Silva 2009. Una Teologa de Los Signos de Los Tiempos
Silva 2009. Una Teologa de Los Signos de Los Tiempos
Silva 2009. Una Teologa de Los Signos de Los Tiempos
L (2009), 41 - 58
Eduardo Silva
Facultad de Teología
Pontificia Universidad Católica de Chile
Facultad de Filosofía y Humanidades
Universidad Alberto Hurtado
a) Una interpretación de fondo del Concilio: una Iglesia por primera vez universal
(1) RAHNER, Karl, “Theologische Grudinterpretation des II. Vatikanischen Konzils”, en Schriften zur
Theologie, vol. XIV, Einsieldeln 1980, 297. Citado por CASALE, Carlos, “Teología de los signos de los
tiempos. Antecedentes y prospectivas del Concilio Vaticano II”, Teología y Vida, Vol. XLVI (2005), 551.
(2) Idem.
(3) Cf. CHENU, Marie-Dominique, “La fin de l’ère constantinienne” (1961) en Chenu, L’Evangile dans
le Temps (ET), Du Cerf, Paris, 1964, 17-36.
(4) CHENU, M.-D., “Un concile a la dimension du monde” (1962), en ET, 636.
(5) Ya en el año 1937 auguraba con entusiasmo que “estamos en el amanecer de una nueva cristiandad”
(CHENU, M.-D., “Dimensión nouvelle de la chrétienté”, en ET, 355).
(6) CHENU, M.-D., “La fin de l’ère constantinienne”, en ET, 29.
42 EDUARDO SILVA
místico de Cristo, santuario del Espíritu, no subsiste y no vive sino por medio y
dentro de las cristiandades que, en el curso de los siglos, encarnan en las sociedades
humanas sucesivas la caridad de Cristo y la libertad del Espíritu” (7). Chenu no tiene
dificultad en hablar de “cristiandades sucesivas”: “la comunidad mística de la Iglesia
(…) se realiza en cristiandades sucesivas, que son solidarias de la historia y de sus
revoluciones” (8).
A esta lúcida distinción entre cristiandad e Iglesia hay que sumar la distinción
entre el misterio de Cristo y esas cristiandades eclesiales. Si reconocemos que no
es posible identificar a la Iglesia con una determinada cristiandad, pues la Iglesia se
va encarnando en cristiandades sucesivas, también debemos reconocer que tampoco
es posible identificar el misterio de Cristo ni con una cristiandad ni con la suma de
todas ellas. Este exceso permite no sólo que pasemos de una cristiandad a otra en
virtud de la novedad que nos traen los tiempos en los que está actuando el Señor de
la historia, sino que también auscultemos su presencia fuera de los límites eclesiales
de una cristiandad determinada.
Joseph Comblin, por su parte, percibe en el Concilio un cambio de actitud de
la Iglesia: “un cambio de actitud comparable al de la fundación de la cristiandad en el
siglo IV o al de la Reforma en el siglo XVI” (9). Cambio de actitud que consiste en el
paso de una Iglesia que “vivía pendiente de sí misma, de su expansión, sus conflictos,
su unidad (…) su sobrevivencia o su propia continuidad” a una Iglesia que comienza
“a tomar conciencia de que ella no existe sino en función del mundo, como servicio
a los hombres” (10). A diferencia de los concilios anteriores –Trento y Vaticano I– en
Vaticano II prima el diálogo y no una mera defensa frente a lo nuevo, a los nuevos
tiempos, en este caso la modernidad. Aquellos “tienen en común un carácter reactivo,
de contraposición, ante la reforma protestante y ante el mundo moderno surgido de la
Ilustración y de la revolución francesa, respectivamente. Ambos generaron un cristianis-
mo eclesialmente introvertido” (11). En la misma línea el P. Fernando Retamal señaló
que con el Concilio la Iglesia pone fin a la Contrarreforma, “al asumir lo que había de
buenas razones en la Reforma y/o en la Ilustración y en sus derivados” (12).
Johann Baptist Metz, retomando la propuesta de su maestro Rahner, indica
que en este tránsito, desde una Iglesia de Europa y Norteamérica más o menos mo-
nocéntrica culturalmente, lo que se origina es “una iglesia universal culturalmente
policéntrica” (13). Un paso eclesial que estaría en sintonía con valoraciones epocales
épocas: una primera, relativamente corta, de fundación del judeocristianismo; una segunda, muy larga
y siempre dentro de un marco cultural más o menos homogéneo, que es la época del pagano-cristia-
nismo: se desarrolló hasta nuestros días sobre la base del helenismo y de las cultura y civilización
de la Europa occidental deudora del mismo; y finalmente, una tercera época de un policentrismo
cultural universal en la iglesia y en la teología” (METZ, Johann Baptist, Dios y el tiempo. Nueva
teología política, Trotta, Madrid, 2002, 131-132).
(14) Cf. TAYLOR, Charles, Multiculturalismo. Différence et démocracie, Flemerian, Paris, 2003. La
traducción del artículo central “La política del reconocimiento” en Argumentos filosóficos, Paidós,
Barcelona, 1997, 239-245. Una breve presentación de los aportes de Taylor a este respecto en
SILVA, Eduardo, “Catolicismo social: porvenir de una tradición en crisis”, en Teología y Vida,
Vol. XLIX (2008) 628-639.
(15) METZ, J. B., op. cit., 135.
(16) La frase es de Julius Welhausen. Citada por METZ, J. B., Ibid., 136.
(17) Idem.
(18) Ibid., 137.
(19) Idem. En directa relación con estas dos opciones, en otra parte hemos señalado que el desafío de
asumir la igualdad y la diversidad, como valores respectivos de la modernidad ilustrada y de la mo-
dernidad tardía, es camino indispensable de una Iglesia que quiere acoger el mandato conciliar de
aprender del mundo para dialogar con él. Cf. SILVA, E., art. cit., 639-642.
44 EDUARDO SILVA
conclusiones que Casale saca: Primero, una de carácter filosófico: “Como en muchas de
sus contribuciones aquí se puede rastrear la influencia del filósofo alemán H. Rombach
en Hünermann, quien a través del desarrollo de lo que se podría denominar una filo-
sofía de la “estructura” ha señalado el cambio que se ha producido en la modernidad
en relación al concepto de sustancia como central para explicar lo que las cosas sean,
indicando que a este concepto le sucede –dialécticamente– el de “sistema” y en la ac-
tualidad el de “estructura”” (28). Segundo, una conclusión de carácter teológico: ya no
es posible pensar lo otro de lo trascendente o lo eclesial en el sentido neoescolástico,
pensando que los contenidos teológico-eclesiales tenían una subsistencia en sí mismos
y que luego “se relacionaban con otros temas mal llamados extrateológicos” (29), como
serían la historia, la modernidad, la situación del continente o la razón contemporánea.
“Brevemente: se abre la posibilidad de integrar al quehacer teológico la forma de razo-
nar de “identidad y diferencia”” (30).
Juan Noemi alude a esta misma novedad conciliar evidenciada por Hünermann
como “una intuición directivo-formal fundamental” que lleva a cambiar la concep-
tualidad teológica. De este modo las distinciones que el texto conciliar hace ya no
son, como en la neoscolástica, “determinaciones que se objetivan como ‘contenidos-
que’ ‘en sí mismos’ y en su ‘autorreferencialidad’”, sino distinciones que se hacen
“bajo la perspectiva de la unidad que las correlaciona y extrovierte” (31). Así Lumen
Gentium 8, citado y comentado por el mismo Hünermann: “Cuatro veces y en diver-
sas fórmulas redesigna en este breve trozo a la Iglesia como comunidad con Cristo y
como comunidad visible. Ambos aspectos se encuentran unidos cada vez con un ‘y’”.
(…) “los diversos momentos se determinan recíprocamente y actúan uno por medio
del otro. Autorreferencialidad se da aquí sólo como heterorreferencialidad” (32).
La superación del concepto de sustancia, que sucesivamente da paso al de sis-
tema y luego al de estructura, es un modo de decir lo que otros han indicado como
superación, en una tercera noción, de las metafísicas de la sustancia y del sujeto.
Sostener que el Concilio es sintomático de este tercer momento implica afirmar que
con él ha entrado de un modo inédito el tiempo y la historia en la teología. La his-
toricidad que reclamaba Chenu, que está a la base de una teología de los signos de
los tiempos, ha sido muy bien descrita por los trabajos de Mariano de la Maza y de
Fredy Parra. Mientras el filósofo describe tres concepciones de la historia, la especu-
lativa, la historicista y la hermenéutica, sin dejar de afirmar que el paso a esta última
intenta ser una superación tanto de la “metafísica ahistórica”, como de la “concepción
antimetafísica” del cientificismo positivista (33), el teólogo sostiene enfático que la
teología debe rescatar su propia temporalidad y hacerse cargo “de la fe en un Dios,
(34) PARRA, Fredy, “Desafío del tiempo, memoria y esperanza”, en Ibid., 75. Publicado también en
Teología y Vida, XLVIII (2007) 449-469.
(35) Cf. SILVA, E., “Catolicismo social; porvenir de una tradición en crisis”, Teología y Vida XLIX
(2008) 621-625.
(36) Cf. HÜNERMANN, P., “La acción de Dios en la historia. Teología como interpretatio temporis, en
Beozzo, Hünermann, Schickendantz, Nuevas pobrezas e identidades emergentes. Signos de los tiem-
pos en América Latina, UC Córdoba, Córdoba, 2006, 55.
(37) Ibid., 56.
(38) GONZÁLEZ, Antonio, “El significado filosófico de la teología de la liberación”, en Comblin,
González Faus, Sobrino, Cambio social y pensamiento cristiano en América Latina, Trotta, Madrid,
1993, 145-160.
UNA TEOLOGÍA DE LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS LATINOAMERICANOS. VALIDEZ, LÍMITES… 47
verificación del quehacer teológico” (39). Los horizontes de la teología han sido los
del pensamiento occidental, que según Zubiri –entre otros– han sido dos: “el horizonte
griego de la movilidad y el horizonte moderno de la nihilidad” (40). Las metafísicas
o metáforas respectivas de la “sustancia” y de la “subjetividad” posibilitan teologías
diferentes. Mientras la primera piensa a Dios como sustancia plena, ser subsistente,
simple e inmutable, no atravesado por el no-ser de lo creado, la segunda se centra en
la conciencia individual y la certeza subjetiva de la salvación. Mientras en el primero
el centro lo ocupa la naturaleza de la redención y la divinización del hombre (la re-
dención es “el enriquecimiento ontológico por participación en la naturaleza divina”)
en la segunda es la certeza en la misma. De la justicia aristotélica que vela por la
relación entre naturaleza y gracia a la paulina de Lutero, “que es la justificación por
parte de Dios, prescindiendo de toda perfectibilidad natural” (41).
Obviamente que en cada teología conviven tesis propias de uno u otro horizonte.
Si bien el cambio de paradigma teológico operado por Lutero está en la raíz de la
filosofía moderna y contribuye a los caracteres de la “metafísica de la subjetividad”,
es la teología cristiana del siglo IV la que contribuye decisivamente a la aparición del
nuevo horizonte de la nihilidad (42). “Tampoco se pueden identificar estos horizontes
con la división entre teologías católicas y protestantes” (43). Lo que acá nos interesa
es vislumbrar el surgimiento de un nuevo horizonte en el que se sitúa –y al que con-
tribuye– la teología de la liberación. No es necesario suscribir las tesis del horizonte
posmoderno –cuyo origen está en París, capital de la moda (44)– para reconocer lo
que sostienen “autores tan dispares como Feuerbach, Heidegger, Merleau-Ponty, Zubiri
o Levinas”, que en Hegel “culmina la modernidad y en quien se halla una síntesis
genial que integra los conceptos fundamentales del pensamiento griego” (45).
No se pretende sostener aquí que la teología de la liberación configura este nuevo
horizonte, ni que sea la única teología que se mueve en él. Tampoco que es producto de
ella o que se fundamente en él (el fundamento de toda teología es la palabra de Dios),
sino que el cambio de paradigma interno a la misma teología que viene dado por su
punto de partida en la realidad de los pobres como auténtico lugar teológico y la pri-
(39) Ibid., 146. “Por “praxis histórica” no se entiende simplemente un nuevo contenido de la teología,
sino el horizonte propio de la misma” (Idem.). “Horizonte”, término fenomenológico, como “el
ámbito de presupuestos metodológicos, metafísicos y de autocomprensión de la tarea intelectual”,
como “el suelo intelectual en el que las ciencias y las disciplinas surgen y del que se alimentan
mientras está en vigor, algo semejante a lo que (el mismo) Husserl denominaba “mundo de la vida””
(Ibid., 148).
(40) Ibid., 149.
(41) Ibid., 152.
(42) Cf. Ibid., 150.
(43) Ibid., 152.
(44) “La publicación del libro de Jean-Francois Lyotard en 1979 La condition posmoderne parecería de-
mostrar que París sigue siendo el centro de la moda. En realidad, desde entonces la discusión en
torno a lo posmoderno deja de ser un asunto de especialistas para transformarse en una verdadera
moda cultural que en algunos casos semeja una frívola comedia de equívocos en la que se habla
mucho y se piensa poco” (NOEMI, J., “Posmodernismo y posmodernidad en teología”, Stromata 51
(1995) 287.
(45) GONZÁLEZ, Antonio, art. cit., 153.
48 EDUARDO SILVA
macía que le otorga a la praxis histórica hacen que “encaje” muy adecuadamente en el
nuevo horizonte filosófico contemporáneo y contribuya a él (46).
“La categoría de praxis supone una primera ruptura con la prioridad metafísica del
sujeto” y una crítica de la sustancia y de la primacía del logos en la concepción de
la inteligencia. El reconocimiento de ámbitos prepredicativos (los descubiertos por los
“maestros de la sospecha”, el mundo de la vida en la fenomenología, la inteligencia sen-
tiente de Zubiri, el Er-eignis heideggeriano, anterior al ser, la alteridad en Levinas) es
“uno de los lugares comunes de la filosofía latinoamericana” (Basave, Kusch, Scannone)
y de la teología latinoamericana de la liberación y de la cultura. En los pobres aparece
una alteridad cuestionante y un mal histórico radical, donde la teología de la liberación
descubre el rostro del Señor de la historia, la presencia del totalmente Otro. La alteridad
no se adscribe aquí a la negatividad, “ya sea en la idea helénica de alteración o en la
concepción moderna como el ámbito del no-yo” (47). Cuando la filosofía se ha libera-
do de la primacía del sujeto es posible pensar en una “alteridad, radical, insuperable y
constitutiva tanto de la objetividad como de la subjetividad” (48).
los acontecimientos actuales. Todo parece indicar que está comenzando un periodo
diferente” (51).
Los dos momentos de lectura que los propios teólogos de la liberación hacen de
su teología nos muestran respectivamente tanto aquello distintivo y que da valía al in-
tento como los límites que poco a poco empiezan a quedar en evidencia. Entre estas
autocomprensiones de los años 70 y la de los 90 está sin duda la crítica que proviene
de otros teólogos y el par de notificaciones que hace el magisterio pontificio en la
década de los 80. Pero más allá de las peculiaridades de este itinerario estimamos que
el contraste de estos dos momentos interpretativos, y sobre todo entre la validez y los
límites de un intento teológico, ha sido magistralmente sintetizado por el juicio que
sobre la teología de la liberación ha hecho Juan Noemi.
Noemi constata la crisis que se ha producido con posterioridad al auge que tuvo
la teología de la liberación en América Latina: “En una primera etapa este desafío de
interpretación teológica de los signos de los tiempos se actualizó en atención a los
aportes que era posible recoger de determinados análisis socioeconómicos globales.
Las teorías del desarrollo, de la marginalidad y de la dependencia permiten acceder
a una visión general de la situación latinoamericana. Los conceptos de liberación,
opresión, marginalidad, dependencia, etc., constituyen, entonces, verdaderas claves
hermenéuticas a través de las cuales se accede a lo latinoamericano. En un segun-
do momento empezaron a hacerse evidentes los límites de esta reflexión teológica
mediada socioeconómica y políticamente. Las mencionadas claves hermenéuticas se
perciben estrechas y demasiado esquemáticas para expresar la riqueza y complejidad
del fenómeno histórico que representa América Latina” (52).
Sabemos que Noemi atribuye “las lagunas y acriticidad con que se ha teologi-
zado en América Latina” (53), no sólo a cuestiones que tienen su raíz en lo político,
sino “a que Latinoamérica no ha sido reflexionada filosóficamente” (54). Se quiere a
la filosofía como aliada de una teología que indica con claridad cuál es su aporte fun-
damental: “asumir lo latinoamericano no como un accidente sino un antecedente de la
teología” (55); asumir el condicionamiento histórico-cultural como una realidad que po-
sitivamente debe integrarse al círculo hermenéutico que configura el teologizar. Se puede
así distinguir entre los límites y defectos reales de la teología de la liberación y el aporte
(51) G. Gutiérrez, “La teología: una función eclesial, Páginas XIX 130 (Lima, diciembre de 1994) 15.
Comblin suscribe este reconocimiento: “son palabras sabias. Desde muchos lugares se pueden escu-
char voces que piden una valoración de la etapa anterior y una reflexión sobre las nuevas situaciones
que han surgido (…). Latinoamérica ha cambiado en estos últimos treinta años. De una situación
de opresión ha pasado a una situación de exclusión. Se ha duplicado la población. Casi la mitad se
ha desplazado del campo a las ciudades; pero no saben qué hacer en ellas. Se ha acumulado una
inmensa riqueza, pero concentrada en manos de una minoría de privilegiados. El Primer Mundo se
ha establecido en paraísos aislados de abundancia y consumismo en los alrededores de las ciudades,
pero la mayoría busca un medio de supervivencia en una economía paralela. ¿Qué significa todo
esto? ¿Cuáles son los signos de los nuevos tiempos?” (COMBLIN, J., Cristianos rumbo al siglo XXI.
Nuevo camino de liberación, San Pablo, 1997, 5-6).
(52) NOEMI, J., “Hacia una teología de la evangelización en América Latina”, Teología y Vida
Vol. XXXVI (1995) 207.
(53) Idem.
(54) Idem.
(55) Idem.
50 EDUARDO SILVA
sustantivo que ella representa y el desafío pendiente que permanece como su fruto más
perdurable: ser un explícito ensayo de interpretación de los signos de los tiempos. “El
que la percepción e interpretación de tales signos haya sido parcial y deficitaria no inva-
lida su afán fundamental de hacerse cargo de la concreta situación histórica de nuestros
países” (56). Es respuesta “al enfoque histórico-salvífico con que el Concilio Vaticano II
pretendió establecer un diálogo con el mundo contemporáneo” (57). Es una teología de
la historia, cuyos déficit teológicos nos invitan y desafían a suplirlos, profundizándola, y
no a desandar el camino.
latinoamericana para captar en este tiempo y en este lugar los signos de la acción de
Dios. De esta manera estas consideraciones teológicas que tienen en cuenta nuestro
tiempo hermenéutico deben ser completadas con la reflexión sobre los tiempos lati-
noamericanos y sobre todo con una teología que se ocupa de la acción de Dios en el
tiempo. Un trabajo más completo en curso nos permitirá levantar los paréntesis del
título de este apartado y acometer una reflexión que, además de ser teología herme-
néutica y con ello contemporánea, sea a la vez teología latinoamericana y teología de
los signos de Dios. Para lo primero será necesario recoger los aportes que provienen
tanto de las ciencias sociales como de la filosofía política. Para lo segundo estima-
mos que la teología hermenéutica que intenta captar la acción de Dios requiere de
los aportes de la fenomenología, y en particular de la fenomenología de la donación
y del acontecimiento. Parte de esos aportes han sido ya presentados, pero a la espera
de una mejor sistematización, valgan estas consideraciones hermenéuticas que ya se
nutren de ellos.
(59) COSTADOAT, J., “La cristología latinoamericana”, 1 (manuscrito por publicar). Las cursivas son nuestras.
52 EDUARDO SILVA
que si bien no hay solo una interpretación correcta y única de un texto, tampoco ellas
son infinitas: hay un arco limitado de interpretaciones posibles (63). La hermenéutica
nos permite “escapar de la alternativa entre un sentido único y fijado para siempre
versus todos los sentidos son posibles” (64). La falacia y el sinsentido del relativismo
no nos obliga a recaer en el objetivismo. Tampoco negar la univocidad en la inter-
pretación de los textos nos deja abandonados a la mera arbitrariedad. Pero “¿cómo
la lectura puede ser sustraída a lo arbitrario?”, “si el acto de lectura crea cada vez el
sentido del texto” (65), actualizando sus potencialidades y acabando con su indeter-
minación. La Iglesia lo sabe y lo practica desde muy temprano, mucho antes de que
Popper nos enseñara que hay que someter las lecturas a un proceso de falsificación:
“no es posible determinar la verdadera lectura, pero es posible detectar las lecturas
falsas, e.d., aquellas que no respetan las restricciones impuestas por el texto mismo a
su interpretación” (66). El magisterio ha determinado cuáles son las interpretaciones
falsas, cuáles son las heréticas, que es anatema. Una determinación negativa que deja
un amplio espacio abierto, que se cerraría si las suyas fueran determinaciones positi-
vas, si indicara cuáles son las únicas interpretaciones correctas.
Es esta amplitud, esta variedad de interpretaciones y de actualizaciones posibles,
la que permite que el mensaje sea salvífico en su relación a situaciones históricas
diversas. Desafiados por las nuevas situaciones de su tiempo y de su lugar, las co-
munidades de lectores descubrirán aspectos inéditos de la Palabra de Dios, que les
permiten autocomprenderse a sí mismos y recibir del canon bíbico un mundo que les
es posible habitar. Apropiando su significación, traduciendo el texto a su experiencia,
haciendo propio lo que de otro modo resulta ajeno, se actualiza en la fe la autocomu-
nicación de Dios.
(63) Cf., SILVA, E., “La actualización del texto en la lectura: ni un sentido único ni infinitos sentidos”,
en P. Mena (comp.), Fenomenología por decir. Homenaje a Paul Ricoeur, UAH, Santiago, 2006,
277-308.
(64) Ibid., 305.
(65) BÜHLER, P., “L’interpréte interpreté”, en P.Bühler et C. Karakassh, Quand interpréter c’changer.
Pragmatique et lectures de la Parole, Geneve, Labor et Fides, 1995, 246.
(66) Idem.
54 EDUARDO SILVA
(67) COSTADOAT, J. y SILVA, E., “Centro teológico Manuel Larraín: una interpretación teológica del
presente”, Teología y Vida, Vol. XLVI (2005) 505.
(68) NOEMI, J., “La contemporaneidad de la teología”, art. cit., 96-97.
(69) Cf., Ibid.
(70) “Ciertamente Vaticano II no postula una disolución de la teología en otras disciplinas ni tampoco una
recepción ingenua y acrítica de las proposiciones que éstas puedan ofrecer; sin embargo, plantea una
exigencia metodológica a la teología en el sentido que tampoco le está permitido a ésta disolver o desen-
tenderse de los planteos provenientes de otras ciencias por cuestionadores que estos resulten” (NOEMI, J.,
“Comentario a la ponencia Desafíos de GS a la Iglesia”, en Teología y Vida 30 (1989) 43).
(71) COSTADOAT, J., y SILVA, E., art. cit., 506.
(72) Idem.
UNA TEOLOGÍA DE LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS LATINOAMERICANOS. VALIDEZ, LÍMITES… 55
(73) Dialéctica que Ricoeur presenta en “Événement et sens” (1971), “Événement et sens dans le discours”
(1971) y “La fonction herméneutique de la distanciation” (1975), Du texte à l’action, Seuil, Paris,
1986, 101-105.
(74) Cf. Ibid., 105.
(75) RICOEUR, P., “Événement et sens”, 17.
(76) RICOEUR, P., «Approches de la personne» (1990), Lectures 2, Seuil, Paris, 1992, 209.
(77) Idem.
(78) Ricoeur se da cuenta relativamente pronto que es sobre el dominio del lenguaje que se agrupan
todas las búsquedas filosóficas: «Las investigaciones de Wittgenstein, la filosofía lingüística de los
ingleses, la fenomenología sacada de Husserl, las búsquedas de Heidegger, los trabajos de la escuela
bultmaniana y de otras escuelas de exégesis neotestamentaria, los trabajos de historia comparada de
las religiones y de antropología que tratan sobre el mito, el rito y la creencia, y finalmente el psi-
coanálisis” (RICOEUR, P., De l’Interprétation. Essai sur Freud, Seuil, Paris, 1965, 13).
56 EDUARDO SILVA
A MODO DE CONCLUSIÓN
Esta dialéctica entre acontecimiento y sentido que está al origen del proble-
ma hermenéutico es condición de posibilidad filosófica de las consideraciones de
teología hermenéutica que hemos esbozado: el carácter actual y metafórico del
lenguaje teológico, su carácter plural que ni se agota en una sola interpretación co-
rrecta ni se relativiza en una infinitud de sentidos, la vinculación entre el sentido
teológico y los otros sentidos de la realidad, que le son necesarios pero no suficien-
tes. Consideraciones que es posible auscultar no sólo en la novedad hermenéutica del
Concilio y de sus intentos de aplicación en la teología de la liberación, sino en lo
mejor de la tradición teológica del cristianismo. Ella siempre ha sabido que su len-
guaje no termina en el enunciado sino en la cosa, porque sabe que en toda afirmación
teológica es mayor la desemejanza que la semejanza con Dios.
Por ello lo que Juan Noemi dice sobre el dogma es aplicable a cualquier me-
táfora teológica que intenta balbucear la significación y relevancia de Jesucristo hoy.
El ‘como si’ metafórico de cualquier lenguaje poético –el discurso teológico inclui-
do como lenguaje poético que es– y “el dogma cuando es cristiano, a la vez, dice y
no-dice: más precisamente, diciendo es todavía más lo que no dice; sin embargo, tes-
tifica lo que no dice sólo diciendo lo que dice. Dice y afirma algo positivamente en
la medida que configura una proposición determinada en un ahí y entonces determi-
nado que se establece como actualización del evangelio que es Jesucristo en persona.
El dogma –y las afirmaciones teológicas siempre analógicas y metafóricas agregamos
nosotros– no reemplaza sino que actualiza, en referencia a una coyuntura histórica
determinada, el único evangelio subsistente y perfecto de Dios, es decir, actualiza la
verdad de la persona de Jesucristo” (85). Actualizaciones que no pueden ser sino par-
ciales, provisorias, modificabas y perfectibles, porque históricas.
Al acoger la novedad hermenéutica del Concilio que nos invita a hacer una teo-
logía de los signos de los tiempos, al reflexionar sobre la historicidad de la teología
y subrayar el carácter latinoamericano y “contextual” de la teología de la liberación
“está ya preestablecido el necesario carácter transitorio y provisorio de las expre-
siones temáticas de esta teología. No hay “contextos” perennes”. Pretenderlo es una
contradicción in terminis” (86). Es esta historicidad el límite mayor de la teología la-
tinoamericana. La caducidad de muchas de sus afirmaciones es una prueba inequívoca
de ese límite. Pero es justamente esa historicidad, esa referencia al presente y a la si-
tuación del continente, esa porfía por hacer teología no de espaldas a la realidad, sino
de cara y a la altura de su tiempo, lo que constituye su mayor valía. Paradójicamente
es lo que constituye también su vigencia. Una teología acontemporánea pudiera creer-
se definitiva, perenne, válida para los de ayer y los de hoy, para los de aquí y los de
allá. Lamentablemente, para quien abrigue esa esperanza, “una teología desligada del
presente resulta impensable tanto si se considera el objeto sobre el cual trata como
si nos atenemos a la situación de los sujetos que la ejercen. (…) Contemporaneidad
es bajo este respecto simplemente condición del existir del teólogo, del peregrinar de
la Iglesia” (87). Renunciar a ella equivaldría a poner en duda la eternidad de Dios y
(85) NOEMI, J., “Sobre la credibilidad del dogma cristiano”, Teología y Vida XLV (2004) 271.
(86) CASTILLO, F., “Teología de la Liberación y Praxis”, en J. Noemi y F. Castillo, Teología latinoa-
mericana, CEDM, Santiago, 1998, 100. Castillo que reconocía que a los 25 años de la teología de
la liberación y sus controversias ella se encontraba en una situación de “crisis” y se estaba cerrando
una etapa que invitaba a no sorprenderse “de que los inevitables cambios en el presente histórico
tengan como resultado que muchos de estos temas y reflexiones aparezcan hoy como algo si no “su-
perado”, “poco relevante” (Idem.).
(87) NOEMI, J., “Sobre la contemporaneidad de la teología”, La fe en busca de inteligencia, Ed. UC,
Santiago, 1993, 39-40.
58 EDUARDO SILVA
RESUMEN
El desafío de esbozar una teología de los signos de los tiempos latinoamericanos
se nutre tanto de la novedad hermenéutica del Concilio como de la novedad hermenéutica
de la teología de la liberación. El mandato conciliar da su validez al intento asumido por la
teología latinoamericana de ser interpretación de los signos del continente. La parcialidad y
los límites de la teología de la liberación no ocultan la novedad teológica de un Concilio en
el que la Iglesia por primera vez se autocomprende como realmente universal y rompe con
la conceptualidad neoescolástica para poder pensar lo otro en relación. Por el contrario, a
pesar de sus límites mantiene la validez de una interpretación del tiempo que se realiza en
un nuevo horizonte, que superando las metafísicas de la sustancia y del sujeto asume la
perspectiva del pobre y la primacía de la praxis. Con este legado el porvenir de una teolo-
gía a la vez latinoamericana y de los signos de Dios debe acoger algunas consideraciones
hermenéuticas fundamentales que le permitan ser teología de los tiempos: el carácter
actual, metafórico, plural, abierto a los otros sentidos, provisorio del lenguaje teológico. La
dialéctica entre acontecimiento y sentido que está a la base de estas consideraciones per-
mitirá captar la significación teológica de los acontecimientos.
Palabras clave: signos de los tiempos, Vaticano II, teología de la liberación, herme-
néutica, lenguaje metafórico y plural, acontecimiento y sentido.
ABSTRACT
The challenge of outlining a theology of the Latin American “signs of the times” is
nourished as much by the hermeneutic novelty of the Council as by the hermeneutic novelty
of liberation theology. The conciliar mandate grants validity to the attempts assumed by Latin
American theology to be the interpretation of the signs of the continent. The partiality and limits
of liberation theology fail to completely overshadow the theological novelty of a Council in which
the Church, for the first time, understands itself as truly universal and breaks with neoscholas-
tic conceptuality in order to be able to think relationally about the other. Quite to the contrary,
despite its limits liberation theology maintains its validity as an interpretation of the times taking
place in relation to a new horizon which, overcoming the metaphysics of substance and subject,
takes on the perspective of the poor, and the primacy of praxis. With this legacy the future
of a theology that is at once both Latin American and of the signs of God must accept some
fundamental hermeneutic considerations that permit it to be a theology of our time: its modern,
metaphoric, plural and open character that is open to other meanings, and provisional in its
theological language. The dialectic between event and meaning that is at the heart of these
considerations will allow one to capture the theological meaning of events.
Key words: Signs of the times, Vatican II, Theology of Liberation, Hermeneutics,
Metaphorical and Plural Language, Event, Meaning.