Breve Historia de Japon Mikiso Hane

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 450

Esta Breve historia de Japón ofrece una visión general de los

acontecimientos acaecidos en este país mediante el análisis, no sólo de los


aspectos políticos y económicos, sino también de los temas sociales,
culturales e intelectuales más relevantes. Mikiso Hane nos proporciona un
recorrido tan riguroso como ameno que parte de las épocas más remotas,
prehistóricas, del territorio y sus pobladores, prosigue con el análisis de la
época de la hegemonía samurái, continúa con el gobierno Tokugawa, al
régimen Meiji y los años Taishō, aborda los cruciales años que
desembocaron en la participación japonesa en la Segunda Guerra Mundial
con sus catastróficas consecuencias y, finalmente, analiza toda la época
posterior, marcada por el reformismo social y la reconstrucción del país,
hasta llegar a los últimos años del siglo XX. Completa el volumen un útil
índice analítico.
Mikiso Hane

Breve historia de Japón


ePub r1.0
Titivillus 13.10.2022
Título original: Japan: A Short History
Mikiso Hane, 2000
Traducción: Esther Gómez Parro, 2003

Editor digital: Titivillus


ePub base r2.1
Prólogo

Este estudio de la historia de Japón intenta presentar una visión general de los
acontecimientos acaecidos en este país desde sus orígenes hasta nuestros días,
mediante el análisis, no sólo de los aspectos políticos y económicos, sino más
concretamente de aquellos temas sociales, culturales e intelectuales. Los
nombres japoneses aparecen transcritos al estilo tradicional, es decir, el apellido
seguido del nombre. Para transcribir los nombres y términos japoneses se ha
utilizado el sistema Hepburn. En la era premoderna, lo habitual era dirigirse a
las personas por el nombre. Así, a los artistas y poetas se les cita como
Hiroshige, Utamaro, Bashō, etc.
Deseo dar las gracias a mis amigos y colegas de la Universidad
norteamericana de Knox por su apoyo y manifestar mi gratitud a los miembros
de Oneworld Publications por su valioso asesoramiento y sus consejos durante
el proceso de edición. También quiero agradecer de forma especial a Juliet
Mabey por haberme animado a emprender este proyecto, y a Rebecca Clare y
Alaine Low por su minucioso análisis del manuscrito para garantizar la claridad
y precisión del texto. Huelga decir que cualquier error o incoherencia es
exclusivamente responsabilidad del autor.
Introducción

En 1998, Japón ocupaba el octavo lugar del mundo en número de habitantes.


Más de 126,4 millones de japoneses se agrupan en un área de extensión similar
a la del estado norteamericano de Montana. Las islas que forman esta nación
son montañosas, con apenas un catorce por ciento de tierra cultivable. Aunque
pobre en recursos naturales, este país es la segunda potencia industrial del
mundo. Hasta el siglo XIX, Japón era una nación prácticamente aislada, si bien
mantenía estrechos lazos culturales con Corea y China. Su vida social, política
y económica ha sido moldeada esencialmente por factores y acontecimientos
internos. |
A efectos de periodización, las etapas prehistórica y protohistórica se han
clasificado en Jōmon (de ca. 8000 a.C., o incluso antes, hasta el año 250 a.C.)
y Yayoi (de ca. 250 a.C. hasta el año 250 de nuestra era), respectivamente. La
primera debe su nombre a la cerámica cordada característica de ese período,
mientras que la segunda lo recibe del lugar en el que se encontraron los objetos
de cerámica pertenecientes a esta era. Le sigue el período Yamato (de ca. 300 al
710 de nuestra era), cuyo centro político estaba situado aproximadamente en la
zona de la actual Kioto, conocida entonces como Yamato. A éste le sigue el
período Nara (710-784), que recibe su nombre de la entonces capital. Ésta se
trasladó a otra ciudad, para establecerse diez años más tarde en Heian, la actual
Kioto, por lo que a este período se le conoce como heiano (794-1185). Más
adelante, el clan Minamoto emplazó su sede oficial, el shogunato, en
Kamakura (1185-1333), período al que siguió la era del shogunato de
Ashikaga (1338-1573). Tras un cuarto de siglo de dominio de dos caudillos,
Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi, el clan Tokugawa estableció la
hegemonía y unidad nacional durante su régimen, que duró de 1600 a 1867.
Desde entonces, las distintas épocas han ido recibiendo el nombre de sus
emperadores: Meiji (1868-1912), Taishō (1912-1926), Shōwa (1926-1989) y
la actual era Heisei (1989-).
Desde un punto de vista político, tras la emigración de pueblos
procedentes del continente y, posiblemente, del Sureste Asiático, la historia de
Japón ha sido una continua lucha entre varios jefes de tribus y clanes por
imponer su hegemonía en las islas. Finalmente, el clan que logró imponerse
estableció la dinastía imperial alrededor de finales del siglo V y principios del
VI. No obstante, fue la aristocracia cortesana la que, hasta el siglo XII, realmente
ostentaba el poder durante la época imperial. El Emperador era una mera
figura representativa puesta en un pedestal, aunque nadie en toda la historia de
Japón se atrevió a eliminar el sistema imperial, que aparentemente contaba con
todos los respetos. En el siglo XII, la aristocracia cortesana sufrió el desafío de la
cada vez más importante clase guerrera, que estableció el gobierno samurái.
Desde finales del siglo XII hasta el siglo XIX, diferentes clanes guerreros
ostentaron el control político y ejercieron su poder a través de la figura de una
especie de comandante general, el shogún. Estos líderes mantenían
enfrentamientos periódicos con otros cabecillas militares, si bien desde
principios del siglo XVII hasta mediados del XIX el shogunato de Tokugawa
detentó el control político. Aún así, se permitió que la corte imperial
permaneciera en Kioto como gobierno simbólico del país. Por tanto, hasta
mediados del siglo XIX —comienzo del aperturismo de Japón a Occidente—,
existieron básicamente dos fuerzas políticas: la clase militar y la aristocracia
cortesana. En 1868 se restauró, en teoría, la autoridad imperial, pero el poder
político siguió estando en manos de diferentes camarillas, incluidas las
militares, hasta la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial.
Antes del siglo XIX, la economía japonesa era fundamentalmente agraria. El
cultivo del arroz se introdujo en las islas alrededor del año 100 a.C., y los
campesinos a duras penas se ganaban la vida trabajando las escasas tierras
cultivables, sembrando arroz en los reducidos arrozales de las zonas llanas y
construyendo terrazas en las laderas para plantar otros cereales y verduras. El
cultivo de té y la cría de gusanos de seda se convirtieron también en una
importante fuente de ingresos para los habitantes de los pueblos. Con el
tiempo, llegaría a florecer la actividad artesanal gracias a la introducción, a
partir del siglo V, de la artesanía procedente de China y Corea. La tierra
cultivada por los campesinos satisfacía las necesidades materiales de la clase
dominante, por lo que la lucha por el poder entre los caudillos tribales y los
jefes de clanes constituía más bien una lucha por obtener el control de la tierra
cultivable y de los campesinos que la trabajaban. El comercio era de tipo local,
aunque el impulso de las relaciones comerciales con China en los siglos XIII y
XIV favoreció la actividad mercantil y los contactos con el exterior, incluida la
llegada de comerciantes y misioneros procedentes de Occidente. Las barreras
aperturistas impuestas por el shogunato de Tokugawa en el siglo XVII
perjudicaron al comercio exterior, pero el comercio interno se vio favorecido y
surgieron numerosos puntos comerciales.
Desde sus orígenes, Japón conoció una jerarquía establecida entre
poderosos y súbditos que los servían en distintos niveles. Con la introducción
de las ideas de Confucio durante los siglos V y VI, se vio reforzada la idea de
mantener un orden social estratificado; de ahí que el énfasis confuciano por
conservar la división entre clases «superiores» e «inferiores» y mantener unas
relaciones adecuadas para asegurar la armonía social (que obligaba a las
personas de rango «inferior» a comportarse de acuerdo con su posición dentro
de los ámbitos familiar y social) haya quedado tan arraigado en las costumbres
japonesas. Este imperativo social se vio reforzado, a finales del siglo XII, con la
aparición de una nueva fuerza dominante: los samuráis, que impusieron el
sistema jerárquico a golpe de espada. El shogunato Tokugawa estableció una
jerarquía social de samuráis, campesinos, artesanos y mercaderes que se basaba,
a su vez, en la jerarquía confuciana de eruditos, campesinos, artesanos y
mercaderes. Fuera de esta clasificación quedaban los llamados «impuros», los
descastados. Este orden situaba a la casta samurái en la cúpula, por encima de
todas las demás. Las distinciones de clase se conservaron incluso después de
acabada la hegemonía Tokugawa y ya comenzada la era Meiji, en la que se
empadronaba a los individuos como shizoku (antigua clase samurái) y plebeyos.
También se mantuvo el especial status del que gozaba la antigua aristocracia,
identificándola como kazoku (nobleza). La discriminación del grupo de los
descastados se mantuvo igualmente, sólo que ahora bajo el apelativo de
«nuevos plebeyos». La Segunda Guerra Mundial puso fin a las diferencias
legales de clase, aunque continuó la discriminación social.
Esta evolución en cuanto a las diferencias de clase repercutió también en el
lugar ocupado por las mujeres. Existen pruebas de que la sociedad japonesa
fue, en sus orígenes, matriarcal, o al menos una sociedad regida por la línea
materna. La aceptación de la filosofía social de Confucio y el ascenso de la clase
samurái trajo como resultado un declive gradual de la posición social de la
mujer. En la era Tokugawa la discriminación del género femenino llegó a ser
muy acusada entre la clase samurái, pero las relaciones entre hombres y mujeres
del pueblo llano siguieron siendo menos rígidas.
La situación geográfica de la isla ha influido en el pensamiento japonés,
provocando un profundo egocentrismo y, en última instancia, un acusado
nacionalismo. El clan imperial y sus defensores fomentaron a lo largo de los
años un concepto de singularidad y, sobre todo, de superioridad racial. El
convencimiento de dicha superioridad y del carácter único del pueblo japonés
se vio reforzado también por la reacción ante la poderosa influencia cultural de
China. Como veremos después, esta reacción se puso de manifiesto en el
nacionalismo cultural durante el período heiano (794-1185), en el
nacionalismo budista de Nichiren durante el período Kamakura y en el
resurgimiento del llamado «Aprendizaje Nacional» (kokugaku) durante el
período Tokugawa. Este nacionalismo creció con la apertura del país a
Occidente, ya que promovió un movimiento de afirmación de la autonomía
japonesa frente a la invasión del mundo occidental. Más tarde, dicho
nacionalismo se convirtió en militarismo e imperialismo frente a los países
vecinos.
Otra característica de la mentalidad japonesa es el sentido de identidad de
grupo, desde la familia hasta la nación en su conjunto, pasando por el clan, la
comunidad y la provincia. En términos inmediatos se trata de una
identificación con el círculo social más cercano; de ahí que el individualismo
en el Japón tradicional nunca llegara a ser un modelo de conducta aceptable.
Esta tendencia a renunciar a los intereses individuales en beneficio del grupo se
intensificó con la llegada del confucianismo y su código moral, forjado en
torno a la familia. El énfasis concedido al interés del grupo desembocó en la
idealización de valores tales como la sumisión, la obediencia, el sacrificio, la
responsabilidad, el deber, etc. Al mismo tiempo, la importancia depositada en
los intereses del grupo dio como resultado una estrecha mentalidad provinciana
que distinguía claramente entre los que pertenecen al grupo y los que no. Esta
mentalidad «grupal», en oposición al «otro», no sólo se aplicó al ámbito
familiar sino también, en última instancia, a «nosotros, los japoneses» frente a
los extranjeros.
En el campo cultural, religioso e intelectual, el factor más significativo que
modeló la vida tradicional japonesa fue la cultura china, que inicialmente llegó
a través de Corea en el siglo IV y cuyo impacto crecería con el tiempo. El
sistema de escritura y aprendizaje, la literatura, la filosofía, la religión, las artes,
la artesanía y la arquitectura, entre otros, se importaron directamente o bien se
adaptaron e incorporaron a la vida y la sociedad japonesas. El impacto cultural
chino trajo consigo el florecimiento de la cultura y la literatura nativas durante
el período heiano y en adelante.
La religión autóctona era el sintoísmo, una creencia esencialmente animista
caracterizada por una estrecha identificación con la naturaleza. De hecho, se
creía que muchos elementos de la naturaleza albergaban espíritus sagrados. La
familia imperial abrazó el sintoísmo por intereses políticos, justificando así su
derecho a gobernar como descendiente de la diosa Sol. De este modo, el
sintoísmo politizado se transformó en la base del nacionalismo, en tanto que
para el pueblo siguió siendo el centro vital del rito animista. Con la llegada de
la civilización china se introdujo el budismo, que fue muy bien recibido por la
corte heiana. En el período Kamakura las sectas más significativas difundieron
ampliamente esta religión, que se convirtió en el credo principal del pueblo. En
el terreno artístico, la secta Zen influyó en la vida estética japonesa desde el
período Kamakura hasta nuestros días. La base del aprendizaje la constituyó el
confucianismo, que fue adoptado por el shogunato como religión oficial
durante el período Tokugawa y que, junto con el nacionalismo sintoísta, se
convirtió, ya en la era moderna, en el pilar moral del sistema educativo.
El auge de la casta samurái en el período heiano tardío favoreció la
expansión del otro credo con fuerte calado en la mentalidad japonesa: el código
de los guerreros (bushidō). El lado «militarista» de Japón nació precisamente
como reacción al sector civil, alimentado y fomentado en la corte heiana por
los aristócratas que, a su vez, habían adoptado de China el código de
propiedad, decoro, moderación, compostura, etc. Los samuráis defendían la
actuación directa y la decisión, por lo que el código de los guerreros, con sus
valores espartanos, funcionaba como contrapunto al refinamiento de los
aristócratas cortesanos, así como al cada vez más libre y hedonista modo de
vida de los habitantes de las ciudades, que nacieron en la era Tokugawa. En
consecuencia, el sistema de valores japonés, 9 como el de otras sociedades,
evolucionó de una manera polifacética.
A partir de mediados del siglo xix Japón comenzó a sentir la enorme
influencia de la civilización occidental, aunque el pensamiento liberal y
democrático no contó con la aceptación popular hasta después de la Segunda
Guerra Mundial. No obstante, desde el siglo XIX la cultura y el modo de
pensamiento tradicional han ido evolucionando junto con el occidentalismo,
dando lugar al peculiar carácter japonés.
1. De los orígenes a la era heiana

Ni arqueólogos ni historiadores han conseguido hasta el momento determinar


con exactitud el origen del pueblo japonés. Se supone que varios grupos
tribales llegaron a las islas en distintos períodos, y que algunos de los primeros
inmigrantes fueron gentes tungúsicas procedentes del nordeste del continente
asiático. También se cree que algunos procedían del sur, en concreto del sureste
de Asia o de China meridional. Lo que nadie duda es que contingentes de
mongoles entraron en las islas por Corea. Entre los primeros habitantes de
Japón se encontraban los antepasados del actual pueblo ainu, ubicado
inicialmente en la isla de Hokkaido. De hecho, la lengua japonesa tiene
vínculos con las lenguas polinesias y altaicas.
La primera etapa del Neolítico en Japón es conocida como período Jōmon.
Hasta hace poco tiempo se suponía que este período se remontaba al año 4.500
a.C. aproximadamente, y que habría durado más o menos hasta el 250 a.C.,
pero recientes hallazgos arqueológicos han extendido su origen hasta el 8.000
a.C. Los descubrimientos arqueológicos de 1997 han llevado a algunos a creer
que la cultura Jōmon ya existía en el 10.000 a.C. En un principio se pensaba
que los pueblos Jōmon se dedicaban a la caza, a la pesca y a almacenar
alimentos, pero los últimos yacimientos han puesto de manifiesto que ya
practicaban la agricultura hace aproximadamente 6.000 años. Se han
encontrado muestras de construcciones de viviendas sencillas, lo que revela que
no eran simples cavernícolas. Su cerámica tenía un estilo distintivo a modo de
impresiones cordadas en alto relieve o jōmon, término con el que se designa
tanto al estilo como al período histórico.
La última etapa del Neolítico en Japón es conocida como período Yayoi,
nombre de la región de Tokio en donde, en 1884, se descubrió la cerámica
característica de esta época, que se diferencia de la cerámica Jōmon en que la
primera incorpora el uso del torno y presenta un color rojizo y una decoración
elaborada. Se supone que el período Yayoi comenzó en torno al año 250 a.C. al
norte de Kyushu, y que se extendió hasta aproximadamente el año 250 d.C.
Este período fue testigo de la introducción del cultivo del arroz desde el sureste
de Asia o China, dando lugar a un peculiar estilo de vida económico y
sociopolítico que gobernó la cultura japonesa hasta la moderna era industrial.
En el período Yayoi existieron dos grandes centros de población: Kyushu,
al norte, y Yamato, en el centro de Japón, en el área que rodea la ciudad de
Kioto. Se cree que los coreanos, conducidos por jefes de clanes, realizaron
incursiones cada vez más frecuentes en los últimos años del período Yayoi. Al
contar con mejor armamento militar y, quizás, con guerreros jinetes, pudieron
expandir su influencia política hasta el norteño Kyushu y, finalmente, hasta el
centro de Japón.
La historia tradicional japonesa consideraba a los primeros inmigrantes
coreanos como extranjeros que habían sido «niponizados». Los últimos datos
aportados por Corea indican que los coreanos no eran considerados
extranjeros, sino un pueblo similar a otros que habían llegado antes
mezclándose con su población, y que ejercía un papel cada vez más importante
en los ámbitos político, cultural y económico del primitivo Japón. De hecho,
muchos de los emperadores incluidos en la línea de linaje imperial eran, en
realidad, coreanos. La entrada de población coreana y china continuó hasta los
siglos VI y VII.
No existen testimonios escritos de la primitiva historia de Japón, ya que no
contaban con un sistema de escritura. Los primeros escritos históricos se
remontan a los siglos V y VI, años en los que China introdujo de forma
importante su cultura y su conocimiento. De hecho, son los anales chinos los
primeros que ofrecen datos sobre el primitivo Japón. Se pueden encontrar
referencias a Japón en la Historia del reinado de Wei, escrita en el año 297 de
nuestra era. Más adelante, se menciona Japón en la Historia de la última
dinastía Han, recopilada en torno al año 448. Estos testimonios indican que
Japón atravesó un período de luchas civiles durante el siglo II, al mismo tiempo
que mencionan a una reina llamada Pimiku (Himeko en japonés), una
hechicera que practicaba magia y brujería. Supuestamente esta mujer fue uno
de los primeros líderes políticos, pero ningún historiador ha confirmado su
posición como cabeza de la dinastía imperial. Tampoco existen pruebas
concluyentes sobre el lugar donde vivía. Algunos afirman que en el norte de
Kyushu; otros la sitúan en el Japón central, alrededor de la actual Kioto.
La historia nacional oficial antes de la derrota de Japón en la Segunda
Guerra Mundial aseguraba que la dinastía imperial descendía de Amaterasu, la
diosa Sol. Ésta envió a su nieto Ninigi a Japón para que gobernara la tierra.
Ninigi se estableció en el norteño Kyushu, y su bisnieto Jimmu, el mítico
primer emperador de Japón, abandonó Kyushu para reinar sobre el resto del
país. Tras someter a los enemigos que se interponían a su paso se estableció en
la zona de Yamato y ascendió al trono en el año 660 a.C. Sin embargo, desde el
punto de vista histórico se cree en la existencia de numerosos clanes que
luchaban por el poder. Existen pruebas históricas fidedignas que narran la
llegada de muchos jefes de clanes desde el continente asiático a través de Corea
v que, finalmente, el clan vencedor se asentó en la zona de Yamato. Por esta
razón, el período comprendido entre aproximadamente el siglo III de nuestra
era y principios del siglo VIII es conocido con el nombre de período Yamato.

Las eras Yamato y heiana: desarrollo político

Tal y como concluyen algunos historiadores, el verdadero fundador de la


dinastía imperial fue el emperador Sujin, que gobernó en los últimos años del
siglo III de nuestra era. No obstante, otros opinan que Sujin también fue una
figura mítica y que el primer soberano de la historia fue el emperador Ōjin, del
que se cree que reinó en torno al año 400. En realidad Ōjin era oriundo de
Corea, del reino de Paekche, conocido como Homuda en su época. Muchos
historiadores sostienen quesólo los reyes y emperadores posteriores al reinado
de Ōjin fueron verdaderos personajes históricos. En la época de Ōjin hubo
otros jefes de clanes que trataron de imponer su gobierno. Todo parece indicar
que quien obtuvo el control de la región de Yamato, y consiguió establecer la
dinastía imperial que ha sobrevivido hasta hoy día, fue el emperador Keitai a
principios del siglo VI. Así pues, es posible que existieran tres dinastías
principales en el período Yamato: los clanes Sujin, Ōjin y Keitai. Lo más
probable es que fuera el sucesor de Keitai[1] el que impusiese su dominio sobre
la mayor parte del Japón en aquel entonces.
Tras Keitai el clan imperial intentó centralizar el poder y reforzar su base
política. A partir de los siglos IV y V la influencia coreana y china se extendió a
todo el país, y comenzaron a llegar a Japón sus conceptos culturales,
intelectuales, religiosos y políticos. Desde una perspectiva política, el clan
gobernante intentó fortalecer su posición adoptando las instituciones y
prácticas políticas chinas. El personaje que supuestamente facilitó este proceso
fue el príncipe Shōtoku (574-622), regente de la Emperatriz desde el año 593
hasta su muerte. Algunos creen, no obstante, que los verdaderos reformistas
eran miembros del clan Soga, que tenían ascendencia coreana.
Las reformas de Shōtoku desembocaron en la promulgación de la
Constitución de los Diecisiete Artículos en el año 604. Esta «constitución» no
contempla provisiones políticas o administrativas, sino que engloba preceptos
morales dirigidos a reforzar la autoridad de la familia imperial, entre los que
destacan los ideales confucianos de propiedad, buena fe y armonía. A partir de
este período el Emperador empezó a ser llamado «kami (‘dios’) con apariencia
de hombre», es decir, dios viviente. El término tennō (‘príncipe celestial’), de
origen chino, fue incorporado en algún momento a lo largo del siglo VII.
Durante el mismo período se adoptó el término Nihon para referirse a Japón.
Con el fin de fomentar los contactos con China era frecuente la presencia de
delegaciones en este país, al mismo tiempo que se animaba a estudiantes y
monjes a que fueran a estudiar allí.
El reformismo Shōtoku tuvo como resultado el atrincheramiento del clan
Soga en el poder. Encabezado por el fundador de la familia Fujiwara, que
dominó la corte imperial durante al menos los siguientes cinco siglos, el clan
Soga permaneció en el poder hasta el año 644. Los nuevos gobernantes
introdujeron una serie de reformas conocidas como las reformas Taika
(mediados del siglo VII) que, junto con las reformas Taihō de principios del
siglo VIII, basadas en las instituciones Tang chinas y dotadas de un carácter
legal y administrativo, condujeron a la creación de un sistema administrativo
centralizado. En virtud de las reformas administrativas regionales, el país fue
dividido en 66 provincias con el fin de contrarrestar el poder ejercido por los
jefes de los clanes regionales. Con todo, estas medidas no provocaron su
destitución; al contrario, muchos de ellos fueron nombrados gobernadores
provinciales.
En el terreno económico se adoptó el sistema Tang de posesión de tierras,
por el que la tierra pasaba a ser propiedad del Estado y el reparto se hacía
igualitario. En teoría, la propiedad media era de dos tan (un tan equivale a
0,08 hectáreas), pero aquí también se hicieron excepciones con la familia
imperial y la nobleza. Además, no toda la tierra pasó a manos del Estado,
puesto que a los miembros destacados de los clanes se les permitía poseer
propiedades de forma extraordinaria. Los terrenos de los miembros de la corte
y de los aristócratas, conocidos con el nombre de shōen, estaban libres de
impuestos, y su número creció a lo largo de los años. Esta política de
nacionalizar la tierra e instituir un sistema equitativo de reparto no se llegó a
aplicar en su totalidad y, finalmente, terminó por abandonarse, lo que permitió
a los caciques locales aumentar sus posesiones.
Otras reformas que se llevaron a cabo fueron la sistematización de la
recaudación de impuestos, la adopción del sistema de reclutamiento militar
(abolido en el año 792 por su ineficacia) y la creación de puestos de control en
lugares estratégicos para limitar el movimiento de personas, como por ejemplo
los campesinos que trataban de evadir el pago de impuestos. Otra práctica
china adoptada en Japón fue el establecimiento de una capital permanente en
Nara en el año 710. Hasta entonces, el centro político se había emplazado allá
donde el Emperador hubiera fijado su residencia. Ahora, por vez primera, se
construía una intrincada capital a imagen de Tang, la capital de Zhang-an. En
el año 784 el emperador Kammu (737-806) trasladó la capital a Heian-kyō
(Kioto), fecha que marca el comienzo de la llamada era heiana.
La política de adoptar las prácticas legales y administrativas de Tang para
reforzar la corte imperial trajo consigo la descentralización del poder a manos
del gobierno imperial. Sin embargo, los emperadores rara vez ejercieron su
autoridad directamente, sino que delegaban en los funcionarios de la corte la
supervisión de los asuntos administrativos. Asimismo, los regentes imperiales se
convirtieron en líderes poderosos. Aunque originariamente prestaban sus
servicios cuando el Emperador era menor de edad o durante el reinado de una
emperatriz, a finales del siglo IX la regencia pasó a manos de miembros de la
familia Fujiwara, descendientes de un funcionario de la corte impulsor de las
reformas Taika. Los Fujiwara hicieron las veces de regentes
independientemente de la edad del Emperador, llegando a tener el monopolio
total de este cargo; es más, conservaron su rango en la corte incluso después de
que ésta perdiera el poder real tras el alzamiento de la clase guerrera a finales de
la era heiana. Sus descendientes resultaron ser figuras clave en la Edad
Moderna.
La familia Fujiwara amplió su poder a través de alianzas matrimoniales con
miembros de la familia real y aumentando el número de posesiones libres de
impuestos. El suntuoso estilo de vida de los Fujiwara y la aparición de la corte
heiana como centro neurálgico de Japón favoreció el florecimiento de la vida
intelectual y cultural.
Mientras el clan Fujiwara ejercía su poder en el centro del país, las regiones
periféricas eran testigo de la mayor supremacía de los jefes militares, que
gradualmente iban extendiendo su control mediante la adquisición de shōen.
En la corte, los emperadores comenzaban a cuestionar el poder político de los
Fujiwara. El primero de ellos que intentó ejercer directamente su autoridad fue
el emperador Shirakawa (1053-1129), ya que durante su reinado ningún
miembro de la familia Fujiwara desempeñó un papel predominante. Tras su
retirada intentó excluir a esta familia del gobierno actuando él mismo de tutor
de su propio heredero, que era todavía un niño. Ésta fue la práctica habitual
seguida por los sucesivos emperadores cuando se retiraban de su cargo. Pasaban
entonces a recluirse en un monasterio, por lo que esta costumbre política pasó
a ser conocida como «gobierno de claustro».
En esta época el sistema imperial parecía estar ya firmemente establecido.
La familia Fujiwara empezó a ejercer su poder en la región central del país a
finales del siglo IX, pero en ningún momento intentó desplazar a la familia
imperial, sino que se dedicó más bien a reafirmar su posición casándose con sus
miembros. Esta costumbre de rendir aparente homenaje al Emperador persistió
incluso después de que el poder pasara a manos de los shogunes a finales del
siglo XII. Es posible que esto se deba a la creencia en el origen mitológico de la
dinastía imperial, que llegó a estar muy extendida a partir de los siglos V y VI.
El Kojiki (Relación de hechos antiguos), cuya compilación fue iniciada por el
emperador Temmu (673-686) para mejorar la imagen del gobierno imperial,
reforzó la creencia en un mito basado en relatos orales y narraciones históricas
chinas y coreanas.
El soporte sintoísta del poder imperial poma de relieve el papel religioso
ejercido por el Emperador. La unión de las funciones política y religiosa se
plasma en el uso de la palabra matsuri, que quiere decir ‘ejercicio de los deberes
gubernamentales y culto a los dioses’. Las oraciones sintoístas se llaman norito,
y nori significa ‘ley’. El hecho de que el Emperador fuera el sumo sacerdote del
sintoísmo permitió su supervivencia durante los siglos de dominio shogunato;
es más, con la llegada del confucianismo aquel credo se utilizó para respaldar al
sistema imperial. Esto se refleja en la Constitución de los Diecisiete Artículos
del príncipe Shōtoku, que destaca los conceptos confucianos sobre la conducta
apropiada y el ideal de la relación señor-vasallo, según el cual «el señor es el
Cielo y el vasallo es la Tierra». En vez de utilizar el término japonés ō (‘rey’)
para referirse al gobernante, se adoptó el término chino tennō (‘príncipe
celestial’), y como tal se ha venido aplicando al Emperador hasta nuestros días.
Los conceptos de veneración y respeto inculcados calaron en las masas y
pervivieron durante mucho tiempo.
Con el fin de recortar los poderes de los Fujiwara, el emperador Shirakawa
procedió a trasladar su ejército a la capital como fuerza de apoyo. Esta
iniciativa no era un buen presagio para el gobierno central, pues mostraba un
aumento del poder por parte de las fuerzas regionales. El plan de la reforma
Taika para asegurar un reparto equitativo de la tierra nunca se ejecutó en su
totalidad, por lo que ésta quedó en manos de potentados locales, monasterios
budistas, aristócratas de la corte y altos funcionarios. Además, tales propiedades
estaban libres de impuestos y fuera de la jurisdicción de los dirigentes del
gobierno. Como resultado, los propietarios de estos terrenos empezaron a
formar sus propias milicias para proteger sus territorios. Muchos potentados
locales ampliaron sus posesiones invadiendo zonas que se hallaban bajo la
jurisdicción de los gobernadores locales, además de adueñarse de las
propiedades de sus vecinos más débiles. Se calcula que hacia el siglo XII tan sólo
una décima parte de la tierra seguía bajo el control de los gobernadores locales,
responsables, a su vez, de rendir cuentas ante la corte heiana. Como
consecuencia, los impuestos recaudados se vieron menguados paulatinamente y
tanto las fuerzas del orden como el poder militar comenzaron a debilitarse.
El sistema de reclutamiento militar introducido a principios del siglo VIII
desapareció en el año 792, circunstancia que no hizo sino otorgar más poder a
los potentados locales y provocar la aparición entre los líderes provinciales de
acuerdos parecidos a la relación feudal europea señor-vasallo. Los vínculos
personales estaban basados en lazos de parentesco, por un lado, y en relaciones
entre los líderes shōen y los trabajadores y vecinos de la zona, por otro. A
cambio de sus leales servicios el señor debía proporcionar al vasallo tierras o el
derecho a recibir algún tipo de beneficio derivado de las mismas. Sin embargo,
los campesinos que trabajaban la tierra no eran siervos ni estaban obligados a
hacerlo.
Los jefes provinciales y sus vasallos llegaron a constituir un grupo
guerrillero, una clase samurái que portaba espada. A medida que los jefes más
poderosos empezaron a extender su dominio sobre las zonas locales, empezaron
a surgir importantes facciones de poder regional. En el siglo XII, las regiones
periféricas llegaron a estar dominadas por dos clanes principales: las familias
Taira y Minamoto. Ambas se jactaban de ser descendientes de los emperadores
heianos (un indicativo más de la importancia de la familia imperial en la
mentalidad del pueblo) y trataron de establecer vínculos cercanos con los
círculos políticos imperiales, especialmente con la familia Fujiwara. El clan
Minamoto empezó a dominar la región de Kantō (el área que rodea a la actual
Tokio), mientras que la familia Taira estableció su núcleo de poder al oeste de
la capital heiana. El traspaso de poder desde la corte heiana a los clanes locales
se hizo evidente en la intervención de los Taira en las luchas por el poder en la
corte. En 1156 tuvo lugar una de ellas entre el emperador vigente y su
antecesor en el trono. El líder Taira Kiyomori (1118-1181) apoyó al emperador
reinante y derrotó a la facción contraria, favoreciendo así su propia ascensión
política, pues fue nombrado canciller y acabó gobernando de forma dictatorial.
Al igual que los Fujiwara, intentó fortalecer su centro de poder casando a su
hija con el Emperador. Así, su nieto llegó a convertirse en heredero al trono.
Todos estos acontecimientos anunciaban la llegada de un nuevo paradigma
político: el traspaso de poder de la corte al clan militar.
Evolución social y económica

Tras la introducción del cultivo del arroz, su producción se convirtió en la base


fundamental de la agricultura japonesa, y cualquier lugar al que llegara el agua
era idóneo para plantar un arrozal. Los utensilios de madera dieron paso a
otros de metal, se adoptó la práctica de utilizar búfalos de agua como animales
de tiro y en las laderas de las colinas se improvisaron terrazas para plantar
cereales y verduras. En las regiones costeras la pesca siguió siendo una
importante fuente de alimentación. Pero a medida que los caciques locales
adquirían más poder y crecía el número de propiedades exentas de impuestos,
se restringía la libertad de movimiento de los campesinos.
En el campo de la artesanía, los diferentes clanes se hicieron con el control
de los grupos de trabajo conocidos como be que, como en el caso de los
gremios del Imperio Romano, a los que se parecían, tenían carácter hereditario.
Los artesanos especializados, como por ejemplo los tejedores, que provenían de
Corea y China, se organizaron en torno a gremios. Cuando la familia imperial
extendió su autoridad a los clanes, limitó el control de éstos sobre los be, al
mismo tiempo que implantaba el suyo propio. Con todo, a medida que los
caciques adquirían mayor poder, pasaron a controlar también a los
trabajadores.
Las costumbres y las creencias pervivieron a la antigua usanza. Las
primitivas creencias japonesas sobre la vida y la muerte y la relación de las
personas con las fuerzas externas se apoyaban en conceptos animistas. El
primitivo sintoísmo, la religión indígena, era de este carácter. Los muertos se
dirigían a la tierra de la oscuridad y de lo impuro, por lo que la muerte era
considerada como un proceso de profanación. Antes de la llegada del budismo
(en torno al siglo VI) se daba sepultura a los muertos, pero el budismo extendió
la práctica de la cremación. Cuando los emperadores y grandes caciques
morían, eran enterrados en enormes túmulos sepulcrales junto con varias de
sus pertenencias personales, como espadas, espejos de bronce y armaduras.
También se colocaban alrededor de la tumba un buen número de imágenes de
arcilla, conocidas con el nombre de haniwa.
La poligamia era la relación matrimonial más extendida, y no resultaba
extraño el matrimonio entre familiares cercanos como primos, hermanastros y
tíos. Incluso actualmente se siguen aceptando los enlaces entre primos. Como
hemos mencionado anteriormente, parece que Japón fue originalmente una
sociedad matriarcal o, al menos, matrilineal. La deidad mítica fundadora del
clan imperial, gobernado por una mujer, Pimiku, fue la diosa Sol. Hasta finales
del siglo VIII eran las mujeres de la familia imperial las que generalmente
ocupaban el trono. Esta práctica continuó incluso después de que la clase
samurái llegara al poder e impusiera un nuevo orden social exclusivamente
masculino. Es más, durante el período Tokugawa dos mujeres llegaron a
sentarse en el trono.
En la era heiana, marido y mujer vivían separados y los hijos se quedaban
al cuidado de la familia de la mujer. El esposo no formaba parte de la familia;
su papel era el de un mero visitante. Así pues, la esposa era el cabeza de familia.
Esta situación empezó a cambiar cuando la clase samurái se convirtió en la
fuerza dominante en los ámbitos político y social. En el siglo XII marido y
mujer empezaron a vivir juntos, lo que favoreció el fortalecimiento del sistema
patriarcal. La filosofía de Confucio reafirmó el carácter patriarcal y masculino
de la sociedad japonesa, tal y como refleja el Romance de Genji. Su autora,
Murasaki Shikibu, pone las siguientes palabras en boca del protagonista, el
príncipe Genji: «Las mujeres eran hijas del pecado. Quería acabar con ellas»[2].
Se creía que las mujeres eran incapaces de aprender el complicado sistema
chino de escritura, por lo que sólo se esperaba de ellas que aprendieran a
manejar el sistema fonético (kana), formulado en la era heiana y mucho más
sencillo. Sin embargo, la huella del sistema matriarcal no desapareció
completamente. Cuando una familia tema sólo hijas, el marido de la hija
mayor pasaba a formar parte de la familia de su esposa, al mismo tiempo que
adoptaba el apellido de ésta. Las mujeres desempeñaron un papel muy
significativo en el terreno cultural, tal y como lo refleja el elevado número de
escritoras surgidas durante el período heiano.

Evolución cultural y religiosa

En los primeros tiempos, antes de la llegada de la escritura y cultura chinas,


Japón sólo disponía de una tradición oral. Se supone que algunas de las
historias y poemas de estos primeros años se incorporaron a los relatos
históricos y poemarios recopilados en los siglos VII y VIII.
La visión general de la cultura y de la religión que dominaba en estos
primeros años se deja sentir en el primitivo sintoísmo. Un estudioso occidental
llegó a la conclusión de que el sintoísmo «no era más que un vulgar politeísmo;
sus personificaciones son vagas e inconsistentes; apenas hay noción de espíritu,
y prácticamente nada que evoque un código moral»[3]. Se creía que el mundo
natural estaba en manos de dioses y espíritus. Los árboles, arroyos, montañas y
animales tales como serpientes y zorros estaban ligados a los dioses o espíritus;
ésta es la razón por la que muchos de los santuarios sintoístas estén dedicados
al zorro. El sol era considerado sagrado porque es la encarnación misma de la
diosa Sol. Se cuenta que el sol divino dejó ciego a un lugareño por maldecir a
la diosa y culparla de la sequía. El sintoísmo acentuaba la pureza y la limpieza,
por lo que los santuarios sintoístas se conservan impecablemente limpios; es
más, antes de entrar en ellos es necesario purificarse enjuagándose la boca y
lavándose las manos. Esta insistencia en la pureza estaba ligada a la visión
moral: lo que es bueno y agradable siempre es limpio; lo sucio es malo y
desagradable. De ahí la admiración por una mente y un espíritu limpios. Sin
embargo, el sintoísmo no consiguió desarrollar un código moral bien
formulado.
Cada tribu o clan (uji) tenía su propio dios (kami), un fundador del clan o
un importante antepasado; así pues, en el sintoísmo los seres humanos pueden
convertirse en kami. Muchos personajes históricos, no sólo emperadores sino
también generales y almirantes de los últimos tiempos, descansan en santuarios
sintoístas. Los muertos de guerra están enterrados en el Santuario Yasukuni de
Tokio.
Los frutos de la civilización china llegaron a Japón fundamentalmente a
través de Corea antes del siglo V, pues durante los siglos IV y V muchos
artesanos y trabajadores manuales coreanos habían emigrado a Japón. Además,
los chinos que habían huido a Corea durante el tumulto que siguió a la caída
de la dinastía Han (206 a.C.-221 d.C.) entraron en Japón a principios del siglo
V. Aparte de los conocimientos prácticos traídos de China y Corea,
introdujeron también la forma de vida y la cultura chinas. Según las crónicas, a
finales del siglo iv Wani, un coreano de Paekche, trajo a Japón las Analectas de
Conflicto y los Mil caracteres clásicos, incorporando al mismo tiempo el sistema
de escritura chino, aunque en realidad ya era conocido en el país. Su
introducción provocó una auténtica revolución cultural, pues a partir de ese
momento se inició la creación de archivos y recopilación de crónicas, se
escribían obras literarias y se estudiaba la cultura china, ahora más accesible.
Se adoptaron conceptos morales y virtudes confucianas como la
benevolencia, la justicia, la propiedad, el conocimiento y la buena fe, mientras
que la clase gobernante insistía en la importancia de mantener una estricta
jerarquía que le permitiera dominar a los que estaban bajo su mando. El acceso
a los relatos históricos y a otras narraciones procedentes de China y Corea
impulsó a los japoneses a desarrollar su propia tradición cultural y literaria.
Entre los relatos escritos manipulados por la clase regente para justificar y
reforzar su posición política se encuentran los Kojiki (Relación de hechos
antiguos) y los Nihongi (Crónicas de Japón), completados en los años 712 y
720, respectivamente. Estos últimos se concebían como recopilaciones de
cuentos y leyendas transmitidas oralmente desde el origen de Japón, mientras
que los relatos legendarios de los Kojiki son narraciones históricas sobre la
creación del archipiélago japonés a cargo de las deidades creadoras, a las que se
añade la vida de la diosa Sol. Los Nihongi se centran más, pues, en aspectos
históricos; de hecho, los historiadores nacionales ortodoxos han presentado
estos relatos como hechos reales. Sin embargo, la obra fue recopilada bajo la
dirección del emperador Temmu (que reinó entre 673 y 686) con el fin de
justificar y glorificar su linaje dinástico. Ambas narraciones incorporaban
materiales de fuentes chinas y coreanas. Algunos historiadores coreanos han
señalado que muchos de los relatos legendarios son parecidos a los encontrados
en los primitivos cuentos coreanos. Estas historias se convirtieron en relatos
sagrados utilizados para reafirmar el carácter divino y sagrado de la dinastía
imperial, sobre todo tras la recuperación de su poder político en 1868.
La otra aportación cultural importante por parte de Corea y China fue la
introducción del budismo a mediados del siglo VI. Es posible que esta religión
se conociera en Japón incluso antes de la Llegada de los emigrantes chinos y
coreanos, pero la versión oficial sostiene que el budismo fue introducido en el
año 538, fecha en la que el rey de Paekche presentó imágenes y escrituras
budistas. Se cree que los bellos objetos de artesanía que acompañaron a esta
religión facilitaron su entrada en el país.
En el período heiano se llevó a cabo un estudio más serio de la religión
budista. La rama del budismo que floreció en China, Corea y Japón fue la
Mahayana, que sostenía que la salvación se logra mediante la fe en las piadosas
deidades budistas, las bodhisattvas. La otra rama, o budismo ervada, sostenía
que el nirvana, o estado de felicidad, se alean za mediante el autodominio y el
conocimiento de uno mismo. Esta última rama se extendió principalmente por
el sureste de Asia, mientras que la anterior prosperó en China, Corea y, luego,
Japón. Las dos principales sectas que nacieron en el período heiano fueron la
Tendai (‘Plataforma Celestial’) y Shingon (‘Palabra Verdadera’). La primera
basaba sus enseñanzas en el Lotus Sutra, que defiende la unidad o unicidad de
todas las cosas. El fundador de la secta Shingon en Japón fue Kukai (774-835),
que había estudiado en China. Esta secta daba mucha importancia a los ritos
esotéricos, a los cantos y a las oraciones. Aunque no se ha podido comprobar
con certeza, a Kukai se le atribuye la invención del sistema fonético para
transcribir el japonés.
Durante el período heiano el budismo no contó con una gran difusión
entre el pueblo, sino que siguió siendo una doctrina y una práctica adoptada
mayoritariamente por las clases altas. Hubo un intento de sincretizar el
budismo y el sintoísmo mediante la creencia de que todas las deidades,
incluidas las sintoístas, eran manifestaciones del Buda original. Esta escuela,
conocida como Sintoísmo Dual, está en cierto modo en sintonía con la actitud
no exclusivista que ha caracterizado las costumbres japonesas, según la cual es
posible profesar el sintoísmb, el budismo o cualquier otra religión al mismo
tiempo.

La literatura y la poesía

En literatura y poesía, la primera obra importante es la antología de poemas


Man’yōshū (Colección de diez mil poemas), recopilada en el siglo VIII. Consta
de alrededor de cuatro mil poemas breves y largos pertenecientes tanto al
tiempo en el que aún no se había introducido la escritura como al período que
va desde el siglo V hasta el año 760 aproximadamente. Entre los autores se
encuentran campesinos anónimos, aristócratas de la corte y emperadores. Los
poemas no sólo destacan por su valía literaria, sino que además reflejan los
valores morales e intelectuales del antiguo Japón. Los críticos ven en los
poemas la expresión de los sentimientos naturales humanos que prevalecían en
el país antes de la incorporación de los ideales confucianos de corrección y
moderación. Las declaraciones de amor a la esposa y a la familia,
posteriormente catalogadas de «poco masculinas», se profesaban con toda
libertad, como por ejemplo: «Mi esposa y yo somos un solo corazón / Por
mucho que estemos uno al lado del otro / Ella me parece cada vez más
encantadora / Aunque nos miremos durante un largo tiempo / Ella, mi amada,
me sigue pareciendo más fresca que una nueva flor»[4].
Una obra literaria ya considerada un clásico de la literatura universal es el
Romance de Genji, escrito por Murasaki Shikibu (978-1016), una dama de
compañía de la Emperatriz. El escenario es la corte heiana. La trama gira en
torno al príncipe Genji y su vida amorosa, pero lo que hace de esta obra un
clásico de la literatura es el efecto general estético creado por el elegante estilo
poético de la autora, que acerca esta pieza a la poesía. El ánimo que impregna
toda la novela es la sensación de aflicción, mono-no-aware. Genji dice: «Nada
en este mundo es permanente. No sabemos lo que la vida nos depara»[5].
Murasaki Shikibu escribió en una época y en un lugar en que se daba
máxima importancia a las formas, al aspecto y al decoro; el efecto que se
causaba en los demás pasó a ser una preocupación obsesiva. Esta excesiva
sensibilidad por el aspecto y las apariencias se convirtió en parte del carácter
nacional japonés. El círculo de la corte heiana también era una sociedad
esnobista, preocupada en exceso por la posición social hasta el punto de mirar
con desprecio al pueblo, que vivía ajeno a las delicadas reglas del decoro. Esta
obsesión por la elegancia y el refinamiento influyó también en el lenguaje,
cargado de términos respetuosos y educados. Sei Sōhnagon, otra importante
estilista literaria de la época, escribió en El libro de la almohada: «Resulta
desagradable en extremo escuchar cómo algún estúpido se olvida de las
adecuadas fórmulas de respeto cuando se dirige a alguna persona de rango
superior»[6].
Con la introducción de la cultura china la poesía y la literatura de este país
recibieron una especial atención; incluso se componía poesía al estilo chino.
Con todo, hacia el siglo IX la literatura japonesa comenzó un proceso de
liberación progresiva de la excesiva influencia de la literatura china que
desembocó en el waka (literalmente ‘canciones japonesas’), un poema en
japonés de 31 sílabas. En el siglo X se recopiló el Kokinshū (Colección de
poemas antiguos y modernos), una antología compuesta por mil cien waka.
Uno de los editores escribió: «La poesía de Japón tiene sus raíces en el corazón
humano y florece en las incontables hojas de las palabras»[7]. En otro ejemplo,
un poeta del siglo XII reflexionaba así: «Sobre un árbol, junto a un campo
desierto, una paloma llamaba a sus compañeras; tarde terrible y solitaria»[8].

Arte y arquitectura

Durante los primeros años de la era Yamato evolucionó el peculiar estilo


arquitectónico de los santuarios sintoístas. Se trataba de estructuras en forma
de caja construidas en un estilo sobrio, sin adornos, para que encajaran con el
entorno natural. Los santuarios sintoístas más típicos son los de Ise, en el
centro de Japón. El Santuario Interior está dedicado a la diosa Sol y el Exterior
a la diosa de la agricultura y de la sericultura.
Con la llegada de la civilización china empezaron a construirse templos y
monasterios budistas en todo el país. Uno de los monasterios más famosos es el
de Hōryūji, en Nara. Construido originalmente en 607, fue arrasado por el
fuego y reconstruido a finales del mismo siglo. En su composición destacan la
pagoda de cinco pisos y el Salón Dorado. La estructura proporciona una
sensación de equilibrio, orden y cohesión. El Tōdaiji de Nara, construido en el
mismo siglo, aloja en su interior a un gran Buda de bronce de más de quince
metros de altura. La tendencia a construir monasterios budistas en todas las
provincias se inició en el período Yamato y continuó hasta la era heiana. Las
plantas del edificio tendían a hacerse cada vez más asimétricas, ya que las
edificaciones estaban destinadas a adaptarse a la disposición del terreno, al
mismo tiempo que los templos y monasterios se adornaban con frescos y
estatuas. Así pues, la adopción del budismo, junto con el arte y arquitectura
que lo acompañaban, sirvió para desarrollar la creatividad artística de la
sociedad japonesa. También las casas comenzaban a incorporar formas
peculiares, como las tarimas de madera, las columnas a la vista, los paneles
desmontables, las puertas corredizas y las mamparas para separar espacios.
En el período heiano floreció un estilo pictórico exclusivo de Japón
conocido con el nombre de Yamato-e. Aunque en sus inicios predominaron los
temas budistas, pronto empezaron a pintarse escenas y cuentos de la vida
japonesa. Los motivos se dibujaban con finos trazos y se pintaban con colores
muy vivos. El estilo Yamato-e está presente en las puertas corredizas, en las
mamparas y en los e-makimono, o rollos manuales de pergamino con
narraciones en horizontal.
También se hizo famoso por su búsqueda de un estilo grácil un tipo de arte
aprendido de los maestros chinos: la caligrafía a pinceladas.
2. La época de la hegemonía samurái: 1185-1600

Evolución política

Después que Taira Kiyomori obtuviera el control político en la capital, intentó


conservarlo erradicando todo tipo de oposición. La severidad del control de
Taira llevó a la gente a decir: «Si uno no es un Taira, tampoco es un ser
humano». Sin embargo, un frente de oposición se estaba formando en la región
oriental de Kantō, gobernada por Yoritomo (1147-1199), jefe del clan
Minamoto. Yoritomo inició la sublevación en 1180, aproximadamente en la
época en que varias hambrunas (1181-1182) llevaron a la muerte a miles de
personas. Un relato de este tiempo revela que «los pobres se arrastraban a la
vera de los caminos invadiendo nuestros oidos de lamentos… Todos se estaban
muriendo de hambre»[1]. Esta situación coincidió con la muerte de Kiyomori,
lo que debilitó la posición política de los Taira. Yoritomo supo aprovechar el
momento y derrotar a las fuerzas de los Taira ejecutando a todos los miembros
de la familia, incluidos los niños más pequeños. Irónicamente, el propio
Yoritomo se había librado en su infancia de morir ejecutado por Kiyomori
gracias a la intercesión de la madrastra de éste. Así pues, en 1185 Yoritomo se
hizo con la supremacía política y, para no dejarse influir por el laso estilo de
vida de la corte heiana, decidió instalar su base en Kamakura, su cuartel inicial,
para pasar a consolidar su poder sobre el territorio. Cuando los guerreros
samurái entraban en combate, su jefe generalmente dirigía la batalla desde una
tienda de campaña. Los campamentos militares eran conocidos con el nombre
de bakufu; de ahí qué tanto el centro político y militar creado por Yoritomo
como el gobierno militar que siguió hasta 1867 fuesen conocidos también
como bakufu. En 1192 Yoritomo fue nombrado seitaishōgun, o generalísimo. A
partir de entonces, tanto él como sus sucesores gobernaron el territorio en
calidad de shōgun.
El control guerrero establecido por Yoritomo y apoyado por la familia de su
esposa, o clan Hōjō, duró hasta 1333. El período comprendido entre 1185 y
1333 es conocido como período Kamakura. A partir de ese momento el poder
pasó al clan Ashikaga, cuyos miembros ocuparon el puesto de shogún desde
1338 hasta 1573. En realidad, desde mediados del siglo XV los jefes guerreros
regionales mantuvieron constantes luchas por el poder, que situaron al país en
un continuo estado de contiendas civiles, esto es, un período de «estados de
guerra». Aunque dos jefes guerreros, Oda Nobunaga y Toyotomi Hideyoshi,
reestablecieron el orden político en el último cuarto de siglo, no fue hasta que
Tokugawa Ieyasu se hizo con el poder a principios del siglo XVII cuando el país
entró en un período de paz y estabilidad que duró hasta 1867.
La estructura social y cultural del país, basada en el modo de vida cultural y
aparentemente refinado de la sociedad heiana, se vio profundamente
transformada. No se trataba solamente de un cambio en el orden político, sino
que también las raíces culturales, morales e intelectuales de la vida japonesa se
empaparon profundamente de las costumbres samurái. Así, los dos polos
opuestos de Japón, la gentileza elitista heiana y la rudeza samurái, se
convirtieron en el símbolo del estilo de vida del país.
A pesar de ostentar el poder de facto Yoritomo conservó el sistema imperial,
aunque aparentemente era el shogún o jefe militar que actuaba en nombre del
Emperador. Obtuvo varios reconocimientos por su política y fue nombrado
condestable mayor y administrador supremo de las 66 provincias. En su primer
cargo conservó todo el poder militar y político del territorio, mientras que en
el segundo tenía derecho a recaudar impuestos de los dominios estatales.
También podía nombrar condestables y administradores de terrenos de ámbito
provincial. En la región de Kantō, donde ejercía directamente su control, elegía
también a los gobernadores provinciales. Era dueño, además, de varios shōen en
diversas zonas del país después de haber confiscado el antiguo shōen Taira,
aunque el grueso de los shōen estaba aún en manos de la corte imperial, de la
nobleza cortesana, de los monasterios y de algunos terratenientes locales. El
poder principal, pues, se dividía en distintos frentes.
De hecho, existía una especie de gobierno dual cuyo esquema de control
difería de unas regiones a otras. El sistema Kamakura no puede ser definido
como feudalismo, ya que no se asemeja al sistema feudal europeo. Sin
embargo, la relación entre los jefes samurái y sus súbditos se caracterizaba por
un vínculo amo-vasallo o señor-siervo, aunque el señor no estaba obligado a
conceder feudos a sus vasallos. Esta práctica se puso en funcionamiento mucho
después aunque, al igual que en Europa, nunca de manera uniforme.
Inicialmente, cuando la relación señor-vasallo empezó a forjarse, ésta se basaba
en lazos de parentesco. Pero a medida que el señor iba ganando poder,
empezaron a unirse al círculo otros miembros que no pertenecían a la familia.
La relación se formalizaba mediante un ritual en el que el vasallo ofrecía al
señor una placa con su nombre. A cambio de los servicios del vasallo, el señor
le concedía el derecho a recaudar impuestos o rentas de las tierras o de una
parte de ellas (pero nunca de un feudo con derechos políticos sobre la tierra).
Utilizaremos, pues, el término «feudal» por razones prácticas, pero siempre
teniendo en cuenta que no equivale al sistema feudal europeo.
El gobierno Minamoto no duró mucho tiempo porque tras la muerte de
Yoritomo la familia de su esposa Masako, el clan Hōjō, ejerció el poder como
regente de shogunes, que sólo eran figuras decorativas. Cuando el clan Hōjō se
hizo con el poder, el ex emperador Gotoba intentó reafirmar la supremacía
imperial y buscó el apoyo de los jefes militares y de los condestables del área de
Kioto, consiguiendo reunir un contingente de diez mil guerreros en 1221.
Masako condujo un gran ejército samurái y aplastó rápidamente a las fuerzas
imperiales. Esto permitió a los líderes Hōjō reforzar la posición del bakufu
Kamakura frente a la corte imperial y, al mismo tiempo, controlar a los shōen
rebeldes.
Esta maniobra de Gotoba no supuso una gran amenaza para el gobierno
Hōjō. El peligro más importante vino del extranjero, concretamente del
intento mongol de invadir Japón. Durante la era heiana continuaron las
relaciones que se habían iniciado con China bajo la dinastía Sung (960-1279).
Taira Kiyomori fomentó el comercio con aquel país y los contactos
continuaron en el período Kamakura. La influencia Sung se manifestó en la
pintura, la literatura y en el budismo Zen (Chan). Esta relación amistosa fue
interrumpida por la conquista mongola de China en 1260. En 1247 Kublai
Khan intentó invadir Japón, pero la flota mongola fue destruida por un tifón,
el llamado kamikaze. El segundo ataque, en 1281, acabó con el desembarque
de las tropas mongolas en la ciudad norteña de Kyushu, pero las fuerzas
japonesas les obligaron a retirarse.
Aunque la invasión mongola fracasó, los esfuerzos defensivos arruinaron los
recursos financieros del gobierno Kamakura. Además, los guerreros que
tomaron parte en la defensa del país esperaban algún tipo de prebenda, pero el
Bakufu no tenía medios para recompensarlos, ya que no había ningún botín
para repartir. Esto produjo un creciente descontento con el gobierno Hōjō. El
auge de la economía monetaria, estimulada en parte por la importación de
monedas Sung, agudizó también la crisis financiera de los samuráis, que
empezaron a contraer deudas. El Bakufu intentó suavizar la difícil situación
promulgando un edicto por el que cancelaba todas estas deudas, pero la
medida no resolvió los problemas económicos de base. A medida que el Bakufu
se fue debilitando por la crisis financiera y el creciente descontento samurái,
algunos líderes locales, como los condestables mayores provinciales, los
administradores de la tierra, los propietarios de shōen y los vasallos del Bakufu
empezaron a disputarse la tierra y el poder, Jo que provocó un aumento de
bandoleros y ladrones que asaltaban las zonas rurales.
Percibiendo el creciente descontento hacia el Bakufu, la corte imperial se
propuso recuperar el control político. En 1331, el emperador Godaigo (1288-
1339) organizó un levantamiento contra el Bakufu con el apoyo de los jefes
militares de la región de Kioto y de la región occidental de Japón. La
sublevación fue inicialmente un fracaso hasta que hizo su aparición una figura
clave, Ashikaga Takauji (1305-1358), que decidió pasarse al bando imperial y
ayudar a derrocar el gobierno Hōjō. De este modo se restauró el poder imperial
en 1333 aunque muy brevemente, pues duraría solamente hasta 1336.
Godaigo no consiguió imponer su autoridad sobre el territorio. El
descontento de los samuráis se volvió en contra del gobierno imperial porque
no habían sido debidamente recompensados. Las disputas por la tierra y el
poder continuaron en las provincias, Ante la inestable situación de la corte
imperial, Ashikaga Takauji, que había ayudado a derribar el gobierno Hōjō,
decidió asumir él mismo el poder. En la siguiente batalla Takauji consiguió
ganarse el apoyo de los más descontentos y se hizo con el control de Kioto.
Luego puso en el trono a un miembro de la línea colateral de la familia
imperial. Cuando vio que las fuerzas proimperiales se rebelaban contra Takauji,
Godaigo decidió unirse a ellas y huyó a la sureña península de Kii. En 1336
estableció un gobierno rival en Yoshino, dando lugar a la existencia de dos
cortes imperiales: una en el norte y otra en el sur. Este sistema de doble
dinastía imperial se prolongó hasta el año 1392.

El shogunato Ashikaga (1338-1573)

En 1338 la corte del norte nombró shogún a Takauji, quien, junto con sus
seguidores, intentó someter a las fuerzas de la oposición y consolidar el
gobierno Ashikaga. El tercer shogún Ashikaga, Yoshimitsu (1358-1408),
consiguió en 1392 convencer a la corte sureña para que regresara a Kioto y se
fundiera con la corte del norte, asegurando que los descendientes de ambas
cortes irían ocupando el trono alternativamente. Pero este acuerdo nunca llegó
a cumplirse, y son los descendientes de la corte norteña los que han ocupado el
trono hasta nuestros días.
Aunque Yoshimitsu había aunado las dos cortes y había establecido un
control firme sobre las provincias periféricas, los cabecillas locales, los
condestables y los administradores de tierras permanecieron atrincherados en
las provincias. Los shōen Ashikaga no eran tan extensos como los Hōjō, así que
el gobierno Ashikaga tuvo que subir los impuestos para paliar sus necesidades
económicas.
Tras la muerte de Yoshimitsu en 1408, el shogunato empezó a tener cada
vez más dificultades para controlar los principales puestos de condestable. Éstos
se habían hecho con el poder en las provincias más alejadas durante los años en
que el país contaba con dos cortes, la del norte y la del sur. A mediados del
siglo XV un gran número de condestables había ya heredado su cargo y
empezaba a ejercer su dominio sobre otras provincias, además de apoderarse
también de los shōen de sus propias provincias, que anteriormente habían
pertenecido a la corte imperial, a los nobles cortesanos, a los monasterios y a
pequeños propietarios de la zona. También habían adquirido el derecho a
cobrar impuestos y corvée sobre la población de los shōen. Para reforzar su
posición, empezaron por convertir a los funcionarios locales y terratenientes
independientes en sus vasallos. Hacia mediados del siglo XV los propietarios de
shōen habían perdido prácticamente el control de sus antiguos terrenos,
mientras que los condestables empezaban a despuntar como poderosos
terratenientes provinciales o daimyō, que significa ‘los grandes nombres’.
A mediados del siglo XV surgieron fundamentalmente cuatro poderes de
condestables. Su rivalidad desembocó en un importante conflicto civil
instigado por las dos familias principales, la Yamana y la Hosokawa. Esta lucha
de poderes, conocida como la Guerra Ōnin, dividió al país en dos facciones
enfrentadas. El conflicto duró una década, de 1467 a 1477, pero lo más
importante es que abrió una turbulenta etapa conocida como el Período de los
Estados Guerreros (a imitación del conflicto chino que tuvo lugar entre el año
403 y el 221 a.C.). Esta etapa de luchas internas provocadas por los jefes
regionales o daimios se prolongó durante un siglo, hasta que uno de los
principales jefes guerreros, Oda Nobunaga (1534-1582), consiguió en cierto
modo centralizar el poder.
Durante este siglo de luchas civiles el rango o posición apenas contaba; sólo
la experiencia militar y un empeño despiadado por someter al bando opuesto.
Muchos jefes guerreros locales se hicieron con el control de las regiones
expulsando a las principales familias de condestables. Numerosos delegados y
vasallos de los condestables, así como samuráis de bajo rango, organizaron
contingentes de guerreros y campesinos, establecieron una base de operaciones
y empezaron a dominar áreas cada vez más extensas. Hacia 1563, el país estaba
repartido entre 142 daimios principales que comenzaron a erigir castillos en sus
centros de operaciones, muchos de los cuales llegaron a convertirse en ciudades
importantes.
Durante este período ya era habitual la práctica de conceder feudos a los
vasallos, a cambio de que éstos proporcionaran al señor un número
determinado de guerreros. Para evitar que los feudos se dividieran en unidades
cada vez más reducidas mediante la subdivisión de la tierra entre los hijos,
empezó a imponerse la política del mayorazgo, lo que debilitó el status de las
mujeres, que hasta entonces habían podido heredar. En una época en la que
sólo contaba el poder militar, las mujeres perdieron sus derechos y fueron
utilizadas como instrumentos políticos por sus padres o hermanos, quienes las
obligaban a casarse con miembros de ciertas familias para reforzar su posición.

Las clases sociales: el campesinado

Las condiciones del campesinado durante el período Kamakura-Ashikaga


variaban de un lugar a otro. Los campesinos no eran siervos, pero los más
pobres se veían a menudo obligados a vender a sus esposas e hijos como
esclavos para servir de criados o ayudar en las labores del campo. También
había trabajadores contratados que servían a sus arrendatarios. Los más
acomodados ostentaban el título de propietarios de la tierra, siempre bajo la
jurisdicción de los propietarios de los shōen. Durante los años de la guerra civil,
al principio del período Ashikaga, se debilitó el control que ejercían los
condestables y propietarios de shōen sobre los campesinos, y muchos de ellos
consiguieron mayor libertad, llegando incluso a comprar sus propios terrenos.
Los granjeros independientes se convirtieron en los líderes del campesinado,
algunos incluso en granjeros-guerreros al servicio de los jefes militares que
empezaban a despuntar. A diferencia de los campesinos comunes, que sólo eran
conocidos por su nombre de pila o identificados por sus vecinos, los granjeros-
guerreros podían utilizar sus apellidos. Cuando el orden establecido comenzó a
debilitarse los campesinos sufrieron la amenaza de bandoleros y salteadores de
caminos, por lo que decidieron agruparse para defenderse.
La carga sobre el campesinado se hizo más pesada a medida que el bakufu
Ashikaga aumentaba los impuestos con el fin de solucionar sus problemas
económicos. En consecuencia, los campesinos se vieron obligados a entregar
más del setenta por ciento de su producción en concepto de impuestos y
contribución. En tiempos de hambruna, los campesinos sufrieron el azote de la
escasez. Muchos vendían a sus hijas a los burdeles y entregaban a sus hijos a los
monasterios. Entre 1459 y 1461 se sucedieron sequías, inundaciones y tifones
que, junto con una plaga de langosta, provocaron un gran número de muertes.
Se calcula que, sólo en Kioto, murieron de hambre ochenta y dos mil personas.
Enfrentados a calamidades naturales, impuestos desorbitados y deudas cada
vez mayores, los campesinos empezaron a dirigir sus protestas contra el Bakufu,
los propietarios de shōen y los prestamistas de las ciudades, ahora con una
mayor actividad gracias a la expansión del comercio y de la economía. Las
insurrecciones campesinas se iniciaron en el siglo XV, con un total de dieciocho
levantamientos en un lapso de treinta años a mediados de siglo. Los samuráis
de clase baja o los granjeros independientes solían encabezar estas revueltas. A
medida que los jefes militares locales ganaban poder en las provincias, muchos
de estos hombres se convirtieron en lacayos de la ascendiente clase de los
daimios. Abandonaron, pues, la causa de los campesinos y pasaron a ejercer de
samuráis armados con espada, y así ayudar a sus nuevos amos a someter al
campesinado. La situación era tan inestable que algunos campesinos ejercieron
de guerreros para sus jefes militares, ascendiendo así en la escala social, que por
aquel entonces no estaba tan jerarquizada. Un claro ejemplo es el de Toyotomi
Hideyoshi (1536?-1598), que pasó de ser un simple campesino a convertirse en
ef dictador de todo el país en el siglo XVI.
A finales del siglo XV una secta budista, la Verdadera Tierra Pura —de la
que hablaremos después—, organizó a los campesinos y dirigió sublevaciones
en algunas regiones para desafiar a los terratenientes locales. Sin embargo estas
propuestas, más que estar destinadas a mejorar la situación del campesinado,
tenían básicamente un carácter político y religioso.

La situación de la mujer

Tal y como hemos mencionado anteriormente, el primitivo Japón fue, casi con
toda seguridad, una sociedad matriarcal, pero con la influencia de la
civilización china y del confucianismo se llegó a aceptar la idea de una relación
familiar jerárquica encabezada por el marido. El budismo también relegó a las
mujeres a una posición inferior a la de los hombres, además de afirmar que la
salvación no era posible para ellas. Esta concepción cambió durante el período
Kamakura tras el auge de las sectas populares budistas. Con el aumento de
poder de la clase samurái se dio más preponderancia a la fuerza física y el valor
militar, por lo que las mujeres iban perdiendo posiciones progresivamente con
respecto a los hombres. Al mismo tiempo, se hacían cada vez más pronunciadas
las diferencias entre el lenguaje masculino y el femenino; se esperaba que las
mujeres hablaran de un modo que las diferenciara, más refinado y educado.
Asimismo, la imposición del mayorazgo suprimió el derecho de la mujer a la
herencia, aunque en el período Kamakura las hijas aún podían heredar y las
madres viudas controlaban las propiedades familiares. Las hijas de samuráis
recibían entrenamiento en artes marciales, y de sus viudas se esperaba que
cumpliesen con las obligaciones de un vasallo, e incluso que entraran en
combate si fuera necesario. Un claro ejemplo fue la viuda de Yoritomo,
Masako, que condujo al ejército de Minamoto contra las fuerzas imperiales.

Evolución económica

Los siglos XIV y XV fueron testigos de una prosperidad económica significativa


que se manifestó en mejoras dentro de la producción agrícola y en el
crecimiento del comercio y de la industria. Mejores herramientas y métodos
agrícolas, mejor uso de los animales de tiro, utilización de residuos animales y
humanos como fertilizantes, mejores métodos de irrigación mediante la
utilización de norias, el sistema de doble cosecha, un mejor mecanismo de
drenado del arroz y la apertura de nuevos terrenos para su cultivo
contribuyeron al aumento de la producción agrícola.
El crecimiento agrario estimuló el comercio y la industria. Las ciudades
comerciales empezaron a aumentar en número y tamaño. Se organizaron
grupos mercantiles que se encargaban de las mercancías y los artesanos y
trabajadores se agruparon en gremios. La prosperidad comercial vino
acompañada del crecimiento de la economía monetaria. El comercio con
China fomentó el uso de monedas, lo que favoreció la actividad de prestamistas
y mayoristas. Las ciudades que contaban con puerto, mercado o castillo se
convirtieron en importantes centros de actividad comercial. Algunos llegaron a
ser ciudades autónomas, como Sakai, cerca de Osaka, pero esta independencia
se debilitó en el siglo XVI, cuando los poderosos daimios pasaron a ejercer el
control.
El shogún Ashikaga Yoshimitsu, interesado en impulsar el comercio con
China, firmó un tratado comercial con los Ming (1404) e intentó acabar con
los piratas japoneses que atacaban las ciudades costeras de China y Corea, país
con el que mantenía mejores relaciones comerciales. Los daimios del Japón
occidental también contribuyeron a fomentar el comercio con China y Corea,
así como con las islas Ryukyu (Okinawa), cuyos comerciantes fueron los
primeros en ejercer de intermediarios en la apertura de relaciones comerciales
con el sureste de Asia. El comercio permitió a los daimios de las provincias
occidentales constituir una sólida base económica y convertirse en los
protagonistas de las revueltas civiles de los siglos XV y XVI.

Evolución cultural e intelectual: la cultura samurái

Como ya hemos visto, la ascensión de los caudillos guerreros en las provincias


durante la época heiana provocó la aparición de las relaciones amo-súbdito, o
señor-vasallo. Con el afianzamiento del shogunato Kamakura comenzó la era
de la hegemonía samurái. Para los señores, el código ideal de conducta samurái
radicaba en la lealtad, el cumplimiento inmediato del deber, la valentía y el
honor, es decir, el sistema samurái amo-vasallo se basaba en relaciones
recíprocas de servicio y recompensa. Básicamente los samuráis se guiaban por
el interés personal, por lo que en época de conflictos y luchas por el poder
muchos de ellos no dudaban en cambiar de señor y pasarse al bando del
ganador. La «gran era del chaqueteo» tuvo lugar durante el siglo XIV, cuando la
corte imperial estaba dividida en dos facciones. Una situación similar se
produjo a finales del siglo XV y en el siglo XVI, coincidiendo con un período de
luchas entre jetes militares. Sin embargo, cuando fuertes lazos personales y de
lealtad unían al señor y al samurái, este último estaba dispuesto a luchar por el
señor hasta la muerte y, en caso de derrota, a morir incluso con él. Cuando el
clan Hōjō fue derrotado por las fuerzas imperiales en 1333, miles de leales
samuráis se inmolaron mediante el harakiri (abrirse el vientre con una espada)
para compartir el destino de sus señores.
Dado que el samurái se preparaba para combatir, se le suponía un carácter
curtido, consecuencia de un estricto régimen espartano que endurecía su
carácter. Su formación incluía el manejo del arco y la flecha y la lucha con
espada, circunstancia que potenció la producción de espadas y la aparición de
especialistas en el arte de su fabricación.
En teoría, el código de los guerreros exigía al samurái ser caballeroso y
proteger a los débiles, los indefensos y los vencidos, pero en realidad el samurái
estaba entrenado para matar, por lo que normalmente se comportaba como un
asesino sanguinario. El código guerrero basado en la caballerosidad y en una
conducta honorable sólo fue posible durante la era Tokugawa, cuando este
shogunato ejerció un firme control y desaparecieron los actos de violencia.

El budismo en la época Kamakura-Muromachi

Aunque el budismo contó con la aceptación de la clase alta durante la era


heiana, fue durante el período Kamakura y en los años posteriores cuando se
difundió más rápidamente, especialmente entre el pueblo, y quizás como
reacción al caos, los conflictos y las luchas por el poder que se desarrollaron en
la última parte del siglo XII y que se prolongaron hasta el siglo XVI. Además, las
constantes catástrofes naturales que azotaban a la población no hacían sino
anunciar la legada del «fin del mundo», tal y como lo concebía el budismo.
Este sentimiento de desesperación y pesimismo pudo haber llevado a muchos a
buscar consuelo espiritual en las incipientes sectas budistas que empezaron a
surgir entre el pueblo llano. La rama Mahayana del budismo, que prosperó en
China, Corea y Japón, anunciaba otra vida en la Tierra de la Felicidad. En el
período heiano, se prestó más atención a los rituales y a la declamación de
conjuros y fórmulas mágicas. Cuantas más veces se repitieran los mantras,
mayor sería la posibilidad de salvación. Se dice que alguien apartó una alubia
por cada mantra recitado hasta llegar a acumular un total de tres mil seiscientos
millones.
El budismo Mahayana promulgaba que la salvación se lograba mediante la
fe en los piadosos Budas y Bodhisattvas (aquellos que han alcanzado la
iluminación pero que permanecen en la tierra para ayudar a otros a salvarse).
Amida Buda, el Cuerpo de la Felicidad, se convirtió en el Buda más
importante de Japón. Durante el período Kamakura, la devoción a éste y a
otros budas piadosos contó con el impulso de los líderes budistas —que
fundaron sus propias sectas—, en detrimento de una mejor comprensión de las
doctrinas budistas o de la recitación de mantras.
Entre los líderes budistas del período Kamakura cabe mencionar a Hōnen
(1133-1212), fundador de la secta de la Tierra Pura (Jōdo), que predicaba
encomendarse al poder redentor de Amida Buda como garantía de salvación.
Un discípulo suyo, Shinran (1173-1262), facilitaba aún más las cosas,
insistiendo en que la salvación podía alcanzarse simplemente con una sola
invocación sincera al nombre de Amida (todo lo contrario a lo promulgado por
Hōnen, convencido de que cuantas más veces se invocara el nombre de Amida,
mayores eran las posibilidades de salvación). Shinran enseñaba también que la
conducta moral era irrelevante a efectos de salvación: todos los seres humanos,
buenos o malos, podrían salvarse si verdaderamente se entregaban a Amida
Buda. De hecho, una persona malvada que admitía que no era capaz de
salvarse a sí misma tenía más posibilidades de salvación que el bondadoso que
confiaba en lograrlo gracias a su buena conducta. La entrega total a Amida,
según Shinran, nos permite convertirnos en personas morales. Llamó a su secta
la Verdadera Tierra Pura (Jōdo Shinshū), y encontró muchos seguidores entre
los oprimidos. Dado que la conducta externa no contaba para la salvación,
Shinran sostenía que la abstinencia de ciertos alimentos y bebidas, tales como
la carne de ternera y el alcohol, no era requisito para salvarse. También abogaba
para que el clero viviera como los laicos, rechazando el monacato y el celibato.
Pretendía llegar a la gente del pueblo, por lo que decidió difundir su mensaje
entre los oprimidos de las regiones más lejanas, en donde ganó muchos
adeptos, especialmente entre el campesinado. Así pues, la secta de la Verdadera
Tierra Pura tuvo gran acogida entre el pueblo y supo ganarse el fervor de las
masas hasta el día de hoy.
La otra secta que se hizo muy popular fue la de Nichiren (Secta del Loto
Blanco), que lleva el mismo nombre de su fundador, Nichiren (1222-1282).
Sostenía que los tres cuerpos de Buda fundamentales en el Lotus Sutra, es
decir, el Cuerpo de Emanación, el Cuerpo de Felicidad (Amida Buda) y el
Buda histórico, forman una unidad y tienen la misma importancia.
Consideraba que la recitación del Lotus Sutra permite alcanzar la salvación, al
mismo tiempo que acusaba a las otras sectas de propagar falsas doctrinas, que
se propuso sustituir por las suyas propias. Su dogmatismo e intolerancia le
alejaron de otras sectas que tendían a ser más abiertas con las diversas creencias.
Nichiren también tenía pretensiones nacionalistas y su pensamiento era afín al
nacionalismo sintoísta. Además de ayudar a la gente a alcanzar la salvación,
Nichiren pretendía convertirse en «el pilar de Japón, el gran barco de Japón».
Enfatizaba el servicio a la patria y al soberano, al mismo tiempo que afirmaba
que Japón era la tierra elegida por los dioses para ser el centro universal de la
secta Nichiren. Su punto de vista militarista atrajo a muchos samuráis, pero
también tuvo muchos seguidores entre las clases populares y, hasta el día de
hoy, sigue siendo una secta importante.
El budismo Zen apareció también como movimiento relevante en este
período, e influyó en el ámbito cultural de Japón más que ninguna otra secta.
Como el budismo Chan, fue introducido en China desde la India en el siglo
VI, o quizás antes. Entró en Japón durante la era heiana, pero no se convirtió
en una secta significativa hasta el período Kamakura, cuando sus enseñanzas
encandilaron a la clase samurái. A diferencia de otros movimientos, el budismo
Zen no predica la salvación a través de la fe en los Budas o Bodhisattvas, sino
que su meta es la «iluminación» (satori) mediante la meditación y la
concentración. Así, y a pesar de los j obstáculos impuestos por los espejismos
mundanos, puede lograrse la unión con la realidad vital. Razón, conocimiento,
escrituras y mantras no ayudarán, pues, a alcanzar la satori. Cada uno tiene que
penetrar directamente en su alma para captar la realidad y la naturaleza del
Buda que vive en nuestro interior. Una vez que la persona alcanza la satori, no
puede transmitir a nadie esta realidad con palabras. Bodhidharma, que llevó el
budismo Chan a China, dijo: «Es una transmisión especial más allá del papel
escrito, pues no depende ni de las palabras ni de las letras, sino que apunta
directamente al alma humana. Permite ver la naturaleza de uno mismo y
alcanzar el estado de Buda»[2].
Existían dos sectas Zen, cada una con diferentes enfoques sobre la forma de
alcanzar la satori. Una defendía el zazen, la meditación en posición sentada. La
otra destacaba el kōan, o meditación sobre temas enigmáticos y paradójicos
destinados a romper el mecanismo del razonamiento habitual para liberar el
inconsciente, como por ejemplo: «¿Cómo suena un aplauso hecho con una sola
mano?»[3].
Debido a que el Zen exigía disciplina y concentración, no tuvo un
seguimiento masivo entre la población, pero fue muy bien acogido entre los
samuráis, que tenían que debatirse entre la vida y la muerte en el campo de
batalla. Un jefe guerrero del siglo XVI aconsejó a sus hombres dedicar su vida a
esta disciplina: «El Zen no tiene más secreto que meditar profundamente sobre
la vida y la muerte»[4]. Muchos samuráis y nuevos guerreros se recluyeron en
monasterios Zen para imponerse disciplina y superar su temor a la muerte. El
énfasis Zen en captarla esencia de las cosas tuvo un impulso significativo en el
desarrollo cultural.

Arte y literatura

La pintura sobre pergaminos y los retratos, característicos de la era heiana,


siguieron vigentes durante la época samurái. En el siglo XVI, cuando la
emergente clase guerrera empezó a construir enormes castillos, empezaron a
decorar su interior con pinturas murales, puertas correderas y estores. Tanto las
puertas como los estores se pintaban con colores llamativos, que destacaban
sobre fondos de pan de oro. Uno de los artistas más renombrados de este
género fue Kanō Eitoku (1543-1590).
La arquitectura budista del período heiano continuó embelleciendo el
paisaje japonés. Se esculpieron enormes estatuas budistas, tales como los reyes
Deva que custodian el templo de Tōdaiji, en Nara, o el Gran Buda de
Kamakura, de casi t rece metros de altura. A finales del siglo XIV el shogún
Ashikaga Yoshimitsu construyó el Pabellón Dorado, un edificio de t res pisos
erigido al estilo Zen entre árboles, rocas y un lago. Durante el período de los
«estados guerreros», los daimios empezaron a construir enormes castillos que
servían de fortaleza. Cabe destacar el castillo de Fushimi, cerca de Osaka, que
mandó construir Toyotomi Hideyoshi en el siglo XVI.
Con el auge de los samuráis, la elaboración de espadas se convirtió en una
importante profesión, y fueron muchos los fabricantes profesionales que
surgieron después del período Kamakura. Entre los más famosos se encuentra
Masamune (1264-1344), cuyas creaciones son consideradas hoy en día
auténticos tesoros. También el arte de la cerámica comenzó a florecer en este
período, especialmente tras la adopción de la ceremonia del té como búsqueda
dentro de la estética Zen. El estilo depurado de la cerámica Sung y la
simplicidad de las creaciones coreanas influyeron notablemente en los
ceramistas japoneses.
En el campo de la literatura predominó el estilo narrativo que se desarrolló
en la era heiana, conocido con el nombre de monogatari. Como es lógico, los
asuntos de los cuentos hablaban de los clanes que luchaban por el poder, como
el Cuento de Heike. Naturalmente, el espíritu samurái impregna estos cuentos,
aunque también se respira la noción budista sobre el carácter efímero de la
vida. El Cuento de Heike, que versa sobre el auge y la caída del clan Taira,
empieza de este modo: «Al sonido de la campana del templo de Gión resuena
la futilidad de todas las cosas… Los orgullosos no perduran, se desvanecen
como el sueño de una noche de primavera. Y los poderosos también perecerán
al final, como polvo en el viento»[5].
Durante este período se escribieron también muchas historias y crónicas
importantes. Los Gukanshō (Escritos de un lunático), obra de un monje a
principios del siglo XIII, interpretaban la historia japonesa desde el punto de
vista del gradual declive de la Ley de Buda. No en vano escribió en una época
marcada por la decadencia de la casa imperial. En 1339, un defensor de la
Corte del Sur, Kitabatake Chikafusa (1293-1354), compuso una interpretación
sintoísta de la corte imperial titulada Jinnō Shōtōki (Registros de la sucesión
legítima del divino soberano), cuyas páginas recitaron los defensores de la corte
imperial a lo largo de los siglos.
El budismo Zen se convirtió en una fuerza cultural tan significativa
durante los años de Ashikaga que ha moldeado el gusto estético de los
japoneses hasta la actualidad. La valoración de lo sencillo y lo austero, la
ausencia de equilibrio y la asimetría se reflejaba en muchas esferas de la cultura:
el paisajismo, el teatro Noh, la decoración floral, la ceremonia del té, la
cerámica, la pintura, la poesía y la arquitectura. También influyó en el arte de
forjar espadas y en la arquería. La estética Zen está presente en la ceremonia del
té, en la que domina el sentido de sencillez, austeridad, melancolía, soledad,
serenidad, prudencia y compostura. El daimio del período de los estados
guerreros se aficionó tanto a la ceremonia del té que procedió a construir casas
de té en entornos naturales, donde brillaba la estética Zen de la sencillez y la
rusticidad.
Diseñada para reducir la naturaleza a su esencia, la jardinería también pasó
a ser una de las artes más cultivadas. Entre los jardines de estilo Zen más
renombrados se encuentra el Jardín de las Rocas del templo Ryōanji, en Kioto,
diseñado con arena blanca y quince piedras que simbolizan el mar y las rocas.
La influencia Zen se dejó ver también en la pintura. Las creaciones de Mu-
chi, un monje chino de la dinastía Sung, originaron en Japón un tipo único de
dibujo en tinta llamado sumie. Los pintores sumie no buscaban el realismo de la
naturaleza, sino que pretendían describir la esencia de las cosas omitiendo los
detalles superficiales. El dinamismo y la fuerza de los pintores y calígrafos sumie
se refleja en los trazos enérgicos y vigorosos y en el movimiento y ritmo de las
pinceladas.
El drama Noh se había convertido en representaciones de danza folclórica
que se escenificaban durante las fiestas sintoístas. En el período Ashikaga, el
drama Noh se tornó más refinado y adoptó la sencillez y moderación del Zen.
El escenario estaba prácticamente desprovisto de decorados y paisajes. Los
actores, siempre hombres, actuaban de una manera sofisticada, formal y
comedida, con gestos y movimientos de significado simbólico. Las obras Noh
intentan transmitir el yūgen, «lo que se halla bajo la superficie… lo sutil, en
oposición a lo obvio, el matiz, en oposición a la aseveración tajante»[6]. El Noh
se mantiene como un estilo teatral apreciado por la elite cultural, resultado de
una significativa evolución de las danzas populares de los siglos anteriores.
Aunque el acceso a la educación era un privilegio especial de la elite
cultural heiana, en la era Ashikaga los samuráis y los campesinos acomodados
empezaron a mandar a sus hijos a las escuelas de los templos (terakoya). Esta
costumbre no empezó a extenderse hasta el período Tokugawa, pero el
nacimiento de la escuela como institución docente, un medio importante para
que las masas adquirieran algún grado de conocimiento, tuvo lugar en esta
época.

Encuentro con Occidente

A finales del siglo XV España y Portugal emprendieron sus expediciones en


ultramar. Las naves portuguesas partieron hacia Oriente y Vasco da Gama llegó
a la India en 1498. En 1513 los comerciantes portugueses arribaron a Cantón,
China, y luego, en 1543, a Japón. Les siguieron los comerciantes españoles en
1584. Los holandeses e ingleses también llegaron finalmente a Japón: unos en
1600; los otros en 1613.
Entre las mercancías introducidas en Japón por los portugueses destacan
los mosquetes, mientras que el producto más codiciado por los occidentales era
la plata. El acontecimiento cultural más importante resultado del encuentro
con Occidente en el siglo XVI fue la introducción del cristianismo a cargo del
jesuita san Francisco Javier, que llegó a Japón en 1549. Los daimios de Kyushu
recibieron abiertamente a los misioneros jesuitas porque creían que este
contacto les facilitaría el comercio con los países occidentales. También Oda
Nobunaga, que iniciaba su ascenso político en la década de 1560, apoyó a los
misioneros porque quería acabar con aquellas facciones budistas que se le
oponían. Con la conversión de algunos daimios de Kyushu y el apoyo de
Nobunaga, el número de cristianos empezó a aumentar hasta el punto de que,
en 1582, Japón contaba con aproximadamente ciento cincuenta mil cristianos
y doscientas capillas. El número de conversos cristianos continuó aumentando
y en 1614, año en el que el fundador del bakufu Tokugawa prohibió esta
religión, se calcula que había más de trescientos mil cristianos, aunque algunas
fuentes aseguran que la cifra ascendía a setecientos mil. La población del país
oscilaba por entonces entre dieciocho y veinte millones.
Tras una respuesta inicial favorable a los misioneros cristianos, las
autoridades regentes empezaron a mostrar su preocupación por el sentido de
lealtad de los vasallos cristianos, quienes, en última instancia, rendían pleitesía
a una autoridad que estaba por encima de los señores daimios, es decir, a Dios.
Hideyoshi, que se convirtió en la figura más poderosa tras la muerte de
Nobunaga, promulgó un edicto en 1587 por el que se ordenaba a los
misioneros que abandonaran el país. Aunque esta medida no entró en vigor
inmediatamente, ante la sospecha de que los franciscanos (que habían llegado a
Japón en 1593) pudieran ser los precursores de la incursión política hispana,
Hideyoshi ordenó crucificar a veintiséis misioneros y conversos japoneses en
1596. Ieyasu también se mostró tolerante en un principio, pero luego empezó
a preocuparle igualmente el hecho de no poder contar con la total lealtad de los
cristianos, por lo que finalmente prohibió la religión en 1614 y ordenó a todo
el mundo formar parte de una de las principales sectas budistas. Decretó
entonces la expulsión de los misioneros, obligando a los daimios a purgar sus
dominios de elementos cristianos. Todos aquellos que se ocultaron y fueron
descubiertos acabaron ejecutados. El tercer shogún Tokugawa, Iemitsu, utilizó
la tortura para obligar a los cristianos a hacerse apóstatas. Entre 1614 y 1640
murieron ejecutados entre cinco mil y seis mil cristianos. Durante 1637 y 1638
los campesinos de la península de Shimabara y de la isla Amakusa, en Kyushu,
se sublevaron al mando de un joven cristiano: Amakusa Shirō (1621-1638).
Aproximadamente treinta y siete mil personas ofrecieron resistencia a los cien
mil soldados del Bakufu, pero fueron aniquilados. Los cristianos que se
negaron a renunciar a su fe la ocultaron y se convirtieron en «cristianos
secretos».

Preludio a la hegemonía Tokugawa

Entre los daimios contendientes del siglo XVI, el caudillo guerrero que se
perfilaba como posible gobernante fue Oda Nobunaga, señor del territorio que
rodeaba Nagoya. Nobunaga formó alianzas» empleó nuevas tácticas, realizó
ataques por sorpresa y fue el primero en utilizar de modo eficaz las armas de
fuego que habían introducido los portugueses. En 1568 Nobunaga ocupó
Kioto y, en 1573, puso fin al shogunato Ashikaga.
Nobunaga fue un guerrero despiadado. Contó con la oposición de varios
grupos budistas, incluidas las fuerzas campesinas (Ikkō) vinculadas a la secta de
la Verdadera Tierra Pura. En una campaña contra los Ikkō capturó y acabó con
la vida de decenas de miles de campesinos. En respuesta a la oposición de los
monjes del monte Hiei, cerca de Kioto, ordenó quemar el monasterio y
capturó y ejecutó a aproximadamente mil seiscientas personas, no sólo monjes,
sino también vecinos del pueblo, entre los que se encontraban mujeres y niños.
En otra ocasión mandó quemar a ciento cincuenta monjes por haber celebrado
el funeral de uno de sus enemigos, y se cuenta que ejecutó a una joven doncella
por no limpiarle impecablemente su aposento, ya que se había dejado un
rabillo de fruta en el suelo.
Nobunaga también fue víctima de este mundo de luchas brutales y acabó
muriendo a manos de uno de sus partidarios, que se había vuelto en su contra.
Le sucedió otro antiguo seguidor, Toyotomi Hideyoshi, un campesino que
empezó su carrera como portador de las sandalias de Nobunaga para acabar
convirtiéndose en uno de sus mejores generales. Consiguió someter a sus
rivales e imponerse en todo el territorio. Fue nombrado regente y canciller por
el Emperador, pero no pudo llegar a ser shogún porque para entonces ya existía
la tradición de designar para tal puesto sólo a descendientes del clan
Minamoto. Una vez sometido todo Japón puso sus miras en el continente y, en
1592, lanzó una campaña contra Corea con la intención de conquistar este país
y, más adelante, China. Cuando sus fuerzas avanzaban hacia el norte, en
dirección a China, el gobierno Ming se interpuso y abortó la campaña, por lo
que hubo que negociar una tregua. Pero una mala interpretación de las
condiciones de ésta le hizo pensar que el gobierno Ming había roto el acuerdo,
así que en 1597 Hideyoshi envió otro contingente a Corea. Murió al año
siguiente, antes de haber alcanzado su objetivo, y sus tropas se retiraron. Su
campaña dejó a Corea desolada, causando hambrunas y muertes por inanición
entre la población del país.
A pesar de sus orígenes campesinos, en política interior se propuso evitar
que este sector provocara más problemas en el futuro. Promulgó un decreto
prohibiéndoles abandonar la tierra y les ordenó entregar todas las armas a las
autoridades; asentó así las bases de una relación servil que quedaría instituida
en los años siguientes, durante la era Tokugawa. En el período de luchas entre
los jefes guerreros hubo menos rigidez social y a los campesinos se les permitió
unirse a las fuerzas militares, algo que promovió el mismo Hideyoshi. También
realizó un catastro para determinar el valor de la tierra y de las propiedades y,
de este modo, acordar los impuestos que debían pagar los campesinos. El valor
de la tierra pasó a determinarse por la cantidad de arroz producido. La medida
utilizada fue el koku (284 centímetros cúbicos), que sirvió también para fijar el
alcance de las posesiones de los daimios y samuráis hasta la era Meiji.
3. El gobierno Tokugawa

A la muerte de Hideyoshi se desató una lucha por el poder entre los líderes
daimios. Tokugawa leyasu (1542-1616), que había conservado un extenso
territorio en la región de Kantō y se había asentado en Edo, consiguió derrotar
a sus rivales y someter a los partidarios de las fuerzas Toyotomi, imponiendo así
la hegemonía Tokugawa (1600-1867). Ieyasu era tan ambicioso y despiadado
como cualquier otro daimio. Obedeció a Nobunaga cuando éste le ordenó
ejecutar a su propia esposa y obligar a su hijo a hacerse el harakiri. Se jactaba
de ser descendiente del clan Minamoto y, tras ser nombrado shogún en 1603,
decidió permanecer en Edo, que pasó a ser la sede del gobierno. Tal como
hicieran otros shogunes anteriores, permitió que la corte imperial se quedara en
Kioto, si bien el Emperador, aún siendo el jefe del culto imperial sintoísta,
carecía de poder político.
Los dos siglos y medio de gobierno Tokugawa condicionaron el modo de
pensamiento japonés, su escala de valores, su conducta social y las instituciones
de forma más acusada que los gobiernos anteriores. Así pues, resulta necesario
conocer la sociedad Tokugawa para poder comprender al Japón actual.
Para asegurar la continuidad de su régimen, Ieyasu adopto ciertas medidas.
Así, asignó a los daimios grandes extensiones de terreno a modo de feudos, si
bien la familia Tokugawa conservó por herencia las posesiones más extensas. La
producción de todo el país por entonces se calculaba en ti cinta millones de
kokus, de los cuales siete millones correspondían a la familia Tokugawa. Los
dominios del Bakufu estaban situados en la región de Kantō y en otras zonas
estratégicas. Ieyasu otorgó feudos de su propia herencia a sus vasallos y
colaboradores más directos. Los restantes veintidós o veintitrés millones de
kokus quedaron en manos de los daimios, cuyo número fue variando a lo largo
de la era Tokugawa, pero que por término medio ascendía a 270
aproximadamente. La posesión mínima de un daimio era de diez mil kokus. La
inmensa mayoría contaba con menos de cien mil, aunque unos pocos llegaron
a poseer hasta trescientos mil kokus o más. El daimio más rico llegó a acumular
1,02 millones de kokus. La corte imperial recibió, en un primer momento,
veinte mil.
Los daimios se dividían en tres clases: los parientes de la familia Tokugawa,
incluidas tres dinastías colaterales fundadas por los hijos de Ieyasu; los daimios
vinculados por linaje a la familia Tokugawa; y los llamados señores «de fuera»,
que habían pasado a depender de la familia Tokugawa tras la victoria de ésta.
Los señores herederos fueron destinados a zonas estratégicas, mientras que a los
«de fuera» se les asignaron las regiones más lejanas o bien zonas situadas entre
las posesiones de los señores herederos. Los daimios tenían prohibido establecer
vínculos matrimoniales o reparar castillos sin la autorización previa del Bakufu,
al mismo tiempo que estaban obligados a pasar uno de cada dos años en Edo,
ciudad en la que, por ley, tenían que residir los miembros de su familia.
Los daimios podían gobernar sus dominios (han) libremente, pero el
Bakufu gozaba del control absoluto de las relaciones exteriores, la acuñación de
moneda y el transporte interfeudal. Cada daimio tenía su propio centro de
poder en su ciudad-castillo, desde donde controlaba a sus vasallos y a la gente
que vivía en sus dominios, en su mayoría campesinos. Esta división del país en
diversos territorios daimios modeló la identidad regional japonesa, provocando
cierto distanciamiento entre regiones.
Con el fin de asegurar la estabilidad social y política, el bakufu Tokugawa
decidió establecer un rígido sistema de clases. Antes de la época de los señores
guerreros no existía una separación estricta entre samuráis y campesinos. En
tiempos de paz el samurái se dedicaba a cultivar la tierra, actividad que
abandonaba cuando se incorporaba a filas, al mismo tiempo que los
campesinos tenían derecho a ser incluidos en los grupos de guerreros. Durante
el período de los «estados guerreros», los samuráis empezaron a dedicar más
tiempo a la guerra y se asentaban allá donde su señor hubiera fijado el cuartel
general. Más adelante, Hideyoshi empezó a restringir la posibilidad de que los
campesinos abandonaran las labores del campo. El bakufu Tokugawa formalizó
las divisiones de clase y el status de samuráis y campesinos pasó a definirse por
nacimiento. Los gobernantes Tokugawa adoptaron la división de clases del
confucianismo chino, esto es, eruditos, campesinos, artesanos y comerciantes,
pero sustituyendo a los eruditos por los samuráis. Los artesanos y comerciantes
formaban prácticamente una única clase: la de «los habitantes de la ciudad».
Los samuráis eran la clase dominante, los privilegiados. En vez de
asignárseles una propiedad, se les pagaba en estipendios fijos de arroz. En
realidad, no eran más que siervos políticos que vivían en las ciudades-castillo
donde estaba asentado su señor. Había grandes diferencias entre los estipendios
de arroz que recibían los samuráis de clase alta y los percibidos por los de clase
baja, además de estar prohibido el matrimonio entre miembros de ambas
clases. Se suponía que el samurái debía conocer las enseñanzas de Confucio y
comportarse según el código de los guerreros, que destacaba, ante todo, la
dedicación exclusiva al señor. La clase samurái era superior al pueblo llano, por
lo que estaba autorizada a matar con total impunidad a un campesino o
habitante de la ciudad que se comportara de forma insolente con ellos. A
finales de la era Tokugawa el número de samuráis ascendía aproximadamente a
1.800.000, de los cuales el treinta por ciento pertenecía a la clase más baja.

El campesinado

Se calcula que el número de habitantes de Japón a comienzos de la era


Tokugawa era de aproximadamente veinte millones. A finales de este período,
se habían alcanzado los treinta millones. A principios del siglo XVIII la
población plebeya ascendía a veintiséis millones, de los que el ochenta por
ciento eran campesinos. La tierra pertenecía a los shogunes y a los daimios,
mientras que los campesinos que la trabajaban no eran sino siervos ligados a la
tierra. La extensión de terreno cultivable, aunque variaba, era por término
medio de un chō (algo menos de una hectárea). No pagaban una cantidad fija
de impuestos, pero en general debían entregar entre el cuarenta y el cincuenta
por ciento de la cosecha. Algunos daimios recaudaban incluso hasta el setenta
por ciento de la producción. Lo habitual era exigirles el mayor número de
impuestos posible, hasta el punto de que un gobernante afirmó en una ocasión:
«Las semillas de sésamo y los campesinos se parecen mucho. Cuanto más los
exprimes, más puedes sacar de ellos»[1]. Además, estaban obligados a satisfacer
otro tipo de cargas fiscales y se esperaba que realizaran trabajos no
remunerados, como la limpieza de caminos y otras labores públicas. La clase
regente gobernaba la vida de los campesinos de forma dictatorial. Éstos no
podían tener apellidos ni, por supuesto, llevar espada, un privilegio reservado
exclusivamente a los samuráis. Las virtudes que se les suponían eran las de
mesura, diligencia, renuncia y sumisión. Se les ordenaba qué debían cultivar, el
horario de trabajo, qué comer, cómo vestirse y qué actividades de tiempo libre
les estaban permitidas. Había que divorciarse de las mujeres que malgastaban
su tiempo contemplando las flores o tomando el té, y muy pocos tenían acceso
al aprendizaje, por lo que eran analfabetos en su mayoría. La clase gobernante
consideraba que los campesinos vivirían más felices cuanto más ignorantes
fueran; de ahí que un dicho común entre esta clase fuera: «Un buen campesino
es el que no sabe cuánto cuesta el grano».
El campesinado era en su mayor parte muy pobre y apenas tenía para
sobrevivir, aunque algunos gozaban de mejores condiciones y actuaban como
jefes en los pueblos ayudando a los funcionarios a recaudar impuestos o
llevándoles la contabilidad. Cada pueblo contaba con grupos de cinco hombres
o asociaciones de vecinos que se encargaban del pago colectivo de impuestos y
de castigar cualquier acto delictivo que cometieran sus miembros. Estas
asociaciones también hacían las veces de entidades de colaboración mutua,
ayudando a sus integrantes en tiempos de carestía o enfermedad.

Los habitantes de las ciudades

El número de habitantes de las ciudades en el siglo XVIII oscilaba entre tres y


cuatro millones. En teoría, los artesanos y los comerciantes estaban por debajo
del campesinado en la jerarquía social Tokugawa, no sólo por la influencia de
la filosofía de Confucio, sino también porque los campesinos eran la espina
dorsal de la economía. Los gobernantes Tokugawa también adoptaron el
desprecio confuciano hacia los que se dedicaban a hacer dinero. Un erudito
confuciano Tokugawa apuntaba que los grandes reyes de la Antigüedad
«valoraban la agricultura en detrimento de la industria y del comercio;
respetaban los frutos de la tierra y despreciaban el dinero». Otro confuciano
llegó a manifestar: «Los comerciantes acumulan riqueza sin trabajar, fomentan
una vida de lujo y corrompen las mentes del pueblo»[2]. No obstante esta
concepción filosófica, lo cierto es que tanto el Bakufu como los daimios
impulsaron el comercio nacional.
Los daimios trataban de aumentar el número de productos que podían
venderse a otros territorios y algunas ciudades, como Osaka, se convirtieron en
importantes centros comerciales. Artesanos y comerciantes se asentaron en las
ciudades-castillo de los daimios con fines económicos, desarrollando un tipo de
vida cultural y social que en nada se parecía al de los campesinos y samuráis: su
meta en la vida era la de crear y acumular riqueza. Ihara Saikaku (1642-1693),
escritor nacido dentro de este entorno, manifestó: «El dinero es la señal de
identidad del hombre de las ciudades… Si le falta, es peor que un mono
titiritero»[3].
El crecimiento de las ciudades-castillo, donde se congregaban tanto los
samuráis al servicio de los daimios como los comerciantes y los artesanos, hizo
que el número de ciudades repartidas por todo el país ascendiera a 130. De
ellas, entre treinta y cuarenta contaban con más de diez mil habitantes,
mientras que las más importantes sobrepasaban con creces los cien mil. Se
calcula que, a principios del siglo XVIII, la población de Edo oscilaba entre los
ochocientos mil y el millón de habitantes, de los que un buen porcentaje
correspondía a los samuráis al servicio del Bakufu y del daimio. La población
de Osaka rondaba los cuatrocientos mil, y la de Kioto los 350.000. Muchas
familias se enriquecieron con el comercio, como la Mitsui y la Kōnoike, cuya
actividad comercial continuó incluso después de la era Tokugawa. Los
comerciantes y artesanos estaban agrupados en gremios, aunque en el caso de
los artesanos prevalecía una relación feudal entre el señor y los trabajadores.

Otras clases sociales: los parias

Ciertos grupos de población recibían el tratamiento de parias. Los gobernantes


Tokugawa clasificaron al pueblo llano en «gente buena» y «gente de base». La
mayoría de los plebeyos pertenecía a la primera categoría, mientras que
alrededor de 380.000 se incluían dentro del segundo grupo, que, a su vez,
distinguía entre los «no humanos» (hinin) y los «extremadamente impuros»
(eta, conocidos hoy día como burakumin o ‘aldeanos’). Antes de la era
Tokugawa estos dos grupos no se distinguían claramente; las diferencias
comenzaron a marcarse a raíz de su función social o profesión: los comediantes
itinerantes, los pobres, las prostitutas y los delincuentes pasaron a ser hinin. En
algunos casos, podían incluso ascender de categoría, pasando de «gente de
base» a convertirse en «gente buena».
Los «impuros» eran clasificados como parias por nacimiento. Aunque el
origen de esta clase no es claro, es cierto que algunas profesiones como la de
matarife, carnicero o curtidor eran catalogadas de impuras. Una persona podía
ser discriminada por la raza o condición social de sus antepasados, o por
padecer ciertas enfermedades o anomalías. En el período Tokugawa, aparte de
las ocupaciones de curtidor, carnicero y fabricante de objetos de cuero, había
otros trabajos que, aun sin estar relacionados con las labores más «sucias»,
solamente eran desempeñados por los «impuros», como la fabricación de
objetos de bambú o de mecha para velas, cestas y sandalias de cáñamo.
Este grupo vivía en la más completa marginación y discriminación, no sólo
en lo referente a sus ocupaciones, sino también en cuanto a los barrios donde
residían, su indumentaría (no podían llevar zuecos de madera ni ropa de
algodón) y su conducta en sociedad (al igual que los campesinos, que tenían
que arrodillarse ante un samurái, la «gente de base» debía inclinarse y hacer una
reverencia ante la «gente buena»). Además, no tenían la posibilidad de casarse
con miembros de otras clases. Así lo relata un burakumin hoy día al hablar de
sus antecesores Tokugawa: «No les estaba permitido utilizar ningún tipo de
calzado… Como cinturones sólo podían llevar cuerdas de paja, igual que para
recogerse el pelo. Se les prohibía abandonar la aldea desde la madrugada hasta
el anochecer… No se les permitía relacionarse con otra gente. Cuando era
necesario dirigirse a otra persona, debían postrarse en el suelo antes de
hablar»[4]. Igualmente, les estaba vetada la entrada a los santuarios y templos
que no fueran los de su clase.
Este tipo de discriminación en cuanto a trabajo, lugar de residencia,
matrimonio y relaciones sociales continuó después de la era Tokugawa y
prácticamente no desapareció hasta nuestros días. El Bakufu no tenía en cuenta
a los parias a la hora de elaborar las estadísticas oficiales de población, ni
incluía sus comunidades en los mapas. A finales del período Tokugawa, tras
acabar con la vida de un eta que intentó entrar en un santuario, un magistrado
de Edo declaró que «la vida de un eta vale la séptima parte de la de un hombre
de la ciudad. Por tanto, un hombre de la ciudad no podrá recibir un castigo a
no ser que acabe con la vida de siete etas»[5].

La mujer en la sociedad Tokugawa

La costumbre de relegar a las mujeres a una posición inferior a la del hombre,


una práctica que se remontaba a los orígenes de la clase samurái, se
institucionalizó formalmente en la era Tokugawa, aunque ya con anterioridad a
este período los hombres samurái trataban a sus mujeres prácticamente como
esclavas. Así lo afirmaba un mercader portugués a mediados del siglo XVI: «Su
esposo tiene derecho a matarla por ser (perezosa o mala). Por eso las mujeres
viven tan preocupadas por guardar el honor de sus maridos y son más
diligentes en sus deberes domésticos»[6].
Los gobernantes Tokugawa legalizaron el sistema familiar patriarcal,
otorgando al cabeza de familia masculino la autoridad absoluta sobre todos los
demás miembros. La clase samurái respetaba estrictamente el mayorazgo, por
lo que las mujeres perdieron el antiguo derecho a la propiedad. El marido era
libre para llevar una vida promiscua, pero podía ejecutar a su esposa si
observaba en ella el más leve signo de infidelidad. «El Testamento» de Ieyasu
otorgaba al esposo el derecho a matar a su mujer y al amante de ésta si
mantenía relaciones sexuales fuera del matrimonio. En una de las obras del
dramaturgo Chikamatsu (1653-1724), una madre samurái dice a su hija:
«Cuando estés a solas con un hombre que no sea tu marido, no te atrevas
siquiera a levantar la cabeza y mirarle»[7]. Se esperaba que una mujer samurái se
suicidara si veía amenazada su castidad.
Los padres disponían los matrimonios sin contar con la opinión de las
hijas. El marido podía divorciarse de su esposa cuando quisiera, un derecho del
que no gozaba la mujer, que tenía que soportar pacientemente abusos y malos
tratos además de servir al marido y a su familia política. El profesor
confucionista Kaibara Ekken (1630-1714) recomendaba en su Gran
aprendizaje para las mujeres que «desde la más temprana adolescencia, una chica
debe aprender dónde está la línea que separa a las mujeres de los hombres…
Una mujer debe venerar a su marido como si en él viera al mismísimo cielo»[8].
Aunque el ideal samurái llegó a calar en la gente llana del pueblo,
especialmente entre el campesinado, el comportamiento de los habitantes de
las ciudades no era tan machista. Un pensador populista afirmaba que en la
mente japonesa «hombres y mujeres son iguales. No existe distinción entre
superior e inferior, honorable o del pueblo llano» (la actitud de considerar a las
mujeres inferiores a los hombres derivaba de una interpretación errónea
importada de China). «Lo correcto es que el esposo ame a su esposa y ésta se
muestre cariñosa con él, manteniendo una relación afectuosa adecuada.» Este
pensador creía que la relación humana básica no era la del ideal confuciano de
padre e hijo, sino la de marido y mujer, «ya que la humanidad nació de un
hombre y de una mujer»[9]. La tradición del mayorazgo no fue adoptada de
forma tan estricta en las ciudades: un hijo menor podía hacerse cargo de los
negocios familiares y de las propiedades de la familia se repartían por igual
entre hijos e hijas. No así entre los campesinos, a los que la clase dominante
impuso el mayorazgo, impidiendo que las mujeres tuvieran propiedades.
Una costumbre ya existente —pero que alcanzó su apogeo durante el
período Tokugawa para continuar hasta la Era Moderna— fue la apertura de
burdeles públicos, en los que trabajaban mayoritariamente hijas de campesinos
a las que sus padres, movidos por la necesidad, habían vendido como
prostitutas. A medida que la sociedad Tokugawa disfrutaba de una paz cada vez
más duradera y florecía la vida urbana, algunas zonas de las ciudades se
convirtieron en barrios de burdeles. El más famoso de todos fue el distrito de
Yoshiwara, en Edo, que contaba con el permiso oficial del Bakufu.
Posteriormente, aparecieron otros cuatro barrios de burdeles en los principales
puntos de entrada a la capital que servían de lugar de entretenimiento para los
daimios y sus comitivas, pues viajaban periódicamente a la ciudad. También se
crearon barrios de burdeles en el resto del país, concretamente en veinticinco
ciudades importantes. Los dueños de los burdeles monopolizaban estos barrios,
en donde, además, proliferaron las llamadas «casas de té», que no contaban con
autorización oficial. Los dueños de los prostíbulos daban un trato inhumano a
las chicas, que vivían prácticamente como esclavas sin que las autoridades
hicieran nada para protegerlas; es más, aquellas que conseguían huir y
solicitaban ayuda a los magistrados eran devueltas a los burdeles[10].

Evolución política

El orden político establecido por Ieyasu y sus sucesores perduró hasta


mediados del siglo XIX, cuando su poder se vio amenazado por la llegada de las
potencias occidentales. Los gobiernos shogunes se sucedían metódicamente,
algunos con más eficacia que otros, pero en conjunto los asuntos
administrativos corrían a cargo de los consejeros, en especial del consejero
general. El primer objetivo del Bakufu era garantizar el orden y la estabilidad
política, por lo que se mantenía una cuidadosa supervisión de todos los
segmentos de la sociedad. Se establecieron puntos de control en lugares
estratégicos, de manera que las personas que viajaban de una región a otra eran
sometidas a inspección. El otro objetivo era de tipo económico; el shogún no
podía exigir impuestos a los daimios, por lo que la fuente de ingresos del
Bakufu se reducía a las rentas de sus tierras. Normalmente se quedaba con el
cuarenta por ciento de la cosecha y, además, podía gravar con impuestos
especiales para realizar obras públicas y financiar proyectos específicos. A los
daimios se les pedía que contribuyeran a la realización de estos proyectos, o que
ellos mismos los llevaran a cabo para el Bakufu.
No obstante, fue en el ámbito de las relaciones internacionales donde el
Bakufu tuvo que adoptar nuevas medidas y disponer controles rigurosos.
Ieyasu y sus sucesores persiguieron a los cristianos, una política que trajo
consigo mayores restricciones en los contactos internacionales. En 1616 el
Bakufu prohibió a todos los mercaderes occidentales la entrada en cualquier
puerto japonés que no fueran los de Nagasaki o Hirado, en Kyushu. Los
extranjeros podían residir sólo en Edo, Kioto y Sakai. En 1624 se negó a los
españoles el derecho a mantener relaciones comerciales con Japón, mientras
que los británicos decidieron, motu proprio, abandonar sus esfuerzos para
establecer contactos comerciales con este país. En 1636 el Bakufu prohibió a
todos los japoneses salir al extranjero, al mismo tiempo que se impedía la
entrada a todos aquellos que ya vivían en otros países, como Filipinas o
Tailandia. Sólo tres naciones tenían autorización para atracar sus barcos en los
puertos japoneses: Corea —en la isla de Iki— y China y Holanda, en una isla
en la costa de Nagasaki. Los holandeses podían permanecer únicamente en esa
isla y no estaban autorizados a viajar a ningún otro punto de Japón sin permiso
oficial. Con el fin de erradicar los principios cristianos, se vetó la entrada de
libros occidentales, prohibición que se levantó en el año 1720 aunque sólo para
las publicaciones de carácter no religioso. Así pues, el país quedó virtualmente
aislado del resto del mundo exterior, en especial de Occidente, en donde, por
aquel entonces, se estaban produciendo significativos avances políticos,
intelectuales y científicos.
Tras cerrar prácticamente todas las fronteras del país, el shogunato
Tokugawa consiguió conservar el control político mediante un estricto control
sobre sus fuerzas políticas internas. No encontró ninguna oposición importante
hasta comienzos del siglo XIX, cuando comenzó a crecer la presión de las
naciones occidentales. De esta forma, Japón se convirtió en un «estado
mundial» ya que, en palabras de Arnold Toynbee, «cualquier colectividad, por
pequeña que sea, se constituye en un auténtico mundo para los que viven en su
seno si se aísla del resto de la sociedad»[11].

Evolución cultural e intelectual

En el período Tokugawa el confucianismo se convirtió prácticamente en la


filosofía ortodoxa de Japón. Los gobernantes Tokugawa abrazaron el
moralismo confuciano, partidario de una jerarquía basada, en principio, en la
superioridad moral de unas personas sobre otras, a las que se consideraba
inferiores. Los samuráis se convirtieron en el equivalente de los eruditos
oficiales del confucianismo. Así pues, el Bakufu instaba a los samuráis a ser
educados en las teorías clásicas del confucianismo, por lo que la inmensa
mayoría de los estudiosos de la época eran confucianos. El Sung, o recopilación
de conceptos neoconfucianos tal y como los entendía Chu Hsi (1130-1200),
obtuvo el visto bueno oficial en los últimos años del siglo XVII. El
neoconfucianismo sostenía que un principio universal, li, emana del Supremo
(t’ai chi). El Camino del Cielo encarna al li y al t’ai chi. El gobernante ejecuta
sus deberes de acuerdo con Camino del Cielo, por lo que se trata realmente de
un agente del Cielo; de ahí que la obediencia al gobernante sea fundamental.
Los eruditos japoneses seguidores de Chu Hsi subrayaban el concepto de taigi
meibun, o ‘magna justicia’, así como el nombre y lugar de cada uno, es decir, el
principio de justicia define el lugar y posición que todos tenemos en la
sociedad. Esta doctrina resultaba especialmente atractiva para el shogún y los
daimios que, en el nombre de la justicia, exigían obediencia y disposición a
aquellos que estaban por debajo en la escala social. Se asentaba, así, el precepto
moral de que cada persona «debería saber el lugar que le corresponde».
Otra escuela confuciana, la llamada Wang Yang-Ming, contó también con
una gran acogida por parte de muchos eruditos Tokugawa. Wang Yang-Ming
(1472-1528), procedente de la China Ming, sostenía que el li es una creación
de la mente, no un principio universal objetivo. Cada uno debe comportarse
de acuerdo a la verdad que es capaz de percibir subjetivamente. Este concepto
activista gozó de una gran aceptación entre los samuráis, por lo que a finales de
la era Tokugawa aquellos que veían la verdad en la santidad del Emperador
actuaron de acuerdo a sus creencias. Otro grupo de eruditos defendía que, en
vez de aceptar las interpretaciones de los últimos filósofos confucianos, se debía
acudir directamente a los textos de Confucio y de los antiguos filósofos. Entre
las figuras destacadas de esta escuela del Antiguo Aprendizaje se encuentra
Ogyū Sorai (1666-1728). Contrario a la tesis neoconfuciana de que la teoría
abstracta del li gobierna todas las cosas, sostenía que las normas, reglas e
instituciones han sido creadas por el hombre. Su pensamiento abrió el camino
a pensadores posteriores que postulaban que el orden existente había sido
creado por el hombre y, por tanto, era susceptible de ser cambiado.
Los eruditos confucianos que consideraban que su deber era instruir al
pueblo llano sobre los principios morales escribieron tratados para el uso de la
gente del pueblo. Entre los más destacados figura Kaibara Ekken, autor de una
serie de instrucciones morales de fácil comprensión. En sus Preceptos para
niños, sugería que «todos los hombres que viven en la casa paterna deben servir
filialmente a su padre y a su madre; y al servir a su señor, han de mostrar total
disposición hacia él». También les enseñaba a ser amables con los demás y a no
ultrajar a nadie. Aconsejaba no matar a ningún ser viviente por capricho, ya
fuera fiera, ave, pez o insecto. En cierto modo, era un naturalista que
consideraba a los seres humanos una obra natural, por lo que la gente debería
servir a la naturaleza en compensación por la gran deuda contraída con ella[12].
Sin embargo, creía firmemente en la existencia de un orden jerárquico, tal y
como se desprende de su Gran aprendizaje para las mujeres. Muchos expertos
Tokugawa en filosofía confuciana intentaron sincretizar el confucianismo y el
sintoísmo, una tendencia que continuaría durante el período Tokugawa a pesar
del nacimiento de un pensamiento nacionalista sintoísta que se apartaba del
confucianismo y que estuvo representado por la Escuela del Aprendizaje
Nacional.

La escuela del Aprendizaje Nacional

Como ya mencionamos, durante la era heiana existió un movimiento de


afirmación de la cultura japonesa como reacción a la excesiva influencia de la
cultura china. Sin embargo, debido al interés de los mandatarios Tokugawa por
el confucianismo, la clase samurái se concentró en el aprendizaje de esta
filosofía. No obstante, algunos especialistas empezaron a reaccionar contra esta
tendencia y paulatinamente regresaron al estudio de la historia y la cultura
nativas japonesas. Fue de aquí de donde surgió la escuela intelectual del
Aprendizaje Nacional.
Tokugawa Mitsukuni (1628-1700), del han Mito, una de las dinastías
colaterales del clan Tokugawa, fue uno de los primeros en impulsar el estudio
de la historia japonesa. Mitsukuni inició la recopilación de la Gran historia de
Japón y, al igual que sus discípulos, abrazó el concepto neoconfuciano de taigi-
meibun (‘magna justicia y lugar adecuado’). Afirmaban que los chinos debían
suprema lealtad al Rey, mientras que en Japón la población debía libertad
suprema al Emperador. En un principio, no veían ningún conflicto en mostrar
también lealtad al shogún, pues había sido elegido para tal puesto por el
Emperador y, por tanto, se convertía en su leal ministro. Sin embargo, con el
tiempo la lealtad al Emperador cobró mayor importancia que la lealtad al
shogún.
La escuela de aprendizaje que apostó de manera más directa por un modo
de pensamiento profundamente nacionalista y a favor del imperio surgió en los
últimos años del siglo XVII, cuando algunos eruditos en literatura japonesa
comenzaron a resaltar la importancia del estudio del Man’yōshū, el Kojiki y el
Nihongi, no sólo por razones filológicas, sino también para comprender al
auténtico estilo japonés. Uno de estos estudiosos, Kamo-no-Mabuchi
(16971769), empezó por criticar el confucianismo y el «artificial» estilo chino,
acusándolo de haber corrompido, con su llegada, el devenir sencillo y natural
japonés. Esta obsesión por el «natural» modo japonés y el rechazo de la
influencia china fueron bien recibidos por Motoori Norinaga (1730-1801), el
filósofo más influyente del Aprendizaje Nacional, cuya estela se prolongó hasta
bien entrado el siglo XX.
A partir del estudio del Man’yōshū, Norinaga se concentró
fundamentalmente en el Kojiki, que, según él, representaba el camino de los
dioses y era historia basada en hechos reales. Rechazaba la filosofía y el
aprendizaje chinos por «artificiales», culpándoles de haber distorsionado la
cultura y el modo de pensar japonés. Japón había sido creado por la diosa Sol
(Amaterasu), que era el sol mismo. La dinastía imperial descendía de la diosa
Sol y, por tanto, era una institución sagrada. Esta teoría sobre la dinastía
imperial se convirtió en el credo oficial de Japón tras la restauración del
gobierno imperial en 1868, y se utilizó para adoctrinar a los estudiantes
japoneses hasta finales de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, Norinaga
no rechazaba la autoridad del Bakufu, ya que ésta emanaba de la corte
imperial. Se oponía, no obstante, a analizar el Camino de los Dioses
recurriendo a la razón porque «las acciones de los dioses se escapan al
razonamiento ordinario de los seres humanos». Recomendaba, pues, aceptar la
existencia de «cosas misteriosas». El aprendizaje no ayuda a comprender el
Camino; éste es el espíritu innato del ser humano, está inserto en el corazón de
cada hombre. Así pues, no aceptaba la importancia que el confucianismo
otorgaba al estudio de los dichos de los antiguos sabios para comprender el
Camino, ya que «el aprendizaje debe consistir en aprender la verdad, no en
estudiar las enseñanzas»[13].
Otro rasgo japonés en el que creía Norinaga era el de los sentimientos
naturales del hombre. Se oponía al confucianismo, que busca refrenar los
sentimientos naturales con conceptos artificiales de decoro y corrección. Para
él, los antiguos poetas japoneses expresaban libremente los sentimientos
humanos naturales, y para ilustrar este punto recurría a poemas extraídos del
Man’yōshū: así, al despedirse de su familia un guerrero lamenta «haber dejado
atrás a mis seres queridos / Mi mente no hallaba descanso / Y el dolor de la
añoranza atormentaba mi corazón»[14]. Tal y como hemos mencionado, las
manifestaciones de amor del esposo hacia su mujer se expresaban con toda
libertad, en contraste con la represión de los sentimientos que llegaría a
convertirse en la conducta adecuada del «hombre masculino». Norinaga
también captó un sentimiento de tristeza o sufrimiento vital (mono no aware)
en la sensibilidad japonesa.

Pensadores en contra de lo establecido

A medida que las autoridades impulsaban la educación, empezaron a surgir


numerosas escuelas de pensamiento. Puesto que el Bakufu había adoptado la
filosofía Chu Hsi como ideología oficial, en 1790 promulgó un edicto que
prohibía los estudios heterodoxos a los que se dedicaban muchas corrientes de
pensamiento. Sin embargo, no fue posible erradicar aquellas escuelas de
pensamiento «inaceptables». Una de ellas surgió bajo la influencia del
conocimiento occidental, más concretamente del holandés. Cuando en 1720 se
levantó la prohibición sobre los libros occidentales (excepto los libros
cristianos), muchos estudiosos comenzaron a interesarse por el pensamiento de
Occidente. Recopilaron un diccionario de términos japonés-holandés y se
adentraron en el estudio del conocimiento occidental, especialmente en temas
científicos. El Bakufu aprobaba y apoyaba estos estudios. La medicina
occidental despertó especialmente el interés de algunos eruditos, que
tradujeron un texto médico holandés en 1774. Para ello contaban con la ayuda
de un joven médico alemán, Philipp Franz von Siebold, que trabajaba en una
fábrica holandesa de Nagasaki. Algunos de estos estudiosos empezaron a
mostrar su desacuerdo con la política del Bakufu de mantener los barcos
extranjeros apartados de los puertos japoneses y eran partidarios de abrir las
fronteras.
El pensador Honda Toshiaki (1744-1821) creía que el Bakufu debía
adoptar medidas para impulsar la economía japonesa —tal y como lo hacían
las naciones occidentales—, fomentar el comercio exterior e, incluso,
emprender acciones coloniales. La derrota de China en la Guerra del Opio
preocupó especialmente a algunos pensadores, que se mostraron partidarios de
adquirir material militar occidental. De hecho, fueron estos pensadores los
precursores de los partidarios Meiji de la política de fukoku kyōhey (‘nación rica,
ejército fuerte’).
La otra escuela de pensamiento que comenzó a dirigir sus críticas hacia el
Bakufu fue la del Aprendizaje Nacional. Empezó destacando el respeto por la
familia imperial, si bien esta postura no despertó en un principio sentimientos
anti-Bakufu. Sus seguidores cumplieron con la noción de «reverencia al
Emperador y respeto al Bakufu». Éste aceptaba a los defensores del imperio en
tanto seguían esta línea de pensamiento, pues aquellos que mostraban
sentimientos anti-Bakufu eran exiliados o ejecutados. En consecuencia,
muchos de los que se involucraban en comentarios políticos se cuidaban de no
traspasar los límites, si bien la posible amenaza de Occidente hizo aflorar
sentimientos nacionalistas que destacaban el carácter único del gobierno
nacional japonés (kokutai), basado en la dinastía imperial.
Una de las voces fundamentales de este pensamiento fue Aizawa Seishisai
(1782-1863), miembro del han Mito. Fue uno de los primeros defensores de la
política de «reverenciar al Emperador y ahuyentar a los bárbaros» (sonnō jōi).
Para él no existía ninguna contradicción en servir al Bakufu y mostrarse leal al
Emperador, sencillamente porque el primero también servía al Emperador. Sin
embargo, destacaba la importancia de los miembros de la familia imperial
como descendientes de la diosa Sol y creadores de una dinastía que había
sobrevivido intacta a lo largo del tiempo. Ante la amenaza occidental, adoptó
una postura extremadamente xenófoba: «Hoy en día los bárbaros extranjeros de
Occidente surcan los mares aniquilando a otros países a su paso… Nuestra
Tierra Divina está situada en la cima de la tierra… [América] ocupa la región
más apartada del planeta; por eso sus gentes son estúpidas y simples, incapaces
de llevar nada a cabo»[15]. Este estilo chovinista y arrogante vino a sustentar el
pensamiento ultranacionalista del Japón post-Tokugawa.
Un influyente defensor del Aprendizaje Nacional, aunque sin el carácter
xenófobo de Seishisai, fue Hirata Atsutane (1776-1843). Creía ardientemente
en el sintoísmo y rechazaba la influencia confuciana y budista sobre Japón. Al
igual que otros defensores del nacionalismo sintoísta, afirmaba que Japón había
sido creado por los dioses y que los japoneses, por ser sus descendientes, eran
superiores a otros pueblos; de ahí que aconsejara cultivar el Yamato (espíritu
japonés), aunque sin mostrarse partidario de «rechazar a los bárbaros» y de
impedir la adopción de la ciencia y tecnología occidentales.

La vida de los plebeyos

Los campesinos llevaban una vida de arduo trabajo sin apenas comodidades. Su
existencia estaba cuidadosamente regulada y gobernada por la filosofía moral
impuesta por la clase gobernante, de orientación confuciana. Así pues, la
diligencia, la disposición, la obediencia y la renuncia se convirtieron en
virtudes fuertemente arraigadas en la mentalidad campesina. Con todo, ante
una etapa de malas cosechas y hambre se veían obligados a tomar decisiones
dolorosas, tales como el infanticidio, el aborto o vender a sus hijas a los
prostíbulos. En sus viajes por el país, el escritor Sato No-buhiro (1767-1850)
observó que el infanticidio estaba muy extendido, y que incluso «se mataba a
los niños antes de que nacieran… En [las provincias del norte] todos los años
se acababa con la vida de más de sesenta mil o setenta mil niños»[16]. En casos
extremos de hambruna, se llegaba incluso al canibalismo. Un erudito que viajó
por las aldeas del norte durante la hambruna de 1785 se encontró a su paso
pilas de huesos blanqueados, de lo que un campesino le dijo: «Son los huesos
de personas que perecieron de hambre… Solíamos cazar a los caballos que
merodeaban por ahí… los descuartizábamos, cocinábamos su carne
ensangrentada y nos la comíamos… Cuando nos quedamos sin animales
apuñalábamos y matábamos a nuestros hijos, hermanos o a cualquiera al borde
de la muerte… y nos comíamos su carne»[17].
En la era Tokugawa se contabilizaron treinta y cinco hambrunas a causa del
mal tiempo y de las plagas de langosta, que acarrearon muertes masivas por
inanición. Se calcula que en la hambruna de 1732 murieron por esta causa
969.900 personas. En la mayor de ellas, que duró de 1783 a 1787, según un
testimonio de la época fallecieron más de dos millones de personas sólo en una
provincia. A pesar de que, indudablemente, estas cifras responden a un cálculo
excesivo debido a la costumbre de utilizar unidades de diez mil para indicar la
magnitud de cualquier acontecimiento, se cree que perecieron de inanición
varios cientos de miles de personas.
Ando Shōeki (1703-1762) surgió como el crítico del orden establecido y
líder del campesinado, aunque sus ideas no se dieron a conocer prácticamente
hasta el siglo XX, cuando se descubrió la multitud de volúmenes que había
escrito. Convencido de que la población rural constituía la base de la sociedad
y que era la única que «vivía honestamente mediante el cultivo directo de la
tierra», criticaba a aquellos que sólo se dedicaban a gastar sin realizar ningún
trabajo útil, afirmando que los samuráis eran el grupo más representativo a este
respecto. Los eruditos confucianos no criticaban esta situación porque no eran
sino «avaros consumidores que no cultivan la tierra». Por tanto, Shōeki
rechazaba las enseñanzas de los antiguos sabios que proponían un orden
jerárquico de las cosas contrario al orden de la naturaleza y, promulgando una
filosofía igualitaria, afirmaba que antes de que aparecieran el conocimiento y la
civilización la gente era libre, igual y moral. Repudiaba a los que no hacían otra
cosa que hablar sin producir «un solo grano de arroz». En el verdadero estado
de la naturaleza no habrá gobernantes ni clases privilegiadas. Todos se
dedicarán a «cultivar la tierra directamente» y prevalecerán la igualdad y la
libertad completa[18].
Mientras Shōeki condenaba el orden existente que explotaba a los
campesinos, Ninomiya Sontoku (1787-1856) promulgaba las virtudes de la
abnegación, el trabajo y el ahorro como medio para reparar la deuda contraída
con nuestros antepasados y con la sociedad. Lógicamente, aquellos con
intereses creados le idealizaron como el «sabio campesino de Japón», un
modelo digno de ser imitado por los campesinos. A los niños se les enseñaba en
la escuela que era un joven diligente campesino que leía libros mientras
acarreaba a la espalda pesadas cargas.

La vida en las ciudades


Se cree que a mediados del siglo XVIII la población urbana alcanzó un número
aproximado de entre tres y cuatro millones de personas. Dentro de la jerarquía
oficial Tokugawa este sector de la población estaba en la base de la pirámide, ya
que la clase dirigente, de acuerdo con las doctrinas confucianas, miraba con
desprecio a los que se dedicaban a hacer dinero. Sin embargo, los ciudadanos
de Edo y de las ciudades-fortaleza pusieron en ello todo su empeño. Tal y
como señalamos anteriormente, Ihara Saikaku destacó la importancia que tenía
para la población urbana el hecho de acumular dinero. En una de sus obras, el
dramaturgo kabuki Chikamatsu puso las siguientes palabras en boca de uno de
sus personajes, un comerciante: «Un samurái busca hacerse con un buen
nombre y desprecia lucrarse; un comerciante a quien no le importa su
reputación acumula ganancias y amasa una fortuna. Así cree cada uno cuál es el
camino correcto»[19]. Mitsui Takafusa (1684-1748), uno de los primeros
miembros de la familia de comerciantes Mitsui, criticaba a los habitantes de la
ciudad porque para ellos «sólo existen las ganancias que acumulan
comerciando con oro y plata… Nunca malgastéis vuestro tiempo prestando
atención a asuntos que nada tienen que ver con el trabajo»[20]. Ishida Baigan
(1685-1744), fundador de la escuela filosófica Shingaku (‘Enseñanzas del
Corazón’), llamada así porque destacaba la importancia de captar el corazón de
cualquier libro, afirmaba que para los comerciantes ganar dinero estaba en
consonancia con el Principio del Cielo.
Muchos habitantes de las ciudades abrazaron la filosofía de acumular
dinero y algunos de ellos se convirtieron en acaudalados comerciantes. En
concreto, los mayoristas prosperaron gracias al suministro de arroz y otros
productos a las grandes ciudades, animados a su vez por los daimios regionales,
que deseaban ver incrementados sus propios recursos económicos. Incluso los
ciudadanos de a pie que se dedicaban al pequeño comercio o a la artesanía
gozaban de mejor posición económica que los empobrecidos campesinos de las
zonas rurales.

La cultura Tokugawa
El acontecimiento cultural más importante del período Tokugawa fue el
desarrollo de la cultura en los núcleos urbanos. La actividad creativa de los
ciudadanos se manifestó en todos los ámbitos: literatura en prosa, poesía haiku,
teatro kabuki, cerámica y relieves en madera. El punto álgido de la cultura
urbana Tokugawa, conocido como la era Genroku, se produjo a finales del
siglo XVII y comienzos del XVIII. Esta etapa representa el estilo de vida
exuberante, colorista y ostentoso de los mercaderes ricos, especialmente en los
centros comerciales más importantes, como Osaka y Edo. Un médico alemán
que visitó Osaka a finales del siglo XVII afirmó: «Todo lo que fomenta el lujo y
satisface los placeres sensuales se puede obtener aquí al mismo precio que en
cualquier otro lugar»[21]. Este estilo de vida hedonista pasó a ser conocido
como ukiyo (‘mundo flotante’).
El maestro de la ficción en prosa que describió este mundo flotante fue
Ihara Saikaku, natural de Osaka. Empezó su actividad como poeta, llegando a
componer 23.500 haiku en veinticuatro horas. Escribió docenas de novelas
eróticas en tono de humor, empezando con El hombre que pasó su vida
enamorado, donde el protagonista, tras iniciar su vida amorosa a los ocho años,
llegó a seducir a un total de 3.742 mujeres antes de haber cumplido los 60.
Aun así, insatisfecho, decidió embarcar en busca de la fabulosa Isla de las
Mujeres. Durante el período Tokugawa continuaron escribiéndose también
cuentos populares, de entretenimiento, o historias edificantes de carácter
moral, lo que pone de relieve el amplio nivel de alfabetización de los habitantes
de la ciudad.
El haiku, o poema de diecisiete sílabas, nació también como un estilo
popular de poesía típico de las ciudades, aunque su composición y apreciación
no se limitaban únicamente a las zonas urbanas. Por ejemplo, el miembro de la
clase samurái y más grande poeta de haikus, Matsuo Bashō (1644-1694),
deambuló errante por el país como monje budista. Suzuki Daisetsu, experto en
Zen, explica así la brevedad del haiku: «En el momento supremo de la vida y la
muerte… los sentimientos se resisten a ser tratados conceptualmente… El
haiku no es producto del intelecto, de ahí su concisión y su importancia»[22].
Para componer un buen haiku —explica Donald Keene— se necesita que salte
una chispa entre dos polos eléctricos, como por ejemplo: «El viejo estanque.
Una rana salta en él. El sonido del agua»[23].
La otra forma de entretenimiento que prosperó entre los habitantes de la
ciudad fue el teatro kabuki y de marionetas. Tal y como expone una autoridad
en kabuki, «el kabuki consigue fundir en una sola forma el arte de la música,
de la danza, de la interpretación y de la literatura, junto con las artes gráficas y
plásticas»[24]. El dramaturgo que contribuyó en mayor medida a la popularidad
del kabuki fue Chikamatsu, autor de un total de 160 obras que, a menudo,
relatan los conflictos entre el amor y el deber, o hablan de los sentimientos
humanos (ninjō) y de las obligaciones morales y sociales (giri).
El estilo artístico que floreció en las ciudades fue el grabado sobre madera
(ukiyo-e, ‘pinturas del mundo flotante’). Moronobu (1618-1694), Harunobu
(1725-1770), Utamaro (1753-1806), Sharaku (fallecido en 1801), Hokusai
(1760-1849) y Hiroshige (1797-1858), artistas cuya obra es apreciada hoy día
en todo el mundo, realizaron grabados e ilustraciones para novelas. Moronobu
hizo alguna que otra ilustración para Saikaku; Harunobu es famoso por sus
delicadas y coquetas figuras femeninas; Utamaro por sus voluptuosas mujeres;
Sharaku es conocido por las exageradas poses de los actores kabuki; Hokusai
por sus impresionantes dibujos de paisajes; y Hiroshige por sus series de
grabados Cincuenta y tres escenas del camino de Tokaido. A Hiroshige le
interesaba especialmente la relación entre la luz y los fenómenos naturales:
«Nadie nos había revelado antes con tanta frescura la belleza de la lluvia»,
escribió un historiador de arte[25]. La dedicación de Hokusai a su trabajo
queda de manifiesto en estas palabras: «Desde los seis años tengo la costumbre
de dibujar las formas de los objetos… ninguna de las obras pictóricas que
compuse antes de los setenta años tiene gran valor… quizás a los ochenta mi
arte mejore, y es posible que cuando cumpla noventa años alcance verdadera
profundidad… A la edad de ciento diez puede que cada punto y cada
pincelada parezcan vivos»[26]. Y firmó su ensayo como «el viejo loco por el
dibujo». Los artistas japoneses que trabajaron en madera, en particular Hokusai
y Hiroshige, tuvieron gran influencia en algunos impresionistas del siglo XIX,
como es el caso de Van Gogh.
Las artes decorativas tradicionales —pinturas de biombos, lacados y
pintura de cerámica— también alcanzaron un gran esplendor en este período.
Entre los artistas más destacados cabe mencionar a Ōgata Kōrin (1658-1716) y
a Maruyama Ōkyo (1733-1795), cuyas pinturas sobre biombos se han revelado
como auténticos tesoros nacionales.

Educación

En líneas generales, la gente de la ciudad contaba con una mayor preparación,


pues les resultaba imprescindible para llevar sus negocios. Los hijos de
comerciantes y artesanos aprendían a leer, a escribir y a utilizar el ábaco para
hacer cálculos. Los hijos de campesinos, por el contrario, tenían una educación
más limitada, si bien los más acomodados enviaban a sus hijos a las escuelas de
los templos (terakoya), donde eran educados por sacerdotes budistas o
sintoístas. Los hijos de los samuráis tenían tutores privados o asistían a las
academias han. Se cree que la alfabetización de los hombres samurái era casi
total. En términos globales, se calcula que a finales de la era Tokugawa el
cuarenta por ciento de los chicos y el diez por ciento de las chicas recibían
algún tipo de educación.

Problemas políticos y económicos

La estabilidad del reinado del Bakufu comenzó a verse amenazada en la


segunda mitad del siglo XVIII a medida que surgían nuevas dificultades, sobre
todo en el terreno económico. Los problemas financieros crecieron desde el
momento en que los gastos comenzaron a superar a los ingresos, a lo que hay
que añadir las hambrunas de la década de 1780, que provocaron escasez de
alimentos y una consiguiente subida de los precios. Los mandatarios intentaron
resolver el problema reduciendo el gasto, controlando los precios, cancelando
las deudas de sus vasallos y fomentando el ahorro mediante la puesta en
marcha de leyes suntuarias, pero estas medidas no consiguieron paliar las
dificultades. El Bakufu decidió entonces devaluar la moneda, subir los
impuestos aduaneros y empezar a presionar a los ricos comerciantes para que
aportaran dinero, pero los problemas continuaron. A su vez, los daimios y
campesinos tenían que hacer frente a vicisitudes económicas cada vez más
serias.
El sustento económico de los daimios y samuráis seguía siendo, en teoría,
la economía agraria. Las ciudades-fortaleza y los principales centros políticos y
comerciales, como Osaka y Edo, vieron nacer un amplio sector de población
urbana dedicada al comercio y a la producción de numerosos artículos de
consumo. Esta práctica consumista aumentó las necesidades financieras de los
grupos daimio y samurái por encima de lo que ingresaban de su economía
agraria. Así pues, para satisfacer sus demandas, el daimio impulsó la
producción de cosechas pagadas en metálico así como de productos
industriales para exportar a otras regiones. De esta forma, ciertas zonas se
convirtieron en centros de comercio del té, de arroz de primera calidad, de
sake, cerámica, tejidos, utensilios, marisco, etc., al mismo tiempo que los
comerciantes contratados por los daimios para trabajar de tratantes,
intermediarios o transportistas enriquecían dentro de su región.
Pero los problemas económicos de muchos daimios no lograron resolverse.
Aunque no debían pagar impuestos al Bakufu, estaban obligados a realizar
proyectos públicos de coste elevado. Los viajes anuales de ida y vuelta desde su
residencia a Edo, una norma establecida por el Bakufu, implicaban enormes
gastos, ya que debían trasladarse con todo un séquito de siervos y contribuir a
la ostentación y el decoro que requería la ocasión. Además, mantener dos
residencias, la habitual y la situada en Edo, resultaba excesivamente caro, sin
olvidar los gastos generados por la adquisición de artículos de lujo —ahora
disponibles— para no ser menos que los otros daimios. Finalmente, este grupo
sufrió también fuertes tensiones como consecuencia de las catástrofes naturales
y las hambrunas que, ocasionalmente, azotaban el país.
También los samuráis comenzaron a sufrir dificultades económicas.
Durante los años de paz Tokugawa se olvidó el viejo ideal samurái de vida
austera y frugal. El samurái recibía ingresos fijos en forma de estipendios de
arroz, pero sus gastos aumentaron cuando adoptaron un estilo de vida menos
austero, viviendo en buenas casas y vistiendo ropa de calidad. Muchos llevaban
una vida hedonista, acudían al teatro o frecuentaban caros prostíbulos y eran
clientes habituales de las geishas.
El daimio y el samurái empezaron a endeudarse con los comerciantes a los
que adquirían mercancías o pedían dinero en préstamo. A fin de satisfacer estas
deudas, el daimio comenzó a imponer más impuestos a los campesinos.
Algunos empezaron a quedarse ocasionalmente con parte del estipendio de
arroz de sus criados, o a pedirles que le «prestaran» un cierto porcentaje del
mismo. Otros solicitaron a sus criados que aceptaran reducciones de estipendio
de hasta un cincuenta por ciento, lo que, obviamente, acentuó los problemas
económicos de los samuráis. La otra medida que tomaron el Bakufu y los
daimios fue la cancelación de las deudas que habían contraído con los ricos
comerciantes.
A principios del siglo XVIII los daimios debían ingentes sumas de dinero a
estos negocios. El Bakufu llegó a confiscar los bienes de uno de ellos, famoso
por su riqueza, debido a las enormes deudas que habían contraído los daimios
con él. En 1789, el Bakufu canceló las deudas de los daimios y samurais en
noventa y seis negocios.
Estas medidas hicieron que los comerciantes fueran muy cautelosos a la
hora de extender un crédito a un daimio o samurái. Como consecuencia,
ambos grupos, con problemas financieros, dejaron de comportarse de forma
arrogante con los ricos comerciantes y, para complacerles, les concedieron
derechos reservados hasta entonces a los samuráis, como por ejemplo llevar
espada. Aparentemente, los papeles se habían invertido. Alguien observó que
tanto los grandes como los pequeños daimios temían «ver a los prestamistas, a
los que consideraban el mismo demonio. Olvidan que son guerreros y se
arrodillan ante ellos». Los samuráis se comportaban de una forma más
apropiada con ellos: «Hoy en día, cuando un samurái escribe una carta a un
comerciante que posee cierta riqueza, se dirige a él… como a un personaje
excelso»[27].
La presión económica que sufría la clase dirigente afectó a los campesinos.
La economía monetaria de los pueblos provocó un aumento del coste de la
vida. Algunos daimios, apremiados por sus dificultades económicas, empezaron
a imponer cada vez más exigencias a población rural. El golpe más duro que
recibieron los campesinos fue el aumento de impuestos que se derivó de las
crecientes necesidades de la clase dirigente. El Bakufu intentó mantener fijo el
prorrateo del cuarenta por ciento, pero algunos daimios, especialmente los de
las regiones más pobres, intentaron sacar el máximo posible de los campesinos,
llegando incluso a quedarse con el setenta por ciento de sus ganancias. En
algunos casos, los campesinos tuvieron que pagar por adelantado los impuestos
de varios años.
Irónicamente, la producción de arroz había aumentado durante los años
Tokugawa. La extensión de terreno cultivable había crecido gracias a la
recuperación de eriales, y la producción se había incrementado como resultado
de utilizar mejores variedades de plantas, un mayor uso de fertilizantes y
métodos de cosecha más eficaces. En 1598, el área cultivable en Japón era de
un millón y medio de chō (un chō equivale a casi una hectárea), que aumentó a
mediados del siglo XVIII hasta alcanzar los 2,97 millones de chō. La producción
agrícola en 1598 se calculó en 18,5 millones de koku, llegando en 1834 hasta
los 30,43 millones. Sin embargo, la población no aumentó significativamente
durante el período Tokugawa. En sus comienzos, contaba con alrededor de
veinte millones de habitantes; al final de la era Tokugawa, rondaba los treinta
millones. La población plebeya, que representaba más del ochenta por ciento
del campesinado, había aumentado a veintiséis millones aproximadamente en
el siglo XVIII, pero esta cifra se estabilizó hasta el final de la era. En tiempos de
hambruna, el descenso de población era muy acusado, tal y como ocurrió con
la sufrida en la década de 1780, en la que se perdieron más de un millón de
vidas. En general, se calcula que la población plebeya aumentó
aproximadamente un tres por ciento entre 1721 y 1846. Así pues, con una
población estable y un aumento de la producción, no era posible que los
recursos del campesinado menguaran tan considerablemente, aun cuando se
aumentaran los impuestos en algunas regiones. Lo que ocurrió fue que los
aldeanos ricos fueron los que más se beneficiaron del aumento de la
producción, pues habían adquirido la propiedad de los terrenos ganados y, por
tanto, sus propiedades eran mayores que las tierras cultivadas por el campesino
medio.
El hecho de que se acusara una división cada vez mayor entre los aldeanos
ricos y los pobres se refleja en el creciente número de quejas contra los más
acaudalados de los pueblos. Aunque la clase dirigente intentaba adoctrinar a los
campesinos sobre la necesidad de saber dónde estaba su lugar y a ser obedientes
y sumisos, no podían evitar ocasionales disturbios y revueltas. Entre 1590 y
1867 se produjeron 2.809 disturbios entre los campesinos. En los últimos años
de la regencia Tokugawa estos alzamientos eran cada vez mas frecuentes, en
clara respuesta a la creciente presión que ejercía sobre ellos la clase gobernante
y a la llegada a los pueblos de la economía de mercado, que aumentaba el coste
de vida a la vez que intensificaba las aspiraciones de la gente del campo. Las
revueltas eran más frecuentes tras períodos de grandes hambrunas, como las de
los años 1732-1733, 1783-1787 y 1833-1836.
Por «disturbios» del campesinado se entienden tanto la presentación de
reclamaciones como el éxodo de las aldeas, las manifestaciones y las protestas
violentas. La clase dirigente atajaba con crudeza cualquier acto violento
torturando y decapitando a los cabecillas populares, o bien enterrándolos vivos.
Muchos de estos actos consistían en asaltos a las casas y almacenes de granjeros,
comerciantes y prestamistas adinerados. Los impuestos eran, por lo general, la
causa de las protestas, aunque otras veces las razones respondían a la obligación
de realizar obras públicas sin remuneración, a las medidas abusivas por parte de
dirigentes y administradores o a las exigencias de colaboración y ayuda material
en momentos de catástrofes naturales o hambruna. El número de participantes
en estas protestas fue aumentando en los últimos años Tokugawa. Por ejemplo,
en 1754 se sublevaron 168.000 campesinos para quejarse de la abusiva subida
de los impuestos en una provincia de Kyushu. En 1764, fueron doscientos mil
los que se amotinaron en señal de protesta contra la obligación de construir
explotaciones ganaderas para caballos en la región de Kantō, sin recibir por ello
ningún tipo de remuneración. Con todo, en la mayoría de estos
amotinamientos los campesinos no consiguieron ninguna concesión o
retribución. Su objetivo no era político, por lo que sus protestas reflejan más
bien el malestar general que empezaba a minar el gobierno Bakufu.
La población urbana era bastante inferior a la rural, por lo que los
disturbios no eran tan comunes, aunque los últimos años de la era Tokugawa
fueron testigos de alguna revuelta, de arroz y la subida de los precios. El mayor
disturbio se produjo en Osaka en 1837, cuando incendiaron una quinta parte
de la ciudad en protesta por la negativa de las autoridades a prestar ayuda a los
pobres.
El fin del aislamiento

Los dirigentes del Bakufu eran conscientes de la incursión de las naciones


occidentales en Asia y conocían las fuentes chinas que informaban de los
acontecimientos ocurridos en otras partes del mundo. En el siglo XVIII, Rusia
puso sus miras en la parte oriental de Siberia y sus barcos empezaron a
acercarse a Hokkaido para entablar relaciones comerciales. En 1818 los
británicos enviaron un navío a Edo con la misma petición, al mismo tiempo
que los barcos balleneros se aproximaban a las costas japonesas en busca de
víveres y de agua. El Bakufu rechazó estas peticiones y promulgó un edicto en
1825 ordenando la expulsión de todos los navíos extranjeros atracados en
costas japonesas. Esta orden se suavizó para prestar ayuda a los barcos que
llegaban perdidos accidentalmente a las costas de Japón, pero no por ello la
política de aislamiento recibió alguna enmienda.
Otro país que también empezó a interesarse por el Lejano Oriente fue
Estados Unidos, que durante el siglo XVIII comenzó a enviar clípers a China. Su
interés radicaba en la pesca de ballenas cerca de las costas japonesas y en
asegurar protección a los marineros que naufragaban, pero la respuesta del
Bakufu fue de tratar a estos marineros como intrusos. Cuando Estados Unidos
envió un mercante en 1837 para iniciar los contactos, el barco se vio obligado a
retroceder. Lo mismo ocurrió en 1846, cuando dos buques de guerra, al
mando del capitán Biddle, partieron con el fin de abrir los puertos japoneses al
exterior. Años más tarde, el 8 de julio de 1853, el capitán Matthew C. Perry
arribó a Uraga, en la Bahía de Tokio, con cuatro buques de guerra. Perry se
negó a abandonar el puerto y le dio al Bakufu tres días para aceptar la carta del
presidente Filmore, en la que se solicitaba el derecho de los navíos americanos a
entrar en puertos japoneses para reponer carbón y víveres, así como el
establecimiento de relaciones comerciales entre los dos países. Ante la
perspectiva de los «barcos negros», el Bakufu asumió que no le quedaba más
alternativa que permitir a Perry desembarcar en Uraga. Una vez entregada la
carta, Perry zarpó anunciando que volvería a principios del año siguiente para
recoger la respuesta.
Los dirigentes Bakufu sabían bien de los peligros que representaban las
potencias occidentales. Conocían la humillación por la que había pasado
China en la Guerra del Opio de 1839-1842. Enfrentados al ultimátum de
Perry, los líderes Bakufu sintieron la necesidad de pedir consejo a los daimios y
a los miembros del gobierno. También manifestaron su disposición a escuchar
las opiniones de los siervos de los daimios, de los guerreros independientes y de
los comerciantes, así como de aquellos mercaderes y granjeros más destacados.
Al requerir el asesoramiento de todos los estamentos, se vieron también
obligados a solicitar el parecer de la corte imperial, invitándola a exponer sus
sugerencias. La petición fue crucial en las relaciones políticas entre el Bakufu y
la corte imperial, ya que ésta nunca había tenido voz en las decisiones del largo
gobierno Tokugawa. Esta medida abrió las puertas de la política a los oficiales
de la corte que deseaban afirmar la autoridad de la corte imperial, así como a
aquellos que perseguían minar la autoridad del Bakufu y, si fuera posible,
derrocarlo.
La democratización mostrada en el proceso de toma de decisiones para
responder a la petición de Perry no minó la posición del Bakufu, que no fue
capaz de llegar a un consenso. De los setecientos informes recibidos algunos
aconsejaban acceder a las peticiones de Perry, pero la mayoría estaba a favor de
continuar la política aislacionista pero, eso sí, evitando cualquier tipo de
enfrentamiento militar. Algunos llegaron incluso a declarar la guerra a las
fuerzas intrusas; entre estos últimos se encontraba el señor de Mito-han, que
promulgaba la fuerza como método para levantar la moral de la nación. Otros
aconsejaron responder con evasivas para ganar tiempo, algo que no fue posible
porque, tal como había advertido, Perry volvió a buscar su respuesta a
principios de 1854, esta vez trayendo consigo ocho «barcos negros».
Puesto que carecía de medios para enfrentarse a su flota, el Bakufu accedió
a las demandas más básicas y, en 1854, firmó el Tratado de Kanagawa, por el
que permitía abrir dos puertos a los navíos americanos: Hakodate, en
Hokkaido, y Shimoda, situado en la península de Iza, junto a la Bahía de
Tokio. También aceptó proporcionar la ayuda necesaria a los marineros
náufragos y permitir que un cónsul americano residiera en Shimoda. La
cláusula «nación más favorecida» estaba incluida en el tratado, aunque no había
provisiones específicas sobre el comercio. Más adelante, se firmaron tratados
similares con Inglaterra, Francia y Rusia. La llegada de Perry y el hecho de
acceder a sus demandas constituyen un antes y un después en la historia de
Japón, pues supuso el fin de la política de aislamiento y el nacimiento del país
como un Estado moderno que comenzaba a cobrar importancia en la escena
mundial.
En 1856, el gobierno de Estados Unidos envió a Townsend Harris a
negociar un acuerdo comercial. Durante el curso de las interminables
negociaciones, los dirigentes del Bakufu le informaron de la fuerte oposición
existente a firmar un tratado de ese tipo con Estados Unidos. El interlocutor
principal informó a Harris de que sólo cuatro de los dieciocho daimios
principales estaban a favor del tratado, y que del total de trescientos daimios
sólo el treinta por ciento había manifestado su aprobación. Con el fin de
obtener el consentimiento de aquellos opuestos al tratado, los negociadores
japoneses solicitaron a Harris un retraso en las negociaciones de dos meses
«hasta que un miembro del Consejo de Estado pudiera actuar como embajador
ante el Emperador Espiritual en Kioto y obtuviera su aprobación». Esto
obligaría a los daimios en contra a retirar su negativa. Cuando Harris preguntó
qué harían si el Mikado se negaba a dar su consentimiento, le contestaron que
el gobierno ya había decidido no atender a ninguna objeción del Mikado. Sin
embargo, sostenían que el hecho de que el Bakufu hubiera consultado al
Emperador calmaría a la oposición[28]. Pero contrariamente a las expectativas
del Bakufu, la corte imperial no dio su aprobación al tratado porque el círculo
de la corte estaba dominado por los defensores de la política de aislamiento y
de «ahuyentar a los bárbaros». En consecuencia, el gran consejero Ii Naosuke
(1815-1860) decidió firmar el Tratado de Amistad y Comercio entre los dos
países, sin el consentimiento imperial, en julio de 1858. El acuerdo
contemplaba la apertura de tres puertos para el comercio y otros dos más en el
plazo de unos años, aparte de acordar los aranceles correspondientes. Edo
(Tokio) y Osaka abrieron sus puertas a los residentes extranjeros en 1862 y
1863, respectivamente. A los ciudadanos estadounidenses se les garantizaron
derechos extraterritoriales y libertad de culto. Más adelante, Inglaterra, Francia,
Rusia y los Países Bajos firmaron tratados similares. Fue así como Japón entró
de lleno en el mundo de las relaciones diplomáticas y comerciales con los países
occidentales, si bien los tratados no eran equitativos en lo que respecta a los
derechos extraterritoriales de los ciudadanos de las naciones firmantes.
Estos acuerdos pusieron fin a los problemas del Bakufu en el ámbito de las
relaciones internacionales, pero provocaron graves conflictos internos. La firma
del tratado sin el consentimiento imperial proporcionó a los sectores
proimperiales y antioccidentales un buen motivo para situar a la opinión
pública en contra del Bakufu.

La desaparición del régimen Tokugawa

El apoyo a la corte imperial había ido creciendo desde el nacimiento de la


escuela del Aprendizaje Nacional, aunque su principal exponente, Motoori
Norinaga, no veía ningún conflicto entre la corte imperial y el Bakufu. Sin
embargo, la llegada de las potencias extranjeras y las concesiones hechas a
Occidente por el Bakufu despertaron sentimientos nacionalistas en forma de
sōnno (‘reverenciar al Emperador’) y yōi (‘ahuyentar a los bárbaros’). Los
cabecillas de estos movimientos solían ser jóvenes samuráis o gente de las clases
menos favorecidas motivados, quizás, por la frustración generada por el
jerárquico orden social de la era Tokugawa. Los activistas más destacados
procedían generalmente de los dominios de los «señores de fuera»,
especialmente de Chōshū, en la meseta occidental, de Satsuma, en el sur de
Kyushu, y de Tosa, en la isla de Shikoku. Pero los fuertes sentimientos sonnō
también prevalecieron en Mito, la dinastía colateral de la familia Tokugawa.
Sus líderes eran, por lo general, activistas B fanáticos y pretenciosos dispuestos
a matar y a morir por la causa. Conocidos con el apelativo de shishi, u
‘hombres de altas expectativas’, fueron los precursores, en cierto modo, de los
patriotas ultranacionalistas de la década de 1930. Muchos shishi abrazaron las
enseñanzas de pensadores influyentes como Aizawa Seishisai o Sakuma Zōzan
(1811-1864). Este último no se oponía radicalmente a Occidente, pues
reconocía el valor de la ciencia y la tecnología occidentales, pero destacaba la
importancia de los valores morales tradicionales y de la «organización política
nacional». Defendía, pues, «la moral oriental y la ciencia occidental».
El decano de los shishique luchaban en defensa del sonnō-jōi fue Yoshida
Shōin (1830-1859), un miembro del clan Chōshū. Versado en las filosofías
Chi Hsi y Wang Yang-ming, había sido discípulo de Sakuma Zōzan, por lo que
reconocía la importancia de la ciencia occidental. No creía, sin embargo, que la
«protección de las costas» fuera la única forma de defenderse de la amenaza de
Occidente, sino que estaba convencido de la necesidad de transformar el orden
feudal existente para unir a toda la nación. Sus creencias sonnō, contrarias al
Bakufu, partían de una base idealista, pues para él «todos los japoneses deben
considerar los problemas del país como si fueran propios y servir al Emperador,
sacrificando nuestras vidas si fuera necesario. No deberían, por tanto, existir
diferencias entre los nobles y el pueblo llano, entre las clases inferiores y las
superiores». Para él, los líderes políticos del momento eran incapaces de acabar
con la crisis nacional: «Debe quedar claro que el Bakufu actual y los señores
feudales son incapaces de servir al Emperador y expulsar a los bárbaros»[29].
Éstos eran, en suma, los razonamientos que argumentaba para defender la
creación de un nuevo orden.
Con el fin de educar a los futuros dirigentes de este nuevo orden, Shōin
abrió una escuela privada en Chōshū. De esta academia salió un grupo de
estudiantes que no sólo lucharon a favor del sonnō-jōi, sino que se perfilaron
como los futuros líderes de Japón: Itō Hirobumi, Yamagata Aritomo y Kido
Kōin, los auténticos constructores del nuevo Japón en la era Meiji.
Shōin se enfureció con el Bakufu por firmar el tratado con Harris y poner
fin a la política de aislamiento, desafiando así los deseos del Emperador.
Afirmaba que «los dioses y los hombres están enfurecidos, por lo que resulta
adecuado destruir y matar respetando los principios básicos de la justicia»[30].
Así pues, con la ilusión inicial de que los daimios de la oposición derrocaran al
Bakufu, se rebeló contra el orden establecido, pero pronto perdió las esperanzas
y decidió que «sólo los hombres de nobles propósitos procedentes del pueblo
llano» podrían salvar al país y establecer un nuevo orden. No obstante, sus
actividades contra el Bakufu y su participación en la conspiración para asesinar
a un miembro del Consejo de Ancianos llevaron a su detención y posterior
ejecución, convirtiéndose de esta forma en un mártir de la causa y héroe de los
nacionalistas de los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Con todo, la muerte de Shōin no puso fin al movimiento sonnó-jói; al
contrario, sus partidarios pusieron aún más empeño en conseguir su objetivo.
Así, asesinaron a Ii Naosuke, dirigente de las acciones destinadas a castigar y
erradicar cualquier acción anti-Bakufu. El creciente sentimiento sonnō-jōi
acabó desembocando realmente en un movimiento anti-Bakufu que se estaba
fraguando tanto desde el pueblo llano como desde las más altas instancias.
Kioto, sede de la corte imperial, se convirtió en el centro del movimiento
sonnō-jōi, desde donde los daimios contrarios al Bakufu, junto con los
ambiciosos consejeros de la corte, empezarían a desempeñar un papel crucial.
Con la desaparición del obstinado Ii Naosuke, la facción moderada se hizo
cargo del Bakufu. Ante el cada vez más importante movimiento anti-Bakufu,
intentaron ganarse la colaboración de la corte imperial y de los daimios más
influyentes, para neutralizar así a los disidentes y establecer un consenso desde
la cúpula del poder. Pero los opositores al Bakufu también estaban intentando
conseguir el apoyo de la corte imperial para su causa. El clan más importante
de este círculo era el de Chōshū, liderado por seguidores de Shōin y partidarios
del sonnō-jōi que, a su vez, contaron con la colaboración de algunos altos
funcionarios de la corte.
El emperador Kōmei, que en un principio rechazó la petición del Bakufu
de apoyar su política y firmar el tratado con Estados Unidos, decidió
finalmente cooperar. Esta medida, conocida con el nombre de kōbugattai
(‘alianza de la corte con los militares’), tuvo su representación simbólica en la
boda del shogún Iemochi con la hija menor del Emperador, Kazunomiya,
celebrada en 1862. De este modo, el papel político de la corte imperial
quedaba formalmente institucionalizado. El pacto de cooperación entre la
corte y el Bakufu recibió el apoyo tanto de Satsuma, uno de los principales
clanes «periféricos», como de Aizu, la dinastía colateral del Bakufu (prefectura
de Fukushima). El clan Chōshū, dominado por los radicales y apoyado por
funcionarios de la corte de su misma ideología, puso todo su empeño en
perseguir al movimiento sonnō-jōi, hasta el punto de convencer al emperador
Kōmei para que apoyara su sentimiento anti-occidental y obligara al Bakufu a
adoptar una política de aislamiento.
Chōshū se mostró de acuerdo y disparó contra todos los navios
occidentales que navegaban por los estrechos del territorio Chōshū. Las
naciones occidentales tomaron represalias y derrotaron a Chōshū, que,
entonces, cambió de postura y empezó a entrenar a sus fuerzas armadas al estilo
occidental. Satsuma, que había sido ajeno a posiciones fanáticas contra
Occidente, también experimentó el poder de las fuerzas occidentales cuando
los barcos de guerra británicos atacaron su base en represalia por haber matado
a un ciudadano inglés. Esta confrontación convenció a los líderes del clan
Satsuma de que Japón necesitaba, más que nunca, organizar su flota. Así, en la
siguiente era (la Meiji), los líderes del clan Chōshū pusieron todos sus esfuerzos
en la creación de un ejército moderno, en tanto que los líderes Satsuma se
concentraron en las fuerzas de la marina.
La coalición kōbugattai decidió acabar con los activistas radicales Chōshū y
sus secuaces cortesanos. A mediados de agosto de 1863, la coalición Satsuma-
Aizu obligó a los activistas sonnō-jōi a abandonar Kioto. Impedían, así, la
reinstauración de la política seclusionista, al mismo tiempo que relegaban de
sus puestos en la corte a los funcionarios que apoyaban el movimiento y
relevaban a Chōshū de sus obligaciones. En el verano de 1864, los radicales
convencieron al clan Chōshū para que intentara volver a entrar en Kioto por la
fuerza. La respuesta del Bakufu, apoyado por las fuerzas Satsuma y Aizu, fue
una campaña militar que impuso a los líderes Chōshū la obligación de castigar
a los que habían instigado el ataque contra Kioto.
La coalición kōbugattai empezó a desmantelarse. Los líderes Satsuma
querían establecer un gobierno dominado por los clanes más importantes pero,
ahora que los Chōshū habían dejado aparentemente de molestar, algunos
dirigentes Bakufu intentaron establecer la supremacía de éste. Esta maniobra
molestó al jefe del clan Satsuma, que empezó a contemplar la posibilidad de
cooperar con Chōshū Asimismo, se fraguó una maniobra secreta para crear una
alianza entre Satsuma y Chōshū liderada por Saigō Takamori (1827-1877), de
Satsuma, y Ōkubo Toshimichi (1830-1878), que consiguieron que Kido Kōin
(1833-1877), de Chōshū se pusiera de su lado, por lo que se aliaron a
comienzos del año 1866.
Los miembros del Bakufu decidieron entonces deshacerse definitivamente
del molesto Chōshū y lanzaron una segunda campaña en el verano de 1866. La
campaña fue un fracaso porque, en esta ocasión, Satsuma no participó. El
resultado fue la muerte del shogún Iemochi y su sucesor, Tokugawa Keiki
(1837-1913), la dio por finalizada.
La coalición de Satsuma Chōshū planteaba una seria amenaza al Bakufu, ya
que Satsuma era el segundo clan más numeroso y tenía una importante
población samurái (un samurái por cada tres plebeyos por término medio, a
diferencia de la media nacional, que era de un samurái por cada diecisiete
plebeyos). Chōshū, liderado por los radicales, también contaba con un gran
número de samuráis, a razón de uno por cada diez plebeyos. Había sido cuna
de militantes nacionalistas y se había ocupado activamente de modernizar su
contingente militar desde el conflicto con los navíos occidentales en 1863.
Los cortesanos anti-Bakufu, encabezados por Iwakura Tomomi (1825-
1883), trataron de convencer al Emperador para que despidiera a los consejeros
imperiales que se mostraban a favor de cooperar con el Bakufu. El emperador
Kōmei se negó a hacerlo, pero su muerte en diciembre de 1866 otorgó más
poder a algunos funcionarios de la corte anti-Bakufu, como fue el caso de
Iwakura. Tras ocupar el trono un joven emperador Meiji (1852-1912) de tan
sólo quince años, Iwakura y los detractores del kōbugattai ganaron poder en la
corte imperial. Iwakura conspiró con los líderes Satsuma para poner fin a la
política del kōbugattai y restaurar el régimen imperial.
Viendo que el Bakufu se estaba movilizando para modernizar su
contingente militar, el triunvirato que tramaba destituirlo, Saigō, Ōkubo y
Kido, presionó para que se adoptaran medidas militares. Los líderes del clan
Tosa se inclinaron por el grupo Satsuma-Chōshū pero se opusieron a recurrir a
la fuerza, por lo que el jefe del clan Tosa convenció al shogún Keiki para que
devolviera voluntariamente la autoridad política al Emperador. Keiki accedió y
así, tras manifestar que lo hacía para evitar una crisis nacional, cedió el poder
político al Emperador a finales de 1867. Evidentemente, esperaba encabezar un
nuevo gobierno parlamentario que, en su momento, crearían los líderes Tosa,
así como conservarlas enormes posesiones Tokugawa. Fue de este modo como,
sin necesidad de una auténtica guerra civil, el período Tokugawa llegó a su fin.
Se produjeron, sin embargo, algunas escaramuzas cuando Keiki se opuso a los
planes de los líderes anti-Bakufu, en especial el plan de Salgó, destinado a
privarle de sus posesiones. Saigō consiguió que Keiki atacara a las fuerzas
Satsuma-Chōshū. El contingente de Keiki fue derrotado y el clan se vio
obligado a entregar la ciudad-fortaleza de Edo a las fuerzas imperiales,
conducidas por Satsuma y Chōshū. Aunque continuaron existiendo algunos
focos de resistencia, como por ejemplo en el clan colateral Aizu, rápidamente se
procedió a su eliminación, poniendo así fin a 267 años de gobierno Tokugawa.
A comienzos de 1868 el Emperador estableció la corte imperial en Edo, ahora
llamada Tokio.
El acontecimiento más importante que condujo a esta situación fue, sin
duda, la llegada de las potencias occidentales, que desembocó en una crisis
nacional. Las dificultades económicas por las que atravesaban el Bakufu y los
daimios a finales de la era Tokugawa debilitaron el sistema feudal y
aumentaron el descontento entre los samuráis de inferior categoría y entre los
plebeyos. Se sucedieron los disturbios y las insurrecciones de campesinos
destinadas a «reformar la sociedad», pero éstas no bastaron para debilitar el
poder del Bakufu. Al mismo tiempo las nuevas ideas intelectuales, como la
aparición de la escuela de Aprendizaje Nacional, fomentaron la base del
sentimiento pro-imperial y anti-Bakufu. La creciente crisis llevó a los viejos
clanes feudales, los llamados «señores de fuera», a intentar mantenerse en el
poder frente a su viejo enemigo, el clan Tokugawa. En cierto modo, lo que
ocurrió fue una lucha entre los antiguos poderes feudales que concluyó con la
victoria del grupo aliado Satsuma-Chōshū. Es posible que el desequilibrio
entre los líderes de ambos bandos fuera responsable de la derrota del Bakufu,
ya que la oposición estaba encabezada por jóvenes y ambiciosos guerreros de
clase baja de los clanes Satsuma y Chōshū, mientras que los jefes militares del
Bakufu eran casi todos líderes del viejo sistema. En realidad, fueron muy pocos
los «hombres de talento» de rango inferior que llegaron a ocupar posiciones de
poder.
4. La implantación del régimen Meiji

La pérdida de autoridad política por parte de los Tokugawa dio paso a la


instauración del poder imperial Keiki. El joven emperador Meiji asumió
formalmente el control de la tierra. Sin embargo, eran los líderes de los clanes
Satsuma-Chōshū los que realmente ostentaban el poder, utilizando al
Emperador de mera figura decorativa para lograr sus fines. Así pues, la
Restauración Meiji fue, en realidad, un traspaso de autoridad a un nuevo grupo
de ambiciosos líderes políticos con enraizados valores feudales. Sin embargo,
éstos teman que convencer al pueblo de que se estaba reimplantando el
gobierno imperial y, además, transmitir un sentimiento de respeto y reverencia
por el Emperador, con quien el pueblo no tenía ningún vínculo político
directo desde la era Kamakura, ya que había estado sujeto a la autoridad
política de los jefes de clanes feudales y del Bakufu. De ahí que, con el fin de
obligar al pueblo a aceptar el orden recién establecido, los nuevos líderes
promulgaran un edicto general apenas iniciada la Restauración, que estipulaba
lo siguiente:
«Nuestro país es conocido como la tierra de los dioses, y de todas las
naciones del mundo ninguna es superior en costumbres y moral… [Nuestras
gentes] deberían estar agradecidas por haber nacido en la tierra de los dioses y
corresponder a sus compromisos con la nación… En la Antigüedad, los
descendientes del cielo descubrieron la tierra y crearon el orden moral. Desde
entonces, el linaje imperial ha permanecido intacto. Las generaciones siguientes
de aquellos honorables personajes amaron profundamente al pueblo, y el
pueblo sirvió honorablemente a cada uno de ellos… Todas las cosas de esta
tierra pertenecen al Emperador. Cuando nace una persona, se la baña en agua
del Emperador; cuando muere, se la entierra en la tierra del Emperador… Los
emperadores rezan día y noche por el bienestar del pueblo… para que no haya
hambrunas, ni epidemias… Sin embargo, en los últimos trescientos años no ha
prevalecido la ley imperial… La corrupción era incontrolable, se castigaba a las
personas virtuosas, los villanos gozaban de buena fortuna… Ahora, por fin, se
ha restaurado el gobierno imperial, y la justicia y la ecuanimidad prevalecen
sobre todas las cosas… Si fuéramos capaces de corresponderle al menos con
una mínima parte de su honorable benevolencia, estaríamos cumpliendo con
nuestro deber de súbditos de la tierra de los dioses»[1].
Los principios subyacentes de este edicto se incorporaron más tarde en el
Edicto Imperial de Educación (1890), que recitaban todos los escolares hasta
después de la Segunda Guerra Mundial como parte del proceso de lavado de
imagen de los «dioses vivientes», iniciado por los líderes Meiji para manipular
la mentalidad del pueblo a favor del nacionalismo y del Emperador.
Aparte de adoctrinar a las gentes para que fuesen obedientes y leales al
Emperador —o, más bien, al sistema político—, los gobernantes tuvieron que
crear un mecanismo que les permitiera conservar la autoridad recién adquirida.
De ahí que, tan pronto como el gobierno Tokugawa fue sustituido por la
oligarquía que, en 1868, proclamó el comienzo de la nueva era del emperador
Meiji, se iniciara un repaso de los antiguos usos e instituciones y una reforma
de los mismos.

La Restauración Meiji

Los nuevos líderes políticos se encontraron con una ingente labor. Tuvieron
que poner fin al orden feudal Tokugawa y crear un gobierno central muy
controlado. Así pues, lo que en principio era la restauración de la autoridad
imperial se convirtió finalmente en una reestructuración de la sociedad y de las
instituciones.
Uno de los asuntos prioritarios era evitar que la nación sufriera el destino al
que habían sucumbido otros pueblos asiáticos, es decir, caer en manos de las
potencias occidentales. De ahí que una de las principales preocupaciones fuera
lograr fukoku kyōhei (‘nación rica, ejército fuerte’). En un principio, el liderazgo
estuvo en manos de Saigō, Ōkubo y Kido, «los tres grandes» responsables de la
Restauración Meiji, aunque también pasaron a formar parte de la nueva élite
del poder algunos de los hombres mejor preparados de Chōshū y Satsuma, así
como un pequeño grupo de aristócratas de la corte imperial.
El sometimiento de la oposición anti-Meiji se alcanzó con relativa
celeridad. Tokugawa Keiki cedió su autoridad sin ofrecer resistencia. Se
consiguió someter tanto al más importante clan de la oposición, el clan Aizu,
como a algunos grupos de samuráis contrarios al sistema imperial. Los
movimientos campesinos «para reformar la sociedad» que habían comenzado
en 1866, a finales de la era Tokugawa, continuaron hasta 1868. Perseguían la
cancelación de deudas y la supresión de impuestos, no dudando para ello en
atacar a los líderes regionales y ricos comerciantes que habían prosperado en los
pueblos. Para apaciguar el descontento popular los líderes Meiji ondearon la
bandera de un gobierno benevolente que ayudaba a las masas pero, temiendo
que se extendiera el malestar, ejecutaron al líder de uno de los grupos más
radicales partidario de reducir los impuestos y aumentar las ayudas públicas.
Así pues, los dirigentes Meiji se olvidaron rápidamente de su imagen de
bondad con el pueblo e hicieron poco por el bienestar social y económico de
los más pobres. En el orden político, en abril de 1868 se promulgó el
Juramento de las Cinco Cláusulas, que incluía disposiciones sobre las
asambleas deliberativas y sobre la presencia de todas las clases en la
administración, si bien el programa de la nueva oligarquía no contemplaba la
participación del pueblo en los asuntos políticos.

Reformas políticas

Con el fin de lograr sus objetivos de fukoku kyōhei, los oligarcas se dieron


cuenta de que tenían que adoptar la ciencia y tecnología occidentales. Por
tanto, descartaron inmediatamente uno de los apartados de su lema anti-
Bafuku, el jōi (ahuyentar a los bárbaros’), y dispusieron en la Cláusula 5 del
Juramento que «se debe buscar el conocimiento en cualquier lugar del mundo
con el fin de reforzar los cimientos del gobierno imperial». Los líderes
perseguían lo que Arnold Toynbee denomina el proceso «herodiano». Toynbee
explica que cuando el hombre herodiano «ha de enfrentarse a un rival más
preparado y mejor armado, responde con las mismas armas y tácticas de su
enemigo»[2]. Esto era precisamente lo que perseguían los dirigentes Meiji.
El primer punto en la lista de prioridades fue la transformación del orden
político. El paso inicial fue la eliminación de los dominios feudales existentes
(han), donde los jefes de los clanes aún conservaban el poder administrativo.
Para abolir el sistema han, los nuevos gobernantes convencieron a los jefes de
los clanes de Satsuma, Chōshū, Tosa e Hizen (en Kyushu) para que,
voluntariamente, cedieran sus propiedades al Emperador. Esta entrega tuvo
lugar en marzo de 1869, lo que obligó a otros jefes (daimios) a imitar a
aquellos hasta el punto de que, a principios de 1870, al gobierno imperial va
tenía en su poder los 270 dominios han. Los jefes han 11 inflaban en poder
conservar sus provincias bajo el gobierno imperial y mantener su autoridad
mediante el pago de un estipendio fijo, pero el gobierno decidió abolir los han
como entidades administrativas. En agosto de 1871 los más de 270 han se
convirtieron en prefecturas, pero a cambio los daimios recibieron una generosa
recompensa. En 1888 las prefecturas se redujeron a cuarenta y seis y el
gobierno central paso a encargarse de la designación de gobernadores, entre los
que se encontraban varios daimios.
La desaparición del sistema han significó la pérdida de empleo para los
antiguos sirvientes samuráis, que pasaron a recibir una fracción de su antigua
remuneración. También perdieron sus antiguos privilegios feudales, tales como
una posición social superior a la de los plebeyos, el derecho a llevar espada, su
impunidad para abusar de los plebeyos o el honor de vestirse y peinarse de
manera diferente. Algunos se alistaron en el nuevo ejército o se convirtieron en
policías, profesores o funcionarios del gobierno, pero muchos otros tuvieron
que conformarse con aceptar trabajos en el mundo de la agricultura, el
comercio o la artesanía, labores que, en otro tiempo, habrían considerado muy
por debajo de su dignidad. La pérdida de su posición privilegiada y de
estipendios fijos les convirtió en cultivo de oposición al nuevo orden.
En el ámbito nacional se creó un Consejo de Estado tripartito que estuvo
vigente hasta 1885, año en el que se introdujo el sistema de gabinetes.
También se establecieron entidades administrativas de orden local en ciudades
y pueblos, de manera que la autoridad política emanaba del poder central a los
gobernadores y líderes regionales.
Cuando los oligarcas (principalmente dirigentes de las provincias de
Satsuma y Chōshū) estaban a punto de consolidar su estructura de gobierno,
tuvieron que hacer frente a determinadas presiones, principalmente por parte
de los desposeídos samuráis. Éstos encontraron el apoyo del dirigente Saigō
Takamori, que se mostraba en desacuerdo con muchos de los cambios
introducidos y abogaba por un gobierno militar que contara con el apoyo de
los resentidos samuráis de rango inferior. Descontento con el rumbo marcado
por los nuevos gobernantes, decidió regresar a Satsuma (ahora prefectura de
Kagoshima) y establecer allí su centro de operaciones. En 1873, cuando los
miembros del nuevo gobierno estaban en el extranjero dentro del programa de
la misión Iwakura en los Estados Unidos y Europa para estrechar las relaciones,
Saigō regresó a Tokio para hacer que los oficiales al mando invadieran Corea.
El motivo que alegaron fue el de castigar al gobierno coreano por haber hecho
algunas críticas a las actividades de los comerciantes japoneses en Corea, pero
la verdadera razón era concentrar el apoyo de los samuráis descontentos. Esta
iniciativa se vio frustrada por los miembros de la misión Iwakura, que
regresaron para abortar los planes de Saigō. Éste volvió a Kagoshima y sus
seguidores se olvidaron del plan. Tras la intentona frustrada de recuperar sus
privilegios, la antigua clase samurái inició una serie de alzamientos contra el
gobierno, la mayoría en 1876.
De nuevo en Kagoshima, Saigō creó una escuela privada destinada al
entrenamiento militar y adoctrinamiento de los jóvenes en los conceptos del
feudalismo. Durante el tiempo que ostentó el poder en Kagoshima, muchas de
las reformas gubernamentales Meiji no se llevaron a cabo, pues Saigō actuaba
como líder de un Estado autónomo. Así los samuráis, organizados en pequeños
ejércitos regionales, seguían cobrando sus salarios y aún se les permitía llevar
espada. Ōkubo Toshimichi, antiguo guerrero de Satsuma que ahora dirigía el
gobierno Meiji, decidió someter Kagoshima al control del gobierno, para lo
cual destinó allí a algunos de sus hombres.
A instancias de sus seguidores, Saigō decidió sublevarse contra el gobierno
y en febrero de 1877 encabezó una marcha a Tokio. A medida que avanzaba
hacia el norte, en Kyushu se le fueron uniendo miles de antiguos samuráis
insatisfechos, hasta conseguir un contingente compuesto por cuarenta y dos
mil hombres. Para detener su avance, el gobierno envió miembros del nuevo
ejército, que ya no estaba formado por samuráis sino por plebeyos, de los que
el ejército de Saigō se burlaba con el apelativo de «sucios granjeros». Sin
embargo, el ejército de campesinos obligó a las fuerzas de Saigō a retirarse, una
derrota que llevó a Saigō a suicidarse haciéndose el hara-kiri. Este conflicto, en
el que se vieron involucrados sesenta mil soldados del gobierno y cuarenta mil
guerreros de Saigō, causó importantes bajas en ambos bandos. Los «sucios
granjeros», que demostraron su capacidad para combatir y salir victoriosos,
pusieron fin a la resistencia armada contra el nuevo gobierno. A partir de ese
momento, todos aquellos que se mostraban descontentos con el control
monopolístico de los líderes Meiji se volcaron en los movimientos por la
defensa de los derechos del pueblo para desafiar a los oligarcas.
Estos movimientos, que ya habían empezado antes del alzamiento de
Saigō, tenían su base de operaciones en la provincia de Tosa (ahora prefectura
de Kōchi), en Shikoku. Tosa era una de las cuatro provincias (junto con
Satsuma, Chōshū e Hizen) que, en su momento, había liderado la oposición
contra el bakufu Tokugawa. Pero la alianza de Satsuma y Chōshū había
prácticamente excluido del núcleo de poder a los dirigentes de Tosa, entre los
que se encontraba Itagaki Taisuke (1837-1919), partidario del plan de Saigō
para invadir Corea y que se vio obligado a dimitir cuando Ōkubo y Kido lo
hicieron fracasar. En 1874, Itagaki y sus cohortes hicieron llegar al gobierno un
escrito en el que solicitaban la constitución de una Asamblea Nacional. La
petición, basada en principios liberales occidentales, citaba en varias ocasiones
las nociones de John Stuart Mill. Aunque el gobierno no dio su aprobación, la
propuesta suscitó mucho interés y adquirió una amplia difusión pública,
marcando el nacimiento del movimiento por los derechos del pueblo. Cuando
el movimiento contaba ya con una gran difusión por parte de la prensa, ésta se
vio coartada por la promulgación de una ley en 1875 que contemplaba multas
y encarcelamiento a los periodistas que criticaran al gobierno. Los periodistas,
sin embargo, se negaron a ceder ante este tipo de presiones y las críticas fueron
en aumento.
Itagaki continuó luchando por la creación de una Asamblea Nacional y por
ampliar su base de poder. A medida que crecía la agitación política a favor del
movimiento por los derechos del pueblo, el gobierno decidió restringir las
reuniones y asociaciones por medio de la Ley de Reuniones Públicas de 1880,
pero su promulgación no frenó la lucha por los derechos políticos, e Itagaki y
sus seguidores siguieron exigiendo la creación tanto de una Asamblea Nacional
como de asambleas de prefecturas. De los tres grandes artífices de la
Restauración Meiji, sólo Ōkubo Toshimichi poseía un poder real a mediados
de la década de 1870, ya que Saigō había fallecido tras su sublevación y Kido,
de mentalidad más liberal y sin una presencia constante dentro del gobierno,
murió en 1877. En 1878, un seguidor de Saigō asesinó a Ōkubo, por lo que el
liderazgo político pasó a manos de Itō Hirobumi (1841-1909), Ōkuma
Shigenobu (1838-1922) y otros miembros del Consejo de Estado.
Ante la constante presión para constituir una Asamblea Nacional, a finales
de 1879 Iwakura aconsejó al Emperador que solicitara por escrito a los
miembros del Consejo su opinión sobre la viabilidad de redactar una
constitución. La mayoría se mostró a favor de avanzar gradualmente hacia la
formación de una monarquía constitucional con poderes limitados. A
principios de 1881, Ōkuma entregó un documento en el que defendía un
gobierno parlamentario a imitación del modelo británico, al mismo tiempo
que solicitaba fijar una fecha concreta para su creación. Itō y el resto de los
conservadores se molestaron por la propuesta de Ōkuma, que había roto la
costumbre tradicional de adherirse a la postura mayoritaria, es decir, había
actuado de forma independiente. Las discrepancias entre Itō y Ōkuma se
dispararon cuando éste y su grupo criticaron al gobierno por vender sus
posesiones de Hokkaido a un miembro de la clase dirigente por un precio
irrisorio. Itō y sus simpatizantes consiguieron que Ōkuma fuera expulsado del
gobierno pero, para acallar a las masas, en octubre de 1881 el gobierno se
comprometió a redactar un borrador de la constitución y crear una Asamblea
Nacional antes de 1890. Así pues, podría decirse que Ōkuma obligó a Itō a
iniciar la redacción de una constitución a pesar de su decisión inicial de
proceder lentamente.
Esta decisión contó con la aprobación de los defensores de los derechos del
pueblo. Itagaki decidió entonces organizar un partido político, el Partido
Liberal, en cuyas filas se incluían partidarios de las ideas de Rousseau. La
declaración de principios del partido empezaba así: «La libertad es el estado
natural del hombre, y su principal deber es conservarla». Un segundo partido
político, el Partido de la Reforma Constitucional, nació a manos de los
seguidores de Ōkuma y de un defensor del liberalismo inglés: Fukuwaza
Yukichi (1835-1901). Aunque algo más conservador que el Partido Liberal,
este grupo tenía como modelo al sistema parlamentario inglés y, además,
contaba con el respaldo de una empresa comercial en pleno auge: la compañía
Mitsubishi. Aunque ideológicamente no había diferencias significativas entre
ambos partidos, no consiguieron ponerse de acuerdo en su lucha contra la
oligarquía. Los líderes del Partido de la Reforma consideraban al Partido
Liberal demasiado radical, mientras que los de este último pensaban que el
primero estaba dirigido a «complacer a los ancianos y a los ricos». Con el fin de
encontrar el apoyo popular, ambos partidos se embarcaron en una campaña de
mítines por todo el país.
El gobierno intentó recortar la actividad propagandística promulgando en
1882 una ley que prohibía las conferencias públicas y restringía la labor de las
organizaciones políticas locales. Lo único que logró, sin embargo, fue animar
aún más a los detractores del gobierno, provocando frecuentes disturbios
locales de campesinos. En ocasiones las autoridades regionales tuvieron que
recurrir a serias medidas represivas, como es el caso del episodio de 1884, que
acabó con la ejecución de los líderes de un grupo que exigía la desaparición del
despotismo. Estos incidentes provocaron disensión en el seno del Partido
Liberal. Además, Itagaki decepcionó a algunos de sus miembros tras aceptar
dinero de Mitsui para viajar al extranjero. Por otra parte, también se estaba
tambaleando la unidad del Partido de la Reforma, por lo que Ōkuma tomó la
decisión de dimitir pero, aun así, ambos partidos continuaron su lucha contra
el gobierno desde distintas instancias. Cuando éste estaba envuelto en
negociaciones para revisar el tratado con las potencias occidentales, algunos
miembros del Partido Liberal se opusieron al acuerdo, que permitía que los
casos en los que estaban involucrados ciudadanos europeos fueran juzgados por
jueces occidentales y concedía a esos países el derecho a revisar los códigos
legales que iba a adoptar Japón. La oposición ejercida por los líderes de los
partidos llevó al gobierno a promulgar en 1887 la Ley de Preservación de la Paz
y a expulsar de Tokio a todos los agitadores.
Redacción de la Constitución

En medio de estas turbulentas actividades Itō procedió a redactar un borrador


de constitución, tal y como había anunciado en 1881. Para preparar este
borrador, en 1882 partió para Europa con el fin de conocer directamente las
constituciones europeas. Los partidarios de una fuerte monarquía
constitucional pusieron sus miras en la Alemania de Bismarck. Este grupo
estaba influido por las enseñanzas de Hermann Roessler, una autoridad
alemana en jurisprudencia y profesor en la Universidad de Tokio. Así pues, Itō
viajó a Alemania para escuchar las disertaciones del científico y político alemán
Rudolph von Gneist sobre temas constitucionales, para posteriormente
desplazarse a Austria, donde conoció personalmente a Lorenz von Stein.
Convencido de que debía adoptar el modelo alemán en detrimento de los
sistemas liberales de Inglaterra, Estados Unidos o Francia, permaneció en el
extranjero durante más de un año entre 1882 y 1883, no sin hacer una breve
parada en Inglaterra antes de regresar a Japón.
A su llegada introdujo varios cambios administrativos para reforzar el
sistema imperial y la posición de la oligarquía. En 1884 creó un sistema
nobiliario constituido por la nobleza, oficiales de alto rango del gobierno y
dirigentes militares. Tanto él como Yamagata Aritomo (1838-1922), su
homólogo de Chōshū, se proclamaron condes. Este grupo estaba destinado a
constituir la cámara alta de la legislatura en curso como Cámara de los Pares.
En 1885 Itō sustituyó el Consejo de Estado por un sistema de gabinetes al
estilo occidental. Al mismo tiempo, para conservar la autonomía de los asuntos
internos imperiales se constituyeron el Ministerio de Asuntos Internos
Imperiales y la oficina del Lord Guardián del Sello Privado. En 1888 creó el
Consejo Privado para examinar la propuesta de constitución y también para
que sirviera de órgano asesor especial al Emperador. Al tiempo que trabajaban
en el borrador de una constitución, redactaron una Ley de la Casa Imperial que
limitaba la sucesión a los varones de la familia, contraviniendo así los
precedentes históricos por los que las mujeres podían ascender al trono.
En 1886 Itō y sus ayudantes empezaron a redactar la Constitución. El
borrador fue presentado al Consejo Privado para su revisión en 1888. Durante
las negociaciones, Itō se vio obligado a enfrentarse a los defensores de la
autoridad absoluta del Emperador, pues se oponían al Artículo IV, que
estipulaba que la Constitución recogía los derechos de soberanía del
Emperador, algo que, según ellos, limitaba su poder. Itō sostenía que un
gobierno constitucional implica siempre restricciones a los derechos del
soberano, lo que provocó las protestas de sus detractores contra el Artículo V,
que en un principio estipulaba que el Emperador ejerce el poder legislativo con
el «consentimiento» de la Asamblea. Los que estaban a favor de la restricción
de los derechos del pueblo, entre los que se encontraba un pionero en la
occidentalización del país, Mori Arinori, pusieron objeciones a este punto y, a
pesar de la oposición de Itó, consiguieron que se sustituyera el término
«consentimiento» por el de «ayuda». Mori, sin embargo, no tuvo tanta suerte
cuando propuso cambiar el término «derechos del súbdito» por el de «status del
súbdito». El borrador contó con la aprobación del Consejo Privado tras seis
meses de deliberación y fue promulgado el 11 de febrero de 1889.
La Constitución otorgaba los derechos de soberanía al Emperador, pero
éste tema que ejercerlos según las provisiones que marcaba dicha Constitución,
tal y como Itō había defendido. Se pusieron en marcha la Asamblea, una
legislatura bicameral, la Cámara de los Pares y la Cámara de Representantes. El
Emperador podía recibir «ayuda» en la ejecución de sus deberes legislativos,
pero tenía el poder de promulgar disposiciones imperiales cuando la Asamblea
no celebrara sesión. También estaba capacitado para vetar leyes ya aprobadas
por la Asamblea. Era el jefe supremo de las fuerzas armadas y podía declarar la
guerra, sellar la paz y firmar tratados. También nombraba a los miembros del
gabinete y otros funcionarios que pasaban a depender directamente de su
persona, y no de la Asamblea. El único poder que verdaderamente tenía la
Asamblea era el fiscal. La introducción de nuevos impuestos o la modificación
de los ya existentes exigía la aprobación legislativa. Así pues, la Asamblea tenía
voz en asuntos monetarios, pero si no se alcanzaba consenso para aprobar el
presupuesto se aplicaba el del año anterior. Puesto que las fuerzas armadas no
dependían de la Asamblea o del gabinete, sino del Emperador, comenzó a
acuñarse el concepto de «independencia del mando supremo», en virtud del
cual los mandos del ejército podían dirigirse directamente al Emperador para
tratar asuntos militares sin consultar previamente al gabinete. También se
garantizaron los derechos y libertades del pueblo «dentro de los límites de la
ley».
La Asamblea no se constituyó en la voz del pueblo en el gobierno. Los
miembros de la Cámara de los Pares pertenecían a la familia imperial, eran
nobles o bien los proponía la casa imperial directamente. Los miembros de la
Cámara de Representantes eran elegidos por votación, pero este privilegio
estaba limitado a los varones mayores de veinticinco años que pagaran una
cantidad determinada en concepto de impuestos. En las primeras elecciones a
la Asamblea, celebradas en 1890, sólo un 1,14 por ciento de la población tuvo
derecho a voto, por lo que la Constitución no consiguió desbancar a los
oligarcas de las posiciones de poder. En calidad de miembros del Consejo
Privado, de la Cámara de los Pares, de funcionarios de la corte o de miembros
del gabinete, los oligarcas actuaban de asesores del Emperador y sus líderes
constituyeron un reducido grupo que manejaba los auténticos hilos del poder.
Esta élite, que pasó a ser conocida como genrō (‘viejos hombres de Estado’),
estaba formada por un reducido grupo de poderosos entre los que se
encontraban, entre otros, Itō y Yamagata.
Con anterioridad a esta fecha, concretamente en 1878, las prefecturas
pasaron a contar con asambleas, pero éstas carecían de autoridad porque los
gobernadores, designados por el poder central, controlaban todos los proyectos
de ley.

Reformas sociales

Otro cambio introducido con respecto al antiguo orden feudal fue la abolición
del rígido sistema de clases. En 1869 se procedió a una remodelación de la
antigua división de clases, que finalizó en 1872. Los aristócratas de la corte y
los antiguos daimios pasaron a ser pares, los antiguos samuráis de clase alta se
convirtieron en shizoku (clan samurái) y, el resto, en plebeyos. A los grupos
marginados se les llamó «nuevos plebeyos». Se legalizaron las distinciones de
clase, por lo que el status social de cada familia quedaba recogido en los
registros. Así pues, se perpetuó la conciencia de clase, si bien ahora los plebeyos
podían tener apellidos, casarse con personas de mayor categoría social y
cambiar de profesión, quedando desvinculados de la agricultura. Se les
permitió poseer tierras y, en 1872, se les garantizó el derecho a comprar y
vender propiedades. A partir de 1876, los samuráis dejaron de estar autorizados
a llevar espada y a abusar impunemente de los plebeyos.

Otros cambios institucionales

El sistema judicial de la sociedad Tokugawa se basaba en el status social y la


ejecución de la ley dependía del Bakufu, del daimio y de sus oficiales. No
existían las leyes como tales, sino que las decisiones dependían de los deseos de
la clase dirigente. Para las masas el sistema era arbitrario, puesto que no teman
derechos: sólo la obligación de obedecer. Para conseguir una modificación del
contenido desigual de los tratados, que incluían provisiones extraterritoriales
que eximían a los extranjeros de someterse al sistema legal japonés, las
autoridades Meiji decidieron adoptar un sistema jurídico al estilo occidental.
Optaron por seguir el modelo francés, codificado y administrado por jueces
profesionales, en detrimento del sistema de derecho común anglo-americano,
dotado de un jurado que permitía a la gente del pueblo tomar decisiones en los
juicios. Se creó un sistema legal de niveles superiores a inferiores, pero en
ningún caso se estableció un sistema judicial independiente presidido por un
tribunal supremo. El Consejo Privado, u órgano asesor del Imperio, era el
encargado de decidir si las leyes o medidas administrativas eran o no
constitucionales. Durante las décadas de 1880 y 1890 se incorporaron un
código penal, un código de procedimiento criminal, un código mercantil y
otro civil.
El gobierno Meiji también estableció un sistema de policía nacional. En la
sociedad Tokugawa, el Bakufu y los oficiales daimios eran los encargados de
mantener el orden, sin que su función fuera la de proteger los derechos del
pueblo, sino mantenerlo controlado. Los líderes Meiji intentaron aplicar un
sistema policial al estilo de Occidente pero, en la línea tradicional, su principal
función no era la de velar por los derechos de los ciudadanos, sino la de
mantener la ley y el orden. Al principio el sistema policial dependía del
gobierno local, pero en 1874 pasó a manos del Ministerio del Interior. Cuando
en 1885 se adoptó el sistema de gabinetes, el Comisario de Policía,
dependiente del Ministerio del Interior, adquirió autoridad plena para
supervisar el sistema policial de toda la nación. La policía podía censurar a la
prensa y controlar las actividades políticas; de hecho, se constituyó un
auténtico «estado policial». En ámbitos locales, a la policía se la consideraba
descendiente de los samuráis Tokugawa, por lo que los agentes se paseaban por
la calle con sus sables.
Bajo el sistema Tokugawa los deberes militares eran responsabilidad de la
clase samurái, pero, ahora que ésta carecía de los privilegios de antaño, el
gobierno tuvo que crear un ejército moderno de mar y tierra para cumplir los
objetivos de fukoku kyōhei. En un principio hubo desacuerdo acerca de la
necesidad de adoptar un servicio militar obligatorio o de si, por el contrario, el
nuevo ejército debiera estar formado solamente por antiguos samuráis de los
principales han. Pero tras el asesinato en 1871 de Ōmura Masujirō —
partidario del alistamiento general— a manos de antiguos samuráis
desencantados, se formó el ejército con guerreros de los principales han:
Satsuma, Chōshū y Tosa. Con todo, el reclutamiento obligatorio se hacía
fundamental para crear un ejército fuerte. Yamagata Aritomo fue el encargado
de diseñar el nuevo ejército, instituyendo oficialmente, en 1873, el servicio
militar obligatorio. Se inclinó por un modelo de ejército similar al prusiano,
que acababa de derrotar a Francia en la guerra franco-prusiana.
El anuncio imperial que promulgaba el servicio militar obligatorio
acentuaba el concepto de servicio universal, en el que quedaban eliminadas las
diferencias de clase entre plebeyos y samuráis. Sin embargo, al principio no se
exigía la incorporación a filas a los que tenían educación superior, ni a aquellos
que pagaban elevados impuestos o eran cabeza de familia, por lo que los únicos
que estaban en condiciones de prestar tres años de servicio militar obligatorio
fueron los hijos de los campesinos más pobres. En 1882 sé promulgó la Orden
Imperial de Soldados y Marinos, que destacaba la lealtad por encima de todas
las cosas. Sostenían que «la protección al Estado y el mantenimiento de sus
poderes depende de la fuerza de las armas… nunca os dejéis arrastrar por las
opiniones más recientes ni os inmiscuyáis en política; cumplid más bien con
vuestro deber básico d lealtad simplemente con el corazón»[3]. En otras
palabras, n estaban allí para pensar como personas individuales, sin
simplemente para servir. Los soldados rasos fueron reclutados entre las clases
más bajas, pero los altos cargos, sobre todo los generales, procedían
principalmente de los shizoku de Satsuma y Chōshū.
El gobierno tuvo que crear una nueva división de las fuerzas armadas: la
marina. Al no contar con capacidad para construir barcos, en 1875 compró
tres acorazados a Gran Bretaña. Los mandos de la armada, modelada al estilo
británico, eran hombres de Satsuma.

La reconstrucción económica

En el ámbito económico, la principal tarea de los gobernantes Meiji fue la


transformación de lo que era básicamente una economía agraria, propia del
período Tokugawa, en una economía industrial. Desde la Revolución
Industrial del siglo XVIII. Occidente venía utilizando la ciencia y la tecnología
para construir plantas destinadas a la producción en cadena. Los líderes Meiji
eran conscientes de que, para convertirse en una «nación rica», era necesaria
una industrialización inmediata.
El primer paso fue la revisión del rígido sistema de propiedad de la tierra.
El gobierno Meiji levantó las restricciones que ligaban a los campesinos a la
tierra y les concedió el derecho a poseerla. Asimismo, necesitaba recursos
económicos para impulsar el sector industrial de la economía. La fuente
primaria de ingresos eran los impuestos que pagaban a los agricultores. Los
propietarios de granjas estaban obligados a pagar el tres por ciento del valor de
tasación de la tierra. Esto suponía aproximadamente un treinta y tres por
ciento de la producción total de la misma, cercano al cuarenta por ciento
máximo que el Bakufu había impuesto durante la era Tokugawa. Para satisfacer
la petición de balada de impuestos, el gobierno redujo la tasa al 2,5 por ciento
en 1876, pero aun así seguía siendo una pesada carga para la población rural. A
comienzos de la década de 1870, el noventa por ciento de los ingresos por
impuestos que recibía el gobierno procedía del tributo agrario, que descendió a
un 80,5 por ciento entre 1875 y 1879. La presión sobre los pequeños
agricultores continuó siendo muy fuerte, ya que los terratenientes que les
arrendaban las tierras solían quedarse con más del sesenta por ciento de la
cosecha. Si a esto se añadía el pago de otros tipos de cargas fiscales, el resultado
era que estos arrendatarios conseguían quedarse aproximadamente con el
treinta y dos por ciento de la cosecha, lo que contrasta con el treinta y nueve
por ciento de producción que se les permitía conservar en la era Tokugawa. En
la década de 1870, los arrendatarios trabajaban aproximadamente un tercio de
la tierra cultivable.
Con los ingresos procedentes de los agricultores, el gobierno pudo poner
en marcha el potencial industrial de la nación. Los economistas Kazushi
Ohkawa y Henry Rosovsky observan varias etapas en el crecimiento económico
de Japón desde el período Meiji hasta nuestros días. Los años de 1868 a 1885
se consideran el período en el que se sentaron las bases del moderno
crecimiento económico. La primera fase comenzó en 1886 y duró hasta 1905.
La segunda se sitúa en el período comprendido entre 1906 y 1952. La etapa de
crecimiento económico posterior a la Segunda Guerra Mundial comenzó en
1953, cuando Japón surgió como una potencia económica mundial[4]. A
principios de la era Meiji, la economía dependía prácticamente de las industrias
textil y alimenticia. El gobierno asumió un papel activo en la adopción de
medidas para mejorar la producción industrial, especialmente en el sector
textil. Así, construyó talleres modelo y concedió subvenciones a empresarios
privados. En 1870 entraron en funcionamiento las primeras fábricas modernas
de tejidos de seda y algodón, dotadas de moderna maquinaria de importación.
En muchas zonas se construyeron también fábricas experimentales, al mismo
tiempo que técnicos extranjeros impulsaban la actividad minera.
Un aspecto de vital importancia para potenciar el desarrollo económico fue
la modernización de los sistemas de transporte y comunicaciones. El gobierno
inició la construcción de las líneas ferroviarias y en 1872 se inauguró la primera
de ellas, que cubría el trayecto entre Tokio y Yokohama; en 1889 se completó
la línea Tokio-Kobe y, finalmente, el Ministerio del Ferrocarril se encargó de
diseñar una red completa. Su privatización no se produciría hasta 1987. En
1869 se inició también el trazado de las líneas telegráficas, punto de partida del
sistema postal creado en 1871. En cuanto al transporte marítimo, el gobierno
concedió ayudas a la compañía Mitsubishi para que ésta desarrollara su flota
mercante.
La principal fuente de ingresos para financiar todos estos costosos
proyectos continuó siendo el tributo agrario, instituido en 1873. También se
introdujeron impuestos por consumo de sake y tabaco, pero el déficit seguía en
aumento. El gobierno se vio, por tanto, obligado a pedir dinero prestado a las
grandes empresas comerciales y a otros países, además de emitir billetes de
banco no convertibles. El problema se agravó con el aumento de la inflación.
Para intentar paliar este problema, el ministro de Hacienda Masakata
Masayoshi (1835-1924) redujo el gasto gubernamental, introdujo impuestos
indirectos adicionales, emitió moneda convertible y reforzó el sistema bancario
mediante la creación del Banco de Japón. Gracias a estas medidas, Masakata
consiguió estabilizar la economía.
Sin embargo, todas estas iniciativas no hicieron sino aumentar la pesada
carga de los campesinos, que tuvieron que seguir contribuyendo con sus
impuestos a pesar de la caída del precio del arroz. Dado que la cantidad que
debían satisfacer se estipulaba en función del precio del arroz, en el año 1884
los campesinos tuvieron que entregar el 32,8 por ciento de su cosecha en
concepto de impuestos, en contraste con el dieciséis por ciento que habían
pagado en 1881, lo que provocó revueltas en el sector agrario.
Una característica de la política económica de esta época fue la estrecha
relación entre el gobierno y los empresarios, algo que caracterizó el sistema
económico y político japonés antes y después de la Segunda Guerra Mundial.
Desde un principio, se establecieron estrechos lazos entre los oligarcas Meiji y
las poderosas firmas comerciales creadas en el período Tokugawa. En el
conflicto entre las fuerzas imperiales y el Bakufu, las casas comerciales más
importantes como Mitsui y Kōnoike apoyaron económicamente al sector
imperial, si bien al mismo tiempo estaban también financiando al Bakufu, de
tal forma que siempre contaban con el beneplácito del vencedor.
Cuando las fuerzas imperiales se hicieron con el poder, otorgaron
concesiones especiales a las casas comerciales que les habían apoyado, como por
ejemplo el derecho a recaudar impuestos. El arroz que los campesinos pagaban
quedaba convertido en dinero, de forma que algunas empresas, como es el caso
de la Mitsui, actuaron como tratantes de arroz y recaudadores de impuestos, lo
que les reportó importantes beneficios económicos. También consiguieron el
apoyo del gobierno para entrar en el mundo de la banca; de ahí que en los
primeros años Meiji aparecieran algunas entidades bancadas, como Mitsui y
Mitsubishi, de importancia aún en la actualidad. El gobierno transfirió, a bajo
precio, muchas de las compañías mercantiles estatales a estas entidades, que
también hicieron incursiones en el sector de la minería (Mitsui llegó a ser una
de las principales compañías mineras). Mitsubishi aún no se había constituido
en la era Tokugawa, sino que inició su andadura en el mundo empresarial de la
mano de Iwasaki Yatarō (1834-1885), miembro del clan Tosa, con cuyo apoyo
levantó una firma mercante y se ganó el beneplácito del gobierno Meiji. Éste
vendía sus barcos a la casa Mitsubishi a buen precio, además de concederle
ayudas y subvenciones para que llegara a convertirse en una importante naviera
que desplazara a las compañías extranjeras que operaban en Japón. Mitsubishi,
al igual que Mitsui, empezó a involucrarse en otras muchas actividades de tipo
económico, tales como la banca, el comercio exterior y la industria
manufacturera. Otras empresas que aparecieron en este período, como el
Banco Sumitomo, también recibieron subvenciones del gobierno. Así pues, se
puede decir que los gigantescos monopolios que caracterizaron el período
anterior a la Segunda Guerra Mundial en Japón, los zaibatsu, se remontan a los
primeros años de la era Meiji.
La primera fase del moderno crecimiento económico (1886-1905) empezó
cuando las fábricas, las casas comerciales y los bancos desplegaron toda su
actividad, aunque la agricultura seguía siendo el sector clave de la economía.
En 1898, el ochenta y dos por ciento de la población seguía viviendo en
pueblos y pequeñas ciudades. Con el incremento de las áreas cultivadas y la
mejora de medios, aumentó la producción agrícola. El cultivo del arroz y de
otros alimentos creció aproximadamente un cuarenta por ciento desde
mediados de la década de 1880 hasta aproximadamente 1915. La seda cruda y
el té fueron los principales productos exportados durante los primeros años
Meiji. Entre 1868 y 1893, el comercio de la seda cruda representaba el
cuarenta y dos por ciento del total de las exportaciones japonesas.
Además de la extensa construcción de las líneas de ferrocarril, el gobierno
desempeñó un papel importante en el desarrollo del transporte marítimo. Poco
antes de la guerra chino-japonesa de 1894-1895, el número de barcos
mercantes japoneses superaba los quinientos. En 1913, la mitad del comercio
en ultramar se transportaba ya en barcos japoneses.
Otra industria que evolucionó muy rápidamente al principio de la era
Meiji fue la de la confección textil, que siguió siendo un componente
fundamental de la economía del país. En el año 1900, el 70,7 por ciento de las
fábricas se dedicaba a este sector, que aglutinaba al sesenta y siete por ciento de
los obreros, en su mayoría mujeres, que trabajaban durante muchas horas para
ganar un salario mínimo. La producción textil de algodón aumentó
rápidamente gracias al uso intensivo de maquinaria. Al inicio del período Meiji
se importaban grandes cantidades de tela e hilo de algodón, pero el gobierno y
las fábricas privadas incorporaron máquinas de hilado a vapor. A finales de
siglo la demanda interna se daba por satisfecha y los fabricantes empezaron a
dirigirse a los mercados extranjeros. Al principio el hilado de la seda se hacía
manualmente, pero a medida que proliferaron las fábricas se incrementó la
práctica del hilado mecánico. Hacia 1910, el setenta por ciento de la seda
cruda se producía a máquina, aunque el método manual pervivió en los
pequeños talleres de las zonas rurales. Japón se convirtió rápidamente en uno
de los mayores productores de seda: de ser responsable del veinticuatro por
ciento del total mundial en 1897, pasó en 1904 a ser el mayor productor del
mundo, acaparando el treinta y uno por ciento de la producción global. En
1913, los tejidos de algodón y seda representaban casi las tres quintas partes del
total de las exportaciones de Japón.
También se apreció un notable incremento en la fabricación de otros
artículos tales como el papel, el azúcar, el cemento y el vidrio, pero los sectores
que concentraron la atención del gobierno fueron la industria pesada y la
minería. Aunque al principio participó en la industria minera, a mediados de
1885 el gobierno dejó el sector en manos de compañías privadas como la
Mitsui. Los mineros del carbón trabajaban en condiciones pésimas y peligrosas,
casi de esclavitud en algunos casos. La demanda de carbón para las fábricas y el
ferrocarril disparó la producción, que se multiplicó por veintitrés desde 1874 a
1897. La producción de hierro y acero no alcanzó un desarrollo tan importante
durante el siglo XIX, sino que habría que esperar a la guerra ruso-japonesa para
que se produjera un aumento significativo. No tuvieron tanto desarrollo, sin
embargo, la construcción de barcos y la fabricación de maquinaria, que se
importaban principalmente de Inglaterra.
La educación

Los dirigentes Meiji dieron gran importancia a la educación como forma de


integrar Japón en la Edad Moderna. El gobierno necesitaba que sus soldados,
los obreros, los hombres de negocios y los funcionarios del gobierno estuvieran
alfabetizados para poder alcanzar la meta de «nación rica, ejército fuerte». De
ahí que, en 1872, se creara un sistema de educación elemental obligatorio. Al
promulgar la Ley de Educación, el gobierno manifestó que no habría «ninguna
comunidad con una familia analfabeta, ni ninguna familia con algún
analfabeto entre sus miembros».
No obstante, hubo desacuerdos en cuanto a las materias que debían
impartirse. Los intelectuales nacionalistas sintoístas abogaban por un
reconocimiento de «la costumbre imperial» y el respeto por la corte, mientras
que los tradicionales confucianos creían que el confucianismo debería
constituir la base de la educación. Sin embargo, los defensores de la
«civilización y la ilustración», como Fukuzawa, sostenían que el objeto de la
educación era capacitar a Japón para que entrara en la edad moderna y
adoptara el conocimiento occidental, por lo que destacaban la importancia de
recibir una educación práctica. Los creadores del sistema educativo volvieron
sus ojos a Occidente en busca de modelos.
El coste de la educación se pensaba sufragar tanto con los impuestos
regionales como con las tasas académicas mensuales. Pero esta cuota, que
oscilaba entre 12,5 y 50 sen al mes, era excesivamente alta para una familia
campesina, ya que los ingresos medios de la gente del pueblo eran de sólo 1,75
yenes mensuales (un yen equivale a 100 sen). Por tanto, eran pocos los que
podían afrontar el gasto, así que la asistencia era baja. La situación mejoró
paulatinamente hasta alcanzar un veintiocho por ciento de asistencia infantil
en 1872, que aumentaría hasta el cuarenta por ciento en 1878. Sin embargo, el
número de niñas matriculadas en la escuela siguió siendo reducido hasta
principios del siglo XX. Los redactores de la Ley de Educación de 1872
opinaban que «en la humanidad no existen diferencias entre hombres y
mujeres. No hay ninguna razón por la cual las niñas no deban ser educadas
igual que los niños. Las niñas de hoy son las madres de mañana, las futuras
educadoras de nuestros hijos. Por tanto, la educación de las niñas reviste la
máxima importancia»[5]. Pero la idea tradicional de que las mujeres no
necesitaban educarse aún persistía. El afamado escritor Higuchi Ichiyō (1872-
1896), que estaba en edad escolar a finales de la década de 1870, recordaba que
su madre solía decir: «Es pernicioso para una niña recibir demasiada
educación»[6]. En 1876, el cuarenta y seis por ciento de los niños varones en
edad escolar asistía regularmente a la escuela, mientras que sólo el dieciséis por
ciento de las niñas estaba escolarizado. A finales del siglo XIX, la asistencia
femenina apenas llegaba al cincuenta por ciento, si bien en los últimos años de
la primera década del siglo XX el porcentaje había alcanzado ya el noventa y seis
por ciento.
Inicialmente eran obligatorios cuatro años de enseñanza elemental, que
más adelante se redujeron a tres. En 1900 se volvieron a aumentar a cuatro,
para crecer hasta seis en 1907, y como tal se mantendría hasta después de la
Segunda Guerra Mundial, cuando se amplió a nueve años. En un principio los
contenidos de la educación elemental, en los que se prestaba especial
importancia al conocimiento científico, estaban extraídos en su mayoría de
estudiosos occidentales, por lo general estadounidenses, en forma de textos
escritos o traducidos por occidentalistas como Fukuzawa.
En 1879 el ministro de Educación, en un esfuerzo por conseguir el apoyo
del público, descentralizó el sistema educativo y, siguiendo el modelo
estadounidense, entregó el control de las escuelas a las autoridades locales. Esta
iniciativa fracasó porque algunas comunidades regionales, con el fin de reducir
gastos, no prestaron suficiente apoyo a las escuelas. Se volvió entonces a
imponer la centralización del sistema educativo, esta vez otorgando más
autoridad a los gobernadores de las prefecturas. Además, en 1900, se bajaron
las tasas académicas para que aumentara el número de alumnos.
Hacia mediados de la década de 1880, la tendencia pragmática y liberal
que dominaba la educación al principio fue muy criticada por los defensores
del nacionalismo cultural. Persuadieron al Emperador para que promulgara
preceptos moralistas y educativos que alejaran la enseñanza de los conceptos
occidentales. Insistían en incluir dentro del programa de estudios lecciones
morales tradicionales y la historia nacional, haciendo énfasis en valores
sintoístas y confucianos tales como la lealtad al Emperador, el patriotismo, el
deber filial, la compasión, la sobriedad y la obediencia. Como resultado, el
gobierno empezó a controlar cada vez más los libros de texto hasta que, en el
año 1883, el Estado introdujo un sistema de certificación de libros de texto
cuyas directrices habían sido delineadas por el Ministerio de Educación. En
1903, el gobierno pasó a publicar todos los libros de texto de educación
primaria. Los valores tradicionales que debían inculcarse a los escolares
quedaron recogidos en el Edicto Imperial de Educación (1890). Los libros de
moral enseñaban a los jóvenes alumnos la importancia de la lealtad al
Emperador. En la primera lección de moral de tercer curso, se puede leer lo
siguiente: «Gracias a la profunda benevolencia del Emperador podemos vivir
en paz cada día de nuestra vida. Debemos siempre recordar con enorme
gratitud la gran deuda que tenemos con él»[7].
La orientación anglo-americana inicial, impulsada por los pedagogos
occidentalistas, fue sustituida en la década de 1880 por la filosofía educacional
que en aquel momento proponía en Alemania Johann Friedrich Herbart,
centrada en la importancia de desarrollar el carácter moral de los estudiantes.
El gobierno comenzó también a ejercer su influencia en los niveles superiores
del sistema educativo. En la década de 1880, las escuelas de enseñanza media y
superior impartían entrenamiento militar, e incluso las universidades quedaron
bajo la supervisión del gobierno. La Universidad de Tokio cambió su nombre
por el de Universidad Imperial de Tokio y se convirtió en parte de la
maquinaria estatal. Su función principal era la de preparar a los futuros
burócratas y funcionarios del Estado.

Manifestaciones intelectuales en los primeros años de la era Meiji:


civilización e ilustración

Tras la apertura del país a Occidente, el Bakufu y algunos clanes feudales


intentaron acceder al conocimiento occidental y mandaron al extranjero a
algunos estudiantes. En 1862, el Bakufu envió a ocho estudiantes a Holanda, y
en 1863 Chōshū envió otros cinco a Gran Bretaña. Entre ellos estaban los
futuros líderes Meiji Itō Hirobumi y Inoue Kaoru (1835-1915). En 1864
Satsuma envió dieciséis estudiantes a Gran Bretaña, al mismo tiempo que
algunos decidieron viajar a otros países occidentales por iniciativa propia. En
una fecha tan temprana como 1857, el Bakufu creó un instituto de estudios
occidentales y lenguas extranjeras, además de enviar al extranjero a algunas
delegaciones para dar a conocer Japón. Entre estos delegados se encontraba
Fukuzawa Yukichi, que regresó convencido de que Japón tenía que adoptar las
prácticas e instituciones occidentales, convirtiéndose así en uno de los mayores
defensores de la «occidentalización».
La llegada del gobierno Meiji dio un vigoroso impulso a la búsqueda del
conocimiento y saber occidentales. En el Juramentó de las Cinco Cláusulas, los
dirigentes afirmaban que su meta era la búsqueda del conocimiento en todo el
mundo. Cada vez eran más los estudiantes que salían a prepararse al extranjero,
por lo que se abrieron numerosas escuelas de idiomas y se tradujeron muchos
libros occidentales. Los intelectuales y especialistas en Occidente recibían
invitaciones para enseñar en las escuelas y colaborar en la modernización de
Japón. Los misioneros cristianos también empezaron a llegar al país, una vez
levantada la prohibición de su religión.
Entre aquellos que trabajaban por la «civilización y la ilustración» de Japón
destaca Fukuzawa Yukichi, escritor de libros sobre Occidente en los que
propagaba conceptos liberales occidentales. Algunas de sus obras, tales como
Condiciones en Occidente, El estímulo del aprendizaje o Esbozo de una teoría de la
civilización, tuvieron buena aceptación y su estudio sigue vigente en la
actualidad. Influido profundamente por el liberalismo inglés, destacaba la
importancia de la educación práctica y científica, así como de la necesidad de
desarrollar el espíritu de los conceptos utilitarios y liberales. Se tradujeron las
obras de algunos pensadores liberales, entre las que destacan Sobre la libertad,
de John Stuart Mill, y Autoayuda, de Samuel Smiles, que gozaron de muy
buena acogida entre los lectores. Fukuzawa y sus seguidores fundaron una
sociedad intelectual, la Meirokusha (Sociedad Meiji Seis) y editaron un
periódico en el que expresaban sus opiniones. Para el público en general, los
productos de tecnología occidental eran los más apreciados. Una popular
canción infantil incluía en su letra las diez cosas más deseadas en el país, a
saber, lámparas de gas, máquinas de vapor, carruajes de caballos, cámaras, el
telégrafo, el pararrayos, periódicos, escuelas, el correo postal y los barcos de
vapor; todas ellas se harían habituales en Japón en un breve plazo de tiempo.
Panorama religioso

En 1873 se levantó la prohibición que existía contra el cristianismo y se


promulgó el principio de libertad religiosa. Los misioneros cristianos ya
contaban desde 1858 con permiso para trabajar en las ciudades portuarias
contempladas en los tratados que el Bakufu había firmado con otras naciones,
pero ahora podían realizar su trabajo donde desearan. Los cristianos que habían
tenido que esconderse tras la prohibición del cristianismo en el siglo XVII
pudieron salir públicamente. El número de cristianos seguía siendo escaso pero
algunos intelectuales, entre los que cabe mencionar a Uchimura Kanzō (1861-
1930), se convirtieron a este credo y abrazaron ideales humanistas y liberales.
El budismo había disfrutado de un status bastante privilegiado durante los
años Tokugawa, pues el Bakufu exigía a todos sus fieles inscribirse en un
templo budista y, por tanto, los templos servían de padrones semioficiales. Con
la implantación del gobierno Meiji muchos sintoístas atacaron los templos
budistas. Aunque el gobierno puso fin a estos actos de vandalismo, los
sintoístas continuaron defendiendo la idea de convertir finalmente al sintoísmo
en la religión oficial del Estado. Desde el comienzo de la era Meiji, los
defensores del estado Shinto se propusieron agrupar a todos sus santuarios bajo
la supervisión del gobierno central; una vez conseguido, los clasificaron por
orden jerárquico, desde aquellos dedicados a la diosa Sol, emperadores y héroes
nacionales, hasta los más pequeños, diseminados por las aldeas, que a su vez se
dividieron en santuarios nacionales, prefecturales, locales, santuarios de pueblo
y otros sin catalogar. Los santuarios populares dedicados a ríos, montañas,
árboles, rocas y zorros también pasaron a depender del gobierno, de manera
que si alguien cuestionaba el origen mitológico de la dinastía imperial podía
encontrarse con serios problemas. Un profesor de la Universidad de Tokio
sostenía que el culto sintoísta del cielo derivaba de una antigua práctica común
en Asia oriental, y que el festival de la cosecha, que según los sintoístas se
celebraba en honor de la diosa Sol, era en realidad un festival en honor del
cielo. Dicho profesor fue despedido por defender estas ideas.
5. Los últimos años de la era Meiji

El auge del nacionalismo cultural

El apoyo de los líderes del gobierno al sintoísmo estaba relacionado con el


resurgir del nacionalismo cultural iniciado en la década de 1880, que nació
como una reacción contra el movimiento destinado a «civilizar e ilustrar» el
país. Para las mentalidades más tradicionales, significaba la «occidentalización»
de Japón a costa de los más preciados valores. Uno de los defensores más
influyentes de los valores confucianos tradicionales fue Motoda Eifu (1818-
1891), tutor del Emperador. En sus memorias afirmaba que, en el desempeño
de su cargo, puso un empeño especial en inculcar el carácter sagrado de la
política nacional, los aspectos negativos del cristianismo, las diferencias entre
las costumbres orientales y occidentales y la incompatibilidad de la monarquía
con el régimen republicano. Consiguió que el Emperador impusiera a Itō
Hirobumi toda una serie de directrices sobre educación en las que defendía la
necesidad de que los jóvenes, antes de su escolarización, se empaparan de los
valores de lealtad y deber filial, además de establecer el confucianismo como
base de la educación moral. La adquisición de conocimientos tendría lugar a
posteriori, si bien creía que los hijos de agricultores y comerciantes no deberían
tener nociones sobre aspectos políticos o sociales, sino solamente de aquellas
materias relacionadas con su trabajo. Motoda Eifu fue el principal responsable
de eliminar del plan de estudios de la educación primaria cualquier orientación
liberal y utilitaria. Sus opiniones gozaron de buena acogida, incluso entre
aquellos que se habían adherido a Meirokusha. El pilar de la historia y de la
educación moral sería la doctrina de la historia y del origen sagrado de la
dinastía imperial. Este empeño por proclamar la doctrina moral oficial culminó
en la redacción y promulgación del Edicto Imperial de Educación de 1890.
El Edicto fue redactado por Motoda e Inoue Kowashi (1844-1895), este
último un creyente en el liderazgo moral de la casa imperial. Aseguraba que los
antepasados imperiales habían fundado un Imperio cuyos súbditos habían
permanecido unidos gracias a la lealtad y a la devoción filial: «En caso de
necesidad, ofreced vuestra vida al Estado y preservad así la prosperidad de
nuestro trono imperial, contemporáneo del cielo y de la tierra». El Edicto pasó
a aplicarse en todas las escuelas: a partir de entonces alumnos y profesores,
antes de iniciar la jornada matutina, tenían que recitarlo usando el lenguaje
arcaico y solemne que habían memorizado. El Edicto y el retrato del
Emperador fueron colocados en un pedestal sagrado y se manipuló la
mentalidad de los niños para asegurarse de que, llegado el momento, todos
ellos fueran a la guerra gritando: «¡Banzai, Majestad Imperial!».
La imagen de la dinastía imperial tal y como aparecía reflejada en el Edicto
fue la culminación de un proceso de cambio de imagen del Emperador,
iniciado con la llegada al poder del gobierno Meiji, con el fin de racionalizar y
reforzar el nuevo orden político. Se destacaba la figura del Emperador como
líder político y religioso, portador de las dos espadas. En las escuelas se
enseñaba el origen mítico de la dinastía imperial, fundada por el emperador
Jimmu en el año 660 a.C., como parte de la historia real del país. El 11 de
febrero se declaró festivo para celebrar el día en que ascendió al trono el
emperador Jimmu, al igual que el 3 de noviembre, fecha en la que se
conmemoraba el cumpleaños del emperador Meiji.
Negarse a hacer una reverencia ante el Edicto o el retrato imperial podía
acarrear serios problemas, como en el caso del educador cristiano Uchimura
Kanzō, que fue despedido por no inclinarse ante el Edicto en el centro en el
que trabajaba. Estas actitudes confirmaron la creencia expresada por los
nacionalistas cristianos de que Japón y cristianismo eran incompatibles, ya que
se intensificaron las críticas contra esta religión.
Además de las medidas oficiales para difundir el nacionalismo estatal,
surgieron movimientos no gubernamentales que querían resucitar el orgullo
cultural como reacción ante el entusiasmo suscitado por todo lo occidental.
Uno de los primeros en alentar a los japoneses para que no olvidaran, sino que
conservaran, su cultura tradicional fue Ernest F. Fenollosa, un estadounidense
que llegó a Japón en 1878 para enseñar filosofía en la Universidad de Tokio y
un gran admirador de la pintura japonesa y de los grabados en madera. Le
preocupaba que los japoneses estuvieran descuidando su patrimonio artístico,
al mismo tiempo que le aterraba el olvido en el que habían caído las artes
tradicionales. Los grabados en láminas de madera se estaban usando como
papeles de envolver, y los anteriores disturbios antibudistas habían dañado o
destruido muchos objetos budistas. Con la intención de difundir los valores de
la cultura autóctona entre los japoneses, les animó a que educaran al pueblo en
este aspecto. Entre los estudiantes que más influencia recibieron de Fenollosa
hay que mencionar a Okakura Kakuzō (1862-1913), que llegó a ser un
destacado profesor de arte japonés. Tanto él como Fenollosa trabajaron juntos
en la creación de la Escuela de Arte de Tokio.
Fenollosa influyó también en otros defensores del nacionalismo cultural,
aunque sin adoptar posturas tan radicales contra Occidente. Abogaban por
adoptar lo mejor de la cultura occidental, pero conservando la esencia de la
vida y la cultura japonesas. En 1888 empezaron a publicar el periódico
Nihonjin (Japonés), en el que explicaban que su deseo de conservar la esencia
nacional no acarreaba únicamente la conservación de «las cosas antiguas
heredadas de nuestros antepasados». Sin rechazar lo occidental y abriendo las
puertas a la innovación y al progreso, pretendían adoptar lo mejor de
Occidente en lo relativo a «la verdad, la virtud y la belleza». Tampoco
defendían el nacionalismo xenófobo, pues creían que trabajar por el bienestar
del país contribuiría al bien mundial. Los primeros promotores del proceso de
occidentalización, como Fukuzawa, también dejaron clara su postura contra
una veneración indiscriminada de todo lo occidental. Tal y como se refleja en
sus primeros escritos, la civilización occidental debe examinarse desde una
posición de escepticismo.
Algunos de los primeros occidentalistas liberales se convirtieron en
fanáticos nacionalistas. Entre este grupo destacó Tokutomi Sohō (1863-1957),
que comenzó su andadura como estudiante del humanismo cristiano y del
liberalismo inglés en contra del naciente nacionalismo político y partidario —
tal y como reflejan sus obras— insistiendo en que el «Nuevo Japón» persiguiera
la paz y la democracia. Pero el acontecimiento que le transformó en militante
nacionalista fue el estallido de la guerra chino-japonesa de 1894-1895 y la
Triple Intervención, que obligó a Japón a renunciar a algunas de las
concesiones que había adquirido en China; a partir de entonces, se dedicó a
escribir extensos ensayos e historias de índole nacionalista donde defendía
apasionadamente sus ideas imperiales y militares.

La influencia occidental en la literatura

La influencia de la cultura occidental también se aprecia en el ámbito literario.


En los primeros años de la era Meiji empezaron a publicarse traducciones de
cuentos y novelas occidentales, entre las que destacan Robinson Crusoe, de
Daniel Defoe, Ernest Maltravers, de Bulwer-Lytton, y El improvisador, de Hans
Christian Andersen. Dos décadas más tarde algunos escritores japoneses,
estimulados por la traducción del Coningsby, de Benjamín Disraeli,
comenzaron a escribir novelas de tono político. Si el Primer Ministro de una
gran nación como Inglaterra se dedicaba a la literatura, evidentemente no se
trataba de una actividad trivial[1]. Entre las primeras novelas políticas cabe citar
Keikoku Bidan (Ejemplos del arte de gobernar), de Yano Fumio (1850-1931),
basada en el Epaminondas de Plutarco. Yano admiraba a Fukuzawa y tenía
miras liberales.
Pero la obra definitiva que marcó el modelo literario de la literatura
japonesa moderna es Shōsetsu Shinzui (La esencia de la novela), de Tsubouchi
Shōyō (1859-1935), publicada en 1885. Tsubouchi no comulgaba con las
novelas didácticas tradicionales y creía que la tarea primordial de un novelista
era la descripción realista de la vida y de las emociones humanas. El primer
escritor en plasmar el ideal literario de Tsubouchi fue su amigo y discípulo
Futabatei Shimei (1864-1909). Gran conocedor de la literatura rusa, Futabatei
tradujo muchas novelas de este idioma. Su primera obra importante, Ukigumo
(Nubes flotantes), refleja la influencia de Turguenev y de Goncharov. Los
personajes de esta novela aparecen retratados como seres humanos auténticos y
creíbles: el protagonista, carente de decisión y fuerza de voluntad, es demasiado
tímido para afirmarse en su relación con la chica a la que ama. Otra
característica significativa de Nubes flotantes es su tono coloquial, en claro
contraste con el estilo literario más formal de la época. Así pues, Futabatei fue
pionero en familiarizar al lector medio con las novelas modernas, que retratan a
los protagonistas de manera que el lector pueda identificarse con ellos.
Estos primeros impulsores del estilo occidental influyeron en varios
escritores importantes, aunque no todos abrazaron la moda occidental y
recurrieron a temas más tradicionales. Tal es el caso de Mori Ōgai (1862-
1922), lector de muchos escritores alemanes, como Goethe y Schiller, y
traductor de sus obras, pero no por ello promotor del naturalismo europeo. Al
contrario, se fue acercando paulatinamente a los temas tradicionales, pues
sostenía que las formas y las convenciones autóctonas eran muy importantes.
Aseguraba que «si la ceremonia del té fuera un ritual vacío, las augustas
ceremonias estatales y los rituales de culto a los antepasados serían también
meros convencionalismos»[2]. Al destacar la importancia de la historia,
afirmaba que «la civilización descansa en la historia… Nunca deberíamos
olvidar que la ética y las costumbres que han pervivido a través de los siglos
cuentan con una buena esencia»[3]. Otros, sin embargo, iniciaron un rumbo
naturalista, entre ellos Shimazaki Tōson (1872-1943), cuya obra El precepto
roto (Hakai) describe las grandes penalidades sufridas por un marginado social.
En el resto de sus obras, se concentró en criticar las actitudes y formas tanto
tradicionales como modernas.
Tal vez el escritor más famoso de este período de la literatura moderna sea
Natsume Sōseki (1867-1916), sin duda el escritor más conocido entre el
japonés medio gracias a que uno de sus relatos, «Soy un gato», era lectura
obligatoria en las escuelas. El gato lanza una mirada satírica a las flaquezas y
debilidades de la gente que le rodea. Natsume, que se había educado en
Inglaterra y ejercía de profesor de literatura inglesa, escribía de forma mesurada
y con una visión humorística y satírica sobre las relaciones humanas más
mundanas, especialmente en el seno familiar. Su visión se fue haciendo cada
vez más sombría a medida que empezó a percatarse de la incapacidad de los
japoneses para poner freno a los efectos de la civilización occidental. Sostenía
que si una persona sufría la influencia de Occidente más allá de lo meramente
superficial, con seguridad padecería un ataque de nervios. En una de sus
novelas alguien pregunta: «¿Pero conseguirá Japón avanzar cada vez más a
partir de ahora?». A lo que otro personaje le responde: «Perecerá»[4].
Higuchi Ichiyō, la primera escritora en la época moderna digna de
mención, se convirtió en el símbolo de la reaparición en el panorama literario
de la mujer, que había permanecido relegada desde la edad de oro de las
escritoras en el período heiano. Su novela Creciendo (Takekurabe) recibió los
elogios de Mori Ōgai, que la definió como prosa poética, a la vez que calificaba
la descripción de los personajes de la novela como «seres humanos con los que
uno puede reír y llorar al mismo tiempo»[5].
El siglo XX fue testigo de un resurgir literario gracias a la aparición de
muchos escritores de renombre. En poesía, algunas figuras creativas se
decidieron por el poema largo, en sustitución de los más breves haiku y waka.
Los temas ya no se limitaban al amor o a la belleza natural, sino que trataban
de la vida y de la condición humana. Uno de los poetas de esta nueva
generación, Ishikawa Takuboku (1885-1912), era partidario de «rechazar
enérgicamente toda fantasía y ocuparse solamente de la única verdad que
permanece: ¡la necesidad!»[6]. Masaoka Shiki (1867-1902), por el contrario,
continuó componiendo al estilo haiku. Convencido de la necesidad de
conservar lo mejor de la cultura tradicional, este poeta comentaba a sus
discípulos que no intentaran aplicar la lógica o el razonamiento en sus poemas,
sino que se concentraran en los elementos naturales. He aquí uno de sus
poemas haiku: «Luna fría / sombra de una tumba / sombra de un pino»[7].

Evolución social

El campesinado

La política económica del gobierno supuso una pesada carga para el


campesinado. A finales de la era Tokugawa empezaron a estallar revueltas entre
los campesinos, que exigían una reducción de impuestos. Estas protestas
continuaron incluso después de la llegada del gobierno Meiji. Los campesinos
exigían la eliminación de las obligaciones feudales que aún existían. En algunas
de estas insurrecciones llegó a participar un elevado número de personas: la
revuelta de 1870, en la actual prefectura de Nagano, reunió a setenta mil
campesinos; en la manifestación de Fukuoka, en Kyushu, participaron
trescientos mil, que causaron daños en 4.590 edificios. Para poner fin al
descontento general del campesinado, el gobierno redujo el impuesto de la
tierra en 1876, pero la política antiinflacionista adoptada por el ministro de
Hacienda Matsukata desembocó en una caída de los ingresos por productos
agrícolas y en un incremento de las deudas de los campesinos, hasta el punto
de que, en 1885, más de cien mil familias encontraron la ruina.
Los problemas económicos fueron responsables de que hasta bien entrada
la década de 1880 no cesaran las revueltas, que culminaron con el alzamiento
de 1884 en Chichibu (región de Kantō), donde se fundó un partido por la
solidaridad que exigía la reducción de impuestos y una moratoria del pago de
deudas. Estas demandas no encontraron respuesta, por lo que cinco mil
manifestantes emprendieron la marcha hacia la ciudad de Chichibu. Las tropas
del gobierno pusieron fin a la insurrección ejecutando o encarcelando a los
cabecillas. Uno de estos dirigentes consiguió huir a Hokkaido y permaneció allí
escondido durante treinta y cinco años.
Acuciados por el hambre y la inanición, algunos campesinos se vieron
obligados a recurrir al infanticidio. Un relato narra la experiencia de un padre a
finales de la década de 1880 que, incapaz de soportar la agonía de sus hijos por
inanición, decidió decapitarlos para evitarles el sufrimiento. La tasa de
infanticidio creció porque las familias decidieron quedarse sólo con un hijo y
matar al resto en el momento de su nacimiento. La mayoría de los campesinos
llevaba una vida de penurias y pobreza, dedicando muchas horas a un trabajo
tortuoso que les reportaba escasos ingresos. No había nada romántico ni idílico
en la agricultura. Para las mujeres, las labores del campo eran aún más duras
que el trabajo en las fábricas textiles, tal y como relata un campesino: «Talan
árboles en las montañas y arrancan piedras enormes para dejar los campos
limpios y poder plantar mijo y hierba para el corral… Suben por colinas
escarpadas cargadas de leña a la espalda, hacen hogueras en la nieve, arrancan
raíces, se pasan toda la noche moliendo raíz de helecho… Y trabajan desde
antes del amanecer hasta las diez u once de la noche»[8]. Hasta prácticamente el
día de hoy, los campesinos de las aldeas a duras penas han conseguido
sobrevivir.
Las zonas rurales vivían ajenas a las comodidades modernas y
entretenimientos que empezaban a ser habituales en las ciudades y grandes
poblaciones. La vida de los campesinos siguió siendo igual de rudimentaria y
dura que lo había sido en los años Tokugawa. Así lo observaba un joven que
vivía en la ciudad: «No hay nadie más pobre que un campesino… Los
campesinos (del norte de Japón) se visten con harapos, comen cereales crudos y
tienen muchos hijos. Están más negros que sus sucias paredes y llevan una vida
gris y sin alegría, parecida a la de los insectos que se arrastran por la tierra y
sobreviven lamiendo el polvo»[9].
Ante esta situación de pobreza y necesidad, muchos campesinos se vieron
obligados a mandar a sus jóvenes hijas a trabajar a las nuevas plantas textiles de
las ciudades o a los prostíbulos públicos a cambio de salarios míseros.
Como consecuencia de la maltrecha economía, también subió el precio del
arrendamiento de las tierras. En los primeros años Meiji la tasa de
arrendamiento ascendía al veinte por ciento de la tierra cultivada, alcanzando el
cuarenta por ciento a finales de la década de 1880 y el cuarenta y cinco por
ciento en 1910. Las rentas oscilaban entre el cuarenta y cinco por ciento y el
sesenta por ciento de la cosecha de los campos de arroz, llegando en algunos
casos incluso al ochenta por ciento. Un signo de la creciente pobreza de la
población fue la caída del número de votantes, pues este derecho estaba
reservado a los varones que pagaban un impuesto igual o superior a cinco
yenes. Partiendo de un cien por cien de votantes en 1881, se observa un
descenso de hasta el ochenta y cuatro por ciento en 1886, para caer hasta un
sesenta y cuatro por ciento en 1891 y a un cincuenta y nueve por ciento en
1894. Ni el gobierno ni los nuevos partidos de la oposición se molestaron en
ayudar a los cada vez más pobres campesinos.
El reclutamiento militar era una carga añadida para el campesinado, que
abarcaba un amplio porcentaje de la población. En la última etapa de su
régimen, el Bakufu ya había comenzado a alistar a los campesinos para preparar
su defensa frente a la oposición. En 1864, se reclutó a un total de quince mil
campesinos para aplacar la insurgencia contra el Bakufu en Mito-han. El
alistamiento y la dotación de rifles continuaron en los años posteriores, pero de
nada sirvió para derrotar a la oposición. Los clanes anti-Bakufu, como el de
Chōshū, también incorporaban campesinos en su unidad de «tropas de
choque». Cuando el gobierno Meiji introdujo el servicio militar obligatorio
para todos los varones, los campesinos no recibieron ninguna compensación
por realizar tareas que anteriormente habían estado reservadas a los samuráis.
Se sentían recelosos y tenían miedo del sistema, al que con frecuencia se
referían con el nombre de ketsuzei (‘impuesto de la sangre’). Muchos
campesinos creían que les iban a sacar incluso la sangre. Corrían rumores de
que «capturaban a los hombres jóvenes, los colgaban boca abajo y les sacaban la
sangre para que los occidentales pudieran bebería»[10]. En diferentes zonas se
sucedieron protestas contra el reclutamiento militar. Los ricos podían
permitirse el lujo de pagar para evitar que sus hijos se incorporaran a filas, pero
la cantidad que había que abonar era demasiado elevada para el campesino
medio. Asimismo, los cabezas de familia e hijos mayores estaban exentos de
ingresar en el ejército, por lo que la medida sólo afectaba a los hijos más
jóvenes. El gobierno hizo todo lo posible por convencer a los campesinos de la
importancia de servir a la patria, y la guerra chino-japonesa de 1894-1895 no
hizo sino infundir un entusiasmo militar por todo el país. Los jóvenes
campesinos siguieron siendo carne de cañón hasta el fin de la Segunda Guerra
Mundial.

Los obreros de las fábricas

A medida que Japón se iba industrializando, el número de obreros en las


fábricas crecía a ritmo constante. Las condiciones de trabajo y las relaciones
laborales con los patronos eran distintas a las existentes en los talleres
pequeños, donde se mantenía una estrecha relación personal entre el maestro y
el aprendiz. En teoría, se suponía que el maestro debía cuidar del bienestar de
los trabajadores como si de su mismo padre se tratase. La relación obrero-
patrono de las nuevas plantas industriales, sin embargo, era mucho más
impersonal. El objetivo del patrono era aumentar la productividad y las
ganancias, lo que llevó a una explotación sin límites de los obreros, a los que se
les exigía tanto lealtad y obediencia al patrono como esfuerzo en el trabajo, al
modo tradicional. Así pues, lo habitual eran largas jornadas laborales, bajos
salarios y falta de seguridad en las instalaciones.
La mayoría del personal de las plantas textiles se componía de trabajadores
jóvenes. Las chicas de las zonas rurales trabajaban en los talleres de hilado, en
las fábricas de tejidos de algodón y en las de seda. La pobreza de las familias
campesinas hacía que los ingresos percibidos por el trabajo de sus hijas en las
fábricas de seda y algodón fueran esenciales para su supervivencia. Las familias
recibían una cantidad fija de dinero por mantener a sus hijas como auténticas
sirvientas en las fábricas durante un número de años. A finales del siglo XIX,
entre el ochenta y el noventa por ciento de la plantilla de estas fábricas estaba
constituida por mujeres, de las cuales el cuarenta y nueve por ciento era menor
de veinte años y el trece por ciento no llegaba a los catorce años. Por lo general,
se alojaban en los dormitorios de las fábricas y se les sometía a una estrecha
vigilancia. Su jornada laboral era de doce horas diarias con un breve descanso
para el almuerzo. En las épocas de más actividad podían llegar a trabajar hasta
diecinueve horas al día. En los pequeños talleres textiles y de hilado de seda se
exigía a las trabajadoras una producción fija; las que no lo conseguían eran
consideradas perezosas y se les reducía su ración de comida como castigo,
llegando en ocasiones al maltrato físico. La dureza del trabajo y las pésimas
condiciones higiénicas de las fábricas fueron la causa de que muchas de ellas
padecieran de tuberculosis, una enfermedad responsable del elevado índice de
mortalidad existente entre los obreros de las plantas textiles. Los que contraían
tuberculosis morían en el lugar de trabajo o eran enviados a sus casas. Una
encuesta realizada por el gobierno en 1913 indicaba que la tuberculosis era la
causa de muerte del cuarenta por ciento de los trabajadores de las fábricas
textiles, si bien el setenta por ciento fallecía por la misma razón tras regresar a
sus casas. La enfermedad se propagó por las zonas rurales debido,
supuestamente, a los obreros contagiados que volvían a sus aldeas,
convirtiéndose en uno de los principales factores de mortandad en el Japón de
la preguerra. Además, las largas jornadas y la fuerte presión con la que tenían
que trabajar provocaban también un buen número de accidentes. Los patronos
los atribuían a la negligencia de los obreros, mientras que la Ley de Fábricas de
1911 no incluía ninguna disposición que garantizara la seguridad de los
empleados.
Los salarios en la industria textil eran inferiores a los que recibían los
obreros del mismo sector en la India, un país donde, en principio, el nivel de
vida era más bajo. En el Japón de 1891 el coste de la mano de obra para
producir aproximadamente cincuenta kilos de hilo de algodón era de 135,5
sen, mientras que en la India era de 151,9 sen. En 1893, los obreros de la
industria textil japonesa percibían una décima parte de lo que cobraban sus
colegas británicos. Los hombres cobraban más que las mujeres: en 1898, en
diez plantas de algodón los varones cobraban 24,5 sen al día, mientras que las
mujeres recibían 13,9. Los obreros de la industria pesada estaban mejor
remunerados, pero aun así apenas podían mantener a sus familias. Los
patronos alegaban que se necesitaba mano de obra barata para que los
fabricantes japoneses pudieran competir en el mercado internacional. Sin
embargo, los empresarios acumularon enormes beneficios que provocaron la
aparición, a principios del siglo XX, de un gran número de magnates
multimillonarios.
Pero era en las minas de carbón donde se explotaba con más dureza a los
trabajadores. Aunque a comienzos de la era Meiji se recurría en ocasiones a los
presos para realizar ciertas obras estatales, fue en el sector de la minería donde
los reclusos trabajaron en mayor número y durante un período de tiempo más
largo. Esta práctica fue muy común entre 1873 y 1931, aunque el porcentaje
de prisioneros empleados en el sector de la minería fue disminuyendo poco a
poco. Aparte de la población reclusa, la mayoría de los mineros procedía del
campesinado más necesitado, de los grupos marginales y, tras la colonización
de Corea, de ciudadanos de este país. Una de las empresas mineras más grandes
en el sector del carbón fue la Miike, situada en el norte de Kyushu y dirigida
por la compañía Mitsui. En 1896 el setenta y cinco por ciento de los mineros
que allí trabajaban eran reclusos, aunque el número fue disminuyendo con el
cambio de siglo; por el contrario, las minas de Hokkaido comenzaron a recibir
cada vez más prisioneros. Se les hacía trabajar durante muchas horas y, en
algunos casos, se les alojaba en las llamadas «habitaciones pulpo», que no eran
sino verdaderas celdas. Por lo general, los mineros recibían un tratamiento
inhumano. Cuando los trabajadores se sublevaron en la década de 1880 en
protesta por las pésimas condiciones de trabajo y el trato que se les dispensaba
en las minas de Takashima, controladas por la compañía Mitsubishi, un
periodista decidió indagar sobre su situación laboral. De este modo, descubrió
que los mineros trabajaban a gran profundidad, sometidos a altas temperaturas,
y que se les golpeaba si el capataz creía que disminuían el ritmo de trabajo. Si
intentaban escapar, los ataban y aporreaban. Tras el brote de la primera
epidemia de cólera en 1884, la mitad de los tres mil mineros contrajeron la
enfermedad y fallecieron. Si se descubría que una persona estaba contagiada, al
día siguiente se la sacaba afuera y se la quemaba, sin importar si estaba muerta
o aún vivía.
Tras la anexión de Corea, muchos coreanos pasaron a ser mano de obra y
fueron enviados a las minas de Kyushu y Hokkaido. Su número en el sector
aumentó de forma considerable durante la Segunda Guerra Mundial hasta el
punto de que, en 1944, trabajaban en las minas más de 128.000 coreanos, lo
que representaba el 31,9 por ciento de todos los mineros. A los trabajadores
coreanos se les trataba mucho peor que a los japoneses. Una mujer minera
manifestó que a los coreanos «los guardias les golpean continuamente.
También pegan a los japoneses, pero con los coreanos se ensañan más»[11]. Un
minero coreano al que obligaron a trabajar en las minas en 1942 intentó
escapar. Cuenta que le capturaron y después, «me ataron con una cuerda y me
golpearon. Me mareé, pero me reanimaron con un cubo de agua. Después
metieron dos barras de hierro en el horno, las calentaron y me las pusieron en
la espalda. Sentí el olor de mi carne ardiendo… y me desmayé». Intentó
escapar una segunda vez, de nuevo sin fortuna, lo atraparon, lo torturaron y lo
enviaron a otra mina en la que los malos tratos eran la tónica general, por lo
que muchos de ellos perdían allí la vida. Uno de sus compañeros fue torturado
y se volvió loco[12].
Las mujeres y niños también trabajaban en las minas. La prohibición de
emplear a mujeres no entró en vigor hasta 1928, pero en 1938 fue revocada
debido a la importante disminución de la mano de obra que se produjo
durante la guerra con China. En 1946, bajo la ocupación estadounidense, se
prohibió absolutamente que las mujeres trabajaran en las minas.
El gobierno hizo poco por garantizar la seguridad y el bienestar de los
trabajadores y, de hecho, sólo apoyaba a los empresarios. El Código Civil de
1890 incluía el concepto de «libertad de contratación» y aconsejaba a los
trabajadores no participar en huelgas. La Regulación de la Policía de 1900
prohibía a las organizaciones de trabajadores convocar huelgas. Se legislaron las
condiciones de trabajo en las fábricas y las minas: así, en 1905 se aprobó una
ley de minas y en 1911 una de fábricas, pero no entraron en vigor hasta 1916
debido a la oposición de los empresarios. A pesar de todo, las provisiones eran
modestas. Las leyes limitaban la jornada laboral de las mujeres y de los niños
menores de quince años a doce horas al día, mientras que la edad mínima para
trabajar se fijó en doce años, o en diez años si se trataba de labores de menor
entidad. Además, no existían restricciones en el trabajo nocturno. A pesar de la
precariedad de estas medidas en algunos casos ni siquiera se cumplían, y es
sabido que durante la Primera Guerra Mundial trabajaban en las fábricas de
fósforos niños menores de ocho años.
Aunque con un alcance muy limitado, nació un movimiento de
trabajadores que pretendía obtener mejores salarios y condiciones de trabajo.
En 1884 las trabajadoras de las fábricas de algodón organizaron la primera
huelga, pero no consiguieron ninguna concesión. Tampoco surtieron ningún
efecto las huelgas convocadas tras la guerra chino-japonesa, que tenían también
como objetivo la mejora de los sueldos y de la situación laboral. Con todo, a
raíz de estas primeras movilizaciones empezaron a surgir iniciativas para fundar
sindicatos. El primer intento se produjo en 1897 con la creación de la Sociedad
de Defensa de los Sindicatos de la mano de Takano Fusataro (1868-1904),
admirador de Samuel Gompers, y Katayama Sen (1859-1933), partidario del
socialismo cristiano y del comunismo internacional. Este grupo abrió el
camino a otras organizaciones en el sector del metal, del ferrocarril o de la
imprenta, aunque sus objetivos no eran tanto la organización de huelgas para
ganar concesiones como la solicitud de reformas. En 1912 Suzuki Bunji (1885-
1946), un asistente social cristiano, puso en marcha el Yūaikai (Organización
Fraternal) con el fin de encontrar la armonía entre el capital y los obreros. Pero
en 1915 Suzuki ya había empezado a defender los derechos de los trabajadores
para organizarse en sindicatos e ir a la huelga. Así pues, el Yūaikai comenzó a
perfilarse como una organización sindical, con el consecuente acoso por parte
del gobierno. Durante estos años eran más frecuentes las huelgas, aunque
seguían siendo ilegales. En 1914 se convocaron cincuenta huelgas, con un
modesto índice de participación (7.900 trabajadores). En 1919, creció el
número de huelgas (497) y el de participantes, con un total de 63.000 obreros
involucrados. La cifra de afiliados a los sindicatos aumentó en la década de
1920: en 1921 se computaban 103.400 miembros, que aumentaron a 385.000
en 1926. Aun así, estas cantidades representaban solamente el seis o siete por
ciento del número total de obreros.
En 1919, el Yūaikai dio los primeros pasos para transformarse en un
sindicato y cambió su nombre por el de Dai-Nihon Rodō Sōdōmei Yūaikai
(Federación de Trabajadores de Japón). Su objetivo era gozar de libertad para
organizar sindicatos, eliminar la mano de obra infantil y establecer un salario
mínimo. También exigía el sufragio universal, una revisión de la Ley de
Regulación de la Policía y reformas democráticas en el sistema educativo. El
movimiento consiguió inicialmente algunos logros: por ejemplo, en 1919 los
obreros del astillero Kawasaki, en Kobe, acordaron la reducción de la jornada
laboral a ocho horas, y a éste le siguieron acuerdos similares en otros sectores de
la industria pesada. Estas reivindicaciones, sin embargo, no afectaron a las
mujeres que trabajaban en las fábricas textiles, que siguieron con sus jornadas
de entre once y doce horas al día.
Los líderes Yūaikai no eran partidarios de que los trabajadores tomaran una
actitud militante, pero los mineros se involucraban cada vez más en sus
protestas por las condiciones de trabajo. Tanto los reformistas cristianos como
los socialistas alentaron a los mineros a organizarse en sindicatos. La primera
organización se fundó en 1902 en Hokkaido con el fin de impulsar la
autofinanciación, pero los líderes también pedían «igualdad de derechos y
libertad en la relación con los empresarios capitalistas». La huelga organizada
en Hokkaido en 1907 terminó con el envío de tropas gubernamentales para
disolver a los huelguistas, que actuaron de modo violento y causaron daños a
los edificios. En 1918, año de las protestas por el aumento del precio del arroz,
los mineros aprovecharon para quejarse de esta subida y solicitar mejores
sueldos, provocando numerosos destrozos. De nuevo, tuvo que intervenir el
ejército para dispersar a los manifestantes. En posteriores huelgas, los líderes se
ocuparon de poner freno a los actos violentos por parte de los huelguistas, y así
evitar que los empresarios solicitaran al gobierno que enviara refuerzos. En
consecuencia, en las huelgas de 1924 y 1927 no se produjeron actos violentos,
pero los logros de los huelguistas fueron más bien escasos.
En el seno de la directiva del Rodo Sōdōmei Yūaikai se produjo una
escisión cuando el ala más radical empezó a defender la caída del capitalismo y
el control de los medios de producción por parte de los sindicatos. Era
evidente, pues, el impacto que la revolución bolchevique había tenido en los
dirigentes más radicales. Los sindicalistas dirigidos por Arahata Kanson (1887-
1981) se mostraron a favor de adoptar posturas más militantes, en tanto que
los grupos moderados insistían en ir logrando concesiones de forma pacífica.
Los primeros radicalizaron sus posiciones cuando, debido a un cierre patronal,
los obreros organizaron una huelga en los astilleros Mitsubishi y Kawasaki, en
Robe, y el gobernador envió al ejército contra los huelguistas. Pero los
moderados siguieron siendo influyentes en el Sōdōmei, así que los sindicatos
comunistas rompieron con él y formaron el Consejo del Trabajo (Rōdō
Hyōgikai) en 1925.
El gobierno empezó a hacer algunas concesiones durante la década de
1920, unos años de crecientes exigencias democráticas. En 1925 se revisó la
Ley de Regulación de la Policía y se eliminaron las restricciones sindicales, pero
se seguía limitando el derecho a la huelga en empresas públicas y en las
industrias dedicadas a la defensa. Había que controlar la violencia en los
conflictos laborales. La Gran Depresión de 1929 y las subsiguientes acciones
militares japonesas en el continente frenaron las actividades de los trabajadores,
que no querían ser tachados de poco patrióticos en un momento en que Japón
estaba iniciando una guerra «justa». En 1933 se creó el Club de Trabajo
Industrial, que exaltaba, precisamente, el «patriotismo industrial», y en 1938 se
fundó la Asociación Industrial Patriótica. En 1940 se disolvieron todas las
asociaciones independientes de trabajadores, que pasaron a agruparse en la
Asociación Industrial Patriótica.

Las mujeres en la nueva era

Los nuevos tiempos no se tradujeron en mejoras para la mujer; al contrario, su


posición legal, política y social era similar a la existente en la sociedad feudal
Tokugawa. La filosofía de Kaibara Ekken seguía dominando aún la sociedad
japonesa, en la que los hombres desempeñaban un papel preponderante. Al
principio, durante el período de mayor auge del movimiento por la
«civilización y la ilustración», algunas voces defendieron la causa de las mujeres.
Entre ellos estaba Fukuzawa Yukichi, que preconizaba la igualdad entre el
hombre y la mujer afirmando que «los hombres son seres humanos, al igual
que las mujeres». En su opinión, la familia debería construirse sobre la base de
una relación entre marido y mujer, y no entre padre e hijo, como enseñaba el
confucionismo: «El pilar básico de las relaciones humanas es el constituido por
el marido y la mujer. La relación entre esposo y esposa fue anterior a la de
padres e hijos o hermanos y hermanas», y añadía: «Puesto que el matrimonio es
una sociedad entre iguales, las mujeres debieran tener los mismos derechos que
los hombres a la hora de dirigir su casa, tener propiedades, divorciarse, volver a
casarse, etc.». También defendía que las mujeres eran tan inteligentes como los
hombres, por lo que las niñas deberían recibir la misma educación y ser criadas
como los niños[13]. Otros miembros de su círculo compartían las ideas de
Fukuzawa; éste es el caso de Mori Arinori, que condenaba la desigualdad
existente en la relación marido-mujer que prevalecía en Japón y abogaba por la
creación de un contrato matrimonial en el que se especificaran claramente los
derechos y obligaciones de ambas partes.
Algunas mujeres participaron en el movimiento por la defensa de los
derechos del pueblo de la década de 1870, pero garantizar los derechos de las
mujeres estaba muy lejos de las mentes de los líderes Meiji. En 1882, el
gobierno prohibió a las mujeres dar mítines y, en 1890, se vetó su presencia en
cualquier actividad de tipo político, incluso asistir a mítines políticos. La Ley
de Regulación de la Policía de 1900 no permitía a las mujeres fundar
organizaciones políticas. El Código Civil Meiji de 1898 otorgaba al cabeza de
familia prácticamente autoridad absoluta sobre todos sus miembros y
eliminaba algunas de las prácticas más liberales que se habían mantenido en la
sociedad urbana Tokugawa. Se impuso el mayorazgo obligatorio para todas las
clases sociales, de manera que el cabeza de familia era quien tenía derecho a
controlar las propiedades familiares, decidir el lugar de residencia de todos sus
miembros y aprobar o no divorcios y matrimonios. La esposa carecía de
derechos legales y quedaba sometida a la autoridad absoluta del cabeza de
familia o del esposo. Uno de los apartados del Código Civil estipulaba que «los
inválidos, los discapacitados y las esposas no pueden emprender ningún tipo de
acción legal».
Los líderes cristianos intentaron eliminar la poligamia y los burdeles
públicos. Aunque el Código Legal de 1870 reconocía legalmente a las
concubinas, en 1882 se puso fin a la práctica de incluirlas en el registro de
familia. Las mujeres que cometían adulterio recibían castigos muy severos, pero
los hombres podían actuar con total impunidad. En la mayoría de las ciudades
seguían existiendo los barrios de burdeles, en los que trabajaban como
prostitutas chicas jóvenes y mujeres que habían sido vendidas por sus
empobrecidas familias, casi siempre de origen campesino. A medida que
aumentaba la población urbana crecía también el número de dueños de
burdeles, por lo que también se incrementó el de chicas que trabajaban en
ellos. En 1904, prestaban sus servicios en los prostíbulos públicos 43.134
chicas. Hacia 1924 llegaron a ser 52.325 las mujeres parte de este sistema
inhumano, que perduró hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Entre los partidarios de clausurar los burdeles se encontraba una educadora
cristiana, Yajima Kajiko (1833-1925) que, junto con los reformistas, logró que
se prohibieran los prostíbulos, aunque este veto estaba limitado a un solo lugar:
la prefectura de Gumma, cerca de Tokio. La decisión fue tomada en la
asamblea de la prefectura celebrada en 1882. El líder del Ejército de Salvación,
Yamamuro Gumpei (1872-1940), también combatió de forma activa, aunque
sin resultados, contra los burdeles, si bien consiguió liberar a algunas chicas y
mujeres obligadas a ejercer por contrato. Los esfuerzos por erradicar el sistema
se paralizaban cada vez que la hambruna obligaba a los indigentes campesinos a
vender a sus hijas a los burdeles no sólo de Japón, sino también de otros países
del continente y del sudeste asiático. Se calcula que en 1910 había entre 3.500
y 5.000 mujeres japonesas en los prostíbulos de Singapur.
Aunque, como hemos visto, la Ley de Educación garantizaba el derecho de
niños y niñas a la enseñanza, hasta principios de siglo la asistencia de estas
últimas a la escuela era bastante baja. Su educación se limitaba prácticamente a
la enseñanza primaria. En 1879, el gobierno decretó que, al finalizar la escuela
elemental, niños y niñas asistieran a escuelas distintas en función de su sexo.
En 1895 existían únicamente treinta y siete escuelas de enseñanza media para
chicas, en su mayoría dirigidas por misioneras. El primer colegio de educación
superior para mujeres no se creó hasta 1911. En 1899, el Ministerio de
Educación declaró que el objetivo de la educación superior para las chicas era
enseñarlas a ser «buenas esposas y sabias madres», y que «las cualidades que
debían inculcarse eran las de modales finos y elegantes, docilidad y modestia».
De ahí que se diera tanta importancia a las actividades domésticas en
detrimento de las clases de matemáticas, ciencias y lenguas extranjeras. Esta
mentalidad estaba también presente entre los miembros de la familia. Ishimoto
Shidzue (1897-) recordaba en los años 30 que «consciente o inconscientemente
mi madre enseñó a mi hermana a inhibir sus anhelos y ambiciones, educándola
para renunciar a su individualidad a favor de la de su marido y para mantener
la armonía en la familia de éste»[14]. Como ya dijimos, un alto porcentaje de
chicas trabajaba en las tierras arrendadas por sus padres o en las plantas textiles.
Aparte de estas labores, la única salida a la que podían optar las mujeres era la
enseñanza en escuelas elementales. Aunque generalmente se las relegaba como
profesoras de los cursos más bajos, al menos tenían acceso a la docencia. El
número de mujeres universitarias siguió siendo reducido hasta finales de la
Segunda Guerra Mundial, pero la universidad tampoco estaba al alcance de la
mayoría de los varones procedentes de familias obreras o de zonas rurales. El
único campo al que pudo acceder la mujer japonesa antes que la
estadounidense fue el de la medicina. La primera mujer que luchó por
convertirse en doctora en Medicina fue Takahashi Mizuko (1852-1927) que,
junto con otras estudiantes, solicitó que el gobierno no restringiera la
concesión de licencias médicas a los hombres, petición que fue aceptada en
1884. Takahashi solicitó su ingreso en una escuela de Medicina pero no fue
admitida, por lo que decidió hacer una sentada durante tres días y tres noches a
las puertas de otra escuela como medida de presión para que la dejaran
matricularse. Conseguido su propósito, en 1887 se convirtió en la primera
mujer médico de Japón. Otra mujer pionera en la batalla de las mujeres para
llegar a ser médicos fue Yoshioka Yayoi (1871-1959), que en 1900 fundó una
escuela de Medicina para mujeres. Sin embargo, las licenciadas por esta escuela
no pudieron ejercer su profesión hasta 1912, pues el gobierno se negó a
reconocer el título y no permitía a sus estudiantes presentarse a los exámenes
nacionales. Después de 1912 el número de matrículas en la escuela de Yoshioka
aumentó considerablemente, hasta el punto de que, en 1928, más de
ochocientas estudiantes habían pasado por sus aulas.
La lucha por alcanzar la igualdad política y social de la mujer no
conseguiría el impulso necesario hasta la llegada de los movimientos socialistas
y comunistas de principios de siglo.
Situación política a finales de siglo

La adopción de la Constitución y la creación de la Asamblea deberían haber


proporcionado a aquellos que estaban excluidos del círculo de gobierno interno
la oportunidad de romper el control monopolista de los oligarcas, pero éstos
siguieron conservando el poder dentro y fuera del marco constitucional. Aún
tenían vínculos personales con el Emperador, que ostentaba el poder soberano
al amparo de la Constitución y seguía siendo «sagrado e inviolable». Se
encargaba de designar a los miembros del Gabinete, que no tenían que rendir
cuentas a la Asamblea, sino al Emperador directamente. Los oligarcas eran
miembros del Consejo Privado y de la Cámara de los Pares, por lo que podían
monopolizar los nombramientos de primer ministro. Itō fue la persona que
más tiempo ostentó este cargo. Las fuerzas armadas tampoco dependían de la
Asamblea, excepto en asuntos monetarios. Los militares eran, en realidad, los
alguaciles personales de Yamagata Aritomo, que, en diversas ocasiones, ocupó
los cargos de jefe del Gabinete, ministro de la Guerra y primer ministro. La
práctica por la que un reducido círculo de poderosos tomaba decisiones de
mutuo acuerdo hacía que todo el sistema funcionara fuera de los límites
legales, aunque los que verdaderamente mandaban no solían ocupar cargos
públicos o posiciones importantes, sino que actuaban en la sombra.
Las primeras elecciones a la Asamblea se celebraron en julio de 1890, pero
el derecho al voto estaba muy restringido. Los dos partidos de la oposición que
se presentaron fueron el nuevo Partido Liberal, encabezado por Itagaki, y el
Partido Progresista (antiguo Partido de la Reforma), ahora sin la dirección de
Ōkuma, que había abandonado el partido en 1884. El primero obtuvo 130
escaños, mientras que el Partido Progresista consiguió 41. El partido a favor del
gobierno alcanzó 79 escaños.
Los partidos políticos se organizaban principalmente por vínculos
personales y regionales más que a partir de unos principios y objetivos
definidos. No consiguieron ponerse de acuerdo para desafiar conjuntamente a
los líderes del gobierno, dedicando casi todo su tiempo y energía a resolver
disputas internas y entre partidos. Los líderes del gobierno adoptaron una
postura de estar «por encima de los partidos», por lo que no incluyeron a
ningún líder de partido en el gabinete.
Yamagata, que era primer ministro cuando se constituyó la primera
Asamblea, adoptó una actitud especialmente dura hacia los partidos políticos.
Itō, por su parte, era partidario de posiciones más moderadas. Así pues,
empezó a abrirse una brecha entre los dos líderes: Yamagata se convirtió en el
dirigente de la facción «militarista», e Itō en el líder de la facción «civil».
La única provisión constitucional que autorizaba a la Asamblea a increpar
al gobierno era en asuntos de impuestos y presupuesto. Debido a la inexorable
oposición de la Asamblea sobre los presupuestos, los dirigentes del gobierno la
disolvían con bastante frecuencia, celebraban nuevas elecciones y trataban de
manipular el voto con sobornos, intimidación e, incluso, violencia. En 1892,
cuando la Asamblea intentó reducir el presupuesto naval, el gobierno,
encabezado por Itō, se acogió al artículo 67 de la Constitución, por el cual el
gasto fijo otorgado por el poder supremo del Emperador no podía ser
rechazado o reducido por la Asamblea. Consiguió, así, que el Emperador
promulgara un edicto en el que solicitaba a la Asamblea la aprobación del
presupuesto por ser esencial para la defensa de la nación. En otras palabras, el
Emperador era una herramienta de la cúpula del poder, la llamada genrō, que
mermaba las únicas armas legales de las que la Asamblea disponía para
enfrentarse al gobierno.
Con todo, en medio de contiendas políticas entre el gobierno y los
partidos, se desarrolló una crisis de política exterior que obligó a los dos bandos
a poner a un lado sus diferencias y aunar esfuerzos frente a un nuevo conflicto
nacional: la confrontación con China.

El enfrentamiento con China por Corea

Desde el principio de la era Meiji, algunos líderes japoneses habían albergado


sueños imperialistas con respecto a Corea. Estos ideales se pusieron de
manifiesto en los planes de Saigō para lanzar una campaña contra ese país. En
1876, Japón convenció a Corea de que entablara relaciones diplomáticas y
aceptara un tratado desigual que otorgaba derechos especiales a los japoneses
en Corea. Pero la postura coreana estaba dividida entre aquellos que se oponían
a la apertura del país al mundo exterior y los que estaban a favor de la
modernización de la nación, al estilo japonés. La facción conservadora anti-
Japón organizó un alzamiento en 1882 que obligó a la Reina a solicitar la
intervención del gobierno chino. En Japón, la facción a favor de la guerra,
encabezada por Yamagata, utilizó el ataque a la delegación japonesa como
pretexto para enviar tropas a Corea. Los rebeldes fueron derrotados por las
fuerzas chinas, pero la facción guerrera japonesa aprovechó este disturbio y la
presencia de las tropas chinas en aquel país como excusa para expandir su
fuerza naval y militar. Por su parte, Itō sentía que Japón no estaba preparado
para un enfrentamiento militar con China, por lo que en 1885 alcanzó un
acuerdo con el líder chino Li Hungzhang. La Convención Li-Itō anunció la
retirada de tropas chinas y japonesas de Corea. Ambas naciones acordaron
informarse mutuamente antes de proceder al envío de soldados a Corea.
El malestar seguía en aumento entre el pueblo coreano, azotado por una
importante crisis económica. Fue entonces cuando nació un nuevo culto, la
Sociedad Tong Hak, que predicaba la salvación de Corea de la intrusión
extranjera y prometía ayudar y enriquecer a los pobres. En 1894, la Sociedad
organizó un levantamiento ante el cual el gobierno coreano tuvo que solicitar
ayuda al chino para someter a los rebeldes. Al mismo tiempo, los líderes
japoneses se pusieron en pie de guerra y enviaron tropas a Corea antes incluso
de haber notificado a China esta decisión. La intervención japonesa provocó
enfrentamientos con las fuerzas chinas y, en agosto de ese año, Japón declaró la
guerra a China. Fue así como empezó la guerra chino-japonesa.
El ejército y la armada japoneses eran más modernos y estaban mejor
preparados para la guerra que los chinos. China había quedado maltrecha tanto
por la intervención de las potencias occidentales desde la Guerra del Opio con
Gran Bretaña (1839-1842) como por las revueltas internas. Las fuerzas
japonesas avanzaron hacia el norte y cruzaron el río Yalu para adentrarse en
territorio chino. La Armada, por su parte, derrotó a la flota china en el Mar
Amarillo y obtuvo así la supremacía naval. A continuación, se enviaron tropas a
la península de Liaodung y se tomó Port Arthur. China aceptó la superioridad
militar japonesa y decidió negociar el fin del conflicto. Itō no se mostró a favor
de infligir un duro golpe a China porque creía que así rompería el orden
político en aquel país y podría favorecer la incursión occidental en Corea. En
marzo de 1895, Li Hungzhang llegó a Shimonoseki y firmó un tratado de paz
cuyos términos incluían el reconocimiento por parte de China de la
independencia de Corea, la cesión de la península de Liaodung, de Formosa y
de la isla de Pescadores a Japón, el pago de una indemnización, la firma de un
tratado comercial con Japón y la ampliación para los japoneses de algunos
derechos sobre navegación e industria.
La guerra despertó el fervor nacionalista japonés, incluso entre los
intelectuales liberales como Fukuzawa Yukichi, que, desde posiciones
chovinistas, defendían a ultranza una derrota aplastante a China, o entre
algunos cristianos como Uchimura Kanzō, que observaban la guerra
sencillamente como lo que era: una guerra. En cierto modo, este conflicto se
puede considerar el acontecimiento de la época que despertó y fomentó el
militarismo y el imperialismo nipón. Desde ese momento, la política exterior
japonesa tomó un rumbo mucho más agresivo y patriótico.
Sin embargo, la victoria de Japón provocó nuevos problemas en el ámbito
político internacional. Rusia también estaba interesada en ampliar su radio de
acción sobre Manchuria y Corea y se opuso al tratado de Shimonoseki, por el
que Japón adquiría el control de la península de Liaodung. Convenció a
Francia y a Alemania para presentar una queja conjunta contra la adquisición
japonesa de la Península. Frente a la triple intervención, el gobierno japonés se
vio obligado a renunciar al control de la Península a cambio de concesiones
adicionales. Este enfrentamiento despertó suspicacias en el pueblo japonés y
alentó sus sentimientos anti-Rusia, al mismo tiempo que el gobierno empezaba
a ampliar el ejército y la armada.
La anexión japonesa de Formosa contó con la oposición de los habitantes
de la isla, si bien Japón consiguió reprimir la resistencia y aplicó una política
colonial relativamente liberal. El Gobernador General decidió dar prioridad a
las condiciones de vida de la población indígena e introdujo medidas para
mejorar la sanidad y las infraestructuras, así como para incrementar la
producción agrícola. La política colonial japonesa en Formosa demostró, pues,
ser bastante civilizada.
Los esfuerzos japoneses por extender su influencia a Corea se encontraron
con más obstáculos. En este país, la lucha entre la facción a favor de Japón y el
grupo que se oponía a las incursiones extranjeras provocó que la facción
encabezada por la reina Min solicitara el apoyo de Rusia. Esto fue motivo para
que algunos oficiales japoneses tomaran parte en el asesinato de la Reina, lo
que fomentó la reaparición de fuertes sentimientos anti-japoneses en Corea y
una nueva petición de ayuda a Rusia. La rivalidad entre Rusia y Japón por
Corea contribuyó a acelerar el estallido de la guerra entre ambos países.
Tras el conflicto chino-japonés, Japón aumentó su actividad económica en
Corea, exportando artículos de algodón e importando arroz. También
participó en la construcción del ferrocarril y puso sus miras hacia el río Yalu
para explotar la industria maderera de esa región, pero esta pretensión chocó
con los intereses rusos. En el acuerdo Nish-Rosen de 1898, Rusia había
aceptado no interferir en las relaciones comerciales de Japón con Corea, pero el
avance japonés en dirección a Yalu puso fin a las expectativas rusas de
desarrollar una industria maderera en aquella zona.
Sin embargo, el interés primordial de Rusia era ampliar sus intereses en
Manchuria y contar con un puerto libre de hielo en Asia oriental. En 1896,
Rusia consiguió que China accediera a construir una línea de ferrocarril que
cruzara el norte de Manchuria para conectarla con el Transiberiano en
dirección a Vladivostok, lo que supuso el inicio de la construcción de la Red
Ferroviaria de China Oriental. Tras la Triple Intervención, Rusia consiguió que
China le cediera la península de Liaodung y Port Arthur por un período de
veinte años. De esta forma, Rusia se hacía con aquello a lo que había obligado
a Japón a renunciar, además del permiso para construir una línea de ferrocarril
en el sur de Manchuria que uniera el Ferrocarril Oriental de China con Port
Arthur. Para poder crear una línea directa entre Vladivostok y Port Arthur,
Rusia necesitaba un acceso por Corea, pero esta posibilidad era contraria a los
intereses japoneses por ampliar sus dominios en ese país.
A Japón le preocupaban las intenciones que Rusia albergaba con respecto
de Corea y la presencia de las tropas rusas en Manchuria, destacadas en esta
región desde la Rebelión Bóxer de China en 1900. En principio las tropas
deberían haberse retirado al final del conflicto, pero Rusia seguía demorando el
traslado. En previsión de un posible conflicto con Rusia, Japón firmó la
Alianza Anglo-Japonesa en 1902. Gran Bretaña y Japón acordaron mantener el
statu quo y la paz en Asia oriental de modo que, si una de las partes se viera
envuelta en una guerra, la otra permanecería neutral a menos que Japón o
Gran Bretaña fueran atacados por más de una potencia. Los dirigentes
japoneses entablaron conversaciones con Rusia para que este país reconociera
los particulares intereses de Japón en Corea. A cambio, Japón reconocería los
intereses de Rusia en Manchuria. Pero ninguna de las partes quería garantizar a
la otra libertad de movimientos en Corea o Manchuria, por lo que las
negociaciones se rompieron y los gobernantes japoneses decidieron ir a la
guerra en febrero de 1904.
Después de varias escaramuzas navales en la costa de Inchon, el 9 de
febrero la flota japonesa, a las órdenes del almirante Tōgō, atacó a la flota rusa
del Pacífico emplazada en Port Arthur. El día 10 de ese mismo mes Japón
declaró la guerra a Rusia. Japón jugaba con ventaja porque contaba con un
ejército bien entrenado cerca de la zona de combate, mientras que Rusia tenía
que desplazar a sus hombres a más de ocho mil kilómetros, desde Moscú hasta
Port Arthur. Las tropas japonesas cruzaron el río Yalu, se adentraron en
Manchuria y derrotaron a las fuerzas rusas en la península de Liaodung.
Aunque la flota rusa de Port Arthur fue seriamente dañada, la fortaleza de Port
Arthur representaba un obstáculo mucho mayor para el ejército japonés. El
general Nogi dirigió la campaña de mayo a diciembre de 1904. Repitió los
ataques contra el fuerte sin prestar atención a las bajas que iba sufriendo. Tras
240 días de lucha y 156 de asedio, el comandante ruso, general Stessel, decidió
rendirse. Al final de esta campaña el número de muertos y heridos en el ejército
japonés ascendía a 57.780, mientras que las bajas rusas no alcanzaban la mitad
de esa cifra. Con todo, el general Nogi se hizo famoso como gran jefe militar,
recibiendo las alabanzas tanto de los miembros del gobierno como del pueblo.
La mayor batalla en tierra se libró en Mukden en marzo de 1905.
Participaron en ella 300.000 soldados japoneses y 310.000 rusos. Después de
diez días de combate las tropas rusas se vieron obligadas a retirarse al norte,
mientras que los estrategas de la campaña aguardaban la llegada de la flota del
Báltico, que había sido enviada a la zona de conflicto en octubre de 1904.
Después de un azaroso viaje de más de treinta mil kilómetros repleto de
problemas, la flota llegó al Mar de China Oriental, pero cuando intentaba
cruzar el Estrecho de Tsushima, entre Corea y Japón, se encontró con la flota
japonesa comandada por el almirante Tōgō, y la batalla concluyó en
veinticuatro horas.
Esta derrota convenció al gobierno ruso para aceptar la oferta del
presidente eodore Roosevelt de actuar de mediador en el conflicto. Los
delegados de las dos naciones se reunieron en Portsmouth, Maine, a principios
de agosto de 1905, y firmaron el Tratado de Portsmouth, por el cual Rusia no
hacía grandes renuncias en el Lejano Oriente: Japón consiguió la mitad sur de
la isla de Sajalín, la cesión rusa de Liaodung y el ferrocarril del sur de
Manchuria. Además, Rusia reconoció los importantes intereses nipones en
Corea.
Para Japón, los beneficios reportados por el tratado fueron más pobres de lo
esperado y suscitaron las protestas de los ultranacionalistas, que provocaron
violentos enfrentamientos con las autoridades. La guerra había avivado el
nacionalismo japonés, pero no todo el mundo era partidario de una guerra.
Los nuevos líderes socialistas como Kōtoku Shūsui (1871-1911), entre otros,
habían expresado su preocupación por la creciente hostilidad entre Rusia y
Japón incluso antes de que estallara la guerra. Pero por su persistente oposición
a un conflicto bélico acabaron en la cárcel. Algunos escritores también dejaron
constancia de su disconformidad. Así, el poeta Yosano Akiko (1878-1942)
escribió un poema en el que rogaba a su hermano que no participara en la
guerra: «Caiga la fortaleza de Port Arthur / o no caiga / no es de tu
incumbencia»[15].
La derrota rusa convirtió a Japón en uno de los principales protagonistas
del Lejano Oriente, pues facilitó la entrada de intereses japoneses en
Manchuria y promovió una actitud más agresiva hacia Corea. Rusia no sólo
reconoció los importantes intereses de Japón en Corea, sino que Estados
Unidos hizo lo propio en el Tratado de Taft-Katsura de julio de 1905. A
cambio, Japón renunció a sus intereses en Filipinas. Al renovar el Tratado
Anglo-Japonés en 1905, Gran Bretaña también reconoció los supremos
intereses de Japón en Corea.
Esta situación permitió a Japón proseguir su intento de convertir a Corea
en un protectorado y, finalmente, en una colonia. A principios de 1906, Itō fue
nombrado Residente General de Corea y empezó a participar en los asuntos
internos y en la política externa de ese país. Su intervención disparó la
oposición coreana y provocó violentos conflictos. Durante 1906 y 1907, entre
cincuenta mil y sesenta mil coreanos lucharon para evitar que Japón se
inmiscuyera en los asuntos del país. Itō se llevó consigo a veinte mil soldados
japoneses para sofocar la resistencia, lo que provocó la muerte de entre siete mil
y ocho mil combatientes coreanos en los años 1907 y 1908. En el otoño de
1909 un patriota coreano mató a Itō en Harbin, Manchuria, en donde tenía
una reunión con el ministro de Hacienda ruso. Este asesinato proporcionó a
los más radicales, como Yamagata, la excusa perfecta para conseguir por la
fuerza la anexión de Corea, que finalmente tuvo lugar en agosto de 1910. Los
coreanos se vieron forzados a someterse al poder japonés hasta finales de la
Segunda Guerra Mundial.

La situación interna al final de la era Meiji

Los partidos políticos cooperaron con el gobierno y lo apoyaron durante la


guerra chino-japonesa, aprobando su propuesta de incrementar los fondos
destinados a defensa militar, aunque seguían sin poder acceder a formar parte
del mismo. La rivalidad entre partidos hizo posible que el círculo de oligarcas
se aprovechara de esta situación y enfrentara a un partido con otro. Los líderes
de los partidos, al percatarse de este juego, decidieron formar un partido
unido, por lo que en junio de 1898 disolvieron los dos partidos y formaron
uno nuevo unificado: el Partido Constitucional.
En vista de los acontecimientos, Itō se planteó crear su propio partido para
contrarrestar los ataques de la oposición a su política. Sin embargo, no
consiguió que los oligarcas apoyaran su plan, especialmente el dirigente
principal de la oligarquía, el autoritario Yamagata, que expresó su rotundo
rechazo.
Itō y Yamagata habían cooperado en la dirección del gobierno desde la
salida de los tres líderes de la Restauración Meiji: Saigō, Kido y Ōkubo. Itō era
más moderado, liberal y flexible que Yamagata, defensor a ultranza de la
poderosa oligarquía. Itō era el líder de la facción civil y Yamagata de la militar.
Yamagata tenía muchos apoyos en el ejército y entre los burócratas. Se opuso a
los planes de Itō de organizar un partido político porque temía un tipo de
gobierno multipartidista democrático, que no estaba en consonancia con el
carácter político nacional. Enfrentado a una fuerte oposición por parte de la
élite del poder, Itō, que entonces era primer ministro, presentó su dimisión y
solicitó al Emperador que pidiera a Itagaki y Ōkuma que formaran un nuevo
gabinete. Fue así como, en junio de 1898, se formó el primer gobierno de
partido. Yamagata lamentó este hecho por considerarlo el final del gobierno
Meiji.
Ōkuma fue nombrado Primer Ministro e Itagaki ministro del Interior.
Aunque los dos partidos se habían fusionado en uno, siguieron existiendo
facciones y luchas por ocupar puestos en el gabinete, provocando divisiones en
el seno del partido. El resultado fue que las dos facciones se separaron e Itagaki
y su grupo abandonaron el gabinete. El intento de Ōkuma de seguir adelante
con el apoyo del antiguo Partido Liberal fracasó y se vio obligado a dimitir. El
gobierno de partido había durado sólo cuatro meses y el Partido
Constitucional se escindió entonces en dos partidos distintos.
Yamagata fue el siguiente primer ministro. Gracias a la cooperación del
reconstruido Partido Constitucional y a los sobornos que pagó a los miembros
de la Asamblea, consiguió subir los impuestos. Entre las medidas que introdujo
se incluyen la reducción de los bienes necesarios para gozar de derecho al voto,
un aumento del número de miembros de la Asamblea (de 300 a 369) y la
introducción del voto secreto. Para acabar con el tráfico de influencias, eliminó
el sistema de libre designación para la mayoría de los cargos burocráticos e
introdujo un sistema de acceso a través de un examen. Convirtió a la
burocracia en un cuerpo semiautónomo, sentando las bases de un sistema que
ha funcionado como baluarte del más arraigado conservadurismo hasta
nuestros días. También pasó revisión a las leyes relativas al ejército y a la
armada y dispuso que sólo los mandos superiores en activo, tanto de la armada
como del ejército, podrían ser designados ministros de la Guerra y de la
Armada. También puso en marcha la Ley de Regulación de la Policía de 1900,
destinada a frenar a las organizaciones sindicalistas.
Itō continuó con su plan de organizar un partido político. Los miembros
del Partido Constitucional se unieron a él en 1900 para formar el Rikken
Seiyūkai (Amigos de la Asociación Constitucional del Gobierno). Itō formó un
gabinete con el apoyo del Seiyūkai, pero se encontró con la oposición de la
Cámara de los Pares, formada por muchos miembros designados por Yamagata.
Enfrentado a la Cámara de los Pares y a los burócratas de alto rango, sin
olvidar las fricciones internas con el gabinete, Itō decidió dimitir, poniendo así
fin a sus esfuerzos de constituir un gobierno de partido.
Itō fue el último primer ministro de la elite genrō. El liderazgo del gobierno
pasó luego a Katsura Taró (1847-1913), discípulo de Yamagata, y a Saionji
Kimmochi (1849-1940), descendiente de la aristocracia heiana. Saionji era de
tendencia liberal y en su juventud se había sentido atraído por los conceptos
políticos de Rousseau. En un segundo plano, por supuesto, se encontraban la
genrō, Itō y Yamagata. Este último era el que realmente detentaba el poder,
aunque desde la sombra. Katsura, que había sido nombrado primer ministro,
pensaba que el doble papel de Itō como miembro de la genrō y jefe de partido
era frustrante, y consiguió que Yamagata pidiera al Emperador que obligara a
Itō a cortar su vinculación con el partido político. Itō tuvo que cumplir la
orden y, efectivamente, se retiró de la política activa en 1903. Su lugar como
dirigente del Seiyūkai fue ocupado por Saionji.
Katsura ocupó el cargo de primer ministro durante la guerra ruso-japonesa.
Le sucedió Saionji en 1906. Ambos hombres presidieron alternativamente el
gabinete durante los doce años siguientes. Yamagata adoptó una postura muy
crítica hacia Saionji, pues le preocupaba que su vinculación con el Seiyūkai
acabara con su poder. Le recriminaba, además, su falta de dureza con los
socialistas, propulsores de reformas sociales y políticas.
Entre los primeros socialistas cabe mencionar a Sakai Toshihiko (1870-
1933). Dentro de este grupo había quienes se inclinaban por el anarco-
sindicalismo, entre los que destaca Kōtoku Shūsui. Se incluían también
reformistas cristianos, como Uchimura Kanzō, así como algunas militantes
feministas, entre las que cabe citar a la pionera Kanno Sugako (1881-1911).
Los socialistas fundaron en 1903 la Sociedad de los Comunes (Heiminsha) y
lanzaron un periódico, el Heimin Shimbun. Cuando estalló la guerra ruso-
japonesa, mostraron su oposición al conflicto. Sakai y Kōtoku fueron
encarcelados y se cerró el Heimin Shimbun. Después de la guerra, en 1906, la
sección más moderada decidió organizar el Partido Socialista, para lo cual
recibieron la aprobación de Saionji. Entre los líderes de esta facción moderada
estaba Katayama Sen, que anteriormente había participado en la organización
de un sindicato. Para seguir adelante con la lucha, tanto él como sus seguidores
organizaron el Partido Demócrata Social en 1901, pero el gobierno disolvió el
partido inmediatamente.
Entre los miembros más radicales de este grupo se encontraba Kōtoku
Shūsui, que residía en los Estados Unidos desde su salida de la cárcel en 1905.
Permaneció allí hasta 1906 y estableció contactos con los anarquistas. A su
regreso a Japón, se convirtió en el líder no oficial de los que compartían su
filosofía. Entre ellos estaba Kanno Sugako, la mujer que se convirtió en la
figura clave de la conspiración para asesinar al Emperador. El plan fue
descubierto, y, aunque Kōtoku no estuvo implicado directamente, fue acusado
de alta traición junto con otras doce personas.
Kanno había formado parte del movimiento reformista radical para luchar
por la situación de las mujeres. Tomó parte activa en el movimiento destinado
a poner fin a la legalización de los burdeles, a la cabeza del cual estaba Yajima
Kajiko. Luego se unió al círculo Heiminsha y se opuso a la guerra ruso-
japonesa. En sus escritos, dejaba patente su protesta por el tratamiento que la
mujer recibía en Japón: «Según las costumbres más arraigadas, las mujeres
hemos sido consideradas una forma de propiedad material. Las mujeres
japonesas viven como esclavas. Japón se ha convertido en una nación
desarrollada, civilizada, pero una verja de hierro invisible sigue poniendo
barreras a nuestra libertad… Nuestro ideal es el socialismo, que busca la
igualdad de clases»[16]. Kanno fue el cerebro de la conspiración para asesinar al
Emperador, aunque el gobierno acusó a Kōtoku de haber dirigido la operación.
La conspiración, conocida con el nombre de «Caso de la Alta Traición», fue
descubierta en 1910 y provocó la detención de veintiséis personas, doce de las
cuales fueron ejecutadas, incluidas Kanno y Kōtoku. Durante el interrogatorio,
Kanno se mantuvo firme en su decisión de no renunciar a sus convicciones.
Aseguró que no mostraba ningún arrepentimiento y que, aunque lo sentía por
la figura del Emperador, «como tal es el principal responsable de la explotación
económica del pueblo. Desde un punto de vista político, el Emperador es la
raíz de todos los crímenes que se están cometiendo, e intelectualmente es
culpable de muchas creencias supersticiosas». Ante su inminente ejecución
Kanno trató desesperadamente de aprender inglés, tal y como deja de
manifiesto en las siguientes palabras: «Ha llegado para mí el momento de
aprender a leer al menos algunas pequeñas obras selectas en inglés. Tendría que
haberlo hecho antes de morir… Probablemente no me queda mucho tiempo,
así que supongo que no llegaré a dominar ese idioma, algo que lamento
profundamente»[17].
El escritor Tokutomi Roka (1868-1927) mostró su pesadumbre por la
ejecución de los doce acusados: «Los funcionarios que han puesto fin a la vida
de los doce conspiradores en nombre de la lealtad al Trono son, en verdad, los
súbditos más desleales e injustos… No debemos temer a las rebeliones. No
debemos tener miedo a convertirnos en rebeldes. Lo nuevo siempre es
revolucionario»[18]. Este incidente refrenó temporalmente al movimiento
socialista, además de que el gobierno, bajo la presidencia de Katsura, se
propuso reprimir a este grupo y erradicar completamente cualquier
manifestación de pensamiento socialista. Llegó incluso a prohibir el libro
Sociedad de insectos porque, en su título, incluía la palabra «sociedad».
Poco después de este incidente, en agosto de 1911, fallecía el emperador
Meiji, poniendo así fin a un importante período histórico que fue testigo de la
transformación de Japón de una sociedad feudal cerrada en sí misma a un
Estado «moderno», resultado de cambios intelectuales, culturales, sociales y
económicos. A pesar de sus defectos, también se había constituido un gobierno
constitucional. Se abolió el rígido orden social feudal y, aunque todavía se
conservaba el sistema de clases, había mucha más flexibilidad social, lo que
permitió que algunos miembros de las clases inferiores alcanzaran cierta
movilidad dentro de la sociedad. Se introdujo un sistema de educación
moderno que garantizaba la enseñanza a ambos sexos. Los sectores industrial y
comercial experimentaron un crecimiento significativo. Según los economistas
Ohkawa y Rosovsky, la base para el crecimiento económico se forjó durante los
años 1868-1885, mientras que el período 1886-1905 representó la fase inicial
del moderno crecimiento económico. A finales de la era Meiji Japón había
iniciado ya la segunda fase, que duró hasta 1952. Se habían creado un ejército
y una armada modernos que habían convertido a Japón en una de las
principales potencias militares y políticas de Asia oriental, con sendas victorias
en las guerras chino-japonesa y ruso-japonesa.
No obstante, las costumbres y maneras del viejo Japón seguían estando
muy arraigadas. Okakura Kakuzō, una autoridad en arte japonés y discípulo de
Fenollosa, observó: «Si uno mira bajo la superficie de las cosas puede ver que, a
pesar de la moderna envoltura, el corazón del viejo Japón sigue latiendo con
fuerza»[19]. Un especialista occidental se hacía eco de la permanencia «del ideal
de lealtad feudal, del sistema patriarcal, de la actitud hacia la mujer, de la
exaltación de las virtudes marciales»[20]. Lafcadio Hearn, que se sumergió en la
vida y la cultura japonesas, observó que «en teoría, el individuo es libre; en la
práctica, apenas es más libre de lo que fueron sus antepasados… Allá donde
mire, veo que el individuo ha de enfrentarse al despotismo de la opinión
colectiva»[21]. El emperador Meiji simbolizaba la persistencia del viejo orden
como gobernador sacrosanto. El concepto de lealtad al Emperador se inculcaba
a los niños desde el mismo instante en que ingresaban en las escuelas públicas.
De esta forma se moldeaba su mente para que, algún día, estos estudiantes
murieran en batalla gritando: «¡Emperador, Banzai, salve al Emperador!». Los
oligarcas Meiji mantenían recluido al Emperador y ejercían el poder en su
nombre. Cualquiera que se atreviera a desafiar el orden existente era condenado
por traición y deslealtad. Tal y como afirmaba Kanno, el Emperador era el
soporte que mantenía el orden establecido.
6. Los años Taishō:
el camino hacia la democracia

Relaciones exteriores

El emperador Taishō, sucesor del emperador Meiji, no gozaba de buena salud.


Ocupó el trono desde 1912 a 1926, pero en 1921 se vio obligado a delegar en
su hijo Hirohito, que asumió las obligaciones imperiales e hizo las funciones de
regente. En el ámbito gubernamental, Katsura y Saionji ejercieron
alternativamente de primer ministro durante el período comprendido entre
1901 y 1913. Los principales problemas a los que se enfrentaron fueron de tipo
monetario, resultado del elevado gasto que suponía financiar al ejército y a la
armada. En 1914 Ōkuma, que por entonces ya estaba retirado de la política, se
convirtió en primer ministro. Sin embargo, se vio sorprendido por la Primera
Guerra Mundial antes de que pudiera ocuparse de los asuntos internos del país.
Japón entró inmediatamente en guerra al lado de las potencias aliadas. La
Alianza Anglo-Japonesa era la excusa perfecta para participar en el conflicto,
aunque el verdadero motivo era obtener las concesiones que Alemania tenía en
China. Japón no tardó en hacerse con las posesiones alemanas en la península
de Shandung y en el Pacífico.
En 1915, el gobierno japonés presentó a China «las Veintiuna Peticiones».
Además de demandar la transferencia de las concesiones alemanas a Japón, se
incluían varias provisiones en las que se solicitaba el reconocimiento de los
derechos especiales de Japón en ciertas regiones, como el sur de Manchuria.
Las provisiones que suscitaron preocupación en Estados Unidos tenían que ver
con las incursiones japonesas en China en asuntos políticos y financieros, así
como aquellos relativos al ejército y a la policía. Finalmente, Japón retiró las
últimas peticiones y China firmó el tratado.
Japón y Estados Unidos gozaron de buenas relaciones durante la mayor
parte del período Meiji. En la guerra Japón contó con el apoyo de Estados
Unidos, que aceptó el control japonés sobre Corea pero que se mostraba
inquieto por el asunto de los emigrantes japoneses en el país. En la década de
1890, el flujo de emigrantes a Hawai y California fue creciendo
progresivamente hasta el punto de que, en el año 1900, Hawai contaba ya con
61.000 emigrantes japoneses y California con 24.000. Antes de 1907, Estados
Unidos ya había recibido directamente de Japón 39.531 japoneses, a los que
hay que sumar los 32.855 procedentes de Hawai. Esta situación despertó
fervientes sentimientos antijaponeses, sobre todo en California. La prensa se
hizo eco de la amenaza del «Peligro Amarillo» y la Liga de Exclusión Asiática
no escatimó en esfuerzos para expulsar del país a los emigrantes asiáticos. En
1906, las autoridades educativas de San Francisco decidieron segregar a los
alumnos asiáticos en las escuelas públicas. Esta medida se dirigía
principalmente contra los niños japoneses, pues los escolares chinos ya estaban
aislados del resto. De acuerdo con las autoridades, esto era necesario «para que
los niños blancos no se vieran afectados por el contacto con alumnos de raza
mongola»[1]. En 1908, el presidente eodore Roosevelt convenció al gobierno
japonés para firmar un «pacto entre caballeros» que limitaba el flujo de
emigrantes nipones a Estados Unidos. Pero la oposición a los japoneses no cesó
y San
Francisco fue testigo de varios disturbios. En 1913 California aprobó la
Ley de los Inmigrantes y la Tierra, que prohibía a los extranjeros tener tierras
en propiedad. En 1922, el Tribunal Supremo negó a los japoneses la
posibilidad de convertirse en ciudadanos americanos, y en 1924 el Congreso
aprobó una ley de emigración que no permitía la entrada al país a cualquier
individuo que no pudiera optar a la ciudadanía.
Al mismo tiempo, ambos gobiernos iniciaron un conflicto de intereses por
China. Japón quería que Estados Unidos reconociera los «intereses supremos
de Japón en China», pero tan sólo consiguió el acuerdo de Lansing-Ishii
(1917), por el que Estados Unidos reconocía los intereses especiales de Japón
en China pero reafirmaba la integridad territorial de China y la «Política de
Puertas Abiertas» de este país, que prohibía establecer competencias especiales.
El otro asunto que suscitó preocupación en Estados Unidos fue la presencia
japonesa en Siberia tras la Revolución Bolchevique de Rusia. En respuesta a las
peticiones francesa y británica, Estados Unidos envió soldados a Siberia para
ayudar a las tropas checas, que se vieron acosadas por los bolcheviques cuando
cruzaban Siberia de regreso a Europa. Japón respondió inmediatamente a la
petición de ayudar a los checos y envió veintidós mil hombres a Siberia.
Estados Unidos desplazó un contingente menor, de tan sólo siete mil hombres,
pero retiró a sus soldados a principios de 1920, una vez que las tropas checas
fueron repatriadas. Sin embargo, las tropas japonesas habían alcanzado Irkutsk
y el gobierno nipón no dio la orden de retirarlas hasta finales de 1922, cuando
el gobierno soviético ya estaba consolidando su autoridad en toda Rusia. Japón
se hizo pronto a la idea de la presencia de una nueva autoridad rusa en Asia
Oriental, para finalmente reconocer al gobierno soviético en 1925.
La Conferencia de Paz de París de 1919 aprobó el control japonés de las
posesiones alemanas de la península de Shan-dung y de las islas del Pacífico.
Sin embargo, Japón no consiguió incluir una cláusula de igualdad racial en el
pacto de la Liga de Naciones. Tras la conferencia, las relaciones entre Japón y
las grandes potencias permanecieron relativamente tranquilas. Los artífices de
la política exterior, como Shidehara Kijūrō (1872-1951), trataron por lo
general de obtener la cooperación internacional. En los años 1921 y 1922
Japón participó en la Conferencia de Washington, que concluyó con la firma
del Tratado de las Cuatro Potencias del Pacífico y del Tratado Naval de las
Cinco Potencias.
En el primero de estos tratados, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y
Japón se comprometieron a respetar los derechos de los signatarios en la región
del Océano Pacífico, así como a zanjar todas las disputas en una conferencia
entre las cuatro potencias. Los signatarios del segundo tratado fueron Estados
Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia y Japón. Este tratado otorgaba una
proporción de 5,5, 3, 1,75 y 1,75 del tonelaje naval máximo para Estados
Unidos, Gran Bretaña, Japón, Francia e Italia, respectivamente. Además,
aseguraba el mantenimiento del statu quo en las fortificaciones y bases navales
del Pacífico.
La conferencia dio por cerrado también el Tratado de las Nueve Potencias.
Los signatarios, los cinco países antes mencionados más China, Bélgica, Países
Bajos y Portugal, se comprometían a respetar «la soberanía, independencia e
integridad territorial y administrativa de China», así como a apoyar la Política
de Puertas Abiertas para asegurar a todas las potencias igualdad de
oportunidades comerciales en China. La política de cooperación internacional
continuó hasta finales de la década de 1920; en 1928, el gobierno derechista
del general Tanaka Giichi (1882-1962) firmó el Pacto de Kellogg-Briand, por
el que se proscribía la guerra.
La decisión de la Conferencia de París de otorgar a Japón las concesiones
alemanas en China dio lugar al Movimiento del Cuatro de Mayo y provocó
múltiples protestas populares en contra del imperialismo japonés. En la
Conferencia de Washington se alcanzó un acuerdo entre Japón y China por el
que el primero accedía a devolver las posesiones alemanas en la península de
Shandung, a cambio de que China le permitiera mantener el control de la línea
ferroviaria en la Península durante quince años más. Las relaciones chino-
japonesas, sin embargo, fueron cada vez más tensas a causa de la intervención
de las autoridades niponas en los asuntos políticos chinos durante la década de
1920, una época de rivalidades entre los «señores de la guerra» por conseguir el
poder. Japón, que había arrebatado a Rusia el control del Ferrocarril de
Manchuria del Sur al finalizar la guerra ruso-japonesa, intentaba ahora
adentrarse en el resto de Manchuria y en el norte de China. Además, una
huelga contra los fabricantes de la industria textil japonesa en Shanghai
concluyó en una auténtica matanza, lo que avivó más aún los sentimientos
antinipones.
La anexión japonesa de Corea vino acompañada de un gobierno militar en
ese país y una explotación económica en forma de expropiación de la tierra
cultivable y un control absoluto del mercado comercial e industrial.
Aproximadamente el cincuenta por ciento del arroz coreano era enviado
directamente a Japón. El consumo de arroz en Corea se redujo a la mitad y los
habitantes de este país se vieron obligados a consumir mijo importado de
Manchuria. Las autoridades japonesas reprimieron sin reserva cualquier signo
de protesta por parte de los coreanos en contra de la ocupación: una
manifestación en 1919 provocó casi dos mil bajas y múltiples detenciones.
Evolución de la política interior

Hacia finales de la era Meiji los antiguos oligarcas ya no participaban


directamente en los asuntos de Estado. De los dos principales dirigentes Meiji,
Yamagata, aunque en la sombra, era quien realmente ostentaba el poder y
elegía en la mayoría de los casos al cabeza del gobierno (Itō había fallecido en
1909). Los partidos políticos ya eran parte del engranaje del proceso político y
del orden establecido, aunque los líderes habían olvidado el antiguo afán de
lucha por «los derechos del pueblo». Los dos partidos políticos más
importantes, el Seiyukai y el Kenseitō (sucesores del Partido Liberal y del
Partido Progresista), ahora se componían básicamente de burócratas,
periodistas y hombres de negocios. Los partidos tenían un estrecho vínculo con
los dos mayores monopolios industriales y financieros del país, Mitsui y
Mitsubishi, de los que obtenían apoyo. En 1918, los partidos políticos estaban
ya tan consolidados que Yamagata tuvo que acceder a los deseos de Hara
Takashi (1856-1921), líder del Seiyukai, de crear un gobierno de partido.
Hara era, en esencia, un conservador que defendía la política de
«enriquecer y reforzar» la nación. Su objetivo primordial no era el de trabajar
en pro de la democracia japonesa; de ahí que mostrara resistencia a aprobar el
sufragio universal para los varones. Sin embargo, accedió a reducir la cuota
necesaria para ejercer el derecho a voto, que pasó de diez a tres yenes. Así pues,
el número de votantes se incrementó del 2,6 por ciento de la población hasta
alcanzar el doble de esta cifra. Se negó a complacer las peticiones de los líderes
laboristas para revisar la Ley de Regulación de la Policía, que limitaba las
actividades sindicalistas, e hizo lo posible por eliminar a los grupos
izquierdistas, como la Liga Socialista. Fue Hara quien dio la orden de enviar
fuerzas japonesas a Siberia. En noviembre de 1921, Hara fue asesinado por un
joven fanático que, según manifestó posteriormente, deseaba hacerse famoso e
iniciar una serie de cambios revolucionarios. Hara abrió, pues, la nómina de
primeros ministros asesinados en el país. A su muerte, se sucedió toda una serie
de gobiernos que no eran de partido. Después del fallecimiento de Yamagata
en 1922, la función de elegir al primer ministro pasó a manos del Príncipe
Saionji, convirtiéndose así en el único componente de la genrō, el principal
consejero del Emperador.
Pero la catástrofe que asoló a la nación en 1923 no fue de tipo político. El
terrible terremoto que sacudió la región de Kantō el 1 de septiembre convirtió
a Tokio en un infierno. El fuego, que destruyó toda la ciudad, acabó con la
vida de más de cien mil personas y provocó más de medio millón de heridos,
con un total de casi setecientas mil casas destruidas. Pero lo más pernicioso de
este desastre fue el rumor que acusaba a los coreanos residentes de haber
provocado el incendio y de cometer toda clase de delitos. La histeria con la que
reaccionó la masa desembocó en ataques a los coreanos y la muerte de cientos
de ellos. Las estadísticas no oficiales calcularon en 2.613 el número de víctimas,
al que hay que sumar 160 chinos que también resultaron muertos. Las
autoridades detuvieron o mandaron ejecutar a los líderes sindicalistas y
socialistas, entre los cuales se encontraba el famoso anarquista Ōsugi Sakae
(véase pág. 175).
Los ataques injustificados a este grupo de población incitaron al joven
Namba Taisuke, con influencias sindicalistas y anarquistas, a intentar asesinar
al regente imperial Hirohito. Le disparó con una pistola pero erró el tiro, por lo
que acabó detenido y ejecutado. Este incidente aumentó la vigilancia contra
aquellos sospechosos de «mentalidad peligrosa» y reforzó los sentimientos
nacionalistas de derechas. El ministro de Justicia y futuro primer ministro,
Hiranuma Kiichi (18671952), organizó la Kokuhonsha (Sociedad del
Fundamento Nacional) con la intención de reforzar el espíritu nacionalista.
Aunque los partidos políticos seguían envueltos en rencillas entre ellos, en
1924 los partidos litigantes obtuvieron la mayoría en la Asamblea y cooperaron
con el líder del Kenseikai, Katō Kōmei (1860-1926), cuando éste recibió la
petición de Saionji de constituir un gabinete y formar, realmente, el primer
gobierno de partido. De hecho, a partir de este momento, y hasta 1932, uno
de los dos partidos mayoritarios sería el encargado de formar gobierno. El
camino democrático recibió un nuevo impulso bajo el gobierno de Katō
cuando, en marzo de 1925, se instauró el sufragio universal masculino, por el
cual se garantizaba el derecho al voto a todos los varones mayores de
veinticinco años, excluidos los indigentes. Pero la contrapartida a la adopción
del sufragio universal masculino llegó con la puesta en vigor de la Ley de
Conservación de la Paz, destinada a acabar con la «mentalidad peligrosa».
Estaba concebida específicamente para combatir a los comunistas y
anarquistas, así como a aquellos partidarios de acciones revolucionarias. El plan
del gobierno para aprobar una ley que garantizara el derecho de los
trabajadores a organizarse en sindicatos e ir a la huelga se vio obstaculizado por
poderosos intereses comerciales; no obstante, se eliminó el artículo de la Ley de
Regulación de la Policía que prohibía las actividades sindicales.
En 1927 el líder del Seiyūkai, el general Tanaka Giichi (1864-1929), se
convirtió en primer ministro. Aunque era el jefe de un partido de gobierno, sus
creencias más básicas y su política no diferían del nacionalismo militante de
derechas, que empezaba a ganar adeptos. El gobierno de partido continuó, en
teoría, hasta 1932, pero en realidad fue el gobierno de Tanaka, más que la
continuación de la «democracia Taishō», el que marcó el comienzo del
«fascismo» Shōwa. Como veremos en el siguiente capítulo, Tanaka adoptó una
política beligerante hacia China e inició acciones muy duras para suprimir la
«mentalidad peligrosa».

Los movimientos socialista y comunista

Tal y como mencionamos anteriormente, el asunto de la Gran Traición frenó


los movimientos políticos de izquierdas, pero la Revolución Bolchevique de
1917 dio nuevo impulso a los círculos socialistas y comunistas de Japón. El
gobierno se dispuso a acabar con cualquier actividad abierta del ala
izquierdista. Las mujeres que habían formado la Sociedad de la Ola Roja y que
se manifestaron el 1 de mayo acabaron detenidas. Los comunistas, en secreto,
organizaron un partido en 1922, pero el gobierno detuvo a sus líderes en 1923
y, un año después, el partido quedó disuelto.
El movimiento anarquista se había debilitado tras las ejecuciones de
Kōtoku Shūsui y Kanno Sugako. Entre los anarquistas supervivientes en activo
se encontraba Ōsugi Sakae (1885-1923), que se declaraba socialista, anarquista
y cristiano. Ōsugi se mostraba contrario a los movimientos organizados y
sostenía que: «Lo que más me fascina son las acciones ciegas de los hombres, la
explosión natural del espíritu. Se necesita libertad de pensamiento, libertad de
acción y libertad de impulsos»[2]. Continuó con su tarea de propagar el
anarquismo junto a Itō Noe (1895-1923), una feminista radical. Las
autoridades le tenían fichado como encubridor de «ideas peligrosas», por lo que
durante el Gran Terremoto de 1923 la policía militar procedió a su detención y
a la de Itō, para posteriormente asesinarlos junto al sobrino de Ōsugi, que
contaba tan sólo con seis años de edad.
Los socialistas comenzaron por organizar su propio partido político en
1906, pero el gobierno lo prohibió al año siguiente. En 1920 constituyeron la
Liga Socialista Japonesa, que contó nuevamente con la prohibición
gubernamental. Los socialistas se escindieron entonces en dos ramas: los
procomunistas y los socialistas de tendencia derechista. En 1925 organizaron el
Partido Social del Pueblo (Shakai Minshu-tō), que entró en contacto con la
Federación Panjaponesa del Trabajo (Sōdōmei). En 1932 evolucionó en lo que
sería el Partido Socialdemócrata (Shakai-Taishū-tō) y cooperó con el gobierno,
que se mostraba cada vez más cerca de posturas militaristas e imperialistas.
Los comunistas japoneses no estaban dispuestos a apoyar el sistema
parlamentario burgués ni el movimiento a favor del sufragio universal, pues
creían que sólo serviría para reforzar el capitalismo. El Comintern, presidido
por Bukharin, alentó a los comunistas japoneses para que apoyaran el
movimiento en favor del sufragio universal y lucharan por la revolución
democrática para acabar con el sistema imperial. En 1926 los comunistas más
jóvenes intentaron reavivar el partido, que se había disuelto dos años antes. El
grupo estuvo dirigido inicialmente por Fukumoto Kazuō (1894-1983),
partidario de purgar el partido de socialistas y miembros pasajeros y limitar la
militancia a los auténticos pensadores marxistas. El Comintern soviético
condenó a Fukumoto por su interés en la «intelligentsia» y la falta de
preocupación por los campesinos y los obreros.
Aunque los comunistas no constituían un grupo unido y carecían de una
amplia base de apoyo, el gobierno Tanaka lanzó una campaña en su contra. En
marzo de 1928, se sucedieron en toda la nación redadas nocturnas que
desembocaron en la detención de más de mil doscientas personas. Al año
siguiente se produjo un nuevo arresto masivo de más de setecientos comunistas
o simpatizantes del movimiento comunista. Los detenidos recibieron un trato
brutal: les asestaron golpes, puñaladas, les colgaron boca abajo o les
estrangularon. Entre ellos se encontraba Kobayashi Takiji (1903-1933), autor
de novelas críticas sobre la explotación obrera como El absentista y El barco
conservero, esta última una descripción de las terribles condiciones en las que
tenían que trabajar los tripulantes de los barcos de pesca y los conserveros. Tras
ser detenido y liberado, sufrió un segundo arresto en 1933 por afiliarse al
Partido Comunista. El tortuoso interrogatorio al que fue sometido tras esta
nueva detención provocó su muerte.
La persecución a los comunistas continuó hasta la década de 1930, pero el
movimiento comunista vivió presionado hasta después de la Segunda Guerra
Mundial. Muchos de ellos acabaron encarcelados y se les obligó a renegar de su
afiliación. Unos pocos, como Tokuda Kyūichi (1894-1953), se negaron a
renegar del comunismo y permanecieron en prisión hasta el fin de la Segunda
Guerra Mundial. Uno de los líderes del movimiento, Nozaka Sanzō (1892-
1993), huyó a China y colaboró con los comunistas chinos durante la década
de 1930 y los años de la guerra. El marxismo también tuvo sus seguidores en la
comunidad académica, y eran muchos los profesores y estudiantes interesados
en la ideología marxista. Pero también esta comunidad se vio afectada por la
purga de «pensadores peligrosos»: se encarceló a muchos estudiantes y algunos
profesores destacados fueron despedidos.
Los humanistas cristianos actuaron como importantes propulsores de las
reformas sociales. Ajenos a revoluciones políticas o sociales, defendían las
reformas de carácter humano. Entre los primeros reformistas cristianos estaba
Uchimura Kanzō, que había cursado estudios en el Seminario Teológico de
Harvard. Siendo profesor de la primera Escuela Superior de Tokio, se negó a
hacer la reverencia ante el Edicto Imperial de Educación y fue despedido.
Continuó propagando los conceptos cristianos a través de sus escritos y apoyó
la guerra chino-japonesa por considerarla una «guerra justa», pero estaba en
contra de la guerra ruso-japonesa. También asumió un papel activo en la
campaña contra las minas de cobre Ashio, compañía a la que acusó en 1901 de
contaminar los ríos y los campos. Otro reformista cristiano fue Kagawa
Toyohiko (1888-1960), un defensor de las reformas agrarias e industriales que
dedicó buena parte de su tiempo a ayudar a los habitantes de los barrios más
pobres y marginados. Por su labor reformista de cristiano comprometido
Yamamuro Gumpei, el fundador del Ejército de Salvación japonés, le comparó
con san Francisco de Asís, mientras que otros consideraban que estaba a la
altura de Albert Schweitzer.
Entre los movimientos reformistas que nacieron en los años Taisho se
encontraban también los burakumin, o grupos sociales considerados
básicamente marginados. La división Tokugawa de estas personas en «sucias»
(eta) y «no humanas» estaba prohibida por ley, pero bajo el sistema legal Meiji
pasaron a ser «nuevos plebeyos», con lo que continuó su discriminación legal,
social, política y económica. Aun viviendo confinados en guetos, el gobierno
no dejaba de intervenir y violar sus derechos: así, en 1919 obligó a toda la
comunidad burakumin a trasladarse porque sus viviendas daban a una zona
donde se suponía que podía estar enterrado el mítico emperador Jimmu. En
1922, las autoridades incendiaron un poblado burakumin por considerarlo un
foco de criminales, aunque el verdadero motivo era su localización, próximo a
la línea de ferrocarril por donde iba a pasar el tren que transportaba a los
miembros de la familia real. Como en los años feudales, a los burakumin se les
trataba de una forma humillante y degradante. Se les negaba el acceso a
trabajos dignos y sólo podían dedicarse a las labores de inferior categoría, por
lo que, hasta bien entrado el siglo XX, siguieron siendo una clase
extremadamente pobre, pues, además, los matrimonios entre clases eran
prácticamente inexistentes. Este grupo padecía también la discriminación de
los guardianes de los santuarios sintoístas y de los templos budistas: en 1859,
cuando un joven burakumin intentó entrar a un santuario sintoísta, fue
golpeado hasta la muerte. Aunque debían realizar el servicio militar
obligatorio, no tenían la posibilidad de ascender más allá del rango de soldado
raso.
Los niños estaban influenciados por los prejuicios paternos, por lo que los
escolares burakumin tenían que soportar continuamente un trato
discriminatorio por parte de sus compañeros de escuela. Tal y como recordaba
una mujer: «No puedo olvidar la discriminación que sufrí en la escuela. A
menudo otros niños me decían “apártate, que apestas”, o “esa niña es de tal
poblado” y no me dejaban participar en sus actividades». Otra mujer relataba:
«Cuando iba a la escuela me obligaban a sentarme en la última fila de la clase,
completamente sola… El primer día, cuando volvía a casa, un chico salió
corriendo detrás de mí y me increpó: “Eh, tú, desde mañana no puedes volver
a esta escuela… Si vuelves la contaminarás”. Luego empezó a tirarme piedras.
Esta situación se repitió muchas veces»[3].
Mujeres militantes

Los movimientos a favor de la «civilización y la ilustración» y de los derechos


del pueblo no consiguieron mejorar el status de las mujeres. Algunas decidieron
formar parte activa de los movimientos populistas desde un principio, como
Fukuda Hideko (1867-1920), que participó en las actividades por la defensa de
los derechos del pueblo y de la mujer. Pero desilusionada con los miembros del
partido de política liberal, decidió unirse al incipiente partido socialista. Luchó
por sus creencias y escribió artículos para periódicos liberales y socialistas en los
que reclamaba una mejora de las condiciones de trabajo en las fábricas textiles,
mayor justicia en el sistema familiar y defensa de los derechos de la mujer en
general. Se opuso a la guerra ruso-japonesa y se enfrentó a la compañía minera
Ashio por contaminar un río que era esencial para los granjeros que vivían
corriente abajo. El fracaso del movimiento hizo que Fukuda acabara sus días
pobre y desilusionada. Profundamente decepcionada con los numerosos
hombres con los que había trabajado, manifestó: «Los hombres no valen nada.
Se les compra fácilmente con títulos nobiliarios y medallas. En este sentido, las
mujeres son más de fiar. Entre nosotras no hay estúpidas que se pavonean
orgullosas tintineando las medallas que cuelgan de su cuello»[4].
Dentro de los grupos socialistas y anarquistas surgieron unas cuantas
mujeres que desempeñaron un papel determinante. La más destacada fue la ya
mencionada Kanno Sugako (véanse págs. 163-164). La ejecución de Kanno y
su grupo detuvo temporalmente el movimiento radical, pero no por ello cesó la
lucha por los derechos de la mujer. En 1911 Hiratsuka Raichō (1886-1971)
organizó la Seitōsha (Sociedad Intelectual), que brindaba a las escritoras la
oportunidad de publicar, si bien su objetivo principal era luchar por los
derechos de la mujer. Hiratsuka dijo: «La Seitōsha será un instrumento para
expresar el pensamiento, la literatura y la perfección moral de la mujer»,
calificando su posición como de «nueva mujer»: «Soy una Nueva Mujer, cada
día anhelo convertirme en una Mujer Nueva, cada día me esfuerzo por ser una
Mujer Nueva, el sol es en verdad siempre nuevo. Yo soy el sol». El primer
número de la publicación incluía una poesía de Yosano Akiko, autora de las
siguientes palabras: «Se acerca el día en que la montaña se moverá… Las
montañas han permanecido dormidas sólo temporalmente. En la Antigüedad
las montañas, envueltas en llamas, se desplazaban… Todas las mujeres que
estaban dormidas se han despertado y empiezan a moverse»[5].
Los artículos de la publicación se fueron volviendo cada vez más radicales.
Hiratsuka no era partidaria del extremismo político y social, por lo que en
1915 cedió su cargo de directora a una joven radical, Itō Noe, de apenas veinte
años. Itō había empezado escribiendo para la publicación cuando tenía
diecisiete años y defendía aquellos derechos feministas contrarios a las fórmulas
convencionales sobre propiedad, prudencia, conformismo y modestia. Al
hacerse cargo del periódico, dejó claro que su política sería «sin reglas, sin un
plan establecido, sin principios, sin defender causa alguna». Se mostraba
contraria a la convención japonesa que enseñaba a las mujeres a aceptar su
miserable destino y protestaba: «No hay nadie más detestable que las
educadoras japonesas, obstinadas y estrechas de mente. Con su limitada
perspectiva, sus prejuicios, su ignorancia y superficialidad, ¿cómo se puede
esperar de ellas que sean buenas educadoras?»[6]. Admiraba a Emma Goldman,
afirmaba su individualidad, y creía que el orden existente debía ser cambiado
para hacer reinar la justicia, por lo que criticaba a otras feministas que
intentaban hacer reformas a partir de los sistemas ya existentes. Se unió al
anarquista radical Ōsugi Sakae y colaboró con él defendiendo posturas
extremistas y trabajando con los sindicalistas del sector de la industria de
Tokio. En 1923, como dijimos antes (pág. 175), la policía acabó con su vida.
Otra mujer de ideas radicales y mentalidad independiente fue Kaneko
Fumiko (1903-1926). Tras pasar su infancia en Corea regresó a Japón, donde
entró en contacto con el anarquista coreano Pak Yeol (1902-1974). Después
del Gran Terremoto, cuando la histeria anti-coreana estaba en su punto álgido,
fueron detenidos y acusados de conspirar para asesinar al Emperador. En
realidad no habían tramado dicha conspiración, pero durante el interrogatorio
Kanato no tuvo reparos en decir que creía que el sistema imperial era una
entidad totalmente inútil y que el Emperador no era mejor que cualquier otra
persona, por lo que había que acabar con el sistema. Y declaró: «La razón por la
que niego la necesidad del sistema imperial nace de mi creencia en que todos
los seres humanos son iguales»[7]. Aunque ajenos a cualquier trama para
derrocar al Emperador, fueron condenados a muerte. En el último minuto, las
autoridades le informaron de que, gracias a la benevolencia del Emperador, la
sentencia a muerte se había permutado por la de cadena perpetua, pero ella se
negó a aceptarlo, rasgó el certificado y, a continuación, se ahorcó.
En los años Taisho se formaron algunos grupos de estudio de tono
socialista. En 1920 se creó la Federación Socialista Japonesa (Nihon
Shakaishugi Dōmei), pero las mujeres no pudieron participar en su
organización porque el Reglamentó de Seguridad Policial no permitía a las
mujeres formar parte de organizaciones políticas. En consecuencia, en 1921 un
grupo de mujeres fundó una organización socialista femenina llamada la
Sociedad de la Ola Roja (Sekirankai). El manifiesto de la sociedad decía así:
«La Sekirankai es una organización de mujeres embarcadas en una empresa que
busca destruir la sociedad capitalista y crear una sociedad socialista. La sociedad
capitalista nos convierte en esclavos en nuestra propia casa y nos oprime como
esclavos a sueldo fuera de ella, convierte a muchas de nuestras hermanas en
prostitutas y transforma a nuestros [padres, hijos, y hermanos] en carne de
cañón… Las mujeres que aman la justicia y la moralidad se adhieren al
movimiento socialista»[8]. El primero de mayo de 1921 organizaron una
manifestación y muchas de ellas terminaron detenidas. Debido a la opresión
política y al creciente desencanto, la sociedad no tardó en dispersarse y sólo
unas pocas mujeres continuaron luchando por la causa. En la década de 1930,
cuando Japón inició su expansión militarista en el continente, aquellos que se
mostraban contrarios al sistema fueron silenciados por el fervor nacionalista.
Las mujeres de las ciudades solían militar más activamente en los
movimientos reformistas que en el caso de las mujeres de las áreas rurales, pero
durante los años Taishō se produjeron también disturbios promovidos por los
arrendatarios. La lucha más encarnizada tuvo lugar en una aldea de la
prefectura de Niigata en 1922. Se organizó un sindicato de arrendatarios que
solicitaba un veinte por ciento de reducción en la renta. Uno de los grandes
terratenientes se presentó con la policía y expulsó a los arrendatarios por la
fuerza, tras lo cual fueron detenidos. Una mujer cuyo marido se había llevado
la policía declaró: «La policía echaba tinta roja sobre los sospechosos y los
detenía, atando a los árboles a algunos de ellos… Oí que a mi marido se lo
habían llevado a la comisaría de Katsuzuka, adonde acudí, pero no me
permitieron verlo. No puedo describir lo mal que lo pasé después de su
detención [fue puesto en libertad en 1927]. Al año siguiente, fue de nuevo
detenido en los arrestos masivos del 15 de marzo y, a partir de entonces, los
vecinos empezaron a mostrarse recelosos y no querían tener ninguna relación
con nosotros, nadie se acercaba por nuestra casa»[9].
Algunas de las primeras mujeres que lucharon por sus derechos,
especialmente por los políticos, no se unieron a los radicales, sino que
intentaron obtener concesiones cooperando con las autoridades dentro del
sistema. En 1924, cuando el movimiento a favor del sufragio universal iba
ganando más apoyos, decidieron fundar la Liga por la Consecución de los
Derechos Políticos de la Mujer, pero sus esfuerzos fueron en vano ya que, en
1925, el sufragio fue concedido sólo a los hombres. A medida que Japón se
acercaba a posiciones cada vez más militaristas e imperialistas, las
organizaciones de mujeres tuvieron que soportar una fuerte presión. En 1941,
cuando pasaron a agruparse en la Gran Organización de Mujeres Japonesas,
muchas de sus dirigentes colaboraron en las iniciativas nacionalistas del
gobierno.

Vida intelectual y cultural

Los años Taishō suponen un giro hacia la modernidad en las zonas urbanas,
que mostraron un especial interés en las costumbres y la cultura popular de
Occidente. Las películas, la música, la ropa, la comida y la bebida, los bailes y
los deportes como el béisbol, el tenis o el rugby gozaron de una cálida acogida
entre los hombres y mujeres jóvenes y modernos, conocidos como mo-bo y mo-
ga (‘chicos y chicas modernos’), a la vanguardia de la cultura del jazz. Las
últimas tecnologías comenzaban a transformar los centros urbanos con tranvías
eléctricos, automóviles, luces de neón, radios y teléfonos.
Mientras los habitantes de la ciudad vivían rodeados de modernidad y la
juventud adoptaba una nueva imagen más acorde con los tiempos, la forma de
vida de las comunidades rurales no se vio tan afectada por este cambio y siguió
aferrada a las costumbres tradicionales. De esta forma, las diferencias ya
existentes entre el Japón urbano y el rural se hicieron más acusadas. Para el
«urbanita», los campesinos «atrasados» eran criaturas miserables. Un aspirante a
escritor que visitó una aldea del norte escribió: «No hay nadie más pobre que
un campesino… Están más negros que sus sucias paredes y llevan una vida gris
y sin alegría, parecida a la de los insectos que se arrastran por el suelo y
sobreviven lamiendo el polvo… Se puede ver la clase de gente que son
simplemente mirándoles a la cara… Es muy fácil reconocer a un campesino. Se
le puede distinguir por su innoble rostro»[10]. El desprecio que los habitantes
de las ciudades mostraban por los humildes campesinos era recíproco entre los
campesinos que tenían cierto grado de conciencia política. Un agricultor
llamado Shibuya Teisuke anotó en su diario en 1926: «Ah, Tokio, eres una
máquina de matar que chupa la sangre de los campesinos en nombre de la
civilización urbana y capitalista… La gente de cultura disfruta de las glorias de
la vida cuando los que producen los bienes esenciales para la vida humana
tienen que vivir [en la miseria]»[11].
Mientras que los campesinos tenían que trabajar muchas horas, los
urbanitas podían disfrutar de la cultura y de la literatura, ya que durante la era
Taishō el número de libros, revistas, periódicos y acontecimientos culturales
creció espectacularmente. Los habitantes de la ciudad solían ser más cultos que
los campesinos, que, en el mejor de los casos, llegaban a cursar los seis años de
educación obligatoria, mientras los jóvenes de las ciudades tenían la posibilidad
de asistir a la escuela secundaria y, a veces, a la universidad. El número de
escuelas superiores había aumentado considerablemente, y en 1925 existían ya
34 universidades, 29 escuelas superiores y 84 escuelas de formación
profesional. El número de escuelas de educación secundaria se incrementó
notablemente desde comienzos de siglo. En 1924 había 491 escuelas de
enseñanza media para chicos y 576 para chicas. Una vez implantada la
educación básica obligatoria, creció el nivel de alfabetización del país. Esto
significaba que había un gran público lector ávido de consumir libros, revistas
y periódicos.
La tirada de los periódicos más importantes superaba el millón de
ejemplares, al tiempo que ganaban lectores otras publicaciones serias y también
populares. Los puestos de periódicos y librerías comenzaron a llenarse de
revistas semanales y mensuales. Entre los editores de prensa, Noma Seiji (1878-
1938) se convirtió en la figura más importante, pues sus publicaciones llegaban
a todas las edades y segmentos de la sociedad. Sus nueve revistas incluían
artículos e historias de carácter didáctico o de entretenimiento, llegando a
poner en circulación un total de seis millones de ejemplares en 1930. Este
hombre atribuía su éxito al hecho de que publicaba artículos «que iban siempre
un paso por detrás de la época»; en otras palabras, su intención no era la de
guiar al público, sino la de despertar los sentimientos más conmovedores
latentes en su interior. Fue así como en la época Taishō las páginas se llenaban
de historias de amor romántico y relatos de valientes samuráis, mientras que en
los militaristas años 30 el interés se concentró en los personajes heroicos y
patrióticos del presente y del pasado.
Las revistas de Noma no incluían literatura seria porque sus lectores sólo
buscaban entretenerse. Los periódicos también publicaban novelas populares
por entregas diarias, algunas de ellas muy largas: El paso del Gran Bodhisattva,
la historia de un espadachín ciego y nihilista cuyo karma vagaba luchando para
que el bien venciera al mal, era dos veces más larga que Guerra y Paz, de
Tolstoi. A pesar de que Yoshikawa Eiji (1892-1962) sólo había cursado la
educación básica, se convirtió en el escritor más popular de mediados de siglo.
Sus historias narraban las proezas de heroicos espadachines como Miyamoto
Musashi, el John Wayne del mundo samurái, aunque también escribió relatos
históricos tales como la historia del clan Taira. Yoshiya Nobuko (1896-1973),
precursora de Danielle Steel, escribió un ingente número de historias
románticas para mujeres.
Por lo general, los escritores serios no tenían cabida en los periódicos
populares, aunque la mayoría se hizo con un buen número de lectores. En
1910, un grupo de jóvenes de clase alta con aspiraciones constituyó un círculo
literario llamado Escuela del Abedul Blanco. Según manifestó uno de sus
miembros, el sentido de la vida era estar en armonía con la «voluntad de la
humanidad». Existe un nexo común entre el espíritu del individuo y el espíritu
de la humanidad. El artista tiene «un corazón que baila con la naturaleza y la
humanidad». Esto llevó a algunos escritores a realizar un giro interior hacia su
vida y producir lo que se llegó a conocer con el nombre de novela «Yo». El
objetivo de este tipo de novela era conseguir que el corazón del escritor y el del
lector se abrazaran mutuamente[12].
Entre los escritores pertenecientes a este círculo estaba Arishima Takeo
(1878-1923), que había estudiado en las universidades americanas de Harvard
y Haverford. Aunque influido por el humanismo cristiano y el socialismo, al
no pertenecer a la clase obrera creía que no estaba capacitado para entrometerse
en la vida del proletariado. Su humanismo, sin embargo, le llevó a regalar a sus
arrendatarios la granja que poseía en Hokkaido, de 405 hectáreas de extensión.
Su sensación de impotencia social le hizo caer en una especie de desesperación
nihilista. Llegó a la conclusión de que hay tres etapas en la vida humana: la
habitual, la intelectual y la instintiva. La verdadera libertad hay que encontrarla
en la fase instintiva. Al tratar de encontrar en el amor el significado último de
la existencia, acabó suicidándose junto con una periodista. La heroína de su
obra maestra, Aquella mujer, «es totalmente distinta a cualquier otra heroína de
la literatura japonesa moderna, pues es una mujer con fuerza de voluntad y
decidida en sus acciones, aunque caprichosa y dotada de intensa vitalidad»[13].
Arishima era un gran defensor de la liberación de la mujer. Creía que las
mujeres no debían conformarse simplemente con conseguir el derecho a
participar en la vida cultural del momento, pues aceptar esa situación cultural
significaba capitular al gusto masculino. Los genios femeninos deben nacer
entre ellas mismas.[14]
Bajo la influencia de Natsume Sōseki, otro grupo de escritores fundó una
revista literaria llamada Shin Shichō (Tendencias del nuevo pensamiento). El
miembro más brillante de este círculo fue Akutagawa Ryūnosuke (1892-1927),
cuya obra se ha calificado de encarnación «del más puro intelecto y
refinamiento». Aunque tenía una visión pesimista de la vida, satirizaba sobre las
debilidades humanas en tono de humor. Creía que los acontecimientos
inesperados siempre impedían a la gente alcanzar la felicidad, tal y como se
refleja en su obra El biombo del infierno (Jigokumon), en la cual un artista recibe
el encargo de su señor de pintar en un biombo una escena del infierno. Para
poder pintar dicha escena con el máximo realismo, consiguió que su señor lo
dispusiera todo para quemar a una mujer en una carreta. Al llegar al lugar para
pintar la escena, descubrió que la mujer encadenada a la carreta en llamas era
su propia hija, por lo que terminó su trabajo y se suicidó. Akutagawa se fue
volviendo cada vez más pesimista y se sentía atraído por la muerte, por lo que
decidió poner fin a su vida. Éstas fueron las palabras que dejó escritas a sus
hijos: «No olvidéis que la vida es una batalla que lleva a la muerte. Si salís
derrotados de esta batalla, suicidaros, como ha hecho vuestro padre»[15]. Su
Rashōmon, una historia medieval en tono subjetivo sobre cuatro relatos de
violación y muerte violenta, fue llevada al cine por el director Kurosawa Akira,
que la convirtió en una película de éxito internacional.
Otro destacado escritor de esta escuela fue Tanizaki Jun’ichirō (1886-
1965), cuya carrera literaria se prolongó hasta después de 1945. Al igual que
sus colegas, se mostraba contrario al naturalismo y, más que fijarse en detalles
concretos, se concentró en la evocación de estados de ánimo y ambientes. Así
aconsejaba a los futuros escritores: «No intentéis ser demasiado claros, dejad
lagunas en el significado… somos partidarios de mantener una fina hoja de
papel entre el hecho y el objeto, por un lado, y las palabras que le dan
expresión, por otro. En la mansión de la literatura, yo pondría los aleros muy
bajos y las paredes de color oscuro. Y empujaría hacia las sombras del fondo
aquello que se muestra muy evidente»[16]. Tanizaki veneraba la belleza
femenina y pensaba que los hombres eran simplemente abono para
alimentarla. Recibió la influencia de los escritores occidentales, pero al mismo
tiempo estaba imbuido de la cultura tradicional japonesa. En Hay quien prefiere
las ortigas trató el conflicto de la atracción mutua que se produce entre
Occidente y las costumbres y cultura tradicionales.
Otro escritor cuya obra se hizo famosa en Occidente fue Kawabata
Yasunari (1899-1972), ganador del Premio Nobel de Literatura en 1968. E. G.
Seidensticker, traductor de muchas de sus obras, compara la calidad lírica de su
estilo con la de los maestros haiku: «El haiku busca despertar rápidamente la
conciencia por lo bello juntando dos términos opuestos o incongruentes. Es así
como el haiku clásico funde tan peculiarmente movimiento y quietud. Del
mismo modo, Kawabata se apoya mucho en la mezcla de sensaciones»[17]. En
su discurso de entrega del Premio Nobel, Kawabata habló de la cultura
japonesa y de su fusión con la naturaleza. Al referirse a un poema escrito por
un monje del siglo XIII, comentó: «Viendo la luna, él mismo se transforma en
luna, y la luna vista por él se transforma en él. Se funde con la naturaleza, se
hace uno con ella»[18]. Tanizaki y Kawabata continuaron con su actividad
literaria durante los años Shōwa (1926-1989).
En las décadas de 1920 y 1930 salieron también a la luz varias mujeres
escritoras, como es el caso de Uno Chiyo (1907-1996). Aunque no se
involucró en temas sociales, como hicieron algunas de sus compañeras de los
años de la preguerra, compuso novelas a partir de distintas personalidades que
iba encontrando a su paso. Un crítico literario dijo de Uno: «Dejando de lado
los convencionalismos, el momento y el lugar, inventó una especie de mundo
de fantasía novelística en el que las palabras parecen estar vivas gracias a su
propia fuerza»[19]. Otra famosa escritora fue Enchi Fumiko (1905-1986), que
alcanzó su momento de máxima creación en los años de la posguerra. En una
de sus mejores obras, Enchi describe la vida de las mujeres Meiji que sufrieron
con nobleza e ingenio la opresión del sistema paternalista familiar. Cuando
llegó a anciana, la heroína «de repente se dio cuenta de la futilidad de esa vida,
en cierto modo artificial, en la que había derrochado tanta energía y
sabiduría»[20].
Durante los años Taishō, cuando socialistas y comunistas luchaban
enérgicamente por la clase trabajadora, surgieron varios escritores de literatura
proletaria. Tsuchi (Tierra), escrito en 1910 por Nagatsuka Takashi (1879-
1915), antes de la era Taishō, describe la dura vida de los campesinos. En
1921, nació la revista literaria dedicada a la literatura proletaria Tane Maku
Hito (Sembradores de semillas), pero no consiguió prosperar ni como
publicación ni como medio para apoyar los intereses de la clase obrera. Un
destacado escritor proletario fue el ya mencionado Kobayashi Takiji. Entre las
mujeres escritoras que abrazaron el marxismo estaba Miyamoto Yuriko (1899-
1951), afiliada al Partido Comunista desde 1931 y casada con uno de sus
dirigentes. A finales de la década de 1930 fue encarcelada, pero consiguió la
libertad debido a su frágil estado de salud. Su primera novela, Nobuko, un
relato semiautobiográfico de su vida en América, apareció a mediados de la
década de 1920. Sin embargo, sus obras más importantes fueron publicadas en
los años de posguerra.
La popularidad de los escritores más relevantes llevó a los editores a
publicar extensas colecciones de obras literarias. En 1926, seiscientos mil
lectores pagaron una señal por adelantado para recibir una colección literaria
en treinta y seis volúmenes. En 1927, un editor empezó a publicar obras
famosas en edición de bolsillo.
Pero no fueron los autores literarios los únicos que escribieron piezas
intelectuales serias. Tras el interés mostrado por los primeros pensadores Meiji
en el liberalismo inglés y francés, el idealismo alemán se convirtió en la filosofía
más buscada por los intelectuales del entorno académico. El exponente más
importante de esta escuela de pensamiento fue Nishida Kitarō (1870-1945),
influido por las filosofías hegeliana y neokantiana pero también un estudioso
del budismo Zen. Se propuso formular una filosofía que combinara elementos
religiosos con la ciencia racional. En Indagación del bien (Gedisa, 1995) intentó
definir la realidad como experiencia «pura» o «directa», el estado anteriormente
inmediato al momento en que se separa el sujeto del objeto. En una obra
posterior define la realidad como «el lugar de la nada», donde existen sujeto y
objeto y donde se establece la consciencia misma. Aquí «se percibe la forma de
la informidad y el sonido de la insonoridad»[21].
La apertura a la ciencia occidental durante el período Meiji animó a un
número cada vez mayor de estudiosos a interesarse por la ciencia y, como
resultado, los científicos japoneses empezaron a hacer notables
descubrimientos. Entre los pioneros podemos citar a Kitazato Shibasaburō
(1852-1931), que descubrió el bacilo de la peste bubónica en 1894 y también
consiguió aislar el bacilo de la disentería y el tétanos, además de preparar una
antitoxina para la difteria. El bacteriólogo Noguchi Hideyo (1876-1928)
descubrió la causa de la sífilis y de la fiebre amarilla y encontró un tratamiento
para combatirlas. Otros estudiosos contribuyeron con sus investigaciones a los
estudios atómicos, la sismología y la farmacología.

Avances socio-económicos

La segunda fase del moderno crecimiento económico, de acuerdo con la


división de Rosovsky y Ohkawa, abarca de 1906 a 1952. Esta etapa se divide, a
su vez, en dos fases: 1906-1930 y 1930-1952. Durante el primer estadio, el
reciente sector industrial-comercial creció rápidamente gracias a la fabricación
de armas durante la guerra ruso-japonesa y al acceso a nuevos mercados tras la
adquisición de colonias. Entre 1925 y 1929 el volumen de manufacturas se
multiplicó por tres con respecto a la producción durante el período 1910-
1914. El tradicional sector agrario no creció con tanta rapidez,
incrementándose tan sólo a un ritmo del dos o del tres por ciento anual.
Los últimos años fueron testigos de un importante aumento en la
producción de confección textil, metales, maquinaria, productos químicos,
cerámica, electricidad y gas. El número de fábricas dotadas de maquinaria
eléctrica se multiplicó por cinco entre 1909 y 1929. El número de obreros en
las fábricas pasó de un millón a casi 2,4 millones en 1929, sin mencionar a los
millones de obreros que trabajaban en pequeños talleres. No obstante, el
porcentaje de trabajadores dedicados a las actividades primarias, como la
agricultura, la pesca y la minería, siguió siendo elevado: en 1880 era del 81 por
ciento y, a pesar del gradual declive, este sector aún representaba el 51,1 por
ciento del total de los trabajadores en 1930.
El nivel de vida no mejoró de forma significativa. Los salarios y las
condiciones de trabajo siguieron siendo pobres, especialmente en las plantas
textiles, donde las mujeres, jóvenes y adultas, constituían la mano de obra. Los
esfuerzos por organizar sindicatos para mejorar la dura situación de los
trabajadores se encontraron, tal y como dijimos, con la oposición del gobierno
y de los grandes empresarios. Los habitantes de las ciudades experimentaron
alguna mejora en su nivel de vida, pero las comodidades de la vida moderna,
como la electricidad, tardaron en llegar a las zonas rurales. Las diferencias entre
la comunidad urbana y la rural continuaron creciendo desde los primeros años
Meiji. En 1874, Fukuzawa Yukichi se quejaba de que el gobierno «se lleva los
frutos del trabajo del campo para hacer flores para Tokio. Los puentes de acero
relucen en la capital… pero en el campo los de madera están tan podridos que
nadie puede cruzarlos»[22]. A los empobrecidos aldeanos les parecía que los
habitantes de la ciudad llevaban una vida de lujo. A finales de siglo, el jornal
medio diario de un agricultor arrendatario medio era de aproximadamente
quince sen (0,15 yen), el de un tejedor varón era de treinta sen y el de una
tejedora, de diecinueve sen, mientras que un obrero urbano ganaba en torno a
33 sen al día. Un sondeo realizado por el gobierno a mediados de la década de
1920 muestra cómo los ingresos totales de una familia de agricultores
constituían el setenta por ciento de lo que percibía un sólo oficinista y el 95
por ciento del salario de un obrero urbano. Sin embargo, este último tenía que
pagarse la comida, por lo que su situación no era mejor que la de los
agricultores, que consumían sus propios productos. Con todo, la calidad de la
alimentación de los habitantes de las zonas rurales no había mejorado mucho
desde la era Tokugawa. Su dieta se componía básicamente de arroz, cereales,
verduras y pescado. El consumo diario de calorías pasó de 2.100 en la década
de 1870 a aproximadamente 2.300 en la era Taishō. Tampoco la sanidad
experimentó una mejora significativa. En la década de 1920, el índice de
mortalidad infantil superaba las cien muertes por cada mil niños nacidos vivos,
en claro contraste con las cuatro muertes de 1996. El índice de mortalidad en
1920 era de veinticinco por cada mil personas, mientras que en 1993 era de
ocho por mil. La esperanza de vida entre 1921-1925 descendió a 42,06 años de
edad, en comparación con los 43,97 del período 1899-1903 y los 44,25 años
de 1909-1913, y en claro contraste con el año 1997, en el que superaba los
ochenta años de edad. La principal causa del alto índice de mortandad eran los
frecuentes brotes de epidemias. En 1886, por ejemplo, murieron 108.400
personas a causa de un brote de cólera, y las epidemias no cesarían de azotar a
la población durante los años Taishō.
En líneas generales, las condiciones de vida de la clase trabajadora, tanto
rural como urbana, no mejoraron de forma sustancial. ¿Quién se estaba
beneficiando, pues, de la enorme expansión económica que tuvo lugar en la
primera fase del segundo período del moderno crecimiento económico? Las
familias de agricultores y de obreros urbanos constituían el 84 por ciento de las
familias japonesas en 1930, pero percibían solamente el cincuenta por ciento
del presupuesto interno del país. En un nivel superior, alrededor de
veinticuatro mil familias (0,0019 por ciento del total de familias del país)
percibían ingresos que superaban los diez mil yenes, o lo que es lo mismo, el
diez por ciento de los ingresos de la nación. En lo alto de la pirámide,
diecinueve familias tenían unos ingresos superiores al millón de yenes. En la
base, 2.232 millones de familias ingresaban doscientos yenes, cuando no
menos, al año.
La concentración de la riqueza por unas cuantas familias significaba que el
control comercial e industrial de la economía estaba en manos de un puñado
de gigantescas corporaciones que constituían los zaibatsu, es decir, los grandes
monopolios financieros e industriales. Aunque dentro de esta categoría de
gigantes económicos se incluían alrededor de una docena de compañías, cuatro
de ellas ocuparon las primeras posiciones: Mitsui, Mitsubishi, Sumitomo y
Yasuda.
A diferencia de las complejas corporaciones occidentales, estos gigantescos
trusts estaban en manos de familias que extendían su actividad a diversas áreas.
La mayor de estas compañías, la Mitsui, tenía intereses en el comercio, la
banca, la minería, la madera, la confección textil, la construcción naviera, el
azúcar, los metales, la maquinaria y muchas otras actividades económicas. La
corporación Mitsubishi controlaba hacia 1940 el veinticinco por ciento de los
astilleros y del transporte marítimo de la nación, el quince por ciento de
carbón y metales, el dieciséis por ciento de los préstamos bancarios, el
cincuenta por ciento de los molinos de harina, el 59 por ciento de la industria
del vidrio, el 35 por ciento del azúcar y el quince por ciento de la industria del
algodón. Nadie ostentaba el monopolio exclusivo en ningún sector, pero el
reducido grupo de los zaibatsu tenía en sus manos prácticamente toda la
actividad económica del país.
Estas enormes corporaciones mantenían una estrecha vinculación con el
gobierno y los líderes políticos. Mitsui y Mitsubishi patrocinaron y financiaron
las campañas de los dos principales partidos de la preguerra, el Seiyūkai y el
Minseitō. Desde comienzos de la era Meiji, cuando empezaron a despuntar las
grandes casas comerciales, existía una relación personal directa entre las cuatro
grandes firmas y los dirigentes del gobierno, que no tomaron ninguna medida
para restringir la ambición monopolística de los zaibatsu. De hecho, eran parte
integral del proyecto de construir «una nación rica y un ejército poderoso», ya
que la expansión política y militar en el extranjero vino pareja al control de
mercados y recursos ejercido por los zaibatsu.
El sector agrario también sufrió la concentración de riqueza a manos de
unos pocos terratenientes adinerados. La desaparición del sistema feudal de
posesión de la tierra durante la era Meiji no puso fin a la concentración de
propiedades por parte de los poderosos latifundistas. En 1935 el 4,7 por ciento
de la tierra cultivada pertenecía a 3.415 propietarios, mientras que el 56 por
ciento estaba en manos de 4.765.000 familias de agricultores. El
arrendamiento de tierras siguió creciendo desde principios de la era Meiji: en
1910, los arrendatarios cultivaban ya el 45 por ciento de la tierra, en tanto que
el 39 por ciento de los labradores carecía de propiedad alguna.
7. Rumbo a la guerra

Los dos años de gobierno Tanaka (1927-1929) pueden considerarse el fin de la


era de la incipiente democracia y de los prolegómenos del militarismo y de la
guerra. En los años Taishō se sucedieron breves reinados de tendencia liberal
encabezados por los líderes del partido, pero Tanaka empezó por adoptar
medidas enérgicas contra los que albergaban «ideas peligrosas», es decir,
comunistas y simpatizantes de este partido. En asuntos externos, la estrategia
de agresión contra China comenzó con una confrontación con las jóvenes
fuerzas nacionalistas de Chiang Kai-shek. Cuando en mayo de 1928 éstas
llegaron a Tsinan, en la península de Shandung, Tanaka envió a sus soldados
para impedir el paso a las fuerzas chinas. La campaña se saldó con miles de
heridos y muertos entre los chinos allí residentes.
A medida que las fuerzas nacionalistas avanzaban hacia el norte, los líderes
japoneses comenzaron a mostrar su preocupación por Manchuria, que había
pasado a formar parte de la esfera de influencia japonesa tras la guerra ruso-
japonesa. En el verano de 1927, Tanaka se reunió con mandos del ejército y
dirigentes del Ministerio de Asuntos Exteriores para discutir qué política
adoptar con China. Los intervencionistas, que sostenían que Manchuria era el
«bote salvavidas» de Japón, fueron reprimidos provisionalmente. El jefe militar
de Manchuria, Zhang Zuolin, había cooperado con el ejército Kwangtung
japonés en aquella región. En junio de 1928, cuando las fuerzas nacionalistas se
aproximaban a Manchuria, Zhang Zuolin, que tenía sus tropas destacadas en
Pekín, decidió retirarse a Manchuria, pero en el camino de regreso fue
asesinado por miembros del ejército Kwangtung, que hicieron volar el tren en
el que viajaba. Su objetivo era hacer desaparecer a Zhang y ampliar el dominio
japonés sobre Manchuria. Tanaka no estaba de acuerdo con sobrepasar los
límites legalmente establecidos. A Zhang le sucedió su hijo Zhang Xue-liang,
que prometió lealtad a Chiang Kaishek. Esta postura incitó a los oficiales del
ejército Kwangtung a diseñar un plan para someter Manchuria bajo control
japonés.
Tanaka fue obligado a dimitir de su cargo por mentir al Emperador acerca
de los responsables de la muerte de Zhang. En julio de 1929 le sucedió
Hamaguchi Yūkō (1870-1931), presidente del otro partido mayoritario, el
Minseitō. La primera tarea con la que se encontró Hamaguchi fue la de hacer
frente a las dificultades económicas que derivaron de la crisis bancaria de
principios de 1927. Muchos bancos pequeños y medianos tuvieron que cerrar,
circunstancia que favoreció a los grandes bancos, que pasaron a asumir el
control financiero. Algo parecido ocurrió en el sector de las manufacturas: las
pequeñas empresas desaparecieron y las grandes compañías aprovecharon para
ampliar su control monopolístico. Con el fin de afrontar la crisis económica,
Tanaka trató de estimular la economía mediante una subida del gasto militar e
intensificando la explotación de las colonias, pero ninguna de estas medidas
resolvió los problemas económicos de la nación. Además, las exportaciones
cayeron en picado, por lo que muy pronto Japón se vio afectado por la Gran
Depresión que sacudía al mundo entero. Se produjo un acusado descenso tanto
de las exportaciones de seda a Estados Unidos como de las prendas de algodón
y otros artículos a China y a otros países asiáticos. De hecho, entre 1929y 1931
las exportaciones japonesas descendieron en torno al cincuenta por ciento.
Como resultado, el campesinado y la clase trabajadora se vieron afectados
por problemas sociales que contribuyeron a intensificar las críticas contra el
sistema y contra los partidos políticos, que tenían importantes intereses
comerciales. El gobierno ya había conseguido, en cierto modo, acallar a los
movimientos izquierdistas, pero ahora el ataque al sistema procedía de los
partidos de la derecha. Fue así como los gobiernos de partido que sucedieron a
Tanaka tuvieron que hacer frente a una creciente hostilidad e insatisfacción por
parte de los sectores de la derecha y de los militaristas.
El primer ministro Hamaguchi intentó atajar la crisis económica mediante
la implantación de medidas de ahorro, que resultaron infructuosas. Mientras el
gobierno intentaba resolver la crisis tuvo que soportar, además, las acusaciones
de la oposición derechista, que criticaba la política exterior de cooperación
internacional seguida a partir de la Conferencia de Washington de 1921. Las
críticas se centraban fundamentalmente en Shidehara Kijuro (1872-1951),
responsable de esta cooperación internacional y ministro de Asuntos Exteriores
en distintos gabinetes durante la década de 1920. Tanaka continuó esta política
y firmó el Pacto Kellogg-Briand de 1928: se mantuvo la limitación de
armamento naval aprobada en la Conferencia de Washington y, a principios de
1930, las potencias involucradas se reunieron en Londres para negociar la
reducción de buques de guerra y adjuntar esta nueva decisión a los acuerdos
firmados en Washington sobre acorazados. Concluidas las negociaciones, Japón
aceptó una proporción de 10/10/6 (Estados Unidos/Gran Bretaña/Japón) en
cruceros pesados y otra de 10/10/7 en destructores. Por lo que respecta a los
submarinos, Japón obtuvo el mismo número que Estados Unidos.
Los altos mandos de la armada se opusieron a este acuerdo, pues exigían
una proporción de 10/10/7 en cruceros y destructores. La oposición del
Seiyūkai empezó a participar en el juego político y atacó al gobierno de
Hamaguchi por firmar el acuerdo de Londres, pues consideraba que había
violado el principio de independencia del mando supremo y que no tenía
derecho a decidir por los generales navales en materia de defensa nacional.
Estos líderes de partido estaban dando a los militaristas todos los motivos para
desafiar a los gobiernos civiles de la década de 1930, durante la cual se
convirtieron en blanco de asesinato los mandos militares de la armada que
habían apoyado el acuerdo de Londres, entre los que se encontraban los
almirantes Okada Keisuke y Suzuki Kantarō. La primera víctima fue el primer
ministro Hamaguchi, que resultó herido de gravedad por un disparo recibido a
finales de 1930. Dimitió de su cargo y murió poco después. Shidehara actuó de
primer ministro en funciones antes de la muerte de Hamaguchi, pero no dejó
de recibir constantes ataques por traición, pues decidió respetar el acuerdo de
Londres.
Tras la dimisión de Hamaguchi en abril de 1931 asumió el poder
Wakatsuki Reijirō (1866-1949), que había sido primer ministro en los años
1926-1927. Sufrió el acoso de los activistas de derechas, responsables de tramar
asesinatos. En septiembre tuvo que enfrentarse al Incidente de Manchuria,
organizado por los oficiales japoneses de Kwangtung. Estas dificultades,
sumadas a la disensión que existía en el partido, le obligaron a dimitir. Su
sucesor fue Inukai Tsuyoshi (1855-1932), líder del Seiyūkai que, aunque desde
el principio de su carrera había luchado por constituir un gobierno de partido,
actuaba de forma demagógica y atacó al gobierno de Hamaguchi por firmar el
acuerdo de Londres. Hostigado y arengado por los ultranacionalistas de
derecha, se convirtió igualmente en objetivo de asesinato. De este modo, Japón
entró en una década en la que los principios ultranacionalistas, derechistas y
militaristas gobernaron tanto la política interior como los asuntos exteriores.
Algunos calificaron este movimiento de fascista, aunque sus paradigmas
ideológicos y organizativos no se asemejaban al modelo europeo.

La aparición de los activistas nacionalistas radicales

En la década de 1930 se puso especial énfasis en defender el carácter sagrado


del sistema imperial —que tiene su origen en la diosa Sol—, la inviolabilidad
de la política nacional, la singularidad y la superioridad de la raza japonesa y de
su historia, así como en «incluir bajo un mismo techo las cinco partes del
mundo».
El origen de este tipo de mentalidad se remonta a los conceptos de los
eruditos del Aprendizaje Nacional durante la era Tokugawa, aunque éstos no se
caracterizaban por sus ideas chovinistas o «fascistas», como fue el caso de los
ultranacionalistas de la década de 1930. La convicción de que Manchuria era
importante para los intereses japoneses persistía desde la época de la guerra
ruso-japonesa. Entre los grupos civiles que apoyaban la expansión japonesa en
Manchuria y Mongolia se encontraba la Sociedad del Río Amur, fundada en
1901. Después de la guerra ruso-japonesa, Tōyama Mitsuru (1855-1944) se
proclamó líder de esta Sociedad y se convirtió en el guía espiritual de los
nacionalistas de derecha, partidarios de ampliar las fronteras japonesas hasta el
río Amur. La crisis económica que azotó a la nación a finales de la década de
1920 hizo que los nacionalistas y los militaristas defendieran aún con más afán
las incursiones en el continente. Los oficiales del ejército Kwangtung
destacados en Manchuria adoptaron una línea dura cuando se hizo evidente la
posibilidad de que Chiang Kai-shek anexionara esta región al nuevo gobierno
chino.
Los problemas internos alimentaron los sentimientos «fascistas» de aquellos
que, desde posturas antiliberales, se enfrentaron al gobierno. Entre estos
ideólogos de derechas se encontraba Kita Ikki (1884-1937), que pasó de
considerarse socialista a alabar la importancia del sistema imperial. Creía que
era necesario derrocar al gobierno, controlado por una minoría privilegiada y
por los zaibatsu, así como reestructurar por completo el sistema político. Sólo
así se podría lograr la unión entre el Emperador y su pueblo. Defendía un
socialismo nacionalista por el cual el Estado controlaba las empresas más
importantes y ponía límites a la propiedad privada. En un principio se
compadecía de China, a la que consideraba una víctima del imperialismo
occidental, pero a medida que las relaciones chino-japonesas se volvieron más
tensas como consecuencia de la militancia japonesa contra ese país, centró
todos sus esfuerzos en la reconstrucción interna. Sus ideas fueron muy bien
acogidas por algunos de los jóvenes mandos radicales del ejército, que
orquestaron el tipo de golpe de Estado propugnado por Kita. Fue acusado de
cómplice de aquellos militares que provocaron el Incidente del 26 de febrero de
1936 (véanse páginas 211-213) y, posteriormente, fue ejecutado.
Otro nacionalista radical fue Inoue Nisshō (1886-1967), artífice de algunas
sociedades nacionalistas extremistas entre las que se incluye la Liga de la
Hermandad de la Sangre, cuyo objetivo era asesinar a los trece principales
líderes del gobierno. La pobreza y la dura vida de los campesinos, acuciada por
la depresión económica, provocaron también el nacimiento de un grupo
radical agrario. Entre los líderes de este grupo estaba Gondō Seikyō (1868-
1938), defensor de una política de autonomía agraria y una economía basada
en la agricultura. Afirmaba que, a finales del siglo XIX, la oligarquía formada
por los burócratas, los zaibatsu y los militares se había hecho con el control de
la sociedad, de forma que un pequeño grupo de capitalistas arrebataba todos
los frutos de la tierra. Otro activista radical fue Okawa Shūmei (1886-1957),
implicado en numerosos intentos de asesinato durante la década de 1930 y
fundador de muchas sociedades de tendencia derechista. En 1945 se le acusó
de ser un criminal de guerra clase A, pero no fue condenado por razones de
salud mental. La organización Kokuhonsha, fundada por Hiranuma, que
destacaba el carácter único y especial del sistema de gobierno japonés, contaba
entre sus miembros con los máximos líderes de la esfera política, militar y del
mundo de los negocios.
A finales de los años 20 y 30, jóvenes militares empezaron a organizarse en
círculos políticos. Su oposición a la iniciativa de desarme promovida por los
líderes de los gobiernos Taishō y los primeros gobernantes Shōwa provocó, en
parte, la oposición militar a los dirigentes políticos de los años 20. Algunos
jóvenes militares, muchos de ellos procedentes de las comunidades rurales,
estaban furiosos con el gobierno porque éste apenas se molestaba en ayudar al
empobrecido campesinado, mientras que los políticos y los más adinerados
nadaban en la abundancia. Uno de los militares implicados en el asesinato del
primer ministro Inukai en 1932 declaró en el juicio lo siguiente: «Los zaibatsu,
mostrando un total desprecio por los labradores, que viven azotados por la
pobreza, son inmensamente ricos y persiguen únicamente su beneficio
personal. Entretanto, los hijos de los maltrechos agricultores de las provincias
del nordeste tienen que acudir a la escuela sin desayunar, y sus familias
subsisten con patatas podridas»[1]. Curiosamente, se había producido una
convergencia entre los civiles de derechas y los militares activistas.
Aquellos preocupados por la aparente pérdida de poder militar en la vida
política a raíz del fallecimiento, en 1922, del antiguo líder Yamagata
empezaron a organizarse en grupos para llevar a cabo sus objetivos. Eran muy
críticos con los líderes del partido en el gobierno y con la indiferencia de los
capitalistas ante la miseria de las masas empobrecidas. Llegaron a la conclusión
de que eran necesarias reformas políticas radicales. Uno de estos grupos, el
Issekikai (Sociedad de Una Noche), fue constituido en 1929 por militares de
rango medio, muchos de los cuales, como Tojo Hideki, llegaron a convertirse
en líderes nacionales durante la década de 1930. Algunos militares fundaron en
1930 otra sociedad llamada Sakurakai (Sociedad del Cerezo), cuyo objetivo era
derrocar al gobierno e instaurar un régimen militar. En su declaración de
intenciones, este grupo condenaba la política de desarme que se estaba
siguiendo en aquel momento y acusaba de corrupción a los líderes políticos.
Afirmaba que éstos «han olvidado los principios básicos… descuidan los
valores espirituales que son esenciales para la supremacía del pueblo Yamato…
El torrente de corrupción política ha llegado al límite… Ahora, la espada
venenosa de los degenerados políticos apunta a los militares, como quedó
claramente demostrado en la controversia sobre los tratados de Londres… Es
evidente que la espada de los políticos de partido, que fue utilizada contra la
armada, pronto se usará para reducir el tamaño de nuestro ejército… De ahí
que debamos… despertarnos y limpiar las entrañas de nuestros decadentes
políticos»[2]. Los «valores espirituales» que exaltaban estos militares tenían que
ver con un concepto místico sobre la superioridad del carácter nacional
japonés, la singularidad del carácter único del sistema de gobierno nacional y la
santidad del sistema imperial, fuente de todos los valores.
Esta mentalidad coincidía con el modo de pensar de los civiles
ultranacionalistas. Los militares daban más importancia a la expansión en el
continente asiático que algunos civiles radicales, pero compartían con ellos sus
creencias antidemocráticas y su interés por constituir un gobierno totalitario.
Su mentalidad nacionalista les acercaba cada vez más a las naciones
antioccidentalistas, al mismo tiempo que mostraban su rechazo a la cultura
occidental y al estilo de vida individualista de Occidente, amén de los intereses
capitalistas occidentales que dominaban la economía japonesa. Defendían los
valores agrarios tradicionales y un estilo de vida centrado en la familia. En
cierto modo, la disputa entre los ultranacionalistas y los sectores más liberales y
occidentalizados era un conflicto entre el Japón rural y el urbano, el antiguo
Japón y el nuevo, el «niponismo» y el occidentalismo. Los ultranacionalistas
creían que encarnaban los valores tradicionales y veían en la figura del
Emperador la esencia de Japón, al mismo tiempo que creían que sus oponentes
eran la representación de la decadencia impuesta por los egoístas valores
occidentales.
Con el creciente auge del «niponismo», la corriente de pensamiento
calificada de «mentalidad peligrosa» no quedó limitada al comunismo, sino que
llegó a incluir también al liberalismo y a los intelectuales, en especial los
eruditos que adoptaron conceptos liberales. Éstos pasaron a ser el objetivo
principal y perdieron sus puestos en las universidades. El «niponismo»
fomentaba la santificación y glorificación del sistema imperial. Hacia finales de
la era Meiji un catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de
Tokio, Minobe Tatsukichi (1873-1948), postuló la llamada Teoría del Órgano
referida al Emperador. Sostenía que el Emperador era un órgano del Estado; no
estaba por encima de él ni era el Estado mismo. Al principio la teoría de
Minobe no suscitó ninguna controversia, pero en la era ultranacionalista de los
años 30 se interpretó como un ataque contra los políticos y pensadores
nacionalistas, por lo que en 1935 fue acusado de «lesa majestad». Se condenó
su teoría, se prohibieron sus libros y fue obligado a dimitir de su puesto en la
Universidad de Tokio. El intento fallido de asesinato para acabar con su vida
por parte de un nacionalista fanático es una muestra más de la mentalidad
japonesa «fascista» de los años 30. El ataque a Minobe y a la Teoría del
Órgano, condenada por profanar el carácter nacional, suponía en realidad el
final de la libertad de pensamiento y expresión. Presionado por los
ultranacionalistas, el ministro de Educación promulgó los Fundamentos del
Régimen Nacional (1937), en donde aseguraba que el Emperador descendía de
la diosa Sol y era el manantial de la vida y moralidad del pueblo. Enfatizaba las
virtudes de lealtad, patriotismo, amor filial, armonía, espíritu marcial y
bushido, al mismo tiempo que condenaba el individualismo occidental por
considerarlo el origen de todos los movimientos indeseables, tales como la
democracia, el socialismo y el comunismo.

Intentos de asesinato

Llevados por su sentido de la rectitud, muchos nacionalistas de derechas


justificaban deshacerse de aquellos líderes que encarnaban posturas hostiles y
obstaculizaban sus objetivos, pues para ellos se trataba de una defensa de los
valores auténticos y de un acto de patriotismo. De ahí que, dentro de los
círculos civiles y militares más extremistas, se tramaran varios asesinatos. En
marzo de 1931, un grupo de conspiradores dio un golpe de Estado al gobierno
y colocó al mando al general Ugaki Kazushige (1868-1956), pero la
conspiración fracasó cuando Ugaki se negó a colaborar. Más adelante, en el
mes de octubre, intentaron asesinar al primer ministro Wakatsuki y poner en
su lugar a Araki Sadao (1877-1966), un general muy bien considerado entre
los más radicales por tratarse de un defensor acérrimo del «niponismo» y del
«estilo imperial» (kodō). Araki, que por aquel entonces era inspector general de
educación militar, puso fin a los planes de los conspiradores, pero en ninguno
de los dos casos recibieron los culpables algún tipo de castigo.
La siguiente conspiración partió de la Liga de la Hermandad de la Sangre,
que había elaborado una lista con los nombres de trece líderes a los que
pensaba asesinar. A comienzos de 1932 acabó con la vida del ministro de
Hacienda y del director de la corporación Mitsui. Inoue Nisshō fue condenado
a quince años de cárcel por sus vínculos con los conspiradores, pero los
miembros de la Liga siguieron adelante con sus planes. El siguiente paso contó
con la colaboración de miembros de la armada. El objetivo principal era Inukai
Tsuyoshi, por entonces primer ministro. Su asesinato fue planeado por
radicales de derecha que deseaban «reformas» domésticas y por partidarios de
una política exterior imperialista. En septiembre de 1931 los oficiales de la
armada Kwangtung organizaron el llamado Incidente de Manchuria,
involucrando a Japón en una política agresiva con el continente que
desembocaría en una guerra de graves consecuencias. La guerra de Manchuria
estalló durante el mandato de Wakatsuki. Inukai, líder en la oposición del
partido Seiyūkai, criticó la servil política de cooperación internacional
adoptada por el ministro de Asuntos Exteriores Shidehara. Sin embargo, en el
momento de ocupar este cargo, el ministro se había mostrado dispuesto a
frenar al ejército Kwangtung en Manchuria. Molestos por la postura de Inukai,
los miembros más extremistas de la armada y del ejército unieron sus fuerzas a
las de los radicales de las zonas rurales, que criticaban el sistema de poder
ejercido por los políticos, los burócratas y los grandes empresarios. Decidieron,
pues, acabar con la vida de las personalidades de mayor rango y atacar a las
instituciones y centros clave, aunque su única víctima fue Inukai, al que
asesinaron el 15 de mayo de 1932. Esta muerte significó un punto de inflexión
en el movimiento japonés hacia el extremismo militarista, pues puso fin al
gobierno de partido e impregnó de militarismo de derechas tanto la política
exterior como la interna.

La extrema derecha en la política interior y exterior


A pesar de la actitud más combativa que el gobierno de Tanaka había adoptado
hacia China, fue el Incidente de Manchuria el que llevó a Japón a participar en
la Segunda Guerra Mundial. Se consideraba a Manchuria como una zona
fundamental para la seguridad nacional de Japón, y esta idea pervivía entre los
nacionalistas radicales desde la época de la guerra ruso-japonesa.
Los mandos del ejército Kwangtung y otros militares estaban decididos a
evitar la unificación de Manchuria bajo el nuevo gobierno nacionalista. El jefe
militar de Manchuria, Zhang Xue-liang, hijo de Zhang Zuo-lin, deseaba la
cooperación del gobierno nacionalista. Así pues, los altos mandos del ejército
Kwangtung, Ishiwara Kanji (1886-1949) e Itagaki Seishirō (1885-1948), con
la colaboración de algunos destacados militares en Tokio, decidieron destituir a
Zhang Xue-liang y someter a Manchuria al gobierno japonés.
Como primer paso de esta campaña los oficiales Kwangtung volaron una
parte del Ferrocarril del Sur de Manchuria, en Mukden, y culparon de ello a las
tropas chinas. Más adelante, trasladaron a sus soldados fuera de los límites del
trazado del Ferrocarril del Sur de Manchuria. Cuando el primer ministro
Wakatsuki decidió seguir el consejo del ministro de Asuntos Exteriores
Shidehara de restringir las acciones militares, el General del Estado Mayor
declaró que el gobierno no tenía autoridad para intervenir en este asunto, pues
entraba dentro del ámbito de competencias del mando supremo, además de
sostener que el Estado Mayor del Ejército de Tierra tenía derecho a tomar las
decisiones militares que considerara oportunas. El gobierno chino no estaba en
posición de actuar militarmente contra las fuerzas japonesas, pues se
encontraba envuelto prácticamente en una guerra civil con los comunistas, por
lo que solicitó ayuda a la Liga de Naciones para detener la agresión japonesa.
Después de cierta demora, el Consejo de la Liga aprobó una resolución
instando a Japón a que retirara sus tropas. Pero el sentimiento de apoyo a la
guerra en Japón se había disparado y los esfuerzos de Shidehara para negociar
un acuerdo no encontraron respaldo alguno, por lo que decidió ceder en su
empeño. Wakatsuki dimitió y pasó a ocupar su puesto Inukai, cuyo partido se
había mostrado especialmente crítico con Shidehara.
Cuando Inukai se convirtió en primer ministro también llegó a la
conclusión de que era necesario frenar al ejército. Tenía la esperanza de
convencer al ejército Kwangtung para que se retirara a la zona del Ferrocarril
del Sur de Manchuria e iniciara las negociaciones con el gobierno chino. Pero
lejos de ver cumplidas sus expectativas, el ejército Kwangtung prosiguió su
avance y tomó dos ciudades clave, Jinzhou y Harbin, para proseguir hacia el
norte en dirección a la provincia de Amur. Las maniobras japonesas en
Manchuria no fueron bien recibidas en China, por lo que, en enero de 1932,
se produjo un enfrentamiento entre las fuerzas chinas y las tropas japonesas
destacadas en la zona de concesión internacional de Shangai. Los japoneses
decidieron entonces bombardear desde el aire una de las zonas más pobladas de
Shanghai. Esta ofensiva situó a la opinión internacional en contra de Japón y
fortaleció la decisión china de proseguir la lucha. Inukai, aconsejado por el
ministro de la Guerra Araki, envió dos divisiones del ejército a Shanghai. Las
fuerzas japonesas expulsaron a las chinas y, a principios de mayo, se firmó un
armisticio. Este incidente fomentó los sentimientos patrióticos en Japón, por lo
que a Inukai le resultó imposible encontrar una solución negociada al
conflicto. Con la opinión pública de su lado, en agosto de 1932 los oficiales del
ejército Kwangtung fundaron el Estado títere de Manchukuo y sentaron en el
trono a Puyi, anterior emperador Qing.
Los japoneses hicieron caso omiso a la petición inicial de la Liga para que
cesara toda maniobra militar en Manchuria, por lo que aquella envió una
comisión encabezada por Lord Lytton para analizar la situación. Estados
Unidos, que no era miembro de la Liga, promulgó por su cuenta la llamada
«doctrina de no reconocimiento» de acciones que violaran los derechos de otras
naciones. La Comisión Lytton informó de que las intervenciones militares
japonesas no eran legítimas y concluyó que el Estado de Manchukuo no nacía
de un verdadero movimiento por la independencia. Exigió, pues, el
establecimiento de un régimen autónomo bajo la soberanía china y la retirada
de las tropas chinas y japonesas, no sin reconocer los derechos e intereses
japoneses en Manchuria. Los japoneses calificaron el informe de inaceptable
por lo que, tras su aprobación, la delegación nipona decidió retirarse. En marzo
de 1933, Japón abandonó la Liga.
En esa época, el presidente del gobierno japonés era el almirante Saitō
Makoto (1858-1936), sucesor de Inukai. Tras el asesinato de éste, el gobierno
de partido llegó a su fin. Saionji, que ahora era consejero del Emperador, eligió
a Saitō para ser primer ministro. Como moderado, Saitō contó con la
aceptación de todas las facciones. Estaba destinado a ser el primero en su cargo
en encabezar un «gobierno nacional unido», pero no era un líder fuerte y
sucumbió a los deseos del ejército para que Japón no siguiera en la Liga,
además de permitir que el ejército Kwangtung siguiera adentrándose en
Mongolia hasta llegar al sur de la Gran Muralla. El ministro de la Guerra, el
general Araki, impidió que las fuerzas Kwangtung siguieran avanzando hacia
China hasta que, en mayo de 1933, se alcanzó un acuerdo con la firma de la
Tregua de Tanggu: la provincia de Jehol se anexionó a Manchuria, el ejército
Kwangtung obtuvo el control sobre el paso de Shanhaiguan, en la frontera
entre China y Manchuria, y se creó una zona desmilitarizada al norte de Pekín.
Los nacionalistas del ala derecha, críticos con la postura moderada de Saitō,
le obligaron a dimitir a mediados de 1934. Saionji se reunió con un círculo de
asesores y eligieron a otro almirante, Okada Keisuke (1868-1952), para que
sucediera a Saitō. Ante la creciente agitación nacionalista, el gobierno de
Okada sucumbió a la presión de la derecha, accedió a las demandas
expansionistas de la armada y, en 1935, revocó los acuerdos navales de
Washington y Londres. Fue precisamente durante el gobierno de Okada
cuando se iniciaron los ataques a la figura de Minobe.
Durante este período existían dos facciones enfrentadas dentro del ejército.
Los principales defensores del ultranacionalismo eran los generales Araki Sadao
y Mazaki Jinzaburō (1876-1956). Creían en la supremacía de los soldados
japoneses, que estaban impregnados del «poder espiritual», del espíritu Yamato;
es más, estos soldados eran objeto de admiración por parte de los militares que
promulgaban la violencia para derribar el orden establecido. Araki y Mazaki,
dos exponentes del estilo imperial (Kōdō-ha), fueron muy críticos con la Teoría
del Órgano de Minobe. Otros generales no estaban a favor de los actos aislados
de violencia para conseguir objetivos políticos. Su meta era la preparación
militar mediante la modernización del ejército con tanques y aviones, sin
depositar toda la confianza en la fuerza espiritual del soldado. Las futuras
guerras iban a exigir la total movilización de los recursos de la nación, por lo
que era indispensable una nueva planificación liderada por el control y la
disciplina de los mandos centrales del ejército. Aquellos que compartían esta
postura vinieron a ser conocidos con el apelativo de Escuela del Control
(Tōsei-ha), que contaba con Nagata Tetsuzan (1884-1935) y el futuro primer
ministro Tōjō Hideki (1884-1948) entre sus líderes. Las dos facciones no eran
grupos organizados formalmente, sino que se componían básicamente de
oficiales que compartían opiniones y objetivos similares: unos haciendo
especial hincapié en una preparación militar práctica a las órdenes de un
mando disciplinado; otros, defendiendo la violencia.
La polémica entre las dos facciones afloró a mediados de 1935, cuando el
general Hayashi Senjurō (1876-1943), ministro de la Guerra del gabinete de
Okada, destituyó al general Mazaki de su puesto de inspector general de
educación militar, uno de los tres cargos más altos dentro del ejército junto con
el de ministro de la Guerra y jefe del alto Estado Mayor del ejército. Mazaki
había sido nombrado para ese cargo por el general Araki cuando éste era
ministro de la Guerra. Los seguidores de Mazaki se sintieron ultrajados por su
destitución, que interpretaron como una conspiración de Hayashi y Nagata,
jefe de asuntos militares, para debilitar el Kōdō-ha. Culparon, sobre todo, a
Nagata, al que mostraban un creciente resentimiento desde que, a finales de
1934, había destituido a los partidarios de Araki de los puestos clave del
ejército, pues se descubrió una conspiración de los oficiales Kōdō-ha para
asesinar a los principales hombres de Estado e implantar un gobierno militar.
Fue entonces cuando un oficial Kōdō-ha decidió asesinar personalmente a
Nagata, al que mató con una espada tras entrar en su despacho.
Los oficiales Kōdō-ha decidieron que éste era el momento apropiado para
destituir a los altos cargos políticos. Los Kōdō-ha ensalzaron al asesino de
Nagata como un auténtico patriota. La condena de la Teoría del Órgano de
Minobe y el movimiento de exaltación del carácter nacional iban situando al
público a favor del «estilo imperial». Los oficiales Kōdō-ha, incluidos los
despedidos por Nagata en el pasado, decidieron llevar su plan a la práctica.
Contaban con el apoyo de Mazaki y otros generales, además de recibir la ayuda
monetaria de los empresarios y políticos de la derecha. Estaba previsto destinar
a Manchuria la Primera División, a la que estaban asignados muchos de los
conspiradores, por lo que éstos, en la mañana del 26 de febrero de 1936,
decidieron dar un golpe de Estado antes de que la División partiera. Así,
ordenaron a las tropas de la Primera División que ocuparan los edificios clave
del gobierno y condujeron a algunos grupos de hombres a que asesinaran a
importantes estadistas y oficiales del gobierno. Entre los objetivos se incluían el
primer ministro Okada, el anterior primer ministro Saitō, el ministro de
Hacienda Takahashi Korekiyo (1854-1936), el general Watanabe Jōtarō (1874-
1936), que había sustituido a Mazaki como inspector general de educación
militar, el gran chambelán Suzuki Kantarō (1867-1948) y el antiguo guardián
del sello privado Makino Nobuaki (1861-1949). El general Saionji estaba
también en la lista original, pero algunos insistieron para que su nombre
quedara excluido. Tres figuras de la lista fueron asesinadas: Saitō, Takahashi y
Watanabe. Los asesinos también creyeron que habían matado a Okada, pero
por error asesinaron a su cuñado, al que confundieron con el propio Okada.
Suzuki recibió varios disparos de bala pero consiguió sobrevivir y más adelante,
al final de la Segunda Guerra Mundial, ocupó el cargo de primer ministro.
Makino, por su parte, tuvo la fortuna de escapar con vida.
Los asesinos publicaron un manifiesto en el que se condenaba a los altos
cargos del gobierno, a políticos y a algunos jefes militares por destruir el
carácter nacional y provocar una crisis en el país. Invitaron al ministro de la
Guerra, Kawashima Yoshiyuki (1878-1945), para que tomara el mando e
implantara la Restauración Shōwa. Las opiniones de los generales estaban
divididas acerca de cómo enfocar la situación. Kawashima se mostraba
indeciso, mientras que Araki y Mazaki no estaban de acuerdo en sofocar a los
rebeldes. De hecho, Mazaki quería que Kawashima convenciera al Emperador
para que éste accediera a las peticiones de los insurgentes. Los oficiales del alto
mando del ejército, a las órdenes de Ishiwara Kanji, uno de los cerebros del
Incidente de Manchuria, exigían acallar a los insurrectos, pero esta decisión
reposaba, en último término, en la figura del Emperador, quien, reacio a llegar
a un compromiso, los condenó por matar a sus consejeros más próximos. Se
proclamó la ley marcial y se reclutaron hombres de los distritos más alejados.
Ante la fuerte oposición, los rebeldes decidieron rendirse. Dos de sus oficiales
se suicidaron, mientras que los mandos fueron juzgados a puerta cerrada.
Diecinueve fueron condenados a muerte y ejecutados. Aunque Kita no
participó de forma decisiva en la rebelión, se le consideraba responsable de
haber influido en los rebeldes, por lo que fue juzgado por un tribunal militar y
ejecutado. Mazaki, que había mantenido relaciones más estrechas con ellos que
el propio Kita, quedó absuelto.
Tras el intento de golpe de Estado, los mandos del ejército expulsaron a los
oficiales y generales que, en cierto modo, había tenido relación con el Kōdō-ha.
Los generales Araki y Mazaki pasaron a la reserva pero, para evitar que aquellos
que no estaban en activo tuvieran la posibilidad de ocupar el cargo de ministro
de la Guerra, se revisaron las leyes militares para que sólo los generales y
almirantes en servicio activo pudieran ser elegidos para ese cargo. Yamagata
había ya aprobado esta ley en 1900, pero en 1913 volvió a cambiarse, de forma
que los generales y almirantes que no estaban en servicio activo podían ser
elegidos ministros de la Guerra o de la Armada.
Los mandos que quedaron a cargo del ejército tras el intento golpista no
eran simplemente oficiales Tōsei-ha enfrentados a los Kōdō-ha, sino que
también se oponían a cualquier manifestación de violencia por razones de
exaltación ideológica. El mando del ejército quedó en manos de un grupo de
oficiales a favor de un orden centralizado y disciplinado. Aunque no se oponían
a la intervención militar en asuntos de ámbito político, no dejaban que las
decisiones políticas se realizaran fuera del marco legal. De hecho, la posición
del ejército en la esfera política se vio fortalecida gracias a los activistas del 26
de febrero, pues hizo que los líderes políticos se mostraran cautelosos antes de
enfrentarse con el ejército de forma abierta y vehemente. La influencia de los
militares en el gobierno no tardó, pues, en dejarse ver. Los mandos tenían
ahora el derecho de veto en cualquier gabinete porque controlaban la
designación del cargo de ministro de la Guerra. El nombramiento de primer
ministro era requisito para formar gabinete, por lo que estaban en posición de
bloquear la formación del gabinete elegido por el primer ministro si no estaban
de acuerdo con los miembros que éste había designado.
El ejército hizo uso de su poder inmediatamente después del intento
golpista, cuando Hirota Kōki (1878-1948) fue elegido por el Emperador para
formar el gabinete que sucediera al asesinado Saitō. El general Terauchi
Hisaichi (1879-1946), el candidato propuesto por los militares para el cargo de
ministro de la Guerra, impidió a Hirota formar un gabinete con miembros de
tendencias liberales, que no contaban con su aprobación. Entre los descartados
se encontraba Yoshida Shigeru (1878-1967), que llegaría a convertirse en un
importante líder político durante los años de la posguerra. Su exclusión se
produjo no sólo por ser yerno de Makino, sino también por sus críticas a las
intervenciones militares realizadas en Manchuria.
Tras asumir su cargo, el gobierno de Hirota expuso sus objetivos políticos
en los «Principios Fundamentales del Régimen Nacional». El primero de estos
objetivos era consolidar la posición del imperio japonés en Asia Oriental; el
segundo, el avance en la región del mar del Sur. Mantenía una posición
moderada con respecto a China; de hecho, adoptaba una postura bastante más
defensiva hacia la Rusia Soviética. Fue la armada la propulsora de la política
que debía seguirse en el mar del Sur, marcada por el objetivo de conseguir
acceso a los depósitos de petróleo del sureste de Asia. La intención era alcanzar
estos objetivos por medios pacíficos, pero los acontecimientos subsiguientes no
pudieron evitar la invasión de China y el estallido de la guerra del Pacífico. De
ahí que el Tribunal Militar Internacional constituido tras la guerra sostuviera
que Hirota había participado en los incidentes posteriores y lo juzgara y
ejecutara como criminal de guerra de clase A.
Con todo, quien verdaderamente ostentaba el poder por entonces era el
ejército, como quedó demostrado en su capacidad para aprobar o rechazar los
gabinetes. Hirota fue obligado a dimitir cuando se negó a aceptar la petición
que le hizo el ministro de la Guerra de disolver la Asamblea para deshacerse de
un miembro de un partido político que criticaba al ejército. Cuando Saionji
eligió al general Ugaki para que sucediera a Hirota como un medio para
mantener el orden en el ejército, los militares más extremistas, encabezados por
Ishiwara Kanji, presionaron a Ugaki negándose a proponer un ministro de la
Guerra. Saionji buscó entonces el apoyo de otro general, Hayashi Senjurō
(1876-1943), que había ocupado el cargo de ministro de la Guerra en los
gabinetes de Saitō y Okada. Su gobierno duró sólo cuatro meses porque, en la
elección de la Asamblea, los partidos de la oposición obtuvieron la mayoría y,
enfrentado a una Asamblea hostil, Hayashi decidió dimitir.
Saionji convenció entonces al príncipe Konoe Fumimaro (1891-1945) para
que aceptara ser primer ministro. Así, en junio de 1937 se convirtió en jefe del
Gobierno. Konoe era descendiente de las cinco familias de regentes de la corte
heiana y estaba bien considerado por todos los sectores de la sociedad. Tanto
los partidos políticos como los militares y los empresarios dieron su
aprobación. Saionji albergaba la esperanza de que Konoe le sucediera en un
futuro como consejero mayor del Emperador, pues estaba considerado un
moderado capaz de conciliar los grupos enfrentados y garantizar la estabilidad.
Pero adoptó una línea bastante dura en asuntos de política exterior y se
pronunció en contra de la política de cooperación internacional, llegando a
afirmar que Japón tenía que adoptar una línea exterior independiente: «Todas
las naciones se han constituido en bloques. Japón también debe organizar su
bloque para competir con ellas». Afirmaba que «las naciones pudientes» deben
reconocer los derechos de «las no pudientes». También creía que el Emperador
era demasiado liberal y excesivamente rígido en su postura con el ejército[3]. Su
línea de pensamiento no difería de la del Kōdō-ha, por lo que nombró a Araki
ministro de educación. La política dura adoptada en la esfera de las relaciones
internacionales contribuyó al estallido de la guerra de China, que comenzó un
mes después de que iniciara su mandato.
Las hostilidades militares hacia China se remontaban, sin duda, al
Incidente de Manchuria, que orientó la economía japonesa hacia una mayor
producción de material de defensa. Algunos de los que apoyaban la expansión
en el continente destacaban la necesidad de encontrar una vía de salida para la
creciente población japonesa. La solución al malestar económico, causado por
la Gran Depresión, también se dejó ver en la expansión militar. Ya antes de que
empezara la guerra de China (1937) los grandes grupos financieros e
industriales, los zaibatsu, estaban dispuestos a cooperar con los militares para
repartirse después los frutos del imperialismo. Como ya hemos visto, los
miembros más extremistas del ejército eran hostiles a los grandes
conglomerados capitalistas por la enorme desigualdad que creaban en el país.
Algunos campesinos de las comunidades más maltratadas vivían al borde de la
inanición. Los salarios de los trabajadores de las fábricas experimentaron un
descenso en la primera mitad de la década de 1930, desde un índice 100 en
1931 al 87,8 en 1933 y al 75,7 en 1937. A pesar de esta situación, un
empresario japonés que tenía una fábrica textil en China sostenía que los
capitalistas japoneses no trataban a los obreros conflictivos con la suficiente
dureza. Aseguraba que, en Shanghai, los que protestaban eran detenidos y
fusilados. Un ejecutivo del grupo Mitsui se quejaba de que a los obreros
japoneses se les pagaba en exceso. En Manchuria los obreros sobrevivían con
diez sen al día, mientras que los japoneses recibían cincuenta sen, por lo que
creía que los trabajadores deberían recortar el gasto en alimentación, comiendo
sólo arroz y tofu.
Los magnates, sin embargo, no necesitaron modificar su estilo de vida, ya
que se beneficiaban de la expansión de la industria armamentística. Los líderes
Kwangtung buscaron en un principio mantener al margen a las grandes
compañías comerciales, pero para desarrollar la economía en Manchuria era
necesaria la inversión de capital japonés. De este modo, antes de 1940 los
intereses comerciales japoneses contaban ya con el 84,1 por ciento del capital
total invertido en Manchuria, levantando la economía a costa de explotar
despiadadamente a los obreros chinos, que percibían un tercio del salario que
recibían los trabajadores japoneses.
Los dos grandes conglomerados del país, Mitsui y Mitsubishi, cooperaron
con los militares y desarrollaron la industria armamentística. Como resultado,
la industria pesada crecía ligada a otras creadas estratégicamente para la guerra.
Como ya era habitual, las compañías zaibatsu siguieron dominando también
en este sector. En la industria naviera, Mitsubishi llegó a producir el treinta por
ciento del tonelaje total. También se dedicó a la construcción de aviones y
empezó a producir el caza Zero, un avión que desempeñó un importante papel
en la guerra del Pacífico. Mientras las grandes compañías prosperaban, las
pequeñas y medianas empresas, dedicadas a la producción de artículos que no
eran de primera necesidad, padecían la falta de materias primas, capital y mano
de obra necesaria. Al mismo tiempo, la exportación se reducía cada vez más
porque la Depresión obligó a muchos países a subir las tarifas. Ésta fue la
práctica habitual en los mercados de Asia y África, controlados por las naciones
occidentales. Por esta razón los militares exigían la creación de su propio
mercado imperial, lo que Konoe denominó el «bloque autónomo». La
expansión económica en la segunda mitad de la segunda etapa del moderno
crecimiento económico, el período comprendido entre 1931 y 1952, dependió
en gran medida de la expansión militar.

Rumbo a la guerra del Pacífico


Los acontecimientos que condujeron a la guerra de China (a la que Japón
denomina el «Incidente de China») se remontan a la incursión en Manchuria a
principios de la década de 1930. Con el fin de crear un bloque autónomo, el
gobierno japonés proclamó la «Doctrina Monroe Asiática». El gobierno chino,
obviamente, se negó a reconocer a Manchukuo como Estado independiente,
mientras el gobierno japonés no cesó en su intento de entablar relaciones
amistosas entre China, Japón y Manchukuo, este último bajo control nipón.
En 1935, el gobierno chino reanudó las relaciones diplomáticas con Japón,
pero el ejército Kwangtung y la guarnición japonesa de Tianjin (destacada allí
desde el incidente Bóxer) estaban dispuestos a anexionar a Japón todo el norte
de China. A mediados de 1935, en señal de protesta por las manifestaciones
contra Japón, el gobierno japonés instó al chino a acceder a su petición de que
las tropas nacionalistas se retiraran de dos provincias al norte de Pekín: Hebei y
Chahar. Los jefes del ejército japonés dirigieron entonces sus esfuerzos a
reforzar el control que tenía sobre esa región, insistiendo en la creación de una
zona autónoma. El gobierno nacionalista creó el Consejo Político de Hebei-
Chahar, aunque este territorio no constituía una unidad política autónoma,
sino que continuó siendo una unidad administrativa del gobierno nacionalista.
Cuando Hirota se convirtió en primer ministro formuló el Régimen
Fundamental, que postulaba reforzar la posición defensiva frente a la Unión
Soviética. Siguiendo esta política, Hirota concluyó un Pacto Anti-Comintern
con Alemania en 1936, que no era un pacto militar, sino que estaba destinado
a combatir las actividades subversivas de la Internacional Comunista. Sin
embargo, en el caso de que una de las partes se viera envuelta en un conflicto
con la Unión Soviética, la otra parte no podría prestar ayuda a esta última.
Italia también se unió al pacto, por lo que los países opuestos al fascismo tenían
la impresión de que Japón se estaba aliando con los poderes fascistas.
La guerra contra China estalló un mes después de que Konoe asumiera el
poder. Aparentemente, el origen del conflicto no pasó de ser un choque menor
entre las tropas chinas y japonesas en el puente Marco Polo, a las afueras de
Pekín, la noche del 7 de julio de 1937. Aunque en un principio el gobierno
Konoe consideró que este incidente podría arreglarse in situ, los sectores más
radicales del ejército quisieron utilizar este episodio para crear un Estado de
China del Norte sometido al control japonés. El ministro de la Guerra,
Sugiyama Hajime (1880-1945), propuso enviar más divisiones a China pero
los que, como Ishiwara, estaban más preocupados por la Unión Soviética se
opusieron a la idea de verse envueltos en un serio conflicto en China que
podría convertirse en una larga guerra de desgaste. Algunos oficiales del
Ministerio de Asuntos Exteriores intentaron convencer a su ministro Hirota de
que se opusiera a despachar más tropas a China, pero Hirota estaba de acuerdo
con los militares más radicales. Konoe se puso también del lado de la línea dura
del ejército. Así, convocó una conferencia de prensa y culpó a los chinos de
todos los problemas que había en el norte de China, al mismo tiempo que
anunciaba un plan de movilización.
Lógicamente, el avance japonés puso en pie a la opinión pública china y el
gobierno nacionalista se dispuso a reforzar su posición en el norte del país. La
situación se vio agravada por posteriores incidentes y escaramuzas. El episodio
de Shanghai llevó a la armada, inicialmente partidaria de una política
moderada, a exigir el envío de más tropas. El ejército, más preocupado por el
norte de China que por la zona de Shanghai, a la que la armada incluía dentro
de su esfera de acción, accedió de mala gana a enviar allí fuerzas adicionales.
Hacia mediados de agosto las fuerzas japonesas y chinas empezaron a abrir
fuego en Shanghai. El gobierno chino puso en marcha una política de
movilización general y el japonés cesó en su empeño de hacer de este episodio
un conflicto local y empezó a prepararse para una guerra general. Así fue como
el incidente del puente Marco Polo se convirtió rápidamente en un conflicto de
mayor entidad. La opinión pública en ambos países se caracterizó por un
marcado fervor patriótico. La prensa japonesa alababa la postura del ejército y
exigía el «castigo a China»[4]. Las fuerzas japonesas estaban mejor preparadas,
ya que desde la era Meiji se habían hecho grandes esfuerzos al respecto. Por el
contrario, China contaba con un gobierno nacional reciente, formado apenas
en 1927, y desde entonces no había escatimado en enfrentamientos tanto con
los jefes guerreros regionales como con las fuerzas comunistas, además de tener
que entregar Manchuria a los japoneses y verse obligado a hacer concesiones en
el norte de China. Por consiguiente, no fue capaz de hacer retroceder a las
fuerzas niponas y, a finales de 1937, los japoneses ya controlaban China del
Norte.
En el frente de Shanghai el ejército chino opuso una fuerte resistencia, pero
en noviembre las fuerzas japonesas consiguieron expulsar a los soldados chinos.
Fue entonces cuando el gobierno de Konoe dio permiso al ejército para atacar
la capital china, Nanjing. A mediados de diciembre los japoneses tomaron
Nanjing, cometiendo una de las más horribles atrocidades de la guerra. Las
tropas arrasaron las calles matando indiscriminadamente a hombres, mujeres y
niños. Rodeaban a los jóvenes en edad militar y les disparaban, violaban a las
mujeres y mataban a los soldados chinos que se habían rendido. Aunque las
cifras relativas al número de víctimas varían, el juicio por los Crímenes de
Guerra de Tokio concluyó que, en Nanjing y sus alrededores, se había acabado
con la vida de más de doscientos mil civiles y prisioneros de guerra, en muchos
casos de forma brutal. Con todo, el número de fallecidos no da una idea exacta
del horrible sufrimiento que tuvieron que soportar las víctimas. Xia Shu-chi,
una mujer que contaba con siete años de edad en aquel momento, relató su
experiencia a un estudioso japonés en 1987, cincuenta años más tarde.
Recordaba cómo entre veinte o treinta soldados japoneses irrumpieron en casa
de su familia, mataron a su padre de un disparo y luego persiguieron a su
madre, que intentaba huir con su pequeño bebé en brazos. La apresaron, la
violaron y la asesinaron, mientras que al pequeño lo arrojaron al suelo y
falleció. Ella, sus abuelos y dos hermanas se ocultaron en una habitación
trasera, pero fueron descubiertos. A los abuelos los asesinaron a tiros, y a las
dos hermanas mayores las mataron después de violarlas. La señorita Xia se
ocultó en una cama, pero la atravesaron tres veces con una bayoneta. Acabaron
con la vida de siete de los nueve miembros de la familia. Durante la entrevista,
no dejaba de repetir: «¿Por qué tuvieron que matarlos?»[5]. El comandante
general Matsui Iwane (1878-1948) y otros de sus hombres no hicieron nada
para detener a sus tropas. Matsui fue ejecutado como criminal de guerra al
finalizar la contienda.
Explicar las razones por las que las tropas japonesas se comportaron de una
forma tan despiadada exigiría un análisis detallado de las costumbres
tradicionales japonesas. Parte del entrenamiento militar integral consistía en
inculcar el espíritu samurái e idealizar un tipo de comportamiento brutal. Hay
que mencionar la absoluta sumisión a la autoridad y el tratamiento humillante
a aquellos de menor rango que gobernaban la vida militar. La férrea disciplina
castrense mantenía controlados a los soldados, pero ¿qué pasaba cuando se
aflojaban los grilletes de esa disciplina? En la sociedad dominaba el respeto
general por los fuertes y el desprecio por los débiles. Es posible que también
influyera la constante estrechez de miras insular que caracterizaba a la sociedad
japonesa. La gente se identificaba solamente con los miembros de su propio
círculo o aldea, por lo que difícilmente se fomentaban sentimientos de
compasión y preocupación por los demás. Tampoco se daba importancia a
valores como la individualidad y la responsabilidad personal. Así pues, cuando
las masas estallan violentamente, todos pueden llegar a ser parte de esas masas.
Al adoctrinar a los escolares con conceptos nacionalistas, lo que en realidad
les inculcaba el gobierno era un sentimiento de orgullo y de superioridad por el
hecho de haber nacido japonés. Nadie se molestaba en fomentar actitudes
humanitarias hacia otros pueblos. Ignorando la gran deuda cultural que Japón
había contraído con China, lo habitual desde la victoria de Japón en la guerra
chino-japonesa de 1894-1895 era considerar a la China moderna como
inferior. Las guerras llevan a cometer todo tipo de atrocidades; los soldados,
cualquiera que sea su nacionalidad, pueden ser indiscriminadamente
depravados. Los japoneses cometieron también otras atrocidades durante la
campaña de China, pero las acaecidas en Nanjing fueron las más horribles y
espeluznantes. Las autoridades militares hicieron poco por evitar o prohibir las
barbaridades que tuvieron lugar en otros frentes; sólo en contadas ocasiones los
comandantes generales controlaron a sus hombres. Es éste el caso del general
Hata Shunroku (1879-1962), que condujo sus fuerzas contra Hanguo, en la
parte central de río Yangzi. Dio órdenes estrictas a sus tropas de no cometer
ninguna atrocidad[6].
Los crímenes de Nanjing reforzaron el deseo chino de resistir la arremetida
japonesa. El gobierno nacionalista solicitó ayuda a la Liga de Naciones, pero
ésta se limitó a hacer una tibia declaración condenando la agresión. La reunión
entre los signatarios del Tratado de las Nueve Potencias no arrojó ninguna
conclusión. Sólo la Unión Soviética ayudó en cierto modo, pero tampoco este
país estaba en posición de contribuir generosamente. En octubre de 1937 el
presidente Roosevelt anunció la necesidad de que cesaran las hostilidades,
aunque sin adoptar ninguna medida concreta. En noviembre algunos oficiales
del ejército japonés, con el objetivo de iniciar un conflicto con Gran Bretaña y
Estados Unidos, atacaron barcos cañoneros de bandera estadounidense y
británica, pero el gobierno japonés pidió disculpas inmediatamente y pagó una
indemnización.
Alemania, más preocupada por conseguir que Japón se aliara en contra de
la Unión Soviética que por implicarse en el problema con China, se ofreció
para mediar y poner fin al conflicto, pero las condiciones que imponían los
japoneses eran demasiado severas. El gobierno chino rechazó inmediatamente
estos términos, por lo que el gobierno japonés dio por concluidas las
negociaciones. Konoe declaró que Japón no haría más tratos y que seguía
adelante con la campaña para someter al gobierno chino. Los japoneses, que
controlaban la región costera de norte a sur, penetraron por el interior hasta
Hangou, a donde el gobierno chino había trasladado la capital tras la caída de
Nanjing. Posteriormente, la capital se emplazó en Chongquing, más al interior,
desde donde continuó la resistencia. Los japoneses fueron incapaces de
adentrarse más aún hacia la zona montañosa, por lo que el conflicto se
convirtió en una larga guerra de enfrentamientos en la que ambos bandos
pagaron un alto precio en número de vidas perdidas en el frente, la mayoría
muchachos y jóvenes campesinos. Los soldados japoneses estaban adoctrinados
desde la escuela elemental para dar su vida por el Emperador. Y mientras los
jóvenes varones de las familias más pobres se enfrentaban a la muerte, el
Emperador y Konoe, como suele ocurrir con todos los líderes políticos, estaban
a salvo en Tokio.
En julio de 1938, mientras Japón seguía envuelto en un atolladero sin
salida con China, algunos oficiales del ejército, preocupados por el poder
soviético en Asia oriental, entraron en combate con las fuerzas soviéticas en
Changkufen, lugar en donde convergen Siberia, Manchuria y Corea.
Contrariamente a lo esperado, los japoneses no pudieron asestar un duro golpe
al ejército soviético y sufrieron una contundente derrota, por lo que tuvieron
que retirarse y aceptar un acuerdo negociado. Aun así, no convencidos de la
superioridad de las fuerzas rusas, en mayo del año siguiente los mandos del
ejército Kwangtung entraron nuevamente en combate con los rusos en
Nomonhan, en la frontera entre Manchuria y Mongolia Exterior, que degeneró
en un conflicto mucho mayor. Los japoneses lanzaron un ataque a gran escala
contra las tropas soviéticas, al que estas últimas respondieron con una
contraofensiva aún mayor mediante el uso de fuerzas motorizadas y con el
apoyo de las fuerzas aéreas. Tras sufrir una contundente derrota el ejército
Kwangtung solicitó refuerzos, pero tras la invasión de Polonia por Hitler ni el
gobierno japonés ni el soviético, más preocupados ahora por el conflicto en
Europa, quisieron verse envueltos en una guerra en el Lejano Oriente. Así pues,
acordaron el cese de las hostilidades. Japón había concentrado en Nomonhan a
56.000 hombres, de los cuales 8.400 resultaron muertos y 8.766 heridos,
mientras que las fuerzas mongolas y soviéticas sufrieron un total de nueve mil
bajas entre muertos y heridos. La suposición japonesa de que las purgas de
Stalin entre los altos mandos del ejército lo habían debilitado resultó ser
totalmente ilusoria. Las relaciones entre los dos países siguieron siendo bastante
tensas hasta abril de 1941, fecha en la que se firmó un pacto de neutralidad.
Este acuerdo vino motivado principalmente porque las relaciones de Japón con
Gran Bretaña y Estados Unidos se estaban deteriorando, al mismo tiempo que
las ya tensas relaciones de la Unión Soviética con Alemania se agravaban aún
más y ninguna de las dos partes quería que la otra nación se aliara con su
enemigo potencial.

Aumento de las tensiones internas y externas

Mientras se alargaba el conflicto con China y las relaciones con otras potencias
se tornaban cada vez más ásperas, el gobierno japonés empezó a adoptar duras
medidas para reforzar el control en los asuntos internos del país y asegurarse el
apoyo popular a las iniciativas militares. En febrero de 1938, el gobierno de
Konoe puso en marcha la Ley de Movilización Nacional para recaudar fondos
y reunir recursos humanos que garantizasen la defensa nacional. Se apeló a
todos los trabajadores para que se comprometieran con el esfuerzo de la
nación. Los sindicatos fueron obligados a disolverse, pues no estaban al servicio
del país, sino de los trabajadores. El gobierno endureció la censura y se mostró
dispuesto a eliminar a todos los que albergaran ideas peligrosas, incluidos los
intelectuales liberales. Los medios de comunicación se sometieron a un férreo
control y se suprimieron todas las noticias desfavorables referentes a la
campaña militar en China. Se prohibieron los libros catalogados como
pacifistas y antimilitaristas, o bien que criticasen el Régimen Nacional, la corte
imperial o la sacrosanta historia nacional. Finalmente, se revisaron los libros de
texto para inculcar en los niños sentimientos militaristas y nacionalistas.
Al hacerse más intensa la mentalidad bélica, una atmósfera triste, gris y
seria empezó a envolver a la sociedad japonesa. Las actividades «frívolas», al
estilo occidental, de los mo-bo y los mo-ga prácticamente desaparecieron. Las
canciones de amor de tono romántico dieron paso a patrióticos himnos bélicos,
al mismo tiempo que se rechazaba todo lo occidental. Se condenó el béisbol,
que se había convertido en uno de los pasatiempos nacionales favoritos, y
abuchearon a Babe Ruth, un ídolo para los aficionados a este deporte. Se instó
a las mujeres a que dejaran de hacerse la permanente (algunas de las más
patriotas incluso iban por la calle dando tijeretazos a las que llevaban el pelo
rizado) o de vestirse al estilo occidental. En poco tiempo todos los hombres
empezaron a vestirse con el «uniforme del pueblo», de color caqui, y las
mujeres con sencillos pantalones.
La situación política empeoraba a medida que el conflicto con China
seguía sin resolverse y las fricciones internacionales se intensificaban. Con la
esperanza de acabar con el gobierno nacionalista chino, a principios de 1940
los japoneses crearon un gobierno títere encabezado por Wang Jingwei, al que
convencieron para que abandonara el gobierno nacionalista. Sin embargo, esta
decisión no tuvo ningún efecto en la resistencia china. Durante el mismo
período, los nacionalistas más radicales iniciaron un movimiento dirigido a
formar alianza con Alemania e Italia, pero poco antes de que Hitler invadiera
Polonia éste acordó un tratado de no agresión con la Unión Soviética. Dicho
acuerdo sorprendió a los defensores de la Alianza del Eje porque el propósito
de la Alianza era, precisamente, contener a la Unión Soviética. Sin embargo, las
victorias militares de Hitler en Europa reavivaron la necesidad de aliarse con las
potencias del Eje. Los expansionistas estaban convencidos de que una alianza
permitiría a Japón avanzar hacia el sureste de Asia y obtener el control de las
colonias europeas de la zona. Así, en septiembre de 1940 el gobierno japonés,
con Konoe a la cabeza, entró a formar parte de la Alianza del Eje, junto con
Alemania e Italia.
Konoe había recuperado la presidencia del gobierno en julio de 1940 tras
un intervalo de un año y medio. Su política, que contaba con el apoyo de los
militaristas y de los ultranacionalistas, llevó a Japón directamente a la guerra
del Pacífico. Entre los miembros de su gabinete se encontraban el general Tojo
Hideki, ministro de la Guerra, y el ministro de Asuntos Exteriores Matsuoka
Yósuke (1880-1946), educado en Estados Unidos y artífice de la exclusión
japonesa de la Liga de Naciones en 1933. Konoe y sus ministros formularon
«Los Principios Fundamentales de la Política Básica Nacional», que
promulgaban la creación de un nuevo orden en la Gran Asia Oriental basado
en el supuesto pilar básico de la nación: «las cinco partes del mundo bajo un
solo techo». Matsuoka explicó que esta declaración significaba el
establecimiento del «ámbito de coprosperidad de la Gran Asia Oriental».
Como medida preparatoria, los oficiales aseguraron que se hacía necesaria una
reestructuración militar, resolver el conflicto con China, introducir reformas
administrativas, planificar la economía y aplicar medidas educativas para
reforzar los principios del sistema de gobierno nacional y eliminar los
«pensamientos egoístas».
Esta declaración fue aceptada en una reunión celebrada a finales de julio
entre el gabinete y el mando supremo del ejército. Los miembros también
acordaron proseguir su avance hacia el Sudeste Asiático, recurriendo a las armas
si fuera necesario. No sólo previeron que este avance encontraría la oposición
militar británica, sino que también estuvieron de acuerdo en la necesidad de
estar preparados para un posible conflicto con Estados Unidos; de ahí la
premura en acelerar los preparativos militares. Esta decisión de avanzar hacia el
sur por la fuerza preparó el escenario para la guerra del Pacífico.
La marina fue más categórica que el ejército de tierra en la decisión de
avanzar hacia el sur, pues le interesaba acceder a los yacimientos de petróleo del
sureste de Asia. Este interés estaba motivado, en parte, por la derogación de
Estados Unidos del tratado comercial el mes de enero anterior. El ejército de
tierra, por su lado, estaba más preocupado por la posición de la Unión
Soviética en el norte.
En el campo de la política, Konoe puso en marcha un plan de
reestructuración para sustituir a todos los partidos políticos existentes por un
partido único y unitario. Los militares más radicales se mostraron a favor de
crear un partido de corte nazi que apuntalara el establecimiento de un «Estado
de defensa nacional», es decir, un régimen militar. Muchos «reformistas»
defendieron la creación de un partido sólido para construir un nuevo orden
social. Los partidos existentes se disolvieron voluntariamente y se unieron al
movimiento. En octubre de 1940 se formó la Asociación para el Apoyo del
Régimen Imperial, con Konoe a la cabeza, pero debido a la divergencia de
intereses de sus miembros y a la heterogeneidad del grupo, la organización no
consiguió funcionar como un verdadero partido político efectivo y se
transformó en un simple instrumento para ayudar al pueblo a revivir el
«espíritu Yamato».
El avance hacia el Sureste Asiático había comenzado incluso antes de que el
gobierno Konoe adoptara los «Principios Fundamentales». Para que China no
pudiera recibir suministros a través de la Indochina francesa (Vietnam), el
almirante Yonai, en nombre del gobierno japonés, solicitó al Gobernador
General francés que permitiera a los observadores militares japoneses en Hanoi
poner fin al envío de material bélico a China. Tras su derrota con Alemania,
Francia no estaba en posición de enfrentarse a los japoneses y accedió a su
petición en junio de 1940. Cuando el gobierno Konoe decidió avanzar hacia el
sur, exigió a los franceses que le permitieran enviar tropas a Indochina. Francia
no pudo negarse y las tropas japonesas ocuparon el norte de Indochina antes
de finales de septiembre de 1940. Estados Unidos y Gran Bretaña se sintieron
obligados a tomar represalias contra Japón. Así, los americanos establecieron
un embargo sobre los envíos de hierro y acero viejos a Japón, mientras que
Gran Bretaña decidió reabrir la carretera de Birmania, una ruta de entrada de
suministros a China que había acordado cerrar en el pasado.
A Japón le interesaba sobre todo tener acceso a las Indias Orientales
Holandesas (Indonesia) por su petróleo. Las negociaciones con las autoridades
holandesas en Batavia se prolongaron desde septiembre de 1940 a junio de
1941 pero los holandeses, aliados con los británicos, no accedieron a la
petición japonesa. Esta negativa reforzó el argumento de los militaristas
nipones de la necesidad de recurrir a la fuerza para romper el llamado círculo
ABCH (americano, británico, chino y holandés). A medida que la posibilidad
de una confrontación con Estados Unidos y Gran Bretaña se hacía más
cercana, el ministro Matsuoka decidió afianzar sus relaciones con la Unión
Soviética. Puesto que ésta y Alemania habían acordado un pacto de neutralidad
en agosto de 1939, Matsuoka esperaba incluir a la Unión Soviética en la
Alianza del Eje. Así pues, en marzo de 1941 viajó a Alemania sólo para
descubrir que las relaciones entre este país y la Unión Soviética se habían
deteriorado. En lugar de reconciliarse con Rusia, los alemanes intentaron
convencer a Japón para que atacara Singapur y, así, entrar en guerra con Gran
Bretaña. Matsuoka abandonó su plan de constituir una cuádruple alianza
militar y el 13 de abril, en el viaje de regreso a Japón, firmó un pacto de
neutralidad con Rusia. Stalin le dijo: «Ahora Japón puede avanzar hacia el sur».
Dos meses después los alemanes lanzaron una ofensiva contra Rusia. Una
vez concluido el pacto de neutralidad con la Unión Soviética, Matsuoka
propuso a la junta de enlace del gabinete y al alto mando del ejército
abandonar su plan de avanzar en el sur y unirse a Alemania en la guerra contra
Rusia. La junta rechazó la propuesta de Matsuoka y siguió adelante con sus
planes de expansión hacia el sur.
Nomura Kichisaburō, que era ministro de Asuntos Exteriores cuando, en
enero de 1940, Estados Unidos hizo pública su decisión de derogar su tratado
comercial, había planificado negociar un nuevo tratado, pero el gabinete fue
disuelto y no tuvo tiempo de seguir adelante con su idea de mejorar las
relaciones americano-japonesas. A principios de 1941 fue elegido por Konoe
embajador en Estados Unidos. Se propuso mantener una relación fluida entre
las dos naciones e inició las conversaciones con Cordell Hull, secretario de
Estado norteamericano. Este último planteó cuatro principios básicos: respeto
por la integridad territorial, no interferir en los asuntos internos de otros
países, igualdad de oportunidades y no alterar el statu quo en el Pacífico. Entre
los asuntos específicos pendientes de resolución estaban la renovación del
tratado comercial, la ocupación japonesa de China, la política nipona en el
Sureste Asiático y la alianza con Alemania e Italia. En el transcurso de las
conversaciones, que duraron de marzo a noviembre, la cuestión China resultó
ser la más difícil de resolver. Estados Unidos insistía en que Japón debía
retirarse de China, pero Japón se mostraba inflexible ante la posibilidad de una
retirada total del país.
Durante las negociaciones, el gobierno japonés decidió seguir adelante con
el plan de ocupar la parte sur de Indochina, a pesar de que Nomura había
advertido de que dicha maniobra sería entendida como un paso previo a la
invasión de Singapur y de las Indias Holandesas Orientales. A finales de julio,
el gobierno japonés obligó al gobierno francés de Vichy a aceptar la ocupación
japonesa del sur de Indochina. El gobierno norteamericano respondió
congelando los haberes japoneses en Estados Unidos e imponiendo un
embargo total a las importaciones del país asiático, excepto algodón y
alimentos. Gran Bretaña y las Indias Orientales Holandesas hicieron lo propio.
Esta medida supuso, en la práctica, un bloqueo económico total por parte de
países de los que Japón dependía para sus importaciones. En 1939, el 66,4 por
ciento de las importaciones japonesas procedía de regiones controladas
económicamente por Estados Unidos y Gran Bretaña. Japón dependía en gran
medida de Estados Unidos para obtener petróleo, un producto crucial para su
armada. En 1939, el 85 por ciento del petróleo de Japón procedía de Estados
Unidos, una cantidad que descendería, en 1940, al ochenta por ciento. Sin la
principal fuente de petróleo, las reservas de la armada japonesa no durarían
más de dos años, o un año y medio si Japón entraba en una guerra a gran
escala. Esto hizo que los mandos de la armada, que hasta entonces se habían
opuesto a un conflicto militar con Gran Bretaña y Estados Unidos, defendieran
la propuesta de iniciar acciones militares para acceder a los campos petrolíferos
de las Indias Orientales Holandesas. Eran conscientes de que esta decisión
significaba la guerra con Estados Unidos y Gran Bretaña, pero si el bloqueo
continuaba la armada quedaría inmovilizada. Japón sería como «un pez en un
estanque al que le extraen el agua poco a poco»[7].
La situación estaba alcanzando un punto crítico en el que la guerra entre
los países del bando angloamericano y Japón parecía inevitable. Konoe acordó
una reunión con el presidente Roosevelt para negociar un acuerdo, pero los
mandos del ejército se negaron a aceptarlo a menos que Estados Unidos dejara
de prestar ayuda a China, acatara el Pacto Tripartito y reanudara las relaciones
comerciales con Japón. Con todo, Konoe decidió reunirse con Roosevelt. Antes
de la celebración de este encuentro, el secretario Hull insistió en que Japón
debía abandonar el Pacto del Eje y acceder a retirar a su ejército de China. El
presidente Roosevelt se mostró de acuerdo con Hull, por lo que la cumbre no
se pudo celebrar. Roosevelt y Hull, entre otros, coincidían en que China no
podía quedar abandonada y que Japón tenía que romper relaciones con
Alemania, que estaba en guerra con Gran Bretaña y Rusia. Los japoneses, en
especial los militaristas, estaban decididos a no marcharse de China después de
las muchas bajas que habían sufrido y de haber convencido a su pueblo de que
se trataba de una «guerra justa». Tojo defendía que de ningún modo podía
retirarse Japón de China «después de haber sacrificado tantas vidas preciosas en
el continente»[8]. El fracaso de Nomura y los negociadores, que no
consiguieron hacer ningún progreso, instó a los jefes militares a iniciar los
preparativos de una guerra con Estados Unidos y Gran Bretaña. Los mandos
del ejército de tierra y de la armada acordaron que tomarían la decisión de ir a
la guerra si antes de octubre no prosperaban las negociaciones, y así lo hicieron
constar ante la asamblea de enlace entre el gabinete y el mando supremo. Los
miembros de la asamblea dieron su aprobación el 6 de septiembre y elevaron la
propuesta a la asamblea imperial, presidida por el Emperador.
En dicha asamblea, el Emperador mostró su preferencia por la vía
diplomática antes de declarar la guerra. Los miembros estuvieron de acuerdo
en continuar las negociaciones, pero expresaron también su decisión de no
dejarse acobardar ante la posibilidad de entrar en guerra si Estados Unidos no
aceptaba las condiciones de Japón, que incluían la petición de que Estados
Unidos y Gran Bretaña no interfirieran en la resolución del Incidente de
China; no prestaran ayuda al gobierno chino; no fijaran bases militares en
Tailandia, las Indias Holandesas o China; y la obligación de reanudar las
relaciones comerciales con Japón. Si se satisfacían estas condiciones, Japón
prometía no utilizar la Indochina francesa como base de operaciones contra
cualquier país vecino, garantizaría la neutralidad de Filipinas, no invocaría
automáticamente el Pacto Tripartito si Estados Unidos entraba en la guerra
europea y acataría el pacto de neutralidad con la Unión Soviética. Si para
principios del mes de octubre las negociaciones hubieran resultado
infructuosas, los preparativos para la guerra comenzarían de inmediato.
Konoe siguió intentando organizar un encuentro con el presidente
Roosevelt. El embajador de Estados Unidos en Japón instó al gobierno
americano a concertar una entrevista; de otro modo, caería el gobierno Konoe
y se instauraría una dictadura militar. Pero el secretario de estado Hull insistía
en que el encuentro entre Roosevelt y Konoe no se celebraría a menos que se
aceptaran los cuatro principios que él había propuesto anteriormente, y así lo
hizo constar en una nota remitida a las autoridades japonesas el 2 de octubre.
Los altos mandos del ejército apremiaban a Konoe para entrar en guerra,
mientras que los mandos de la armada preferían retrasar una decisión que
dependía, según ellos, del primer ministro. Incapaz de conseguir que la armada
accediera a algunas concesiones, Konoe dimitió. El consejero de la corte Kido
Kóichi (1889-1977) aconsejó al Emperador que escogiera como primer
ministro al general Tojo, porque creía que sólo él podría someter a los
patrióticos mandos de la armada. El 18 de octubre Tojo juró su nuevo cargo.
Tojo convocó la asamblea de enlace para finales de octubre. Los oficiales
del alto mando de la armada mantenían que era el momento de tomar la
decisión de ir a la guerra y que deberían estar preparados para entrar en
combate a principios de diciembre. Sin embargo, el ministro de Asuntos
Exteriores, Tōgō Shigenori (1882-1950), les convenció de que era mejor
continuar las negociaciones, a las que pondría fin el 13 de noviembre (fecha
ampliada al 1 de diciembre) si éstas no prosperaban. La asamblea de enlace
accedió a presentar propuestas favorables para Japón y exigió a Estados Unidos
que aceptara la ocupación japonesa de algunas zonas de China, tales como
China del Norte y la región interior de Mongolia. En el caso de que estas
propuestas fueran rechazadas, se hacía necesario presentar un modus vivendi
que, en esencia, afectaba al estado de cosas en el Sudeste Asiático y Pacífico sur
en cuanto a despliegue militar se refiere. A cambio, se restablecerían las
relaciones comerciales entre Japón y Estados Unidos y éstos no intervendrían
en la resolución del conflicto chino-japonés. La asamblea imperial decidió que
iría a la guerra a principios de diciembre si estas propuestas no producían el
efecto deseado. Tal y como esperaban los más radicales, Estados Unidos
rechazó las peticiones.
El secretario Hull sugirió que Estados Unidos presentara un modus vivendi
propio para demorar la ruptura de las negociaciones, al menos durante tres
meses. Según el presidente Roosevelt, esta propuesta implicaba cierta
reapertura del comercio entre los dos países y la prohibición de que Japón
enviara más tropas a Indochina, a la frontera de Manchuria o a cualquier otro
lugar del sur. Igualmente, Japón no podría apelar al Pacto Tripartito en caso de
que Estados Unidos se viera envuelto en la guerra europea y Estados Unidos
fomentaría las buenas relaciones entre China y Japón. Sin embargo, Gran
Bretaña y China se opusieron a este plan, que fue finalmente descartado.
El deseo del secretario Hull de demorar algunos meses el hipotético fracaso
de las negociaciones respondía a la necesidad que tenía Estados Unidos de
conseguir el tiempo mínimo necesario para prepararse para una posible
confrontación militar. Esta postura contrastaba con la opinión de los
militaristas japoneses, que se mostraban convencidos de que dicha demora sólo
debilitaría la posición de Japón, resultado del embargo de petróleo.
Tras descartarse el modus vivendi original, las autoridades norteamericanas
decidieron proponer su postura inicial. El 26 de noviembre, el secretario Hull
entregó a los enviados japoneses una nota en la que se reafirmaba en los cuatro
principios básicos, a los que añadía la retirada de todas las tropas japonesas de
China e Indochina y el reconocimiento del gobierno nacionalista como el
único gobierno legítimo de toda China, incluida Manchuria. Así pues, las
negociaciones volvieron al punto de partida. El secretario Hull era consciente
de que esta medida probablemente significaba entrar en guerra, y así lo
comentó a Stimson, secretario de Guerra: «Yo ya me he lavado las manos con
este asunto; ahora queda en tus manos y en las de Knox, el ejército y la
armada»[9].
La nota de Hull pasó por las manos de los líderes militares japoneses más
radicales, que estaban dispuestos a ir a la guerra en cuanto fracasaran las
negociaciones. Los miembros de la asamblea de enlace estuvieron de acuerdo
con Tojo en que la nota de Hull era un ultimátum y acordaron entrar en
guerra. La asamblea imperial, reunida el 1 de diciembre, ratificó la decisión y
fijó la fecha del 8 de diciembre (día 7 en Estados Unidos) para atacar Pearl
Harbor. La flota japonesa, a las órdenes del almirante Yamamoto Isoroku
(1884-1943), partió de la base de las Kuriles el 26 de noviembre —el mismo
día en que se envió la nota de Hull— y se dirigió a Hawai para organizar el
ataque del 8 de diciembre. Yamamoto creía que la armada japonesa podía
resultar victoriosa en una guerra corta, pero no era tan optimista si el conflicto
se prolongaba en el tiempo. Así pues, su estrategia se basaba en una rápida
victoria sobre la marina estadounidense mediante un ataque por sorpresa a
Pearl Harbor.
Se decidió hacer la declaración de guerra en una fecha lo más cercana
posible al comienzo del ataque, pero la embajada japonesa en Washington se
retrasó en descifrar el mensaje y éste fue entregado al secretario de Estado una
hora después de que las bombas empezaran a caer en Pearl Harbor.
Comenzaba, así, la gran guerra del Pacífico.

La guerra del Pacífico y la derrota

El ataque sorpresa a la flota norteamericana en Pearl Harbor fue, desde la


perspectiva japonesa, un completo éxito. Las incursiones aéreas habían
hundido o dañado seriamente 18 navios norteamericanos, a los que hay que
añadir cerca de 350 aviones que también resultaron dañados o destrozados. Los
portaaviones se salvaron del ataque porque se encontraban en alta mar. Las
bajas americanas ascendieron a 2.403 muertos y 1.178 heridos. Las pérdidas
japonesas fueron menores: 29 aviones y alrededor de cien muertos. Las
autoridades niponas consideraron estos resultados como una gran victoria, si
bien el historiador naval Samuel Eliot Morison pensaba que: «Desde un punto
de vista estratégico, el ataque sorpresa a Pearl Harbor ha sido una estupidez…
Tácticamente, se cometió el error de concentrarse en los barcos en vez de atacar
las instalaciones permanentes y los depósitos de combustible. Como estrategia
fue una idiotez. Por lo que respecta a las altas instancias políticas, resultó ser un
desastre»[10]. Eso sí, consiguió despertar a la opinión pública americana de su
mentalidad aislacionista y el país se movilizó de inmediato para prepararse para
una guerra a gran escala.
Simultáneamente al ataque de Pearl Harbor, los japoneses acometieron
contra Guam, la isla de Wake, Filipinas, Hong Kong y Malaya. En la campaña
filipina los aviones japoneses destruyeron los aviones americanos situados en
Clark Field, Manila, y también comenzaron campañas en Luzón y Mindanao.
El general MacArthur se vio obligado a declarar Manila ciudad abierta y a
retirarse a la península de Batán, preparando así el escenario para la infausta
marcha de la muerte de Batán, cuando los japoneses apresaron a las fuerzas
norteamericanas. El número de bajas resultante de aquella marcha fue de 2.300
norteamericanos y 29.000 soldados filipinos. El general MacArthur se retiró a
Australia, dejando las tropas en Corregidor a las órdenes del general
Wainwright, que se vio obligado a rendirse en mayo de 1942. La campaña de
Filipinas había finalizado, aunque los filipinos continuaron con la guerrilla.
Guam, la isla de Wake y Hong Kong pasaron a manos japonesas a finales
de diciembre de 1941. Japón se alió con Tailandia e inició una campaña al sur
de la península de Malaca contra Singapur, capturando la ciudad el 15 de
febrero de 1942. Anteriormente los japoneses ya habían destruido el acorazado
Prince of Wales y el crucero Repulse, que vigilaban la ciudad. Tras la caída de
Singapur, las tropas japonesas invadieron Birmania, que quedó bajo su control
a mediados de mayo.
El objetivo más codiciado de toda la campaña eran las Indias Orientales
Holandesas y sus depósitos de petróleo. Los holandeses no fueron capaces de
resistir la presión japonesa y se rindieron a principios de marzo de 1942. La
batalla para conseguir las Indias Holandesas implicaba el control marítimo de
la región. La flota japonesa, tras salir victoriosa de una serie de confrontaciones
en el mar de Java contra las fuerzas navales aliadas de Estados Unidos, Gran
Bretaña y los Países Bajos, controlaba ya en abril el espacio marítimo del
Pacífico suroccidental.
Una vez controlado el Sudeste Asiático y el Pacífico suroccidental más
rápidamente de lo previsto, la asamblea de enlace, previendo la contraofensiva
americana, propuso la creación de un perímetro de defensa. Los presagios no
tardaron en cumplirse: el 18 de abril de 1942, el coronel James H. Doolittle
atacó Tokio desde el aire con un escuadrón de aviones B-25 que despegaron
desde un portaaviones. Aunque no se produjeron graves daños, este ataque
demostró que las fuerzas japonesas de mar y tierra no eran invulnerables.
Tras los éxitos iniciales, los japoneses marcaron un perímetro defensivo en
el Pacífico que se extendía desde las Islas Aleutianas, en el norte, pasando por el
Pacífico central a lo largo del atolón de Midway hasta las Islas Salomón y
Nueva Guinea, al sur. La primera batalla naval para defender este perímetro fue
la batalla del Mar del Coral, el 8 de mayo de 1942. Fue la primera batalla naval
de la historia en la que se combatió mayoritariamente con aviones que
utilizaban los portaaviones como base de maniobras. Aunque ambas partes se
proclamaron vencedoras, Japón no alcanzó su objetivo de tomar Port Moresby,
en Nueva Guinea.
La siguiente batalla naval digna de mención, y la que realmente cambió el
rumbo del conflicto en la guerra del Pacífico, fue la batalla de Midway, que
tuvo lugar en junio de 1942. La flota japonesa, a las órdenes del almirante
Yamamoto, se disponía a lanzar un ataque sorpresa sobre la base naval
americana de la isla de Midway. Pero los americanos habían descifrado el
código japonés y estaban preparados para recibir el ataque. En la batalla del 4
de junio los portaaviones americanos, incluido el Yorktown, al que los japoneses
creían haber hundido en la batalla del Mar del Coral, lanzaron aviones de
bombardeo en picado. Los estadounidenses consiguieron hundir cuatro
portaaviones japoneses y media docena de buques, así como destruir 332
aviones. Los americanos, en cambio, sólo perdieron un portaaviones, un
destructor y 147 aviones. En vidas humanas el balance de pérdidas fue de
3.500 para los japoneses y 307 para los americanos. Entre las víctimas
japonesas se incluían cien pilotos especializados de la armada, lo que redujo
considerablemente el número de pilotos en comparación con Estados Unidos.
Tras esta gran derrota Yamamoto retrocedió, aunque la noticia del desastre se
ocultó al pueblo japonés.
Después de la batalla de Midway, Japón se vio obligado a actuar a la
defensiva. Estados Unidos, a pesar de estar más centrado en la guerra europea y
dedicar sus recursos militares básicamente a ese frente, logró, no obstante,
empezar a romper el perímetro defensivo japonés. La campaña fue dirigida
principalmente por la armada, que comenzó a recuperar las islas ocupadas por
las fuerzas japonesas. En las batallas navales de las Islas Salomón, en agosto de
1942, ambas partes perdieron un número considerable de naves de combate,
pero Estados Unidos pudo hacerse con el control naval y aéreo de esta región.
Al mismo tiempo, se producía una dura batalla terrestre en Guadalcanal.
Después de seis meses de campaña, los japoneses fueron obligados a abandonar
la isla en febrero de 1943. Japón perdió 893 aviones y 2.362 soldados de las
fuerzas aéreas en el medio año de combate de las Islas Salomón. Al año
siguiente perdió 6.203 aviones y 4.824 aviadores, recursos de los que no podía
permitirse prescindir. Al carecer de la capacidad productiva de Estados Unidos,
cada vez le iba resultando más difícil reponer las pérdidas. Sin embargo,
Estados Unidos, a pesar de estar luchando en dos frentes al mismo tiempo,
conseguía reemplazar de forma considerable su potencial aéreo y naval. Hacia
el final de la guerra contaba con 40.893 aviones de primera línea y sesenta
portaaviones.
Mientras tanto, continuaba la campaña para expulsar a las fuerzas
japonesas de las Islas Salomón y Estados Unidos siguió causando cuantiosas
pérdidas a la marina japonesa y a sus barcos de suministros. Una de las víctimas
del poder aéreo estadounidense fue el almirante Yamamoto, que murió durante
un vuelo a las Islas Salomón. A finales de 1943, Estados Unidos consiguió que
los japoneses no pudieran enviar suministros y refuerzos a sus destacamentos
en las Islas Salomón.
En mayo de 1943, Estados Unidos diseñó una triple estrategia ofensiva. La
primera fase, que consistía en recuperar las islas aleutianas de Kiska y Attu, se
cumplió con bastante rapidez. La segunda fase consistía en una ofensiva contra
Nueva Guinea, las Célebes y las Sulu hasta llegar a Hong Kong. El general
MacArthur dirigió esta campaña. Las fuerzas aliadas se hicieron con el control
de las bases de Nueva Guinea que retenían los japoneses, aislando así a las
tropas de este país hasta el final de la guerra. De los 140.000 hombres enviados
a Nueva Guinea sólo trece mil sobrevivieron al final del conflicto. El general
MacArthur continuó con su campaña de recuperar las Filipinas, que habían
caído en manos japonesas.
La tercera fase consistía en una campaña naval en las islas del Pacífico
central conducida por el almirante Chester Nimitz. El objetivo era causar el
mayor daño posible a las fuerzas japonesas y al propio Japón. En la primera
campaña, desarrollada en noviembre de 1943, las fuerzas norteamericanas
capturaron Makin y Tarawa, en las Islas Gilbert. La batalla naval de Tarawa fue
una de las más sangrientas de la guerra, con mil soldados americanos fallecidos
y más de dos mil heridos. La totalidad de los marinos japoneses (4.800) murió
en la contienda. A continuación el almirante Nimitz, con su campaña en las
Islas Marshall, capturó Kwajalein y Eniwetok a principios de febrero de 1944.
Mientras el frente del Pacífico seguía activo se reanudó la lucha en
Birmania, ya que los japoneses intentaron bloquear la ruta de suministros
americanos y británicos hacia China atacando Imphal, en Assam, en la
primavera de 1944. Pero sorprendidos por un temprano monzón y con las
líneas de suministros cortadas los japoneses tuvieron que retirarse, no sin sufrir
graves pérdidas a manos de las fuerzas de avanzadilla indias y británicas.
Durante este período, el general Joseph Stilwell y las fuerzas chinas lanzaron
una ofensiva en el norte de Birmania, haciéndose con el control total de la ruta
de suministro a China. Las fuerzas aliadas continuaron la ofensiva y, en mayo
de 1945, retomaron Rangún. En la campaña de Birmania, que duró del otoño
de 1944 a mayo de 1945, el número total de japoneses muertos, tanto los
caídos en combate como los fallecidos a causa de epidemias e inanición,
ascendía a doscientos mil hombres. La lucha en el interior de China durante la
guerra del Pacífico no fue tan activa, aunque Japón tuvo que destacar allí a un
millón de hombres que, ocasionalmente, se enfrentaron a los nacionalistas, al
mismo tiempo que las guerrillas comunistas chinas acosaban a las tropas
japonesas emplazadas en las aldeas del norte.
En junio de 1944, un inmenso contingente naval norteamericano formado
por 535 navíos se dirigió a las Islas Marianas para atacar las islas de Guam,
Tinian y Saipan, sometidas bajo control japonés. Tras un bombardeo masivo
por mar y aire, los marines americanos desembarcaron en Saipan y aseguraron
la cabeza de playa. La flota japonesa, a las órdenes del almirante Ozawa
Jisaburō, lanzó una fuerte ofensiva contra Estados Unidos, pero los aviones
japoneses fueron interceptados y derribados. Los submarinos americanos
hundieron el buque insignia japonés y un portaaviones. Ozawa decidió
retirarse al norte, pero el contingente norteamericano asestó un duro golpe a
sus aviones y portaaviones, por lo que tuvo que huir a Okinawa con los únicos
35 portaaviones que aún conservaba.
En Saipan estalló una lucha feroz que se prolongó durante más de tres
semanas. Las fuerzas japonesas resistieron hasta el amargo final, que acabó en
cargas suicidas al grito de ¡Banzai! Cuando el 9 de mayo de 1944 las fuerzas
estadounidenses proclamaron la victoria, sólo sobrevivían mil de los 32.000
soldados japoneses. También fallecieron diez mil civiles, alentados por las
tropas a suicidarse antes que a rendirse, tal y como hacían los soldados,
adoctrinados para no rendirse nunca ni tampoco convertirse en prisioneros de
guerra[11]: «Hombres, mujeres y niños se degollaban unos a otros, se ahogaban
voluntariamente… Los padres aplastaban los cráneos de sus hijos en los
acantilados y luego saltaban al vacío; los niños se lanzaban granadas de mano
unos a otros»[12]. Los estadounidenses también sufrieron muchas bajas, en
concreto 3.426 muertos y 13.099 heridos.
Las tropas americanas tomaron Tinian usando, por primera vez, bombas
napalm. El 10 de agosto de 1944 se recuperó Guam tras un combate que duró
tres semanas. Para Japón, la pérdida de las Islas Marianas no significó
simplemente la baja de un buen número de soldados, sino también la
demostración de que Tokio era vulnerable. Estados Unidos tenía bases en
Saipan y Tinian, desde donde podía atacar Tokio por aire. Guam se convirtió
en una importante base naval para la flota del Pacífico. Los primeros ataques
aéreos sobre Tokio tuvieron lugar el 24 de noviembre de 1944, y de Tinian
despegaron los aviones que, en agosto de 1945, lanzarían las fatales bombas
sobre Hiroshima y Nagasaki.
El rumbo desfavorable que estaba tomando la guerra impidió la
permanencia de Tojo en el poder. Al estallar la guerra, cuando Japón celebraba
una victoria tras otra, el pueblo estaba eufórico y Tojo controlaba el panorama
político, aunque no tenía las riendas de la planificación de la guerra, puesto
que el alto mando del ejército insistía en la «independencia del mando
supremo». Además, seguía existiendo cierta rivalidad entre la armada y el
ejército, por lo que ambos se negaban a colaborar y aunar esfuerzos. Con la
esperanza de coordinar los movimientos, Tojo asumió el cargo de jefe del alto
Estado Mayor del ejército en febrero de 1944, pero el rumbo que habían
tomado los acontecimientos llevó a algunos veteranos estadistas a buscar la
forma de destituirle del cargo. La derrota de Saipan y la oposición de estos
hombres de Estado y de los propios miembros de su gabinete obligaron a Tōjō
a dimitir el 18 de julio de 1944.
Le sucedió el general Koiso Kuniaki (1880-1950), pero la guerra se tornaba
cada vez peor para los japoneses. A Koiso le preocupaba la posibilidad de que la
Unión Soviética entrara en guerra contra Japón e intentó que los soviéticos
reafirmaran el pacto de neutralidad, pero fracasó en el intento. En noviembre
de 1944, Stalin denunció a Japón por agresión y, en febrero de 1945, en Yalta,
declaró la guerra a Japón tras la derrota de Alemania. En abril de 1945 el
gobierno soviético anunció que no renovaría el pacto de neutralidad. Koiso
también intentó iniciar negociaciones con el gobierno nacionalista chino para
poner fin a la guerra, pero sus esfuerzos no prosperaron. Inmediatamente
después de que las tropas norteamericanas aterrizaran en Okinawa, en abril de
1945, Koiso dimitió. Le sucedió el general jubilado Suzuki Kantarō, que había
sido objetivo del ejército rebelde el 26 de febrero de 1936.
La caída de Saipan no fue el único mal presagio de las muchas desgracias
que habrían de sufrir las fuerzas japonesas. En el frente del Pacífico
suroccidental, el general MacArthur continuó su marcha para regresar a
Filipinas y cumplir lo que había prometido: «Volveré». Junto con la flota, a las
órdenes del almirante William F. Halsey, el general pudo romper los nexos
japoneses con las Indias Orientales mediante ataques aéreos y submarinos a las
bases y navíos de Japón. Más adelante, a mediados de octubre de 1944, se
reunió a un importante contingente para atacar a las tropas aliadas en Leyte,
Filipinas. La contundente batalla naval, que se prolongó durante cuatro días en
el golfo de Leyte y en el estrecho de Zurriago, acarreó graves pérdidas de navíos
de todo tipo y puso de relieve la limitada eficacia de la marina japonesa. En
enero de 1945, las fuerzas norteamericanas aterrizaron en Luzón y, a primeros
de marzo, tomaron Manila, pero alrededor de 170.000 soldados japoneses
continuaron la resistencia a las órdenes del general Yamashita. Algunos
huyeron a las montañas y otros, angustiados por el hambre, recurrieron incluso
al canibalismo. Hacia finales de junio, los japoneses habían perdido más de
250.000 hombres a causa de las batallas, las enfermedades y el hambre. Las
bajas de Estados Unidos ascendieron a 8.140 muertos y 29.557 heridos.
Mientras tanto, continuaba la batalla por capturar las islas clave más
cercanas a Japón. La más famosa de ellas fue la batalla para hacerse con Iwo
Jima, situada a medio camino entre Saipan y las islas japonesas. Tras
continuados bombardeos, los marines norteamericanos desembarcaron en la
isla el 19 de febrero de 1945, entablando una dura batalla que se prolongó
durante un mes. Cuando los norteamericanos conquistaron los trece
kilómetros cuadrados de la isla, habían dejado atrás 6.821 vidas y 19.000
heridos. Finalmente, toda la guarnición japonesa, compuesta por 22.500
hombres, falleció en combate. La base fue utilizada inmediatamente por los
cazas americanos para escoltar los bombarderos B-29 a Japón.
Después de conquistar Saipan, los B-29 fueron enviados a Tokio para
bombardear las principales industrias. Más adelante, los objetivos pasaron a ser
los civiles de las grandes ciudades, para así obligar al gobierno japonés a
rendirse. A partir de marzo de 1945, las áreas con mayor densidad de
población se convirtieron en el blanco de los bombardeos. El 9 de marzo, 334
bombarderos destruyeron una cuarta parte de Tokio, causando 83.793
muertos, 40.918 heridos y dejando un millón de personas sin hogar. Estos
bombardeos no cesaron hasta el final del conflicto; de hecho, un total de 66
ciudades importantes fueron objeto de ataques por mar y aire. Aunque la
fuerza aérea norteamericana dejó caer bombas sobre áreas residenciales civiles
en todas sus incursiones, la sede del poder y del máximo responsable de la
guerra, el palacio imperial, permaneció intacto.
La batalla final por tierra tuvo lugar en Okinawa. El 1 de abril de 1945 los
marines norteamericanos desembarcaron y se enfrentaron a unos cien mil
soldados atrincherados en la escarpada geografía del interior. La batalla se
prolongó hasta junio, con las fuerzas japonesas decididas a luchar hasta el final.
En la contienda murieron 110.000 soldados japoneses y milicianos de
Okinawa reclutados por las autoridades japonesas. También perdieron la vida
cien mil civiles de Okinawa, pues las tropas norteamericanas decidieron
eliminar cualquier elemento «hostil» sin darse cuenta de que los habitantes de
la isla también eran víctimas del colonialismo nipón. De hecho, los japoneses
ejecutaron a ochocientos habitantes de la isla acusados de ser pro-
americanos[13].
Durante la campaña de Okinawa las confrontaciones navales y aéreas
tuvieron lugar en la costa de Kyushu y en el mar Interior. Los japoneses
lanzaban ataques «kamikaze» con aviones suicidas contra los navíos
americanos, destruyendo y dañando de esta forma un buen número de barcos
de guerra. Pero Estados Unidos derribó muchos de los aviones kamikaze y la
marina americana también destruyó el gran acorazado Yamato y la mayoría de
los destructores que lo escoltaban, diezmando así los últimos restos de la
marina japonesa.
La larga guerra no sólo acabó con la armada japonesa y con la vida de
cientos de miles de soldados de infantería, sino que las fuerzas aéreas y navales
americanas también mutilaron la economía nipona, que dependía de los
recursos del Sureste Asiático. Los recursos económicos japoneses eran
minúsculos: menos de una octogésima parte del potencial con el que contaba
Estados Unidos. Se calcula que en 1941 hubieran sido necesarios tres millones
de toneladas métricas de cargo no militar para mantener una adecuada
producción bélica, pero con la rapidez con la que Estados Unidos hundía
navíos japoneses e interceptaba las rutas marinas, al final de la guerra esta cifra
se había reducido a 1,56 millones de toneladas. Los submarinos americanos
fueron especialmente eficaces a la hora de diezmar la flota mercante japonesa,
lo que acarreó una escasez de materias primas básicas. El abastecimiento de
hierro y acero viejos cayó de 4,468 millones de toneladas a 0,449. Más
complicado aún fue el abastecimiento de crudo y petróleo refinado, que
descendió de 48,89 millones de toneladas en 1941 a 4,946 millones en la
primera mitad de 1945 y que fue, básicamente, lo que bloqueó a la armada
japonesa. Otros recursos minerales eran igualmente escasos.
Desde el principio, la capacidad productiva de Estados Unidos fue bastante
superior a la de Japón. La fabricación japonesa de aviones en el período 1941-
1944 ascendió a un total de 58.822 unidades, en comparación con las 92.656
de Alemania, las 96.400 de Gran Bretaña y las 261.826 de Estados Unidos. El
reclutamiento de obreros para trabajar en la industria militar dio como
resultado una reducción de mano de obra especializada y un descenso de la
productividad per cápita. Dada la escasez de materias primas, se produjo una
caída generalizada de la producción de material bélico, así como de bienes de
consumo. Por tanto, antes incluso de los continuos ataques aéreos, la economía
japonesa se encontraba ya en una situación desesperada.
Con la presencia militar americana en Okinawa y ante el riesgo de una
invasión al propio Japón, algunos líderes japoneses empezaron a considerar
salidas para poner fin a la guerra. La rendición alemana del 7 de mayo de 1945
complicó aún más la situación. El gobierno Suzuki intentó conseguir que la
Unión Soviética mediara entre Japón y las potencias aliadas para poner fin a la
guerra con una rendición incondicional. Pero la Unión Soviética había
acordado entrar en guerra contra Japón en Yalta, y el acuerdo fue ratificado en
la reunión celebrada en Potsdam en julio. El día 26 de ese mismo mes los
Estados Unidos, Gran Bretaña y China firmaron la Declaración de Potsdam,
con la que invitaban a Japón a poner fin al conflicto con una rendición
incondicional. Los términos de la Declaración exigían dejar sin autoridad a los
responsables de la guerra, la ocupación de Japón, la limitación de la soberanía
japonesa a las islas de Japón, el desarme total, penas para los criminales de
guerra, una reforma política y restricciones para las industrias japonesas.
Los miembros del gabinete discutieron la Declaración, aunque ante el
público Suzuki declaró que el gobierno no la tendría en cuenta. Estados
Unidos interpretó esta actitud como un claro rechazo y el presidente Truman
decidió hacer uso de la bomba atómica. En la mañana del 6 de agosto, el
bombardero Enola Gay voló sobre Hiroshima y lanzó sobre el centro de la
ciudad una bomba atómica con una fuerza de veinte mil toneladas de TNT.
Una inmensa nube de humo en forma de seta ascendió al cielo mientras la
ciudad se convertía en un infierno viviente. Un testigo recuerda: «Fue una
visión horrible. Cientos de personas heridas que intentaban escapar a las
montañas pasaron por nuestra casa… Sus caras y sus manos estaban quemadas
e hinchadas, y las tiras de piel desprendidas de sus tejidos colgaban como los
harapos de un espantapájaros». Las víctimas, tanto las que murieron en el acto
como las que fallecieron después a causa de la radiación, sumaron
aproximadamente ciento cuarenta mil. Decenas de miles de japoneses sufrieron
heridas y enfermedades por radiación. Tal y como observaba un médico:
«Muchas personas que parecían estar sanas empezaron a morir tras
experimentar síntomas tales como hemorragias vaginales o nasales, esputos,
vómitos de sangre o hemorragias bajo la piel y los tejidos»[14].
Pero ni siquiera los horribles estragos causados por la bomba consiguieron
persuadir a los militaristas de poner fin al conflicto, pues insistían en que
debían sacrificarse «cien millones». Pero antes de haber valorado en su justa
medida el impacto de la explosión, la Unión Soviética, como había prometido,
se unió a la guerra contra Japón el 8 de agosto y avanzó rápidamente hacia
Manchuria. Esta decisión hizo que el Consejo Supremo recapacitara sobre el
fin de la guerra aceptando los términos planteados en la Declaración de
Potsdam, pero los militaristas insistieron en modificar las condiciones para que
la imposición de los términos quedara en manos de Japón. Antes de que este
asunto llegara a resolverse, el 9 de agosto cayó sobre Nagasaki una segunda
bomba atómica. El Parque de la Paz de esta ciudad acoge un monumento en
memoria por los 73.884 muertos, 74.909 heridos y 120.820 afectados por la
radiación. Un médico de Nagasaki que acabó falleciendo a causa de los efectos
de la radiación hizo el siguiente comentario sobre las terribles consecuencias de
la bomba: «A quinientos metros de la explosión yacía una madre con el vientre
reventado mientras su futuro hijo, unido aún por el cordón umbilical, se
removía entre sus piernas. Había cadáveres con las entrañas abiertas, aún
palpitando. A setecientos metros se veían cabezas brutalmente arrancadas de los
cuerpos, cráneos rotos con sangre goteando por las orejas». Algunos de los que
quedaron expuestos a la radiación atómica murieron por hemorragias en el
plazo de una semana, pero otros que no habían estado tan expuestos no
fallecieron inmediatamente: sufrían diarreas durante un tiempo y, al cabo de
unas semanas, experimentaban agotamiento y fiebres altas, la piel se tornaba
blanca, las úlceras les impedían comer y beber, les empezaron a aparecer puntos
rojos en la piel que aumentaban de tamaño, la cantidad de linfocitos disminuía
y, al cabo de diez días, morían[15].
Incluso después de reconocer los terribles efectos de las bombas atómicas,
los militaristas se negaron a cambiar su postura de mantener la lucha hasta que
no sucumbieran los cien millones de japoneses. En consecuencia, el primer
ministro Suzuki pidió al Emperador que fuera él quien tomara la decisión. El
Emperador se puso del lado de aquellos que promulgaban la paz y aconsejó
que se aceptaran los términos de los aliados. El gobierno japonés comunicó la
aceptación de los términos de Potsdam con la condición de que no se pusieran
en peligro los derechos del Emperador como gobernante soberano. Los aliados
respondieron que permitirían continuar la institución imperial, pero que
estaría sujeta a la autoridad del comandante supremo. Los jefes militares no
estaban de acuerdo en que el Emperador quedara «sujeto» a la autoridad del
comandante supremo, por lo que Suzuki recurrió de nuevo al Emperador,
quien recomendó aceptar los términos de los aliados. Los mandos militares
acataron su decisión, pero algunos oficiales fanáticos de rangos intermedios
intentaron dar un golpe de Estado para eliminar a los «malignos consejeros»
del Emperador. La conspiración fracasó porque los líderes militares no la
apoyaron; al contrario, los altos mandos del ejército se hicieron el hara-kiri. En
total se suicidaron alrededor de quinientos miembros del ejército y de la
armada.
El 15 de agosto el Emperador anunció en un mensaje radiofónico su
decisión de poner fin a la guerra. El 2 de septiembre los japoneses firmaron los
términos de la rendición a bordo del acorazado Missouri. Así finalizó una
guerra que costó a los pueblos de Asia y Japón tantas vidas humanas y atroces
sufrimientos. La agresión japonesa a China y a otros países asiáticos causó
millones de muertos y heridos. Los cálculos de las Naciones Unidas apuntan
que nueve millones de chinos murieron en la guerra contra Japón entre 1937 y
1945. El número de muertos en el Sureste Asiático por las acciones militares
japonesas se calcula en varios millones, incluidas las personas asesinadas por las
tropas y los fallecidos por trabajos forzados, inanición y enfermedades. Se cree
que, tan sólo en Java, perdieron la vida tres millones de personas. El
tratamiento brutal que se dio a los prisioneros de guerra y peones forzosos, a
los que se obligaba a trabajar en el puente sobre el río Kwai, es harto conocido.
En ese proyecto, que era parte de la construcción de un ferrocarril entre
Tailandia y Birmania, perecieron catorce mil prisioneros de guerra y más de
33.000 trabajadores forzosos[16]. Corea, que se había convertido en colonia
nipona en 1910, pagó un alto precio en la campaña militar japonesa: los
coreanos fueron obligados a servir en el ejército y a trabajar en los campos de
concentración, lo que provocó un total de 200.000 fallecidos. Entre las
víctimas se cuentan miles de «mujeres de consuelo», a las que recluían para
prestar servicios a las tropas.
Las bajas del ejército japonés desde el principio hasta el final de la guerra
del Pacífico sumaron 1,14 millones de muertos (doscientos mil de los cuales
murieron en ataques suicidas con gritos de ¡Banzai!), mientras que las bajas de
la armada ascendieron a 415.000. Es probable que el número de civiles
muertos en esta guerra alcanzara los 650.000. Las víctimas de los ataques
aéreos sobre Japón sumaron 393.000 muertos y 310.000 heridos. Un gran
porcentaje de las instalaciones de las ciudades objetivo de estos ataques quedó
destruido: por ejemplo, Tokio perdió el 57 por ciento de sus hogares. La
desaparición de las plantas industriales redujo la producción industrial de
Japón al 10 por ciento del nivel que había adquirido antes de la guerra.
Las altas instancias responsables de este conflicto nunca tuvieron en cuenta
el sacrificio de tantas vidas japonesas ni el de los países que fueron objeto de su
agresión, pues actuaban movidos tan sólo por la idea grandilocuente de
someter «los ocho rincones del mundo» al poder imperial.
8. El reformismo de posguerra y la reconstrucción

La aceptación de la Declaración de Potsdam supuso dar la conformidad a la


ocupación militar de las potencias aliadas, principalmente de Estados Unidos.
El primer contingente de tropas llegó el 28 de agosto de 1945, dos días antes
de que el comandante supremo de las Fuerzas Aliadas, el general MacArthur,
hiciera su aparición. En teoría, la Comisión del Lejano Oriente, formada por
los once países aliados, era la encargada de hacer el seguimiento de dicha
ocupación, pero en realidad la última palabra dependía del gobierno
estadounidense. El comandante supremo fue la máxima autoridad política de
Japón durante el período de ocupación (que se prolongó hasta el 28 de abril de
1952), y tanto el Emperador como el gobierno japonés estaban subordinados a
él. No obstante, el gobierno nipón era el encargado de poner en marcha las
medidas de reforma necesarias, si bien los expertos en Washington eran
quienes, de hecho, imponían su política, que estaba marcada por dos objetivos
fundamentales: desmilitarizar y democratizar a Japón. El general MacArthur
explicó en sus memorias sus fines políticos: «En primer lugar, destruir el poder
militar y castigar a los criminales de guerra; forjar la estructura de un gobierno
representativo, modernizar la Constitución, celebrar elecciones libres, favorecer
la emancipación de las mujeres, liberar a los prisioneros políticos, libertar a los
agricultores, garantizar una prensa libre y responsable, liberalizar la educación,
descentralizar el poder político, separar a la Iglesia del Estado»[1]. La empresa
era difícil, pero él y su equipo se pusieron en marcha para aplicar todas estas
medidas.
El país que ahora gobernaba el general MacArthur era un completo caos,
pues amplias zonas de las ciudades más importantes estaban devastadas y
carecían de alimentos y de productos básicos. Sorprendentemente, el pueblo
japonés se mostró complaciente y dispuesto a colaborar con las fuerzas de
ocupación. El temor a que los radicales japoneses de la resistencia se suicidaran
carecía de justificación. La gente, acostumbrada a obedecer a una autoridad
superior, se sometió a los nuevos gobernantes. La actitud amistosa de las tropas
norteamericanas también contribuyó, sin duda, a las relaciones relativamente
armónicas que caracterizaron el período de ocupación, durante el cual el
comandante supremo ayudó al pueblo importando alimentos para evitar
muertes en masa por inanición.
El general se dispuso inmediatamente a ejecutar los puntos antes
enumerados. La desmilitarización comenzó por desmovilizar a los 3,7 millones
de soldados con los que contaba Japón y repatriar los 3,3 millones que estaban
en el extranjero, además de destruir las instalaciones militares japonesas y sus
equipamientos. La tarea de castigar a los líderes políticos por los crímenes de
guerra corrió a cargo del Tribunal Militar Internacional para el Lejano Oriente,
creado por las fuerzas aliadas.
El juicio a los principales responsables afectó a veintiocho criminales
considerados de clase A por el Tribunal Militar, que fueron juzgados por sus
«crímenes contra la paz» y a los que se consideraba un «círculo elitista criminal
y militarista» que había dominado la política japonesa de 1928 a 1945. El
juicio, presidido por once jueces de las potencias aliadas, comenzó el 3 de mayo
de 1945 y se prolongó hasta abril de 1948. En noviembre de 1948 fueron
condenados a morir en la horca siete altos mandos militares, entre ellos el
general Tōjō. El único dirigente civil que murió ahorcado fue Hirota Koki, que
ejerció el cargo de primer ministro de 1936 a 1937. El príncipe Konoe se
suicidó cuando estaba a punto de ser detenido, por lo que no fue juzgado.
Dieciséis de los acusados de crímenes de clase A fueron condenados a cadena
perpetua, pero en 1957 les fue conmutada la pena. El veredicto del tribunal no
contó con la aprobación de tres de los jueces; dos de ellos alegaban aspectos
concretos y el juez indio Radhabinod Pal consideraba que los acusados eran
inocentes de todos los cargos, ya que la agresión bélica no estaba tipificada
como delito en el derecho internacional. Dos generales fueron considerados
culpables de los hechos acaecidos en Filipinas y murieron ejecutados por un
pelotón militar constituido por el general MacArthur en aquel país.
Alrededor de veinte militares de alta graduación, acusados de ser
responsables de las atrocidades cometidas por las tropas, fueron juzgados como
criminales de clase B y todos ellos resultaron absueltos. Los oficiales de menor
graduación y los soldados acusados de cometer atrocidades fueron clasificados
como criminales de clase C. A ellos les juzgaron las autoridades militares
aliadas en el lugar donde habían cometido los delitos. De las 5.702 personas
que fueron clasificadas como criminales de guerra de clases B y C, 920 fueron
ejecutadas y otras muchas acabaron en la cárcel. Entre los condenados a muerte
había 150 coreanos y 170 taiwaneses que habían sido reclutados por los
japoneses[2].
Se planteó también la cuestión de juzgar al Emperador como criminal de
guerra, pero los oficiales norteamericanos decidieron desestimarlo porque esta
medida impediría a las fuerzas de ocupación desempeñar su función. El general
MacArthur aseguró que, en ese caso, serían necesarios un millón de hombres
para mantener el orden militar en Japón.
Aparte de juzgar a los criminales de guerra, el comandante supremo
decidió hacer una purga entre todos aquellos que habían ocupado cargos de
responsabilidad o eran claros exponentes de militarismo y agresión. Así pues,
todos los oficiales del ejército y de la armada, así como los altos funcionarios
del gobierno y los principales dirigentes de la industria y del comercio, fueron
destituidos. Al mismo tiempo, el comandante consiguió que el gobierno
japonés liberase a todos los prisioneros políticos, incluidos los líderes del
partido comunista, como Tokuda Kyuichi.
Para llevar a cabo las reformas políticas y establecer la democracia se abolió
el Ministerio del Interior, que tenía autoridad sobre las fuerzas del orden y
dirigía la política. La jurisdicción sobre la policía pasó a cargo de las
autoridades locales y, además, se relajó el férreo control que el gobierno central
ejercía sobre los gobiernos locales y las prefecturas. Los gobernadores de las
prefecturas, que hasta entonces habían sido designados por el gobierno central,
pasaron a ser elegidos democráticamente por los votantes de esas prefecturas.
Para proteger los derechos civiles del pueblo, el comandante supremo
incluyó en la Constitución una Declaración de Derechos (véase pág. 258) y, en
1948, introdujo el concepto del habeas corpus, una ley que el general
MacArthur consideraba una de las reformas más significativas de todas las que
se habían puesto en marcha. Otro aspecto de importancia fue el avance en los
derechos de las mujeres. En 1946 las mujeres obtuvieron el derecho al voto, y
la edad para ejercerlo pasó de veinticinco a veinte años. El Código Civil
garantizaba la igualdad de derechos para las mujeres y los hombres. Para
promover las libertades, se legalizó la libertad de prensa y de expresión, lo que
permitió a la prensa japonesa criticar las acciones del comandante supremo y
poniendo a MacArthur en la incómoda posición de tener que censurar las
declaraciones «irresponsables» de la prensa mientras insistía en la necesidad de
«una prensa libre y responsable». La censura ejercida por el comandante se
hacía patente en cualquier publicación o libro que presentara una imagen
desfavorable de Estados Unidos: éste es el caso de El camino del tabaco, de
Erskine Caldwell.
Las reformas más importantes correspondían al ámbito de la economía. El
comandante resolvió la cuestión de las indemnizaciones que los japoneses
tenían que pagar a los países víctimas de la agresión sin que Japón tuviera que
abonar ingentes cantidades. La finalidad de esta medida era institucionalizar la
libertad y la democracia en el sector económico, lo que significaba desmantelar
los enormes conglomerados comerciales, los zaibatsu. Entre los grupos
comerciales más relevantes destacaban Mitsui, Mitsubishi, Sumitomo y Yasuda,
propietarios de enormes sociedades y de un total de 761 compañías
subsidiarias. Finalmente, desaparecieron ochenta y tres de esas sociedades y los
grupos Mitsui y Mitsubishi se disolvieron en 240 firmas independientes.
Después de que el comandante supremo se retirara de Japón en 1952, las
antiguas compañías zaibatsu empezaron a asociarse de nuevo, aunque esta vez
de una forma menos rígida. La otra medida adoptada para impedir la excesiva
concentración de poder económico fue la aprobación de la ley antimonopolio,
que, sin embargo, no resultó eficaz a la hora de frenar la aparición de los
grandes conglomerados, dado el gran número de lagunas que presentaba.
Otra de las grandes reformas económicas introducidas por el comandante
supremo fue el programa de reforma de la tierra. A finales de la Segunda
Guerra Mundial, el setenta por ciento de los granjeros era total o parcialmente
arrendatarios. El cuarenta y seis por ciento de la tierra cultivada estaba
arrendada, aunque no había grandes terratenientes. Eran tan sólo alrededor de
dos mil los que llegaban a tener en propiedad cuatrocientas hectáreas, mientras
que la gran mayoría no poseía más de diez. En octubre de 1946 se aprobó la
Ley de Reforma de la Tierra Cultivable. Se prohibió la tenencia de tierras si el
propietario estaba ausente de ellas permanentemente; la extensión de terreno
que podía poseer un residente en la comunidad quedó limitada a una hectárea;
un agricultor en activo tenía derecho a poseer un máximo de tres hectáreas para
su cultivo y una hectárea adicional para dejarla sin cultivar. El gobierno
compró tierras a los terratenientes y se las revendió a los antiguos arrendatarios
de modo que, en agosto de 1950, ya se habían adquirido a 2,34 millones de
propietarios privados 1,88 millones de hectáreas de arrozales y terrazas
cultivables, que posteriormente se vendieron a 4,75 millones de arrendatarios y
pequeños agricultores. Como resultado, sólo el doce por ciento de la tierra
cultivable quedó sujeto a renta, mientras que el número de grandes
propietarios se redujo a un cinco por ciento aproximadamente. Las reformas de
la tierra fueron las más famosas entre las introducidas por el comandante
supremo, que acabó, de este modo, con una situación que históricamente
habían venido soportando los arrendatarios, que apenas ganaban lo suficiente
para alimentar a sus familias.
Las reformas laborales también estuvieron encaminadas a democratizar la
economía y la sociedad. En diciembre de 1945 entró en vigor una ley de
sindicatos por la que se garantizaba a todos los trabajadores de los sectores
público y privado el derecho a organizarse, participar en una negociación
colectiva e ir a la huelga. Sin embargo, en 1946 se aprobó otra ley que negaba a
los empleados de la administración y de la seguridad pública el derecho a la
huelga. En 1947 se aprobó la Ley de Regulación Laboral, que estipulaba las
condiciones de trabajo y otorgaba beneficios a los trabajadores. Esta ley tenía
una mayor cobertura que la Ley de Condiciones de Trabajo existente por
entonces en Estados Unidos. Estas reformas impulsaron la aparición de
múltiples sindicatos y afiliados. En 1949, seis millones y medio de trabajadores
de la industria estaban afiliados a 35.000 sindicatos.

Reformas educativas
La liberalización de la educación trajo consigo la supresión de los elementos
militaristas y ultranacionalistas que habían caracterizado el plan de estudios
anterior, así como la introducción de elementos democráticos: se acabó con la
práctica de recitar el Decreto Imperial de Educación en las escuelas, se
renovaron los libros de texto, se suprimió la asignatura de Educación Moral, se
amplió la educación obligatoria de seis a nueve años y el control educativo dejó
de hacerse de forma centralizada para pasar a manos de los comités (juntas)
locales. El Ministerio de Educación dejó de editar los libros de texto que se
utilizaban en las escuelas públicas; su aprobación pasó a depender de las juntas
prefecturales, aunque el Ministerio de Educación continuó encargándose de su
certificación. Con el fin de fomentar la educación superior, en 1949 se abrieron
nuevos centros y universidades.
Los profesores obtuvieron el derecho a organizarse en sindicatos, como el
Sindicato de Profesores de Japón, una organización nacional militante y
activista. En el ámbito universitario, en 1948 se constituyó la Federación
Nacional de Estudiantes, que se convirtió en una organización que luchaba por
causas políticas.

La nueva Constitución

La reforma política más significativa introducida por el comandante supremo


fue la redacción de una nueva Constitución. El objetivo era erradicar la
soberanía de la que disfrutaba el Emperador bajo la Constitución Meiji y
depositarla en manos del pueblo. Los oficiales japoneses trabajaron en la
revisión de la Constitución, pero finalmente el texto fue redactado por
ayudantes del comandante siguiendo las directrices del gobierno
estadounidense. La nueva Constitución, aprobada por la Asamblea en agosto
de 1946, contemplaba la figura imperial simplemente como «un símbolo del
Estado», pero la soberanía quedaba ahora en manos del pueblo. Éste elegiría a
los miembros de las dos cámaras de la Asamblea, que se convertía en el
máximo responsable del gabinete en sustitución del Emperador, al que la
Constitución Meiji había concedido este privilegio. La nueva Carta Magna
incluía muchas provisiones relativas a los derechos del pueblo: además de los
derechos recogidos en la constitución estadounidense, la japonesa garantizaba
el bienestar social y la igualdad entre marido y mujer, aparte de incluir una
cláusula llamada de «no a la guerra». El artículo 9 decía así: «El pueblo japonés
renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación…
nunca se mantendrán contingentes de tierra, mar y aire ni ningún otro
potencial bélico». Esta cláusula puso más tarde a Estados Unidos en una
posición incómoda, cuando las tensiones creadas por la Guerra Fría inclinaron
a los norteamericanos a defender que Japón tuviera acceso a un rearme
limitado, por lo que se aclaró que la «cláusula de no a la guerra» no excluía el
mantenimiento de «fuerzas de autodefensa».
En línea con la liberalización de la sociedad, el sistema familiar, en el
pasado sometido al férreo control del cabeza de familia, dejó de ser tan rígido.
Se puso fin a la primogenitura y las hijas pasaron a gozar de los mismos
derechos que los varones a la hora de heredar los bienes familiares. Como se
mencionó anteriormente, la Constitución contemplaba también la igualdad de
derechos para el marido y la mujer. Las mujeres de 16 años y los varones de 18
podían contraer matrimonio sin necesidad del consentimiento paterno. Los
prostíbulos públicos, un remanente de la antigua sociedad japonesa, se
prohibieron tras la promulgación de la Ley Antiprostitución de 1956. En 1949
se legalizó el aborto, por lo que el número de familias numerosas dejó de ser
tan elevado.

Cambios políticos durante el gobierno del comandante supremo

Durante los años de la ocupación (1945-1952), el gobierno japonés puso en


vigor las reformas iniciadas por el comandante supremo. El primer ejecutivo en
aplicarlas estuvo encabezado por Shidehara (que había estado a favor de la
cooperación internacional en la década de 1920). Ante la oposición de algunos
miembros a realizar reformas tales como la adopción de una nueva
Constitución, Shidehara disolvió la Asamblea. Con el advenimiento de la
nueva era democrática, nacieron muchos partidos políticos. En las elecciones
de abril de 1946, el Partido Progresista de Shidehara no consiguió la mayoría y
Shidehara presentó su dimisión. Hatoyama Ichirō (1883-1959), líder del
partido con mayor número de escaños en la Asamblea, el Partido Liberal, no
fue autorizado por el comandante supremo por sus actividades políticas
anteriores a la guerra, por lo que el nuevo jefe del gabinete fue Yoshida Shigeru,
que siguió con las reformas iniciadas por MacArthur. Con la nueva
Constitución prevista para entrar en vigor en mayo de 1947, el comandante
supremo convocó elecciones. Esta vez fue el Partido Socialista quien obtuvo el
mayor número de escaños, así que el presidente de este partido, en coalición
con el nuevo Partido Democrático, formó un gobierno socialista, pero las
disputas entre ambos acabaron con la coalición. El líder del Partido
Democrático formó otro gobierno de coalición, pero también se vio obligado a
dimitir en octubre de 1948 tras ser acusado de soborno y tráfico de influencias.
Entonces se nombró primer ministro al jefe de la nueva coalición de los
partidos Liberal y Democrático, Yoshida, que estaba destinado a permanecer en
el cargo hasta 1954, preparando así el camino para que el partido conservador
dominara la escena política hasta 1994.
En cuanto tomó posesión del cargo, Yoshida disolvió la Asamblea y obtuvo
mayoría absoluta en las siguientes elecciones, consiguiendo 264 escaños de los
466 posibles. Muchos de los miembros de su partido que ganaron escaños eran
antiguos burócratas. Estas elecciones se consideran el nacimiento de un bloque
de poder triangular formado por miembros del partido conservador, burócratas
y grandes empresarios, que dominaría la escena japonesa hasta bien entrada la
década de 1990.
Yoshida se concentró en mantener la estabilidad política y trabajar en la
recuperación de la economía nacional. Algunas de las medidas que aplicó se
vieron como un «revés» al curso de las reformas de la posguerra, lo que le
enfrentó a los grupos izquierdistas, encabezados por los líderes comunistas. A
mediados de la década de 1950 empezó a expulsar a los comunistas de los
cargos gubernamentales: al estallar la guerra de Corea en junio de 1950, el
comandante supremo consiguió que Yoshida hiciera una purga de líderes del
Partido Comunista, que se vieron obligados a vivir en la clandestinidad. La
guerra de Corea obligó a Estados Unidos a cambiar su postura inicial de evitar
el resurgimiento del militarismo en Japón para hacer de este país un elemento
importante del bloque anticomunista. Esta medida coincidió con la decisión de
Estados Unidos de firmar un tratado de paz con Japón y poner fin a la
ocupación.
El general MacArthur estaba a favor de acabar cuanto antes con la
ocupación porque consideraba que, si se alargaba demasiado, podría tener un
efecto adverso. John Foster Dulles inició los preparativos del Tratado de Paz a
principios de 1950. En septiembre de 1951 todo estaba preparado para que los
países involucrados lo firmaran en San Francisco, ciudad convenida para
celebrar la negociación. La Unión Soviética se negó a participar y China
tampoco lo hizo porque Estados Unidos y Gran Bretaña no se pusieron de
acuerdo en cuanto a qué gobierno invitar, el de Taiwán o el de la China
comunista. Un total de cuarenta y ocho naciones firmaron el Tratado ese
mismo día, en el que también se acordó un pacto de seguridad entre Japón y
Estados Unidos. Este acuerdo permitía a Estados Unidos la presencia
permanente de sus soldados en Japón para protegerlo de cualquier ataque
externo. El tratado fue ratificado por la Asamblea japonesa en octubre de l951,
a pesar de la oposición de los partidos de izquierda. Su entrada en vigor se
produjo en abril de 1952, poniendo así fin a una era de ocupación
norteamericana que había producido en Japón cambios tan revolucionarios
como la desmilitarización, la democratización, mayor libertad, una nueva
Constitución y una declaración de derechos.

Evolución política tras la ocupación

Desde que Yoshida se convirtiera en primer ministro, los partidos


conservadores dominaron prácticamente la situación política durante casi
medio siglo. La Guerra Fría contribuyó al ascenso del conservadurismo por su
postura anticomunista. La oposición de la izquierda a esta política se veía como
una especie de partidismo a favor de los países comunistas, mientras que la
política del «revés» perseguida por los conservadores estaba considerada como
una estrategia para contrarrestar el comunismo. Entre las medidas adelantadas
por Yoshida a favor del «revés» estaban frenar la influencia del comunismo en
las escuelas públicas, promulgar una ley de actividades subversivas, centralizar
la autoridad policial y crear una Reserva Nacional de Policía, un grupo de
fuerzas de seguridad que pronto se transformarían en fuerzas de autodefensa
por tierra, mar y aire.
Enfrentado con sus colegas conservadores, Yoshida dimitió a finales de
1954. En 1955 los dos partidos conservadores más importantes se unieron para
formar el Partido Democrático Liberal que, bajo el nombre de «Sistema 55»,
dominaron la escena política desde este momento hasta el año 1993.
En 1957, dos gabinetes después del constituido por Yoshida, fue nombrado
primer ministro Kishi Nobusuke (18961987). Kishi había sido condenado a
tres años de cárcel como criminal de guerra de clase A por sus actividades
políticas antes de la guerra. Después de ser puesto en libertad y «admitido»,
reanudó la vida política y siguió la línea conservadora de Yoshida en los asuntos
internos del país, aunque en la política exterior se mostraba a favor de
mantener estrechos vínculos con Estados Unidos. El tema más controvertido al
que se tuvo que enfrentar fue la revisión del Pacto de Seguridad Mutua,
destinado a situar a Japón en igualdad de condiciones frente a Estados Unidos.
La revisión final del Pacto garantizaba al país americano el uso permanente de
las bases japonesas y, a su vez, Estados Unidos accedía a consultar a Japón antes
de enviar al extranjero con fines militares las tropas estadounidenses destacadas
en el país asiático. Este acuerdo se encontró con la feroz oposición de los
grupos liberales e izquierdistas, que se quejaban de que este pacto incluiría a
Japón dentro de una alianza contra los países comunistas. A finales de 1959
estudiantes, intelectuales, partidos políticos de izquierda y sindicatos
convocaron importantes manifestaciones para protestar contra este tratado. Las
manifestaciones continuaron hasta mediados de la década de 1960 y
adquirieron un tono cada vez más antiamericano, por lo que hubo que
suspender la ya programada visita del presidente Eisenhower.
Kishi consiguió a duras penas someter el tratado a revisión en la Asamblea,
pero fue obligado a dimitir en julio de 1960. Le sucedió Ikeda Hayato (1899-
1965), que había ido ganando posiciones en la carrera burocrática. Su mayor
logro fue la aceleración de la recuperación económica de Japón. El crecimiento
económico japonés a partir de los años 60 repercutió en un mayor apoyo al
partido conservador y debilitó a los partidos izquierdistas. Un cáncer de
garganta le obligó a dimitir en 1964. Su sucesor fue Sato Eisuke (1901-1975),
hermano de Kishi, que también había destacado como burócrata. Permaneció
en el cargo durante casi ocho años, el mandato más largo en la historia del país
en calidad de primer ministro. Continuó con la política de Ikeda de potenciar
la economía y desempeñó un papel más activo en la política exterior. Visitó
Estados Unidos y negoció la devolución de Okinawa y de las islas Bonin a
Japón. Continuó también con la línea de oposición a la China comunista
siguiendo las directrices de lo que, él creía, era la política estadounidense, pero
vio mermado su prestigio cuando el presidente Nixon, sin previo aviso, cambió
de postura y visitó China para entablar relaciones con Pekín.
A Sato le sucedió en 1972 otro ambicioso líder político: Tanaka Kakuei
(1918-1993). Aunque sin educación superior, había amasado una gran fortuna
en el negocio de la construcción y fue subiendo peldaños en la escalera política
gracias a sus dotes manipuladoras en asuntos de «política monetaria»,
patronazgo y asignaciones «por provincias favoritas». El problema más grave al
que tuvo que hacer frente durante su legislatura fue la crisis del petróleo de
1973. Japón importaba el 99,7 por ciento del petróleo que necesitaba, por lo
que la crisis disparó la inflación y amenazó la prosperidad económica, que
había sido la pauta desde la década de 1960. Sin embargo, la caída de Sato se
produjo por los oscuros negocios financieros y políticos en los que estaba
envuelto. Su mayor logro como primer ministro fue la introducción de la
asistencia médica gratuita para los ancianos; de ahí que se considere a 1973
como el «año cero» de la sociedad del bienestar.
Incluso después de su dimisión, Tanaka continuó llevando las riendas del
poder y se convirtió en una especie de «shogún en la sombra», a pesar de haber
estado involucrado en el escandaloso soborno Lockhead de 1976, cuando se
descubrió que altos oficiales del gobierno, incluido Tanaka, habían aceptado
sobornos para facilitar la venta de aviones de pasajeros de la Lockhead Tristar a
una compañía aérea japonesa.
Tras la dimisión de Tanaka accedieron al cargo varios representantes del
Partido Democrático Liberal (PDL), la mayoría de los cuales prestó servicios
sólo durante uno o dos años. El monopolio gubernamental del PDL
desapareció cuando no consiguió obtener la mayoría en las elecciones a la
Cámara Baja de 1993. Hosokawa Morihiro, nieto del príncipe Konoe, formó
una coalición de partidos minoritarios y se convirtió en primer ministro. Le
sucedió toda una serie de gobiernos de coalición hasta el año 1996, cuando
Hashimoto Ryūtarō, líder del PDL, consiguió formar gobierno con el apoyo de
los partidos minoritarios.
La supremacía del PDL a partir de 1955 se debió, en parte, al crecimiento
económico, al apoyo de los grandes intereses comerciales y a los vínculos con
los burócratas y con las comunidades agrarias, beneficiadas por el apoyo al
precio del arroz y por los fuertes aranceles impuestos a la importación de
productos agrícolas. Los frecuentes cambios de jefes de partido provocaron
divisiones internas motivadas por intereses particulares y regionales. El éxito de
los líderes de las distintas facciones dependía del dinero que podían dispensar a
sus seguidores para poder ganar las elecciones. Así pues, se hizo muy
importante la «política monetaria».
Los partidos de la oposición, como el socialista y el comunista, no
contaron con mucho apoyo del público, en parte debido al crecimiento
económico experimentado a partir de la década de los 60. Además, la escisión
de los socialistas entre tendencias izquierdistas y derechistas no benefició la
lucha contra el PDL. El partido socialista, llamado Partido Democrático
Social, contaba en 1963 con 144 escaños en la Cámara Baja; el número se
mantuvo por encima de los cien durante los años 70 y 80, para descender a
setenta escaños en 1993 y a solamente quince en 1996. Durante los primeros
años de la posguerra, una etapa de graves dificultades económicas, y durante la
etapa de mayor tensión de la Guerra Fría el Partido Comunista consiguió el
apoyo de los sindicatos, de los estudiantes y de los intelectuales mediante la
organización de huelgas y manifestaciones. Como éstas cuestionaban la
autoridad del poder, el comandante supremo ordenó en mayo de 1950 la
llamada Purga Roja, por lo que los líderes del partido tuvieron que esconderse
hasta 1955, año en el que se levantó dicha «purga». Las manifestaciones contra
el imperialismo americano y el monopolio capitalista japonés continuaron,
pero sus ruidosas operaciones no lograron el apoyo del público general.
Aunque habían conseguido treinta y seis escaños en la Asamblea de 1949, en
las elecciones de 1952 no obtuvieron ni tan siquiera uno. En las posteriores
elecciones, no obstante, se hicieron con varios escaños: el mayor número fue de
treinta y ocho, en 1972, y en los años posteriores se mantuvieron entre veinte y
treinta escaños. El colapso de la Unión Soviética en 1989 debilitó la posición
del Partido Comunista en la escena política japonesa; en 1993 ya sólo
contaban con trece escaños en la Cámara Baja. La recesión económica de los
90, sin embargo, permitió al partido obtener mayor apoyo popular. En los
comicios a la Cámara Baja de 1996 se hizo con veintiséis de los quinientos
escaños posibles, mientras que en las elecciones celebradas en 1998 para la
Cámara Alta el partido obtuvo veintitrés de los 252 escaños. Aunque el Partido
Comunista no obtuvo un gran triunfo en las elecciones nacionales, no fue así
en los comicios locales de las grandes ciudades: en 1998 ocupaba más de cuatro
mil escaños en los ayuntamientos de la nación, en comparación con los 3.600
con los que contaba el Partido Democrático Liberal.
Los burócratas desempeñaron un importante papel político, y no sólo por
sus vínculos con el Partido Democrático Liberal; es más, desde la época Meiji
siempre mantuvieron cierto poder. Para el pueblo, los funcionarios del
gobierno eran la reencarnación del gobernante samurái feudal, los que
verdaderamente ostentaban el poder. Los líderes políticos van y vienen, pero los
burócratas permanecen atrincherados en las posiciones clave con cargos
vitalicios. Situados en los diversos ministerios, ejercían su autoridad en todos
los ámbitos de la vida, hasta en los aspectos más triviales. Hosokawa Morihiro,
que fue primer ministro durante los años 1993-1994, se quejaba de que siendo
gobernador de una prefectura tuvo que obtener el permiso del Ministerio de
Transportes para desplazar diez metros una parada de autobús. Los burócratas
más poderosos estaban en el Ministerio de Comercio Internacional e Industria
(MCII) y en el Ministerio de Hacienda, pues juntos regulaban el rumbo de la
economía del país. El MCII ejercía un férreo control sobre el comercio
exterior, mientras que el Ministerio de Hacienda regulaba el mercado de
valores. El fracaso de la «economía de burbuja» de mediados de la década de los
90 sacó a la luz operaciones financieras ilegales entre los burócratas
ministeriales y las empresas de valores. Se descubrió que los burócratas,
aparentemente incorruptibles, habían aceptado sobornos, por lo que muchos
de ellos se suicidaron.

Desarrollo económico
El problema más grave al que se tuvo que enfrentar Japón al finalizar la guerra
fue la crisis económica, que trajo consigo desempleo, inflación y escasez de
recursos. En 1946, la producción industrial se situaba al 30,7 por ciento del
nivel que había alcanzado en 1934 y 1936. El comandante supremo puso todo
su empeño en recuperar la economía japonesa, y para ello consiguió que el
gobierno de los Estados Unidos invirtiera más de dos mil millones de dólares
hasta el año 1951. Pero lo que realmente disparó la economía fue el estallido de
la guerra de Corea, para la que Estados Unidos necesitaba ingentes partidas de
material bélico. La producción industrial empezó a despuntar: si tomamos
1949 como índice 100, podríamos decir que en 1954 había alcanzado un
índice 240.
Después de la retirada del comandante, el gobierno japonés empezó a
relajar las leyes antimonopolio y resurgieron los antiguos conglomerados del
círculo zaibatsu, ahora bajo el nombre de keiretsu, o grupos empresariales
asociados. Existen keiretsu de tipo horizontal y vertical. Muchos de los antiguos
conglomerados zaibatsu constituyeron los keiretsu horizontales, organizados
alrededor de los grandes bancos o de compañías comerciales y las principales
firmas industriales asociadas a ellas. Así resurgieron los conglomerados
comerciales Mitsui y Mitsubishi. Los keiretsu horizontales incluían a los
grandes gigantes industriales de la posguerra, como Toyota, Honda, Sony y
Matsushita, así como a un entramado de empresas satélite que les
suministraban las piezas y componentes necesarios. Por ejemplo, a mediados de
la década de 1980 el setenta por ciento de los costes de producción de Nissan
Motors era absorbido por los subcontratistas. En caso de recesión, las
compañías principales reducían el pago a las subcontratas; de ahí que
quebraran muchas empresas pequeñas mientras que las grandes compañías del
keiretsu sobrevivían.
Al mismo tiempo, la política de «no interferencia» introducida por el
comandante supremo se fue sustituyendo gradualmente por el viejo sistema de
economía controlada, por el que el MCII y el Ministerio de Hacienda
determinan el modelo de política económica. El estímulo proporcionado por la
guerra de Corea, el crecimiento del comercio exterior, el incremento de la
productividad agrícola, los bajos índices de desempleo y el aumento del
consumo dispararon lo que es conocido como el período de crecimiento
económico de alta velocidad, que empezó en torno al año 1955. En la segunda
mitad de los años 50 la economía crecía a un ritmo del 9,3 por ciento anual,
pero en la década de los 60, bajo el mandato del primer ministro Ikeda y su
plan de doblar cada año el índice de ingresos, el ritmo se disparó. El capital se
invirtió en obras públicas, incluida la construcción del tren bala entre Tokio y
Osaka. En 1964, el último año de mandato de Ikeda, el PNB creció un 13,9
por ciento. Las medidas de Ikeda fueron continuadas por sus sucesores y la
economía no dejó de prosperar. El crecimiento fue especialmente espectacular
entre 1965 y 1974, cuando se dobló la producción industrial, si bien más
adelante experimentó un breve estancamiento por la crisis del petróleo de
1974-1975.
A lo largo de la década de los 60, el PNB creció a un ritmo del once por
ciento anual, comparado con el cuatro por ciento de los Estados Unidos. En
1970 el PNB de Japón era el segundo más alto de los países capitalistas. El
crecimiento fue especialmente significativo en la industria pesada y en el
campo de la alta tecnología. La crisis del petróleo de 1974 desvió la producción
de las industrias con alto consumo de combustible a las de alta tecnología,
como las dedicadas a fabricar productos electrónicos. La recuperación de la
crisis del petróleo supuso un crecimiento económico continuado. En concreto,
la industria del automóvil se benefició de esta crisis porque los coches
japoneses, más pequeños y de menor consumo, encontraron un enorme
mercado en Estados Unidos sustituyendo a los coches americanos, que
consumían más carburante. En 1950 Japón había fabricado solamente 1.593
coches, pero en 1990 la producción fue de 9.948.000 unidades. En 1990 el
veinticinco por ciento de los coches japoneses, incluidos los que se fabricaban
en Estados Unidos, se destinaron al mercado americano. Los productos
japoneses de alta tecnología, como cámaras, televisores, reproductores de vídeo,
relojes de cuarzo, ordenadores y sus componentes, semiconductores,
maquinaria de precisión y similares, constituyeron también una parte
importante de las exportaciones japonesas. La participación japonesa en el
mercado internacional, que había sido inferior al cuatro por ciento en 1960, se
situó en el ocho por ciento aproximadamente durante la década de los 80.
Estados Unidos siguió siendo el principal socio comercial de Japón: en 1991, el
29,1 por ciento de las exportaciones japonesas tenían a Estados Unidos como
destino, aunque hacia 1995 esta cifra había caído ligeramente, hasta el 27,3
por ciento. En 1995, el 22,4 por ciento de las importaciones japonesas
procedían de Estados Unidos. La balanza comercial se fue inclinando
progresivamente a favor de Japón, alcanzando los 59.300 millones de dólares
en 1993 y descendiendo ligeramente a 45.500 millones antes de 1995. Con la
expansión económica en otros países aumentaron también las inversiones,
incluidas las efectuadas en Estados Unidos, aunque las más importantes
tuvieron lugar en Asia. Se calcula que, a mediados de la década de los 90, entre
el cuarenta y el sesenta por ciento de los fondos destinados a proyectos asiáticos
procedían de Japón.
Este crecimiento económico, que se prolongaba desde la década de los 60,
convirtió a Japón en el país con el Producto Nacional Bruto per cápita más alto
de todo el mundo: 26.920 millones de dólares en 1991, comparado con los
22.560 millones del PNB de Estados Unidos. Con todo, en 1992 la economía
japonesa entró en estado de recesión. El Producto Nacional Bruto, que había
ido creciendo a un ritmo anual superior al diez por ciento durante el período
de crecimiento económico de alta velocidad, cayó hasta un 0,4 por ciento en
1994, e incluso a índices inferiores durante los años siguientes[3], alcanzando
un -1,9 por ciento en 1998. La producción automovilística, que no dejó de
descender desde 1990, estaba ya por debajo de los siete millones de unidades
en 1995. Dos años más tarde los bancos, que habían concedido demasiados
créditos en extrañas condiciones, se encontraron con dificultades, pues habían
hecho importantes inversiones en propiedades sobrevaloradas que, en 1998,
habían perdido prácticamente el noventa por ciento de su valor. Las mejores
propiedades en Tokio cayeron el diez por ciento del valor máximo que habían
alcanzado. El gobierno, que tradicionalmente había actuado de sostén de los
bancos en momentos difíciles, cambió su política durante la crisis bancaria de
finales de los años 90 y dejó que algunos bancos se hundieran. La Bolsa, que
había alcanzado un máximo de 39.000 yenes en el índice Nikkei en 1989, cayó
a 15.000 yenes, e incluso a índices más bajos, a mediados de 1998, al mismo
tiempo que una de las firmas de valores más consolidada, la Yamaichi
Securities, quebraba en el otoño de 1997.
La recesión económica trajo consigo un aumento del desempleo, del 2,1
por ciento en 1990 hasta el 4,3 por ciento en junio de 1998. Muchas empresas
se vieron obligadas a reducir personal ya que su número, desde el punto de
vista occidental, era desorbitado. En los bancos, por ejemplo, «se podía ver tras
los puestos de caja largas filas de mesas con empleados que, aparentemente, no
tenían mucho que hacer»[4]. La antigua tradición de conseguir un trabajo de
por vida comenzó, en cierta manera, a desaparecer[5].

La agricultura

Con el rápido crecimiento del sector industrial, en los años de la posguerra se


redujo el número de personas que trabajaban en el sector agrícola. En 1950, el
48,3 por ciento de la mano de obra se dedicaba a la agricultura, pero en 1994
la cifra ya había descendido al 5,2 por ciento. Los jóvenes abandonaban las
aldeas para encontrar trabajo en las ciudades; de ahí que el 38,8 por ciento de
los agricultores tuvieran más de 65 años de edad. En 1960, la agricultura
representaba el nueve por ciento del PNB, pero en 1994 bajó al 1,6 por ciento.
El gobierno, atendiendo a los intereses de los distritos rurales, que solían
apoyar su política conservadora, decidió adoptar ciertas medidas para ayudar a
los agricultores tales como la adquisición del excedente de arroz. También
impuso estrictas restricciones a la importación de productos agrícolas que
competían con los japoneses, especialmente de arroz, de forma que los precios
de los productos alimenticios fueran elevados. Sin embargo, en 1995 Japón
comenzó a recibir manzanas procedentes del estado de Washington,
consecuencia de la presión internacional para relajar las limitaciones a las
importaciones de algunos productos. Aunque se respetaron las restricciones a
las importaciones de arroz, se podía importar el equivalente al cuatro por
ciento del total de la cosecha en Japón, cuota que se amplió al ocho por ciento
en el año 2000. Por otro lado, la importación de productos no competitivos
siguió siendo muy alta y Japón se convirtió, con la adquisición de maíz, soja,
ternera y cerdo, en el mayor importador de productos agrícolas
estadounidenses.

Razones del crecimiento económico


Existen múltiples teorías que intentan explicar el porqué de la expansión
económica de Japón en el período de posguerra. La economía había ido
creciendo desde los primeros años de la era Meiji: por ejemplo, entre la
Primera y la Segunda Guerra Mundial la producción total de manufacturas
creció un seiscientos por ciento. No obstante, la economía japonesa se
consideraba débil comparada con la de otras naciones industriales; es más, la
producción japonesa en el sector de las altas tecnologías era poco
representativa. Los principales productos para la exportación eran los artículos
textiles, que se consideraban baratos y apropiados para su venta en pequeñas
tiendas. La situación cambió a partir de los años 60.
Una de las principales razones del rápido crecimiento económico en Japón
fue la ayuda estadounidense destinada a levantar el país, gracias a la apertura de
los mercados americanos a los productos japoneses y a la invitación a otros
países no comunistas a seguir su ejemplo. Algunos atribuyen el mérito a la clase
directiva que, siguiendo los consejos de W. Edwards Deming, se concentró en
las nuevas tecnologías para aumentar la productividad y el control de calidad.
Las grandes corporaciones hacían importantes inversiones en investigación y
desarrollo. La tendencia japonesa al ahorro, unida al abandono del militarismo,
favoreció la existencia de capital disponible para invertir. La directiva se mostró
dispuesta a aceptar pequeños beneficios a corto plazo, mientras que los mandos
intermedios no estaban sometidos a la constante presión de los accionistas que
buscaban obtener de inmediato altos dividendos y beneficios. Así pues,
optaron por la planificación de actividades y proyectos a largo plazo.
Las instituciones gubernamentales, como el Ministerio de Comercio
Internacional e Industria, regularon estrictamente la actividad económica para
impulsar el crecimiento. En concreto, se adoptaron las medidas más rigurosas
para controlar las importaciones de productos que competían con los
nacionales. La política general de ofrecer apoyo a los intereses comerciales está
relacionada con los estrechos lazos personales existentes entre los oficiales del
gobierno del MCII y del Ministerio de Hacienda, por un lado, y los grandes
ejecutivos, por otro. Los dirigentes de las grandes corporaciones y los ministros
constituían un círculo de tipo familiar, pues por lo general compartían un tipo
de experiencias y de educación similares, ya que la mayoría se había licenciado
en las universidades más prestigiosas. Los altos cargos burocráticos solían
recibir favores especiales, que en Estados Unidos habrían sido considerados
sobornos; así, en el momento de jubilarse, ocupaban puestos muy cómodos
dentro de los grandes grupos comerciales.
Las relaciones entre directivos y empleados no eran tan ásperas como en
Estados Unidos. En los años inmediatos a la posguerra reaparecieron los
sindicatos, cuya actividad había estado prohibida en los años 30. Guiados por
los líderes del Partido Comunista, unieron las demandas laborales a los
objetivos políticos y organizaron numerosas huelgas. Sin embargo, la rapidez
del crecimiento económico hizo que remitiera la militancia que había
caracterizado a los sindicatos, pues se involucraron en una política de
cooperación con las firmas comerciales e industriales para contribuir al
crecimiento de la economía japonesa. Resurgió en los trabajadores el
tradicional sentido de lealtad y solidaridad con los intereses del patrono. La
práctica del empleo vitalicio, que siguió siendo habitual (sobre todo en los
puestos altos e intermedios) hasta mediados de los años 90, contribuyó a este
sentimiento de identidad y lealtad. Las asociaciones de trabajadores también
son la empresa o están vinculadas a ella, por lo que los trabajadores se
identificaban más con su empresa que con los obreros de otras compañías; de
ahí que apenas se perdieran jornadas en disputas laborales. La ética tradicional
en el trabajo siguió siendo considerable. Tal y como afirma un observador
norteamericano, «el único factor responsable del éxito de Japón es la actitud de
los japoneses hacia el trabajo»[6]. La garantía de un puesto fijo, salarios más
elevados y compensaciones económicas, así como otros privilegios paternalistas
que se acumulaban con el tiempo en las compañías principales, mantenían el
sentido de lealtad entre los trabajadores.
Aparte de las grandes corporaciones punteras, existe un segundo grupo
formado por empresas más pequeñas y negocios familiares. Las grandes
empresas reducían los costes de producción subcontratando compañías satélites
más pequeñas que se encargaban de la fabricación. Los obreros de estas
empresas no disfrutaban de los mismos beneficios, pues su salario era más bajo,
trabajaban más horas y contaban con peores condiciones. Aun así, en los
lugares de trabajo más reducidos se mantenía un estrecho vínculo personal con
el patrono y un fuerte sentido de la lealtad.
La costumbre del empleo vitalicio, que tanta seguridad proporcionaba a los
empleados, permitía que los trabajadores «inútiles» pasaran desapercibidos,
pues en épocas de expansión y prosperidad los aspectos más negativos tienden a
obviarse. Sin embargo, con la recesión de comienzos de la década de los 90 el
sistema empezó a perder fuerza y algunas empresas comenzaron a reducir
personal y a promover la jubilación anticipada, o a transferir empleados a
puestos de inferior categoría. Algunas compañías no tuvieron más remedio que
cerrar sus plantas de producción.
La recesión de los 90 debilitó la imagen del directivo racional y profesional
que había impulsado la economía japonesa, pues empezaron a descubrirse
algunas prácticas que no pueden considerarse, precisamente, honestas. Por
ejemplo, salieron a la luz pública los vínculos entre las bandas yakuza y los
empresarios, como los casos de sobornos, ya que las grandes empresas
financiaban en secreto a los yakuza. A este respecto hay que mencionar a la
mayor empresa mundial de valores, Nomura Securities, responsable de
sobornos y de manipular los precios de la Bolsa para beneficiar a sus clientes
yakuza. Asimismo, el Banco Dai Ichi Kangyō extendió créditos ilícitos a grupos
yakuza. La Nomura Securities contaba con una cartera de clientes particulares,
incluidos políticos y burócratas, que gozaban de privilegios especiales, por lo
que no dudaban en manipular la bolsa de valores para que los líderes políticos
obtuvieran beneficios. Otro escándalo que salió a la luz en 1998 fue el de los
sobornos a altos cargos del Ministerio de Hacienda y a los grandes bancos, lo
que llevó a algunos al suicidio. Todos estos acontecimientos pusieron de
manifiesto las oscuras alianzas existentes entre políticos, burócratas y ejecutivos
comerciales para satisfacer sus intereses particulares.

Las relaciones exteriores y el comercio

Los Estados Unidos

Desde el final de la guerra y el período de ocupación, Japón ha mantenido


siempre una estrecha relación con Estados Unidos. En la década de 1950, los
opositores al Pacto de Seguridad Mutua organizaron manifestaciones para
protestar contra la decisión del gobierno de ponerse del lado americano en la
Guerra Fría. Sin embargo, el crecimiento económico posterior, resultado de los
vínculos con Estados Unidos, enfrió bastante este fervor antiamericano. A
medida que las tensiones de la Guerra Fría y la confrontación ideológica se
suavizaban, los temas relativos a las relaciones entre Estados Unidos y Japón se
centraron en el desequilibrio comercial, intentando favorecer al país asiático.
Estados Unidos había abierto su mercado a Japón para ayudarle a
recuperarse económicamente. El veloz crecimiento de la economía japonesa en
los años 60 hizo evidente el desequilibrio comercial entre los dos países. En
1960 la balanza seguía estando a favor de Estados Unidos, pero ya en 1970
empezó a inclinarse a favor de Japón. En 1998, las exportaciones japonesas a
Estados Unidos alcanzaron el 30,5 por ciento, mientras que las importaciones
representaban el 23,9 por ciento del comercio total. El desequilibrio era de
51.500 millones de dólares, lo que representó una caída con respecto a los
59.300 millones de 1993. Los coches y los artículos electrónicos japoneses
inundaron el mercado norteamericano. Los automóviles japoneses encontraron
un mercado ya abierto tras la crisis del petróleo de 1973.
En 1983 se exportaron cerca de 2,4 millones de coches a Estados Unidos.
Para frenar las crecientes importaciones de automóviles japoneses, en 1986 el
gobierno nipón fijó aranceles de forma voluntaria, pero los fabricantes de
coches japoneses empezaron a abrir plantas en Estados Unidos para evadir tales
restricciones hasta el punto de que, en 1993, los fabricantes nipones habían
copado aproximadamente un treinta por ciento del mercado.
Puesto que las exportaciones japonesas eran superiores a las importaciones,
los países que mantenían relaciones comerciales con Japón presionaron para
que éste pusiera en circulación el yen en el mercado internacional de divisas.
Como resultado, en 1995 el yen ya había caído de 360 yenes por dólar a 100, e
incluso a cifras inferiores, pero aun así no consiguió eliminar el desequilibrio
en la balanza comercial con Estados Unidos y otros países. Tampoco lo hizo la
ligera relajación que se aplicó a las restricciones a la importación. El fracaso de
los fabricantes estadounidenses para abrirse camino en el mercado japonés no
se debió simplemente a las estrictas leyes impuestas por el gobierno nipón; de
hecho, los fabricantes americanos tampoco estaban dispuestos a adaptarse a las
necesidades japonesas, tales como cambiar el volante al lado derecho del
automóvil —los japoneses conducen por el carril izquierdo—, y habría que
esperar a la década de los 90 para que los fabricantes comenzaran a introducir
estos cambios.
Las relaciones de Japón con la Unión Soviética siguieron siendo bastante
tensas en un principio, ya que la política exterior durante el período de la
ocupación estuvo básicamente marcada por Estados Unidos. La Unión
Soviética se negó a firmar el Tratado de Paz y aún quedaba por resolver la
cuestión de la soberanía de las cuatro Islas Kuriles, situadas más al sur. En
Yalta, Estados Unidos había accedido a devolver las Kuriles, ahora territorio
japonés, a la Unión Soviética, pero el gobierno nipón mantenía que las cuatro
islas sureñas no pertenecían a las Kuriles, sino que formaban parte de los
Territorios Norteños de Japón. Las conversaciones posteriores entre los dos
gobiernos no consiguieron resolver el conflicto de las islas ni se logró firmar un
tratado de paz, pero a partir de mediados de los años 50 se reanudaron las
relaciones diplomáticas y la Unión Soviética accedió a que Japón ingresara en
las Naciones Unidas.
Las relaciones con China continuaron siendo delicadas porque, tras la
victoria de los comunistas, el gobierno nacionalista huyó a Taiwán y proclamó
ser el único gobierno legítimo de China. Japón, siguiendo el ejemplo político
de Estados Unidos, reconoció también a este gobierno, apoyando así la política
norteamericana de oponerse a que la República Popular de China ingresara en
las Naciones Unidas. Pero las relaciones comerciales con la República Popular
se reanudaron en la década de los 60: el súbito cambio de postura de los
Estados Unidos hacia China tras la visita del presidente Nixon al país en 1971
desembocó en un viaje del presidente Tanaka a Pekín en 1972 y en la firma de
un acuerdo para normalizar las relaciones. Aunque el tratado de paz no se
firmó hasta 1978, no por ello el comercio entre ambos países dejó de prosperar,
de modo que las inversiones japonesas en China fueron creciendo
progresivamente. Con el restablecimiento de los contactos con la República
Popular, en 1972 se rompieron las relaciones diplomáticas con Taiwán, aunque
se firmó un tratado por el que se mantenían lazos económicos y culturales a
través de organizaciones no gubernamentales.
El otro aspecto conflictivo en el área de las relaciones internacionales era
Corea, que había sido colonizada por Japón en los años anteriores a la guerra.
Básicamente, las relaciones con Corea estuvieron determinadas por la política
estadounidense hacia ambas Coreas durante los años de la ocupación. El
estallido de la guerra de Corea convirtió a Japón en una base norteamericana,
lo que le permitió a los japoneses beneficiarse de las adquisiciones de Estados
Unidos. Los puntos que obstaculizaban el establecimiento de relaciones
diplomáticas formales con Corea del Sur no se resolvieron hasta 1965 pero,
una vez iniciadas, los contactos comerciales entre ambos países se tornaron
cada vez más sólidos. Los esfuerzos por entablar relaciones comerciales con
Corea del Norte han resultado infructuosos hasta el momento.
Las actividades japonesas durante los años de la guerra, tales como la
explotación de la mano de obra, dejaron un amargo recuerdo en los países del
sudeste asiático, pero Japón hizo todo lo posible por establecer vínculos
económicos con estos países, hasta el punto de fomentar el comercio y realizar
importantes inversiones. Con todo, los hombres de negocios japoneses fueron
acusados de falta de sensibilidad y respeto por los pueblos del Sudeste Asiático,
así como de mostrar poca consideración por su bienestar. Un sacerdote católico
alemán observó que los japoneses «no parecen sentirse responsables por otros
pueblos, a menos que éstos les reporten beneficios»[7]. Cuando los refugiados
vietnamitas partieron en botes huyendo de los comunistas, Japón
prácticamente les cerró las puertas, a diferencia de Estados Unidos y de otros
países. Los gobernantes japoneses se han enfrentado a estas críticas
contribuyendo en mayor medida a los programas de ayuda internacional; de
hecho, muchos líderes políticos japoneses han visitado los países del Sudeste
Asiático y han expresado su arrepentimiento por el proceder de sus antecesores.

Oriente Medio y Europa

Los contactos comerciales de Japón con Australia y los países del Oriente
Medio crecieron paulatinamente. Japón intentaba mantener relaciones
cordiales con Oriente Medio, pues dependía en gran medida de su petróleo.
Así, trataba de evitar en la medida de lo posible que se le relacionara con las
actividades llevadas a cabo por Estados Unidos en la guerra del Golfo Pérsico
de 1990-1991.
Las relaciones con los países europeos atravesaron buenos y malos
momentos, debido sobre todo a la desigualdad en la balanza comercial. Los
japoneses habían admirado desde siempre la cultura francesa, por lo que se
sintieron descorazonados cuando la primera ministra Edith Cresson manifestó
en 1991: «Los japoneses son unos amarillos bajitos que se pasan la noche
entera maquinando la forma de fastidiar a los europeos y a los
estadounidenses»[8]. Aunque Francia ha aplicado estrictas restricciones a las
importaciones japonesas, Japón y Alemania mantienen importantes vínculos
comerciales y relaciones políticas cordiales. Los lazos económicos con el Reino
Unido también son estrechos, pues Japón ha realizado sustanciosas inversiones
en Gran Bretaña. La corte imperial japonesa quiso hacer gala de su afecto por
la realeza británica con la visita a Inglaterra que el emperador Hirohito realizó
en 1971, y que repetiría en 1998 el emperador Akihito. Japón también
mantiene importantes relaciones económicas con los Países Bajos y Suiza.

Condiciones sociales

Las reformas introducidas por el comandante supremo y el crecimiento


económico experimentado a partir de la década de 1960 solucionaron muchos
de los problemas sociales que existían antes de la guerra e impulsaron el nivel
de vida. La renta per cápita, que era de aproximadamente 500 dólares en 1955,
ascendió a 29.244 dólares en 1994, en comparación con los 20.382 dólares de
Estados Unidos y los 13.366 dólares del Reino Unido. En 1935, la esperanza
de vida para los hombres era de 46,92 años y de 49,63 para las mujeres. En
1997 la cifra había aumentado a 77 y 83,6 años de edad, respectivamente.
Como resultado, se incrementó el porcentaje de población mayor de 65 años,
mientras que se producía un constante descenso de la población más joven,
consecuencia del menor índice de nacimientos. En 1997, el número de
habitantes con más de 65 años superaba al de aquellos menores de 15. En
1920, la tasa de nacimientos por cada mil habitantes era de 36,2, mientras que
en 1997 era de sólo 9,5. El promedio de hijos por mujer en edad de gestar era
de 4,54 en 1947, para pasar en 1997 a 1,39, menos del 2,1 necesario para
mantener el nivel actual de población. Pero el bajo índice de mortalidad
infantil (cuatro por mil en 1996), la mayor esperanza de vida y una mejor
atención sanitaria contribuyeron al aumento de la población en los años de la
posguerra. En 1950 Japón contaba con 83.586.000 habitantes, alcanzando en
1998 los 126.400.000. Las leyes de inmigración son aún muy estrictas, por lo
que el aumento de población no responde, en ningún caso, a la llegada masiva
de inmigrantes.
El nivel de vida se vio favorecido por el ambiente general de prosperidad:
las familias disfrutaban de todo tipo de comodidades, tanto en la casa como en
el trabajo, así como para disfrutar del tiempo libre. Cada año viajaban al
extranjero más japoneses: de menos de medio millón en 1969 se pasó a 16,8
millones en 1997.
A pesar del aumento de la calidad de vida los problemas de masificación, la
escasez de viviendas, la calidad de las instalaciones sanitarias —más pobres que
en otros países industrializados— y la contaminación continuaron afectando a
la población. La falta de espacio habitable provocó precios desorbitados en el
sector inmobiliario de las grandes ciudades, especialmente en el área
metropolitana de Tokio, donde se concentran cerca de treinta millones de
personas, el 23,7 por ciento de la población total del país.
En 1996, vivían dentro de los límites de la ciudad de Tokio 7,8 millones de
personas, lo que suponía una densidad de población de 20.531 por kilómetro
cuadrado (en Nueva York, la densidad era de 14.815). En 1990, el precio de
una vivienda familiar en Tokio superaba los 516.000 dólares, y se calcula que
en las zonas residenciales de esta ciudad el precio era ochenta y nueve veces
superior al de Nueva York. Antes de que el sobrevalorado mercado inmobiliario
se derrumbara en la década de los 90, un metro cuadrado de espacio comercial
en Tokio costaba 251.000 dólares (cifras de 1990). El alto precio de los
productos hacía que muchos artículos estuvieran fuera del alcance de las clases
menos privilegiadas: en 1996, medio kilo de filetes de ternera de primera
calidad no costaba menos de cien dólares, mientras que el precio de un melón
de primera rondaba los 150 dólares. La gasolina siguió siendo cara en
comparación con los precios norteamericanos: 3,78 litros de combustible
superaban los cuatro dólares.
El nivel de consumismo entre los más ricos era excesivo; se llegaron a pagar
104.000 dólares por un automóvil BMW o 22.900 dólares por un reloj de
pulsera Swiss Corum. Algunos coleccionistas de arte potenciaron el mercado de
las obras hasta alcanzar cifras desorbitadas. En una subasta celebrada en 1990,
el Retrato del Doctor Gachet, de Van Gogh, salió a la venta en 2,5 millones de
dólares y acabó en manos de un coleccionista japonés, que pagó por el mismo
82,5 millones. Cuando la burbuja estalló, la familia vendió por cincuenta
millones de dólares un Renoir que había adquirido por 78,1 millones. Sin
embargo, a pesar de la recesión de mediados de los 90, la venta de artículos de
lujo no decayó; es más, mientras este tipo de ventas disminuía en otras partes
de Asia, en Japón siguió creciendo. A mediados de 1998 las ventas de Tiffany
& Company aumentaron en torno al treinta por ciento con respecto al mismo
período del año anterior, mientras en el resto de
Asia caían un diez por ciento. El grupo Gucci abrió varias tiendas en Japón
en 1998 con la esperanza de aumentar las ventas en medio del declive
económico, ya que todavía había quien estaba dispuesto a pagar varios miles de
dólares por un bolso[9]. En las primeras etapas de la expansión económica se
detectaron bastantes problemas de contaminación, sobre todo de tipo químico.
El caso más famoso fue el del vertido de mercurio a las aguas de la bahía
Minamata, al noroeste de Kyushu, realizado por una planta química en 1953.
La gente de la zona que consumió pescado en esa época sufrió enfermedades
físicas graves, como parálisis y pérdida de visión. Otros casos de contaminación
química obligaron al gobierno a aprobar en 1970 leyes anticontaminación muy
estrictas. También se establecieron normas muy severas en cuanto a la emisión
de gases de los vehículos, pues los altos niveles de contaminación de algunas
ciudades como Tokio convertían el aire en prácticamente irrespirable.
También se introdujeron otras medidas para asegurar la salud y el bienestar
de los ciudadanos, de acuerdo a las provisiones constitucionales, en forma de
atención social, prestaciones para los ancianos y necesitados y programas de
salud pública y servicios médicos. Para aquellos que superaban la edad de
setenta años el gobierno creó un seguro nacional de salud que cubría todos los
gastos médicos, incluso cuando los gastos de cirugía superaban los treinta mil
dólares, como es el caso de una operación a corazón abierto. La tradición de
que la familia debía ocuparse de los miembros mayores aún persiste, aunque va
perdiendo vigencia. En 1996, el 55 por ciento de las personas mayores de 65
años vivía con sus hijos, un número inferior al ochenta por ciento de 1970. No
obstante, sigue siendo un porcentaje bastante más elevado que el que presentan
otros países industrializados, como Estados Unidos, donde no alcanza el veinte
por ciento.

Problemas sociales

El acelerado ritmo de trabajo, la superpoblación y las presiones sociales de la


vida diaria provocaron el aumento de suicidios en los años de crecimiento
económico, alcanzando niveles especialmente elevados entre los hombres
mayores. La tasa de suicidios entre los varones de más de 65 años en 1998 era
de 53,3 de cada cien mil, mientras que en el caso de los jóvenes entre 15 y 19
años la tasa era de 10,6. Algunos atribuyen este alto índice entre los hombres
mayores a la falta de sentido que encuentran a la vida después de jubilarse. Es
posible que también haya influido el hecho de que en la era de la alta
tecnología, donde se vive a un ritmo trepidante, ya no se honra a los mayores
como se hacía en el pasado.
La armonía social de Japón se vio ocasionalmente fragmentada por los
movimientos de protesta que estallaron durante las décadas de los años 50 y
60. De vez en cuando se registran casos de delincuencia y violencia juvenil en
las escuelas, incluso ataques a los profesores por parte de los estudiantes, pero
por lo general la conducta de los escolares se ajusta al ideal de obediencia,
decoro y conformidad. Los delitos cometidos en las calles son mínimos
comparados con los de otras sociedades industrializadas. La gente puede pasear
tranquilamente a altas horas de la noche sin temor a ser importunada. Existe
un estricto control sobre las armas de fuego, por lo que no son frecuentes los
delitos de este tipo: en 1991, tan sólo se hizo uso de armas de fuego en 74
asesinatos y veintidós atracos. En 1994 el índice de muertes por armas de fuego
era de 0,05 por cien mil habitantes, comparado con el 14,24 de Estados
Unidos. El consumo de drogas también se mantiene bajo; así, en 1991 se
produjeron solamente 397 detenciones por consumo de narcóticos.
La imagen generalizada del japonés moral y honesto se vio enturbiada por
la presencia de una organización mañosa, losyakuza, dedicada a actividades
como el juego, el tráfico de drogas, la prostitución, la extorsión y el crimen
organizado, además de llevar a cabo acciones violentas y delitos de menor
entidad. En 1992, los miembros yakuza atracaron y acuchillaron al cineasta
Itami Jūzō por haberles retratado de forma poco favorable en una de sus
películas. Las organizaciones yakuza más importantes mantienen lazos con los
grandes grupos empresariales, como los dedicados al negocio de la
construcción. Como dijimos anteriormente, muchas empresas importantes han
aportado dinero o concedido préstamos a estas bandas para evitarse
problemas[10]. También muchos líderes políticos mantienen con ellos ciertos
vínculos. Así, el antiguo primer ministro Kishi pagó en 1963 la fianza de un
jefe yakuza acusado de asesinato. Otro primer ministro solicitó ayuda de los
yakuza para reprimir una protesta pública contra su persona. Un escritor
escribió: «Los yakuza están enraizados en prácticamente cada rincón de la
sociedad japonesa. Aun así, políticos, burócratas y hombres de negocios
continúan manteniendo una política de “no ver, no decir y no escuchar”»[11].
Otra plaga social que ha seguido azotando a la sociedad japonesa es la
continua discriminación hacia los grupos minoritarios, como los burakumin,
los ainu y los residentes coreanos. El trato discriminatorio hacia los burakumin
se remonta prácticamente a la era premoderna, y hoy día aún son víctimas de la
discriminación social y económica, a pesar de la aparente lucha por la igualdad.
Las reformas de la posguerra pusieron fin a la práctica de inscribir a los
burakumin en los registros de familia como «nuevos plebeyos», pero en algunos
organismos privados aún pervive la costumbre de comprobar si un candidato a
un puesto de trabajo o un pretendiente a matrimonio es burakumin o no. En el
terreno laboral, las familias burakumin perciben ingresos por debajo de la
media nacional, por lo que la Liga de Liberación Buraku no cesa de recibir
denuncias por discriminación. En octubre de 1991, una estudiante de
educación secundaria se suicidó por la presión de su entorno para que no se
casara con su novio, un burakumin[12]. Durante una visita a Estados Unidos en
1991, un educador burakumin explicó lo siguiente: «Tenemos que soportar la
discriminación en el trabajo, en la escuela y en el matrimonio… Tenemos diez
veces más probabilidades de acabar viviendo de la beneficencia que el resto de
la población… Como personas se nos ha vilipendiado, discriminado y
apartado»[13]. En 1997, el número de burakumin oscilaba entre dos y tres
millones.
Otro grupo minoritario objeto de discriminación desde la era Tokugawa
hasta la actualidad son los ainu, o habitantes autóctonos de Hokkaido, cuyo
número aproximado hoy día es de cincuenta mil. Durante la era Tokugawa un
señor feudal del norte extendió su autoridad a Hokkaido y privó de sus
derechos económicos a los ainu, que pasaron a vivir en un estado de
semiesclavitud. El gobierno Meiji sometió a Hokkaido bajo su administración
directa y dejó a los ainu sin sus tierras y sin autorización para cazar y pescar.
Con el fin de «niponizar» a los ainu, el gobierno Meiji aprobó en 1899 la Ley
de Protección de los Antiguos Aborígenes de Hokkaido, que siguió vigente
hasta la década de 1990. Esta ley prohibía las antiguas prácticas ainu y obligaba
a los niños a abandonar su idioma nativo y aprender japonés. En los años de la
posguerra, los líderes ainu hicieron todo lo posible por conservar su cultura, su
lengua y su forma de vida.
Otro colectivo que sigue siendo víctima de discriminación es la comunidad
coreana, cuya presencia en Japón se remonta ya a varias generaciones. Tras
haber sido colonizados, muchos coreanos fueron obligados a trabajar en las
minas y en los proyectos de construcción gubernamentales, incluidas las
iniciativas militares en otros países durante la guerra del Pacífico. Fue
precisamente en este período cuando aproximadamente un millón de coreanos
llegaron a Japón para trabajar en condiciones casi de esclavitud. Muchos de
ellos fueron destinados a las bases militares y alrededor de cien mil mujeres
coreanas tuvieron que servir a las tropas en calidad de «mujeres de consuelo».
Al acabar la guerra muchos regresaron a Corea pero, con todo, a mediados de
la década de los 90 residían en Japón en torno a setecientos mil coreanos, a los
que se le negaba la ciudadanía japonesa pese a haber nacido allí. Hasta 1992, se
les tomaban las huellas dactilares como si de residentes extranjeros se tratara.
Recientemente se ha abierto la posibilidad de obtener la ciudadanía japonesa,
aunque para ello los requisitos sean muy estrictos, y aún existe discriminación
laboral y oposición al matrimonio con ciudadanos japoneses. A pesar de que la
bomba atómica de Hiroshima acabó con la vida de alrededor de veinte mil
coreanos, aún no se ha conseguido la autorización para construir un
monumento a las víctimas coreanas en el Parque de la Paz de la ciudad, sin
contar los dos mil que fallecieron en la explosión de la bomba atómica de
Nagasaki. Los aproximadamente 137.000 chinos que residen en Japón sufren
una discriminación similar.
En cuanto a los prejuicios de la sociedad japonesa hacia los coreanos, un
estadounidense que lleva mucho tiempo residiendo en Japón observó:
«Ninguna minoría en el mundo (ninguna minoría que yo conozca) recibe un
peor trato por parte de los japoneses que los coreanos y los chinos… está
solapada en todas las esferas… es una condena total»[14].
Durante el período de esplendor económico, las restricciones a la
inmigración no fueron tan duras debido a la escasez de mano de obra, por lo
que gente del sureste y sur de Asia pudo encontrar un empleo como
trabajadores no especializados. Sin embargo, también creció el número de
inmigrantes ilegales: miles de mujeres jóvenes, convencidas por las bandas
yakuza para trasladarse a Japón con la promesa de encontrar un empleo
atractivo, fueron obligadas a trabajar como prostitutas y a vivir en condiciones
de auténtica cautividad.
Sorprendentemente, el lugar en el que se produjo cierto cambio con
respecto a la actitud ante los extranjeros fue en las zonas rurales y comunidades
agrícolas, donde generalmente el rechazo había sido más fuerte. Las jóvenes
empezaron a huir en masa a las ciudades, pues preferían casarse con
trabajadores urbanos, «alguien vestido de traje», que con un agricultor, lo que
provocó la escasez de esposas disponibles para los jóvenes agricultores que se
quedaron en las zonas rurales más desarrolladas. Como resultado, surgieron
agencias matrimoniales que se dedicaban a traer mujeres del sur de Asia para
casarlas, a veces contra su voluntad, con jóvenes granjeros de aldeas remotas. Si
el prejuicio racial no es tan acusado en las zonas rurales, quizás empiece a
disminuir también en las áreas cosmopolitas.

Los pobres de las ciudades

A pesar del crecimiento económico y el aumento general del nivel de vida,


siguen existiendo barrios pobres y gente sin hogar. Estos últimos, que duermen
encima de cartones en las calles, en estaciones de tren y metro o en albergues
miserables para vagabundos, son perseguidos por las autoridades que, decididas
a hacerlos desaparecer de las calles, destruyen cada cierto tiempo sus hogares de
cartón. En todas las grandes ciudades como Tokio y Osaka se pueden
encontrar barrios en los que acampan pobres y vagabundos. Las bandas yakuza
acuden diariamente al distrito San’ya, en Tokio, con el fin de contratar obreros
para la construcción. Cientos de ellos se ponen en fila cada mañana con la
esperanza de resultar elegidos, pero muchos son viejos y están enfermos. Los
organismos gubernamentales no prestan tanta ayuda a los necesitados que están
sanos y tienen menos de 65 años, pero así y todo muchos se muestran reacios a
vivir de la beneficencia porque lo consideran vergonzoso. La opinión más
extendida es que debe ser la familia, y no el gobierno, quien debe hacerse cargo
de los ancianos, enfermos y necesitados por lo que, en 1994, la población que
recibía ayuda de los servicios sociales no llegaba al uno por ciento, comparado
con el cinco por ciento de los Estados Unidos[15].

La posición de la mujer

La nueva Constitución establece la igualdad de sexos, pero en el ámbito social


y económico las mujeres siguen estando en desventaja. Generalmente ocupan
puestos de menor categoría, a los que corresponde también un menor salario,
sin olvidar que un número importante suele trabajar media jornada o trabaja
de forma temporal. Muchas mujeres firmaban contratos con las casas
comerciales en calidad de «señoritas de oficina», cuyo deber principal era servir
el té y realizar funciones de secretaria para los directivos masculinos. Aunque
algunas de ellas continúan luchando por defender sus derechos, los puestos de
mayor responsabilidad siguen siendo prácticamente inaccesibles. Al casarse, se
esperaba que la mujer dejase de trabajar y cumpliera las funciones en el hogar
de dócil esposa y ama de casa. En la década de los 80, a medida que la
economía prosperaba y crecía la demanda de empleados para personal
cualificado con educación superior, empezaron a abrirse más oportunidades
para las mujeres pero, aun así, una encuesta de 1981 revela que el 45 por
ciento de las compañías entrevistadas no ascendían a las mujeres a cargos de
supervisión. En 1985 la Asamblea aprobó la Ley de Igualdad de
Oportunidades en el Trabajo, aunque no contemplaba ninguna sanción para
las empresas que no la cumplieran. No obstante, con la ayuda de la bonanza
económica, esta ley abrió más puertas a las mujeres. En 1986 el 2,6 por ciento
de los mandos intermedios en las empresas estaba ocupado por mujeres, un
porcentaje que ya había subido al 3,6 por ciento en 1993. En 1991, ocupaban
el 8,2 por ciento de los cargos administrativos y directivos, en claro contraste
con el 41,7 por ciento de Estados Unidos. En 1995, las mujeres que trabajaban
a jornada completa percibían en torno al 60,2 por ciento del salario que
cobraban los hombres por desempeñar la misma actividad. El porcentaje en
1985 había sido del 56,1 por ciento, mientras que en Estados Unidos las
mujeres ganaban el setenta y cinco por ciento del salario que recibían los
hombres.
A partir de la era Meiji muchas mujeres se incorporaron a la industria
textil, pero con el declive de esta actividad durante los años de la posguerra la
mayoría de los puestos de trabajo surgieron en las plantas de montaje de
automóviles, en las industrias mecánicas y en las empresas de alta tecnología.
En 1998, el 39,6 por ciento de los obreros de las grandes industrias eran
mujeres. Aunque su presencia en las fábricas de automóviles no era muy
común, muchas estaban empleadas en la industria electrónica. La recesión
económica de comienzos de la década de los 90 acarreó un descenso del
número de mujeres contratadas, especialmente en los puestos directivos. En
1992 Mitsubishi contrató a 213 hombres y tan sólo a cuatro mujeres, además
de seguir una política de despidos que afectaba a las mujeres antes que a los
hombres.
La mujer no ha conseguido logros significativos en la escena política desde
la obtención del derecho al voto en 1946. En este año ocuparon 39 escaños en
la Cámara Baja de la Asamblea, pero el número fue bajando en sucesivas
legislaturas hasta quedar reducido en torno a los diez. En las elecciones de
1996 a la Cámara Baja, las mujeres lograron veintitrés de los quinientos
escaños. Hasta 1989 ninguna mujer había conseguido un puesto en el
gabinete. En ese año, Doi Takako se convirtió en la primera mujer en dirigir
un partido político: el Partido Demócrata Social.
El mundo académico, tradicionalmente de dominio exclusivo de profesores
varones, se ha abierto también a la mujer. En 1980, la Universidad de Tokio
contaba únicamente con una profesora. Tal y como mencionamos en páginas
anteriores, la educación de la mujer no tenía la misma importancia que la
masculina. En los años de la posguerra empezaron a matricularse en la
universidad más mujeres, si bien la mayoría optaban únicamente por cursar
diplomaturas. Así pues, aunque el número ha crecido progresivamente, hoy día
no hay muchas mujeres en la vida profesional. Por ejemplo, de las catorce mil
mujeres ingenieros de 1979 se pasó a las 62.000 de 1990.
La concepción tradicional de que el lugar de la mujer está en la casa aún
persiste, aunque la mentalidad de las generaciones más jóvenes es más abierta e
independiente y la idea de sacrificarse por el bien del esposo y de la familia ya
no cobra tanta fuerza. Esto es evidente dado el creciente número de divorcios,
pues uno de cada tres o cuatro matrimonios acaba en ruptura: en 1997, se
divorciaron 222.635 parejas, en claro contraste con las 95.937 de 1970, lo que
supone un promedio de 1,78 por cada mil habitantes, esto es, un incremento
de más del 1,66 con respecto al año anterior. Los divorcios no se daban sólo
entre los recién casados: el dieciséis por ciento de las rupturas de 1996 eran de
parejas que llevaban casadas más de veinte años. La mayoría de las demandas
de divorcio eran presentadas por las mujeres que, llevadas por un creciente
sentido de la individualidad, se cansaron de la costumbre tradicional de tener
que soportar las infidelidades del marido. Asimismo, a diferencia de los años de
preguerra, en los que legalmente los hijos permanecían con la familia del
marido, ahora las madres obtenían la custodia de sus hijos. A medida que el
número de divorcios aumentaba, disminuía el de matrimonios. Las mujeres se
casan más tarde, a una edad media próxima a los veintisiete años, y también
tienen menos hijos. En la década de los 80 se realizaba un aborto por cada tres
alumbramientos, una práctica que se legalizó en 1949. Aunque todavía son
comunes los matrimonios de conveniencia, la situación de las jóvenes esposas
ha dejado de ser tan dura: el núcleo familiar ha crecido en importancia y el
peso de hacerse cargo de todos los miembros de la familia ya no recae sólo en
ella.

Evolución cultural e intelectual


El weltanschauung japonés de la preguerra se tambaleó tras la derrota en la
Segunda Guerra Mundial. Al escuchar al Emperador anunciando la rendición
de Japón el 15 de agosto de 1945, según el escritor Oe Kenzaburó: «Los
adultos estaban sentados alrededor de los aparatos de radio y lloraban. Los
niños se reunían en la polvorienta calle y murmuraban su perplejidad. Pero lo
que más nos sorprendió y decepcionó fue descubrir que el Emperador hablaba
con voz humana… ¿Cómo podíamos creer que una augusta presencia con
tanto poder se había convertido en una simple voz humana?»[16]. Todo se
había venido abajo: el concepto de unicidad y superioridad, el sistema de
valores, el modo de vida, el orden natural de las cosas; toda la construcción
moral y psicológica era ahora una concha vacía. El único objetivo de la vida era
la supervivencia física, encontrar un techo y lo suficiente para comer. La gente
seguía obsesionada con las imágenes de los familiares muertos. Más adelante, el
vacío cultural y moral fue cubierto por las costumbres y valores de las fuerzas
de ocupación. Ahora las consignas eran el liberalismo, la democracia, la
libertad y la igualdad. Así nació la nueva era de «ilustración y civilización».
Itami Jūzō, director de cine, recordaba: «Nos dijeron que toda la nación
lucharía hasta la muerte. Pero un mes después de finalizar la guerra, de repente
todo se convirtió en: “¡Banzai, democracia!”; “¡Banzai, MacArthur!”. Las
fuerzas estadounidenses eran tratadas como si fueran nuestros libertadores.
Todo lo americano era digno de elogio»[17]. Los jóvenes en particular abrazaron
de buen grado la cultura americana. Murakami Haruki, un escritor
contemporáneo, recordaba que en la década de los 60 «la cultura americana
estaba por aquel entonces en plena efervescencia, y yo vivía totalmente
absorbido por su música, por sus programas de televisión, sus coches, su ropa,
todo»[18].
Este cambio no se reducía únicamente a la cultura popular; al contrario, en
el ambiente académico los intelectuales serios podían ahora adentrarse en el
estudio del conocimiento sin temor a la censura. Este alejamiento del esquema
tradicional cultural e intelectual chocó a algunos críticos, que lo consideraron
una forma de anarquismo. Un intelectual que regresó a Japón después de vivir
varios años en Estados Unidos observó: «El cambio más significativo de los
últimos años ha sido la aparición de una especie de anarquía social y
psicológica… Antes de la Segunda Guerra Mundial mi generación tenía al
Emperador, pero hoy día no hay nadie a quien puedan mirar con respeto los
jóvenes japoneses. Falta una fuerza espiritual… hay una ausencia de propósito
y de sentido»[19]. El concepto de jerarquía tradicional, que se hace evidente en
la forma de hablar y en la conducta, no parece tener tanto apego entre la gente
joven. Algunos creen que el sistema familiar se está «desintegrando, más deprisa
en las áreas urbanas, más lentamente en las zonas rurales»[20]. Los cambios en
la legislación durante la posguerra contribuyeron a debilitar el núcleo familiar a
la antigua usanza, y cada vez eran menos las jóvenes parejas que vivían con los
padres, lo que a su vez facilitó el debilitamiento de los valores y actitudes
tradicionales.
El aparente deterioro de las costumbres ha llevado a algunos a destacar la
necesidad de volver a la defensa del «niponismo» y exaltar la unicidad de la
cultura japonesa y del carácter nacional. Sin embargo, los valores y costumbres
tradicionales no han desaparecido por completo. La generación de la preguerra
aún los conserva, y los jóvenes defensores de la cultura pop tampoco los han
desechado por completo. Una encuesta realizada a finales de la década de 1980
indicaba que la piedad filial y el concepto de on (‘obligación social y moral’)
seguían siendo valorados por la mayoría de la población. Una obra que apelaba
al rechazo del comunismo y al retorno a la sencillez del viejo Japón se convirtió
en el libro más vendido de 1993. Pero el consumismo siguió floreciendo,
incluso ante la amenaza de la recesión. A diferencia de la antigua era
autoritaria, la diversidad de elección sigue siendo una realidad.
Esta diversidad prevalece en la cultura popular y en la esfera intelectual con
una plétora de periódicos, revistas mensuales y semanales, libros de ficción y de
divulgación, películas, programas de televisión, emisiones de radio y cómics.
En 1998 la tirada diaria de periódicos era de 53,67 millones, a la vez que se
publicaban 65.513 libros y 3.271 revistas mensuales[21]. Las obras occidentales,
tanto las populares como las propias de la esfera académica, se traducían para
su inmediata publicación.
La lectura siguió contando con un amplio número de adeptos. Los
escritores del período anterior a la guerra, como Tanizaki y Kawabata, tuvieron
más éxito en los años de posguerra. Sus novelas fueron traducidas al inglés y
alcanzaron fama mundial. Ibuse Masuji era prácticamente un desconocido en
el extranjero hasta que se publicó en inglés su Lluvia negra, en la que describe
el horror de los efectos de la bomba atómica de Hiroshima.
Los años de la posguerra fueron testigo del nacimiento de una generación
de nuevos escritores, entre los que destaca Mishima Yukio (1925-1970), que
cuenta con un buen número de obras traducidas al inglés. Según Donald
Keene, una autoridad en literatura japonesa, Mishima es «el escritor con más
talento y el que más alto ha llegado de toda la generación de la posguerra»[22].
Mishima ahondó en las costumbres y modos de la generación de la posguerra,
en la sensación de vacío y de desesperación. En El pabellón de oro, un acólito
minusválido decide quemar el Pabellón Dorado, encarnación de la belleza
absoluta, porque su presencia le recuerda su imperfección. «Si realmente
hubiera belleza allí, significaría que mi propia existencia es algo ajeno a la
belleza»[23]. Aunque familiarizado con la civilización occidental, Mishima creía
en los valores e instituciones tradicionales, incluido el Emperador, a quien veía
como «la fuente moral y simbólica de la lealtad y la cultura»[24]. Influido por
las enseñanzas de Wang Yang-ming, creía que una persona debía actuar de
acuerdo con sus convicciones. Por esa razón en noviembre de 1970, tras
fracasar en su intento de provocar el levantamiento de las Fuerzas de
Autodefensa, se hizo el hara-kiri al estilo clásico de los samuráis.
Otros autores recurrieron a sus experiencias de guerra como material para
sus novelas. Noma Hiroshi luchó en Filipinas, pero por sus convicciones
comunistas acabó recluido en una prisión militar. En su obra más importante,
La zona vacía, describe las brutalidades de la vida castrense. Más tarde
abandonó el marxismo para recibir al budismo, concretamente a la enseñanza
de Shinran, que predicaba la salvación universal incluso para aquellos que
cometían graves pecados. Noma creía que el budismo estaba arraigado en el
cuerpo de los japoneses. Otro escritor que describió los horrores de la guerra es
Ooka Shōhei. Tras servir como soldado en Filipinas, fue capturado por los
norteamericanos. Al acabar la guerra plasmó las calamidades que sufrieron los
soldados en Leyte en su obra Fuego en la llanura, que narra las experiencias de
un grupo de soldados que, tras fugarse, vagan por la selva en busca de comida y
acaban matando a sus propios compañeros para alimentarse.
En los años de la posguerra, cuando las ataduras tradicionales ya no eran
tan fuertes, muchos escritores trataron el problema de la alienación y de la
búsqueda de sentido a la vida. Entre este grupo destaca Oe Kenzaburō, cuyos
personajes buscan un significado a la vida en «el sexo, la violencia y el
fanatismo político». En su Un asunto personal, el protagonista contempla la
idea de matar a su hijo, que acaba de nacer con una grave lesión cerebral. Sin
embargo, cambia de opinión y decide luchar para ayudarle. La historia se basa
parcialmente en su propia experiencia, pues su hijo nació con graves daños en
el cerebro y, evidentemente, Oe se identificó con el sufrimiento de su vástago.
«Cualquier dolor que sintiera su hijo se lo comunicaba con sus manos
entrelazadas, y sus cuerpos jamás dejaban de estremecerse de dolor al
unísono»[25]. En 1994 recibió el Premio Nobel. La Academia Sueca manifestó
que Oe «crea un mundo imaginario donde la vida y el mito se funden para
formar el desconcertante escenario de las dificultades humanas de hoy en
día»[26].
Un escritor de profundas creencias católicas es Endō Shūsaku (1923-1996),
cuya novela más famosa, Silencio, trata de las persecuciones cristianas de
principios del siglo XVII. A un jesuita le informan de que la tortuosa
persecución de los conversos japoneses, a los que se ataba y colgaba boca abajo
en un pozo, no cesaría hasta que él pisara la imagen de Cristo. Éste le habla y le
pide que lo haga, a lo que el jesuita obedece. Un crítico occidental señaló que
Endō «sigue siendo un católico convencido a pesar de sus dudas y su
sentimiento de culpa, y que precisamente por sus sentimientos encontrados
con respecto a Oriente y Occidente sigue siendo japonés de un modo
profundo y misterioso»[27].
También las mujeres escritoras continuaron siendo protagonistas del
panorama literario. Las escritoras de preguerra como Uno Chiyo (1897-1996)
y Enchi Fumiko (1905-1986) no abandonaron su carrera literaria en estos
años. Uno desafió a los convencionalismos sociales del Japón anterior a la
guerra con sus muchas aventuras amorosas. En 1927 se cortó totalmente el
pelo salvo un pequeño moño, un gesto radical que hizo que los niños de su
vecindario, asustados, salieran corriendo cada vez que la veían. En su aclamada
novela de preguerra, Confesiones de amor, Uno escribió una historia semi-
autobiográfica de amor frustrado. Su obra más conocida, Ohan (1957),
traducida al inglés con el título de e Old Woman, the Archer and the Wife (La
anciana, el arquero y la esposa), se basa parcialmente en la vida de un tendero,
su esposa y la amante. Uno comentó que se había inspirado en tres modelos
representativos: la fogosa geisha, la paciente esposa y el marido que no puede
resistirse a la tentación. Donald Keene dice que Ohan «es una obra entretenida
porque deja un gusto parecido al que producen las lecturas de
Chikamatsu»[28].
La obra más importante de Enchi Fumiko, Onnazaka (traducida al inglés
como e Waiting Years —Los años de espera—), escrita en 1957, describe la
vida de una mujer Meiji que aguanta la opresión del sistema paternalista
familiar con nobleza e ingenio. La heroína es una dócil y abnegada esposa que
tiene que soportar la presencia en su propia casa de la amante de su marido, así
como el romance de éste con su nuera. Ya anciana, llega a la conclusión de que
el sacrificio de soportar a un marido egoísta y libertino por el bien de la familia
no tenía ningún sentido. «De repente, se dio cuenta de la futilidad de esa vida,
en cierto modo artificial, por la que había derrochado tanta energía y
sabiduría»[29]. Hayashi Fumiko (1903-1951) fue también una popular
novelista durante los años anteriores a la guerra. Creció en el seno de una
familia pobre de vendedores ambulantes. Durante la guerra, visitó la zona del
conflicto para ayudar como voluntaria. Entre sus novelas de posguerra se
encuentra Bangiku (Crisantemos tardíos), que cuenta la historia de una geisha y
su antiguo amante. Donald Keene concluye lo siguiente: «De las innumerables
historias que existen sobre las geishas… ninguna es tan auténtica como
Crisantemos tardíos»[30].
Entre las mujeres escritoras que abrazaron el marxismo podemos citar a
Miyamoto Yuriko (1899-1951). En 1918 acompañó a su padre a Nueva York y
escribió Nobuko, donde narra su experiencia en esta ciudad, su matrimonio, el
regreso a Japón y su posterior divorcio. La novela trata fundamentalmente de la
liberación personal en una sociedad que espera que las mujeres renuncien a su
individualidad. Miyamoto viajó a Rusia, se afilió al Partido Comunista en
1931, se casó con Miyamoto Kenji (jefe del Partido Comunista de la
posguerra) y fue encarcelada a finales de la década de los 30. Su novela de
posguerra más importante, Banshū Heiya (Las llanuras de Banshū), describe el
sufrimiento del pueblo a causa de los militares japoneses.
Las escritoras más jóvenes no se centraron en la difícil situación de las
mujeres sometidas a los imperativos tradicionales, sino que preferían hablar de
la mujer de la nueva era, una mujer que puede decidir el rumbo que quiere dar
a su vida. Las mujeres deben aprender a comunicar sus verdaderos
sentimientos, afirma la joven escritora Tsushima Yuko. Las escritoras de épocas
anteriores hablaban de mujeres que no expresaban sus auténticas emociones o
que no querían ser independientes. Uno de los temas que trata en su obra es el
del «carácter rígido que impera en las relaciones familiares»[31].

El cine

La industria del cine comenzó a florecer en la década de 1920 como respuesta a


un público ávido de películas japonesas y norteamericanas. Los cineastas
nipones rodaban historias de corte romántico o hazañas de espadachines
samurai y militares modernos. Los aficionados a las películas de Hollywood
llenaron los cines hasta que estalló la guerra del Pacífico. Robert Taylor era tan
famoso como Uehara Ken, una estrella del cine nipón. En los años de la
posguerra, las películas japonesas empezaron a contar con el reconocimiento
internacional. El director a quien se atribuye el mérito de haber despertado el
interés de Occidente por las películas japonesas es Kurosawa Akira (1910-
1998), considerado uno de los grandes directores de todos los tiempos. La
primera película con la que se hizo famoso internacionalmente fue Rashōmon,
cuatro relatos contradictorios de violación y asesinato situados en la época
medieval. De Los siete samuráis, o la historia de siete samuráis que defienden a
un pequeño pueblo de los bandidos, se ha dicho que es «la mejor película
japonesa que jamás se haya rodado». Kurosawa dijo: «Cuando veo las películas
que he hecho, me da la impresión de que me preguntan: ¿Por qué los seres
humanos no pueden ser felices?». Está considerado un maestro en la creación
de escenas de increíble belleza sensorial[32]. Su actividad continuó hasta bien
entrada la década de los 80 con la producción de películas como Ran, una
adaptación de El rey Lear. Un crítico americano comentó de este largometraje
que compite en calidad con «las grandes epopeyas de Sergei Eisenstein, de D.
W. Griffith y de Abel Gance… Es la película de un hombre cuyo arte
trasciende el momento y las modas»[33]. Otros directores reconocidos también
en Occidente son Mizoguchi Kenji y Otsu Yasujirō.
Finalizadas las dos décadas de la posguerra, la «edad de oro» del cine
japonés perdió su lustre debido, sin duda, a la competencia de la televisión. No
obstante, surgió una nueva generación de directores creativos que continuó
produciendo películas de gran calidad. Entre ellos estaba Itami Juzo, autor de
películas satíricas como Tampopo, en la que retrata a una mujer dispuesta a
convertirse en la mejor cocinera de sopa de fideos de Tokio. Para él, los
japoneses no son víctimas estoicas y trágicas del destino, sino «unos invitados
inconscientes y cómicamente falibles en una fiesta estupenda»[34]. En 1992
murió a consecuencia de las puñaladas asestadas por una banda yazuka, a la
que había parodiado en una de sus películas.
En 1997, el director Imamura Shōhei ganó el gran premio del Festival de
Cannes por su película Unagi (La anguila). Ésta fue la segunda vez que se le
concedió el galardón; el primero lo había conseguido en 1983 por su película
Narayama-bushi-kō (La balada de Narayama), basada en una leyenda según la
cual durante la época feudal, en algunas regiones, se abandonaba a los ancianos
en las montañas para que murieran allí. También rodó Karayuki-san (Damas
que marchan lejos), una historia sobre las jóvenes que eran enviadas a otros
países asiáticos para trabajar de prostitutas. Una joven directora, Kawase
Narumi, ganó el premio al mejor director en el Festival de Cannes de 1997 por
una película en la que mostraba cómo los habitantes de las aldeas de las zonas
montañosas se veían obligados a abandonar sus hogares.

Arte y arquitectura

En los años de la posguerra se hicieron famosos varios arquitectos. Entre los


primeros que gozaron de reconocimiento internacional estaba Tange Kenzó,
que combina la tradicional composición de «pilar y dintel» con los estilos de
los modernos arquitectos occidentales. Isozaki Arata ha dirigido muchos
proyectos arquitectónicos en Estados Unidos y Europa, incluida la Villa
Olímpica de Barcelona. En 1993 Maki Fumihiko ganó el Premio Pritzker de
arquitectura, el equivalente al Nobel, y que dos años más tarde le sería
concedido a Ando Tadao. Maki fue reconocido por «emplear la luz de forma
magistral, convirtiéndola en una parte del diseño tan tangible como las paredes
y los techos»[35]. Ando, famoso por sus construcciones de cemento, destaca por
prestar «una atención meticulosa a la forma, a la estructura, al espacio y a la
geometría»[36].
El arte de la cerámica no dejó de florecer desde la Edad Media. Los
ceramistas coreanos crearon un estilo único y distintivo que influyó en los
diseñadores de tazas y cuencos destinados especialmente a la ceremonia del té,
una tradición que se conservó durante los años de la posguerra. Entre los
ceramistas más conocidos destaca Hamada Shōji (1894-1978), discípulo del
ceramista inglés Bernard Leach, que dijo de la obra del artista japonés: «Sus
piezas se articulan como una hoja de roble, no esconden los huesos de la
estructura; moldea las formas de modo intuitivo y todas sus piezas se apoyan
con firmeza sobre la base»[37].
El grabado en láminas de madera, una práctica que se remonta a la era
Tokugawa, continúa en la actualidad. Entre los artistas contemporáneos más
importantes dentro de este campo se encuentra el budista Zen Munakata Shikó
(1903-1975). La mayor parte de su obra incluye imágenes religiosas
tradicionales, aunque algunas de sus creaciones se aproximan al impresionismo
moderno. Sus grabados poseen una gran fuerza de diseño, movimiento de
líneas y también tensión dramática. Otro artista que alcanzó gran popularidad
fue Saitō Kiyoshi (1907-) caracterizado por su peculiar estilo al retratar paisajes
nevados y templos y jardines budistas.

Cambios en la educación a partir de 1956

Las reformas introducidas por el comandante supremo con la finalidad de


descentralizar el sistema educativo fueron revisadas gradualmente para permitir
al gobierno central recuperar parte de su antigua autoridad en este campo. En
1956, las juntas escolares elegidas democráticamente se sustituyeron por
miembros directivos designados por los alcaldes y los gobernadores de las
prefecturas. El Ministerio de Educación reafirmó su autoridad sobre los planes
de estudios y comenzó a autorizar los libros de texto que debían usarse en las
escuelas públicas, además de establecer directrices claras para los profesores
sobre qué debían enseñar y cómo hacerlo. Al certificar los libros de texto, el
Ministerio pretendía eliminar información o comentarios desfavorables para
Japón. Uno de los casos más famosos es el del libro de historia escrito por el
profesor Ienaga Saburō, que no contó con la autorización ministerial porque
incluía datos como la masacre de Nanjing de 1937. Ienaga tardó veinte años en
conseguir que los tribunales admitieran su caso.
La importancia que tradicionalmente se ha otorgado a la educación ha
permitido que muchos jóvenes tengan acceso a la enseñanza universitaria. El
éxito personal está ligado al hecho de estudiar en una institución prestigiosa; de
ahí la competencia para ser admitido en los centros «de más renombre», pues se
exige una dura preparación para superar las pruebas de ingreso en algunas
universidades, como la de Tokio. Se otorga mucha importancia a memorizar
contenidos, al mismo tiempo que no se tienen en consideración los modelos de
enseñanza y aprendizaje poco convencionales. Un educador norteamericano
observó que «el elemento que está ausente en casi todas las aulas japonesas es la
búsqueda y la demostración de la chispa de la creatividad, la capacidad de
innovación y la originalidad»[38].
La vida escolar de los estudiantes no sólo implicaba seguir estrictamente el
sistema de aprendizaje establecido, sino también respetar las rígidas reglas y
acatar una estricta disciplina que no descarta, incluso, el castigo físico. Sin
embargo, en los últimos años los estudiantes de secundaria han comenzado a
mostrar su oposición a este modelo de conducta. A partir de la década de los
80 empezaron a ser más comunes los casos de violencia e intimidación en las
aulas, así como un aumento del absentismo escolar. En 1996 se registraron más
de 10.500 casos de incidentes violentos en las escuelas, un 32 por ciento más
que el año anterior. Si en las décadas de los años 50 y 60 los estudiantes
universitarios habían adoptado una actitud militante por cuestiones políticas
tales como el Pacto de Seguridad Mutua, ahora algunos estudiantes también
organizaban revueltas y manifestaciones para protestar por la actitud feudal de
los profesores y responsables universitarios. Sin embargo, la institución
académica no se vio alterada y, con la llegada de la era del rápido crecimiento
económico, el activismo estudiantil empezó a perder fuerza, pues los
estudiantes prefirieron concentrar sus esfuerzos en cómo triunfar dentro del
mundo de los negocios.
Los últimos años del siglo XX

En cierto modo, el Japón del siglo XX es el reinado del emperador Hirohito (al
que ahora se cita con el nombre de emperador Shōwa), pues nació en 1901 y
murió en 1989. En 1921, se convirtió en regente del siempre enfermo
emperador Taishō, para llegar a ser coronado Emperador en 1926. Su
permanencia en el trono fue de sesenta y dos años, el reinado más largo de la
historia de su país. Hirohito fue testigo del nacimiento de la democracia en la
década de los años 20, del militarismo de los 30, de la guerra del Pacífico en los
40 y de la lucha por la democracia y la libertad después de la guerra. La imagen
sacrosanta del Emperador montado en un caballo blanco pasó a ser, en los años
de la posguerra, la de un símbolo nacional sin atractivo. Los soldados
combatían y morían en su nombre, pero él nunca aceptó la responsabilidad por
la guerra y los crímenes cometidos, ni tampoco fue juzgado por el Tribunal
Militar Internacional. Aunque existieron voces críticas contra la institución
imperial, no se produjo ninguna acción destinada a erradicarla, por lo que el
pueblo aceptaba su presencia como parte integral de la nación y de su historia.
Su muerte puede considerarse, en cierto modo, el final de facto del legado del
militarismo, el imperialismo, el ultranacionalismo y el totalitarismo, unas
prácticas con las que se identificaba, por lo que su permanencia en el trono fue
una especie de recordatorio de todos estos principios que durante tantos años
gobernaron el weltanschauung japonés. A su muerte (1989), subió al trono el
príncipe heredero Akihito, iniciándose así la era Heisei, símbolo del final del
siglo XX y, por tanto, de la era Hirohito.
Bibliografía

JAPÓN DE LA ERA PREMODERNA

Enciclopedias y diccionarios históricos y biográficos

BOWRING, Richard J. y KORNICKI, Peter F., editores: Cambridge Encyclopedia of


Japan, Cambridge University Press, Cambridge, 1993.
CAMPBELL, Alan; NOBLE, David S. y otros, editores: Japan: An Illustrated
Encyclopedia, 2 vols. Kodansha, Tokio, 1993.
GOEDERTIER, Joseph M.: Dictionary of Japanese History. Weatherhill, Nueva
York, 1968.
HISAMATSU, Senichi: Biographical Dictionary of Japanese Literature. Kodansha,
Tokio, 1976.
HUFFMAN, James L., editor: Modern Japan: An Encyclopedia of History, Culture,
and Nationalism. Garland, Nueva York, 1998.
HUNTER, Janet: Concise Dictionary of Modern Japanese History. University of
California Press, Berkeley, CA, 1984.
ITASAKA, Gen, editor general: Japan Encyclopedia, 9 vols. Kodansha, Tokio,
1978.
IWAO, Seiichi: Biographical Dictionary of Japanese History. Kodansha, Tokio,
1978.
O’NEIL, P. G.: Japanese Names. Weatherhill, Tokio, 1972.
ROBEN, Laurance P. A.: Dictionary of japanese Artists. Weatherhill, Tokio, 1976.
Obras sobre geografía

CRESSEY, George B.: Asia’s Lands and People. McGraw Hill, Nueva York, 1963.
DEMPSTER, Prue: Japan Advances: A Geographical Study. Barnes & Noble,
Nueva York, 1968.
ISHIDA, Ryutaro: Geography of Japan. Kokusai Bunka Shinkokai, Tokio, 1969.
TREWARTHA, Glenn T.: Japan: A Physical, Cultural and Regional Geography.
University of Wisconsin Press, Madison, WI, 1965.

Historias generales y colecciones sobre el Japón moderno y premoderno

HALL, John W. y otros, editores: e Cambridge History of Japan, 6 vols.


Cambridge University Press, Nueva York, 1989-1999.
—Japan: From Prehistory to Modern Times. Delacorte, Nueva York, 1970.
— y BEARDSLEY, Richard K., editores: Twelve Doors to Japan. McGraw Hill,
Nueva York, 1965. Doce estudios sobre diversos aspectos de la historia
japonesa.
HANE, Mikiso: Premodern Japan: A Historical Survey. Westview Press, Boulder,
CO, 1991.
REISCHAUER, Edwin O.: Japan: e Story of a Nation. McGraw Hill, Nueva
York, 1990.
SANSOM, Sir George B.: A History of Japan, 3 vols. Stanford University Press,
Stanford, CA, 1963.
TOTMAN, Conrad: Japan Before Perry. University of California Press, Berkeley,
CA, 1981.
Transactions of the Asiatic Society of Japan, Asiatic Society of Japan, Tokio,
1872-1998.

Aspectos especiales de la historia y la cultura japonesa

ANSEAKI, Masaharu: History of japanese Religion. Tuttle, Rutland, VT, 1963.


BENEDICT, Ruth: e Chrysanthemum and the Sword: Patterns of Japanese
Culture. Houghton Mifflin, Boston, MA, 1946. [Trad. cast.: El crisantemo y
la espada: patrones de la cultura japonesa, Madrid, Alianza, 1974.]
CHAMBERLAIN, Basil H.: ings Japanese. Routledge & Kegan Paul, Londres,
1939.
CRAIG, Albert M. y SHIVELY, Donald H.: Personality in Japanese History.
University of California Press, Berkeley, CA, 1971.
EARHART H. Bryan: Japanese Religion: Unity and Diversity. Farleigh Dickinson
University Press, Rutherford, NJ, 1974.
HEARN, Lafcadio: Japan: An Attempt at Interpretation. Macmillan, Nueva York,
1913.
HOLTOM, Daniel C.: e National Faith of Japan: A Study in Modern Shinto.
Dutton, Nueva York, 1938.
KAPLEAU, Philip: e ree Pillars of Zen. Harper 8t Row, Nueva York, 1966.
[Trad. cast.: Tres Pilares del Zen, Madrid, Gaia, 1994.]
KEENE, Donald, editor: Anthology of japanese Literature from the Earliest Era to
the Mid-nineteenth Century. Grove, Nueva York, 1955.
— Japanese Literature: An Introduction to Western Readers. Grove, Nueva York,
1955.
— Seeds in the Heart: Japanese Literature from the Earliest Times to the Late
Sixteenth Century. Henry Holt, Nueva York, 1993.
KITAGAWA, Joseph M.: Religion in Japanese History. Columbia University Press,
Nueva York, 1966.
MORRIS, Ivan: e Nobility of Failure: Tragic Heroes in the History of Japan.
Holt, Nueva York, 1975. Discurso sobre héroes trágicos, desde un príncipe
del siglo IV hasta los pilotos kamikazes del siglo XX.
MUNSTERBERG, Hugo: e Arts of Japan: An Illustrated History. Tuttle, Rutland,
VT, 1957.
NAKAMURA, Hajime: Ways of inking of Eastern People: India, China, Tibet,
Japan. East-West Center Press, Honolulú, 1964.
NITOBE, Inazo: Bushido, the Soul of Japan. Putnam, Nueva York, 1905. [Trad.
cast.: El bushido: el alma del Japón, Mallorca, José J. de Olañeta, 2002.]
OKAKURA, Kakuzō: e Book of Tea. Tuttle, Rutland, VT, 1956. [Trad. cast.: El
libro del té, Mallorca, José J. de Olañeta, 2000.]
PAINE, Robert T. y SOPER, Alexander C.: e Art and Architecture of Japan.
Penguin, Baltimore, MD, 1955.
SUGIMOTO, Masayoshi y SWAIN, David L.: Science and Culture in Traditional
Japan. MIT Press, Cambridge, MA, 1978.
SUMIYA, Mikio y TAIRA, Koji: An Outline of japanese Economic History: 1602-
1940. University of Tokyo Press, Tokio, 1979.
SUZUKI, Daisetsu T.: An Introduction to Zen Buddhism. Grove, Nueva York,
1964. [Trad. cast.: Introducción al budismo zen, Bilbao, Mensajero, 2002.]
— Zen and Japanese Culture. Pantheon, Nueva York, 1959. [Trad. cast.: El zen
y la cultura japonesa, Barcelona, Paidós, 1996.]
TSUNODA, Ryūsaku y otros, editores: Sources of japanese Tradition. Columbia
University Press, Nueva York, 1958.

OBRAS DE REFERENCIA DESDE LOS PRIMEROS AÑOS A LA ERA HEIANA

Para el primer período histórico véase:

BROWN, Delmer M., editor: Ancient Japan, Cambridge History of Japan, vol. I.
Cambridge University Press, Nueva York, 1993.
KIDDER, Edward: Japan Before Buddhism. Praeger, Nueva York, 1959.
KOMATSU, Isao: e Japanese People: Origins of the People and the Language.
Kokusai Bunka Shinkokai, Tokio, 1962.
SANSOM, Sir George B.: History of Japan to 1334. Stanford University Press,
Stanford, CA, 1958.
SHIVELY, Donald H. y MCCULLOUGH, William H., editores: Heian Japan.
Cambridge History of Japan, vol. 2. Cambridge University Press, Nueva
York, 1999.

Era heiana
ASTON, W. G., trad.: Nihongi (Chronicles of Japan from the Earliest Time to
A.D. 697). Paragon, Nueva York, 1956.
PHILIPPI, Donald L., trad.: Kojiki. Princeton University Press, Princeton, NJ,
1968.
WHEELER, Post, editor y traductor: e Sacred Scriptures of the Japanese.
Abelard-Schuman, Nueva York, 1952.
Sobre la vida en la corte heiana véase:
MORRIS, Ivan I.: e World of the Shining Prince: Court Life in Ancient Japan.
Knopf, Nueva York, 1964.

Sobre los últimos avances políticos de la era heiana véase:

HURST, Cameron: Insei: Abdicated Sovereigns in the Politics of Late Heian Japan,
1086-1185. Columbia University Press, Nueva York, 1976.

Para la situación social de este período véase:

FARRIS, Wllliam W.: Population, Disease, and Land in Early Japan, 645-900.
Harvard University Press, Cambridge, MA, 1985.

Sobre las obras literarias de los escritores y poetas de la era heiana, véanse los
clásicos:

MURASAKI, Shikibu: Romance de Genji. Existen dos traducciones al inglés:


WALEY, Arthur. Random House, Nueva York, 1960; y una más reciente de
SEIDENSTICKER, Edward G. Knopf, Nueva York, 1978. [Trad. cast.: Genji
monogatari: romance de Genji, Mallorca, José J. de Olañeta, 2000.]

Para un análisis del Romance de Genji, véase:


FIELD, Norma: e Splendor of Longing in the Tale of Genji. Princeton
University Press, Princeton, NJ, 1987.

Otras obras literarias de la era heiana

MCCULLOUGH, Helen C., trad.: Tales of Ise: Lyrical Episodes from Tenth-Century
Japan. Stanford University Press, Stanford, CA, 1968.
MINER, Earl: An Introduction to Japanese Court Poetry. Stanford University
Press, Stanford, CA, 1968.
NIPPON GAKUIUTSU SHINKOKAI, editor: Manyoshu: One ousand Court Poems.
Columbia University Press, Nueva York, 1965.
SEIDENSTICKER, Edward G., trad.: e Gossamer Years: A Diary by a
Noblewoman of Heian Japan. Tuttle, Rutland, VT, 1964.
SEI SHONAGON: e Pillow Books of Sei Shonagon, 2 vols., traducido y editado
por Ivan Morris. Columbia University Press, Nueva York, 1967. Está
considerada una de las obras maestras del zuihitsu (pincel fluido), un
género de ensayos poéticos.

El auge de los militares hasta 1600

Sobre el ascenso de la clase samurái y el desarrollo del feudalismo:

DUUS, Peter: Feudalism in Japan. Knopf, Nueva York, 1969.


FARRIS, William Wayne: Heavenly Warriors: e Evolution of Japanese Military,
500-1300. Harvard University Press, Cambridge, MA, 1992.
HALL, John W. y otros, editores: Japan Before Tokugawa Consolidation and
Economic Growth. Princeton University Press, Princeton, NJ, 1981.
MASS, Jeffrey P.: Warrior Government in Early Medieval Japan. Yale University
Press, New Haven, CN, 1975.
— y HAUSER, William B., editores: e Bakufu in Japanese History. Stanford
University Press, Stanford, CA, 1985.
Para la situación política y social general véase:

ELISON, George y SMITH, Bardwell, editores: Warlords, Artisans and


Commoners: Japan in the Sixteenth Century. University of Hawaii Press,
Honolulú, 1981.
MASS, Jeffrey P.: e Origins of Japan’s Medieval World: Courtiers, Clerics,
Warriors, and Peasants in the Fourteenth Century. Stanford University Press,
Stanford, CA, 1997.
YAMAMURO, Kozo, ed.: Medieval Japan, tercer volumen de la Cambridge
History of Japan. Cambridge University Press, Nueva York, 1990.

Sobre la llegada de los occidentales en el siglo XVI, véase:

BOXER, Charles R.: e Christian Century in Japan, 1549-1650. University of


California Press, Berkeley, CA, 1951.
COOPER, Michael, S. J., ed.: ey Came to Japan, An Anthology of European
Reports on Japan, 1543-1640. University of California Press, Berkeley, CA,
1965.
RODRIGUES, Joao, S. J.: is Island of Japan: Joao Rodrigues’ Account of 16th
Century Japan. Traducción de Michael Cooper. Kodansha, Tokio, 1973.

Sobre las relaciones coreano-japonesas desde la Edad Media a la Moderna:

KANG, Etsuko Hae-jin: Diplomacy and Ideology in Japanese-Korean Relations:


From the 15th to the 18th Century. St. Martins, Nueva York, 1997.

Para una biografía de Hideyoshi, véase:

BERRY, Mary Elizabeth: Hideyoshi. Harvard University Press, Cambridge, MA,


1982.
Para las obras literarias de este período:

KEENE, Donald, trad.: Essays in Idleness: e Tsurezuregusa of Kenko, a priest.


Está considerada una de las obras maestras del género zuihitsu.
KITABATAKE, Chikafusa: A Chronicle of Gods and Sovereigns, traducción de H.
Paul Varley. Columbia University Press, Nueva York, 1980.
MCCULLOUGH, Helen C., trad.: e Taiheikv. A Chronicle of Medieval Japan.
Columbia University Press, Nueva York, 1959.
— trad.: e Tale of the Heike (relato literario del clan Taira). Stanford
University Press, Stanford, CA, 1988.

Para las obras de teatro Nō que aparecieron en este período:

KEENE, Donald, ed.: Twenty Plays of the Nō eatre. Columbia University


Press, Nueva York, 1970.
WALEY, Arthur: e Nō Plays of Japan. Alien & Inwin, Londres, 1911.

ERA TOKUGAWA

Historias generales de este período:

HALL, John W., ed.: Early Modern Japan, vol. 4 de la Cambridge History of
Japan. Cambridge University Press, Nueva York, 1991.
SANSOM, Sir George B.: A History of Japan, 1615-1867. Stanford University
Press, Stanford, CA, 1963.

Sobre el fundador del reinado Tokugawa véase:

TOTMAN, Conrad D.: Tokugawa Ieyasu. Heian, South San Francisco, 1982.
Y un estudio de un influyente oficial Tokugawa:

OOMS, Herman: Charismatic Bureaucrat: A Political Biography of Matsudaira


Sadanobu. University of Chicago Press, Chicago, 1975.

Sobre estudios políticos e institucionales véase:

HALL, John W. y JANSEN, Marius, editores: Studies in the Institutional History of


Early Modern Japan. Princeton University Press, Princeton, NJ, 1968.
TOTMAN, Conrad D.: Politics in the Tokugawa Bakufu, 1600-1843. Harvard
University Press, Cambridge, MA, 1967.
— Early Modern Japan. University of California Press, Berkeley, CA, 1993.

Para avances económicos y sociales véase:

BIX, Herbert: Peasant Protest in Japan, 1590-1884. Yale University Press, New
Haven, CN, 1986.
BORTO., Hugh: «Peasant Uprisings in Japan in the Tokugawa Period», en las
Transactions of the Asiatic Society of Japan, serie 2, vol. 16,1938.
HANLEY, Susan B.: Everyday ings in Premodern Japan: e Hidden Legacy of
Material Culture. University of California Press, Berkeley, CA, 1997.
JANNETTA, Ann B.: Epidemics and Mortality in Early Modern Japan. Princeton
University Press, Princeton, NJ, 1987.
OOMS, Herman: Tokugawa Village Practice: Class, Status, Power, Law.
University of California Press, Berkeley, CA, 1996.
ROBERTS, John C.: Mitsui Empire: ree Centuries of japanese Business.
Weatherhill, Nueva York, 1973.
SHELDON, C. D.: e Rise of the Merchant Class in Tokugawa Japan. Augustin,
Locust Valley, NY, 1958.
SMITH, omas C.: e Agrarian Origins of Modern Japan. Stanford University
Press, Stanford, CA, 1959.
VLASTOS, Stephen: Peasant Protests and Uprisings in Tokugawa Japan. University
of California Press, Berkeley, CA, 1986.
WALTHALL, Anne, ed. y trad.: Peasant Uprisings in Japan: A Critical Anthology
of Peasant Histories. University of Chicago Press, Chicago, 1991.
— Social Protest and Popular Culture in Eighteenth Century Japan. University of
Arizona Press, Tucson, AZ, 1968.

Sobre estudios intelectuales generales y específicos véase:

BELLAH, Robert N.: Tokugawa Religion: e Values of Pre-Industrial Japan. Free


Press, Glencoe, IL, 1957.
DORE, Ronald P.: Education in Tokugawa Japan. University of California Press,
Berkeley, CA, 1965.
EARL, David M.: Emperor and Nation in Japan: Political inkers of the
Tokugawa Period. University of Washington Press, Seattle, 1964.
KEENE, Donald: e Japanese Discovery of Europe, 1720-1830. Stanford
University Press, Stanford, CA, 1969.
MARUYAMA, Masao: Studies in the Intellectual History of Tokugawa Japan,
traducción de Mikiso Hane. Tokyo University Press, Tokio, 1974.
NAJITA, Tetsuo, ed.: Tokugawa Political Writings. Cambridge University Press,
Nueva York, 1998.
NAKAI, Kate Wildman: Shogunal Politics: Arai Hakuseki and the Premises of
Tokugawa Rule. Harvard University Press, Cambridge, MA, 1988.
OOMS, Herman: Tokugawa Ideology, Early Constructs, 1570-1680. Princeton
University Press, Princeton, NJ, 1985.
WAKABAYASHI, Bob Tadashi: Anti-Foreignism and Western Learning in Early-
Modern Japan. Harvard University Press, Cambridge, MA, 1992.
Sobre el código de los guerreros existe el texto del siglo XVIII para los samurais,
una recopilación de la obra de YAMAMOTO, Tsunetomo: Hagakure: e
Book of the samurai, traducido al inglés por William S. Wilson. Kodansha,
Tokio, 1978. [Trad. cast.: Hagakure: el libro secreto del samurái, Barcelona,
Obelisco, 2001.]
Sobre temas literarios y culturales véase:

ANDO, Tsuruo: Performing Arts of Japan: Bunraku, the Puppet eatre.


Walker/Weatherhill, Nueva York, 1970.
BLYTH, Reginald H.: Haiku, 4 vols. Hokuseido Press, Tokio, 19501952.
BOWERS, Faubion: Japanese eatre. Hill & Wang, Nueva York, 1959.
CHIKAMATSU, Monzaemon: e Major Plays of Chikamatsu, traducción al
inglés de Donald Keene. Columbia University Press, Nueva York, 1961.
ERNST, Earle: e Kabuki eatre. Oxford University Press, Nueva York, 1956.
HENDERSON, Harold G.: An Introduction to Haiku. Doubleday, Garden City,
NY, 1958.
HIBBERT, Howard: e Floating World in Japanese Fiction. Grove, Nueva York,
1960.
HILLIER, J.: Masters of the Colour Print. Phaidon, Londres, 1954.
IHARA, Saikaku: Five Women Who Loved Love, traducción al inglés de William
T. de Bary. Tuttle, Rutland, VT, 1956. [Trad. cast.: Cinco amantes
apasionadas, Madrid, Hiperión, 1992.]
— e Life of an Amorous Woman and Other Writings, traducción al inglés de
Ivan Morris. Laughlin, Norfolk, CN, 1963.
MICHENER, James: e Floating World: e Story of Japanese Prints. Random
House, Nueva York, 1954.

HISTORIAS GENERALES DE JAPÓN MODERNO

BECKMANN, George M.: e Modernizaron of China and Japan. Harper &


Row, Nueva York, 1962.
BORTON, Hugh, Japan’s Modern Century. Ronald, Nueva York, 1970.
DUUS, Peter, ed.: e Cambridge History of Japan, vol. 6. e Twentieth
Century. Cambridge University Press, Nueva York, 1989.
HANE, Mikiso: Modern Japan: A Historical Survey. Westview Press, Boulder,
CO, 1992.
JANSEN, Marius B., ed.: Cambridge History of Japan, vol. 5. e Nineteenth
Century. Cambridge University Press, Nueva York, 1989.
STORRY, Richard: A History of Modern Japan. Penguin, Baltimore, 1965.

Japón Moderno: temas políticos, sociales y culturales

ANDERSON, Joseph L. y RICHIE, Donald: e Japanese Film: Art and Industry.


Princeton University Press, Princeton, NJ, 1982.
BARSHAY, Andrew E.: State and Intellectual in Imperial Japan. University of
California Press, Berkeley, CA, 1988.
BARTHOLOMEW, James R.: e Formation of Science in Japan: Building a
Research Tradition. Yale University Press, New Haven, 1989.
BECKMANN, George M. y GENJI, Ōkubo: e Japanese Communist Party, 1945.
Stanford University Press, Stanford, CA, 1969.
BROWN, Delmer M.: Nationalism in Japan. University of California Press,
Berkeley, CA, 1955.
BROWNLEE, John S.: Japanese Historians and the National Myths 1600-1945:
e Age ofthe Gods and Emperor Jimmu. UBC Press, Vancouver, 1998.
CRAIG, Albert M.: Japan, A Comparative View. Princeton University Press,
Princeton, NJ, 1979.
DE VOS, George y WAGATSUMA, Hiroshi: Japan’s Invisible Race: Caste in
Culture and Personality. University of California Press, Berkeley, CA, 1966.
DOI, Takeo, Amae: e Anatomy of Dependence. Kodansha, Tokio, 1974.
DORE, Ronald P., ed.: Aspects of Social Change in Modern Japan. Princeton
University Press, Princeton, NJ, 1967.
EDGERTON, Robert B.: Warriors of the Rising Sun: A History of Japanese
Military. Norton, Nueva York, 1997.
FUKUTAKE, Tadashi: Japanese Social Structure: Its Evolution in the Modern
Century. University ofTokyo Press, Tokio, 1982.
GARON, Sheldon: e State and Labor in Modern Japan. University of
California Press, Berkeley, CA, 1987. [Trad. cast.: El Estado y los
trabajadores en el Japón contemporáneo, Madrid, Ministerio de Trabajo,
1992.]
GORDON, Andrew: Labor and Imperial Democracy in Prewar Japan. University
of California Press, Berkeley, CA, 1991.
HANE, Mikiso: Peasants, Rebels and Outcastes. Pantheon, Nueva York, 1982.
HARDACRE, Helen: Shinto and the State, 1869-1988. Princeton University
Press, Princeton, NJ, 1989.
IRIYE, Akira: e Chinese and Japanese. Princeton University Press, Princeton,
NJ, 1980.
ISHIDA, Takeshi: Japanese Society. Random House, Nueva York, 1971.
JANSEN, Marius B., ed.: Changing Japanese Attitudes Toward Modernization.
Princeton University Press, Princeton, NJ, 1965.
KAIGO, Tokiomi: Japanese Education, Its Past and Present. Kokusai Bunka
Shinkokai, Tokio, 1968.
KAPLAN, David y Alex Dubro: Yakuza. MacMillan, Nueva York, 1986. Estudio
de la «mafia» japonesa.
KASZA, Gregory J.: e State and the Mass Media in Japan, 19181945.
University of California Press, Berkeley, CA, 1988.
RAYANO, Shigeru: Our Land Was a Forest: an Ainu Memoir, traducción al inglés
de Kyoko Selden y Lili Selden. Westview Press, Boulder, CO, 1994.
LEBRA, Takie Sugiyama: Japanese Patterns of Behavior. University Press of
Hawai, Honolulú, 1976.
MARAINI, Fosco: Meeting with Japan. Viking, Nueva York, 1959.
MITCHELL, Richard M.: Censorship in Imperial Japan. Princeton University
Press, Princeton, NJ, 1983.
— e Korean Minority in Japan. University of California Press, Berkeley, CA,
1967.
NAKANE, Chie: Japanese Society. University of California Press, Berkeley, CA,
1970.
NEARY, Ian: Political Protest and Social Control in Pre-war Japan: e Origins
ofBuraku Liberation. Humanities Press, Atlantic Highlands, NJ, 1989.
Sobre la lucha de los marginados por la igualdad y la libertad.
OHNUKI-TIERNEY, Emiko: Illness and Culture in Contemporary
Japan: An Anthropological View. Cambridge University Press, Cambridge,
1984.
REISCHAUER, Edwin O.: e Japanese. Harvard University Press, Cambridge,
MA, 1977.
RICHIE, Donald: Japanese Movies. Oficina de Turismo de Japón, Tokio, 1961.
SAGA, Junichi: Confessions of a Yakuza. Kodansha, Tokio, 1991.
SCALAPINO, Robert A.: Democracy and the Party Movement in Prewar Japan.
University of California Press, Berkeley, CA, 1953.
— e Japanese Communist Movement, 1920-1966. University of California
Press, Berkeley, CA, 1967.
SCHEINER, Irwin: Modern Japan: An Interpretive Anthology. Macmillan, Nueva
York, 1974.
SCHWANTES, Robert: Japanese and Americans: A Century of Cultural Relations.
Harper 8t Row, Nueva York, 1955.
SEIDENSTICKER, Edward: Low City, High City: Tokyo, 1867-1923. Knopf,
Nueva York, 1983.
SMETHURST, Richard A.: A Social Basis for Prewar Japanese Militarism.
University of California Press, Berkeley, CA, 1974.
TSURUMI, Patricia: Japanese Colonial Education in Taiwan, 1895-1945.
Harvard University Press, Cambridge, MA, 1977.
WARD, R. E., ed.: Political Development in Modern Japan. Princeton University
Press, Princeton, NJ, 1968.
WASWO, Ann: e Japanese Landlord. University of California Press, Berkeley,
CA, 1977.
WEINER, Michael: e Origins of the Korean Community in Japan, 1910-1923.
Humanities Press, Atlantic Highlands, NJ, 1989.

Relaciones internacionales

BEASLEY, W. G.: Japanese Imperialism, 1894-1945. Oxford University Press,


Nueva York, 1987.
DUUS, Peter, MYERS, Ramón H., y PEATTIE Mark R., editores: e Japanese
Informal Empire in China, 1895-1937. Princeton University Press,
Princeton, NJ, 1989.
IKLE, Frank: German-Japanese Relations, 1936-1940. Bookman, Nueva York,
1956.
IRIYE, Akira: Across the Pacific: An Inner History of American-East Asian
Relations. Harcourt Brace, Nueva York, 1967.
JANSEN, Marius: Japan and China: From War to Peace, 1894-1972. Rand
McNally, Chicago, 1975.
MYERS, Ramón H. y PEATTIE, Mark R.: e Japanese Colonial Empire, 1895-
1945. Princeton University Press, Princeton, NJ, 1984.
NEUMANN, William L.: America Encounters Japan: From Perry to MacArthur.
Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1963.
NISH, Ian, ed.: Anglo-Japanese Alienation, 1919-1952. Cambridge University
Press, Cambridge, 1982.
— Japanese Foreign Policy, 1869-1942. Routledge 8t Kegan Paul, Londres,
1977.

Avances económicos

HALLIDAY, Jon: A Political History of Japanese Capitalism. Pantheon, Nueva


York, 1975.
HIRSCHMEIER, Johannes y Y ui, Tsunehiko: e Development of Japanese
Business, 1600-1973. Harvard University Press, Cambridge, MA, 1975.
LOCKWOOD, William W., ed.: e State and Economic Enterprise in Japan.
Princeton University Press, Princeton, NJ, 1965.
MARSH, Robert y MANNARI, Hiroshi: Modernization and the Japanese Factory.
Princeton University Press, Princeton, NJ, 1976.
MARSHALL, Byron, Capitalism and Nationalism in Prewar Japan: e Ideology of
the Business Elite, 1868-1941. Stanford University Press, Stanford, CA,
1967.
OHKAWA, Kazushi y ROSOVSKY, Henry: Japanese Economic Growth. Stanford
University Press, Stanford, CA, 1973.
PATRICK, Hugh, ed.: Japanese Industrialization and Its Social Consequences.
University of California Press, Berkeley, CA, 1976.
SMITH, omas C.: Native Sources of Japanese Industrialization, 1750-1920.
University of California Press, Berkeley, CA, 1988.
TAIRA, Koji: Economic Development and the Labor Market in Japan. Columbia
University Press, Nueva York, 1970.

Literatura

DANLY, Robert Lyons: In the Shade of Spring Leaves: e Life and Writings of
Higuchi Ichiyo. Yale University Press, New Haven, CN, 1981.
HIBBETT, Howard, ed.: Contemporary Japanese Literature. Knopf, Nueva York,
1977.
KEENE, Donald: Dawn to the West: Japanese Literature of the Modern Era, 2
vols. Holt, Nueva York, 1984.
LYONS, Phyllis: e Saga of Dazai Osamu. Stanford University Press, Stanford,
CA, 1985. Estudio crítico de los escritos autobiográficos del autor.
MCCLELLAN, Edwin: Two Japanese Novelists: Soseki and Toson. University of
California Press, Berkeley, CA, 1969.
MIYOSHI, Masao: Accomplices of Silence: e Modern Japanese Novel. University
of California Press, Berkeley, CA, 1974.
NAKAMURA, Mitsuo: Modern Japanese Fiction, 1868-1926. Kokusai Bunka
Shinkokai, Tokio, 1968.
RYAN, Marleigh C.: Japan’s First Modern Novel: Ukigumo of Futabatei Shimei
Columbia University Press, Nueva York, 1967.
SEIDENSTICKER, Edward G.: Kafu the Scribbler. Stanford University Press,
Stanford, CA, 1965.
UEDA, Makoto: Modern Japanese Writers and the Nature of Literature. Stanford
University Press, Stanford, CA, 1976.
Situación de las mujeres

BERNSTEIN, Gail: Haruko’s World: A Japanese Farm Woman and Her


Community. Stanford University Press, Stanford, CA, 1983.
—, ed.: Recreating Japanese Women, 1600-1945. University of California Press,
Berkeley, CA, 1990.
BRINTON, Mary C.: Women and the Economic Miracle: Gender and Work in
Postwar Japan. University of California Press, Berkeley, CA, 1993.
CONDON, Jane: Japanese Women in the Eighties: Half a Step Behind. Dodd
Mead, Nueva York, 1985.
COOK, Alice y HAYASHY, Hiroko: Women in Japan: Discrimination, Resistance
and Reform. Cornell University Press, Ithaca, NY, 1980.
ERICSON, Joan E.: Be a Woman: Hayashi Fumiko and Modern Japanese Women’s
Literature. University of Hawaii Press, Honolulú, 1997.
HANE, Mikiso, ed. y trad.: Reflections on the Way to the Gallows. University of
California Press, Berkeley, CA, 1988.
HOPPER, Helen M.: A New Woman of Japan: A Political Biography of Kato
Shidzue. Westview Press, Boulder, CO, 1997.
IMAMURA, Anne E., ed.: Re-Imaging Japanese Women. University of California
Press, Berkeley, CA, 1995.
ISHIMOTO, Shidzue: Facing Two Ways: e Story of My Life. Farrar & Rinehart,
Nueva York, 1935.
IWAO, Sumiko: e Japanese Woman: Traditional Image and Changing Reality.
Free Press, Nueva York, 1992.
KANEKO, Fumiko: e Prison Memoirs of a Japanese Woman, traducción al
inglés de Jean Inglis. M. E. Sharpe, Armonk, NY, 1991.
LEBRA, Joyce y otros, eds.: Women in Changing Japan. Stanford University
Press, Stanford, CA, 1976.
LEBRA, Takie Sugiyama: Japanese Women: Constraint and Fulfillment. University
Press of Hawaii, Honolulú, 1984.
MACKIE, Vera C.: Fighting Women: A History of Feminism in Modern Japan.
Columbia University Press, Nueva York, 1997.
MORLEY, John David: Pictures from the Water Trade. Harper and Row, Nueva
York, 1985.
MULHERN, Chieko Irie, ed.: Heroic Women with Grace: Legendary Women in
Japan. M. E. Sharpe, Armonk, NY, 1991.
PHARR, Susan: Political Women in Japan. University of California Press,
Berkeley, CA, 1981.
ROBINS-MOWRY, Dorothy: e Flidden Sun: Women ofModern Japan. Westview
Press, Boulder, CO, 1983.
ROSE, Barbara: Tsuda Umeko and Women’s Education in Japan. Yale University
Press, NewHaven, CN, 1992.
SIEVERS, Sharon: Flowers in Salt: e Beginnings of Feminine Consciousness in
Modern Japan. Stanford University Press, Stanford, CA, 1983.
TRAGER, James: Letters from Sachiko: A Japanese Women’s View of Life in the
Land of Economic Miracle. Atheneum, Nueva York, 1982.
TSURUMI, Patricia E.: Factory Girls, Women in the read Mills of Meiji Japan.
Princeton University Press, Princeton, NJ, 1990.
YAMAZAKI, Tomoko: Sandakan Brothel No. 8: An Episode of Lower-class Japanese
Women, traducción al inglés de Karen Colligan-Taylor. M. E. Sharpe,
Armonk, NY, 1999.
— e Story of Yamada Waka, From Prostitute to Feminist Pioneer. Kodansha
International, Tokio, 1985.
WOMEN’S DIVISION OF SOKA GAKKAI, ed.: Women Against War. Kodansha
International, Tokio, 1986.

PERÍODO MEIJI

Desarrollo político

AKITA, George: Foundations of Constitutional Government in Modern Japan,


1868-1900. Harvard University Press, Cambridge, MA, 1967.
BEASLEY, W. G., e Meiji Restoration. Stanford University Press, Stanford, CA,
1972.
IKE, Nobutaka: e Beginnings of Political Democracy in Japan. Johns Hopkins
University Press, Baltimore, 1950.
NORMAN, E. H.: Japan’s Emergence as a Modern State. Institute of Pacific
Relations, Nueva York, 1940.
SCHEINER, Irwin: Christian Converts and Social Protest in Meiji Japan.
University of California Press, Berkeley, CA, 1970.

Relaciones exteriores

CONROY, Francis Hilary: e Japanese Seizure ofKorea, 1868-1910. University


of Pennsylvania Press, Filadelfia, 1960.
OKAMOTO , Shumpei: e Japanese Oligarchy and the Russo-Japanese War.
Columbia University Press, Nueva York, 1971.
WALDER, David: e Short Victorious War: e Russo-Japanese Conflict, 1904-
1905. Harper & Row, Nueva York, 1973.
WARNER, Dennis y WARNER, Peggy: e Tide of Sunrise: e Russo-Japanese
War. Charterhouse, Nueva York, 1974.
WHITE, John Albert: e Diplomacy of the Russo-Japanese War. Princeton
University Press, Princeton, NJ, 1964.

Desarrollos económicos en este período

HIRSCHMEIER, Johannes: Origins of Entrepreneurship in Meiji Japan. Flarvard


University Press, Cambridge, MA, 1964.
NAKAMURA, James I.: Agricultural Production and the Economic Development of
Japan, 1873-1922. Princeton University Press, Princeton, NJ, 1966.
SMITH, omas C.: Political Change and Industrial Development in Japan:
Government Enterprise, 1868-1880. Stanford University Press, Stanford,
CA, 1955.
Aspectos culturales e intelectuales

BLACKER, Carmen: e Japanese Enlightenment: A Study of the Writings of


Fukuzawa Yukichi. Cambridge University Press, Nueva York, 1964.
CHISOLM, Lawrence W.: Fenollosa: e Far East and American Culture. Yale
University Press, New Haven, CN, 1963.
GLUCK, Carol: Japan’s Modern Myths: Ideology in the Late Meiji Period.
Princeton University Press, Princeton, NJ, 1985.
IROKAWA, Daikichi: e Culture of the Meiji Period, traducción y edición
inglesa de Marius B. Jansen. Princeton University Press, Princeton, NJ,
1985.
KAIKOKU HVAKUNEN KINEN BUNKA, ed.: Japanese Culture in the MeijiEra, 10
vols. Obunsha, Tokio, 1955-1958.
NITOBE, Inazo y otros: Western Influences in Modern Japan. University of
Chicago Press, Chicago, 1931.
PITTAU, Joseph: Political ought in Early Meiji Japan, 1868-1889. Harvard
University Press, Cambridge, MA, 1967.
RUBIN, Jay: Injurious to Public Health: Writers and the Meiji State. University of
Washington Press, Seattle, 1984.

Memorias, biografías y estudios de personalidades intelectuales y políticas

BAELZ, Erwin O. E. von: Awakening Japan: e Diary of a German Doctor,


traducción al inglés de Eden y Cedar Paul. Viking, Nueva York, 1932.
FUKUZAWA, Yukichi: Autobiography, traducción al inglés de Eiichi Kiyooka.
Columbia University Press, Nueva York, 1966.
HACKETT, Roger F.: Yamagata Aritomo in the Rise of Modern Japan, 1838-1922.
Harvard University Press, Cambridge, MA, 1971.
HALL, Ivan Parker: Mori Arinori. Harvard University Press, Cambridge, MA,
1973.
HUFFMAN, James: Politics of the Japanese Press: e Life of Fukuchi Gen’ichiro.
University Press of Hawaii, Honolulú, 1980.
IWATA, Masazaku: Ōkubo Toshimichi, the Bismarck of Japan. University of
California Press, Berkeley, CA, 1964.
KIDO, Takayoshi: e Diary of Kido Takayoshi, 2 vols., traducción al inglés de
Sidney Brown y Akido Hirota. University of Tokyo Press, Tokio, 1983-
1986.
KUBLIN, Hyman: An Asian Revolutionary: e Life of Katayma Sen. Princeton
University Press, Princeton, NJ, 1964.
NOTEHELFER, Fred: Kotoku Shusui: Portrait of a Japanese Radical. Cambridge
University Press, Cambridge, 1971.
PIERSON, John D.: Tokutomi Soho, 1863-1957: A Journalist for Modern Japan.
Princeton University Press, Princeton, NJ, 1980. Tokutomi fue en
principio un liberal a comienzos de la era Meiji, pero luego se convirtió en
un nacionalista radical.

LA ERA TAISHŌ

Desarrollos socio-políticos de este período

DUUS, Peter: Party Rivalry and Political Change in Taisho Japan. Harvard
University Press, Cambridge, M A, 1968.
LARGE, Stephen S.: Organized Workers and Socialist Politics in Inter-war Japan.
Cambridge University Press, Nueva York, 1981.
NAJITA, Tetsuo: Hura Kei in the Politics of Compromise, 1905-1915. Harvard
University Press, Cambridge, MA, 1967.
SIIBERMAN, Bernard S. y H. D. Harootunian, eds.: Japan in Crisis: Essays in
Taisho Democracy. Princeton University Press, Princeton, NJ, 1974.

Activistas y pensadores liberales

ARIMA, Tatsuo: e Failure of Freedom: A Portrait of Modern Japanñese


Intellectuals. Harvard University Press, Cambridge, MA, 1969.
BERNSTEIN, Gail: Japanese Marxist: A Portrait of Kawakami Hajime. Harvard
University Press, Cambridge, MA, 1978.
MILLER, Frank O.: Minobe Tatsukichi, Interpreter of Constitutionalism in Japan.
University of California Press, Berkeley, CA, 1965.
STANLEY, omas: Ōsugi Sakae, Anarchist in Taisho Japan. Harvard University
Press, Cambridge, MA, 1982.
TOTTEN, George O.: e Social Democratic Movement in Prewar Japan. Yale
University Press, New Haven, CN, 1966.

Principales pensadores filosóficos del Japón moderno

NISHIDA, Kitaro: A Study of Good, traducción al inglés de V. H. Viglielmo.


Ediciones del Gobierno Japonés, Tokio, 1960. [Trad. cast.: Indagación del
bien, Barcelona, Gedisa, 1995.]

Relaciones exteriores

JANSEN, Marius B.: e Japanese and Sun Yatsen. Harvard University Press,
Cambridge, MA, 1954.
MORLEY, James W.: e Japanese rust into Siberia, 1918. Columbia
University Press, Nueva York, 1957.

El camino a la guerra

Movimientos políticos de preguerra

BARNHART, Michael A.: Japan Prepares for Total War: e Search for Economic
Security, 1919-1941. Cornell University Press, Ithaca, NY, 1987.
BERGER, Gordon M.: Parties Out of Power in Japan, 1931-1941. Princeton
University Press, Princeton, NJ, 1977.
FLETCHER, William Miles: e Search for a New Order: Intellectuals and Fascism
in Prewar Japan. North Carolina University Press, Chapel Hill, NC, 1982.
IROKAWA, Daikichi: e Age of Hirohito: In Search of Modern Japan, traducción
al inglés de Mikiso Hane y John K. Urda. Free Press, Nueva York, 1995.
LARGE, Stephen S.: Emperor Hirohito and Showa Japan: A Political Biography.
Routledge, Londres, 1992.
MARUYAMA, Masao: ought and Behaviour in Modern Japanese Politics, edición
de Ivan Morris. Oxford University Press, Londres, 1963.
MITCHELL, Richard H.: ought Control in Prewar Japan. Cornell University
Press, Ithaca, NY, 1976.
MORRIS, Ivan: Nationalism and the Right Wing in Japan. Oxford University
Press, Londres, 1960.
NAKAMURA, Masanori: e Japanese Monarchy, 1931-1991: Ambassador Grew
and the Making of the «Symbol Emperor System», traducción al inglés de
Herbert P. Bix y otros. M. E. Sharpe, Armonk, NY, 1997.
SHILLONY, Ben-Ami: Revolt in Japan: e Young Officers and the February 26,
1936 Incident. Princeton University Press, Princeton, NJ, 1973.
STORRY, Richard: e Double Patriots: A Study of Japanese Nationalism.
Houghton Mifflin, Boston, 1957.
TITUS, David Anson: Palace and Politics in Prewar Japan. Columbia University
Press, Nueva York, 1974.
WILSON, George M.: Radical Nationalist in Japan: Kita Ikki, 18831937.
Harvard University Press, Cambridge, M A, 1969.

Conflicto con China y la Unión Soviética

BORG, Dorothy: e United States and the Far Eastern Crisis of 1933-1938.
Harvard University Press, Cambridge, MA, 1964.
BOYLE, John Hunter: China and Japan at War. Stanford University Press,
Stanford, CA, 1972.
CHANG, Iris: e Rape of Nanking. Basic Books, Nueva York, 1997.
COOX, Alvin D.: Nomonhan, Japan against Russia, 1939. Stanford University
Press, Stanford, CA, 1985.
CROWLEY, James B.: Japanese Quest for Autonomy: National Security and Foreign
Policy, 1930-1938. Princeton University Press, Princeton, NJ, 1966.
DORN, Frank: e Sino-Japanese War, 1937-1941. Macmillan, Nueva York,
1974.
HONDA, Katsuichi: e Nanjing Massacre: A Japanese Journalist Confronts
Japanese National Shame, traducción al inglés de Karen Sandness. M. E.
Sharpe, Armonk, NY, 1999.
LEE, Bradford A.: Britain and the Sino-Japanese War, 1937-1939. Stanford
University Press, Stanford, CA, 1973.
LI, Lincoln: Japanese Army in North China: July, 1937-December 1941. Oxford
University Press, Londres, 1975.
MORLEY, James, ed.: China Quagmire. Columbia University Press, Nueva York,
1983.
OGATA, Sadako N.: Defiance in Manchuria: e Making of Japanese Foreign
Policy, 1931-1932. University of California Press, Berkeley, CA, 1964.
THORNE, Christopher G.: e Limits of Foreign Policy: e West, the League and
Far Eastern Crisis of 1931-1933. Putnam, Nueva York, 1972.
WILSON, Dick: When Tigers Fight: e Story of the Sino-Japanese War, 1937-
1945. Viking Press, Nueva York, 1982.
YOSHIHASHI, Takehiko, Conspiracy in Manchuria: e Rise ofthe Japanese
Military. Yale University Press, New Haven, CN, 1963.

Negociaciones diplomáticas y toma de decisiones en política exterior antes del


estallido de la guerra con Estados Unidos

BUTOW, Robert J.: Tojo and the Coming of the War. Stanford University Press,
Stanford, CA, 1961.
FEIS, Herbert: e Road to Pearl Harbor. Princeton University Press, Princeton,
NJ, 1950.
GREW, Joseph C. L.: Ten Years in Japan. Simón & Schuster, Nueva York, 1944.
IKE, Nobutaka, ed.: Japan’s Decision for War: Records of the 1941 Policy
Conferences. Stanford University Press, Stanford, CA, 1967.
IRIYE, Akira: e Origins of the Second World War in Asia and the Pacific.
Longman, Londres, 1987.
LU, David J.: From the Marco Polo Bridge to Pearl Harbor: Japanese Entry into
Second World War. Public Affairs, Washington, D.C., 1961.
MAXON, Yale C.: Control of Japan’s Foreign Policy. University of California
Press, Berkeley, CA, 1957.
MESKILL, Johanna: Hitlerand Japan: e Hollow Alliance. Atherton Press,
Nueva York, 1966.
MORLEY, James, ed.: Japan’s Road to the Pacific War: e Final Confrontation:
Japanese Negotiations with the United States, 1941. Columbia University
Press, Nueva York, 1994.
PELZ, Stephen E.: Race to Pearl Harbor. Harvard University Press, Cambridge,
MA, 1974.
SCHROEDER , Paul W.: e Axis Alliance and Japanese American Relations, 1941.
Cornell University Press, Ithaca. NY, 1958.
STEPHEN, John J.: Hawaii Under the Rising Sun: Japan’s Plan for Conquest After
Pearl Harbor. University Press of Hawaii, Honolulú, 1983.
WETZLER, Peter: Hirohito and War: Imperial Tradition and Military Decision-
Making in Prewar Japan. University of Hawaii Press, Honolulú, 1998.

La guerra

BORG, Dorothy y OKAMOTO, Shumpei, editores: Pearl Harbor as History.


Columbia University Press, Nueva York, 1973.
BUTOW, Robert J. C.: Japan’s Decisión to Surrender. Stanford University Press,
Stanford, CA, 1954.
COSTELLO, John: e Pacific War. Rawson Wade, Nueva York, 1981.
DOWER, John W.: War Without Mercy: Race and Power in the Pacific War.
Pantheon, Nueva York, 1986.
IENAGA, Saburo: e Pacific War: Second World War and the Japanese, 1931-
1945, traducción al inglés de Frank Baldwin. Pantheon, Nueva York, 1978.
LEBRA, Joyce: Japanese Trained Armies in Southeast Asia. Columbia University
Press, Nueva York, 1977.
LEWIN, Ronald: e American Magic: Codes, Ciphers and the Defeat oapan.
Farrar, Strauss & Giroux, Nueva York, 1982.
MORISON, Samuel Eliot: History of the United States Naval Operations in Second
World War, 15 vols. Little Brown, Boston, 19471962.
PRANGE, Gordon W.: At Dawn We Slept. McGraw-Hill, Nueva York, 1981.
— Miracle at Midway, McGraw-Hill, Nueva York, 1982.
SPECTOR, John H.: Eagle Against the Sun. Free Press, Nueva York, 1985.
TANAKA, Yuki: Hidden Horrors: Japanese War Crimes in World WarII. Westview
Press, Boulder, CO, 1996.
WILLIAMS, Peter y WALLACE, David: Unit 731: Japan’s Secret Biological Warfare
in Second World War. Free Press, Nueva York, 1989.
WOHLSTETTER, Roberta: Pearl Harbor: Warning and Decisión. Stanford
University Press, Stanford, CA, 1962.

Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki

FEIS, Herbert: Japan Subdued: e Atomic Bomb and the End of the War in the
Pacific. Princeton University Press, Princeton, NJ, 1961.
HACHIYA, Michihiko: Hiroshima Diary, traducción y edición de Warner Wells.
University of North Carolina Press, Chapel Hill, NC, 1955.
HERSEY, John, Hiroshima. Knopf, Nueva York, 1946.
LIFTON, Robert Jay, Death in Life: Survivors of Hiroshima. Random House,
Nueva York, 1967.
MINEAR, Richard H., trad. y ed.: Hiroshima, ree Witnesses. Princeton
University Press, Princeton, NJ, 1990.
NAGAI, Takashi: e Bells of Nagasaki, traducción al inglés de William
Johnston. Kodansha, Tokio, 1974.
La posguerra: los años de la ocupación

Los juicios por los crímenes de guerra

BRACKMAN, Arnold: e Other Nuremberg: e Untold Story of the Tokyo


WarCrimes Trial. Morrow, Nueva York, 1987.
HOSOYA, Chihiro y otros, editores: e Tokyo War Crimes Trial. Kodansha
International, Tokio, 1986.
MINEAR, Richard: Victor’s Justice: e Tokyo War Crimes Trial. Princeton
University Press, Princeton, NJ, 1971.
Record of Proceedings of he International Military Tribunal for the Far East
(microfilm). Biblioteca del Congreso, Washington, D.C.
e Tokyo Major Crimes Trial: e Record of the International Military Tribunal
for the Far East, edición de R. John Pritchard. Edwin Mellen Press,
Lewiston, NY, 1999.

Reformas y política de la ocupación

BRINES, Russell: MacArthur’s Japan. Lippincott, Filadelfia, 1948.


COHEN, eodore: Remaking Japan. Free Press, Nueva York, 1987.
DORE, Ronald P.: Land Reform in Japan. Oxford University Press, Londres,
1959.
DOWER, John: Embracing Defeat: Japan in the Wake of Second World War.
Norton, Nueva York, 1999.
FEAREY, Robert A.: e Occupation of Japan: Second Phase, 19481950.
Macmillan, Nueva York, 1950.
FINN, Richard B.: Winners in Peace: MacArthur, Yoshida and Postwar Japan.
University of California Press, Berkeley, CA, 1992.
HADLEY, Eleanor H.: Antitrust in Japan. Princeton University Press, Princeton,
NJ, 1970.
HARRIES, Meirion y Susie: Sheathing the Sword: e Demilitarization of Japan.
Hamish Hamilton, Londres, 1987.
INOUE, Kyoko: MacArthur’s Japanese Constitution. University of Chicago Press,
Chicago, 1991.
KAWAI, Kazuo: Japan’s American Interlude. University of Chicago Press,
Chicago, 1960.
MARTIN, Edwin M.: e Allied Occupation of Japan. Pacific Relations, Nueva
York, 1948.
NISHI, Toshio: Unconditional Democracy: Education and Politics in Occupied
Japan, 1945-1952. Hoover Institution Press, Stanford, CA, 1982.
SCHALLER, Michael: e American Occupation of Japan. Oxford University
Press, Londres, 1985.
COMANDANTE SUPREMO DE LAS POTENCIAS ALIADAS, SECCIÓN GOBIERNO.
Political Reorientation of Japan, Sept. 1945 to Sept. 1948: Report, 2 vols.
Greenwood, Westport, CT, 1968.

DESARROLLO GENERAL DESDE LA POSGUERRA HASTA NUESTROS DÍAS

Estudios generales

BELL, Ronald: e Japan Experience. Weatherhill, Nueva York, 1973.


BUCKLEY, Roger: Japan of Today. Cambridge University Press, Cambridge,
1990.
DALE, Peter N.: e Myth of Japanese Uniqueness. St. Martin’s Press, Nueva
York, 1986.
FIELD, Norma: In the Realm of the Dying Emperor. Pantheon, Nueva York,
1991.
GORDON, Andrew, ed.: Postwar Japan as History. University of California Press,
Berkeley, CA, 1992.
HANE, Mikiso: Eastern Phoenix: Japan Since 1945. Westview Press, Boulder,
CO, 1996.
KOSCHMANN, J. Victor: Revolution and Subjectivity in Postwar Japan.
University of Chicago Press, Chicago, 1996.
LEVINE, Hillel: In Search of Sugihara: e Elusive Japanese Diplomat Who Risked
His Life to Rescue 10.000 Jews from the Holocaust. Free Press, Nueva York,
1997.
TAYLOR, Jared: Shadows of the Rising Sun. Quill, Nueva York, 1983.
WEINER, Michael, ed.: Japan’s Minorities: e Illusion of Homogeneity.
Routledge, Nueva York, 1997.

La escena política

CAMPBELL, John C.: How Policies Change: e Japanese Government and the
Aging Society. Princeton University Press, Princeton, NJ, 1992.
CURTIS, Gerald L.: e Japanese Way of Politics. Columbia University Press,
Nueva York, 1988.
KOH, B. C.: Japan’s Administrative Elite. University of California Press,
Berkeley, CA, 1989.
PHARR, Susan J.: Losing Face: Status Politics in Japan. University of California
Press, Berkeley, CA, 1990.
SCALAPINO, Robert A. y JUNNOSUKE, Masumi: Parties and Politics in
Contemporary Japan. University of California Press, Berkeley, CA, 1962.
SCHLESINGER, Jacob M.: Shadow Shoguns: e Rise and Fall of Japan’s Postwar
Political Machine. Simón & Schuster, Nueva York, 1997.
YOSHIDA, Shigeru: e Yoshida Memoirs, traducción al inglés de Kenichi
Yoshida. Houghton Mifflin, Boston, 1962.

Desarrollo de la economía

CLARK, Rodney: e Japanese Company. Yale University Press, New Haven, CT,
1979.
COHEN, Jerome B.: Japan’s Economy in War and Reconstruction. University of
Minnesota Press, Minneapolis, 1949.
DORE, Ronald: British Factory-Japanese Factory. University of California Press,
Berkeley, CA, 1973. [Trad. cast.: Fábrica británica, fábrica japonesa,
Madrid, Ministerio de Trabajo, 1989.]
FALLOWS, James: Lookingat the Sun: e Rise ofthe New East Asían Economic
System and Political System. Pantheon, Nueva York, 1994.
JOHNSON, Chalmers: MITI and the Japanese Miracle: e Growth of Industrial
Policy, 1925-1975. Stanford University Press, Stanford, CA, 1985.
MORISHIMA, Michio: Why Has Japan «Succeeded»? Western Technology and the
Japanese Ethos. Cambridge University Press, Londres, 1982. [Trad. cast.:
Por qué ha triunfado Japón, (Vol. 30), Barcelona, Folio, 1997.]
VOGEL, Ezra: Japan as Number One. Harvard University Press, Cambridge,
MA, 1979.[Trad. cast.: Japón, 1, Barcelona, Tecnos Asociados, 1981.]
YAMAMURA , Kozo: Economic Policy in Postwar Japan. University of California
Press, Berkeley, CA, 1967.

Condiciones y avances sociales

COLE, Robert C.: Japanese Blue Collar. University of California Press, Berkeley,
CA, 1971.
DE VOS, George y WITHERALL, William: Japan’s Minorities: Burakumin,
Koreans, Ainus, and Okinawans. Minority Rights Group, Claremont, NY,
1983.
FOWLER, Edward: San’ya Blues: Laboring Life and Contemporary Tokyo. Cornell
University Press, Itacha, NY, 1996.
LEE, Changsoo y DE VOS, George: Koreans in Japan: Ethnic Conflict and
Accommodation. University of California Press, Berkeley, CA, 1982.
PLATH, David, ed.: Work and Life Course in Japan. State University of New
York Press, Albany, NY, 1983.
SUMII, Sue: e River with No Bridge, traducción al inglés de Susan Wilkinson.
Charles E. Tuttle, Rutland, VT, 1990. Novela sobre la discriminación de
los burakumin.
TSURUMI, Kazuko: Social Change and the Individual: Japan Before and After
Defeat in Second World War. Princeton University Press, Princeton, NJ,
1970.
TSURUMI, Patricia, ed.: e Other Japan: Postwar Realities. M. E. Sharpe,
Armonk, NY, 1988.
UPHAM, Frank K.: Law and Social Change in Postwar Japan. Harvard
University Press, Cambridge, MA, 1987.

Aspectos sociales y culturales

CHRISTOPHER, Robert C.: e Japanese Mind: e Goliath Explained. Linden


Press, Nueva York, 1983.
CUMMINGS, William A.: Education and Equality in Japan. Princeton University
Press, Princeton, NJ, 1980.
DUKE, Benjamin C.: e Japanese Schools: Lessons for Industrial America.
Praeger, Nueva York, 1986.
GARON, Sheldon: Molding the Japanese Mind: e State in Everyday Life.
Princeton University Press, Princeton, NJ, 1997.
HAVENS, omas R. H.: Artists and Patrons in Postwar Japan: Dance, Music,
eatre and the Visual Arts, 1955-1980. Princeton University Press,
Princeton, NJ, 1982.
KOSCHMANN, J. Victor: Revolution and Subjectivity in Postwar Japan.
University of Chicago Press, Chicago, 1996.
NATHAN, John: Mishima, a Biography. Little Brown, Nueva York, 1974. [Trad.
cast.: Mishima: (biografía), Barcelona, Seix Barral, 1995.]
RICHIE, Donald: e Films of Akira Kurosawa. University of California Press,
Berkeley, CA, 1984.
TSURUMI, Shunsuke: A Cultural History of Postwar Japan, 1945-1980.
Columbia University Press, Nueva York, 1994.
WHITE. Merry: e Japanese Educational Challenge. Free Press, Nueva York,
1986.
Índice analítico

Abedul Blanco, Escuela del, 186


agricultura, 26-27, 46, 120-121, 270-271
ainu, 17, 285
Aizawa Seishisai, 76, 93
Aizu, clan, 96, 99, 102
Akihito, emperador, 279, 303
Akutagawa Ryūnosuke, 187
Alemania
guerra chino-japonesa, 154
guerra con China, 223, 224
influencia política y cultural, 109, 125, 133, 190
Primera Guerra Mundial, 167
relaciones de posguerra, 279
y la Unión Soviética, 219, 226, 229
almohada, Libro de la, 34
Amakusa Shirō, 57
Amur, Sociedad del Río, 200
anarquismo, 162, 175, 161-162
Andō Shōeki, 78
Ando Tadao, 299
Arahata Kanson, 146
Araki Sadao, 205, 210, 211, 212, 213, 216
ArishimaTakeo, 186, 187
Armada, 98, 115, 165, 198, 199, 227
guerra del Pacífico, 235, 237-238, 243, 244, 245
arquitectura, 34-35, 52, 299-300
arroz, cultura del, 10, 18, 26, 27
Arte, 34-35, 52, 54-55, 82, 83, 131-132, 299-300
asesinatos, 172, 173, 199, 204-205, 211, 212
Ashikaga Takauji, 40, 41
Ashikaga, shogunato, 10, 40, 41, 43
arte y literatura, 53, 54
campesinado, 43, 44
economía, 47
evolución política, 37
Ashio, minas de cobre. 177, 179
Australia, 278
automóvil, industria, 268, 269, 276

Bakufu, 37, 39, 60, 74, 125


críticas, 40, 44, 75, 76
desaparición, 93, 95-99
evolución intelectual, 71, 125
relaciones exteriores, 69-70, 90-91
bancos, 118, 119, 197
Birmania, 228, 240
budismo, 13, 14, 35, 294
ascendencia samurai, 39, 44, 45, 46, 52-53
Kamakura-Muromachi, años, 48-52
shogunato Tokugawa, 127
Yamato y heiana, eras, 28, 31, 32, 34, 35
burakumin, 65, 66, 178, 284, 285 véase también marginados
burdeles, 68, 69, 147-149, 163, 259
burocracia, 264
Bushido, 14
California, 168
caligrafía, 35
Cámara de los Pares, 110-112, 115, 162
Cámara de los Representantes, 111-112
campesinos, 10-12
era Meiji, 110, 114, 117, 136, 139
era Taishō, 183, 184, 185
eras Yamato y heiana, 26
período Kamakura-Ashikaga, 43, 44
período samurái, 57, 58
shogunato Tokugawa, 62, 64, 77-79, 87-88
véase también aristocracia cortesana; daimio
carbón, minas, 121, 142-143, 145146
cerámica, arte, 52, 299-300
Chichibu, levantamiento, 136
Chikamatsu, 67, 80, 82
China, 231, 234
budismo Chan, 51
comercio, 12, 46, 47, 70
guerra chino-japonesa, 132, 154-155
guerra del Pacífico, 239-240, 242-243
influencia, 13-14, 20-21, 23, 29-31, 33, 34, 39, 73-75
intervención rusa, 156-157
invasión japonesa, 218-224, 226, 248
Lansing-Ishii, acuerdo, 169 véase también Manchuria
mongola, conquista, 39
posguerra, relaciones de, 277
chino-japonesa, guerra, 132, 139, 153-154, 178
Chōshu, clan, 95-99, 100, 102, 103, 104, 125
ciencia, 75, 190
cine, 187, 297-299
ciudad, habitantes de la, 60, 63 65, 79-82, 84
clases, sistema de, 11-12
era Meiji, 113-144, 120, 166
período Kamakura-Ashikaga, 43-45
shogunato Tokugawa, 60-61 véase también campesinado; samuráis;
habitantes de ciudad
Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas (CSFA), 251-261, 266-267
comercio, 11-12
período Kamakura-Ashikaga, 45-46
posguerra, 268-269, 275-276
shogunato Tokugawa, 63-64, 68, 70
comunismo, 174-177, 189, 260, 263-264
condestables, 41-43
confucianismo, 11, 12, 14, 45
era Meiji, 122, 124, 129
eras Yamato y heiana, 21, 24, 28, 30-31
shogunato Tokugawa, 60, 63, 70-73, 80
Consejo Privado, 110, 111, 112, 151
constitución
era Meiji, 107-108, 110-112, 258
posguerra, 257, 258
Constitución de los Diecisiete Artículos, 21, 24
contaminación, 178, 179, 282
Corea
anexión, 158-159, 170-171
campaña Hideyoshi, 57, 58
carbón, mineros del, 142-143
comercio, 47, 70
guerra chino-japonesa, 153-154
guerra del Pacífico, 249
guerra ruso-japonesa, 155-159
influencia, 20-21, 29-32
migración, 17, 18, 19, 20
plan de invasión de Saigō, 105, 106
relaciones de posguerra, 277
coreanos, 173, 285-286
cortesana, aristocracia, 10, 21-22, 33-34
véase también aristocracia
Cresson, Edith, 279
crimen, 283
cristianismo, 55-57, 69, 127, 131, 177-178
Cuento de Heike, 53
cultura
véase también cine; literatura era Taishō, 183
evolución en la posguerra, 291-297
nacionalismo, 129-132
shogunato Tokugawa, 60, 70-72, 80-82

daimio, 41-42, 52, 54, 64, 69, 92


cristianismo, 55, 56
véase también pares
shogunato Tokugawa, 60, 61, 83
Decreto Imperial de Educación, 101, 124, 130
dieta, 111-112, 150, 151, 152, 257258, 289
dinero, política del, 262-263
Disraeli, Benjamin, 133
Doi Takako, 289
drama, 54, 82

economía, 10-11
cambios durante la posguerra, 255, 266-275, 278
depresión, 217-218
era Meiji, 116-122, 136, 165
era Taishō, 192-195, 197
guerra del Pacífico, 244-245
período Kamakura-Ashikaga, 39-40, 45-46
shogunato Tokugawa, 83-89, 99
Edo, 59, 60, 64, 68, 69, 81, 92, 99 véase también Tokio
educación
cambios de posguerra, 257, 300-302
confucianismo, 14
era Meiji, 122-126, 129-130, 165
era Taishō, 185
mujeres, 149-150, 289
shogunato Ashikaga, 54, 55
shogunato Tokugawa, 83
ejército, véase militares
Emperador, sistema imperial, 10
Aprendizaje Nacional, 74, 76, 77
ascendencia samurái, 37-38
creación, 20, 21
era heiana, 22-23
era Meiji, 102-103, 110-112, 129-130, 151, 166
era Showa, 200, 258-259 oposición, 186-188 sintoísmo, 14
Teoría del Órgano, 204
Enchi Fumiko, 189, 295, 296
Endō Shūsaku, 295
escritura, sistema de, 28, 31-32
espadas, fabricación de, 48, 52
España, 55, 70
Estados Unidos
China, 167-169
comercio, 268-269, 271, 274, 276
Conferencia de Washington, 170
guerra del Pacífico, 235-250
influencia cultural, 292
inmigración japonesa, 168-169
memorando Taft-Katsura, 159
Pacto de Seguridad Mutua, 262
Período de ocupación, 251-261
preguerra del Pacífico, 229-235
shogunato Tokugawa, 90-92
Siberia, 169
sistema educativo, 124

fábricas, obreros, 139-146, 191-192


febrero, Incidente del 26 de, 201, 211-214
Fenollosa, Ernest F., 131, 132
ferrocarriles, 118
Feudalismo, 37-38
Filipinas, 236, 242, 243, 253
Formosa, 155, 277
Francia, 91, 92, 113, 279
Conferencia de Washington, 170
guerra chino-japonesa, 154
Indochina, 228-229, 230
Fujiwara, familia, 21, 23, 24, 25
fukoku kydhei, 76, 102, 103
Fukuda Hideko, 179
Fukumoto Kazuo, 176
Fukuzawa Yukichi, 108, 122, 147, 155, 192
occidentalización, 125, 126
Fushimi, castillo, 52
Futabatei Shimei, 133

Genroku, era, 81
Gneist, Rudolf von, 110
Godaigo, emperador, 40, 41
Goldman, Emma, 181
Gondō Seikyō, 201
Gotoba, emperador, 39
Gran Traición, Incidente de la, 163, 164, 175
grupo, identidad de, 13
Guam, 241
Guerra Mundial, Primera, 167
Guerra Mundial, Segunda, 235-250, 293-295
Gukansho, 53, 135, 188

haiku, 81
Hamada Shōji, 300
Hamaguchi Yūkō, 198, 199
han, sistema, 103, 104
HaraTakashi, 172
Harris, Townsend, 91, 92
Harunobu, 82
Hata Shunroku, 222
Hatoyama Ichirō, 259
Hawai, 168
Hayashi Fumiko, 296
Hayashi Senjurō, 211, 215
Hearn, Lafcadio, 165
heiana, era, 10
arte y arquitectura, 34, 35
literatura y poesía, 33-34
política, 22-26
evolución social y económica, 26-29
evolución religiosa y cultural, 13, 14, 15, 29-32, 48-50
Heisei, era, 10, 303
Herbart, Johann Friedrich, 124
Hermandad de la Sangre, Liga de la, 201, 206
Hideyoshi, véase Toyotomi Hideyoshi
Higuchi Ichiyō, 123, 135
Himeko, 19, 20, 28
Hirado, 69
Hiranuma Kiichi, 173, 202
Hirata Atsutane, 77
Hiratsuka Raichō, 180-181
Hirohito, emperador, 167, 302, 303
asesinato, intento de, 173-174
febrero, Incidente del 26 de, 212
guerra del Pacífico, 248
véase también Shōwa, era
visita oficial británica, 279
Hiroshige, 82
Hiroshima, 246
Hirota Kōki, 214, 215, 219, 253
Hizen, clan, 103-104
hogar, sin, 286-287
Hokkaido, 17, 285
Hokusai, 82
Honda Toshiaki, 76
Hosokawa Morihiro, 266
Hosokawa, familia, 42
Hōjō, clan, 37, 39, 40, 48
Hōnen, 49
Hull, Cordell, 230-231, 234-235

Ibuse Masuji, 293


«ideas peligrosas», 173, 175, 177, 196, 204
Iemitsu, shogún, 56
Iemochi, shogún, 97, 98
Ienaga Saburō, 301
Ieyasu, shogún, 37, 56, 59-60
Ihara Saikaku, 64, 80, 81
Ii Naosuke, 92, 95
Ikeda Hayato, 263, 268
Iki, isla de, 70
Imamura Shōhei, 298
Indias Holandesas Orientales, 229, 230, 237
Indochina, 228, 229, 230
Indonesia, 229, 230, 237
industrialización, 116-117
inmigración, 286-287
InoueKaoru, 125
Inoue Kowashi, 130
Inoue Nisshō, 201, 202, 206
Inukai Tsuyoshi, 199, 202, 206, 208, 209
Ise, santuarios, 34-35
Ishida Baigan, 80
Ishikawa Takuboku, 135
Ishimoto Shidzue, 149
Isozaki Arata, 299
Issekikai, 203
Itagaki Taisuke, 106, 108, 109, 161
Itami Juzo, 284, 291, 298-299
Itō Hirobumi, 107, 112, 152, 153, 172
Constitución, 109-112
Corea, 158-159
educación, 94-96, 125-126
y Ōkuma, 108, 109
y Yamagata, 160-162
Itō Noe, 175, 180
Iwakura Tomomi, 98, 107
Iwasaki Yatarō, 199
Iwo Jima, 243

jardinería, 54
Javier, san Francisco, 55
Jimmu, emperador, 19, 131, 178
Jinnō Shōtōki, 53
Jōmon, período, 9, 17, 18
Juramento de los Cinco Artículos, Carta de, 103, 126-127
Kabuki, teatro, 82
Kagawa Toyohiko, 177
Kaibara Ekken, 67, 72, 147
Kamakura, era, 10, 37, 52
arte y literatura, 52-55
budismo, 14, 48-52
desarrollo político, 36-41
economía, 46-47
ética samurai, 47-48
mujeres, 45-46
kamikaze, 39
Kammu, emperador, 22
Kamo-no-Mabuchi, 73
Kanagawa, Tratado de, 91
Kaneko Fumiko, 181
Kanno Sugako, 163, 164, 166, 178
Katayama Sen, 144
Katō Kōmei, 173, 174
Katsura Tarō, 162, 167
Kawabata Yasunari, 188, 293
Kawase Narumi, 299
Kawashima Yoshiyuki, 212
Keiki, shogún, 97, 98, 99
Keiretsu, 267, 272, 273
Keitai, emperador, 20
Kellogg-Briand, Pacto de, 170, 198
Kido Kōin, 94, 97, 102, 106, 107
Kioto, 34, 64, 95
corte imperial, 9, 10, 22, 59
Kishi Nobusuke, 262, 284
Kitalkki, 201, 213
Kitabatake Chikafusa, 53
Kitazato Shibasaburō, 190
Kiyomori, 26, 36, 39
Kobayashi Takiji, 176, 189
Koiso Kuniaki, 242
Kojiki, 24, 31, 73, 74
kokugaku, 13, 34, 73, 76, 99, 201
Konoe Fumimaro, 215, 226, 228, 253
Estados Unidos, 231, 232, 233
guerra de China, 219, 223-224
kōbugattai, 96, 97, 98
Kōmei, emperador, 96, 98
Kōtoku Shūsui, 158-159, 163, 164
Kuriles, 276, 277
Kurosawa Akira, 187, 298
Kūkai, 32

Leach, Bernard, 300


legal, sistema, 113, 114, 254
lengua, 17, 45
Liga de Naciones, 208, 209, 223
literatura
era Meiji, 133-136
era Taishō, 184-190
eras Yamato y heiana, 32-33
período de posguerra, 293-297
período samurái, 52-53
shogunato Tokugawa, 80-81
Loto, secta, 50, 51

MacArthur, general, 236, 239, 242, 251, 255, 260


madera, grabado, 82-83, 299-300
Mahayana, budismo, 31, 49
Maki Fumihiko, 299
Makino Nobuaki, 212
Man’yōshu, 32, 73, 74, 75
Manchuria, 159, 168, 171, 197
economía, 216
Rusia, 155, 156, 157
Sociedad del río Amur, 200
Tanaka, 196, 197
Manchuria, incidente de, 199, 206, 207-209, 218
marginados, 65-66, 134, 177-179 véase también burakumin
Marianas, islas, 241
Maruyama Okyo, 83
marxismo, 176, 177, 296
Masako, 39, 46
Masamune, 52
Masaoka Shiki, 136
matrimonio, 28, 289-290
Matsui Iwane, 221
Matsuo Bashō, 81
Matsuoka Yōsuke, 227
mayorazgo, 43, 66, 67, 68, 148, 258
Mazaki Jinzaburō, 210, 211, 213
Meiji, emperador, 98, 100, 165
Meiji, era, 100
ainu, 285
cambios institucionales, 114-115
constitución, 109-112
desarrollo intelectual, 125-126
desarrollo político, 103-109, 151-153, 160-166
desarrollo social, 12, 113, 136151
economía, 166-121
educación, 122-125
nacionalismo cultural, 129-132
religión, 127-128
Restauración, 100-103
Meirokusha, 126, 130
militares, 11, 125
véase también armada
campesinos, 137-139
era heiana, 25
era Meiji, 115, 165, 166
facciones, 209-210
febrero, Incidente del 26 de, 211-214
guerra chino-japonesa, 154-155
nacionalismo radical, 202-204
samuráis, 14, 222
Mill, John Stuart, 106, 126
Minamoto, clan, 10, 26, 36, 39, 58-59
minería, 120-121, 142, 143, 145-146
Minobe Tatsukichi, 204, 210
Mishima Yukio, 293
Mitsubishi, compañía, 119, 193, 194.255
intereses militares, 216-218
minas, 141, 142
y partidos políticos, 108-109, 172
reaparición, 267
navieras, 118
mujeres, 289
Mitsui Takafusa, 80
Mitsui, compañía, 64, 119, 193, 194.255
intereses militares, 216, 217
minas, 120, 121, 141, 142
reaparición, 267
y partidos políticos, 172-173
Miyamoto Yuriko, 189, 296 mongoles, 39
Mori Arinori, 111, 147
Morī Ogai, 134, 135
Morison, Samuel Eliot, 236
Moronobu, 82
Motoda Eifu, 129, 130
Motoori Norinaga, 74, 93
mujeres
avances de posguerra, 254, 255, 258, 287-291
educación, 122-125
era Kamakura, 45-46
era Meiji, 147-151, 164
era Taishō, 179-183
eras Yamato y heiana, 28
fábricas, trabajadores de, 139-141, 144-145
literatura, 134-135, 188-189, 295-297
minas de carbón, 143-144
shogunato Ashikaga, 43
shogunato Tokugawa, 12-13, 66-69
Munakata Shikō, 300
Murakami Haruki, 292
Murasaki Shikibu, 28, 33

Nacional, Aprendizaje, 13, 33, 73, 74, 76, 77, 99, 200
nacionalismo, 13, 14
era Kamakura, 51
era Meiji, 129-132, 160
guerra ruso-japonesa, 158-159
radical, 200-206
shogunato Tokugawa, 73, 93, 93
Nagasaki, 69, 70, 247
Nagata Tetsuzan, 210, 211
Nagatsuka Takashi, 189
Namba Taisuke, 173
Nanjing, 220, 221, 222
Nara, 9, 22, 34, 35, 52
Natsume Sōseki, 134, 187
neoconfucianismo, 70-71, 73
Nichiren, 13, 50
Nihongi, 31, 73
Nimitz, Chester, 239
Ninigi, 19
Ninomiya Sontoku, 79
Nishida Kitarō, 190
Nogi, general, 158
Noguchi Hideyo, 190
Noh, drama, 54
Noma Hiroshi, 294
NomaSeiji, 185
Nomura Kichisaburō, 229, 230
Nozaka Sanzo, 177

occidentalización, 14-15
avances intelectuales, 125-126
era Taishō, 183
literatura, 133-135
nacionalismo cultural, 129-131
oposición, 203-204, 225-226
Ocupación, años de la, 251-257
constitución, 257-259
desarrollo político, 259-261
reformas educativas, 257
Oda Nobunaga, 10, 37, 42, 55, 56, 57
Oe Kenzaburō, 291, 294
Ogata Kōrin, 83
Ogyu Sorai, 72
Ohkawa, Kazushi, 117, 165, 191
Ōjin, emperador, 20
Okada Keisuke, 210, 212
Okakura Kakuzō, 131, 165
Okawa Shu’mei, 202
Okinawa, 47, 242, 244
Ōkubo Toshimichi, 97, 102, 105, 106, 107, 160
Ōkuma Shigenobu, 107, 108, 109, 152, 161, 167
Omura Masujiró, 115
Ōnin, guerra, 42
Ōoka Shōhei, 294
Orden Imperial de Soldados y Marinos, 115
Oriente Medio, 278-279
Osaka, 64, 81, 89, 92
Ōsugi Sakae, 173, 175, 181
Ozawa Jisaburō, 240, 241

Pacífico, guerra del, 235-250, 294-295


Países Bajos, 55, 70, 75, 92, 170
Pak Yeol, 181
Pares, 109-110, 112, 151
Pearl Harbor, 235, 236
periódicos, 184-185, 292-293
censura, 107, 115, 225, 254
Perry, Matthew C., 90, 91
petróleo, 230-231, 237, 263, 268, 279
Pimiku, 19-20, 28
población, 64, 86-87, 280-281
poesía
era Meiji, 136
eras Yamato y heiana, 32-34
shogunato Tokugawa, 80, 81 policía, 113-115
política
era Meiji, 102-109, 150-153
era Taishō, 172-173, 174
eras Yamato y heiana, 20-26
gobierno samurai, 36-41
ocupación, período de, 259-261
posguerra, 261-266
shogunato Tokugawa. 69-70
políticos, partidos
era Meiji, 108-109, 152, 160, 161, 162, 171
era Taishō, 172-173, 174
Konoe, 228
sistema de 19, 55, 262, 264, 265
ocupación, período de, 260
zaibatsu, 194
Portsmouth, Tratado de, 158
Portugal, 55, 170
Potsdam, Declaración de, 246, 247, 248, 251
prensa, véase periódicos
prostitución, 68-69, 147-148, 164, 258-259
Prusia, 115

radical, nacionalismo, 205-218


Reino Unido
Alianza anglo-japonesa, 15-158, 167
Birmania, 228, 240
Conferencia de Washington, 170
influencia cultural, 126, 133-135
marina, 115
modelo parlamentario, 108-109
preguerra del Pacífico, 22-230, 235
relaciones de posguerra, 278-279
shogunato Tokugawa, 54, 70, 89-91
relaciones de posguerra, 279
Relaciones Exteriores
desarrollo durante la posguerra, 275-279
era Meiji, 109
era Taishō, 167-171, 194-195
nacionalismo radical, 207-218
período samurái, 55-56
shogunato Tokugawa, 69-70, 89-93
Roessler, Hermann, 110
Romance de Genji, 28, 33
Roosevelt, Franklin D., 223, 231, 234
Roosevelt, eodore, 168
Rosovsky, Henry, 117, 165, 191
Rusia, 89, 133, 159, 169
comercio, 89, 90, 91, 92
guerra chino-japonesa, 154, 155
Siberia, 89, 169
véase también Unión Soviética
ruso-japonesa, guerra, 156-159, 162, 164, 178, 179
Ryukyu, Islas, 47

Saigō Takamori, 98, 99, 102, 105, 153


Saionji Kimmochi, 162, 167, 173, 210, 212, 215
Saipan, 240, 241
SaitōKiyoshi, 300
Saitō Makoto, 209, 212
Sakai Toshikiko, 162
Sakuma Zōzan, 93
Salomón, Islas, 238-239
samurái, 10, 11
budismo Zen, 51, 52
era heiana, 14, 25, 26
era Meiji, 105, 112, 113, 114, 115
ética, 47, 48, 222
shogunato Tokugawa, 60-61, 66-67, 70, 84-87, 98, 99
supremacía política, 36-41
Sato Eisuke, 263
Sato Nobuhiro, 78
Satsuma, clan, 100, 102, 103, 104, 105, 106
evolución intelectual, 125
fuerzas armadas, 115
luchas de poder, 96-97, 99
seda, 10, 11, 120, 121
Sei Shonagon, 33
Seidensticker, E. G., 188
servidumbre, 58
Shandung, península, 167, 169, 171
Sharaku, 82
Shibuya Teisuke, 184
Shidehara Kijurō, 170, 199, 207, 208, 299
Shimazaki Toson, 134
Shinran, 49
Shirakawa, emperador, 23, 25
shishi, 93
shogún, 10, 37, 38, 69
Shōtoku, príncipe, 21, 24
Shōwa, emperador, véase Hirohito, emperador
Shōwa, era, 10, 302
conspiraciones de asesinato, 205-206
guerra de China, 218-225
asuntos internos y externos, 207-218, 225-235
avances intelectuales y culturales, 291-300
años de ocupación, 251-261
guerra del Pacífico, 235-250
desarrollo económico de posguerra, 266-275
cambios educacionales de posguerra, 300-302
relaciones exteriores de posguerra, 275-278
desarrollo político en la posguerra, 261-266
condiciones sociales en la posguerra, 279-287
nacionalismo radical, 200-205
mujeres, 287-291
Siberia, 169, 170, 172
Siebold, Philipp Franz von, 75
sindicatos, 143-146, 191, 225, 255-256, 273
Singapur, 236
sintoísmo, 14, 24, 27, 28, 77
educación, 122, 123, 124
era heiana, 29, 30
era Meiji, 126, 127, 129
santuarios, 34, 35
y budismo, 31-32
y confucianismo, 73
Smiles, Samuel, 126
social, clase, véase clases, sistema de
sociales, avances
era heiana, 27-28
era Meiji, 136-151, 165
posguerra, 279-287
socialismo, 162-164, 175, 178-179, 181-182
Soga, clan, 21
Sol, diosa del, 19, 28, 29, 31, 74
sonno-joi, 93-96
Soviética, Unión, 224-225
Alemania, 226, 229
guerra del Pacífico, 242, 245, 247
Régimen Fundamental, 219
relaciones de posguerra, véase también Rusia
Stein, Lorenzvon, 110
Sugiyama Hajime, 219
suicidio, 283-284
Sujin, emperador, 20
sumie, 54
Sumitomo, compañía, 120, 193
Suzuki Bunji, 144
Suzuki Daisetsu, 81
Suzuki Kantarō, 212, 242, 247, 248
Taft-Katsura, memorando, 159
Taika, reformas, 21, 25
Taira, clan, 26, 36, 53
Taishō, emperador, 167
Taishō, era, 10
desarrollo socioeconómico, 191-195, 197-199
evolución política, 171-174, 199-200
movimientos socialistas y comunistas, 174-179
mujeres, 179-183
relaciones exteriores, 167-171, 197-198
vida intelectual y cultural, 183191
Taiwán, 156, 277
Takahashi Korekiyo, 212
TakahashiMizuko, 150
Takano Fusatarō, 144
Tanaka Giichi, 174, 196-198
Tanaka Kakuei, 263-264, 277
Tang, sistema de tenencia de tierras, 21-22
Tange Kenzō, 299
Tanizaki Jun’ichirō, 188, 293
té, 10-11, 120
té, ceremonia del, 53-54
teatro, 54-55, 82
Temmu, emperador, 24, 31
Tendai, secta, 32
termo, 21, 24
Terauchi Hisaichi, 214
terremotos, 173
textil, industria, 117, 120
obreros, 139-141, 143-145, 191, 289
eravada, budismo, 31
tierras, propiedad de las
era heiana, 25
era Meiji, 116, 117, 194, 195
era Taishō, 194
período samurái, 58
reconstrucción de posguerra, 255, 256
reformas Taika, 21, 23
shogunato Ashikaga, 41
shogunato Tokugawa, 59, 60, 61, 62
Tinian, 241
Tojo Hideki, 203, 210, 227, 233, 242, 253
Tokio, 99, 106, 173, 243, 249, 280 véase también Edo
Tokuda Kyüichi, 177, 254
Tokugawa Ieyasu, 38, 56, 59-60
Tokugawa Keiki, 98, 102
Tokugawa Mitsukuni, 73
Tokugawa, shogunato, 10-11, 12, 59-62
ainu, 285
Aprendizaje Nacional, 13, 73-74
caída, 93-99
campesinos, 60-63, 77-80
código guerrero, 48
educación, 54, 81, 83
evolución cultural e intelectual, 70-72, 76-77, 80-82
evolución política y económica, 69-70, 83-89
habitantes de las ciudades, 63-66, 79-80
marginados, 63-64
mujeres, 13, 28, 67-69
relaciones exteriores, 89-92
religión, 14, 56
sistema legal, 114
Tokutomi Roka, 164
Tokutomi Sohō, 132
Tosa, clan, 98, 103, 106, 119
Toyama Mitsuru, 200
Toynbee, Arnold, 70, 103
Toyotomi Hiseyoshi, 10, 37, 45, 52, 56
campaña de Corea, 57-58
campesinado, 58, 60-61
Tratado de las Cuatro Potencias del Pacífico, 170
Tratado de las Nueve Potencias, 170
Tratado Naval de las Nueve Potencias, 170
Triple Intervención, 155
Tsubouchi Shōyō, 133
Tsushima Yūko, 297
tuberculosis, 140-142

Uchimura Kanzō, 127, 131, 155, 163, 177


Ugaki Kazushige, 205, 215
Uno Chiyo, 189, 295-297
Utamaro, 82

Veintiuna Peticiones, las, 168


Verdadera Tierra Pura, secta de la, 45, 50, 57

Wakatsuki Reijiro, 199, 205


Washington, Conferencia de, 170-171, 198
Washington, Conferencia de, 170, 171
Watanabe Jōtaro, 212

Yajima Kajiko, 148, 163


yakuza, 274, 284, 298
Yamagata Aritomo, 94, 110, 112, 160, 171
Corea, 153-154
ejército, 114-115
gobierno de partido, 151, 161, 172-173
Yamamoto Isoroku, 235, 237, 238
Yamamuro Gumpei, 149, 177
Yamana, familia, 42
Yamato, era, 9
arte y arquitectura, 34-35
desarrollo cultural y religioso, 29-32
literatura y poesía, 32-34
política, 20-23
Yano Fumio, 133
Yasuda, compañía, 193
Yayoi, período, 9, 18
“Yo”, novela, 186
Yoritomo, 36-37
Yosano Akiko, 159, 181
Yoshida Shigeru, 214, 259-262
Yoshida Shōin, 94
Yoshikawa Eiji, 185
Yoshimitsu, 41, 47, 52
Yoshioka Yayoi, 150
Yoshiya Nobuko, 186

zaibatsu, 120, 193-194, 216-217, 255, 267


Zen, budismo, 14, 39, 51-54
MIKISO HANE (California, 1922 - Peoria, 2003) fue profesor de historia
en el Knox College, donde enseñó durante más de 40 años. Escribió y
tradujo más de una docena de libros, redactó numerosos artículos y fue
nombrado miembro del Consejo Nacional de Humanidades en 1991.
Estudió en Japón y Alemania, luego enseñó en la Universidad de Toledo y
estudió en la India antes de ir al Knox College en 1961. Vivió en Galesburg
el resto de su vida, y escribió y enseñó hasta su muerte.
Notas
[1]Wada Atsumu sostiene que los orígenes de la monarquía hereditaria se
remontan a Ingyō (comienzos del siglo V) o Yūryaku (mediados del siglo V), en
Taikei Nihon no Rekishi (Historia Completa de Japón). Shōgakukan, Tokio,
1992, vol. II, pág. 163. Sobre los coreanos y las clases gobernantes, véase
Watanabe Mitsutoshi, Tennō-ke no Toraishi (Historia de la llegada de la familia
imperial). Shin Jimbutsu Oraisha, Tokio, 1989, y Shiba Ryōtarōef al., eds.
Nihon no Chōsen Bunka (Cultura coreana en Japón). Chuo Koronsha, Tokio,
1972. <<
[2]Murasaki Shikibu, e Tale of Genji (Romance de Genji), traducción al
inglés de Edward G. Seidensticker. Knopf, Nueva York, 1976, pág. 620. <<
[3]W. G. Aston en Joseph Campbell, e Mask of God: Oriental Mithology.
Viking, Nueva York, 1962, pág. 475. <<
[4]
Manyoshu, traducción al inglés de Nippon Gakujutsu Shinkōkai. Columbia
University Press, Nueva York, 1965, pág. 142. <<
[5] Shikibu, e Tale of Genji, pág. 581. <<
[6]
Ivan Morris, editor y traductor, e Pillow book of Sei Shōnagon, 2 vols.
Columbia University Press, Nueva York, 1967, vol. I, pág. 258. <<
[7]
Citado en Earl Miner, An Introduction to Japanese Court Poetry. Stanford
University Press, Stanford, CA, 1968, pág. 18. <<
[8]
Donald Keene, Anthology of Japanese Literature. Grove Press, Nueva York,
1955, pág. 196. <<
[1]W. G. Aston, A History of Japanese Literature. Appleton, Nueva York, 1899,
pág. 149. <<
[2]
William Barrett, ed., Zen Buddhism: Selected Writings of D. T. Suzuki.
Doubleday, Garden City, Nueva York, 1956, pág. 61. <<
[3]
Philip Kapleau, e ree Pillars of Zen. Harper & Row, Nueva York, 1966,
pág. 138. <<
[4]
Daisetsu T. Suzuki, Zen and Japanese Culture. Pantheon, Nueva York, 1959,
pág. 78. <<
[5]
Donald Keene, ed., Japanese Literature. Grove Press, Nueva York, 1955, pág.
78. <<
[6]Arthur Waley, e No Plays of Japan. Alien & Unwin, Londres, 1911, pág.
21. <<
[1]Furushima Toshio, Nihon Hōken Nōgyōshi (Historia agrícola del Japón
feudal). Shikai Shobo, Tokio, 1931, pág. 83. <<
[2]Ienaga Saburō, Nihon Dōtokushisō-shi (Historia del pensamiento moral
japonés). Iwanami, Tokio, 1951,pág. 120. <<
[3]
Howard Hibbett, e Floating World in Japanese Fiction. Grove Press, Nueva
York, 1960, pág. 37. <<
[4] Tsuchikata Tetsu, Hi-sabetsuburaku no Tatakai (La lucha de las aldeas
discriminadas). Shinsensha, Tokio, 1973, páginas 11-12. <<
[5] Ibid., pág. 14. <<
[6]Michael S. J. Cooper, ed., ey Came to Japan. University of California
Press, Berkeley, CA, 1965, pág. 62 <<
[7]Donald Keene, trad., e Major Plays of Chikamatsu. Columbia University
Press, Nueva York, 1961, pág. 76. <<
[8]
Basil H. Chamberlain, ings Japanese. Routledge & Kegan Paul, Londres,
1939, págs. 503-505. <<
[9] Ienaga Saburō, Nihon Dōtokushisō-shi, págs. 143-147. <<
[10] Kim Yil-men, Nihon JyoseiAishi (Mujeres japonesas: historia de un
sufrimiento). Gendaishi Shuppankai, Tokio, 1980, pág. 17yss. <<
[11]Arnold Toynbee, «How to Change the World without War», Saturday
Review, 12 de mayo de 1962, pág. 17. <<
[12]Tsunoda, Ryusaku et al., eds., Sources of Japanese Tradition. Columbia
University Press, Nueva York, 1958, páginas 376-377. <<
[13]
Masao Maruyama, Studies in the Intellectual History of Tokugawa Japan.
University of Tokyo Press, Tokio, 1974, pág. 162. <<
[14] Nippon Gakujutsu Shinkokai, Manyoshu. Iwanami, Tokio, 1940, pág. 177.
<<
[15] Tsunoda, Sources of Japanese Tradition, pág. 596. <<
[16] Ibid., pág. 571. <<
[17]Uchida Takeshi y Miyamoto Tsuneichi, eds., Sugae Masumi Zenshü (Obras
escogidas de Sugae Masumi), 12 vols. Miraisha, Tokio, 1971-1978, vol. I,
págs. 274-275. <<
[18] Maruyama, Studies in the Intellectual History, págs. 249264. <<
[19] Keene, e Major Plays of Chikamatsu, pág. 332. <<
[20]
Mitsui Takafusa, «Some Observations on Merchants», traducción de E. S.
Crawcour, en Transactions of the Asiatic Society of Japan, vol. 8, págs. 103, 115.
<<
[21]
Engelbert Kaempfer, History of Japan, 3 vols. Traducción inglesa de J. G. S.
Schenchzer. MacLehose, Glasgow, vol. 3, pág. 6. <<
[22]
Daisetsu T. Suzuki, Zen and Japanese Culture. Pantheon, Nueva York,
1959, págs. 225-227. <<
[23]Donald Keene, Japanese Literature. Grove Press, Nueva York, 1955, págs.
39-41. <<
[24]
Faubion Bowers, Japanese eatre. Hill & Wang, Nueva York, 1959, pág.
177. <<
[25]
Lawrence Binyon, Painting in the Far East. Dover, Nueva York, 1959, pág.
266. <<
[26]Robert T. Paine y Alexander Soper, e Art and Architecture of Japan.
Penguin, Baltimore, 1955, pág. 153. <<
[27] Maruyama, Studies in the Intellectual History, pág. 124. <<
[28]
e Complete Journal of Townsend Harris. Charles E. Tuttle, Rutland, VT,
1959, págs. 538-543. <<
[29] Maruyama, Studies in the Intellectual History, pág. 310. <<
[30] Ibid., pág. 360. <<
[1]
Toyama Shigeki, Meiji Ishin to Tennō (La Restauración Meiji y el
Emperador). Iwanami, Tokio, 1991, págs. 91-95. <<
[2]
Arnold J. Toynbee, Civilization on Trial and the World and the West.
Meridian Books, Nueva York, 1958, pág. 172. <<
[3]Tsunoda, Ryusaku et al., eds., Sources of Japanese Tradition. Columbia
University Press, Nueva York, 1958, págs. 376-377. <<
[4]Kazushi Ohkawa y Henry Rosovsky, «A Century of Japanese Economic
Growth», en William W. Lockwood, ed., e State and Economic Enterprise in
Japan. Princeton University Press, Princeton, NJ, 1965, págs. 52-53. <<
[5]
Fukuji Sigetaka, Kindai Nihon Jyoseishi (Historia de la mujer japonesa
moderna). Sekkasha, Tokio, 1963, págs. 33-34. <<
[6]Inoue Kiyoshi, Nihon Jyoseishi (Historia de la mujer japonesa). Sanichi
Shobo, Tokio, 1967, pág. 224. <<
[7]Kaigo Tokiomi, ed., Nihon Kyōkasho Taikei (Gran compendio de libros de
texto japoneses), 43 vols. Kodansha, Tokio, 1961-1967, vol. 2, pág. 498. <<
[1] Donald Keene, Dawn to the West. Henry Holt, Nueva York, 1984, pág. 76.
<<
[2]Mitsuo Nakamura, Modern Japanese Fiction, 1868-1926. Kokusai Bunka
Shinkokai, Tokio, 1968, 2.ª parte, pág. 19. <<
[3]
Tatsuo Arima, e Failure of Freedom. Harvard University Press, Cambridge,
MA, 1969, pág. 79. <<
[4]Takasaka Masaaki, Meiji Bunkashi (Historia Cultural Meiji). Yoyosha,
Tokio, 1955, vol. 4, págs. 436-437. <<
[5] Keene, Dawn to the West, pág. 180. <<
[6]Toki Yoshimaro, Meiji Taishō-shi, Geijutsu-hen (Historia Meiji-Taishō, las
Artes). Asahi Shimbunsha, Tokio, 1931, pág. 199. <<
[7]
Harold G. Henderson, An Introduction to Haiku. Double-day Anchor,
Nueva York, 1958, pág. 181. <<
[8]
Yamamoto Shigemi, Aa, Nomugi Tōge (¡Ah, paso de Nomugi!). Kadokawa,
Tokio, 1977, pág. 328. <<
[9]En Mikiso Hane, Peasants, Rebels and Outcastes. Pantheon, Nueva York,
1982, págs. 33-34. <<
[10] Ibid., pág. 18. <<
[11]Morisaki Kazue, Makkura (Oscuridad total). San’ichi Shobo, Tokio, 1977,
pág. 161. <<
[12]Chōsenjin Kyosei Renkō Shinsō Chosadan, ed., Chōsenjin Kōysei Renkō
(Reclutamiento obligatorio de los coreanos), Gendaishi Shuppankai, Tokio,
1974, págs. 191-195. <<
[13]En Mikiso Hane, Reflections on the Way to the Gallows. University of
California Press, Berkeley, CA, 1988, págs. 7-8. <<
[14]Shidzue Ishimoto, Facing Two Ways. e Story of My Life. Farrar &
Rinehart, Nueva York, 1935, pág. 78. <<
[15] Fukao Sumako, Yosano Akiko. Jimbutsu Oraisha, Tokio, 1968, págs. 85-86.
<<
[16] Véase Hane, Reflections on the Way to the Gallows, pág. 53. <<
[17] Ibid., págs. 56 y 63. <<
[18]
Sumiya Mikio, Dai Nipponteikoku no Shiren (El crisol del Japón Imperial).
Chuo Koronsha, Tokio, 1966, pág. 444. <<
[19]
Kakuzo Okakura, e Awakening of Japan. Japan Society, Nueva York,
1921, págs. 191-192. <<
[20]E. H. Norman, Japan’s Emergence as a Modern State. Institute of Pacific
Relations, Nueva York, 1940, pág. 8. <<
[21]Lafcadio Hearn, Japan, an Attempt at Interpretation. Macmillan, Nueva
York, 1904, pág. 428. <<
[1]
Bill Hosokawa, Nisei: e Quiet American. William Morrow and Co., 1969,
pág. 86. <<
[2]Masumi Junnosuke, Nihon Seitōshiron (Discurso sobre la historia de los
partidos políticos japoneses), 4 vols. Tokyo Daigaku Shuppankai, Tokio, 1965-
1968, vol. 4, págs. 142-143. <<
[3]Personal de Buraku Kaihō Dōmei, Sabetsu no naka of ikite (Viviendo en
discriminación). Kaiho Shuppansha, Tokio, 1978, págs. 63-64 y 278. <<
[4]Cf. Mikiso Hane, Reflections on the Way to the Gallows. University of
California Press, Berkeley, CA, 1988, pág. 29 y ss. <<
[5] Ibid., págs. 20-21. <<
[6] Ibid., págs. 22-23. <<
[7] Ibid., pág. 124. <<
[8] Ibid., págs. 126-127. <<
[9] Ibid., págs. 209-210. <<
[10]
Mikiso Hane, Peasants, Rebels and Outcastes. Pantheon, Nueva York, 1982,
págs. 34-35. <<
[11]
Shibuya Teikuse, Nomin Aishi (La triste historia del campesinado). Keiso
Shobo, Tokio, 1970, págs. 264 y 440. <<
[12]
Mitsuo Nakamura, Modern Japanese Fiction, 1868-1926. Chuo Koronsha,
Tokio, 1966, 2.ª parte, págs. 32-33. <<
[13]
Donald Keene, Dawn to the West. Henry Holt, Nueva York, 1984, pág.
485. <<
[14] Ibid., pág. 490. <<
[15] Kadokawa Genyoshi et al, eds., Nikon Bungaku no Rekishi (Historia de la
literatura japonesa), 12 vols. Kdokawa Shoten, Tokio, 1967-1968, vol. II, págs.
199-215. <<
[16]Junichiro Tanizaki, Some Prefer Nettles, traducción al inglés de Edward G.
Seidensticker. Knopf, Nueva York, 1955, pág. XV, y Junichiro Tanizaki, «In
Praise of Shadow», en Perspective of Japan, suplemento del Atlantic Monthly,
Nueva York, 1954, págs. 48-49. <<
[17]Yasunari Kawabata, Snow Country, traducción al inglés de Edward G.
Seidensticker. Knopf, Nueva York, 1956, páginas 6-7. <<
[18]
Japan Report, Consulado General de Japón en Nueva York, 31 de enero de
1969. <<
[19] Keene, Dawn to the West, pág. 1136. <<
[20]
Enchi Fumiko, Waiting Years, traducción al inglés de John Bestor.
Kodansha, Tokio, 1971, pág. 190. <<
[21] Cf. Torataro Shimomura, «Nishida Kitaro and Some Aspects of His
Philosophical ought», en Kitaro Nishida, A Study ofGood, traducción al
inglés de V. H. Viglielmo. Ediciones del Gobierno Japonés, Tokio, 1960, págs.
191 y ss. <<
[22] Kunio Yanagida, ed., Japanese Culture of the Meiji Era, vol. IV, traducción
al inglés de Charles S. Terry. Toyo Bunko, Tokio, 1957, págs. 96-97. <<
[1]Masao Maruyama, ought and Behaviour in Modern Japanese Politics.
Oxford University Press, Londres, 1963, página 45. <<
[2]Ouchi Tsutomu, Fasshizumu e no Michi (Rumbo al fascismo). Chuo
Koronsha, Tokio, 1967, pág. 297. <<
[3]Shigeru Honjo: Emperor Hirohito and his Chief Aide-de-camp: e Honjo
Diary, traducción al inglés de Mikiso Hane. Ediciones de la Universidad de
Tokio, Tokio, 1982, págs. 37-38. <<
[4]Ishii Itaró, Gaikókan no Isshō, Taichugoku Gaikō no Kaisō (Vida de un
diplomático: recuerdos de la política exterior en China). Taiheiyo Shuppansha,
Tokio, 1972, pág. 236 y ss. <<
[5]Eguchi Keiichi, Futatso no Taisen (Las dos grandes guerras), vol. 14 de una
serie de 15 titulada Taikei Nihon no Rekishi (Esbozo de la historia japonesa).
Shogakukan, Tokio, 1993, págs. 307-308. <<
[6]Frank Dorn, e Sino-Japanese War, 1937-41. MacMillan, Nueva York,
1974, pág. 222. <<
[7]Robert J.C. Butow, Tojo and the Corning of the War. Stanford University
Press, Stanford, CA, 1961, pág. 245. <<
[8]
Hayashi Shigeru, Taiheiyo Sensō (La guerra del Pacífico). Chuo Koronsha,
Tokio, 1967, págs. 240-241. <<
[9] Herbert Feis, e Road to Pearl Harbor. Princeton University Press,
Princeton, NJ, 1950, pág. 321. <<
[10]Samuel Eliot Morison, History of the United States Naval Operations in
Second World War, 15 volúmenes. Little Brown, Boston, 1983, vol. 3, pág. 132.
<<
[11]Un ejemplo de la filosofía del «no rendirse» lo constituye Yokoi Shōichi,
que permaneció escondido en la selva de Guam durante veintisiete años
después de acabar la guerra. Otro oficial vivió en la selva filipina hasta 1974.
New York Times, 26 de septiembre, 1997. <<
[12] Morison, History of the United States, vol. 8, pág. 338. <<
[13] Eguchi Keiichi, Futatsu no Taisen, pág. 431. <<
[14]
Michihiko Hachiya, Hiroshima Diary: e Journal ofa Japanese Physician.
University of North Carolina Press, Chapel Hill, NC, 1955, págs. 14-15y69.
<<
[15]Takashi Nagai, e Bells of Nagasaki, traducción inglesa de William
Johnston. Kodansha, Tokio, 1974, págs. 64 y 90-91. <<
[16] Eguchi Keiichi, Futatsu no Taisen, pág. 410. <<
[1]
Douglas MacArthur, Reminiscences. McGraw Hill, Nueva York, 1964, págs.
282-283. <<
[2] Japan Times Weekly, 22-28 de junio, 1998. <<
[3] En 1993, Japón cambió la base estadística de PNB a PDB porque el
primero incluye las inversiones en el extranjero, que eran elevadas. El segundo
incluye solamente las actividades económicas internas. Asahi Shimbun, Japan
Almanac, 1997, pág. 73. El PDB descendió a -0,7% en 1997, inferior al -0,5%
de 1974. Japan Times Weekly, 22-28 de junio, 1998. <<
[4] Far Eastern Economic Review, 16 de abril, 1998, pág. 61. <<
[5] Las estadísticas económicas proceden principalmente de los datos
publicados anualmente por Nippon: A Chartered Survey of Japan. Kokuseisha,
Tokio; Statistical Handbook of Japan, Gabinete del Primer Ministro de Japón,
Departamento de Estadística; Japan Almanac, Asahi Shimbun; Facts and
Figures of Japan, Foreign Press; así como datos procedentes del Far Eastern
Economic Review, New York Times, Japan Times Weekly y otras revistas y
periódicos. <<
[6] Jared Taylor, Shadows ofthe Rising Sun. Quill, Nueva York, 1983, pág. 171.
<<
[7]Ronald Bell, e Japanese Experience. Weatherhill, Nueva York, 1973, pág.
96 <<
[8] Japan Times Weekly, International Edition, 8-14 de julio, 1991, pág. 1. <<
[9] New York Times, 29 de octubre de 1998. <<
[10]En 1997 fue detenido el presidente del Dai-Ichi Kangyō Bank, el cuarto
banco más grande del mundo, acusado de haber concedido importantes
créditos a los yakuza. Japan Times Weekly, 30 junio-6 julio, 1997. <<
[11] Japan Times Weekly, 30 junio-6 julio, 1997. <<
[12]Buraku Liberation News. Buraku Liberation Research Institute, Osaka,
noviembre de 1977. <<
[13]Intersect Japan, publicación mensual del Instituto PHP, mayo de 1991,
págs. 25-26. <<
[14] Donald Richie en Bell, e Japanese Experience, pág. 60. <<
[15] New York Times, 10 de septiembre, 1996. <<
[16]
Ōe Kenzaburō, Teach Us to Outgrow Our Madness, traducción al inglés de
John Nathan. Grove Press, Nueva York, 1977, págs. xiii-xiv. <<
[17]
Citado en Vincent Canby, «What’s so Funny About Japan». New York
Times Magazine, 18 de junio, 1989, pág. 26yss. <<
[18] New York Times, Book Review, 27 de septiembre, 1992. <<
[19] Chicago Tribune, 16 de junio, 1991. <<
[20] Bell, e Japanese Experience, pág. 142. <<
[21] Japan Almanac, año 2000, págs. 263-266. <<
[22]
Donald Keene, Dawn to the West. Henry Holt, Nueva York, 1984, pág.
1216. <<
[23]
e Temple of the Golden Pavilion, traducción al inglés de Ivan Morris.
Charles E. Tuttle, Rutland, VT, 1959, pág. 27. <<
[24] New Yorker, 12 de diciembre, 1970, pág. 40. <<
[25] Ōe Kenzaburō, Teach Us to Outgrow Our Madness, pág. 186. <<
[26]Yoshiko Yokochi Samuel, e Life and the Works of Oe Kenzaburo.
University Microfilms International, Ann Arbor, MI, 1981, pág. 10. <<
[27]
A. N. Wilson, «Firmly Catholic and Firmly Japanese». New York Times
Book Review, 21 de julio, 1985, pág. 21. <<
[28] Keene, Dawn to the West, pág. 1136. <<
[29]
Enchi Fumiko, e Waiting Years, traducción al inglés de John Bester.
Kodansha, Tokio, 1980, pág. 90. <<
[30] Keene, Dawn to the West, pág. 1144. <<
[31]
Yukiko Tanaka y Elizabeth Hanson, eds., is Kind of Woman. Perigee
Books, Nueva York, 1982, pág. 226. <<
[32]
Donald Richie, Japanese Movies. Oficina de Turismo de Japón, Tokio,
1961,pág. 161. <<
[33] New York Times, 15 y 29 de diciembre, 1985. <<
[34] Vincent Canby, «What’s So Funny About Japan», pág. 26 y ss. <<
[35] Chicago Tribune, 26 de abril, 1993. <<
[36] Peter McGill, «Boxing Ando», en Intersect, noviembre de 1993, pág. 36. <<
[37] Bernard Leach, Hamada, Potter. Kodansha, Tokio, 1975, pág. 125. <<
[38]Benjamín C. Duke, e Japanese School: Lessonsfor Industrial America,
Praeger, Nueva York, 1986, pág. 200. <<

También podría gustarte