Os He Llamado Amigos (I) ¿Dios Tiene Amigos - Opus Dei

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 1

Vida cristiana Textos para la formación

cristiana Otros

Os he llamado amigos (I): ¿Dios


tiene amigos?
Dios siempre ha buscado activamente
la amistad con los hombres,
ofreciéndonos vivir en comunión con
Él. Ni la debilidad humana ni el polvo
del camino le han hecho cambiar de
opinión. Dejarnos abrazar por ese
Amor incondicional nos llena de luz y
de fuerza para ofrecerlo a los demás.

OTROS 15/05/2020

Una pregunta frecuente que seguramente


se encuentre entre nuestros mensajes en el
teléfono móvil es: «¿Dónde estás?».
También la habremos enviado a nuestros
amigos y familiares buscando su compañía,
aunque sea a distancia, o simplemente por
traer a la otra persona a nuestra
imaginación de una manera más concreta.
¿Dónde estás? ¿Qué haces? ¿Todo va bien?
Esa pregunta es también una de las
primeras frases que Dios, mientras
«paseaba por el jardín a la hora de la brisa»
(Gn 3,8-9), dirige al hombre. El Creador,
desde el inicio de los tiempos, quería
caminar junto a Adán y Eva; podríamos
pensar, con cierto atrevimiento, que Dios
buscaba su amistad –y ahora la nuestra–
para contemplar plenamente realizada su
creación.

Una novedad que va in crescendo

Esta idea, que tal vez no es totalmente


nueva para nosotros, ha causado bastante
extrañeza en la historia del pensamiento
humano. De hecho, en uno de sus
momentos de mayor esplendor, se había
aceptado con resignación la imposibilidad
para el ser humano de ser amigo de Dios.
La razón era que entre ambos media una
absoluta desproporción, son demasiado
distintos[1]. Se pensaba que podría haber,
como mucho, una relación de
sometimiento a la que, en el mejor de los
casos, podríamos acceder lejanamente a
través de ciertos ritos o de ciertos
conocimientos. Pero una relación de
amistad era inimaginable.

Sin embargo, la Escritura presenta una y


otra vez nuestra relación con Dios en
términos de amistad. El libro del Éxodo no
deja lugar a dudas: «El Señor hablaba con
Moisés cara a cara, como se habla con un
amigo» (Ex 33,11). En el libro del Cantar de
los Cantares, que recoge de manera poética
la relación entre Dios y el alma que lo
busca, a esta última la llama
continuamente «amiga mía» (cfr. Ct 1,15 y
otros). También el libro de la Sabiduría
señala que Dios «se comunica a las almas
santas de cada generación y las convierte
en amigos» (Sb 7,27). Es importante notar
que en todos los casos la iniciativa proviene
del mismo Dios; la alianza que ha sellado
con su creación no es simétrica, como
podría ser un contrato entre iguales, sino
más bien es asimétrica: nos ha sido
regalada la desconcertante posibilidad de
hablar de tú a tú con nuestro propio
creador.

LA ESCRITURA ESTÁ LLENA DE


EJEMPLOS QUE MUESTRAN LA LA
BÚSQUEDA CONSTANTE POR PARTE DE
DIOS DE ESTABLECER UNA RELACIÓN
DE AMISTAD CON LOS HOMBRES

Esta manifestación de la amistad que nos


ofrece Dios, la comunicación de esta
novedad, continuó in crescendo a lo largo
de la historia de la salvación. Todo lo que
nos había dicho por medio de la alianza se
ilumina definitivamente con la vida del
Hijo de Dios en la tierra: «Dios nos ama no
solo como criaturas, sino también como
hijos a los que, en Cristo, ofrece una
verdadera amistad»[2]. Toda la vida de
Jesús es una invitación a la amistad con su
Padre. Y uno de los momentos más intensos
en los que nos transmite esta buena noticia
es durante la Última Cena. Allí, en el
Cenáculo, con cada uno de sus gestos, Jesús
abre su corazón para llevar a sus discípulos
–y a nosotros con ellos– a la verdadera
amistad con Dios.

Del polvo a la vida

El evangelio de san Juan se divide en dos


partes claras: la primera se centra en la
predicación y en los milagros de Cristo, la
segunda en su pasión, muerte y
resurrección. El puente que las une es el
siguiente versículo, que nos adentra en el
Cenáculo: «Sabiendo Jesús que había
llegado su hora de pasar de este mundo al
Padre, como amase a los suyos que estaban
en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1).
Allí estaban Pedro y Juan, Tomás y Felipe,
todos los doce juntos, apoyados cada uno
hacia un costado, como era costumbre en la
época. Por lo sucesos que se narran,
probablemente era una mesa de tres lados
–con forma de U– en la que Jesús se
encontraba casi en un extremo, el
importante, y Pedro en el opuesto, el del
sirviente; es posible que estuvieran frente a
frente. Jesús, en un determinado momento,
a pesar de que no era una tarea que le
correspondía a quien estaba situado en ese
lugar preferencial, se puso de pie para
realizar un gesto que quizá su Madre
habría realizado muchas veces con él: tomó
una toalla y se la ciñó a la cintura para
quitar el polvo de los pies de sus amigos.

La imagen del polvo está presente desde el


inicio en la Sagrada Escritura. En la historia
sobre la creación se nos cuenta que «el
Señor Dios formó al hombre del polvo de la
tierra» (Gn 2,7). Entonces, para que dejara
de ser algo inanimado, muerto e incapaz de
relacionarse, Dios «insufló en sus narices
aliento de vida y el hombre se convirtió en
un ser vivo» (Gn 2,7). Desde ese momento,
el hombre experimentará una tensión que
proviene de ser polvo y espíritu, una
tensión entre sus límites radicales y sus
deseos infinitos. Pero Dios es más fuerte
que nuestra debilidad y que cualquiera de
nuestras traiciones.

Ahora, en el Cenáculo, el polvo del hombre


vuelve a aparecer. Cristo se dobla sobre el
polvo de los pies de sus amigos, para
recrearlos, devolviéndoles la relación con
el Padre. Jesús nos lava los pies y,
divinizando el polvo del que estamos
hechos, nos regala la amistad íntima que
tiene con su Padre. En medio de la emoción
que le embarga, con los ojos de todos sus
discípulos fijos en él, dice: «A vosotros, en
cambio, os he llamado amigos, porque todo
lo que oí de mi Padre os lo he dado a
conocer» (Jn 15,15). Dios quiere
compartirlo todo. Jesús nos comparte su
vida, su capacidad de amar, de perdonar,
de ser amigos hasta el fin.

EN EL HOMBRE COEXISTEN EL POLVO


Y EL ESPÍRITU. DIOS LO SABE Y SALE A
NUESTRO ENCUENTRO

Todos hemos tenido la experiencia de cómo


las buenas relaciones de amistad nos han
cambiado; tal vez no seríamos los mismos
si no hubiésemos encontrado esas
relaciones en nuestra vida. También ser
amigos de Dios transforma nuestro modo
de ser amigos de quienes nos rodean. Así,
como Cristo, podremos lavar los pies de
todos, sentarnos a la mesa de quien nos
podría traicionar, ofrecer nuestro cariño a
quien no nos comprende o incluso no
acepta nuestra amistad. La misión de un
cristiano en medio del mundo es
precisamente «abrirse en abanico»[3] a
todos, porque Dios sigue infundiendo su
aliento al polvo del que estamos hechos y
actúa en esas relaciones enviándonos su
luz.

Dejarnos llevar hacia la comunión

Hemos visto que la amistad que nos ofrece


Jesucristo es un acto de confianza
incondicional de Dios en nosotros, que no
termina nunca. A distancia de veinte siglos,
en nuestra existencia diaria, Cristo nos
cuenta todo lo que sabe sobre el Padre para
continuar atrayéndonos a su amistad. Sin
embargo, aunque esto no nos faltará, será
siempre una parte, ya que «a esta amistad
correspondemos uniendo nuestra voluntad
a la suya»[4].

Los verdaderos amigos viven en comunión:


en el fondo de su alma quieren las mismas
cosas, se desean la felicidad el uno al otro, a
veces ni siquiera necesitan utilizar
palabras para comprenderse mutuamente;
se ha dicho incluso que reírse de las
mismas cosas es una de las mayores
manifestaciones de compartir intimidad.
Esta comunión, en el caso de Dios, más que
un agotador esfuerzo en tratar de cumplir
ciertos requisitos –esto no sucede entre
amigos– se trata igualmente de estar el uno
con el otro, de acompañarse mutuamente.

Un buen ejemplo puede ser precisamente el


de san Juan, el cuarto evangelista: dejó que
Jesús se acercara y le lavara los pies, se
recostó tranquilamente en su pecho
durante la Cena y, finalmente –tal vez sin
comprender completamente lo que
sucedía–, no se despegó de su mejor amigo
para acompañarlo en los mayores
sufrimientos. El discípulo amado se dejó
transformar por Jesucristo y, de esa
manera, Dios fue quitando poco a poco el
polvo de su corazón: «En esta comunión de
voluntades se realiza nuestra redención:
ser amigos de Jesús, convertirse en amigos
de Jesús. Cuanto más amamos a Jesús,
cuanto más lo conocemos, tanto más crece
nuestra verdadera libertad»[5].

LA COMUNIÓN ENTRE DOS AMIGOS SE


MANIFIESTA, FUNDAMENTALMENTE,
EN EL DESEO MUTUO DE ESTAR
JUNTOS, DE ACOMPAÑARSE, DE
DEJARSE TRANSFORMAR POR EL OTRO

Jesús, en esa Última Cena, nos muestra que


el secreto de la amistad está en permanecer
con Él: «Como el sarmiento no puede dar
fruto por sí mismo si no permanece en la
vid, así tampoco vosotros si no
permanecéis en mí» (Jn 15,4). Es Jesús
quien quiere amar en nosotros. Sin él no
podemos ser amigos hasta el fin. «Por
mucho que ames, nunca querrás bastante»,
señala san Josemaría. Pero
inmediatamente añade: «Si amas al Señor,
no habrá criatura que no encuentre sitio en
tu corazón»[6].

***

«¿Dónde estás?» son las palabras que Dios,


mientras paseaba por aquella espléndida
creación que había salido de sus manos,
dirigió al hombre. También ahora quiere
entrar en diálogo con nosotros. Nadie, ni
siquiera el más brillante de los pensadores,
podía imaginar un Dios que pidiese nuestra
compañía, que mendigase nuestra amistad
hasta el extremo de dejarse clavar en una
cruz para así no cerrarnos nunca sus
brazos. Habiendo entrado en esa locura de
amor, nos veremos impulsados también
nosotros a abrirlos sin condiciones a todas
las personas que nos rodean. Nos
preguntaremos mutuamente: ¿Dónde
estás? ¿Todo va bien? Y a través de esa
amistad podremos devolver la belleza a la
creación.

Giulio Maspero y Andrés Cárdenas

[1] Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1159a,


4-5.

[2] F. Ocáriz, Carta pastoral 1-XI-2019, n. 2.

[3] Cfr. San Josemaría, Surco, n. 193.

[4] F. Ocáriz, Carta pastoral 1-XI-2019, n.2.

[5] Joseph Ratzinger, Homilía en la Misa pro


eligendo pontifice, 18-IV-2005.

[6] San Josemaría, Via Crucis, VIII estación,


n. 5.

Photo: Alex Bertha, on Unsplash

Apostolado Amistad Amistad Índice

Os he llamado amigos

DESCARGAR

ePub: Os he llamado amigos (I): ¿Dios tiene


amigos?

Mobi: Os he llamado amigos (I): ¿Dios tiene


amigos?

DESTACADO

Os he llamado amigos (III): ​


Dentro de un gran mapa de
relaciones

Audios y podcast disponibles en


la página web del Opus Dei

Os he llamado amigos (II): ​Para


iluminar la tierra

Conocerle y conocerte (VII):


Buscando la conexión

Novena a san Josemaría sobre el


trabajo

Conocerle y conocerte (VI): Un


lenguaje más poderoso

Carta del prelado (1-XI-2019)

Santa Misa en la Festividad de


San Josemaría

ENLACES

PREGUNTAS FRECUENTES

MÁS VISITADOS

Español - Ecuador

© Prelatura del Opus Dei, Fundación


Studium, Scriptor Aviso legal · Política de
privacidad y cookies · Contacto · Sala de
prensa · Archivo

También podría gustarte