Dark Hearts - Reckless Hearts #6 ''Jagger Cole''

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¡Cuidémonos!
4
CRÉDITOS
Traducción
Mona

Corrección
Nanis

Diseño
Bruja_Luna_
5
ÍNDICE
IMPORTANTE _________________ 3 19 ________________________ 158
CRÉDITOS____________________ 4 20 ________________________ 169
LISTA DE REPRODUCCIÓN _______ 7 21 ________________________ 177
SINOPSIS ____________________ 8 22 ________________________ 184
1 ___________________________ 9 23 ________________________ 191
2 __________________________ 20 24 ________________________ 200
3 __________________________ 28 25 ________________________ 211
4 __________________________ 34 26 ________________________ 218
5 __________________________ 42 27 ________________________ 224
6 __________________________ 48 28 ________________________ 231
7 __________________________ 60 29 ________________________ 242
8 __________________________ 70 30 ________________________ 249
9 __________________________ 77 31 ________________________ 259
10 _________________________ 87 32 ________________________ 271
11 _________________________ 98 33 ________________________ 277
12 ________________________ 103 34 ________________________ 281
13 ________________________ 114 35 ________________________ 286
14 ________________________ 118 36 ________________________ 289
15 ________________________ 129 37 ________________________ 296
16 ________________________ 138 EPÍLOGO __________________ 302
17 ________________________ 146 TWISTED HEARTS ___________ 308
18 ________________________ 151 ACERCA DEL AUTOR _________ 310
A DARK ENEMIES-TO-LOVERS MAFIA ROMANCE
6
DARK HEARTS
LIBRO SEIS
7 LISTA DE REPRODUCCIÓN
De Selby (Part 2) - Hozier
You Make Me Feel Like It’s Halloween - Muse
Out of the Black - Royal Blood
Something In The Way - Nirvana
DARKSIDE - Neoni
How Soon Is Now? - The Smiths
Help I’m Alive - Metric
Closer - Nine Inch Nails
Lose My Faith - Gold Brother
Family Tree - Ethel Cain
There, There - Radiohead
Not - Big Thief
Uninvited - BELLSAINT
Burn - The Cure
Disarm - The Smashing Pumpkins
Bodysnatchers - Radiohead
Panic Switch - Silversun Pickups
Die For You - LÉON
Plans We Made - Son Lux
Roll The Credits - Danielle Ponder
This Place Is A Prison
I Could Give You All That You Don’t Want - The Twilight Sad
Theatre - Etta Marcus
give me hell - Sam Nelson, X Ambassadors, Madi Diaz
As the World Caves In - Sarah Cothran

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SINOPSIS
Estoy atrapada en la red de un psicópata.
Frío, despiadado y tan peligroso como hermoso. Deimos Drakos es la

realeza de la mafia griega y mi peor pesadilla. Un camaleón que esconde un


verdadero monstruo a plena vista.
Nadie ve al villano detrás de esos ojos oscuros y letalmente hermosos.
Nadie excepto yo.
Verás, conozco sus peores secretos. Pero él conoce mis fantasías más oscuras.
Y las usará para atraparme.
Para jugar conmigo.
Para poseerme.
Estamos borrando las líneas entre la fantasía y la realidad. Excepto que los
verdaderos psicópatas como él no tienen líneas.
No tienen límites. Sin piedad.
Deimos es un demonio que una vez me dijo que corriera y nunca mirara atrás.
Debería haber escuchado.
Porque ahora va a perseguirme. Me atrapará y desollará cada parte oscura de
mí.
Pero nunca capturará mi corazón.

Reckless Hearts es un romance independiente de la mafia oscura, con una


heroína inteligente y buena chica, y un héroe ultra posesivo, moralmente gris y
de corazón oscuro, con la energía de “mírala y te reviviré”. Se recomienda
encarecidamente a los lectores que lean las advertencias que hay dentro. Sin
cliffhanger; HEA incluido.
9
1
Dahlia
Las lunas llenas en otoño siempre me ponen los pelos de punta.
Pero el miedo no siempre es necesariamente malo.
A veces, es algo bueno. O al menos, un importante instinto de supervivencia.
El miedo a la oscuridad nos hizo descubrir el fuego. El miedo a lo desconocido nos
enseña a conquistarlo, y el miedo a la muerte hace que miremos a ambos lados antes
de cruzar la calle.
Un respeto sano por el miedo puede llegar muy lejos. Mi problema, al menos
en los últimos seis años, es que coqueteo con el miedo tanto como le temo. Es como
si me sintiera atraída por una cuerda floja sobre un abismo del que sé muy bien que
debo mantenerme alejada.
En el fondo, creo que por eso me gusta. Es esa mezcla ambigua, arremolinada
y embriagadora de excitación y miedo auténtico y real. Ese espacio frenético,
zumbante y caóticamente borroso en el que el subidón de adrenalina que puedes
sentir al ver una película de miedo se funde con el grito espeluznante del instinto de
supervivencia de tu psique, como si estuvieras a milisegundos de ser arrollado por
un tren de mercancías.
No es que sea una adicta al peligro o a la adrenalina, ni mucho menos. Nunca
he sido de las que se ponen en peligro para conseguir un subidón químico cerebral.
¿Salto base? ¿Paracaidismo? ¿Enjaular tiburones? Sí, joder, no.
Pero la emoción palpitante que me produce ese intermedio prohibido es
fantástica. Por eso me encantan las películas de terror, pero odio las grandes
multitudes. Por eso escucho hasta la saciedad un podcast sangriento sobre crímenes
reales, pero miro de reojo con recelo a cada desconocido con el que me cruzo por la
calle. Teniendo en cuenta que vivo en Nueva York, eso es mucho mirar de reojo.
Por supuesto, hay una segunda razón por la que las lunas llenas en otoño me
erizan el vello de la nuca y me aceleran el pulso.
Él.
Mi villano. Mi fantasía más oscura. El que me destrozó. El demonio de las
tinieblas que me hizo huir hace seis años.
Sangre en sus manos.
Un cuerpo a sus pies.
Y la amenaza brotando de sus perfectos labios.
10 —¿Vamos a tomar otra?
Salgo de mis pensamientos y miro a Raph a través de la pequeña mesa
iluminada con velas. Raph, con quien he hablado largo y tendido de mis rarezas y que
me llama “un enigma de la mente humana”. Que supongo que es su forma educada
de llamarme un puto bicho raro.
No somos los mejores amigos, y a veces nos distanciamos. Pero siempre
volvemos a estar juntos, y después de conocerlo durante siete años, considero a Raph
uno de mis mejores amigos. Así que puede salirse con la suya.
—¿Dahlia? ¿Vamos a tomar otra copa?
Me aclaro la garganta y hago una mueca.
—Voy a ir con... ¿sí?
—¿Era una pregunta?
Sonrío.
—Borra el signo de interrogación. Sí. Tomaré una copa rápida más, pero luego
tengo que irme.
Mi hermanastro pone los ojos en blanco y le levanta la muñeca a un simpático
camarero que pasa.
—Deux de plus, s'il vous plaît —ronronea Raph con un acento francés
exagerado, algo de lo que puede salirse con la suya, teniendo en cuenta que es
francés. El camarero, que le ha estado echando el ojo a mi hermanastro con la misma
intensidad con la que Raph se lo ha estado echando a él toda la noche, se sonroja un
poco y sonríe antes de asentir y salir corriendo.
Pongo los ojos en blanco al ver que la mirada de Raph lo sigue hasta la barra.
—Abajo, muchacho.
—Oh, qué. —Suspira, sonriéndome—. Me recuerda al que se escapó.
Resoplo.
—¿Y quién podría ser?
—Oh, quién se acuerda de estas cosas.
Vuelvo a poner los ojos en blanco cuando Raph exhala y cruza la mesa para
tomar mi mano entre las suyas, estrechándolas un poco.
—Pero basta de hablar de mí y de mi libido errante. ¿Cómo te va?
Maldita sea. He estado disfrutando de la fantasía de que Raph y yo simplemente
salimos a tomar unas copas porque sí. Y no porque, bueno, el cielo se esté cayendo.
O al menos mi cielo, y el de mi madre.
—Estoy bien —miento.
—¿Quieres practicarlo y volver a intentarlo dentro de un rato?
11 Le hago un gesto con el dedo. Raph sonríe burlonamente y me aprieta la mano
con más fuerza.
—Dahlia, háblame.
—¿Permiso para hablar libremente?
—Siempre.
—Tu padre es un auténtico idiota.
Lo cual apesta decirlo en voz alta, porque solía considerarlo lo más parecido a un
padre de verdad que tenía.
Raph frunce el ceño, asintiendo lentamente.
—Estoy completamente de acuerdo contigo. —Sus cejas se fruncen aún más
mientras me mira desde el otro lado de la mesa, con las luces del salón ajardinado de
la azotea parpadeando sobre nosotros—. Lo siento mucho, Dahlia. Nunca pensé que
haría algo así.
Soy consciente de que he batido todos los pronósticos -y engañado a la muerte-
para estar sentado en esta mesa de Gallow Green. Ni hablar de vivir en Nueva York,
en mi precioso apartamento, ni de llevar ropa tan bonita, ni de asistir a la Columbia
Business School.
Hace veinticinco años nací -como les gusta cantar a los cantantes de blues- bajo
una mala señal. Concebida a través de la violencia y el horror, por una limpiadora
francesa de diecisiete años y el empresario iraní de cuarenta que la empleó y luego
la agredió.
De algún modo, mamá y yo lo superamos. Conseguí reponerme del horror que
me ocurrió más tarde, cuando tenía doce años. Mi madre, Adele, encontró la forma
de volver a ser humana y de mantenerse firme. Utilizar el dinero que obtuvimos
cuando el monstruo de mi padre fue asesinado y su fortuna cayó en nuestras manos
para darnos a las dos una nueva vida y crear una fundación que ayuda a mujeres como
ella.
Incluso -de alguna manera- encontró la felicidad, con un hombre increíble y
cariñoso que vio más allá de cada uno de sus demonios y cicatrices y la amó por su
corazón: El padre de Raphael, Gerard Dumouchel, un apuesto y encantador hombre
de negocios francés que conquistó a mi madre hace siete años.
Y que desde la semana pasada se ha vuelto completamente silencioso con ella.
... Radio en silencio, es decir, aparte de entregarle los papeles del divorcio y
una pila de mociones legales que esencialmente dicen que le está robando toda su
fortuna.
—¿Puedo seguir hablando libremente?
—¿Sobre mi padre? Por favor.
—¡Que se joda tu padre! —escupo venenosamente, sobresaltando al simpático
12 camarero que vuelve con nuestras copas de Viognier.
Raph me da unas palmaditas en las manos y se gira para guiñar un ojo al
camarero.
—Merci. —Se vuelve hacia mí después de que el joven se marcha de nuevo—.
Mira, Dahlia, él y yo hemos tenido nuestras diferencias, especialmente cuando dejó a
mi madre. Pero... —Suspira y niega con la cabeza—. Sabes que si alguna vez hubiera
tenido el más mínimo indicio de algo así, te habría avisado, ¿verdad? Y a Adele
también.
Asiento despacio, mirando mi vino mientras retuerzo el tallo de la copa entre
las yemas de los dedos.
—Por cierto, ¿cómo está?
Sonrío irónicamente.
—Es francesa. ¿Cómo crees que le va?
—¿Ocultando sus sentimientos, aparentando despreocupación y apuñalando
su almohada con cuchillos de cocina a puerta cerrada?
—En el clavo.
Lo que no le digo a Raph son las lágrimas. Mi madre nunca ha sido de las que
lloran, sino que siempre pone buena cara. Aprendió a hacerlo muy joven. Pero
cuando nos hemos puesto en contacto por Facetiming en los últimos siete días -ella
en nuestra casa de París, yo aquí en Nueva York- he visto el enrojecimiento hinchado
que ni siquiera sus elegantes correctores parisinos pueden ocultar.
No es el hecho de que Gerard la deje. Dudo incluso que esté tratando de
joderla financieramente en el camino, tampoco.
Es que después de toda una vida de cerrar su corazón, por fin... por fin... le
abrió esas puertas.
Y luego fue traicionada por ello.
—¿Cuál es, el, ahh, estado de sus finanzas personales?
Levanto los ojos interrogativamente hacia Raph, que se aclara la garganta.
—Lo que quiero decir es, ¿estás bien de dinero ahora mismo?
Sonrío.
—Oh, sí, no, estoy totalmente bien.
Estoy totalmente jodida es lo que estoy. Asistir a la escuela de negocios en
Nueva York ocupa una enorme cantidad de mi tiempo. Lo que significa que no tengo
trabajo, al menos hasta que consiga unas prácticas, que forman parte de mi programa
escolar. Incluso si es remunerada -y eso es un gran “si”, sólo me pagarán una miseria.
Así que, por ahora, mi dinero para la comida, la ropa bonita, mi lujoso apartamento y
todo lo demás, sale de una asignación repartida por el fideicomiso que guarda el
13 dinero de mi madre y el mío.
Un fideicomiso que, desde hace cinco días, ha sido congelado, gracias a las
mociones legales de Gerard. Y eso significa que voy a estar viviendo de una tarjeta
de crédito hasta, bueno, Dios sabe cuándo.
Así que... no, no estoy nada bien. Y si Gerard consigue dejarnos sin dinero -y
el pronóstico no es muy bueno-, no tengo ni idea de cómo voy a pagar los estudios o
cualquier otra cosa.
Raph me mira.
—Solo pregunta.
—¿Por qué?
—Dinero, querida.
Le hago un gesto para que lo olvide.
—Raph, estoy totalmente bien, pero gracias...
—Dios mío, eres tan terca como orgullosa, ¿no?
Sí.
—Raph, no necesito tu caridad.
—Oh, no es un regalo, cariño. —Sonríe—. Sería un préstamo. Y cobro un interés
muy alto.
Sonrío mientras le acaricio la mano.
—Estoy bien. De verdad. Pero gracias. Aprecio mucho el gesto. No tienes ni
idea.
Levanta los hombros y las manos elegantemente en señal de rendición
mientras yo miro el reloj.
—Mierda, tengo que irme —siseo antes de beberme el resto del vino de un
trago.
—Ahh, sí, tus amigos mafiosos. —Suspira Raph.
Lo miro.
—¿De verdad? Como si tu padre no fuera buen amigo de André LeBlanc, por
no hablar del resto de la mafia francesa.
—Sí, querida, pero a mí no me invitan a sus fiestas de veintiún cumpleaños,
¿verdad?
Touche.
Raph sonríe.
—Sólo te estoy haciendo pasar un mal rato, Dahlia. Me alegro de que hayas
14 encontrado esta pequeña tribu tuya. Te la mereces: Espero que lo sepas.
Sonrío mientras le doy una palmadita en la mano.
—Gracias, Raph.
Históricamente, no me ha ido muy bien haciendo amigos. Cuando era niña, casi
siempre estábamos solas mi madre y yo y, por supuesto, la tía Celeste y el tío Adrian.
En el colegio tampoco solía reírme mucho. Cuando todo el mundo conoce la sórdida
historia de tu concepción, por no hablar de tus lazos familiares con la leyenda de la
mafia británica Adrian Cross, no hacen precisamente cola para hacerse amigos tuyos.
Cuando mamá conoció a Gerard, sus contactos y el dinero de ella me metieron
en la infame Universidad Knightsblood de Estados Unidos, a la que Raph asistió un
año antes que yo. Pero incluso allí, en una escuela famosa por su alumnado lleno de
herederos de la mafia, yo era la rara, una marginada.
Y entonces fui literalmente expulsada.
Por él.
Pero entonces, hace un año, encontré una verdadera amistad con una chica
increíble de mi programa: Eilish Kildare, una princesa de la mafia irlandesa y una
amiga increíble. Congeniamos de inmediato y, desde entonces, ella, su hermana
mayor, Neve, y yo hemos sido muy amigas. Y a través de ellas, también me hice muy
amiga de su cuñada, la princesa de la mafia griega a cuya fiesta de veintiún
cumpleaños voy a ir esta noche.
Ahí es donde las cosas se complican.
Complicado y francamente peligroso.
—No serás demasiado orgullosa para llamar si necesitas algo, ¿verdad?
Sonrío.
—No. Te lo prometo.
Nos levantamos y Raph me abraza.
—De nuevo, lo siento mucho, Dahlia. Por favor, por favor, dile a tu madre que
estoy de tu lado. Y cualquier cosa que necesiten, estoy aquí, ¿de acuerdo?
Dejo a Raph con la mirada fija en nuestro camarero y me dirijo al ascensor. Me
encanta Gallow Green, donde hemos estado bebiendo vino, y agradezco que Raph
eligiera este lugar en una noche tranquila entre semana, ya que conoce mi manía por
las grandes aglomeraciones.
Abajo, me estremezco al salir al fresco aire otoñal y levantar la mano para
llamar a un taxi. Trago saliva mientras miro la gran luna llena que se cierne sobre la
ciudad y un escalofrío me recorre la espalda.
Aún no es Halloween, pero está cerca.
La Noche del Diablo.
15 Su noche.
Y recuerda una noche de Halloween de hace seis años. Una noche de demonios
y oscuridad, de caos y muerte.
La noche en que mi vida cambió para siempre.
Tras un corto trayecto en taxi, estaciona frente al edificio de cuarenta plantas
de Central Park South. Ese mismo escalofrío aterrador me recorre la espalda cuando
salgo del coche y sonrío a los porteros y a los guardias de la familia Drakos, que ya
me conocen bien.
En un universo paralelo, uno en el que tuviera algo de cordura, nunca me
cruzaría con Calliope Drakos, y mucho menos me haría amiga suya. No porque no sea
una persona increíble y una de las mejores amigas que he tenido, y ni siquiera porque
su familia sea de la mafia griega.
No, es porque hace seis años, me crucé con el mismísimo diablo. Y ese diablo
resulta ser su hermano.
Deimos Drakos.
Mi terror. El príncipe de las tinieblas que acechaba mis sombras y atormentaba
mis sueños más oscuros en Knightsblood, por no mencionar que ha seguido
haciéndolo prácticamente desde entonces.
Toda historia tiene un villano, y él es el de la mía.
Callie es la menor de su familia, con cuatro hermanos mayores, y los cinco
llevan nombres de varios dioses, musas y titanes griegos. Su hermano mayor, Ares,
que ahora dirige el imperio Drakos y está casado con Neve, la hermana de Eilish,
lleva el nombre del dios de la guerra y el valor. Después de él viene Hades, el dios
del inframundo... aunque tengo que admitir que el salvaje hermano de Callie se ha
calmado bastante desde que se juntó con su prometida, Elsa.
Kratos, el hermano mayor de mi amiga, lleva el nombre del dios de la fuerza y
el poder. Mientras tanto, Calíope y yo bromeamos todo el tiempo sobre su nombre
en honor a la musa de “la elocuencia, la poesía épica y la armonía de la voz” porque
mi descarada y atrevida amiga es posiblemente la persona menos elocuente que he
conocido, y por mucho que la quiera, no sabe cantar una mierda.
Y queda Deimos: el dios del espanto y el terror.
Nunca ha habido una persona tan bien llamada.
“Huye de este lugar, ahora. Y si alguna vez hablas de esto, destruiré todo lo que
amas”.
Me estremezco al recordarlo mientras el ascensor sube a la azotea del edificio
original sobre el que se asienta la finca de los Drakos. Hace casi cien años, el
bisabuelo de Callie utilizó su recién descubierta riqueza criminal para comprar una
mansión neoclásica en Inglaterra, desmontarla ladrillo a ladrillo, transportarla a
16 América y reconstruirla en la azotea de este edificio de cuarenta plantas con vistas a
Central Park.
Es impresionante.
Amplio, enorme, con vistas panorámicas de todo Manhattan y Central Park. Hay
jardines con esculturas griegas clásicas, dos piscinas, una pista de tenis y rosaledas.
Es, sin duda, uno de mis lugares favoritos del mundo.
Excepto...
Me estremezco cuando se abren las puertas del ascensor y descubro el
vestíbulo de la magnífica mansión.
Excepto que no hay forma de escapar de la sensación de hormigueo que tengo
siempre que estoy aquí. La luz de advertencia que se enciende y se apaga en el fondo
de mi mente.
La sensación de que un espíritu malévolo está a punto de emerger de las
sombras, arrebatarme y arrastrarme al Infierno.
La cosa es que no sabía quién era Callie cuando nos conocimos. O mejor dicho,
no sabía quién era su familia. Eilish me invitó a un bar al principio de nuestra amistad,
y simplemente me presentó a su amiga Callie.
Congeniamos al instante, como si fuéramos amigas de toda la vida. Volvimos a
quedar. Y luego una tercera vez. Luego se hizo amiga mía en las redes sociales, y mi
corazón casi se ahoga.
Callie, como en Calliope Drakos.
Como hermana pequeña de mi mismísimo diablo.
Pensándolo ahora, debería haber cortado por lo sano y salir corriendo. Pero
de nuevo, no hago amigos fácilmente. Y además, Deimos vive en Londres, dirigiendo
las empresas europeas de la familia Drakos.
Hace seis años, me dijo que me alejara. Siento que todo el Océano Atlántico
entre nosotros es suficiente, ¿verdad?
¿Verdad?
—¡Dahlia!
Me estremezco y se me acelera el pulso. Las oscuras imágenes del rostro
oscuro, despiadado y letalmente hermoso de Deimos que nadan febrilmente por mi
cabeza se desvanecen mientras me giro y me fuerzo a sonreír.
—¡Hola!
Eilish me da un fuerte abrazo de oso, radiante mientras me agarra de la
muñeca.
—Vamos, estamos todos fuera en el porche.
Hago una mueca.
17 —Hace un poco de frío para estar fuera, ¿no?
Se encoge de hombros.
—Ya conoces a Dimitra.
Sonrío. Alguna vez lo hago. La abuela con rasgos de pájaro de Callie, que
técnicamente es la dueña de la mansión, es un encanto. Pero parte de su obsesión por
honrar los orígenes griegos de su familia es cenar al aire libre bajo el cenador de su
jardín de rosas en la azotea, básicamente hasta que empieza a nevar.
—Hay lámparas de calor, no te preocupes. —Eilish me guiña un ojo—. Y mucho
vino.
Me trago la ominosa sensación que me invade de vez en cuando en esta casa,
junto con las imágenes arremolinadas del rostro gruñón de Deimos. Se me dibuja una
sonrisa en los labios.
—Bueno, en ese caso, ¡guía el camino!
Frunce el ceño.
—Oye, ¿cómo está Adele...? —Se detiene al ver la expresión de mi cara—. Oh.
Bueno... Sabes que estoy aquí siempre que quieras hablar de ello.
—Lo sé. —Extiendo la mano y la aprieto—. Gracias. Pero primero...
—¿Champán?
—Mucho champán.

Muy pronto, rodeada de “la tribu” como dijo Raph, que he encontrado, mi
aprensión se ha disipado.
No está aquí.
Sinceramente, nunca está aquí. Que es la única razón por la que no he cortado
y huido en lo que respecta a mi amistad con Callie. Ella ha mencionado antes que por
alguna razón Deimos odia la ciudad de Nueva York con una pasión rayana en lo
preocupante. Eso, y el hecho de que dirige toda la parte europea del imperio Drakos
sin ayuda de nadie, significa que nunca está aquí.
Al parecer, ni siquiera para los cumpleaños importantes de la familia.
Gracias a Dios.
Pero incluso sin un hermano, Callie está radiante cuando sale de casa y todos
la aclamamos con entusiasmo. Lo cual es estupendo, porque durante mucho tiempo,
su vigésimo primer cumpleaños fue un punto negro en el horizonte en el que ninguno
de nosotros quería pensar. Hace una década, el difunto padre de Callie hizo un trato
con Luca Carveli, un italiano vil, cruel y mucho mayor que ella, prometiéndole la mano
18 de Callie cuando cumpliera veintiún años.
Sin embargo, hace unas semanas empezaron a circular rumores de que Luca
había muerto de un ataque al corazón, lo que significa que se acabó el matrimonio
concertado entre mi amiga y ese engendro.
Así que, cumpleaños aparte, es motivo suficiente para celebrarlo. Le doy un
abrazo enorme a Callie y le deseo un feliz cumpleaños mientras Ares nos pasa a todos
las copas de champán.
—Quiero saber qué demonios pasa entre tu madre y Gerard —me dice Callie
al oído, apartándome. Cuando le dirijo la misma mirada que a Eilish, suspira y
asiente—. Bien, lo entiendo perfectamente. ¿Quizá más tarde?
—¿Qué tal si disfrutamos de tu cumpleaños esta noche, sí?
Sonríe irónicamente y me da otro abrazo.
—Por no hablar de la gloriosa muerte de tu difunto y no lamentado matrimonio
concertado.
Una mirada extraña se dibuja en su rostro, pero desaparece con la misma
rapidez.
—Oh, definitivamente —suelta—. Definitivamente vamos a brindar por eso.
Un segundo después, sin embargo, se la llevan para tomarse fotos con su
abuela. Sonrío al ver al clan Drakos bromear y empujarse unos a otros. A su lado, los
Kildare -Eilish, Neve, su tío Cillian y su mujer Una y, por supuesto, su antiguo
guardaespaldas, que bien podría ser su hermano mayor, Castle- hacen lo mismo.
A veces -bueno, muchas veces- siento envidia de las grandes familias que mis
amigos tienen y han tenido toda su vida. Pero luego me recuerdo lo afortunada que
soy por formar parte de todo esto, aunque solo sea en la periferia.
Así que sonrío mientras todos se toman fotos, bebo un sorbo de champán y me
dirijo a la mesa auxiliar que Dimitra ha colocado cerca de donde estamos comiendo,
llena de fotos enmarcadas de Callie y su familia mientras crecían. Sonrío al ver una
en la que aparece con unos diez años con el infame “gorro de cumpleaños Drakos”
esa absurda monstruosidad con aspecto de gato encerrado que, por alguna razón,
todos llevan tradicionalmente en los cumpleaños y que Callie odia.
Hay una de Ares y Hades montando en bicicleta cuando eran niños. Otra, de un
Kratos adolescente pero ya enorme sacando a Callie de una piscina. Otra, de la
pequeña Callie en brazos de su abuela, me hace sonreír de oreja a oreja.
Y entonces llego a la siguiente foto enmarcada, y mi corazón se convierte en
piedra.
Es él.
La imagen muestra a Callie, de seis años, con el brazo de Deimos sobre sus
19 hombros.
Y está mirando fijamente a la cámara.
El pulso me retumba en las venas mientras trago saliva. En la foto debe de tener
unos doce años. Doce, y ya tiene el aspecto de un veterano de combate con varias
misiones infernales a sus espaldas. El aspecto de un hombre adulto que conoce la
muerte demasiado de cerca.
La mirada embrujada del mismísimo diablo.
Mi diablo, mirando fijamente a mi alma.
Me trago el repentino nudo en la garganta con un buen trago de burbujas. Esa
misma sensación de mal agüero, como cuando entré por primera vez, vuelve con
fuerza. Es como si tener una foto suya aquí hubiera conjurado también su espíritu
malévolo.
Es como si pudiera sentirlo.
Como si estuviera sintiéndolo.
Un oscuro y entintado espíritu de la muerte deslizándose entre las ramas de un
nudoso árbol con las garras extendidas dispuesto a hundirse en mi yugular. Tiemblo
en el gélido aire otoñal y comienzo a regresar al calor de las lámparas de calor y las
sonrisas de mis amigos.
Pero no lo consigo.
Porque en cuanto me giro, algo alto, oscuro y venenoso se desliza entre los
demás y yo, como una nube oscura que oculta la luna.
Como un dragón tragándose el sol.
Como tinta negra sobre papel mojado, extendiéndose lentamente en la pulpa.
Algo ancho de hombros e imponente, con ojos oscuros y fieros, pómulos
cincelados y una mandíbula letalmente afilada. Algo que huele a bergamota, pino,
cuero y especias, con tatuajes negros que se arremolinan como señales de
advertencia en su cuello.
Algo con un brazo delgado y musculoso con la manga remangada hasta la mitad
que me apuñala, robándome el aliento y deteniéndome el pulso cuando una mano
poderosa rodea mi garganta con su agarre de hierro.
Todo se oscurece. El resto del mundo enmudece y se congela mientras Deimos
baja su rostro aterrador e ilegalmente bello hacia el mío, helado y horrorizado, sus
ojos negros se entrecierran hacia mí como la muerte misma.
—¿Exactamente qué demonios estás haciendo aquí?
20
2
Dahlia
Conocía los riesgos.
Fue hace poco más de un año, después de salir por tercera vez con Callie.
Acabábamos de pasarla en grande gritando en el karaoke a Madonna, Taylor Swift y
los Talking Heads. Estaba de vuelta en casa, sudorosa de tanto bailar, afónica y un
poco zumbada, cuando mi teléfono se iluminó con la solicitud de amistad.
Fue entonces cuando sonó el disco y se me paró el corazón al darme cuenta de
que la “Callie” con la que me la había estado pasando tan bien toda la noche era
Calliope.
Como en Calliope Drakos.
Incluso había comprobado su perfil para asegurarme. Pero, por supuesto, era
obvio en segundos, por las fotos de familia y la sección “también es amigo de” donde
sus ojos negros y oscuros salían de la pantalla de mi teléfono y se clavaban
directamente en mi alma.
Fue un momento congelado, uno en el que supe incluso un poco borracha que
era mi bifurcación en el camino. Podía ignorar la solicitud de amistad y dejar que
nuestra incipiente amistad se esfumara antes incluso de empezar. Podía
desvanecerme y asegurarme de no volver a cruzarme con Deimos.
O podría tomar aire y dar un salto aún mayor.
Obviamente, eso es lo que hice. Le di a “aceptar solicitud de amistad” y el
resto, como suele decirse, es historia.
En parte era porque Callie me caía muy bien. Otra parte era que, como ya he
dicho, nunca me había resultado fácil hacer amigos. Y ahora mi grupo de dos -Eilish
y Neve- podría ampliarse potencialmente a tres amigas enteras.
Pero otra gran parte era mi obsesión por cabalgar sobre la línea que separa la
emoción del miedo. Mi necesidad imprudente de ponerme de puntillas lo más cerca
posible del borde del precipicio, sintiendo el tirón de la gravedad justo antes de que
te lance al abismo.
Así que, no. No me hice amiga de Callie ni me dejé acoger en su familia sin
conocer el riesgo. En el fondo sabía que existía la posibilidad de volver a encontrarme
frente a él. Aunque jugara con el mayor cuidado posible.
Estoy presente en las redes sociales, pero no tengo fotos mías ni utilizo mi
21 verdadero apellido, Roy. Tampoco es por Deimos. Lo he hecho desde antes de mi
breve paso por Knightsblood.
Porque hay demasiados demonios en mi pasado como para que sea prudente
colgar fotos mías en Internet.
Pero aun así. Incluso sin fotos, y con mis nuevos amigos sabiendo cómo me
sentía al respecto y cumpliendo mi petición de no publicar ninguna foto en la que
saliera yo, e incluso usando el obviamente falso “Dahlia Gahlia” en lugar de Dahlia
Roy en mi perfil...
Había riesgos. Y los conocía. Y aun así di ese paso sobre el borde.
Y ahora la gravedad viene a vengarse, por haberla engañado todo este tiempo.
El pulso me retumba en los oídos, el color se me va de la cara cuando levanto
los ojos y miro sus orbes letales, amenazadores y oscuros. Recuerdo que la primera
vez que lo vi pensé que eran como los ojos de un tiburón: negros como la medianoche,
brillantes y peligrosos, como los dientes que los acompañan.
Y en ese momento, como en cualquier otra ocasión en la que me he encontrado
mirando a ese demonio, es como si perdiera incluso la capacidad de moverme.
He sido una completa idiota. No se puede huir de Deimos. Ni siquiera hay
parpadeo alrededor de Deimos. O respirar. Ni recordar cómo forzar la boca para
formar palabras.
Sus labios se curvan peligrosamente en las comisuras. Pero no es una sonrisa.
Ni siquiera es una de esas sonrisas tan desagradables que he visto antes en su cara.
Es pura malicia. Pura ira. Destrucción total. Es la guerra, el hambre, la peste y
la muerte: los cuatro jinetes del Apocalipsis juntos, grabados en su rostro y
persiguiendo las sombras negras de sus ojos.
Es clásicamente hermoso, también. Lo que siempre pensé que era algo tan
escandalosamente jodido que el azar le hubiera hecho a un hombre como él. Que
algo tan malicioso y retorcido -alguien tan frío, calculador e inhumano por dentro-
pudiera haber ganado la lotería genética y tener un exterior físicamente tan perfecto.
Labios carnosos. Una mandíbula fuerte y afilada, con pómulos altos y ojos
hundidos. Una melena oscura que hace que su pálida piel parezca aún más pálida,
casi sobrenatural. La altura y los hombros anchos. Los músculos. Los tatuajes que
serpentean por su cuello y sus antebrazos.
El destello de unos dientes blancos completamente rectos, como un lobo antes
del zarpazo y el desgarro de la yugular.
Eso es lo que es, y lo que siempre ha sido: un lobo. Una bestia disfrazada de
ser humano.
—Voy a pedírtelo una vez más —retumba en voz baja, con su voz profunda y
áspera como el cuero y el terciopelo, como el humo y el whisky que me acaricia los
oídos. Ahogo un grito ahogado cuando sus dedos fuertes y sus manos venosas me
22 aprietan un poco más la garganta. Las luces del techo brillan en sus ojos—. ¿Qué
demonios estás...?
—¡¡¡D!!!
El cambio es instantáneo.
Nunca se ha acusado a Deimos de ser ni remotamente encantador, sonriente o
jovial. Y mucha gente se ha sentido desconcertada por él, si no más que un poco
asustada.
Pero sé que formo parte de un grupo muy selecto que realmente ha visto la
oscuridad tras la máscara. He mirado al diablo a los ojos y he visto la verdadera
naturaleza psicótica que esconde tras ese bello rostro.
Es Ares quien nos interrumpe. Y en cuanto su voz golpea la espalda de Deimos,
la malevolencia palpitante y amenazadora de su rostro se desvanece y vuelve a su
frialdad pétrea habitual. Su mano se aparta de mi cuello, dejando un hormigueo de
peligro en mi piel mientras su oscuridad se reorganiza en su habitual expresión
inexpresiva.
Se aparta de mí mientras Ares se acerca. Y no es hasta que esos ojos dejan de
mirarme a los míos cuando me doy cuenta de que no he podido respirar desde que
me destriparon por primera vez.
—Ares —dice con calma, incluso sonríe un poco mientras extiende una mano.
Su hermano pone los ojos en blanco, aparta la mano de Deimos y lo abraza con fuerza.
—¡Amigo, no estaba seguro si realmente ibas a venir!
—Pues aquí estoy —gruñe Deimos en voz baja, con toda la emoción de quien
asiste a un funeral.
—Callie va a enloquecer, hermano. Ella no sabe que yo estaba tratando de
arreglar esto. —Ares sonríe a su hermano antes de que sus ojos se deslicen más allá
de él hacia mí—. Oh, mierda, ¿conoces a Dahlia? Es una de las mejores amigas de
Callie últimamente.
Deimos se aparta de su hermano y vuelve a mirarme. Y una vez más, esos ojos
se clavan en mí mientras la oscuridad palpita bajo su rostro. El cambio de semi-
normal a psicópata -sólo para mis ojos- es tan brusco que me estremezco físicamente
y retrocedo contra la mesa llena de cuadros. Se me hace un nudo en la garganta al
intentar tragarme el frío nudo que se me ha formado al instante.
—Es ella, ahora —murmura Deimos, desollándome vivo con una mirada.
No digo nada. No puedo, no mientras me mire así.
—Oye, ven aquí. —Ares tira del brazo de Deimos, riéndose—. Callie se va a
volver loca, hombre.
Aparta a su hermano pequeño y se dirige hacia el resto de la fiesta. Deimos me
23 lanza una última mirada fría y penetrante con toda la fuerza de un huracán de clase
cinco, luego se da la vuelta y Callie grita sorprendida.
Tengo que largarme de aquí. Ahora.

Mi error fatal es pasar por la cocina antes de salir. Me tiemblan las manos
cuando abro el frigorífico y saco una de la docena de botellas de champán que se
enfrían en su interior. Destapo el corcho con destreza y en silencio con la ayuda de
una toalla de mano, y luego lo sirvo generosamente con las manos aún temblorosas
en un vaso de agua corriente.
El pulso aún me late en las venas mientras me apoyo en la encimera, junto al
fregadero de porcelana de estilo rústico, y me bebo de un trago la mitad del vaso.
Esto fue un gran error. Nunca debí haber venido...
—Tengo curiosidad.
Casi me atraganto. El champán se detiene a mitad de camino cuando se me
cierra la garganta, lo que me hace tartamudear y estremecerme cuando por fin
consigo tragarlo torpemente. Se me pone la cara blanca y, con el corazón palpitante,
veo a Deimos y su ira en la puerta.
Oh, Dios.
Afuera estaba oscuro. Pero aquí dentro, con las luces encendidas, puedo ver
cada detalle de su frío y hermoso rostro.
Cada detalle peligroso, tóxico, monstruoso.
Han pasado seis años desde la última vez que lo vi. Y en ese tiempo, lo juro,
sólo se ha vuelto más oscuro, más hermoso y más inquietantemente aterrador que
antes. Su cara es un poco más vieja, y un poco más grabada. Sus ojos son un poco más
fríos y feroces. Su cuerpo es más grande y más musculoso. Definitivamente más
musculoso.
Sin embargo, la energía oscura que se arremolina a su alrededor es la misma:
como una bomba a punto de estallar.
Sus labios se curvan hacia arriba. De nuevo, no es una mueca, ni una sonrisa.
Ni siquiera es una sonrisa deliberadamente aterradora para infundir miedo o sugerir
una amenaza.
Es como si hubiera tanta malicia en su rostro que su toxicidad tirara de sus
músculos faciales. Sólo los labios, sin embargo. Cubre su boca, y nunca en cien
millones de años adivinarías que sus labios están curvados de esta manera.
—¿Qué estamos celebrando exactamente? —ronca, señalando mi vaso en una
mano y la botella de champán en la otra.
Antes de que pueda siquiera abrir la boca en un intento de hablar, o antes de
24 que pueda pensar en escapar, cruza la cocina hacia mí. Y entonces, no hay forma de
que huya.
Es físicamente imposible.
Me quedo congelada en el sitio, como si su mirada fuera una lanza que me
atravesara el corazón, clavándome en el mostrador que tengo detrás. Tampoco se
precipita. Sabe que sé que estoy atrapada, y se acerca como un tigre que se acerca
divertido a una presa que ya ha perdido toda capacidad de huir.
—Yo… —Trago saliva, o al menos lo intento. Pero ni siquiera eso puedo hacer,
y mucho menos hablar, mientras él se acerca más y más, hasta que se cierne sobre
mí, a escasos centímetros. Sus ojos oscuros se clavan en los míos, congelándome el
pulso.
—¿Y bien?
Me estremezco.
—Yo...
—Recuerdo que antes no tenías problemas para hablar, Dahlia... —gruñe.
Mi nombre saliendo de sus labios suena como una maldición.
—Así que, a menos que te hayas quedado muda, y si es así, sin duda tenemos
motivos para celebrarlo, tengo curiosidad por saber por qué parece que no eres
capaz de articular con precisión por qué estás en casa de mi abuela, bebiendo su
champán y mezclándote con mi puta familia.
Habla. Di algo. Cualquier cosa. Dile CUALQUIER COSA.
—Yo... —Trago saliva—. Ya me iba.
Su rostro se curva en un gruñido.
—Y una mierda.
Espera, ¿qué?
—Lo prometo —susurro—. Esto fue un error. Cometí un error. Lo siento, no era
mi intención. —El miedo me hace divagar. Su proximidad tiene mi cerebro fallando
como Matrix—. Me voy ahora, lo prometo.
Conocía el riesgo. No me importaba. Estaba cegada por mi deseo de
finalmente tener amigos.
—Me voy...
—Ah, muda no —murmura casi para sí mismo, como si estuviera haciendo una
observación científica—. Pero tal vez has tenido una lesión en la cabeza, o algo
genético te ha vuelto jodidamente estúpida.
—No soy estúpida.
Lo escupo con total claridad, con la voz impregnada de furia. Es una respuesta
25 automática sobre la que no tengo control, porque que me digan que soy estúpida, o
que me cuestionen como si lo fuera, es un enorme punto desencadenante para mí.
Ha sido así desde la escuela primaria, después de que Nasser muriera y mamá
y yo estuviéramos por fin libres de su ira y de su alcance. Me matriculó en un lujoso y
exclusivo colegio privado para los alumnos “más dotados y prometedores” de
Londres. Porque, como sucedió, soy muy inteligente.
Soy un poco demasiado lista, para ser honesta.
Excepto que “dotada y prometedora” en la mayoría de los casos, sólo
significaba “asquerosamente rica e insufrible”. Y cuando esos mierdecillas
descubrieron quién era yo -y quiénes eran mis padres- se abrió la puta veda contra
Dahlia Roy.
Por aquel entonces, me cerraba completamente ante cualquier acoso. Así que
cuando me atacaban, me cerraba en banda y dejaba de hablar. Lo que, por supuesto,
solo conseguía que me acusaran de ser sorda o muda. Pero luego encontraron su
excusa favorita: que no respondía a su acoso porque era estúpida.
Duró hasta que estaba en décimo curso. En ese momento, yo era un año más
joven que todos los demás en mi grado, yo era la primera de la clase por un kilómetro,
y tenía cero amigos.
Pero también fue el año en que dejé de aceptar que me llamaran estúpida.
Una de mis profesoras, la señora Willard, me encontró un día en el baño
intentando quitarme del uniforme la leche con chocolate que uno de mis matones me
había tirado encima. Y nunca olvidaré lo que me dijo:
“Dahlia, querida. Hay muchas cosas que esas pequeñas bestias, y otras bestias
mayores, pueden llamarte y te llamarán a lo largo de tu vida. Algunas pueden ser ciertas,
aunque sean crueles y escapen a tu control. Pero no eres, y nunca serás, estúpida. No
dejes que se queden con eso”.
Una semana después, recibí mi primer y único castigo, por pegar a una chica
por llamarme precisamente así. El acoso nunca cesó del todo. Pero después de eso,
siguieron con lo de nena violada, puta mafiosa y demás, y no volvieron a llamarme
estúpida.
Ni una sola vez me arrepentí de la decisión que me llevó a esa detención. Pero
en el momento en que abro la boca y escupo las palabras a Deimos, no siento más
que arrepentimiento.
Sus ojos se entrecierran. Y sus labios escandalosamente perfectos se curvan en
lo más parecido a una sonrisa que consigue.
Lo cual es objetiva y genuinamente aterrador.
—Ahí está —ronronea bruscamente, con los dientes relampagueando—. Ahí
está esa pelea que recuerdo tan bien.
Trago saliva con dificultad.
26 —Déjame ir, por favor. Me iré ahora mismo, ¿bien? —Me atraganto—. Y
nunca... quiero decir, nunca le he dicho nada a nadie sobre...
—Y como he dicho —gruñe—, no vas a ir a ninguna puta parte. De hecho, vas a
caminar de vuelta, sentar tu culo en una silla en la mesa, y quedarte hasta que seas la
última puta aquí.
Mis cejas se fruncen.
—Yo…
—Parece que has ignorado todas las amenazas que sabías que podía cumplir y
que te has ganado la confianza de Callie.
Mi cara palidece.
—Yo... nunca quise hacerlo. Fue un accidente...
—No me importa una mierda.
El veneno puro en su tono se siente como una cuchilla sobre mi piel.
—No te vas a ir, porque accidente o no, aunque no tengo ni puta idea de cómo
te haces amiga de alguien “accidentalmente” pareces ser, por alguna inexplicable
razón, uno de sus seres más queridos estos días. Y si arruinas su fiesta en su puto
cumpleaños y pones triste a mi hermanita, créeme, no hay límite al que no llegue para
hacer que te arrepientas severamente.
Jadeo cuando se abalanza sobre mí, hasta que nuestros cuerpos se tocan
literalmente. Me estremezco al sentir sus músculos ondulantes y su potencia
palpitando contra mí mientras sus poderosos brazos se disparan a ambos lados,
aprisionándome contra el mostrador.
—Y sé que tienes claro hasta dónde es eso.
Es en ese preciso momento cuando un movimiento me llama la atención. Me
sobresalto y mis ojos se apartan de los suyos para mirar más allá de sus anchos
hombros...
... A donde Callie está de pie en la puerta de la cocina con una expresión de
desconcierto en su rostro.
—Callie...
Gruño su nombre. Al instante, Deimos se pone rígido y sus labios se curvan en
un gruñido peligroso. Pero entonces suelta las manos del mostrador. Y observo,
paralizada, cómo la mirada de psicópata de su rostro vuelve a su habitual estado
impasible, igual que ocurrió con Ares.
Sonríe a su hermana, que frunce el ceño con curiosidad antes de volver a
mirarme. Trago saliva y siento que se me calienta la cara.
—Yo... sólo buscaba el baño —suelto. Me acobardo en cuanto lo digo,
27 dándome cuenta de lo estúpido que suena, teniendo en cuenta que he estado en casa
de Callie unas cincuenta veces.
Callie parece no saber si está divertida, confusa o preocupada.
—¿Sigue donde estaba la última docena de veces que has estado por aquí?
—Ah, claro. Sí, gracias.
Me alejo de Deimos, aunque juro que aún siento su energía malévola
arañándome, intentando arrastrarme de vuelta. Pero me sobrepongo a esos
sentimientos y me doy la vuelta para marcharme, lanzándole a Callie una mirada
rápida y un poco incómoda.
—Feliz cumpleaños —suelto—. Gran fiesta.
En el baño de invitados, cierro la puerta con llave y me hundo contra ella, con
el corazón martilleándome a mil por hora en el pecho. Exhalo con fuerza y siento cómo
la tensión que retuerce mis músculos se libera lentamente.
Me estremezco cuando me dirijo al lavabo y dejo correr el agua fría mientras
me agarro a los lados del tocador de mármol. Mis manos resbalan bajo el chorro
helado, me inclino y jadeo bruscamente mientras me echo un poco de agua fría en las
mejillas suavemente para no estropearme el maquillaje, y luego busco una toalla.
Me seco la cara con lentas y cuidadosas palmaditas antes de retirar la toalla.
Encuentro mi reflejo en el espejo y me estremezco.
¿Cómo demonios voy a sobrevivir a esto?
Apenas sobreviví a Deimos Drakos la primera vez. Y la única forma en que lo
hice fue jurar que no volvería a verme.
Ahora he roto esa promesa.
¿Romperá la suya?
Me trago el nudo que tengo en la garganta mientras vuelvo a mirarme a los
ojos. Espero ver fuerza, valentía o resolución, pero solo veo miedo.
Y no del bueno. No del tipo que descubre incendios o se asegura de que mires
a ambos lados antes de cruzar la calle.
Sólo veo miedo frío, desnudo y peligroso. Veo a una niña pequeña todavía
asustada de la oscuridad y de las cosas que se mueven en ella.
Cosas como él.
28
3
Deimos
Detesto esta ciudad.
Cómo huele. La forma en que permanece en mi piel como un residuo aceitoso
que tarda semanas en desaparecer incluso después de salir.
Soy consciente de que me cague Nueva York no me hace único. Pero mis
razones para que me cague este lugar dejado de la mano de Dios puede que me
diferencien del resto. No detesto Nueva York porque esté constantemente
obsesionada consigo misma, aunque lo está, y eso cansa muy rápido, joder. No la odio
por su pretenciosidad ni por su desnuda corrupción. Tampoco la odio por las ratas y
cucarachas del metro, ni por los yonquis, buscavidas y depredadores que merodean
por sus calles.
No, odio la ciudad en la que nací porque es aquí donde morí, en cierto sentido,
cuando tenía doce años. Aquí aprendí demasiado joven que el infierno era demasiado
real.
Todos mis hermanos se aferraron a esta puta ciudad como si fuera Roma en el
apogeo del Imperio Romano. ¿Y yo? No pude escapar lo bastante rápido, primero a
la Universidad Knightsblood y luego a Inglaterra, cuando nuestro padre -que Dios se
mee en su tumba- trasladó el imperio Drakos a Londres por un tiempo.
Tras su muerte, y lo que le ocurrió aquí a nuestro tío Vasilis, mis hermanos no
veían la hora de volver a Nueva York.
Pero no podía esperar a no verla nunca más en mi vida. Y eso fue antes de saber
que Dahlia jodida Roy era parte de la ecuación.
—¿De qué demonios iba todo eso?
Frunzo el ceño y parpadeo mientras levanto los ojos hacia Callie. He echado de
menos a mi hermanita. Quiero decir, sí, he echado de menos a todos mis hermanos,
y a nuestra abuela, por supuesto. Pero Callie y yo somos los dos más jóvenes. Y
aunque soy seis años mayor que ella, soy el que más se acerca a su edad, lo que tenía
una forma de convertirnos en compañeros de crimen cuando éramos más jóvenes.
Es aleccionador ver a mi “hermana pequeña” frente a mí como una mujer de
veintiún años.
—Deimos.
Sonrío, levantando un hombro indiferente ante su pregunta obvia y directa.
—Solo me presentaba a tu amiga, Callie.
29 Me mira con desconfianza. De todas ellas, Callie es la que más se acerca a
verme de verdad, probablemente porque yo era la más parecida a ella cuando
éramos jóvenes, antes de que me arrancaran lo que fuera que tuviera por alma.
Quizá sea porque es la única chica. O quizá porque mi máscara y mis muros no
son tan fuertes con ella como lo son con Ares, Hades y Kratos.
—¿Por qué Dahlia te tenía miedo?
Sonrío un poco más ampliamente mientras me acerco a ella, obligando a la
oscuridad y al monstruo a volver a su jaula cuidadosamente forjada mientras le doy
una palmada en el hombro.
—Todos me tienen miedo.
Callie pone los ojos en blanco.
—No hagas eso, D.
—¿Hacer qué?
—Esa cosa que haces cuando pretendes que todo está bien cuando claramente
no lo está.
Mierda. He estado lejos de ella demasiado tiempo. Había olvidado que mi
hermana siempre ha sido un sabueso cuando se trata de olfatear cosas. También es
muy directa, con todo el tacto y la sutileza de una bomba de tubo.
—Te estás imaginando cosas, Cals —gruño con la sonrisa más encantadora que
puedo esbozar. La cual no es muy encantadora.
—Bien, ¿pero por qué hablas con ella?
—No estoy hablando con ella. Estoy hablando contigo.
Me vuelve a mirar, pero yo sonrío y le aprieto el hombro.
—Te veo fuera, cumpleañera.
He estado más que contento viviendo en Londres, ahogándome en los rigores
de dirigir yo solo todo el imperio europeo de nuestra familia. Sinceramente, es un
testimonio de mi amor por Callie que haya venido a este infierno de ciudad esta
noche. No estoy seguro de haber vuelto para el cumpleaños de ninguno de mis
hermanos.
Y si hubiera sabido que Dahlia iba a estar en mi maldita casa con mi puta
familia, absolutamente no habría venido. Eso es seguro.
De vuelta a la fiesta, sonrío cuando debo, me río cuando los demás lo hacen y
hago bromas a mi manera. Estoy abrazando a ya-ya -mi abuela- cuando levanto la
vista justo a tiempo para ver a una Dahlia con la cara blanca salir tímidamente a los
jardines.
Me rechina la mandíbula.
Me encantaría decir que es otro testimonio de mi amor por mi hermana que
30 literalmente le dije a Dahlia en términos inequívocos que no se fuera. Que se quedara,
por el bien de mi hermana y de su cumpleaños, en vez de tirarla yo mismo del puto
tejado.
Pero mientras que al resto del mundo puedo mentirle tan fácilmente como
respirar, cuando se trata de mí mismo, soy brutal y desnudamente honesto. Soy
incapaz de mentirme a mí mismo, o de convencerme de una no verdad, aunque me
ayude a calmar un dolor o a salvarme de mí mismo.
Ojalá pudiera. Pero no puedo. Ni siquiera cuando se trata de Dahlia.
La cosa es que con ella no hay mentira. Sólo hay dos verdades opuestas,
mutuamente excluyentes. Una, que la odio. Y no me refiero a que me desagrade
intensamente, me refiero a que la odio. Odio que detrás de esa mierda de “pobre niña
con una historia trágica pero con un corazón de oro y una actitud valiente” se esconda
una serpiente venenosa. Es una ladrona de la verdad. Una cabrona confabuladora que
me ha calado tan hondo como nunca lo ha hecho nadie ni ningún arma. Y la detesto
por eso, casi tanto como detesto Nueva York.
Pero luego está la segunda verdad: que en el proceso de abrirse camino hacia
mí, Dahlia Roy también se abrió en canal hacia mí, de una forma que ninguna persona
lo había hecho antes, ni lo ha hecho desde entonces. Y por mucho que lo intento -y
joder, lo he intentado- se niega a abandonar mi subconsciente. Como una
desagradable adicción, una obsesión de la que no puedo librarme. Y odio que seis
años después, mucho después de que debiera haberla purgado de mi sistema, siga
viviendo gratis en mi maldita cabeza.
Como un tumor. Una enfermedad. Una plaga.
Y sin embargo... a pesar de todo... Cuando la veo salir, sonrío a pesar mío.
Me gusta que haya escuchado mi amenaza y la haya cumplido bien. No ha huido.
No ha dejado plantada a Callie en su cumpleaños por miedo a mí. Ahora sólo tengo
que averiguar qué demonios voy a hacer al respecto.
Probablemente debería haberse ido.
No, tacha eso. Debería haberse ido, y haber huido, y haber seguido huyendo
hasta que esta ciudad y mi maldita familia estuvieran muy, muy lejos de ella.
Pero no lo hizo.
Ya-ya se aleja y me da una última palmada en la mejilla. Se acerca a una
campanilla de plata que cuelga de la glorieta, bajo la cual la mesa está
magníficamente decorada con velas, ramas verdes, flores, confeti plateado y
abundante comida y vino.
—¡Ahora, a comer! —grazna, claramente una copa más adentro del champán
de lo que normalmente se permitiría.
Que es precisamente cuando hago mi movimiento.
Es algo sutil: nada evidente ni descabellado. Pero los seres humanos son mucho
31 más fáciles de pastorear y controlar de forma sutil de lo que a cualquiera de nosotros
nos gusta creer. Todos pensamos que somos dueños de nuestras decisiones, libres
pensadores. Pero no lo somos. Somos ovejas.
... Bueno, la mayoría de la gente lo es, incluso los que amo.
Algunos somos lobos.
La multitud de familiares y amigos empieza a acercarse a la mesa que tengo
más cerca. Así que hago un simple movimiento: Me agacho, recojo uno de los
tenedores y lo pongo encima del plato de ensalada que está al lado.
Luego, sin pestañear, rodeo la mesa para sentarme justo enfrente. Allí me
siento a esperar, como un cocodrilo que espera a su presa bajo la superficie.
No hay tarjetas de sitio. El resto de mi familia y sus amigos y parejas se sientan
a la mesa como quieren. Ares se sienta junto a Neve, su hermana Eilish se sienta junto
a su nuevo novio, Gavan Tsarenko, jefe de la Bratva Reznikov. Él y yo tenemos algunos
amigos en común, aunque no está claro si él lo sabe.
Saludo con la cabeza a Cillian Kildare cuando él y Una toman asiento casi
enfrente de mí. Sé más de él de lo que él cree. Porque eso es lo que hago: Observo a
la gente. Aprendo sobre ellos y sus secretos más oscuros y memorizo las cosas que
estoy seguro de que preferirían guardarse para sí mismos.
Cillian, por ejemplo, se parece mucho a mí. Peligrosamente, de hecho. Creo
que el término de moda es “neurodivergente”.
Personalmente, estoy bastante bien con la vieja palabra que solían usar para
gente como Cillian y yo.
Psicópatas.
Cillian oculta su verdadera naturaleza tan bien como yo, aunque no tan bien.
Las personas más cercanas a él -Una, sus sobrinas Neve y Eilish, y su número dos,
Castle, que deduzco que a estas alturas es básicamente de su familia- son conscientes
de lo que Cillian es en realidad. O al menos, casi todos lo saben.
Nadie de mi familia sabe lo que soy.
Nunca lo harán.
Echo un vistazo a la mesa, donde Callie está -en mi mente concentrada-
guardando con dolor el asiento de al lado. Incluso sé para quién es. Y cuando él, es
decir, Castle James, lo mira y luego la mira a ella antes de irse al extremo opuesto de
la mesa, me permito un gesto de suficiencia.
No, obviamente, por la expresión cabizbaja de Callie, que intenta ahuyentar
con vino. Y lo que es aún más obvio, si no supiera a ciencia cierta que ese flechazo
que siente por Castle no es en absoluto recíproco, él y yo ya estaríamos en el otro
extremo de la azotea, donde yo le estaría mostrando la ruta exprés para bajar a
Central Park.
Otra vez: Lo sé todo. Y no quiero sonar arrogante, simplemente es la verdad.
32 Aunque, sí, supongo que un poco de arrogancia viene con mi... neurodivergencia.
O, si queremos ser más directos, “tendencias psicopáticas no conformes con la
sociedad con un coeficiente intelectual ridículamente alto, demonios infantiles en el
culo y complejo de Dios”.
Y nunca me disculparé por nada de eso.
Pronto casi todo el mundo está sentado. Mis labios se curvan apenas un poco
en las comisuras y dejo caer la mirada hacia la silla que aún está vacía frente a mí.
Como ya he dicho, los humanos son ovejas. Está claro que no hay nadie sentado ahí.
Pero basta con que haya algo “fuera de lugar” -en este caso, un tenedor fuera de su
sitio en la mesa, que por lo demás está perfectamente colocada- para que todo el
mundo pase unánimemente de ese único asiento.
Lentamente, mis ojos se arrastran hasta donde Dahlia acaba de pararse bajo las
cuerdas de luz de la glorieta. Estaba muy lejos de la mesa cuando ya-ya tocó la
campana.
Ahora queda exactamente un asiento.
Traga saliva y se detiene justo detrás de él. Levanta los ojos hacia los míos y
tiembla un poco al darse cuenta de que la estoy mirando fijamente.
—Dahlia, por favor —digo, haciendo un gesto con la mano—. ¿Por qué no tomas
asiento y te unes a nosotros?
Se queda ahí de pie y yo la miro tan fijamente que es un milagro que no se
queme espontáneamente. Pero, por supuesto, el momento se pierde para el resto de
los comensales, que se zambullen en sus cenas. Incluso me uno a ellos, dejando que
Dahlia tome asiento y se siente sabiendo que la tengo exactamente donde quiero. Y
me doy cuenta de que está tan desconcertada por mi presencia que es incapaz de
hablar con nadie a su alrededor, de probar bocado o incluso de beber un sorbo de
champán.
Yo, en cambio, mantengo sin problemas una animada conversación con Hades
y Elsa a mi izquierda. Mi hermano mayor ha sido un alborotador toda su vida. Pero
tengo que admitir que Elsa Guin parece haber... bueno, no diré sofocado eso, porque
uno, nadie es capaz de hacerle eso a Hades, y dos, porque él nunca se enamoraría de
alguien que lo “domesticara” o lo convirtiera en algo que no es o cualquiera de esas
tonterías.
Pero lo que ella ha hecho, está claro para mí, es completarlo.
No voy a mentir: lo envidio. O al menos entiendo que debería envidiarlo.
Pero incluso mientras charlo con Elsa sobre su reciente ascenso a socia de
Crown and Black, el bufete que lleva el nombre de mi abogado personal, Alistair
Black, mi atención se dirige a medias al otro lado de la mesa, a Dahlia.
Y odio que sea así.
Deseo tanto borrarla de mi psique. Olvidarla por completo y acabar con ella.
33 No tener mi atención atraída por ella una y otra vez, como una polilla a una llama
mortal. Pero seis años después, parece que sigo siendo incapaz de hacer nada de eso.
No ayuda que en esos seis años haya pasado de ser guapa a impresionante. Ha
madurado más que cuando era una joven tímida de diecinueve años, cuando
estábamos juntos en Knightsblood.
Se ha convertido en una mujer a la que, sinceramente, me cuesta apartar la
mirada.
La madre de Dahlia es francesa y su padre iraní. Fue bendecida con lo mejor
de ambos genes: cejas y pestañas pobladas y oscuras que combinan con la melena
de espeso cabello negro que le cae sobre los hombros en ondas. Pómulos altos y
aristocráticos y mentón de elfo. Una nariz esbelta y regia, labios carnosos y rojos, y
grandes ojos verdes.
Por un momento, me aparto de la conversación con Elsa y Hades, giro la cabeza
y dejo que mis ojos se claven en Dahlia.
Al instante, algo se agria en mi interior.
Porque por muy guapa que sea, y por muy atractivo que resulte todo su
numerito de “historia trágica, inocente con un corazón de oro” ahora sé lo que no
sabía cuando me enredé con ella hace seis años: que esa mujer, a pesar de toda su
belleza, es veneno.
Una toxina. Un veneno mortal para el que no existe antídoto. Una enfermedad
incurable, transmitida por contacto, terminal.
Hace seis años no lo sabía.
Pero ahora seguro que sí.
Después de ver la verdad. O mejor dicho, después de que me mostraran la
verdad, en alta definición, donde se grabó a fuego en mi cerebro como las sombras
de los muertos en las aceras de Hiroshima, destruyendo lo que creía saber sobre una
chica a la que creía comprender.
Que creía que me entendía.
Hace seis años, le dije que huyera. Le dije que se alejara.
Ella realmente, realmente debería haberme escuchado. ¿Porque ahora?
Me giro completamente, dejando que mi mirada penetrante la destripe al otro
lado de la mesa. Sus ojos se cruzan con los míos y un escalofrío recorre su cuerpo
mientras su rostro se vuelve blanco como la tiza.
Ahora, la destruiré.
34
4
Dahlia
Hace seis años:
—Sabes que es una bebé de violación, ¿verdad?
Me sobresalto y me detengo justo antes de doblar la esquina de mi dormitorio.
Mi cara se contorsiona, conteniendo el dolor mientras el sonido de las risas de otras
chicas llena los pasillos de techos altos.
No es la primera vez que oigo ese término para describirme, pero sigue
doliendo. Sigue siendo un asco oírlo en voz alta, sobre todo cuando va
inmediatamente seguido de risas crueles y burlas.
—Sabes que eso también la convierte en una zorra total, ¿verdad?
—Dímelo a mí —gime Amanda con tono cómplice—. ¿Por qué crees que casi
nunca duermo en mi propio dormitorio?
Mi boca se tensa mientras la ira y el dolor hierven en mi interior. Mi compañera
de piso, Amanda, pasa la mitad de las noches fuera de nuestra habitación porque está
en la habitación de otra persona.
De hecho, de varios otros.
El comentario del “bebé de violación” es cruel y horrible, pero al menos se
basa en hechos reales. Sin embargo, que me tachen de ser una zorra que
aparentemente mantiene a mi compañera de piso fuera de nuestro espacio
compartido por mis interminables escapadas sexuales está firmemente arraigado en
la ficción.
Excepto que es una de las mayores trampas de la vida para una mujer: si
confieso que soy virgen a los diecinueve años, me tacharán de rara. Un bicho raro.
Una mojigata. Estamos hablando de un serio territorio de “No me extraña que no
tengas amigos, Dahlia”. Pero, de nuevo, no ser virgen aparentemente te convierte en
una puta y una zorra.
En esta situación no hay quien gane, y es una puta mierda.
—Además, su madre es totalmente una de esas putas de Instagram de las que
vuelan a Dubái para follarse a ricos saudíes por dinero.
Ya está bien.
Mi sangre se convierte en fuego.
Soportaré las miradas burlonas y los comentarios de las chicas malas.
35 Soportaré no tener amigos aquí, porque soy plenamente consciente de que el mero
hecho de estar en la Universidad Knightsblood es un privilegio y una gran ventaja.
Incluso soportaré el hecho de que mi compañera de cuarto, Amanda, sea la líder de
las chicas más malas del campus y que, al parecer, haya decidido antes de
conocernos que yo era la mierda en la suela de sus preciados Louboutins.
Pero mi madre es una superheroína, y una décima parte de los horrores que ha
superado en su vida habrían partido a la puta Amanda por la mitad.
Esta es mi maldita línea en la arena.
No soy una persona violenta por naturaleza. Ni siquiera conflictiva. Pero mis
puños se cierran y empiezo a girar la esquina.
Eso, hasta que un último comentario me abofetea de lado.
—Bueno, de tal palo tal astilla. Sabes que probablemente ella esté haciendo lo
mismo. Probablemente es sólo cuestión de tiempo antes de que alguien ponga un
maldito bebé de violación en ella, también.
Palidezco y se me sube la bilis a la garganta cuando todos empiezan a reírse.
—Sí, bueno, no es violación si están dispuestas, ¿no? —Amanda se ríe—. Sabes
que ella lo desea todo el tiempo con cualquiera.
En mi campo de visión parpadean luces como estroboscópicas. El cerebro me
falla y se me corta la respiración al cerrárseme la garganta. El pasillo da vueltas y
caigo de espaldas contra la pared, agarrándome el pecho.
Sabes que quieres esto, niña bonita.
Aire. Necesito aire.
Salgo corriendo por el pasillo con la bolsa en la mano. Fuera de la residencia,
tropiezo con otros estudiantes que me miran como a la chica loca que no tiene nada
que hacer aquí.
Pero no me importa. Mis pies aceleran el paso hasta que esprinto por uno de
los greens, lejos de las torres y edificios de la Universidad Knightsblood, de estilo
georgiano y renacimiento jacobino.
Atravieso un claro de árboles y atravieso otra zona verde, primero junto a los
establos y luego junto a otras dependencias. Atravieso otro claro y finalmente salgo
rodando junto a un extenso jardín de rosas lleno de setos, viejos muros derruidos,
estatuas y una fuente.
Sólo aquí me detengo por fin, con la respiración acelerada y el sudor
mojándome la espalda.
Nunca había estado en esta parte del campus.
Cuando dejo de correr, es como si las emociones de las que he estado huyendo
36 finalmente me alcanzaran. Un enorme sollozo me sale del pecho mientras me seco
una lágrima y me dirijo en silencio hacia el jardín de rosas.
Que se joda Amanda. Y a la mierda el resto de ellos. Que se joda toda esta
maldita escuela presumida, adinerada y conectada.
Lo peor es que, en muchos sentidos, tenía muchas ganas de estar aquí.
Knightsblood es uno de esos lugares que la mayoría de la gente no conoce. Pero
entonces, “la mayoría de la gente” no es del tipo que viene aquí.
Ostensiblemente, Knightsblood es un colegio privado de la vieja escuela
situado en la boscosa y pintoresca costa sur de Connecticut, igual que otros cientos
de colegios privados.
Pero no hay nada como Knightsblood.
Porque los estudiantes que vienen aquí no son sólo ricos y están conectados.
Están... conectados.
Como “hecho”.
Mafia. Bratva. Yakuza. Cosa Nostra. Cártel. No todos ellos directamente, por
supuesto; quiero decir, mírame. Pero en cierto modo, casi todos los estudiantes de
aquí provienen del dinero, el poder y las conexiones criminales.
No tengo ni la menor idea de cómo todo el mundo criminal decidió unánime y
espontáneamente empezar a enviar a sus herederos y vástagos a cincuenta
kilómetros al norte de Manhattan, a la idílica y elegante Costa Dorada. Pero aquí
estamos.
Personalmente, estoy aquí gracias al dinero de mi madre, un poco por la
reputación de mi tío Adrian como uno de los mayores jefes del crimen en el Reino
Unido, y mucho por la influencia de Gerard.
Gerard es el nuevo marido de mamá. Y nunca pensé que diría esto, pero lo
adoro. Nunca pensé que mi madre volvería a salir con alguien, y menos a casarse. No
después de mi padre. O después de lo que pasó hace siete años.
Me estremezco, apartando esa nube oscura.
No. Eso se acabó.
Está hecho.
Está muerto.
Ambos lo están: el monstruo de mamá y el mío.
Exhalo lentamente mientras me adentro en las silenciosas hileras de rosas y
estatuas. Suena mi teléfono. Cuando lo saco, sonrío con curiosidad al ver el mensaje
que aparece.
Chase:
Me lo pasé muy bien almorzando contigo ayer. Me encantaría volver a
37 hacerlo pronto.
Mis dientes se arrastran por mi labio inferior.
Empezar de cero en una nueva escuela como forastera es un asco. Créeme, lo
sé: Lo he hecho muchas veces. Pero Knightsblood ha sido... extra. Extra duro. Extra
mierda. Extra malo.
Más ganas de asegurarme de que entiendo que no pertenezco a este lugar.
Mensaje escuchado alto y claro, cabrones.
Mi compañera de piso y sus amigos de mierda han sido los peores, claramente.
Luego están los compañeros sin rostro y los de cursos superiores que ni siquiera me
miran. Raphael, mi nuevo hermanastro, está aquí, y es bastante genial. Pero no nos
conocemos mucho y, además, él tiene su propio rollo, su propio grupo de amigos.
Además, es un año mayor que yo, así que casi nunca nos encontramos.
Pero, curiosamente, hay una persona que siempre se esfuerza por sonreírme.
Para fijarse en mí. Para saludarme. Y es el menos probable de todos.
El maldito Chase Cavendish.
Encantador, carismático, escandalosamente guapo, rico y la estrella de todo el
instituto. También está en el último curso y es el presidente de Para Bellum, lo cual es
un gran logro.
Cierto, esa es otra cosa sobre Knightsblood. A esta escuela le encantan sus
clubes estudiantiles semi secretos. Que en realidad son más como facciones, o tribus,
o pandillas. Hay cuatro de ellos: Para Bellum, La Orden, Sociedad Ouroboros, y The
Reckless. Y teniendo en cuenta que Chase es el jefe del club número uno del campus,
el mariscal estrella y el presidente del cuerpo estudiantil, el hecho de que parezca
estar cortejándome activamente -llevándome a comer, enviándome mensajes de
texto, desviviéndose por cruzarse conmigo- es... como mínimo, extraño.
Quiero decir, soy yo. Rara. Tímida. Impopular. Extravagante. Una historia de
mierda. Chase es el Jake Ryan de mi Samantha Baker. Pero la vida real no es una
película de John Hughes. El deportista popular nunca se enamora de la nerd rara. No
hay finales felices improbables, compañeros cómicos o héroes.
Trago saliva y me estremezco un poco cuando algo eléctrico me recorre la
espina dorsal.
No hay héroes. Pero hay villanos.
Mis mejillas se ruborizan cuando mis pensamientos se desvían hacia el otro
extremo del espectro de Chase Cavendish. Por muy popular y querido que sea,
Chase no es el único príncipe de esta escuela.
Hay dos de ellos, uno un príncipe dorado de la luz -que sería Chase- y otro,
todo lo contrario a él.
Un príncipe de las tinieblas.
38 Una fuerza oscura, arremolinada y malévola de la naturaleza de la que he
intentado mantenerme alejada desde el día en que empezaron las clases. No solo
porque casi todo el mundo en el campus parece tenerle miedo, lo que, por extensión,
hace que yo también le tenga un poco de miedo.
Sino porque no me asusta tanto como debería. Y porque incluso cuando me
asusta, también me excita, de forma traicionera y peligrosa.
Deimos Drakos.
Es el polo opuesto a Chase. Oscuro y sombrío, frío y malicioso. Donde Chase
es el encantador y sonriente mariscal, Deimos es la gruñona y escalofriante sombra
antisocial que rehúye los deportes y otras organizaciones estudiantiles, aunque se
rumorea que es el rey indiscutible de las “supuestas” peleas clandestinas que se
producen de vez en cuando los fines de semana por la noche.
La familia de Chase sólo está vagamente relacionada con la mafia en el sentido
de que su padre dirige un fondo de cobertura que invierte y mueve mucho dinero
para los cárteles mexicanos y la mafia italiana. Pero la familia de Deimos es
literalmente la mafia, griega y poderosa.
Mientras que Chase es el presidente de Para Bellum, Deimos es el rey loco de
The Reckless, el club más opuesto a Para Bellum. Para Bellum está lleno de las
estrellas doradas de la escuela: capitanes de equipos deportivos, los herederos más
antiguos de familias poderosas, los mejores estudiantes. En El Reckless van a parar
los malditos y los taimados.
Dos príncipes: uno claro, otro oscuro. Sin absolutamente nada en común...
excepto una cosa.
No es nada que pueda probar, nada que sepa con certeza absoluta. Pero en lo
más profundo de mi pulso y de mis entrañas, lo sé.
Lo que tienen en común es su interés por mí.
Chase es abierto al respecto. Mientras tanto, Deimos nunca me ha hablado.
Creo que nunca lo he visto siquiera mirar en mi dirección.
Pero de alguna manera, sé que está interesado. Puedo sentirlo. Como garras
arrastrándose por tu ventana de noche, que desaparecen cuando vas a mirar. Como
el crujido de una tabla del suelo detrás de ti, que es sólo una sombra cuando te
arremolina con un grito ahogado.
Suspiro y me hundo en uno de los bancos de piedra de la rosaleda. Dejo caer
la cabeza contra el muro de piedra cubierto de hiedra a mi espalda y cierro los ojos,
agradecida por tener por fin un momento de paz. En ese momento, por supuesto,
suena mi teléfono.
Raphael:
Joder, lo siento mucho, Dahlia.
Arrugo las cejas.
39 Yo:
¿Por qué?
Raphael:
Mierda. No entres en KnightNet.
Casi todas las redes sociales están bloqueadas en el campus, por la seguridad
de los estudiantes que acuden a él. En su lugar, la escuela cuenta con un sitio “social”
de estilo tablón de anuncios algo vulgar y anticuado al que solo pueden acceder los
estudiantes.
En el que, por supuesto, me conecto inmediatamente.
... y arrepentirme al instante.
Es el primer mensaje, justo en la parte superior de mi pantalla, y se me para el
corazón. Es una foto de una página porno de una mujer con hiyab, de rodillas y con
las tetas al aire, sujetando una polla monstruosamente grande con cada una de sus
manos.
Alguien ha photoshopeado mi cara en la suya.
No sé si quiero gritar, vomitar o ambas cosas. Es una combinación de asco por
ver mi cara en algo tan vil y de rabia por el elemento racista que evidentemente se
pretende. No soy religiosa en absoluto y nunca he llevado hiyab. Pero, por supuesto,
esa es la indirecta fácil y barata a la que recurren cuando vienen por mí: el hombre
que violó a mi madre era iraní. Así que empecemos con los chistes racistas sobre el
hiyab.
Casi tiro el teléfono. Pero en lugar de eso, me pongo en pie de un salto, agarro
la piedra más cercana del suelo y, dando vueltas, la arrojo contra el muro de piedra
en el que acabo de apoyar la cabeza.
Y entonces hago una pausa, frunciendo el ceño.
La piedra que he lanzado a rebotado en el muro y ha salido rodando. Pero justo
al lado de donde golpeó, una de las piedras más grandes cubiertas de hiedra que hay
en el muro se ha movido y ahora sobresale un poco.
¿Qué demonios?
Mirándolo con curiosidad, me acerco y lo agarro entre las yemas de los dedos.
Se desliza con facilidad. Al instante, mis cejas se levantan.
Vaya.
El espacio detrás de la roca que acabo de sacar de la pared no está vacío, ni
lleno de bichos y suciedad. Allí hay un libro, pequeño y maltratado, con una cubierta
de cuero naranja descolorido y una de esas correas elásticas que lo mantienen
cerrado. Cuando lo tomo en mis manos y lo abro, parpadeo.
Es un diario.
40 Sin nombre. Ni “este libro pertenece a”. Ni número de teléfono por si lo
encuentran. Y aunque sé que no debo leerlo, mis ojos se posan en las primeras
palabras de la primera página:
—A veces me siento como si fuera la única persona real vagando por todo un
planeta de réplicas. Un solo pez en una pecera, con el cristal pintado para que parezca
el océano que me rodea.
Me engancho al instante. Me siento en el banco y leo hasta que el sol empieza
a ponerse, devorando cada palabra escrita a mano.
Al final, cuando las sombras empiezan a alargarse y el cielo a oscurecerse, me
doy cuenta de que es hora de irme, sabiendo que volveré.
Con cuidado, vuelvo a colocar el libro tal y como lo encontré y deslizo la roca
en su sitio antes de recoger mi mochila y salir del jardín. Atravieso el claro de los
árboles, cruzo uno de los campos y me sumerjo en otro espeso bosque de camino a
mi dormitorio.
.. .Cuando de repente, algo oscuro se materializa de entre los árboles justo
delante de mí.
Jadeo, el corazón se me sube a la garganta y ahogo un grito mientras retrocedo.
Mis ojos se amplían al ver su...
Y algo explota en mi interior.
Una mezcla de terror y excitación. Miedo y curiosidad.
¿Huir o quedarse?
Mi mente no se decide. Pero a medida que pasan los segundos y miro fijamente
a los ojos de Deimos a través de la oscuridad, me doy cuenta de que no estoy segura
si es porque no puedo huir ahora o porque simplemente no quiero.
Y no estoy segura de qué pensamiento es más aterrador.
Los segundos se convierten en casi un minuto. Ninguno de los dos dice nada
mientras permanecemos allí, separados por apenas un metro en el bosque que se
oscurece rápidamente. Intento tragar saliva, pero no puedo. Me humedezco los labios
y sus ojos se concentran en el movimiento, como un halcón que ve un ratón corriendo
por un campo iluminado por la luna.
—Yo...
Me asombra que consiga emitir un sonido, aunque sólo sea una sílaba. Una
letra. Una pequeña expresión. Trago saliva de nuevo, estremeciéndome cuando sus
ojos se clavan en mí, llenándome de miedo y de algo más al darme cuenta de que
estoy completamente sola en el bosque con el terror de la Universidad Knightsblood.
—¿Me has estado espiando?
Las palabras salen de mi boca mientras intento volver a meterlas dentro.
41 Deimos no dice nada, y el silencio que nos rodea no hace más que aumentar. El aire
frío me eriza la piel, pero siento la palma de la mano sudorosa al agarrar la correa de
la mochila.
—Yo... quiero decir...
—Tú no perteneces aquí.
Es la primera vez que le oigo hablar. Su voz es como el whisky y el cuero.
También es mucho más vieja que el resto de él. Mucho más curtido, estoico y cansado
del mundo de lo que cualquier joven de veintiún años tiene derecho a estar.
—Yo…
—No deberías estar aquí —gruñe, su voz rasposa de una forma que se arrastra
sobre mí y me electriza la piel—. Deberías irte.
Se me desencaja la mandíbula. Genial. Otro idiota más en este instituto lleno
de imbéciles que quiere echarme de su pequeño club genial. Puede que sea un poco
aterrador, y la intensidad fría y sin pestañear de sus ojos es más que ligeramente
inquietante.
... Pero al fin y al cabo, aparentemente el infame y ruin rey de The Reckless no
es más que otro imbécil de clase A.
—¿Quién lo dice? —suelto un chasquido.
Sus labios se curvan mientras su cabeza se inclina ligeramente hacia un lado.
—Dice la realidad.
Y de repente desaparece en el bosque. Me arremolina, mis ojos escrutan los
árboles ahora oscuros, esperando a que salte y me dé un susto de muerte. Pero eso
nunca ocurre. Simplemente se ha ido de verdad.
Después de eso corro, y quiero decir corro, todo el camino de vuelta al
dormitorio. Afortunadamente, Amanda está fuera. Pero la zorra de mi compañera de
habitación se aseguró de imprimir una copia del asqueroso post en KnightNet y
pegarlo en nuestra puerta.
La arranco y entro furiosa, tirándome en la cama.
No estoy llorando. No estoy temblando de miedo por mi encuentro con el
demonio residente del campus.
Estoy pensando en el pequeño diario naranja.
Y la persona que lo escribió, que es como yo.
42
5
Dahlia
Presente:
—Te cambio mis apuntes de la conferencia del profesor Carlsen sobre
Mercados Financieros Europeos por los tuyos de esa mesa redonda sobre Innovación
Estratégica con el profesor Cho.
Gimo y me desplomo sobre la mesa de estudio mientras miro a Eilish.
—Joder, joder, joder, olvidé por completo que aún no he hecho el desglose
analítico para la clase de Carlsen de la semana que viene.
Eilish hace un gesto de dolor.
—Uf. Lo hice hace unos días. Fue un asco. ¿Quieres copiar el mío?
—¿Y que nos echen a los dos de la escuela?
—Quiero decir, no palabra por palabra, ni siquiera utilizar mi tema exacto. —
Se ríe—. Sólo toma el marco para la presentación del desglose.
Asiento, frunciendo el ceño mientras ordeno las resmas de apuntes de estudio
que tengo delante.
—Bueno, sí, te tomo la palabra. Gracias.
—Cuando quieras.
Niego con la cabeza.
—No sé cómo demonios se me ha olvidado.
Excepto que lo sé. Sé exactamente cómo y por qué -y otras cosas importantes,
si llevamos la cuenta- se me han olvidado en los últimos días.
La excusa fácil sería lo que está pasando con mi madre y Gerard. Quiero decir,
esa es la obvia. También está, por supuesto, la gran mierda que pasó al final de la
noche en la fiesta de cumpleaños de Callie. Luca Carveli, el mafioso de Los Ángeles
con el que estaba prometida, está muerto. Pero la cena de cumpleaños de Callie ni
siquiera había terminado cuando toda la fiesta recibió la visita de Massimo Carveli, el
hijo de Luca, exigiendo que se casara con él en su lugar.
Eso tampoco va a ocurrir. Porque, que empiecen los movimientos de ajedrez
del mundo de la mafia: Cillian ha dimitido como cabeza de la familia Kildare, Castle
ha sido nombrado nuevo rey de la familia, y él y Callie están a punto de casarse para
43 librarse de cualquier contrato pendiente que ella pudiera tener con la familia Carveli.
Quiero decir, tuve una pequeña muestra del drama en el mundo de la mafia a
través del tío Adrian y la tía Celeste, y más tarde en Knightsblood. Pero por Dios.
—¿En serio? —Eilish resopla sarcásticamente—. ¿No tienes ni idea de cómo te
las arreglaste para olvidarte de hacer un tonto proyecto escolar de trabajo ocupado
con todo lo que tienes estallando en tu vida en este momento?
Como dije, esas serían las razones fáciles. Mi madre y Gerard. Callie
casándose de repente con Eilish y el ridículamente guapo, y mucho mayor,
exguardaespaldas de Neve para evitar un matrimonio con la mafia.
Sí, son grandes.
Pero lo que más ocupa mi cabeza ahora mismo es otra cosa.
O, debería decir, alguien más.
Deimos.
El fantasma de mi pasado, que me hizo huir con amenazas de no mirar atrás ni
una sola vez. Ese mismo fantasma con el que me dije que podría sobrevivir tratando
con él durante una cena de cumpleaños, porque odia tanto esta ciudad que se
marcharía en cuanto terminara.
Pero luego no lo hizo.
Tal vez fue por lo que pasó con Massimo amenazando a Callie de esa manera.
De hecho, esa es casi definitivamente la razón por la que Deimos está, aparentemente,
quedándose en Nueva York. Pero no puedo evitar preguntarme si hay otra razón, por
muy asquerosamente narcisista que sea pensarlo, dado todo lo que está pasando con
Callie. Pero no puedo evitarlo.
No puedo evitar preguntarme si parte de la razón por la que Deimos sigue
acechando en esta ciudad soy yo.
Yo, y nuestro pasado.
Lo que vi.
De lo que juré no hablar nunca y, de hecho, nunca lo he hecho.
A veces imagino una vida en la que las cosas fueran de otra manera. Una
dimensión alternativa en la que los acontecimientos de mi breve estancia en
Knightsblood se desarrollaran más como un drama adolescente. Porque durante un
tiempo, todo estaba perfectamente planeado, muy al estilo de Los Juegos del Hambre,
Crepúsculo o Divergente. La chica con un pasado problemático, atrapada entre el
chico bueno y el malo.
Es patético. Y muy desordenado, y probablemente habla de una condición
mental que no estoy preparada para abordar en mí misma. Pero hubo momentos en
la escuela, después de que encontré ese diario, en los que solía imaginar que era de
44 Deimos.
Solía fantasear con que tal vez, de algún modo, era su diario lo que estaba
leyendo. Que estaba al tanto de su alma y de sus pensamientos más íntimos de una
forma que no se suponía que yo conociera. Que él era el autor de esas palabras
oscuras y poéticamente brutales: las palabras que al principio leía y luego respondía,
hasta que se convirtieron en una conversación escrita. Durante un tiempo, estuve
segura de ello. Que mi misterioso diarista convertido en profesor tenía que ser él.
Me equivoqué.
Por supuesto que me equivoqué.
Esas palabras que hablaban desde un alma tan parecida a la mía pertenecían a
otro. Un hombre que me comprendía de verdad. Que me vio. Un hombre al que podría
haber amado.
Hasta la noche en que todo se vino abajo.
Cuando Deimos lo mató.
—¿Qué demonios es la sinergia estratégica consciente?
Salgo de mis pensamientos justo cuando Eilish gime y levanta la vista de sus
apuntes. Las dos nos volvemos para mirar a la fuente de la interrupción: un chico alto,
guapo, musculoso, tatuado, con el cabello oscuro y los ojos verde dorado, tirado en
una silla junto a la puerta de la sala de estudio.
Desde el cumpleaños de Callie, las familias Drakos y Kildare han reforzado su
seguridad, lo que tiene sentido si tenemos en cuenta que la fiesta se vio interrumpida
por Massimo Carveli, que aterrizó con un helicóptero en el jardín de Dimitra y
amenazó a Callie.
Y eso significa que Gavan, siendo el prometido obsesivamente sobreprotector
que es -lo cual, no voy a mentir, es locamente romántico- tiene a su segundo al mando,
Korol, vigilando cada movimiento de Eilish. Incluido su tiempo de estudio con una
servidora.
Ni que decir tiene que, por mucho que quiera a Gavan, a Eilish no le entusiasma
precisamente la sombra.
—¿Es ese mi ejemplar de Estrategia Empresarial Global o el de Dahlia? —
murmura, entrecerrando los ojos ante el enorme libro de texto que Korol tiene en sus
tatuadas manos.
Se encoge de hombros y hace una mueca.
—¿Sinceramente? Ni idea. Aunque esta mierda es un galimatías.
Eilish pone los ojos en blanco.
—Bueno, tal vez deberías unirte a nuestra clase y entonces tendría sentido,
Korol.
Resopla.
45 —Sí, la educación formal y yo nos llevamos tan bien como puedo entender de
qué demonios habla este libro.
—Imagínate —murmura Eilish en voz baja—. Bueno, algunos necesitamos
silencio para estudiar, así que...
—Sí, lo he oído alto y claro. —Korol echa un vistazo a la portada del libro, es mi
ejemplar, antes de sonreír y deslizarlo de nuevo sobre la mesa junto a mis otros
trabajos del curso.
Mi teléfono suena.
—Mierda, lo siento —hago una mueca de dolor, lo agarro y apago el timbre. La
notificación es de un correo electrónico, así que abro la pantalla con el pulgar y lo
abro.
Se me agrandan los ojos al leerlo.
—¿Qué? —suelta Eilish al ver mi cara de asombro.
—Yo... ¡conseguí una pasantía!
Grita.
—¡Es increíble! Felicidades.
La sonrisa amenaza con partirme la cara por la mitad. Es increíble. Conseguir
unas prácticas reales en el mundo de los negocios no sólo es una parte importante de
nuestro programa, sino que es obligatorio. Eilish encontró una escapatoria y
técnicamente está “haciendo prácticas” en la empresa de Gavan. Lo cual, sí, es una
especie de mierda, porque estoy adivinando por su perpetua sonrisa de comemierda
en estos días que ella está pasando más de su tiempo inclinada sobre un escritorio
que trabajando en uno mientras está en su oficina.
Pero no estoy realmente enfadada por ello. Después de todo, es una de mis
mejores amigas, y con toda la mierda que ella y Gavan han pasado, sí, se lo merece.
—¿Con quién es? —exclama, inclinándose hacia mí con los ojos muy abiertos
y excitados.
—Hmph. Pensé que algunas personas necesitaban silencio para estudiar —
murmura Korol para sí mismo.
—Cállate. —Eilish vuelve a poner los ojos en blanco y levanta un dedo. Me
sonríe—. ¿Y bien?
Desplazo más abajo el correo electrónico de mi asesor académico.
—Es con... —Arqueo las cejas—. ¿Laconia Logistics?
Eilish frunce el ceño.
—Creo que no los conozco.
—No. —Niego con la cabeza—. Yo tampoco.
Se encoge de hombros.
46 —Bueno oye, al menos es una pasantía, ¿no?
—Si...
Excepto que algo está mal con esto.
Eilish se ríe entre dientes.
—Amiga, solo son unas prácticas. No tiene por qué ser en Facebook o en una
empresa de renombre. Es sólo un requisito del curso.
—No, no es eso. —Arrugo las cejas y la miro—. Es que... aún no he presentado
los últimos papeles de las prácticas.
Es decir, el papeleo necesario para que la escuela y mi asesor me coloquen en
prácticas.
Eilish frunce el ceño.
—Bueno... Debes haberlo hecho.
—Te juro que no. Todavía estaba trabajando en mi declaración de misión
personal.
—¿Qué demonios es una misión personal?
—La puerta está ahí mismo, Korol —murmura Eilish, señalándola con un dedo
sin apartar la vista de mí—. Espera, ¿estás segura de que no lo hiciste?
—Completamente. Iba a trabajar en ello esta noche.
—Huh.
Sí, huh tiene razón.
—Bueno, a la mierda. —Se encoge de hombros y me sonríe—. Quiero decir, si
tu asesor dice que lo tienes, entonces lo tienes. Whoo hoo.
—Sí, pero...
—Oye, ¿Dahlia? —Me sonríe—. Hazme un favor y acepta las victorias cuando
te las sirvan en bandeja de plata, ¿sí?
Pongo los ojos en blanco y sonrío.
—Hechos.
Un segundo después, estoy enviando un correo electrónico de respuesta a mi
asesor, aceptando amablemente las prácticas en una empresa de la que nunca he oído
hablar.
Porque Eilish tiene razón. A veces, sólo tienes que aceptar las victorias. ¿Y
quién sabe? Tal vez esto sea una señal de que a pesar de la mierda que está pasando
con mamá y Gerard, y toda la locura que está pasando con Callie y Castle, y la
inminente presencia del mismísimo diablo acechando detrás de cada esquina que
paso por la calle...
Quizá las cosas vayan bien después de todo.
47
48
6
Deimos
Hace seis años:
—Pasarán por aquí en cualquier momento. —Diego chupa su cigarrillo español
importado, su única marca porque lleva literalmente el nombre de su abuelo en el
cartón, antes de exhalar humo por la comisura de los labios—. ¿Seguimos con esto?
—Joder, sí, seguimos haciéndolo —gruñe Ivan a mi lado.
Los tres -Ivan, Diego y yo- estamos al acecho detrás de uno de los muchos setos
que serpentean por el campus de Knightsblood.
Knightsblood: qué nombre más pretencioso para una escuela. Por lo que
recuerdo, vagamente, de la orientación de primer año, o tal vez en la literatura que
recibí por correo antes de llegar aquí, el lugar fue fundado a principios de 1800 por
académicos de algunas de las mejores universidades de Inglaterra.
La idea original era fomentar una “verdadera universidad inglesa en América”
para los hijos de lores, duques y otras poderosas familias “adyacentes a la realeza”
que emigraban aquí. Una escuela que igualara en méritos académicos a
universidades como Harvard, Yale y Princeton, manteniendo al mismo tiempo una
rígida y estricta adhesión al linaje real.
“A la sangre del rey y la corona, la cruz y la caballería”. De ahí, Knightsblood.
Con los años... evolucionó. Aunque algunos podrían usar la palabra
“involucionado”. Algunos dirán que el hecho de que hayas oído hablar mucho de
Harvard, Yale y Princeton, pero nada de Knightsblood, significa que su idea original
se fue al garete.
Y puede que así fuera. Pero entonces arraigó y floreció otra idea más grande y
grandiosa, verdaderamente única y quizá incluso más importante.
Este lugar ya no es de “sangre real” en el sentido de que sus alumnos sean
herederos de reyes y reinas, o hijos de duques y barones. Ahora, es un lugar al que
los vástagos de una... bueno, digamos una nueva clase de monarquía vienen a crecer,
aprender y jugar.
La familia de Diego, por ejemplo, es de la mafia de Barcelona. El tío de Iván es
un alto avtoritet de la Kalishnik Bratva.
Mafiosos, mafiosas, Bratva, Cartel... no importa dónde tengan su base, si
49 forman parte del submundo criminal y tienen hijos en edad universitaria, esos hijos
están aquí, en Knightsblood.
Podría merodear por este lugar como un demonio acechando los pasillos del
mismísimo infierno. Podría parecer un monstruo que se pasea por los barrotes de su
jaula deseando liberarse. Pero la verdad es que me encanta estar aquí.
Quiero decir, me encantaría cualquier lugar que no sea Nueva York. Porque a
la mierda ese lugar. Y sé que cuando me vaya de aquí, habrá otro mundo más amplio
que tendré que conquistar a mi manera. Pero por ahora, en este pequeño miniverso -
este microcosmos del inframundo más grande que hay fuera de estos muros- me he
alzado para convertirme en rey.
Como otros, supongo. Pero establecí un lugar en mi reino, como jefe de The
Reckless, cuando sólo era un estudiante de segundo año.
Es la primera vez, por cierto. Históricamente, los presidentes de los cuatro
grupos estudiantiles principales siempre han sido estudiantes de último curso. Pero
por lo visto, con una reputación, un linaje y un inconformismo social como el mío...
bueno, tiendes a asustar a la gente. ¿Y si su miedo los asusta para que te den el asiento
del poder? Bueno, ¿quién soy yo para ser tan descortés como para negarme?
Técnicamente hablando, se supone que no debe haber peleas ni hostilidad en
el campus. Sí, algunos de los estudiantes que están aquí, aunque sean amigos
mientras asisten, se convertirán en enemigos mortales fuera de estos muros. Pero
mientras estemos aquí, no debe haber violencia.
Pero, por otra parte, estoy bastante seguro de que tampoco se supone que haya
narcóticos ilegales. Y, sin embargo, Diego obtiene pingües beneficios cada año
trayendo toda la cocaína que se puede esnifar en este lugar, asegurándose de que
todos los estudiantes que lo deseen se droguen hasta las cejas, si así lo desean.
Otros estudiantes traen licor, o porno, o cualquier otro contrabando que se te
ocurra. Al parecer, hace unos años hubo incluso un chico que se las ingeniaba para
traer “chicas trabajadoras” -y chicos, porque hay igualdad de oportunidades- para
cualquiera que necesitara un poco más de comodidad mientras estudiaba para los
parciales.
Personalmente, mi límite está en algún lugar al norte de la prostitución literal,
pero no voy a juzgar. Además, si necesito “consuelo” suele haber una larga lista de
alumnas dispuestas a arrodillarse y abrirse de par en par.
O creen que están preparadas.
Pero no lo están. No para mí. No para mis demonios. No para mis... gustos.
—D.
Frunzo el ceño al ver a Diego, apartando la mirada de donde he estado mirando
a través de un hueco oculto en el seto.
—La paciencia es, de hecho, una virtud, Diego.
50 Mi vicepresidente de The Reckless me sonríe alrededor de su cigarrillo.
—Claro. Porque tengo fama de ser muy virtuoso y piadoso.
—Bueno, algunos de nosotros no pudimos dormir en la mansión anoche —
murmura Iván, mirando a nuestro amigo español—. Debido a las dos jóvenes en su
habitación gritando “oh Dios” como un millón de putas veces, su santidad.
Diego se persigna -en el sentido equivocado y con la mano equivocada- antes
de tocar la frente de Iván.
—Confiesa tus pecados, hijo mío.
Iván arruga la nariz y aparta la mano de Diego.
—Literalmente sigues oliendo a coño. Tócame con esas sucias manos de nuevo
y tendré un pecado que confesar muy rápido.
—No. —Se ríe Diego, olfateando su propio dedo—. Eso es simplemente agua
bendita.
—Eso es agua de azada. Date una ducha, maldito degenerado —murmura Iván.
—¿Estás sugiriendo que las mujeres que disfrutan sexualmente son zorras,
Iván? —Diego niega con la cabeza dramáticamente—. Eso no es muy progresista por
tu parte.
—Estoy sugiriendo que el diagrama de Venn de las estudiantes de
Knightsblood que veo salir de tu habitación por la mañana y las estudiantes de
Knightsblood que son infames por estar locas de remate y follarse a todo lo que les
sonríe es un círculo perfecto.
—¿Quieren callarse los dos de una puta vez para que pueda buscar a estos
mierdas? —siseo, fulminándoles con la mirada—. Por favor y gracias.
Se callan la puta boca.
Me vuelvo hacia el agujero en el seto, mis ojos escudriñan el verde sembrado
de varios grupos de estudiantes entre clase y clase.
En su mayor parte, las rivalidades entre los clubes escolares -en particular, la
que existe entre nosotros, The Reckless, y los pomposos cabrones de barbilla
hendida de Para Bellum- se limitan a bromas inofensivas. Dejan una bolsa de mierda
ardiendo en la puerta de nuestra casa; nosotros activamos el sistema de aspersores
durante una de sus fiestas. Dejan ratas sueltas en nuestro sótano; yo las encuentro y
las mato, las dejo marinar en una bolsa de plástico durante una semana, luego abro la
bolsa y la dejo escondida en los conductos de ventilación de su mansión.
Ya te haces una idea.
Excepto que el año pasado, desde que ese cabrón engreído de Chase
Cavendish se convirtió en presidente de Para Bellum, las cosas empezaron a
empeorar. Y siguen escalando. Ahora, las bromas se están volviendo menos “bromas”
51 y más “cuánto daño físico podemos infligir antes de que la escuela se involucre”.
Y los tres vamos a probar el límite en unos diez minutos.
Estamos escondidos junto al sendero que Chase y dos de sus compañeros y
principales líderes de Para Bellum -Brad Hathaway y Spencer Campbell- recorren con
frecuencia desde la cafetería hasta sus clases vespertinas. Donde el camino se
adentra en las hileras de setos, hace un círculo alrededor de un agradable estanque
con una fuente y salpicado de nenúfares.
Sin embargo, oculta bajo el idílico estanque, la fuente y los setos, se encuentra
una de las tuberías de agua de las cocinas de la cafetería. Pasa justo por la base de
esta misma fuente. Y contiene agua que fluye a un bastante peligroso trescientos PSI,
que es básicamente la fuerza con la que el agua sale de una manguera de incendios.
Actualmente hay dos cargas envueltas discretamente alrededor de esta tubería
de alta presión: una que la reventaría en la dirección de un camino. Y el otro destinado
a estallar en una dirección ligeramente diferente en otro camino, ya que Chase y sus
amigos tomar cualquiera, al azar. Lo sé, lo he comprobado. Lo he verificado.
¿Reventar a propósito -mediante los detonadores a distancia que llevo en el
bolsillo- agua a una presión peligrosa directamente en la cara de tres seres humanos
desprotegidos a menos de tres metros de distancia es algo más que una broma?
Con toda seguridad. De hecho, hay bastantes posibilidades de que uno o más
de ellos pierdan un puto ojo en la ejecución de esta “broma”.
Entre nosotros, lo espero a medias.
Este es el tipo exacto de escalada de la que estaba hablando. Pero ellos
subieron un escalón primero. Sólo estamos tomando represalias. En la última noche
de lucha, que algunos de nosotros celebramos en un claro del bosque detrás de los
establos, Para Bellum enfrentó a uno de los suyos, Ian Winstead, contra uno de los
nuestros, Vincent Marchetti.
Por muy sangrienta que pueda llegar a ser, la noche de lucha significa una
pelea justa. O, se supone. Excepto que la última vez, Ian, por orden de Chase
Cavendish y sus jodidos amiguitos, rellenó las envolturas de sus manos con metal.
Vincent tiene ahora la mandíbula y el brazo rotos, tres costillas rotas y una mano
medio destrozada.
Que se joda Para Bellum. Están a punto de cosechar lo que sembraron.
Miro a través del seto, vigilándolos, esperando a ver qué camino toman los
cabrones para poder detonar la carga adecuada y, con suerte, cegarlos a todos. Pero
de repente, sin previo aviso, algo capta mi atención.
Es ella.
La chica nueva.
Dahlia Roy.
52 Siento cómo se me tensa la mandíbula. Mierda.
Ya me había pasado antes, aunque nunca con una chica. Yo lo llamo “modo
fijación”. Es cuando me aferro a algo y me obsesiono con seguirlo hasta el final, pase
lo que pase.
Así era yo con el jardinero que sin duda le estaba robando a mi abuela. Con el
chico con el que Callie iba al instituto que intentaba hacerle fotos por debajo de la
falda.
Con Quentin Harpsworth, un estudiante de último curso que se cruzó conmigo
en mi primer año en Knightsblood y, al hacerlo, aterrizó de lleno en mi radar. Quentin
era un loco de los coches, y obsesionado con un Corvette raro que estaba a subasta.
Así que puse en marcha una empresa fantasma para hacer que su puja fuera
cada vez más alta, más allá de cualquier precio racional por el coche, antes de dejarle
finalmente ganar. Cuando estuvo a salvo en su posesión y guardado con cariño en su
hogar definitivo en el garaje de la finca de su padre en los Hamptons, prendí fuego a
todo el garaje y dejé que su nuevo y reluciente juguete se convirtiera en cenizas.
Nunca se trató del coche en sí.
Se trataba de ver las cosas a través. Se trataba de mi fijación.
Y ahora, temo, por su bien, que Dahlia pueda ser la próxima fijación.
No es la primera vez que me fijo en ella. De hecho, el número de veces que he
“reparado” en ella es tan elevado que hace tiempo que perdí la cuenta. Lo que no he
perdido de vista, sin embargo, es el número de veces que esos “avistamientos” o que
“me fije en ella” no es simplemente cruzármela o verla por casualidad, como ahora.
Es las veces que la he buscado activamente. Acosándola activamente.
La cazó activamente.
A pesar de todo el caos que corre por mis venas, nada de lo que hago es
aleatorio. No hago las cosas de improviso, ni espontáneamente. Y ella no es una
excepción, aunque me encantaría poder decirme a mí mismo que es aleatorio,
simplemente “algo que sigue ocurriendo”.
Pero, como ya he dicho, no soy capaz de mentirme a mí mismo.
Conozco sus antecedentes. Por supuesto que sí; todo el mundo en este campus
conoce su desafortunado parentesco, y su conexión tanto con Adrian Cross a través
de su madre como con Andre LeBlanc a través de su padrastro, Gerard Dumouchel.
Pero no son sus antecedentes ni su considerable bagaje lo que veo cuando pongo mis
ojos en ella.
Es ella.
La piel bronceada y el cabello negro azabache. Las cejas oscuras que parecen
53 estar perpetuamente arqueadas de una manera que le dan un aspecto ligeramente
travieso y misterioso.
Grandes ojos verdes. Labios carnosos y carnosos que, en demasiadas
ocasiones, he imaginado rodeando mi polla mientras ella se atraganta y babea sobre
ella.
Una estructura ósea regia y aristocrática. Una figura menuda con suficientes
curvas en los lugares adecuados para hacer que la sangre fluya directamente a mi
polla, sin importar dónde esté o qué esté haciendo cuando la vea.
No hace ni una semana, la encontré en el bosque. Era casi de noche, estaba
sola y me miró con una mezcla de miedo y excitación, como si supiera muy bien lo
que podía significar encontrarse sola en el bosque con alguien como yo.
Y no sólo no lo temía, sino que lo ansiaba.
Ni siquiera recuerdo qué diablos le dije. Algo estúpido como “tú no perteneces
aquí”.
Porque no lo hace. Claramente. Quiero decir, Cristo, sólo con verla ahora es
dolorosamente evidente que aquí en Knightsblood está fuera de su elemento. Y los
estudiantes de aquí la van a devorar durante los próximos cuatro años, si es que llega
a las vacaciones de Navidad.
Tal vez sea mi propia arrogancia y ego; no voy a mentir, con frecuencia lo es.
Pero cuando miro a Dahlia, veo con claridad cristalina que yo y sólo yo en este lugar
realmente la entiendo.
No es como los demás.
Y. Yo. Tampoco. Lo. Soy.
—¿Y bien? ¿Dónde demonios están?
Mierda.
Aparto la mirada de donde está Dahlia, sentada sola en un banco. Mis ojos
escudriñan rápidamente el verde, intentando ver a Chase y a sus dos manchas de
semen andantes antes de que entren en la zona de la fuente, para poder cegarlos
como es debido. Pero no los veo.
—¿Ustedes tres, perdedores, se masturban o algo así?
Hijo de puta.
La voz de Chase viene de detrás de nosotros. Cuando me giro y lo veo, me
rechina la mandíbula.
Joder. Ya están bien dentro de la zona de la fuente de los setos, pasado
cualquiera de los puntos a los que apuntan los dos detonadores.
La furia se apodera de mí.
Estaba distraído. Por ella.
54 Otra vez.
—Bueno, los de The Reckless a veces necesitamos una o dos manos más aparte
de la nuestra. —Se encoge de hombros Iván—. Ya sabes, para cubrir toda esa
superficie cuadrada de ahí abajo. Supongo que no tienen ese problemilla en Para
Bellum.
Chase pone los ojos en blanco.
—Eso fue jodidamente estúpido incluso para ti, Antonov.
Diego, ferozmente leal a sus amigos hasta la exageración, lanza con rabia su
cigarrillo a los tres imbéciles, golpeando a Brad en la cara mientras avanza.
—Dímelo otra vez a la cara, hijo de puta.
Brad se eriza y da un paso atrás, junto con Spencer. Chase se limita a cruzar los
brazos sobre su fornido pecho de mariscal de campo, sonriéndonos.
—Será mejor que pongas correas más apretadas a tus perros, Drakos.
—Estoy seguro de que tu madre tiene todo tipo de dispositivos de asfixia. Se lo
preguntaré la próxima vez que esté follándole el culo mientras tu padre se masturba
en la esquina.
Chase se eriza. Eso fue un golpe bajo, lo admito. Precisamente por eso lo dije.
Hace unos meses, alguien hackeó la empresa del padre de Chase. La mayoría
de sus finanzas y la mierda de la mafia era lo suficientemente seguro que no llegó a
las noticias. Pero otra información privada y sensible sí.
Como el hecho de que sus padres practican el intercambio de parejas. A su
madre, por ejemplo, le gusta que la follen otros hombres mientras insulta a su marido
mientras lo graba.
Supongo que a Chase aún le duele un poco que eso se supiera.
—Preguntaré de nuevo —murmura Chase—. ¿Qué demonios están haciendo
los tres aquí atrás?
—Mierda, ¿no es aquí donde hemos quedado todos para el gang bang con tu
madre? —Iván frunce el ceño—. Joder, de verdad que no quiero perdérmelo.
Chase tuerce la boca en una sonrisa, los músculos de su cuello se tensan
mientras una vena estalla en su frente. Pero no explota. Admito que a veces me
impresiona un poco su capacidad para contener sus emociones más bajas.
Nos mira de reojo, acercándose e ignorando cómo Diego le escupe en el
zapato. Mira a través del agujero del seto, sonríe y se aparta para mirarme a los ojos.
—Ahhh, ya veo.
Mierda.
Sonríe un poco más.
—¿Estabas mirando a quien creo que estabas mirando?
55 No digo nada. Chase suspira y se pasa los dedos por el cabello rubio.
—Dahlia Roy. Interesante. —Vuelve a mirar a sus amigos—. ¿Ampliamos la
piscina, caballeros?
Brad sonríe satisfecho. Spencer inclina ligeramente la cabeza hacia un lado.
—Supongo que podríamos.
Mi mandíbula se aprieta.
—Qué piscina.
—La quiniela, amigo mío. —Sonríe Chase—. Conoces la antigua tradición de
los novatos de Knightsblood de la prima nox, ¿verdad?
Desde luego que sí. Lo odio. No es sólo que sea una tradición estúpida, arcaica
y fraternal. Es que aborrezco las actividades o los intentos de actividades que rozan la
violación o cualquier cosa que se le parezca.
Y eso es casi exactamente lo que es la prima nox.
Iván frunce el ceño.
—¿Qué demonios es prima nox?
—Es para que perdedores como estos puedan seguir fingiendo que no son
George Michael cantando “Somewhere Over the Rainbow” en un concierto de Elton
John gay entre ellos —murmura Diego.
Chase ignora a Diego y se limita a sonreír a Iván.
—Es el derecho del rey. Se traduce literalmente como la primera noche. A
principios de año, se hace una evaluación de las alumnas de primer año. Las que se
confirma que son vírgenes o se cree que tienen más probabilidades de serlo se ponen
en una lista. Si follas a una de ellas, subes de rango. Si follas a una que está mejor
valorada, tu puntuación sube aún más. —Gira su cara tóxica hacia mí—. ¿Sabes quién
es la joya de la corona de la piscina este año?
Juro por Dios que voy a hacerle daño.
Mucho.
—La única e inigualable señorita Dahlia Roy.
Me cuesta más esfuerzo del que esperaría detener el rugido de mi cabeza.
Detener los violentos impulsos que estallan por mis venas y casi me hacen dar un raro
paso imprevisto.
Pero se lo devuelvo todo a mordiscos.
Por ahora.
—¿Qué dices, Drakos?
Los labios de Chase se curvan con maldad.
—He sentado las bases y ya estoy en camino de alzarme con el primer premio.
56 Pero si quieres hacer las cosas un poco más interesantes para mí, estoy seguro de que
podría hacer las cosas emocionantes para todos los involucrados.
Me rechinan los dientes.
—El bote actual por follarse a la joya de la corona, que sería la querida Dahlia,
es de cien mil dólares. —Me sonríe—. Si consigues hacerla perder su virginidad antes
que yo, voy a triplicar eso.
Extiende la mano y sus ojos se clavan en los míos.
—Entonces, ¿tenemos un trato?
En los últimos dos minutos, me he ido apartando poco a poco, lo que ha hecho
que Chase y sus amigos imbéciles también se apartaran. Porque las personas son en
su mayoría ovejas, y pueden ser fácilmente arreadas si lo haces lo suficientemente
sutil.
He estado arreando a Chase, Brad y Spencer hacia la izquierda, hasta que están
de pie con la espalda a sólo tres metros de trescientos kilos por centímetro cuadrado
de presión de agua.
—¿Y bien?
—Oye, ¿Chase?
Frunce el ceño.
—¿Qué?
—Inclínate.
Su ceño se frunce más.
—¿Para qué?
—Tu enema.
Pulsé el botón de mi bolsillo, activando la carga y lanzando litros de agua a sus
espaldas.
Lamentablemente, no está a la altura adecuada para sodomizarlos a los tres.
Pero sin duda es suficiente para que se vayan chillando y saciar la sed de sangre que
llevo dentro.
Desgraciadamente, también es suficiente para que la mitad de los estudiantes
que están en el green corran a ponerse a cubierto, como si alguien acabara de hacer
estallar una bomba de tubo.
Dahlia incluida.

Presente:
—Esto no me gusta un carajo.
57 Aparto los ojos del trabajo de mi teléfono para mirar a Hades, sentado a mi
lado. Estamos de nuevo en los jardines de la casa de ya-ya. Pero hoy no es otro
cumpleaños.
Es la boda de Callie.
—¿Qué es lo que no te gusta, Hades? —murmuro en tono aburrido, volviendo
a mirar mi teléfono. Siento que me está mirando.
—Jesús... ¿realmente necesito hacer una lista completa?
—Con lo más destacado bastará.
Gruñe.
—¿Qué tal el hecho de que nuestra hermanita se va a casar con ese engreído,
rubio, Capitán América hijo de puta que es doce años mayor que ella?
A mí tampoco me agrada la idea. Pero entiendo perfectamente por qué está
pasando, y es cien por cien la mejor -de hecho, podría decirse que la única- forma de
separar a Callie del contrato de nuestro padre con los Carvelis. Además, sé que está
haciendo a Callie absurdamente feliz.
Con su enorme enamoramiento de Castle y todo eso.
Necesito sacar algo de tiempo para explorar sus sentimientos un poco más,
porque no estoy seguro si esos sentimientos son recíprocos o no.
¿Y si lo son? Bueno, tal vez hayamos pasado el punto de tirarlo de un tejado.
Pero como mínimo tendremos una conversación enérgica.
Y si eso falla, siempre está el plan B, es decir, fuera del tejado.
—Hades, relájate. Es el jefe del imperio Kildare, un exranger del ejército con
cinco años de experiencia en combate, pasó diez años siendo guardaespaldas de
Neve y Eilish, ha salvado la vida de... —Frunzo el ceño mientras empiezo a marcarlos
con los dedos, intentando recordar—. Es decir, básicamente a todo el mundo en esta
puta boda al menos una vez, incluida dicha hermanita. —Arqueo una ceja y me encojo
de hombros—. No veo cuál es el problema.
Hades frunce el ceño y señala con el dedo a Castle, que espera en el pequeño
altar con el sacerdote ortodoxo griego que ya-ya pidió, aunque esta boda sea sólo un
espectáculo, por el bien de los Carvelis.
—Ese mierdecilla va a follar a nuestra hermana.
—¿Y si nuestra hermana quiere que la folle?
—Amigo, ¿asqueroso?
Pongo los ojos en blanco otra vez y vuelvo al teléfono, suspirando.
—Es adulta, Hades. Los adultos tienden a tener sexo.
—Bien, ¿podemos dejar esto?
—Tú fuiste quien sacó el tema.
58 —Bueno, ojalá no lo hubiera hecho.
—Créeme, en eso estamos de acuerdo.
Elsa toma asiento junto a mi hermano, se acerca y me da un rápido apretón en
el brazo.
—¿Qué están murmurando aquí?
—La vida sexual de Callie.
—Bien, ¿por qué?
—¿Podemos dejar esto ya, por favor? —gime Hades.
Ya lo he hecho. Mis dedos vuelan sobre mi teléfono mientras empiezo a encajar
otra pieza de mi plan. Ya he tendido una trampa. Una pared de ladrillos para
encerrarla ya ha sido colocada y el mortero se ha secado. El resto se está levantando
rápidamente.
Pronto, no tendrá a dónde huir. Ningún lugar dónde esconderse.
No hay forma de escapar de mí.
Lentamente, permito que mis ojos se eleven y recorran los jardines hasta donde
Dahlia está sentada con Eilish y Gavan.
Se ve... deliciosa.
Boda falsa o no, todos están vestidos de punta en blanco para las fotos en las
que insiste ya-ya, y que Ares considera cruciales para vender todo esto a los Carvelis.
Si mi propia información sobre Massimo Carveli y la familia LeBlanc de la mafia
francesa es correcta -y estoy casi seguro de que lo es-, entonces “vender” el
matrimonio de Callie y Castle no es algo de lo que nadie deba preocuparse. Pero,
¿quién soy yo para salirme de mi carril?
Volvamos a Dahlia. Lleva un vestido envolvente verde oliva, cuyo tono combina
a la perfección con su piel, su cabello oscuro y sus ojos verdes. No es abiertamente
sexy, pero tampoco es un saco de arpillera.
Es una maldita distracción, eso es lo que es. Muy, muy molesto.
Pronto, querida.
Pronto.
El caso es que quererla no es sólo tomar lo que antes se me negaba. Es un
castigo. Por el dolor que me causó a sabiendas. Sólo ella es la única persona en la
historia de mi vida que ha conseguido engañarme y traspasar mis defensas.
Y he pasado años cazándola, buscando mi forma de vengarme. Saboteando su
felicidad. Acabando con la más mínima chispa de llama que se atreviera a parpadear
entre ella y cualquier otro hombre.
Durante el último año y pico, me distraje de mi plan. Tenía que ocuparme de
59 nuestras operaciones en Europa, lo que, como puedes imaginar, es una tarea
sobrehumana que requiere literalmente toda mi concentración. Es la única razón por
la que no me di cuenta de que se había acercado a mi hermana.
Como un tonto.
La música empieza a sonar. Hábilmente, tecleo unas cuantas indicaciones más
en mi teléfono y luego levanto la mirada hacia su espalda. Se pone tensa y, cuando
suena la música y mi hermana empieza a caminar por el pasillo hacia Castle, Dahlia
nota que la miro, se sobresalta y se vuelve. Sus ojos se clavan en los míos de inmediato
y luego se agrandan mientras su rostro se vuelve blanco.
Sonrío mientras pulso el último botón del teléfono antes de meterlo en el
bolsillo y sellar su destino.
El último muro de su prisión se deslizó alrededor de Dahlia Roy.
Y no tiene ni puta idea.
60
7
Dahlia
—No puedo creer que no estés enloqueciendo ahora mismo.
Tirada en su extremo del gran sofá, Callie se encoge de hombros con desdén.
—Quiero decir, no estoy asustada. Y antes estaba mucho peor. Pero... —Vuelve
a levantar los hombros y suspira—. No sé. Supongo que tal vez porque crecí tan
firmemente en este mundo, no es tan loco para mí. —Arruga la frente—.
Probablemente debería hablar con alguien sobre eso, ¿no?
Sonrío mientras me acerco a ella y le aprieto la mano.
—Me estás hablando de eso ahora mismo.
Hay gente que no puede tomarse un respiro. Primero, Callie se compromete
con un cerdo mafioso que le triplica la edad como parte de un acuerdo que su difunto
padre firmó con él. Luego, cuando el mafioso muere, el idiota de su hijo se presenta
en la fiesta de cumpleaños de Callie para decir que ahora es mágicamente “suya”.
Por eso tuvo que casarse con Castle. Y, quiero decir, Castle está
escandalosamente bueno, no me malinterpretes. Y es un hombre agradable y
decente. También está bastante claro para mí que Callie ha estado enamorada de él.
Pero aun así, los enamoramientos son una cosa. Ser obligada a casarse con alguien
con sólo dos días de antelación para romper un marcador de sangre de la mafia es
una locura.
Y por si fuera poco, hace dos semanas, justo después de su boda, alguien abrió
fuego contra la casa de piedra rojiza de la familia Kildare, casi matándolos a ambos
antes de que Castle empezara a disparar y ahuyentara al pistolero.
En resumen, Callie y Castle se han refugiado juntos en el ático de Konstantin
Reznikov. Konstantin, hermanastro de Gavan y codirector de la Bratva Reznikov, se
encuentra en Londres con su mujer, Mara, que está embarazada y a punto de dar a luz
a gemelos. Su pied a terre aquí en Nueva York es una maldita fortaleza, y está vigilada
como Fort Knox. Incluso yo tuve que ser puesta en una lista de “visto bueno” sólo para
pasar por la puerta de abajo sin recibir un disparo. Y eso por guardias de Kildare que
me conocen.
—Bueno, si alguna vez quieres enloquecer, sabes que puedes llamarme.
Ella sonríe.
—Gracias. Estoy bien, supongo. Sólo aburrida y un poco más de estar atrapada
61 en este lugar.
Esa es otra parte del trato. Mientras se queden aquí, y mientras todo el mundo
esté buscando a quienquiera que haya disparado contra ella y Castle, Callie no puede
irse. Literalmente, no puede salir de este apartamento de una habitación y un baño,
ocupado normalmente por una pareja casada, bajo las estrictas órdenes de Castle,
por no mencionar a todos sus hermanos.
—Me imagino que si tú no te asustas, yo estaré bien. —Me guiña un ojo.
Callie conoce gran parte de mi historia. No toda, pero conoce la parte de mi
madre y Nasser El-Sayed. Sabe que cuando yo era un bebé, mi tía Celeste, que en
aquel momento estaba falsamente casada con Amir, el hijo de Nasser, se vio obligada
a hacerme pasar por su hija para las fotos, y que mi madre hacía de “niñera”. Hasta
que el tío Adrian ayudó a Celeste a liberarse de todo aquello y nos salvó a mi madre
y a mí.
Resoplo.
—¿En serio crees que no estaría enloqueciendo ahora mismo si estuviera en tu
lugar?
—No. No lo estarías. —Se encoge de hombros con naturalidad—. Porque eres
una malota total.
Me sonrojo y sonrío.
—Bueno, quiero decir, culpable de los cargos. —Las dos nos reímos mientras
dejo vagar mis ojos por el francamente impresionante apartamento moderno de
cristal, a prueba de balas, por supuesto, y acero, con vistas a casi todo Manhattan.
—Amiga, hay lugares seriamente peores en los que podrías estar encerrada.
Este lugar es increíble.
Hace una mueca.
—Sí, está bien. Supongo.
—¿Has vuelto a mover mi puta navaja?
Ambas giramos la cabeza cuando Castle sale furioso del único dormitorio del
apartamento, con el torso desnudo y una toalla alrededor de su musculoso y estriado
torso. Se detiene bruscamente al verme.
—Mierda, lo siento —refunfuña—. No sabía que pasabas por aquí, Dahlia.
—¿Sorpresa? —Sonrío débilmente—. Lo siento, estoy totalmente irrumpiendo.
—También es mi casa —le dice Callie rotundamente—. Se me permite tener
invitados.
Sus cejas se fruncieron.
—Nunca dije que no pudieras.
—Y no tengo ni idea de dónde está tu estúpida navaja.
62 La fulmina con la mirada mientras se le calienta la cara.
—Vamos a bajar el tono de la actitud delante de la compañía, ¿de acuerdo?
—Sí, señor —responde ella con la boca.
Los ojos de Castle brillan. Callie se pone roja. Un segundo después, Castle se
da la vuelta y entra en el dormitorio.
—Encantado de verte, Dahlia.
La puerta se cierra tras él. Me vuelvo para mirar a mi amiga.
—¿Qué? —murmura.
—Estás de broma, ¿verdad? —resoplo—. Callie, eso ha sido lo más parecido a
un trío de lo que creo que nunca formaré parte.
Se sonroja profundamente y pone los ojos en blanco en un vano intento de
desviar la atención que fracasa por completo.
—Estás imaginando cosas.
—No lo estoy.
—¿Podemos cambiar de tema?
Suelto una risita, dejándola en paz. Por el momento.
—Claro.
—¿Qué pasa entre tú y mi hermano?
Casi vomito, la pregunta me golpea tan desprevenida, justo en las tripas.
Palidezco y se me pone la cara blanca mientras la miro fijamente.
—¿Qué? —finalmente pregunto.
Callie frunce el ceño.
—Sí, he estado queriendo preguntar desde mi cumpleaños. Pero entonces, ya
sabes... —Agita los brazos en el aire elocuentemente. Gesticula ampliamente ante
todo.
Trago saliva.
—No hay nada entre Deimos y yo.
—Pero se conocen, ¿verdad?
Me muerdo el labio, tratando de averiguar si es mejor mentir descaradamente,
o simplemente abrazar lo suficiente de la verdad para barrer esto.
Optemos por la segunda opción. Tiene más posibilidades de no explotarme en
la cara.
—Fuimos juntos a la escuela. Eso es todo.
Sus cejas vuelan hacia el techo.
63 —Espera un momento. ¡¿Cómo es posible que hayamos sido amigas tanto
tiempo y me esté enterando ahora de que fuiste a la puta Knightsblood?!
Me desvío con un gesto de la mano.
—Porque sólo fui un semestre. Medio semestre, incluso. Realmente no era para
mí.
Ahí no hay ninguna mentira.
—Deimos y yo no éramos amigos ni nada. Creo que él estaba en último año
cuando yo estaba en primer año.
Callie frunce el ceño.
—Vaya, espera... ¿estabas allí cuando hubo ese gran incendio que mató a esos
dos tipos?
Todavía puedo sentir el calor. Oler el humo.
Saborea la sangre en el aire.
No fue el fuego lo que los mató.
—Sí —murmuro en voz baja—. Sí, eso fue... una locura.
Ella exhala.
—Es una locura. Deimos nunca mencionó que ustedes se conocían. ¡Y tú
tampoco!
Me lo tomo a risa.
—Honestamente, nunca me di cuenta de que no lo había mencionado. Pero no
era como si fuéramos amigos o algo así.
Ella asiente, satisfecha, y luego mira el reloj.
—¿Quieres pedir algo de comer?
Hago una mueca.
—No puedo. Tengo que ir a una reunión de asesores en el campus muy rápido,
y luego me voy a la orientación para mis prácticas.
—Ooooh. —Callie mueve las cejas mientras me levanto y recojo mi bolso—.
Qué emocionante.
La puerta del dormitorio se abre y Castle, ahora vestido con pantalones grises,
chaleco a juego y camisa blanca, sin corbata y con las mangas remangadas, sale. No
se me escapa en absoluto la avidez con la que Callie lo mira. Castle hace todo lo
posible por no volver a mirarla, y en su lugar me mira a mí.
—¿Vas a salir, Dahlia?
—Sí, cosas de clase.
Se encoge de hombros.
64 —Bueno, si vas hacia Columbia, puedo llevarte. Yo también voy a Harlem.
—¿Sí? Eso sería genial, en realidad. Gracias.
¿No tener que pagar un taxi ahora mismo, dado el futuro incierto de mis
finanzas? Sí, por favor. Mi madre ha estado haciendo un frente valiente, pero la guerra
silenciosa con Gerard continúa. Y ahora que los asesores financieros de mamá han
tenido la oportunidad de profundizar en las cosas y ver lo que está pasando, tenemos
una idea mucho mejor de lo grave que podría ser el daño.
Alerta de spoiler: muy malo.
Gerard, el idiota, viene por todo. Lo único que me salva es que el holding que
controla la fundación de mi madre que ayuda a mujeres que escapan de situaciones
de maltrato está técnicamente a mi nombre, no al suyo. Así que Gerard no puede tocar
eso. No es que gane dinero, pero lo que hace por esas mujeres significa más para mi
madre que cualquier dinero.
Callie suspira fuerte y dramáticamente.
—Sí. Puede salir de casa. Puede ir a sitios.
Castle pone los ojos en blanco y la mira como si fuera una mocosa que no deja
de presionarle los botones. Tengo la impresión de que ese es exactamente su plan.
—Jugar con la mafia irlandesa durante toda tu juventud, ir al entrenamiento
básico y luego pasar cinco años en zonas de combate activo con los Rangers del
Ejército —le responde—. Entonces, sí, por supuesto, puedes salir de casa.
Callie le da la espalda. Castle suspira y me lanza una mirada exasperada de
“ayúdame”.
—Vamos, Dahlia. Te llevaré al campus.
Vuelvo a mirar a mi amiga.
—Llámame cuando quieras.
—Sí, ya me contarás qué se siente en la piel con una brisa fresca y la luz del sol
sin filtrar. Se me ha olvidado —murmura, mirando fijamente a Castle.

Tras una rápida entrevista con mi asesor académico, decido tomar el metro
hasta la dirección que me acaban de dar para mis prácticas en Laconia Logistics. No
hay literalmente nada sobre ellos en Internet, lo cual es más que extraño. Mi asesora
me dice que se han incorporado en el último momento a la lista de candidatos para
las prácticas. También me dijo que no tenían que presentar una declaración de
objetivos, por lo que lo conseguí sin haber terminado esa parte.
En conjunto, no me da una imagen muy profesional de ellos. Pero bueno,
65 pronto lo sabré.
Doy la vuelta a la esquina del edificio académico y choco contra alguien. La
chica da un grito ahogado al mismo tiempo que yo, y ambas caemos hacia atrás
mientras papeles y libros salen volando por todas partes.
—¡Oh, Dios mío! —se atraganta, con cara de mortificación mientras se pone en
pie con dificultad—. ¡Joder, lo siento mucho! Estaba mirando el móvil como una idiota.
—No, no... —Hago una mueca de dolor mientras me levanto del suelo y me
pongo en pie—. No, fue totalmente culpa mía, no miraba por donde iba y corría
demasiado rápido.
—Oh, por favor, no, todo esto corre de mi cuenta —dice la chica, muy
arrepentida, mientras se agacha para recoger los papeles. Me arrodillo para ayudarla
y ella sigue tartamudeando—. No, en serio, puedo...
—Eh, no pasa nada. —Le sonrío mientras le entrego un montón de sus
papeles—. Soy Dahlia, por cierto.
La chica se aparta el cabello rubio ceniza de la cara, revelando unos grandes
ojos azules brillantes.
—Victoria, hola.
—¿Tú también estudias aquí? —le pregunto, con la mirada fija en la bolsa de la
Universidad de Columbia que lleva colgada del hombro.
—Sí, universitario. Estudiante de último curso de ciencias políticas.
Sonrío ampliamente.
—No puede ser. Ahora estoy en el programa de posgrado de negocios, pero
también estudié ciencias políticas.
Ella sonríe.
—¡Es una locura!
Las dos nos levantamos y nos quitamos el polvo de la ropa. Me alivia ver que
mi traje de falda sigue estando bien.
Me aclaro la garganta.
—Mira, esto es quizás súper raro, pero todavía tengo básicamente todas mis
notas de mi último año. Si alguna vez quieres echarles un vistazo...
Se le iluminan los ojos.
—¿Hablas en serio?
Me río.
—Por favor. Es lo menos que puedo hacer por golpearte el cuerpo.
Se sonroja ferozmente.
—Dios mío, eres un ángel. Me perdí un montón de clases a principios de año
66 por algunas cosas de familia, y todavía estoy jugando a ponerme al día.
—¡Honestamente, es un placer!
Intercambiamos números y volvemos a reírnos.
—Tengo que correr a esta cosa de prácticas. Pero, en serio, llámame cuando
quieras por lo de las notas.
—¡Lo haré! Y muchas gracias. —dice Victoria—. ¡Buena suerte con las prácticas!
Veinte minutos bajo tierra más tarde, estoy en el centro de la ciudad, corriendo
por la acera hacia las oficinas de Laconia Logistics cuando suena mi teléfono. Es
Bethany, la directora general de la fundación de mamá y del holding que la gestiona.
—Dahlia, hola —chirría con su característico tono entrecortado.
—Hola, Bethany, estoy a punto de saltar en...
—¿Tiene sólo un minuto? Esto es importante y me pareció oportuno que lo
oyera de mí.
Me detengo justo delante del edificio en el que estoy a punto de entrar, con el
corazón latiéndome con fuerza.
—Uh, bien, ¿qué pasa? Mamá me estaba diciendo anoche que Gerard no
puede...
—Acabamos de vender Roy Holdings Limited.
Siento como si la acera estuviera a punto de abrirse y tragarme. Un zumbido
llena mis oídos mientras me entumezco.
Roy Holdings Limited es el holding que controla la fundación de mi madre. Lo
único en lo que Gerard no iba a poder poner sus manos.
Y ahora se ha ido.
—¡¿Qué?! —grito al teléfono—. Beth, no puedes...
—Yo... puedo, en realidad —exhala pesadamente—. Mira, Dahlia, siento
mucho ser yo quien te cuente esto. Y siento de verdad que haya sido así.
—¡No puedes! —grito de nuevo, sobresaltando a los peatones que pasan.
—Dahlia, cariño, escúchame, puedo. Soy la directora general, o al menos lo
era, y con todo lo que está pasando con tu padrastro, me temo que tengo que pensar
en una estrategia a largo plazo. Por no hablar de lo que es mejor para todos los
involucrados con la empresa. Sé lo mucho que la fundación significa para ti y para tu
madre, créeme, lo sé. Por eso acepté este trabajo, porque creo en la misión. Pero esta
no es una fundación que paga sus propias operaciones, Dahlia. Depende al cien por
cien de los ingresos de los otros activos, inversiones y holdings de tu madre. Sin eso,
perderías la fundación de todos modos. Y pronto.
Aprieto los ojos mientras me apoyo en el edificio que tengo detrás.
Joder.
67 —La oferta llegó hace unas semanas. La ignoré, porque no era una opción para
nosotros en ese momento. Pero luego las cosas avanzaron con las mociones legales
de Gerard, y quedó claro exactamente lo rápido que la fundación se quedaría sin
dinero en efectivo. Entonces esa misma parte subió su oferta de compra, y la he
aceptado.
—Beth...
—Fue una oferta enorme, Dahlia. Treinta millones.
Se me salen los ojos de las órbitas. ¿Qué?
—Después de que los accionistas reciban su parte, y después de las
indemnizaciones de los empleados...
Doy un respingo. La fundación emplea a más de cincuenta personas. Cincuenta
personas que ahora están sin trabajo.
—Y las salidas de nivel C...
Ladro una carcajada. Salidas de nivel C, como una forma agradable de decir
pagos masivos para el equipo ejecutivo de la empresa.
—Así que te has cosido un bonito y jodido paracaídas dorado, supongo —me
quejo.
Suspira pesadamente.
—Después de todo eso, aún quedan doce millones para ti y tu madre. Mira,
entiendo que no es suficiente para darte el mismo estilo de vida que disfrutaste
después de que tu madre recibiera la fortuna de Nasser El-Sayed...
—No te atrevas a pronunciar el nombre de ese idiota.
Se toma un tiempo.
—Lo siento, no era mi intención. Mira, Dahlia, siguen siendo doce millones de
dólares. Es una vida muy, muy buena.
—¿Y cómo de grande es el cheque que te has cortado, Beth? —me quejo,
temblando de rabia—. Suficiente para otra casa en la playa...
—Los términos de mi paquete de salida están realmente definidos legalmente,
Dahlia, y escapan a mi control. Pero aun así, redistribuí mi paga entre los demás
empleados salientes.
Oh.
Ahora me siento como una mierda. Me muerdo el labio.
—Yo no soy el enemigo aquí, Dahlia —exhala Bethany, su voz tensa y cansada.
—Bueno, ¿quién es, entonces? —murmuro—. ¿Quién demonios pagaría treinta
millones por una fundación que ni siquiera gana lo suficiente para mantenerse?
—Nunca he oído hablar de ellos. Pero son una empresa canadiense, con una
68 nueva oficina en Nueva York...
—¿Quién...?
—… llamada Laconia Logistics.
Todo se queda quieto. El pulso me palpita en las sienes mientras giro
lentamente la cabeza, fijando la mirada en la discreta placa de latón de la entrada del
mismo edificio en el que me apoyo. La que enumera a todos los inquilinos comerciales
actuales.
Una empresa de contabilidad. La consulta de un alergólogo. Una empresa de
diseño gráfico, una consultora de estrategia política, una agencia de publicidad...
Y la puta Laconia Logistics.
No creo en las coincidencias. Al menos no a este nivel.
Alguien me está jodiendo. Y estoy a punto de descubrir quién.
—¿Beth? Tengo que llamarte.
Cuelgo y entro con toda la furia de un huracán. Le digo quién soy a un
aterrorizado recepcionista, que me hace pasar por seguridad hasta los ascensores.
Mi pulgar se atasca en el botón de su planta. Hago crujir los nudillos e intento calmar
la respiración mientras el ascensor sube a la planta veinte, donde Laconia Logistics,
de Canadá, tiene sus nuevas y lujosas oficinas en la gran ciudad.
Cuando se abren las puertas, salgo disparada, dispuesta a hacer llover fuego y
azufre con la furia de una diosa vengativa.
.. .hasta que salgo de los ascensores hacia la nada.
Nada de oficinas lujosas en las grandes ciudades. Ni siquiera oficinas. Ni
cubículos. Ni recepcionistas alegres. Ni las omnipresentes plantas de helecho, ni el
soso e inofensivo arte corporativo de las paredes.
Nada.
Sólo una silla sentada al otro lado del espacio abierto cerca de la pared de
ventanas con vistas a la ciudad, junto al único teléfono fijo tristemente tirado en el
suelo.
Es totalmente silencioso.
¿Qué demonios es...?
—Espero que hayas encontrado el lugar sin problemas.
Grito, dando un respingo al oír su voz. Deimos se escabulle de la pared junto a
las puertas del ascensor contra la que ha estado apoyado, acechando en las sombras.
Como siempre.
No da un paso, sino que rezuma de la oscuridad a la luz, sus ojos brillan
malévolamente al clavarse en mí.
Sinceramente, he estado esperando a que esto pasara desde que me enteré de
69 que se quedaba en Nueva York. Y no dejaba de repetirme que se quedaba, a pesar
de su odio por esta ciudad, por todo lo que está pasando con Callie.
Pero en el fondo, sabía -sabía- que era más que eso.
Así que he estado esperando a que cayera el otro zapato, esperando a que
saliera de detrás de cada árbol o de cada callejón por el que paso. Esperando que
cada sombra en mi visión periférica sea él, viniendo por mí.
Lo realmente jodido es que esperaba que lo hiciera.
Y esa es la parte más retorcida de mi horrible, destrozado, lleno de humo,
carbonizado y empapado de sangre pasado con Deimos Drakos: que por mucho que
le odie y por mucho que me aterrorice...
Tampoco puedo liberarme de él. Nunca podré cortarme esa parte cancerosa
enterrada dentro de mí que se niega a dejar de pensar en él.
Soñando con él.
Fantaseando con él, por el amor de Dios.
Si eso se debe a que evoca ese miedo y esa excitación en mí, o a pesar de ello,
es una conversación que nunca he estado realmente preparada para mantener
conmigo misma.
Pero ahora, aquí estamos. Y esas mismas ensoñaciones -o pesadillas- de
sombras que se materializan en Deimos están teniendo lugar en la vida real, justo
delante de mí.
—Hola, cariño.
70
8
Dahlia
El tiempo se congela. El mundo se detiene a nuestro alrededor cuando Deimos
se detiene a medio metro de mí. Una vez más, me sorprende el enorme poder que se
arremolina en torno a este hombre como una nube oscura y ominosa.
Una plaga.
Si esto fuera una película, habría relámpagos crepitando a su alrededor y
truenos retumbando a cada paso. Película o no, la verdad es que casi me sorprende
que Deimos no haya subvertido todas las leyes de la física y la química para
conseguirlo.
Sus ojos oscuros brillan con maldad. Pero es el regocijo mezclado con ella lo
que realmente me pone los nervios de punta. Me encojo bajo su mirada. Y al mismo
tiempo...
Que Dios me ayude, también estoy ardiendo bajo él.
Hay cosas que nunca cambian.
—¿Qué es esto? —consigo graznar, tras lo que me parece una eternidad de
silencio.
Las comisuras de sus labios perfectos y diabólicos se curvan cruelmente.
—Esto es entrar en la planta baja de una fantástica nueva oportunidad de
negocio, Dahlia.
Mi garganta sube y baja mientras intento tragar el grueso nudo que se me ha
formado. Mi lengua se desliza por la parte posterior de los dientes mientras mi
cerebro intenta formar palabras, incluso mientras sopeso si es sensato hablar.
—¿Te gustan nuestras oficinas? —murmura con toda la sinceridad de un
chiste—. Pensé que el centro podría ser un poco exagerado. Pero, bueno, las
apariencias lo son todo en este mundo, ¿no?
—¿Qué es esto? —vuelvo a murmurar.
¿Una broma? ¿Una broma de mal gusto? ¿Joderme por joderme? ¿O algo mucho
peor? Tal vez sea parte de algo mucho más cruel que este monstruo psicótico tiene
reservado para mí.
Porque es un psicótico. Ahora lo sé.
Antes, cuando estábamos en Knightsblood, yo -y supongo que todos los demás-
71 achacábamos el carácter enervante, aterrador y a veces francamente cruel de Deimos
a que era un príncipe narcisista de la mafia con problemas de ira. Como la mayoría
de los príncipes mafiosos ricos y poderosos, es decir, como la mayoría de los
estudiantes de Knightsblood.
Pero a lo largo de los años, cuando he pensado en ello -mucho más de lo que
nunca debí haberlo hecho- y he repasado esos encuentros y considerado sus gestos
una y otra vez, me he dado cuenta de que era mucho más que un niño rico con un
resentimiento en el hombro y una inclinación por la maldad.
Deimos no es sólo retorcido. Está desquiciado.
Siempre parecía inteligente. Pero luego había pequeñas vislumbres en las que
te dabas cuenta de que no sólo era listo, era jodidamente listo. Y aún más inteligente,
sabiendo ocultarlo un poco. Calculador como una máquina, y despiadado hasta la
saciedad. Vengativo, también. Sólo años después de dejar Knightsblood me di cuenta
de que la inclinación de Deimos por la venganza, por no decir su obsesión por ella,
no era sólo un acto de tipo duro de la mafia.
Era una compulsión. Un hambre que necesitaba alimentar.
Los matones y tiranos ordinarios utilizan la fuerza bruta y la crueldad como
escudo para ocultar sus inseguridades y temores.
¿Deimos? No tiene inseguridades. No hay miedo dentro de él. Se comportó
como lo hizo porque lo disfrutó.
Y, al parecer, aún lo hace.
—Deimos...
—A juzgar por tu dramática entrada, supongo que ya habrás hablado con
Bethany Pietro.
Ni siquiera puedo hablar. Sólo puedo fulminarlo con la mirada y esperar que
mi mirada lo encienda en una columna de fuego.
—Dahlia, ya hemos establecido que no eres, de hecho, muda. ¿Es más un
traumatismo craneal?
—Bastardo...
—Prefiero el término jefe.
Trago saliva y me estremezco cuando la palabra sale de sus labios.
—Como seguro que Bethany te ha explicado, ahora soy dueño de Roy Holdings
Limited, en su totalidad. —Me guiña un ojo—. Pero no cambien de canal,
espectadores, se pone mejor.
Mis venas se convierten en hielo.
—¿Qué has hecho?
Su boca se curva en una sonrisa de tiburón.
72 —En la próxima hora, más o menos, supongo que empezarás a recibir llamadas
de, bueno, de un buen número de personas. Te voy a estropear un poco la sorpresa
y te diré que todas esas personas tienen algo en común.
Me estremezco cuando se acerca a mí sin esfuerzo, provocándome un
estremecimiento premonitorio.
—Todos ellos dirigen varias empresas, fondos y carteras de inversión
pertenecientes a una tal Adele Roy.
Mi madre.
Sonríe.
—¿Te gustaría saber por qué van a llamar?
Asiento, mis movimientos son lentos, como si me ahogara en alquitrán.
—He estado de compras, Dahlia. Ya sabes cómo es; el dinero de las dietas
quemándote un agujero en el bolsillo. —Niega con la cabeza con pesar.
Ay, Dios.
—Ahora, la buena noticia es que, como tu madre y sus contables fueron lo
bastante astutos como para dividir su patrimonio en una cartera diversa, no está todo
en el mismo sitio para que el avaricioso Gerard lo saquee. Otra buena noticia es que
de las catorce empresas y fondos en los que está repartido, he sacado a seis de ellos
de esta partida de ajedrez con tu padrastro. Que, por cierto, valen en conjunto unos
trescientos millones de dólares.
Me quedo mirándolo, con la boca abierta. Deimos vuelve a sonreír como un
tiburón.
—Por favor, pregunta.
—Cómo...
—¿Cómo me las arreglé para comprar activos de tu madre por valor de
trescientos millones de dólares por, bueno, bastante menos de trescientos millones
de dólares?
Asiento en silencio, con los ojos muy abiertos y el corazón latiéndome en el
pecho.
Deimos mira a su alrededor con indiferencia, sin importarle que mi mundo se
derrumbe a mi alrededor.
Porque por si no fuera bastante malo que mamá y yo lo estemos perdiendo todo
por un hombre en el que nos permitimos confiar, ahora, otro demonio se ha unido al
saqueo. Y mientras que Gerard probablemente está haciendo esto puramente por el
dinero, tengo un horrible y enfermo presentimiento de que Deimos lo está haciendo
por la única razón de que puede hacerlo.
Porque le divierte atormentarme, por alguna jodida razón.
73 —Trucos. Patrañas. Mentiras. Intimidaciones y chantajes. En cualquier caso, de
nada.
Parpadeo, mirándole fijamente.
—¿Perdón?
Sus ojos se arrastran sobre mí.
—He dicho que de nada.
—¡¿Por qué?!
—Por detener al padrastro querido antes de que pueda llevarse todo.
—Claro, recogiéndolo para ti —digo fríamente.
—Prefiero llamarlo rescate de activos.
—Que los hayas robado tú en vez de él no hace que sean menos robados...
—Los recuperarás.
Me tenso. El corazón me da un vuelco, el pulso me retumba en los oídos y su
sola presencia me absorbe el oxígeno de los pulmones.
—¿Qué?
—Dije que los recuperarás.
—¿Cuánto? —Aprieto los dientes.
Los labios de Deimos se curvan en las comisuras mientras niega con la cabeza.
—Creo que nos estamos adelantando un poquito, ¿no crees?
—Y creo que inventaste una empresa falsa sólo para fastidiarme.
Se ríe en voz baja y me estremezco cuando se acerca aún más a mí. Sube la
mano y contengo un grito ahogado cuando dos de sus dedos me rozan la parte inferior
de la barbilla, haciéndome levantar los ojos hacia los suyos.
—Vaya, vaya, vaya —gruñe—. Mira a quién le ha crecido una columna
vertebral en los últimos seis años.
—Jódete y…
Me sobresalto y la adrenalina me recorre el cuerpo cuando la poderosa mano
tatuada de Deimos me aprieta con fuerza la mandíbula.
Su mano llena de cicatrices.
La mano que lo vi acunar protectoramente mientras goteaba sangre en la noche
del incendio.
La noche que lo destruyó todo.
—Para ser una chica que estudia empresariales a nivel de posgrado —gruñe—
74 , estás siendo escandalosamente displicente y poco profesional con alguien que ahora
es tu jefe.
Me estremezco y suelto una fría carcajada.
—Tú no eres mi jefe.
—Al contrario. Tengo tu contrato de aceptación de prácticas en mi correo
electrónico, firmado por tu asesor académico, que dice que sin duda lo soy.
Mis ojos se clavan en los suyos.
—Es una pasantía no remunerada, y soy completamente libre de renunciar en
cualquier momento...
—En realidad, estas prácticas sí son remuneradas. —Mi cuerpo se estremece
cuando su mano aprieta un poco más mi mandíbula y me mira a la cara—. Paga
trescientos millones de dólares, para ser exactos. ¿No es asombroso?
Lo miro fijamente.
Tú. Hijo. De. Perra.
—Estás de broma.
No dice nada. Pero su mano suelta mi mandíbula. Una sensación de frío me
recorre la espina dorsal, la piel se me pone de gallina cuando Deimos empieza a
caminar lentamente a mi alrededor. Una parte de mí quiere girar el cuerpo para
seguir sus pasos, como si fuera un animal salvaje que se abalanzará sobre mí en
cuanto le quite los ojos de encima.
Pero otra parte de mí se niega a dejar que tire de mis hilos. Porque sé que lo
hace. Le he visto hacerlo antes: pastorear a la gente, hacer que jueguen directamente
a su favor de forma sutil e intrigante.
Así que me quedo donde estoy, mirando al frente, con la barbilla alta.
—Les devolveré a ti y a tu madre las empresas que arrebaté delante de las
narices de Gerard.
—Qué caritativo por tu parte —digo con sorna.
Retrocede hasta mi campo visual, con una sonrisa fría y desconcertante en su
rostro letalmente hermoso.
—Soy muchas cosas, Dahlia —gruñe en voz baja—. Pero puedo asegurarte que
la caridad no es una de ellas. Como iba diciendo: Les devolveré las empresas y los
activos a las dos, por un precio.
Esa sensación de escalofrío vuelve a recorrerme la espalda mientras sigue
rodeándome, como un león que se acerca para matar.
—Y otra vez —digo con frialdad—. Cuánto.
—Vas a ser mía.
Me tiembla el pulso cuando algo retorcido se despierta en mi interior, en ese
75 lugar oscuro y peligroso que tanto me cuesta mantener bajo llave.
—¿Perdón?
Me estremezco cuando su andar lento y metódico le lleva a detenerse justo
delante de mí.
—¿Qué demonios significa eso? —digo.
—Significa lo que yo quiera que signifique. Harás todo lo que te pida. Contestar
mis teléfonos. Archiva mi papeleo. Limpia, cocina, haz mis malditos impuestos si te lo
pido. Seré tu dueño, completamente.
Me erizo, los dientes me brillan mientras él se mueve lentamente hasta situarse
detrás de mí.
—Yo no...
—Incluso serás mi puta, si te lo pido.
Respiro con fuerza cuando sus palabras me llegan al oído. El calor de su cuerpo
y su aroma a bergamota, especias y cuero me ahogan en su proximidad mientras la
oficina vacía se queda en silencio.
Santo Dios, realmente dijo eso.
Incluso serás mi puta, si te lo pido.
Quiero decir que es la rabia y la indignación que surgen dentro de mí. Y puede
que en parte sea así. Pero esa no es la única causa de la repentina explosión en mi
interior.
—Tú...
—¿No puedes? Oh, pero puedo. —Vuelve a ponerse delante de mí y se detiene
de nuevo, asomándose con sus ojos negros clavados en los míos—. Sí, Dahlia, puedo,
joder. La elección es tuya. —Me da una tarjeta de visita negra mate en la que sólo
figura su nombre y una dirección impresa en pan de oro—. Ven a mi casa mañana a
las ocho de la noche o no hay trato.
Me quedo muda, con el pulso retumbando en mis oídos, mientras Deimos se da
la vuelta y comienza a dirigirse despreocupadamente hacia el ascensor.
—Tengo algunos asuntos que atender. —Se vuelve para sonreírme con
frialdad—. Tengo que familiarizarme con seis empresas nuevas.
Es un esfuerzo no gritar.
—¿Por qué no te quedas aquí? —Frunce el ceño y me señala con la mano la
oficina completamente vacía—. Si pudieras acomodar a todo el mundo, tal vez hacer
que los informáticos pongan en marcha el sistema de correo electrónico. Ah, y si
pudieras colorear mi horario de la semana que viene y hacer un organigrama general,
sería estupendo. Muchas gracias.
Está loco. No sólo un imbécil, y un ególatra narcisista con complejo de Dios.
76 Está legítimamente loco.
—¿Alguna pregunta?
Niego lentamente con la cabeza, mirándolo con incredulidad.
—¿Es eso un no...?
—¿Qué demonios te pasa? —digo.
Su sonrisa fría y malévola desaparece en un instante. Me estremezco cuando
ese brillo cruel de tiburón parpadea en sus ojos como mercurio negro. Su mandíbula
se tensa y me sobresalto cuando de repente se abalanza sobre mí. Sus manos grandes
y fuertes me agarran la cara con fuerza por la mandíbula y me hacen desviar la mirada
mientras su poder me envuelve en una nube negra de veneno.
—Te dije lo que pasaría si volvíamos a cruzarnos —gruñe con maldad—. Te lo
dije, joder.
—¡Yo viví aquí primero!
—Y ahora yo también.
—¡Ese no es mi problema! —escupo de vuelta.
Su labio se levanta en un leve gruñido.
—Oh, sí, lo es —murmura peligrosamente—. Sí, es tu problema. Ahora, de
nuevo: ¿qué dije?
Trago grueso, sintiendo cómo me tiemblan las piernas y me palpita la piel
donde me toca la cara, consumida por un calor ilícito y un miedo desnudo.
—¿Qué. Dije. Dahlia?
—Que te lo llevarías todo —susurro, estremeciéndome, con la respiración
entrecortada en la garganta.
“Si te vuelvo a ver, me lo llevaré todo. Me llevaré todo lo que amas y aprecias. Me
lo llevaré todo, cariño”.
Asiente lentamente.
—Bien recordado. Eso hice. Pero me siento generoso.
Sus labios se curvan un poco. Se me entrecorta la respiración cuando me
aprieta la mandíbula y de repente hunde la boca en el pliegue de mi cuello. Sus labios
y su barba rozan mi mejilla y el planeta se tambalea sobre su eje cuando me susurra
al oído.
—En realidad no será todo. Sólo tú.
77
9
Dahlia
Hace seis años:
Lo leí demasiado rápido.
El día que descubrí ese diario, devoré al menos un tercio antes de que se
pusiera el sol. Unos días después, cuando volví a leer un poco más del que podría
convertirse en mi libro favorito de todos los tiempos, me di cuenta de que tenía que
bajar el ritmo.
Es como si te sirvieran el trozo de tarta más delicioso del mundo. Puedes
metértelo en la cara de golpe y sumergirte por un momento en todo el efecto de su
sabor. O puedes saborearlo lentamente. Puedes tomarte tu tiempo y disfrutar de cada
bocado, alargando cada momento todo lo que puedas.
Ese es mi nuevo enfoque del diario, y de la misteriosa y emocionalmente
compleja persona que lo escribió. Y así, durante las últimas semanas, entre los
deberes de clase, evitando a la cabrona de mi compañera de piso, tratando de
entender por qué el chico más popular del instituto no para de hablarme y de
ofrecerse a llevarme los libros a clase, y saltando ante cada sombra imaginando que
es Deimos, he estado intentando que el diario dure más cuando vengo aquí a leerlo.
Cada vez que vengo, sólo me permito un bocado: una entrada.
Pero aun así, por fin he llegado al final. Hace unos días leí la última entrada, de
varias páginas, en la que se reflexionaba sobre la competencia. El autor “de quien
estoy seguro, por su letra, que es un hombre” se preguntaba por qué los seres
humanos del siglo XXI, con acceso a maravillas tecnológicas inimaginables y el poder
de alimentar al mundo entero, seguimos luchando. ¿Por qué libramos guerras? ¿O
competimos por cualquier cosa? ¿Por qué celebramos esa competición?
Es raro. Quienquiera que sea esta persona, es yo, casi literalmente.
Me volvía loca pensar que había llegado al final. Pero entonces volví unos días
después de la última entrada sobre la competición y había otra entrada, breve,
enfadada y llena de rabia sobre algo que les ocurrió en el pasado y que todavía
intentan enterrar.
Quiero decir, de nuevo, soy yo. Soy yo hasta el punto de que el otro día tuve un
sueño de locos en el que era a la vez autora y lectora de este diario. Como una especie
de loca trama psicológica sacada del Club de la Lucha.
Yo soy Tyler. Tyler soy yo.
78 La verdad es que no. Quiero decir, puedo tener mis problemas, pero no soy
ese tipo de loca. No creo que lo esté, al menos.
Han pasado cinco días desde la última entrada. Y todavía no ha habido otra. Eso
es el doble del tiempo que el autor suele pasar entre escritos.
Hoy me cuelo en el jardín secreto y sigo mi rutina habitual. Reviso la zona para
asegurarme de que estoy realmente sola y luego saco con cuidado la piedra suelta
que oculta el diario. Abro uno de mis libros de texto y meto dentro el libro de cuero
naranja, por si acaso alguien me descubre.
Cada vez que hago esto, deseo en secreto que el propio autor me descubra
leyéndolo. Quiero decir, sí, probablemente se enfadarían, o se avergonzarían, o
ambas cosas. Pero sé que si pudiera mostrarles lo locamente parecidos que somos,
quizá podríamos ser amigos.
Tal vez más que eso.
Llegados a este punto, después de haberme metido tan profundamente en la
psique de esta persona, en sus pensamientos y en sus sueños, no es sólo que la
conozca más íntimamente de lo que he conocido a nadie en mi vida.
Creo que podría estar enamorada de él.
Sea quien sea.
... Sí, como dije: problemas. Bienvenido a mi locura.
Me siento en el banco y hojeo la última entrada enfadada sobre el pasado. Con
alegría, paso a la página siguiente y veo que el escritor ha añadido algo nuevo. Al
instante, se me borra la sonrisa de la cara y el corazón se me hiela.
Se supone que los diarios son privados.
¿Quién eres?
Cierro el libro con un grito ahogado. El corazón se me sube a la garganta y el
pulso se me dispara. Me pongo en pie de un salto, vuelvo a meter el diario en su
escondite y lo cubro con la piedra antes de recoger mi bolso y salir corriendo del
jardín.
Doy sólo cuatro pasos antes de detenerme.
Los terrenos del campus a mi alrededor están completamente silenciosos y
vacíos, el cielo gris y las hojas volviéndose naranjas y rojas a medida que se instala
el otoño. Vuelvo la vista al banco y al escondite que hay tras él.
¿Quién eres?
¿Quién eres TÚ, amigo autor?
Dicen que curiosamente mató al gato. Por otra parte, dicen todo tipo de cosas
raras. Así que aparto ese pensamiento, vuelvo a sentarme en el banco y vuelvo a sacar
el diario. Saco un bolígrafo del bolso, le arranco la tapa de un mordisco y abro el
79 diario por la última página con la última pregunta.
Yo soy tú, en cierto modo. Una marginada. Una extraña. Alguien que no
encaja, como tú, al parecer. Siento mucho entrometerme en tus pensamientos
personales. Encontré tu diario por accidente hace poco, y no puedo dejar de leerlo.
Es como si escribieras desde dentro de mi cabeza.
¿Quién eres?
Tendré mi respuesta al día siguiente.
Yo soy Tyler. Tyler soy yo.
Has leído mis pensamientos más íntimos. Quiero conocer los tuyos. Lo justo
es justo, ¿verdad?
Cuéntame algo sobre ti que nadie más sepa.
El hecho de que esta persona utilizara exactamente la misma frase del Club de
la Lucha que yo tenía en la cabeza me hace sonreír. Además, tienen toda la razón. Ni
siquiera sé quién es, pero tengo una visión muy personal de sus pensamientos y
sentimientos privados.
Y así es como empieza todo. Yo comparto una parte de mí. Él reflexiona sobre
ello y, a su vez, comparte otra parte de sí mismo.
No quedamos para vernos. No conocemos a las personas que hay detrás de la
correspondencia del diario.
Pero finalmente, tengo un amigo aquí.

Presente:
—Entonces, ¿cómo están todos en Nueva York? ¿Hay alguna novedad sobre ese
horrible tiroteo...?
—Mamá...
Se detiene a mitad de camino.
—¿Oui?
—Lo estás haciendo otra vez.
—¿Haciendo qué?
Lo digo siempre, pero nunca está de más repetirlo: mi madre es una
superheroína. Procedente de una familia pobre del suburbio parisino de Seine-Saint-
Denis, mamá encontró trabajo a los dieciséis años con unos papeles falsos como ama
de llaves de un hombre de negocios de Oriente Medio ultra rico. Nasser tenía una
casa en París que utilizaba quizá cinco veces al año, lo que lo convertía en un trabajo
80 increíble, dado que Adele cobraba como personal a tiempo completo.
Entonces, un día, Nasser vino a su casa de París, y mi madre no volvió a salir de
la casa en once meses.
No conozco todos los detalles. Creo que sólo la tía Celeste y mi madre lo saben.
Pero sí sé que mamá me considera su golpe de suerte, porque me concibió muy
pronto. Y una vez que supo que estaba embarazada, Nasser no volvió a tocarla.
Pasó los siguientes nueve de esos once meses encerrada en una suite del
sótano de aquella enorme mansión parisina, leyéndome y cantándome en su vientre.
Y cuando por fin nací, después de todo eso, me separaron de ella.
Bueno, más o menos.
El hijo de Nasser, Amir, estaba enamorado de una italiana sin las conexiones ni
los lazos familiares adecuados. Entonces Nasser hizo un trato comercial con Jean
Margaux, el padre de Celeste, según el cual, Celeste se casaría con Amir.
Durante los años siguientes, mientras Celeste y Amir viajaban por todo el
mundo viviendo el estilo de vida multimillonario de Instagram, yo aparecía como su
niña para los paparazzi. Era fácil: tenía la misma herencia francesa e iraní de Adele y
Nasser que habría tenido si realmente fuera hija de Amir y Celeste. Y necesitaban un
bebé para “vender” su falso matrimonio.
Por suerte, Celeste se aseguró de que mi madre no quedara fuera de juego por
completo. Convenció a Amir para que exigiera a su padre que les permitiera llevar a
Adele con ellos por todo el mundo como mi “niñera” hasta que conseguimos
liberarnos de todo aquello, con la ayuda de Adrian Cross.
Y ahora, años después, con todos los motivos para ser una mujer destrozada,
mi madre sigue en pie. Incluso después de lo que pasó cuando yo tenía doce años.
Incluso ahora, con el amor de su vida apuñalándola por la espalda y llevándoselo
todo.
Permanece inquebrantable. Inquebrantable.
Sinceramente, es mi heroína.
—Dis-moi, Dahlia. —Suspira—. ¿Qué es lo que estoy haciendo?
—Fijarte en cómo puedes ayudar a otras personas con sus problemas en lugar
de enfrentarte a los que tienes tú misma.
Hay un momento de silencio antes de que suspire.
—¿Qué? ¿No se me permite preocuparme por la familia Kildare y por el hecho
de que alguien disparara a tu amiga Calliope, sólo porque ese sac à merde de Gerard
por fin mostró sus verdaderos colores?
Niego con la cabeza.
—Lo siento mucho, mamá.
—Eh —murmura desdeñosamente—. No te preocupes. Que se joda.
81 Es Adele poniendo su cara de valiente; siendo alucinante y encogiéndose de
hombros como si se tratara simplemente de un hombre que la dejó plantada en su
segunda cita. No un hombre con el que se casó y al que finalmente abrió su corazón,
y que ahora la está apuñalando por la espalda después de años juntos.
Sé que se está muriendo por dentro, aunque mantenga la compostura durante
nuestra llamada. Porque he hablado con Celeste, que fue mucho más sincera sobre el
estado emocional de mi madre respecto a todo lo que está pasando.
—Mira, iba a preguntar... ¿has hablado con el tío Adrian sobre...
—Tus tíos han hecho por nosotros más de lo que jamás podré devolver, Dahlia
—murmura en voz baja—. No les pediré nada más.
—Mamá...
—Él no puede resolver todos nuestros problemas, cariño. —Suspira de
nuevo—. De todos modos, no he terminado de luchar. Hoy me pondré en contacto con
algunos antiguos inversores, y con algunos de los miembros de la junta de algunos
de los fideicomisos. —Jura en francés—. ¡Si pudiera evitar que algunos de estos
cobardes abandonaran el barco y vendieran nuestros activos al primer postor!
Es mitad porque no tengo corazón para decírselo, y mitad porque literalmente
no sé qué palabras usaría para decirle que un psicópata con el que una vez fui a la
escuela, y con el que me crucé, es el que usa empresas fantasma para comprar sus
bienes. Sí, esto los “salva” de Gerard. ¿Pero a qué precio?
Oh Dios...
A mí.
Yo, y lo que Deimos me pida. De la segunda parte no voy a hablar con mi madre.
Pero cualquier mierda sádica que tenga planeada para mí, la aceptaré. Puedo
soportarlo. Por el bien de mi madre. Ella ha hecho y dado todo por mí.
Ahora me toca a mí.
—Pero basta de eso. ¿Cómo va la escuela, cariño? ¿Y cómo van tus nuevas
prácticas?
Miro la hora y hago una mueca. Mierda, tengo que irme.
—Son buenos. Los dos están bien. En realidad —gimo—, tengo que dejarte ir.
Tengo una... una reunión, con mi nuevo jefe en las prácticas.
—¿Tan tarde?
Trago saliva y siento que el calor me sube por el cuello.
—Eh... sí.
—Bueno, no te retendré, entonces.
—Mamá, sabes, siempre puedes venir aquí, quedarte conmigo un rato.
Ella ríe su risa musical y plateada.
82 —Eres demasiado dulce. Pero, non, ma chérie. Estoy en mi mejor momento en
París. Y tengo a Celeste y Adrian a un corto viaje en tren en Londres.
Asiento.
—¿Estás bien, Dahlia?
—Estoy genial.
—Seguro que sí, ma chérie.
Me sonrojo mientras pongo los ojos en blanco.
—Te quiero, mamá.
Después de colgar, me ducho rápidamente, me afeito las piernas y me seco el
cabello. Me maquillo en el espejo empañado del cuarto de baño, y solo cuando estoy
de pie en mi armario mirando con desesperación un cajón abierto de mi francamente
abismal colección de cualquier cosa que pudiera llamarse generosamente “lencería”
en contraposición a “ropa interior” es cuando realmente me doy cuenta.
Jesucristo.
Me estoy arreglando para él. Me estoy arreglando, como si fuera a una cita.
Quiero decir, acabo de afeitarme las piernas y la línea del bikini.
“Incluso serás mi puta, si te lo pido”.
Sé -de verdad, de verdad lo sé- que no está siendo metafórico. Recuerdo la
reputación de Deimos en la escuela: no había chica en el campus que no estuviera
dispuesta a adorarlo por un guiño o un destello de esa sonrisa depredadora y
psicóticamente bella. Y estoy segura de que, a medida que se ha hecho mayor, más
poderoso y aún más escandalosamente guapo, su afición por arrasar con mujeres al
azar no ha hecho más que crecer.
Sé exactamente lo que significa que vaya a su casa esta noche. Lo jodido es que
no me da asco. No estoy furiosa, ni enferma. No me horroriza que este hombre me
haya invitado tranquilamente a ir a su casa para intercambiar mi cuerpo por su
misericordia.
Estoy tratando de llegar allí, en mi cabeza. Intento forzarme a sentir lo que sé
que debería sentir por todo esto.
No funciona. Nada de lo que intento recordarme sobre los desequilibrios de
poder, o la esclavitud sexual, o incluso la palabra “prostitución” hace una sola cosa
para forzar los sentimientos negativos a la superficie.
Quiero decir, podría decir que no. Podría simplemente no aparecer esta noche,
e ignorar a Deimos y toda la pasantía. Y podría haber consecuencias al hacer eso,
pero sólo serían monetarias. No es como si fuera a perseguirme, atarme y obligarme
a tener sexo con él o algo así.
Al menos, no creo que lo hiciera.
Pero aunque podría decir que no a todo esto, sé que no lo haré.
83 No cuando existe la posibilidad de que haciendo esto salve las empresas y la
fundación de mi madre.
Al final, me conformo con mi único conjunto de lencería negra a juego, una
falda de tartán burdeos hasta la rodilla, un sencillo top negro y un cárdigan azul claro.
Parezco arreglada, pero no glamurosa. Guapa, pero no sexy.
Media hora más tarde, el guardia de seguridad del edificio me acompaña hasta
el ascensor desde la dirección que figura en la tarjeta negra mate. Subo suavemente
hasta la duodécima planta del elegante loft del Soho y, cuando las puertas se abren
con un discreto tintineo, casi se me salen los ojos de las órbitas.
Santo. Mierda.
El espacio es impresionante, en honor a la herencia del edificio como fábrica
antes de que se convirtiera en lofts para millonarios. Vivo en lo que considero un buen
apartamento en el Upper West Side, con un espacio decente para la ciudad de Nueva
York.
Pero el lugar de Deimos empequeñece el mío.
Los metros cuadrados son impresionantes, con suelos de madera originales
rehabilitados, paredes de ladrillo y vigas vistas en los techos altos. Dos de las paredes
están completamente cubiertas por antiguas ventanas de hierro negro, e incluso hay
una puerta que da a un patio privado.
La iluminación es tenue, casi demasiado, porque sólo hay tres luces en todo el
local. Además, apenas hay muebles: solo un sofá de cuero marrón, una silla a juego
enfrente y un pequeño escritorio a un lado, junto a un carrito de bar.
Y en una esquina, un magnífico piano de cola de color negro.
Mi labio inferior se retrae entre los dientes mientras mis ojos se detienen en el
piano, recordando. Deimos no sólo era el psicópata residente de Knightsblood y jefe
de The Reckless. También era un pianista asombroso. Una vez le oí tocar en un
concierto escolar.
Era impresionante. Como seriamente asombroso, alucinante. Al parecer,
incluso se habló de hacerse profesional. Supongo que el trabajo de la mafia pagaba
mejor.
Exhalo mientras echo un vistazo al apartamento. No es que no tenga muebles.
Pero en un espacio de este tamaño, se siente muy escaso y vacío con sólo esas piezas
aquí. La cantidad de espacio abierto es una locura. Como, podrías fácilmente montar
una bicicleta alrededor de este lugar, o acoger carreras de relevos.
—Creo que la estética se llama “vintage minimalista”.
Me estremezco y giro la cabeza para ver a Deimos saliendo de las sombras
junto a una columna de apoyo. Dios mío, ¿cómo puede seguir haciendo eso? Como un
fantasma que aparece de la nada. Me da mucho miedo.
Respiro entrecortadamente y recupero la compostura mientras lo fulmino con
84 la mirada.
—¿Es a propósito, o es que aún no has comprado el resto de los muebles?
No sé si Deimos tenía una casa propia en Nueva York antes, pero lo dudo,
teniendo en cuenta que vivía a tiempo completo en Londres. Lo que significa que ha
comprado este lugar en las últimas semanas.
Su única respuesta a mi pregunta es levantar el hombro.
—Aún no lo he decidido.
—¿Aún no has decidido si necesitas muebles?
—No. ¿Y?
Frunzo el ceño.
—Y nada. Quiero decir, es tu apartamento.
—Sí. Y aquí estás.
Trago saliva y me alejo de las puertas del ascensor, que se cierran tras de mí.
Deimos levanta el vaso de cristal de lo que parece whisky que tiene en la mano
y lo sorbe lentamente mientras sus ojos se deslizan sobre mí.
Quemándome bajo su mirada.
—¿Quieres tomar algo?
Sí, claro, añadamos alcohol a esta mezcla. Fantástica idea, Dahlia.
—No, gracias.
Se le levanta una comisura de los labios.
—¿Segura?
—Sí, acabemos con esto.
Mi corazón late a mil por hora, aunque intente disimularlo. Porque la verdad es
que estoy muy por encima de mi cabeza aquí. No sé exactamente lo que viene a
continuación, o lo que son sus planes para mí esta noche.
Pero sea lo que sea, va a suponer que me tire a lo más hondo sin tener ni idea
de nadar.
Deimos da otro sorbo lento a su bebida y vuelve a mirarme. No es una mirada
abiertamente lasciva o salaz. Pero no hay duda de la intención que hay detrás, ni de
que ignora el fuego de su mirada.
Se acerca al sofá, se sienta en el centro y se tumba despreocupadamente, con
un brazo apoyado en el respaldo y las piernas abiertas. Señala con la barbilla el
espacio que tiene delante.
—Ven aquí.
El calor se acumula en mi interior y algo me recorre la espalda. Hace calor aquí.
85 Demasiado. Y demasiado oscuro. En realidad, tal vez es la cantidad perfecta de
oscuridad. Lo suficiente para poder esconderme.
Pero, ¿quieres esconderte?
Hay cientos de conversaciones diferentes y argumentos contradictorios
rugiendo en mi cabeza mientras camino hacia él, de pie entre donde está tumbado en
el sofá y la silla frente a él. Dejo caer las manos a los costados y luego las llevo al
frente, donde se agitan juntas, antes de volver a los costados, dándome golpecitos
nerviosos en las piernas.
—¿Y bien? —suelto, mirándolo fijamente—. ¿Y ahora qué?
Esboza una fina sonrisa.
—Vaya, vaya. Tan ansiosa por ser mi puta.
Mi cara se calienta y mis labios se curvan hacia atrás.
—Yo no...
—Nunca dije que fueras una puta —gruñe en voz baja, interrumpiéndome—.
Dije que eras mi puta.
Pongo los ojos en blanco.
—No es impaciencia, créeme. Sólo quiero acabar con esto. Tengo otras cosas
que hacer esta noche.
Sus ojos se crispan un poco. Pero entonces sus labios se curvan en una sonrisa
venenosa.
—Por supuesto que sí.
Su pesado sarcasmo me enoja.
—Mira, no tengo ningún interés en juegos, ¿de acuerdo? Me dijiste que viniera
aquí, ambos somos adultos y entendemos lo que esto significa y lo que es. Así que,
terminemos con esto, puedo recuperar lo que es mío, podemos separarnos, y nunca
tendrás que verme...
—Quítate la ropa.
Amplió los ojos y formó una “O” con la boca, porque cualquier respuesta se me
queda atascada en la garganta.
—Yo... —Parpadeo, mi pulso salta de “rápido” donde estaba antes, a nivel de
“velocista olímpico”—. Yo... quieres decir...
—Quiero decir que te quites la ropa. Ahora mismo.
De repente, todo esto es mucho más real de lo que nunca pensé que sería.
—Si no, ahí está la puerta —gruñe, asintiendo de nuevo con la barbilla—.
Aunque huelga decir que, en ese caso, haré lo que me plazca con las empresas que
he adquirido recientemente, por no hablar de sus empleados.
—De acuerdo.
86 Sonríe, arqueando una ceja.
—De acuerdo qué, Dahlia.
—Bien, haré lo que me digas.
—Maravilloso. De nuevo, y es la última vez que te lo pregunto... —Sus ojos se
clavan en los míos por encima del borde de su copa de cristal mientras bebe
lentamente un sorbo—. Quítate la puta ropa.
87
10
Dahlia
—Quítate la puta ropa.
Durante un breve segundo, jugueteo con la idea de huir. Abandonar toda esta
locura, salir corriendo hacia el ascensor y no mirar atrás ni una sola vez.
Pero sólo dura un segundo. Entonces, mis manos se levantan hacia los botones
de mi suéter.
Pero en el fondo, creo que esa decisión ya estaba tomada antes de venir aquí.
Abro los botones despacio, no para provocar, sino por los nervios. Porque no
tengo ni idea de lo que hago, ni de cómo ser sexy. Lo que, por supuesto, me lleva
directamente a pensamientos molestos como, ¿pero por qué demonios quieres ser
sexy para esto?
Esto no es una cita. Deimos no es un posible novio.
Este es un trato con el maldito diablo en persona.
Tiro el suéter y me aclaro la garganta mientras me desabrocho el top. Trago
saliva y me detengo, frunciendo las cejas.
—¿De verdad puedo tomar esa bebida?
—No.
Mis ojos se elevan bruscamente hacia los suyos. —¿Qué?
—No, no puedes. Continúa.
Mis labios se fruncen.
—Literalmente me acabas de ofrecer un trago hace un minuto.
—Correcto. Quizá la próxima vez aceptes lo que se te ofrece cuando se te
ofrece.
Lo miro fijamente.
—Lo dices en serio.
—Y todavía estás vestida. Arréglalo.
Idiota, murmuro para mis adentros. Me quito el top negro y me ruborizo al
sentir sus ojos clavados en mi sujetador. Me quito los zapatos planos, dejo caer la falda
a mis pies y me la quito. Me arde la piel cuando sus ojos se deslizan sobre mí,
88 absorbiendo cada detalle, cada defecto, cada parte oculta de mí.
Cada secreto enterrado. Cada deseo privado.
Como no dice nada, me miro y me muerdo el labio. Comparada con el resto de
la ropa interior que tengo, la que llevo ahora me parecía ridículamente sexy y
seductora en casa. Al mirarla ahora, parece más bien ropa interior normal y corriente,
pero negra y con algunos encajes.
—Todavía estás vestida. No puedes parar todavía.
Me sonrojo, me doy la vuelta, me desabrocho el sujetador y lo dejo caer. Mi
cuerpo entero palpita de vergüenza mientras me cubro el coño con la mano y me paso
un brazo por los pechos.
—Date la vuelta, Dahlia.
Lo hago, temblando y retorciéndome bajo su feroz mirada.
—Esto puede sorprenderte, pero en realidad he visto una forma femenina
desnuda antes. No tienes que proteger mi inocencia.
Mis labios se fruncen al ver su cara de suficiencia.
—Baja los brazos. Ahora.
Respiro entrecortadamente y luego hago lo que me dice, dejándolas caer a mis
costados, donde mis dedos se retuercen y mis puños se cierran en bolas una y otra
vez.
—Bien —gruñe. Sus ojos recorren descaradamente cada parte de mí, se
detienen en mi pecho y luego entre mis piernas. Me retuerzo bajo su mirada.
Pero esto no es tan malo. Puedo hacerlo.
—Ahora siéntate, abre las piernas y tócate.
Lo siento, ¿qué?
Me quedo con la boca abierta y los ojos desorbitados mientras le miro atónita.
—Hacerse la sorda es de muy mal gusto, Dahlia, por no decir insultante para
mi inteligencia...
Mi boca se abre aún más mientras lo miro fijamente.
—Yo no soy...
—Y la próxima vez que insistas patéticamente en intentar fingir que lo eres, te
inclinaré inmediatamente sobre la silla, el sofá, el banco del parque, la barandilla, el
buzón o el taxi estacionado más cercanos, te arrancaré las bragas y te azotaré el culo
hasta que no puedas sentarte en una semana.
Santo. JODER.
Algo explosivo y mortal, como el napalm, inunda mi núcleo.
—Es. Eso. Claro.
89 Asiento rápidamente, tragándome el nudo que tengo en la garganta.
—Sí... quiero decir sí.
—Excelente. Ahora sienta el culo en ese sillón, abre las piernas y enséñame tu
puto coño.
No hay encanto en este hombre cuando no lo necesita o lo quiere como medio
para un fin. No hay suavidad. Ni seducción. Sólo brutalidad y frialdad. Peligro y
miedo.
Desearía poder decir que eso me desanima.
No lo hace.
Lentamente, con la cara palpitante, me siento en el sillón de cuero frente a él,
con las rodillas aún bien juntas.
—Si tenemos que ir a que te revisen los oídos, te llevaré al médico tal cual,
ahora mismo.
Le fulmino con la mirada, con la cara roja y mordiéndome el labio.
—Te he oído perfectamente. No tienes que ser tan idiota.
—Sí, pero disfruto siéndolo. Y sigues sin seguir mis instrucciones.
—¡Bien! —me quejo—. ¡Toma!
Abrí las piernas. Bien abiertas. Deimos me mira y me estremezco al ver que
algo salvaje se enciende en sus ojos.
—Hmm.
Mi mandíbula se aprieta mientras la vergüenza explota en mi cabeza.
—¿Hmm? ¿Qué demonios se supone que significa eso?
—Significa que tienes un coño muy bonito.
Dulce Jesús.
Si antes mi cara se sonrojaba, ahora rompe la puta tabla. Se calienta tanto que
juro que hasta mi visión se vuelve un poco rosada en los bordes.
—Y ahora, me gustaría que te tocaras.
No hay pausas con él. No hay facilidades graduales en nada de esto. Sólo de
cero a cien. En menos de un minuto, me he desnudado y abierto las piernas para él.
¿Y ahora quiere esto?
Empiezo a abrir la boca para protestar. Pero entonces me doy cuenta de que
no sé qué decir y de que me voy a tropezar con las palabras, y me detengo. Porque
este psicópata megalómano y controlador volverá a acusarme de “hacerme la sorda”
y no perderá la oportunidad de cumplir su amenaza de que no pueda sentarme en
una semana.
Me estremezco cuando algo perverso y caliente se enreda en mi interior.
90 —Tócate —gruñe en voz baja, sus ojos palpitan con energía oscura.
—Esto es realmente jodido.
—Entonces, ¿por qué estás tan mojada? —Sonríe.
Hay algo bestial en sus ojos, una luz sádica y salvaje que me excita.
—Yo... yo no.
Pero yo sí.
Mortificantemente.
Deimos se ríe mientras apura el último trago y deja el vaso en el suelo.
—¿Quieres que te lo demuestre?
Mi cara se enciende mientras mis ojos se desorbitan.
—No...
—No estás siguiendo las instrucciones, Dahlia.
Señala con la cabeza el lugar donde mis rodillas se han vuelto a juntar.
—Sabes cómo tocarte, ¿verdad?
Mis labios se fruncen.
—Sí.
—Bien, entonces.
Trago saliva y vuelvo a abrir lentamente las piernas, con un calor vergonzoso
que me recorre desde la cara hasta el pecho desnudo. Desvío la mirada
miserablemente, porque no puedo mirarlo a los ojos cuando hago esto. Me meto la
mano entre los muslos y me estremezco al acariciarme.
El corazón me golpea el pecho.
Es la primera vez que hago esto delante de él. Delante de cualquiera, para ser
honesta.
Todo esto es una primicia. Y lo que venga después también lo será.
Lo que haga... conmigo... será la primera vez que lo reclame.
Sí.
Después de lo que pasó con el monstruo cuando tenía doce años, no tenía
exactamente interés en explorar cosas, sexualmente quiero decir, con nadie más que
conmigo misma. Esto no era exactamente un gran problema, teniendo en cuenta que
siempre fui la chica nueva rara y marginada en innumerables colegios. No es que la
gente hiciera cola para salir conmigo y, no sé, follarme por primera vez o algo así. O
meterme el dedo. O incluso obligarme a una torpe y dentuda primera mamada.
Durante un tiempo, en Knightsblood, pensé que eso podría cambiar. Cuando
91 Chase, a pesar de ser otro deportista tonto, guapo y popular, me mostró una parte de
sí mismo que nadie más podía ver, se abrió una puerta en mi interior que había estado
cerrada durante años.
Pero después de todo lo que pasó en el colegio, me volví a encerrar. Terminé
la universidad aquí en la ciudad en lugar de en Knightsblood, felizmente
manteniéndome al margen. A lo largo de los años he intentado aquí y allá encontrar
compañía, o sí, sexo casual.
Pero, por alguna razón, nunca ha resultado. De todos modos, nunca me ha
interesado tanto, lo cual es bueno, porque siempre hay algo que lo descarrila. Fallan.
Muestran sus verdaderos colores. Resultan ser un asco. Sea lo que sea, nunca ha
sucedido.
Pero de ninguna manera le diré nada de eso a Deimos.
—Dahlia, estoy empezando a pensar que eres una mujer de veinticuatro años
que en realidad no sabe cómo darse placer a sí misma. Es preocupante.
Le fulmino con la mirada, intentando ignorar la desconexión entre hacer eso y
sentarme frente a él con las piernas abiertas y una mano cubriéndome el coño
desnudo.
—Estoy segura de que soy mucho más hábil que tú para provocar placer y
orgasmos en una vagina —digo bruscamente.
Los labios de Deimos se abren de par en par.
—Sinceramente lo dudo. Pero si estás tan jodidamente segura... —Me
estremezco cuando se inclina más, con los codos sobre las rodillas—. Entonces
demuéstramelo.
Algo burlón me recorre la espina dorsal. Y lentamente, asiento.
—Bien —murmuro.
El dedo corazón de la mano que me cubre el coño empieza a moverse,
deslizándose arriba y abajo por mis labios.
No se equivocaba; estoy empapada. Y, quiero decir, si estuviera sola, esto no
sería un problema. Pero es más que un poco extraño sentarse aquí con un público de
uno, a un metro de distancia de mí. Observándome. Juzgándome, como si estuviera
evaluando mi técnica.
—Estoy esperando, Dahlia.
—¿Qué quieres de mí? Lo estoy haciendo! —siseo.
Deimos resopla y levanta una ceja.
—Seguro que estás de broma.
Dejo de mover el dedo y lo miro fijamente. Es mi puto coño, joder. ¿La audacia
de sugerir que podría hacerlo mejor que yo?
—Mira, si insistes tanto en que lo haga, ¿puedes dejar de hablar y dejarme...?
92 —Esto es un choque de trenes. Voy a intervenir.
Espera, ¿qué?
Antes de que me dé cuenta, se levanta del sofá, se abalanza sobre mí y me
separa los muslos con los suyos. Se me agrandan y me quedo boquiabierta cuando
Deimos me agarra la mano, enrosca sus dedos con los míos y, con un solo movimiento,
me mete las manos entre las piernas.
Oh. Mi. Jodido. DIOS.
Dos dedos, uno mío y el otro suyo, se hunden en mi resbaladizo calor. Mi cara
estalla en un arrebato de carmesí, avergonzada de lo mojada que estoy y de que él lo
sepa ahora. Pero antes de que pueda decir una palabra, su dedo se enrosca junto al
mío y se me ponen los ojos en blanco.
Oh mi dulce mierda.
Los dedos de ambos rozan mi punto G.
Y no puedo evitarlo. Gimo.
Trato de aspirar de nuevo, luego toso, tratando de cubrirlo. Pero a este hombre
no se le escapa nada. No hay forma de esconderse del mismísimo diablo mientras
mete y saca los dedos de mi húmedo coño.
—Aquí estamos... —ronronea sombríamente—. Sabía que lo llevabas dentro.
—Que te jodan —suelto.
—Oh, no, cariño —gruñe con una sonrisa tortuosa—. Te estamos follando.
Nuestros dedos embisten por segunda vez. Otro gemido mortificante brota de
mis labios cuando las yemas de nuestros dedos vuelven a golpear mi punto G.
Y como con todo lo demás, no hay pausas ni aclimatación con Deimos. No deja
que me acostumbre, aunque no tenga ni idea de que nunca antes me había follado
con nada más grande que un dedo. Me mete los dedos hasta el fondo, sin disculparse,
sin piedad.
¿Y lo realmente jodido? Nunca he estado más mojada.
Estoy tan mojada que casi me preocupa haberme meado encima. Pero no hay
tiempo para asustarse por eso, o esperar que esto no sea tan anormal que él mismo
se asuste y lo deje todo.
Sigue follándome con fuerza con los dedos de los dos y, cuando me aprieta el
clítoris con la palma de la mano después de sujetármelo con la suya, me quedo con la
boca abierta en un grito silencioso de placer.
Oh joder...oh joder...
Oh JODER.
Voy a correrme.
Los sonidos lascivos, húmedos y chirriantes de nuestros dedos follando mi coño
93 goloso llenan mis oídos junto con los ecos de mis propios gemidos. Estoy tan cerca
que puedo saborearlo. Estoy al borde del abismo, con la cara convertida en una
retorcida máscara de placer y las piernas temblorosas, cuando de pronto la boca de
Deimos se acerca a la mía.
Estoy segura de que está a punto de besarme. Pero eso no es lo que pasa.
En el último segundo, tuerce la cabeza hacia un lado, deja caer su boca hasta
mi clavícula y muerde.
Duro.
Me muerde tan fuerte que estoy segura de que me ha roto la piel o me ha
arrancado un trozo de carne, como el puto psicópata que es. Pero esa aguda
sensación punzante y el consiguiente subidón de adrenalina que me atraviesa por
dentro encienden la última mecha que me queda.
Y un milisegundo después, estoy explotando.
Grito a los cuatro vientos cuando siento que me corro. Mi coño se aprieta
alrededor de mi dedo y el suyo, mis caderas se agitan con una mente propia mientras
estallo sobre nuestras manos. Mi espalda se arquea, mi cabeza cae hacia atrás y sus
dientes siguen clavados en mi clavícula.
De repente, el aire inunda mis pulmones y jadeo, aspirándolo mientras siento
que Deimos se aparta. Su mano sale de entre mis piernas, al igual que la mía.
Me desplomo de nuevo en el sillón, con las piernas abiertas en la postura
menos femenina imaginable, pero sin una gota de energía para moverme.
Cielos. Joder. Joder.
¿Qué demonios ha sido eso? Quiero decir que he tenido orgasmos antes, pero
ni uno solo de ellos era una décima parte de lo que sea la mierda real que acaba de
ser.
Parpadeo y, de repente, me doy cuenta de que Deimos está de pie junto a mí y
sonríe mientras me tumbo en su sillón. Me ruborizo y lucho por incorporarme. Evito
sus ojos mientras busco mi ropa.
—Todavía no.
Jadeo cuando se acerca a mí. Por un momento, creo que va a agarrarme de
nuevo la barbilla o la garganta, y ambas ideas me provocan un estremecimiento
inquietante y terriblemente traicionero entre los muslos.
Pero de repente, hace otra cosa.
... desliza sus dedos entre mis labios.
Y entonces lo saboreo. Me saboreo... a mí. Instintivamente voy a apartar su
mano, pero él me agarra la mano levantada y la mantiene firmemente en su sitio.
—No, no, cariño —murmura—. Quiero que pruebes tu sucio coñito. Ahora
94 chupa. Te prometo que sabes divino. Ahora chupa.
Mi garganta se sacude mientras mi lengua lame tentativamente la punta de su
dedo. Puedo saborearme. Dulce y terroso.
Lentamente, con el dedo aún en la boca, me acerca la mano, abre los labios y
me chupa el dedo que tenía dentro. Lo miro con los ojos muy abiertos y la cara
palpitante, saboreándome aún su dedo.
Esto no debería ser tan erótico.
Tan íntimo.
Finalmente, se aparta. Y así, sin más, se rompe el hechizo. Se da la vuelta
bruscamente, recoge su vaso vacío y camina por el desván casi vacío hasta el carrito
del bar. Mientras se sirve una copa, me pongo rápidamente el sujetador y las bragas,
junto con el resto de mi ropa.
Arquea una ceja incrédulo al darse la vuelta para verme vestida.
—Eso fue rápido.
Me muerdo el labio, evitando su mirada.
—Bueno, hemos terminado.
—Lo hicimos, por ahora.
Le devuelvo la mirada y asiento bruscamente.
—Sí. Hice lo que me pediste. Ahora puedes volver a transferir la propiedad de
esas empresas a...
Deimos se echa a reír. Fríamente. Sin alegría. Cuando me quedo mirándolo,
arquea una ceja divertido.
—Estás bromeando, ¿verdad?
Mi ceño se frunce.
—Yo...
—Estamos tan lejos de terminar, Dahlia, que ni siquiera puedes ver aún el túnel,
al final del cual puede que algún día veas una pizca de luz.
Cuando me doy cuenta de lo horrible que es, quiero decir que me golpea como
una bofetada. Pero una parte de mí sabía que esto era demasiado fácil, si sólo hacía
falta esta noche. Eso era sólo una ilusión por mi parte.
O es mi verdadero deseo que esto siga adelante...
Ahuyento los pensamientos traicioneros mientras me aclaro la garganta,
mantengo la cabeza alta y lo miro fijamente.
—¿Y bien? Cuánto tiempo, entonces.
Despreocupadamente, da un sorbo a su bebida.
—Todo el tiempo que quiera.
95 —No —murmuro—. No es una respuesta.
—¿Intentas negociar cuando ya he...? —Sonríe sombríamente—. ¿Hecho mi
adquisición? No te enseñan muy bien en la escuela de negocios.
—Cuánto. Tiempo —gruño.
—Dahlia, estas discusiones tienen lugar...
—¡CUÁNTO TIEMPO!
—Un año.
Lo miro fijamente y el mundo se queda en silencio mientras el suelo se dobla
bajo mis pies.
—¿Qué?
—Te tengo por un año.
—Eso... no.
—De nuevo, parece tener la impresión de que estamos en fase de negociación.
No lo estamos. Es esto, o aquello. Se trata de que cumplas nuestro acuerdo, después
del cual, recuperarás el control de tus antiguas empresas. Y esa es la puerta, a través
de la cual puedes caminar y decir adiós a cualquier posibilidad de ver tu dinero o tus
empresas o su fundación nunca más.
Lo miro fijamente, con la boca abierta, mientras niego lentamente con la
cabeza.
—¿Y qué pasa con toda la gente que trabaja para esas empresas?
—Sinceramente, me importan una mierda.
Parpadeo para contener lágrimas calientes.
—Eres un puto monstruo —siseo.
—Y tú venías por mí, como una zorrita codiciosa —gruñe, avanzando hacia mí.
Jadeo cuando sus dedos me rodean la garganta y, al instante, el calor que sentí
antes estalla de nuevo, en lo más profundo de mi ser. Mis muslos tiemblan y la
humedad se acumula entre ellos.
Y sonríe. Como si se diera cuenta. Como si lo supiera.
—Te gusta ser mi putita, ¿verdad?
Frunzo los labios.
—Eres un cerdo.
—Y tú eres mi putita ansiosa.
Me estremezco y aprieto los muslos. Deimos se ríe.
—Tendré que recordar que te gusta que te llamen así. Ahora dime... —Baja sus
96 labios hasta mi oreja, haciéndome morder un gemido—. ¿Qué más hace que ese
coñito desordenado se excite por completo?
Cierro la boca.
—¿Y si te ato, o te inmovilizo y te follo sin piedad?
Ay, Dios.
La respiración se me entrecorta en la garganta cuando la oscuridad que
mantengo encerrada en lo más profundo de mí empieza a martillear implacablemente
contra la puerta tras la que la he enjaulado.
—Interesante... —Deimos reflexiona.
—Eso no es... Quiero decir, yo no...
—No, claro que no. —Se ríe. Jadeo bruscamente cuando me pellizca el lóbulo
de la oreja con los dientes—. Error mío, seguro. ¿Qué más, Dahlia?
Aprieto los ojos.
—¿Y si te persiguiera y te atrapara? —Se me corta la respiración cuando su
mano se desliza entre mis piernas. Se desliza por debajo de mi falda y gimo en voz
baja cuando me toca el coño resbaladizo a través de las bragas—. ¿Y follarte como un
animal en celo, sin tener en cuenta tu placer o tu consentimiento?
Dios mío.
El hombre está desgarrando los lugares más privados de mi mente, arrancando
mis fantasías más oscuras, jodidas y desviadas, y poniéndolas a la vista de todo el
mundo.
—Por favor —me gruñe al oído—. Miénteme. Dime que la idea de que te folle,
te llene la boca con tus bragas empapadas y luego te folle desnuda y sin piedad no te
excita como la mierda y transforma este pequeño coño codicioso en un charco.
Miénteme. Porque puedo sentir tu coñito empapado a través de tus bragas.
Se me ponen los ojos en blanco cuando sus dedos empiezan a retorcerme el
clítoris bajo el encaje.
—Y por supuesto, siempre podría encontrarte cuando estás más vulnerable...
mientras duermes, Dahlia. Y podrías despertarte con mi polla surcando tu coño
deliciosamente apretado, o con mis pelotas vaciando mi semen en lo más profundo
de tu bonita garganta.
Se me corta la respiración. Me tiemblan las piernas cuando un segundo
orgasmo amenaza con estallar en mí.
Justo cuando Deimos se para en seco, deja caer su agarre y se aleja. Casi me
caigo, me tiemblan las piernas.
—El trabajo comienza puntualmente a las ocho mañana por la mañana. Sé
puntual.
Parpadeo, intentando centrarme en él mientras la cabeza me da vueltas.
97 —Yo... lo siento, ¿qué?
—Trabajo, Dahlia. —Sonríe finamente—. No pensaste que nuestro acuerdo sólo
iba a ser que te follaran con los dedos en la comodidad de mi casa, ¿verdad?
Lo miro fijamente.
—¿Qué trabajo?
—Tus prácticas. Laconia Logistics.
Arrugo el entrecejo.
—Eso... eso es sólo una broma, ¿no? ¿Una empresa falsa?
—Sí, alquilé tres mil metros cuadrados de oficinas de primera en el puto centro
de Manhattan para una broma.
—Bien, pero ¿qué se supone que tengo que hacer...?
—Lo que yo te diga. Ahí está la puerta. No llegues tarde mañana.
Señala el ascensor.
Idiota.
Lo fulmino con la mirada, o al menos lo intento. Pero es difícil cuando me arde
todo el cuerpo y estoy tan mojada que noto el resbalón en los muslos mientras me
tambaleo hacia el ascensor.
Me giro hacia él cuando las puertas empiezan a cerrarse entre nosotros.
... Que es exactamente cuando envuelve con sus labios uno de sus dedos y lo
chupa hasta dejarlo limpio con un brillo malévolo en los ojos.
—Felices sueños, cariño.
98
11
Deimos
Hace seis años:
Cuando éramos niños, antes de que perfeccionara el arte de no ser
descubierto, cada vez que uno de mis hermanos mayores me atraparan espiando -ya
fuera a ellos o a otra persona- me llamaba chivato.
No me molestan los nombres ni los insultos. Pero ese nunca me ha gustado
mucho: chivato.
Chivato tiene una connotación negativa. Me recuerda a soplón. Suena como
una plaga que erradicas de tu cocina con trampas y veneno.
No soy un chivato.
Soy bueno espiando a la gente. Soy bueno escondiéndome en algún sitio sin
que me vean. No porque tenga que hacerlo, por incapacidad para defenderme si me
atrapan, aunque no me atraparán. Al contrario, en el improbable caso de que me
atrapen, estoy preparado y muy dispuesto a defenderme físicamente, algo que el
ratón que roba galletas en tu cocina no puede hacer.
No hago lo que hago -acechar entre las sombras, pasar desapercibido y ver sin
ser visto- porque sea algo que tenga que hacer. Lo hago porque, sencillamente, me
gusta.
Lo disfruto muchísimo.
Especialmente ahora.
El vapor llena el cuarto de baño que Dahlia comparte con otras tres chicas. Una
es su compañera de piso, la particularmente vulgar Amanda DiBella, de la familia
mafiosa DiBella de Chicago. Con las otras dos compañeras no tengo ningún
problema, porque se mantienen alejadas de Dahlia. Son Yvonne Moreau, de la mafia
marsellesa, y Song Je Hwa, cuya familia está relacionada con Jo-Pok, también
conocida como la mafia coreana.
Actualmente, sin embargo, Dahlia no comparte este baño con nadie.
Es sólo ella.
Y mis ojos.
Su dormitorio, y el baño contiguo que comparte con el dormitorio de al lado,
están en la segunda planta del edificio. Por eso estoy encaramado al árbol que hay
justo delante de dicho cuarto de baño, envuelto en la oscuridad, con la vista puesta
99 en una pequeña muesca que he hecho en el esmerilado de la ventana.
¿Qué? No me estoy escabullendo, ni espiando.
Simplemente estoy... observando. Recopilando información sobre un objetivo
de interés.
Aprender más sobre una curiosidad, que ha despertado la mía.
Una chica en la que soy incapaz de dejar de pensar, de obsesionarme o de
acechar. Y necesito saber por qué. Porque eso nunca me había pasado antes.
¿Obsesión por los objetos o por ganar algún tipo de batalla o competición?
Claro. ¿Con un enemigo o un problema? También. Pero nunca con una chica, que es
por lo que esto necesita... investigación.
La ducha se cierra. Dentro del baño, Dahlia sale y, por un momento, mis ojos
recorren su piel desnuda y bronceada. La pertinacia de sus tetas turgentes, cubiertas
de pezones sonrosados. La forma en que su vientre tenso se curva hasta las caderas y
se hunde en una pequeña V de vello negro entre sus muslos.
Esta... obsesión se me está yendo de las manos.
Al menos soy consciente del hecho. No se me escapa lo jodidamente patético
y estúpido que es para mí estar al acecho en un maldito árbol como un mirón, mirando
dentro de un baño a una chica rara en concreto. No cuando este campus está lleno de
chicas normales. Más concretamente, chicas normales que se desnudarían
gustosamente para mí, como mínimo, sin necesidad de que me suba a los árboles
como un asqueroso.
Y sin embargo, aquí estamos.
Si pudiera mentirme a mí mismo, probablemente empezaría por intentar
convencer a una parte menor y más baja de mí de que esto no tiene nada que ver con
ella y todo que ver con esa puta quiniela que Chase y sus colegas tienen montada.
Que estoy aquí para proteger mi participación en esa ridícula competición,
asegurándome de que nadie más intente llevarse el premio.
Desde luego, no sería la primera vez que... borro a un competidor.
En las últimas semanas, más de un imbécil ha intentado hacer su jugada. Uno
en particular, un chico de Missouri llamado Trayden McAndrews, cuya familia es afín
a la mafia de Dixie, se estaba acercando demasiado.
Un poco manoseador cuando se deslizaba al lado de Dahlia en la cola de la
cafetería. Demasiado atrevido al pedirle su número una y otra vez.
Un poco demasiado descuidado en su... liberación de su ropa interior del cesto
de la ropa sucia cuando ella no estaba mirando.
Naturalmente, tenía que controlar esto. Nada loco, por supuesto. Nada asesino.
100 Simplemente corté los frenos de su mierda de muscle car que guarda en el campus
para pasear los fines de semana.
No murió ni nada cuando envolvió ese Thunderbird alrededor del poste
telefónico. Quiero decir, su medio prometedora carrera como lanzador profesional
de béisbol probablemente está frita. Pero bueno, siempre hay una carrera alternativa
vendiendo metanfetamina a los camioneros, como el resto de su familia de mierda.
Pero estoy divagando.
Vivirá.
Sin embargo, no tocará a Dahlia Roy.
Me sacudo a Trayden y cualquier otro pensamiento de la cabeza mientras
enfoco a través de la pequeña esquina sin escarcha de la ventana. Esto es importante.
No solo porque disfruto mucho viendo a Dahlia desnuda, sino porque necesito
concentrarme. Necesito observarla detenidamente y aprenderlo todo sobre ella.
Para alimentar la peligrosa obsesión que estoy desarrollando rápidamente.
Se apoya en el tocador y deja caer la toalla. Se pasa las manos por los costados,
se agarra los pechos y los levanta con el ceño fruncido. Se pellizca un poco la piel de
la cadera y suspira.
¿De verdad? Quiero decir, por el amor de Dios, la chica es una maldita diosa, y
ella está de pie allí pellizcando cero punto cinco gramos de grasa que de alguna
manera se las arregló para encontrar y decidir que no pertenecen a su cuerpo.
Me dan ganas de atravesar el cristal con el puño y decirle exactamente eso.
No lo hago, obviamente.
Sigo mirándola mientras se seca su larga melena oscura. Mientras se mira en
el espejo su culo delicioso, mordible y muy follable. Mientras se pone sujetador y
bragas, luego leggings y una camiseta, y sale del baño.
La siguiente es su compañera de cuarto, Amanda, viene a continuación. Pero
estoy mucho antes de que ella comienza a desvestirse.
Mi polla no tiene interés en zorras moralmente en bancarrota como esa. En
realidad... y esto es extraño... mi polla parece no tener interés en casi nadie el último
mes.
Sólo ella.
Dahlia.
Pero ahora es el momento de irse, y desvanecerse en la noche. Tengo un
trabajo que escribir, una sonata de piano que practicar y, por supuesto, un caos que
planear.
Y Dahlia para fantasear.
101
Presente:
Me permito una sonrisa de suficiencia mientras miro mi teléfono. Fue tan
dolorosamente fácil hackear su Wi-Fi.
—Niña traviesa... —murmuro en voz baja. Puedo ver lo que está mirando en su
teléfono, ya que lo he sincronizado con el suyo a través de la red Wi-Fi pirateada. Pero
levanto la vista y miro a través de su ventana.
El directo es mucho más interesante.
Dentro de su dormitorio, Dahlia se retuerce bajo las sábanas, gimiendo en voz
baja mientras se mete los dedos en su codicioso coñito.
Sonrío. Casi no llega a casa después de que la pusiera al borde del abismo en
mi loft. Apenas ha cruzado la puerta, se ha desnudado, ha subido a su móvil videos
porno que han despertado mi interés y mi curiosidad, y se ha tumbado en la cama con
la mano metida entre los muslos.
Cuando se tumba boca arriba y arquea la espalda, levantando su delicioso culo,
me agacho y por fin me permito liberar mi polla. Cuando gime contra la almohada,
mirando solo a medias el video en su móvil del hombre de la máscara follando hasta
la saciedad a una chica menuda de rodillas con las manos atadas a la espalda y las
bragas metidas en su boca babeante, empiezo a acariciarla.
Dado que el apartamento de Dahlia en el Upper West Side, a diferencia de su
dormitorio cuando estaba en la escuela, está en el décimo piso, no en el segundo, sin
una rama de árbol conveniente a treinta metros de altura, este ha demostrado ser un
lugar más difícil de alcanzar.
Pero, obviamente, no es imposible.
El aparato limpia ventanas que baja del tejado cinco pisos por encima de
nosotros era bastante sencillo de forzar.
Así que miro. Y sigo mirando. Me sacudo la polla hinchada, lamiéndome los
labios como si quisiera capturar el último resto de sabor de su coño de antes, cuando
nos chupé los dedos a los dos.
Sabe a gloria.
Como el rapto.
Ella sabe, de hecho, como mi perdición.
En la cama, Dahlia se retuerce, entierra la cara en la almohada y olvida el video.
La sábana se le resbala y aprieto los dientes para no gemir mientras veo cómo sus
dedos trabajan y follan su coño con rudeza. Le tiemblan las piernas y se le encogen
los dedos de los pies.
Y cuando ella se corre, yo también.
Mi semen blanco, caliente y pegajoso salpica el exterior de la ventana de su
102 habitación. Y cuando Dahlia se levanta de la cama y se dirige perezosamente a la
ducha, y yo me voy, dejo ese semen justo donde lo rocié.
Una señal para cualquier otro bicho raro o cosa que haga ruido por la noche y
que pueda venir a llamar.
Está hablada. Está tomada.
Siempre lo ha sido y siempre lo será. Incluso si eso es lo que más odio de mí
mismo.
103
12
Dahlia
Respiro hondo y despacio mientras el ascensor sube a la planta de “Laconia
Logistics”. También conocida como la falsa oficina de mierda de Deimos para una
empresa falsa que probablemente no hace nada en absoluto.
Nada más que joderme la vida, eso es.
Todavía hay una vocecita en el fondo de mi cabeza que me susurra que pulse
el botón de parada, vuelva al vestíbulo y salga corriendo, no andando, de este edificio
y nunca, nunca mire atrás.
Incluso después de anoche. Incluso después de la forma en que Deimos se coló
en mis fantasías más secretas y oscuras y las sacó a la luz.
“¿Y si te ato, o te inmovilizo y te follo sin piedad?”.
“¿Y si te persiguiera y te follara como a un animal en celo, sin tener en cuenta tu
consentimiento?”.
“Mientras duermes, Dahlia”.
No debería saber esas cosas sobre mí. Nadie debería. No debería quererlas.
Pero ese no es el problema ahora. El problema es que Deimos Drakos tiene mis
deseos más oscuros en la palma de su mano. Y ya puedo sentir cómo aprieta sus dedos
alrededor de ellos, y de mí.
Debería correr.
Cortar mis pérdidas y correr. Pero no puedo y no lo haré. No después de todo
lo que mi madre ha pasado para llevarme a donde estoy hoy y darme la increíble vida
que tengo. Ha pasado por el infierno y ha vuelto por mí.
Puedo sobrevivir a Deimos por ella.
Se abren las puertas del despacho. Salgo, medio esperando que vuelva a saltar
de entre las sombras de la oficina vacía y haga abucheos.
Pero esta mañana, las cosas son diferentes.
Todavía no es una oficina en funcionamiento. Pero ya no está vacía. Cajas y
cajones de lo que parece infraestructura básica de oficina -sillas, mesas, cubículos,
etc.- llenan el espacio por un lado. En el otro, ahora hay una pared de cristal en forma
de L, encajonada en un rincón de la habitación junto a la ventana.
Y sentado en su interior, ante un enorme escritorio de madera, con una pared
104 de estanterías ya instalada a sus espaldas, está el mismísimo príncipe oscuro.
Deimos levanta la vista cuando cruzo entre cajas y trozos de paredes de
cubículos sin montar. Sus ojos brillan con una especie de malicia mientras se levanta
de la silla de su escritorio y camina tranquilamente hacia la puerta abierta de cristal
y metal negro de su nuevo despacho en la esquina.
—Pareces cansada.
Frunzo el ceño y lo miro mientras avanza. Vaya. Siempre vestía bien cuando
íbamos al colegio, pero Deimos el hombre, el jefe que tengo delante, tiene una figura
muy elegante.
Un traje de chaqueta y pantalón más negro que el negro, quirúrgicamente
confeccionado, con un chaleco gris plomo debajo, una camisa blanca con puños
franceses y una fina corbata negra.
Me ruborizo cuando él merodea hacia mí, repitiendo al instante lo que pasó
anoche.
La sensación posesiva y controladora de él agarrando mi mano y follándome
con sus dedos y los míos.
Haciéndome saborearme.
Probándome a mí también.
—¿Qué? —suelto cuando se detiene delante de mí.
—Dije que pareces cansada, Dahlia.
—Bueno... —Me encojo de hombros y miro hacia otro lado mientras dejo mi
bolsa sobre una caja—. No he dormido bien.
—Quizá deberías irte a dormir a una hora razonable en vez de quedarte
despierta masturbándote como una adolescente cachonda.
Ojalá tuviera el autocontrol para ignorar su comentario como si nada. Pero no
lo tengo. No puedo evitar girar la cabeza para mirarlo fijamente, con los ojos
desorbitados por el horror.
—¿Qué? —Me ahogo.
Deimos sonríe con frialdad, pero no dice ni hace nada ante la sorpresa y la
vergüenza que se reflejan en mi rostro.
¿Qué demonios, me está espiando?
—Tu atuendo de oficina...
Me trago el calor de la cara, obligándome a centrarme.
—¿Qué tiene de malo mi atuendo de oficina?
—Eso es Dior, ¿no?
Levanto una ceja y miro el mejor traje de falda que tengo. Porque, al igual que
105 anoche, cuando me arreglaba, me afeitaba y, Dios me ayude, me hacía la manicura
para él, he hecho todo lo posible por vestirme lo mejor posible para mi primer día
aquí.
Lo cual, de nuevo, es probablemente algún tipo de problema de salud mental
para el que necesito buscar terapia.
—Lo es. ¿Y?
—Una pena.
Frunzo el ceño.
—No te sigo...
—Hoy sacarás de la caja todos estos escritorios, sillas y paredes de cubículos,
los montarás y empezarás la tarea de convertir este lugar en una oficina en
condiciones.
Le miro fijamente.
—Lo siento, ¿qué estoy haciendo?
Su fría sonrisa se desvanece.
—Haces lo que yo te diga, en caso de que aún no hayas asimilado ese concepto
básico. Y hoy, lo que te digo que hagas es eso.
—Quieres que sea una persona de mantenimiento.
—Admito que prefiero el Dior a un mono holgado y una camiseta interior, pero
claro. Llámate como quieras.
—Yo... —Me chupo el labio inferior entre los dientes—. No soy precisamente
hábil.
—Bueno, hay una primera vez para todo, ¿no? Yo que tú me pondría manos a la
obra. Este es solo el primer envío. —Señala con la cabeza las enormes pilas de cajas.
Mi corazón se hunde.
—Si necesitas algo... —Sus labios se curvan—. Bueno, en realidad, si necesitas
algo, confío en que eres lo suficientemente inteligente e ingeniosa como para
resolverlo por ti misma. Estaré en mi despacho.
Gira bruscamente sobre sus pulidos talones y se dirige a grandes zancadas
hacia su castillo de cristal.
—Yo... Lo siento, ¿tengo una oficina? O, ¿tendré una oficina?
Deimos se detiene y se gira lentamente para dirigirme una sonrisa cruel.
—Claro que sí, Dahlia. —Señala con la cabeza la pirámide de cartón—.
Requiere algo de montaje.
Miro fijamente a su espalda a través de la puerta de cristal, que se cierra entre
106 nosotros.
Idiota.
Empiezo a abrir algunas de las cajas y a organizar las piezas que encuentro por
muebles. Las sillas parecen bastante sencillas: sólo un armazón que requiere
atornillar un respaldo y un asiento acolchados, junto con el aparato en la parte inferior
para las cinco ruedecitas.
Pero en cuanto me remango metafóricamente y me pongo manos a la obra, me
encuentro con un obstáculo.
No tengo destornillador.
Deimos levanta la vista al oír mi llamada y suspira exasperado.
—Qué —gruñe.
Abro la puerta de golpe.
—Hola, sí, yo...
—¿Así que veo que no eres lo suficientemente ingeniosa para resolver tus cosas
por ti misma?
Parpadeo, un poco sorprendida por el veneno de su tono.
—Eh, bien...
—Por tu tono —gruñe en voz baja—, y por la forma en que tus ojos apenas se
contienen, sólo puedo suponer que te gustaría decirme algo. ¿Algún comentario,
quizás?
—¿Sinceramente?
—Por supuesto.
Sonrío secamente.
—No creo que haya ninguna razón para que seas tan imbécil.
Su mandíbula se tensa. Una voz no tan pequeña dentro de mi cabeza grita “qué
demonios te pasa, idiota” unas cinco veces seguidas.
—Dahlia —gruñe en voz baja—. ¿Alguna vez has sabido que no soy un cabrón
de corazón frío y mezquino?
—No —suelto rápidamente.
—¿Y qué es exactamente lo que te lleva a suponer que hoy las cosas serán
diferentes en mi departamento de personalidad?
Frunzo los labios sin decir nada.
—Porque si es que mis dedos estaban dentro de tu coño mientras te corrías
sobre ellos como una putita cachonda anoche, estás muy equivocada.
Jesucristo.
107 Se me cae la mandíbula al suelo mientras lo miro fijamente.
—Yo... eso... —tartamudeo—. Eso no es lo que yo...
—Tengo un día muy completo, Dahlia. Qué. Necesitas.
Juro por Dios que voy a estrangular a este imbécil con su complejo de Dios.
—Necesito una herramienta.
Maldita sea. ¿De verdad?
En cuanto sale volando de mi boca, desearía poder volver a meterla. Pero no
puedo, así que tengo que quedarme aquí marchitándome ante la sonrisa de
suficiencia de Deimos.
—Interesante forma de proponerte a tu jefe. Y dado que el resto del personal
aún no ha sido contratado...
—Para poner toda esa mierda junta —siseo con las mejillas humeantes—. Como
un destornillador.
—¿Y supusiste que tendría uno en mi despacho?
—Yo, eh, bueno... —Frunzo el ceño—. ¿Sí?
—Adivina otra vez. Además, no es mi problema.
—Es tu oficina.
—Y tu trabajo.
—Por lo que no me pagan, te recuerdo.
Deimos suspira y se frota la sien con una mano.
—Dahlia, me duele la cabeza.
—¿En serio? Bien.
Hace caso omiso.
—Si quieres quejarte de las prácticas en general como construcción social o
institución o lo que sea, no sé, vete a quejarte por internet o algo. Pero no me lo hagas
a mí. De nuevo, tu trabajo es hacer lo que yo te diga. Hoy, eso significa armar los
escritorios y las sillas por ahí. Y ahora, me estoy estresando mucho por toda la mierda
que tengo que hacer, y sólo hay dos soluciones para eso. ¿Te importaría saber cuáles
son?
—¿Por qué no? —murmuro.
—Solución uno, te arrastras bajo mi escritorio sobre tus manos y rodillas y te
tragas mi polla mientras te follo la cara hasta que me corro en tu bonita garganta.
Santo. Jodido. DIOS.
—O, solución dos, sales de mi despacho, te buscas un destornillador por ahí y
108 resuelves tú misma el puto problema.
Aparta la silla del escritorio y se mira la entrepierna pensativo antes de
mostrarme una sonrisa maliciosa.
—Decisiones, decisiones.
Aprieto los labios, con la cara palpitante.
—Volveré.
Cuarenta y cinco minutos después, tras intentar localizar la ferretería más
cercana, lo que en el centro de la ciudad es tan fácil como encontrar un taxi en hora
punta, estoy de vuelta en la oficina con el nuevo juego de herramientas que acabo de
comprar.
Ignoro a Deimos cuando levanta la muñeca y golpea su reluciente reloj como
un imbécil. Luego me pongo a trabajar.
Dos horas, dos putas horas después, tengo exactamente una silla y medio
escritorio montados. También estoy sudando como un cerdo, incluso después de
haberme quitado los tacones y la chaqueta. Tengo el cabello revuelto y pegado a los
lados de la cara mientras gimo e intento estirar la curvatura de la espalda.
Levanto los ojos hacia la enorme pila de cajas que se cierne sobre mí y gimo.
Esto me va a llevar un puto mes.
Sí, y tu madre habría matado literalmente a alguien para que su mayor dificultad
fuera simplemente montar muebles.
Joder. Puedo hacerlo.
Me animo. Me quito la blusa de seda sudada, me desnudo hasta quedarme sólo
con el sujetador y la camisola, e incluso me subo un poco más la falda para dar aire a
las piernas y poder maniobrar mejor. Me recojo el cabello en una coleta
desordenada. Termino el segundo escritorio y la tercera silla.
Sólo entonces me doy cuenta de que el sol ya está bajo. Miro el reloj y
parpadeo.
Son las cuatro.
Podría llorar. Me ha llevado todo el maldito día montar dos tontos escritorios
de oficina y tres pésimas sillas giratorias.
—Ahora, sé que dicen que Roma no se construyó en un día...
De rodillas, aprieto los dientes y lo miro fijamente.
—¿Qué? —siseo, apartándome de la cara un mechón de cabello que se me ha
escapado de la coleta.
—... ¿pero esperas terminar este año fiscal?
Aprieto la mandíbula y lo miro con rabia.
—Hago lo que puedo, ¿bien?
109 —Si eso es lo mejor que tienes, yo no presumiría de ello.
—¡Eres un idiota!
Suspira y niega con la cabeza.
—En cuanto contrate a una persona de RRHH, informaré de eso, ya sabes.
—¡Adelante! —respondo bruscamente—. Pero lo estoy intentando de verdad,
¿bien? —Me vuelvo hacia la cuarta silla en la que he estado trabajando y empiezo a
enroscar con rabia un tornillo en la almohadilla del respaldo, con la muñeca gritando
de dolor por haberla usado tanto hoy. El destornillador resbala y grito cuando se
clava en un dedo de mi otra mano.
—¡Joder! —siseo, metiéndome el dedo en la boca y chupando.
—Bueno, me alegra ver que al menos eres multitarea.
—¿Qué? —gruño alrededor del dedo.
—Armando los muebles y practicando estar de rodillas... —Sonríe
demoníacamente—. Chupando.
Se me pone la cara roja y se me aprieta el corazón. Deimos se detiene un
momento y luego señala con la cabeza la pila de cajas.
—Te sientes como si este tipo de trabajo estuviera por debajo de ti, ¿verdad?
Frunzo el ceño.
—No, yo sólo...
—Di la verdad. No recurras a una excusa poco convincente. No se trata de que
no tengas los conocimientos necesarios, y no te estoy pidiendo un sermón sobre la
equidad social entre la clase educada y la clase trabajadora, así que no me aburras
con uno. Simplemente crees que este tipo de trabajo para tus prácticas, dado que eres
una mujer muy inteligente y con un alto nivel educativo, está por debajo de ti.
—¿Puedo ser honesta? —me quejo.
—Eso es literalmente lo que acabo de pedirte que hagas.
—Entonces, sí —digo—. Creo que está por debajo de mí. Que sé que es
exactamente por lo que...
—Bien —gruñe con una sonrisa.
Instantáneamente, estoy de pie. Puedo aguantar las estupideces de Deimos,
maldita sea. Puedo intentar predecir el tiempo cuando cambia entre hacerme correr
en sus dedos y luego mandonearme como si fuera una especie de esclava.
Pero no necesito que me preparen para el fracaso sólo para que él traiga
palomitas y mire.
—Lo haces a propósito —siseo.
Deimos se ríe.
110 —¿Te llevó todo el día pensar en eso? Ya sabes, ¿como te llevó todo el día
armar esas cuatro sillas de mierda?
—Jódete.
—Llegaremos, no te preocupes.
Idiota.
—¿Por qué haces esto? —escupo.
Cualquier rastro de alegría y diversión que hubiera en su rostro desaparece.
—¿Por qué, Deimos? —Continúo—. ¿Porque tuve el descaro de empezar una
vida aquí, en Nueva York, y que en una ciudad de nueve millones de habitantes nos
volvimos a cruzar por casualidad? ¡¿Por eso estás tan enfadado?! ¿Estás brom…?
Jadeo cuando acorta la distancia que nos separa y me rodea la garganta con los
dedos. El calor y algo perverso y afilado me recorren la espina dorsal mientras sus
ojos negros se clavan en los míos.
—Tal vez, Dahlia —suelta con maldad—. Es simplemente que soy exactamente
el villano que siempre pensaste que era. Y esto es justo lo que yo. Jodidamente. Hago.
Se acerca tanto que, no por primera vez, creo que va a besarme. Pero, de
repente, sus dedos abandonan mi garganta y se aleja.
—Puedes retirarte.
Mis cejas se arquean bruscamente.
—¿Me estás despidiendo?
—Si te despidiera, no habría ninguna ambigüedad al respecto. —Sus labios se
curvan—. Lárgate. Hemos terminado. Por hoy.
Y entonces, sin decir nada más, se da la vuelta, vuelve a su castillo de cristal y
cierra la puerta.

Dos horas más tarde, por fin estoy en casa y me siento aliviada de haber pasado
la noche. Pero todavía estoy más que lívida por la mierda de Deimos de hoy.
Es un extraño partido de ping-pong que no puedo seguir. En un momento me
muerde la piel y me mete el dedo hasta el fondo, arrancándome el orgasmo más
explosivo de mi vida, y al siguiente me pone a hacer trabajos serviles mientras él se
las da de idiota.
Sí, si esto es lo que va a ser trabajar para Deimos, voy a tener un latigazo
cervical crónico.
Estoy tumbada en el sofá viendo un programa de Netflix sin sentido cuando
111 suena mi teléfono. Mi ceño se frunce un poco cuando veo el nombre de Victoria en la
pantalla: la chica con la que choqué en el campus.
Victoria:
¡Hola! Espero que no sea un mensaje super necesitado tan pronto, pero me
preguntaba si podría aceptar tu oferta de los apuntes de clase. Te lo juro, ¡incluso
puedo pagarte por ellos si quieres!
Sonrío mientras tecleo una respuesta.
Yo:
Dios, por favor. ¡No! ¡Son todos tuyos!
Victoria:
Eres LA MEJOR. ¿Puedo al menos invitarte a una copa o dos?
Yo:
Trato hecho.
Victoria:
¿Ahora sería demasiado insistente?
Victoria, no tienes ni idea de lo bien que suena una copa después del día que he
tenido.
Yo:
La verdad es que una copa ahora mismo suena más perfecto de lo que
imaginas. ¿Dónde vives? Estoy en el Upper West, pero puedo quedar donde sea.
Victoria:
¡Por Dios, Lower Harlem! ¡Estamos tan cerca! Voy a ir a u, sin embargo.
¡Conozco un lugar genial!
Quedamos en The Owl's Tail, una coctelería muy bonita que está a unas
manzanas de mi apartamento y que nunca he visitado. Saco mis viejos apuntes del
fondo del armario y me pongo unos pantalones de yoga y una sudadera con capucha
antes de recoger las llaves.
Al instante, mi teléfono suena con otro mensaje. Mi pulso se acelera cuando veo
el nombre de Deimos.
Deimos Drakos:
Tengo trabajo para ti más acorde con tu posición de su majestad.
Pongo los ojos en blanco. Es seriamente incapaz de no ser un idiota.
Deimos Drakos:
Dejé algunos documentos físicos en la oficina de Laconia Logistics. Necesito
112 que me los traigan a mi loft.
Empiezo a escribir una respuesta cortante sobre mi tiempo personal. Pero
luego la borro y me detengo a pensar en una forma mejor de expresarlo.
Deimos Drakos:
Vi eso. Mientras intentas componer una respuesta perfectamente mordaz y
sarcástica sobre el tiempo personal, o los límites, o lo que demonios ibas a
responder, déjame recordarte: no eres sólo mi becario. Me perteneces.
Mis labios se curvan en una mueca mientras mis pulgares martillean la pantalla.
Yo:
Espero que sepas que estoy haciendo una captura de pantalla de esta
conversación para cuando contrates a esa persona de RRHH. Límites, Deimos.
Son las siete de la tarde.
Deimos Drakos:
Y dónde estaban precisamente esos preciosos límites tuyos ayer, cuando
gemías como una puta mientras tu coñito goloso se corría sobre mis dedos.
Dios mío.
Deimos Drakos:
Es una discusión inútil, porque esto no es ni una discusión ni una
negociación. Necesito esos documentos inmediatamente. Estoy haciendo que tu
trabajo literal sea volver a la oficina a buscarlos y luego traerlos aquí. Ahora
mismo.
Aprieto los ojos y levanto el dedo corazón en dirección a la pantalla.
—Maldito idiota —murmuro en voz alta.
Esto es ridículo. Pero entonces, pienso en mi madre. Pienso en lo que ella haría
en esta situación. Sé con certeza que iría a buscar los malditos papeles. No porque le
tuviera miedo a Deimos. Tampoco porque sea una pusilánime. Sino porque sabe
elegir sus batallas.
Hacer recados de poca monta para Deimos es casi tan odioso como montar
muebles de oficina. Pero el objetivo sigue siendo el mismo: jugar a la pelota y
recuperar el control de las empresas de mi madre.
Gruño mientras le envío un mensaje a Victoria con el ceño fruncido.
Yo:
Hola, lo siento mucho. Necesito dejar para otro día las notas y los cócteles.
Me siento fatal haciendo esto después de que acabamos de hacer planes, pero mi
jefe de prácticas es un imbécil gigante y necesita algo.
Victoria:
¡No hay problema! ¡Lo entiendo! Avísame cuando estés libre.
113 Bueno, al menos todavía hay gente buena y normal en este mundo.
Veinte minutos más tarde, en un taxi que sin duda pagaré -si es que la falsa
empresa de Deimos paga gastos de empresa-, entro por la puerta principal del
edificio. El único guardia de seguridad me hace pasar cuando muestro mi tarjeta de
identificación y pulso el botón de la planta de la oficina en el ascensor.
Qué idiota. Qué cabrón más imbécil.
Se abren las puertas de las oficinas oscuras y salgo.
... y me quedo inmóvil, con la sangre helada y el corazón por los suelos. Mis
ojos se clavan en la planta principal, donde una mujer pelirroja está inclinada sobre
el escritorio de Deimos.
Está de espaldas a mí, pero en realidad no es a ella a quien miro. Es el hombre
sin camiseta de cabello oscuro, de espaldas a mí, que me ofrece una vista completa
de su gran tatuaje de dragón -el escudo de la familia Drakos que Deimos ya lucía
incluso cuando estábamos en Knightsblood- quien se está follando a esa mujer al otro
lado del escritorio.
La bilis me sube por las tripas. Contemplo horrorizada cómo la embiste una y
otra vez, con los músculos de sus brazos ondulantes y sus caderas palpitantes
haciéndole temblar los muslos mientras ella gime de puro éxtasis.
Realmente no hay límite a la capacidad y afán de Deimos por ser un completo.
Jodido. Idiota.
Me tambaleo, entro en el ascensor y golpeo el botón del vestíbulo con el talón
de la mano. Las puertas se cierran justo antes de que vomite.
114
13
Deimos
Los dedos de mi mano derecha recorren lentamente las teclas blancas y
negras. Las cuerdas tensas del piano de cola Steinway tintinean como hielo roto
mientras jugueteo con la melodía. Entonces mis ojos se posan en el dorso de la mano
y mi mandíbula se tensa.
Ahora está cubierta de tinta de tatuaje. Pero aún se puede ver la cicatriz, la
marca que dejó la noche en que todo se rompió y se hizo humo.
La noche que perdí mi don.
Un regalo. Así es como ya-ya siempre lo llamaba. De pequeños, mis hermanos
y yo tomábamos clases de varios instrumentos. Clarinete, piano, lo que fuera. Ares se
hacía pasar por guitarrista de heavy metal cuando estaba obsesionado con Metallica.
Pero ninguno se dedicó a ello.
Pero yo lo hice. Porque veía el piano como un rompecabezas que había que
descifrar. Un código que había que descifrar. Además, me resultaba absurdamente
fácil, hasta el punto de que a los siete años ya utilizaban palabras como “virtuoso” o
“sabio”.
Incluso hubo un momento en mi adolescencia en el que me planteé dejar todo
esto atrás, toda la violencia y la oscuridad que conllevan la familia en la que nací y la
sangre con la que nací. Dejar todo eso y ver de verdad lo bueno que podía ser con mi
don.
Ahora, la idea es risible.
Porque lo que soy es lo que soy. Quién sabe: tal vez debería darle las gracias
por haber desempeñado su papel en los acontecimientos que llevaron a que ese
sueño se destruyera junto con mi mano, limpiando mi visión de cualquier anteojeras
o distracción. En cierto sentido, me ayudó a ver con total claridad que la violencia y
la oscuridad son lo que realmente soy.
Mis dedos vuelven a bailar sobre las teclas. Sigo siendo bueno. Muy, muy
bueno. Pero nunca seré genial. Incluso después de una docena de cirugías,
fisioterapia de los mejores y la concentración láser con la que sólo alguien como yo
nace. Lo cual es una pena. Porque más que hacer sonreír de orgullo a mi abuela, el
piano era mi válvula de escape para ayudarme a lidiar con la tormenta que llevaba
dentro. La rabia. El dolor y el abuso.
Y me lo quitó esa noche que vi quién y qué era en realidad.
115 La noche que maté.
Se me desencaja la mandíbula mientras echo las manos hacia atrás y cierro la
tapa sobre las teclas.
¿Qué estoy haciendo?
En serio, ¿qué estoy haciendo? Mi odio por Dahlia Roy es una cosa, y creo que
podría argumentar bastante bien ante cualquier jurado por qué existe como un cáncer
en mi corazón. Pero si fuera sólo odio ciego, todo esto sería más fácil.
Simplemente la habría destruido. A ella, y a todos los que la rodean y que ella
ama. Habría permitido que su padrastro les arrebatara de las manos la fortuna de su
madre y su futuro, o incluso le habría ayudado a hacerlo.
Pero no, fui más allá. Fui y me involucré. Compré esas compañías, fondos y
fideicomisos que él estaba tratando de robar. Lo cual, tengo que decir, fue una hazaña
extremadamente impresionante.
Veintidós empresas fantasma. Varios miembros del consejo sobornados. Un
par de directores generales con demasiados esqueletos en el armario. Estaban más
que felices de vender la mayoría de las acciones de sus empresas para mantenerlos
ocultos.
Imagino que un titán financiero como Carl Icahn o Warren Buffett habría
tardado seis meses en orquestar un asesinato corporativo de esta belleza y
perfección.
Lo conseguí en dos semanas.
¿Por qué? Porque no puedo dejarla ir. Nunca he dejado ir ninguna fijación mía,
así que no sé por qué pensé que podría hacerlo con ella. Especialmente cuando
claramente nunca la dejé ir hace seis años.
Acechar, espiar, entrometerse y mantener a otros hombres alejados de Dahlia
Roy durante seis años no es indicativo de “dejarse llevar”.
Y ese es tanto el problema como el origen de todo esto. Estoy siempre atrapado
en esta batalla de luz y oscuridad con ella. Queriendo tenerla. Consumirla. Ensuciarla,
marcarla y reclamarla de todas las formas posibles.
Y también para destruirla, por lo que hizo.
No estoy seguro de qué pensé que conseguiría trayendo a Dahlia de vuelta a
mi órbita inmediata. ¿Venganza? ¿Tomar por la fuerza lo que antes se me negó? Si ese
es el caso, ¿por qué no la he follado todavía? ¿Por qué no me he metido en todos sus
agujeros calientes hasta saciarme, para dejarla como un mal hábito y consolidar esa
venganza?
No lo sé. Si pudiera mentirme a mí mismo, seguro que podría inventarme una
bonita historia de “alargarlo” o “hacer que se retuerza”. Pero no puedo mentirme a
mí mismo, y a pesar de darle vueltas y vueltas en mi cabeza, sinceramente no sé cuál
116 es la verdadera razón.
Al igual que no sé por qué desde que la volví a traer a mi órbita -o mejor dicho,
desde que entré en el jardín de mi abuela hace esas semanas y encontré a Dahlia ya
en mi órbita- mi apetito habitual por el libertinaje y la depravación de tipo carnal ha
desaparecido...
Bueno, simplemente se ha ido. Lejos. De vacaciones. Deja un mensaje después
de la señal y te llamaré.
Nunca han faltado mujeres dispuestas a arrodillarse, abrir la boca y abrirse de
piernas con un chasquido de mis dedos. Ya sea por mi genética, mi dinero, mi familia,
la cosa criminal... o, a veces, por el hecho de que soy todas las fantasías de pesadilla
terrorífica que cada una de ellas ha tenido alguna vez.
No hace falta haberse acostado conmigo para adivinar que juego a oscuras.
Más o menos. Bordeando lo... salvaje. Primal.
Pero el sexo siempre ha sido para mí simplemente una herramienta para lograr
una liberación necesaria que es tanto emocional como física. Me emboto con drogas
y alcohol y follo para purgar eso que llevo dentro y que me pusieron ahí demasiado
joven.
Follo por la misma razón que consumo alimentos para mantenerme, o duermo
para no desmoronarme. Es una parte de la vida que necesito para sobrevivir.
Pero con Dahlia, yo... lo anhelo.
Lo deseo.
Verdadera y activamente lo deseo, de una manera que nunca antes lo había
deseado.
He estado soñando con las formas en que la arruinaré, también. Mientras
intento no pensar en... bueno, en lo que vi esa noche. Lo que ese hijo de puta grabó
en mi cerebro antes de quemar su casa.
Salgo de mis pensamientos y miro el reloj.
¿Dónde demonios está?
Reviso mi hilo de mensajes con ella, ordenándole que me traiga documentos
que en realidad no necesito.
Estoy siendo un imbécil: Quiero que aparezca en mi puerta cuando estoy
seguro de que es lo último que espera hacer. Incluso lo he programado para que
tenga el máximo efecto, cuando ya se haya quitado la ropa de trabajo y esté
descansando por la noche.
Mi teléfono suena con un nuevo mensaje. Es mi hermano.
Ares:
Gracias por dejarme usar la oficina.
117 Yo:
Eso fue terriblemente urgente
Ares:
La videollamada no podía esperar, y no podía llevarla en el coche.
Yo:
Estabas como a quince minutos con tráfico de tu ático.
Ares:
Como dije, no podía esperar. ¿Me dejas darte las gracias?
Yo:
De nada.
Raro.
Me levanto, me meto el móvil en el bolsillo, me dirijo a la puerta de mi loft y
me pongo la chaqueta.
Entonces me voy.
118
14
Deimos
—Abre la maldita puerta.
Llevo cinco minutos seguidos aporreando la puerta del apartamento de Dahlia,
sin respuesta. Tampoco ha contestado a ninguno de mis mensajes ni ha tomado mi
llamada.
La necesidad y el deseo de dejarle el culo rosado de verdugones, o de ver
cómo se le humedecen los ojos mientras se traga mi polla hasta los huevos, me
consumen como el fuego mientras vuelvo a machacarla.
—Estás jugando a un juego con el que te prometo que no estás preparada para
ser profesional, Dahlia —siseo—. Ahora abre la maldita puerta.
No es así, pero el que está detrás de mí sí.
—¿Puedo ayudarle?
Lanzo una breve mirada por encima del hombro a la extraña chica artística de
cabello rosa.
—Sí. Puedes meterte en tus putos asuntos.
Me doy la vuelta y vuelvo a levantar el puño hacia la puerta. Su voz me detiene.
—¿Quién demonios eres tú?
Exhalo lentamente, apretando los dientes mientras vuelvo a mirar a Pink.
—Su jefe.
Me vuelvo hacia la puerta de Dahlia y levanto el puño...
—¿Y?
Un gruñido grave retumba en mi pecho.
—No hay y, sol. Ya está. Ahora amablemente vete a la mierda.
La puerta de la vecina entrometida se cierra cuando empiezo a aporrear de
nuevo el apartamento de Dahlia, fuerte. Tan fuerte, en realidad, que no vuelvo a oír
cómo se abre la puerta de Pink.
Pero siento el frío metal de lo que podría ser el cañón de una pistola
presionando mi nuca.
—Tienes que dejar de golpear su puerta y marcharte.
Mis labios se tuercen.
119 —Y necesitas replantearte seriamente tus acciones.
La cerradura se abre con un chasquido, la puerta se abre de par en par y, de
repente, me encuentro cara a cara con una Dahlia furiosa. Lleva una camiseta yanqui
holgada y unos pantalones cortos de dormir de algodón blanco, y tiene los brazos
cruzados sobre el pecho con cara de despecho.
—¿Qué piensas, chica? —le pregunta su vecina.
—Creo que deberías pegarle un tiro —sisea Dahlia con una sonrisa fría y
maliciosa y algo más que no acierto a distinguir en sus ojos.
Inclino la cabeza hacia un lado.
—Yo consideraría tus próximas palabras con mucho cuidado.
—¿O qué, idiota? —murmura Pink detrás de mí—. Vas a resoplar y...
Sorprender a alguien con una pistola en el vestíbulo de un edificio bonito,
limpio y con portero en el Upper West Side... Y luego, ser capaz de usarla.
O quedártelo.
Pink no tiene ninguna oportunidad cuando doy un latigazo hacia un lado, giro,
alejo de golpe el cañón de mi cuello y le arrebato el rifle de la mano.
... Que en realidad no es un rifle en absoluto. Es un maldito trípode de cámara.
Pink traga saliva y su rostro palidece un poco cuando me cierno sobre ella.
Pero la mueca de desprecio no desaparece de su rostro.
—¿Qué vas a hacer, tipo duro? —escupe—. ¿Pegarme?
—La próxima vez —gruño en voz baja, arrojando el trípode a través de la puerta
abierta de su apartamento—, ocúpate de tus putos asuntos.
Voy a empujar a Dahlia a su apartamento y cierro la puerta tras nosotros. Pero
Pink aún no ha terminado de hablar.
—Si entras en su apartamento sin preguntar antes, llamaré a la policía, cara de
puta.
Exhalo un suspiro gruñendo y pongo los ojos en blanco mientras la fulmino con
la mirada y luego vuelvo a mirar a Dahlia.
—¿Y bien?
Frunce los labios, con los brazos cruzados sobre el pecho y una mirada amarga.
Pero finalmente, suspira.
—Bien.
—¿Dahlia? —presiona Pink.
—Está bien, Lena. Es inofensivo, aparte de ese imbécil al que llama boca.
—Qué mona —murmuro, lanzando una mirada venenosa a Lena antes de pasar
120 furioso junto a Dahlia y entrar en su casa. Le dice algo más, seguro que mordaz e
insolente sobre mí, a Lena antes de volverse hacia mí y cerrar la puerta tras nosotros.
—¿Qué demonios quieres, Deimos?
—En realidad no puede ser tanto misterio para una mujer inteligente como tú,
¿verdad? —digo con sarcasmo mientras ella pasa a mi lado y entra en la sala de estar.
No es un ático palaciego, o un loft como el mío. Pero Dahlia tampoco está
exactamente en los barrios bajos. Su casa tiene un buen tamaño, está decorada con
gusto y es acogedora, con buenas vistas por las ventanas. Quiero decir, todo el lugar
es aproximadamente del tamaño de mi dormitorio, pero aun así.
Es muy ella.
—¿Y bien?
Está de pie junto a las ventanas del salón cuando se vuelve para mirarme con
el ceño fruncido.
—Y bien qué?
—¿Dónde demonios están mis archivos, y por qué demonios has estado
ignorando mis mensajes y llamadas?
—Porque mi tiempo es mi tiempo, emperador Nerón —dice—. Y tus tontos
archivos están exactamente donde los dejaste en la oficina.
De nuevo, ni siquiera necesito los malditos archivos. Pero ni remotamente se
trata de eso. Se trata de su desafío. Se trata de que me eche en cara la premisa básica
de nuestro nuevo acuerdo: que soy su dueño. Petulantemente.
—Pues ve por ellos —siseo.
—¡Podrías haberlos conseguido tú mismo si no estuvieras tan ocupado
follándote al sabor del día sobre tu escritorio!.
Su voz retumba en el salón. Luego se hace un silencio sepulcral. Levanto una
ceja con curiosidad, ya que no tengo ni puta idea de lo que está hablando. Mis ojos
captan la ira y alguna otra emoción grabada profundamente en su rostro. Me acerco
a ella y se sobresalta.
—No me toques...
Jadea cuando la agarro por las muñecas y se las inmovilizo contra la ventana.
—Te tocaré como y cuando me dé la puta gana...
Parpadeo ante la punzada de calor en la cara, momentáneamente confundido
por lo que acaba de pasar antes de darme cuenta.
Santo cielo.
Dahlia acaba de abofetearme. Duro.
Se queda pálida y se le corta la respiración cuando la agarro de la muñeca y la
121 golpeo contra el cristal. Le enseño los dientes y me inclino sobre ella para gruñirle
en la cara.
Se estremece.
—Ni se te ocurra...
—Ya lo he hecho.
En un movimiento rápido, la agarro, la hago girar y la tiro al sofá. Me abalanzo
sobre ella, le atravieso el pecho con las espinillas y le inmovilizo los brazos por
encima de la cabeza.
Lucha y se agita, se retuerce e intenta golpearme, darme patadas o morderme.
Pero cuando una de mis manos abandona sus muñecas y le rodea la garganta, se
queda inmóvil. Noto cómo le late el pulso en el cuello y el verde de sus ojos se vuelve
fuego al mirarme fijamente.
Sus mejillas se sonrojan. Sus pezones se endurecen hasta convertirse en dos
puntitos de distracción contra la camiseta, que se estira sobre la turgencia de sus
tetas.
—Yo me abstendría de volver a hacerlo —murmuro en voz baja, con un filo en
la voz.
—¿O qué? —se burla Dahlia, mirándome fijamente—. ¿O me devolverás el
golpe? ¿Es eso? —chasquea.
—Puede que sí.
Puede intentar ocultarlo todo lo que quiera, pero el deseo puro ruge como un
incendio forestal en esos grandes ojos verdes.
—La única pregunta es... —murmuro, casi para mis adentros—. Dónde.
Su garganta se mece bajo mi mano.
—¿Dónde qué?
Se estremece cuando me inclino sobre ella y acerco mi boca a su oreja.
—Donde dejar mi marca en ti.
Se estremece debajo de mí y noto su garganta trabajando mientras traga con
fuerza. Con un solo movimiento, meto una mano por detrás, agarro sus shorts y sus
bragas por la cintura y se los bajo de un tirón hasta las rodillas. Dahlia forcejea y se
agita contra mí. Pero yo agarro los cordones de sus shorts y tiro con fuerza mientras
la suelto rápidamente del cuello y los retuerzo y anudo, atándole las piernas por las
rodillas. Luego le vuelvo a poner una mano en la garganta para mantenerla donde
quiero.
Mis dedos recorren sus muslos desnudos y sus ojos se amplían. Sin embargo,
cuando me acerco a su coñito goteante, de repente vuelve a agitarse contra mí.
—No te atrevas a tocarme con esas manos después de...
122 —¿Después de qué? —replico.
—¡Después de la puta de esta noche en tu despacho! —me lanza, con la rabia
desnuda en la cara.
Mis cejas se fruncen en genuina confusión.
—No es que te deba una mierda, pero ni siquiera estaba en mi puta oficina esta
noche. Por eso te dije que fueras a buscar esos malditos informes, antes de que me
ignoraras.
—Vete a la mierda...
Dahlia da un grito ahogado cuando le doy un fuerte golpe en el muslo. Luego
lo hago en el otro, y ella se muerde el labio. Pero no puede contener el gemido que
sale de su garganta. Sonrío salvajemente y me aferro a esa grieta en su armadura,
centrándome en ella mientras vuelvo a golpearle el muslo en lo alto, cerca de donde
está apretado con el otro, a escasos centímetros de su necesitado coño.
Esta vez, gime definitivamente. Sonrío sombríamente.
—Voy a decir esto una vez más, y sólo una vez más. No tengo ni puta idea de lo
que estás hablando sobre mí follando con alguien en mi oficina. Porque yo no estaba
en mi oficina esta noche. Quien demonios hayas visto, no era yo. ¿Está lo
suficientemente claro para ti?
Tuerce los labios. Vuelvo a golpearle el muslo.
—Contéstame. ¿Lo es?
—Sí —se atraganta.
Mi mano se desliza más cerca de su coño y su cuerpo la traiciona mientras se
retuerce desesperadamente.
—Oh, disfrutas siendo una putita necesitada, ¿verdad?
—Cerdo asqueroso...
Le vuelvo a dar una palmada en el muslo, pero esta vez, cuando probablemente
aún le escuece, meto la mano entre sus piernas y le acaricio el coño.
Que está, como esperaba, empapado.
La cara de Dahlia se pone roja y yo me río bajo.
—Vaya, vaya, vaya...
Enrosco la mano y arrastro un dedo por sus resbaladizos pliegues mientras ella
se muerde el labio para contener un gemido. Intenta apartar la cara de mí, pero niego
con la cabeza y deslizo la mano desde su garganta hasta sujetarle la mandíbula. Giro
la cara hacia mí, deseando que me mire a los ojos.
—No te vayas, cariño —murmuro, curvando los labios—. Acabamos de
empezar.
Sus ojos se agrandan cuando dos de mis dedos se hunden en su coño goloso
123 hasta los nudillos. Los húmedos sonidos de su ansioso coño absorbiéndolos llenan la
habitación y le tiñen la cara de un rojo carmesí intenso.
—Creo que disfrutas cuando dejo mi marca en ti.
—Yo no...
Mis dedos se apartan de su coño el tiempo suficiente para darle una fuerte
palmada en el muslo. Dahlia maúlla tan ansiosamente que mi polla se abulta contra la
bragueta, goteando precum en mis bóxers.
—No me mientas, cariño —gruño, volviendo a meterle los dedos—. Porque tu
boca es pésima para eso, y tu coño es un asco.
Mi pulgar frota su clítoris mientras empiezo a meterle los dedos con más fuerza.
Pone los ojos en blanco y abre y cierra la boca en un gemido silencioso.
—La cosa es, Dahlia —murmuro pensativo—, que las conozco todas... cada
oscura fantasía. Cada pequeña necesidad oculta, sucia y jodida que nunca has saciado
pero siempre has querido.
—Que te jodan... oh Dios... —gimotea—. Que te jodan.
—¿Quieres probar esa teoría?
Me incorporo lo justo para dejarme espacio para subirle la camiseta por
encima de las tetas desnudas. Su cara se pone roja cuando le subo la camiseta por la
cabeza, la retuerzo y le hago un nudo en las muñecas antes de volver a sentarme a
horcajadas sobre su esternón.
Me agacho y la miro con una sonrisa ladina mientras le acaricio uno de sus
pezones sonrosados. Se sobresalta y se retuerce debajo de mí. Pero no le doy ni un
centímetro de margen. Le doy un fuerte golpecito en el otro y luego aprieto el primero
entre el pulgar y el índice, retorciéndolo lo suficiente para que suelte un grito
ahogado y vuelva a poner los ojos en blanco.
—Una putita tan golosa... —murmuro, pellizcando los pezones de sus deliciosas
tetas.
—Eres un sádico —se atraganta.
—Culpable.
—Y un monstruo.
—Hmm. Probablemente.
—Y un idiota...
—Ahora sólo intentas herir mis sentimientos, cariño.
Se queda boquiabierta cuando me abro el cinturón y me tiro de la cremallera.
Me meto la mano en los bóxers y me rodeo la polla antes de sacársela a la cara.
Dahlia se queda boquiabierta y levanta las cejas hacia el techo.
—Santo...
124 Me permito un momento de suficiencia para disfrutar de su sorpresa.
Qué puedo decir. Estoy... bendecido.
Considerablemente.
Mi gruesa e hinchada polla se balancea delante de su cara. Mi mano sujeta su
mandíbula, manteniéndola donde está mientras empujo mis caderas hacia delante.
—En vez de insultarme con ella, busquemos un uso diferente para esa boca,
¿bien?
De algún modo, sus ojos se abren aún más, apartándose a regañadientes de mi
polla para clavarlos en mí.
Sus labios se fruncen dramáticamente. Me río entre dientes.
—Abre, Dahlia.
Aprieta aún más los labios.
Mi mano golpea bruscamente su muslo, haciéndola gemir y retorcerse. Vuelvo
a hacerlo, luego otra vez, antes de soltar la mano de su mandíbula y pellizcarle un
pezón.
Jadea, su cuerpo se estremece... y su boca se abre de par en par.
En un instante, he empujado la cabeza de mi polla hinchada sobre sus labios y
me he hundido en su boca húmeda y caliente.
Dulce. Jodido. Dios.
Gimo mientras Dahlia murmura y se ahoga un poco alrededor de mi polla. Por
precaución y por el bien de mi apéndice favorito, saco la polla de entre sus labios.
—¿Y qué demonios crees que...?
—Estoy follando tu boca descarada y desafiante es lo que estoy haciendo —
murmuro oscuramente—. Y voy a hacer que te corras como la puta golosa que eres
sobre mis dedos mientras lo hago. Pero por si hace falta mencionarlo, si se te ocurre
usar los dientes, habrá consecuencias. ¿Está claro?
Me devuelve la mirada, así que le doy otra palmada en el muslo y le pellizco
los pezones, haciéndola gemir suavemente, con los ojos en blanco y el cuerpo
arqueado bajo mis pies.
—¿Estamos. Claros, Dahlia?
Traga saliva y vuelve a mirarme.
—Sí.
—Sí, qué.
Frunce el ceño. Sonrío y pronuncio en silencio la palabra “señor”.
—No estoy diciendo eso.
125 —Entonces follaré esta boca y no dejaré que tu necesitado coñito se corra
mientras lo hago. ¿Es eso lo que quieres?
Su rostro se calienta, sus pestañas oscuras se agitan mientras sus ojos
parpadean con fuego verde. Y verla atrapada debajo de mí, con las piernas y los
brazos atados, los muslos con mis marcas y los pezones rosados e hinchados...
Es la perfección.
—¿Y bien?
Traga saliva, con un gesto de desafío en la cara, antes de gemir cuando le
retuerzo un pezón.
—Bien, bien. —Jadea, retorciéndose debajo de mí—. Sí... señor.
Mis labios esbozan una sonrisa malvada.
—Abre la boca y saca la lengua.
Cuando lo hace, mis ojos arden de hambre.
—Yo sugeriría un poco más ancho, si fuera tú.
Se ruboriza, abre aún más la boca y saca la lengua. Aprieto mi polla hinchada,
empujo hacia delante y arrastro la cabeza sobre sus labios. La recorro una y otra vez
alrededor de su boca abierta y aspiro cuando se desliza sobre su húmeda lengua.
Entonces estoy empujando dentro.
Gimo y pongo los ojos en blanco de placer cuando el calor húmedo de su
preciosa boquita envuelve mi polla. Sus labios se estiran obscenamente alrededor de
mi pene, y se atraganta un poco cuando empujo más adentro. Pero sus ojos se clavan
en los míos, y el fuego y la lujuria que veo en ellos me vuelven loco.
Mis dedos se hunden en su coño y lo encuentran aún más húmedo y goteante
que antes. Mi pulgar le roza el clítoris mientras le meto los dedos en el coño,
apretándoselos contra su punto G mientras mis caderas bombean, follándole la boca.
Dahlia intenta contenerse al principio, pero fracasa cuando su cuerpo empieza
a traicionarla. Sus gemidos se mezclan con los sonidos húmedos y resbaladizos de su
propio coño y con los de mi polla follándole la boca. Mi mano se enreda en su pelo
mientras meto y saco la polla.
Añado un tercer dedo a su coño, estirándola hasta el límite absoluto mientras
chilla y gime alrededor de mi polla. Mis dedos se enredan en un puñado de su pelo,
mis propios gemidos y gruñidos se suman al ruido mientras empiezo a follarle la boca
más rápido y un poco más profundo.
Puedo sentir su coño apretando y ordeñando mis dedos, y cuando empieza a
temblar y a apretarse, sé que estoy a punto de ver una de mis nuevas imágenes
favoritas: La cara de Dahlia cuando se corre.
Tampoco me decepciona. Su ceño se frunce, sus ojos se cierran con fuerza
126 mientras gime como una zorra alrededor de mi polla untada en saliva. Su cuerpo sufre
espasmos y sacudidas debajo de mí, retorciéndose mientras el orgasmo la desgarra.
Sí, eso es todo lo que puedo soportar.
Con un gemido, le meto la polla hasta el fondo de la garganta y me dejo ir.
Gruño mientras el semen sale a borbotones de mis huevos y salpica su garganta y su
lengua. Ella traga rápidamente, pero yo sigo eyaculando y eyaculando, hasta que su
boca está llena hasta el borde. El semen le sale por las comisuras de los labios y yo
me separo lentamente de sus labios con un chasquido.
Sonrío salvajemente: la muy golosa no quería soltarme. Y el profundo rubor que
se extiende por su rostro me dice que ella también acaba de darse cuenta.
Mi polla reluciente e hinchada cuelga sobre su boca aún abierta. El semen sale
de la cabeza, gotea sobre su lengua, sus labios, su barbilla y su mejilla. Me rodeo con
el puño, bombeo y gimo mientras otro chorro de semen blanco y pegajoso la salpica
entre las tetas.
Despacio, me bajo de ella y vuelvo a meterme la polla en los bóxers antes de
subirme la cremallera. Dahlia sigue tumbada en el sofá, aturdida por el orgasmo, con
el pecho subiendo y bajando al respirar.
Hay algo tan perfecto en verla tumbada, con los brazos y las piernas atados con
su propia ropa, los labios hinchados y rosados por mi polla y mi semen blanco
salpicando su piel bronceada.
Parpadea, saliendo de su niebla. Rápidamente, con la cara encendida, se
desata la ropa, se la vuelve a poner en su sitio y me da la espalda. Sonrío al verla usar
el dedo para sacarse el semen de entre los pechos, la barbilla y la comisura de los
labios.
—Uh-uh —gruño secamente cuando empieza a agarrar la caja de pañuelos de
la mesita auxiliar. Sus ojos se clavan en los míos—. Límpialo con la lengua, no con un
pañuelo.
Su rostro se consume. Sus ojos vuelven a la caja.
—Hazlo con un pañuelo y te follaré por el culo ahora mismo, aquí en el suelo
de tu salón.
Se queda boquiabierta, sus ojos se agrandan y parpadean con algo cuando se
fijan en los míos. Frunce los labios desafiante y, por un momento, me excita la
perspectiva de cumplir mi amenaza. Pero entonces abre la boca, se mete el dedo y
mantiene sus grandes ojos verdes fijos en los míos mientras lo lame.
—Ya está. ¿Contento? —murmura.
—¿Cuando haces lo que te digo en vez de hablarme mal? Sí, extremadamente.
Se estremece y jadea cuando me acerco a ella. Le toco la mandíbula con la
127 mano y ella tiembla, sus ojos se clavan en los míos cuando me inclino como si fuera a
besarla. Pero no lo hago, sino que acerco mi boca a su oreja.
—Si hubiera sabido lo buena chupapollas que eras —murmuro en voz baja,
sintiéndola estremecerse contra mí—, lo habría hecho mucho, mucho antes.
Lo juro, oigo su respiración entrecortarse deliciosamente.
Luego me echo hacia atrás y me enderezo la camisa y la corbata.
—Soy consciente de que tienes clases mañana. Así que no te veré, pero estate
en la oficina el miércoles a las ocho de la mañana. No llegues ni un minuto tarde.
Me doy la vuelta y la oigo emitir uno de esos característicos resoplidos que
hace justo antes de hablar o decir algo sarcástico.
—Supongo que podrás conseguir tus propios informes, ya que la oficina está
de camino a tu casa.
Sonrío mientras me doy la vuelta.
—¿Informes?
—¿Los que necesitabas tan desesperadamente como para fastidiarme la
noche?
—Oh, no los necesitaba. Lo que aún no has comprendido es que la naturaleza
de nuestro acuerdo significa que tus noches me pertenecen, al igual que tus días. Para
fastidiar, si así lo decido. Para... ocuparlos, si así lo decido.
Su garganta sube y baja.
—¿Está claro, Dahlia?
Finalmente traga saliva.
—Sí.
—¿Sí...?
—Señor —murmura sonrojada—. Sí, señor.
—Excelente. Oh, y Dahlia... —Se estremece, sus pezones vuelven a fruncirse
bajo la camiseta cuando me acerco a ella—. No vuelvas a contestarme así. La próxima
vez, puede que te persiga primero, antes de repetir lo que acabo de hacer.
Resisto el impulso de sonreír hambriento cuando veo el oscuro deseo surgir en
sus ojos.
El calor necesitado.
La fantasía prohibida.
Entonces me voy, antes de que pierda el autocontrol que me queda con esta
chica.
Afuera, me palpita todo el cuerpo, la piel me arde incluso con el frío del aire
128 otoñal. Saco el teléfono y lo miro fijamente mientras pulso el contacto. Ares contesta
al segundo timbrazo.
—Llámame por video, imbécil —digo fríamente—. La próxima vez que te folles
a tu mujer en mi maldita oficina, incendiaré el lugar y te enviaré la maldita factura.
Mi hermano mayor suelta una risita sombría.
—Lo siento, colega. Te dije que no podía esperar.
Cuelgo y me adentro en la noche, hacia mi casa.
Nunca me he considerado alguien con “líneas”. Pero parece que, después de
todo, las tengo, y sigo cruzándolas cuando se trata de Dahlia.
Y no estoy seguro de que eso vaya a cambiar pronto.
129
15
Dahlia
Hace seis años:
Necesito confesar algo. Siento que me he estado conteniendo en cierto
sentido cuando se trata de nuestras conversaciones.
Sonrío sentada en el banco de piedra mientras leo esta última entrada del
diario. Que, a estas alturas, ya no son tanto entradas de diario como cartas de amigos
por correspondencia recopiladas en un libro.
Hablamos mucho de nosotros mismos: sueños, pensamientos, ideas al azar,
bromas, etc. Pero es un poco... para mayores.
Me gustaría quitar los frenos y mostrarte la versión clasificada R de mí
mismo. Mi verdadero yo, el que la mayoría de la gente no ve. No quiero destrozar
lo que tenemos ahora, pero tampoco quiero construir lo que sea esto sobre
mentiras o una versión censurada de mí mismo. ¿Te parece bien?
Dejo una respuesta diciendo que eso suena prefecto, que nunca quiero que se
censure conmigo y que quiero conocer su versión real y completa.
Un día después, estoy de nuevo en el banco, aprendiendo más sobre mi
misterioso amigo por correspondencia de lo que nunca he aprendido sobre nadie,
nunca. Y mi cara se sonroja al instante.
Leer su respuesta es lo más sexual que he hecho nunca.
Dime qué te excita.
Durante uno o dos días, no respondo. No puedo. No porque tenga una mente
casta y pura, desprovista de fantasías sexuales, sino porque me asustan esas fantasías.
Me dan un poco de miedo los hombres en general, la verdad, después de lo
que pasó en mi habitación de París aquella horrible noche cuando tenía doce años.
Pero más que eso, el tipo de fantasías que tengo me alarman. Sobre todo por
aquella noche de terror y violencia. Después de lo que me pasó, las fantasías que
tengo están más que jodidas. Son retorcidas, y están mal, y no debería tenerlas, e
intento con todas mis fuerzas ignorarlas y convertirlas en algo más normal, algo más
seguro.
Pero siempre vuelvo a ellas cuando las fantasías normales y seguras no
consiguen hacer nada por mí.
Por eso me paso dos días enteros intentando averiguar cómo explicarle a mi
130 autor/compañero de diario que no puedo decirle lo que me excita.
Porque sé que me juzgará. O me ignorará por completo y nunca volverá a
responderme. Y entonces habré perdido al único amigo de verdad que he tenido.
Pero está claro que mi amigo lee la mente. Porque al tercer día, cuando vuelvo
al diario para escribir alguna excusa estúpida por la que no puedo decirle la verdad,
se me ha adelantado:
No juzgo a la gente por las cosas que les hacen vibrar. Y nada de lo que digas
me asustará ni me escandalizará.
Te prometo que he imaginado cosas peores.
Más oscuro.
Más allá de cualquier límite de normalidad y seguridad.
Y entonces leo las palabras que cambian por completo la naturaleza de nuestra
relación:
Déjame contarte lo que me excita.
Lo hace, y lo que cuenta en las páginas siguientes me vuelve gelatina. También
me asusta un poco, no por lo que escribe, sino porque es totalmente salvaje darse
cuenta de que hay otra persona ahí fuera que piensa como yo. Que siente el deseo de
la misma forma tan jodida que yo.
No me pide que no lo juzgue, y eso me gusta. Se limita a decirme lo que le va,
sin disculparse. No para escandalizarme, sino para consolarme. Para demostrarme
que no soy la única que tiene esos deseos.
Cómo quiere perseguir. Cómo quiere amarrar, atar. Oír la palabra “no” y
seguir adelante. Utilizar a una persona como si fuera su juguete personal: sin piedad,
brutalmente y sin misericordia.
Lo leo todo dos veces. Y cuando vuelvo a mi dormitorio, sabiendo que Amanda
tiene clase unas horas más, apenas he cruzado la puerta y ya estoy boca abajo en la
cama con las manos entre las piernas, llevándome el orgasmo más explosivo que he
tenido nunca.
Pero no antes de responder en el diario.
Acabas de describir todo con lo que he fantaseado pero nunca me he atrevido
a contárselo a nadie. Por favor, cuéntame más.

Presente:
Me vuelvo a enganchar al salvaje viaje del señor Drakos. Después de la noche
131 en que irrumpió en mi apartamento y me empujó a la puta estratosfera, volvió a ser el
impredecible y volátil Deimos que conozco.
Sí, el viejo latigazo cervical ha vuelto.
Una noche me inmoviliza en el sofá, sus manos me hacen explotar mientras me
folla la boca, algo de lo que soy plenamente consciente que debería hacerme sentir
degradada y como un juguete sexual en lugar de una persona y apagarme. Pero no
es así.
Me hace sentir viva, de una manera estimulante, como un secreto sucio.
Pero después de eso, vuelve a ser el señor Imbécil.
Cuando vuelvo a la oficina el miércoles por la mañana... y créanme que llego a
tiempo... me tiene otra vez forzando las muñecas y empapándome de sudor,
montando interminables mesas y sillas. El día siguiente es igual, al igual que el lunes
de la semana siguiente, cuando vuelvo a entrar.
Todo el tiempo que estoy haciendo esto, él está en su despacho ignorándome
o lanzándome miradas fulminantes, o bien sale con la única intención de
interrumpirme y delegarme otras tareas tediosas y serviles de mierda.
Es como si me castigara.
Por qué, aún no lo sé.
Nunca lo he sabido.
Ha pasado una semana y media desde la primera noche en mi apartamento
cuando algo pesado cae justo al lado de donde estoy arrodillada en el suelo, luchando
por montar la pared de un cubículo. Me sobresalto y dejo caer el destornillador
mientras mi cabeza se gira hacia donde está él, impasible.
—¿Qué es esto?
—Es trabajo. A menos que estés empeñada en terminar las paredes de los
cubículos en su lugar. Pero hay que terminarlas este siglo.
Idiota.
Frunzo el ceño, recojo la pila de papeles y me pongo de pie. Los hojeo, con el
ceño fruncido, mientras lo miro.
—Son currículos.
—Chica lista. Muy astuta.
Lo fulmino con la mirada.
—¿Para qué son?
—Se trata de nuevas y prometedoras contrataciones potenciales para Laconia
Logistics.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Algo divertido, Dahlia?
132 —¿Cuándo va a terminar esto?
Arquea una ceja.
—Creo que mi estipulación era un año.
—No, no... —Niego con la cabeza—. No nuestro trato. Me refiero a esta farsa
con esta empresa.
—No estoy seguro de seguirte.
—Sólo... Deimos, todo esto es una broma, ¿verdad? —murmuro—. Quiero decir
que empezaste Laconia simplemente para joderme, ¿no?
—Tu narcisismo es bastante desagradable, Dahlia.
Le lanzo una mirada venenosa.
—No es narcisismo. Pero si te excita, bien.
Sonríe satisfecho.
—Después de la otra noche, me temo que tengo que dudar de la sinceridad de
ese comentario.
Idiota.
—Adelante. Inténtalo.
Se encoge de hombros.
—Elije creer que esto es una empresa real o no, me da igual. Pero se trata de
posibles contrataciones para la alta dirección, y hoy te encargo que reduzcas la lista
a, digamos, siete posibles candidatos.
Frunzo el ceño.
—Esto no es realmente...
—¿Tu especialidad? Bueno, puedo prometerte que montar sillas como si
tuvieras cinco años tampoco es tu especialidad. Siento tener que decírtelo.
Le doy la espalda. Él sólo sonríe.
—Estás en uno de los mejores programas de escuelas de negocios del mundo,
Dahlia. Si encontrar potencial de gestión en una pila de candidatos altamente
cualificados no es “tu área de especialización”, yo que tú empezaría a pedir a
Columbia un puto reembolso.
Suspiro mientras lo fulmino con la mirada una vez más y luego me giro para
sentarme resignada en uno de la docena de sillas que he montado. Sí, se tambalea.
Demándame.
Empiezo a hojear los currículos y, de repente, me detengo cuando encuentro
133 un nombre que me resulta extrañamente familiar. Cuando echo un vistazo a la
formación del solicitante, mis ojos se agrandan. Estoy en lo cierto.
—Lo viste, ¿verdad?
Doy un respingo y me doy cuenta de que Deimos sigue de pie justo detrás de
mí. Me giro en mi silla giratoria, algo temblorosa y tambaleante a partes iguales.
—Mateo Setaro. Estuvo en Knightsblood con nosotros. Su padre está en lo alto
de la Camorra en Sicilia, creo.
Deimos asiente secamente.
—Correcto.
Frunzo el ceño.
—¿Exactamente qué tipo de empresa estás construyendo aquí, de todos
modos?
Suspira.
—Sólo investiga a los solicitantes.
Me vuelvo hacia los currículos y echo un vistazo al de Mateo. Lo admito, es
realmente impresionante. Escuela de Negocios de Harvard, luego tres años en uno
de los fondos de cobertura más rentables y agresivos del mundo. Una temporada
como director financiero de una empresa de tecnología que llevó a la bolsa. ¿Y ahora
quiere trabajar para Deimos en su falsa empresa de mierda?
—¿Tú y Mateo eran amigos en la escuela?
Deimos sonríe irónicamente.
—Crees que le estoy haciendo un favor.
—¿Sinceramente?
—¿Por qué no?
—Parece más bien que te está haciendo un favor. Este currículum es más que
ridículo.
Sorbe.
—Entonces ponlo en la pila de los “buenos” y sigue.
Empieza a darse la vuelta, que es cuando, si yo fuera lista, debería callarme la
boca y ponerme a ello.
—¿Mantienes contacto con mucha gente de Knightsblood?
Demasiado para ser inteligente.
Se detiene, con los hombros visiblemente tensos.
—No —murmura sin darse la vuelta. Empieza a caminar hacia su despacho.
134 Pero de nuevo, mi estúpida boca no se cierra.
—Yo tampoco.
Deimos vuelve a detenerse. Esta vez suelta una carcajada oscura, grave y cruel,
antes de girarse para dirigirme una mirada penetrante.
—¿No? ¿No mantienes contacto con nadie?
Mis labios se fruncen.
—No. Todo el mundo me odiaba allí.
Excepto una persona.
—No todos te odiaban, seguramente.
Algo frío se desliza bajo mi piel, helándome la sangre. Trago saliva con
nerviosismo y el pulso se me acelera cuando la mirada letal de Deimos me abre de
par en par.
—Si he oído bien los rumores, no estabas totalmente aislada, ¿verdad?
Mis labios se fruncen y mi mandíbula se tensa mientras me trago el repentino
nudo que se me hace en la garganta.
—Cállate —siseo en voz baja.
No. No estaba totalmente aislada. Tenía un amigo. Un hombre que quería
hablar conmigo. Que veía todo de mí y me entendía.
Y la noche que dejé Knightsblood es la noche que Deimos lo mató.
Sólo yo sé lo que hizo.
“Huye de este lugar, ahora. Y si alguna vez hablas de esto, destruiré todo lo que
amas”.
—Una verdadera lástima que no haya una reunión en las cartas para ti, ¿no?
Pestañeo y me doy la vuelta. Que me aspen si dejo que me vea llorar.
—Supongo que he echado por tierra la posibilidad de repetir la puta actuación
con ellos dos y contigo, ¿no? —gruñe letalmente, con voz de acero puro y afilado,
brillando con un filo malicioso—. Lo siento mucho —sisea.
Me giro, sin prestar atención a las lágrimas que me corren por la cara mientras
mis ojos le miran peligrosamente.
—¿De qué demonios estás hablando?
—Estoy hablando de que eres exactamente como tu madre, Dahlia —gruñe.
Se me eriza el vello de la nuca mientras el pulso me late directamente bajo la
superficie de la piel.
—¿Perdón? —escupo.
—Ya me has oído.
135 —Y creo que necesito que te expliques —siseo.
Los labios de Deimos se curvan peligrosamente.
—¿De verdad? ¿De verdad?
Me doy cuenta de que estoy temblando de rabia cuando se acerca a mí.
—La manzana no cae lejos, ¿verdad, Dahlia? Otra zorra Roy dispuesta a
prostituirse como una puta barata por probar la buena vida...
Mi mano sale disparada y lo golpea con fuerza en la cara, dándole una bofetada
de muerte.
—JODER.
Me estremezco y tiemblo, respiro entrecortadamente mientras mis ojos se
entrecierran hasta convertirse en rendijas. Deimos sigue dándome la espalda, con la
mejilla enrojecida por el golpe de mi palma. Pero poco a poco, como un monstruo en
una pesadilla, sus labios empiezan a curvarse en una sonrisa mientras vuelve a
mirarme con esos ojos oscuros de tiburón.
—Oh, ya veo, estamos jugando duro otra vez, ¿verdad?
—Deim…
—Bien.
Jadeo cuando me agarra, me da la vuelta y me inclina bruscamente sobre el
escritorio, me levanta la falda y empieza a bajarme las bragas.
Y entonces me asalta la razón. La realidad me golpea en la garganta. Y antes
de que pueda hacer nada más, me doy la vuelta y lo empujo con todas mis fuerzas.
—¡NO! —le grito—. ¡No, Deimos!
Sus ojos se convierten en rendijas letales.
—No puedes decir esa palabra en nuestro acuerdo... o, en realidad, me
retracto. —Me estremezco cuando se acerca a mi oído—. Por favor, dila. Y sigue
diciéndola mientras te ignoro por completo hasta que sienta tu caliente coñito
explotando alrededor de mi polla.
Su mano se agarra a mi muslo, deslizándose más arriba antes de que vuelva a
empujarle en el pecho y luego le dé un puñetazo directo en el esternón. Hace una
mueca, retrocede y me mira con malicia.
—Cuidado, cariño... —gruñe en voz baja.
—¿O qué? —chasqueo—. ¿O harás algo contra mi voluntad? ¿O me agredirás?
—Como si los dos no supiéramos cuántos pares de bragas has destrozado
deseando, suplicando y esperando que te ate y folle todos tus agujeros mientras tú...
—¡Lo digo en serio, Deimos! —chillo—. ¡No me toques, joder!
Se le eriza el vello nasal.
136 —Si esta es tu idea de un juego, cariño, estoy jodidamente cansado de ella.
Me río fríamente.
—Pero para ti todo es un juego, ¿no, idiota? Porque nunca has perdido. Porque
ni una sola vez has tenido que sostener las cenizas de tu vida entre las manos y
averiguar cómo seguir adelante.
Le rechina la mandíbula. Sus ojos no parpadean.
—¡Me dijiste que desapareciera de tu vida! —espeto—. Y créeme, Deimos —
siseo—. ¡Eso nunca iba a ser un puto problema hasta que tú mismo irrumpiste de
nuevo en ella y me encadenaste a ti!
Pone los ojos en blanco.
—Oh, sí, pateando y gritando, a juzgar por la otra noche, por no hablar de todas
las otras veces que te he hecho correrte...
—¡Te odio!
Las palabras me saben a veneno y dolor cuando salen de mis labios. Estoy
literalmente temblando mientras me alejo de él, con la cara lívida.
—¡¡No tienes ni idea de lo que he pasado, y lo que me ha costado sentirme por
fin vista en ese puto sitio!!
Se me llenan los ojos de lágrimas y me las enjugo con rabia mientras miro
fijamente su rostro de belleza tóxica.
—Y luego mataste a la única persona que se portó bien conmigo allí —suelto—
. ¡Lo mataste y luego me echaste!.
La oficina se queda en silencio. Deimos aprieta la mandíbula. Sus ojos se clavan
en los míos sin pestañear mientras ladea ligeramente la cabeza. Finalmente, exhala.
—Hemos terminado. Vete a la mierda.
Parpadeo, mirándole fijamente.
—¿Me... me estás despidiendo?
—Te estoy diciendo que todo esto se acabó. Fuera, ahora.
Mi voz se reduce a un susurro.
—¿Qué pasa con nuestro trato?
—Fuera.
—¿Y las empresas?
—Fuera.
—¿Qué hay de lo que me prometiste...
—¡VETE A LA MIERDA!
Antes de darme cuenta, salgo disparada hacia el ascensor, con el corazón
137 latiéndome con fuerza en el pecho mientras la adrenalina y el miedo se apoderan de
mí.
Y mientras lágrimas que ni siquiera comprendo del todo corren por mis
mejillas.
138
16
Dahlia
Hace seis años:
Ha pasado casi la mitad del primer semestre y yo sigo aquí.
Vete a saber cómo.
A pesar de todo el acoso, la mierda de la chica mala, y el hecho de que casi
todo el mundo aquí que no está siendo activamente un idiota conmigo de plano me
ignora, todavía estoy en Knightsblood.
He empezado a tomarle el ritmo a mis clases, y hay algunos profesores con los
que he llegado a tener una buena relación, y que parecen impresionados conmigo.
Pero, sinceramente, la principal razón por la que no he huido gritando de este lugar
es él.
Quienquiera que sea.
Llevo semanas intentando averiguar con quién del campus me he estado
comunicando en secreto y a quién le he contado mis secretos más íntimos y oscuros,
pero aún no me he decidido por ninguno.
Sin embargo, creo que lo he reducido a dos. Excepto que ninguno de ellos
siendo mi hombre misterioso tiene ningún maldito sentido.
Llámalo corazonada. O una “vibración”. Pero en las últimas semanas, hay veces
en las que juraría que he sentido que me miraban, una sensación de que me
observaban en secreto desde la distancia. Y, por la razón que sea, esa sensación me
provoca los mismos sentimientos que cuando leo la última correspondencia con mi
misterioso amigo por correspondencia.
Es como si la longitud de onda que recibo de él a través de las palabras fuera
la misma que recibo de sus ojos siguiéndome.
Excepto que, como dije, no es sólo un par de ojos.
Son dos.
A veces, cuando lo siento y levanto la vista, es Chase Cavendish quien me
sonríe desde el otro lado del green o al final del pasillo. En realidad, es él la mayor
parte del tiempo. Aunque eso no significa necesariamente que sea mi amigo por
correspondencia, porque de algún modo nos hemos hecho muy amigos en las últimas
semanas. Sigo sin entender por qué, cuando ese hombre es casi literalmente el rey
de esta escuela, con una fila de chicas -perdón por el horrible juego de palabras-
139 persiguiéndolo por la más mínima migaja de su atención.
Pero, por alguna razón, su atención se ha quedado fija en mí. A menudo está
ahí cuando salgo de clase, ofreciéndose a acompañarme o a llevarme las cosas. O
simplemente para hablar conmigo y escucharme a cambio.
Una parte de mí desconfía, porque, vamos, ¿en qué mundo un tipo como Chase
Cavendish habla con una chica como yo? Pero ha sido muy persistente, y en las
últimas semanas ha ido derribando poco a poco mis muros.
Sinceramente, es agradable tener a alguien con quien hablar. Y he empezado
a esperar con impaciencia cuando se tropieza conmigo o camina conmigo. Sobre todo
porque, como digo, cuando estoy con él o cuando levanto la vista y lo sorprendo
sonriéndome, tengo esa misma “vibración” que tengo cuando leo la correspondencia
con mi amigo por correspondencia. Sería muy bonito que fuera él, creo yo.
Pero hay un segundo prospecto. Otro posible candidato a ser mi amigo
misterioso. Uno que, como Chase, me transmite las mismas vibraciones familiares al
leer el libro que cuando levanto la vista y descubro que es él quien me observa desde
lejos.
Sólo que cuando lo hago, nunca me sonríe.
Me está mirando.
Eviscerándome.
Convirtiéndome en polvo y cenizas con sus propios ojos.
El segundo es Deimos Drakos.
Chase puede ser el rey de esta escuela. Pero no es el único rey, sólo el de oro.
El señor oscuro de Knightsblood, el completo opuesto de Chase en casi todos los
sentidos, el Darth Vader al Luke Skywalker de Chase, es Deimos.
Pues sí. A veces, cuando tengo la sensación de que me observan, levanto la
vista y veo a Chase, que sonríe desde el otro lado del comedor. Pero otras veces, lo
que veo es la mirada oscura y maliciosa de Deimos.
Si fuera normal, y si no tuviera el oscuro y sangriento equipaje de mi pasado
encadenado a mis tobillos, tendría el suficiente sentido común para mantenerme lo
más lejos posible de Deimos. Para evitarlo. Para no levantar la vista cuando sintiera
esos ojos malévolos clavándose en mí.
Excepto que no parezco ser capaz de hacer eso. Algo en él me atrae, aunque
sé que es peligroso.
En este mundo hay hombres buenos y malos. Mi madre me ha enseñado toda
la vida a tener el sentido común de alejarme de estos últimos.
¿Y por qué demonios no puedo?
Es media tarde, y voy corriendo de mi clase de sociología a la de literatura
140 francesa cuando siento ese hormigueo de sentirme observada. Se me eriza la piel, me
detengo rápidamente y giro para ver cuál de los dos polos opuestos me acecha.
El hecho de que mi corazón se hunda un poco cuando veo que es Chase es
probablemente motivo para ir a buscar ayuda profesional inmediatamente.
Pero no puedo evitarlo. Sé que Deimos es malo. Sé que es una fuerza acechante
de la oscuridad y que, cuando me mira, probablemente está intentando averiguar
cómo devorar mi alma mortal o venderme como esclava o algo así. Siempre me mira
como si le hubiera hecho daño de alguna manera, aunque no tengo ni idea de qué he
hecho para que piense eso, aparte del hecho de que, a través de Chase, he pasado el
rato en la mansión Para Bellum un par de veces. Y sé que ese club es un gran rival del
club de Deimos, The Reckless. Pero esa no puede ser la única razón por la que me
mira así, seguramente. Quiero decir, hablando de mezquindad.
También hay algo más en Deimos de lo que no puedo desprenderme. Es como
si la oscuridad que se arremolina en torno a él como una nube de tormenta tuviera
una forma de engancharse a mi psique y acercarme.
Deimos es el accidente de coche que no deberías mirar, pero que no puedes
evitar torcer el cuello para contemplarlo. Es el remolino de humo de cigarrillo en el
aire fresco del otoño que sabes que es malo para la salud, pero que huele tan bien con
las crujientes hojas otoñales y el aroma de las manzanas y el café que te dan ganas de
fumarte uno ahora mismo.
Es la música que pones demasiado alta, aunque sepas que te zumbarán los
oídos. Y que Dios me ayude, no puedo evitar que mis pensamientos graviten hacia él,
incluso cuando me mira así.
Especialmente cuando me mira así.
Pero divago. No es Deimos quien ha captado mi atención ahora.
Chase sonríe. Cuando le devuelvo la sonrisa, bajo los ojos y me sonrojo.
Lleva un ramo de... espera... dalias en las manos.
—Hola, Dahlia. —Me sonríe con esa sonrisa encantadora de modelo de portada
de revista—. Así que, mira, no quiero ser demasiado atrevido, pero... —Se encoge de
hombros, guiñándome un ojo—. Eh, olvídalo, voy a ser atrevido. Me encantaría que
vinieras al baile de Halloween conmigo.
Mi corazón da un vuelco.
Espera un momento. ¿Qué? Hemos cubierto que la vida real no es una película
de John Hughes. Esto no es Jake Ryan invitando a salir a Samantha Baker en “Sixteen
Candles”.
¿O no?
—¿Qué? —suelto, encogiéndome de hombros inmediatamente ante mi
141 respuesta poco suave. Trago saliva y me sonrojo mientras Chase sigue
sonriéndome—. Me refiero... ¿Te refieres a mí?
Se ríe entre dientes y se acerca a mí.
—¡Claro que me refiero a ti! No tiene por qué significar ninguna locura, pero
me encantaría ir contigo, Dahlia. Me encantaría... —Niega con la cabeza y mira hacia
otro lado. Luego vuelve a sonreírme—. Me encantaría llevarte. Creo que lo
pasaríamos muy bien.
Me muerdo el labio, ruborizándome ferozmente. La gente pasa a nuestro lado
y todos y cada uno de ellos miran a Chase como si se hubiera vuelto loco, y a mí como
si fuera yo la que lo ha golpeado en la cabeza y lo ha hecho olvidar que puede tener
literalmente a cualquier chica del campus que quiera.
—No lo sé, Chase...
Me encojo por dentro. Aquí viene mi autosabotaje. Es algo que he
perfeccionado, producto de años asegurándome de que ningún chico pudiera
acercarse a mí.
—Ni siquiera estoy segura de ir, eso es todo.
Sonríe.
—Vamos, Dahlia. —Me entrega el ramo de flores que lleva mi nombre—. ¿Me
das una oportunidad?
Mis labios se tuercen en una sonrisa.
—Déjame... ¿pensarlo?
Él sonríe.
—¡Totalmente! Sí, tómate tu tiempo.
—Gracias, Chase —digo tímidamente, dándome la vuelta para alejarme.
—A veces me siento como si fuera la única persona real vagando por todo un
planeta de réplicas.
El tiempo se detiene. Me quedo paralizada a medio paso, con la boca abierta
cuando de los labios de Chase sale la frase que se ha grabado para siempre en mi
corazón.
Trago saliva y me giro para mirarle con incredulidad.
—¿Qué acabas de decir? —digo.
—Un solo pez en una pecera, con el cristal pintado para que parezca el océano
que me rodea.
Que. Mierda.
Él es. El autor del diario es Chase.
No Deimos.
142 En lo más profundo de mi ser hay un pequeño destello de decepción que aún
no estoy preparada para diseccionar. Así que lo dejo a un lado y me aferro al otro
sentimiento: el de incredulidad absoluta y conmoción por lo que está sucediendo.
—Tengo que irme a clase. —Sonríe mientras me pone las flores en las manos—
. Espero que podamos hablar pronto, Dahlia.
Yo también tengo clase. Pero horas más tarde, cuando la tarde se está
convirtiendo en noche, atravieso corriendo el campus hasta mi lugar favorito. Saco la
piedra y abro el libro de cuero naranja por la última página.
Mi corazón se eleva ante las palabras allí escritas.
¿Ya has descubierto quién soy, Dahlia?
Nunca hemos usado nombres. Obviamente yo no, porque no sé quién es él.
Pero tampoco le he dicho nunca quién soy. Ha sido como nuestra “cosa”.
Hasta ahora.
Mi corazón se acelera a medida que las piezas encajan.
Es Chase. El hombre al que he estado derramando mi alma, que me entiende
tanto que duele, que me entiende y no me juzga, y que me tiene pendiente de cada
palabra suya, es Chase.
Una sonrisa ilumina toda mi cara mientras saco un bolígrafo del bolso y lo
acerco a la página.
Sí. Y no puedo decirte lo contenta que estoy de que seas tú. Creo que siempre
quise que fueras tú. No puedo esperar a bailar contigo en el Baile de Halloween.

Una semana después, atravieso un campus oscuro lleno de estudiantes


ansiosos y excitados. Me he preparado para el baile de Halloween en mi dormitorio,
a pesar de los comentarios esnobs y mierdosos de Amanda, y de que me pregunte
“por qué voy siquiera al baile si nadie quiere follarse a una bebé de violación”.
No voy a mentir, ver su sonrisa caer como una piedra cuando mencioné
casualmente que mi cita era Chase Cavendish fue supremamente satisfactorio.
Los miembros del club y los demás parásitos que me reciben en la mansión
Para Bellum cuando entro son igual de esnobs y elitistas que mi compañera de piso.
Pertenecer a un club en Knightsblood te sitúa en la categoría de “élite” de los
estudiantes de aquí. Pero Para Bellum, en particular, parece atraer especialmente a
los tipos de cabello rubio y ojos azules, WASP y esnobs.
Como quieras.
Ignoro las miradas mientras subo las escaleras y me dirijo al ala este de la
143 mansión, donde se reúne la “plana mayor” del club.
Voy por la mitad del pasillo cuando me detengo. Frunzo el ceño y olfateo el
aire, con la alarma encendida en mi cabeza.
Humo.
Algo está ardiendo.
Acelero el paso mientras recorro a toda velocidad el último tramo del pasillo
hasta la gran entrada de doble puerta de la sala de billar, que también sirve de
santuario interior para el presidente de Para Bellum, alias Chase, y los demás líderes
del club. El olor a humo es cada vez más intenso y el aire que me rodea es cada vez
más caliente.
Qué demonios.
Acabo de tocar el pomo con la mano cuando la puerta da un brusco tirón hacia
dentro. Doy un grito ahogado y tropiezo con el marco de la puerta.
Entonces una figura me bloquea el paso.
Una figura con un rostro inquietantemente bello y aterrador pintado como una
calavera, embadurnado y raspado en algunas partes.
Deimos.
Está de pie frente a mí, demacrado, despeinado y rebosante de energía negra,
como un rey loco. La pintura de la cara lo hace aún peor, aún más aterrador. Se
sostiene la mano, ensangrentada y destrozada, y cuando sus ojos se cruzan con los
míos, veo en ellos un salvajismo que me estremece hasta la médula.
—Tú... —Me mira con ojos peligrosos. Sus labios se curvan en un gruñido tan
lleno de puro odio y vitriolo que me saca el aire de los pulmones.
Es entonces cuando me doy cuenta de que hay humo en la habitación detrás de
él y llamas en el techo. Voy a empujarlo, pero su mano buena sobresale y me agarra
bruscamente por el cuello, haciéndome temblar el pulso. Me golpea contra el marco
de la puerta, impidiéndome entrar o incluso ver bien la habitación.
—No entres ahí.
Su voz siempre es áspera. Pero esta noche, es como si fuera la mismísima
Muerte. La voz que sale del cuerpo de este hombre es una que ha pasado por el
infierno y ha vuelto. O tal vez es algo inhumano hablando a través del hombre que
está frente a mí.
Algo chasquea y crepita en la habitación detrás de él, y una nueva oleada de
humo y chispas ondea detrás de él.
—¡Fuego! —Me ahogo a través de su agarre alrededor de mi garganta—.
Deimos, hay un...
—Huye —sisea venenoso—. Date la vuelta y huye, joder. Y nunca mires atrás.
El chisporroteo vuelve a sonar, empujando más humo por la habitación. Se me
144 desencaja la mandíbula. Me armo de valor y planto las manos sobre su pecho firme.
—Déjame ir.
Le empujo y, antes de que pueda agarrarme, ya lo he adelantado y he entrado
en la habitación.
Oh Dios...
Toda la pared del fondo está ardiendo, las pesadas cortinas de brocado de la
ventana rugen con llamas que lamen y carbonizan el techo. También arden el sofá,
una silla y la alfombra persa que hay frente a la chimenea.
Estoy a punto de gritar, cuando mis ojos se posan en otra cosa. Y la aguja de
todo mi mundo se rasca.
Son dos cuerpos: uno es el vicepresidente de Para Bellum, Brad Hathaway, y el
otro...
Me llevo la mano a la boca y me la tapo mientras grito en mi propia garganta.
El otro es Chase, boca arriba, con los ojos abiertos y la mirada perdida en el
techo, y con un charco de sangre alrededor de la cabeza.
Tanta sangre.
Antes de que pueda decir o hacer nada, unos poderosos brazos me rodean, me
tiran hacia atrás y me empujan bruscamente fuera de la habitación. La mano buena
de Deimos me rodea la garganta y me estampa contra la pared opuesta a la puerta de
la sala del club. Sus ojos chispean fuego negro mientras se cierne sobre mí,
gruñéndome en la cara con toda la ira vengativa del mismo dios del terror que le da
nombre.
—Te advertí que no entraras ahí —gruñe con maldad—. ¡Te lo advertí, joder! —
Sus ojos se cierran con fuerza. También su mano alrededor de mi garganta—. Tu vida
se acaba de complicar mucho, Dahlia —sisea en voz baja. Sus ojos vuelven a abrirse
y, cuando lo hacen, la mirada que me dirige es como si me clavara un cuchillo en el
pecho—. Te vas. Dejarás Knightsblood esta noche. Nunca, y quiero decir nunca,
hablarás de lo que has visto aquí con nadie, jamás, en toda tu vida.
Parpadeo, con el corazón acelerado y la sangre desapareciendo de mi cara
mientras la conmoción empieza a asentarse en mí.
—Dahlia.
Jadeo mientras el mundo gira y el humo ahoga el aire. Alguien grita en alguna
parte. Una alarma de incendios empieza a sonar.
—DAHLIA.
Salgo bruscamente de mi estupor, horrorizada, y miro fijamente el rostro
brutalmente frío y bello del hombre que, estoy segura, acaba de matar a la única
persona que me ha visto por mí.
—Huye de este lugar, ahora —gruñe—. Y si alguna vez hablas de esto, destruiré
145 todo lo que amas.
Me quita la mano de la garganta. Nos miramos fijamente, como si intentara
calibrar si voy a hacer lo que me dice o morir a sus manos si no lo hago.
Abro la boca y luego la cierro. Algo tácito parpadea entre nosotros mientras
mis ojos se entrecierran hacia él de puro miedo y odio absoluto.
Odio que veo reflejado en sus propios ojos, clavados en los míos,
arremolinados con algo más que no consigo ubicar.
Pero no espero a averiguar qué es. Me arremolina y salgo corriendo hacia la
noche, con lágrimas en los ojos y el corazón destrozado por los gritos de las sirenas.
146
17
Deimos
Nunca me he considerado realmente un sádico. Obviamente, a veces tengo
tendencias sádicas. Culpo de ello a los niveles anormalmente altos de malicia que
corren por mis venas. Pero a pesar de mis inclinaciones más... primarias, sexualmente
hablando, no busco activamente causar dolor para mi propia satisfacción.
Dicho todo esto, podría acostumbrarme a ver a Dahlia murmurar y jurar para sí
misma mientras se arrodilla en el suelo de las oficinas de Laconia con Louboutins y
trajes de falda de Dior montando muebles.
Es como el anuncio más sexy de IKEA.
Sonrío sombríamente, con los ojos entrecerrados y brillantes, mientras la veo
apretar los dientes y apartarse el cabello de la cara, dejándome entrever la ira de sus
ojos. Pero se queda donde está, arrodillada entre los montones de cajas de cartón
medio rotas mientras monta una silla.
Pero incluso mientras la observo, no estoy seguro de que pueda decir
sinceramente que el placer que obtengo al verla proviene de su incomodidad.
No, lo que me tiene la polla dura e hinchada dentro del pantalón es que cada
vez que Dahlia se inclina demasiado, su falda se sube lo suficiente como para dejarme
ver sus bragas negras. O que cuanto más trabaja y más suda, más se le pega la blusa
a los pechos y me permite ver cómo se le fruncen los pezones.
Es una distracción, por no decir otra cosa. Pero si voy a distraerme del trabajo
real que tengo que hacer -poner en marcha Laconia Logistics, por no hablar de seguir
a cargo de todos los activos de mi familia en Europa-, prefiero distraerme de una
forma más, digamos, menos provocativa.
Se sobresalta cuando salgo de mi despacho de cristal y camino hacia ella.
—¿Sí? —murmura, lanzándome una mirada.
—Primero, pierde esa maldita actitud. Segundo, tenemos que hablar de tu
atuendo de oficina.
Frunce el ceño.
—¿Qué demonios pasa con mi atuendo de oficina...
—Me distrae.
Me mira incrédula antes de entrecerrar los ojos.
—Eres otra cosa, ¿lo sabías?
147 Cuando no digo nada, sus labios se fruncen.
—¿Y bien? —murmura Dahlia—. ¿Exactamente cómo puede mi
extremadamente apropiado, no revelador atuendo de oficina ser menos distractor
para ti, mi señor?
Esa puta boca. Una parte de mí quiere abrirle el cierre y llenarla aquí y ahora,
hasta que el descaro de esa boca sea reemplazado por mi semen pegajoso.
—Para empezar, puedes dejar de enseñarme tus putas bragas.
La cara de Dahlia explota de calor.
—Bueno, quizás podría dejar de pasarme el día de rodillas colocando
muebles...
—Hay una solución mucho más sencilla. —Sonrío ante su mirada inquisitiva
mientras extiendo la mano con la palma hacia arriba—. Dámelas.
Dahlia me mira fijamente, con la garganta agitada.
—¿Qué?
—Tus bragas. Me distrae verlas mientras te mueves a tientas por estas sillas. Te
digo que te las quites para que no sea un problema en el futuro.
Sus mejillas se tiñen de rosa. Ni siquiera pestañeo, mantengo mi mirada fija en
la suya. Doblo los dedos.
—Estoy seguro de que fui claro. Ahora, Dahlia.
Puedo ver el veneno arremolinándose detrás de sus ojos y burbujeando justo
detrás de sus labios. Pero los cierra con fuerza, mirándome.
—Cuento hasta tres, en ese momento... —Sus ojos se agrandan de sorpresa
cuando saco una navaja del bolsillo de mi chaqueta—. En ese momento, voy a
cortarlas.
—¡Bien, bien! —Su cara arde con algo que me encantaría que dijera que es
cualquier cosa menos excitación, mientras se da la vuelta. Estoy seguro de que la oigo
murmurar algo parecido a “psicópata” en voz baja mientras se mete la mano bajo la
falda—. Toma —suelta, dándose la vuelta y poniéndome en la mano unas bragas
negras de encaje.
Están calientes.
...Y no del todo secas.
Estoy a punto de llevármelas a la nariz cuando oigo un lento aplauso en el gran
despacho. Dahlia da un grito ahogado y se sobresalta. Pero yo gimo para mis adentros
y entrecierro los ojos cuando mi mirada se posa en el culpable.
Maldita sea.
—Oí que habías vuelto a la ciudad... —Raquel arquea las cejas, con las uñas
148 pintadas apartando delicadamente los mechones de rubio platino. Sus ojos se posan
en la prenda que tengo en el puño, y veo que algo malicioso parpadea tras ellos
cuando se dirigen a los míos—. Supongo que las viejas costumbres no desaparecen,
¿verdad, Deimos?
Como si necesitara otro recordatorio de por qué odio esta ciudad: porque está
llena de mujeres como Raquel.
Hace cuatro años, antes de que mis hermanos se mudaran aquí, yo iba y venía
entre Londres y Nueva York para ayudar con los negocios familiares. Nuestro tío
Vasilis, antes de que lo mataran, dirigió la parte neoyorquina del imperio Drakos
durante un tiempo, y de alguna manera me tocó a mí ser el que iba y venía.
Como detesto Nueva York, ocupé todo mi tiempo libre con vicios vacíos para
bloquearlo todo.
Uno de esos vicios vacíos acabó siendo Raquel.
Nos conocimos en un lugar llamado Club Venom, un lugar construido para los
oscuros, peligrosos y desviados de los bajos fondos de Nueva York. En parte, un club
de perversión y, en parte, un lugar de reunión clandestino para personas con dinero,
poder, contactos y gustos ilícitos.
Por muy idiota que sea, no miento a la gente. Al menos, no miento a las mujeres
como hacen muchos hombres. Mis intenciones son desnudas y brutalmente honestas:
quiero follar duro y áspero, y de formas que probablemente las aterroricen y vayan
más allá de su zona de confort. Y eso es todo lo que quiero.
No su número de teléfono. Ni su nombre. Ni su interés en repetir.
Soy muy claro en todo esto. Y, sin embargo, la mayoría de las veces la gente
sólo oye lo que quiere. En el caso de Raquel, no oía lo que no quería.
No era la primera mujer que pensaba que me “arreglaría” o “cambiaría”. Pero
si alguna vez hubiera una lista de potenciales “arregladoras” mías, ella estaría al
maldito final. Raquel no sólo ignoró mis reglas. Ella era, y presumiblemente sigue
siendo, una persona cruel.
Soy un idiota y un narcisista con complejo de Dios. Pero Raquel es una zorra
despiadada que disfruta siendo cruel con la gente que considera menos que ella,
porque cree que eso la enaltece. Y aunque suene raro, la crueldad absoluta me
desagrada, sobre todo si va acompañada de desesperación.
Nos enrollamos una sola vez, hace cuatro putos años. O mejor dicho, casi.
Raquel cae de lleno en el bando de “cree que quiere follar con el tipo asustadizo con
problemas y luego se vuelve loca cuando se da cuenta de lo oscuros y profundos que
son esos” problemas.
Nunca follé a Raquel. Sin embargo, actúa como si fuera “la que se escapó” o
algo así, y me acosa siempre que puede por alguna puta razón.
—¿Puedo ayudarte, Raquel? —gruño finamente.
149 Se eriza mientras sus ojos oscilan entre Dahlia y yo.
—¿Quién es?
Digo “no es asunto tuyo” al mismo tiempo que Dahlia dice:
—Su empleada.
El solapamiento y el consiguiente silencio son... reveladores.
Dahlia se aclara la garganta primero, con las mejillas enrojecidas mientras se
acerca torpemente a Raquel y le tiende la mano.
—Hola, soy Dahlia Roy.
Raquel le sonríe débilmente, ignorando su mano extendida.
—¿Trabajas para Deimos?
Dahlia asiente.
—Lo hago, sí.
—¿Y forma parte de la descripción de tu trabajo darle tus bragas? —responde
Raquel fríamente—. ¿O sólo eres su juguetito?
La cara de Dahlia se vuelve carmesí, su garganta se sacude rápidamente.
—Oh, yo, no...
Raquel suelta una risa quebradiza y helada.
—Tú coleccionas juguetes dondequiera que estés, ¿verdad, Deimos?
Me tiembla la mandíbula.
—Laconia Logistics no está abierto para los negocios, Raquel. Ahí está la
puerta.
Resopla y me fulmina con la mirada antes de volver a mirar a Dahlia.
—Sólo para señalar lo obvio, cariño —se burla—. Se cansará de ti.
Dahlia tartamudea, su cara.
—Oh, no, no estamos...
—Eso podría sostenerse un poco más si él no estuviera sosteniendo tus malditas
bragas, perra tonta.
Algo parpadea en mis venas como fuego.
—Tus opciones de salida, Raquel, son el ascensor, las escaleras o las ventanas.
Se eriza, lanzándome una mirada mocosa.
—Esas ventanas no se abren.
—Lo harán si te tiro lo suficientemente fuerte.
Raquel me mira y luego a Dahlia.
150 —Bueno, veo que estás... ocupado —se burla—. Tal vez llame primero la
próxima vez.
—Mejor idea —gruño—. Llamamos a esto adiós y no hay próxima vez.
Raquel ignora mi comentario y se vuelve de nuevo hacia Dahlia con una fina
sonrisa en los labios.
—Pobrecita, pobrecita —sisea malévolamente—. Te va a masticar y escupir, lo
sabes.
Dahlia no dice nada, y yo tampoco, mientras Raquel sonríe, se vuelve y se
dirige al ascensor. Las puertas se cierran en silencio.
Frunzo el ceño cuando Dahlia me arranca la ropa interior de la mano. Cuando
me doy la vuelta, ella se da la vuelta con los labios apretados y se las sube por debajo
de la falda. Luego agarra su bolso.
—¿Dónde demonios crees que vas?
—Clase —dice en un tono entrecortado y frío.
—Joder. No has terminado por hoy.
Ella gira, sus labios finos y sus ojos letales.
—Sí, Deimos —sisea en voz baja—. Lo hago.
Dejo que se marche, pero sólo porque ahora sí que tiene clase. Luego envío
una nota rápida a Christian, mi jefe de seguridad, para asegurarme de que Raquel no
vuelva a acercarse a menos de tres manzanas de este puto sitio.
Lo que me deja con un último problema: por qué me importa una mierda que
Dahlia pareciera tan jodidamente enojada cuando se fue furiosa tras Raquel.
Por qué me importa si su encuentro con una mujer con la que estuve
brevemente la enfada, la pone celosa o sabe qué más.
Pero sobre todo, por qué miro a Dahlia como algo más que ira, o por qué quiero
tener algo que ver con ella aparte de la venganza.
151
18
Deimos
Ella gime, arqueando la espalda mientras él la penetra por detrás. Sus manos la
agarran por las caderas, su polla desnuda brilla y resbala mientras la penetra. Otro par
de manos se enredan en su pelo negro, lo agarran con fuerza y se ríen mientras ella se
atraganta con su polla.
Me sobresalto y salgo del flashback, deteniéndome justo antes de que mi puño
atraviese la pared.
Respira, maldita sea.
En mi cabeza no hay lugar para la nostalgia ni para pensar en el pasado. En
parte porque me parece pesado e ilógico insistir en cosas que ya han pasado, porque
no se pueden cambiar. Y en parte porque el pasado, en su mayor parte, está lleno de
fantasmas y dolor para mí.
Quiero decir, no soy un monstruo. No del todo. Puedo recordar con cariño
algunos momentos felices con mis hermanos cuando éramos pequeños. Pero incluso
esos están algo manchados por la sombra de nuestro padre. Eneas Drakos era un
terror para todos nosotros, incluso para Atlas, mi hermano mayor por delante de Ares,
que ahora está tan muerto como nuestro padre. Pero todos experimentamos su ira de
diferentes maneras.
Vertió toda su malicia y su odio por el mundo en Atlas, tratando de moldearlo
para convertirlo en el futuro líder de nuestra familia que había nacido para ser.
Excepto que mi hermano mayor era un matón, un sádico y, lo más importante, un
idiota. Después de matar a nuestro padre para hacerse con el trono antes de tiempo,
sólo duró unos cinco segundos antes de pelearse con un hombre con el que no debía
y acabar muerto también.
¿Sinceramente? Que le vaya bien.
Para Ares y Hades, Eneas era un matón y un bastardo. Kratos lo tuvo un poco
peor que ellos, ya que se negó a aprovechar su enorme tamaño y ser el monstruo sin
alma en el que nuestro padre quería moldearlo. Ares y Hades recibieron mucha
mierda y muchas palizas de nuestro padre. Pero Kratos también, con una buena dosis
de decepción encima.
Callie no era más que una moneda de cambio. Una chica, cuando él sólo se
creía capaz de engendrar hijos. La ignoró en gran medida. Puede que ella sacara lo
mejor de él por eso.
Y luego estoy yo.
152 Su arma. Su perro de ataque.
Y también su cordero de sacrificio.
Me dejó allí para que muriera.
Aunque no me detengo en el pasado, hay dos sucesos que me persiguen, por
mucho que intente cauterizarlos de mi mente. Uno es todo el tiempo que pasé
encerrado en ese sótano cuando era niño. Donde me mostraron el verdadero dolor y
la tortura. Donde me hicieron daño. Donde parte de mi alma me fue cortada en la
oscuridad, incluso mientras gritaba en vano por la salvación.
El otro acontecimiento es haber matado a esos dos cabrones la noche que me
enseñaron ese puto video que me arrancó lo que quedaba de mi alma y mi fe en la
humanidad, y cualquier emoción que no fuera odio y venganza.
Vuelvo a respirar. Y en lugar de atravesar de un puñetazo la pared de la
habitación que una vez fue mi dormitorio en la mansión de ya-ya, apoyo
cansadamente la frente contra ella.
Volver a esta ciudad ya fue un error bastante grave. Quedarse fue uno peor.
Traer a Dahlia de vuelta a mi mundo fue como ingerir veneno, y no tengo ni
puta idea de lo que estaba pensando. Ella es una toxina para mí. Siempre lo ha sido.
Y ahora siento los efectos de ella envenenando lentamente cada gota de sangre
de mi cuerpo.
—Ekeí eínai o engonós mou.
Ahí está mi nieto.
Sonrío y me giro al oír la voz cariñosa de ya-ya desde la puerta.
—Kratos me dijo que estabas aquí.
Me río en voz baja.
—Creo que es hora de que tu perro guardián tenga su propio lugar, ya-ya.
Se burla de mí.
—¿Qué, y dejarme aquí sola? ¿Ya que todos mis otros nietos insisten en
dejarme uno por uno?
—Y yo que pensaba que lo tuyo era que todos encontráramos el amor y
'tuviéramos muchos hijos —bromeo.
Es una de sus frases favoritas.
Ya-ya pone los ojos en blanco.
—Bueno, hasta ahora, mucho amor. Pero no bebés.
—No te preocupes, he oído que Ares está trabajando diligentemente para
cambiar eso.
En mi maldita oficina después de horas, sobre MI maldito escritorio.
153 Eso, por supuesto, es exactamente lo que vio Dahlia la otra noche cuando fue a
buscar esos informes que en realidad no necesitaba. Fue a Ares y Neve a quienes vio
follando como adolescentes en mi oscuro despacho. Supongo que incluso vio el
tatuaje del dragón que todos los hermanos tenemos en la espalda.
Ya-ya hace una mueca, dándome una palmada en el pecho.
—¡Theé mou, Deimos! No hables así.
—No soy un niño, ya-ya. —Sonrío—. Ninguno de nosotros lo es. Creo que a
estas alturas todos sabemos que la cigüeña es tan mentira como Papá Noel.
Suspira y pone los ojos en blanco antes de esbozar una sonrisa.
—Bueno, los bebés llegarán con el tiempo. Mientras tanto, no te atrevas a echar
a mi Kratos. Ares está con Neve, Hades, solo Dios sabe cómo, se ha instalado con Elsa.
Callie tiene su Castle...
—Ella tiene su falso matrimonio con él. No estoy seguro de ir tan lejos como
para llamarlo suyo.
Dimitra no dice nada, simplemente arquea las cejas con elocuencia antes de
hacer una seña con la mano.
—Ven, estoy preparando té y me gustaría tener compañía.
De hecho, me he pasado por casa para hablar con Kratos de unos asuntos en
los que necesito su ayuda. Pero quién soy yo para negarle a ya-ya una taza de té,
sobre todo cuando llevo tanto tiempo fuera y siempre me he negado rotundamente a
visitar siquiera este pozo negro de ciudad.
Sinceramente, le debo mucho más que una taza de té. Para empezar, ella es la
que mantuvo unida a nuestra familia lo mejor que pudo después de que nuestra madre
muriera y mi padre pasara de ser un bastardo santurrón a un completo lunático
desquiciado.
Pero aún más que eso, mi abuela es la que se sentó a mi lado hace tantos años,
cuando volví de aquel lugar maligno en un sótano oscuro y húmedo. Cuando aún no
volvía a hablar, y aún intentaba encontrar la manera de tapar con una mano el agujero
invisible de mi pecho por el que goteaba lo que quedaba de mi alma.
No sé realmente si ya-ya conoce todos los detalles de mi estancia en ese lugar.
Lo dudo. Si lo sabe, nunca ha dicho ni una palabra. Pero sabe que algo se rompió
dentro de mí entonces. Y se quedó junto a mi cama, observándome, a veces rezando,
otras leyendo un libro o simplemente sentada en silencio, durante semanas.
En la cocina, ya-ya recoge una bandeja de plata con una tetera, dos tazas y
platitos, un azucarero y una jarrita de leche. Salimos a su lugar favorito: la mesa de
comedor bajo el cenador donde celebramos el cumpleaños de Callie.
Empieza a hacer frío, sobre todo cuando estás a cuarenta pisos de altura. Pero
154 a mí no me molesta, y ya-ya, Dios la ame, se sentaría aquí hasta que el cielo dejara
caer un metro de nieve. Y aun así, probablemente seguiría aquí, abrigada con una
chamarra, dando una lección de historia sobre las pruebas y dificultades que tuvieron
que pasar los espartanos para defender las Termópilas.
Ah, sí: está convencida de que todos somos descendientes directos de los tipos
con abdominales de la película 300.
—¿Te gusta estar de vuelta en Nueva York?
Sonrío sin compromiso mientras añado un chorrito de leche y dos de azúcar a
mi té. Normalmente lo tomo solo, pero mi abuela lo prepara como si fuera alquitrán
para tejados.
—Es... toda una ciudad —murmuro.
Ya-ya se ríe para sí.
—Engonáki me káneis na geláo.
Nieto, me haces reír.
—Me alegro de poder proporcionarte entretenimiento para la tarde.
Suspira, se acomoda en la silla y bebe su té de cohetes. Derecho.
—Odias este lugar.
—Yo... —Tamborileo con los dedos sobre la mesa y luego levanto lentamente
la mirada hacia la suya—. Sí, odio este lugar. Excluyendo a la compañía actual, por
supuesto.
Suspira, negando con la cabeza.
—Por supuesto, siempre soy más feliz cuando todos ustedes están cerca de mí
y no al otro lado del Atlántico...
—Intuyo un “pero” en alguna parte.
Sonríe.
—¿Quieres que pregunte por qué estás aquí? ¿Para intentar traspasar esas
paredes tuyas? —resopla—. Por favor, Deimos. Soy una anciana. No tengo el tiempo,
la paciencia o la fuerza para derribarlas. Dudo que incluso Hércules lo tenga.
No digo nada, sorbiendo lentamente mi té.
—Y además —dice, levantando un hombro en forma de pájaro bajo su chal—.
No necesito preguntar por qué estás aquí. Ya lo sé.
Eso llama mi atención. La miro, procurando mantener un rostro neutro.
—¿Es así?
Sonríe con satisfacción.
—¿Cómo va tu nueva empresa, engonós?
—Bastante bien, gracias.
155 —¿Y su proceso de contratación?
—Marchando lentamente hacia adelante. Voy a empezar a incorporar un
equipo ejecutivo el mes que viene.
Sus labios se curvan.
—Tenía más curiosidad por tu personal actual.
—No tengo personal...
Maldita sea.
Hace falta un milagro para tomarme desprevenido, o para que me meta en una
mierda en el transcurso de una conversación.
Un milagro, o ya-ya.
—Te refieres a la amiga de Callie.
—Me refiero a la amiga de Callie —dice, con un leve atisbo de sonrisa.
Me encojo de hombros.
—Le estoy haciendo un favor, eso es todo. Está en la Escuela de Negocios de
Columbia con Eilish y necesitaba unas prácticas como parte de su curso semestral.
—Así es.
Extiendo los brazos.
—No estoy seguro de lo que estás buscando aquí, ya-ya. Pero sí, eso es. —Bebo
un sorbo de té mientras la mujer del otro lado del charco me abre en canal bajo su
mirada sin mostrarse agresiva ni una sola vez.
—¿Y la única empresa que esta chica pudo encontrar en la que hacer prácticas
en una ciudad como ésta fue la tuya, formada actualmente por cero empleados
excepto tú?
—Me va mucho mejor con las preguntas directas si es antes del mediodía, ya-
ya. Y supondría que no hay otras empresas interesadas en ella porque, bueno... —Me
aclaro la garganta y me inclino hacia delante, bajando la voz—. Ella... no está muy
cualificada, si somos sinceros.
—Ahh, ya veo. —Sonríe ya-ya para sí—. Así que es caridad, entonces.
—Exactamente.
Mantiene esa sonrisa tranquila, cálida y de abuela durante tres segundos más
antes de resoplar de una forma muy poco femenina y poner los ojos en blanco. Se ríe
en voz baja, niega con la cabeza y mira hacia otro lado.
—Lo veo todo, engonós. Lo sabes, ¿verdad?
Arqueo una ceja afilada hacia arriba.
—¿Te importaría informarme, entonces? Porque parece que yo no tengo el
156 mismo don.
—Es la segunda vez que le mientes a tu propia abuela en los últimos cinco
minutos.
Cuando me pongo rígido, sonríe y hace un chasqueo con los dientes.
—De acuerdo, ya paro. Pero lo veo, Deimos. Lo vi en el cumpleaños de Callie,
viéndote en la mesa.
—Me muero por saber qué es esto.
Suspira.
—Calma.
—¿Contexto?
—En ti, engonós. Esta chica te trae calma.
Bueno, eso es una completa mierda. Pero ni siquiera yo soy tan monstruoso
como para decirle eso en la cara a mi propia abuela.
—Bueno, lo tendré en cuenta en mi informe para Columbia una vez que haya
terminado.
Por un momento, ya-ya no dice nada.
—Sabes, tu abuelo también lo tenía.
Frunzo el ceño.
—¿Tenía qué?
—La oscuridad que vive en ti.
Parpadeo sorprendido.
—Es imposible que eso sea cierto.
No lo hay. Mi papou era uno de los seres humanos más agradables, amables y
sinceros que he conocido.
—Sí, porque viví con el hombre durante cincuenta años. ¿Qué podría saber
sobre él?
Sonrío irónicamente.
—Lo hizo, Deimos. Cuando quiso.
—¿En serio estamos hablando del mismo papou? ¿El papou siempre feliz y
sonriente?
Levanta la comisura de los labios y me hace un gesto con la cabeza.
—A veces sonreímos a través del dolor. Pero él lo tenía. Lo mismo que veo en
ti. Tu padre tenía demasiado. Y Atlas... —Niega con la cabeza con tristeza—. También
demasiado.
No decimos nada durante un minuto. Nos limitamos a sorber nuestro té en la
157 fría brisa otoñal, mirando las hojas cambiantes de los árboles de Central Park.
—Ella también ha visto la oscuridad, ya sabes.
Me pongo un poco rígido antes de mirarla con curiosidad.
—¿Quién...?
—Oh, dejemos de jugar a este despistado juego de Deimos, ¿de acuerdo? No
me divierte. —Me guiña un ojo—. Ambos sabemos que me refiero a Dahlia.
Arqueo una ceja. Ya-ya sonríe.
—Por favor, engonós. Como si no lo supiera todo de cualquiera que pase tiempo
con mi familia. Sé de las conexiones de la señorita Roy con la familia Cross, y de su
triste parentesco. —Frunce el ceño, asintiendo lentamente mientras mira su taza—.
Pero también hay algo más. Otra oscuridad que aún se cierne sobre ella, aunque no
sé qué es.
Yo sí.
Soy yo.
La sombra que se cierne sobre Dahlia soy yo, y lo que vio aquella noche en
Knightsblood que nunca debió ver, oscureciendo su pasado como una mancha y
ahora atormentando su presente como un mal sueño recurrente.
Y tal vez por fin había encontrado una manera de olvidar, y de salir de esa
oscuridad. Pero yo he vuelto a hundirla en ella, con las garras extendidas y los dientes
enseñados. Ya-ya sonríe, cruza la mesa y apoya su mano sobre la mía.
—Algo que podría ayudar, engonós. Algo que solía decir tu abuelo. —Se aclara
la garganta y se vuelve para mirar al viento—. Si ocultamos quiénes somos,
permanecemos en la oscuridad.
Bueno, eso lo explica, entonces. Porque he ocultado quién y qué soy toda mi
vida.
Eso explica las sombras.
158
19
Dahlia
A veces, tu punto de ruptura es dramático y explosivo. La escena de Jerry
Maguire: “¿Quién viene conmigo?”.
Pero otras veces, tu punto de ruptura simplemente ocurre entre palabras o
bocanadas de aire. No hay un gran final de película de Hollywood que te lleve al
límite. Es sólo una mirada o un comentario.
O, en mi caso de hoy, una ampolla.
Esta mañana me he levantado con las manos y las muñecas doloridas, las
rodillas en carne viva y la espalda destrozada por las largas y agotadoras horas que
he pasado como mantenimiento de Deimos montando muebles. Incluso un día no me
vestí de oficina, sino que me puse ropa de entrenamiento para no sudar otra bonita
blusa.
Deimos me dijo que parecía poco profesional y que estaba infringiendo algún
tipo de código de vestimenta de oficina que desconocía hasta entonces. Luego me
inclinó sobre el escritorio a medio montar más cercano, me bajó de un tirón los
pantalones y las bragas de yoga y me dio unos azotes en el puto culo desnudo antes
de meterme los dedos hasta provocarme un orgasmo explosivo mientras vaciaba su
semen en mi garganta.
Sí.
Uno pensaría que si ese no era tu punto de quiebre, nada lo sería. Excepto que...
nada de eso me hizo romperme. Sólo romperse, maravillosamente, y deshacerse en
las costuras de la manera más pecaminosamente deliciosa.
Realmente necesito encontrar un terapeuta.
En el fondo de mi mente, sé que lo que está pasando entre nosotros es
extremadamente jodido. Sólo el desequilibrio de poder que supone que él sea mi jefe
y lo que ejerce sobre mí debería ser la mayor señal de alarma del mundo. Si añadimos
la naturaleza de nuestro... físico, la cosa se vuelve escandalosa. Mi jefe, un hombre
blanco, me está obligando a realizar actos sexuales con él mientras me amenaza con
hacerme perder mi futuro.
Quiero decir que este podría ser el cartel del Me Too Movement 1.
159 Y sé que eso debería molestarme, mucho. Especialmente por lo que mi madre
y yo hemos pasado. Siento que recuerdo vagamente a un terapeuta que vi hace años
diciendo algo en jerga como “repetición de conformidad de patrones negativos” o
algo así.
Traducido del lenguaje de los psiquiatras, es: “estás un poco jodida con un
montón de equipaje, y es probable que repitas cosas malas o decisiones terribles por
impulso”.
Excepto que realmente no creo que sea eso. Porque no le temo a Deimos. No
me molesta en absoluto lo que hacemos. No siento que me esté obligando a nada, ni
siquiera cuando me manosea físicamente en una posición y me deja las huellas de sus
manos en el culo durante los próximos tres días.
Casi estoy esperando que alguien, probablemente vestido de sufragista, llame
a mi puerta y me exija que renuncie a mi carné de feminista.
Querer lo que quiero, especialmente de un hombre como Deimos, es...
problemático. Lo entiendo. Pero por mucho que lo intente, no puedo detener las
oscuras, arremolinadas y viciosamente seductoras fantasías y deseos que arrasan las
partes más privadas de mi cabeza. No puedo evitar ansiar la forma en que me toca
con tanta rudeza y me obliga a arrodillarme.
La forma en que me azota el culo o me da palmadas en el interior de los muslos.
La forma en que me retuerce los pezones hasta que cruza la línea que separa el placer
del dolor, confundiéndolos mientras yo me ahogo en la excitación. La forma en que
hunde su polla ridículamente grande tan profundamente en mi garganta que estoy
segura de que voy a dejar de respirar y asfixiarme.
La forma en que me ha dicho en más de una ocasión que me atará y “me follará
crudamente así yo diga que no o no” o que entrará en mi apartamento y me
despertará follándome.
No pueden ser manías normales. Y no puede ser normal que me ponga tan
absurdamente húmeda y necesitada cuando me gruñe estas fantasías... o
posiblemente amenazas... al oído.
Así que tal vez eso es lo que me llevó a mi punto de ruptura esta mañana. No es
la ampolla en mi pulgar por el maldito destornillador. Es el hecho de que me
preocupa estar demasiado ansiosa por saltar de un acantilado y navegar hacia la
oscuridad pura.
En cualquier caso, esta mañana decidí faltar. Le envié un mensaje de texto a
Deimos diciéndole que me tomaba un día libre, bloqueé temporalmente su número,

1
Me Too Movement: movimiento de concientización sobre el tema del acoso sexual y el abuso
sexual de las mujeres en el lugar de trabajo que cobró prominencia en 2017 en respuesta a los informes
noticiosos sobre abuso sexual por parte del productor de cine estadounidense Harvey Weinstein.
salí de mi apartamento y le pedí a mi vecina de enfrente, Lena, que me llamara si
160 aparecía.
Se ofreció amablemente a llamar a la policía o a dispararle, pero le dije que no
sería necesario.
Ahora, a media tarde, después de dar vueltas por algunos de mis locales
favoritos de la ciudad durante toda la mañana, sonrío al entrar en The Mermaid Inn,
en Chelsea. Raph levanta la vista de su martini y de la docena de ostras que ha sido
un santo al encargarnos por adelantado, y sonríe mientras se levanta.
—Bueno, hola, querida.
Se ríe, pero luego frunce el ceño cuando el abrazo que le doy se prolonga y
dura demasiado.
—Eh, eh... —Se echa hacia atrás, mirándome ansiosamente a los ojos—. ¿Estás
bien?
—Sí. —Sonrío, mintiendo entre dientes—. Estoy bien. Me alegro de verte.
—Me alegro de que me hayas hecho un hueco en tu apretada agenda. —Sonríe
mientras tomamos asiento. Llama al camarero, golpea su copa de martini y levanta un
dedo.
—Oh, no, yo...
—Tomar una copa conmigo, sí, lo sé.
Pongo los ojos en blanco.
—Raph, son como las dos de la tarde.
—Sí, lo que significa que el mediodía fue hace dos horas enteras. Ponte al día,
Dahlia.
Me río mientras niego con la cabeza y me sirvo una ostra, sorbiéndola.
—Bueno, tenía el día libre, así que... aquí estoy.
—¿Cómo está Adele?
Hago una mueca y pongo los ojos en blanco.
—Lo mismo.
—¿Así que apuñalando almohadas mientras por fuera pones cara de valiente?
—Sí. —Me encojo de hombros—. No pasa nada. Es dura: sobrevivirá a tu padre.
Raph gruñe y da un gran sorbo a su martini justo cuando llega el mío.
Arrugo la frente.
—¿Has... ya sabes...
—¿Lo has visto? —La boca de Raph se tuerce mientras niega con la cabeza—.
No. Por lo que sé, está refugiado en su viñedo a las afueras de Lyon. Pero no estoy
seguro. Ahora mismo no nos hablamos. No desde que básicamente le hizo un giro de
161 180 grados a tu madre.
Y a mí.
Nunca me vi a mí misma dejando que un hombre mayor traspasara mis
defensas, especialmente otro que iba a jugar a ser una figura paterna. Pero Gerard
era tan increíble conmigo y con mamá, tan amable y tan cariñoso.
Y aun así terminó siendo, bueno... esto.
Raph suspira.
—Es un cabrón.
Resoplo, levantando mi copa.
—No hay desacuerdo aquí.
—Bueno, ya que estamos en el mismo equipo en lo que se refiere a la polla de
mi padre, debería hacerte saber que he estado investigando, legalmente hablando.
—¿Oh?
Raph asiente, frunciendo el ceño.
—Bueno, todo lo que pueda. —Su boca se tuerce—. Sabes que me encantaría
ayudar más, es sólo que...
—No, lo sé, y lo entiendo perfectamente. No tienes que disculparte por nada,
Raph.
Mi hermanastro es abogado en un bufete muy conocido aquí en Nueva York, y
además es bueno. Pero aunque me encantaría contar con su ayuda legal en todo esto,
tiene las manos atadas. Por un lado, porque Gerard tiene negocios con el bufete para
el que trabaja Raph, lo que supone un conflicto de intereses. Pero por otro lado,
siendo el hijo de Gerard hace que sea éticamente gris para él ayudar oficialmente a
mi mamá y a mí...
Raph suspira.
—Bueno, en cualquier caso, me ha alarmado la venta de algunas de estas
empresas impugnadas de tu madre. Al principio, me imaginé que eras tú o tu madre
trabajando con empresas fantasma...
—Excepto que no tenemos el tipo de dinero que se necesitaría para hacer eso.
Además, eso sería fraude, ¿no?
Raph resopla.
—Sólo si te atrapan. Si él va a jugar tan sucio, no veo por qué tú y Adele no
deberían hacerlo también. Pero tienes razón. Me imaginé, sin ánimo de ofender, que
no tenías el dinero para empezar a comprar empresas sólo para evitar que mi padre
se las quedara en el divorcio, no con todo lo que tiene enredado con sus mociones
legales.
—Tienes razón. Y no me ofendo.
162 —Así que investigué un poco. —Frunce el ceño—. Dahlia, no te voy a mentir:
me preocupan algunas de estas ventas. Algunos de los directores generales tenían...
problemas, llamémosles. Problemas de los que estaba al tanto porque soy así de
fisgón. Pero me preocupa que quizá otros también los conocieran y utilizaran ese
conocimiento para conseguir venderlos a precios bajísimos.
Asiento, mirando mi bebida.
—Y cuanto más he escarbado —prosigue—, más empiezo a sospechar que seis
de las empresas compradas lo fueron en última instancia por un solo individuo,
utilizando diferentes empresas fantasma para cubrir sus huellas.
Mi cara se tuerce mientras mis ojos se elevan miserablemente hacia los de
Raph.
—Muy por delante de ti. —Suspiro—. Lo estaban.
Se le levanta la ceja.
—¿Oh?
Exhalo lentamente.
—¿Recuerdas a Deimos Drakos, de la escuela?
Raph sonríe socarronamente.
—¿Alto, moreno, ultra misterioso y sexy en plan “por favor ahógame y
fóllame”?
Mi cara estalla en llamas mientras me encojo y la entierro entre las manos.
—Raph —siseo, mirando de reojo a las mesas contiguas.
Se ríe.
—Oh, por favor. Como si no lo hubiéramos pensado todos. Es el chico que te
folla sobre la mesa de la cena delante de todos cuando lo llevas a casa a conocer a la
familia.
Gimo, negando con la cabeza.
—Necesitas ayuda.
—No, necesito un chico pálido loco con tatuajes y una gran polla para...
—Sí, se acabaron los martinis para ti, amigo mío —le suelto, arrancándole la
copa de la mano mientras lanzo una mirada de disculpa al hombre mayor sentado en
la mesa de al lado.
—Bueno, ¿qué pasa con él?
Cuando me aclaro la garganta y le lanzo una mirada significativa, los ojos de
Raph se amplían.
—Espera, ¿él?
Asiento en silencio.
163 —Pensé que vivía en París o Londres o algo así.
—Lo hizo. Ahora ha vuelto a Nueva York.
Raph parpadea y niega con la cabeza.
—Pero ¿cómo sabes que él es el que compró todo...
—Porque trabaja para mí.
Levanto la cabeza de un tirón y siento una oleada de algo frío y afilado que me
recorre la columna vertebral cuando la voz me envuelve y aprieta. Lentamente, con
el pulso retumbando en mis oídos, me giro. Inmediatamente me estremezco cuando
sus ojos oscuros se clavan en los míos.
—Y, dado que trabaja para mí, creo que acaba de cometer espionaje
corporativo.
Raph esboza una sonrisa nerviosa.
—Deimos, cuánto tiempo sin verte. Estábamos hablando de ti...
—Sí, bueno, ya sabes lo que dicen. Habla del diablo —gruñe Deimos en voz
baja, sin apartar sus ojos de los míos—, y aparecerá.
Sus ojos se entrecierran peligrosamente mientras revolotean hacia Raph.
Luego vuelven a mí.
—Se supone que deberías estar en el trabajo.
—Te envié un mensaje. Me tomé un día libre.
—Hay que aprobarlos.
Frunzo el ceño.
—No, ellos...
—Lo hacen en mi empresa.
Raph se aclara la garganta.
—En realidad, Deimos, las leyes laborales...
—Estoy seguro de que no estaba hablando contigo. —Los ojos de Deimos se
deslizan de mí a Raph—. ¿Y exactamente por qué estás en una puta cita con mi maldita
empleada en horas de trabajo?
Lo miro fijamente, viendo claramente... bueno, posesividad en su cara. Rabia.
Tal vez incluso un poco de celos.
¿De Raph?
—¿Una cita? —le digo a Deimos—. Este es mi hermanastro, psicópata.
—Así que, el pedazo de mierda vástago del hombre que trató de robar el
dinero de tu madre.
Raph se aclara la garganta torpemente.
164 —Ese sería yo, sí. Y, no sé si me recuerdas, pero fuimos a Knightsblood juntos...
—Fui a la escuela con cientos de imbéciles mimados —gruñe Deimos—. Nunca
me molesté en llevar la cuenta de quién era quién.
Raph frunce el ceño.
—Bueno, por si sirve de algo, a pesar de quién es mi padre, estoy del lado de
Dahlia y Adele aquí.
—Qué bien por ti.
La sonrisa de Raph vacila y se encoge un poco cuando Deimos se cierne sobre
él, destripándolo con una mirada un tanto desquiciada y psicótica antes de volverse
hacia mí.
—Vienes conmigo. Tienes trabajo que hacer.
—No hemos terminado nuestro almuerzo.
—Oh, créeme, lo haces.
Me agarra de la muñeca, pero yo se la devuelvo y le lanzo una mirada
venenosa. Estoy segura de que mi peligrosa bravuconería se debe a que no he
comido en todo el día y acabo de beberme medio martini a las dos de la tarde.
—No voy. Y no voy a ninguna parte contigo.
Me estremezco cuando las comisuras de los labios de Deimos se curvan
peligrosamente. Se aclara la garganta y se inclina, mirando por encima de mi hombro
con los labios junto a mi oreja para que solo yo pueda oírle.
—Ven conmigo ahora mismo, o te pondré de rodillas aquí mismo en el
restaurante y llenaré esa puta boca tuya con mi semen.
La velocidad con la que mi cuerpo se tensa y mis bragas se empapan es...
inquietante.
Me aclaro la garganta, intentando evitar que el calor rugiente se extienda por
mi cara.
—Raph...
—Oye, el trabajo es el trabajo, lo entiendo —dice con una risa incómoda,
mirando nerviosamente a Deimos—. ¿Me llamas más tarde?

—¿Qué demonios es esto?


El coche que Deimos tenía esperándonos fuera de The Mermaid Inn no nos ha
llevado a la oficina de Laconia Logistics.
Acabamos de estacionar frente a su edificio de apartamentos.
165 Deimos no dice nada, ignora mi pregunta, se baja y espera a que yo haga lo
mismo. Cuando me quedo quieto, me lanza una mirada que me asusta y me electriza
a la vez. También me saca del coche.
Trago saliva cuando el ascensor se abre a la enorme, amplia y preciosa
buhardilla que recuerdo de la última vez. Desde la última vez que estuve aquí, parece
que Deimos no ha avanzado nada en la compra de muebles.
—¿Qué estamos haciendo aquí?
Me estremezco cuando lo oigo cerrar la puerta tras nosotros. No dice nada
cuando pasa junto a mí y se quita la chaqueta. La cuelga cuidadosamente sobre el
respaldo de la única silla que hay junto a la ventana antes de encender la lámpara de
pie y pulsar un botón de la pared. Se me acelera el pulso y se me pone la piel de
gallina cuando las cortinas oscuras empiezan a bajar, cubriendo las paredes de
ventanas y bloqueando por completo la luz de la tarde. Todo el loft se queda a oscuras,
salvo por el charco de luz que proyecta la única lámpara de pie en la que está él.
—Deimos...
—Ya que te gusta jugar —gruñe en voz baja—, vamos a jugar a uno de los míos.
Uno de mis favoritos.
Empieza a desabrocharse tranquilamente los puños y a subirse hábilmente las
mangas por los antebrazos tatuados y musculosos. Me estremezco, con algo entre el
miedo y la excitación acumulándose en mi interior.
—Que... —Trago grueso—. ¿Cuál es el juego?
El fuego negro ondea en sus ojos.
—Vas a huir, Dahlia.
Una sensación de hormigueo, como la punta de una hoja fría, se arrastra asesina
lentamente por mi columna vertebral.
—No estoy segura de...
—Aquí, Dahlia —murmura en voz baja—. Vas a correr. Y yo voy a atraparte.
Joder.
Mierda.
Mis ojos se agrandan por la conmoción, el miedo y la expectación, y mi pulso
se acelera a medida que la adrenalina inunda mi organismo.
—Yo... y... ¿Qué pasa cuando me atrapes?
No dice nada. Solo avanza lentamente hacia mí, mirándome fijamente al alma
con esos ojos oscuros mientras la sangre me ruge en los oídos.
—¿Deimos...?
Tiemblo mientras me rodea lentamente.
—¿Qué pasa cuando me atrapes...?
166 —Te voy a follar, cariño —me gruñe al oído, haciéndome estremecer mientras
un grito ahogado sale de mi boca—. Te inmovilizaré y te follaré duro, como el
juguetito que eres.
Mierda.
Sé que habla muy en serio, y eso no hace más que aumentar la embriagadora
mezcla de miedo y deseo que recorre mi organismo. La amenaza... o es una
promesa... es tan excitante y aterradora al mismo tiempo que mi organismo no sabe
qué hacer con todas las sustancias químicas que se vierten en mi cerebro y mi torrente
sanguíneo.
Podría decírselo. Debería decírselo. Que esto es nuevo, que nunca he hecho
esto antes.
Que será mi primera vez.
Pero no lo hago.
—¿Y bien? —gruñe en voz baja, dando un paso atrás delante de mí.
Mi garganta se estremece mientras me muerdo el labio inferior con los dientes
y mi mirada se clava en los dos pozos oscuros de su rostro demoníaco y letalmente
bello.
Y lentamente, con explosiones en mi cerebro, asiento.
—De acuerdo.
Sus labios se retuercen hambrientos.
—Pero —suelto—. Si hacemos esto, tiene que haber una fecha de caducidad.
—¿A?
—Por... esto. Todo este arreglo nuestro.
Frunce el ceño.
—Ya tenemos uno. Es un año.
—Bueno, eso no funciona para mí.
Arquea una ceja divertido.
—Y me importa una mierda... ¿por qué?
—Simplemente no lo hace. No voy a hacer un año.
Me sonríe fríamente.
—Bueno, hay espacio para una contraoferta, supongo.
—Una semana.
Se ríe.
—Inténtalo de nuevo.
—¿Un mes?
167 Se da la vuelta y camina hacia la única lámpara de pie que ilumina todo el
desván.
—¿Seis meses?
Se ríe entre dientes.
—No va a pasar.
—¡Pensé que estábamos negociando! —suelto.
—Dije que había espacio para hacerlo, no que estuviera de acuerdo con algo.
Aún queda un año. Y yo recomendaría repasar tus habilidades de negociación. Eso
sonó más como un ruego.
Trago saliva y me muerdo el labio mientras me tiembla el pulso.
—Nadie más.
Cuando ya hay luz, se gira y levanta una ceja.
—¿Qué quieres decir?
—La otra noche, en tu oficina...
—Era mi hermano.
—Sí, al final me he dado cuenta, pero igual no tengo ningún interés en tener
algo de una de tus putas. —Mi mandíbula se tensa—. Como las que pueden o no
pasarse por la oficina.
Deimos parece ligeramente divertido, poniendo los ojos en blanco.
—No es que te deba una explicación...
—Tienes razón, no lo haces —digo fríamente.
Su ceño se arquea.
—Soy consciente de ello. De todas formas, no es lo que tú crees. No hay historia
entre Raquel y yo.
—Genial —digo rotundamente, perturbada por lo secretamente contenta que
me siento al oír eso, después de ver la forma depredadora en que esa mujer lo miró
en la oficina—. Pero aun así, nadie más. Ningún otro juguete.
—Bien.
Casi sale demasiado rápido. Arrugo la frente.
—Lo digo en serio.
—Y acabo de estar de acuerdo. Toma la victoria, Dahlia.
Me estremezco.
—Un año —gruñe—. Y ninguna otra persona. Espero que sepas que eso
168 también va por ti. Si llegas a tocar a otro hombre, lo encontraré, le cortaré la polla y
lo ahogaré con ella. ¿Está claro?
Trago saliva.
—Gráficamente, sí.
Inclina la cabeza y sus ojos se clavan en mí a través de la habitación en
penumbra. Una nueva descarga de adrenalina recorre mi torrente sanguíneo cuando
toca el interruptor de la lámpara de pie.
—Ahora, ¿hemos terminado con las malditas negociaciones?
Asiento, la garganta se me cierra mientras me humedezco los labios.
—Bien.
—¿Qué hacemos ahora?
Se me sube el corazón a la garganta cuando apaga la luz, sumiendo todo el
desván en la más absoluta oscuridad.
—Ahora, cariño —ronca su voz desde algún lugar del éter. ¿Detrás de mí? ¿A
un lado?
¿A qué demonios te has apuntado, mujer?
—Ahora —gruñe su voz incorpórea y venenosa—. Vas a huir.
169
20
Dahlia
No hay tiempo para pensar. No hay tiempo para sopesar las decisiones que me
trajeron aquí, o para procesar lo loco que es esto.
No hay tiempo para hacer una T con las manos y decir “tiempo fuera”.
De todos modos, no estoy segura de querer hacerlo. Porque cuando me doy la
vuelta y salgo disparada hacia la oscuridad del desván, incapaz de ver una maldita
cosa, no es sólo puro miedo y adrenalina lo que explota por mis venas como napalm.
Es la descarga de deseo más oscura, incineradora y desgarradora que he
sentido nunca. Es la emoción que dilata las pupilas y hace palpitar el corazón cuando
mis peores y más depravadas fantasías se arremolinan y se confunden con la realidad.
Esto es real. Esto está sucediendo. Deimos va a perseguirme a través de la
oscuridad.
...y sé que me atrapará, eventualmente. Y cuando lo haga, sé que hará
exactamente lo que dijo que haría.
Me inmovilizará.
Y luego, me follará.
Esto no es una fantasía. No es un sueño febril puntuado por un gemido jadeante
a solas en mi cama. Esto es real.
Para siempre.
El pulso me retumba mientras atravieso la oscuridad a toda velocidad. Gruño
y me muerdo el labio para no gritar cuando choco contra lo que debe de ser uno de
los pilares de apoyo que salpican el desván. Hago zigzag a la izquierda y a la derecha,
un escalofrío me recorre la espalda cuando oigo el golpeteo de unos pasos detrás de
mí.
—Sal, sal, mi pequeño juguete...
La voz de Deimos suena a la vez sobrenatural y etérea mientras flota en la
negrura, aparentemente procedente de todas las direcciones a la vez.
—Dime dónde estás, cariño —gruñe desde algún lugar a mi lado—. Para que
pueda disfrutar de tus gemidos cuando te haya abierto las piernas y te esté follando
en carne viva.
Es la sensación de subir de niña las oscuras escaleras del sótano y saber que te
170 persigue un monstruo. Es la sensación de estar sola en el bosque y sentir que te
observan.
O nadar de noche, esperando a que el tiburón surja de las profundidades y
desgarre tu carne.
Y, sin embargo, no es sólo todo eso. No es sólo terror y miedo. Es lujuria pura,
sin adulterar, introducida en mis venas. Ni siquiera es sólo una excitación, es como
una dosis letal concentrada de excitación, que me golpea de golpe. Como pasar de
cero a mil kilómetros por hora en milisegundos, atado al morro de un cohete mientras
despega.
—¿Dónde estás...?
Reprimo un grito ahogado, con el pulso palpitante, la piel hormigueante y la
pura necesidad acumulándose entre mis muslos mientras giro bruscamente a la
derecha y me precipito hacia el abismo. Tengo los pezones casi dolorosamente duros
contra el sujetador, los muslos resbaladizos por la excitación, la piel en llamas por la
adrenalina y el subidón de endorfinas mientras corro.
—¿Dónde estás...?
Me muerdo con fuerza el labio y retrocedo cuando oigo su voz etérea y
espeluznante en algún lugar delante de mí. Pero al instante, mi espinilla choca contra
algo duro, y no hay forma de detener el grito que sale de mi boca.
Las lágrimas salpican mis ojos y el dolor palpita en mi espinilla mientras me
desvío hacia la derecha...
—Te encontré.
Y grito cuando unas manos poderosas me agarran con fuerza. Su voz me gruñe
al oído y me recorre un escalofrío mientras me levanta de un tirón y me tira con fuerza
al suelo. Forcejeo, doy una patada hacia atrás y creo que lo alcanzo con el talón. Se
limita a gruñir y me tuerce dolorosamente la pierna hacia un lado, haciéndome jadear
bruscamente.
Se me salen los ojos de las órbitas y vuelvo a caer al suelo, boca abajo. Una
mano se enreda en mi pelo, me echa la cabeza hacia atrás y me hace gritar mientras
un gran peso cae sobre mí, manteniéndome clavada en el suelo de madera.
—Demasiado. Jodidamente. Tranquila —me raspa en la oreja antes de morderla
bruscamente. Su mano se desliza por debajo de mí y ahogo un gemido cuando me
manosea los pechos a través de la blusa. Me la abre de un tirón, los botones se
desparraman por todas partes y mi pulso se acelera. Me tira bruscamente del
sujetador y me suelta los pechos, que enseguida agarra con fuerza.
El placer y el dolor estallan en mi interior cuando Deimos me aprieta los pechos
sin piedad, pellizcándome y retorciéndome los sensibles pezones hasta que el dolor
me recorre los muslos. Sus dientes recorren mi hombro desnudo mientras me arranca
la blusa, rompiendo la piel y hundiéndose en mi carne mientras grito y me retuerzo
171 bajo él.
—Eso es, cariño —me gruñe al oído mientras su muslo separa el mío—. Lucha
contra mí. Intenta escapar. Eso sólo hará que tu coño sea mucho más dulce para mí.
Sé que esto está más que jodido y mal. Lo sé en cada nivel de la realidad, y en
cada puta molécula de mi cuerpo.
Pero, que Dios me ayude, todavía lo quiero.
Ya ni siquiera es un deseo, es una necesidad. Algo visceral y primario que
forma parte de mi ADN y a lo que ya no puedo resistirme ni negarme.
Quizá signifique que estoy mal de la cabeza. Tal vez significa que mi trauma es
tan profundo que ha jodido el cableado de mi cerebro, y me ha dejado rota,
trastornada e irrevocablemente desordenada.
Igual que él.
Pero cuando sus dedos me pellizcan los pezones, y sus dientes rasgan con
fuerza mi hombro, y mete su pierna entre las mías, me importan una mierda las
etiquetas o psicoanalizar mi retorcido cerebro.
Lo único que sé es que la fantasía más depravada que he tenido nunca, la que
corre en mi mente en bucle si se lo permito, se está reproduciendo en la realidad.
Y es tan real que ya ni siquiera sé si estamos “jugando”.
Y eso lo hace aún mejor.
Ahogo un grito cuando Deimos me retuerce bruscamente el pezón antes de
liberarlo. Me empuja con fuerza contra el suelo de madera, mi tierna piel
arrastrándose eléctricamente contra él mientras me sujeta el pelo con una mano y me
lleva la otra a la parte trasera de la falda hasta la rodilla.
Mis gemidos llenan el aire cuando me sube la falda por el culo e
inmediatamente me azota con fuerza. Me pega una y otra vez, golpeándome con saña
el culo una y otra vez hasta que siento que me arde y me atraganto con otro grito.
—Más —me gruñe Deimos al oído, golpeándome de nuevo el culo magullado
y haciéndome chillar—. Quiero que grites más por mí, como un buen juguetito para
follar. Como el dulce cebo que eres.
Santo. JODIDO.
Su mano se introduce entre mis muslos y me toca el coño a través de las bragas
rotas. Una risa grave y cruel emana de la oscuridad.
—Y tan jodidamente húmeda para ello. Una putilla ansiosa —gruñe—. Ya estás
ensuciando tu pequeño coño mientras esperas a que te la meta. Espero que estés
empapada, cariño, o mi polla nunca entrará en este agujerito.
Sus dedos me frotan con fuerza el clítoris a través de las bragas, llenando la
oscuridad con los mortificantes sonidos húmedos de mi excitación. Me agarra de las
bragas y tira de ellas hacia un lado antes de meterme de repente dos dedos hasta el
172 fondo. Grito, mis piernas patalean y se retuercen al sentir cómo me penetra de
repente.
Es duro, pero es tan jodidamente bueno. Es aterrador cómo tengo
absolutamente cero control en este momento.
Pero esa es la emoción. Ese es el deseo prohibido que nunca me he permitido
explorar a fondo.
Deimos se ríe en voz baja mientras me mete los dedos en el coño hasta que
goteo sobre su mano. Me saca los dedos, haciéndome gemir mientras me levanta la
cabeza del suelo con el puño en el pelo. Me estremezco y jadeo al sentir sus dedos
húmedos en mis labios.
Mojado, de mi parte.
—Abre —gruñe—. Ábrete bien y prueba lo ansioso que está tu coño de zorra
por mí. Saborea cuánto me desea mientras el resto de ti se retuerce y se tuerce en el
suelo, indefensa.
Separo los labios y, cuando introduce los dedos, gimo mientras los rodeo con
los labios. Mi lengua gira, saboreándome en sus dedos mientras él gime. Me suelta la
mano del pelo y me tenso al oír el tintineo de su cinturón.
Se pone encima de mí y jadeo al sentir la carne caliente contra la piel caliente
de mi culo. Entonces, lo siento.
Su polla: pesada, caliente, hinchada y jodidamente enorme mientras se
restriega contra mi culo. Me invade un miedo real y desnudo.
Todavía no sabe que nunca he hecho esto antes.
Podría decir algo, ahora mismo. Tal vez lo haría, si me quedara algún
pensamiento racional en el cerebro. Pero cuando me separa bruscamente los muslos
y arrastra la mano desde mi boca hasta pellizcarme de nuevo los pezones, esa última
molécula de pensamiento racional estalla como una burbuja y desaparece en la nada.
Me agarra por las caderas y me azota con fuerza el culo, luego me azota los
muslos y los separa más. Sigo con la cara apoyada en el suelo, con los pezones
arrastrándose contra la madera, y su mano me agarra de un mechón de pelo.
Mis bragas siguen tiradas hacia un lado mientras su cabeza hinchada empuja
entre mis labios resbaladizos. Me tiemblan las piernas.
Oh joder...
Creo que estoy preparada. Espero estarlo. Pero nada puede prepararme para
esa primera sensación brutal de penetración, de estar completamente llena, cuando
Deimos me embiste. Con fuerza.
Dulce. Jodido. Jesús.
Duele. Esa primera embestida, cuando entierra cada centímetro de su enorme
173 polla dentro de mí, duele como la mierda, y me hace arder mientras grito contra el
suelo. Pero luego saca esa polla gruesa y me la vuelve a meter. Y otra vez, y otra vez,
y otra vez.
Y algo pasa.
El dolor punzante de la primera reclamación desaparece. La sensación de
tensión, de apretar y de que los dientes me rechinan con tanta fuerza que me palpita
la mandíbula se desvanece. Siento que mi cuerpo se relaja. Siento que mi coño se
estira más para acogerlo, y mi mandíbula y mi boca se aflojan mientras ahogo un
gemido contra el suelo.
Dios mío...
Deimos gime profundamente mientras me penetra sin piedad, sus caderas se
sacuden con fuerza contra mi culo mientras me folla contra el suelo. Una mano me
azota el culo, los muslos, los pechos; la otra me enreda el pelo oscuro en un puño
mientras sus dientes se arrastran por mi cuello y se hunden en mi carne.
Es como ser follada por algo inhumano, un monstruo. Por el mismo diablo. Por
una fuerza malévola de la naturaleza.
Y me encanta.
Me encanta lo desastroso que es perder la virginidad así. Me encanta que
duela, junto con el placer. Me encanta sentir que no tengo ningún control sobre esto,
que estoy totalmente a su merced.
Me encanta lo equivocado que está todo.
—Ahí tienes a mi buena zorrita —me gruñe al oído, embistiéndome con fuerza
mientras chillo de placer—. Gime para mí. Suplícamelo. Sé mi pequeña puta ansiosa
de semen.
—Por favor... —Me atraganto y gimo mientras la realidad falla.
—Más alto, cariño —gruñe, introduciendo su gorda polla en mi coño virgen y
golpeando salvajemente mis caderas contra el suelo—. Quiero que los putos vecinos
de dos manzanas de aquí sepan que eres mía.
—¡POR FAVOR! —grito.
—Por favor qué, mi juguetito.
—¡Por favor, fóllame más fuerte!
Ya duele tanto como es placentero. Pero ya soy una adicta a todo eso. Una
adicta, deseando más, más, más.
Y Deimos es como un tiro directo a la vena.
Empieza a follarme con más brutalidad, sin piedad. Sus caderas embisten
contra mi magullado culo, golpeándome contra el suelo mientras me tira del pelo y
me azota el culo. Se inclina sobre mí, mordiéndome el hombro y haciéndome gritar
mientras mi cuerpo empieza a retorcerse y a apretarse. Su boca encuentra mi oído en
174 la oscuridad, y cuando me llama zorra, puta, follamiga y todos los nombres
degradantes y denigrantes imaginables, sólo echa más leña al fuego que ruge en mi
interior.
Puedo estar jodida más allá de la salvación. Pero si voy a ir al infierno, él mismo
puede arrastrarme hasta allí.
La habitación e incluso la propia realidad se vuelven borrosas. Es como si todo
mi universo se redujera a un solo punto, borrando todos los traumas del pasado,
borrando todos los problemas del presente, borrando todo excepto la sensación de
que él me toma y me empuja a un lugar que sólo he imaginado.
Mi cuerpo se aprieta cada vez más. Se me escapa el aliento de mis pulmones
ardientes mientras me embiste una y otra vez, clavándome en el maldito suelo
mientras me penetra con su enorme polla, llenando el desván con los lascivos sonidos
de mi coño empapado aplastándose a su alrededor.
—Ahora sé un buen juguete y toma mi semen, cariño.
Toma mi semen. No “córrete por mí” o “quiero sentir cómo te corres”.
Luego analizaré por qué, pero en cuanto lo dice es como apretar el gatillo de
una pistola.
Y yo. Joder. Exploto.
Grito contra el suelo, con la espalda arqueada y el cuerpo temblando por
sacudidas y temblores mientras el mayor orgasmo de mi vida, con una diferencia
abismal, irrumpe en mi interior. Grito una y otra vez, sacudiéndome, retorciéndome
y teniendo espasmos bajo él como si me diera un ataque, mientras él sigue
machacándome.
Me agarra del pelo con fuerza, me levanta la cabeza del suelo y sus dientes me
tocan el cuello. Me muerde tan fuerte que casi alucino imaginando que es un animal
arrancándome la yugular. Siento cómo sus poderosos músculos se enroscan y se
tensan mientras aprieta su enorme polla en mi tierno y palpitante coño y empieza a
correrse.
Yo también; otra vez.
La sensación de su esperma caliente derramándose dentro de mí, y su gruesa
polla palpitando tan fuerte y tan profundo, me lleva al límite por segunda vez. Deimos
gime, gruñe en mi cuello y me gruñe al oído mientras empuja un poco más adentro,
como si quisiera asegurarse de que ni una gota de su semen vuelve a salir.
Después de eso, es como si un interruptor saltara dentro de mí. Mi visión -lo
poco que puedo ver en la oscuridad casi total- se nubla. Se me cae la cabeza.
Sinceramente, no sé si volveré a levantarme del suelo.
Todo duele. Todo palpita y hormiguea. Me estremezco cuando siento que
Deimos sale lentamente de mí, me tiemblan las piernas cuando la cabeza hinchada
de su polla se desliza por mis labios. Me pregunto cómo le transmitiré que no puedo
175 hablar, ni moverme.
No tengo que hacerlo.
Unos brazos poderosos me levantan. Me aferro a él, tratando de contener la
respiración mientras se desliza sin esfuerzo por la oscuridad más absoluta.
Se enciende una luz que me deja medio ciega antes de atenuarla un poco. Me
tumba sobre algo blando, pero me arde el culo maltrecho, hago una mueca de dolor
y me pongo de lado. Oigo correr el agua, y es un sonido tan relajante que casi me
duermo.
—Todavía no —gruñe Deimos en voz baja. Me levanta y jadeo al sentir que me
sumerge en un agua tibia y burbujeante que huele a flores de jazmín.
Me persiguió en la oscuridad y me folló hasta casi matarme en el suelo, como
un animal.
Y ahora me ha preparado un baño de burbujas.
Parpadeo en silencio, asombrada, mientras Deimos me enjabona el cuerpo, me
echa agua en el cabello y empieza a lavármelo.
El hombre me está lavando el puto pelo.
Lo que está ocurriendo.
Poco a poco, empiezo a relajarme. Empiezo a dejar que el calor del agua calme
mis músculos doloridos y el dolor palpitante entre mis piernas por nuestra brutal y
salvaje sesión de sexo.
La dualidad de sus dos caras parece una realidad borrosa: está el Deimos que
me persigue y me folla como si me odiara. Y el Deimos que corre, se baña en burbujas
y se lava el pelo como un amante.
Es confuso y más que un poco extraño. Pero también extrañamente... cómodo.
Reconfortante. La ferocidad se difumina en los bordes hacia la ternura.
Me estremezco cuando su mano se desliza entre mis piernas, lavando
suavemente mi muy, muy dolorido coño.
Y de repente, la realidad me golpea y abro los ojos enormemente mientras giro
la cabeza para mirarlo fijamente.
—Estoy... —Trago saliva, sonrojada—. No tomo ningún anticonceptivo.
—Bien.
Se me cae la mandíbula como una piedra y se me agrandan más los ojos.
Joder, ¿por qué está tan bueno?
Algo caliente parpadea en sus ojos. Luego aparta la mirada y empieza a
enjuagarme el acondicionador del cabello.
—Tomarás anticonceptivos mañana. Porque, Dahlia...
Me estremezco y respiro entrecortadamente cuando me sujeta la mandíbula y
176 me gira la cara, clavando sus ojos oscuros y penetrantes en los míos.
—Porque haremos lo que acabamos de hacer mucho más a menudo.
177
21
Dahlia
Así es la adicción. Esto es lo que parece ignorar la razón lógica y los límites
personales en nombre de perseguir el próximo éxito.
Nunca me he drogado. Y casi nunca tomo más de unas copas. No me gusta
rendirme ni perder el control. Me pongo nerviosa y ansiosa si no controlo mis
facultades.
Ni siquiera bebo café todos los días, por el amor de Dios. Así que nunca he
sentido lo que es una verdadera adicción química.
Hasta ahora.
Hasta que Deimos y yo empezamos estos juegos oscuros, jodidos y
depravados. Y ahora, no hay forma de parar. No porque él me obligue. Sino porque
quiero más.
Constantemente.
En las dos semanas transcurridas desde aquella vez en su desván en la que, sin
saberlo, me arrebató la virginidad de la forma más despiadada y brutal imaginable,
hemos vuelto a jugar a ese juego casi todos los días. Los días en que no apaga las
luces y me persigue como un psicópata de película de terror de los 80, simplemente
me inclina sobre su escritorio, o me hace arrodillar entre sus piernas, o me echa las
mías sobre sus hombros.
Es implacable. Y consumidora.
Pero yo. No. Puedo. Parar.
Y no quiero hacerlo.
Hago una mueca de dolor mientras bajo con cuidado al banco que hay fuera de
uno de los edificios académicos del campus. Joder, estoy dolorida. Ridículamente,
hasta el punto de que mi vagina me suplica que la deje en paz al menos durante
veinticuatro horas.
Pero de nuevo... Así es la adicción.
Incluso cuando me acomodo en el banco y gimo, inmediatamente esa dolorosa
sensación hace que mi cerebro recuerde con avidez cómo lo conseguí. Cómo Deimos
me persiguió por la oficina, aún bastante vacía, y me tiró al suelo. Cómo me inmovilizó
los brazos cuando intenté abofetearlo y me dobló las rodillas hasta el pecho antes de
cortarme -literalmente cortarme, con una navaja- las bragas, metérmelas en la boca y
178 follarme hasta que juro que vi un poder superior antes de salirse y correrse en toda
mi cara y mis pechos.
Sí, así que... sí.
Siento que me arden las mejillas mientras repaso un recuerdo asqueroso y
jodido tras otro de las últimas dos semanas. En el fondo, sé que esto está muy mal,
que es... raro que me apetezca la brutalidad y la pérdida de control, sobre todo
después de lo que me ha pasado.
Pero no se puede razonar. No racionalizar estos deseos.
—¡Eh!
Jadeo y giro la cabeza cuando la alegre voz me saca de mis ensoñaciones.
Victoria hace una mueca mientras yo la miro fijamente con una expresión que
probablemente sea de angustia.
—Dios mío, lo siento. ¡No quería asustarte!
Se me hace un nudo en la garganta mientras fuerzo una sonrisa.
—¡No, en absoluto! —Expulso de mi cabeza los recuerdos pornográficos—. No,
sólo estaba... —Sonrío torpemente—. Tenía muchas cosas en la cabeza.
Es extraño hablar con una persona “normal” después de hacer las cosas que
hacemos Deimos y yo. Es como si escondieras un terrible secreto bajo la superficie,
sonriendo dulcemente para que no se den cuenta de lo retorcida, desviada y
pervertida que eres.
Ella frunce el ceño.
—¿Está todo bien?
Dios, cada vez que esta pobre chica me ve o incluso interactúa conmigo, me
derrumbo, y no en el buen sentido.
—Sí, no, estoy bien. —Me encojo de hombros antes de hacer una mueca—. Y,
de nuevo, siento mucho haberme ido la otra noche.
—Oh, no te preocupes en absoluto. De hecho he conectado con un tutor para
ponerme al día un poco más en lo que me perdí a principios de año.
Asiento.
—Estupendo. Bueno, las notas son realmente tuyas si aún las quieres.
—¿Sí? —Me mira esperanzada—. Quiero decir, no diría que no... —Me sonríe—
. ¿Qué haces ahora?
Ir a casa a remojarme el culo y el coño magullados en una bañera caliente con
algún tipo de bomba de baño que me recomendó Eilish cuando mentí y dije que me
había caído de unas escaleras sobre el culo y me había magullado la vulva.
—¿Nada?
Se encoge de hombros.
179 —¿Puedo invitarte a esa copa? Acabo de encontrar un bar vintage increíble
cerca del Museo de Historia Natural. Y es como si nadie lo conociera.
Mis cejas se levantan. Victoria hace una mueca.
—Quiero decir, a menos que quieras algún sitio más animado. Odio estar
ocupada...
—No, no, un lugar secreto vintage sin nadie más dentro suena perfecto. —
Sonrío—. Odio los bares abarrotados.
—Dios mío, lo mismo —gime—. No, gracias. Entonces, ¿qué piensas?
Sonrío.
—¡Adelante!

Resulta que Victoria es increíble. También es casi exactamente como yo: hija
única de madre soltera. Padre cabeza de mierda que se fue básicamente en el
segundo en que fue concebida. Crianza poco convencional, mudándose mucho.
Padrastro que acabó jodiendo a su madre. Y aunque ninguno de las dos lo dice en
tantas palabras o en voz alta... bueno, lo sabes cuando lo ves en los ojos de otra
persona. Ella también tiene traumas en algún lugar de su pasado, igual que yo.
Y sin embargo, aquí estamos: sobreviviendo. Prosperando. Construyendo
futuros. Pateando traseros y tomando nombres.
Tiene los mismos gustos musicales que yo, pedimos el mismo cóctel y,
sinceramente, es estupendo dejarse llevar y relajarse con una nueva amiga.
—Por cierto, ¿cómo van tus prácticas?
Siento el ardor subir a mi cara antes de girarme para ocultarlo sorbiendo la
pajita de mi cóctel. Pero la pareja que hemos tenido hasta ahora ha aumentado el
sentido de la percepción de Victoria o ha bajado sus inhibiciones lo suficiente como
para reconocerlo cuando lo ve.
—Oh, no. No hay manera de que lo dejes así. —Se ríe, sonriéndome—. ¿Por
qué esa mirada?
—¡Nada! —suelto, sonrojándome ferozmente.
—¡Eek! ¿Compañero de trabajo?
—Victoria, en serio no es nada...
—Dios mío —suelta—. ¿Tu jefe?
Mi cara me delata a pesar de mi silencio. Victoria aúlla de alegría, mordiéndose
el labio mientras le bailan los ojos.
—Uhhh, ¿detalles?
180 —Uhhh, ¿no?
—¡Vamos, cuenta! ¿Es muy mayor? ¿Súper guapo? ¿Vibraciones de papá?
Pongo los ojos en blanco.
—Bueno, creo que ese es tu último Aperol Spritz.
Se ríe, se dirige inmediatamente al camarero y pide otra.
—No, básicamente tiene mi edad —suelto—. Y....
—¿Y?
—Y tenemos... historia.
—Ooooo. —Sonríe—. ¿Y? ¿Está bueno?
—Increíblemente —gimo—. Como, ridículamente.
—De acuerdo, en serio, así es como tienen que presentar la escuela de
negocios. A la mierda con todo el rollo de constrúyete el mejor futuro posible
trabajando duro y haciendo contactos. —Se ríe—. Sólo dinos asuntos de oficina tórridos
con tu sexy jefe de prácticas. Las matrículas se pondrán por las nubes.
Me río mientras se bebe su copa, justo cuando el camarero trae otra.
—¿Quieres una más también?
Niego con la cabeza.
—No, tengo que irme. Tengo que estudiar para un parcial y luego madrugar.
Ella asiente y yo le sonrío.
—Pero oye, esto fue divertido. Deberíamos repetirlo.
—Deberíamos —me responde.
Tras dar las buenas noches y prometer que volveré a conectar pronto con mis
viejos apuntes de clase, salgo del bar. Hay un montón de taxis al final de la calle,
frente al Museo de Historia Natural. Pero estoy justo en West 74th y Central Park West,
que está justo enfrente de Strawberry Fields, el monumento a John Lennon y uno de
mis lugares favoritos de Central Park. Además, también alberga el monumento no
oficial a Iggy Watts, de Velvet Guillotine, que sufrió una sobredosis hace casi quince
años en el mismo edificio Dakota donde dispararon a Lennon.
Así que, en lugar de dirigirme a los taxis, cruzo la calle hasta el parque y entro
por uno de los senderos. Es tarde, está oscuro y hace frío. Pero hay muchas luces, y
esta zona de Central Park nunca es precisamente solitaria con toda la gente que
deambula por aquí.
Me tomo unos minutos de tranquilidad en Strawberry Fields y luego me dirijo
al monumento a Iggy Watts que hay cerca. Este siempre me emociona, porque mi
madre y mi tía Celeste crecieron adorando a Velvet Guillotine.
Pensando en ellos, me pongo los auriculares inalámbricos y comienzo a
181 reproducir “Wreck Me Gently” en mi teléfono.
Apenas llevo treinta segundos de canción cuando se me eriza el vello de la
nuca. Una sensación de frío me recorre la espalda.
Me arranco los auriculares, jadeando mientras volteo. Pero allí no hay nada,
salvo una ancianita que pasea a un pequeño y esponjoso perro faldero. Le sonrío
débilmente y ella me devuelve la sonrisa antes de continuar con su perro. Las farolas
que me rodean están encendidas, pero las sombras se alargan en el frío aire otoñal.
Y esa sensación no desaparece.
La sensación de no estar sola.
Como si me estuvieran observando.
Me estremezco y vuelvo a girarme mientras meto los auriculares en el bolso,
encajo las llaves del apartamento entre los dedos y cierro la mano en un puño antes
de volver a sacarla del bolso.
—¿Hola?
El parque que me rodea no es precisamente tranquilo. Puedo oír el tráfico de
Central Park West a menos de diez metros. Pero estoy rodeada de árboles y jardines.
Y esta parte se sumerge y se curva en un recodo, lo que hace que parezca aislada.
Sí, necesito volver a la calle.
Empiezo a caminar a paso ligero. Pero no importa lo rápido que camine, no
puedo deshacerme de la sensación de que me observan o me siguen.
Incluso me doy la vuelta en un momento dado, con el pulso retumbando en mis
oídos.
—¿Deimos? —aventuro en voz baja—. Esto ya no tiene ni puta gracia. No quiero
jugar a este juego ahora.
Pero, cuando lo pienso, este no es su estilo. No es de los que se acercan
sigilosamente. Es de los que te mira a los ojos y te dice directamente que está a punto
de apagar las luces y tirarte al suelo antes de follarte a lo bestia.
Me doy la vuelta y empiezo a correr.
Al instante, oigo el sonido no muy resonante de otro par de pies que golpean
el sendero detrás de mí.
Persiguiéndome.
La adrenalina estalla en mi organismo y el grito se atasca en mi garganta
mientras me precipito por el sendero, paso a toda velocidad junto al monumento a
Lennon y salgo del parque a toda velocidad hacia la acera. Me meto en el paso de
cebra sin mirar siquiera, con la vista reducida a un túnel y el cerebro concentrado en
la única idea de alejarme todo lo posible de las pisadas que me siguen.
... que es como salgo corriendo hacia el tráfico.
182 Chirrían los neumáticos. Suenan las bocinas. Grito y doy vueltas mientras unos
faros cegadores se ciernen sobre mí. De repente, unas manos me agarran y me
empujan hacia la acera junto al parque. Vuelvo a gritar y me giro para clavarles las
llaves en los ojos...
—¡Basta!
Me congelo al oír la voz de Deimos. Y cuando parpadeo y enfoco, es su cara la
que nada frente a mí.
—¡Qué demonios, Dahlia! —sisea—. Si estás intentando suicidarte, hay formas
mucho más fáciles y menos sucias que un taxi te rompa la cabeza.
—Alguien... —Parpadeo, aspirando aire, con el pulso aún gritándome en los
oídos—. Alguien... alguien...
No me salen las palabras. Mi respiración se entrecorta mientras el miedo me
cierra la garganta.
—Dahlia.
Me estremezco cuando me agarra la mandíbula, no con fuerza, pero sí con la
firmeza suficiente para centrarme y permitirme respirar hondo.
Exhalo lentamente.
—Alguien me perseguía.
Los ojos oscuros de Deimos me miran con escepticismo.
—Lo juro por Dios —escupo—. Alguien... —Me estremezco y miro más allá de
él, hacia las sombras de los árboles de Central Park. Él también se gira y mira hacia
la oscuridad con un gruñido feroz en los labios. Luego vuelve a centrar su atención en
mí.
—¿Estás bien?
Desvío la mirada.
—Dahlia.
—Sí —murmuro—. Sí, estoy... bien. Sólo necesito irme a casa.
—De puta madre. —Se da la vuelta y señala con la cabeza al hombre que
reconozco como su chófer, aparcado a un lado de la calle—. Vienes conmigo.
Mi ceño se frunce profundamente.
—Eh, no. No lo hago.
—No era una invitación a un debate, ni el tema está en discusión.
Me toma de la mano y empieza a tirar de mí hacia el coche, pero no lo dejo.
—Deimos, tengo mi propia casa.
—Y tenemos un acuerdo de que me perteneces, joder.
183 Aprieto los dientes mientras planto los pies firmemente en la acera. Deimos
nota la resistencia y se vuelve para mirarme con una ceja severa.
—Lucha conmigo —gruñe—. Veamos lo bien que te sale.
—Sí, derribar a una mujer en Central Park West con unos mil testigos. Vamos a
ver lo bien que funciona para ti.
Su mirada no se aparta de mí. Su mano se aprieta contra la mía de un modo que
me produce escalofríos de hielo y rayos de calor.
Maldita sea.
Me muerdo el labio, mirándolo fijamente.
—Bien.
Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios. Me rodea la nuca con la mano, se
acerca y deja caer sus labios sobre mi oreja.
—Buena chica.
Es como una sensación punzante en el estómago, que me desgarra las entrañas
y me devuelve a aquel sofá de nuestro apartamento de París cuando tenía doce años.
Con él.
—Buena chica. —Su mano me rodea la nuca mientras el terror me recorre la
espalda. Aprieta y masajea mi cuello mientras se arrastra sobre mí—. Sé mi niña buena.
El recuerdo se desvanece mientras mi visión se oscurece en los bordes. Mis
rodillas empiezan a tambalearse. Veo vagamente a Deimos ladrar por mi nombre y
atraparme cuando me fallan las piernas.
Entonces todo se vuelve negro.
184
22
Deimos
Cuando abre los ojos, siento que algo se abre y se suelta en lo más profundo
de mi pecho. Frunzo el ceño, me levanto de la silla en la que he estado sentado
mirándola y me dirijo hacia donde está tumbada en el sofá.
Quizá debería comprar más de cuatro muebles para llenar mi loft de dos mil
metros cuadrados. Pero eso me privaría de mi nuevo pasatiempo favorito: perseguir
a Dahlia en la oscuridad, atraparla, inmovilizarla y follarla como un demonio poseído.
Así que sí. A la mierda los muebles. Sólo estorban.
Me agacho junto al sofá de cuero, observo cómo se remueve y vuelve a
dormirse. Sin darme cuenta, levanto la mano y le aparto un mechón de cabello oscuro
de la cara.
¿Qué demonios me estás haciendo?
Dahlia no es la primera mujer a la que dejo ver mi monstruo interior. Pero sin
duda es la primera en presenciar una repetición de ese salvajismo.
Es una de las pocas personas que incluso permitieron que continuara la primera
vez que salió a la luz, una vez que se dieron cuenta de lo que les esperaba.
Es complicado, mi monstruo.
No es la misoginia lo que me mueve. No odio ni quiero hacer daño a las
mujeres, y no se trata de una especie de jodida subyugación del “sexo débil” basada
en la norma de género. Eso es vil.
Es una válvula de escape. Un parche para asegurarme de que no me quemo
espontáneamente o me convierto totalmente en la bestia que vive dentro de mí.
Estaba ahí cuando yo era un niño, parcialmente formado. Y luego fue ese horrendo
tiempo que pasé en el mismísimo infierno, encadenado en la oscuridad fétida y
putrefacta, esperando a que los monstruos volvieran, cuando realmente permití que
esa negrura dentro de mí creciera hasta convertirse en lo que es hoy.
Llámalo un mecanismo de supervivencia. Una ruptura psiquiátrica de una
realidad pasada con la que nunca me he enfrentado. O, lo que es más probable, es
que siempre he tenido esta psicosis -esta neurodivergencia- dentro de mí, y los límites
extremos de mi cordura a los que me llevaron cuando tenía doce años destruyeron
mi capacidad para mantener esa psicosis en secreto.
Luego, al final de mi adolescencia y en mi juventud, descubrí cierta parte de
185 oscuridad en mí, la parte con gustos peculiares.
Gustos peligrosos.
Sabe más allá del límite de la normalidad.
De nuevo, este apetito no proviene de un deseo de hacer daño a las mujeres.
Nunca he sentido ni remotamente el impulso de abordar a una persona cualquiera en
un parque y agredirla ni nada asqueroso por el estilo.
Porque no es violencia o causar dolor. Es poder. Una manía primitiva. Y
honestamente, la idea de actuar sobre esos deseos con una pareja desprevenida o no
dispuesta le quita toda la diversión.
Lo que me lleva a Dahlia.
Aprieto los dientes mientras vuelvo a acariciarle el cabello.
Por supuesto, la única persona en la que podría encontrar un igual a mi
monstruo sería ella. El destino me haría eso, sólo para joderme y reírse de mí en la
manga desde las sombras. Pero lo sabía entonces, y lo sé ahora.
A pesar de todo mi odio por lo que hizo, no puedo alejarme de ella. No puedo
resistirme a ella. Y tampoco puede la bestia dentro de mí.
De hecho, creo que me partiría en dos si intentara alejarlo de ella.
Dahlia vuelve a despertarse y abre los párpados. Parpadea rápidamente y
jadea al darse cuenta de dónde está.
—Puedes relajarte —gruño, con los ojos fijos en los suyos y la mente repitiendo
la forma enfermiza en que se quedó flácida como una muñeca de trapo en la acera.
Se le estremece la garganta y se incorpora lentamente. Le alcanzo el vaso de
agua del suelo, junto al sofá, y se lo bebe casi todo antes de mirarme torpemente y
apartar la vista.
No. No puede esconderse de esto.
—¿Qué demonios fue todo eso? —gruño.
—Nada —dice rápidamente. Demasiado rápido. Luego se encoge de
hombros—. Estaba asustada y alguien me perseguía. Después... no sé, se me pasó la
adrenalina o algo así. O, había tomado un par de copas con una amiga y no había
comido mucho, así que probablemente fue...
—Mentira.
Sus cejas se fruncen, sus ojos me miran.
—¿Perdón?
—Sáltate las excusas tontas y dime qué diablos era eso de ahí atrás.
Se le desencaja la mandíbula.
—Te lo dije. No fue nada...
186 —No —gruño, acunando su cara—. No más putos secretos.
Ella se tensa.
—Eso no es parte de nuestro trato.
—Voy a cambiar nuestro trato.
Se burla de forma dramática, pero aún puedo ver el dolor y el miedo en sus
ojos, la parte de ella que intenta ocultar. No solo de mí, sino de sí misma.
—No puedes cambiar los términos de nuestro trato sólo porque tú...
—¡Nuestro trato cambió en el instante en que alguien intentó hacerte daño!
Mis palabras son como una bofetada en la cara para los dos.
Mierda.
Frunzo el ceño y Dahlia levanta las cejas con curiosidad. Respiro lenta y
mesuradamente, conteniéndome.
—Dímelo.
—En realidad no es nada —dice escuetamente—. Déjalo.
—Mentira. No está pasando. Dímelo.
—¡No es nada, Deimos! —sisea ella, con la ira enrojeciendo sus mejillas.
—No es nada, y me lo vas a decir.
Se eriza y aprieta la mandíbula. Pero luego tiembla como una gatita cuando me
inclino hacia ella y la miro fijamente.
—¿O tengo que sacártelo yo?
Su cara se sonroja. Aprieta el labio inferior con los dientes y se lo retira. Puedo
ver la verdad justo ahí. Está suplicando que la deje salir. Pero entonces desaparece.
—Haz lo que te dé la gana —dice con ligereza—. Sólo soy tu juguete sexual,
¿verdad?
Estoy a punto de empujar con más fuerza. Pero en ese momento, algo parpadea
en lo más profundo de sus iris, como una señal de humo que surge de las
profundidades de su alma. Desvía la mirada, pero incluso de perfil puedo verlo,
parpadeando como una luz de advertencia mientras su garganta vuelve a trabajar,
como si estuviera empujando algo hacia su escondite secreto.
Oh. Joder.
De repente, lo entiendo. De repente, la verdad me alcanza y me da una patada
en los dientes con una mueca despiadada y una risa aún más despiadada.
De repente, sé lo que esconde: soy yo.
No yo en el sentido neurodivergente.
Yo en el sentido de pasado destrozado. Yo en el sentido roto.
187 Alguien la lastimó.
No dice nada, pero no hace falta. Porque una vez que tengo un indicio de ello,
y una vez que tiro de ese hilo con mi mente, todo se desenreda y se vuelve claro como
el día para mí.
Es como yo. Aún más, ella lidia con ello igual que yo, también. Sobrepasando
sus límites. Abrazando lo oscuro y depravado dentro de ella como catarsis y
liberación.
Bueno, voy a arrastrar esa liberación fuera de ella, ahora mismo.
Dahlia se estremece y jadea cuando le rodeo la garganta con la mano. Gira la
cabeza, sus mejillas se oscurecen y sus ojos despiden un destello de fuego verde al
clavarlos en los míos.
—¿Es eso lo que quieres? —gruño en voz baja, aflojando las cadenas de la
bestia que llevo dentro—. ¿Ser mi juguete sexual?
Se estremece y un pequeño gemido sale de sus labios. Me inclino más hacia
ella, deteniendo su respiración mientras la oscuridad se apodera de mis ojos.
—¿Es lo que quieres? —siseo—. O es lo que necesitas ahora mismo. —Se
sobresalta cuando le muerdo el lóbulo de la oreja—. Dime la verdad.
Dahlia se estremece.
—Es lo que necesito...
Le daría un segundo, pero mi monstruo ya está derribando la jaula que
mantengo a su alrededor y no hay forma de frenar a estas alturas. Dahlia jadea,
estremeciéndose cuando de repente le empujo las piernas hacia atrás, empujándole
las rodillas hasta las tetas.
Ni siquiera me molesto en bajarle los pantalones de yoga. Los agarro con los
puños cerca de la parte superior de sus muslos, y mis bíceps se convierten en acero
antes de que el material se parta en dos bajo mi fuerza. Dahlia gime mientras destrozo
la tela, abriendo un agujero para llegar a su dulce coño. Sus bragas empapadas se
apartan y, de repente, mi boca está entre sus piernas, devorándola.
—Deimos...
Grita mientras mi lengua sube y baja por los labios de su coño, saboreando
cada pegajosa y dulce gota antes de hundirla hasta el fondo. Mis manos golpean con
fuerza el dorso de sus muslos, haciéndola estremecerse y gemir.
Mantengo sus piernas echadas hacia atrás, gruñendo mientras paso la lengua
desde su clítoris hasta su pequeño culo fruncido. Dahlia chilla cuando le meto la
lengua en su apretado agujero trasero, retorciéndose de éxtasis bajo mi boca
mientras la devoro.
Vuelvo a su clítoris, chupando sin piedad el nódulo palpitante mientras lo rodeo
188 con la lengua. Enrosco dos dedos en su coño, entrando y saliendo con fuerza y
rapidez, convirtiéndola en un maldito charco.
Gime cuando añado un tercer dedo, hundiéndoselo en el culo mientras chupo
con más fuerza su clítoris. Sus gritos de placer llenan el desván, todo su cuerpo se
estremece y se estremece para mí mientras la llevo al borde del abismo.
Cuando se corre, es una explosión. Noto cómo sus dos agujeros se cierran
sobre mis dedos mientras me inunda la boca con su orgasmo. Sigo lamiéndole el
clítoris y metiéndole los dedos, apartándome y deteniéndome lo justo para gemir al
ver su coño rosado, hinchado y sonrojado.
Joder, podría pasarme un mes así entre sus muslos, lamiendo su coño hasta la
sumisión. Pero hoy, conozco la brutal liberación que necesita.
Gime cuando le arranco las bragas y me deslizo sobre su cuerpo tembloroso.
Mis vaqueros negros y mis bóxers ya están bajados, y mantengo sus piernas clavadas
exactamente donde están, las rodillas contra sus tetas, mientras agarro mi polla y
centro la gorda corona en su abertura.
—Grita para mí, cariño.
La embisto con fuerza, llenando su dulce, estrecho y perfecto coñito de una sola
y salvaje embestida. Dahlia grita, con los ojos en blanco y la boca abierta de placer.
Salgo casi del todo y vuelvo a penetrarla con fuerza, entrando y saliendo de su coño
apretado y goteante mientras ella gime pidiendo más.
Sus ojos se desorbitan cuando le meto las bragas entre los labios,
amordazándola con el encaje rasgado. Gime, gime aún más fuerte dentro de ellas
mientras le agarro las muñecas y se las vuelvo a poner por encima de la cabeza. Nos
miramos fijamente, nuestros cuerpos se retuercen y ondulan al unísono mientras mi
polla entra y sale sin piedad de su coño.
—Qué putita más guapa —gruño, follándola aún más fuerte, con mis pelotas
golpeando fuertemente su culo—. Qué buena zorrita, gimiendo en sus bragas
empapadas mientras toma cada centímetro de mi gruesa polla desnuda en su coño
codicioso.
Dahlia entorna los ojos, con la cara ensombrecida por la lujuria y el calor. Le
sujeto las muñecas con una mano y con la otra le arranco el cuello de la camiseta,
partiéndolo en dos y dejando al descubierto sus pechos. Luego le arranco el sujetador
de un tirón, haciéndola chillar mientras me inclino para chupar uno de sus pezones.
Muerdo, rastrillando con los dientes su suave carne mientras ella grita y se retuerce,
su coño apretando y ordeñando mi polla.
Sé exactamente lo que le apetece.
Es exactamente lo que consigue, y algo más.
Mi mano rodea su garganta mientras le chupo con fuerza los pezones y le meto
189 mi gruesa polla. Una de sus manos se libera de mi agarre y cae rápidamente para
aferrarse a mi mano alrededor de su garganta.
Por un momento pienso que he sobrepasado su límite, que me está diciendo
que afloje. Pero cuando aflojo inmediatamente, ella gime, niega con la cabeza y me
agarra la mano con más fuerza.
Más sangre entra en mi polla, ya dura como una roca, hinchándola casi
dolorosamente.
Pequeño juguete codicioso.
Quiere que la agarre más fuerte.
Quiere que la empujen más al límite.
Con mucho gusto.
—Sucia zorra —siseo en la carne magullada y rosada de sus tetas, ahora
marcadas por los dientes. Le aprieto la garganta con la mano.
Su coño hace lo mismo con mi polla.
Aprieto con más fuerza, y ella también. Su cara se tiñe de rosa oscuro mientras
gime y babea dentro de la mordaza de encaje que tiene en la boca.
Es entonces cuando pierdo el control por completo. La embisto sin piedad,
follándola como un maldito pistón mientras sus gritos y gemidos de placer salen
ahogados de su garganta cerrada. Sus caderas se elevan al encuentro de las mías, su
cuerpo se retuerce mientras ambos chocamos hacia la liberación.
Cuando ocurre, es como si estallara una bomba de neutrones.
Dahlia explota ante mí, su cuerpo se sacude y mueve de una forma que nunca
había visto, tan salvaje que casi me preocupa. Cuando siento que empieza a correrse
alrededor de mi polla, arqueando la espalda sobre el sofá, entierro la cara en su
cuello y la muerdo mientras le meto la polla hasta el fondo y exploto dentro de ella.
Se siente como si no me hubiera corrido en un maldito mes. Un año. Una
década. Aunque literalmente acabo de hacerlo, con ella, esta mañana. Pero cuando
erupciono, es como una corriente interminable. Es como si siguiera corriéndome una
y otra vez junto con ella, vaciando mis pelotas mientras lo que parecen litros de mi
semen se derraman en su coño necesitado.
No veo bien. Me pitan los ojos. Mi cuerpo tiembla por todas partes mientras
vuelvo lentamente a la realidad. Dahlia parece como si acabara de recibir una terapia
de electrochoque: los ojos agrandados pero sin ver, la cara enrojecida, todo el cuerpo
tembloroso por las réplicas.
Con cuidado, le quito las bragas de la boca. Nuestros ojos se fijan.
Algo cambia.
Y entonces, hacemos algo que no habíamos hecho antes. Algo que nos saltamos
190 cuando pasamos directamente a los juegos desviados y depravados a los que
jugamos.
Ocurre sin pensar, sin avisar, sin planearlo ni planificarlo. Pero no hay quién lo
pare. Me inclino, y cuando mi boca aplasta la suya, todo se vuelve blanco.
Por primera vez en mi vida, ese ruido de fondo que gruñe en lo más recóndito
de mi cabeza se calla de una puta vez.
Y me encanta.
Así que sigo besándola.
Y no paro.
191
23
Dahlia
No hace falta pasar más de cinco minutos con Deimos para darse cuenta de que
cuando “decreta” algo, cuando “hace una proclamación” simplemente es así. Ocurre
casi con un chasquido de dedos. Por un lado, esta arrogancia casi tóxica casi da risa.
O al menos, debería serlo. Pero ahí radica otra reacción problemática que
tengo con este hombre: no me hace poner los ojos en blanco cuando decreta cosas,
como lo que voy a cenar. Lo que me pondré para ir a la oficina, que seguimos siendo
literalmente él y yo.
Es decir, debería. Realmente debería. Pero ni siquiera es que tolero su
mandonería y su ultra-posesividad y sus diversas demandas.
Con la mano en el corazón, me gustan.
Es tan confuso para mí y tan paradójico como las oscuras manías mías que
exploro con él. A veces, sí, me hace sentir como si estuviera haciendo algo malo, o
“cediendo” o siguiendo algún tipo de sistema patriarcal destinado a enjaular y atar.
Pero, sobre todo, me hace sentir segura, cálida y protegida.
Quizá sea porque toda mi vida hemos sido mi madre y yo contra el mundo. Y
sienta bien que te cuiden, casi como a un bebé, por tonto que parezca.
Uno de los cambios que Deimos ha decretado desde la noche en que juro que
me persiguieron por Central Park es mi situación vital.
Ahora vivo aquí, en su loft. No hubo discusión, lo proclamó el mismísimo señor
oscuro esa misma noche. Al principio me opuse, pero, sinceramente, sólo lo hice para
apaciguar a la parte de mí que insiste en rebelarse contra alguien que toma el mando.
En secreto, estaba más que de acuerdo con mudarme efectivamente a su lugar.
Aunque sea el príncipe de las Tinieblas, me siento segura aquí con Deimos.
Nunca me ha preguntado más sobre lo que pasó aquella noche. Al menos no
desde aquel momento inicial en que me desperté en su sofá. Nunca dije qué fue lo
que me hizo entrar en esa oscura espiral cuando me tocó el cuello y me dijo “buena
chica”. No tuve que hacerlo.
Es casi como si lo supiera sin haber pronunciado las palabras en voz alta. Lo
cual es... curioso.
Afortunadamente, aunque parece haber despertado en él una actitud
192 protectora que nunca hubiera imaginado, especialmente hacia mí, lo que no ha
conseguido esa noche es domar su agresividad sexual.
Todavía me persigue. Sigue follando conmigo de forma brutal y castigadora,
llevándome a mi límite absoluto. Lo cual anhelo y necesito. Realmente me gusta eso.
Me gusta que los acontecimientos de esa noche no hayan apagado su lado salvaje y
animal.
No compartimos cama, al menos no al final de la noche. Me alojo en su
habitación de invitados, que estaba literalmente vacía hasta la mañana siguiente a mi
persecución, cuando hizo traer una cama de matrimonio.
Es lo único que hay en la habitación. Y todavía no estoy segura si la aversión de
Deimos a los muebles se debe a que no quiere chocar con las cosas cuando me
persigue o a alguna extraña fobia a las mesas y las sillas.
En cualquier caso, una semana después de la noche en el parque, aquí es
donde estamos. Mi nuevo horario diario consiste en despertarme en el apartamento
de mi jefe y recibir la orden de inclinarme sobre el brazo del sofá para que Deimos
pueda comerme o follarme, o bien ser obligada a arrodillarme con su polla metida en
mi garganta. Luego me voy al trabajo, casi siempre en un coche distinto al suyo, lo
cual estoy segura de que es una extraña forma que tenemos los dos de mantener una
cierta distancia para no pasar todo el tiempo juntos. En la oficina, armo más muebles
o sigo seleccionando currículos, y hago al menos dos pausas durante el día para que
Deimos me haga llegar al orgasmo de formas viciosas y desgarradoras.
Luego nos vamos a casa, donde me persigue por la oscuridad, me folla hasta
que se me rompe la cordura y luego me da de comer cualquier cena que le hayan
traído antes de darme un baño y meterme en la cama.
Hay peores formas de pasar el tiempo.
Y sin embargo, a pesar de toda nuestra intimidad física, ahí se acaba. No
“charlamos” ni hablamos de nuestros días. No nos acurrucamos en el sofá a ver una
película ni nada por el estilo.
Es puro sexo: sexo animal, crudo, áspero y desgarrador. Ni siquiera nos hemos
vuelto a besar desde aquella primera y única vez.
... Sin embargo, es interesante la frecuencia con la que me encuentro deseando
más de eso.
Pero por ahora, la naturaleza puramente sexual de nuestro... como quieras
llamarlo... podría ser exactamente lo que necesito. Es catártico. Es liberador. Cuando
me empuja gritando más allá de mis límites mientras me destrozo por él, es como una
medicina mental, emocional.
Además, sigue siendo un secreto tácito. Nunca hemos tenido “la conversación”
pero está más que claro que ninguno de los dos le cuenta a nadie de nuestra familia
lo que está pasando. Y estoy más que de acuerdo con ello.
Es Callie la que más me preocupa que se entere. La idea de que una de mis
193 mejores amigas se entere de que me acuesto con su hermano -por no hablar del sabor
oscuro y depravado de lo que hacemos juntos- es suficiente para provocarme un leve
ataque de pánico.
Así que sigue siendo un secreto. Un oscuro, retorcido y prohibido secretito.

Estoy haciendo los deberes en el portátil, sentada en la cama de la habitación


de invitados de Deimos, cuando suena una llamada FaceTime en mi teléfono. Sonrío
al ver el nombre del tío Adrian en la pantalla y contesto de inmediato.
—Hola, forastero. —Sonrío—. ¡Cuánto tiempo sin verte!
Adrian Cross no es realmente mi tío de sangre. Pero bien podría serlo. Tal y
como eran las cosas cuando yo era una bebé, todos nosotros fingiendo que Celeste
era mi madre mientras que mi verdadera madre era sólo la niñera, mamá y Celeste
llegaron a estar más unidas que hermanas. Siempre la he llamado “tía Celeste” así
que tiene sentido que Adrian sea “tío Adrian”.
Es ridículamente guapo: cabello oscuro teñido de plateado en las sienes, ojos
azules penetrantes y una complexión delgada y musculosa que nunca imaginarías en
un hombre de cincuenta años. Con los elegantes trajes que lleva y el corte limpio de
su mandíbula cuadrada, siempre he pensado que tiene algo de David Beckham.
Sé que mucha gente tiene miedo de Adrian. Y no los culpo. Quiero decir, el
hombre es la cabeza de toda la familia Cross, uno de los imperios mafiosos más
poderosos de Gran Bretaña. Pero yo no. Nunca lo he tenido. Para mí, él es sólo el tío
Adrian, que me salvó la vida como una niña pequeña y ayudó a sacar a mi mamá y a
mí de una vida de prisión.
Sonrío a la pantalla. Cuando no me devuelve la sonrisa, la mía flaquea.
—¿Tío Adrian?
—Dahlia —gruñe en voz baja—. Mira, no quiero asustarte, y tu madre está
bien...
—Dios mío... —Jadeo, llevándome la mano a la boca y abriendo mucho los ojos.
Adrian niega con la cabeza, forzando una sonrisa tranquilizadora en sus labios.
—No-no, escucha. Ella está bien. Está ilesa.
—¡¿Qué ha pasado?!
Se aclara la garganta.
—Alguien entró en su casa de París mientras ella estaba en casa. Por suerte,
como sabes, tengo a mi gente siempre vigilando a tu madre desde la periferia, y
pudieron intervenir y detener a los dos cabrones que entraron antes de que le pasara
nada.
Su ceño se frunce mientras sus labios se afinan.
194 —Ojalá pudiera decirte que sólo fue un intento de allanamiento, un robo por
un par de imbéciles que no se dieron cuenta de que había alguien en casa. Pero...
ambos llevaban armas equipadas con silenciadores.
Palidezco y me tapo la boca con la mano.
Dios mío.
—De nuevo, quiero asegurarte que Adele está bien. Mis chicos sacaron a los
dos cabrones y limpiaron todo el asunto. Y ella está aquí con nosotros en Londres
ahora.
—¡¿Puedo hablar con ella?!
Asiente.
—Por supuesto. De momento está descansando, pero le pediré que te llame en
cuanto se levante.
Exhalo una respiración agitada que no hace absolutamente nada por calmar
mis nervios.
—¿Quién crees que ha sido? —Mi voz se quiebra mientras mis ojos se agranda
de miedo—. No creerás...
—No —dice en voz baja, negando con la cabeza—. Todos se han ido, Dahlia, y
ni uno solo de ellos va a volver.
Hay un filo letal en su voz. Y ambos sabemos de quién hablo. Después de que
mataran a Nasser El-Sayed, el bastardo que me engendró, todavía quedaba gente
suya que nos quería muertas a mi madre, a mí y a la tía Celeste.
No conozco todos los detalles. Pero sí sé que Adrian cazó a cada uno de ellos
como ratas y los mató a todos. Literalmente a todos ellos. Sí, lo hizo para protegernos
a mi madre y a mí. Pero sé que fue Celeste quien lo llevó a ese extremo.
El hombre quemaría el mundo para salvar a su única esposa.
—Mira —gruñe—. Todavía no sabemos si esto fue algo más que un robo,
incluso con los silenciadores en las armas. Probablemente estoy siendo demasiado
cauteloso, pero...
—Pero estás preocupado por mí.
Sus labios se tuercen, mitad con preocupación y mitad con orgullo.
—Te estás volviendo demasiado lista para tu propio bien, cariño.
Esbozo una pequeña sonrisa.
—Bueno, te culpo a ti, tío Adrian.
Se ríe bajo, pero vuelve a fruncir el ceño.
—No quiero involucrar necesariamente a las familias Drakos o Kildare, sé que
195 estás muy unida a ellas, pero quiero asegurarme de que estás protegida. Sólo por
precaución. Estoy pensando en enviar a algunos de mis hombres...
—Estoy a salvo.
Dejo que mis ojos se levanten de la pantalla para observar la habitación de
invitados del loft de Deimos a mi alrededor. Todo el lugar es también una fortaleza.
Puertas de seguridad con código PIN, un sistema de alarma de última generación y,
ahora que me alojo aquí -aunque no sé si Deimos se ha dado cuenta de que he
descubierto esta parte-, hay cinco hombres armados de Drakos en el vestíbulo, fuera
del edificio y patrullando ocasionalmente otras plantas. Sólo puedo suponer que
Deimos les ha hecho jurar guardar secreto sobre el hecho de que vivo aquí.
—¿Segura?
Asiento a Adrian.
—Mucho.
No pregunta los detalles, pero también cree mi respuesta, porque confía en mí.
Aun así, veo que en sus ojos hay una pregunta sin formular.
—Estoy... en casa de un amigo —le explico.
Las comisuras de sus labios se levantan con curiosidad y diversión.
—¿Oh?
Mi cara se calienta.
—Y... ¿preferiría no compartirlo con mi madre todavía?
Se ríe entre dientes.
—Oído alto y claro. —Suspira, negando con la cabeza—. Recuérdame otra vez,
¿cuándo diablos creciste?
—¿Es ella?
Se me ilumina la cara al oír la voz de mi madre de fondo al lado de Adrian. Pasa
la mirada por delante de la cámara y asiente.
—Sí. Es toda tuya. —Me devuelve la mirada—. Aquí está tu madre, cariño.
Llámame si necesitas algo, ¿de acuerdo?
—Por supuesto. Y gracias, tío Adrian.
Me dedica una sonrisa pícara antes de girar el teléfono para mirar a mi madre.
Sonrío ampliamente mientras ella me sonríe.
—Voilà ma chérie!
Sonrío más.
—Salut, maman. —Arrugo la frente cuando sus ojos verdes se cruzan con los
míos—. ¿Estás bien?
Suspira y mueve la mano con indiferencia.
196 —Ahh, no fue nada. —Se encoge de hombros—. Sólo unos imbéciles tratando
de tomar lo que no era suyo.
Ella no menciona la parte de los silenciadores. Supongo que no sabe que
Adrian me contó esa parte.
—Mamá —murmuro en voz baja—. No lo endulces.
Sonríe.
—Te estás volviendo demasiado inteligente.
—¿Y bien?
—Ce n'est pas un problème, Dahlia —dice con otro gesto despreocupado de la
mano.
No hay problema.
—Sólo estoy aquí con Celeste y Adrian para que dejen de preocuparse por mí.
Vaya, me pregunto de dónde viene mi costumbre de enterrar mis problemas
bajo tantas capas.
Mira la pantalla y frunce el ceño.
—¿Dónde estás?
—Oh, sólo en casa de un amigo. Estoy estudiando un poco.
La puerta de la habitación de invitados se abre sin llamar, lo cual no es
precisamente inusual. Deimos ha dejado muy claro que el hecho de que yo tenga mi
propia habitación solo tiene que ver con que no durmamos toda la noche juntos, nada
que ver con mi intimidad.
Pero esta vez, cuando la puerta se abre, mi pulso se acelera mientras un grito
ahoga mi respiración.
Joder.
Deimos se apoya despreocupadamente en el marco de la puerta y se remanga
la camisa blanca hasta los codos, con el cuello ya abierto.
... y pintura de calavera cubriéndole la cara.
El miedo y la excitación estallan en mi organismo cuando veo el maquillaje
blanco con gruesos círculos negros y tajos donde están sus ojos, labios y pómulos, a
medio camino entre la cara de un esqueleto y Brandon Lee en El cuervo.
Es aterrador, sentir su mirada letal posarse en mí cuando me mira así.
... También me está mojando mucho.
La zona principal del desván, detrás de él, ya está ennegrecida. La forma en
que sus antebrazos se ondulan bajo las mangas arremangadas es embriagadora.
También el enorme bulto en sus pantalones de vestir.
197 —¿Dahlia?
Parpadeo y vuelvo a mirar la pantalla.
—Um, sí, lo siento.
Mamá sonríe.
—¿Estás bien?
Vuelvo a mirar a Deimos y luego a mi madre.
—Estoy a salvo, maman.
Me mira inquisitivamente.
—Eso no es lo que estaba...
—Lo sé —digo en voz baja, sonriendo—. Pero lo estoy haciendo.
Ella asiente, mordiéndose el labio.
—Bien.
Doy un respingo y mi mirada se dirige a los pies de la cama. Deimos ha cruzado
la habitación y me agarra por un tobillo. Me separa la otra pierna, lo que hace que me
ruborice al intentar en vano cerrarlas.
Eso sólo me da una palmada en la cara interna del muslo.
—¿Dahlia?
—Umm, ¿sí? —suelto, sonriéndole a mi madre y tratando de ignorar el
brazalete metálico que noto que me encajan en el tobillo. Me aclaro la garganta—.
Mira, mamá, quizá debería ir a visitarte...
—Oh, por favor. —Se ríe—. Dahlia, mon chérie, estoy muy bien. Sólo fue un
robo.
Deimos frunce el ceño y levanta bruscamente la vista de donde me está
abriendo la otra pierna y esposándola también.
—Aun así...
Ella niega con la cabeza.
—No es que no me gustaría verte, cariño. Claro que sí. Pero tienes tantas cosas
importantes que hacer con la escuela y esas prácticas.
Me estremezco cuando Deimos me toma despreocupadamente la mano que me
queda libre y me la lleva a un lado de la cama, donde la esposa.
—Mamá, yo... —Mis ojos se desorbitan y tengo que morderme fuerte el labio
para dejar de gemir cuando los dedos de Deimos me retuercen uno de los pezones a
través de la camiseta de tirantes, justo fuera de la vista de la cámara de mi teléfono.
—Tienes que estudiar, sí, lo sé. —Me sonríe—. Nos pondremos al día más tarde.
Apenas he terminado la llamada, Deimos se abalanza sobre mí, me empuja la
198 otra mano a un lado y me la esposa. Gimo mientras arrastra un dedo por mi escote,
tirando de la camiseta de tirantes con él hasta que se desliza por mis pezones.
—¿Qué pasa con tu madre?
Trago saliva.
—No...
Jadeo y me estremezco cuando vuelve a pellizcarme un pezón.
—¿Quieres intentarlo otra vez?
Aprieto los dientes entre los labios y niego desafiante con la cabeza, con un
pequeño destello de burla en los ojos. Deimos gruñe en voz baja y yo me retuerzo
cuando su mano se extiende detrás de él para tocarme el coño a través de los shorts
y las bragas. Me estremezco y jadeo cuando me da una palmada en el muslo.
—Puedo hacer esto toda la noche, y sé que tú lo sabes.
—Ya lo sé.
Sus ojos brillan, sus labios se curvan diabólicamente mientras se acerca y
apaga la luz.
—Veo que estás lista para jugar, cariño...

Más tarde, después de hacerme gritar media docena de veces, primero


esposada a la cama y más tarde en el suelo del salón con mis piernas magulladas
enroscadas alrededor de su torso y su mano en mi garganta, vuelvo a la cama, sola.
Bien follada, pero también sin besos.
Frunzo el ceño mientras me tapo con las mantas.
Pero, ¿es eso realmente lo que quiero? ¿Quiero besarme y compartir la cama
toda la noche con él? ¿O lo que estamos haciendo es exactamente lo que necesito?
Efectivamente vivo aquí. Tenemos mucho sexo, exclusivamente el uno con el
otro. Y sin embargo, obviamente no es una relación.
Tendríamos que besarnos para que fuera eso.
Aún no hemos hablado de la negrura de nuestro retorcido pasado: el hecho de
que claramente sigue teniendo un resentimiento cuando se trata de mí, como si aún
albergara ese odio persistente hacia mí. Y aún no he olvidado aquella noche.
Cuando entré en la habitación para ver al hombre que por fin me entendía
muerto en el suelo, con Deimos de pie junto a él, diciéndome que huyera y no volviera
nunca.
A veces, lo que estoy haciendo con Deimos me golpea de verdad, y tengo un
199 destello de negro odio a mí misma. Porque a pesar de lo bien que me hace sentir, y
de lo profundamente que penetra en mí, sacando las partes más secretas de mí y
alimentándolas con la oscuridad que ansían... sigue siendo él.
Sigue siendo el hombre que mató a un hombre que podría haber llegado a
amar.
Fue hace años, y ahora reconozco que fue más que nada un enamoramiento
adolescente. Pero aun así... cada vez que Deimos me hace gritar o explotar en un
orgasmo, por muy bueno que sea, hay un atisbo de sombra en el fondo.
Un ligero sabor amargo de traición, que viene de saber que estoy durmiendo
con el asesino de Chase.
Supongo que podemos añadirlo a la larga y cada vez más larga lista de
“razones por las que estoy jodida de la cabeza”.
200
24
Deimos
He “estado” con mujeres antes. Pero nunca he estado con una.
Sutil distinción, lo sé.
Desde que tenía doce años y me arrancaron la inocencia, he utilizado el sexo
como una herramienta. Como una droga recetada. Las mujeres siempre han sido sin
rostro y no significan nada, y aunque suene insensible, sé que el sentimiento es
mutuo.
Puede que los utilizara para escapar de mis propios demonios y descargar mi
furia, pero ellas también me utilizaron a mí. Como “una experiencia”. Para explorar
la fetichización de lo roto y lo dañado. Para tener la emoción de volver a casa con el
monstruo de reputación aterradora, para darles una historia que contar algún día a
sus amigas sin aliento durante un almuerzo con mimosa sin fondo.
Las mujeres se acostaban conmigo, e incluso de vez en cuando se entregaban
a los ángeles más oscuros de mi naturaleza, asumiendo que todo era una actuación:
un personaje que yo proyectaba, como una especie de declaración de moda. Todas
se dieron cuenta enseguida de que no hay máscara que quitarse.
Esta es sólo mi cara.
Este agujero negro en el que se pierden es justo lo que soy. Y todas, sin
excepción, se han ido corriendo en cuanto se han dado cuenta, si es que no las he
tirado ya a la basura.
Todas menos Dahlia.
Eso es... confuso, y posiblemente un problema.
Porque a veces estoy empezando a cuestionar ciertos movimientos que he
hecho, en retrospectiva. Movimientos como mudar a Dahlia a mi apartamento.
Movimientos como preocuparme por ella y los fantasmas que puedo decir que rondan
su pasado, fantasmas peores que los míos, incluso.
Pero los movimientos ya se han hecho.
El caso es que me gusta que viva aquí. Y no es sólo el hecho de que ahora tengo
el juguete más dispuesto que he conocido viviendo a menos de seis metros de la
puerta de mi habitación, lista y dispuesta a cualquier hora para participar en mis
juegos supremamente jodidos.
Quiero decir, mucho de ello es eso, no me malinterpretes. Pero se ha movido
201 más allá de eso, hasta el punto en que me doy cuenta de que estoy envuelto en ella
ahora, envuelto en su vida, quiero decir. En sus emociones y su bienestar.
Y parece que no puedo desprenderme de eso.
... no estoy seguro de querer desentenderme de eso.
Sigue ocultándome ciertas partes de sí misma: el trauma que a veces veo
claramente en sus ojos es lo más importante. Y eso me molesta. No porque sea un
psicópata con complejo de Dios, bien, no del todo. Sino porque quiero saber quiénes
son sus demonios.
Para poder matarlos. Muy lentamente, y muy, muy dolorosamente.
Esa también es una mentalidad nueva y curiosa para mí: el deseo de buscar
retribución en nombre de alguien que no forma parte de mi familia inmediata. No es
que normalmente no me importe una mierda la gente que no son mis hermanos o mi
abuela. Es sólo que...
Bueno, no, en realidad es que no me suele importar mucho nadie más que ellos.
En cualquier caso, tengo a algunos de mis hombres más leales investigando su
pasado, bajo órdenes de estricto secreto. Tengo a otros hombres investigando a los
dos idiotas que fueron tan estúpidos como para intentar entrar en la casa parisina de
su madre, dada la estrecha relación personal de Adele con Adrian Cross.
No creo al cien por cien en las coincidencias. ¿Dahlia y su madre teniendo
roces con el peligro en el lapso de la misma semana? Me molesta.
—¿Qué demonios haces aquí?
Parpadeo mientras mis pensamientos se dispersan y mi atención vuelve al aquí
y ahora. Me giro y levanto la mirada de la mesa que tengo delante hacia donde está
Hades, de pie en la puerta de una de las salas de conferencias más grandes de Crown
and Black.
Levanto una ceja.
—Podría hacerte la misma pregunta.
Sonríe, se apoya en el marco de la puerta y se pasa los dedos por el cabello
largo y oscuro.
—Había quedado con Elsa para comer.
La prometida de Hades, Elsa Guin, es abogada y socia de Crown and Black.
Uno de los grandes misterios del universo es cómo el loco salvaje de mi hermano ha
conseguido sentar cabeza, y menos aún con una abogada, más concretamente con
una abogada que tiene una hermana adolescente a la que básicamente ha criado y de
la que Hades será ahora padrastro.
Pero cosas más raras, y todo eso.
Mi mirada pasa de la sonrisa de satisfacción de mi hermano a la parte delantera
202 de sus pantalones.
—Tienes la bragueta desabrochada y la camisa mal abrochada.
Se mira a sí mismo y luego me mira a mí, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Bueno, mira eso. Así es.
Pongo los ojos en blanco.
—No creo que Elsa necesite que entres en su despacho y la distraigas, Hades.
Su trabajo es intenso, ya sabes.
Hades suspira, negando con la cabeza.
—Sí, Deimos, eso lo sé de la mujer con la que voy a pasar el resto de mi vida.
Sé que una relación personal profunda con alguien, y mucho menos con una pareja
romántica, es un concepto extraño para ti...
—Sí, hola, señor Olla, mi nombre es señor Hervidor.
Se ríe de mí.
—Soy un hombre cambiado, hermano.
Dejo que mis labios se curven en una sonrisa.
—Lo sé.
—Y no me paso para molestarla. En realidad disfrutamos pasando tiempo el uno
con el otro, por chocante que sea. De nuevo, se llama estar en una relación amorosa.
Te sugiero que lo pruebes algún día.
—Tendré que tenerlo en cuenta.
—Está bien, a-fir-ma-tivo, Dei-mos-bot cinco-mil —grita Hades con voz de
robot mecánico.
—Es increíblemente divertido, deberías llevar ese material de gira.
Sonríe.
—Elsa piensa que soy divertidísimo.
—Odio decirte esto, pero Elsa te sigue la corriente porque te quiere.
Pone los ojos en blanco.
—Sí, eso no es la vocada en mí que tú podría pensar que es, señor Roboto.
No está siendo un idiota. Hades siempre ha bromeado conmigo con que a veces
se inclina hacia mi... llamémosle forma clínica de pensar y hablar. De ahí la voz de
robot.
Teniendo en cuenta mi pasado, se podría argumentar que el hecho de que
Hades se burle de mi rigidez y de mis singulares habilidades sociales es insultante y
cruel. Pero no puedes culparlo. No puedes culpar a ninguno de ellos.
Porque ninguno de ellos sabe lo que pasó. Papá se aseguró de ello, y yo nunca
203 me sentí obligado a acercarme a ninguno de ellos y contarles la versión resumida de
mi viaje al infierno.
Sólo mi padre y algunos de sus altos mandos cercanos lo sabían. Y todos ellos,
él incluido, están muertos ahora.
Hades entra en la habitación y se posa a mi lado en la mesa de conferencias.
—Quería preguntarte algo.
—El suspense me está matando.
Sonríe.
—Dejando a un lado tu actual actitud de mierda, últimamente has estado... me
atrevería a decir... positivo. Desde que volviste a Nueva York, quiero decir.
Mi ceño se arquea.
—Creo que te estás imaginando cosas.
—Sí, yo también lo pensé al principio, porque, quiero decir, eres tú.
—Adulador —murmuro secamente.
—Pero Kratos ha notado lo mismo. Ares, también.
Frunzo el ceño.
—¿Notar qué?
—Un decididamente no-Deimos-con ánimo en su paso.
—No hay, ni ha habido, ánimo en ningún aspecto mío.
—Exactamente. Por eso tengo curiosidad por saber si has superado tu extraño
odio por esta ciudad, o si quizás, por algún milagro, has empezado a salir con alguien.
Sólo, ya sabes, para un cambio brusco en la tradición.
Le dirijo una mirada.
—No tengo problemas para ver mujeres, Hades, pero gracias por tu
preocupación.
—No estoy hablando de al azar o de visitar el Club Venom. Me refiero a ver a
alguien como ver a alguien.
—Yo no “veo” mujeres, Hades.
—¿Tal vez un tipo? No lo sé, hombre. Eres una caja fuerte con tu vida personal.
—Sí, personal es la palabra clave. Y no soy gay.
Se encoge de hombros, cruzando los brazos sobre el pecho.
—Sabes que si lo fueras, sería genial, ¿verdad?
Jesucristo.
—¿Ahora hemos entrado en una puta película de Lifetime? —gruño—. Y, joder,
204 ¿no tienes trabajo que hacer?
—Bien. —Se ríe—. Me retracto. Nadie que eche un polvo regularmente podría
ser tan estirado como tú.
—Bueno, me alegro de haber podido aclararte todo esto.
Suspira, riéndose para sí antes de hacer una pausa y mirarme.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Alistair.
Como Alistair Black, uno de los socios de nombre del bufete junto con su
hermano adoptivo Gabriel y la formidable señorita Taylor Crown.
Hades frunce el ceño.
—Ustedes dos fueron a Knightsblood juntos, ¿no?
Todos podríamos haber ido a Knightsblood, pero yo soy el único de mis
hermanos que decidió hacerlo. Ares volvió a Nueva York para estudiar en la NYU,
Hades fue a Harvard, Kratos eligió el Lords College de Londres y Callie siguió los
pasos de Ares para estudiar también en la NYU.
Niego con la cabeza.
—No al mismo tiempo, pero conocemos a algunas de las mismas personas. ¿Por
qué?
Alistair y Gabriel llevaban mucho tiempo fuera de Knightsblood cuando yo era
estudiante de primer año, ya que eran unos ocho años mayores. Pero Alistair, como
yo, fue presidente de The Reckless cuando estaba allí.
—¿Por qué se reúnen Alistair y tú?
—Entre otras cosas, cómo evitar que hermanos mayores entrometidos y
chismosos se metan por el culo mis asuntos personales.
Hades se ríe, negando la cabeza.
—Te he echado de menos, D. Sé que odias esta ciudad, joder, pero me alegro
de que te quedes por aquí, al menos por ahora.
De alguna manera, cuando no estoy metido hasta las pelotas en el coño
ilegalmente perfecto de Dahlia o ahogándome felizmente en sus gemidos y gritos, he
encontrado tiempo para tener dos trabajos. A pesar de estar aquí en Nueva York, sigo
dirigiendo las operaciones de nuestra familia en Europa. Para ello cuento con la ayuda
de mi muy capaz número dos, Kostas, que sigue en Londres. El otro trabajo es poner
en marcha Laconia Logistics, aunque estoy seguro de que Dahlia sigue pensando que
es una empresa totalmente falsa creada con el único propósito de joderle la vida.
Quiero decir, no es el único propósito. Pero no está muy desencaminada.
Sin embargo, tiene otro propósito legítimo.
Se abre la puerta de la sala de conferencias y entra Alistair.
205 Y por “camina” me refiero a “da zancadas” como un rey conquistador que entra
en la ciudad que acaba de saquear. Que es, según tengo entendido, más o menos
como Alistair entra en todas y cada una de las habitaciones.
Alto, de hombros anchos y musculosos y complexión delgada, el cabello rubio
y los brillantes ojos azules de Alistair podrían hacerle parecer encantador y
simpático.
Es decir, si no hubiera adaptado el resto de su cara y su comportamiento
general para estrangular ese encanto y simpatía cuando aún estaban en pañales.
En lugar de eso, el hombre ha acabado teniendo un aire afilado, algo desviado
y siniestro, que acecha en las sombras de sus pómulos afilados y en el destello de
malicia de sus ojos.
Por si no es obvio, hay una razón por la que nos conocemos y nos llevamos
bien. Por no mencionar una razón por la que este hombre fue jefe de The Reckless en
Knightsblood mucho antes que yo.
Curiosamente, su hermano adoptivo, Gabriel, que tiene mucho más aspecto de
villano con su cabello oscuro y sus ojos color avellana, fue presidente de Para Bellum
al mismo tiempo que Alistair dirigía The Reckless. Pero, por supuesto, eso fue antes
de que lo que era una amistosa rivalidad universitaria se convirtiera en la Guerra Fría
que aparentemente sigue siendo hoy.
... Sí, asumiré algo de responsabilidad por eso.
—Y yo que pensaba que hoy sólo me reuniría con un hermano Drakos.
Hades se encoge de hombros, saca una silla y va a sentarse. Pero yo vuelvo a
deslizarla bajo la mesa con el pie y sonrío a Alistair cuando toma asiento frente a mí.
—Hades ya se iba.
—Bueno, quiero decir. —Mi hermano se encoge de hombros—. Si estoy aquí,
¿podría también sentarme?
Alistair me mira interrogante. Cuando lo miro y niego en silencio con la cabeza,
vuelve a sonreír a mi hermano.
—Hades, por mucho que me guste verte por la oficina cuando te pasas a
destruir la productividad de mi mejor abogada con tus folladas de media tarde...
—Tranquilo, Negro —sisea Hades en voz baja—. Estamos hablando de mi
prometida.
—Sí, creo que en las oficinas de enfrente son muy conscientes de ello cuando
ustedes dos cierran la puerta de su despacho pero no se molestan en cerrar las
persianas.
Hades sonríe. Pongo los ojos en blanco y me vuelvo hacia él.
—Puedo alcanzarte más tarde, Hades. Pero necesito unos minutos con Alistair.
206 A solas.
Hades suspira.
—Bien. —Me sonríe y me da una palmada en el hombro antes de dirigirse a la
puerta. Se gira al salir al pasillo—. Sé captar la indirecta de que no me quieren.
—Siempre que esa insinuación suene por un altavoz y rodeada de carteles de
neón, por lo visto.
Se ríe, cierra la puerta y levanta el dedo corazón a través del cristal. Alistair se
acerca a un botón de la mesa de conferencias. Cuando lo pulsa, la puerta y la pared
de ventanas que dan desde la sala de conferencias al resto de las oficinas de Crown
and Black se vuelven opacas al instante.
—Hermanos. —Suspira, lanzándome una mirada comprensiva.
Me gusta Alistair. Probablemente porque estamos cortados por el mismo
patrón. Es una de las razones por las que trabajo con él desde que volví a esta ciudad
y realicé mis agresivas adquisiciones de las empresas de Adele Roy.
—Supongo que tienes curiosidad por saber por qué se han estancado las cosas
—gruñe Alistair, mirándome al otro lado de la mesa.
—Ha estado más que ligeramente en mi mente, sí.
Suspira.
—Parece que nos estamos topando con obstáculos.
—Entonces, vuélalos.
Alistair me mira con interés, frotándose la mandíbula.
—¿Puedo señalar algo?
Me encojo de hombros.
—Claro.
—La forma en que has estado persiguiendo a estas empresas... —Frunce el
ceño—. Me preocupa que puedas estar dejando que asuntos personales enturbien las
cosas con esto.
Se me desencaja la mandíbula.
—Son sólo negocios, Alistair. No tengo nada personal contra Adele Roy. Pero
una venta a precio de saldo es una venta a precio de saldo, y precisamente por eso te
he contratado para que aprietes el gatillo en estos tratos. Legalmente hablando.
—Oh, no estaba sugiriendo que tuvieras asuntos personales con Adele Roy —
musita, claramente complacido consigo mismo cuando mis ojos se vuelven oscuros,
incluso para mí—. Estoy hablando de su hija.
—Cuidado, Alistair.
—La prudencia no me construyó un imperio de bufetes de abogados a los
207 treinta y cinco años, Deimos. La audacia, la valentía y la voluntad de ensuciarme las
manos sí lo hicieron. Y ambos sabemos que esa es la razón por la que tú y yo
trabajamos tan bien juntos. —Tamborilea con los dedos sobre la mesa de
conferencias—. Dahlia está a su servicio, ¿verdad?
—¿Y esto por qué importa?
Se ríe entre dientes.
—Deimos, vamos. No soy estúpido. Tienes una nueva empresa con
exactamente un empleado, y resulta que ese empleado es la hija de la misma mujer a
la que le estás comprando empresas en el arrebato más agresivo que he visto nunca.
—Tráeme el resto, Alistair.
Suspira.
—Bueno, eso puede resultar complicado.
—Explícate.
—Parece que ahora hay otros interesados en el resto de empresas que
actualmente se encuentran en el limbo mientras Gerard Dumouchel y Adele Roy
solucionan sus problemas legales y finalizan su divorcio.
Mierda.
—¿Otras partes como quién?
—Es un enorme imperio en las rocas, Deimos. Cuando hay sangre en el agua,
los tiburones salen a jugar...
—Quién.
Exhala lentamente.
—Drazen Krylov.
Joder.
No lo conozco personalmente, pero Drazen es un antiguo mercenario señor de
la guerra que recientemente ha conseguido un montón de dinero que le ha permitido
pasar de ser una especie de hombre del saco en el mundo de la Bratva a... bueno, un
rey.
—De acuerdo —gruño—. Hablaré con Gavan y veré...
—No estoy seguro de que eso sirva de mucho. Drazen puede ser nuevo en la
escena de la Brava en Nueva York, pero él y Gavan tienen un poco de historia.
—He dicho que me encargaré. Mientras tanto, sé extremadamente agresivo.
Quiero las empresas, Alistair.
Asiente despacio, clavándome una mirada fría y penetrante.
—¿Tienes algo en mente, Alistair? —gruño.
—Lo hay, en realidad. ¿Tuviste algo que ver con el robo en la casa de Adele
208 Roy?
¿Cómo?
Su voz es cortante y tiene un tono de advertencia. Lo fulmino con la mirada.
—No.
—Deimos...
—La respuesta es no, Alistair. —Lo miro—. Lo preguntas porque eso sería
cruzar una línea para ti, supongo.
Inclina la cabeza.
—Precisamente por eso te lo pregunto. Me meteré en el barro cuando haga
falta, ya lo sabes. Pero sugerir a los directores ejecutivos que sus esposas se enterarán
de sus aventuras si no firman acuerdos es algo totalmente distinto a presentarse en
las casas de la gente con pistolas cargadas. Si es esto último lo que necesitas de mí,
estoy fuera. Podría estar bien trabajando con hombres en tu línea particular de
trabajo, Deimos. Pero soy abogado, no mafioso.
Niego con la cabeza.
—Otra vez, no fui yo. —Mi cara se ensombrece—. De hecho, yo misma lo estoy
investigando.
Se aclara la garganta y golpea la mesa con el bolígrafo.
—En ese caso, quizá pueda indicarte el camino. —Su ceño se frunce—. ¿Tú y
Dante Sartorre se hablan?
Interesante.
Sería muy difícil estar en mi mundo y no conocer al propietario mayoritario,
relacionado con la mafia, del Club Venom, el famoso club pervertido clandestino de
Nueva York que atiende a ricos, peligrosos y desviados.
Hades era miembro, antes de que Elsa entrara en escena. Yo también lo fui,
brevemente, hace años.
Pero cómo es que Alistair sabe de la... bueno, historia de Dante y yo, es curioso.
—No sabía que eras miembro del Club Veneno.
Alistair no dice nada aparte de levantar el hombro.
—Y no tengo ni idea de si nos hablamos. No somos exactamente amigos.
—Bueno, lo más probable es que sepa algo de lo que pasa con Adele y Dahlia
Roy.
Me erizo.
—¿Y qué está pasando exactamente con Dahlia? —siseo en voz baja.
Alistair arquea una ceja.
—Bueno, para empezar, sé que tu única empleada es hermosa, fue a
209 Knightsblood al mismo tiempo que tú, y actualmente es tu única compañera de cuarto.
Me pongo en pie de un salto, el monstruo que llevo dentro gruñe ferozmente.
—Respira, Deimos —murmura Alistair en voz baja—. Sólo lo sé porque ha
estado conversando con Elsa Guin sobre algunos asuntos legales, y cuando presentó
unos papeles estándar, puso tu casa como dirección postal.
—¿Así que ahora nos olvidamos del privilegio abogado-cliente? —siseo entre
dientes apretados.
Alistair ladea la cabeza.
—Ella no es mi cliente, Deimos. Y yo no soy tu enemigo. Sólo habla con Dante.
Mi monstruo gruñe y golpea la jaula por dentro. Sí, hablaré con Dante. Pero no
va a ser sobre Dahlia. Va a ser por qué carajo esa serpiente siquiera sabe su maldito
nombre.
Salgo de la sala de conferencias con los oídos zumbando y la sangre hirviendo.
—Tengo una pregunta.
Frunzo el ceño y me giro para ver a Hades apoyado insolentemente contra las
ventanas aún opacas de la sala de conferencias, con los brazos cruzados sobre el
pecho.
—Hazlo, ahora.
Él asiente lentamente, sonriendo finamente.
—Sí. Te estás follando a la amiga de nuestra hermana.
—Ninguna parte de esa frase es una pregunta. Y escuchar a escondidas una
conversación privada entre un abogado y un cliente es altamente ilegal.
—Eres consciente de cómo nuestra familia mantiene las luces encendidas,
¿verdad?
Lo fulmino con la mirada.
—En primer lugar, mi vida personal no le concierne a nadie más que a mí. Y en
segundo lugar, no pasa nada entre...
—¿Tú y Dahlia? ¿La misma Dahlia con la que fuiste a Knightsblood, que te miró
como si hubiera visto un fantasma en el cumpleaños de Callie, que ahora es tu única
empleada en esta empresa de la que todavía no nos has contado una puta mierda a
ninguno de nosotros, y la misma Dahlia que, me acabo de enterar, está viviendo en tu
puto apartamento?
—¿Has terminado?
Me dirige la mirada.
—¿Lo sabe Callie?
—No hay nada que Callie deba saber —digo—. Y esta conversación ha
210 terminado.
—¿Nunca te cansas de dejar fuera a la gente que te quiere, hombre?
Me tenso cuando sus palabras golpean mi espalda.
—Quiero decir, joder, Deimos. Mira, no te pido el mundo, sólo quiero que me
dejes entrar.
—No te dejo entrar, Hades —digo en voz baja—, porque no se lo desearía ni a
mi peor enemigo, y mucho menos a mi hermano. —Me encojo de hombros y le pongo
una mano en el hombro—. Aunque eso no significa que no te quiera.
Acabo de empezar a darme la vuelta cuando me detiene.
—Te llevaré a ver a Dante mañana por la noche.
Mi ceño se arquea.
—¿Qué te hace pensar que necesito un chaperón?
—Porque le gusto a la gente, Deimos. Tú, sin embargo, asustas a la gente.
Inclino la cabeza.
—¿Y?
—Y, si no me falla la memoria, uno de nosotros puso fin voluntariamente a su
pertenencia al Club Venom. —Se aclara la garganta mientras se acerca a mi oído y
me da una palmada en el hombro—. Al otro se le pidió en términos inequívocos que
se marchara.
211
25
Deimos
Sí. Considerando todo, probablemente sea bueno que Hades venga conmigo
esta noche. Que es precisamente por lo que le incité a insistir en venir en primer
lugar, ya que mi ego no me permitiría pedírselo directamente.
¿Qué? No puedo evitar entender demasiado bien los botones secretos para
presionar a los que me rodean, así como el funcionamiento interno de mi propio
cerebro jodido.
Algo de lo que me he dado cuenta sobre mi propia neurodivergencia -maldita
sea, esa palabra- es que no es una enfermedad ni una mutación. Es simplemente una
puerta que mi psique ha decidido abrir y que la mayoría de la gente deja cerrada.
Fíjate bien en quienes te rodean: amigos, familiares, amantes. Si lo buscas, lo
reconocerás cuando lo veas: la forma de empujar y manipular. La forma de tirar de
los hilos lo suficiente para guiarlos hacia donde tú quieras.
La mayoría de la gente nunca ve estos hilos. Y del pequeño porcentaje que sí
los ve, casi ninguno tiene la composición necesaria para tirar de ellos o incluso para
querer hacerlo.
Y luego está la gente como yo.
Los que tiran de la cuerda. Los neurodivergentes.
Los psicópatas.
Que Hades esté conmigo es, de hecho, probablemente la única forma de que
pase por la puerta principal de Venom. No le falta razón en que, mientras él renunció
a su afiliación aquí cuando encontró a Elsa, a mí me pidieron -y tampoco tan
indirectamente- que entregara la mía.
Lo cual todavía me irrita, aunque apenas tuve interés en este lugar en el breve
tiempo que fui miembro aquí antes, y ciertamente no lo tengo ahora. No es culpa mía
que un “club pervertido que atiende a todos los gustos desviados” en realidad no
quiera a gente de todos los gustos desviados.
Además, ¿cómo demonios iba yo a saber que la joven con la que estaba...
comprometido... en lo que yo creía que era una persecución de mutuo acuerdo por
una de las salas privadas era la sobrina de uno de los inversores del club?
Ambos de traje negro -Hades sin corbata, yo con ella- nos registramos con el
212 conserje del Club Venom. Desde fuera, este lugar no parece nada, solo un almacén
en un barrio sin pretensiones.
Por dentro, es un lugar rebosante de una opulencia tenebrosa, donde los
diablos y demonios de Nueva York vienen a jugar. Los oscuros y desviados. Los ricos
y con contactos.
No sólo los criminales frecuentan el lugar. Pero, al igual que Knightsblood, la
mayoría lo son. Y debido tanto a la clientela como a las actividades que aquí se
desarrollan, las máscaras son parte obligatoria del código de vestimenta.
La hermosa mujer de larga melena castaña de la conserjería, con un vestido de
cóctel negro muy ceñido y una máscara de carnaval negra, granate y dorada a
semejanza de un gato, nos sonríe.
—Hades, me alegro de verte de nuevo.
Dadas las antiguas travesuras y proclividades de mi hermano, es un milagro
que esta mujer lo reconozca sin la polla fuera.
—Creo que todavía tenemos tu vieja máscara aquí. ¿Me das un segundo?
—Por supuesto, Kara.
Se desliza hacia la trastienda. Levanto una ceja y me chupo los dientes sin mirar
a Hades.
—Parece que dejaste una impresión duradera en Kara.
Hades pone los ojos en blanco.
—Porque es la conserje jefe, imbécil. No porque la haya follado.
—Toqué un nervio, ¿verdad?
Exhala ruidosamente.
—Mira, habría estado bien no volver a poner un pie en este lugar, muchas
gracias. Estoy aquí para hacerte un favor. A expensas de cada uno de mis puntos de
brownie con Elsa, debo añadir.
—Le diré que te has portado bien —lo tranquilizo.
—Me portaré bien —sisea.
Kara vuelve con la vieja máscara de Hades de su época de socio, y una máscara
de lobo dorada y negra para mí.
—¿Y es esta su primera vez con nosotros, señor...
—Sólo desde que Dante revocó su afiliación —dice Hades con una sonrisa
anodina en el rostro.
—Si la cagas —murmuro—, entonces no habrá habido ningún propósito noble
relacionado con la familia para que estés aquí. Lo que significa que has venido sin
más motivo que... bueno, venir. —Sonrío—. Eso no le sentará muy bien a Elsa,
213 ¿verdad?
—Eres un idiota —gruñe.
Kara se aclara la garganta y sonríe amablemente cuando un hombre con traje
negro y máscara negra se adelanta y abre un pequeño estuche de madera. Dentro
hay pulseras de varios colores con marcas que designan los distintos papeles e
“intereses” de los miembros que entran: líneas negras para un dom. Líneas doradas
para un sumiso. Las rojas indican interés por el sadomasoquismo. Verde para...
Bueno, ya te haces una idea.
Hades arranca uno blanco y dorado, que indica que se trata de un observador
casual, y se lo pone en la muñeca. Tiene que ser la primera vez que elige uno de esos.
—¿Señor? —El hombre me sonríe cuando me quedo mirando pensativo el
maletín—. ¿Necesita una guía sobre qué banda le gustaría...?
—Sí. ¿Cuál significa un psicópata con complejo de Dios y una manía primitiva
de persecución?
—Joder —murmura Hades, agarrando otra banda blanca y dorada y
poniéndomela en la muñeca—. ¿Quieres que te echen de aquí otra vez antes incluso
de entrar? Cálmate, cabrón.
Otra mujer esbelta con un vestido negro ceñido y una elegante máscara nos
guía a través de las puertas y desciende a las entrañas del pecado. Nos adentramos
en una luz tenue y sensual que irradia de candelabros de latón y proyecta sombras
sobre las paredes negras mate acentuadas con rojo sangre y dorado.
Nuestro guía nos adentra en el club, a través de otra serie de puertas
flanqueadas por guardias con trajes negros y sencillas máscaras negras mate, algo
así como un cruce entre Eyes Wide Shut y Squid Game. Pasadas estas puertas, empieza
realmente la diversión.
Son los gemidos los que te golpean primero. La música también, por supuesto.
Y el ambiente erótico general de todo el lugar. Pero son los jadeos, gruñidos,
gemidos y quejidos de puro placer los que realmente te agarran por la garganta y te
arrastran de lo normal a lo hedonista.
El Club Venom es esencialmente un club privado sólo para socios que atiende
a personas afines, o a varias personas, en su búsqueda de placer carnal. La planta baja
es una serie de bares de cócteles y vinos, salones y salas laterales donde casi nada
está prohibido, siempre que no te importe tener público. Arriba están las suites
privadas y las salas de juego.
Pero es el exhibicionismo de la planta baja lo que siempre se recorre primero.
En la primera habitación a la que llegamos, una mujer rubia con un vestido de
cóctel dorado con la parte superior desabrochada se arrodilla entre las rodillas
abiertas de un hombre con un traje negro. Sus labios carmesí suben y bajan
sensualmente por la polla del hombre mientras otra mujer -morena, para quien lleve
214 la cuenta- se sienta entre su espalda y el sofá en el que está sentado, pasando las
manos por los tatuajes de Bratva que se ven bajo su camisa abierta.
A su lado, otro hombre con tinta de Bratva tiene los tobillos de una morena
sobre los hombros mientras la folla contra el sofá. Y en el sofá de enfrente, una asiática
de cabello rubio blanquecino se retuerce y gime mientras los dos hombres
musculosos con tinta de Camorra le follan sin descanso la boca y el coño.
Sí. Bienvenidos al Club Venom. Y esto es sólo el vestíbulo.
Nuestro guía nos conduce al salón principal, una sala enorme con dos barras y
amplios asientos repartidos por todo el local. En el centro hay varias camas y sofás
que casi siempre están ocupados por parejas, matrimonios y más parejas que
participan en algún tipo de orgía para quien quiera mirar.
Esta noche no es una excepción.
Personalmente, no es lo mío: ni el exhibicionismo ni el sexo en grupo. Pero
cada uno a lo suyo, supongo. La mujer que nos ha estado guiando sin palabras por el
club se vuelve y sonríe desde debajo de su máscara negra y dorada.
—El señor Sartorre saldrá en breve y les invita a relajarse y divertirse mientras
esperan.
Hades asiente.
—Genial, gracias.
La sonrisa de la mujer se vuelve más coqueta a medida que se desliza más cerca
de él.
—Si hay algo que pueda hacer para ayudar con esa relajación...
—Sí, estoy bien. Adiós —gruñe Hades, mirando a la mujer. Su sonrisa vacila un
poco y luego se vuelve hacia mí.
—Maldita idea. Sigue andando —gruño.
No se inmuta.
—Bueno, entonces, por favor, disfruten de una copa y del espectáculo, y el
señor Sartorre estará con ustedes enseguida.
Cuando desaparece por donde hemos venido, sonrío mientras miro a mi
hermano.
—Oh, qué —murmura malhumorado.
—Nada, nada de nada. —Me encojo de hombros—. Estaré encantado de
contarle luego a Elsa lo buen chico que has sido.
Pone los ojos en blanco y se aparta de la orgía de sofás y camas que tenemos
delante para sacudirme la cabeza.
—Voy a explicarte algo, Deimos.
—Bueno, esto debería ser interesante.
215 Suspira.
—Cuando estás con la única persona en la tierra que sabes sin sombra de duda
que es con quien debes estar, porque te completa de la forma más sincera posible,
no es cuestión de resistirse a la tentación. —niega con la cabeza—. Sencillamente, no
hay otra tentación. Fin de la historia.
—Muy conmovedor. Gracias, Hades.
Pone los ojos en blanco.
—Espero de verdad que lo entiendas algún día, Deimos.
Y de verdad que no quiero profundizar demasiado en el pensamiento que
aflora inmediatamente en mi cerebro: que ya lo entiendo. Véase también: mi total
falta de interés por cualquier otra mujer desde que la maldita Dahlia Roy volvió a mi
vida.
Ambos nos giramos para contemplar la escena que tenemos ante nosotros. Una
voluptuosa mujer de cabello castaño gime en las tetas de otra mujer mientras el
hombre musculoso que está detrás de la pelirroja la folla como una máquina. Dos
rubias se retuercen y jadean, besándose febrilmente mientras cabalgan al hombre
vinculado a la Yakuza que está debajo de ellas: una le pone el coño en la boca, la otra
rebota sobre su polla.
Detrás de todo eso, en una de las camas, una mujer morena tiembla por el
orgasmo mientras cuatro hombres la toman al mismo tiempo. Y me refiero a todos al
mismo tiempo.
Le quito dos copas de champán a un camarero enmascarado vestido de negro
y le doy una a Hades.
—Echas de menos este lugar, ¿verdad?
—Incorrecto.
—Ni siquiera un poco.
—No.
Se bebe de un trago la mitad de su champán antes de mirarme con curiosidad.
—Sabes, en realidad nunca escuché por qué Dante te echó.
—No me echó, simplemente tuvimos un fuerte desacuerdo.
—¿Qué, tú querías seguir siendo miembro y él pensaba exactamente lo
contrario?
Levanto un hombro.
—Algo así. Y estuvo bien. Este lugar no es para mí, en absoluto.
Me sonríe.
—Sólo quiero saber qué demonios has podido hacer en este sitio para merecer
216 la expulsión.
Sonrío mientras me giro y le pongo una mano en el hombro con fuerza.
—Hades, te quiero como el hermano que eres para mí. Pero no creo que
tengamos que empezar a intercambiar lo que implican nuestros gustos sexuales
personales, ¿verdad?
Hace una mueca.
—Me parece justo. Ugh.
—Vaya, vaya, vaya...
Mierda.
Aprieto los dientes cuando me giro y mis ojos se posan en Raquel. Incluso con
la máscara de carnaval dorada y roja sangre que lleva, adornada con rosas y una
paloma, sé que es ella. Reconocería ese tono de voz chirriante en cualquier parte.
—No esperaba verte aquí.
—Supongo que soy como un penique malo —digo con tristeza—. Siempre
aparezco sin ser invitado.
Hades se aclara la garganta y sonríe más que divertido mientras sus ojos nos
miran a Raquel y a mí.
—Me ofrecería a ayudarte a salir —murmura en mi oído, apartándose de
Raquel—. Pero esto parece demasiado divertido como para parar. Seré el tipo de allí
disfrutando de unas palomitas.
—Idiota.
Se ríe y me da una palmadita en el hombro.
—Buena suerte, hermanito.
Hades se retira, deslizándose hasta la barra cercana para tomar otra copa y
observar este espectáculo de mierda desde una distancia segura.
—¿Dónde está el nuevo juguete, Deimos? —dice Raquel, sus labios rojos como
la sangre se curvan con veneno.
—¿Qué quieres, Raquel?
Se eriza brevemente ante mi pétrea frialdad, pero luego se encoge de hombros
y se acerca a mí.
—Estoy aquí sola esta noche, por si tienes curiosidad —ronronea en voz baja.
—Puedo asegurarte que no siento ni remotamente curiosidad.
Tuerce los labios y hace ademán de golpearme el pecho. Doy un paso atrás,
esquivando su contacto con facilidad y dejándola golpeando el aire entre nosotros.
Sus cejas se fruncen.
—Por favor —resopla Raquel—. No me digas que esa ratoncita es tu puta novia.
217 Los dos sabemos que no te van las novias.
—Tampoco me va la gente que ignora que he dicho que no de la forma más
clara posible.
Sonríe.
—Quizás soy mala con las indirectas.
—No fue una indirecta. Aléjate de mí, Raquel. No me interesa.
Se ríe.
—Ahora por qué suena como si estuvieras discutiendo más contigo mismo que
conmigo...
—Probablemente porque eres una idiota con oído defectuoso, y una narcisista
también. Y no el tipo interesante de narcisista, tampoco. Del tipo insípido, aburrido,
totalmente carente de originalidad.
Su sonrisa vacila un poco. Pero alarga el brazo como si quisiera ponerme la
mano en el pecho. Se estremece cuando la aparto bruscamente, me abalanzo sobre
ella y la agarro con fuerza por la barbilla.
—Vuelve a tocarme cuando ya te he dicho que no lo hagas y te romperé la puta
mano —siseo—. Estamos. Claros.
Sin esperar respuesta, me doy la vuelta, dispuesto a buscar a Hades y darle una
patada en los huevos por dejarme a solas con esa mujer, cuando su voz me detiene.
—¿Qué demonios tiene ella que no tenga yo? —suelta Raquel —. ¡¿Quiero decir
qué es, Deimos?! ¿Grita más fuerte? ¿Deja que le hagas más daño? ¿Juega a tus juegos
cuando tú quieres? Dímelo. Dime qué es...
Jadea cuando arremeto contra ella, gruñendo, con el miedo estallando en sus
ojos.
—No hay juegos con ella, Raquel. Se acabó.
Entonces me doy la vuelta y me alejo, dejándola allí de pie.
Y esa es la verdad, aunque estoy bastante seguro de que yo mismo hice esa
conexión en el mismo instante en que salió de mi boca.
Con Dahlia no hay juegos. Y los que “jugamos” no son juegos en absoluto.
Son lo que somos.
218
26
Deimos
—¿Bebida?
Dante finalmente salió a saludarnos, y Hades optó por quedarse en el club
propiamente dicho, apostándose en la barra con un camarero que se acuerda de él,
un tipo, por si sirve de algo.
Después de seguir a Dante por pasillos oscuros de color negro mate con toques
dorados y rojo sangre y de cruzar una puerta con el emblema dorado de una víbora,
el logotipo del club, me encuentro en su despacho privado.
—¿Por qué no?
Me lanza una mirada curiosa desde el carrito del bar antes de servirnos dos
generosos whiskies. Me da uno y se sienta en un sofá frente a una chimenea
crepitante, señalando al de enfrente.
—¿Quieres sentarte?
—Depende. ¿Alguien se ha corrido esta noche?
Dante se ríe en voz baja.
—Las fiestas de la noche ocurren ahí fuera, Deimos. No aquí.
—Bueno, en ese caso...
Me siento, cruzo un tobillo sobre la rodilla mientras doy un sorbo
despreocupado a mi bebida.
—No puedo decir que esperara volver a verte aquí, Deimos.
—Mal centavo.
—Pero no lo somos todos. —Respira hondo, se sienta en el sofá y me mira con
curiosidad.
Dante es un hombre imponente: alto, ancho de hombros y musculoso, de piel
italiana profundamente bronceada, cabello oscuro, penetrantes ojos azules y
mandíbula afilada y morena. Y a pesar de todos los desacuerdos que hemos tenido
en el pasado, tengo que admitir que el hombre lleva un traje muy bien cortado.
No es directamente de la mafia, pero es primo de los Carvelis, una de las cinco
familias italianas que forman La Comisión aquí en América, una especie de alto
consejo de importantes y poderosas familias mafiosas.
Decir que Dante está “conectado” es quedarse corto.
219 —Bueno. —Suspira—. Aquí estás. E incluso te las arreglaste para traer al otro
hermano Drakos extraviado aquí también.
—Para, me estoy emocionando —digo.
Dante sonríe, pero luego su sonrisa cae rápidamente.
—¿Qué haces aquí, Deimos? Estoy seguro de que no te interesa volver a unirte,
y de todos modos nunca lo permitiría. Y deja tu habitual sarcasmo mordaz en la
puerta, si puedes. Tengo una noche ocupada.
—Ya lo creo. Esas manchas de semen en las alfombras no se limpiarán solas,
¿verdad?
Me dirige una mirada fría. Le devuelvo la sonrisa con la misma frialdad.
—No tengo ningún interés en volver a unirme a tu pequeño club, Dante. No
estoy aquí por eso.
—¿Y bien? No me hagas esperar —murmura secamente.
—Necesito información.
Su frente se levanta. También las comisuras de sus labios.
—Bueno, esto es interesante. El maestro espía en persona, rey de The Reckless
y psicópata extraordinario, necesita mi ayuda para deducir algo.
—Has estado esperando años para usar esa, ¿verdad?
—¿Qué quieres, Deimos?
Me meto la mano en el bolsillo del abrigo y dejo caer un montón de billetes
envueltos sobre la mesita que hay entre nosotros. Dante sonríe, arqueando una ceja
ante los diez mil.
—Infravaloras salvajemente el tipo de información que puedo ofrecer.
—Por eso esto —señalo el dinero con la cabeza—, no es para tu información.
Es para tu silencio.
Una sombra cruza su rostro.
—No me insultes, Deimos. Mi información viene con mi silencio como algo
natural.
—Bueno, llamemos a eso una póliza de seguro, entonces. O puedes ponerlo en
el fondo de limpieza de fluidos corporales. Estoy seguro de que no es un presupuesto
pequeño para este lugar.
Pone los ojos en blanco y se inclina para devolverme el dinero.
—He dicho que no.
Me encojo de hombros.
—Está bien.
220 —Entonces... ¿Qué o quién nos interesa?
Me aclaro la garganta.
—Es un quién. Dos, en realidad. Adele y Dahlia Roy, madre e hija...
—Sé muy bien quiénes son.
—En concreto, quiero saber quién podría desearles algún mal.
Dante enarca las cejas. Luego sonríe en silencio mientras se apoya en el sofá y
tamborilea con los dedos en el respaldo.
—¿Qué parte de eso, exactamente —gruño—, te divierte?
—¿Algún problema en casa, Deimos?
No me sorprende que Dante sepa que Dahlia se queda conmigo. El hombre no
es sólo el propietario mayoritario y operador del Club Venom. También es el tipo que
va por detrás de las escenas de inteligencia en toda la ciudad de Nueva York. Me
sorprendería que no tuviera expedientes de toda mi familia y sus conocidos.
Así que no le doy la satisfacción de parecer enfadado o sorprendido cuando
suelta eso, ya que sé que lo dijo exactamente por eso.
—¿Es un sí o un no a que lo sepas, Dante?
Me mira.
—Podría ser un sí.
Exhalo con un fuerte resoplido. Dios, odio los juegos de capa y espada a los
que juegan estos autoproclamados “tipos misteriosos”.
—¿Te estoy ocultando algo urgente, Deimos?
—Sí: me estás impidiendo estar literalmente en cualquier otro sitio que no sea
tu estúpido puto club. ¿Tienes una respuesta o no, y podríamos por favor dejar los
apretones de manos secretos y la mierda del anillo decodificador? Pensé que habías
dicho que tenías una noche ocupada.
Me mira con el ceño fruncido y se encoge de hombros.
—Bien. ¿Estás al tanto de su conexión con el difunto Nasser El-Sayed?
—Lo estoy. Y sí, he considerado la posibilidad de que gente aún leal a él
busque venganza...
—Error. —Dante niega con la cabeza—. No es nadie de El-Sayed.
—Pareces muy seguro de ello.
—Sí. Porque sé que Adrian Cross se pasó diez años persiguiendo a cualquiera
que hubiera siquiera estrechado la mano de Nasser y exterminándolo para
asegurarse de que nadie vendría nunca por su mujer, Celeste, por no hablar de Adele
y Dahlia.
Levanto una ceja. Vaya, qué interesante. Sólo he visto a Adrian Cross de pasada
221 aquí y allá en Londres. Ahora de repente pienso que podemos tener más en común
de lo que pensaba.
—¿Uno de los enemigos de Cross, entonces?
Dante niega con la cabeza.
—Poco probable. Además, hoy en día, la familia Cross ha hecho las paces con
cualquiera que pudiera suponer una amenaza real para ellos. Los enemigos de Adrian
son de poca monta y nunca podrían hacer algo tan audaz. Supongo que Adele Roy
tiene mucha seguridad, dada su riqueza. Y Dahlia... —Sonríe lascivamente—. Bueno,
ella te tiene ahora, ¿no?
No le sigo la corriente mordiendo el anzuelo.
—Hay un rumor de que Drazen Krylov...
—… está intentando activamente presionar a algunas de las empresas
actualmente en el limbo entre Adele y su marido separado para que vendan. Sí, lo sé.
Drazen puede ser un lunático... —Me sonríe—. ¿Supongo que son íntimos?
—Todo el mundo es cómico hoy en día.
Dante sonríe con amargura.
—Drazen es una fuerza a tener en cuenta. Y un loco. Pero una cosa que no es,
es estúpido, y sabría que ir tras Adele o su hija provocaría la ira de Adrian Cross. La
Bratva Krylov se está afianzando en Nueva York. Drazen no necesita ese tipo de
presión.
—¿Y?
Se encoge de hombros.
—Así que nada. Es todo lo que tengo.
Frunzo el ceño.
—¿Me pides que crea que el famoso jefe de espías de Nueva York no tiene una
respuesta?
Dante da un sorbo a su bebida.
—Oye, a veces se gana y a veces se pierde.
Mis labios se curvan.
—Es que sinceramente no lo sabes, Dante, o es que simplemente no te gusto.
Se ríe entre dientes.
—Este no es mi mundo, Deimos. Tengo información sobre Adrian Cross, y
sobre ti, y sobre la mayoría, si no todos, de los demás jugadores importantes. Pero
Adele Roy dirige una puta fundación benéfica, no una familia mafiosa. No me molesto
en seguirle la pista a civiles como esos.
Me sonríe fríamente.
222 —Pero por si sirve de algo, tampoco me gustas mucho. Y definitivamente no me
gusta que te sientes en mi club como una maldita bomba de tiempo.
Hago un “tic-tac” con los dientes mientras muevo un dedo de un lado a otro
como un metrónomo. Luego me termino la copa y me pongo en pie.
—Bueno, esta ha sido una noche encantadora, Dante. No volvamos a hacerlo,
¿de acuerdo?
—Mantente alejado de Venom, Deimos. La próxima vez, ni siquiera tu hermano
te pasará por la puerta principal.
Estoy a medio camino de la puerta de su despacho cuando me detiene.
—Discúlpate.
Me río incrédulo, volviéndome hacia él.
—¿Perdona?
—Discúlpate, por ser un maldito psicópata que asustó a la sobrina de mi
inversor hasta casi matarla, y te daré una cosa.
—¿Qué tipo de cosas?
Sonríe.
—Oh, créeme, es una buena. El tipo de cuerda que creo que se te da
especialmente bien tirar.
Me rechinan los dientes. Dante sonríe ampliamente.
—Vamos, Deimos. Una pequeña disculpa, y estarás un paso más cerca de
proteger a tu compañero de trabajo.
Está disfrutando con esto, el mierdecilla. Hago una nota mental para joderle la
vida en algún momento. Entonces me aclaro la garganta.
—Lo siento —gruño.
—Buenas noches, Deimos.
Dios mío, este maldito tipo. Respiro hondo.
—Dante, me disculpo por pensar que todos los gustos sexuales eran
bienvenidos en tu establecimiento, y por malinterpretar las señales verbales de esa
joven. Si sirve de algo, nunca la toqué.
—No, literalmente la asustaste lo suficiente como para que se meara encima —
murmura Dante.
No puedo evitarlo. Me río bajo.
—Pero bien —gruñe—. Disculpa aceptada.
—¿Me das mi galleta ahora?
Tamborilea con los dedos en el sofá, mirándome fríamente.
223 —Gerard Dumouchel.
Frunzo el ceño.
—¿El marido de Adele que se está divorciando de ella?
Él asiente.
—Excepto que no sólo se está divorciando de Adele y tratando de tomar todo
su dinero.
Mis cejas se fruncen.
—Entonces, ¿qué más está haciendo?
—Eso es todo. —Se encoge de hombros Dante—. Nadie lo sabe.
—Jesús, Dante, si esto es un acertijo, deberías saber que detesto los acertijos...
—Nadie lo sabe porque nadie ha visto a Gerard Dumouchel en casi dos meses.
—Dante me mira—. Ha desaparecido.
224
27
Dahlia
Elsa vuelve a mirar el móvil con el ceño fruncido.
—¿Todo bien?
Me mira y se sonroja.
—Dios, lo siento mucho.
—¡No, para nada! Si tienes que irte u ocuparte de un asunto de trabajo o...
—No, es... —Pone los ojos en blanco—. Nora está en una cita.
Hago un gesto de dolor.
—Uf.
—¿Verdad? —Elsa gime.
Nora es la hermana de dieciséis años de Elsa, a quien Elsa ha criado
básicamente como si Nora fuera su hija, dada la diferencia de edad entre ambas.
Frunzo el ceño.
—¿Te preocupa la persona con la que está?
Elsa se ríe.
—Para nada. Uno, porque es un cachorrito y un chico muy dulce. Y dos, porque
Hades le dio un susto de muerte cuando vino a recogerla.
—Déjame adivinar, ¿va a estar esperando en la puerta principal para asustar
aún más a este pobre chico cuando traiga a Nora a casa?
Elsa sonríe.
—No, ese es mi turno. Hades está fuera en alguna misión con Deimos.
Me pongo rígida. Deimos me había dicho que esta noche tenía trabajo y que
llegaría tarde a casa, a su casa, que al parecer ahora compartimos, aunque en
habitaciones separadas.
Pero nunca mencionó ir en una “misión” con Hades.
—¿Oh? —Me encojo de hombros lo más despreocupadamente que puedo—.
¿Qué tipo de misión es?
Elsa hace una mueca.
—Eh, es... no, olvídalo. —Sacude la cabeza, agarra su copa de vino y bebe un
225 sorbo. Luego deja caer los ojos sobre el montón de documentos legales que tiene
delante—. Bien, vamos a sumergirnos en esto, porque hay mucho que repasar.
Se me tuerce la boca.
—Gracias de nuevo por hacer esto. En serio, no sé cómo pagarte por tomarte
el tiempo para...
—Dahlia. —Sonríe y me aprieta la mano en la mesa alta del Bar Great Harry de
Brooklyn, donde nos hemos encontrado—. Estoy más que feliz de ayudar. ¿De
acuerdo?
De nuevo, mi madre pone cara de valiente cuando quiere. Su juego de “labio
superior rígido, poner la otra mejilla” es sólido.
Pero se está desmoronando. Lo veo cada vez que hablamos por FaceTime y lo
oigo en su voz cada vez que hablamos. Ha pasado por tantas cosas, joder, y aunque
sé que está intentando superar lo que le pasa con Gerard, poco a poco le está pasando
factura.
Quiero decir, ella realmente lo amaba. Yo también, sinceramente. Lo que hace
que la traición sea mucho peor.
Desgraciadamente, como parte de la ruptura superficial, deja escapar cosas:
falta a reuniones con su asesor jurídico. Se olvida de devolver documentos
importantes. Ese tipo de cosas.
Así que me tragué mi orgullo y me puse en contacto con Elsa para que me
ayudara. Y se ha portado de maravilla: me ha ayudado, me ha empoderado, me ha
reconfortado y no dijo nada cuando puse la dirección de Deimos en vez de la mía al
rellenar los papeles para que su empresa la contratara para esto. Y no es de las que
pasan por alto un detalle así.
—Así que, las cosas se han vuelto... más raras.
Raro. Es una palabra que Elsa usa cada vez más cuanto más indaga en lo que
pasa con Gerard y mi madre. Ni siquiera los conoce personalmente, pero según ella,
casi todos los aspectos de los casos de Gerard y sus peticiones legales son extraños.
Para empezar, no sabemos quién es su abogado principal. Cuando presenta
una o varias mociones, siempre lo hace a través de un asistente jurídico diferente en
varios bufetes de abogados repartidos por todo el mundo: algunos en el Reino Unido,
otros en Francia y otros en Estados Unidos.
Es como si ocultara algo, pero no podemos saber qué es.
Frunzo el ceño mientras bebo un sorbo de vino.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno... —Saca una copia impresa de un correo electrónico que le llegó hace
226 unos días: una carta formal del propio Gerard en la que reprendía a mi madre por
haber alargado todo esto.
Idiota.
Elsa se aclara la garganta y señala una línea del segundo párrafo.
—Esto de aquí. No tiene sentido. —Tuerce la página para que yo pueda leer
donde ella señala, donde Gerard menciona varios papeles, formularios legales y
contratos que mi madre aún no ha firmado o a los que no ha respondido.
Levanto los ojos hacia Elsa.
—No lo entiendo. ¿Qué tiene eso de raro?
—Lo raro es que, hasta ahora, tu padrastro ha demostrado una sorprendente
habilidad en el proceso legal, teniendo en cuenta que no es abogado. Ha puesto los
puntos sobre las íes, legalmente hablando. Excepto que esto es un lío. Mira.
Señala el lugar donde enumera todos los formularios por número.
—Escribe que tu madre no ha respondido al formulario 98-R, PREP-2, JD-982-
B... —Niega con la cabeza—. Y así sucesivamente.
Frunzo el ceño.
—Aún no estoy segura de entenderlo.
—Ha hablado de estos formularios antes, en otros correos electrónicos. Pero
siempre los menciona en el orden en que fueron presentados. Pero aquí no. Estos
están todos fuera de orden, y también ha enumerado más documentos legales que no
son pertinentes para nada de esto, documentos que nunca envió. Algunos de ellos son
literalmente formularios inventados. No existen.
Arrugo la frente.
—¿Qué?
Se encoge de hombros.
—Sí, me tiene perpleja. —Levanta su mirada hacia la mía—. Gerard no tiene
demencia ni signos tempranos de Alzheimer ni nada, ¿verdad?
Niego con la cabeza desconcertada.
—No que yo sepa.
—Entonces estoy perdida. Porque esto tiene cero sentido.
Me muerdo el labio mientras ojeo la larga lista de formularios. Pero de repente
doy un grito ahogado y mi columna se endereza bruscamente cuando algo frío me
salpica toda la espalda.
Literalmente.
Me giro y me quedo inmóvil cuando reconozco a la elegante mujer rubia que
227 está detrás de mí, sonriendo venenosamente.
—Oh, no —exclama con el labio fruncido. Levanta su copa de vino vacía—.
Alguien me ha golpeado.
Miro fijamente a... joder, ¿cómo se llama?
—Raquel —me dice con tono insolente, sin dejar de sonreírme con esa sonrisa
falsa y burlona.
Giro los hombros y miro por encima del hombro hacia donde ha derramado
vino blanco -al menos no es tinto- por la espalda de mi sudadera. Mientras tanto, la
zorra lleva un elegante vestido de cóctel negro que le sienta de maravilla, el
maquillaje y el peinado impecables y sus dientes blancos brillan con malicia.
—Qué torpe soy. —Suspira Raquel.
Elsa frunce el ceño mientras se levanta.
—¿Qué demonios? Deliberadamente acabas de verter eso por su espalda.
Estaba sentada aquí mismo.
—¿Dónde está tu novio, cariño? —Raquel me mira con desprecio, ignorando a
Elsa.
—Claramente no contigo —le respondo sonriendo, disfrutando de cómo se
eriza.
Me encanta cuando la gente cree que puede intimidarme o pegarme con esa
mierda de chica mala.
Sí, inténtalo. Fui criada por la mujer más mala que conozco con la segunda
mujer más mala que conozco como tía y un literal jefe del crimen como tío. Y fui a una
escuela privada.
Pero algo va mal. Raquel no parece inmutarse lo más mínimo por mi
comentario. En lugar de eso, empieza a sonreír más.
—Quiero decir, no en este momento, no. Pero sólo porque probablemente
todavía está tratando de recuperar el aliento.
Algo despiadado y verde se clava en mí, haciéndome estremecer, pero
también es dolorosamente obvio que solo intenta sacarme de quicio. Así que exhalo
y niego con la cabeza.
—Mira, ni siquiera te conozco —murmuro—. Y no tengo ningún problema
contigo...
—Bueno, yo tengo un problema contigo —responde.
—Genial. —Me encojo de hombros—. Toma número y ponte a la cola. No sé
qué decirte. Pero estamos en medio de algo importante, así que, ¿adiós?
Me doy la vuelta y miro a Elsa con los ojos en blanco. De repente, Raquel me
228 agarra del brazo y me da un tirón.
—¿Hablas en serio? —Suelto—. No toques...
—Primero dejé que me persiguiera —sisea, inclinándose para acercar sus
labios a mi oreja. Se ríe en voz baja—. Sabes cómo le gusta jugar, ¿verdad?
Me erizo.
—Entonces dejé que me follara tan fuerte como quisiera, y oh Dios mío, estuvo
bien.
—Por favor, te estás avergonzando —gruño.
—¿Y después de eso? Bueno...
Me tenso cuando acerca su boca a mi oreja.
—Digamos que si tú y yo nos besáramos ahora mismo, sabrías algo muy
familiar.
Me sube la bilis fría a la garganta. Noto cómo me retuerzo mientras los celos
verdes se arremolinan en mi pecho.
—¡Bien, ya basta! —Elsa suelta un chasquido, me agarra del brazo y me aparta
de Raquel—. Mira, no sé quién eres; me importa una mierda. Pero tienes que alejarte
de nosotras antes de que encuentres el problema que tanto te preocupa. ¿Está claro?
Raquel se ríe.
—Abajo, chica. Le estaba contando a la pequeña Dahlia que me encontré con
su novio en el Club Venom. Sin ella. ¿Muy incómodo?
Frunzo el ceño.
—¿Qué demonios es el Club Venom?
Cuando Elsa guarda silencio detrás de mí, me giro. Mis cejas se fruncen al ver
la expresión de su cara.
—Oh, ella sabe lo que es Venom —Raquel se ríe fríamente—. ¿Por qué no le
preguntas a tu amiga, Dahlia. Ella te dirá exactamente lo que pasa allí. —Me
estremezco cuando vuelve a acercarse a mí—. Piensa en mí la próxima vez que te folle
—sisea—. Te prometo que pensará en mí.
No me doy cuenta de que estoy temblando con la mano cerrada en un puño
hasta que sale por la puerta.
—Dahlia.
Me trago el repentino nudo en la garganta.
—Dahlia.
Con una exhalación, me doy la vuelta y veo a Elsa mirándome, desconcertada.
—¿Quién demonios era esa?
—Sólo un coño —murmuro. Mis labios se tuercen mientras la miro. Casi me da
229 miedo preguntar. Pero lo hago—. ¿Qué es el Club Venom?
Elsa aparta rápidamente la mirada.
—Deberíamos volver a estos documentos...
—¿Elsa?
—No es nada, de verdad.
—Elsa.
Se chupa el labio un segundo antes de levantar los ojos hacia los míos con
dificultad.
—Es un club de perversión aquí en la ciudad que atiende a... cierto tipo de
gente. Ricos, poderosos, normalmente con conexiones criminales.
Resoplo.
—¿Un club de sexo?
Ella asiente.
Me echo a reír.
—¿Quién iría a...?
Me quedo helada al ver la expresión de su cara.
—El tipo que lo dirige es a quien Deimos y Hades fueron a ver esta noche —
dice en voz baja—. Dante Sartorre.
Duele, maldita sea. Duele como un cuchillo en el estómago, retorciéndose en
lo más profundo de mi ser. Me dejo caer en la silla, incapaz de ocultar la cruda
emoción de mi rostro. Su mano se desliza rápidamente por la mesa, se posa sobre la
mía y la aprieta.
—Oye —dice suavemente—. ¿Puedo preguntarte algo?
Asiento.
—Quiero decir, como amiga, pero estoy planteando la pregunta como tu
abogado. Esto es confidencial y no se lo diré a nadie. Ni siquiera a Hades.
Levanto lentamente los ojos hacia los suyos, sabiendo ya lo que va a preguntar.
—Dahlia... ¿Qué pasa contigo y Deimos?
Mi garganta se estremece.
—Nada.
—Mira, sea lo que sea, él y Hades sólo fueron allí a trabajar esta noche. Esa
mujer está claramente loca. ¿Qué es ella, una ex o algo así?
—Elsa, tengo que ir...
—Obviamente sólo trataba de provocarte, Dahlia. Lo que sea que esté pasando
230 entre tú y Deimos...
Antes de que pueda decir otra palabra, me levanto y dejo sobre la mesa algo
de dinero para las bebidas.
—Gracias por tu ayuda, Elsa —murmuro rápidamente antes de recoger mi
abrigo, salir corriendo por la puerta y saltar al primer taxi que veo.
No pasa nada entre Deimos y yo. Tendría que estar loca para dejar que pasara
algo entre el hombre que casi arruina mi vida y yo.
El hombre que mató a la única persona que realmente vio todo de mí.
Excepto que estoy loca. Porque lo dejé entrar. Invité al mismísimo diablo a mi
corazón.
Y ahora estoy pagando el precio.
231
28
Deimos
¿Gérard Dumouchel ha desaparecido?
Ahora sí que es una interesante cuerda de la que tirar, como dijo Dante. Porque
a pesar de todos los pajaritos que me susurran secretos -y créeme, tengo toda una
puta pajarera de ellos- no he oído ni una sola palabra sobre esto.
Al parecer, tampoco lo ha hecho nadie más.
Después de salir del Club Venom, hago un montón de llamadas desde el coche,
consultando con varias fuentes para investigar esto. Ni una sola persona sabe que
Gerard ha desaparecido. Pero aunque me encantaría atribuirlo a que Dante es un
idiota y me envía a una búsqueda inútil,, hay una similitud con todas las personas a
las que llamo:
Puede que no sepan que ha desaparecido... y varias de las personas con las
que hablo se ríen de la idea... pero ni una sola de ellas le ha visto la cara en unos dos
meses.
Así que sí, Dante tenía razón: hay que tirar de esta cuerda.
Estoy a punto de llegar a casa cuando mi teléfono recibe una llamada de
Christian, que vigila a Dahlia siempre que sale. Estoy seguro de que es lo bastante
lista como para haberse dado cuenta de que la vigilo cada vez que sale de casa. Pero
Christian es un profesional, y estoy razonablemente seguro de que ella nunca le ha
atrapado haciéndolo.
—Tenemos un pequeño problema.
Se me cae el estómago.
—Qué tipo de problema.
—La señorita Roy salió con Elsa Guin en Brooklyn esta tarde. Pero cuando
volvió a Manhattan en taxi, fue a su propio apartamento, no a su loft.
Frunzo el ceño.
—¿Y?
—Me di a conocer a ella y le hice saber que es su preferencia que se quede en
el loft.
—¿Y qué tal ha ido? —murmuro secamente.
—Tan bien como se puede imaginar. La señorita Roy se puso física y
232 verbalmente... agitada.
—¿Agitada? Diez puntos para Gryffindor por el lenguaje diplomático, Christian.
—Señor Drakos, lo siento mucho, pero ella no quiso venir con nosotros
voluntariamente, y tuvo que ser sujetada y escoltada físicamente hasta el coche.
No estoy preparado para el nivel de rabia que me invade al pensar que otro
hombre, incluso uno de los míos como Christian, le ponga las manos encima a Dahlia.
—Penélope estaba conmigo, señor. Sólo ella sujetó a la señorita Roy. Sentí que
era la única forma apropiada.
Bien, la oleada de rabia asesina retrocede un poco. Penelope es la sobrina de
Christian, más o menos de la edad de Dahlia, que quiere dedicarse a la seguridad
como su tío Christian. Así que ha estado siguiéndolo. Y si la memoria no me falla, fue
luchadora femenina de todo el estado en Michigan e hizo una corta temporada con la
UFC.
—¿Dónde está Dahlia ahora? —gruño cuando el coche se detiene frente a mi
edificio.
—Su sitio, señor. No atada ni nada, pero tengo un guardia apostado en la puerta
por si acaso.
—Gracias, Christian. Voy para allá ahora mismo.
En la puerta de mi casa, le digo al guardia que puede irse. Cuando entro, Dahlia
levanta la vista del sofá. Me mira con los ojos entrecerrados y frunce el labio.
—Entonces, ¿el secuestro también está sobre la mesa?
Cierro la puerta tras de mí y me apoyo en ella.
—Creo que primero te animaron a venir por tu propia voluntad.
Sus ojos chispean de furia mientras se pone en pie de un salto.
—Y te animo a que recuerdes que no soy de tu puta propiedad.
Resisto el impulso extrañamente poderoso de gruñir “sí, lo eres” como
respuesta.
—Dahlia, la casa de tu madre fue asaltada hace poco por hombres armados, y
tú misma dijiste que alguien te persiguió por el parque —espeto—. El lugar más
seguro para ti es aquí.
Se ríe fríamente.
—Oh, ¿contigo?
—Sí.
Resopla, desvía la mirada y niega con la cabeza.
—Tu apartamento no es seguro, Dahlia —digo un poco más suavemente.
—¡¿En qué mundo?! Tiene seguridad en el vestíbulo, tres cerraduras en la
233 puerta principal, y está a diez pisos de altura, sin escalera de incendios desde mis
ventanas. Nadie podría...
Se tensa, me mira fijamente mientras yo le sonrío diabólicamente. Entonces
traga saliva.
—Cuántas veces —dice escuetamente.
—Con qué frecuencia.
—Cuántas veces, cuando sentí el cosquilleo en la nuca o sentí que me
observaban... —Le arde la cara—. ¿Cuántas veces fuiste tú? —sisea.
—Bueno, ciertamente no fue nadie más.
Dahlia se estremece.
—Me espiaste.
—Sí.
—¡No tenías derecho a hacer eso!
Me encojo de hombros, caminando por el suelo para servirme una copa junto
a las ventanas.
—Históricamente, los victoriosos no se han preocupado demasiado por lo que
está bien o mal.
—Hablas como un puto dictador —suelta.
—Dime, cariño —gruño, girándome para sonreírle lobunamente—. ¿Qué te
molesta más: que te haya visto tumbada en la cama y tocándote tu necesitado coñito
mientras fantaseabas con ser usada...
Sus ojos se amplían y su cara estalla de calor.
—O que no entré y me uní a ti —gruño.
Dahlia me mira boquiabierta. Y me doy cuenta de que todavía tiene muchas
ganas de demostrarme lo furiosa e indignada que está porque mi gente la sacó de la
acera y la trajo aquí bajo coacción.
Pero es difícil que parezca enfadada cuando lleva la lujuria escrita en la cara.
Cuando sus labios se entreabren ligeramente, temblorosos. Cuando sus pezones se
endurecen contra su fina camiseta.
Mis ojos no se apartan de los suyos mientras termino mi bebida, dejo el vaso
en el suelo y me acerco lentamente a ella. La polla se me vuelve de hierro en los
pantalones y se me tensa mientras imagino cómo la perseguiré, la atraparé y la
inmovilizaré de rodillas en el suelo de madera antes de hacerla chillar con mi polla
dentro de ella.
—Ni se te ocurra —me escupe, deteniéndome cuando me pongo justo delante
de ella.
Sonrío desviadamente.
234 —¿Sabes lo ridículamente dura que se me pone cuando luchas conmigo,
cariño?
Se estremece, con la necesidad palpitando en sus mejillas y ardiendo en sus
ojos. Saca la lengua para humedecerse los labios y me sorprende lo atento que estoy
al modo en que su pulso retumba en el hueco de su suave cuello. Cómo le duelen los
pezones contra la blusa. La forma en que aprieta los muslos mientras se retuerce bajo
mi mirada.
Alargo la mano para acariciarle la cara, pero ella la aparta de un manotazo y
me lanza una mirada venenosa.
—No me toques, joder —suelta.
Mis cejas se arquean. Mi monstruo gruñe por dentro.
Jódeme. No sé qué tiene la forma en que dice “no” la forma en que me desafía
a luchar por ella, que me hace desearla aún más.
—Si estás intentando que te folle el culo en carne viva aquí mismo en el suelo
con las bragas metidas en la boca, estás haciendo un trabajo encomiable.
La cara de Dahlia estalla en un alboroto de granate y rosa, bailando entre la
indignación y la excitación.
Vuelvo a acercarme a ella, pero me aparta la mano de un manotazo. Saca la
barbilla y dirige su rostro lívido hacia el mío.
—¿Qué tal tu noche? —escupe.
Ahhh. Ahora lo veo.
—Encantadora —digo suavemente—. ¿Qué tal la tuya?
Antes de que pueda detenerme, la agarro por delante y la atraigo hacia mí.
Jadea y se desploma contra mi pecho, pero sigue mirándome fijamente.
—¿Dónde estuviste esta noche?
Sonrío.
—Creo que ya lo sabes.
—Quiero oírte decirlo —sisea.
—Estaba en el Club Venom. Y ahorrémonos la canción y el baile dramático en
el que me preguntas qué es eso, porque estoy seguro de que ya lo sabes…
—¡¿Qué ha pasado con nuestro acuerdo, Deimos?! —escupe.
—Exactamente qué parte de nuestro...
—¡La parte en la que no vas clavando la polla a otras mujeres!
—Mi polla no se ha “clavado” en ninguna otra mujer desde ti, esta mañana —
235 gruño, tirando de ella con más fuerza contra mí y aplastando mi gruesa erección
contra su estómago.
Dahlia suelta una carcajada.
—¿No? ¿Ni siquiera Raquel?
Pongo los ojos en blanco. Claro que esa miserable es lo bastante salada como
para oír la palabra “no” una vez en toda su vida e inmediatamente ir corriendo a
buscar a Dahlia para restregarle mentiras por la cara.
—No tengo ningún interés en follar a Raquel.
—¡Vaya! —se burla—. ¡Menos mal que estabas en un puto club sexual lleno de
zorras ansiosas dispuestas a follarse al infame Deimos Drakos!.
—Tampoco tengo ningún interés en las zorras del Club Venom...
—Seguro que crees que si sigues mintiendo y mintiendo y mintiéndome
acabaré olvidando el monstruo que eres en realidad...
—Mi monstruo es la parte de mí que hace que tu coño gotee a través de tus
putas bragas —gruño—. ¡Y no tengo ningún interés en ninguna mujer que no seas tú!.
Dahlia parpadea rápidamente. El desván se queda en silencio. Su delicada
garganta trabaja, su lengua humedece furtivamente sus labios mientras me mira
fijamente.
—¿Qué acabas de decir?
—Ya me has oído.
Jadea mientras me retuerzo y tiro, arrancándole los botones de la blusa.
—Bien, esa era una de mis favoritas...
—A la mierda la blusa —gruño grueso. Mis dedos recorren su escote, sintiendo
su corazón latir con fuerza justo detrás de su pecho. Mi mano se desliza hasta rodear
su cuello, haciéndola estremecerse mientras sus ojos se clavan en los míos.
—Y que se joda el Club Venom, y que se joda Raquel, y que se joda cualquier
otra mujer de allí o de cualquier otro sitio.
Dahlia se estremece cuando la empujo lentamente hacia atrás, con una mano
alrededor de su cuello y la otra acariciando con los dedos la suave piel de su vientre
en la cintura de su falda.
—A la mierda los juegos, y a la mierda la mierda —siseo—. A la mierda el
pasado y todo el resto del maldito mundo.
Jadea cuando sus piernas chocan contra el sofá, su cara se inclina hacia arriba
y sus grandes ojos verdes se clavan en los míos.
—Y que te jodan —gruño—. Por destruirme una y otra y otra vez...
—Deim…
Mi boca choca contra la suya con una firmeza que me estremece y la hace
236 perder el equilibrio. Cae sobre mi pecho y gime mientras sus labios se abren para
mí. Mi lengua busca la suya y se enreda en ella mientras le quito la blusa de un
empujón y le acaricio uno de los pechos. Dahlia se estremece contra mí y gime en mi
boca.
—¿Has terminado de lanzar acusaciones? —siseo.
Gime, asiente y jadea cuando le bajo el sujetador y le pellizco un pezón. Con
la otra mano le rodeo la nuca, mi boca se acerca a su oreja y ella vuelve a gemir.
—Buena chica.
El ambiente se rompe. Dahlia se queda fría como el hielo. Se congela, todos los
músculos de su cuerpo se tensan y sus piernas empiezan a temblar.
—¿Dahlia?
Empieza a temblar. Sus hombros se hunden y sus ojos se desorbitan.
—¡Dahlia!
Se desvanece y se desmaya igual que aquella noche en la acera de Central Park
West. Pero esta vez, lo he visto venir.
Esta vez, no voy a dejar que sea lo que sea esto la empuje de nuevo a ese
profundo y oscuro agujero como lo hizo antes.
—No —siseo, agarrando su mandíbula y manteniendo sus ojos fijos en mí—. No
vuelvas a desaparecer. No te atrevas a bloquearme.
Sus pupilas se dilatan y se desenfocan una y otra vez, su respiración se
entrecorta y se acelera cuando empieza a desvanecerse de nuevo.
Necesito mantenerla aquí conmigo. Necesito obligarla a volver a este
momento. Me agacho y le pellizco el pezón con fuerza. Inmediatamente, grita,
volviendo al presente. Así que lo hago de nuevo, aún más fuerte. Y esta vez,
instintivamente, se retrae y hace exactamente lo que necesito que haga.
Me golpea.
Es sólo una bofetada en la mejilla, y en realidad no me hace mucho daño. Pero
tiene el efecto deseado: la centra. Parpadea y aspira una bocanada de aire. Sus ojos
se desorbitan al ver dónde me ha golpeado.
—Oh Dios mío...
—Otra vez —espeto.
Dahlia parpadea, mirándome atónita.
—Pégame otra vez.
Ella se estremece, negando con la cabeza.
—No, yo...
Enrosco el puño hacia atrás, como si fuera a golpearla. No lo haré ni en un millón
237 de años, pero su reacción es inmediata. En medio segundo, me abofetea de nuevo,
por instinto.
—¡Otra vez! —le grito en la cara—. ¡Pégame otra vez!
—Deimos...
—Pégame, niña buena —gruño, observando atentamente cómo palidecen sus
mejillas al oír las palabras—. Pégame, maldita cobarde —le gruño en la cara.
Algo se rompe.
De repente, grita y arremete contra mí, golpeándome en la cara una y otra vez.
Sé que no es a mí a quien golpea. Me doy cuenta de que es otro monstruo de su
pasado. Lo sé por la forma en que pierde el control, las lágrimas ruedan por su cara
mientras me abofetea una y otra vez, hasta que veo las estrellas y siento el sabor del
cobre.
Empieza a dar vueltas y entonces la agarro por las muñecas. La empujo contra
mí, aprisionando sus manos contra mi pecho mientras le agarro la cara con fuerza,
obligándola a mirarme a los ojos.
—Soy yo, Deimos —siseo—. Soy yo, y estoy aquí, y no voy a ir a ninguna puta
parte. Jamás.
Todo el pánico y la rabia inundan su rostro atónito y con los ojos muy abiertos.
Y, de repente, se desploma sobre mi pecho, aferrándose a mí, aspirando aire
mientras se agita y respira contra mí mientras la sujeto con fuerza.
Finalmente, respira hondo y levanta los ojos enrojecidos por las lágrimas hacia
los míos.
—¿Quién te ha hecho daño? —gruño en voz baja.
Su cara se agrieta y mira hacia otro lado.
—No me mires así.
—Como qué.
—Como si estuviera sucia. —Se atraganta, aspirando otro aliento tembloroso—
. Como si estuviera manchada de alguna manera.
—No veo nada sucio. No te veo manchada —siseo, retorciéndole la barbilla y
atrayendo su mirada hacia la mía—. Veo a una cazadora de demonios. Veo coraje
frente a...
Lanza una carcajada.
—Si ves eso, entonces estás aún más loco de lo que pensaba.
Se estremece.
—Lo siento —murmura en voz baja, bajando la mirada—. Lo siento, yo... sé que
quieres ayudar, pero no es posible que sepas...
—Tenía doce años.
238 Se pone rígida. Yo también, y puedo oír mi voz flotando en algún lugar fuera
de mi cuerpo mientras le digo lo que nunca le he dicho a nadie en mi vida. A ninguno
de mis hermanos. Ni siquiera a ya-ya.
Mi padre lo sabía casi todo, aunque no todo. Los únicos que realmente lo sabían
eran los propios monstruos.
Y maté a cada uno de ellos.
—Nuestro padre se vio envuelto en una especie de guerra fría con la mafia
turca. Griegos y turcos... digamos que el pasado no es precisamente de rosas y sol. Y
el desacuerdo sobre el territorio y quién podía mover qué producto y dónde se puso
muy feo muy rápido. Sobre todo porque mi padre se contentaba con echar gasolina
al fuego en lugar de apagarlo por el bien de todos. Pero no era lo bastante listo para
hacer eso.
Desvío la mirada, una sensación de ruido sordo retumba en mis oídos.
—Me llevaban a casa desde la escuela cuando tendieron una emboscada al
todoterreno en el que iba. Mataron al conductor, mataron a los dos guardias que iban
con nosotros. Me llevaron.
Sigo mirando por las ventanillas la ciudad resplandeciente que odio tanto que
puedo saborearla, pero siento que sus ojos siguen clavados en mí. Ha salido de su
agujero y está centrada en mí.
Así que sigo.
—Me llevaron a una casa en Bay Ridge, Brooklyn, y me metieron en un sótano.
—Aprieto la mandíbula—. Sin luces, sin ventanas, una puerta y un cubo. Olía a mierda
de rata y moho.
Su respiración se entrecorta. Su mano se aprieta casi involuntariamente contra
mi pecho.
—Estuve allí un tiempo: casi dos semanas. Me sentí como... —Aprieto las
muelas, mirando las luces de la ciudad—. Me pareció una eternidad. Al principio,
eran unos idiotas conmigo. Ya sabes, no me daban de comer muy a menudo, me
gritaban, me daban patadas cuando intentaba dormir. Pero luego empeoró. Pasaba
más tiempo entre tomas. Las patadas se convirtieron en palizas, y las palizas se
convirtieron en una paliza de mierda: con cadenas de bicicleta, con un palo...
Noto cómo su cuerpo tiembla y se encoge contra mí mientras empieza a llorar
suavemente.
—Había un tipo... un maldito...
Aprieto los ojos.
—Lo disfrutó. Quiero decir que realmente, realmente lo disfrutó. Golpeándome,
torturándome. Me ahogó un par de veces ahí abajo y se rio durante todo el proceso.
Y una noche, o tal vez un día, el tiempo había perdido todo sentido, me despertó
239 dándome una patada. Estaba borracho y apestaba a cerveza.
Como que me desvanezco fuera de mi cuerpo, viéndome a mí mismo contarle
la época más oscura de mi vida.
—Esa fue la primera noche que me puso las manos encima. Tenía esas malditas
uñas... —Trago grueso, mi sangre se convierte en hielo mientras Dahlia grita contra
mí—. Estas uñas sucias y afiladas...
—Deimos...
Inhalo y exhalo lentamente.
—Siguió sucediendo, una y otra vez, hasta que pude sentir que algo en mi alma
simplemente... se rendía —siseo—. Algo en mí quería morir y no despertar nunca
más. Pero otra parte de mí se negaba a morir y dejar que los monstruos ganaran. Así
que una vez, cuando estaba a punto de agotarme y quedarme dormido, enrosqué la
mano alrededor de ese puto cubo de mierda y utilicé el borde en carne viva para
cortarme. El dolor me mantuvo despierto y consciente, hasta que pude oírlo y olerlo
entrar. Se había vuelto perezoso las últimas veces que había venido por mí, y esta vez
fue igual. Dejó la puerta abierta, sin guardia, y esperé hasta que se acercó arrastrando
los pies y pude oír su respiración entrecortada.
Lentamente, me giro para dejar que mis ojos se claven en los suyos.
—Fue entonces cuando giré el cubo tan fuerte como pude hacia su cabeza.
Luego lo hice otra vez. Y otra vez, y otra vez. Cuando por fin se rompió el mango, usé
mis pies descalzos hasta que todo lo que pude sentir fue pulpa húmeda aplastándose
entre los dedos de mis pies.
Parece horrorizada y desconsolada, pero necesita oír esto. No porque necesite
saber la magnitud del infierno en el que estuve.
Necesita saber que puedes salir por el otro lado.
—Usé los trozos rotos del cubo para matar a dos guardias más arriba. Luego
robé un coche y conduje hasta nuestra casa en Central Park Sur. Uno de los mejores
hombres de mi padre estaba abajo cuando salí tambaleándome del coche y me llevó
directamente al despacho de mi padre. —Me río fríamente—. Sin atención médica.
Sin ver a mis hermanos, que probablemente estaban cagados de miedo de que
estuviera muerto. Nada de eso. Directo a la sala del trono del rey loco.
Mis labios se tuercen amargamente.
—Resultó que mis hermanos no tenían miedo de que yo estuviera muerto
porque él no les había dicho que me pasara nada malo. Les había dicho que estaba en
un campamento espacial. —Suelto una carcajada oscura y ladradora, puro veneno en
las venas—. Campamento espacial. Nadie, excepto él y unos pocos elegidos, sabía
siquiera que me habían secuestrado, porque mi padre se había pasado las dos últimas
semanas intentando regatear las putas condiciones de mi liberación.
Se le cae la cara, las lágrimas corren por sus mejillas mientras me mira
240 horrorizada.
—Por eso estuve allí tanto tiempo con ese pedazo de mierda en ese sótano
infernal. Mi padre estaba tratando de averiguar exactamente cuántas esquinas
traficantes de crack podía cambiar por su propio hijo.
Me rodea con los brazos, abrazando mi rígido cuerpo mientras sus lágrimas
empapan mi camisa.
—Disfruté matando a ese hijo de puta y a los otros dos de la casa —murmuro—
. Y despertó algo en mí.
Jesús, esto es mucho más de lo que ella necesita oír o saber sobre mí. Pero
nunca he hablado de esto con nadie, y ahora que ha empezado a salir de mí, no puedo
callarme.
—Unos meses después, empecé a vigilarlos a todos, a toda la banda turca que
se había peleado con nosotros. Tomé notas sobre ellos, los vigilé... —Mis labios se
curvan—. Y entonces empecé a cazar a esos cabrones, uno a uno, hasta que no quedó
ninguno. Me llevó un tiempo, porque al final la organización se disolvió y pasó a la
clandestinidad. Pero lo conseguí. Agarré a todos y cada uno de ellos. La última fue
durante las vacaciones de primavera de mi segundo año en Knightsblood. Todos mis
amigos se fueron de fiesta a una playa tropical o a esquiar a Europa... —Me encojo de
hombros—. Fui a Eslovenia. Encontré al último de ellos, que trabajaba de conserje en
Liubliana, vivía con un nombre falso en un apartamento de mierda, y le corté el cuello.
Levanto su barbilla, sus ojos verdes y sus mejillas manchadas de lágrimas se
elevan para encontrarse con mi mirada. Y es como si algo encajara. Quizá sea por
compartir mi trauma o por saber que ella también lo tiene. Pero poco a poco, como
una respiración contenida demasiado tiempo que finalmente se libera, la perdono.
Por el dolor. Por la traición. Por lo que me quitó.
Yo sólo... lo dejé pasar.
—Soy el doble del monstruo que crees que soy, Dahlia —gruño en voz baja.
Ella solloza, negando con la cabeza con firmeza antes de ahuecar
repentinamente mis mejillas.
—Tú no eres un monstruo, Deimos —se atraganta mientras las lágrimas
resbalan por su rostro—. Eres lo que mata a los monstruos.
Y entonces sus labios se unieron a los míos, besando todo el veneno y el dolor,
el daño y la oscuridad.
Me habla de sus propios monstruos: el hombre que vivía en el piso de arriba
de su madre y de ella en su primer apartamento de lujo en París. El hombre
adinerado, bien vestido, con su propia familia, que siempre era tan amable con Adele
y Dahlia. El hombre que le daba caramelos cuando se veían en el vestíbulo o en el
ascensor.
El hombre que vino a ayudar a Dahlia cuando Adele no se sentía bien una
241 noche. El que le preparó té a Adele, lo mezcló con Rohypnol y sonrió mientras se lo
bebía.
El hombre que se coló en la habitación de Dahlia mientras dormía y la
inmovilizó contra la cama. Que se subió encima de ella y le dijo que fuera su niña
buena y no dijera ni una palabra mientras le ponía las manos encima.
Oírla contar entre lágrimas la horrible historia me pone en un lugar tan volátil
que me preocupa que vaya a explotar como una bomba. Me dan ganas de gritar y
rugir y cometer actos de pura maldad y violencia indescriptible hasta que el olor a
sangre borre todo lo demás.
Luego me cuenta que, en realidad, Adele no se desmayó, porque reconoció los
efectos del Rohypnol al primer sorbo, de cuando el padre de Dahlia solía dárselo, y
tiró el resto del té. Se tambaleó por la cocina, medio despierta, agarró un cuchillo de
cocina y se dirigió al dormitorio de su hija.
... Cómo apuñaló cuarenta y nueve veces a aquel hombre del piso de arriba y
dejó que se desangrara en el suelo. Y, por último, cómo Adrian Cross se las llevó a su
casa y se encargó de todo el asunto, barriéndolo todo bajo la alfombra para que nada
volviera a Adele que le hiciera perder a Dahlia.
Cuando toda la historia yace como cadáveres a nuestros pies, la estrecho entre
mis brazos mientras solloza y gime contra mi pecho. Mientras grita sus demonios y
luego pega su boca a la mía. Mientras me dice que me necesita, y necesita que sea
duro, para bloquear el resto.
Sinceramente, yo también.
Follar con Dahlia siempre es una liberación para mí. Pero esta noche, es una
catarsis para los dos. Es como el agua vertida en los incendios forestales rugientes de
nuestros dos pasados, apagándolos para siempre. Es brutal y crudo, y cuando
follamos, es como dioses luchando.
Una y otra vez, seguimos hasta que ambos estamos en carne viva y doloridos.
Hasta que no quede nada que dar.
Y luego lo volvemos a hacer.
Cuando por fin estamos completamente agotados, la tomo en brazos y la llevo
a una ducha caliente. Luego a mi cama, donde la envuelvo en mis brazos mientras la
oscuridad nos absorbe a los dos.
Esto es diferente a todo lo que he conocido. No es nada que haya querido,
esperado o buscado.
Vine por venganza.
En cambio, la tengo a ella.
Y no lo cambiaría por nada del mundo.
242
29
Deimos
Dicen que es mejor dejar a los demonios donde yacen, y dejar que los
fantasmas del pasado permanezcan allí.
Yo digo que a la mierda.
Caza a los demonios. Arráncalos de su infierno y hazlos pedazos. Sugerir otra
cosa es sugerir que se puede confiar en que los demonios y los fantasmas se queden
en el pasado y no vengan por tu puto futuro.
No es que crea literalmente en mierdas como demonios o ángeles o lo que sea.
Pero captas la idea.
Si algo te hace daño, destrúyelo. No dejes que se quede en cualquier sitio
acumulando polvo a la espera de venir por ti y hacerte daño de nuevo.
Esa teoría es la que me tiene indagando en el pedazo de excremento humano
que se cebó con Dahlia y su madre. El hombre que la tocó, que Adele apuñaló hasta
la muerte y Adrian Cross enterró.
Tengo que acordarme de agradecérselo a Adrian si alguna vez volvemos a
cruzarnos.
El pedazo de excremento humano se llamaba Bernard Aubert. Se dedicaba a la
logística naviera y a las finanzas, y tanto él como su familia gozaban de bastante buena
posición económica. Su muerte se consideró un caso de desaparición. Pero unos
meses después se encontraron restos en una ruta de senderismo del Parque Nacional
de Khao Sok, en Tailandia, que las pruebas de ADN identificaron como Bernard.
También salió a la luz una cuenta secreta de correo electrónico en la que se detallaba
la relación de Bernard con una mujer que nunca fue identificada ni encontrada.
Aunque sólo lo conozco por su reputación, supongo que todo eso fue obra de
Adrian.
A Bernard le sobreviven su mujer y una hija. Y ahí es donde las cosas se ponen
interesantes. La esposa, Claudette, ya había sucumbido a un cáncer de mama en fase
cuatro cuando todo se vino abajo, y murió apenas tres semanas después de que se
descubrieran los restos y la aventura de su marido.
Es una pena que muriera. Es una pena aún mayor que muriera sin saber lo
malvado que era el hombre con el que estaba casada.
Mientras tanto, la hija -Juliette- desapareció del mapa. Tenía diecisiete años y
243 estaba en la universidad cuando su padre le hizo lo mismo que a Dahlia, de doce. Fue
a esa escuela un año más y luego desapareció por completo.
Desaparecida. Ni un rastro, ni una miga de pan.
Al menos, no para la persona promedio que la busca. Pero yo no soy una
persona normal. Y cuando por fin encuentro las migas de pan que busco y las sigo
por el bosque, demasiadas cosas empiezan a cuadrar y demasiadas señales de alarma
empiezan a sonar.
Porque, de nuevo, no creo en las coincidencias.
Juliette Aubert es ahora Julie Humbolt. Vive en Estados Unidos, a dos horas de
Nueva York, en New Paltz.
Es la primera señal de alarma.
¿La segunda? Es una propietaria de armas registrada.
La tercera es que su trabajo la lleva con frecuencia a la ciudad.
La cuarta es que es una ávida corredora.
Dos días después de que Dahlia me desnudara su alma y yo le abriera la mía,
me encuentro frente a una casa oscura en una tranquila calle sin salida de New Paltz,
Nueva York.
Puedo unir las piezas. Tal vez la joven Juliette era lo suficientemente inteligente
como para unir las piezas también. Quizá estaba en casa cuando apuñalaron a su
padre cuarenta y nueve veces en el piso de abajo. Tal vez, a pesar de que era un
monstruo que se merecía algo mucho peor, estaba enfadada por la muerte de su
padre. Por la vida que le arrebataron.
Aunque estaba en lo más alto de su empresa y sobre el papel hacía caja, la
realidad era que Bernie-boy era tan malo gestionando sus finanzas como siendo un
ser humano. Tras su muerte, se supo que en realidad no tenía más que una montaña
de deudas. Así que ni siquiera es como si su hija obtuviera un gran fondo fiduciario
de él.
¿De verdad? No tiene nada.
Hay muchos casos documentados en los que los hijos o cónyuges de
maltratadores culpan a los maltratados de “tentar” al maltratador. O les acusan de
mentir. Me pregunto si todo lo que le ocurrió a Juliette es suficiente para llevarla a
buscar venganza contra una inocente a la que, de alguna manera, podría culpar del
rumbo de su vida, y de la muerte de su padre.
Juliette… Julia, ahora, trabaja hasta tarde la mayoría de las noches, me he
enterado, desde casa. También sé que no está sola: su marido y sus dos hijos duermen
arriba. No les pasará nada. Ella estará bien... siempre y cuando me convenza de que
no es ella quien persiguió a Dahlia por el parque y/o posiblemente envió asesinos a
casa de Adele.
La puerta trasera no está cerrada porque este es un barrio agradable y seguro.
244 O al menos lo era antes de que yo apareciera.
Espero entre las sombras de la oscura cocina. A través del salón, se enciende
una luz en un pequeño estudio, donde espío a una Julia ya treintañera tecleando en su
portátil.
Se estira, bosteza, se frota los ojos con cansancio y cierra el portátil. Luego
apaga la luz y se levanta antes de caminar por el salón hasta la cocina. Se acerca a la
nevera.
Ahí es donde la detengo.
No grita. Dudo que pueda, con el corazón y el terror ahogándola. Al principio
no digo nada. Aprieto el filo de la hoja contra su garganta.
—Por favor —susurra finalmente—. Por favor, llévate lo que quieras. Hay dinero
en la lata de café encima de la despensa, y algunas joyas en una caja fuerte en el
estudio. La combinación es diez-ocho-seis-dos.
—No quiero dinero —digo en voz baja.
Se pone rígida y se le corta la respiración. La siento tragar saliva contra la hoja
y su cabeza asiente lentamente.
—Yo... creo que siempre supe que vendrías.
—Lo hiciste, ahora —gruño.
—Sí —se atraganta. Se gira hacia mí, pero estoy oculto en la sombra—. Tengo
hijos y un marido.
—Eso no funcionará conmigo, lo siento.
Ella niega con la cabeza.
—No, sólo quiero decir... —Suelta un sollozo silencioso—. No lo hagas aquí. No
quiero que me encuentren, ¿de acuerdo? Si tienes que hacerlo, ¿puedes hacerlo en
el bosque detrás de la casa? ¿Por favor?
Arrugo las cejas. Algo no cuadra aquí.
—¿Por qué crees que estoy aquí? —gruño en voz baja.
Julia empieza a llorar.
—Sé por qué estás aquí. Por su culpa —se atraganta—. Por culpa de ese... ese
monstruo.
—Qué monstruo.
—Mi padre —suelta—. Sé lo que era, ¿está bien? Una vez lo intentó conmigo.
Por eso le rogué a mi madre que me enviara a un internado privado y luego a la
universidad. Puedo sumar dos y dos. La mujer y su hija de abajo, en París... eran
amigas del mafioso, Cross. Mi padre desaparece, y al día siguiente, ¿se mudan del
todo?
Se estremece mientras otro sollozo silencioso le sacude el pecho.
245 —¿Trabajas para Adrian Cross? ¿O para la mujer y su pobre hija? —Niega con
la cabeza, las lágrimas cayendo en silencio—. Por favor. No me parezco en nada a él,
¿de acuerdo? Me he pasado la vida huyendo de donde vengo. Incluso me he
cambiado el nombre. Por favor! —susurra con fiereza—. Por favor, mi familia no tiene
ni idea de quién era yo. No están involucrados y nunca lo han estado. Así que si tienes
que hacer esto...
Se estremece cuando alejo la hoja de su garganta. Retrocedo hasta las sombras.
—Date la vuelta.
Está temblando cuando lo hace, sus grandes ojos azules miran fijamente en la
oscuridad, brillando desde la luna exterior.
—¿Tengo razón? ¿Sobre la pobre chica de abajo? —murmura.
Asiento y ella entierra la cara entre las manos.
—Lo siento mucho.
—Ahora está bien. Tiene una nueva vida. Ambas la tienen.
Ella levanta la vista, sonriendo a través de sus lágrimas aterrorizadas.
—Me alegro de que no la rompiera. —Sus labios se tuercen—. Pero es por ella
que estás aquí, ¿no? La chica.
—Lo es —gruño.
—¿Porque la amas?
Mi boca se tuerce.
—Porque me preocupo por ella.
—Bien. —Traga grueso—. Bien, me alegra oír eso. Y siento mucho lo que ella y
yo tenemos en común.
Asiento.
—Ahora me voy. Y no volverás a verme. Tienes mi palabra.
Se abraza a sí misma, sonriéndome con una sonrisa torcida y triste.
—Gracias.
Y estoy fuera.

No apruebo mentir a aquellos que nos importan. Pero no podía decirle a Dahlia
la verdad sobre lo que iba a hacer esta noche. No quería alarmarla. Todo lo que sabe
es que estuve trabajando hasta tarde.
Está profundamente dormida cuando vuelvo al loft, en mi cama.
Una sonrisa se dibuja en la comisura de mis labios.
246 Seguimos durmiendo casi siempre en habitaciones separadas. Y las noches que
me quedo a su lado, al menos hasta el amanecer, cuando me despido, siempre es en
su habitación.
Me gusta mucho encontrarla acurrucada bajo las sábanas de mi cama cuando
llego a casa.
Las luces de la ciudad a través de las persianas semicerradas iluminan la piel
bronceada de su hombro por donde se han deslizado las sábanas. También se han
deslizado por su muslo, dejándome entrever sus braguitas negras.
Tal vez la violencia que casi, pero no del todo, ha ocurrido esta noche ha hecho
que se me caliente la sangre. No estoy seguro de lo que dice de mí que la idea de
matar y luego no matar me ponga las pelotas de punta o, al menos, me haga rugir la
libido.
Neuro-jodida-divergencia.
Sea cual sea la causa, cuando la veo dormir en mi cama, y vislumbro su suave
piel y sus bragas, mi polla se hincha al instante, gorda y hambrienta.
Una oscura sonrisa se dibuja en mi mandíbula.
No hay necesidad de despertarla primero...
Me desnudo y mi polla, dura y gruesa, sobresale de mis abdominales. Con
cuidado, le quito las mantas. Se revuelve, pero sigue durmiendo. Mejor aún, se pone
un poco más de lado, levanta una rodilla y se ajusta las finas bragas sobre el coño.
Gimo para mis adentros, con una gota de presemen en la corona hinchada de
mi polla.
Me deslizo sobre la cama, me arrodillo detrás de ella y me permito arrastrar un
dedo por la deliciosa curva de su cadera y su culo. Tiembla y se agita un poco, pero
sigue durmiendo.
Bien.
Mi dedo baja mientras envuelvo la polla con la otra mano y empiezo a
acariciarla. Mi dedo desciende hasta su raja, recorriendo la tela de encaje que apenas
cubre su coño. Dahlia gime suavemente mientras duerme, y sus caderas se mueven
suavemente con el piloto automático.
La noto cada vez más caliente y húmeda, hasta que se empapa hasta la tanga
por donde la rozo. Mi dedo se desliza por debajo, saboreando el tacto de su sedoso
coño mientras tiro de la braguita hacia un lado. Subo y bajo un dedo por su coño,
recogiendo la humedad pegajosa y frotándola sobre su clítoris.
Dahlia vuelve a gemir somnolienta, su respiración se hace más rápida y
profunda mientras mueve suavemente las caderas. Bombeo mi polla, apretando los
dientes mientras hundo un dedo en ella y lo enrosco. Gime y se retuerce, todavía
247 inconsciente, mientras le acaricio el punto G.
No puedo contenerme más.
Utilizo los dedos para untar su excitación en la gruesa cabeza de mi polla.
Mantengo sus bragas a un lado mientras hago la cucharita detrás de ella, alineo mi
polla y presiono la cabeza entre sus labios.
Con un solo movimiento, le tapo la boca con la mano y se la introduzco con
fuerza.
Dahlia se sobresalta, se agita y grita en mi mano cuando la sensación de mi
polla dura como una roca penetrándola la despierta. Está confusa y probablemente
asustada. Pero no me detengo ni reduzco la velocidad. Empiezo a follarla con
embestidas fuertes y profundas. Vuelve a gritar, agitando los brazos y las piernas,
intentando golpearme. Pero yo soy mucho más fuerte que ella, la pongo boca abajo y
la inmovilizo con mis piernas sobre las suyas.
—No te retuerzas, cariño —le digo al oído—. Sólo déjame follar este sucio y
codicioso coñito.
Cuando se da cuenta de que soy yo, deja de gritar y de agitarse, pero me doy
cuenta de que la adrenalina sigue corriendo por sus venas, aumentando cada
sensación. La follo mientras la inmovilizo contra la cama, devorando su dulce coñito y
manteniendo mi mano firmemente sujeta sobre su boca.
Deslizo los dedos entre sus labios y dejo que se saboree mientras la penetro.
Mi otra mano le azota el culo una y otra vez, hasta que se estruja de placer y gotea
sobre mi polla. Le meto la mano por debajo de la camiseta, le manoseo las tetas y le
pellizco los pezones con fuerza mientras le rasco con los dientes el lóbulo de la oreja.
—Ya estabas tan jodidamente mojada antes de que te tocara. Antes incluso de
coger este coño necesitado —gruño—. ¿Estabas pensando en mí, mi putita? ¿Estabas
teniendo sueños sucios y vulgares, esperando que llegara tarde y te follara duro sin
ni siquiera sentir la más mínima necesidad de pedir permiso antes?
Gime desesperadamente, su coño se aprieta a mi alrededor y tiene espasmos
mientras un mini orgasmo la desgarra.
Mojé mi pulgar frotando su clítoris antes de arrastrarlo de nuevo a su culo.
No la he traído aquí.
Todavía.
Pero lo haré.
Dahlia grita mientras hundo mi pulgar resbaladizo en su culo apretado.
—Pronto, cariño —le gruño al oído—. Pronto también cogerás mi puta polla
aquí. Lloriquearás y me suplicarás que no lo haga, e incluso puede que te resistas.
Pero los dos sabemos que ya es mía. Te inmovilizaré en la oscuridad y te haré
amordazar y babear sobre mi polla para que esté bien mojada antes de meterte hasta
248 el último centímetro por el culo.
Grita en mi mano, su cuerpo tiembla y se tensa mientras su coño aprieta mi
polla con fuerza.
—Quiero sentir cómo se corre este coñito codicioso, cariño —gruño—. Quiero
sentir cómo te deshaces para mí, imaginándome follándote por todos tus agujeros,
quieras o no, hasta que mi semen gotee por todas partes. Hasta que haya reclamado
cada puto centímetro de ti y dejado mis putas marcas por toda tu piel.
Mis visiones empiezan a desdibujarse cuando Dahlia empieza a explotar.
—Córrete por mí, joder —gruño—. Córrete en mi gorda polla como la buena
zorrita que eres.
Estalla como una bomba, retorciéndose y sacudiéndose mientras sus dedos se
enroscan y sus pies patean las sábanas. Gimo y entierro mi polla en su dulce coñito
mientras mis huevos se contraen y se retuercen. Mi semen se derrama en su interior,
en lo más profundo de su coño, mientras mis dientes muerden con fuerza su hombro.
Estaba dispuesto a matar por ella esta noche.
Otra vez.
Y cuando encuentre a quien la persiguió aquella noche en el parque, habrá
sangre derramada. ¿Pero hasta entonces?
Ella gime y lloriquea mientras yo arranco de nuevo.
Hasta entonces, tengo una nueva forma favorita de saciar al monstruo que llevo
dentro.
249
30
Dahlia
El tiempo vuela cuando te diviertes. Y por poco convencional que sea este
acuerdo y por extraña que sea la situación en la que me encuentro con Deimos, es
divertido.
... de una manera muy jodida y retorcida.
Es un ritmo extraño en el que nos hemos encontrado en las últimas cuatro
semanas, desde la noche en que tuve mi último ataque provocado por la frase “niña
buena” la noche en que nos contamos todo sobre los traumas de nuestros pasados.
Me despierto cada mañana en la cama de Deimos. Normalmente, no salgo de
ella sin llegar al orgasmo. Luego voy a clase o comparto coche con él hasta la oficina,
que ahora está totalmente amueblada, muchas gracias.
Sigo sin tener ni idea de a qué se dedica Laconia Logistics, ni de por qué Deimos
ha alquilado todo este espacio y me ha hecho construir todos estos cubículos para una
empresa que no parece vender, fabricar ni hacer nada. Pero cada vez que le
pregunto, cambia de tema.
Eso, o me llena la boca con su polla, o me pone sobre su rodilla.
Por la noche hacemos la cena o pedimos comida para llevar, y luego debatimos
los pros y los contras de que Deimos compre más muebles para su loft. En el lado
positivo, bueno, más muebles. En el lado negativo está la mayor probabilidad de que
me rompa el cuello o me golpee la espinilla con algo cuando apague las luces y me
persiga como un psicópata.
No es que me queje de la persecución.
También han pasado muchas otras cosas en las últimas cuatro semanas. Mi
madre ha decidido quedarse en Londres por el momento con Celeste y Adrian, lo cual
me alegra mucho. También parece estar mejor, de verdad, no escondiéndose y
fingiendo. Es evidente que sigue sufriendo mucho por lo de Gerard, pero Celeste
dice que duerme con más regularidad y que incluso come de vez en cuando, así que
eso es bueno.
Lo más importante que ha ocurrido, por supuesto, es todo lo que ha pasado con
Castle y Callie. Que ahora son, oficial y públicamente, una pareja de verdad.
Quiero decir, duh. Como si alguien con medio cerebro no lo hubiera visto venir
a la legua.
Sea lo que sea lo que hay entre Deimos y yo, no es convencional. Tampoco es
250 perfecto, y a pesar de todos los muros que derribamos entre nosotros aquella noche,
es obvio que todavía hay más muros que siguen firmemente levantados.
Todavía hay algo no dicho sobre lo que pasó antes, cuando estábamos en
Knightsblood. Va y viene. A veces, es como un extraño sueño febril que intento
olvidar: el olor a humo, los cadáveres, la sangre en sus manos.
La amenaza en sus labios.
A veces, es como si casi no hubiera ocurrido. Pero otras, me golpea tan fuerte
que me roba el aire de los pulmones. Hay veces que me he despertado en un estado
maníaco en mitad de la noche, alucinando por estar compartiendo cama, cuerpo y, al
menos, una parte de mi corazón con el hombre que mató a la única persona que creo
que vio realmente el centro de mí.
Deimos mató a Chase esa noche. Hay una posibilidad decente de que estuviera
enamorado de Chase.
¿Ahora estoy con Deimos?
¿Qué demonios dice eso de mí?

—Oh mi maldito Dios...


Las estrellas nadan en los bordes de mi visión. Mi respiración es irregular y mi
pulso ruge en mis oídos mientras me desplomo de bruces en la cama. Detrás de mí,
Deimos gime mientras desliza lentamente su gruesa polla entre mis piernas. Noto su
semen goteando dentro de mí, una sensación de la que, sinceramente, no me canso.
De hecho, es una de las sensaciones que más me gustan de todas las que me
provoca.
Me doy la vuelta, con una mueca de dolor. Luego me retuerzo y hago una mueca
mientras me miro el culo, aún rojo y amoratado por los moratones.
—Con el tiempo necesitaré poder sentarme —me quejo.
—No estoy de acuerdo.
Jadeo cuando levanta la mano y me pasa un dedo por el coño. Cuando retira la
mano, me ruborizo al ver el semen blanco y brillante que ha recogido. Se arrastra
sobre mí y me estremezco cuando me pasa el dedo por los labios.
—Abre bien.
Mis labios se cierran alrededor del dedo, mi lengua lame su semen mientras
nuestros ojos se encuentran.
—Buena chica.
Ya no me estremezco cuando oigo eso. No me cierro ni me asusto.
Ha cambiado esas palabras. Me ha ido aclimatando poco a poco a ellas durante
251 el último mes.
Quiero decir, si yo estuviera nerviosa, y él las dijera mientras me agarra la
nuca, probablemente me quedaría helada. Pero él lo sabe, y no lo haría.
Sonrío, me inclino sobre él y lo beso antes de salir de la cama. Recojo la camisa
que llevaba anoche y me la pongo a modo de albornoz antes de inclinarme sobre él
y volver a besarlo.
—Voy a preparar café.
Es sábado. Tengo una cosa de estudio más tarde con Eilish, y luego he quedado
con Victoria, con la que me he acercado. Hasta entonces, voy a volver a meterme en
la cama con él.
Pero primero, el café.
Estoy apoyada en la encimera, mirando el móvil sin pensar, cuando oigo a
Deimos volver al desván y la puerta de la esquina donde estoy en la cocina cerrarse
tras él. Frunzo el ceño sin levantar la vista.
—Ni siquiera te oí salir...
—¡QUÉ DEMONIOS!
Grito, mis ojos se desprenden de mi teléfono y suben hasta donde Callie, no
Deimos, está de pie atónita en medio del apartamento, mirándome con los ojos muy
abiertos.
—¡Dios mío! —grito, luchando por cerrarme la camisa mientras salto detrás de
la isla de la cocina.
—¿Qué está pasando ahora mismo? —grita.
—¡Puedo explicarlo! —le respondo.
—Buenos días, Callie.
Volteo la cabeza, la cara palpitante y el cerebro todavía dándome vueltas.
Deimos se pasea despreocupado por el suelo en chándal y camiseta, arqueando una
ceja ante su atónita hermana.
—¿Cómo demonios has entrado?
—Tú... Kratos me dio su juego de llaves... yo... ¿sorpresa? —Termina riendo
avergonzada, con los ojos desviados entre él y yo.
—Ya veo. —Se pasa los dedos por la mandíbula mientras se acerca y se pone a
mi lado.
—¿Qué...? —Callie parpadea rápidamente y vuelve a mirar entre nosotros—.
¿Qué es...?
—Estamos follando.
Dios mío.
Me encojo y entierro la cara entre las manos mientras Deimos se apoya
252 despreocupadamente en el mostrador que tenemos detrás.
—¡Claro! —dice Callie, aclarándose la garganta—. Así que... eh.
—¿Alguna pregunta o preocupación que quiera plantear en este momento?
—Bueno... eh... ¿no? ¿No? Yo... ¿no estoy segura?
Todavía estoy medio tapándome la cara y deseando que aparezca un
conveniente socavón en el suelo debajo de mí cuando Deimos se encoge de hombros.
—Bueno, eso lo resuelve, entonces. Tengo que salir corriendo. Tengo cosas
que hacer. —Se vuelve hacia mí como si nada—. ¿Te quedas aquí?
—Yo... ¿Sí?
—Bien. —Se gira para sonreír a Callie antes de entrar a grandes zancadas en
el dormitorio.
Callie y yo acabamos mirándonos la una a la otra, las dos mudos mientras
nuestras bocas intentan y no consiguen formar palabras.
—Puedo explicarlo... —Finalmente consigo murmurar, tragando grueso.
—Bien... —susurra, frunciendo el ceño.
Deimos sale del dormitorio, ya vestido, y se acerca a mí. Se inclina para
besarme cariñosamente la coronilla y me agarra el culo desnudo por debajo de la
camisa.
—Hasta luego.
Se acerca a Callie, que parpadea atónita cuando él le alborota el cabello.
—Gracias por venir, Cals. —Se inclina un poco más hacia ella—. ¿Quizás
deberíamos dejar esto entre nosotros tres por el momento?
—Sí, claro...
—Genial.
Me mira y sale por la puerta.
El silencio que queda es ensordecedor. Los segundos pasan hasta convertirse
en casi un minuto completo, que bien podría ser una hora.
—Callie...
—Necesitamos bebidas, ¿verdad?
Ni siquiera me importa que sea mucho antes del mediodía.
—Necesitamos bebidas.

—Sigues pensando que estoy loca, ¿verdad?


Siento que me arde la cara mientras miro a Callie por encima del borde de mi
253 margarita.
—No...
Ella resopla.
—Sí, lo sabes. Me doy cuenta. Bueno... —Levanta un hombro, con la cara tan
sonrojada como la mía por el alcohol del desayuno—. Yo no.
—Callie...
—Quiero decir, no me malinterpretes. —Se ríe, agitando un poco su bebida—
. Ver tu culo desnudo con la camisa de mi hermano y con cabello de sexo no era
exactamente la forma ideal de descubrirlo.
Gimo y vuelvo a esconder la cara mientras ella se ríe a carcajadas.
—Pero anímate, podría haber sido peor.
—Lo dudo.
—¿No? —Sonríe—. Piénsalo de esta manera: Podría haber entrado diez minutos
antes.
Mi cara se pone aún más roja y ella gime negando con la cabeza.
—Ack, ugh, en realidad, dame un segundo, sólo tengo que borrar esa imagen
de mi cabeza.
Hago una mueca y me bebo la última copa. La suya también está bastante vacía.
Hemos salido antes, con Christian a remolque, y hemos comprado limas, Cointreau y
tequila, porque literalmente la única forma de que cualquiera de las dos pudiera
mantener una conversación sobre el hecho de que obviamente me acuesto con
Deimos era a través de la magia de los margaritas con el estómago vacío a las diez de
la mañana.
Quiero decir, obviamente.
—¿Quieres otra? —balbuceo un poco.
Callie se ríe.
—Quiero decir, sólo voy por mi tercer cóctel mientras hablamos de ti tirándote
a mi hermano. ¿Es eso siquiera una pregunta?
Pongo los ojos en blanco y gimo al levantarme un poco inestable de donde
estaba, tumbada en una tumbona del patio exterior de Deimos. Callie me sigue
dentro, se termina la bebida y se apoya en la encimera mientras relleno la batidora.
—Me muero de hambre. ¿Quieres pedir algo?
—Carbohidratos.
Ella gime feliz.
—Oh, joder, sí. Bien, voy a pedir pizza. —Toca el móvil y lo deja, mirándome
254 con curiosidad.
—¿Qué?
—¿Desde cuándo? —me pregunta sonriendo.
Soplo aire por los labios y pulso el botón de la batidora para ganar tiempo.
Cuando termina de hacer lo suyo, suspiro.
—Quería decírtelo.
—Mentira.
Me río.
—En serio, me sentí fatal por no decírtelo. Pero tenías todo pasando con Castle,
y la boda, y luego toda la mierda después...
Asiente mientras relleno nuestras copas.
—Espera, ¿esto era algo entre ustedes desde Knightsblood?
Niego con la cabeza.
—No... —Se me arruga la cara—. Es decir, ¿sí? Pero... no.
—Vas a decir que es complicado, ¿verdad?
—Me quitaste las palabras de la boca.
Se ríe mientras salimos y nos sentamos en las tumbonas, con vistas al Soho.
—¿En mi limitada experiencia romántica?
—¿Siendo que te acabas de casar con tu amor, quieres decir?
—Sí, eso. —Sonríe—. Es... siempre complicado.
—Cierto, eso. —Choco mi copa con la suya y bebemos un sorbo antes de que
sus ojos se iluminen.
—¡Oo! ¡Piensa en esto! Si estás tan loca como para casarte algún día con mi
hermano psicópata, seremos literalmente hermanas.
Algo se retuerce dolorosamente en mi pecho.
El matrimonio viene después del enamoramiento.
No contratos. No tratos. No juegos peligrosos, oscuros y una relación construida
casi enteramente sobre la base de que ambos están muy jodidos y metidos en cosas
sexuales seriamente desviadas.
Hemos derribado muros, sí. Y esto obviamente se ha convertido en mucho más
de lo que era al principio, cuando estaba bastante segura de que Deimos me odiaba
tanto como yo le temía.
Pero, ¿lo que tenemos ahora es una relación?
255 Callie acaba quedándose hasta bien entrada la tarde. Y entonces Victoria llama
para ver si todavía quiero pasar el rato, así que por supuesto la traigo aquí también,
y las margaritas siguen fluyendo con las tres.
Callie llama borracha a Castle para que vaya a la casa, y él lo hace porque están
enamorados. Pero entonces surge la pregunta de por qué voy en pijama a casa de
Deimos, y por qué mi cepillo de dientes está en el baño de invitados.
Resumiendo, cuando Deimos llega a casa, yo estoy borracha, Victoria, a la que
ni siquiera conoce, está borracha, Callie está muy borracha y Castle se está tomando
una cerveza y tiene varias preguntas.
Demasiado para mantenerlo entre nosotros tres.
—Entonces, esto... —Castle sonríe ante la comida tailandesa que nos han traído
para cenar. Me señala primero a mí y luego a Deimos con el cuello de su botella de
cerveza, y luego de nuevo a mí—. Esto es...
—Una relación consentida entre adultos —murmura Deimos—. ¿Siguiente
pregunta?
—Amigo, créeme, tengo varias.
—Bueno, de acuerdo, no conozco ninguna de las historias de fondo. —Sonríe
Victoria—. Pero creo que están muy guapos juntos.
—¡Escucha, escucha! —Callie golpea la mesa con el puño.
—Gracias, Victoria. —Sonrío.
—Es menos “mono” cuando la persigo por el apartamento, la ato y hago mis
perrerías con ella.
Casi se me sale el margarita por la nariz. Callie se ríe, como si fuera una gran
broma. Castle se ríe con un poco menos de soltura, como si no estuviera seguro si es
una broma. Victoria es la que más se ríe.
—¡Dios mío! —Se ríe a carcajadas—. ¡Este hombre!
Deimos levanta una ceja mirándola.
—No era una broma.
Lo que, por supuesto, hace que los demás piensen que es aún más una broma.
Deimos los ignora, se gira ligeramente hacia mí y me atrapa con la cara
colorada mientras le doy un bocado al Pad Thai. Le sonrío.
—¿Qué? —Me río en voz baja.
Me devuelve una sonrisa alarmantemente normal. Es... inquietante, como si
llevara una máscara.
—Nada, nena. —Se ríe.
Espera, espera. ¿Qué carajo? Nunca me llama nena.
256 Le miro con desconfianza antes de volver a mi comida. Y es justo entonces
cuando se abalanza sobre mí. Victoria, Castle y Callie están al otro lado de la isla de
la cocina riéndose de algo entre ellos cuando casi me atraganto. La mano de Deimos
acaba de deslizarse por mi muslo desnudo hasta tocarme el coño a través de los shorts
de algodón y las bragas mientras se inclina hacia mí, como si me apartara un pelo de
la cara.
—Cuando nuestros invitados se vayan —gruñe en voz baja, en un tono que
convierte mi núcleo en fuego fundido—, voy a perseguirte. Y cuando te atrape, te
arrancaré la puta ropa y te ataré las manos a la espalda con tus braguitas sucias. Y luego
voy a follarte la boca hasta que me corra en tu bonita cara. Luego te voy a follar contra
el suelo como una putita sucia hasta que mi semen gotee de tu cuerpo.
Santa. Jodida. Mierda.
Me cuesta tragar el bocado de comida que tengo en la boca, el fuego se
extiende por mi cara.
—Dahlia, ¿estás bien? —Castle frunce el ceño, girándose de repente y viendo
cómo casi me atraganto con mi Pad Thai.
Lo bajo con fuerza y le dirijo una débil sonrisa, jadeando un poco cuando la
mano de Deimos en mi coño se tensa un poco.
—Sí, estoy genial.
Callie y Castle acuerdan mantener la relación de Deimos y mía para ellos por
ahora. Victoria también. Nos abrazamos en la puerta, con mi brazo alrededor de la
cintura de Deimos y el suyo alrededor del mío, como una pareja normal y corriente
que se despide de sus amigos después de una cena normal y corriente.
Pero entonces se van, cierra la puerta y se vuelve hacia mí con una mirada que
me promete que el resto de la noche va a ser de todo menos normal.
—Voy a contar hasta cinco cuando se apaguen las luces —gruñe en voz baja,
con sus ojos oscuros clavados en los míos y la mano en el interruptor de la luz
principal.
Mi cuerpo se tensa y mis pezones se endurecen al instante, mientras mi
organismo empieza a descargar adrenalina preventivamente. Ya estoy preparada
para esto.
—Y cuando te agarre...
—Si... —suelto, provocándolo a propósito tanto por interrumpirlo como por
sugerir que podría no atraparme—. Si me atrapas.
Ya sé que si lo pongo en su contra, se abalanza sobre mí con más fuerza. Hace
que me ataque con sus manos y su boca con más agresividad.
Hace que me folle un poco más animalmente.
Que es exactamente por lo que lo hago.
257 —¿Qué pasa si me atrapas? —digo inocentemente, mordiéndome el labio.
Jadeo cuando, de repente, alarga la mano y me agarra la mandíbula. Su pulgar
me roza sensualmente el labio inferior y me lo arranca de los dientes con un
chasquido.
—Si te atrapo, cariño —murmura, inclinándose para rozarme el lóbulo de la
oreja con los dientes—, te arruinaré, joder.
Me tiembla el pulso.
Las luces se apagan de golpe.
—Ahora corre, cariño.
Me doy la vuelta y salgo corriendo por el espacio abierto del desván. Por un
momento, casi doy media vuelta para intentar escabullirme a su alrededor y entrar
en la zona de la cocina. Pero entonces giro a la izquierda y se me ocurre una idea.
Nunca hemos establecido normas estrictas para estos juegos. Pero también se
ha aceptado que me quede en la zona principal. No entro en las habitaciones ni en los
baños.
Esta noche, sí.
Me cuelo en su habitación y cierro la puerta en silencio justo cuando oigo a
Deimos gruñir...cinco, allá voy... desde el otro lado del loft. Reprimo una risita
excitada mientras entro en su habitación y me deslizo hasta el enorme vestidor. Me
muevo hasta el fondo, apartando la ropa de las perchas y deslizándome detrás de
ellas contra la pared. Me hundo en el suelo, con la adrenalina chisporroteándome en
las venas mientras echo la cabeza hacia atrás.
La pared detrás de mi cabeza se mueve, y jadeo cuando parte de ella se
balancea completamente hacia atrás. De repente se enciende una luz y el corazón se
me sube a la garganta.
Mierda, mierda, mierda.
Me doy la vuelta y miro atónita el pequeño compartimento con luz automática
que acabo de abrir accidentalmente con la nuca. Busco a tientas un interruptor o la
forma de volver a cerrar la puerta...
Cuando de repente, mi mundo se detiene.
Y nada es real.
Dentro del pequeño compartimento, en un estante junto a un montón de dinero
y una pistola, hay un pequeño cuaderno.
Un diario.
Un diario.
... con una cubierta de cuero naranja deshilachado.
El resto del mundo se me escapa mientras la cabeza empieza a palpitarme y un
258 zumbido me llena los oídos al recoger el diario a cámara lenta. Me estremezco al tocar
la cubierta, y los recuerdos de cuando estaba acurrucada en aquel banco de piedra
del jardín de rosas leyendo el libro inundan mi cerebro.
Me tiembla la mano al sacar el diario del compartimento y se me hace un nudo
en la garganta al mirarlo con incredulidad y horror.
De repente, todo tiene sentido.
Así es como Deimos me conoce tan bien. Por eso es capaz de jugar con todas
mis manías ocultas y fantasías secretas. Por eso es capaz de diseccionarme y jugar
conmigo: porque hace seis años lo escribí todo y volqué mi corazón en la página para
otra persona.
Ahora Deimos lo tiene. Y al tenerlo, me tiene a mí.
—¿Qué demonios estás haciendo?
Me abalanzo sobre él con furia, con los ojos llenos de lágrimas y la emoción a
flor de piel.
—¡¿Por qué tienes esto?!
Se queda inmóvil, con la mandíbula cincelada violentamente apretada y los
ojos oscuros destellando fuego negro.
—Dahlia...
—¡¿Por qué tienes esto?! —grito más fuerte, mirándole con pura malicia
mientras blando el diario sobre mi cabeza.
—Dahlia, para...
Me pongo en pie y arremeto contra él, golpeándole y abofeteándole una y otra
vez mientras las lágrimas inundan mi rostro.
—¡¿POR QUÉ DEMONIOS TIENES...?!
Me sobresalto cuando me agarra por el cuello y por la muñeca que sujeta el
diario, gruñendo mientras me mira maníacamente a la cara.
—Te lo diré.
259
31
Deimos
Hace seis años:
Siempre me ha gustado Halloween. Y no sólo cuando era niño, cuando
significaba disfrazarse, llenarse la cara de azúcar y ver películas ligeramente
espeluznantes. A medida que me he ido haciendo mayor, creo que este día me gusta
aún más.
Hay algo maravillosamente siniestro en él que llega justo a los lugares
sombríos de los rincones oscuros de mi mente. Es la brisa que avisa de que el invierno
llegará más pronto que tarde.
El crujido de las hojas bajo los pies. El crepitar de la emoción que flota en el
aire y que tiene a todo el mundo un poco más nervioso, como si todo el mundo a tu
alrededor estuviera esperando ansiosamente que alguna fuerza malévola saltara
sobre ellos desde detrás del siguiente árbol.
Pero esta noche, ¿este Halloween?
Creo que este puede ser mi favorito hasta ahora.
Nunca la estuve buscando, porque te aseguro que nunca participé en la puta
mierda asquerosa y patética de “folla a una virgen, gana un premio” en la que se
regodea gente como Chase Cavendish.
Tampoco la buscaba a ella porque nunca he buscado nada parecido a una
conexión real y humana con alguien. Esa parte de mí fue arrancada hace años. No
estoy del todo seguro de haber tenido nunca mucha capacidad de relacionarme con
otras personas, dada la oscuridad que siempre me ha acechado. Pero desde mis días
en aquel sótano, y los horrores que me infligieron allí, y la venganza que cobré
después...
Está “dañado”. Luego “tiene un pasado”.
Y luego estoy yo. Estoy muy, muy por encima de la línea cuando se trata de esas
dos cosas, y ninguna mujer racional tendría el estómago para tratar con él.
Durante años, el sexo casual, ciego, insensible y sin sentimientos con mujeres
que nunca se repiten ha sido suficiente. Es una especie de terapia, una forma de
apuntalar los muros alrededor de mi monstruo. Y siempre me ha parecido bien.
Hasta que un día, hace poco, alguien atravesó esos muros. Un furtivo. Un ladrón
de privacidad. Un tonto, que volvió por más.
Ninguno de mis hermanos sabe lo que me hicieron. No saben por lo que me
260 hicieron pasar, ni lo que hice después para saciar la sed de sangre y la necesidad de
venganza que hervía en mis venas. Pero siguen siendo mis hermanos. Siguen estando
más cerca de mí que nadie en el mundo. Y fue Ares, hace un año más o menos, quien
me sugirió que podría beneficiarme de “ver a alguien”.
Alias: terapia. Barf.
Pero por mucho que me resistiera a probarlo al principio, y por mucho que
odie admitirlo, fue beneficioso. No al propio terapeuta, por supuesto. En los primeros
diez minutos de nuestra primera sesión, le aterroricé tanto que, a partir de entonces,
cada cita fue una divertida partida de ajedrez en la que yo lo presionaba y el pobre
desgraciado intentaba no ser obvio contando los minutos que faltaban para que me
fuera.
Pero me introdujo el concepto de diario.
El terapeuta, lo dejé.
El diario, lo he guardado.
No lo guardo en la mansión The Reckless del campus, donde vivo. No por
ningún tipo de miedo o preocupación de que alguien lo encuentre. Nadie en este
planeta es tan estúpido como para invadir mi espacio privado o husmear en mi
mierda. No, lo guardo en un agujero oculto en la pared de ese jardín de rosas al que
nunca va nadie porque necesito que los pensamientos negros que escribo ahí se
mantengan a una distancia segura de donde duermo. Necesito que se alejen
físicamente de mí, separándome de mis demonios.
Sin embargo, por escondido que estuviera, alguien lo encontró. Lo leyó. Y un
día, noté que la piedra de encima estaba fuera de lugar, y se reveló.
¿Quién eres?
Lo escribí suponiendo que se asustarían y no volverían jamás. No había nada
en el diario que me delatara como autor, así que no me preocupaba que utilizaran lo
que habían leído en mi contra.
Pero volvió. Ellos... me hablaron.
Ella me habló.
La letra era definitivamente femenina. Los pensamientos y opiniones, aunque
obviamente no eran tan oscuros como los míos, sin duda estaban en la misma línea
que los míos. La misma longitud de onda fracturada. La misma insinuación de tristeza
y oscuridad en un alma no del todo completa, y diferente de todos los que nos rodean.
Debería haber acabado con ello de inmediato. Debería haber trasladado o
destruido el diario, y haberlo cerrado todo.
Pero no lo hice. No pude.
Y entonces un día, la encontré.
Tenía que acabar ocurriendo. Estábamos llegando al punto de conversar a
261 través del diario casi a diario. Tarde o temprano, ambos llegaríamos al jardín al
mismo tiempo. Y ese día, ella ya estaba allí, sentada en el banco con las piernas
enroscadas debajo de ella, su largo cabello oscuro colgando sobre media cara, con
sus agudos ojos verdes leyendo las palabras que le había escrito el día anterior.
Una sonrisa en sus labios carnosos. Un bolígrafo en la mano.
Nunca esperé que fuera Dahlia Roy. Y nunca pestañeé después de encontrarla
ese día. Nunca aparté la vista.
La obsesión arraiga rápido en el mejor de los casos. En mi caso, es casi
instantánea. Ella ya había sido una fijación para mí de una manera que no podía
entender. Verla con mi diario en la mano y esa sonrisa en su cara mientras lo leía
consolidó su destino.
Pero quería que ella misma uniera los puntos.
Empecé a soltar indirectas en mis notas: aludiendo oblicuamente a lo que hacía
mi familia, insinuando que ocupaba una posición de autoridad en uno de los clubes
de estudiantes. Empezamos a hablar de nuestros deseos más oscuros, y cuando ella
confesó las cosas dañinas, oscuras y desviadas que anhelaba en las páginas de aquel
libro, yo estaba acabado.
Al final, se lo pedí sin más.
¿Ya has descubierto quién soy, Dahlia?
Su respuesta llegó ese mismo día:
Sí. Y no puedo decirte lo contenta que estoy de que seas tú. Creo que siempre
quise que fueras tú. No puedo esperar a bailar contigo en el Baile de Halloween.
Que es esta noche. No hemos hablado en una semana, desde que escribió eso.
Ha vuelto al libro, lo sé porque la he estado observando. Pero me he silenciado a
propósito.
Quiero que el momento en que nos encontremos cara a cara en el baile por
primera vez esté lleno de expectación.
Pero primero, hay caos que causar.
Chase y sus matones de Para Bellum han vuelto a elevar las “bromas” a algo
peligroso y pasado de la raya. Corbin Shaw, un estudiante de tercer año que está en
The Reckless -el chico que está llamado a sustituir a Chase como mariscal de campo
estrella del equipo de fútbol Knightsblood el año que viene, después de que Chase
se gradúe- se lesionó gravemente en el entrenamiento del otro día.
No fue un accidente.
El equipo estaba dividido, jugando un partido de entrenamiento, cuando dos
defensas de Para Bellum se abalanzaron sobre Corbin desde dos direcciones: uno lo
golpeó en las rodillas y el otro lo derribó por detrás. Ni siquiera tenía la posesión del
262 balón, joder.
El resultado fue un tendón de Aquiles desgarrado, una tibia rota y una vértebra
L4 fracturada. Después de todo, no ser el mariscal de campo estrella la próxima
temporada es el menor de los problemas de Corbin. Estará en fisioterapia sólo para
poder volver a caminar correctamente durante los próximos dos años.
La parte más oscura de mí tiene grandes planes de venganza. En su mayoría,
implican cuchillos, instrumentos contundentes, romper huesos y, posiblemente, una
trituradora de madera, a lo Fargo.
Pero he reducido un poco mi monstruo para esta noche. Después de todo,
tengo una cita, y el asesinato podría interponerse en mi camino.
Sonrío para mis adentros mientras atravieso el oscuro campus en dirección a la
mansión Para Bellum. Llevo un traje completamente negro y me he pintado la cara
con una sonrisa oscura y esquelética, a medio camino entre Jack Skellington de
Pesadilla antes de Navidad y el personaje de Brandon Lee en El cuervo.
No voy a meter a Chase y a sus malditos matones en una trituradora de madera
esta noche. Pero voy a dosificar el whisky en su habitación del club del
sanctasanctórum de la mansión con ipecacuana, un emético medicinal de acción
rápida.
Como que Chase y sus colegas se van a pasar la noche vomitando las putas
tripas después de proponerse un brindis previo al baile.
...Y sí, si puedo, también haré todo lo posible por romper una o tres narices de
Para Bellum al salir por la puerta.
Me cuelo por una puerta trasera de la mansión y avanzo sigilosamente por las
cocinas hasta una escalera trasera poco utilizada. En el piso de arriba, desaparezco
entre las sombras y observo con rostro sombrío cómo dos estudiantes de primer
curso de Para Bellum se empujan por el pasillo de camino al baile de Halloween.
Lo he planeado con antelación y he conseguido la ayuda involuntaria de
algunas de las chicas sexualmente más liberales del campus. Les dije a Jen Morebach,
Arianna Amato y Katya Skovony -todas ellas estudiantes de primer año, conocidas en
todo el campus por su costumbre de follarse a las estrellas hasta hacerse populares
entre los mandamases de los clubes de estudiantes- que Chase y sus colegas habían
estado hablando de ellas y querían “salir”... guiño, guiño... con ellas antes del baile
de esta noche.
Actualmente, están todos en la sala de billar de la mansión, en el sótano. Lo que
deja su sala de club desocupada para mi intromisión.
Dentro, sonrío mientras me dirijo al carrito del bar, junto a la crepitante
chimenea. Levanto el tapón de cristal de la jarra llena del whisky de alta gama favorito
de Chase y vierto la ipecacuana.
—¿Supongo que estás aquí para reconocer la derrota?
263 Mierda. Por el lado malo, me acaban de atrapar. En el lado positivo, tal vez
todavía pueda romper algunas narices en el camino fuera de aquí.
Me giro y sonrío a Chase, mientras Brad Hathaway entra en la habitación detrás
de él y cierra la puerta.
—¿Dónde está tu tercer mosquetero?
Chase está rara vez sin Spencer Campbell y Brad.
—Probablemente todavía se la esté chupando Jen Morebach abajo. —Chase
me hace un gesto con la barbilla hacia el carrito del bar—. ¿Supongo que podemos
darte las gracias por las mamadas gratis? Suponiendo que lo hicieras para poder
joder con mi bebida, claro.
Bueno, ya sabes lo que dicen de los planes mejor trazados, y éste era de lo más
improvisado.
Sus ojos se entrecierran.
—¿Y bien?
—Bien, ¿qué?
—¿Estás aquí para admitir la derrota?
Mi ceño se frunce y empiezo a rodearlos en dirección a la puerta.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando. Sólo quería pasarme a ver si este
pequeño club tuyo era tan patético y bajo como me imaginaba. No lo es. Es peor.
Dime... Cuando tú, Brad y Spencer se masturban aquí, ¿quién se sienta en el medio
del sofá? Siento que eso significaría el doble de trabajo, ¿sabes?
Hago la pantomima de extender las manos a ambos lados y moverlas arriba y
abajo.
Chase se ríe en voz baja.
—Te sacaré esos cien mil en efectivo. No necesito las miradas que me echaría
mi banco si me vieran intentando cobrar un cheque con la firma de Drakos.
Algo se queja en mi cabeza.
—¿Perdón?
Chase mira a Brad y ambos se ríen.
—Estás muy arreglado, Deimos. —Sonríe Chase—. ¿Vas al baile esta noche?
Me rechinan los dientes.
—¿Tienes una cita?
Brad empieza a reírse a carcajadas, y no se me escapa que se está abriendo en
abanico a mi lado, como si me flanqueara.
Los labios de Chase se curvan en fingida perplejidad.
264 —O... espera... ¿soy yo el que tiene esa cita? —Algo malicioso chispea en sus
ojos mientras se acerca a mí—. Has perdido, Deimos.
Mi mano se cierra en un puño.
—¿Qué demonios estás...?
—Quiero decir, por el esfuerzo. Toda la actuación de Donnie Darko emo en ese
maldito diario fue un buen punto de partida. Incluso usé algunas de tus palabras con
ella en persona. Gracias por dejarme copiar tus notas, por cierto.
Joder.
Chase suspira y extiende los brazos en señal de disculpa mientras se acerca a
mí.
—Pero no pudiste cerrar el trato a tiempo con la joya de la corona.
Saca su teléfono y sonríe a Brad.
—¿Qué pensamos, hermano?
—Me parece bien. Podría mostrarle lo que se perdió.
Chase levanta su teléfono, la pantalla mirando hacia mí.
... y todo dentro de mí muere.
Todo se vuelve negro y frío.
El video está grabado desde el punto de vista de Chase, mirando hacia abajo,
donde se está follando a una chica por detrás.
Una chica de piel bronceada que parece vagamente de Oriente Medio. Con
largos mechones de cabello oscuro. Con una complexión dolorosamente familiar.
El veneno se extiende por mis venas al ver la polla extremadamente media de
Chase entrar y salir de su coño rosado, con una de sus manos agarrándole el culo con
fuerza.
—Sí, joder, te gusta esa polla, ¿verdad, nena?
La chica gime, aunque es un sonido incómodo, dado que tiene la boca llena. La
cámara se desplaza por su espalda hasta donde Brad, aún con la camiseta puesta, está
frente a ella. Sonríe y levanta los cuernos del diablo con una mano mientras le agarra
el pelo con más fuerza con el otro puño y se la mete en la boca.
—Te morías de ganas de que te follaran así, ¿verdad, Dahlia?
Y gime. Asiente, gimiendo alrededor de la polla que tiene metida en la
garganta mientras empuja el culo con más fuerza contra Chase.
La cámara se mueve bruscamente y vuelve a la cara sonriente de Chase.
—Tú pierdes, amigo. —Se ríe en la lente—. Dahlia es mi puta, ahora. —Se ríe
265 mientras gira la cámara para mostrarla siendo follada por los dos—. ¿No es cierto,
Dahlia?
Es la forma ansiosa y gratuita en que gime y mueve la cabeza mientras los dos
cabrones la machacan por los dos extremos lo que me lleva al límite.
Chase se ríe entre dientes y le quita el teléfono.
—Oh, hombre, tu cara. —Se ríe, negando con la cabeza—. Ahora, ¿es que
querías ganar y no lo hiciste? ¿Que querías ganarme, Deimos? No... Creo que tuviste
un pequeño flechazo. Es eso, ¿no? Es que la querías de verdad. —Sonríe más—. Eso
es lo que parece leyendo tu pequeño diario.
Chase y Brad se ríen antes de que el primero se incline más hacia mí.
—Pídemelo amablemente, y tal vez la próxima vez, te dejaré oler mis dedos
después de follármela. Porque mierda, Deimos. Te has perdido un buen coño.
Me enorgullezco de mantener mis emociones bajo control. Me gusta ser
fríamente calculador, no una bomba de relojería como Hades. Pero en ese momento,
acabando de ver a la única chica por la que he derribado mis muros siendo follada
por estos dos mierdas delante de mí, mientras se ríen de mí, pierdo ese control.
Duro.
Sucede rápido. Levanto el puño y Chase sigue riéndose cuando lo golpeó en la
nariz.
—¡Cabrón! —ruge, agarrándose la nariz rota y ensangrentada. Me lanza un
golpe salvaje que esquivo con facilidad. Pero un segundo después, gruño cuando me
golpea por detrás y me tira al suelo.
Todo está borroso. Es uno contra dos, pero a pesar de su fanfarronería de
machos, ninguno de los dos sabe dar un puñetazo muy bien. Pero yo sí, especialmente
después de todas las peleas clandestinas detrás de los establos los fines de semana.
Los tengo a ambos bastante golpeados, y ahora sería un buen momento para
largarme. Pero justo cuando estoy decidiendo esto, Chase me rodea, y algo brutal
golpea mi espalda.
Rujo de dolor, caigo de rodillas y ruedo hacia un lado antes de que Brad pueda
golpearme esta vez en la cabeza con el atizador de fuego que tiene en la mano. Me
golpea de nuevo y vuelvo a rodar. Esta vez, Chase me da un fuerte pisotón en la
muñeca derecha, inmovilizándome en el suelo boca abajo. Salta encima de mí,
aplastándome bajo su peso mientras me tira del brazo hacia un lado y lo sujeta contra
el suelo.
—Creo que hay que darle una lección a este puto psicópata. ¿Qué piensas,
Brad?
Brad sonríe.
—La clase está en sesión, cabrón.
266 Golpea el atizador con todas sus fuerzas. El dolor estalla en mi mano y veo,
horrorizado, cómo levanta el atizador y vuelve a hacerlo, y luego una tercera vez.
Oigo cómo se me rompen los huesos de la mano y siento cómo se seccionan los
tendones.
Estoy temblando del susto cuando se bajan de mí y retroceden.
—Lárgate de aquí, Drakos —me espeta Chase mientras me llevo la mano
destrozada al pecho.
Me levanto, parpadeando para contener las náuseas del dolor mientras miro
hacia la puerta. Justo cuando me doy la vuelta para irme, un nuevo dolor estalla en mi
costado.
—¡Brad! —ladra Chase mientras me alejo del VP de Para Bellum que aún tiene
el atizador en sus manos—. Suéltalo, hemos terminado aquí.
—No, hermano —me dice Brad, avanzando con el atizador—. No creo que haya
terminado de enseñarle modales a este mafioso grasiento.
Ahí es donde la caga y las cosas se tuercen, rápido.
Esta vez esquivo el golpe, le agarro la muñeca con la mano buena y le arranco
el atizador. Me abalanzo sobre él, empujándolo hacia atrás y alejándolo de mí. Brad
se tambalea, se golpea la rodilla contra el borde del sofá y pierde el equilibrio.
Se echa hacia atrás, con los ojos desorbitados, y entonces la nuca se le rompe
contra el borde de la mesita con un chasquido repugnante.
No se levanta. Sus ojos permanecen abiertos.
Oh, mierda.
No respira.
—¡Cabrón! —ruge Chase, mirándome fijamente—. ¡Pequeño cabrón!
Se abalanza sobre mí mientras niego con la cabeza y le clavo los ojos.
—Quédate atrás, Chase —siseo—. Te lo advierto.
—Eres hombre muerto, Drakos.
No, lo eres si me tocas.
Me golpea como un tren de mercancías, haciéndome caer sobre el respaldo
del sofá y estrellándonos los dos contra el carrito del bar. El cacharro vuelca y yo me
estremezco cuando las botellas de licor se estrellan contra la chimenea y se
encienden de repente.
Una llama líquida recorre la habitación, incendiando las cortinas y la alfombra.
Chase brama, golpeándome de nuevo y haciéndome chocar contra la pared.
Parpadeo, las estrellas estallan en mi cabeza y detrás de mis ojos. Soy
consciente de que Chase se aleja de mí, pero mi visión sigue siendo borrosa.
—Debería llamar a la policía.
267 Me quedo quieto mientras mis ojos empiezan a enfocarse.
Mierda.
Chase está de pie a unos metros, con una pistola en la mano apuntándome. Sus
labios se contraen en una fina sonrisa.
—Tienes la reputación, psicópata —gruñe—. Y estoy seguro de que al menos
una cámara o persona te vio escabullirte aquí esta noche.
Mi mirada se fija en la pistola.
—Este pequeño bebé podría no estar técnicamente permitido en el campus.
Pero tengo un título limpio para él, y un permiso de portación oculta para el estado. Y
tú irrumpiendo aquí y matando a mi amigo es definitivamente defensa propia.
—Cobarde —siseo.
Sólo sonríe más.
—Oh, y para que lo sepas, me aseguraré de decirle a Dahlia que el del diario
eras tú mientras mi polla está enterrada hasta las pelotas en su culo.
Mis labios se curvan en un gruñido cuando Chase saca el martillo de la pistola.
Luego aprieta el gatillo.
Me sobresalto, pero el hecho de que el arma no emita ningún sonido y de que
no me esté desangrando por un nuevo agujero en el pecho me indica que ha fallado
el disparo.
Ni siquiera le doy a Chase un milisegundo para pensar en ello antes de cargar
contra él. Me abalanzo sobre él, ignorando el dolor que me recorre la mano y el brazo
mientras caemos al suelo. Agarro la pistola, pero él no la suelta; los dos nos
retorcemos, nos damos rodillazos y nos gruñimos mientras forcejeamos con la pistola
en una maraña frenética.
Y de repente, vuelve a apretar el gatillo.
... Esta vez, no hay fallo de encendido.
Sinceramente, no sé de quién es el dedo que lo activa. Pero de repente,
sentado a horcajadas sobre el pecho de Chase, me doy cuenta de que ya no lucha
contra mí.
El cañón de la pistola está atascado contra un enorme agujero en su garganta,
medio cubierto por su sudadera con capucha. La sangre se acumula bajo su cabeza
por el orificio de salida. Y es mucha sangre...
Es entonces cuando me doy cuenta, con los ojos desorbitados y la cara pálida
y sin rubor mientras la sangre se le escurre, de que Chase está muerto.
También me doy cuenta de que la mitad de la habitación está ardiendo.
Me pongo en pie, con la respiración acelerada y agitada. Mi sangre retumba
268 mientras limpio hábilmente el arma, borrando cualquier huella dactilar antes de
arrojarla al fuego. Aprieto la mano contra el pecho y me dirijo a la puerta.
No sé quién de los dos se sorprende más cuando la abro de un tirón y me
encuentro cara a cara con Dahlia.
Quiero beberme lo guapa que está. Lo perfecta que está con el vestido que ha
elegido para el baile. Pero todo está mal. Todo está manchado ahora.
No es sólo que Chase usara las palabras de mi diario para hacerle creer que él
era el autor. Que era él con quien ella había estado hablando en esas páginas todo el
tiempo.
Es que ella lo creía. Es que quería que fuera Chase. Incluso lo dijo, en su
respuesta en el libro. Es por eso que está toda vestida esta noche. Por eso está aquí,
para encontrarse con él en el baile.
Por eso ya lo ha follado a él y a su puto amigo, y le ha dejado grabarlo en video.
Porque ella no quiere a la bestia. Ella quiere al maldito príncipe encantador.
Es una sensación extraña, mirar a alguien a quien creías querer y de repente
odiarla tanto, aunque sepas que no eres realmente capaz de eso. Lo deseo tanto.
Quiero odiarla. Pero sé que podría haber mil hombres antes que yo, y aun así no la
odiaría. Simplemente los mataría a todos.
Pero en este momento, ella tiene que irse. Ya no puede estar cerca de mí.
Nunca más.
—Huye de este lugar, ahora. Y si alguna vez hablas de esto, destruiré todo lo
que amas.
El ulular de las sirenas llena la noche mientras salgo tambaleándome, viendo
cómo Dahlia huye de mí aterrorizada, hacia la oscuridad de la Noche de Halloween.
El fuego ruge detrás de mí en el piso superior de la mansión Para Bellum, y los
estudiantes salen corriendo, algunos gritando y huyendo, otros filmándolo.
Pero me limito a observarla mientras desaparece de mi vista.

Presente:
Está temblando y llorando cuando termino de contarle los sucesos de aquella
noche. Me empuja a un lado y sale tambaleándose del armario y entra en mi
dormitorio. Le tiemblan los hombros y respira entrecortadamente mientras camina
frenéticamente por la habitación con cara de aturdida.
—Tú... tú realmente... —Se vuelve para mirarme con puro veneno en los ojos—
. ¿Honestamente pensaste que era yo en ese video?
Se me cae el estómago. Parpadeo.
—¿Qué?
269 —No era yo, Deimos —me lanza, con el rostro demacrado y la voz tensa—. ¡No
he podido ser yo!
Mis labios se curvan en un gruñido.
—¿Qué demonios quieres decir...?
—¡Sorpresa, colega! —grita—. ¡Antes era virgen!
Todavía me late el pulso mientras me acerco a ella.
—¿Antes de qué? —gruño.
—¡Antes que TÚ!
La habitación se queda en silencio. Mi cuerpo se congela, y todo el odio y la
rabia caen y se hacen añicos a mis pies.
—¿Qué?
—Nunca hubo... —Se seca los ojos con el dorso de la mano y mira hacia otro
lado con tristeza. Le tiemblan los hombros y me mira con ojos llorosos y expresión
trágica—. Siempre quise que fueras tú —susurra—. Cuando encontré el libro, lo leí y
empezamos a hablar... —Su garganta se estremece. Sus ojos brillan en la oscuridad—
. En el fondo, siempre quise que fueras tú.
Voy hacia ella antes de que pueda detenerme. Antes de que pueda analizarlo
o dejar que los errores del pasado me corten por la mitad.
—Siempre lo fui —gruño.
Gime cuando me abalanzo sobre ella y mis labios la magullan mientras la
estrecho entre mis brazos. Nos tambaleamos hacia atrás, arrancándonos la ropa y
agarrándonos como si fuéramos el salvavidas que nos mantiene atados al mundo.
Caemos sobre la cama, ella a horcajadas sobre mis caderas, sus pezones
arrastrándose contra mi pecho mientras la cabeza hinchada de mi polla palpita justo
contra la suave resbaladiza de su abertura.
—Siempre fui yo —gruño—. Y te he amado desde el momento en que robaste
mi atención.
La agarro por las caderas y tiro de ella hacia mí. Grita, echa la cabeza hacia
atrás y mueve las caderas mientras toma hasta el último centímetro de mi polla como
una buena chica.
Y entonces empezamos a movernos.
Normalmente, lo que Dahlia y yo hacemos juntos en la cama es follar. Es
violento y oscuro, vicioso e inmisericorde. Es tanto una liberación de nuestros
demonios, como un vendaje para las cicatrices que dejaron.
Pero esta vez es diferente. Esta vez, cuando nos movemos juntos, siento algo
que nunca había sentido antes.
El amor.
270 Sí, seguimos arañándonos como dos fieras, y mis dientes siguen encontrando
las partes más tiernas de su carne para morderlas. Pero cuando nos miramos a los
ojos, nos quedamos así, mirándonos el alma mientras ella cabalga lentamente y me
chupa la polla hasta que la realidad se desdibuja.
—Te amo —dice entrecortadamente mientras su cara se agrieta y todo su
cuerpo se estremece y se retuerce a mi alrededor. Cuando se corre, yo también la
sigo, gimiendo mientras atrapo su boca con la mía y me trago sus gemidos. Mi polla
palpita, mi esperma caliente se derrama dentro de ella mientras sus uñas raspan mi
espalda y sus piernas me rodean por la cintura.
Luego, lo volvemos a hacer.
271
32
Deimos
—¿A clase?
Se gira y se ruboriza al ver cómo la miro como un lobo mientras se viste. Yo
sigo en la cama, y gimo al sentir cómo mi polla se agranda bajo las sábanas mientras
mis ojos se deleitan con su culo en esas bragas de encaje.
—Desafortunadamente, sí. —Suspira—. Tengo una reunión de asesores en
media hora, si no... —Se muerde el labio mientras su mirada se posa en la tienda entre
las sábanas—. Quiero decir, podría llegar tarde...
—No, no podrías. Ve a tu reunión, es importante.
Ella sonríe.
—¿Estás diciendo que no a que me meta entre tus piernas y te chupe la polla?
Aprieto los dientes.
—Aunque suene raro y poco característico de mí, sí. Porque la escuela es
importante, y no permitiré que mi polla o yo te la jodamos.
Ella suspira, asintiendo.
—Bien, bien. —Se pone el resto de la ropa—. ¿Y después de mis cosas de la
escuela?
—Oh, no te preocupes. Cuando acabes, te enrollaré esa coleta tan mona en un
puño y te follaré por el lateral del sofá hasta que mi semen gotee por tus muslos.
Su cara estalla de color rosa. Sonrío mientras me deslizo, desnudo y muy duro,
fuera de la cama.
—Disfruta de la escuela.
Ella gime.
—¿Cuándo te convertiste en un provocador?
Me río entre dientes mientras me pongo la ropa.
—Oh, mierda —suelta—. Le dije a Victoria que estudiaría con ella en su casa
después de clase.
Sólo he visto a esta nueva amiga suya una vez, cuando estaba muy borracha,
272 así que fue difícil hacerme una idea real de ella. Pero a Dahlia parece gustarle, y
también parece haberse convertido en una especie de mentora para la estudiante.
—Entonces tu follada tendrá que esperar hasta después de eso, señorita
Ocupada.
Se ríe.
—¿Lo prometes?
—¿Qué te parece?
Sonríe, recoge su bolso y se pone de puntillas para besarme.
—Que tengas un buen día. Te amo... —Se tensa, mordiéndose el labio—. Lo
siento, no quería...
—Yo también te amo.
Joder, me encanta cómo se sonroja.

Busco patrones. Los patrones me ayudan a reducir los pensamientos.


Encontrarlos me ayuda a centrarme y a ver la verdad en las cosas.
Eran tres, tres reyes del club Para Bellum aquel año. Maté a Brad y a Chase la
noche del baile de Halloween, la noche en que Dahlia dejó la escuela y nunca volvió,
bajo mis terribles amenazas.
Pero uno de esos reyes permanece: El tercero al mando de Chase, Spencer.
Siempre fue el menos mierda de los tres. Y estos días se ha esforzado por
demostrar lo buen hombre que es. Soy consciente de que actuar bien no lo convierte
en bueno de verdad, porque los hombres malos a menudo disfrazan su maldad con
todo lo que tienen: una mujer guapa, hijos, la organización benéfica que dirige, bla,
bla, bla, joder.
Pero cuando los malos lo cubren de bondad, suele ser dolorosamente obvio.
Es demasiado perfecto y simétrico, como baldosas que cubren las marcas e
imperfecciones del suelo de madera desnuda que hay debajo.
Sin embargo, con él no hay patrón. Su vida es simplemente eso: una vida, no
una tapadera.
De todos modos, es hora de que tenga una pequeña charla con Spencer
Campbell.
Por suerte, no está lejos. Ahora vive en Nueva York.
... donde está a punto de anunciar su candidatura a alcalde.
273 —¿Señor? Señor. —La nerviosa secretaria me persigue por el pasillo de
Campbell y Dunn. El bufete lleva el nombre de Spencer porque su tío es uno de los
socios fundadores; él mismo es ahora socio principal.
Socio de un bufete de abogados, candidato a alcalde, tiene una pequeña
fundación benéfica y una familia feliz y hermosa. Sí, a Spencer le ha ido bien.
También significa que tiene mucho que perder.
—¡Señor! —La secretaria sigue gruñendo—. Señor, ¿tiene una cita?
—No.
Irrumpo en su despacho. Spencer se sobresalta y levanta la vista de su mesa,
confuso, antes de quedarse inmóvil.
—Señor Campbell, señor, lo siento, no paraba...
—Está bien, Christine —dice Spencer en voz baja, sin apartar los ojos de los
míos—. Retén mis llamadas, por favor.
—Por supuesto, señor.
Cuando se cierra la puerta, le sonrío con frialdad.
—Hola, Spencer.
Se le hace un nudo en la garganta mientras se sienta en su silla.
—Sí... ahh... oí que habías vuelto a la ciudad, Deimos.
—Apuesto a que sí.
Está asustado. Pero no es patético ni abyecto. Es un miedo natural, de esperar,
y tampoco se acobarda.
—Nunca he dicho una palabra de nada de esto a nadie, Deimos —gruñe en voz
baja.
Arqueo una ceja.
—Tengo mucha curiosidad por saber por qué saltaste directamente a eso.
Resopla, negando con la cabeza.
—Dudo que estés aquí para decirme que vas a hacer una contribución a la
campaña.
Spencer y yo nos encontramos una semana después de la noche del baile de
Halloween, en el homenaje patrocinado por la escuela a los pobres Brad Hathaway y
Chase Cavendish, que habían muerto en un trágico incendio en el que se presumía
que el alcohol había tenido algo que ver.
Supe que lo sabía, o al menos tenía una idea, en cuanto me miró.
Normalmente no confío en la gente. Pero también soy quirúrgicamente
274 perspicaz en mi habilidad para leerlos. Y con Spencer, no leí maldad o puñaladas por
la espalda. A decir verdad, lo vi como un chico decente que simplemente tuvo la mala
suerte de mezclarse con algunos amigos de mierda en la escuela.
Así que decidí creerle cuando aquel día me juró que no se lo diría a nadie.
Decidí pensar que, en última instancia, Spencer quería ser bueno y vivir una buena
vida. Decidí confiar en que era lo bastante listo como para darse cuenta de que si
mencionaba siquiera un indicio de su sospecha de que yo estaba implicado en los
sucesos de aquella noche, esa buena vida llegaría rápidamente a su fin.
Al parecer, leí bien.
Pero sigo aquí por una razón. Y esa razón es tirar de cualquier hilo que pueda
para llegar finalmente al fondo de quién vino por Dahlia y su madre.
Nasser El-Sayed y toda su gente han desaparecido, gracias a Adrian. Adele no
tiene otros enemigos evidentes, y Dahlia tampoco.
Por eso estoy investigando esa noche en Knightsblood.
Spencer Campbell era lo bastante listo como para sumar dos más dos. También
sabía que Chase y yo éramos enemigos, y probablemente conocía ese puto video
sexual de una chica que ahora sé definitivamente que no era Dahlia, pero que Chase
quería que yo pensara que era ella. Lo que significa que probablemente podría
deducir que el hecho de que Chase me enseñara ese video podría haber provocado
el “incendio accidental” que mató a Chase y a Brad.
No creo que Spencer sea tan tonto como para poner en peligro a su familia y su
carrera contando su teoría. Pero tengo curiosidad por saber quién más aparte de él
puede haber conectado los puntos en esa noche.
—Quiero hablar de ese Halloween en Knightsblood, Spencer.
Palidece un poco, pero afianza la mandíbula. Exhala lentamente mientras se
levanta y camina hacia unas estanterías situadas al otro lado del despacho.
—¿Una bebida?
—No, gracias.
—Sí, yo tampoco —murmura, girándose para apoyarse en la pared con los
brazos cruzados sobre el pecho. Me mira con cautela.
—¿Y bien?
—¿Quién era la chica?
Hace un gesto de dolor, mirando hacia abajo y alejándose de mí.
—Ese puto video, y esa puta apuesta... —Niega con la cabeza—. Éramos niños,
Deimos. Unos putos críos idiotas. Y ya no soy ese chico. De verdad que no. Conocí a
mi esposa, Sam, y encontré mi verdad.
Sinceramente, no es que esté tapando nada. Me doy cuenta. Es que realmente
275 es un buen hombre.
—Espero que te elijan, Spencer.
Se burla.
—¿Por qué, para que puedas plantarme algo y usarlo para chantajearme para
ayudar a tu familia?
Me río entre dientes.
—No. Porque a veces es bueno que ganen los buenos.
Sonríe irónicamente.
—A veces los buenos no tienen que ganar. Es sólo que los malos tienen que
perder. —Frunce el ceño—. En retrospectiva, Chase y Brad nunca fueron mis amigos.
Quiero que lo sepas. Y definitivamente no eran buenos chicos.
—No hay desacuerdo de mi parte en eso. Pero volviendo a mi pregunta...
—Estás con ella ahora, ¿no? —Me mira—. Dahlia Roy, quiero decir.
Se me eriza la piel.
—Tranquilo, Deimos —murmura—. Pero por tu reacción, supongo que tengo
razón. —Se encoge de hombros—. Hazme caso, puedo verlo en tus ojos. Es la misma
mirada que yo tendría si estuviera persiguiendo a los monstruos de Sam.
Exhala.
—La chica del video es Allison Whitley.
Mis cejas se fruncen.
—¿Quién?
—No fue a Knightsblood, antes de que preguntes. —Su cara se agrió un poco—
. Fue hermanastra de Chase durante un tiempo, cuando su madre y su padre
estuvieron casados brevemente.
Qué.
Mi mente repite el video de Chase follándose a esa chica de piel bronceada y
cabello negro oscuro por detrás, mientras Brad le llenaba la boca.
... ¿y ahora Spencer me dice que era su hermanastra?
Joder.
Spencer hace una mueca.
—Lo sé. No hace falta decir que tenían una relación extraña. Creo que para él
era algo casual. Pero esa chica estaba enamorada de él, con ojos de perrito
enamorado. Habría hecho cualquier cosa por él.
Ella habría hecho cualquier cosa por él.
Como follárselo a él y a su colega delante de la cámara sólo para joderme.
276 ... ¿Quizás también como buscar vengar su muerte yendo por la chica a la que
suplantó en ese video? ¿La chica con la que el chico al que amaba estaba en una
apuesta de grupo para ver quién se acostaba antes con ella?
—También estaba bastante loca —murmura Spencer—. Seguro que entraba y
salía de hospitales psiquiátricos cuando íbamos al colegio, y no creo que le haya ido
muy bien desde entonces. Su madre y el padre de Chase se separaron, y he oído que
su madre no consiguió nada en el divorcio. Ella...
—¿Dónde vive ahora? —siseo en voz baja.
Frunce el ceño.
—En realidad, aquí mismo, en Nueva York.
Mierda.
Saco el móvil y empiezo a buscar su nombre en Google.
—No está en las redes sociales ni nada. Creo que su madre le hizo borrar todas
sus cuentas después de su último episodio maníaco. Espera, probablemente tengo
una vieja foto de ella.
Spencer hojea su teléfono durante un minuto antes de asentir.
—Sí, allá vamos.
Me entrega el teléfono. Frunzo el ceño y se lo quito de las manos.
Joder.
Mierda.
Mis ojos se amplían al mirar la cara de la chica en la pantalla: Allison, la
hermanastra de Chase Cavandish, que estaba locamente enamorada de él.
Que está peligrosamente mal mentalmente.
Y que ahora tiene otro nombre.
—¿Deimos?
Spencer apenas agarra el teléfono y yo salgo corriendo por la puerta. Cuando
intento llamar a Dahlia, sólo suena una vez y salta el buzón de voz. Vuelvo a llamar,
pero ocurre lo mismo.
Entonces empiezo a correr.
277
33
Dahlia
—Eres un regalo de Dios.
Me río mientras tomo un sorbo del café recién hecho que Victoria acaba de
preparar. Su apartamento es bastante pequeño, pero muy acogedor, sobre todo
donde estamos acampadas en la sala de estar. Por pequeño que sea, recibe mucha
luz natural, y resulta que Victoria es una gran jardinera. El salón está lleno de plantas
-algunas en macetas, otras en cestos colgantes- que dan a la habitación un ambiente
muy relajante.
—Bueno, he tardado una eternidad en hacértelos llegar —me quejo, señalando
con la cabeza los apuntes de clase que tiene delante—. Lo menos que podía hacer era
ayudarte a descifrar mi horrible letra y mis extraños patrones cerebrales.
—No, eres totalmente normal. —Sonríe, dándose golpecitos en la sien—.
Créeme, yo soy la loca.
Pongo los ojos en blanco mientras ella vuelve a mirar las notas.
—¿Cómo va tu programa de licenciatura?
Hace una mueca.
—Es un reto. Quiero decir que es bueno, y realmente me gusta. Pero... no sé.
Está bien, sólo que no estoy segura de que las relaciones internacionales sean
realmente lo mío.
Frunzo el ceño.
—¿Quieres decir ciencias políticas?
—Bueno, eso también. —Levanta la vista y sonríe—. ¿No te lo había dicho? Me
cambié a una doble licenciatura.
—Joder, chica —silbo, negando con la cabeza—. Eso es muy intenso.
—Dímelo a mí. —Me sonríe—. Pero en otras noticias, mucho más interesantes...
uh, tu vaporoso asunto de oficina el jefe de prácticas es una nena total.
Me sonrojo profundamente. No es la primera vez que menciona a Deimos
desde que lo conoció cuando fue a cenar con Callie y Castle la otra noche.
—No es raro, ¿verdad?
—¿Que claramente ya estás viviendo con él? —Se ríe—. Quiero decir... tal vez.
278 ¿Pero a quién le importa? Lo raro es divertido. Y por la forma perpetua en que sonríes
estos días, supongo que te estás divirtiendo mucho.
Sonrío, con la cara sonrojada.
—Por no hablar de las constantes piernas arqueadas.
Gimo mientras ella se desploma en un ataque de risa.
—¡Jesús, Victoria!
Mientras ella sigue riéndose, yo agarro el móvil para enviarle un mensaje a
Deimos. Porque, al parecer, ahora hago eso. Sí, soy esa chica.
Dispárame.
Pero justo cuando estoy escribiendo “pensando en ti” mi teléfono se apaga.
Maldita sea.
—Oye, ¿tienes un cargador que me puedas prestar?
—Sí, seguro. En la cocina.
Victoria empieza a levantarse, pero yo me pongo en pie de un salto.
—No, yo agarraré...
Mi muslo golpea la mesa y mi café se derrama por todo mi top.
—¡Mierda!
Siseo al sentir el escozor del líquido hirviendo. Victoria se levanta corriendo a
la cocina y vuelve un segundo después con un fajo de toallitas de papel.
—Joder, ¿estás bien?
—Sí.—Hago una mueca—. Me asusté más que nada. —Miro mi camiseta—.
Mierda.
Victoria se encoge de hombros.
—Puedes agarrar lo que quieras de mi habitación, si quieres cambiarte.
Estamos tan cerca en tamaño, que encajará perfectamente.
—Dios mío, ¿en serio?
—¡Sí, por supuesto! Segundo cajón de arriba de mi cómoda.
—Eres la mejor.
En su habitación, me quito la camiseta húmeda y manchada de café y la cuelgo
del pomo de la puerta. Luego abro su cajón y rebusco entre un montón de camisetas.
Sonrío con curiosidad cuando algo me llama la atención. Aparto la pila de camisetas
y sonrío cuando saco la que he visto asomar por detrás.
Es una camiseta de la Universidad Knightsblood, blanca, con el logotipo en
279 negro en el pecho. Me pongo la camiseta extragrande y sonrío mientras entro en la
cocina, donde Victoria está junto al fregadero.
—¡Tachán! Mierda. —Me río—. ¡¿Has ido aquí?! Cómo no hemos discutido...
Me mira con expresión horrorizada.
—¿Victoria?
—Quítate eso.
Su voz es un susurro rígido y letal, su rostro blanco y su mandíbula apretada.
Frunzo el ceño, apretando los dientes.
—Lo siento, yo no...
—¡HE DICHO QUE TE LA QUITES!
Sí, algo no está bien aquí.
—Bien, bien, lo siento —digo en voz baja, intentando calmarla.
—¡AHORA!
—¡De acuerdo!
Me estremezco, una sensación de nerviosismo me recorre la espalda mientras
me agacho y me quito la camiseta. Cuando se la arrojo, todo el súbito veneno que
había en ella desaparece de inmediato. Sus hombros se relajan y su mandíbula se
desencaja visiblemente.
—Yo... lo siento —murmura.
Asiento, cruzando torpemente los brazos sobre el sujetador.
—Está... bien, Victoria. Te pido disculpas. No quería molestarte.
Ella asiente en silencio, mirando la camiseta entre sus manos. Sus pulgares la
recorren casi con cariño.
—Te fuiste...
—Mi hermanastro lo hizo. —Se queda mirando la camiseta—. Esta era suya.
Era.
Ahora me siento como una idiota, desfilando por aquí con una camiseta que
perteneció a un familiar claramente fallecido.
—Siento mucho tu pérdida, Victoria —le digo con dulzura—. ¿En qué año
estaba?
Lentamente, levanta los ojos hacia los míos. Algo parpadea detrás de ellos.
—El mismo año que tu novio.
Me congelo.
Knightsblood no salió ni una vez en la cena de la otra noche. Y no creo haberle
280 mencionado nunca que Deimos fue allí a la escuela, teniendo en cuenta que ella y yo
nunca hemos hablado de que yo fuera allí.
—¿Perdón?
Su boca se tuerce.
—Estaba allí al mismo tiempo que Deimos. Al mismo tiempo que tú, también...
Su voz ha cambiado. Es notablemente más fría. Más distante. Afilada.
La sensación del acero afilado arrastrándose sobre mi piel me recorre la espina
dorsal.
—Quién... —Trago saliva—. Victoria, ¿quién era tu hermanastro?
—Oh, lo conocías. —Su rostro se ensombrece mientras sus labios se afinan—.
Chase Cavendish.
Me tiembla el pulso. Entonces sus ojos se dirigen al estante de cuchillos de la
encimera, y el corazón empieza a martillearme en el pecho.
—Y tú y tu maldito novio hicieron que lo mataran.
En cuanto se lanza por los cuchillos, salgo corriendo por la puerta de la cocina.
Grito cuando la oigo cargar tras de mí y caigo en el salón con ella pisándome los
talones. Grito cuando siento el filo de una cuchilla contra mi brazo, haciéndome caer
al pasillo junto a la puerta principal.
Que inmediatamente se abre de golpe cuando una forma oscura sale disparada
a través de él. La forma se abalanza sobre Victoria, arrancándole la hoja de la mano,
retorciéndosela, y luego inmovilizándola con fuerza contra el suelo, presionando la
punta de su propio cuchillo contra su garganta.
—Quédate abajo de una puta vez —gruñe Deimos.
281
34
Deimos
—Victoria. —O Allison, palidece cuando el filo de la hoja presiona su garganta.
No se resiste en absoluto. De hecho, cualquier lucha que hubiera antes en ella se
desvanece tan rápido como las lágrimas que corren por su rostro.
—¡Lo siento mucho! —solloza.
Parte de lo que soy es mi capacidad para ver a través de las máscaras que lleva
la gente, como si no existieran. Por eso hace seis años me di cuenta de que Spencer
no iba a decir nada y ahora sé que es un hombre bueno de verdad.
También es como puedo decir que esto no es una actuación de Allison ahora
que no tiene la sartén por el mango.
Acaba de terminar.
Pero yo no.
—¿Lo sientes? —gruño—. ¡¿Por intentar matarla?!
—¡Por favor! —suplica, llorando a lágrima viva mientras mira a Dahlia—. ¡Lo
siento mucho, joder! Yo... yo no sé qué era eso del cuchillo. No pensaba hacerle daño.
—Pero lo hiciste —siseo, con fría malicia en el tono, mientras me giro para mirar
el pequeño corte en el brazo de Dahlia.
Es apenas un rasguño. Pero a la mierda con eso. Esta loca podría haberle
arrancado un pelo a Dahlia y yo actuaría igual.
—¡No era mi intención! Yo sólo... —Se estremece, aspirando aire a través de
sus respiraciones entrecortadas—. Tengo estos impulsos a veces, y son casi
imposibles de controlar... —Aprieta los ojos—. ¡Soy bipolar! Y esa es la verdad.
Puedes mirar en el botiquín del baño si no me crees.
Miro a Dahlia.
—Ve a mirar.
Ella asiente, todavía abrazándose a sí misma y temblando, mientras
desaparece de la habitación. Un minuto después, vuelve a entrar con un frasco de
medicamentos.
—Depakote —dice en voz baja.
Además de utilizarse para tratar la epilepsia, es un estabilizador del estado de
282 ánimo que se suele recetar para el trastorno bipolar.
Mi mirada vuelve a clavarse en Allison. Se encoge bajo mi feroz mirada, aún
llorando.
—Por favor, no me mates...
Debería haberlo hecho. Otra versión de mí, de no hace tanto, lo habría hecho.
Ahora no.
—No voy a matarte —siseo en voz baja—. Porque entiendo las vidas
privilegiadas y a la vez rotas mejor de lo que tú nunca sabrás, créeme. Pero te vas de
Nueva York, para siempre.
—Pero tengo escuela...
—Mentir sería una idea muy desacertada en este momento, Allison.
Se calla.
Ella no va a Columbia. Ni a ninguna universidad. Hice que un policía que
conozco y que me debe un favor la investigara cuando venía para acá. Es sólo una
mocosa con una mochila llena de problemas psiquiátricos y una obsesión enfermiza
con un tipo muerto que nunca sintió lo mismo por ella que ella por él.
—Y sé que aún tienes esa chispa de venganza ardiendo en tu corazón —digo
fríamente.
Ella niega con la cabeza.
—No, yo...
—Para. De. Mentir.
Se estremece. Luego veo que sus ojos arden de odio al clavarse en Dahlia.
—Ella lo mató —suelta—. Ella lo mató...
—No, no lo hizo. —Tiro el cuchillo y la agarro por el cuello de la camiseta,
levantándola para que me mire a los ojos—. Yo lo hice.
El horror, el dolor y la angustia estallan simultáneamente en su rostro, como un
caleidoscopio embrujado.
—Ódiame —gruño—. De nada, y tienes derecho a ello. —Me acerco,
gruñéndole a la cara—. Pégame.
Allison se estremece.
—¿Q-qué?
—Golpéame. Expulsa tu odio hacia mí, que te arrebató a alguien que amabas.
Te doy permiso y no te devolveré el daño. —Mis ojos se convierten en rendijas—.
Pero sólo tienes una.
Se tensa. Sus labios forman una mueca salvaje. Y de repente, arremete contra
283 mí y me da un puñetazo en la cara. Grita y arremete de nuevo, pero la agarro por las
muñecas y la detengo en seco.
—Eso fue todo, Allison —gruño—. Esa es la única que tienes. Y ahora, tú y yo
hemos terminado. Tu hermanastro era un completo pedazo de mierda. Te utilizó a ti y
a lo mucho que lo querías para convencerte de hacer ese video, ¿verdad?.
Su cara se enrojece de vergüenza mientras mira hacia otro lado.
—Él... nunca lo dijo en serio —dice en voz baja—. Siempre que hacía cosas
malas...
Y de repente, lo veo.
Joder.
Siempre hubo rumores sobre Chase en el campus. Sí, como mariscal de campo
estrella y rey de Para Bellum, no es que le gustara la compañía femenina. Pero los
monstruos que abusan y lastiman no lo hacen por sexo. No se trata de echar un polvo.
Se trata de poder.
Y si mirabas entre las grietas del dorado barniz de Chase Cavendish, eso era
lo que veías: un pedazo de mierda de corazón negro que quería poder sobre los
demás. Por eso, por mucho que él y sus aduladores intentaran acallarlos, los rumores
sobre una chica u otra que se despertaba en la cama de Chase sin ropa y sin recordar
cómo había llegado hasta allí seguían apareciendo.
Y ahora, estoy mirando a Allison, y estoy viendo algo que no vi en ella antes.
Veo a un superviviente.
Como Dahlia. Como yo.
Lo veo en sus ojos: las emociones encontradas de una superviviente que no
sabe cómo odiar a un victimario al que se suponía que debía admirar y amar.
—Te lo hacía a veces, ¿no? —digo en voz baja.
La cara de Allison se encoge y sus ojos se clavan en los míos. Luego vuelve a
apartar rápidamente la mirada.
Sí, eso es un sí.
—Cuando sabes que deberías odiar a la persona que te ha hecho daño, pero
esa persona es alguien a quien se supone que debes amar, es... confuso —gruño en
voz baja.
Allison parpadea y se le saltan las lágrimas. Alargo una mano hacia atrás y
agarro la de Dahlia, apretándola brevemente antes de buscar mi chequera en la
chaqueta. Relleno uno con destreza, lo arranco y lo pongo en la mano de Allison.
—Creo que esto es tuyo.
Mira hacia abajo y casi se atraganta cuando sus ojos se posan en la cifra de un
284 millón de dólares.
Es la cantidad a la que ascendió el “bote” de aquel jodido concurso de Chase
en el colegio. Considerando todo, no es dinero que necesite para comer la semana
que viene. Y esta chica, por mucha rabia que aún tenga por la forma en que mintió a
Dahlia y luego intentó hacerle daño, ha pasado por mucho a manos de quienes la
manipularon.
—Yo no...
—Tómalo. Cóbralo. Pasará, lo prometo.
Mis ojos se clavan en los suyos.
—Ahora tienes dinero y oportunidades. Tu vida puede ser lo que quieras que
sea. Si eliges que no sea más que una venganza por un tipo que fue un violador de
mierda, por supuesto, ven por mí otra vez. Pero no te irás. ¿Y si vienes por ella? — Mi
barbilla asiente a Dahlia, mis ojos se oscurecen—. Si tengo siquiera un sueño de que
vas por ella, me pondré tu puta piel.
Allison se queda blanca, pero asiente rápidamente.
—Lo entiendo —dice en voz baja.
—Bien. Haz lo que quieras de tu vida. Pero esta parte ha terminado. ¿Nos
entendemos?
Vuelve a asentir y se vuelve hacia Dahlia con auténtica tristeza en el rostro.
—Yo…
—No la mires.
Empieza a llorar mientras baja la mirada.
—Sólo quería decirte que lo siento. No intentaba engañarte ni hacerte caer en
una trampa ni nada de eso. Yo sólo... Quería que fuera tú cuando me filmó... —se
atraganta—. Y por eso sólo quería saber quién eras. Y... y ser tú, tal vez. Sólo un
poco...
Dahlia me empuja y abraza a Allison. Frunzo el ceño y voy a tirar de ella, pero
niega con la cabeza y me aparta la mano.
Así que lo permito durante un minuto más antes de que Dahlia finalmente me
permita sacarla del abrazo. Me giro para mirar a Allison.
—Dejarás Nueva York esta noche.
Ella asiente rápidamente.
—Lo entiendo.
Envuelvo a Dahlia con mi chaqueta y la conduzco a la puerta.
—¡Espera!
Allison está de pie, mordiéndose el labio mientras se hurga las cutículas con
285 los dedos. Parece asustada.
—Yo...
Parece aterrorizada, en realidad.
—Se supone que no debo decir nada —dice en voz baja—. Me hizo jurar por la
memoria de Chase...
Aprieto la mandíbula mientras Dahlia y yo nos volvemos y caminamos despacio
hacia el salón.
—¿Decir algo sobre qué, Allison? —murmuro sombríamente—. ¿Y quién te hizo
jurar?
Ella traga saliva, su cara blanca mientras sus ojos se arrastran hacia Dahlia.
—Tu padrastro. Es...
Veo la sombra en la ventana detrás de ella y reacciono por instinto.
—¡ABAJO!
Golpeo a Dahlia contra el suelo, justo cuando el cristal se rompe y las balas
empiezan a volar.
Se acabó tan rápido como empezó. Tiro de la cara de Dahlia hacia la mía.
—¡¿Estás...?!
—¡Estoy bien! —suelta mientras me pongo en pie de un salto y saco la pistola
para asaltar la ventana.
Sin embargo, quienquiera que estuviera en la escalera de incendios ya se ha
ido.
—¡Deimos!
Me giro y mi cara se tensa.
Mierda.
Dahlia y yo no fuimos golpeados.
Pero Allison Whitley está ahora tendida en el suelo, inmóvil, con la sangre
acumulándose rápidamente bajo ella.
Joder.
286
35
Deimos
A veces, sus labios se mueven mientras duerme.
Cuando lo noté por primera vez, me preocupaba que fueran pesadillas o que
reviviera algún trauma del pasado. Pero con el tiempo, me he dado cuenta de que
casi siempre sonríe cuando lo hace.
No creo que eso signifique pesadillas.
Sonrío cuando lo hace ahora, cuando la luz de la mañana se filtra por su cara a
través de las cortinas. Me siento en el borde de la cama y le acomodo un mechón de
cabello oscuro detrás de la oreja mientras el corazón se me hincha en el pecho.
Podría haberla perdido.
Casi la pierdo.
Y es ese baile en el horrible filo del, y si... lo que me hace mirarla ahora de una
forma aún más profunda que antes.
He amado a Dahlia Roy desde el primer momento en que me llamó la atención.
Lo he sabido desde hace tiempo, aunque lo mantuviera enterrado en lo más profundo.
La amaba cuando no sabía quién era yo, el escritor del libro con el que estaba
conversando.
La quería cuando la odiaba.
Ahora creo que me estoy dando cuenta de que hay algo más que amor. Hay un
nivel superior, más allá del enamoramiento, más allá incluso de esa sensación que
tiene tu corazón cuando encuentra su segunda mitad.
Obsesión.
Estoy obsesionado con Dahlia. Siempre lo he estado, y estoy bastante seguro
de que siempre lo estaré. No obsesionado en el sentido de acosarla o mirar en su
dormitorio desde un árbol.
Estoy obsesionado con cada detalle de ella. Cada sonrisa secreta. Cada mirada.
Cada forma en que su cerebro late y piensa.
Cada momento fugaz que tengo con ella.
Sus ojos se abren y sus labios esbozan una sonrisa soñolienta mientras me mira.
—Hola... —susurra en voz baja de una forma que me desarma por completo.
No hay más muros que derribar. Ya no.
287 Ha destruido todos los míos.
Todas mis defensas. Toda mi armadura.
Ahora soy todo suyo, para que haga lo que quiera.
—Ya estás vestido —murmura, frunciendo el ceño.
—Sí, tengo trabajo que hacer. Estate aquí cuando vuelva.
Ella sonríe más.
—Eso no suena como una pregunta.
—No lo es.
Me mira y levanta la cabeza justo cuando yo bajo la mía. Nuestros labios se
chamuscan en un beso y el rugido de mi cabeza vuelve a silenciarse.
Sinceramente, podría acostumbrarme a esto.
—No desaparezcas ni nada.
Se muerde el labio y me sonríe pícaramente.
—Intentaré no hacerlo.
Salgo a la calle y respiro lentamente el aire fresco de la mañana. Estoy a punto
de entrar en el coche que me espera cuando suena mi teléfono. Es Christian, que ha
estado en el hospital donde llevaron a Allison después de que las balas que
atravesaron su ventana casi la mataran.
—Señor Drakos.
—Háblame.
—Ha salido del quirófano, señor. Los médicos creen que va a salir adelante. Y
podría estar despierta en las próximas horas.
—Bien.
No es “bien” porque me importa una mierda si la mujer que mintió a Dahlia
para acercarse a ella, y luego casi intenta matarla, vive o muere.
En realidad, permítanme reformular: ella puede morir, y yo estaré
perfectamente bien con eso.
Pero no podrá hacerlo hasta que haya hablado con ella y averiguado qué iba a
decir exactamente antes de que alguien intentara matarla. No creo que Allison
Whitley sea la única amenaza aquí. Y tengo mucha curiosidad por lo que estaba a
punto de decirle a Dahlia sobre su padrastro.
—Mantenme informado de todo.
—Lo haré, señor.
Me meto en la parte de atrás de mi coche.
Es hora de perseguir al último de los demonios de Dahlia.
288 Y destruirlos de una vez por todas.
289
36
Dahlia
De niña me encantaban los rompecabezas. Crucigramas, rompecabezas, sopas
de letras... Nunca me cansaba de ellos. A mi tía Celeste, en particular, le encantaba
verme hacerlos y reírse a carcajadas cuando los resolvía en un santiamén.
Mis favoritos siempre fueron los misterios que venían en esos pequeños libros
de bolsillo que vendían en las cajas de los supermercados. La mayoría de ellos eran
“crímenes” increíblemente inocentes, como el misterio de quién había robado la
tarta de manzana de la señora Twiddledee de la ventana donde se estaba enfriando,
o dónde había extraviado su costurero Sally Squirrel, que era, obviamente, una ardilla
parlante que vestía extraños vestidos y enaguas de la época victoriana.
Leías por encima las breves historias ilustradas y buscabas pistas tanto en el
texto como en los dibujos. Y a mí me encantaban.
Por alguna razón, no dejo de pensar en esos libros mientras miro el revoltijo
de papeles y documentos legales que hay en la isla de la cocina frente a mí. Son todas
las peticiones y solicitudes con las que Gerard ha estado machacando a mi madre. Y
sé que todo debería estar claro: la engañaron para que se casara con el chacal de un
hombre que luego utilizó su fideicomiso para apoderarse de sus importantes activos
financieros. Pero no me cuadra. Algo no encaja.
Ayuda que ahora todas las cartas estén sobre la mesa. Anoche, en sus brazos,
Deimos y yo nos lo contamos todo.
Le conté cómo siempre había deseado que el autor del diario fuera él, incluso
después de que Chase también lo encontrara y utilizara líneas del mismo para
hacerme creer que él era el autor. Odio tanto que funcionara: que estuviera tan
ansiosa y desesperada por conocer a mi misterioso amigo por correspondencia que,
cuando Chase utilizó las palabras de Deimos para eludir que era su diario, me
abalancé sobre él.
Pero ahora sé la verdad que siempre quise.
Deimos incluso me habló de Chase y Brad, y de lo que pasó en esa habitación
antes de que yo entrara.
Le conté que a veces, en los últimos seis años, cuando pensaba si estaba
condenada a no encontrar nunca una relación, pensaba mucho en él. Y me
preguntaba cómo habrían sido las cosas si me hubiera dado cuenta de que realmente
era a él a quien había estado vertiendo mis fantasías dentro de las páginas de ese
290 libro.
Me dijo, con toda franqueza y sin disculparse, que había saboteado en silencio
cualquier posible relación que yo pudiera haber encontrado tras dejar Knightsblood.
Probablemente debería estar furiosa por eso. Sé que debería. Debería haber
explotado contra él cuando me lo dijo.
Que puedo decir. Lo besé en su lugar.
Tal vez los dos somos el tipo correcto de jodidos el uno para el otro.
Deimos también me ha dicho que parece que Gerard ha desaparecido, es decir,
que nadie lo ha visto en mucho tiempo. Y eso me resulta bastante extraño.
Desde que lo conozco, Gerard siempre ha sido una mariposa social. Creo que
es una de las razones por las que mi madre se enamoró de él: era capaz de sacarla de
su caparazón y sabía cómo llevarla con delicadeza a situaciones sociales.
¿Y ahora está fuera de la red?
Es extraño. Raro como la carta de la que me hablaba Elsa el otro día, en la que
Gerard enumeraba todo tipo de peticiones y formularios legales, pero los enumeraba
curiosamente fuera de orden e intercalaba entre ellos formularios numerados que en
realidad no existen.
Frunzo el ceño mientras releo la impresión de ese correo electrónico en
particular. De nuevo, no puedo evitar la sensación de estar buscando pistas en un
libro de misterio de Sally Squirrel.
Y de repente, me congelo.
Espera.
Agarro un trozo de papel y un bolígrafo mientras leo la lista de mociones
desordenadas del correo electrónico de Gerard. Empiezo a copiar los formularios en
el papel en el mismo orden en que se mencionan en el correo electrónico. Frunzo el
ceño y tacho las letras de los nombres de los formularios. En el caso del “formulario
2A-F9” por ejemplo, tacho todo menos el 2 y el 9.
Parpadeo, mirando fijamente la lista. Luego vuelvo a escribir los números en
una línea y se me acelera el pulso.
Santo. Mierda.
En ese momento, suena el interfono de la puerta principal. Me levanto de un
salto y miro aturdida lo que acabo de escribir antes de acercarme al botón.
—Señora Roy —dice bruscamente uno de los hombres de Deimos de abajo—.
Necesitamos que nos confirme que conoce a un hombre de aquí abajo que dice ser
conocido.
—¿De acuerdo?
—¿Raphael Dumouchel?
291 Sonrío.
—Sí, es mi hermanastro. Puedes hacerle subir, gracias.
Un minuto después, levanto la vista de mi pila de papeles cuando Raph entra
en el apartamento. Silba en voz baja, asimilándolo todo.
—Bueno, incluso si no es el propio hombre quien tiene tu atención, puedo ver
por qué te has quedado.
Pongo los ojos en blanco.
—En serio, Dahlia, este lugar es... wow. Divino. —Cruza hasta donde estoy
sentada en la isla de la cocina. Sus cejas se fruncen en los papeles—. ¿Esto es...?
—Sí, es toda la mierda de tu padre. —Me muerdo el labio, con el pulso
acelerado—. Pero, Raph, creo que acabo de encontrar algo grande. Como, realmente
grande.
—¿Oh?
—Creo que tu padre puede estar en problemas.
Raph frunce el ceño.
—Bueno, no me digas. Está derribando su legado y arruinando la imagen que
ha pasado toda su vida construyendo. Así que sí, yo diría que está muy jodido...
—No, no. Quiero decir realmente en problemas.
Me mira con curiosidad.
—¿Por qué?
—¿Recuerdas que te hablé del rumor de que tu padre había desaparecido?
Pone los ojos en blanco.
—Y te dije que ya lo había hecho antes. No ha desaparecido, Dahlia. El idiota
está en alguna casa de la playa maquinando cómo joder a tu madre un poco más y
tirando montones de dinero a acompañantes. Puedo prometerte que no es nada
siniestro.
—Bueno, excepto por esto.
Clavo los dedos en los números que he escrito en la página.
—¿Qué estoy mirando?
Trago saliva.
—La primera secuencia son los números once y noventa y nueve, repetidos tres
veces. ¿Lo ve? 119911991199.
—¿Y?
—Y a tu padre le encantan esas novelas policíacas, ¿verdad?
—Sí...
292 Trago saliva.
—Bueno, once-noventa-nueve es el código de radio de la policía para “oficial
necesita ayuda”. —Arrastro el dedo hasta los siguientes números—. Y mira. Son las
coordenadas del mapa.
Raph se queda mirando la página. Luego levanta la mirada hacia mí con una
sonrisa en los labios.
—Cariño, quizás nos golpeamos la cabeza, o tomamos demasiados martinis...
—Raph, por favor. Creo que esto es legítimo.
—¿De dónde has sacado esto?
Empujo el correo electrónico delante de él.
—Este correo electrónico que envió. Los formularios a los que hace referencia
están todos desordenados, y algunos ni siquiera son formularios legales reales.
Raph frunce la boca y no dice nada.
—Raph, creo que al menos hay una posibilidad de que nada de esto, ni el
divorcio, ni todas las mociones legales, sea lo que creemos que es. Que tal vez alguien
tiene a tu padre, y se las arregló para sacar un código oculto en este correo
electrónico incoherente, un código que pide ayuda y da coordenadas donde
encontrarlo.
Raph parpadea incrédulo, apartándose el cabello de la cara.
—Bien, pero, ¿dónde están esas coordenadas...?
—No muy lejos de aquí. A dos horas y media, en el condado de Litchfield,
Connecticut.
Vuelve a mirar los números con incredulidad.
—Raph, ¿has conducido hasta aquí?
Asiente en silencio.
—Sí, yo... —Sus ojos se clavan en los míos—. No, Dahlia...
—Entonces iré sin ti.
—¡No! ¡Involucraremos a las autoridades, como gente racional!
Niego con la cabeza.
—¿Y si quien tiene a tu padre oye sirenas y ve coches de policía acercándose
por el horizonte?
—Dahlia...
—Me voy, Raph. Puedes venir, o puedes decir “te lo dije” más tarde. Pero me
voy.
Respira hondo y me mira dubitativo. Luego asiente lentamente.
293 —Bien, bien. A la mierda. Hagámoslo. Pero luego te diré que te lo dije.

Tres horas más tarde, cuando cae la tarde, entramos en la pintoresca localidad
de Woodfield, en el bucólico rincón noroeste de Connecticut. Miro a Raph al volante.
—¿Tu teléfono está definitivamente muerto?
Hace una mueca.
—Sí, lo siento cariño.
En mi prisa por irme, fui una idiota y dejé mi teléfono en casa de Deimos. Y
entonces el de Raph murió en el camino hasta aquí. Por suerte, hemos estado usando
el GPS de su coche para llegar a las coordenadas del mapa. Pero realmente necesito
encontrar un teléfono antes de que Deimos se vuelva loco y empiece a arrasar
Manhattan buscándome.
Raph hace girar el coche en una curva hacia la calle principal que atraviesa la
ciudad, y mis cejas se arquean.
—Pero qué...
Miro por la ventana a la multitud de gente que llena las calles y aceras, casi
todos con algún tipo de máscara de calavera o la cara pintada.
—¿Qué demonios es esto?
Raph resopla, girándose para levantarme una ceja.
—Dahlia, cariño, ¿has olvidado sinceramente qué día es esta noche?
Hago un gesto de dolor. Mierda, creo que lo hice, con toda la locura de ayer.
Es Halloween. No puedo creer que no me acordara.
—Ahí se me enciende la bombilla. —Se ríe Raph—. Woodfield es famoso por
su festival de la Noche de Halloween. ¿Ves? —Disminuye la velocidad y señala por la
ventana un enorme cartel pegado en el escaparate de una cafetería—. Seguro que
todo el mundo se dirige a la explanada del pueblo para la fiesta. —Sonríe—. Muy
pintoresco. Atracciones, música, manzanas de caramelo y palomitas de maíz. Ese tipo
de cosas.
—¿Y las calaveras? —murmuro, mirando con inquietud a la multitud fuera del
coche.
—Sí, eso es parte de ello, supongo. —Se encoge de hombros—. Es como lo del
día de los muertos, aunque no sea hasta pasado mañana.
Echo un vistazo al GPS del salpicadero del coche.
—Estamos cerca. Está aquí arriba.
La aplicación del mapa nos lleva más allá de la abarrotada plaza verde de la
294 ciudad, llena de gente disfrutando de la fiesta de Halloween: hay un carrusel, una casa
de atracciones, bocadillos a la venta y un grupo de mariachis vestidos de punta en
blanco con trajes y máscaras de calaveras de azúcar del Día de los Muertos. Nos
alejamos de las luces y de la gente por una callejuela oscura antes de detenernos
frente a una antigua casa histórica cubierta de andamios y láminas de plástico.
—Bueno, esto es todo.
Raph para el coche y me mira.
—Dahlia, te he seguido la corriente hasta ahora. Pero, vamos.
—Raph, hemos venido hasta aquí. Voy a entrar ahí.
—Y te insto a que no lo hagas. Cariño, sé que estás jugando a la chica mala estos
días con el señor Scarypants. Pero esto es real, ¿bien?
Abro la puerta del coche. Raph gime y apaga el motor, siguiéndome fuera.
—He dejado claro que creo que esto es una idea terrible, ¿no?
—Alto y claro, Raph. Y cuando esto resulte no ser nada, puedes golpearme al
cien por cien con el te lo dije, ¿de acuerdo?
La puerta principal de la casa histórica en reconstrucción tiene un candado.
También la puerta trasera, pero está cerrada con una cadena bastante floja. Raph
niega con la cabeza, pero me sigue cuando me adentro en la oscuridad.
—Esto es tan mala idea... —gime.
Asiento. Sí, no hay discusión.
La primera planta está bastante abierta: aquí no hay nada. Los dos pisos
superiores están igual. Estoy a punto de admitir que es una locura, cuando veo la
puerta cerrada en la esquina más alejada de la vieja cocina del primer piso.
—Raph...
Niega rápidamente con la cabeza.
—No. Ni de broma. ¿Una espeluznante puerta cerrada que probablemente
lleva a un sótano en una vieja casa abandonada? ¿Has visto siquiera literalmente una
película de terror?
—No seas un bebé.
Me fulmina con la mirada cuando paso junto a él y agarro un ladrillo de la pila
de material de construcción que hay junto a una chimenea en la que claramente están
trabajando.
—¡Dahlia-DAHLIA!
Raph jadea cuando golpeo con el ladrillo la cerradura de la puerta. El candado
aguanta, pero el gancho atornillado al viejo marco de la puerta se astilla. Con cautela,
abro la puerta. Al final de la vieja y espeluznante escalera hay otra puerta cerrada,
295 pero no tiene cerradura.
Y una tenue luz sale de las grietas a su alrededor.
—Dahlia, cariño... —La voz de Raph es completamente seria ahora—. Hemos
terminado, ¿de acuerdo? Esto se ha acabado. Voy a buscar un teléfono y llamar a la
policía.
—Bien, ve a hacer eso.
Empiezo a bajar las escaleras, tanteando la desvencijada barandilla a medida
que avanzo. Raph me sigue. Al llegar abajo, respiro. Trago saliva. Entonces empujo
la puerta y se abre con un chirrido.
Al instante, el corazón me salta a la garganta.
Dios mío...
Una sola bombilla cuelga del techo sucio y lleno de telarañas. Y allí, sentado
atado a una silla en el suelo de tierra bajo ella, con el rostro demacrado, los ojos
hundidos y la piel pálida...
... está Gerard.
Ahogo un grito mientras corro hacia él, con los ojos llenos de lágrimas. Su
mirada parpadea lentamente cuando empieza a reconocerme. Gime a través de la
mordaza que tiene en la boca y yo sollozo mientras se la quito.
—¡Gerard! —grito, abrazando el rostro de un hombre al que he odiado durante
los dos últimos meses, pero que una vez fue lo más parecido a un padre que conocí—
. Dios mío —sollozo, abrazándolo antes de apartarme—. ¿Quién...?
—De... —Su voz es áspera y polvorienta.
—¿Qué?
—Detrás...
Oigo el crujido de la escalera justo cuando pronuncia las palabras.
—Detrás de ti.
Me revuelvo, pero mi grito se ahoga en la garganta cuando algo pesado me
golpea en un lado de la cabeza. Caigo desplomada sobre el suelo de tierra,
parpadeando y gimiendo de dolor antes de darme la vuelta y levantar los ojos...
... a donde Raph me sonríe fríamente, con un ladrillo en la mano.
—Bueno, Dahlia querida —dice en voz baja—. ¿Ya puedo decir que te lo dije?
296
37
Dahlia
No.
La cabeza me da vueltas y mi visión se entrecorta mientras pateo la tierra bajo
mis talones, intentando alejarme de Raph. Él sonríe más, negando con la cabeza.
—Hice todo lo que pude para mantenerte fuera de esto. Pero no me escuchaste.
—Suspira—. ¿Por qué eres tan terca, Dahlia?
—Raph...
—No tenía por qué ser así, Dahlia —murmura—. Si hubieras dejado que esto
pasara, me habría asegurado de que tú y tu madre tuvieran dinero de sobra para estar
bien.
—¿Por qué? —digo—. ¡¿Por qué estás haciendo algo de esto?!
Sus labios se curvan en un gruñido, y me estremezco cuando señala con un
dedo a su padre, atado a la silla, con aspecto de estar al borde de la muerte.
—Sabes lo que le pasó a mi madre después de que él la abandonara?
—Raph —gruñe Gerard, con la cara dolorida—. Nunca abandoné...
—¡Mentiras! —Raph gruñe—. ¡Todo mentiras! ¡Y estoy tan jodidamente cansado
de oírlas!
—Tu madre... estaba enferma —gime Gerard—. Intenté ayudarla, pero éramos
terribles el uno para el otro. Le di de todo...
—¡No le diste nada! —Raph gira hacia mí, furioso—. No le dio nada, y entonces
ella se quitó la vida.
Me duele el corazón.
—Raph, lo siento...
—Todos lo lamentan siempre —gruñe—. Pero nadie está dispuesto a arreglarlo.
De eso se trataba todo esto, Dahlia —murmura—. Hacer lo correcto. Pero no pudiste
mantener tu maldita nariz fuera de esto. Y luego metiste a ese maldito psicópata en la
mezcla. —Niega con la cabeza, sosteniendo el ladrillo en la mano—. Me gustas,
Dahlia. No pensé que lo haría cuando mi padre y tu madre se juntaron y te conocí.
Pero me gustas. Y también me gusta Adele. Por eso odio sinceramente tener que
hacer esto.
Dios mío.
297 Gerard emite un sonido ahogado y estrangulado. Mis ojos pasan de Raph a él
y me doy cuenta de que me está mirando directamente, como si intentara llamar mi
atención deliberadamente. Sus ojos están ojerosos y sombríos, pero puedo seguir su
mirada mientras se desliza a mi lado y luego se eleva hacia la bombilla que hay sobre
él. Vuelve a mirar a mi lado y luego a la bombilla.
Me tenso y mis ojos se desvían rápidamente detrás de mí, donde descubren la
roca del tamaño de un puño tirada en la tierra.
Raph levanta de nuevo el ladrillo en la mano.
—Lo siento de verdad, Dahlia. Así que te dejaré decidir cómo quieres que le
haga ver esto a tu madre. ¿Quieres que simplemente hayas sido secuestrada y
asesinada limpiamente? ¿O tal vez prefieras que haga que parezca que ese psicópata
de Deimos te llevó a algún sitio y dejó que tus pequeños y jodidos juegos sexuales
llegaran demasiado lejos?
Palidezco, negando con la cabeza y arrastrando los pies para alejarme de él en
el suelo de tierra.
—Raph, no... no tienes que hacer esto.
Mi mano se desliza hacia atrás, mis dedos se enroscan alrededor de la piedra.
—Bueno, no, por desgracia, Dahlia, sí. Quiero decir que me gustas y todo, pero
me gusta aún más no ir a la cárcel. Nada personal.
—Bueno, esto es.
Mi madre solía llevarme a las pistas de Pétanque de los Jardines de
Luxemburgo de París. Es como la versión francesa de Pétanque. Y se me daba
bastante bien el lanzamiento por debajo de la mano para colocar la pelota
exactamente donde querías.
Por suerte, aún tengo el toque mágico.
Me pongo en pie de un salto y, con un solo movimiento, golpeo con la piedra
la bombilla que cuelga sobre Gerard.
Golpea.
Con un ruido seco, la habitación se queda completamente a oscuras. No lo
dudo. Paso por donde estaba Raph cuando se fue la luz y salgo corriendo hacia las
escaleras. Se me da muy bien correr en la oscuridad.
—¡Corre, Dahlia! —brama Gerard con su voz ronca—. ¡CORRE!
Subo las escaleras a toda prisa y el corazón se me sube a la garganta al oír a
Raph gritarme y seguirme escaleras arriba. Atravieso la cocina y me cuelo por la
cadena de la puerta trasera. Por un segundo, intento abrir las puertas del coche de
Raph, pero están cerradas. Y cuando lo oigo abrir de una patada la puerta trasera y
rugir mi nombre, me olvido del coche y salgo corriendo por la carretera hacia la
298 multitud de gente.
El grupo de mariachis ha sido sustituido por uno de rock n roll, todos ellos
vestidos como esqueletos lascivos y bailarines, y su música retumba entre la multitud.
—¡AYUDA! —grito, lanzándome a la multitud de gente. Pero la música está muy
alta y el grupo tiene un claro aire de rock/metal. De repente, la multitud en la que me
encuentro se convierte en una especie de mosh pit, con gente empujándose, bailando
y volviéndose loca.
Todos llevan máscaras de calavera o la cara pintada. Bailan dentro y fuera de
mi visión periférica mientras suena la música y paso entre ellos.
—¡DAHLIA!
La voz está justo a mi lado. Mi mirada se desplaza y me ahogo al ver el rostro
lascivo de Raph entre la multitud, que se acerca a mí. Palidezco, me alejo y vuelvo a
abrirme paso a través del mosh pit, sin dejar de mirarlo. Se da la vuelta y, cuando
vuelve, se está poniendo una máscara de calavera en la cara.
De repente, está completamente perdido entre la multitud.
Tiemblo mientras paso a empujones, golpeada de un lado a otro por la multitud
que baila y se agolpa. Salgo del tumulto jadeando, con el corazón rugiendo en mis
oídos mientras corro. Miro a mi alrededor y se me desorbitan los ojos cuando veo a
un hombre enmascarado que lleva la misma ropa que Raph y viene hacia mí,
mirándome con lascivia desde detrás de su máscara de calavera.
La zona de la feria está casi desierta ahora que todo el mundo está en el
escenario para ver a la banda. Salgo corriendo hacia el edificio más cercano y,
cuando llego a la puerta trasera, la abro de un tirón y me zambullo dentro.
Está muy oscuro.
Me alejo a trompicones de la puerta, dando vueltas, y de repente hago una
mueca de dolor al chocar contra algo.
Joder.
Me toco la cara con cautela, saboreando la sangre en el labio, antes de sortear
a tientas la barrera que tengo delante. Lo consigo, pero entonces choco con otro
muro. Dando vueltas, toco otro obstáculo liso y resbaladizo.
¿Qué demonios es esto?
Me sobresalto cuando oigo una puerta que se abre de un tirón y se cierra de
golpe detrás de mí.
—Daaahhliaaa... —gruñe Raph—. ¡Sal de donde sea que estés!
El ruido sordo y la posterior maldición me dicen que Raph acaba de tropezar
con el mismo obstáculo que yo. Lo oigo tantear algo. Y entonces jadeo cuando las
luces rojas parpadean a nuestro alrededor. Una forma se abalanza sobre mí, y grito
299 mientras me doy la vuelta...
Sólo para encontrarme cara a cara conmigo misma.
Qué demonios...
Me golpea justo cuando la espeluznante música de órgano de carnaval
comienza a filtrarse por unos altavoces de hojalata.
Estoy en el laberinto de espejos de la casa de la diversión de la feria.
—Daaaahliaaa...
La voz de Raph resuena en las paredes de espejos, acercándose y alejándose
al segundo siguiente. Cierro los ojos con fuerza, intentando que no cunda el pánico,
negándome a dejar que el miedo me hunda. Toco la pared de al lado y rozo el espejo
con las manos mientras avanzo por el pasillo. Luego hay una curva. Pero llego a un
callejón sin salida lleno sólo de mis múltiples reflejos.
Tengo que salir de aquí.
Vuelvo por donde he venido, pero cuando mis ojos se posan en cinco hombres
con máscaras de calavera idénticas, grito y salgo corriendo en otra dirección. Los
cinco me persiguen al mismo tiempo, corriendo a la misma velocidad, y me doy
cuenta de que son Raph y los espejos que lo rodean.
Luego doblo otra esquina, y se ha ido.
—¿Vas a hacerme trabajar por ello? —gruñe. Me estremezco al oír el
inconfundible chasquido de un arma al ser amartillada—. ¿Sabes lo que creo que
haré? —Suspira meditabundo—. Voy a hacerlo desordenado. Voy a hacer que
parezca que él se divirtió contigo primero. Así, cuando las pruebas conduzcan
inevitablemente a ese puto psicópata, lo encerrarán para siempre y tirarán la llave.
Salgo corriendo por una esquina, jadeando y tapándome la boca con una mano
para detener el grito cuando vislumbro una calavera blanca. Vuelvo a doblar la
esquina y corro en dirección contraria. Al final del pasillo, veo otros cuatro reflejos
de Raph con su máscara de calavera.
—¡Te tengo!
Grito, me doy la vuelta y choco contra un cristal tan fuerte que se hace añicos
contra mi brazo. Hago una mueca de dolor, sintiendo cómo los cristales rotos me
cortan la manga y la sangre me recorre el brazo. Ahuyento el dolor y corro por otro
pasillo de espejos maníacos iluminados con luz roja como la sangre.
Otro hombre con una máscara de calavera aparece frente a mí. Se me cierra la
garganta al gritar, pero me doy cuenta de que es sólo un reflejo cuando desaparece.
Mis pies zigzaguean y me llevan por un camino más antes de que vuelva a vislumbrar
otra máscara.
Es como si estuviera en todas partes y a mi alrededor a la vez. Como si se
300 estuviera acercando. Como si se hubiera clonado a sí mismo y me persiguieran todos
los Raphs del mundo.
Al doblar una esquina, grito y me agacho instintivamente cuando suena un
disparo. El espejo que tengo detrás se rompe y me llueven fragmentos de cristal
mientras caigo al suelo. Los cristales me cortan las palmas de las manos y las rodillas.
Me giro, pero la máscara se acerca con el arma en alto.
Y ahora sólo hay uno.
Sin reflejos. Sin trucos de la vista. Sólo el hombre que está a punto de matarme,
acechándome con una luz roja como la sangre que nos baña a los dos.
—Truco o trato, Dahlia —susurra Raph, apuntándome con su arma—. Y
desafortunadamente, me he quedado sin golosinas.
Vuelve a sacar el martillo. Me encojo sobre mí misma, pensando en mi madre.
En Celeste y Adrian. En mis amigos.
Pero sobre todo, pienso en Deimos, y en lo mucho que lo quiero.
—¿Algunas últimas palabras?
—Si. Boo.
Me sobresalto cuando el reflejo de una calavera junto a Raph arremete de
repente contra él, apartándole de un golpe el arma mientras se dispara, haciendo
añicos otra pared de cristal. El segundo hombre tira a Raph al suelo con una furia que
me deja sin aliento.
Una furia que me es muy familiar.
Ruge mientras agarra a Raph por el cuello y le golpea la nuca contra el suelo,
una y otra vez. A Raph se le cae la máscara y mira a su agresor con cara de terror, con
las manos tratando de apartar la máscara del otro hombre. Pero cuanto más araña la
máscara, más me doy cuenta de que no es una máscara. Es pintura facial.
Y he visto el diseño antes.
Deimos gruñe, sus bíceps y antebrazos se abultan y ondulan mientras aprieta
con fuerza la garganta de Raph. Lo golpea una y otra vez contra los fragmentos de
cristal del suelo hasta que Raph se queda inerte.
Finalmente, Deimos se detiene y suelta el cuerpo sin vida de Raph. Se da la
vuelta y, cuando esos temibles ojos negros como el carbón se clavan en mí desde
debajo de la manchada pintura blanca y negra de la calavera, me estremezco.
Pero no siento ningún miedo.
No con él.
Me aferro a él cuando me toma en brazos. Mi boca se aprieta contra la suya y
mis brazos le rodean la nuca mientras me saca de entre los cristales rotos y la sangre,
lejos de los horrores y los demonios.
En el exterior, las luces de la policía llenan la noche y nos rodean tropas del
301 estado de Nueva York leales a la familia Drakos, así como algunos agentes federales,
entre ellos el propio Shane Dorsey, director regional del FBI en Nueva York y amigo
íntimo de la familia Kildare.
Jadeo cuando Callie, Castle, Eilish y Gavan salen corriendo de detrás de los
coches de policía y se acercan a nosotros. Ares, Neve, Hades y Elsa los siguen, y no
me doy cuenta de que estoy sollozando hasta que me separo de todos los abrazos.
Deimos me pasa un pulgar por la mejilla, apartando las lágrimas, antes de
sujetarme la mandíbula, acercarme y besarme con toda su furia posesiva y temeraria.
Los paramédicos vienen a mirarme el brazo, pero los empujo a un lado para
correr hacia la camilla que lleva a Gerard. Sonríe débilmente, me agarra la mano y
me aprieta mientras sollozo en su pecho.
Se pondrá bien.
Todos vamos a estar bien.
En realidad, retiro lo dicho. Cuando Deimos vuelve a estrecharme entre sus
brazos, me levanta la barbilla y se inclina para besarme delante de todos ellos, sé que
las cosas no van a ir bien porque sí.
Van a ser geniales.
302
EPÍLOGO
Deimos
—Tiene mi eterna gratitud, señor Drakos.
Gerard Dumouchel sigue estando un poco demacrado y demasiado delgado.
Pero parece mucho más sano después de tres semanas en el hospital recuperándose
de su terrible experiencia.
Incluso para mis jodidos y depravados estándares, eso fue todo un calvario.
Raphael hablaba mucho de “justicia” y de “hacer las cosas bien” pero al final
todo era cuestión de dinero. Estaba enfadado con su padre por divorciarse de su
madre cuando Raph tenía diez años. Lo veía como si Gerard se hubiera deshecho
cruelmente de su madre cuando salió a la luz que tenía una maleta llena de problemas
mentales.
Pero he mirado en ese capítulo del pasado, y no fue así en absoluto. Gerard fue
al infierno y volvió intentando conseguir ayuda para su mujer. No se trataba sólo de
problemas de salud mental: había abuso de drogas, infidelidad y al menos cuatro
casos en los que ella trató de dañar físicamente a Gerard seriamente.
Fue cuando se drogó una tarde y tuvo un episodio maníaco en el que intentó
tatuar a su propio hijo con una aguja de coser y tinta de estilográfica cuando Gerard
dijo por fin basta.
Se divorció de ella y pagó para que la ingresaran en un centro que pudiera
ayudarla. Desgraciadamente, fue allí donde se suicidó.
Es una historia triste y de mierda, pero Gerard obviamente hizo todo lo que
pudo para ayudarla.
Sin embargo, Raphael nunca lo vio así.
Así que cuando su padre se volvió a casar con Adele Roy, empezó a conspirar.
O, al menos, empezó a pensar en ello. Al parecer, fue cuando echó un buen vistazo al
acuerdo prenupcial que Gerard y Adele habían firmado cuando puso su plan en
marcha.
Porque Raph realmente no tenía su propio dinero. Sólo vivía de la generosidad
de su padre. Y bajo los términos del acuerdo prenupcial, el dinero de Adele nunca
iba a convertirse en el dinero de Gerard. Lo que significaba que definitivamente
nunca se convertiría en el dinero de Raph.
Una vez que lo supo, actuó. Secuestró a su padre, lo encerró en aquel puto
303 sótano y lo mantuvo allí apenas con vida durante meses mientras lo obligaba a firmar
varios documentos legales pidiendo el divorcio y yendo por los bienes de Adele.
Hasta que finalmente, cuando Raph lo obligó a escribir aquel correo electrónico,
Gerard deslizó astutamente un montón de formularios para deletrear coordenadas y
un SOS.
Fue Dahlia quien fue lo suficientemente lista para juntar todo eso. Pero fue
Allison Whitley quien me llevó a Woodfield.
En el hospital, después de que el pistolero que contrató Raph intentara matarla,
Allison me habló de todas las veces que se reunió con Raph después de que la
“reclutara”. Recordaba haber ido a su apartamento en varias ocasiones y haber visto
todo tipo de planos, permisos de construcción y otras declaraciones financieras
esparcidas por la mesa del comedor.
Al parecer, Raph estaba tan satisfecho de la casa histórica de Woodfield,
Connecticut, que estaba arreglando, que presumió de ella ante Allison.
No era una pistola humeante para mí, pero era algo. Y a través de esa pista,
llegué a la ciudad justo a tiempo para ver a un hombre con una máscara de calavera
persiguiendo a Dahlia dentro de esa maldita casa de diversión.
Allison, apenas despertó tras la operación que le salvó la vida, me confesó
entre lágrimas y disculpas que Raph se había puesto en contacto con ella y le había
metido en la cabeza que Dahlia era la razón por la que Chase estaba muerto.
Consiguió que se inventara la identidad falsa de Victoria y que acechara a Dahlia en
el campus, fingiendo que también era una estudiante para hacerse amiga suya.
Imagino que su “plan” era dejar que los problemas de Allison, claramente
infratratados, se fomentaran hasta que hiciera una locura y dañara o matara a Dahlia.
Ese aspecto de todo esto me confundió. Hasta que me di cuenta de que por muy
mierda que fuera Raph, era una mierda inteligente.
Lo bastante listo para adivinar lo que hacía con Laconia Logistics, y lo bastante
listo para saber para qué quería a Dahlia.
Llegaré a eso en un minuto.
Pero por ahora, la respuesta corta es que Raph está muerto, y sus planes han
quedado al descubierto para todo el mundo. Allison tiene algunos desafíos legales
por delante, pero Dahlia no va a presentar cargos.
He aceptado a regañadientes no degollarla mientras yace en esa cama de
hospital por lo que casi le hace a la mujer que amo.
En parte es porque Dahlia me pidió que no lo hiciera. Pero la otra parte es que
Allison confesándome todo esto es la única razón por la que pude llegar a Dahlia a
tiempo.
Ella jugó un papel muy importante en salvar la vida de Dahlia. Por eso, ella
304 también puede vivir.
Gerard me estrecha la mano con firmeza, sonriendo.
—De verdad, cualquier cosa que necesite, señor Drakos. Lo tiene.
Le sonrío y miro a Dahlia.
—Ya lo hago.
Se ríe mientras me giro hacia Adele. Antes de que pueda decirle una palabra a
la mujer que he llegado a conocer y a la que aprecio de verdad en las últimas tres
semanas, mientras estaba en Nueva York ayudando a Gerard a recuperarse, me rodea
con los brazos y me abraza con fuerza.
—Merci bien —susurra ferozmente—. Por todo. Por Gerard y por mi hija. —
Sonríe—. Tiene suerte de tenerte.
—Yo diría que es al revés.
Se encoge de hombros.
—Oui, bueno, creo que no hace falta decirlo.
Me río mientras Dahlia pone los ojos en blanco y abraza a su madre con fuerza.
—¿Nos vemos esta tarde?
—Por supuesto, ma chérie.
Ahora que se ha recuperado lo suficiente como para recibir el alta del hospital,
Gerard y Adele se alojan en un hotel mientras permanecen en Nueva York una
semana más. Adrian y Celeste Cross también llegarán mañana en avión desde
Londres.
Pero esta noche, vamos a tener una gran cena, todos nosotros. Toda mi alocada
familia, los Kildare y los Roy-Dumouchel, en casa de ya-ya. Ya estamos en invierno,
pero conociendo a mi abuela, habrá puesto mil millones de lámparas de calor y
tendrá la cena preparada bajo ese cenador al aire libre.
Nos despedimos de Adele y Gerard en la puerta de mi loft, perdón, de nuestro
loft. Dahlia vive oficialmente aquí ahora.
Y me quedo en Nueva York.
He tenido algunos momentos de luz en los últimos meses. Como que quizá no
odio esta ciudad tanto como siempre me había dicho. Como que quizá he estado
dirigiendo las operaciones comerciales europeas de nuestra familia en Londres
completamente solo, a pesar de que mi número dos, Kostas, es extremadamente
capaz de hacerlo por sí mismo, porque tengo la compulsión de aislarme.
Quizá ya no necesite ni quiera hacerlo.
Después de despedirnos de Adele y Gerard en la puerta principal del loft,
Dahlia se vuelve hacia mí.
—Bueno... —Se muerde el labio—. Tenemos unas horas antes de la cena...
305 Gimo, mi polla se engrosa al instante, la atraigo hacia mí y me inclino para
susurrarle al oído.
—Qué zorrita tan ansiosa, ¿verdad?
Se estremece y me agarra con fuerza de la muñeca.
—Ya llegaremos a eso —gruño en voz baja—. Pero primero, necesito darte
algo.
Frunce el ceño con curiosidad mientras la conduzco al sofá y la siento. Aquí casi
no hay muebles.
Y pienso seguir así, por una razón muy concreta.
Le doy a Dahlia el sobre blanco. Me mira con curiosidad mientras lo abre.
—¿Qué es esto?
Lo abre y sus ojos se posan en la página que tiene entre las manos. Sus iris
revolotean sobre las palabras mientras lee. Sonrío cuando se le desencaja la
mandíbula y se le pone la cara blanca.
Su mirada se dirige a la mía.
—¿Qué es esto? —susurra.
—Creo que está bastante bien establecido allí en el…
—Deimos, ¿es una broma? —murmura en voz baja.
Niego con la cabeza.
—No es broma.
No hago nada improvisado. Y nada de lo que hago es accidental.
Ni siquiera Laconia Logistics, y cada movimiento que he hecho con ella desde
que formé la empresa.
Para el ojo inexperto, parecería que creé esa empresa con el único propósito
de chantajear, pagar en exceso y mentir para apoderarme de tantos activos de Adele
y Dahlia como pudiera, una vez que descubrí que estaban bajo coacción por las
amenazas legales de “Gerard”.
Y aunque, sí, eso es exactamente lo que hice, el objetivo final no era
exactamente lo que pensarías. Desde luego no era lo que sé que pensaba Dahlia, que
no era más que saquear su herencia para joderla o para hacer el idiota.
Lo admito: al principio, cuando me enteré de que las empresas de la madre de
Dahlia estaban siendo atacadas, olí sangre en el agua. No puedo evitarlo, soy un
tiburón.
Pero eso fue antes de encontrarme con ella después de tanto tiempo. Antes de
306 entrar en la fiesta de cumpleaños de Callie y ver a la mujer que se metió en mi piel,
en mi corazón y en mi alma seis años antes con las palabras que escribió.
Con la forma en que me entendía. Y me veía, incluso cuando no me veía.
Después de eso, mis planes cambiaron.
Radicalmente.
—Yo... —Parpadea, negando con la cabeza—. No lo entiendo.
—Bueno, si sólo leyeras...
Pone los ojos en blanco.
—Sí, sé leer, Deimos. Excepto que aquí dice que me haces directora general y
única propietaria de Laconia Logistics.
—A la espera de tu graduación, con honores, si te refieres a la letra pequeña, de
la escuela de negocios. —Me encojo de hombros—. No voy a ceder el control a una
desertora escolar.
Ella sonríe en voz baja, negando con la cabeza.
—¿Por qué?
—Porque es tuyo.
Tiembla cuando la arrimo.
—Porque siempre ha sido tuyo. Diablos —digo encogiéndome de hombros—,
tú literalmente armaste los escritorios y las sillas.
Sonríe y se ríe, dándome una palmada en el pecho.
—Qué idiota.
Ya lo he dicho antes: nada de lo que hago es accidental. Por eso compré,
engatusé y robé tantas de esas empresas como pude y las agrupé bajo una
corporación paraguas. No fue sólo porque intentara arrebatárselas a Gerard, o a
Raph, como resultó ser. Era porque había mirado en los estados financieros de esas
empresas y había visto la flagrante estafa que se estaba produciendo.
Adele Roy es una mujer maravillosa. Es una fuerza a tener en cuenta, es valiente
más allá de lo comprensible y es una madre fantástica que ha criado a una hija
increíble...
Pero es una terrible mujer de negocios.
Es demasiado confiada. Siempre ha confiado en los apretones de manos y las
sonrisas en lugar de en los contratos férreos. Siempre se ha centrado casi por
completo en su trabajo benéfico, no en el aspecto empresarial. Y por eso, su imperio
estaba en llamas en los bordes, y ella ni siquiera lo sabía.
Robo, complacencia, incompetencia... sus empresas y fideicomisos se hundían
de dentro a fuera sin el liderazgo y la orientación adecuados.
Así que les di ese liderazgo y orientación. Agarré a todos los que pude, los
307 agrupé en una sola empresa y la he dotado de personal, siendo Dahlia quien toma las
decisiones finales.
Ahora es de ella.
Cuando termino de contarle todo esto, suelta la carta en la mano, me rodea con
los brazos y me besa tan fuerte que los dos caemos al suelo.
—Te amo, te amo, te amo —murmura una y otra vez mientras yo gruño lo mismo
en sus labios.
No me separo. Sigo besándola fuerte y profundamente hasta que ya no queda
aire que respirar entre los dos.
Cuando suelta una risita y por fin se aparta, jadeando mientras se pone en pie,
yo me quedo donde estoy. Me arrodillo y saco la cajita del bolsillo. Dahlia sigue
riéndose y se vuelve hacia mí.
Su cuerpo se pone rígido. Abre mucho los ojos y se queda con la boca abierta.
—¿Deimos...?
—Cásate conmigo —gruño, abriendo la caja y mostrando el gigantesco anillo
de diamantes que brilla en su interior.
Por supuesto que me voy a casar con ella. Creo que hemos establecido que no
soy un maldito idiota, ¿no?
Dahlia se queda mirando el anillo, con los ojos parpadeando rápidamente.
—Tienes que decir que sí, ¿sabes? —gruño—. Antes de que se te permita
ponértelo, quiero decir.
Sus mejillas arden cuando levanta los ojos hacia mí. Frunzo el ceño con
curiosidad cuando se aleja lentamente de mí y se acerca a la pared.
Entrecierro los ojos.
—¿Qué demonios estás...?
—Y no puedes ponerlo en mi dedo...
Apaga las luces.
—... hasta que me atrapes.
La sangre me arde en las venas. Sonrío salvajemente mientras me pongo en
pie, saboreando el sonido de sus risitas y sus pasos mientras huye de mí.
Le doy un poco de ventaja. Pero luego la persigo. Honestamente, no importa
cuánta ventaja le doy.
Siempre la atrapo.
Siempre me deja.
Y esta vez, no me dejaré llevar.
308
TWISTED HEARTS
Dark Hearts #4

Vio lo que hice. Ahora es mi dueño.


Brutal, formidablemente hermoso, y la cabeza de una organización viciosa
Bratva.
Llaman a Gavan Tsarenko el rey bastardo. Yo lo llamo tirano.
Pero ahora, el hombre con los ojos grises como pistolas y un pasado lleno de
cicatrices ha venido a conquistarme.
Verás, metí la pata. Cambié mi estatus de niña buena por una broma de
graduados que salió terriblemente mal.
Y ahora, durante seis meses, soy de Gavan.
Mi enemigo.
Mi monstruo.
Mi fantasía oscura.
El villano salvajemente hermoso tiene mi deuda y mi destino en sus manos.
¿Y qué quiere de mí el hombre que puede tenerlo todo?
Todo.
Pero nunca se llevará mi corazón.
309 Twisted Hearts es un romance independiente de la mafia oscura, con una heroína
inteligente y buena chica, y un héroe ultra posesivo de corazón oscuro con la energía de
“mírala y te reviviré”. Sin cliffhanger y Felices para Siempre incluido.
310
ACERCA DEL AUTOR

Lector ante todo, Jagger Cole se inició en la literatura romántica escribiendo


varias historias de fan-fiction hace años. Tras decidir colgar las botas de escritor,
Jagger trabajó en publicidad haciéndose pasar por Don Draper. Funcionó lo
suficiente como para convencer a una mujer fuera de su alcance de que se casara con
él, lo cual es una victoria total.
Ahora, padre de dos princesitas y rey de una reina, Jagger está encantado de
volver al teclado.
Cuando no está escribiendo o leyendo libros románticos, se le puede encontrar
trabajando la madera, disfrutando de un buen whisky y haciendo barbacoas al aire
libre, llueva o haga sol.
311

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