Breve Historia de Japon Mikiso Hane
Breve Historia de Japon Mikiso Hane
Breve Historia de Japon Mikiso Hane
Este estudio de la historia de Japón intenta presentar una visión general de los
acontecimientos acaecidos en este país desde sus orígenes hasta nuestros días,
mediante el análisis, no sólo de los aspectos políticos y económicos, sino más
concretamente de aquellos temas sociales, culturales e intelectuales. Los
nombres japoneses aparecen transcritos al estilo tradicional, es decir, el apellido
seguido del nombre. Para transcribir los nombres y términos japoneses se ha
utilizado el sistema Hepburn. En la era premoderna, lo habitual era dirigirse a
las personas por el nombre. Así, a los artistas y poetas se les cita como
Hiroshige, Utamaro, Bashō, etc.
Deseo dar las gracias a mis amigos y colegas de la Universidad
norteamericana de Knox por su apoyo y manifestar mi gratitud a los miembros
de Oneworld Publications por su valioso asesoramiento y sus consejos durante
el proceso de edición. También quiero agradecer de forma especial a Juliet
Mabey por haberme animado a emprender este proyecto, y a Rebecca Clare y
Alaine Low por su minucioso análisis del manuscrito para garantizar la claridad
y precisión del texto. Huelga decir que cualquier error o incoherencia es
exclusivamente responsabilidad del autor.
Introducción
La literatura y la poesía
Arte y arquitectura
Evolución política
En 1338 la corte del norte nombró shogún a Takauji, quien, junto con sus
seguidores, intentó someter a las fuerzas de la oposición y consolidar el
gobierno Ashikaga. El tercer shogún Ashikaga, Yoshimitsu (1358-1408),
consiguió en 1392 convencer a la corte sureña para que regresara a Kioto y se
fundiera con la corte del norte, asegurando que los descendientes de ambas
cortes irían ocupando el trono alternativamente. Pero este acuerdo nunca llegó
a cumplirse, y son los descendientes de la corte norteña los que han ocupado el
trono hasta nuestros días.
Aunque Yoshimitsu había aunado las dos cortes y había establecido un
control firme sobre las provincias periféricas, los cabecillas locales, los
condestables y los administradores de tierras permanecieron atrincherados en
las provincias. Los shōen Ashikaga no eran tan extensos como los Hōjō, así que
el gobierno Ashikaga tuvo que subir los impuestos para paliar sus necesidades
económicas.
Tras la muerte de Yoshimitsu en 1408, el shogunato empezó a tener cada
vez más dificultades para controlar los principales puestos de condestable. Éstos
se habían hecho con el poder en las provincias más alejadas durante los años en
que el país contaba con dos cortes, la del norte y la del sur. A mediados del
siglo XV un gran número de condestables había ya heredado su cargo y
empezaba a ejercer su dominio sobre otras provincias, además de apoderarse
también de los shōen de sus propias provincias, que anteriormente habían
pertenecido a la corte imperial, a los nobles cortesanos, a los monasterios y a
pequeños propietarios de la zona. También habían adquirido el derecho a
cobrar impuestos y corvée sobre la población de los shōen. Para reforzar su
posición, empezaron por convertir a los funcionarios locales y terratenientes
independientes en sus vasallos. Hacia mediados del siglo XV los propietarios de
shōen habían perdido prácticamente el control de sus antiguos terrenos,
mientras que los condestables empezaban a despuntar como poderosos
terratenientes provinciales o daimyō, que significa ‘los grandes nombres’.
A mediados del siglo XV surgieron fundamentalmente cuatro poderes de
condestables. Su rivalidad desembocó en un importante conflicto civil
instigado por las dos familias principales, la Yamana y la Hosokawa. Esta lucha
de poderes, conocida como la Guerra Ōnin, dividió al país en dos facciones
enfrentadas. El conflicto duró una década, de 1467 a 1477, pero lo más
importante es que abrió una turbulenta etapa conocida como el Período de los
Estados Guerreros (a imitación del conflicto chino que tuvo lugar entre el año
403 y el 221 a.C.). Esta etapa de luchas internas provocadas por los jefes
regionales o daimios se prolongó durante un siglo, hasta que uno de los
principales jefes guerreros, Oda Nobunaga (1534-1582), consiguió en cierto
modo centralizar el poder.
Durante este siglo de luchas civiles el rango o posición apenas contaba; sólo
la experiencia militar y un empeño despiadado por someter al bando opuesto.
Muchos jefes guerreros locales se hicieron con el control de las regiones
expulsando a las principales familias de condestables. Numerosos delegados y
vasallos de los condestables, así como samuráis de bajo rango, organizaron
contingentes de guerreros y campesinos, establecieron una base de operaciones
y empezaron a dominar áreas cada vez más extensas. Hacia 1563, el país estaba
repartido entre 142 daimios principales que comenzaron a erigir castillos en sus
centros de operaciones, muchos de los cuales llegaron a convertirse en ciudades
importantes.
Durante este período ya era habitual la práctica de conceder feudos a los
vasallos, a cambio de que éstos proporcionaran al señor un número
determinado de guerreros. Para evitar que los feudos se dividieran en unidades
cada vez más reducidas mediante la subdivisión de la tierra entre los hijos,
empezó a imponerse la política del mayorazgo, lo que debilitó el status de las
mujeres, que hasta entonces habían podido heredar. En una época en la que
sólo contaba el poder militar, las mujeres perdieron sus derechos y fueron
utilizadas como instrumentos políticos por sus padres o hermanos, quienes las
obligaban a casarse con miembros de ciertas familias para reforzar su posición.
La situación de la mujer
Tal y como hemos mencionado anteriormente, el primitivo Japón fue, casi con
toda seguridad, una sociedad matriarcal, pero con la influencia de la
civilización china y del confucianismo se llegó a aceptar la idea de una relación
familiar jerárquica encabezada por el marido. El budismo también relegó a las
mujeres a una posición inferior a la de los hombres, además de afirmar que la
salvación no era posible para ellas. Esta concepción cambió durante el período
Kamakura tras el auge de las sectas populares budistas. Con el aumento de
poder de la clase samurái se dio más preponderancia a la fuerza física y el valor
militar, por lo que las mujeres iban perdiendo posiciones progresivamente con
respecto a los hombres. Al mismo tiempo, se hacían cada vez más pronunciadas
las diferencias entre el lenguaje masculino y el femenino; se esperaba que las
mujeres hablaran de un modo que las diferenciara, más refinado y educado.
Asimismo, la imposición del mayorazgo suprimió el derecho de la mujer a la
herencia, aunque en el período Kamakura las hijas aún podían heredar y las
madres viudas controlaban las propiedades familiares. Las hijas de samuráis
recibían entrenamiento en artes marciales, y de sus viudas se esperaba que
cumpliesen con las obligaciones de un vasallo, e incluso que entraran en
combate si fuera necesario. Un claro ejemplo fue la viuda de Yoritomo,
Masako, que condujo al ejército de Minamoto contra las fuerzas imperiales.
Evolución económica
Arte y literatura
Entre los daimios contendientes del siglo XVI, el caudillo guerrero que se
perfilaba como posible gobernante fue Oda Nobunaga, señor del territorio que
rodeaba Nagoya. Nobunaga formó alianzas» empleó nuevas tácticas, realizó
ataques por sorpresa y fue el primero en utilizar de modo eficaz las armas de
fuego que habían introducido los portugueses. En 1568 Nobunaga ocupó
Kioto y, en 1573, puso fin al shogunato Ashikaga.
Nobunaga fue un guerrero despiadado. Contó con la oposición de varios
grupos budistas, incluidas las fuerzas campesinas (Ikkō) vinculadas a la secta de
la Verdadera Tierra Pura. En una campaña contra los Ikkō capturó y acabó con
la vida de decenas de miles de campesinos. En respuesta a la oposición de los
monjes del monte Hiei, cerca de Kioto, ordenó quemar el monasterio y
capturó y ejecutó a aproximadamente mil seiscientas personas, no sólo monjes,
sino también vecinos del pueblo, entre los que se encontraban mujeres y niños.
En otra ocasión mandó quemar a ciento cincuenta monjes por haber celebrado
el funeral de uno de sus enemigos, y se cuenta que ejecutó a una joven doncella
por no limpiarle impecablemente su aposento, ya que se había dejado un
rabillo de fruta en el suelo.
Nobunaga también fue víctima de este mundo de luchas brutales y acabó
muriendo a manos de uno de sus partidarios, que se había vuelto en su contra.
Le sucedió otro antiguo seguidor, Toyotomi Hideyoshi, un campesino que
empezó su carrera como portador de las sandalias de Nobunaga para acabar
convirtiéndose en uno de sus mejores generales. Consiguió someter a sus
rivales e imponerse en todo el territorio. Fue nombrado regente y canciller por
el Emperador, pero no pudo llegar a ser shogún porque para entonces ya existía
la tradición de designar para tal puesto sólo a descendientes del clan
Minamoto. Una vez sometido todo Japón puso sus miras en el continente y, en
1592, lanzó una campaña contra Corea con la intención de conquistar este país
y, más adelante, China. Cuando sus fuerzas avanzaban hacia el norte, en
dirección a China, el gobierno Ming se interpuso y abortó la campaña, por lo
que hubo que negociar una tregua. Pero una mala interpretación de las
condiciones de ésta le hizo pensar que el gobierno Ming había roto el acuerdo,
así que en 1597 Hideyoshi envió otro contingente a Corea. Murió al año
siguiente, antes de haber alcanzado su objetivo, y sus tropas se retiraron. Su
campaña dejó a Corea desolada, causando hambrunas y muertes por inanición
entre la población del país.
A pesar de sus orígenes campesinos, en política interior se propuso evitar
que este sector provocara más problemas en el futuro. Promulgó un decreto
prohibiéndoles abandonar la tierra y les ordenó entregar todas las armas a las
autoridades; asentó así las bases de una relación servil que quedaría instituida
en los años siguientes, durante la era Tokugawa. En el período de luchas entre
los jefes guerreros hubo menos rigidez social y a los campesinos se les permitió
unirse a las fuerzas militares, algo que promovió el mismo Hideyoshi. También
realizó un catastro para determinar el valor de la tierra y de las propiedades y,
de este modo, acordar los impuestos que debían pagar los campesinos. El valor
de la tierra pasó a determinarse por la cantidad de arroz producido. La medida
utilizada fue el koku (284 centímetros cúbicos), que sirvió también para fijar el
alcance de las posesiones de los daimios y samuráis hasta la era Meiji.
3. El gobierno Tokugawa
A la muerte de Hideyoshi se desató una lucha por el poder entre los líderes
daimios. Tokugawa leyasu (1542-1616), que había conservado un extenso
territorio en la región de Kantō y se había asentado en Edo, consiguió derrotar
a sus rivales y someter a los partidarios de las fuerzas Toyotomi, imponiendo así
la hegemonía Tokugawa (1600-1867). Ieyasu era tan ambicioso y despiadado
como cualquier otro daimio. Obedeció a Nobunaga cuando éste le ordenó
ejecutar a su propia esposa y obligar a su hijo a hacerse el harakiri. Se jactaba
de ser descendiente del clan Minamoto y, tras ser nombrado shogún en 1603,
decidió permanecer en Edo, que pasó a ser la sede del gobierno. Tal como
hicieran otros shogunes anteriores, permitió que la corte imperial se quedara en
Kioto, si bien el Emperador, aún siendo el jefe del culto imperial sintoísta,
carecía de poder político.
Los dos siglos y medio de gobierno Tokugawa condicionaron el modo de
pensamiento japonés, su escala de valores, su conducta social y las instituciones
de forma más acusada que los gobiernos anteriores. Así pues, resulta necesario
conocer la sociedad Tokugawa para poder comprender al Japón actual.
Para asegurar la continuidad de su régimen, Ieyasu adopto ciertas medidas.
Así, asignó a los daimios grandes extensiones de terreno a modo de feudos, si
bien la familia Tokugawa conservó por herencia las posesiones más extensas. La
producción de todo el país por entonces se calculaba en ti cinta millones de
kokus, de los cuales siete millones correspondían a la familia Tokugawa. Los
dominios del Bakufu estaban situados en la región de Kantō y en otras zonas
estratégicas. Ieyasu otorgó feudos de su propia herencia a sus vasallos y
colaboradores más directos. Los restantes veintidós o veintitrés millones de
kokus quedaron en manos de los daimios, cuyo número fue variando a lo largo
de la era Tokugawa, pero que por término medio ascendía a 270
aproximadamente. La posesión mínima de un daimio era de diez mil kokus. La
inmensa mayoría contaba con menos de cien mil, aunque unos pocos llegaron
a poseer hasta trescientos mil kokus o más. El daimio más rico llegó a acumular
1,02 millones de kokus. La corte imperial recibió, en un primer momento,
veinte mil.
Los daimios se dividían en tres clases: los parientes de la familia Tokugawa,
incluidas tres dinastías colaterales fundadas por los hijos de Ieyasu; los daimios
vinculados por linaje a la familia Tokugawa; y los llamados señores «de fuera»,
que habían pasado a depender de la familia Tokugawa tras la victoria de ésta.
Los señores herederos fueron destinados a zonas estratégicas, mientras que a los
«de fuera» se les asignaron las regiones más lejanas o bien zonas situadas entre
las posesiones de los señores herederos. Los daimios tenían prohibido establecer
vínculos matrimoniales o reparar castillos sin la autorización previa del Bakufu,
al mismo tiempo que estaban obligados a pasar uno de cada dos años en Edo,
ciudad en la que, por ley, tenían que residir los miembros de su familia.
Los daimios podían gobernar sus dominios (han) libremente, pero el
Bakufu gozaba del control absoluto de las relaciones exteriores, la acuñación de
moneda y el transporte interfeudal. Cada daimio tenía su propio centro de
poder en su ciudad-castillo, desde donde controlaba a sus vasallos y a la gente
que vivía en sus dominios, en su mayoría campesinos. Esta división del país en
diversos territorios daimios modeló la identidad regional japonesa, provocando
cierto distanciamiento entre regiones.
Con el fin de asegurar la estabilidad social y política, el bakufu Tokugawa
decidió establecer un rígido sistema de clases. Antes de la época de los señores
guerreros no existía una separación estricta entre samuráis y campesinos. En
tiempos de paz el samurái se dedicaba a cultivar la tierra, actividad que
abandonaba cuando se incorporaba a filas, al mismo tiempo que los
campesinos tenían derecho a ser incluidos en los grupos de guerreros. Durante
el período de los «estados guerreros», los samuráis empezaron a dedicar más
tiempo a la guerra y se asentaban allá donde su señor hubiera fijado el cuartel
general. Más adelante, Hideyoshi empezó a restringir la posibilidad de que los
campesinos abandonaran las labores del campo. El bakufu Tokugawa formalizó
las divisiones de clase y el status de samuráis y campesinos pasó a definirse por
nacimiento. Los gobernantes Tokugawa adoptaron la división de clases del
confucianismo chino, esto es, eruditos, campesinos, artesanos y comerciantes,
pero sustituyendo a los eruditos por los samuráis. Los artesanos y comerciantes
formaban prácticamente una única clase: la de «los habitantes de la ciudad».
Los samuráis eran la clase dominante, los privilegiados. En vez de
asignárseles una propiedad, se les pagaba en estipendios fijos de arroz. En
realidad, no eran más que siervos políticos que vivían en las ciudades-castillo
donde estaba asentado su señor. Había grandes diferencias entre los estipendios
de arroz que recibían los samuráis de clase alta y los percibidos por los de clase
baja, además de estar prohibido el matrimonio entre miembros de ambas
clases. Se suponía que el samurái debía conocer las enseñanzas de Confucio y
comportarse según el código de los guerreros, que destacaba, ante todo, la
dedicación exclusiva al señor. La clase samurái era superior al pueblo llano, por
lo que estaba autorizada a matar con total impunidad a un campesino o
habitante de la ciudad que se comportara de forma insolente con ellos. A
finales de la era Tokugawa el número de samuráis ascendía aproximadamente a
1.800.000, de los cuales el treinta por ciento pertenecía a la clase más baja.
El campesinado
Evolución política
Los campesinos llevaban una vida de arduo trabajo sin apenas comodidades. Su
existencia estaba cuidadosamente regulada y gobernada por la filosofía moral
impuesta por la clase gobernante, de orientación confuciana. Así pues, la
diligencia, la disposición, la obediencia y la renuncia se convirtieron en
virtudes fuertemente arraigadas en la mentalidad campesina. Con todo, ante
una etapa de malas cosechas y hambre se veían obligados a tomar decisiones
dolorosas, tales como el infanticidio, el aborto o vender a sus hijas a los
prostíbulos. En sus viajes por el país, el escritor Sato No-buhiro (1767-1850)
observó que el infanticidio estaba muy extendido, y que incluso «se mataba a
los niños antes de que nacieran… En [las provincias del norte] todos los años
se acababa con la vida de más de sesenta mil o setenta mil niños»[16]. En casos
extremos de hambruna, se llegaba incluso al canibalismo. Un erudito que viajó
por las aldeas del norte durante la hambruna de 1785 se encontró a su paso
pilas de huesos blanqueados, de lo que un campesino le dijo: «Son los huesos
de personas que perecieron de hambre… Solíamos cazar a los caballos que
merodeaban por ahí… los descuartizábamos, cocinábamos su carne
ensangrentada y nos la comíamos… Cuando nos quedamos sin animales
apuñalábamos y matábamos a nuestros hijos, hermanos o a cualquiera al borde
de la muerte… y nos comíamos su carne»[17].
En la era Tokugawa se contabilizaron treinta y cinco hambrunas a causa del
mal tiempo y de las plagas de langosta, que acarrearon muertes masivas por
inanición. Se calcula que en la hambruna de 1732 murieron por esta causa
969.900 personas. En la mayor de ellas, que duró de 1783 a 1787, según un
testimonio de la época fallecieron más de dos millones de personas sólo en una
provincia. A pesar de que, indudablemente, estas cifras responden a un cálculo
excesivo debido a la costumbre de utilizar unidades de diez mil para indicar la
magnitud de cualquier acontecimiento, se cree que perecieron de inanición
varios cientos de miles de personas.
Ando Shōeki (1703-1762) surgió como el crítico del orden establecido y
líder del campesinado, aunque sus ideas no se dieron a conocer prácticamente
hasta el siglo XX, cuando se descubrió la multitud de volúmenes que había
escrito. Convencido de que la población rural constituía la base de la sociedad
y que era la única que «vivía honestamente mediante el cultivo directo de la
tierra», criticaba a aquellos que sólo se dedicaban a gastar sin realizar ningún
trabajo útil, afirmando que los samuráis eran el grupo más representativo a este
respecto. Los eruditos confucianos no criticaban esta situación porque no eran
sino «avaros consumidores que no cultivan la tierra». Por tanto, Shōeki
rechazaba las enseñanzas de los antiguos sabios que proponían un orden
jerárquico de las cosas contrario al orden de la naturaleza y, promulgando una
filosofía igualitaria, afirmaba que antes de que aparecieran el conocimiento y la
civilización la gente era libre, igual y moral. Repudiaba a los que no hacían otra
cosa que hablar sin producir «un solo grano de arroz». En el verdadero estado
de la naturaleza no habrá gobernantes ni clases privilegiadas. Todos se
dedicarán a «cultivar la tierra directamente» y prevalecerán la igualdad y la
libertad completa[18].
Mientras Shōeki condenaba el orden existente que explotaba a los
campesinos, Ninomiya Sontoku (1787-1856) promulgaba las virtudes de la
abnegación, el trabajo y el ahorro como medio para reparar la deuda contraída
con nuestros antepasados y con la sociedad. Lógicamente, aquellos con
intereses creados le idealizaron como el «sabio campesino de Japón», un
modelo digno de ser imitado por los campesinos. A los niños se les enseñaba en
la escuela que era un joven diligente campesino que leía libros mientras
acarreaba a la espalda pesadas cargas.
La cultura Tokugawa
El acontecimiento cultural más importante del período Tokugawa fue el
desarrollo de la cultura en los núcleos urbanos. La actividad creativa de los
ciudadanos se manifestó en todos los ámbitos: literatura en prosa, poesía haiku,
teatro kabuki, cerámica y relieves en madera. El punto álgido de la cultura
urbana Tokugawa, conocido como la era Genroku, se produjo a finales del
siglo XVII y comienzos del XVIII. Esta etapa representa el estilo de vida
exuberante, colorista y ostentoso de los mercaderes ricos, especialmente en los
centros comerciales más importantes, como Osaka y Edo. Un médico alemán
que visitó Osaka a finales del siglo XVII afirmó: «Todo lo que fomenta el lujo y
satisface los placeres sensuales se puede obtener aquí al mismo precio que en
cualquier otro lugar»[21]. Este estilo de vida hedonista pasó a ser conocido
como ukiyo (‘mundo flotante’).
El maestro de la ficción en prosa que describió este mundo flotante fue
Ihara Saikaku, natural de Osaka. Empezó su actividad como poeta, llegando a
componer 23.500 haiku en veinticuatro horas. Escribió docenas de novelas
eróticas en tono de humor, empezando con El hombre que pasó su vida
enamorado, donde el protagonista, tras iniciar su vida amorosa a los ocho años,
llegó a seducir a un total de 3.742 mujeres antes de haber cumplido los 60.
Aun así, insatisfecho, decidió embarcar en busca de la fabulosa Isla de las
Mujeres. Durante el período Tokugawa continuaron escribiéndose también
cuentos populares, de entretenimiento, o historias edificantes de carácter
moral, lo que pone de relieve el amplio nivel de alfabetización de los habitantes
de la ciudad.
El haiku, o poema de diecisiete sílabas, nació también como un estilo
popular de poesía típico de las ciudades, aunque su composición y apreciación
no se limitaban únicamente a las zonas urbanas. Por ejemplo, el miembro de la
clase samurái y más grande poeta de haikus, Matsuo Bashō (1644-1694),
deambuló errante por el país como monje budista. Suzuki Daisetsu, experto en
Zen, explica así la brevedad del haiku: «En el momento supremo de la vida y la
muerte… los sentimientos se resisten a ser tratados conceptualmente… El
haiku no es producto del intelecto, de ahí su concisión y su importancia»[22].
Para componer un buen haiku —explica Donald Keene— se necesita que salte
una chispa entre dos polos eléctricos, como por ejemplo: «El viejo estanque.
Una rana salta en él. El sonido del agua»[23].
La otra forma de entretenimiento que prosperó entre los habitantes de la
ciudad fue el teatro kabuki y de marionetas. Tal y como expone una autoridad
en kabuki, «el kabuki consigue fundir en una sola forma el arte de la música,
de la danza, de la interpretación y de la literatura, junto con las artes gráficas y
plásticas»[24]. El dramaturgo que contribuyó en mayor medida a la popularidad
del kabuki fue Chikamatsu, autor de un total de 160 obras que, a menudo,
relatan los conflictos entre el amor y el deber, o hablan de los sentimientos
humanos (ninjō) y de las obligaciones morales y sociales (giri).
El estilo artístico que floreció en las ciudades fue el grabado sobre madera
(ukiyo-e, ‘pinturas del mundo flotante’). Moronobu (1618-1694), Harunobu
(1725-1770), Utamaro (1753-1806), Sharaku (fallecido en 1801), Hokusai
(1760-1849) y Hiroshige (1797-1858), artistas cuya obra es apreciada hoy día
en todo el mundo, realizaron grabados e ilustraciones para novelas. Moronobu
hizo alguna que otra ilustración para Saikaku; Harunobu es famoso por sus
delicadas y coquetas figuras femeninas; Utamaro por sus voluptuosas mujeres;
Sharaku es conocido por las exageradas poses de los actores kabuki; Hokusai
por sus impresionantes dibujos de paisajes; y Hiroshige por sus series de
grabados Cincuenta y tres escenas del camino de Tokaido. A Hiroshige le
interesaba especialmente la relación entre la luz y los fenómenos naturales:
«Nadie nos había revelado antes con tanta frescura la belleza de la lluvia»,
escribió un historiador de arte[25]. La dedicación de Hokusai a su trabajo
queda de manifiesto en estas palabras: «Desde los seis años tengo la costumbre
de dibujar las formas de los objetos… ninguna de las obras pictóricas que
compuse antes de los setenta años tiene gran valor… quizás a los ochenta mi
arte mejore, y es posible que cuando cumpla noventa años alcance verdadera
profundidad… A la edad de ciento diez puede que cada punto y cada
pincelada parezcan vivos»[26]. Y firmó su ensayo como «el viejo loco por el
dibujo». Los artistas japoneses que trabajaron en madera, en particular Hokusai
y Hiroshige, tuvieron gran influencia en algunos impresionistas del siglo XIX,
como es el caso de Van Gogh.
Las artes decorativas tradicionales —pinturas de biombos, lacados y
pintura de cerámica— también alcanzaron un gran esplendor en este período.
Entre los artistas más destacados cabe mencionar a Ōgata Kōrin (1658-1716) y
a Maruyama Ōkyo (1733-1795), cuyas pinturas sobre biombos se han revelado
como auténticos tesoros nacionales.
Educación
La Restauración Meiji
Los nuevos líderes políticos se encontraron con una ingente labor. Tuvieron
que poner fin al orden feudal Tokugawa y crear un gobierno central muy
controlado. Así pues, lo que en principio era la restauración de la autoridad
imperial se convirtió finalmente en una reestructuración de la sociedad y de las
instituciones.
Uno de los asuntos prioritarios era evitar que la nación sufriera el destino al
que habían sucumbido otros pueblos asiáticos, es decir, caer en manos de las
potencias occidentales. De ahí que una de las principales preocupaciones fuera
lograr fukoku kyōhei (‘nación rica, ejército fuerte’). En un principio, el liderazgo
estuvo en manos de Saigō, Ōkubo y Kido, «los tres grandes» responsables de la
Restauración Meiji, aunque también pasaron a formar parte de la nueva élite
del poder algunos de los hombres mejor preparados de Chōshū y Satsuma, así
como un pequeño grupo de aristócratas de la corte imperial.
El sometimiento de la oposición anti-Meiji se alcanzó con relativa
celeridad. Tokugawa Keiki cedió su autoridad sin ofrecer resistencia. Se
consiguió someter tanto al más importante clan de la oposición, el clan Aizu,
como a algunos grupos de samuráis contrarios al sistema imperial. Los
movimientos campesinos «para reformar la sociedad» que habían comenzado
en 1866, a finales de la era Tokugawa, continuaron hasta 1868. Perseguían la
cancelación de deudas y la supresión de impuestos, no dudando para ello en
atacar a los líderes regionales y ricos comerciantes que habían prosperado en los
pueblos. Para apaciguar el descontento popular los líderes Meiji ondearon la
bandera de un gobierno benevolente que ayudaba a las masas pero, temiendo
que se extendiera el malestar, ejecutaron al líder de uno de los grupos más
radicales partidario de reducir los impuestos y aumentar las ayudas públicas.
Así pues, los dirigentes Meiji se olvidaron rápidamente de su imagen de
bondad con el pueblo e hicieron poco por el bienestar social y económico de
los más pobres. En el orden político, en abril de 1868 se promulgó el
Juramento de las Cinco Cláusulas, que incluía disposiciones sobre las
asambleas deliberativas y sobre la presencia de todas las clases en la
administración, si bien el programa de la nueva oligarquía no contemplaba la
participación del pueblo en los asuntos políticos.
Reformas políticas
Reformas sociales
Otro cambio introducido con respecto al antiguo orden feudal fue la abolición
del rígido sistema de clases. En 1869 se procedió a una remodelación de la
antigua división de clases, que finalizó en 1872. Los aristócratas de la corte y
los antiguos daimios pasaron a ser pares, los antiguos samuráis de clase alta se
convirtieron en shizoku (clan samurái) y, el resto, en plebeyos. A los grupos
marginados se les llamó «nuevos plebeyos». Se legalizaron las distinciones de
clase, por lo que el status social de cada familia quedaba recogido en los
registros. Así pues, se perpetuó la conciencia de clase, si bien ahora los plebeyos
podían tener apellidos, casarse con personas de mayor categoría social y
cambiar de profesión, quedando desvinculados de la agricultura. Se les
permitió poseer tierras y, en 1872, se les garantizó el derecho a comprar y
vender propiedades. A partir de 1876, los samuráis dejaron de estar autorizados
a llevar espada y a abusar impunemente de los plebeyos.
La reconstrucción económica
Evolución social
El campesinado
Relaciones exteriores
Los años Taishō suponen un giro hacia la modernidad en las zonas urbanas,
que mostraron un especial interés en las costumbres y la cultura popular de
Occidente. Las películas, la música, la ropa, la comida y la bebida, los bailes y
los deportes como el béisbol, el tenis o el rugby gozaron de una cálida acogida
entre los hombres y mujeres jóvenes y modernos, conocidos como mo-bo y mo-
ga (‘chicos y chicas modernos’), a la vanguardia de la cultura del jazz. Las
últimas tecnologías comenzaban a transformar los centros urbanos con tranvías
eléctricos, automóviles, luces de neón, radios y teléfonos.
Mientras los habitantes de la ciudad vivían rodeados de modernidad y la
juventud adoptaba una nueva imagen más acorde con los tiempos, la forma de
vida de las comunidades rurales no se vio tan afectada por este cambio y siguió
aferrada a las costumbres tradicionales. De esta forma, las diferencias ya
existentes entre el Japón urbano y el rural se hicieron más acusadas. Para el
«urbanita», los campesinos «atrasados» eran criaturas miserables. Un aspirante a
escritor que visitó una aldea del norte escribió: «No hay nadie más pobre que
un campesino… Están más negros que sus sucias paredes y llevan una vida gris
y sin alegría, parecida a la de los insectos que se arrastran por el suelo y
sobreviven lamiendo el polvo… Se puede ver la clase de gente que son
simplemente mirándoles a la cara… Es muy fácil reconocer a un campesino. Se
le puede distinguir por su innoble rostro»[10]. El desprecio que los habitantes
de las ciudades mostraban por los humildes campesinos era recíproco entre los
campesinos que tenían cierto grado de conciencia política. Un agricultor
llamado Shibuya Teisuke anotó en su diario en 1926: «Ah, Tokio, eres una
máquina de matar que chupa la sangre de los campesinos en nombre de la
civilización urbana y capitalista… La gente de cultura disfruta de las glorias de
la vida cuando los que producen los bienes esenciales para la vida humana
tienen que vivir [en la miseria]»[11].
Mientras que los campesinos tenían que trabajar muchas horas, los
urbanitas podían disfrutar de la cultura y de la literatura, ya que durante la era
Taishō el número de libros, revistas, periódicos y acontecimientos culturales
creció espectacularmente. Los habitantes de la ciudad solían ser más cultos que
los campesinos, que, en el mejor de los casos, llegaban a cursar los seis años de
educación obligatoria, mientras los jóvenes de las ciudades tenían la posibilidad
de asistir a la escuela secundaria y, a veces, a la universidad. El número de
escuelas superiores había aumentado considerablemente, y en 1925 existían ya
34 universidades, 29 escuelas superiores y 84 escuelas de formación
profesional. El número de escuelas de educación secundaria se incrementó
notablemente desde comienzos de siglo. En 1924 había 491 escuelas de
enseñanza media para chicos y 576 para chicas. Una vez implantada la
educación básica obligatoria, creció el nivel de alfabetización del país. Esto
significaba que había un gran público lector ávido de consumir libros, revistas
y periódicos.
La tirada de los periódicos más importantes superaba el millón de
ejemplares, al tiempo que ganaban lectores otras publicaciones serias y también
populares. Los puestos de periódicos y librerías comenzaron a llenarse de
revistas semanales y mensuales. Entre los editores de prensa, Noma Seiji (1878-
1938) se convirtió en la figura más importante, pues sus publicaciones llegaban
a todas las edades y segmentos de la sociedad. Sus nueve revistas incluían
artículos e historias de carácter didáctico o de entretenimiento, llegando a
poner en circulación un total de seis millones de ejemplares en 1930. Este
hombre atribuía su éxito al hecho de que publicaba artículos «que iban siempre
un paso por detrás de la época»; en otras palabras, su intención no era la de
guiar al público, sino la de despertar los sentimientos más conmovedores
latentes en su interior. Fue así como en la época Taishō las páginas se llenaban
de historias de amor romántico y relatos de valientes samuráis, mientras que en
los militaristas años 30 el interés se concentró en los personajes heroicos y
patrióticos del presente y del pasado.
Las revistas de Noma no incluían literatura seria porque sus lectores sólo
buscaban entretenerse. Los periódicos también publicaban novelas populares
por entregas diarias, algunas de ellas muy largas: El paso del Gran Bodhisattva,
la historia de un espadachín ciego y nihilista cuyo karma vagaba luchando para
que el bien venciera al mal, era dos veces más larga que Guerra y Paz, de
Tolstoi. A pesar de que Yoshikawa Eiji (1892-1962) sólo había cursado la
educación básica, se convirtió en el escritor más popular de mediados de siglo.
Sus historias narraban las proezas de heroicos espadachines como Miyamoto
Musashi, el John Wayne del mundo samurái, aunque también escribió relatos
históricos tales como la historia del clan Taira. Yoshiya Nobuko (1896-1973),
precursora de Danielle Steel, escribió un ingente número de historias
románticas para mujeres.
Por lo general, los escritores serios no tenían cabida en los periódicos
populares, aunque la mayoría se hizo con un buen número de lectores. En
1910, un grupo de jóvenes de clase alta con aspiraciones constituyó un círculo
literario llamado Escuela del Abedul Blanco. Según manifestó uno de sus
miembros, el sentido de la vida era estar en armonía con la «voluntad de la
humanidad». Existe un nexo común entre el espíritu del individuo y el espíritu
de la humanidad. El artista tiene «un corazón que baila con la naturaleza y la
humanidad». Esto llevó a algunos escritores a realizar un giro interior hacia su
vida y producir lo que se llegó a conocer con el nombre de novela «Yo». El
objetivo de este tipo de novela era conseguir que el corazón del escritor y el del
lector se abrazaran mutuamente[12].
Entre los escritores pertenecientes a este círculo estaba Arishima Takeo
(1878-1923), que había estudiado en las universidades americanas de Harvard
y Haverford. Aunque influido por el humanismo cristiano y el socialismo, al
no pertenecer a la clase obrera creía que no estaba capacitado para entrometerse
en la vida del proletariado. Su humanismo, sin embargo, le llevó a regalar a sus
arrendatarios la granja que poseía en Hokkaido, de 405 hectáreas de extensión.
Su sensación de impotencia social le hizo caer en una especie de desesperación
nihilista. Llegó a la conclusión de que hay tres etapas en la vida humana: la
habitual, la intelectual y la instintiva. La verdadera libertad hay que encontrarla
en la fase instintiva. Al tratar de encontrar en el amor el significado último de
la existencia, acabó suicidándose junto con una periodista. La heroína de su
obra maestra, Aquella mujer, «es totalmente distinta a cualquier otra heroína de
la literatura japonesa moderna, pues es una mujer con fuerza de voluntad y
decidida en sus acciones, aunque caprichosa y dotada de intensa vitalidad»[13].
Arishima era un gran defensor de la liberación de la mujer. Creía que las
mujeres no debían conformarse simplemente con conseguir el derecho a
participar en la vida cultural del momento, pues aceptar esa situación cultural
significaba capitular al gusto masculino. Los genios femeninos deben nacer
entre ellas mismas.[14]
Bajo la influencia de Natsume Sōseki, otro grupo de escritores fundó una
revista literaria llamada Shin Shichō (Tendencias del nuevo pensamiento). El
miembro más brillante de este círculo fue Akutagawa Ryūnosuke (1892-1927),
cuya obra se ha calificado de encarnación «del más puro intelecto y
refinamiento». Aunque tenía una visión pesimista de la vida, satirizaba sobre las
debilidades humanas en tono de humor. Creía que los acontecimientos
inesperados siempre impedían a la gente alcanzar la felicidad, tal y como se
refleja en su obra El biombo del infierno (Jigokumon), en la cual un artista recibe
el encargo de su señor de pintar en un biombo una escena del infierno. Para
poder pintar dicha escena con el máximo realismo, consiguió que su señor lo
dispusiera todo para quemar a una mujer en una carreta. Al llegar al lugar para
pintar la escena, descubrió que la mujer encadenada a la carreta en llamas era
su propia hija, por lo que terminó su trabajo y se suicidó. Akutagawa se fue
volviendo cada vez más pesimista y se sentía atraído por la muerte, por lo que
decidió poner fin a su vida. Éstas fueron las palabras que dejó escritas a sus
hijos: «No olvidéis que la vida es una batalla que lleva a la muerte. Si salís
derrotados de esta batalla, suicidaros, como ha hecho vuestro padre»[15]. Su
Rashōmon, una historia medieval en tono subjetivo sobre cuatro relatos de
violación y muerte violenta, fue llevada al cine por el director Kurosawa Akira,
que la convirtió en una película de éxito internacional.
Otro destacado escritor de esta escuela fue Tanizaki Jun’ichirō (1886-
1965), cuya carrera literaria se prolongó hasta después de 1945. Al igual que
sus colegas, se mostraba contrario al naturalismo y, más que fijarse en detalles
concretos, se concentró en la evocación de estados de ánimo y ambientes. Así
aconsejaba a los futuros escritores: «No intentéis ser demasiado claros, dejad
lagunas en el significado… somos partidarios de mantener una fina hoja de
papel entre el hecho y el objeto, por un lado, y las palabras que le dan
expresión, por otro. En la mansión de la literatura, yo pondría los aleros muy
bajos y las paredes de color oscuro. Y empujaría hacia las sombras del fondo
aquello que se muestra muy evidente»[16]. Tanizaki veneraba la belleza
femenina y pensaba que los hombres eran simplemente abono para
alimentarla. Recibió la influencia de los escritores occidentales, pero al mismo
tiempo estaba imbuido de la cultura tradicional japonesa. En Hay quien prefiere
las ortigas trató el conflicto de la atracción mutua que se produce entre
Occidente y las costumbres y cultura tradicionales.
Otro escritor cuya obra se hizo famosa en Occidente fue Kawabata
Yasunari (1899-1972), ganador del Premio Nobel de Literatura en 1968. E. G.
Seidensticker, traductor de muchas de sus obras, compara la calidad lírica de su
estilo con la de los maestros haiku: «El haiku busca despertar rápidamente la
conciencia por lo bello juntando dos términos opuestos o incongruentes. Es así
como el haiku clásico funde tan peculiarmente movimiento y quietud. Del
mismo modo, Kawabata se apoya mucho en la mezcla de sensaciones»[17]. En
su discurso de entrega del Premio Nobel, Kawabata habló de la cultura
japonesa y de su fusión con la naturaleza. Al referirse a un poema escrito por
un monje del siglo XIII, comentó: «Viendo la luna, él mismo se transforma en
luna, y la luna vista por él se transforma en él. Se funde con la naturaleza, se
hace uno con ella»[18]. Tanizaki y Kawabata continuaron con su actividad
literaria durante los años Shōwa (1926-1989).
En las décadas de 1920 y 1930 salieron también a la luz varias mujeres
escritoras, como es el caso de Uno Chiyo (1907-1996). Aunque no se
involucró en temas sociales, como hicieron algunas de sus compañeras de los
años de la preguerra, compuso novelas a partir de distintas personalidades que
iba encontrando a su paso. Un crítico literario dijo de Uno: «Dejando de lado
los convencionalismos, el momento y el lugar, inventó una especie de mundo
de fantasía novelística en el que las palabras parecen estar vivas gracias a su
propia fuerza»[19]. Otra famosa escritora fue Enchi Fumiko (1905-1986), que
alcanzó su momento de máxima creación en los años de la posguerra. En una
de sus mejores obras, Enchi describe la vida de las mujeres Meiji que sufrieron
con nobleza e ingenio la opresión del sistema paternalista familiar. Cuando
llegó a anciana, la heroína «de repente se dio cuenta de la futilidad de esa vida,
en cierto modo artificial, en la que había derrochado tanta energía y
sabiduría»[20].
Durante los años Taishō, cuando socialistas y comunistas luchaban
enérgicamente por la clase trabajadora, surgieron varios escritores de literatura
proletaria. Tsuchi (Tierra), escrito en 1910 por Nagatsuka Takashi (1879-
1915), antes de la era Taishō, describe la dura vida de los campesinos. En
1921, nació la revista literaria dedicada a la literatura proletaria Tane Maku
Hito (Sembradores de semillas), pero no consiguió prosperar ni como
publicación ni como medio para apoyar los intereses de la clase obrera. Un
destacado escritor proletario fue el ya mencionado Kobayashi Takiji. Entre las
mujeres escritoras que abrazaron el marxismo estaba Miyamoto Yuriko (1899-
1951), afiliada al Partido Comunista desde 1931 y casada con uno de sus
dirigentes. A finales de la década de 1930 fue encarcelada, pero consiguió la
libertad debido a su frágil estado de salud. Su primera novela, Nobuko, un
relato semiautobiográfico de su vida en América, apareció a mediados de la
década de 1920. Sin embargo, sus obras más importantes fueron publicadas en
los años de posguerra.
La popularidad de los escritores más relevantes llevó a los editores a
publicar extensas colecciones de obras literarias. En 1926, seiscientos mil
lectores pagaron una señal por adelantado para recibir una colección literaria
en treinta y seis volúmenes. En 1927, un editor empezó a publicar obras
famosas en edición de bolsillo.
Pero no fueron los autores literarios los únicos que escribieron piezas
intelectuales serias. Tras el interés mostrado por los primeros pensadores Meiji
en el liberalismo inglés y francés, el idealismo alemán se convirtió en la filosofía
más buscada por los intelectuales del entorno académico. El exponente más
importante de esta escuela de pensamiento fue Nishida Kitarō (1870-1945),
influido por las filosofías hegeliana y neokantiana pero también un estudioso
del budismo Zen. Se propuso formular una filosofía que combinara elementos
religiosos con la ciencia racional. En Indagación del bien (Gedisa, 1995) intentó
definir la realidad como experiencia «pura» o «directa», el estado anteriormente
inmediato al momento en que se separa el sujeto del objeto. En una obra
posterior define la realidad como «el lugar de la nada», donde existen sujeto y
objeto y donde se establece la consciencia misma. Aquí «se percibe la forma de
la informidad y el sonido de la insonoridad»[21].
La apertura a la ciencia occidental durante el período Meiji animó a un
número cada vez mayor de estudiosos a interesarse por la ciencia y, como
resultado, los científicos japoneses empezaron a hacer notables
descubrimientos. Entre los pioneros podemos citar a Kitazato Shibasaburō
(1852-1931), que descubrió el bacilo de la peste bubónica en 1894 y también
consiguió aislar el bacilo de la disentería y el tétanos, además de preparar una
antitoxina para la difteria. El bacteriólogo Noguchi Hideyo (1876-1928)
descubrió la causa de la sífilis y de la fiebre amarilla y encontró un tratamiento
para combatirlas. Otros estudiosos contribuyeron con sus investigaciones a los
estudios atómicos, la sismología y la farmacología.
Avances socio-económicos
Intentos de asesinato
Mientras se alargaba el conflicto con China y las relaciones con otras potencias
se tornaban cada vez más ásperas, el gobierno japonés empezó a adoptar duras
medidas para reforzar el control en los asuntos internos del país y asegurarse el
apoyo popular a las iniciativas militares. En febrero de 1938, el gobierno de
Konoe puso en marcha la Ley de Movilización Nacional para recaudar fondos
y reunir recursos humanos que garantizasen la defensa nacional. Se apeló a
todos los trabajadores para que se comprometieran con el esfuerzo de la
nación. Los sindicatos fueron obligados a disolverse, pues no estaban al servicio
del país, sino de los trabajadores. El gobierno endureció la censura y se mostró
dispuesto a eliminar a todos los que albergaran ideas peligrosas, incluidos los
intelectuales liberales. Los medios de comunicación se sometieron a un férreo
control y se suprimieron todas las noticias desfavorables referentes a la
campaña militar en China. Se prohibieron los libros catalogados como
pacifistas y antimilitaristas, o bien que criticasen el Régimen Nacional, la corte
imperial o la sacrosanta historia nacional. Finalmente, se revisaron los libros de
texto para inculcar en los niños sentimientos militaristas y nacionalistas.
Al hacerse más intensa la mentalidad bélica, una atmósfera triste, gris y
seria empezó a envolver a la sociedad japonesa. Las actividades «frívolas», al
estilo occidental, de los mo-bo y los mo-ga prácticamente desaparecieron. Las
canciones de amor de tono romántico dieron paso a patrióticos himnos bélicos,
al mismo tiempo que se rechazaba todo lo occidental. Se condenó el béisbol,
que se había convertido en uno de los pasatiempos nacionales favoritos, y
abuchearon a Babe Ruth, un ídolo para los aficionados a este deporte. Se instó
a las mujeres a que dejaran de hacerse la permanente (algunas de las más
patriotas incluso iban por la calle dando tijeretazos a las que llevaban el pelo
rizado) o de vestirse al estilo occidental. En poco tiempo todos los hombres
empezaron a vestirse con el «uniforme del pueblo», de color caqui, y las
mujeres con sencillos pantalones.
La situación política empeoraba a medida que el conflicto con China
seguía sin resolverse y las fricciones internacionales se intensificaban. Con la
esperanza de acabar con el gobierno nacionalista chino, a principios de 1940
los japoneses crearon un gobierno títere encabezado por Wang Jingwei, al que
convencieron para que abandonara el gobierno nacionalista. Sin embargo, esta
decisión no tuvo ningún efecto en la resistencia china. Durante el mismo
período, los nacionalistas más radicales iniciaron un movimiento dirigido a
formar alianza con Alemania e Italia, pero poco antes de que Hitler invadiera
Polonia éste acordó un tratado de no agresión con la Unión Soviética. Dicho
acuerdo sorprendió a los defensores de la Alianza del Eje porque el propósito
de la Alianza era, precisamente, contener a la Unión Soviética. Sin embargo, las
victorias militares de Hitler en Europa reavivaron la necesidad de aliarse con las
potencias del Eje. Los expansionistas estaban convencidos de que una alianza
permitiría a Japón avanzar hacia el sureste de Asia y obtener el control de las
colonias europeas de la zona. Así, en septiembre de 1940 el gobierno japonés,
con Konoe a la cabeza, entró a formar parte de la Alianza del Eje, junto con
Alemania e Italia.
Konoe había recuperado la presidencia del gobierno en julio de 1940 tras
un intervalo de un año y medio. Su política, que contaba con el apoyo de los
militaristas y de los ultranacionalistas, llevó a Japón directamente a la guerra
del Pacífico. Entre los miembros de su gabinete se encontraban el general Tojo
Hideki, ministro de la Guerra, y el ministro de Asuntos Exteriores Matsuoka
Yósuke (1880-1946), educado en Estados Unidos y artífice de la exclusión
japonesa de la Liga de Naciones en 1933. Konoe y sus ministros formularon
«Los Principios Fundamentales de la Política Básica Nacional», que
promulgaban la creación de un nuevo orden en la Gran Asia Oriental basado
en el supuesto pilar básico de la nación: «las cinco partes del mundo bajo un
solo techo». Matsuoka explicó que esta declaración significaba el
establecimiento del «ámbito de coprosperidad de la Gran Asia Oriental».
Como medida preparatoria, los oficiales aseguraron que se hacía necesaria una
reestructuración militar, resolver el conflicto con China, introducir reformas
administrativas, planificar la economía y aplicar medidas educativas para
reforzar los principios del sistema de gobierno nacional y eliminar los
«pensamientos egoístas».
Esta declaración fue aceptada en una reunión celebrada a finales de julio
entre el gabinete y el mando supremo del ejército. Los miembros también
acordaron proseguir su avance hacia el Sudeste Asiático, recurriendo a las armas
si fuera necesario. No sólo previeron que este avance encontraría la oposición
militar británica, sino que también estuvieron de acuerdo en la necesidad de
estar preparados para un posible conflicto con Estados Unidos; de ahí la
premura en acelerar los preparativos militares. Esta decisión de avanzar hacia el
sur por la fuerza preparó el escenario para la guerra del Pacífico.
La marina fue más categórica que el ejército de tierra en la decisión de
avanzar hacia el sur, pues le interesaba acceder a los yacimientos de petróleo del
sureste de Asia. Este interés estaba motivado, en parte, por la derogación de
Estados Unidos del tratado comercial el mes de enero anterior. El ejército de
tierra, por su lado, estaba más preocupado por la posición de la Unión
Soviética en el norte.
En el campo de la política, Konoe puso en marcha un plan de
reestructuración para sustituir a todos los partidos políticos existentes por un
partido único y unitario. Los militares más radicales se mostraron a favor de
crear un partido de corte nazi que apuntalara el establecimiento de un «Estado
de defensa nacional», es decir, un régimen militar. Muchos «reformistas»
defendieron la creación de un partido sólido para construir un nuevo orden
social. Los partidos existentes se disolvieron voluntariamente y se unieron al
movimiento. En octubre de 1940 se formó la Asociación para el Apoyo del
Régimen Imperial, con Konoe a la cabeza, pero debido a la divergencia de
intereses de sus miembros y a la heterogeneidad del grupo, la organización no
consiguió funcionar como un verdadero partido político efectivo y se
transformó en un simple instrumento para ayudar al pueblo a revivir el
«espíritu Yamato».
El avance hacia el Sureste Asiático había comenzado incluso antes de que el
gobierno Konoe adoptara los «Principios Fundamentales». Para que China no
pudiera recibir suministros a través de la Indochina francesa (Vietnam), el
almirante Yonai, en nombre del gobierno japonés, solicitó al Gobernador
General francés que permitiera a los observadores militares japoneses en Hanoi
poner fin al envío de material bélico a China. Tras su derrota con Alemania,
Francia no estaba en posición de enfrentarse a los japoneses y accedió a su
petición en junio de 1940. Cuando el gobierno Konoe decidió avanzar hacia el
sur, exigió a los franceses que le permitieran enviar tropas a Indochina. Francia
no pudo negarse y las tropas japonesas ocuparon el norte de Indochina antes
de finales de septiembre de 1940. Estados Unidos y Gran Bretaña se sintieron
obligados a tomar represalias contra Japón. Así, los americanos establecieron
un embargo sobre los envíos de hierro y acero viejos a Japón, mientras que
Gran Bretaña decidió reabrir la carretera de Birmania, una ruta de entrada de
suministros a China que había acordado cerrar en el pasado.
A Japón le interesaba sobre todo tener acceso a las Indias Orientales
Holandesas (Indonesia) por su petróleo. Las negociaciones con las autoridades
holandesas en Batavia se prolongaron desde septiembre de 1940 a junio de
1941 pero los holandeses, aliados con los británicos, no accedieron a la
petición japonesa. Esta negativa reforzó el argumento de los militaristas
nipones de la necesidad de recurrir a la fuerza para romper el llamado círculo
ABCH (americano, británico, chino y holandés). A medida que la posibilidad
de una confrontación con Estados Unidos y Gran Bretaña se hacía más
cercana, el ministro Matsuoka decidió afianzar sus relaciones con la Unión
Soviética. Puesto que ésta y Alemania habían acordado un pacto de neutralidad
en agosto de 1939, Matsuoka esperaba incluir a la Unión Soviética en la
Alianza del Eje. Así pues, en marzo de 1941 viajó a Alemania sólo para
descubrir que las relaciones entre este país y la Unión Soviética se habían
deteriorado. En lugar de reconciliarse con Rusia, los alemanes intentaron
convencer a Japón para que atacara Singapur y, así, entrar en guerra con Gran
Bretaña. Matsuoka abandonó su plan de constituir una cuádruple alianza
militar y el 13 de abril, en el viaje de regreso a Japón, firmó un pacto de
neutralidad con Rusia. Stalin le dijo: «Ahora Japón puede avanzar hacia el sur».
Dos meses después los alemanes lanzaron una ofensiva contra Rusia. Una
vez concluido el pacto de neutralidad con la Unión Soviética, Matsuoka
propuso a la junta de enlace del gabinete y al alto mando del ejército
abandonar su plan de avanzar en el sur y unirse a Alemania en la guerra contra
Rusia. La junta rechazó la propuesta de Matsuoka y siguió adelante con sus
planes de expansión hacia el sur.
Nomura Kichisaburō, que era ministro de Asuntos Exteriores cuando, en
enero de 1940, Estados Unidos hizo pública su decisión de derogar su tratado
comercial, había planificado negociar un nuevo tratado, pero el gabinete fue
disuelto y no tuvo tiempo de seguir adelante con su idea de mejorar las
relaciones americano-japonesas. A principios de 1941 fue elegido por Konoe
embajador en Estados Unidos. Se propuso mantener una relación fluida entre
las dos naciones e inició las conversaciones con Cordell Hull, secretario de
Estado norteamericano. Este último planteó cuatro principios básicos: respeto
por la integridad territorial, no interferir en los asuntos internos de otros
países, igualdad de oportunidades y no alterar el statu quo en el Pacífico. Entre
los asuntos específicos pendientes de resolución estaban la renovación del
tratado comercial, la ocupación japonesa de China, la política nipona en el
Sureste Asiático y la alianza con Alemania e Italia. En el transcurso de las
conversaciones, que duraron de marzo a noviembre, la cuestión China resultó
ser la más difícil de resolver. Estados Unidos insistía en que Japón debía
retirarse de China, pero Japón se mostraba inflexible ante la posibilidad de una
retirada total del país.
Durante las negociaciones, el gobierno japonés decidió seguir adelante con
el plan de ocupar la parte sur de Indochina, a pesar de que Nomura había
advertido de que dicha maniobra sería entendida como un paso previo a la
invasión de Singapur y de las Indias Holandesas Orientales. A finales de julio,
el gobierno japonés obligó al gobierno francés de Vichy a aceptar la ocupación
japonesa del sur de Indochina. El gobierno norteamericano respondió
congelando los haberes japoneses en Estados Unidos e imponiendo un
embargo total a las importaciones del país asiático, excepto algodón y
alimentos. Gran Bretaña y las Indias Orientales Holandesas hicieron lo propio.
Esta medida supuso, en la práctica, un bloqueo económico total por parte de
países de los que Japón dependía para sus importaciones. En 1939, el 66,4 por
ciento de las importaciones japonesas procedía de regiones controladas
económicamente por Estados Unidos y Gran Bretaña. Japón dependía en gran
medida de Estados Unidos para obtener petróleo, un producto crucial para su
armada. En 1939, el 85 por ciento del petróleo de Japón procedía de Estados
Unidos, una cantidad que descendería, en 1940, al ochenta por ciento. Sin la
principal fuente de petróleo, las reservas de la armada japonesa no durarían
más de dos años, o un año y medio si Japón entraba en una guerra a gran
escala. Esto hizo que los mandos de la armada, que hasta entonces se habían
opuesto a un conflicto militar con Gran Bretaña y Estados Unidos, defendieran
la propuesta de iniciar acciones militares para acceder a los campos petrolíferos
de las Indias Orientales Holandesas. Eran conscientes de que esta decisión
significaba la guerra con Estados Unidos y Gran Bretaña, pero si el bloqueo
continuaba la armada quedaría inmovilizada. Japón sería como «un pez en un
estanque al que le extraen el agua poco a poco»[7].
La situación estaba alcanzando un punto crítico en el que la guerra entre
los países del bando angloamericano y Japón parecía inevitable. Konoe acordó
una reunión con el presidente Roosevelt para negociar un acuerdo, pero los
mandos del ejército se negaron a aceptarlo a menos que Estados Unidos dejara
de prestar ayuda a China, acatara el Pacto Tripartito y reanudara las relaciones
comerciales con Japón. Con todo, Konoe decidió reunirse con Roosevelt. Antes
de la celebración de este encuentro, el secretario Hull insistió en que Japón
debía abandonar el Pacto del Eje y acceder a retirar a su ejército de China. El
presidente Roosevelt se mostró de acuerdo con Hull, por lo que la cumbre no
se pudo celebrar. Roosevelt y Hull, entre otros, coincidían en que China no
podía quedar abandonada y que Japón tenía que romper relaciones con
Alemania, que estaba en guerra con Gran Bretaña y Rusia. Los japoneses, en
especial los militaristas, estaban decididos a no marcharse de China después de
las muchas bajas que habían sufrido y de haber convencido a su pueblo de que
se trataba de una «guerra justa». Tojo defendía que de ningún modo podía
retirarse Japón de China «después de haber sacrificado tantas vidas preciosas en
el continente»[8]. El fracaso de Nomura y los negociadores, que no
consiguieron hacer ningún progreso, instó a los jefes militares a iniciar los
preparativos de una guerra con Estados Unidos y Gran Bretaña. Los mandos
del ejército de tierra y de la armada acordaron que tomarían la decisión de ir a
la guerra si antes de octubre no prosperaban las negociaciones, y así lo hicieron
constar ante la asamblea de enlace entre el gabinete y el mando supremo. Los
miembros de la asamblea dieron su aprobación el 6 de septiembre y elevaron la
propuesta a la asamblea imperial, presidida por el Emperador.
En dicha asamblea, el Emperador mostró su preferencia por la vía
diplomática antes de declarar la guerra. Los miembros estuvieron de acuerdo
en continuar las negociaciones, pero expresaron también su decisión de no
dejarse acobardar ante la posibilidad de entrar en guerra si Estados Unidos no
aceptaba las condiciones de Japón, que incluían la petición de que Estados
Unidos y Gran Bretaña no interfirieran en la resolución del Incidente de
China; no prestaran ayuda al gobierno chino; no fijaran bases militares en
Tailandia, las Indias Holandesas o China; y la obligación de reanudar las
relaciones comerciales con Japón. Si se satisfacían estas condiciones, Japón
prometía no utilizar la Indochina francesa como base de operaciones contra
cualquier país vecino, garantizaría la neutralidad de Filipinas, no invocaría
automáticamente el Pacto Tripartito si Estados Unidos entraba en la guerra
europea y acataría el pacto de neutralidad con la Unión Soviética. Si para
principios del mes de octubre las negociaciones hubieran resultado
infructuosas, los preparativos para la guerra comenzarían de inmediato.
Konoe siguió intentando organizar un encuentro con el presidente
Roosevelt. El embajador de Estados Unidos en Japón instó al gobierno
americano a concertar una entrevista; de otro modo, caería el gobierno Konoe
y se instauraría una dictadura militar. Pero el secretario de estado Hull insistía
en que el encuentro entre Roosevelt y Konoe no se celebraría a menos que se
aceptaran los cuatro principios que él había propuesto anteriormente, y así lo
hizo constar en una nota remitida a las autoridades japonesas el 2 de octubre.
Los altos mandos del ejército apremiaban a Konoe para entrar en guerra,
mientras que los mandos de la armada preferían retrasar una decisión que
dependía, según ellos, del primer ministro. Incapaz de conseguir que la armada
accediera a algunas concesiones, Konoe dimitió. El consejero de la corte Kido
Kóichi (1889-1977) aconsejó al Emperador que escogiera como primer
ministro al general Tojo, porque creía que sólo él podría someter a los
patrióticos mandos de la armada. El 18 de octubre Tojo juró su nuevo cargo.
Tojo convocó la asamblea de enlace para finales de octubre. Los oficiales
del alto mando de la armada mantenían que era el momento de tomar la
decisión de ir a la guerra y que deberían estar preparados para entrar en
combate a principios de diciembre. Sin embargo, el ministro de Asuntos
Exteriores, Tōgō Shigenori (1882-1950), les convenció de que era mejor
continuar las negociaciones, a las que pondría fin el 13 de noviembre (fecha
ampliada al 1 de diciembre) si éstas no prosperaban. La asamblea de enlace
accedió a presentar propuestas favorables para Japón y exigió a Estados Unidos
que aceptara la ocupación japonesa de algunas zonas de China, tales como
China del Norte y la región interior de Mongolia. En el caso de que estas
propuestas fueran rechazadas, se hacía necesario presentar un modus vivendi
que, en esencia, afectaba al estado de cosas en el Sudeste Asiático y Pacífico sur
en cuanto a despliegue militar se refiere. A cambio, se restablecerían las
relaciones comerciales entre Japón y Estados Unidos y éstos no intervendrían
en la resolución del conflicto chino-japonés. La asamblea imperial decidió que
iría a la guerra a principios de diciembre si estas propuestas no producían el
efecto deseado. Tal y como esperaban los más radicales, Estados Unidos
rechazó las peticiones.
El secretario Hull sugirió que Estados Unidos presentara un modus vivendi
propio para demorar la ruptura de las negociaciones, al menos durante tres
meses. Según el presidente Roosevelt, esta propuesta implicaba cierta
reapertura del comercio entre los dos países y la prohibición de que Japón
enviara más tropas a Indochina, a la frontera de Manchuria o a cualquier otro
lugar del sur. Igualmente, Japón no podría apelar al Pacto Tripartito en caso de
que Estados Unidos se viera envuelto en la guerra europea y Estados Unidos
fomentaría las buenas relaciones entre China y Japón. Sin embargo, Gran
Bretaña y China se opusieron a este plan, que fue finalmente descartado.
El deseo del secretario Hull de demorar algunos meses el hipotético fracaso
de las negociaciones respondía a la necesidad que tenía Estados Unidos de
conseguir el tiempo mínimo necesario para prepararse para una posible
confrontación militar. Esta postura contrastaba con la opinión de los
militaristas japoneses, que se mostraban convencidos de que dicha demora sólo
debilitaría la posición de Japón, resultado del embargo de petróleo.
Tras descartarse el modus vivendi original, las autoridades norteamericanas
decidieron proponer su postura inicial. El 26 de noviembre, el secretario Hull
entregó a los enviados japoneses una nota en la que se reafirmaba en los cuatro
principios básicos, a los que añadía la retirada de todas las tropas japonesas de
China e Indochina y el reconocimiento del gobierno nacionalista como el
único gobierno legítimo de toda China, incluida Manchuria. Así pues, las
negociaciones volvieron al punto de partida. El secretario Hull era consciente
de que esta medida probablemente significaba entrar en guerra, y así lo
comentó a Stimson, secretario de Guerra: «Yo ya me he lavado las manos con
este asunto; ahora queda en tus manos y en las de Knox, el ejército y la
armada»[9].
La nota de Hull pasó por las manos de los líderes militares japoneses más
radicales, que estaban dispuestos a ir a la guerra en cuanto fracasaran las
negociaciones. Los miembros de la asamblea de enlace estuvieron de acuerdo
con Tojo en que la nota de Hull era un ultimátum y acordaron entrar en
guerra. La asamblea imperial, reunida el 1 de diciembre, ratificó la decisión y
fijó la fecha del 8 de diciembre (día 7 en Estados Unidos) para atacar Pearl
Harbor. La flota japonesa, a las órdenes del almirante Yamamoto Isoroku
(1884-1943), partió de la base de las Kuriles el 26 de noviembre —el mismo
día en que se envió la nota de Hull— y se dirigió a Hawai para organizar el
ataque del 8 de diciembre. Yamamoto creía que la armada japonesa podía
resultar victoriosa en una guerra corta, pero no era tan optimista si el conflicto
se prolongaba en el tiempo. Así pues, su estrategia se basaba en una rápida
victoria sobre la marina estadounidense mediante un ataque por sorpresa a
Pearl Harbor.
Se decidió hacer la declaración de guerra en una fecha lo más cercana
posible al comienzo del ataque, pero la embajada japonesa en Washington se
retrasó en descifrar el mensaje y éste fue entregado al secretario de Estado una
hora después de que las bombas empezaran a caer en Pearl Harbor.
Comenzaba, así, la gran guerra del Pacífico.
Reformas educativas
La liberalización de la educación trajo consigo la supresión de los elementos
militaristas y ultranacionalistas que habían caracterizado el plan de estudios
anterior, así como la introducción de elementos democráticos: se acabó con la
práctica de recitar el Decreto Imperial de Educación en las escuelas, se
renovaron los libros de texto, se suprimió la asignatura de Educación Moral, se
amplió la educación obligatoria de seis a nueve años y el control educativo dejó
de hacerse de forma centralizada para pasar a manos de los comités (juntas)
locales. El Ministerio de Educación dejó de editar los libros de texto que se
utilizaban en las escuelas públicas; su aprobación pasó a depender de las juntas
prefecturales, aunque el Ministerio de Educación continuó encargándose de su
certificación. Con el fin de fomentar la educación superior, en 1949 se abrieron
nuevos centros y universidades.
Los profesores obtuvieron el derecho a organizarse en sindicatos, como el
Sindicato de Profesores de Japón, una organización nacional militante y
activista. En el ámbito universitario, en 1948 se constituyó la Federación
Nacional de Estudiantes, que se convirtió en una organización que luchaba por
causas políticas.
La nueva Constitución
Desarrollo económico
El problema más grave al que se tuvo que enfrentar Japón al finalizar la guerra
fue la crisis económica, que trajo consigo desempleo, inflación y escasez de
recursos. En 1946, la producción industrial se situaba al 30,7 por ciento del
nivel que había alcanzado en 1934 y 1936. El comandante supremo puso todo
su empeño en recuperar la economía japonesa, y para ello consiguió que el
gobierno de los Estados Unidos invirtiera más de dos mil millones de dólares
hasta el año 1951. Pero lo que realmente disparó la economía fue el estallido de
la guerra de Corea, para la que Estados Unidos necesitaba ingentes partidas de
material bélico. La producción industrial empezó a despuntar: si tomamos
1949 como índice 100, podríamos decir que en 1954 había alcanzado un
índice 240.
Después de la retirada del comandante, el gobierno japonés empezó a
relajar las leyes antimonopolio y resurgieron los antiguos conglomerados del
círculo zaibatsu, ahora bajo el nombre de keiretsu, o grupos empresariales
asociados. Existen keiretsu de tipo horizontal y vertical. Muchos de los antiguos
conglomerados zaibatsu constituyeron los keiretsu horizontales, organizados
alrededor de los grandes bancos o de compañías comerciales y las principales
firmas industriales asociadas a ellas. Así resurgieron los conglomerados
comerciales Mitsui y Mitsubishi. Los keiretsu horizontales incluían a los
grandes gigantes industriales de la posguerra, como Toyota, Honda, Sony y
Matsushita, así como a un entramado de empresas satélite que les
suministraban las piezas y componentes necesarios. Por ejemplo, a mediados de
la década de 1980 el setenta por ciento de los costes de producción de Nissan
Motors era absorbido por los subcontratistas. En caso de recesión, las
compañías principales reducían el pago a las subcontratas; de ahí que
quebraran muchas empresas pequeñas mientras que las grandes compañías del
keiretsu sobrevivían.
Al mismo tiempo, la política de «no interferencia» introducida por el
comandante supremo se fue sustituyendo gradualmente por el viejo sistema de
economía controlada, por el que el MCII y el Ministerio de Hacienda
determinan el modelo de política económica. El estímulo proporcionado por la
guerra de Corea, el crecimiento del comercio exterior, el incremento de la
productividad agrícola, los bajos índices de desempleo y el aumento del
consumo dispararon lo que es conocido como el período de crecimiento
económico de alta velocidad, que empezó en torno al año 1955. En la segunda
mitad de los años 50 la economía crecía a un ritmo del 9,3 por ciento anual,
pero en la década de los 60, bajo el mandato del primer ministro Ikeda y su
plan de doblar cada año el índice de ingresos, el ritmo se disparó. El capital se
invirtió en obras públicas, incluida la construcción del tren bala entre Tokio y
Osaka. En 1964, el último año de mandato de Ikeda, el PNB creció un 13,9
por ciento. Las medidas de Ikeda fueron continuadas por sus sucesores y la
economía no dejó de prosperar. El crecimiento fue especialmente espectacular
entre 1965 y 1974, cuando se dobló la producción industrial, si bien más
adelante experimentó un breve estancamiento por la crisis del petróleo de
1974-1975.
A lo largo de la década de los 60, el PNB creció a un ritmo del once por
ciento anual, comparado con el cuatro por ciento de los Estados Unidos. En
1970 el PNB de Japón era el segundo más alto de los países capitalistas. El
crecimiento fue especialmente significativo en la industria pesada y en el
campo de la alta tecnología. La crisis del petróleo de 1974 desvió la producción
de las industrias con alto consumo de combustible a las de alta tecnología,
como las dedicadas a fabricar productos electrónicos. La recuperación de la
crisis del petróleo supuso un crecimiento económico continuado. En concreto,
la industria del automóvil se benefició de esta crisis porque los coches
japoneses, más pequeños y de menor consumo, encontraron un enorme
mercado en Estados Unidos sustituyendo a los coches americanos, que
consumían más carburante. En 1950 Japón había fabricado solamente 1.593
coches, pero en 1990 la producción fue de 9.948.000 unidades. En 1990 el
veinticinco por ciento de los coches japoneses, incluidos los que se fabricaban
en Estados Unidos, se destinaron al mercado americano. Los productos
japoneses de alta tecnología, como cámaras, televisores, reproductores de vídeo,
relojes de cuarzo, ordenadores y sus componentes, semiconductores,
maquinaria de precisión y similares, constituyeron también una parte
importante de las exportaciones japonesas. La participación japonesa en el
mercado internacional, que había sido inferior al cuatro por ciento en 1960, se
situó en el ocho por ciento aproximadamente durante la década de los 80.
Estados Unidos siguió siendo el principal socio comercial de Japón: en 1991, el
29,1 por ciento de las exportaciones japonesas tenían a Estados Unidos como
destino, aunque hacia 1995 esta cifra había caído ligeramente, hasta el 27,3
por ciento. En 1995, el 22,4 por ciento de las importaciones japonesas
procedían de Estados Unidos. La balanza comercial se fue inclinando
progresivamente a favor de Japón, alcanzando los 59.300 millones de dólares
en 1993 y descendiendo ligeramente a 45.500 millones antes de 1995. Con la
expansión económica en otros países aumentaron también las inversiones,
incluidas las efectuadas en Estados Unidos, aunque las más importantes
tuvieron lugar en Asia. Se calcula que, a mediados de la década de los 90, entre
el cuarenta y el sesenta por ciento de los fondos destinados a proyectos asiáticos
procedían de Japón.
Este crecimiento económico, que se prolongaba desde la década de los 60,
convirtió a Japón en el país con el Producto Nacional Bruto per cápita más alto
de todo el mundo: 26.920 millones de dólares en 1991, comparado con los
22.560 millones del PNB de Estados Unidos. Con todo, en 1992 la economía
japonesa entró en estado de recesión. El Producto Nacional Bruto, que había
ido creciendo a un ritmo anual superior al diez por ciento durante el período
de crecimiento económico de alta velocidad, cayó hasta un 0,4 por ciento en
1994, e incluso a índices inferiores durante los años siguientes[3], alcanzando
un -1,9 por ciento en 1998. La producción automovilística, que no dejó de
descender desde 1990, estaba ya por debajo de los siete millones de unidades
en 1995. Dos años más tarde los bancos, que habían concedido demasiados
créditos en extrañas condiciones, se encontraron con dificultades, pues habían
hecho importantes inversiones en propiedades sobrevaloradas que, en 1998,
habían perdido prácticamente el noventa por ciento de su valor. Las mejores
propiedades en Tokio cayeron el diez por ciento del valor máximo que habían
alcanzado. El gobierno, que tradicionalmente había actuado de sostén de los
bancos en momentos difíciles, cambió su política durante la crisis bancaria de
finales de los años 90 y dejó que algunos bancos se hundieran. La Bolsa, que
había alcanzado un máximo de 39.000 yenes en el índice Nikkei en 1989, cayó
a 15.000 yenes, e incluso a índices más bajos, a mediados de 1998, al mismo
tiempo que una de las firmas de valores más consolidada, la Yamaichi
Securities, quebraba en el otoño de 1997.
La recesión económica trajo consigo un aumento del desempleo, del 2,1
por ciento en 1990 hasta el 4,3 por ciento en junio de 1998. Muchas empresas
se vieron obligadas a reducir personal ya que su número, desde el punto de
vista occidental, era desorbitado. En los bancos, por ejemplo, «se podía ver tras
los puestos de caja largas filas de mesas con empleados que, aparentemente, no
tenían mucho que hacer»[4]. La antigua tradición de conseguir un trabajo de
por vida comenzó, en cierta manera, a desaparecer[5].
La agricultura
Los contactos comerciales de Japón con Australia y los países del Oriente
Medio crecieron paulatinamente. Japón intentaba mantener relaciones
cordiales con Oriente Medio, pues dependía en gran medida de su petróleo.
Así, trataba de evitar en la medida de lo posible que se le relacionara con las
actividades llevadas a cabo por Estados Unidos en la guerra del Golfo Pérsico
de 1990-1991.
Las relaciones con los países europeos atravesaron buenos y malos
momentos, debido sobre todo a la desigualdad en la balanza comercial. Los
japoneses habían admirado desde siempre la cultura francesa, por lo que se
sintieron descorazonados cuando la primera ministra Edith Cresson manifestó
en 1991: «Los japoneses son unos amarillos bajitos que se pasan la noche
entera maquinando la forma de fastidiar a los europeos y a los
estadounidenses»[8]. Aunque Francia ha aplicado estrictas restricciones a las
importaciones japonesas, Japón y Alemania mantienen importantes vínculos
comerciales y relaciones políticas cordiales. Los lazos económicos con el Reino
Unido también son estrechos, pues Japón ha realizado sustanciosas inversiones
en Gran Bretaña. La corte imperial japonesa quiso hacer gala de su afecto por
la realeza británica con la visita a Inglaterra que el emperador Hirohito realizó
en 1971, y que repetiría en 1998 el emperador Akihito. Japón también
mantiene importantes relaciones económicas con los Países Bajos y Suiza.
Condiciones sociales
Problemas sociales
La posición de la mujer
El cine
Arte y arquitectura
En cierto modo, el Japón del siglo XX es el reinado del emperador Hirohito (al
que ahora se cita con el nombre de emperador Shōwa), pues nació en 1901 y
murió en 1989. En 1921, se convirtió en regente del siempre enfermo
emperador Taishō, para llegar a ser coronado Emperador en 1926. Su
permanencia en el trono fue de sesenta y dos años, el reinado más largo de la
historia de su país. Hirohito fue testigo del nacimiento de la democracia en la
década de los años 20, del militarismo de los 30, de la guerra del Pacífico en los
40 y de la lucha por la democracia y la libertad después de la guerra. La imagen
sacrosanta del Emperador montado en un caballo blanco pasó a ser, en los años
de la posguerra, la de un símbolo nacional sin atractivo. Los soldados
combatían y morían en su nombre, pero él nunca aceptó la responsabilidad por
la guerra y los crímenes cometidos, ni tampoco fue juzgado por el Tribunal
Militar Internacional. Aunque existieron voces críticas contra la institución
imperial, no se produjo ninguna acción destinada a erradicarla, por lo que el
pueblo aceptaba su presencia como parte integral de la nación y de su historia.
Su muerte puede considerarse, en cierto modo, el final de facto del legado del
militarismo, el imperialismo, el ultranacionalismo y el totalitarismo, unas
prácticas con las que se identificaba, por lo que su permanencia en el trono fue
una especie de recordatorio de todos estos principios que durante tantos años
gobernaron el weltanschauung japonés. A su muerte (1989), subió al trono el
príncipe heredero Akihito, iniciándose así la era Heisei, símbolo del final del
siglo XX y, por tanto, de la era Hirohito.
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shogunato Tokugawa, 83
ejército, véase militares
Emperador, sistema imperial, 10
Aprendizaje Nacional, 74, 76, 77
ascendencia samurái, 37-38
creación, 20, 21
era heiana, 22-23
era Meiji, 102-103, 110-112, 129-130, 151, 166
era Showa, 200, 258-259 oposición, 186-188 sintoísmo, 14
Teoría del Órgano, 204
Enchi Fumiko, 189, 295, 296
Endō Shūsaku, 295
escritura, sistema de, 28, 31-32
espadas, fabricación de, 48, 52
España, 55, 70
Estados Unidos
China, 167-169
comercio, 268-269, 271, 274, 276
Conferencia de Washington, 170
guerra del Pacífico, 235-250
influencia cultural, 292
inmigración japonesa, 168-169
memorando Taft-Katsura, 159
Pacto de Seguridad Mutua, 262
Período de ocupación, 251-261
preguerra del Pacífico, 229-235
shogunato Tokugawa, 90-92
Siberia, 169
sistema educativo, 124
Genroku, era, 81
Gneist, Rudolf von, 110
Godaigo, emperador, 40, 41
Goldman, Emma, 181
Gondō Seikyō, 201
Gotoba, emperador, 39
Gran Traición, Incidente de la, 163, 164, 175
grupo, identidad de, 13
Guam, 241
Guerra Mundial, Primera, 167
Guerra Mundial, Segunda, 235-250, 293-295
Gukansho, 53, 135, 188
haiku, 81
Hamada Shōji, 300
Hamaguchi Yūkō, 198, 199
han, sistema, 103, 104
HaraTakashi, 172
Harris, Townsend, 91, 92
Harunobu, 82
Hata Shunroku, 222
Hatoyama Ichirō, 259
Hawai, 168
Hayashi Fumiko, 296
Hayashi Senjurō, 211, 215
Hearn, Lafcadio, 165
heiana, era, 10
arte y arquitectura, 34, 35
literatura y poesía, 33-34
política, 22-26
evolución social y económica, 26-29
evolución religiosa y cultural, 13, 14, 15, 29-32, 48-50
Heisei, era, 10, 303
Herbart, Johann Friedrich, 124
Hermandad de la Sangre, Liga de la, 201, 206
Hideyoshi, véase Toyotomi Hideyoshi
Higuchi Ichiyō, 123, 135
Himeko, 19, 20, 28
Hirado, 69
Hiranuma Kiichi, 173, 202
Hirata Atsutane, 77
Hiratsuka Raichō, 180-181
Hirohito, emperador, 167, 302, 303
asesinato, intento de, 173-174
febrero, Incidente del 26 de, 212
guerra del Pacífico, 248
véase también Shōwa, era
visita oficial británica, 279
Hiroshige, 82
Hiroshima, 246
Hirota Kōki, 214, 215, 219, 253
Hizen, clan, 103-104
hogar, sin, 286-287
Hokkaido, 17, 285
Hokusai, 82
Honda Toshiaki, 76
Hosokawa Morihiro, 266
Hosokawa, familia, 42
Hōjō, clan, 37, 39, 40, 48
Hōnen, 49
Hull, Cordell, 230-231, 234-235
jardinería, 54
Javier, san Francisco, 55
Jimmu, emperador, 19, 131, 178
Jinnō Shōtōki, 53
Jōmon, período, 9, 17, 18
Juramento de los Cinco Artículos, Carta de, 103, 126-127
Kabuki, teatro, 82
Kagawa Toyohiko, 177
Kaibara Ekken, 67, 72, 147
Kamakura, era, 10, 37, 52
arte y literatura, 52-55
budismo, 14, 48-52
desarrollo político, 36-41
economía, 46-47
ética samurai, 47-48
mujeres, 45-46
kamikaze, 39
Kammu, emperador, 22
Kamo-no-Mabuchi, 73
Kanagawa, Tratado de, 91
Kaneko Fumiko, 181
Kanno Sugako, 163, 164, 166, 178
Katayama Sen, 144
Katō Kōmei, 173, 174
Katsura Tarō, 162, 167
Kawabata Yasunari, 188, 293
Kawase Narumi, 299
Kawashima Yoshiyuki, 212
Keiki, shogún, 97, 98, 99
Keiretsu, 267, 272, 273
Keitai, emperador, 20
Kellogg-Briand, Pacto de, 170, 198
Kido Kōin, 94, 97, 102, 106, 107
Kioto, 34, 64, 95
corte imperial, 9, 10, 22, 59
Kishi Nobusuke, 262, 284
Kitalkki, 201, 213
Kitabatake Chikafusa, 53
Kitazato Shibasaburō, 190
Kiyomori, 26, 36, 39
Kobayashi Takiji, 176, 189
Koiso Kuniaki, 242
Kojiki, 24, 31, 73, 74
kokugaku, 13, 34, 73, 76, 99, 201
Konoe Fumimaro, 215, 226, 228, 253
Estados Unidos, 231, 232, 233
guerra de China, 219, 223-224
kōbugattai, 96, 97, 98
Kōmei, emperador, 96, 98
Kōtoku Shūsui, 158-159, 163, 164
Kuriles, 276, 277
Kurosawa Akira, 187, 298
Kūkai, 32
Nacional, Aprendizaje, 13, 33, 73, 74, 76, 77, 99, 200
nacionalismo, 13, 14
era Kamakura, 51
era Meiji, 129-132, 160
guerra ruso-japonesa, 158-159
radical, 200-206
shogunato Tokugawa, 73, 93, 93
Nagasaki, 69, 70, 247
Nagata Tetsuzan, 210, 211
Nagatsuka Takashi, 189
Namba Taisuke, 173
Nanjing, 220, 221, 222
Nara, 9, 22, 34, 35, 52
Natsume Sōseki, 134, 187
neoconfucianismo, 70-71, 73
Nichiren, 13, 50
Nihongi, 31, 73
Nimitz, Chester, 239
Ninigi, 19
Ninomiya Sontoku, 79
Nishida Kitarō, 190
Nogi, general, 158
Noguchi Hideyo, 190
Noh, drama, 54
Noma Hiroshi, 294
NomaSeiji, 185
Nomura Kichisaburō, 229, 230
Nozaka Sanzo, 177
occidentalización, 14-15
avances intelectuales, 125-126
era Taishō, 183
literatura, 133-135
nacionalismo cultural, 129-131
oposición, 203-204, 225-226
Ocupación, años de la, 251-257
constitución, 257-259
desarrollo político, 259-261
reformas educativas, 257
Oda Nobunaga, 10, 37, 42, 55, 56, 57
Oe Kenzaburō, 291, 294
Ogata Kōrin, 83
Ogyu Sorai, 72
Ohkawa, Kazushi, 117, 165, 191
Ōjin, emperador, 20
Okada Keisuke, 210, 212
Okakura Kakuzō, 131, 165
Okawa Shu’mei, 202
Okinawa, 47, 242, 244
Ōkubo Toshimichi, 97, 102, 105, 106, 107, 160
Ōkuma Shigenobu, 107, 108, 109, 152, 161, 167
Omura Masujiró, 115
Ōnin, guerra, 42
Ōoka Shōhei, 294
Orden Imperial de Soldados y Marinos, 115
Oriente Medio, 278-279
Osaka, 64, 81, 89, 92
Ōsugi Sakae, 173, 175, 181
Ozawa Jisaburō, 240, 241