación, Eucaristía, Matrimonio, Orden
Sagrado, Unción de los Enfermos.
Los Sacramentos son ESPACIOS SAGRADOS. Ritos, en los cuales reconocemos la Presencia
de Dios que acompaña nuestra vida, tanto en su cotidianidad como en sus momentos cruciales.
Como los pueblos del desierto, que acuden diariamente a un pozo a llenar sus cántaros de
agua, los católicos reconocen en los sacramentos la fuerza vital que nutre su espiritualidad y llena
sus almas para hacer de la vida un viaje lleno de sentido y divinidad.
Metafóricamente (no en un sentido literal) me gusta decir que, para los educadores, el
encuentro con los chicos en la clase es, en cierto modo, nuestro octavo sacramento. En efecto, allí
nos encontramos con Dios, cara a cara. Tan escondido y tan presente como puede estarlo en la
Eucaristía. El mismo Jesús dijo, no lo olvidemos, que cuanto hicieron con el más pequeño de mis
hermanos lo hicieron conmigo7.
Por eso, cuando vivimos conscientemente, con todo el cuerpo allí, el encuentro sagrado del
aula, estamos, de alguna manera, cara a cara con Jesús. Allí se nutre nuestro ser y nuestra vitalidad;
allí se generan las preguntas que nos llevan dentro, para ser más auténticos y más profundos; allí se
despierta lo mejor de nosotros en la creatividad y el amor.
El encuentro con los chicos en el aula es, por lo tanto, nuestro octavo sacramento. Nuestro
espacio sagrado lleno de vida y oportunidades. Nuestra oportunidad de personalizar y ahondar el
camino espiritual.
Claro que podemos vivirlo como una secuencia más de nuestro día, sin ningún tipo de
profundidad y hasta con una carga importante de tensión o indiferencia… Pero eso podría ocurrirnos
también con una Misa, ¿verdad?
Lo que intentamos decir es que Dios, en su Amor inagotable, nos ha regalado una vocación
que, al vivirla a fondo, es en sí misma una maravillosa oportunidad de crecimiento espiritual.
¿De qué se trata, entonces? Sencillamente, de mirar, mirar y mirar. Tres veces. Nuestro
corazón está preparado para el resto.

Una escuela que “se hace cargo” del desarrollo espiritual de sus educadores.

7
Cf. Mt. 25, 40.
8
Desde la Animación Pastoral importa crear espacios para ayudar a las y los educadores a
cultivar esa triple mirada.
Nada hay más destructivo, en la dinámica actual de las Escuelas Católicas, que un cierto
“deber ser” desde el cual se enjuicia a los educadores, por lo que se interpreta como “falta de
compromiso, escasa adhesión, etc…”.
Se parte de un supuesto equivocado, que es que “si son parte de esta escuela ya deberían…”.
Pero la realidad demuestra que no es así, que también los adultos estamos en proceso y necesitamos
acompañamiento para crecer.
Claramente hay un “piso” que no es negociable. Si un educador no respeta los valores
humanos que encuadran la identidad de nuestra escuela, no tendría que estar en ella… Pero, a partir
de allí, incluso respetando diversidad de creencias y posicionamientos, podemos trabajar
“pastoralmente”, acompañando su camino con empatía, ayudándole a mirar a los estudiantes de un
modo cada vez más limpio y genuino, facilitándole espacios de maduración personal e invitándole a
inspirar su práctica y actitudes en Jesús Maestro.

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