Freyre Gilberto Casa Grande Y Senzala
Freyre Gilberto Casa Grande Y Senzala
Freyre Gilberto Casa Grande Y Senzala
CASA-G
YSENZ
PRÓLOGO
IX
ción llega a decir que la censura de prensa es, en general, beneficiosa y que
en los Estados Unidos la censura es más rigurosa que en cualquier otro país
del mundo-, haya podido escribir ese libro generoso, tolerante, fuerte y
bello.
Creo que podríamos prescindir de cualquiera de nuestros ensayos y no-
velas, aun cuando fuese lo mejor que hayamos escrito. Pero no pasaríamos
sin CG y S sin ser diferentes. En cierta medida GF fundó Brasil en el
plano cultural tal como Cervantes lo hizo con España, Camoens con Portugal,
Tolstoi con Rusia, Sartre con Francia. Es cierto que hubo, en nuestro caso
como en los demás, algunos gestos antes -el Aleijadinho, entre unos po-
cos-, otros después -Brasilia, de Osear-, pero, sin lugar a dudas, entre
ellos está el de Gilberto. ¿Por qué?
Casa-Grande y Senzala es una hazaña de la cultura brasileña. Después de
todo esto debemos, quizás, repetir que así fue vista, por otra parte, desde
los días de su aparición. Jorge Amado nos habla de eso muy expresivamente.
Para él la llegada de CG y S fue una explosión de deslumbramiento. Desde
algunos años antes, observa, venían surgiendo las primeras novelas regio-
nales que buscaban laboriosamente restablecer la verdad acerca de la vida
social brasileña, falsificada por la literatura tradicionalista. Pero un libro
de estudios de Brasil, que fuera legible, bien escrito como Cara-Grande y
Senzala, era una cosa nunca vista. Para Jorge Amado, sin embargo, lo más
sorprendente era ver surgir en ese medio provinciano que recitaba a Bilac
y detestaba a Portinari, a un hombre de estudios universitarios en el extran-
jero que frecuentaba los candomblés, gustaba de la buena comida bahiana
y conocía la cachaza fina. Un hombre ávido de vivir y de reír, que sentía
placer en admirar y gusto en alabar. El nos enseñaba, dice Jorge Amado,
que sólo viviendo se puede aprender la ciencia de los libros.
Astrogildo Pereira, el principal crítico marxista de letras y de ideas, se-
ñala que Cara-Grande y Senzala ocurrió en 1933 como algo explosivo, insó-
lito, realmente nuevo, rompiendo años y años de rutina y repeticiones. Sus
principales novedades serían: la de un libro de ciencias escrito en un len-
gttaje literario de acento inusitado, en un lengua;e atrevidamente nuevo pero
muy nuestro; un libro que daba categoría literaria a muchas palabras vulga-
res; y, sobre todo, un libro que tenía como protagonista central no a los hé-
roes oficiales sino a la mara anónima.
Es verdad que no todos fueron elogios en aquellos días de deslumbra-
miento y maravilla. Y no podía serlo porque el vigor mismo y sobre todo el
estilo acre de CG y S provocó en mucha gente verdaderas crisis de exaspera-
ción. Principalmente por las expresiones consideradas desde siempre como
groseras, obscenas, irreverentes y muchas otras cosas tenidas como negativas.
Es comprensible que fuera así para un público lector acostumbrado a la po-
bre lengua que se escribía entonces en Brasil, y habituado a alabar y a tomar
en serio a literatos académicos tan bobos como vetustos. Estas incompatibi-
lidades ofendían y rasguñaban sensibilidades académicas e lúrieron a mu-
chas almas bien formadas. No podía ser de otro modo si en un pasaje GF
X
nos ilustra sobre la mala costumbre portuguesa de jurar -por los pendejoJ
de la Virgen. En otra, habla de picotear, antigua costumbré brasileña de in-
tercambio de esposas entre los amigos. En ambos casos, por supuesto, siem-
pre asentado en la mejor documentación.
Lo cierto es que a mí y a todos CG y S nos enseñó muchas cosas que ne-
cesitamos comenzar a enumerar. Principalmente nos enseñó a reconciliarnos
con nuestra ascendencia lusitana y negra, ·¿e la que todos nos avergonzába-
mos un poco; a él le debemos haber comenzado a aceptar como dignifican-
te antepasado a ese pueblo al que nos acostumbramos a ver e identificar
con el inmigrante que hacía de burro de carga, empujando carritos de feria
o el comerciante próspero y mezquino en que se transfiguraba después de
enriquecerse. A Gilberto le debemos, sobre todo, el haber aprendido a reco-
nocer en la cara de cada uno de nosotros o en la de nuestros tíos y primos
-si no con orgullo, al menos con tranquilidad-, una bocaza carnosa, cabe-
llos ensortijados o esas fornidas narizotas de indiscutible procedencia afri-
cana y servil.
Frente a esta evidencia la cuestión que se plantea es saber cómo pudo
el niño hidalgo de los Freyre, el muchachito anglófilo de Recife, el mozo
elitista que viaja a los Estados Unidos queriendo convertirse en protestante
para ser más norteamericano, el oficial de gabinete de un gobernador reaccio-
nario, cómo pudo, aparentemente tan poco apto para esta hazaña, engendrar
la visión amplia y bella de la vida colonial brasileña que es CG y S. El he-
cho es asombroso, pero como es innegable tenemos que convivir con él y
explicarlo o por lo menos, si es posible, comprenderlo.
Para empezar debemos darnos cuenta de que a la postura aristocrática y
derechista no corresponde necesariamente una inteligencia corta de las co-
sas, una sensibilidad embotada de las vivencias. La inteligencia y la ilustra-
ción, al igual que la finesse, son otros tantos atributos de la riqueza y de la
hidalguía, como la belleza de las damas y los buenos modos de los damos.
Lo cierto es que el hidalgote GF ayudó como nadie a que Brasil tomara
conciencia de sus cualidades, principalmente de las nobles, a veces con de-
masiado pintoresquismo, pero viéndolas siempre como cosas entrañablemente
nuestras, como carne de nuestra carne, vinieran de donde viniesen. Tal vez
también por esto Gilberto ha ayudado como nadie a Brasil a aceptarse tal
cual es, sin vergüenza de sus orígenes, reconociendo sus aptitudes para me-
jorar en el futuro todo lo humano.
A Gilberto le agrada decir que es un escritor situado en el tiempo y en
el espacio aun cuando pueda descubrir el pasado y el futuro y pasear por
toda la tierra. Así es efectivamente. Escribe sobre su casa señorial en el ba-
rrio de los Apipucos, en Recife, como un nieto de señores de ingenio, un
blanco seguro de su hidalguía; así como Euclides -la observación es de Gil-
berto- escribe como un amerindio, un caboclo, Gilberto escribió como un
neo-lusitano, como un dominador. Ninguno de los dos es tan sólo una cosa u
otra, bien lo sabemos. Pero ésas son las figuras que asumen, con las que am-
bos se hermanan y se identifican. Sus libros son elogios de ellas.
XI
Me apresuro a.señalar sin embargo, que es muy difícil generalizar sobre
Gilberto. Cada vez que nos parece haberlo atrapado en la red se nos escapa
por los agujeros como si fuera una jalea. Es así como, abandonando mi ante-
rior generalización, tengo aquí, dos líneas más adelante, que rectificarla, que
sombrearla: Gilberto, en realidad, ni siquiera es el viejo sabio de Apipucos,
ni es nadie porque, como Macunaíma, él es todos nosotros. Tal vez sea ése
su rasgo más caracterfstico y en esto reside su gran deuda con la antropo-
logía. Ser antropólogo le permitió a Gilberto salir de sí sin dejar de ser él
mismo para ingresar al coro de los otros y ver el mundo con los ojos de
ellos. Se trata de un caso de apropiación del otro en una operación parecida
a _la posesión mediúmnica. En esa capacidad mimética de ser muchos, sin
dejar de ser él, es donde se asienta el secreto que le permitió escribir Casa-
Grande y Senzala. A través de sus centenares de páginas, Gilberto es sucesi-
vamente señorial, blanco, cristiano, adulto, maduro, sin dejar de ser lo opues-
to en los siguientes pasos, al vestirse o sentirse esclavo, hereje, indio, niño,
mujer, afeminado. Las dualidades no se agotan allí sino que se extienden
en las de padre-e-hijo, señor-y-esclavo, mujer-y-marido, devoto-y-santo, civi-
lizado-y-salvaje, que Gilberto va encarnando para mostrarse al derecho y al
revés, página tras página, línea tras línea.
EL ESCRITOR
XII
encontrado en el 1500 con una raza de gente débil y blanda, incapaz de un
esfuerzo mayor que el de cazar pajaritos con arco y flecha. Nada de eso.
La sospecha de una treta aumenta más aún cuando, en el calor de la ar-
gumentación, decide concederle al negro cualidades y defectos que podrían
atribuírsele igualmente al indio. As( es cuando presenta al lector, encandi-
lado por su estilo pirotécnico, un indio que se muere de nostalgia, o envuelto
en una tristeza de introvertido, y un negro pleno de energía ¡oven, firme,
vigorosa y exuberante de extroversión y vivacidad. ¿Quién sirve a quiéri
en ese festival del estilo? En algunos pasajes -demasiados, para los pru-
dentes- los largos párrafos de Gilberto Freyre saltan como chispas, ilumi-
nando páginas de depurado análisis, o amenizando razonamientos sutilmente
elaborados. A veces es pura coquetería del escritor, quien, incapaz de resis-
tirse al pellizcón de su propio demonio artístico, interrumpe la frase severa
para pedir: perdone el lector los muchos e inevitables iío. * ¿Qué escritor
luso-brasileño no se sintió torturado por la cacofonía de esos inevitables ao,
tan característicos de nuestro idioma? En otra parte GF califica de brasilei-
rinha da silva ** a la arquitectura de las casas grandes. Aquí, probablemente,
el carácter dudoso del juicio -Portugal está lleno de magníficas casonas
rurales con galerías, en el mismo estilo y de mejor calidad, además de mu-
cho más antiguas- es lo que hace afirmar eso a Gilberto con tanto énfasis
y gracia. No es seguro que esta forma de componer se justifique mucho en
el terreno de la ciencia, pero no hay ninguna duda de que es excelente en
el terreno literario.
Lo que írrita a muchos críticos y molesta a otros tantos es justamente
esa calidad literaria de los textos: son las concesiones que el hombre de cien-
cia hace al escritor, pocas veces de manera traicionera, pero siempre con el
efecto extravagante de tratar las cuestiones más serias del modo más di-
vertido.
Después de trabajar laboriosamente, no es raro que logre dar contorno
y color, carácter e individualidad a sus tipos y figuras, pero en muchos pa-
sajes exagera, se excede, fantasea con una liberalidad artística que ningún
escritor rústico se permitiría. Al presentar al protagonista central de CG y S,
el colonizador lusitano, GF comienza con un tono suave, contrastándolo con
los otros dos imperialistas, contemporáneos suyos. El lusitano sería un es-
pañol sin el ardor guerrero ni la ortodoxia; un inglés sin las duras líneas
puritanas. La cosa es que sigue avanzando, vivaz, oponiendo la marca his-
tórica siniestra que la leyenda negra le impuso al español, la mala y triste
fama que ganó el portugués, de inepto, estúpido, salaz. Gilberto continúa
contrastando la imagen vertical, austera, qui¡otesca, brava, y hasta angulo-
samente gótica del castellano, con la figura horizontal del portugués, acha-
tada, redonda, llena de gordura. Concluye el esbozo diciendo del lusitano
que es huidizo y rastrero: un don Juan de senzala.
• La sílaba final áo corresponde al ón español, pero es más frecuente aún su uso
en el idioma porrugu~.- N. del T.
• • Expresión equivalente a bra.sileñísima, típica del Brasil.- N. deJ T.
XIII
Pero Gilberto Freyre no se detiene ahí en sus libertades. Avanza riendo,
bromeando, con un gracejo de negrito que desconcierta al lector brasileño
acostumbrado a la pobre dieta de la escritura retórica y sosa que se leía en-
tonces como literaria. Algunos perfiles por él trazados son primorosas cari-
caturas de figuras vetustas: del filósofo Faria Brito, tan alabado por la de-
recha católica, Gilberto escribe que al fracasar en la política republicana se
refugió, con su frac negro y sus bigotes tristes, en las indagaciones de la filo-
sofía. Jamás una biografía dirá tanto y retratará tan bien al pobre filósofo.
Protestando por la falta, en Brasil, de diarios, cartas, autobiografías,
confesiones y otros documentos personales tan abundantes en el mundo in-
glés, GF apunta, primero, que el confesionario absorbió los secretos persona-
les y de familia, anulando en los hombres, y principalmente en las muieres,
este deseo de revelarse a los demás . .. Después se consuela, no metódico o
circunspecto como haría otro, pero con evidente tono de burla, diciendo: en
compensación, ta Inquisición abrió sobre nuestra vida íntima de la era colo-
nial, sobre las alcobas con camas, que en general parecen haber sido de cue-
ro, cru;iendo bajo las presiones de los adulterios y de los furiosos coitos;
sobre los aposentos y los cuartos de santos; .sobre las relaciones de blancos
con esclavas- su ojo enorme, indagador. ¿Cómo no advertir el gozo del
autor en tales párrafos y al mismo tiempo el gusto literario, el buen gusto
de esos textos?
Es verdad que toda la esencia científica de semejantes afirmaciones po-
dría ser comunicada severa y fríamente siguiendo el gusto de tantos ensa-
yistas desabridos y tontos. Pero una reducción semejante mataría en Gil-
berto lo que lo hace así y lo que lo mantendrá vivo en la cultura brasileña,
que es su talento de escritor. Incluso creo que no existe precedente de nin-
gún estudioso que haya rechazado tan vehementemente como Gilberto lo
que todos consideran el lenguaje apropiado, la terminología especializada, la
expresión adecuada, o sea ese parlar sombrío y solemne, generalmente pe-
sadísimo, que los cientCficos escriben, o a lo sumo esa lengua elegante, ima-
ginativa, discretamente poética que algunos de ellos usan en algunos textos
muy especiales. Gilberto, empero, va mucho más allá de todo eso, escribiendo
con un lenguaje capaz de estremecer incluso a sensibilidades literarias. No
es por nada que muchos han dicho que su libro, de tan burdo, sería más por-
nografía que sociología; otros protestaron diciendo que tal descuido de len-
guaje no estaba de acuerdo con los proclamados propósitos de respetabili-
dad intelectual.
Lo cierto es que GF se empecina en ritmos disolutos, en arcaísmos pre-
ciosos que él rejuvenece con inflexiones esdrújulas, tanto más por el gusto
de sazonar sus frases con africanismos, indigenismos, brasileñismos, como
por no debilitarlas con descontroles y las más crudas obscenidades.
Lo que más se destaca en CG y S es la combinación feliz de sus cuali-
dades de estudio científico documentadísirno y lleno de agudas observacio-
nes, con su condición de creación literaria que así quiere ser. Lo extraordi-
nario es que el hecho de atender a dos amores, abarcando al mismo tiempo
XIV
el saber y el arte, no invalida esta obra única. Bien por el contrario, la cien-
cia, además de hacerse más inteligente --cosa muy rara- y de liberarse de
una cantidad de modismos, compone un libro que se lee con placer. Tam-
poco la literatura, en ese matrimonio desigual, pierde nada de visión íntima,
de revelación y de confidencia.
¡Pero, cuidado! Algún precio deberá pagarse por tantas ventajas. El prin-
cipal es, tal vez, la necesidad de que el lector permanezca de pie ahí atrás,
prevenido. Son incontables las veces en que el antropólogo se deja arrastrar
por el novelista, siendo necesario por eso mismo leer y releer, atento tanto
al placer literario como a los saberes dudosos, vendidos como buena ciencia.
Las claudicaciones consecuencia de ese amor al estilo y al tema se ma-
nifiestan de mil maneras. A veces es puro estilismo que se afirma, de pronto,
acentuado en el punteo con que caracteriza el poderío del señor-de-ingenio:
dueño de los hombres. Dueño de las muieres. Sus casas representan ese in-
menso poderío feudal: feas y f1;1ertes. Paredes gruesas. Cimientos profundos.
Aceite de ballena. Insatisfecho con alborotar, verseando más que escribien-
do, GF se desborda -episódico ahora contando la historia del señor-de-in-
genio que para dar más perpetuidad a su casa-grande, mandó matar a dos
negros y enterrarlos en los cimientos. Más adelante, al pasar, delata a otro
señor-de-ingenio que comienza piadosamente su carta al confesor con estas
palabras: como Dios fue servido que yo mandara matar a mi hiio . ..
Otras veces, bajo la seducción novelfsúca del "un-cuento-trae-otro-cuen-
to", GF, tras proporcionar información positiva y erudita sobre un tema,
se desbarranca concluyendo con más de lo que conoce. Exagerando. Así suce-
de cuando, después de enaltecer la rebelión de los negros malés de Bahía,
en 1835, como a una revolución libertadora cuyos líderes debían ser musul-
manes, pues muchos de ellos sabían leer en árabe, Gilberto lo remata así:
en las senzalas debía haber más gentes que sabían leer y escribir que en lo
alto de las casas-grandes.
II
EL INTERPRETE
XV
cer de golpear esclavos. Finalmente caería en el placer mayor, que es el de
oprimir a cualquiera que esté por debajo suyo. El otro, disfrutando que lo
torturen y golpeen. En la práctica de estos papeles recíprocos el brasileño
de la clase dominante habría moldeado su rasgo más característico -el
"mandon ismo"- y su contraparte social, el pueblo-masa y su deleite tam-
bién más típico -el masoquis mo- expresado en el placer de la presi6n so-
bre él de un gobierno masculino, valientemente autocrático (sic). Como se
ve, para GF el despotism9 que hace viable la preservación del orden en una
sociedad brutalmente desigual e injusta como la brasileña del pasa.do y del
presente, no sería más que un atavismo social, una señal del puro gusto de
sufrir, de ser víctima o de sacrificarse, que singulariza al brasileño común.
Entusiasmado con su descubrimiento, GF lo generaliza, tratando de
explicar el conservadorismo brasileño por la precocidad con que salimos
del régimen esclavista, de lo que resultaría por un lado el sadismo del
mando, disfrazado de principio de Autoridad y defensa del Orden y, por
otro, los rasgos binarios de sadistas-masoquistas, señores-esclavos, doctores-
analfabctos. Lo asombroso de dicho razonamiento, ya de por sí rebusca-
dísimo, es su conclusión: ... y no sin ciertas venta;as: las de una dualidad
no del todo perjudicial para nuestra cultura en formación, enriquecida por
una parte por la espontaneidad y la frescura de imaginación y emoción de
la mayoría y, por otra parte, por el contacto, a través de las "elites", con
la ciencia, con la técnica y con el pensamiento adelantado de Europa. En ese
caso, evidentemente, no sería injusto hablar de una t.ara derechista gilber-
tiana. Así sería, por cierto, si ese argumento no fuera tan familiar a toda
una antropología colonialista. En su propensión a esconderlo todo detrás
de un supuesto relativismo cultural, esta antropologfa se vuelve capaz de
apreciar favorablemente las culturas más elementales y hasta desmayarse
en añoranzas de. lo bizarro y en amores estremecidos por lo folkl6rico. Lo
que no hacen es aportar algo que sea útil para vitalizar algún valor real,
afirmativo de las culturas oprimidas, y mucho menos despertar en la gente
que las detenta una conciencia crítica o una postura rebelde contra el orden
social que las explota y oprime. En lugar de eso, justifican el despotismo.
Aquí y ahora es Gilberto Freyre -que nos lavó la cabeza de tanta
mala ciencia europea de la pasada generació n- quien paga el precio a la
mala ciencia de su generación, encontrando en ella, por vías oblicuas, la
explicación suspirada de su nostalgia por los ya idos abolengos, de su gusto
por un mundo donde el negro y el pueblo ocupen, felices, su debido lugar.
Gilberto Freyre presenta Casa-Grande y Senzala como una historia
íntima, como un roman vrai a lo Goncourt, con algo de introspección
evocativa al estilo Proust. Y ésta es quizá la mejor caracterización de su
obra, una especie de cuento con chimentos de la vida doméstica de los
señores nordestinos, que un nieto· recuerda amorosamente, gozando y
sufriendo: es un pasado que se extiende hasta tocar los nervios; un pasado
que se une con la vida de cada uno; una aventura de sensibilidad, no tan
sólo un esfuerzo de investigación en los archivos.
XVI
Esta suerte de historia íntima entrañablemente sufrida, Gilberto Freyre
la compone con el esfuerzo paciente de ir reconstituyendo la rutina de los
hechos más triviales, para sorprender en ella no los grandes acontecimientos
casuales, llenos de consecuencias --que atrapa el historiador romántico--,
sino la acumulación negligente de lo cotidiano que, a través de las décadas
y los siglos, va formando una capa geológica, con pliegues delicados, peque•
ñas salientes, espesores que apenas se notan pero que son, cada uno de
ellos, los nudos del manto de la vida de un- pueblo.
Munido de todo lo que podía aprender del esfuerzo de otros pueblos
por comprenderse a sí mismos y expresarse en obras interpretativas, GF
se vuelca hacia su contexto, indagando el porqué de la trama social, )a
razón del "revés del bordado". Y lo hace con una maestría sin parangón,
no solamente porque retrata un mundo familiar, en evocaciones iguales a
aquellas que él mismo podría hacer de su vida de familia, sino porque se
vuelca hacia todas las fuentes que pueden ayudarlo. Cada anotación tomada
casualmente por un señor-de-ingenio; cada observación de un extranjero
que ha visto una casa-grande y la describió; cada aviso de diario, buscando
un esclavo fugitivo, ayuda a componer la imagen tipológica del señor-dc-
ingenio o el paradigma del esclavo. Estos no existieron jamás, concret.i-
mente, antes de ser exorcizados en la narrativa de GF. Lo que existió fue
un señor Lula o negro Bembao, personas singulares, irrepetibles, que
realmente sólo le sirven de ramitas para quemar en el horno del ingenio
donde va componiendo su historia íntima: la memoria posible de remoto5
tiempos, que, recordados nostálgicamente por GF, reviven para todos
nosotros.
Pero, ¿ qué es finalmente la historia sino esa narración del pasado
viviente que nos ayuda a componer nuestro propio relato sobre lo que
estamos siendo? Lo que nos da Gilberto serán aportes a esa historia, si no
la historia común, al menos una contribución fundamental a la historia dé
los pocos, de los ricos, los hermosos, los que mandaban en aquellos ásperos
años en que se formó Brasil. Aun así, es muy importante porque Gilberto
no sólo describió con personajes todopoderosos a sus amos de ingenio, sino
que los hizo vivir o revivir para nosotros, dentro de sus casas-grandes,
cercadas por su negrada, a quienes vemos a través de sus ojos. Si lo qui:!
nos ofrece no es la perspectiva más rica ni la más representativa o la más
realista, al menos es la más extravagante, la más sabrosa, la más perfumada,
la más placentera, la más nostálgica. No me interpreten mal. Jamás qufoe
decir que CG y S es tan sólo algo pintoresco. Al contrario. Lo que digo
es que esta visión amplia, risueña, nos proporciona la mejor contribución
con que contamos hasta ahora para hacer de Brasil un protagonista literario
que, pudiéndose conocer mediante la lectura, pasa a existir a través de ella.
A lo largo de las páginas de CG y S, estimulados por GF, vamos imagi-
nando, viendo, sintiendo lo que fue Brasil a través de los siglos en su
esfuerzo por construirse a sí mismo como producto no deseado de un
XVII
proyecto que tenía como finalidad producir azúcar, oro o café y, esencial-
mente, lucros, pero que terminó engendrando a todo un pueblo.
A pesar de todas las limitaciones, guiados por él recorremos otra vez
los intransitables caminos por los cuales llegamos a ser lo que somos, en
esa marcha en que nos hicimos; a través de esta reconstitución. Lo qne
nos da Gilberto es la comprensión de la instancia presente y la visiSn en
perspectiva de lo que seremos. Esto, sin embargo, no es asunto suyo, e'>
asunto nuestro. Es tarea nuestra, de aquellos a quienes no nos gusta el
Brasil del pasado tal como fue, de quienes no nos consolamos de que
sea actualmente lo que es. Volvamos, pues, a nuestra indagación original
sobre lo que habría permitido a GF escribir CG y S. La razón preponde-
rante es que él es un ser ambiguo. Por un lado, un señorito hidalgo
evocador de un mundo familiar, de un mundo suyo. Por otro, el joven
formado en el extranjero, que traía de allá un ojo inquisitivo, un ojo de
extraño, de extranjero, de inglés. Ojo para quien lo familiar, lo trivial, lo
cotidiano, y como tal desprovisto de gracia, de interés, de novedad, adqui-
ría colores de cosa rara y gentil, observable, referible. Combinando las dos
perspectivas interiorizadas en él, sin fundirlas jamás, GF vivió siempre el
drama, la comedia, la novela -en realidad- de ser dos, el pernambucano
y el inglés. Tan totalmente inglés que usaba pantalones de franela y saco
de tweed para ver el corso en el carnaval de Recife; tanto que toda su
vida escribió anglicanamente sobre su propia condición de pernambucano.
Debido a esa ambigüedad llegó muchas veces a tensiones dramáticas.
Así sucedió en las circunstancias en que Gilberto intentó "anglo-sajonizars~"
por completo, haciéndose protestante primero o aspirando después ::i ~er
norteamericano y, por último, deseando establecerse en Oxford como profe-
sor anglo-hispano. Felizmente, la opción victoriosa fue regresar a la vida
solariega de Recife y sólo por esa razón lo tenemos ahí instalado -aunque
a la inglesa- en su noble caserón, con sus blasones de suburbio, escribiendo
desde allí para el mundo.
Antes, durante y siempre, GF viene cultivando el ser brasileño con
rara intensidad. Con la intensidad de quien sospecha que él no lo es tanto.
El mejor retrato que ha trazado de sí mismo es el que escribió sobre Eucl:des
da Cunha, caracterizándolo por lo que no tenía, ni era . .. ¡pobre! Y si no,
veamos: Ni muchachas lindas, ni bailes, ni cenas alegres, ni almuerzos a la
babiana con vatapá, carurú, efó, guisos de porotos a la pernambucana, ni
vino, ni aguardiente, ni cerveza, ni tutú de porotos a la paulista o a la
minera, ni postres finos según vieias recetas de lar niñas ricas, ni asados,
ni mango de ltaparica, ananás de Goiana, asaí, sopa de tortuga, ni valsecitos
con guitarra, ni pesca de Semana Santa, ni siri con piróh, ni gallos de riña,
ni canarios del I mperío, ni cacería de gato onza o de antas en los matorrales
de las estancias, ni baños en los saltos de agua de los ríos del ingenio ~n
ninguna de esas alegrías típicamente brasileñas reparó Euclides da Cunha.
Gilberto sf. Despaciosa. Reiterada. Voluptuosamente.
XVIII
III
LA OBRA
XIX
Gilberto jamás llega a interesarse seriamente en la generalización
teórica, ni siquiera discute lo que es la sociedad patriarcal que nos muestra
en relación a otras pautas patriarcales y no patriarcales de sociedad. Ni
tampoco indaga sobre la posición evolutiva que corresponde al espécimen
que está estudiando. Del mismo modo no quiere saber lo que representa
en cuanto formación económico-social o como configuración histórico-
cultural. Por otra parte, pedir todo eso sería demasiado. Casa-Grande y
Sem:ala y su autor no necesitan hacerlo porque no es ése su oficio, ni ésa
su vocación ni su interés.
Sin embargo, el desdén de Gilberto por los aspectos propiamente
teóricos de su trabajo y la super-atención que otorga a los aspectos
etnográficos de la descripción abarcadora -ayudado por todas las contri-
buciones científicas que puedan proyectar alguna luz para comprend erla-,
todo esto está muy vinculado al tipo de formación académica que tuvo.
En efecto, creo que el desdén teórico de Gilberto no es en realidad una
singularidad de su carácter. Es consecuencia de su formación boasista. Es
herencia del viejo Franz Boas, que muy lúcidamente procuró estructurar
una antropología recia como una sistemática botánica o zoológica. Una
antropología mejor que ninguna en cuanto descripción sistemática, crite-
riosa, exhaustiva, cuidadosísima de los modelos culturales, pero desinte•
resada respecto a cualquier generalización teórica.
Boas obró asf tanto por malicia como por cautela. Profesor hebreo,
inmigrante, trabajó en medio del puritanismo del Nueva York de comienzos
de siglo, probablemente muy atemorizado con lo que le había sucedidc
a Lorris Morgan. Eran los días de la discriminación desencadenada sobre
el mejor de los etnólogos de campo norteamericanos, el único pensador
original, vigoroso y fecundo que aquel país produjo. Todo porque habia
osado reconstruir en Ancient Society las etapas principales de las sociedades
humanas, como lo hiciera Darwin para el desarrollo de las especies. O
principalmente porque había tenido la mala suerte de que su libro fuera
a caer justamente en las manos de Federico Engels, que se entusiasmó con
aquel etnólogo del Nuevo Mundo que encontraba, por otras vías, las
mismas comprobaciones del carácter transitorio y evolutivo de las institu-
ciones sociales, que Marx estableciera mediante el estudio de la economía
política.
El libro de Margan, reescrito por Engels y publicado con el título de
Origen de la Familia, de la Propiedad Privada y del Estado, alcanzó un
tiraje de millones de ejemplares. Circulaba en manos de los obreros que
argumentaban, basados en él, acerca del fin previsible de la propiedad
privada y del capitalismo y sobre el probable amanecer de una sociedad
socialista, incluso en esos días. El efecto de tal éxito fue que recayó sobre
Morgan todo el peso del prejuicio y del odio antievoludonista y antirre-
volucionario del puritanismo y el liberalismo norteamericano. Morgan, y
por extensión la inteligencia misma, fue proscripto de la antropología, que,
para subsistir y florecer en las universidades y en los museos, debió dar
XX
seguridades de fidelidad al sistema y cumplir todos los ritos que atestiguaran
su conservadorismo.
Gilberto Freyre, formado en ese ambiente, apenas oyó hablar de teorfo.
A lo sumo, lo que encontró fue el Sdigman de Interpretación Económica
de la Historia, que recuperaba con pinzas lo que consideraba aprovechable
de la obra de Morgan, pero, como entonces decía Gilberto Freyre, si.'1
volverse apasionadamente apologético del gran ¡udío-alemán o -lo que
sería aún peor- de un marxismo detenido en el siglo XIX.
Para no ser revolucionaria, la antropología de Boas y de sus muchos
discípulos pagó el precio de no ahondar en ninguna teoría, postergan<lc
para las futuras generaciones la interpretación de la inmensa recopilación
de hechos que hicieron. O, cuando mucho, teorizando humildemente en
terrenos exentos del menor sabor de impugnación. La única excepción es
su oposición al racismo y al colonialismo -dominan tes en la antropología
europea- , a los que los boasistas opusieron un culturalismo antievolutivo
y exacerbado en su relativismo, pero generoso y comprensivo en el enten•
dimiento de las culturas menos complejas y de las razas perseguidas.
Lo que aquf debemos retener sobre la herencia académica de Gilbertc,
Freyre es su fuente boasista, tanto en su ateoricismo como en su propensión
etnográfica. Gracias a esas dos herencias pudo realizar estudios de gran
profundidad y reunir documentación copiosísima sobre los temas que trat6.
Pero no por eso puede atribuírsele lo que nunca fue ni siquiera deseó
ser. Lo que Gilberto hizo en el terreno teórico fue refutar generalizaciones
deterministas muy en boga en esos días. Generalizaciones que, por lo
demás, ya habían sido refutadas por Manuel Bonfim, Roquette Pinto y
algunos otros, aunque nunca con el vigor y la elocuencia que ese debate
obtuvo gracias a Gilberto.
La caracterización de Casa-Grande y Senzala como una monografía
etnográfica regional exige aún otras dos consideraciones. Primero, la de
que no tiene parangón, puesto que no se conocen estudios anteriores o
posteriores de la misma envergadura. Es obvio que no se la puede consi-
derar una obra de la misma naturaleza que los "estudios de comunidad"
realizados por tantos antropólogos y sociólogos, que son los que más se
le aproximan. En estos casos se toma una comunidad pequeña para un
estudio intensivo mediante observación directa, suponiendo que las carac-
terísticas de la sociedad global se pueden sorprender allf,. concretadas en
modos de conducta observables directamente. Y tal vez hasta mejor com-
prendidos de lo que podría pretenderse con el estudio por muestreo a
través de encuestas o cuestionarios tan del gusto de los sociólogos, aunque
tan infecundos.
Casa-Grande y Senzala contrasta fuertemente con esos estudios, princi-
palmente por la amplitud de las dimensiones regionales del objeto de
estudio, pero también porque su tema, al estar situado en el pasado, no
ofrece ninguna oportunidad a la observación directa. Tiene er1 común que
ofrece al investigador, como campo de estudios, un contexto social completo
XXI
en toda su complejidad de entidad ecológica, demográfica, econom1ca,
social, cultural y psicológica. No se trata aquí de las dobles operaciones
de extraer, a través de una técnica artificiosa, una gran cantidad de
observaciones sobre la familia, el trabajo o la relígión, como si ellas exis-
tieran en sí, y después restaurar su carácter concreto al devolverlas al
contexto del que forman parte, mediante el análisis de sus relaciones con
la totalidad. Se trata, eso sí, de ver gentes organizadas en familias, repre-
sentando diferentes papeles recíprocos en el proceso de producción por
el trabajo y de conducta religiosa a través de formas colectivas de culto.
La similitud principal de Casa-Grande y Senzala con los estudios antro-
pológicos tal vez se encuentre en las tentativas, fracasadas todas, de
grandes estudios de carácter nacional. Los que se hicieron durante la
guerra sobre Japón y Rusia llegaron a la ridiculez, por su intento de
buscar en la minucias de la vida diaria explicaciones para las formas
actuantes de conducta y para las motivaciones de japoneses y de rusos
como soldados de guerra. Pero no fue sólo el interés inmediato y hasta
bélico lo que invalídó esos estudios. No contaban, en ninguno de los casos,
con _un responsable tan pertrechado como lo estaba Gilberto para una
hazaña de semejante envergadura.
El segundo orden de observaciones se refiere a las consecuencias de
ese carácter localizado y concreto de lo que se propone estudiar Casa-
Grande y Senzala. Tratándose de la reconstrucción de una civilización
que
se formó, floreció y murió en una determinada región, donde la gente,
descendiente de todos sus protagonistas, sigue viviendo - y entre ellas
el propio autor- , todo queda inevitablemente impregnado de reminis-
cencias. Tantas, que siempre existe el peligro de que lo local y lo regional
se conviertan en regionalismos, el regionalismo en tradicionalismo y todo
eso en añoranzas. Especialmente porque el ojo que mira es el ojo de los
que ven todavía desde el lado de arriba.
Lo que quiero decir aquí es tan sólo que, obviamente, tiene conse-
cuencias el hecho de no ser un extraño el que escribió CG y S, sino justa-
mente el protagonista elitista, hidalgo, minoritario, entre la masa humana
innumerable que edificó con sudor aquella civilización. Naturalmente que
el esclavo no lo hizo todo él solo, porque trabajó bajo las órdenes de un
capataz que sabía mucho, y éste bajo la vigilancia de un amo que, si no
sabía nada, era quien sabía más de los aspectos comerciales del negocio.
Pero no puede olvidarse que, a la perspectiva del señor, del amo, corres-
ponde una visión que es el revés de la mirada del esclavo. Dentro de ese
contrapunto resalta, por ejemplo, una de las características notables de
.Gilberto, que es su visión nostálgica de señor de ingenios y de esclavos
que él expresa sentimentalmente a lo largo de todo el libro. Es comple-
tamente improbable que a los ojos de un contemporáneo de Gilberto,
descendiente de esclavos, de la misma casa-grande, se perciba siquiera una
pizca de esa nostalgia.
XXII
¿Es por eso Gilberto un alienado? No. Lo que le sobra es autenticidad.
El habla no sólo ex cátedra, habla como un íntimo, ,Y habla como un
connivente confeso. No es en esca intimidad que reside d secreto rescatable
de la "metodología" de Gilberto. Sería como pensar que quienes realmente
saben de tuberculosis son los tuberculosos. Gilberto es sabio porque une
a su proximidad e identificación de observador no participante -pero
mancomunado-- la cualidad opuesta, que es ·la visión desde afuera -<:I
ojo inglés, a que ya nos referimos-, la capacidad de ver algo noble alli
donde el pernarnbucano de la mejor cepa no vería nada.
El mundo está hecho de rutina, de vida espontánea y naturalmente
repetida, que no llega a ser notada como cosa que carece de explicación
sino por quien viene de afuera o por quien pertenece a otro contexto.
El viajante extranjero ve tan gozosamente el mundo porque está pertrechado
con esa visión de extraño que se proyecta sobre las cosas que mira para
iluminarlas, tornando visible lo trivial. Esta. es la extraña cualidad de este
nieto de señor-de-ingenio tan orgullosamente pernambucano, que teniendo
el mundo a sus pies nunca salió, realmente, de los alrededores de donde
nació, se casó, reprodujo y se morirá. ¿Contento? Creo que sí. Al menos,
conozco a poca gente tan contenta consigo misma en lo que ha sido y en
lo que es, como este sociólogo universal del suburbio de Apipucos, en
Recife.
IV
EL METODO
XXIII
y unívoca. Pero también, contradictoria como la propia vida,
en su actividad
febril de recrearse a sí misma con infinitas variaciones
en torno de una
misma pauta, variando para cambiar en Jo incidental tanto
como fuera ne-
cesario, para que nada cambiara en lo sustancial. Gilbetto
estudia esa pauta
como un joven enamorado que mira y no ve el esqueleto
de la novia. El
propio Gilberto lo muestra y lo esconde bajo grasas y pieles
, telas y encajes,
mostrando y escondiendo, como novio que sospecha que
debajo de la piel
de ella hay realmente una calavera.
La forma principal de explicación causal de Gilberto Freyr
e es dar vueltas
entre referencias a causas diversas para, de repente, embes
tir contra una
de ellas. Cuando se espera que se detenga en ésa lo
vemos abandonarla
para iniciar otra vez el círculo. Por ejemplo: querie
ndo esclarecer los
antecedentes del señorío agrario de Brasil, Gilberto
se zambulle en la
historia agraria de Portugal y demuestra, copiosament
e, que los funda-
mentos de sus éxitos están en la contribución del trabaj
o y de la técnic:t
de los sarracenos, y que el señorío rural posterior sólo
fue bien ejercido
por los monasterios. Esto es verdad. Visitando a Portugal,
no puede dejar
de verse la enormidad de conventos y abadías, atendi
dos por cocinas
descomunales, capaces de cebar a centenares de monjes
gordos. Lo curioso
es que Gilberto, después de descubrir todo eso, aband
ona lo encontrado
y se lanza, con un pase de magia, a hablar de la capaci
dad de la acción
colonizadora y civilizadora del latifundista portugués,
antecesor de los
grandes propietarios brasileños. Sin embargo, lo destac
able es que -tal
como sucede con el antiteorícismo al que nos hemos
referi do-- fue, al
fin de cuentas, saludable para Gílberto Freyre. Siendo
Brasil un país de
pasiones intelectuales desenfrenadas -en el que cada
pensador se aferra
pronto a un teórico de moda y tanto se apega a él
que
servidumbre su actividad cread ora-, es bueno ver a alguie convierte en
n que rechaza
padres teóricos. Lo que hace la mayoría de los homb
res de ciencia y
ensayistas brasileños es, a lo sumo, ilustrar con ejemplos
locales la genia•
lidad de las tesis de sus maestros. No sucedió así con
Gilberto. Por un
lado, porque Boas no tenía teorías que debiesen ser compr
obadas o ilus-
tradas con material brasileño. Por otro lado, porque lo
que él le pedía a
su discípulo era que realizase operaciones detalladas de
observ
interpretación de realidades vivientes para componer, luego, ación y de
con material
de fabricación propia, su ética y su estética de la operet
a.
Aunque Gílberto esté siempre diciendo que él no es seguid
or de nadie
sino, por el contrario, un "bandeirante" abridor de nuevo
s caminos, admite
que es un rectificador de antecesores y, en consecuencia
, que éstos existen.
Lo cierto es que, al revés de lo que ocurrió con las cienci
as sociales esco-
lásticas introducidas en Brasil por franceses y norteameric
anos --que flore-
cieron como trasplantes, ignorando solemnemente como
a un matorral sin
importancia todo lo que floreció antes de ellas -, Gilbe
rto Freyre es here-
dero y conocedor profundo de Joaquín Nabuco, de
Silvio Romero, de
Euclides da Cunha, de Nina Rodrigues, cuyas obras leyó
en su totalidad,
XXIV
apreció lo que en ellas sigue siendo válido, las utilizó ampl1simamente y
las continuó.
Obsérvese que no h:iblo aquí de afinidades y consonancias con tesis antes
enunciadas. Hablo de algo más relevante, que es la consecución del esfuerzo
colectivo de ir construyendo, generación tras generación, cada cual como
puede, el edificio del autoconocimiento nacional. Nadie puede dar su
contribución, es obvio, si no conoce la bibliografía anterior. Y esto es lo
que sucede con la generalidad de los científicos sociales. Desgraciadamente,
esa bibliografía es inútil para ellos. Inútil porque, en realidad, sus contri-
buciones son pálpitos dados sobre otra argumentación, compuesta en el
extranjero para ser leída y admirada allá. Por eso mismo, para nosotros
también, sus obras son casi siempre inútiles o, a lo sumo, irrelevantes.
Mirando en torno, después de pasada la moda fundonalista y rota la
0la estructuralista, lo que persiste de toda aquella gritería es principalmente
el Lévi-Srrauss de ese hermoso libro brasileño que es Tristes Trópicos y
nuestro Florestan Fernandes de la Organización Social de los T upinambás,
por lo que nos da como reconstrucción viva de la vida de los indios que
con más fuerza dejaron su sello en la hechura de todos nosotros, los brasi-
leños. Probablemente nada ha de quedar de la copiosísima bibliografía
ilustrativa y ejemplificativa, tan de moda durante un tiempo. Hoy todo
eso es un mero papel impreso, que compone monumentos funerarios a
quienes hicieron de su vida intelectual un ejercicio de ilustración reiterativa
de tesis ajenas.
Lo más admirable en Gilbcrto Freyre, tan anglófilo y tan próximo a
los norteamericanos, es que no se haya esclavizado científicamente. El
riesgo fue enorme. Ciertamente no se escapó de él ninguno de los mil
extranjeros de talento, sometidos al lavado de cerebro de las universidades
norteamericanas en el transcurso del siglo XX. ¿Cuántos de ellos produ-
jeron obras que merezcan ser recordadas y de las que se diga, con fundada
esperanza, que serán probablemente reeditadas en el próximo milenio,
como sucederá, con toda certeza, con Casa-Grande y Senzala?
Cabe una palabra más sobre el difundido método de Gilberto Freyre,
del cual él mismo habla tanto: método no, pero sí pluralidad de métodos,
tan citada y tan elogiada. Simplemente en Casa-Grande y Senzala no existe
ningún método. Quiero decir, ningún abordaje al que el autor haya sido
fiel. Ningún método que el lector pueda extraer de la obra como un enfoque
aplicable en cualquier parte. Es tan imposible escribir otra CG y S como
es imposible reproducir a Gilberto, quien con sus talentos y sus terquedades
la hizo más obra suya que su propio hijo. Por lo demás, no sería justo
olvidar a esta altura que ninguna de las obras clásicas de las ciencias
sociales es explicable por sus virtudes metodológicas. Al contrario. Todo
lo que se produjo con extremado rigor metódico, haciendo corresponder
cada afirmación con la base empírica en la cual se asienta, y calculando y
comprobando estadísticamente todo, resulta mediocre y de breve duración.
El hombre de ciencia, aparentemente, sólo necesita aprender métodos y
XXV
estudiar metodologías para olvidarlos después. Olvidarlos tanto en la opera-
ción de observación como en esa misteriosa e inexplicable operación de
inducción de las conclusiones. Olvidarlas, sobre todo, en la operación de
construcción artística de la obra en que deberá comunicar a sus lectores,
tan persuasivamente como sea posible, lo que él sabe.
Casa-Grande y Senzala y Sobrados y Mocambos --que por otra parte
constituyen un solo libro y deberían ser publicados siempre juntos-
ejemplifican magníficamente la primera categoría de obras. Me refiero a
esas contribuciones importantes a la ciencia, que se convierten en libros
clásicos que todos debemos leer por el gusto que nos proporcionan con
su cono.cimiento nuevo y fresco. No así Orden y Progreso, por ejemplo,
que corresponde mejor a la segunda categoría. Aquí tal vez porque Gilberto
también pretendió seguir un método. Efectivamente, en Orden y Progreso
intenta ceñirse a un plan tan riguroso como le es posible a una naturalezil
indisciplinada y anárquica como la suya. Lo que, sin embargo, resultó fue
un libro de calidad inferior que no se puede comparar con los dos primeros.
XXVI
de azúcar, de la fuerza-de-trabajo esclava, casi exclusivamente negra; de
la religiosidad católica impregnada de creencias indígenas y de prácticas
africanas; del dominio patriarcal del señor-de-ingenio, recluido en la casa-
grande con su esposa y sus hljos, pero cruzándose, polígamo, con las negras
y las mestizas.
El objetivo de CG y S es esa familia "patriarcal" a la que Gilberto
consagra toda su atención. Pero bien poca o ninguna a otra familia, resumida
en la madre, concibiendo hijos engendrados por padres distintos -inclusive
el propio señor- que los cría con celo y cariño, aunque _sepa que son
bienes ajenos que cualquier día le serán arrebatados para el destino que
el señor les dé. Es verdad que la grandeza misma de la familia patriarcal
del señor-de-ingenio era tanta que no dejaba ningún espacio social para
ninguna otra familia. Pero es una pena que la miopía hidalga de Gilberto
no le permitiese reconstruir esa matriz de Brasil, esta no-familia, esta
anti-familia madricéntrica de ;iyer y de hoy, que es la madre pobrt, negra
o blanca, paridora, que engendró y crió al Brasil-masa.
Gílberto anuncia introductoriamente su tema, dando una imagen vigo-
rosa del mundo semi-feudal que va a estudiar; una minoría de blancos y
blancuzcos dominando, patriarcales y polígamos, desde lo alto de las casas-
grandes de cal y piedra, no sólo a los esclavos criados a montones en las
senzalas, sino también a los labriegos de la región, agregados, moradores
de casas-de-tapia-y-paja, vasallos de las casas-grandes en todo el rigor de la
expresión. Lo que pasa es que no eran vasallos, puesto que producían
mercaderías. Ni la sociedad era feudal, con semejante esclavización. Pero,
¿qué importan esas precisiones si él nos da una visión, tal vez no la más
realista sino al menos más cautivante que cualquier otra, precisamente
por ser expresionista e inspirada? ¿Cuánto valen nuestras indagaciones
teóricas, tan sujetas a la moda, frente a una composición que ha de quedar
para reconstituir, viviente, nuestro pasado o por lo menos el pasado de
las clases patronales y patricias de Brasil?
Gilberto nos ofrece un cuadro vivo y colorido como no habrá otro en
literatura alguna sobre el proceso de formación del Brasil. Surgen en él,
redivivos, los variados abuelos indios, negros, lusitanos y, por intermedio
de ellos, moros, judíos y orientales que plasmaron al brasileño con sus
singularidades de gente mestiza de todas las razas y de casi todas las
culturas, además de bien provista de bienes traídos de toda la tierra.
Hablando de los primeros varones portugueses, ingleses, franceses,
alemanes que vivieron dispersos por la costa brasileña en el quinientos,
Gilberto Freyre los pinta como pobladores sin importancia, afectos a la
vida salvaje, con mujer fácil y a la sombra de los ca;úes y arazás. Señala que
a ellos débese la formación del primer núcleo híbrido que fue la base y el
Jorro de carne, amortiguando para los colonos portugueses, todavía vírgenes
XXVII
de experiencias ex6ticas, el choque vivo con tierras enteramente diferentes
de la europea.
Oponiéndose aquí a las tesis antilusitanas, entonces en boga, de quienes
describían a los montones de portugueses que llegaron primero a Brasil
como una cohorte de criminales y corrompidos exiliados, GF los muestra
como gente sana, expulsados por ridiculeces, abandonada en la playa como
garañones disolutos, armados tanto de furores genésicos como de inclina-
ciones eugenésicas. Al propio Portugal de entonces Gilberto la presenta
como una provincia de Africa con la influencia negra hirviendo baio la
europea y dando un aire picante a la vida sexual, a la alimentación, a la
religión. El aíre de A/rica, un aire caliente, oleoso, ablandando en las
instituciones y en las formas culturales las durezas germánicas, corrom-
piendo la rigidez moral y doctrinaria de la iglesia medieval; sacándole los
huesos al cristianismo, al feudalismo, a la arquitectura gótica, a la disciplina
canónica, al derecho visigótico, al latín, al carácter mismo del pueblo.
Frente a todas esas blanduras sólo el constante estado de guerra contra la
morería habría templado el carácter portugués para la gran hazaña de
Camoens.
Gilberto no se cansa de admirar el extraordinario prodigio de tener
un Portugal casi sin gente . .. consiguiendo salpicar virilmente, con su resto
de sangre y de cultura, a poblaciones tan diversas y a tan grandes distan-
cias. . . Prodigio tanto mayor porque se trataba de un sobrante de gente
casi toda menuda, en gran parte plebeya, y además de eso mozárabe. Tanta
sería la escasez de gente para tamaña tarea, que Gilberto desarrolla una
tesis bien gilbertiana para explicar cómo se cubrieron las necesidades de
gente para la tarea imperial: fue un milagro. . . Ante todo el milagro de
poner la propia religión al servicio de la procreación, impregnando todo
de sexo. Hasta los dulces de los conventos serían convertidos en dulces
afrodisíacos, pecaminosos, lúbricos, femeninos, por el gusto y por }05
nombres: besitos, destetados, levanta-viejos, beso-de moza, casaditos, mimos-
de-amor. El superlativo se lograría con los nombres monásticos de muchos
de ellos: suspiros-de-monja, tocinito "del cielo, barriga de monja, manjar del
cielo, papada de ángel.
La influencia mahometana en Portugal es quizás la que Gilberto recons-
truyó con más simpatía y cariño. De ella nos vendría, por vía de los
lusitanos, la expresión mourejar *, aunque no el buen hábito de trabajar
duramente. Pero también y principalmente el ideal femenino de la morn
encantada, la dulzura en el trato de los esclavos (sic), el gusto por el aceite
y por las buenas aceitunas, las paredes azulejadas y con ellas el amor al
aseo, al lustre y la claridad. En este tramo Gilberto se entusiasma y
XXVIII
comienza a desvariar. Le atribuye a los moros un misterioso sent1m1ento
lírico y un pudor contenido para los goces carnales, que habrían inculcado
a los lusitanos y los brasileños. Es justo apuntar, sin embargo, que GF no
deja de registrar también, como contribuciones fundamentales de los sarra-
cenos a la cultura brasileña, la caña de azúcar y el ingenio, la noria y el
sistema de riego, entre muchas otras.
Del judío, al contrario, el retrato es caricaturesco e implacable. Primero
afirma que la saña antisemita de los lusitanos no sería racismo, sino simple
intolerancia en defensa de la pureza de la fe. Destaca, de paso, que eso
•era muy explicable ya que el judío de Portugal se mimetizó y asimiló
tanto que terminó olvidándose de sí, como cristiano nuevo, oriundo de
conversiones de muchos siglos atrás. Por eso se necesitaba descubrir,
denunciar y sacar de sus madrigueras a esos desmemoriados semitas para
evitar que recayesen en juderías. El odio al semita provendría de la ojeriza
al prestamista cruel, explotando al pueblo portugués en provecho propio,
de reyes o de nobles. Técnicos de la usura, en eso se convirtieron los judíos
en casi todas partes por un exceso de especialización casi biológica, que
les fue agudizando el perfil de ave de rapiña, la mímica en constantes gestos
de adquisición y posesión, las manos incapaces de sembrar y de crear.
Sólo capaces de juntar dinero.
Buscando identificar las influencias sefarditas sobrevivientes en el carác-
ter lusitano y en el brasileño, Gilberto encuentra, como de costumbre,
muchas novedades. De ellos nos vendría, por un lado, el horror al trabajo
manual y, por el otro, nuestra inclinación al "bachillerismo", asociada a
nuestra debilidad por títulos doctorales y docentes, así como por todo lo
que simbolice sabiduría letrada, como los anillos de graduado y los anteojos.
Los judíos serían también muy proclives a tener esclavos para hacerles
hacer todo el trabajo, y concubinas, también esclavas, para otros menesteres.
La influencia más remota citada por Gilberto es la del Lejano Oriente,
de donde los lusos trajeron diversas cosas, algunas tan brasileñas hoy
como los cocoteros de Bahía, los anones, los mangos y los tamarindos.
De allá también nos llegaron muchas extravagancias, como el gusto po1
las joyas de piedras falsas, por bombas y fuegos artificiales; los abanicos
olorosos, los bastones, las literas y las coloridas sombrillas. Con ellos nos
llegaron los tejados dulcemente curvados como monturas, la porcelana
china de la cual aún quedan por ahí pedazos azules, y la planta y el
nombre del té llamado inglés. Las mismas naves del Oriente -tan
cargadas que venían arrastrándose por el mar con balanceos de mujer
grávida- nos trajeron el jengibre y el sándalo, la pimienta, el añil y el
benjuí.
XXIX
VI
XXX
escritor y del conocimiento científico necesario para realizarla con saber y
con arte.
Siguen siendo valiosas las consideraciones de Gilberto acerca del papel
de la mujer indígena como matriz genética y como trasmisora de fundamen-
tales elementos de cultura. Entre ellos muchos alimentos y drogas y tanta
comida de indio adoptada por el brasileño y de la que GF nos da amplias
noticias, repleta de nombres complicados con sabor de selva y agreste pala-
dar. La herencia más preciosa, a su juicio, habría sido la de sus enseñanzas
sobre el cuidado de la casa y de los hijos, el uso de la red y su armazón y,
sobre todo, los buenos hábitos de aseo corporal y de baño diario en el río
que tanto escandalizaban al puerco europeo.
La contribución cultural del hombre indígena GF la reduce a casi nada.
Sólo valora, y considera como formidable, su obra de devastación, de con•
quista de los sertones donde él era guía, remero, guerrero, cazador, pescador.
Para lo que no serviría es para la rutina tristona de la plantaci6n de caña,
que sólo las reservas extraordinarias de alegría y de robustez animal de! afri-
cano tolerarían bien.
Examinando la herencia espiritual indígena, Gilberto Freyre se demora,
relacionando increíbles abusos. Sin embargo, recalca aquí y allá un animismo
y un totemismo genéricos muy del gusto de la antropología de entonces, que
él generaliza fantasiosamente como sobreviviendo en los brasileños todavía
tan próximos al monte vivo y virgen.
Aparentemente trataríase aquí de un alarde más de estilo, de una nueva
imagen suelta como tantas que Gilberto se permite. Pero no es así. Más ade-
lante retoma el tema, muy serio, para afirmar que todavía estamos a la som•
bra de la selva virgen como tal vez ningún otro pueblo moderno civilizado.
Y la emprende entonces con una ampliación desorbitada de la tesis de la
selvatiquez atávica de los brasileños, puesta ahora al servicio de su actitud
reaccionaria. Ella sería el motor recóndito de un furor salvaje y sanguinario,
de un placer enfermizo de destrucción que se manifiesta en asesinatos, sa-
queos, invasiones de estancias por cangaceiros. Y por ahí se va GF muy
suelto en alas de su "reaccionarismo", en un crescendo que lo lleva a atribuir
a la misma selvatiquez congénita los movimientos políticos y cívicos de raíces
sociales más profundas, que convulsionaron a vastas regiones de Brasil. Para
Gilberto Freyre éstos serían puras explosiones de furor atávico que desenca•
denaría la violencia popular al manifestarse libremente. Según esa teoría, las
revoluciones sociales brasileñas o las tentativas de desencadenarlas no ten•
drían su origen en la opresión y la desigualdad, sino en reminiscencias cul-
turales aborígenes.
Volviendo a la oposición negro-indio que ocupa páginas de CG y S, en-
contramos, entre otras, esta joya: dejémonos de lirismo. . . el indio no ser-
vía para esclavo por incapaz e indolente. El negro sí. Sobre todo si era disci-
plinado en su energía intermitente por los rigores de la esclavitud. Gilberto
entra, entonces, a desgranar causas y se hunde aún más. Rechaza acertada-
mente la supuesta oposición de la altivez indígena frente a la pasividad afri-
XXXI
cana, como puro romanticismo indigenista, pero lo hace tan sólo para caer •
en otro contrapunto igualmente falso: el de la oposición entre una cultura
nómade y una cultura agrícola. No es así. Indios y negros eran agricultores,
y los indios, como agricultores, aportaron mucho más en técnicas de labran-
za y en plantas cultivadas que los africanos, para la adaptación de Brasil al
trópico. El papel del africano aquí fue mucho más como fuerza energética
que como agente cultural. Lo más penoso es que toda esta confusión sería
prescindible porque en los textos del propio Gilberto se encuentran expli•
caciones fundadas en factores sociales y culturales mucho más cqnvincentes
que esas oposiciones simplonas, esas caracterologías psicologistas y esas
exaltaciones ultramontanas. La única explicación aquí -más que la de una
actitud reaccionari a- es la claudicación del estudioso ante el literato, quien,
al calor de la inspiración, sigue entretejiendo sus páginas con todos los hilos
coloridos que pudo volver a tramar y urdir, atento solamente al bordado
artístico que de ello resulta.
Donde Gilberto Freyre nos ofrece un cuadro realmente expresivo, donde
indaga con más libertad y sin prejuicios, donde renueva valientemente la vi-
sión brasileña, es en el examen del papel desarraigante del jesuita. Es en el
análisis agudo y vivaz de su tarea de sacar de la cultura indígena hueso por
hueso para disolver lo poco que había de duro y de viril en esa cultura, capaz
de resistir. Para esto el jesuita habría desarrollado toda una pedagogía funda-
mentada en la utilización de los niños como agentes de cambio cultural. Al
curumín * el sacerdote iba a arrancarlo verde de la vida salvaie: con dien-
tes tan sólo de leche para morder la mano intrusa del civilizador.
No querían la destrucción del indígena, aclara GF, pero necesitaban que-
brar en la cultura moral del salvaie su vértebra y en la material todo lo que
pudiera resistir a la catequesis. Lo que habrían conseguido por esta vía era
fabricar cabocios seráficos, hombres artificiales, que ayudarían a fundar en
Brasil una república de indios domesticados para Jesús. Eso si los poblado-
res portugueses no tuviesen otro destino más viable que dar a la indiada res-
catada, esclavizada y convertida en piezas, verdaderas monedas de carne que,
por corromperse fácilmente o gastarse con el uso, constituían un capital in-
cierto, inestable. •
Exhaustos, sin embargo, por el esfuerzo de remar contra la corriente de
la historia, los jesuitas habrían terminado por asumir el papel menos glorioso
de amansadores de indios. Así es como fueron los propios ignacianos, final-
mente, los agentes más eficaces del alistamiento de la indiada. Hecha bajar
por ellos de los yermos donde vivían libres pero inútiles para el trabajo en
las obras oficiales, para la esclavización en mano de los colonos y, principal-
mente, para las propias estancias-misiones de la Compañía. Para GF los cu-
ras se habrían de¡ado seducir por las· delicias del esclavismo al mismo tiempo
que por los placeres del comercio. Contribuyeron también, concentrando a
XXXII
los indios, a las epidemias que, junto con la esclavitud, provocaron el despo-
blamiento de Brasil de su gente autóctona.
El principal saldo que habría quedado al cabo de esta historia secular y
terrible, conseguido a través de ese espantoso desperdicio de gente, seda
el habla brasileña, con su portugués. Deshuesado de ss y rr, la lengua de
Camoens hablada por indios y mestizos se había infantilizado en hablar de
niño. Otra contribución cultural viviente está en la cantidad de nombres in-
dígenas de cosas, de gentes y de animales que aprendimos de los "curumines".
Son páginas y más páginas de noble descripción las que GF nos entrega en
CG y S. Es verdad que son tan deliciosas de leer literariamente como irri-
tantes para los que luchan por darle orden y precisión al lenguaje cientffico.
Mayor aún, supongo, será la desesperación del lector extranjero - y sobre
todo de los traductores- ante esa riqueza de indianidad que Gilberto colec-
ciona y exhibe como mariposas embalsamadas: curumi, urupuca, alguidar,
cabaro, pipoca, tetéia, fogo, mundeu, jequiá, tingui. * No sería difícil llenar
una página entera con ellas.
VII
EL BRASTLEÑO SEÑORIAL
XXXIII
Cuando tiene fuerzas para caminar, el ñoñó * de ingenio se vuelve un
demonio rompiendo ojos de animales y de gentes, cometiendo cuanta trope-
lía se le ocurre, con el estímulo del padre, sonriente, satisfecho de tener un
hijo que comienz:1 pronto a revelar sus cualidades agresivas. Una vez creci-
dito, impelido por el clima y por el ambiente esclavista, antes de ser iniciado
por alguna negra mañosa, el muchachito brasileño se entregaba con todo en-
tusiasmo y denuedo a una serie de inocentes prácticas sexuales sadistas y
bestiales. Las primeras de sus víctimas eran ros negritos de juguete y anima-
les domésticos; más tarde venía el gran atolladero de carne: la negra o la
mulata. Antes de eso gozaba anticipos, frotándose en agujeros hechos en los
troncos del banano, de la sandía, y hasta incluso en el fruto del cacto man-
dacarú con su jugo y astringencia casi de carne. El padre, otra vez, asistía
a todo eso contento. Veía en el hijo, reiteradas, sus hazañas juveniles, nos-
tálgico y orgulloso de ellas. Tan sólo probaban que él no sería un marica,
gracias a Dios. Sino un macho mujeriego, desflorador de mocitas, como co-
rrespondía. No estaría ausente, tampoco, un cieno cálculo contable, sugiere
GF: preñando negras, aumentaba el rebaño paterno. Muchos quisieron cul-
par a la esclava de corruptora por la facilidad con que abría las piernas al
primer deseo del señor joven. Deseo no, orden.
A los 10 años el señorito es metido a la fuerza en el papel de hombrecito,
vestido y peinado como la gente grande, el cuello duro, pantalón largo, ropa
negra, botines negros, el andar grave, los gestos severos, un aire tristón de
quien acompaíia un entierro. Llegaba entonces el tiempo de los estudios.
Primero en el propio ingenio, al cuidado del padre o de un profesor pecunia-
rio (sic). Después, en el colegio de la ciudad para mejor aprender a leer,
escribir y contar, declinar latín y recitar francés, Imagínese, dice Gilberto
lleno de pena, qué nost:ilgias tendría el pobrecito del ingenio, de toda una
vida de vagabundeo -el baño en el río, la trampera para agarrar pa;aritos,
riñas de gallo, juego de naipes en el burdel, con los negros y los mulatitos,
flirteo con las primas y las negritas.
El contraste sería tanto más grave porque en el colegio lo que lo espe-
raba con frecuencia era el abuso de los coscorrones y la palmatoria. No es
de extrañar, concluye el autor, que muchos niños descorazonados se conso-
lasen con el onanismo o la pederastia·.
Al contrario del muchacho, adiestrado para padrillo, la jovencita era
modelada para ser siempre fiel a la castidad, vergüenza, recogimiento, pudor,
severidad y modestia, como correspondía a su condición de clase. Pero, con
tanto empeño y celo y con tanta vigilancia, que es como si se tuviera la cer-
teza de que, no bien se entregara a sí misma, fuera del recinto vigilado, cae•
ría en seguida en la desfachatez.
Crecía rápidamente bajo rígidos controles, sólo compensados por los ca-
riños de la mucama que la peinaba, lavaba, le limpiaba los piojos, le hacía
mimos, le contaba cuentos, cantaba y sufría, callada, todas las agresiones
* ?-ihó 11b6: tratami<:nto qui! los ne-gros daban a ios niños y jo·,~ncitos.- N. del T.
XXXIV
sádicas de la señorita imposible. En ella se preparaba, a costa de oraciones
y de pellizcones, la mujercita que pronto saldría de casa .• Niña aún, florecía
oliendo ya a la mujer apta para el matrimonio y el amor. Se casaba entre
los 12 y 13 años. El primer parto sobrevenía más o menos a los 14.
El jovenzuelo maduraba más lentamente para los papeles sociales del se-
ñorío familiar. Sólo a los 26 años sería un hombre hecho y derecho, de hom-
bría marcada orgullosamente en las cicatrices venéreas. Se casaba poco des- .
pués -con alguna prima-entrand o así en la tercera estación de la vida,
en la que retomaba, en cierto modo, los gozos de la infancia. Lo que lo es-
peraba de ahí en adelante era una vida tibia, lánguida, morosa, melancólica
y sensual, nos dice Gilberto. Para esos placeres se rodeaba de numerosa ser-
vidumbre doméstica que constituían literalmente los pies de los amos: ca-
minando por ellos, cargándolos en red o en litera. Y las manos -o al me-
nos las manos derechas-, las manos de vestirse los amos, calzarse, aboto-
narse, limpiarse, despio¡arse, lavarse, sacarse los parásitos de los pies. El
fruto de tanta pereza en la vida diaria del señor blanco era hacer de su cuer-
po casi exclusivamente el membrum virile: manos de mu;er, pies de niño,
sólo el sexo arrogantemente viril.
La mayor parte de la vida, el señor-de-ingenio la pasaba en la red. Red
quieta con el señor descansando, durmiendo, adormilándose. Red en movi-
miento, con el señor de viaje o de paseo entre alfombras o cortinas. Red que
cru;e, con el señor copulando dentro de ella. Después del almuerzo o de la
cena, era en la red donde hacían lentamente la digestión -escarbándose los
dientes, fumando cigarros, escupiendo en el suelo, eructando fuerte, soltando
pedos, dejándose abanicar, agradar y limpiar los piojos por las negritas, ras-
cándose los pies o los genitales; unos rascándose por vicio, otros por enfer-
medad venérea o de la piel.
Al acercarse la muerte, se preocupaba de lavar el alma con confesiones,
pero sobre todo de perpetuar la prosperidad de los hijos legítimos. Algunos
también se preocupaban por liberar y dotar a todos o algunos de los bastar-
dos paridos dentro de casa por las negras y mulatas. El cuerpo muerto, una
vez tratado con el vanidoso aparato de embellecimiento de difuntos, era ve-
lado por la noche con grandes gastos de cera, con muchos cánticos de curas
en latín, mucho llanto de las señoras y los negros, para ser sepultado al otro
día bajo las losas de la capilla, que era una dependencia de la casa-grande.
Discurriendo -aquí también sabia e innovadoramente-- sobre las con-
diciones alimentarias y de salud del Brasil colonial, Gilberto Freyre se exas-
pera: Nada que ver con un pafs de cucaña. Tierra de alimentación incierta y
vida difícil es lo que fue Brasil durante los primeros siglos. Más adelante de-
talla: abundancia sólo de dulces, mermeladas y pasteles fabricados por las
monjas de los conventos: era con eso con lo que se redondeaba la gordura de
los frailes y de las señoritas. Conduye juiciosamente diciendo que, bajo tanta
hambre y enfermedades, los brasileños serían una imítil población de cabo-
clos y blancuzcos, más valiosa como material clínico que como fuerza econó-
mica. Ahí viene entonces otra parrafada gilbertiana sobre la negrería. ¡Ya es
XXXV
demasiado! Esta habría sido tratada racionalmente con remedos de tayloris-
mo, habría comido abundantemente: porotos, zapallo, charque, bacalao, to-
cino, melaza. Y concluye: sólo después del descalabro de la Abolición (sic)
los negros se vieron devastados por las endemias y enfermedades vermino-
sas que pudrían en vida a los demás brasileños. Ignorantes, GF prosigue di-
ciéndonos más adelante que, tras la Abolición, persiste el latifundio mono-
cultor, creando un proletaríado de condiciones menos favorables de vida que
la masa esclava. Para Gilberto, una vez liberados, los negros habrían comen-
zado a morir de nostalgia del patriarcalismo que hasta entonces amparó a los
esclavos, los alimentó con cierta largueza, los socorrió en la veiez y en la
enfermedad, proporcionándoles a ellos y a sus hiios oportunidades de as-
censo social.
VIII
LA NEGRERlA
XXXVI
dero placer con que señala contento, orgulloso, la marca de la influencia
negra que Brasil denota; en la mímica excesiva, en el catolicismo en el que se
deleitan nuestros sentidos, en la música, el caminar, el habla, las canciones
de cuna, en todo lo que es expresión sincera de vida.
Efectivamente, lo que provocó más admiración y sorpresa a los primeros
lectores de CG y S fue el negrismo de GF. Este venía a decir -aunque en
un lenguaje medio desbocado, pero con todos los aires de hombre de cien-
cia viajado y provisto de múltiples erudiciones --que el ncgro--en el plano
cultural y de influencia en la formación socia[ de Brasil- había sido no sólo
superior al indígena -cosa y:. dicha, aunque muy controverti da-, sino
hasta al mismo portugués en varios aspectos de la cultura material y moral,
principalmente de la técnica y la artística.
Además de la alth•ez cultural, el negro poseería además ventajas físicas
sobre los blancos y sobre los indios. Por ejemplo, chorreando aceite por todo
el cuerpo y no sólo soltando unas gotas por las axilas, estaría provisto de
una ventaja fundamental para la vida en los trópicos. Sobre los indios ten-
dría incluso la superioridad de agregar, a estas ventajas, la de un espíritu
alegre, vivo, locuaz, y en consecuencia plástico, adaptable, en contraste con
el carácter introvertido, tristón, duro, tieso, inadaptable del selvícola brasi-
leño. Soberbio como un grande de España.
Donde predomina una u otra matriz, varía, según Gilberto, el carácter
nacional brasileño, que salta de la sociabilidad alegre, expansiva del bahiano
-porque es mulato- al aire tristón, callado, sonso del piauense, del per-
nambucano y de otros descendientes de la indiada.
La ligereza de la contraposición indio-negro, aquí reiterada en estos tér-
minos, nos hace sospechar que Gilberto no frecuentó tantos xangós * como
proclama. Es bien sabido que nunca vio a otro indio que no fuese Fulnió de
Aguas Bellas. Sólo así podría imaginar y describir, con tanta infidelidad
como seguridad, a los negros y los indios como los describe, sólo fiel al es-
tereotipo vulgar de uno y de otro.
Una de las mejores contribuciones de Gilberto se encuentra probable-
mente en el análisis crítico de las llamadas influencias deletéreas que el ne-
gro habría ejercido sobre los brasileños. Gilberto comienza por separar cui-
dadosamente lo que debe atribuírsele al negro, en cuanto esclavo, de lo que
se le puede deber como ente cultural africano. Afirma, de entrada, que no
hay esclavitud sin depravación para aseverar que es a ésta a la que se debe
relacionar con el erotismo, la lujuria, la perversión de la que tantos autores
acusaban al negro, ciegos ante el hecho de que tales "vicios", si existían,
debían ser atribuidos al señor que los favorecía, tanto para sus placeres
como para hacer rendir más a su rebaño. Hasta aquí muy bien. Pero ahí
vuelve Gilberto, nuevamente, huyendo de sí mismo para exagerar y decirnos
que, en los primitivos, habría sido mucho más moderado el apetito sexual,
tanto que los negros, para excitarse, necesitan estímulos picantes, danzas
• Ceremonias de culto negro con influencia religiosa africana.- N. del T.
XXXVII
afrodisíacas, cultos fálicos, orgías. Mientras que en el civilizada nada de eso
sería necesario. Hasta los órganos genitales de los negros serían subdesarro-
llados para nuestro autor. De las negras nos dice que son más bien frías que
fogosas, según una prestigiosa autoridad británica.
El señor blanco es quien, ardoroso y enloquecido por las negras, princi-
palmente por las mulatas, habría introducido el libertinaje en la sem::1la. Y,
con él, la sífilis de la que también se quiso acusar al negro diciendo que
la había traído a Brasil. Gilberto demuestra que ésta es gloria legítima de la
civilización. El señor es quien habría contagiado a la negra, a veces todavía
virgen, por puro placer y como recomendadísimo depurativo de la sangre.
Sifilítica, entonces, la negra comenzaría a contaminar a Dios y al mundo
entero. La sífilis, dice Gilberto, hizo lo que quiso en el Brasil patriarcal. En
el ambiente voluptuoso de las casas-grandes, llenas de criadas, negritas, mu-
latas, mucamas, es donde las enfermedades venéteas se propagaron más fá-
cilmente a través de la prostitución doméstica -siempre menos higiénica
qf.le la de los btlrdeles.
Hasta ahora, vamos bien: si no es comparable, será al menos verosímil.
Pero he aquí que Gilberto se nos escapa otra vez. Ahora, para decir -siem-
pre con pruebas en mano-- que son los niños de ~echo los que contamina-
ban los pechos de las ayas-mucamas. ¿Para qué cosa no se encuentra un
testimonio bíblico o alguna prueba escrita en este mundo? La sodomía, muy
generalizada en el Brasil colonia!, según Gilbcrto, r.o sería tampoco un le-
gado africano sino portugués, de buen ancestro romano. Sodomitas habrían
sido, desde fundadores de nuestras familias importantes, como los Caval-
canti, de Pernambuco, y héroes y generales lusitanos, como el Terrible Al-
buquerque, hasta huérfanos recogidos en los colegios jesuitas.
No diré otra vez que a Gilberto se le fue la mano. Nada de eso. Bien pue-
de ser verdad. Pero el lector no podrá dejar de admirarse al verse convencido
de que el negro habría aprendido de los blancos los propios hechizos del
amor y otras cosas más. Al dominar el negocio e.le las brujerías las habríar.
coloreado y africanizado mediante la sustitución de mandrágoras por sapo~
en los sortilegios. De éstos Gilberto detalla mucha receta asquerosa.
Al negro también le endilga, en los últimos capítulos, lo que le había
atribuido en los primeros al indio: el parlar gordo, descansado, blando, sin
"rr" ni "ss". El ama negra, al enseñar a hablar al niño, hace q:m las palabras
lo que hacía con la comida: le sacó las espinas, los huesos, las durezas, deían-
do solamente para la boca del niiío blanco las sílabas blandas. Así es ·que el
portugués de los brasileños incorporó desde corruptelas como caca, pipí,
bumbiín, cocó, hasta expresiones africanas que usamos como totalmente
nuestras: dengue, cafuné, bunda, cafula, banzo, quindím, catinga, cachimbo*
y muchas y muchas más.
XXXVIII
Para Gilberto Freyre otras dos contribuciones del negro -además, di-
go yo, de las muy grandes que dio como constructor de cuanto se hizo y
productor de cuanto se produjo en los sectores más dinámicos de la econo-
mía colonial- fueron: primero, proteger con la sexualidad descontrolada
de las mulatas la virtud de las jovencitas blancas; segundo, enseñar al bra-
sileño a explotar todas las posibilidades de las papilas de la lengua y de los
nervios olfativos, con su magia culinaria. Al negro se le debe la introduc-
ción o el uso sabio del aceite de dendé, de la pimienta malagueta, del quia•
bo *, el carurú **, Ja taioba *** entre muchas otras especies. Fue él tam-
bién nuestro maestro en la preparación de faro/as, vatapás, acarás, acara;és,
manues, mugunzás, ejós, chinchins de galinha, Jci¡oadas, mocotós, abarás,
arroz-de-coco, Jeiiáo-de-coco, angús, plio-de-ló y arroz, rebu~ados, aloás. ****
Grande sería la lista si quisiéramos repetir todo lo que Gilberto cuenta y
degusta en letra de molde.
La noticia que Gilberto nos da del ciclo de vida del negro es, natural-
mente, mucho menos informativa que sobre la vida y carrera típicas del blan-
co señor-de-ingenio, que ya antes resumimos. Tan sólo nos dice que muchí-
simos morían en el parto. Muchísimos otro., durante los primeros años de
la infancia. Después -¿quién sabe?- sobrevivían algunos, puesto que el
señor, atent() a lo que podría ganar, trataba de alimentar las crías de las
negras, con los ojos puestos en su futuro valor venal. La existencia social
de todo negro nacido en la tierra, tanto como del venido de Africa, comen-
zaba con el br.utismo, que Gilberto presenta como el primer hervor que Stl-
Jría la masa de negros antes de integrarse a la civilización oficialmente cris-
tiana. A partir del rito, el negro nuevo, puesto en la plantación junto a los
ladinos, iba aprendiendo a trabajar en la misma medida en que se desafrica-
nizaba y se abrasileñaba.
Muy pronto el negro común comenzaría el trabajo en la plantación, te-
niendo sólo la posibilidad de hacer carrera si presentaba cualidades especia-
• Qui abo: Fruto capsu:ar cónico, verde y peludo producido por una planea de la fa.
milia de las malváceas.- N. del T.
• • Carurú: nombre aplicado a varias planea:; ama:ancác~as .- N. del T.
• • • l"aioba: piama de la famiiia di: las aráceas.- 1-<. del T.
• • • • Farofa1: harina de mandioca escaldada o tostada con manccca o grasa y que
se mezcla con huevo, aceitunas y carne; vataptis: papilla de harina di! rean<lioca c<l,.
aceite de dcndé y pimienta y me:zdadas con carne de pescado; acar,ú y acarajés: comida
hecha con pasta de porotos cocidos y fri ra en aceite de dendé; m,mui:s: especie de bollo
hecho d~ harina de maíz o arroz con mid y ouos ingredí.:nces; mugunzJs: papilla hecha
con granos de maíz cocidos, azúcar y leche de coco; e/os: guiso d~ camarones y yerbas
con condimentos; chi,ichins de galinha: guiso condimentado con camarones y gailina;
feijoadaJ: comida tradicional cuyo ingredic-nte principal son los pocotos negros; mocotós:
placo pr<:parado con paras di.! animales bovinos; abarás: comida con pasea de porotos
cocidos, adobad~ con pimienta y aceite de dendé y envuelta en hojas de banano; arroz-
de-&oco: arroz hervido con coco; Jeiiáo-de-coco: porocos negros con coco; angú1: pasta
de harina de maíz cocida, o papilla de harina de mandioca hecha con caldo de carne;
páo-dc-ló 'J arro2: bizcochuelo y arroz; rebt.rado1: porción <le azúcar solidificado (cara-
melo) a! que se pu<:den juncar otras substancias; 11loti1: bebida refrescante de agua con
harina de arroz o maíz rostado, fermcnrada con azúcar en vajillas de barro; .refrescante
preparado igual con cáscaras de ananá.- N. del T.
XXXLX
les de dulwra o de gracia que pudiernn sugerir que scl'vma mejor como
mulatito de juego y golpes para el niño o como futura mucama para la niña.
Otra carrera le estaría reservada a h1s mulatas más mañeras cuando eran es-
clavas de señoras de ciudad. Las lavarían, pcinarfan, perfumarían, adornadas
con aros y cadenas de oro, para dedicarlas a la putería explotadas por sus
amas. Ellas son las que llenaron las casas de prostitución antes que la riqueza
permitiera importar a francesas y polacas. Mejor :iún era la carrera de casera
o concubina de señor rico o de cura fl}ujeriego. Esas vivían cubiertas de pa-
ños-de-la-Costa, chales de seda, abalorios y dijes, aduladas por su influencia,
queridas como amantes lujuriosas y, sobre todo, temidas como hechiceras.
La verdadera gloria, sin embargo, nos dice Gilberto , sólo alcanzaba a la
negra salida de la planrnción -y así casi liberada de la condición real de escla-
vo-mas a- para ser adorno y como tal servir de mucama del señor y de la se-
ñora. Es justo decir que la figura de la mucama preside CG y S. Al salir de
la senzala, ella, por sus facciones más dulces y finas, por su estampa más
agradable, tenía como oficio atender, de ahí en adelante, personalmente a los
señores, entrand o así en la intimidad de la familia patriarcal. Con ella lle-
gaban los negritos, hermanos de leche o de cría, y con ellos muchos chicos,
camaradas y mulatitos que llenaban la casa-grande. Sin embargo, todos ellos
estaban allí de paso, pudiendo ser vendidos o devueltos a las rudezas de la
plantación. Las mucamas no. Jamás. A ellas les cabía un lugar verdadera-
mente de honor que ocupaban en el seno de las familias patriarcales. Liber-
tas, se redondeaban, casi siempre convertidas en enormes negronas. Negras a
quíenes se les daban todos los gustos: los niños les pedían la bendición, los
esclavos las trataban de señoras. Los cocheros andaban con ellas en carrua-
ies. En días de fiesta, quien las viera anchas y envalentonadas entre los blan-
cos de la casa, podría suponerlas señoras bien nacidas: nunca esclavas veni-
das de la senzala.
Las nietas contemporáneas de estas señoras-mucamas serían las numero-
sas negras babianas, vendedoras de dulces en las calles de las grandes ciuda-
des brasileñas. Su porte es de reinas, exclama Gilberto. Unas reinas de lu;o
y garbo, esbeltez heráldica, gracia de talle y ritmo en el andar. Por encima
de muchas combinaciones, de linos blanquísimos, la pollera noble, adamas-
cada, de vivos colores. Los pechos gordos, altos, pareciendo querer saltar de
los enca¡es de sus cuellos. Diies, figos, pulseras, gorro o turbante musulmán.
Chinelas en la punta del pie. Estrellas marinas de plata. Braceletes de oro.
Unas reinas.
Buscando con mucho ahínco a lo largo de los centenares de páginas de
CG y S, el lector recogerá aquí y allá alguna referencia al negro multitudina-
rio, común, ordinario: que tiene las vergüenzas cubiertas por una tanga. Muy
pocas, en verdad. Poquísimas.
La información más amplia que Gilberto nos da es acerca de su muerte.
Una muerte parca. Los negros ladinos *, buenos para el servido , que mo-
• Esclavo que ya sabía hahlac el portugués, tenía nociones de religión
y rrahajaba
en algún oficio o actc.- N. del T.
XL
rían en el ingenio, eran devueltos en esteras y sepultados en el cementerio
de los esclavos. Los nuevos, sobre todo en la dudad, eran enterrados de
cualquier manera en la arena de la playa donde los perros y cuervos los
desenterraban sin trabajo para roer y picotear. Esto cuando no eran simple-
mente atados a un palo y arrojados a la marea.
Pero Gilberto no los desampara totalmente. En la última página de
CG y S encuentra suficiente espacio para decirnos que no fue siempre ale•
gría la vida de los negros esclavos de los niños y las niñas blancas. Hubo al-
gunos que se suicidaron comiendo tierra, ahorcándose, envenenándose con
yerbas y pociones de los hechiceros. El banzo dio cuenta de muchos. El ban-
zo -la añoranza del Africa. Hubo algunos que de tan nostálgicos quedaron
atontados, idiotas. No murieron: pero quedaron penando. Y sin encontrarle
gusto a la vida normal- entregándose a los excesos, abusando del aguar-
diente, de la marihuana, masturbándose.
DARCY RtBEIRO
XLI
CRITERIO DE ESTA EDICION
BIBLIOTECA AYACUCHO
XLII
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CASA.GRANDE Y SENZALA
A la memoria de mis abuelos
Francisca da Cunha Teixeira de Mello
Alfredo Alves da Silva Freyre
María Raymunda da Rocha Wanderley
U!ysses Pernambucano de Mello.
PROLOGO DE LA PRIMERA EDICION
5
Profesados los cursos que por iniciativa del profesor Percy Afoin Martín
me fueron confiados en la Universidad de Stanford, uno de conferencias,
otro de seminario, cursos que me pusieron en contacto con un grupo de
estudiantes, señoritas y muchachos animados de la más viva curiosidad inte-
lectual, regresé de California a Nueva York por tm camino que era nuevo
para mí, a través de Nuevo México, de Arizona, de Texas, de toda una re-
gión que le recuerda al brasileño del norte, en sus partes más áridas, nues-
tros sertones erizados de mandacurús y de chique-chiques. Descampados en
que la vegetación semeja enormes pedazos de botellas, de un verde duro, a
veces siniestro, arro;ados en la arena seca.
Pero regresando por la frontera mexicana, perseguía menos esa sen-
sación de paisaje sertanero que la del vie¡o sur esclavista. Este último se
alcanza al arribar el transcontinental a los cañaverales y anegadizos de
Louisiana. Louisiana, Alabama, Mississípí, las Carolinas, Virginia, el llama-
do deep South. Región en la que el régimen patriarcal de economía creó
el mismo tipo casi de aristócrata y de casa-grande, casi el mismo tipo de es-
clavo y de senzala que en el norte del Brasil y en ciertas partes del sur, idén-
tico gusto por el sofá, por el sillón de hamaca, por la buena cocina, por la
mujer, por el caballo, por el ;uego, que sufrió y conserva las cicatrices cuan-
do no las heridas abiertas, aún sangrantes, del mismo régimen devastador
de explotación agraria: el fuego, el desmonte, el rastrilleo, la "roza parásita
de la naturaleza". Se impone el conocimiento del llamado deep South a todo
estudioso de la formación patriarcal y de la economía esclavista del Brasil.
Las mismas influencias de técnica de producción y de trabajo, la monocul-
tura y la esclavitud, se unieron en aquella parte inglesa de América, como
en las Antillas y en Jamaica, para producir resultados sociales semejantes a
los que se verifican entre nosotros. A veces tan semejantes, que sólo varía
lo accesorio: las diferencias de lengua, de raza y de religión.
Tuve la suerte de realizar gran parte de mi excursión por el sur de los
Estados Unidos en compañía de dos ex-condiscípulos de la Universidad de
Columbia, Ruediger Bilden y Francis Butler Simkins. El primero se ha ve-
nido especializando, con el rigor y la flema de su cultura germánica, en el
estudio de la esclavitud en América en general y en Brasil en particular; el
segundo, en el estudio de los efectos de la abolición en las Carolinas, tema
que acaba de fiiar en un libro interesantísimo, escrito en colaboración con
Robert Hilliard W oody, South Carolina during reconstructíon (Chapel Hill,
1932). Debo a estos dos amigos míos, principalmente a Ruediger Bilden,
sugestiones valiosas para esta obra, y a su nombre tengo que asociar el de
otro colega, Ernest Weaver, mi compañero de estudios de antropología en el
curso del profesor Franz Boas.
El profesor Franz Boas es la figura de maestro de quien me ha quedado
la más grande impresión. Lo conocí durante mis primeros días en Columbia.
Creo que ningún estudiante ruso, de aquellos románticos del siglo XIX, se
preocupó más intensamente de los destinos de Rusia que yo de los del Bra-
6
sil, en los momentos en que conocí a Boas. Era como si todo dependiese
de mí y de los de mi generación, de nuestro modo de resolver cuestiones se•
culares. Y ninguno de los problemas brasileños me inquietó tanto como el de
la mestización. En cierta ocasión, después de más de tres años de ausencia
del Brasil, vi a un grupo de marineros nacionales, mulatos y ca/usos, andando
por la nieve blanda de Brooklyn. No recuerdo si eran del Sao Paulo o del
Minas. Me dieron la impresión de caricaturas de hombres. Y asomó a mis
recuerdos la frase de un libro de viajero americano sobre el Brasil: the fear•
fully mongrel aspect of the population.
Fue el estudio de la antropología, bajo la orientación del profesor Boas,
lo que primero me reveló al negro y al mulato en su ;usto valor, separados
los rasgos de raza, los efectos del ambiente o de la experiencia cultural.
Aprendí a considerar fundamental la diferencia entre raza y cultura, a dis•
criminar entre los efectos de relaciones puramente genéticas y los de influen-
cias sociales, de herencia cultural y de medio. En este criterio de diferen-
ciación fundamental entre raza y cultura se afirma todo el plan de este
ensayo. Asimismo en el de la diferettciación entre hereditariedad de raza y
hereditariedad de familia. •
Por poco inclinados que estemos al materialismo hist6rico, en tantas co-
sas exagerado en sus generalizaciones, principalmente en obras de sectarios
y fanáticos, hemos de admitir la influencia considerable, aunque no siempre
preponderante, de la técnica de la producci6n económica sobre la estruc•
tura de las sociedades en la caracterización de su fisonomía moral. Es una
influencia sujeta a la reacción de otras y, sin embargo, poderosa como nin-
guna en la capacidad de aristocratizar o de democratizar a las sociedades,
de desarrollar tendencias hacia la poligamia o la monogamia. A mucho de
lo que se supone el resultado de rasgos o taras hereditarias preponderando
sobre otras influencias, en los estudios aún tan fluctuantes de eugenia y de
cacogenia, se le debe más bien asociar a la persistencia, al través de genera-
ciones, de condiciones económicas y sociales favorables o desfavorables al
desarrollo humano.
En el Brasil, las relaciones entre los blancos y las razas de color, desde
la primera mitad del siglo XVI, estuvieron condicionadas, de una parte, por
el sistema de producción económica y, de la otra, por la escasez de muieres
blancas entre los conquistadores. El azzícar no sólo ahogó (as industrias de-
mocráticas de palo brasil y de pieles, sino que esterilizó la tierra en una
gran extensión en derredor de los ingenios de azúcar para los esfuerzos de
la policul/ura y la ganadería. Y exigió una enorme masa de esclavos. La
cría de ganado, con posibilidades de vida democrática, se traslada a los ser-
tones. Desarrollóse en la zona agraria, con la monocultura absorbente, una
sociedad semifeudal; una minoría de blancos y blancoides dominando pa-
triarcalmente, polígamos, desde lo alto de las casas-grandes de piedra y cal,
no sólo a los esclavos criados en montones en las senzalas, sino también a
7
los labriegos de aparcería, los agregados, moradores de casas de adobe y de
pa¡a, vasallos de las casas-grandes en toda la extensión de la palabra.
Vencedores en el sentido militar y técnico de las poblaciones indígenas,
dominadores absolutos de los negros importados de A/rica para la dura fae-
na del trapiche, los europeos y sus descendientes ttlvieron sin embargo que
transigir con indios y africanos en lo que respecta a las relaciones genéticas
y sociales. La escasez de mujeres blancas creó zonas de confraternización en-
tre vencedores y vencidos, entre amos y esclavos. Las relaciones de los blan-
cos con las mujeres de color, sin dejar de serlo de "superiores" con "inferio-
res" y, en la mayoría de los casos, de señores despóticos y sádicos con pasi-
vas esclavas, se mitigaron mientras tanto con la necesidad experimentada
por muchos colonos de constituir familia dentro· de esas circunstancias }'
sobre esa base. La mestización, que se practicó ampliamente aquí, corrigió
la distancia social que en otra forma se habría conservado enorme entre
la casa-grande y la senzala. Lo que la monocultura latifundiaria y esclavista
realizó en el sentido de la aristocratfr.ación, dividiendo a la sociedad brasi-
leña en señores y esclavos, con una rala e insignificante proporción de gente
libre intercalada entre los extremos antagónicos, fue en gran parte contra-
riado por tos efectos sociales de la mestización. La india y la negra mina
en un principio, luego la mulata, la cabrocha, la cuarterona, la octavona, vol-
viéndose caseras, concubinas y hasta esposas legítimas de los amos blancos,
actuaron poderosamente en el sentido de la democratización social del Bra-
sil. Entre los hiios mestizos, legítimos y hasta ilegítimos, habidos en ellas
por los señores blancos, se subdividió una parte considerable de las grandes
propiedades, quebrándose así la fuerza de las sesmarías feudales y de los la-
tifundios de las dimensiones de un reino.
Van apareiadas con la monocultura latifundiaria profundos males qve
han comprometido a través de generaciones la robustez y la eficiencia de
una población brasileña, cuya inestable salud, dudosa capacidad de traba¡o,
apatía y perturbaciones de crecimiento, son atribuidos frecuentemente a la
mestización. Entre otros males, la deficiente provisión de víveres frescos que
somete a una gran parte de la población al régimen de nutrición deficiente
caracterizado por el abuso del pescado seco y de la fariña (a la que más tarde
se agregó el tasajo), o bien al incompleto y peligroso de elementos importados
en pésimas condiciones de transporte, tales como las que precedieron a la
navegación a vapor y al recientísimo empleo de cámaras frigoríficas en los
buques. La importancia de la hiponutrición, resaltada por Armitage, Mc-
Collum y Simmonds, y recientemente por Escudero, y de la desnutrición
crónica, originada no tanto· por la reducción en cantidad como por los de-
fectos de la calidad de los alimentos, trae nuevos aspectos y, gracias a
Dios, mayores posibilidades de soluci6n a problemas indiferentemente llama-
dos de "decadencia" o "inferioridad" de razas.
Entre las consecuencias de la hiponutrición se distinguen la merma de la
estatura, del peso y del perímetro torácico, deformaciones óseas, decalcifica-
8
ción del sistema dentario, insuficiencia tiroidea, hipofisiaria y gonarial, pro-
vocadoras de la senectud prematura, la fertilidad pobre y general y la infe-
cundidad no infrecuente. Exactamente los caracteres de vida estéril y de
físico inferior que comúnmente se asocian a las subrazas, a la sangre maldita
de las llamadas "razas inferiores". No deben echarse al olvido otras influen-
cias sociales que aquí se desarrollaron con el sistema patriarcal y esclav6crata
de la colonización: la sífilis, por ejemplo, responsable de tantos de los
"mulatos enfermos" de que habla Roquette Pinto, y a la que Ruediger Bilden
atribuye gran importancia en el estudio de la formación brasileña.
La formación patriarcal del Brasil se explica, tanto en sus virtudes
como en sus defectos, nrenos en términos de "raza" y de "religión" cuanto
en términos económicos, de experiencia de cultura y de organización de la
familia, que fue aquí la unidad colonizadora. Economía y organización so-
cial que, a veces, contrariaron no sólo la mor(Jl sexual católica, sino también
las tendencias semitas del aventurero portugués h(Jcía la mercancía y el co-
mercio.
Hace notar Spengler que una raza 110 se traslada de un continente a otro;
sería necesario que se trasladase con ella el medio físico. Y recuerda a este
propósito los resultados de los estudios de Gould y de Baxter, y los de
Boas, en el sentido de la uni/ormización del promedio de estatura del cuerpo
y de la forma de la cabeza a que tienden individuos de diversas proceden-
cias reunidos baio las mismas condiciones de medio físico.
Admitida la tendencia del medio físico y principalmente del bioquímico
(biochemical content) en el sentido de recrear a su imagen los individuos
que le llegan de diversas procedencias, no debe olvidarse la acción de los
recursos técnicos de los colonizadores en sentido contrario: en el de imponer
al medio formas y accesorios extraños de cultura, qtte les permiten mante-
nerse lo más posible como raza o cultura exótica.
El sistema patriarcal de colonización portuguesa del Brasil, represen-
tado por la casa-grande, fue un sistema de plástica contemporización entre
ambas tendencias. Al mismo tiempo que expresó una imposición imperialis-
ta de la raza adelantada a la atrasada y una imposición de formas europeas
( ya modificadas por la experiencia asiática y africana del colonizador) al
medio tropical, representó una contemporización con las nuevas condiciones
de vida y ambiente. La casa-grande de ingenio que, todavía en el siglo XVI,
comenzó, el colonizador, a levantar en el Brasil -gruesas paredes de adobe
o de piedra y cal, cubierta de pa¡a o de teia V(Jna, galería en el frente y los
costados, techado pendiente en un máximo de protección contra el fuerte
sol y las lluvias tropicales- no fue ninguna reproducción de las casas por-
tuguesas, sino una nueva expresión que correspondía al nuevo ambiente
físico y ti una época sorprendente, inesperada, del imperialismo portugués:
su actividad agraria y sedentaria en los trópicos, su patriarcalismo rural y
esclavista. Desde el momento en que el portugués, aunque guardando aque-
lla saudade del Reino a la que Capistrano de Abreu llamó transoceanismo,
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se convirtió en luso-brasileño, fundador de un nuevo orden económico y
social o creador de un nuevo tipo de vivienda. Distanciado el brasileño del
reinicola por casi un siglo de vida patriarcal y de actividad agraria en los
tr6picos, ya constituye casi otra raza que se manifiesta en otro tipo de casa.
Como dice Spengler -para quien el tipo de vivienda representa un valor
histórico-social, superior al de la raza-, a la energía de la sangre, que im-
prime rasgos idénticos a través de la sucesión de los siglos, debe agregarse
la fuerza "cósmica, misteriosa, que enlaza en un mismo ritmo a los que
conviven estrechamente unidos".
La casa-grande, completada por la senzala, representa todo un sistema
económico, social y politico.: de producción (la monocultura latifundiaria),
de traba;o (la esclavitud), de transporte (la carreta de bueyes, el bangué *,
la hamaca, el caballo), de religión (el catolicismo de familia, con capellán
subordinado al pater familias, culto de los muertos, etcétera), de vida sexual
y de familia (el patriarcalismo polígamo), de higiene del cuerpo y de la casa
(el tigre ** 1 la·mata de banana'***, el baño en el río, el baño con palan-
gana, el baño de asiento, el lavapiés), de política ( el compadrismo). Fue ade-
más fortaleza, banco, cementerio, hospedería, escuela, Santa Casa de Mise-
ricordia que amparaba a los vieios y a las viudas y recogía a los huérfanos.
De ese patriarcalismo absorbente de los tiempos coloniales paréceme una
expresión sincera y completa la casa-grande del Ingenio Noruega, en Per-
nambuco, llena de salas, cuartos, corredores, dos cocinas conventuales, des-
pensa, capilla, partes salientes del edificio. Expresión del patriarcalismo ya
moderado y pacato del siglo XVIII, sin el aspecto de fortaleza que tuvieron
las primeras casas-grandes del siglo XVI. "En las fazendas se estaba como
en un campo de guerra", escribe Teodoro Sampaio, refiriéndose al primer
siglo de colonización". Los ricos-homes acostumbraban a proteger sus vi-
viendas y solares por medio de una poderosa estacada doble, al modo de
los gentiles, guarnecida por los sirvientes, los paniaguados y los indios es-
clavos, y que servía aun para los vecinos si eran acosados súbitamente por
los bárbaros".
En los ingenios de fines del siglo XVII, y en los del siglo XVIII, u
estaba, sin embargo, como en un convento portugués: una gran fazenda con
funciones de hospedería y de Santa Casa. Ni yo mismo sé qué de retraído
de las casas de comienzos del siglo XVII, con galerías que parecen trepa-
das sobre patas de palo, se verifica en las viviendas de fines de ese siglo, el
• Esta voz, de posible origen indico, ademáJ <le expresar el primitivo ingenio
de azúcar ( ingenio de bangué), de,igna en el noreste brasileño, uoa especie
con techo y cortinas de cuero.- N. tkl T. de litera
• • Los servicios higiénicos de las casas-grandes, en la época de la esclavitud,
acumulado s en un bartil, al que, cuando lleno, el esclavo negro llevaba y descargabaeran
en el rí o arroyo más próximo. A ese barril se le denominab a "tigre".- N, del
T.
• • • "Mata de baoaaa": grupo de una musácea cuyo interior servía de retrete,
equivalent e al yug,ú nuestro, en el sentido malidoso e hi_giénico de la palabra.-
thl T. N.
10
XVIII, y de la primera mitad del XIX, casas casi del todo desmilitarizadas,
acentuadamente paisanas, brindándose a los extraños en una hospitalidad
fácil, derramada a manos llenas, Hasta en las estancias de Río Grande, Ni-
colau Dreys fue a encontrar, a principios del siglo XIX, la costumbre de los
conventos medievales de tañer una señal a las horas de comida: "sirve para
avisar al viajero que ambula por los campos o al desvalido de las vecindades,
que puede llegarse a esa mesa hospitalaria quien lo quiera. Jamás el dueño
rechaza a nadie ni le pregunta siquiera quién es . .. ".
No me parece que les asista toda la razón a los que afirman que nuestra
arquitectura patriarcal no hizo sino seguir el modelo de la religiosa, desarro·
liada aquí por los ;esuitas, los terribles enemigos de los "señores de inge•
nio". Lo que la arquitectura de las casas-grandes adquirió de los conventos
fue más bien cierta dulzura y simplicidad franciscana. Hecho que se explica
por la identidad de funciones entre una casa de "señor de ingenio'' y un
convento típico de frailes de San Francisco. La arquitectura ;esuítica y ecle-
siástica fue la expresión más alta y erudita de arquitectura en el Brasil co•
lonial, y en esto estoy de acuerdo con José Marianno Filho. Por cierto, in-
fluyó en la de la casa-grande. Esta, sin embargo, siguiendo su propio ritmo,
su sentido patri:ircal, y experimentando mayor necesidad de adaptarse al
medio que la puramente eclesiástica, se individualiz6 y adquirió tanta im-
portancia, que acab6 por dominar a la arquitectura de convento y de iglesia.
Quebrándole la tiesura ;esuítica, la verticalidad española, para allanarla
dulce, humilde, conformada en capilla de ingenio. Dependencia de la vivien-
da doméstica. Si la casa-grande absorbió de las iglesias y conventos valores
y recursos de técnica, también las iglesias asimilaron caracteres de la casa-
grande, el alar, por e;emplo. Nada más interesante que ciertas iglesias del
interior del Brasil, con galerías al frente o a ambos lados, como cualquier
casa residencial.
La casa-grande venci6, en el Brasil, a la Iglesia, en los impulsos que
en un principio esta última reveló de hacerse dueña de la tierra. Vencido
el ;esuita, el ''señor de ingenio" quedó casi solo, dominando la colonia.
Verdadero dueño del Brasil. Más que los virreyes y los obispos.
La fuerza se concentr6 en manos de los propietarios rurales. Dueños
de las tierras. Dueños de los hombres. Dueños de las muieres. Sus casas re-
presentan ese inmenso poderío feudal. "Feas y fuertes". Gruesos muros.
Cimientos profundos. Aceite de ballena. Cuenta una tradición norteña que
un "señor de ingenio", más ansioso de perpetuidades, no se contuvo: man•
dó que mataran dos esclavos y que se los enterrase en los cimientos de la
casa. El sudor de los negros fue el aceite que, más que el de ballena, con•
tribuyó a proporcionar a los cimientos de las casas-grandes su consistencia
casi de fortaleza.
El sarcasmo, sin embargo, es que por falta de potencial humano, toda
esa solide:r. arrogante de forma y de material resultó muchas veces inútil:
en la tercera o cuarta generación, casas enormes, edificadas para resistir
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siglos, comenzaron a desmoronarse carcomidas por el tiempo y el abandono.
Inc(lpacidad de los bisnietos, o de los nietos, para conservar la herencia
ancestrt!Í. Aiín se v~n en Pernambuco las ruinas del gran solar de los ba-
rones de Mercés en el que hasta los establos tuvieron cimientos de forta-
leza. Pero toda esa gloria se convirtió en escombros. Al fin de cuentas, son
las iglesias las que han sobrevivido a las casas-grandes. En Massangana, el
inge11io de ta niiíe-z de Nabuco, desapareció la antigua casa-grande; desmoro-
nóse la scnzala; tan sólo la vieia capillita de San Mateo continúa en pie, con
sus santos y sus catacumbas.
La costumbre de enterrar a los muertos dentro de la casa -en la ca-
pilla, que era una excrecencia de la casa- es bien característica del espíritu
patriarcal de cohesión familiar. Los mt1ertos continuaban bajo el mismo te-
cho que los vivos. Entre los santos y las flores de devoción. Al fin y al cabo,
santos y muertos formaban parte de la familia. En las canciones de cuna
portug!!esas y brasileñas, tas madres no vacilaron jamás en hacer de sus
hiíitos unos hermanitos menores de Jesús, con idénticos derechos a los
cuidados de María, a los desvelos de José, a las ñoñerías de abuela de Santa
il11a. A San José se le encarga con el mayor desenfado mecer la cuna
o la
hami1ca· de la criatura:
Senhora Sant'Ann a
ninae minha filha
vede que lindeza
e que maravilha.
Esta menina
nao dorme na cama
dorme no rega~o
da Senhora Sant'Ann a.
Y se tenía tanta libertad con los santos que era a ellos a quienes se
confiaba la guarda de las terrinas de dulce y de ;alea contra las hormigas:
Em louvor de S. Bento
que nao venham as formigas
cá dentro.
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es lo que se escribía en un papel que se colocaba en la puerta de la alacena.
Y en papeles que pegaban a las ventanas y las puertas:
13
de dinero. Algunas veces dinero a;eno, del que los señores se habían apo.
derado ilícitamente. Dinero que compadres, viudas y hasta esclavos le ha-
bían confiado para que lo guardaran. Ocurrió que mucha de esa gente que-
dara sin sus valores y acabase en la miseria debido a la truhanería o a la
muerte súbita del depositario. Cuentan las cr6nicas que hubo señores sin
escrúpulos que, aceptando valores en custodia, se fingieron después extraña-
dos y desentendidos: "¿Estás loco? (,°Me diste algo para guardar?" Mucho
dinero enterrado desapareció misteriosamente. Joaquín Nabuco, criado por
su madrina en la casa-grande de Massangana, murió sin saber qué destino
tuvo el tesoro acumulado para él por la buena mu;er, y posiblemente ente-
rrado en algún escondite de pared. Siendo ya ministro en Londres, un cura
anciano le habló del tesoro que doña Ana Rosa había reunido para el
ahi¡ado querido. Pero ;amás se encontró ni siquiera una libra. En varias
casas-grandes de Bahía, de Olinda, de Pernambuco, se encontraron botijas
conteniendo dinero, en demoliciones o excavaciones. En la casa-grande que
fuera de los Pires d'Avila o Pires de Carvalho, en Bahía, en un escondite
mural apareció una "verdadera fortuna en monedas de oro". En otras, s6lo
se han extraído huesos de esclavos, ajusticiados por los amos y mandados
a enterrar en las huertas o dentro de la casa, a despecho de las autoridades.
Cuéntase que el vizconde de Suassuna, en su casa-grande de Pombal, ordenó
que se enterrara en el jardín a más de un negro supliciado por orden de su
;usticia patriarcal. No es de admirar. Eran señores, los de las casas-grandes,
que mandaban matar a sus propios hijos. Uno de esos patriarcas, Pedro Viei-
ra, ya abuelo, al descubrir que su hijo mantenía relaciones con la mucama de
su predilección, ordenó al hermano mayor que lo matara. "Así Dios fue ser-
vido de que yo mandase matar a mi hijo", escribió al padre coadjutor de
Cannavieiras, luego de cumplida la espantosa orden.
También los frailes desempeñaron funciones de banqueros en los tiem-
pos coloniales. Mt1cho dinero les fue confiado para ser guardado en sus
conventos, macizos e inaccesibles como fortalezas. De ahí proviene la le-
yenda, tan común en el Brasil, de conventos con entierros que aún no han
sido exhumados. Pero fueron principalmente las casas-grandes las que hicie-
ron de bancos en la economía colonial: casi siempre son ánimas en pena de
"señores de ingenio" las que aparecen implorando padrenuestros y ave-
marías".
Las apariciones en las casas-grandes se manifiestan con fantasmas y rui-
dos que son casi idénticos en todo el Brasil. Poco antes de desaparecer, es•
túpidamente dinamitada, la casa-grande de Megahípe, tuve ocasión de reco-
ger, entre los habitantes de sus {llrededores, historias de apariciones ligadas
al antiguo solar del siglo XVII. Eran estrépitos de loza que se oían en
el comedor, risas alegres y pasos de baile en la sala, entrechocar de espadas,
frou-frous de seda de mujer, luces que se encendían y apagaban de pronto
por toda la casa, gemidos, rumores de cadenas arrastradas, llantos de niño,
fantasmas que se achican y se agrandan. En Río de Janeiro y en San Pablo
14
me informaron sobre apariciones seme;antes que llenaban las ruinas de ca-
sas-grandes del valle del Parahyba. Aseguróme un viejo morador del lugar
que en Recife, en la capilla de la casa-grande que fue de Bento José da Costa,
todas las medianoches acostumbraba a salir, montada en un borrico, como
Nuestra Señora, una joven muy bonita vestida de blanco. Quizá la hija del
viejo Bento a la que éste, por mucho tiempo, no permitió que se casara con
Domingo José Martins, y que huyó de la tiranía patriarcal. Porque los apa-
recidos suelen repetir las alegrías, los sufrimientos, los aspectos más ca-
racterísticos de la vida en las casas-grandes.
En contraste con el nomadismo aventurero de los bandeirantes, en su
mayoría mestizos de blancos con indios, los señores de las casas-grandes re-
presentaron en la formación brasileña, la tendencia más característicamente
portuguesa, esto es, la inconmovible, en el sentido de la estabilidad patriar-
cal. Estabilidad apoyada en el azúcar (ingenio) y en el negro (sem:ala). No
es que pretendamos sugerir una interpretación étnica de la formación bra-
sileña al lado de la economía. Sino agregando un sentido psicológico a tmo
puramente material, marxista, de los hechos, o más bien de las tendencias.
O psico-fisiológico. Los estudios de Cannon, de una parte, y de otra los de
Keith, parecen indicar que actúan sobre las sociedades, como sobre los in-
dividuos, independientemente de la presión económica, fuerzas psico-fisio-
lógicas, susceptibles, según se supone, de controlar por las futuras élites
científicas -dolor, miedo, ira-, al lado de las emociones de hambre, sed
y sexo. Fuerzas de una gran intensidad de repercusión. Así, el islamismo, en
su frenesí imperialista, en sus formidables realizaciones, en su exaltación
mística de los placeres sensuales, habría sido no sólo la expresión de moti-
vos económicos sino de fuerzas psicológicas que se desarrollaron, de manera
especial, entre poblaciones del norte de A/rica. Del mismo modo, el movi-
miento de las bandeiras, en el que se habrían afirmado emociones generaliza-
das de miedo y de ira en reacciones de combatividad superior. El portugués
más puro, que se estabilizó en "señor de ingenio", apoyado más en el negro
que en el indio, representa quizá, en su tendencia a la estabilidad, tma es-
pecialización psicológica en contraste con la del indio y la del mestizo de
indio y portugués hacia la movilidad. Todo esto sin que dejemos de reco-
nocer el hecho de que en Pernambuco y en el Reconcavo la tierra se pre-
sentó excepcionalmente favorable para el cultivo intensivo del azúcar y
para la estabilidad agraria y patriarcal.
La verdad es que en torno a los "señores de ingenio" se formó el tipo
de civilizació n más estable de la América hispánica y a ese tipo de civiliza-
ción lo ilustra la arquitectura maciza, horizontal de las casas-grandes: coci-
nas enormes, vastos corredores, numerosos cuartos para hi;os de huéspedes,
capillas, salas para acomodar los hijos casados, camaretas en el centro para
reclusión casi monástica de las jóvenes solteras, gineceos, galería, senzala.
El estilo de las casas-grandes, estilo en el sentido spengleriano de la pala-
bra, podrá haber sido prestado: su arquitectura, sin embargo, fue honesta
15
y auténtíca. Poéticamente brasíleña. Tuvo alma. Constituyó una sincera ex-
presión de las necesidades, de los intereses, dtl amplio ritmo de vida pa-
triarcal que los beneficios del azúcar y el traba¡o eficiente de los negros hi-
cieron posible.
Esa honestidad, esa liberalidad sin ostentación de las casas-grandes, fue
reconocida por varios viajeros extran;eros que visitaron el Brasil colonial.
Desde Dampier hasta María Graham . .María Graham quedó entusiasmada
con las casas residenciales de los alrededores de Recife y con las de los in-
genios de Río de ]aneiro. Sólo le impresionó mal el número excesivo de
;aulas de papagayos y de pájaros colgadas por todas partes. Pero esas exa-
geraciones de jaulas de papagayos animaban la vida de familia con lo que
hoy se llamaría "color local", y los papagayos estaban tan bien educados
-añade Mrs. Graham- que raramente chiltaban a un mismo tiempo. Ade-
más, en materia de domesticación patriarcal de animales, d'Assier (viajero
francés que visitó el Brasil en la segunda mitad del siglo XIX), observó un
ejemplo más expresivo todavía: el de monos pidiendo la bendición a los
muleques, del mismo modo que éstos la pedían a los negros viejos y los
negros -viejos a los amos blancos.
La jerarquía de las casas-grandes se extendía así a los papagayos y a
los monos.
La casa-grande, aunque asociada particularmente al ingenio de azúcar,
al patriarcalismo norteño, no debe considerarse como la expresión exclusiva
del azúcar, sino de la monocultura esclavista y latifundiaria en general: la
creó el café, en el sur, tan brasileña como el azúcar en el norte. Al recorrer
La antigua zona fluminense y paulista de los cafetales, en los caserones en
ruinas, en las tierras sangrando aún de los desmontes y de los procesos de
agricultura latifundiaria, se advierte la expresión del mismo impulso econó-
mico que creó en Pernambuco las casas-grandes de Magahype, de An¡os, del
Noruega, de Monjope, de Gaypió, de Morenos y devastó una parte conside-
rable de la región llamada de la matta, la región boscosa. Se advierten, es
verdad, variaciones debidas las unas a la diferencia de clima, las otras a con-
trastes psicológicos y al hecho de que la monocultura latifundiaria fue,
por lo menos en San Pablo, un régimen sobrepuesto, a fines del siglo XVIII,
al de la pequeña propiedad. No podemos pasar por alto el hecho de que
"en cuanto a los habitantes del norte, buscaban para sus viviendas los lu-
gares altos, las pendientes de las sierras, y los paulistas, por lo comi,n, pre-
ferían los bajos, las depresiones del suelo, para edificar sus viviendas .. . ".
Las paulistas eran casas "siempre construidas en terreno escarpado, de plano
fuertemente inclinado, protegidas del viento sur, de modo que por la parte
de abajo el edificio tenga una subestructura a nivel del suelo, lo que le daba
por ese lado una apariencia de casa de altos". Se percibe en los caserones
del sur un aire más cerrado y más retraído que en las casas norteñas, pero
la terraza, desde donde con la vista el fazendeiro abarcaba todo el organis-
mo de la vida rural, era idéntica a la del norte, la misma terraza hospitalaria,
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patriarcal y bondadosa. El comedor y la cocina, los mismos comedores y
cocinas conventuales. Mientras se viaja de Santos a Río en pequeños vapo-
res que hacen escala en todos los puertos, las casitas de alto que se divi-
san cerca de la orilla --en Ubatuba, San Sebastián, Angra dos Reis- re-
cuerdan las patriarcales de Río Formoso. Y a veces se encuentran iglesias con
galerías al frente, atrayentes, afectuosas, brasileñas.
La historia social de la casa-grande es la historia íntima de casi todos los
brasileños, de su vida doméstica, conyugal, ba¡o el patriarcalismo esclavó-
crata y polígamo, de su vida de niño, de su cristianismo reducido a religión
de familia e influido por las creencias de la senzala. Tiene algo de intros-
pección proustiana el estudio de la historia íntima de un pueblo: ya los
Goncourt io llamaban ce roman vrai. El arquitecto Lucio Costa, ante la víeia
casa de Sabará, San Juan del Rey, Ouro Preto, Marianna, ante las antiguas
casas-grandes de Minas, tuvo esta impresión: "parece que nos halláramos a
nosotros mismos. . . Y recuerda cosas que no supimos ;amás, pero que es-
taban allí, dentro de nosotros. No sé, Proust debería explicar eso más cla-
ramente".
En las casas-grandes hasta hoy ha sido donde mejor se manifestó el ca-
rácter bratileño, nuestra comunidad social. En el estudio de su historia
íntima se menosprecia todo lo que la historia política y militar nos presenta
de arrebatador, por una casi rutina de vida, pero dentro de esa rutina es
donde me;or se siente el carácter de un pueblo. Estudiando la vida domés-
tica de los antepasados, a poco sentimos que nos completamos: es otro me-
dio de procurarnos el "tiempo perdido". Otro medio de sentirnos en los
otros, en los que vivieron antes que nosotros y en cuya vida se anticipó la
nuestra. Es un pasado que se estudia tocando en los puntos álgidos, un pa-
sado que se acomoda con la vida de cada uno, una aventura de sensibilidad
y no solamente un esfuerzo de investigación por los archivos.
Esto, por supuesto, cuando se consigue penetrar en la intimidad misma
del pasado, sorprenderlo en sus verdaderas tendencias, en su abandono ca-
sero, en sus expresiones más sinceras. Creo que no existe en el Brasil un
solo diario íntimo escrito por una muier. Nuestras abuelas, muchas de ellas
analfabetas, aun siendo baronesas y vizcondesas, se satisfacían contando los
secretos al confesor y a su mucama favorita, y su parlerío se disolvía casi
todo en las charlas con las negras mercachifles, en las tardes de lluvia o en
los mediodías cálidos, bochornosos. En vano se buscaría entre nosotros un
diario íntimo, de ama de casa, lleno de gossip, del género de los ingleses y
de los norteamericanos de los tiempos coloniales.
En compensación, la Inquisición abrió de par en par sus ojos indagado-
res sobre nuestra vida íntima de la era colonial, sobre las alcobas con ca-
mas que, en general, parecen haber sido de cuero para crujir al peso de los
pecados, sobre las camaretas y los santuarios domésticos, sobre las relacio-
nes entre blancos y esclavos. Las confesiones y denuncias reunidas por las
visitaciones del Santo Oficio a las distintas partes del Brasil constituyen
17
un material precioso para el estudio de la vida sexual y de familia en el
Brasil de los siglos XVI y XVII. Nos indican la edad en que se casaban las
ióvenes, doce a catorce años; el principal regalo y pasatiempo de los colo-
nos, el ;uego de chaquete; la pompa dramática de las procesiones, hombres
vestidos de Cristo y de persortt1ies de la Pasión, y devotos con cajas de dul-
ces dando de comer a los penitentes. Nos permiten sorprender, entre las
herejías de los cristianos nuevos y de las santidades, entre las brujerías y las
fiestas picarescas dentro de las iglesias, con gente alegre sentada en los al-
tares cantando coplas y tocando la guitarra; irregularidades en la vida do-
méstica y en la moral cristiana de la familia: hombres casados que volvían
a casarse con mulatas, otros incurriendo en el pecado de las ciudades mal-
ditas, otros más en pleno delirio de felar;ao, lo que en las denuncias se des-
cribe con puntos y comas: soeces y blasfemos jurando por los pentelhos da
Virgem; suegras planeando el envenenamiento de los yernos: cristianos nue-
vos cometiendo sacrilegios con crucifiios; amos que mandaban quemar vi-
vas, en las hornazas del ingenio, a esclavas encinta, estallando las criaturas
al calor de las llamas.
Hubo, además, en los siglos XVIII y XIX, extravagantes Pepys de me-
dio pelo, que tuvieron la pachorra de coleccionar en cuadernos gossip y chis-
mes; se denominaban "recopiladores de hechos". Algunos "recopiladores de
hechos", anticipándose a los pasquines, coleccionaban casos verg<inzosos
que, en mome1tto oportuno, servían para emporcar blasones o nombres res-
petables. En general se explotaban los preiuicios de blancura y de sangre
noble, se exhumaba alguna remola abuela esclava o mina, al tío que había
cumplido condena, al abuelo que había llegado a estas tierras con sambenito.
Se registran irregularidades sexuales y morales de antepasados. Y asimismo
de damas.
Otros documentos auxilian al estudioso de la historia íntima de la fa-
milia brasileña: inventarios como los que mandó publicar en San Pablo el
ex presidente Washington Luis, cartas de sesmarías, testamentos, correspon-
dencia de la Corte y Ordenes Reales, como las que existen en MS., en la
Biblioteca del Estado de Pernambuco o dispersas por antiguos protocolos y
archivos familiares, pastorales y relatorios de obispos, como el interesan-
tísimo de fray Luis de Santa Thereza que amarillece en latín, copiado en
linda letra eclesiástica, en el archivo de la Catedral de Olinda, actas de se-
siones de 6rdenes terceras, cofradías, Santas Casas, como las conservadas
inaccesibles e inútiles en el archivo de la Orden Tercera de San Francisco
en Recife y referentes al siglo XVII, los Documentos Interesant es para la
Historia e Costumes de Sao Paulo, de que tanto se sirviera Alfonso de E.
Taunay para sus notables estudios acerca de la vida colonial en San Pablo,
las Actas y el Registro Geral da Camara de Sao Paulo; los registros de bau-
tismo, defunciones y matrimonios de libres y esclavos y los de rol de familia
y autos de procesos matrimoniales que se conservan en archivos eclesiásticos,
los estudios de genealogía de Pedro de Taques en San Pablo y de Borges da
18
Fonseca en Pemambuco; relatorios de ;untas de higiene; documentos parla-
mentarios¡ estudios y tesis médicas, inclusive la de doctorado en las faculta-
des de Río de Janeiro y de Bahía, documentos publicados por el Archivo Na-
cional, por el I nstítuto Histórico Brasileiro en su Revista, y por los institu-
tos de San Pablo, Pernambuco y Bahía.
He tenido la suerte de obtener, no sólo varias cartas del archivo de la
familia Paranhos, que me fueron gentilmente ofrecidas por mi amigo Pedro
Paranhos, sino también el acceso a un importante archivo de familia, des-
graciadamente ya muy daííado por la polilla y la humedad, pero con docu-
mentos hasta de los tiempos coloniales: el del Ingenio Noruega, que perte-
neció por largos años al capitán mayor Manuel Tomé de Jesús y luego a sus
descendientes. Es de desear que esos restos de antiguos archivos particula-
res sean recogidos por bibliotecas y museos, y que los eclesiásticos y los de
las órdenes terceras sean convenientemente catalogados. Varios documentos
que permanecen en MS., en esos archivos y bibliotecas, deben ser publicados
cuanto antes. Séame permitido observar de paso que es lamentable el he-
cho de que algunas revistas de historia consagren las más de sus páginas a la
publicación de discursos patrióticos y de crónicas literarias cuando tanta
materia de interés rigurosamente histórico se mantiene desconocida o de
difícil acceso para los estudiosos.
No existe quizá una fuente de información más segura para el conoci-
miento de la historia social del Brasil que los libros de via¡e de extranjeros,
imponiéndose, sin embargo, mucha discriminación entre los autores super-
ficiales o viciados por preconceptos -los Thevet, los Expilly, los Dabadie -
. y los buenos y honestos de la categoría de Léry, Hans Staden, Koster, Saint-
Hilaire, Rendu, Spix, Martius, Burton, Tollenare, Gartner, Mawe, María
Graham, Kidder, Fletcher. De estos últimos me he servido largamente va-
liéndome de una familiaridad con ese género que no sé si debo llamar lite-
rario -mucho s son libros mal escritos, aunque deliciosos en st, candor casi
infantil- , que data de mis días de estudiante, de las investigaciones para mi
tesis Social Life in Brazil in the Middle of the 19th Century, presentada en
1923 a !a Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad de Co-
lumbia. Trabajo que Henry L. Mencken me hizo el honor de leer, aconse-
jándome que lo ampliase a libro. El libro, que es éste, debe tal palabra de
estímulo a! más antiacadémico de los críticos norteamericanos.
Volviendo a la cuestión de las fuentes, recordamos los datos valiosísi-
mos que se hallan en las cartas de los jesuitas. Es considerable ya el material
publicado, pero debe existir aún -Juan Lucio de Azevedo, autoridad en
la materia, me lo recuerda en una carta- en la sede de la Compañía mucha
cosa inédita. Porque los jesuilas no sólo fueron grandes escritores epistola-
res -mucho s de ellos al rozar detalles íntimos de la vida social de los co-
lonos-, sino que también procuraron estimular en los caboclos y mamelucos,
discípulos suyos, el gusto epistolar. Escribiendo desde Bahía, en 1552, decía
el jesuita Francisco Pires acerca de las peregrinaciones de los niños al ser-
19
tón: "lo que no escribiré porque el Padre les ordenó que escribiesen a los
niños del pais; y porque puede ser que veáis sus cartas y no escribiré . .. ".
Sería interesante descubrir esas cartas y ver lo que decían a Lisboa los
caboclos del Brasil del siglo XVI. Es frecuente hallar en las cartas de los
;esuitas una valiosa información referente a la vida social en el primer siglo
de colonización, sobre el contacto de la cultura europea con la indígena y la
africana. El padre Antonio Pires, en carta de 1552, nos habla de una pro-
cesión de negros de Guinea, en Pernambuco, ya organizada en cofradía del
Rosario, todos muy en orden "unos tras de otros con las manos siempre ele-
vadas, diciendo en coro: Ora pro nobis". El mismo padre Pires, en carta
de Pernambuco, fechada el 2 de agosto de 1551, se refiere a los colonos de
las tierras de Duarte Coelho como la "mejor gente que la de todas las otras"
capitanías", Otra carta informa que los indios, al principio, "tenían empacho
en decir Santa J~aba, que en nuestra lengua quiere decir "por la señal de
la Santa Cruz", por parecerles ridículos esos gestos".
El padre Anchieta menciona la infinidad de bichos ponzoñosos que ator-
mentaban la vida doméstica de los primeros colonos: víboras yarará, desli-
zándose por las casas, o cayendo de los techos sobre las camas, "y cuando
los hombres despiertan se encuentran con ellas enroscadas en el cuello y en
las piernas, y cuando se van a calzar por la mañana las encuentran dentro
de las botas". Y tanto Anchieta como Nóbrega destacan irregularidades se-
,males en la vida de los colonos, en las relaciones de éstos con los indígenas
y los negros, y mencionan el hecho de ser mediocres los mantenimientos del
país, costando todos "el triple que en Portugal". Anchíeta lamenta en los
nativos lo que Camoens ya babia lamentado en los portugueses: "la falta de
ingenio", esto es, de inteligencia, acrecida por el hecho de que no estudia-
ban con detención y de que todo se les iba en fiestas, en cantos y en hol-
gam:.as, resaltando además la abundancia de los dulces y regalos, frutas abri-
llantadas, hechas con azúcar. Detalles _de un realismo honesto que se recogen
en un gran número en las cartas de los padres, entre informaciones de inte-
rés puramente religioso o devoto. Detalles que nos ilustran sobre aspectos
de vida colonial, comúnmente despreciados por los demás cronistas.
No debemos quejarnos, entretanto, de los legos que en crónicas, como
las de Pero Magalháes de Gandavo y las de Gabriel Soares de Souza, tam-
bién nos permiten entrever detalles reveladores de la vida de los primeros
tiempos de colonización. Gabriel Soares llega a ser minucioso al referirse a
las rentas de los "señores de ingenio" *, al material de sus casas y capillas,
« la alimentación, a la repostería y a la dulcería de las casas-grandes, y a los
20
vestidos de las señoras. Un poco más, y habría terminado en chismoso casi
de la categoría de Pepys.
El estudioso de la vida íntima y de la moral sexual en el Brasil de los
tiempos de la esclavitud puede valerse de otras fuentes de información o
simplemente de sugestiones: del folklore rural en las zonas más coloreadas
por el traba;o esclavo, de los libros y cuadernos manuscritos de modinhas y
recetas de pastelerías, de las colecciones de periódicos, de los libros de eti-
queta, y, finalmente, de la nol)ela brasileña, en cuyas páginas algunos de sus
más grandes maestros recogieron muchos interesantes detalles de la vida y
de las coswmbres de la antip,ua familia patriarcal. Machado de Assis e 11
:Helena, Memorias Posthum2s de Braz Cubas, Yayá Garcia, Dom Casmurro
y en algunos de sus libros de cuentos¡ Joaquín Manuel de Macedo en Vic-
timas Algozes, A Moreninha, O m~ louro, As mulheres de mantilha;
Américo W ernecks en Graciema. Novelas colmadas de zinhazinhas, de
yayás, * de mucamas. José de Alencar en Mae, Luciola, Senhora, O demonio
familiar, Tronco de Ipé, Sonhos de ouro, Pata da Gazella; Francisco Pin-
heiro Guimaraes en Historia de urna mo1,a rica y Puni~ao; Manuel de Al-
meida en Memorias de um Sargento de Milicias; Raoul Pompeia en O
Atheneu; Julio Ribeiro en A carne; Franklin Tavora, Agrícola de Menezes,
Martin Penna, Fran~a Junior, son novelistas, Jolletinistas o autores teatra-
les que fiiaron, con más o menos realismo, aspectos característicos de la
vida doméstica y sexual del brasileño, de las relaciones entre amos y escla-
vos, del trabajo en los ingenios, de las fiestas y procesiones. También los
fijó a su manera, esto es, caricaturizándolas, el poeta satírico del siglo
XVIII, Gregario de Mattos. Y en memorias y reminiscencias el vizconde
de T aunay, José de Alcncar, Vieira Fazenda, los dos Mello Moraes, nos le-
garon valiosos datos.
Existen algunas novelas de extranjeros que procuran retratar la vida bra-
sileña del tiempo de la esclavitud, pero ninguna vale gran cosa desde el pun-
to de vista de la historia social.
En cuanto a la iconografía de la esclavitud y de la vida patriarcal, ella
se encuentra magistralmente realizada por artistas de la categoría de Franz
Post, Zacharias W agner, Debret, Rugendas, sin hablar de artistas menores .
y aun toscos -dibuiantes , litógrafos, grabadores, acuarelistas, pintores de
exvotos- que desde el siglo XVI -muchos de ellos ilustrando libros de
viaies- reproduieron y fiiaron, con emoción y realismo, escenas de intimi-
dad doméstica, instantáneas de calle y de trabaio rural, casas-grandes de in-
genios y de chacras, tipos de set"iores, de esclavos, de mestizos.
• Y ayd, 11h,mh,í, sinhá, so0 formas disti.atas del mísnto vocablo con que el esclavo
designi,ba o se dirigía a la señora de la ca,a-grande, ,u patrona. Si,.hdzinhd, diminutivo
de sinhd, era el tratamiento que daban a la bija de sus amos.- N. ul T.
21
Nos queda de los postreros cincuenta años de esclavitud, aparte de retra-
tos al óleo, daguerrotipos y fotografías que fiian perfiles aristocráticos de
señores con sus corbatas de gorguera, de sinhá-donas y sinhá mó~as f,, de
peinado alto y toquilla en el cabello, niñas en el día de su primera comunión
-todas de blanco, guantes, guirnaldas, velo, librito de misa, rosario- , gru-
pos familiares, las grandes familias patriarcales con abuelos, nietos, adoles-
centes en sotana de seminaristas, muchachas sofocadas entre sedas de seño-
ras de edad.
No debo extender este prefacio, que tanto se ha distanciado de su pro-
pósito de proporcionar simplemente una idea general del plan y del método
del ensayo que le sigue y de las condiciones en que fue escrito. Ensayo
de sociología genética y de historia social, que pretende fiiar, y a veces in-
terpretar, algunos de los aspectos más significativos de la formación de la
familia brasileña.
Desgraciadamente, no he conseguido realizar mi propósito de condensar
en un único volumen toda la labor. El material desbordó, excediendo los
límites razonables de un libro. Queda para un segundo libro el estudio de
otro aspecto de la cuestión que, por lo demás, admite un desarrollo ma-
yor aún.
Por ejemplo, la interpretación del 1900 brasileño, de las actitudes, de
las tendencias, de los prejuicios de la primera generación brasileña, después
de la ley de la Libertad de Vientre, y de la débacle de 1888, debe ser hecha,
relacionando las reacciones antimonárquicas de la clase propietaria, sus in-
clinaciones burocráticas, la tendencia de la mayoría hacia las carreras libe-
rales, hacia el funcionarismo público, hacia las sinecuras republicanas, sine-
curas en que pudiera perpetuarse la vida de ocio de los hijos de señores
arruinados y desaparecieran las obligaciones humillantes del trabajo manual
de los hijos de esclavos, ansiosos por distanciarse de las senzalas¡ relacionan-
do todo ese régimen de burocracia y de improductividad que en el antiguo
Brasil agrario, excepto la.r regiones más intensamente beneficiadas por la
inmigración europea, sígui6 a la abolición del trabajo esclavo, a la esclavitud
y a la monocultura. Estas últimas continuaron influyendo en la conducta,
los ideales, las actitudes, la moral sexual de los brasileños. Por otra parte,
la monocultura latifundaría, aun después de abolir la esclavitud, encontró
modo de subsistir en algunas partes del país, todavía más absorbente y este-
rilizante que bajo el antiguo régimen, y más feudal aún en los abusos.
Creando un proletariado de condiciones de vida menos favorable que la de
la masa esclava.
Roy Nasch quedó asombrado ante el hecho de que hubiera tierras en el
Brasil, en manos de una sola persona, mayores que Portugal íntegro. Le
• Expresione s con que las negras y mulatas del servicio doméstico diferenciab
al ama de su hija mayor.- N, del T. an
22
informaron que, en el Amazonas, los Costa Ferreira eran dueños de una pro-
piedad de superficie más extensa que Inglaterra, Escocia e Irlanda ;untas.
En Pemambuco y Alagoar, con el desarrollo de las fábricas de azúcar, el la-
tifundio no ha hecho más que progresar en los últimos años, subsistiendo a
su sombra y a causa de la monocultura, la irregularidad y la deficiencia en
la provisión de víveres: carne, leche, huevos, legumbres. En Pernambuco,
en Alagoas, en Bahía se continúa consumiendo la misma carne mala que en
los tiempos coloniales. Mala y cara. De modo que, del antiguo orden econ6-
mico, persiste la peor parte desde el punto de vista del bienestar general
y de las clases trabajadoras, deshecho en 1888 el patriarcalismo que hasta
entonces amparó a los esclavos, los alimentó con cierta largueza, los soco-
rrió en la vejez y en la enfermedad, y proporcionó a sus hi¡os oportunidades
de ascenso social. El esclavo fue substituido por el paria de fábrica, la sen-
zala por el mucambo *, el "señor de ingenio" por el fabricante o por el ca-
pitalista ausente. Muchas casas-grandes quedaron vacías, mientras los capi-
talistas latifundarios paseaban en automóviles por las ciudades, habitaban en
chalets suizos y palacetes normandos, e iban a París a divertirse con fran·
cesas de alquiler.
Debo agradecer gentilezas recibidas en las bibliotecas, archivos y mu-
seos por los que anduve escudriñando materiales: en la Bíbliotheca Nacional
de Lisboa, en el Museu Ethnolog;co Portugués, org1mizado y dirigido por
un sabio, Leite de V asconcellos; en la Biblioteca del Congreso de W ashing-
ton, especialmente en la sección de documentos; en la colección Olíveira
Lima de la Universidad Católica de los Estados Unidos, tan rica de libros
raros de viaies sobre la América portuguesa; en la colección John Casper
Branner, de la Universidad de Stanford, igualmente especializada en libros
de sabios extranjeros sobre el Brasil, sabios que fueron muchas veces, como
Saint-Hilaire, Kosler, María Graham, Spix, Martius, Gardner, Mawe, el
príncipe Maximiliano, excelentes observadores de la vida social y familiar
de los brasileños; en la sección de documentos de la Biblioteca de Stanford,
donde me serví de la valiosa colección de relatorios diplomáticos y de do-
cumentos parlamentarios ingleses sobre la vida del esclavo en las plantacio-
nes brasileñas; en la Biblíoteca Nacional de Río de Janeiro, hoy dirigida por
mi amigo y maestro Rodolfo García; en la Biblioteca del Instituto Histórico
Brasileño, en la que siempre fui tan gentilmente recibido por Max Fleiuss;
en la del Instituto Archeologico Pernambucano; en el Museu Nina Rodri-
gues, de Bahía; en la sección de documentos de la Bibliotheca do Estado de
Pernambuco; en el archivo del Cartorio de Ipojuca, cuyos inventarios del
siglo XIX constituyen interesantes documentaciones para el estudio de la
economía esclavista y de la vida pairiarcal de familia; en la parte del archivo
de la Catedral de Olinda, Mss. de pastorales e informes de obispos sobre
23
modas, moral sexual, relaciones de amos y esclavos, etc., que el canónigo Car-
mo Baratta amablemente facilitó a mis estudios. Agradezco a mis buenos
amigos Andrés y Geroncio Días de Arruda Falfáo y Alfredo Machado que
me hayan franqueado su archivo de familia en el Ingenio Noruega, con do-
cumentos vírgenes del tiempo del capitán mayor Manuel Tomé de Jesús,
con otros de la época del barón de Jundiá, algunos de capital interés para el
estudio de la vida social de los "señores de ingenio" y de sus relaciones con
los esclavos.
GJLBERTO FREYRB
Lisboa, 1931.
Pernambuco, 1933.
24
SELECCION DE PROLOGOS A V ARIA S OTRA S
EDICIONES DE ESTE LIBRO
25
tes prólogos, correspondiendo cada uno de ellos a un mome
nto significativo
en las relaciones entre autor y público, entre autor y crítico
s, entre el autor
y las actitudes asumidas por intelectuales de prestigio que
hayan confirmado
o discutido sus anticipaciones, algunas recibidas al comie
nzo como escan-
dalosamente heréticas en ciencia y saber, en metodología
y aun en la ex-
presión literaria.
Extrayendo, en la medida de Jo posible, de los varios
prólogos que ha
tenido este libro en sucesivas ediciones en lengua portug
uesa, los fragmen-
tos representativos de esas relaciones, considérase de algún
modo lo que en
ellos, además de haberlo sido, sigue siendo significativo
, y atiéndese, al
mismo tiempo, a la necesidad, tan de nuestros días, de
libros sintéticos o
resumidos, necesidad impuesta por las modernas condic
iones de residencia
en casas y, sobre todo, apartamentos cuyos reducidos
espacios rechazan las
ediciones en varios tomos para exigir aquellas como
deshidratadas en un
sólo y sencillo volumen. Y considerando esas circunstanci
as como ecológi-
cas, características de las actuales relaciones de los lector
es con los libros
de su propiedad particular, en este presunto prólogo antoló
gico se pretende
retener alguna cosa esencial de los varios que lo preced
ieron, en una econo-
mía de espacio obtenida, es evidente, con inevitables sacrifi
cios, a veces de
material no del todo despreciable para la comprensión
cabal de un libro
tan comple¡o.
Hecha esta aclaratoria, se exponen los fragmentos extraí
dos de los pró-
logos a varias ediciones de la Editorial José Olympio y
en lengua portuguesa
que tal vez cumplan su misión representativa y sean, dentro
de sus límites,
reveladores. Y es ba¡o este ánimo del autor y confo
rme a su criterio de
selección que son aquí reunidos en un esfuerzo de síntes
is donde, repito,
se procura retener lo que se considera absolutamente esenci
al de esa repre-
sentatividad, despreciándose, por tanto, no sólo lo circun
stancial sino lo
menos esencial. Pues no acepta el autor haberlos escrito
por vana retórica
o por arbitraria apologética.
" ... En cuanto a la impresión de incompleto, de inacab
ado, y hasta de
inmaduro, que da este ensayo, tal vez se deba, un tanto
por naturaleza y
mucho por deficiencia del autor, a aquello de que habla
el escritor francés:
"C'est au temps, au hasard, aux lecteurs de le finir".
"Algu nos críticos notaron que han sido poco citados en
este traba¡o los
grandes maestros de la Historia -Han delma nn, por
e;emplo, Southey,
Varnhagem, Capistrano, Oliveira Lima, Rocha Pombo,
Joáo Ribeiro, Joa-
quín Nahuco. Algunos de ellos, autores de páginas memo
rables sobre los
asuntos aqui tratados: Sobre la esclavitud, por e;emplo.
Esa falta aparente
de devoción de un principiante por maestros tan ilustre
s se explica en parte
por el hecho de haber sido una de sus preocupaciones
el contacto directo
con las fuentes, tan citadas a lo largo de estas páginas:
manuscritos de archi-
vos de familias e iglesias, cartas ;esuíticas, previsiones
reales, corresponden-
cia de los gobernadores coloniales con la corte, periód
icos, pastorales, tesis
26
de doctorado, informes de médicos, actas de Cámaras, etc. Es realmente en
este material y en investigaciones de campo que se basa este ensayo, y no
en libros de historiadores consagrados ni en su uso e interpretación de
tales fuentes".
" ... Algunas críticas, aun de las más autorizadas, han sido recibidas
por el autor como diver?.,encias eminentemen te respetables de especialistas
y hasta de maestros, no hallándose sin embargo obligado a modificar sus
puntos de vista. Tales son los reparos del profesor Coornaert (de La Sor-
bonne) y del profesor Martin (de Stan/ord), en artículos por lo demás
amabilísimos con el autor. sobre lo que consideran preocupación excesiva
con respecto al elemento sexual en la interpretación de algunos de los as-
pectos más característicos en la formación del Brasil. O también las reticen-
cias del profesor Sylvio Rabello, rmo de nuestros más ingenioJos especialistas
en asuntos de pedagogía y psicología social, respecto a lo que le pareció exce-
sivo en la importancia atribuida a la influencia del medio sobre la formación
del brasileño dentro del sistema patrúrrcal y de economía esclavista. Algunas
de las críticas más sustanciales a Casa-Grande y Senzala aparecidas en los úl-
timos años proceden de un antiguo y concienzudo inveiligacíor de las culturas
indígenas del Norte del Brasil, el señor Carlos Estéváo de Oliveira, director
del Museo Goeldi, quien dedicó a la segunda edición del libro zm análisis
muy largo, minucioso y, al mismo tiempo, simpático desde el punto de vista
de su preferencia. Y es así que para el director del Museo Goeldi el sexo
masculino no se siente di.rminuido entre los indígenas brasileños, por lo me-
nos entre las tribus por él conocidas, como consecuencia del trabajo agrícola
en que se especializa la mujer. Pero es posible que las tribus conocidas y
estudiadas en los últimos veinte años por el señor Estéváo de Oliveira ya
hayan recibido influencia directa o indirecta de la colonización europea 1, de
sus patrones de división sexual del trabajo. En cuanto a la interpretación de
magia simpática aplicada a los sembrados, que él sugiere. le parece al autor
de las más lúcidas, no habiendo, sin embargo, desacuerdo entre ella y los
patrones de división sexual del trabajo, adoptados, conforme algunos de los
me;ores estudiosos del asunto, por los indígenas del Brasil cuando llegaron
los portugueses".
" ... Un asunto tratado en Casa-Grande y Senzab y que el señor Esté-
váo de Oliveira zanjó valientemente en su paciente análisis es el que se re-
fiere al "choque de la ctdtura europea con la indígena", y "a los efectos de
la catequización jesuítica sobre las tribus brasileñas. El señor Estéváo de
Oliveira reconoce la considerable importancia del problema: 'Si el estudio
hubiese abarcado solamente esos dos temas, ya el autor habría realizado
una obra valiosa, en vista de que nadie, al menos que yo sepa, los analizó
hasta hoy tan fotográ/icamente'. Para el ilustre estudioso de la cultura, o
más bien, de las culturas indígenas del Brasil, 'los conquistadores . .. y los
jesuitas' fueron de hecho 'los iniciadoref de su decadencia' (esto es, de la
decadencia de aquellas .:u/turas). Hecho que el autor de Casa-Grande y Sen-
27
zala resalt6 sin pretender por eso que las sociedades amerindias áeberian ha-
ber sido idílicamente conservadas fuera de toda europeización y, mucho me-
nor, de cualquier cristianización. Los métodos de europeización de los plan-
tadores de caña y de los bandeirantes y los de la cristianización empleados
por los iesuitas, no siempre fueron los más inteligentes, ni aun los más cris-
tianos o, simplemente, los más humanos. Por lo menos desde el punto de
vista del aprovechamiento de la cultura y la persona indígena en la forma-
ción brasileña. Mucho debe el Brasil a los jesuitas, algunos de ellos figuras
heroicas ligadas para siempre a los difíciles comienzos de la civilización en
esta parte tropical de América. El hecho ha sido proclamado por algunas de
nuestras voces mayores: por Joaquín Nabuco, Eduardo Prado, Oliveira u.
ma, por el mismo Capistrano, tan difícil en sus entusiasmos. Pero es preciso
que tengamos el valor de no resignarnos a una interpretación unilateral del
pasado brasileño para regodeo de los apologistas de la obra misionera de la
Compañía de Jesús en el Brasil. Sería banal repetir a esta altura que la
vida de cualquier institución está llena de altos y bajos, que ninguna tiene
un pasado sólo de gloria".
" ... Una palabra sobre la critica que hizo a Casa-Grande y Senzala,
entre referencias sumamente gentiles al autor, el eminente maestro de la
investigación histórica en nuestro país, el profesor Alonso de E. Taunay:
la de que el libro se ocupa casi exclusivamente del norte, despreciando el
paisaje social del sur. Pero es que en ese ensayo, antes sociología genética
que historia en el sentido convencional, aunque recurriendo muchas veces
a la crónica histórica y hasta a la historia anecdótica, se le impone al autor
estudiar el patriarcalismo basado en el monocultivo latifundista y esclavista
en aquella parte del país donde ese patriarcalismo tuvo su expresión más
característica y fuerte. Sólo en el siglo XVIII, estudiado sociológicamente
en algunos de sus aspectos en Sobrados y Mucambos, el régimen patriarcal
de la familia ganaría relieve en la región de Minas Gerais, pero ya disminui-
do por el mayor poder del Rey y la influencia de las ciudades de Minas Ge-
rais, más autónomas que las del norte. En cuanto a Río de Janeiro, fue
casi una mancha de excepción, como una mancha norteña, en el paisaje so-
cial del sur. Y en Sao Paulo y en otros trechos, sólo por excepción se des•
arrollará el latifundio o el monocultivo antes del desarrollo de las grandes
plantaciones de café".
" ... Corresponde al autor el derecho a regoci¡arse por el hecho de que
la crítica más autorizada de los países de habla inglesa, o donde esa lengua
es hoy un latín sociológico, puesta en contacto con un estudio que en
mucho está fuera de las convencíones académicas, lo acogió, en su edición
en esa lengua, como un esfuerzo honesto y no tan sólo como una osada ten-
tativa de descubrimiento de nuevos caminos de indagación e interpretación
del hombre o de la naturaleza humana. Y por las voces de algunos maestros
llegó a considerarlo como punto de partida para obras a realizar en otras
áreas. En otros países. En los mismos Estados Unidos. Lo que parece in-
28
dicar alguna originalidad en el método de análisis e interpretación seguido
en el trabajo brasileño. Y seguido hace quince años, cuando era generalmente
considerado como here;ia, entre los maestros de estudios sociales, cualquier
intento de combinar varias técnicas y ciencias de las llamadas sociales, para
la investigación y tentativa de esclarecimiento del coniunto de rasgos presen-
tados por la formación social de un área y, al mismo tiempo, por un tipo de
organización o un complejo social y de cultura, como fue en el Brasil el pa-
triarcal, esclavista y monocultor.
" .. . En torno del comple;o, el monocultor, esclavista y patriarcal y, a
su modo, feudal, completado con la presencia contradictoria, en medio del
sistema ya arcaico del dominio de la tierra, de la figura moderna del capita-
lista o del intermediario, almacenero o comisario del azúcar, del algodón,
del cacao o del café, y en el que, para el autor, se basó el desarrollo del Bra-
sil en nación y se verificó lci afirmación del poder económico y del poder
político del mismo Brasil, en el plano internacional, primero del Virreinato,
luego del Imperio y de la Repiíblica, a través principalmente de la explota-
ción del azúcar en los días más remotos, y a través principalmente de la
explotación del ca/é en los más recientes".
" ... No parecen estar de parte de la razón los que acusan enfáticamente
a este ensayo, como lo hizo hace poco el profesor Donald Pierson en Ameri-
can Sociological Review (vol. 1, N? 4, octubre de 1947), de ser apenas vá-
lido para la región geográfica donde primero prosperó el sistema patriarcal,
agrario y esclavista en el Brasil y que fue la región del azúcar. Son críticos
que tal vez olvidan el hecho de que el espacio sociológicamente ocupado por
el mismo sistema, y estudiado en este ensayo ba¡o un criterio no sólo so-
ciológico sino también sociosicológico, socioecológico e histórico-sociológi-
co, pero no geográfico o cronológico, fue antes social que geográfico. Como
espacio social a través de formas sociales fue que llegó a comprender casi
todo el con;unto brasileño de regiones y áreas geográficas, étnicas y cultu-
ralmente diversas, pero socialmente básicas y unificadas por el sistema pa-
triarcal, monocultor y esclavista. El autor de este ensayo espera hacer más
claro en su próximo estudio, Ordcm e Progresso, dedicado más al estudio
del sur que al del norte del Brasil, ese criterio de espacio social ocupado
entre nosotros por un .sistema condicionado, pero de ningún modo deter-
minado, por elementos de área o región geológica, botánica o físico-geográ-
fica, y sí caracterizado principalmente por formas sociales adaptables a di-
ferentes sustancias. Su punto de vista es el de que a todos esos elementos
físicos, tropicales, o casi-tropicales, fue superior el propio sistema con sus
formas constantes y sus procesos incesantes, con su acción o su dinámica.
Donde el sistema ha coincidido, a través de preponderantes que se desplaza-
ron del norte hacia el sur, con la formación brasileña en st,s tres o cuatro
regiones económicas y potitícamente decisivas, en vez de haberse limitado a
aquella área o región (el norte agrario o el noreste azucarero), donde más
dramáticamente se hizo notar a la vista de los hombres, fue en las costum-
29
bres de la· poblaci6n y los aspectos del paisaje. La verdad, sin embargo, es
que el complejo Casa-Grande y Senzala transregional. se extiende, como
formas, desde los ingenios de azúcar del noreste y de Río de Janeiro a las
haciendas de café de. Sao Paulo, a las de cría de Minas Gerais, a las estan-
cias de Río Grande do Sul (con menos intensidad).
" ... Ahora que en la lengua inglesa ya hay obras como la de David Ries-
man, The Lonely Crowd, en que se emplea el método antropológico social
en el análisis de material histórico, sirviéndose también el autor, para ese
análisis, de la ciencia económica, de la psicológica y de la folklórica, y refi-
riéndose a veces a autores filosóficos y literarios como San Agustín, Tolstoi,
Butler, Nietzsche, Cervantes, Joyce, todo ello con un lenguaje libre de la
íerga académica, ya no hay escándalo en el hecho de que esté haciendo lo
mismo en lengua portuguesa, y desde hace varios años, este modesto es-
critor brasileño en lengua portuguesa. La verdad, sin embargo, es que este
brasileño i:iene intentando esa combinación de métodos desde hace más de
veinte años, desde el libro pionero que ahora reaparece en el Brasil en esta
novena edición, la décima en verdad, en lengua portuguesa (lo que significa
haber alcanzado los 50.000 ejemplares en este idioma), y en aquella época,
repito, libro herético desde el punto de vista del purismo metodológico y,
como tal, recibido por varios puristas o exclusivistas de la Ciencia Social en
general, o de ciencias sociales en particular".
" ... En los estudios sociales donde el analista tenga que considerar el
encuentro de civilizaciones como la europea con culturas primitivas como
algunas de las africanas o las amerindias en áreas tropicales, ese mismo ana-
lista, desdoblado en intérprete, puede seguir una síntesis o combinación
de métodos, semejante a la que emplea el maestro Pablo Picasso en las
artes plásticas, en su relación con la Antropología científica, esto es, la fu-
sión de los métodos analítico y orgánico de interpretación del hombre, para
obtener de allí la imagen más completa posible de lo humano. Pues parece
que esa imagen lo más completa posible del hombre sólo se obtiene teniendo
en cuenta en el estudio del hombre lo que en él es considerado "primitivo "
;unto con su denominada "civilización". Así se caminaría hacia una meto-
dología unitaria en la antropología o en los estudios sociales de base antro-
pológica que se basan en reinterpretaciones artísticas y filosóficas del hom-
bre. Seme;ante metodología, considera un pensador inglés de nuestros días,
J. Lindsay, en páginas notables sobre el asunto, es la única capaz de superar
en los mismos estudios la perversión o deformación de su unidad por las
tendencias que él clasifica como desintegradoras, venidas de una ciencia
mecanicista desarrollada, según Mr. Lindsay, ba¡o el moderno industrialis-
mo. Se trata (la tendencia integradora) de una anticipación brasileña".
" ... En trabajo precursor y ligeramente semeiante al de Picasso en otro
sector, fue lo que se intentó en el Brasil hace más de veinte años y de modo
desmañado a través de métodos principalmente, pero no exclusivamente,
científicos, del estudio del comportamiento humano, al mismo tiempo pri-
30
mitivo y civílitado, racional e irracional. Esto a seme;anta de los métodos
de Picasso, que vienen a ser, por lo demás, métodos principal pero no ex-
clusivamente estéticos. Fue lo que el autor de las páginas ahora reeditadas
en Lisboa procuró conseguir: un conjunto de imágenes y formas que co-
rrespondieran a lo esencial de la experiencia entera de un grupo humano
-et pre-brasileño- situado en el espacio tropical con sus diferencias de
raza y de cultura, de racionalidad e irracionalidad que la vida hasta cierto
punto en común atenuaría permitiendo a los extremos interpenetraciones
que acabarían por crear un nuevo tipo de hombre y de cultura: el brasileño.
En esa aventura en verdad audaz, el autor confiesa haber estado animado
por ejemplos de artistas científicos como el referido Picasso. El e;emplo de
su arte unitario a través de una aparente descomposición de la figura huma-
na, durante algún tiempo considerada tan sólo escandalosa por la crítica con-
vencional burguesa. También por el ejemplo de los Goncourt en sus páginas
de historia íntima y por Marcel Proust y Henry James en su literatura de fic-
ción, a veces casi equivalente a una historia social que fuese también historia
científicamente psicológica. Fue, pues, Henry James quien escribió que la no-
vela ( tal como él la comprendió) es un tipo de literatura viva, una y con-
tinua, teniendo en cada una de sus partes, como en la literatura histórica o
sociológica, algo de las otras partes, De otro modo, no nos parece a algunos
de nosotros que el comportamiento de un grupo humano determinado deba
ser estudiado e interpretado por el analista que, en vez de ser solamente
obietivo, sea también imaginativo en sus métodos de análisis e interpreta-
ción del hombre: el hombre en cualquiera de rns situaciones particulares de
tiempo y espacio".
" ... Traba¡o de joven, este libro, ahora también con excelente crítica
francesa a propósito de la edici6n de Gallimard, ha encontrado en el Brasil
lectores particularmente lúcidos en las sucesivas generaciones de j6venes,
por ventura solidarios con las ideas, los motivos y los métodos de interpre-
tación del autor a través de especialísímas afinidades: las que parece atraer
a lectores jóvenes hacia libros escritos por autores también jóvenes, o es-
critos en la juventud de esos autores. George Moore tenía alguna razón al
atribuir a los libros escritos en la juventud por poetas, novelistas y basta
ensayistas, un poder de sugestión sobre el público, el cual lo considera me-
jor, que de ordinario faltaría a los libros de autores de edad provecta".
" ... El autor de este libro se regocija, sorprendido y hasta asombrado
con la aceptación que rn trabajo inicial viene encontrando incesantemente
tanto entre los extranjeros de las diversas lenguas a las cuales está siendo
traducido y en las que parece estar naciendo de nuevo, como en lengua
portuguesa y en sucesivas generaciones de ióvenes de su propio país y de
Portugal, de A/rica y del Oriente portugués. Aceptación, comprensión, sim-
patía por él particularmente deseadas. Nunca, sin embargo, cortejadas. Ni
siquiera buscadas. Tal vez provocadas por ideas y actitudes intrínsecamente
sugestivas. Es un consuelo para un hombre ya en el declive de su existen-
31
cia ser contemporáneo de sus compatriotas más íóvenes, más por elección
de ellos que por empeño de su parte. Y a través de las páginas leídas y dis-
cutidas por esos ióvenes casi como si hubieran sido escritas por uno de
ellos, y no por un individuo ya remoto".
" ... No hace sino un trimestre que estudiantes de La Sorbonne, inscritos
en uno de los cursos del profesor Fernand Braudel, maestro francés de re-
nombre mundial, oyeron referencias, nada comunes de parte de un catedrá-
tico del Colegio de Francia, sobre un intelectual extran;ero todavía vivo. Y
éste, autor de Casa-Grande y Senzala, obra considerada por el profesor Brau-
del como ya clásica al mismo tiempo que modernísima, además de precurso-
ra. Por otra parte, en reciente obra de carácter monumental, Le Portugal et
l'Atlantique au XVII Siede, Etude Economique, Frédéric Mauro, preten-
diendo hacer un estudio exhaustivo del asunto, estudio que sólo será posi-
ble si se realiza a largo plazo, esto es, durante largos años, destaca lo que
hay para él de germinal en el libro precursor ya escrito por un brasileño y
que califica, con extrema generosidad, con el más alto calificativo: genial.
Libro que en lengua francesa, ba;o el título Maitres et Esdaves, se encuen-
tra en su octava edición de Gallimard y que en lengua inglesa acaba de ser
consagrado con una edición popular (paper back), aparecida en New York,
de 50.000 ejemplares. Los que al conocido sicólogo y siquiatra inglés Sar-
gant, de Londres, generoso entusiasta del libro brasileño, no le parecen su-
ficientes, pues aboga porque se publique otra edición popular de 50.000
e;emplares de The Masters and the Slaves en Londres. También me comu-
nican desde New York que está ya aprobada, para próxima ejecución, la idea
de Aldous Huxley de hacer cuanto antes de Casa-Grande y Senzala un film
dramático o épico a su manera. Es lo que pretende Mr. Artur Rabin en su
proyecto de film para televisión".
" ... Un libro no se comporta sino de acuerdo con su propia vitalidad
ante la rebeldía del autor y la rebeldía de cuantos, por tal o cual motivo,
pretendan destruir o desacreditar o inactualizar al autor. Por lo que Casa-
Grande y Senzala continúa desmintiendo tranquilamente a sus detracto•
res en el Brasil y en el extranjero, y atrayendo la confirmación de maestros
hacia lo que en él continúa, según ellos, vivo y válido. Sus sucesivas edicio-
nes en diferentes lenguas hablan por sí mismas. Como también habla por
sí misma la renovada atracción que el libro ejerce desde hace años, y per-
siste en e;ercer ahora, sobre la inteligencia y la sensibilidad de las nuevas
generaciones. Continúa siendo un libro. Según maestros de Harvard y La
Sorbonne, sigue siendo un libro clásico y modernísimo''.
G.F.
32
Casa.grande del Ingenio Riqueu. Pernambuco.
Señor blanco del siglo XV lII di rigiendo el trabajo de los esclavos negros en un
ingenio azucarero (según ilustración de !a Hisloria Na1uralis Brasiliae,
de Gui!ielmi Pisonis, Amsrerdam, 1648).
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Sofá brasileiio de palo sa.nto, con decoraciones de acajús y pasionarias, que perteneció
a una antigua casa•sra.ode ( según fotografía de José María C. de Albuquerque y Melo).
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Capilla revestida de azulejos de casa-grande ancigua situada en Piranhenga, en el
Mariana.o ( según fotografía del IPHAN).
33
tuidos en "cabildos" que, en general, sólo servían de escarnio a los reinícolas
todopoderosos.
La singular predisposición del portugués para la colonización híbrida y
esclavista de los trópicos, explícala en gran parte su pasado étnico, o más
bien cultural, de pueblo indefinido que oscila entre Europa y Africa. No
es de una ni de otra en forma definitiva, sino de ambas. La influencia afri-
cana que hierve bajo la europea y que comunica un acre ardor a la vida se-
xual, a la alimentación, a la religión; la sangre mora o negra que corre por
una gran población semiblanca, si es que no mantiene su predominio en re-
giones aún hoy de gente oscura; 2 el aire de Africa, un aire cálido, oleoso,
que suaviza en las instituciones y en las formas de cultura las durezas ger-
mánica3; que corrompe la rigidez doctrinaria y moral de la Iglesia medioeval;
que arranca su armazón ósea al cristianismo, al feudalismo, a la arquitec-
tura gótica, a la disciplina canónica, al derecho visigótico, al latín, al pro-
pio carácter del pueblo. Europa, reinando sin gobernar: gobernando más
bien el Africa. •
Para modificar hasta cierto punto tamaña influencia del clima debilita-
dor, actuaron sobre el carácter portugués, endureciéndolo, las condiciones
siempre tensas y vibrátiles de contacto humano entre Europa y Africa; el
constante estado bélico (que nunca excluyó, mientras tanto, la mestización
ni la atracción sexual entre las dos razas y mucho menos la relación entre
las dos culturas); 3 la actividad guerrera, que se compensaba del intenso
esfuerzo militar relajándose después de la victoria, sobre el trabajo agrícola
e industrial de los cautivos de guerra, sobre la esclavitud o semiesclavitud
de los vencidos.
Hegemonías y servilismos esos que no se perpetuaban: se alternaban, 4
tal como en el incidente de las campanas de Santiago de Compostela, las
cuales habrían sido mandadas llevar por los moros desde la mezquita de
Córdoba, sobre las espaldas de los cristianos, y por éstos, siglos más tarde,
mandadas reconducir a Galicia sobre las espaldas de los moros.
En cuanto al fondo considerado autóctono de la población tan inesta-
ble, a una persistente masa de dólicos morenos,.:. cuyo color el Africa ára-
be y hasta negra, inundando con su gente anchos trechos de la península,
más de una vez vino a avivar de pardo o de negro. Era como si los sintiese
íntimamente suyos por afinidades remotas apenas palidecidas, y no se los
quisiera desvanecidos bajo las capas superpuestas de nórdicos ni transfor-
mados por la sucesión de culturas europeízantes. Toda la invasión de celtas,
germanos, romanos, normandos: el anglo-escandinavo, el H. europeus L,
el feudalismo, el cristianismo, el derecho romano, la monogamia. Que todo
eso sufrió restricción o refracción en un Portugal influido por el Africa, con-
dicionado por el clima africano, socavado por la mística sensual del isla-
mismo.
"En vano se buscaría un tipo físico unificado" -notaba recientemente
en Portugal el conde de Keyserling. Lo que observó fueron elementos los
34
más diversos y opuestos, "tipos con aire escandinavo y negroides", viviendo
en lo que le pareció "unión profunda". "La raza no tiene aquí un papel de-
cisivo", concluyó el agudo observador. 8 Acerca de la sociedad mozárabe,
Alejandro Herculano había escrito ya: "Población indecisa en medio de los
dos bandos contendores {nazarenos y mahometanos), medio cristiana y me-
dio sarracena, y que en ambos contaba con parientes, amigos, simpatías de
creencias o de costumbres". 7
Este retrato del Portugal histórico, trazado por Herculano, acaso pueda
extenderse al pre -o proto- lústórico, el cual viene siéndonos revelado
por la arqueología y la antropología tan dudoso e indeciso como el histórico.
Antes de los árabes y los bereberes: capsienses, libiofenicios, elementos afri-
canos más remotos. El H. Taganus. 8 Ondas semitas y negras, o negroides,
batiéndose con las del norte.
La indecisión étnica y cultural entre Europa y Africa parece haber sido
siempre la misma en Portugal que en otros lugares de la península. Especie
de bi-cominentalidad que correspondiese en población así vaga e incierta,
a la bi-sexualidad en el individuo. Y gente más fluctuante que la portuguesa,
difícilmente puede imaginarse: el indeciso equilibrio de antagonismos se
refleja en todo cuanto es suyo, dándole al comportamiento una fácil y lán-
guida flexibilidad, perturbada a veces por dolorosas vacilaciones, 9 y al
carácter una especial riqueza de aptitudes, aunque no raras veces incoheren-
tes y difíciles de conciliar para la expresión útil o para la iniciativa práctica.
Ferraz de Macedo, antropólogo portugués, a quien la sensibilidad pa-
triótica de sus conterráneos no perdona el acíbar de algunas conclusiones
justas, entre muchas de una gruesa exageración, al tratar de definir el tipo
normal del portugués tropezó con una dificultad fundamental: la falta de un
tipo dinámico determinado. Lo que encontró fueron hábitos, aspiraciones,
intereses, índoles, vicios, virtudes variadísimas y de orígenes diversos --ét•
nicos, decía él-, culturales quizá, dijera más científicamente. Entre otras,
Ferraz de Macedo comprobó en el portugués las siguientes características
desencontradas: la genesía violenta, el gusto por las anécdotas de fondo
erótico, el brío, la franqueza, 1a lealtad, la escasa iniciativa individual, el pa-
triotismo vibrante, la imprevisión, la inteligencia, el fatalismo, la primorosa
aptitud para imitar. 10
El lujo de antagonismos en el carácter portugués fue magníficamente re-
flejado por E~a de Queiroz. Su Gonzalo de La ilustre casa de R.amírez, es
algo más que la síntesis del hidalgo: 11 es la síntesis del portugués de no
importa qué clase o condición. Que todo él es y ha sido, desde Ceuta, desde
la India, desde el descubrimiento y desde la colonización del Brasil, como
Gonzalo Ramírez: "lleno de llamaradas y entusiasmos que inmediatamente
se diluyen en humo", pero persistente y duro "cuando se aferra a su idea",
"de una imaginación que lo lleva [ ... ] a exagerar hasta la mentira", y al
mismo tiempo de "un espíritu práctico, atento siempre a la realidad útil;
de una vanidad, de unos escrúpulos de honor, de un gusto de acicalarse, de
.35
lucir" que van casi al ridículo, pero también de una gran sencillez; melan-
cólico al mismo tiempo que "hablador y sociable"; generoso, negligente,
trapacero en los negocios; vivo y fácil en "comprender las cosas"; siempre
a la espera de '!algún milagro del viejo Ourique que allanará todas las difi-
cultades"; desconfiado de sí mismo, acobardado, encogido, hasta que un
día se decide y surge como un héroe". 12
Extremos desencontrados de introversión' y extroversión; o alternativas
de sintonía y esquizoidía, como se diría en moderno lenguaje científico.
Considerando en su todo el carácter portugués, nos da principalmente
la idea de "vago, impreciso" -piensa el crítico e historiador inglés Aubrey
Bell- y esa imprecisión es la que permite al portugués reunir dentro de sí
tantos contrastes imposibles de ajustarse en el duro y anguloso castellano,
de un perfil más definitivamente gótico y europeo. 13 El carácter portu-
gués --compar ación del mismo Aubrey Bell- es como un río que corre
tranquilo y de repente se precipita en cascadas. De ahí su traspaso del "fa-
talismo" a "los ímpetus del esfuerzo heroico, de la apatía a las expresiones
de energía en la vída particular y a revoluciones en la vida pública, de la
docilidad a los arrebatos de arrogancia y de crueldad, de la indiferencia a
fugitivos entusiasmos, al amor al progreso, al dinamismo ... ". Es un ca-
rácter todo arrestos repentinos que, entre un impulso y otro, se complace
en cierta indolencia voluptuosa muy oriental, en la saudade, en el / ado,
en el laus perenne. "Místicos y poéticos -según Bell, el inglés que después
de Beckford mejor ha sentido y comprendido la gente y la vida de Portu-
gal-, con intervalos de intenso utilitarismo, [ ... J cayendo de los sueños
vanos en una verdadera voluptuosidad de provecho inmediato; de las altu-
ras de la alegría a la tristeza, a la desesperación, al suicidio; de la vanidad
al pesimismo, [ ... ] alternando la indolencia con el amor por la aventura
y por el deporte" . 1-1
Lo que se advierte en todo ese exceso de antagonismos 50n las dos cul-
turas, la europea y la africana, la católica y la mahometana, la dinámica y la
fatalista, encontrándose en el portugués, haciendo de él, de su vida, de su
moral, de su economía, de su arte, un régimen de influencias que se alter-
nan, se equilibran o se hostigan. Al tener en cuenta tales antagonismos de
cultura, la flexibilidad, la indecisión, el equilibrio o la .desarmonía resultante
de ellos, es que bien se comprende el especíalísimo carácter que cobró la
colonización del Brasil, la formación sui generis de la sociedad brasileña,
igualmente equilibrada en sus comienzos, y aún hoy, sobre antagonismos.
Varios antecedentes, dentro de este orden general -bi-conti nentalid ad,
o mejor dicho, dualismo de cultura y de raza-, se imponen a nuestra aten-
ción en particular, uno de los cuales es la presencia, entre los elementos
que se unieron para formar la nación portuguesa, de los de origen o stock
semita, 1 ~ gente de una movilidad, de una plasticidad, de una adaptabilidad,
tanto social como física, que fácilmente se sorprende en el portugués nave-
gante y cosmopolita del siglo XV. 10 Hereditariamente predispuesto a la
36
vida de los trópicos por un largo habitat tropical, el elemento semítico, mó-
vil y adaptable como ningún otro, habría comunicado al colonizador por-
tugués del Brasil algunas de sus principales condiciones físicas y psíquicas
de éxito y de resistencia. Entre otras, el realismo económico que desde tem-
prano corrigió los excesos del espíritu militar y religioso en la formación
brasileña.
La movilidad fue uno de los secretos de la victoria portuguesa. Sin ella
17
no se explicaría la existencia de un Portugal sin gente casi, ralo con-
junto de individuos, insignificante en su número -sobrante de cuanta epi-
demia, hambre y, sobre todo, guerra, afligió a la península en la edad me-
dia-, logrando salpicar varonilmente, con su resto de sangre y de cultura,
poblaciones tan diversas y tan distantes unas de las otras, en Asia, en Africa,
en América, en numerosas i.slas y archipiélagos. Suplieron los portugueses la
escasez de capital-hombre con exaltaciones de movilidad y mixibilidad: do-
minando espacios enormes y, dondequiera que se asentaron en Africa o en
América, fecundando mujeres y generando hijos, en una actividad genésica
que tanto tenía de violentamente instintiva de parte del individuo como de
política .calculada, estimulada por evidentes razones económicas y políticas,
de parte del Estado.
Los individuos de categoría, guerreros, administradores, técnicos, eran,
a su vez, trasladados por la política colonial de Lisboa como piezas de un
tablero de chaquete, de Asia a América, o de aquí al Africa, de acuerdo a
las necesidades del momento o de la región. A Duarte Coelho, enriquecido
de experiencia en la India, don Juan III le otorga la nueva capitanía de
Pernambuco. Sus hijos Jorge y Duarte de Albutquerque, adiestrados en los
combates contra los indios americanos, son requeridos para guerras más
cruentas en Africa. De la isla de Madeira vienen a los ingenios del norte
del Brasil técnicos para la fabricación del azúcar. Se utilizan los buques de
la carrera de las Indias para el comercio con la colonia americana. Se trans-
portan del Africa, destinadas a las faenas agrícolas del Brasil, naciones casi
completas de negros. Una movilidad asombrosa. El dominio imperial, reali-
zado por un número ridículo casi de europeos, corriendo de una a otra de
las cuatro partes del mundo entonces conocidas, como un formidable juego
de las esquinitas. 18
En cuanto a la mixibilidad, ningún pueblo colonizador, aun de los mo-
dernos, excedió o igualó siquiera, en ese terreno, al portugués. Al primer
contacto fue, placenteramente, cruzándose con mujeres de color, multiplicán-
dose en lújos mestizos, ya que tan sólo algunos millares de hombres audaces
consiguieron afirmarse en la posesión de vastísimas tierras y competir con
grandes y numerosos pueblos en la extensión de dominio colonial y en la efi-
cacia de la acción colonizadora. La mixibilidad, más que la movilidad, fue
el proceso mediante el cual los portugueses se compensaron de la deficiencia
en masa o volumen humano para la colonización en gran escala y sobre áreas
extensísimas. Para tal procedimiento preparóles la íntima convivencia, la re-
37
ladón social y sexual con razas de color, invasoras o vecinas de la península
-una de ellas, la de fe mahometana, en condiciones superiores, técnica y
de cultura intelectual y artística, a la de los cristianos rubios. 19
El prolongado contacto con los sarracenos dejó idealizada, entre los por-
tugueses, la figura de la ''mora encantada", tipo delicioso de mujer morena,
de ojos negros, 20 envuelta en misticismo sexual, siempre de rojo, 21 pei-
nándose siempre los cabellos o bañándose en los ríos o en las aguas de las
fuentes fantasmales, 22 cuyos semejantes, cuyos iguales casi, vinieron a
encontrar los colonizadores entre las indias desnudas y de cabellera suelta
del Brasil. Porque éstas tenían también los ojos y los cabellos negros, el
cuerpo moreno pintado de rojo 28 y, tanto como las nereidas moriscas, eran
locas por el baño de río que les refrescaba la ardiente desnudez y por un
peine para desenredar la greña. 24 Eran, además, gordas como las moriscas.
Menos ariscas, desde luego: por cualquier perendengue o pedazo de espejo,
se entregaban a los "caribes", sedientos de mujer.
En oposición a la leyenda de la "morisca encamada", pero sin alcanzar
el mismo prestigio, se desenvolvió la de la maura torta. En ésta se volcaron,
tal vez·, los celos o la envidia sexual de la mujer rubia sobre la de color. O
repercutió, acaso, el odio religioso, el de los cristianos ru!:,ios bajados del
norte contra los infieles de piel oscura. Odio del que resultaría, más tarde,
en toda Europa, la idealización del tipo rubio, identificado el tipo moreno
con los ángeles malos, con los decaídos, los malvados, los traidores. 25 Lo
cierto es que, en el siglo XVI, los embajadores enviados por la república de
Venecia a las Españas, a fin de saludar al rey Felipe II, advirtieron que, en
Portugal, algunas "mujeres de las clases elevadas se teñían el pelo de "color
rubio" y allá y en España, varias se pintaban el rostro de "blanco y rosado"
para "volver la piel que es un tanto, o mejor dicho, muy trigueña, más blan-
ca y rosada, persuadidas de que todas las trigueñas son feas". 26
Puede afirmarse, mientras tanto, que la mujer morena ha sido siempre
la preferida de los portugueses para el amor, por lo menos para el amor fí-
sico. El capricho por la mujer rubia, circunscrito por lo demás a las clases
elevadas, habría sido más bien una repercusión de influencias exteriores que
la expresión de un genuino placer nacional. Con relación al Brasil, que lo
díga el adagio: "Blanca para casar, mulata para fornicar, negra para traba-
jar", 27 en el que prevé, junto al convencionalismo social de la superioridad
de la mujer blanca o de la inferioridad de la negra, la preferencia sexual por
la mulata. Por lo demás, nuestro lirismo amoroso no denuncia otra tenden-
cia sino hacia la glorificación de la mulata, de la cabocla, de la morena ce-
lebrada por la belleza de sus ojos, por la blancura de sus dientes, por su
quebrarse, por su donaire petulante y por sus embelecos, mucho más que las
"vírgenes pálidas" y las "rubias doncellas". Estas aparecen en uno que otro
soneto, en una que otra modinha del siglo XVIII o XIX. Pero sin el re-
lieve de aquéllas.
38
Otra circunstancia o condíción favoreció al portugués, tanto como la
m.ixibilidad y la movilidad, en la conquista de tierras y en el dominio de
pueblos tropicales: su facilidad de aclimatación.
En las condiciones físicas de suelo y de temperatura, Portugal es. más
Africa que Europa. El llamado "clima portugués" de Martone -único en
Europa- es un clima aproximado al africano. Estaba, pues, el portugués
predispuesto por su misma mesología al contacto victorioso con los trópi-
cos. Su transferencia a las regiones ardientes de América no aparejaría las
graves perturbaciones de adaptación ni las profundas dificultades de aclima-
tación experimentadas por los colonizadores procedentes de países de clima
frío.
Por mucho que insista Gregory 28 en negar al clima tropical la tenden-
cia a producir per se sobre d europeo del norte efectos de degeneración,
recordando haber comprobado Elkington, en 1922, en la colonia holandesa
de Kissav, fundada en 1783, condiciones satisfactorias de salubridad y pros-
peridad, sin comprobar "signos de degeneración física alguna", esto es, sig-
nos pronunciados (obvious evidence of physical degeneration), entre los co-
lonos rubios, 29 es mucha la proporción de evidencias que parecen favore-
cer el punto de vista contrario: el de aquellos que piensan revelar al nórdico
débil o su ninguna adimatabilidad en los trópicos. Recientemente, el profe-
sor OHveira Vianna, desdeñando con excesiva parcialidad declaraciones como
las de Elkington y Gregory, a quienes ni siquiera alude, reunió contra la
pretendida capacidad de adaptación de los nórdicos a los climas tropicales,
el testimonio de algunos de los mejores especialistas modernos en asuntos
de climatología y antropogeografía: Griffith Taylor, Glenn Trewarka, Hun-
tington, Karl Sapper. De este último, el sociólogo brasileño cita un expresivo
juicio acerca de los esfuerzos colonizadores de los europeos del norte en los
trópicos: "Los europeos del norte no han logrado constituir, en los altipla-
nos tropicales, sino establecimientos temporarios. Intentaron organizar en
esas regiones una sociedad permanente, de base agrícola, en donde el colono
viviera del propio trabajo manual; pero en todas esas tentativas fracasa-
ron". 30 Mas es Griffith Taylor 31 tal vez aquel de entre los antropólogos
cuyas conclusiones se contraponen con mayoi: fuerza y actualidad a las de
Gregory. Con anterioridad a los estudios de Taylor y de Huntington sobre
antropogeografía y antropología cultural, y de los de Dexter sobre climatolo-
gía, Benjamín K.idd había observado cuanto atañe a la aclimatación de los
europeos del norte en los trópicos: "todas las experiencias en este sentido
han sido vanos e inútiles esfuerzos destinados, desde luego, al fracaso
(foredoomed to faiJure). 32 Y Mayo Smith concluía del punto de vista de
la estadística aplicada a la sociología; "Nuestras estadísticas no son lo sufi-
cientemente exactas para establecer la imposibilidad de aclimatarse perma-
nentemente el europeo en los trópicos, pero demuestran que eso es extrema-
damente difícil". 33
.39
Al revés de la aparente incapacidad de los nórdicos, los portugueses han
demostrado una notable aptitud para aclimatarse en regiones tropkales. Es
verdad que a través de una mayor mixibilidad que los otros europeos, las
sociedades coloniales de formación portuguesa fueron todas híbridas, unas
más que otras. En el Brasil, tanto en San Pablo como en Pernambuco -los
dos grandes focos de energía creadora en los primeros siglos de la coloniza.
ción, los paulistas en sentido horizontal y los pemambucanos en el verti-
cal 34- , la sociedad capacitada de can notables iniciativas como las bandei-
ras, la catequesis, la fundación y consolidación de agricultura tropical, las
guerras contra los franceses en Marañón y contra los holandeses en Per•
nambuco, fue una sociedad constituida con reducido número de mujeres
blancas y vasta y profundamente mezclada de sangre indígena. Frente a lo
cual se hace difícil, en el caso del portugués, distinguir lo que sería aclimata-
bilidad de colonizador blanco -ya de sí dudoso en su pureza étnica y en
su cualidad, más bien convencional que genuina de europeo-, de la capa-
cidad del mestizo, formado desde el primer momento por la unión del ex-
tranjero sin escrúpulos ni conciencia de raza con mujeres de la recia contex-
tura indo-americana.
De cualquier manera, lo cierto es que los portugueses triunfaron allí
donde los otros europeos fracasaron. De formación portuguesa es la primera
sociedad moderna constituida en los tr6picos con características nacionales
y cualidades de permanencia. Cualidades que, en el Brasil, se anticiparon
en vez de retardarse como en las posesiones tropicales inglesas, francesas
y holandesas.
Otros europeos, estos blancos puros --dólicos-ru bios-- habitantes de
dima frío, al primer contacto con la América ecuatorial, sucumbirían o per-
derían su energía colonizadora, su tensión moral, su misma salud física, in-
clusive la más recia, como los puritanos colonizadores de Old Providence,
los cuales siendo de la misma fibra que los precursores de Nueva Inglaterra,
en la isla tropical se dejaron "ablandar" en disolutos e indolentes. 3 ~
No fue otro el resultado de la emigración de loyalists ingleses de Geor-
gia y de otros de los nuevos Estados de la Uni6n Americana a las islas Baha-
mas, vigorosos ingleses que el clima tropical en menos de cien años abatió
en poor white trash. 86 Lo mismo habrá ocurrido probablemente a los cal-
vinistas franceses que en el siglo XVI, envanecidos y triunfantes, intentaron
establecer en el Brasil una colonia exclusivamente blanca, y se retiraron de
aquí sin dejar casi rastros de su acción colonizadora. Lo que dejaron fue
como escritura en arena de playa, o mejor, en los arrecifes por donde trata-
ron de afirmarse los más persistentes de los compañeros de Villegaignon an-
tes de abandonar definitivamente las costas brasileñas. 37 A éstos sí podría
Fray Vicente do Salvador haberlos llamado cangrejos. En efecto, se limita•
ron a arañar el litoral.
40
No conviene olvidar que los franceses establecidos desde 1715 en las
islas de la Reunión y Mauricio, se muestran hoy inferiores en su energía y
eficiencia a los de las primeras generaciones. 3"'
No tres ni cuatro, sino dos generaciones tan sólo bastaron para langui-
39
decer a los anglo-americanos que tueron a establecerse en H:iwaii. Y
Semple recordaba que la investigación realizada en 1900 por la International
Harvester Company of America revela el languidecimiento de la energía
alemana en el sur del Brasil, región ésta subtropical. 40
El portugués, no. Por todas aquellas felices disposiciones de raza, de me-
sología y de cultura a que nos referimos, no sólo consiguió vencer las condi-
ciones de clima y de suelo, desfavorables al establecimiento de europeos en
los trópicos, sino también suplir la extremada escasez de gente blanca para
la tarea colonizadora uniéndose con la mujer de color. Por su relación con
la mujer indígena o negra, el colonizador se multiplicó en recia y dúctil
población mestiza, quizá más adaptable aún que el puro al clima tropical.
La falta de población, que lo afligía más que a cualquier otro colonizador,
obligándolo a la inmediata miscigenación --<:Ontra lo que, por otra parte,
no le indisponían escrúpulos raciales, sino preconceptos religiosos-, fue
para el portugués una ventaja en su obra de conquista y colonización de
los trópicos. Ventaja para su mejor adaptación, no solamente biológica sino
también social.
El geógrafo norteamericano Semple niega a los movimientos de pobla-
ción europea, en las regiones tropicales de Asia, Australia, Africa y América,
y americana en Filipinas, el carácter de genuina expansión étnica: parécele
que hasta hoy la colonización europea y anglo-americana de los trópicos ha
41
sido más bien explotación económica o dominio político, la colonización
del tipo que representan los setenta y seis mil ingleses que dirigen, por así
decir, de guante blanco y resguardados de un contacto más íntimo con los
nativos por preservativos de goma, los negocios comerciales y políticos de la
42
India. Hace excepción para los portugueses, que por la hibridación rea-
lizaron en el Brasil una verdadera obra de colonización, dominando la ad-
versidad del clima.
Aun cuando ya nadie considere al clima el dios todopoderoso como an-
tiguamente, no puede negársele la influencia que ejerce en la formación y
en el desenvolvimiento de las sociedades, sino directa por los efectos inme-
diatos sobre el hombre, por lo menos indirecta por su relación con la pro•
ductividad de la tierra, con las fuentes de nutrición y con los recursos de
explotación económica accesibles al poblador.
Algo desacreditadas andan las "enfermedades tropicales". No puede ne-
garse, sin embargo, que el clima, por sí mismo, o a través de acontecimientos
sociales o económicos condicionados por él, predisponga a los habitantes de
países ardientes a contraer enfermedades raras o desconocidas en los países
de clima frío; 43 que contribuya a disminuirles la capacidad de traba-
45
jo; •• que los incite a la comisión de delitos contra las personas. Del
41
mismo modo que parece demostrada la existencia de razas que mejor que
otras resisten a ciertas influencias patógenas peculiares, en el carácter o in-
tensidad, del clima tropical. 46
La importancia del clima va reduciéndose a medida que se disocian de
él elementos en cierto modo sensibles al dominio o a la influencia modifi-
cadora del hombre. Recientes experiencias parecen haber demostrado que
es posible modificar, mediante el drenaje, la naturaleza de ciertos suelos,
influyendo así las fuentes de humedad sobre la atmósfera; alterar la tem-
peratura por medio de la irrigación de las tierras de secano; quebrantar la
fuerza de los vientos o variarles de dirección por medio de grandes masas
de arboledas convenienten;ient~ plantadas. Esto sin referirnos a las sucesivas
victorias que vienen obteniéndose sobre las "enfermedades tropicales", ate-
nuadas cuando no dominadas por la higiene o por la ingeniería sanitaria.
De manera que el hombre no es ya el antiguo monigote de carne que
abre los brazos o los deja caer acicateado por el calor o el frío. Su capacidad
de trabajo, su eficiencia económica, su metabolismo se alteran menos donde
la higiene y la ingeniería sanitaria, el régimen, la adaptación del vestuario
y de la habitación a las nuevas circunstancias le crean condiciones de vida
de acuerdo con el físico y la temperatura de la región. Los propios sistemas
modernos de comunicación, fáciles, rápidos e higiénicos, hacen cambiar de
aspecto un problema otrora importantísimo, ligado a las condiciones físicas
del suelo y clima: el de la calidad y hasta cierto punto el de la cantidad de
recursos de alimentación habituales a cada pueblo.
Ward destaca la importancia del desenvolvimiento de la navegación a
vapor, más rígida y regular que la navegación a vela, y que ha venido a be-
neficiar considerablemente a las poblaciones tropicales. 47 Otro tanto pue-
de decirse con respecto a los procesos de preservación y refrigeración de los
alimentos. Por medio de tales procesos y de la moderna técnica del trans-
porte, el hombre viene triunfando sobre la dependencia absoluta de las
fuentes de nutrición regionales a las que otrora estaban sometidas las po-
blaciones coloniales de los trópicos.
En este ensayo, empero, el clima que hemos de encontrar es el duro y
casi omnipotente encontrado aquí en 1500 por el portugués; clima irregular,
palúdico, perturbador del aparato digestivo; clima, en su relación con el
suelo, desfavorable al hombre agrícola y particularmente al europeo, por no
permitirle ni la práctica tradicional de su roturación, reglada por las cuatro
estaciones del año, ni el cultivo ventajoso de aquellas plantas alimenticias
a que desde hada muchos siglos estaba acostumbrado. 48
El portugués, en el Brasil, tuvo que cambiar casi radicalmente su régi-
men de alimentación, cuya base se dislocó, con sensible déficit, del trigo
a la mandioca; y su sistema de siembra, que las condiciones físicas y quími-
cas del suelo, tanto como las meteorológicas, no permitieron que fuese el
mismo amable trabajo de la gleba portuguesa. A este respecto, el coloniza-
dor inglés de los Estados Unidos tuvo sobre el portugués del Brasil una
42
decisiva ventaja al encontrar allá condiciones de vida física y fuentes de nu-
trición semejantes a las de la madre patria. En el Brasil se comprobaron
necesariamente en el poblador europeo desequilibrios de morfología tanto
como de eficiencia por la falta en que, repentinamente, se halló de los mis•
mos recursos químicos de alimentación de su país de origen. La falta de
esos recursos como la diferencia en las condiciones meteorológicas y geo-
lógicas en que tuvo que organizarse el trabajo agrícola realizado por el ne-
gro, pero dirigido por el europeo, imprimieron a la obra colonizadora de
los portugueses un carácter de obra creadora, original, a que no pudo aspi-
rar ni la de los ingleses en la América del Norte ni la de los españoles en
la Argentina. 49
Aun cuando más próximo el portugués que cualquier otro colonizador
europeo de América a las condiciones tropicales, fue, aun así, una ruda mu-
danza la que sufrió al trasladarse al Brasil. Dentro de las nuevas circunstan-
cias de vida física, comprometió su vida económica y social.
Todo aquí era desequilibrio. Grandes excesos y grandes deficiencias
las de la nueva tierra. El suelo, exceptuadas las manchas de tierra negra o
morada de excepcional fertilidad, estaba lejos de ser el más apto para sem-
brar en él -según el entusiasmo del primer cronista- todo cuanto se qui-
siera. Rebelde en gran parte a la disciplina agrícola. Aspero, impracticable,
impermeable. Los tfos, otros enemigos de la regularidad del esfuerzo agrícola
y de la estabilidad de la vida de familia. Crecidas mortíferas y sequías este-
rilizadoras. Tal el régimen de sus aguas. Y por las tierras y bosques enma-
rañados de tan difícil cultivo como por los grandes ríos, imposible casi de
ser aprovechados económicamente en el labrantío, en la industria o en el
transporte regular de los productos agrarios: vivero de larvas, de multitud
de insectos, de alimañas nocivas al hombre.
Particularmente al agricultor, a quien por todas partes afligían, apenas
inicia las plantaciones, las hormigas "que hacen mucho daño" a la agricultura;
la "lagarta rosada"; las plagas que los brujos indígenas desafían a los pa-
dres para que las destruyan con sus signos y sus rezos. 60
Examínense esas condiciones con las encontradas por los ingleses en la
América del Norte, empezando por la temperatura, substancialmente la mis-
ma que la de Europa occidental (mc;dia anual: 56 F.), considerada la más
favorable al progreso económico y a la civilización a la manera europea.
De modo que no parece referirse al caso brasileño la generalización del eco-
nomista estadounidense, profesor Bogart, acerca del pueblo por él vagamente
llamado "raza latino-americana", el cual ni por encontrarse cercado de gran-
des "riquezas naturales", se habría elevado a las condiciones de progreso
agrícola e industrial de los anglo-americanos. El citado economista atribuye
esta incapacidad al hecho de ser la tal "raza latino-americana" a weak, ease
loving race y no a viríle, energetic people, como los anglo-americanos. Estos,
sí, supieron desenvolver los recursos naturales de que disponían: devoted
themselves to the exploitation o/ the natural recourses with wonderful
4.3
succes. 51 Pero ese mismo pueblo tan viril fracasó en Old Providence y en
las Bahamas.
El portugués venía a encontrar en la América tropical una tierra de vida
aparentemente fácil, en verdad dificilísima para quien quisiera organizar en
ella cualquier forma permanente o adelantada de economía y de sociedad.
Si es cierto que en los países de clima ardiente el hombre puede vivir, sin
esfuerzos, en la abundancia de productos espontáneos, conviene no olvidar
que igualmente exuberantes son en ellos las formas perjudiciales tle la vida
vegetal y animal, enemigas de todos los cultivos agrkolas organizados y de
todo trabajo sistemático y regular.
En el hombre y en las simientes que siembra, en las viviendas que edi-
fica, en los animales que cría para su uso o subsistencia, en los archivos y
bibliotecas que organiza para su cultura intelectual, en los productos útiles
o de belleza que salen de sus manos, en todo pululan las larvas, los vermes,
los insectos, royendo, horadando, corrompiendo. Semilla, frutos, madera,
papel, carne, músculos, vasos linfáticos, intestinos, el blanco de los ojos, los
dedos de los píes, todo queda a merced de terribles enemigos.
Fue, pues, dentro de tales condiciones físicas adversas que se realizó el
esfuerzo civilizador de los portugueses en los trópicos. Hubiesen sido aque-
llas condiciones las fáciles y amenas de que hablan los panegiristas de nues-
tra naturaleza, y tendrían razón los sociólogos y economistas que, contras-
tando el laborioso triunfo lusitano en el Brasil con el rápido y sensacional
de los ingleses en aquella parte de América de clima estimulador, flora equi-
librada, fauna más bien auxiliar que enemiga del hombre, condiciones agro•
lógicas y geológicas favorables, donde hoy resplandece la formidable civili-
zación estadounidense, concluyen por la superioridad del colonizador rubio
sobre el moreno.
Antes de verse victoriosa a la colonización portuguesa del Brasil no se
comprendía otro tipo de dominio europeo en las regiones tropicales que no
fuese el de la explotación comercial a través de factorías, o de la mera ex-
tracción de la riqueza mineral. En ninguno de los casos se había tenido en
cuenta el prolongamiento de la vida europea o la adaptación de sus valores
materiales y morales a medios y dimas tan dispares, tan mórbidos y tan
disolventes.
El colonizador portugués del Brasil fue el primero, entre los coloniza-
dores modernos, en dislocar la base de la colonización tropical de la pura-
mente extractiva de la riqueza mineral, vegetal o animal --el oro, la plata,
la madera, el ámbar, el marfil-, hacia la de creación local de una riqueza,
aun cuando creada bajo el imperio de las circunstancias americanas, a costa
del trabajo esclavo, tocada, por tanto, de aquella perversión de instinto
económico que pronto desvió al portugués de la actividad de producir va-
lores hacia la de explotarlos, transportarlos o adquirirlos.
Tal desplazamiento, aun cuando imperfectamente realizado, significó
una nueva faz y un nuevo tipo de colonización: la "colonia de plantación",
44
caracterizada por la base agrícola y por la permanencia del colono en la
tierra, en vez de su imprevisto contacto con el medio y con los nativos. En
el Brasil, los portugueses iniciaron en amplia escala la colonización de los
trópicos, por medio de una técnica económica y una política social completa-
mente nuevas, esbozadas tan solamente en las islas subtropicales del Atlán-
tico; aquélla consistente en la utilización y el desenvolvimiento de la rique-
za vegetal por el capital y por el esfuerzo del particular: la agricultura, el
sexmo, la gran sementera esclavista, y ésta, en el aprovechamiento del na-
tivo, principalmente de la mujer, no sólo como instrumento de trabajo, sino
como elemento de formación de la familia. Semejante política, como se ve,
fue bien diversa de la de exterminio o segregación seguida durante largo
tiempo en México y en Perú por los españoles, explotadores de minas, y
siempre y descomedidamente, en la América del Norte por los ingleses.
La sociedad colonial en el Brasil, principalmente en Pernambuco y en
el Reconcauo * de Bahía, se desarrolló patriarcal y aristocrática, a la som-
bra de las grandes plantaciones de caña, no en grupos al azar e inestables,
en bohíos de aventureros, sino en casas-grandes de adobes o de cal y piedra.
Observa Oliveíra Martins, notable historiador portugués, que la población
del Brasil, "especialmente la del norte, se constituyó aristocráticamente, esto
es, las casas de Portugal enviaron sus retoños a ultramar, y desde el comien-
zo, la colonia presentó un aspecto diverso de las turbulentas migraciones de
los españoles en América central y occidental". 52 Y antes que él Southey
había escrito que en las casas de ingenio de Pernambuco se encontraban,
en los primeros siglos de colonización, las decencias y el confort que, en
balde, se trataría de hallar entre las poblaciones del Paraguay y del Plata. ª
3
• En el Brasil, desde los tiempos coloniales, este vocablo se empica para designar
la zona circundante de la Bahía de Todos los Santos, en donde hoy se encuentran, entre
ouas, las aglomeraciones urbanas de Santo Amaro, Cachoeira, Sao Féliz, Maragogipe,
etc., y es la más apropiada para los cultivos de la caña, el tabaco y el cacao.- N. del T.
45
vendiendo para ese fin cuanto poseían en su país de origen y trasladándose
con familia y haberes a los trópicos. ~:;
Señala Leroy-Beaulieu "6 como una de las ventajas de la colonización
portuguesa en la América tropical, por lo menos -dice- en los dos pri•
meros siglos, "la ausencia completa de un sistema regular y complicado de
administración, la libertad de acción" (la liberté d'action que l' on trouvait
dans ce pays peu gouverné), característica del comienzo de la vida brasileña.
L'organisation coloniale ne précede pas, elle suivit le développement de la
colonisation, observa el economista francés en su estudio sobre la coloniza.
ción moderna.
Ruediger Bilden, con admirable sentido crítico, expresa que en Brasil la
colonización particular, mucho más que la acción oficial, fomentó el cruza•
miento de razas, la agricultura latifundista y la esclavitud, haciendo posible,
sobre tales cimientos, la fundación y el desarrollo de una grande y estable
colonia agrícola en los trópicos. Esto, además de habernos ensanchado enor-
memente hacia el oeste el territorio, lo que habría sido imposible a la ac-
ción oficial, cercenada por compromisos políticos internacionales. 67
A partir de 1532, la colonización portuguesa del Brasil, de la misma
manera que la inglesa de la América del Norte, y a la inversa de la española
y la francesa en las dos Américas, se caracteriza por el dominio casi exclusivo
de la familia rural y semi-rural, dominio al que solamente la Iglesia hace
sombra, a través de la actividad a veces hostil al "familismo" de los padres
de la Compañía de Jesús.
La familia -no el individuo, ni el Estado, ni ninguna compañía de co-
mercio-- es, des<le el siglo XVI, el grnn factor colonizador en el Brasil, la
unidad productora, el capital que amaña el suelo, que instala las fazendas,
que adquiere esclavos, bueyes, herramientas, la fuerza social que se desdo-
bla en política, erigiéndose en la aristocracia colonial más poderosa de
América. Sobre ella, el rey de Portugal reina casi sin gobernar. Los senados
de cámara, expresiones de ese "familismo" político, no tardan en limitar el
poder de los reyes y, más tarde, el mismo imperialismo, o mejor, el parasitis•
mo económico que procura extender desde el reino hasta las colonias sus
absorbentes tentáculos.
La colonización por individuos -soldados afortunados, aventureros, de-
portados, neocristianos huidos de la persecución religiosa, náufragos, trafi-
cantes de esclavos, de loros y de maderas -no dejó casi rastros en la plás-
tica económica del Brasil. Tan al ras quedó, tan en la superficie, y tan poco
duró que, política y económicamente, aquel "poblamiento" irregular y a la
ventura no llegó a definirse en sistema colonizador.
No debe mientras tanto perder de vista el historiador de la sociedad bra-
sileña su aspecto puramente genésico. Bajo este criterio hay hasta quien lo
considere "tara étnica inicial" y sorprenda "entre los rasgos de la fisonomía
colectiva del pueblo brasileño, vestigios inequívocos de estigmas heredita-
rios, impresos por aquellos patriarcas poco recomendables de la nacionalí-
46
dad". Es de Azevedo Amara! esta observación y, del período que considera-
mos, aceptamos dos generalizaciones que nos parecen caracterizarla con toda
exactitud: una, que fue por su "heterogeneidad racial" un período, no por-
tugués, sino promiscuo, imprimiéndose el sello portugués tan sólo sobre la
confusión de etnias por el predominio del idioma; otra, que constituye una
especie de "pre-historia nacional". "Eliminar los primeros cincuenta años
-escribe el sociólogo brasileño- durante los cuales, a despecho de cual-
quier supervisión política y hasta fuera de fo civilización, el Brasil recibió
los primeros aluviones complejos de pobladores, equivale a suprimir un ele-
mento básico de la formación nacional, cuya influencia, proyectada por los
siglos siguientes, podemos inducir de hechos positivos que la moderna in-
vestigación biológica demuestra suficientemente. Si quisiésemos, calificaría-
58
mos ese período en una categoría aparte de la prehistoria nacional".
En donde Azevedo Amara[ nos parece lamentablemente exagerado es al
considerar a todos aquellos pobladores (acerca de los cuales reconoce ser
"tan escasa y precaria ... la información accesible"), ''tarados, delincuentes
y semi-locos". 511 Se refiere, principalmente, a los desterrados. No hay,
mientras tanto, fundamentos ni motivos para dudar de que algunos fuesen
gente sana, deportada por bagatelas, porque entonces se exilaba a súbditos
de la mayor calidad, dentro del reino, a los desiertos.
Asaz estrecho era el criterio que, aun en los siglos XV y XVI, orienta-
ba entre los portugueses la jurisprudencia criminal. En su derecho penal, el
misticismo, enardecido todavía por los odios de la guerra contra los moros,
daba una extraña proporción a los delitos. El historiador portugués Carlos
• Malheiro Días afirma que "no exístía en la legislación coetánea un código de
severidad comparable al Libro V das Ordenafoes Manuelinas". Y añade,
60
luego: "cerca de doscientos delitos se castigaba~ en él con el destierro".
La ley de 7 de enero de 1453, el Don Diniz -dícenos otro historiador
portugués, el general Morais Sarrnento- "mandaba arrancar la lengua por
el colodrillo y quemar vivos a quienes no creían en Dios o injuriaban a Dios
y a los santos", y por recurrir a hechicerías "porque una persona quiera
bien o mal a otra, 61 como por otros crímenes místicos o imaginarios era
el portugués, en los siglos XVI y XVII, "desterrado para siempre al Bra-
sil". 62 En un país de formación más bien religiosa que exclusivamente
étnica, eran aquéllos los grandes delitos y bien diversa de la moderna, o
de la de los países de formación menos religiosa, la perspectiva criminal.
Mientras quien injuriase a los santos tenía la lengua arrancada por el
colodrillo, quien practicase brujería amorosa era desterrado a los desiertos
de Africa o de América. Por el delíto de matar al prójimo, de deshonrarle
la mujer, de violarle la hija, el delincuente no quedaba, muchas veces, sujeto
a penas más severas que la de "pagar multa de una gallina, o la de pagar
mil quinientos modios". 63 Con tal de que fuera a guarecerse a uno de los
numerosos "asilos de fugitivos".
47
No hacían esos asilos misterio alguno de su función protectora de homi-
cidas, adúlteros y siervos huidos, sino que la proclamaban abiertamente
por
la voz de los forales. "No se crea -dice Gama Barros, historiador
portu•
gués- que las tierras donde el soberano decretaba que los delincu
entes
permanecieran inmunes, consideraban deshonrosa para ellos la concesi
ón
de tal privilegio". 6 ~ Y el profesor Mendes Correa nof informa que
Sabu-
gal, en 1369, pedía que fuesen dadas "más garantías a los refugia
dos en
ese asilo"; que en el foral de Azurara la inmunidad negaba al extrem
o de
castigar severamente a quien persiguiese, dentro de la villa, al crimina
l fu-
gitivo". Se tiene la impresión de que los lugares del ceino apenas
65
pobla-
dos disputaban la concesión del privilegio de asilo, y l.. gente que asilaban
eran, con un número de siervos huidos, los delincuentes de homicidio
y de
estupro. Por el contrario, venían al Brasil los autores de delitos leves
o de
crímenes imaginarios que la visión criminal portuguesa de la época
defor-
maba en atentados horribles, semejantes a los de los criminales de
verdad.
Mientras tanto, éstos deben haber venido en número no del todo insignif
i-
cante para la colonia americana. De otra manera no se habría ocupad
o de
ellos, con tanta vehemencia, el donatario Duartc Coelho en una de
sus mu-
chas cartas de administrador severo y escrupuloso, suplicando al
rey que
no le mandase más tales desterrados, "pues eran peores que veneno 00
".
Es posible que se desterrasen a propósito al Brasil, teniendo en vista
el
interés genésico o de colonización, a individuos que sabemos fueron
expa-
triados por irregularidades o excesos en su vida sexual: por abrazar y
besar,
por recurrir a brujerías para hacer amar u odiar, por bestialidad, por indolen
-
cia, por rufianismo. 67 A yermos apenas poblados, matizados tan s6lo
por
gente blanca, convenían superexcitados sexuales que aquí ejerciesen
una ac-
tividad genésica por encima de lo común, provechosa tal vez en sus
resulta-
dos, a los intereses políticos y económicos de Portugal en el Brasil.
Atraídos por las posibilidades de una vida libre, desenfrenada, en medio
de tanta mujer desnuda, aquí se estab,ecieron por placer, voluntariamen
te,
muchos europeos del tipo que Pablo ·Prado, historiador brasileño,
retrata
en Retratos do Brasil con trazos de vívido realismo: 68 mujeriegos libertin
os.
Otros, como los grumetes que huyeron de la armada de Cabra! y desapa-
recieron en los montes, se habrían dejado estar por puro gusto de aventu
ra
o ímpetu de adolescencia, 60 y las ligazones de éstos, de muchos
de los
desterrados, de "intérp retes" normandos, de náufragos, de judíos
conver-
tidos, las ligazones de todos esos europeos, muchos en la flor de la
edad y
en la lozanía de la mejor salud, gente joven, varones sanos y vigoros 70
os,
con mujeres indígenas, también limpias y sanas, no siempre habrían
sido de
los tales "connubius disgenésicos" de que habla Azevedo Amara!.
Al con-
trario: tales uniones deben haber actuado como "verdadero proceso
de se-
lección sexual", 71 dada la libertad que tenía el europeo de elegir
mujer
entre decenas de indias. De semejante relación sexual sólo pudieron
resultar
buenos animales, aunque malos cristíanos o, si se quiere, malas persona
s.
48
Súmese a las ventajas ya señaladas, del portugués del siglo XV sobre
los pueblos colonizadores contemporáneos suyos, la de su moral sexual, la
mozárabe, la católica suavizada por su contacto con la mahometana, y más
débil, más negligente que la de los hombres del norte. Tampoco la religión
era entre ellos el mismo duro y rígido sistema de los pueblos del norte re•
formado y de la misma Castilla, dramátícamente católica, sino una liturgia
más bien social que religiosa, un suave cristianismo lírico con muchas remi-
niscencias fálicas y animistas de las religiones paganas: los santos y los án-
geles a quienes sólo faltaba tornarse de carne y bajar de los altares en los
días de fiesta para divertirse con el pueblo; los bueyes entrando en las igle-
sias para ser bendecidos por los curas; las madres meciendo a los hijitos con
los mismos cánticos en loor del Niño Dios; las mujeres estériles con las
polleras levantadas refregándose en las piernas de San Gonzalo de Amarante;
los maridos cavilosos de infidelidad conyugal yendo a interrogar a los "pe-
ñascos del casamiento". Nuestra Señora de la O, adorada en la imagen de
una mujer grávida.
En el caso del Brasil, que fue un fenómeno del siglo XVII, el portugués
llevaba a su favor, y a favor de la nueva colonia, toda la riqueza y extraor-
dinaria variedad de experiencias acumuladas durante el siglo XV, en Asia y
en Africa, en Madeira y en Cabo Verde. Entre esas experiencias, el conoci-
miento de plantas útiles, alimenticias y de satisfacción que aquí se traslada-
rían con éxito: el de ciertas ventajas del sistema de construcción asiática,
adaptables a los trópicos americanos, y el de la capacidad del negro para
el trabajo agrícola.
Todos esos elementos, comenzando por el cristianismo líricamente so-
cial, religión o culto de familia más que el de catedral o iglesia, que nunca
las tuvieron los portugueses grandes y dominadores, del tipo de la de To-
ledo o de la de Burgos; como nunca las tendría el Brasil de la misma im-
portancia y prestigio que las de la América española; todos esos elementos
y ventajas vendrían a favorecer, entre nosotros, la colonización que en la
América portuguesa, como en las "colonias de propietarios" de los ingleses
en la América del Norte, descansaría sobre la institución de la familia escla-
vista, de la casa-grande, de la familia patriarcal, siendo en esta parte acrecida
por un número mayor de bastardos y subordinados en derredor de los pa-
triarcas, más mujeriegos que los de allá y más desenfrenados en su moral
sexual.
A partir de 1532 se organizó nuestra verdadera formación, teniendo
por unidad a la familia rural o semirural, ya sea a través de la gente casada
venida del reino, ya sea de las familias constituidas aquí por la unión de co-
lonos con mujeres caboclas o con jóvenes huérfanas o hasta libertinas man-
dadas venir de Portugal por los curas casamenteros. Activo y absorbente
órgano de la formación social brasileña, la familia colonial abarcó, sobre la
base económica de la riqueza y del trabajo esclavo, una diversidad de fun-
ciones sociales y económicas. Incluso, como ya lo insinuamos, la del man-
49
do político: la oiígarquía o nepotismo que aquí madrugó, chocándose aun
al promediar el siglo XVI con el clericalismo de los padres de la Compa-
ñía. 12 En oposición a los intereses de la sociedad colonial, los padres que-
rían fundar en el Brasil una república santa de "indios domesticados para
Jesús", como los del Paraguay; seráficos caboclos que sólo obedeciesen a los
ministros del Señor, en cuyos sembrados y huertas trabajarían exclusivamen-
te. Ninguna individualidad ni autonomía personal o de familia. Fuera del
cacique, todos vestidos de camisolín de noche, como el de las criaturas, lo
mismo que en un orfanato o internado. La vestimenta de los hombres, se-
semejante a la de las mujeres y la de los niños.
Con la presencia de tan sólido elemento ponderador como la familia ru-
ral, o mejor dicho, latifundista, la colonización portuguesa del Brasil ad-
quirió, desde temprano, rumbo y aspecto tan diversos de la teocrática, idea-
lizada por los jesuitas -más tarde realizada por ellos en el Paragua y-, de
la española y la francesa. Claro está que ese dominio de familia no se habría
hecho sentir sin la base agrícola en que, entre nosotros, descansó, como entre
los colonizadores ingleses en Virginia y de las Carolinas, la colonización.
"Establecido en las islas del Atlántico -dice el historiador brasileño Ma•
nuc\ Bomfim, respecto del colono portugu és- y no encontrando allí otra
forma de actividad ni posibilidad de fortuna sino la estable explotación
agrícola, procedió a la colonización regular, demostrando, antes que cual-
quier otro pueblo de la Europa medioeval, ser un excelente poblador, por
cuanto a las cualidades de pioneer, unía la de formador de vida agrícola y
regular en tierras vírgenes". 73
Es verdad que muchos de los colonos que aquí se convirtieron en gran-
des propietarios rurales, no tenían por la tierra amor alguno ni gusto para el
cultivo. Hace siglos que en Portugal el mercantilismo burgués y semita por
un lado, y por el otro la esclavitud morisca suplantada por la negra, habían
transformado el antiguo pueblo de reyes labriegos en el más comercializado
y menos rural de Europa. En el siglo XVI, es el propio rey quien atiende su
despacho, no en un castillo gótico circuido de pinos, sino en los altillos
de algunos almacenes a oríllas del río, y él y todo cuanto es hidalgo de pro,
se enriquecen en el tráfico de especies asiáticas. Lo que restaba de la vida
rural a los portugueses del siglo XVI era una mera horticultura y un ama-
ble pastoreo y, como antaño entre los israelitas, florecía apenas casi entre
ellos el cultivo del olivo y de la vid. Es curioso, por tanto, que el éxito de
la colonización portuguesa en el Brasil se afirmase precisamente en la
base rural.
Considerando el elemento colonizador portugués, en masa, y no en ex-
cepciones, corno Duarte Coelho -tipo perfecto del gran agricult or-, se pue-
de decir que su "ruralismo" en el Brasil no fue espontáneo, sino adoptado,
impuesto por las circunstancias. Para los portugueses, el ideal hubiera sido,
no una colonia de plantación, sino otra India con que israelitamente comer-
ciasen en especias y piedras preciosas; o un México o Perú, donde pudiesen
50
extraer el oro y la plata. Ideal semita. Las circunstancias americanas son
las que hicieron del pueblo colonizador de tendencias menos rurales o, por
lo menos, con el sentido agrario más pervertido por el mercantilismo, el
más rural de todos: de pueblo que Ja India convirtiera en el más parasitario,
en el más creador.
De entre aquellas circunstancias destacan, imperiosas, la cualidad y las
condiciones materiales y morales de la vida y cultura de sus habitantes. Con-
viene concretar: de los habitantes de la parte de América que sería coloni-
zada por los portugueses.
Tierra y hombres se hallaban en estado tosco. Sus condiciones de cul-
tura no permitían a los portugueses un ventajoso trato comercial que ro-
busteciese o prolongase el mantenido por ellos con el oriente. Ni reyes de
Kananor ni jefes de tribus de Sófala, encontraron Jos descubridores de Bra-
sil con quien tratar o negociar. Caciques solamente. Indios. Gente desnuda
e inservible, durmiendo en hamaca o en el suelo, alimentándose de harina
de mandioca, de frutas silvestres, de caza o pesca, comida cruda o soasada
en el rescoldo. En sus manos no brillaban las perlas de Cipango, ni los ru-
bíes de. Pegú, ni el oro de Sumatra, ni la seda de Kata realzaba sus cuerpos
cobreños, cuando mucho adornados de plumas; los pies, en vez de alfom-
bras persas, pisaban la arena pura. Ningún animal doméstico tenían para
sus servicios. Como toda agricultura, unos míseros sembrados de mandio-
ca o de maní.
Razón asiste a Oliveira Vianna cuando escribe que entre las Indias, "con
una magnífica riqueza acumulada y una vasta tradición comercial con los
pueblos de Oriente y Occidente, y el Brasil, con una población de aboríge-
nes todavía en Ja edad de la piedra pulida, había una diferencia esencial.
Esa ausencia de riqueza organizada, aquella ausencia de base para una or-
ganización puramente comercial -agrega el autor de Evolución del Pueblo
Brasileñ o- lleva a los peninsulares trasplantados aquf a dedicarse a la ex-
plotación agrícola". 14
Ni el clavo, la pimienta, el ámbar, el sándalo, la canela, el gengibre, el
marfil, ni ninguna substancia vegetal o animal de valor consagrado por las
necesidades y los gustos de la Europa aristocrática o burguesa, encontraron
los portugueses en los trópicos americanos. Esto sin hablar del oro y la
plata más escudriñados que todo y de lo que luego se desengañaron los ex-
plotadores de la nueva tierra. La conclusión melancólica de Vespucio resume
el amargo desencanto de todos ellos: "infinitos árboles de palo brasil y ca-
ñafístula ... " 75 "Arboledas de punta a punta y muchas aguas", había
notado el agudo Pero Vaz de Carniña, primer cronista portugués del Bra-
siL 76
Enormes masas de agua, es verdad, comunicaban grandeza a la tierra
cubierta de densas selvas. La dramatizaban. Pero grandeza sin posibilidades
económicas para la técnica y conocimientos de la época. Al contrario: a las
necesidades de los hombres que crearon el Brasil, aquellas formidables ma-
51
sas, ríos, cascadas, se prestaron sólo en parte; nunca por
completo a la fun-
ción civilizadora de comunicación regular y útil dinam
ismo.
Un gran río de aquellos, cuando en época de lluvia desbo
rdaba, era para
inundarlo todo, cubriendo cañaverales y matando los
ganados y hasta las
gentes. Destruyendo. Devastando. Agricultura y ganadería
no eran posibles
en sus márgenes, porque tanto tenía de fácil el establecerla
s como de fatal
su destrucción por las crecidas que, o diezmaban las manad
as o inutilizaban
los pastizales, y en vez <le beneficiar a los sembrados,
los destruían por
completo ·o en su mayor parte.
Sin equilibrio en el. volumen ni regularidad en el curso,
variando extre-
madamente en condiciones de navegabilidad y de utilida
d, los grandes ríos
fueron colaboradores inciertos, si es que podemos consid
erar colaboradores
del hombre agrícola en la formación económica y social
de nuestro país. Mu-
cho debe, en cambio, el Brasil agrario a los ríos menor
es, pero más regula-
res. Allí donde ellos dócilmente se prestaron a moler la
caña, a irrigar las
llanuras, a reverdecer los cañaverales, a transportar el
azúcar, la madera y,
algo más tarde, el café, sirviendo los intereses y a las necesi
dades de pobla-
ciones estables, humanas y animales, instaladas en sus
márgenes, allí flore-
ció la gran sementera, prosperó la agricultura latifundista,
se diseminó la
pecuaria. Ríos del tipo del Mamanguape, del Una, del
Pitanga, del Para-
námirim, del Serínhaem, del Iguasú, del Cotindiba, del
Pirapama, del Ipoju-
ca, del Mundahú, del Paraíba, fueron los colaboradores
valiosos, regulares,
sin las intermitencias ni los desbordamientos de los grand
es, en la organiza-
ción de nuestra economía agraria y de la sociedad esclav
ista que se desen-
volvió a su amparo. Sobre el Paraíba escribió Alberto
Rangel que por los
tiempos de los esclavos fue "el río paradisíaco, el Eufra
tes de las senzalas,
con Taubeté por metrópoli". 17
Tanto más rica en cualidades y condiciones de permanencia
fue nuestra
vida rural del siglo XVI al XIX, donde más regular fue
el auxilio del agua,
donde más equilibrados fueron los ríos o manantiales.
Si los grandes ríos brasileños fueron ya glorificados en
monumentos y
cantada en poema célebre la catarata de Paulo Affon
so (por tanto tiem-
po ... de un interés puramente estético, por no decir esceno
gráfico en nues-
tra vida), a los ríos menores, tanto más serviciales, fáltale
s el estudio que
fije el papel civilizador en nuestra formación: ligados a
nuestras tradiciones
de estabilidad tanto como los otros, más románticos
tal vez, pero nunca
más brasileños, a las tradiciones de movílidad, de dinam
ismo, de expan-
sión, sertón adentro, de bandeiras y sacerdotes, en busca
de oro, de esclavos
y de almas para Nuestro Señor Jesucristo. Los grandes fueron
, por excelen-
cia, los ríos del bandeirante y del misionero, que los subían
salvando acci-
dentes de agua e irregulares cursos; otros, los del "seño r
de ingenio", los del
"fazendeiro", los del esclavo, fueron los del comercio y
los productos de la
tierra. Aquéllos dispersaron al colonizador; éstos lo retuvi
eron, fijándolo,
haciendo posible el sedentarismo rural.
52
Teniendo como base física las aguas, aun cuando acataratadas, se prolon-
gó en el brasíleño la tendencia colonial del portugués de expandirse en vez
de condensarse. El bandeirante, particularmente, se convierte desde fines del
siglo XVI en un fundador de sub-colonias. No es todavía dueño de la tierra
en que nació, sino simple colonial y ya se torna amo de las ajenas en un
imperialismo .que tanto tiene de audaz como de precoz. Con el bandeirante,
el Brasil se auto-coloniza. El escritor brasileño Pedro Dantas, fijó esa posi-
ble "constancia de nuestra historia": nos expandimos en superficie antes de
desenvolvernos "en densidad y profundidad". La misma tendencia dis-
78
53
-y es aún Bomfim quien lo destaca- "espontáneamente corren los cearen-
ses a socorrer a Piauhy, dominado aún por las tropas portuguesas, y juntos,
piauhienses y cearenses, van en ayuda de Marañón; 8 • en la misma época
corren los pernambucanos en auxilio de Bahía, alcanzando con los bahianos
la victoria del 2 de julio.
Los jesuitas fueron otros que por la influencia de su sistem~ uniforme
de educación y de moral sobre un organismo todavía tan blando, plástico,
sin armazón casi, como el de nuestra sociedad colonial en los siglos XVI y
XVII, contribuyeron a articular como educadores lo que ellos mismos dis-
persaban como catequistas y misioneros. Estaban los padres de la C. de J.
en todas partes. Se movían de un extremo al otro del vasto territorio colo-
nial; establecían un permanente contacto entre los focos esporádicos de co-
lonización y, a través de la língua geral, * entre los diversos grupos de
aborígenes. 85 Su movilidad, como la de los paulistas, si por un lado peli-
grosamente dispersiva, por el otro fue saludable y constructora, tendiendo
a aquel "unionismo" en que el profesor Juan Ribeiro sorprendió una de las
grandes fuerzas sociales de nuestra historia. 86
Para el "unionismo" nos preparó, además, la singular y especialísima si-
tuación de pueblo colonizador, el cual llega a las playas americanas unido
política y jurídicamente, y por mucha que foese la variedad íntima o aparente
de etnias y de creencias, todas ellas adaptadas a la organización política y
jurídica del Estado unido a la Iglesia Católica. Como lo observa Bomfim,
"la formación de Portugal se caracteriza por una precocidad política tal,
que el pequeño reino se nos aparece como la primera nación completa en la
Europa del siglo XVI". Observación que ya formulara Stephen en su T he
History of Portugal. 81
54
tricción alguna en lo que atañe a la nacionalidad: así se explica que católicos
88
extranjeros pudieran emigrar al Brasil y ali{ establecerse ... ". El histo•
riador brasileño Oliveira Lima hace notar que, en el siglo XVI, Portugal
toleraba en sus posesiones a muchc-s extranjeros, no siendo la política por-
tuguesa de colonización y poblamiento la de "riguroso exclusivismo poste-
riormente adoptado por España". 89
A través de ciertas épocas coloniales se observó la práctica de incluir un
fraile a bordo de todo buque que llegase a puerto brasileño, a fin de exami-
nar la conciencia, la fe, la religión del extranjero. ªº Lo que se impedía
entonces al inmigrante era la heterodoxia, la mancha de hereje en el alma y
no la mongólica en el cuerpo. De lo que se hacía cuestión eta de la salud
religiosa. La sífilis, la viruela, la lepra entraron libremente, conducidas por
europeos y negros de diversas procedencias.
El peligro no estaba en el extranjero ni en el individuo disgénico o caco-
génico, sino en el hereje. Que supiese rezar el padrenuestro y el avemaría,
decir el Credo, hacer la señal de la cruz, y el extraño era bienvenido en el
Brasil colonial. El cura iba a bordo para indagar la ortodoxia del individuo,
como se indaga hoy su salud y su raza. "Al paso que el anglo-sajón --ex-
presa Pedro de Azevedo-- sólo considera de su raza al individuo que tiene
el mismo tipo físico, el portugués olvida la raza y considera como su igual a
quien profesa religión igual a la suya". 111
En el extranjero acatólico se temía al enemigo político capaz de quebran-
tar o debilitar aquella solidaridad que en Portugal se desenvolviera junto con
la religión católica. Esa solidaridad se mantuvo entre nosotros contra los cal-
vinistas franceses, contra los reformados holandeses, contra los protestantes
ingleses. De ahí que tan difícil sea, en verdad, separar al brasileño del cató-
92
lico: en realidad, el catolicismo fue el cimiento de nuestra unidad.
En los albores de nuestra sociedad colonial encontramos, en unión con
las familias de origen portugués, hijos de países reformados o tildados de
herejía: Arzam, Bandemborg, Bentinck, Lins, Cavalcanti, Doria, Hollanda,
Accioly, Furquim, Novilher, Barewell, Lems. Más tarde, en el siglo XVII,
Van-der-Lei. 83 Y otros nombres que se disolvieron en los nombres portu-
gueses. Los oriundos de tierras protestantes, o ya eran católicos, o aquí se
convirtieron lo suficiente para que fueran acogidos en el seno de nuestra
vida social y hasta política, y aquí constituyesen familia entroncando con
la mejor gente de la tierra, adquiriendo propiedad agrícola, influencia y pres- •
tígio. Silvio Romero observa que fueron en el Brasil el catecismo de los je-
suitas y las Ordenaciones del Reino los que "garantizaron desde los orígenes
la unidad religiosa y la del derecho". 94
A su vez, el mecanismo de la administración colonial, al principio con
tendencias feudales, pero sin aquella astringencia del español, más bien dé-
bil, flojo, dejando en libertad a las colonias y, en muchos aspectos, a los
donatarios, cuando lo fortaleció la creación del gobierno general fue para
asegurar la unión de unas capitanías con las otras, considerándolas bajo los
55
mismos proveedores-mayores, el mismo gobernador general, el mismo Con-
sejo Ultramarino, la misma Mesa de Conciencia, aunque separándolas en !o
que fuese posible someter a cada uno de por sí a un tratamiento especial
de la metrópoli. Se tendía así a impedir que la conciencia nacional -que fa-
talmente surgiría de t:na absoluta igualdad de trato y de régimen adminis-
trativo- - sobrepujase a la regional, pero no al extremo de sacrificar a seme-
jante medida de profilaxia contra el pdigro del nacionalismo en la colonia,
su unidad esencial, asegurada por el catolicismo y por las Ordenaciones, por
la liturgia católica y por la lengua portuguesa auxiliada por la general, de
creación jesuítica.
Las condiciones físicas en el Brasil, que habrían podido conducir a ex-
tremos peligrosos las divergencias regionales, no sólo toleradas, sino hasta
estimuladas al punto de asegurar a tan extensa colonia la relativa salud
política de que siempre gozó, las condiciones físicas no actuaron sino débil-
mente en el sentido separatista, a través de diferencias, considerables aunque
no predominantes, de clima y de calidad física y química del suelo; a través
de sistemas de alimentación y de formas de cultura agrícola. Puede afirmarse
que tales condiciones contribuyeron más bien a que las colonias se mantu-
vieran unidas dentro del parentesco, de la solidaridad asegurada por las
tendencias y por los procesos de colonización portuguesa -region alista, pero
no separatista. Unionista en su mejor sentido, en lo que justamente coinci-
día con el interés de la catequesis católica.
No variando el clima de norte a sur, ni de la altitud máxima a la míni-
ma, lo suficiente para crear diferencias profundas en el género de vida co-
lonial, ni variando la calidad física y química del suelo al punto de estimular
el desenvolvimiento de dos sociedades radicalmente antagónicas en los inte-
reses económicos y sociales, triunfó la tendencia en el sentido de la unifor-
midad. Por mucho que la comprometiese la extraordinaria movilidad de los
bandeirantes y de los misioneros, su influencia se hizo sentir desde el pri-
mer siglo de colonización y de expansión territorial.
La caña de azúcar empezó a cultivarse, al mismo tiempo, en San Vi-
cente y en Pernambuco, extendiéndose después a Bahía y a Marañón. Este
cultivo, allá donde alcanzó éxito -medio cre en San Vicente o mayor en
Pernambuco, en el Reconcavo y en Marañó n-, tuvo como consecuencia
una sociedad y un género de vida de tendencias más o menos aristocráticas
y esclavistas. Por consiguiente, de intereses económicos semejantes. El anta-
gonismo económico se diseñaría más tarde entre los hombres de mayor cau-
dal que podían afrontar los gastos de la agricultura de la caña y de su indus-
trialización, y los menos favorecidos de recursos, obligados. a diseminarse
por los sertones en busca de esclavos --espec ie de capital vivo-- o a que-
darse por allá como criadores de ganado. Antagonismo que la vasta tierra
pudo tolerar sin mengua del equilibrio económico. De él resultaría, mien-
tras tanto, el Brasil anti-esclavista o indiferente a los intereses de la esclavi-
56
tud, representado por Ceará, en particular, y de una manera general por el
sertanero o vaquero.
A la igualdad de intereses agrarios y esclavistas que a través de los siglos
XVI y XVII predominó en la Colonia, toda ella consagrada con mayor o
menor intensidad al cultivo de azúcar, no la turbó tan profundamente, como
a simple vista pudiera parecer, el descubrimiento de las minas o la introduc•
ción del cafeto. Si el punto de apoyo económico de la aristocracia colonial se
desplazó de la caña de azúcar hacia el oro y más tarde hacia el c'afé, se man-
tuvo el instrumento de explotación: el brazo esclavo. Precisamente porque
la divergencia de intereses que se definió, la diferencia de técnica de explo-
tación económica entre el noroeste, persístentemente azucarero, y la capita-
nía de Minas Geraes, y entre éstos y San Pablo cafetero, en cierto modo se
compensó en sus efectos separatistas por la migración humana que el propio
fenómeno económico provocara dividiendo entre la zona azucarera del
noroeste y la minera y la cafetera del sur, un elemento étnico, el esclavo de
origen africano, que conservado en conjunto por el noroeste, hasta enton-
ces la región más esclavista de las tres, por ser la tierra por excelencia de la
caña de azúcar, habría resultado en profunda diferencia regional de cultura
humana.
Para responder a las necesidades de la alimentaci6n fueron cultivándose,
de norte a sur, a través de los primeros siglos coloniales, casi las mismas
plantas indígenas o importadas. Fijóse en la harina de mandioca la base de
nuestro sistema dietético. Además de este producto, se cultivó el maíz, y en
todas partes se torn6 casi una misma la mesa colonial, con especializaciones
regionales sólo de frutas y verduras, comunicándole mayor color y sabor local
en ciertos puntos la mayor influencia indígena; en otras, un vivo colorido
exótico por su mayor proximidad de Africa, y en Pernambuco por ser el
punto más cercano de Europa, manteniéndose algo como un equilibrio entre
las tres influencias: la indígena, la africana y la portuguesa.
En el altiplano paulista, en donde el éxito, apenas compensador, del cul-
tivo de la caña hizo que se desviase hacia otros cultivos el esfuerzo agrícola
de los pobladores, esbozándose así una, diremos, tendencia saludable hacia
la policultura, intentóse en el primer siglo de colonización, alcanzando un
relativo éxito, la siembra regular del trigo. De haber sido completo aquel
éxito y más intensa la policultura, esbozada tan sólo, habría resultado de
esos dos hechos una profunda diferenciación de vida y de tipo regional. Asi-
mismo, dentro de su relatividad, tales hechos se hicieron sentir poderosa-
mente en la mayor eficiencia y en la más alta eugenesia del paulista com-
parado con los brasileños de otras zonas de formación esclavista, agraria e
híbrida tanto como la de ellos, aunque menos beneficiados por el equilibrio
de nutrición resultante en gran parte de las citadas condiciones. "El régi•
men de nutrición de los paulistas no habría sido, pues, de los factores que
menos contribuyeron a la prosperidad de la gente del altiplano",$& con-
cluye Alfredo Ellís Junior en el sugestivo capítulo que en Ra~a de Gigan-
57
tes consagra a la influencia del clima y de la nutrición sobre el desarrollo
eugenésico de los paulistas. De un modo general, en las partes donde se
impuso la agricultura, dominó en el Brasil esclavista el latifundio, sistema
que vendría a privar a la población colonial de un abastecimiento equilibra•
do y constante de alimentación sana y fresca.
Gran parte de la inferioridad física del brasileño, generalmente atribuida
a la raza, o vaga y musulmanamente al clima, deriva del mal aprovechamiento
de nuestros recursos naturales de nutrición. Los cuales, sin ser de los ricos,
habrían dado para un régimen alimenticio más variado y sano que el con-
templado por los primeros colonos y por sus descendientes, dentro de la
organización latifundista y esclavócrata.
Es error suponer a la sociedad colonial, en su mayoría, una sociedad de
gente bien alimentada. En cuanto a la cantidad eran, en general, los extre-
mos: los blancos de las "casas grandes" y los negros de las senzalas. Los
grandes terratenientes y los negros, sus esclavos. Estos porque necesitaban
alimento apto para hacerlos soportar el duro trabajo de la bagacera.
Solía ocurrir, sin embargo, que los plantadores de caña "que sólo viven
de lo que cultivan con tales esclavos" (los de Guinea), no ocupaban casi a
sus negros en cosa que no fuese tocante "a la agricultura que profesan". 98
De ahí que -conclu ye el autor de Dialogos das Grandezas do Brasil, quien
escribió sus notas a principios del siglo XVII- "resulta la carestía y la es-
casez de estas cosas". 97
Adversas al trigo las condiciones del clima y del suelo, sólo insistieron
en cultivarlo los padres de la Compañía de Jesús para la preparación de sus
hostias. Y la harina de mandioca suplanta a la del trigo. Los plantadores
de caña abandonan el cultivo de la mandioca a los indígenas, agricultores
irregulares, inestables. La ausencia completa de trigo entre nuestros elemen-
tos de nutrición, determina el rebajamiento en el modelo de nutrición del
colonizador portugués. La mandioca, dependiendo del agricultor indígena,
resulta, como él, un cultivo inestable, lo que hace también inestable a nues-
tro régimen dietético. Agréguese a ello la falta de carne fresca, de leche, de
huevos y hasta de legumbres en diversas zonas de colonización agraria y es-
clavista, tal vez en todas ellas con la única excepción, y esta misma relativa,
del altiplano paulista.
De ma!1era que, admitida la influencia del régimen -influe ncia acaso
exagerada por ciertos autores modern os- 98 sobre el desarrollo físico y
económico de las poblaciones, tenemos que reconocer que el régimen dieté-
tico del brasileño, dentro de la organización agraria y esclavista, que en
gran parte presidió nuestra formación, ha sido de los más deficientes e ines-
tables. Es posible que por él se expliquen importantes diferencias somá-
ticas y psíquicas entre el europeo y el brasileño, atribuidas exclusivamente
al cruzamiento y al clima.
Es verdad que, desplazándose la responsabilidad del clima o de la mesti-
zación hacia el régimen en la acentuación de tales diferencias, no se ha exi-
.58
mido totalmente de culpa al primero, puesto que, al fin, depende en gran
parte de él, y de las cualidades químicas del suelo, el régimen de nutrici6n
seguido por la población. ¿Qué condiciones, si no las físicas y químicas,
del suelo y del clima, determinan el carácter de la vegetación espontánea
y las posibilidades de la agrícola, y a través de ese carácter y de esas posi-
bilidades, el carácter y las posibilidades del hombre?
En el caso de la sociedad brasileña lo que ocurrió fue haberse acentuado
por la presión de una influencia económico-social -la monocult ura- la de-
ficiencia de las fuentes naturales de nutrición que la policultura quizá habría
podido atenui:ir, o acaso corregir y suplir, a través del esfuerzo agrícola re-
gular y sistemático. Muchas de aquellas fuentes, por así decir, pervertidas,
otras estancadas por la monocultura, por el régimen esclavista y latifundista,
que, en vez de devolverlas, las sofocó, esterilizándoles la espontaneidad y
la lozanía. Nada perturba más el equilibrio de la naturaleza que la mono-
cultura, principalmente cuando es alógena la planta que viene a dominar la
99
región -hace notar el ecólogo alemán Konrad Guenther. Exactamente
el caso brasileño.
En la formación de nuestra sociedad, la mala higiene de nutrición origi-
naria de la monocultura, por un lado, y por el otro la inadaptación al cli-
ma, 100 actuaron sobre el desarrollo físico y sobre la eficiencia económica
del brasileño en el mismo mal sentido del clima depresor y del suelo quími-
camente pobre. Ln misma economía latifundista y esclavista que hizo posible
el desenvolvimiento económico del Brasil, su relativa estabilidad contras-
tando con las turbulencias en los países vecinos, lo pervirtió y envenenó en
sus fuentes de nutrición y de vida.
Mejor alimentados, repetimos, eran en la sociedad esclavista los extre-
mos: los blancos de las casas grandes y los negros de las senzalas. Lógico
es entonces que de los esclavos descendieran los elementos vigorosos y sanos
de nuestra población: los atletas, los capoeiras, los cabras, * los marineros.
Y que de la población media, libre pero miserable, procedan muchos de los
peores elementos, los más endebles e incapaces. Porque es sobre ellos prin-
cipalmente que han obrado, aprovechándose de su debilidad de gente mal
nutrida, la caquexia palúdica, el beriberi, las verminosis, la sifílis, el linfo-
granuloma. Y cuando toda esa casi inútil población de caboclos y semi-
blancos, más valiosa como material clínico que como fuerza económica, se
presenta en el estado de miseria física y de inercia improductiva en que la
sorprendieron los facultativos Miguel Pereira y Belisario Penna, quienes se
lamentan de que no seamos puros de raza, ni el Brasil una región de clima
templado, descubren luego, en aquella miseria y en aquella inercia, el re-
sultado de acoplamientos, para siempre condenados, de blancos con negras,
de portugueses con indias. Es de la raza la inercia o la indolencia. O el clima,
59
que sólo sirve para el negro. Y se condena a muerte al brasileño porque es
mestizo y al Brasil porque se encuentra, en gran parte, en zona de clima
cálido.
Poco o ningún caso ha prestado esa sociología, más alarmada con las
manchas de mestización que con las de la sifilización, más preocupada con
los efecccs del clima que con los de causas sociales susceptibles de control
o rectificación, a la influencia que sobre esas poblaciones mestizas, parti-
cularmente las libres, habrían ejercido, no sólo la escasez de alimentación,
debida a la monocultura y al régimen de trabajo esclavo, sino t8mhién la
pobre7.a química de los alímentos tradicionales que ellas, o más bien
todos los brasileños -salvo una que otra excepción regional- hace más
de tres siglos consumen: la irregularidad en la substitución y la mala higiene
en la conservación y en la distribución de gran parte de esos víveres alimen-
ticios. Son poblaciones, todavía hoy, y quizás más que en los tiempos colo-
niales, pésimamente nutridas. Entre los caboclos del norte, las observacio-
nes del médico Arauja Lima, le llevaron a la conclusión de que la mayor
parte de ese elemento -líricament e considerado por los ingenuos la gran
reserva de la vitalidad brasileña- vive reducida a un "estado de inferiori-
dad orgánica, [ ... ] a veces de quiebra declarada". El caboclo --escribe
este higienista- "anula su valor económico y social en una insuficiencia
nutricia que, secundada por el alcoholismo y por la doble acción distrófica
del paludismo y de las verminosis, debe ser reconocida como uno de los fac-
tores de su inferioridad física e intelectual". 101
Y no sólo habría sido afectada por la mala o insuficiente alimentación
la gran masa de gente libre, pero indigente, sino también aquellos dos ex-
tremos de nuestra población: las grandes familias propietarias y los esclavos
de las senzalas, en quienes Luis Couty --científico francés que ~tuvo en el
Brasil en la segunda mitad del siglo XIX- vino a encontrar la falta de
"pueblo", las únicas realidades sociales en el Brasil. 102 Señores feudales
y esclavos que, si consideramos bien alimentados --en cierto sentido éstos
mejores que aquéllos-, I1J3 es tan sólo en relación a los selváticos, payos,
caboclos, agregados y lugareños pobres -los seis núllones de inútiles del
cálculo de Coury para una población de doce, el vacío enorme que le pare-
ció notar en el Brasil entre los señores de las casas-grandes y los negros de
las senzalas-. "La sítuation fonctionelle de cette population peut se ré-
sumer d'un mot: le Brésíl n'a pas de peupte". 104 Palabras de Couty que
Joaquín Nabuco repetiría dos años más tarde, en 1893: "Son millones que
se encuentran en esa condición intermedia, que no es la del esclavo, ni es
tampoco la del ciudadano. . . Parias inútiles que viven en chozas de paja,
duermen en hamacas o sobre zarzos, teniendo como únicos utensilios el ja-
rro de agua y la cazuela de barro, y por alimentación la harina de mandio-
ca con bacalao o charque, y la "viola" colgada junto a la imagen". 106
Los propios "señores de ingenio" de los tiempos coloniales, que, a tra-
vés de las crónicas de Fernán Cardím y de Gabriel Soares de Souza, nos
60
hemos habituado a imaginarnos unos glotones en medio de una ríca variedad
de frutas en sazón, verduras frescas y lomos de excelente carne de buey,
gente de mesa abundante comiendo como unos tragones -ellos, sus fami-
lias, sus allegados, sus amigos, sus huéspedes-; los propios señores de in-
genio de Pernambuco y de Bahía se nutrían deficientemente: carne de
buey mala y sólo una que otra vez, frutas pocas y echadas a perder, raras
las legumbres. La abundancia o excelencia de víveres que se sorprendiese,
sería excepcional y no general, entre aquellos grandes terratenientes.
Dábanse al lujo disparatado de mandar venir de Portugal y de las Islas
gran parte de su alimentación, de lo que resultaba consumir víveres no
siempre en buen estado de conservación: carnes, cereales y hasta frutas se-
cas, desvalorizados en sus principios nutritivos, cuando no deteriorados por
el mal acondicionamiento o por las contingencias del transporte irregular y
moroso. Por raro que parezca, faltaban en la mesa de nuestra aristocracia
colonial legumbres frescas, carne fresca y leche. De ahí, seguramente, el
origen de muchas enfermedades del'- aparato digestivo 106 tan comunes en
la época y atribuidas por muchos médicos retrógrados a los "malos aires".
Por el antagonismo que no tardó en definirse entre la gran agricultura,
o más bien, la monocultura absorbente del litoral y la pecuaria -a su vez,
exclusivista- de los sertones, una distanciándose de la otra lo más posible,
se vio la población agrícola, inclusive la rica, la opulenta, dueña de leguas
de tierra, privada del auxilio regular y constante de alimentos frescos. Co-
wan tiene razón cuando presenta al desenvolvimiento histórico de la mayor
parte de los pueblos condicionado por el antagonismo entre la actividad
nómada y la agrícola. 101 En el Brasil, tal antagonismo actuó, desde los
primeros tiempos, sobre la formación social del brasileño. En algunos pun-
tos favorablemente; en éste de la alimentación, desfavorablemente.
De Bahía -tan típica de la agricultura latifundista por un lado, y de la
pecuaria absorbente por el otro, que una parte de sus tierras llegó a pertene-
cer, casi toda, a dos únicas familias, la del señor Da Torres y la del maestre
de campo Antonio Guedes de Britto, la primera con "260 leguas de tierra,
río San Francisco arriba, sobre la margen derecha, en dirección al sur, y de
dicho río hacia el norte, 80 leguas", y la segunda con "160 leguas, desde
108
el morro dos Chapéos hasta la naciente del río das Velhas"-, de
Bahía latifundista se sabe que los grandes terratenientes, a fin de no pade-
cer perjuicios en sus cultivos de caña de azúcar y tabaco, evitaban en sus
vastos dominios agrícolas los animales domésticos, siendo "las ovejas y las
cabras consideradas como ganado inútil; 109 los cerdos difíciles por volverse
montaraces con el abandono, el ganado vacuno insuficiente para "el trabajo
110
de los ingenios, consumo de los mataderos y proveeduría de los navíos".
En la zona agrícola tanta fue siempre la despreocupación por otro cul-
tivo que no fuera el de la caña de azúcar o el del tabaco, que Bahía, con
todo su fausto, llegó, en el siglo XVIII, a sufrir de "extraordinaria escasez
de harinas", por lo que, a partir de 1788, los gobernadores de la Capitanía
61
mandaron incluir en las fracciones de tierra concedidas una cláusula por la
cual el beneficiado se obligaba a plantar "mil covas de mandioca por cada
esclavo que tuviese ocupado en el amaño de la tierra. 111 Algo semejante
a la providencia adoptada por el conde de Nassau con relación a los señores
de ingenio y a los labradores de Pernambuco, en el siglo XVII. 112
Es cierto que el padre Fernao Cardim en sus Tratados habla siempre
de hartura de carne, de aves y hasta de verduras y frutas con la que fue
recibido en todas partes en el Brasil del siglo XVI, entre los hombres ricos
y los colegios religiosos. 113
Y del jesuita portugués debe tomarse en consideración su carácter de
padre visitador, acogido en los ingenios y colegios con fiestas y yantares ex-
cepcionales. Se trataba de un personaje a quien toda demostración de sim-
patía que los colonos le rindieran era poco: la buena impresión, que le
causasen la opípara mesa y los lechos mullidos de los grandes señores de
esclavos, tal vez atenuase la pésima de la vida disoluta que todos ellos lle-
vaban en los ingenios de azúcar: " ... os peccados que se comettem nelles
(en los ingenios) náo tem conta; quasi todos andam amancebados por causa
das muitas occasioes: bem cheio de peccados vai esse doce por que tanto
fazem: grande é a paciencia de Deus que tanto sof /re". 114
Por los grandes yantares y banquetes, por aquella ostentación de la hos-
pitalidad y la abundancia no ha de formarse una idea exacta de la alimenta-
ción entre los grandes propietarios. Mucho menos de la común entre el
grueso de l0s moradores. Comentando la descripción de yantar colonial, en
Boston, en el siglo XVIII -una comida de día de fiesta, con budín de ci-
ruelas, carne de cerdo, gallina, tocino, beef, carne de carnero, pavo asado,
salsa espesa, buñuelos, pasteles, quesos, etc.-, todo en un exceso de pro-
teína de origen animal, el profesor Percy Goldthwait Stiles, de la Universi-
dad de Harvard, observa juiciosamente que semejante abundancia acaso no
fuese típica del régimen alimenticio entre los colonos de Nueva Inglaterra,
esto es, que no foere la ordinaria, la cotidiana. Que las fiestas gastronómicas
entre ellos, quizá compensaran los ayunos. 11~ Lo que parece poder apli-
carse con literal exactitud a los banquetes coloniales en el Brasil, interme-
diados seguramente por mucha frugalidad alimenticia, cuando no por los
ayunos y por las abstinencias ordenadas por la Santa Iglesia. De ésta la
sombra matriarcal se proyectaba entonces mucho más dominadora y pode-
rosa, sobre la vida Íntima y doméstica de los fieles, que hoy.
No es posible deducir de los banquetes que el padre Cardim describe y
a los que Soares de Souza alude, que fuese siempre abundante el pasar dia-
rio de los colonos; que fuera fuerte y variada su alimentación; que el Brasil
de los primeros siglos coloniales fuese el tal "país de la cucaña", de la in-
sinuación un tanto literaria de Capistrano de Abreu. 116 Es todavía en el
propio padre Cardim donde vamos a recoger esta declaración de un flagran-
te realismo: "En el Colegio de Bahía nunca falta una copita de vino de
Portugal, sin la cual no se estimula bien la naturaleza por ser la tierra vi-
62
117 Adviértese de paso que, en ese
ciada y los mantemm1entos pobres.
mismo vino de Portugal, ahogaban los puritanos de Nueva .Inglaterra su
tristeza. 118
País de la cucaña, ¡absolutamente! Tierra de vida estrecha y difícil fue
la del Brasil de los tres siglos coloniales, esteriliztbdolo la sombra de la mo-
nocultura todo. Los grandes terratenientes endeudados siempre. Las hor-
migas, las crecidas, las sequías, dificultando al grueso de la población el au-
xilio de los víveres.
El lujo asiático que muchos imaginan generalizado en el norte azucarero,
se circunscribe a las familias privilegiadas de Pernambuco y de Bahía. Y ese
mismo lujo es mórbido, enfermizo, incompleto. Exceso en unas cosas, y
119 deficiencias en otras. Palanquines tapiza-
ese exceso a costa de deudas;
dos de seda, pero tejas vanas en las casas-grandes y sabandijas cayendo so-
bre las camas de los moradores.
En Pará, en el siglo XVII, "las familias de algunos hidalgos" no pueden
trasladarse a la ciudad para asistir a los festejos de Navidad (1661), "a causa
120
de que sus hijas doncellas no tienen qué vestir para concurrir a misa".
Recuerda Juan Lúcio de Azevedo que e1 padre Antonio Vieira, censurando
a la Cámara de Pará el que no hubiera en la ciudad ni matadero ni acequias,
oía en respuesta ser impo3ible el remedio, "como imposible era haber pago
por el sustento ordinario". Y añade: "La alimentación trivial, de caza y pes-
ca, abundante en los primeros tiempos, escaseó a medida que el número de
habitantes aumentaba [ ... ] Las tierras, sin amaño ní inteligente cultivo,
perdían la primitiva fertilidad y los moradores se retiraban, pasando a otras
121
estancias sus viviendas y sembrados" .
Del Marañón es el padre Vieira, quien destac.1 c:l hecho de no existir,
en su tiempo, en todo el Estado, "matadero, ni acequia, ní huerta, ni tien- 122
das en donde se vendiesen las cosas usuales para el comer ordinario ".
Es el padre José de Anchíeta quien informa que, en el siglo XVI, los colo-
nos, y hasta "los más ricos y honorables", y los misioneros, andan descal-
zos, a la usanza de los indios;
123
costumbre que parece haberse extendido
al siglo XVII y a los propios hidalgos o)indenses, aquéllos de los lechos de
seda para el hospedaje de los padres visitadores, y de los cubiertos de plata
para los banquetes de día de fiesta. Sus telas finas serían tal vez para las
grandes ocasiones. Por una escena que María Graham presenciara en Per-
nambuco a principios del siglo XIX, ~ se diría que igualmente hubiese
12
63
medias. 12G En p:..rte, consecuencia del clima esa vestimenta sumaria, pero
también expresión del franciscanismo colonial en el vestir como en el co-
mer de los díns comunes.
La misma Salvador de Bahía -cuando ciudad de los virreyes habitada
por tanto ricacho portugués y de la tierra, llena de hidalgos y de frailes--,
tornóse notable por la pésima y deficiente alimentación. Todo faltaba: carne
fresca de buey, aves, legumbres, frutas, y lo que aparecía era de la peor
calidad o casi en estado de descomposición. Abundancia sólo la de dulces,
jaleas y pasteles, elaborados en los conventos por las religiosas: era con
lo que se redondeaba la gordura de los frailes y de las amas de casa.
Mala en los ingenios y pésima en las ciudades, tal la alimentación de la
sociedad brasileña en los siglos XVI, XVII y XVIII. En las ciudades, pési-
ma y escasa. El obispo de Tucumán, visitando el Brasil en el siglo XVII,
observó que en las ciudades "mnn<laba comprar un pollo, cuatro huevos y un
pescado y nada le traían, porque nada se encontraba en la plaza ni en la
carnk<!ría", viéndose, por tanto, obligado a recurrir a las casas particula-
res de los ricos. tw Las cartas del padre Nóbrega nos hll.blan de "la falta
de mantenimientos", i:i, y Anchieta refiere en las suyas que en Pernam-
buco no había matadero en la villa, viéndose necesitados los curas del cole•
gio de criar algunas cabezas de ganado para su sustento y el de los niños:
"si así no Jo hicieren, no tendrían qué comer". Y agregaba: "Todos se ali-
mentan mediocremente y con mucho trabajo, porque las cosas valen muy
caras, el triple que en Portugal" . 128 Acerca de la carne de vaca nos infor-
ma no ser gorda: "no muy gorda por no ser la tierra fértil de pastos". 129
Y en cuanto a las legumbres: "de la tierra hay muy pocas". Es también del
padre Anchieta la siguiente información: "Algunos ricos comen pan de ha-
rina de trigo de Portugal, máxime en Pernambuco y Bahía, y de Portugal
también les viene el vino, el aceite, el vinagre, la aceituna, el queso, la con-
serva y ·otras cosas de comer". 13º
Era un régimen, el de Bahía de los virreyes con sus hidalgos y burgue-
ses ricos, vestidos de seda de Génova, de hilos y algodón de Holanda y de
Inglaterra, y hasta de tejidos de oro importados de París y de Lyon; régi-
men en que a falta de carne fresca abusaban del pescado, variando sola-
mente el régimen ictiófago con carnes saladas y qüesos del reino, importa-
dos juntamente con otros artículos alimenticios. 131 "No se ve carnero y raro
es el ganado bovino que sirva" -inform aba, acerca de Bahía, el abate Rey-
nal. 132 Ni carne de vaca ni de oveja, ni siquiera de gallina. Ni frutas ni
legumbres. Las frutas sólo llegaban a la mesa ya casi podridas o cogidas ver-
des para substraerlas a la voracidad de los pájaros y los insectos. Asimismo,
la carne que podía encontrarse era magra, de reses venidas de lejos, de los
scrtones, sin pastos que las repusiesen del penoso viaje. Porque las grandes
plantaciones de caña o de tabaco no permitían intermediar con pastizales pa-
ra los bueyes traídos de los sertones y destinados al sacrificio. Bueyes y va-
64
casque no fuesen los de trabajo eran como si fuesen animales malditos para
los latifundistas.
Sábese que había pocas vacas en los ingenios coloniales, en donde poco
o nada se fabricaba queso y manteca, y en donde una que otra vez se comía
carne de buey. Esto lo explica Capistrano de Abreu por la "dificultad de
criar reses en lugares inaptos para su propagación", dificultad que redujo
133
dicho ganado a lo estrictamente indispensable a las faenas agrícolas.
Era la sombra de la monocultura que se proyectaba por leguas y más le-
guas en derredor de las fábricas de azúcar, esterilizándolo o sofocándolo to•
do, menos los cañaverales y los hombres y bueyes a su servicio.
No solamente en Bahia, en Pernambuco o en Marañón, sino también en
Sergipe del Rey y en Río de Janeiro, pudo advertirse con mayor o menor
intensidad, a través del período colonial, el fenómeno, tan perturbador en
la eugenesia brasileña, de escasez de víveres frescos animales o vegetales.
Pero en ninguna parte quizá tan agudamente como en Pernambuco. 134 En
esta capitanía, por excelencia azucarera y latifundista, en donde al finalizar
el siglo XVIII y comenzar el XIX imagínase estar la mejor tierra agrícola
próxima al mar, en el dominio de ocho o diez señores de ingenio, para dos•
cientos vecinos -"entre doscientos vecinos, ocho o diez propietarios" que
ordinariamente sólo permitían a los arrendatarios "plantar caña para que-
dar como mediero"- 135 la carestía de mantenimientos de primera nece-
sidad se hace sentir a veces de una manera angustiosa entre los habitantes.
En vano había intentado el conde de Nassau, en el siglo XVII, acomodar
semejante desequilibrio en la vida económica de la gran capitanía azucarera.
Y como en Bahía y en Pernambuco, en Río de Janeiro tampoco el ganado
bastó nunca para el "consumo de las carnicerías y trabajos de los inge-
nios", 136 evitándose su presencia en las plantaciones de caña y hasta en
su proximidad, y tanto como en aquellas capitanías del norte, las tierras en
Río de Janeiro estuvieron siempre concentradas en manos de unos pocos la-
tifundistas plantadores de caña, inclusive los frailes del monasterio de San
Benito. Bajo tal régimen de monocultura, de latifundio y de trabajo esclavo,
la población no disfrutó nunca de la abundancia de cereales y legumbres
frescas.
De m::inera que la nutrición de la familia colonial brasileña, la de los in-
genios y notoriamente la de las ciudades, sorpréndenos por su mala cali-
dad, por la evidente pobreza de proteínas de origen animal 137 y .posible-
mente de albuminoides en general, por la ausencia de vitaminas, por la de
calcio y otras sales minerales y, por otra parte, por la indudable riqueza de
toxinas. El brasiletio <le buena estirpe rural difícilmente podrá, como el in-
glés, volverse hacia el largo pasado de familia, seguramente de diez o doce
generaciones de abuelos bien alimentados de beef-steak y legumbres, de le-
che y huevos, de avena y <le frutas asegurándoles largamente d desarrollo
65
eugenésico, la salud vigorosa, la robustez física, tan difíciles de ser pertur-
badas o afectadas por otras influencias sociales cuando predomina la de la
higiene de nutrición.
Si la cantidad y la composición de los alimentos no determinan por sí
mi:;mos, como pretenden los extremistas -los que creen explicarlo todo
por el régime n-, 138 las diferencias de morfología y de psicología y el
grado de capacidad económica y de resistencia a las enfermedades entre las
sociedades humanas, su importancia es, mientras tanto, considerable, como
lo están revelando las investigaciones e indagaciones en ese sentido. Se in-
tenta ahora rectificar la antropogeografía de los que, olvidando los regíme-
nes alimenticios, todo lo atribuyen a los factores raza y clima. En ese movi-
miento de rectificación debe incluirse la sociedad brasileña, ejemplo del que
tanto se sirven los alarmistas de la mezcla de razas o de la malignidad de los
trópicos en favor de su tesis de degeneración del hombre por efecto del
clima o de la mestización.
La brasileña es una sociedad que la indagación histórica revela haber
sido en ampJia fase de su desenvolvimiento, aun entre las clases privilegia-
das, uno de los pueblos modernos más desprestigiados en su eugenesia y
más comprometidos en su capacidad económica por la deficiencia de ali-
mentación. Además, la indagación llevada más lejos, a los antecedentes del
colonizador europeo del Brasil, aun de los colonos de pro, nos revela en el
peninsular de los siglos XV y XVI, como más adelante veremos, un pueblo
profundamente perturbado en su vigor físico y en su higiene por un per-
nicioso conjunto de influencias económicas y sociales. Una de ellas de na-
turaleza religiosa: El abuso de los ayunos.
Se puede generalizar acerca de !::is fuente~ y del régimen de nutrición
del brasileño: las fuentes -vegeta ción y aguas-- se resienten de la pobre-
za química del suelo, exiguo en amplia extensión, de calcio; 130 el régimen,
cuando no peca por la deficiencia en calidad tanto como en cantidad, se re-
siente siempre de la falta de equilibrio. 140 Esta última situación general
incluye a las clases pudientes. La deficiencia por la calidad y por la cantidad
es, y ha sido, desde el primer siglo, el estado de parquedad alimenticia de
una gran parte de la población, parquedad a veces disimulada por la ilusión
de abundancia que da la harina de mandioca, tn desleída en agua.
La pobreza de calcio del suelo brasileño escapa casi por completo al con-
trol social o a la rectificación por el hombre. Las otras dos causas, sin em-
bargo, tienen su explicación en la historia social y económica del brasileño:
en la monocultura, en el régimen de trabajo esclavo, en el latifundio, res-
ponsables del reducido consumo de leche, huevos y vegetales entre gran
parte de la población brasileña. 142 Son susceptibles de corrección o de
control.
Si exceptuamos de nuestra generalización sobre la deficiencia alimenticia
en la formación brasileña a las poblaciones paulistas, es por haber actuado
66
sobre ellas condiciones un tanto diversas de las predominantes en Río de
Janeiro y en el norte; geológicas y meteorológicas, favoreciendo el esfuerzo
agrícola generalizado y hasta el cultivo, si bien mediocre, del trigo, la posible
superioridad de composición química del suelo, dando por resultado una
mayor riqueza de los productos destinados a la alimentación; sociales y eco-
nómicas, de parte de los primeros pobladores, que no siendo gente de tra-
diciones y tendencias rurales, ni de los mismos recursos pecuniarios de los
colonizadores de Pernambuco, sino en la mayor parce herreros, carpinteros,
sastres, albañiles, tejedores, se entregaron más a la vida semirural y grega-
ria que a la latifundista y monocultora, y aun económica por haber prevale-
cido en el altiplano paulista la concentración de las dos actividades, la agrí-
cola y la pastoril, Ha en vez de la división casi balcánica en esfuerzos se-
parados y, por así decir, enemigos, que condicionó el desenvolvimiento de
Bahía, de Marañón, de Pernambuco y de Río de Janciro.
Las generalizaciones del profesor Oliveira Vianna, que nos pintó con
tan bellos colores una población paulista de grandes propietarios y opulen-
tos hidalgos rústicos, han sido recientemente rectificadas en aquéllos dora-
dos y azules, por investigadores más realistas y mejor documentados que el
ilustre sociólogo de Popularoes Meridionaes do Brasil, como Alfonso de E.
Taunay, 144 Alfredo Ellis Júnior, w Pablo Prado HG y Alcántara Ma-
chado. H 7 Basado en esos autores y en la opulenta documentación hecha
148 es que divergimos del
publicar por Washington Luís Pereira de Souza,
concepto según el cual la formación paulista fue la misma de las capitanías
azucareras, latifundistas y aristocráticas del norte. Al contrario: no obstante
las profundas perturbaciones del bandeirismo, * fue, tal vez, la que se
organizó con mayor equilibrio. Prindpa lmente en lo que atañe al sistema
de alimentación.
"Muy equilibrada, a más de abundante, debió haber sido la nutrición en
los primeros siglos, en cuanto a sus elementos químicos -escrib e acerca de
la alimentación de los pobladores paulistas Alfredo Ellis Junior que, para
afirmarlo, se respalda en informaciones de Inventarios e Testam entos-
pues no solamente tenían .en abundancia la proteina de la carne de sus re-
baños de bovinos, sino que les sobraba también la carne de cerdo, rica en
materias grasas de gran valor, lo que les hacía carnívoros, a más de una co-
piosa variedad en la alimentación cerealífera, como el trigo, la mandioca, el
maíz, el poroto, etcétera, cuyas plantaciones se diseminaban por los alrede-
dores paulistas, y que contienen un elevado porcentaje de hldrocarbonatos,
ióu brasileñas ,
• Bandeiris mo: fenómeno histórico de la penetraci ón y colonizac
as espootáne am.,ute
tumbo al oeste, por medio de las bandefras (expedicio nes} organi:i:ad
de plata y oro,
eu !05 tiempos coloniales para la caza del indio, la búsqued11. de iniaas
utemeate, contri-
de que corrían fabulos.is oocicias, y que de esce modo, acaso iacooscic
buyó a la dilatación de las frouceras brasileña s.- N. del T.
67
ricos en calorías". Es aún Ellís Júnior quien nos recuerda esta observación
de von Martius, sobre las poblaciones paulistas: el carácter de las enferme-
dades en San Pablo difería considerablemente de las condiciones patológi-
cas observadas en Río. 149 Von Martius atribuye el hecho a la diferencia de
clima -factor cuya exaltación estaba de moda entonce s-- y, vagamente, a
diferencias de constitución de los habitantes. De ir más lejos en el diagnós-
tico, llegaría sin duda a la importante causa o hecho social determinante
de aquella diferencia de condiciones patológicas entre poblaciones tan próxi-
mas. Esa causa: la diferencia en los dos sistemas de nutrición. Uno, el defi-
ciente de poblaciones sofocadas en su desarrollo eugenésico y económico
por fa monocultura; el otro equilibrado, en virtud de la mayor división de
la tierra y mejor coordinación de las actividades -la agrícola y la pasto-
ril- entre los paulistas. i:;o De éstos la salud económica se transmitiría,
más tarde, a los mineros; los cuales, pasada la fase turbulenta del oro y del
diamante, se aquietarían en la gente más estable, más equilibrada y, tal vez,
mejor nutrida del Brasil.
Creemos poder afirmar que, en la formación del brasilefio -consid erada
desde el punto de vista de la nutrici ón-, la influencia más saludable ha sido
la del africano, ya sea a través de los valiosos alimentos, principalmente ve-
getales, venidos por su intermedio del Africa, ya sea a través de su régimen
de nutrición, mejor equilibrado que el del blanco, por lo menos durante la
esclavitud. Decimos como esclavos, porque bien o mal, los señores de inge-
nio tuvieron, en el Brasil, su imitación del taylorismo, procurando obtener
del esclavo negro, comprado caro, el máximo de esfuerzo útil y no simple-
mente el máximo de rendimiento.
De la energía africana en el trabajo, no tardaron en aprender muchos de
los grandes propietarios que, abusada o agotada, rendía menos que bien
conservada. De ahí que pasaran a explotar al esclavo con el fin del mayor
rendimiento, pero sin perjuicio de su normalidad de eficiencia. Confund.íase
ésta con el interés del amo por conservar en el negro su capital, su máquina
de trabajo, algo de sí mismo. De ahí la alimentación abundante y reparadora
del negro, que Peckolt observó se dispensaba en el Brasil. 151 Podía no ser
ningún primor de culinaria la alimentación del negro en los ingenios brasi-
leños, pero faltarle nunca le faltó. Y su abundancia de maíz, tocino y poro-
tos, recomiéndala como régimen apropiado al duro trabaío requerido del
esclavo agrario.
El esclavo negro en el Brasil, a despecho de las deficiencias de su régi-
men de nutrición, nos parece que ha sido el elemento mejor nutrido de nues-
tra sociedad, explicándose en gran parte por el factor dieta de ascendencia
africana muchas de las mejores expresiones actuales de vigor o de belleza
física en nuestro país: las mulatas, las babianas, las creoulas, las cuartero-
nas y, principalmente las octavonas, 1 ~2 los cabras de ingenio m y los
fusileros navales, lM los capoeiras, los capangas, los atletas, los estibadores
de Recife y de Salvador, muchos de los ;agunros de los sertones babianos y
68
de los cangaceiros del noreste.* La exaltación lírica que entre nosotros se
hace del caboclo, esto es, del indígena como del indio incorporado a la civi-
lizaci6n o del mesúzo de indio y blanco, en el cual algunos quieren ver el
exponente más puro de la capacidad física, de la belleza y hasta de la resis-
tencia moral de la sub-raza brasileñ a, 1
~& no corresponde sino superficial-
mente a la realidad . En este punto, el admirab le maestro que es el profesor
Roquette Pinto, insinuó la necesidad de que se rectifique a Euclides da
Cunha, no siempre justo en sus generalizaciones. Mucho de lo que el vigo-
roso autor de Os Sertoes exaltó como valor de la raza indígena, o de la sub-
raza formada por la unión del blanco con la india, son más bien virtudes de-
rivadas de la fusióq de las tres razas que de la del indio con el blanco, o del
negro o el indio o del portugués. "La mestización --dice Roquette Pinto--
produjo el jagunw · el jagunfo no es el mameluco, hijo de india y blanco.
Euclides da Cunha lo estudió en Bahía. Bahía y Minas Geraes son los dos
156
Estados en los que más se dispersó el africano".
Destaca aún más él antropólogo brasileño: "Grave error e~ creer que
en el gran sertón central y en el valle amazónico el sertanero sea solamente
caboclo. Tanto en el altiplano del noreste como en los seringales, hay cafu-
sos y caborés, representantes de una parte de sangre africana". Y subraya
eI hecho de que muchos negros hayan abandonado el litoral o la zona azu-
carera para aquilombarse ** en el sertón: "Muchos esclavos huían para
aquilombarse en los montes, en las proximidades de las tribus indígenas. Por
lo que respecta a las mujeres, su fuga era más difícil, de manera que157 el rapto
de indias fue vasta mente practicado por los negros quilómb olas".
Roquette Pinto, en su estudio Rondonia,
158
incluy6 una interesante
documentación hallada por él en los archivos del Instituto Histórico Brasile-
ño, sobre los caborés de la Sierra del Norte, en pleno Brasil central: híbridos
de negros huídos de las minas y de mujeres indias raptadas por ellos. Los
raptos a que se entregaron en todas partes los negros aquilombados, no fue-
ron tan sólo de "sabinas negras [ ... ) de los ingenios", como dice Ulises
Brandao, m sino también, y principalmente, de caboclas.
r1ca de
* B.,J,iana: tipo de mujer negra, en general de elevada estarura, caracce1,s : negra pura
las sudanesas , hierática, de por re airoSQ y rítmico ander; Creoul" (criollas) simpleme nte:
negras
nacida en el Brasil, a diferencia de la., nacid:u en Africa, que eran
de baja exuaccióo ,
C,zpoeiro: lucha --o luchador -, practicad a en el Brasil por gente
re perseguid a por las autoridad es. Consiste la lucha en rápidos movimien •
hoy scveramen mente, en
pies y cabeza, ea hábiles desgonzam ientos del tronco y, particular
tos de manos, todo,
todo en defensa o ataque, en las luchas cuerpo a cuerpo. Con
la agilidad de salros,
guarda-e, paldas
el c11f,011ír11 no desdeña el empleo del arma blanca. (,,p,mga: valentón,
cualquier fechoría.
que se pone al servicio de quien le paga mejor para la comisíón de
N. del T.
C,sng,1c11iro: delincuen te de los serrones, sagaz, valiente y temerari o.-
nto, pero
** Derivado de quilombo , vo:i: africana que literalmen te significa campame cautiverio , sirua.
que en el Brasil se aplicó a los refugios de los esc!a,·os huidos al duro
y de las sierras.
dos en los lugares yermos, de difícil acceso, en el interior de !as sel\"as
los negro, que
Es lo mismo que moc,,mbo (choza o escondrij o) donde se guarecían
oru es guarecen e el
huían de las f4r11ndtts y de los in¡;enios. De manera que "quilomb
quí/ómbol ,,, esto es, el negro huido.- N. d11J T.
69
Gastón Cruls, viajando recientemente por el bajo Cuminá, tropezó con
varios remanentes de antiguos mocambos o quilombos, esto es, de
negros
huidos de los ingenios y faiendas. "Por lo demás -escrib e Cruls -, casi
to-
dos los ríos de la Amazonia contaron con esos refugios de esclavos y
hasta
en el Alto Ir;á Crevaux sorprendió la choza de una vieja negra". 100
Por
donde se ve que hasta al mismo corazón de la Amazonia, en la Sierra
del
Norte y en los sertones, donde se supone haberse conservado más pura
la
sangre amerindia o híbrida de portugués y de indio, ha llegado el africano
.
La supuesta absoluta inmunidad del sertanero a la sangre o a la influen
-
cia africana, no resiste a un examen detenido. Si son numerosos los blancos
puros en ciertas zonas sertaneras, en otras se hacen notar !"esiduos africano
s.
Un estudio altamente· interesante a realizar sería el de localizar los reducto
s
de antiguos esclavos que habrían manchado de negro, hoy palidecido,
mucha
región central del Brasil. Aquellas concentraciones de negros pmos
corres-
ponden necesariamente a manchas negroides en el seno de poblaciones
ale-
jadas de los centros de esclavitud. Escaseaban entre los esclavos huidos
las
mujeres de su pigmento, teniendo que recurrir, para suplirlas, "al rapto
de
las indias" o caboclar de poblados o aldeamientos próximos. Habrían
difun-
dido as! su sangre en muchas zonas consideradas después vírgenes
de in-
fluencia negra. Además, los movimientos -sert6 n adentro o río J\ma:i:o
nas
arriba - de negros huidos representan un arrojo casi igual al de los
ban-
deirantes paulistas o de los pobladores cearenses.
Mulata clara, o mejor dicho, mestiza de blanco con indio, y en menor
proporción, mezcla de las tres razas, la mayor parte de b población
libre
que correspondió en nuestra organización esdavócrata al poor while
trash
de las colonias inglesas de América, sobre ese elemento relativamente
poco
cargado de influencia o colorido africano, es donde la anemia palúdic
a, el
beriberi, 161 las verminosis, ejercieron su mayor acción devastadora,
sólo
después del descalabro de la abolición, extendida con igual intensidad
a los
negros y pardos, desamparados ahora de la asistencia patriarcal de las
c~sas-
grandes y privados del régimen alimenticio de las senzalas. Los esclavo
s ne-
gros disfrutaron, sobre los caboclos y mulatos claros libres, de la ventaja
de
condiciones de vida más bien conservadoras que desprestigiadoras
de su
eugenesia, porque pudieron resistir mejor a las influencias patógenas,
socia-
les y de medio físico, y perpetuarse así en descendencias más sanas
y vigo-
rosas.
De la acción de la sífilis ya no puede decirse lo mismo, por cuanto
fue
ésta la enfermedad por excelencia de las casas-grandes y de las senzala
s, la
que el hijo dd señor del ingenio contraía, jugando casi, entre negras
y mu-
latas al iniciarse precozmente en el comercio camal, a los doce o trece
años.
Porque después de esa edad el niño era ya "doncellón". Ridiculizado
por no
conocer mujer y burlado por no llevar estigmas sifilíticos en e1 cuerpo
, es-
tigmas que, como lo advirtiera Martius, el brasileño ostentaba como
quien
luce una cicatriz de guerra. 162 Cincuenta años después de Martiu
s, un
70
observador francés, Emile Béringer, negando al clima del norte del Brasil
influencia preponderante en la morbidez de la región, destacaba la impor-
tancia verdaderamente trágica de la sífilis: "La sífilis ocasiona grandes es-
tragos. La mayoría de los 1-abitantes no la consideran una enfermedad ver-
gonzosa y no le prestan mayor cuidado. Independientemente de su influjo
sobre el desarrollo de numerosas afecciones especiales proporciona un tanto
163
por ciento de diez defunciones por mil".
A la ventaja de la mixigenación correspondió en el Brasil la desventaja
considerable de la sifilizaci6n. Empezaron juntas, la una a formar el brasile-
ño -tipo ideal del hombre moderno para los trópicos, europeo con sangre
negra o india, avivándole la energía- , la otra a deformarlo. De ahí cierta
confusión de responsabilidad, atribuyendo muchos a la "mixigenación" lo
que sólo ha sido obra principal de la sifilizaci6n; responsabilizando a la
raza negra o la amerindia o aun a la portuguesa, cada una de las cuales,
pura o sin cruzar, está cansada de producir ejemplares admirables de be-
16
lleza y de robustez física por lo "feo" y lo "bisoño" • de nuestras pobla-
ciones mestizas más afectadas por la sífilis o más roídas por la verminosis.
De todas las influencias sociales, la sífilis acaso haya sido, después de la
mala nutrición, la más deformadora de la plástica y la más empobrecedora
de la energía económica del mestizo brasileño. Su acción, como hemos di-
cho, comenzó al mismo tiempo que la de la mestización; viene de los prime•
ros acoplamientos de europeos, abandonados a la ventura en nuestras playas,
con las indias que iban a ofrecerse al abrazo sexual de los blancos. La "tara
étnica inicial", de que habla Azevedo Amaral, fue más bien sifilítica inicial.
Acostumbra decirse que la civilización y la sifilización andan unidas. El
Brasil, sin embargo, parece haberse sifilizado antes de civilizarse. Los pri-
meros europeos llegados aquí desaparecieron en la masa indígena casi sin
dejar en ella otro rasero europeizante que las manchas de mestización y de
sífilis. No civilizaron. Hay, por el contrario, indicios de haber sifilizado a la
población aborigen que los absorbió.
Precisamente es desde el doble punto de vista de la mestización y de la
sifilízaci6n que consideramos importantísima la primera fase de la coloniza-
ción. Del punto de vista de la mestización fueron aquellos pobladores inú-
tiles los que prepararon el campo para el único proceso de colonización que
habría sido posible en el Brasil: el de la formación por la poligamia, ya que
era escaso e1 número de europeos, de una sociedad híbrida. De los Diego
Alvares, de los Juan Ramalho, un tanto impropiamente de Jerónimo de AI-
buquerque ( que ya pertenece a otra época de colonización), escribió Pablo
Prado que "proliferan vastamente, como si indicasen la solución del proble-
ma de la colonización y formación de la raza de nuestro país". 18
G De su
contacto con la población amerindia resultaron, en verdad, las primeras ca•
pas mestizas, constituyendo acaso puntos más accesibles para la penetraci ón
de la segunda leva de gente europea.
71
Cuando los colonizadores regulares llegaron aquí, fueron encontrando
sobre el pardo rojizo de la masa indígena, aquellas manchas de gente más
clara. Aunque sin una caracterización europea más definida, esos mestizos,
casi por el mismo hecho de su color más próximo al <le los blancos y por
uno que otro rasgo de cultura moral o material adquirido de los padres
europeos, han debido ser como cake o forro de carne que amortiguaba a los
colonos portugueses, vírgenes aún de experiencias exóticas -y los había
ciertamente numerosos procedentes del norte-, el choque violento del con-
tacto con seres completamente diversos del tipo europeo.
Muchos de los primeros pobladores no hicieron sino disolverse en medio
de la población nativa. Raros los "verdaderos régulos" 166 de que habla
Pablo Prado: los grandes patriarcas blancos que, solos en medio de los in-
dios, consiguieron en parte someter a su voluntad de europeos a considera-
bles bandas de gente nativa.
Asimismo aquellos que desaparecieron en la oscuridad de la vida indí-
gena sin dejar nombre se imponen, por las evidentes consecuencias de su
acción procreadora y sifilizadora, a la atención de quien se ocupe de la his-
toria genésica de la sociedad brasileña. Bien o mal, es en ellos donde ma-
drugó esa sociedad. De ellos se contaminó la nueva formación brasileña de
algunos de sus vicios más persistentes y característicos: taras étnicas, que
diría Azevedo Amaral, pero que nosotros preferimos decir taras sociales.
La sifilización del Brasil resultó de los primeros encuentros, algunos for-
tuitos, de playa, de europeos con indias. No solamente de portugueses. Des-
terrados, neocristianos, traficantes normandos de madera tintórea que aquí
quedaban abandonados por los suyos para que fuesen amigándose con los
indígenas, y que las más de las veces acababan tomándole gusto a la vida
desordenada en medio de mujeres fáciles y a la sombra de cajuiles y arazás.
Osear da Silva Arauja, a quien se le deben valiosas indagaciones acerca
de la aparición de la sífilis en el Brasil, la atribuye principalmente al con-
tacto de las indígenas con los franceses. "En el siglo XVI -recuerda el
maestro brasileño - surgió en Francia la gran epidemia de sífilis". En las.
crónicas de los contrabandistas de aquella época se hallan referencias a la
existencia de enfermedades venéreas entre ellos, diezmando muchas veces a
las poblaciones. Es de presumir que los aventureros franceses que comer-
ciaban con nuestros indígenas, estuviesen también infectados y que hayan
sido los introductores y primeros propagadores de ese mal entre ellos. 167
Menos infectados no han debido estar los portugueses, gente aún más
móvil y sensual que los franceses. "El mal que asoló al viejo mundo a fines
del siglo XV -observa en otra parte Silva Araujo-- se propagó en Oriente,
siendo allá llevado por los portugueses. Las investigaciones de Okamura,
Dohi y Susuky, en Japón y en China, y las de Jolly y otros, en la India, de-
muestran que la sífilis apareció en aquellos países sólo después que ellos
se pusieron en contacto con los europeos. En la India, el mal apareció des-
pués de la llegada de Vasco da Gama, en 1498, habiendo partido de Portu-
72
, el
gal en 1497. Gaspar Correa, en Lendas da India, refiere que "en Catorá
enferm ar de malos aires y de mal comer y,
año 1507, la gente comenzó a 188
convers ación con las mujere s, de que morían ".
principalmente, con la
As-
Silva Arnujo recuerda, además, que "Engelbert Koempfer -dtad o por
e literalm ente a
truc- afirma que el término japonés mambakassan, respond
que en Japón se designa a la
l'nfermedad de los portugueses, término con el
,
sífilis. Y todavía, en nuestros días -añad e-, en muchos países ,de Oriente
lúes. En los idiomas indios, japonés y chino
mal portugués es sinónimo de 169
no existen nombres indígenas de esa enfermedad".
Aun cuando ciertos "tropícalistas" -algun os, como Sigaud, con estu-
e-
dios espccialízados sobre el Brasil -atribu yen a la sífilis ser una enferm
llevan
dad autóctona, 170 las evidencias acumuladas por Silva Araujo nos
que
a diversa conclusión. "Los médicos viajeros --dice el autor brasile ño--
de nuestro s indios no
en los últimos tiempos estudiaron las enfermedades
Roquet te Pinto, Morillo de
mezclados aún con los civilizados, entre ellos
observa ron la sífilis entre esos
Campos y Olimpio da Fonseca (hijo), nunca
osis".
indígenas, no obstante haber comprobado la existencia de varias dermat
Agrega luego que "los primero s viajeros y escritor es que aluden al dima y
del Brasil nunca determ inaron la existen cia de ese mal
a las enfermedades
n otro
entre los selvícolas que hasta entonces vivían aislados y no tuviero
171 La misma opinión comparte otro
contacto con los europeos [ ... ] ".
y la
ilustre investigador, el profesor Pirajá da Silva, que considera la lepra
colonos europeo s y africa-
sífilis como "introducidas en el Brasil por los
el
nos". 172 Lo que nos parece es que ha habido mucha confusión entre
piiío, o mal boubatico, con la sífilis. t,
que indiferentemente
*Pi;;o o bouba. vocablos de posible ori¡;en africano, con los
treponem a de Percl.'nen <le Castellan i, enfermz dad cuya evolució n se
<e designab a al
razón por la cual, durante mucho tiempo, se la ha confund ido
asemeja a la de la sífilis, os.- N. del T.
tiene, como la sífilis, trC5 período5 evolutiv
con ella, tanto más cuanto que
73
Del muleque "paragolpes" casi podría decirse que desempeñ6 entre las
grandes familias esclavistas del Brasil las mismas funciones de paciente del
amo joven que, en la organización patricia del imperio romano, el esclavo
púber escogido para compañero del niño aristócrata: especie de víctima al
mismo tiempo que compañero de juegos, en quien se ejercían los primeros
impulsos genésicos del hijo de familia. 173
Albert Moll pone en evidencia que la primera dirección adquirida por el
impulso sexual en el niño -sadismo , masoquismo, bestialidad o fetichis-
mo-- depende en gran parte de oportunidad o chance, esto es de influen-
cias externas sociales, 174 más que de predisposición o de perversión inna-
ta. Se refiere, el autor de Sexual Lije of the Child, al período de "indiferencia
sexual" que -según Penta y Max Dessoir- 175 todo individuo atraviesa,
como particularmente sensible a aquellas influencias. En ese período, en el
que, en el hijo de familia esclavócrata en el Brasil, actuaban las influencias
sociales, su condición de señor rodeado de esclavos y animales dóciles, indu-
ciéndolo a la bestialidad y al sadismo. Este, aun desexualizado después, no
raras veces guardaba en varias manifestaciones de la vida o de la actividad
social del individuo aquel sexual undertone que, según Pfister, is never
lacking to wellmarked sadistic plcasure. 176 El sadismo del niño y del ado-
lescente se transformaba en el placer de mandar azotar, arrancar dientes al
negro ladrón de caña de azúcar, hacer reñir en presencia suya capoeiras,
gallos y canarios, tantas veces manifestado por el "señor de ingenio" una
vez hombre hecho; en el placer de mando violento o perverso que estallaba
en él o en el hijo bachiller cuando en el ejercicio de elevada posición política
o de la administración pública, o en el simple y mero gusto de mando, ca-
racterístico de todo brasileño nacido y criado en casa grande de ingenio. Pla-
cer al que se le halla refinado, en un sentido grave de autoridad y de deber,
en un Don Vital, lo mismo que embrutecido en el rudo autoritarismo de un
Floriano Peixoto.
Resultado de la acción persistente de ese sadismo del conquistador sobre
el conquistado, del señor sobre el esclavo, nos parece un hecho ligado natu-
ralmente a la circunstancia económica de nuestra formación patriarcal: el
de que la mujer, en el Brasil, sea tantas veces víctima inerme del dominio o
del abuso del hombre, 177 un ser refrenado, sexual y socialmente, a la som-
bra todopoderosa del padre o del marido. No se debe, mientras tanto, ol-
vidar el sadismo de la mujer sobre los esclavos, principalmente sobre las
mulatas, impulsada por los celos o la envidia sexual, cuando se ve elevada a
gran señora.
Pero ese sadismo del señor y el correspondiente masoquismo del esclavo,
excediendo a la esfera de la vida sexual y doméstica, se ha hecho sentir, a
través de nuestra formación, en un campo más amplío, social y político.
Creemos sorprenderlos en nuestra vida política, en donde la prepotencia ha
encomrado siempre víctimas en que ejercitarse con refinamientos a veces
sádicos, a veces hasta dejando nostalgias, transformadas inmediatamente en
74
cultos cívicos, como el del llamado "mariscal de hierro". * Nuestra tradi-
ción revolucionaria, liberal, demagógica, es más bien aparente y limitada a
focos de fácil profilaxis política, porque en lo fntimo, lo que el grueso de lo
que puede llamarse "pueblo brasileño" goza aún es la presión que sobre
él ejerce un gobierno enérgico y virilmente autocrático. Asimismo en las
sinceras expresiones individuales -no del todo raras en esta especie de
Rusia americana que es el Brasil- 178 de mística revolucionaria, de mesia-
nismo, de identificación del redentor con la masa a redimir por el sacrificio
de vida o de libertad personal, se advierte el vestigio o residuo masoquista:
menos el deseo de reformar o corregir determinados vicios de organización
política o económica que el mero placer de sufrir, de ser víctima, o de
sacrificarse.
Por otra parte, la tradición conservadora en el Brasil se ha apuntalado
siempre en el sadismo del mando, disimulado en "principio de autoridad" o
"defensa del orden". Entre estas dos místicas -la del orden y la de la Ji.
bertad, 1a de la autoridad y la de la democracia- viene equilibrándose en-
tre nosotros la vida política, precozmente surgida del régimen de amos y
siervos. En verdad, el equilibrio continúa estando entre las realidades tradi-
cionales y profundas, sa<listas y masoquistas, amos y esclavos, doctores y
analfabetos, individuos de cultura predominantemente europea y otros de
cultura _principalmente africana y amerindia. Y no sin ciertas ventajas, las
de una dualidad no del todo perjudicial a nuestra cultura en formación, en-
riquecida, de un lado, por la espontaneidad, por el frescor de imaginación y
emoción del gran número y, por el otro, por el contacto a través de las élites
con la ciencia, con la técnica y con el pensamiento adelantado de Europa. En
parte ninguna quizá se esté realizando, con idéntica liberalidad como en el
Brasil, el choque, la relación y hasta la fusión armoniosa de tradiciones di-
versas, o más bien, antagónicas, de cultura. Es verdad que el vacío entre los
dos extremos resulta enorme todavía, y deficiente, desde muchos puntos de
vistn, la intercomunicación entre las dos tradiciones de cultura. No puede,
sin embargo, acusarse de rígido ni de falto de movilidad vertical -como
diría Sorokin- al régimen brasileño, en varios sentidos sociales uno de los
más democráticos, flexibles y plásticos.
Una circunstancia significativa nos queda por destacar en la formación
brasileña: la de no haberse desarrollado en el mero sentido de la europeiza-
ción. En vez de dura y seca, crujiendo en el esfuerzo por adaptarse a condi-
ciones completamente extrañas, la cultura europea se puso en contacto con la
indígena, suavizada por el óleo cálido de la mediación africana. El propio
sistema jesuítico -acaso la fuerza más eficiente de europeización técnica y
de cultura intelectual y moral que haya obrado sobre las poblaciones indí-
genas-, el propio sistema jesuítico, en lo que logró mayor éxito en el Brasil
de los primeros siglos, fue en la parte mística devocional y festiva del culto
75
católico. En la cristianización del aborigen por medio de la música, del canto,
de la liturgia, de las procesiones, fiestas, danzas religiosas, misterios, come-
dias; de la distribución de verónicas con Agnus Dei, que los indios se col-
gaban al cuello, y de cordones, de cintas '! de rosarios; de la adoración de
reliquias de la Santa Cruz y de cabezas de las Once Mil Vírgenes, Muchos
de esos elementos, aunque al servicio de la obra de europeización y de cris-
tianización, impregnados de influencia animista y fetichista, procedieron,
quizá, del Africa.
Porque los propios Ejercicios Espirituales, parecería que Loyola los hu-
biese asimilado de originales africanos: son, por lo menos, productos del
mismo dima místico o religioso que las manifestaciones del voluptuoso mis-
ticismo árabe. El cielo jesuítico, lo mismo que el purgatorio y el infierno,
cuyas delicias u horrores, el devoto que practique los Ejercicios, acabará
viendo, sintiéndoles el olor y el gusto, oyendo los cánticos de gozo o los
¡Ay, Jesús! de desesperación, ese cielo, ese purgatorio y ese infierno, al al-
cance de los sentidos por medio de aquella técnica admirable, los aproxima
el estudio comparado de las religiones de antiguos sistemas de mística mu-
sulmana.
Un libro sobre los orígenes de la Compañía de Jesús, el de Hermann
Muller, concluye, tal vez con alguna precipitación, por una imitación de la
técnica musulmana realizada por Ignacio de Loyola. Y Chamberlain, en su
interpretación de la cultura religiosa de Europa, construida toda en términos
de raza -y ésta en términos de la nórdica-, repudia en absoluto a Loyola,
por entrever en su sistema cualidades antieuropeas de imaginación, de senti-
miento y de técnica del misticismo. O, a su entender, de antimisticismo.
Chamberlain no siente, en el sistema del fundador de la orden de los jesuitas,
ningún perfume místico: para él los E;ercicios se resumen en un método
"burdamente mecánico, logrado con supremo arte para excitar al indivi-
duo [ ... ]". m
El posible origen africano del sistema jesuitico nos parece de suma im-
portancia en la explicación de la formación cultural de la sociedad brasileña.
Asimismo donde esa formación da la idea de haber sido más rígidamente eu-
ropea -la catequesis jesuítica- habría recibido la influencia suavizadora
del Africa. La mediación africana en el Brasil aproximó los extremos -que
sin ella difícilmente se habrían entendido tan bien- de la cultura europea
y de la cultura amerindia, extrañas y antagónicas en muchas de sus ten-
dencias.
Considerada de un modo general la formación brasileña, fue, en verdad,
como ya lo hemos destacado en las primeras páginas de este ensayo, un
proceso de equilibrio de antagonismos. Antagonismos de economía y de
cultura. La cultura europea y la indígena. La economía agraria y pastoril. La
agraria y la minera. El católico y el hereje. El jesuita y el fazendeiro. El ban-
deirante y el "señor de ingenio". El paulista y el emboaba. El pernambuca-
no y el buhonero. El terrateniente y el paria. El bachiller y el analfabeto.
76
Pero predominando sobre todos los antagonismos, el más general y más pro-
fundo: el señor y el esclavo.
Bien que actuando siempre, entre tantos antagonismos impresionantes,
amortiguándoles el choque o armonizándolos, condiciones de confraterniza-
ción y de movilidad social peculiares al Brasil: la mestizad6n, la disper-
sión de la herencia, la fácil y frecuente mudanza de profesión y residencia,
la accesibilidad a cargos y a elevadas posiciones políticas y sociales de mes-
tizos y de hijos naturales, el cristianismo lírico a la manera portuguesa, la
tolerancia moral, la hospitalidad para los extranjeros, la intercomunicación
entre las diferentes zonas del país. Esta menos por facilidades técnicas que
por las físicas: la ausencia de un sistema de montañas o de ríos verdadera-
mente perturbador de la unidad brasileña o de la reciprocida'd cultural y
económica entre los extremos geográficos.
77
NOTAS
78
11 Opinión de Antonio Arroio, O povo por/ugues, en Notas s,,bre Portugal, Lisboa,
1908. Léase también en el mismo E<;a, después de la descripción de Gonnlo:
"Así lodo completo, con el bien, con el mal, ¿saben ustedes a quién me recuerda?
-¿A quién?
-¡A Portugal!".
12 E,a de Queirós, A llustre Casa de Ramit-es, Porto, 1904. El autor menciona
otras características. En relación con nucsrra idea (véase O mundo que o portugues
criou, Rio, 1940, y Uma cu/Jura amearada: a /uso-brasiJeira", Rccife, 1940) de que el
porcugués siempre unió a su espíritu avencurero el de la precaución, la rutina, la se-
guridad, la utilidad, no debemos olvidar que los modernos historiadores del derecho
y el comercio marítimos atribuyen a los portugueses la invención de los seguros maríti-
mos, creados, destaca el Sr. Jaime Corteslio, '"en la larga práctica del tráfico por mar a
distancia durante los siglos Xl U y XIV y consagrados por la legislacíón de Don Fer-
nando [. . ]". ( "Tradi~ao. en Cartas a Mocidade, Lisboa, 1940, pág. 71). Jaime Cor-
ttsao, a propósito de estas y otras anticipaciones de los portugueses en la solución de
los problemas rt'cnicos y de organización social, insurge contra ··una falsa hisroria en la
que los portugueses entramos solamente por nuestro valor, definiéndose debido a ella
al portugués descubridor como un cipo aventurero e impulsivo, tutelado en su igno-
rancia por la cit-ncia extranjera" ( pág. 73). Palabras inglesas pero derivadas del por-
tugués, como "'curra!, cuspidor, molasses, cruzado, albauoz" (véase nuestro Brazil: an
ln1e,prelation, New York, 1945), indican que la influencia portuguesa sobre la culrura
occidental se hizo sentir en el campo de la técnica (inciusive la rural-pastoril).
13 Descono,tmos en cuáles elementos se apoya Waldo Frank para escribir: "'El
portugués es más <:-uropto que d <"Spañoi: pos.:e un linaje semítico más débil, un linaje
gótico más fuerte"' ('"La Selva", en Sur, NY l, Buenos Aires, 1931). Pensamos ex34ta•
menee· lo contrario, que siendo el portugués más cosmopolita que el español y quizás el
menos gótico de los dos y el más semita, es d menos europeo y el más africano; en
codo caso, menos dcfinirivamcnte una cosa u otra. El más vago e impreciso como ex-
presión de carácter continental europeo. El más extra-europeo, el más atlánrico.
14 Aubrey F. G. Bell, Portugal of the Por/uguese, Londres, 1915. El autor, cuyas
observaciones sobre d lirismo en el caráccer portugués coinciden con las de Miguel de
Unamuno (Por tierra¡ de Portugal y füpaña, Maddd, 1911) y las de ensayistas más
recientes, destaca otros contrastes.
15 Fonseca Can.loso verificó a1mopológicamente la presencia del elemento semítico-
fenicio en poblaciones actuales de Portugal ( Fonseca Cardoso, loe. di.) y el profesor
Mendes Correia, destacando el papel etnogénico de los judíos en la formación portu-
guesa, dice que su importancia era ya grande en la época visigoda ( Rara e Nacionalidade,
Porro, 1919). Bajo c:l punto de vista de la historia social, el estudio ddinicivo sobre la
infiltración issac!ira en Porrugal es el de J. Lúcio de Azevedo, História do1 cfista.ós-novos
po,1ugu_eJes, Lisboa, 1915.
16 D. G. Dalgado, en su estudio The Climate of Portugal, Lisboa, 1914, destaca
el hecho de que los portugueses se aclimataron en di vc:rsas parres del mundo mejor que
casi todos los otros europeos ( "acclimatize themselves in various parrs of rhe world
betccr rhan almosr ali the orher European caces"). Tal vez, en opinión de muchos, re.
cogida por Dalgado, por ser un pueblo en cuya formación entró la raza semita con un
fuerte concingente ( "che great admixrure of rhe people of rhe counrry wi th the Semi tic
race"). Emile Béringer, en su Estudios sobre el clima y /11 mortalidad en la capital de
Pernambuco (rrad. de Manuel Duarte Pereira, Pernambuco, 1891), escribe a este res-
pecto que "la raza portuguesa parece dorada de un temperamento que Je permite adap-
tarse más fácilmente que otras razas a dimas diferentes del de la madre patria. Atribuye
esta cualidad no sólo al cruce de los portugueses con israelitas que se domiciliaron eo
Portugal después de su expulsión, y quienes poseen una norable aptitud para aclimatarse,
sino también a la persistenre influencia de la sangre negra, que fue altamenre propagada en
Portugal en la época en que en su propio país se realizaba un importante tráfico de escla-
vos"'. Y Hermano Watjcn, en Das Judentum und die Anfiinge der modernen Kolonisa&ion
(apud Das HoJJiindiscbe Kolonialrcich i1> Brtisilien, Gota, 1921), destaca que la rabia
de los holandeses contra los judíos en Pernambuco, rabia que casi se agudizó en anti-
sc:miúsrno, era en parre debida al hecho de que los israelitas se aclimataban con espan-
tosa facilidad mientras que a los flamencos les coscaba adaptarse a la vida de los trópicos.
Ya eo 1901, con exageración apologética, un hombre de ciencia paulista, Luis Pe-
zeiza Barreto, escribía que "Jo que la observación científica de nuesuos días nos enseiia
79
es que ninguna raza en el mundo iguala a la porrugucsa como aptitud para adaptarse a
todas las formas imaginables de la existencia terresue. Es la raza privilegiada, la única
que 1uvo el don de anular a su favor las más inclementes influeocias climácicas. El acli-
matamiento universal es su arributo.
El portugués es el preferido en !os seH'icios de las balleneras norteamericanas y Jo
vemos arrosccar impertérrito los fríos glaciales de Islandia. En la zona tórrida, la más
morcífera de Africa, Jo encontcamos siempre robusto, inquebrancable, jovial y alranero.
Allí donde ninguna caza medra, el portugués prospera. Allí donde los soberbios colosos
rubios, los bellos Apolos del norte, ruedan por tierra, derritiéndose como cera blanda
al calor de una cemperarura media anual de 28º, el portugués campea imponiendo e im-
plantando •numerosa prole". CO Século XX sob o Panco de Visea Brasileiro", en O Es-
tado de Sáo Paulo, 23 de abril de 1901). Páginas de igual fervor apologético, aunque
escritas desde un punto de visea diference al de Pereira Barrero, sobre "el elemento por-
rugués en la demografía del Brasil", son las de la memoria presentada con ese tí culo al
Congreso Luso-Brasileño de Historia, en Lisboa, en 1940, por otro hombre de ciencia,
porrugués éste, el profesor A. A. Mendes Correia, cuyas inclinaciones emocéntrícas en
el sentido de exaltación del "portugués blanco" coinciden con las del sociólogo brasileño
Oliveira Viana y con las del novelisra Afdnio Pcixoto. Una presentación más sobria-
mente científica de aspectos i ntercsances sobre el mismo asumo es la ofrecida por el
profesor, reníeote coronel y médico Alberto C. Germano da Silva Correía en sus trabajos
Les lllsos des,endanJs Je L'lnde Por1ugaise, Goa, 1928, y Os lusor descendentes de An-
go/;J - Cont,ribui,áo para o seu esJudo antropológico, Memória, 3er. Congreso Colonial
Nacional, 1930.
El hecho de que el área amazónka en el Brasil permanezca todavía casi sin colo-
nización parece indicar que el portugués, al contrario de la afirmación enfáúca de Pe-
reíra Barreco, no tiene el don, por disposiciones puramente étnicas, de "anular a su favor
las más jncleroentes influencias climáticas". Esa área, probablemente, sólo será colonizada
plenamente con el desarrollo y abarat¡¡roicnro de la técnica del aire acondicionado y de
ouas formas de dominio del clima por parte del hombre civilizado, aunque no se debe
olvidar ounca, en la valorización de áreas del tipo de la amazónica, la importancia de
los moóvos y valores espirituales que animen a los colonizadores. Importancia dcsracada
por los más modernos esrudiosos del asunto, como S. F. Markham en CJimate and the
Bnergy of NIIJions, Londres, 1944.
17 Imposible precisar cuál fue
la reducida población portuguesa en los siglos XV
y XVI. La computan de modo diverso los historiadores. Tal vez en el siglo XV oo
pasasen de 1.010.000 según cálculo de Rebelo Silva (Memória sobre a Populacáo e Agri-
cultura de Portugal desde II Fundaráo da Mon11rqui,z até 1865, Lisboa, 1868). De los
escritores más ligados a esa época, consúltense Manuel de Severim de Faria, Noticias de
Portugal, Lisboa, 1655, y Duart.e Nunes de Lea.o, Des&rÍ(áo Ger,zJ do Reino Je Portugal,
1610. Eocre los modernos, véanse los cálculos de Adrien Balbi, Bssai StatiJliq11e sur le Por-
tugal, Pllris, 1822; Gama Barros, História da Administrafao Públh11 em Portugal nos sécu-
los XV e XVI, Lisboa, 1896; Costa Lobo, A História J,, soúedade em Portug11l, no século
XV, Lisboa, 1904; Oliveira Martins, A f!iJtória de Portugal, Porto, 1882; J. Lúcio de
Azevedo, Org11nizacáo Ecomimica, en Hislória de Portugal, 27, 11; J. J. Soares de Ba-
rros, Memórias sobre aJ causas da diferente popuI,,c:io de Portugal em diferentes Jempos
,ú Monarquía Portuguesa, en Memórias E&onomi,as d,z Academi11 Re,zl. das Cién&ias, 2da.
edición, Lisboa, 1885.
Hace algún tiempo el profesor Everett V. Stonequist, a propósito de las relaciones de
españoles y porrugueses con gentes de color en la América, ·escribi6 que "it is ca be
noted tbac the Spanish and Porruguese had already experienced prolooged concact with
African peoples and were chemselves of the brunetre Caucasian cype", en "Race, Mixture
and the Mulatto", de Race ReutionJ and the Race Problem, organizado por Edgar T.
Thompson, Durham, 1939, pág. 248, puntos 11-centuados eo el presente ensayo desde 1933.
El profesor Stoncquisc admice la posibilidad de que el portugués se haya revelado en
el Brasil como portador aún menos vigoroso que el español de la "concienci~ de ra.za"
( erabajo citado, pág. 249, noca). Esa posibilidad no es admitida por todos los estudio-
sos del asunto. El profesor Sílvio Zavala, por ejemplo, en sus ensayos sobre la coloniza-
ción espaiíola de México, se muestra inclinado a considerar a los españoles tan liberales
como los portugueses en sus actividades entre las gentes de color, habiendo impugnado
las afirmaciones o sugestiones que se hacen a ese respecto en el presente ensayo. "Per-
mitásenos sugerir --escribe el ilume historiador mexicano a propósito del presente en-
80
sayo-- que es necesario hacer una rev1s1on de los conceptos que emice el aucor en va-
rios lugaces sobre la colonización española, de la cual parece tener una idea can somera 9
como discutible" (Casa-Grande e Senzala, etc., Revist11 de Historia de Améric.:, N 15,
diciembre, 1942, pág. 1942). Igual objeción a las generalizaciones hechas en d presente
ensayo sobre el colonizador portugués en confrontación con el español, en sus relaciones
con los indígenas de América, es hecha por ·el profesor Lewis Hanke, quien, sin embargo,
reconoce que "sea lo que fuere, parece cierto que el colonizador portugués poseía mayor
espíritu cosmopolita y de mayor plascicidad social que ningún cero europeo tn América'"
(Gilberto· Freyre, Vida y Obra, Bibliografía / Antología, N~w York, 1939).
Sobre este aspecto de la acción del colonizador español en América -sus relaciones
con los indígenas- véanse los trabajos del mismo profesor Hanke, The Fin/ Social Ex-
f)eriments in America - A s111dy in :he Develof;menl of Spanish India,1 Policy in the
Sixteenlh Century, Cambridge, 1935, y Cuerpo de Documentos del Siglo XVI, México,
1943; Rómulo D. Carbia, IlíI1ori11 de la Leyenda Negra hispano-americana, Buenos Aires,
s.f.; Arthur Helps, The Spanish Conq11e1t in America and itJ Relations so the History
of Slavery and the Governmeni of Coto11i1t1, Londres, 1900-1905; Roben Ricard, Et11de1
et Docr,ments pour l'Hi11oire Missionaire de l'EJpagne et Portugal, Paris, 1931; Silvio
Zavala y María Castelo, Fuente1 para la H;storia del Trabajo en Nueva España, México,
1939-1941, y Silvio Zavala, New Vie-iupointJ on :he Spani1h Colonization o/ Americu,
Filadelfia, 1943.
18 Permitía a los porcugiieses tan gran movilidad !a casi perfección qu •
1 para esa
época alcanzara Portugal en cuanto a técnica de transpone marítimo. Perfección y abun-
dancia de vehículos. "En compensación con el exiguo material humano -anota Car?os
Malhciros Dias--, "Pormgal poseía como ningún otro país, en los primeros dectenios del
siglo XVI, abundantes vehículos de transporte marítimo" (Histoáa da coloniza(aO por-
tuguesa do Brasil, Introducción, vol. 1, Lisboa, 1934).
Si bien es cierto que oficialmente las embarcaciones venidas de la India a Lisbo2
o idas de Lisboa a la India durante los siglos XVI y XVH no tocaban, o no debían
tocar, en Brasil, pare-ce qut' de hecho, y bajo diversos pretextos, fue permanente ese con-
tacto. Fue el mismo regularizado en 1672, cuando el gobierno mecropolitano reconoció
en deíiniciva su conveniencia o necesidad. Lo indican documentos del siglo XVII con
respecco a !as "naves d~ la India", algunos de ellos incluidos en las colecciones de canas,
leyes, nombramirntos, insrruc.:iones, etc., publicadas por la Biblioteca Naciona! de Río
de Janeiro.
Una instrucción fechada en Bahía el 9 de julio de 1672 nos informa no sólo de
auxilio a soldados venidos en el galeón San Pedco de Rares, "que yendo para India
arribó a esta Bahía", sino también del "donativo de la dote y paz consignada por Su
Alteza para los gastos de las naves de la India que viniendo o yendo tomart'n esce
puerto", (Biblioteca Nacional, Documencos Históricos, Por/arias e Cartas do1 Governa,J,,.
re1-Gcrai1 e Governo Interno, vol. VIII de la Serie VI de los Documencos de la Biblioteca
Nacional, Río de Janeiro, 1929, pág. 95 ). La existencia de tal donativo parece indicar
que no era raro el contacto de las naves de !a India con el Brasil. Por documento del }Q
de julio de 167/4, relativo al galeón NoSJa $enbor11 do Ros,frio, Sáo Cae/ano e Sao Fra11-
cisco Xavier, "arribado a este puerco·• (Bahía), y habiendo parcido de Portugal para
Bahía, se ve que al capitán de la nave así arribada se le exigía dar cuenca "de las causas que
cuvo para no segl)Ít el viaje" (Documentos, cit., pág. 193). Pero también que los rcprc-
scntantes del gobierno metropolitano en el Brasil se servían de tales naves para el inte-
rés general del Imperio {pág. 201). Son esos contactos, que parecen haber sido ÍCt'cuen-
tes, los que explican el hecho de haber recibido la vida, las costumbres y la arquitcccura
en el Brasil constante influencia directa de Oriente, notable entre las g~ntcs destacadas
(por el uso de palanquines, sombreros de sol, abanicos de China con iiguras de seda
estofada y caras de marfil, sedas, colchas de la India, porcelana, té, ere.), aún hoy ates-
tadas de antiguos leones de loza de hechura orienral, o especialmente chinos, que guar-
dan con expresión amenazadora y arisca los portones de las viejas casas y el frontón de la
iglesia del Convento de, San Francisco en Recife. Atestadas también de las sobrevivencias
de porcelanas y cajas de sándalo, arclculos que, según las tradiciones familiares brasi le-
ñas, fueron comun<:s en nuescro pa.ís durante el período colonial. Un cronista nos habla
de los últimos años de ese periodo como de tiempos en que en Recife las familia!
burguesas, extendidas en largas esteras de palma pipiri, cenaban e-n la acera, a la puerca
de la casa, "en platos de auténtica loza de China, pintados de varios colores", que "'pro-
81
dudan un magnífico efecto a la luz de la luna" (F. P. do Amara!, i:.scavariies - Hechos
de /,, Historia de Pern;1mbuto, Recife 1899, pág. 279).
Nótese también que, srgén documentos del siglo XVII, hay indicios de que capita-
nes de naves venidas de l:i India a Lisboa ( naves que llegaban a puertos del Brasil con-
seguían, según parece, n·gularizar su situación comercial en interés no sólo del Imperio
sino de particulares) partieron con arrkulos producidos ea el Brasil a cambio de los
cuales es posible que, i rregularmeme, dejaran esos objetos de Oriente. Por documentos
del 12 de marzo de 1673, se ve que, "por cuanto vino a arribar a este puerco la nave
carabela viniendo de India para Lisboa y decirme el Capitán Simao de Souza de Tavora
que era conveniente que lleva~" alguna carga de azúcares de particulares para poder ir
con más seguridad, el Proveedor Mayor de la Hacienda Real de este estado m.-ndó bus-
car entre los mercaderes ciento veinte cajas de azúcar [ .. ] " (Documentos, de., pág.
151). También en la citada colección de documentos se lec la cranscripción de una carta
del Príncipe, fechada en Lisboa el 8 de marzo de 1672, para Alfonso Furrado de Men-
don<a, referente a las naves de· la India, de la cual transcribimos este fragmemo: "Yo, el
Príncipe, os envío muchos saludos. Por haber resuelco ( como habréis entendido de la
provisión que con éste se os rcmi te) que las embarcaciones de la India partidas de la
!ndia hacíi es1e Rt-ino vayan a tomar a Bahía para mc:jor seguridad de su viaje .. "
t Documentos, cir., pág. 93). Por lo anccrior se "e que hubo en 1672, por parte del go-
bierno metropolitano, medidas tc-ndienccs a regularizar d contacto dC' las naves de la
India con el Brasil por interés general dd Imperio portugués. Por cera pattC', no es pre-
ciso disponer de excesiva imaginación histórica para cncrever irregularidades vinculadas
al concacto de las naves de la India y Angola con el Brasil, semejanccs, aunquo, en escala
mucho menor, a las que se verificaron en la propia lndia ducame la época del dominio
portugués eo Oriente, y en relación con el comc:rcio de especias. Esas mismas irregula-
fidades, sin embargo, parl'cen haber tenido como resultado una considerable riqueza de
intercambio de valores culturak·s entre las diversas parci,s del Imperio lusitano, particu-
larmente favorables al Brasil. Semejante ven caja cal vez no habría ceniJo lugar si las
leyes portuguesas que rcg!ameotaban d inccrcambio -leyes que tendían a favorecer ex-
clusivamente a los reinos mercaderes- hubieran sido rígidam,:nce ejecucadas en perjui-
cio de la incercomunicación de las varias colonias portuguesas y del enriquecimienco re-
cíproco de su cultura común. Sohre aspcccos generales del asunto lúose Girolamo Priuli,
1 Diar# (Gtrit di Cascello, 1911, Bolonia, 1933); J. Lúcio de Aze\'cdo, Epocas de Po,.
1ugal Econnmicu, Liboa, 1929; Charles de Lannoy, flistoire de t'Expansion do Pcuples
P.uropifens, Bruselas, 1907; Francisco Ancúnio Corr<cia, fli;1ória Ecunomica de Portugal,
Lisboa, 1929; y Documentos HiJt6ricos del Archivo Municipal, Ac1as de la Cámara,
1625-1641, vol. l {Prefectura Municipal de Sah·ador, Bahía, sin fecha). •
Véase también a csce rt~otct<J, Alexand<:r Marchan1, "Colonial Brazil as a Way
Sration for the Porcugucsc India Flee1s" en 'J'he Geographic,,l ReL'ieu:, vol. 31, N'1 3,
New York, julio de 1941. El autor de este intccesance artículo sostknc que entre 1500 y
17 30 solamente "cerca de veinre naves de la India tocaron en el Brasil", separadas do, sus
rcspt·ctÍ\'aS escuadras y bajo circunstancias excraordinarias. Lo que parece es que sólo "ba-
jo circunscancias txtraordinarias··, y nunca oficial y regularmente, debían esas na\'es to•
car en el Brasil; pero que entrt· la ley, que uaraba de asegurar privilegios al grupo mc-
cropolirano, o la normalidad oiicial, y la práccica, la distancia fue Jusi1anamente giande.
Así, el número de naves de la India aparentemente "separadas" que se refugiaron en
puerros brasileños habría sido considerable. Y s<:gún indicios o alusiones de los mismos
documentos oficiaks, en vez de simpkmC'nce arribadas, habrían cocado aquí por intert:s en
el comercio del azúcar. Azúcar posiblt-m(·ntc cambiado por objetos oric·males. De ahí la
abundancia de los mismos en la región brasileña de! azúcar durance el período colonial.
19 Roy Nash en Tho Conques/ of Brazil, New York, 1926, descaca el hecho de
que el colonizador del Biasil haya experimentado, anics de su dominio imperial sobre las
razas de color, el dominio de un pud,lo de piel oscura, supc·rior a los hispano-godos ea
organización y en cécnica. "Under such coodicions", escribe Nash, "ic would be dcemcd
an honor fer the whice co marry or mate wi1h governing class, rhe brown man, insc~ad
of che revere". Rucdiger Bil<lcn, c:n "Brazil, Laboramry of Civilization", en Nation,
New York, CXXVlll, enero 1929, pone igualmente en relieve el hecho de que las re-
laciones de los porruguescs con putblos de color se hayan iniciado en circunstancias des-
favorables a los blancos. Se rdiere, claro t-s, a la fase histórirn.
82
20 Luís Chaves, Lenda1 de Portugal, Porto, 1924.
21 "Es el rojo . . que el puc·blo portugués ve en codo lo maravilloso: desde los
trajes románticos de las moras encamadas [. . } ", Luís Chaves, PágÍIJaJ Folcló,ica1", Lis-
boa, 1920.
2~ A las Moras Encantadas s<: atribuye en Pom1gal, como destaca Leice
de Vas-
concelos, Tradicoe1 populares de Porlugal, Porro, 1882, "el papel de divinidades de las
aguas". Es vulsar la creencia, según St' lec <:n ése y otros trabajos del cmincn1e invcsri-
gador y en los de· Comiglicri Pcdroso, Co11tos populares port1tgueses, y Luís Cháves,
Lendas de Portugal, de que las moras encamadas apart-cen casi siempre jumo a las fucn•
tes para peinarse, a veces con "pt·incs de oro". Es común la creencia de que las moras no
sólo andan vestidas de encarnado sino también de que se acercan a quienes les mues-
eren un "pañuelo rojo'' o ··cosas rojas" (lcice de Yasconcclos, op. út.J. Circunstancías
todas estas que parecC'n confirmar la creencia de que hay en las moras encamadas
una expresión de misticismo sexual o erótico, especie de culto a la mujt."r de color o a
la Venus morena enrrc los portugueses.
23 Es tal vez entre los indíge-nas dd Brasil el color c:rórico por excelencia, ade-
más de místico y profiláctico. Sobre este asunto, del que más adelante trataremos en
dcralle, véase el estudio del profesor Rafad Karsten, The Ci~·ilization of the South Ame-
rican lnd;ans, 1á1h Special Reference ro Magic and Religion, Ntw York, 1926.
24 "Las mujeres se p~inan muchas veces", notó !ves d'Eneux entn: las indias del
Brasi 1 (Voyage au l\' ord du BréJil). En cuanro :i la frecuencia de los baños entre las i o-
dias, la destacaron casi codos los observadores df' las costumbres indígenas en los siglos
XVI y XVII. Entre otros, Pero Vaz de Caminha, compañero de Pe-dralves, en su carra
escrita d 1~ de mayo de 1500; en l\fanud Aires de Casal, Corografia Brasitica, 2a.
edición, Tomo I, Pág. 10, Río de Janciro, 1833.
2 5 Madison Grant, The Paning of the Grcnt Race, New York, 1916.
26 Viagem a Portugal dos Cavale.i101 Tro"i e Uppomani, 1580, traducción de
Alexandre Herculano, Opús&11lo1, Lisboa, 189:.
27 Este adagio ha sido registrado por H. Handelmann en su História do
Brasil,
trad., Ria, 1931.
211 J. W. Gregory, The Mcnace of Color, Filadelfia, 1925.
20 Ya Quarrefagcs mencionó algunos casos notables de adimacación: de
los fran-
ceses en Córccga, de los !usitivos del Edicto de Nantes en la Colonia del Cabo. Y
Hintze, en estudio hecho entre: los descendientes de los pobladores blancos de la Isla
de Saba, colonizada en 1640, no encontró en esa población pura, sin mestizos, electos
de degeneración (A. I3alfour, Seiou111er1 in the Tropics, The Lancet, 1923, vol. 1,
pág. 1.329). Pero ningún caso can impresionante como el de los holandeses en Kissav,
citado por Gregory.
3o Karl Sappcr, apud Oliveira Viana, Ra,a e Assimila(ao, Sáo Paulo, 1932.
3 1 Griffich Taylor, /:ni;ironment and Race, Oxford, 1926.
32 Benjamín Kidd, The Comrol of the Tropics, Londres, 1898. Sobre escc
asuoto
véanse también John W. Grc:gory, I,,te1-RaciaJ, Problems and White Co/011i2alion in
ihe Tropi,1, Repon of the British Association for the advancemcnt of Scicnce, Toronto,
1924; Edgar Sydensrricker, Health and E-,wironment, New York, 1933; A. Greníell Pricc,
While Settle,-1 in the Tropics, New York, 1939; y S. F. Markham, Climate and tbe
Bnerg:y of Nation1, Londres, New York, Toronco, l944.
33 Mayo Smith, Sta#stfrs and Sociolog'Y, New York, 1907. Un amigo
nos llama
la atención hacia las investigaciones de A. Osório de Almeida sobre "el metabolismo.
basal del hombre tropical de raza blanca", cuyos primeros resultados fueron publicados
en 1919, en el Joumal de Physinlogie et de Pathologie Gónérate. Osório verificó en
diez individuos blancos residentes en Río de Janeiro que su metabolismo basal era
inferior a los patrones europeos y americanos. El mismo lo verificó después en negros,
también residences en Rio. Basado en esras investigaciones, el notable cicnrífico brasileño
considera "esa reducción como un faccor fundamental de la aclimatación en los países
calientes", creyendo que "la aclimatación consiste esencialmente en !a modificación lenca
y progresiva del metabolim10 basal, hasta su fijación en un valor compatible con las
nuevas condiciones del clima en quC' se halla el individuo". La ceoría de la aclicnacación
de A. Osório de .Alrneida, escribe O. B. de Couto e Silva, "viene a aclarar muchos pun-
tos ha.sea ahora compkcamencc oscuros. .Así se expliai la i nferiori<lad en que se encon•
traba el europeo para luchar con el clima tropical". (0. B. de Couro e Silva, Sobre a
8'3
Lei de R11bner-Rfrhe1, tesis para docencia, Río, 1926). El tema
notablemente enriquecidos en los últimos años con trabajos es de los que han sido
e investigaciones cien-
tíficas.
34 L.is palabras
horizontal y vertical no se emplean aqul con el puro y restringi
sentido sociológico que les atribuye el profesor Pítirim Sorokin do
York, 1927). En cuanto a la actividad vertical de los pernamb/ Socül Mobilil:;, New
menos al cambio de actividad económica, seguida de la social y política,ucanos, nos referimos
de Sorokin relativo a la concentración regional del esfuerzo en que al concepto
agricultura de la caña de azúcar, en la consolidación de la sociedad el establecimiento de la
en la expulsión de los holandeses perturbadores de ese esfuerzo, esclavista y agraria,
aristocratización. Esto en contrasre con la acdvidad paulista, o anees, y a ese proceso de
horizontal, como diría Sorokin, de los cazadores de esclavos y con la movilidad
buscadores de oro, de
los fundadores de haciendas de cría en los sertoncs y de los misioner
bargo, que, en el sentido parricular de la terminología de Sorokin, os. Nótese, sin em-
brasileña fue móvil en el sentido horizontal tanto como en el la sociedad colonial
los cambios s veces bruscos qu" allí se operaron, principalmente vcnical. En éste, por
sición o tsca!a económica y social del individuo. El viejo refrán <:n el sur, en la po-
nómcno: º'Padre tabernero, hijo caballero, nieto indigtme ". Es parece indicar el f.,.
donde la colonización fue más aristocrática, como en Pernambuco, que en el Brasil, aun
ca fu~ absoluto, ni Jo podia ser con ··1a casi general transmisión el pacriarcalismo nun-
cias y dominios·• a que se refirió Silvia Romero en carta a E. DemoliMparcelada de las heren-
Deba/es. Porto, 1916). Las excepciones como la de la primogenitura (Provocaróe1 e
en Cabo, Pernambuco, fueron raras. de los Paes Barr<'tO
:i:, Ac(-rca de la actividad colonizadora de
los puritanos
véase A. P. Newron, The Coloniú ng Ac1fritíes o/ lhc Englishingleses en los trópicos,
1914. Véase también Alberr Galloway Keller, Co/o;;Ízation: a S111dy Purítans, New Haven,
l\'ew Societies, Boston, New York 1908, y Herben l. Priestley of the Founding oJ
White Ma>i, Ne"' York, 1929. , The Coming o/ 1he
36 E. Hunring ton, Cfrilhat ion and Clim.at~, New
Haven, 1915. "Poor white trash"
quiere dc:-cir "blancos degenerados". Sobre ··poor whiteº', en relación
y el desarrollo social del sur de los Estados Unidos, véas<.' Culture
con la colonización
zado por W. T. Couch), Chapel Hill, 1935, especialmente el capírnlo in the South ( organi-
bién la obra en cinco volúmenes que reúne el resultado de las investiga XX. Véase tam•
misión Carnegie sobre el mismo problema en Afcica del Sur, The ciones de la Co-
in South A/rica, Stellcnbosch 1935. Poor Wbite Problem
37 Fue en uno de esos m:ifes ccrca de Olínda donde
frase rc?cogida por St·basti:io da Rocha Pita; 'ºLe monde va un francés escribió la amarga
de pi ampís" (sic). Véase
Rocha Pita, HiJt6ria d11 ,111,tírica portuguesa, Lisboa, 1730. Sobre
franc<.'s<:s en d Biasil en el siglo XVI, léase el libro de Paul Gaffarella actividad de los
Jran(etÍJ au Seiúemc Siédf:, París, 1878. , Hi¡toire du BrésiJ
:¡~ C. Kdlc-r, Madagascar, 1Ha11ri1i111 and other East
African lslands, Londres, 1901.
ao Hcllen Churchill Semple, lnfluence1 of Geographic cn-vironr
191 J. nenl, New York,
40 Scmple, op.
cit., y Gregory ciran a los colonos alemanes, establecidos en el
del Brasil dtsd<' 18/47, para probar la aclimatación de los europeos sur
en los trópicos ( J. W.
Gregory, op. cit). Sobrt· la aclimatación de los europeos en los trópicos
libro de A. C. Price, l'C'hite Settlers in the Trot,ics, cit., F. V. Adams, véase c:l notable
the Tropicf, Ncw York, 1914; Alleyne lrcland, Tropical Coloniza The Conquest of
to thu Study of thu Subiect, Ntw York, Londres, 1899; Aldo tion, an lntrod11ttion
Acclimathation, Londres, sin f<"cha. Castcllani, Climate and
H Scmple, op. cit.
4Z Semple, op. cit.
43 los antiguos creían que las dolencias venían
todas con
tosº', crccncia que se prolongó en la <le las dolencias tropicales los ··miasmas" y "vien-
atri_buidas al clima ~in
mayor discriminación. No hay duda de que, indirec1amente, varias
a las condicionts del clima, como la malaria, entre otras. Como dolencias se asocian
Car! Kelscy .-n Thu Ph,,¡it-al Baris o/ Socic1y, Ncw York-Londrcs, generaliza el profesor
1928, ººbacterial Jiscases
are likdy to be more numerous in the warner anC: moister rcgions
lcast in evidence in high mountain councrks and polar regions Dalgado00
of the earrh and to be
investigacion.-s sobr" los efe,tos del dima en la población portugue
• , op. cit., en sus
la región caliente (sur) prcpond(·raban la diarrea, ia enccritis, sa, verificó que en
Ne., correspondiendo la
84
de las in-
mayor morbilidad en esa zona que en la dd norte a los resultados generales relativas al norce
vestigacio nes de Adolphe Quetcler (Ph'JsiqJJe So.iale, Bruselas, 1869),
sur de Europa. Reconocid a la influencia patológic a del dima caliente acusada por
y al
económica y la
las estadísticas de enfermedades, crímenes y suicidios, y por la eficiencia Clim,tle¡ Huntingcon y
capacidad de trabajo ( véanse E. Huntingt on, Cfoilizati on and
Gcog~aph y; Roben de Courcy Ward, Climaie Con¡jd"e d Especially
Williarns, Business s, New
in Relotion lo Man, New York, 1908; Edwin Grane Dexter, Weather In/Juence de los que con-
York, 1904), es preciso no exagerar tal influencia , corno es la tendencia
miseria, ig-
funden la del dima per se con la de causas sociales y económicas ( pobreii, caria no sólo
norancia, sífilis, deficiencia de la prevención saniraria) . Prevención saoi fuentes ani-
del hombre, contra los gérmenes que lo ataquen direccamente, sino op. de sus
ci:.) en que se
males y vegetales, de, nutrición y de agua p<Hable. Semple insisre ( , los transitorios
discriminen con rigor los efectos directos d~l dima de los indirectos varios de los
de los permanentes, los fisiológicos de los psicológicos. En su opinión, , sin em-
efectos directos aún se encuentran imperfectamente demosrrados. Reconoce s y afecta en
b.lrgo, que el clima modifica en los individuos muchos procesos fisiol6gico la capaci-
ellos la inmunidad a cierras dolencias y la susceptibilidad a otras, la energía, su eficiencia
dad de esfuerzo, en forma conrinua o intermitente, determinando por 1an10 Julius Hann,
corno agentes económicos y políticos. De modo general, las conclusiones de and ClimaJe;
n
H,mdbuch der Klimatologie, Scurtgart, 1897; de E. Hundngto n, CivílizaJío C/imate Con-
de Griffith Taylor, En11ironme111 and Race; de Robert de C.Ourcy Ward, Org,mic Adap-
sidered Especia/Jy i11 Rcla1io11 to Man; de M. R. Thorpe y colaboradores, ie Humaine,
ta/ion lo Environment, New York, 1918; de Jean Bcunhes, Lo Géograph and He4lth,
París 1912, de Roben Russel, Atmo1ph e,e in RelaJion 111 Human Life sus influen-
en
Smithsonian lnstitution, mise. collec1ion, vol. 39. C.On respecto al dima Rio de Janciro,
cias sobre la vida brasileña, véase la Bibliografía do Clima Brasilico, s trabajos na-
1929, de Tancredo de Barros Paiva, donde están indkados los principale
cionales y extranjeros.
H Humingt on y William, op. cit.
46 Dccxler, op. cit.
ra sobre los
La influencia, en gcnc:ral aceptada, del dima cálido o de alta temperatu quien los atribuye
crímenes contra las personas fue puesta en duda por el profesor Todd,
conracro de individuo con individuo , permirido por ese clima o esa temperatura.
al mayor
La causa directa, dice él, es social.
4 0 ". . diseases auack sorne races more than othcrs. Whcther this is due to sorne
with the di-
original qualiry ¿f the body or to some immuniry acquired by long comact
sease involvcd is disputcd ... (Kelsey, op. cit.).
47 Ward, op. cit.
48 Las primeras carcas de lo~ jesuitas hablan de procesiones provocadas poc las
en la que el
sequías o las inundaciones. El Padre Manuel da Nóbrega se refiere a una que secaba las
pueblo salió "pidiendo lluvia por la gran sequía que había habido y
fuentes··. Car/al do BraJil, 1549-1560, pág. 182, Rio de Janeiro, 1931.
4 !> Ya observ<> Albt·rto Torres, en O P,oblema nacio,,al bra;ilei,o, Río de Janeiro,
tie-rra.s seme-
1914: .. Los Estados Unidos y, en gran parte, la Argentina, son países de El dima y la
jantes, si no igu.ilc-s, a las tierras que habitaban los colonizadores europeos. [ .. }. la
naturaleza del sudo no difieren del dima y del sudo de la madre patria profesor Kon-
colonización fue una mudanza ordinaria de una casa vieja a una nuev~"'. El de vegeta-
rad Guenchcr, en Das Amlitz Brasiliet,s, Leipzig, 1927, destaca la semejanza
ción entre América dd Norte y Europa. 0, cit.
"º Véase la correspondencia del Padre Nóbrega, Carla.r do Brasil 1549-156 New York,
51 Ernest Ludlow, Bogan, The Economic History o/ the United Stales.
1913.
:;2 Oliveira Marrins, op. cit.
53 Roben Southey, H;itory of Brasil, cit.
5~ En el sur, donde ya sc encontrab an prosperan do a costa dc su propio esfuerzo
mestiza
pobladores del tipo d(: Ramalho y del Bachiller de Cananéia, con gran progeniente fun-
y centt'·nares de escla,·os a su servicio, la colonia de Sio Vicente
fue oficialme
corrió con
dada en 1532, como más tarde la de Bahía, a expensas de la Corona, ··que
sucedió en las
todos los gastos de la armada y de la ioscaladóo, al contrario de lo que de los do-
restantes capitanías, cuya colonización se procesó exclusivamente a expensas ente a
namccs". Carlos Malhciros Días, O Regime Feudal dos Donatários Anteriorm
85
Institui(áo do Governo-Geral, Historia de la
Fue en Pernambuco donde, duran te d prime r Coloniz:ición Portuguesa del Brasil, II.
el espíritu de iniciativa particular, de esfuerzo sig!o de coloni1.ación, bril!ó más vivamente
creer que éstos fut>ron, entre los portugueses individual de los moradores. Lo que hace
capaces económicamente. La gente de mejoresvenidos al Brasil en d siglo XV!, los más
agraria. recursos y apcicudes para la colonización
65 Edward J. Payne, History o/
European Colonies, Londres, 1878. Véase tambi
Edward J. Payne, History o/ the ,"-,'ew lflorld én
Called Ameri&a", Oxford, 1892-1899.
Parece innegable la importancia de la famili
dad colonizadora en el Brasil. Es cierto que a parria rcal o para-p atriarcal como uni-
tativa, no excluye el hecho igualmenre imporcesa importancia, más cualiraciva que cuanti-
ant<:
del Brasil patriarcal, "'la csclavi1ud, la inestabilida dt que, en gran parce de la población
la "cons1irución de la familia en su expresión d y seguridad económicas'" dificultaron
destacan los señores Caio Prado Júnio r (Fort11 int<•gr al, en bases sólidas y estables·•, como
Paulo, 1942) y Nelso n Wern<:"ck Sodré /Form
a(<10 do Brasil Co11te111 por,,neo, Colonia-Sáo
ar,io da Soúedade Braúlcira, Rio, 1944) .
Pero el elemento decisivo en la formación
menzó a formarse desde el siglo XVI fue,y caracterización de la sociedad que aquí co-
luego, de origen porcugués en panicu lar, o curop ciertamente, el de la minor ía portuguesa y
volvieron ariscocrática y hasta feudal en sus to en general, y que las circunstancias
población. Siempre que les ·fue posible la ascens relaciones con los demás elementos de la
curaron imitar fueron los de esa minor ía influy ión, los estilos de vida que ésws pro-
eme, inclusive su constirucíón de famili
o su familísmo. De los mismos padres
, vicarios y frailes se sabe que muchos de ellos,a
cuando prosperaban, en vez de ser apenas simbó
el comienzo, en el Brasil, fundador<.'S y padres licamente pacernales, se volvían desde
aunqu e para los moralistas no fueran familias de familia reales, cuidando de ellas,
rivales de los señores de las casas-grandes, como en su ''expresión integr al", y volviéndose
res de la América portuguesa a través de pobladores, colonizadores y dominado-
ese faroilismo nos parece la generalizaciónlaenfamilia y el familismo. Expresión nítida de
tanco entre gentes moradoras de casas de piedrael Brasil parriarcal, hoy por desimegrarse,
esruco y paja, esco es, c:ntre todas, o casi todas, y cal como entre moradores de casas de
de honor del hombre con respecto a la mujer las capas de la pob!ación, dd scmimicnro
venes. Sentimiento al que ~e dc.-ben numerosos (esposa o compa ñera) y a las hijas jó-
pa$ional", escribe Alfredo Brandao refiriéndose crímene~. "No es muy raro un drama
negras que de vez en cuando se encue ntran al significado de las muchas cruces
la monu,ña o en un valle enrre mont;iñas" ''en el recodo de un camino, en mc,dio de
agrario-patriarcal. A Vida no Engenho Vifosade cualquít>r región brasileña de formación
Con respecco a este asumo debemos record de Alagoa.r, Recife, 1914. pág. 226).
,
dió no sólo al patriarcado dominante, y formaar que el familismo en el Drai.il compren-
católico-romano, sino también a erras formas lmente ortodoxo desde el punco de visea
les y hasca anripatriarcales, Es1á claro que de familia: parapauiarcalcs, semipatriarca-
de una moral estcicrarneme católica romanael observador colocado en el punro <le vista
formas anri patriarcales floreciccan entonces tendrá que despreciar el hecho de que las
Pero no puede hacer lo mismo el estudiosoen el Brasil como organizaciont>s d<.' farni lia.
sociológico que ético, o jurídico condicionadode un asunto cuyo punto de vis1a sea más
cho. Y desde el punco de vista sociológico tenern por cal o cual filosofía moral o de clcrc-
los días coloniales se mantienen en el Brasil os que reconocer el hecho de que desde
organización fa.miliar extrapatriarcales, exttac , condicionando su formación, formas de
tanto, el derecho de confu ndir con prostitución atólicas, que el sociólogo no 1icne, entre-
haberse desarrollado aquí como resuhado de o promiscuidad. Varias de ellas parecen
en nuestra sociedad ordenada, de sistemas la influencia africana, esto es, como reflejos,
car61ico pero de ningú n modo inmorales para morales y religiosos distintos del lusitano
posibilidad admit ida por los estudiosos más gran n{1mero de sus practicances. Es una
Ribeiro en' su "On the Amazi ado Relarionship serios del asumo, como el profesor René
Recife (Brali l) ", Ameri can Sociotogical Revie , and other Aspccts of che Family in
asumo véanse también E. F. F1azier, ··Thc:: Negro w, vol. X, N9 I, febrero 19/45. Sobre este
thod" , Ameri can Sociological Rei;iew, VIII, agos10 in Bahia, Brazil; a Problcm in M<'-
Br4sil, Chicago, 1942. 1943, y Donald Pie1son, Negroes in
Idénúca fue nutcstra conclusión ante formas
halladas por nosorros, en nuestros escudios de de unión sexual y organización familiar
sociales y geográficamente marginales de la la sociedad patriarcal del Brasil, en zonas
misma sociedad. Una de esas formas es la
desair a por el misionero capuchino Fray Plácid
o de Messina y por él observada c:n 1842
86
en Riacho de !.¡,avio, Pernambuco: "En ,·stc lugar --<licl~ me demoré por primera vez
veinte días predicando, confesando, bautizando y cnnfírmando a un crecido número de
niños; <:.sé a infinitos qu<: vivían en la más escandalosa mancebía; mediante d Divino
auxilio conseguí extirpar los muchos abusos que entre aquellos pueblos había, siendo
u,:,o de los más repugnantes el intercambio que de sus mujer<'S hadan los casados, en
prueba del más alto grado de honor, y que denominaban "despique", restituyendo cada
una a su legítimo marido y finalmente obligándolo a seguir una vida verdaderamente
cristiana y a observar las s:ilu<labks máximas que ligan a los hombres en socil"dadcs y
que los tornan obedientes a las kyes, al Empc-radnr, a sus Delegados y a todas las Au-
toridades lcgalml·nte constituidas (Oficio de Fray Plácido de Messina al Presideme de
Pernambuco, Barón de Biia Vista, fechado el 26 de: noviembre de 1842, dándole cuenra
de la misión que le fuera encomendada por el interior de la Provincia, ms. en el archivo
de I Insti turo Arqueológico, Histórico y Geográfico de Pernambuco). En el '"despique"
parece reflejarse una influé'.ncia ddormada de la costumbre o insticución indígena ligada
a deberes de hospitalidad. A nuestro encender, sería un error considerable tenerlo por
"promiscuidad"' o "prostitución", como tienden a hacerlo estudiosos de la formación
social del Brasil propensos a considerar mínima, en la misma formación, la influencia
del familismo, sea patriarcal, t'xrra o ancipacriam•I.
50 Paul Leroy-BE·,mlitu, De la Colonisation Chez ler Peu¡,les Modernes, Paris, 1891.
Sobre este asunto destacaremos aquí como fundamental la obra que nos recomendó nues-
tro colega de curso Y<'raniego de 1939 c·n la Universidad de Michigan, el profesor Leo
Waibel: Die E11ropaeirche Eroberung nach Kolini.ra1ion Amerikas, vol. ], 1930, Stuttgart;
vols. II y III, 193 7, Srnngart, de George Friedecici. Véanse también A. Zimrncrmann, Die
Europaei.1chen Kolonien, Berlín, 1869, 1903; Charles de Lannoy, Hi1toirc de l'Bxp.i,11ion
des Peup/es Europt!ens, Brusela;, 1907; Francisco Amonio Cocreia, Hirtória Bconomica
de Portugal, Lisboa., 1929; Jaime Concsao, A Cartografía do A(úcar e o seu Significado
Hirtórico, Brasil A(ucarc•iro, vol. XXV, N 11 1, enero 1945; lmrc F<:rcnzi, lnter11a1io11al
Migrations, New York, 1929-1931; A. P. Newton, The Great Age of Discovcry, Londres,
1932; Edgar Prestage, The Porwgue,e Pioneers, Londres, 1934; y Carl Ú>nrad Eckardc,
The Papac1 and World 11//airs as Reflec1ed in the Secúlarízation of Politic,, Chicago,
1937.
57 En libro sohre el desarrollo económico y social del Brasil, cuyo pcimer ms. nos
fue dado leer. Acerca del proceso socioiÓBico de la expansión brasileña hacia el oesce,
el Sr. Sérgio Buarque de Holanda publicó ya un interesante trabajo titulado Mon(ties,
Rio, 194 5. Sobre este asunto, véase también Marcha hacia el Oeste, de Ca~siano Ricardo,
Rio, 1939.
58 Azevcdo Amaral, En,aior Brafiltiros, Rio de Janeiro, 1930.
50 Azevedo Amara!, o¡,. cit.
60 Hi,tória da Colonha;·,io Porlflg11e1a do Braril, Inrroducción, III, p:Í.g. 315.
61 Morais Sarmcnto, Dom Pedro 1 e 111a Epoca, Porto, 1924.
62 Ordena(,,es Filipinas, L. V., tít. III.
G3 Mendes Correia, A nova Antropologia Criminal, Porco, 1931.
6~ Gama Barros, op. ci1., 11. Fragmento dtadn por Mcnd<'s Corrcia, op. c_it.
65 Mendes Correia, op. cit. En el estudio del ilustre antropólogo se cuan otros
asilados privilegiados: Monforte de Río Livrc, Segura, Nondal, Marv5.o, Miranda, Penha,
Garda y Caminha, que fue "i.silado de marítimos huidos".
no Carta de Duane Coelho al Rey en História da Colonizaráo Portugue1a do
Brasil, cit.
67 Jornal de Timon, Obras de Joii.o Francisco Lisboa, edición de Luis Carlos Pe•
reira de Castro y Dr. A. Heoriques leal, Sao Luís do .Maranhao, 1864.
68 Paulo Prado, Retrato do Brasil, Sao Paulo, 1928.
69 Paulo Prado, op. cit.
70 Paulo Prado, op. cit.
71 Roy Nash, Thc Co11,¡ucst of Brazil, cit.
72 El clericalismo Je los padres de la Compañía ,hocó con la Oligarquía que se
formó en Pernambuco t·n torno de la figura de Duarte Coelho y de su cuñado, el pa•
triarca Jerónimo de Albuqut"rque. Chocó también con el pacriarca!ismo de Ram~lho.
73 Manuel Bomfim, O Bra,il na Améric:a, Rio de Janciro, 1929.
7¼ Otiveira Vian3, Evoluráo do povo b~a1ileiro, Sao Paulo, 1933. En uno de los
csrudios críticcs publicados en su libro Cobra de Vidrio, Siio Paulo, 1944, el Sr. Sérgio
Bu arque de Holanda dice rt"spccto al autor del presente ensayo, ~s decir, res pecio a sus
87
puntos de visea en relación con la colonización agraria
"Cuando el autor (de Casa-Grande e Senzala) crítica, pordel Brasil por los portugueses:
ejemplo , al Sr. Sér¡;io Milliet,
por la afirmación de que el portugués no se aficionaba
pienso que la ruón <'Stá con el Sr. Sc:rgio MilliN, no conmucho al trabajo de la tierra,
el Sr. Gilberto Freyre ( "Pan-
lusismo", Cobra de Vidrio, p. 74).
Creemos que la "afirma ción" a que se refiere el Sr. Sérgio
la alusión hecha en nota al trabajo Uma cultura amearad Buarqu e de Holand a es
pág. 82: "El autor no cree que el desapego al "trabajoa: luso-braJíleir,:, Recife, 1940,
duro de la tierra" por parce
del colonizador porcugués haya sido completo en el Brasil,
hecho) ese desapego absoluto, esté demosrrado el ningún ni que, estabk-cido (como
tugués del Brasil por el trabajo knto, rurinario, consrrucror. gusto del colonizador por-
el espíritu de aventura. Y la explicación rada!, en el st-ntido Ese gusto existió junto con
le pare-ce al auror una explicación adecu.1<la, ni para ese biológico de "racial", no
naturak za princip almtnte social y culcural". ni para ningún hecho de
Sobre el asunro véase también nuestro Conlim mte e llha,
Alegre en 1940, Rio, 1943. la verdad es que pr<'sencan<lo conferencia leída en Porro
1933, a! portugués como al primero cncre los colonizadoresen ese ensayo, que <lara de
base de la colonización tropical de la pura "extracción modt-rnos en desplazar la
animal" a la "creación local de riqueza", siempre tuvimos de riqueza mineral , vegetal o
riqueza fue la creada por ellos en el Brasil, "a costa dd el cuidado de acen1uar que
tanto, de aquella perversión dd instinro económico que trabajo tsclavo, rocada, por
de produci r valores para explotarlos, transporc.ulos o adquirirdesvió tempran o al portugu és
más: "muchos de los colonos que aquí se convirr itron en los" ( págs. 104-10 5). Es
grandes propieta rios ruraks
no sentían ningún amor por la tierra ni gusto por su cultivo"
( pág. 116).
La relación del desamor dd portugués (rambif o en Porruga
Brasil) por la tierra, el culcivo, el trabajo agrícola ( ral como l y principa lmente en el
do en otros países) , con el siscema económico e industri ese trabajo ha sido estima•
evidente. Esa relación la percibió, aunque vago.mente, C. al de la esclavitud, nos par<'cc
mienzos del siglo XIX, que debido al pequeño número deA. Taunay al observar, a co-
colonos portu¡;ueses dispues-
tos en e-1 Brasil a los "oficios manuales, no sólo de minería
todas las profesiones, como las <lcl servicio urbano" , esos y agricultura, sino de casi
ser desempeñados y prt-srndos por tsclavos, "n·sulta ndo de oficios y servicios pasaron a
allí
una opinión casi invencible, t-n cuanro al deshonor del trabajouna inv<.'tt:rada coscumhrc,
del campo .. ", Ma1111,:I do Agricultor Brasileíro, Rio de manual, particu!armemc
Casi lo mismo venía suc<·dkndo, según d mismo observaJaneiro , 1839, págs. 12~-126.
países, admitidos en el Brasil desd(• 1808: "Vienen negocia dor, C()n c,migranrcs de· orros
dores, oficial<:s de oficios, jefes de c·stablecimientos, pero ntes, artistas, administra-
leros para la agricultura, minería y otros rudos sNvicios ninguno o muy pocos jorna-
presencia de esos otros c·uropc·os no había producido hasra manuales", pág. 127. Así, la
tos ··resultados extensivos para modificar el sim·ma de· producc mil ochocientos m·inca y tan•
treranto, admitía el relativo éxiro en la agricultura de algunosión". C. A. Ta~may, c·n·
ropeos introducidos al Brasil por el gohierno porrugu<-s grupos de colonos eu-
aquí localizados; <lcstaqu('mos d h<;cho Jesprcciado por t:ily (lc-spués por el brasileño, y
oprimidas o menos di r.:ctamrntc influidas por el sís1ema de obscrv.idor, rn árcas menos
minant<', que era la esclavitud. C. A. Taunay, por otra producción y de trabajo do-
parce, no destaca orro hecho
si_gniíicativo: el de que los nativos Je las Azores, ranto c•n
principales áreas de colonización en el Brasil, hombrc·ssu tit'rra de origen como en sus
más
gueses de la influencia dd trabajo l'Sclavo, fuc·ran ecn América libres que otros portu-
agrario y pastoril, en cuyos descendicnws se desarrollaría buenos colonos de ripo
trabajo y a la vida de campo que- en la mayoría de los dtscend mayor amor a la tierra y al
de e-sclavos, por un lado, y d,· c·sclavos, por otro. icnces de grandes sti,ures
Tambí<:n según el criterio bajo d cual hemos procurado,
sayo y en otros u:ibajos, <:studi3r d proceso y las condicio dcsd<' 1933, tn c·sre en-
guesa dd Brasil, por tanto tiempo y aún hoy obj,·to de gl·ncrali nes de la· colonización portu-
presentar al colonizador lusirano como incapaz de iniciativ zacioncs que coinciden en
los estudios de Péricks Madurc,ira <le Pinho, Fund,mzentoJ a o esfu(-rzo agrícola, véanse
das P,ro/iuoes Rurai.<, Rio, 1941; Vítor Vi:ina, Forma;· do Orgr111izariio Corpora1ír:,:
,io
1922; Almir de Andrad\', For,na(,ÍO da Soóolog ia Br,1.1i/ei Ecrmomíca do Brasil, Rio,
mes, A Evoluciio Eccm,,111ica do BraJít e Jeus />rincípai1 ra, Río, 19/41; Luís Sousa Go-
Fatorn, Río, 19/41; y Afonso
Arinos de Melo Franco, Sínf.e.rc da 1-listória F.co,uimica do
Brasil, Rio, 1938. Rdirién -
dose a la divergencia de critecrios enrre ouos autores y
el mío, inclusive d Sr. Sfrgio
88
Buarque <le Holanda, escribe el Sr. P. Madure1r¡1 de Pinho: "Nos parece que la divergen-
cia nada tiene de esencial y lo qlle pretende Gilberto Freyre es apenas resaltar que no
fue absoluro d desapego del porrugu~s a la agriculcura" ( Fu11dame,11os de la Organiza-
ción C:orporati11a de lai Profesiones Rttrales, cíe. pág. 9). A tal punto no fue absoluto
que los porrugutsc-s fundaron en el Brasil, sobre bases principalmente agrarias, la ma-
yor civilización moderna de los trópicos, volviéndose también labradores nocables en
otras partes de Amcrica.
In cuamo al Sr. Luís de Sousa Gómes, concuerda con Vítor Viana en que los por-
tugueses y sus descendientes l.'n d Brasil, "desanimados por la riqueza fácil'º, ruvicron
que "tratar de la t'xplocadón, del cultivo de la cierra y de la extracción de maderas. len-
cameme evolucionó la colonización en los primeros titmpos, pero ya a mediados del
siglo XVIII, Adam Smirh podía decir que el Brasil, con sus 600.000 habicanies, era la
colonia más populosa <le América. Y es que los aventureros, los que aquí venían a bus-
car fortuna en las piedras preciosas y el oro, penetraban en el sertón profundamente e
iban sin querer coloni2ando". Basado principalmente en Víror Viana, el Sr. Luís Sousa
Gómes piensa qlic el porrugués en el Brasil "venció por el trabajo y la tenacidad" (La
E.volución Económica del Brasil y .<tu prinápa/e¡ factores, cir., págs. 8,9). Se puede
admitir que el portugués en el Drasil hizo agriculrura como Mr. Jourdain hacía prosa;
pero la verdad es que aquí se d<:scnvolvió con el negro y la mujer india como elementos
auxiliares, constituyendo una considerable organización agraria.
7,\ Carra de Américo Vcspucio, cit. por Capisrrano de Abrcu, O Descobrime.11to do
BrariJ, Rio de Janciro, 1922.
7G "( •. ) tierra [ .. ] muy llena de grandes árboles de punta a puma
{ .. } aguas [ .. ] sin fin". Cana de Pero o Pedro Vaz de Caminha, publicada por
Manuel Aires de Casal, Corografia BrasUica, 2'' edición, como I, pág. 10, Rio de Janeiro,
1845.
77 Alberto Rangcl, Rumos e Pcrspectii·as, Rio, 1914.
En su O Homen e o Brc;o, Rio de Jaoeiro, 1945, el Sr. Alberto Ribeiro Lamego, en
interesantes págioas ele caraetcrización del paisaje y de la formación social de la subárea
campesina, escribe: "Nada de pequeños ríos [ .. ] . Lo que tenemos en Campos es una
vasta planicie de aluviones pa!lfanosos", ( pág. 161). Habiendo escriro en página ante•
rior acerca <le la importancia que reconoce tuvieron los ríos pequeños en la formación
social del norte ( área del azúcar), de acuerdo con la sugestión aparecida en este en-
sayo ( 1933) y en nucstco Norde;te, Rio, 1937, pág. 45, y que mereció la ittendón y la
aprobación del g<:Ógrafo Pierre Monbeig: "Es en esto, sobre todo, que la civilización
azucarera del Norte difi<:re de la campista [ ... ) . Toda la formación de este gran nú-
cleo meridional se dio exactamtntc sobre la planicie baja y marginal a un gran río",
( pág. 160). Campos fue así una de las ei<cepcioncs del mapa que cal vez se pueda trazar
del Brasil para indicar las relaciones de la organizacióo agrario-patriarcal con los ríos
grandes y !os pt,qucños. A nu<·stro modo de- ver, en esas relaciones sobresallan como
valores los ríos pcque,ios y medios, en contraste con los grandes o enormes. Ese concrasce
puede ser ohservado c·n Bahía entre el río San francisco, río grande y casi hostil a la
organización agraria y patriarcal, y los ríos medios y p<:qUt'ñus junco a los cuales mejor
se dc·sarrolló, allí como en otras part~s del Brasil, la misma organización. Una viva
impresión de ese contraste nos !a transmite, sin preocupación de generalización científica
pero con gran conocimiento directo de las subáreas bahianas, Durval Vieira de Aguiar,
en sus De1cri(oes Prdtícas da Pro,,fucia da Bahia, Bahía, 1888. Y con criterio al mismo
ri~mpo ci~ntlfico y práctico, esta misma situación <'s descrita y a~alizada por Teodoro
Sampaio co trabajo basado en nocas de 1879 y publicado por primera vez en el libro
ticulado O Río Sao Franús,o e a Chapada Diamantina, en Bahía, en 1938. EL Ingeniero
Sampaio reconoce allí que el río San Francisco es "un oasis en el desierco" por el refugio
ofrecido a las poblaciones asoladas por las sequías de los sercones desde Bahía hasta
Ceará, desde Pernambuco hasta Piauí. Pero así resume sus observaciooes sobre el esúlo
de vida de la mayor parce de la pohladón que conoció en 1879, instalada muy precaria-
mente a las márgrnes del río: "No se ve agricultura alguna ni trabajo permanente [ .. ].
Las habitaciones son aquí pequeñas y bajas debido a la falca de madera, empleándose
por esta razón hasta el mandacam, cuyo tronco más grueso proporciona un tablado blan-
co que se aprovecha en puertas y en el pobre mobiliario utilizado. Todas las casas miran
hacia las callts, donde el comercio es frecuente y no raro, y están dis1antes del río a
causa de las crecientes", ( pág. 68). La misma precariedad se observa en la clase de eco-
nomía y en el tipo de habitación que hasta hoy aparece en las márgenes del Amazonas
89
y sus afluentes. Nadie retrató mejor esa precariedad que Euclides
da Cunha al fijar las
cacacteíÍsticas del cauchero: '"Ese vivir oscilante da a todo cuanro practica,
que desbasta y aborrece, un carácter provisorio, desde la casa que conscruye en la 1it:rra
días para durar cinco años, hasta las más afectuosa~ relaciones que a veces en diez
y él destruye en un día"' (Amazoni a, A Margem da História, Porto,
duran años
1909, pág. 95). De-
bido a la agriculrura instalada a las orillas de los ríos pequeños, que fue
la de las casas-grandes, fue posible dc:sarrollar en el Brasil condiciones principalmencc
de relativa per-
manencia.
Anteponiendo la generalización ciendfica a esas consideraciones de orden
Alberto Rangel escribe, en las vigorosas páginas de su ensayo AJpeCIOJ Gerai1 práctico,
( Rumos e Perspectivas, Sao Paulo, 1934) , que "la vasrísima región del do Brasil
sileño no ofrece nada más valioso, dcsde el punto de vista hidrográfico, Nordeste bra-
y lagunas de Pochi a Maceió, éstos depósicos ínagorablcs del marisco 1ururu, que los lago•
Francisco, •que es el rey de la hidwlogí a brasileña, y el fronterizo y el río San
página 170). raso Parnaíba ",
Alberto Rangel se refiere apenas a los "bravos riachos" del Brasil
l 71), sin fijarse en la imporcancia de los ríos pequeños o medios junto oriental (pág.
hallaban cañaverales, ingenios de azúcar y casas-grandes que, con codos los a los ct1alcs se
organizaci6n económica y social, fueron la base menos precaria de defectos de su
sociedad y la culcura brasikñas del siglo XV! al XIX, la principal lacondición
economía de la
desarrollo de características nacional<:s o general del Brasil. Es1e fue, durante para el
período, expandido o ensanchado por los band,,iranres a través de los ríos el mismo
cenero, así como por los vaqueros y av~nturcros, a cra\'és de los ríos grandes grandes del
y los igarapéJ amazónicos. Esfuerzo admirable el de esos expansionistas, del nord<:ste
embargo, para el brasileño, los probkma s de desajuste entre el área que creó, sin
área política, señalados por J. F. Normano (Brazil, a Study of Economic.1económica y el
Type1, Chapel
Hill, 1935) y, posteriormente, por el entonces coronel Inácio José Vc-ríssim\
do Re11grupamenlo dar NoSJaJ Pop11lacoer, Política, Sáo Paulo, NV 2,
\ , Problema1
blemas que sólo hoy hemos procurado estudiar y cuya solución parece exigir, 1945). Son pro-
cuidados, el de la. substitución en c>l ritmpo y el espacio no sólo de la entre otros
grande, civilizadora pero hoy arcaica, sino de la palho(a. del mucambo y del antigua casa.
cauchero por un tipo de casa pequeña o media que, adoptando caracterís bar•ftzclio del
ticas desarrolla-
das por esas habitaciones pioneras en siglos de adaptación de residencia
s del hombre
agrario o del aventurero al medio tropical o subtropical, contribuya c<m
de cultura ya brasileña a la extensión dci área economica del Brasil, otros elementos
rresponder con su área política. hasta hacerla co-
7 8 Pedro Damas, "Perspecti
vas'", Re11isra Nova, NQ 4, Sao Paulo, 1931. Sobre este
asumo véase también J. F. Normano , Brazil, a Srudy o/ Economic T}•peJ,
1935, e Isaiah Bowman, The Pionecr Fringe. New York, 1931. En relación Chapel Hill,
pioneros dd Brasil que representan un como ajustamiento de la frontera con paisajes
la frontera geogrMica, véanse '"A Paisagem do"- Núcleo Colonial Baráo de económica a
otros estudios incluidos en la obra del profosor Pierre Monbeig, Ensaios Antonina'" y
Humana Brasileira, Siio Paulo, 1940. de Geografía
79 Sao Paulo fue probablem
ente el núcleo brasileño de pnblación más coloreado de
sangre scmica. Pues no llegaron hasta allá los tentáculos del Santo Oficio,
amenazadoramenre sobre Bahfa y Pernambuco, faltando tan sólo hacer las que se fijara
esa circunsrancia acostumbraba acrihuir Capístrano de Abreu, en conversac hogueras. A
nos informa Paulo Prado, su íncimo y constante amigo, el hecho de que iones, según
nuevos lo tuvieran como su punto prderido. "De htcho, ningún otro sitio los crisrianos
poblado del
territorio colonial ofrecía mayor acogida a la inmigración judía", escribe
en Paulirtic11, 2a. edición, Rio, 1934. Y agrega: '".F.n Sáo Paulo no los Paulo Prado
midable insrruroemo de la Inquisición, que nunca llegó a la Capitaníap,:rsegula <:se for-
del
la infiltración israelira en el Brasil, léase el ensayo de Solidi'inio Leice FilhoSur". Sobre
no Brasil, Rio de Janeiro, 1923. Sobre este asunto véase también el Os Judeur
casi desconocido
Euai Hirtoriqu e sur la Co/011/c de Surinam . .. le 10111 redigé sur de1 Pieccr
y Jou.11es & miJ en Ordre par le1 Regens & ReprésenlanJ de
Authentiq ues
la dita Nation Juive
PortugaiJe, a Paramaribo, 1788, donde se dice que "ces Juifs done renconcra
leurs freces .. ceux du Brésil étoienr la pi upare des gens de condition & nt au Brésil
le commerce & l'agriculture .. ". tres versés dans
80 Alberto Torres, O P,oblcmtJ Nncion11l Brasileiro, cit.
Viasc rambién del mismo
autor A Organiza ,áo Nacional, Rio, 1914.
90
8, Azevedo Amara!, En1aios Brasileiros, cit.
82 Horace Say, Hisloire des Relalions Commerúales entre la France es le B-,,ís;t,
París, 1839.
~3 M. Bonfim, O Brasil na Hislória, Río de Janeiro, 1931.
84 Para contradecir !a afirmación de Euclides da Cunha, Bomfim se hasa en docu•
mentos paulistas ( testamentos, inventarios, egidos, etc.), de grande y valiosa e11ntidaa,
cuya publicación ordenó el anúguo presidence del Estado de Sáo Paulo, Sr. Washington
Luís, y que sirvieron al profesor Alcántara Machado para organizar un libro tan intere-
sante como es su Vida e Mor1e do B,mdeirantes, Sao Paulo, 1930, como también sirvie-
ron a Afonso Taunay para el escudio definiúvo de las bandeiras. Documentos pern:un-
bucanos minuciosamence examinados por nosotros en la sección de manuscritos de la
Bi bliote-ca Pública del Estado y en la Colección del Instituto Arqueológico, Hiscórico y
Geográfico de Pernambuco, confirman la impugnación de M. Bonfim. Nos referimos a
los libros de Sesmaria1, donde están registradas concesiones de tierras pernambucaaas a
paulisras, por haber colaborado con los nuestros en "campañas concra los negros levan-
tados de Palmares... El caso de Jóao Pais de Mendom;a Arraide y de su padre Cristóbal
de Mendoc;a Arraide <Registro de Se1marias e Datas de Terras, 1689-1730, ins. na Bi•
blioteca Pública del Estado de Pernambuco), y el de Pascoal Leite de Mendon~a, "Capitiio
de Infantería dos Pauliscas", a quien el Capitán General de Pernambuco concede en
1702 "eres leguas de tierra en cuadras de las conquistadas a PIÚmares", donde estuvo
.. el Ingenio de Cris1óbal Días en las riberas del Setuba" (Colección de manuscriros del
Inst. Arq. His. y Geog. de Pernambuco).
8 5 El Padre Simio de Vasconcelos en su Crónica de Companhia de Jeiu1 do E.rtado
y de que Ob,aram uu1 Pilho1 nesla PMle do Novo Mundo, pág. 41, 2a. edición, Rio,
1864, dice del Padre Leonardo Nunes que era cal la prisa con que corría los lugares
"que vinieron a ponerle por nombre, en la lengua del Brasil, "Al:iaré bebé", esco es,
..padre que vuela". Y en la introducción a la misma crónica, el Canónigo Fernandes
Pinhciro escribe de los primeros misioneros que se diría tienen "resuelto el don de la
ubicuidad". V:unhagen observa que, viajando ronrinuamente, los misioneros· fueron ..es-
tableciendo más frecuencia en las noticias y relaciones de uniis villas con otras".
Se puede generalizar diciendo que todos los padres del Brasil eran padres que vo-
laban. Algunos de ellM, es cierto, viajando en mallas colgadas a espaldas de los indios:
eran ésros los que volaban.
86 Para Joao Riheiro, que ve siempre tan claro los hechos y ccndcncias de nuestro
desarro!lo histórico, rn el Brasil el "particularismo local [ .. ] se discingue [ .. ) por
('I espíritu superior de unionismo { .. }" (His1ória do BraJil, curso superior, Rio de Ja-
nciro, 1900). Como dice M. Bonfim, d mismo Euclides da Cunha se contradice en la.
idea de que el Br~sil es una serie de "agrupamientos separados entre sí .. , cuando descaca
en Os Sertoei la importancia del senanero, el mismo de las zonas septencrionales de
Minas a Goiás, a Piauí, a los extremo$ de J\.faranhao y C<,ará, ¡,or el Occidence y Narre,
y las serranías de los labrantíos l,ahianos por d este.
~'1 H. M. St<.-phens, The Story of Por1ugal. Nc·w York, 1891. Para un conocímien•
co más profundo d<.-1 asunco, vtasc d trahajo de H. Sch:iffcr, Ge1cb;chte vun Portugal,
Hambur¡;CJ, 1836-1854, dc-1 cual existe traducción portuguesa.
SS H. Handdmann, I-Ji116ria do BraJil, trad., Rio, 193 l.
S9 Oliv<:ira Lima, A Noi·a /.usi!.i11ia. en Hisrcíria da Coloniza(ao Portuguesa do
Brasil, cit., 11. 297.
No crec:mos que la gente de origen anglosajón dominante en la formación de los
Estados Unidos baya revelado, o revele hoy, las mismas disposiciones confraternizadoras
que el porrugués ~n el Brasil, en relación con emigrantes de otros orígenes y con sus
respectivas culturas. Por lo menos en relación con los negros y los iudíos, y sus respec-
tivas culmras, c:xc<:ptuando el aspecco osc('nsiblemcntc religioso, creemos que la actitud
portugueia en el Brasil y desde el inicio de la colonización, fue más confracernizadora
que la de los angloamericanos. Entre é$tOs, s61o recientemente está siendo admitido el
pluralismo de cultura por los individuos o g1upos de visión más amplia e ideas más
avanzadas, al lado d<:I verdadc,rc, amtricanismo, durante mucho tiempo rígidamente unio-
nista. Uno de los más auco1iz;idos e$tudioso~ tlel asunto pregunra, en un ensayo socio-
lógico: '"May it not be thac in our zc;il co make rhc many ·one· we have given undue
emphasis in che onencss oí American life and culture and have failed to recognize
or apprcciate adcquately the concribu1ions of tht 'many·, ... (Francis Brown, "The Con-
tribution oí che lmmigrant", en Our Raúal and National Minorities, org. por Francis
91
J. Brown y Jos<.-ph Slabcy Roucek, New York, 1937, pág. 758). Lo que entre los an-
gloamericanos es ctoría recit•nt" ("a new thcory"), como destaca el profesor E. George
Payno: en la misma obra, en t·scudio titulado "Education and Culcural Pluralism"
la América portuguesa es una vieja práctica en la que se revela que la xenofohia nunca ), en
fue rasgo sobrtsalicnte del carácter portugués. Sobre este asunto v<:ase nuestro O J\fundo
que o PortuguéJ Cri<1u, Rio, 1940.
90 Véase Ritter von Scli:ifkr, Braúlien aÍJ U1111bh<1c11gi1;cs Reich,
Aleona,
Esa como cuarcncena de hcrcj(•s es rderida y comentada por Trismo de Acaídc, "En 1824.
1813
se indagaba sobre las creecncias· recligiosas y el pasaporte. Hoy r.,; indaga sobre el
porte, el equipaje, las creencias políticas, las coscumbces privadas, el estado d~ salud·' pasa-
(Es111dio,, F' serie, Rio, 1927). An·rca de los frailes y padres que ve!ahan en los
puercos
por la ortodoxia católica de la colonia, a veces con una suavidad que falca a los moder•
nos inspectores de salud y funcionarios de policía de inmigración, ver también "Cenain
Nmes of the Voyaf!,e 10 Brazil with thc Minion of London [ .. } in the Ycar
Writccn by Thomas Grigs Purser of che Same Ship", en Thc Princip11l N,111ig111iom 1580
VoyaJ?l'! Traf/iq11es & Discoveries of the E11glish Nation [ .. ] by Richard Hakluyr,
vol. VIII, pág. 13-44, Londres, 1927.
ni Pedro de Azcvedo, Os p,;meiros Drwatários, História
da Coloniza<ao Porruguesa
do Brasil, cit., III, pág. 194.
92 En el Brasil, el incrédu!o Fusrel de Cou'anges, todavía más
que en Francia,
después de la Revolución dividida en dos, la negra y la roja, se scnriría en el deber
ser católico por nacionalismo. Orra fue la anitud de Oliveira Lima, quien, a falca de
un id('a) rdi.~ioso más ardiente, se declaró una vez "católico histórico". de
!l3 Esto sin conr:1r los numerosos colonos de orras partes de
la Península Ibérica,
aquí confundidos con los de origen portugués. Encre otros, los Buenos, Camargo, Aguirre,
Lara y Ordoñcs, Frcycc, Bonilha. Ni los colonos de origen hebreo incorporados
comunidad católica. a la
n~ Sílvio Romero, o¡,. cit.
9~ Alfredo Ellis Júnior, Rara de Gigantes, Sao Paulo, 1926.
06 o;J/ogos d11s G,m1deus do Bras;J, pág. 33, Río de Jam:ico,
1930. En sugesrivo
crabajo (Novor Ensaios, 2da. serie, Recife, 1945), Joao Pcretti desraca que Brandónio
l'n sus Diálogos das Grandezas do Braúl, ya sugería en el siglo XVI el desarrollo ,
de la
riqueza azucarera del Brasil, "la moda de los mercaderes de Holanda, que se consti•
tuían a su propio costo y gasto en sociedades, poniendo, unos más otros menos, según
el mucho o poco dinero que tuvieran", esto es, acentúa Jo5o Peretci, por
medio de "una
organización económica aún independio:nre del Estado", pág. 86. Esa organizació
alJlÚO modo, parece haber existido en el Brasil, formada por negociantes judíos, lon, de
ral ve7. se explique por las v~n 1ajas que aportaba a los plantadores de caña de que
el hecho de haber tenido Pernambuco, en el siglo XVI, la ··abundancia de judíos"azúcar
probada por Rodolfo García ("lnrrodu,5.o", Primeira Visita<;io do Santo Oficio com·
nambuco) , Jo,,o Percni y otros estudiosos de la economía brasileña durante aquelen Per-
y "una ;nayor tolerancia por parte de los cc!adores de las creencias
siglo,
católicas que en
otras panes del Brasil" (Jo:io Pemci, op. cit., pág. 29).
Debe notarse que para Joáo Peretri, el Bemo Teixcira, autor de Pro10popéia, el pri•
mer poema compuesto en el Biasil, habría sido una expresión de vida refinada
pasatiempo cempranamcn1e creada en el país por una economía azucarera ("no o de
es el
mismo Benco Tcixeira implicado en las "Denuocia~iies", Rarlté,1- e Or,tros Ensaios, Recife
1941 y .'/>..,To1•Qs E>uaios. 2da. Serie, R(·cife, 1945.
97 Se refiere el cronista (op. út.) a frutas, ltgumbn:•s y carne
de buey.
9S F. P. Armitage, Di~¡ and Ra,e, Londres, 1922. E. V. McCollum
y Nina Simmonds,
The Newe, Ktl(m1ledge o/ Nutrirían • The Use o/ Foods for the Preservation of
Vilality
<1nd Health, Ncw York, 1929.
00 Guencher, Das Antlitz Bra,iliens, cit.
100 En el inccrcsantt· ardculo "Fundamentos cicntificos d,- la alimcncació
n racional
en los climas calienrcs", Brasil Médico, Rio de Janeiro, año XLV, Nº 40, se ocupa
asumo el médico Sinval Lin,. Según él, el brasileño mantiene un régimen alimenticio del
i nadapcado al clima. "Abusa de los dulces ( .. } en pleno veta no, cuando codo convida
a defenderse del calor, abusa de platos grasientos y a veces también de bebidas
hólicas ( ... J abusa dt los líquidos en las comidas, sin reparar que mientras más alco-
más suda ( .. } ¡:¡usca de comidas adobadas [ .. } ca~i no consume legumbres". bebe
"Las
consecuencias de cancos errores -agrega el higienista - se está haciendo sentir
desde
92
falta de calcio,
hace mucho ciempo. Nuesrros dientes son débiles y viven cariados por ". Sinval Lins
esto es, de vegetales .. Sufren también "la piel, los ríñon<:!s, d estómago
..autointoxica-
destaca la "pereza pose-alimenticia del brasileño, acri buyéndola tanto a banal entre
ción resultante del abuso de nitrogena dos o de la presión dd vientre, can
de que tanta
nosotros por falta de vegctaks y frutas en la alimentación .. ", "la fatiga
se ha injusca-
gc:nto, se queja en nu<:!s1ro medio". Fatiga por la cual, a su modo de ver, o el régimen
meote responsabilizado al clima. También el Dr. Araujo Lima, estudiand la importancia del
alimenticio de las poblaciones del cxtremo nort<:! del Brasil, insiste en de los hombres de
laccor alimentación cn la interprecación de la "indolencia leg<:ndaria
Probl<:!ma Ali-
estos parajes". J. F. d<.- Araújo Lima, "Ligera Concribui~ao ao Estudo do 4, Río, 1923.
menrar das Popula~f,e s Rurais do Amazona s", Bulelim Sanitário, aiio 2, N9
101 J. F. de Araújo Lima, ''ligeira Concribuic;.io ao Escudo do Problema Alimema r
1923. Esca
das Popula{oes Rurais do Ama:zonas·•, Boleti.m Sa11itario, año 2, N 4,r, Rio,
9
observación relativa al cabodo dd extremo norre, se puede generaliza con una u otra
ciertas regiones
restricción re,l;ional, al brasileño pobre de las demás 1.onas rurales. En planraciones de
del bajo Amazonas, Ara.újo Lima enconreó a los trabajadores de grand~s
mañana. "Un
algodón alimentándose exclusivamence de un 11tol de arroz comido por ia conscituyc: mu-
xibé, cuya base es la harina de mandioca, tan pobre en vitaminas, y que
chas veces el alimento .-xdusivo de un hombre durante 24 horas". habitantes
Ya Azcvcdo Pimcncel encontraría casi las mismas condiciones emre los venéreas
mayor que la acción devastado ra de las molestias sifilítícas y
del Brasi I central: a "impro•
son la de los "desequilibrios o perversiones de nutrición orgánicas", debida de nues-
pias y poco nurrientes substancias alimenticias''. Quien destacó esta situación serie maca-
tras poblaciones ruraks mal alimentadas y además fáciles víctimas de una
sífilis, fue Mi•
bra de dolencias, paludismo, btril,i;-ri, anquilostomiasis, disentería, lepra, es rura-
guel Peccira, ratificado luego por Belisário Pena. En relación con las poblacion miseria orgánica
les y scrtane¡as de Paraíba dice el Sr. José Américo de Almcida: "La ión es el campo
determinada por la carestía de la vida e insuficiencia de la alimcncac
Paraiba e sous
propicio que va siendo invadido por los medios ordinarios de infección" (A investigación
la
Problemas, Paraíba, 1924). Sobre t'Ste asunto véanse tambi¿n rcspu<:!stas a d de la
realizada en 1778 por el Senado de Río de Janciro sobre el dima y la salubridaen la U·
misma ciudad (Anais Brasiliem is de Medicina, vol. 2, NY 4, año II); Discurso
julio de 1847,
siún solemne anii-·ersaria de la Academia Imperial de Medicina del 30 de
et des Matadies
por Robecco Jorge Haddock Lobo, Rio, 1848; J. F. X. Sigaud, Du Clima/es Agronom iques
du Brésil, Paris, 1844; Alp. Rendu, Etudes Topographiques, Medicinales sobre o Clima
1ur le Drési.l, París, 1848; J. B. A, Imbert, Ensaio Higiinico e Médico
Di1curso sobre
do Rio de Janeiro e o Regime Alimenta r de seus Habilantes, Rio, 183 7;
q11e mttis fl//igem " classe pobre do Rio de Janeiro., ., por José Martins
tts moléttias d11 Higiene do
da Cruz Jobim, Rio, 183 7; Az<:!vedo Pimenrel, SubJidios para o EJ1udio
Río, 1890; Azevedo Pimenccl, O Brasil Central, Río, 1907; Louis Coury,
R.io de Janeiro, c de Paris, 1881;
"L'Alimentation au Brésil et dans les Pays Voisins", Revue d'H1git:n
Andrade, "Ali-
Eduardo Magalhaes, Higiene Alimentar, Rio, 1908; Alfredo Antonio de
vol. VI, 1922;
mentos Brasileiros, Anais da Facuüade de Medicina do Rio de }aneiro, 9 Río; Manuel
Alberto da Cunha, "Higiene Alim<:!ntar", Arqui.vos de Higiene, N 11, Plantas Ali-
Querino, A Arte Cu/inária na Btthia, 1928; Teodoro Peckolc, História dos o doccocado;
mentares e de Gozo do Brasil, Rio, 18 71, y las siguientes tesis de concurso
na Cidade do
Antonio José de Sousa, Do R.egimen das C/asses Pobres e dos EJcravosRío de Janeiro,
Rio de Janeiro em seus Alimento s e Bebidas, Faculcade de Medicina do
1851; José Maria Regadas, Do Regimen das ClaIIBs Abastadas no Rio t1 de Janeiro, 1852;
Duarre, Ensaio 1obre a Higiene da Escravatur 110 Brasil, Rio,
José Rodrigue s de Lima
Correia de Sousa Costa, Quat ti Atimentac ao de que vive a closse pobre
1849; Amonio Fernao-
do Rio de Janeiro e sua lnfluéncia sobre ti mesma clase, Rio, 1865; Francisco
1842; Francisco
des Padilha, Qual o Regsmen das Cl,ues Pobre¡ do Rio de Janeiro.', Rio,
da Bahia,
Antonio dos Santos Sousa, AlimemafáO 1111 Bahi•, Farultade de Medicina 1909.
1909; y Renato Sousa Lopes, Regime alimentar nos Climas Tropicllis, R.io, la alimenta-
Cada dfo son más numerosos los trabajos brasileños sobre el problema de
Lins, Josué de
ción entre nosotros, destacándose los de los médicos Silva Melo, Sinval Dante Costa.
Castro, Rui Coutinho, Paula e Sousa, Couco e Silva, Peregrino Júnior, ensayo, ha
La bibliografía acriba citada, presentada en la primera edición de este
sido largamen te transcrita y citada por algunos de esos autores.
93
102 Louis Couty, L'BJclavage au Brásil, pág.
87, l'aris, 1881. Opinión· 1ambi<:n del
más claro de ou(·stros prnsa<lore:s poli1icos, el profesor Gilberco
que desde el punto de vista político hizo sobre nuestra sociedad Ama<lo, en el estudio
ciom:s políticas y el Medio Social del Brasil"', en Gr,ío de esclavista: "las institu-
siglo XVlll escribía Morgado de Mareus: "'En esta tierra Aráa, Rio, 1919. Ya en el
hay quien sirva al Estado: c>:c<:ptO unos pocos mularos no hay pueblo y por eso no
demás son s<:iiores ú esclavos que sirvi,n a esos sc-ñori,s"' que hacen su oficio, todos los
(Paulo Prado, PIP<lística, 2da.
edición, Rio, 1934).
103 Thcodoro
Peckolt en su Hh16ri,s da1 Plant,ss Aliment ares e de Gozo
I, Rio de Janeiro, 1871, llega a considerar al trabajador do Brasil,
bie:n alimentado'" que el esclavo brasil.:-ño. "Así, el esclavoeuropeo de la época "menos
de los stmbcados en general", escribe él, "recibe una alimenten el Bnisil y el trabajador
mxlucida desde til·mpos antiguos por la experiencia y no ación buena y nutritiv a in-
Se refiere al trabajador bajo el régimen patriarcal: estaba por cálculo científico { .. ] ".
suministrar al peón una buet1a alimenración. en el imerés del propietario
10~ Louis Coury, op. cit., pág. 87.
105 Joaquín Nabuco, O AboNcionismo, Londres, 1883.
bla también de esa clase intermedia de parias inútiles que Hcrbctt S. Smirh nos ha-
interior del Brasil a fincs del siglo XIX (Do Rio de Janeiro encontró en sus viajes por el
Caieiras,Rio, 1922). Atribuye la miseria e incapacidad económ a C11iabá, Siio Paulo-
tizos de indios y negros, olvidando que si viajara en su ica al hecho de ser mes-
propio país por el viejo sur
esclavista y por las montañas de Kcntucky y'-de las Carolin
trito humano, pero de gente blanca: los "peor white". as, enconu ada el mismo de-
lOG Alguien nos escribe de Sao Paulo conside
rándono
la expresión "sisrcma" ( ver ediciones anteriores) en vez des "asnos" por el empleo de
donos como autoridad máxima en el asunto al autor de la "aparato digestivo" y citán-
conocida Zoologí a I!.lement11r.
En verdad, es convencional dcc¡r <:n portugués "aparato digestiv o" y en base a esa con-
vención no dudamos en substituir "sistema", expresión emplead
por "aparato". Sin embargo, creimos que lo más que se puede a en ediciones anteriores,
"sistema digestivo'' es que sea un anglicismo. En inglés se decir cenera la expresión
dice "digestive system" y no
"apparel", induyen do en el sisu:ma digestivo "evcry organ,
cerned with the utilization of foo<l-stuffs, etc." (The Enc:,do function and process con-
dón, Cambridge, 1910, vol. 8, pág. 263). De modo que paedia Britannica, 11' edi-
la idea de "sistema" no im-
plica "conjunto de Órganos <le <'srruccura homogénea", sino
se viene haciendo de la palabra <:ntre nosotros para distingu por el uso convencional que
do con sus ralees griegas, "sistema·· significa todo el conjuntirla de "aparato". De acuer-
ciales al desempeño de alguna función o funciones particul o de órganos o partes esen-
"reunió n de las part(:S <le un todo" (Quiche rat). Del francé,, ares ( Webste r), o toda
rugués la convención de llamar "aparat o" al sistema digestiv según paree<.", pasó al por-
francés designa "appareil'' al .. ··assemblage d'organcs que o, exacto como es que el
fonction'(. De ahí que nos parezca por lo menos una lamen1a concourent a une méme
cados de "asnos" por emplear la expresión "sistema digesciv ble exageración ser Clllifi-
o".
101 Andrcw Rcid Cowan, Mailer Clues in World
Hhlory, Londres, 1914.
108 André Joao Antonil, C11ltura e Opulbi&ia
do Bras;[ por suas DrogaJ e Mi11,ss,
pág. 264, con un estudio biobibliográfico por Afooso de
E. Taunay, Sao Paulo-Rio de
Janciro, 1923.
l09 "A fin de que los agricultores no padezca
n daños en sus . sembrados, son
pocos en codas partes los anímales domésticos, informa Aires
Co1ograf,a Br,ssilica, 11, pág. 89. de Casal en su ya cirada
En Extracto de los Engenhos de Assue11r e sobre o Method
Fart:1ra desee Sal EJJencial, Tirado da Obra Riqueza o iá enláo Prati,dtio d11
se Combi11ar com os _r,.roi-os J\íerhodos q11e agora se propóem e Opulencia do Brasil para
de S. Altez11 Real o Principe Regmle NoJJo Se,ihor, Debaixo dos Au1picios
por
Lisboa 1800, las cabras son dtstacadas entre los enemigos Fr. José Mariano Velloso,
pronto como la caña comienza a aparecer fuera de la tierra, ele la caca: "las Cllbras, can
los propietarios de cañaverales se velan a veces obligados la em bisceo". Por lo que
bueyes, que otros no trataron de advertir y guardar en los a matar "puercos, cabras y
remota [ .. )", pág. 47. paseos cercados o eo pane
1 Jo Aires de
Casal, op. cie., ll, pág. 119. Casal atribuye
tancia de que los pastos no eran generalmente buenos y haber el hecho a la circuns-
falta de agua". Pero sin dejar de atinar con la causa social: "en la mayor parte ( ...]
"a fin de que los agricul-
94
ganado, <.:.a-
Lores no ~ezcan daño en sus sembrados". Refiriéndose al apartamiento del plantacio-
pistrano dice que "era debido a que había que defender los cañaverales ión y otras
de Capistrano
nes de sus ataques. DiálogoJ das Grandez,u do Brasil, pág. 13, Introducc de Letras, Río
de Abreu y Notu de Rodolfo García, edición de la Academia Brasileña
de Janeiro, 1930.
111 "Fragmentos de uma Memoria sobre as. Sesmarias
da Bahia" (copia de un
y tal vez
manuscrito que parece ser de la biblioteca del fallecido Marqués denJOAguiar e Ordens Expe-
de su pluma). . ero L-i11,o das Te,ras 011 Coltec(ao da Lei, Reg11/ame Rio, 1860.
did-a1 a Respeito desl4 materia até ao P-reseme { .. ), pág. 24, 2da. edición,
112 Herrnann Watjen, op. cit. Entre los documentos existentes
en el Archivo Real
gico e Geo-
de La Haya y relativos al Brasil, publicados en la Re11i1Ja do lns#11110 Arqueoló sentido. Ya
gráfjco Pern11mb ucano N9 33, Recife, 1887, se hallan varios edictos en este
sentido de re-
en el siglo XVI encontramos evidencias de intervenciones del gobierno en el de la Cá..
gularizar el sembrado de mantenimiento por el de caña de azúcar. En las actas or Ge-
mua de Sáo Paulo (1562-1601.) encontró Taunay u~ requisición del Gobernad co, capitanía
neral del Brasil de ochocientos alq11eit'es de harina descinados a Pernambu o escasez de
que por ser la más azucarera sería también la más expuesta a la carcsría de los
mantenimiento locales. La requisición era sin embargo superior a la capacidad en penuria. "La
paulistas y, provista toda aquella harina a Pernambuco, ellos quedaron los mora•
Cámara decidió --escribe Taunay- pregonar para el conocimiento de todos harina
la villa y término una poscura en que quedaban conminad os a hacer
dores de de Sáo
en obediencia a una previsión del Capitán Mayor y del Oidor de la Capitanía
la amenaza de cincuenta cruzados de multa y dos años de expulsión
Vicente. Todo bajo namien-
hacia parajes inhóspitos del Estrecho de Magallanes. Tal solicitud por eldeaprovisio los sembrados"
to de harina muestra muy bien lo irregular que era la producciónTours, 1920).
(Afonso de E. Taunay, Sáo Paulo nos Primeiros Tempos 1554-1601,
113 Fernli.o Cardim, Traiados da Tem, e Gente do Brasil.
Introducción y Nocas de
Batista Caetano, Capistra.no de Abreu, y Rodolfo García, Rio, 192S.
la afirmación del Sr. A. Marchant ( Do E.scambo a Escravidáo, trad.,
Sao Paulo,
ciudadanos
1943, pág. 183), con referencia a la capital de Bahía en 1580, de que "los y verduras, se
estllban bien aprovisionados de esos productos locales", esto es, de fruras de "legumbres
ba.sa principalmence en información de Cardim relativa a la presencia y otras Je.
de fa tierra y de Portugal: berenjenas, lechugas, nabos, calabazas, rábanos 289. Si hubo
gumbres y honafü:as". Tratadot da Terra e Gente do Brasil, cit. pág.
fue por un
abundancia de esos y otros productos destinados a la alimentación, parece que con el
corto período, durante el cual los primeros colonos de Bahía pudieron combinar ra. A
horciculru
grao sembrado tropical, enemigo de la policuliura, su viejo gusto por la ó a la
comíeozos del siglo XVII, Salvador padect"ría, aunque es verdad que contribuy , como
escasez de alimencos la sicuación de guerra en el norte, hasta de harina de mandioca s do ArquiPo
lo indica11 documentos recientemcme publicados ( Documentos His:órico otras). Desde
Municipdl, Actas de la Cámara, 1625-1641, Salvador, págs. 399, 401dey que la alimen-
entonces el tescimonio de los cronistas y viajeros abunda en el sentido altos. Del
tación en Salvador fue difícil y con los precios de los alimentos generalmente Visicador
mismo Cardim se debe tener en cuenta, insistimos en esto, su carácter de Padre modo que en
excepcionalmente bien ,ecibido en las ciudades e ingenios, del mismo de Abreu, que
relación a los tratados de Gandavo debemos recordar, con Capisrranalo Brasil como co-
eran en cierto modo propa,ganda para inducir a los europeos a venir que en Bahía, aun
lonos. Cuando se lee al más objetivo, Gabriel Soares de Sousa, se ve ón de los gran-
en la fase anterior al moooculrivo absorbente, fase todavía de conciliaci por la horricultura
des sembrado s, el azúcar, con ese gusto tradiciona l de los portugues es
nos referimos , parecen haber sido excepcion ales plantacion es como las de Joao
al que ya y rebaños
Nogucira, francamen te policuJcor as con sembrado s de mantenim ientos, puercos
de ganados. Es que las tierras de su propiedad eran demasiado pobres para el cultivo
(Véanse
de la caña y en ella los ríos eran muy pequeños, demasiado para ser ingenios.sobre este
Gabriel Soares Je Sousa, Tratado, pág. 148, y el resumen de sus informaciones entre las
punto e interesantes comentarios a ese respecto y respecto de las relacionesprecios del
plantaciooes monocultoras e imperialistas, o expansionisras, dados los en altos
manos de in-
azúcar, con plantaciones o sembrados para mantenimiento, la mayoría
dios, prcsenrados por Alexander Marchant en su citado Do Etcambo a Escra11ida
o, págs.
1"40-142). Del mismo autor, léase "Feudal and Capitalisdc Elements 1942, in the Porcuguese
Scttlement of Brazil", The Hispanic American His:o~ícal Riwiew,
XXII, págs.
95
493-512). Sobre el proceso de sucesión ecológica de la policulcura y· pequc:iios
por el monocultivo y las grandt"s propiedades, cuando eran favocabks scmbcados
ciones del comercio, vease el excelente estudio Je! profesor An<lrew W. a ~ste Jas condi-
Lind, An Island
Commun ily, Ecologic4/ Succeuio n in Ha,uaii, Chicago, 1938, especialm
Vil (The Plamatio n and Capital lnvcscmenc), en <:I que rechaza la posibilidaente el capículo
sea siempre la gran plantación por su carácwr paternalista, precapira:ista, d de que
túe "its cqually importan t functions as a schcmc for thc organizarion la que acen-
anJ invt'stment
of capital" (vág. 157), en árc:as como Hawai. -Adt·más, el autor insiste
rrespondió la gran plantación en Hawai a la generalización de Kellt-r en que no co•
sobre las gran-
des plantaciones como sistema: tendieron a la devastación dd sucio y
(Albert G. Keller, Coloniz4tio11, Boston-New York, 1908, pág. 1_0). de los hombres.
Lo que el profesor Lind atribuye a varios hechos, inclusive el que algunos ingenios
Haw~ hayan sido fundados y desarrollados por misioneros protescantes, de
la tierra no era sólo económico y cuya acción, más creadora que devastado cuyo interés en
y los hombres, puede ser comparada, agrtgamos, con la de algunos
ra Je la tierra
de los hermanos o
religiosos señores de ingenio en el Brasil ( bcnediccinos, jesuicas, ere.),
riencias de j nterés agronómico y social, a las cualc-s se encrcgaron también dados a expe-
criarcales del tipo de Manuel (Minó) Cavalcariti de Albuqucrque. En señores pa-
manos de tales
señores de ingenio el sistema ·de gran plantación dt'satrolló algunas caracterís
paternalismo más favorable a la comunidad. Sin embargo, se puede afirmar ticas de un
áreas más características del Brasil el sistema de la gran plancación fue, desde que en las
ros años de coloniiación, mixto: prccapi talis1a y capitalista, feudal y comercial los prime•
bién creador de valores al mismo tiempo que devastador del suelo y de . Y ram-
los
Desde el punto de vista de la alimentación, modernos estudiosos del hombres.
resados en preparar un mapa de alimentación del Bcasil basados en encuestasasunto, inte-
así como Josué de Casero, confitmao lo que en este ensayo se dice dfsdc regionales,
las relaciones encre el sistema feudal-capiralisra de plantación y paisaje. Según 1933 sobre
Josué de Casero, en el Nordeste, "el monocutlivo int~mpestivo de la caña, el profesor
enteramente el revesrimiento forcsral de la región, subvinien do por completodestruyendo
brio ecológico del paisaje y cnrrabando codas las H"ntacivas de cultivo de <:I equili-
alimenticias en el lugar, constituyósc en degradante de la alimenración regional otras plantas
"En el Nordeste del Brasil los hábitos alimenticios perjudiciales a la salud [ .. }".
secuencia casi exclusiva del monocultivo y el lacilundismo" ( "Arcas fueron con•
Brasil", Resenha Clínico-Científica, Sao Paulo, año XIV, abril de 1945, Alimcnrares <lo
Sobre este asunto véase también nuescro Norde11e, Río, 1937. En ese Nº 4, pág. 155).
nuestros se encucnrra ya ese cricerio de interpretación de la situación y otros trabajo5
Brasil, no sólo en el Nordeste agrado sino en otras subáreas de monoculcalimentaria del
No olvidemos a propósito de áreas y subáreas, o regiones y subrcgion ivos.
fluencia del patriarcado monoculcor y esclavista que cuvo sus centros más cs, que la in•
vida más constante y larga en P~rnambuco, Bahia y Rio de Janeiro, fue, i o tensos y de
hasta la subárea amazónica; en d sur, hasta Río Grande do Su!; y en en el noccc,
Maco Grosso. Constituyó así aqud sistema, cal vez el de mayor influencia el centro, hasta
ción de características nacionales y general del Brasil, un sistema o complejo en la fija-
oal y oo sólo regional como suponen algunos investigadores de historia transregio-
los brasileños. Formó una constelación de áreas o subá1eas, o una especie o sociología de
área de cultura original en su configuración y extensión, y que no de supra-
área. o región geográfica a la que está gcneralmenre asociada, la delsólo corresponde al
Nordeste o la del
Nocce agrario del Brasil. Sobre la presencia de características sociales y
clusive la misma arquitectura doméstica, si no idénricas, al menos semejante culturales, in•
se encuentra n en el nordeste agrario, monocultor y por mucho tiempo s a las que
áreas geográficamenre apartadas y diferentes del mismo Nordeste, véanseesclavista, en
de carácter sociológico o parasociológico de José Veríssimo y del profesor los estudios
sobre la Amawnia ; de Dance de Laycano, Acos Damasceno Ferrcira, Ernani Arcur Rcis
les de Azevedo sobre Río Grande do Sul; Augusco de Lima Júnior y Correia, Ta-
Latif sobre Minas; José de Mesquita sobre Maco Grosso; sobre el área deM. De 'aarros
do Su! véase, desde el punto de vista más sociológicamence objetivo Río Grande
ser comprobada la presencia de aquella influencia, o aquella coincidenbajo el cual puede
cia de expresiones
sociales y rasgos de varios de los elementos de su composición érnica,
queño trabajo acerca del sobrado en Río Grande do Sul ( Problem,11 brasileironuestro pe-
pologi,z, Rio, 1943). También Tales de Azevedo, Ga,íchos - Noias s de An#o•
de antropologid
1ocial, Bahía, 1943; Dante de Laytano, "O Portugues dos A,ores na Consolida
(ao Mo-
96
Porto Alegre,
cal do Domlnio lusitano no extremo sul do Brasil", R.evi11a do En1ino, Semímenla1s
N 9 15-18, noviembre de 1940, febrero de 1941; Aros Damasceno, lmagen1
do Río Grande do Su/,
d11 Ciátlde, Porto Alegre, 1940; Ernani Correia, A 1frquite1ura
Lanterna Verde, Rfo, Julio de 1944.
11' Cardim, op. Gil., pág. 321.
115 Percy Goldthwait Stiles, N11tritió11al Physiology,
Filadelfia y Boston, 1931.
Ea el interesant e articulo "'Folclore del Az.úcar•·, XVII, Bra1il llfll&Meiro, vol. XXV, mar-
zo, 1945, N 9 3, Joaquin Ribeiro escribe: "Aquí conviene denunciar un error de apre-
como regalada
ciación de Gilberto Freyre. El pinta la cocina de los señores de ingenio pobre. La alímen-
y opulenta. La verdad, sin embargo, es que es una cocina relativamente pasa uaa vida mi-
ración popular en los ingenio; es todavía peor. El labrador de caña
serable de subalimentado". las re-
Evidentemente el distlnguido crítico no leyó lo que sobre el asunto y sobre
laciones de alimentación con el monocultivo se dice en este ensayo desdeque 1933. Tampoc<,
haya habido
niega el autor del presente ensayo, aquí o en cualquier otro trabajo, muy poco lo
influencia holandesa en la cocina brasileña. Apenas ha desracado queEnescuanto a la in-
que sobrevive de esa influencia. De positivo parece que sólo el brote. la indumia
terpretación del r...quesón nordesti no como posible "adaptación serraneja de s en su
pecuaria holandesa ", sugerida por Joaquim Ribeiro y José Honório Rodrígue
ón Ho/4,uJet a en el Brasil, Sao Paulo, 1940, es realmente "hip6tesis a esru-
Civili-zttd ra en el Bra-
diar". Sobre este asunto véanse rambién F. C. Hoehne, Botánica 'Y Agricul1"
nl en el 1iglo XVI, Sao Paulo, 1937; Josué de Castro, A Alimenla (ao B,a1ilei-r11 a Luz
Sao Paulo, 1937; A. J. de Sarnpaio, A Alimenia ,ao Ser1enei11 e
d11 Geografí,, H11m1111a,
do Intenor da Amazónia , Sii.o Paulo, 1944.
116 Capisuan o de Abreu, TraJadoi d11 Terra e Gents do
8r111il, apenso, pág. 433.
111 Cardim, op. cit. pág. 290.
118 Sriles, op. cit.
119 Cardim, op. dt., pág. 334.
120 Berredo, apud J. Lúcio de Azevedo, Os Jesuitas no
Gráo-Pará, 2da. edición,
Coimbra, 1930.
121 J. Lúcio de Azevedo, op. ci,.
122 Padre Antonio Vieira, apud J. Lúcio de .Azevedo, op.
eit.
123 lnformacóe1 e Fragmen/01 H11tórico1 do Ptldre Jo1eph
de An&bíela, S. J., 1584-
1586, pág. 47, Rio, 1886.
124 María Graham, Joumal, cit., pág. 119.
125 Sobre la negligeocía en el traje doméstico de nuestra
gente colonial, aun la
ilustre, léaose James Henderso n, A Hi110,1 of Brnil, Londres, 1821, John Luccock,
El último ya
Notes cm Rio de Janeiro ,md the Southem Pa,11 of Brazil, Londres, 1820.
ha sido publicado en el Brasil.
126 Hi11ória do Brasil, por Freí Vicente do Salvador, págs.
16-17, ed. revisada por
Capistrano de Abreu, Sao Paulo y Río de Janeiro, 1918.
127 Nóbrega, C11rla1, cit. pág. 162.
128 lnforma,o es e Fragmentos Históricos do Padre Joseph
de Anchíeta, S. J. 1584-
da
1586, en Mlltérias e A,bega1 par11 a Hi11ó,i11 I! Geogr11fía por 0-rdem do Ministerio
Fazend11, N9 1, pág. 34, Río de Jantiro, 1886.
1211 Anchieta, lnformaró es, cit., pág. 50.
130 Anchieta, Inform11róei, cit., pág. 41.
131 "11 y a quamité de Boeufs, de Cochons, de Moutons,
de Volailks & de Gibier;
apporce
mais tout y est extrémemenr cher. La Flore qui y viene tous les ans de Portugal du Vo1age
des vins, des farines, de l'huile, du fromage [ .. )"", informa la R.e'41ion Froger, pag. 81.,
autoMr du Monde d>! Mr. de Gennes "" dé1,oit de M,sgellan par Je Sr.
Amsterdam, 1699. Véase también La Barbinais, Noveau voyage 11u1our
Ju monde,
t>arís, 1728-29. véanse
Todavía sobre la falta de carne y mantenimienco en Bahía en el siglo XVII, do Arquivo
los document os de páginas 250, 315, 401, 447, de Do~ment o1 Hi1tórico1
Municipal, Alai da C.imar11, 1625-1641, vol. l, Prefecrura Municipal de
Salvador, Bahía.
de esos document os, "Sobre las obligacion es del responsab le de la
s.ín fecha. Por uno ciudad de Salvador,
carne ea la ciudad", se ve que en 1636 los oficiales de Cámara de la
escam a cargo
"mandaron vir perante sy a Siman Alvares, e Domingos da Costa a quem por ha,
os Curais do Cooselho para o& obrigarem a dar carne ~ assougue da Cidade
vere.m muitos mezes que narn havia carne nelle { .. }", pág. 315.
97
132 "On n'y voit point de moutons; la volaille
y est
Les formis y désolem, comme dans le reste de la colonie, les rare & le boeuf rnauv:ais.
aucre coté les vins, les farines, tous les vivres qu'oo apportefruics et les légumes. D'un
d'Europe, n'arriven t pas
rouiours bien conscrvés. Ce qui a ~chappé á la corruption est d'une
Histoire Philosop hique et Po!ilique dc1 Etab!i;semenJJ & du chercé prodigieuse",
Commer ce des Europée ns
dans les Deux lndes, Ill, pág. 91, Ginebra, 1775.
133 Capistrano de Abreu, lntrodu, áo aos Diálogos
das Grandez ,u do Bu1sil, cit.
13 ~ Un documenro del siglo XVI casi desconocido
ea el Brasil, "A Discourse of
th<.> West lndies and South S<.>a Writcen by Lopes Vaz a Portugal
of Elvas Cominued unto the Yere 1587, etc.", incluido en The Borne in thc Citie
Vo,·ages Tr,zffiqu es ~ Disco,,eries of the Eng/ish NaJion ... Principal N,zvig4tions
by Richard Hakluyt, VIII,
pág. 172, Londres, 1927, informa sobre el Pernambuco del siglo
genios de azúcar: " .. yet are they in great want of vicruals chat XVI, opulento de in-
come either from Por-
rugal or from some places upon de coasr of Brasil". la CJrestía
"da qua! ordinariamenre ha carestía"', dice Aires de Casal, op. &it.era hasra de harina,
social de Río dt Janeiro, véanse Alberto Lamego, A Ter,a Gcitacá, Sobre la formación
Alberto lamego Filho, A Planície do Solar e da Senzala, Rio, 1934. Río, 1913-1925, y
13~ Aires Casal, op. cit. II, pág. 146.
136 Aires Casal, cp. cit., II pág. 45,
l37 Proteíoa de origen animal, de alto valor biológico
, o "proteín a de primera
clzse", para distinguirla de la de origen vegetal, que es de "segund
ttrio más moderno en la clasificación de proteínas véase el "Reporc a clase". Sobre el cri-
Nutritio n", de E. K. le Flemiog y otros, Supp. to 1he Bri1isb of Committee on
volumen II. Medi&al Journat, 1933,
138 E. V. McCollum y Nína Simmonds, en su
trabajo The Newer Knowled ge
of Nutritio n, New York, 1929, oponcn al crirerio de Hunting
medio de él explican, entre otros hechos atribuidos a la influenc ton el de la dieta. Por
raza, la diferencia que en poc-Js generaciones se operó entre ingieses ia del clima o de la
los que emigraron de Georgia a fines del siglo XVIII, unos p.ara del mismo lugar:
las Bahamas. fatos degeneraron, aquéllos se conservaron vigoroso el Canadá y otros para
s. la dieta de los pri-
meros: leche, vegetales, carne, trigo en abundancia. La de los
dieca brasileña. orros, una especie de
139 En ua estudio sobre el valor nutritivo de los
alimentos brasileños, Alfredo An-
tonio de Andreadc destaca que el "calcio es c:scaso en el suelo brasileño
s<: en dtpósitos riquísimos por determinados puntos del territorio , para concentrar•
múnmen te no lo ric-nen en ttnor muy alto". Casi una sentencia de ". las plantas "co-
concluido por investigaciones modernas, según las cuales "en tornomuerte en visra de lo
fensa orgánica, máxima resistencia a las causas infecciosas y a las al calcio gira la de-
sicas, y de él dtpende n todos los fenómenos subordinados enfermedades discrá-
a la actividad de los múscu-
los, nervios y g:ándulas, apresada en sus ptoporcioncs por los
magnesio. Desgraciadamente esa escasez se d:í por igual en nuescras iones sodio, potasio y
frtdo António de Andrcadc, Aüment ot brasilei•os", cit.). Es dudoso aguas .. ". (Al-
el agua renga la importancia que: le atribuye Andreade. Por lo menos, que el calcio en
vestigaciones realizadas encre los habitanres de los Alpes, eo una región los resultados de in-
beber es particularmente cica en calcio, son contrarios a su opinión. donde el agua de
enconrrado allí igual que en regiones relar.ivamenre pobres en calcio. El raquitismo fue
dica A. F. Hesse, Ricketi, lndudin g 01/eoma lacia ,md Tet,my, Henry Es lo que nos in-
1930, pág. 51; apud, Rui Coutinho, Valo, social da AUmenlariio, Kimpcon, Londres,
140 Antonio Martins de Azevedo Pimeote l Subsidio
Sao Paulo, 1935.
! Pata o Bs:udo da Higiene
do Ríe de },mei,o, Rio, 1890.
lU La harina, alimento hidrocarbonado, con proteína
de segunda clase y pobre en
vitaminas y sales minerales, es considerada a;imento de escaso
cialistas en asuntos de nutrición. Aun cuando sea ingerida seca,valor por varios espe-
mente en 1909 un estudioso del régimen alimenticio de Bahía, observaba pintoresca,.
men, distiende fuertemente las paredes del estómago .. ", pudiend "duplicándose de volu-
mentaciones anormales". Además de que, por la "existencia de o dar lugar a "fer-
raíz de la mandioca", concribuye a la "formación de bolos bucalesfibras leñosas eo la
tuyendo verdaderos fecalomas capaces de resistir a los más fuertes endurecidos, consti-
enérgicos purgantes .. " (Francisco Antonio dos Santos Sousa, lavados y a los más
Alimenta fáo na Bahia,
tesis presentada ea la Faculrad de Medicina de Bahía, 1909). Ya
especie de exaltación mística de la harina de mandioca, en partehubo en el Brasil una
basada en condusio-
98
nes al parecer precipitadas de investigaciones paulistas. Pesquisas _ realizadas posteriormente
Machado , en el Instituto de Química Agrícola del Mínisrerio de
por el Dr. Ancenor vitamina B y que
AgriC\lltura, indican que la harina de mandioc a común no contiene
.
la harina de r,11p¡1 posee vestigios muy ptqueños de la misma vitamina
H2 Enteramente equjvocaao, a nuestra manera de
ver, el Sr. Josué de Castro en
su trabajo O probJe,n" Pisiológico d4 Alimenll l(áo 8rdsileir11, Recife, 19,3, en d cual
llega al punco de visea füiológic o y, a través de la técnica más reciente en su especia-
lidad, a las mismas conclusi onts generales _que el autor de este ensayo, por el criterio
sociol6gico y el sondaje de los antecede ntes sociales del brasileño , esto es, "muchas de
mórbida s incrimin adas a los efectos desfavor ables de nuestro clima
las consecuencias régimen alimenticio",
son el resultado del poco caso hecho a los problem as básicos del
s ricos de hidratos de carbono los de "adquisi ción más
cuando considera los alimento nuestro" . "La alimenta-
barata por su abundancia natural, en un país agrícola como el
ción intuitiva, habirual, de las clases pobres, uabajaaoras -agreg a-, está en el punto
ensayo procuramos
de acuerdo con los fundamentos fisiológicos". Precisamente en esce nosotcos el cultivo de
indicac lo contrario: que el monocultivo siempre dificultó encrc el efecto en la dieta
vegetales destinados a la alimencadón. De lo que aún hoy se siente ésta, la legumbre entra
del brasileño , en la del rico y, especialm ente; en la del pobre. En
e; una que otra truca, el papelón o meJ de furo, un pececito fresco o carne de
rarament cio del brasileño po•
caza, quiebra, cuando Dios quiere, la rigidez del régimen alimenti
salada y bacalao. El mismo frijol es ya un lujo y la harina falta mu-
bre: harina, carne de harina" que también se
chas veces. En los tiempas coloniale s se sucediero n "crisis
han verificado en el periodo de la independ encia.
H3 Dice Anchieta en su Infortna fáo J,, Provinci a
Jo Br11Jil (>ard Nouo Ptláre,
fertilísiroa, de mu-
1585, pág. 45, que en Piraúoinga la tierra era "de grandes campos, ión que coincide con
chos pastos y ganaaos" , "llena de muchas provision es", informac
io del siglo XVI como el de Anchieca , uanscrit o por el profesor Taunay
otro testimon Fernande s, que escribiera
en Non D11cor, Duco, Sao Paulo, 1924: el del Padre Baltasar
en 1569 "'tener mucho pasto en sus campos { .. ] que son de quien los
de Piratininga .
quiera", además del "buen mantenim iento" y "mucho ganado vacuno"
1 44 Una de las más vastas es la obra del profesor Afonso de E. Taunay, que se
importantes revisio-
podría clasificar como realismo histórico. A él somos deudores de país. En esa obra
oes y rectificac iones en la historia social y económi ca de nuestro
-Históri ,1 Gerlll d11s bdndeira s (>aulistas, S:'io Paulo, 1924-19
29-, que es tal vez la. in-
especiali zada más seria que se hiciera hasta ahora en el Brasil,
vestigación histórica
estudia definitivamence las b11ndeir11 s paulistas .
Hli R"f" Js gigantes , CÍL
146 Paulística, 2a.. edición, Río, 19~4.
H 7 ViJ.i B m orle Jo b,mdm11n1es. cit.
HB Principalmente los lnvent,ir ios y Tesl,1me
ntos, Archivos del Estado de Sao
Paulo, 1920-1921.
149 "Verifícanse aquí con más frecuencia --escrib ía Martius, de Sao Paulo (Ellis,
o(>. &il.)- dolencias reumáticas y estados inflamatorios, principa
lmente en los ojos, pe•
cho, cuello v subsiguience tisis pulmonar y m,quea!, etc. Por de! el contrario, las dolencias
gáscricas son muy raras, faltando aquella flaqueza genera.! las regiones sistema digestivo, as(
cardialgi as que son frecuente s en los habitante s de más próximas
como las calor". Ruediger Bil-
al Ecuador, parecien do aumenta r en la misma proporci ón que el
y el mestizaje , hacia la esclavitu d, la responsa bilidad por nuestros
den desvía del clima nos indinamos a
principales vicios en la formación social, moral y económica; nosotros er por un momento
desviarla más bien hacia el monocultivo y el latifundio sin desconoc d. Sólo si tuviésemos que
ni pretender disminuir la importancia tremenda de la esclavitu d al monocultivo
condicionar o subordinar la una a la 01ra, subordinadamos la esclavitu
latifundista.
lGO A Hnes de la ~poca colonial el médico sueco Gustavo
Beyer, tanto como los
cronista., jesuitaS del siglo XVI, destacab a "la enorme abundan cia de víveres de los
mercaaos" en Sao Paulo, frutas y legumbr es, cereales y tubérculo s, aves y animales de
como en Sao Paulo vio una població n de tan bello aspecto,
corte. Y agregaba que nunca Non D11eor, Du-
jamás encontró tan pocos lisiados ... (Véase Afonso de E. Taun;iy,
&o), cit.
99
151 Peckolt, op. cil.,
Peckolt agregaba, en cuanto al ré[limen alimentario de
esclavos: "c:J hacendado acertó con sus propios medios para los
gastado". la substirución del material
1152 Sílvio Romero, Hi1tória da Literatura Brasilm
•, Rio, 1888.
153 José Américo de Almeida, en su estudio sobre
refiriéndose al negroide de los "antiguos ceneros de esclavhlas poblaciones paraibanas, dice,
homem ( o brejeiro ), malcomido e malvestido, lida no ud", en los panranos 'eue
de sol a sol ou a.o rigor das inverneiras, com urna infatiga eito, curvado sobre a enxada,
outro seria capaz ... Apesar desse regime de priva<;oes e esgocam bilidade de que nenhuzn
mais apoucados: apresenca, ao contrário, exemplos de ento o tipo nao é dos
robusta complei<;áo --cabra s
hercúleos que resistem .\s mais penosas !aburas, como a da
observación hiciera Lafcadio Hearn entre las poblaciones bagaceira" ( op. cit.). IguaJ
ne,, octavones, etc.) de las Indias Occidentales Francesas. mestizas ( mulatos, cuartero•
facts, I can vencure to say rhac tbe muscular developmcnc "Witho ut fear of exaggerating
someching which muse be seen in order 10 be believcd; -toof the worlcingmen here is
study fines displays of h,
one should wacch the blacks and half.breeds workin ¡ naked
inss, in the BlLS•houses and slaughtcr-houses or in che oearest to the waist- on the land-
in the Prench West lndies, New York y Londres, 1923). plaotation.s". (Two yt1Ms
en respuesta al alegato de que sería un simple escritor y no unDe Lafcadio se puede decir,
científico, que como simple
escritor observaba más que muchos soci6logos. Tg.mbién él
J. J. J. Cornilli, quien en su estudio médico cita a su favor Jo dicho por
"Rech~che1 chronologiques e1 histonques
sur J'o,.igine el lo prop11g,uion de '4 Fiivre ]aune 1111x An1illt1s
vigor físico del mestizo de Martinica. , destaca la robustez y el
1~4 Ya a comienzos del siglo XlX el inglés Henry Koster
nambuco los regimiencos de milicia formados exclusivamente contrastaba en Pe,.
con los regimientos de línea, formados por portugueses, por negros y mulatos
apariencia física de los hombres de color (Travels in Brazil, concluyendo en la meior
Londres, 1816).
1:;s Llamar a alguien c,iboclo en el Brasil
es casi siempre elogiar su carácter
o su capacidad de resistencia moral y Hsica. En contraste con "mulato
"criollo", "pardo", "pardavasco", "1a1Má" , que en general ", "negro" , "m"leq ue",
preciativa de Ja moral, la cultura o la investigación social envuelven intención des-
del individuo. Mucho mulaco
brasileño de elevada posición social o política hace
"nosotros los caboclos", "si no fuese yo caboclo", etc. Y hincapi é en llamarse t:4boclo:
Sebastiao do Rosário, conocido señor de ingenio pernamJúlio Belo refiere que el viejo
bucano del siglo XIX, Wan-
derley puro, de los buenos, de los de Serinhaém, gente casi
toda con la piel sonrosada
del europeo, los ojos azules el cabello rubio,
grandes cenas, era para jactarse falsamente de sercuando se exaltaba, contento en sus
cabo,lo. Mulato o cocado de: sangre
negra, sí, que nadie quiere ser cuando está en las alruras.
Son rarísimas las excepciones.
156 E. Roquerre-Pinto, Seixo1 Rolador, Río, 1927.
''Pero
libro Os Sertóes --agreg a Roquerre-Pinco-- para probar no faltan elementos en el
"antes de todo eran fuerces", tenían bastantes gotas de que aquellos hombres, que
la descripción de la raJea de los Canudos: "Todas las edades, sangre negra. Es sólo leer
colores [ ... ] greñas maltratadas de criollas retintas, cabellos todos los cipos, todos los
greñas esCllndalosas de las africanas, madejas castañas y rubias lisos de las cobo,ku,
confundía.ose sin una cinta, sin uo gancho, sin una flor, tocado de las blanas legítimas,
o cofia por muy pobres"
157 Roquen e-Pinto , op. cit.
158 Roquette-Pimo, Ro11dónia, Rio, 1917.
159 Ulisses Brandáo, A Confedera(áo do Equador
, Pernambuco, 1924.
160 Gastáo Cruls, A llmazó11ia que eu vi, R..io,
1930.
161 Notoriamente, el beriberi es una avitami
nosis resultan
mina B, y no una infección. Por Jo menos, ésa es la concluste de la falta de vita-
fundos sobre el asunto: Sherman, Mendel, Aykroyd, Cowgill ión de estudiosos pro-
en el Brasil, véase el estudio de V. Batista, Vitamin,is e AviJami , Sure. Sobre el beriberi
Tambié n el trabajo de Rui Coutinho, ya citado. noses, Sao Paulo, 1934.
162 Job. Bapr. von Spix y C. F. Phi!. von Martius
,hes, 1824. , Travels in Brll%il, trad., Lon-
1~8 Emile Béringer, op. út. Tan sensible a
los perfeccionamientos de la técnica
sanitaria y del confott general de la vida, pareció a Béringe
r la morbilidad en el norte
100
del Br11$il, que concluyó a$Í sus estudios d<' dimato'ogín en Pernambuco: "Con los
progre50$ de la higiene y de la civiliiadón, muchas cat1$3S desaparecen. Ya hoy los
habitantes blancos más pudientes, más prud~ntes, más apreciadores de su bienescar
que los pardos o negros, están sujecos a 110a mortalidad menor". Béringer respon-
día as! a la interrogación que, por la misma épOCll, salía de la pluma de Capistrano
de Abreu: ". . El ardiente dima a! que tantas responsabilidades se atribuyen en todos
nuestros defectos, ¿qué sabemos de su acción? (Prdacio a la Geogra/ia Geral do
Br11ril, de A. W. Sellin, traducida del alemán, Rio de Janeiro, 1889). Era como si ei
perspicaz historiador atinase con la moderna actitud de la Ancropogeografía en relación
con el faaot clima: la tendencia a rcdudr sus responsabilidades.
164 A. Carneiro leiío, Oliveir(I l.Jma. R<'cife, 1913: Paulo de Morais Birros,
lmpreuóer Jo Nordeste, Sao Paulo, 1923.
16G Paulo Prado, oP. ci1.
l RII Paulo Prado, op. cit.
167 Osear da Silva Araújo, Alguns Co111r11tJnra .cobre " Sífilis no Rio da Janl'iro,
Rio de Janeiro, 1928.
tftR Osear da Silva Araújo, s,,h,Uios <1n Ertudo d(I Framhoesi11 T~ópica, Rio de
Janeiro, 1928.
169 Osear da Silva Araújo, Subsidios, dt.
110 "La Syphilis -scribe Si~ud- fair heaucoup de ra~·a¡;es dans !es popu[a.
tions nomades, et bi.en que ccrtains observateurs pensent qu'elle se soit propagée davan•
rage apres la conqucte des porrugais, a été co11~1a1c" que la maladie e:ds1ai1 déja chez les
indigeoes qui n'avaient eu aucun rapport avcc des Européens. Le voyagc-ur Ribeiro de
Sampaio, dans sa relation pub!iée 177"'), pags. 9, 24, dit avoir recontré des tribus avcc
des sympromes évidents de maladie vénérienne·• (J. F. X. Sigaud, D11 C/imat et les
m',,/(ldies du Brasil, Paris, 1844). El profe1or Mil ton J. Rosenau, de la Universidad de
Harvard, dice que el estudio de huesos encontrados en sepulturas precolombinas parece
indicar el origen americano de la sífilis (Milron J. Rosenau, PrMJenli11e Medicine anti
Hygiene, S:J edición, New Yorlc-Londres, 1927). El asunto, sin embargo, sigue siendo
punto de controversia.
Alguien que se oculta tras las iniciales A. S. me envió un recorte de periódiro ya
viejo de Río, sin referencia de nombre ni frcra, do.,de el Dr. Nicolau Ciando afirma
que el origen de la sífilis es fuera de duda americano, atribuyendo nuemas dudas al
respecro al hecho de no ser médicos. "No siendo médico el autor", etc. Olvidó el buen
Dr. Nico!au que el problema del origen de la sífi 1is es t::imbién un problema de historia
social; y bajo ese aspecto, y no el médico, es que nos animamos a tocarlo, un poco
de pasada. Es oportuno de~•acar que la mi~ma actitud asumieron ingenieros y arqui-
tectos como ofendidos en sus melindres de exclusiva propiedad profesional respeao al
asunto "casa" por habernos ,venrurado a rrarar de arquitectura civil o doméstica del
Brasil sin s<:-r ingenieros o arquitectos. Se olvidan los médicos e ingenietos que si
procuramos rozar tales asuntos s;empre lo hacemos desde el punto de vista o bajo
aspectos que poco rienen que vtr con la técnica de la m~dicina o de la ingeniería, esto
e,, siempre los encaramns desde el punto de vista de la hisroria o antropología social,
o desde el punto de visra de la sociologla genérica. No seda justo que la ingeniería
o la medicina, técnicas o art<'s que aún tienm problemas insolubles o de solución
diffdl, anCJCascn imperialmente a su dominio exclusivo o absoluto el de la habiración
human& y la hisroria de la sífilis, echando de esos rr<.>chos, e<>mo intrusos, a los pobres
antrop61ogos, soci61ogos e historiadores.
En cuanto al origen de la sífilis, es del proksor Mílton J. Rosenau la información
de que antes de 149, o 1474, cuando el mal reventó con viokncia en Europa, nada
consta sobre la sífilis como "entidad clfnica". Hist6ricam<'nte, sin embargo, se deja
~trever o por lo menos sospechar en crónicas anriguas, aunque sea difícil distinguir
o por lo menos sospechar en esas fuentes la sífilis de otras dolencias venéreas o de la
piel. Se supone, advierte Rosenau, que los chinos, dos mil años anees de Cristo cono-
cían ya la dolencia. Pero la historia de la sífilis anterior a 1493 o 94 csrá envuelta en
dificultades: "1h101Jded in diffic"lties" (Milton J. Ros".'nP.u, Pre1•e,,1ive Medicine and
Hygiene, 5ra. e,:!ición, New York, Londres, 1927).
101
Todavía más energiC'llS en el sentido contrario al de !as afirmativas enfáciC'llS en
cuando al origen de las dolencias sociales, es la advertencia del profesor L. W. Lydc.
A. propósito de dolencias que habrían sido propagadas por el negro ( "Skin Colour",
The Spec1a1or, Londres, 16 de mayo de 1931), escribe "Nadie puede afirmar cuándo
ni dónde se originó cualquier enfermedad" ("The Colour Bar", The Speetato,-, junio 1931,
pág. 82). El profesor Lyde cree que fue de América que los españoles llevaron la
slfilis a Europa. El esclavo negro la habría i01roducido a América, de donde se habría
contagiado Europa. •
A. favor del origen americano de la slfi lis, debe destacarse entre las evidencias más
recientes el hecho verificado en Guatemala por la expedición médica dirigida por el
Dr. George C. Shatruck (Instituic;ao Carncgie de Washington) y que consta en un in-
forme, publicado en 1932 por la misma organización, según el cual los mayas pre-
sentan "una resistencia extraordinaria contra el mal y quizá también contra la i nfe<:dón
debida al virus de sífilis. De esto se infiere que la sífilis es una enfermedad antigua
entre los mayas y que, por lo tanto, ellos adquirieron un grado mayor de inmunidad
contra la enfermedad de lo que se ha demostrado en cualquier otra rlll:a". Esta hipótesis
tiene una importante relación con la historia de la sífilis, pues significa que la enfer-
medad existió en la .América Central mucho antes de la Conquista, que ruvo allí su
origen y que los marineros de Colón originalmente la llevaron a Europa del Nuevo
Mundo.. ( Sección de Investigaciones HiscóriC'llS, Insdrución Carnegie, Informe
A"-' del,, Subsección de Historu Antig11a de América, Washington, 1932, pág. 24).
La "resistencia extraordinaria" de los mayas a la sífilis es un hecho; el origen ameri-
cano de la enfermedad, como inferencia de ese hecho, es, sin embargo, una hipótesis.
La autoridad máxima en la materia, desde el punto de vista de la antropología
física, es el profesor Ales Hrdlicka. En arrículo sobre "Disease, Medicine and Surgery
among the American Aborigenes" (The Journal of The Ame,iean MedfraJ Asrnciations,
vol., NQ 99, NQ 20, noviembre 1932), Hrdlicka resume la sicuación patológica del ameri-
cano precolombino a través de lo que se conoce al respecco por el estudio de restos de
esqueletos, y después de destacar la ausencia de raquitismo, tuberculosis, microcefalia o hi•
drocefalia parológica, cólera, peste, tifo, viruela, sarampión, lepra, algunos pocos casos de
cáncer, observa: "A pesar de lo que se pretende en sentido concrario, no hay hasta
hoy un solo ejemplo de sífilis precolombina compleramente a.ucenticado" ( pág. 1.662) . Y
considera el origen de la sífilis un problema abierto ante la base precaria de las conclu-
siones a favor del origen americano de la enfermedad; [ ... } the matter is sti II a problem
on which ali further light is higher desirablc".
Sobre este asunto véase también lo que dicen Durval Rosa Borges Estudios sob,-e
J., SJ/;Jis, etc. lüo, 1941; Danilo Perestrelo, Sifilis, Río, 1943; )enrique de Moura
Costa, AspectoJ e P11rtie11Lmdades da Sifilir no B,-asü, Brasil Médico, Rio, NQ 11, 16
de marzo de 1935, pág. 245; Osear da Silva Araújo, L'Organisation de ta Irme ,mti-
11énnienne 1111 Brésil, Paris, 1928.
171 Osear da Silva Araújo, Comentários, cit.
172 Diálogos das G,-,,ndezas do Br,uil, cit., nota 12 al "Diálogo Segundo".
173 F. Buret, L, Syphilis Aujo#rd'h11i et chez les Anciens, P.ris, 1890.
174 Albert Moll, The SeX#al
Life of the Child, trad., New York, 1924.
1711 Pascale Penta, I Pe-n,ertim~ ti Sessuali. Nápoles, 1893; Max Dessoir,
"Zur
Psychologie der Vita Sexua!is", en Allgemeine Zeitschdfr für Psychischgerichtliche Medicin,
apud Westermarck, The Origm 4ná Developmen t of Moral Jde,111, Londres, 1926.
118 Osear P!ister, Love m Children and. its Abeffations uad., Londres, 1924.
117 No debe pasar en él sin reparo el hecho de que en un país de largos
siglos
de esclavitud y de mujeres rerenidas por la extrema presión masculina, el culto dominante
entre la mayoría católica era el masoquista, sentimental, del Corazón de Jesús. Es común
entre los poew el exhibicionismo de un corazón sufriente. Nuestra ·literatura amorosa,
tanro como la devocional y mística, e$tlÍ. llena de corazones que sangran voluptuosamente,
cuando no están ma.gullados, doloridos, heridos, amargados, lacerados, en ll~as, etc., eoc.
1 78 La expresión "Rusia americana" le parece a un cdtico, que amablement
e se
ocupó de este ensayo, "fórmula ,nticuada despu& de Vicente Licínio Cardoso y del
Sr. Occivio de Faría". Tal vez el crítico esté engañado. Al menos en parte, La referida
102
expresión la utilizamos por primera vez hace más de diez años, en el trabajo "Vida So-
cial en el Nordeste", Ditirio de Pernambuco, ler. Centenario, 1925.
119 Houston Stewart Chamberlain, The Pound<1tion1 o/ ih, Nineleenth C1m1u,1,
Londres, 191 l. El Sr. Ricardo Sácnz Ha.yes, ilustre crítico literario argencino, escribió
sobre la cica que aquí se hace de H. S. Chamberlain, a propÓsito de Loyola y de los
Ejercicios, que, "para buscarle ascendencias a su misticismo (como lo hace Charoberlain)
es necesario no estar familiarizado con las fuentes cri$tianas del cristianismo'', Y cita
su autoridad; Et 1Jlt1m C,i11i<1nizdo de A. Palacios, Madrid, 1931 ( Introducción a
CdJd-Grt1nde y Senzala, ed. española, Buenos Aires, 1942). Pero autoridad igual•
menee considerable es el Padre Asín Palacios, quien escribió L,, esca1ologi11 m11sulm11n11
en 14 Divina Comedia, Madrid, 1919. Si no es deshonra para la poesía cristiana de
Dante tener ascendencias islámicas y africanas, ¿por qué lo sería para Loyola y para sus
Ejercicio1? Con todo su occidenralismo, el escritor católico francés M. legendre reconoce
que "le semitisme arabe a rnis dans le témpéramenc spirirual de l'Espagne une force
no<e d'orig.inalité [ ... ]". No sólo el árabe, el africano del .Asia Menor. Y agrega
que considera "un signe de pusillanimicé chez certains Espagnols [. . } repudier cet
africanisme" ( Port-r11it áe l'Espagne, pág. 51, Pads, 1923).
10}
11
105
sin la contextura ni el desarrollo ni la resistencia de las grandes semi-civili-
zaciones americanas.
De los valores materiales y morales acumulados por los incas, o por los
aztecas y mayas, resultaría una resistencia de bronce al contacto europeo, lo
que indujo a los españoles a dest:uir ese bronce nativo que tan reciente-
mente se resistía a su dominio, para implantar entre sus despojos, a su an-
tojo, su sistema colonial de explotación y de cristianización.
Pero entre los indígenas de la tierra del árbol tintóreo * fueron otras
las condiciones de resistencia presentadas al europeo. Resistencia no mineral,
sino vegetal. El invasor, a su vez, poco numeroso, no tardó en contemporizar
con el elemento nativo: se valió del hombre para las necesidades del trabajo
y, principalmente, de la guerra, de la conquista de los sertones y de la tala
de la selva virgen; y de la mujer para las de la generación y formación de
la familia.
La reacción al dominio europeo, en la zona de cultura amerindia inva-
dida por los portugueses, fue casi de mera sensibilidad y contractibilidad ve-
getal, retrayéndose o encogiéndose el indio al contacto civilizador del eu-
ropeo por incapacidad de acomodarse a la nueva técnica económica y al
nuevo régimen social y moral. Asimismo, cuando se encarnizó en enemigo,
el indígena fue vegetal aun en la agresión, mero auxiliar casi de la selva.
No hubo de su parte capacidad técnica o política de reacción que excitase
en el blanco la política de exterminio seguida por los españoles en Méjico
y en Perú. Así se explica -sin que olvidemos otros factores- que más se
hubiese aprovechado, al principio, de la cultura americana pobre, como era
la de la selva tropical, que de la rica de los metales: la de las dos semi-
civilizaciones recias, compactas, hieráticas, que se despedazaron bajo la in-
vasión española y bajo el dominio católico, para, sólo cuatro siglos después,
reunidos sus fragmentos, ir formando de nuevo un todo no europeo y
original.
Ruediger Bilden traza de admirable manera las diferentes condiciones de
amalgamación de raza y de cultura que, a su modo de ver, dividieron en
cuatro grandes grupos a four fold division 1 la masa étnica y cultural in-
distintamente englobada por muchos en la fácil pero vaga expresión de
"América latina".
El primer grupo estaría formado por las repúblicas blancas, o semi-blan-
cas, del Plata y de Chile. En estas regiones -observa Ruediger Bilden- •
"el clima y las condiciones físicas, en general, estimularon el tipo más favo-
rable al desarrollo de una sociedad predominantemente europea". Excep-
tuados los araucanos, en Chile, "las razas indígenas eran demasiado insigni•
106
ficantes en su número y primitivas en su cultura para obstaculizar seriamen•
2
te el rumbo (europeo) de la civilización".
El segundo grupo sería "el que el Brasil tipifica casi solo -almost
exclusive/y -, región en donde el elemento europeo nunca se vio en situa-
ción de absoluto e indispensable dominio". Y añade: "Por lo más rígido
que fuese su dominio económico y político sobre los otros elementos étnicos,
social y culturalmente los portugueses se vieron obligados, por el medio geo-
gráfico y por las exigencias de la política colonizadora, a competir con aqué-
llos en una base aproximadamente igual".
El tercer grupo sería el representado por Méjico o por Perú, en donde
el conflicto del europeo con las civilizaciones indígenas ya desarrolladas, la
presencia de riquezas minerales, el sistema colonial de explotación, produ-
jeron más una "yuxtaposición y antagonismo de razas" que un "armonioso
amalgamiento, la creación de una superestructura europea bajo la cual ie
agitan corrientes extrañamente remotas". Tarde o temprano -añade- esas
corrientes acabarán absorbiendo la "endeble y anémica superestructura tras-
mutándole los valores de origen europeo".
El cuarto grupo sería el constituido por el Paraguay, Haití y, posible-
mente, la República Dominicana. En este grupo "el elemento europeo es,
cuando mucho, un barniz". Representa una "incongruente mezcla cultural
de substancia francamente indígena o negroide, con fragmentos o elementos
3
apenas asimilados de origen europeo".
Híbrida desde sus comienzos, la sociedad brasileña es, de todas las de
América, la que se constituyó más armoniosamente en cuanto a sus relacio-
nes de raza. Dentro de un ambiente de casi reciprocidad cultural, del que
resultó el máximo aprovechamiento de los valores y experiencia de los pue-
blos atrasados por el adelantado, el máximo de contemporización de la cul-
tura advenediza con la nativa, de la del conquistador con la del conquistado,
organízóse con una sociedad cristiana en la superestructura, a veces con la
mujer indígena, recién bautizada, por esposa y madre de familia, y sirvién-
dose en su economía y vida doméstica de muchas de las tradiciones, expe•
riencias y utensilios de la gente autóctona.
Zacarías W agner observaría en d siglo XVII que iban a buscar, entre
las hijas de las caboclas, sus esposas legítimas muchos portugueses, aun los
más pudientes, y hasta "algunos holandeses abrasados de pasiones". • No
sería ya como en el primer siglo aquella unión de europeos con indias o hijas
de indias, por escasez de mujer blanca o mulata clara, sino por decidida pre-
ferencia sexual.
Pablo Prado sorprendió al severo Varnhagen insinuando que, a su vez,
la mujer indígena, "más sensual que el hombre, como en todos los pueblos
primitivos [ ... ], en sus amores daba preferencia al europeo, movida, acaso,
por consideraciones priápícas". 5 Capistrano de Abreu sugiere, sin embargo,
que la preferencia de la mujer indígena por el europeo obedecía a motivo
más social que sexual: " ... de parte de las indias la mesúzación se explica
107
por la ambición de tener hijos pertenecientes a la raza superior, pues, según
las ideas corrientes entre ellos, sólo valía el parentesco por el lado pa-
terno". 11
En el primer siglo, a las "consideraciones priápicas" hay que oponer la
circunstancia de la escasez, C\1ando no la falta absoluta de mujer blanca.
Aun cuando no existiese entre la mayor parte de los portugueses. una evi-
dente inclinación hacia la unión, libre o bajo la bendición de la Iglesia, con
las indígenas, a ella habrían sido llevados por la fuerza de las circunstancias.
gustasen o no de mujer cabocla. Simplemente porque, en la tierra, no había
casi ninguna blanca y, sin la indígena, "mal podría remediiirse ni poblar tan
vasta costa ... ", como en carta de 1612 mandaba decir al rey Diego de
Vasconcellos. 7
Observó Southey que el sistema colonial portugués se reveló más afor-
tunado que ningún otro en lo que respecta a las relaciones del europeo con
las razas de color, pero haciendo notar que semejante sistema fue más bien
"fruto de la necesidad", que de deliberada orientación social o politica. 8
Lo que más tarde sería repetido por el sag¡:¡z observador Koster en palabr11s
que la indiofilia de Manuel Bomfim apresuraría a recoger, hajo las de Sou-
they, en las páginas de O Brasil na América. "Esta ventaja --decía Koster,
refiriéndose a la iiusencia de discriminaciones envilecedoras de parte de los
portugueses contra lo~ indígenas- dimana m~s de la necesid!ld que de un
sentimiento de justicia".
Para la formidable tarea de colonizar una extensión como la del Brasil,
tuvo Portugal que valerse, en el siglo XVI, del resto de hombres que le de-
jara su aventura de la India. Y no sería con ese sobr!lnte de gente, casi toda
ella sin importancia, 9 en su gran parte plebeya y, además, ·mozárabe, esto
es, con la conciencia de ra;,:a más débil aún que en los hidalgos portugueses
o en los del norte, que se establecería en América un dominio portugués ex-
clusivamente blanco o tiguros,imente europeo. La transigencia con el ele-
mento nativo se imponía ·a la población colonial portuguesa, y las circuns-
tancias la facilitaron. La lujuria de los individuos, sin vínculos de familia,
venía a beneficiar las poderosas ra;,:ones de Estado, en el sentido de un
rápido poblamiento mestizo de la nueva tierra. Lo cierto es que sobre la
mujer aborigen se fundó y desarrolló, a través de los siglos XVI y XVII, lo
más denso de la sociedad colonial en una vasta y profunda mesti7.ación que
la interferencia de los padres jesuitas impidió que se diluyera toda en liber-
tinaje, para que en gran parte se regularizase en casamiento cristiano.
El ambiente en que i;e inició la vida brasileña fue de casi intoxicación
sexual.
El europeo bajaba a tierr:i resbalando entte indias desnudas. Los mismos
padres de la Compañía necesitaban bajar con cuidado para no enterrar el
pie en la carne. Las mujeres eran las primeras en entregarse a los bl11ncos,
yendo, las más ardientes, a refregarse en las piernas de aquellos que supo-
nían dioses. Se entregaban al europeo por un peine o un pedazo de espejo.
108
"Las mujeres andan desnudas y no saben negarse a ninguno, sino que
ellas mismas acometen e importunan a los hombres, encontrándose con ellos
en las hamacas, porque tienen en mucha honra dormir con los Xianos", es-
cribió el padre Anchieta *. Y esto en un Brasil ya un tanto vigilado,
10
109
A la mujer indígena tenemos que considerarla no tan sólo como la base
física de la familia brasileña, aquella en quien se afirmó, robusteciéndos
ey
multiplicándose, la energía de un reducido número de pobladores europe
os,
sino como elemento de cultura, por lo menos material, en la formación
bra•
sileña. Por su intermedio se enriqueció la vida en el Brasil -como más
ade-
lante verem os- con una serie de alimentos, aún hoy en uso, de drogas
y
remedios caseros, de tradiciones ligadas al desarrollo del niño, de un
con-
junto de enseres de cocina, de procesos de higiene tropical, inclusiv
e el
baño frecuente y aun cotidiano, que tanto debe de haber escandalizado
al
europeo desaseado del siglo XVI.
Ella nos dio, además, la hamaca en que se mecería el sueño o la volup-
tuosidad del brasileño; el aceite de coco para el cabello femenino; un
grupo
de animales domésticos amansados por sus manos. De ella nos vino lo
mejor
de la cultura indígena: el aseo personal, la higiene del cuerpo, el maíz,
el
cajuil, la papilla de tapioca. El brasileño de hoy, amante del baño y siempr
e
con el peine y el espejito en el bolsillo, el cabello brillante de loción
o de
aceite de coco, refleja la influencia de tan remotas abuelas.
Pero, antes de que destaquemos la influencia de la mujer indígena en
el
desenvolvimiento social del Brasil, procuremos fijar la del hombre.
Esta fue enorme. Pero sólo en la obra de penetración y de conqui
sta
de los sertones de que fuera guía, canoero, guerrero, cazador y pescado 12
r.
Auxilió considerablemente al bandcirante mameluco, excediendo ambos
al
portugués en movilidad, osadía y ardor bélico. Falló, sin embargo,
su ca-
pacidad de acción y de trabajo en la rutina melancólica del cultivo
de la
caña, que sólo las extraordinarias reservas de alegría y robustez animal
del
africano tolerarían tan bien. Compensóse el indio, amigo o esclavo
de los
portugueses, de su inutilidad en el esfuerzo estable y continuado,
con la
extrema bravura en lo heroico y militar, en la obra de incursión y de
defen-
sa de Ia colonia contra los españoles, contra las tribus enemigas de los
por-
tugueses, contra los corsarios.
Indios y mamelucos formaron .la muralla móvil, viva, que fue ensan-
chando en sentido horizontal las fronteras coloniales del Brasil al
mismo
tiempo que defendía, en la zona azucarera, los establecimientos agrario
s
de los ataques de piratas extranjeros. Cada ingenio de azúcar, en los
siglos
XVI y XVII, necesitaba mantener en pie de guerra sus centenas o,
por lo
menos, sus decenas de hombres prontos a defender, contra salvajes o
corsa-
rios, la vivienda y la riqueza acumulada en sus graneros. Esos hombre
s fue-
ron, casi en su totalidad, indios o· caboclos de arco y flecha.
La azada, ésa sí, no se afirmó nunca en la mano del indio, ni en la del
mameluco. Su pie de nómade jamás se afirmó en pie de trabajador
paciente
y sólido. La colonización agraria en el Brasil, sólo aprovechó del indígen
a
110
el proceso de la coivara, * que, desgraciadamente vendría a dominar por
completo Ja agricultura colonial. '
El conocimiento de semillas y rizomas, otras rudimentarias experien-
cias agrícolas, transmitiólas al portugués menos el hombre guerrero que la
mujer trabajadora del campo al mismo tiempo que doméstica.
Si fuésemos a analizar la colaboración del indio en el trabajo propia-
mente agrario, habríamos de concluir, discrepando con Manuel Bomfim
-indianófilo por los cuatro costados-,
18
en la casi insignificancia de
aquel esfuerzo. Lo que no es de extrañar, si consideramos que la cultura
americana, en la época del descubrimiento, era la nómade, la selvícola y
aun no la agrícola; que lo poco de cultivo -mandioca, ñame, maíz, zapallo,
maní, mamón- practicado por algunas tribus menos atrasadas, era faena
desdeñada por los hombres --cazadores, pescadores y guerreros- y entre-
gada a las mujeres, disminuidas así en· su domesticismo por el trabajo de
campo, tanto como los hombres en los hábitos de trabajo regular y conti-
nuo, por los de la vida nómade. De ahí que las mujeres indígenas no hayan
resultado buenas esclavas domésticas como las africanas, que más tarde las
sustituyeron ventajosamente como cocineras y amas de cría, del mismo modo
que los negros a los indios, como trabajadores del campo.
15
Los estudios de Martius, 14 de Karl von den Steinen, sobre las
16 acerca de las de Mato
tribus del Brasil central; de Paúl Ehrenreich,
Grosso, Goyaz y Amazonas; los de Whíffen,
17
Roquete Pinto; 18 los
de Koch Grunberg; 19 los de Schmidt;
20
los de Krause; 21 los de Nor-
denskiold; 22 las observaciones dejadas por viajeros y misioneros que sor-
prendieron la vida de los indígenas, vírgenes aún del contacto con el eu-
ropeo, nos autorizan la generalización de haber sido la cultura indígena, asi-
mismo, la menos rasteira encontrada en América por los portugueses -de
la cual restan todavía fragmentos en estado tosco--, inferior a la de la ma-
yor parte de las áreas de cultura africana de donde más tarde se importa-
rían negros puros o ya mestizos para las plantaciones coloniales de azúcar.
Varias de esas áreas de cultura africana están caracterizadas -según la
23
técnica antropológica más .reciente- por Leo Frobenius; las de Améri•
ca, magistralmente, por Wissle.r y Kroeber, todo lo cual nos permite la con-
frontación entre los valores morales y materiales acumulados en los dos
continentes.
Whiffen resume los principales rasgos de la cultura de las tribus del
noroeste del Brasil en los siguientes, muchos de ellos extensivos a casi todo
el Brasil: 2• caza, pesca, cultivo de lá mandioca, tabaco y coca, y en menor
extensión, de maíz, ñame o cará, zapallo, pimiento; los campos talados a
fuego (coivara) y arados a palo y no a azada; ningún animal doméstico, toda
vida animal aprovechada como alimento; empleo de la miel, habiendo hasta
• Destruccióa por el fuego de moa1es y selvas, para luego preparat la tierra para
sembrar.- N. del T.
111
cierta domesticación de abejas; la fariña o torta de mandioca, y la caza
menor conservada en caldo espeso y pimentado (alimentos de resistencia);
la raíz de mandioca exprimida después de envuelta en paja o trenzado de
fibras; la coca mascada y las simientes de timbó, empleada como rapé; el
tabaco usado solamente como bebida y sólo en determinadas ceremonias;
el conocimiento y uso del curare y otros venenos; el uso de la flecha, la
lanza, el arco y el remo; la captura del pez por el proceso de embarbascar
el agua, por el anzuelo, la trampa, la red y el chuzo arponado; el hábito
de la geofagia; canibalismo; señales por medio de tambores; decoraciones
fálicas; .hamacas de fibras de palmera; alfarería; cestos; ningún metal;
poco uso de la piedra; instrumentos de madera; canoas ahuecadas en un
tronco de árbol;· árboles derribados por medio de cuñas; grandes morteros
de troncos de árbol para contundir la coca, el tabaco, el maíz; frecuente
traslado de viviendas y sembrados; comunidades enteras en una sola casa,
grande y cuadrangular, techada con paja: cuatro puntales sosteniéndola en
el interior, sin chimenea; el terreno en derredor de la casa limpio, pero
ésta escondida en medio del monte y sólo accesible por senderos y vere-
das confusas; ninguna indumentaria, a no ser la corteza de árbol para los
hombres; peines para las mujeres, hechos de pedazos de palmera; collares
de dientes humanos; ligaduras decorativas para el cuerpo; barbotes atrave-
sados en la nariz; sonaja arado a las piernas; tintura elaborada para el cuer-
po; especie de conferencia o cónclave en torno a una bebida negra, de ta-
baco, antes de iniciar cualquier empresa importante, de guerra o de paz;
couvada; prohibición a las mujeres de asociarse a las ceremonias más serias
y de estar presentes en las de iniciación de los niños en la pubertad; los
nombres de personas no pronunciados en voz alta y los de los caracteres
míticos solamente susurrados; importancia de los sortilegios; fraudes grose-
ros de maleficios; las enfermedades succionadas por el brujo, cuya princi-
pal función sería la de extraer los malos espíritus; dos grandes ceremonias
para celebrar las épocas de la cosecha o de la madurez de los frutos: la de
la mandio,a y la del ananá; las criaturas cruelmente azotadas en las ceremo-
nias de la pubertad; la prueba de las hormigas mordedoras, los resentimien-
tos y ofensas del individuo por él formuladas al grupo; una especie de
danza de conjunto; pífano, flauta, castañuela y maraca; cada uno de los
grupos acomodados en una sola habitación, exógamo; descendencia por via
paterna; monogamia; cada habitación con un jefe, siendo el consejo forma-
do por todos los adultos del sexo masculino; cuentos con semejanza a los
del folklore europeo; cuentos de animales que recuerdan los del !ore afri-
cano; el sol y la luna venerados; los muertos sepultados.
Son rasgos extensivos a la cultura que Wissler clasifica de "cultura de
selva tropical", en la que incluye a casi todo el Brasil.
A la cultura del litoral Atlántico -aquella con que primero se pusieron
en contacto los europeos en el Brasil- deben agregarse los siguientes ras-
112
gos: el hábito de fumar tabaco en pipa; las aldeas circuidas de palo a pique;
buenos instrumentos de piedra; en vez de enterramiento, los muertos co-
locados en urnas. Al mismo tiempo que a la cultura dd gé-botucudo o ta-
puya del centro hay que substraer varios de los rasgos mencionados: la es-
casa agricultura y tejeduría, el comienzo de astrología encontrada entre tri-
bus del norte y de la costa, la fabricación y uso de instrumentos <le piedra,
el uso de hamaca para dormir. Se acentúan en la cultura de los gé-botucudos
rasgos que, según Wissler, los aproximan a los patagones, colocándolos en
2
estado inferior al de los tupíes. Entre otros, el canibalismo. &
En cuanto a los animales domésticos, entre cualquiera de los dos gru-
28
pos principales -los tupíes y los gé-botucudos- se debe notar, contra
la generalización de Wissler, la presencia de "algunas aves domesticadas,
como el jacamim; * de roedores como el agutí y la paca, y de algunos mo-
nos". 27 Es verdad que ninguno de esos animales está afectado al servicio
doméstico ni empleado en el transporte de fardos, todo ello realizado pe-
nosamente sobre las espaldas del hombre y, principalmente, de la mujer.
Los animales domesticados entre los indígenas casi todos se destinaban a
la mera compañía del individuo y no para servirlo ni proveerle de alimento,
a no ser que se consideren al servicio del hombre las abejas productoras de
miel y las aves amansadas que Roquette Pinto fue a encontrar sirviendo
28
de muñecas a las criaturas entre los nambiquaras.
Teodoro Sampaio, que por su estudio de la lengua tupí tanto llegara a
descubrir de la vida íntima de los indígenas del Brasil, afirma que en derre-
dor de la vivienda salvaje se desenvolvía todo un mundo de animales do•
mesticados, al que llamaban mimbaba. Pero eran animales más bien de con-
vivencia y de afecto que de uso y trabajo: " ... aves de bello plumaje, como
el flamenco, el ara, la cacatúa, el tucán, gran número de perdices, urús y
patos, animales como el mono, el coatí, la irara, el venado, el gato montés 2
y hasta víboras mansas se encontraban en la más íntima convivencia". Q
Había, pues, entre los amerindios <le esta parte del Continente, como
entre los pueblos primitivos en genernl, cierta fraternidad entre el hombre
y el animal, cierto lirismo, si se quiere, en las relaciones entre los dos.
Karsten encontró entre los jíbaros el mito de haber existido época en
que los animales hablaron y actuaron del mismo modo que los hombres.
Y todavía hoy -añade- "el indio no hace distinción definida entre el
hombre y el animal. Cree que todos los animales tienen alma, en esencia
de la misma calidad que Ia del ser humano; que, intelectual y moralmente,
su nivel es el mismo que el del hombre". De ahí, y hasta independiente-
mente del totemismo, del que más adelante nos ocuparemos, la intimidad
-por así decir- lírica del primitivo habitante del Brasil con un numeroso
113
grupo de animales, principalmente aves domesticadas por
él, o criadas en la
casa, sin propósito alguno de servirse de su carne o de
sus huevos como
alimento, ni de su energía para el trabajo doméstico o
agrícola o para trac-
ción, ni de su sangre para el sacrificio religioso.
En cuanto a la monogamia, nunca fue general en las zonas
de cultura
americana invadidas por los portugueses, como fue la
poligamia, habiendo
existido y existiendo aún entre tribus que se han conse
rvado intactas de la
influencia moral europea. Y, " ... no solamente los jefes,
sino todos los
fuertes -los que pueden mantener familia nume rosa-
, se casan con mu-
chas mujeres". ªº
No debe desecharse entre los rasgos más cáracterísticos
de cultura de
los indígenas encontrados en el Brasil, uno que Wissler
pareciera haber ol-
vidado: el uso de máscaras demoníacas o de animales,
de importante sig-
nificación místíca y cultural, puesta de relieve por Koch
Grunberg •11 y
última y destacadamente por Karsten. 32
De la cultura moral de los primitivos habitantes del Brasil
, nos interesan
principalmente, dentro de los límites que nos hemos
impuesto en este
ensayo, las relaciones sexuales y de familia; la magia y
la mítica. Son ras-
gos que se comunicaron a la cultura y a la vida del coloni
zador portugués, al
principio con gran vivacidad de color, y que, aun cuand
o palidecidos por la
mayor influencia africana, subsisten en el fondo primitivo
de nuestra orga-
nización social, moral y religiosa, quebrándole o, por lo
menos, comprome-
tiéndole seriamente la supuesta uniformidad del modelo
católico o europeo.
Al promediar el siglo XVI, el padre Anchieta observó
entre los indíge-
nas del Brasil que la mujer no se incomodaba porque su
compañero se hi-
ciera de otra, o de otras mujeres: "aunque la abandone
por completo, no
hace caso de eso, porque si aún es joven, ella toma otro".
Y, " ... si la mu-
jer da en ser varonil y robusta, es ella quien deja a
33
su hombre y toma
otro".
Como es natural, este variar de marido de parte de la mujer
y de mujer
por parte del marido, era asunto con el cual no podía
transigir, ni transi-
gió en el Brasil, la moral católica; esto es, la rígida, la ortodo
xa, representa-
da por los padres de la Compañía. El esfuerzo de éstos
en el sentido de
que se practicase en la colonia la estricta monogamia, tuvo
que ser tremen-
do. Y no solamente entre los indios bautizados, sino tambi
én entre los co-
lonos portugueses, a quienes los propios píos clérigos,
en conflicto con los
jesuitas, facilitaban la libre unión con las "negr as". Amold
ados ya a la po-
ligamia, por su contacto con los moros, los portugueses
encontraron en la
moral sexual de los amerindios campo fá:::il a la expan
sión de aquella ten-
dencia suya, de mozárnbcs, un tanto refrenada en los último
s dos siglos, y
ahora de repente desatada, de vivir con muchas mujeres.
Fueron sexualidades exaltadas las de los dos pueblos
que primero se
encontraron en esta parte de América: el portugués y
la mujer indígena.
Contra la idea general de que la lubricidad mayor comun
icóla al brasileño
114
el africano, creemos que fue precisamente éste --de los. tres elementos que
se fundieron para formar el Brasil- el más francamente sexual, y el más
libidinoso, el portugués.
Por lo menos, entre los negros -los puros, inmunes de influencia mu-
sulmana - eran más frecuentes y fogosas las danzas eróticas que entre los
amerindios y los portugueses; y las danzas eróticas parece que, cuanto más
frecuentes y fogosas, más débil sexualidad acusan. Lo consideran así varios
etnólogos y antropólogos modernos, discrepando con los antiguos, entre 34
otros Crawley, que consagra al tema una de sus mejores páginas, y
Westermarck. Y desde el punto de vista de la psicología sexual y de la so-
ciología genésica, Havelock Ellis, maestro de todos en la materia. a:,
Desempeñando funciones de afrodisíaco, de excitante o estimulante de
la actividad sexual, aquellas danzas corresponden a la carencia, y no al ex-
ceso, como en principio pareciera a muchos y parece aún a algunos, de lu-
bricidad o de: libido. Danzas eróticas, como Ja presenciada por Koch-Grun-
berg entre las tribus del noroeste brasileño -los hombres enmascarados,
cada uno armado de un formidable membrum virile, fingiendo practicar el
acto sexual y esparcir esperma - parecen haber sido menos frecuentes en-
tre los amerindios que entre los africanos. Lo que nos lleva a la conclusión
de que, en aquéllos, la sexualidad necesitase de menos estímulo. Conviene,
mientras tanto, tener presente el hecho de que mucho del ardor animal en
el indio nómade y guerrero de América, lo absorbían, impidiéndole sexua-
lizarse, las necesidades de la rivaHdad: las guerras entre las tribus, las mi-
graciones, la caza, la pesca, la defensa contra las fieras. No había entre ellos
el surplus de ocio y de alimento que Adlez, desde el punto de vista biológico,
y Thomas, del sociológico, ligan al desenvolvimiento del sistema sexual en
el hombre. 36
Pablo Prado hace notar que el "libertinaje del conquistador europeo"
vino a encontrarse en nuestras playas con la "sensualidad del indio". De la
india, dijera con más propiedad. D~ las tales caboclas "priápicas", locas por
hombre blanco. El ensayista de Retrato do Brasil recuerda las impresiones
que los primeros cronistas nos dejaron acerca de la moral sexual entre los
indígenas. Impresiones de pasmo y de horror. Es Gabriel Soares de Souza
quien dice que los tupinambás "son tan lujuriosos, que no hay pecado de
lujuria que no cometan"; es el padre Nóbrega, * alarmado por el número
de mujeres que cada uno tiene y por la facilidad con que las abandonan;
es Vespucio, escribiendo a Lorenzo de Médici: "toman tantas mujeres cuan-
tas quieren y el hijo se junta con la madre, el hermano con 37la hermana, el
primo con la prima y el caminante con la que encuentra".
go-
"' Padre Manuel Nóbrega, primer jesuita venido al Brasil, en 1549, con el
Sá, au-
bernador Tomé de Souza, de quien fue consejero, como asimismo de Mem de
de los
xiliando a la fundación de Bahía, Sao Pablo y Río de Janeiro. Sus cart:is y las y
demás padres referentc:s al Brasil, cooscituyen documento s etnográfico s, históricos
literarios de valor.- N. del T.
115
Era natural que europeos, sorprendidos por una moral sexual tan
di-
versa de la suya, atribuyesen a los indígenas una extremada lujuria.
Mien-
tras tanto, de los dos pueblos, acaso el conquistador fuese el más lujurios
o.
Acerca del predominio de las relaciones incestuosas a que se refiere
1a
carta de Vcspucio, algunas decenas de años después que el florenti
no, un
observador más exacto -el padre Anchí eta- daría informaciones
más de-
talladas. Observó el misionero que los indígenas tenían como "paren
tesco
verdadero" el que venía "de la parte de los padres, que son los agentes
",
y que las "madre s no son sino unos sacos ( ... ] en que se crían
los hijos";
por eso usaban "de las hijas de las hermanas sin ninguna vergüenza
ad co-
pulam". 38 Añadiendo que a éstas los curas las casaban "ahora (
mediados
del siglo XVI) con sus tíos, hermanos de las madres, si las partes están
con-
formes, por el poder que tienen de concederlas ... ". Lo que demues
tra
haber, la moral sexual de los indios, afectado desde los principios de
la co-
lonización a la moral católica y a las propias leyes de la Iglesia relativa
a
los impedimentos de sangre para el matrimonio.
Por otra parte, la relación sexual entre los indígenas de esta parte
de
Amériéa no se producía así no más sin restricciones, como Vespuc
io da a
entender, ni era la vida entre ellos la orgía interminable entrevista
por los
primeros viajeros y misioneros. La laxitud, la licencia sexual, el libertin
aje
---observa Fehlin gcr-, no se encuentran en ningún pueblo primiti
vo, y
Baker destaca la ingenuidad de ciertas costumbres, como la de ofrecer
mu-
jeres al huésped, practicadas sin otro propósito que el de la hospita
lidad.
Lo que desfigura esa costumbre es la mala interpretación de los observa
-
dores superficiales.
Al contrario: lo que hoy puede afirmarse es la relativa flaqueza del
im-
pulso sexual en el salvaje americano. Por lo menos, en el hombre.
La vida
más sedentaria y regular de la mujer docóla de una sexualidad superio
r a la
del hombre, en una desproporción que tal vez explique el "priapi smo"
de
muchas frente a los blancos.
Soares de Souza relata el brutal proceso de los tupinambás para hacerse
aumentar de volumen el membrum virile, concluyendo de allí que
fuesen
grandes libidinosos. Insatisfechos "con el miembro genital tal como
la na-
turaleza lo formó -cuen ta el cronista del siglo XVI- , le ponían
el pelo
de un animal tan ponzoñoso, que lo hacía inflamar, con lo que sufren
gran-
des dolores por más de seis meses, que se le van disminuyendo con el
trans-
curso del tiempo, con lo que se le hace su pene tan disforme de grueso
que
las mujeres no se los pueden desear ni soportar [ ... ] 39 Pues, asimism
o,
esa práctica aparentemente de puro libertinaje, indica en aquellos
indíge-
nas más bien la necesidad de compensarse de una deficiencia física o
psíqui-
ca para la función genésica, que impudicia o sadismo-masoquismo.
$ábese,
en efecto, que entre los primitivos, los órganos genitales se present
an, en
general, menos desarrollados que entre los civilizados, 40 a más de
que,
como ya queda dicho 1 los salvajes sienten necesidades de prácticas
saturna-
116
ad
les u orgiásticas para compensarse, por erectismo indirecto, de la dificult
es el sudor de las danzas las-
de alcanzar en seco, sin el óleo afrodisíaco que
por
civas, el estado de excitaci6n e intumescencia tan fácilmente logrado
tos para la cópula. Los salvajes
los civilizados. Estos están siempre dispues
los más
sólo la practican aguijoneados por el apetito sexual. Parece ser que 0
primitivos tenían hasta época para la unión de hombre y mujer.
A los indígenas del Brasil no les faltaban restricciones para el trato
sexual. Sólo por ignorancia, o tendencia a la fantasía, cronistas del siglo
XVI
el amor entre ellos fuese una simple descarg a de los sen-
supusieron que
hembra
tidos: el macho que atrapa y somete al abrazo viril a la primera
que está a su alcance .
La exogamia era una restricción seguida por casi todos: dividiéndose
dían
cada grupo, por decir así, en mitades exógcnas que a su vez se subdivi
en grupos menores o clanes.
Y a nos explicó el padre Anchieta por qué entre los tupíes no existía
sco
repugnancia en que la sobrina se uniese con el tío materno: el parente
los sexos, regulan do, por consi-
importante y que restringía el trato entre
. No es
guiente, la vida de la familia, era el establecido por la línea paterna
del incesto y hasta la de la consang uini-
que faltase al amerindio la noción
y ambas vagas e impreci sas. Notó Soares
dad; ésta era, con todo, unilateral,
de Souza, entre los tupinambás, que "la joven ( ... J llamaba padre
a todos
padre, y ellos, a ella, hija [ ... ] El tío, herman o
los parientes por parte del
núa explica ndo el autor de Roteir o-, no se
del padre de la joven --conti
en
une con la sobrina, ni la toca cuando hacen lo que deben, pero la tiene
como padre le obedec e aún después de muerto el pa-
lugar de hija y ella
raro
dre [ ... J •2 Es verdad que el mismo cronista agrega que no era
esto
entre los tupinambás que el hermano se acostase con la hermana, pero
lo hacía en oculto, por el monte.
con-
Fuera de la noción, si bien vaga, del incesto y de la unilateral de
como restricc ión
sanguinidad, había además entre los indígenas del Brasil,
el individ uo del grupo
a la relación sexual, el totemismo, según -el cual
planta,
que se supusiera descendiente o protegido de determinado animal o
la misma descend encia o bajo la
no podía unirse a la mujer del grupo de
ia, por efecto del totemis mo, se ex-
misma protección. Se sabe que la exogam
sangre.
tiende a grupos los más distantes, unos de otros, en relaciones de
, mientra s tanto, alianzas mística s corresp ondient es a
Estos grupos forman
o
las del parentesco, los supuestos descendientes del jabalí, o del jaguar,
del yacaré, evitándose tanto como el herman o y la herman a o el tío y la
sobrina para el matrimonio o la unión sexual.
Con tantas restricciones, se ve que no era de impudicia la vida sexual
e impe-
entre los indígenas de esta parte de América, sino erizada de tabús
.como aquello s
dimentos. No serían tantos ni tan graves esos impedimentos
del hombre con
que dificultan, entre los europeos, las relaciones amorosas
117
la mujer. Contribuían, entre tanto, para crear un estado
social bien diverso
del de promiscuidad o de desenfreno.
Es, por otra parte, un error, y de los mayores, suponer
la vida salvaje
no solamente en éste, sino también en varios otros de
sus aspectos, una
vida de completa libertad. Lejos de ser el animal en liberta
d imaginado por
los Románticos, el salvaje de América vivía aquí sorprendido
en plena des-
nudez y nomadismo, en medio de sombras de prejuicios
y de miedo, mu-
chos de los cuales nuestra cultura mestiza absorbió, depur
ándolos de su
parte más grosera o indigesta. Es así que la noción del caipor
ismo, tan ligada
a la vida psíquica del brasileño de hoy, deriva de la creenc
ia amerindia del
genio agorero del caipora. Este era un indiecito uníped
e, desnudo y que
cuando se aparecía a los grandes era señal segura de desgra
cia. Desapareció
el caipora, dejando en su lugar el caiporísmo, de la misma
manera que des-
aparecieron los pagés, dejando tras de sí, primero, las "santi
dades" del si-
glo XVI, 43 luego varias formas de terapéutica y de animi
smo, muchas de
ellas incorporadas hoy, junto con supervivencias de magia
o de religión
africana, al bajo espiritismo que tanta concurrencia hace
a la medicina a la
europea y al exorcismo de los padres en las principales ciudad
es y en todo
el interior del Brasil.
En la vestimenta popular del brasileño rural y suburbano
-la gente
pobre que vive en rancho o choz a-, como en su dieta,
en la vida íntima,
en el arte doméstico, en la actitud para con las enfermedade
s, los muertos,
los recién nacidos, las plantas, los animales, los minerales,
los astros, etc.,
subsiste mucha influencia del fetichismo, del totemismo,
de la astrología
en comienzo y de los tabús amerindios. A veces, la influe
ncia casi pura, re-
forzada en muchos casos y en otros contrariada por la
africana, casi siem-
pre palidecida por la sutil influencia católica.
Un amigo nuestro y conterráneo, frecuentador de los serron
sil, el médico Samuel Hardman Cavalcanti, nos preguntaba es del Bra-
cierta vez a qué
debía atribuirse la frecuencia del color rojo en el vestid
o de las mujeres
del interior. El hecho se observa tanto en el noreste como
en el extremo
norte y en Bahía. Lo observamos también en el interior
de los Estados de
San Pablo y de Río de Janeiro, aunque con menos
frecuencia que en
aquéllos. En la Amazonia, entre los caboclos puros e híbrid
os de caboclas
con negro, Gastón Cruls sorprendió el hecho registrándolo
en su A Amazo-
nia que eu vi: "Noto en estos parajes, como ya lo había notad
o en el inte-
rior del noreste, la marcada predilección de las mujeres
por lo encarnado.
No sé si va en ello sólo una cuestión de gusto o, como
me lo explicaron
por allá, la procura de un mimetismo que les ha de ahorra
r posibles ver-
güenzas en ciertos días del mes". H Igual observación
había hecho, en
aquellos mismos parajes, el médico Samuel Uchoa. 4 ~
Es un caso el de la frecuencia del color rojo en el vestid
o popular de la
mujer brasileña, principalmente en el noreste y en la Amaz
onia, típico de
aquellos en que las tres influencias -la amerindia, la african
a y la portugue-
118
sa- aparecen reunidas en una sola, sin antagonismos ni rozamientos. En
su origen, y por cualquiera de las tres vías, se trata de una costumbre mís-
tica, de protección o de profilaxis del individuo contra espíritus o nocivas
influencias. Pero la influencia mayor parece haber sido la del indio, para
quien la pintura del cuerpo de encarnado con urucú, * nunca fue la ex-
presión de un simple gusto de ostentación, como pareciera a los primeros
cronistas. Sin despreciar el hecho de que pintándose, o mejor, embadurnán-
dose del oleoso urucú, parece que se protegían los salvajes, durante la caza
o la pesca, de la acción del sol sobre la piel, de las picaduras de los mos-
quitos y otros insectos y de las oscilaciones de la temperatu.ra --<:ostumbre
observada por el profesor von der Steinen entre las tribus del Xíngú, por
46
Krause entre los carayás y por Crevaux entre los japurás-, encontra-
mos a la pintura del cuerpo desempeñando, entre los indígenas del Brasil,
una función puramente mística, de profilaxis contra los malos' espíritus y,
en menor número de casos, erótica, de atracción o exhibición sexual. Y, como
profilaxis contra los malos espíritus, era el encarnado color poderosísimo,
como lo demuestra el estudio de Karsten.
Parece que a los portugueses, la mística del rojo se habría comunicado
a través de los moros y de los negros africanos, y tan intensamente que,
en Portugal, el rojo domina como en ningún otro país de Europa, no sola-
mente en el traje de las mujeres del pueblo -las vendedoras de pescado
de Lisboa, las poblanas de Coimbra, de Aveiro, de Ilhavo, de Vianna, de
Minho, las ribereñas de Leiría- sino también como profilaxis contra los
maleficios espirituales y varias otras expresiones de la vida popular y del
arte doméstico. Rojo debe ser el techado de las casas para proteger la vida
de quien vive bajo él.
Es el color con que se pintan las barcas pescadoras, los cuadros popula-
res de los milagros y de las alminhas, los arreos de los mulares, Jas esteras;
es el color con que se orlan varios productos de la industria portuguesa; el
48
que se usa por sus virtudes miríficas en las cintas alrededor del cuello de
49
los animales: jumentos, vacas, bueyes, cabras.
119
Aun cuando un tanto perdida entre el pueblo la noción profiláctica del
rojo, es evidente que el origen de esa predilección está ligado a motivos
místicos. Y es también, el rojo, entre los portugueses, el color del amor,
del deseo de casamiento. 50
Entre los africanos se encuentra la mística del rojo asociada a las prin-
cipales ceremonias de la vida, al parecer con el mismo carácter profiláctico
que entre los amerindios.
Entre los diversos xangós * y sectas africanas que visitamos en Recife
y sus alrededores, es el rojo el color que prevalece, notándose, entre sus
devotos, a hombres de camisa colorada. En los turbantes, polleras y chales
de los xangós domina el roio vivo. Ortiz, en sus estudios sobre la mítica
afrocubana, dice que el culto del xangó corresponde, entre los negros de
Cuba, al color colorado. Las mujeres, como promesa, por una merced soli-
citada y recibida del xangó, se visten de rojo, y de blanco por una gracia
alcanzada de Obatalá (Virgen de la Merced), etc. 51
En nuestros maracatús y reisados, ** el rey del Congo, o la reína, apa-
recen siempre con manto rojo, y rojos son siempre los estandartes, con ca-
bezas de animales o emblemas de oficios, pintados o bordados de oro, de
las sociedades carnavalescas, sociedades de las que, de paso, destacaremos su
interés, ya como f(?rmas disimuladas -dentro del ambiente católico de la
vida brasileñ a- de totemismo o de animismo africano (tema un tanto
deshojado ya por Nina Rodrigues), ya como formas degeneradas, o perver•
tidas, por el sistema de trabajo esclavo aquí dominante, de las corporacio-
nes de oficio medioevales. Estas corporacíones, en España por lo menos,
fueron impuestas o permitidas a los moros y negros en los siglos anteriores
a la colonización de América.
En el Brasil la tendencia hacia lo rojo, destacaba ya en el vestido de la
mujer del pueblo, en los estandartes de las sociedades carnavalescas, en los
mantos de los reyes de maracatú, etc., se observa aún en otro aspecto de
la vida popular o del arte doméstico, en la pintura exterior de las casas y en la
decoración del interior; en la pintura de los baúles de hojalata, en los diver-
sos utensilios caseros de lata o de madera, como regaderas, jaulas de loro y
de pájaros, en la de exvotos; en la decoración de las bandejas para la venta
callejera de bollos y dulces, cuyo interés erótico destacaremos más adelante
al recordar su nomenclatura erótica y al poner de relieve ciertas asociado-
120
nes, frecuentes entre los brasileños, del placer del paladar con el goce
sexual.
Lo que, sin embargo, se puede concluir es que la preferencia por el co-
lorado en el brasileño importa un rasgo de origen principalmente amerin-
dio. Como lo evidencia Karsten, el salvaje considera grandes enemigo62s del
cuerpo, no a los insectos y animales, sino a los malos espíritus. El
hombre primitivo imagina a éstos siempre al acecho de una oportun idad
para introducirse en el cuerpo por la boca, la nariz, los ojos, los oídos, los
cabellos. Importa, pues, que todas estas partes, consideradas las más críticas
y vulnerables del cuerpo, sean particularmente protegidas contra las influen-
cias malignas. De ahí el uso de barbotes, plumas y husos atravesados en la
nariz o en los labios; la rapadura del cabello, que Pero Vaz de Caminha fue
el primero en notar en los indios y en las indias desnudas, y los dientes a
veces pintados de negro. Todo ello para exorcizar a los espíritus malignos,
alejarlos de las partes vulnerables del hombre. De ahí el uso de una especie
de ungüento de que se sirven varias tribus sudamericanas, desde Tierra del
Fuego hasta las Guayanas, para embadurnar el cabello, en general ocre co-
lorado, a veces un zumo vegetal también color de sangre.
Von den Steinen sorprendió a los bororós del río Xingú untándose el
cabello de colorado para poder tomar parte en danzas y ceremonias fúne-
bres, ocasiones en que el indio se siente particularmente expuesto a la acción
maléfica del espíritu del muerto y de otros espíritus, malos todos, 3que los
salvajes creen andan sueltos o enfurecidos en esos momentos. ~ Koch-
Grünberg halló idéntica costumbre en las tribus del río Negro: vio una
tribu íntegra pintada de rojo tras un funeral, exceptuándose sólo de la pin-
tura el payé. En danzas de conjuro notó, sin embargo, el etnólogo alemán,
que los hechiceros llevaban sus rostros horriblemente pintados de encar-
nado. ~4
Von den Steinen tuvo ocasión de presenciar la ceremonia con que los
indios del río Xingú conjuraban un meteoro: los baris (curanderos), gesticu-
lando con vehemencia y escupiendo al aire. Y, a fin de enfrentar al ene-
migo, se habían pintado prudentemente de rojo vivo de urucú.
De rojo de cara;u,ú * se pintan los indígenas del río Negro cuando al-
guno de ellos enferma de catarro o "ronquido de pecho", El propósito es
el de resguardarse, a tiempo, del mal por medio de pintura profiláctica. En-
tre los kobeúa, Koch-Grünberg observó el hábito, en las mujeres, de pintar
de colorado a sus hijos recién nacidos con el mismo fin profiláctico, hábito
que Jean de Lery ** había observado ya entre los tupís del litoral, en la
de ua
* Latex rojo que se extrae por incisión del ta!Jo de una bignoniác ea o
bejuco de la Amazonia (Arrobid ua chica, Verloc) . - N. del T.
de Villegaig .
• • Jea.n de l.ery, calviaisra francés que vioo a la Francia Antártica
du Brésil, im-
coa, y allí observó, escribiend o la Histoíre d'un voyage fail en la Terr,
tierra y la geare,
presa en La Rochelle, ea 1578. Además de iaformací oaes sobre la
.- N. lhl T,
hasta ua cierto punto psicológicas, contiene un vocabular io indígena
121
época del descubrimiento, y von Spix y von Martius entre los coroado
s, a
principio,; del siglo XIX.
Entre los tobas existe la costumbre -dice Karste n-, en las mujere
s,
de pintarse de rojo ( urucú), durante la menstruación, práctica que atribuy
e
a la profilaxis o a la desinfección de malos espíritus que suponen
obrar
con especial furor sobre la menstruante.·
Del Campana notó entre las mujeres chiriguanas que, para preparar
la
chicha o bebida sagrada, se pintaban de colorado, y que de colorado se
pin-
taban también después del parto.
Hombres y mujeres se pintaban de rojo en la convalecencia, para crear
fuerzas. Entre los indios carayás, los jíbaros y varias otras tribus del
Ori-
noco, cuando un miembro de la tribu sale de visita a otra, debe present
arse
pintado de rojo, pintura que debe ser renovada después de regresar el
visi-
tante a su destino. Karsten cree que en este caso también se trata de
una
medida de profilaxis. 65 Además, el sabio profesor de Helsingfors
puede
atribuirse la verdadera teoría de la interpretación de la pintura del cuerpo
entre los amerindios, como medida profiláctica o mágica, en vez de una
mera
decoración destinada a ejercer sobre el sexo opuesto un encanto purame
nte
estético o llamamiento a los sentidos.
Pero para los salvajes de la América del Sur, el rojo no era tan sólo,
junto al negro, un color profiláctico capaz de resguardar el cuerpo human
o
de influencias maléficas, ni color tonificante, con la facultad de comuni
car
vigor a las mujeres que han dado a luz, y a los convalecientes, y resisten
cia
a los individuos consagrados al trabajo arduo y agotador; ni el color
de
felicidad con el poder mágico de atraer la caza al cazador (prop6sito
con el
cual los canelos pintaban hasta a los perros). Era, además, el color erótico
,
de seducción o atracción, menos por belleza o calidad estética que
por
magia, el color con que se pintaban los mismos canelos para seducir
a la
mujer; del que se valían los cainguás del Alto Paraná para atraer al
monte
a la hembra de su deseo o de su apetito sexual, a veces intimídándola
más
que corteíándola.
No es fácil precisar cuál haya sido el motivo fundamental de la prefe-
rencia del salvaje de América por el roío: tal vez el hecho de ser el
color
de la sangre y, por eso mismo, místicamente prestigioso entre pueblo
s en-
tregados todavía a la caza y la guerra permanentes. Algunos antropó
logos,
en efecto, sugieren que para los pueblos primitivos de América, el rojo
del
urucú y de otras tintas tal vez fuese empleado como substituto del
rojo de
la sangre.
123
El imperialismo económico de la Europa burguesa se antidp6 en lo religioso
en los padres de la Compañía de Jesús; en el ardor europeizante de los
grandes misioneros católicos de los siglos XVI y XVII, 117 substituidos
más tarde por los protestantes, más rígidos aún y más intransigentes que
los jesuitas.
Con la segregación de los indígenas en grandes tolderías, parécenos que
los jesuitas desarrpllaron en el seno de las poblaciones aborígenes una de
las influencias letales más profundas. Era todo el ritmo de vida ,social que
se alteraba entre los indios. Aquellos pueblos, acostumbrados a la vida dis-
persa y nómade, se debilitan cuando se ven forzados a una gran concentra-
ción y un sedentarismo absoluto.
Desde el punto de vista de la Iglesia, repetimos, forzoso es reconocer
que los padres procedieron con heroísmo, con admirable firmeza en su or-
todoxia, con lealtad a sus ideales. Toda la crítica que se haga a su interfe-
rencia en la vida y en la cultura indígena de América --que fueron los pri-
meros en debilitar sutil y sistemáticam ente- debe tener en cuenta aquel su
superior motivo de actividad religiosa y moral. Considerándolos, sin em•
bargo, bajo otro criterio -meros agentes europeos de desintegración de
valores nativos-, tendremos que admitir su influencia corruptora. 118 Tan
corruptora como la de los colonos, sus antagonistas, que, por interés econó-
mico o pura sensualidad, sólo veían en el indio la hembra voluptuosa a fe-
cundar o el esclavo indócil a someter y explotar en la agricultura.
Si consideramos el cuadro organizado por Pitt Rivers, de las influencias
corruptoras -despoblaci ón, degeneración, degradació n- que el antrop6lo-
go inglés atribuye al contacto de las razas atrasadas con las adelanta-
das, 59 comprobamos que en gran parce, si no en su mayor número, son
influencias que· en el Brasil obraron sobre el indio a través de la catequesis
o del sistema moral, pedagógico y de organización y división sexual del
trabajo, impuesto por los jesuitas. De las quince clasificadas allí, parécenos
que nueve, por lo menos, cabrían, en un ajuste de cuentas de las responsa-
bilidades europeas en la degradación de la raza y de la cultura indígenas en
el Brasil, al sistema civilizador de los jesuitas: 1) la concentración de los
aborígenes en grandes aldeas, medida en la que mucho se esforzaron los
misioneros en el Brasil; 60 2) vestuario a la europea: otra imposición je-
suítica sobre los catecúmenos; 61 3) dispersión en las plantaciones; 82
4) obstáculos al casamiento a la manera indígena; 5) aplicación de la legis-
lación penal europea a supuestos delitos de fornicación; 6) supresión de
las guerras intertribales; 7) abolición de la poligamia; 8) aumento de la mor-
talidad infantil debido a las nuevas condiciones de vida; 9) abolición del
sistema comunal y de la autoridad de los jefes (añadimos: de la autoridad
de los payés, más puestos en evidencia que aquéllos por la rivalidad reli-
giosa de los padres, y más importante que la de los caciques). 63
Algunas de esas responsabilidades quizá habría que repartirlas con los
colonos, entre otras, la segregación de los salvajes en las plantaciones y la
124
división sexual del trabajo a la manera europea. Y los colonos, y no los
jesuitas, habrían sido, en gran número de casos, los principales agentes dis-
genésicos entre los indígenas; quienes les alteraron el sistema de alimen-
tación y de trabajo, perturbándoles el metabolismo; quienes introdujeron
entre ellos enfermedades endémicas y epidémicas; quienes les comunicaron
el uso del aguardiente de caña.
Se ve, mientras tanto, qué mayor, por más sistematizada, fue la influen-
cia deletérea de la moralización, de la enseñanza y de la técnica de explota-
ción económica empleada por los padres. A los colonos, por ejemplo, poco
les importaba la desnudez de los esclavos o "administrados" en las planta-
ciones, desnudez que hasta les convenía desde el punto de vista económico.
De un colono rico de los primeros tiempos, se sabe que iba al extremo de
hacerse servir en la mesa por indias desnudas. 6~ No parece que fuera éste
un caso aislado. Los padres, mientras tanto, insistieron, desde el comienzo,
cristiana y pudorosamente, en vestir a los indios, tolerándoles tan sólo la
desnudez de los niños, o de niños y adultos cuando era absoluta la ausenda
de tela para ropa. 8 ~
De la imposición de la vestimenta europea a poblaciones habituadas a
la plena desnudez, o a cubrirse lo suficiente para decorarles el cuerpo o res-
guardarlos del sol, del frío o de los insectos, se conocen hoy los inmediatos
y profundos efectos disgenésicos. Se atribuye a su uso forzado una influen-
cia no pequeña en el desarrollo de las enfermedades de la piel y de los pul-
mones, que tanto contribuyeron a diezmar poblaciones salvajes inmediata-
mente después de sometidas al dominio de los civilizados, enfermedades que
66
en el Brasil de los siglos XVI y XVII fueron terribles, llega a conside-
rar la imposición del vestuario "probablemente el mayor de los males" in-
troducidos por los pueblos civilizados entre los salvajes.
El vestuario, impuesto a los indígenas por los misioneros europeos,
vino a afectar en ellos nociones tradicionales de moral y de higiene difíciles
de substituir por nuevas. Es así como se observa la tendencia en muchos
de los individuos de tribus acostumbradas a la desnudez para sólo deshacer-
se de la ropa europea cuando a ésta no le falta más que caerse de podrida
o de sucia. Sin embargo, constituyen pueblos de un aseo corporal y hasta
de una moral sexual a veces superior a la de aquellos a quienes el pudor
cristiano hace cubrir de pesados vestuarios.
En cuanto al aseo del cuerpo, los indígenas del Brasil eran ciertamente
superiores a los cristianos europeos que aquí llegaron en 1500. No nos ol-
videmos que de entre éstos se exaltaban en aquella época santos como San
Antonio, el fundador del monaquismo, quien ni por vanidad siquiera se la-
vaba los pies, o como San Simeón el Estilita, a quien de lejos se le sentía
la catinga de sucio. 67 Y no serían los portugueses los menos limpios en-
tre los europeos del siglo XVI, como la picardía antilusitana lo imagina,
sino que, al contrarío, de los más aseados, debido a la influencia morisca.
12.5
Entre los primeros cronistas, son los franceses Ives d'Evreux * r,!\ y
Jean ele Lery 60 quienes más se admiran de la frecuencia del baño entre
los indígenas. Y un higienista francés, Sigaud, atribuía a los baños fríos el
hecho de sufrir los indios del Brasil -influidos ya por la civilización
europea- desórdenes del aparato respiratorio, desde el simple catarro has-
ta la pleuresía aguda y la bronquitis. 70 A los baños fríos y al hábito de
andar casi desnudos. Cuando por los modernos estudios de higiene, lo que
se deduce es precisamente lo contrario: que esas enfermedades del sistema
respiratorio se desarrollan entre las poblaciones salvajes por la imposición
del vestuario y abrigos europeos a gente habituada a andar rigurosamente
desnuda.
El siglo del descubrimiento de América y los dos subsiguientes, de in-
tensa colonización, fueron en toda Europa una época de menoscabo de los
modelos de higiene. A principios del siglo XIX -informa un cronista ale-
mán citado por Lowie- se encuentran aún personas, en Alemania, que no
se acordaban de haberse bañado ni una sola vez en toda su vida. 71 Los
franceses no estaban a ese respecto en mejores condiciones que sus vecinos.
Al contrario. Recuerda el autor de Primitive Society que la elegante reina
Marr.,uita de Navarra se pasaba toda una semana sin lavarse las manos;
que el rey Luis XIV se lavaba las suyas con un ligero rociado de alcohol
perfumado; que un manual francés de etiqueta del siglo XVII aconsejaba
al lector lavarse las manos una vez al día y el rostro casi con la misma
frecuencia; que otro manual, del siglo anterior, advertía a los jóvenes de
la nobleza que no debían sonarse la nariz en la mesa con la mano que hu-
biese cogido el pedazo <le carne; que en 1530 Erasmo consideraba decente
el sonarse con los dedos siempre que se refregase inmediatamente con la
suela del zapato el flujo que cayese en el suelo; que un tratado de 15.39
traía recetas contra los piojos, posiblemente comunes en una gran parte de
Europa. 72
En Europa, los baños romanos, o de río, a veces promiscuos ---contra
los cuales durante mucho tiempo la voz de la Iglesia se alzó en vano- ha-
bían cesado casi por completo, después de las Cruzadas y de los contactos
comerciales más frecuentes con el Oriente. El europeo se había contagiado
de sífilis y de otras enfermedades, transmisibles y repugnantes. De ahí na-
ció el miedo al baño y el horror a la desnudez. 73
Contrastand o con todo esto, sorprendió a los primeros lusitanos y fran-
ceses llegados a esta parte de América la existencia de un pueblo, según
parece, sin mácula de sífilis en la piel, y cuya mayor delicia era el baño de
* Ives d'Evreux, capuchino, superior de la Misión de Marañón, en la La Ravardie-
re, llegado al Brasil en 1612, autor de ~·uite de l'Hü1oire des Choses plus Memorables
A.d11enues en Maragnan les A.n,,ées 1613 et 1614, edi<ada en París, en 1615 y destruida
para evitar susceptibilidad es diplomáticas con España. De un ejemplar encontrado en la
Biblioteca de París -informa Afraaio Peixmo--, Ferdiaand Denis hizo imprimir la
segunda edición ea 1864, que dio al autor y al libro el lugar que le corresponde ea la
etnografía indígena.- N. del T.
126
río; que se lavaba constantemente de la cabeza a los pies; que se conser-
vaba en aseada desnudez; que se servfa de hojas de árboles, como los eu-
ropeos más limpios, a guisa de toalla para enjugarse las manos, y de paños
para higienizar a los niños de pecho; que iba a lavar en el río su ropa
sucia, esto es, las hamacas de algodón, tarea ésta a cargo de los hombres.
Aunque orinando de ordinario dentro de las chozas, los tupís --0bserv a
Jean de Léry- ". . . von néantmoins for loin faire leurs excrements". H
De los indígenas parece haber quedado en el brasileño rural, o semirrural,
el hábito de defecar lejos de la vivienda, en general, en medio de las matas
de bananos, cerca del río. Y de mañana, antes del baño. Un sorbo de caña
con cajú * y, a veces, un "por la señal", para guardar el cuerpo, preceden
ordinariamente ese baño higiénico. El cajú, para limpiar la sangre. Toda una
liturgia o ritual sanitario y profiláctico.
En las mujeres, a cuyo cargo estaba toda la serie de cuidados de higie-
ne doméstica entre los indígenas, excepto el lavado de las hamacas sucias,
era mayor aún que en los hombres el placer del baño y del aseo del cuerpo.
"Son muy aseadas", advierte Gabriel Soares. Y Léry atribuye ese mayor
amor de la india al agua y a la higiene, al hecho de adornarse menos que
el hombre, circunstancia que el cronista anota entre les choses doublement
estranges et vraiment esmerveillables, qui j'ay observées en ces femmes
brésilliennes. En verdad, según la declaración del escrupuloso pastor protes-
tante --que revela singular sentido crítico a través de todo su relato de
viaje y, luego, a las primeras páginas, en las rectificaciones que opone, no
sin una cierta animosidad teológica, al libro de fray Andrés Thévet ** so-
bre el Brasil-, en verdad fue en las mujeres que los europeos encontraron
mayores resistencias a la imposición del vestuario moralizador, para ellas
antihigiénico: des robes de frise et des chemises. Lo que alegaban es que
tanta tela encima del cuerpo les dificultaba la costumbre de lavarse libre y
frecuentemente en el río, a veces de hora en hora. Diez o doce baños por
día. Dice Léry que: " ... il n'a iamais esté en nostre puissance de les /aíre
vestir. Elles disoyent que ce leur seroit trop de peine de se 75 despouitler si
souvent. Ne voila pas une belle et bien pertinent e raison?"
Las tentativas de conservar a las indígenas vestidas a la manera europea
fueron frustradas por ellas sistemáticamente en los primeros tiempos. Cuan-
do obligadas por los calvinistas franceses a andar vestidas en pleno día, a
las primeras sombras de la noche se quitaban las polleras y camisas y se
echaban desnudas en las playas en deliciosa comodidad. El pastor protes-
• Caiú ( An,.cordiu m occitknlalí s, L.) : Arbol bajo y coposo cuyo fruco comesti-
bebida
ble, agridulce, po¡ee virtudes medicioales. De su jugo se prepara, además, uoa
vinosa, de sabor agradable, refrigerant e y estimulan te.- N. tkl T.
donde
• • André Thévet, religioso francés que viao al Brasil con Villagaigno o,
Les
observó y, de regreso de su viaje, escribió, además de una Co,mogr,.f ía Universal,
,ingul,.riJh ,u ÚI fr•nce Jinlarcliqs,e ( 1558), doode relata lo que vio eo
Río de Ja•
aeiro.- N. ,kJ T.
127
tante dice que las vio reiteradas veces en ese estado concluyendo que las
indias" .. . quant au naturel, ne doivent ríen aux autres en beauté". Y es
en su misma observación la de que" .. . les attíflets, fards, fausses perruques,
cheveux tortillez, grands collets fraisez vertugales, robbes sur robbes &
autres infinies bagatelles dont les femmes & filies de par de~a se contre/ont
& n'ont iamais assez, sont sans comparaison cause de plus de maux que n'est
la nudité ordinaire des femmes sauvages { . .. ]". 78
Había, pues, algo de un Havelock Ellis en el reverendo Jean de Léry.
Sabemos, por algunos cronistas antiguos, con mucha intimidad, de la
rutina económica entre los indígenas; de su división sexual de trabajo, tanto
el trabajo de campo casi todo entregado a las mujeres, como el de la casa,
también femenino; hechos observados a veces con una exactitud que re-
cientes investigaciones de etnólogos no han hecho sino confirmar.
Escribiendo acerca de los tupinambás, Gabriel Soares de Souza informa
que los varones son los que "acostumbran a rozar los montes, y los que-
man y limpian la tierra de ellos, que van a buscar la leña con que se ca-
lientan y se sirven porque no duermen sin fuego a la vera de las hamacas,
que es su cama; que acostumbran ir al río a lavar las hamacas cuando es-
tán sucias". Esto sin que insistamos en las responsabilidades principales
del hombre, de abastecer la ranchada de carne y de pescado, de defenderla
de enemigos y de animales feroces.
Las mujeres sin embargo ---dícenos Léry- trabajan sin comparación
más que los hombres, "car excepté quelques matines (& non au chaut du
jour) qu'ils coupent & effertent & du bois pour /aire les iardins, ils me font
gucrcs autre chose qu'aller ala guerre, ala chasse, a la pescherie, fabriquer
leurs espées de bois, ares, fleches, habillements de plume [ ... ]". 77
Gabriel Soarcs de Souza no precisa para qué sexo o edad fuera cada
una de las actividades de carácter industrial o artístico que encontró entre
los tupinambás. "Los balays de hojas de palmera y otras vasijas de la mis-
ma hoja de su manera y de su uso, las cestas de fibras de tacuara a que lla-
man samburá y otras vasijas en trenzado, como las de junco de la India",
habrían sido arte de iniciativa masculina. Serían actividad de ambos sexos
y no de uno solo; actividad que alcanzaba no solamente a los adultos sino
también a los niños.
El cronista destaca como tarea exclusiva de las mujeres la confecci6n
de las hamacas de hilado de algodón y de las "cintas como pasamanos y al-
gunas más anchas con que entrelazan los cabellos". Y detalla luego: "Las
mujeres ya de edad tienen a su cuidado la preparaci6n de la harina de que
se mantienen, y el de traer a la casa sobre los hombros la mandioca; y las
que son demasiado viejas tienen el cuidado de hacer vasijas de barro, a ma-
no, como son los cántaros en el que preparan los vinos, y los hacen algunos
de tamaño cal que cargan tanto como una pipa, en los cuales y en otras
menores hierven los vinos que beben; hacen además estas· viejas, cazuelas,
jarros y cuencos a su manera, en los que cuecen la fariña, y otros en que la
128
vuelcan y comen, labrados de tinta de colores, la cual vasija cuecen en unos
hoyos que hacen en el suelo, y ponen leña encima y tienen y creen estas •
indias que si cociera esta vasija otra persona que no sea la que las hizo, se
quebrará en el fuego; las cuales viejas ayudan también a preparar la fa-
riña que se hace en su momento". 78
Eran las mujeres, además, quienes plantaban el mantenimiento, quienes
iban a buscar el agua a la fuente, quienes preparaban la comida y quienes
cuidaban a las criaturas. Se ve, pues, que no era pequeña la importancia
de la mujer vieja entre los indígenas. Era, por el contrario, enorme, y en
esta categoría, el estudio comparado del arte y de la industria entre los
primitivos nos autoriza a colocar al hombre afeminado y hasta al invertido
sexual como muy común entre varias tribus brasileñas.
Hart destaca el hecho de que entre los indígenas del Brasil el arte de
la cerámica se haya desarrollado por las manos de la mujer, y esta generali-
zación del sabio estadounidense la confirmó, después de observar a los ca-
diueus, * su discípulo Herbert S. Smith. 79 La confirman también, con
relación a la cerámica de Marajó, las recientes investigaciones de Heloisa
Alberto Torres. 80 Es verdad que esos estudios establecen que la fabri-
cación de vasijas entre los indígenas del Brasil ha sido un arte tardío y pre-
cedido por el de los trenzados impermeabilizados como vajillas para acondi-
cionar líquidos, y esos trenzados eran arte de los hombres más que de las
mujeres.
La producción artística, exclusiva o principalmente masculina, se resu-
mía en la fabricación de arcos y flechas, de instrumentos musicales y de
ciertos adornos para el cuerpo. En la construcción de la choza, su trabajo
era más arduo; su esfuerzo en levantar, en derredor de la aldea, la empali-
zada de palo a pique, que los portugueses adoptarían más tarde como medio
de defensa de. las casonas de los ingenios de los ataques de enemigos. Y
obra de los hombres eran también las canoas hechas de un solo tronco,
igualmente adoptadas por los primeros colonos en sus raids, sertón adentro.
Hemos dicho en las primeras páginas de este capítulo que, desde el
punto de vista de la organización agraria en que se estabilizó la coloniza-
ción portuguesa del Brasil, mayor fue la contribución social y económica de
la mujer que la del hombre. Este se retrajo casi por completo a los esfuer•
zos de los colonos y hasta a las afabilidades de los padres tendientes a in-
corporarlos a la nueva técnica de explotación económica y de nuevo régi-
men de vida social. Mejor adaptación se comprobó de parte de la mujer, lo
que se comprende dada su superioridad técnica entre los pueblos primitivos,
y dada su mayor tendencia a la estabilidad entre los pueblos nómades.
A toda contribución que le fue exigida en la formación social del Brasil
-la del cuerpo que fue la primer~ en ofrecer al blanco, la del trabajo do-
* Tribu i0dígeaa del Estado de Mateo Grosso, coaside:ados desceadiences, o ta•
mas desprendidas de las tribus guaicurús y mbayás, que habitaban el Paraguay.-
N. del T.
129
méstico y hasta agrícola, la de la estabilidad, estado que ansiaba estando
sus hombres todavía en guerra con los invasores y ella a vudtas con el atado
sobre la cabeza y el hijo a horcajadas sobre sus espalda s- la indígena co•
rrespondíó ventajosamente.
Entre los suyos era el principal valor económico y técnico. Un poco de
animal de carga y otro de esclava del hombre. Pero superior a él en la ca-
pacidad de utilizar las cosas y de producir lo ·necesario a la vida y al con-
fort comunes.
La poligamia no corresponde entre los salvajes que la practican -in-
cluidos en este número los que poblaron el Brasil- tan sólo al deseo se-
xual, tan difícil de satisfacer en el hombre con la posesión de una sola
mujer: corresponde también al interés económico de rodearse el cazador,
el pescador o el guerrero, de los valores económicos vivos, creadores, que
las mujeres representan.
Dícenos Thomas que, entre los primitivos, el hombre es la actividad
violenta y esporádica, y la mujer la estable, sólida, continua. 81 Este an•
tagonismo en la organización física de la mujer, se funda en que la habilita
más bien a la resistencia que al movimiento; más bien a la agricultura y a
la industria que a la caza y a la guerra. De ahí que la actividad agrícola e
industrial sea desarrollada casi siempre por medio de la mujer como asi-
mismo el desenvolvimiento de la misma propia técnica de la habitación, la
casa; y en gran parte, de la domesticación de animales. La misma magia y el
arte, si no se desenvuelven principalmente por la mujer, se desenvuelven por
el hombre afeminado o bi-sexual, que a la vida de movimiento y de guerra,
de hombre puro, prefiere la doméstica y regular de la mujer. En la época
del descubrimiento, los indígenas del Brasil estaban aún en la situación de
relativo parasitismo del hombre y de sobrecarga de la mujer. Eran las ma-
nos creadoras de la india las que reunían los principales trabajos regulares
de arte, de industria y de agricultura.
En cuanto a los pagés, es probable que fuesen de aquel tipo de hombres
afeminados o invertidos que la mayor parte de los indígenas de América
respetaban y temían más que despreciaban o abominaban. 82 Unos afe-
minados por la edad avanzada que tiende a masculinizar a ciertas mujeres
y a afeminar a ciertos hombres; otros, tal vez por perversión congénita o ad-
quirida. Lo cierto es que hacia las manos de individuos bisexuales o bisexua-
lizados por la edad, resbalaban, en general, los poderes y funciones de mís-
ticos, de curanderos, de pagés, de consejeros, etcétera, entre varias tribus
americanas.
La misma couvada, complejo de cultura tan característico de las tribus
brasileñas, tal vez pueda llegarse a interpretar mediante el criterio de la
bisexualidad. Observada entre pueblos que, en general, respetan, en vez
de despreciar o ridiculizar, a los afeminados, y ven en ellos poderes y vir•
tudes extraordinarias, es posible que la costumbre de la couvada se haya
130
influencia y
originado de esos diferendos sexuales; individuos de fuerte
sugestión mística sobre la mayoría.
aunqu e
Wissler observa que ciertos rasgos de cultura se incorporan,
l de una tribu o de un grupo, por influen cia
raramente, a la práctica genera 83 Se sabe que el hombr e in-
de individuos excepcionales que los inician .
creadoras y do-
vertido es un individuo que busca sensaciones y actividades
idad y maternidad. El
lorosas que les substituyan las imposibles de fecund
ra, de la pintur a, de la cali-
masoquismo, la flagelación, el arte de la escultu
<le la Edad Media ; el mismo maso-
grafía y de la música entre los monjes
India, y, según Silbere r, en su obra The
quismo entre los faquires de la
la misma alquim ia repres entan el
Problems o/ Mysticism and Symbo lism,
84 Se sabe,
deseo, de los introve rtidos, de compe nsarse de la introve rsión.
el estreñimien-
además, que en ciertas enfermedades, como la tubercu86losis y
to, el introvertido encuentra placer o compensación.
elementos
Son sugestiones todas éstas que, aunque insuficientes como
una posible interpr etación
de convicción, constituyen acaso la base para
de la bisexua lida<l. Parece , en efecto,
sexual de la couvada por el criterio
de aquel deseo que Faithfu l destac a en el hom-
haber en la couvada mucho
obtene r por la identif icación con la mujer la alegría de
bre introv ertido de
the ;oy o/
la maternidad (-"to obtain b3, ide11ti/icatíon with their mates
de las prác-
motherhood"). 86 Los afeminados, por su prestigio a través
varias tri-
ticas de la magia sexual -activ idad dominada por ellos entre en
couvad a, comple jo de cultura
bus-, habrían sido los iniciadores de la
ismo de compe nsació n de que se vale
que son tantas las evidencias del mecan
del hombre
el invertido: el reposo, el cuidado, el régimen, la identificación
l, eran los dos quiene s quedab an de cuidado
con la mujer. Porque, en genera
nte el hombr e, como <le ordina rio se piensa .
y de dicta y no solame
117
el punto de vista de la antrop ología , Wester-
Goldenweiser, desde
pmcnt o/ the
marck desde el de la so<.:iología RK (The Origin and Develo
de la sexolo gía, destaca n
Moral Ideas), y Faithful (Bisexuality), desde el
1111
131
bótico, a lo romántico, desdeñando un elemento que no por estar en
evi-
dencia es menos activo y creador: el buen sentido de los extravertidos.
No
el buen sentido rutinario, sino aquel que no es otra cosa que equilib
rio y
salud intelectual y física; el rabelesiano, el johnsoniano, el cervantino.
Aquel
de que habla Marrett, identificándolo con la experiencia y la tradició
n del
gran número, el folklórico, el del pueblo, el de las naciones maduras,
como
Francia: el de las iglesias grandes y antiguas, como el de Roma (que
mien-
tras tanto, no dejaron de enriquecerse espiritualmente a costa de introve
r-
tidos casi delirantes, como Santa Teresa de Jesús).
Numerosas son -ya lo hemos dicho- - las evidencias de la frecuen
cia
de homomixía entre varias de las sociedades primitivas de América.
Wes-
termarck insinúa que el ritmo guerrero de la vida de aquellas socieda
des tal
vez favoreciera el trato sexual y social del hombre con hombres y hasta
de
mujer con mujeres. Las sociedades secretas de hombres, posible expresi
ón,
o mejor afirmación -en la fase sexual y social de cultura que atraves
aron
muchas de las tribus amerindias al producirse el descubrimiento del
conti•
nente - del prestigio del macho sobre la hembra, acaso fuese mejor estímu-
lo que la vida de guerra a la práctica de la pederastia. Lo cierto es que
en
los baitos --especies de logias de masonería indígena, franqueadas
sola-
mente a los hombres después de severas pruebas de iniciac ión- von
den
Steinen ha podido sorprender entre los bororós a mancebos en franca
rela-
ción sexual unos con otros, y esto sin aire de pecado, sino naturalmente.
Ya en el siglo XVI Gabriel Soares de Souza se había horrorizado al ver
a los tupinambás " ... mui affeiroados ao pecado nefando, entre os
quaes
se nao tem por a/fronta; e o que serve de macho, se tem por valente
, e
contam esta bestialidade por proeza, e nas suas aldeias pelo cerio ha
alguns
que teem tenda publica a quantos os querem como mulheres publica 92
s".
Es imposible comprobar hasta qué punto la homomixia ocurría en
la
América primitiva por perversión congénita. Lo cierto es que, entre
los
amerindios, se practicaba la pederastia, sin que ello fuera por escasez
o pri-
vación de mujer. Cuando mucho por la influencia social de la segrega
ción
o del internado de los mancebos en las casas secretas de los hombre
s.
Para responder al crimen de sodomía aparecen a fines del siglo XVI,
ante el visitador del Santo Oficio, 93 varios indígenas y mamelucos,
hom-
bres apenas cristianizados, católicos medio "crudos" todavía. La Iglesia
ful-
minó contra ellos, como pecado de los más graves -uno de los cuatro
cla-
mantia peccata de la teología de la Edad Media -, 9 ' lo que para la
moral
sexual de esos primitivos (de esos salvajes que el padre Cardim, oyéndo
les
en confesión, halló tan cándidos) sería cuando mucho un pecadillo. Parece,
mientras tanto, que la mentalidad portuguesa pronto identificó a los
indí-
genas con la práctica de la pederastia, tan abominable para los cristian
os.
La denominación de bugres, dada por los portugueses a los indígen
as
del Brasil en general, y a una tribu de San Pablo en particular, tal vez
ex-
presase el horror teológico de los cristianos apenas salidos de la Edad
Me-
132
día, al pecado nefando por ellos asociado siempre a lo grande, a lo máximo,
de incredulidad o herej!a. Para los hebreos, en cambio, el término gentío
implicaba idea de sodomita. Para el cristiano medieval fue el término bugre
el que quedó impregnado de la misma idea contagiosa del pecado inmundo.
Quien fuese hereje era inmediatamente tenido como sodomita, como si una
corrupción arrastrase inevitablemente la otra. "I ndeed so closely was so-
domy associated with heresy that the same name was applied to bouth"
--escribe Westermarck. Y añade luego: " ... the French bougre (from the
!atin bulgarus, Bulgarian), as also its English synonim, was originally a name
given to a sect of heretics who came from Bulgaria in the eleventh century,
and was afterwards applied to other heretics, but at the same time it
becam~ the regular expression for a person guilty o/ unnatural inter-
course". 9G •
13.3
para pisar el maíz o el pescado, para asar la carne, para exprimir las raíces,
para tamizar las harinas; los cuencos, -los calabacines para beber el agua, los
balay. Utensilios, muchos de los cuales se han incorporado a la batería de
cocina colonial. Todavía hoy, la vajilla de cualquier casa brasileña del norte
o del centro .cuenta con numerosas piezas de origen o aspecto genuina-
mente indígena. Ninguna cocina que se precie de ser verdaderamente bra-
sileña carece de urupema, del pilón, del alguidar, o pote de agua. Algunas
de esas vajillas domésticas, hechas de barro, de madera, de casco de animal
o de cáscara de fruta; al rallador de concha de ostra, no sólo daba la mujer
indígena recortes o formas graciosas, sino también que los animaba con di-
seños pintados de color: " ... milles petites gentilesses", según la frase de
Jean de Léry. 100
De las comidas preparadas por la mujer, las principales eran las que ha-
dan con masa o harina de mandioca. Gabriel Soares de Souza las vio raspar
las raíces de mandioca, en 1500, hasta quedar blanquísimas: " ... después
de lavadas, las rallan en una piedra o rallador que para eso tienen y después
de bien ralladas, exprimen la masa en un "aparato" de hojas de palmera al
que llaman tapítim que la hace soltar el agua que contiene, y queda esta
masa enjuta, de la cual se hace la fariña que se come, que cuecen en un al-
guidar hecho para eso, en el cual vierten esa masa y la enjugan sobre el
fuego, donde una india la menea con una media calabaza, como quien hace
jalea, hasta quedar seca, y sin ninguna humedad, y queda como cuscuz, pero
más blanca, y de esta manera se come, es muy dulce y sabrosa". 101
La fariña fue adoptada por los colonos en substitución del pan de trigo;
prefiriendo al principio los propietarios rurales la fresca, hecha todos los
días, acerca de la cual dice Soares de Souza: " ... y todavía digo que la man-
dioca es más sana y provechosa que el buen trigo, por ser de mejor diges-
tión. Y por averiguarlo así, los gobernadores Tomé de Souza, Duarte Coelho
y Mem de Sá no comían en el Brasil pan de trigo por no hallarse bien con
él, y así lo hacen otras muchas personas". 1º2
Fue completa la victoria del complejo indígena de la mandioca sobre el
trigo: se convirtió en la base del régimen alimenticio del colonizador. Lásti-
ma que sin aventaj~r al trigo, como supone la ingenuidad de Gabriel Soa-
res. Todavía hoy, la mandioca es el alimento fundamental del brasileño y la
técnica de su preparación continúa siendo, en una gran parte de la pobla-
ción, la misma que la de los indígenas.
En el extremo norte la harina preferida es la de harina de mandioca, y
la manera como la preparaban los caboclos está así descrita por H. C. de
Sousa Araujo: "La maceración termina cuando la mandioca suelta la cáscara,
siendo entonces llevada a las vasijas llamadas cochos, le ponen agua y allí
permanece algunos días. Cuando está bien suave, es rallada y la masa co-
locada en grandes tipitis cónicos, hechos de palma de embira o de taquara
trenzada. Esos tipitis tienen de uno y medio a dos metros y otro tanto de
largo, y son colgados en la parte más alta del tejado de la casa después de
134
haber sido llenados, amarrándoles en su extremidad inferior una gran pie-
dra. Cuando el agua de 1a mandioca llamada tucupi deja de escurrir, sacan la
masa amilácea y la llevan a secarse al sol, operación ésta que termina en el
horno. Resulta siempre una harina gruesa, formada por grumos duros, de
difícil trituración en la boca". 103 En el Nordeste la harina generalmente fa.
bricada es la de tipo seco, otrora llamada de guerra. En esta región, tanto
como en el extremo norte, el tipiti (cesta tubular elástica, hecha de hojas
10
de palmera), según la definición de Teodoro Sampaio, • continúa carac-
terizando a las zonas más rústicas en su economía o en su cultura, en la
técnica de preparación de harina.
Variado era el uso de la mandioca en la culinaria autóctona, y muchos
de los productos preparados otrora por las manos cobreñas de la índigena, los
preparan hoy las manos blancas, pardas, morenas y negras de la brasileña de
todos los. orígenes y de todas las sangres. De la india aprendió la brasileña a
preparar con la mandioca una serie de delicados manjares: la carimá, del almi-
dón, para el hijo pequeño; la papilla, el beyú. "Conocían -dice Cauto de
Magalhaes, acerca de los indígenas del Brasil- los procesos de fermentación
por medio de los cuales preparaban excelentes conservas alimenticias, aptas
para los estómagos debilitados, entre las que citaré los bollos de carima, con
los cuales casi todos nosotros fuimos alimentados durante nuestra infan-
cia". 105
Del beyú cita Araujo Lima una variedad de modernas especializaciones
amazonenses. Además de beyú simple, conocido por todo brasileño por ese
nombre o por el de tapioca ("bola de masa fresca todavía húmeda, o de
polvo de tapioca, pasada por la urupema a fín de formar grumos que por la
acción del calor se unen debido al glúten que contiene 1a masa") o beyú afu,
"redondo, hecho de la misma masa que el beyú ticanga y cocido al horno";
el beijucica, "hecho de una masa de macaxeira con grumos bien finos"; o de
tapioca, "hecho de tapioca humedecida de manera que caiga en la tJrupema
en grumos pequeños y, cuando están listos, enrollarlos sobre s{ mismos y
después ponerles mantequilla en la cara externa"; el beyú seco, "hecho de
masa de mandioca suave y seca (ticanga) al sol"; el caribé, "el beyú afu
puesto a remojar y reducido a una masa a la que se agrega más masa, ca-
liente o fría, formando una especie de natilla, más o menos rala, según el
gusto", natilla que se toma por la mañana con agua tibia y en el transcurso
del día con agua fría; el curadá, "beyú grande y bastante espeso, hecho de
tapioca humedecida, de grumos mayores que el enrollado y que lleva nuez
cruda picada. 106 Toda esta comida de indios fue adoptada por el brasileño
del extremo norte.
No solamente en relación al beyú, sino a todo cuanto es comida indí-
gena, la Amawnia es el área de cultura brasileña má5 impregnada de la in-
fluencia cabocla. Lo que allá se come aún tiene el sabor a selva, está en-
vuelto en hoja de palmera o de bananero; lleva castaña de cajú,- se prepara
en calabacino; está espolvoreado con pufanga hecha de hojas de curumikaá.
135
torradas. Y los nombres son también indígenas, con un no sé qué de ex-
tranjero a simple vista. Pero nada más que a simple vista. Platos y nombres
de platos indígenas, se deshacen familiarmente en la boca del brasileño: un
placer de viejos conocidos desvanece la primera impresión de exotismo. Es
entonces cuando sentimos lo mucho que nos quedó de genuinamente agreste
en el paladar y en el ritmo del idioma; lo mucho que nos quedó de nuestros
antepasados tupís y tapuyas.
La culinaria nacional se empobrecería, afectada profundamente su indi-
vidualidad, si se acabase con los manjares de origen indígena. Ellos comuni-
can un sabor a la alimentación brasileña que ni los platos de origen lusitano,
ni los de procedencia africana podrían substituir jamás. Pero debe desta-
carse que fue en las cocinas de las casas-grandes donde muchos de esos pla-
tos perdieron su rango regional, su esclusivismo caboclo, para abrasileñarse.
En el extremo norte, se hace aún de mandioca una comida indígena lla-
mada macapatá: un bollo hecho de pasta y mandioca blanda que "después
de exprimida en el tipity -dice Araujo Lima-, amasada con grasa de
tortuga y con trozos de castaña verde, y de estirada en pequeñas porciones
oblongas, envueltas en hoja de bananero, es asada en el rescoldo''. Se pre-
para, además, una bebida, el tarnbá, de beyús que luego de ser ligeramente
sumergidos en el agua de manera que queden solamente humedecidos, son
colocados, uno a uno, sobre hojas de curumikáa en "una cama de hojas de
bananero extendidas en la "casa de fariña" o en la cocina", siendo entonces
espolvoreado con pu,anga y cubierto con hoja de curumi. Se cubren luego
todos los beyús con hojas de curumi y de bananero, y así se dejan estar du-
rante tres días, cuando de ellos comienza a escurrir una especie de melaza.
Se deshace entonces toda la masa en agua, se pasa por la urupema y se deja
reposar. Está así lista una deliciosa bebida que tomada con exceso embriaga.
Tiene un suave perfume este tarubá.
La hoja del banano de Santo Tomé, de uso frecuente en el noreste para
envolver productos de coco, de mandioca, de arroz y de maíz, acaso res-
ponda a la invasión africana, contagio del complejo negro del banano. Es
verdad que no faltaba a los indígenas el banano: caáguassú o pacoba soro-
roca; pero es dudoso que entre ellos el complejo del banano hubiese alcan-
zado el mismo desarrollo que entre los africanos, quienes daban a la banana
y a la hoja del bananero una vasta aplicación.
En la tapioca de coco, llamada mojada, extendida en hoja de bananero
africano, espolvoreada de canela, temperada con sal, se advierte la amalga-
ma verdaderamente brasileña de tradiciones culinarias: la mandioca indíge-
na, el coco asiático, la sal europea, confraternizando en un solo y delicioso
manjar sobre la misma cama africana de hoja de banano. Creemos, por lo
demás, que sea el noreste, esto es, la zona de influencia pernambucana y, más
hacia el norte, Marañón, los dos puntos más intensos de esa confraternidad
de cultura, confraternidad materializada en la culinaria y sutilizada en otras
esferas donde más difícil se vuelve el discernimiento o la diferenciación
136
socio-
por los estudios de psicología social, de etnografía, de folklore y de
logía.
no
La massoca, de la que se preparan varios bollos, además del caribé,
rarse su uso general izado en el norte
se restringe al Amazonas: puede conside
y la
y en el centro del Brasil, aunque menos que el mingau, la mazamorra
l de la aliment ación bra-
muqueca. Estos se incorporaron al sistema naciona
así decirlo , origina les
sileña inmediatamente después de los productos, por
ca. La massoc a
o rudos: el ñame, el maíz, la papa, el cacao, el maní, la mandio
contun dida
es la masa de mandioca pasada por el tipity y, después de bien
cierta
en el pilón y secada al sol, es colocada en la cesta y ésta colgada a
altura del fuego usual a fin de mantener la masa siempre seca.
da
Del maíz preparaba la india, además de la harina (abatí-cuí}, emplea
de
hoy en 1a preparación de diversos bollos, la acani;ic, que con el nombre
canjica, se convirtió en uno de los grandes platos nacionales del
Brasil; la
espata
pamuna, hoy pamonha, envuelta después de preparada en la propia
Teodor o Sam-
verde que envuelve la mazorca del maíz: la pipoca, que, según
fermen ta-
paio, quiere decir "epidermis reventada", y además, una bebida
101
da, el cauim.
la
Del pescado o de la carne picada y mezclada con fariña preparaba
el pirá-cuí (ha-
pa~oka o passoca, muy usada todavía hoy en el norte; hacían
de ex-
rina de pescado), hecha de pescado desmenuzado a mano después
traérsele las espinas, torrado en el horno, pisado y colocado en la cesta.
Pero el proceso más característico de la preparación, por la india, del pes-
de
cado o de la carne de caza, era el mokaen , que quedó bajo el nombre
"o mejor so-
moquén , esto es, el pescado o la carne asada sobre las brasas, 108
bre una parrilla de madera ", aclara Teodor o Sampai o.
la
Como en el caso de la mandioca, en el del pescado es la Amazonia
las tradicio -
7.0na de cultura brasileña en donde se conserva más próxima a
un lugar impor-
nes indígenas. En la culinaria amazónica, el pirarucú ocupa
-
tantísimo, y a renglón seguido la tortuga, que sólo ella entraña un comple
ú hace las veces
jo. Para las poblaciones rurales del extremo norte, el piraruc
secado
del bacalao o del charque: "Es aprovechado en conserva, o salado y
al sol, en mantas, para resistir mucho más tiempo y ser exporta do".
Otros peces de mucho uso en la Amazonia son el tucunaré y el tamba-
indíge-
qui, aprovechado este último por el proceso tan característicamente
, puesto que puede
na de la míxira, que no se cierne tan sólo al pescado
grasa, a fuego
prepararse con carne. Pescado o carne asada en su propia
o pescado ,
lento, y luego cortada en pedazos. Preparada así la carne de caza
das .. Anti-
es conservada en su propia grasa y encerrada en vasijas apropia
os
guamente, los indígenas lo hacían en potes de barro cocido. Hoy -dícen
. La mixira se prepara con
Araujo Lima- en tarros cilíndricos de hojalata 109
pez-buey, tortuga , tambaq ui, tapir, etcétera .
137
Hay, sin embargo, un procedimiento indígena para preparar
el pesca-
do, que se generalizó en todo el Brasil: el de la pokeka --de
que por co-
rrupción se hizo moqueca, según informa Sampaio en su vocabu
lario geo-
gráfico brasil eño- y que significa "envol torio". Envoltorio de
pescado, en
hojas. Moqueca es el pescado asado en el rescoldo, envuelto
en hojas de
banano. La moqueca más apreciada es la que se hace con pescad
o joven,
aún transparente, pequeñito: pescado bebé. En Bahía y en Pernam
buco, la
pokeka se africanizó o, más bien, se abrasileñó deliciosamente
en moqueca
en las cocinas de las casas-grandes.
La tortuga, como hemos dicho, constituye ella sola un compl
ejo de los
varios que el indígena trasmitió al sistema dietético brasileño.
De ella, en
el extremo norte, se prepara una diversidad de platos apetito
sos y deli-
cados, a cual más elogiado por los gourmets; a cual más sabros
o. Uno de
ellos es el arabú, hecho con yemas de huevos de tortuga o de traca¡á
y fariña.
Otro -éste más delica do- es el abuná: huevos de tortuga
o de traca;á
"asados antes de su completa gestación -dice Araujo Lima
- teniendo la
tortugujta o traca¡á cierta porción de yema unida al pecho".
El abuñá se
come con sal y fariña. Y también hay el mu;angué, un puré que
se prepara
con las yemas de los huevos de tortuga o traca¡á y harina de
mandioca, en-
sopada de agua. Algunos europeizan este pirón añadiéndole
sal o azúcar.
Hay, además, la paxicá, un picadillo de hígado de tortuga,
condimentado
con sal, limón y malagueta.
Es conocido el abuso que los indígenas hacían del ají picante,
abuso que
se prolonga en la culinaria brasileña de hoy. no En el extrem
o norte existe
el ¡uquytaia, un condimento híbrido hecho de malagueta y sal.
Después de
seca la malagueta en su propia rama cortada de la planta y
colgada en la
cocina, es pasada por el horno y luego por el pilón para ser molida
con sal.
El complejo del pimiento se difundió en el Brasil por influen
cia de la culi-
naria africana, más amiga aún que la indígena de los picante
s y excitantes
del paladar. Es la cocina afro-babiana la que más se distingue
por el abuso
del ají. Pero el indígena no lo desdeñaba, como no desdeñaba
el pijericú o
pichurim, el ceutí y, para suplir la sal, la ceniza.
Sigaud atribuye al uso inmoderado del jengibre, la pimienta
y el ceutí,
los frecuentes ataques de disentería entre los indios brasileños,
ataques de
que nos hablan las relaciones de los padres jesuitas: Les indien
s doiven t a
l'usage inmoderé du gengibre, du pimen t et du limon, de fréque
ntes attaques
de dysentérie.
Peckolt destaca el hecho de que el maíz ha sido el único cereal
encon-
trado por los europeos en el Brasil, y menciona los demás alimen
tos vegeta-
les de los aborígenes de que luego se valieron los extranjeros:
la mandioca,
la batata, el cará, el piñón, el cacao, el maní. Con relación a
las legumbres
1.38
verdes, la tierra era parca, y, a las pocas que había, los indígenas no les da-
ban importancia. "Las legumbres verdes eran poco buscadas por los indios;
sin embargo, las mujeres recogían para fines alimenticios ciertas plantas sil-
vestres, corno el carurú, de varias cualidades, la serralha, pero principalmen-
111
te el palmito, que, tanto crudo como cocido, era alimento predilecto".
En cuanto a frutas, la tierra descubierta por Alvarez Cabra} era en ver-
dad abundantísima; pero que hubiese sido trasmitido- por los indígenas a
los europeos, puede mencionarse tan sólo el cultivo del mamón y del112arazá.
Del indio se trasmitió igualmente al europeo el complejo del ca;ú, con
una serie de aplicaciones medicin ales y culinarias destacándose, sin embar-
go, su empleo en la elaboración de una excelente bebida vinosa, hoy carac-
terísticamente brasileña.
Larga sería la lista de plantas y hierbas medicinales de conocimiento y
uso de los indios: de ellos más habría aprovechado la cultura brasileña, si
mejores hubiesen sido las relaciones entre los primeros misioneros y los
payés y curanderos indígenas. Aún así, los padres jesuitas " ... des le prín-
cipe de leurs établissements s'appliquérent arecueillir, a étudier les produc-
tions locales, et a /aire leur profit des connaissances et des observation in-
dígenes", escribe Sigaud. Pero añade el hombre de ciencia francés a quien
tanto debe la medicina brasileña: Du mélange des practiques indigenes et
des formules copiées des livres de médicine européens, nacquit une thé-
rapeutique informe, grossiere, extravagante qui se transmit par traditíon
dans les classes des cultivateurs de sucre et de coton et gardiens de tropeaux
dans les montagnes ou "sert6e"; et ce mélange primitif, altéré par les ar-
canes des negres venus de Guinée et d'Angola, fut des lors le partage ex-
clusif des hommes qui s'intitulerent médecins du peuple ou guérisseurs".
"Señor de ingenio" de la especie mencionada por Sigaud, dado a curar
enfermos por medio de esa terapéutica híbrida, grosera, pero, a veces, de
mejores resultados que la europea y académica, era Gabriel Soares de Souza.
Su Roteiro está repleto de recetas recogidas de los indios: carímá, desleída
en agua para niños que tienen lombrices o para individuos con síntomas de
envenenamiento (una cosa y otra están bien demostradas tanto por los indios
como por los portugueses, añade); maíz cocido para los enfermos de bouba
(linfogranuloma); zumo de cajú, por la mañana, en ayunas, para la "conser-
vación del estómago", higiene de la boca ("y comunica buen aliento, a quien
lo come por la mañana", dice aun Gabriel Soares, acerca del caiú); emplas-
tos de almacega, para "soldar carne quebrada"; tabaco para "mal do sesso"
y, sorbido su humo por un canuto de paja encendido en el extremo -abuel o
indígena del cachimbo--, excelente "para todo individuo que se embriaga
de vino''. En posesión de tan preciosos conocimientos, Gabriel Soares y los
demás "señores de ingenio" no veían la necesidad de cirujanos en Bahía,
139
''porque cada uno 10 es en su casa". Una página entera de su Roteiro
con-
sagr6 al maní, o manduví, producto que los indígenas, no a tontas,
cogían
por el monte: " ... en la cual planta y beneficio de ella no interviene
hom-
bre, pues solamente las indias acostumbran a plantarla [ ... J". 113
Otros conocimientos útiles a la actividad o a la economía doméstica
se
trasmitieron .de la cultura vegetal del indígena a la civilización del coloniz
a-
dor europeo, que los conservó o desarrolló, adaptándolos a sus necesid
ades.
El conocimiento de varias fibras aptas para tejeduría o trenzado: el algodón
,
el tucúm, el caraguatá salvaje; el de la peipefaba, para hacer escobas
; el de
la calabaza, sembrada por el indígena, especialmente para servirse de
la cor-
teza como vasija para cargar agua y guardar fariña a guisa de gamella
y pa-
rece que hasta para urinal; el del método de curar el zapallo por medio
del
humo para que se conserve todo el año; el conocimiento de varias madera
s
y otros elementos vegetales de construcción, como el bejuco, el timb6
y la
totora o la hoja del coqueto ·empleada durante mucho tiempo para
el te-
chado de las casas; el de animales, aves, peces, mariscos, etcétera, valioso
s
para la alimentación, prestándose al mismo tiempo sus cascos, plumas
, pie-
les, lanilla o cuero a varios fines útiles a la vida íntima y diaria de la
fami-
lia colonial: para cuencos, abrigo, relleno de almohadas, colchones, hamaca
s;
el del junco, material excelente para esteras; el de tintas de varios colores
empleadas luego en el blanqueo de las casas, en el teñido de telas,
en la
pintura del rostro de las mujeres, en la fabricación de tintas para escribir
;
el blanco de la tabatinga, el encarnado del araribá, del palo brasil y del
uru-
cú; el negro del genipapo, el amarillo del tatajuba; el conocimiento
de go-
mas y resinas diversas, prestándose para encolar papeles, cerrar cartas
a la
manera de lacre, etcétera.
Si en la utilización, aprovechamiento o adaptación de todo este mate-
rial de cultura indígena entró, las más de las veces, la inteligencia
o la
técnica del europeo con función casi creadora o por lo menos transmutadora_
en otras lo que ocurrió foe una mera transmisión de los valores o conoci-
miento de una cultura a otra, de la nativa a la del extranjero.
Varios de esos procesos y conocimientos -vale la pena acentuarlo una
vez más- los recibió el colonizador europeo de manos de la mujer,
ele-
mento más productor que el hombre en las culturas primitivas. De ella
tam-
bién se trasmitieron a la organización de la familia brasileña valioso
s mé-
todos de higiene infantil y doméstica que merecen ser destacados. Para
eso
se hace menester esbozar en rasgos generales, no solamente la pedago
gía
sino también la vida del niño entre los indígenas. Del niño, destaca
remos
más adelante el papel que representó entonces, sino dramático, decisiv
o, de
contacto entre las dos culturas, la europea y la indígena, ya como vehícul
o
civilizador del misionero católico ante el salvaje, ya como el conduc
to por
donde se escurrió una preciosa parte de la cultura aborigen, de las toldería
~
140
a las misiones, y de éstas a la vida en general de la gente colonizadora. Para
las mismas casas-grandes patriarcales.
Lejos estaba el curumí * de ser el niño libre que imaginara Rousseau,
criado sin miedo ni suoersticiones. Tanto como entre los civilizados, encon-
traremos en torno a l~s salvajes numerosas supersticiones, unas profilácti-
cas, correspondiendo a temores de parte de los padres, de espíritus o in-
fluencias maléficas, otras pedagógicas, tendientes a orientarlo en el sentido
del comportamiento tradicional de la tribu o someterlo indirectamente a la
autoridad de los mayores.
Frank Oarence Spencer, a quien se debe uno de los estudios más inte-
resantes sobre la pedagogía amerindia -Education of the Pueblo Child-,
destaca que la vida primitiva, no sólo en América sino en general, no es la
dulce e idílica que imaginaron los europeos del siglo XVIII, ni "the dogged,
sullen subjection described by some late writers", y sí un medio término:
"They are in constant subjection to their superstitious fears, and yet they
are generally joyful and happy". 114
El mismo investigador fue a encontrar entre los Pueblo una danza des-
tinada especialmente a infundir el temor a los niños y comunicarles senti-
mientos de obediencia y respeto a los más viejos. Los personajes de la dan-
za eran como unos cucos o terribles figuras de otro mundo, bajados a éste
para devorar o llevarse a los niños malos.
Stevenson nos informa acerca de una danza semejante entre los zuñi,
macabra ésta, que termina con el sacrificio de una criatura escogida entre
los de peor comportamiento de la tribu, pero que se realizaba con interva-
los de largos años. 11 ~ El fin moral o pedagógico, de influir, por el miedo
o por el ejemplo del castigo tremendo, sobre la conducta del niño.
El hoy clásico trabajo de Alexander Francis Chamberlain acerca del niño
116
en las culturas primitivas y en el folklore de las culturas históricas, in-
dica que el cuco es el complejo generalizado entre todas ellas; y casi siem-
pre, por lo que se puede entender, con el fin moralizador o pedagógico. En-
tre los antiguos hebreos era el Libith, monstruo despeinado y horrendo que
volaba de noche en busca de los niños. Y entre los griegos, robaban a los
niños unas viejas feísimas, las Strígalai. Entre los romanos, la Caprimulgus
salía de noche a buscar leche de cabra y a comerse los niños (tal vez la abue-
la remota de la cabra, cabriola), mientras de día dominaba, en los campos,
el espírit:i malo de la floresta, Silvanus. Entre los rusos es un cuco, terrible
como todo lo ruso, que a media noche viene a robar los niños en pleno
sueño. Entre los alemanes, es el Papenz. Entre escoceses e ingleses, el Boo
Man, el Bogle Man. Chamberlain y los primeros cronistas del Canadá ha-
blan de un terrible monstruo terror de los niños entre los aborígenes. Entre
los mayas había la creencia en los gigantes que de noche venían a robarse
a los niños, los balams o rnlcalkin. Entre los indios Gualala, de California,
141
Power encontró danzas del diablo, que comparó a las harberfeld treiber de
Bavaria, institución para amedrentar a las mujeres y a los niños y man-
tenerlos ordenados. Eran danzas en que aparecía una figura horrenda, "an
ugly apparition": una piel de oso en la cabeza, en la espalda un manto de
plumas y el pecho listado como una cebra. 117
Danzas semejantes -<le diablo (]urupa ry)- las había entre los indíge-
nas del Brasil, y con la misma tendencia a amedrentar mujeres y niños con-
servándolos en el buen orden. Entre los amerindios de esta parte de América,
las máscaras de las danzas desempeñaban una función importante. Koch-
Grünberg destaca que eran conservadas como cosa sagrada y que su miste-
rioso poder se trasmitía al bailarín. Eran máscaras que imitaban animales
demoníacos, en los cuales suponía el salvaje que los muertos se transforma-
ban, y su eficacia máxima era aumentada por el hecho de ser humanos o de
origen animal muchos de los materiales que entraban en su composición:
cabello humano, pelo de animal, pluma de aves, etc. A su vez, el danzarín
debía imitar los movimientos y las voces del animal demoníaco, tal como
en las danzas descriptas por los primeros cronistas. Y como las máscaras,
los instrumentos sagrados eran igualmente considerados llenos de poder
misterioso.
Los jesuitas conservaron las danzas indígenas infantiles, haciendo entrar
en ellas una figura cómica del diablo, evidentemente con el propósito de
desprestigiar con el ridículo el complejo de Jurupary. El padre Catdim hace
referencia a una de esas danzas. Menoscabados los Jurupary, las máscaras y
las maracas sagradas, quedaba destruido entre los indios uno de sus medios
más arraigados de control social, y victorioso, hasta un cierto punto, el cris-
tianismo. Sobrevivió, mientras tanto, en los descendientes de los indígenas
un residuo de todo aquel animismo y totemismo: Bajo formas católicas su-
perficialmente adoptadas, se prolongaron hasta hoy aquellas tendencias to-
témicas en la cultura brasileña. Son supervivencias fáciles de identificar,
una vez raspado el barniz disimulador o simulador europeo, y donde mu-
chas se denuncian es en los juegos y entretenimientos infantiles con imita-
ción de animales, verdaderos o vagos, imaginarios, demoníacos. De la mis-
ma manera ocurre con las historias y cuentos de "bichos", de un encanto
especial para el niño brasileño. ·Por una especie de memoria social, como
si fuera heredada, el brasileño, sobre todo en su infancia, cuando más ins-
tintivo y menos intelectualizado por la educación europea, se siente extra-
ñamente próximo de la selva viva, poblada de animales y de monstruos,
que conoce por los nombres indígenas y, en gran parte, a través de las ex-
periencias y supersticiones de los indios. 118 Es un interés casi instintivo
el que el niño brasileño de hoy siente por los animales temibles, semejante
al que aún experimenta el niño europeo por las historias del lobo y del oso,
si bien mucho más vivo y fuerte, mucho más poderoso y avasallador en su
mezcla de temor y fascinación, aunque en esencia más vago. El miedo del
niño brasileño no es tanto de ningún animal en particular, como lo es del
142
"bicho", que no se sabe bien cuál sea, especie de síntesis de la ignorancia
del brasileño tanto de la fauna como de la flora de su país. Un "bicho"
mítico, horroroso, indefinible, tal vez el carrapatú.
Todavía hoy se duerme a los niños del norte:
143
más frecuente fuere la cornunicaci6n entre las dos subculturas del elemento
que, por más instintivo y menos intelectualizado, conserva en su analfabe-
tismo mayor número de conocimientos indígenas de la flora y la fauna, re-
cibirá el otro, más europeo en cultura, un contingente o capa riquísima en
valores nativos todavía sin función viva y creadora en el sistema social del
Brasil.
•Volvamos a la infancia del salvaje, que, recalcamos, está rodeada desde
_la cuna, esto es, desde la hamaca o la típoia, de supersticiones y anímales
monstruosos. La tipoia --el niño cargado a la espalda de la madre, sujeto
por una faja de tela- es un rasgo perdido ya de las costumbres brasileñas.
Por lo demás, se explicaba tan sólo por las actividades extra-domésticas
de la madre india. Con el complejo de la hamaca se impuso la costumbre
de la hamaca-cuna, que también va desapareciendo de las tradiciones del
norte. Mucho norteño de ilustre abolengo de nuestros días ha debido ser
criado en hamaca, mecida por la madre o por el ama negra; i:n muchas ve-
ces, de pequeño, se habrá adormecido oyendo el chirrido melancólico del
punho * de la hamaca. Cardim observó que los indios asociaban al punho
de la hamaca las primeras ceremonias en torno al nacimiento del hijo: allí
colgaban, en caso de ser varón el recién nacido, junto con el arco y las fle-
chas, un "manojo de hierba". Todo ello simbólico, o si se quiere, profilác-
tico. A través de la infancia, proseguían las medidas de profilaxis del niño
contra las influencias malignas: " ... tienen mucho agüero, porque le ponen
algodón sobre la cabeza, plumas de aves y palos, le echan sobre las palmas
de las manos, rozándolos con ellos para que crezcan". 122
Le pintaban, además, el cuerpo con urucú o genipapo; los labios, el
septum, las orejas, perforadas; barbotes, husos, plumas atravesadas en esos
orificios; dientes de animales colgados del cuello. Todo ello para desfigurar,
mutilar al niño, con el fin de tornarlo repulsivo a los espíritus malos, pre-
servándolo del mal de ojo y de las malas influencias.
Algunas de esas preocupaciones profilácticas, disimuladas a veces, o
confundidas con motivos decorativos, subsisten aún en torno del niño brasi-
leño. Es común, en el norte, ver niños llenos de dijes colgados al cuello:
dientes de animales, amuletos de madera o de oro, escapularios y medallas
católicas, mechones de cabellos. Como es común la costumbre, entre las fa-
milias más fervorosamente católicas del norte y del centro del Brasil, de.
ofrendar mechones o la cabellera del niño, cuando éste ha alcanzado la edad
de cortársela al ras, a la imagen del Señor dos Passos, o del Señor Muerto,
supervivencia tal vez de aquel temor amerindio de brujería o de magia.
¿Qué mejor medio de evitar semejante riesgo que ofrendar al propio Jesús
el cabello del niño?
144
La idealización de que fueran objeto los niños, hijos de los indios, en
los primeros tiempos de la catequesis y de la colonización --época precisa-
mente de eleva<la mortalidad infantil, como se desprende de las propias cró-
nicas jesuítica s-, 123 adquirió muchas veces un carácter un tanto mórbido,
como resultado acaso de la identificación del niño con el ángel católico. La
muerte del niño pasó a ser recibida casi con alegría, por lo menos sin ho-
rror. De semejante actitud subsiste la influencia en nuestras costumbres.
Todavía hoy, entre sertaneros y lugareños, y hasta entre la gente pobre de
las ciudades del norte, el entierro de una criatura, o de un "angelito" -co-
mo generalmente se dice-, contrasta con la sombría tristeza de los entierros
de gente mayor.
En la época de la catequesis, los jesuitas, tal vez con el propósito de
atenuar entre los indios el mal efecto de la mortali<lad infantil que siguió
al contacto o relación en condiciones dísgénicas entre las dos razas, hicie-
ron de todo para adornar o embellecer la muerte del niño. No era un pe-
cador el que moría, sino un ángel inocente que Nuestro Señor llamaba junto
a sí. La historia que narra Montoya es típica de aquel ambiente mórbido
que se creó por la excesiva idealización del niño. Un niño, hijo de un her-
mano del Rosario, sintió envidia al ver el entierro de un compañero suyo,
"su cuerpo, de acuerdo a la costumbre, estaba adornado de flores, y en la
cabeza le habían colocado una corona de las más lindas flores". Por eso,
desde aquel momento, pedía a su padre su propia muerte diciéndole: "¡Dé-
jeme morir, padre!" Y se ponía como el cuerpo de su compañero fallecido,
al que había visto, y así se quedaba estirado en el suelo. El padre, habiendo
oído tantas veces el discurso de su hijo, así le dijo un día: "Hijo, sí Dios
quiere que tú mueras, su voluntad sea hecha". Oyendo estas palabras de su
padre, el niño le respondió: "Está bien, padre. Voy a morir ahora". Fue a
124
acostarse en la cama, y sin padecer enfermedad alguna, murió.
La madre salvaje acunaba al hijo acostado en la hamaca. Roquette Pinto
consiguió recoger de los indios parecís esta cantilena:
145
en reciente estudio sobre tribus del norte brasileño. 121 Figura
s "en for-
mas muy simplificadas, generalmente desprovistas de extrem
idades y hasta
de cabezas, pero con la indicación de los tatuajes en su parte
superi or".
Nordenskiüld atribuye esa extrema simplificación de las
muñecas de
barro de los indígenas del Pikom ayo "a la preocupación de
hacerlas menos
quebradizas en manos de los niños". Lo que parece, sin embar
go, es que
esas figuras no serían meros juguetes. O mejor dicho, que a
los juguetes de
los niños se extendía insensiblemente el animismo o totemi
smo, la magia
sexual.
En las muñecas de barro de los indios carayá, en el río Aragua
ya, Emi-
lio Goeldi fue a encontrar reminiscencias de los "ídolos falimo
rfos" de barro
cocido, como se encuentran en las necrópolis de los indios que
otrora habi-
taron la foz del Amazonas. 128
La tradición indígena de las muñecas de barro no se comun
icó a la cul-
tura brasileña. La muñeca dominante tornóse la de trapo,
de origen posi-
blemente africano. Pero el placer del niño por los juguetes
de figura de
animales es todavía un rasgo característico de la cultura brasile
ña, aunqu e
vaya desapareciendo con la vulgarización de esa industria por
los modelos
americanos y alemán: juguetes mecánicos. No obstante, en
nuestras ferias
del interior se encuentran aún interesantes juguetes con figuras
de anima-
les, especialmente de monos, escarabajos, tortugas, lagartijas,
sapos. Y con-
viene no olvidar la costumbre de las criaturas indígenas, de
servirse de las
°
aves domésticas como muñecas. 12 Cazar pájaros por el proces
o indígena
del bodoque o la cimbra con rodajas de banana, y criarlos despué
s, mansos,
tan mansos que no rehuyen la mllno, es hábito del niño brasile
ño de hoy.
En su lnformar,:ao da Missáo do Padre Christoviio de Gouvea as Partes
do
Brasil, Anno 83, dice el padre Cardim que los niños entre los
indios tenían
"muchos juegos a su modo". Pero con precisión no describe
ninguno. Obser-
va, eso sí, que los indiecitos jugaban "con mucho más conten
to y alegría que
los niños portugueses". Y da un:i idea general de tales juegos
: "en esos jue-
gos imitan a diversos pájaros, víboras y otros animales; los
juegos son muy
graciosos, recreativos; no hay entre ellos desavenencias, ni
riñas; no se les
oyen burlas o malas palabras". No nos habla, acaso por su pudor
de misio-
nero, de juegos eróticos que, quizá, hubiese entre los niños
y adolescentes
del Brasil, como los observados en la Melanesia por el profes
or Malinows-
ky. 130 A juzgar por .las "canciones lascivas" a que aluden
varios de los
primeros misioneros, canciones que el padre Anchieta dióse la
tarea de subs-
tituir por himnos a la Virgen y canciones devotas, es de
presumir que
aquéllas existiesen entre los indígenas del Brasil. Se encuen
tran asimismo,
en Cardim, referencias a juegos practicados por los niños indígen
as dentro
del agua en los ríos: " ... los nifos de la aldea hicieron alguna
s celadas en
el río, las cuales hacían a nado, cruzando ciertos lugares en
medio de gran-
des gritos y rugidos, y hacían otros juegos y diversiones en
el agua, a su
modo, muy graciosos, unas veces desde la canoa, otras zambu
llendo por
146
debajo y saliendo a tierra, y con las manos levantadas decían: "¡Bendito sea
Jesucristo!" e iban a recibir la bendición del padre [ ... ] ". •
Se a<lviertc en las diversiones de los niños referidas por el padre Car-
<lim, como en las danzas de magia de guerra y de amor de la gente adulta,
la tendencia de los salvajes americanos de mezclar a su· vida la vida de los
anímales. Sus demonios tienen cabeza de animales y así son representados
en las máscaras de danza. Sus canturreas simulan voces de animales; sus
danzas imitan sus movimientos; sus cuencos y potes repiten sus formas.
De la tradición indígena quedó en el brasileño el placer por los juegos
y diversiones infantiles consistentes en remedo de animales. El propio jue-
go de azar llamado do bicho, tan popular en el Brasil, encuentra base para
tamaña popularidad en el residuo animista y totémico de cultura amerindia,
reforzada más tarde por la africana.
131
Hay, sin embargo, una contribu-
ción más positiva todavía del niño amerindio a los juegos infantiles y depor-
tivos europeos: la de la pelota de goma usada por él en un juego de cabe-
zada. Este juego lo practicaban los indios con una bola, probablemente re-
vestida de caucho, que a los primeros europeos pareció de una madera muy
liviana: despedida con la espalda, a veces echándose de bruces para hacerlo.
Juego evidentemente del mismo estilo del matanaaríti, que el general Cán-
dido Rondón encontró entre los parecís, siendo que esta pelota -informa
Roquette Pinto en su Rondonia - está hecha del latex de mangabeira, y la
manera de jugar, a cabezadas. Poco después del descubrimiento de América,
lo vio jugar por niños salvajes, en Sevilla -punto de influencia de las no-
vedades americanas en los siglos XVI y XVII, en virtud de su Casa de Con-
tratación- , el embajador de Venecia ante Carlos V de España, el cual nos
informa que la tal pelota era del tamaño de un melón: " ... tamaño como
de un melocotón, o mayor, y no lo rebatían con las manos ni con los pies,
sino con los costados, lo que hacían con tal destreza que causaba maravilla
verlo; a veces se tendían casi en el suelo para rebatir la pelota, y todo lo
hacían con gran presteza". Los jugadores que el embajador viera en Sevilla
pertenecían a un grupo de chiquillos salvajes llevados de las Indias a Es-
paña por un fraile. 132
De los juegos y danzas de los salvajes del Brasil, algunos tenían, eviden-
temente, un sentido pedagógico, siendo de notar la "calma y la amistad",
en otras palabras, el fair play, que el padre Cardim tanto .admiró en los
caboclos brasileños de 1500. Na<la de malas palabras o pullas de un_ juga-
dor a otro. Nada de "poner nombres a los padres y madres". Y es posible,
para fijar bien el contraste de aquel proceder con el de los niños europeos,
que exagere el misionero: " ... raras veces, cuando juegan, se desconciertan
o desavienen por nada, y raras veces se trenzan los unos con los otros,
ni pelean". l~ 3
Muy temprano los indiecitos aprendían a danzar y a cantar. El citado
padre Cardim hace la descripción de varias danzas exclusivamente infanti-
les. Algunas fueron adoptadas por los misioneros de la Compañía en su
147
sistema de educación y catequesis. La más común fue tal vez la sairé,
des-
cripta por el padre Juan Daniel. 134
Del niño indígena puede generalizarse que crecía libre de castigos
cor-
porales y de disciplina paterna o materna. Mientras tanto, su niñez
no de-
jaba de seguir una especie de liturgia o ritual, como por lo demás
toda la
vida del primitivo. Al llegar a la pubertad le cortaban el cabello, de
la ma-
nera que fray Vicente del Salvador describe como cabellera de fraile.
Tam-
bién a la niña le cortaban el pelo en la misma forma. La segregación del
niño,
una vez alcanzada la pubertad, en los clubs o casas secretas de los hombre
s,
llamadas baito entre las tribus del Brasil central, respondía posiblemente
al
propósito de asegurar al sexo masculino el dominio sobre el femenin
o: edu-
car al adolescente para ejercer ese dominio. Esas casas eran vedada
s a las
mujeres -salvo las viejas, masculinizadas por la edad- y a los niños,
antes
de iniciados. En ellas se guardaban los pífanos y las maracas que mujer
al-
guna debía mirar, ni siquiera desde lejos: signo seguro de muerte. Durant
e
la segregación, el niño aprendía a tratar a la mujer, a sentirse superio
r a
ella; a abrirse en intimidad, no con la madre ni con mujer alguna, sino
con
el padre y con los amigos. Las afinidades que se exaltaban eran las fraterna
s,
de hombre a hombre, las de afecto viril. De lo que resultaba un ambien
te
propicio a la homosexualidad.
Las pruebas de iniciación eran las más severas y rudas. Algunas tan bár-
baras que el iniciado no las soportaba y sucumbía a consecuencia del
exce-
sivo rigor. Ya nos hemos referido a la flagelación, al tatuaje, a la perfora
-
ción del septo, de los labios y de las orejas. Otras de las pruebas
usuales
eran las de arrancar dientes y Je limarlos, habiendo quedado de
éstos y
del tatuaje reminiscencias entre los lugareños del noreste y los pescado
res.
Según Webster, en su hoy clásico trabajo Primitive Secret Societies,
en
esas organizaciones secretas de los primitivos se procesaba una verdade
ra
educación moral y técnica del niño, su preparación para las respons
abilida-
des y privilegios de hombre. Así se le iniciaba en los misterios más
sutiles
de la técnica de la construcción, de la caza, la pesca, la guerra, el
canto,
la música, en todo lo que de magia y de religión le tocase al lego aprend
er.
Así, al contacto con los más viejos se impregnaba de las tradiciones
de la
tribu. Era un proceso rápido más intenso de la educación, el adoctrinamien
to
y la enseñanza actuando sobre tiernos novicios en estado de extrem
a sen-
sitividad, conseguida a base de ayunos, vigilias y privaciones.
De modo que, no habiendo castigos corporales ni disciplinarios de
pa-
dre y madre entre los indígenas del Brasil -de lo que tanto se sorpren
die-
ron los primeros cronis tas-, había mientras tanto esa severa discipli
na a
cargo, principalmente, de los viejos. Cuenta el padre Juan Daniel de
otro
misionero conocido suyo que, mandando un día en seguida de amanec
er a
indagar acerca de unos gritos de niño que oyera a medianoche, supo
que
era "F., que durante toda la noche se pasó aplicando golpes y malos
tratos
a su sobrino, a fin de hacerlo valiente, animoso y esforzado". m
De lo
148
que el niño salvaje estaba libre, era del tirón de orejas o del coscorr6n dis•
dplinario. Hasta "errores y crímenes", observó fray Vicente del Salvador,
136 Y Soares de Souza escribe de
quedaban impunes entre los indígenas.
los tupinambás, en su Roteiro: " ... los tupinambás no aplican a sus hijos
ningún castigo, ni los adoctrinan, ni los reprenden por cosa alguna que ha•
gan". Eran, mientras tanto, golpeados y hasta flagelados -y a veces aun
los grandes-, pero entre sí, los unos a los otros, con fines pedagógicos y de
profilaxis contra los malos espíritus, como ya hemos anotado. Porque pose-
yesen ya el complejo de la flagelación, fácil les fue adaptarse al de la pení•
tencia, introducido por los misioneros, y en el cual desde los primeros tiem-
pos se hicieron notar. Cardim registra el placer con que los nativos cum-
plían las penitencias católicas.
Zurrar al individuo hasta sangrarle, o rasgarlo con agudo diente de ani-
mal, era para el primitivo un proceso de purificación y de exorcismo, apli-
cado con singular vigor al niño o a la niña al iniciarse la pubertad.
Otro tanto puede decirse, según Rafael Karsten, de violentos ejercicios
físicos: danzas, lucha de cuerpo, carrera, queda de brazo, capaces de provo-
car abundante transpiración. Por el sudor, como por la sangre, el primitivo
suponía líbrarse el demonio del cuerpo. De ahí que ciertos salvajes sometie-
ran a sus enfermos -considerad os siempre endemoniados o avergonza-
dos-- a recios ejercicios coreográficos de un carácter absolutamente cere-
monioso y mágico y no de diversión ni sociabilidad. No es el sudor lúbrico,
sino el místico lo que se persigue en esas danzas, durante las cuales es co-
rriente que los individuos se zurren unos a otros. Varios juegos brasileños
de niños, entre los cuales el de la manea quemada y el de la manja, reflejan
el complejo de la flagelación.
No carecía el niño indígena de los cuidados de la madre por su salud: lo
afirman las muchas medidas profilácticas, lo demuestra el aseo en que era
mantenido el indiecito. Y por sobre todo, su alegría y su bienestar.
Entre los mejores recuerdos de su contacto con los indios del Brasil, el
pastor protestante Léry llevó a Europa el de los conomis-miri, * jugando
o bailando en el patio de las tabas. Mayor que el encanto de éste fue el del
padre Cardim. Los indiecitos eran ya niños enseñados por los misioneros,
que a la sombra de las sotanas jesuitas no perdieron del todo su alegría de
salvajes. Léry pudo sorprenderlos todavía en plena libertad: " ... fessus,
grassets & refaís qu'ils sont, beaucoup plus que ceux de par dera avec leur
mode & quelquefois l ecorps peinturé, ne failloyent iamais de venir en troupe
dansans au devant de nous quand ils nous croyoyent arriver en leurs vi-
ltages". En su hablar enrevesado, los indiecitos pedían que les tirasen an-
zuelos: "Coutoa/fat, amabé pindá". Cuando Léry los complacía, era una
fiesta: " [ ... ] c'estoit un passe-temps de voir ceste petite marmaílle toute
• Esca expresión, ccxtual del calvinista francés no debe ser oua que la rupí,
co/umi-miri, cuya versióo castellana es: muchachito.- N. del T.
149
nue laquelle pour trouver & masser ces hamer;ons trepilloit & gargoít la
terre comme connils de garenne". ia;
Aquellos niños que el francés halló tan fuertes, venían al mundo como
animales. Léry oyó una vez unos gritos de mujer, y alarmista, como buen
francés, pensó que se tratase del ian-ou-are, animal que de vez en cuando
devoraba salvajes. Pero fue a ver lo que ocurría, acompañado de otro fran-
cés, y ambos descubrieron que los gritos eran de una mujer que daba a
luz. El marido hada de partero. Fue a él a quien el misionero vio cortar
con los dientes el cordón umbilical de la criatura, achatar la nariz del re-
cién nacido, en lugar de afinarla, según la costumbre europea; lavar y pin-
tar de colorado y negro a la criaturita. 138 Esta era luego colocada en una
pequeña hamaca de algodón o puesta en unos "pedazos de hamaca que lla-
man tipoia", i 3o y atado a las espaldas o a las caderas de la madre.
Léry quedó encantado con la higiene infantil y doméstica de las indíge-
nas. La contrasta con la de los europeos, y saca en conclusión la superiori-
dad del proceso amerindio. El niño crecía libre de faldas, pañales y trapos
que dificultaran sus movimientos, sin que esa libertad implicase negligencia
de parte de las madres. Y no se piense que la falta de esas telas a los pe-
queños tupís les permitiera crecer sucios o asquerosos. Al contrario: su lim-
pieza y aseo impresionaron al observador francés. Tal se desprende de sus
palabras francas: " .. . qtt'encores que les femmes de ce pays la, n'ayent
aucuns tinges pour toucher le derriere des leurs enfants, mesmes qu'elles ne
se serven! non plus a cela des feuilles d'arbres & d'herbes, dont toutes/ois
elles ont grande abondance: neantmoins elles en sont si soigneuses, qut
seulement avec de petits bois que elles rompent, comme petítes chevilles
,
elles les nettoye nt sí bien que vous ne les verriez iamaís brenettx". 140 Hojas
y cortezas de árboles servían a los indígenas del Brasil, no sólo de plato, de
toalla y de servilleta, sino también de papel higiénico y de pañal.
Gabriel Soares pudo comprobar entre los indios el hábito de poner a los
hijos nombres de animales, peces, árboles, etc.; 141 nombres que Karsten,
por su parte, comprobó ser, en general, el de los mismos animales represen-
tados en las máscaras de las danzas sagradas. 142 Expresión, por tanto, del
animismo y de la magia de que estaba impregnada toda la vida del primiti-
vo. Whiffen destaca el hecho de que los nombres de las personas, entre las
tribus brasileñas del noroeste, no se pronuncian sino en voz baja, religiosa-
mente. 143 En ciertas tribus esos nombres IH eran substituidos por una
especie de apodo, pareciendo pertenecer a esta categoría los "nada poéticos"
recogidos por Teodoro Sampaio: guiraquinguiera ( trasero del pájaro), migui-
gua~ú (nalgas grandes), cururupeba (sapo chato), mandíópuba (mandioca po-
drida), etc. Diríase que el propósito de esos apodos fuera el de tornar a ln
persona repugnante a los demonios.
De lo que no estaba libre, entre los salvajes, la vida del nii1o ni la de los
adultos, era de los horribles miedos. Miedo de que el cielo se desplomase
150
14
sobre ellos; miedo de que la tierra faltase bajo sus pies. ~ Además del
pavor que les infundía Jurupary.
De día aun, cuando todo estaba claro en los patios, los niños veían fan-
tasmas, inclusive al mismo demonio, aun en medio de sus juegos. Corrían
entonces despavoridos hacia las casas, lanzando gritos. Los demonios se les
aparecían, por lo general, con horribles cabezas de "bicho". El padre Anto-
nio Ruiz Montoya describe uno de ellos con relativo lujo de detalles, por
habérsele aparecido justamente a un "casero" suyo, allá por los tiempos de
la catequesis: "tenían los pies como de animales, las garras largas, las pier-
nas delgadas, los ojos abrasados". He Influencia, posiblemente, del diablo
cristiano. El diablo del sistema católico vino así a unirse al complejo de
Jurupa,y o, si se quiere, a absorberlo.
Pero no eran solamente fantasmas, ni siquiera el diablo con figura de
"bicho", los que se pasaban torturando la vida del salvaje. Eran monstruos
que hoy no se sabe bien lo que serían: guayazis, coruqueamas, mayturús 141
(hombres con los pies al revés), giboiucúa, la horrorosa semiavulpina
y, más infernal que todos ellos, los hípupiaras o hupupiaras, éstos unos hom-
bres marinos que sembraban el terror en las playas.
148
Gourmels a su mo-
do, los hipupiaras no devoraban del individuo que atrapaban toda su carne,
algunas "menudencias", lo suficiente, sin embargo, para dejar a la víctima
convertida en un pingajo: le devoraban los "ojos, la nariz, las puntas de
los dedos de los pies y de las manos y los genitales". El resto dejaban que
se pudriese en las playas.
Por lo demás, toda la vida salvaje, a través de sus diversas fases, estaba
impregnada de un animismo, de un totemismo, de una magia sexual que
necesariamente habría de comunicarse a la cultura del invasor, el cual no
149
hizo otra cosa que deformarlos. No los destruy6.
Del indígena de cultura totémica y animista quedaría en el brasileño,
"especialmente cuando niño'', una actitud insensiblemente totémica y ani-
mista con respecto a las plantas y a los animales -tan numerosos en esta
parte del mundo-, muchos de ellos investidos por la imaginación de la
gente del pueblo, tanto como por la infantil, de una malicia verdaderamente
humana, de cualidades casi humanas y, a veces, de inteligencia o de un poder
superior al del hombre. Es el folk-lore, son los cuentos populares, las supers-
ticiones, las tradiciones lo que lo indican. Muchas son las historias, de sabor
genuinamente brasileño, de casamiento de gente con animales, de las que tan- 160
to agrada a Edwin Sidney Hartland entroncar con las culturas totémicas.
Historias que corresponden en la vida real a una actitud de tolerancia ...
cuando no ausencia de repugnancia por la unión sexual del hombre con la
bestia, actitud gcneralísima entre los niños brasileños del interior. m En
el lugareño más que en el del ingenio. En éste, sin embargo, bastante co-
mún para poder ser destacado como complejo -en este caso tan sociológico
como freudiano - de la cultura brasileña. En ambos -en el niño de inge-
151
nio, como en el lugareñ o- la experiencia física del amor se anticipa en el
abuso de animales y hasta de plantas. Procuran satisfacer el furor con que el
instinto sexual se anticipa en ellos, sirviéndose de vacas, cabras, ovejas, ga-
llinas y otros animales caseros. O de plantas; el banano, la sandía, la fruta
del mandacarú. Son prácticas que para el lugareño suplen, hasta la adolescen-
cia, a veces hasta el casamiento mismo, la falta o escasez de prostitución
doméstica o pública: amas, muleques de la casa, mujeres públicas, de que
tan temprano se contaminaron los niños en los ingenios y en las ciudades
del litoral.
Otros rasgos de vida elemental, primitiva, subsisten en la cultura brasi-
leña. Además del miedo, de que ya nos hemos ocupado, del "bicho" y del
monstruo, otros terrores, igualmente elementales, comunes al brasileño, par-
ticularmente al niño, indican que estarnos próximos aún de la selva tropical,
como tal vez ningún otro pueblo moderno civilizado. A más de esto, el
más civilizado de los hombres conserva dentro de sí la predisposición a mu-
chos de esos grandes miedos primitivos; en nosotros, los brasileños, ellos
actúan solamente con mayor fuerza en razón de hallarnos todavía a la som-
bra casi de la selva virgen y a la sombra también de la cultura de la selva
tropical, de la América y de la del Africa, que el portugués incorporó y asi-
miló a la suya como ningún colonizador moderno, obligándonos por eso a
frecuentes relapsos en la mentalidad y en los terrores e instintos primitivos.
G. S. Hall, expresa que todo civilizado guarda en sí de sus antepasados sal-
vajes la tendencia a creer en fantasmas, almas del otro mundo, duendes:
" ... a prepotent bias, whích haunts the very nerves and pulses of the most
cultured to believe in ghosts". 1:12
El brasileño es por excelencia el pueblo de la credulidad en lo sobrena-
tural: en todo cuanto nos rodea sentimos el toque de influencias extrañas.
De vez en cuando los diarios revelan casos de apariciones, fantasmas, en-
cantamientos. De ahí el éxito, en nuestro medio, del alto y bajo espiri-
tismo. 153
Son también frecuentes, entre nosotros, los relapsos en el furor salvaje,
o primitivo, de destrucción, manifestándose en asesinatos, saqueos, invasio-
nes de f azendas por cangaceiros. Raros son aquéllos de nuestros movimien-
tos políticos o cívicos en que no hayan ocurrido explosiones de ese furor,
contenido o reprimido en tiempos normales. Silvio Romero llegó a censu-
ramos la ingenuidad con que "damos el pomposo nombre de revoluciones
liberales a ensañados desórdenes". El carácter, más bien de choque de cul-
turas dispares o antagónicas que cívico o político de esos movimientos, no
ha escapado, por lo visto, al sagaz observador; " ... los elementos salvajes
o bárbaros que reposan en el fondo étnico de nuestra nacionalidad, subieron
libremente a la superficie, estiraron el cuello y prolongaron la anargía, el
desorden espontáneo -escribe 154 aludiendo a las balaiadas, sabinadas,
152
cabanadas, * que conmovieron a todo el Brasil. Podría, tal vez, extenderse
la caracterización a los matamata-marinheiro, quebra-kilos, /arrapos, y, ¿quién
sabe si hasta actualizarla, aplicándola a movimientos más recientes, si bien
animados de un fervor ideológico más intenso que aquéllos? la revolución
pemambucana de 1817 parécenos permanecer en nuestra historia política
como "la única de ese nombre", según la frase de Oliveira Lima. Es, sin
duda, la que menos se revistió del carácter de mero desorden propicio al
saqueo, o que menos sufrió de la deformación de fines políticos o ideológi-
cos. No es que la consideremos exclusivamente política, sin raíces econó-
micas. Lo que deseamos subrayar es que se organizó de modo diverso de las
abriladas, con un programa y un estilo polftico definidos. De la vinagra-
da*'~ de 1836, en Pará, Silvio Romero escribió: " ... el elemento tapuyo
estiró el cuello y depredó vidas y propiedades ajenas".
Esto sin que hablemos de movimientos de franca rebelión de esclavos,
explosiones o de odio de raza o de clase, social y económicamente oprimida,
como la insurrección de Minas, por ejemplo. O en los como terremotos de
cultura; cultura oprimida que estalla para no morir sofocada, rompiendo
la costra de la dominante para respirar, como parece haber sido el movi-
miento de negros en Bahía, en 1835. La cultura negra mahometana contra
la portuguesa católica. 15~ Estos son movimientos aparte, de un profundo
sentido social, como aparte es el de Canudos, resultado de la diferenciación
de cultura que se produjo entre el litoral y el sertón. A los relapsos en furor
salvaje los observamos en movimientos de finalidades aparentemente polí-
ticas o cívicas, pero en realidad pretexto de regresión a la cultura primitiva,
represada pero no destruida.
Es natural que en la noción de la propiedad como en la de otros valo-
res materiales o morales, inclusive el de la vida humana, el Brasil sea toda-
vía un campo <le conflicto entre antagonismos de los más violentos. En lo
que respecta a la propiedad, para fijarnos en este punto, entre el comunis-
mo del amerindio y la noción de la propiedad privada del europeo. Entre
el descendiente del indio comunista, casi sin el instínto de la posesión indi-
vidual, y el descendiente portugués particularista, que hasta comienzos del
* Balaiada: nombre dado al lo:vantamiento popular que abrasó las provincias de
Marañón y Piauí, de 1839-40. La denominació n provino del apodo de uoo de sus cabe-
cillas. Manuel de Aojos Ferreira, ali:is B.,1.,;,,, constructor y ,·endedor de baJ.,io (balay).
Sabinada: rebelión estallada e11 Bahía, eo 183 7, encabezada por el doctor Francisco
Sabino Alvarez da Rocha Vieira. los adeptos al partido de la legalidad apodaron des•
pcctivameote a !os secuaces.
Cab4nada: movimiento revolucionar io est.tllado en 1835, en el interior de Peroam•
buco, extendiéndos e hasta Alagoas, pugnando por la cestauración de Pedro I. que abdi•
cara la corona el año anterior, rebelión que terminó recién cuatro años después, El
apodo procede del hecho de que el movimiento estaba sostenido por c..baiaeíros (moxa•
dores de cabañas, gente rústica y feroz.- N. tkl T.
• • Vi114gr,tda: designación peyorativa de las rebeliones que perturbaro11 la pa:i: en
el Estado de Pará, eo el período de la Regencia (1835•37), encabezadas por Francisco
Vinagre.- N, del T.
153
siglo XIX vivió en medio de sustos de corsarios y
ladrones, enterrando di•
neto en botijas, ocultando bienes y valores en subte
rráneos, cercándose de
muros de piedra y éstos, asimismo, erizados de
trozos de vidrio. Saint•
Hilaire, en su viaje por el interior de San Pablo, a princi
pios del siglo XIX,
identificaría como reminiscencia de los tiempos del descu
brimiento --exp re•
sión del conflicto que destacamos entre las dos nocio
nes de la prop iedad -
el hecho de que las mercaderías, en las tabernas, en
vez de estar expuestas
al público, fueran guardadas en el interior de las casas,
llegando a las manos
del tabernero a través de un postigo. Interpreta
el naturalista 'francés:
"Necesitaban los taberneros, como es natural, preca
verse contra la avidez
de los indios y la rapacidad de los mamelucos, que,
en materia de discrimi•
nación de lo tuyo y de lo mío, no debían tener ideas
mucho más exactas
que las de los mismos indios". 166
154
informado de que cierto doctor parisiense de los finos, de los sutiles, había
ingresado como fraile en un convento franciscano, habría exclamado: "¡Esos
doctores, hijos míos, serán la destruccíón de mi viña!" Los jesuitas se torna-
ron precisamente en los doctores de la Iglesia, sus más perspicaces intelec-
tuales, sus grandes hombres de ciencia. Se hicieron notables por sus gra-
máticas, por sus globos geográficos. Y, mientras tanto -como observa
Freer: " ... with all their self-confidence they failed; for, unlike the Fran-
158
ciscans, their spirit was not the spirit of the coming ages".
Puede afirmarse que su mayor fracaso ocurrió en América: en el Para•
guay, en el Brasil. A los indios del Brasil parece que habría beneficiado más
la orientación de la enseñanza misionera de los franciscanos. Estos --destá-
calo en reciente libro fray Zephyrin Engelhar dt- allá donde se pusieron al
frente de misiones junto a los amerindios, las orientaron en un sentido téc-
nico o práctico. Sentido que faltó al esfuerzo jesuítico en el Brasil.
Los franciscanos se preocuparon sobre todo en hacer de los indios arte-
sanos y técnicos, evitando que se les recargase de la "mental exertion which
159 Sobre el método fran-
the Indians hated more than manual labor".
ciscano de cristianizar a los indígenas, fray Engelhardt añade " ... we
do not find that Crist directed his Apostles to teach reading, writing and
arithmetic". Ironía que, evidentemente, va a incrustarse en las iniciales S. J.
Y rebatiendo la acusación de que los franciscanos sólo se habrán preocupa-
do en sus misiones en formar aprendices o técnicos: "they gave the Indians
the education which was adapted to their present needs and probable future
condition in society". Mientras los primeros jesuitas, en el Brasil, se aver-
gonzaban casi, según se desprende de sus crónicas, de haberse visto en la
necesidad de ejercer oficios manuales, cuando sus deseos habrían sido los
de consagrarse por completo a formar de los indios letrados y pequeños
bachilleres.
A través de su Chronica da Companhia do Jesus de Estado do Brasil,
del padre Simón de Vasconcellos, se advierte que los padres de la Compañía
llegaron aquí sin el propósito de desarrollar, entre los caboclos, actividades
técnicas o artísticas, y sí las literarias y académicas. Tuvieron, pues, que im-
provisarse artesanos, esto es, franciscanizarse. De lo que el padre Vascon-
cellos los justifica como de una flaqueza: " ... y quedó establecido, desde
entonces, que los hermanos trabajarían en algunos oficios mecánicos, pro-
vechosos a la comunidad, en razón de la gran pobreza en que vivían. No
debe parecer una cosa nueva y mucho menos indecorosa, que los religiosos
se ocupen en oficios semejantes, puesto que San José no halló que era cosa
indigna que un padre de Cristo (como él lo era, en la común estimación de
los hombres), ni San Pablo, un apóstol del Colegio de Jesús, ganase lo que
había de comer con el trabajo de sus manos y el sudor de su cuerpo; antes
bien, fue un ejemplo que imitaron los más perfectos religiosos de 1a anti-
güedad, habituando de este modo el cuerpo al trabajo y el alma a la humil-
155
dad: llegó a ser regla venida del cielo, que los ángeles dictaron a Pacomio,
abad y santo". 160
Entre los primeros jesuitas del Brasil, Leonardo trajo del siglo el oficio
de herrero. Los otros, meros académicos o doctores de la especie que San
Francisco de Asís tanto temía, tuvieron necesidad de improvisarse carpinte-
ros y sangradores. Pero, sin gusto ni entusiasmo por el trabajo manual o
artístico, antes bien disculpándose de él con la alegación de ser imprescindi-
bles en las rudas circunstancias de la catequesis.
Que para los indígenas habría sido preferible el sistema franciscano que
el jesuítico, paréccnos evidente. Gabriel Soares describe a los tupinambás
como teniendo "gran aptitud para adquirir inmediatamente estos oficios",
esto es, los de "carpinteros de hacha, aserraderos, alfareros", y "para todos
los oficios de ingenio de azúcar", y todavía, para "criar vacas". Las muje-
res para "criar gallinas, coser, lavar, hacer costuras, etc." 161
Incorporándose a la vida de los colonizadores como esposas legítimas,
concubinas, madres de familia, amas de leche, cocineras, pudieron las mu-
jeres revelar, en actividades amables a su sexo, su tendencia a la estabilidad.
El hombre indígena, en cambio, encontró en los extranjeros tan sólo pro-
pietarios de ingenio para hacerlos trabajar en las plantaciones de caña, y
padres para obligarles a aprender a contar, a leer y a escribir, y más tarde
a trabajar como negro en las plantaciones de yerba mate y de cacao. Cual-
quiera de tales actividades, impuestas al indio cautivo o al. catecúmeno, ve-
nía a torcer o desviar sus energías en las direcciones más repugnantes a sus
mentalidades de primitivos: 162 la impuesta por los padres que los alejaba
del contacto, que tanto atraía a los recién llegados, de las herramientas eu-
ropeas, para fijarlos en la tristeza de los cuadernos y de los ejercicios de
gramática; 163 las otras afectándolos en lo que es tan profundo en los sal-
vajes como en los civilizados: la división sexual del trabajo; obligándolos a
un sedentarismo letal para hombres tan andariegos; segregándolos; 11st
concentrándolos en las plantaciones o en las ranchadas en grandes masas
de gente, en virtud de un criterio completamente extraño a tribus habitua-
das a la vida comunal, pero en pequeños grupos, y ésos exógamos y totémi-
cos. Cuando lo que más convenía a salvajes arrancados tan de cuajo de la
selva y sometidos a condiciones desastrosas de sedentarismo, era precisamen-
te la lidia con las herramientas europeas; un amable trabajo manual que no
los extenuara, como el otro, el de la azada, sino que preparase en ellos la
transición de la vida salvaje a la civilizada.
Realizar esta transición debió haber sido la grande, la principal misión
de los catequistas. Mediante tal proceso, mucho de la habilidad manual, de
la aptitud artística, del talento decorativo de l.os indígenas del Brasil, per-
didos del todo casi, habría podido ser recogido y prolongado en nuevas for-
mas y a través de los amplios y plásticos recursos de la técnica europea. Do-
minó, mientras tanto, en !as misiones jesuíticas el criterio ora exclusiva-
mente religioso -los padres empeñados en hacer del indio dóciles y tímidos
156
seminaristas-, ora principalmente económico, de servirse de sus convertidos
para fines mercantilistas, a fin de enriquecerse, tanto como los colonos, en la
industria y en el comercio de la yerba mate, del cacao, del azúcar y de las
drogas. •
Paladines de la causa de los indios, se debe en gran parte a los jesuitas
el hecho de que el nativo no haya tenido nunca, por parte de los portugue-
ses, el trato duro y pernicioso de los protestantes ingleses. Asimismo, los
indígenas de esta parte del Continente no fueron tratados fraterna o idílica-
mente por los invasores y por los mismos jesuitas, que, a veces, se excedie-
ron en métodos crueles de catequesis. De labios de uno de ellos, acaso del
más piadoso y santo de todos, José de Anchieta, es que vamos a recoger
estas duras palabras: " ... espada y vara de hierro, que es la mejor pré-
dica". 165
La mayor atención del jesuita en el Brasil se concentró ventajosamente
en el pequeño indígena. Ventajosamente, desde el punto de vista que domi-
naba al padre de la Compañía de Jesús en el sentido de disolver en el sal-
vaje, lo más brevemente posible, todo cuanto fuese valor nativo en serio
conflicto con la teología y con la moral de la Iglesia. El eterno criterio sim-
plista del misionero que no se apercibe del riesgo enorme de su incapaci-
dad para reparar o substituir todo cuanto destruye. Todavía hoy se observa
166
el mismo simplismo en los misioneros ingleses en Africa y en Fiji.
Tierno aún, el cura iba a arrancar al indiecito de la vida salvaje: con
dientes de leche todavía para morder la mano intrusa del civilizador; toda-
vía indefinido en la moral y vago en las tendencias. Fue, puede decirse, el
eje de la actividad misionera: el jesuita hizo de él el hombre artificial que
quiso.
Su proceso civilizador consistió principalmente en esta inversión; en el
hijo, educar al padre; en el niño, servir de ejemplo al hombre; en la criatura,
161
traer al camino del Señor y de los europeos a la gente mayor.
El indiccito tornóse cómplice del invasor en la obra de quitar a la cul-
tura nativa hueso tras hueso, para mejor asimilación de la parte blanda de
los modelos de la moral católica y de la vida europea; torn6se el enemigo
de sus padres, de los payés, de las maracas sagradas, de las sociedades se-
cretas; de lo poco recio y viril que había en aquella cultura capaz de resis-
tir, aun cuando débilmente, a la comprensión europea. Lejos estaban los
padres de perseguir la destrucción de la raza indígena; lo que querían era
verla a los pies del Señor, dominada para Jesús; lo que no era posible sin
quebrar antes, en la cultura moral de los salvajes, su vértebra, y en la ma-
terial, todo cuanto estuviese impregnado de creencias y tabús difíciles de
asimilar al sistema católico. A veces, los padres procuraban, o consiguieron,
alejar a los niños de la cultura nativa, tornándola ridícula a sus ojos de ca-
tecúmenos, como en el caso del brujo narrado por Momoya. Los misioneros
lograron que un viejo brujo, figura grotesca y mutilada, bailase en presencia
de la chiquillada. Fue un éxito. Los niños lo hallaron tan ridículo que per-
157
dieron el antiguo respeto al bmjo, que, a partir de entonces, tuvo que con•
tentarse con servir de cocinero a los padres. 168
La posesión del indiecito significaba la conservación, en lo posible, de
la raza autóctona sin el resguardo de su cultura. Los jesuitas, sin embargo,
quisieron ir más allá aún, y en un ambiente de invernáculo ---el de los CO•
legios del siglo XVI o el de las misiones guaranític as-, hacer de los indí-
genas falsas figuras desligadas no ya de las tradiciones morales de la cultura
nativa, sino del mismo medio colonial y de las realidades y posibilidades
sociales y económicas de ese medio. Fue allí donde el esfuerzo educador y
civilizador de los jesuitas se artificializó, no resistiendo más tarde su siste-
ma de organización de los indios en "aldeas" o "misiones " a los golpes de
la violenta política antijesuítica del marqués de Pombal.
Realizada, asimismo artificialmente, la civilización de los aborígenes del
Brasil, fue obra exclusiva casi de los padres de la Compañía, y resultado de
sus esfuerzos, la cristianización, si bien superficial, de un gran número de
caboclos.
Esa conversión, repetimos, se produjo por intermedio del niño indígena,
del columín, cuyo concurso, en la formación social de un Brasil diferente de
las colonias portuguesas en Africa, orientada en un sentido opuesto al de
las factorías africanas, fue realmente considerable. Joaquín Nabuco, apolo-
gista como Eduardo Prado del esfuerzo jesuítico, o mejor dicho católico, en
el Brasil, no exagera al afirmar: "Sin los jesuitas, nuestra historia colonial
no sería otra cosa que una sucesión de atrocidades sin nombre, de matanzas
como las de las Reducciones; el país estaría cortado por caminos, como los
que iban del corazón de Africa a los mercados de las costas, por donde sólo
pasaban las largas caravanas de esclavos". 160
En nuestro país, el padre se valió principalmente del colmnín, para re-
coger de su boca el material con que plasmó la lengua tupí-guaraní, esto e,;,
el instrumento más poderoso de intercomunicación entre las dos culturas:
la del invasor y la de la raza conquistada. Y no sólo de intercomunicación
moral, sino también comercial y material. Lengua que sería, a despecho de
su artificialidad, una de fas bases más sólidas de la unidad del Brasil. Desde
luego, por la presión del formidable imperialismo religioso del misionero
jesuítico, por su tendencia a uniformar y modelar los valo_res morales y ma-
teriales. 170 El tupí-guaraní aproximó tribus y pueblos indígenas, diferen-
tes y distantes en cultura, y hasta enemigos de guerra, para luego acercar-
los al colonizador europeo. Fue la lengua, aquella que se formó de la cola-
boración del columín con el padre, de las primeras relaciones sociales y de
comercio entre las dos razas, pudiendo afirmarse que el pueblo invasor
adoptó, para su gasto y uso corrientes, la lengua del pueblo conquistado, re•
servando la suya para uso restringido y oficial. Cuando más tarde el idioma
portugués -siempre el oficial- predominó sobre el tupí tornándose, al
lado de éste, lengua popular; el conquistador estaba impregnado ya de la
agreste del indígena; el portugués había perdido ya su rancidez o su dureza
158
originaria; se había ablandado en un portugués sin erres y sin eses; se había
infantilizado casi, en habla de niño, bajo la influencia de la enseñanza je-
suítica en colaboración con los columins.
De aquella primera dualidad idiomática, la de los amos y la de los na-
tivos, nos quedó, sin embargo, una de lujo, oficial, y otra popular, para
uso diario; dualidad que duró seguramente siglo y medio, y que se prolon-
gó después, con otro carácter, en el antagonismo entre el habla de los blan-
cos de las casas-grandes y la de los negros de las senzalas; un vj.cio en nues-
tro idioma que sólo hoy, a través de los novelistas y poetas jóvenes, va co-
rrigiéndose o atenuando: el vacío enorme entre la lengua escrita y la ha-
blada; entre el portugués de los bachilleres, de los padres· y de los doctoi-1.':s,
propensos casi siempre al purismo, al preciosismo y al clasicismo, y el por-
tugués del pueblo, del ex-esclavo, del niño, del analfabeto, del montaraz, del
lugareño. El de éste, lleno todavía de expresiones indígenas, como el <lel
ex-esclavo caliente aún de la influencia africana.
Es que la conquista de los sertones se produjo en el período de influen-
cia o predominio del tupí como lengua popular. "Las levas que partían dr.I
litoral para efectuar descubrimientos -escribe Teodoro Sampai o- habla-
ban, en general, el tupí; con el tupí designaban los nuevos descubrimientos,
los rfos, las montañas, los propios poblados que fundaban y que eran otr:l~
tantas colonias esparcidas en los sertones, hablando también el tupí y en•
172
cargándose naturalmente de difundirlo".
Tupíes continuaron siendo en el Brasil los nombres de casi todos los
animales y aves, de casi todos los ríos, de muchas montañas, de varios de
los utensilios caseros. El padre Antonio Vieira (que tanto se preocupó de
los problemas de las relaciones entre colonos e indígenas), escribía en e1
siglo XVII: "'Por lo pronto, es cierto que las familias de los Portugueses e
Indios en San Pablo están tan ligadas hoy unas a las otras, que las mujeres
y los hijos se creían mestizada y domésticamente, y la lengua que en dichas
familias se habla es la de los Indios, y la Portuguesa los niños la van a
aprender en la escuela; y desunir esta tan natural o tan naturalizada unién
sería una especie de crueldad entre los que así se crían, y hace muchos años
viven. Digo entonces, que todos ·los Indios e Indias que tuvieren tal amor
a sus llamados señores, que quieran quedar con ellos por su voluntad, pue•
dan hacer sin otra alguna obligación que la de dicho amor, que es el más
172
dulce cautiverio y la libertad más libre".
Mientras en las casas de familia se criaban portugueses e indios mesti•
zos, predominando en esas relaciones domésticas la lengua de los esclavos
o semi-esclavos, en las escuelas misioneras la lengua de los indígenas era
enseñada y cultivada a In par de la de los blancos y de la latina en la Igle-
sia; y en los púlpitos los predicadores y evangelizadores se servían del tupí.
"Los padres hablaban la lengua de los aborígenes -inform a Teodoro Sam-
poai-, le escribían la gramática y el vocabulario, y enseñaban y predicaban
en ese idioma". En los seminarios para niños y niñas -curumi ns y cun-
159
hatains- hijos de indios, mestizos o blancos, enseñaban de ordinario el por-
tugués y el tupí, preparando de este modo los primeros catecúmenos, los
más idóneos, que llevarían la conversión al hogar paterno. 173
Del niño -ya lo hemos dicho- recogieron los padres el material par:i
la organización de la "lengua tupí"; ésta resultó del trato intelectual entre
el catequista y el catecúmeno. Por conducto de la mujer se transmitió de la
cultura indígena a la brasileña lo mejor que hoy nos queda de los valores
materiales de los amerindios; por medio del niño, nos vino la mayor parte
de los elementos morales incorporados a nuestra cultura: el conocimiento
de la lengua, el de varios temores y supersticiones, el de diversos juegos y
danzas recreativas.
El padre Simón de Vasconcellos nos ilustra acerca del sistema de trato
intelectual adoptado por los jesuitas con relación al niño. Es así que An-
chieta nos informa: " ... al mismo tiempo era Maestro y era discípulo", y
de los columins: " ... le servían de discípulos y Maes1:-o", sucediendo que el
padre " ... en la misma clase, hablando latín, obtuvo del habla de los que le
oían la mayor parte de la lengua del Brasil". 174
En otra esfera, los columins fueron maestros, maestros de los propios
padres de la Compañía, de sus mayores, de su gente; aliados de los misione-
ros contra los payés en la obra de cristianización del aborigen. De los pri-
meros columins internados por los jesuitas en su colegio, dice el citado Vas-
concellos: "Se dispersaban durante la noche por las casas de sus parientes
para cantar las canciones piadosas de Joseph en su propia lengua contra-
puestas a las que ellos acostumbraban a cantar vanas y gentílicas; y venían
a ser Maestros los gue aún eran discípulos [ ... ] ". 11:1
Por su parte, Varnhagcn comenta la emulación provocada entre los in-
dios por los jesuitas con las procesiones de columins cristianizados: "Con-
venidos en acólitos los primeros indiecitos mansos, los demás tenían envi-
dia, de lo que aprovechaban los jesuitas, entrando con ellos en las aldeas
en procesiones con la cruz alzada entonando letanías, cantando rezos y arreba-
ñando a muchos, con lo que, a veces, se honraban sus padres". 176 . Procesio-
nes que el padre Américo Novaes, basado en Southey, evoca con un colo-
rido más vivo todavía: niños y adolescentes vestidos de blanco, unos con
canastillos de flores, otros con vasos de perfumes, otros con turíbulos de
incienso, y todos alabando a Jesús triunfante entre repiques de campanas y
ronquidos de artillería. 177 Eran las futuras fiestas de iglesia, tan brasile-
ñas, con incienso, hojas de canela, flores, cánticos sagrados, banda de mú-
sica, cohetes, repiques de campana y vivas a Jesucristo, que se esbozaban
en aquellas procesiones de columins. Era el Cristianismo que nos venía de
Portugal lleno ya de sobrevivencias paganas, enriqueciéndose aquí de notas
chillonas y sensuales para seducir al indio. El padre Nóbrega llegaba a opi-
nar que, por medio de la música, conseguiría llevar a la grey católica todo
cuanto fuera indio desnudo de las selvas de América, y por el impulso que
dio a la música tornóse --dice Varnhage n- "casi un segundo Orfeo". 17 ij
160
Se colmó de música la vida de los catecúmenos. Los indiecitos desperta-
ban de mañana cantando. Bendiciendo los nombres de Jesús y de la Virgen
María: " ... diciendo los de un coro: Bendito y alabado sea el Santísimo
nombre de Jesús, y respondiendo los del otro: Y el de la bienaventuradJ.
Virgen María, por siempre, Amén". Y todos juntos, en grave latín de
119
iglesia: Gloria Patri et Filio et Spiritu Sancto, Amen".
Pero esas alabanzas a Jesús y a la Virgen no se limitaban a la expresión
portuguesa o latina: desbordaban en el tupí. Al toque de Avemaría, casi to-
dos decían en voz alta, persignándose: Santa Carufa rangana recé, para lue-
go repetir cada uno en su lengua la oración de la tarde. Y era en tupí que
180
las personas se saludaban: Enecoéma. Que quiere decir: buenos días.
La poesía y la música brasileñas surgieron de esa conjunción de columíns
y padres. Cuando más tarde apareció la modínha, fue conservando todavía
cierta gravedad de latín de iglesia, una dulzura piadosa y sentimental de ~a-
cristía azucarándole el erotismo, un misticismo de colegio de padres disimu-
landole la lascivia ya más africana que amerindia. Comprobóse, sin embar-
go, desde el primer siglo la contemporización hábil del estilo religioso o
católico de letanía con las formas de canto indígenas. "En la poesía lírica
brasileña del tiempo de la colonización -dice José Antonio de Freites-,
"los jesuitas [ ... ] ensayaban las formas que más se asemejaban a los can-
tos de los tupinambás, con estribillo y refranes, para atraerlos así a los in-
dígenas y convertirlos a la fe católica". Y añade: "En una época en que los
cantos populares estaban prohibidos por la Iglesia, en una época en que d
sentimiento poético de las multitudes estaba completamente sofocado y
atrofiado, el colono, para dar expansión a la saudade que le llenaba el al-
ma, no dejaba de repetir aquellas canciones que los jesuitas autoriza-
ban. 181 Gracias al emperador Pedro II, que obtuvo en Roma copia de
estrofas escritas por los jesuitas para los niños de sus colegios y misiones
en el Brasil, se conoce hoy la siguiente, publicada por Taunay:
O Virgem María
Tupan ey eté
Aba pe ara pora
Oicó ende ¡abé.
Que traducida, quiere decir, según Taunay: "¡Oh, Virgen María, madre
182
de Dios verdadero, los hombres de este mundo están bien contigo!".
Los jesuitas -escribe Couto de Magalhaes- "no coleccionaron litera-
tura de los aborígenes, pero se sirvieron de su música y de sus danzas re-
ligiosas para atraerlos al cristianismo [ ... ] Las tonadas profundamente
melancólicas de esas músicas y la danza se adaptaron con el profundo cono-
cimiento que tenían del corazón humano, para las fiestas del Divino Espíritu
Santo, de San Gonzalo, de la Santa Cruz, de San Juan y de Nuestra Señora
de la Concepción". 183
161
Otro rasgo simpático, en las primeras relaciones ck los jesuítas con los
columins, para quien contempla la obra misionera, no con ojos devotos o
sectarios, sino desde el punto de vista brasileño de la confraternización de
las razas, es el espíritu de igualdad con que parecen haber educado en sus
colegios, durante los siglos XVI y XVII, a indios y a hijos de portugueses,
a europeos y a mestizos, a caboclos arrancados a las ranchadas y a niños
huérfanos venidos de Lisboa. Las crónicas no indican ninguna discrimina•
ción o segregación inspirada por preconceptos de color o de raza contra los
indios; el régimen que los padres adoptaron parece haber sido el de una
fraternal mezcla de los alumnos. Varnhagen da como frecuentado, al colegio
establecido por Nóbrega en Bahía, por hijos de colonos, por huérfanos ve-
nidos de Lisboa e indiecitos de la tierra. 184 Habrá sido así la vida en los
colegios de los padres un proceso de coeducación de las dos razas, la con-
quistadora y la conquistada, un proceso de reciprocidad cultural entre hijos
de la tierra y niños del reíno. Habrán sido los patios de tales colegios un
punto de reunión y de amalgamami~nto de tradiciones de indígenas con las
europeas, de intercambio de juegos, de formación de palabras, de entreteni-
mientos y supersticiones mestizas. El bodoque para cazar pájaros de los
indiecitos, el barrilete de papel de los portugueses, la pelota de goma, las
danzas, etcétera, se habrían encontrado allí mezclándose. La carrapeta -for.
ma brasileña del trompo- debe haber resultado de ese intercambio infan-
til. También el pífano de canuto de mamón y, tal vez, ciertos juguetes con
quenga de coco y castaña de cajú.
Lástima que, posteriormente, por deliberada orientación misionera o
por la presión irresistible de las circunstancias, los padres hubiesen adop-
tado el proceso de rigurosa segregación de los indígenas en aldeas o misio-
nes. Justificándolo los apologistas: la segregación respondería tan sólQ a la
conveniencia de substraer a los indígenas "de la acción desmoralizadora de
los cristianos". 185 Pero la verdad es que, segregándolos de la vida social,
lo que ocurrió fue que éstos se artificializaron en una población aparte de la
colonial, extraña a sus necesidades, a sus intereses y aspiraciones; paraliza-
da en criaturas grandes; hombres y mujeres incapaces de vida autónoma y
de desenvolvimiento normal. Y no siempre los padres de la Compañía de
Jesús, convertidos en poseedores de hombres, se conservaron fieles a los
ideales de los primeros misioneros; muchos de ellos resbalaron hacia el mer-
cantilismo en que vendría a sorprenderlos la violencia del marqués de
Pombal.
Pasado el período, que Pires de Almeí<la considera heroico, de la acti•
vidad jesuítica en el Brasil, a varias misiones sólo les faltó transformarse en
depósitos de exportación, negociando en azúcar y en drogas, principalmente
en yerba mate en el sur, y en cacao en el norte. Esto con perjuicio de la
cultura moral y hasta religiosa de los indígenas, reducidos ahora a meros
instrumentos del mercantilismo de los padres.
162
El general Arouche, nombrado en 1798 Director General de las Aldeas
de los Indios, en el Brasil, acusaría a los misioneros -tanto jesuitas como
francisca nos- "de promover el casamiento de indios con negras y de ne-
gros con indias, bautizand o a los hijos como siervos". 186
Los padres se
habrían dejado deslizar hacia las delicias de la esclavitud al mismo tiempo
que hacia los placeres del comercio. No fuesen ellos buenos portugueses y
acaso hasta buenos semitas, cuya tradicional tendencia hacia el mercantilis-
mo no se modificara bajo la sotana del jesuita ni con los votos de pobreza
seráfica.
Agréguese a ello, que huyendo no solamente al sedentarismo de la se-
gregación, sino también a las violencias civilizadoras practicadas en las pro-
pias aldeas misioneras, 187 muchos de los indígenas civilizados dieron en
ganar el monte "sin acordarse -dice Arouch e- de las mujeres e hijos que
dejaban [ ... ] ". 188 Situación que má~ se agudizó aun cuando, desmonta-
da la poderosa máquina de civilización de los jesuitas, los indios se vieron
de un lado, sujetos por la moral que les fuera impuesta, en la obligación de
mantener mujer e hijos, y del otro, en condiciones económicas de no poder
mantenerse ni a sí mismos. Al contrario: .e pretendió sistematizar de tal
manera la explotación del trabajador indígena en beneficio de los blancos y
de la Iglesia, que de un salario de cien reis, el indio aldeado sólo recibía,
para su sostén, el de la mujer y los hijos, la miserable cantidad de 3.3
reís. 189 Ocurrió entonces la disolución de muchas familias cristianas de
indios por falta de base o apoyo económico, aumentando dentro de tales
circunstancias la mortalidad infantil (dada la miseria a que quedaron reduci-
dos numerosos hogares cristianos artificialmente organizados) y disminu-
yendo la natalidad, no solamente por la "falta de propagación", sino por
los abortos practicados en ausencia de maridos y padres, por mujeres ya
contaminadas del escrúpulo cristiano de adulterio y de virginidad. ªº Por
donde se ve que el sistema jesuítico de catequesis y civilización, imponiendo
una nueva moral de familia a los indígenas sin antes establecer una base
económica permanente, realizó un trabajo artificial, incapaz de sobrevivir al
ambiente de invernáculo de las misiones, y concurrió poderosamente a la
degradación de la raza que pretendió salvar. A la despoblación del Brasil
de su raza autóctona.
Esa despoblación, los procedimientos de simple caprura de los indígenas
y no ya de segregación y de trabajo, forzado o excesivo, en las fazendas y en
las misiones, se precipitaron de una manera infernal. Eran procedimientos
que se hacían acompañar de gran desperdicio de gente, mayor tal vez que
en la captura y transporte de africanos. Cuando las expediciones de captura
eran bien logradas -inform a Juan Lucio de Azevedo--, refiriéndose a las
realizadas en el Amazonas para suplir de esclavos o "administrados" a las
fazendas de Marañón y de Pará,191que ''llegaba solamente a la mitad, imagí-
nese lo que sería en las otras". Y recuerda el historiador estas· palabras
del padre Vieira: "Por muchos que sean los esclavos que se hacen, más son
163
siempre los que mueren". A ello concurría --explica AzevedO--:- "el trabajo
de las fa~endas, sobre todo el cultivo de la caña y de Pará, tareas dema-
siado pesadas para los indios mal habituados a la continuidad de los tra-
bajos penosos. Además de las enfermedades que estas razas inferiores sue-
len contraer en su contacto con los blancos, los malos tratos de que eran
objeto fueron otras tantas causas de enfermedad y de muerte a despecho
de las leyes represivas reiteradamente promulgadas. De los tormentos a
que se los sometía bastará recordar que era corriente marcar a los cautivos
con hierro al rojo, a fin de distinguirlos de los libertos y también para ser
reconocidos por sus dueños". 192
Causa de considerable despoblación 193 fueron, asimismo, las guerras
de represión o de castigo llevadas a cabo por los portugueses contra los in-
dios, con evidente superioridad técnica. Superioridad que los triunfadores
no pocas veces ostentaron contra los vencidos, mandando amarrarlos a la
boca de las piezas de attillería que, disparadas, "sembraban a grandes dis-
tancias los miembros despee.lazados'.', 194 o infligiéndoles suplicios adapta-
dos de los clásicos a las condiciones agrestes de América. Uno de éstos, el
de Tulo Hostilio, de atar al paciente a dos fogosos caballos, sueltos luego
en direcciones opuestas. Este horrible suplicio fue substituido, en el extre-
mo norte del Brasil, por el de amarrar el indio a dos canoas, corriendo éstas,
a fuerza de remos, en direcciones contrarias, hasta partirse en dos el cuer-
po del ·supliciado. 195 En Marañón y en Pará, 196 las crueldades contra
los indígenas no fueron menores que las practicadas en el sur por los pau-
listas. Estos llegaban a encargarse de "guerra contra los indios", como de
una especialización macabra. 197 El rescate, o sea la venta de indios cap-
turados y traídos de los ser tones a las / azendas en condiciones tales que
sólo llegaban la mitad o la tercera parte, lo practicaba el propio Gobierno
en beneficio de la construcción de iglesias. 198
De los efectos de la esclavitud del indio en Marañón, Juan Lucio de
Azevedo nos informa: "Entregados por completo (los colonos) a la explota-
ción del indio, nada sabían ni podían hacer sino por medio de él y con
él". 199 Esto en el segundo siglo de colonización. Lo mismo había ocurri-
do en el primero. El propietario de ingenio, parásito del indio. El funciona-
rio reinícola, parásito del propietario del ingenio. Los dos abominados en la
"conjugación del verbo rapio", de que hablaría el predicador en su célebre
sermón en la Misericordia.
Todo se desarrolló a través del esclavo o del "administrado", cuyo brazo
poderoso era "la única riqueza, el único objeto al que tendían las ambicio-
nes de los colonizadores". 200 Hasta que esta riqueza fue corrompiéndose
bajo los efectos disgénicos del nuevo régimen de vida. El trabajo sedenta-
rio y continuo, las enfermedades contraídas en su contacto con los blancos
o por la adopción forzosa o espontánea de sus costumbres, la sifílis, la vi•
ruela, la disentería, los catarros, fueron dando cabo de los indios: de su
sangre, de su vitalidad, de su energía.
164
De San Pablo refiere un documento de 1585: "Va esta tierra en tanta
disminución, que no se encuentra manutención que comprar, cosa que mm-
ca hubo hasta ahora, y todo esto por causa de que los moradores -~º tienen
esclavos con qué plantar y beneficiar sus fazendas". Es que allá "por los
años 1580, una terrible epidemia disentérica mató a millares de indios cau-
201
tivos [ ... ] Más de dos mil piezas de esclavos [ ... ]".
Las enfermedades nuevas, los indios las fueron atribuyendo -y no sin
cierta razón- a los jesuitas. En ciertos lugares, a202 la proximidad de los pa-
dres, quemaban pimienta y sal para exorcizarlos. Todo era en vano. El
sistema esclavista de un lado y el misionero del otro continuarían su obra
de devastación de la raza nativa, si bien más lenta y menos cruel que en la
América espafíola y en la inglesa, y con aspectos creadores que se oponen
a los destructores.
La tendencia, la casi diferenciación biológica del portugués a esclavista
--diferenciación que Keller comparó a la de ciertas hormigas observadas
por Dar"rin -, 203 encontró en el indio de América una presa fácil. El
número de indios poseídos por el colono, ya fuera bajo el nombre de "pie-
zas", ya fuera bajo la disimulación de "administrados", tornóse el índice
del poder o de la importancia social de cada uno; tornóse el capital de ins-
talación del colono en la tierra, siendo secundario el valor de ésta. Al mis-
mo tiempo cada "pieza" en sí era como si fuese mercancía o moneda, pa-
gándose deudas y adquiriendo mantenimientos con esclavos o "resca-
tes". 20~ Monedas de color de cobre, las que después se substituyeron por
las "piezas de Guinea". En realidad, monedas de carne todas ellas, las que
por corromperse o desgastarse fácilmente constituían un capital incierto e
inestable. De manera que la política económica era natural que fuese la de
ansiedad por esclavos, por indios, por hombres que pudieran trocarse como
monedas; que se renovasen a medida que la vejez, la enfermedad y la in-
validez ejercieran su acción devastadora sobre carne tan débil, haciendo las
veces de los más duros metales. "La gente que de veinte años a esta parte
(1583) es gastada en esta Bahía -inform a un jesuita citado por Tau-
nay-, 2 º~ parece cosa increíble, porque nunca nadie pensó que tanta gente
se gastase nunca, ni menos en tan poco tiempo". Gastada en pasar como
cosa o como animal de las manos de uno a las de otro amo. Refiriéndose a
la base de transición del esclavo indígena al de Guinea (que, como más ade-
lante veremos, fue quien acabó soportando casi solo, sin ayuda del indio,
el reflujo del trabajo agrícola y de minas), escribió el padre Carclim que los
propietarios de ingenio vivían endeudados por el hecho de morírseles "mu-
chos esclavos". 206 El trabajo más devastador era, tal vez, el del cultivo
de la caña. Que los esclavos indios, como más tarde los africanos, fueron
en el Brasil de los primeros tiempos el capital de instalación de los blancos,
que las más de las veces llegaban aquí sin recurso alguno, lo indican las pa-
labras de Gandavo: " ... si una persona llega a la tierra y alcanza dos de
ellos (aunque otra cosa no tenga de suyo), inmediatamente se remedia para
165
poder, honradamente, sustentar a su familia, porque uno le pesca,
otro le
caza, los otros le cautivan y amañan los rozados, y de esta
manera los
hombres no hacen gastos en mantenimientos, ni con ellos ni con
sus perso-
nas". 207 Y es el padre Nóbrega quien también informa más
claramente
todavía: "Los hombres que aquí llegan, no encuentran otro modo
de vivir
sino del trabajo de los esclavos que pescan para ellos y van a
buscarles ali-
mentos, y tanto los domina la pereza y son dados a las cosas
sensuales y
vicios diversos, que no se cuidan de estar excomulgados poseye
ndo los di-
chos esclavos". 208
Mientras el esfuerzo exigido del esclavo indio por el colono
fue el de
derribar árboles, transportar los troncos a los barcos, cultivar
mantenimien-
tos, cazar, pescar, defender a los amos contra los salvajes enemig
os y corsa-
rios extranjeros, guiar a los exploradores a través de la selva
virgen, el in-
dígena dio buena cuenta del trabajo servil. No era ya el mismo
salvaje en
libertad de antes de la colonización portuguesa, pero ésta todaví
a no lo
había arrancado de cuajo a su medio físico y a su ambiente moral;
a sus in-
tereses primarios, elementales, hedónicos, aquellos sin los cuales
la vida se
les escurría de todos los gustos estimuladores y buenos: la caza,
la pesca,
la guerra, el contacto místico y como deportivo con las aguas,
la selva, los
animales. Este desarraigo vendría con la colonización agraria
, esto es, la
latifundista, con la monocultura representada principalmente por
el azúcar.
El azúcar mató al indio. Para librar a éste de la tiranía del ingeni
o, es que
el misionero lo segregó en aldeas. Otro proceso, aun cuando menos
violento
y más sutil, de exterminio de la raza indígena en el Brasil: su
preservación
en salmuera, pero no ya su vida propia y autónoma.
A las exigencias del nuevo régimen de trabajo, el agrario, el indio
correspondió, envolviéndose en una formidable tristeza de introve no
rtido. Fue
preciso sustituirlo por la energía joven, recia, vigorosa del negro,
éste un
verdadero contraste con el salvaje americano por su extroversión
y vivaci-
dad. No es que el portugués se hubiese encontrado aquí, en 1500,
con una
raza de gente sin energfa, perezosa, incapaz de mayor esfuerz
o que el de
cazar pájaros con arco y flecha y cruzar a nado lagunas y ríos
profundos.
Las declaraciones de los primeros cronistas son todas en sentido
contrario.
Léry destaca en los indígenas su gran valor físico, abatiendo a
hacha enor-
mes árboles y transportándolos a los buques franceses sobre
el desnudo
torso. 209 Gabriel Soares los describe como individuos de cuerpo
ágil y
seco, 21º Cardim destaca su ligereza y su resistencia a las largas
camina -
tas a pie, 2u y el portugués que primero los sorprendió, ingenu
os y des-
nudos, en las playas descubiertas por Pedro Alvarez Cabral, habla
con en-
tusiasmo de la robustez, de la salud y de la belleza de esos "como
aves o
alimareas montezes .. . porque os corpos seus som tam limpos
, e tam gor-
dos, e tam fremosos, que nem pode mais ser [ ... ]". Robus
tez y salud
que no se olvida de asociar al sistema de vida y de alimentación
seguido
por los salvajes al ar, esto es, al aire libre, "a que se criam" y al
" .. .inhame
166
que aquy haa muyto [ ... ]". "Elles nom lauram, nem criam, nem haa
aquy boy, nem vaca, nem cabra, nem ovetha, nem galinha, nem outra nen-
huma alímarea, que costumada seja aho viver dos homeens; nem comem se-
nom dese inhame, que aquy haa muyto, e desa semente, e fruilos que ha
terra, e has arvores de sy lanfam; e com isto andam taaes, e tam rijos, e
tam nedeos, que ho nom somonós tanto com quanto trigo, e legumes co-
memos". 212
Si indios de tan buena apariencia de salud fracasaron una vez incorpo-
rados al sistema económico del colonizador, es que para ellos fue demasiado
brusco el paso del nomadismo al sedentarismo; de la actividad esporádica a
la continuada; es que en ellos se alteró desastrosamente el metabolismo al
nuevo ritmo de vida económica y de esfuerzo físico. Ni el tal inhame ni los
tales frutos de la tierra bastarían ahora a la alimentación del salvaje someti-
do al trabajo esclavo en las plantaciones de caña. El resultado fue el de
haberse puesto en evidenda en el aborigen, en la faena agrícola, el trabaja-
dor banzeiro e indolente que tuvo que ser substituido por el negro. Este,
venido de una fase de cultura superior a la del americano, correspondería
mejor a las necesidades brasileñas de intenso y continuado esfuerzo físico.
Esfuerzo agrícola, sedentario. Pero era otro hombre. Hombre agrícola. Otro
su régimen de alimentación que, por lo demás, poca alteración sufriría en
el Brasil, transplantadas hasta aquí muchas de las plantas alimenticias del
Africa: el feiiíío, la banana, el quiabo, y transportados, de las islas portu-
guesas del Atlántico a la colonia americana, el buey, la oveja, la cabra y la
caña de azúcar.
Del indígena se salvaría la parte, por decir así, femenina de su cultura.
Esta, por lo demás, casi era sólo femenina en su organización técnica, el
hombre limitándose a cazar, pescar, remar y hacer la guerra. Actividades
de valor, pero de valor secundario para la nueva organización económica
-la agraria-, establecida por los portugueses en tierras de América. El
sistema portugués, lo que necesitaba fundamentalmente era el trabajador
de azada para las plantaciones de caña. Trabajador fijo, sólido, empeñoso.
Entre culturas de intereses y tendencias tan antagónicas, era natural
que el contacto se produjese con desmedro para ambos. Sólo un conjunto
especialfsimo de circunstancias ha podido impedir, en el caso del Brasil,
que europeos e indígenas se exaltasen en enemigos mortales, que más bien
se aproximasen como marido y mujer, como maestro y discípulo, resultan-
do de ahí una degradación de cultura por procesos más sutiles y de ritmo
más lento' que en otras partes del continente.
Goldenweiser señala el destino de los mongoles sometidos por los rusos,
de los amerindios, de los nativos de Australia, de la Melanesia, de la Polinesia
y del Africa. El mismo drama de siempre: las culturas atrasadas desinte-
grándose bajo el yugo o la presión de las más adelantadas. Y lo que mata
a esos pueblos primitivos es la casi pérdida de la voluntad de vivir, "el in-
terés por sus propios valores" 213 --dice Goldenweiser-, una vez alte-
167
rado su ambiente, roto el equilibrio de su vida por el civili;,;ado. De los pri-
mitivos de la Melanesia ya había escrito W. H. Rivers, que estaban "dying
from lack of interest". 214 Muriendo por falta de interés vital. Muriendo
de banzo. * O llegando hasta a matarse, como aquellos indios que Gabriel
Soares observó que iban enflaqueciendo e hinchándose: el demonio se les
aparecía y les ordenaba que comiesen tierra hasta morir.
Aun así, el Brasil es de los países americanos en donde más se han sal-
vado la cultura y los valores nativos. El imperialismo portugués -el reli-
gioso de los padres, el económico de los colono s- si desde el primer con-
tacto con la cultura indígena la hirió de muerte, no fue para abatirla de
pronto, con la misma saña de los ingleses en la América del Norte. Dióle
tiempo para perpetuarse en varias supervivencias provechosas.
Sin que en el Brasil se establezca una perfecta intercomunicación entre
sus extremos de cultura -aun antagónicos y, a veces, hasta explosivos,
chocándose en conflictos intensamente dramáticos como el de Canud os-,
aun así podemos felicitarnos de un ajustamiento de tradiciones y de tenden-
cias, raro entre pueblos formados en las mismas circunstancias imperialistas
de colonización moderna de los trópicos.
La verdad es que, en el Brasil, al contrarío de lo que se observa en
otros países de América y de Afríca, de reciente colonización europea, la
cultura primitiva -tanto la amerindia como la african a- no viene aislán-
dose en pelotones duros, secos, indigestos, inasímilables al sistema social del
europeo. Y menos aún, estratificándose en arcaísmos y curiosidades etno-
gráficas. Se hace sentir en la presencia viva, útil, activa, y no solamente
pintoresca, de elementos con actuación creadora en el desenvolvimiento na-
cional. Ni las relaciones sociales entre las dos razas, la conquistadora y la
indígena, se agudizaron nunca en la antipatía o en el odio cuyo crujir tan
estridente nos llega a los oídos de todos los países de colonización anglo-
sajona y protestante. Suavizólas aquí el óleo lúbrico de la profunda mixi-
genaci6n, ya sea la libre y condenada, ya la regular y cristiana, bajo la ben-
dición de los padres y por la incitación de la Iglesia y del Estado.
Nuestras instituciones sociales, tanto como nuestra cultura material, se
dejaron invadir por la influencia amerindia, como más tarde por la africana,
de la que se contaminaría el propio derecho, no directamente, sino sutil e
indirectamente. A nuestra "benignidad jurídica", ya la interpretó el jurista
Clovis Bevilacqua como reflejo de la influencia africana. 2 Hs Cierta sua-
vidad brasileña en el castigo del delito del hurto, quizá refleje una particu-
lar contemporización del europeo con el amerindio, casi insensible a la no-
ción de ese crimen en virtud del régimen comunal de su vida y econo-
mía. 21e
• Vocablo africano. Deriva de mb,inz,í, dldeo, y de ahí tal ve:i; naciera
nostalgia de 1a aldea y, por exteosióo, de la tierra natal. El filólogo b,.,,ro:
brasileiio Juan
Ribeiro explica, "Una especie de locura nostálgica, suicidio fouado, el
b,mro 10$ die:t-
maba por inanición y hastío, o los tornaba apáticos e idiocas" .- N. thl
T.
168
Varios de los complejos característicos de la moderna cultura brasileña,
de origen pura o nítidamente amerindio: el de la hamaca, el de la mandioca,
el del baño de río, el del cajú, el del "bicho", el de la tala, el de la canoa,
el de la parrilla, el de la tortuga, el del bodoque, el del aceite de coco sal-
vaje, el de la "casa de caboclo", el del maiz, el de descansar o defecar en
cuclillas, el de la calabaza para cuencos de fariña, el de la gamella, el del
coco para beber agua, etcétera. Otro de origen principalmente indígena: el
del pie descalzo, 217 el de la muqueca, el del color encarnado, el de la pi-
mienta, etc. Esto sin que hablemos del tabaco y de la pelota de goma, de
uso universal, de origen amerindio, probablemente brasileño.
En la costumbre, muy brasileña aún, muy del interior y de los sertones,
de no aparecer las mujeres y los niños ante los extraños, se nota también
la influencia de la cultura amerindia; de la creencia, destacada por Kars-
ten, 218 de ser las mujeres y los niños más expuestos que los hombres a
los espíritus malignos. Entre los caboclos del Amazonas, Gast6n Cruls ob-
servó recientemente el hecho de que las mujeres y niños son siempre pues-
219
tos "al resguardo de las miradas foráneas" .
169
NOTAS
1 Ruediger
Bilden, Race Rela1ions in Latín Ame,;,,. 111i1h Special Reference to the
Development of lndigenous Cullu,e, Insritute of Public Affairs, Universid ad de Virginia,
1931. Sobre este tema, las condiciones de conracro entre razas y culcuras
general o en la América en panicular, véase también: Francisco Maldonad diferentes en
Bl primer contacto de bl,mcos ~· gen/es de color en Amér;ca, Valladolid, o Guevara,
1924; William
C. Mac Lcad, The A11,orican Indian Frontier, New York.Londres, 1928;
Mumz, Rnce Contacl, New York, 1927; Narhanicl S. Shaler, The Neighbou Earl Edward
ral History of Human Contacts, Boston, 1904; Melville J. Herskovit r: Ths Natu•
New York, 1938; Artur Ramos, In1,odu(tio a ariJropologia brasileira, Rio,s, Acculturation,
mente el capítulo dedicado al indíg~na. 1943, especial-
2 Ruediger Bilden, loe. cil,
a Ruediger Bilden, loe. cit.
4 Alfredo de
Carvalho, "O Zoohiblion de Zacarias Wagner" , Revista del Instituto
de Arq. Hist. Ceo?,. Pernambutano, Tomo XI, 1904.
r, Paulo Prado, op. eit.
6 Capiman o de
Abreu, Capítulos de His1,í,ia Colonial, Rio, 1928.
7 Manuel Bonfim,
O Brasil na América, cit.
8 Rohert Southcy, History of Brazil, Londres, 1810-181
9 Menuda, considera 9.
da en sus recursos económicos, fue el elemento
S:io Paulo las grandes figuras del bandeirismo, como lo verificó Alfredo que dio a
( EJJis, op. cit.), Ellis Júnior,
10 Cacea a Layncs, apud Paulo Prado, Retrato do BraJil,
cit.
11 Gabriel Soares de Sousa, "Tratado Descritivo do Brasil
Var11hagcn, Revist,s do lnst. HiJt. Geog. BraJ., Tomo XIV, pág. 342.
em 1587", ed. de F. /t..
12 "Les Indicns,
qui cxcellem dans la oavigation des fleuvcs, redoutent la pleine
mcr ce la vic des champs, leur est fatale le comrasce de la discipline
nomade des forces", Sigaud, op. cit. avec la vie
En prefacio a la edición brasileña del trabajo del profesor Alexander Marchant
blicado entre nosotros con el título de Do Escambo a Escravidao, Sao Paulo, , pu-
de esa valiosa obra, el Sr. Carlos Lacerda, dice que "ninguno de nuestros el uaductor
tuvo hasta ahora la oportu 11idad de esrodíar el caso específico de las relaciones historiadores
indios y los colonos porruguescs destacándolo del conjumo de problemas entre los
colonial, es decír, el papel del indio en la formación económica del Brasil de la Historia
embargo, el presente capítulo de un csrodio, o tentativa de esrudio, sobre colonial''. Sin
social del Brasil que, considerada bajo el más amplio cricerio de formación la formación
cluye la económica, no limitándose a ese aspecto o desarrollo de la sociedad social, in-
se formó biológícamence por la mesrización, económicamente por la técnica que aquí
de producción y sociológicamence por la imcrpenetración de las culturas,. csclavisca
ser considerado un pequeño esfuerzo en e! sentido de caracterizar el papel tal vea: pueda
en el desarrollo brasileño. Así Jo consideran críticos menos rigurosos que del indio
Lacerda, entre ellos maestros en el asumo como los Sres. A. Métraux, Roque1te- el Sr. Carlos
Pioco,
170
Carlos Esteva.o (durante un ciempo Director del Museu Goeldi) y Gastáo Cruls y la
Sra. Heloísa Alberto Torres.
Entre los estudios sobre las relaciones de portugueses y otros europeos con las pobla-
ciones y culturas amerindias, particularmente con las del área o áreas hoy ocupadas por
el Brasil, y sobre la situación del amerindio en las nuevas combinaciones de sociedad
y culrura, inclusive de organización económica, formadas en el cootinenre americano,
se destacan por su interes sociológico o histórico-social los siguiemes: Francisco Maldonado
de Guevara, EJ primer conla&to de bl.mcos ,- gentes de color en Améric,1, Va!lado!id,
1924; W. C. Mac Lead, Th, Americ11n lrnlian Pronzier, New York-Londres, 1928;
Herbert l. Priestley, The Coming of lhfl White Man, 1492-1848, New York, 1929; Je-
rónimo Becker, La política española en las Indias, Madrid, 1920; Paul S. Taylor, An
Ameri&@-Mexican F-ronJier, Chapel Hill, 1934; Robert Redfield, Tepoltzlan, Chicago,
1930; E. Nordenskiol, Moáifk11uons in Indian Cul1u,e Thro11-gh ln11en1ions aná Loans,
Gotembucgo, 1930; P. A. Means, Democr,u,- and Civilir111ion, Boston, 1918; Pablo Her-
nández, Organización social de 14.S doclrinas guaran/es de Ji, Compañía de JeslÍs, Barcelo-
na, 1913; Guillermo Núñez Vásquez, L,, conquist• Je los ináios a,nerica11os por los
primeros misioneros, Biblioteca Hispa1111 Missionum, Barcelona, 1930.
Sobre este tema, el estudio$0 brasileño no debe olvidar las obras clásicas: Gonzalo
Femández de Oviedo y Valdés, L,, H,-storia General de Ja.r lndias, Madrid, 1851-1855:
Bartolomé de Las Casas, Apologéiit:a hisloria de las Indias, Madrid, edición de 1909;
Juan Solórzano Pereira, Política í1Jdia11a, Madrid, 1647; Gabriel Soares de Sousa, "Tra-
ta.do descriptivo do Brasil", Rev. Ins. Hist. Geogr. Br., Río, XIV.
Sobre los ind (ge nas del Brasil y de la América, en general, considerados bajo criterio
etnológico y al mismo tiempo sociológico, véanse las notas bibliográficas en "América
Indígena", de Louis Pericor y García, Tomo I, págs. 692-727 (El Homb-re Americano •
Los Pueblos de Améric11), Bllrcelona, 1936, y en H,mdbook of L,,eín American St11dies,
Cambridge (Estados Unidos), 1936, y las siguientes obras básicas: Ha,uibook of Ame-
ácan lndian L,,ng11ages, por F. Boas, 40th Bulletin of American Indian Ethnology,
Washington, 1911; The American lnáiMi, por Oark Wissler, New York, 1922; The
Civiliration of 1he Souih American Ináians, wilh Spscial Referente 10 Magic aná R.eli-
gion, por R. Kamen, New York, 1926; L,, Ci11i.lisa1ion Matérielle des Tribus T11pi-Gua-
rani, Gotemburgo, 1928, y L,, Religion des Tupinamba, por A. Méuaux, Leroux, 1928;
lndianerleben: El Gran Chaco, por E. Nordenskiold, Leipzig, 1912; Kulturkreise uná
K ulturchi.chlen in Sudamerik11, por W. Schmidt (Zeirschrífr fur Ethenologie) , Berlín,
1913; In den Wild11issen B-rasitiens, por F. Krause, Leipzi.g, 1911; Unter den Naeu,.
volkern Zemral-Brasiliens, por Karl von den Steinen, BerHn, 1894; Zwei Jabre unte-r
den fodianem Nordwesl B,a.riliem, por T. Koch-Grünberg, Stuttgact, 1921; Rondonia,
por E. Roquene-Pinto, Rio, 1917; Indian of Soueh Amerita, por Paul Radin, New York,
1942; The Dual O,ganization of the Canella of Northe,n Brnil, por Curt Nimucndajú
y Roben H. Lowie, American Anrrhopologist, vol. 39; El Nuevo Indio, por J. Uriel
García, Cuzco, 1937; Hiléia Amazónica, por Gastáo Cruls, Rio, 1944.
Jorge R. Zamudio Silva, "Para una Caracterización de la Sociedad del Río de la
Placa", Siglos XVI a XVJII, "La Contribución Ind!gcna", R.evisla de la Universidad de
Buenos Aires, año II, N 9 4, octubre-diciembre 1944, págs. 259-298, sugestivo esrudio
seguido por dos más: sobre "La Contribución Europea" (año III, NI> 1, 9enero-marzo de
1945, págs. 63-102) y sobre "La Contribución Africanll." (año III, N 2, abril-junio
de 1945, págs. 29 3-314} de !a misma revista. En el primero de esos artículos el i nves•
rigador nrgentino llega a la conclusión de que "ni la historia social argenrina, ni Ja de
sus ideas, pueden prescindir del aborigen considerado como integrante de nuestra evo.
lución" (pág. 298), citando a e5e respecto, enrre otros, a Ricardo Lcvene, Introducción
a /11 historiP del Derecho lnáiano, Buenos Aires, 1924; Emilio Ravignani, El Verreynato
del Piara, 1776-1810, en Historia de la N4ci6n Argentina, vol. rv, Buenos Aires, 1940;
Sílvio Zavala, Las institucioneJ 1u-rldicas en la conquista de América, Madrid, 1935. En
sus estudios sobre la formación de la sociedad argentina, en los que tantas veces se refiere
a este trabajo brasileño, el profesor Zamudio Silva llega a la misma conclusión que nos-
otros en el presente ensayo, esto es, admite que en el caso del africano, "las condiciones
de asimilación fueron más positivas que las del indio". (L,, contribución affiean4, página
314). Al respecto cita, entre otros, los siguientes trabajos referentes al negro africano
y a la esclavirud en el Río de La Plll.ca: Diego Luis Molinari, "introducción", Tomo VII,
Documentos pa,a la Historia Argentina, Comercio e It,dias, Consulado, Comer&io de
Negros y de Extranieros (1791-1809), Buenos Aires, 1916; José Torre Revello, "Sociedad
171
C.Olonial, Lll.li Ca.ses Sociales: La Ciudad y la Campaña", en H;s1ori11
genlin,s, vol. VI, Buenos Aires, 1939; lldcfonso Pereda Vildés, de ú, Nt1úón A,• .
g,os Ubres, Montevideo, 1941; Bernardo Kordon, Candombe, Neg•os erc/4vos y ne-
con1nb11ción al estudio
de la r11z,s negra en, el Rfo de ú, Pla111, Buenos Aires, 1938. Son
ser leidos o consulaldos con provecho por el estudioso de la historiae5tudios que pueden
triarcal en el Brasil, interesado en compararla con la de otras sociedadde la sociedad pa•
fueron también patriarcales o semipatriarcales en su esrruaur a v, es americanas que
basan en el mayor o menor contaeto de los europeos con el indio como la nuestca, se
y el africano.
13 Léase su O Brasil na 11.mé-rica, cit.
H C. F. Phi! von Marcius, Bei1,age zur Ethnographie
,111á Sprt1ehenl!unJe Amerikit 's
zum,,l Br11¡jJien1, Lcipzig, 1867.
lli Karl von den Srcinen, Unte, den N11/Nrvolleern
Zen1,aJ.B
Este libro se encuentra ya en traducción portuguesa, pero se lert11ilien1 , Berlín, 1894.
tiene coino obra rau,
en esra lengua.
16 Paul Ehrenreich,
Beitrage ZNr Volkerk unde B-rasiliens, Bcrlfo, 1891.
17 Thomas Whiffen
, The No-rlh-Wesl Amazon , Londre5, 1915.
1s E. Roquette-Pinto, Rondon u, 1917.
19 Theodor Koch-Grünberg, Zwei Jabre ll1Jler
den lndianern, Stuttgart, 1908-
1910.
20 Max Schmidt, Indianerstuáien in Ze111,-,11l-b,-asilien
, Bedfn, 1905. De este libro
hay igualmente traducción portuguesa, también rara.
21 Fritz Kause, In den Wildniss en Brariliens, Ldpzig,
1911.
22 Erland Nordenslciold, Indúmerleben: l!l Gran Chaco,
23 leo Frobenius, Ursfmm Leipzíg, 1912.
g dtw Afrikan.ischen Kul111ren, apud Melville J. Hersko-
viu, A Prelimin11r1 Conríderalion of the Culture Áreas of A.frfa,,
g.ist, vol. X.XVI, 1924. Sobre la correlación de rasgos culturale American Anthropolo-
primitivas, véase el trabajo de l. T. Hobhouse, G. C. Wheelers entre varias culruras
y M. Ginsberg, The
MllleÑIIJ Cult11re 1111d Socúl lnstilutío ns of the Simpler Peoples,
En el mapa organizado por Herskovits, Africa está dividida londrcs, 1915.
en áreas de cultura. se-
gún el concepto americano de "área de cultura", definido por Alexand
en "Diffusionism and the American School of Hisrorical Ethnolog er A. Goldenweiser
of Sociolog,y, vol. XXXI, 1925, y por Clark Wisskr en Man .,,,¿
y", America n Journi,l
con la respectiva técnica aplicada por Wissler al estudio de las dosCNlture, y de llCllerdo
Américas.
En lt nou N9 64, pág. 70, con que enriquece el texto de su estudio Ar culturar n11-
g,11J do N0110 M,mdo, Rio, 1937, el profesor
Arrue Ramos, con su elegancia de siempre,
nos da una preciosa lección sobre problemas de caraaerizaci6n de las áreas africanas, ex-
trañándose de que en C11s11-Gr11nde y Sem;"l,,, Ulnto en la la. edición
en la 2a. (Río, ,936), hayamos dejado de mencionar la "subárea del (Río, 1933) como
El docto antropólogo brasileño nos enseña que fue la subárea occident Golfo de Guinea".
Guinea la que produjo "las culruras más características ( las comillas al del Golfo de
Ramos) al Nuevo Mundo, con el tráfico de esclavos, como d=ostra son del profesor
bajo". Destaca también el he<ho de que hayamos "inadvertidamen remos en este tra-
nos o monarquías de Dahomey, .Ashanti, Yoruba" { ... J "en te" incluido "los rei-
ul, en lugar de hacerlo en la subárea occidental del Golfo de Guinea,el área de Sudán Occiden•
E invoca en su favor, como autoridad máxima en el a,sunto, al trabajo su habit2t exacto".
M. J. Herskovits: "The Significance of West Africa for Negro Research del profesor
o/ Negro History, vol. XXI, 1936, págs. 15 y siguientes. ", The Jou""'1
Olvida el profesor Arcur Ramos que seguimos en aquella la. edici6n
sayo, publicada en 1933, así como en la 2a. y 3a. ediciones publicad de este en-
desacuerdo, seguimos el esbozo de áreas culturales que aquel maestro as con nuestro
en asuntos de africa.nologfa (mi maestro y tal vez rambiéo del profesor norteamericano
por sí mismo maestro laureado y reconocido en la materia} Ramos, quien es
publicar
ción preliminar en 1924 (Amffic, m Ambrop ologirl, vol. XXVI, a como considera-
1924) y al cual llgregó después subáreas: las que están marcadas III-AN9 1, enero.marzo,
y IV-A en su mapa
de áreas de cultura, tan definitivo como es posible serlo. Hay también
profesor Herskovits, The C11J1ure A-rear o/ A/rico, aparecido en 1930 un estudio del
ginas 59/77, publicado en el ensayo "The Social History of the Negro", en "Africa 3", pá-
207-267, de A H,sndbook o/ Social PsychologJ, organizado por Car! Cap. 7, págs.
cestcr, Mass., 1935. Murchison, Wor•
La caracterizaci6n del área del Sudán Occidenial como
quías o reinos -Dahom ey, Benim, Ashanti, Haúca, Bornu, "región de grandes monar•
Yoruba", que el Piof. Ra,
172
mos critica como "inexacta" no es nuestra sino del Prof. Herskovic.s. Divergencia entre
maestros. La caracterización del Prof. Ramos, por él considerada '"inexacta"', es, sin em-
bargo, de 1924. Como es sabido, no nos fue posible hacer la revisión de C,ssa,Grande J
Sem;al,, ya que las ediciones 2a. y 3a. fueron hechas sin nuestro consenómiento. De ahí
que hayamos seguido citando en la 2a. edición al Prof. Herslroviu y su trabajo de 1924,
eo ve2 del de 1935, con el que lo superó, o el de 1930.
Nuestro agradecimiento, de todos modos, al Prof. .Artur Ramos por haber llamado
nuesua atención sobre el hecho de venir citando en nuesuo tralYoi.jo un estudio del Prof.
Herskovits publicado en 1924, habiendo un traoojo definitivo del mismo autor apare-
cido en 1935. Sin embargo, éste no podía haber sido citado en 1933, insiswnos en esta
aclaratoria. Ni en 1936 y 1938, en ediciones publicadas sin consentimiento del autor,
aunque para la de 1936 hubiésemos escrito algunas notas, confiando en un editor que
no merecía nuestra confianza.
Sea dicho de paso que fuimos nosotros quienes tuvimos el honor de iniciar al
Prof. Ramos, creemos que en 1935, en los uaoojos del Prof. Herskovits, maestro en la
especialidad del Prof. Ramos más que en la nuestra. Creemos haber tenido igualmente
el honor de revelar al público del Brasil interesado en asuntos de sociología y antro--
pología al Prof. Herskovits, por medio de su mapa de área culturales africanas (esbo-
zado en 1924 y dado como definitivo, tanm como ·es posible ser definitivo, en 1935),
adaptado por nosotros en 1933 a los propósitos de nuestro primee estudio sistemático,
o ca.si sisremático, de Ja sociedad patriarcal brasileña. Uno de los propósitos de nuestra
estudio era el de destacar la diversidad de estilos culrurales en los ekmeotos africanos
importados pi1ra las 1enza/41 brasileñas, refor:zándolo con inforOlllciones recogidas en
esrudios recientes, como el del Prof. Herskovits, obsecvaciones ya hechas pot Nina Ro-
drigues. El mapa del Prof. Herskovits sobre áreas de culrura africana que debe ser
consultado por los lectores de nuestro ensayo particularmente interesados en profun-
dizar en el estudio del problema es, repetimos, el que viene en su referido escudio
The Social His,or1 o/ the Negro. No siendo asunto de nuestra especialidad, no nos
consideramos en el deber de desarrollar eo los últimos y más exactos pormenores en
un ensayo que no es en modo alguno un ttatado de Africanología, sino el primero
de una serie que es en su totalidad una simple tentativa de inuoducci6n al escudio
sociológico de la historia de lll sociedad patriarcal en el Brasil. Sociedad que tuvo
en el negro, importado de varias sociedades africanas, uno de los elementos socioló-
gicameote más importantes. Importantes desde nuestro punta de vista, más como esclavo
que como negro o africano, aunque su importancia como negro o africano sea enorme
y sus áreas de origen mere:zcan Ja atención y los esrudios de los especialistas.
Entretanto, ya que estamos en terrenos del asunto "áreas de culrutll africanas", no per-
dert>mos la ocasión de aclarar que las mismas clasificaciones consideradas y ofrecidas como
definitivas por el Prof. Arrur Ramos, en quien cenemos el giuro de reconocer unll vez
más a nuestra mayor autoridad en asuntos de Africaoología, parecen venir siendo su-
peradas por estudios recientes como el de Wilfrid D. Hambly, que en su So"r"-Book
for Afric.m Anth,opofog)' (publicado en Chicago en 1937, pero, por lo que parece,
aúa desconocido o poco conocido entre nosotros) se ocupa magistralmente del asunto
en lll. parte I, Sección II, oojo el tltulo de "The Culture .Ar~ Concept". Recordando que
fue A. de Préville ( 1894) el primer antropólogo cultural que se ocupó del asunto, catre
los craoojos posteriores destaca los de Dowd ( 1907), R. Thurnwold ( 1929) y M. J.
Hers!.:ovits ( 1929-1930) , y nos advierte contra la tendencia a considerar como estudio
de áreas culturales principalmeore, la enumeración de rasgos car~rístico s: "mainly of
enumerating the charaeterisúcs traits" (pág. ,28). Para Hambly el asunto debe ser con•
sidetado principll.lmente desde el punto de vista social y psicológico, como hacen Bene--
dicr en Pa1,ernr of Cuü11re y Mead en Sex 11ntl Temperamm t m Three Primilive So-
delie1. Lo que se debe procurar en el esrudio de un área es fijar su ethos, esto es, "the
dinamic of driving force; che character, sentiments, and djsposition of a community,
che spirit wich actuares moral cedes, idcals, attitudes, magic and religion". De ah! la
necesidad de nuevos estudios, comprensivos y no simplemenre descriptivos, del asunto.
Esrá claro que al lado del esrudio de A. de PréviUe, Ler So&iJtés Africaines, Paris,
1894, que Hambly considera obra de pionero, no deben ser olvidados los trabajos ya clá-
sicos sobre áreas de cultura africanas, de L. Frobenius, Der Urspr,mg ,ú, Afril:,,ni1ehen
K11ltM~, Leipzig, 1944, y A:las Africanus, Munchea, 1922. Sobre las áreas de proceden-
cia de los esclavos africanos de las s1m:1U11J brasileñas, debe ser consultado On the Pro-
173
venience of New World Negrou, de M. J. Herskovits, Soc. Forces, 1933, 12, pá8S,
247-262.
24 Whiffen, op. cíe. El autor menciona otros rasgos, además de los aquí
destacados
como más caracterísúcos e importantes.
25 Wissler, Tbe American Jndian, New York, 1922.
26 Como dice
Roquecte-Pinro: "Pode:nos, de modo general, separar todas nuestras tri•
bus en dos grupos según su estado de culcura .. Es la primitiva división que resurge no
ya por la apreciación lingüística aislada, sino por la fuerza del criterio sociológico".
Seixos RoWor, Rio, 1926.
27 Roquette-Pinro, Seixos Rohidor, cit.
28 Roquette-Pinto, Rondonit., cit.
29 Teodoro Sampaio, O Tupi
na Geovi,Jia Naciom,l, 3a. Edición, Babia, 1928.
30 Rafael Kamen, The Cívilization o/ the SouJh Amerfom Indian, New York,
1926. Véase tllJllbién Roquette-Pinto, Seixor Rolados, cit.
31 Theodor Koch-Grünberg, Zwe1 Jabre unte, den Indianern, cit.
32 Kamen, op. cit.
33 "lnformacáo dos Casamentos
dos Indios do Brasil pelo Padre José d' Anchieta",
Rwisla do 1ml. Hist. Geog. B,a.s., vol. VIIJ, pág. 105.
•14 "Toe notion rhar the Negro race fa peculiarly prone ro sexual indulgence
seems
ro be due partly to the expansive temperamenr of the race, and che sexual character of
many of cheir festivals -a fact which indicares racher the contrary and demonstrates
the need of artificial exciremenc" (Ernest Crawley, Studies of Savages and Sex, cdicado
_t>Or Theodore Besterman, Londres, 1929). Véase sobre este asuato The Mystic Rose,
ed. por Besrerman, Ncw York, 1927, por el mismo autor; E. A. Wesrermarck, The
History of Human MaTríage, Londres, 1921; y The Origin anti DeveJopmenl of Moral
Ideas, Londres, 1926. Sin embargo, la idea de la débil sexualidad de los primitivos no
es universal enrre los amropólogos modernos. Entre otros, piensan diferente de Crawley,
de Havelock Ellis y de Westermarck, por lo menos en relación con los africanos, Leo
Frobenius, Und Africa Sprach, "Unte, dm Unstriiflichen Aethiopen"; Charlottenburg,
1913, y Georg Schweinfurth, lm Herzen von Af,íca, 3a. edición, Leipzig, 1908. Véase
H. Fehlinger, Sexual U/e o/ Primitive People, Londres, 1927.
A este res¡>(-cto es inceresante destacar la deformación que vienen sufriendo en Brasil
no sólo las danzas de changó africaniis sino la misma samba. Deformación en el sentido
de mayores licencias. Sobre la samba, en su Descri,áo da Fe11a de Bom Jesus de Pira-
pora, Sao Paulo, 1937, pág. 33, el Sr. Mário Wagoer Vieira da Cunha escribe: "La
samba de los negros fue visea por los blancos como cosa altamente inmoral: meneos de
nalgas, restregar de cuerpos, senos balanceantes, gestos desenvueltos. Los blancos enten-
dieron la fiesta como una oportunidad de practicar gestos libres. De ahí la introducción
de nuevos aspectos a la fiesta y la licenciosidad que tiende a resaltar en ellos. A su vez
los negros, y más aún las negras, pasan a exagerar en la samba y en todas partes las
acticudes que fueron más notadas" (por los blancos). Sobre este tema, véase el estudio
de Mário de Andrade, "O Samba Rural Paulisca", Revista del Archivo Municipal de
Síío Paulo, vol. 41, pág. 37, 116, que se refiere al trabajo citado.
Dcscaca allí el ilustre maestro de investigaciones folklóricas en el Brasil, a propÓ-
síto de la danza afrobrasikña que vio danzar en 1931: "Nunca sentí mayor sensación
arrísúca de sexualidad . . ¿Era sexualidad? Debe ser eso que hizo a tantos viajeros y
croniscas llamar .. indecentes" las sambas de los negros . . Pero si no tengo la menor
intención de negar que haya danzas sexuales, y que muchas danzas primitivas conser•
van un fuerte y visible conúngence de sexualidad, no llego a ver en esca samba rural algo .
que la cuacteríce como sexual" ( pág, 43).
35 Havelock Ellis, St11dies in the Psychology of Sex, Filadelfia, 1908.
36 Ad!ez, citado por Crawley, SJ11dies, cit.; W. l. Thomas, Sex arid So&ieJy, Chicago,
1907.
37 Paulo Prado, Retrato do B-rtJsil, cit.
38 "Jnforma<áo dos Casamentos dos Jndios do Brasil pelo Padre José d'Anchieta",
Rev. lnst. HisJ. Geog. Bras., vol. VIII. Sobre la disúnción que hace Anchieca corre las
.sobrinas hijas de hermanos y las sobrinas hijas de hermanas, escribe Rodolfo García:
"Aquéllas eran respetadas por los indios, las trataban como hijas, ea esa forma las
tenían, y así neq11e fornicari las conocían, porque consideraban que el verdadero paren-
cesco venía por la parce de los padres, que eran los agentes, mientras que las madres
174
ao eran más que unas bolsas en las que se criaban las criamras. Por esto, de las hijas
de las hermanas usaban sin ningún pudor ad coptdam y las hacían sus mujeres ( Diálo-
go1 d,u G"r,1ndcza1 do Brasil [ .. ], con introducción de Capis1rano de Abr<'U y nocas de
Rodolfo García, noca 7, "Diálogo Sexto··, pág. 316.
30 Gabriel Soares, op. ci1., pág. 316.
40 Ploss-Bartels, Das Weib, Berlín, l 927.
-11 E. A. Westermack, The Hi11ory o/ Human Af,1-rri11ge, Londrc:s, 1921.
42 Gabriel Soares, op. cit. John Bak<:r, del Museo Je la Universidad d1: Oxford,
destaca en su trabajo Sex in Man and Artima/r, Londres, 1926, que entre muchas soci<:-
dades primitivas no hay palabra especial para padre o madre. Bajo !as palabras padre y
madre se clasifican indistintamente gran número de paric:ntes. Para algunos ccnólogos
d hecho implica que hubo una fase en la vida sexual Je las sociedades primitivas en
que a las mujeres de un grupo se ks permitía libre tram con cualquier hombre del
grupo opuesto --de los dos grupos en que se divide cada sociedad. Seml'jantc proceso
de relaciones enrre los sexos, con los niños criados comunitariamente, habría consti 1uido
el casamiento entre grupos ( group marriage).
43 En las denuncias al Santo Oficio referentes al Brasil, se encuentran numerosas
referencias a las "santidades". Entre ellas las siguientes, que indican haber tenido cierto
carácter (fálico) es3s maoifestacioncs híbridas de religión y magia. Domingo de Oli-
veira vio a Fcrnao Pires "sacar de una de las figuras de Nuestra Señora o Cristo un
pedazo de barro, del cual hizo una figura de la nacurak•za del hombre" ( Pr;m.ei ra Vi-
JÍ1a(110 do Santo Oficio 11$ Partil$ do Brafil, Denunciar6e1 da Babia, 1591-1593, pág. 264,
Sao Paulo, 1925; "Fernao Cabra! de Tayde, christao vdho no tempo da gra,a" (2 de:
agosto de 1591) "con íesando disc que auerá seis annos pouco mais ou m~nos que se
leauantou hu gentío no sertao di hua noua scíta que chamauao Santidade aucndo hum
que se chamaua papa e hua gcncia que st: chamaua may de Deos e o sacristao, e tinha
hu jdolo a que chamauño Maria que era hua figura de pcdra que ne demonstraua ser
figura de home ne de molher ne de outro animal, ao qua! jdolo adorauiio e rezauiio certas
causas pcr cooras e pendurauao na casa que chamau:io ígreja huas tauoas com hus riscos
que diziáo que erao cantas bentas e assim ao seu modo concrafaziáo o culto deuino dos
christiíos", "Gon,allo Fernandcs christfo velho mamaluco" ( 13 de enero de 1592),
"confesando dixc que avera seis annos pouco mais ou menos que no sertiio desea capitanía
pera a banda dt Jaguaripe se alevancou hua erronia e jdo!atria gemilica á qua! susrentaviío
e faziao os brasís delles pagaos e dclles christllos e delles foros e dclles escravos, que
fugiiío a scus senhores pera a di1a jdolatria e na companhia <la dit~ abusiío e jdolatria
usáváo de conuafazcr as ccrimonias da ygreja e fi ngiam trazer con tas de rezar como que
rezaviio e falavao certa Jingoagcm por dles inventada e defumavao se com fumos de
erva que chamao erva Sancra e bebiam o dita fumo aré que cayarn bcbados com elle
dizendo que com aquelle fumo Jhes entrava o espirito da sanctidadc e tinháo hum jdolo
de pedra a que faziam suas ccrimonias e adoravao dizendo que vinha já o scu Deus a
livrallos do cautiverio em que es1av1io e fazi,llos senhores da gen1e branca e que os
brancas aviam de ficar seus captivos e que qu<:m n:io creessc naquclla sua abusáo e
jdolatria a que elles chamavao Santidade se avía de convertcr em passaro e em bichos
do matra e assim diz.iam e fazíam na dita jdolatria oucros mu iros despropositos". ( P-ri-
meira Visit11,áo do Santo 0/ieio a1 Par/eJ do BraJil pelo Licenciado Hei1or Furtado de
Me11donr11 - Confimie1 da Babia, pág. 28 y 87, Sao Paulo, 1925.
H Gastiio Cruls, A Amazónia que eu vi, Rio, 1930. Véase del mismo autor Hileia
Amazónica, Rio, 1944, obra vcrdaderamenre notable.
4 ~ Samuel Uchoa, "Cosrumes Amazónicos, Boletim Sanitário ( Departamento Na•
cional de Saúde Pública), año 2, N9 4, Rio, 1923.
•o Jules Crevaux, Voyagc1 danr l'Amérique du Sud, París 1883. Para A. Osório de
Almeida se debe considerar el empleo del urucú entre los indios tropicales de la Amé-
rica "no como simples adornos sino como el medio más eficaz de protección contra la
luz y el calor tropicales". "A Acáo Protetora do Urucu" separata del Boletin del Mureo
Nacional, vol. Vil, N 9 1, Rio, 1931. Sinval Llns (citado por Gast5o Cruls, A Amazóni11
que eu vi, cit.) dice que aún es costumbre en el interior de Minas pintar con uruu; la
piel de los enfermos de viruela.
41 Pedro Fernandes Tomás, Canroe1 popula-res d11 Beira, Lisboa, 1896.
48 Luís Chaves, Págin,11 Fo/dóricas, Lisboa, 1929.
t9 Leite de Vasconcelos, P.n111ios Etnográfhos, cit.
175
60 Una cuarteta popular citada por leitc de Vasconcelos, (Bt11aios, cit.)
dice:
Trazes vermelh o no pei10,
Sin.u de casRmento,
Deila o 11ermelho /ora,
Q1110 cas,w inda Jem lempo.
176
por lo mismo que fue admirablcm<-nce eficienre, fue un reg¡men destructor de CUllnto
en los indígenas era alegría anirnal, frescura, espontaneidad, ánimo cornbativo, poten.
cial de cultura. Cualidades y potencial que no podían sobrevivir a la total destrucción
de hábitos de vida sexual, nómada y guerrera, arrancados de repente a los in.dios reuní•
dos ea grandes aldeas.
61 Capiscrano de Abreu, loe. cit., Aires de Casal, op. ciJ.
62 Aires de Casal, op. cit., l, Pág. 129.
63 ..A las leguas", dice Afonso de E. Taunay, "huían los payés de los detestados
de
ignacianos, quienes a su vez los abominabiin, infeliuaenr e, pues de las informacio3,nes romo
los payés mucho se podría haber aprovechado". ( A Punaa,áo de Siio Paulo, vol.
especial del ler. Congreso Incernaciooal de HistoJÍa de América, RetJ. Inst. Hiit. Geog.
BrtSJ., R.io de Janeiro, l 927).
0 4 Se traca de Pascoal Barrufo da Bertio~ El caso es referido
por el Padre
Simáo de Vasconcelos: "A la hora de cenar pidieron que sirviesen la mesa alg11nas indias
jóvenes, desve$tldas y desnudas .. ". Era una cena en la que se hallaban presentes ,fo.
algunos jesuitas, quienes se escandalizaron (Viát1 do Venerável Pdre }01eph de
chieta tÚ Compgnhia de Jesu, Lisboa, 1672). Teodoro Sampaio registra el hecho, agre-
gando que "las esclavas indias, hermosas en su tei morena, daban lugar a Venerable frecuentes
rempescades domésticas" (Sao Paulo no tempo de Anchieta, III Centenario del
Joseph de Anchieta, Sao Paulo, 1900).
6s Dice Capisuano de Abreu, loe. cis., refiriéndose a los primeros
indios crisúani•
zados, que "como los vestuarios no alcanzaban para codos, andaban las mujeres desnu.
das". Se basa en el Padre Cardim. El padre visitador del siglo XVI nos da esta impresi6n que
de las primeras indias vesddas: "Van tan modestas, serenas, erguidas y pasrnadas
parecen estatuas recostadas de sus acompañantes y a cada paso se les caen las pantuflas,
Lo
rorque no están acostumbradas a ellas" {Tra1dos da terra e gente do Bratil, cit.).
im-
que deja ver el ridículo, con su punto de tristeza, que debe haber acompañadolosa la
posición de vestuarios a los indígenas de 1500, Anchíeta informa acerca de van indios a las
bajo la influencia cristiana de los primeros misioneros: "Cuando se casan, sin
bodas vesridos, y en la tarde se van a pasear sola.menee con el gorro en la cabeza,
otra ropa, y les parece que van así muy graciosos" ( JtJjorrnafóes e /rt1gmemo1 históricos
do Pt1dre Joseph de Anchiesa, cit., pág. 47).
r.6 Entre o eros cronisras, Simio de Vasconcelos registra
esras enfermedades: "Se
propagó casi de repente una como peste terrible de tos y catarro mortal sobre cierw
BrasiJ,
casas de indios bautizados : . " (Crónica da Companhia de Je111s dos fütdo; do en el uso
pág. 65, 2da. edición, Río, 1864). W. D. Hamb!y atribuye a la intermitencia la respon-
del vestuario por el salvaje --que frecuentemente se verificó en el Brasil- en
sabilidad de muchas dolencias diez.madoras de los primitivos cuando eran puestos Londres,
contac10 con los civilizados (Origin1 o/ Educa/ion among Primitive Peop/e1, indios es-
1926). Teodoro Saropaio generaliza sobre la higiene y salud de los primeros
clavizados por los colonos en el Brasil: "No eran sanos los esclavos. La vida sedentaria de
en los sembrados l<:s hacía mal, muriendo en gran número de pleuresía, cámaras en•
sangre, afecciones catarrales y herpes, que se había vucito terrible y muy frecuente
tre ellos·· ( "Sao Paulo no Fim do Sécuio XVI", Rev. lt,Jt. HiJS. de Siio P1111Jo).
61 Westermarck, The Orígin and Developme nt of Mort1l ldea1, cit.
68 Ives d'Evrcux, cit.
69 Jcan de Léry, lliJtofre d'un Voyage Faiet en Ja Terre du Bresil,
nouvelle édirion
avec une introduciion et des notes par Paul Gaffarcl, París, 1880.
70 Sigaud, op. cís.
11 Robert H. Lowie, Are W e Cillilized.', Londres, s. f.
12 Robecc H. Lowit, op. cit.
73 William Grahiim Sumner, Folkways, Boston, 1906.
¡,a Léry, op. cil., II 1 pág. 91.
75 Léry, op. cit., I, pág. 136. Jean de Léry nos parece uno de
los dos cronistas
más seguros entre los que escribieron sobre el Brasil en el siglo XVI. El orro es Gabriel de
Soares de Sousa, de quien dice con toda razón Oliveira Lima: "El señor de ingenio emográ-
Bahía, ran minucioso en sus d::scripciones topográficas como meticuloso en las rudimen-
fic,u, puede considerarse uno de los guías más seguros para el estudio de la
taria sicología tupi. No le cubrían el espíritu exclusivas tendc-ncias de proselitismo, como una
a los padres de la Compañía, Sim5o de Vasconcelos, por ejemplo. Ni ilusiones de e
teología románrica, como a los capuchinos franceses de Maranhio, Claude d'Abbeville
177
Ives d'Evreu.x ( Aspectos da Literatura Colonjal Br11sileir11, Leipzig, 1895).
Thévet ni siquiera vale la pena hablar. Conviene leer su libro, lleno de observaci De Frei André
reresantes, pero como .se lec un romance o novela. Es el piimero escrito en ones in-
el Brasil: Les Singularitez de la Fr,mce Ant11rcliq11e, A1111e,nenl Nommée francés sobre
[ ... ) , par F. André Thévet. Y es Thévec uno de los primeros cronistas que Amérique
más exactitud del cajú. El libro trae un grabado de un indio trepando a se ocupa con
giendo un caiú. Hace el elogio de su castaña asada: "Quát a.u noyau quiun árbol y Co•
est tres bon a manger, pourueu qu'il aic passé legerement par le feu". est dedás, il
Métraux se sirvió largamente de Thévet para su notable estudio sobre la El profesor A.
Tupinam bá, iniciando así la rehabilitación del ingenioso y a veces fantástico religión de los
francés, del cual hay, en verdad, páginas insubsticuibles, entre las novelesca capuchino
informaciones y alusiones que ofrecen . .Esa rehabilitaei6n está siendo continuad s, por las
traductor de Thévet al portugués, el Prof. Estévao Pinte. a por el
El profesor Manuel Soares Cardoso, de la Universidad Cacólica de Washing
estudió cuidadosamente el caso Thévcr, llegó sobre este tema a conclusiones ton, quien
terizan por el equilibrio y la objetividad. Escribe el profesor Cardoso: "What que se carac-
say in condusion? lt is plain, certainly, rhat Thévct is not a great figure may one
riography of colonial Brazil, although he ranks high for the qu:1.lity of hisin the histo-
oo thc aborigines and on natur2l hisrory . . it will nm do· to cxaggerate his informati on
for it is true that if we place hirn in the compaoy of distinguished foreigners importance,
on Brazíl during colonial times, in whose company he of course bclongs, who wrote
measure up either as a chronicler or as historian, co roen like Vespucci, he caonot
latcr, Southey" ("Sorne Remarks Concerning André Thévec", The Ameticat Badaeus and,
1944, N 9 1). Situándose contra los que últimamente vienen exagerando , vol. 1, julio
de Thévec, pero, al mismo tiempo, rccocociendo valor en la obra del la importancia
profesor Cardoso presenta el problema en sus justos términos. franciscano, el
tG Léry, op. cit., I, pág. 139.
77 léry, op. cit., I, pág. 125.
78 Gabriel Soares, op. cit., pág. 320.
79 Herbece S. Smith, op. cit.
80 Heloísa Alberto Torres, Cerámica de Mar,zjó, conferencia,
Rio, 1929.
81 Thomas, op. cit.
8 2 Wescermarck, The Origin and Developm enl o/ Morat
Ideas, cit.
83 Wisslet, Man and C11llure. cit.
84 Theodore Faithful, Bisex11alil''/, Londres, 1927.
8~ Algunos cienrífko s modernos piensan que ciertas
formas de rubcrculosis y
dificultades para evacuar, de tratamiento psíquico, son medios de compensa
hombre introvertido, dada J;¡ imposibilidad de satisfacer fcmeoina ción en el
sexuales. Thcodore Faithful escribe a ese respecro, en el ensayo anees citado:mente sus deseos
is a ready means of satisfaction to an introverr who cannot use the "Consumption
or mental creative work, and who cither has not a womb to use, orlibido in atristic
one docs not wish to use it, or whose desices in thac directlon areif possessed of
attachmcnu to relativcs or cconomic necessiry''. Y continúa sobre los medios inhibitcd by
pensación del hombre incrovcrcido, dada la imposibilidad de expresión de com-
sexual femenina:
"Chronic conscipation is one of these ways, and it is used to satisfy
fema le desires [ ... J. In introvertcd men also it gives a sacisfaction introvertcd or
unobtainable by the use of their reproductive apparatus [ .. ) . The abnormal to the psyche
on of abdominal fat is another means of psychical sarisfacrion to íncroverte laying
are unable to use up thc libido in crcatlvc work, and in unmarried extr:1.verte d roen who
86 La couvada o cou111Uie colocaba al hombre en la
d women".
situación de
"enfermo", atenciones que de otra manera cabrían sólo para la mujer, conrecibir, como
identificaba por los resguardos y cuidados especiales que se imponía: la cual él se
"El marido se
acuesta en la hamaca, donde está muy cubierto [ .. ] y en cuyo luilll es visitado
rientes y amigos, y le traen regalos para comer y beber y la mujer le por pa-
[ .. ) ( Gabriel Sos.res, Rolei,o Geral, cit.). R. R. Schuller explicahace muchos mimos
la couvada como
"egoísmo pacerno, acompañado de una buena dosis de rivalidad con la parida"
vade", Bole1im do Mu1eu Goeldi, vol. VI, 1919). Explicación que se aproxima ( "A Cou-
mente y de lejos de la sugestión aquí esbozada. Sociológicamenre, la couvada más vaga-
presente el primer paso en el sentido de reconocer la importancia biológica tal ve2 re-
del padre cu la
generación. Es preciso considerar el hecho de que rata.mente hay conexión cscacial
salvaje entre la cópula sexual y la concepción. La noción de paternidad o macernidapara el
d, no-
178
ncia y la familia encre
ción más que todo sociológica por la cual se establecen la descende ado, vago, de la in-
los primicivos, correspo nde en general al conocim iento apenas aproxim
terferencia de uno y otro sexo c:n el proceso de generación. Encre varias tribus del Brasil
dominaba la creencia de que el primer hijo nacía por la interfere ncia de un demonio !la•
signifíca civo para un freudian o, con la forma de un pez, el boto, consi-
roado 11auiara muy cs, O Selvagem, Rio,
derado el espíritu tutelar de los demás peces (Couco de Magalhii
1876). Parece, sin embargo, que la noción más generalizada el en el dempo del descu•
vicncre de la mujer
brimiento era la referida por Anchieca, y según la cual más adelantada que
es un saco en el que el hombre deposita el embrión. Una noción de la cou-vtUle fue
aquélla. Von den Steinen (op. cit), profundizando en el estudio
a dar con la noción, corriente enrrc los indígenas del Brasil Central, según la cual
es el hombre quien pone el huevo o los huevos en el vientre de padre, la mujer, incubándolos
de cal modo que
durante el período de gravidez. El huevo es identificado coa elderivació n. El hijo no es
la palabra hr.e110 y la palabra ptUlre en Bakairi tienen igual se desarrolla, como
considerado sino como miniarura. En el vientre de la madre sólo males que afectaban al
la semilla en la tierra. Por eso suponía el salvaje que los
podían afeccar, por cf«to de magia simpátic a, al hijo recién nacido. De ahí que
padre mente e! padre.
se resguardaran en general los dos: el padre y la madre, oporexclusiva Schuller en su estudio
Véase sobre esce teroa, además de los trabajos mencion ados
, y de los arriba citados, especialm ente el de von den Sceinen, los
ya referido, A Cou11aáe de los mejores capí-
recientes estudios de Rafael Karsten, que dedica "a couvade' ' uno
de Walter E. Roth,
tulos de su The Civilization of the South American Indians; lndi,m1, 13th Annual
An lnquiry into the Animi1m and the Polk/Qre of the Gui11n11 el de H. Llng
Repon, Bureau of American Edmology, Washington, 1915. También ologicaJ Institute
Roth, "On. che Significance of the Couvade", Jo11rnal of the A11thro,p it involves can
of G1'eal B-ritain ,md lreland, vol. 22, 1893. "The sociological problem t;Ouvade.
hardly be said to have been completcly solvcd", dice Karscen de la of effeminate mcn
87 "Numerous reporcs atcesc the presence in various tribes
dress as women and
who avoid male occupations and disregard masculine astir; they
te in feminine activicies . Noc infreque nrly such men funccion as magicians
participa Sex and Ci1Jilization,
and seecs", Alexander Goldenweiser, "Sex and Primicive Society" en
ed. por Calverto n y Schmalh auscn, Londres, 1929.
8~ Wescermarck, The Origin and De11elopmen1 of 1he
Moral Ideas, cit.
9
8 "The female or introverc ed roen became che priescs, the medicine men, the
magician s and the cxrraverr ed rhe fightcrs" . Theodor e J. Faithful, Bi1e-
invencors, che
xu11lity, cit.
90 Para Thompson los hombres afeminados,
"though they may have a poor
sports or warlike
physique, a lcss srable mentality and no great lave for a mainly scereoscopic view of life,
exercises, ofcen have, by reasoa of theír bisexual outlook, opporcune adapration,
a quick incc!ligcnce, cunning, tenaciry, patitncc, and a power of have an unusually
together with a strong desirc for self-expression. In facc, rhey ofren cannot, of cour.se, be
large amount of emulation and emocional enecgy, whichouclct in parernity, since
cxpressed in morhcrhood and may noc find an adequare resccained by various
their proper sexual impulses are apt to be weak or confuscd or
(R. Lowe Thompson,
convcntions. They are, indecd, luscful rathcr than lusty fellows"
Th, History of 1he Devil, Londres, 1929).
91 Carpenter, apud Goldenweiser, op. cit.
92 Soares, op. cit., pág. 313.
93 Entre ocros casos el del indio Luís, "somitigo que
usa do peccado nefando, sendo
de dewico annos"
paciente t-m lugar de femea, o qua! he mo,o de ida.de de arredor el Licenciado Heicor
(Primeira Visisaráo do Santo OJ;cic, as Partes do Brarit, por Sao Paulo, 1925) y
Furtado de Mendo\a • Denunciafóe1 da Bahia, 1591-1593, pág. 458,
del indio Acauí, contra el cual depone Francisco Barbosa por haberlo visto practicar
pecado" con Balc~ar de Lomba, "ambos em hua rede e sentio a rede
el "nefando e assjm eatendco escarem
rugir e a elles ofegarem como que csravao no rcabalho nefando
o ditco peccado e ouvio ai ditto negro huas palavras na língua que
elles fazendo as Parles do Bra.iil -
queriao dizer queres mais" (Primeir 4 ViJit11fáO do Santo Oficio
DenuncÍ4foe1 de P11NJ11mbuco - 1593-15 95, pág,. 399, Sao Paulo, 1929).
94 Thomas Aqwnas , Summa Theologica, y ya el
ap6scol Pablo en la "Epístola a los
el reino de Dios.,.
Corintios": "Ni los afeminados, ni los sodomitas . . . han de poseer
179
9~ Westermarck, The O,igin ,md Developmen, of 1he. Mor11l Ideas,
96 Léry, op. ,#., n, pá,. 87. cit.
91 Ury, op. &i1., JI, pag. 87.
98 La cuna de los indígenas de esta parte
de América
o faja de paño que colgaba a la criatura de la espalda de parece haber sido la lipóia
Sobre la cuna entre los amerindios en general, véase O. la madre y la red pequeña.
Americ,m Abo,iginer, Report of the Srates National Museum T. Mason, Crlldles of lhe
para los brasileños el hecho de que la hamaca para adult0 --cama , 1886-87. Es interesante
se volvió conocida en Europa, o por lo menos en Inglaterra, ambulante y móvil -
brasileña" (Brazil bed). A mediados del siglo XVI, Sir Walcer bajo el nombre de ''cama
redes o hamacas en que se acostaban los indígenas de .Améric ~lcigh decía de las
which we call Brazil beds" (OxfOf'd English DictionMy, a: " [ .. J hammocks,
Me,hdniz111ion T11kes Comm11nd: a Contribution lo Anonym citado por Siegfried Giedion,
1948, pág. 473. ous Histo,y, New York.
Léase wnbién lo que Giedion escribe sobre el proceso de
o hamaca, mecanización basada en la movilidad. A ese proceso mecanización de la red
el mismo autor, el arte del escultor norteamericano Alexand se aproxima, según
"obsesión" del norteamericano por la ro!udón de !os problemer Calder, en el cual la
encontrado su primera expresión nítidamente actística. La hamaca as de movimiento habría
ya como una manifestación artística del gusto del reposo combin puede ser considerada
movimiento, que se comunicó de los indígemu de América a ado con el placer del
europeos del continente, entre los cuales el mismo Cristóba los primeros conquistadores
fue uno de los primeros europeos en hacer la apología de la l Colón en 1492. Colón
rison, Admi1-a/. o/ the South Sea, Boscon, 1942, cit. hamaca ( Samucl Eliot Mo-
por
Brasil, la "Brui I bed" se desarrolló en una de las expresioGiedion, op. cit.). En el
sólo del gusto del reposo, temperado por el fácil recurso nes más características no
mienro, del señor patriarcal de la casa-grande, como del a la sensación de movi-
y decoración. Es un asunto -la hamaca en el Brasil - mismo arte brasileño de tejido
que exige un esrudio especia-
li2ado, en el cual se analice su importancia bajo un criterio
derándose, al mismo tiempo, su imporrancia artística. psiquico-sociológico, consi•
Euclides da Cunha, en Os SMtóes, se refiere más de una vez
sertanejo o pastoril, acentuando en una de esas referencias a la hamaca en el Brasil
vaquero, de la "máxima quietud" con la "máxim el contraste en la vida del
a agitación": [ ... } pasando
! ... ] de la hamaca perezosa. y cómoda a la silla de momar dura, que lo arrebata, como
un rayo, por los c-aminos angostos en busca de los arbusros de malhada (Os Serliie1, 20a.
ed., Río, 1946, pág. 120).
99 Léry, op. &il.,
II, pág. 98.
100 Léry, op. cit. II, pág. 99.
101 Soares, op. cit., pág. 164.
102 Soares, op. cit., pág. 170.
ios H. C. de Sousa Araújo, "Costumes Paraenses", Bole1im
Río, 1924. Sanitário, año 2, ni> 5,
lO~ Teodoro Sampaio, op. ciJ.
10:, Coutn de Magalhaes, op. cit.
106 Araújo Lima, op. cit.
101 Teodoro Sampaio, op. cit.
10s Teodoro Sampaio, op. ci1.
l0 9 .Araújo Lima, loe. cit. El autor menciona
otro proceso indígena de preparar el
pez entre las pobliciooes rurales del ~mazonas: la m ujic11.
de pescado cocido o asado, desmenu:iado en pedacitos, despué$ Se trata de cualquier clase
y aumentado en su propio caldo con harina de 1apioca o almidónde quitarle las espinas,
".
110 "L'emploi du piment pour relever l'insipid
(op. cit.)- s'est introduit dcpuis lors dans les habirud ité des aliroems -dice Sigaud
es
aujourd'hw l'iodispensable assaisoonemcm de tous les banquct au point de constituer
se dice que el Barón de Nazaré no iba a ningún banquete s [ .. ]"'. En Pernambuco
bolsillo por temor de que el anfitrión, por elegancia europea, sin !levar pimientos en su
111 Peckolt, op. eil.
oo los ofreciese en su mesa.
11 2 la palabra "complejo.. es empleada a lo
largo de este ensayo en su sentido
antropológico o sociológico, significando esa serie de rasgos
o procesos que constituyen
una especie de constelación (l.llrural. Es así como existe el comple
jo de la mandioca, de
180
dice Wisller en
la ,01111.dd, de la leche, de la cxogamia, del tabaco, etc. Es preciso, lógico.
Mim tlnd C1"1Md, no confundir ese uso sociológico con el psicopato
113 So.tes, o¡,. cit., pág. 151.
114 Friink Carente Spencer, &l11c11tso11 of the P11eblo
ChilJ, C.Olu.mbia Universicy,
C.Onstrib utions to Phllosop hy, Psycholo gy and F.ducatio n, vol. 7, nQ 1, New York. 1899.
116 T. E. Stevenso n, Thd Religio11 s Life of 1h, Ztiñi Chi/J; Burcau of Ethnology
Repon, vol. V. Washing ton.
118 .Alexander Francis Charoberlain, The &hai/J ,ind
chi/Jhoo d in folk-1ho11gh1, New
York, 1896.
111 Powcrs, apud Chamberlain, op. ci:.
118 En el Brasil de los primeros tiempos, tanto
cuanto enae los salvajes, se
estaba expuesto a picadas y mordidas de mil y un bichos cobra, venenosos o dañinos: de
m11ricoc11, m11111c.1,
5erpientes, de araña ca.ngrejera, de escorpión, de piojo-de- agua de los tíos, todo
avispas, hicbo-de-pé, onzas, caribes, coquitos. Monte, arena, de el
poblado de gusanos e insectos, de reptiles y peces ávidos sangre humana. Sig11ud
escribe al respecto, refiriénd ose particula rmente a los indígena s: "Les piqures,
(op. cit.) { .. }",
les morsures des animawr ou insectes veniroeu x Jcs exposen t au tétauos
heredada s de los indígena s. Refiere el autor de los Dülogos
119 Muchas de ellas
d G,r11nJer111 do Br111;/ cir., p:Íg. 275, que los indios, por
más animosos que fueran, si
peiti&11), del cual ya hice
en c-amioo a alguna empresa "oyeran cantar un pájaro ( la se recogen ( ... ]". Es una
mención, a8(Jtero como es para ellos, terminan la jornada y la pei1ica: "En los
supemici6n que se mantiene en el brasileño del Norte esra de su presencia en la ve-
estados del Norte siguen considerándola agorera y no soportan rio al diálogo saco de
cindad de sus habitaciones", escribe Rodolfo García en comenta y creencias nítidamente
aquella crónica del siglo XVII. Y en algunas de las superstic iones
es fácil reconocer
totémicas de los indlgenas, mencionadas por el Padre Joao Daniel, Norte, cuando no en
el origen de muchas de l:u superstic iones hoy corriente s en el
las gences del pueblo. "Tambié n desde pequeño s se crían" --escrib e
todo el Brasil, entre en muchos continge ntes,
el mision er~ con varios agüeros en pájaros, ea fieras del monte,
y por eso hay pájaros a los que no maran ni les hacen mal.
Y cuando se encuentran
de suceder ésta o
con algunas fieras en tales tiempos y ocasiones, creen que les ha dogmas en que los
aquella desgracia, o que han de morir, y están tan aferrados adeestos quicárselo de la cabeza.
crían los padres que, aunque vean lo contrario, no hay forma e igual la tienen con
Una de estas supemicioues, de la que hablamos ya, es con el tapir porque lo vieron
el erizo-escondido, al que llaman g4ndÚ-t1í", que les anuncia lao muerte rto no Md:dmo
de este o aquel modo, y con muchos otros animales (Thesotw Descobe- del .Amazonas, de su
Río Aminon111, Principio de la 2da. parte, que trata de los Indios a Pública de Ria de
fe, vida, costumbres, etc., copiada de un manuscrito de la Bibliotec 1858). Informa Montoya
Janeiro, Rev. do ]n!I. Hist. Geog. BraJ., vol. II, nQ 7, Rio,Janeiro Sobre a Primitiva
( "Manusc rito Guarani da Bibliotec a Naciona l do Rio de
Indios das Missqes" , Anais da Bih. Naciona l, vol. Vl) que, entre los
CatechC5C dos sapo en medio de la
indígenas por él observad os, la entrada de un venado o un
muerte próxima para uno de los presentes . Por la lisca de supersticiones
gente era señal de el profesor Ulisses Pernam-
regionales que preparó con sus colabora doces de Recife
Norte se relacionan,
bucano de Melo, se ve que numerosas creencias populares en elque dan felicidad; el
como las de los indios, con animales y vegetales agoreros o
coquito m,1ngt1ngá que entra en la casa es pésima señal, así como cualquier mariposa
o anunciar felicidad.
negra o sapo, pero !a áraña es la ..esperanza" que viene a traer de Preitas, "Alg11mas
Sobre este asunto véanse los interesantes ensayos de Joáo Alfredo uco, 1883, y Lend11s e
paldv,111 sobre o fetichismo ,eUgioso e poJltito entre nós", Pernamb Brhilien del Barón
supemir óes Jo No,rte do Br4Jil, Recite, 1884. También el Folk-lore O Folclore no Br,isil,
de Sant'Anna Nery, Paris, 1889. El estudio de Basílio de Ma~alháes, importantes apa-
Río, 1928, trae una excelence bibliografía que registra los trabajos m~
recidos sobre las supersticiones y creencias del brasileño.
120 Ya Mansfield observó en 1852: "I find the people here (at least the English
productions", Qi¡¡rles
people to whom l have spoken) koow very little about the natural
B. M11-nsfield, P'""K""'Y , B,IIZ;¡ ,inJ the PLiJe, Cambrid ge, 1856.
121 La red o hamaca figura en la historia social del Brasil como cama, medio de
convención de que
conducción o viaje y de transpone de enfermos y cadáveres. Existe la "El transporte de los
las redes blancas son para conducir cadiveres, y las rojas, heridos. se efectuaba y sígu.e
cadáveres, en las zonas rurales, e11 toda la exte11sión del Brasil,
181
efect11ándose en redes". Son éstas las hamacas que, colgadas a los
los senanejos o mt1tuto1, devora.o leguas hasta deposirar el cadáver hombros robustos de
terio de la fc:ligresía", Francisco Luís da Gama Rosa, "Costwnes do en h• iglesia o cemen-
tos, batizados, casamencos e enterros", Re-v. do /1HJ. HiJt. Geog. B,111., povo nos nascimen-
Primer Congreso de Historia Nacional, Parte V, Río, 1917. Tomo Espedal,
122 Cardim, op. cit., pág. 170.
12a Mootoya (op, cit., pág. 269) habla de poblacio
nes como Itapua, donde "la
vida de los niños no COI duradera, mot!an muy fácilmente:, algunos
vientre de sus madres, otros apenas nacidos, sin haber sido bautizados".morían hasta en el
léase también Afonso E. de Taunay, Sáo Paulo 1101 pTimeiros atJos, Sobre este asunto,
Milliet sugiere, en inteligente página, que la importancia dada a los 1920.. El Sr. Sérgio
nuestra sociedad colonial ( conforme evidencias presentadas en este ángeles y niños en
relacione con el "desarrollo del barroco" en el Brasil, desracado por el ensayo) tal vez se
(Psicologia do Caf1mé, Planalto, l-XI-1941, Siío Paulo). Prof. Rogc:r Bastide
124 Montoya, op. cit., pág. 308.
125 Roquette-Pinro, RondonitS, cit.
128 Léry, op. &is., 11, pág. 95.
127 Erland Nordenskíold, cit. en análisis bibliográ
fico del
Goe/ai (Museu Paraense), de Histó,ia Natural e Elnog,afia, Vol. Boletim do Museu
VII, Pará, 1913.
128 Boletim do Museu Goeldi, cit. Ya J. W. Fewkes
l!egó a la coodusi6o de que
las muñecas de los civilizados son supervivencias de !os ídolos de
A. F. Chamberlain, The Child, 301. Ed., Londres. !os ptiroitivos ( apud
1211 Roque11e-Pint0, Rondonia, cit.
130 Bronis!aw Malinowslcy, The SeX11al üfe of Savage,
in North WesJem Me/.,mes;11,
Londres, 1929.
131 A. F. Chamberlain destaca un hecho que nos
parece lícito asociar al complejo
brasileño de juegos con figuritas de: animales: el de novicios
en rec!u.sión o ayuno hasta que vean c:n sueño alucinatorio yel neófitos que son puestos
animal destinado a ser
su genio tutelar y cuya forma es muchas veces tatuada en el cuerpo,
des primitivas (The Child and ChiJdho()J in Polk-Thought, cit.). Mucho entre varias socieda-
malitos deoe su animal predilecto que se le aparece en sueños para jugador de ani-
132 J. García Mercada "traerle suerte".
), España 11is1a por ios Exttanie1'os, Relacio11e1 de Viajeros y
Emb,,;ado,e;, Siglo XVI, Madrid, sin fecha.
133 Cardim, op. cit., 175
y 310. En artfculo del diario A Manhá del 12 de abril
de 1942, bajo c:I drulo "Mundo Imaginario'', el Sr. Afonso
menta no recordar ningún trabajo brasileño sobre juegos y .Arinos de Melo Franco la-
juguetes tradicionales. Las
páginas dedicadas al asunto, en este ensayo, son de 1933.
is• J olio Daniel, op. cit., pág. 112.
1S5 Joao Daniel, op. cit., pág. 291.
138 Frey Vicente do Salvador, op. cit., pág. 59.
137 Ury, op. cit., I, págs. 137-138.
1ss Léry, op. cit., II, pág. 88.
lS& Cardim, op. cit., pág. 17 O.
HO léry, op. cit., IJ, pág. 91.
141 Soares, op. cit., pág. 314.
HZ Karsten, op. cit.,
143 Whiffen , op. cit.
lH Esto es, los verdaderos nombres recibidos en la infancia,
mágicamente al alma de! individuo. (Karsten, op. cit.). supuestamente ligados
l◄~ " { ... J alguns delles pela manhii, cm desperta
ndo,
no chao com as maos para o céo, para terem meo nelle seque levaotam e fazem fincapé
parece que fica direito por todo aquelle día'', Padre Luís Figucra, nao caia e assim lhC$
Documentos para la Historia del Brasil y Especialmente de Ceará, Rela,áo do Maranhilo,
1904. 1608-1625, Fortaleza,
H6 Montoya, op. cit., pág. 164-165.
147 Simiio de Vasconcelos, Vida do Vene,a11el Padre
]01eph de An,hieta da Com-
p,mhia de le111, Taum,sturgo do Novo Mundo na P1'ot1incia do Brasil
Lisboa, 1672. { .. }, pág. 102,
148 Cardiro, Gabriel Soares, Gandavo, todos se
refieren horrorizados al monstruo
marino. En su Historia dr1 Pro11incia Je Santa C1'11Z, { ... J
hasta la figura del hip11piMa: es aterf'ado,11. De ese mocsuu oed. de 1858, G11ndavo trae
dice además el Padre: Car-
182
que "só de cuidarem nelle
dim (op. cit.) que los narurales le tenían tan grande miedo '"parece-se com homens
morrem muitos e nenhu.m que o ve escapa". Y pormen orha:
os". Habla mujeres: "as
propríamente de boa estatura mas tem os olhos muíto encovad fonnosas: acham-se esses
femeas parecen mulheres, tem cabellos compridos e saooito leguas da Bahia se rem
monstros nas barras dos rios doces. Em Jagoaripe sere ou algún "exemplo desgarrado
achado muitos [. . ] . Arrur Neiva cree que- el hípupiara June Bolanict1 e Zoología 110 B,-..
da Otaria Jubata Forscer, 1755" (Bsbo,o HiJlórico Sob,e a
sit, Sao Paulo, 1929).
149 De la magia sexual en el Brasil prerend
ía ocuparse, de modo general, en tra-
la Rev. do lnsl. His1. Geog.
bajo del que sólo dejó las primeras páginas, publicadas en o Alfredo de Carva!ho.
Pern., NII 102, Recife, 1910, el historiador y cdcico brasileñ
150 ""lt follows --dice Hartla nd- that peoples
in that stage of thought cannoc
have, in theory at ali events, the repugna nce to a sexual union bctween roan and lower
animals with which religiou s craining and the growth of civilization have ímpressed ali
Such people admit che possibil iry of a marriag e wherein one parcy may
the highe1 races. even a tree or a plant"'.
be human and other an animal of a differen c spccies, or
oJ Flliry T11Jes, 2da. edición, Londres , 1925.
Edwin Sidney Hartland, The Sdence
161 Gilberto Freyre, "Vida Social no Nordesre",
en Li11ro do No,-Jesle (conmemo-
y posteriormence José
rativo del Centenario del Diário de Pernambuco, Recife, 1925), asunto también se ocupa
Lins do Rego, Menino Je Engenho (novela ), Rio, ·1932, Del
Ckero Dias, en su novela autobiográfica, en preparación, ]undiá.
1&2 G. S. Hall, "A Srudy of Fears", apud
Alexander Francis Chamberlain, The
.
Child, " Study in the P.oolution of Mt1n, 3ra. Edición, Londres
153 Los miedos que Hall llama de "gravedad"",
esto es, miedo de caer, de perder la
dirección, el tino, de que la tierra huya de los pies, ere., común entre los primitivos, se
encuent ran en vaiias supersti ciones y leyenda s corriem es en el Brasil de los primeros
y todavía presente s en el interior y los serrones . "Das águas do Gráo-Para.guai"
tiempos no intimo dos senóes, corda
--escrib e Teodoro Sampai o refiriénd ose al siglo XVI- "lá
ando-se em formida nda caradup a, com espanto so escrondo, faziam
a fama de que, precipit o ouvia", citado por Taunay,
uemer a tena e perder o tino ao vivence que do e$pa,o
, cit. Sobre otras leyenda s y supersti ciones ligadas a los
Sáo Paulo nos Primeiros Te-,npo1 pósrumo de Afonso Ari-
grandes ríos de la f101esta y de orig,m amerindio, véase el libro
o.os, Lenát1s e Traáifóes B,asiteiras, Sao Paulo, 1917.
164 Sílvio Rom~ro. Provocafoes e Deh<lln, cit.
1~5 Abbé Etienne, LA Secte M,uulm ane des Malés
du Brésil el le,w Ré11olle e11 1835,
Anthropos, Viena, enero-marzo, 1909. tH Ju Brésil, Paris, 1852.
l56 Augusre de Saint-Hilaire, Voy11ges át1ns l'lntbie
1:17 Soares, op. ci,. pág. 32 l.
IGS Anhur S. B. Freer, The Et1rly Fr11ncitc<1ns
and ]esuils, Londres, 1922.
16~ Fray Zephyr in Engdha 1dc, The Mission s "'"'· Missiont1ries of C,,lifornia, 1929.
el libro de Fray Basílio Rower, Págint1s J,, Histó,ia Fr11nciscana 110 B,-11sil,
Véase también ritos, y varias notas intere-
Rio, 1941, con abundan te bibliogr afía, inclusiv e de manusc
os entre la accivida d de los francisc anos y las de los jesuitas en el
santes sobre confliet descrita por el Padre Se1afirn
Brasil. la .actividad de los jesuiw se halla ampliam ente
Compan hi11 de Jesu1 Brasil, Lisboa, 1938, obra notable po,
Leite en su HistÓNa d" 110
n, por supuesto , desde el punto
su selección, orden, método y docume ntación. la selecció
de visea jesuítico. Brasil dice el Sr. Sérgio
En uno de sus eruditos estudios sobre la formación del sobre la cultura de los indí.
Buarque de Holanda no creer que la acción de los jesuitas ella es inherente a toda acti•
genas haya sido desintegradora, ·'sino en Ja medida en que
vidad civilizadora, a toda violenta transición de culru1a, ieron provocada por las influencias
de los otros, religiosos y
de los agentes externos. Donde los ignacianos se distingu trabajo que desempeñaron. Y,
legos, fue, esto sí, en la mayor obstinación y eficacia del
sobre todo, en el celo tan parricu!ar con que se dedicaroiones n, en cuerpo y alma, a1 me-
cristianas" {S. J., Cob,-a
nester de adaptar al indio a la vida civil según concepc
de Viá,o, Sao Paulo, 1944, pág. 97).
Pues al contrario de lo
Tal vez haya en escas palabras una excesiva generalización. ias de grado en la
sugerir el ilustre ensayisr a, es posible admitir diferenc
que parece por los diversos grupos misione-
acción desinteg radora de las culruras indígen as ejercida s
en contacto con poblacio nes indígen as de América , Africa, A5ia,
ros cristianos puestos indio a 11. vida civil" y sus
Australia y divel'$3$ islas. Es que sus métod0$ de "adapta r el
183
"concepciones cristianas" han variado considerablemente.
rios y métodos, véase Robert Ricard, Etudes el doc11me Sobre esta diversidad de crite-
l'Espagne el Porl1'gal, París, 1931, y la Conqué 11J1 pour l'histoi re ·miuion aire dt1
te
l'apo110/a1 et les mélhod es missionaires des Ordres spirit11elle du Me,cique, Ew,i JM
Mendia n/s en No11t1elle-Bspag,1e de
1.523-24 a 1.572, Paris, 1933. Juan Suárez de Peralta
Esp11ñ11, edición de Justo Zaragoza, Madrid, 1878 , Noticia1 Históricas de l,. N11e1111
(que
indígenas del área por él estudiada preferían los franciscpretende. explicar por qué los
J. Alves Correia, A Dilata, áo da Fé no lmpéri o Portugués,anos a los otros mision eros).
Lisboa, 1936. Lewis Hanke,
The First Social E:i.perime111s in Americ a, Cambridge,
que la actitud del gobierno y de las órdenes religios 1935. El profesor Hanke muestra
amerindios fue casi sociológicamente experimental y as españolas en relación con los
que en los interrogatorios efectua-
dos bajo este criterio se recoAieron opiniones contradictorias
genas "abiks , de muy buenos juyzios e entendimencos , j112gando unos a los indí-
mandada y no dexallo a su querer" ( Appen Jix B). La " y otros "gente que quiere ser
predominante entre Jos misioneros jesuitas, derivándose última parece haber sido la idea
todos, considerados por algunos excesivamente pacerna de ali!, probablemente, sus mé-
liscas
Brasil y de oteas partes de América. Ocros cdticos, como al lidiar con los indígeoas del
Dampier y 0.theri ne Durnin g Whecham, en su los antropólogos William Cecil
fo Natura l foheritance 4nd Social Re1po111abiUty, The F11mily and tbe Nation • " S111dy
Londres, 1909, pág. 160, alaban a los
jesuitas precisamente por la política que siguieron
gación de los indígenas en las reservas (evitándose en las Américas en cuanto a segre•
así la miscigenación) y por el sis-
tema de "perperual parental rutelage", ya que para los
ridos antropólogos, "the lndian mind was lncapable of mismos j~suitas, según los refe-
ligencia del indio era incapaz de alto desarro llo"). Es a high developmenc" ("la inte-
en su primera fase de acción misionera, dieron a la cierto que en el Brasil los jesui!&$,
un rumbo intelecrualista. Fue la segunda fase que educación de los niños indígenas
caracterizado por la segregación de grandes grupos siguier
amerin
on el sistema de las reservas,
soluto paternalismo. Este régimen culminó en el "Estado dios bajo un régimen de ab.
racterizado por el profesor Walter Goeo: como "a " paraguayo (1601- 1767), ca-
native population by communistic economic and social virtual autocracy controlling the
Social Sciences, New York, 1935, pág. 388).
regulations" (B,u:yclopaedu of the
Sobre el rema véanse también: A. H. Snow, The QueJtio
1921. W. C. Mac lead, Americ an Indian Fronlill1', New n of Aborig ines. New York,
Viñas Mey, El Estatuto del obr.ro indígen a en la Coloni York-Londres, 1928. 0.rmel o
George W. Hinma n, The lf.me,ican lndian and zación füpañola, Madrid, 1929:
Juks Harmand, Domint1tion et Colonisation, Paris,Christi an Miuion s, New York, 1933;
1910; G. H. L. F. Pitt- Rivers, The
Clash of C1'ltMres a11d the Conract of R11c1:1, Londre
s, 1927; Fray Basílio Rower, PáginaJ
da his:ória frt1ncis&t1na no Brasil", Rio, 1941. Este
franciscanos fundaron aldeas en el Norte del Brasil, destaca, en las págs. 51-52, que los
con el sisrcma de las misiones volantes, es decir, adoctripero "en el sur seguían siempre
habicat { .. }. "Y si a fines del siglo XVII se encarga naban mucha gente en su propio
y temporal de diversas aldeas ya existentes, fue a instanc ron de la administración espiritual
esto, sin embargo, no dejaron el sistema al que daban ias de la autoridad civil. Con
cordante con la Regla e índole de la Orden", esco es, preferencia y que parece más con-
lo que se tornaba evidente haber sido mayor la intensi la libercad de los indios. Ante
acd6n desi ntegradora ejercida por las reservas jesuitas dad y extensión de la inevitable
nos. Los jesuitas de las reservas no sólo apartaban a que la ejercida por los francisca,
los
conservarlos en medios ardficiaks, sino que los privaba indígenas de su habilat para
y del ambiente favorable al desarrollo de sus aptitud n de la lib<;rtad de expresión
el contrario, seguir una vida puramente mecánica y durame es y capacidades, haciéndolos, por
niños, eremos aprendices y eternos robots, cuyo trabajo nte reglamencada de .eternos
era aprovechado por sus tutores.
Al mismo tiempo, ningún estudioso honesto del asunto
los misioneros jesuitas se destacaron de los demás por puede negar que en el Brasil
mayor del trabajo que desarrollaron". Los del primer la "mayor obstinación" y "eficacia
ser heroicos, tal fue la intensidad de su esfuer20 en medio siglo de coloni:zación llegaron a
160 Vasconcelos, Chronica, cir., pág. 43.
de tremendas dificultades.
161 Soares, op. cit., pág. 321.
162 Sobre las características y tendenc
ias de la llamada "mentalidad primitiva",
léase el trabajo de léry Brühl, Mental ité Pr/mj1it1e, Piris,
183 Cuadernos escritos a mano por Anchic
1922.
ta dicen: "ainda naquelle tempo náo
havia nesta partes copia de livros, por onde pudessem
os discipulos aprender os preceitos
184
da grammatica. Esta grande falta, remediava-a a caridade de José a cusm do seu suoc, e
trabalho, escrevendo por propria miio tamos quadecnos dos dicos preceitos quanto, eram
os discipulos que ensinava [ .. }". Vasconcelos, Chroni,11, cit., pág. 118.
164 Los esrudios de la llamada "mentalidad primitiva" muestran c6mo es
doloroso
¡:,ara ellos separarse del medio físico regional al que están ligados por uo. sistema de
relaciones místicas, totémicas y animistas. Este equilibrio de relaciones místicas se rom•
pía con la segregación jesuírica.
185 Cit. por Joao Lúdo de Azevedo, O ]eJfJitas no Gráo-PartÍ, cit.
166 Simplismo considerado por Sir J. G. Frazer "always dangerous aod not
seldoin
disamous"', ese de abolir viejos siscemas morales sin asegurarles substitución real y no
artificial {Introducción al libro de C. W. Hobey, Bam" Beliefs 11nJ M11git, Londres,
1922). También Wissler (Man and Culture, cit.) indica las desventajiu que ¡epresenwi
para las poblaciones salvajes las buenas intenciones moralizadoras y civilizadoras de los
misioneros, aun cuando en ellos no se a.aricipa el imperialismo económico de los grao•
des países ca.pitalistas". Y Pitt•Rivers, op. cit., escribe: "the inevitable result of destroying
all the old culture forros and cnvironmental conditions in thc endeavour to impose too
dissimilar a. culture upon a people specialized by a long process of adaptation to particular
conditions is acrually to exterminate them". Asregando, "lt follows from this that ali
Missionary cndeavour among heathen and savage peoples { .. ) is incapable of achiev-
ing any result in the end except to assist in the excermination of the pc:ople it professes
to assíst".
161 "A ptimeira tra,a com que sahiram -escribe de los jesuitas el Padre Simio--
foi fazer familiares de casa ( ainda a custa de dadivas e mimos) os meninos filhos dos
Indios; porque estes, por menos diverridos e por mais habeis que os grandes, e.rn todas
as na,ües do Btasil, sao mais fa,eis de doutrinar, e doutrinados os filhos, por elles se
come,ariam a dourrínar os paes; tra,a que a experiencia mostrou ser vinda do céo .. ".
Conquistados los niños hijos de indios, los jesuitas les enseñaron "a leer, escribir, contar,
ayudar a la misa y la doctrina cristiana, y los má.s viejos sa.llan en procesiones por las
calles enconando cantos de solfa, las oraciones, y los misterios de la fe, compuestos con
estilo, con lo que se alegraban inmensamente los padres", "Llegaba. a ser muy alta la
opinión que se tenía de escas niños enrre los indios, porque los respetaban como cosa
sagrada: ninguno osaba hacer cosa alguna contra su voluntad, crelan lo que dedan y
crelan que poselan alguna divinidad, incluso enramaban los caminos por donde debían
pasar" (Vasconcelos, Chronica, cit, pág. 125). Sobre este asunto escribe Couto de
Magalháes: "Esros niños, cuando llegaban a hombres, eran escuelas vivas porque, po.
seyendo igualmente bien las dos lenguas, eran el eslabón indispensable para aproximar
a bs dos razas" (O Selr1agem, cit.). Léase también sobre el sistema de catequesis y pe•
dagogía de los primeros jesuitas, Pires de Almeida, L'instr11c1io11 {JfJb/iqtJe "" Brésil, Rio
de Janeiro, 1889.
168 Era un viejo hechicero !Jamado Ycguacad. Los ¡:,adres lo soltaban
ea medio
de los niños, que al principio ccnían miedo, "pero poco a poco fue pasando el miedo y al
final todos se tiraban hacia su bando, lo acometieron, dieron con él en el suelo y lo
maltrataron de todas bs formas" ( Montoya, op. cit., pág. 250).
169 111 Cenunario del V ener"ble Joseph de Anchieta, París.Lisboa, 1900.
170 Es verdad que los etnólogos la.menean el hecho de ·que ea Brasil la "Iglesia
niveló más, apegó los caracccristicos trazo~ étnicos y peculiares de rantas tribus ind ¡.
genas, extintas ya o prontas a extinguirse. Una corriente poderosa alcanzó a todos los
elementos que encontró en su camino y los uniformizó a todos y en todas partes".
(Emilio Goelcli, ··o Estado Ama! dos Conhecimentos sobre os Indios do Brasil" en Bo-
Je#m do Muse# Paraense de HiJtória Natural e l'.t11ogr11fia, Nº 4, vol. li).
111 Teodoro Sampaio, O Tupi, cit.
J,2 Cit. por Taunay, fliJtória Geral das Bandeiras, cit.
173 Teodoro Sampaio, O Tupi, cit.
174 Vida do Venerável Padre Joseph de Anchie1a de la Companhia de Iesu
{ .. ].
Composca Pello P. Simáo ele Vasconccllos ( .. ), pág. 126, Lisboa, 1622.
175 Vasconcelos, Vid" do Vfnerá11el Padre }01cph de Anchiela, cit., pág. 130.
176 F. A. Varnhagcn, História Geral do Braiil, cit.
171 111 Centen,írio do VenerJvel Joieph de A.nchieta, cir.
17!1 Varnhagcn, op. ei1.
179 Vasconcdos, Vida do Venerdi•el Padre Joseph de Anchiet11, cit., p.Íg. 130.
180 Teodoro Sampaio, O Tupi, cit.
185
181 José Antonio de Freicas, O Ljrism o Br,,sileiro, Lisboa
182 Afonso de Escragnolle Taunay, Sáo Paulo no Século , 1873.
183 III Centenárfo do Venerá vel Joseph
XVI, Tours, 1921.
de An,hie ta, cit.
1s, Varnhagens, op. cit.
186 J. M. de Madureira, S. J. A tibe-rd
de dos
pedagogía e seus res11Jtado1, Rio de Janeiro, 1927 imlios e a Co,,,¡,anhia de les111, s11a
naciona.1 de Historia de América, vol. IV). ( tomo especia! del Congreso lnter•
"Quanro a nos --escr ibe sobre el sistema de los
Pinhe iros- grande <'rto era o d'aniquilar intei1'11 jesuitas el Can6nigo Fernandes
neophyros, reduz.indo-os ao mesquinho papel de. machin .J1lente a vontade dos carechumenos e
indios como meninos que necessitam de guias para as ambulantes. Coruiderando os
vicio, de tutores para nao dissiparem a propria fazend senao despenharem nos abysmos do
a, entenderam os varoes apostolicos
que primeiro os chamaran ao gremio da lgreja
esses guias; no que nao se enganaram. Levando,e da civiliza<;io, que deveram ser elles
familia espiritual tinham, transmitiram intacto ti.oporem, mais longe o zelo que pela
esquecendo que era elle por sua natureza precari grande poder aos seus successores,
phase de transi~fo da vida selvagem para a civiliza o, e apenas proprio para a primeira
assignalamos, daqui proveio que jamais teve o indio da. Daqui nasceu o abuso que
se por suas inspira\óes, em assumir a responsabilidautonomía, jaroah pensou em didgir -
final.mente a destrui<;ao toca! da obra da catc:chese, ade de scus atos: daqui originou-se
que faltou-lhe o bra\o jesuítico que de pé a suscinh que tao prosperae vivaz pareáa , logo
p,nbi11 de Je;us do Estado do Brasil, etc., por el a". Introd.11ra.o a Chro-nje4 J¡z Com-
ci6n, Rio, 1864. Del mismo Canónigo Fernandes Padre Simiio de Vasconcelos, 2da. cdi-
Pinheiro léase sobre c:l asunto "Ensayo
sobre los Jesuitas", Rev. Inst. Hj.st. Geog. Brllf., tomo
XVIII. Conviene leer, al lado de
ensayos sobre los jesuiras más o menos impregnados
Nabuco, Eduardo Prado, Teodoro Sampaio, Brasllide fervor apologé1ico, los de Joaquín
nt!1"ável Joseph de Anchie111, Paris-Lisboa, 1900;
o Machado ( III Centenár-io do Ve-
Rio, 1911; Eugenio Vílhena de Mora.is, "Qua! aJ. P. Calógeras, Os Je1uil,z.r e o Bnsino,
tras?" (Rev. lnsl. Hist. Geog. Bra;., romo especia!, influencia dos Jesu.iras em nossas Le-
V, Ria, 1917, las pocas tentativas de crítica históri Congreso de Historia Nacional, Parte
História dos Jesuitas, Extrahidos dos Chronisn1.s da ca, como los "Aponramemos para a
Coropanhia de Jesus" ( Rev In;. His.
Geog. Brasil, lomo XXXI V, Rio, 1871) , de Amon
io
en reconocer la dificultad de ..reflexionar críticamenteHenriques Leal. Es éste el primero
ya que "ellos son los propios escri1ores y, por consig " sobre la historia de los jesuitas,
sumas de parcialidad e inverosimilirod". Sobre la uiente, no están exentos de grandes
jesuitas en el Brasil, véase c:l libro IV, cap. I de organi
Le
zación del trabajo en las misiones
Colom b, de L. Capitan y Henri Lorin, Paris, 1930. tr,waiJ et• Amériq1'e Avam et APris
fim lei 1e sobre la historia de la Compañía de JesúsLos recientes trabajos del Padre Sera-
ciones va.liosas, notándose, entretanto, que el materi en el Brasil son ricos en informa-
desde el pumo de vista jesuítico. al está presentado apologéticamente
1116 José Arouch
e de Toledo Rcndon, "Mem
vincia de Sáo Paulo", Re11. do lnst. Hi,t. Geog., ória sobre as Aldeias de Indios da Pro-
Bras., VI; Joao Mendes Júnior, Os lndí-
gen11s no Br,,sil • Seus Dfreito s Indiviá uais
e Politi,01, Sao Paulo, 1912.
187 "No era tal vez menor la tiranía
del religioso en la misión que la del labra-
dor en la hacienda", escribe Jo.iio Lúcio de Azeved
padres no tenían hacia los ne6fitos la caridad debida o. Y agrega: "era cierto que algunos
a azotar y a meter en troncos; y ni siquiera los ; por ligeras culpas los mandaban
"principales", que el presagio de su
autoridad debiera resguardar, escapaban a los humill
p,.,á, s1'aJ MiJJóes e " Colon iuráo, 2da. edición antes castigos" (Os Jesuitas no Gráo-
188 Arouche, Memóriiz, cit.
, Coimbra, 1930) .
189 Arouche, Memóriia, cit.
100 Joao Lúcio de Azevedo, Os Je;uita
s no Grao-Pará, cit.
101 Joao Lúcio de Azevedo, op. eii.
102 Azevedo, Os Jesuita; no Gráo-Pará,
cit.
193 El despoblamiento parece haber
sido enorme. Es difícil de precisar cuál sería
la población aborigen al efectuarse el descubrimien
to
su relativa densidad, "por lo menos --<fice .Azeve del Brasil, pero hay evidencias de
márgenes de los ríos". El mismo hecho es destaca do-- en el litoral del océano y en !as
A méri,11, cit. do por M. Bonfim, O Brasil na
194 Azevedo, op. cit.
186
105 "Crónica da Companhi a de Jesus pelo Padre Jacinto de Carvalho",
manuscrito
de la Biblioteca de Evora, apud Azevedo, op. át.
1w6 "Memórias sobre o Maranhao" del Padre José de Mora.is,
apud A. J. de Melo
Aroucht.,
Motais, Corografía, Rio de Janeiro, 1859; Joao Francisco Lisboa, T;mon, cit.; Agostinho
Memóm, cÍI.; Padre Antonio Vieira, Obras V iims, Lisboa, 1856 y 1857;
Marques Perdigao Malhciro, A Es&rtwídáo 110 8r11JiJ, Rio de Janeiro, 1866; J. J. Machado
de Oliveira, ''Notícias raciocinadas sobre as aldeias de indios da Provincia de Sao Paulo"
(Rev. do lnst. Hist. Geog. Br11s., VllI).
197 Perdigáo Malheiro, op. &it.
198 J. F. Lisboa, Timon, cit.
199 Azevedo, Os ]esuiias no Gráo-P,mí, cit.
200 Antonio Vieira, citado por Azevedo, op. úe.
201 Taunay, Sio P,su/o no Século XVI, cit.
202 Vasconcelos, Chronica, cit., pág. 65.
203 Escribe Kcller de los portugueses: "They were so given to
the slavc-system
of
chat they could no longer provide for themselves. A biological differentiadon of
funccions, as ir were, had left them, like Darwin·s salve-malcing ants, in a sort
parasitic relation to a subject race" (A. G. Keller, Colonization, etc., cit., Boston-
New York, 1908.
204 Véase las Actas de la Cámara de Siio Paulo, cit.
205 Taunay, Hirto,ia Geral dar Bandeiras P11t1li1tas, etc.
206 Cardim, op. d,t., pág. 320.
207 Gandavo, op. dt., pág. 119.
208 Nóbrega, c,,rtas cit., pág. I I O.
209 Léry, op. ci1., I, págs. 122-123.
210 Soares, op. cit., pág. 306. Agrega Soares: " ... bons, alvos, miúdos,
sem hunca
Jhes apodreccrem (. . ] pernas bem feitas, pés pcquenos [. . } homens de grandes
for,as" (pág. 306).
211 Cardim, op. cit.
212 Pero Vaz de Caminha, C,srt,z, cir.
213 Alexander Goldenweiser, "The Significance of the Study of
Culture for Sociolo-
gy". Jo11rn11l of Soci<'l Forces, vol. IJJ, 1924.
214 Rivers, apud Goldenwc1ser, loe. cis.
215 Citado por J. Isidoro Martins Júnior, História do Direilo Nacional,
Rio, 1895.
210 En lo que se llama "Derecho público interno" de los indígenas
Beviláqua esti-
ma "casi nula la represión del fruto", "el comunismo tribal con ausencia de absoluto
dominio territorial" apenas en las mujeres adúlteras, de talión, represalia de familia,
etc. (lnstituifóes e Cosl11mes ]uridi&os dos Indígenas Brasileiros no Tempo da Conqui,111,
apud Marcios Júnior, op. cit.
2 17 Esta costumbre indígena fue adoptada por los primeros
colonos. Refiriéndose
nao
a los colonos y a los padres, Anchi<.>1a escribe: "Andarcm descal(os é uso da terraose mui
!hes dá tanta pena o trabalho como si fora na F.uropa e desra maneira fazernlfnchieta,
ri<os e honrados da cerra" (1"/orma(óes e Fragmentos do Padre Joseph de
S. J., 1584-1586, cit).
En cuanto a la coiv11:ra (quema), no se debe emender como influencia suya en la
técnica del sembrado en el Brasil patriarcal el puro hecho de devastar monees, práctican
mucho más antigua en Porrugal y en la Europa mC'diterránea de antes de la colonizació según
Jusi cana en el Brasil, si no la sistemacización de cales devastaciones por el fuego
procesos amerindios adoptados por los porrugueses. Todo indica que éstos, en su mayor
número, r~ccionaron en América del Sur de modo idéntico a muchos colonos ingleses va-
en América del Norte, esto es, practicaban la llamada "siembra de los pioneros"
liéndose de métodos o sugestiones amerindias. Métodos simplistas y, a veces, brutales.
En 1849 el piofesor J. F. Johnston notaba ya que los agricultores blancos de Nueva
Inglaterra habían .seguido los métodos poco económicos de labtanza encontrados entte
los amerindios. El asunro fue posterior menee estudiado por el profesor Alfred Holt the
Stone en su trabajo "Sorne Problems of Sou1hern Economic History, en Readings in
Economi& History of American Agric11/ture (organizado por Schmidc y Ross, Ncw York,
1925, págs. 274-292), donde llegó a la conclusión de que en las tierras vastas y baratas los
los pioneros tienden a la explotación del suelo por mérodos menos económicos que
empleados en su país de origen. También F. J. Turner, The P1'ontier in lfmeríc,zn His-
tory, New York, 1921, estudió el asunto destacando la tendencia de los pioneros europeos
187
en América a seguir técnicas amerindias, y el profeso
Geogr,:phy of the So11Jh -A St11dy in Region,zl Reso11r r Rupert B. Vanee en H_,m
Hill, 1932, analiz:1. el conflia o entre procesos de pionero ces 11nd Hum,zn AJ111¡N11&y, Chapel
triarcal-esclavista ( "planta tion"). Ese conflicto, sin embarg s y procesos de colonización pa-
de técnicas adquiridas de- los amerindios por los pionero o, no excluye la preservación
de la frontera económica europea sobre cieml.S america s en sus primeras expamiones
Ante esto no parece tener razón el Sr. Afonso Arinos nas.
negar, en nocable trabajo (Desen volvim ento J,, Civiliz1 de Melo Franco al tratar de
1944, pág. 18), la influencia directa de la coiv11r11, como1ráo M111eri.tl no Brasil, Rio,
el sembrado del Brasil porcugués. Aunque nadie ignore rasgo culrural indlgena, sobre
se practicó la devastación de montes, antes de ser descub que en Porruga! y en Europa
se verificó la supervivencia del proceso pionero del ierto y colonizado el Brasil, ;i.quí
sembrado con desprecio por técnicas
para e! abono, más adelantadas y económicas, practica
En el mismo era.bajo, el autor parece olvidar, entre das en Europa.
marerial, lll adopción por un país de plantas utilizad los elementos de civilización
que 01$Í siempre se enriquece una economía o una culrura as por otros, adopciones con las
otra. En el Brasil fue considerable la adopción por parte cuando está ca contacto coa
alimenticias, medicinales o de otra utilidad cultivadas de los portugueses de plaow
canos. Es una lástima que el autor de Desen11ol1,;,n entoo uúlizadas por amerindios y afri-
haya despreciado ese aspecto de las relaciones de la d,, Civiliz11(áo m,zteri,J no B,,zsiJ
en el Brasil. Tal omisión es tanto más notable cuantoculrura europea con las extraeuropeas
que el referido historiador ps.rece ser
de los que tienden a defender la tesis de que la civiliza
eutopea. Esta cesis serí:1 también igualmente defendidación brasileña tiene poco de cxrra-
con especial vigor por el escritor
Afranio PcilCoro, quien, en brillante ensayo sobre "O
sentado en el Tercer Congreso Internacional de úcedráHomen Cósmico da América", pre-
reunid o-en Nueva Orleans en 1942, y publicado en ticos de Litetlltura Iberoamericana,
Nueva Orleans, 1944. sustenta: "Se llega a hablar para la Memo ru del mismo Congreso,
"amerindias" y "afroindias", que son apenas desaho ofender a Europa de civilizaciones
efímeras por no consistent<'s. En realidad, sólo haygos políticos o tendencias electorales
civiliza<:ión blanca importada, apenas americanizada" una civilización en América; es la
(págs.
de Afranio Peixoto fueron impugnadas en el mismo Congre 116-117 ). las conclusiones
Crawford, Vásquez Amara!, Albeno Rembao y otros, so por los profesores W. Rex
Crawford la influencia africana en el dc-sarro!lo de habiendo recordado el profesor
también sobre este asunto a Gilberto Freyre, ProblemllJvarias culturas americanas. Vr:iiSC
1943. br111Ueiros de An.t,opoloil,z, llio,
En comentario al estudio del Sr. Joao Dornas, Filho,
1;/ei,o, Curitiba, 1943, el Sr. Aires da Mata Machad lnflúen cu 1oci,,l do negro bra-
rrafo del mismo estudio: "En cuanto a su valor específ o Filho tr\lnscribe el siguiente pá-
lectUa! en relación con el aborigen del Brasil, ico, al "tonus·• de su fue inte-
esenciales que le dan superioridad sobre éste, elMax Schmidt destaea, entre los aspectos
trabajo de los merales y la cría de ga-
nado. Gilbert◊ Freyre agrega el arre culinario y
que e! negro ya practicaba racionalmente, como seambos se olvidan de la agriculrura,
maíz, ya que éste ú Itimo sólo era utilizado por el indiosabe, con la cañ:L de azúcar y el
áeodo el proceso de molienda para el fubá y otros atoles en forma cocida o asada, descono-
dujo en nuestra diera" (Indios y Nei,os , Planalto, Sao o maicenas, que el negro intro-
la observación es interesante en lo que se refiere a la Paulo, enero 1945, págs. 26-27) .
llo de la civili2ación material en el Brasil con valorescontribución del negro al desarro-
por el Sr. Afonso Arinos de Melo Franco en su referido y técnicas un tanto despreciadas
mtúffll ll no Br11sil. E! Sr. A. A. de Melo Franco escribeD111en11ol11imen10 dt1 Civilizarao
profesor Artur Ramos reconocen "la pequeñez de la ali{ que Nina Rodrigues y el
a nuestra ci vi!ízación material", llgregando que Arturcontribución específicamente negu.
ción matedal de los negros, se refiere apenas a la import Ramos, al ttarar de la civiliza-
bronce y otros metales y a la fabricación de instruroent0$ ación de pe<¡ueños objetos de
doméstico" ( p!g. 19). Quedarían en el olvido contrib de música de culto y de uso
destacadas por el Sr. Dornas Filho --que ciertamente uciones a la agricultura. como las
tido lato--, a la culinaria, la arquitF.CTUra, la escultuusa la palabra "maíz" en el sen-
( como el traje de la babiana, el turbante, etc.) y la orfebre ra, la pintura , el uaie popular
218 Karsteo, op. cit.
ría semipopular babiana.
219 Ga$táo Cruls, op. di. Silvia Romer o y
Joiio
ción am~riodia a lll cultura brasileña: "A los indios Ribeiro resumen as( la contribu-
mente eo los parajes donde más se cruzaron, como es debe nuesrrJ. gente actual, especial-
el caso del centro, ootte, oeste,
188
este y hasa sut del país, muchos de los conoc1m1eotos e instrumentos de caza y pesca,
varias planw alimenticias y medicinales, muchas palabras del lenguaje corriente, muchas
cosrumbres locales, algunos fenómenos de la mística popular, varias danzas plebeyas y
cierto influjo en la poesía anónima, especialmente en el ciclo de "rómances de vaqueiros"
muy corrientes en la región scrcaneja del Norte, en la famosa zona de las sequías entre
el Paragua-u y el Parnaíba, la vieja patria de los "Cariris" (Compendio Je His1ófi11 da
Uteraum,, 2da. edición refundida, Rio de Janeiro, 1909). Y Alfonso Cláudio, en su
estudio sobre As /res ftlf4J na SocieáaJe Colonial - Contribui(áo social de caJ11 uma,
destaca que el indígena contribuyó a la formación brasileña: a) con su brazo, que fue
uno de los instrumentos de trabajo colonial; b) con el conocimiento de los cursos de
agua interiores del país, por donde navegaba, y de las selvas, cuyo guía siempre fue en
las exploraciones industriales y científicas y en las misiones religiosas; c) con la divul-
gación de vegetales convenientes a la alimenración, como la harina de mandioca, el cauim
o ca#aba, nueces y casca.ñas silvestres; d) con la práctica de extraer raíces, fruw, aceites
y hojas, trepadoras y flores de propiedades tera.péuticas, desconocidas por los europeos;
e) con la enseñanza del manejo del arco y la flecha, de lazos y trampas para la captura
del pez, y de la caza roediante la trampa llamada .,,, undéu, el foio, el iequi,í y el tingui; f)
con los préstamos de su vocabulario díalectal para designar hechos de lenguaje sin ex-
presión correspondiente en las lenguas portuguesa y africana; g) con la enseñanza y pre-
paración Je la &oi11ar11, el gobierno de la.s igar111 ( canoas pequeñas hechas de corteza de
árboles), en los ríos y lagunas y transporte por los rápidos y cascadas; h) con la aplica-
ción de textiles al uso doméstico y al vestuario, cales como las fibras de trepadoras y ra-
quaras; i) con el tejido de las hamacas para dormir y para. cazar peces, como la tarrafa
la palmera l11c11m y la fisg11, arpón para pescar; j) con el conodmiento y preparación de
la ticun11 o curare" (Tomo especial, volumen JU, Rev. ln;t. Hist. Geog. Bf'IIJ., 1927).
Entre otras muchas palabras que nos quedaron del tupi, Teodoro Sampaio menciona
las siguientes; arapuca, percha, sapeca, embarucar, tabaréu, pi poca, tetéia, caipira, todas
de uso corriente en el Brasil ( "Sao Paulo de Piratinin~ no Fim do Século XVI", Rei·.
Jo lnsl. Hist. Geog. de Sao Paulo, Tomo IV).
189
111
EL COLONIZADOR PORTUGUES:
ANTECEDENTES Y DISPOSICIONES.
HEMOS de insistir aquí, con más fuerza, sobre varios aspectos a que lige-
ramente nos hemos referido en el primer capítulo, en la tentativa de ca-
racterizar la figura del portugués del Brasil. Figura vaga, fáltale el contorno
o el color que la individualice entre los imperialistas modernos. En algunos
aspectos se asemeja al inglés; en otros, al español. Un español sin el ardor
combativo ni la ortodoxia dramática del conquistador de Méjico y del Pe-
rú; un inglés sin las ásperas líneas puritanas. El prototipo del contempori-
zador. Sín ideales absolutos ni prejuicios inflexibles.
El esclavista terrible, a quien sólo falt6 transportar del Africa a Amé-
rica, en navíos inmundos que se adivinaban a la distancia por la catinga,
una población entera de negros, fue, a su vez, el colonizador europeo que
mejor confraternizó con las razas llamadas inferiores. El menos cruel en sus
relaciones con los esclavos. Es verdad que, en gran parte, por la imposibili-
dad de constituirse en aristocracia europea en los trópicos, pues para ello
faltábale capital, sino en hombres, en mujeres blancas. Pero independiente-
mente de la falta o escasez de mujer blanca, el portugués se inclinó siempre
hacia el contacto voluptuoso con la mujer exótica. Hacia la mestización y la
"mixigenación". Tendencia que parece resultar de la plasticidad social,
mayor en el portugués que en cualquier otro colonizador europeo.
Nadie menos rígido en el contorno, menos áspero en las líneas del ca-
rácter. De ahí que se preste a tantas y tan profundas deformaciones. No es
una "leyenda negra", como la grande y siniestra que prestigia, aunque os-
cureciéndola, la figura del conquistador español, la que nimba al coloniza-
dor portugués, sino una tradición pegajosa de inepcia, de estupidez y de
salacidad.
La deformación de la silueta gótica, por naturaleza vertical, del caste-
llano ha sido en el sentido de la grecoide. El alargamiento mórbido. La "fé-
rrea austeridad" exagerada en crueldad, el orgullo en fanfarronería quijo-
tesca, el coraje en bravata. Pero conservando la nobleza angulosa del todo.
191
La deformación del portugués ha tenido siempre un sentido horizo
achatamiento, la redondez. La exageración de la carne en enjund ntal. El
ia. Su rea•
lismo económico redondeado en mercantilismo, en cicatería, materi
alización
burda de todos los valores de la vida. Su culto de la Venus
obscura, de
formación tan romántica como el de las vírgenes rubias, deform
ado en en•
fermizo erotismo servil: furor de impenitente Don Juan d~ las
senzalas tras
de negras y mulatitas.
No es por el estudio del portugués moderno, tan atacado de podred
um-
bre, que ha de obtenerse una idea tan equilibrada y exacta del
colonizador
del Brasil, el portugués de los siglos XV y XVI, rico aún de
energías, con
el carácter debilitado por sólo un siglo de corrupción y decade
ncia. Fue lo
que intentó Keyserling para destacar su plebeyismo y negarle
casi la condi-
ción de pueblo imperial. Aunque ese plebeyismo fuese caracte
rístico del
portugués de hoy, no lo sería del portugués de los siglos XV y
XVI. Sin afi.
narse nunca en el aristocrátismo del castellano, fue en el burgue
sismo en lo
que el portugués se anticipó a los europeos. Pero ese burgue
sismo precoz
sufriría en d Brasil serias refracciones ante las condiciones
físicas de la
tierra y de la cultura de los nativos: y el pueblo que, según
Herculano,
apenas había conocido el feudalismo, 1 retrocedió en el siglo
XVI a la
era feudal, reviviendo sus métodos aristocráticos en la coloniz
ación de
América. Algo así como una compensación o rectificación
de su propia
historia.
La colonización del Brasil se desarrolló aristocráticamente más
que la de
cualquier otra parte de América. En el Perú habrá habido mayor
brillo es-
'cenográfico; mayor ostentación de las formas y de los acceso
rios de la aris-
tocracia europea. Lima llegó a tener cuatro mil carruajes rodand
o por las
calles y, en ellos, magníficos e inútiles, centenares de grande
s de España.
Cuarenta y cinco familias sólo de marqueses y condes. Pero donde
el pro-
ceso de colonización europea se afirmó esencialmente aristocrático,
fue en
el norte del Brasil. Aristocrático, patriarcal, esclavista. El portug
ués se con-
virtió aquí en propietario de vastísimas tierras, dueño de hombr
es más nu•
merosos que cualquier otro colonizador de América. Esencialment
e plebeyo,
habría fracasado en la esfera aristocrática en que tuvo que desenv
olver su
imperio colonial del Brasil. Y no falló, sino que fundó la mayor
civilización
moderna en los trópicos.
Mucho hay que descontar de las pretensiones de grandeza del portug
ués.
Desde fines del siglo XVI vive como un parásito de un pasado
cuyo esplen•
dor exagera. Suponiéndose menospreciado o negado por la crítica
extranje-
ra, se artificializó en un portugués "para deslumbrar al inglés"
, que los
ingleses, mientras tanto, fueron más perspicaces en retratar al
natural, res-
tituyéndole los perfiles y los colores exactos. Unos en libros
admirables,
como el de Beckford y el de Bell; otros en dibujos y acuarelas
estupendas
de realismo, como las de Kinsey, Bradford y Murphy. Ya en
el siglo XVI,
192
Buchanan se burlaba en versos latinos de los portugueses, de la grandeza
más mercantil que imperial de su rey:
Tu és o incomparável Lusitano
o Algarvio d'aquém o d'além -mar
o Atabe, o Indico, o Persa e o da Guiné:
grande senhor de te"as africanas
do Congo e Manicongo e de Zalopho.
19.3
Fueron tales exageraciones las que el impresionismo de Keyserling no
supo descontar o descontó mal, reduciendo a los portugueses a un pueblo
sin grandeza alguna: casi una Andorra o un San Marino. República de ope-
reta, donde todos los hombres fuesen doctores y se tratasen de Vuestra Ex-
celencia. Les disminuyó la importancia de la función creadora que en los
siglos XV y XVI se afirmó, no sólo en la técnica de la navegación y de la
construcción naval, sino en el arrojo de los descubrimientos y de las con-
quistas, en las guerras de Africa y de la India, en la frondosa literatura de
viajes, en el eficiente imperialismo colonizador. Sólo les dejó de original,
la música popular o plebeya, y de grande, el odio al español. Odio igual-
mente plebeyo.
Por odio y antagonismo al español, es que el portugués se habría vuelto
y conservado autónomo, independiente.
Pero antes que el odio al español, subrayado por Keyserling, hubo otro
tal vez más profundo y creador, que ¡:¡.ntuó sobre el carácter portugués pre-
disponiéndolo al nacionalismo y lia:s&i: al imperialismo: el odio al moro.
Casi el mismo odio que más tarde se manifestó en el Brasil en las guerras
a los indios y a los herejes. Principalmente a los herejes, el enemigo contra
el que se conjugaron energías dispersas y hasta antagónicas: jesuitas y pro-
pietarios de ingenio, paulistas y babianos. Sin ese gran espantajo común,
quizás nunca se hubiese desarrollado la "conciencia de la especie" 5 entre
grupos tan distintos unos de otros, tan sin nexo político entre sí, como fue-
ron los primeros focos de colonización lusitana en el Brasil. La unificación
moral y política se realizó, en gran parte, por la solidaridad de los dife-
rentes grupos frente a la hercjia, ora encarnada por el francés, ora por el
inglés u holandés, a veces simplemente por el indio.
Se repitió en América, entre los portugueses diseminados en un vasto
territorio, el mismo proceso de unificación que en la península: cristianos
contra infieles. Nuestras guerras contra los indios nunca fueron guerras de
blancos contra pieles rojas, sino de cristianos contra bugres. Nuestra hosti-
lidad a los ingleses, franceses, holandeses, tuvo siempre el mismo carácter
de profilaxis religiosa: católicos contra herejes. Los sacerdotes de Santos,
que, en 1580, negociaban con los ingleses de la Miníon, no manifestaban
contra ellos ningún áspero rencor: los trataban hasta con cierta dulzura. Su
odio era profiláctico. Contra el pecado y no contra el pecador, como diría
un teólogo. Era el pecado, la herejía, la infidelidad, lo que no se permitía
entrar a la Colonia, y no al extranjero. Era al infiel al que se trataba como
enemigo en el indígena, y no al individuo de raza diversa o diferente color.
Bryce atinó con el sentido religioso de la formación hispánica de Amé-
rica. Religión has been in the past almosJ as powerful a dissevering force
as has racial antagonism, escribe. Y agrega: In the case o/ the Spaniard and
the Portuguese, religion, as soon as the Indians had been haptii.ed, made
race dilferences seem insignificant. 6 Principalmente -podría haber ade-
lantado-- en el caso de los portugueses, con menos conciencia de raza aún
194
que los españoles. Estos tendrían mayor que los portugueses el sentido de la
ortodoxia católica, más grave el sentimiento castizo; pero en ambos quedó
de la lucha contra los moros el odio profiláctico al hereje.
En el fondo, ese purismo de religión --.:orno el más moderno y carac-
terísticamente anglo-sajón de raza-, de lo que se origina o se alimenta es
casi siempre de antagonismos económicos. No otra cosa fueron, en esencia,
las guerras entre cristianos y moros, de las que resultaría el ardiente na•
cionalismo portugués. Si las consideramos de aspecto religioso, es menos
por sus motivos esenciales que por su forma y por su mística. Juan Lucio
de Azevedo observó que " ... en la Reconquista, no estaba el principal fun-
damento en la religión ni en la raza".' Y en su estudio Organh.a(ao Eco-
nomica, toca Azevedo la misma nota: en las guerras de la Reconquista fue-
ron esclavizados y expoliados indistintamente moros y cristianos. De lo
que resultó que "a veces pelearon los cristianos contra los de su misma fe,
al lado de los sarracenos, defendiendo así la posesión de sus bienes y de
la libertad". Puede afirmarse que en esos casos las expoliaciones y la escla-
vitud se hicieron en provecho, menos de los antiguos hispano-romanos, que
de elementos "de procedencia ajenos al país casi tanto como podían serlo
los sarracenos". 8
Elementos en su mayoría nuevos en la península, adventicios. Aventure-
ros rubios venidos del norte, a quienes las guerras o cruzadas contra los in-
fieles facilitaban medios de constituirse en clase propietaria, a costa de la
suave leyenda de la reconquista cristiana. Pero la. verdad es que el capital
de instalación de ese elemento aventurero fue muchas veces el cautivo de
guerra mozárabe, por consiguiente, cristiano; el ganado, la tierra y los bie•
nes de esos correligionarios, y no tan sólo los de los infieles.
Pero fue por la mística religiosa como se definió el movimiento de la
Reconquista. Cristianos contra infieles. "Cuando cumplía aplicar una desig-
nación que representase al habitante de la parce de la península libre del
yugo del Islam, sólo había una: cristianos", nos dice Alejandro Hercula-
no 9 de la época belicosa que ante<:cdió a la organización de portugueses y
españoles en naciones. El epíteto que indicaba la creencia representaba la
nacionalidad. Esta sólo después se difinió políticamente, sin que mientras
tanto perdiera del todo, a no ser largos siglos después de la Reconquista, el
carácter o el sentido religioso.
En la expresión popular, hoy irónica, "¡Vaya a quejarse al obispo!",
agotados los llamados a la policía, al gobierno, a la justicia, sobrevive la
antigua idea del prestigio eclesiástico, superior al civil, dentro del cual se
formó el espíritu de la gente peninsular. Principalmente en España. En el
Brasil ese prestigio ya no sería tan grande. Las condiciones de la colonización
creadas por el sistema político de las capitanías hereditarias y manterúdas
por el económico de los sexmos y de la gran agricultura --condiciones fran-
camente feudale s-, lo que acentuaron de superior a los gobiernos y a la
justicia del rey fue el abuso del derecho de asilo, ejercido por los grandes
195
propietarios rurales y no por las catedrales
y los monasterios. Criminal o
esclavo fugado que se apadrinase con el "señ
or de ingenio", se libraba se-
guramente de las iras de la justicia o de la polic
ía. Aun cuando pasara preso
ante la casa-grande, bastaba gritar: "¡Válgam
e, mi señor coronel Fula no!" ,
y agarrarse de la puerta o de uno ele los pilar
es de la cerca. De la misma
manera que antaño en Portugal, refugiándose
el delincuente a la sombra de
las iglesias, escapaba al rigor de la justicia del
rey. Las iglesias portuguesas
se tornaron hasta encandalosas en la protección
de los criminales. Se anti-
ciparon en este abuso :t los ingenios patri
arcales del Brasil. Al de doña
Francisca do Río Formoso, en Pernambuco,
al de Machado da Boa Vista,
en Bahía. 10
En el siglo XVI I la disciplina canónica se sumó
a la autoridad del rey
(Alfonso V) en el sentido de restringir las cond
iciones de asilo en las igle-
sias portuguesas, como más tarde en el Brasi
l el emperador Pedro II inten-
taría limitar la omnipotencia de los propietar
ios de ingenio, muchas vece.;
encubridores de asesinos. Por los límites impu
estos en el siglo XVI I a los
abusos de asilo en las iglesias, en Portugal, 11
se comprobaron los desma-
nes en que se extremaban dent ro de ellas los
refugiados. Se banqueteaban.
Se ponían en la puerta o en el atrio, a tocar
la guitarra. Jugaban. Decían
zafadurías. Ponínnse en contacto con mujeres
turbias. Los más osados co-
mían, bebían y dormían en la capilla mayor.
En el Brasil, la catedral o la iglesia, más pode
rosa que el mismo rey, se-
ría sustituida por la casa-grande de ingenio.
Nuestra formación social, tanto
como la portuguesa, se hizo por la solidarida
d de ideal o de fe religiosa,
que suplió la laxitud de vínculo político o de
mística o conciencia de raza.
Pero la iglesia, que actúa en la formación brasi
leña, articulándola, no es la
catedral con su obispo a donde van a queja
rse los desengañados de la jus-
ticia secular; ni la iglesia aislada y sola, o de
monasterio o abadía, adonde
van a asilarse los criminales y proveerse de pan
y restos de comida los men-
digos y desamparados: es a la capilla de ingen
io. No llega a haber clerica-
lismo en el Brasil. Lo esbozó tan sólo el de los
padres de la Compañía, para
desvanecerse en seguida, vencido por la oliga
rquía y el nepotismo de los
grandes propietarios de tierra y de esclavos.
Los jesuitas presintieron, desde el comienzo
, en los "señores de inge-
nio", sus grandes y terribles rivales. Los otros
clérigos, y hasta los mismns
frailes, se adaptaron, gordos y pesados, a
las funciones de capellanes, de
párrocos, de familiares, de padrinos de infan
tes, a la confortable situación
de miembros de la familia, de gente de la casa,
de aliados y adherentes de
los grandes propietarios rurales, en el siglo
XVI II,· viviendo muchos de
ellos en las mismas casas-grandes, contra los
mismos consejos del jesuita
Andreoni, que veía en esa intimidad el pelig
ro de la supeditación a los pro-
pietarios de ingenio y del excesivo contacto
-no lo dice con claridad, pero
lo insinúa con medias pala bras - con negra
s y mulatas jóvenes. A su en-
tender, el capellán debía mantenerse "familiar
de Dios y no de otro hom-
196
bre", vivir solo, fuera de la casa-grande, tener por criada a una esclava
vieja. 12 Norma que parecía haber sido raramente seguida por los vicarios
y capellanes de los tiempos coloniales.
En ciertas zonas del interior del Brasil, maliciosas tradiciones atribu-
yen a los antiguos capellanes de ingenio la útil función, nada seráfica por
cierto, de procreadores. En este punto habremos de detenernos con más
tiempo; y esperamos que, sin suspicacia ni injusticia para con el clero bra-
sileño de los tiempos de la esclavitud, que si no prim6, a no ser bajo la so-
tana del jesuita, por ascetismo o por ortodoxia, se distingui6 siempre por su
brasileñismo. Durante cierta época, la antorcha de la cultura y hasta la del
civismo estuvo en sus manos: antes que los bachilleres y doctores tomaran
la delantera, bajo la protección del emperador Pedro II, quien -todo lo
indica- hubiera gustado más del título de doctor que del de emperador,
y preferido la toga al manto con plumas de cola de tucán.
A falta del sentimiento o de la conciencia de superioridad de raza, tan
manifiesta en los colonizadores ingleses, el colonizador del Brasil se apoyó
en el criterio de la pureza de la fe. En lugar de la sangre, fue la fe lo que
se defendió a todo trance de infección o contaminaci6n con los herejes. Se
hizo de la ortodoxia una condición de unidad política. Pero no debe con-
fundirse este criterio de profilaxis y selección, tan legítimo a la luz de las
ideas de Ia época, con el eugénico de los pueblos modernos, con la pura
xenofobia.
Handelmann hace del colonizador portugués del Brasil casi un xenófobo
por naturaleza. 13 Pero los antecedentes portugueses contradicen esa su-
puesta xenofobia; niégala la historia del derecho lusitano, que en este
punto es uno de los más liberales de Europa. Tan liberal que en él no figu-
ran los derechos de albinazgo, o de detracción y de naufragio. En otras pa-
labras: el de apropiarse el Estado de la sucesión de los extranjeros muertos
en su territorio, con exclusión de herederos y legatarios (albinazgo), el de
cobrarse un impuesto de la cuarta parte de los bienes, de los extranjeros
fallecidos en el país, que se exportaren (detracción), el de apoderamiento
por los reyes y señores de las personas y de las cosas naufragadas en el mar
y los ríos (naufragio). H El derecho portugués se inició, no sofocando o
acallando a las mino~fas étnicas dentro del reino -moros y judíos-, sus
tradiciones y costumbres, sino reconociéndoles la facultad de regirse por
su derecho propio y hasta permitiéndoles magistrados aparte, como más
tarde, en el Brasil colonial, con relación a los ingleses protestantes.
De las Ordenaciones Alfonsinas, Coelho da Rocha, en su Ensaio sobre a
Historia da Legislafáo de Portugal, y Cándido Mendes, en su introducción
al Código Filippino, destacan que ha sido el primer código completo de to-
da Europa que, después de los de la Edad Media, recoge del derecho foral
y consuetudinario la tendencia a otorgar privilegios a moros y judíos, ten-
dencia ésta que cedió, en las Ordenaciones Manuelinas, a la presión de pre-
juicios religiosos, entonces inflamados, mas nunca a pura xenofobia. Hasta
197
el punto que las ventajas allí concedidas a los extranjeros
católicos serían
después reclamadas por los mismos nacionales. Es que la
lucha contra los
moros, como más tarde el movimiento separatista del que
resultó la inde-
pendencia, son ellos mismos favorables al cosmopolitismo que
se desarrolla en
el portugués junto y en armonía con su precoz nacionalismo
. De manera que
a ninguno de esos dos odios o antagonismos --el odio al
moro y el odio al
españ ol- puede atribuirse el haber actuado en el portug
ués en un solo
sentido y éste inferior: el de crisparlo. El de estrecharle el
espíritu nacional.
El de erizarle de pedazos de vidrio el carácter, contra todo
y contra todos.
A falta de grandes fronteras naturales o físicas que los
defendieran de
agresiones y absorciones, los portugueses tuvieron que erguir
se en murallas
vivas de carne, contra el imperialismo musulmán y, más
tarde, contra el de
Castilla. Pero para este mismo esfuerzo de suplir, con
mera resistencia o
tensión humana, la casi ninguna defensa geográfica -la
falta de grandes
ríos o mont añas- se valieron del concurso de extranjeros.
Tanto en las
Cruzadas como en las guerras de independencia ese concu
rso se hizo sentir
de una manera notable. Es lo que en el portugués explica
no sólo su nacio-
nalismo casi sin base geográfica, sino su cosmopolitismo.
Cosmopolitismo
favorecido, eso sí, en gran parte, por la situación geográfica
del reino: la de
país verdaderamente marítimo, variando desde tiempos remot
os de contac-
tos humanos. De un lado, recibiendo en sus playas sucesi
vas capas, o sim-
ples, pero frecuentes, salpicaduras de pueblos marítimos.
Por otro lado,
yendo sus navegantes, pescadores y comerciantes, a las playas
y aguas aje-
nas para comerciar, pescar, husmear nuevos mercados.
No mucho después de 1184, cree Juan Lucio de Azeve
do, se habrían
iniciado las relaciones comerciales de los portugueses con
Flandes y con
Inglaterra, desde los primeros años del siglo XIII. Y había
también "mer-
caderes que iban a los puertos de Levante designados en
el lenguaje de la
época como puertos de ultramar". 1 ~ En el tiempo de
Don Diniz, barcos
portugueses, algunos enormes para la época, de más de
100 toneladas, fre-
cuentaban los puertos del norte y del Mediterráneo. Oport
o se engrande-
ció en la actividad marítima y mercantil. En 1249 sus burgu
eses consiguie-
ron eximirse del servicio militar en la conquista de Algarv
e, "contribuyendo
para ella con dinero". 16 De donde se ve cuán precozmente
actuó sobre la
formación portuguesa el cosmopolitismo comercial, la finanz
a, el mercan-
tilismo burgués.
Y así, es a los elementos "no hispánicos" ~orn o escrib
e Antonio Ser•
gio-- , o sea a los elementos extranjeros, de diversos orígen
es, a quienes debe
atribuirse el hecho de no haberse incorporado a Castilla
el trozo occiden-
tal de la península "donde el comercio del norte de Europ
a se encontró
con el del Mediterráneo". 17 Despertaron los extranjeros
en la población
de ese punto dudoso, impresionable, de confluencia del norte
con el sur de
Europa y con el Levante, tendencias cosmopolitas y separa
tistas, marítimas
198
en fuerzas im-
y comerciales, y estas tendencias no tardaron en desplegarse
petuosas de autonomía.
la economía
El precoz ascenso de las clases marítimas y mercantiles en
a consec uencia de la ex-
y en la política portuguesa se produjo igualmente
estímu los comer ciales.
traordinaria diversidad de contactos marítimos y de los
ón y autono mía fueron
A,l principio los grandes agentes de diferenciaci portug a-
norte y que en el conda do
cruzados, los aventureros venidos del
r y territo rial. Uno de ellos, el
lense se constituyeron en aristocracia milita és en
Pero ese eleme nto se estrati ficó despu
fundador mismo de la monarquía.
capa conservadora, inclinándose, por ventajas económicas
de clase, a su
ra y autonomis-
reunión con Castilla. Fue cuando la actividad diferenciado
ntró en las ciuda-
ta, así como el sentimiento nativista o de patria, se conce
los burgueses y
des marítimas y mercantiles: en Lisboa, en Oporto. Entre
Sérgio, es en los
en las clases populares. Según Alberto Sampáio y Antonio
nismo entre la
comienzos de la vida portuguesa cuando apuntó el antago
racia territorial del
clase comercial de las ciudades marítimas y la aristoc
clase, acentuada la
centro. 18 Agudizado ese antagonismo económico y de
mos, la polític a de los
divergencia entre los intereses rurales y los maríti rática
lo que fuese presió n aristoc
reyes, en el deseo de libertarse de todo
merca ntil y hacia el pue-
sobre el poder real, se inclinó hacia la burgu esía
o
por D. Ferna ndo, en el sentid
blo de las ciudades. Las leyes promulgadas el apoyo
mo y activa r la constr ucción naval,
de proteger el comercio maríti
ista de Ceuta,
al Maestre de Aviz contra la aristocracia territorial y la conqu
que refleja n la precoz ascend encia de la bur-
son iniciativas y movimientos
guesía en Portugal.
marítimo y co-
El descubrimiento del Brasil encaja en el gran programa
de Vasco de Gama ; la coloni zación de la vasta
mercial iniciado por el viaje comer ciales y
distanciándose, sín embar go, de las norma s·
tierra americana
revivi los mé-
r
burguesas del primer siglo del imperialismo portugués para
agrari a, aplicados
todos de una especie de autocolonización aristocrática y
o a los moros .
en el propio Portugal al territorio reconquistad
el triun-
El Brasil fue como una salida en bastos, en una partida donde el viaje
que se iniciar a con
fo es oros. Una desilusión para el imperialismo
ente, desganado,
de Vasco de Gama a la India. De ahí el gesto débil, displic
las tierras del palo tintóreo des-
con que la Corona adscribió a sus dominios
en nueva fase de activid ad por-
cubiertas por Pedro Alvarez Cabral. Sólo del
zadora , la del fin del siglo XVI y parte
tuguesa -la propiamente coloni
de triunf o en el juego de las compe ti-
siglo XVI I- tendría el Brasil cartas lu-
es europ eas. Y esa transf ormac ión tuvo
ciones imperialistas de las nacion
los mercados aris-
gar en virtud de la repentina valorización del azúcar en
artículo de lujo,
tocráticos y burgueses de Europa. El azúcar se convirtió en
es a productores e
vendido a precios elevadísímos y dando beneficios enorm
íer en Bahía,
intermediarios. Cuando a fines del siglo XVII estuvo Damp
199
observó que hasta el masacote se exportaba a Europa, pagándose
por él
cerca de veinte chelines las cien libras. 19
No nos interesa, sin embargo, sino indirectamente en este ensayo
aspecto económico o político de la colonización portuguesa del Brasil.
el
Di-
rectamente sólo nos interesa el aspecto social. Y ningún antecedente
social
más importante para considerar en el colonizador portugués, que su extraor
-
dinaria riqueza y variedad de antagonismos étnicos y culturales; que su
cos-
mopolitismo.
El Brasil no recibió de Portugal la supuesta falta de lib(!nad para con
el extranjero que algunos observaron en la colonización lusitana de Améric
a.
La política de segregación en el Brasil la inspiró sólo en el siglo
XVII,
principalmente en el XVIII , la emuladora lucha por el oro. Lo que
hubo
antes con apariencia de xenofobia obedeció a la poHtica de defensa
, a la
manera sanitaria de la colonia contra infecciones heréticas.
Iniciada la colonización del Brasil por el esfuerzo de portugueses, mez-
clóse en seguida, libremente, a la sangre del colonizador oficial, la
de los
europeos de las más variadas procedencias: ingleses, franceses, florenti
nos,
genoveses, alemanes, flamencos y españoles. Citamos los ingleses en
pri-
mer lugar, porque fue en ellos en quienes se encarnó con mayor relieve
la
herejía protestante, tan odiosa a los ojos de los portugueses y españo
les del
siglo XVI, como hoy el tracoma, la sangre negra y el bolchevismo
a los
de la burguesía norteamericana. La presencia de ingleses entre los primero
s
colonos de San Vicente muestra que, libre de sospechas de herejía, eran
re-
cibidos fraternalmente. Narra Corea} que, diciéndole un día a un santista
haber servido ya entre ingleses filibusteros, el buen hombre se espeluz
nó.
Le preguntó repetidas veces si él no sería hereje. Y a pesar de todas sus
afirmacione_s en contrario no resistió el deseo de asperjar con agua bendita
el aposento en que estaban. 20 Sin embargo, vamos a encontrar al
inglés
John Whitall perfectamente instalado entre los primeros colonos del
Brasil:
escribiendo desde Santos una carta a su compatriota Richard Stapes, a
Ingla-
terra, en la que deja ver claramente la liberalidad para con los extranj
eros
en la colonia portuguesa de América. "Doy gracias a Dios --dice Whita
ll-
por haberme proporcionado tam_aña honra y abundancia de todas las cosas".
Y añadía, satisfecho de haberse tornado súbdito de Portugal en el
Brasil;
" .. . now 1 ama free citizen of this Country". Casó con la hija del "signor
Ioffo Dore", natural de la ciudad de Génova, y, a su vez, principescame
nte
instalado en el Brasil, tanto que regaló a su yerno un ingenio con sesenta
o
setenta esclavos. Y, como más tarde Henry Koster, en Pernambuco,
cuyo
nombre se aportugues6 en el de Enrique Costa, John Whitall tuvo el
suyo
aportuguesado en Leitao: "Here in this country they have called me
John
Leitoan: so that they have used this name so long time that at his present
there is no remedie but it must remains so". 21
Antes de Whitall, otros ingleses habían estado en el Brasil comerciando
o buscando novedades: Robert Renigar y Tomás Borey, en 1540;
un tal
200
y 1532.
Pudscy, en 1542; Martín Cokeran y Willínm Hankin_s, en 1530 Ingla-
as de la época, habría llevado a
Este último, según refieren cronist
o, en medio de gran sensac ión, al
terra un cacique brasileño, presentándol
e, sin embarg o, no resistió -igno rán-
rey y a la corte. El pobre caciqu
22
202
Esa dualidad de formas Je cultura caracterizaría la situación de la Pe-
nínsula en general y del territorio hoy portugués en particular, al verificarse
la invasión romana, siendo, entretanto, probable que el tipo moreno y de
cabello crespo fuese el más característico, encarnando formas de cultura
por ventura más mediterráneas que las nórdicas, más africanas que europeas.
Bien expresivo es el célebre autoretrato de Marcial: hispanis ego contumax
capillis. Este cipo moreno )' col vez negroide será el más próximo al indí-
gena y el más frecuente. Nunca, sin embargo, el exclusivo. El punto a fijar
es exactamente el ningún exclusivismo de tipo en el pasado étnico del pue-
blo portugués, su antropología mixta desde remotos tiempos pre y proto-
históricos, la extrema movilidad que ha caracterizado la formación social.
Los datos suministrados a Ripley por Ferraz de Macedo permitieron a
aquel antropólogo concluir en la persistencia de la dolicocefalia y de la es-
tatura baja en Portugal, pero sin predominio ni pureza
29 de ningún stock.
. 30 Este da como carac-
Conclusión a que también llegara Fonseca Cardoso
terísticas fundamentales de la población portuguesa, en medio de toda la
extraordinaria variedad de tipos, la estatura inferior a la mediana, la dolico-
cefalia, los ojos y los cabellos oscuros, la nariz larga, leptorrínica, de base
un tanto larga. Características que denuncian la persistencia de la raza pe-
queña, dolicocéfala, morena, que se supone haber formado el fondo autóc-
tono de la población. Los descendientes de Beaumes-Chaudes-Mugem. Sus
representantes más puros se encuentran hoy en las regiones montañosas del
Alto Miño (Castro Laboreiro}, Tras-os-Montes y Beira. Ya en la región
cantábrica de Oviedo, en la margen derecha del bajo Guadalquivir, y en
otros lugares del norte, el antropólogo portugués fue a encontrar más pura-
mente representada la raza braquicéfala, de estatura también inferior a la
mediana, mesorrínica, cabeza globulosa con occipucio vertical; raza que ha-
bría sido la primera entre las inmigrantes. Mientras que en varios lugares
del Mínho, en Gaia, en Povoa de Varzim se encuentran localizaciones de
nórdicos de alta estatura, dolicocéfalos o mesato-dolicoides, de nariz larga
y fina, leptorrínica, de te-.t rosada, de cabellos rubios o rojizos y
de ojos
daros. Los más puros represen tantes de la raza rubia del norte que más de
una vez invadió el territorio hoy portugués. A su influencia sobre la pobla-
ción portuguesa, Fonseca Cardoso atribuye los rasgos mestizos que a cada
paso se advierten entre los portugueses.
Súmense a esos elementos los semito-fenicios, de los que el antrop6lo-
go portugués fue a encontrar los más puros representantes en la población
pescadora del litoral interduramnense, y, entre los invasores más recientes,
los judíos, bereberes, moros, alemanes, negros, flamencos e ingleses.
Si las invasiones del sur sólo hicieron acentuar, como pretende Had-
don, 31 los caracteres fundamentales de la poblacíón indígena, las del norte
aportaron a la antropología portuguesa elementos nuevos y hasta antagóni-
cos. Estos elementos se empeñaron en un casi conflicto con los indígenas,
dando a veces la impresión de que vencían, pero terminando siempre por
203
hacer las paces con ellos. Contemporizando en dualidades
bizarras de mes-
tizaje tan características de la población propiamente• portug
uesa,
Portugal es, por excelencia, el país europeo del rubio de
transición o
del semi-rubio. En las regiones más penetradas de sangre
nórdica, muchos
niños nacen rubios, rosados como el Niño Jesús flamen
co, para tornarse,
después en mayores, en morenos de cabello oscuro, o sino
-lo que es más
característico-- se revela la dualidad, el equilibrio de
antagonismos, en
aquellos naturales de Minho, de que nos habla Alberto
Sampaio; hombres
de barba rubia y cabellos oscuros, 32 hombres morenos
de cabellos rubios.
Estos mestizos de pelos de dos colores son los que, a nuestr
o entender, for-
maron la mayoría de los portugueses ~colonizadores del Brasil
, en los siglos
XVI y XVII y no ninguna élite rubia o nórdica, blanca pura;
ni gente toda
morena y de cabello negro. Ni los dólico-rubios de Olive
ira ViaMa, ni los
judíos de Sombart, ni los mozárabes de Debbané, sino portug
ueses típicos.
Gente mixta en su antropología y en su cultura. Mendes
Correa fija la fre-
cuencia de la transitoria pigmentación rubia que presentan
criaturas no sólo
portuguesas sino de tipo mediterráneo en general, para
sugerir un posible
"vestigio de la filiación de tipo mediterráneo en un viejo
cruzamiento en el
que habrían colaborado la raza nórdica y un tipo proto-
eti6pico. 33 Supo-
sición compartida por antropólogos italíano.~.
En el Brasil, el rubio transitorio, el semi-rubio y el falso
rubio son to-
davía más frecuentes que en Portugal. Pero antes de que
fuera el Brasil el
país del indio rubio, descripto por Gabriel Soares en
crónica del siglo
XVI 34 -y más característicamente, del "mulato-tasado"
como a un emi-
nente diplomático brasileño llamaba en la intimidad ~a
de Quei roz-, ya
Portugal se le anticipaba en la producción de tipos curios
os de hombres de
pigmentación clara o de cabellos rubios, pero de labios
y fosas nasales de
negro o judío. No olvidemos, sin embargo, a propósito
de rubios en Por-
tugal, gue en el norte de Africa se identificaron localizacione
s antiguas de
rubios; 35 que en la masa morena de musulmanes que
invadió a Portugal
vinieron también individuos de cabello claro. Que mucha
"mora encanta-
da" fue vista por las noches peinando cabellos dorados
como el sol. Así,
también recibió Portugal rubios venidos del sur. De Africa
, estratificados
entre gruesas capas de hombres pardos, muchos de ellos
negroides.
Durante la época histórica, los contactos de raza y de
cultura, apenas
dificultados pero nunca impedidos por los antagonismos
de religión, fueron
en Portugal los más libres y entre los elementos más divers
os. Invadida la
península por los romanos, la resistencia indígena, al princi
pio heroica y tre-
menda, acabó cediendo a la presión imperial. Se inauguró
entonces el perío-
do de romanización o latinización de Iberia. Fue un domin
io, el ejercido so-
bre la península por los romanos, de carácter principalme
nte económico y
político. Trajo a las poblaciones sometidas, pero no aplast
adas, las ventajas
de la técnica imperial: carreteras, termas, acueductos, arcada
s, fábricas de
loza. Descendió al fondo de la tierra para explotar las
minas. Y se hizo
204
acompañar de· sensibles influencias sobre la cultura moral y, en menor es·
cala, sobre la antropología ibérica. A la sombra imperial se levantaron, en
el territorio actualmente portugués, templos a dioses latinos. Dioses que
conquistaron tal devoción en el sentimiento popular que los santos católi-
cos tendrían más tarde que adquirir su semejanza y muchos de sus atributos
para popularizarse. La lengua peninsular se latinizó. Se romanizó el antiguo
tipo de habitación. Se romanizaron varias instituciones. Anato Lusitano
llegaría a notar semejanzas fisonómicas entre los lisboetas y los habitantes
de Roma. 86
A la conquista por los romanos se sucedieron las invasiones de alanos,
de vándalos, de suevos. Rotas las represas romanas por esa primera ola de
bárbaros de cabellos rubios, ancho trecho de la península se inundó de gente
venida del norte, estableciéndose después, sin mayor esfuerzo, el dominio
visigodo. Dominio de tres siglos que, sin embargo, no destruyó la influen-
cia de la colonización romana, antes bien se adaptó y acomodó a las líneas
generales de su estructura latina e imperial. En religión, fueron los invaso-
res quienes abandonaron las doctrinas arrianas para adoptar el credo cató-
lico de los hispano-romanos: en derecho, los adventicios se dejaron influir
por el de Roma, aun cuando mantuvieran costumbres que crearían defini-
tivas raíces en la antigua provincia romana.
Fue entre esas dos influencias -el derecho escrito de los romanos y el
consuetudinario de los invasores del norte- que, suavizándoles los antago-
nismos, intervino sutilmente una tercera, dando a las instituciones penin-
sulares nuevo sabor jurídico: el derecho canónico. Se estableció una no-
bleza episcopal con gestos de quien calma o pacifica, pero, en realidad, de
quien manda y domina. Dominio efectivo, a través de la autoridad conferi-
da a los obispos para decidir en causas civiles.
Con la conversión de los godos arrianos a la ortodoxia católica, la Igle-
sia, por la mano de sus obispos, ganó en las Españas prestigio superior al
de los reyes, jueces y barones. En Toledo, en el concilio celebrado en el
año 633, los obispos tuvieron la satisfacción de ver al rey postrado a sus
pies. 37 En el nuevo derecho peninsular, o mejor, en el código que la fu-
sión del derecho romano con el bárbaro produjo, el llamado Fuero Juzgo,
de tal modo se insinuó el prestigio canónico que en sus leyes quedó esta-
blecida la jurisdicción de los obispos en las causas civiles desde que el autor
o reo optase por el juzgamiento episcopal. Desde que el autor o reo pre-
firiera quejarse al obispo. Porque en las palabras del jurisconsulto español
Sempere y Guarinos que están en el libro de Buckle: " ... los querellantes
lesionados por la sentencia de un juez, podían quejarse a los obispos, 38 y
éstos avocarse a las pendencias , reformarl,1s y castigar a los magistrado s".
La intervención episcopal podía hacerse sentir en causas iniciadas en tribu-
nal civil, por la reforma de sentencias. Durham hace notar la vigilancia con-
tinua que ejercían los obispos sobre la administración de la justicia y sobre
los jueces. 39 Sobre los mismos reyes, se puede agregar. Uno de ellos, que
205
en Portugal intentó gobernar a despecho de los obispos -Sanch o II-, tuvo
su reinado cortado por la mitad y salvó la cabeza con mucha suerte. Triun-
faron los curas sobre tan osada rebeldía con el auxilio del propio hermano
de Sancho, consagrado rey después bajo el nombre de Alfonso III.
En España y en Portugal, el alto clero no sólo se constituyó en dctento r
de extraordinario prestigio místico, moral y hasta jurídico sobre pobla-
ciones dotadas por las circunstancias físicas y sociales de vida -los terre-
motos, las sequías, el hambre, las pestes, las guerras, toda la trepidación
peculiar a las regiones de tránsito o de conflict o-- de la extrema sensibili-
dad religiosa que Buckle destacó en los españoles y portugueses, sino de
gran poder intelectual y político. Reflejo de la irradiación de la Roma papal
sobre la nueva Europa convertida al cristianismo. En Portugal hubo órdenes
religiosas que fueron también militares, sumando este prestigio --el gue-
rrero-- al eclesiástico. De las guerras de reconquista la Iglesia se aprove-
chó ampliamente en la península, a través de sus órdenes militares, para
hacerse propietaria de enormes latifundios, no dejando exclusividad a los
cruzados en la repartición de tierras recuperadas a los infieles. Considerable
lote le cupo a los templarios, señores de Soure y de toda la dulce región
entre Coimbra y Leida desde los tiempos de Doña Teresa; después de To-
mar, de Almora!, de Pombal. Otras órdenes se volvieron grandes propieta-
rias de tierra; la de Avís y la de Santiago. Y otras aun, de tierras menos
fértiles. 40
La colonización latifundista y semi-feudal aplicada más tarde al Brasil
tuvo su comienzo en Portugal, en aquella colonización semi-eclesiástica. El
predominio eclesiástico fue, entre nosotros, solamente eclipsado por la ini-
ciativa particular de los Duarte Coelho, de los García d'Avila, de los Paes
Barreto, de los sertanistas de la talla de Domingo Alfonso Mafrense, -apo-
dado Sertáo -, que dejó al morir treinta fazendas de ganado en Piauhy.
Grandes latifundistas, colonizadores a su propia costa.
Las órdenes religiosas en Portugal desempeñaron una importante misión
creadora, no tan sólo en la reorganización económica del territorio recon-
quistado a los moros, sino también en la organización política de las pobla-
ciones heterogéneas. Les dieron un nexo político a través de la disciplina
canónica. La nación se constituyó religiosamente, a pesar de las dos grandes
disidencias que, por la tolerancia política de la mayoría, se conservaron a
la sombra de los guerreros matamoros: los judíos y moriscos. Esas rela-
ciones de tolerancia política subsistieron hasta que los segregados, ya por la
superioridad de su genio mercantil e industrial, ya por la circunstancia de
ser algo extraños al medio. -y por consiguiente con menos escrúpulos
que los otros-- , se tornaron los detentadores de las grandes fortunas pe-
ninsulares. Fue cuando la mayoría se dió cuenta de que se abusaba de su
tolerancia. Al menos por los judíos.
Para. contener los odios que se levantaron ardientes, hirviendo, contra
la minoría israelita es que se organizó el Tribunal del Santo Oficio, sumando
206
a la funci6n de examinar las conciencias, el poder de examinar, fría y
metódicament~ los bienes acumulados por manos herejes. Los judíos se
habían vuelto antipáticos no tanto por su abominación religiosa como por
su completa falta de delicadeza de sentimientos, tratándose de cuestiones
de dinero, para con los cristianos. Acumularon sus fortunas principalmente
por medio de la usura, prohibida por la Iglesia a los cristianos, o por el
ejercicio en la administración pública, en las grandes casas hidalgas y
hasta en las corporaciones católicas, de cargos· que convenían a los inte-
reses de los cristianos latifundistas que fuesen ejercidos por individuos
desprovistos de escrúpulos y que escapaban a las leyes de la Iglesia.
La dualidad en la cultura y en el carácter de los portugueses se acen-
tuó bajo el dominio moro, y una vez vencido el pueblo africano, persistió
su influencia a través de una serie de efectos de la acción y del trabajo
de los esclavos sobre los señores. La esclavitud a que fueron sometidos
moros y mozárabes después de la victoria cristiana fue el medio por el
que se ejerció sobre el portugués una decisiva influencia no sólo particular
del moro, del mahometano, o del africano, sino general del esclavo. In-
fluencia que, como ninguna otra, lo predispuso para la colonización agraria,
esclavista y polígama -patriar cal- de la Amérka tropical. Las condicio-
nes físicas de la zona de América que tocó a los portugueses, exigieron
de ellos un tipo de colonización agraria y esclavista. Sin la experiencia
mora, el colonizador habría probablemente fracasado en esa formidable
tarea. Habría fracasado, impotente para responder a condiciones tan ale-
jadas de su experiencia propiamente europea.
No es éste el lugar para detallar las relaciones de raza y de cultura
entre musulmanes y cristianos en la península ibérica, particularmente entre
moros y portugueses. Trataremos tan sólo de destacar aquellos rasgos
de la influencia mora que nos parecen haber despertado predisposiciones
más profundas en el carácter y en la cultura del pueblo portugués para la
colonización victoriosa de los trópicos.
Queda ya señalado que la invasión mora y bereber fue la primera
en ensanchar de pardo o de negro los extremos meridionales de Europa,
particularmente Portugal, región de fácil tránsito por donde antes y con
más vigor desbordaron las olas de la exuberancia africana. Es notable
también la posibilidad de que haya sido de origen africano el fondo con-
siderado indígena de la población peninsular. De manera que, al invadir
la península los árabes, los moros, los bereberes, los musulmanes, fueron
enseñoreándose de la región ya suavizada por su sangre y su cultura, y
tal vez más suya que de Europa. Suya por ese pasado humano y amplias
proporciones, por el dima y la vegetación.
En la invasión de la península, los mahometanos venidos del Africa
habrían tenido el concurso de algunos hispanos contrarios a los visigodos,
circunstancia que señalamos para destacar el hecho de que desde el co-
mienzo se confundieron allí los intereses europeos y africanos. Con 1a sola
207
excepc1on de un pequeño número de intransigentes que se concen
traron
en Asturias, centro de la independencia cristiana, gran parte de las
pobla-
ciones cristianas se sometió al dominio político de los moros.
Y con
ellos desarrolló relaciones íntimas, conservando, no obstante, una relativa
pureza de fe. •
Fueron esas poblaciones, las mozárabes, gente impregnada de la cu1-
tura y mezclada con la sangre del invasor, las que se constituyeron
en el
fondo y el nervio de la nacionalidad portuguesa. Nacionalidad que
si al
principio se diferenció de Castilla por el interés separatista de los aventu-
reros rubios, bajados de1 norte para la lucha contra los moros, se
afirmó
después, menos por la energía de tales. nobles, dispuestos a confraternizar
con los vecinos por in,tereses económicos de clase, que por la intrans
i-
gencia de la plebe mozárabe. Juan Lucio de Azevedo llega a destacar,
como
psicología de raza en Portugal, la intransigencia del sentimiento naciona
l
en el pueblo y la tibieza de ese mismo sentimiento en los nobles.
Ten-
dencias comprobadas en las grandes crisis de 1383, 1580 y 1808. "Cuand
o
la idea de patria -escri be Azeve do--, perdida en la 1,1.nidad romana
,
despertó nuevamente en la península, el pueblo fue entre nosotros
el de-
• positario del sentimiento nacional que faltó a la clase dominante". 41
El
historiador portugués atribuye a aquél, además del ardor patriótico,
índole
pacífica, incuria, rasgos de fatalismo semita; y a ésta, una inclinac
ión
guerrera y hábitos depredatorios.
No nos parece aceptable, sino en parte, la interpretación étnica suge-
rida por Juan Lucio de Azevedo, del papel desempeñado en el desenvo
l-
vimiento portugués por la aristocracia de fondo nórdico y por la
plebe
indígena, penetrada fuertemente de sangre mora y bereber. Porque
en
ninguno de los países modernos ha sido mayor la movilidad de una
clase
hacia la otra y, digamos también, de una raza hacia otra, que en Portug
al.
En la historia del pueblo portugués el hecho que, a nuestro modo de
ver,
debe contemplarse con la mayor consideración, es el social y económ
ico
de la precoz ascendencia de la burguesía, a la cual muy pronto se
aliaron
los reyes contra los nobles. El prestigio de éstos palideció luego bajo
el
de los burgueses. Y casi toda la savia de la aristocracia territorial, absorbi
óla
la omnipotencia de las órdenes religiosas latifundistas o la astucia
de los
capitalista,5 judíos. Este hecho explica que la aristocracia territor
ial en
Portugal no se haya erizado con los mismos rígidos prejuicios que
en los
países de formación feudal, ni contra los burgueses en general, ni contra
los
judíos y moros en particular. Debilitados bajo la presión de los latifun-
dios eclesiásticos, no pocos aristócratas de origen nórdico fueron a
buscar
en la clase media, impregnada de sangre mora y hebrea, joven rica
con
quien casarse. De ahí resultó en Portugal una nobleza casi tan mezclad
a
de raza como la burguesía o la plebe. Porque la movilidad de familia
s
e individuos de una clase a otra fue enorme. Es imposible determ
inar
208
estratificaciones étnico-sociales en un pueblo que se conservó siempre tan
plástico e inquieto.
Durante la dominación mora, la cultura indígena absorbió de la in-
vasora una amplia serie de valores; y las dos sangres se mezclaron intensa-
mente. Escribir como lo ha hecho recientemente Pontes de Miranda, en
un erudito trabajo, que "los árabes en los pueblos que invadían, o domina-
ban, era como si flotasen como el aceite y no tenían 42con ellos suficiente
mixibilidad ", es exigir de la palabra "mixibilidad" no sabemos qué
sentido extraord inario. Porque si los árabes -moros , diría con más pro-
piedad el joven maestro de derecho, tan riguroso en cuestiones de termi-
nología - no se mezclaron con las poblaciones lusitanas, ignoramos lo que
es mestización. Además, el mismo Pontes de Miranda, treinta páginas más
adelante de aquella en que hace tan extraña afirmación, la corrige escri-
biendo: "sólo la religión, más estabilizada y estabilizadora, evitaría la fu-
sión completa de las razas". Y cita a este propósito el fragmento de Ale-
jandro Herculano en el que el proceso de fusión social de los cristianos
vencidos con los moros victoriosos está magistralmente fijado.
Lo que la cultura peninsular, en el extenso período en el que se ejerció
el dominio árabe o moro -o donde se verificó la esclavitud de cautivos
africanos una vez invertidos los papeles de señor y esclav<r--, conservó
de la cultura de los invasores, es lo que hoy diferencia e individualiza
más a esta parte de Europa. Conservados en gran parte por los vencidos,
la religión y el derecho civil, en las demás esferas de la vida económica
y social la influencia, árabe en ciertos trechos, y en otros mora, fue pro-
funda e intensa. El grueso de la población hispano-romano-goda, excluida
tan sólo la írreductible minoría refugiada en Asturias, dejóse impregnar
en sus gustos más íntimos por la influencia árabe o mora. Cuando esa ma-
yoría acomodaticia refluyó a la Europa cristiana bajo las formas de mozá-
rabe, fue para constituir en Portugal la escuela misma de la nacionalidad.
Nacionalidad militar y políticamente fundada por otros, pero por ellos
constituida económica y socialmente. Y fecundada con su sangre y con
su sudor hasta los días gloriosos de las navegaciones y conquistas. Cuan-
do aquella población móvil, movílfsima, refluyó a Europa, lo hizo trayen-
do consigo una espesa capa de cultura y una enérgica infusión de sangre
mora y negra que han persistido hasta nuestros días, en el pueblo portu-
gués y en su carácter. Sangre y cultura que vendría al Brasil; que explican
mucho de lo que en el brasileño no es europeo ni indígena, ni el resultado
del contacto directo con el Africa negra a través de los esclavos; que expli-
can lo mucho de moro que persistió en la vida íntima del brasileño a través
de los tiempos coloniales; que aun ahora persisten, inclusive en su tipo físico.
En el viaje que a principios del siglo XIX realizó por el interior de la
Capitanía de San Pablo, como director general de Minas y Bosques, Martín
Francisco de Andrada, observó, en una gran extensión, hombres de fisono-
mía acentuadamente morisca. Sí los portugueses de ese origen se extin-
209
guieran en la Metrópoli, creía Andrada que persistirían en el Brasil
nu-
merosos ejemplares conservando la magnífica pureza de la raza
primi-
tiva, desde que tan numerosos le parecieron los paulistas de origen
y ca-
racterísticas de la raza morisca. 43
Grande como fue la influencia del moro dominador, no fue menor la
del
moro cautivo de guerra. El vigor de su brazo es lo que hizo posible
en
Portug al el régimen de auto-colonización agraria por la gran propied
ad
y por el trabajo esclavo; régimen tan ventajosamente empleado
después
en el Brasil. Gracias a los moros y a los religiosos -nos dice J.
M. Este-
ves Pereir a- fue que el Portug al de los primeros tiempos "tuvo
la agri-
cultura, su principal industria, mejor desarrollada que los otros países
de
más al norte". Gracias, principalmente a los moros: "La picata, o
cegonha,
esa máquina simple y primitiva de sacar agua del fondo de los
pozos,
es obra suya. La noria, esa máquina para elevar el agua que la suave
poesía
de los campos hace agradable, es con la soga y el balde, un invento
de los
árabes o, por lo menos, una de las máquinas llevadas por ellos a
la penín-
sula". H Si fueron los cruzados quienes llevaron a España el molino
de
viento, usado en ciertas partes de América -en las Antillas, por ejempl
o--
en la industria del azúcar, fueron los moros los que introdujeron en
Portu-
gal el molino de agua o aceña, precursor del trabajo colonial brasileñ
o de
molienda de la caña mediante el impulso de la caída del agua sobre
una gran
rueda de madera. Juan Lucio de Azevedo destaca que el mismo olivo
pare-
ciera haberse utilizado mejor en Portug al después de la venida de los
moros.
Explica Azcvedo: "la nomenclatura, proveniente del latín para los
árboles
--olivo , olivar, olivad o-- de origen árabe en el producto -aceitu
na, acei-
te- lleva a creer en un mayor aprovechamiento de esa especie vegetal
en
el período musulmán. 4~ El hecho es significativo, como signific
ativo es
que el verbo morear se haya vuelto sinónimo de trabajar en la lengua
por-
tuguesa. Significativa es la frase tan común en Portugal y en el Brasil,
"tra-
bajar como un moro". Es que el moro fue la gran fuerza obrera de
Portu•
gal. El técnico. El labrador. El que dio a las cosas su mayor y mejor
utili-
zación económica. Quien valorizó la tierra. Quien la salvó de las
sequías
por medio de un inteligente regadío. No sólo el olivo aumentó de
valor y
utilidad gracias a la ciencia de los moros, sino también la vid. Fueron
ellos,
además, quienes llevaron a la península el naranjo, el algodón y el
gusano
de seda. Desempeñaron funciones de técnicos y no tan sólo de mera
fuerza
animal (como más tarde los esclavos de Guinea) o de simple mercan
tilismo
como los judíos. •
Y no fue únicamente el algodón, el gusano de seda y el naranjo lo
que
los árabes y moros introdujeron en la península: desarrollaron el
cultivo
de la caña de azúcar que, transportada después de la isla de Madera
al
Brasil, condicionaría el desarrollo económico y social de la colonia
portu-
guesa en América, dándole organización agraria y posibilidades de
perma-
210
nencía y estabilidad. El moro provey6 al colonizador del Brasil los elemen-
tos técnicos de producción y utilización económica de la caña de azúcar.
Los portugueses que aquí, un tanto al modo de los Templarios en Por-
tugal, se transformaron en grandes latifundistas, de un lado seguían el ejem-
plo de los cruzados, principalmente el de los frailes, capitalistas y propieta-
rios de latifundios, para quienes, no pocas veces, los bienes, el ganado y
hombres de la tierra rehabidas a los infieles o tomadas a los mozárabes,
constituían su único capital de instalación; del otro lado, repitieron la téc-
nica de los invasores africanos, si no en los procesos de cultivo de la tierra
--en los que prefirieron seguir inspiraciones indígen as-, en lo que atañe a i.i
utilización industrial de los productos. De modo que la sombra del moro,
su gran figura de creador y no sólo de explotador de valores, se proyectó
benéficamente sobre los comienzos de la economía agraria brasileña. El sis-
tema económico adoptado en el Brasil fue el mismo inaugurado por los
aventureros nórdicos en Portugal después de la reconquista cristiana, con
la diferencia de que el prestigio eclesiástico no absorbió aquí el del parti-
cular, el de la familia, el del señor feudal. Pero la técnica industrial fue la
de los moros. Principalmente la del ingenio a ·rueda de agua.
Es poco menos que imposible determinar hasta qué punto la sangre por-
tuguesa, muy semita ya por infiltraciones remotas de fenicios y judíos, se
mezcló también con la mora durante los flujos y reflujos de la invasión
muslímica. Ha de haber sido profunda tal infiltración de la sangre infiel,
si se consideran no sólo las íntimas relaciones entre los conquistadores y
conquistados, durante la invasión africana, sino también las que le siguie-
ron entre cristianos y cautivos moros y entre hispano-romanos y mozára-
bes. Estos, por su superioridad técnica, impusieron su ascendiente en el
plano social y económico. Ascendiente favorecido por el precoz desarrollo de
la burguesía en Portugal y el consiguiente éxodo de los trabajadores del
campo hacia las ciudades. Dentro de ese proceso se valorizan extraordinaria-
mente las artes industriales y los oficios de utilidad más urbana que rural.
Artes y oficios dominados por la inteligencia de los moros.
Otra circunstancia vino a favorecerles el ascendiente: el estado de gue-
rras, de sequías, de pestes, de hambres, que por mucho tiempo afligió a la
población portuguesa, sujeta por la situación de sus puercos -punto de con-
tacto entre el Norte· y el Medite rráneo- a toda especie de contactos hete-
rogéneos. Dos grandes epidemias ensombrecieron el reinado de Sancho I;
una, aquella pandemia, de origen oriental, en 1348. En 1356, refiere una
crónica monástica citada por Juan Lucio de Azevedo, murieron de hambre
dos tercios de la población del reino. A las perturbaciones de clima y de
46
211
propietario que, por incuria o falta de medi
os, dejase inaprovechadas las
tierras arables. Pero aun en tales leyes se dejó
las puertas, si no abiertas
del todo, entornadas al éxodo de los moros y
mozárabes de los campos ha-
cia las ciudades. Hacia los puertos animados
cuyo progreso era d rey el
primero en estimular. De las obligaciones de
permanencia en el campo, im-
puestas a los hijos y nietos de agricultores,
y a los trabajadores rurales,
debió haber sido relativamente fácil a moro
s y mozárabes, valiosos como
eran por sus aptitudes técnicas, evadirse, trasla
dándose a las ciudades ma-
rítimas y comerciales. Conviene destacar, a
esta altura, que las ciudades
medioevales necesitaban incluir en sus pobla
ciones a agricultores para el
cultivo de las huertas y las llamadas "tierras
de pan" , destinadas a su sub-
sistencia; 41 de manera que en la propia indu
stria rural tuvieron dónde em-
plear con ventaja los brazos experimentado
s de moros y mozárabes que
huían del humillante estado de servidumbre
rural hacia la sombra protec-
tora de los forales burgueses. Todo indica que
fue entonces enorme la cir-
culación, no sólo horizontal sino vertical, que
se produjo en la sociedad
portuguesa -de una a otra esfera, de una a
otra zona econ ómi ca- del ele-
mento moro y mozárabe que la Reconquista
dejó ligado a la gleba. Fue éste
seguramente el elemento que, por su mayor
riqueza de aptitudes industria-
les, se aprovechó en mayor grado de los asilo
s para dejar aquellas tierras a
las que lo ataban obligaciones de cautiverio
o de servidumbre, marchando
hacia otras, igualmente agrícolas o semi-urba
nas, donde su situación sería
ya diversa. Cultivadores libres, fácil les resul
tó en las nuevas circunstan•
cias el triunfo económico. Fácil su ascensión
en la escala social.
Así se explica que el elemento hispánico, indíg
ena, de sangre reciente·
mente avivada en el color por la del moro
y del bereber, haya dejado de
circular exclusivamente bajo la victoriosa capa
hispano-goda, o de localizarse
en una sola región, para extenderse ventajosam
ente por todo el país, lle-
gando a veces a las más elevadas esferas de
la sociedad portuguesa. Con-
viene, además, no olvidar el elemento hispa
no, llamado mozárabe después
del contacto con los moros, que durante la
dominación musulmana sufrió
desmedro económico y social; que ese desm
edro, para muchos, se acentuó
durante la Reconquista, dirigida casi toda ella
por adventicios llegados del
norte, especie de nuevos-ricos y nuevos-poderos
os. Lo que se comprobó des-
pués foe menos una ascensión que un reajuste
de posiciones, conseguido en
parte por el hecho de que, durante el dominio
mahometano, la capacidad
técnica e industrial del elemento hispano que
contemporizó con el invasor
se había enriquecido y perfeccionado al conta
cto de la cultura superior nor-
teafricana,
Pero antes de realizarse ese proceso de reaju
ste social, al primer con-
tacto de los invasores mahometanos con las pobla
ciones cristianas, éstas su-
frieron, no sólo en las clases populares sino
también en las elevadas, la
penetración del elemento victorioso. Penetraci
ón facilitada no tan sólo por
la situación de dominio del pueblo africano,
sino también por su tendencia
212
a la poligamia. Abdul-Aziz-Ibn-Muza no sólo tomó por esposa a la viuda
de Rodrigo: tomó además por concubinas a muchas vírgenes cristianas. Por
otro lado, Ramiro II, de León, fascinado por la belleza de una sarracena de
noble estirpe -sin duda, una de las que después se tornaron ''moras en-
cantad as"-, mató a su mujer legitima casándose, en seguida, con la exó-
tica, de quien tuvo numerosa prole. Los dos casos son t(picos: uno, de pe-
netración por la violencia, ejercida por el invasor polígamo sobre las muje-
res del pueblo vencido; otro, por la atracción de la mujer sarracena, espe-
cialmente siendo noble, sobre los hombres de la población derrotada.
Innumerables futron las familias nobles que en Portugal, como en Es-
paña, absorbieron sangre de árabe o de moro. Algunos de los caballeros
que más se distinguieron en la guerra de la Reconquista por el ardor mata-
moros de su cristianismo, ]levaban en las venas sangre de infiel. Mucha ha-
brá sido, por otra parte, la sangre españoJa o portuguesa, ortodoxamente
cristiana que, disuelta en la de los mahometanos, emigró al Africa menor.
Se sabe que hasta frailes· franciscanos el reflujo mahometano arrastró al Afri-
ca. Frailes polígamos y mujeriegos. Mucho Mem o Menda, mucho Pelagio,
mucho Soeíro, mucho Egas, mucho Gonzalo, muchos que por el nombre y
el fervor cristiano se dirían hispano-godos sin ninguna mancha de islami.smo
en la ascendencia, fueron portugueses de abuelo o abuela moro o árabe.
Del conde de Coimbra, don Sesnando, afirman las crónicas que, mestizo
de cristiano o moro, hasta visir fue entre los sarracenos. De otro mestizo,
don Fifes Serrassin, se sabe que se incorporó a la nobleza cristiana por su
matrimonio con una Mendes de Braganza.
Ningún elemento de identificación de hispanos y de moros, de cristia•
nos y de infieles, de vencidos y de vencedores, de nobles y de plebeyos en
la sociedad portuguesa, es menos seguro que el de los nombres personales
y de familia, tan confundidas anduvieron siempre en la península las razas,
las culturas y las clases sociales, sin que el peso atado a los pies de algunos,
por la esclavitud o por el bocín de guerra, les impidiese nunca fluctuar
de nuevo.
Refiere Alejandro Herculano que después de la invasión, seguida por
una intensa mestización, se hicieron comunes los nombres mixtos: Pelagio
Ibán Alafe, Egas Abdallah Argeriquiz, etcétera.
48
Lo cual da una idea
de cuán plástica, flotante y movediza fue la sociedad mozárab e en Portugal.
Lo que ocurrió con los moros se realizó también , hasta cierto punto,
con los judíos. De unos y otros se dejó penetrar , en sus varías capas, la so-
ciedad portuguesa. Las clases se mezclaro n en Portuga l hasta el punto de
que nunca se pudo identific ar por el nombre de persona o de familia el
noble o el plebeyo, el judío o el cristiano, el hispano o el moro.
En las guerras contra los moros y los castellanos, muchos fueron los
portugueses que se ennoblecieron, ganando derecho a tierras y títulos. Po-
cos, sin embargo, se mantuvieron en la posesión de propiedades difíciles de
explotar en competencia con las grandes empresas capitalistas representa-
213
das por las órdenes religiosas y militares. Cuando las mejore
s atenciones
comenzaron a volverse hacia el mar, se verificó la elevación
social de mu-
chos individuos nacidos en la servidumbre del campo hacia el
trabajo libre
de las ciudades. Y ocurrió, al mismo tiempo, la disminución de
otros, entre
los que había pequeños propietarios que, sin embargo, se
mantenían en
posesión de propiedades de explotación difícil. Hombres incapa
ces de com-
petir con las empresas latifundistas, y absorbidos por ellas.
Las mismas
leyes de Don Fernando contra el latifundio no tuvieron otro
efecto casi
que el de substraer la tierra a los propietarios menores, incapa
ces de des-
arrollarlas debido a la penuria de capital, a la falta de trabaja
dores, para
incorporarlas a los dominios de los todopoderosos. De aquí
esa numerosa
nobleza de Juanes sin Tierra en Portugal. Nobleza que afluyó
a las ciuda-
des, a la Corte principalmente, husmeando cargos públicos, en
derredor del
rey y más tarde en las posesiones ult_ramarinas.
Alberto Sampaio nos da, respecto de la noción nada rígida de
linaje o
exclusivismo aristocrático entre los portugueses, informaciones
valiosas. Los
nombres de personas fueron entonces, como hasta cierto punto
lo son aún ·
en Portugal y en el Brasil, idénticos entre grandes y humildes.
Nombres en
general germánicos "porque después del advenimiento de los
suevos y visi-
godos, los hispanos se denominaron con los nombres de ellos,
como antes
con los de los romanos". Y añade: "En los documentos de la alta
Edad Me-
dia, la nomenclatura persona\ es común para todos y por lo genera
l tan uni-
forme que en los diplomas, por las firmas, no se diferencian
los caballeros
·de los plebeyos. Este hecho se repite con mayor notoriedad
en las indaga-
ciones, donde por entre los patronímicos de uso general asoma
n los ape-
llidos actuales, designando ora a nobles, ora a populares". 49
Es aún
Alberto Sampaio quien dice: "Una raza dominante, de sangre
diversa de la
de los habitantes, es inadmisiile sin denominación privativa.
Y la contra-
prueba es todavía más patente en los nombres y en el tipo físico,
confundi-
dos y mezclados en toda la población". Cita el historiador portug
ués a este
respecto un testimonio del mayor interés: el del mismo Libro
Velho. Libro
antiguo de linaje en el que ya se decía " ... aquí muchos vienen
de buen
linaje y no lo saben ellos ... y muchos son naturales y patron
os de muchos
monasterios, de muchas iglesias, de muchos asilos y de mucha
s honras, que
lo pierden por faltarles saber de qué linaje vienen". 50
Estaba, por lo demás, en el interés de los reyes, que tan pronto
se afir-
maron en Portugal contra los vagos esbozos de feudalismo, nivelar
lo más
perfectamente posible a las clases sociales, sin permitir el predom
inio de
ninguna. Lo que en parte consiguieron complaciendo más a
la burguesía
que a la aristocracia; concediendo privilegios a las clases indust
riales; des-
prestigiando en lo posible a los terratenientes. Menos a la noblez
a eclesiás-
tica. Que ésta supo, en tiempo y con la protección del Papa,
contener los
ímpetus de los dos Sanchos y conservar inmensos privilegios
económicos.
214
ser fraile,
Ser simplemente hijodalgo, en Portugal, no valía tanto como
religio so de alguna de las·
es decir, juntar a la espada de caballero el hábito
hijosda lgos a quiene s respon de Don
poderosas órdenes militantes. Es a los
, negánd oles honore s de noblez a mientr as
Diniz, a fines de la Edad Media tío:
iales o del arrend amien to de tierras de labran
vivieren de oficios industr
o de cerero u
"filiados a menesteres de herrero o de zapatero o de sastre
su cuenta en
otro menester semejante a éste, por necesidad, o labrando por
. 51
Por lo demás , este estado de cosas se prolongó
otra heredad ajena"
aquí, vencidos
en el Brasil. Colonos de elevado origen se desprestigiaron
númer o de es•
en la competencia en torno a las mejores tierras y al mayor
sco de Andra de
clavos agrarios. A principios del siglo XIX, Martín Franci
es de noble
conoció, en el interior de la capitanía de San Pablo, a hombr
os. ~2 Per-
procedencia ejerciendo oficios mecánicos como si fuesen plebey
del reino
judicados, por tanto, en su condición de nobles, pues las leyes
abrogaban en tales casos los fueros de nobleza.
s en Por-
Después de cinco siglos no se habían asentado las clases sociale
su prepon de-
tugal en exclusivismos infranqueables. "Cualquiera que fuese
nunca consi-
rancia en determinada época, -escri be Sampa io-- la nobleza
los mismos
guió formar una aristocracia hermética: la generalización de
ocurre con los
nombres en personas de las más diversas condiciones, como
socied ad. Explíc alo en
apellidos actuales, no es un hecho nuevo de nuestra
unos que se ilustra n y de
exceso el constante trueque de individuos, de
habían salido; y la ley de
otros que vuelven a la masa popular de donde
épocas , propor cionán do-
Don Diniz está ahí como piedra miliaria entre dos
63
nos la confirmación histórica".
ad portu-
Esto viene a robustecer nuestra convicción de que la socied
como ningun a otra, constit uyénd ose y
guesa ha sido móvil y fluctuante
circula ción, tamo vertica l como horizon -
desenvolviéndose por una intensa
proced encia. Soroki n no hallarí a mejor
tal, de elementos de la más diversa
la movilidad,
laboratorio, para la comprobación y estudio de su teoría de
ningún predo-
que el de ese pueblo cuyo pasado étnico y social no presenta
y absolu to de determ inado elemen to, sino contem porizacio-
minio exclusivo
nes e interpenetraciones sucesivas.
Una observación más sobre los ·moros y los mozárabes, sobre
el proceso
ial portug uesa, que se
de valorización de esos dos elementos: la era comerc
extend iéndos e
inició con un comercio limitado a Europa, --cuan do mucho
ente ultram a-
hasta d Levan te-- a partir del siglo XV, de empresas osadam
Les permitió
rinas, fue particularmente favorable a los antiguos siervos.
de posibil idades de en•
empeñarse, hombres libres ya, en aventuras llenas
probab le que entre los primer os
grandecímiento social y económico. Es
numer osos individ uos de origen moro y
pobladores hayan venido al Brasil
y viejos portug ueses. Deban é supone
mozárabe, junto con cristianos nuevos
. de l'an 1500
que fueron ellos los principales colonos de nuestro país: " ..
215
a l'an 1600, les premiers colons de l'Amerique Ju Sud appar
tiennent a
l'Espagne et au Portugal méridional, c'est adire ala partie
fortemente orien-
talisée et arabisée de l'Espagne et du Portugal". Y más
aún: "Ce n'étaient
pas en effet les Espagnols ni les Portugais du Nord descen
dants des Wisi-
goths qui émigraient en Amérique: ceux-ci étaient les
triomphateurs, les
vainqueurs des guerres liv,ée s contre des populations arabis
ées du Sud de la
penínsule Ibérique". 5• La suposición de Debbané• puede
tacharse de audaz,
además de pecar en sentido opuesto a la de Oliveira Viana
. Este imaginó
un Brasil colonizado en gran parte y organizado principalme
nte por dólico-
rubios. 65 Investigaciones más minuciosas sobre el asunto
, como en San
Pablo, por el estudio de inventarios y testamentos del siglo
XVI, tienden a
revelar que 1a colonizacióo. del Brasil se hizo muy· al modo
portugués, esto
es;' heterogéneamente en cuanto a procedencias étnicas
y sociales. En ella
no habrían predominado ni morenos ni rubios. Ni mozár
abes, como preten-
de Debbané, ni aristócratas nórdicos, como imaginó el adanis
mo casi místico
de Olíveira Viana, ni los dorados hidalgos de fray Gaspa
r, ni la escoria del
reino -delin cuent es y muíeres perdi das- de la que tanto
se acusa a Por-
tugal haber llenado al Brasil en los primeros siglos de coloni
zación. Viniendo
al Brasil, los descendientes de mozárabes y de moros cristia
nizados, Debbané
encuentra que hasta los prisioneros de guerra en las campa
ñas de Marruecos,
y moriscos expulsados en 1610, no venían destinados
para el trabajo de la
tierra, sino para el servicio de los poderosos y para ejerce
r las diversas ocu-
paciones urbanas a que muchos se acogieron a fin de escapa
r a las leyes de
Don Fernando. Otros aun del trabajo libre de labranza en
tierra de asilo, y
otros más, de los útiles oficios de zapatero y sastre. En
las ciudades y en
los poblados, muchos habían alcanzado el siglo XVI ya
engrandecidos, eco-
nómica y socialmente, por el comercio de pieles de conejo
y por el ejercicio
del arte, no sólo de zapatero o de sastre, sino también por
el de herrero y
peletero. Algunos, sin embargo, andarían luchando aún
con dificultades,
ansiosos de encontrar una oportunidad que les permitiera
mejorar de vida.
Sus aptitudes técnicas los convertían en elementos de gran
valor en las
expediciones colonizadoras de hidalgos arruinados y de
soldados aventure-
ros, que no sabían otra cosa más que manejar la espada,
ahora casi inservi-
ble. "De esta escasez de hábiles manos de obra -escr ibe
Juan Lucio de
Azevedo, refiriéndose a Portu gal-, derivó la importancia
que los menes-
trales o gentes con oficios llegaron a tener en las poblac
iones, y el influjo
en las deliberaciones capitulares". ~6 Herreros, zapateros,
peleteros, alba-
ñiles, orfebres, monederos, toneleros se convirtieron en
una verdadera aris-
tocracia técnica, imponiéndose al respeto de una sociedad
salida casi repen-
tinamente de la monotonía agrícola y de la simplicidad rural;
salida casi re-
pentinamente de un régimen en que las reducidas necesi
dades industriales
eran suplidas por los propios siervos domésticos y por el
arte casero de las
216
mujeres. Teniendo ahora que atender a las diversificaciones y refinamientos
de la actividad industrial, y ésta libre, en los nuevos centros urbanos. De
ahí la fuerza en que se convirtieron, al lado de los comerciantes de las ciu-
dades marítimas, los técnicos, los obreros y los artífices. Los nombres de
las calles de Lisboa recuerdan aún el predominio que bajo una dulce forma
religiosa ejercieron esos técnicos y artífices, sobre la vida de la ciudad. Con-
centrándose en barrios o en calles, como en modo estratégico, formaron es-
pecies de feudos. Zapateros, merceros, herreros, pescadores, doradores, todos
los oficios, todas las actividades, cada una con su santo, su bandera, sus
privilegios. A través de las casas-dos-vinte-e-quatro, aquellos técnicos y ar-
tistas ejercieron una sensible influencia sobre la administración de las ciu-
61
dades. Los reyes les concedieron varios privilegios. Privilegios que im-
portaban su elevación en la escala política y social. De los oficios sindicados
es que se derivaron las hermandades y cofradías de carácter religioso que
más tarde florecieron también en el Brasil, abarcando hasta los esclavos,
aunque sin rastros siquiera del prestigio que gozaban en Portugal, como ex-
presión de los derechos de clase.
Analizando las primeras capas de pobladores de San Vicente, a través
de los inventarios y testamentos de los siglos XVI y XVII, Alfredo Ellis
Júnior verificó que la "región sureña de Portugal, comprendiendo el Alem-
tejo, la Extremadura portuguesa y los Algarves" --obsérvese que es la zona
más penetrada de sangre mora- "nos mandó cerca del 28 por ciento de
los pobladores de origen conocido, porcentaje igual al que nos envió la
región del norte lusitana". Y contra la teoría lapougiana, representada
58
entre nosotros por Oliveira Viana, de que fueron los nórdicos la raza
59
217
ticas recompensas han debido recibir los fabricantes de cal, los carpint
los albañiles. eros y
A los representantes de la plebe mozárabe, entre los primeros coloniz
a-
dores del Brasil, deben agregarse los representantes de la pequeña y
sólida
nobleza agraria. Tales los reunidos en Pernambuco en torno a la figura
pa-
triarcal de Duarte Coelho. Representantes también, aunque en pequeñ
o nú-
mero, de la aristocracia militar, traídos al Brasil por el espíritu de aventu
ra
o para cumplir penas de destierro en los yermos tropicales.
Pero el hecho que debe destacarse es la presencia, no esporádica sino
abundante, de descendientes de mozárabes, de representantes de la
plebe
enérgica y creadora, entre los pobladores y primeros colonizadores del
Bra-
sil. A través de ese elemento mozárabe fue como tantos rasgos de
cultura
mora y morisca se transmitieron al Brasil. Rasgos de cultura moral y
mate-
rial. Debbané destaca uno: la dulzura en el trato a los esclavos 60 que
en ver-
dad fueron, entre los brasileños como entre los moros, más gente domést
ica
que bestias de labor.
Otro rasgo de la influencia mora que se puede verificar en el Brasil:
el ideal ·de la mujer gorda y linda, del que tanto se impregnaron las
gene-
raciones coloniales y del imperio. 61 Otros más: el placer por el baño
vo-
luptuoso de bacía o de batea, el gusto por el agua corriente y cantari
na
en los jardines de las casas-grandes. Burton sorprendió en el Brasil del
siglo
XIX varias reminiscencias de costumbres moras. El sistema de corear
los
niños sus lecciones de las tablas aritméticas y de deletrear, que le recorda
ba
las escuelas mahometanas. GZ Y viajando por el interior de Minas y
de San
Pablo, encontró aun en el hábito de las mujeres de ir a misa con mantill
a, el
rostro casi oculto, como las mujeres árabes. En los siglos XVI, XVII
y
XVIII , los rebozos y mantillas predominaban en todo el Brasil, comuni
-
cando a las modas femeninas un aíre más oriental que europeo. Los rebozos
eran una especie de "dominós negros, pañolones fúnebres en que iban
amor-
tajadas muchas de las beldades portuguesas", como los describió
Sebas-
tián José Pedroso en su Itinerario, refiriéndose a las mujeres del reino. 63
Y no olvidemos que nuestras abuelas coloniales prefirieron siempre
al
refinamiento europeo de las poltronas y los sofás acolchonados, el orienta
l
de las alfombras y esteras. En las casas y hasta en las iglesias era
sobre
alfombras de seda o de frescas esteras de junco sobre lo que se sentaba
n,
con las piernas cruzadas a la manera morisca y los piececitos ocultos
por la
saya. "Cuand o van de visita -infor ma un relato holandés del siglo
XVII
refiriéndose a las mujeres luso-br asileña s-, primero envían a avisar;
la
dueña de casa se sienta sobre una linda alfombra turca de seda, extend
ida
por el piso, y espera a sus visitas, las que también se sientan al lado
suyo
sobre la misma alfombra, al modo de los sastres, con los pies cubiert
os,
pues sería gran vergüenza dejar que alguien se los viera". e,
218
Otros diversos valores materiales, absorbidos en la cultura mora o árabe
por los portugueses, se trasmitieron al Brasil: el arte de los azulejos, que
tanto relieve adquirió en nuestras iglesias, conventos, residencias, bañeros
y fuentes; la teja morisca, la ventana cuadriculada o en escaques; la celosía,
los balcones, las paredes gruesas. 6 ~ El conocimiento también de varios
platos y procesos culinarios: cierto gusto por las comidas aceitosas, grasas,
ricas en azúcar. El cuscús, hoy tan brasileño, es de origen norteafricano.
El cronista que acompañó a Lisboa al cardenal Alejandrino en D71 notó
el abuso del azúcar, la canela, las especias y yemas cocidas de huevo en la
mesa portuguesa. Le informaron que la mayor parte de los manjares eran
moros. Observó también el hecho de que a mitad del yantar se cambiaran
las servilletas, refinamiento de pulcritud tal vez desconocido entre los ita-
lianos. Los viejos libros de cocina portugueses, como el Arte de Cozinha,
de Domingo Rodrigues, maestro de cocina de Su Majestad (Lisboa,
MDCXCII), están llenos de recetas árabes y moriscas: "carneyro mourisco",
"chourú;o mourisco", "gallinha mourírca", "peixe mourisco", "olha maura".
De la influencia de los mahometanos, en general, sobre la península his-
pana -en la medicina, la higiene, las matemáticas, la arquitectura, las artes
decorativas - nos limitamos a observar que, sofocada por severas medidas
de represión o reacción católica, sobrevivió asimismo a la reconquista cris-
tiana. El arte morisco de la decoración de palacios y casas atravesó incólu-
me los siglos de mayor esplendor cristiano para llegar, en el siglo XVIII, a
enfrentar, ventajosamente, al barroco. Dominó en Portugal, viniendo a flo-
recer en la decoración de las casas-grandes del Brasil en el siglo XIX.
Los artífices coloniales a quienes debe el Brasil el trazado de sus prime-
ras habitaciones, iglesias, fuentes y pórticos de interés artístico, fueron hom-
bres criados dentro de la tradición mora. De sus manos recogimos la pre-
ciosa herencia del azulejo, rasgo de cultura en que insistimos debido a su
íntima relación con la higiene y la vida de familia en Portugal y en el Brasil.
Más que simple decoración mural o rivalidad con el panel de tela, el azu-
lejo morisco representó, en la vida doméstica del portugués y en la de su
descendiente brasileño de los tiempos coloniales, la supervivencia del gusto
por el aseo, por la limpieza, por la claridad, por el agua; de aquel casi ins-
tinto o sentido de higiene tropical tan agudo en el moro. Sentido o instinto
que Portugal, re-europeizándose a la sombra de la reconquista cristiana, per-
dió desgraciadamente en gran parte. El azulejo se transformó casi, para los
cristianos, en tapiz decorativo del que la agiologfa sacó el mayor partido en
la decoración piadosa de las capillas, de los claustros y de las residencias.
Conservó, sin embargo, por la misma naturaleza de su material, las condicio-
nes higiénicas característicamente árabes y moriscas de frescura, brillo fácil
y pulcritud.
El contraste de la higiene verdaderamente felina de los mahometanos
con la mugre de los cristianos, sus vencedores, es un rasgo que se impone
219
destacar aquí. Conde, en su historia del dominio árabe en España, tantas
veces citada por Bud<le, describe a los cristianos peninsulares, es decir, a los
intransigentes del siglo VIII y IX, como individuos que jamás se bañaban,
lavaban sus ropas, ni se las quitaban del cuerpo sino cuando estaban podri•
das, arrancándoselas a jirones. El horror al agua, el desdén por la higiene
del cuerpo y del vestido perdura entre los portugueses. Creemos poder afir-
mar que más intensamente en las zonas menos beneficiadas por la influen-
cia mora. Alberto Sampaio destaca el desaseo del natural de Minho, típico
de las poblaciones arias europeas, más rubias y más cristianas de Portu-
gal. 66 Es verdad que Estanco Louro, en reciente monografía sobre Alpor-
tel, par-roquia rural del sur, comprueba el manifiesto desaseo de los alpor-
talenses: "Falta de higiene corporal que en la mayoría de los casos se limita
a lavarse la cara los domingos, de manera muy sumaria; ausencia en la villa
de retretes públicos o mingitorios; en el campo, de retretes junto a los mon-
tes; la existencia de chiqueros y estercoleros junto a las casas de habitación
y de los pesebres en comunicación con éstas". 87 Pero hace notar, por
otro lado, ciertas nociones de aseo en los habitantes, que llegan a la obse-
sión. Nociones, acaso, conservadas de los moros. "Es lo que puede verse en
el fregado frecuente del piso de la casa, en el blanqueo constante de casas
y muros; en la infalible mudanza de la ropa de la semana por otra muy
limpia [ ... ]". 68 Por otra parte, en relación al sur de Portugal, debe
tenerse en la debida cuenta la escasez de agua, que coloca al morador de sus
poblados y campos en condiciones idénticas a las del sertanero del Brasil,
otro que rara vez se baña, aunque se esmere en la ropa escrupulosamente
limpia y en otros hábitos de aseo personal y doméstico.
La casa portuguesa del sur, siempre blanqueada de nuevo, contrasta por
su blancura franciscana con la de los portugueses del norte y del centro:
sucia, fea, mugrienta. Influencia evidente del moro en el sentido de la cla-
ridad y de la alegre frescura de la higiene doméstica. Por dentro, el mismo
contraste. Da gusto entrar en una casa del sur, donde la batería de cocina
brilla en las paredes; donde se tiene una deliciosa impresión de loza limpia y
de manteles lavados.
Debemos fijar otra influencia mora sobre la vida y el carácter portu•
gués: la de la moral mahometana sobre la moral cristiana. Ningún cristianis-
mo más humano ni más lírico que el del portugués. De las religiones paga-
nas, pero también de la de Mahoma, conservó, como ningún otro cristianis-
mo en Europa, el amor por la carne. Cristianismo en que el Niño-Dios se
identificó con el mismo Cupido, y la Virgen María y los Santos con los
intereses de procreación, de generación y de amor más que con los de casti-
dad y de ascetismo. En este sentido, puede decirse que el cristianismo por•
tugués excedió al propio islamismo. Los azulejos, de dibujos asexuales entre
los mahometanos, se animaron de formas casi afrodisíacas en los claustros
de los conventos y en los zócalos de las sacristías¡ de figuras desnudas; de
220
Niño-Dios en quien las monjas adoraban muchas veces al dios pagano dd
amor de preferencia al cuitado y lleno de heridas, que murió en la cruz. Una
de ellas, sor Violante do Céo, fue quien comparó el Niño Jesús a Cupido:
Pastorcillo divino
que matáis de amor
ay, tened, no flechéis,
¡No tiréis, no,
que no caben más flechas
en mi corazón!
¡Mas tirad y flechadme,
matadme de amor,
que no quiero más vida
que morir por vos! 69
221
hijo, de novio. Se liga a cada uno de ellos con una
etapa de la vida domés-
tica e íntima.
Ningún resultado más interesante de los muchos siglos
de contacto del
cristianismo con la religión del profeta --con tacto que
tantas veces se suti-
lizó en asperezas de rival idad - que el carácter milita
r tomado por algunos
santos en el cristianismo portugués y más tarde en
el Brasil. Sancos mila-
grosos como San Antonio, San Jorge y San Sebastián,
fueron consagrados
entre nosotros como generales o jefes militares, a
la manera de cualquier
poderoso "señor de ingenio". En las procesiones cargá
banse antaño las an-
das de los santos como las de grandes jefes que hubie
ran triunfado en gue-
rras y luchas. Algunos inclusive eran montados a cabal
lo y vestidos de ge-
nerales. Y acompañando esas procesiones, una multi
tud alegre. Gent e fra-
ternal y democráticamente confundida. Grandes señor
as tocadas con manti-
lla y prostitutas con úlceras en las piernas. Hidalgos
y mulatos.
La fiesta de iglesia en el Brasil, como en Portugal,
es lo que puede ha-
ber de menos nazareno en el sentido detestado por Nietz
sche. En el sentido
sombrío y triste. Se puede generalizar acerca del cristia
nismo hispano di-
ciendo que todo él se dramatizó en ese culto festiv
o de santos con trajes
y armas de generales: Santiago, San Isido ro: San
Jorge, San Emilíano, San
Sebastián. En ese culto de santos que también fuero
n patriotas, matamoros,
paladines de la causa de la independencia. En el
Brasil, el culto de San
Jorge, a caballo y con la espada en la mano, armado
para combatir herejes;
el de San Antonio, no sabemos exactamente por qué,
militarizado en te-
niente coronel, prolongaron a través de la época colon
ial y el imperio ese
aspecto nacionalista y militarista, cívico y patriótico,
del cristianismo pe-
ninsular, obligado por los choques religiosos de moro
s y judíos a vestir ar-
madura y penacho guerrero. Ciertos "Loado sea el
Santísimo Sacramento"
como uno que aun hoy se lee a la entrada de una vieja
calle en Salvador de
Bahía, son resabios de los gritos de guerra del tiemp
o en que los cristianos
portugueses se sentían rodeados de enemigos de su
fe.
Tanto como del contacto con los moros, de la convivenci
a con los judíos
resultaron rasgos inconfundibles sobre los portuguese
s colonizadores del Bra-
sil. Sobre su vida económica, social y política y sobre
su carácter. Influen-
cia ésta que actuó en el mismo sentido, "deseurope
izaute", que la mora.
Las relaciones de los portugueses con los judíos, exact
amente como las rela-
ciones con los moros, cuando se enardecían en confli
ctos, 1a mística de que
se revistieron no fue, como en gran parte de Europ
a, la de pureza de raza,
sino la de pureza de fe. Publicistas que hoy pretenden
interpretar la historia
étnica y política de Portugal a la europea y atribu
ir los conflictos con los
judíos a odios de raza, acaban contradiciéndose. Así
es como un escritor
portugués, después de haber agitado esa tesis y defen
derla con ardor y hasta
con brillo, termina confesando: "En todas partes tienen
los judíos concien-
cia de que son judíos. En Portugal, no. Atravesaro
n las edades bajo la de-
nominación de cristianos nuevos y, hace poco más
de cien años, con el de-
222
de la
creto pombalino que abolía la designación infamante y con la71pérdida
desmem oriando de sí mismos ". En esencia ,
unidad religiosa, se fueron
ico crea-
el problema del judío en Portugal fue siempre un problema económ
operan do
do por la irritant e presencia de una poderosa máquina de succión
israelit a, sino
sobre la mayoría del pueblo en provecho no sólo de la minoría
Interes es de reyes, de gran-
también de los grandes intereses plutocráticos.
s de la usura, tales se volvier on
des señores y de órdenes religiosas. Técnico
proceso de especia lización casi bioló-
los judíos en casi todas partes por un
mímica
gico que parece haberles afilado el perfil, como de aves de rapiña, su
de adquisi ción y posesió n, las manos en garra, incapa-
en constantes gestos
ces de sembra r y de crear. Capace s tan sólo de acapara r.
atri-
Circunstancias históricas conformaron así a los judíos. Max Weber
ial a determ inacion es
buye la transformación de los judíos en pueblo comerc
éxodo, que se fijasen en cual-
ritualistas, que les prohibieron, después del
dualismo
quier tierra y, por consiguiente, en la agricultura. Y hace notar su
dos actitude s: una para con los correlig :o-
de ética comercial que le permite
con los extraño s. 7
Contra semeja nte exclusi vismo era
narios y otra para ~
o doble
natural que se levantasen odios económicos. En virtud de esa ética
eñar los papeles
moralidad, se prestaron los judíos, en Portugal, a desemp
os por los grandes . De ahí
más antipáticos en la explotación <le los pequeñ
protecc ión de los reyes y de los gran-
se explica que hubiesen goiado de la
de esa protecc ión, prosper ando en grandes
des propietarios y, a la sombra
ma-
plutócratas y capitalistas. Concentrándose en las ciudades y los puertos
aron en la victoria de la burgues ía sobre la gran propied ad te-
rítimos, cooper
nte obser-
rritorial más allegada a la Iglesia que a los reyes. Pero es interesa
ma-
var que aun la gran propiedad agrícola, si bien debilitada por la política
en la plutocr acia is-
rítima y anti-feudal de los reyes, no vaciló en buscar
de judías ricas. La sangre de
raelita fuerzas que la reanimasen. En las dotes
por el
la mejor nobleza portuguesa se mezcló a la de la plutocracia hebrea
ados -<le ruina con hijas de ricos usurero s.
matrimonio de hidalgos amenaz
explica que judíos ilustres , aristocr atizado s por vínculo s con la
Es así como se
reina Doñ:i
nobleza, tomaran el partido esencialmente aristocrático de la
do.
Leonor, contra el de 1a plebe y la burguesía, en la sucesión del rey Fernan
monopo lizar en España y Por-
Escribe Varnhagen que la usura consiguió
r, del ar-
tugal "los sudores y los trabajos de toda la industria del labrado
Estado ". Y agrega: "El rápido giro de fondos
mador y hasta la renta del
, la celerida d con que se transfer ían grandes
dados por las letras de cambio
, a Flan-
créditos de Lisboa para Sevilla, para 1a feria de Medina, a Génova
los correos,
des, dio a los de esta clase, auxiliados por el establecimiento de
s que nadie
de que supieron sacar partido, tal superioridad en los negocio
as del Estado y esos
podía competir con ellos. A veces acudían a las urgenci
s y recomp ensados como ta-
auxilios eran reputados como grandes servicio
un gran hombre y represe ntante de mu-
les. Otras veces era el heredero de
unirse
chos héroes que, para acomodarse al lujo de la época, no desdeñaba
223
con la nieta del sayón converso, cuyo descendiente
se hiciera rico "tratan-
te", como se decía entonces, sin que el vocablo se
tomase en mal sentido
como las obras de tales tratantes o tratadores acaba
ron por hacer que se
tomase". 73 Se ve que, con relación a los judíos como
con relación a los
moros, fue grande la movilidad en sentido vertical,
confundiéndose en el
matrimonio diferentes orígenes étnicos.
Se constituyeron los judíos en Portugal en gran fuerza
y sutil influencia
por el comercio, por la especulación, por el ejercicio
de altos cargos técni-
cos en la administración, por los vínculos de sangr
e con la vieja nobleza
guerrera y territorial, por la superioridad de su cultu
ra intelectual y cientí-
fica. Especialmente la de los médicos, poderosos rivale
s de los sacerdotes
en la influencia sobre las familias y sobre los reyes.
El rumbo burgués y
cosmopolita tan precozmente tomado por la monarquía
portuguesa, contra
las primeras tendencias agrarias y guerreras, hizo más
honda que cualquier
otra influencia la de los intereses económicos de
los judíos concentrados
estratégicamente y por secular horror de los "hom
bres de la nación" a la
agricultura, en las ciudades marítimas; y, desde allí,
en fácil y permanente
contactos con los centros internacionales de finanza
judía.
Es evidente que los reyes de Portugal no protegieron
por sus lindos ojos
orientales a los judíos, sino interesadamente, hacié
ndolos concurrir con
fuerces tasas e impuestos a la opulencia real y del Estad
o. Es digno de notar
lo siguiente: que la marina mercante portuguesa se
desenvolvió, en gran
parte, gracias al impuesto especial pagado por los
judíos sobre todo navío
construido y botado al mar. De modo que el rey y
el Estado se aprovecha-
ban de la propiedad israelita para enriquecerse. En
la prosperidad de los
judíos se basó el imperialismo portugués para su expan
sión.
Chamberlain destaca que, desde el comienzo del perío
do visigótico, los
judíos se supieron imponer entre los pueblos peninsulare
s como negociantes
de esclavos y acreedores de dinero. De modo que
parece que el sefardita
concurrió a la tendencia portuguesa de vivir de los
esclavos. Enemigos del
trabajo manual, los judíos se inclinaron por la esclav
itud desde los tiempos
remotos. Dice Chamberlain que lsaías insinúa la idea
de
deben ser los labradores y los viñadores de los hebre 74 que los gentiles
os. Y lo cierto es, que
en la península, muchos de los judíos más antiguos de
que se tiene memoria
fueron dueños de esclavos cristianos y poseían concu
binas cristianas. 7 "
Parece que más tarde se extendió su especialización
económica al co-
mercio de artículos alimenticios: " ... el peje seco y
las demás cosas", dii:á
un memorial de 1602 acusándolos de explotadores
"del pueblo bajo, que
se alimenta de peje seco". 76
En 1589 fue la Mesa de Conciencia y Orde n la que,
por consulta del
rey, trajo el problema de que los cristianos nuevos
ejercían también el mo-
nopolio de los oficios de médico y boticario; así como
de que el reino se
estaba llenando de bachilleres. 77 Parécenos que uno
y otro exceso son el
resultado de aquella aspiración de los cristianos nuevo
s por ascender en la
224
escala social, sirviéndose de sus tradiciones sefardíes de intelectualismo;
de su superioridad en experiencia intelectual sobre los rudos hijos del lugar.
Puede atribuirse a la influencia israelita mucho del mercantilismo que hay
en el carácter y en las tendencias del portugués; pero es justo también que
le atribuyamos el exceso opuesto: la bachillería, el Iegalismo, el misticismo
jurídico. El mísmo anillo, con rubí del abogado o con esmeralda del médico
brasileño, nos parece una reminiscencia oriental, de sabor israelita. Otra
reminiscencia sefardita: la manía de los anteojos y los lentes, usados también
como señal de sabiduría o como refinamiento intelectual o científico. El
abate de La Caille, que estuvo en Rfo de Janeiro en 1751, dice haber visto a
todos los que eran doctor o bachiller en teología, derecho o medicin a, con
18 Y nuestra
anteojos sobre la nariz, "pour se /aire respeter des passans" .
manía de ser todos doctores en Portugal y especialmente en el Brasil -has-
ta los tenedores de libros son bachilleres en comercio, los agrónomos, los
ingenieros, los veterin arios-, _¿no será otra reminiscencia sefardita?
Recuerda Varnhagen que valiéndose de la clase media y de los legos
letrados, pudo la monarquía libertarse, en Portugal, de la presión del clero
y d.e los antiguos señores territoriales. Y escribe: "Esa magistratura letra-
da, por su saber, por sus enredos, su actividad, su locuacidad y la protec-
ción que le otorgaban las Ordenaciones, redactadas por individuos de su
clase, viene, a través del tiempo, predominando en el país y hasta alistándose
en el número de sus primeros aristócratas, después de haber, en general,
hostilizado a la clase antes de llegar a ella". 19
Un caso de rápida eleva-
ción social. Pues de esa burgues ía letrada que se aristocratizó rápidamente
por la cultura universitaria y por servicios intelectuales y jurídicos prestados
a la monarquía, una gran parte sería de cristianos nuevos u "hombres de
acción". Retoños de otra burguesía; la de comerciantes, de traficantes, de
usureros, de intermediarios. De tal modo se empeñaron los cristianos nue-
vos en llenar con sus hijos, doctores y bachilleres, las cátedras y la magistra-
tura, que la Mesa de Conciencia y Orden, a fines del siglo XVII, decidió
limitar la bachillería en Portugal, sugiriendo al rey que restringiese a dos
el número de hijos que pudiera enviar a la Universidad de Coimbra una
persona noble, a uno el padre mecánico, y haciendo depender del permiso
de Su Majestad la inscripción de cristianos nuevos. Porque "aun de esta
manera sobrarán los letrados en este reino". Formaban los cristianos nuevos
la mayoría de los lectores de las escuelas superiores. Uno de ellos, el famoso
doctor Antonio Homem, se destacaba entre los abogados, magistrados y
médicos. Coimbra llegó a tornarse "cubil de herejes'', en la frase de Juan
Lucio de Azevedo, tal era el número de judíos metidos en las sotanas de
80
estudiante y en las togas d~ profesor.
Se comprende que los cristianos nuevos provenientes de la usura, del
comercio de esclavos, de la especulación, encontrasen en los títulos univer-
sitarios de bachiller, maestro y doctor la nota de prestigio social que co-
rrespondiera a sus tendencias e ideas sefardíes. Que encontrasen en la abo-
225
gada, la medicina y la enseñanza superior la manera ideal de aristocratizarse
.
Es interesante observar que sus apellidos se disolvieron en los germán
icos y
latinos de los cristianos viejos. Además, don Manuel I facilitó a los
cristia•
nos nuevos la naturalización y, al mismo tiempo, la aristocratización
de sus
nombres de familia, permitiéndoles usar los más nobles apellidos de
Por•
tugal. Lo que se prohibía a los demás -toma r "apellido de hidalgo
s, de
solar conocido, que tengan tierras con jurisdicción en nuestros reinos
"-
se concedió ampliamente a los cristianos nuevos: "sin embargo, los
que
recientemente volvieren a nuestra santa fe podrán tomar, y tener
en sus
vidas, y traspasar a sus hijos solamente los apellidos de cualquier linaje
que
quisieren, sin pena alguna". De ahí el error, como lo observa un escritor
portugués, de los que pretenden aplicar a Portugal el criterio, posible
en
otros países de Europa, de distinguir judíos y cristianos por el apellido
:
" ... La verdad es que todos ellos usan los nombres que usaron los
cristia•
nos suevos y godos; ¡si hasta hay judíos llamados Godinho!" Todo
esto
nos muestra cómo, aun en el caso judío, fue intensa la movilidad
y libre
la circulación, por decirlo así, de una raza a otra; y, literalmente,
de una
clase a otra. De una a otra esfera social.
Tanto en Portugal como en algunas partes de España, los judíos contri-
buyeron al horror por la actividad manual y al régimen del trabajo esclavo
,
tan característicos de España y de Portugal. Contribuyeron a la situació
n
de riqueza artificial observada por Francisco Guicciardini, historiador
ita·
llano que a principios del siglo XVI estuvo en las Españas como embaja
dor
de Florencia junto al rey de Aragón: "La pobreza es grande y a mi
ver no
proviene tanto de la naturaleza del país como de la índole de sus habitan
tes,
opuesta al trabajo; prefieren enviar a otras naciones las materias
primas
que su reino produce para comprarlas después bajo otras formas, como
ocu-
rre con la lana y con la seda, que venden a extraños para comprarles despué
s
los paños y tejidos". 81 Se exceptuaban de la generalización de Guiccia
r•
dini las zonas agrícolas en las que, por mucho tiempo, se proyectaron
los
beneficios de la ciencia y de la técnica moriscas. Entre otras, las regione
s
próximas a Granada. Zonas privilegiadas.
Otro viajero, Navajero, las describió con verdadero lirismo: grandes
montes, muchas frutas maduras pendiendo de los árboles, gran varieda
d de
uvas, espesos bosques-de olivos. Y en medio de ese lujo de verdor,
las ca•
sas de los descendientes de los moros, pequeñas, es cierto, pero todas
ellas
con aguas y rosales, "mostrando que la tierra era más bella aún
cuando
estaba bajo el poder de los moros". 62 Y Navajero señala el contraste
entre
la actividad de los moriscos y la dejadez y el ocio de los hispanos,
nada
industriosos, sin amor alguno por la tierra, guardando sus mejores
entu-
siasmos para las empresas guerreras y las aventuras comerciales en
las Jn.
días. Lo mismo que en la región andaluza, se observa en el sur de Portug
al
y en Algarve: tierras igualmente beneficiadas por los moriscos y en
la cua•
les un polaco, Nicolás de Popielovo, al recorrerlas a fines del siglo
XV,
226
: "En todas las tierras de
casi no encontró diferencia con las de Andalucía
y los hombres se aseme-
Andalucía, Portugal y Algarve [ ... ] los edificios sarracenos y cristia-
s entre
jan y la diferencia en la educación y costumbre 83 éndo se observar, de
ón [ ... ) Debi
nos únicamente se percibe en la religi
confesándose tan sólo a la
paso, que los cristianos no eran grandes devotos,
. No era fácil practicar el
hora de la muerte; y no ayunaban sino raras veces
como la mayor parte de
ayuno en tierras que, en vez de pobres en sustentos,
o al reflejo de la actividad
las Españas, se conservaron largo tiempo, debid
s y de vino.
mora y morisca, pletóricas de cereales, de carne
que sus comienzos fueron todos
Con relación a Portugal debe destacarse
nacio nal, pervertida más tarde
de carácter agrario; agraria su formación
judío s y por la políti ca imperialista de los
por la actividad comercial de los
rtación de productos de
reyes; agrario también su primer comercio de expo
hemos visto, mucho
la tierra: aceite, miel, vino, trigo. De los moros, como itado de irrigación
neces
aprovechó la tierra portuguesa. Sobre todo el sur,
en zona produ ctiva por la cienc ia de los invasores.
y transformado
conce sión de amplios trechos
La Reconquista, aun cuando seguida de la
uó, en Portu gal, rasgos y carac-
de tierras a los grandes guerreros, no acent partic ulares se in-
sione s de tierra s a los
terísticas feudales. Entre las conce
cultivadas por foreros y
tercalaban siempre tierras de la Corona o del rey,
el monarca, por medio de
arrendatarios. Era de éstos de quienes recibía
la mitad de la cosecha de
mayordomos, rentas y foros a veces excesivos:
s de los grandes señores
vino; la tercera parte de la del trigo. En las tierra
y reparar los castillos y los
incumbía a los foreros y arrendatarios levantar
mica la formaba el solar,
molinos, los hornos y los graneros. La unidad econó
esora de la casa-grande del
la mansión señorial de paredes de adobe, antec
régim en económico haya sido
ingenio brasileño. No se puede decir que el
sider ándo se grandes propietarios
al principio el de la gran propiedad -<:on los por quienes la con-
al rey, las fundaciones eclesiástic as y todos aquel
ese régimen con el del cul-
quista fue divid ida-, sino una combinación de
cada gran acervo señorial
tivo parcelario, "hallándose repartido el suelo de
el primer período, y más
por las subunidades a cargo de los obligados, en84
tarde entregado a los foreros y arrendatar ios".
su primera etapa, un
Tuvo así la formación agraria de Portugal, en
ningu no de los dos regím enes, aisladamente,
equilibrio y una solidez que
edad hubiera sido capaz
habría conseguido mantener. Ni la pequeña propi
las rodeadas de enemigos
de la tensión militar, necesaria en tierras agríco
habría comunicado a los
fuertes, ni el latifundio, sin el cultivo parcelario,
os tintes de salud. Súmese
comienzos de la economía portuguesa tan buen
sentó en Portugal un inde-
la ventaja de que 'la gran propiedad nunca repre
ses partic ulare s se hizo sentir, mu-
coroso exclusivismo. Contra los intere
coron a, sino tamb ién el de las grandes cor-
chas veces, no sólo el poder de la
mejores tierras agrícolas.
poraciones religiosas, dueñas de algunas de las
ero de los frailes en las
Tierras a las que hicíera honor el esfuerzo guerr
227
guerras de la Reconquista, acrecentadas desp
ués por donaciones y legados
de monarcas y particulares, devotos o incap
acitados para la vida agrícola.
"En la población y reducción de un país deva
stado por las guerras, una parte
notable cabe a la Iglesia", dice Juan Luci
o de Azevedo. ''En torno a los
monasterios -ag reg a- se desenvolvía la
labor agrícola. Part e considerable
de Extremadura fue desbrozada y pobl:;ida
por iniciativa de los monjes de
Alcobaza. Otro tanto se puede decir de luga
res y regiones diferentes. Tam-
bién obispos, monjes y simples párrocos
fueron los grandes constructores
y reparadores de puentes, obras de las más
tiempos". 8~ meritorias en aquellos rudos
Durante los tiempos inciertos de las luch
as con los moros fue, princi-
palmente, a la sombra de las abadías y de
los grandes monasterios donde
se refugió la agricultura, bajo los cuidados
de los monjes. En el interior
de los claustros se refugiaron industrias
y artes. Escribe Esteves Pereira
que los monasterios en Portugal, "al par
de mansiones de oración y de es-
tudio, se transformaron en focos y escuelas
de actividad industrial, en la-
boriosas colonias agrícolas que desbrozaron
páramos, labraron campiñas in-
cultas. y fecundaron varios territorios hasta
entonces desiertos e improduc-
tivos". g 6 A los grandes monasterios y
corporaciones monásticas y reli-
giosas -inf orm a aún Esteves Per eira - dona
ron los particulares varias tie-
rras "por faltarles elementos para su expl
otación". Se reconocía así en el
latifundio, es decir, en la gran propiedad
activa, la capacidad de acción co-
lonizadora y civilizadora que faltaba a los
pequeños propietarios y a los
ausentes. Estos fueron absorbidos por las
grandes propiedades por otro
medio además del de la donación por incap
acidad: por las obligaciones crea-
das en virtud de préstamos facilitados por
ricas corporaciones religiosas,
en el desempeño de funciones semejantes
a las de bancos agrícolas que por
largo tiempo ejercieron en la economía
portuguesa. Mecanismo ventajoso
para los intereses agrarios, porque no desv
iaba las tierras y bienes hacia la
posesi6n de capitalistas judíos o ricos burg
ueses de la ciudad.
Un aspecto nos parece claro y evidente:
la acción creadora y en modo
alguno parasitaria de las grandes corporac
iones religiosas -fra iles cartujos,
akobacenses, cistercienses de San Ber nard
o- en la formación económica de
Portugal. Fueron ellos algo así como los
legítimos antecesores de los gran-
des propietarios brasileños; de aquellos cuya
s casas-grandes de ingenio fue-
ron, también, focos de actividad industria
l y de beneficencia: talleres, asilos
de huérfanos, hospitales, hospederías. Los
frailes no fueron en Portugal
esas simp{(!s montañas de carne, asfixiante
s y estériles, en que algunos se
deleitan al caricaturizarlos. En la formación
agraria de los tiempos alfon-
sinos fueron ellos los elementos más crea
dores y más activos: ellos y los
reyes. Junt o a la tradición mora fue la influ
encia de los frailes, grandes agri-
cultores, la fuerza que en Portugal más activ
amente estorbó a la de los ju-
díos. Si más tarde el parasitismo invadió
hasta a los conventos, es porque
ni aun la formidable energía de los mon
jes pudo remar contra la marea.
228
Contra el Océano Atlántico, dígase literalmente. Tanto más que en d sen-
tido del gran Océano, y de las aventuras de ultramar del imperialismo y del
comercio, remaban los fuertes intereses israelitas, tradicionalmente maríti-
mos y antiagrarios.
Portugal exportaba hasta trigo en su etapa agraria y de bienestar eco-
nómico, aquella en que mayor fue la acción de los monasterios. "Dimos pan
a los ingleses desde el reinado de Don Diniz hasta aquel de 'Don Fernan-
do", nos recuerda el esclarecido autor de cierto opúsculo escrito a fines del
siglo XVIII, en defensa de los monjes portugue ses. 87
Según ese publicista,
la decadenc ia de la agricultura debe atribuirse a los señores inertes, ausen-
tes de sus tierras, entregados al lujo de las capitales. Mientras que en las
propiedades eclesiásticas era más difícil que se operase el ausentismo, del
mismo modo que el abandono. Las haciendas en poder de los frailes son
"de ordinario mejor cultivadas, porque si algún prelado o presidente se des-
cuida, el prelado mayor en su visita lo advierte, y sus compañeros lo acu-
san por su ignorancia o negligencia; así, estas propiedades siempre tienen 88
ojos y brazos que las auxilien y por eso siempre rinden y mejoran".
De ahí que se conservara mejor en los conventos que en manos particula-
res la riqueza agrícola en Portugal: bien administrada por los frailes y pési-
mamente por los particulares, señores de estériles latifundios. Beckford, al
visitar Portugal en el siglo XVIII -un Portugal ya de hidalgos arruina-
dos-, pudo recoger en los monasterios por donde pasó una impresión de
gran abundancia. La cocina de Akobaza, por ejemplo, lo maravilló. Sus
ojos -lo confiesa él mismo-- nunca habían visto en ningún convento de
Francia, de Italia o de Alemania tan vasto espacio consagrado a los ritos de
las cosas culinarias. Mucho pescado fresco de las aguas del mismo convento.
Caza abundante de los bosques próximos. Hortalizas y frutas maduras de
toda especie, procedentes de la huerta de los frailes. Montañas de harina y
de azúcar. Ventrudas tínajas de aceite. Y, trabajando en esa abundancia
enorme de masas, de frutas, de hortalizas, una numerosa tribu de sirvientes
y legos. Toda gente feliz, cantando mientras preparaban los pasteles y tortas
para la mesa hospitalaria de Akobaza. Y el abate diciendo al extranjero,
maravillado de tanta abundancia, que "en Alcahaza no habría de morir de
hambre". 89
Nada indica que en los solares de Portugal -a no ser en el de Matial-
va- se acogiera al viajante inglés con la mitad siquiera de tal abundancia
y variedad de víveres, todos frescos y de la mejor calidad. Víveres que, ali-
mentando a centenas de eclesiásticos, eran suficientes aun para dar de co-
mer a numerosos viajeros e indigentes. Portugal, que había llegado a expor-
tar trigo a Inglaterra, tornóse en su etapa mercantilista, el importador de
todo cuanto necesitaba para su mesa, menos la sal, el vino y el aceite. Del
exterior le llegaba trigo, centeno, queso, manteca, huevos, aves. Con excep-
ción de los últimos reductos de la producción agrícola y, por consiguiente,
de la alimentación sana y fresca. Esos reductos fueron los conventos.
229
Por donde se ve que no dej6 de tener motivos Ramalho
desarrollar una original teoría sobre los frailes en Portugal Ortigao para
y la profunda in-
fluencia de los conventos en d progreso del país. Porqu
e los frailes -ar-
güía Ramalho Ortig ao- habían constituido, durante varios
siglos, la clase
pensante de la nación y, una vez extinguidas las 6rdenes
religiosas, quedó
acéfala la civílizaci6n portuguesa. Ninguna otra clase hered
ó su preponde-
rancia intelectual. Resultado -conc luía Ramalho Ortig ao-
de la perfecta
y regular alimentación de los frailes; de la irregular e imper
fecta alimenta-
ci6n de las otras clases, perjudicadas en su capacidad de
estudio y de tra-
bajo por la insuficiencia nutrid a.
Una naci6n de hombres mal nutridos colonizó al Brasil. Es
falsa la idea
que generalmente se tiene del portugués: un superalimen
tado. Ramalbo Or-
tigao dio con el error, aunque por un camino falso: a través
consumo de carne en Portugal. Sería antihigiénico que ese del reducido
consumo fuera,
en tierras de dima africano, proporcionalmente el mismo
que en los países
del norte. El gran escritor idealizó un portugués alimentado
con la misma
abundancia de carne vacuna que el inglés. Y bien, ese portug
ués idealizado
por el autor de As Parpas, hubiera sido un absurdo. Empe
ro, el consumo d<!
carne que en sus pesquisas sorprendió en Portugal espan
ta por la miseria:
¡kilo y medio por mes para cada habitante! 90
La deficiencia no sólo fue de carne de vaca, sino también
de lacticinios
y de vegetales. Desde temprano parece haber actuado
desfavorablemente
sobre la salud y la eficacia del portugués la preponderancia
del pescado seco
y de la comida conservada en su régimen de alimentación
. "El bajo pueblo
vive pobremente, teniendo por comida diaria sardinas cocida
s", informan
Trom y Lippomani, que estuvieron en Portugal en 1520.
"Raras veces com-
pran carne, porque el alimento más barato es esta clase de
pescado" [ ... 1
Y el pan "nada bueno, [ ... J todo lleno de tierra". Raram
ente ternera.
Trigo venido de afuera: de Francia, de Flandes, de Alema
nia. 91
Estrab6n informa que en la península, antes de la ocupa
ción romana,
durante las tres cuartas partes del año, los habitantes vivían
de "pan de
bellotas", es decir, de una masa de bellotas aplastadas y
trituradas después
de secas. Vino, solamente en días de fiesta, en los banqu
etes o comilonas,
cuando evidentemente era más abundante y variada la alimen
tación. 92
Es desde esos tiempos remotos que se debe distinguir entre
comilonas y
banquetes y la alimentación de los días comunes. Entre
el régimen de re-
ducido número de ricos y el de la gran mayoría: el de la
plebe rural y el de
las ciudades. Las generalizaciones sobre d asunto se basan
en hechos ex-
cepcionales, casi los únicos registrados por las crónicas
históricas. De ahí
la creencia de un portugués tradicionalmente regalón, siemp
re rodeado de
abundantes manjares, de bueyes enteros asados al asado
r, de gallinas, cer-
dos, corderos. Resultado de no haberse sabido observar
en las crónicas el
hecho de que ellas sólo registran lo extraordinario o excep
cional.
230
Alberto Sampaio nos da como cultivados en la península, en tiempos
de la dominación romana y en los inmediatos, el centeno, la cebada, la
avena, el afrecho, el trigo, por su producción poco abundante, a la gente
rica, mientras que "Jo más común debfa ser la mezcla del centeno con el
maíz blanco". De las legumbres, el historiador nos proporciona la certeza
de las siguientes: habas, 'arvejas, lentejas y garbanzos. En frutas, los roma-
nos trajeron varias a la península y desarrollaron el cultivo de otras indí-
genas. Fueron, sin embargo, los árabes quienes introdujeron el cultivo de
la naranja, del limón, de las mandarinas y los procesos adelantados de con-
servación y aprovechamiento de las frutas en "frutas secas", proceso que
se comunicaría ventajosamente al Brasil, a través de las matronas portu-
guesas del siglo XVI que tan rápidamente se hicieron hábiles dulceras de
frutas tropicales.
Como circunstancia particularmente desfavorable a la agricultura y, por
consiguiente, a la provisión de víveres frescos en Portugal, aun en sus épo-
cas de más sólido bienestar económico, deben recordarse las crisis de clima
por un lado, y por otro las crisis o perturbaciones sociales: guerras, epide-
mias, invasiones, etcétera. Aun así puede inferirse que la gente portuguesa
atravesó en sus comienzos, antes de transformarse en potencia marítima.
un período de alimentación equilibrada que tal vez explique mucha de su
eficacia y de sus cualidades superiores de arrojo e iniciativa hasta el siglo
XVI. Lo indican antiguos documentos descifrados por Alberto Sampaio.
Por ejemplo: las obligaciones de la comida dada a los mayordomos reales en
ocasión de recibir las rentas. Esas obligaciones constan ora de pan, carne y
vino; ora de pan, vino, leche hervida, pollos, carne de cerdo, queso, man-
teca, huevos, etc. Sampaio es el primero en comentar que mucho mayor era
entonces la frecuencia de los lacticinios en la alimentación portuguesa de la
que tanto se empobreció más tarde de eso y de carne roja, lo que el ilustre
historiador atribuye, con evidente parcialid93ad, a la "revolución agrícola
determinada por la introducción del maíz".
Las causas de ese empobrecimiento nos parecen más profundas y com-
plejas. Este empobrecimiento refleja la situación de miseria general que
trajo a las Españas el abandono de la agricultura, sacrificada a las aventuras
marítimas y comerciales; después, a la monocultura estimulada en Portugal
por Inglaterra a través del tratado de Methuem. Las crónicas de banquetes,
la tradición de comilonas, las leyes contra la gula, no nos deben provocar
la ilusión de un pueblo de superalímentados. Sampaio mismo nos deja per-
cibir en las poblaciones del Minho el contraste entre la alimentación magra
e insuficiente de los días comunes y la indecorosa de los yantares de fiestas.
"En los yantares de fiesta -escri be- las vituallas se acumulan en canti-
dades enormes: las grandes soperas y cazuelas de víveres, los enormes pla-
tos con trozos desmedidos se siguen en una sucesión interminable, entre-
mezclados con cráteras y jarras de vino verde, que cuanto más picante más
estimula el apetito, por otra parte siempre complaciente". g• Exceso que
231
indica alimentación normalmente pobre. No nos olvide
mos del carácter ex-
cepcional de esas comilonas: su propia intemperancia
hace pensar en estó-
magos mal alimentados que, unas cuantas veces por
año, se deleitan en ex-
cesos que se dirían compensatorios del régimen de
pobreza nutri da de los
días comunes.
Los ayunos deben ser tomados en su debida cuenta
por quien estudia el
régimen de alimentaci6n del pueblo portugués, sobre
todo durante los siglos
en que su vida doméstica estuvo más duramente fiscali
zada por la mirada
severa de la Inquisición. De la Inquisición y del jesuit
a. Dos ojos tiránicos
haciendo las veces de los de Dios. Fiscalizándolo todo.
Es posible que correspondiesen, a los ayunos y a los
frecuentes días de
vigilia, fuertes razones de Estado. Los ayunos habrí
an contribuido al equi-
librio entre los limitados víveres frescos y las neces
idades de la población.
Se incitaba al pueblo al régimen de pescado seco y de
artículos en conserva,
en gran número importados del exterior, En la carta
de privilegios de Gaya,
concedida por Alfonso III en 1255, se deja entrever
que, ya en los tiem-
pos alfonsinos de relativa prosperidad económica, el
pescado seco o salado
predominaba en la costa portuguesa. Los pescadores,
además de la costa por-
tuguesa, explotaban la gallega recogiendo pescado,
salándolo y enviándolo
para el consumo del pueblo. Ya en el siglo XIII las
carnes rojas empezaban
a ser lujo o pecado, para que imperase triunfante el
pescado salado. León
Poinsard, en su estudio Le Portugal Inconnu, recue
rda que los portugueses
llegaron a exportar en la Edad Media pescado salado
a Riga y que en 1353,
Eduardo III de Inglaterra les concedía el derecho
de pescar en las costas
inglesas. ~G Pero ese exagerado consumo de pescado
seco, con deficiencias
. del de carne fresca y de leche se acentuó con la declin
ación de la agricultura
en Portugal. Y ha de haber contribuido de mane
ra considerable para la
reducción de la capacidad económica del portugµés
después del siglo XV.
Hecho atribuido vagamente por algunos a la decad
encia de la raza, por
otros a la Inquisición.
Pompeyo Gener pretende que "con los ayunos predic
ados por el clero"
haya degenerado "en costumbre el comer mal y poco"
. * Se refiere a Es-
paña, pero puede extenderse a Portugal su original
manera de explicar por
qué "las ra:t.as antes inteligentes y fuertes que pobla
ban la península, enfla-
quecieron, debilitándose física y moralmente: volvié
ronse •improductivas y
visionarias". ** 96 El crítico español, a través de las
palabras transcriptas, nos
parece inclinado a sobrecargar de responsabilidades
a la Iglesia por la defi-
ciencia de la alimentación española. Exageración con
la que de ningún modo
podemos concordar. Nos parece, sin embargo, fuera
de dudas que el lla-
mado religioso a las virtudes de temperancia, fruga
lidad y abstinencia, la
disciplina eclesiástica, conteniendo en el pueblo el
apetito de mesa abun-
* En castellano en et origin al.- N. d11l T.
•• Id.., id,
232
dante, reduciéndolo al mínimo, tolerándolo en los días de fiesta y sofocán-
dolo en los de precepto -consci ente o inconsc ienteme nte-, obraron en
interés del equilibrio entre los limitados medios de subsistencia y los ape-
titos y necesidades de la población. De manera que no merece crítica ni la
Iglesia ni el clero. El mal tenía raíces más profundas: en la decadencia de
la agricultura causada por el desarrollo anormalísimo del comercio maríti-
mo; en el empobrecimiento de la tierra, después que fue abandonada por
los moros; en el parasitismo judío. El hecho es que los observadores de la
vida peninsular en los tiempos modernos, después de las conquistas, de los
descubrimientos, de la expulsión de los moros y moriscos son los más in-
sistentes en destacar la extrema pobreza en la alimentación portuguesa o
española. "La templanza, o mejor dicho la abstinencia, llega a límites in-
verosímiles", escribe uno. Otro destaca la extrema simplicidad de la comida
de la gente pobre: una rebanada de pan con una cebolla. En el siglo XVII,
el hambre habría llegado hasta los palados: la embajadora de Francia, en
Madrid, en esa época, dice haber estado con ocho o diez cortesanos que
desde hacía tiempo no sabían qué era comer carne. Se moría la gente de
hambre por las calles. 07
Ya en el siglo anterior -el del descubrimiento del Brasil- Cien ardo
notó que los lusitanos, aun los hidalgos, eran unos comedores de rábanos,
que se alimentaban poco y mal. Observemos ligeramente las cartas de ese
Clenardo, admirables de realismo y exactitud. Superan a las de Sasseti. En
éste la tendencia a la caricatura está siempre deformándole el rasgo; el
abuso de la nota pintoresca perjudica la limpidez de las informaciones. Cle-
nardo, por el contrario, se limita a las picardías, ofreciéndonos un retrato
honesto y fiel de la vida lusitana de su tiempo. Antes que Alejandro de
Guzmán diera su grito de alerta contra el régimen de trabajo esclavo en
Portugal, atribuyéndole la indolencia del portugués, su lentitud y esterili-
dad, Clenardo destacó la magnitud de los efectos perniciosos de la esclavi-
tud sobre el carácter y la economía lusitana. Con la diferencia que Alejandro
de Guzmán diagnosticaba un Imperio que ya comenzaba a deshacerse en
podredumbre; Clenardo le reveló sus primeros esputos de sangre: "Si hay
algún pueblo dado a la pereza sin que sea el portugués, no sé dónde se en-
cuentra. . . esta gente prefiere soportarlo todo a aprender una profesión
cualquiera". Tan gran indolencia a costa de la esclavitud: "Todo el trab-.ijo
es hecho por negros y moros cautivos. Portugal está abarrotado con esa ra-
lea de gente. Estoy casi por creer que sólo en Lisboa hay más esclavos y
esclavas que portugueses libres de condición . . . Los más ricos poseen escla-
vos de ambos sexos y hay individuos qu,e hacen buen negocio con la vcntd
de esclavos jóvenes nacidos en la casa. Me llega a parecer que los crían como
quien cría palomas para la venta, sin que se aflijan por la rebeldía de las
esclavas". 98 Al exceso de esclavos Clenardo atribuyó la horrible carestía
de la vida en .Portugal. Sólo la barba le exigía una fortuna todas las sema-
nas. Y aun así, el barbero se hacía esperar como un lord. Trabajos y géne-
233
ros, todo tenía que ser arrancado de las manos de los vended
ores y de los
artífices: la carne de las manos del carnicero, después de haber
esperado a
pie firme dos o tres horas.
Sin embargo, la carestía de la vida la sufrían los portugueses
preferen•
temente en su vida íntima, simulando fuera de casa un aire
y un fasto de
hidalgos. Mientras en casa estaban ayunando y pasando necesid
ades, en la
calle ostentaban grandeza. Es el caso del dicho: "Por fuera mucha
preten•
sión y por dentro sólo piltrafas".
Clenardo retrata en sus cartas los "fastuosos comedores de
rábanos"
que llevan por la calle, tras de sí, gran número de criados; alguno
s señores
que se hacían acompañar de uno para llevarle el sombrero, otro
la capa, un
tercero el cepillo de limpiar la ropa, un cuarto para llevarle al
peine. Pero
toda esa opulencia de ropas y criados, a costa del ascetismo
dentro de la
casa. Ese brillo de vestuario a costa de verdadero ascetismo
en la alimen-
tación. De falta absoluta de confort doméstico. O a costa de
deudas. Situa-
ción esa común a las Españas y después a la América hispan
a. A los "se-
ñores de ingenio" del Brasil, por ejemplo. De los hispanos ya
generalizó, a
principios del siglo XVI, el historiador Guicciardini: "Si tienen
qué gastar
lo llevan sobre el cuerpo o sobre la cabalgadura, ostentando más
de lo que
poseen en casa, donde subsisten con extrema mezquindad y tan
econ6mica-
mente que causa maravilla". ~9 De otro humanista italiano,
Lucio Mari-
neo, nos queda idéntica observación: "Una cosa no quiero dejar
de decir:
que la mayoría de los españoles pone el mayor esmero en vestirs
e y ata-
viarse muy bien como gente de ga::;tar más en el traje y en los
atavíos del
cuerpo que en la alimentación y en otras cosas por muy necesa
rias que fue-
ren". 100 Lo mismo observarían viajeros ingleses y franceses
en el Brasil
de los siglos XVII y XVIII , donde al esplendor de las sedas
y al número
excesivo de esclavos raramente correspondía el confort domés
tico de las na-
ciones del norte de Europa. Dampier vio en Bahía, a fines del
siglo XVII,
caserones enormes pero escasamente amueblados. Cosa de la
que los portu-
gueses y los españoles no hacen caso, anota. De ahí, las casas-g
randes de
"señores de ingenio" que vio en el Brasil, todas de escaso mobili
ario. Raros
cuadros en la pared: tan sólo en una que otra más refinada. 101
En nuestra opinión se equivoca quien suponga que el portugués
se haya
corrompido en la colonización del Africa, de la India y del Brasil.
Cuando
proyectó sobre las dos terceras partes del mundo su enorme
sombra de es-
clavista, ya sus fuentes de vida y prosperidad económica se
hallaban com-
prometidas. Sería él el corruptor, antes que la víctima. Lo compr
ometió me-
nos el esfuerzo, indudablemente extenuante pa~a pueblo tan
reducido, de
la colonización de los trópicos que la victoria, en su propio
reino, de los
intereses comerciales sobre los agrícolas. El comercio marítim
o precedió al
imperialismo colonizador, y es probable que, independiente de
éste, sólo por
los desmanes de aquél, Portugal se habría arruinado como país
agrícola y
económicamente autónomo. La esclavitud que lo corrompió no
fue la colo-
234
nial sino la doméstica. La de negros de Guinea que se unió a la de los
moros cautivos.
Se comprende que los fundadores del cultivo de caña de azúcar en los
trópicos americanos se hubiesen saturado, en condiciones de medio físico
tan adversas a su esfuerzo, del prejuicio de que "trabajo es sólo para ne-
gros". Pero ya sus abuelos, viviendo en clima suave, habían transformado
el verbo trabajar en "morear" ( moure;ar).
No es fácil decir con precisión cuándo la economía portuguesa se dejó
arrollar por la furia parasitaria de explotar y transportar riquezas en vez
de producirlas. Dos Portugales antagónicos coexistieron por algún tiempo,
mezclándose y confundiéndose en el hervor de las guerras y las revolucio-
nes, antes de triunfar el Portugal burgués y comercial. Poinsard señaló la
coexistencia de dos tipos de familia o de formación social entre los portu-
102
gueses. La familia feudal y h familia comunal. Pero los grandes anta-
gonismos que se enfrentaron fueron los económico El interés agrario y el
s.
comercial.
La decadencia de la economía a·graria en Portugal, la forma en que la
nación se mercantilizó a punto de convertirse en una gran casa de negocios,
con el propio rey y los mayores hidalgos transformados en negociantes, están
magníficamente trazadas por Costa Lobo, Alberto Sampaio, Olíveira Mar-
tins y Juan Lucio de Azevedo.
103
Antes de ellos, economistas antiguos
del quinientos y del seiscientos habían dado con los inconvenientes del lati-
fundio, por una parte, y del mercantilismo, por otra: robando éste brazos a
la agricultura y desviando de ella las mejores energías; dificultando aquél
el aprovechamiento de vastas regiones incultas y estériles. "Porque siendo
•1as heredadas de muchos hijos --escribía Severim de Paria en sus Noticiar
de Portugal (Lisboa, 1655)- quedan de ordinario las tres partes de ellas
por sembrar, faltando por esta causa los muchos frutos que de ella se pu-
dieran recoger y el bienestar que pudieran .dar a tantos hombres que no
halfo.n un lugar donde cosechar o donde meterse". Hubo otro economista
entre los del seiscientos, admirable de intuición y de buen sentido, que
mostró comprender que Portugal, aun siendo dueño de las Indias y del
Brasil, con su improductividad de nación simplemente comercial, se tornó
en un mero explotador y transmisor de riquezas: " ... será de extranjeros
la utilidad que nuestra industria descubrió en ellas -se refiere a las colo-
nias- y nuestro trabajo cultivó, y vendremos a ser en el Brasil unos capa-
taces de Europa, como lo son los castellanos que para ella arrancan de las
entrañas de la tierra el oro y la plata". Esa voz de profeta que tan clara-
mente previó la explotaci.Sn de Portugal por Inglaterra fue la de Ribeiro
de Macedo, que en 1675 escribió el ensayo: Sobre a lntrodufáo das Ar-
tes. 104
Mucho se ha hablado del carácter oceánico del territorio portugués como
motivo irresistible para que abandonara la vida agrícola el pueblo lusitano
por el comercio y las conquistas ultramarinas. El mercantilismo portugués,
2.31
así como la propia independencia del reino habrían sido la inevitable con-
secuencia de condiciones geográficas. Todo fatalmente determinado, y el
viejo de Restello, por cuya boca Car:noens dramatizó el conflicto entre los
intereses de la agricultura y los del océano, sólo habría repetido el gesto
ingenuo del rey Canuto queriendo detener las olas.
Pero las condiciones geográficas no determinan, de una manera absoluta,
el desarrollo de un pueblo, ni hoy se cree en la peculiaridad geográfica o ét-
nica de Portugal en relación al conjunto peninsular. La misma oceanidad
del territorio portugués en contraposición a la continentalidad de España,
no constituye sino un factor insignificante de diferenciación: "porque tam-
bién existe oceanicidad en el territorio español como continentalidad en el
territorio portugués", observa Fidelino de Figueiredo. * Y el erudito his-
toriador recuerda que "hay pueblos marítimos que durante siglos se desinte-
resaron del mar como Francia io:; e Inglaterra". El mar solo no habría
determinado la independencia ni el comercialismo portugués. Se puede, por
el contrario, destacar que Portugal rompió la solidaridad peninsular hacien-
do de la agricultura y no del comercio marítimo su principal base de auto-
nomía política. Que fueron las semejanzas y no las diferencias económicas
las que separaron a Portugal de España. El exceso de semejanzas y no el
de diferencias. Es verdad que ese exceso de semejanzas, tanto como las di-
ferencias, explotado por un elemento exótico -los advenedizos llegados
del norte-, por traición a Castilla fundaron la monarquía portuguesa.
Ganivet estuvo próximo a esa interpretación, extravagante sólo en apa-
riencia, al referirse en su Idearium Español a " .. .la antipatía histórica en-
tre Castilla y Portugal, nacida acaso de la semejanza, del estrecho parecido
de sus caracteres". Ya señalamos el odio al español como factor psicológico
de diferenciación política de Portugal. Pero ni ese odio ni el fundamental
al moro, separaron al portugués de las dos grandes culturas; una materna,
otra, por decirlo así, paterna, de la suya. La hispánica y la bereber. Contra
ellas se formó políticamente Portugal, pero dentro de su influencia es que
se formó el carácter portugués. En éste, la romanización intensa no borró
los rasgos hispánicos ni la reconquista cristiana los profundos rasgos bere-
beres y moros. He aquí un punto que nos sentimos en la necesidad de des-
tacar porque explica nuestra insistencia en considerar hispánica la formación
social y cultural de América colonizada por españoles y portugueses. Hispá-
236
nica y no latina. Católica, teñida de misticismo y de cultura mahometana, y
no resultante de la Revoluci6n Francesa o del Renacimiento italiano. En
ese aspecto estamos con Antonio Sardinha y contra F. García Calderón.
Es imposible negar que al imperialismo económico de España y Portugal se
ligara, de la manera más íntima, el religioso, de la Iglesia. A la conquista
de mercados, de tierras y esclavos, la conquista de almas. Se puede decir
que el entusiasmo religioso fue el primero en· inflamarse en el Brasil ante
posibilidades que sólo vieron después los intereses económicos. Colonia fun-
dada casi sin voluntad, con un resto tan sólo de hombres, astillas del tronco
de la gente noble que casi entera pasó del reino a las Indias, el Brasil fue,
por algún tiempo, el Nazaret ele las colonias portuguesas. Sin oro, sin plata.
Tan sólo maderas colorantes y almas para Jesucristo.
Destaquemos una vez más que para la esclavitud el portugués no ne-
cesitaba de ningún estímulo. Ningún europeo más predispuesto al régimen
del trabajo esclavo que él. En el caso brasileño, sin embargo, nos parece in-
justo acusar al portugués de haber manchado, con la institución que tanto
nos repugna, su formidable obra de colonización tropical. El medio y las
circunstancias exigieron al esclavo. A principio, al indio. Cuando éste, por
incapaz e inactivo, mostró que no correspondía a las necesidades de la agri-
cultura colonial, recurrió al negro. Percibió el portugués con su gran sentido
colonizador que solamente el negro completaría su esfuerzo de fundar la
agricultura en los trópicos. El obrero africano; pero el obrero africano dis-
ciplinado en su energía intermitente por los rigores <le la esclavitud.
Dejémonos de lirismos con relación al indio, oponiéndolo al portugués
como de igual a igual. Su sustitución por el negro -ya más de una vez lo
hemos acentuado-- no se produjo por los motivos de orden moral que los
indianófilos gustan alegar: su altivez ante el colonizador lusitano, en con-
traste con la pasividad del negro. El indio, precisamente por su inferiori-
dad de condiciones de cultura :_{a nómada tan sólo rozada por las prime-
ras y vagas tendencias a la estabilización agrícola-, fue quien falló en el tra-
bajo sedentario. El africano lo realizó con decidida ventaja sobre el indio,
principalmente por venir de condiciones de cultura superiores. Cultura 106 ya
francamente agrícola. No fue cuestión de altivez ni de pasividad moral.
¿Habría sido en realidad "un crimen esclavizar al negro y llevarlo a
América?" pregunta Oliveira Martins. Para algunos publicistas fue un error
enorme, pero ninguno nos dijo hasta hoy qué otro método de suplir a las
necesidades del trabajo podría haber adoptado el colonizador portugués del
Brasil. Sólo Varnhagen, criticando el carácter latifundista y esclavista de
esa colonización, lamenta que no se haya seguido entre nosotros el sistema
de las pequeñas donaciones. "Con donaciones pequeñas, la colonización se
habría hecho con más gente y, naturalmente, el Brasil estaría hoy más po-
blado, acaso, que los Estados Unidos; su población sería, tal vez, homogé-
nea y las provincias no mantendrían, entre sí, las rivalidades que, si aún
107
existen, proceden en parte de las tales capitanías". Cita el ejemplo de
237
Madera y de las Azores. Pero tales donaciones pequeñas, ¿habrían dado
resultado en un país como el Brasil, de clima áspero para el europeo y con
grandes extensiones de tierras? ¿De dónde vendría toda la gente que
Varnhagen supone capaz de fiindar cultivos en un medio tan distinto del
europeo? Tierra de insectos devastadores, de sequías, de inundaciones. Sólo
la hormiga, sin otra plaga ni daño, habría vencido al colono labrador, de-
vorándole la pequeña propiedad de la noche a la mañana, consumiéndole
en contadas horas el costoso capital de instalación, el esfuerzo penoso de
muchos meses. Tengamos la honestidad de reconocer que sólo la coloniza•
ción latifundista y esclavista habría sido capaz de resistir a los obstáculos
enormes que se opusieron a la civilización del Brasil por el europeo. Sola-
mente la casa-grande y la senzala. El rico "señor de ingenio" y el negro
capaz del esfuerzo agrícola y obligado a él por el régimen de trabajo esclavo.
Comprendieron los hombres más lúcidos en Portugal, inmediatamente
después de las primeras exploraciones y noticias del Brasil, que la coloniza-
ción de este pedazo de América tenía que resolverse por el esfuerzo agra-
rio. Uno de ellos, Diego de Gouveia, escribió en ese sentido a Juan III.
Y éste al decidir poblar los yermos de América siguió, efectivamente, el cri-
terio agrario y esclavista de la colonización, ya esbozado en las islas del
Atlántico.
Todo se libró, sin embargo, a la iniciativa particular: los gastos de ins-
talación, las tareas de defensa militar de la colonia; peto también los privi-
legios de mando y de jurisdicción sobre tierras inmensas. De la extensión
de ellas se hizo un cebo, despertándose en los hombres de poco capital y
mucho coraje el instinto de posesión, y agregándose al dominio sobre tie·
rras tan vastas, derechos de señores feudales sobre la gente que fuera allí
a trabajar. Se ve claramente cuál fue la actitud de la corona; talar el monte
virgen, poblar sin gastos los yermos de América, defenderlos del corsario y
del salvaje, transformarlos en zona de producción, corriendo los gastos por
cuenta de los particulares que osaran violar tierras tan ásperas. A esto se
debe, en verdad, el coraje de iniciativa, la firmeza de ánimo, la capacidad
de organización que presidieron el establecimiento en el Brasil de una gran
colonia de plantadores.
Ante el éxito alcanzado por el esfuerzo de los primeros "señores de in-
genio", es que la Corona vislumbró las posibilidades de riqueza nacional
surgidas de la producción de azúcar. Como observa Juan Lucio de Azevedo,
"el privilegio otorgado al donatario, de exclusividad en la fabricación y po-
sesión de moliendas e ingenios de agua, prueba que era la introducción del
cultivo de la caña de azúcar lo que se tenía especialmente en vista"-. 108 Y
todas las concesiones, así como más tarde el Regimento de Tomé de Souza,
afirman la misma política de prestigiar el cultivo de la caña de azúcar en la
persona del "señor de ingenio''. 1011 Oaro es que de ahí sólo podía resul-
tar lo que en efecto sucedió: como beneficio el desarrollo de la iniciativa
particular estimulada en sus instintos de dominio y de mando; como incon•
238
veniente la monocultura sin tasa. La prepotencia de los propietarios de tie-
rras y esclavos. Los abusos y violencias de los autócratas de las casas-gran-
des. El exagerado prívatismo o individualismo de los sexmeros.
Aun así la economía colonial practicada en el Brasil durante los dos
primeros siglos restituyó a Portugal aspectos de bienestar desaparecidos
de mucho atrás ante la furia mórbida de la explotación de la riqueza, de la
rapiña y del saqueo. A fines del mismo siglo XVI ya existía en Portugal
quien adivinara la superioridad del método de colonización adoptado en el
Brasil sobre el seguido en la India y en Minas y lo quisiera generalizar a
las demás tierras de la Corona. "Es juicio de Dios -argum entaba el autor
de Discurso sobre as cousas da India e da Mina (157.3) - que ganándose en
el Brasil dinero en azúcar y algodón, maderas tintóreas y papagayos, Vues-
tra Alteza pierda mucha hacienda en oro fino".
110
Palabras a las que el
rey prestó, literalmente, oídos de mercader. Su pasión era por tierras ricas
en metales preciosos.
Es verdad que para Portugal la política social exigida para la coloniza-
ción agraria representaba un esfuerzo por arriba de sus posibilidades. Por
grande· que fuese la elasticidad del portugués, esas exigencias eran superio-
res a sus recursos en gente. En una factoría el capital humano era uno; en
una colonia agrícola había de ser mucho mayor, aunque se contase con la
acción multiplicadora de la poligamia y de la mestización. Y Portugal, des-
de sus más remotos tiempos históricos, fue un país en crisis de habitantes.
Las condiciones antigénicas de región de tránsito -pestes , epidemias, gue-
rras -acrece ntadas por las de medio físico en grandes zonas desfavorables
a 1a vida humana y a la estabilidad económica -sequía s, terremotos, inun-
dacion es- se encargaron de conservar a la población en equilibrio con las
necesidades nacionales, despojándola de los excesos acaso logrados por la
poligamia de los conquistadores africanos y por la fecundidad patriarcal de
los labradores y de los criadores en las zonas de clima suave y suelo fértil.
Se reflejó en las leyes portuguesas el problema de la escasez de gente, al
cual parece que, a veces, se haya sacrificado la propia ortodoxia católica
Vemos, en efecto, a la Iglesia consentir en Portugal el casamiento de ;uras,
o secreto, consumado con el contacto; que las Ordenaciones Manuelinas
y más tarde las Filipinas, lo permitieron considerando cónyuges a los que
viviesen públicamente con fama de marido y mujer. Una gran tolerancia
para toda especie de unión de la que resultase un aumento de gente. Una
gran benignidad para con los hijos naturales. En la misma España, viajeros
de los siglos XVI y XVII observaron que existía el mayor desprecio por
las leyes contra la mancebía, educándose juntos, en muchas casas, hijos legí-
timos y naturales. 111 No se alegue el ascetismo de los frailes y padres como
obstáculo a los intereses nacionales e imperiales de población y de procrea-
ción. El concurso de gran parte, si no de la mayoría de ellos, a la obra de
procreación, fue tan generosamente aceptado en Portugal, que las Ordena-
239
ciones del Reino disponían que las justicias no prend
iesen ni mandasen
prender a ningún clérigo o fraile por tener barragana.
Los intereses de la procreación sofocaron no sólo los prejui
cios morales,
sino también los escrúpulos católicos de ortodoxia, y a su
servido vamos a
encontrar al cristianismo que, en Portugal, muchas veces
asumió caracterís-
ticas casi paganas de culto fálico. Los grandes santos nacion
ales fueron aque-
llos a quienes la imaginación del pueblo les atribuyó la
milagrosa interven-
ción de aproximar los sexos, de fecundar a las mujeres y
proteger a la ma-
ternidad: San Antonio, San Juan, San Gonzalo de Amar
ante,' San Pedro,
el Niño Jesús, Nuestra Señora de la O, de la Buena Hora,
de la Concep-
ción, del Buen Suceso, del Buen Parto. Ni los santos guerre
ros como San
Jorge, ni los protectores de las poblaciones contra la peste
como San Sebas-
tián, o contra el hambre, como San Onofre -sant os cuya
popularidad res-
ponde a experiencias dolorosamente portu guesa s-, alcanz
aron nunca la im-
portancia y el prestigio de los otros, los patrones del amor
humano y de la
fecundidad agrícola. Importancia y prestigio que se transm
itieron al Brasil,
donde los problemas de población, tan angustiosos en Portu
gal, prolongá-
ronse a través de las dificultades de la colonización con tan
escasos recursos
de gente. Una de las primeras fiestas, populares a media
s y a medias de
Iglesia, de que nos hablan las crónicas coloniales del Brasil
, es la de San
Juan, ya con las hogueras y las danzas. 112 Pues las funcio
nes de ese popu-
larísimo santo son afrodisíacas, a su culto se ligan hasta
prácticas y cancio-
nes sensuales. Es el santo casamentero por excelencia:
240
a
y suciedades. Le atribuyen la especialidad de conseguir marido o amante
casi todos los ena•
las viejas, como San Pedro la de casar a las viudas. Pero
morados recurren a San Gonzalo:·
Casae-me, casae-me
Sao Gonralinho
Que hei de rezar-vos
Amigo sanlinho.
sus
La gente estéril, impotente, es la que se aferra a San Gonzalo en
en el día de su fiesta se danzab a dentro
últimas esperanzas. Antiguamente
bailó
de las iglesias, costumbre que de Portugal se trasplantó al Brasil. Se
mucho en las iglesias colonia les del Brasil. Se represe ntaron co-
y se cortejó
de la Santa Sede
medías de amor. Fray José Fialho, por merced de Dios y
les, en
apostólica obispo de Olinda, recomendaba en una de sus pastora
tan que se hagan come-
1726, a los padres de Pernambuco: " ... no consien
dentro de ningun a iglesia, capiHa
dias, coloquios, representaciones, ni bailes
que
o sus atrios". 113 Esto en los comienzos del siglo XVIII. De modo
Gentil de la Barbina is al describ irnos las fiestas de
tal vez no exagere Le
que había presenc iado en el conven to de monjas de Santa
Navidad de 1717,
el via-
Clara, en Bahía. Cantaban y bailaban las monjas con tal algazara que
s de algún espíritu burlón, despué s
jero llegó a creer que estuviesen poseída 114
de haber representado una comedi a de amor.
en
En Pernambuco parece que fray José Fialho clam6 en vano, porque
XIX Tollena re supo, en Recife, que todavía se bai•
los comienzos del siglo
os
!aba en la iglesia de San Gonzalo, en Olinda. Sólo en 1817 los canónig
s los censura ban como una in•
prohibieron tales bailes "porqu e los europeo
decencia indigna del templo de Dios".
115
En Bahía no sólo se bailaba
en el día de San Gonzalo en el convento de Desterro, sino también en la
ermita de Nazaret, en la iglesia de Santo Domin go, en la de Amparo y en
116 Y aun después de la prohibición de los bailes, prosiguie-
varias otras.
et toda-
ron los cortejos en las iglesias, hasta en las de la Corte. Max Radígu
Janeiro cor-
vía alcanzó a ver a las mozas de las mejores familias de Río de
upies sur leur chaíse
tejando con los muchachos en la Capilla Imperial: "Accro
de tapisserie prenaient sans scrupule des sorbets et des glaces 117 avec les ¡eunes
gens qui venaient converser avec elles dans le líeu Saint". Cortejando
241
y tomando helados en las iglesias como noventa
años después en las confite-
rías y playas.
También se conservan otras características pagan
as del culto de San
Gonzalo en Portugal. Entre otras, las hileras de
rosarios fálicos fabricados
con masa dulce y vendidos y "pregonados en germ
anía erótica" -info rma
Luis Cha ves- por las dulceras en las puercas de
las iglesias. Y ya nos he-
mos referido a la costumbre de las mujeres estéri
les de friccionarse "por las
piernas desnudas la im~gen yacente del Bienaventu
rado, mientras los cre-
yentes rezan en voz baja y no alzan los ojos
118
para no ver lo que no de-
ben". La fricción sexual de los tiempos paganos adapt
católicas. ada a las formas
Como era natural, esos santos protectores del amor
y la fecundidad en-
tre los hombres se convirtieron también en prote
ctores de la agricultura.
En efecto, tanto San Juan y Nuestra Señora de
la O -a veces adorada en
la imagen de una mujer gráv ida- son amigos de
los labradores, favorecíén-
dolos al mismo tiempo que a los enamorados.
En el Brasil, como en Por-
tugal, los pueblos del interior cuando quieren lluvia
acostumbran sumergir
a San Antonio dentro del agua. En ciertas regio
nes del norte, cuando se in-
cendian los cañaverales, se coloca la imagen del
santo en una de las venta-
nas de la casa-grande hasta mitigar el fuego. Cuan
do truena o hay inunda-
ciones es también su imagen la que se opone
al peligro de que las aguas
inunden los sembrados. El día de San Juan es, en
el Brasil, además de fiesta
afrodisíaca, la fiesta agrícola por excelencia. La
fiesta del maíz cuyos pro-
ductos culinarios -la mazamorra, los tamales, los
boll os- colman las me-
sas patriarcales para las grandes comilonas de medi
a noche
En el norte, cuando hay lagarta en el algodón, todav .
ía hoy acostumbran
los labradores a rezar en cada canto del plantío;
"Virgen en el parto; Vir-
gen antes del parto; Virgen después del parto".
Y para finalizar, tres Ave-
marías. 119 La misma asociación de ideas de fecun
didad humana asociada
a la fecundidad de la tierra.
La fiesta de San Gonzalo de Amarante a que
La Barbinais asistió en
Bahía, en el siglo XVI II, se nos presenta en las
páginas del viajero francés
con todos los rasgos de los antiguos festivales
paganos. Festivales no sólo
de amor sino de fecundidad. Danzas desenfrena
das alrededor de la imagen
del santo. Danzas en las que el viajero vio toma
r parte al mismo virrey,
hombre ya maduro, rodeado de frailes, hidalgos
y negros. Y de todas las
prostitutas de Bahía. Una promiscuidad característ
ica aún de nuestras fiestas
religiosas. Tocando guitarras. El pueblo cantando.
Ramadas. Mucha comida.
Exaltación sexual. Todo ese desenfreno, por
tres días, en el medio del
monte. De tanto en tanto, himnos sacros. Una imag
en del santo, sacada del
altar, pasó de mano en mano, vapuleada como un
pelele de un lado a otro.
Exactamente -not ó La Barb inais - "lo que amañ
o hacían los paganos en
un sacrificio especial, anualmente ofrecido a Hérc
ules, ceremonia en la cual
fustigaban y cubrían de injurias a la imagen del
semidios". 120
242
Fiesta evidentemente ya influida, esa de San Gonzal o, en Bahía, por
121 Pero el residuo
elementos orgiásticos africanos absorbi dos en el Brasil.
a.
pagano, el elemento erótico característico, lo trajo de Portugal el coloniz
en su cristianismo lírico, festivo, de procesi ones alegres , con las
dor blanco
Niño
figuras de Baco, la Virgen huyendo hacia Egipto, Mercurio, Apolo, el
as, reyes y empe•
Jesús, los doce Apóstoles, sátiros, ninfas, ángeles, patriarc122
radores de oficio, y sólo al final el Santísimo Sacramento.
No fueron menos fastuosas ni menos paganas las grandes procesiones
s,
del Brasil colonial. Froger notó, en la de Corpus Christi en Bahía, músico
en zangolo reos lúbrico s. Y una que se utilizó en
bailarines y enmascarados
símbo-
Minas, en 17 33, fue un verdadero desfile de paganismo, junto a los
los cristianos. Turcos y cristianos. La serpiente del Edén, los cuatro punr0s
ación
cardinales, la luna rodeada de ninfas, y al final una verdadera consagr
o a su arbitrio sus
de las razas de color: cayapós y negros congos bailand 123
santos y del Santísim o.
danzas gentílicas y orgiásticas en honor de los
s
Un catolicismo ascético, ortodoxo, trabando la libertad de los sentido
habría impedi do a Portuga l el abarcar medio
y los instintos de generación,
por•
mundo con las piernas. Las supervivencias paganas en el cristianismo
eñaron así un papel importa nte en la política imperia lista.
tugués desemp
al
Las supervivencias paganas y las tendencias a la poligamia desarrolladas
contacto ardiente y voluptuoso de los moros.
La culinaria portuguesa, tanto como la hagiología, recuerda en los vie
icos
jos nombres de manjares y dulces, en las formas y ornamentos semifál
condim entació n picante , afrodisí aca, de los
de pasteles y budines, en la
ón er6tica, la tensión procrea dora que
guisados, cocidos y salsas, la vibraci
a.
Portugal necesitó mantener en su época intensa de imperialismo coloniz
l brasileñ a se encuen tran los mismos estímul o;;
dor. En la culinaria colonia
as de
al amor y a la fecundidad. Aun en los nombres de los dulces y golosin
a veces la
convento, fabricados por manos seráficas de monjas, se siente
con el místico : sus•
intención afrodisíaca, el toque picaresco confundiéndose
piros de monja, tocino del cielo, barriga de monja, manjar del cielo, papada
cre-
de ángel. Eran éstos los dulces y golosinas por los que suspiraban los
del conven to. Afranio Peixoto observa en una de sus
yentes a las puertas
s, goza-
novelas de costumbres babianas: "No hubo otros como nosotro
s, sino
dores, para darles (a los dulces y golosinas patriarcales) tales nombre
monjas de los conven tos portugu eses;
sus autores, las respetables abadesas y
el servicio divino, era la confecc ión de
en los cuales la ocupación, más que
124
Esto después de recorda r los nombre s, algunos bien
esos manjares".
jos,
picarescos, de la golosinerfa luso-brasileña: besitos, <lestetados, alza-vie
pueda sumar
lengua de moza, casaditos, mimos de amor. No hay quien no
.
a esta lista otros nombres, igualmente sugestivos, de bocadillos y pasteles
para dulces" el que dan
Y es curioso el hecho de que se llame "dinero
según
ciertos padres brasileños a sus hijos varones adolescentes, en edad,
De conoce r otro dulce, sin que sea el de goma
ellos, de "conocer mujer".
243
o de maíz. Además, es conocidfsima la íntima relaci
ón entre la libido y los
placeres del paladar. m
Otro aspecto de la obsesión que se hizo en Portugal
del problema del
amor físico se comprueba en el hecho de que no haya
posiblemente ningún
otro país donde la anécdota picaresca u obscena tenga
más grandes apre-
ciadores. Ni en ninguna otra lengua las palabrotas ofrezc
an tanta opulencia.
Las palabrotas y los gestos. Fue lo que Byron apren
dió del idioma portu-
gués en su rápido paso por Lisboa: sonoras palabrotas
que en las cartas a su
amigo el Rev. Francís Hogson, por felicidad, no supo
escribir con corrección:
carrocho, ambra di merdo. Carrocho, para D. G.
Dalgado --en sus comen-
tarios a las cartas de Byro n- debe ser caramba, 126
identificación que no
nos parece la correcta. Nos quiere parecer que el poeta
inglés procuró gra-
bar una palabra menos inocente y más portuguesa que
caramba. El erotismo
bajo, plebeyo, domina en Portugal a todas las clases
, considerándose afe-
minado al hombre que no haga uso de gestos y palab
ras obscenas. Lo mismo
pasa en el Brasil, donde el erotismo lusitano encontró
ambiente propicio en
las lúbricas condiciones de la colonización. La mayo
r delicia del brasileño
es hablar de zafadurías. Historias de frailes con monja
s, de portugueses con
negras, de ingleses impotentes. Sin embargo, creemos
que tan sólo en Por-
tugal se puede considerar broma de salón la que nos
refirió un ilustre amigo.
Le ocurrió a él en una de las más hidalgas casas de Lisbo
a y en una sociedad
elegantísima de ambos sexos. A la hora de la cena se
anunció una sorpresa a
los convidados. La sorpresa era nada menos que la de
que los platos habían
sido substituidos por papel higiénico, y sobre ellos,
un dulce fino de color
pardo se desparramaba en pequeñas porciones. ¡Imag
ínenselo entre convi-
dados ingleses y norteamericanos! Habrían sucumbido
de rubor. En Portu-
gal y en el Brasil es común bromear en torno a ese
asunto y a otros pareci-
dos; todos somos de un rudo naturalismo, en contr
aste con los excesos de
reticencia característicos de los anglosajones.
Cierto Rev. Creary, que viajó por el Brasil en los
tiempos de la escla-
vitud y cuyo diario se conserva en la sección de manu
scritos de la Bibliote-
ca del Congreso de Washington, dice horrores del
desenfado de los brasi-
leños. Cita el ejemplo de una niña de once o doce
años a quien oyó decir,
asombrado, que un hermanito que llevaba en brazos
le había hecho pipí en
el vestido. Otro hecho lo horrorizó: los anuncios de
solteros indecorosos,
en los periódicos de Río de Janeiro, pidiendo amas,
pero dando a entender
que las necesitaban "para todo trabajo" además del
de cuidar de la cocina
o de la casa". 127 Y no nos imaginemos al Rev. Crear
y como a un mons-
truo de puritanismo: se estaba entonces en la época
de la reina Victoria.
Los libros de etiqueta ingleses llegaban a aconsejar
a las señoras de tono
que no mezclaran en los estantes libros de autores mascu
linos y femeninos.
Cada sexo en su estante. En la buena sociedad no se
nombraban, ni en In-
glaterra ni en los Estados Unidos, las patas de sillas
o mesas, evitando la
sugestión sexual de piernas de mujer. Por lo que respo
ndiendo a un inglés
244
casi de la categoría de Creary --el naturalista Mansfie ld- escribía en 1861
un compatriota nuestro, A. D. de Pascual: "Nuestras brasileñas no se des-
mayan si pronunciamos en su presencia la palabra pierna, escote, etcétera,
como las inglesas, aunque no muestren en la calle, en el carruaje y en los
salones la realidad de esas palabras". Tan sólo Pascal no negaba, después
de oponer tan triunfalmente una convención a otra convención, que la
"existencia de los esclavos en nuestras habitaciones" fuera ''un gran incon-
128
veniente para la educación de nuestras hijas y familias" [ ... ] .
Es en esa institución social -la esclavit ud- donde, en verd:i.d, .encon-
tramos el gran excitante de sensualídad entre los portugueses, como más
tarde entre los brasileños. Tal vez mayor en Portugal, por la necesidad de
gente para b colonización. Tarea desproporcionada a los recursos normales
de la población y obligándola a mantenerse siempre superexcitada, en el in-
terés de la procreación en grande.
La esclavitud, de que siempre se sirvió la economía portuguesa, aun en
los tiempos de férrea prosperidad económica, adquirió aspecto acentuada-
mente mórbido cuando la monarquía se tornó mercantil e imperialista. "La
vida del esclavo -nos dice Alejandro Herculano refiriéndose129al siglo
XVI- era en esa época verdaderamente horrible en Portugal". Y eso
debido a la necesidad de corregir a toda costa el desequili brio demográf ico
y económico causado por las conquistas y aventuras de ultramar. Fue lo que
corrompió el régimen de trabajo. Lo que agrió las relaciones, antaño si no
sanas, puestas en marcos de relativa dulzura, entre señores y siervos en
Portugal. Bajo nuevos estímulos, los señores fueron los primeros en favo-
recer la disipación, "para aumentar el número de crías, como quien pro-
mueve la multiplicación de un rebaño". "Era permitido entre ellos (los
esclavos) el concubinato, mezclándose bautizados y no bautizados y tole- 180
rándose esas relaciones ilícitas hasta entre siervos y personas libres",
No es otra la impresión que nos trasmite el italiano Juan Bautista Venturi-
no, que en 1571 estuvo en Portugal acompañando al cardenal Alejandrino,
legado del Papa. Los esclavos eran entonces considerados por los portugue-
ses come, los italianos consideraban a las razas equinas. Los trataban con
los mismos métodos. "Que lo que se buscaba -inform a Ventur in~ era
181 La
obtener muchas crías para venderlas · a treinta y a cuarenta escudos" .
necesidad de brazos, tanto en el reino empobrecido por la emigración como
en las colonias agrícolas, hacía provechosísima la trata de gentes.
No se puede atribuir al régimen de trabajo esclavo en si, toda la disipa-
ción de la sociedad portuguesa destacada por los viajeros extranjeros des-
pués del siglo XV. La desmoralización no era solamente portuguesa, sino
ibérica, aunque se acentuara con rasgos más fuertes entre los portugueses.
De España, y no de Portugal, escribió en el siglo XVII Madame D' Aul-
noy, basada en buenos informes, que los jóvenes aristocráticos, desde los
doce o catorce años empezaban a tener mancebas, habiendo pocos que en
tan temprana edad no estuviesen enfermos de males venéreos; que se ha-
245
da ostentación de las mancebas; que muchas veces se educaban
en promis-
cuidad los hijos legítimos y los naturales; que en las casas más
nobles se
hablaba abiertamente de "las enfermedades del mundo", soport
adas por to-
dos con paciencia, sin que nadie se avergonzase de semejante
desgracia, 132
Sufrieron los colonizadores, no exclusiva o directamente los de
América,
y sí los de las colonias en general, a raíz de los contactos con pueblo
s exóti-
cos y razas atrasadas, de las conquistas y de las relaciones ultram
arinas una
decisiva influencia en el sentido de la depravá.ción moral. El
tributo moral
del imperialismo.
Reconociendo esn influencia general del imperialismo sobre la
vida y la
moral sexual de los pueblos hispánicos; debemos, no obstante,
recordar que
sobre ellos actuaron condiciones de medio físico, de situación
geográfica,
de desenvolvimiento histórico, particularmente perturbadoras
de la morali-
dad cristiana: el constante estado de guerras que causó en la
península el
flujo y reflujo de las poblaciones; las alternativas de hegemonía;
la extrema
movilidad social; la inestabilidad económica; los contactos
cosmopolitas
por vía marítima; la convivencia con los mahometanos polígam
os. Súmese a
esas circunstancias cierta disparidad en los vestuarios y en las
prácticas de
higiene doméstica entre las exigencias o normas de moral sexual
cristiana
del norte de Europa y el clima africano de Portugal y de gran
parte de Es-
paña. Todas esas influencias han de haber concurrido para que
se excitara
más pronto que en el norte el apetito sexual en los adolescentes
españoles
y portugueses.
En el caso del brasileño, tan goloso de mujer desde pequeñ
o, ac-
tuaron con más fuetza aún, influencias de carácter social contra
rias a la con-
tinencia, al ascetismo, a la monogamia. Entre nosotros el clima
tropical ha•
bría contribuido indirectamente a la superexcitación sexual
de los niños
adolescentes; a su anticipación tantas veces mórbida en el ejercic
io de las
funciones sexuales y conyugales. Menos, sin embargo, que las
influencias
puramente sociales. Trataremos de demostrar en el capítulo
siguiente la
tremenda fuerza con que éstas actuaron.
Montesquieu y, más recientemente, el escritor político tan en
boga en
la Alemania imperialista de antes de la guerra de 1914, Treitsc
hke, atribu-
yeron al clima tropical la sensualidad, la poligamia y la esclav
itud. La pri-
mera debido al hecho de que las niñas parecieran transformarse
más pronto
en muíeres en los trópicos que en los países de clima frío o templa
do. A la
propia esclavitud juzga Treitschke ''el complemento del harem
" y, por con-
siguiente, de la sensualidad precoz.
No es éste un punto sobre el cual se pueda sentenciar que el
clima tro-
pical anticipe por su directa influencia la vida sexual. Hay quien
atribuye el
hecho a cuestiones de raza y hasta sociales, de clases y ambien
te. Que en
los alienígenas el clima sobreexcite los órganos sexuales y anticip
e en las
mujeres la menstruación, parece fuera de dudas. iss Que contin
úe exci-
tándolo en los individuos ya aclimatados, es punto dudoso.
En cuanto a
246
que la menstruación se produzca más pronto en los trópicos, las estadísticas
nos sorprenden con el hecho de que también entre los esquimales la pu•
bertad llega precozmente.
134
De ahí el criterio de raza que algunos preten-
den aplicar al asunto, con preferenc ia al del clima. Pero a despecho de tan
importan te excepción , la tendencia general registrada por las estadisticas
es, efectivamente, en el sentido de que la menstruación se verifica antes
en los trópicos que en los países de dima frío o templado.
Refiriéndose a la influencia del dima africano sobre la vida sexual de
los hispanos, consideramos menos la influencia directa que la indirecta como
provocadora de las reacciones importantes, a las instituciones sociales norte-
africanas correspondientes a las necesidades del ambiente, del medio físico,
del clima. Entre otras, la poligamia y la esclavitud. El hecho en que tale,;
instituciones, con su serie de irregularidades sexuales, se presentan parti-
cularmente ligadas al dima, por así decirlo, musulmán, del norte de Africa.
Clima que habría actuado sobre las poblaciones hispánicas a favor del Afri-
ca mora y contra la Europa cristiana. Que habría predispuesto singular-
mente a portugueses y españoles para la colonización polígama y esclavist:l
de los trópicos en América.
En el Brasil, el portugués transigió mucho con la higiene nativa, sea la
de la habitación, sea la personal. En ésta adoptando el baño diario y desem-
barazando a las cria1uras de los pañales y mantillas gruesas. En la de la ha•
hitación adoptando de los indios el techo de paja, como adoptó de los asiá-
ticos la pared gruesa y la galería. También tuvo el buen sentido de no des-
preciar del todo a los curanderos indígenas por la medicina oficial del reino,
a pesar de que los jesuitas declararon a aquéllos una guerra a muerte. Pero
los propios jesuitas, combatiendo en los curanderos los místicos, absorbie•
ron de ellos varios conocimientos de plantas y yerbas. Es probable que en
las manos de un curandero indígena la vida de un enfermo estuviese más
segura, en el Brasil de los primeros tiempos coloniales, que en las de un
médico venido del reino, extraño al medio y a su patología. Caetano Braudao,
obispo de Gran Pará y hombre de profundo buen sentido, deda ser "mejor
cuidarse una persona con un tapuyo del sertón, que observa con un instinto
18
más amplio, que con un médico de esos venidos de Lisboa". ~ Y Joaquin
Gerónimo Serpa, que había estudiado para cirujano en los hospitale s de
Lisboa, al volver a la colonia, se inclinó más al arte de los tapuyos que a la
ciencia de los doctores de la metrópoli: no perdiendo ocasión de aconsejar
el pau-cardoso en lugar de la raíz de Altheia, el pau-tacagé como astringente,
la goma de cajuil en vez de la árabiga.
136
Son rasgos todos ellos que in-
dican la tendencia portuguesa a la adaptación.
La aclimatación propiamente dicha es difícil de determinar hasta qué
punto se haya realizado ventajosamente en el Brasil. Es difícil separarla de
la adaptación. Difícil de precisar hasta qué punto los europeos del sur, en
particular los portugueses, se hayan aclimatado mejor que los del norte. La
confrontación sería casi imposible. Son raras las familias que en el Brasil tro-
247
pical se hayan conservado blancas o casi blancas. Pero quizá exista un
caso
susceptible de estudio en el norte, región esencialmente tropical y de
for-
mación aristocrática como ninguna: el de los Wanderley, de Serinha
em y
Río Formoso. Familia fundada a principios del siglo XVII por Gaspar
Van
Der Ley, hidalgo del séquito del conde Mauricio de Nassau, radicóse
en el
extremo sur de la Capitanía y aquí ha conservado por inbreeding relativa
pureza nórdica. Lo atestigua el predominio entre sus miembros de
la pig-
mentación color de rosa, de los ojos azules muy claros y del cabello
rubio
o rojizo. El inbreeding -nótes e bien- , menos por preconceptos de
raza
que por los sociales, de familia, observado siempre en las viejas zonas
ru-
rales del Brasil en que los casamientos de primos con primas y tíos con
so-
brinas se sucedieron a través de generaciones. María Graham se asombr
ó
de la frecuencia de esas uniones consanguíneas, en que parece haber
perci-
bido cierto sabor perverso de incesto; y a mediados del siglo XIX el
casa-
miento de primas con i:>rimos y de tíos con sobrinas llegó a ser motivo
de
mucha tesis alarnústa de doctorado en las facultades de medicina del
perio. isr Im-
De los Wanderley han salido para la vida política, para la magistratura
y
el sacerdocio algunos hombres ilustres, aunque ninguno con características
de genio, excepción hecha, quizá, del barón de Cotegipe, uno de los
mayo-
res estadistas del Imperio. Pero éste, a lo que parece, con su pizca de
san-
gre negra. Por otro lado podrían recogerse numerosos ejemplos, entre
los
Wanderley auténticos, entre los más rubios y arrebolados, de degene
rados
por el alcohol. Irregularidad por la cual llegan a ser celebrados en el folklore
rural brasileño, del mismo modo que los Albuquerque por la tendenc
ia a
la mentira (mitomanía), los Cavalcanti -famil ia pernambucana que
des-
ciende del hidalgo florentino Felipe Cavalc anti- por el horror a pagar
deu-
das, y los Souza Leao y Carneiro da Cunha por la satiriasis. En las palabra
s
del pueblo: "no hay Wanderley que no beba, Albuquerque que no mienta,
Cavalcanti que no deba". O, según una variante: "No hay Sá que no
mien-
ta, Cavalcanti que no deba, Wandetley que no beba. 138 Ni Souza Leao
o
Carneiro da Cunha que no guste de negra". 139
Pero, contra generalizaciones que interpretaran el alcoholismo de los
Wanderley como degeneración de raza nórdica por efectos del clima
cálido,
se opone la circunstancia de que no sepamos hasta qué punto sea respons
a-
ble en tales excesos la raza en conflicto o dificultad de adaptación
con el
clima. El alcoholismo bien pudo ser resultado de tara de familia, favorec
i-
da por condiciones sociales. Los estudios genealógicos entre nosotro
s, en
general realizados superficialmente para llenar la vanidad de barones
del
Imperio y de snobs de la República, carecen de realismo uo y de profun-
didad que correspondan a las necesidades propiamente científicas.
En el
caso de los Wanderley se impone un detallado estudio de los anteced
entes
de Gaspar. Se sabe de él, por Watjen, que era noble por descendencia,
pero
de carácter débil. Por lo menos, en la opinión de los cronistas holande
ses.
248
¿Qué debilidad de carácter sería ésa? ¿La del cazador de dotes? ¿La del
tránsfuga? ¿La del ebrio? ¿Hasta qué punto podemos aceptar el testimonio
de los holandeses, sospechosos en el asunto, de que Gaspar fue una es-
pecie de Calabar al revés, que traicionó a su propia gente para ponerse al
lado de los pernambucanos y de la novia? Es verdad que una novia rica,
hija de "señor de ingenio". Otros holandeses se casaron con brasileñas -nos
informa el marqués de Basto--, pero de familias menos importantes.
El hecho de que se encuentren tantos Wanderley degenerados por el alco-
hol y despojados del antiguo prestigio aristocrático, lígase a causas princi-
palmente sociales y económicas que envolvieron a otras familias ilustres de
la era colonial, hoy igualmente decadentes; a la inestabilidad de la riqueza
rural causada por el sistema esclavista y de la monocultura; a las leyes
sobre sucesión hereditaria favorables a la dispersión de los bienes; a la ley
de abolición, sin ninguna indemnización a los propietarios de esclavos, ley
que encontrando a San Pablo ya lleno de emigrantes europeos sorprendió
al norte desprevenido, sin otros valores que los esclavos africanos.
Por ejemplo, una familia como los Paes Barreto, también de Pernam-
buco, y como los Wanderley, en Serinhaem y Río Formoso, radicada a tra-
vés de los siglos en una sola región de la provincia, el actual municipio de
Cabo; familia afianzada como ninguna otra en el Brasil en la sucesión de
sus bienes y en la pureza de su linaje aristocrático, por el privilegio del
mayorazgo; una familia así privilegiada y defendida contra los peligros de
la dispersión, es hoy una de las más dispersas y decadentes. ¿Dónde están
los Paes Barreto continuadores de los que hasta principios del siglo XIX
ejercieron una acción preponderante sobre los destinos de Pernambuco?
Muchos, de los de mejor ascendencia, vegetan en mezquinos empleos pú-
blicos. Otros son dueños de ingenios en decadencia. 10
La cuestión de la degeneración de europeos, que se han conservado rela-
tivamente puros en el Brasíl, es dificilísima de establecer ante las condicio-
nes de inestabilidad social característica de nuestra formación agraria. De
la dependencia en que hemos vivido, primero del azúcar, después del café
y siempre del esclavo negro.
El hecho de que se encuentren tantos Wanderley degenerados por el aleo-
y hasta óptimo en el sentido técnico de esa graduación, se han verificado
por resultado de esas mismas influencias sociales -la esdavírud y la mono-
cultura- fenómenos de degeneración y dispersión semejantes a los verifi-
cados en el Brasil. Entre nosotros, Joaquín Nabuco, ocupándose de la socie-
dad esclavista de su tiempo, notó la tendencia del paso de la fortuna de
manos de los que la crearon a las de los acreedores, agregando: "Pocos son
los nietos de agricultores que se conservan al frente de las propiedades que
sus padres heredaron; el adagio "padre zapatero, hijo caballero, nieto por-
diosero", expresa la larga experiencia popular de los hábitos de la esclavi-
142
tud, que disipan todas las riquezas, no rara en el exterior". Hecho
idéntico se observó en el sur de los Estados Unidos bajo la presión de las
249
mismas fuerzas sociales de inconstancia e inestabilidad; en el propio norte,
bajo la influencia de otros factores de degradación, 143 y en el Brasil, en
San Pablo, región de dima mucho más favorable que el de Pernambuco,
de Bahía y de Marañón a los europeos del norte. Que sirva de ejemplo la
familia Leme, también de origen nórdico, antaño tan ilustre. "¿Y qué se
ha hecho de ella? ¿Qué fin tuvo? -pregunta ba hace muchos años Antonio
A. da Fonseca- : "el mismo fin que tendrán casi todas las familias hoy im•
portantes y que en la segunda o tercera generación serán lo que hoy se
llama caipira o caboclo, como son los descendientes de los poderosos Leme
en 1720 ... Yo conocí en el poblado de Cajurú un caipira, o caboclo, que
vivía de su trabajo de azada y que acompañó a mi padre en la caza a los
venados en calidad de perrero, ganando con eso algunos reales; este caipira
era Apolinario Leme, descendiente de los potentados a los cuales el rey de
Portugal perdonaba sus crímenes". Y no sólo a Apolinario Leme reducido
a perrero conoció Fonseca, sino a nietos de Capitanes Mayores vegetando
en mezquinos empleos: unos capataces, otros peones, "el hijo de uno de los
firmantes de las enmiendas al proyecto de la Constitución" rebajado a al-
guacil de Itú. El nieto legítimo de un barón del imperio, capataz de una
fazenda de café. Mientras los descendientes de los colonos europeos se ele-
van. Y se convierten en grandes del pa(s, substituyendo a los antiguos ba-
rones de Pedro II con sus títulos de condes del Papa.
Esa debacle es debida principalmente a la inestabilidad de la riqueza
agraria, basada en un solo producto -sujeto éste, como el azúcar y el café,
a las grandes fluctuaciones en los mercados consumid ores-, y explotada por
el brazo esclavo. Porque, las familias degeneradas o decadentes, no son tan
sólo las pocas de sangre nórdica, mantenida relativamente pura a través de
la época colonial por los matrimonios de primos con primas y tíos con so-
brinas; muchas son también las portuguesas por los cuatro costados, o for-
talecidas aquí por más de una mezcla con gente de color, familias en otros
tiempos de pro y hoy sin relieve ni expresión alguna.
Nos resta destacar el hecho, de gran significación en la historia social
de la familia brasileña, de haber sido el Brasil descubierto y colonizado
-desde fines del siglo XVI en adelante el Brasil se autocolonizó, defen-
diéndose por sí mismo de las agresiones extranjer as- en la época en que
los portugueses, señores de numerosas tierras en Africa y Asia, se habían
apoderado de una rica variedad de valores tropicales. Algunos inadaptables
para Europa; pero todos ellos productos de refinadas, opulentas y viejas
civilizaciones asiáticas y africanas. De esos productos, fue tal vez el Brasil
la parte del imperio lusitano que, gracias a sus condiciones sociales y de
clima, más vastamente se aprovechó: el quitasol, el palanquín, el abanico, el
bastón, la colcha de seda, la teja a la moda chino-japonesa, el tejado de las
casas inclinado hacia los lados y rccurvado en las puntas en cuernos de
luna, w [a porcelana de China y la loza de la India. Plantas, especias, ani•
250
males, manjares. El cocotero, la yaca, el mango, la canela, el árbol del pan,
el cuz-cuz. H~ Muebles de la India y de China.
El aristócrata brasileño del litoral de Pernambuco y del Reconcavo, en-
tró inmediatamente en d goce de las ventajas que en Europa tan sólo las
cortes refinadas conocieron en el siglo XVI. Fueron efectivamente los por-
tugueses los primeros en traer del Oriente a Europa el abanico, la porcela-
na de mesa, las colchas de China y de la India, la vajilla para el té y parece
ser también que el quitasol. m Es posible que hasta el gusto por el baño
diario lo haya transmitido, de Oriente a Inglaterra, el portugués del siglo
XVI; 147 hecho que, si fuera verdadero, tiene su ironía, puesto que re-
cuerda el del misionero que salvó las almas de los demás y perdió la propia.
Tal vez hayan sido también los portugueses los introductores o, por lo me-
nos, los divulgadores en Europa, de los cohetes y los fuegos artificiales de
China, tan característicos de !as fiestas religiosas portuguesas y brasileñas,
así como también de la moda de muchas joyas y aderezos.
A veces nos parecen patrañas de fraile --de frailes coloniales de hermosa
letra, sin tema para sus ejercicios de caligrafía y de gramática- las histo-
rias que se cuentan de la opulencia y del lujo de los "señores de ingenio"
babianos y pernambucanos de los siglos XVI y XVII. Y no son uno ni dos,
sino varios de esos señores. Particularmente de los grandes, que acostum-
braban a bajar de sus ingenios para pasar las fiestas en Olinda -la fiesta
de los antiguos, que se realizaba durante la estación de las lluvias-, desde
el Carnaval hasta San Juan. Historias en que ha de haber exageración, de
yantares com!dos con tenedor, refinado instrumento de tan poco uso aun
en las cortes europeas. De mesas cubiertas de plata y de lozas finas. De ca-
mas tendidas con riquísimas colchas de seda. De puertas con cerraduras de
oro. De señoras realzadas de piedras preciosas. Y observando el hecho de
que muchos de los refinamientos en la mesa, en la vida doméstica y en el
vestuario adoptados por Europa en los siglos XVI y XVII, fueron refina-
mientos orientales, se comprende la opulencia de algunos "señores de inge-
nio" babianos y pernambucanos. Se comprende el uso, en tierras tan jóve-
nes, de artículos de lujo y refinamiento. ¿Y por qué no, si Pernambuco y
Bahía, desde temprano, se volvieron puntos de escala de naos que regresa-
ban del Oriente, crujiendo de puro cargadas con mercancías de valor, arras-
trándose por el mar con pesadez de mujer grávida, repletas de objetos finos
que los portugueses iban introduciendo en esa época en la Europa aristocrá-
tica y aburguesada? La sola presencia de vajilla de plata entre los "señores
de ingenio" de Olinda del siglo XVI, basta sin duda para causarnos estupor.
Es un lujo que sorprende entre hombres que acababan de abrir los primeros
claros en el monte virgen y fundar los primeros ingenios de caña.
De ese lujo, obsérvese, no hablan can sólo frailes capellanes en tono de
quien hace panegírico de santo; lo hacen también extranjeros de la categoría
de Pyrard de Laval. Fue tal vez Pyrard el primer europeo en hacer el elogio
de las casas-grandes de los ingenios del Brasil: "bellas casas nobles (des
251
bclles maisons nobies). Se refiere a las del Reconcavo. En una de ellas es-
tuvo el francés de visita al "señor del ingenio", pero sólo nos da el apellido
del dueño de casa y, a lo que parece, estropeado: Mangue la Bote. Pues ese
Mangue la Bote vivía en su ingenio a principios del siglo XVII, al modo
de un gran hidalgo: mantenía hasta banda de música para alegrar sus yan-
tares. Una banda de treinta figuras, todos negros, bajo la regencia de un
marsellés. A Mangue ta Bote se le atribuía una fortuna superior a 300.000
·escudos, todo ella hecha con el azúcar (riche de plus de trois cent mllle
écus). 148 Con el azúcar y con los negros. Fue en eso en lo que se fundó
la colonización aristocrática del Brasil: en el azúcar y en los negros. 149
Hombres de fortuna hecha con el azúcar y con negros han de haber sido
todos aquellos "moradores ricos de haciendas de raíz", de que nos habla
Gabriel Soares: •los más de cien moradores de Bahía, del siglo XVI, que te-
nían cada año de mil a cinco mil cruzados de renta; señores cuyas hacien-
das valían de veinte mil a cincuenta y sesenta mil cruzados. Los cuales -di-
ce el cronista- "tratan a sus personas muy honradamente con muchos ca-
ballos, criados y esclavos, y con vestidos excesivos, especialmente las mu-
jeres porque no visten sino sedas ... ". En su mesa, "servicio de plata".
Muchos de sus soberbios ingenios movidos por agua, como el de Sebastián
de Paría, a orillas del riacho Cotegipe; "grandes edificios de casa de purgar
y de vivienda, y una iglesia de San Jerónimo toda de piedra y cal en lo que
gastó más de 12.000 cruzados"; o movidos con bueyes, como el de Vasco
Rodrigues Lobato, "todo rodeado de cañaverales de azúcar, de que se ob-
tienen muchas arrobas". 15º
De modo que tal vez no exagere el padre Fernán Cardim al describir a
los "señores de ingenio" que conoció en Pernambuco, en 1583: "hombres
muy opulentos de 40, 50 y 80.000 cruzados". Sus haciendas "mayores y
más ricas que las de Bahía". Es verdad que algunos de ese tiempo, todavía
de altos precios del azúcar -460 reís por arroba la blanca y 320 el maza-
cote--, estaban repletos de deudas; precisamente por causa de las "demasías
y grandes gastos que tienen en su manutención". Caballos de silla de 200
y 300 cruzados; lechos de damasco con franjas de oro; colchas de la India;
más esclavos de los necesarios. Banquetes en· los días de boda y bautismo,
con manjares extraordinarios y mucho gasto de comidas y bebidas caras. 161
Vida opulenta y hasta aparatosa la de aquellos colonos portugueses que,
disponiendo de capitales para establecerse con ingenios, consiguieron pros•
perar en el Brasil, en los primeros tiempos, a costa del azúcar y del negro;
los de Pernambuco, con 23 ingenios movidos por bueyes o por agua, pro-
duciendo, en 1576, de 50 a 70.000 arrobas de azúcar; los de Bahía, con
18. Cada ingenio de ésos construido a razón de 10.000 cruzados, más o me-
nos, y con 50 piezas de ébano a su servicio y 15 o 20 yuntas de bueyes. Y
una producción anual -la de los mejores, por lo menos- de 6 a 10.000
arrobas de azúcar bruto. 152
252
Ya en ese primer siglo de esclavitud podía decirse, como en el último
diría Oliveira Martins: "El Brasil es el café, y el café es el negro", que el
Brasil era el azúcar, y el azúcar era el negro. Porque en Bahía y en Pernam•
buco, los dos grandes centros de opulencia económica y social, los dos
grandes puertos brasileños de expresión internacional en el siglo XVI, el
indio pasó de inmediato a segundo plano. Aplastado en su inferioridad cul.
tural. Inútil e incapaz. Es el "cultivo de mantenimientos" ahogado por las
panículas de los cañaverales. Fue en éstos que el portugués, desengañado de
las riquezas de la India, vio, casi de repente, el In hoc signo vinces que lo
animó a la colonización agraria y esclavista del Brasil.
25.3
NOTAS
1 Alexandre Heicul
ano, Historia de Portugal, cit., "Controversias y Estudio
!Óricos", de la serie Opú1cufos, Lisboa, 1887. s His-
2 Traduc
idos por el Padre M. Gon(alves Cerejeira, después
Lisboa, y publicados en su excelente estudio O Human Cardenal Patriarca de
Cojmbra, l.826. ismo em Port11gaJ - Clenardo,
3 Alexandrc Hercuf
ano, Opú1c11los, cit.
4 Bell, Port11gal of the Por1ugue1e, cit.
~ Nos servimos aquí de la. conocida expresi
ón sociológica creada por nuestro viejo
maestro de la Universidad de Columbia, el profesor
Frankl in Giddíngs.
6 James Bryce, South America - Observations and Impresions, Londres, 1911.
El profesor Everen V. Stonequist recuerda haber observa
tes de las naciones llamadas latinas con pueblos oscuros do ya que los contactos de gen-
nas religiosas, esto es, por el hecho de que la Iglesia fueron afectados por las doctri-
Católica, dominante en esas na-
ciones, sea una organización internacional: "an intcrna
tional organizacion [ .. ) com•
rnitted in spirit and objecrive in favor of assimilation.
the other hand, belonged to the more national-minde The Nord European peoplcs, on
profosor Stonequist destaca el hecho, destacado de~ded Protesrant churches". También el
mente en O Mundo ,¡ue o Portugr,és C,iou, Rio, 1940, 193 3 en e~te en.s:iyo y posterior-
portuguesas hubieran estimulado las uniones incerrac de que las autoridades civiles
tianización de los nativos empren dida por la Iglesia iales, contribuyendo así a la cris-
en Race Relations ami the Ra,e Problem, organizado ( "Race, Mixtur e and the Mularco"
por Edgar T. Thompson, Durham ,
1939, pág. 248). Débcse nocar, sin embargo, que los jesuitas
Brasil esa oricntllCión: en el Brasil, como en el Canadá no siempre siguieron en el
vez en esa acútud como de anticipación al modern , los encontramos más de una
Gilberto Freyre, Brt1zil: an lnterp,etation, New York,o etnocencrismo o racismo. Véase
1945.
1 Joio Lúcio de Azcvedo, "Algumas notas
relativas a pontos de Históri a Social.. ,
ea MiJcelanea de Es/lutos em Homenagem de Dona
Carolina Mi&haelis de Vasconcetos,
Coimbra, 1930.
8 Au:vedo, "Organ iza,ao Económica, en Hútó,i
a de Portugal, ed. monumental, vol.
III, Barcelos, 1931.
9 .Alexandre Hercul ano, fotrodu ,ao a
O Bobo (Epoca de Don11 Teresa 1128),
Lisboa, 1897.
10 Partee haber sido de la misma hechur
a, por
Francisca do Rio Formoso --que era una Wande así decir, matriarcal, de Dona
r!ey -Don a Joaqui na do Pom-
peu, de Pitangui e Paracaru (Minas Gcrais ), donde
das, y coa la enferm edid del marido, "el hombr e de fue dueña de grandes hacien-
Belo Horizonte en 1948, bajo el título de Serra da la casa". En libro publicado en
se opone a que D. Joaqui na de Pompeu sea conside Jt1udaáe, el Sr. C. Cunha Correia
nocas que nos suministró el ilustre descendiente de rada de Paracatu ( pág. 85). Según
vares, ya fallecido, e,a D. Joaquina "hija del Dr. Jorge matriarca, profesor Alberto .AJ.
la
recho de Marian a [ .. J, que después de ser viudo se de Castelo Branco, Juez de De-
ordenó y fue vicario de Pi1angui".
Pitan&Ui habría sido el centro del sistema matriarcal
encarnado por la notable minera.
2,4
Además, sus haciendas, y según las mismas anotaciones extraídas de documentos, las de-
nominadas Gado BraflO, Noflilht1 Bravt1, Tapera y Coroveio, estaban "situadas en el Mu-
nicipio de Paracam, antigua Vila. de Paracatu do Príncipe".
De Dona Francisca do Rio Formoso (Francisca da Rocha Lins Wander!ey) cucnra
el jue:z Pais Bancto, confirmando lo que se dice en este ensayo: "Se hizo tradicional
uno de sus accos de prepotencia. Por el ingenio pasaban grandes cargamentos de azúcar
conducidos en carros de bueyes. Traían la marca J. M. W., iuicíales de un ntegro pu•
diente que adoptó el nombre de Joao Mauricio Wanderlcy. Dona Francisca mandó a
parar los carros y a poner en el suelo codas las cajas, a las cuales un carpintero les iba
quitando las W, raspándolas de la madera. Después de haber concluido y colocado las
cajas en el carro, ordenó que el convoy siguiera y que se le dijera a su dueño que
Wanderley era nombre de blanco y que cualquier persona o cosa que perteneciera a un
negro no tenía derecho a pasar por su ingenio con tal denominación. Vengóse el negro
adinerdo comprando el uapiche Rio Formoso y ordenando que fuese tctirada la mer-
cancía de D. Francisca, ya que a parcir de esa fecha "no se recibiría allí azúcar de nin-
gún Wandeclcy blanco" ( "Fatos Rcais ou Lendários Atribuídos a Pa.mília Barreco", Re-
vista das Academias de Le1r111, Rio de Janeíro, año Vll, N 45, mayo-juaio dte 1943,
9
págiaa 11 ).
11 Esos límites fueron impuestos por Alfonso V de acuerdo con el Derecho Ca-
nónigo. Por las ConstiJuifóes do füspado do Porro, esrablccicndo condiciones menos sua-
ves de asilo en las iglesias·, se puede tener una idea de los abusos. Véase el fragmento de
las Cons1ituiroe1 citado por A. A. Mcndes Correia, A Nova Anlropologia Criminal,
Porto, 1931.
12 André Joiio Antonil (Joao Antonio Andreoni, S. J.), C11Jtura e opulenci11 do
Brasil po, suas drogas e minar, pág. 80, ed. de Afonso de E. Taunay, cit.
13 Handelmann, Hi11ória do Bra1it, cit.
u Escribe Rodrigo Otávio que "cumple regimar en honra al espíritu liberal de
la legislación del pequeño reino, que allí nunca existieron los "derechos de albinaigo y
detracción" (Rodrigo Ocávio, Direi10 de Brtra1Jgeiro no BraJil, Río de Janeiro, 1909),
y Pontes de Miranda dice: "En el dterecho portugués no se encuentra el derecho de al-
binazgo ( .. ) ni el de naufragio, que autorizaba a reyes y señores a apoderarse de las
personas y cosas naufragadas en el mar y en los ríos, en o de represalia" (Pontes de
Miranda, Fonles e evoluf'áo Jo Direilo Civil Brasileiro, Rio de Janeiro, 1928).
16 Joiio Lúcio de Azevedo, Organizarao Econlimica, cit.
16 A2evedo, loe. cit.
11 Antonio Sérgio, A Sketch o/ the History of Portugal, trad. de Constantino José
dos Santos, Lisboa, 1928.
18 Alberto Sampaio, Estudos históricos e econ8micos, Lisboa, 1923. António Sérgio,
op. &ÍI. De Amonio Sérgio véase l"-mbién su innovadora y sugestiva HiJJó,ia de PorttJgal,
Tomo I (Introducción Geográfica), Lisboa, 1941.
10 Williarn Dampier, VoyageJ [ ... J aux Terres A11strt1les, ,¡ la Nouvelle Holl,mde
& C., fail en 1699, pág. 93 {trad.), Amstcrdam, 1705.
20 Corea!, cic. por Afonso de E. Taunay, Non Ducor Duco, cit.
21 The Principal Navigt1tion1 Voyages T1alfjque1, .,,,¿ Di1&overies of lhe English
N4tion [ .. ] by Richard Hakluyt, VllI, pág. 16. Sobre la influencia en el Brasil desde
la época colonial, véase Gilberto Frcyre, ingleses no Braril - Aspec/01 da injluencia
brit.ánic4 1obre a 11ida, " pais11,gem e a cu/Jurt1 do Brasil, Rio, 1948.
22 The Principal N1111iga1ion1, etc, .. , cit. Vlll, pág. 19.
23 Manuscrito en el Archivo del Jnsrituto Arqueológico, Histórico y Geográfico
de Pernambuco.
24 Handelmann, op. cil.
2~ Mendes Correia, Os povos primitivos da LusiJ!inia, Porto, 1924; R11fa e Nacio-
1111/idade, cit.
26 Boulc, "Les hornmes fossilc.-s··, apud Mendes Correia, Os povos primitivo¡ da Lu-
sitáni11, cit.
27 Mendcs Correia, Os povos primitivos da Lusitáni4, cit.
28 Opinión de Bosch, cit. por Mendes Correia en Os povos primitivos dt1 Lusi-
láni4, ci r.
29 W. Z. lüpley, The Races of Europe, Londres, s. f.
30 Fonseca Cardoso "Antropología portugue$a", eo Not11s 1obre Portt1gt1l, Lisboa,
1908.
st C. A. Haddon, The R11&es o/ M"n ,md Thffl' Distribulion, ú.mbridge , 1929.
32 Alberto Sampaio, Estudos históricos e económicos, cit.
33 Mendes Cor.eia, Os povos p,imitivos da Lusitania, cit.
34 Refiriéndose a los descendien
tes de franceses que a comienzos del siglo XVI
se amancebaron con mujeres tupinambás en dulce poligamia, dice Gabriel Soares: "No
es de extrañar que éstos sean descendientes blancos y rubios ya que salen a sus abuelos".
"Rubios, blancos y pecosos", diría antes. La observación del cronista nos lleva a creer
que no eran comunes los rubios puros entre los colonizadores portugueses del siglo
XVI, ya que identificaban al rubio ardiente con los franceses. A propósito, conviene
cordar wnbién las palabras de Hans Staden, cronista del siglo XVI; que vienen re•
por Pedro Calmon en su también innovadora História iÚ CiviJiza¡áo Br11sileir4,citadas Río,
1933: "Me dijeron que tenía la barba roja como los franceses, que también habían
visto portugueses con igual barba, pero que generalmente renfan barbas negras". Los
indios, recuerda también Calmon, basado en la relación de Gontalo Coelho, distinguían
a los franceses de los portugueses .por el color de la barba.
35 Haddon, op. cit.
36 Alberto Sampaio, EJtwios, cit.; Mendes Correia, Os povos
primitivos iÚ 1..N-
silanu, cit.
87 Fleury, Hist. Etc/es., apud Buckle, Bosquejo de """ hiJ1ori,, del
i.ntelec,o esp4ñol,
trad., Madrid, s. f.
ss Buckle, op. cil,
39 Durham, cit., BuckJe, op. cit.
40 Antonio Sérgio, A Sketch of the History of Ponugt1I, cit.
n Joao Lúcio de Azevedo, Algumar notas relati.11as a ponios de bistóría social, cit.
4 2 Pontes de Miranda, Fonte1 e Evolu;áo do Direito Civil Br1Jsilei.ro,
4 3 Marcim Francisco,
cit.
Jornal de viagens por diferentes vilas da Capitania de Sao
Paulo, Re11. Inst. HisJ, Geog. Bras,, NQ 45.
44 J, M. Esreves Pereira,
A Ind,ístria Portugue¡4 (Séculos XII a XIX), con uni
introducción sobre las corporaciones de obreros en PortUgal, Lisboa, 1900.
45 Joiio Lúcio
de Azevedo: Organiz11,iio económica, cit. Alberto Sampaio,
esrudio sobre las villas del norte de Porrugal, cscri bió: "Más interesante es la termiennolo- su
gía. agrícola-índumial de los olivares, que presenra la singularidad de ser en parte lacina
y en parte árabe: óliveira, oliva, olivedo penenecn a la primera; aceite, aceituna, a
segunda { .. J ". Estudos histó1icos e econt;m icos, cit. la
46 Joao Lúcio de A.zevedo, Organiza,áo económica, cit.
47 Joiio lúcio de Azevedo, loe. cit.
-l6 AJexandre Herculano, HistóriR de Porsugal, cit.
4& Alberto Sampaio, Estudor, cit.
50 Alberto Sampaío, Estudos, cit.
51 Alberco Sampaio, Estudos, cit.
52 Marcim Francisco, Jornal de Viagenr, cit.
¡¡3 Alberto Sampaio, Ertwios, cit.
54 Nicolás J. Debbané, Au Brésil; l'inflt1ence arabe J,ins
/.,¡ fo,mation
la littérasure el la civilizlllion d11 peuple b,ésilien, El Caito, 1911. Es oportunohistorique,
recordar
aquí las localizaciones de individuos de origen morisco observadas en Sao Paulo por
Martim Francisco.
~ 5 En la segunda edición de Evoluráo do povo brasíleiro destaca
el ilustre sociólogo
que esta tesis la presentó "como pura hipátesis, como suposición menunente conje•
cural". Y agrega: "Debo confesar, sin embargo, que uo estudio más profundo de los
probkmas raciales y el creciente contacto en que entré coo las grandes fuentes de ela-
boración científica en este dominio, renovaron profund3..lllente mis ideas sobre
otros problemas de Etnología y de Ancroposociología" ( EvoJ11¡áo do povo br,isileiro,este Pre-
y
facio, 2da. edición, Sao Paulo, 193 3).
5G Joao Lúcio de Azevedo, 01'ganizafáo ecoruimica, cit.
~7 "La Casa de los 24 -dice J. de Oliveira Simoes en un
estudio sobre A evo-
111,ao dt1 i,1dú1tri" po,s11guesa-, con su juez de pueblo, escribano y almotacén, junta
forme.da por delegados de los oficios mecánicos que funcionaba en las principales
ciudades, muestra la importancia social que adquiría, en la vida de la nación,
del pueblo" (No111s sobre Por1ugat, cit.). Véanse también sobre este tema losel trabajos trabajo
de Joao Lúcío de Azevedo, 0-rganiza,ao eco11<i111ica, cit.; J. M. Esteves Pen:ira, A in-
256
dústrnJ portuguesa, cit.; Paulo Merca, "Organ.iza~io social e adminiscra~ao pública",
en His1ória de Portug11l.
68 Alfredo Ellis Júnior, R.ar11 de gigantes ( A tiviUuráo no pún11/10 pauli!tt1,
cit).
69 Véase su Popul11rüe1 meridionais do Brasil, Sáo Paulo, 1933. También
Br,o-
l11;áo do povo brtnileiro, Sao Paulo, 1933.
60 Debbané, loe. cit.
8l "One of the gceatesr complimems that can be paid a lady is to tell her
tha1
she is becoming daily fane.c and more beautiful", Dotó Gardoer (George Gardner,
Travel! in the In:erio, or Brml, Prin,ipalt, Through th, No,tbem Pr011ince1, Lon-
dres, 1846) .
8 2 Richard F. Burton, Explorations of the Highhmdr of the B,IIZ;z, Londres,
1869.
68 "ltinerário de lisboa e Viana do Minho, etc., "apud I..eitc de Vasconcelos,
Bm,,i,01 F.lnogriíficos, lisboa, 1910.
84 Informa también que cuando las señoras del siglo XVll salían, lo
hadan
dentro de redes sobre las cuales se lan2aba un tapiz o enclaustradas en palanquines.
Vestidos costosos y muchas joyas, aunque algunas falsas. "Breve discurso sobre o estado
das Quatro Capitanias Conquistadas, de Pernambuco, lt$1Daracá, Piráhybá y Rio Grande,
Situadas en la pam, septentrional do Brasil", trad. del holandés, de manuscrito existente
en el Archivo de la Haya y publicado en la R.e11. Jo lns:. Arq. His1. Geog. Pero., o9 34.
6~ Araújo Viana, en su estudio "Das Anes Plásticas no Brasil en gecal
e Da
cidade do Rio de Janeiro em particular" ( Rev. Inst. H¡st. G,og. Br.u.), destaca entre
las reminiscencias moriscas en nuestras casas-grandes los "balcones" y las "barras de
azulejos en los zaguanes y comedores". José Mariano ("A R.aroes da Arquitetura Bra-
sileira", O Jorn,ú, Rio) escribe sobre la arquiteetura doméstica brasileña: "El exceso
da la luminosidad ambiente fue inteligentemente corregido por l.s grandes cortinas
de pared, los barandales amplios (varandas de Pernambuco) especialmente destinados a
proteger las piezas de la habitación contra los rigores de la insolación directa; las
venecianas de resguardo (celosías), los balcones y moucha,tlbi,bs moriscos", Débese
destacar otro ra,go de la cultura mora aprovechado por el sentido común del portugués
en la colonización del Brasil tropical: las calles estrechas, que desgraciadamente esdn
siendo todas substi1uidas por avenidas y calles anchas.
66 Alberro Sampaio, Bs1uáos, cit.
67 Estanco Louro, O Livro de AlporteJ - Monogrll/ia d, tlf114 fr1g11esú NH4l,
Lisboa, 1929.
68 Estanco Louro, O Livro de A/,porJeJ, cit.
69 Soror Violante do Céu, "Parnaso de divinos e humanos versos", Lisboa,
1733,
apud Leite de Vasconcelos, Bnsaios etnográfi,os, cit.
70 Del folklore portugués. En el Brasil, cuando llueve ea la noche de Sa.n
Juan,
se dice, sin el menor respeto por el Santo Niño, que es el meado. H&$1a del venerado
San Pablo se dice, cuando llueve en su noche, que es meado.
11 Mado Sáa, A invasáo do, iudeos, Lisboa, 1924.
12. Max Weber, GeneraJ Econo,n¡c HisJn,y, trad., New York.
73 Vamhagen, His10,i11 geral do Brasil, cit.
H Chamberlain, The Fo11nd111ion1 of the Nineteentb Cenl#H1, cic.
75 Joao Lúcio de Azevedo, Hhtori11 d~s cristao1-n01101 por1ug111,es, Lisboa,
1922.
76 Joáo lúcio de Azevedo, Hist6ru dor cris111Cs-n011os, cit
77 Joáo Lúcio de A.zevcdo, Hi,:ória dor e,¡s:1101-1101101, cit., Mário Sáa, op. eit.
78 Abadc de La Caille, Journal histoNque du 11oy,.ge /ail 1111 Cap de Bonne
Es•
pérance, pág. 211, Paris, 1763. Sobre la man/a de los antc<>jos o "quevedos" en Portu•
gal, en los siglos XVI, XVII y XVIII, léase Júlio Danw, Pig11,.u de Om,m , de Hoie,
Lisboa, 1914. Recuerda el autor los dos rasgos que Monresquieu destacó en los portu-
gueses: los anteojos y los bigotes (les luaenes ec { ... ] la moustache). Montesquieu
dio al abuso de los anteojos en Portugal la misma iaterpretaci6n que La Caille en el
Brasil. No nos olvidamos del hecho de que, allá como aqui, al parecer, casi codos los
docmres, en Medicina por lo menos, eran judíos. El autor de V oyt1ge de M,1rseille ¡¡ Lim11
uns
et les au/res Indes Oeciáentales, París, l 720, dice en la página 132 que la ciudad
de Salvador estaba llena de judlos. Igual observación hace Prézier. Este cuenta que \lD
vicario huyó de Bahía a Holanda después de largos años de falsa devoción católica, sa-
biéndose luego que era muy buen judlo. Ril,,tion d11 11oy11ge de u Me, du S#d 1#11'
Cóte1J du Chily et Ju PérotJ, pág. 276, París, 1716.
2.57
79 Serían también, en gran númer
o, judíos
breo o abogados que, desde el siglo XVI, comen disfrazados u hombres de origen he•
con sus anteojos, sus enrc:dos y su parasitismo. Dezaron a emigrar del reino a las colonias
tas y tramposos en el siglo XVI, escribió un contem la ciudad de Goa, invadida por 11gioris-
rece más académica de litigantes que escuela de poráneo: "Y la ciudad de Ge& pa-
Paris, 1746) . Del reino escribía un observador armas" (Ferdinand Denis, Le PorlMgal,
gados es notoria y su utilidad muy equívoca" (Osdel siglo XVIII : "La multitud de abo-
Lisboa, l814) . Jr,,áes /Mlg,,áos no Tri.bMn.J da Roziio,
80 Joáo Lúcio de Azevedo, Histó
m dos cristaos-no11os, cit.
81 J. García Mercada!, Espaiia visJa
por los estranjeros, cit.
82 Mercada!, Espaiia vista por los
estranferos, cit.
83 Mercada!, Espt:1.iia vista por los
estranjeros, cit.
84 Joáo Lúcio de Azevedo, Orgt:1.
nizariio Económica, cit. Véa!;e también E/)oCll
Port11gal económico, Lisboa, 1929, por el mismo s Je
autor.
8:1 Joáo Lúdo de Azevedo, Epoca1
áe Port11g11l económico, cit. Impugn&ndo la idea,
expuesta en el presente estudio y en escritos poster
tugués, en el Brasil, a pesar de su desape iores del autor, según la cual el por•
de la i,gricultura moderna en los trópicos, goel por la tiena, fue uno de los fundadores
Sr. Sérgio Buarque de Holanda escribe:
"No faltan indicios de que la actividad de
antes de la colonización del Brasil, se asociólosa portugueses en a.si todas las épocas, Y ya
agricultura y a las artes mecánicas" ("Panlusism la mercancía y a la milicia más que a la
páginas 74-75. o", Cobra de Vklro, Sao Paulo, 1944,
La ,generalización es aceptable y en el presen
aspectos del desarrollo portugués que parece te ensayo, desde 1933, se presentan
ser opuestas al exceso, del que no puede sernacusad favorecerla. Pero serias restricciones deben
de considerar al portugués como un pueblo sin o el Sr. Sérgio Buarque de Holanda,
pasado agrario o como "raza" biológica-
mente incapaz del esfucn.o agrícola o enemiga
la formación portuguesa que insisten en el predode la labranza. Los propios escudiosos de
la agricultura y las arres mecánicas, como Albec minio de la mere&ncía y la milicia sobre
to
que Portugal haya tenido "una raza eminenteme Sampaio y León Poinsard, no niegan
sociais, Lisboa, 1923, I, Pág. 535) y centros de nte agricultora (Eltudos 1eonomico1 #
sard, Le Por1ugal inconnu, Pads, 1910, 1, pág. "une vaste exploitatlon agricole" (Poin -
los monasterios, como lo muestran Poinsard y el 25). Esos ouos fueron, principahnente,
no Tribunal da Raziio, Lisboa, 1814. anónimo que escribió 01 P,,,áes ¡,,lg,,d,os
fu cieno que el Brasil fue colonizado por un
agricultura y atraído por otros intereses, p~ro pueblo portugués ya aparrado de la
la agricultura. De ahí que ese pueblo haya concu no por eso despojado de aptitudes para
rrido, es verdad que a través de escla-
vos, a fundar la agricultura moderna en los
europeos. fu innegable que, valiéndose del trabaj trópicos, anticipándose en esto a ocros
fuerzo en la orga11ización de una economía agrario esclavo, desarrollaron un notable es-
sgriculrura de la caña y de la fabricación de a en el Brasil. Debido al éx.ico de la
Egercon con~ídera al Brasil "example of genuinazúcar en el Brasil por los porrugueses,
Ellis, An Jmrodue1ion to the Histo,·1 of Sugar e colonization", cit., por Ellen Deborah
Sobre este tema véanse también: L. Capitan11.Se Commodity, Filadelfia, 1905, pág. 61.
t:111an1 et 4pres Colom, Paris, 1930; P. l.eroy-Beaul Henri Lorin, ú TravlliJ en Amériq11e
moderne1, Paris, 1891; Luís Amaral, His1ári4 ieu, De la Colonisation chez les pe11pler
1939; Lemos Brico, Pon101 de partid" para a geral J., 11gricultura brasileira, Sao Paulo,
His1ó m füonomica áo Br11sil, Sao Paulo,
1939; J. F. Normano, Brnil , " SludJ of Econo
Almeida Prado, Primeiros po-vo,,áores Jo mic T1Pe11 Chapel Hill, 193:>; J. F. de
Brasil, Sao Paulo, 1939.
No debe olvidarse el hecho de que el portugués
dores de la moderna agriculrura en los trópicos se convirtió en uno de los funda-
y valores craídos de Europa con métodos y
por medio de combinaciones de métodos
por el agricultor portugués en el Brasil ilustra valores indígenas. La adopción de la coiv4fa
todos no fue siempre exitosa. Debemos recordarhasta qué pumo esa combinación de mé-
antes de su contacto con América, se entregaba una vez más que aunque el portugués,
uó la devastación de bosques por el fuego a la devastación de monees, aquí encon-
mente. Método que adoptó. Sobre este aspectoque los indígenas practicaban sistemática•
de O. F. Cook, Milp11 Agriculture, A Primi1 del asunto véase el estudio especializado
for 1919) , WashinAton, 1921. Léase también ive Tropical S'jstem (Sroithsooian Repo n
cuu,m,t Production jn the Troph s, Cambridge,H.1927. Martin Leake, Lmd Tenure and Agri-
258
Pero este asumo, o sea la aptitud del porcugués para la colonizac ión agrícola, fue en
por Carlos Malheiros
1916 objeto de una investigación promovida en Río de Janeiro lmente, de saber si
Días, entre aurorizados brasileños y portugueses. Se trataba, principa de actividad, resiscen•
el colonizador portugués se había presentado "con las cualidades ión agrícola y pobla-
cia física y proliferización esenciales a una misión de colonizac s Alves, Pandiá Ca-
miento". Respondieron que sí, entre ocros, el Consejero Rodrigue éste acentuado, con
lógeras, Miguel Calmon, Eduardo Cotrim y Olivcira Lima, habiendo
cualidades del
su aucoridad de historiador-sociólogo, que la demostración de aquellas
la luz de toda nuestra
colonizador portugués "está hecha, pues, cuando fuese preciso, a por el pueblo porcu-
historia de penetración territorial y conquista pacífica emprendida de Holanda, re-
gués [ ... ] ". El punto de visea que hoy defünde d Sr. Sérgio Buarque ción agrícola, hubo
lativo a la poca o ninguna apcicud del portugués para la colonizare de Albuquetque,
entonces quien lo manifestara con oicidez y hasca énfasis: Alexand , los portugueses, so-
portugués. Dice él: "Ni Portugal es un país agrícola, ni nosotrosnos gusta la aventura,
mos un pueblo de agriculto res { ... )". ""No nos gusta la tierra,
descanso para la
como si Portugal fuese apenas una estación de tránsito, un simpleglorias que a nues-
raza. Nuestro patriotis mo se manifies ta más en el amor a nuestras
hace tiempo des-
tro paisaje". Y esbozando la interpretación ecnocéntrica del asumo histórica de nuestra raza
arrollada entre nosotros por el Sr. Sérgio Millet: "La misión
una misión sedentar ia, fue la misión nómada de un pueblo,
oo fue una misión agrír.ola, de los portugueses en el
fusión y resumen de pueblos nómadas•·. La actividad agrícola rios agrko!as, son señores
Brasil es explicada así: "Los pottuguescs, cuando son propieta esclavos y los ingenios,
de ingenios y esclavos, explotan conjuntamente la tierra, los o portuguesa e o seu
pero sin amor ni cariño" (Joaquim da Silva Rocha, "A imigra,a Río, 1918, II, págs.
romo a cerra ou ao comércio", Históri11 da Colonizarii.o do Br,uit,
297-305 ). portugueses en
Para fines comparativos, léase acerca de las actividades de colonos
hasta óptimos labrado•
otras partes de América, donde se han destacado como buenos yitie1, New York, 1923,
res y horricultores, a Donald R. Taf1, Two Por1ug11ese Comm1mWilliam Carlson Smith,
y E. A. Ross, The 0/.d World in 1he New, New York, 1914. destaca valiosas contri-
Americans in 1he Making, New York-Londres, 1934. E. A. Ross en los Estados Unidos:
buciones portuguesas al ¡x:rfeccionamiento de la técnica agrícola bctween ú1e rows
"Thc Ponuguese raise vegecab!es in chcir walnuc grove5, grow currants know how to prevenc
of trees in thc orchard, and beans between thc currant row. They
betwecn opposite
the splirting of their laden fruim~s by inducing a living brace to growinclosed in papee"
branches. The black-becde prvblcm rhey salve by plaming comaro slips fueron agricultores
(The Oíd World in 1he New, págs. 202-203 ). Sábese también que
portugueses los que introdujeron el cultivo del tabaco en de el norte de los Estados Unidos,
mostrando que ese cultivo era posible en condiciones Jr., "Ponugu suelo y clima consideradas
ese Americans.. , en
totalmente adversas al tabaco (Urban Tigner Holmes
Our Racial and National Minoritie1, organizado por Francis J. Brown Hiram Bingham,
y Joseph Slabey
Roucek, New York, 1937, pág. 401). Sobre este tema véanse también Hi-Jlorical AsJociation
''The Contribution of Portugal", A,mual Rcpo,t o/ ihe American Country", New
(1919), Washington, 1911, y E. P. Peck, "An Jmmigrnnt sParming hechos presemados en
l!ngland Magazine, vol. XXI, octubre, 1904. Por las evidencia y que bajo condiciones
estos y otros trabajos por estudiosos obji:rivos df-1 asuoto, se ve colonos agrícolas, es-
sociales favorables los portugueses se han dcsracado como buenos
pccialmc·me como horticultores.
SG J. M. Esteves Pereira, A i11dú,tria portugue
ra, cit.
87 01 frade1 julgado1 no Tdbuna l da Razilo, obra
póstuma de Fr. -? , Doctor Co-
oimbrense, Lisboa, 1814.
88 Os f,ade1 julgados, ele., cir.
tipo de por-
Nótes~ además, con respecco a la vocación del ponu.i,,ués, o de cierto lisbo;i. llegó a ser
rugués, para la agricultura, ~sr,ecialmentc para la hottkult ura, que de aclimaración, el
en el siglo XVI lo que Ramalho Ortigiio llama "el primer jardíndel té, del café, del
primer jardín zoológico [ .. } de Europa, por la introducciónde Ceilán, del clavo de
azúcar, del algodón, de 1~ pimienta, del gengibre, de la canela bálsamo de Achem, dd
las Molucas, del sándalo de Timor, de las tecas de Cochim, del em Pom,gal, Lisboa, 1896,
palo de Solor, dd añil de Cambaia ( .. ]"' (O tullo da afie
págs. 98-99). Véase también sobre este tema nuestro O mundo que o porlugués &rWM.
mence la excelente introduc ción que escribió para el mismo el pen-
Rio, 1940, principal
259
sador y economista Antonio Sérgio, quien discute
producción agrícola en Portugal con respecto a "la el problema de las deficiencias de
{pág. 23) y las condiciones de pobreza constit excesiva sequedad de nuestro escila"
sus colaboradores, en el emidio ··1t.. Situacáo económucional que, según .Azevedo Gomes y
11isJ11 do CenJro de l!.m,dos Económicos do Insútu ica da agricultura portuguesa.", Re-
to Nacional de Es11uUslic11, N9 l, Lisboa,
"aract erizan en grandes zonas al suelo agrícola
a escribir del Portugal de la primer a fase que, portugués". J. M. Esteves Pereira llega
"gracias a los moros y a los religiosos",
esto es, debido a obras de irrigación y otros cuidad
punto aquellas deficiencias, "la agricultura, su princip os técnicos que corregían hasta cierto
llada que en otros países más al norte" (L, indust al industria, estaba más desarro-
Lisboa, 1900) . ria po,s,1gue111 - Siglos XII ,,¡ XIX,
No debe olvidarse, como afirmación de la capaci
de portugués, para la agricultura, especialmente para dad del portugués, o de cierro tipo
la natural y clásica" de la explotación agrícola portug la horticultura, la llamad2. "fórmu -
el c,,sal o huerta ( pequeño cuhivo ) y la lavoura uesa, que es la q11int11 situada entre
tada, según los técnicos, a las condiciones de
( gran cultivo) y especial menee adap-
mente, casi siempre une, dentro de sus muros un clima irregular y seco. Característica•
o cercas, pomares, cultivos de cer~e s y
forrajes y un jardín alrededor de las habitac
tiene cultivos aprovechables, haciendo que la iones. J2.rdín que, además de decorativo,
vieja institución lusitana sea., como nin-
guna otra del mismo género encontrada en otros
de exploración", u obra, al mismo tiempo, ..de países, "simultáneamente de recreo y
Sertório do Monte Pereira en su excelente página arte y técnica agrícola", como sugiere
du~áo agrícola" (portuguesa) en No1111 ;obre Port11g sobre la qu;nta en el estudio "A pro-
En el Brasil la qu;nJa manÍÍC$tÓ desde el inicio de 11/, Lisboa, 1908, Vol. I, pág. 133.
su muy lusitano poder de adaptación, conservando la colonización portuguesa del país,
1#ios, las chácuu y, en algunos casos, los sembra sus características esenciales, en los
dos junco a las casas-grandes de los in-
genios o ancilares de <'Se tipo feudal-tropical de explota
Onávi o Tarqü lno de Sousa y Sérgio Buarq de ción.
Rio, 1945, parecen concordar plenamente conueesta Holanda, en su Hfaóri a do Br11sil,
colonización agrícola del Brasil, ofrecida en este ensayo interpretación de los hechos de !a
Hi11óru el capítulo •·0esarrollo Economico", Secció desde 1933. (Véase en la misma
la Agricultura", especia!mt>nte páginas 139-1 43). n 1, La Vida Rural: Desarrollo de
trabajo extraordinario, también se muestra de acuerd Y el Sr. Caio Prado Júnior , en un
raccerización de los hechos de la formación agraria o con nuestra incerpreración y ca·
que en la colonización porruguc:sa del Brasil de América portuguesa, al destacar
piedad de monocultivo crabajado por (?Sdavos"el yelemento fundamental fue "la gran pro-
de la colonia esta solución a la colonización porcug que, "dando la organ iución económica
las circunstancias en que se procesó y sufrió las conting uesa, fue estrictamente llevada por
junto de condiciones internas y externas que acomp encias fatales creadas por el con-
ella ( .. J". Pues "la gran propiedad monoc añaban la obra aquí realiza.da por
se combinan, complementan y derivan directaultora mente
y el trabajo esclavo son formas que
Br111il contemportineo, Colonia • Sao Paulo, 1942) de aquellos factores" (Porm11,áo do
nosotros honrosa, de la idea que esbou mos en este. Y aun en una confirmación, par&
de! complejo casa-grande y senza!a, el del sisrem ensayo desde 1933, bajo la forma
a
monocultivo y trabajo esclavo, "estos tres elemen patriarcal agrario, esto es, latifundio,
la gran exploración rural, esto es, la reunión, en tos se conjugan en un sistema típico,
número de individuos. Esto es lo que constituye una misma unidad productora, de gran
agraria brasileña". Ese sist('ma típico es el que, la célula fundamental de la economía
centro social organizado del Brasil agrario y hasra desde 1933, nos parece haber sido el
influencias, del pastoril y del urbano, en una afirmacierro punto, por transferencia de
de que el portugués reveló aquí, bajo la presión ción, irrecusable a nuestro juicio,
trabajo rutinario junto con la propensión a la de las circunstancias, capacid2.d para el
actividad expansionisra e imperialista. aventura, característica principal de su
En erudita publicación de la Cámara de Reajuste
cienda, titulada Re41,m11menlo económico dos agricu Económico del Ministerio de Ha-
las anceríores, más que simple informe burocrático,lso,es, Rio de Janeiro, 1945, y, como
ginas cualidades de síntesis sociológica de nuestr pues adquiere en sus mejores pá-
cial, se puede leer lo siguience: "Si los elementos a historia o situación económica o so-
del Brasil colonial son, como concluye Prado Júnior constitutivos de la organización agraria
y el trabajo esclavo, las deudas fueron resulta
, la gran propiedad, el monocultivo
dejar de reconocer por un instante la imponntes de esos tres elementos" ( pág. 3). Sin
zncia de los estudios del Sr. Caio Prado
260
Júnior sobre nuestra formaci6n econ6mica, no podemos, por otra parte, dejar sin te•
paro la afirmaci6n oficial, pues la hip6tl'$is de que la organi2a.ción agraria en el Brasil
colonial se apoyó sobre la gran propiedad o el latifundio, el monocultivo y el trab-.i.io es-
clavo está presente en este trabajo, donde fue desarrollada sistemáticaroente bajo criterio
socio16gico, tal vez por primera vez entre nosotros, deJde 19.B. Lon-
89 William Beckford, Excunion Jo the Mo,usteries o/ Batalha a1id Alcohac11,
dres, 183,. Véase también su lla/.,y with Sketche1 from Sptlin anJ Portugal, Lond1es,
1834.
90 R.amalho Orcigiio, As Pa,P11s, Lisboa. Varios fisiólogos modernos, como
Mac
Collum, Simmonds, Benedict, McCarrison McCay, Nitti, Chriccon.Browne, vinculan la
prosperidad de los pueblos y su eficiencia al consumo de alimentos proteínicos, principal-
mente de carne y leche. Las estadísticas de Roberts para el Ministerio de Agricultura do
los Estados Unidos parecen indicar esa relación. El consumo de carne seda mayor en
los países de gente más eficiente y próspera: en la fecha en que se prepararon esas
estadísticas, Australia (262 lb.), Estados Unidos (150), loglaterra e Irlanda (122),
.Alemania (99), Francia ( 80), Suecia y Noruega ( 62). (Annual Productíon of Animals
for Food and .Per Capita Consumptioo of Mcat i11 che United Staces", U. S. Deparunent
of Agriculture, 1905, apud, Rui Coutinho, V11lor Soci,,t "4 Alimentafáo, Sao Paulo, 1935.
111 Alexandre Herculano, Opúsculos, cit.
92 Estrabao, apud Alberto Sampaio, E1tuJos, cit.
98 Alberto Sampaio, Es1uJ01, cic.
94 Alberto Sampaio, Estuác/J, cit.
&~ León Poinsard,u Portugal inconnu, Paris, 1910.
118 Pompeyo Gener, "Herejías", Barcelona, 1888, apud Fidelino de Figueiredo,
CrlJiu Jo Bxllio, Lisboa, 1930.
97 Buckle, op. cit. Mercadlll, España vista por los estraniero1, cit.
118 Las cartas de Clenardo fueron admirablemente traducidas por el Cardenal Gon-
~alves Cerejeira y publicadas en su libro O Humanismo em Pa,111gal • Clenardo, cit.
99 Mercada), España tJista por los est,11,,ieros, cit.
100 Mercada!, E1pa,ia 1Jist11 po, los estranieros, cit.
101 Dampier, Vo}'ages, cit.
102 León Poinsard, Le Portugal inconnu, cit.
103 A. C.OSta Lobo, "A históría da sociedade em Portugal no século XV", cit.
Al•
berto Sampaio, Estudos, cit. Oliveira Martins, Hutória de Po,111g,tl, cit. Joao Lúcio de
Azevedo, Epoca, Je POt'lllgal economico, cit.
l<M Véase Antonio Sérgio, Antología áos economistas portugueser, Lisboa,
1924.
10~ Fidelino de Figueiredo Criti,11 do exilio, cit.
108 Los negros en el Brasil no fueron tan pasivos. Al contrario, más eficiences,
por estar m~ adelantados en culrura, en su resistencia a la explotación de los señores
blancos, que los indios. "Los negros lucharon" --escribe Amoiildo Pereira a propó-
sito de la tesis de Oliveira Viana según la cual no hubo lucha de dascs en el Brasil.
Para .A. Pereira hubo encre nosotros "auténtica lucha de clases que llenó siglos de nuestra
historia y tuvo su episodio culminante de he,oísmo y grandeza en la organización de la
República de los Palmares, teniendo al frente a la figura épica de Zumbi, nuestro Spar-
t2cus ncgm" ( Astrojildo Pereira, Sociologi,, ou Apologética?, cit.).
107 Varnhagen, Histórú gerol do Brasil, cit. Varnhagen es siempre de un
simplis-
mo infantil cuando deja la investigación histórica fura por la filosofía de la Historia.
108 Joao Lúcio de Azevedo, Epocas Je Porlug,s economico, cit.
109 Política que también se reveló eo la jurisprudencia, al impedí r la ejecuci6n
de
señores de ingenio, que adquirían así una situación excepcional como deudores ( Gil berro
Fceyre, "A agricuh:ura de cana e a indústria do a~ucar'', ÜtJro do Nordeste, cit.), Entre
otros documentos, algunos ya divulgados, desi.ca la situación privilegiada del señor del
ingenio la "provisáo do Exmo. Sr. Marquez de Ang. V. Rey e Capiciio General de mar
e cerra deste Estado do Brasil, pa~ada a favor dos moradores desta Capitanía de Per•
nambuco par nao serem executados nas suas fabricas como della largamente consta" y la
"provisiio de S. Magde. que Deos ge. a favor dos Senhores de Engenho e lavradores"
(CJ,141 Rlgus, Decrllos e Prot1i1óes, 1711-1824, manuscritos, Biblioteca do Estado
de
Pernambuco).
llO Joáo Lúcio de· Azcvcdo, Bpocas Je Portugal econ6mico, cit.
111 Mercada!, Bsp11ñ• 11Í!lt1 por los eslranieros, cit.
lU Fernáo Cardim, Trotados de tem1 e gente do Br11síl, cit. pág. 316.
261
113 Pastoral de Dom Frei José Fialho, "Jada
a los diecí nueve días del mes de febrero de mil en Olinda, bajo nuestro sello y señal,
setecientos veincíséis". Manuscrito del
Archivo de la Catedral de Olinda, amablemente puesto
José do Carmo Baraca. a nuesua disposici6n por el Rev.
1 14 le Genril
de la Barbinais, Nouveau voyage auto11r du monde,
ll~ Tollenare, "Notas dominicais tomada cit. pág. 112.
s durante um
Brasil em 1816, 1817 e 1818" (parre rdativa a Pernam viagem em Portugal e no
francés inédito por Alfredo de Carval ho), Re11. lnst. Arqu.buco traducida del manuscrito
página 448. Hist. Geog. Pern., XI, N9 61,
11 6 J. da Silva Campos, "Tradir;oes baianas
, Rev. Imt. Geog. Hist., Bahia, N 9 56.
11 7 Max Radiguet, Sout•enirs de l'Amér ique
espagnole,
Otro aspecto de las iglesias del Brasil patriarcal comopág. 265, París, 1848.
fana es el que destaca el Sr. Sérgio D. T. de Macedo centros de convivencia pro-
sinhninh4J, Rio, 1944; en esos tiempos se reunía el en su interesante No lempo das
carioca (se refiere a las iglesias
de San Sebastián, en el Morro del Castillo, San Francis
y la ermita de Nuestra Señora de la O) "para rezar, ver co Xavier, San Benito, El Carmen
había sillas o bancos en el interior de las iglesias. Es las modas, mirar las damas. No
dos antiguos, que las señoras se agachaban o sentaba cierto, como muestran los graba-
las pit>tnas cruzadas a la mam:-ra orit>mal. En ese tiempo n sobre pequeñas alfombras, con
beatas hadan en la igltsia de periódico hablado, haciend en que no hab(a imprenta las
Recuerda el mismo autor las informaciones del historia o circular las noticias del día".
las beatas referían "las novedades de los casamientos, dor E. Taunay según las cuales
aquéllas, o las conjeruras de muene para éstos o aquéllod1: los recientes partos de éstas o
las mil cosas triviales de la vida". s, la descripción de las molesúas,
118 Luís Chaves, O Amor Portugués: O Namor
o, o caramento, a famWa, Lisboa,
1922.
119 Alberto Deodato, Senz4/as, Rio, 1919.
120 La Barl>inais, Nou11eau f/Oyage autour Ju
monde, cir., pág. 114.
121 No podemos hacernos una idea de lo
que
Chrisri en Porrugal durant e los siglos XVI y XVII. fueron las procesiones de Corpus
Panorama, Lisboa, vol. II, 1838, puede servir de ejemplo Una del siglo XV, descrita en O
tras se organizaba dentro de la iglesia: pendones, bandera. Primero, la procesión mien-
radores, diablos, santos, rabinos, apretándose, ponién s, bailarines, ap6stoles, empe-
das a los que se salían. Al frente, un grupo bailando dose en orden. Golpes con espa-
llevando la Tora. Después de coda esa s~riedad, la "juding a", danza jud.ía. El rabi
me serpiente de paño pintado snbre una armazón un payaso haciendo caretas. Una enor-
de palo y varios hombres debajo. He•
ireros, carpinteros, una danza de gitanos, ocra de moros.
en las manos castillos pequeños, como de juguete San Pedro. Albañiles portando
y caneando. Barqueros con una imagen de San Cristób
. Regateadoras y pescadoras danzando
des.do de zapateros. La Tentación, presentada por al. Pastores. Mnnos. San Juan re-
Jorge, protector dd ejército, s. caballo y aclamado, mujere s danzando por requiebros. San
en oposición a San Yago, protector de
los españoles. Abraham, Judirh. David. Baco sentado
desnuda. Nuesrra Señora en un burrito. El Niño Dios, sobre una pipa. Una Venus semi-
cercado de hombres malvados que fingían tirarse encima San Jorge. San Sebastián desnudo
alzadas. Himnos sacros. El Rey. Hidalgos. En fin, toda de él. Monjes. Monjas. Cruces
la vida portuguesa.
Despué$ de las conquistas, les agregaron danzas de indios
del reino. y negros a las procesiones
122 Es conocida la gran importancia de
ciertos Orixás, entre los Yoruba, como
dioses de la fecundidad agrícola. Véase sobre este asunto
koduet ion to Anth.-opology, Londres, sin fecha. Todaví Wilson D. Wallis , An In-
africanas, en el Brasil, se sienten las reminiscencias del a hoy en las fiestas de sectas
las cosechas abundantes asociado al sentimiento de arooc culto de la cierra, el regocijo por
bién reminiscencias del culto fálico (Elegba de los y fecundidad humana. Tam-
Yoruba) de los africanos.
123 Afonso de E. Taunay, Sob El-Rei Nosso
Senhor • Aspecto da Vid11 Se1ecentis1a
Brasileira, Sobresudo em Sáo Paulo, Sáo Paulo, 1923.
Ya en el segundo reinado, el francés lavollé e asisti6
R(o. Según ese observador europeo, cuyas impresiones a un miércoles de ceniza en
D. T. de Macedo en su No lempo das sinhazfoh4s, cit.,son resumidas por el Sr. Súgio
desfilaban en las noches por las calles de la ciudad, dice que "grandes procesiones
ciantes" cargando cirios encendidos, imágenes de santos, con "rodas las cofradías de nego-
de ángel, un regimiento de lloea. Las señoras, asomad un santo negro, niños vestidos
as a las venmoas de las calles por
262
donde pasaba la proce$1on, se presentaban "con sus mejores vestidos" transformando "la
religión en un espectáculo" ( pág. 112).
12 4 Afranio Pcixoto, Um4 mu/her como 4J outr41, Rio, 1927. Ya Sousa Viterbo,
en Arte1 e 4rtÍJl4J em Portugal ( Contribui(áo para a Hi1tória da1 A-rt,s e Indústriiu
Portuguesas), Lisboa, 1892, destacó el hecho de que las monjas portuguesas, no todas
amanees de reyes, hidalgos o eclesiásticos, algunas simples enamoradas de monjts o mu•
cha$ vcrd~eras novias de Nuestro Señor, "sacisfadan su índole casera entregándose a los
menesteres culinarios, consagrando su mejor afecto a los "pechos de Venus" y a los
"papos d'anjo".
125 Es inevirable aquí la cita de Freud, que ya estaba (ardando. Piensa él que se
deriv6 de la primiciva expresión de la líbido -la transmisión del semen por la boca,
como en el caso del p11ramoer:ium y de otras formas atrasadas de vida- el hecho de
que todavía hoy se observa en el amor humano reminiscencia de un antiguo proceso de
derivó de la primitiva expresión de la libido -la transmisión del semen por la boca,
En el Brasil, el uso del verbo "comer" es característico bajo ese punto de visea. Tam-
bién el U$0 de ~xpresiones como "comida··, "picéu'", "suco", "pirao", "uva'", etc. Según
el mismo criterio, creemos poder explicar el simbolismo sexual de los nombres de las
tortas y dulces po,tugueses y brasileños y las formas fálicas de algunos.
126 D. G. Dalgado, Lord Byron'1 Chi/Je Harold'1 Pilgrimage Jo Portugal, Lisboa,
1919.
12• R. Crcary, Brazíl Under Jhe Monarchy - A Record of Facls tn,d Observ111ionJ,
y Chronicas /4geana1, manuscritos en la Biblioteca del Congreso de Washington.
128 A. D. de Pascual, Ensaio Critico sobre o (•iagem ao Brasil em 1852 de Carlos
B. Mansfieúl, Rio de Janeiro, 1861. Las observaciones de Charles B. Mansfie!d vienen
en el libro Paraguay, 81az.il 11nd the Plate, Cambridge, 1856.
129 Alexandre Herculano, História da origem e establecímento áa Inquisifáo ern
Port11gal1 Lisboa, 1879.
130 Alexandre Herculano, op. cit.
1Sl "Viagem do Cardeal A!exandrino", en Alexandre Herculano, Opúsculos, cit.
132 Mercada!, B,paiia vista por los e1tr,mferos, cit.
18S A. Jousset, apud William Z. Ripley, The R11ces of P.11rope, a SodologicaJ
Study, dt.
is• El asunto fue estudiado por Ribbing (L'Hniene sexuelle et se1 conséque,1ces
morale1), quien reúne los siguientes datos estadísticos sobre la edad de! inicio de la mens-
truaci6n: Laponia, Suecia, 18 años; Cristiania, I 6 años, 9 meses y 25 días; Berlín, 15
años, 7 meses y 6 días; Pads, 15 años, 7 mesc-s, 18 días; Madeira, 14 años, 3 meses;
Sierra Leona y Egipto, 10 años. En las mujeres esquimales la menstruad6n comienza
a los 12 o 13 años. Mol! rec-gistra la información (de Jacobus X, Loir getiitales, París,
1906), de que entre las mujeres francesas de las Antillas la menstruación raramente
se verifica antes de los 14 años, mientras que entre las mujeres africanas de las mismas
isl3!, la menstruación comienza, como en Africa, a los 10 u 1 t años. Desta<:a Moll la
posibilidad de que la influencia del clima se ejerza acumulativamente en sucesivas gene-
Iaciones, no produciendo efecto completo despué$ de varias generaciones (Albert Moll,
The Sex"al Lije of the ChiL:l [trad.}, New York, 1924). En el Brasil no son las mis-
mas las edades en que se presenta la pubenad, variando de Amazonas a Río Grande
(Joaquim Morcira da Fonscca, Casame1110 e Eugeni11, ,Actas del ler. Congreso Brasileño
de Eugenesia, Río de Janeiro, 1929). En Portugal, la edad en que las niñas alcanzan la
pubertad está fijada por Dalgado en 14 años ( D. G. Dalgado, The C/i.male o/- Portu-
gal, cit). De acuerdo con los estudios, más recientes que los de Ribbing, de G. J. En-
gelman (Pirtt .Age o/ Men1tru111ion in the Norlh Ameri&an Continenl, T1ansaccion of
the American Gynecological Society, 1901), la edad de la menstruación vada con el
clima, de 12,9 años en los paises calientes a 16,5 en los fríos. Debe notarse que en ge-
nera! las niñas de las clases bajas alcanzan más temprano la pubertad que las de las
clases altas (Pitirim Sorokim, Contcmpo,11ry Sor:ial Theories, New York-Londres, 1928).
Sobre este asunto continúa realizando profundas investigaciones el médico brasileño
Nélson Chaves. Véase de él el estudio precursor "Aspectos da Fisiologia Hipotálamo-
Hipofisária - Incerprc:ta{ao da Precocidade Sexual no Nordeste", Neu,obiologia, romo
III, Nº 4, Redfe, 1940, el cual ha sido seguido por otros, hoy de renotnbre internacional.
1a:. Fray Caetano Brandáo, apud Luís Edmundo, O Rio de Janeiro 110 lempo dos
Vic,-Rns, Rio de Janciro, 1932.
263
1a& Antonio Joaquim de Melo, Biografus ( publicadas por orden del Gobernador
Barbosa Lima), Recite, 1943. El profesor Silva Melo de5t11ca la opinión de que el clínico
no debe de,predat de modo absoluto las sugestiones de la llamada "sabiduría popular"
con respecto a alimentos, enfermedades, etc.".
1ST Los casarnient0s consanguíneos fueron comunes en el Brasil, no sólo por mo-
tivos económicos fáciles de comprender en un régimen de economía particular, como
sociales, de exclusivismo aristocrático. Sobre las aristocracias rurales de Bahía, Sá 0li-
veira escribe que, conservándose individuos altos, revelaban sin embargo, en el con-
junto, "cierta degeneración física". Lo que atribuyó a las "uniones conyugales dentro
de esferas muy limitlldas, a fin de no introducir en la familia s8ngre que revele las
condiciones de ex-esclavo" (J. B. de Sá 0liveira, Bvoluriio psiquic" doJ baianos, Babia,
1894), pero no indica cuáles sean los rasgos de degeneración. Los modernos estudios
de Genética, en vez de confirmar de modo absoluto la idea de Darwin, "Narure abhorres
perperoal self ferúlization·•, indican que los resultados del inbreeding, cuando son malos,
dependen más de la composición genética de los individuos que de alguna influencia per-
niciosa· inherente al proceso. East y Jonc:s, "Imbreeding and Out-breeding", apud Pict-
R.ivers, op. ril.
Confirmando con ejemplos concreto, lo que al respecto se dice en este ensayo, c:1
jue:z: Carlos Xavier Pais Barreto explica: "Cierto número de familias se cruzaban entre
sf constantemente. Esto sucedía", en Pernambuco, "a los Pais Barreto, Rego Barros, Ho-
landa, Cav11-lcanti, .Albuquerque, Lins, Wanderley, Pimentel y varios otros. Damos aqul,
por ej., el parenre,co entre Pais Barreto y .Amorim Salgado. Se ligilrOn varias veces a
tr..vés de Barros, Rego, Pimentel, Lins Accioli y Wanderley. Rosa Mauricea Wander-
ley y Francisca de Melo, hijas de María Melo, se casaron respectivamente con Criscóváo
País Barreto y Paulo de Amorim Salgado. Varios descendientes del viejo Paulo de Amo-
rim Salgado se cruuron con _los País Barreco. Queremos aquí hablar especHicamcnce
de la mezcla de la familia del coronel Paulo de Amorim Salgado con la del coronc:1
Manoel Xavier, abuelo del autor. Paulo de Amodm Salgado 3o., como Esr~vao Pais
Barreto, descendía de Miguel Fernandcs Távora y estaba casado con Francisca de Melo,
cuñada de Cristóvao País Barreto. Su nieto, José Barros Pimentel, descendiente, como·
Manoel Xavier, de .Antonio de Barros Pimentel, Arnau de Holanda, Crisr6váo luís, Bal•
tazar de Almeida Botelho y Joao Batista Accioli, se casó con Margarida Francisca, hija
de José Luís Pais de Melo. Paulo Salgado 5to. era primo de Manoel Xavier, ambos del
campo-maestre y José Luis. la sangre quedó más solidificada con la unión de Paulo Sal-
gado ~to. y de su hermano José Luís Salgado con Francisca Wanderley y María Flo-
rencia, hermanas de Manoel Xavier, y el de Paulo Salgado 6ro. con María Antonia, so-
brina de Manoel Xavier. la unión se estrechó aún más. El coronel Manoel Xavicr
se cas6 en segundas y terceras nupcias con sus sobrinas Margarira y Francisc11- Salgado,
hijas de P•ulo de Amorim Salgado :St0. El parenteSco aun fue renovado con el casa-
mien10 de María Rita Wanderley, hija del coronel Manoel Xavier, con Manoel de
Amorim Salgado, su cuñado e hijo de Paulo de Amorim. Así, pues, Manoel Xavier era
varias veces compadre de Paulo de .Amorím, de quien era primo, cuñado, dos veces
yerno y, además, suegro de Manoel Salgado, hijo de Paulo de Amorim Salgado :Sto.".
("Facos Rea.is ou Lend6rios Auibuídos a. Familia Barrero", R~irla áaI Ac4demias de
útras, Rio de Janeiro año VII, N 9 4:S, mayo-junio de 1943, págs. 13-14).
Del mismo uabajo son las informaciones, en páginas anteriores, de que: "Eran muy
frecuentes las uniones con parientes en cuarto grado civil, aun cuando la línea escaba
duplicada en el parentesco { ... }". "Eran primos Joáo Pais Barreco, :Sto. Morgado, y
María Maia de .Albuquerque; Joao País Barreto, 6to. Margado, y Manoela Luzia de
Melo; Estevio José País Barrero, 70 Morgado, y María Isabel Pais Barrero; Joáo Fran-
cisco País Barreto y Ondida Rosa Sá Barrero; Amonio ]anuario y Ana Delfina Pais
Baueto; Paulo de Amoriro Salgado :Seo. y Francisca Wanderley; Paulo de Amorim Sal-
gado 60 y Maria Antonia; Francisco Xavier y María Rita Wanderlcy ... ".
"wos aún más fuertes se dieron, no pocas veces, con enlaces de tío y sobrina. Entre
muchos otros, citaremos a Catarina de Albuquerque, hija de Filipe País Barrero, con
su do José de Sá Albuquecque. José Luís País de Melo 3o. se cas6 con C2Si todas las
hijas de sus hermanos [ ... ] ". "En el Brasil, antes del Código Civil, cuando e~taba
en vigor la ley 181, no había inconveniente para los casamientos entre tío y sobrina,
hoy permitidos por la _ley 3.200, del 19 de abril de 1941. Criterio conuario era el del
Papa Gregorio, quien estableció el impedimento hasta el 7o. grado ( ... ] ". El coronel
Manoel Xavier Pai.s Barreto, abuelo del autor, se casó sucesivamente con tres sobrinas.
264
Fue además de todos los otros Francisco de Paula Pais Barrero, marido de Cawina de
Mendon,;a Pais Barreco, bisnieta de su hermano Francisco País Barreto". Sobre estos
casamientos el juez Pais Barrero destaca el inconveniente habido en la gran diferencia se ha-
de edad: ''Mientras uno de !os novios se hallaba en etapa de crecimiento, el otro •
llaba en decadencia. ( Carlos Xavíer Pais Barreto, loe. cil., págs. 12-B). do-
En nuestras investigaciones de archivos familiares hemos encontrado numerosossiem-
cumentos relativo$ a la dispensa de impedimentos establecidos por la Iglesia. No
pre, sin embargo, esas dispensas eran obtenidas por las familias imporcances de !as
casas-gcandes.
De las frecuentes dispensas es típico el despacho del obispo de Pernambuco, del
22 de occubre de 1847, a la petición, también típica; de .André Días de .Araújo ylaFran- cual
cisca Joaquina de Jesw, "ligados en 2° y 3er. ~ o de consanguinidad", y en ma-
alegan motivos económicos para el matrimonio el de "or. or" poseer de "legítima
terna" la cantidad de 6: 678 S 616 y de que "por su padre poco o nada llegó a po- de-
seer [ ... } porque, poseyendo éste algunas propiedades de Ingenios, se encuentra y el de
biendo mayor cantidad que el valor de las mismas teniendo con or. or 9 hijos"
"or. or, si por si nada posee, sus padres poseen el valor de 80.000 S 000 en propiedade s
y otros bienes ( .. )". Por lo que "P P a V. Exa. Rma. pelas chagas de Jesus Cristo,
amor de Muia Santissima, para dispensar com elles no referido parentesco, impondo-
lhes saudaveis peniteodas". El despacho del obispo: "por esca Breve de 25 años dispen-
samos (conforme lo deducido), en los srados iguales de consaguineidad 2do. simple y
3ro. triplicado en que se hallaban ligados, para poder contraer matrimonio. El Reveren-
do Párroco les impondrá saludables penitencias. Palacio de la Soledad. No ejecute esta
Disperua el Revendo Párroco sin que antes sea pagado el Sello Nacional de diez mil
reís".
138 .A este respecto escribió Julio Belo una interesante comedia, en la que un
representante de cada una de las tres viej,s familias aparece en el esplendor del vicio
que la m1dici6n le atribuye. Es un trabajo del que apenas existe una edici6n particular,
en la Re11ist11 do Norte, de José Muía Caroeiro de .Albuquecque e Melo, Recife. Véase
también, de Julio Belo, Memónas de um Senho,- d.e Engenho, Rio, 1939.
1 3~ También ha habido mucho Wandetley vuelco loco por una
negra. De un señor
de ingenio en Serinhaém la uadici6n coruerva el dicho de que "sacerdote hindú y mu-
jer, sólo negros".
Otras familias tradicionales tienen nunbién sus caracterizaciones populares o folclo-
ricas. Caracterizaciones no siempre justas. De los Mendon~a Furtado se dice en elco) norce:
"No hay Mendon(a que no tenga Furtado". En la isla de Itamaracá (Pernambu de-
cían otrora los maliciosos :
11/a, ¿quién le f>Msigue?
¡Ho,mjgtU, pasos y tos Guedes!
265
cierto miembro de una de esas familias, agradado por
bleza. el pueblo lo bautizó como ''Bar6n de Chocolate". •Pedro II con uo. rírulo de no-
Con res~ a los apodos dados a seiíoces de casas-grandes
informa: "Francisco de Souza, suegro de Cararina Barrero, hija el juez Pais Barrero
cido por Francisco de las Mañas gracias a la diplomacia conque de Joao Pais, era cono-
Maria Soares Ma.ia era llamada la "tainha". A nuescro 89 traraba a ambas partes.
Rocha Barbosa, lo llamabao. "Pie de pato". Ya eran brasileñabuelo, Caballero Oemen te da
os Jerónimo de Albuquerque,
llamado "El tuerto•· por su defecto en la vista y también "Adán
26 hijos kgltimos, legitimados e ilegítimos. Antonio José de Pernarobucaoo·• por sus
de Filipe País Barreto y suegro de Joáo Pais Barreto, era Sá e Albuquerque, yerno
Crisróváo Barrero "fa,anhudo" en virtud de sus hechos apodado ''Ojo de vidrio" y
en la guerra de Mascates.
Francisco de Paulo Pais Barrero tenía el nombre que luego
bre de algunos hijos, "Patriara", derivado de la actuación de se constituyó en sobrenom-
demia de Paralso. Antonio Francisco Xavier Pais Barrero era su padre en la célebre Aca-
hermano, Dr. Joio Francisco País Barrero, "Yoyo de Barraca llamado "Mariúna" y su
parar barracas con abundantes comidas y bebidas en tiempo", por la costumbre de pre-
durante la vida de su hermano, el Consejero Pais Barrero. de elecciones, sobre todo
José
2do. abuelo del autor, era llamado "Coronel Caíú". Ota wnbién Luís Pais de Melo,
apodos de familia como el del Padre "Guayabo" (Crisróv el juez Pais Barreta
R.eais ou Leodários Atribuídos a Familia Barrero'', Revi1111áodll.!
do Rego Barros) en "Fatos
de Janeiro, año VII, N 9 45, págs. 16-17. En las antiguas Atdemi11s de Lewt1s, Rio
nosotros mismos conocemos a un Cavalcanti de Albuquerque, áreas patriarcales del Brasil
ralba, con el apodo de "Trombón", un Lima "Gordo señor del Ingenio de Pa•
", un Cristóvao "Hwnareda". Y
son de nuestros días Joáo "Belleza" y Briro "Pescado", fabrican
Algunos apodos fueron una especie de venganza del te de dulce de guayaba.
de casas-grandes o sobrados, inclusive de palacios de pueblo
gobiern
menudo contra los señores
s6rdida de riqueza o de importancia social, o cuya etnia o o, cuya base más o menos
hidalguía má.s o menos sos-
pechosa, o cuyas características físicas o personales más pintores
o irónicamente. Recordemos algunos de diversas épocas: "Borrac cas, eran apuntadas cruda
tado); "Onza" (Luís Vaía); "Seixas Bacalhau", "Buey oloroso ho" (Mendo n,a Fur-
ro); "Tío Pita" (Epitácio Pessoa); "Juan Pobre" (José Tomás" (A. P. Maciel Montei-
tra quien llegaron sus adversarios políticos a publicar un panfleto Nabuco de .Araújo, con-
titulado El }úan Pobre. José Tomás Nabuco era acusado de [Recife, 1844-1845)
nambuco casándose con una muchacha rica); "Maria Patraña haberse enriquecido en Per-
Paranh os), "Pedro Banana" (Dom Pedro 11), Ribeiro " (José Maria da Silva
Bezerra "Barriga", "Pico de Lacre" (Julio Prestes), "Chico"Carnorim", Mota "Cabezota",
Barros, pariente de su homónimo el Barón de Boa Vista Macho" (Francisco do Rcgo
políticos de constíruir, jumo con José do Rego Barros y yJosé acusado por sus adversarios
peligroso grupo de valentones, señores de ingenio violentos al María Pais Barreto, un
considerado hombre flaco), "Aragao Bengala" (Balta.sar de servicio del mismo Barón,
"multitud negra" -sugie re Joáo da Silva Campos en Tiempo Aragáo, llamado así por la
pág. 33- debido al "uso excesivo que hacía del bastón para antiguo, Bahia, 1942,
que según el mismo Silva Campos sería el mismo señor de castigar a los negros", y
gue la Bote" a que se refiere Pyrard de Lava!); "Pedro Cabra" casa-grande apodado "Man-
"Garganta de Plata" (J. de Aquino Fonseca); "Sirena Barbud (Paranhos Ferreir a);
"Culo de Terciopelo" (B. de Melo); "Antonio Bigotudo" a", ( Rodolfo Araújo );
"Fiera"¡ Sales ''Pavo''; Cámara "Cabrita"; Celso "Papa Ovo"; (A.. Souto Ma.ior); Barbos
"Repollo"; Pereira "Cáscara Gruesa"; "Brazo Fuerte" (Wuhin Santos "Marico"; Amorim
HO Del manuscrito de la NobiUt1rchi,s PMn11mb11tisna,
gron Luís).
un redactor d' O Sere de SeJembro, de Recife, Nº 34, Vol. I,de Borges de Fonseca, decía
la Biblioteca de San Benito de Olinda, "con hojas arrancad 1846, que se encoouaba en
mismo redactor no le satisfacían las evidencias hasta entonce as y otras substituidas". Al
gen noble de los Cavalcanti de Pernambuco; y a propósi s presentadas acerca del ori-
de ,José Mauricio Cavalcanü da Rocha Wandetley, escribíato: de alegatos en ese sentido
gún documento desenterrado de archivos iralianos, que pruebe"Hasra hoy nadie vio nin-
creerse". También a los Wanderleys se les pedía que probase esto de modo que pueda
familia de Holanda. Véase a este respecto Gilberto Freyre, "Iotcod n pertenecer a la hidalga
un Ct111alc11nli, Sao Paulo, 1940. u,ao" a Mem6rú,s de
14 1 Ya el Padre
Ló~ Gamas, escribiendo en 1846, decía: "A quántos almocre
nao renho comprado farinha, arroz, ieijáo, milho, e sabidas ves
primeira ordem! Vejo-os descal~os, de cam..iza, e celouras, as cantas sao uns fidalgos de
cabellos desgrenhados, pelle
266
rugosa e cor de viola vclha, tracto-os coro pouca cerimonia¡ e eis que me dizem que
sao fidalgos¡ porque sao Cavalcancis, e nao dos les, cuja nobreza é de enxertio; mas
9
dos 1ü, que sao limpos e claros como un clistcl!". (O Sete de Setembro, N 34, vol. I,
1845).
H2 Joaquín Nabuco, O Abolicionismo, cit.
143 Factores generales de degradación o renovación que también se han hecho
sentir en países europeos, ea el transcurso del siglo XIX y comienzos del XX, con la
ascensión social de las masas petroleras. Con respecto a los Estados Unidos escribe el
profesor Picirim Sorokin: "many familics of the old Americans are aiready extinct; part
sunk; pare are surrounded by the newcomers in the highest social strata. The rapidi cy
of the burning out of the lx:sc material has been grasped alrcady in a popular scarement
chat prominrnt American families rise and sink back within thrce generations" (Piti-
rim Sorikio, Social Mobilily, cit.).
H4 Este rasgo de arquitectura asiática, recogido por los portugueses en China y el
Japón, está adaptado al Brasil y es de los que mejor demostraron su genio plástico de
colonizadores y su talento de adaptación a los trópicos. Morales de los Ríos pretende que
la teja chino-japonesa recurvada en asa de paloma y otros valores de la arquitectura
oriental fueron introducidos entre nosotros "por los maestros lusitanos que practicaron
en las colonias asiáticas del R,:,ino" ( A Moral<'s de los Ríos, "Resumo Monográfico
da Evoluc;ao da Arquiterura do Brasil", Vvro de OMo Comemorativo do Centenário
da Independencia e da Ex{)oJiráo Internacional do Rio de Janeiro, Rio de Jaoeiro, 1934).
Por desgsacia, nos faltan pormenores sobre los maestros portugueses que edificaron las
primeras casas, fortalezas e iglesias en el Brasil. Se sabe apenas que uno de ellos, el
que acompañó a Tomé de Sousa al Brasil, ganó una fortuna.
1-15 El cuz-cuz es un plato que, en general, suponemos muy típico. Se trata de un
viejo plato patriarcal del norte de Africa. Según las palabras de Edmond Richardin,
"Piar primitif el lointain, piar patriarcal dom la saveur nomade réjouit la fantaisie du
voyageur que se souvient!" ( Edmond Richardin, La cuisine J,a,,raise du XIVi. au XVe.
siecle, Paris, 1913). En el Brasil fue el antiguo proceso norafricano aplicado a produc-
tos indígenas. Otra ilusión a deshacer: sobre la cabidela. No es un plato portugués,
mucho menos brasileño. Muy buen "quiru1e·• francés. Origen: Chiiteauroux.
H6 En Cullo dt1 Arte em Portugal, Lisboa, 1896, afirma Ramalho Ortigao que
los portugueses fueron los primeros que fabricaron e introdujeron el sombrero para el
sol en Europa. Lo que tal vez no sea exacro con relación a Italia. En cuanto a los pri-
meros aparatos de té, vasos de porcelana y cristal, caj¡¡s para pastillas y señales, recuér•
dese que fueron traídos junto con los primeros abanicos por los compañeros de Fernáo
Mendes Pinto, dando así los portugueses, según palabras de Octígáo, "a Roma y a
Florencia, a París y a Londres todos los principales atributos y los temas fundamentales
de todo el arte de la casa y de toda la elegancia femenina de la civilización moderna".
Sobre el abanico, la porcelana y el aparato para el té no parece haber dudas. Destaca
Ortigio el hecho de habene vuelto lisboa en el siglo XVI "el primer jardín de aclimata-
ción, el primer jardín zoológico y el primer mercado de Europa por la inrroducción •de
té, azúcar, algodón, pimienta, gengibre de Malabar, sándalo de Timor, tecas de Cochim,
de bálsamo de Achem, de madera de Solor, añil de Camboya, de la onza, el elefante, el
rinoceronte, el caballo árabe". Sobre la influencia general de las conquistas ultramari-
nas en la vida europea, particularmente la inglesa, véase los trabajos de Majes E. Gilles-
pie, The lnfl11ence o/ OfJeneas Expansion on England to 1700, New York, 1920, y
Jay Barret Bedsford, Eng/ish Society in the Eighteenth Century as lnfluenced Jrom
Overse11, New York, 1924. Véase también sobre este asunto Sousa Vitterbo. ArJ~ e ,,,..
listas em Por111gal, cit.
l-n Por intermedio o no de los portugueses, la moda inglesa del baño frío diario
vino de Oriente. Y no se generalizó en Inglaterra ames del siglo XVIII. Tunbién el uso
del sombrero para el sol o la lluvia no se generalizó en Inglaterra anees de fines del
siglo XVII ( Bedsford, Englhh Society in the Eighteenth Century, cit.).
H8 En artículo sobre este ensayo el Sr. Afonso Arinos de Melo Franco recuerda
que "RodQJfo García ya identificó claramente, en sus notas a la Hi1t6ria do Br11Sil, de
Fray Vicente do Salvador, este 'Mangue la Bote', como el célebre Capitán Mayor BaJ.
tasar de Aragao, quien murió bravamenre en el mar",
149 Agrega Pyrard sobre la organización feudal aristocrática de los seóores de in-
genio de la colonia portuguesa en América: "Il y a des Seigneurs qui y ont un grand
domaioe, eotr-autres force engins a sucre, que Je Roy d·Espagne lcur a donné en re-
267
compense de quelque service, et cela ese erige en tiue de quelque dignicé, mm.me Ba-
raonie, Corneé, etc. Et ces Seigneurs la donnenc des terres a ceux qui y veulenc aller
demeurer et plantee des cannes de sucre a la charge de les portee aux moulins aux engins
de Ce$ Seigneurs en leur payanc le prix·• (Voyage de Pran(oÍS Pyrard de Úl11al ,onlen,ml
111 navjgatío,i 11ux Indes Orieniales, MaUi11e1, Mol11gue1 et 1111 Brésil, etc., pág. 203, Pa-
ris, 1679.
150 Gabriel Soares de Sousa, "Tratado dcscritivo do Brasil em 1587", ed. de
F. A. Varnhagen, Revist11 do 1ml. Hist. Geog. 8r11S., vol. XIV, pág. 133, Río de Ja-
neiro, 1851.
1 51 Fernáo Cardim, Tra1dos da Temi e Gmle do Br11Sil, cit., pág. 329 y :B4-335.
En interesante estudio, "The Rise of the Brazilian Ariscocracy" (The Hispanic Ameri,11n
Historic11l Revjew, vol. XI, Nº 2), 1ecuerda Alan P. Manchester que mientras el per-
nambucano dormía en su cama de damasco carmesí, el paulisca dormía en hamaca,
con bienes que raramente excedían de 8.000 cruzados. Lo que dC$pués se invfrti6 con
la victoria del café sobre el azúcar.
1 52 Pero de .Magalhaes Gandavo, Hi1JóriA
u Provincia de S,1111,s Crui, 11 q11e v11l-
g11rmente chamamos Brasil, Rio de Janeiro, 1924; DiáJogoi das Grandeitts Jo Brasil, cit.
Véase rambién Perc,ira da Cosca, Origens Históricas ú lnd1<strill Aru,areÍf'A de Pernam-
buco, Recife, 1905. Recuerda este autor que desde 1559 hubo una orden real penni-
tiendo a cada señor de ingenio en el Brasil mandar venir hasta 120 esclavos del
Congo, que en 1584 había ya uoos diez mil esclavos africanos en Pernambuco, según
informaciones del Padre Anchieta.
268
IV
269
En el Brasil se conocen casos, no tan sólo de predilección, sino de ex-
clusivismo: hombres blancos que sólo se sienten atraídos por mujer negra.
De tal o cual joven perteneciente a importante familia rural de Pernambuco,
cuenta la tradición que fue imposible, a los padres, dilígenciarle casamien-
to con primas u otras jóvenes blancas de familia igualmente ilustre. Nada
quería saber sino de mulatitas. Otro caso nos refiere Raúl Dunlop, de un
joven de conocida familia esclavista del sur, que para excitarse ante la no-
via blanca, las primeras noches de casado, tuvo necesidad de llevar a la al-
coba la camisa húmeda de sudor, impregnada de catinga, de la esclava negra
que tenía por amante. Casos de exclusivismo o de fijaci6n, mórbidos desde
luego, pero a través de los cuales se proyecta la sombra del esclavo negro
sobre la vida sexual y familiar del brasileño.
No nos interesa, en el presente ensayo, sino de un modo indirecto, la
importancia del negro en la vida estética, y mucho menos en el progreso
económico del Brasil. Debemos, mientras tanto, recordar que fue formida-
ble. Mucho mayor, a nuestro modo de ver, que la del indígena. Mayor, en
cierto sentido, que la del portugués.
Idea extravagante para los medíos ortodoxos y oficiales del Brasil, aque-
lla de que el negro fuese superior al indígena, y hasta al portugués, en va-
rios aspectos de cultura material y moral. Superior en capacidad técnica y
artística. Empero, un libro de académico acogió, en páginas didácticas, la
primera tesis: la superioridad del negro sobre el indígena. Y dio al César
lo que era del César, reconociendo en el africano, importado aquí por el
colonizador portugués, una cultura superior a la del indígena: " ... se halla-
ban (los africanos) en una evolución social más adelantada que la de nues-
tros indios". 2 Es verdad que semejante temeridad del profesor Afranío
Peixoto, costóle severas críticas por parte de la Revista do Instituto His-
tórico e Geográphíco Brasileiro: "En efecto, nuestros aborígenes ---escribe
la citada publicaci ón- eran ya astrólatras, mientras los hijos del continente
negro aquí introducidos no habían ido aún más allá del fetichismo puro,
siendo algunos francamente dendólatras". Añadiendo, con soberano desdén
por la realidad: "Ni por los artefactos, ni por el cultivo de los vegetales, ni
por la domesticación de las especies zoológicas, ni por la constitución de la
familia o de las tribus, ni por los conocimientos astronómicos, ni por la
creación del lenguaje y de las leyendas, eran los negros superiores a nues-
tros selvícolas". Para rematar, con aire triunfal: "Y hasta en cuanto a la
separación de los poderes temporal y espiritual de su rudimentaria organi-
zación política, siquiera pueden los autóctonos del Brasil ser colocados en,
grado inferior a los hijos de la adusta tierra de Cam" 3
El estudio realizado entre las sociedades primitivas de América en torno
a los valores de cultura desigualmente acumulados en las diversas partes
del Continente -acumula ción que elevándose en semi<ivilizaciones en el
centro, se aplasta con una gran pobreza de relieve en la región de la selva
tropical para expandirse todavía más al ras del suelo en la Patagoni a-, deja
270
gran parte de la población indígena del Brasil en aquellas dos áreas menos
favorecidas. Sólo en las márgenes, como en Marajó, se comprueban expre-
siones más salientes de cultura. Consecuencia, naturalmente, de su contagio
con el centro de América.
El mapa de áreas de cultura de América organizado por Kroeber nos da
una idea exacta de la mayor o menor cantidad o elaboración de valores, así
como los altos y bajos característicos de la formación cultural del Conti-
nente. Se observa que el área de la Patagonia, más rastrera que la de la selva
tropical, contrasta notablemente con las dos o tres áreas que dan relieve
cultural a América.
Ni de la cultura nativa de ésta puede hablarse sin mucha y rigurosa dis-
criminación -tal es la desigualdad de relieve cultural -, ni basta excluir de
la del Africa el Egipto, con su inconfundible opulencia de civilización, para
hablarse entonces con comodidad de la cultura africana, llana y una sola.
Esta se presenta con notables diferencias de reiieve variando sus valores en
la cantidad y en la elaboración. Un mapa de las diferentes áreas identifica-
das ya, unas por Leo Frobenius, diversas, de un modo general, por Melville
J. Herskovirz, • nos permitiría apreciar, más cómodamente que a través
de las secas palabras de antropólogos y etnólogos, esas variaciones, a veces
profundas, de la cultura continental africana. Semejante mapa nos preven-
dría, por la mera alarma de los altos y bajos, contra el peligro de las gene-
ralizaciones sobre los colonizadores africanos del Brasil.
Porque nada más anticientífico que hablar de la inferioridad del negro
africano con relación al amerindio sin antes discriminar qué amerindio, sin
distinguir previamente qué negro, sí el tapuyo, si el bantú, si el hotentote.
Nada más absurdo que negar al negro sudanés, por ejemplo, importado en
número considerable al Brasil, una cultura superior a la del indígena más
adelantado. Decir que "ni por los artefactos, ni por el cultivo de los ve-
getales, ni por la domesticación de las especies zoológicas, ni por la consti-
tución de la familia o de la tribu, ni por los conocimientos astronómicos,
ni por la creación del lenguaje y de las leyendas, eran los negros superiores
a nuestros selváticos", es incurrir en una afirmación que, vuelta del revés,
da en lo cierto. Por medio de todos esos rasgos de cultura material y mo-
ral, los esclavos negros se manifestaron como los stocks más adelantados,
en condiciones de concurrir mejor que los indios a la formación económica
y social del Brasil. A veces, mejor que los portugueses.
A esa superioridad técnica y de cultura de los negros, puede unirse esa
su predisposición, diríamos, biológica y psíquica para la vida en los trópi-
cos. Su mayor fertilidad está en las regiones cálidas. Su afición al sol. Su
energía siempre fres~a y nueva cuando se pone en contacto con la selva tro-
pical. Gusto y energía que Bates fue el primero en contrastar con el fácil
desaliento del indio y del caboclo bajo el fuerte sol del norte del Brasil.
Bates notó en los indios --que conoció no superficialmente, sino íntima-
mente, por haber vivido entre ellos de 1848 a 1859- a constitutional dis-
271
like to the heat; agregando que siempre los había visto más alegres, más
bien dispuestos, más animQsos en los días de lluvia, con el cuerpo desnudo
chorreando agua. Nostalgia, tal vez de los hielos ancestrales. "How dilferent
ali this is with the negro, the true child of tropical climes!" 5
Waldo Frank, en admirable enrnyo sobre el Brasil, repite casi a Bates,
al exaltar al negro como el verdadero hijo de los trópicos, 6 como el un-
gido del Señor para las regiones de sol ardiente, como el hombre mejor in-
tegrado en el clima y en las condiciones de vida brasileña. Adaptación ésta
que acaso se realice por motivos principalmente psíquicos y fisiológicos.
Cuestión de constitución psicológica, como pretende Me Dougall. Y fisioló-
gica también, a través de la capacidad del negro de transpirar por las axilas.
De transpirar como si de todo él manase un aceite, y no solamente se escu-
rriesen gotas aisladas de sudor, como en el blanco, lo cual se explica por
una superficie máxima de evaporación en el negro y mínima en el blan-
co. 1
Un tanto al modo de Bates comparó Wallace al indígena del Brasil, ta-
citurno y tardo, con el negro alegre, vivo, locuaz. 8 En términos moder-
nos de psicología, esa diferencia podría expresarse atribuyéndose al amerin-
dio la cualidad de introvertido y al negro la de extravertido. Es la teoría
que Me Dougall esboza en sus obras National W el/are and National Group
y Group Mind. Teoría osada por cuanto entraña la aplicación de un criterio
empleado hasta hoy en casos individuales, criterio casi circunscripto a las
clínicas psiquiátricas, al difícil problema de la discriminación y caracteriza-
ción de rasgos étnicos, o "instintivos", en contraste con los evidentemente
culturales o adquiridos, 9 Me Dougall atribuye esa diferencia de constitu-
ción psicol6gica al hecho de contraerse el indio más que el negro al contacto
civilizador del europeo, de oponerle mayor resistencia al dominio, para pe-
recer, al fin, en lucha desigual. El indígena de América, característicamente
introvertido y, por tanto, de difícil adaptación. El negro, el tipo extraver-
tido, el tipo del hombre fácil, plástico, adaptable. De ser absoluto este cri-
terio, no dejarían de tener motivos, aunque indirectos, los indianófilos, para
creer en la superioridad moral de los indígenas del Brasil. Estos se habrían
rehusado a trabajar con la azada en los cañaverales portugueses, en un gesto
superior de grande de España. Grande de España por temperamento. Duros,
rígidos, inadaptables.
El criterio histórico-cultural, sin embargo, que tantas veces rectificara
el fisiológico y el psíquico en la discriminación de características étnicas,
nos demuestra que hubo de parte de los amerindios incapacidad más bien
social y étnica que psíquica y biológica. Aunque no deban despreciarse las
indisposiciones psíquicas, el hecho que cobra volumen es el del nomadismo
de vida económica, actuando poderosamente sobre los amerindios, incapa-
citándolos para el trabajo agrícola regular. Bien, pues, a ese trabajo y al de
cría de ganado y utilización de su carne y leche, ya se habían avenido varias
sociedades africanas de donde nos vinieron esclavos en grandes masas.
272
Téngase bien presente: no pretendemos negar al criterio de tipos psico- •
lógicos la posibilidad de una ventajosa aplicación en la discriminación de
rasgos étnicos. La introversión del indio, en contraste con la extraversión
del negro de Africa, puede comprobarse en cualquier momento en el fácil
laboratorio que, para experiencias de esa índole, es el Brasil. Comparándose
la conducta de poblaciones negroides, como la bahiana, alegre, expansiva,
sociable, locuaz --con otras menos influidas por la sangre negra y más
por la indígena -la piauiense, la parayibana y hasta la pernambu cana-,
se tiene la impresión de pueblos diferentes. Poblaciones melancóJicas, calla-
das, disimuladas y hasta sombrías, las del noroeste, principalmente en los
sertones; sin la alegría comunicativa de los bahianos; sin aquella petulan-
cia a veces irritante. Pero también sin su gracia, su espontaneidad, su cor-
tesía, su risa franca y contagiosa. En Bahía se tiene la impresión de que to-
dos los días son de fiesta. Fiesta de iglesia brasileña, con hojas de canela,
bollos, cohetes y amoríos.
Pitt Rivers contrnsta las danzas de los negros con las de los indios, ha-
ciendo resaltar en aquéllas la espontaneidad de emoción manifestada en gran-
des efectos de masa, pero sin rigidez alguna de ritual, con el compás y la
mesura de las danzas amerindias.
10
Danzas casi meramente dramáticas.
Apolíneos, diría Ruth Benedict, en oposición a los dionisíacos. Este con-
traste puede observarse en los xangós * afrobrasileños, ruidosos y exube-
rantes, casi sin ninguna represión de impulsos individuales, sin la impasi-
bilidad de las ceremonias indígenas.
Estos contrastes de disposición psíquica y de adaptación tal vez biológi-
ca al clima cálido, explican en parte que haya sido el negro en la América
portuguesa el mayor y el más plástico colaborador del blanco en la obra de
colonización agraria; el hecho de haber hasta desempeñado entre los indí-
genas una misión civilizadora en el sentido europeizante. Misión que quisié-
ramos fuese mejor conocida por muchos indianófilos. Roquette Pinto llegó
a encontrar evidencias entre poblaciones del Brasil central, de la acción eu-
ropeizante de negros quilombos. Esclavos fugitivos que propagarían entre
los indígenas, antes que cualquier misionero blanco, la lengua portuguesa y
la religión católica. Refugiados en la sierra de los Parecí, los negros fugitivos
cruzaron con mujeres raptadas a los indígenas. Una expedición que fue a
disp<.:rsarlos en el siglo XVIII, encontró a ex-exclavos dirigiendo poblaciones
refugiadas de ca/usos. ** Encontró extensas plantaciones, criaderos de aves,
cultivos de algodón, fabricación de telas groseras. Y los expedicionarios
comprobaron que todos los caborés de mayor edad "sabían alguna doctrina
• En los Estados brasileños del noreste, la expresión xai¡ó, lo mismo que &dlimbó,
designa el lugar donde se reali2.an las ceremonias religiosas del culto negro, que en
Río de Janeíro se llama m,>cumha y en· Bahía c,mtlomblé. El término designa además
la secta.- N. del T.
• • Producto del cru2.amíento de negro e iodia, tipo de color casi negro, tiznado,
de cabello lacio y grue$o. Diceseles también c,1borés.- N. tkl T.
273
cnsuana que aprendieron de los negros [ ... ] , todos hablab
an portugués
con la misma inteligencia de los negros de quienes aprendían. 11
•
Admitiendo aun que predominase la extroversión entre los negros
, no
le atribuyamos, sin embargo, una influencia absoluta. Los antece
dentes y
predisposiciones de cultura del africano son los que deben ser
tenidos en
mayor consideración. Y dentro de esos antecedentes y predisp
osiciones de
cultura, la dieta o régimen nutricio.
La estatura y el peso del hombre varían considerablemente por la acción
del régimen dietético, tanto de región a región como de clase a
clase. Los in-
dividuos de clase elevada son, por lo general, más altos y corpul
entos que los
de clase inferior. Superioridad atribuida por modernos investi
gadores a la
circunstancia de consumir aquellos individuos mayor cantidad
de produc-
tos ricos en "vitaminas de crecimiento". 12 En reciente libro,
F. P. Armi-
tage procura demostrar que hasta el color y la forma del cráneo
dependen
de la calidad del alimento. 13 En Rusia se ha comprobado -nos
lo dice
Sorok in- que a consecuencia del hambre de 1921-1922, hubo
disminución
de estatura, mientras en Holanda, según Otto Ammon, y
14
en América,
según Ales Hrdlicka, se ha observado el aumento de estatura,
debido, pro-
bablemente, a modificaciones de condiciones sociales y de alimen
tación. 16
En el caso de los negros, comparados con los indígenas del
Brasil, tal
vez pudiera atribuirse parte de su superioridad de eficiencia
económica y
eugenésica al régimen alimenticio más equilibrado y rico que el
de los
pueblos todavía nómadas, sin agricultura regular ni cría de ganado otros,
. Agré-
guese que varios de los valores nutritivos más característicos
de los negros
-los vegetales por lo meno s- los siguieron a América, concur
riendo al
proceso que diríamos de africanización aquí experimentado por blanco
s e indí-
genas, y atenuando para los africanos los efectos perturbadores
del trasplan-
te. Una vez en el Brasil, los negros se volvieron, en cierto sentido
, los ver-
daderos amo·s de la cierra: dominaron la cocina. Conservaron, en
gran parte,
su régimen dietético.
Bien es verdad que no dejó de comprobarse en ellos cierta tenden
la conformidad con los usos del hombre nativo, menos, desde cia a
luego, que en
los advenedizos de origen europeo, para quienes el trasplante
fue una ex-
periencia más radical: mayor la novedad del clima y del medio
físico y bio-
químico.
En 1909 Leonard Williams, en un trabajo que permaneció oculto
por
las ideas ortodoxas de la biología weismanniana, sugirió la posibil
idad de
que la influencia del clima se hiciera sentir sobre el carácter racial
a través
de las glándulas endocrinas. Esa influencia le pareció explica
r diferencias
entre asiáticos y europeos, latinos y anglosajones. Si en uno
de sus ejem-
plos (que W. Langdon Brown acogió, por cierto, sin rectificación
de ninguna
especie) Williams fue del todo desafortunado -el de que los
judíos ha-
brían adquirido su pelo rubio y piel fina en los climas fríos de
Europ a-,
en otros puntos su argumentación se impone al interés de los
antropólogos
274
rd Williams es
modernos. La base endocrinológica de la teoría de Leona
sensible: estimu lada, produce ac-
que la piel puede compararse a una placa 16 La formación del pigmento cu-
tividades reflejas en órganos distantes.
de tales estímulos,
táneo se habría desarrollado como protección a excesos
se produ cirían las más importantes ac-
y los órganos distantes en los cuales
las glándu las endoc rinas. Esta teoría , a la que en
tividades reflejas serían
ada con interés.
1909 no se prestó ninguna atención, está siendo hoy estudi
editad as por el profe.
En una de las más sugestivas monografías médicas
W. Langd on Brown plantea
sor McClean, de la Universidad de Londres, el me-
de las glándu las endoc rinas con
el tema a propósito de las relaciones nto
de duda que en la produ cción del pigme
tabolismo general. Parece fuera tanto
la pituita ria,
intervengan las glándulas suprarrenales y pituitaria. "Que
las suprar renale s, interv iene de modo impor tante en el pro-
como las glándu
ceso de la pigmentación lo demuestra la manera como los
gyrinos se tornan
también estable-
albinos después de la extracción de esa glándula". Parece
ctoras de calor y la pigmen-
cida la íntima relación entre las glándulas produ
os se adapta n mejor que los
tación, de donde se concluirá que los moren Gobier-
tes. Brown cita al respec to que el
rubios y albinos a los climas calien
emple ar gente blanca o rubia en el servicio
no de Francia viene recusando
colonial en los trópicos, prefiriendo a los franceses del sur, "capaces de
17
desarrollar pigmento protector".
extranjeros por
Pata Leonard Williams ocurrieron otras alteraciones en
tancia destacó,
efectos del clima y a través del proceso químico cuya impor
iones constitu-
y más adelante veremos que las posibilidades de esas alterac
, en la antropología
yen uno de los problemas dramáticos, por así decirlo
diente s de europ eos en la América
y la sociología modernas. Así, los descen typing
a los rasgos aboríg enes: "the stereo
del Norte se estarían conformando of its
Ameri can contín ent of the desccn dants
by the climate of the North d face
hatche tshape
widcly dissemblant annual European recruits 18into the
and wiry frame of the red Indían aborigins".
sabe en verdad
El asunto está aún lleno de sombras. Lo que de él se
los precon ceptos del
es casi nada, apenas lo bastante para advertirnos contra pigmento
verdad era relació n del
sistema y las exageraciones de la teoría. La
de los proble mas más oscuro s en an-
con el medio físico sigue siendo uno en las
n de que el homb re es oscuro o negro
tropología. A la generalizació -
n serias restric
regiones calientes, rosado o blanco en fas nórdicas, se opone físicas
erístic as
ciones. Haddon destaca que hay pueblos de color y caract
sin embargo aná•
diferentes cuyas condiciones ambientales y climáticas son
Congo , cuyo medio físico poco
logas. Cita el ejemplo del negro retint o del
Borne o o de la Amaz onia. Sin
difiere de las condiciones del interior de
de un amari llo pálido o color ca-
embargo, los nativos de esas regiones son lianos
inado por el clima el que los austra
nela. Tampoco le parece determ .
Los austra lianos , pero tambi én los tasma nianos
sean tan oscuros de piel. surgió
ntació n
Se puede concluir según este antropólogo: a) que la pigme
275
en forma espontánea, independientemente
de la acc1on del medto en pe-
ríodo de variabilidad, y que los individuos
de pigmento oscuro, más aptos
para resistir las condiciones tropicales, sobre
vivieron a los otros; y b) o
que, por otro lado, la pigmentación representa
una adaptación al medio, ha-
biendo resultados de la larga influencia de éste
sobre el hombre en épocas
en que los tejidos serían más plásticos y susce
ptibles que hoy; la variación
así adquirida se iría volviendo transmisible
aunque se desconozca el meca-
nismo por el cual las células del germen
pued an recibir influencia exte-
rior. 19 •
Y donde el problema se entronca en otro, tal vez
que agita a la biología moderna, es en lo relat el más importante
ivo a la transmisión de carac-
teres adquiridos. Nac.lie se abandona hoy con
la misma facilidad de hace
veinte o treinta años al rígido criterio weísmann
iano de no transmisión de
caracteres adquiridos. Al contrario, un neola
marckismo surge en los mis-
mos laboratorios donde se rieron de Lamarck.
Laboratorios donde el am-
biente se va semejando un poco al de las
catedrales católicas en el siglo
XVI I. Para Bertrand Russell, el escepticism
o científico, del que Edding-
ton es tal vez el más ilustre representante, pued
e resultar en el fin de la era
científica, así como del escepticismo teológico
del Renacimiento resultó el
fin de la era católica. El hombre de cultura
científica hoy ya no sonríe ante
el darwinismo ortodoxo de sus abuelos. Com
ienza a sonreírse también del
entusiasmo weismanniano de la generación de
sus padres. Pero ese profun-
do escepticismo tal vez no signifique el fin
de la era científica. Es tal vez
posible que la ciencia se aproveche de él para
vigorizarse y no para debili-
tarse. Nunca, sin embargo, para henchirse con
las pretensiones de omnipo-
tencia que la caracterizaron durante Ja segu
nda mitad del siglo XIX y en
los principios del XX.
Bajo el nuevo escepticismo científico el prob
lema de los caracteres ad-
quiridos es de los que se reubican, enrre las
cuestiones fluctuantes y sus-
ceptibles de debate. Ya la palabra de Wcis
mann no suena tan persuasiva:
los caracteres adquiridos no se transmiten.
Los caracteres somatogénicos
no se convierten en blastogénicos. Son las expe
riencias prácticas de Pavlov,
en Rusia, y de McDongall, en los Estados Unid
os, las que vienen a enrique-
cer el neolamarckismo o, por lo menos, a afect
ar el weismannismo. En una
comunicación dirigida al Congreso de Fisiología
reunido en Edimburgo, el
profesor ruso trató el problema de los refle
jos, esto es, de las "respuestas
automáticas a los estímulos de varias espec
ies por medio del sistema ner-
vioso". Distinguió el profesor Pavlov los
reflejos condicionados, esto es,
adquiridos inc.lividualmcnte, de los no condicion
ados. Y presentó el resulta-
do de sus investigaciones sobre los estímulos
de vista y olor de los alimen-
tos. Estímulos naturales. Ciertos movimientos
característicos se verifican,
viene la saliva, el agua, a la boca. Toda una
serie de reflejos no con<lício-
nados. Pero toda vez qt1e se le dé alimento
al animal se establece gradual-
mente una conexión entre el soni<lo <le una camp
ana y el reflejo alimentario.
276
y después que la coincidencia se repita durante un suficiente número de
veces, la reacción alimenticia se verificará como respuesta al sonido puro y
simple. Con las propias palabras del profesor Pavlov: "Conseguimos obte•
ner el reflejo condicionado de alimentación en ratones blancos mediante el
sonido de una campana eléctrica. Con el primer grupo de ratones fue ne•
cesario repetir la coincidencia de tocar la campana con la alimentación unas
trescientas veces para conseguir un reflejo satisfactorio ("well•established
reflex"}. La segunda generación formó el mismo reflejo después de cien
repeticiones. La tercera adquirió el reflejo después de treinta repeticiones.
La cuarta, después de diez. La quinta, después de cinco solamente. Tenien-
do por base estos resultados, anticipó el hecho de que una de las próximas
generaciones de ratones mostrará la reacción alimenticia al oír el primer to-
que de campana". 20
El profesor Arthur Dendy, que destaca la importancia social de las ex-
periencias del maestro ruso, recuerda una de las más sugestivas evidencias
indirectas a favor de la posible transmisión de los caracteres adquiridos: el
endurecimiento de la piel o la callosidad del calcañar humano. Se sabe, dice
él, que callosidades de esa naturaleza se pueden obtener por fricción o pre-
sión. Por consiguiente, el hecho de que el niño nazca con la piel de la plan-
ta del pie ya endurecida, y de que ese característico endurecimiento se ve-
rifique antes de que el niño nazca, mucho tiempo antes, de manera que no
se pueda atribuir a fricción o presión, nos lleva a concluir en una modifi-
cación causada originalmente por el uso del pie y fijada, por decirlo así, a
través de la herencia. 21 En otras palabras, éste sería un caso de carácter
somatogénico que a través de muchas generaciones se habría tornado blas-
togénico.
Impresionantes son también las experiencias de Kammerer, experiencias
sobre mudanzas de color y hábitos de reproducc ión de anfibios y reptiles
al estímulo de medios o ambientes nuevos. 22
Y, entre los más recientes,
los de Guyer y Smith sobre defectos de visión adquiridos, transmitidos he-
reditariamente, según parece, y que se comportan como recesivos mendelia-
nos. 23 También los de Little, Bagg, Harrison, Müller. Son, sin duda, ex-
periencias que necesitan confirmación, pero que ponen de relieve lo fluc-
tuante del asunto. Lo fluctuante y dudoso. Weismannianos y neolamarckia-
nos son hoy, en fisiología y biología, una especie de teólogos de la predesti-
nación y el libre albedrío.
Ante las posibilidades de transmisión de caracteres adquiridos, el me-
dio, por su físico y por la bioquímica, surge con intensa capacidad para
alterar la raza, modificándole los caracteres mentales 24que se ha pretendido
vincular al soma. Ya las experiencias de Franz Boas parecen indicar que
el "biochemical content", como lo llama Wissler, es capaz de alterar el tipo
físico del inmigrante. Admitida esta alteración, y la posibilidad de que a
través de generaciones se conforme el advenimiento de un nuevo tipo físi-
co, disminuye considerablemente la importancia atribuida a diferencias he-
277
reditatias de carácter mental entre las diversas razas. Diferencias
interpreta-
das como de superioridad o inferioridad y ligadas a trazos
o caracteres
físicos.
Además, ya no es creíble la inferioridad o superioridad racial
basada en
el criterio de la forma del cráneo. Ese descrédito lleva tras sí
mucho de lo
que pareció ser científico en las pretensiones de superioridad menta
l, innata
o hereditaria, de los blancos sobre los negros. La teoría de la
superioridad
de los dólico-rubios ha recibido fuertes golpes en sus propios
reductos.
Basado en investigaciones de Nystrom entre quinientos suecos
, Hertz
mostró recientemente que en ese vivero de dólico-rubios los
individuos de
las clases más altas eran en gran mayoría braquicéfalos. Y
no solamente
ellos, también los hombres eminentes, venidos de las clases
bajas. Y es
Hertz quien destaca que no fueron nórdicos puros ni Kant, ni
Goethe, ni
Beethoven, ni Ibsen, ni Lutero, ni Schopenhauer, ni Schubert,
ni Schumann,
ni Rembrandt. Casi ninguno de los hombres más gloriosos
de los países
nórdicos. 25
En cuanto al peso del cerebro, la capacidad del cráneo y su signifi
son puntos indecisos. Si bien las investigaciones antropométri cado,
cas realizadas
por Hunt en el Ejército americano durante la Guerra Civil y
continuadas
por Bean, indican que el cerebro del negro es más liviano que
el del blanco
y las de Pearson parecen indicar que el negro tiene menor
capacidad cra-
neana que el blanco europeo, a las conclusiones de inferioridad
de la raza
negra basadas en tales resultados se oponen datos considerables
.
Aceptados los promedios de peso del cerebro del negro, de 1.292,
blanco, de 1.341, se debe considerar, sin embargo, el hecho de y del
que el pro-
medio del peso del cerebro de la mujer blanca es de 1.250 gr.
y el prome-
dio del cerebro chino es de 1.428 gr. 26 Por consiguiente, es
notablemente
inferior el promedio de la mujer blanca al del hombre negro,
y el del ama-
rillo (chino) es superior al del blanco.
Lo que se sabe de las diferencias estructurales de los cráneos
de blan-
cos y negros no permite generalizaciones. Ya hubo quien observ
ó que al-
gunos hombres notables han sido individuos de cráneo pequeñ
o y que due-
ños de cráneos enormes han sido auténticos idiotas.
Ni siquiera merece contradicción seria la superstición según
la cual el
negro sea, por sus características somáticas, el tipo de raza más
próximo de
la incierta forma ancestral del hombre cuya anatomía se supone
semejante
a la del chimpancé. Superstición en la que se basa grandemente
el juicio
desfavorable que se hace de la capacidad mental del negro. Pero
los labios
de los monos son finos, como en la raza blanca, y no como
en la negra,
recuerda a propósito el profesor Boas. 27 Entre las razas human
as, son los
europeos y los australianos, no los negros, los más peludos de
cuerpo.
Son estas características físicas, principalmente la forma del
cráneo,
las que se ha pretendido ligar a la inferioridad del negro en realiza
ciones e
iniciativas de orden intelectual y técnico, inferioridad que sería
congénita.
278
Ha sido otra la conclusión de aquellos que más cuidadosamente han pro-
curado confrontar la inteligencia del negro con la del blanco. Bryant y Se-
ligman, por ejemplo, de estudios comparativos entre escolares bantúes y
europeos en Africa del Sur, dedujeron la mayor precocidad y el más rápi-
do desarrollo mental de los bantúes hasta la edad de doce años, en con-
traste con el desarrollo más demorado y retardado del europeo hasta la pu-
bertad, aunque mayor que el de los negros de esa edad en adelante. Dedu-
jeron también que el africano, excedido por el europeo en la confrontación
de cualidades como reflexión, juicio y comprensión, excede al blanco en
memoria, intuición o percepción inmediata de las cosas y capacidad de
asimilación. 28 Diferencias difíciles de reducir, como nota Pitt-Rivers, a un
factor de inteligencia general 29 que sirva de base a conclusiones de infe-
rioridad o superioridad de una raza sobre la otra.
El juicio de los antropólogos nos revela en el negro rasgos de capacidad
mental en .nada inferior a los de otras razas: "considerable iniciativa per-
sonal, talento de organización, poder de imaginación, aptitud técnica y eco-
nómica", nos dice el profesor Boas. 30 Y otros rasgos superiores. Lo di-
fícil es comparar al europeo con el negro en términos o bajo condiciones
iguales. Por encima de las convenciones, en una esfera más pura, donde
realmente se confronten valores y cualidades. Por mucho tiempo la grande y
fuerte belleza del arte de la escultura fue, por ejemplo, considerada por
los europeos como simple "grotesqueríe". Y sólo porque chocaban sus lí-
neas, su expresión, su exageración artística de proporciones y relaciones
con la escultura convencional de la Europa grecoromana. Este estrecho cri-
terio amenazó con sofocar en el Brasil las primeras expresiones artísticas de
espontaneidad y fuerza creadora que, revelándose principalmente en los
mestizos de madre o abuelo esclavo, trajeron a la superficie valores y cá-
nones antieuropeos. Casi por milagro nos llegaron hasta hoy ciertas obras
del Aleijadinho. Delicados en su gusto europeo del arte o en la ortodoxia
católica, varias veces pidieron la destrucción de "figuras que más bien pa-
recen fetiches". 31
En cuanto a los llamados tests de inteligencia, muchos de cuyos resul-
tados tan desfavorables al negro, 32 su técnica ha sufrido serias restric-
ciones. Goldenweiser los ridiculiza como métodos de medir cualidades de
raza; dejan al negro un poco encima del mono, escribe. Y agrega: "Desde
el punto de vista estadístico el deseo de expresar los hechos en números y
curvas es una loable actitud, resultante del método crítico y objetivo, pero
tiene sus peligros. En cuanto revela cualquier tontería en palabras no hace
ningún daño, pero si las revela en fórmulas matemáticas surge el peligro
de que el ropaje matemático disimule la tontería". También Kelsey cri-
33
279
tende Sorokin. Investigaciones realizadas entre 408 escolares de Missouri
llegaron a la conclusión que las diferencias de capacidad mentai entre ellos
y los blancos disminuyeron con la edad; las realizadas en Atlanta, que las
diferencias aumentaban. La investigación de Freeman concluyó en la supe-
rioridad de los americanos sobre los negros en todas las edades menos en
el grupo de 1O años. Pero concluyó también en la superioridad de los ne-
gros americanos sobre los italianos blancos, con excepción de dos grupos.
Pintner y KeUer encontraron entre los negros el mismo Q.I. que entre los
escoceses y superior al de los griegos, italianos, polacos. Y Hirsh encontró
en los negros un Q.I. superior al de los portugueses. En los mismos tests
del Ejército americano, tan citados contra el negro, los resultados acusa-
ron mayores diferencias entre los negros del norte y del sur de los Estados
Unidos que entre negros y blancos, y colocaron a los negros del Estado de
Ohio en un plano superior a los blancos de todos los Estados del Sur, con
excepción de Florida. 86
No se niegan diferencias mentales entre blancos y negros. Pero hasta
qué punto esas diferencias representan actitudes innatas o especializacio-
nes debidas al ambiente o a las circunstancias económicas de cultura, es un
problema muy difícil de resolver. Sorokin se inclina a admitir la superio-
ridad del factor "hereditariedad" sobre el factor "ambiente", aproximán-
dose así al hiologismo. Nadie embiste con mayor vigor contra Huntington
y el determinismo geográfico. 36 Sin embargo, a nuestro modo de ver, ol-
vida que los dos factores se cruzan en muchos puntos, siendo difícil sepa-
rar la hereditariedad del medio. Principalmente si admitimos la posibilidad
de transmitir influencias adquiridas en un nuevo medio físico o bajo acción
bioquímica.
Nos parece que Lowie coloca la cuestión en sus verdaderos términos.
Como Franz Boas, él considera el fenómeno de las diferencias mentales en-
tre los grupos humanos más desde el punto de vista de la historia cultural
y del ambiente de cada uno que de la hereditariedad o del medio geográ-
fico puro. "¿Cómo explicar, sino es por la Historia, las grandes oscilacio-
nes habidas en la cultura británica?", se pregunta Lowie. "¿O se admite
que los patriarcas isabelinos eran portadores en sus células sexuales de fac-
tores que desaparecieron bajo el Puritanismo y reaparecieron bajo la Res-
tauración?" Lo mismo se puede preguntar del pueblo japonés y de su sen-
sacional desarrollo desde 1876. De Atenas y de su rápida floración de ge-
nios de 530 a 430 A.C., también de Alemania y de su brillante superiori-
dad musical. ¿Superioridad racial? "Pero, fundamentalmente, la raza es la
misma que la inglesa, gente que sabe mal silbar en el baño· y cantar himnos
de iglesia. La diferencia étnica existente debería de ser a favor de los ingle-
ses, pues ella los aproxima de los griegos [ ... ] Debemos tener la franque-
za de admitir que la aptitud musical es innata en la raza [ ... ] La sociedad
alemana viene desde hace tiempo estimulando sistemáticamente la cultura
musical, al contrario de la sociedad inglesa, que la ha descuidado. En aqué-
280
lla, la natural habilidad para la mus1ca encontró un campo abierto para
desarrollarse; en ésta, escasa simpatía [ ... ] . La preeminencia alemana ( en
la música) es muy reciente. Hasta hace pocos siglos Alemania se encontraba
en situación inferior a Holanda, a Italia y hasta a la misma Inglaterra.
Mozart, en el siglo XVIII, se desarrolló todavía bajo la influencia de tra-
diciones italianas". 37
En el caso de los africanos traídos al Brasil, los de principios del siglo
XVI hasta mediados del XIX, debemos tratar de sorprender en los princi-
pales stocks de inmigrantes, no solamente el grado, sino también el momento
de cultura que nos comunicaron. Momento que, entre las tribus, varió con-
siderablemente en esos trescientos y tantos años de profundas infiltraciones
mahometanas en el Africa negra. Grado que varió de manera notable de
sudaneses a bantús. Importa que determinemos el área de cultura de proce-
dencia de los esclavos, evitándonos el error de ver en el africano una sola
e indistinta figura de "pieza de Guinea" o de "negro de la Costa".
Lo cierto es que se importaron al Brasil, del área más penetrada por el
islamismo, negros mahometanos de cultura superior, no solamente a la de
los indígenas, sino a la de la gran mayoría de los colonos blancos, portu-
gueses e hijos de portugueses casi sin instrucción alguna, analfabetos los
unos, semianalfabetos en su mayor parte. Gente que cuando había de escri-
bir una carta o hacer una cuenta, era por la mano del clérigo maestro o
por la de su empleado de comercio. Apenas si sabían asentar en el papel
la firma, y ésta asimismo en caracteres gruesos: letra de niño que aprende a
escribir.
Acerca del movimiento male de Bahía, en 1835, el padre Etienne nos
revela aspectos que casi identifican esa supuesta rebelión de esclavos con
un desahogo o erupción de cultura adelantada oprimida por otra menos no-
ble. No novelamos. Sea ese movimiento puramente male o mahometano, o
combinación de varios grupos de esclavos bajo líderes musulmanes, lo cier-
to es que se destaca de las simples rebeliones de esclavos de los tiempos
coloniales. Merece, por eso, un lugar entre las revoluciones libertarias, de
sentido religioso, social o cultural. El informe del jefe de policía de la pro-
vincia de Bahía, doctor Francisco Gorn;alves Martins, acerca de la rebelión,
destaca el hecho de que casi todos los rebeldes sabían leer y escribir con ca-
racteres desconocidos. Caracteres que "se parecían al árabe", agrega el ba-
chiller, admirado, como es natural, de tanto manuscrito redactado por escla-
vos. "No puede negarse que había un fin político en esos levantamient os,
38
por cuanto no cometían robos ni mataban a sus amos ocultamente". Es
que en las senzalas de Bahía, en 1835, había tal vez mayor número de gente
que sabía leer y escribir, que en las alturas de las casas-grandes. Apenas
saliera la nación, transcurridos tan sólo diez años de vida independiente, del
estado de ignorancia profunda en que la conservara la Corona en el siglo
XVIII y principios del XIX, cuando "los más simples conocimientos ele-
mentales eran tan poco difundidos que, no raras veces, ricos fazendeiros del
281
interior encargaban a sus amigos del litoral que les consiguieran un
yerno
que, a falta de cualesquiera otras dotes, supiese solamente leer
y es-
cribir", 39
Los historiadores del siglo XIX limitaron la procedencia de los esclavo
s
importados al Brasil, al stock bantú. Este es un punto que debe rectific
arse.
De otras áreas de cultura africana se transportaron al Brasil esclavo
s en
gran número. Muchos de zonas superiores a la bantú. La formación
brasi-
leña fue beneficiada con lo mejor de la cultura negra de Africa, absorbi
endo
elementos, por así decir, de élite que faltaron en la misma proporción
al sur
de los Estados Unidos. "l have o/ten thought that the slaves of the United
States are descended not from the noblest African stock", observó Fletche
r
comparando los esclavos de las senzalas brasileñas con los de los Estado
s
Unidos. •0
Equivoc6se Sá Oliveira al escribir que en la estratificación social
de
Bahía "vino a colocarse en las ínfimas capas una ola voluminosa de
africa-
nos, casi todos tomados en las tribus más salvajes de los cafres y arrojad
os
a los traficantes de esclavos del litoral de Africa". 41 Exageración. Porque
no fue menor el número de sudaneses que, según investigaciones de
Nina
Rodrigues, predominaron en la formación bahiana, por lo menos a
cierta
altura.
Fueron Spix y Martius -a juicio de Nina Rodrig ues- quienes crearon
el error de suponer exclusivamente bantú la colonización africana del
Bra-
sil. Y al ilustre profesor de la Facultad de Medicina de Bahía débese el
pri-
mer esfuerzo crítico en el sentido de discriminación de los stocks africano
s
de colonización del Brasil.
"En sus provechosos estudios sobre nuestro país --dice Nina Rodrigues
en su notable estudio O problema de ra9a negra na America Portugu
e-
sa- 42 reducen aquellos autores ( Spix y Martius) las procedencias
del
tráfico hacia el Brasil a las colonias portuguesas del Africa meridional
y a
las islas del golfo de Guinea. Para ellos todos los africanos brasileños
pro-
cedieron de los Congos, Cabindas y Angolas en la costa occidental del
Afri-
ca, y de los Macúas y Angicos, en la oriental. Se refieren también a las
pro-
cedencias de Cacheo y de Bissao para los negros de Pernambuco, Marañó
ny
Pará, naturalmente más conocidos por la historia de la Compañía de Comer-
cio del Gran Pará y Marañón, con la que se estableció el contrato de
intro-
ducción de esos negros. Pero ni de éstos, ni de los procedentes de las
islas
de Fernando Pó, Príncipe, Santo Tomás y Annobón, a que también aluden
,
se ocuparon convenientemente. Apenas se concibe cómo los negros
suda-
neses hubiesen escapado a la sagaz observación de Spix y Martius que,
a
propósito de Bahía, se ocuparon del tráfico africano y estuvieron en
esa
provincia precisamente en tiempos en que alH dominaban los sudane
ses".
Desgraciadamente, las investigaciones referentes a la inmigración de es-
clavos al Brasil se han vuelto extremadamente difíciles después que el
emi-
282
nente babiano, consejero Ruy Barbosa, ministro del Gobierno provisional
tras la proclamación de la República, en 1899, por razones ostensiblemente
de orden económico -la circular emanó del Ministerio de Hacienda bajo
el número 29 y con fecha 13 de mayo de 1891-, mandó quemar los archi-
vos de la esclavitud. Tal vez preciosos esclarecimientos genealógicos se ha-
yan perdido en esos autos de fe republicanos.
Aun sin el valioso recurso de las estadísticas aduaneras de entrada de
esclavos, Nina Rodrigues pudo destruir el mito de exclusivismo bantú en
la colonización africana en el Brasil. Es verdad que basta considerar la po-
lítica portuguesa relativa a la distribución de negros en las colonias para du-
dar de semejante exclusivismo. Y bien, aquella política tendió a impedir
que se juntase en una capitanía un número prepon<lerante de la misma na-
ción o stock. "De lo que fácilmente pueden resultar perniciosas consecuen-
cias", como en carta a Luis Pinto de Souza decía, a fines del siglo XVIII,
don Fernando José de Portugal. 43 Si en· Bahía predominaron los sudane-
ses y en Río y en Pernambuco negros australes del grupo bantú, no quiere
decir que otros stocks no hayan provisto su contingente a los tres grandes
centros de inmigración y distribución de esclavos.
La carta escrita por Enrique Días a los holandeses, en 1647, trae al res-
pecto preciosos datos: "De cuatro naciones se compone este regimiento:
minas, ardas, angolas y criollos: * éstos son tan malévolos que no temen
ni deben; los minas tan bravos que, adonde no pueden llegar con el brazo,
llegan con el nombre; los ardas tan impetuosos que todo lo quieren cortar
de un solo golpe, y los angolas tan vigorosos que no hay trabajo que los
fatigue"."
Ahora bien: los ardas o ardras eran gege o dahomeyanos del antiguo
reino de Ardía; los minas, nagos, y los angolas solamente, bantús.
Ya Barleus --<:orno lo recuerda Nina Rodrigues- se había referido a
los ar<lrenes. Y se refirió, sí, pero para considerarlos como pésimos esclavos
agrarios. Ellos, los calabranses, los guineos, los del Cabo y los de Sierra
Leona. Buenos para las faenas del campo serán los congos, los sombrenses
y los angolas. Los de Guinea, los de Cabo y los de Sierra Leona, malos
esclavos, si bien bellos de cuerpo. Principalmente las mujeres. De ahí que
se las prefiera para los servicios domésticos, pata el trabajo de las casas-
grandes. •~ Fácil es imaginar, completando la insinuación del cronista,
que también para los amenos concubinatos o simples amores del amo con la
esclava, con que se regaló el patriarcado colonial.
Un testimonio valioso en favor de la tesis de Nina Rodrigues, y que éste
parece haber desconocido, es el de Juan de Laet, en su Hístória ou Annaes
dos feítos da Companhia Privilegiada das Indias Occidentaes desde o seu
come~o até o fim de 1636, publicada originalmente en Leyden, en 1644.
• En la época en que el negro Jiprique Días combatió contra los holandeses, al
frente de sus tropa., de color, el cérmioo ¡;rjo,Jos (criollos) aludía a los oegros pu,o~
nacidos en el Brasil.- N. tkl T.
283
Resumiendo informaciones del consejero político Servado Carpentier sobre
la Capitanía de Paraiba, dice Laet, a propósito de los negros angolas, que
eran los de mayor número en las faenas agrícolas, pero "mantenidos siem-
pre con muchos azotes". Añadiendo: "los negros guineos son excelentes,
de manera que la mayor parte es utilizada en los servicios domésticos, como
mucamos, etc.; los de Cabo Verde son ·los mejores y los más robustos de
todos y son los que más caros se venden aquí".
En cuanto a la Capitanía de Pernambuco, los Annaes contienen la in-
formación del copioso tráfico anual practicado entre el puerto de Recife v,
no solamente de Angola, de "otras regiones de Africa". Es verdad que ello
obedecía a las facilidades de comunicación con Angola. El conde de Nassau
quiso hacer de Recife el principal centro distribuidor de esclavos para las
plantaciones americanas y para las mina·s del Perú, quedando Angola bajo
la inmediata dependencia del Gobierno de Pernambuco, que, a juicio suyo,
tenía derechos adquiridos sobre Angola, Santo Tomás y Annobón, puesto
que fueron las fuerzas bolando-brasileñas las que tomaron de los españoles
esas colonias africanas. Y de Recife, y no de Amsterdam, pensaba él, debfa
dirigirse el comercio de esclavos. 46
Aun cuando aquel plan no hubiese prevalecido -acaso por temerse en
Amsterdam que Nassau preparase el terreno para la fundación de un prin-
cipado tropical, unidas aquellas colonias africanas al norte brasileñ o--,
lo cierto es que la importación negra se realizó en gran escala bajo el do-
minio holandés. Pero las informaciones de Laet expresan que, aun bajo este
dominio, los esclavos importados no procedían exclusivamente de Angola.
Las evidencias históricas demuestran as{, junto a las investigaciones an-
tropológicas y lingüísticas practicadas por Nina Rodrigues entre los negros
de Bahía, la endeble base sobre la que se afirma la idea de la colonización
exclusivamente bantú del Brasil. 41 A la par de la lengua bantú, de la
kinbunda o conga, se hablaron entre nuestros negros otras lenguas generales:
la gege, la haussa, la nago o yoruba, que Varnhagen da como más hablada
que el portugués entre los antiguos negros de Bahía. ~8 Lengua prestigiada
por el hecho de ser considerada como el latín del culto gege-yorubano.
Nina Rodrigues identificó, entre los negros del Brasil que él conoció
aún en tiempos de la esclavitud, los llamados negros de raza blanca o fela-
tas. No solamente felatas puros, sino mestizos procedentes de la Senegam-
bia, de la Guinea portuguesa y costas adyacentes. Gentes de color cobrizo-
abermejad" y cabellos ligeramente ondulados. Los negros de este stock,
considerados por algunos, superiores a los demás del punto de vista antro-
pológico, debido a la mezcla de sangre hamítica y árabe, vinieron principal-
mente a las capitanías -más tarde provinc ias- del norte. De aquí, algunos
han debido emigrar a Minas y a San Pablo. Los místicos de la superioridad
de raza vieron, tal vez, en este hecho, la explicación de que las familias
mestizas del norte y de ciertas regiones de Minas y de San Pablo hayan
venido contribuyendo al progreso brasileño con mayor número de hombres
284
de talento -estadis tas del Imperio, escritores, obispos, artistas, presidente
y vice de la Repúbli ca- que las del sur (Río de Janeiro, parte de Minas y
de San Pablo, Río Grande del Sur). Podráse alegar que se trata de un ele-
mento con amplio dosaje de sangre bereber y quizás hasta de origen bereber.
Predominantemente no negroide considera Haddon a ese pueblo africano,
al que atribuye como verdadero nombre Pulbe. Los demás, fula, fulani,
fellava, fube, serían simples corrupciones. Haddon los describe como gente
alta, de piel amarilla o rojiza, de cabello rizado, rostro oval y nariz pro-
minente.
Los haussa, stock del que también el Brasil -notoria mente Bahía-
recibiera vasta importación, son igualmente mestizos de hamitas y acaso de
bereber, aun cuando en ellos predominen los rasgos negros. Y también los
niam-niam, los mangbattu, los kanembu, los bagirnú, los bornú, los ka-
nuri. 49
Los mandingas, raza de la que el Brasil recibió varios contingentes, de•
nuncian, a su vez, sangre árabe y targui; los yuruhas, por identificar aún,
denuncian sangre no negra, y los propios bantús se nos presentan, en su
gran variedad de tipos, contagiados por varias sangres, principalmente la
hamita y la de negrito. En las demás características físicas son: de color
pardo obscuro, chocolate, diferente del amarillo sucio o del pardo claro, ro•
jizo, de los felatas tanto como del color de cuero de los hotentotes y de los
bosquimanos o del negro retinto de los naturales de Guinea; dolicocéfalos
(habiendo mientras tanto grupos de mescéfalos); de menor prognatismo que 60
el de los negros considerados puros, la nariz más prominente y afilada.
Varias invasiones y migraciones han alterado, en tiempos históricos, la
población de Angola -origen de numerosos esclavos importados al Bra-
sil- en su ántropología y en su cultura. Una de ellas la de los Jagga, en
1490. Pero sin alteración profunda de raza, dada la semejanza entre los
stock invasores y nativos, todos heterogéneos ya desde época remota.
Entre los negros importados .al Brasil pueden incluirse a los bantús
-sin contar excepciones, considerando únicamente las grandes masas étni•
cas- entre los más característicamente negros, por lo que no significamos
el color --convención sin importancia casi- y sí los rasgos de caracteriza-
ción étnica más profunda: el cabello en primer lugar. Este, como es sabido,
se muestra encrespadísimo en los negros llamados "ulótrico-africanos", esto
es, negritos, bosquimanos, hotentotes, koravas, negros, nilotes. Esta carac-
terístíca no se encuentra tan cargada en los individuos de los diversos stocks
mestizos de hamitas y hasta de bereberes, de los que nos vinieron numerosos
esclavos, mientras los felatas y otros pueblos del Africa occidental, que
también contribuyeron a la formación de la familia brasileña, entroncaban
por el cabello con los cynotricos. Cabellos más suaves, nariz más afilada,
rasgos más próximo a los europeos. Más accesibles o "domesticables", para
emplear una expresión antropológica.
285
Pero dentro de la orientación y de los propósitos de este ensayo, nos
interesan menos las diferencias de antropología física (que, a nuestro
ver,
no explican inferioridades o superioridades humanas, cuando son traspue
s-
tos de los términos de herencia de familia a los de raza), que las de antro-
pología cultural y de historia social africana. Son éstas las que nos parecen
indicar que ha sido el Brasil beneficiado con un elemento mejor de coloni-
zación africana que otros países de América; que los Estados Unidos
, por
ejemplo.
Nina Rodrigues observó las diferencias en los stocks africanos de colo-
nización de las dos Américas, pero las fijó desde el punto de vista, al
que
rígidamente se ciñera, de la inferioridad de la raza negra. "No eran negros
bozales los haussas que el tráfico volcara en el Brasil", escribió el entonce
s
profesor de la Facultad de Medicina de Bahía. 61 Y junto a los haussas
mezclados de sangre hamita, cita triunfante, dominado por el criterio
de
raza, a los felatas. Los "negros de raza blanca", de los cuales no se habría
producido ninguna corriente inmigratoria de importancia del Africa
a los
Estados Unidos.
De paso observaremos que el profesor Oliveira Vianna, el mayor místico
ario que ha aparecido entre nosotros, menos coherente que "el maestro
de
Bahía", dice en uno de sus más brillantes trabajos; "Los propios negros
americanos, por lo demás muy superiores a los nuestros en virtud
de la
selección impuesta por las contingencias de la lucha con un adversario
temi-
ble, como el anglosajón, quedó mucho más abajo del término medio
de la
civilización norteamericana, etc". Habiendo escrito antes que "la potenci
a-
lidad eugénesica del homo-afer no sólo es reducida en sí misma, sino
que,
puesta en función de civilización organizada por el hombre de raza blanca,
más reducida se vuelve". 52 Las dos afirmaciones del ilustre publicista
bra-
sileño se repelen: en una, la débil civilidad del negro se reduciría al
con-
tacto con la organización social de la raza superior; en otra, al contrar
ío, se
desarrollaría a ese contacto.
Quede bien claro, para regocijo de arianófilos, el hecho de haber sido
el Brasil menos alcanzado que los Estados Unidos por el supuesto mal
de la
"raza inferior". Esto, debido al mayor número de felatas y semi-ha
mitas
-falso s negros y, por tanto, para todo buen arian6filo, de stock superio
r al
de los negros autént icos- entre los emigrantes de Africa a las plantac
iones
y minas del Brasil.
En una obra, clásica hoy, ~3 sobre la esclavitud africana en los Estado
s
Unidos, Ulrick Bonnell Phillips sitúa las primeras fuentes de esclavo
s des-
tinadas a las plantaciones de su país, en Sierra Leona, Costa del Grano,
Cos-
ta de Marfil, Costa de Oro, Costa de los Esclavos, Río de Eleo, Camerú
n,
Gabón y Loango. En Carolina del Sur, los negros de Gambia, principalmen-
te los mandingos, habrían sido los preferidos. Buena acogida tuvieron
ade-
más los de Angola. A juzgar por las palabras que Bonnell Phlllips transcri
be
de Christopher Codrington, gobernador de las islas Leeward, los carrom
an-
286
tes, de la Costa de Oro, habrían sido apreciadísimos por los ingleses en la
América colonial, y se encuentran referencias a los negros del Senegal, con
su salpicadura de sangre árabe, preferible por su "mayor inteligencia" para
el servicio doméstico. ~4 Sin embargo, no hay evidencia alguna de emi-
gración africana hacia la América inglesa, que llevara consigo a felatas, por
lo menos en la misma proporción que para la América portuguesa, ni re-
presentantes tan numerosos de la cultura mahometana. Esta floreció en el
Brasil en las escuelas y casas de oración, en movimientos y organizaciones
que acusan la presencia de una verdadera élite male entre los colonos afri-
canos de nuestro país.
Diríase que para las colonias inglesas, el criterio de importación de es-
clavos de Africa fue casi exclusivamente el agrícola. El de energía bruta,
animal, prefiriéndose, por tanto, el negro resistente, fuerte y barato. Para
el Brasil, la importación de africanos se hizo contemplando otras necesida-
des y otros intereses. La falta de mujeres blancas, las necesidades de técni-
cos en laboreo de metales, al surgir las minas. Dos poderosas fuerzas de
selección.
Destaca Oliveira Vianna que, en Minas Geraes, aún hoy se observan en
los negros "delicadezas de rasgos y una relativa belleza", al contrario de
las "cataduras simiescas, abundantísimas en la región occidental de la ba-
jada fluminense, lo que indica que allí se concentró y fijó alguna tribu de
negros caracterizados por su fealdad. Tal vez los bisagos o los yubús o man-
dingas". 55 Debe tenerse en cuenta que la primera de las regiones atrajo
a negros afectos al trabajo de los metales, por consiguiente de cultura más
elevada, mientras que en la segunda bastaban a los plantadores de caña o
de café, simples negros corpulentos, capaces de satisfacer el amaño de la
tierra. Hasta hotentotes y bosquimanos, con sus fosas nasales abiertas y
sus nalgas enormes. A nuestro modo de ver, esas circunstancias explican el
mejor stock negro importado para la región minera. Por otra parte, la su-
perioridad de recursos económicos quizá explique el hecho de que Pernam-
buco y Bahía hayan sido beneficiados con mejor gente africana gue Río de
Janeiro. Podían, los "señores de ingenio" del norte, proporcionarse el lujo
de importar esclavos más caros.
Oliveira Vianna cita de Luis Vahia Monteiro, gobernador de Río de
Janeiro en 1730, palabras que vienen a robustecer nuestra interpretación
en cuanto atañe a Minas Geraes: " ... y por la misma razón no hay minero
que pueda pasarse sin una negra mina, diciendo que solamente con ellas
tienen suerte". 56 Fueron esas minas y las felatas -africanas no sólo de
piel más clara, sino también más próximas, en cultura y "domesticidad", a
los blancos- las mujeres preferidas, en zonas como Minas Geraes, de co-
lonización precursora, para "amigas", "mancebas" y "caseras" de los blan-
cos. Ilustres familias de aquel Estado, que todavía hoy conservan rasgos
negroides, habrán tenido su. origen en esa unión de blancos con minas ve-
nidas de Africa como esclavas, pero aquí elevadas de condición, según el.
287
testimonio de Vahia Monteiro, "a amas de casa". Otras habría
n permane-
cido como esclavas al mismo tiempo que como amantes de los
amos blan-
cos, "preferidas como mucamas y cocineras". Araripe Junior escribi
ó que la
negra mina presentóse siempre, en el Brasil, con todas las cualida
des para
ser "una excelente compañera". Aseada, ingeniosa, sagaz, afectiv
a, con ta-
les virtudes -añad e Ararípe Junio r- y en las condiciones precar
ias en que,
en el primero ·y segundo siglos, se encontraba el Brasil en materi
a de bello
sexo, era imposible que lá mujer mina no dominase la situaci
ón. ~7 La do-
minó en diversas regiones, particularmente en Minas Gerais,
durante el si-
glo XVIII .
Al promediar el siglo XIX, Burton encontró en Minas Gerais
una ciu-
dad de cinco mil habitantes, con dos familias solamente de pura
sangre eu-
ropea. En el litoral observó que a los colonos les había sido
posible casar
sus hijos con europeos. Pero en las capitanías del interior el
"mulatismo"
se había vuelto un "mal necesario" (mulatism became a necess
ary evíl).
Al principio, como es dado suponer, menos por casamiento
que por unio-
nes irregulares de blancos con negras, las más de las veces sus
esclavas. De
ahí la "extraña aversión al casamiento" que Burton también
sorprendiera
en las poblaciones mineras. A los hombres "no les gustaba casarse
para toda
la vida", pero sí unirse o amancebarse. Las leyes portuguesas
y brasileñas,
al facilitar el prohijamiento de los vástagos ilegítimos, no hadan
sino favo-
recer esa tendencia al concubinato y a las uniones efímeras. Bien
es verdad
que ya los moralistas brasileños venían combatiendo tamaña
irregularidad,
llegando algunos hasta a decir que no se admitiese en los cargos
públicos a
individuos que viviesen en franco concubinato. 58
Los esclavos procedentes de las áreas de cultura negra más adelan
constituyeron un elemento activo, creador, pudiendo tal vez tada,
agregarse, no-
ble, en la colonización del Brasil, degradados tan sólo por su
condición de
esclavos. Lejos de haber sido nada más que bestias de carga
y brazos de
azada al servicio de la agricultura, desempeñaron una función
civilizadora.
Fueron la mano derecha de la formación agraria brasileña; los
indios la ma-
no izquierda.
Eschwege hace notar que la mineración del hierro en el Brasil
fue apren-
dida de los africanos. 59 Y Max Schmidt pone en evidencia
dos aspectos
de la colonización africana que permiten entrever la superioridad
técnica del
negro sobre el indígena y hasta sobre el blanco: el trabajo de
los metales y
la cría de ganado. 60 Podría agregarse un tercero: la culinar
ia, que en el
Brasil se enriqueció y refinó con b contribución africana.
Schmidt observó en Matto Grosso que muchas de las prácticas
inheren-
tes a la cría de ganado eran de origen africano, lo mismo que
el instrumen-
tal de los herreros. Habían sido transmitidos a los mestizos
de indios con
blancos por los esclavos negros. El profesor Roquette Pinto
retrató el in-
teresante caso_ que ya hemos referido, de la acción civilizadora
de los escla-
vos fugitivos entre los indios de la Sierra de los Parecí. Se puede,
además,
288
en los
generalizar acerca de los negros fugitivos, internados en el monte y
civiliza dora, casi siem-
scrtones, que desempeñaron todos una útil fondón
indígen as, dejándo se raras veces
pre elevando la cultura de las poblaciones
Frente a los caboclo s, los negros fueron un
aplastar o degradar por ellas.
elemento europeízante. Vínculo s de unión con los portugu eses. Con la Igle-
entre
sia. Representaron no solamente aquel papel de mediadores plásticos, 81
los europeos y los indígenas, a que se refiere José María dos Santos,
l y creador a, transmi -
sino también, en algunos casos, una función origina
valiosís imos de cultura o téc-
tiendo, a la sociedad en formación, elementos
nica africana.
El contacto íntimo entre algunas de las áreas más elevadas de cultura
por d
negra y el Brasil, explica, a nuestro modo de ver, el hecho observado
Rodrigu es, y por él atribuid o al factor raza --esto es, a la
profesor Nina
negra en
infusión de sangre hamit a-, de la superioridad de la colonización
ya destaca do por
el Brasil sobre la de los Estados Unidos. Hecho que fuera
un americano, Fletcher. Y antes que éste, por el naturalista inglés George
Gardner. 62
No se limitó el Brasil a recoger del Africa la escoria negra que fecundó
del
sus cañaverales y sus cafetales; que le ablandó la tierra seca. Viniéronle
casa" para sus colonos sin mujer blanca; técnicos para las
Africa "amas de
en la
minas; artesanos en hierro; negros adiestrados en la cría de ganado y
sacerdo tes y
industria pastoril; comerciantes de tela y de jabón; maestros;
y de Pernam buco a la
almuédanos. Por otra parte, la proximidad de Bahía
Brasil
costa de Africa, actuó en el sentido de dar a las relaciones entre el
lmente especia l de intimid ad, una
y el continente negro un carácter esencia
las colonia s inglesas . Del cónsul O'Sulli van
intimidad más fraternal que en
Beare, que, conjuntamente con Sir Roger Caseme nt, fue uno de los mejores
in-
informantes de Sir Harry H. Johnston en el Brasil, recogió estos datos
acerca del comerc io entre Bahía y las ciudade s africana s de
teresantísimos
io muy activo y con-
Lagos y Dahomey, a principios del siglo XIX. Comerc 63
ducido por felatas y mandingos, en general ex esclavos.
El estudio de Melville J. Herskovits relativo al Africa, basado en la idea
de áreas de cultura, 64 nos permite sorprender, en sus altibajos, la cultura
y
africana de la que se contagió y enriqueció la brasileña a través de la vasta
cación comerc ial
variada importación de esclavos y de la frecuente comuni
las
con los puertos africanos. Valiéndonos de ese criterio, tropezamos con
caracte rizada por la cría de ga-
siguientes áreas principales: a) hotentote,
nado, por el empleo de bueyes para el transporte de cargas, por la utiliza-
etc.;
ción de sus cueros en el vestuario, por el vasto consumo de su carne,
inferior a la primera , pobre, nómade , sin animal
b) bosquimanos, cultura
o
alguno al servicio del hombre, a no ser el perro, sin organización agraria
pero su-
pastoril, semejante en estos rasgos a la cultura indígena del Brasil,
lo de-
perior a ésta en expresión artística, en pintura por lo menos, como
el área de ganado del
muestran los ejemplos destacados por Frobenius; c)
289
Africa oriental (bantú), caracterizado por la agricu
ltura, con la industria
pastoril superimpuesta, tanto que la posesión del ganad
o numeroso y no la
de tierras extensas es la que concede prestigio social
al individuo; trabajos
en hierro y madera; poligamia; fetichismo; d) área
del Congo (también de
lengua bantú, aunque en la frontera occidental se hable
ibo, fanti, etc.), es-
tudiada por Frobenius en su trabajo Ursprung der
Afrikanischen Kulturcn,
en el que destaca las diferencias entre el Congo y
las áreas circunvecinas,
de vestuario, tipo de habitación, tatuaje, instrumento
s de música, uso de la
banana, etc., rasgos a los que Herskovits agrega otros
, como la economía
agrícola, además de la caza y la pesca, la domesticación
de la cabra, del cerdo,
de la· gallina y del perro; mercados en donde se
reúnen para la venta de
productos agrícolas y de hierro, cestería, etc.; el
dominio de la tierra en
común, fetichismo, del que es una interesante expre
sión artística la escul-
tura en madera, ocupando los artistas un puesto de
honor en la comunidad;
e} el Cuerno oriental, región dificil de caracterizar,
representando ya el con-
tacto de la cultura negra del sur con la mahometan
a del norte, actividad
pastoril, utilización de variados animales -vac a,
cabra, oveja, came llo-,
organización social influida por el islamismo; f) Sudán
oriental, área más
influida aún que la anterior por la región mahometan
a, lengua árabe, abun-
dancia de animales al servicio del hombre, actividad
pastoril, gran uso de
leche de camello, nomadismo, tiendas, vestuario de
telas semejantes a la de
los bereberes; g) Sudán occidental, otra área de interp
enetración de cu1tu-
ras, la negra propiamente dicha y la mahometana, región
de grandes monar-
quías o reinos -Dah omey , Beuin, Ashanti, Haussa,
Bornú, Yoru ba-, so--
ciedades secretas de vasto y eficaz dominio sobre la
vida política, agricultu-
ra, cría de ganado y comercio, notables trabajos artísti
cos en piedra, hierro,
terracotta y tejeduría, fetichismo y mahometanismo;
h) área del desierto
(bereberes); i) área egipcia cuyas características nos
eximimos de fijar por
no interesar directamente a la colonización del Brasil
. Notaremos tnn sólo
el hecho de haber proyectado, una y otra, una vasta
influe ncia sobre el con-
tinente africano. 0 ~
A través de esta caracterización se ve qu~ ningún área
de cultura negra,
ni aun la bosquimana, desaparece o se doblega frente
a la de los pueblos
indígenas del Brasil. Debe, sin embargo, destacarse
que la colonización afri-
cana del Brasil se realizó principalmente con eleme
ntos bantús y sudaneses,
gentes de áreas agrícolas y pastoriles, bien nutridas
con leche, carne y ve-
getales. 66 Los sudaneses del área occiJental, dueño
s de valiosos elemen-
tos de cultura material y moral, propios unos y otros
adquiridos y asimila-
dos de los mahometanos.
A éstos, Nina Rodrigues otorga la "prominencia intele
ctual y social" en-
tre los negros importados al Brasil, pareciéndole que
incorporan a la orga-
nización religiosa de los sudaneses mahometanos, no
sólo el movimiento de
1835 de Bahía, sino también otras rebeliones de senza
la. Atribuye Nina Ro-
290
los yorubas o
drígues una gran importancia a la influencia ejercida sobre
mahom etanos. Es-
nagós y sobre los ewes o géges por los felatas y haussá
os. Habrí an sido
tos parecen haber encabezado varias rebeliones de esclav de Wurn o,
de los reinos
algo así como aristócratas de las senzalas. Venían
de literat ura reli-
Sokoto, Gandó, de organización política ya adelantada,
caracteres arábigos;
giosa ya definida, existiendo obras indígenas escritas en
imitac iones portuguesas de
de arte recio, original, superior a las anémicas
podían confo rmars e con el papel
modelos moros. Semejantes esclavos no
bendi ta del bautis mo cristiano
de títeres de los portugueses, ni sería el agua
lo que apagara en ellos el fuego musul mán.
el Brasil en una
Notó el abate Etienne que el islamismo se ramificó en
senzal as; que vinieron
secta poderosa, floreciendo en la obscuridad de las
en árabe los libros
del Africa maestros y predicadores a fin de enseñar a leer . 67
ios mahom etanos
del Corán y que aquí funcionaron escuelas y orator
, fue el in-
El ambiente que precedió al movimiento de 18.35, en Bahía
Mata- porcos , en la
tenso fervor religioso entre los esclavos. En la calleja de
a de las iglesia s
ladera de Pra~a, en el crucero de San Francisco, a la sombr io
y San Anton
y monasterios católicos, de los nichos de la Virgen María
n del profeta,
de Lisboa, esclavos leídos en el Corán predicaban la religió
s en las alturas de
oponiéndose a la de Cristo, seguida por los amos blanco
a, diciendo que
las casas-grandes. Hacían propaganda contra la misa católic
nos con la cruz de
era lo mismo que adorar un leño, y a los rosarios cristia
de largo, noven-
Nuestro Señor oponían los suyos de cincuenta centímetros 68
en lugar de cruz.
ta y nueve cuentas de madera, rematando en una bola
gnarse de esa
El catolicismo en el Brasil forzosamente habría de impre
y fetichista de los
influencia mahometana, como se impregnó de la animista
cultos . Hemo s encon trado rasgos de in-
indígenas y de los negros menos
papele s con oracio nes para librar el cuerpo de
fluencia mahometana en los
a hoy se
1a muerte y la casa de ladrones y malhechores, papeles que todaví pegarl os a
, o a
acostumbra llevar, como un escap11lario, colgado del cuello
. Y es posibl e
las puertas y ventanas de las casas, en el interior del Brasil
tantism o, ene•
que cierta predisposición de negros y mestizos hacia el protes
santos , de los rosario s con cruz, se expliq ue por la
migo de la misa, de los
mahometano.
persistencia de remotos prejuidos anticatólicos de origen
pción de una fiesta de muertos en
Mello Moraes Filho hace la descri
69 que, para Nina Rodrigues, es sin duda alguna de
Penedo ( Alagoas)
de bebidas al-
origen musulmán. Sendos rezos y largos ayunos; abstinencia
sacrificio de corde-
cohólicas; relación de la fiesta con las foses de la luna; 70
ro. Y por vestimenta, unas largas túnica s blanca s.
sectas africanas
En nuestras observaciones de las prácticas y ritos de
o que los devoto s se quitan los
en Pernambuco, varias veces hemos notad
las cerem onias. Y en un te-
zapatos o las zapatillas antes de participar en
291
rreiro * que visitamos en Río de Janeiro, adver
timos la importancia atri-
buida al hecho de que el individuo pise o no sobre
la vieja estera extendida
en medio de la sala. En el centro de la estera,
con las piernas musulmana-
mente cruzadas, el viejo negro, pae-de-terreiro.
** Junto a él una cazuela
con comida sagrada, toda ella desmenuzada dentr
o de sangre de gallina ne-
gra. En las fiestas de las sectas africanas que conoc
imos en Recife, dirigidas
por Eloy, joven casi blanco, de unos diez y siete
años, criado por negras vie-
jas, y en la de Adán, negro de unos sesenta años,
hijo de africanos, que es-
tudió en Africa "en interés de la religión", hemo
s observado el hecho de
que las mujeres bailan con una faja de tela amar
illa alrededor del cuello.
Exactamente como en los ayunos mahometanos
de Bahía, que Manuel Que-
ríno describe, 11 celebrados en la misma semana
de las fiestas que la Igle-
sia consagra al Espíritu Santo. En las ceremonias
de Anselmo, cuando una
mujer termina la danza, pasa la faja amarilla a
otra que, envolviéndose el
cuello con ella, continúa la misma ceremonia. En
otras sectas africanas he-
mos visto telas rojas con funciones evidentemente
místicas. Y, entre sus
adeptos, como entre los devotos de la Iglesia, es
común asociar a la mística
de los colores las promesas a los santos. Querino
habla también de una "tin-
ta azul" importada de Africa, de la que se servían
los males para sus brujerías
o "daños", trazando con ella signos cabalísticos
sobre una tabla negra. Lue-
go lavaban la tabla y daban a beber el agua a quien
quisiera fechar o cor-
po, *** o la arrojaban al paso de la persona
que se pretendía embrujar. 72
Hasta hace poco se importaron del Africa al Brasi
l tecebas, o rosarios,
instrumentos como el heré o checheré, sonajas
dobles cuyo sonido, en los
xangós, excita a las Jilhas de santo, **** hierb
as sagradas y para fines afro-
disíacos o de puro goce. 73
El catolicismo de las casas-grandes se enriqueció
aqu{ de las influencias
musulmanas, contra las cuales tan impotente fue
el padre capellán como el
clérigo maestro contra las corrupciones del portu
gués por los dialectos indí-
genas y africanos. Es un punto al que no hemo
s de consagrarle mayor
atención, éste de la interpenetraci6n de influencias
de culturas en el desen-
volvimiento del catolicismo brasileño y el de la
lengua nacional. A esta al-
• Te"" ''º' Las ceremooias de los cultos de
los negros totemista.s del .Africa, se celebr los negros brasileiios, origin arios de
an en
para eludir la penec ución de las autori dades locale, denominados lerreiros, los que,
, suelen locali zane ea paraje s de difícil
acces o.- N. tkl T.
• • En el ritual de los cultos afro-brasileños,
se dirige a la divini dad, recibiendo de ésta sacerdote que presid e la fiesta, y quien
creye ntes.- N. thl T. las instrucc::íooes que ha de trasm itir a los
292
tura de nuestro ensayo, sólo queremos destacar la actuación cultural des-
arrollada en la formación brasileña por el islamismo, traído al Brasil por
los esclavos malés.
Los negros mahometanos en el Brasil, una vez distribuidos por las sen-
zalas de las casas-grandes coloniales, no perdieron su contacto con Africa.
Tampoco lo perdieron los negros fetichistas de las áreas de cultura africana
más adelantadas. Los nagós, por ejemplo, del reino de Yoruba, se dieron el
lujo de importar, lo mismo que los mahometanos, objetos del culto religioso
y de uso personal: nuez de kola, cauríes, telas y jabón de la Costa, aceite
de dendé.
Es curioso notar, además, que hasta fines del siglo XIX se produjo la
repatriación al Africa de haussás y nagós libertos de Bahía; que gegés li-
bertos y repatriados, fundaron en Adra una ciudad con el nombre de Porto
Seguro. 74 Tan íntimas llegaron a ser las relaciones entre Bahía y aquellas
ciudades africanas, que jefes de casas comerciales de Salvador recibieron
16
distinciones honoríficas del gobierno de Dahomey.
En Bahía, en Río, en Recife, en Minas, el traje africano, de influencia
mahometana, subsistió largo tiempo entre los negros. Principalmente entre
las dulceras y entre las vendedoras de aluá * Algunas de ellas, amantes
de ricos negociantes portugueses y por ellos vestidas de seda y satén. Cu-
biertas de dijes, joyas, cadenas de oro, talismanes de Guinea contra el mal
de ojo, objetos de culto fálico, hileras de abalorios, collares de conchitas,
sendas argollas de oro pendientes de las orejas. En las calles de Bahía, to-
davía hoy se encuentran negras vendedoras de dulces con largos chales de
tela de la Costa, vistiendo, por encima de muchas enaguas de blanco lino,
la saya noble, adamascada, de vivos colores. Los abultados senos empinados,
como si pugnasen por saltar de entre las randas de la camisa. Dijes. Falos.
Pulseras. Toca o turbante musulmán, chinelitas calzadas en la punta del
pie. Estrellas marinas de plata. Ajorcas de oro. En los comienzos del siglo
XIX, Tollenare, en Pernambuco, admiró la belleza de esas negras casi
reinas. Y Mrs. Mary Graham se maravilló de la gracia del talle y del ritmo
en el andar.
Son, en general, negras de elevada estatura, ésas que es costumbre lla-
mar "bahianas". Heráldicas, aristocráticas. Su elevada estatura es, por lo de-
más, una característica sudanesa que conviene destacar.
El sudanés es uno de los tipos más altos del mundo. En Senegal se ven
negros tan altos que parecieran andar con zancos, tan largos en sus largos
bubús que, de lejos, parecen almas del otro mundo, desmirriados, dentu-
dos, angulosos, hieráticos. Más hacia el sur de Afríca es donde se encuentra
gente baja y retacona. Mujeres culonas, redondeces afrodisíacas del cuerpo.
293
Hotentotes, bosquimanos, verdadero mente grotescos· con sus nalgas salientes
(esteatopigia).
A las características físicas de los negros importados ·al Brasil, es inte•
resante seguirlas a través del lenguaje pintoresco del pueblo en los anuncios
de compra y venta de esclavos para el servicio doméstico o agrícola. En
este sentido, la colección de Diario de Pernambuco, se presenta con particu-
lar interés para el estudioso de antropología. 16 A través de los viejos
anuncios de 1825, 1830, 1835, 1840 y 1850, se advierte la marcada pre-
ferencia por los negros y negras altos y de formas atrayentes, "bonitas de
cara y de cuerpo" y "con todos los dientes de adelante". Lo que demuestra
que hubo una selección eugenésica y estética de criadas, mucamas y mule-
cas para el servicio doméstico;. las negras más en contacto con los blancos
de las casas-grandes; las madres de los mulatitos criados en casa, muchos de
ellos futuros doctores, bachilleres y h!3sta sacerdotes.
Considerados esos puntos, que nos parecen de importancia fundamental
para el estudio de la influencia africana sobre la cultura, el carácter y la
eugenesia del brasileño, nos sentimos ahora más cómodos para el esfuerzo
de procurar sorprender aspectos más íntimos de aquella influencia y de
aquel contagio.
Desde luego, una discriminación se impone previamente: entre la influen-
cia pura del negro --que no nos es posible, casi, aislar- y la del negro en
condición de esclavo. "En primer lugar, el mal elemento de la población
no fue la raza negra, sino esa raza reducida al cautiverio", dijo Joaquín Na-
buco, en 1881. 11 Admirables palabras para haber sido escritas en la mis-
ma época en que Oliveira Martins sentenciaba en páginas gravísimas: "Hay
circunstancias, y abundan los documentos, que nos demuestran en el negro
un tipo antropológicamente inferior, no raras veces cercano al antropoide,
y bien poco digno del nombre de hombre''. 78
Siempre que consideramos la influencia del negro sobre la vida íntima
del brasileño, es la acci6n del esclavo y no la del negro por s{ mismo, lo
que contemplamos. Ruediger Bilden pretende explicar por la influencia de
la esclavitud todos los rasgos de la formación económica y social del Bra-
sil. 79 Junto a la monocultura fue la fuerza que más afectó nuestra plástica
social. A veces parece influencia racial lo que es pura y simple influencia del
esclavo, del sistema social de la esclavitud. De la capacidad inmensa de este
sistema para rebajar moralmente a amos y esclavos. El negro se nos aparece
en el Brasil, a través de toda nuestra vida colonial y de nuestras primeras
etapas de vida independiente, deformado por la esclavitud. Por la esclavitud
y por la monocultura de que fue el instrumento, el punto de apoyo firme,
al contrario del indio siempre movedizo.
Goldenweiser pone de relieve el absurdo de juzgar la capacidad de tra-
bajo y la inteligencia del negro a través del esfuerzo que desarrollara en las
plantaciones de América, bajo el régimen de la esclavitud. El negro debe
294
ser juzgado por la actividad industrial que desplegara en el ambiente de su
80
propia cultura, con interés y entusiasmo por el trabajo.
Del mismo modo nos parece absurdo juzgar su moral en el Brasil por
su influencia deletérea como esclavo. El grave error en que incurri6 Nina
Rodrigues, al estudiar la influencia del africano en nuestro pafs, fue el de
no haber reconocido en el negro la condición absorbente del esclavo. "Se-
parando, pues, entonces -dice en las primeras páginas de su obra sobre la
raza negra en la América portuguesa- de la condición de esclavos en que
los negros fueron introducidos en el Brasil, y valorando sus cualidades de
colonos como haríamos con los de cualquier otra procedencia, etc.". Pero
esto es imposible. Imposible la separación del negro introducido en el Brasil
de su condición de esclavo.
Si hay hábito que hace al monje, ése es el del esclavo; y d africano fue
muchas veces obligado a despojarse de su camisolín de malé para venir, en
los inmundos navíos, del Africa al Brasil, para, con taparrabo o calzón de
lienzo, tornarse en cargador de "tigre''. La esclavitud desarraigó al negro de
su medio social y familiar, para soltarlo luego entre gente extraña, las más
de las veces hostil. Dentro de tal ambiente, en contacto con fuerzas disol-
ventes, sería absurdo es~rar del esclavo otro comportamiento que el in-
moral, del que tanto se le acusa.
Pasa por defecto de la raza africana, comunicado al brasileño, el ero-
tismo, la lujuria, la degradación sexual. Lo que, sin embargo, se ha compro-
bado entre los pueblos negros del Africa, como entre los primitivos en ge-
neral -ya lo hemos destacado en capítulo anterior-, es una mayor morige•
ración del apetito sexual que entre los europeos. El de los negros africanos
es un sexualismo que, para excitarse, requiere estímulos picantes: danzas
afrodisíacas, culto fálico, orgías. En el civilizado, mientras tanto, el apetito
sexual se excita de ordinario sin mayores provocaciones, sin esfuerzo. La
idea vulgar de que la raza negra es propensa, más que las otras, a los excesos
sexuales, Ernest Crawley la atribuye a su temperamento expansivo y al ca-
rácter orgiástico de sus fiestas, que crearon la ilusión de un inmoderado ero•
tismo. Hecho que "indica justamente lo contrario", demostrando la necesi-
dad, entre ellos, de "excitación artificial". Havelock Ellis coloca a la negra
entre las mujeres ~ás bien frías que fogosas: "indiferentes a los refinamien-
tos del amor", y, como Ploss, pone de relieve el hecho de que los órganos
sexuales entre los pueblos primitivos son, muchas veces, poco desarrollados
(comparatively undeve/oped). 81
Generalmente se dice que la negra corrompió la vida sexual de la socie-
dad brasileña, iniciando precozmente en el amor físico a los hijos de familia.
Esa corrupción, mientras tanto, no fue por medio de la negra como se rea-
lizó, sino por la esclava. Y donde no se realizó a través de la africana, se
produjo a través de la esclava india. El padre Manuel Fonseca, en Vida do
Padre Belchior de Pontes, es quien responsabiliza a la mujer indígena de la
fácil depravación de los niños coloniales. De una zona casi sin salpicadura
295
alguna de sangre negra es que escribe, en el siglo XVIII, el obispo de Pa-
rá: "La miseria de las costumbres en este país me recuerda el fin de las
cinco ciudades por parecerme que vivo en los suburbios de Gomorra, muy
próximo y en la vecindad de Sodoma". 82
Es absurdo responsabilizar al negro .de aquello que no fue obra suya
ni del indio, sino del sistema social y económico en que, pasiva y mecánica-
mente, ejercieron su actividad. No hay esclavitud sin depravación sexual.
Es de la esencia misma del régimen. En primer lugar, el propio interés eco-
nómico favorece la depravación creando, en los propietarios de hombres, in-
moderados deseos de poseer el mayor número posible de crías. Joaquín Na-
buco recogió en un manifiesto esclav6crata de fazendeiros, las siguientes pa-
labras tan ricas de significación: "La parte más productiva de la propiedad
esclava es el vientre generador". 83
Así fue en Portugal, ya opulenta de vicios, de donde la institución se
comunicó al Brasil. "Los esclavos moros y negros, además de otros traídos
de diversas regiones, a los cuales se administraba el bautismo, no recibían
después la menor educación religiosa", informa Alejandro Herculano. Entre
esos esclavos los señores favorecían la disipación a fin de "aumentar el nú-
mero de crías, como quien promueve la multiplicación de un rebaño". 8 •
Dentro de semejante atmósfera moral, creada por el interés econ6míco
de los señores, tc6mo esperar que la esclavitud -fuese el esclavo moro, ne-
gro, indio o malayo-- actuase sino en el sentido de la disipación, del liber-
tinaje, de la lujuria? Lo que se quería era que los vientres de las mujeres
generasen, que las negras produjesen muleques.
Joaquín Nabuco destacó "la acción de enfermedades africanas sobre la
constitución física de nuestro pueblo". 811 Esta habría sido una de las te-
rribles influencias del contagio del Brasil con d Africa. Pero es necesario
notar que muchos negros enfermaron de lúes en el Brasil. Uno que otro
vendría ya contanúnado. La contaminación en masa se realizó en las sen-
zalas coloniales. La "raza inferior", a la que se atribuye todo cuanto es
handicap en d brasileño, adquiri6 de la "superior" el gran mal gálico que,
desde los primeros tiempos de la colonización, nos degrada y disminuye.
Fueron los señores de las casas-grandes quienes contaminaron de lúes a las
negras de las senzalas. Negras tantas veces entregadas vírgenes, de doce y
trece años, a j6venes blancos ya castigados por el mal en las ciudades. Por-
que por mucho tiempo dominó en el Brasil la creencia de que para el si-
filitico "no'hay mejor depurativo que una negrita virgen". .
El doctor Juan Alvarez de Acevedo Macedo Jr. registró, en 1869, una
extraña costumbre venida, según parece, de los tiempos coloniales, y de la
que aún se encuentran rastros en las áreas pernambucana y fluminense de
los viejos ingenios de azúcar. Según el doctor Acevedo Macedo Junior, se-
ría a los blenorrágicos que el bárbaro prejuicio consideraba curados si con-
siguiesen relación con mujer púber: "la inoculación de este virus en una
mujer púber es el medio de extinguirlo en s{". 88
296
Es de suponer, igualmente, que mucha mae-negra, ama de leche, haya
sido contaminada por el niño de pecho, extendiéndose así, por ese medio,
de la casa-grande a Ja senzala, la mancha del mal. Ya el doctor Góes e Si-
queira, en estudio publicado en 1877, creía necesario someter a multas e
indemnizaciones a aquellos qu~. sin el menor escrúpulo, entregaban los hijos
luéticos a los cuidados de amas en perfecto estado de salud. "Siendo el
amamantamiento uno de los medíos comunes de transmisión, se comprende
cuántos resultados favorables a la población producirá una medida de natu-
raleza tan sencilla y de fácil exequibilidad". Las amas negras "no podrían
entregarse al amamantamiento mercenario sin certificado o examen de sa-
nidad por médico competente", pero también "tendrían el derecho de re-
clamo sobre los padres o tutores de los niños que les hubiesen comunicado
el mal sifilítico". 117
Claro está que, sifilizadas -muchas veces impúberes aún- por sus amos
blancos, las esclavas se tornaron, a su vez, después de mujeres hechas, en
grandes transmisoras de enfermedades venéreas entre blancos y negros. Lo
que explica el hecho de haberse inundado de gonorrea y de sífilis nuestra
sociedad del tiempo de la esclavitud.
Lo mismo ocurrió en el sur de los Estados Unidos. Janson, en su libro
The Stranger in America, 88 se refiere a la verdadera epidemia de curande-
ros de enfermedades venéreas en los Estados Unidos al promediar el siglo
XIX. Síntoma de mucha gente enferma de gonorrea y de sífilis. Y Odum
concede proporciones alarmantes a la sífilis en los Estados esclavistas del
sur. 80 Entre nosotros, en el litoral, esto es, en la zona más colorida por
la esclavitud, siempre fue vasta la extensión del mal. Sigue siendo impresio-
nante. La propaganda de los medicamentos, elixires y frascos para el trata-
miento de males venéreos se efectúa, todavía hoy, con una insistencia escan-
dalosa. Hasta en estampas devotas, con imágenes del Niño Dios, rodeado
de angelitos, se anuncia que tal específico "cura la sífilis"; que si "el mismo
Jesucristo viniese hoy al mundo, sería El quien alzaría su sabia palabra
para aconsejar el uso del Elixir a los pacientes de todas las enfermedades
que tienen por origen la impureza de la sangre". Y los profesores de medi-
cina brasileños recomiendan a sus discípulos que, en su clínica, piensen siem-
pre sifilíticamente, esto es, considerando antes que nada el posible origen
90
sifilítico del mal o de la enfermedad.
La sífilis hizo siempre lo que quiso en el Brasil patriarcal. Mató, cegó,
deformó a su antojo, hizo abortar mujeres, llevó angelitos al cielo. Una ví-
bora criada dentro de casa, sin que nadie hiciera caso de su veneno. La san-
gre envenenada reventaba en heridas. Los enfermos se rascaban las poste-
mas, tomaban· frascos de específicos y chupaban el fruto del cajueiro.
En las primeras páginas de este trabajo hemos visto que la sífilización
del Brasil data de los comienzos del siglo XVI. Pero en el ambiente volup-
tuoso de las casas-grandes, llenas de crías, negritos, mulecas, mucamas, es
donde la enfermedad se propagaba más fácilmente a través de la pros titu-
297
ción doméstica, menos higiénica que la de los burdeles.
En 184.5 escribía
Lassance Cunha que el brasileño no daba importancia a
la sífilis, enferme-
dad "algo así como hereditaria y tan común que el puebl
o no la reputa un
flagelo, ni tampoco la teme". Enfermedad algo así como
doméstica, de fa-
milia, como el sarampión y las lombrices. Y se rebelaba contra
la frecuencia
de los casamientos de tarados por la sífilis, uniones sabida
s "por nosotros,
los médicos, que penetramos los secretos patológicos de
las familias". 91
Manuel Vieira da Silva, posteriormente barón de Alvaesar,
en sus Reflexóes
sobre alguns dos meios propostos por mais conducentes
para melhorar o
clima da cidade do Río de ]aneiro, observó, a principios
del siglo XIX, el
hecho de que las "enfermedades cutáneas eran repmadas de
muy poca monta
en esta ciudad, llegando el prejuicio público a afirmar que
ellas no deben
curarse, cuando posiblemente la disposición morbosa con
que aparecen, en
los naturales de esta ciudad desde la infancia, se deba a
semejante despre-
cio". 92 No fue Vieira da Silva, sin embargo, el primero
que tuvo el buen
tino de insinuar que fuese efeci:o del mal gálico y del despre
cio hacia su
tratamiento lo que para muchos eran efectos del clima o
del "calor". Antes
que él encontraremos a Vilhena, real profesor· de idiom
a griego en Bahía
a fines del siglo XVII I, rebatiendo la idea de que el "calo
r" sea la causa
principal de los vicios y los males de la sensualidad en la
colonia. "Meros
subterfugios", escribió Vilhena. A su juicio, la verdadera
causa no era otra
que "la inmoderada pasión sensual". Y no solamente la
de la calle, sino
también la de las casas-grandes contaminadas por las senzal
as. Contaminadas
por los esclavos. Son éstos, según Vilhena, los que habría
n transformado el
saludable clima del Brasil en un clima mortífero, en un clima
que "habiendo
sido admirable por sano, poco o nada difiere hoy del
de Angola ... "~s
A principios del siglo XVII I, el Brasil era ya señalado, en
libros extran-
jeros, como la tierra por excelencia de la sífilis. El autor
de la Histoire Gé-
nérale des Pirates, escribe: " ... presque tous les brésili
ens sont atteints
d'af/ections vénériennes". 9t Y Silva Araujo traduce de
John Barrow, via-
jero inglés que en el siglo XVII I estuvo en el Brasil, en
la isla de Java y
en Cochinchina, un interesante párrafo referente a la sífilis
en Río de Ja-
neiro. Según Barrow, hasta en los monasterios el mal gálico
causaba estra•
gos. Y a propósito de cierta caja conteniendo una medic
ación mercurial
prescripta a la abadesa de un convento por médico conoc
ido de Barrow, e
indiscretamente abierta por su porta dor- fraile chancero
de San Benit o--
cuenta que el tal eclesiástico, llevándose la caja a la nariz,
habría exclamado
con expresiva guiñada de ojo: Ah, domine! Mercurialia!
lsta sunt mercu.
rialia.1 Añadiendo que la abadesa y todas las damas de
Río pronae sunt
omnes at deditae veneri". 95
Transcribe Silva Araujo las siguientes palabras del docto
r Bernardino
Antonio Gomes, viejo médico colonial, respondiendo a la
investigación del
Senado de la Cámara de Río de Janeiro, en 1798, para establ
ecer cuáles son
las enfermedades endémicas en la ciudad de los virreyes:
que a la prostitu-
298
d6n y al mal venéreo, en el Brasil, concurría poderosamente "el ejemplo
familiar de los esclavos, que casi no conocen otra ley que los estímulos de
la naturaleza". El mencionado facultativo ha debido destacar que esa ani-
malidad en los negros, ese desenfreno de los instintos, esa inmoderada pros-
titución dentro de la casa, era estimulada por los señores blancos, unos en
interés de la procreación en gran escala, otros para satisfacer caprichos sen-
suales. No era el negro, por lo tanto, el "libertino, sino el esclavo al servicio
del interés económico y de la holganza voluptuosa de los amos. No era la
"raza inferior" la fuente de corrupción, sino el abuso de una raza por otra.
Abuso que implicaba resignarse la servil a los apetitos de la todopoderosa.
Y esos apetitos estimulados por el ocio, por la "riqueza adquirida sin tra-
bajo", dice el doctor Gomes; por la "ociosidad o la pereza", diría Vilhena;
por consiguiente, por la misma estructura económica del régimen esclavista.
Si es cierto, como pretenden algunos antropólogos modernos, que la
irregularidad en las relaciones sexuales ha manifestado, en general, la ten-
dencia a aumentar con la civilización; 96 que en los animales domésticos
97
se encuentra el sistema sexual más desarrollado que en los salvajes;
que entre los animales domésticos, debilitados por la relativa falta de lucha
y de competencia, las glándulas reproductoras absorben mayor cantidad de
alimentos, 98 y, más aún, que el poder reproductor en el hombre ha au-
mentado con la civilización del mismo modo que en los animales con la do-
mesticidad, 99 podemos arriesgarnos a inferir que dentro de un régimen
como el de la monocultura esclavista, con una mayoría que trabaja y una
minoría que solamente manda, en esta última, por el relativo ocio, se des-
arrollará necesariamente más que en aquélla la preocupación, la manía o el
refinamiento erótico. Es el ejemplo de la India, donde el amor es tanto más
fino, artístico y hasta perseverantemente cultivado cuanto más elevada es
la casta y mayor su ociosidad.
Nada nos autoriza a inferir que haya sido el negro quien aportó al Bra-
sil la pegajosa lujuria a la que todos nos sentimos arrastrados, apenas al-
canzada la adolescencia. La precoz voluptuosidad, el deseo de mujer que a
los trece o catorce años hace de todo brasileño un Don Juan, no dimana
del contagio o de la sangre de la "raza inferior", sino del sistema económico
y social de nuestra formación, y, un poco acaso, del clima, del aire muelle,
denso, tibio, que temprano parece disponernos a las excitaciones del amor
y al mismo tiempo a alejarnos de todo esfuerzo persistente. Imposible negar
la acción del clima sobre 1a moral sexual de las sociedades. Sin ser prepon-
derante alcanza, mientras tanto, a acentuar o a enervar tendencias; endure-
cer o ablandar rasgos sociales. Sabemos que la voz se torna estridente y
áspera en los dimas cálidos, mientras que bajo la influencia de la mayor o
menor presión atmosférica, del aire más o menos seco, se altera en el hom-
bre la temperatura, la circulación, la eliminación de gas carbónico. Todo
ello con repercusión sobre su comportamiento social, sobre su eficacia eco-
nómica, sobre su moral sexual. Se puede concluir con Kelsey, 100 que cíer•
299
tos climas estimulan al hombre a mayores esfuerzos y, por consiguiente, a
una mayor productividad, mientras que otros los languidecen. Para admitirlo
no necesitamos llegar a las exageraciones de Huntington y de otros fanáti-
cos de la "influencia del clima". •
Nada, por tamo, de desviar hacia el factor clima la enorme masa de las
responsabilidades que, bien establecidas, atañen a fuerzas sociales y econ6-
micas, dentro de las cuales se han articulado c,ulturas, organizaciones, tipos
de sociedad. Es verdad que, muchas veces, en una como alianza secreta con
las fuerzas naturales. Otras veces, empero, casi independiente de ellas.
Al negro en el Brasil, en sus relaciones con la cultura y con el tipo de
sociedad que aquí ha venido desarrollándose, debe considerársele principal-
mente según el criterio de la historia social y económica. De la antropología
cultural. De ahí que sea imposible -insistim os en ello- separarlo de la
condición degradante del esclavo, dentro de la cual se sofocaron en él mu-
chas de sus mejores tendencias creadoras y normales para acentuarse otras,
artificiales y hasta mórbidas. Tornóse asf el africano un decidido agente pa-
togénico en el seno de la sociedad brasileña. Por "inferioridad de raza", gri-
tan los sociólogos arios. Pero contra estos gritos se yerguen las evidencias
hist6ricas -las circunstancias de cultura y principalmente económ icas-
dentro de las cuales se produjo, en el Brasil, el contacto del negro con el
blanco. El negro fue patogénico, pero al servicio del blanco, como parte
irresponsable de un sistema articulado por otros.
En las condiciones económicas y sociales favorables al masoquismo y al
sadismo, creadas por la colonización portuguesa --colonización, al princi-
pio, de hombres casi sin mujer-, y en el sistema esclavista de organización
agraria en el Brasil; en la división de la sociedad en señores todopoderosos y
en esclavos pasivos, es donde deben buscarse las causas principales del
abuso de los negros por el blanco, a través de las formas sádicas del amor,
que tanto se acentuaron entre nosotros, y en general, atribuidas a la lujuria
africana.
Júntese a ello que el culto de Venus Urania fue traído al Brasil por los
primeros colonos venidos de Europa: portugueses, españoles, italianos, ju-
díos. Aquí encontraron en la moral sexual de los indígenas, y en las condi-
ciones, al principio desordenadas, de colonización, el medio de cultura fa.
vorable a la expansión de aquella forma de lujuria y amor. Europeos de
nombre ilustre figuran como sodomitas en los procesos de la Visitariio do
Santo O/ficio as Partes do Brasil. 101 Uno de ellos, el hidalgo florentino
Felipe Cavakanti, fundador de la familia que perpetúa su apellido. Lo que
no es <le extrañar, dado el desarrollo de la sodomía en la Italia del Renaci-
miento, de la que se internacionalizaron los principales términos para desig•
nar las particularidades del "pecado nefando", y en procesos y condenas
españolas de los siglos XVI y XVII, Arlindo Camilo Monteiro encontró
numerosos casos de sodomitas italianos. 102 Juan Lucio de Azevedo par-
ticulariza a los caorsinos, de los cuales llegó a haber numerosas colonias en
.300
Lisboa, y que habrían sido los propagadores del amor socrático entre los
portugueses. 108
Pero entre los mismos portugueses y españoles y entre los judíos y los
moros de la península se acrecentaba esa forma de lujuria al descubrirse y
colonizarse el Brasil, figurando en los procesos frailes, clérigos, hidalgos,
miembros del foro, profesores y esclavos. Varios vinieron deportados al
Brasil, entre otros cíerto Fructuoso Alvarez, párroco de Matoim que, en
Bahía, confesó al visitador del Santo Oficio el 29 de julio de 1591: "de
quinte annos a esta parte que ha que está nesta capitanya da Baya de Todos
os Sanctos, cometeo a torpeza dos tocamentos deshonestos com algumas qua-
104
renta pessóas pouco mais o menos, abre~ando, beyjando ... ".
Por abrazar y besar --eufemismo que alude a varias formas de priapis•
mo-- fueron deportados de Portugal al Brasil numerosos individuos. A este
elemento blanco, y no a la colonización negra, es que debe atribuirse mucho
de la lubricidad brasileña. Un elemento de colonización portuguesa del Bra-
sil, aparentemente puro, pero en verdad corruptor, fueron los niños huérfa-
nos traídos por los jesuitas a sus colegios. Informa Monteiro que en los
10
"libros de nefando son citados con relativa frecuencia". ~
Entre los mismos hombres de armas portugueses, se sabe que en los si-
glos XV y XVI, tal vez por el hecho de las largas travesías marítimas y de
los contactos con los países de vida voluptuosa del Oriente, se desarrollaron
todas las formas de la lujuria. De héroes por todos admirados, fácilmente se
comunicaron a las demás clases sociales los vicios y refinamientos eróticos.
Lopo Vaz de Sampaío nos induce a creer que el mismo Alfonso de Albu-
querque -el terrible Albuquerqu e- habría tenido sus refinamientos lu-
juriosos. 1 º'
La frecuencia de la hechicería y de la magia sexual entre nosotros es
otro rasgo que pasa por ser de origen exclusivamente africano. Mientras tan-
to, el primer volumen de documentos relativos a las actividades del Santo
Oficio en el Brasil registra varios casos de brujas portuguesas, Pueden sus
prácticas haber recibido la influencia africana, en esencia, sin embargo, fue-
ron expresiones del satanismo europeo que, aún hoy, se encuentran entre
nosotros, mezclados a la brujería africana o indígena. Antonia Fernandes,
de apodo Nóbrega, se decía aliada del Diablo. Quien por ella respondía las
consultas era "cierta cosa que hablaba, encerrada en un frasco". Magia me-
díoeval de la más pura cepa europea. Otra portuguesa, Isabel Rodrigues, o
Boca Tuerta, suministraba polvos maravillosos y enseñaba "oraciones fuer-
tes". La más célebre de todas, María Gonr;alves, de sobrenombre Ardele-
el-Rabo, ostentaba las mayores intimidades con el Diablo, enterrando y
desenterrando botijas. Casi todas sus brujerías se ligaban a los problemas
de la impotencia y de la esterilidad. Diríase que la clientela de esas hechi-
ceras coloniales era exclusivamente de amantes infelices o insaciables.
Se sabe, además, que en Portugal la brujería llegó a envolver la vida
de las personas más cultas e ilustres. Julio Dantas retrata al mismo Don
301
Nuño de Cunha, inquisidor mayor del reino en tiempo de Juan V, envuelto
en la púrpura cnrdenalicia -"espec ie de gusano de seda", en la expresión
del cronista - temblando de miedo de brujas y brujerías. Y graves docto-
res, espíritus adeiantados de la época, como Curvo Semedo, recomendaban
a sus enfermos, contra la infidelidad conyugal, "cierta brujería hecha a las
entresuelas del zapato de la mujer y del marido". "Boticarios astutos, de
capas negras y sendas hebillas de plata en los zapatos, hacían fortuna ven-
diendo la yerba pombinha, curada al humo con dientes de difunto echados
sobre un ladrillo en brasa. Extraña brujería que despertaba al amor al orga-
nismo decrépito de los viejos y a la frialdad desdeñosa de los jóvenes. 107
El amor fue el gran motivo a cuyo alrededor giró la brujería en Portu-
gal. Comprendiéndose, además, la boga de los hechiceros, de las brujas, de
las venceduras, de los especialistas en sortilegios afrodisíacos en el Portugal
despauperizado de gente que, en un extraordinario esfuerzo de virilidad, pu-
do asimismo colonizar el Brasil. La brujería fue uno de los estímulos que
concurrieron, a su manera, a la superexcitación sexual de la que resultó el
haberse rellenado, legítima o ilegítimamente, en la escasa población portu-
guesa, los claros enormes abiertos por las guerras y por las pestes.
De la creencia en los sortilegios llegaban ya impregnados al Brasil los
colonos portugueses. La hechicería, de directo origen africano, se desarrolló
aquí en lastre europeo, sobre supersticiones y creencias medioevales.
Como en Portugal la brujería, la hechicería en el Brasil, después de do-
minada por el negro, continuó girando alrededor del motivo amoroso, de in-
tereses de generación y de fecundidad; protegiendo la vida de la mujer
grávida y de la criatura amenazada por tantos males: fiebres, caimbre de
sangue, picadura de víbora, espinhela caida, mal de ojo. La mujer embara•
zada pasó a ser profilácticamente resguardada de ésos y otros males, me-
diante una serie de prácticas en que a las influencias africanas se mezclaban,
muchas veces, disfrazados, resabios de liturgia católica y sobrevivencias de
rituales indígenas.
Venidas de Portugal, florecieron aquí varias creencias y magias sexua-
les: la de que la rafa de mandrágora atrae la fecundidad y deshace maleficios
contra los hogares y la propagación de las familias; el hábito de las mujeres
de llevar colgado del cuello, durante la gravidez, piedras de altar dentro de
un escapulario; el cuidado de no pasar, estando encinta, por debajo de una
escalera so pena de que el hijo no crezca; el hábito de ceñirse, cuando opre-
sa por los dolores del alumbramiento, con el cordón de San Francisco; el
de formular promesas a Nuestra Señora del Parto, del Bom Successo, de la
O, de la Concepción, en el sentido de un parto menos doloroso o de un
hijo sano y lindo. Escuchado el pedido por Nuestra Señora, se cumplía la
promesa, consistente muchas veces en dar al niño el nombre de María, de
donde las muchas Marías en el Brasil: María de los Dolores, de los Ange-
les, de la Concepción, de Lourdes, de la Gracia. 108 Otras veces, la de ves-
tir al niño de ángel o de santo en alguna procesión, en hacerle estudiar
302
para cura, en hacerla monja, en dejarle crecer el cabello hasta criar trenzas
para que sirvieran de ofrenda a la imagen del Señor Buen Jesús de los Pa-
sos, en vestirla hasta la edad de doce o trece años de blanco y azul, o sola-
mente de blanco, en homenaje a la Virgen María. 109
Debe registrarse aún la costumbre de los ex-votos de mujeres grávidas:
ofrecimientos de niños de cera o de madera a las santas y a Nuestra Señora,
conocidas como protectoras de la maternidad. Algunas capillas de ingenio
conservan numerosas colecciones de ex-votos de mujeres.
Pero el mayor acervo de creencias y prácticas de la magia sexual que
se desarrollaron en el Brasil fue coloreado por el intenso misticismo del ne-
gro; algunas traídas por él del Africa, otras africanas tan sólo en la técnica,
sirviéndose de animales y yerbas indígenas. Ninguna más característica que
la brujería del sapo para apresurar la realización de casamientos demorados.
El sapo se tornó también, en }a magia sexual afro-brasileña, el protector de
la mujer infiel que, para engañar al marido, basta que tome una aguja enhe-
brada en hilo verde para hacer con ella una cruz en el rostro del individuo
dormido y cosa luego los ojos del sapo. Por otra parte, para conservar al
amante bajo su influjo una mujer solamente necesita tener un sapo debajo
de la cama, dentro de una olla. En este caso, un sapo vivo y mantenido a
leche de vaca. Todavía se usa en el Brasil al sapo en la magia sexual o en
las brujerías, cosiéndole la boca luego de llenarla de restos de comida de-
jada por la víctima. Otros animales ligados a la magia sexual afro-brasileña
son el murciélago, la víbora, la lechuza, la gallina, el palomo, el conejo, la
tortuga terrestre. Yuyos diversos, los unos indígenas, los otros aportados
del Africa por los negros. Algunos tan violentos -dice Manuel Querino-
que causan atontamiento no bien triturados con las manos. Otros que se
beben, se mascan, o se fuman aspirando el humo como la maconha. Hasta
el cangrejo es un instrumento de magia sexual: preparado con tres o siete
ajíes malaguetas y arrojado al suelo, provoca desarreglos en el hogar do-
méstico. 11º
Fue la pericia en la preparación de hechizos sexuales y afrodisíacos la
que proporcionó tantísimo prestigio a esclavos macumbeiros (brujeros) ante
amos blancos ya viejos y decrépitos. Agrippino Grieco recogió en Río de
Janeiro, en la región de las viejas haciendas de café, la tradición relativa
a señores de 70, 80 años, que, estimulados por los afrodisíacos de los ne-
gros macumbeiros, vivían rodeados de negritas impúberes que les propor-
cionaban las últimas sensaciones de hombre. Grieco se refiere a un Barón
del Imperio que murió ya octogenario acariciando mucamas púberes e im-
púberes. Era "muy amigo de brujas y curanderos que le proporcionaban
afrodisíacos". 111 No fue otra la vejez que tuvo en Portugal el Marqués
de Marialva. Dice Beckford que se hacía rodear de angelitos, esto es, de
niñas vestidas de ángeles, y que esas niñas le prodigaban toda clase de ca-
ricias.
303
No podemos olvidar el importante papel que llegó a jugar el café en la
magia sexual afro-brasileña. Hasta existe en el Brasil la expresi6n "café
mandingueiro". Se trata de un café con gualicho adentro: mucho azúcar y
"algunos coágulos del flujo menstrual de la propia embrujadora". 112 Más
bien filtro amoroso que gualicho. Pero un filtro amoroso tal como no es da-
ble imaginar que haya otro más brasileño: café bien cargado, mucho azúcar,
sangre de mulata. Existe otra técnica, la de colar el café- en la falda de una
camisa con la cual haya dormido la mujer dos noches consecutivas, por lo
menos. Este café ha de ser bebido por el hombre por dos veces, una en el
almuerzo y otra en la cena. 113
La falda de camisa sucia de mujer entra en la composición de muchos
embrujos de amor, igual que muchas otras cosas nauseabundas. Pelos de las
axilas o de las partes genitales. Sudor, lágrimas, saliva, sangre, uñas, es-
perma. Alfredo de Carvalho menciona también "el flujo menstrual, excre-
ciones de las glándulas de Bartholin y hasta defecaciones".
De la posesión de cualquiera de estas substancias, el catimhoseiro, el
mandigueiro o el macumbeiro, afirman que "ablanda el corazón" de las per-
sonas más esquivas. 114
No faltan catimboseiros que confeccionan muñecos de cera o de trapo.
Son los hechizos más higiénicos desde el punto de vista del hechizado. So-
bre tales monigotes obran los "maestres Carlos" todo aquello que desean
que se refleje sobre el individuo que va a ser hechizado. Cuestión de rezar
fuerte, lo demás es sólo jugar con el muñeco: apretarlo, estrujarlo, distender-
le los brazos, abrirle las piernas. Que todo eso se refleja en la persona
distante.
Tampoco falta otro hechizo que consiste en cortar con tijera cruces en
la camisa del hombre, bien en el medio del pecho. Para eso, se roban las
piezas del lavado.
No sólo para fines amorosos, sino también en torno al recién nacido, se
reunieron en el Brasil las dos corrientes místicas: de una parte la portu-
guesa y de la otra la africana o la amerindia. Aquélla representada por el
padre o por el padre y la madre blancos, la última por la madre india o
negra, por el ama de leche, por el aya de crianza, por la yayá negra, por la
esclava africana. Los cuidados profilácticos de la madre y del ama se fu-
sionaron en una misma ola de ternura maternal. Por los cuidados de higie-
ne del cuerpo o por los espirituales contra los conjuros y el mal de ojo.
En la protección mística del recién nacido hubo de sobresalir la acción
del ama africana. Tradiciones portuguesas aportadas por los colonos blan-
cos -la del cordón umbilical que debe ser arrojado al fuego o al río, so
pena de que se lo coman los ratones, haciendo de la criaturita un ladrón;
la de la criatura que debe llevar en el cuello el vintén o la llave que cura
las llaguitas de calor; la de que no se debe apagar la luz mientras no se
bautice al niño para que no llegue la hechicera, la bruja, o el lobizón a
chuparle la sangre en la obscuridad; la de darle nombre de santos a las
304
criaturas, pues de lo contrario habría riesgo de que se hicieran lobizon es-,
fueron aquí modificadas o enriquecidas por la influencia de la esclava afri-
cana: del ama del niño, de la negra vieja.
Asimismo las canciones de arrullo portuguesas fueron modificadas en la
boca del ama negra, alterando sus palabras, adaptándolas a las condiciones
regionales, ligándolas a las creencias de los indios y a las suyas propias.
De ese modo, la antigua canción: ¡Escuta, escuta, menino!, aquí se suavizó
en: ¡Durma, durma, meu filinho!, pasando a ser Belem, de "fuente " portu-
guesa, "riacho " brasileño. Riacho de ingenio. Riacho con la madre del agua
adentro, en lugar de la "mora encantada". El riacho donde se lava el ca-
misoncito del nene. Y el monte se pobló de "un bicho llamado Carrapatú".
Y en lugar del fantasma o del cuco, empezaron a rondar por el tejado o el
patio de las casas-grandes, tras de los niños malcriados que gritaban de no-
che en las hamacas, o de los traviesos que iban a embadurnarse con jalea
de arazá guardada en la despensa, cabras-cabriolas, el boi-tatá, el negro de
la bolsa, negros viejos y papafigos.
Dejóse de mecer al niño cantando como en Portugal:
Vae-te Coca, vae-te Coca
para cima do telhado
deixa dormir o 1nenino
um soninho descanfado. 115
305
de los tiempos coloniales se vio rodeado de mayo
res y más terríficos fan-
tasmas que todos los otros niños del mundo. En las
playas, el hombre ma-
rino terrible devorador de <ledos, narices, penes
de la gente. 118 En el
monte el sacy-pereré, el caipora (el hombre de los
pies para atrás), el boi-
tatá. En todas partes la cabra-cabriola, la mula sin
cabeza, el tutú marambá,
el negro de la bolsa, el tatú gambeta, el chibamba,
la mano peluda. En el
arroyo y las lagunas, la madre del agua. En las orilla
s de los ríos, el sapo
cururú. De noche, nunca faltaron las almas en pena;
venían a embadurnar
de "papilla de ánimas'' la cara de los niños. Por eso
ningún niño debía dejar
de lavarse la cara o tomar su baño a la mañana tempr
ano. Otro gran peli-
gro: andar el niño por la calle fuera de horas. Fanta
smas vestidos de blanco
que aumentaban de tamaño -los crece y meng ua-
eran muy capaces de
aparecerse al atrevido, o bien hamacas fantasmas
de variolosos. Y estaba,
además, el papafigos, hombre que come hígado de
niño. Aún hoy se afir-
ma, en Pernambuco, que cierto ricacho de Recife,
no pudiendo alimentarse
sino de hígado de criatura, enviaba a sus negros por
todas partes a agarrar
chicos en una bolsa de arpillera. ¿Y el kibungo?
Este, por su parte, llegó
íntegro del Africa al Brasil. Un bicho horrible, mitad
persona, mitad ani-
mal. Una cabeza enorme. Y en medio de la espalda
un agujero que se abre
cuando baja la cabeza. Se traga a los niños bajando
la cabeza: el agujero del
medio de la espalda se abre y la criatura se escurre
por allí. ¡Y adiós! Está
en el buche del kibungo. El kibungo se acercaba a
las casas dond e había un
niño malcriado, diciendo:
De quem é crta cara
ané
Como géré, como géré
como erá? 119
El Cabelleira, el bandido de los cañaverales de Perna
mbuco, que acab6
ahorcado, es otro que se convirtió en un fantasma.
Poco menos que en un
k.ibungo. No existió niño pernambucano que, desde
fines de la era colonial
hasta principios del siglo XX -d siglo de la luz
eléctrica, que acabó con
tanto fantasma de buena ley, para dejar solamente
los banales de las sesio-
nes espir itista s-, no temblase de horro r al oír el
nombre del Cabellcira.
Bastaba que la negra vieja gritase al chiquillo llorón
: "Ah{ viene el Cabe-
lleira!", para que el niño callase de inmediato, tragán
dose las lágrimas entre
sollozos:
¡Fecha porta, Rosa,
Cabelleira eh-vcm,
comendo mulheres
menin os tambem.'
306
la bolsa es la que no perdió del todo su antiguo prestigio. Aún hoy existen
chicos que se erizan oyendo contar el cuento:
307
man como profesión la de contar relatos y andan de sitio
en sitio, recitando
cuentos. 121 Existe el akpaló, hacedor de aló, o cuento,
y existe el arokiú,
que es el narrador de las crónicas del pasado. El akpaló
es una institución
africana que floreció en el Brasil en la persona de negras
viejas que no ha-
dan otra cosa que narrar cuentos. Negras que iban de
ingenio en ingenio
contando cuentos a las otras negras, amas de los niños
blancos, José Líns
do Rego, en su Menino de Engenho, m habla de las viejas
extrañas que
aparecían por los bangués * de Paraiba. Narraban cuento
s y luego se iban.
Vivían de eso. Exactamente la función del género de vida
del akpaló.
Por intermedio de esas negras viejas, historias africanas,
principalmente
de animales -anim ales que confraternizan con las person
as, hablando como
la gente, casándose, banqueteándose--, se sumaron a
las portuguesas de
Trancoso, contadas a los nietitos por sus abuelos coloniales,
casi todas ellas
historias de madrastras, de príncipes, gigantes, princesas,
pulgarcitos, mo-
ras encantadas y moras tuertas.
El lenguaje infantil se suavizó asimismo al contacto de
la criatura con
el ama negra. Aún hoy, algunas palabras duras y agrias,
al ser pronunciadas
por los portugueses, se dulcificaron en el Brasil al influjo
de la boca africa-
na. De la boca africana aliada al dima, otro corruptor de
los lenguajes eu-
ropeos, en el hervor por que pasaron en la América tropic
al y subtropical.
El proceso de reduplicación de la sílaba tónica, tan propio
de las lenguas
salvajes y del lenguaje de las criaturas, actuó sobre varias
palabras propor-
cionando a nuestro vocabulario infantil un encanto popul
ar. El doe de las
personas mayores se transformó en el dodoe de los niños.
Palabra mucho
más graciosa.
El ama negra muchas veces hizo con las palabras lo que
con la comida:
machucólas, les quitó las espinas, los huesos, las durezas,
dejando solamente
para la boca del niño blanco las sílabas blandas. De ahí
ese portugués de
niño que, principalmente en el norte del Brasil, es uno
de los idiomas más
dulces de este mundo. Sin erres ni eses, blandas las sílaba
s finales, palabras
a las que sólo les falta desleírse en la boca de la gente.
El lenguaje infantil
brasileño, y aun el portugués, tiene un sabo_r casi african
o: cacá, pipí, bum-
bum, dindinho, bimbinha, ten-ten, nenen, tatá, papá, papato
, lili, mimi, au-au,
bambanho, cocó. Ablandamiento que se produjo, en parte
principal, por la
acción del ama negra junto a la criatura, del esclavo negro
junto al hijo del
amo blanco. Los nombres propios están entre los que más
se suavizaron, per-
diendo la solemnidad, disolviéndose deliciosamente en boca
de los esclavos.
Las Antonia se hicieron Dondon, Toinha, Totonha; las
Teresa, Teté; los
Manuel, Nezinho, Mandú, Mané; los Francisco, Chico,
Chiquinho, Chicó;
los Pedro, Pepé; los Alberto, Bcbeto, Betinho. Todo esto
sin hablar de las
308
Y ayá, de los Y oyó, de las Sinhá, de los Manú, Calú, Bembem, Dedé, Ma-
raca, Noca, Nonoca, Y eyé.
Y no sólo el lenguaje infantil se ablandó de esa guisa, sino también el
idioma en general, el habla seria, solemne, de las personas mayores, todo
él experimentó en el Brasil, al contacto del amo con el esclavo, un ablanda-
miento de resultados, a veces, deliciosos para el oído. Efectos semejantes a
los que sufrieron el inglés y el francés en otras partes de América, bajo Ja
misma influencia del africano y del dima cálido. Pero principalmente del
africano. En las Antillas y en Luisiana, bonnes vieilles négresses dulcifica-
ron al francés, quitándole el nasal antipático, las erres arrastradas; en el
sur de los Estados Unidos, las old mamies proporcionaron al ranger, en vez
de las sílabas ásperas del inglés, una ternura oleosa. En las calles de Nueva
Orleans, en sus viejos restaurants, aún se oyen anunciar nombres de pasteles,
de dulces, de comidas en un francés más lirico que el de Francia: pralines de
pacanes, bom café tout chaud, blanches tablettes a la fleur d'oranger. In-
fluencia de las bonnes vieílles négresses.
Caldcleugh, que estuvo en el Brasil a principios del siglo XIX, quedó
encantado con el portugués colonial. Un portugués gordo, tranquilo. Pudo
diferenciarlo, desde luego, del de la metrópoli. La prosodia de los brasileños
le pareció menos nasal que la de los portugueses; y menos judía (not so
]ewish) en el modo de pronunciar la ese; "en el conjunto es un lenguaje
123
más agradable que en boca de un nativo (de la península). Hecho que
Caldcleugh atribuyó exclusivamente al dima. Al calor de los trópicos. Le
pareció que el clima actuaba sobre el idioma como sobre la actividad men-
tal de los brasileños, en el sentido de una gran lasitud. Curioso resulta, sb
embargo, que estando tan atento a la influencia de los judíos en la pronun-
ciación reinícola de la ese, Calddeugh no hubiese re_!)arado en la influencia
de los negros sobre el portugués del Brasil, cuando los negros fueron mayo-
res enemigos de las eses y de las erres que el dima. Mayores corruptores del
lenguaje en el sentido de la lasitud y de la languidez. Amas y mucamas,
aliadas a los niños, a las niñas, a las jóvenes blancas de las casas-grandes,
crearon un portugués diferente del rígido y gramatical que los jesuitas inten-
taron enseñar a los niños indios y semiblancos, alumnos de sus colegios;
del portugués reinícola que los padres tuvieron el sueño vano de conservar
en el Brasil. Después de ellos, pero sin la misma rigidez, maestros clérigos
y capellanes de ingenio trataron de contrariar la influencia de los esclavos
oponiéndoles un portugués casi de invernáculo, Pero en vano casi.
Aunque haya fracasado, el esfuerzo de los jesuitas contribuyó, sin em-
bargo, para la divergencia a que ya hemos aludido, entre la lengua escrita
y la hablada en el Brasil: negándose la escrita, con escrúpulos de solterona,
al más leve contacto con la hablada, con la del pueblo, con la de uso co-
rriente. Aún la lengua hablada conservósc por algún tiempo dividida en
dos, una de la casa-grande y otra de la senzala. Pero la alianza del ama
negra con el niño blanco, de la mucama con la niña, del niño con el mule-
309
que, acab6 con esa dualidad. No era posible separar, erizando de vidrios
el
muro de prejuicios puristas, a fuerzas que tan frecuente e íntimamente
con-
fraternizaban. En el ambiente pervertido de la esclavitud brasileña, las
len-
guas africanas, sin causa para que subsistan aparte, en oposici6n a
la de
los blancos, se disolvieron en ella, enriqueciéndola con expresivos
modos
de decir; con toda una serie de deliciosas palabras pintorescas, agrestes y
nuevas en su sabor, muchas veces sustituyendo ventajosamente a vocablo
s
portugueses que estaban como gastados, deteriorados por el uso. Dígalo,
si no, Juan Ribeiro, maestro en asuntos de portugués y de historia
de la
lengua nacional, con su voz autorizada. "Un copioso número de vocablo
s
africanos penetró en la lengua portuguesa, especialmente en el domini
o del
Brasil, como consecuencia de las relaciones establecidas con las razas
ne-
gras". Y no solamente vocablos sueltos, descoyuntados, se sumaron al
idio-
ma del colonizador europeo. Se produjeron alteraciones "bastante profun-
das en lo que atañe no sólo _al vocabulario, sino al sistema gramatical
del
idioma", 124 Bien es verdad que las diferencias que separaron cada
vez
más al portugués del Brasil del de Portugal, no resultaron todas de influen
-
cia africana: también de la indígena, de los «errantes", de los "españ
oles",
y Juan Ribeiro añade: "del clima, de nuevas necesidades, nuevas perspec
ti-
vas, nuevas cosas y nuevas industrias".
Ninguna influencia, sin embargo, fue mayor que la del negro. Las pala-
bras africanas que hoy son de nuestro uso diario, palabras en que no
senti-
mos el menor sabor arrevesado o exótico, son incontables. Los menos
pu-
ristas, escribiendo o hablando en público, ya no tienen escrúpulos,
como
antaño, de emplearlas. Es como si nos hubiesen venido de Portugal, en
dic-
cionarios y en clásicos, con genealogía latina, árabe o griega, con padre
y
madre ilustres. Mientras tanto, son vocablos huérfanos, sin padres bien
de-
finidos, que hemos adoptado de dialectos negros sin historia y sin literatu
ra,
que hemos dejado que subiesen, con los muleques y las negras, de las
sen-
zalas hasta las casas-grandes. ¿Qué brasileño -por lo menos, si es del
nor-
te- siente ningún exotismo en palabras como ca~amba, canga, dengo,
ca•
funé, lubambo, mulambo, carula, quitute, mandinga, muleque, camond
ongo,
muganga, cafageste, quibebe, quengo, batuque, banzo, mucambo, bangué
,
bozó, mocot6, bunda, zumbi, vatapá, carurú, banzé, giló, mucama, quíndim
,
catinga, mugunzá, malungo, birimbau, tango, cachimbo, candomble?
¿O
encuentra más cómodo decir mau cheíro, que catinga? ¿Garoto de prefere
n-
cia a muleque o moleque? ¿O trapo, en lugar de mulambo? Son palabra
s
que encajan mejor que las portuguesas en nuestra experiencia, en nuestro
paladar, en nuestros sentidos, en nuestras emociones.
Los maestros clérigos y los capellanes de ingenio, que después de la ex-
pulsión de los jesuitas se convirtieron en los principales responsables
de la
educaci6n de los niños brasileños, quisieron reaccionar contra la ola
absor-
bente de la influencia negra, que subía desde las senzalas a las casas-grandes,
obrando con mayor autoridad sobre la lengua de los señoritos y de
las se-
310
ñoritas que ellos, los maestros clérigos, con todo su latín y toda su gra-
mática, con todo el prestigio de sus varas de membrillo y sus palmetas de
sucupira. Fray Miguel del Sacramento Lopes Gama era uno de los que se
indignaban cuando oía decir a las "meninas galantes": mandá, buscá, comé,
mi-espere, ti-faro, mí-deixe, muler, c:oler, le pediú, cade elle, vigíe, espie. 12 ~
Y si algún niño dijera en su presencia un pru mode, o un oxente, a buen
seguro que experimentaría lo que era un pellizcón de fraile encolerizado.
Para fray Miguel -padre maestro a las derechas- era de los portugue•
ses ilustres y cultos de quienes debíamos aprender a hablar, y no con "tía
Rosa" ni con "mae Benta", ni con ninguna negra de la cocina o de la sen-
zala. Niñas y mocitas debían cerrar sus oídos a los oxente y a los mei-deíxe,
y aprender el portugués correcto del reino. Nada de expresiones burdas ni
jergas populares.
Ocurrió, empero, que la lengua portuguesa ni se entregó del todo a la
corrupción de las senzalas, en el sentido de la mayor espontaneidad de la
expresión, ni se mantuvo calafateada en las aulas de las casas-grandes, bajo
la mirada severa de los maestros clérigos. Nuestro idioma nacional es el re-
sultado de la compenetración de ambas tendencias. Debérnoslo tanto a las
"mae Benta'' y a las "rías Rosa", como a los padres Gama y a los padres
Pereira. El portugués del Brasil, uniendo las casas-grandes con las senzalas,
los esclavos con los señores, las mucamas con los señoritos, enriquecióse
con una variedad de antagonismos de que carece el portugués de Europa.
Un ejemplo, y de los más expresivos que se nos ocurre, es el caso de los
pronombres. Tenemos en el Brasil dos modos de colocar el pronombre,
mientras que el portugués solamente admite uno, el "modo duro e impe-
rativo": 126 digam-me, fara-me, espere-me. Sin despreciar el modo portu•
gues, hemos creado uno nuevo, enteramente nuestro, característicamente
brasileño: me-diga, me-fara, me-espere, modo humilde, dulce, de pedido. Y
nos servimos de los dos. Ahora bien, esos dos modos antagónicos de expre-
sión, conforme a las necesidades de mando o de etiqueta de una parte, y de
intimidad o de súplica de la otra,· nos parecen bien típicos de las relaciones
psicológicas que se desarrollaron a través de nuestra formación patriarcal,
entre los señores y los esclavos, entre las niñas y las mucamas, entre los blan-
cos y los negros. Fara-se, es el señor, el padre, el patriarca hablando: me-dé,
es la mujer, el hijo, la mucama, el esclavo. Nos parece atinado atribuir en
gran parte a los esclavos, aliados a los niños de las casas-grandes, el modo
brasileño de colocar pronombres. Fue la manera ffüal y medio mimosa que
ellos encontraron para dirigirse al pater-familias. Por otra parte, el modo
portugués adquirió en boca de los amos cierto dejo de énfasis hoy antipático:
fafa-me isso, dé-~e aquillo. El maestro Juan Ribeiro nos ha de permitir que
agreguemos esta tentativa de interpretación histórico-cultural a su examen
psicológico de la cuestión de los pronombres y que al mismo tiempo haga•
mos nuestras estas palabras suyas: "¿Qué interés tenemos, pues, en reducir
dos fórmulas a una sola y en comprimir dos sentimientos diversos en una
.311
umca expresión?". 11' Ningún interés. La fuerza, o mejor, la potenciali-
dad de la cultura brasileña nos parece que reside íntegra en la riqueza de
los antagonismos equilibrados. Que nos sirva de ejemplo el caso de los pro-
nombres. Que sigamos únicamente al llamado "uso portugués", consideran-
do ilegítimo al "uso brasileño", s~ría un absurdo. Sería como si sofocára-
mos, o por lo menos achatáramos, la mitad de nuestra vida emotiva y de
nuestras necesidades sentimentales, y hasta de inteligencia; que solamente
encuentran su justa expresión en el me-dé y en el me-diga. Sería como si
quedáramos con un lado muerto, expresando sólo la mitad de nosotros mis-
mos. No es que en el brasileño subsistan, como en el anglo-americano, dos
mitades enemigas: la blanca y la negra; el ex-amo y el ex-esclavo. De nin-
guna manera. Constituimos dos mitades confraternizantes que se vi>;nen en-
riqueciendo mutuamente de valores y de experiencias diversas; cuando nos
completamos en un todo, no será a costa del sacrificio de un elemento al
otro. Lars Ringbom ve grandes posibilidades de desarrollo de cultura en el
mestizo, pero llegado al punto que una mitad de su personalidad no trate
de suprimir a la otra. 128 Puede decirse que el Brasil ha llegado ya a ese
punto: el hecho de que ya digamos me-diga y no tan sólo diga-me es de lo
más significativo. Como lo es el que empleemos palabras africanas con la
naturalidad con que empl~amos las portuguesas. Sin comillas ni bastardilla.
A la figura bonancible del ama negra que, en los tiempos patriarcales
criaba al niño dándole de mamar, que le arreglaba la hamaca o la cuna, que
le enseñaba las primeras palabras de un portugués torpe, el primer padre-
nuestro, la primera Avemaría, el primer ¡vote! u ¡oxente!, que ponía en la
boca el primer pir6n con carne y molho de /errugem, ablandando ella mis•
ma la comida, le seguían en la vida del brasileño de antaño otras figuras de
negros. La figura del muleque, su compañero de juegos. La del negro viejo
narrador de cuentos. La de la mucama. La de la cocinera. Toda una serie
de contactos diversos que importaban nuevas relaciones con el medio am-
biente, con la vida, con el mundo. Que importaban experiencias realizadas
a través del esclavo o a su sombra de guía, de cómplice o de corruptor.
Al muleque, compañero de juegos del niño blanco -su cabeza de turco
y chivo emisario--, ya nos hemos referido en un capítulo anterior. Sus fun-
ciones fueron los de un complaciente voluntario, manejado a capricho por
el "niño" manoseado, maltratado y victimado, como si fuese todo de aserrín
por dentro. De aserrín y de trapo, como los Judas de sábado de gloria, y no
de carne como los niños blancos. "No bien la criatura deja la cuna --escribe
Koster que supo observar con tanta agudeza la vida de familia en las casas-
grandes coloniales---, le proporcionan un esclavo de su mismo sexo y poco
más o menos de su·edad, como camarada, o mejor, para sus chacotas. Ambos
crecen juntos y el esclavo se convierte en un objeto sobre el cual el niño ejer-
cí ta sus caprichos, usándolo para todo y, aún así, incurre siempre en cen-
sura y en castigo ... En fin, la ridícula ternura de los padres impulsa al
insoportable despotismo de los hijos". 129 Recordando los tiempos de la
312
esclavitud, José Verissimo escribe: "No había casa donde no existiesen uno·
o más muleques, uno o más curumines, víctimas consagradas a los caprichos
del nene. Les servían de cabalgadura, de cabeza de turco, de amigos, de
compañeros, de criados". 130 Nos recuerda Julio Bello el juguete predilecto
de los niños de ingenio de antaño: montar a caballo en ovejas y, a falta de
ovejas, en muleques. En las travesuras, muchas veces brutales, de los hijos
de los "señores de ingenio", los muleques servían para todo: eran bueyes de
carreta, eran caballos de montar, eran bestias de noria, eran burros de litera
y de las cargas más pesadas. Pero principalmente de caballos de ,coche. Aún
hoy, en las zonas rurales menos invadidas por el autom6vil y donde viejos
cabriolés de ingenio ruedan por la roja greda entre los cañaverales, los ni-
ños blancos juegan al carro de caballos "con muleques y hasta mulequitas
hijas de las amas" sirviéndoles de yunta.
131
Un cordel hace las veces de
rienda, una rama de guayabo de fusta.
Es de suponer la repercusión psíquica que tal tipo de relaciones infan-
tiles ejerce sobre los adultos, favorable al desarrollo de tendencias sadistas y
masoquistas. Sobre la criatura del sexo femenino en especial, se exacerba
el sadismo a causa de la mayor fijeza y monotonía de las relaciones del amo
con la esclava, siendo hasta de admirar -escribí a el mismo Koster a fines del
siglo XIX- "que se encuentren tantas señotás excelentes, cuando sorpren-
dería muy poco que el carácter de muchas se resintiese de la desgraciada
dirección que se les da en la infancia".
132
Sin contacto con el mundo que
modificase en ellas, como en los varones, el sentido torcido de las relaciones
humanas, sin otra perspectiva que la de senzala, vista desde la galería de la
casa-grande, conservaban muchas veces las señoras el mismo dominio mal-
vado sobre las mucamas que el que habían ejercido en la infancia sobre las
negritas que fueron sus compañeras de juegos. "Nacen, se crían y continúan
viviendo rodeadas de esclavos, sin experimentar la más leve contradicción,
formándose una exaltada opinión de su superioridad sobre las demás cria-
turas humanas, y sin imaginar jamás que puedieran estar equivocadas" -es-
cribía Koster de las señoras brasileñas.
133
Aparte de eso, fastidiándose con
suma facilidad. Hablando en voz alta. Gritando de vez en cuando. Fletcher
y Kidder, que estuvieron en el Brasil a mediados ·del siglo XIX, atribuyen
el habla estridente y desagradable de las brasileña s al hábito de hablar siem-
pre a gritos, al dar órdenes a las esclavas. 134
Lo mismo habrían observa-
do en e1 sur de los Estados Unidos, que experime ntó influencias sociales y
económic as tan semejante s a las que actuaron sobre el Brasil durante el ré-
gimen del trabajo esclavo. Aún en la actualidad, por contagio de las gene-
raciones esdavócratas, las jóvenes de las Carolinas, de Mississipi, de Alaba-
ma, hablan gritando del mismo modo que en el Brasil las norteñas, hijas y
nietas de "señor de ingenio". •
En cuanto a la crueldad de las señoras, mayor que la de los señores en
el trato dado a los esclavos, es un hecho generalmente observado en las so-
ciedades esclavistas. Lo confirman nuestros cronistas. Los viajeros, el fol-
313
klore, la tradición oral. No son dos ni tres, sino muchos
los casos de cruel-
dad de "señoras de ingenio" contra esclavos inermes. Señora
s jóvenes que
mandaron arrancar los ojos a mucamas bonitas y traerlos
a la p¡:esencia del
marido en la sobremesa, dentro de una compotera, nadan
do en sangre aún
fresca. Baronesa ya de edad, que, por celos o despecho,
mandaban vender
mulatitas de quince años a viejos libertinos. Otras que destro
zaban, a golpes
de taco, dentaduras de esclavas u ordenaban cortarles los
pechos, arrancar-
les las uñas, quemarles la cara o las orejas. Toda un serie
de judiadas.
El motivo, casi siempre, los celos del marido. El rencor
sexual. La riva-
lidad de mujer con mujer.
"Entr e nosotros --escr ibió Burlamaqui, a principios del
siglo XIX -
las frases comunes, cuando una mujer desconfía que su marid
o o su amante
tiene trato ilícito con alguna esclava, son: yo la freiré, la
asaré, la quemaré,
o la cortaré tal o cual parte, etcétera. ¡Y cuántas veces
estas amenazas no
se realizaron por simples desconfianzas!". 185 Anselmo
da Fonseca, escri-
biendo cincuenta años después de Burlamaqui, hizo notar
la crueldad de las
"brasileñas esclavistas" que "se regocijan en ejercer sobre
ellas (las escla-
vas) en la estrechez del hogar, férrea tiranía, en esas condic
iones aflictivísi-
mas: porque las víctimas se encuentran obligadas a estar
constantemente a
su lado y a vivir junto a su verdugo". Como ejemplo, cita
Fonseca el caso de
doña F. de C., tan exagerada en su crueldad hacia las esclav
as, que llegó a
ser procesada por la muerte de una de ellas, Joana. 136
El aislamiento árabe en que vivían las antiguas señoras amas,
principal-
mente en las casas-grandes de ingenio, teniendo por compa
ñía casi exclusiva
esclavas pasivas; su sumisión musulmana ante los maridos,
a quienes se di-
rigían siempre con miedo, tratándolos de "seño r", quizás
constituyese es-
tímulo poderoso para el sadismo de las señoras, descargando
sobre las mu-
camas y las mulecas en estallidos histéricos, excediéndos
e del común. Sa-
distas eran, en primer lugar, los señores con respecto a las
esposas.
Tanto como el inglés Koster, admiróse el maestro clérigo
Lopes Gama
de que, creciendo las brasileñas entre la "indelicadeza,
la desvergüenza, la
truhanería, la inconducta de los esclavos [ ... ] las zurras
, las bofetadas,
que estos infelices recibían casi todos los días de nuestros
padres", aún así
se hiciesen virtuosas y hasta delicadas. "Pudiera, ademá
s de eso, sostener
que las brasileñas son, de todas las mujeres, las más inclin
adas a la virtud,
pues presenciando desde la infancia tantos ejemplos de
lubricidad, existe
entre ellas un crecido número de señoras honestas y verda
deramente hon-
radas. ¿Qué harían si tuviesen una educación delicada
y cuidadosa?" 137
Se produjeron, es cierto, casos de irregularidades sexuales
entre señoras
amas y esclavos. Uno que habría ocurrido en Pernambuco
, a mediados del
siglo pasado y en el seno de importante familia, nos asegur
a un viejo "señor
de ingenio" haberlo visto registrado en documento íntimo
con detalles con-
vincentes. Pero ni las tradiciones rurales ni los relatos
de los extranjeros
merecedores de fe, ni las críticas, muchas veces verdaderos
libelos, de los
314
que no tienen pelos en la lengua, como el padre Lopes Gama, nos autorizan
a concluir con Manuel Bomfim, en su América Latina, que la niña de la casa,
criada en el rozamiento con mulecotes. acaba entregándose a ellos, cuando
los nervios degenerados estallan en deseos irreprimibles; entonces es cuan-
do interviene la moral paterna: se castra con un cuchillo mal afilado al ne-
gro o mulato, se le sala la herida y se le entierra vivo después. La joven,
con una dote reforzada, se casa con un primo pobre ... 138
No es que el despotismo paterno del tiempo de la esclavitud nos parezca
de tamaña maldad o de una peor, ni que la sensibilidad, muchas veces mór-
bida, de las yayás no lo sea de deseos todavía más lúbricos. Pero el ambiente
de las casas-grandes en que se las criaba, difícilmente hubiera permitido
aventuras tan arriesgadas. El "no es rara" de Manuel Bomfim, nos suena
a artificial o, por lo menos, a exagerado. Basta que recordemos el hecho de
que, durante el dfa, la niña o joven blanca se encontraba siempre bajo las
miradas de personas de más edad o de una mucama de confianza. Vigilan-
cia que se esforzaba durante la noche. Para el sueño de las niñas y jóvenes
se destinaba en las casas-grandes la alcoba o cuartito, bien en el centro de la
casa, cercada de las habitaciones de las personas de más edad. Más una pri-
sión que un aposento de gente libre. Una especie de cuarto de enfermo gra-
ve que requiere la atención de todos. No elogiamos el sistema; sólo procu-
ramos recordar su casi incompatibilidad con aventuras de la especie referida
por Bomfim. Estas habrán ocurrido, por cierto; sin embargo, raramente.
No negamos de ningún modo que el sexo es todopoderoso cuando se
desata. La dificultad que reconocemos es más bien la física: la de las pare-
des gruesas, la de las verdaderas rejas de convento tras la que, en las casas-
grandes, se guardaban a las niñas. Allí venía a tomarlas, aún muy jóvenes,
el casamiento: a los trece o quince años. No había tiempo material para
que estallasen en tan frágiles cuerpos de niñas grandes pasiones libidinosas,
pronto saciadas o simplemente aplastadas bajo las caricias de maridos diez,
quince o veinte años mayores; y, muchas veces, desconocidos por completo
por la novia. Maridos de elección o de conveniencia exclusiva de los padres.
Bachilleres de bigotes lustrosos de brillantina, rubí en el dedo, posibilida-
des políticas. Negociantes portugueses rollizos y gordos, con sendas patillas
y grandes brillantes. Oficiales. Médicos. "Señores de ingenio". De tales ma-
trimonios realizados por los padres no siempre resultaron dramas o infelici-
dades. Quizá por el hecho de que los viejos, pensando fríamente, encaraban
el problema con mayor realismo y mejor sentido práctico que los jóvenes
románticamente apasionados.
Bien es verdad que no siempre los padres fueron obedecidos en sus
elecciones de novios para las hijas. Refiere la tradición casos, es cierto, de
rapto y fugas románticas. Afirma Sellin que, desde mediados del siglo XIX
en adelante, esos raptos se hicieron frecuentes. 130 En ellos figuraba siem-
pre un negro o una mucama, cómplices del rapto o de la raptada, negro o
mucama que era costumbre emancipar. Con la complicidad de una experta
315
mucama fue que hada 1860 huyó, en Pernambuco, -una linda nma de la
familia de C. . . Ocurrió la fuga ya en la víspera de su casamiento con un
distinguido bachiller elegido por los padres. Estos ofrecieron de inmediato
al novio cargado de ludibrio la mano de otra hija, que fue inmediatamente
aceptada. De modo que la boda se realizó tranquilamente, sin más acciden-
te que la perturbase.
Se sabe cuán enorme prestigio alcanzaron las mucamas en la vida senti-
mental de las sinhazinhas. * Era por medio de la negra o mulata preferida
que la niña se iniciaba en los misterios del amor. La mucama esclava, obser-
vó a mediados del siglo XIX el novelista Joaquín Manuel de Macedo, el
celebrado autor de A Moreninba: "Aunque esclava, es para la doncella algo
más que el padre confesor o que el médico, porque el padre confesor sólo le
conoce el alma y el médico, aun en los casos más graves de alteración de la
salud, le conoce imperfectamente el cuerpo enfermo, mientras que la mu-
cama le conoce el alma tanto como el confesor y el cuerpo más que el
médico".
Historias de casamientos, de amores u otras menos románticas, pero
igualmente seductoras, eran las que las mucamas narraban a las sinba:dnhas
en los dulces ocios de los días de calor. Sentada la niña a la manera morisca
sobre la estera de totora, cosiendo o tejiendo, o bien echada en la hamaca,
sueltos los cabellos, despiojándola la negra, o espantándole las moscas del
rostro con una pantalla. Suplíase de ese modo, para una aristocracia casi
analfabeta, la falta de lectura. Modiñas y canciones, era así con las mucamas
que las niñas aprendían a cantar esas modiñas coloniales, tan impregnadas
del erotismo de las casas-grandes y de las senzalas, del erotismo de los
yoyós ** derretidos por las mulatitas de pescuezo oloroso, o por las primi-
tas blancas; voluptuosas modiñas entre las que Eloy Pontes recogió una tan
expresiva del amor entre blancos y mulatas:
316
En ninguna de las modiñas antiguas se percibe mejor el cebo de pro-
miscuidad en las relaciones de las señoritas de las casas-grandes con mula-
titas de las senzalas. Relaciones con algo de incestuoso, a- veces, en el ero-
tismo enfermizo. Hasta es posible que en algunos casos se amasen el hijo
blanco y la hija mulata del mismo padre. En sus viajes por el Brasil, Walsh
sorprendió a una familia brasileña francamente incestuosa: hermano y her-
mana. HO Y en Mantiqueira vio una danza en la que los miembros de cier-
ta familia mestiza revelaban hábitos lamentablemente incestuosos que es-
candalizaron al padre inglés.
Desde el primer siglo de la colonización, los matrimonios de tío con so-
brina, de primo con prima. Matrimonio cuyo fin evidente era el de impe-
dir la dispersión -de los bienes y mantener la limpieza de sangre de origen
noble o ilustre. Todo indica que fue ésta la intención de Jerónimo de Al-
buquerque, el patriarca de la familia pernambucana, cuando hizo casar a sus
dos primeros hijos varones, habidos de doña María del Espíritu Santo Ar-
coverde -la princesa india-, con dos hermanas de su mujer legítima, doña
Felipa de Mello, hija de don Cristóbal de Me11o, Hl la mujer que le había
recomendado para esposa la reina doña Catalina, escandalizada con la vida
musulmana de polígamo del cuñado -de Duarte Coelho. No fueron simples
uniones consanguíneas, sino de individuos que al casarse afirmaban los lazos
de solidaridad de familia en torno del patriarca. Era ése el fín de los matri-
monios de tíos con sobrinas.
María Graham que-dó encantada con ciertos aspectos de la vida de fa-
milia en el Brasil: un apego, una intimidad, una solidaridad entre las perso-
nas de la misma sangre, que le recordaron el espíritu de dan de los esco-
ceses. Pero notó este inconveniente: el de que los casamientos sólo se reali-
zaban entre parientes. Principalmente de tíos con sobrinas. "Matrimonios
-escribe-- que, en vez de agrandar las relaciones de familia y de difundir
la propiedad, las concentraba, estrechándolas y limitándolas. Además de
perjudicar la salud". 142
Pero quien, al referirse a la frecuencia de los casamientos consanguíneos
en el Brasil, alza su voz indignada contra la Iglesia y los padres, es el capi-
tán Richard Burton. "Licencias para cometer incestos", llama a las dispen-
sas de la Iglesia. Confiesa, sin embargo, no haber observado· "casos en que
se hubiesen revelado los resultados terribles" del horroroso pecado. 148 No
es que Burton -libre pensador a la inglesa aun cuando casado con una mu-
jer regañona y de muy estrechas ideas- creyera en pecado, en el sentido
teológico: si estaba convencido de los perjuicios de los matrimonios de tío
con sobrina y de primo con prima, era desde el punto de vista de la eu-
genesia.
Lo que los casamientos entre parientes, tan comunes en el Brasil de
los tiempos de la esclavitud, nunca impidieron, fue que tremendas luchas
separasen a primos y hasta a hermanos, yernos y suegros, tíos y sobrinos,
convirtiéndolos en enemigos mortales; que grandes familias se empeñasen
.317
en verdaderas guerras por cuestión de herencias o de tier.ras; y, en ocasio-
nes, por motivos de honra o de partidismo político. Un retazo de cañave-
ral, una mujer, un esclavo, un buey, una elección de diputado. Escribió An-
dreoni (Antonil), en el siglo XVIII: "Hay en el Brasil muchos parajes en
que los "señor~s de ingenio" se encuentran entre sí muy ligados por la
sangre y muy poco unidos por la caridad, siendo los intereses la causa de
toda discordia y bastando quizá un árbol que se coree o un buey que entre
en un cañaveral, en un descuido, para que estalle el odio oculto y para que
entablen demandas y pendencias mortales". H 4 Mal inseparable del priva-
tismo, del exagerado sentimiento de la propiedad privada, que comienza
creando rivalidades sangrientas entre vecinos -grand es propietarios de tie-
rras- para terminar balcanizando continentes.
Las crónicas coloniales guardan memoria de las luchas en que se em-
peñaron los Pites y los Camargo, en San Pablo. En el siglo XIX fue tre-
mendo el conflicto entre los Montes y los Feitosa, en el noreste. Y los es-
clavos siempre fieles y valientes, peleando al lado de sus amos. Muriendo
por ellos. En tiempo del Imperio, con la rivalidad de los partidos, los ne-
gros de las senzalas, tanto como los blancos de las casas-grandes, se divi-
dían en "liberales" y "conservadores" y participaban en las rifias electorales
de los blancos, acuchillándose, tajeándose y peleando a garrotazos.
Las luchas entre los Pires y los Camargo estallaron en 1640 y se pro-
longaron por más de un siglo. Arrastraron a otras familias: los Taque, los
Lima, los Lara, de parte de los Pires~ los Bueno y los Rendon, de parte de
los Camargo. 145 En esas luchas entre grandes familias lucharon indios,
negros esclavos y mestizos. Fue en ellas que florecieron nuestros bravi de
color; los cabras, negros, caboclos, que en un principio habían defendido
las casas-grandes de sus señores de los ataques de los indios; que luego sir-
vieron en las guerras contra Holanda y en las expediciones contra los qui-
lombos; en la guerra del Paraguay. Que dieron fuerza al espíritu de orden
representado por los "señores de ingenio" del tipo del Mayorazgo del Cabo
contra la demagogia de las ciudades; al espíritu brasileño de independen-
cia contra las pretensiones portuguesas de administrar al Brasil como mera
colonia de plantadores. No sólo los bravi de color se convirtieron en esas
luchas en los suizos de América ~orno a los negros de los saladeros y es-
tancias del sur del Brasil los llamó una vez un oficial argentin o--, 146 sino
también los blancos, sus señores, transformáronse en jefes valientes y te-
mibles. Condottieri. Jefes de la estirpe de Pedro Ortiz de Camargo que
mandó decir al gobernador portugués de Río de Janeiro que su presencia
era innecesaria en San Pablo; de la estirpe de los "señores de ingenio" per-
nambucanos que, en 1666, tuvieron el coraje de tomar preso, en la calle
de San Bento, al cuarto Gobernador y Capitán General de Pernambuco, Je-
rónimo de Mendon~a Furtado, y de expulsarlo de la Capitanía para el Rei-
no; de la estirpe de los Antonio Cavalcanti, de los Vidal de Negreiros, de
los Fernandes Vieira, que vencieron en la guerra contra los holandeses, casi
318
solos, y sin recibir auxilio de la metrópoli. Unicamente con sus negros y
cabras de ingenio. u 7
Volviendo a las modiñas de ingenios del Brasil --consecuencia del ero-
tismo patriarcal y arrumacos con negras, mulatas y primas-, recordare-
mos que ellas causaron furor en los salones portugueses del siglo XVIII, al-
ternando con las novenas, las adoraciones del Santísimo y las fiestas de igle-
sia. William Beckford, que tuvo ocasión de escucharlas en casa hidalga, fre-
cuentada también por el arzobispo de Algarve, don José María de Mello
-gran apreciador de modiñas cantadas con guitarra-, intentó interpretar
su encanto pegadizo: "Penetran ellas en el corazón como insinuándose in-
fantilmente antes de que tenga tiempo para defenderse de esa influencia
enervante; creeréis beber una dulce leche y es el veneno de la voluptuosi-
dad que penetra hasta los más secretos rincones de vuestro organismo". i.s
No todas las modiñas celebraban el embrujo de las mulatas de la sen-
zala: muchas exaltaban a las yayás de las casas-grandes, a las hijas del "se-
ñor de ingenio". Niñas de doce, trece, catorce años. "Angeles rubios". "San-
tas inmaculadas". "Pálidas madonas". "Marías del Cielo". "Marías de la
Gracia". "Marías de los Dolores". "Marías de la Gloria". Y eran, en efecto,
unas Nuestras Señoras. Cuando salían en palanquín o en litera, a hombros
de negros de librea, eran como si saliesen en andas. Aros de oro. Dijes.
Amuletos. A veces las precedían mucamas conduciendo aros y otros dijes
de las señoritas, y era tanto el oro que llevaban algunas negras o mulatas,
en cadenas, pulseras, brazaletes y escapularios que, "sin hipérbole -dice
Vilhena-, basta para comprar dos o tres negras como las que los lle-
van". 149 Desde el día de la primera comunión, las niñas deiaban de ser
criaturas: se convertían en sínhá-mofas. Era ése un gran día. Mayor, sólo
el del casamiento. Vestido largo de muselina, adornado con buches y plie-
gues. El corpiño fruncido. El cinturón de cinta azul cayendo hacía atrás, en
largas puntas, sobre el vestido. La escarcela de tafetán. El velo de tul. La
toca de azahares. Los zapatitos de raso. Los guantes de cabritilla. El libro
de misa con tapas de nácar. El rosario de cuentas de oro. Como la cruz.
No siempre se sabía leer el libro de misa. Tollenare notó, a principios
del siglo XIX: "Hay muchos padres que no quieren que las hijas aprendan
a leer y escribir". 1 ~0 Otros, en cambio, las confían a las Casas de Ejerci-
cios, y allá aprenden a leer, a coser y a rezar. En la Casa de Ejercicios, que
el obispo Azevedo Coutinho fundara en Pernambuco -el de Nuestra Se-
ñora de la Gloria-, aprendían también a tratar cristianamente a los escla-
vos: "Hermanos e hijos del mismo Padre". La "necesidad de los unos y la
esclavitud de los otros, impuestas por las leyes humanas, en castigo de sus
pecados, o para prevenirles un mal mayor", es lo que había establecido la
"desigualdad accidental". m Muchas brasileñas, sin embargo, se convir-
tieron en baronesas y vizcondesas del Imperio sin haber sido internas de
las Casas de Ejercicios; algunas analfabetas, otras fumando como murciéla-
gos, escupiendo en el piso, y otras aun ordenando se arrancasen dientes a
.319
las esclavas por cualquier desconfianza de una travesura marital del
esposo
con las negras.
Esto en el siglo XIX. Imagínese en los otros: en el XVI, en el XVII,
en el XVIII. En el siglo XVIII e~tuvo en Brasil una dama inglesa que
en-
contró que la posición de las l!).ujeres era horrible. Ignorantes. Beatas.
Ni
siquiera sabían vestirse. Porque a juzgar por Mrs. Kindersley -que
no era
ninguna parisie nse- nuestras abuelas del siglo XVIII vestían como
vesti-
ría una mona: saya de percal, camisa con flores bordadas, corpiño
de ter-
ciopelo y cinturón. Y por encima de ese horror de indumentaria, mucho
oro,
muchos collares, muchos brazaletes, sendos pendientes. Las jovenci
tas y
mozuelas no eran feas. Sin embargo, Mr~. Kindersley advirtió que las
bra-
sileñas envejecfan prematuramente: su rostro se cubría de una amarill
ez
enfermiza. 162
Consecuencia, sin duda, de los muchos hijos que les daban los marido
s;
de la vida sedentaria, triste, indolente dentro de la casa; del hecho de
salir
de ella solamente en hamaca, debajo de pesados tapices de color -modu
s
gestandi lusitanas, escribió Barleus en el siglo XVII -, 15•1 o si no
de ban-
gué o litera; y en el siglo XIX de palanquín y coche tirado por bueyes
. Al-
gunas señoras hasta entraban a la iglesia reclinadas en hamacas, oronda
s y
soberbias, a hombros de los esclavos. Verdadera afrenta a los santos.
Fue
necesario que los obispos prohibiesen tamaña ostentación de indolen
cia.
"En cuanto nos parece indecoroso que algunas personas del sexo femeni
no
entren en serpentinas, o hamacas, dentro de la iglesia, o capilla, prohibi
mos
tal ingreso": escribió, en pastoral de 19 de febrero de 1726, el obispo
de
Pernambuco, don fray José Fíalho. lM Además, a juzgar por las palabra
s
de fray Fialho, contra la moda con que se vestían las pernambucana
s, éstas
no se ataviaban de una manera tan desgarbada como las babianas de
Mr~.
Kindersley. Por lo menos, el obispo vio en sus ropas algo de diabólic
o; "En
cuanto vemos, no sin grande angustia de nuestro corazón, la profani
dad
con que se viste la mayoría de las personas del sexo femenino usando
de
modas e inventos diabólicos, amonestamos a tales personas, aquí aludida
s,
para que se abstengan de tales vestidos". Eran esas pernambucanas las
des-
cendientes de las grandes señoras que el padre Cardim conoció en el
siglo
XVI: más "grandes señoras que devotas". De esas señoras de ingenio
que
ya en el tiempo del cronista de los Diálogos se pintaban de colorad
o. Des-
cendientes de las lindas yayás, por amor de las cuales, herejes holande
ses
abjuraban, en el siglo XVII, la fe calvinista para abrazar la católica.
Fue general en el Brasil la costumbre de casarse las mujeres a tempra
na
edad. A los doce, trece o catorce años. Si tenían hijas solteras de
quince
años dentro de la casa, los padres empezaban a inquietarse y a formul
ar
promesas a San Antonio o a San Juan. Antes de llegar a los veinte años,
la
joven e_ra ya una solterona. A lo que hoy se considera fruto verde temíase
en aquellos días que se pudriese de maduro sin que nadie lo tomase
a tiem-
po. Nos narra un viajero del siglo XVII el preconcepto que había
en Sal-
.320
vador de que "la fleur de virgineté doit se cueillir. . . dans les premieres
années, a/in qu'elle ne se flétrisse pas". Da, además como "fort ordinaire
aux meres de questionner lerm filles sur ce qu'elles sont capables de sentir
a l'age de douze on treize ans1 6 et de les inviter a /aire ce qui peut émousser
les aiguillons de la chair". ~
Con relad6n al preconcepto de que la virginidad pierde luego su sabor,
las palabras de Coreal parecen exactas. Desde el siglo XVI impero en el
Brasil semejante prejuicio. Quien tuviese una hija debía casarla adolescente,
porque luego de cierta edad parecería que las mujeres no brindaran el mis-
mo sabor de virgen o de doncella que a los doce o trece años. No conserva-
ban ya el provocante verdor de niñas núbiles, apreciado por los maridos de
treinta a cuarenta años. A veces de cincuenta, sesenta y hasta setenta. Bur-
ton escribe que a mediados del siglo XIX aún eran frecuentes los casamien-
166
tos de viejos de setenta con mocitas de quince años.
Al padre Anchieta, que como todo jesuita del siglo XVI fue un gran ca-
samentero, se le aproximó un día cierto Alvaro Neto con una hija en esta
"tristísima situaci6n": quince años y todavía soltera. "Habitante de la villa
de San Pablo, Alvaro Neto -nos die~ el padre Simón de Vasconcellos en su
Vida do Veneravel padre Joseph de Anchieta da Companhia de ]esu- ex-
presaba sus cuitas con una hija ya de quince años y no encontraba remedio
para casarla". Otra joven aparece en la crónica jesuítica en idéntica situa-
ción a la de la hija de Alvaro Neto: Felipa da Matta. Esta era novia de
Joseph Adorno, pero se deshizo el casamiento, quedando la familia inconso-
lable. No tenía quizá quince años la infeliz Felipa, ya solterona afligida:
inmediatamente la consol6, a ella y a los padres, el gran misionero: no
sólo le profetizó casamiento para muy pronto, sino también una vida ideal
después de casada, "tantos hijos que no sabrá cuáles son las camisas de unos
y de otros". 151
Aún hoy, en las antiguas zonas rurales, el folklore conserva reminiscen-
cias de los matrimonios precoces y de la idea de que la virginidad sólo tiene
sabor cuando es recogida verde. Se dice en el interior de Pernambuco:
.321
Casi todos los viajeros que nos visitaron durante los tiempos de la es-
clavitud, describen el contraste de la frescura encantadóra de las jovencitas
con la palidez del rostro y con el abandono del cuerpo de las matronas de
dieciocho años. Ya hemos visto la opinión de Mrs. Kindersley: "quedaban
muy pronto las señoras con el aire de viejas ( they look old very early in
life). Sus rasgos perdían la delicadeza y el encanto. Otro tanto notó Luccok
en Río de Janeiro. Ojos lucidores, dientes lindos, modales alegres, tal es el
retrato que nos traza de niñas de trece o catorce años. A los dieciocho años.
ya matronas, llegaban a la completa madurez. Luego de los veinte, la deca-
dencia. 158 Se ponían gordas, blanduzcas. Echaban papada. Volvíanse pá-
lidas. O bien se marchitaban. Algunas, empero, se volvían fuertes y corpu-
lentas, como el original de cierto retrato antiguo que hoy se ve en la ga-
lería del Instituto Histórico de Bahía, más feas, con bozo y un aíre de hom-
bre o de marimacho.
En el siglo XVII, un observador holandés notó en Pernambuco que las
mujeres, todavía jóvenes, perdían los dientes y por su costumbre de estar
siempre sentadas en medio de las mucamas y negras que les hacían las me-
nores cosas, andaban "como si tuviesen grilletes en las piernas". 1:¡9 Sin
la agilidad de las holandesas. Mawe, en su viaje por el interior del Brasil,
sorprendió en las mujeres, jóvenes aún, la misma tendencia a perder la vi-
.vacidad. 160 Mrs. Graham, en Bahía, notó que se volvían "almost in-
decently slovenly, a/ter very early youth". 161
Al promediar el siglo XIX, Burton, en el sur del Brasil, quedó encan-
tado con las mineras, las mineras de trece a dieciséis años." En Minas -es-
cribe- no existe la beauté du diable". 162 Las niñas adquirían encantos
de joven sin atravesar la etapa de la pubertad, tan antipática en Europa.
Otro que se dejó seducir por las jovencitas del Brasil fue Von den Steinen,
que estuvo por aquí en 1885. "Un ángel de joven", llamó a una de ellas
el naturalista germano. Expresíón de bachiller de Olinda, en verso pata ser
recitado ao som da Dalila, en casa de la prima. "Estas brasileñas -son aún
las palabras líricas de Von den Stcinen - a los doce y trece años, cuando
ya están en la pubertad, y la madre comienza a pensar seriamente en el
casamiento, encantan y embelesan con su belleza floreciente". Pata el na-
turalista alemán, emanaba "de estas criaturas tropicales, antes de la com-
pleta madurez, tan delicado, tan delicioso perfume de feminidad, como no
lo poseen nuestros pimpollos europeos". 163 Es lástima que tan pronto se
deshojasen tales "entrecerradas rosas". Que tan pronto marchitase su ex-
traña o rara belleza. Que sólo durase hasta los quince años. Edad en que ya
eran señoras amas, señoras casadas. Algunas hasta madres. En la misa ves-
tidas de negro, llenas de enaguas y con un velo o mantilla cubriéndoles el
rostro, dejándoles sólo los ojos en descubierto, los grandes ojos tristones.
Dentro de casa, en la intimidad del marido y de las mucamas, mujeres ne-
gligentes. Escotes orlados de puntillas, chinelas sin medias. A veces los pe-
chos a la vista. María Graham casi desconoció en el teatro a las señoras que
322
había visto por la mañana en su casa, tanta era la disparidad entre el estilo
casero y el de ceremonia. 164 Mujeres que no tenían a veces qué hacer,
como no fuera impartir órdenes estridentes a los esclavos, o jugar con pa-
pagayos, manitos, mulequitos. Otras, mientras tanto, preparaban postres
delicados para el marido y cuidaban de los hijos. Las devotas cosían cami-
sitas para el Niño Jesús o bordaban frontales para el altar de Nuestra Se-
ñora. En compensación, no faltaban monjas que se encargaban de confec-
cionar ajuares de boda y de bautismo para las casas-grandes.
"Los matrimonios se realizan aquí a muy temprana edad", escribió del
Brasil el inglés Alexander Caldcleugh, "no es raro encontrarse con madres
de trece años". Y más adelante agrega: "El clima y las costumbres retraídas
de las brasileñas ejercen considerable efecto sobre su físico, Cuando jóve-
nes, los lindos ojos obscuros y la bella figura concitan la admiración de
todos, pero al cabo de pocos años se opera un cambio en su apariencia que 166
difícilmente lo causaría en Europa una larga y continuada enfermedad".
Walter Colton, en su diario de viaje, narra que en Río de Janeiro le ense-
166 ¡Madre! En la
ñaron una criatura de doce años, ya señora respetable.
edad de jugar a las muñecas lidiaba ya con un hijo.
La boda era uno de los acontecimientos más alharaqueros de nuestra
vida patriarcal. Fiesta que duraba seis, siete días, simulándose en ocasiones
el rapto de la novia por el novio. Se tendía con esmero la cama de los no-
vios. Fundas, sábanas, colchas, todo bordado caprichosamente, a menudo
por manos de monja, y expuesto el día de la boda a la vista de los convi•
dados. 161 Se sacrificaban bueyes, cerdos, pavos. Se confeccionaban paste-
les, dulces y budines de todas clases. Los convidados eran en tal número que
en los ingenios se hacía necesario contruir tinglados para proporcionarles aco-
modo. Danzas europeas en la casa-grande. Samba africano en el patio. En
señal de regocijo se emancipaban esclavos. Se regalaban otros a la novia,
como presente o como dote: tantos negros, tantos muleques, una mulatita.
Un hecho triste es que muchas novias de quince años morían poco des-
pués de casadas. Niñas, casi como en el dfa de su primera comunión. Sin
redondearse en matronas obesas, sin criar bozo, sin marchitarse en viejecita .
de treinta o cuarenta años. Morían de parto, por ser vanas todas las pro-
mesas y ruegos a Nuestra Señora de la Gracia o del Buen Parto. Sin tiempo
de criar ni aun el primer hijo. Sin probar el placer de mecer en los brazos
una criatura de verdad, en lugar de los bebés de trapo hechos por las negras
con restos de vestidos. Quedaba entonces el niño para que lo criaran las
mucamas. Muchos niños brasileños de los tiempos de la esclavitud fueron
criados enteramente por las mucamas. Raro es el que no fue amamantado
por negra. El que no haya aprendido a hablar más con la esclava que con
el padre o la madre. El que no haya crecido entre muleques, jugando con
muleques, aprendiendo zafadurías con ellos, con las negras de la ante-co-
cina, perdiendo muy pronto la virginidad, virginidad del cuerpo y del espí-
ritu. Los ojos, dos manchones de desvergüenza. La boca, como las de las
3'23
hermanas de María Cenicera: de las que s6lo surgía estiércol. Chicos que
sólo hablaban de torpezas. O bien de caballos, gallos de riña, canarios.
Esto le ocurrió, asimismo, a muchos niños con madre viva, viva de ci-
licios y enérgica, que mandaba castigar a los esclavos zafados o a las negras
desvergonzadas que enseñasen porquerías a los hijos. Son de imaginarse
los niños sin madre, sin madrina, sin abuela, entregados a mucamas no
siempre capaces de sustituir a las madres.
"En primer lugar, estoy persuadido -escrib ía en 183 7, en su diario
O Carapuceiro, el maestro clérigo Miguel del Sacramento Lopes Gama -
que la esclavitud, que desgraciadamente se introdujo entre nosotros, es la
causa primordial de nuestra pésima educación, y en verdad, ¿cuáles son
nuestros primeros maestros? Son, sin duda, la africana que nos amamantó,
que nos cuidó y nos suministró las primeras nociones, y todos los esclavos
que existían en la casa paterna en la época de nuestros primeros años. Mo-
dales, lenguaje, vicios_, todo nos inocula esa gente inculta y brutal, que a la
rusticidad del salvajismo une la indolencia, el desparpajo, el servilismo pro-
pio de la esclavitud. Con negros y negras bozales y con sus hijos vivimos
desde que abrimos los ojos. ¿Cómo podrá ser buena nuestra educación?" Y
agrega más adelante: "Mulequítos que nacen en la casa paterna son los
compañeros de nuestra infancia y sus madres nuestras primeras maestras;
porque muchas veces o nos amamantan o nos sirven de ayas, ¿y qué simien-
tes de moralidad, qué virtudes podrán esas esclavas depositar en nuestros
tiernos corazones?" 16s En 1823, ya había preguntado José Bonifacio en
su Representafao a Assemblea Geral Constituinte: "¿Qué educaci6n pue-
den tener las familias que son servidas por esos infelices sin honra y sin
religión? ¿Que son servidas por las esclavas que se prostituyen al primero
que las busca? Todo se compensa en esta vida. Nosotros tiranizamos a los
esclavos y los reducimos a brutos anímales, ellos nos inoculan toda su in-
moralidad y todos sus vicios. Y, en verdad, señores, si la moralidad y la
justicia de cualquier pueblo se basan, parte en sus instituciones religiosas y
políticas y parte en la filosofía, por así llamarla, doméstica de cada familia,
¿qué cuadro puede presentar el Brasil cuando lo consideremos desde esos
dos puntos de vista?" 169
Cinco años más tarde, el marqués de Santa Cruz, arzobispo de
Bahía, tocó la misma tecla en discurso al Parlamento: "Siempre estuve
persuadido de que la palabra esclavitud despierta la idea de todos los
vicios y crímenes; siempre lamenté, finalmente, la suerte de los tiernos
niños brasileños que, naciendo y viviendo entre esclavos, reciben desde
los primeros •años las funestas impresiones de los contagiosos ejemplos
de esos seres degenerados, y ¡ojalá me engañe, ojalá fuesen más escasos
los triunfos de la seducción y los naufragios de la inocencia! ¡Ojalá tantas
familias no tuviesen que deplorar la infamia y 1a vergüenza en que las
ha precipitado la inmoralidad de los esclavos!" 170
324
Dedúzcanse de las palabras del patriarca de la Independencia y prin-
cipalmente de las del marqués, arzobispo de Balúa, las exageraciones
del énfasis parlamentario, y de la del padre Lopes Gama los excesos
de moralista y planfletario. Ellas reflejan, así podadas, experiencias vivi-
das por ellos. Hechos que observaron. Influencias que sufrieron. Ob-
sérvese que ninguno de los tres atribuye al negro, al africano, a la "raza
inferior", las "funestas consecuencias" de las senzalas sobre las casas-
grandes. Las atribuyen al esclavo. Al hecho social y no al étnico. Su
testimonio constituye material de primer orden a favor de aquellos que,
cómo Ruediger Bilden, tratan de interpretar los males y los vicios de
la formación brasileña, menos por el negro o por el portugués que por
el esclavo.
Ignoramos si José Bonifado, al producir tan enérgico libelo contra
la esclavitud, tendría conciencia de las fallas de carácter adquiridas por
él mismo al contacto de los esclavos: su extraño sadismo, por ejemplo.
Lo revel6 en forma notable al presenciar, por puro gusto, sin obligación
alguna, el castigo patriarcal que a soldados portugueses ordenó infligir
cierta vez el emperador Pedro I, en el Campo de Sant'Anna: cincuenta
azotes a cada uno. Castigo de "señor de ingenio" a negros ladrones.
Acomodáronse los soldados en grupos de cinco, por estatura. Despoja-
rónseles de uniformes y camisas. Los hombres quedaron así, desnudas
las espaldas y las nalgas, agachados hacia adelante. Y comenzaron los
azotes. Algunos soldados acabaron caídos de bruces sobre el suelo,
vencidos por el dolor de la azotaina. José Bonifacio, que asistió al es-
pectáculo por gusto, se quedó en el Campo hasta el final de la flagela-
ción. 111 Hasta la caída de la noche. Prueba de que la escena no le
desagradab:i. Otras evidencias podrían agregarse de diversos rasgos en el
carácter de José Bonifacio, que es dable atribuir a la influencia de la es-
clavitud. Y si hemos destacado a José Bonifacio es para dar una idea
de idéntica influencia sobre hombres de menor porte y personalidad
menos viril.
Pero, aceptada en líneas generales como deletérea la influencia de la
esclavitud doméstica sobre la moral y el carácter del brasileño de casa-
grande, debemos prestar atención a las circunstancias especialísimas que
entre nosotros modificaron o atenuaron los males del sistema. Desde
luego destacaremos la suavidad en las relaciones de los amos con los es-
clavos domésticos, mayor en el Brasil que en cualquier otra parte de
América.
La casa-grande alzaba de la senzala, para el servicio más íntimo y
delicado de los señores, una serie de individuos, amas de crianza, muca•
mas, hermanos de leche de los niños blancos. Individuos cuyo lugar en
la familia pasaba a ser no el de esclavos, sino el de personas de la casa.
Algo así como los parientes pobres de las famiilas europeas. A la mesa
patriarcal de las casas-grandes se sentaban, como si fuesen de la familia,
325
numerosos mulatitos. Crías. Camaradas. Muleques apreci
ados. Algunos
salían en coche con los amos, acompañándolos en sus
paseos como si
fuesen sus hijos.
En cuanto a las ayas negras, refieren las tradiciones
el lugar ver-
daderamente de honor que mantenían en el seno de
las familias pa•
triarcales. Emancipadas, redondeábanse casi siempre en
negrotas enor•
mes. Negras a las que se contemplaba en todos sus capric
hos:
les pedían su bendición, los esclavos las trataban de "seño los niños
ra"; los co-
cheros las llevaban ·sentadas a su lado en el pescante. Y
los días de fiesta,
quien las viese orondas y presumidas entre los blancos
de la casa, ten•
dría que suponerlas señoras bien nacidas; nunca ex-esclavas,
salidas de las
senzalas.
Es natural que esa promoción de individuos de la senzal
a a la casa•
grande, con destino al servicio doméstico más delica
do, se efectuase
atendiendo a cualidades físicas y morales y no a tontas
y a locas. La
negra o mulata para dar de mamar al nene, para acunarlo,
para prepararle
la comida y el baño tibio, cuidarle la ropa, narrarle
cuentos, a veces
para sustituir a la propia madre, es natural que fuese escogi
da entre las
mejores esclavas de la senzala. Entre las más limpias,
más bonitas, más
fuertes. Entre las menos bozales y las más "ladinas",
como se decía
entonces, para distinguir las negras ya cristianadas y abrasi
leñadas de las
llegadas poco antes de Africa, o más aferradas a su african
ismo.
En el Brasil, país de formación social profundamente
católica, más
que en las Antillas y en los Estados Unidos, se prestó
atención prefe-
rentemente a la condición religiosa del esclavo. "Los
africanos impor-
tados de Angola -info rma Kost er- son bautizados en
masa antes de
salir de su tierra, y al llegar al Brasil les enseñan los
dogmas religiosos
y los deberes del culto que van a profesar. Les marca
n en el pecho la
señal de la corona real a fin de indicar que fueron bautizados
los derechos que correspondían. Los esclavos que se .iqipory se pagaron
tan de otras
regiones del Africa llegan al Brasil sin haber sido bautiz
ados y, antes de
procederse a la ceremonia que los ha de hacer cristia
nos, es necesario
enseñarles ciertas oraciones, para lo cual se concede a los
amos el plazo
de un año, al fin del cual están obligados a presentar
a sus discípulos
a la iglesia parroquial". mi, No creía Koster que esa
disposición fuese
tan rigurosamente cumplida en lo que respecta al plazo:
lo era, sin em-
bargo, en su ausencia al no haber señor brasileño capaz
de traicionar los
preceptos de la Iglesia contra el paganismo. "Por su
parte, el esclavo
ambiciona la condición de cristiano, porque sus compa
ñeros, al tener
con él la menor cuestión, culminan siempre en el desbo
rde de epítetos
injuriosos que le dirigen con el de pagano". Pagano
o moro. Añade
Koster: "El negro sin bautizar se ve con pena considerado
un ser infe-
rior y, aun cuando ignore el valor que los blancos dan
a aquella cere-
monia, sabe que ha de lavar la mancha que le echan
a la cara y se
326
muestra impaciente por hacerse igual a los demás. Los africanos llegados
ya de tiempo atrás, al estar imbuidos de sentimientos católicos, parecen
olvidar que antes habían estado en las mismas condiciones de los recién
llegados. No se les pregunta a los esclavos si quieren ser bautizados o
no: el ingreso de ellos al gremio de lii Iglesia Católica es considerado
t1na cuestión de derecho. En realidad se les considera más como animales
feroces que como hombres hasta que gocen del privilegio de asistir a
misa y recibir los sacramentos". 173 •
327
to los gérmenes de todas las enfermedades y supersticiones africanas. Reci-
bió muchas veces los gérmenes de enfermedades, y en otras los transmitió;
pero recibió también en los mimos de la mucama la revelación de una bon-
dad mayor que la de los blancos, y una ternura como no la conocen igual
los europeos; el contagio de un cálido misticismo voluptuoso de que se ha
enriquecido la sensibilidad, la imaginación, la religiosidad de los brasileños.
Se estableció entre nosotros una profunda confraternización de valores
y sentimientos. Predominantemente colectivistas los llegados de las senza-
las, tendiendo al individualismo y al privatismo los de las casas-grandes.
Confraternización que difícilmente se habría realizado si otro tipo de cristia-
nismo hubiese dominado en la formación social del Brasil: un tipo más cle-
rical, más ascético, más ortodoxo; calvinista o rígidamente católico; dife-
rente de la religión dulce, doméstica, de relaciones casi de familia entre los
santos y los hombres que, desde las capillas patriarcales de las casas-gran-
des, de las iglesias siempre en fiesta -bautis mos, bodas, festas de bandei-
ras, de santos, confirmaciones, novena s- presidió el desarrollo social bra-
sileño. Fue ese cristianismo doméstico, lírico y festivo, de santos compa-
dres y de santas comadres de los hombres, de Nuestras Señoras madrinas
de los niños, el que creó en los negros las primeras vinculaciones espiritua-
les, morales y estéticas con la familia y la cultura brasileñas. "Los esclavos
hechos cristianos realizan más progresos en la civilización --obser vó Kos-
ter-. No se ha echado mano de forzamientos para hacerlos adoptar las
costumbres de los amos, pero insensiblemente les orientaba las ideas en
esta dirección; al mismo tiempo, los amos contraen algunos hábitos de sus
esclavos y de tal modo el superior y el inferior se aproximan. No dudo que
el sistema de bautizar a los negros importados tenga su origen más en la
devoción de los portugueses que en las miras políticas, pero ha producido
los mejores resultados". rns
No fue únicamente "en el sistema de bautizar a los negros" como se
concretó la política de asimilación, al mismo tiempo que de contemporiza-
ción, seguida en el Brasil por los propietarios de esclavos: consistió princi-
palmente en proporcionar a los negros la oportunidad de conservar, a la
sombra de las costumbres europeas y de las doctrinas y ritos católicos, for-
mas y accesorios de cultura y de mística africana. Hace notar Juan Ríbeiro
el hecho de que el cristianismo en el Brasil haya concedido a los esclavos
una parte en el culto; de que santos negros, como San Benito y Nuestra
Señora del Rosario, se hayan convertido en patronos de hermandades de
negros; de que los esclavos se hayan reunido en grupos que fueron verdade-
ras organizaciones de disciplina, con "reyes del Congo", que ejercían aut0-
ridad sobre "vasallos". 177
Koster ya había notado que la· institución de los reyes del Congo, en el
Brasil, en lugar de hacer a los negros refractarios a la civilización, facilitaba
ese proceso y el de la disciplina de los esclavos: "Los reyes del Congo, elec-
tos en el Brasil, rezan a Nuestra Señora del Rosario, y se visten a la moda
328
danzas
de los blancos. Es verdad que ellos y sus súbditos conservan las
s africano s de otras regio-
de su país, pero en sus fiestas se admiten esclavo
s que danzan de la misma manera .
nes, creoulos nativos del país y mulato
naciona les del Brasil que de Afri-
Tales danzas, actualmente son más danzas
social
ca". 118 Se ve, pues, cuánto fue de prudente y sensata la política
con relación al esclavo . La religión se convirt ió en el
seguida en el Brasil
amo
punto de contacto y de confraternización entre las dos culturas, la del
y jamás en una barrera infranq ueable. Los propios curas
y la del negro,
s
proclamaban la conveniencia de conceder a los negros sus esparcimiento
aconsej aba
africanos. Uno de ellos, jesuita, escribiendo en el siglo XVIII,
-
a los amos no sólo que les permitieran, sino que "acudieran con su liberali
les prohiba n que creen sus re-
dad" a la fiesta de los negros. "Por eso no
días
yes, que canten y danzen por algunas horas, honestamente, en algunos
la tarde, después de haber rea-
del año, y que se alegren honestamente por
Señora del Rosario , de San Be-
lizado por la mañana sus fiestas de Nuestra 179
ni to y del órgano de la capilla del ingenio [ ... ] ".
La libertad del esclavo de conservar y hasta de ostentar en fiestas ptÍ-
Navi-
blicas -al principio en la víspera de Reyes, después en la noche de
dad, en la de Año Nuevo, en los tres días de Carna val- formas y acceso-
idea
rios de su mítica, de su cultura fetichista y totémica, da una buena
s en el Brasil. Liberta d a la
del proceso de aproximación de las dos cultura
presión moral y doctrin aria de
que nunca dej6 de corresponder una fuerte
la Iglesia sobre los esclavos. Koster observó en Pernam buco: "La religión
un
que enseñan {los amos) a los esclavos del Brasil ha operado en ellos
ir o destrui r la ciega confian za
saludable efecto, porque consiguió disminu
que depositaban en los sortileg ios de sus compat riotas. Ejercen su creduli-
dad de la manera más inocente. Los terribles resultados de 180 los Obeahs, en
las Antillas, no se produc en en el Brasil entre los brujos" . Gente pron-
ta a admitir la eficacia de las mandin gas nunca dejó de haber entre nosotros;
pero ese "prejuicio" no lo consideró el inglés, ni "general'', ni de "pernic io-
s de ingenio ", ya sin
sas consecuencias". Es verdad que muchos "señore
,
fuerzas para responder a las exigencias de los harenes de negras y mulatas
brebaje s afrodisí acos prepara dos
tuvieron sus días abreviados por el uso de
y de
por los negros y brujos. Hubo también quien muriese de maleficios
veneno africano. Casos raros, sin embarg o. Esporád icos.
Ocupándose de la cristianización del negro en el Brasil, a nuestro181ver, Ni-
la ca-
na Rodrigues se excede en un error: el de considerar una ilusión
las evidenc ias reunida s por el legista ba-
tequesis de los africanos. Aun ante
no puede negarse la extensa acción educati va, bra-
hiano a favor de su tesis,
sobre
sileñizante, moralizadora en el sentido europeo, de la religión católica
otra parte, conside ramos falso el punto de partida de la
la masa esclava. Por
a las
tesis de Nina Rodrigues: la incapacidad de la ra1.a negra para elevarse
del cristianismo. Nina Rodrigu es fue uno de los que admitie -
abstracciones
329
ron la leyenda de la incapacidad <lel negro para todo
vuelo intelectual. Y no
admitía la posibilidad de que el negro se elevase hasta
el catolicismo.
Fue, sin embargo, al calor de la catequesis católica --de
un catolicismo,
es verdad, que para atraer a los indios se hiciera opule
nto de colores nue-
vos y hasta de imitaciones, por los padres, de las ridícu
las artimañas de los
payé s- que se ablandaron, en los africanos venidos
de regiones fetichistas,
los rasgos más duros y bastos de la cultura nativa. La
catequesis era el pri-
mer hervor que sufría la masa de negros antes de integr
arse a la civilización
oficialmente cristiana formada con elementos tan divers
os. La Iglesia que-
bró la fuerza o la dureza de esos elementos sin destru
irles toda la potencia-
lidad. En el orden de su influencia, las fuerzas que
dentro del sistema es-
clavista actuaron en el Brasil sobre el africano recién
llegado, fueron: la
iglesia (menos la iglesia con "I" mayúscula que la
otra con "i" minúscula,
dependencia del ingenio o de la fazenda patriarcal);
la senzala; la casa-gran-
de propiamente dicha, esto es, considerada como parte
y como centro domi-
nador del sistema de colonización y formación patria
rcal del Brasil. El mé-
todo de esa desafricanización del negro "nuev o", aquf
seguido, fue el de en-
tremezclarlo con la masa de ladinos o veteranos, de
modo que las senzalas
constituyeron una escuela práctica de brasileñízación.
La verdadera iniciación del negro nuevo en la lengu
a, la religión, la mo-
ral y las costumbres de los blancos, o más bien de
los negros ladinos, se
realizó, sin embargo, en la senzala y en los sembradíos
, imitando los nuevos
a los veteranos. Fueron asimismo los ladinos los que
iniciaron a los bozales
en la técnica o en la rutina de la plantación de la caña
de azúcar. Un cronista holandés del siglo XVII , elogia
y de la fabricación
a los negros ladinos
de origen Angola como maestros o iniciadores de
los negros nuevos. Del
mismo modo que aconseja que sólo se importen negro
s de Angola. 182 Que
los de Arda eran testarudos y tardos, difíciles de acost
umbrarse a la rutina
de los ingenios. Se alzaban a veces contra los capataces
y los molían a golpes.
Pueden individualizarse otras fuerzas que han actua
do sobre los negros
en el sentido de su brasileñización modificándoles
la plástica moral, y po-
siblemente también la física, conformándolos no sólo
al tipo y a las funcio-
nes de esclavo como al tipo y a las características
del brasileño: el medio
físico, la calidad y el régimen de la alimentación, la
naturaleza y el sistema
de trabajo.
La repercusión de todiis esas influencias, naturales
unas, otras artificia-
les y hasta perversas, sobre el físico y la moral del
negro en el Brasil, es
asunto que ha de ser estudiado con minuciosidad.
Desgraciadamente nos
falta material de investigación antropológica que nos
permita la exacta con-
frontacicín del negro brasileño -dist ante de cruza
miento, rigurosamente
puro - con el africano. ia:i Los estudios de Roquette
Pinto nos revelan, en
una disparidad sorprendente, que tal vez pueda atribu
irse a la influencia de
la perístasia, entre los negros del Brasil y los de Afric
a: la braquicefalia ge-
neral entre los nuestros, en contraste con la dolico
cefalia de los africanos.
3.30
Diferencia también de índice nasal: los melanodermos brasileños de nariz
más achatada, aproximándose a 1a de los bastardos del sur de184Africa y de
los filipinos. Lo que los coloca fuera del gran grupo negro.
Las diferencias de índice nasal son atribuidas por Roquette Pinto al he-
cho de que sean raros los negros realmente puros en el Brasil y que la mis-
ma braquicefalia debe correr por cuenta de "diferenciación local, muy po-
siblemente oriunda de antiguos cruzamientos". Pero no deja de admitir la
posibilidad de casos de imitación (Davenport) o de influencia de peristasia
(Boas). 1s11
Es interesante, además, el hecho, destacado por Roquette Pinto, de que
mulatos brasileños tienden en la estatura "a la proximidad de los blancos
más bajos", ii!o mientras que en los Estados Unidos, donde parece haber sido
menor la inmigración de sudaneses altos, los mulatos se presentan con un
promedio elevado de estatura. Puede muy bien tratarse de disminución de
estatura por efecto <le la calidad y del régimen de alimentación, resultado
del modo con que varió el régimen nativo la nutrición del negro en el Brasil
y en los Estados Unidos. O puede ser simplemente la influencia del cruza-
miento del blanco más alto y mejor alimentado de los Estados Unidos.
Sá Oliveira, en un trabajo publicado en 1895, señala varios efectos de
las nuevas circunstancias sobre individuos de la raza negra, circunstancias
que podemos llamar económicas de su vida doméstica y de trabajo en el
Brasil, primero como esclavos, más tarde como parias. Por ejemplo, obliga-
das las negras en el trabajo agrícola de largas horas diarias a llevar sus hijos
atados a la espalda -<:ostumbre observada en Africa pero sólo durante via-
jes o en una pequeña parte del día- "ven más tarde a sus hijos quedar con
las piernas defectuosas, arqueadas, de tal modo qt e tocándose los pies for•
man una elipse alargada". 187 Por otra parte, casi todas, obligadas a en-
tregarse a tareas agrícolas o domésticas, arrojaban a sus hijos a la cuna,
a la estera o a la hamaca, permaneciendo allí las criaturas por días enteros.
De ahí, para Sá Oliveira, el hecho de que muchos negros y mulatos se en-
cuentren en el Brasil con la "región occipital proyectada hacia la parte pos-
terior, tal como los africanos, y otros la tienen achatada, disminuyendo de
algún modo la proyección posterior del cráneo". Efecto de presión inva-
riable y constante en el occipucio casi todo el día.
Brandao Junior refiere el hecho de un fazendeiro de Marañón que obli-
gaba a las esclavas negras a dejar sus hijos, criaturas todavía de pecho, en
el te;upabo, metidos hasta el medio cuerpo en hoyos que con ese fin se
cavaban en la tierra. mi El fin era evidentemente el de asegurar la inmo-
vilidad, evitándose el peligro de que gateasen hacia el monte, o hacia los
potreros, chiqueros, establos, etcétera. Creemos que haya sido una costum-
bre observada en una u otra fazenda o ingenio de azúcar, y no una práctica
generalizada, ni aun en Marañón, cuyos Jazendciros y "señores de ingenio"
crearon fama de extremadamente crueles con los esclavos. Práctica generali-
zada, habría constituido otra causa más de deformaciones patológicas de los
331
esclavos negros y de sus descendientes, tantas veces contrariados en su des-
arrollo físico, moral y eugénico por las circunstancias particulares de su si•
tuación económica, por los requerimientos o abusos del régimen de trabajo
de las plantaciones brasileñas.
Por otra parte se debe notar que, siempre que les fue posible, los negros
mantuvieron en el Brasil ciertas costumbres, para ellos casi sagradas, de
deformación física de las criaturas, tal como la de ~•sobarles la cabeza". Cos-
tumbre que conservaron en las senzalas, pero que habrían empleado, en oca-
siones, en las casas-grandes, donde algunas de ellas llegaron a ser casi omni-
potentes en calidad de nodrizas de niños blancos.
•La elección de la esclava negra para ama del niño nos sugiere otro as-
pecto interesantísimo de las relaciones entre amos y esclavos en el Brasil:
el higiénico. Se trasplantó al Brasil, de Portugal, la costumbre de que las
madres ricas no amamantaran a sus hijos, confiándolos al pecho de rústicas
o de esclavas. Julio Dantas, en sus estudios sobre el siglo XVIII, en Portu-
gal, registra el hecho: ''la preciosa leche materna era casi siempre sustituida
por la leche mercenaria de las amas". 180 Lo que atribuye a la moda. Con
relación al Brasil, fuera absurdo atribuir a la moda la aparente falta de ter-
nura maternal de las grandes señoras. Entre nosotros, lo que hubo fue im-
posibilidad física de las madres para atender a ese primer deber de la ma-
ternidad. Ya hemos visto que se casaban todas antes de tiempo, algunas -fí-
sicamente incapaces aún de ser madres en toda la plenitud. Casadas, se su-
cedían en ellas los partos. Un hijo tras de otro. Un continuo y doloroso es-
fuerzo de multiplicación. Hijos muchas veces nacidos muertos, ángeles a
los que luego se iba a enterrar en cajoncitos azules. Otros que salvaban de
la muerte por milagro. Pero todos ellos dejando a las madres hechas unas
piltrafas.
Nuestros abuelos y bisabuelos patriarcales, casi siempre intensos pro-
creadores, a veces terribles sátiros con el escapulario de Nuestra Señora so-
bre el velludo pecho, insaciables, que recogían en el casamiento con niñas
todo un raro sabor sensual, en raras ocasiones experimentaron la felicidad
de verse acompañados de una única esposa hasta la vejez. Eran ellas las que,
no obstante su mayor juventud, se iban muriendo, mientras ellos se casa-
ban con las hermanas menores o con las primas de su primera mujer. Barba
Azules casi. Son numerosos los casos de antiguos "señores de ingenio", ca-
pitanes-mayores, fazendeiros, barones y vizcondes del tiempo del Imperio,
casados tres y cuatro veces y padres de prole numerosa. Tal multiplicación
de gente a costa del sacrificio de las mujeres, verdaderas mártires en quie-
nes el esfuerzo de generar, consumiéndoles primero la juventud, les consu-
mía luego la vida.
A ese hecho, y no a ninguna imposición de la moda, se debe atribuir la
importancia de ~a esclava ama de leche en nuestra organización doméstica,
esclava subida de la senzala a la casa-grande para ayudar a frágiles madres
de quince años a criar sus hijos. Imbert observó que, en el Brasil, las seño-
332
ras blancas, aparte de la maternidad prematura, sufrían "la acción incesante
de un clima situado bajo los trópicos", clima que les "agota las fuerzas vi-
tales e írrita el sistema nervioso". Por lo que hace a las amas negras, orga-
nizadas para vivir en las regiones cálidas, en las que su salud prospera más
que en cualquier otra parte, adquiere en esta condición climatérica un poder
de amamantación que la misma zona rehusa generalmente a las mujeres
blancas por aquello de que la organización íísica de estas últimas no con-
dice con tanta armonía con la acción de la temperatura extrema de estas
regiones ecuatoriales. 100 Observación que concuerda con la de Bates, acer-
ca de la tristeza del indio y del blanco en los trópicos, en contraste con la
alegría exuberante, la vivacidad y la salud espléndida del negro. Quizá no
sea punto íntegramente despreciable el destacado por Imberc, el mayor po-
der de amamantación de la mujer negra sobre la blanca en los países tropi-
cales. La tradición brasileña no da lugar a dudas: no hay como la negra
para ama de leche.
Pero la razón principal del mayor vigor de las negras que de las blan-
cas, residiría quizá en sus mejores condiciones eugénicas. En causas, princi-
palmente, sociales y no climatológicas. Discrepaban en Portugal, en los si-
glos XVII y XVIII, los maestros en el "arte de curar y criar niños" en
cuanto al color que se debía preferir en las amas de leche. Lo que demuestra
que el problema de rubias y morenas preocupó a los médicos antes de in-
quietar a los estetas encargados de elegir coristas para los teatros de París
y Nueva York. El doctor Francisco da Fonseca Henriques -gran celebridad
médica en Portugal en el siglo XVIII- se oponía a las. mujeres pardas y
morenas, aconsejando las rubias; 191 el autor de la Polyanthea era suma-
mente partidario de las morenas. Aducía que, "además de ser más sanguí-
neas, transforman mejor el alimento en sangre y en leche, al modo con que
la tierra, cuanto más negra, es tanto más fértil". 192
Han de haber repercutido simpáticamente entre los portugueses de Amé-
rica los consejos del autor de la Polyanthea, predispuestos por diversas cir-
cunstancias a criar a sus niños a pechos de esclava negra. Negra o mulata.
Pechos de mujeres sanas, recias, del color de las mejores tierras agrícolas
de la colonia. Mujeres de color de massapé * y de tierra colorada. Negras
y mulatas que a la abundancia de leche sumaban otras condiciones, de las
muchas exigidas por los higienistas portugueses del tiempo de Juan V. Dien-
tes blancos y enteros (era raro que entre las señoras blancas se hallase una
de dientes sanos, y se puede afirmar, a través de los cronistas, de anécdotas
y de las tradiciones coloniales, que ha sido ésa una de las principales cau•
sas de los celos o rivalidades sexuales entre amas y mucamas), que no fue.
• Suelo residuario formado por la descomposición de los cakareos cre1áceos, cons-
cituyendo una arcilla compac1a rojiza-oscura de extraordinaria fertilidad. Su extremada
adherencia al pie originó el nombre con que se lo conoce en las zonas del café y del
azúcar.- N. del T.
333
ran primíparas, que no fueran pecosas, que fueran madres de lújos sanos y
viables.
Imbert, en su Guia Medico, al asomarse al delicado problema de las
amas de leche, comienza un tanto perogrullescamente; "los pechos deberán
ser convenientemente desarrollados, ni duros ni blandos, los pezones ni
muy puntiagudos ni muy recogidos, acomodados al labio del niño". 193
lmbert reconocía la conveniencia de que las nodrizas fueran esclavas, no
admitiendo "por regla general, que las madres aún muy jóvenes, puedan en
el Brasil soportar las fatigas de un amamantamiento prolongado, sin grave
perjuicio de su salud y de la de sus hijos". Pero resaltando siempre la nece-
sidad de que las señoras fiscalizaran a las amas negras.
Los fazendeiros debían preocuparse de la higiene prenatal e infantil, no
sólo en las casas-grandes, sino también en las senzalas. Mucho negrito mo-
ría ángel por ignorancia de las madres. "De ordinario las negras -inform a el
Manual dos Fazendeiros ou Tratado Domestico sobre as Enfermidades dos
Negros - cortan el cordón demasiado lejos del ombligo y se empeñan cada
vez más en la perniciosa costumbre de ponerle pimienta y de hacerle fomen-
tos con aceite de ricino o cualquier otro irritante. Hecho esto, aprietan esas
desdichadas el vientre de la criatura al punto de sofocarla casi. Esta bárba-
ra costumbre corta el hilo de la vida a muchas criaturas y contribuye a des-
arrollar en el ombligo esa inflamación a la que en Brasil se da el nombre de
mal de los siete días". Además, las negras de las senzalas "no bien nace
una criatura, acostumbran [ ... ] a sobarle la cabeza, a fin de proporcionar
al cráneo una forma más agradable, y sin prestar atención a la debilidad de
los órganos dígesrívos de los recién nacidos, les dan, algunas veces, a los
pocos días de nacidos, alimentos burdos sacados de su propia comida". Con-
tra prácticas de tal naturaleza es que las señoras blancas habían de mante-
nerse atentas, no solamente impidiendo que las groserías de las negras su-
biesen hasta las cas::is-grandes, sino que continuasen proliferando en las sen-
zalas. A fin de cuentas, "las negras que acaban de parir --dice Imber t-
acaban de aumentar el capital de su señor ( ... ] 19~ Importando la mortali-
dad de las senzalas unn severa disminución del capital de los amos. i 95
Resulta curioso sorprender al mismo Imbert (tan intolerante en todo lo
que oliera a anticientífico en materia de criar niños y de curar enfermos) en
cuanto pareciese cosa de curandero africano, 196 en materia de cuanto re-
medio, elixir, ungüento o pomada para tumores, úlceras, erupciones cutá-
neas, ictericia, erisipela, escaldaduras en la ingle, muslos y nalgas de niños re-
cién nacidos, debido a que no los mudaban frecuentemente de pañales, pos-
temillas, tiña, viruela loca, sarampión, lombrices, solitaria, etcétera), aconse-
jando, contra el mal de incontinencia de criaturas en la cama, este infalible
remedio: que comieran carne asada y bebieran un poco de buen vino; o
bien "el miedo, la amenaza de castigo [ ... ] . La amenaza de castigo y
el miedo algunas veces producen efectos saludables, sobre todo cuando
la incontinencia es el resultado de la pereza o de una mala costumbre
.3.34
[ ... ] ". 197 Lo que muestra que médicos y curanderos nunca estuvieron
muy distanciados unos de otros, antes de la segunda mitad del siglo XIX.
Esclavos africanos, que fueron también barberos y dentistas, practica-
ron el arte de sangrar en el Brasil colonial y del tiempo del Imperio; y el
oficio de parteras lo ejercieron negras en las mismas condiciones al lado
de blancos y de indias bozales, todas ellas denominadas comadres. Coma-
dres que, además de partear, curaban enfermedades ginecológicas por medio
de brujerías, rezos y venceduras. Las casas que habitaban tenían en la puerta
una cruz blanca. Y cuando salían a prestar servicios lo hadan cubiertas por
unos mantos o chales largos, como unos fantasmas, muchas "llevando car-
tas de celestería, de hechizos y brebajes bajo las mantillas", algunas lle-
vando también, "para abandonarlos en las calles y baldíos, los productos de
las prácticas ilícitas y criminales a que esa profesión se presta y a que ellas
se entregaban sin escrúpulos''. 198
La ignorancia de las madres brasileñas de antaño -niñas sin experien-
cia- no hallaba en las comadres el correctivo necesario. Sin embargo, nada
nos autoriza la conclusión de que las comadres y los curanderos africanos
de los tiempos coloniales, excediesen en suciedad o simulación a la medicina
oficial, esto es, europea, de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Es nada menos que el patriarca de la literatura médica en el Brasil, el
doctor Juan Ferreyta da Rosa, físico del siglo XVII, a quien vamos a encon-
trar recetando a sus enfermos: "polvos de cangrejos quemados, dados a to-
mar en una copa de agua de cedrón"; que llevaran "debajo del brazo en el
sobaco" [ ... ] pasta oropimienta con goma arábiga"; y para la "supresión
de orina" que untaran con bálsamo de copaiba "las ingles, la uretra y el vien-
tre". La peste que a fines del siglo XVII asoló a Pernambuco, le pareció
obra de los astros; "puede el aire recibir [ ... ] sordidez, o cualidad conta-
giosa de los astros". O si no, obra de la Justicia Divina, "en cuanto no se
hayan reformado nuestras pésimas costumbres". La población debía com-
batirla con hogueras. Quemando "cosas aromáticas". Andando con "frutas
aromáticas en la mano".
199
Escribió esto Ferreyra da Rosa, que no era
ningún doctor rutinario, y sí de los más adelantados de su época, sacando
sus remedios y sus doctrinas "no de los empíricos, sino de los metódicos y
racionales".
En Portugal, en el siglo XVIII, Fonseca Henriques, pediatra ilustre,
aún se orientaba por los astros en su clínica. Quien hojee el célebre Soccorro
Deifico aos Clamores da Naturaleza Humana, se halla con estas graves pala-
bras acerca de la luna: "su luz es nociva a los niños". Ni aun las ropas y
trapos de la criatura debían dejarse a la luz de la luna. Serían robustos, se-
gún él, los niños que naciesen llorando fuerte "y mucho más los que nacen
con el escroto arrugado". 200
En las Observafoes Doutrinarias, de Curvo Semedo, Luis Edmundo lle-
gó a encontrar recetas que, en verdad, poco se diferencian de las de los cu-
3.35
randeros africanos o indios; y en cierta Pharmacopea Ulysiponense
, de Juan
Vigier, recogió cosas aún más inmundas. Remedios caseros,
comunes en
Portugal y que de allá se trasmitieron al Brasil: tés de chinches
y de excre•
mentos de ratas, para desarreglos intestinales; molleja de avestru
z para la
disolución de cálculos biliares; orines de hombre o de burro,
pelos quema-
dos, polvos de estiércol de perro, piel, huesos y carne de sapo,
lagartijas,
cangrejos, etc. 201
Una Medicina que, por la voz de sus doctores más ortodoxos,
receta a
los enfermos tamañas inmundicias, difícilmente puede mantener
pretensio•
nes de set superior al arte de curar de los africanos y amerindios.
Porque la
verdad es que. de aquellos curanderos tan desdeñados, recibió
la ingrata
una serie de conocimientos y procesos valiosísimos. La quina,
la coca, la
ipecacuana. Nos parece justo concluir que en el Brasil colonia
l los médi•
cos, comadres, curanderos y esclavos sangradores contribuyeron
casi por
igual a la gran mortalidad, especialmente infantil y de madre
s, que en
épocas sucesivas redujo casi en un 50% la producción humana
en las casas•
grandes y en las senzalas.
Hemos visto que fue enorme la mortalidad infantil entre las
poblacio-
nes indígenas desde el siglo XVI, naturalmente debida al contac
to pertur•
bador y disgénico con la raza conquistadora. La mortalidad de
criaturas en
las familias de las casas-grandes se hizo también considerable.
Fue tal ve:,;
la esfera en que más dolorosa y difícilmente se operó la adapta
ción de los
europeos al medio tropical americano: la de la higiene infantil.
Traían éstos
de Europa nociones rígidas de protección y de cuidados. Supersticioso
ho·
rror al baño y al aire. Nociones que, nocivas para una criatur
a en clima
templado, en dima cálido muchas veces significaron la muerte.
Por eso, las
compara con la higiene infantil de los indios para concluir en
la superiori-
dad del método indígena: conclusión a que antes había llegado
, sin ser mé-
dico ni naturalista, y sí simple hombre de buen sentido, el
francés Jean
de Léry.
A la higiene infantil indígena o africana .-la mayor liberación de
la cria•
tura de los trapos gruesos y de los cuidados pesad os- es que
fue acomo.
dándose la europea, a través de la mediación de la esclava india
o negra.
Pero poco a poco. A cosca de muchos sacrificios de vidas.
Nieuhof hizo notar la gran mortalidad infantil en los primeros
siglos de
colonización: sin embargo, tuvo el buen sentido de atribuirla
menos al di•
ma o a la esclava africana que a la inadecuada alimentación. 202
Y Fernán•
dez Gama casi repite sus palabras al escribir que "las mujeres
portuguesas
criaron al principio muy pocos hijos"; que las "dos terceras partes
de ellos
morían a poco d~ nacer". Que ya "las hijas de esas mujeres, que
llegaron a
desarrollarse, y aun ellas mismas, adaptándose al clima y alivian
do el peso
de los vestidos, y el hábito de apretar la cabeza de los niñitos
, bañándolos
336
en agua tibia, dejaron de quejarse de que el clima fuese destructor de las
203
vidas de los recién nacidos".
Menguó, por cierto, la mortalidad infantil en el Brasil a partir de la
segunda mitad del siglo XVI, pero continuó impresionante. En el siglo XVIII
preocupaba al doctor Bernardino Antonio Gómez; en el siglo XIX consti-
tuye uno de los problemas que más inquietan a los higietústas del Segundo
Imperio -Sigaud , Paula Cándido, Imbert, el barón de Lavradí o- hasta
que en 1887 José María Teixeira le consagra un estudio verdaderamente
notable: Causas da Mortalidade das Crianras no Rio de ]aneiro.
En la sesión de la Academia de Medicina del 18 de junio de 1846, el
tema es puesto en discusión, dentro de los siguientes ítems: 1) ¿a qué cau-
sa se debe atribuir tan grande mortalidad de criaturas en sus primeros años
de vida? ¿la práctica del amamantamiento por esclavas, elegidas con poco
cuidado, podrá ser considerada como una de las principales? 2) ¿cuáles son
las enfermedades más frecuentes en las criaturas? Los registros de la Acade--
mia tal vez no guarden material más lleno de interés social que el acta de la
memorable sesión.
Las opirúones son las más diversas. Se alza el doctor Reís para destacar
como influencia particularmente nociva para la salud de las criaturas brasi-
leñas, el uso y el abuso de comidas fuertes, el vestuario impropio, la lactan-
cia mercenaria, las enfermedades contagiosas de las amas africanas, muchas
de ellas, vehículos de sífilis y principalmente de tumores y escrófulas. Pero
habla después el doctor Rego para responsabilizar de la mortalidad de las
criaturas brasileñas, menos a las esclavas y al vestuario, que a la costumbre
de tener a los niños desnudos, destacando otro factor importante: la ausen-
cia del tratamiento médico en fa invasión de enfermedades. Se levanta en-
tonces Paula Cándido, quien insiste en el peligro de las amas de leche escla-
vas, elegidas sin un examen prolijo, y que destaca los males de la dentición
y las lombrices. Varios otros médicos e higienistas hacen uso de la palabra
en esa reunión memorable. El doctor De Simonc, que también se refiere al
peligro de las amas esclavas y de la alimentación inadecuada. El doctor Jo- 20
bim, que recuerda la influencia perniciosa de la "humedad de las casas". ~
El doctor Feital, quien destaca la alimentación inadecuada. El doctor Nunes
García, que insiste en el mismo punto y en el del amamantamiento mercena-
rio, para ser replicado por el doctor Lallemant: éste afirma que conceptúa
la alimentación de la criatura en el Brasil mejor que la de Europa. Quien ha-
bla en último turno es el doctor Marinho: destaca como causas de la mor-
talidad infantil en el Brasil a la humedad, las violentas alternativas de tem-
peraturas, el vestuario, b alimentación prematura, el amamantamiento mer-
cenario.
En 1847, el barón de Lavradío, en una serie de artículos en el diario
de la Imperial Academia, bajo el título AJ,gumas considera~oes Sobre as Cau-
337
sas da Mortandade das Crianras no Río de ]aneiro e Molestias mais
frequen-
tes non seis ou sete primeiros meses de idade, sondeó profundamente
el asun-
to, concluyendo en el predominio de las siguientes causas: mal tratami
ento
del cordón umbilical; vestiduras impropias; escasa atención al princip
io de
las enfermedades de las esclavas y de las criaturas de más edad; aliment
a-
ción desproporcionada, insuficiente o inadecuada; desprecio al comien
zo de
las enfermedades de la primera infancia, llevando al médico criatura
s ya
moribundas de gastroenteritis, hepatitis y tuberculosis intestinal.
La verdad es que perder un hijo pequeño nunca constituyó, para la
fa-
milia patriarcal, idéntico profundo dolor al que experimenta una
familia
de hoy. 205 Vendría otro. El ángel iba al cielo. Junto a Nuestro
Señor,
insaciable en eso de rodearse de ángeles. O bien estaba aojado. Malefic
ios.
Brujería. Hechizo. Contra lo que sólo valían los amuletos, los dientes
de
yacaré, las oraciones, los "yo-te-conjuro".
El doctor Teixeira afirma, en su memoria, haber oído frecuentemente
en
los padres estas palabras: "Es una felicidad la muerte de las criatura 206
s",
y el hecho es que se continuaron en el siglo XIX los entierros de
ángeles.
Unos en cajones azules o encarnados, pintados de carmín los cadáver
es como
aquel de la criaturita que Ewbank vio muerta en Río de Janeiro;
los más
pobres, en bandeja llena de flores; algunos hasta en cajas de cartón,
de
esas grandes para camisas de hombre.
Las causas de la mortalidad infantil en el Brasil de los tiempos de la
es-
clavitud, causas principalmente sociales, fueron determinadas con admira
ble
nitidez de sentido crítíco por José María Teixeira, quien las atribuía
esen-
cialmente al sistema económico de la esclavitud, esto es, a las costum
bres
sociales que eran sus consecuencias; falta de educación física, moral
e inte-
lectual de las madres; desproporción en la edad de los cónyuges;
frecuen-
cia de nacimientos ilícitos. 207 Se debe agregar a ello: el inadecuado
régi-
men de la alimentación; la lactancia por esclavas no siempre en condici
ones
higiénicas para criar; la sífilis de los padres o de las amas. Fue evident
emen-
te la acción de esas influencias la que muchos confundieron con la
del cli-
ma. "Si tan numerosas criaturas mueren en el Brasil ---escribió Lucco
ck-
ello es por falta de tratamiento apropiado o por negligencia o indulge
ncia
de los grandes". 208
Diversas fueron las enfermedades que afligieron a la criatura brasileñ
a
en tiempos de la esclavitud: mal de los siete días (inflamación del omblig
o),
tiña, sarna, erupciones, costra de leche, sarampión, viruelas, lombric
es. En-
fermedades que se combatían con clisteres, purgantes, sanguijuelas,
medica-
ción evacuante, sangrías, vomitivos, sinapismos. Es muy probable
que al-
gunos remedios y preventivos hayan madrugado a las enfermedades,
lleván-
dose a muchos angelitos para el cielo.
Algunos cronistas atribuyen al contacto del niño blanco con los mule-
ques, el vicio, adquirido por muchos, de comer tierra. Vicio que fue
la cau-
338
sa de tanta muerte de esclavos en el Brasil colonial, desde los tiempos de
los esclavos indios: "uno de los medios que esos infelices emplean en la
propia destrucción --escribí a Koster- es el de comer tierra y cal. Tan
extraña costumbre, contraída a veces por los africanos, lo es igualmente por
muleques criollos, y con frecuencia también por niños libres tanto como por
los esclavos. Tal disposición no es considerada enfermedad, sino vicio, al
que se puede vencer mediante la vigilancia de los que cuidan a las criaturas,
sin recurrir a remedios. En diversas oportunidades verifiqué que no consi-
deran necesario ningún tratamiento medicinal y que los niños se corrigen a
fuerza de castigos y de vigilancia. Sostuve conversaciones a este respecto y
noté que muchas personas libres, que conocen esa afección a través de los
casos que observan en los hijos o en los niños de la vecindad, la tenían por
costumbre y no por enfermedad. En los adultos, es más común en los escla-
vos que en los libertos". 208
Parece que Koster no .tuvo oportunidad de observar el tratamiento de
crías o de muleques enviciados en comer tierra y hasta de niños blancos, por
medio del sistema de la máscara de lata. Mucho menos por el del cesto de
cipó, enorme canasta dentro de la cual el negro era izado hasta el techo de
improvisado lazareto con el auxilio de cuerdas pasadas entre las cabriadas y
agarradas en argollas en los portales. Esos lazaretos existieron hasta media-
dos del siglo XIX, en ingenios del norte. Los vio, todavía niño, Phaelante
da Camara: "El paciente era aislado en un lazareto u hospital sui generis,
donde le era :.bsolutamente imposible conservar el abominable vicio de la
geofagia". Metido en tal canasto y suspendido del suelo, "se le imponía una
cuarentena de muchos días, mientras se le daba leche de papagayo del mon-
te, con el fin de corregirle la anemia, y se le sometía a un régimen de ali-
mentación substanciosa, subida a horas fijas en la punta de una vara, cuan-
do no se podía bajar el canasto a la vista de la persona de mayor con-
fianza". 210
El niño del tiempo de la esclavitud parecía descontar los sufrimientos de
la primera infancia, enfermedades, castigos por orinarse en la cama, purgan-
te una vez por mes, convirtiéndose de los cinco a los diez años en un verda-
dero cachafaz. Sus juegos y travesuras acusan, como ya lo observamos, ten-
dencias acremente sadistas. Y no solamente el niño de ingenio, que en ge-
neral jugaba a conductor de carro, a matar pajaritos, y a hacer iniquidades
con el muleque: también el de las ciudades.
Aun en el juego del trompo y en el de remontar barriletes halló oca-
sión de manifestarse el sadismo del niño de las casas-grandes del tiempo de
la esclavitud a través de la práctica, de una aguda crueldad infantil, y aún
hoy, corriente en el norte, de "cascar el trompo" o de "desmontar el barri-
lete", por medio de la navaja o de la lámina de vidrio oculta en la tira de
trapo de la cola. En los mismos juegos coloniales de salón se sorprenden
tendencias sadistas: en el "juego del pellízcón", tan preferido por las cria-
339
turas brasileñas en los siglos XVII I y XIX, por ejemp
lo. Ofreciendo a los
niños amplia oportunidad de pellizcar de firme a las
primas o a las crías
de la casa, no es de admirar la popularidad de un juego
tan tonto:
Uma, dua.r, angolinhas
Finca o pe na pampolinha
O rapaz que ¡ogo faz?
Faz o jogo do capáo.
O capáo, semi-capáo
Veja bem que vinte sáo
E recolha o seu pezinho
Na cochinha de uma máo
Que la vae um belliscáo . .. 211
340
clavo, vemos por el más fútil motivo y a veces por mero capricho, cómo se
rasga sin piedad en azotes las carnes de nuestros semejantes? ¿Cómo apre-
ciaremos el pudor nosotros que vemos o 212 mandamos alzar las polleras de
una infeliz esclava para que se la zurre?". "No bien asoma en nosotros
la inteligencia -son éstas las mismas palabras del maestro clérigo, en otro
de sus artículos de crítica a las costumbres brasileñas de principios del siglo
XIX-, vamos observando de una parte la indelicadeza, la desvergüenza,
el desparpajo, el libertinaje de los esclavos, y por la otra los rudos tratos,
las palizas, las bofetadas, que aquellos infelices reciben casi todos los días,
sin que tales criaturas rebajadas perciban algo más que la sensación física
y muy rara vez la ofensa moral; y de ahí, ¿qué podrá seguirse? El volvernos
213 En sus recuerdos de
groseros, arbitrarios y dominados por el orgullo".
la infancia, el vizconde de Taunay, que fuera un hombre tan suave, casi una
niña, confiesa que gustaba de cometer iniquidades con los muleques. ª
2
341
comprendía ni perdonaba. No comprendía que se dejase a los niños
de fa.
milia vivir por los tejados como gatos y por las calles remontando barrile-
tes, jugando a pedradas y a los trompos "con los pilletes más tunante
s y
haraganes". Eso en las ciudades y suburbios. "Por nuestros montes
(con
pocas y honrosas excepciones} es lastimosa la educación de los niños.
Allí,
la primera diversión que se les procura es un cuchillito de punta; y así como
en el siglo de la caballería andante armaban_ caballeros a sus hijos, no
bien
éstos ensayaban sus primeros pasos, y los beatos vestían de frailecitos
a sus
niños, muchos de nuestros lugareños arman caballeros del cuchillo a
sus hi-
jitos, no bien pueden éstos calzarse sus calzoncitos". Y agregaba el
clérigo
maestro, acerca de la educación del niño, hijo del "señor de ingenio":
"allí
el niño es un cruel perseguidor de las inocentes avecillas, despojando
sus
nidos y, no pudiendo con la carabina, ya tienen desplantes de insigne
tira-
dor. Desde su más tierna edad se acostumbraban las criaturas a la sangre,
a la matanza y a la crueldad. Porque tener como diversión el quitarle la
vida
a animalitos que no nos ofenden, y antes bien nos regocijan y concurr
en
para alabar las obras del Creador, es, a mi humilde entender, moldea
r el
corazón en la barbarie y la crueldad. Lidiando casi sólo con esclavos,
allí los
niños adquieren un lenguaje vicioso y montaraz y los más torpes modale
s,
y no pocos adquieren la terrible manía de comer tierra". 21~
Hacia otros vicios resbalaba la infancia de los hijos del "señor de inge-
nio", en los cuales, algo por efectos del clima y mucho a consecuencia
de
las condiciones de vida originadas por el sistema esclavócrata, se anticip
ó
siempre la actividad sexual a través de prácticas sadistas o bestiale
s. Las
primeras víctimas eran los muleques y los anímales domésticos; más
tarde
lo que venía era el gran atracón de carne: la negra o la mulata. En el
que se
perdió, como en arena movediza, mucha adolescencia insaciable. De
allí
viene que se haga de la negra o de la mulata la culpable de la anticipa
ción
de la vida erótica y del desenfreno sexual del niño brasileño. Con idéntica
lógica se podría responsabilizar a los animales domésticos, al banano
, a la
sandía, a la fruta del mandacarú con su viscosidad y su astringencia casi
de
carne, Porque todos ellos fueron objetos en que se ejercitó, y aún se ejercita
,
la precocidad sexual del niño brasileño.
En la Idea Geral de Pernambuco em 1817, un cronista anónimo nos
habla de la "gran lubricidad" de los negros de ingenio, pero nos adviert
e
que era estimulada "por los señores ávidos de aumentar sus rebaño 216
s".
No sería extravagancia ninguna concluir, en razón de éste y de otros
tes-
timonios, que los padres, dominados por su interés económico de señores
de esclavos, vieron siempre con mirada indulgente y hasta simpati
zante,
la anticipación de los hijos en las funciones genésicas, y aun les facilita
ban
su precocidad como garañones. Refieren las tradiciones rurales, que
hasta
algunas madres menos escrupulosas empujaban a los brazos de los hijos
que
querían mantenerse niños y aún vírgenes, negritas o mulatitas capaces
de
despertarlos de su aparente frialdad o indiferencia sexual.
342
Ninguna casa-grande del tiempo de la esclavitud quiso para sí la gloria
de conservar hijos maricas o ingenuos. El folklore de nuestra antigua región
de ingenios de azúcar y de fa1.endas de café, cuando se refiere al mucha-
cho virgen lo hace siempre en tono zumbón, para ponerlos en ridículo. Lo
que siempre se apreció fue al niño que desde temprano estuviese enredado
con muchachitas. Raparigueiro, como todavía se dice. Mujeriego. Inicia-
dor de mocitas. Y que no demorase en hacer madres a negras, aumentando
el rebaño y el capital paternos.
Si tal fue siempre el punto de vista de la casa-grande, ¿cómo respon-
sabilizar a la negra de senzala de la depravación precoz del niño en los
tiempos patriarcales? Lo que hizo la negra de senzala fue nada más que
facilitar la depravación con su docilidad de esclava, prestándose al primer
deseo del señorito. Deseo, no: orden. Un punto en el que siempre incurren
en exageración los publicistas y hasta los cientfficos brasileños que se
han ocupado de 1a esclavitud, es el de la influencia perniciosa de la negra
o la mulata, el de haber sido ellas las corruptoras de los hijos de familia.
"Corruptoras <la feminil e mascula filharada", llamó a las negras F. P. do
Amaral. 211 Y Burlamaqui: " ... corrompen las costumbres de los hijos
de sus amos [ ... ]" 218 Antonil observó respecto de las mulatas de in-
genio que conseguían rescatarse: el dinero con que se liberan "raras veces
sale de otras fuentes que de la de su propio cuerpo, con repetidos pecados,
219
y luego de libertas continúan siendo la ruina de muchos". El profesor
Moniz de Aragao, en comunicación a la Sociedad de Medicina de París,
llegó a considerar "el gran número" de casos raros de cánceres de los
aparatos genitales de las negras y mestizas del Brasil, el resultado de la
220
"lubricidad simiesca sin límites" de las negras y mulatas. Pero no
es de extrañar: el mismo Nina Rodrigues creyó que la mulata era un tipo
anormal de superexcitada genésica.
Mejor sentido de discriminación reveló Vilhena escribiendo en el siglo
XVIII: "Las negras, y aun una gran parte de las mulatas, para quienes
la honra es una palabra quimérica que nada significa, son ordinariamente
las primeras que comienzan a corromper después de niños a los señoritos,
proporcionándoles los primeros ensayos de lujuria en que, de criaturas,
se engolfan; principios de donde vienen para el futuro una tropa de
mulatitos y crías que más tarde han de ser perniciosísimos en la familia".
Pero destacando luego: "Ocurre muchas veces que los mismos señores
llamados viejos, para distinguirlos de los hijos, son los mismos que con
sus propias esclavas proporcionan mayores ejemplos a sus propias fami-
lias [ ... ]" 221 Superexcitados sexuales, antes bien fueron los tales seño-
res, que sus pasivas negras o mulatas. Y ni aun el!os: el ambiente de
intoxicación sexual lo creó para todos el sistema económico de la mono-
cultura y del trabajo esclavo en secreta alianza con el clima. El sistema
económico, sin embargo, y sus efectos sociales, preponderando franca-
mente sobre la acción del clima.
34.3
"los jóvenes brasileños ---escribió Alfonso Rend u-, a menud
o son
pervertidos apenas salidos de la niñez". Lo que le pareció debido
en gran
parte al clima: "El calor del dima apresura el momento de
la pubertad".
Pero mayormente debido aun a causas sociales, y estas última
s ligadas al
sistema de producción económica: "Los deseos excitados por
una educa-
ción viciosa y la mezcla de sexos, a menudo provocados por las
negras". 222
Nadie niega que la negra o la mulata hayan contribuido a la
depravación
precoz del niño blanco de la clase señorial, pero no por sí
mismas, ni
como expresión de su raza o de su media sangre, sino como
parte de un
sistema de economía y de familia: el patriarcal brasileño.
El padre Lopes Gama escribió acerca de los niños de ingeni
o, de su
tiempo: "No bien pisan los umbrales de la virilidad, cuando
se entregan
desenfrenadamente a los más torpes deseos: son los garañones
de aquellos
contornos [ ... ]" 223 Y cuando no andaban en ésas, era
su ocupación
jinetear caballos o bueyes y jugar al monte inglés y al monte
en la refi-
nería del ingenio. Pero eso -nóte se bien una vez más- , luego
de una
primera infancia de resfríos, de lavativas, de lombrices, de conval
escencia;
de una primera infancia llena de mimos, y arrumacos, de trenzad
as con las
mucamas y con la madre; de baños tibios dados por las negras
; de cariños;
de cavilación; de leche mamada en pecho de negra, algunas
veces hasta
pasada la edad de la lactancia; de farofa o de pirón con carne,
comidos en
la mano gorda de la mae preta; de sarna rascada por mulata
; de nigua
extraída por la negra; de sueños tenidos en brazos de la mucam
a.
Mimos que en determinados casos continuaban en la adoles
No faltaron madres y mucamas que criaran a los niños para que cencia.
fuesen casi
unos afeminados. Sin andar a caballo ni jugar siquiera al "rango
" con los mu-
leques del trapiche. Sin dormir solos, sino en el catre de la mucam
a. Siempre
dentro de casa, haciendo de cura de bautismo y de padre de
las muñecas
de las hermanas. El padre Gama nos habla de niños a los
que
siempre "criados entre algodones" y tratados con tantas "precaconoció
uciones
contra el sol, la lluvia, el sereno y todo, que los pobres adquir
ían una
constitución débil y tan impresionable que el menor aire
los constipa,
cualquier solcito les produce fiebre, cualquier comida les causa
indigestión,
cualquier paseo los fatiga y los molesta". 224 Ablandado por
tantos mimos
y cuidados de la madre y de las negras, era natural que
mucho niño
creciera lívido: la misma palidez de las hermanas y de la madre
enclaus-
tradas en las casas-grandes. Por· otra parte, hubo mulequitos
de senzala
ctiados en las casas-grandes con idénticos halagos y cuidad
os que los
niños blancos. Era cosa, se ve, de yayás solteronas o de señora
s estériles,
que no teniendo hijos que criar, les daba por criar muleques
y mulatitos.
Y algunas veces con una ridícula exageración de mimos. "El
mulequito
rompe cuanto encuentra -infor ma de ese privilegio el padre
Gam a- y
todo es una gracia; ya tiene siete u ocho años; pero de noche
no puede
ir a la cama sin dormir su primer sueño en el regazo de su
yayá, que lo
344
hace dormir meciéndolo sobre la pierna y cantándole una aburrida serie
de arrorós y cantinelas monótonas del tiempo de Maricastaña". Y más:
"Conozco a una respetable Sibila, que cría a una negrita que hoy ya ten-
drá sus catorce años, y ésta no se mete de noche en cama sin antes echarse
en el regazo de su yayá gorda, y sin que ésta le dé golpecitos en las motas
{que es una pasta de pomadas) y sin que haga biberones del vestido de
la tonta y los chupe hasta dormirse. Aquí hay suciedad, mala crianza y
falta de respeto". 225 Otro caso curioso es referido, entre grave y mali-
cioso, por el clérigo maestro: el de niños, blancos y de familia, que se
habían acostumbrado a ir a la cama mareándose antes con olor axilar, vicio
quizá adquirido de criatura de pecho, en los brazos de b nodriza negra.
En el siglo.XVIII, Vilhena quedó admirado del número de mulcquitos,
negros y mulatos, criados en casa "con mimo extremoso". En una de sus
cartas de Bahía escribió: " ... es aquí tan dominante la pasión por tener
mulatos y negros en casa, que por poco que sea una cría que en ella
nació, sólo por muerte ha de salir de allí, habiendo muchas familias
que de puertas adentro tienen sesenta, setenta y más personas innecesarias;
228
digo dentro de la dudad, porque en el campo no llama la atención".
Los muleguitos criados en las casas-grandes despertaron también la
atención de María Graham, en los ingenios de azúcar que visitó en el
sur del Brasil. Uno de ellos, el Ingenio dos Afonsos, de propiedad de
la familia Marcos Vieira, una buena propiedad con 200 bueyes y 170
esclavos agrícolas y que producía tres mil arrobas de azúcar y setenta pipas
de aguardiente. Allí vio María Graham a criaturas de todas las edades
y de todos los colores, corriendo y jugando dentro de la casa-grande, y
227
tratados tan cariñosamente como si fuesen miembros de la familia.
Tanto el exceso de mimo de mujer en la crianza de los niños y hasta
de los mulatitos, como su extremo opuesto -la libertad para los niños
blancos que desde temprano vagaran por la bagacera con los muleques
desvergonzados, corrompieran ncgri~as, hicieran madres a esck.vas, in-
currieran en bestialidad- constituyeron vicios de educación, quizá in-
separables del régimen de econorrúa esclavista, dentro del cual se formó
el Brasil. Vicios de educación que explican mejor que el clima, e incom-
parablemente mejor que los dudosos efectos de la mestización sobre e]
sistema sexual del mestizo, la precoz iniciación del niño brasileño en la
vida erótica.
No negamos del todo la acción del dima: también en la zona serta-
neta del Brasil -zona libre de la influencia directa de la esclavitud de
la negra, de la mulata- el niño es un anticipado sexual. Se entrega tem-
prano al abuso de los animales. El melón y el mandacaru forman parte de
la etnografía del vicio sexual sertanejo. La virginidad que se conserva
es la de la muje.r. En eso estriba su superioridad tremenda sobre el niño
de los ingenios.
345
Ciertas tendencias de carácter dd sertanero, que se inclinan al asce-
tismo; algo de desconfiado en sus modales y actitudes; el aire de
semi-
narista que conserva toda su vida; su extraordinaria resistencia física;
su anguloso cuerpo de Don Quijote, en contraste con las formas
más
redondeadas y blandas de los habitantes de las zonas húmedas y de
los
individuos. del litoral; su casi pureza de sangre, que sólo ahora empiez
a
a contaminarse de enfermedades venéreas, son rasgos que se ligan
de la
manera más íntima al hecho de que el sertanero en general, y particu
-
larmente en las comarcas más aisladas de las capitales y de las
ferias
ganaderas, recién conozca tarde a la mujer, y casi siempre median
te ca-
samiento. Gustavo Barroso, en un estudio sobre las poblaciones sertane
-
ras del noroeste, afirma ser frecuentes en el scrtón los muchachos
de
más de veinte años todavía vírgenes. 228 Lo que en las regiones húmed
as
y en el litoral sería motivo para burlas y bromas feroces. Se percibe
ahí
el resultado de la influencia directa de la esclavitud sobre esas dos zonas,
y solamente indirecta y remota sobre el sert6n. Ese antagonismo
de con-
ductas sexuales --que sería tan interesante comprobar con recursos
esta-
dísticos, procediéndose a una encuesta entre estudiantes de escuelas
supe-
riores provenientes de ambas region es-, únicamente ha disminuido
en
estos últimos años. Van escaseando en los sertones los vírgenes de más
de
veinte años. La sífilis se va difundiendo entre los lugareños. José Améric
o
de Almeida atribuye la rápida sifilización, en los últimos años, de los
lu-
gareños paraibanos a los burdeles de I tabayana y a las célebres seiscien
-
tas meretrices de Campina Grande, "dos centros de contacto de sertane
ros
con forasteros de Recife y de Paraiba", atribuye José Américo de Almeid
a
la rápida sifilización, en los últimos años, de los sertaneros paraibanos. 229
Si el clima fuese la causa principal de la sensualidad brasileña, habría
actuado sobre los sertaneros a la vez que sobre los habitantes de las
zonas
húmedas y del litoral y no tres siglos más tarde. No incurramos
hoy
en una ingenuidad en que no cayó Vilhena en d siglo XVIII. En una
de
sus cartas de Bahía, critica Vilhena a los padres y madres que, colabor
an-
do en "la destrucción de la inocencia de sus hijos", atribuían luego
al
calor "cíertos descuidos que son sólo productos de su grosería y
mala
educación". 230
Aparte de que, comparándose los efectos morales, o más bien sociales
,
de la monocultura y del sistema del trabajo esclavo sobre la poblaci
ón
brasileña, con los efectos producidos por d mismo sistema sobre pobla-
ciones de raza distinta y en condiciones diversas de clima y de medio
físico -por ejemplo, en las Antillas y en el sur de los Estados Unidos
--,
se constata la preponderancia de las causas econ6mkas y sociales (la
téc-
nica esclavista de producción y el tipo patriarcal de familia) sobre
las
influencias de raza o de clima.
Se creó y desarrolló en el sur de los Estados Unidos, desde el siglo
XVII al XVIII, un tipo aristocrático de familia rural mucho más
pare-
346
cido al del norte del Brasil anterior a La abolición, que a la burguesía
puritana de la otra mitad de la Unión, de origen asimismo anglosajón,
pero influida por un régimen económico diferente. Casi los mismos hi-
dalgos rústicos, caballerescos a su manera; orgullosos del número de es-
clavos y de la extensión de las tierras, multiplicándose en hijos, crías y
muleques; regodeándose con amores de mulatas; jugando a los naipes; di-
virtiéndose en riñas de gallos; casándose con niñas de dieciséis años; em-
peñándose en pleitos por cuestiones de tierras; muriendo en duelos por
culpa de mujeres; emborrachándose con ron en grandes comidas de familia;
grandes pavos con arroz, asados por old mammies expertas en las artes
del horno; jaleas, budines, guisos, dulces de pera, manjares de maíz.
En el sur de los Estados Unidos, así como en Cuba, la criatura y la
mujer soportaron pasivamente, en las casas-grandes, las mismas influencias,
no tanto del "clima" ni de la "simiesca lubricidad africana", cuanto del
sistema de producción económica y de organización patriarcal de la fa-
milia, sufridas por el niño y por la señora ama en los ingenios y en las
faz.endas del Brasil. En el Brasil, los niños de los ingenios se anticiparon
a los del sertón en las relaciones con mujer: los del sur de los Estados
Unidos se anticiparon a los del norte. Refiere Calhoun que un negociante
del sur, al visitar a amigos de Nueva York, les contó que había estado
poco antes en la plantación de un hermano suyo, y que allí todos los
esclavos domésticos padecían enfermedades venéreas, y no tardando en
infectarse, entre ellos, los hijos del amo. Era lo mismo que si creciesen
y se educasen en un burdel. (I told him be might as well have them edu-
cated in a brothel at once). Interesante resulta también este testimonio
de un viejo esclavista de Alabama, oído por Calhoun: que en su planta-
ción every young man. . . hecame addicted to fornication at an earl-y
age. 231 Idéntico a lo ocurrido en los ingenios del Brasil.
No eran las negras las que iban a refregarse contra las piernas de los
adolescentes rubios; eran éstos los que en el sur de los Estados Unidos,
como en los ingenios de azúcar del Brasil los hijos de los señores, se cria-
ban desde niños para garañones. Al mismo tiempo que las negras y mula•
tas lo hacían para "vientres fecundos". Slave-women were taught --escribe
Calhoun- tbat it was tbeir duty to have a cbild once a year, ad it matter-
et little who was the father. 23~ El mismo interés económico de los seño-
res en el aumento del rebaño de esclavos, que corrompió la familia pa-
triarcal en el Brasil y en Portugal, la corrompió en el sur de los Estados
Unidos. Los viajeros que anduvieron por allá en los tiempos de la escla-
vitud narran hechos que parecen del Brasil. 233 Es verdad que allá, como
aquí, no faltó quien, confundiendo causa con efecto, cargase a la negra y
a sus strong sex instincts y principalmente a la mulata -the lascivious
hybrid woman- 2.1~ con la responsabilidad por la depravación de los mu-
chachos blancos. Entre nosotros hemos visto ya que Nina Rodrigues con-
sideró a la mulata un tipo anormal de superexcitada sexual; y hasta José
347
Verissimo, ordinariamente tan moderado, llamó a la mestiza brasileña: "un
disolvente de nuestra virilidad ffsica y moral", 235 Nosotros, unos pobre-
citos inocentes; ellas unos demonios disolviendo nuestra moral y corrom-
piendo nuestros cuerpos.
Sin embargo, la verdad es que iuimos nosotros los sadistas, el elemento
activo en la corrupción de la vida de familia, y muleques y mulatas cons-
tituyeron el elemento pasivo. En la realidad, ni el blanco ni el negro obra-
ron por sí mismos, mucho menos como raza, o bajo la acción preponde-
rante del clima, en las relaciones de sexo y de clase que se desarrollaron
entre amos y esclavos en el Brasil. Manifestóse en esas relaciones el espÍ·
ritu del sistema económico, que nos dividió, como un dios poderoso, en
runos y esclavos. Deriva de él toda la exagerada tendencia al sadismo que
es característica del brasileño nacido y criado en casa-grande, principal-
mente en ingenio, y a la que insistentemente hemos aludido en este ensayo.
Imagínese un país con los niños armados de cuchillo con punta. Pues
así fue el Brasil de los tiempos de la esclavitud. En su Histoire des Indes
Orientales dice monsieur Souchu de Rennefort, que por aquí anduvo en el
siglo XVII: "Todos los habitantes de este país, hasta los niños, no salen al
campo si no llevan grandes cuchillos desnudos, cortantes de ambos fi-
los ... ". Souchu de Rennefort atribuyó a la necesidad de defenderse, gran-
des y chicos, de las víboras, veados, ese uso generalizado del cuchillo con
punta: "pour couper ces serpents nommez cobre-veados . .. ". Pero no
siempre se mataban solamente serpientes: también a hombres y mujeres.
La verdad, sin embargo, es que la costumbre del cuchillo con punta ha
de datar de los primeros tiempos de la colonización, cuando chicos y gran-
des debían hallarse siempre listos para afrontar sorpresas de indios y de
animales salvajes. De ahí, en parte principal, cierta precocidad de las cria-
turas coloniales, llamadas desde muy temprano a participar de las angus-
tias y preocupaciones de los adultos.
348
NOTAS
349
contraste con el negro, Pitt-Rívers, op. ,,,., destaca la opini6n de McDougal
quien esas variaciones resulcarfan de '"diferencias de constitución fisiológica", l, y pan
cuerda que ya Wallace contrastaba al aborigen de Améric-a con el negro alegre re-
y
parlanchín.
En su EJtudo da Esqujzofrenia - Formas Clínicas • Ens11io de Revi!áo da Casulsti"'
Nacional, Rio, 1931, Cuoha Lepes y P. Heitor Peres discdminan "la contribució
de las principales razas a cada forma clíniai'". Por su "tabla discriminatoria de n
cipos étnicos" se ve que la forma clínica más frecuente pata codos los tipos écnicos los
es la hebefrenia y es el negro el que se revela "sobre todo hebefrénico" y "el mestizo
paranoide". En comunicadón hecha anteriormente, en 1927, a la Sociedad
sileña de Psiquiatría sobre Psicoses nos Seliiagens, el profesor Cunha Lopes sostenía Bra-
que "el salvaje autóctono, a través de la licerarura y los informes de nuestros cronistas,
es más bien ciclotímico y sólo por excepción esquizotímico [ ... ] ". En investiga-
ción realizada en Pernambuco sobre "las enfermedades mentales entre los
el Prof. Ulises Pernambucano encontró "menor frecut'ncia de esquizofrenia ynegros",
llamadas neurosis entre los negros", porcentajes más elevados de negros "eo las de las
psico-
patías am lesiones anacómicas excepto cuanto se trata de epilepsia y parálisis
rebral", que las de otras razas reunidas. "'Mayor frecuencia de alcoholismo y delirios ce-
infecciosos entre los negros" (Archivos de Asistencia a Psicopatas de Pernambuc
1932, abril, n9 1}. Hace algún tiempo, en estudio esradístico especializado o,
parálisis general, el mismo investigador encontr6 en den paralíticos generales sobre la
número de blancoj'º y "mayor número de negros" (Arebivo, cit., 1933, n9 2}. "menor
Adauto Botelho, en estudio realizado en Río en 1917, determinó la poca fre-
cuencia de Ja demencia precoz entre negros y pardos (cit. Boletim de Eugenia,
Rio,
abril-junio de 1932, n° 38). Sobre este asunto véanse también los interesantes trabajos
de W. Berardinelli, quien admire que el indio no es exclusivamente esquizodm
el negro exclusivamente ciclotímico, y el de Isaac Brown O nortr>olipo b,,mleiro,ico ni
Río,
1934, y el estudio de Alvaro Ferraz y Andrade Lima Júnior, A morfologia
do nordeste, Rio, 1939. Desde el punto de visea sociológico, Oliveira Vianadose homenocupa
del pro\>lema en uno de sus sugestivos ensayos.
El profesor Donald Picrson, quien esruvo por algún tiempo en la Escuela
de Sociología y Política de Sao Paulo, en arckulo que escribió para la Americ11n,Libre
ciologic11l Review, vol. l., o 9 4, ocrubre, 1947, sobre la edición en lengua ingl~a So-
de Casa-Grande 'Y S,mzala, a.parecida en 1946 con el título de Tbe MaJters ,md
Slaves, generosamente recordó al autor btasi leño, a propósito del empleo the
ensayo de expresiones por él consideradas sospechosas de herejía instintivisc-a, en este
el des•
crédiro de las teorías del instintivismo encre los modernos estudiosos de sociología.
Más modcscamence, e-al vez el crítico debería decir "'entre los accua.les estudiosos
norteamericanos de la sociologíaº', para cuyos oídos la palabra inscinco se volvió,
la realidad, can herética que su empleo, aun por un maestro de la grandeza y modc,. en
nidad de T. Vcblcn, les suena hoy como señal de ignorancia o arca[smo. Cuando
verdad es que el insúnúvismo no murió del iodo y sobrevive bajo las nuevas formas la
señaladas por el profesor James W. Wookward en uabaio reciente (Social Psj•chology,
20th. Ccntury Sociology, New York, 1945, pág. 226): "reflejo prepocence
"deseo" (Dunlap); 'ºdirección'' (Holt y Warden); "motivo'" (Gurnee); (Allpon); "necesidad
viscerogénica (llforray); ··motivo del que se depende"' ( Woodworth, Klineberg
);
"wishes ( Thom11S); "hábito dinámico" ( Dewcy}. Victorioso de modo absoluto
anriinstivismo radical de Bernard y Kuo, al que se afilia, según parece, el profesor el
Donald Picrson, como a una secta rígida, a la misma condenación que Veblen
drían que ser sometidos varios otros modernos maestros de la sociología, entre ellos ten-
Vilhedo Pareto, con quien en 1935 el más notable de los instincivistas modernos,
profesor W. McDougall, discutió el empico en sociología de palabras como "inscinto··, el
"sentimiento" "e incer6.. ('"The Mind and Society," Journal of Soda/ Philosopby
vol. 1, octubre, 1935), Al{ccd Vi~rkandc ( H,mdu1iirJerbuch der Soziologie, Srnttgart,,
1931), R. S. Woodwortg fHeredity and Environment, New York, 1941). Y no solamente
los psicólogos y sociólogos apegados al "inscinti vismo" de freud.
Como destaca d profesor Woodward en su ya referido estudio, investigaciones
recientes, entre ellas la de Healey sobre el comportamiento del feto y las de Buehlcr
sobre el comportamienco de niños, vienen modificando "our earlier radical environ-
mencalis" ( pág. 227), a lo cual el profesor Donald Pierson se apega como a
última y definitiva palabra científica, indiferente al hecho, destacado por el profesor la
3.50
Woodward, de qu,; "che general problem of the occurrence and the degrcc of specificity
of innate tr~ts at ihe human level is not yet solvcd·'. Para un soci61ogo modernísimo
como el profesor Morris Ginsberg, el probl,;ma de la caracterización de tipos nacionales,
tao ligado al de insciotos, o "i nnarc trails", y agravado por el de la ignorancia en
que nos encontramos aún respecto a la "importancia relativa" que debe atribuirse
a la "hereditariedad", por un lado, y a! "ambiente", por otro, en la formación del
"carácter nar.ional" (N111io1111l Charac1er, Rearon and Unreason in Soúe1y, .Londres,
1948, pág. 135).
Cuando aura en el empleo de la expresión "instinto económico", encontrada en este
trabajo por el profesor Pierson, hizo que él nos diese en la American Sociological
R11S1iew can grave lección de "modernismo sociológico", olvidando que el antiinstintivismo
radical de Bernard y Kuo ya ha sido superado, es necesario destacar que expresiones
como la referida de "instinto económico", equivalente a "propensión" o "hábito di-
námico" de creación o acumulación de valores esenciales a la vida o a la alimentación
hwnana por el trabajo o el arte del hombre, no se refieren a instintos específicos
sino a "propensiones", "tendencias", ··hábitos dinámicos•·. Tales palabras son admití•
das por sociólogos y psicólogos modernos para definir aquellas expresiones psico-so•
ciales en el comportamiento de un grupo que se presenta, o parece presentarse, inde•
pendiente de las puras circunstancias históricas o geográficas. En la obra de Veblen,
que es tal ve2 la más viva entre las obras de sociólogos, psicólogos sociales o econo-
mistas norteamericanos de nuestro tiempo, se encuentra la expresión "inscinct of work•
manship", esto es, instinto de trabajo creador, a la cual se refiere el sociólogo es-
pañol Francisco Aya!a, en obra notable {Tratado de Sociología: I • Histori11 de la
Sociología, Buenos Aires, 1947), justificando su uso contra las críticas de los ins•
tintivistas radicales: " ... instinto de laboriosidad (instinct of wormamhip ), discuti-
do concepto, contra el que se objeta la inexistencia de semejante •·instinto" en la especie
humana, sin reparar en que la palabra fue empleada por Veb!en con el mismo carácter
aproximativo que la frase "lucha por la existencia", para señalar un hecho universal en
la historia: la aplicación del hombre al trabajo y su complacencia en la obra cumplida"
(pág. 146). Nótese que recientemente aparecieron en Madrid las ObraJ completas de
este maestro español de la sociología ( Aguilar, 2 vols.).
10 Pitt-Rivers, The Clash o/ Cultures and the Contacl o/ R11ces, cit. Sobre
este
tema véanse también Ruth Benedicr, Pt111erns of Culture, Boston, 1934; Franz Boas,
"Race", En&Jclopaedi4 of the Sodat Sciences, New York, 1935, XIJI; R. E. Park,
The Problem of Cultural Djfferences, New York, 1931.
11 Documentos inéditos encontrados por Roquette-Pinro en el archivo
del Jns.
tiruto Histórico Brasileño ( arch. del Consejo Ultramarino, correspondencia del Go-
bernador de Mato Grosso, 1777-1805, código 245, en Ronáonia, cit.).
12 Apcrt, "La Croíssance", apud Sorokin, Soci"l Mobili:y, cit.
13 F. P. Armitage, Died tmd Race, cít.
H Sorokin, Social Mobilily, cit.
15 Hrdlicka, The Old Americans, cit. McCay, habiendo estudiado la alimentación
de los diversos pueblos que habitan la India, para verificar la acción de la dieta sobre
el desarrollo físico y la capacidad de los mismos, comprobó que los bengalíes más
bajos vivían con pequeñas cantidades de proteínas. Cantidades más bajas aún que las
juzgadas por Chinendeo como compatibles con el bienestar füico. Las observaciones
efectuadas por McOay en esnidiaores de un mismo colegio, bajo las mismas condi-
áones de clima y haciendo idéntico trabajo, recibiendo dietas apenas diferentes, mos•
traron que los angloindiaoos tenían mayor desarrollo flsico que los bengalíes. Los
anglo-hindúes recibían 94,97 gr. de proteína, de los cuales 38,32 gr. eran de origen
animal, mientras que los bengalíes recibían 64,11 gr. de proteína, siendo sólo 9,3 gr.
de origen a.ni.mal.
A su vez, McCarrisoo, en investigaciones realizadas en 1927, llegó a resultados
idénticos a los de McCay, principalmente con respecto a la mayor resistencia y belleza
física de los pueblos del norre de la India, en confrontación con los del sur y el esce
(D. MCay, The Relation of Pood to Physicdl DeSJelopm{l'f1,t, Par. II Scient., Memoir,
by Officer of the Med. and Sanit. Dept. of the Govern of India, 1910, N. S., N9 37;
Th11 R.el..#on o/ Pood to Devolopmen t, Philip, J. Se., 1910, v. S; R. McCarrison, Relativo
Val#e o/ tbe N111ion11l Diets of lndu, Transac. of the 7th Cong. Bdrish India, Tokio,
1927, vol. III, apud Rlli Coutioho, trabajo cit.
.351
lG Leonard Williams, apud W. Langdon Brown, Tb8 Endocrin8s in Gen8rtÚ M8•
didne, Londres, 1927.
17 W. Langdoo Brown,
The Endocrine¡ in GenertJ/ Medicine, cit.
lS Lconard Williams, apud. W. Langdon Brown, op. cit.
1ll Haddon, RtJces o/ Man, cit.
2 0 British Medical
Journal, Agosto, 1923, apud Arthur Dendy, The Biological
Poumlation o! Societ1, Londres, 1924. Según el profesor G. V. Anrep, "las conclusiones
positivas" de las experiencias de Pavlov, que McDougall, profesor de la Universidad
de Harvard, supuso desde el principio dañadas por error de técnica, fueron "retindas
provisionalmente" por el propio investigador ruso. Aorep, que es profesor de la Uní•
versidad de Cambridge, publicó en inglés, y bajo el título Conáitioned Refle,,es, el traba-
jo de l. V. Pavlov sobre la actividad fisiológica de la corteza cert'bral. En este trabajo,
de 1927, posterior a la comunicación de Pavlov al Congreso de Edinburg, el problema
de la transmisión hereditaria de !os reflejos condicionados es considerado una cues-
tión abierta.
Desde 1920 McDougall viene realizando experiencias con ratones blancos, desde
otro punto de vista, distinto dd puramente objetivo de Pavlov. Dice McDougall que
en esas experiencias viene obteniendo resultados que jlarecen indicar la validez del
principio lamarckiano (J. T. Cunningham, Modern Biology, 11 Rwiew of the. Princip,u
Phenomen11. of Animal Lile in Relation lo Modefn Concepls 1md Theories, Londres, 1928.
2 1 Dendy, op. &i:.
22 P. Kammerer, The Inberitance of Acquired Characterisths, New Yorlc, 1924.
23 M. F. Guyer y E. Smirh, apud. Our Pretent Knou•ledge of Heredil1 (a sene$
of lectures ~iven at the Mayor Foundation, cte.), Filadelfia y Londres, 1923·1924. El
neolamarckismo tiene una de sus expresiones más vigorosas en Oskar Hertwig, quien
sustenta la influencia metabólica del ambiente sobre las disposiciones hereditarias,
criticando al mismo tiempo la teoría de selección. "Das Werden der Organismen", 1916,
apud Erik Nordenskiiild, The Hi11ory o! Biology, a Sur11e1 (trad.), Londres, 1929. En
corno a las cxperienicas de Kammerer y Tower, citadas por Hertwig, viene formándose
un ambiente de duda por parte de unos y de divergencias de interpretación de los
resultados por parte de otros, y hasta hay quien llegue a relacionar el suicidio del pri-
mero de estos investigadores, ocurrido en 1926, con la hita de rigor o escrúpulo que
habría tenido en sus iovescigaciones. Lencz destaca que Kammerer era judío y dice
que los judfos sentían predilección por el lamarckísmo, siendo judíos, según él, mu-
chos de los defensores de la "herencia de caracteres adquiridos", posiblemente por el
• deseo de parte de los israelitas, según opinión de lena, de que no hubiera "distinciones
inextinguibles de raza" (Erwin Bau,, Eugcn Fische,, Fritz Lents, Human Heredity,
trad., Londres, l931). El sueco Nordenskiiild, sin embargo, en su trabajo, destaca que
la teoría de la posibilidad de transmisión de caracteres adquiridos se ha enriquecido
coa las investigaciones, posteriores a la de Kammerer, dé Linle, de Bagg y de Harrison,
ingleses, las de éste sobre el melanismo en las mariposas, "por medio de la intro-
ducción de sales metálicas cn lo.1 alimentos". También coa las de Muller, americano,
J. T. Cunningham, profesor de la Universidad de Londres, nos ofrece en su trabajo
Modern Biology, Londres, 1928, una descripción imparcial, acompañada de objeciones
críticas, no sólo de las experiencias de Kammerer, sino de todas las investigaciones
más recientes en tomo al probkma que plantea la posibilidad de transmisión de ca-
racteres adquiridos. Probkma de imponancia máxima para los estudios de antropo-
logía social. El debate que ahora se traba enrre los ortodoxos del weismannismo, o de
la "Genética clásica", y los del mitchourinianismo, parece indicar que el problema
de la rransmisión de caracreres adquiridos continúa abierto a discusiones. Uno de los
aspectos más curiosos del debate, para quien se: aproxima a él con criterio de so•
ciólogo atento a las relaciones entre grupos étnicos, es el hecho de que el weismannis-
mo, o el mendelismo-morganista, es condenado por los mirchouriríanos debido a las
"prolongaciones políticas, 110 biológicas, que parece tener el racismo [ ... ) " ( Aragon,
"De la Libre Disrussion des Idées", l!urope, París, octubre 1948, pág. 24). El mismo
crítico francés destaca otro aspecto de la rebelión del profesor T. D. Lyssenko contra la
"Genética clásica": el de "liberar" a la biología de "metáforas sociológicas", pág. 25.
Sobre este asunto véase también, en c:I mismo número de l!tH"ot,e, "Etat de la Science
Biologique", informe presentado en 1948 por T. D. Lyssenko a la .Academia Lenin
de Ciencias Agrárías, donde Wt-ismann, Mcndcl y Morgao son presentados como
"fundadores de la genética reaccionaria contemporánea" ( pág. 34) y la doctrina de
352
Micchourine es consagrada como "base de la biología· cienrífica" ( pág. 52), sostenién-
dose que "el organismo y las condiciones de vida que le son necesarías son un todo
indivisible" (pág. 53); "Díscussion du Rapport de T. D. lyssenko", por S. Alikhanian
y ceros; ''Inrerview de T. D. Lyssenko sur !a Concurrence i, J'Incérieur des Espéces";
"L'épanouissement de la scicnce agrobio!ogique soviécique", por A. Mitine. de desafío
Es evidente que los gene<istas soviéticos procuran colocarse en posición ha
a aquella sociología biológica que en Occidence, a uavés de estudios de Eugenesia, grupos
determinado la t,cisrencia de fuerces o decisivas diferencias hereditarias entre social",
humanos, sean· 1os clasificados por la "raza" (la "raza" opuesta al ··medio
de Vacher de Lapouge, la "anrroposociología" de Alfred Otto Armon, para recordar
sólo dos de las típicas expresiones de esa tendencia) , o los clasificados como "clase".
De la última tendencia son característicos ensayos como los de Francis Galton (Here- the
áiJary Ge11iu;, 1871), Karl Pearson (The Scope 47l(Í, Jmporlance lo 1he SJate for
Science o/ Eugenic;, 1911), C. B. Davcnport (Hel'edity in Relation to Eugenits, 1911), nl
W. C. D. Whetham (Heredüy_and Sociely, 1912). L. M. Terman (The Mea;uretne
o/ lnlelligence, 1916). Por los <:studios de Terman y ocres, parece evidente a muchos se
que la estructura de clase corresponde a condiciones naturales de herencia, justificándo
defensa
bajo ese criterio el afáo de aquellos que hacen de la eugenesia un medio de TúJe of
de la clase superior contra lo que T. Lothrop Sroddard, autor de The R.i;ingiento pro-
Color (1920) y The RevolJ of Civi/izlllion ( 1922), denomina "deterioram
gresivo" de las poblaciones.
lamentabl e como parece ser !a tendencia, en la Rusia de hoy ( 1949) y en la Ale-
mania nazista, de pon~r la biología al servicio de la política o de la ideología polícica
del grupo dominante, se debe reconocer que igual tendencia se encuentra, claro está, o-
sin el favor oficial o la solidaridad absoluta del Estado o el Gobierno al científico-p
lítico, en trabajos y actividades de biólogos, psicólogos y antrop61ogos de Occidente
vueltos hacia el estudio de diferencias de capacidad, o de demostraciones de capacidad, y
entre "razas" o entre "clases". Sobr<: las relaciones entre algunas de esas actividades
ciertaS corrientes de pensamiento político autoritario o conservador, véanse los estudios
de G. Landtman, The Origin of the /neq11ali;y o/ lhe Social Cl,mes, Londres, por 1938;
C.
F. H. Hankins, "Race and Factor in Political Theory", en la obra publicada E. A.
E. Meriam y H. E. Barnes, History of Political Theories, New York, 1924;
Hooton, Twilighi of Man, New York, 1939; Ruth Benedicc, Race: Science ami Politic;, J.
Ncw York, 1940; J. S. Huxley y A. C. Haddon, We European, New York, 1936; A.
Toynbee, A Study of Hi;1ory, Londres, 1934.
Y nunca será demasiado descacar la importancia de la obra científica de Franz.
Boas, donde figuran sus memorables estudios sobre alteraciones de forma en el cuerpo ..
de inmigrantes ( 191 l), en el sentido de contener e:x:ccsos habidos al identificar "razaJo
o "'clase" con los llamados "monopolios ( .. ) de virtudes o vicios humanos ... De
que, sin embargo, debemos cuidarnos es de la exagfncí6 n al cerrarnos de rnodo abso-
luto en cuanto a reconocer diferencias hereditarias entre grupos humanos, y también ente
en cuanto a considerar a ciertos grupos, como el israelita, sagrados, o jnvariab!cm
calumniados, en lo que se refiere a su comportamiento como minoría étnica o más bien
religiosa o culrural, entre otros grupos, sólo para no parecer "antiseroitas" o "racistas".
24 Franz Boas, Changes in Bodily Form of Deicendant; of Inmigranl;, Senate
lo
Documenrs, Washingto n, 1910-1911. Sobre el problema de la "raza", tal comobefo
sitúan las autoridades . modernas, véase también R.a1u 1md RassenenJ;tehung en
Men;chen, de Eugen Físcher, Berlín, 1927. Y en oposición a la teoría de Boas,
varios puntos esenciales, el crabajo de H. F. K. Günther, Rassenkunde de; Deu1schen
Volkes, 11 ed., Munchen, 1927, y el de G. Sergi, R11rop11, Tocino, 1908.
En relación con esce asunto debemos considerar también fundamentales: la Jena, obra
de H. E. Zíegler, Die Vererbungslehre in der Biologie uml in de, Soúologie,
1918; la de E. Fischcr y otros, Anthropologie, Leipzig, y Berlín, 1923; la de Baur,
Fischer y Lc:ntz, Human Hel'edity, trad. con agregados de los autores, Londres, 1931;
la de W. Scheid, A/Jgemeine Ramnkund e, Berlín, 1926; la de ThéophiledeSimiar, Erich
Etude critique su, 14 fonda#on de /tJ doctrine des races, Br11selas, 1922; la
Voegelin, Rasse und SttJal, Tübingen, 1933; la de S. J. Holmes, The Negro'; da; SJruggle
Bas•
for Survival, Berkeley, 1937; la de Fischcr, Die Rehoboth11r Bastards und
tardie,ungsproblem bein Memchen, Jena, 1913; la de S. J. Holmcs, The Trend o/
the
Race, New York, 1923; la de M. Boldini, Biomet,ica, Probtemi de/111 Vita, della un,/
Specie 8 deg/i lndivid#i, Padua, 1928; la de W. Schmidt y Koppers, Volker
353
Ku/1,nm , Regensburg, 1924; la de C. B. Davenport y Morris
in Jam111c11, Washington, 1929; la de Henri Neuville, L'especeSreggerda, Race CroHing
m Anthropologie, Paris, 193 3; la de A. Keith, Elhnos, , lf rar:e et le mé#ssage
ckermann, S. J., Rassenforschung una Volk der Zukun/1,Londres, 1931; la de H. Mu-
B:rlín, 1932; la de Rossdl
Vilar, LII Rara, Barcelona, 1930; la de Elie Faure, Trois gouttes
la de R. Martin, Lehrbuch dé1' .-inthropologie, Berlín, 1914; de sang, París, 1929;
R,,u;6J of Man, New York, 1932; la de
la de R. R. Bean, The
E. A. Hooton, Up f,om the Ape, New York,
1931. También Otto Klineberg, Race Differences, New York, 1935; Julian Huxley y
A. C. Haddon, We Eu,opea1JS, New York, 1936; E. B. Reuter,
tacJs, 1934; F. H. Hankins, The RtJcial BasiJ of Civiliza Race and Culture Co1>•
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2:l F. Hertz,
"Rassc und Kulrur", apud Kelscy, The
En cuanro a los crabajos de Jean Rosrand ( Herédité Physical B11sis o/ Socie1y, cit.
et racisme, París), Gcorgcs
lakhovs ky (LtJ Civilisasion et la folie raciste, Paris, 1939),
(Théo,i e de l'hérédítéj, René Marcial (Vie et constance Herman o Warner Sicmen
de1
resantes por la manera a veces osada de agitar el problem ,a,es, París, 1939), inte-
de las razas en relación con la culrura y de la herencia ena antropológico y sociológico
agregan de ciencífica o filosóficamente importante a los relación con el medio, poco
esrudios arriba destacados.
20 R. R. Bean, "The Negro Brain", Century
Magazine, 1906; Kelsey, op. cit.;
Franz Boas, The Mi.,J of Pnmitiv e Man, New York, 1911;
"Conc<="rning Racial Oifferences", Menorah Journal, vol. Vlll, Alexander Goldcnweiser,
por Kelsey), la capacidad craneana de los negros es, <="n los 1922. Para Pcarson (cit.
mujeres, 100 cm3, menos que en los europeos modernos. hombres, 140 cmS, y en las
bién el libro del profesor E. B. Reurer, The Amerir:an RaceSobre este asunto véase tam-
Problem, New York, 1927.
27 Franz Boas, Anthrop ology and Mod.ern Lile,
2 8 A. T. Bryant y
Londres , 1929.
C. G. Sdigroan, "Menea! Development of the South African
Native", Eugeni u Review, vol. lX.
29 George Henry Lane-Fox Pitt-Rivcrs, The
Clasb of C11/tures and 1he Contact o/
RtJces, cit.
ao Franz Boas, The Mind o/ P,imi.tive Man, cit.
31 Padre Júlio Engrácia, Relaráo Cronológica
do S,:ntuJr
Bom ]Bsus d6 Congon h•s no Estado dd Mint1s Ger.,is, Sao io e Jrmandade do Senhor
32 Principalmente
P¡¡ulo, 1908.
los realizados en los Estados Unidos. De ellos, sin embarg
de Hankíns prevalece en cuanco a consider:a.r de gran importa o, el
ditarias de carácter menea! entre las dos razas. Y nos adviene ncia la.s diferencias here-
un misticismo racial por ouo cultural: el de Lapouge y contra el peligro do: suscirui,
Gobineau, quienes crearon el
mito de la superioridad nórdica, por el de los antropó
en atribuir las diferencias corre razas al mero fenómeno logos y sociólogos que insisten
de difusión culrural; la simple
cuestión de mayor o menor oportunidad social (F. H. Hankin
and Jheir Signific,ance Jor Social Theory, Publicaúons s, lndivid.11al Dife,en ces
Sociecy, vol. XVII, 1922). of the American Sociological
33 Alennd er Goldenkeiser, "Race and Culrure
in the Modero World .. , Journat o/
Socuil Forces, vol. lU, 1924.
34 Ke!íey, of>. cit.
35 Opporcunity, 1927, apud Kelsey, op. e#.
Véase también Sorokin, ConJemporary
Socí,J Theo,ie s, New York y Londres, 1928. A propósito
explicar los resultados favorables a los negros del norte de losde estos teses, Lenu: procura
con los blancos de ciertas regiones del sur, observando que Estados Unidos en rel11dón
norte de ese país, la población mestiza iodistin wnente llamada es grande, en los Estados del
serían en su mayor parre los que se conservan en las zonas negra. Los negros puros
Eugen Fischer, Frítz Lentz, Human HBredity, trad., Londres rurales del sur. Erwin Bauer,
, 1931.
Sobre el negro en la vida y l.i cultura de los Estados
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from Home,
exrensa bibliografía, New York, Londres, 1944; C!aude McKay, A Lo1ig W11y 1901. Todos
New York, 1937; Bocker T. Washinton, Up /rom Slavery, New York,
estos estudios ofrecen páginas de considerable interés para efectos demente comparación con
bajo la in-
la influencia del negro en la vida y la cultura del Brasil, particular el Brasil, escrito
fluencia del régimen de trabajo esclavo. Para un estudio del negro en la siruadón
en parte desde el punto de vista de un norteamericano y en comparación con Negroes in
de descendicnre de africano en la vida americana, véase Donald Pierson, reeditado. La
Brazil, Chicago, 1942, hace años traducido y publicado en portugués, y ahora
visión de con-
obra norteamericana The Negro in the America1 (Washingron, 1940) da una americanas,
junto de la situación de los descendientes de africanos en diferentes áreasArtur Ramos
estudiados también en conjunto por el anrrop61oso y sociólogo brasileño
1937. Sobre
en su notable trabajo As ,11/turas negr<1s do Novo Mundo, Rio de Janeiro, de Fernando
el negro en las Américas española y francesa, además de las obras ya clásicas
libres, Mon-
Orriz sobre Cuba, véase Jldefonso Pereda Valdés, Negros es,l4vos y negros también
tevideo, 1941, y Vicente Rossi, Cosas de negros, Río de La Plata, 1926. Véanse a An-
o
sobre esre asunto las indicaciones dadas por Arrur Ramos en su In1roá11,á ía dedicada
tropologia Brasileir", Rio de Janeiro, 1943, en la sección de su vasta bibliograf profesor A.
al Nuevo Mundo (excepto el Br.i.sil). En Méxioo, según informaciones delen la vida de
Métraux, se publicó un interesante trabajo sobre la influencia del negro n del pre-
ese país, trabajo en el qut-, según el profesor Métraux, se sigue la oriencació
sente ensayo.
36 Sorokin, Con1empor11ry Soci11l Theories, cit.
37 Roben H. Lowie, Áf'e W e Ci11ilized? Londres, sin fecha.
38 Ecienne, lo,. cit.; Manuel QueIÍno, "A ra~a africana e seus costumes na Bahia,
Rev. Ja Acddemid Bf'asileñA de utr4s, ~Q 70.
39 Handelmann, Históri4 do Br11sil, cit. Véase también Koster, Tr1111els, cit., en
mitad del
quien probablemente se inspiró Handelmann. En el siglo XVI y en la elprimera siglo XVIll de-
siglo XVII la siruación intelecru1.l de los colonos fue mejor que en
bido a los eduai.dores jesuitas: a sus colegios y escuelas.
E. Taunay
Confirmando lo que aquí se dice desde 1933, el profesor Afonso de 2, Rio
escribe en su excelente Históri4 do café no Br4sil - No Bf'tJsil imperi4J, 1822-187 los esclavos
de Janeiro, 1939, vol. V, pág. 166, que al tener lugar el desplazamiento de de café de
de los ingenios y haciendas de cría en el norte hacia las grandes haciendas verdadero
Sao Paulo, fenómeno de 1860, 70, 80, a los hacendados pau!istas "les causó numero50s es•
asombro comprobar, entre los grupos venidos del norte, la existencia de señores,
clavos alfabetizados, algunos de ellos hasta más letrados cal vez que sus nuevos s de Castro
y otros, sobre todo los bahianos, sabían redrar f.ragmenro s eras fragmenro
n en víspe-
Alves, Junqueira Freite y Gon{alves Dias. En las revueltas que se sucediero os en-
ras de la Abolición , seguidas de linchamie ntos en la plaza pública por hacendad
ión de Elói de Andrade ), "los autores, los cabecillas , como !os lla-
mascarados (informac prefacio
maban, eran de Pernambuco y Alagoas". Sobre este tema véase también nuestro
para el estudio de Luís Viana Filho, Negros "" Bllbi11, R.io, 1945.
4() D. P. Kidder y ]. C. Flercher, Brttzil
411d 1he Brttzi/i,,m, Boston, 1879.
-u J. B. d~ Sa Oliv-,ira, CraniometrÍ4 comparada das e1pe&ie1
sob o ponto de vista evolucio11i1t4 e midico-legal, Bahia, 1895. Véase humanas na Bahia
Evoluriio p1iq1,fra dos b4ianos, Bahia, 1898. ca..rnbién su estudio
42 Debemos la lectura
de los originales a la gentileza del Sr. Homero Pires, quien
nos fadliró su i:xcelente Brasilia,ia. Posreriormence el trabajo
publicado bajo el rírulo Os africanos no Bra.ril, Sao Paulo, 1933,de Nina Rodrigues fue
por iniciativa del mis-
mo Sr. Pires.
El trabajo de Nina Rodrigues está siendo continuado, dentro y
un notable grupo de estudiosos brasileños del origen africano fuera de Bahía, por
nuestra cultura. Entre esos estudiosos se desracaron como antropól de nuestra población y
sociales los profesores Arrur Ramos, autor de O folclore negro ogos e historiadores
As culturas negras do Novo Mundo, Río, 1937, y The Negro no 8ra1il, Rio, 1935,
1939; Luís Viana Filho, autor de O Negro na Bahia, Rio, 194'.>; in Brazil, Washing ton,
Aires
Filho, O negro e o garimpo em Minas Gerais, Rio, 1944; Gonsalve da Maca Machado
do Nordeste, Rio, 1937; Edison Carneiro, Retigióes negras, Río, s Fernandes, Xangos
respecto la bibliografía dada por Artur Ramos, /r.lrodu(iio ii antropol1936. Véase a esre
1943, pág. 510-534. ogia brasi!eira, Río,
~a Cita de Nína Rodrigues a favor de la cual se encuentran
en manuscritos del Archivo Histórico Colonial de Lisboa. Es un varias evidencias
asunto que merece es-
tudio aparte. Anres de Nina Rodrigues, un observador francés,
tacó la perspicacia de la política porrnguesa en los riempos coloniale Adolphe d"Assier, des-
gros de "naciones" diversas y hasta antagónicas (Le Brésil con1emp s, importan do ne-
orain, cit.).
H Citada por Nina Rodrigues en el referido
trabajo.
4~ &.lspar Barléus, Rerun per Octennium in Bra1itieu
, Ceves 1660, traducido al
portugués y editado en el Brasil por feliz iniciativa del entonces
ción y Salud, en Río de Janeiro, 1940. "Los Ardrenses --escrib Ministerio de Educa-
perezosos, desconfiados, estúpidos, le tienen horror al trabajo si exceptuae Barléus - son muy
que, muy pacientes en el Ha bajo, aumenran de precio [ .. J "; de mos poquísimos
"la flojera y pereza"; de los negros de Guinea, Sierra Leona, Cabo, los calabrenses descae-a
vidad, especialmente de las mujerts; del Congo y "Sonhenses", la la delicadeza o sua-
aptissimi ad opera. Los más laboriosos, informa, eran los angolen5 aptitud para el trabajo:
golenses). Anconil escribe a su vez en el siglo XVIII: "Y porque es ( laboriosissimi An-
clavos) son de naciones diversas, y unos más torpes que otros, comúnmente (los es-
rentes, se ha de hacer reparrición con discernimiemo y selección y de figuras muy dife-
vienen al Brasil son Ardas, Minas, Congos, de S. Thomé, de y no a ciegas. Los que
algunos de Mozambique, que vienen en las naos de la India.Angola, de Cabo Verde y
son robustos. Los de Cabo Verde y S. Thomé son más delgados. Los Ardas y los Minas
en Luanda, son más capaces para aprender oficios mecánicos que Los de Angola, criados
ya nombradas. Entre los Congos hay algunos bastante industrio los de las otras partes
el servicio de caña, sino rambién para oficios y para la casa" sos, no sólo buenos para
respecto al Norce, a comienzos del siglo XI.X, nos dejó Koster ( Anconil, op. cii.). Con
ciones: los esclavos imporcados en mayor número eran de Angola, las siguiences informa-
como Mozambique, Rebelos, Angico, Gabón. Los Moi:ambiques,Congo y los conocidos
tiC'mpos (Travel,, cit.). María Graham , basada en estadísticas sólo en los últimos
aduaneras obtenidas en
Río de Janeiro, da como negros generalmente importados a comienz
a: Mozambiques, Cabindos, Benguelas, Quilumanos, Angolas (Jot,rnal os del siglo XIX
46 W:itjeri, op. cit. También Wacjen fue traducido
, cic).
al porcugués y publicado en
Brasil (1938), en BraJiliaria, por la Compañía Editora Nacional.
Sobre esce asumo, el contacto del Brasil con los holandeses, están
yos, donde se estudian aspectos interesances de aquellas relacione publicando ensa-
s
los investigadores brasileños especializados en el conocimiento de socíal<'s y culturales,
entre ellos José Antonio Gonsalves de Melo Neco y José la lengua holandesa,
del primero tirulado Tempo dos fl4mengos, y ya publicadHonório o (1947),
Rodrigues. El ensayo
esrudio más minucioso sobre et tema y más complcro desde el punto es ciertamente el
que el del mismo W:icjeo. de vista brasileño
~ 7 Sílvio Romero, que parece haberse inclinado
inicialmente hacia la idea del
exclusivismo bantú en la colonización brasileña, en su Compéndio
de histÓNJJ da li1eratur11
brasiteira, escrito en colabo¡-ación con Joiio R.ibeico, hace una inteligen
de los sto~ks africanos. "No fueron, sin embargo, sólo las numeros te discriminación
as tribus de Guinea,
de Nigdcia o .Afrio. subuopical, y las del grupo bantÚ, las que
sirvieron de vivero •
3.56
la. esclavitud brasileña. Las diversas ramas de los Bosquimanos y Hotentote
s entraron con
s, Ba-
sus contingentes. De ellos provienen algunos Ba-cancalas, Ba-cubais, Ba-coroca el con-
cuandos, Ba-cassequeres y probablemente Ba-sutos y Be-xuanas. Dice no olvidar mis inteli-
tingente del grupo Núbio. Los que salieron de esta última fuente fueron los a los de-
gentes esclavos brasileños. Su núm~ro, sin embargo, fue muy reducido frenteimporradas,
más"'. En su estudio sobre los mercados de esclavos en el Brasil y las cribus tomo especial,
presentado al Congreso de Hiscoria Nacional ( Rev. lns. His/. Geog. B,,n., Egbas, Gc-g.?s,
parte II), Brás do Amara) identifica los siguientes stocks: Yorubas,
Gengos,
Dahomeanos, lyeyas, Angolas, Minas, Haúcas, Krumanos, Filanios, Timinis, y los puercos
Galinhas, Efans, Axanies, Cabindas. Las costas de Sierra Leona y Angola para el Brasil.
del Golfo de Guinea habrían sido los principales mercados de esclavos de Melo
En investigaciones que reafüamos con el auxilio de José Antonio Gonsalves de "Vén-
Neto, en la colección del Diário de Pernambuco, recogemos de los anuncios, Ca-
dese" y "Esclavos Huidos" las siguientes denominaciones de "naciones" afrie9nas: Bengella,
mundongo o Cambundongo, Angola, Mozambique, Casanje, Congo, Rebollo, Quizam:1,
Muxicongo, Mina, Cabinda, Calabar, Angico, Cabundá, Cosca, Gabón, Gegá, Baca, Ma-
Beni o Benim, Costa de Nagon, Luanda, Quelimano, Songa o Songo, Mag6, o Set18e,
zango, Ubaca o Embaca, Ganguela, Malenbá, Macangana, Cosca de Caxéu, Sen~
lbanara, Bude o Bufe.
{:s Nina Rodrigues, en su trabajo ya citado.
Va.rnhagen, Hiseó,ia ge-ral do Brasil,
cit.
49 Haddon, The R,:ces of Man, cit.
ISO Haddon, The Races of Man, dr. Sobre este asunto
véanse también: Monroe N.
1928; Frank
Work, A Bibljog,aphy of the Negro in AJ,ic11 and America, New York, , New York,
A. Ross y Louise Ycnabk Kennedy, A Bib/iography of Negro Mig,ation 1937.
1931; Wilfrid Oyson Hambly, Sou,ce Book Jo, African Amhropo logy, Chicago,
En portugués, véase el trabajo de Artuc Ramos, Im,od"fá o a Antropología
BraJileira,
Río, 1943, con abundante bibliografía.
51 Nina Rodrigues, trabajo referido. Sobre el tráfico de
africanos a. América, in-
cluido el Brasil, véase Brilish and Foreign State P11pe,s, especialm ente los volúmenes 24,
44, 57, 62; Britúb Parliamen lary P11p111s, especialm ente "Reports of the Committees,
Sugar and Cofíee Planting" , 1847-184 8; Documen ls Wuslr11tive
Selects Commitrees on , Washins•
o/ lhe Hislory o/ Slave Trade 10 America (organizado por Elizabech Donnan)
ton, 1930-1935; Gascon Marcin, N11nles "" XVIII Siecle: l'Ere des Négriers (1714-
La Traite
1744) d'apres des Documents lnédits, Paris, 1931; Padre Dieudonné Rinchon, NégriM,
Trafic
et l'Esclavage des Cungo/ais par les Eu,opéns, Wetteren, 1929; y Le Y "n Alslein,
d'11P,és les LitJres de Commerce du Capit11ine G,mtois Pierre-lgnace-Liévin New York,
Bruselas, 1938; W. D. Weachcrford, The Negro from A/rica to Ame,ica,
1924; José Anronió Saco, Histó,ia de u esclavitud de u ,na ll/rican11 en et N11e110 Mun-
Habana, 1928;
do 'Y en espeúal en los países ame,ico-hispanos ( edición F. Orri2), de Alcneida, O
Charles de la Ronciere, Nigre1 et nég,iers, París, 1933; Tiro Franco E. Taunay, Sub-
Brasil e a Inglaterra ou o Tráfico dos Africanos, Rio, 1865; .Afonso de Roberto Simonscn,
sídios para a história do 1,á/i-co africano no Brasil, Sao Paulo, 1941;
Hi1Jória económic a do Brasil 1500-182 0, Sao Paulo, 1937: J. M. de Camargo Júnior,
"A Inglaterra e o rráfico", en Novos es1udos a/ro-b,a1i lei,os, Rio, 1937.
52 F. J. Oliveira Viana, Evolu(áo do povo brasill,iro,
Sao Paulo, 1933.
63 Ulrick Bonne!I Phillips, American Negro Slave,y,
a Survey o/ the Supply,
Regime,
Employmenl 11nd Control of Negro Labou, as determined by 1he Planta/ion
New York, Londres, 1929. Geo,giA,
Sobre este asunco, véase cambién Ralph B. Flanders, Plantation S/avery in of the
Chapel Hill, 19:H; Elizabech Donnan, Documenls Jtl,mrative of Jhe History 1649-1863,
Slave Trade lo America, Washington, 1930; Pla111a1ion and Frontier, por U.B.
Documentary History o/ American lndus1,ial Society (documentos reunidosWilliam T.
Phillips) , Cleveland, 1909-1910; CuJ/ure in 1h11 South (Organizado por
lndt#slry,
Couch), Chapel Hill, 1935; Ruperr B. Vanee, Hum,m F11c10,s in Collon
Chapel Hill, 1929, y Hu11111n Geograph y o/ the South, Chapel Hill, 1932.
64 Phillips, American Negro S/avery, de.
5 ~ Oliveira Viana, E11olu(áo do po110 brasilei,o, dt.
5 6 l.uís Vaía Monteiro, cit. por Oliveira Viana, E.volu,áo do povo br.,sileiro, cit.
5 7 .Araripc Júnior, G,egório de M1atoJ1 Rio de ]aneiro,
1894.
58 Richard Burton, The Higl,mds of lbe Brasil, cit.
357
1111 Eschwege, citado por J. Ca.pimano de Abreu, Capitulo
s da História Colonial,
1,00.J 800, Río, 1928. "En uo aso fueron h11Sta guías
vez de los brllllileños -dice 2 su
Joáo Pandiá Ca.lógeras--; suyo es el mérito de la primera industri
directa del hieiro, en las forjas rudimentarias de Minas a de preparación
ciencia práctiCll infusa en esos metalúrgicos nacos que son Gerais, fruto natural de la.
Calógeras, Porm,1¡-ao histórica do Brt1úl, Río de Janeiro, 1930). los africanos" (Joáo Pandiá
60 Max Schmidt, artículo en Koloniales
Rundschau, abril
Sir Harry H. Johoston, Tbe Negro in the New Wor!J, Londres 1909, resumido por
de Max Schmidt, de considerable interés para el Brasil, , 1910. Varios trabajos
que tuvimos ocasión de consultar en Asunción del Paraguapermanecen en manuscritos
61 JO$é María dos Sanros, Política geral do Brasil,
y, en el Museo Barbero.
Río, 1930. •
62 Gardoer estuvo en el Brasil en 1836,
visitando
esclavos eran más difíciles de domin:a.r que en cualquierBahía. Allí observó que los
~usa es obvia ---escribió el ciencífico inglés- -. Casi la poblacióotro punto del Brasil. "La
los negros) de aquella provincia es originaria de la Costa n entera (se refiere a
mujeres no sólo son más alcos y de mejores formas que losde Oro. Los hombres y las
y otras parces de .Africa, sino que poseen mayor ("a much greater de Mozambique, Bengala
tal, debido tal vez a sus íntimas relaciones con los moros y share") energía men•
chos que leeo y escriben el árabe" (Gorge Gardner, Tra11el1 árabes. Entre ellos hay mu-
ziJ, cit.). in the l11terior of Bra-
63 Sir Harry H. Johnston, The Negro in 1he
New World, cit. También Nina Ro•
drigues se refiere a ese comercio, como veremos más
Turner está recogiendo un interesante material sobreadelante . El profesor Lorenzo D.
este asunto. Véase su ..Some
Contacts of Brazilian ex-Slaves wíth Nigeria, Wesc Africa",
XXVII, Washington, 1942. Jo11rnal o/ Negro History,
64 Melville J. Hcrskovits, A Preliminary Contide
r(ltion of the Culture Areas o/
Africa, cit. También The Social Histo,y of the Negro, cit.
66 Para Artur Ramos, ··aunque esa división se
presente en algunas áreas arbitraria
y sujeta a revisiones ulteriores, es útil pues nos proporciona una
la distribución espacial de los principales pueblos y culruras visión de conjunro sobre
antropologi,, brasilewa, Río, 1943, l). de Africa" (lntrod u,áo ,¡
Sobre este tema, véase n1mbién, de M. J. Herskovits, The
.AfriCll, 1930, 3, y de W. D. Harobly, Source-Book Jor Africim Culture A-reas of A/rica,
go, 1937. AnthropologJ, Chica-
Sflvio Romero y Joáo Ribeiro (Compendio de história d,,
no dejarán de sugerir el estado cultural de las principales literaJurd bra1ileir", cit.)
que concurrieron· a nuestra colonización. "No estaban todas, tribus o "naciones•· africanas
es cierto, en el mismo grado
de cultura, pero por su contac10 con los árabes desde el siglo
los bert>beres desde épocas inmemoriales, la mayor parce de VII, con los egipcios y
un norable grado de adelanto'". Y mencionan: Jalofos, "aptos sus tribus habían llegado a
Mandingas, "convertidos en general aJ mahometanismo, inteligepara la vida del mar";
Yorubas o Minas, "=i todos mahometanos y tan hábiles ntes y emprendedores;
"cuya lengua es la más difundida en Soldao"; Felupos, "los ::omo los Mandingas"; HaúcllS,
Pulas, "los sectarios de Mahoma, los mejor organizados del' más salvajes de la zona";
mocráricos"; Biafadas, "señores de regular imperio, destruid pals"; Balantos, "gentlos de-
o
Congos, cuyo "vasto reino" era. "uno de los más adelantados por los Bijagozea"; Ba-
XV y XVl"; Cabindas, "excelentes trabajadores"; Ambaquistas, de .Africa en los siglos
tas, amigos de la escritura"; Ma-quicos, "diestros cazadores"; "ladinos, hábiles sofis-
craccores de sal"; Libolos, "agricultores"; Bienos, artistas; Guissamas, "buenos ex-
mineros de hierro; Guimbandes, artistas; Bañar« as y Bancum Ba-gangelas o Ambuelas,
tores"; .Ajaus, "relacionados hace siglos con los árabes"; Sengas,bís, pastores y agricul-
Mazuzuros, criadores de ganado y dados a la minería; Mabin~ mercaderes de marfil;
cuacuas, Ma-chopes, Mindongues, ladinos, pastores y agricult las, Ma-changanas, M11-
"mú inteligentes esclavos brasileños", importados "en
ores; Nubios, fuente de los
nan otras tribus que habrían concurrido· a la colonizaci6n número muy reducido". Mencio-
su significación culrural. Diego de Vasconcelos, en su excelent del Brasil, pero sin destacar
Gerais {Belo Horizonte, 1918), y también en A.ntiga, e Hirt6ria Médit: de Minas
colonos africanos del Brasíl, de n~gros venidos de áreas destaca la presencia, entre los
de cultura adelantada: "Liml-
trofes con países mahometanos". Véase también el trabajo de
the Provenience of New World Negroes", Journal o/ Socidl Mclville J. Herskovits, "On
1933. Forces, vol. XII, NQ 2,
.358
pueblo
66 Estudios de Orr y Gilks muestran que los Masai, por ejemplo, son un
ence alimemad o. Tal es la abundanc ia de sus rebaños de carneros, cabras y
superiorm y dos veces
bueyes que a cada individuo "cabría un promedio de 25 cabezas de bovinos came y sangre
más de carneros y cabras", Los elernencos básicos de su dieUI son: leche,
del animal por la punción de la yugular). Diversas raíces y cá.scsras 5C
( ésta extraída leche. Según esos
utilizan para infusione s que los hombres toman con carne cocida y
300 gr.; mu-
investigadores la cantidad de proteína ingerida por los Masai es; hombres, Tribes;
y J. L. Gilks, The PhJsique 1111d Heitlth of lwo Afric4in
jeres, 165 gr. (J. B. Orr 9
Medica! Research Council; Special Rcport Series, 1932, N 155, apud también Rui Coutinho, cit.).
W~lis, An
Sobre el régimen alimenticio de varias sociedades africanas, véase
Jn1,oduction to Anih,opo logy, cíe.
67 Igoace Brazil Etienne, "La Secte Musulmane des
Malés du Brésil et leur R.6-
volte en 1835", Ar.thropos, Viena, enero- marzo 1909.
68 Nina Rodrigues, trabajo de. Manuel Querino, A ""•"
it/f'fr,m,z e seus coslumes
na B4hi11, cit.
6 9 Melo Morais Filho, Pe1Jas e tradicñes, Rio de Janeiro.
Í3SC$ de la luna y al uso
70 lo mismo en cuanto a la relación de fiestas con las
los adeptos
de túnicas blancas durante las ceremonias, observamos en Pernambuco, entre por la policía
de la secta Adorador ,¡ de los IIJJros y del agu11, en Fundiío, Recife, disueltareferidas en el
del Estado, que también cerr6 las casas de Changó de Anselmo y otras, alcoh61icas.
texto. Los "adoradores" eran también estrictos en la abstinencia de bebidas Viva, organizando
Adoraban principalm ente la Estrella del Alba, la Luna y et Agu&
peregrinaciones a caídas de agua, ríos y cataratas. El culto en la sede de
!&· secta, que
roda blanca, constaba principalm ente de danzas, imitando los "movimien•
era una casita , ora en
tos de los astros", ejecutadas por niños que también cantaban, ora en portugués
los "fluidos
"lenguas extrañas" al parecer invencadas. Un "agua sagrada", que recibía una escuela,
de los astros", era distribuida a los fieles en botellas y vasos. Mantenían
"clase de catecismo", y tenían emisarios en Pará. cánticos
Nadie podía asistir a las ceremonias si no estaba vestido de blanco. Los
tenían algo de los himnos de las iglesias protes{llntcs:
A ,miáo d11, IÍgtus
Com a1 e1trel111 e11 vía
O círculo e o meu reino
Que ,i De11s pertencia.
Janeiro,
Sobre este tema, véase cambién Joao do Rio, A, religióes no Rio, Rio de
1904.
71 Manuel Querino, A -raca 11fácan11 e seus co11umes 1111 Bah,11, cit.
72 Manuel Querino, A ,aca 4/,i,.,na e seus co1tumes na Bahíit, cit.
7 ~ En otras, la hierba conocida en Río de Janeiro, según Manuel Querino, como
prm,:o y como macumb11 en Bahía, y en A!agoas como macomb11
(marihua na). En Per-
sus aficionados,
nambuco es conocida como 11111conh11 y también, según hemos oído entreprohibido por la
como di11mb11 o liamba. Dice Querino que el uso de la macumba fue $ de multa. El
Cámara dt Río de Janeiro en 1830, y el que la vendía pagaba 20.000 macumba o
c~clavo que la usaba era condenado a tres días de cárcel. Ya fumábamos la de quien
diamba. Produce realmente visiones y un como suave cansancio; es la impresiónParece, sin e,n.
regresa cansado de un baile, pero con la música todavía en sus o!dos. su wo se ha
bar.~. que sus efectos varían considerablemente .según el individuo. Como s y consumi-
generali2ado en Pernambuco, la policía persigue con rigor a sus vendedore
dores, los cuales la fumaban en cigarros y pipas, y hasta la ingerían en té. Btasil, le
Algunos consumidores de la planta, hoy culrivada en varias panes delintenciones,
atribuyen virtudes místicas; se fuma o "se quema la planta" con cierw cuali,
buenas o malas. Según Querino, el Dr. J. R. da Costa Doria le atribuye también hemos veri•
dades afrodisíacas. Entre barqueros y pescadores de Alagoas y Pernambuco,
ficado que sigue siendo grande su uso.
74 Nina Rodrigues, trabajo cit.
75 Nina Rodrigues, trabajo cit. Cuando lleg6 a R!o, en 18~2, la delegación de la
libertos.
Sociedad de los Amigos (Q11akers), fue recibida por una comisión de Minas los Minas pa•
Sesenta habían sido repatriados para Benim. Los ingleses recibieron de
359
peles escritos en árabe (véase John Caodler y W. Burgess, Narr~ive of II Re&et1I Vi.fil
to BrazU, Londres, 1853).
76 He aquí algunos de los avisos que nos parecen más interesante
s desde el punto
de vista de la caracterización umop0lóg ica: "esclavo { .. ] alto, /11/lo, cabezada echada
hacia atrás" (Ditirio de Pernamhu,o, 7 de marzo de 1828); "esclavo { .. } fullo, Nación
Mozambique, con señales en la cara de la misma nación, pies apaletados" ( 13
de 1828); "ladino de nación Angola y de nombre Joiio, bastante negro, bien de marzo
parecido,
poca bar~. alto, de ojos grandes·· ( 6 de agosto de 1828); "cualquier capitán de campo
podrá pagar al negro llamado Benedicto, nación Gabón [. . ) , bajo y seco de cuerpo,
barbudo, con barba en las panes laterales de la cara, bonito de cara y de cuerpo
de agosto de 1828); "Catarina del grupo Benguella, alca, gruesa de cuerpo, pechos {25
rechos, cara larga, labios gruesos, dientes abiertos, muy negra, de bonita figura" de-
de octubre de 1828); "Antonio, del grupo de Costa, de 25 años de edad, tiene (9
cortes en la cabeza, señal de su tierra, tiene el dedo grande del pie sin uña, tiene ues
fina y color fullá" (3 de agosto de 1829); "esclavo de nación Benguella de nombre falla
Manoel . . delgado de cuerpo, poca barba, nariz algo afilada" ( 6 de septiembre
1828; "esclava negra de Angola, con buena y basrante leche" (7 de agosto de
"Izabel, nación Congo, 30 años ( .. ) alca y gorda ( ... ) poco cabello en de 1828);
la cabeza"
( 22 de enero de l 83 S); "Beni ca, de nación Camundá, alto, de cuerpo lleno, sin barba,
pies grandes, carnina con cierta agitación" (9 de julio de 1850). Numerosos anuncios
se refieren a fulós, también a "negros altos [ .. } y con todos los dientes del frente";
algunos a negras con nalgas grandes, hasta llamar la atención como rasgo de identidad
al fugarse. Lo que revela la presencia de hotentotes o bosquimanos entre los esclavos
Pernambuco en el siglo XIX. Que negro o negra fea era artículo sin importancia en de
mercado de esclavos se ve a través de varios anuncios. De éste, por ejemplo, del D;,irio el
de Pern11mh11co, 23 de septiembre de 1830: "Se vende una esclava por precio tan favo-
rable que será increíble en este tiempo; la esclavP. no tiene vicio alguno, sólo tiene en
conrra una figura desagradable y es el moci vo por el cual se vende, en la ciudad su
OJinda, en la segunda casa sobre la ,alle die Vicas, o en Recífe en la calle de Crespo de
D, 3". El negro que se vendía bien o que, cuando se fugaba, en buscado como
joya de familia, haciéndosde promesas hasta a San Antonio, era el negro fuerte y una
moso de cuerpo. Todavía en 1882, el Diário de Notíci4s de Río de Janeiro publicaba her-
un anuncio prometiendo la gracifícacíón de 200.000 S a quien aprehendiese al esclavo
Sabino, "de buenos dientes { .. ] cuando habla carga mucho las enes [ ..} un poco
gago [ .. ) inteligente y muy experto" ( 10 de julio de 1882). Este asunto lo
en una conferencia, en la Sociedad Felippe d'Oliveira, en Rio, 1934, sobre "Eltratamos esclavo
en los anuncios de periódicos de la época del Imperio"; en trabajo presentado al
Congreso Airo-Brasileño, en 1935, "Deformaciones del cuerpo en los negros huidos", ler.
en Sociolog,a, Introducáo ao Estudos dos seus Principios, Rio, 1945, y en un prefacio
para un trabajo del Sr. .Ademar Vida!, sobre los esclavos negros de Paraíba, en el
sugerimos el predominio de lo~ longilíneos, tal vez dolicocéfalos, encre los negros huidos cual
cara.eterizados por los anuncios,
En minucioso estudio antropológico, la Sra. María Julia Pourchet llegó a
sión de que los esrudios del índice cefálico en el Brasil nos permiten afirmarla que conclu-
negro brasileño sorprende al investigador por su alto índice cefálico, en una tendencia "el
franca a la braquicefalia", y, también, que "en los individuos blancos una serie de
vestigaciones han revelado un índice aleo, cerca de la braquicefalia, pareciendo estar in.
población blanca del Brasil sujeta al proceso general de "braquicefalización" ya apuntado la
por varios aumres en otros continencc·s (bidice ceftili,o no Brasil, Ria, 1941, pág. 45).
Sobre este asunto, véase también Roque1ce-Pinco, Nota sobre los #pos antropol6gi
lfraJil, Archivos del Musco Nacional, Ria, Vol. XXX; María Julia Porchet, &os Conlr••
do
huicao 110 ,wudo an1ropofssico da crian(" de cor, Bahia, Brasil, Rio, 1939; Bastos
Avila, "O negro en nosso meio escolar", Novos ertudos a/ro-brasileiros, Rio, 1936; Ulisses de
Pernambucano y ouos, "Dados antropológicos sobre ,1 popula<;ao do Redfe", 1!.studos
a/ro-brasileiros, Rio, 1935; Júlia Maga!haes Viotti, "Concribui~áo a amropologia
moca mineira" Bole1im da S11cre1aria da Educa~iio e Saríde, Belo Horizonte, NQ da
13,
1933; Lucas de Morais, Estudos de an:ropometria constit11cio,1al dos brancas nativos
E11ado de Sáo Paulo, Sao Paulo, 1939; Sctte Rarnalho, Lifóe¡ de hiometria t<Plic!lán, do
Río, 1940; .Alfredo Ellis Júnior, Rafa de giganles, Sáo Paulo, 1926.
71 JoaquÍQ Nabuco, O Aholicionim;o, cit. Por este y por otros puntos
de intensa. actualidad, Joaquín Nabuco está exigiendo un estudio que Jo sitúedeenvista
las
360
cuales lo apartaron a veces
mejores tradiciones brasileñas de vitalidad intekcrual, de las o. .
el mundan ismo, el franccsi smo y d ang!o-no rceamer icani$m
7 s J. P. de Olive-ira Martins, O Brasil e as colonias portuguesaf, lisboa,
1887.
r Dildc·n, en t:abajo que no llegó a publica r en libro. Para él, el estudio
7~ Rul·dige
del desarrollo histórico del Brasil demuestra que de !a del esclavitud se derivan los males
críticos a la compos ición racial país. Burlamaqui, Abreu e
atribuidos por algunos anticipa ron ·a esa interpretación de
Lima, Peckolr son algunos de los brasileñ os que se
seguido s, C'ntre los autores de esta época, por Gilberto Amado.
nuestra historia, Modern World" , Joumal
so Alcxandre Goldenwciscr, '"Race and Culture in the
of Social ForceJ, vol. III, 1924.
k Ellis, Analysis of
si Ernest Crawley, S11,dies of Savages ami, Sex, cir.; Have!oc
of Culture1 and the Con-
the Sexual Impulse, cit. Véase también Pia-Rivers, The Clash
1'1ct of Races, cit.
s2 Fray Joiio de S. José Queirós, Memóriar,
pág. 22, Porto, 1868. En estudio sobre
al área de Mato Grosso, el
Gmte e coisar d'anltJnho, "crimcn~s célebres" referentes
dor José de M~squir ,i llega a !a conclus ión de que la subárca mato-grosense de
historia fuertes semejanzas con las áreas
monocu ltivo, lacifund io y otrora de esclavitu d, presenta
y caract~r ísticas agrario- patriarc ales del Brasil, que fueron las del azúcar,
más antiguas , él eicribe haber encontrado
en el litoral. Con respecto al negro de la misma subárca
en forma viviente lo aseverad o en el presente ensayo: "El
··casos IÍpicos" que ilustran irrespon sable de un sistema
negro fue patogénico, pero al servicio del blanco, como parte
Grosso, año XVI, tomo
articulado por orros" ( Re1,irttJ do Imtituto Histó~ico de Mr,to "Nuestra organi2ación social
XXXIl l, pág. 11 O). Agrega el hisroria(ior matogrosense:
de aguardiente, como en e!
(matogroscnse) se amparó al comiem.o· en !os ingenios e en los alre<iedores de la
nordescc, y todavía a esca única industria organizada existenr girando en romo a los
capital, bajo el más moderno estilo de fábricas, pero siempre A conclusiones semejantes
productos y subproduc(OS de la caña de azúcar", pág. 140. la historia regional espe•
llegado ( o nos han comuni cado) otros investig adores de
han mente distintas de las anti-
cializados en el estudio de áreas, o subáreas, hoy aparente esto es, las del azúair del
guas áreas agrario- patriarc ales o feudal-t ropicale s del Brasil,
das como contradiccio-
litoral (Pernambuco, Bahía, Maranh áo), al punto de ser presenta es en sus generaliza.
a las mismas áreas por observa dores menos prudent
nes ahsoluras Sres. Artur Reís (Pará y
cionrs. Enrre eso5 otros investigadores, recordaremos a los de Barros Latif, Joao Camilo
Amazonas), Manoc! da Silveira Soares Cardoso , Miram
de Lima Júnior (Minas Gcrais) , Moisés Marcenes (Para-
de Oliveira Torres y Augusto do Su!), Roger Bastide, Pierre
ná), Dante de Lautano y A 10s Damasc eno ( R (o Grande
( Siío Paulo). Y nosotros
}.fonbtig, Luís Martins y D. Amélia de Rezende MartinsParaná, Santa Catarina, Río
mismos, en los viajt>s por el sur de! Brasil (Sao Paulo, a través de supervivencias
Grande do Sul) y por Minas Gcrais, hemos encontr ado,
de la colonización anterior
que merecen estudios, !a extensión por gran parte del Brasil Vicente, Pernambuco, Bahía,
al siglo XIX, aunque menos antigua que la de Sfocaraccerís<icos (monocultivo del
Maranh5o y R(o de Janeiro, con sns elementos más de origen principalmente hispá-
azúcar, casas-grandes y tierras de señores latifundistas no hispáni co). En cuanto
nico, esclavos africanos o de casi esclavitud, señores de origenrcal es tal que sociológica-
a Río de Janeiro , su semejanza con el norte azucarero-patria do histórico-político.
mente son insep.trables, a pesar de las diferencias en el conteni
83 Joaquín Nahuco, O abolicioni1mo, cit.
8~ Alcxandre Htrcula no, História da origem
e estabelecimento átJ lnquisiráo em
l'or111ga l, cit.
~5 Joaquín Nabuco, O abolicionismo, cit.
86 Joiío Alvarez de Azevcdo Macedo Júnior,
Da prosti1ui(t10 do Rio de J:tneiro e
da s11a inf/ufncitJ sobre a saúdc p,íb/j,a, tcsi5 presenta da en la Facultad de Medicina de
escravidáo tJ/rican11 no Bra-
Río de Janeiro, 1869. Véase también Evaristo de Morais, A
sil'', Sáo P111Jlo, 1933.
Pereira das Neves, "Me-
Todavía sobre la sífilis en el Brasil, véase Antonio José ia Imperial de MedicintJ de
mória", Ana/eJ brasileñ os da /11cdicin tJ, Diario de la llcaaem
tomo XXV, septiembre de
Río de Janeiro, N'•' 1, marzo de 1856, y en los mismos Anales,Rego na Scssáo Anniversaria
1873, N9 4, el '"Discur so do Conselh ciro Dr. José Percira do
do Corrente Ano". XIX, afirmaba que era
E! Dr. Pcrcira das Neves, escribiendo a mediados del siglo la dolencia a muchas
os de males venéreo s "comun icar
común a los eofermos bcasileñ
361
otras personas anees de tcatarse {. , . J ", .Agregaba que, "desgraciadarnea
cesos me hicieron saber que existe en el pueblo el fuoesco prejuicio re, algunos su-
afectado por blenorragia se cura comunicándoselo a una niña impúber de que un hombre
caso contado por mi colega el Sr. Dr. Paula Menezes, de una niña . No olvido el
cesa, a quien un miserable iaparero portugués le comunicó la más de cinco años, fran-
creyendo que estaba enterado .de ese prejuicio". "Memória", Antthgrave sífilis primitiva
dicina, N9 1, 1856, págs. 15-16. br11silienses de Me-
8 7 José de Góis e Siqueira, Breve estudo sobre II
prostitui,áo e a SífiliI no Brttsil,
Río de Janeiro, 1877. ,
ss Janson, cir. por Calhoun, A Socittl Histo,y o/ the Americ11n Family,
89 Odum, cit. por etc.
Calhoun, A Soci.d History of tbe America
Sobre el asunto véase también Edgar Sydenstricker, He11l1h and n FtJmily, etc., cir.
York, 1933, y E. R. Stitt, "Our Disease in Inherirance !roro Slavery" Bnvironment, New
, U. S. NtJval Medical
B11lletin, octubre, 1928, XXVI.
90 Recuerda Osear da Silva .Araújo, repi riendo al
viejo
de Lavradio calculaba en 50% el número de niños sifilíticosSilva .Araújo, que el Barao
encontrados en su servicio
en el Hospital da Mist>ricórdia de Río; que Moncorvo y Clt>ment c Pereira
porcencaje de 40 a 50% de infecdones sifilíticas en el Servicio de Pediatría verifican un
Moura Brasil la de 20% en los enfermos de los ojos por él tratados y Policlínica;
Río de Janeíro (Osear da Silva Araújo, Algun.s comentários sobre en la Policlínica de
Janei1o, Río de Jaoeiro, 1928). a sífilis no Río de
9 1 Herculano Augusto Lassance Cunha, DisserttJr
ao sobre II prostituiráo em par-
eicula, ,u, cidade do Rio de ]11neiro, tesis presentada en la Facultad
Río, 1845. de Ria de Janeiro,
9 2 Citado por Osear
da Silva .Araújo, op. cit., que supone a las sifilíticas incluidas
entre las "dolencias cutáneas" tan toleradas por los brasileños. Lo
del abuso, enconces reinante, en cuanco al peligro de poder "recoger recuerda a propósito
con grave daño para el enfermo". (tales dolencias)
0 3 Luís dos Santos Vilht>na, Re,ompil11cáo de No1íci,1J
soJero-polita~as e brttsllicas,
año 1802, Bahia, 1921.
94 Citado por Osear Chirk, Sifilis no Brasil e suas mtJnifesJ11cñes
Janeiro, 1918. viscerllis, Rio de
95 Citado por Osear
da Silva .Araújo, Alguns &omentários 1obre a sifilis no Rio de
]anei,o, cit. En 1875 Góis e Siqueira (op. cil.) calculó que hallándo
tada de sífilis la sexta parte del Ejército, en seis años estaría totalmen se en 1872 infes-
mismo mal. En cuanto a la población civil, escribía: '"No se ignora te atacado del
todas las clases sociales". A la sífilis atribuye Ruediger Bilden, en que la sífilis invade
formación brasileña, gran importancia como factor de dt>pauperaciónsus estudios sobre !a
Los estudios modernos sobre la sífilis y el éxito alcanzado ya por de la población.
su acción en varios países indican la relativa facilidad que el Brasil !a lucha contra
de esa herencia de la esclavirud. Con respecto a la lucha contra la tendrá para liberarse
libro hoy raro, el médico Durval Rosa Borges, que se trata sífilis, escribe, en un
dora desde el comienzo", pues, ..tenemos todas las armás endelas una campaña "remunera-
sifili11 com e1pci,,/ referencid a ciaue m-édia pt1ufüttJn11 Río, 1941manos" (Btudo1 1obre
~6 E. A. Westermarck, The History o/ Human M~riagt1
1 ).
, cit.
97 Havelock Ellis, The Andly1is o/ the Sexual Impulse,
cic.
98 G. Adlez, át. por Crawley, op. cit.
90 W. Heape, cit. por Crav.·ley, op. cit.
100 Kelsey, The Physical BtJsis of Soúety, cir.
101 La denuncia
de Filipe Cavalcanti como sodomita viene en las Denunci11róes tÚ
BAhia ( 1591-1593), pág. 448. Denunció Bekhior Mendes d'.Azevl'd
nambuco, en Vila de Olinda. o, morador de Per-
102 Arlindo Camilo Monteiro, Amor sálico e socrático
• Estudo médico fo,en1e,
Lisboa, 1922.
103 Joao Lúcio de Azevedo, Orgattizaráo económic
tt, cic.
104 Prime,11 visÍlllfáO do S11nlo Oficio a.s parles
Jo Br11sil - Confiubes áa Bilhi4,
cit., pág. 20.
5
10 Momeiro, op. dt.
10s Mooteiro, op. &#.
107 Júlio Danw, Figur,u de ontem e Je boje,
cit. JoAo da
Tempo amigo, Babia, 1942, confirma lo que desde 1933 se dice en Silva Campos, en
este eosayo sob1e el
362
origen de las practicas de hechice da en el Brasil patriarcal: no siempre fue africana.
"Atribuir la influencia del hechizo en el Brasil exclusivamente a los africanos es torcer
la verdad", escribe el investigador bahiano (pág. 11), que por eso mismo insurge contra
la gent'ralización de Paulo Cursino de Moura, Sáo Paulo de outrora, Sáo Paulo, 1943,
en el sentido de que los negros primaron siempre en el Brasil "en el arce de hechi-
cería, rezos, quebrantos, mal de ojo, mistificaciones, afecciones, ecc.". Silva Campos des-
ea.ca que, "salvo error mínimo, de los veintisiete individuos denunciados en Bahía
como sorcílegos al denunciador Furtado de Mendon,;;a, en 1591 y en 1593, conforme se
ve en el libro de la Primeira VisilafiJo do Santo Oficio as partes do Br11sít - Den1111ú11,óes
da Babia, solamente dos eran negros de Guinea y uno mulato. Los veincicuatro rescan-
tes, dos hombres y veinüdós mujeres, eran portugueses. En caso de no serlo, uno que
otro podía ser blanco nativo" (Tempo amigo, cic., págs. 11-12).
También hay que separar la práctica de la llamada "arte de hechicería" y de las dan-
zas y ayuntamientos religiosos de africanos y descendientes de africanos de la práctica
de crímenes. Tanto como Silva Campos, concuerda con nosotros el Sr. José de Mesquira
al destacar, en excelence estudio sobre la antigua área agraria y esclavi~ca de Maco
Grosso, como causa principal de los ..desvíos de la moralidad social" que allí se observan,
desvíos entre los cuales no siempre están incluidos los de orden religioso como "pato-
lógicos", "la criminal apatía de los poderes públicos", la falta de "confort, instrucción,
y hasta de recursos materiales, concurriendo todos esos hechos combinados para generar
las fuentes de delincuencia que acabarnos de apuntar" ( "Crimes Célebres", Revirta do
Instilulo HiJtórico de Mato GroJSo, año XV!l, comos XXXIII y XXXIV, 1935, pág.
143. Véase del mismo autor y sobre la misma área, "Gtandeza y Decadencia de Sena
Acima", en la misma Revist,1, nos. XXI a XXVHl, 1931-1932, pág. 31-56). Honrán-
donos· con una referencia a este ensayo, el Sr. José de Mesquita escribe: "Nadie ignora
el papel decisivo que la presencia del esclavo, negro de cualquier otra especie, ejerció en
la génesis del crimen de los diversos países donde fermentó este podridero social"
("Crimes Célebres", pág. 140). Pero el esclavo, como procuramos mostrar desde 1933
en este ensayo, "a servicio del blanco". Presentando en su esrudio "casos dpicos que ilus-
tran al vivo·• (pág. 110) la afirmación encontrada en este ensayo, el Sr. José de Mes-
quita se refiere a los batuques de esclavos, o de negros de Mato Grosso, que frecuente•
mente figuran ecn las cróni~ policiales por él examinadas, como "excelente caldo de
cultivo" donde "germinaba la fauna mórbida a la izquierda del crimen" ( pág. 113), te•
niendo sin embargo el cuidado de no atribuir al arce de la hechicería, o a los ritos y dan-
zas religiosas de los negros, acción de causa en la proliferación de los crímenes exami-
nados. El cuidado, también, de no confundir inferioridad social con inferioridad étnica.
De otro invescigador brasileño de este asumo, el Sr. Luciano Pereira da Silva, es 1a
observación de que en el Brasil y en ocros países "se han visto criminales de los más
perversos frecuentar asiduamente las iglesias y cumplir coda clase de ceremoniales del
ritual católico" (Bstudios de soúologít1 criminal, Pernambuco, 1906, pág. 529). Obser-
vación a favor de cuantos consideran injusto identificar el comportamiento criminalritos de
la plebe urbana o cural en nuescco medio cc,n la práctica "de la hechicería" y de
y religiones africanas.
ION Un eswdio por hacerse en el Brasil es el de las promesas
a los santos como
reflejo de las tendencias estéticas de nuestro pueblo, de sus predilfccciones cromáticas,
onomásticas, etc. Con respecto al "culto de María en el lenguaje popular del Brasil",
Afonso Arinos nos dejó páginas interesantÍsimas. ..Cada familia nuestra riene, con
raras excepciones, una o muchas Marías" ( Afonso Arinos, l.endas e lradifócJ hrasiteirar,
Sao Paulo, 1917). El resultado son esas numerosas Marías de promesas a Nuestra Se-
ñora. Resultado de promesas o del culto a Maria son también los nombres de muchos
lugares del Brasil: Gra,a, Penha, Concei~áo, Momesserrate, que vuelven la nomenclatura
geográfica de nuestro país más poética que la de los Estados Unidos, con sus Minneapolis,
Indianápolis y otros nombres en "polis" que Matccw Arnold encontró horrorosamente
inexpresivos.
109 Por cieno que esta última forma de pagar promesas se encuentra también
entre
negros fetichiscas con respecco a sus orixás. Ortiz observó en Cuba, entre los negros,
promesas de devotos de "santos" que se vesdan sólo de blanco. Nina Rodrigues y Manuel
Qucrino sorprendieron esa misma costumbre en Bahía: "hijas-de-santo" cuyos erajes va-
rían de color conforme el orixá.
110 Manoel Querino, A 1'afa afri&ana 'Y sus comunes na Babia, cit. Véase
también
Pereira da Costa, "Folclore Pernambucano", Rev. lnst. ,frq. Hisi. Geog. PHn., Alfredo
363
de Carvalho, "A Magia Sexual no Brasil" (fragmenco), Rev. Inst. Arqu. Jiist. Geog.
PHn., N9 106; Júlio Ribeíro, A Carne, Sl\o Paulo, 1888.
1 11 Agripino Grieco, "Paraíba do
Su!", O Jornal, Rio, ed. especial conmemora-
tiva del bicencenario dd café.
112 Bas'1io de Magalhaes, "As
Lendas em corno a Javoura do Café", O Jornal, Rio,
edición especial conmemorativa del café. Sobre el tema véase del mismo Basílio de Ma-
galhaC$, O café na históri11, tJo folclore e na.r Betas-Artes, Río, 1937.
113 Basílio de Magalhaes, "As Lendas en Torno da lavoura do Café.. , lo&.
cit.
114 Alfredo de Carvalho, A magia sexual no Brasil, cit.
116 Leite de V asconcelos, T,adjfóe1 pop"la,es do Ponugal, cit.
11 6 Lindolfo Gomes, apud Amadeu
Amara! Júnior, "Supcmi\óe s do Povo Paulista",
Revisu N(>lla, Sao Paulo, N'> 4.
117 Citada por Amadeu Amara! Júnior, "Superci~óes do povo paulista,
lo&. cit.
Del profesor Luís da Cámara Cascudo es el bien documentado Geografia do1 mitos bra-
silefros, Rio, 1947.
118 Varios son los mitos brasileños que implican sugestión o amenaza de castración.
Entre otros, el "mano de cabello", del cual se dice en Minas a los niños que se orinan
en la cama: "si te orinas en la cama, mano-de-cabello vendrá a pegarte y a cortarte el
"gusanito". Véase Basilio de Magalhiies, O folclore do Brasi.l, 1928.
119 Nina Rodrigues, en crabajo cit.
120 Amadeu Amara! Júnior, loe. ciJ.
121 Sir A. B. Ellis, cit. por Nina
Rodrigues, trabajo cir. Sobre el as',lntO véase tam-
bién Arcur Ramos, O folclore negro no Brasil, Río, 1935.
122 José Lins do Rego, Menino de Engenho, ci(.
123 Alexander Calddeugh, T-rave/1 in South Americ" During Jhe Years 1819-1820-2
1,
Containing an Accotmt of 1he Pre1enJ Statc of Bra:il, Bueno1 AJ•res and Chili, Lon-
dres, 1825.
124 Joio Ribeiro, Dicionário
gr11matic11l contendo em resumo a1 maléáas que se
,efe-rem"º es1udo histórico-comp11rativo, Río, 1889. Vé:-.i.sc también, sobre la influencia
de las lenguas africanas sobre el porrugués del Brasil, el estudio de A. J. de Macedo
Soares, "Esrudos Lexicográficos do Dialeto Bra~ileiro", Re11ista brasileira, Rio, 1880,
como IV. De los trabajos más reciemes destacaremos: el de Jacques Raimundo, O elemento
afro-Negro na lingua por1uguesa, Río, 1933, y el de Renaro Mcndon~a, A influén&ia afri-
cana no portugués do Brasil, Rio, 1933. Notable contribución a estos estudios es el que
hizo el Prof. Mário Marroquim, A tíngua do nordetle (Alt1goas e J>ernambNco), Sao
Paulo, 1934. Mário Marroquim insurge contra el ..bilingüismo denrro de un solo idioma",
y contra las reglas gra.macicalcs "basadas en hechos lingüísticos aislados del hombre".
l2:'i Padre Miguel do Sacramenro Lopes de Ga,na, O C11rap11,eiro, Recifc, 1832-32,
37,
43, 47. En varios de sus artículos, de diferentes épocas, el Padre Lopcs de Gama se
ocupa de aspeaos relativos al problema de la detu rpación de la lengua porcuguesa en
el Brasil patriarcal bajo la influencia africana o del esclavo africano.
126 Joilo R.ibeiro, A
Jingua 1111,ional, Sl\o Paulo, 1933. "Es ésre ( el brasileño) un
modo de decir de gran suavidad y dulzura, al paso que el 'diga-me' y el 'fa~a-roc' son
duros e imperativos".
127 Joio Ribeiro, A lfogu11 nacional,
cit. La primera edición de esce ensayo apa-
rcá6 en vida de Joao Ribeiro, quien lo acogi6 con simparía y generosidad en su sección
de critica e información literaria del Jornal do Brasil.
128 Lars Ringboro, The Renewal of Cultur11, trad., Londres, sin fecha. Sobre
el tema
véase Gilbert◊ Freyre, Sociologia, Río, 1945, notas a la sección dedicada a la sociolo-
gía biológica, págs. 381-403, y notas a la sección dedicada a la sociologla de la culcura,
págs. 624-632.
129 Koscer, Travels in Br,nil, cit., págs. 388-389.
130 José Veríssimo, A educafao n•cional, Rio, 1894.
131 Anúg6genes ChavC$, "Os Espartes em Pernambuco", O Joum4[ Río,
1 ed. espe-
cial de Pernambuco, 1928.
132 Koster, Tr1J11el1, cit.
364
133 Koster, Travels, cit.
13~ J. C. Fletcher y D. P. Kidder, Brazil aná the Brazilúms, Boston, 1879. La mis-
ma observación había sido hecha por Sainc-Hilaire, en zonas esclavistas del sur de Brasil,
a comienzos del siglo XIX.
13~ F.. L. C. B. (Frederko Leopoldo César Burlamaqu i), Memória
a11<1lytica a&er&a
do commercio d!esu11110I e acerca de escravidáo domesiica, Rio de Janeiro, 1837.
l86 L. Anselmo da Fonseca, A escravidii.o o clero e o aholi&ionismo,
Bahia, 1887.
137 Padre l.opes Gama, O carapucúro, cit.
138 M. Bonfim, América L4tina, Rio, 1903. En Sabará, Minas
Gerais, nos mostra-
el lugar
ron, al fondo del corral de una vieja casa-grande de los tiempos de 13. colonirl,relaciones
en que había sido ejecutado un esdrlvo por haber sido sorprendido teniendo
con una. much3.Cha bbnca de la casa.
139 A. W. Sellin, Geografi.a geral do Bra1il, trad., Rio de Janeiro,
1889. Lo con-
firma, con relación a Pernambuco, Doña Flora Cavalanti de Oliveira. Lima, íntima cono-
cedora de la hístoria social de la región, en informaciones personales al autor.
HO R. Walsh, No1ice1 of B,11ziJ, II, pág. 164, Londres, 1830.
Hl José Vitoriano Borges da Fonseca, Nobiliarqu u pernamhucana
1776-1777, pág. 9,
I, Rio, 1935.
142 Maria Graham, Journlll, cit., pág. 226.
143 Burton, The Highlands of the Brazil, cit.
144 Antonil, Cultura e opuléncia do Braril, cit. pág. 75.
HS Afonso de E. Taunay, Sob EI-R.ei Nosso Senhor, Siio Paulo,
1923.
l16 Nicalau Dreys, Noticia descriptiva d11 provmcia do R.io Grande
do SáQ Pedro
do Sul, Río de Janciro, 1839.
147 Un informe holandés del siglo XVII destaca la resistencia opuesta a los invaso-
res por la gente del lugar: '"Moradores, Mulatten, Mamalucquen, Brazilianen, als Negros"
( Informe de Schonemburgh y Haecks, en Ai1zem11. Saken van Staet en Oorlogh in ende
nde
Ontrent de Veroeniáge Nederkmden, Regions Begginnenáe met het },ser 1645,
enyndige11á met het Jae, 1658, Graven-Haghe, 1669).
1411 Beckford, op. cit.
149 Vilhena, Carlas, I, 48.
150 Tollenare, Notas dominicais, cit., pág. 437.
151 Estatutos do ,eco/himeneo de NoIJa Senhora da Glória, cit.
por el Canónigo
José do Carmo Barata. Um Grande Sábio, um Grande P11triota, um Gr11nde Bispo (con•
ferencia), Pernambuco, 1921.
152 Mes. Kindersley, Le:ters fro-m the lilands of Tetieriff, BraziJ, The C,1pe of Good
Hope aná the East lndies, Londres, 1777.
isa Gaspar Barleus, Rerum per Octennium, etc., cit. De esa célebre crónica sobre el
Brasil del siglo XVII existe ya una excelente traducción porruguesa.
154 Pastoral de Dom Fray José Fialho, del 19 de febrero de 1726,
intdica, Manus-
crito, en el Archivo de la Caccdral de Olinda.
155 Voyages de Francois Corea!, aux fodes Occidemales [ ... J
áepui 1666 1u1qu'
en 1697, pág. I 53, Amsterdam, 1722. En su interesante "Fatos reais Janeiro, ou lendários
atribuidos a 'Familia Barreta' " (Re11ista das Academjas de Letr11s, Rio de mayo-
junio de 1943), el juez Carlos Xavier País Barre to confirma coo varios casos concretos
lo que a este respecto se dice en este ensayo: "se casaban niñas las hijas de los noblesy
brasileños [ ... ) ". Era grande !a precocidad por cuanto, aun en el Derecho Romano
Canónigo anterior a Benedicto XV, la edad mínima sería de 12 años, que pasó después
a las Jegislaciones de Inglaterra, Esp11ña, Bolivia, Uruguay, Argentina y Chile.Código de
En el Brasil, sin embargo, aunque contra la ley, la nobleia casi imitó al
s
Manu, donde se permitía a la mujer casarse de 8 años. Eran frecuentes los c3.5amicnto en el
con niñas menores de 13 años. Encre gran número de ejemplos citaremos, aún
siglo XIX, a "Margarida Francisca País de Melo, abuela del autor, casad3. a los 11 años, con
edad en la que también se casó, en el Ingenio Saué, Francisca de Barros Wanderlcy
el senador alagoano Jacinto País de Mendon~a. Margarita Francisca era muy desarrolla-
d3., lo que no acontecía con Francisca de Barros" (pág. 13) .
.365
También en los manuscritos (libros de asiento) de
Antonio Pinto, e>:aminados por nosotros en Caeté ( Mina$familia, de !a colección Luís
casos como los de Mada Salomé Perpé1ua de Queiroga, casada Gcrais) , son numerosos los
Bernardino José de Queiroga, teniendo ella 14 aiios y él 33; en 1787 con el alférez
de Vasconcelos, casada en 1795 con Francisco José Sessa, Candida Joaquin a Perpécua
y el marido 31; Maria de Vasconcelos, casada en 1812 con teniendo ella 13 años de edad
e Casrro, teniendo ella 15 años.
Joaquim Manoel de Morais
U6 "Union s between Decembcr of sevcncy
and May
the resul1 is a wife coeval with her grandchildren by of fifceen are common and
Highla11d1 of 1he Brazil, cit.). lo mismo se comprueba a marriag c", dice Burcon (The
través de viejos invencarios y
testamentos de la primera mitad del siglo XIX existentes
en
registros antiguos. Son rambién interesantes las difc:rendas de archivos de ingenios y en
en familias pcrnambucanas, que se observan a través de Uma edad entre marido y mujer,
Pais Baneco, publicada en Pernambuco en 1857 y hoy rarísima Es111tí.s1i,11 de Joiio Francisco
para 20, 23, 15; 31 para 21; 47 para 20; 57 para 22, ocurren . las diferencias de 40
escribe (op. cit., II, pág. 90) refiriéndose al Bra.sil de 1828-18 frecuentemente. E. Walsh
quencly mariy girls of rwelve, and have a family about 29: "Men of sixry frc-
the daughrcr and the linle ones 1hc ,grandchildr~n". them where che wife secms
157 Padre Simiio de Vasconcelos, Vida do Venert1v
Comp,mhia de Iesu, cit., pág. 209. el p,,J,.e Josepb de Anchieta da
1r.s John Luccock, Notes, cit., pág. 112.
150 Breve Diuurso robre o Estado das Quatro
C1tpitim
rno John Mawc, Travels in the Interior o/ Brazil, pág.ias208, Conqui stdas, etc., dt.
Filadelfia, 1816.
161 Maria Graham , Journal, cit., pág. 135.
102 Burton, The HighJ11nds of the Brazil, cit.
103 Hc::rbcrt S. Smi1h, Do Rio de Janeiro a
CuiabJ {con un capÍtulo de Karl von
den Sceinen sobre la capital de Maro Grosso ), Río, l 922.
IOt Mawe ( op. cit.) notó igualmente esa disparid
ad entre el eraje de calle y el
casero en el Brasil. También la notó Hendcrson (op. ~;,.).
165 Alexandcr Caldde ugh, Travel in South Ameri"
,, cit.
166 Waltcr Colton, De,k and Port, New York,
1850.
167 En contraste con ciertas franquezas y hasta
exhibicionismo que caracterizaron la
vida sexual del brasileño anciguo, hubo exageraciones verdade
dor. Cónyuges, por ejemplo, que nunca se vieron desnudos ramente mórbidas del pu-
realizando el acco sexual prohibi do por una colcha con un en b. intimidad de la alcoba,
evitaba no sólo el contacto dirc:cto de cuerpo con cuerpo, orificio en el medio: así se
nudez. Una de esas colchas la conserva una persona a.miga sino la revelación de la des-
del orden patriarcal brasileño. nuestra, encre otras reliquias
168 Padre Lopez Gama, O Carapu,ciro, cit.
160 "A Represenratii.o''
se encuentra entre los dOC1.1mcmos reunidos por Alberto
de Sousa, Os Anáradar, Sao Paulo, 1922.
110 A1uiis do Parlamento, Rio de Janeiro.
171 Tobias Montciro, Hislória do Império
- A El11bora;áo da Independinr;ia, Rio
de Janeiro, 1927.
112 Kos1er, Traveh, cit., pág. 409.
173 Koster, Tr1111el1, cit., pág. 410.
174 Sílvio Romero, en su respuesca a la investig
ación realizada por Joiio do Rio
entre inrdeccuales brasileños, reunidos en un volumen titulado
Río de Janeiro, 1910. O tno'1len lo lilerário,
li~ Carolin a Nabuco , A Vult1 de JoaqMim
N1tbu,o, Rio, 1931. Sobre este tema,
relaciones de los niños blancos con sus "madres negras"
ilusm,s sobrevivientes del orden social t'sclavista que hemos , informaciones personales de
Flora Cavalcanti de Oliveira Lima, Baronesa de Bonfim procurado entrevistar, Doña
Fernandes, Baronesa de Concendas, Sr. Leopoldo Lins, ,confirm Baronesa de Es1rela, Sr. Raul
Joaquín Nabuco y Sílvio Romero. an las declaraciones de
176 Koster, Trt111eh, cit., pág. 41 l.
177 Joao Ribciro, His1óri11 do Brt1sil, curso superior
mann, Hiuóna do Br111il (trad.) cit. , Rio. Véase también Handel-
178 Koscer, Travels, cit., pág. 411.
179 André Joáo Antonil (Joao Antonio Andreo
ni, S. J.), Cultura e opulen&ia do
Brasil por su11r drogas e minas, cit., pág. 96.
366
tao Koster, T,avelt, cit., pág. 422.
lkt Nina Rodrigues, L'animisme féti,biste des négres da B11hia, Bahia, 1900. Véase
también su As ra(11s humanas e a ,esponsabiliád e penal no B,,uil, Babia, 1894. Los
estudios de Nina Rodrigues fueron inreligcnterncnre continuados, desde el punro de vista
de ia psicología, por Artur Ramos, en Río, y Ulises Pernambucano de Melo y Gon,alves
Fernandes, en Pernambuco.
¡¡;~ Breve di1&11r10 sobre el estado das q11a1-ro CapitanÍflJ conquistdas, cir. En
1850, C. Lavollée, autor de Voyage en Chine, Paris, 1852, notó, de paso para Río, que
los negros de Angola continuaban siendo los preferidos para esclavos. Escribe: "Los
negros, como los caballos, son clasificados por razas y tienen sus cualidades particulares
y su cocización en el mercado. Las naciones de Angola, Congo y Mozambique son las
preferidas" (cit. por Sérgio D. T. de Macedo, No tempo da1 sinhazinha1, Río, 1944, pág.
i8).
isa Es curioso anotar que en 1869 el médico brasileño Dr. Nicolau Joaquim Mo-
reira, en estudio sobre el cruce de razas, destacaba que en la hacienda de Camorim (Río
de Janeiro), perrenccicnte a los religiosos benedictinos, se había conservado durante ues
siglos, sin mezcla, "una población negra, homogénea y vigorosa [ .. } aumentando de
inrcligencia y modificando su cráneo, que se aproxima hoy al de la raza caucasiana
[ .. }"'. ("Questiio Erhnico-anthropologica, O Cruzamento das Ra~as Acarreta a D~gra-
da,áo Inrellectual e Moral do Produto Hybrido Resultante?", en Annaes brasilienses de
Medicina, torno XXI, N9 10). Es una lástima que nos falten pormenores sobre esa ex-
periencia de segregación de la raza negra en el Brasil hecha por los hermanos de Sao
Benito, experiencia de gran interés para los estudios de anrropología en nuestro medio.
184 E. Roquette-Pinto, "'Notas sobre os tipos antropológicos do Brasil", Atas
e
Trabttlhos, 19 Congreso Brasileiro de Eugenia, Ria, 1929.
185 Conviene recordar que en 1914 Alberto Torres (O problema na&ional bra-
1iteiro), ya antiweismanniano, consideraba demostrada por Boas "la alteración de carac-
teres somáticos de una generación a otra". Pero a algunas de sus afirmaciones les falta
un riguroso espíritu científico, deteriorado por la facilidad y el énfasis en las convic-
ciones.
1so E. Roquette-Pinto, Jo,. cit.
187 J. B. de Sá Oliveira, Craniometria comparda das e1pécie1 h11ma1Ja1 na Bahi"
sob o ponto de vista evoJucionisl" e médico-legal, Bahía, 1895.
188 F. A. Brandáo Júnior, A escravaJura no BraJiJ, Precedida dum Artigo sobre
agricultura e coloniza(iio no Maranh•o, Bruselas, 1865.
1!19 Júlio Dantas, Figuras de ontem e de hoje, cit.
l~O J. B. A. Imbert, Guia medica das maes de familia ou a infancia co111iderda
na
sua hygiene, suas molestias e 1,a111mento1, pág. 89, Rio de Janeiro, 1843.
191 Socorro deifico 1101 damores da naturaleza humana .. , pelo Dr. Francisco da
Fonseca Henriques, pág. 126, Amsterdam, 1731.
192 Apud Júlio Damas, op. cit.
193 J. B. A. Imberc, Gui.. medica das maeJ de /ami/i11 ou a infancia considerad" tia
s11a hygiene, suas moletlias e 1,atamento cit., pág. 89. Véase también Francisco de Melo
Franco, Tratdo de Ed11&"(iiO Physica d.os meninos para uso da narao por111guesa, Lisboa,
1790. Pena Marinho, Con1rib11irao para a histó,ia da ed11fao /isha no Brasil, R.io,
1943.
rn~ J. B. A. lmberr, Manual do /azendeiro ou Tratado domes1ico sobre as en/ermi-
ddes dos neg,01, Ria de Jaoeiro, 1839. Véase también C. A. Taunay, Manual do agri-
cultor bra1ilei.-o, Ria de Janeiro, 1839.
t 95 La mortalidad infantil en las senzalas llegó a ser considerable. En Mata-Pa-.
ciencia, en el ingenio de Dona Mariana, hija mayor del Barón y la Baronesa de Campos,
tal vez el primer ingenio a vapor instalado en et Brasil, que disponía de 200 esclavos
para trabajo y cerca de 200 bueyes, Maria Graham fue informada por la misma señora
del ingenio que m~nos de la micad de los negros nacidos en la propiedad llegaban a los
diez años de edad ('"not half the negroes born on her estate live to be ten year old .. ).
Lo que mucho alarmó a Mrs. Graham (]011rnal, cic.). Ya Eschwege dijo en Minas
Gcrais que entre los mulatos esclavos, de 105 nacían 4, de 100 morían 6; y que entre los
esclavos negros, de 103 nacían 3, de 102 morían 7; en cuanto a los blancos libres, de
99 nacían 4, de 106 morían 3; entre los indios libres, de 99 nacían 4, de 108 morían
4; entre los mulatos libres, de 109 nadan 4, de 109 morían 3; entre los negros libres,
de 84 nacían 4, de 93 morían 5. Esta estadística de Eschwage hace que Oli,·eira Viana
367
llegue a determinar la "formidable acción destructiva de la selección étnica
en el interior de las senzalas", teniendo el negro y el mulato "una mortaliday patológica
su natalidad". d inferior a
Entretanto, los resultados de la estadística que en 1827 se emprendió en
buco respecto, a la población de Santo Amonio, acusan una mínima diferencia Pernam-
mortalidad de negros, pardos y blancos. Por ejemplo, con respecto al año en la
1826 cenemos:
Nacidos Muertos
Blancos 192, pardos 178 Blancos 135, Pardos 60
Negros 294 Negros 125
Y con respecto a los años anteriores, comenzando poc la Independ
encia:
N11cidos
1822 Blancos 279 Pardos 197
1823 Ne~cos 239
294 223 256
1824 281 209
1825 276
221 234 271
Muertos
1822
1823 ..
Blancos 103
108
Pardos 61
49
Ne§ros 87
182/4 115 95
1825 53 87
124 70 129
.368
de lo siguiente: anee d número alarmante de Oloos indios que Is. muerte se llevó du-
rante el siglo XVI, los jesuitas hs.bfan difundido que en "una felicidad", ya que los
pequeñicos iban al cielo, para consuelo de las madres e interés de la catequizaci6n.
La mortalidad infantil ers. compenss.da por el hecho de ser muy fecundas las ma•
dres brasileñas en Is. família patriarcal. De acuerdo con los registros, genealogías, tra•
didooes de familia, testamentos y libros de asiento como el de Félix Ca.valcanti b?.jo de Al-
buquerque Melo, publicado y anotado por su bisnieto Diogo de M:elo Meoezes el
titulo de Memórias de "n C1111alcanti (Sao Paulo, 1940), podemos arriesgar la generaliza-
ción de que el número de hijos legítimos en una familia patriarcal dpica del Brasil que
akanu la adolescencia o la mocedad, oscilaba en el siglo XVIII y en el XIX, y PIO•
bablememe en el XVII, entre 10 y 20. El jue:z: Carlos Xavier nos da su opinión de
profundo conocedor de la historia intima de la sociedad patriarcal del Sur de Pernam-
buco durante los siglos XVIII y XIX, sub-región característica y époa.igualm ente ca-
racterística: "Antonio de Sá Maia fue progenitor de algunos hijos de su primera mu-
jt>r, Maria de Albuquerque, y de 23 hijos de la segunda, Catarina Albuquerque, noveno
abuelo de! autor. Joao Mauricio Wanderley, Sebastiao Antonio de Barros Melo, Psan-
cisco de Paula Pais Barreto, Camerino Francisco País Barreto, Luís Filipe de Sou.ia
Leao, Antonio Nobre de Casero, Antooío Dinis de Mendon~a y José Carneíro Pús Ba-
rreto fueron j<:fes de numerosas proles" ( ..Fatos reaís ou Jendários s.tribuídos a familia
Barre-to'', Re11i11a das Academias de Letras, Río de Janeiro, año VII, NQ 45, roayo-junío
de 1943, pág. 15).
La fecundidad entre los brasileños de alto origen social, en aquellas :z:onas del país
donde se ha prolongado de modo más saludable la influencia de la organizaciónsocio- pa-
triarcal de la familia, como Minas Gerais, fue ya objeto de un interesante estudio
lógico, lamentablemente poco conocido en el Brasil. Nos referimos a! trabajo en que
el profesor John B. Griffing compara ·"los efeetos de cienos factores socio-económicos
sobre el tamaño de la familia" por él esrudiados en China, California del Sur y Brasil,
llegando a la conclusión de que .. in boch China and Bra:til a rrend in si:z:e of family
was found that is exacrly opposite the uend generally reportea in che Unitea S~tes
and Western Europe. The fomilies of the well-to-do and educated are subsrantially latger
rhan t.hose in lower Jevels" (A Comparison of the El/ects o/ Ce#ain Socio-economic
Pactors upon Size of Ptlmil'Y in China, Southern Californú 1111d Br,1zil, publicaci6n par-
ticuls.r). El área brasileña esp~cia!meme estudiada por el profesor John B. Griffíng fue
Minas Gerais. Véase también, de Griffing, ..Natural Eugenics in Bra:z:il", Journal of
Heredity ( Amuican Genetic 1Íssoci,1tion), Washington, D. C., vol. XXXI, no; 1, jan.,
1940). Allí destaca el investigador norteamericano: "The number o! living children
of the planccr in che Sratc of Minas Gerais is neady double that of the commoo laborer.
Thc chief cause of this difference is the higher monaliry rate of childreo in the ponrer
Brasil
dasse. A favorable diffcrential in increase or superior ovcr inferior classes exists inChina"
as in China. The rate of fecundiry of mothers in Bra:z:il is highet 1han that lo
(pág. 16). Véase, del mismo autor, "The Acccleration of Biological Deterioration", So-
ciolog'J tmd Social Research, vol. 23, N9 3, pág. 228. Sobre este asunro véanse las cartas
y oficios de Ricardo Gumbleton Daunc, manuscritos conservados en el aschivo del Ins-
tituto Histórico y Geográfico Brasileño, en los cuales se encuentran informaciones de
interés sociológico sobre la historia Íntima de la familia patriarcal brasileña en el área
paulista. También en nuestro,¡ Pf'oblemas br,1IiJefros de Antropología, Río, 1943, y
Brazil: an Interprelation, New York, 1945.
20 6 José Maria Teixeira, Causas de mortalidade d,11 crian,as no Rio de Jtmeiro, 1887.
Luccock (op. cit.) dice que en el entierro de ángel en Río de Janeiro se oyó a la
madre del muchachito exclamar: "Oh, cómo soy feliz, ahota cuando yo muera y vaya
al cielo no dejaré de entrar, pues allá estarán mis cinco hijitos p:ua arrastrarme adentro
agarrados a mis faldas: ¡Entra!, mamá, ¡entra!".
201 José Maria Teixeira, op. cit. En cuanto a la desproporción en la edad
de los
cónyuges debe notarse !o siguiente: Teixeira exagera lo que pueda haber de esencial-
mente pernicioso en los casamientos de hombres ya maduros con niñas de trece o ca•
torce años. En este caso, ya las niñas de los países tropicales pueden encontrarse aptas
para la procreación. No hay evidencias de daño físico ocasionado a las madres o a su
descendencia por simples discrepancias de edad entre los cónyuges. Entre varias socie-
dades primitivas de gente fuerte y robusta, las muchachas generalmente se casan junto
con llegar a la pubercad, y la edad dd novio es el doble, y a veces más del doble,
de la edad de la novia. Dentro de nuestro sistema patriarcal de familia, es probable
369
que en muchos casos las 01nas no estuviesen
resulraodo de ahí males gravísimos. Sin embar aptas para el casa.miento y la procreaci6o,
de tancas madres débiles y niños en edad go, las principal<'s causas de la muert
de educación física de las niñas que alcanzaronde mamar fueron causas sociales: la faltae
higiene sexual y macernal, sino perjudicadas la maternidad, no sólo ignorantes de la
ciu del hígado, de los órganos respiratorio en su desarrollo y su salud. "las dolen-
sujew desde la infancia, las enerva", escribsióy de los intestinos, a que en general están
Correia. de Azevedo, refiriéndose a las madre a mediados del siglo XIX el médico Luís
s brasileñas ( Annae s b11uilie,uis
&ÍfJII, vol 2 l) . .Agregando cambi
én que las enervaban los "exagerados cuidad d,e Medi-
la influencia del aire libre", los "vestidos ce.nido os concra
vísceras y, por consiguiente, presionando sobre s, perjudicando el desarrollo de las
más generalizada en los colegios de lo que se el úrero", "la leucorrea, dolencia. mucho
supone". Sobre este tema, véase también
Nicolau Moreira, Dis,ur10 sobre II ed11cafáo moral
d,, mulhe r, Rio de Janeir o, 1868.
208 John Luccock, Noies on Rio
d11 Janeiro and the Southerns Parls of
Taken D11ring a Resiaence o/ Ten Years Brazil;
in Thal Co11ntry Pt-om 1808 to 1818, cit.,
págin a 117.
209 Koster, Travels, cit., pág. 420.
2 10 Faelaote da Camara, "Nota s Dominicais de
Recife, 1904. • Tollcnare", C11lt11ra A,adimi,11,
211 Sílvio Romero, CanloJ populares
do BraJiJ, Rio, 1883.
212 O Carapuceiro, cit.
21s O Carap11ceiro, cit.
214 Visconde de Taunay, Trechos de
MinJ;,
un amigo del aucor, el profe;or Afonso de E. , Vida, ed. póstuma, 1923. En caHa a
neralización de que su ilustre padre fue "homb Taunay considera sin fundamento la ge-
tuvo a cravés de su vida pública actitudes enérgi re suave, casi una moza'', recordando que
2 1:1 O Carap cas y fuertes.
ucefro, cit. Todavía hoy, en las zonas rurales
diciones del régimen esclavista, el niño se aprox más influidas por las tra-
coz iniciación en el amor físico y los vicios, al ima, por sus tendencias sádicas, su pre-
chado de Assis. Véanse a este respecco las novela niño de la época de Lopes Gama y Ma-
rico de Alroeida., y Menin o de engenho, de José s regionales A bagaceira, de José Amé-
2 16 "ldéa Geral Lins do Rego.
de Pernambuco en 1817"
Véase tambilén Vilhena, Cartas, l, pág. 138, , Rev. fosJ. Arq. Hirt. Geog. PcN,. 29.
familias con negros y mulatos en Bahía. sobre las relaciones de blancos de buenas
211 F. P. do .Amara!, Escavafiies,
Recife, 1884.
21S F. l. C. B., Memó ria Analy1ica,
cit.
agrarias del sur en la primera mitad del sigloSe refiere principalmcnce a las regiones
219 Antonil, Cultura e opulén út1
XIX.
do Bra1il, cit., p.Í.gs. 92-93.
220 Egas Moni2 de Arag:io, "Cont ributi
Osear da Silva. Araújo, Algun s comentáríos on a l'érudc de la Syphilis au Brésil", apud
sobre
más, Osear da Silva Araújo llegó a conclusiones a sífilis 110 Rio de Janeiro, cir. Ade-
Moni i de Aragiio: "'E! número de chancros enceramenre opuesras a las de Egas
en hospitales y ambulatorios frecuentados por sifilíticos ----<!ice resumiendo observaciones
la.ros-- no es relativamente elevado, no verific abultado número de negros, pardos y mu-
negros o mestizos; se nora un número más elevad ándose un mayor porcentaje entre los
entre los extranjeros" (AlgtmJ &omentários, cit.). o entre los blancos y principalmente
221 Vilhena, Cartas, cit., I, pág. 138.
222 Alp. Rendu, E111des sur Je Brésif
, París, 1848.
223 Padre Lopes Gama, O C11rapu&eiro
, cit.
224 Padre Lopes Gama, O C,napu~eiro
, cir.
2W Padre Lopes Gama, O Carapu"1iro
, cit.
226 Vilhena, Cartas, cit., 1, pág. 139.
227 Maria Graha m, Joum11l, cit., pág.
280.
228 Gustavo Barroso, Yerra de Sol,
Ria de Janeiro, 1913.
229 José Américo de Almeida, A Par,,ib
4 e seus Problemas Paraíba, 1923.
230 Vilhena, Clfl'las, cic., pág. 166.
Véase
ciales las causas de la ociosidad y del indeco claramente que para Vilhc na eran so-
ños en el siglo XVUI y no "los mantenimicnroso comportamiento sexual de los brasile-
231 úlhou n, Social His1ory o/ the
cos, el clima y la na.rural inclinación".
Americ
en las mansiones del sur de los Estados Unido11n Family, cit. Sobre la vida patriarcal
bién Francis P. Gaines, The So111hem Planw s, antes de la Guerra Gvil, véanse tam-
ion, New York, 1924; Saxon lyle, Old
370
New York, 1909; Ed3ar
Lou!Ídn•, New York, 1929; Herman Whicaker, Tbe Pl4nse,, nal Race Relacions.., en
T. Thompson, "The Plancacion: the Physical Basis of Tradicio Spencer Bassett, The Southern
Rt1&e Relalions amJ Jhe Race Problem, Durham, 1939; John s, Plantalirms Sl11very in Geor-
Planlrllion Ove,seer, Northampron, 1925; Ralph B. Flander Carolina, Chapel Hill, 1937.
gia, Chapel Hill, 1933; D. R. Hundley, Ante-Betlum Nonb
232 Calhoun, op. di.
233 Entre otros viajeros, William Faux, Memora
ble D11ys in Ameri&a, Londres,
Hacriet Martine z, Re1ros-pec1 of We11ern Travel, Londres , 1838; Sir Charles Lycel,
1823; e, Domestic M,mt:ers o/ the
Travelt in the United States, Londres , 1845; Francis Trollop
Americans, Londres, 1832. Para una visión de conjunto,
léanse los fragmeoros relativos
de la Guerra Civil, en el excelen te trabajo de compilación de Allan
al sur de antes rr, Londres. Con respec-
Nevins American So&ial History as Recorde d by Btitish Travelle
en Jamaica , léase el Journ,zl o/ 11 Wesl India Prop,ieior, Lon-
to a la vida del ingenio respecto a Cuba y la vida
dres, 1929, escrito por M. S. Lewi~ de 1815 a 1873, y con en la Habana, léllnse los tra-
de los señores y esclavos en sus plantaci ones del azúcar y
bajos de: Femando Ortíz, Lo1 cabildor afrocubanos, Habana , 1921; Hamp11 afroc"b11na •
esclavos, La Habana, 1916.
Los negros bruios, Madrid, 1917, y especialmente Los negros de /11 ftl%4 afric,zna en el
También el estudio de J. A. Saco, Hi11oria de la esclat1#udAzúcar J pobla&ión en Jai
Nuei·o Mundo, La Habana, 19}8, y d de Ramiro Guerra, Das, Planta/ion Labour in
Antíll,zs, La Habana, 1930. Véase también Rajani Kama
" Planler in Malaya, Londres,
India, Calcuta, 1931; L. Ainsworth, The Confeuio,Js of Lewis C. Gray, Hi!to,y o/
1933; Ladislao Szekc!y, Tropic Fevercr, New York, 1937;
Jhe Southem United Swes, Washin gton, 1933; A. S. Salley, The l1J1ro-
Agricu/ture in C., 1919; Lowell J. Ragacz, The
Juc1io11 of Rice Culture in S0111h Carolina , Columb ia, S.
in ihe Briti!h C11ribbe ,m, New York, 1928; John Johnson, Old
F,,/l of Jhe PltZnler Clau South, New York,
Marylaná Manors, Balcimo re, 1883; T. J. Werten backer, The Old
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1942; Henry C. Forman, Early
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23~ v.;ase Calhoun, A Soúal Hisior:; o/ 1he
American F,zmily, cit.
235 José Veríssim o, A educafa o naciona l, cit.
371
V
( e ontinuación)
373
gros o borceguíes --contr astand o todo ese luto cort el amarillo pálido
del
anémico rostro- -, ya la criatura era un joven.
Luccock, que estuvo en el Brasil a principios del siglo XIX, notó
la
falta de alegría en los niños y de vivacidad en los jóvenes. La educaci
ón
de las criaturas parecióle reducida a esta melancólica función: destrui
r en
los pequeños toda la espontaneidad. En sus casas, vio que los niños
de fa-
milia andaban hasta los cinco años desnudos de la misma manera que
los
muleques; es más tarde que llegaban las ropas pesadas y solemnes
a di-
ferenciar los hijos de familia de los mulecotes de senzala. Ropas de hombre
.
Qued6le para siempre una impresión melancólica de una escuela de niños
que el viajero inglés conoció en Río de Janeiro. Vio en el!a a los pequeñ
os
dando sus lecciones en piezas estrechas y sin aire. Leyendo en voz
alta y
todos al mismo tiempo. Conoció también un colegio de curas en Río:
el
Seminario de San Joaquín. Vio grupos de colegiales en el recreo:
todos
de sotana roja. Algunos tonsurados. En su mayor parte unas criatura
s. No
pudo sorprender en ellos elasticidad alguna de inteligencia. Ningun
a cu-
riosidad de espíritu. Ni siquiera buenos modales. "Nos miraron con
mirada
estúpida" (they surveyed us with a stupid glare), dice Luccock, que
además
los halló poco aseados. 3 Ojos legañosos y dientes sucios, quizá. En cuanto
a
la enseñanza, casi exclusivamente eclesiástica. Los profesores, poco versado
s
en ciencias.~ Mientras tanto, por esa misma época, el ilustre obispo
Aze-
vedo Coutinho imprimía al Seminario de Olinda un carácter bien diferen
te
del que Luccock observara en el Seminario de San José.
Hasta mediados del siglo XIX, en que llegaron los primeros ferroca-
rriles, fue costumbre en nuestros ingenios que los niños realizaran
los es-
tudios en casa, con el capellán o con maestro particular. Las casas-g
randes
tuvieron casi siempre aula de enseñanza, y muchas hasta calabozo
para el
niño haragán que no supiera la lección. Muchas veces se unían a los
niños
los crías y muleques, aprendiendo todos juntos a leer y escribir, a
contar
y a rezar. En otros ingenios crecieron en pareja ignorancia niños
y mu-
leques.
Los colegios de los jesuitas en los primeros dos siglos, y luego los
se-
minarios y colegios de curas, fueron los grandes focos de irradiación
de la
cultura en el Brasil colonial. Extendieron aquéllos sus tentáculos
hasta
los montes y los sertones. Los primeros misioneros se percataron
de que
niños casi blancos, descendientes de normandos y portugueses, andaba
n
desnudos y a la buena de Dios por los montes. Y procuraron recoger
en
sus colegios a esos tarzanes. Fue una heterogénea población infantil
la que
se reunió en los colegios de los padres en los siglos XVI y XVII: hijos
de
indios arrancados a los padres; hijos de normandos hallados en los
mon-
tes; hijos de portugueses; mamelucos; niños huérfanos llegados de
Lis-
boa. Niños rubios, pecosos, pardos, morenos, de color canela. Solame
nte
los negros y muleques parecen haber sido excluidos de las primera
s es-
cuelas jesuíticas. Negros y muleques retintos. Porque a favor de los
par-
374
dos se alzó en el siglo XVII la voz del Rey en un documento que honra
a la cultura portuguesa y empalidece al cristianismo de los jesuitas. Es lás-
tima que por tanto tiempo se haya mantenido inédito un papel de tamaña
significación. "Honorable Marqués das Minas amigo", escribió en 1686 el
rey de Portugal a su representante en el Brasil: "Honorable Marqués das
Minas amigo. Yo, el Rey, os envío muchos saludos como aquel a quien
aprecio. Acerca de nuestros pardos de esa ciudad, se me propone aquí que
habiendo podido desde hace muchos años estudiar en las escuelas públicas,
en el colegio de los Religiosos de la Compañía recientemente los excluyen
y no los quieren admitir, siendo que en las escuelas de Erva y Coimbra
eran admitidos, sin que el color de pardo les sirviese de impedimento. Me
piden mande que tales religiosos los admitan en sus escuelas de ese Estado,
como lo son en las otras del Reino. Y me place ordenaros (como lo hago
en ésta) que, oyendo a los Padres de la Compañía, os informéis si están
obligados a enseñar en las escuelas de ese Estado, y si os lo cuentan así, los
obligaréis a que no excluyan a estos nuestros, de modo general sólo por
su cualidad de pardos, porque las escuelas de ciencias deben ser comunes
a toda clase de personas sin excepción alguna. Escrita en Lisboa a 20 de
noviembre de 1686. Rey". 5 Porque las escuelas de ciencias deben ser
comunes a toda clase de personas sin excepción alguna, son palabras que
cuesta creer lleguen hasta nosotros desde el remoto siglo XVII.
A ellas deben prestar atención los que acusan a los portugueses de ha-
ber tratado siempre al Brasil como sobras, tierra de pé de cabra y ctJribo•
cas: negrada, indiada. La actitud casi demagógica de Luis Edmundo, por
ejemplo, en su reciente O Rio de ]anciro no Tempo dos Vice-reís. Hace
notar en él, el brillante literato, que contra la frecuencia de los matrimo•
nios legítimos en el Brasil colonial -institución a la que muchos susti•
tuían con el concubinato y con las vinculaciones efímeras, como aún a me-
diados del siglo XIX lo notó Burton en Minas Geraes-, habría actuado
poderosamente "el prejuicio de muchos portugueses contra los naturales
del país, prejuicio enseñado por la ley portuguesa de aquel tiempo, desde
que eran considerados infames por ella los que se ligasen a la llamada
raza despreciable de los caboclos". 6 No· creemos que deba atribuirse la
frecuencia del concubinato a prejuicios rigurosos de portugueses contra
brasileños: los mazombos que aquí se juntaron con caboclas y negras te-
nían por supuesto las mismas razones para huir al casamiento que las que
tuvieron más tarde brasileños blancos, tantos de ellos amigados con ne•
gras minas y mulatas, en vez de casados. Prejuicios, no de reinícolas contra
coloniales ni aun de blancos contra mujeres de color. Y sí de ambos contra
esclavas e hijas de esclavas. En cuanto a que la ley portuguesa considerara
infames a los que se uniesen con indias y negras, ¿cuándo ha sido que las
leyes de prohibición portuguesas y brasileñas fueron escritas para ser cum-
plidas con estrictez? También las leyes portuguesas prohibían a los indi-
viduos con sangre de moro o de negro la admisión al sacerdocio, y Pan-
375
diá Calogeras afirma que así ocurrió: el sacerdocio fue en el Brasil una es•
pede de aristocracia blanca, exclusivista y cerrada. 7 Quizá lo haya sido
hasta el siglo XVIII. Observadores extranjeros de los más dignos de fe
-Koste r y Walsh, por ejemplo -- comprueban claramente la existencia,
en d siglo XIX por lo menos, de curas con sangre negra y hasta de algu-
nos negros retintos. Uno, al que Walsh vio celebrando aparatosa misa,
era tan negro· que el color obscuro del rostro (iet-black visage) contrasta-
ba fuertemente con la blancura de los frontales del altar y con los orna-
mentos eclesiásticos. Notó, sin embargo, el inglés, que sus modos revela-
ban mayor decoro que los de los sacerdotes blancos. 8
Ley por ley, a la que d~claró "infames a los portugueses que se uniesen
a caboclas" se debe oponer la del marqués de Pombal, en sentido exacta-
mente contrario: alentando el casamiento de ellos con las indias. 9 Hay
tanto que criticar en la política de los colonizadores portugueses en el Bra-
sil, que para acusarlos de tremendos errores no es necesario recurrir a la
imaginación. Es hacer del tipo más complaciente y plástico de europeo un
exclusivista feroz, lleno de prejuicios de raza, que nunca los tuvo en el
mismo grado agudo que los otros. Son escasos los gobernadores portugue-
ses del Brasil que tuvieron, ya no diremos contra los indios, sino contra
los negros, la actitud áspera e intolerante del octavo virrey, marqués de
Lavradío, el cual en decreto de 6 de agosto de 1771, exoneró a un indio
del cargo de capitán mayor por haberse casado con una negra y haber así
"manchado su sangre y demostrado ser indigno del cargo". 10 Además,
ya después de independiente d Brasil, hubo padres que rehusaron casar
a blanco con negra. Padres y jueces. Uno de esos jueces, el pernambucano
Castello Branco. Sin embargo, fueron esporádicas todas esas actitudes:
aparte de la tendencia genuinamente portuguesa y brasileña, que se indinó
siempre a favorecer en todo lo posible la ascensión social del negro. Con
todo, nos encontramos saliéndonos de los límites de este ensayo e inva-
diendo los de un próximo trabajo.
No solamente los negros y pardos en el Brasil fueron compañeros de
los niños blancos en las aulas de las casas-grandes y hasta en los colegios:
hubo también niños blancos que aprendieron a leer con profesores negros.
A leer y escribir y a_símismo a contar por el sistema de la tabla carta. Re-
fiere Arturo Orlando que, en Pernambuco, fue su profesor de primeras
letras un negro llamado Calíxto, quien andaba de galera dura gris, saco
negro y pantalones blancos. 11 Traje de gente de rumbo, de doctores e
hidalgos coloniales con miedo de hemorroides y sufriendo ya de la maldita
dolencia que desde el siglo XVI parece haberse ensañado con los portu-
gueses ricos o letrados y sus descendientes en el Brasil. Lo que no es de
admirar, en cuanto los colonos de los siglos XVI, XVII y XVIII vestían
ropas tan impropias para el clima: terciopelo, seda y damasco. Muchos de
ellos sólo salían en literas de manos, también de seda, de terciopelo o de
damasco por dentro. Verdaderos hornos ambulantes, cubiertos de pesados
376
tapices azules, verdes y rojos o de gruesas cortinas. En palanquines y lite-
ras de mano, los señores se hacían conducir por los negros durante días
enteros: los unos viajando de un ingenio a otro, los otros paseando por las
calles de las ciudades, donde, al avistarse dos conocidos, cada uno en su
litera, era habitual el pararse para charlar, pero siempre echados o sentados
en las almohadas, sudando tinta. En casa, también sentados en todo mo-
mento o bien echados en las hamacas y cojines calientes.
Las mujeres, de tanto estar sentadas, afirina un cronista holandés del
siglo XVII que se tambaleaban cuando se ponian de pie. Hasta en las igle-
sias se "desparramaban" en el suelo, sentándose de piernas cruzadas sobre
las sepulturas, a veces todavía frescas. Dentro de casa, en las horas del
bochorno del día, era que los hombres, mujeres y niños se despojaban de
los excesos europeos de vestuario. Los niños andando desnudos o de bom-
bachita. Los grandes, de zapatillas sin medias, o descalzos. Los "señores
de ingenio", de guardapolvos de percal sobre los calzoncillos. Las mujeres,
de camisa de holgado escote. "Cuando salen a realizar visitas de etiqueta
-escribió Vilhena de las señoras babianas - lo hacen acicaladas en extre-
mo, sin que trepiden en gastar en un vestido cuatrocientos mil reís y más,
para aparentar en una sola ceremonia [ ... ]".
12
Satines. Sedas. Cam-
bray o muselina. Asimismo sus mucamas: "ricas sayas de satín, botones
de temiste finísimo y camisas de cambray". Con su habitual buen criterio,
Vilhena defiende a las señoras brasileñas de la crítica de "poco honestas
por andar dentro de casa en camisa, con los escotes tan grandes que a ve-
ces se les deslizan y se les ven los senos ... ". Los "malos críticos" pare-
cieron, al profesor de griego, olvidados del hecho de no estar en Europa
sino en el Brasil, "bajo la zona tórrida, donde el gran frío corresponde al
13
que allá {Portugal) sentimos en mayo''.
La falta de adaptación del traje brasileño al clima se prolongó, sin em-
bargo, hasta el siglo XIX. Hasta acentuóse. 14
Hombres, mujeres y aun
niños, continuaro n vistiéndose para la misa, para hacer visitas y para ir
al colegio, como si un perpetuo luto por la madre los obligase al negro
riguroso y solemne. A rodar en victorias y cabriolés de cojines calientes,
como los de los palanquines. Los hombres de galera desde las siete de la
mañana. Hasta principios del siglo XX los estudiantes de derecho en San
Pablo y en Olinda, los de medicina en Bahía y Río de Janeiro, los médicos,
los abogados, los profesores, sólo podían andar de galera y levita negra.
Uno que otro panamá más audaz blanqueó en medio de esa ortodoxa ne-
grura de galeras. La transigencia de los doctores y de los hidalgos para el
clima tropical fue abriéndose camino de abajo para arriba: por los panta-
lones blancos. Desde mediados del siglo XIX empezaron a usarlos en Ba-
hía y en Recife los almaceneros de azúcar o de café, los altos funcionarios
públicos, los médicos, los abogados, los profesores. De modo que el negro
Calixto, presentándose ante sus alumnos de galera, levita negra y pantalo-
nes blancos, lo hacía ortodoxamente vestido: en el traje, por así decirlo,
377
oficial de la clase alta y letrada de su tiempo. "Se compromet10 con mi
padre -escrib ió Arturo Orlando, refiriéndose a su profesor negro-- a
enseñarme las primeras letras, a cambio de una flauta de ébano con llaves
de plata".
Los negros fueron los músicos de la época colonial y de los tiempos del
Imperio. Los muleques, niños de coro en las iglesias. Varias capillas de in-
genios tuvieron coros negros. Diversas casas-grandes, manteniendo la tra-
dición de Mangue la Rote, sostuvieron, para deleite de los blancos, bandas
de música formadas por esclavos africanos. En el ingenio Monjope, en
Pernambuco --que fue por mucho tiempo de unos Carneiro da Cunha que
acabaron en barones de Vera Cruz-, hubo no sólo banda de música com-
puesta por negros, sino también circo ecuestre en que los esclavos hacían
de payasos y de acróbatas. Músicos, acróbatas de circo, sangradores, den-
tistas, barberos y hasta maestros infantiles, todo eso fueron los esclavos
en el Brasíl, y no sólo negros de azada o de cocina. Muchos niños brasile-
ños han de haber tenido como héroe principal, no a ningún médico, oficial
de marina o bachiller blanco, sino a un acróbata esclavo al que vieron rea-
lizando piruetas difíciles en los circos y bumbas-meuboi de ingenio, o a un
negro tocador de pistón o de flauta.
¡ Y felices de los niños que aprendieron a leer y a escribir con profe-
sores negros, afables y buenos! Han de haber sufrido menos que los otros:
los alumnos de curas, frailes, "profesores mercenarios", maestros reales,
regañones terribles, sorbiendo perpetuamente rapé, viejos rutinarios de
zapatos de hebillas y vara de membrillo en mano. Vara o palmeta. Fue
a rigor de vara y palmeta que "los antiguos", nuestros abuelos y bisabue-
los, aprendieron latín y gramática, la doctrina y la historia sagrada.
Es verdad que después de la Independencia comenzaron a aparecer
colegios particulares, algunos de extranjeros, pedagogos o charlatanes; y a
frecuentarlos hijos de magistrados y de altos funcionarios públicos, de ne-
gociantes y hasta de "señores de ingenio". Imagínese la nostalgia con que
los niños de los ingenios, acostumbrados a una vida de holganza sin lí-
mites -baños en el río, tramperas de cazar pajaritos, riñas de gallos, nai-
pes en la refinería con los negros y los muleques, toquetees con las pri-
mas y las negrita s-, abandonaban esas delicias para venir, en barcazas o
a caballo, deteniéndose por el camino en los ingenios de los parientes y
conocidos de los padres, a estudiar en los internados, o aun en los exter-
nados, en este último caso hospedándose el niño en casa de los represen-
tantes comerciales de azúcar o café. Esos agentes de negocios se convirtie-
ron muchas veces en segundos padres de los niños de los ingenios y no
fueron siempre terribles chupasangres de los propietarios de tierras. Al-
gunas veces hasta amigos leales de los "señores de ingenio" y de los fa-
zendeiros.
Acerca de los colegios extranjeros escribió, en 1842, el clérigo maestro
Lopes Gama: "Cualquier francés, cualquier inglés, cualquier suizo, etc.,
378
cualquier zángano de esos países llega a Pernambuco, y no teniendo otro
género de vida, afirma que viene a compartir con nosotros sus muchas lu-
ces". Y anticipaba la sagacidad del clérigo todo el mal que provendría del
desarrollo de semejantes colegios: "En breve irán saliendo de tales focos
de heterodoxia, unos "socianos", otros anabaptistas, otros presbiterianos,
otros metodistas, etc. [ ... )". 15
Después de 1850, los ferrocarriles vinieron a facilitar el internado de
los niños de los ingenios en los colegios de las capitales. De esa etapa en que
se amplió la fuerza de los internados, se puede considerar como típico el
caso del Colegio de Nuestra Señora del Buen Consejo, fundado en 1858 en
Recife por el bachiller Joaquín Barbosa Lima. Enseñábase allí aritmética,
geografía, latín, caligrafía, música. Los alumnos asistían a clase de paletó
negro y pantalones pardos, zapatos de paño o cuero y corbata azul. En los
días de fiesta y en los domingos debían presentarse de levita negra, panta-
lón negro, sombrero negro, cuello blanco, corbata negra de seda, zapatos o
botines negros. Estaban obligados a lavarse los pies los miércoles y sábados
16
y a tomar un baño general una vez por semana.
Con la aparición de mayor número de colegios, comenzó un asunto a
preocupar a los higienistas de la época: el de la higiene escolar, particular-
mente la higiene de los internados. Muchos niños de los ingenios murieron
de fiebre o de infecciones en los colegios de las capitales. En su obra Esboro
de uma Hygiene dos Colegios Aplicabel aos Nossos escribía, en 1855, José
Bonifacio Caldeíra de Andrade Junior: "Desgraciadamente contamos con
un gran número de colegios en el corazón de nuestra ciudad (Río de Janeí-
ro), en calles estrechas y tortuosas, en su mayor parte poco aseadas, lo que
en vista de nuestras condiciones hidrométricas y de temperatura, y de la
poca elevación del suelo en que nos asentamos, no pueden dejar de ejercer
una fatal influencia sobre la salud de los educandos", Y no era solamente
eso: " ... la iluminación con aceite y a gas es la más usada en nuestros co-
17
legios y exactamente la menos conveniente, sobre todo la última". Otra
obra sobre los colegios, ésta de un doctorado de la Facultad de Medicina de
Bahía, Fructuoso Pinto da Silva, se refiere con preferencia al problema de
la moralid:id y de la higiene sexual en los internados. Se llama en ella la
atención de los padres, de los maestros y de los celadores acerca de los
"peligros solitarios", y eso en palabras alarmantes. También para el pecado
nefando. Este, escribía Pinto da Silva en su ensayo de 1864, "parece ir con
paso artero realizando sus perniciosas conquistas entre la juventud de los
colegios [ ... ] ". 18 Más graves resultaban, sin embargo, las difusiones ve-
néreas, indicio de grandes excesos entre los niños colegiales. Y a en el siglo
XVII, si prestamos fe a la Relación del padre Cepeda, discretamente archi-
vada en d Instituto Histórico do Rio de Janeiro, la Quinta de San Cristó-
bal, donde por entonces se daban clases de filosofía, era "una Sodoma".
Los disdpulos de los padres Cardim y Faría, "sin temor de Dios ni
vergüenza de los hombres", andaban el día entero como unos bueyes, sal-
379
tando cercas y vallados, detrás de las esclavas "y otras mujeres que para
ese fin hacían venir de la ciudad". 19
En los antiguos colegios, si por algún lado existió debilidad, haciéndose
la vista gorda a excesos, turbulencias y perversidades de los niños, en otras
partes se abusó criminalmente de la situación indefensa de los mismos. Hu-
bo verdadera voluptuosidad en humillar a las criaturas, en darles palmetazos.
Reflejos de la tendencia general al sadismo, originada en el Brasil por la
esclavitud y por el abuso del negro. El maestro era un señor omnúnodo. De
lo alto de su silla, que después de la Independencia se hizo un trono con la
corona imperial esculpida en relieve en el respaldo, distribuía castigos con
el aire terrible de un "señor de ingenio" castigando negros fugitivos. Al hol-
gazán, lo ponía de brazos en cruz; al que fuese sorprendido riendo alto, lo
humillaba con un bonete de payaso en la cabeza para que sirviese de hazme-
rreír de la escuela entera; a un tercero lo ponía de rodillas sobre granos de
mafz. Y eso sin contar la palmeta y la vara, esta última muchas veces con
una espina o un alfiler en la punta, permitiendo al profesor pinchar a la
distancia la pantorrilla del alumno.
El discípulo que no supiese la lección de portugués, que errase una sí-
laba en latín, que borronease una hoja del cuaderno, casi un misal, de cali-
grafía, se exponía a un tremendo castigo por parte del clérigo maestro, del
maestro real, del director de colegio, de uno de esos terribles kibungos de
levita o de sotana. Se hizo siempre hincapié en la linda letra: la enseñanza
de la caligrafía tuvo algo de litúrgico en los antiguos colegios del Brasil. Se
escribía con pluma de ganso. "El maestro empleaba horas y horas en per-
feccionarle las puntas, habiendo antes dado el corte con un cortaplumas de
resorte", nos dice el padre Antunes de Sequeira. 20 Preparadas las puntas
de las plumas de ganso, empezaba la tortura: el niño con la cabeza inclinada
hacia un lado, la punta de la lengua afuera, en una actitud de quien se em-
peña en llegar a la perfección; el maestro al lado, atento a la primera le-
tra gótica que saliese torcida. Un errorcíto cualquiera, y caían golpes en los
dedos, pellizcones en el cuerpo, tirones de oreja, ¡un horror! Los muchachos
de linda .letra a los que el vizconde de Cabo Frío siempre prefirió, para se-
cretarios de legaciones, a !os de letras de médico, fueron educados por esos
terribles maestros que hicieron un rito de la enseñanza de la caligrafía, algo
de religioso y sagrado.
El latín fue otro estudio sagrado en cuanto al deletreo: se aprendía
"numa balburdia enfadonha", como dice el padre Sequeira. Deletreándose
en voz alta. Cantándose:
B - a ba
B - e be
¡ba, be.'
380
Simáo de Nantua, ou O mercador de Freiras, Poesías Sacras, de Lopes Ga-
21
ma, Synonimos, de fray Luis de Souza. Como gramática latina, la del
padre Pereira. Catecismo, el de Montpellier. Quien tuviera la paciencia, en
un día de capricho, de recorrer los compendios, libros de lectura, aritméticas,
en los que estudiaron nuestros abuelos coloniales de los tiempos del Impe-
rio, se hará una idea de lo terriblemente melancólico que fue antaño apren-
der a leer. 22 Imagínense tales horrorosos compendios complementados
por los maestros reales, por los clérigos maestros, por los profesores de cole-
gio de los tiempos del Imperio: todos ellos hediendo a rapé, sonándose las
narices, de tanto en tanto, en grandes pañuelos encarnados, de palmeta y
vara de membrillo en la ·mano, y en el pulgar o en el índice de la mano
derecha una uña enorme, de mandarín chino.
A otros tormentos estuvo sometida la criatura blanca y hasta la negra,
cuando era criada por las yayás de las casas-grandes. "A sociedade tem tam-
bem sua grammatica", escribió en 1845 el autor de un Código do Bom Tom,
23
que alcanzó gran boga entre barones y vizcondes del Imperio. Los que,
para adoptar aires de europeos, dieron no sólo en colocar cielorrasos en las
casas-grandes, -hasta entonces de teja pelada- sino que adoptaron reglas
francesas e inglesas de buen tono en la crianza de los hijos. Y las adoptaron
con exageraciones y excesos.
La víctima de ese snobísmo de los barones fue el hijo. Que hiciese mal-
dades con muleques y negritas, estaba bien, pero en la soledad de los ma-
yores el fastidiado era él. El, que en los días festivos debía presentarse con
24
"ropa de hombre", rígido, correcto, sin arrugar el traje negro en juegos
de criaturas. El, que en presencia de los mayores, debía mantenerse callado,
con aire seráfico, pidiendo la bendición a las personas de edad que entra-
sen a la casa y le presentasen la mano sucia de rapé. El, que debía llamar
"señor padre" al padre, y a la madre "señora madre"; porque la libertad
de decir papá y mamá se limitaba a la primera infancia. Esa dura costumbre
se modificó, sin embargo, en el siglo XIX. Como se modificó la de que las
esposas sólo tratasen de "señor" al marido; las osadas lo fueron tratando
de "tú", las otras de "voce", terminándose con el rígido tratamiento colo-
nial de "señor" por parte de esposas e hijos. Hasta entonces, con rela-
25
ción al marido, esposas e hijos se hallaban casi al mismo nivel de los es-
clavos.
Bien es sabido que en aquellos remotos tiempos el "señor" se dulcificó
en sinhó, en nhondó, en yoyó, en la misma forma que "negro" adquirió en
labios de blancos un sentido de íntima y especial ternura: "mi negro", "mi
negra"; y en las cartas coloniales: saudoso primo e muíto seu negro; ne-
grimho humilde, etc. 26
Recién después de casado se atrevía el hijo a fumar en presencia del pa-
dre, y afeitarse por primera vez constituía una ceremonia para la que el jo-
ven necesitaba siempre un permiso especial. Permiso siempre difícil y sola-
381
mente obtenido cuando el bozo y la pelusa de la barba no admitía
n más
demora.
Se negó a la niña todo lo que aun de lejos pudiese parecer independencia.
Hasta levantar la voz en presencia de mayores. Se tenía horror y· se
castiga-
ba con pellizcones a la niña respondona o locuaz, adorándose a las
apoca-
das, a las de aire humilde. El aire humilde que las Hijas de María aún
con-
servan en las procesiones y en los ejercicios c,levotos de la Semana Santa,
las
niñas de antaño lo mantienen durante todo el año. Es verdad que las
atre-
vidas cortejaban en las fiestas de San Gonzalo y otras en los concier
tos de
iglesia. Pero eso en las ciudades: en Río, en Recife, en Bahía; y asimism
o
amoríos con señales de abanico, casi sin conversar ni tomarse de las
manos.
Las niñas, criadas en ambiente rigurosamente patriarcal, vivieron bajo
la
más dura tiranía de los padres, sustituida más tarde por la tiranía
de los
maridos. 27 Y si mucamas y muleques fueron casi siempre aliados
natura-
les de los hijos contra los "señores padres", de las mujeres de quince
años
contra los "señores maridos" de cuarenta y cincuenta, de sesenta y setenta
,
hubo casos de esclavas enredistas y chismosas, unas delatoras, otras que,
en
venganza, inventaban historias de amoríos de las sinhá-mo~as o sinhá-d
onas.
De manera que éstas debfan hallarse siempre prevenidas, y no conside
rarse
nunca solas, ní aun para inocentes amoríos de abanico, de pañuelo o de
men-
sajes traídos por las negras baratilleras.
Se decía antaño, en Portugal, como advertencia a los indiscretos de
pa-
labra y por escrito, que tras de cada tintero estaba un fraile. Un ojo
o una
oreja de fraile del Santo Oficio viendo los actos y oyendo las palabra
s
menos ortodoxas. En el Brasil, el ojo del fraile enredista no desapareció
de
las casas: fué un eclesiástico quien avisó a doña Verónica Dias Leite,
ma-
trona paulista del siglo XVII, que la hija había estado un rato asomad
a
a la ventana. Crimen horrendo del que resultó -segú n narra la tradic
ión-
que la madre ordenara que se matase a la hija. Antonio de Oliveira
Leitao,
patriarca a las hechas y derechas, no necesitó de enredos de nadie,
ni
de fraile ni de esclavo: habiendo visto tremolar en el fondo de la
quinta
de la casa un pañuelo que la hija había llevado para que se secase
al sol,
supuso en seguida que era señal de algún Don Juan que le macula
ba
la honra y, no quedándole dudas, tomó un cuchillo de punta y le atraves
ó
el pecho a la joven. 28
Pero, en general, en esas historias de hijas o esposas asesinadas
por
los patriarcas, anduvo mezclado chisme de fraile o de esclava. Princip
al-
mente de esclava. En el Brasil, quien tuviese su amorío o su secreto
, debía
desconfiar no sólo de los tinteros, por detrás de los cuales podían
estar
frailes escondidos, sino principalmente de los tachos de dulce. Por
detrás
de los tachos de dulce se hallaban a menudo ojos de negras enredis
tas.
Don Domingo de Loreto Couto, el fraile benedictino que en Desagg
ravos
do Brasil e Glorias de Pernambuco 29 retrató tantos aspectos interesa
ntes
de la vida patriarcal brasileña, relata casos impresionantes de asesina
tos por
382
meras sospechas <le infidelidad conyugal. Crímenes ocurridos por "falsos
testimonios" de individuos que "libres en su vida, son escrupulosos en la
de los Señores". Coroza que fray Domingo cortó sólo para los esclavos, pero
que se ajustaría también en la tonsura de eclesiásticos.
El coronel Fernán Bezerra Balbalho, por ejemplo, "señor de ingenio"
de Varzea, "en lugar que hoy llaman de Matanza", hombre de malas entra-
• ñas, dejándose arrastrar por enredos de un esclavo que había huido para
desviar el castigo que la señora le había impuesto por crímenes cometidos
en ausencia del señor, no trepidó en asesinar a la mujer y a las hijas. "Acom-
pañado por su hijo primogénito y por algunos esclavos marchó apresurada-
mente para Varzea, llegó a su casa, y tomadas las puertas de la calle, subió".
Fue una matanza horrible. Sólo escapó de la muerte una hija, justamente la
más calumniada por el esclavo enredista. Y quien la salvó de las iras pater-
nas fue otro esclavo, quizá su maepreta. Fernán Bezerra "fue preso y remi-
tido a la Relación de Bahía, donde en público cadalso pagó con su cabeza 30
cubierta de canas las imprudencias y los desatinos de su errado juicio".
El mismo destino de Antonio de Oliveira Lcitii.o.
Fue también una esclava, aliada a la terrible suegra, la que causó en
Pernambuco el asesinato de doña Ana da Faria Souza, joven de "rara her-
mosura" -dice el cronista-, hija del sargento mayor Nicolás Coelho y
mujer de Andrés Vieira de Mello. La esclava contó a la madre de Andrés
Vieira de Mello que doña Ana "daba furtivas entradas a Juan Paes Barreto,
que, con sacrílego desprecio del sacramento y de tan autorizadas personas,
injuriaba el tálamo conyugal". Andrés Vieira de Mello quiso despreciar los
avisos. Pero tal fue la insistencia de su madre y de su padre, que acabó por
mandar matar a Juan Paes Barreto y envenenar a su esposa. Doña Ana, an-
tes de tomar el veneno, pidió que le trajesen un sacerdote para confesarse y
un hábito de San Francisco para amortajarse. Se confesó y se amortajó. Le
dieron entonces el veneno. Desconfiando de la eficacia del brebaje, le dieron
otro. El resultado fue que el segundo veneno neutralizó los efectos del pri-
mero. De modo que doña Ana sólo vino a morir después, "agarrotada por
la suegra". "Es fama constante que pasados varios años, al abrirse la sepul-
tura, se halló a su cuerpo fragante e incorrupto", nos dice Loreto Coutto, sos-
teniendo que "castidad, pudor, recogimiento, timidez, encogimiento, sesu-
dez y modestia" fueron siempre "el insigne distintivo de las mujeres del
Brasil [ ... ]". Es verdad -agrega- que "en muchas mujeres negras y par-
das falta tal vez la compostura y sobra la libertad". Y más: "No negamos
que sirvan (las mujeres de color) de tentación, pero esta guerra permite
Dios en el mundo para que los vencedores merezcan la corona de la gloria".
Palabras que encierran un grande aunque indirecto elogio a la tentadora be-
lleza de las negras y pardas, tentadora belleza de que se serviría el Señor
para probar la firmeza de los hombres blancos.
Pero el propio fray Domingo refiere casos de pardas virtuosísimas. El
de la linda Juana de Jesús, por ejemplo. Floreció "en el nuevo convento
.383
de la villa de Iguarassú", donde se destacó como cordialísima devota
de Ma-
ria Santísima Señora Nuestra. Principió la vida como gran pecadora y
la ter-
minó casi una santa. Cuando murió, causó sorpresa su "rostro tan colorad
o
y con tanta hermosura, que en ella desaparecieron todas las señalas
de muer-
te y los estragos causados por los rigores de la penitencia".
Otro caso interesante fue el de Clara Henriques, negra, esclava de Ma-
ría Henriques, blanca que no sólo no instruyó a la esclava en doctrin
a cris-
tiana, "sino que la provocó con ruines ejemplos". "Siguiendo Clara
la cos-
tumbre de su ama, a la edad de catorce años se entregó a una vida
tor•
pe ... " De esa vida se libertó Clara por gracia de Nuestra Señora del Rosario
,
patrona de los negros. Volvióse entonces una santa mujer. Aprove
chando
el Señor sus predisposiciones africanas, le otorgó "el don de la profecí
a,
porque dijo muchas cosas que después se vieron cumplidas". 31
Los viajeros franceses que en los siglos XVII y XVIII estuvieron en
el
Brasil, no se muestran tan creyentes como el benedictino fray Domin
go en
la castidad y en la fidelid:1d conyugal de las señoras brasileñas. Pero en
com-
pensación, fray Domingo tiene a su favor testimonios de viajeros ingleses
. Es
verdad que en asuntos de amor y de mujeres los franceses pasan por
más
entendidos que los ingleses. Como viajeros, sin embargo, los ingleses
les
llevan la palma a los franceses en llaneza, exactitud y honradez de
relato.
Resulta escaso un Rendu o un Saint Hilaire. Aun un Pyrard. Son numero
-
sos los exagerados y no del todo raros los poco escrupulosos en sus
infor-
maciones. Género en que sobresalieron Thevet, Dabbadie, Expilly.
Pyratd afirma que paseando un dfa por las calles de San Pablo, muy
orondo, vestido de seda, aire de hidalgo, se le aproximó una negra
y le
pidió que la acompañase, pues había un señor deseoso de hablarle.
La si-
guió Pyrard a través de callejuelas y calles cortadas, feas, hasta que
se vio,
como en un cuento de las Mil y Una Noches, en una casa muy linda.
Un
verdadero palacio. Y en lugar de un señor, quien se le apareció fue una
jo-
ven dama portuguesa. * La "joven dama portuguesa" no se limitó
a dispen-
sarle al viajero grandes cariños: todavía le regaló un sombrero nuevo
de me•
rino. Lo que hizo que Pyrard de Laval generalizara que las mujeres del
Bra-
sil eran más amigas de los extranjeros que los hombres. 32
Con todo, nadie más osado en sus generalizaciones contra las señoras
coloniales que Corea!, viajero aún mal identificado; hallólas más enclaus
tra-
das que en Méjico, pero no por eso menos libertinas. Tanto era su
fuego
sensual, que arriesgaban honor y vida por una aventura de amor.
De ahí
resultaba que eran las unas apuñaleadas por los maridos y las otras conver-
tidas en cortesanas públicas a la disposición de blancos y de negros. 33
Frézier y Froget tuvieron casi la misma impresión que Coreal respect
o
de las mujeres bahianas: muy enclaustradas y saliendo de casa sólo para
ir a
• Eu castellaa o eu el origina l.- N. tkl T.
384
medios o ha-
la iglesia, pero "casi todas libertinas" y siempre procurándose
los padres. Lo
llando manera de bur!ar la vigilancia de los maridos o de 8 en las
las madres . Pero
que conseguían, según Frézier, con el auxilio de
~
Coreal , quiene s aparec en auxilia n-
historias galantes narradas por Pyrard y
aventu ras de amor son las esclava s negras . Lo
do a las señoras blancas en sus
Sin embargo,
más probable es que las principales celestinas fuesen negras.
ras de amor
todo nos induce a creer en la extrema dificultad de las aventu
ojos indiscr etos. Ojos
de las mujeres coloniales, cercadas en todo minuto por
de los negros más vigi-
de fraile. Ojos de negros. Ojos de suegra. A los ojos
un pretex to cualqu iera. Pero los de
lantes, los podía mandar arrancar bajo
los frailes y suegras eran de más difícil elimin ación.
expecta-
Lo cierto es que John Mawe, habiendo llegado al Brasil en la
muy estraga da, donde los viajeros
tiva de una tierra de moral femenina
nas con recadit os y ofrecim ientos de
fuesen abordados por esclavas celesti
una impres ión entera mente distint a. "Debo ob-
señoras lujuriosas, recibió
visité, ve-
servar -escr ibe- que ni en San Pablo ni en parte alguna que
res afirma n ser
rifiqué un solo ejemplo de la liviandad que algunos escrito 35
La misma
el rasgo más saliente del carácter de las mujeres brasileñas".
el Brasil a
observación hizo el médico inglés John White, que estuvo en
nencia en Río de Janeiro
fines del siglo XVIII : luego de un mes de perma
s de mala condu cta eran las de la
llegó a la conclusión de que las mujere
36 Es verdad que algunos años más tarde, en una fiesta en casa
clase baja.
con baro-
de Luis José de Carvalho y Mello, en Botafogo, fiesta distinguida
sas, vizcon desas jóvene s que hablab an francés , otras
nesas, hijas de barone
el té en ban-
que hablaban inglés, señoras bien vestidas y negros que servían
entre sorbos de
dejas de plata, un compatriota de Mrs. Graham le contó,
misma reunió n,
té, cosas escandalosas de las señoras de la Corte: en aquella
habien do mirado en re-
por lo menos diez de las señoras presentes. . . Pero stra que
dedor, interrumpió: "No, aquí no. Sino en Río ... ". Lo que demue
de reforza r con casos concre tos, por lo menos
la generalización no era fácil
mismo inglés observ ó a Mrs. Graha m que la causa de
inmediatamente. Ese 37 Las esclavas. Las ne-
toda la corrupción en el Brasil eran los esclavos.
gras. Las mucamas. ¿Pero sería mucho mayor en la Corte del Brasil que en la
36 Fray Loreto Coutto, que evi-
de Europa la corrupción de las señoras?
los tiempos
dentemente se extralimitó en su culto por la mujer brasileña de
sexual " que era mal heredi tario de los hijos
de la esclavitud, dijo del "fuego
agrega do que de las hijas de Eva, y no peculi ar de las
de Adán. Podría haber
n actuar "en
tierras o climas cálidos. "Las influencias sensuales" le parecía
ardien do, si no
todas partes"; y "en cualquier lugar su fuego siempre está
y así aquel que
lo ·apagan con muchas oraciones y con mucha penitencia,
que se de-
fuere más devoto y penitente será el más casto". No comprendía
ia, país de "dima adusto,
nominase al Brasil, como el autor de cierta Histor
Qué ejempl o citaba tal histori ador a
provocativo de sensuales torpezas". ¿
sado de su religió n por las torpez as de
favor de su tesis? El de cierto "expul
385
sus apetitos", que había venido ya degradado y que en el Brasil habría
au-
mentado de "intemperancia libidinosa". Como si el dima -<ome
nta el
fraile - pudiese haber aumentado en el alma del depravado "el inferna
l in-
cendio". Ya hemos visto, sin embargo, que fray Loreto Coutto creyó
ver en
las mujeres negras y pardas del Brasil una tentación al servicio del
perfec-
cíonamiento de las almas: por consiguiente, combustible del "infernal
incen-
dio". El clima tal vez no, pero la presencia de negras y mulatas le pareció
una incitación al pecado, difícil de ser resistido en el Brasil. Pero negras
y
mulatas degradadas por la esclavitud, porque la raza negra recibe del
fraile
benedictino la debida justicia, destacándole sus servicios al Brasil. No
sólo
servicios prestados en la ejecución de "dificultosas y laboriosas empres
as",
sino también iniciativas de "valor y prudencia".
Lo que existió en el Brasil, debemos acentuarlo una vez más con relación
a las negras y mulatas, aun con énfasis mayor de que con respecto a
las in-
dias y mamelucas, fue la degradación de las razas atrasadas por el domini
o
de las adelantadas, que desde el principio redujo los indígenas al cautive
rio
y a la prostitución. Entre blancos y mujeres de color se entablaron relacion
es
de vencedores con vencidos, siempre peligrosas para la moralidad sexual.
Los jesuitas consiguieron vencer en los primeros colonos la repugnancia
al casamiento con india. "Los más de aquí --escri bía desde Pernam
buco,
en 1551, el padre Nóbre ga- tenían por grande infamia el casarse con
ellas.
Ahora se van casando y tomando vida de buen estado". Habiendo tambié
n
"mucha cantidad de casados en Portugal, y otros que viven acá en
grave
pecado; a los unos los hacemos volver, y a los otros que manden buscar
a
sus mujeres". Informa de las mestizas: "Si no se casaban antes es porque
los hombres continuaban viviendo libremente en sus pecados y algunos
decían que no pecaban porque el arzobispo de Funchal les daba licencia
".
De la misma supuesta licencia del arzobispo se prevalieron asimismo
cléri-
gos libidinosos para vivir amancebados. Ocho años más tarde escribía
desde
Salvador el gran misionero: "Con los cristianos de esta tierra poco se
hace,
porque les hemos cerrado las puertas de la confesión a causa de los
escla-
vos, que no quieren sino tener y manumitir mal y porque generalmente
to-
dos o los más están amancebados de puertas adentro con sus negras,
casa-
dos y solteros, y sus esclavos todos amancebados, sin que en un caso ni
otro
quieran har.er conciencia y encuentran allá curas liberales para la absoluc
ión
o que viven de idéntico modo ... ". Y de la misma Bahía, en 1549: "
... la
gente de la tierra vive en pecado mortal, y no hay ninguno que deje
de te-
ner muchas negras, de las cuales están llenos de hijos y· viene gran mal". 39
Introducidas las mujeres africanas al Brasil dentro de esas condiciones
irregulares de la vida sexual, nunca se alzó en su favor, como se alzó
en
favor de las indias, la poderosa voz de los padres de la Compañía. De
modo
que, por mucho tiempo, las relaciones entre colonos y mujeres africana
s fue-
386
es que
ron de franca lubricidad animal. Pura descarga de sentidos. Pero no
fuesen las negras quienes trajesen de Africa en los instinto s, en la sangre,
en la carne, mayor violencia sensual que las portuguesas o las indias.
Dampier, que estuvo en Bahía en el siglo XVII, supo de varios colonos
amancebados con negras: "Plusieurs des portugais, qui ne sont pas merrez.,
40 Ya no eran
entretennent de ces femmes noires pour leurs maitres ses",
portu-
de la pura animalidad de los primeros tiempos las relaciones de los
africana s habían consegu ido impone rse al res-
gueses con las negras. Muchas
unas por el temor inspirad o por sus brujería s y otras,
pecto de los blancos,
que una
como las Minas, por sus halagos y por su finura de mujer. De ahí
conquis tado una situació n casi idéntica a la que el
minoría de ellas hubiera
indias.
moralismo parcial de los jesuitas sólo había sabido asegurar para las
y concub inas de los blancos y no exclusi vament e de ani-
Situación de caseras
o de
males engordados en las senzalas para goce físico de los amos y aument
su pecunia humana.
azú-
Con la vida más descansada y más fácil para los colonos, con el
cantida d y a mejores precios en Europa que lo que
car vendido en mayor
siglo XVI, se desarro lló desde fines de ese siglo
había sido a principios del
lujuria
hasta comienzos del XVII, no tanto el lujo, como una desenfrenada
de ingenio " del Brasil. En Pernam buco, al aument o de la
entre los "señores 41 a quinien tas
producción de azúcar de doscientas mil arrobas en 1584
, Ita-
mil en 1618 4 ~ (contan do ahora los ingenios de las capitanías vasallas 43 a se-
maracá y Paraiba), y del número de ingenios de treinta en 1576
primer cuarto
senta y seis en 1584 y 1590 y ciento veintiún al finalizar el
de esclavo s afri-
del siglo XVII, H correspondió el aumento del número
y para su liber-
canos, colaborando todos para el mayor ocio de los señores
domina-
tinaje más grande. Ocio que se desarrolló a tal punto en las zonas
la época lo lle-
das por los ingenios de azúcar, que doctores moralistas de
la abunda ncia de
garon a asociar al excesivo consumo de azúcar: "quizá de
abunda nte en azú-
este humor ", el flemático, causado por la alimentación
estado" ,
car, "proced a aquella pereza que a tantos reduce a un miserable
este humor
dijo uno de ellos. Agregando: "Mucho ciertamente predomina
mano sobre
en numerosos hombres del Brasil. Pasan muchos la vida con una
des•
la otra, y habiendo nacido el hombre para el trabajo, ellos sólo quieren
termina n-
canso. Hay algunos que en el día entero no dan un solo paso". Y
ador
do por aconsejar que se comiese poco azúcar, además del maíz, propag
de lombrices.
de
El azúcar no tuvo por cierto responsabilidad tan directa en la flojera
como causa indirec ta: exi-
los hombres. La tuvo, sin embargo, y grande,
"manos
giendo esclavos, repeliendo la policultura. Exigiendo esclavos para
l. Y no sólo del "señor Je
y pies del "señor de ingenio", como dijo Antoní
los holande ses, cuando en
ingenio" portugués, ya viciado en la esclavitud:
.387
el siglo XVII se instalaron en las plantaciones de caña
de Pernambuco, 46
reconocieron la necesidad de apoyarse en el negro. Sin
esclavos no se pro-
duciría azúcar. Y esclavos en gran número: para plantar
la caña; para cor-
tarla; para colocar la cosechada entre las muelas impeli
da·s por rueda hi-
dráulica, en los ingenios llamados de agua, y por giros de
mulas o de bue-
yes, en los llamados alman¡arras o trapiches; para volcar
después el jugo en
las calderas de cocción; para hacer cuajar el caldo; para
purgar y blanquear
el azúcar en las formas de barro; para destilar el aguard
iente. Esclavos que
se volvieran literalmente los pies de los señores: camin
ando por ellos, lle-
vándolos en palanquín o en lítera. Y las manos, o por lo
menos las manos
derechas: para vestir a los amos, para calzarlos, para aboton
arlos, para lim-
piarlos, para espulgarlos, para lavarlos, para extraerles
las niguas de los
pies. De un "seño r de ingenio" p~rnambucano, cuenta la
tradición que no se
pasaba sin las manos del negro ni aun para los detalles
más íntimos de la
higiene, y de un ilustre titular del Imperio refiere Von den
Steinen que era
una esclava quien le encendía los cigarros pasándolos ya
encendidos a los
labios del anciano. Cada blanco de casa-grande quedó con
dos manos izquier-
das, cada negro con dos manos derechas. Las manos del
amo sólo servían
para pasar las cuentas del rosario en el Tercio de la Virgen
, para tomar los
naipes, para sacar rapé de las petacas; para acariciar, palpar
, ablandar los
pechos de las negritas, de las mulatas, de las esclavas bonita
s de sus harenes.
En el amo blanco, el cuerpo se tornó exclusivamente casi
en el membrum
virile. Manos de mujer, pies de niño. 46 Sólo el sexo arroga
ntemente viril.
Contrastando con los negros, muchos de ellos enormes, agigan
tados, pero con
genitales de criatura. Imber t, en sus consejos a los compr
adores de escla-
vos, el punto que destacó fue la necesidad de prestar atenci
ón a los órganos
reproductores de los negros, a fin de evitar la adquisición
de individuos que
los tuviesen poco desarrollados o mal conformados. 47
Temíase que resul-
tasen malos para la procreación.
Ociosa, pero colmada de preocupaciones sexuales, la vida
del "señor de
ingenio" se tornó una existencia de hamaca. Hamaca fija,
con el señor des-
cansando, durmiendo, cabeceando. Hamaca en movimiento,
con el señor de
viaje o de paseo bajo tapices o cortinas. No le era necesa
rio- alejarse de la
hamaca para impartir órdenes a sus negros; para manda
r escribir sus cartas
por el factor o por el capellán; para jugar chaquete con
un pariente o com-
padre. En hamaca viajaban casi todos, sin ánimos para monta
r a caballo, de-
jándose sacar de adentro de la casa como jalea por una cucha
ra. Después del
almuerzo o de la comida, era en la hamaca donde dormitaba
largamente, es-
carbándose los dientes, fumando un cigarro, salivando en
el suelo, eructan-
do alto, ventoseando, dejándose abanicar, agradar y sacars
e los piojos por
las mulequitas, rascándose los pies y los genitales. Unos
rascándose por vi-
cio y otros por dolencias venéreas o de la piel. Lindle
y dice que vio en
388
Bahía a personas de ambos sexos dejándose buscar los piojos y a hombres
rascándose siempre sus "sarnas sifilíticas". 48
Bien es cierto que esos hombres blandos, de manos de mujer, amigos
exagerados de la hamaca, voluptuosos del ocio, aristócratas avergonzados de
tener piernas y pies para caminar y pisar en el suelo como cualquier esclavo
o plebeyo, supieron ser duros y valientes en momentos de peligro. Supieron
empuñar espadas y rechazar a temerarios extranjeros, defenderse de indios
alzados, expulsar de la colonia a Capitanes Generales de su Majestad. Fue-
ron "señores de ingenio" pernambucanos quienes colonizaron Paraíba y Río
Grande del Norte, teniendo que afrontar indios de los más bravos y valien-
tes; los que libraron a Marañón de los franceses; los que expulsaron a los
holandeses del norte del Brasil.
Y no sólo los señores: también las señoras de ingenio tuvieron sus atis-
bos de energía, sus estallidos de estoicismo: "no demostraron por cierto en
esta acción menor valor que nuestros soldados", dice el marqués de Basto,
refiriéndose a las señoras pernambucanas que tomaron parte en la retirada
de Alagoas, dejando en ruinas los ingenios y las casas-grandes. 49
Pero exceptuados esos estallidos guerreros, la vida de los aristócratas
del azúcar fue lánguida, morosa. De vez en cuando las cañas y las corridas de
sortija, cabalgatas, danzas. Pero raramente. Los días se sucedían iguales:
idéntica modorra, la misma vida de hamaca, columpiada, sensual. Y hombres
y mujeres, lívidos de tanto vivir echados dentro de casa y de tanto andar
en palanquín o en litera.
En los Estados Unidos, donde el palanquín no llegó a dominar como
aquí, donde la inercia de los señores de esclavos se conformó con el sofá
y el sillón de hamaca, más tarde adoptado por el patriarcalismo brasileño,
los hombres criados bajo la influencia de la esclavitud africana impresio-
naron a los europeos por sus actitudes siempre comodonas, por su andar
desgonzado, por la ninguna esbeltez de su porte, por su aire de individuos
hundidos de pecho, los hombros caídos, las espaldas angostas. Sólo la voz,
grande e imperiosa. Francisca Trollope. nos proporciona un retrato de
americano de los tiempos de la esclavitud que parece de brasileño del
Norte: "Nunca vi a un americano que pudiera caminar o pararse bien
50
[ . • . ] ". Raros son los europeos que no se dejaran impresionar por
la palidez enfermiza de los hombres y de las señoras americanas de antes
de la guerra civil. El régimen económico de producción, el de la escla-
vitud y el de la monocultura, dominando la vivacidad de dima, de raza,
de moral religiosa, creó en el sur de los Estados Unidos un tipo de aris-
tócrata mórbido, frágil, casi igual al del Brasil en los modales, en los
vicios, en los gustos, y aun en el mismo físico. Los ingredientes distintos,
pero la forma idéntica. El dima cálido puede haber contribuido para la
mayor lubricidad y la mayor languidez del brasileño, pero ni las creó
ni las produjo. 51
389
Souchu de Rennefott escribió acerca de los colonos de Pernambuco:
" ... ils viven! dans une grande licence [ ... ] " Un abandono levantino, el
de los señores de esclavos pernambucanos: " ... y duermen y fuman y no
tienen otros muebles que hamacas de algodón y esteras; los más suntuo-
sos tienen una mesa y sillas de cuero labrado; algunos se sirven de va-
jillas de plata, en su mayoría de vajillas de barro". 62 Notaremos de paso
que ni Rennefort con rdación a Pernambuco, ni Pyrard, Dampier y Mrs.
Kindersley en relación a Bahía, destacan ningún gran lujo de muebles o
de platería. Dampier y Pyrard, apenas el tamaño de las casas y el nú-
mero de esclavos, y todos, la vida muelle de los señores descansando el
día íntegro dentro de su casa, o cruzando las calles a hombros de negros
y camino de la iglesia. Dampier llegó a decir que los colonos del Brasil, del
mismo modo que los españoles y los portugueses, concedían poca impor-
tancia al mobiliario o a las pinturas: sólo hacían cuestión de grandes
casas. ~8 De grandes casas y de muchos esclavos, fiestas de iglesias, mu-
jeres, mulecas.
Corea( se impresionó en Bahía por la voluptuosidad de los colonos.
Unos grandes indolentes, permanentemente en sus hamacas. 64 Voluptuo-
sidad e indolencia quebradas, sin embargo, por el espíritu de devoción
religiosa que recién en el siglo XIX disminuyó en los hombres, para
refugiarse en las mujeres, en los niños y en los esclavos. En el siglo XVII
y aun en el mismo XVIII, no hubo señor blanco, por indolente que fuese,
que se hurtase al santo esfuerzo de rezar arrodillado ante los nichos:
a veces oraciones casi sin fin iniciadas por negros y mulatos. El rosario
abreviado, la Coronilla de Cristo, las letanías. Saltábase de las hamacas
para rezar en los oratorios: era obligación. Se iba de rosario en mano,
relicarios, escapularios, sanantonios colgados del cuello, todo el material
indispensable para la devoción y los rezos. María Graham pudo alcanzar los
tiempos de las letanías cantadas al anochecer, en las calles de Recife:
blancos, negros, mulatos, todos rezando al mismo Dios y a la misma
Nuestra Señora. Algunos señores más devotos acompañaban el Santí-
simo a casa de los moribundos. En casa se rezaba de mañana, a la hora
de las refecciones, al mediodía; y de noche, en el cuarto de los santos,
los esclavos acompañaban a l9s blancos en el rosario abreviado y en la
salve. En habiendo capellán se cantaba el Mater purissima, ora pro nobis.
En Cantagallo, en la casa-grande del fazendeíro Joaquín das Lavrinhas,
Mathison quedó encantado con el patriarcalismo del dueño de casa, arro-
dillándose ante todo el personal de la fazenda, parientes, agregados y es-
clavos, para pedir la bendición de Dios y la protección de la Virgen
María. Y nada le pareció más digno en el brasileño colonial que el hecho
de tener siempre en su casa un lugar destinado al culto divino. Signo
de "respeto por la religión", concluyó. Y no olvidó de resaltar la obser-
vancia, por los negros, de los ritos de la Iglesia. ts~ En el almuerzo, nos
dice un cronista, que el patriarca bendecía la mesa y cada uno echaba la
.390
fariña en el plato en forma de cruz. 66 Otros bendecían el agua o el vino
haciendo antes, en el aire, una cruz con la copa. 61 Al fin se daban las gra-
cias en latín:
391
del capitán mayor Manuel Tomé de Jesús, patriarca pernambucano que
floreció a fines del siglo XVIII y en la primera mitad del XIX, fuimos
a encontrar los siguientes versos devotos en loor de Santa Ana, "madre
de María y abuela de Jesús":
Decantemos todos
Em lirios divinos
Os dons de Sta. Anna
Na santa familia
Sta. Anna nasceo
Para iwó de Christo
Deus Padre escolheo
Pide a V. Illma. que por las facultades que tiene de la Santa Sede,
se digne dispensar con el suplicante y toda la familia de su Ingenio
y personas de su servicio el precepto de abstinencia de carne, con
excepción de algunos pocos días, que V. Illma, anotare".
392
A lo que accedió Don Juan, resolviendo: "Atenta a las facultades
que la Santa Sede nos ha comunicado, concedemos que el suplicante pueda
usar de comida de carne en todos los días en que la Santa Iglesia ha
prohibido su uso aun mismo en Cuaresma, y en esta concesión está com-
prendida toda su familia y esclavos. Exceptuamos, sin embargo, la No-
chebuena, el miércoles de ceniza, la Semana Santa, la Vigilia de la As-
censión de Jesucristo sobre todos los Cielos, y los que se celebran en
el sábado antes del domingo del Espíritu Santo y en el día 14 de agosto
o 13, cuando la Vigilia de N. S. de la Asunción fuere anticipada. El su-
plicante entregará en la Caja cíen mil reís para que sean repartidos entre
los pobres por su intención. Palacio de la Soledad, 16 de diciembre de
62
18. - Juan, Obispo de Pernambuco".
En el día de la botada (primer día de la molienda Je las cañas) nunca
faltaba el cura para bendecir el ingenio: se iniciaba la faena con la bendi-
ción de la Iglesia. Primeramente el sacerdote decía misa, y luego se di-
rigían todos al ingenio, los blancos bajo quitasoles, lentos, solemnes,
señoras gruesas de mantilla. Los negros contentos, pensando ya en sus
batuques por la noche. Los muleques dando vivas y disparando cohetes.
El c:ura trazaba cruces en el aire con el hisopo, rociando la molienda con
agua bendita, muchos esclavos haciendo cuestión de ser también salpi-
cados por el agua consagrada. Seguían otros gestos lentos del cura. Frases
en latín. A veces, discurso. 68 Después de todo ese ceremonial es que
se colocaban entre las muelas las primeras cañas maduras, atadas con
lazos de cinta verde, roja o azul. Recién entonces empe7.aba el trabajo
en los ingenios patriarcales. Ocurrió así desde el siglo XVI. Ya el padre
Cardim había observado en los "señores de ingenio" pernambucanos:
"Acostumbraban ellos, la primera vez que echan a moler los ingenios,
bendecirlos, y en ese día hacen gran fiesta, convidando los unos a los
otros. El cura, a su pedido, les bendijo algunos, cosa que muchos esti-
maron". 64 Seguían a la bendición de los ingenios los banquetes de seño-
res en las casas-grandes, comilona y danzas de los esclavos en el patio. Fies-
tas hasta la madrugada. Banquetes de terneras, cerdos, gallinas, pavos. Todo
bajo la bendición de la Iglesia: ¿acaso no contaba ésta "en sus ritos una
ceremonia eclesiástica llamada vulgarmente Letanías de Mayo, que no son
65
más que preces a Dios por la prosperidad de las cosechas?"
Cuando sentían avecinarse la muerte, pensaban los señores en sus
bienes y esclavos con relación a los hijos legítimos descendientes suyos:
los testamentos acusan la preocupación económica de perpetuidad pa-
triarcal a través de los descendientes legítimos. Pero acusan también,
a veces en antagonismo con ese espíritu de perpetuidad y de legitimidad,
un vivo sentimiento cristiano de ternura por los bastardos y por las ne-
gras. Jerónimo de Albuquerque dispone en su testamento, datado en Olinda
"aos treze dias do mez de Novembro do anno do nascimento de Nosso
Senhor Jesus Christo de mil quinhentos e oitenta e quatro": "Mando que
393
se dé a todos mis hijos naturales solteros quinientos mil reís
para que los
repartan fraternalmente entre ellos". Y dirigiéndose a los hijos
legítimos:
"En segundo lugar les encomiendo a todos sus Hermanos y Herma
nas na-
turales y para esto debe bastarles entender y saber que son hijos
míos ... "
Preocupado con la paz de su alma de gran pecador, pide Jeróni
mo de Al-
buquerque a la "Virgen Nuestra Señora, y todos los Santos y
Santas de la
Corte de los Cielos, que cuando mi alma saliere de mi cuerpo
quieran
presentarla ante la Divina Majestad", y "el señor Proveedor
y Hermano
de la Santa Misericordia" que acompañen su cuerpo "a la
iglesia que
tengo en mi Ingenio de Nuestra Señora de la Ajuda donde
tengo mi
sepultura"; y dispone diversos modos de ser repartido su dinero
: limosnas
de cincuenta mil reis a los hermanos de Misericordia¡ de veinte
cruzados
a los pobres; oficios cantados en intención de su alma; treinta
mil reis
para un lampadatio de plata destinado a la Capilla del ingeni
o; veinte
cruzados a la Cofradía del Santísimo •Sacramento¡ seis o
tres mil reis
a otras cofradías. Una gran dispersión de dinero en perjuic
io de la per-
petuidad y cohesión patriarcal de los bienes en manos de los
hijos legí-
timos. 66
Raro es el "señor de ingenio" que muriera sin manumitir
en su
testamento a negros y mulatos de su fábrica. Es verdad que
el "manu-
mitido es muchas veces un bastardo --obse rva Alcántara Macha
do refi-
riéndose a los esclavos de las /azendas de San Pablo en los
siglos XVI
y XVII I-, fruto de los amores del testador o de persona
de su familia
con una negra de la casa". 61 Bastardos e hijos naturales,
¿qué "señor
de ingenio'' no dejó en gran número? Rarísimo es el patriar
ca de los
tiempos de la esclavitud que, en el momento de "descargar la
conciencia",
puede seráficamente escribir como lo hizo en Pernambuco Manue
l Tomé
de Jesús: "En nombre de Dios, Amén. Padre, Hijo, Espíritu
Santo, Tres
Personas Distintas y un solo Dios verdadero. Sepan cuanto
s este testa•
mento vieren que en el año del Nacimiento de Nuestro Señor
Jesús Christo
de mil ochocientos cincuenta y cinco, a los dos días del mes
de Octubre
de dicho año, yo Manuel Tomé de Jesús, estando en mi perfec
to juicio
y en casa de mi motada en el ingenio nuevo Noruega, feligre
sía de Nues-
tra Señora de 1a Escada, etc.... , hago mi solemne testamento
en la forma,
modo y manera siguiente". Síguese la encomienda del alma
del gran
devoto y escrupuloso católico a Nuestro Señor Jesucristo, "mi
Redentor,
Salvador y Glorificador", a María Santísima Nuestra Señora
, al Arcángel
San Miguel, "Príncipe de la Corte del Cielo, y "a sus compa
ñeros prin-
cipales qeie allí se encuentran siempre en la presencia de Dios
y que cum-
plen sus órdenes, San Gabriel, San Rafael, San Uriel, San Teatrie
l y San
Baraquiel", para venir en seguida las declaraciones impres
ionantes: de-
claro tJrie he sido casado por tres veces siempre ante la Iglesia
[ ... ] y
por no tener hiio ninguno natural o bastardo [ ... ]. La última
declaración,
verdaderamente sensacional para la época.
394
Dispuso Manuel Tomé de Jesús que, por muerte de su nieto Andrés,
quedasen manumitidos varios esclavos: uno de ellos, Felipa, mulata, mujer
de Vicente, "por haber dado bastante crías". 68 La glorificación del vientre
fecundo. Y siguen numerosas donaciones a cofradías e iglesias.
En 1866 escribió Perdiga.o Malheiro en su "Ensayo histórico-jurídico--
social" A Escravidáo 110 Brasil "En testamento y codicilos es común el
otorgamiento de manumisiones; aun mismo puedo certificar como Pro-
curador de los Hechos en esta Corte que es raro aquel de poseedor de
esclavos en que alguno no sea libertado, y mejor lo atestigua el registro
de la Proveeduría". Otro tanto podemos decir de los testamentos del
siglo XIX que nos fue posible examinar en Pernambuco, no sólo en archi-
vos de ingenios, sino en protocolos más antiguos, de comarcas escla-
vistas. 00
Desde los tiempos de Jerónimo de Albuquerque, cuñado del funda-
dor de la Capitanía de Pernambuco, a los de Manuel Tomé de Jesús, ca-
pitán mayor por gracia de Juan VI, patriarca que vino a morir de una
herida en la pierna a los ochenta y un años de edad, luego de una vida
que tanto tuvo de severa cuanto la de Jerónimo de Albuquerque de diso-
luta y libertina, fue costumbre sepultar a los señores y a las personas
de su familia casi dentro de casa, en capillas que eran verdaderas excre-
cencias de la habitación patriarcal. Los muertos quedaban en compañía
de los vivos, hasta que los higienistas, ya en el Segundo Imperio, co-
menzaron a preguntar: "¿Hasta cuándo persistirá la triste prerrogativa de
los muertos de envenenar la vida de los vivos?" 70
Los entierros se realizaban de noche, con gran consumo de cera, con
mucho canto en latín por los clérigos, con mucho lloro de las señoras y
los negros. Porque estos últimos quedaban sin saber qué nuevo señor les
deparaba la suerte, y lloraban no sólo por añoranzas del antiguo amo,
sino por la incertidumbre de su propio destino.
Ewbank nos describe el lujo de los entierros de gente hidalga en
Río de Janeiro; el vanidoso aparato de la toilette de los difuntos, unifor-
mes, sedas, hábitos de santos, condecoraciones, medal1as, alhajas; las
criaturitas muy pintadas de rouge, guedejas de cabellos rubios, alas de
angelito; las vírgenes de blanco, toca de azahar y cintas azules. 71 En
ese lujo de dorados, rouge, sedas, eran conducidos los difuntos para la
inhumación en las iglesias, iglesias que en los días húmedos quedaban
hediendo horriblemente a corrupción, faltando tan sólo que los difun-
tos reventasen las sepulturas. 72
Los negros, por supuesto, no eran enterrados en las iglesias ni en-
vueltos en sedas y flores. Se arrollaban sus cadáveres en esteras; y cerca
de la capilla del ingenio quedaba el cementerio de los esclavos, con
cruces de madera negra señalando las sepulturas. Si se trataba de negros ya
antiguos en la casa, morían como cualquier blanco: confesándose, comul-
gando, entregando el alma a Jesús y a María, y a San Miguel, San Gabriel,
395
San Rafael, San Uriel, San Teatriel, San Baraquiel. Arcángeles rubios
que
deben haber acogido a los negros viejos como San Pedto a la negra
Irene
del poema de Manuel Bandeira: "¡Entr a Irene! ¡Entra Cosme!
¡Entra
Benedicto! ¡Entra Damián!" Algunos señores mandaban decir misas
por
el alma de los esclavos; 13 les adornaban las sepulturas con flores;
llo-
raban con añoranza, como se llora con añoranza a un amigo o a un
pa-
riente querido. Pero había también mucho señor bruto. Y en la ciudad
,
con la falta de cementerios durante los tiempos coloniales, no era
fácil
a los señores, aun a los caritativos y cristianos, proporcionar a los cadáve
res
de los negros el mismo destino piadoso que en los ingenios. Muchos
negros
fueron enterrados a orillas de la playa, pero en sepulturas rasas,
donde
los perros casi sin esfuerzo los encontraban para roerlos y los urubús
para picotearlos. Mrs. María Graham, en la playa, entre Olinda y Recife,
vio horrqrizada un perro desenterrando el brazo de un negro. Según
Mrs.
Graham ni aun esa sepultura rasa se daba a los "negros novos":
atados
a trozos de maderas, se los arrojaba a la marea. Es un punto ~te del
que
se puede acusar a la Iglesia, a los clérigos y a las Misericordias
en el
Brasil por no haber cumplido rigurosamente con su deber. 74
Otro punto hubo en que la doctrina de la Iglesia y los intereses
de
los señores de esclavos anduvieron en conflícro durante un tiempo
: con
respecto a la guarda del domingo en los ingenios de azúcar. Loreto Coutto
dedica al asunto un capítulo íntegro de su libro Desaggravos do
Brasil
e Glorias de Pernambuco, concluyendo con no hallar "culpa mortal
en que
trabajen los domingos y días santos los capataces de azúcar y esclavo
s de
los "señores de ingenio" del Brasil. Eso debido al hecho, alegado
por
todo plantador de caña y fabricante de azúcar, de que la cosecha
depen-
día del tiempo de verano: " ... porque entrando el invierno con las
llu-
vias, o suspenden los ingenios la molienda dejando las cañas en el campo,
o esas cañas fallan en su rinde por hacerse acuosas e insulsas, ya
que
de maduras se vuelven verdes, razón por la que comprende claramente
la
falta de rendimiento". Y "además de esa necesidad, agrega don Domin
go
en su defensa de los "señores de ingenio", existen varias otras por
las
cuales se salvan de pecado mortal los que trabajan en tales días, como
ser
la costumbre, la utilidad, el temor de perder gran lucro y otras semeja
ntes
de las que señalan los doctores, todas las cuales, o .:asi todas, se
hallan
juntas y unidas en nuestro caso". 7 ~ Debe observarse de paso que
los
frailes de la Orden a que perteneció Don Domingo, la de San Benito,
y
también la del Carmen, fueron en el Brasil grandes propietarios de
tie-
rras y de esclavos. Frailes propietarios de ingenios. Los de San
Benito
cuidando mucho de sus negros; permitiendo a los mulequítos que jugaran
la mayor parte del día; atendiendo a los negros viejos; armando
casa-
mientos entre muchachas de catorce y quince años y muchachos de
dieci-
siete y dieciocho; facilitando la manumisión de los diligentes. 76 Los
del
Carmen parece ser que no siempre se distinguieron por el buen trato
dis-
396
pensado a los esclavos: uno de aquéllos, en Bahía, terminó asesinado de
un modo bárbaro, cortado en pedacitos por los negros.
Tampoco serían todos los amos de esclavos capaces de pedir a sus
obispos dispensa, para sí y para los negros, de los días de abstinencia, como
lo hizo el capitán mayor de Noruega a monseñor Juan de la Purificación
Marqués Perdigao. Para algunos, los días de ayuno han de haber represen-
tado un elemento de equilibrio en su vida precaria, días de ahorro no
sólo de los gastos de carne, sino también de toda comida fuerte. Dfas
de pescado y fariña. Cautivos de la tradición peninsular -no en balde
éramos descendientes de los comedores de rábanos, que retrató Clenardo
de modo tan despiadado--, muchos de nuestros abuelos menos opulentos
sacrificaron la comodidad doméstica y la alimentación de la familia y de
los negros a la vanidad de simular grandezas. Los unos cubriendo de joyas
a sus santos patronos y a sus amantes negras, los otros ostentando sedas
y terciopelos por calles e iglesias. Y los negros de labor, y algunas veces
hasta los domésticos, andrajosos o casi desnudos, sobre todo después
que el tratado de Methuen volvió carísimos a los géneros en Portugal
y en el Brasil. El obispo de Pernambuco, monseñor fray José Fialho, llegó
a recomendar a los reverendos padres que prohibiesen la entrada en las
iglesias a las negras semidesnudas: las consideró en estado de "deplorable
indecencia". "También advertimos a los amos de esclavos no consientan
que éstas anden desnudas como vulgarmente acostumbran, sino cubiertas
con aquel ornato que sea bastante para encubrir la provocación de la sen-
77 En 16
sualidad [ ... }" Esto en pastoral de 19 de febrero de 1726.
de agosto de 1738, en nueva pastoral a sus párrocos, insistió en el asunto,
esta vez no sólo reprobando a los señores de esclavos la desnudez de
ciertas negras, sino también de que otras ''traigan aberturas grandes en
las sayas a que vulgarmente se llama maneira [ ... ) . Los afeites queda-
78
ron prohibidos "bajo pena de excomunión mayor".
Cien años más tarde, los anuncios del Diario de Pernambuco sobre es-
clavos fugitivos nos ilustran acerca de la indumentaria de los domés-
ticos de las familias pernambucanas; unos aún semidesnudos, esto es, "sólo
de taparrabos"; la mayoría, sin embargo, de "camisa de bayeta encarnada
y calzón de algodón", o de "pantalón y camisa de lienzo", o de "camisa
de algodón grueso y pantalón de calicot". Mulecas de vestido de "tela de
la Costa con listas rojas", negras viejas de "vestido de percal punzó, saya
lila, negra por arriba, tela de la Costa azul con picos blancos, y pañuelo azul
ceñido en la cabeza". 19 Algunos negros con aro en la oreja, adorno de su
tierra que aquí se les permitió conservar. Le Gentil de la Barbinais escribia
que si no fuesen los santos y los amancebamientos, en el Brasil los colonos
serían muy ricos. 80 Pero todo el dinero era poco para figurar en las fiestas
de la iglesia, que se realizaban con gran pompa -procesione s, cohetes, cera,
i,~,.íenso, comedias, sermones, danzas- y en el adorno de las amantes, de
las negra~ y mulatas cubiertas de perendengues y dijes de oro.
397
Grandes comilonas en ocasión de las fiestas, pero en los días ordina-
rios alimentación deficiente, mucha gente de bambolla pasando hasta ham-
bre. Tal era la situación de gran parte de la aristocracia y principalmente
de la burguesía colonial brasileña, situación que se prolongó a los tiempos
del Imperio y de la República. La misma antigua costumbre de los abue-
los portugueses, a veces lívidos de hambre, pero siempre de ropa de seda
o terciopelo, dos, tres, ocho esclavos por detrás, cargándoles cepillo de
ropa, quitasol y peine. En la India halló Pyrard a hidalgos lusitanos que
se turnaban en el uso de un solo traje de seda, un hidalgo ostentando
las sedas por las calles mientras los otros dos quedaban en casa en paños
menores. Aún hoy se encuentra en el brasileño mucha simulación de
grandeza en el vestido y en otras exterioridades, sacrificando la comodidad
doméstica y la diaria alimentación. Los alumnos de las escuelas superio-
res constituyeron hasta hace poco una mocedad alimentada irregular•
mente, pasando, algqnos, hambres desde el día 15 hasta fin de mes, y
casi todos viviendo "en república" sin ninguna comodidad, sólo hama-
_cas colgadas de las paredes, perchas para las ropas y cajones de querosén
para los tres o cuatro libros indispensables. Pero en la calle, unos prín•
cipes de jaquet y galera, fumando cigarros, haciendo ostentación de
amantes caras, andando en coche.
Lo que ni el portugués ni el brasileño sacrificaron por ningún interés,
fue el culto fastuoso de Venus. Y en particular el de la Venus obscura.
Frézier recordó en Bahía a su Ovidio: Est etiam fusco grata colore Venus.
Frézier exagera: "Matres Omnes Filiis in Peccato Adiutrices, etc". 81
Exageró no. Calumnia tal vez. Y Froger reparó en los brasileños: Ils aÍlnent
le sexe a la folie [ ... ]". 82
Y no sólo los simples cristianos: también frailes y eclesiásticos. Que
muchos llevaron la misma vida musulmana y corrompida de los "señores
de ingenio", bajo la provocación de mulatitas y neg!"as de la casa, que se
redondeaban en mozas, de mulecas echando pechos de mujer, y todo fácil,
al alcance de la mano más indolente. Fue por cierto una de las causas por
las que Antonil recomendó a los capellanes que habitasen "fuera de la casa
del ingenio". Fuera de la casa-grande, antro de perdición. Y aunque habi-
taran en casita aparte, que no tuviesen esclavas para su servicio, a no ser
vieja o en edad avanzada. La misma recomendación de monseñor fray José
Fialho a los reverendos párrocos de Pernambuco: que no tuviesen en casa
esclavas de "menos de cuarenta años". De cuarenta años para arriba, ya
no se consideraba peligrosas a las negras. 83
En la determinación de la edad peligrosa de las esclavas es quizás en
lo que se haya engañado monseñor Fialho. Parece ser que las negras no
se hacen viejas tan aprisa en los trópicos como las blancas. A los cuarenta
años producen la impresión de corresponder a las mujeres famosas de trein-
ta años de los países fríos y templados. Una negra cuarentona es aún una
398
mujer que sólo quiere ser madura, capaz todavía de tentaciones absor-
bentes.
Le Gentil de la Barbinais, que estuvo por aquí a principios del siglo
XVIII, advirtió la preferencia casi mórbida de los colonos por las negras
y mulatas: "Los portugueses naturales del Brasil prefieren la posesión de
una mujer negra o mulata a la más hermosa mujer. Yo les he preguntado
a menudo de dónde procedía un gusto tan extravagante, pero ellos mis-
mos lo ignoran. Para mí, creo que criados y alimentados por esas escla-
vas, entonces adquieren esa inclinación con la leche". Nada ipenos que la
teoría de Calhoun aplicada a los anglo-americanos del sur de los Estados
Unidos, rubios finos en los que se desarrolla idéntica acentuada predilec-
ción por negras y mulatas. Han quedado célebres los bailes de cuarteronas
y mulatas de Nueva Orleans, en los que los jóvenes de las mejores fami-
lias blancas iban a pescar amigas de color.
Le Gentil de la Barbinais singulariza un caso curioso entre los que ob-
servó en el Brasil del siglo XVIII: el de una encantadora mujer de Lisboa
casada con un luso-brasileño. Al poco tiempo los había separado una pro-
funda discordia, despreciando el brasileño a la lisboeta por el amor de una
negra que no habría merecido "las atenciones del negro más feo de toda
Guinea". La opinión es del francés, quizá nostálgico de las parisienses de
cabellos rubios y tez pecosa.
El intercambio sexual de blancos de los mejores stocks con esclavas ne-
gras y mulatas fue formidable, incluyendo eclesiásticos, sin duda alguna ele-
mentos de los más selectos y eugénicos en la formación brasileña. De ahí
resultó considerable multitud de hijos ilegítimos, mulatitos criados muchas
veces con la prole legítima, dentro del liberal patriarcalismo de las casas-
grandes; otros a la sombra de los ingenios de frailes; o bien en los tor-
nos y orfanatos.
El gran problema de la colonización portuguesa del Brasil, el de la pobla-
ción, hizo que entre nosotros se mitigasen escrúpulos contra irregularidade.;
de moral o conducta sexual. Quizá en ningún país católico los hijos ilegítimos,
en particular los de curas, hayan hasta hoy recibido tratamiento tan afable,
o hayan crecido en circunstancias tan favorables. Acerca de los hijos ilegí-
timos, recogidos en los numerosos orfanatos coloniales, observó La Bar-
binais: "Esta clase de niños es muy considerada en este país: el Rey los
adopta y las damas más calificadas se hacen un honor de llevarlos a sus
casas, y de educarlos como a sus propios hijos. Esa caridad es bien loable,
pero ella está sujeta a muchos inconvenientes. Más dignos de admira-
84
ción eran, sin embargo, los niños nacidos en senzalas y criados en casa,
mezclados con los blancos y legítimos.
En el siglo XVI, con excepdón de los jesuitas --castos intransigen tes-,
curas y frailes de órdenes más relajadas se amancebaron en gran número
con indias y negras, escandalizando al padre Nóbrega los clérigos de Pernam-
buco y de Bahía. A través de los siglos XVII y XVIII y gran parte del XIX,
399
continuó el desenfreno de sotanas patriarcales, cuando no en excesos de li-
bertinaje con negras y mulatas. Muchas veces los nombres más seráficos de
este mundo, Amor Divino, Asunción, Monte Carmelo, Inmaculada Con-
cepción, Rosario, al decir de ciertos cronistas, encubrían grandes pecados.
El padre La Caille quedó horrorizado ante el libertinaje de los frailes en
Río de Janeiro. 85
Froger, que estuvo en Río de Janeiro antes que La Caille, en el siglo
XVII, informa que no solamente los burgueses, sino también los religiosos
ostentaban amantes. Le Gentil de la Barbinais escribe que en Bahía reli-
giosos y padres seculares mantenían comercio público con mujeres, agre-
gando: "se les conocía más por el nombre de sus amantes que por lo que
son". Y también: "Corren durante la noche disfrazados, algunas mujeres
en hábitos de esclavos, armados de puñales y armas aún más peligrosas.
Los mismos conventos [ ... ] sirven de lugar a las mujeres públicas". El
autor de las Revolufoe s do Brasil, al referirse al siglo XVIII, cuenta horro-
rres de los conventos: "centros [ ... ] de ignorancia, atrevimiento y líber-
tinaje de costumbres". Carmelitas, benedictinos, franciscanos, marianos,
barbinos italianos, congregados del Oratorio, a todos acusa de desvergon-
zados. Debe haber exageración, sin embargo, tanto en ese panfleto como
en el informe del padre Benito José Cepeda sobre los jesuitas, documentos
que se conservan en los archivos del Instituto Histórico Brasileño. Allí re-
cogió Luis Edmundo la información de que un jesuita, en la solemnidad del
Carmen, le habría pedido al pueblo "un Ave Maria para la mujer del Obis-
po que está de parto", y que otro, cierto Víctor Antonio, tenía por costum-
bre ponerse la peluca de Nuestro Señor de los Pasos e irse de parranda así
disfrazado. El padre Lepes Gama, en su Carapuceíro, no economizó nada:
los retrató, o más bien, los caricaturizó de manera crueL María Graham tu-
vo mala impresión del clero brasileño de principios del siglo XIX, pero
habla del tema casi de oídas, por lo que oyera decir en Pernambuco. No
perdonaba a los padres el estado de abandono del colegio y de la biblioteca
de Olinda. 86
Pero los eclesiásticos infieles, curas y frailes olvidados de los libros, no
puede afirmarse que hayan sido una mayoría: había sacerdotes que impresio-
naron por su vida pura y santa a protestantes ingleses, como Mathison, a
Koster por su saber y sus elevadas preocupaciones, a Burton por su bon-
dad e instrucción. 87 Otros tuvieron comadres, pero discretamente, sin pe-
cado casi, haciendo vida como de casados, criando y educando con todo es-
mero a los ahiiados o sobrinos. Sin perder el respeto general. 88
De esas uniones, muchas eran con mujeres de color, esclavas o ex-escla-
vas, otras con jóvenes blancas o cuarteronas, verdaderos tipos de belleza,
desde el punto de vista ario. 89 No insistimos en este punto con el fin de
acentuar la débil vocación del clero colonial para el ascetismo, deficiencia
que en el caso de las relaciones de párrocos y comadres fue ampliamente
compensada por las virtudes patriarcales que supieron desarrollar y cultivar,
400
Nuestra insistencia apunta a otro blanco: acentuar que en la formación bra-
síleña no faltó el concurso genétlCO de un elemento superior, reclutado en-
tre las mejores familias y capaz de transmitir a la prole las mayores ventajas
desde el punto de vista eugénico y de herencia social. De allí el hecho de
que exista en el Brasil tanta familia ilustre, fundada por cura o cruzada con
sacerdote, de tanto hijo y nieto de clérigo, que se ha distinguido en las le-
tras, en la política, en la jurisprudencia, en la administración pública.
Basado en Lapouge, Alfredo Ellis Junior incluye la "selección religiosa"
entre las fuerzas o influencias que habrían hecho disminuir "la potenciali-
dad eugénica" del paulista. La Iglesia habría sustraído a la procreación
00
401
cia de una de las más distinguiJ,1s, la de los Andrada, se
halla, como in-
forma Albert o de Souza, la respetable figura del viejo sacerd
ote colonial,
el reverendísimo padre Patricio Manuel Bueno de Andrade,
rico propietario
de Santos, cuya hija, doña María Sebinda, casó con un primo,
Francisco
Xavier da Costa Aguiar, recogiendo la familia legítima la herenc
ia del vieio
ministro de la Iglesia. 91
Luis de los Santos Vilhena, el erudito profesor real de lengua
griega en
los tiempos coloniales, deducía serios inconvenientes en el
patriarcalismo
torcido de los clérigos. Al ligarse, no con jóvenes blancas
o cuarteronas,
cuya descendencia pudiese ser reabsorbida fácilmente en la
familia antigua
y legítima, sino con negras o mulatas rematadas, resultaba la
dispersión de
sus bienes por mano de mulatos. "Hay eclesiásticos y no pocos
-infor ma
Vilhe na- que por aquella antigua y mala costumbre, sin acorda
rse de su
estado y carácter, viven así en desorden con mulatas y negras
de las que a
su muerte dejan a los hijos por herederos de sus bienes; y
por estos y pa-
recidos modos llegan a parar en manos de mulatos presuntuosos
, soberbio~
y haraganes, muchas de las más preciadas propiedades del Brasil,
como son
aquí los ingenios que a corto plazo se destruyen con gravísimo
perjuicio del
Estado [ ... ]". Tan grave parecía a Vilhcna el inconveniente
, y tan genera-
lizados debían ser los casos de clérigos de fortuna amigados
con negras y
mulatas, que el profesor de griego llamó la atención de Juan
VI acerca del
hecho: "siend o cosa bien digna de la Real atención de Su Majest
ad; porque,
si no se obviara, vendrían los Ingenios y Fazendas a caer en
las manos de
unos pardos naturales, hombres generalmente viciosos, y que
aprecian aque-
llas incomparables propiedades en lo que les cuesta, a ellos
por transcurso
de los tiempos han de caérsdes de las manos, y por consecuencia
se pierden,
como les ha sucedido ya a la mayor parte de los que por tal
modo han ve-
nido a poseer dones de esta naturaleza". 02 Quizá exagerase
meser Vilhe-
na: de cualquier modo, en la frecuencia de las uniones irregul
ares de hom-
bres de recursos, negociantes, eclesiásticos, propietarios rurales
, con negras
y mulat::is, debemos ubicar uno de los motivos de la rápida y
fácil dispersión
Je la riqueza en los tiempos coloniales, sin duda con perjuic
io de la organi-
zación de la economfo patriarcal y del Estado capitalista, pero
con franca
ventaja para el des~1rrollo de la sociedad brasileña bajo lineam
ientos demo-
cráticos.
Agrega que la actividad patriarcal de los clérigos, aunque ejercid
a mu-
chas veces en condiciones morales desfavorables, aportó a la
formación del
Brasil la contribución de un elemento social y eugénicamente
superior. Hom-
bres de las mejores familias y de la más alta capacidad intelec
tual. Individuos
educados y alimentados como ninguna otra clase. En general,
transmitieron a
sus descendientes blancos y aun mestizos esa su superioridad
ancestral y de
ventajas sociales. Inclusive la de la cultura intelectual y la
de la riqueza.
Es lo que explica que a tanto hijo de clérigo, cuya ascensión
social, si blan-
co o mestizo claro, se ha realizado siempre con gran facilid
ad, se le abran
402
las profesiones o carreras más nobles, al mismo tiempo que se le facíliten
los casamientos en el seno de las familias más exclusivistas. No sin razón la
imaginación popular acostumbra atribuir a los hijos de clérigos una suerte
única en la vida. A los hijos de clérigos en particular y a los ilegítimos en
general. Feliz que nem filho de padre, es común que se oiga en el Brasil.
"No hay uno que no lo sea", dice la gente del pueblo. Queriendo decír:
"No existe hijo ilegítimo, particularmente hijo de clérigo, que no sea feliz".
A los bastardos, en general, se puede aplicar, aunque sin la misma in-
tensidad, lo que se dijo de los hijos de clérigos: si mestizos, resultaron casi
siempre de la unión del mejor elemento masculino, los blancos afidalgados
de las casas-grandes, con el mejor elemento femenino de las senzalas, las ne-
gras y mulatas más bonitas, más sanas y más frescas.
Comte -no el filósofo de la rue Monsieur le Prince, sino el otro, Car-
los, que desgraciadamente no alcanzó entre nosotros la misma boga que
August o-- destacó este hecho de gran significación para el estudio de la
formación brasileña: la amplia oportunidad de que los señores escogieran,
en las sociedades esclavistas, las esclavas más bellas y más sanas para amantes
suyas, "les plus belles et les mieux constituées". Oportun idad que en el
Brasil ya habfa tenído el colonizador portugués con respecto a las indias.
De tales uniones píensa Carlos Comte haber resultado casi siempre,. en
los países de esclavitud, el mejor elemento: creemos que hubiera dicho "el
más eugénico" si, en lugar de escribir en 1833, escribiese hoy, cien años
más tarde. Los hijos nacidos de esas alianzas, son palabras de Carlos Comte,
no han sido todos emancipados; y no es sino para bien que haya habido nu-
merosas emancipaciones. Las personas de esta clase a las que no se ha des-
-
pojado de la libertad, habiendo sido sustraidas a las fatigas y a las privacio
nes de los esclavos, sin haber podido contraer tos vicios que produce la domi-
93 En lu-
nación, han formado la clase mejor constituida y más enérgica.
gar de considerar a los hijos de señores con esclavas como a individu os so-
94 Carlos
cialmente peligrosos que reúnen los vicios de los dos extremo s,
Comte los consídera libres de los inconvenientes, tanto de una clase como
de la otra, y constituyendo un feliz término medio.
En el Brasil, muchas crías y mulatitos, hijos ilegítimos del amo, apren-
dieron a leer y a escribir más pronto que los níños blancos, distanciándose
de ellos y habilitándose para los esludios superiores. Las tradiciones rura-
les están llenas de casos así, de crías que subieron, social y económicamente,
por la instrucción bien aprovechada, mientras los niños blancos sólo ser-
vían, luego de grandes, para lidiar con caballos y gallos de riña. En las ma•
nos de esos blancos legítímos, y no en la de los "pardos naturales" tan des-
deñados por Vilhena, es que se dispersó mucha propiedad y que se malba-
rataron fortunas acumuladas por el esfuerzo de dos, tres o cuatro genera-
cíones.
Con todo, se deben reducir en las afirmaciones de Carlos Comte las
ventajas que destaca en los hijos mestizos de señores con esclavas. Porque
403
no faltan desventajas: los prejuicios inevitables contr
a tales mestizos. Pre-
juicios contra el color, por parte de unos, contra el
origen e5clavo por parte
de otros.
Bajo la presión de esos prejuicios, en muchos mesti
zos se desarrolla un
evidente complejo de inferioridad que aún en el Brasil
, país tan propicio al
mulato, se nota en manifestaciones diversas. Una de
ellas, el enfático arri-
bismo de los mulatos en posiciones superiores de
cultura, de poder o de
riqueza. De ese inquieto arribísmo se pueden recalc
ar dos expresiones carac-
terísticas: Tobías Barreto, e! tipo de nuevo-culto, que
recuerda en tantos as-
pectos a la curiosa figura de Luciano, estudiada por
Chamberlain; y en la
política Nilo Pe~anha. Por otra parte, nadie más retice
nte que Machado de
Assis, ni más sutil que el barón de Cotegipe. De éste
y de otros aspectos de
la mestización nos proponemos ocuparnos en un próxi
mo ensayo.
Algunos cronistas de la época de la esclavitud atribu
yen una gran im-
portancia a la prostitución de las negras, pero de las
negras y mulatas explo-
tadas por los blancos. Le Barbinais afirma que hasta las
amas se aprovechaban
detan infame comercio. Acicalaban a las mulecas con
cadenas de oro, braza-
letes, anillos y encajes finos, participando después <le
los lucros del día. 95 Los
negros y las negras llamadas de provecho, sirvieron
para todo en el Brasil:
vender aceite Je ricino, bollos, cus-cús, mangos, banan
as, cargar fardos, trans-
portar agua de la fuente a la casa de los pobres, llevan
do de tarde en tarde el
producto a sus amos. Y si hemos de creer a Le Barbi
nais, sirvieron hasta para
eso .. , Pero admitida una que otra excepción, no
fueron señoras de fami-
lia, sino blancas desacreditndas las que así explotaban
a las esclavas. A veces,
negritas de diez o doce años, ya andaban por la calle
ofreciéndose a mari-
neros corpulentos, rubios, que desembarcaban de los
veleros ingleses y fran-
ceses, hambrientos de mujer. Y toda esa superexcita
ción de los gigantes ru-
bios, bestiales, se descargaban sobre mulequitas, y adem
ás de esa superexcita-
ción, la lúes, las "enfermedades del mundo", de las
cuatro partes del mun-
do; las podredumbres internacionales de la sangre.
A mediados del siglo XIX, bajo el reinado de Don
Pedro II, un hom-
bre tan c:isto y tan puro -tipo de marido ideal para
la reina Vict oria-
en contraste con su augusto padre, que, muy brasil
eñamente, desflorara y
preñara hasta a negr itas- , las calles de Sabao y Alfan
dcga eran peores aún
que las del barrio del Mangue de hoy. Esclavas de
diez, doce, quince años
exhibiéndose en las ventanas, semidesnudas; esclav
as a quienes sus amos y
sus amas (generalmente mailresses de maison) obliga
ban -afír mano s un
cronista de la époc a- "a vender sus favores, sacan
do de ese cínico comer-
cio los medios de subsistencia". ~6
En las calles de Bahía -nos cuenta Vilhena, refirié
ndose a los últimos
años de la vida colon ial- era un horror: "Libidinos
os, haraganes y ociosos
de hum e outro sexo que logo que anoitece entulh
ao as ruas, e por ellas
vagao, e sem pejo nem respeito a ninguem, fazem gala
de sua torpeza ... ".
El profesor de griego se refiere asimismo a "paes
de familias pobres"
404
-nuestros "brancas pobres"- que no dejando a las hijas otra herencia
sino la de la ociosidad, y la de los prejuicios contra el trabajo manual, "des-
91 Pero el grueso
pués de adultas se valen de ellas para poder subsistir ...
de la prostitución lo formaron las negras, explotadas por los blancos. Fue•
ron los cuerpos de las negras -a veces chicas de diez años- las que cons•
tituyeron, en la arquitectura moral del patriarcado brasileño, el bloque for-
midable que defendió de los ataques y osadías de los donjuanes la virtud
de las amas blancas".
Burton recuerda la relación existente entre Agapemone y la pureza de
los lares: tanto más opulento Agapemone, más libre los lares del donjuanis-
mo. La teoría de Bernard de Mandeville. Aplicada al Brasil patriarcal, ter-
mina realmente en esto: la virtt:d de la señora blanca se apoyó en gran
parte en la prostitución de la esclava negra. La madre de familia, la joven
soltera, la mujer, no sólo en Minas, sino en d Brasil en general, le parecie-
ron a Burton "excepcionalmente puras" (exceptionally pure). Que no se juz-
gase a la mujer brasileña por las costumbres de la Corte y de las ciudades y
sí por las del interior. En las provincias vivían las señoras dentro de un sis-
tema de semirredusión oriental, es verdad; pero dentro de ese sistema eran
mujeres de una rara pureza. Pureza que el viajero inglés no trepidó en com-
parar con las flirtations de las jóvenes inglesas antes del matrimonio, y con
la relativa libertad de los canadienses y de las norteamericanas antes y des-
pués de casadas. 98 Pero estamos obligados a concluir, antes de regocijar-
nos con los elogios de Burton a la pureza de las señoras brasileñas de los
tiempos de la esclavitud, que mucha de esa castidad y de esa pureza se man-
tuvo a costa de la prostitución de la esclava negra, a costa de la tan ca-
lumniada mulata, a costa de la promiscuidad y de la lasitud estimulada en
las senzalas por los propios amos blancos.
"Se oponen algunos señores a los casamientos de los esclavos y escla-
vas", escribió el jesuita Andreoni, "y no solamente no hacen caso de sus
amancebamientos, sino que casi francamente los consienten y les dan origen
diciendo: Tú, Fulano, a tu tiempo te casarás con Fulana: y de allí en ade-
lante los dejan conversar entre ellos como si ya se hubiesen recibido por
marido y mujer; y dicen que no los casan porque temen que enojándose del
casamiento se maten más tarde con veneno o con hechizos, no faltando en-
tre ellos maestros insignes". "Otros, agrega el padre, refiriéndose a los se-
ñores de fines del siglo XVII, después de casados los esclavos, los separan
de tal modo por años, que quedan como si fuesen solteros; lo que no pue-
den hacer según conciencia". llo
Sin embargo, se debe distinguir entre esclavos de trabajo agrícola y de
servicio doméstico: estos últimos beneficiados por una asistencia moral y re-
100
ligiosa que muchas veces faltaba a los del agro. En la mayor parte de
las casas-grandes siempre se hizo cuestión de negros bautizados, teniéndose
algo como repugnancia supersticiosa para "paganos" o "moros" dentro de
casa, aunque fuesen simples esclavos. Y los testamentos e inventarios del si-
405
glo XIX frecuentemente se refieren a negros casados: Fulana,
mujer de Zu-
tano. Perdigáo Malheiro nos dice que hubo señoras de tal modo
interesadas
en el bienestar de los esclavos, que amamantaban con sus propio
s senos a
mulequitos, hijos de negras fallecidas de parto, alimentándol
os con su le-
che de blancas distinguidas, y que en los ingenios y fazendas varios
esclavos
llegaron a unirse en casamiento, "viviendo así en familia, con
ciertas re-
galías que los señores les confieren". 1º1
Esos negros bautizados y constituidos en familia tomaban en
general el
apellido de los amos blancos: de allí muchos Cavalcanti, Albuq
uerque, Me-
llo, Wanderley, Lins, Carneiro Leao, vírgenes de la ilustre sangre
que sus
nombres acusan. En el Brasil ·aún más que en Portugal, no hay
medio más
incierto y precario de identificación del origen social que el
apellido. Nos
contó una señora de distinguida familia pernambucana, viuda
de un diplo-
mático e historiador eminente, que una vez, en Londres o en
Washington,
apareció de agregado militar de la legación brasileña un oficial
del ejército
con el mismo nombre de familia que el de ella. Quiso saber
si no serían
parientes. Indagó. Se trataba de un apellido de familia ilustre
adoptado por
motivos de pura estética: el oficial lo encontró lindo y lo adoptó
. Es lo que
han hecho también algunos hijos de clérigos y varios hijos natura
les. Mu-
chos, sin contentarse con los apellidos bonitos o hidalgos de su
país, han ido
a buscar en la historia de Portugal y de España nombres de aún
mayor re-
sonancia y gloria. Los más exigentes no se olvidan de un "da"
o de un "de"
que sugieren nobleza: Fulano de Alba, Zutano de Cadaval, Menga
no da Ga-
ma. De allí viene lo que el escritor Antonio Torres llamó
una vez nuestra
"nobleza de papel timbrado" o de registro de hotel. 102
En el caso de los esclavos constituidos cristianamente en familia
sombra de las casas-grandes y de los viejos ingenios, habrá , a la
habido, en la
adopción de los apellidos hidalgos, menos tonta vanidad que
influencia na-
tural del patriarcalismo, haciendo que los negros y mulatos, en
sus esfuer-
zos de ascenso social, imitaran a los amos blancos y les copiar
an las formas
exteriores de superioridad. Además, resulta digno de observar
que muchas
veces el apellido ilustre o hidalgo de los señores blancos fue absorb
ido por
el nombre indígena y hasta por el africano 103 de las propiedades
rurales,
como si la tierra re-creara los apellidos de los propietarios a su
imagen y se-
mejanza. Fue así que, en Pernambuco, una rama de la antigu
a familia Ca-
valcanti de Albuquerque se cambió en Suassuna y que recien
temente una
rama de la familia Carneiro Leao se transformó en Cedro. Suassu
na y Ce-
dro, nombres de ingenio en los que se extinguieron los europe
os e ilustres
de las familias propietarias. 10~
En seguida de la Independencia recorrió todo el Brasil un tremen
do fu-
ror nativista, haciendo que muchos señores cambiasen los apellid
os de fami-
lia portuguesa por los nombres indígenas de las propiedades,
a veces con-
firmados por títulos de nobleza concedidos por el Imperio. Mucho
s indivi-
duos de origen europeo y otros de procedencia africana quedar
on con apelli-
406
dos indígenas, por lo que a algunos se los supone caboclos y no de origen
predominantemente portugués o africano. Apellidos arrogantemente nativis-
tas: Burity, Murity, Jurema, Jutahy, Araripe. ior, El más tarde vizconde de
Jequitinhonha transformó en Francisco Ge Acayaba Montezuma el nombre
porwguesísimo de Francisco Gómes Brandao. Brasileños menos indianistas
en sus tendencias, pero no menos nativistas -algunos hasta regionalis tas-,
intercalaror:: en sus nombres un "Brasileño", un "Pernambucano", un "Pa-
raense", un "Maranhao" enfáticos, anunciándoles el origen brasileño o parti-
cularizándoles el regional. Tal el caso del viejo José Antonio Gonr;alvcs de
Mello, que puso a un hijo el nombre de Cicerón Brasileño y a otro el de
Ulises Pernambucano, nombres que se han conservado en la familia, aun
en la tercera o cuarta generación. Otro patriarca de la misma familia, de la
rama ligada a los Fonseca Galvao, cambió su nombre legítimamente portu-
gués por Carapeba, y con ese nombre horrible de Carapeba se les murió he-
roicamente un hijo en la Guerra del Paraguay. Este último, además, recibió
del padre, quizá masón de los rancios, el nombre, ¿ puedésele llamar cristia-
no?, de Voltaire. Voltaire Carapeba.
Muchos fueron los nombres de ingenio que se encastraron en los nom-
bres y a veces en los apellidos de los dueños. De ahí los Joaquín de Labrin-
ha, los Sinhozinho (Souza Leao) de Almecega; los Orico do Vena (Eurico
Chaves do Venus); los Sebastián (Vanderley) del Rosario; los Serafín (Pe-
ssóa de Mello) de Matary; los Pedrinhos ( Paranhos Ferreira) de Japaran-
duba; los Zezinhos (Pereira Lima) de Brejo; los Pinheiro de Itapessoca; los
Coelho Castanho, de Massaranduba; los Vieira, de Calugy; los Pedro (Van-
derley) de Bom Tom; los Lulú (Pessoa de Mello) de Maré.
En lo que respecta a los nombres de pila, parece ser que hubo poca di-
ferencia por mucho tiempo entre los blancos y los negros, sacados todos del
almanaque. 'º6 Nombres de santos, predominando el de Juan, que libraba
con ese nombre a la casa del niño de que el diablo lo viniera a buscar a la
puerta, y si eran los de Antonio, Pedro y José, nombres de santos poden1-
sos que impedían que el séptimo hijo de la familia se hiciera lobizón. Aun
sin haber habido diferenciación ostensiva, se puede considerar a cierto!>
nombres como característicamente de negros: Benedicto, Benito, Cosme, Da-
mián, Romano, Esperanza, Felicitas, Lucía.
Nos queda por destacar un rasgo importante <le infiltración de culturn
negra en la economía y en la vida doméstica del brasileño: la cocina. El ~s-
clavo africano dominó la cocina colonial, enriqueciéndola con una colección
de sabores nuevos. "Al pasar de la áspera cocina del caboclo a la laudable
cocina del ma7.0mbo --escribe Lus Edmundo -, veremos que ella no era
más que una asimilación de la del reinkola, sujeta sólo a las contingencias
ambientes". 101 Palabras injustas en que se olvida, como siempre, la in-
fluencia del negro sobre la vida y la cultura del brasileño.
En el régimen dietético brasileño, la contribución africana se afirmó
principalmente con la introducción del aceite de dendé y de la pimienta ma-
407
lagueta, tan característicos de la cocina bahiana; por la . introducción
del
quimbombo; por el más frecuente uso de la banana; por la gran varieda
d
de los modos de preparar la gallina y el pescado. Varias comidas portugu
e-
sas o indígenas fueron modificadas en el Brasil por la condimentación
o por
la técnica culinaria del negro; algunos de los pbtos m:ís característicos
bra-
sileños son de técnica africana; la faro/a, el quibcbe, el vatapá.
Dentro de la extrema especialización de los esclavos en el servicio de
las
casas-grandes, siempre se reservaron dos individuos, y a veces tres, para
los
trabajos de cocina. Ordinariamente, grandes negras, otras veces negros
inca-
paces de trabajos fuertes, pero sin rival en la confección de manjares
y dul-
ces. Negros siempre afeminados, usando algunos hasta camisón escotad
o con
puntillas debajo de la ropa de hombre, adornado con cintas color
rosa, y
colgados del cuello dijes de mujer. Fueron éstos los grandes maestro
s de la
cocina colonial y continúan siéndolo de la cocina brasileña moderna.
Si bien es cierto que ec, Río de Janeiro algunos hidalgos reinícolas man-
tuvieron por mucho tkmpo a cocineros traídos de Lisboa, en las
cocinas
típicamente brasileñas -la de los ingenios y fa-zendas, la de las grandes
fa-
milias patriarcales ligadas al suelo-- , quien preparó los guisos y los
dul-
ces desde el siglo XVI fue el esclavo o la esclava africana. -"Los
señores
de épocas remotas -nos dice Manuel Querino en su estudio sobre
A Arte
Culinaria na Bahía - muchas veces, en instantes de regocijo, otorgab
an car-
ta de manumisión a los esclavizados que les saciaban la intemperancia
de la
gula con una diversidad de platos delicados, a cual más selecto, eso
cuando
no prefería contemplarlos o dar expansión a los sentimientos de filantro
pía
en algunas de las cláusulas del testamento ... Era común en las comida
s de
la burguesía l!n brindis acompañado de cánticos, en honor de la cociner
a,
que era invitada a comparecer a la sala del festín y a asistir al homena
je
de los convidados". 108
Varios son los alimentos pura o predominantemente africanos en uso
en
el Brasil. En el norte especialmente: en Bahía, en Pernambuco, en
Mara-
ñón. Manuel Querino anotó los de Bahía; 100 Nina Rodrigues los
de Ma-
rañón; 110 hemos intentado lo mismo con relación a los de Pernambuco. 111
De esos tres núcleos de alimentación afro-brasileña, por cierto es Bahía
el más importante. Desarrollóse allí la dulcería de calle, como en ningun
a
ciudad brasileña, entablándose una verdadera guerra civil entre los
bocadi-
llos de tabuleiro * y los postres hechos en casa. Aquél, el de las
negras
libertas, algunas de ellas tan buenas dulceras que conseguían amasar
fortu-
nas vendiendo bollos. Es verdad que señoras de casas-grandes y abadesa
s
de convento se dieron algunas veces al mismo comercio de dulces y
manja-
res; las monjas aceptando pedidos, hasta para el exterior, de dulces
secos,
pastillas de goma, rosquillas, caramelos y otras golosinas. Meser Vilhena
ha-
• Amplia bandeja de madera con rebordes, en la que la aegra
venta los dulces y bocadillos que confecciona en su casa.- N. del babiana ofrece a la
T.
408
bla de esos dulces y de esos platos delicados, -manja res hechos en casa y
vendidos por las calles en testas de negras pero en provecho de las señora s-
mocot6, vatapá, mingau, pamonha, c4ngica, acassá, acarajá, avará, arroz de
coco, feiiáo de coco, angú, pño-de-ló de arroz, páo-de-ló de maíz, trozos
de
caña, queimador, esto es, rehogad os, etcétera . "Comid as aburrida s", las lla-
ma Vilhena, "y lo que más escandaliza es un agua sucia hecha con mid y
ciertas misturas a la que llaman el aloá, que hace las veces de limonada para
los negros". 112 Nostalgia de peninsular. Añoranzas del jugo de caña.
Pero el legítimo dulce o manjar de tabuleiro fue el de las negras libertas.
El de las negras dulceras. Dulce hecho o preparado por ellas. Por ellas mis-
mas y adornados con flores de papel azul y encarnado. Y recortado en forma
de corazones, de caballitos,· de pájaros, de peces, de gallinas, a veces con
s. 118 Servido en hoja
reminiscencias de viejos cultos fálicos o totémico
fresca de banano. Y sobre bandejas enormes, casi litúrgicas, de interior fo.
rrado con manteles blancos como los frontales de altar. Se tornaron célebres
las "maes Benta", y aún hoy ·se venden en Garanhuns, en el interior de
Pernambuco, las broas de las negras do Castainho. Todo dulce de negra.
De esas bandejas de negras dulceras, unas recorrían las calles, otras te-
nían su puesto fijo, la esquina de algún edificio grande o un atrio de iglesia,
bajo árboles coposos. Allí las bandejas descansaban sobre caballetes de ma-
dera en X. La negra al lado, sentada en un banquito.
Por esos atrios o esquinas, también estuvieron antaño, gordas, místicas,
las negras con braserillos, preparando allí mismo pescado frito, mungunzá,
maíz asado, rosetas de maíz, grude, manué; y en San Pablo, que a fines del
siglo XVIII se hizo la gran patria del café, las negras de brasero se dieron
a vender la bebida de su color a "diez reís el pocillo acompañado de tajadas
del infaltable cuz-cuz de pescado, de páozinho co::ddo, de maní, de rosetas
de maíz, de bollitos de maíz o de mandioca, "purva" , de empanadas de pi-
quíra o lambary, de quitunga (maní tostado y pisado con aji cumbari), de
,
pé-de-moleque con fariña de mandioca y maní de Ífá tostado, de quentáo
de chonche y de golosinas semejantes venidas en línea recta de las cocinas
africanas y de la indígena". 114 Las bandejas, de noche, eran alumbradas
casi litúrgicamente con pabilos de cera negra o bien con candilejas de hoja-
lata o con faroles chinescos.
De aquellas negras de bollo y de hornillo se ve hoy alguna que otra en
Bahía, en Rio o en Recife. Van raleando. Pero aún sobreviven rasgos de la
antigua rivalidad entre sus dulces más coloridamente africanos y los de las
casas de familia. En la preparación de varios manjares, ellas ganan de lejos:
acassá, acara¡é, aluá. En nuestra opini6n, en la confección del mismísimo
arroz con leche, tradicionalmente portugués, no hay ninguno como el de la
calle, chirle, vendido por las negras en tazas grandes donde el goloso puede
sorberlo sin necesidad de cuchara. Así como no hay tapioca mojada como
la de tabulciro, vendida al modo africano, en hoja de banano. Sólo conoce-
409
mos una excepción, la preparada por una ilustre dama pernambucana de la
familia Andrade Lima. m
En la preparación del acassá y de otros manjares africanos, lo ortodoxo
consiste en usar la piedra de rallar, también africana, que se incorporó victo-
riosamente a la técnica de la cocina afro-brasileña; la cuchara de madera; y
luego de listo, servirlo sobre suave cama de hoja de banano, o crema, o bollo.
La piedra de rallar mide cincuenta centímetros de largo por veintitrés de
ancho, teniendo cerca de diez centímetros de grosor: 116 tritura fácilmen-
te el maíz, los porotos, el arroz, etcétera. En la piedra de rallar se prepara el
acassá: después de remojar el maíz con agua en una vasija limpia hasta que
se ablande, se le ralla, se le pasa por el cedazo y se le refina. Cuando co-
mienza a adherirse al fondo de la vasija, se escurre el agua, se pone la masa
en el fuego con otra agua, hasta que esté cocinado a punto. No bien se
pone en el fuego la masa, se lo agita con cuchara de madera, y con la misma
cuchara se van retirando después pequeñas porciones que se envuelven en
hojas de banano.
El arroz de haussá es otro plato afro-babiano que se prepara revolviendo
con cuchara de madera el arroz que se cuece en agua sin sal. Se mezcla des-
pués con un mojo en que entran pimienta malagueta, cebolla y camarones,
todo rallado en la piedra. El mojo se pone en el fuego con aceite de cheiro
y un pocQ de agua. Bien africano es también el acarajé, plato que es uno de
los regalos de la cocina babiana. Se hace con poroto tarpe rallado en la pie-
dra. Como condimento lleva cebolla y sal. La masa es calentada en cacerola
de barro en la que se echa un poco de aceite de cheiro. Con el acaraié se
come un mojo preparado con pimienta malagueta seca, cebolla y camarones,
todos molidos en la piedra, fritos en aceite de dendé.
Pero los dos platos de origen africano que mayor éxito obtuvieron en
la mesa patriarcal brasileña fueron el carurú y el vatapá, confeccionados
con íntima y especial maestría en Bahía. Se prepara el carurú con quiabo u
hojas de caapebaí, taioba, oió, que se dejan en el fuego en poca agua. Se
escurre después el agua, se exprime la masa, que nuevamente se pone en la
vasija con cebolla, sal, camarones, malagueta seca, todo rallado en la piedra
de rallar y untado con aceite de cheiro. Se agrega a esto la garupa u otro
pescado asado. El mismo procedimiento del efo * en que fue perita la
gran negra Eva, descubierta en Bahía por el poeta Manuel Bandeíra. Mu-
rió esa buena Eva tres años hará, en el año fatídico de 1930, en que tam-
bién murió, en Pernambuco, el cocinero José Pedro, negro felata, hijo de
madre africana, sobrino de brujo y tal vez el mayor especialista de su tiem-
po en platos de maíz y de leche de coco: mungunzá, cuz-cuz, pamonha, can-
gica, bollos de maíz. Fue cocinero de los Baltar, en Po,;o da Panella; de los
Santos Días; de los Pessóa de Queiroz; de los Pessoa de Mello; y última-
• Especie de guisado de camarooes y hierbas, condimentado con aceite
pimiemo .- N. lkJ T. dendé y
410
mente de 1a casa del Carrapicho, de unos solterones, hoy dispersos. La ma•
dre Eva, según nos dicen, era también gran experta en la preparación de
xin-xin: una gallina preparada con camarones secos, cebolla, semillas de za-
pallo y aceite dendé. 117
La gallina, además, figura en v..1rias ceremonias religiosas y tisanas afro-
disíacas de los africanos en el Brasil. Ya lo había notado Dampier en el si-
glo XVI, refiriéndose en particular a una parrilla llamada "Macker", cuyo
113 Algunos platos
calor servía para la preparación de filtros amorosos.
afro-brasileños conservan reminiscencias de rel\gioso o litúrgico en su pre-
paración. Y para su confección con todos los perendengues, se importaron
de Africa durante mucho tiempo, además del aceite de cheiro o de dendé,
exquisitos condimentos: el bere;ecum, el ieré, el urú, el ataré. Se refiere
Manuel Querino a unos bocadi11os de arroz hechos en aceite de cheira o en
miel de abeja, que los negros musulmanes de Bahía tenían por costumbre
comer en ceremonias religiosas. 119
Algunos de los platos que conocimos en el sur de los Estados Unidos,
en casa del doctor E. C. Adams, en Carolina del Sur, de la viuda Simkins,
de Clint Graydon, y en Charleston, se aproximan a los de la cocina afro-bra-
sileña. Verdadera casa de ingenio del norte del Brasil, llena de mulecas,
muleques y negros viejos, la del tal doctor Adams, médico y folklorista, au-
tor de estudios muy interesantes sobre los negros de las Carolinas y dueño
de la mejor cocina de los alrededores de Columbia. También en Nueva Or-
leans saboreamos dulces y manjares en los cuales se percibe el sabor franco
de Africa y que recuerdan los de Bahía y los de Pernambuco. Principalmente
los platos de gallina cocida con arroz y quiabo.
La cocina brasileña en que predomina la influencia africana ha tenido
críticos severos y hasta detractores a un tiempo con entusiastas y apologis-
121 Sígaud,
tas del valor de Pereira Barreto 120 y de Juan Casper Branner.
que fue quizá el primero que se ocupó con criterio científico de la alimenta•
ción brasileña, consideró a la cocina bahiana, por consiguiente, a la caracte-
rísticamente afro-brasileña, "la veritable cuisine nationalc", destacando el
matapá (sic), al que estimó una clase de Kari. El lujo de la mesa brasileña,
de la mesa de las casas-grandes en los días de fiesta, pues Sigaud recalca
que ce luxe . .. ne se déploíe qu'a l'occasion des fétes nationales ou de fa•
mille, lo impresionó agradablemente. Principalmente el lujo de la sobreme-
sa, de los dulces y de las golosinas de azúcar, estas últimas de origen más
pernambucano que babiano. Berthelemot, dice Sigaud, quedaría pasmado
"de todo lo que el ingenio humano pue<le extraer del coco, del maní, del
zapote y de las palmeras ... ". Y este ingenio fue más de la esclava africana
que de las señoras blancas. Refiérese asimismo Sigaud a la fruta del pan co-
cido, a ciertos cactos, de sabor dulce, también cocidos, como a otras tantas
delicias de la sobremesa brasileña. Sí esas golosinas todas escapaban a la
atención de los viajeros extranjeros, que abandonaban el Brasil hablando mal
411
de la comida, es que muchos de ellos sólo conocieron la alimentación de las
tabernas y de las pésimas posadas. Habían dejado al país con una idea dife-
rente de su arte culinario, si hubiesen disfrutado de la hospitalidad de una
casa-grande de ingenio o de fa::.cnda. Si hubiesen probado los manjares de
una buena cocinera negra de familia patriarcal. Produzcan su testimonio
Mawc, Spix, Martius, Saint Hilairc, Koster. Solamente Sigaud sabía ha-
blar bien Je la comida brasileña, que además observaba que iba siendo sen-
siblemente modificada, desde principios del siglo XIX, por la influencia in-
glesa, en lo que se refiere al mayor consumo del té, del vino y de la cerveza.
Modificada también por la importancia del hielo en 1834, traído por primera
vez al Brasil en una nave norteamericana, el Madagascar. 1 ~2 Grandes be-
bedores de agua, quizá por la preponderancia del azúcar y de la condimenta-
ción africana de su comida, los brasileños disfrutaron inmensamente con la
introducción del hielo en el pr.fs. Arrancan de ahí los deliciosos sorbetes
de frutas tropicales, deliciosos para el olfato y para el gusto, tan apreciados
por Max Radiguet, 12~ que debe haber sido un gourmet de primer orden.
Otros críticos ha tenido la cocina afro-brasileña, mucho menos simpati•
zantes que el científico francés. Ya hemos visto la impresión de disgusto
que le dejó la comida colonial a Vilhena. Disgusto, por así decirlo, estético.
Otros la criticaron ferozmente desde el punto de vista higiénico. A Antonio
José de Souza, el uso inmoderado de condimentos, "tales como el aceite de
dendé, la malagueta y principalmente los brcdos (carurús, quíbcbes)" le pa-
reció la causa de diversas enfermedades generalizadas entre amos y esclavos
en el Brasil, ya que todos abusaban de esos "afrodisíacos del paladar".
"Tal género de alimentos forzosamente contribuía a las indigestiones, dia-
rreas, disenterías, hemorroides y todas las enfermedades de las vías digesti-
vas". 12¼ En 1850, José Luciano Pereira Junior, al ocuparse del régimen
de las clases adineradas, destacaba con gran satisfacción el hecho de que la
"cocina brasileña", representada hoy por la de Bahía y Pernambuco", fuera
siendo "poco a poco modificada''. La alimentación "íntegram ente excitante
de otros tiempos ha sido cambiada por otra más simple bajo la influencia
de la cocina extranjera"_ Ya no eran tan comunes la fei¡oadas. Escasos eran
los guisados en los que ''apenas aparecen hoy --escribe radiante de tanto
progreso culinario en el sentido de la desafricanización de 1a mesa brasile-
ña- el ají y otros condimentos excitantes". "Et uso inmoderado de las gra-
sas que formaban parte de los guisos de antaño, ha sido refrenado y en
muchas casas sustituido por la manteca francesa". En vez del aluá, del jarabe
de tamarisco, del jugo de la caña, el té a la inglesa, y en lugar de la fariña,
del pirón, o del quibebe, la papa llamada inglesa. Agregándose a todo eso
el refinamiento del hielo "que mucho condice con el ardor de nuestro cli-
ma". 1~~ Manteca francesa, papa inglesa, té a la inglesa, hielo, todo eso
obró en el sentido de la desafricanización de la mesa brasileña, que hasta los
primeros años de la Independencia se encontraba bajo la mayor influencia
de Africa y de las frutas indígenas.
412
El pan fue otra novedad del siglo XIX. En vez de pan, lo que se usó
en los tiempos coloniales fue el beyú de tapioca en el almuerzo y en la co-
mida, la forofa, el pirón escaldado o la masa de harina de mandioca hecha en
el caldo de pescado o de carne. El poroto era de uso cotidiano. Frecuentes,
como ya dijimos, las feí;oadas con charque, cabeza de cerdo, chorizo, mucho
condimento afrícano; y más frecuentemente de lo que durante el siglo XIX,
las verduras y los vegetales todos, tan característicos de la alimentación afri-
cana. Es con la europeización de la mesa que el brasileño se convirtió en un
abstemio de vegetales y guedó avergonzado de su sobremesa mái caracte-
rística: la miel o el melado con fariña, la cangica sazonada con azúcar y
manteca. Unicamente se salvó el dulce con queso. Es que a partir de la In-
dependencia, los libros franceses de recetas de cocina y de buen tono em-
pezaron su obra de zapa en la verdadera cocina brasileña, y el prestigio de
las negras africanas de horno y fogón comenzó a sufrir considerablemente
la influencia europea.
No negamos que la influencia africana sobre la alimentación del brasi-
leño necesitase restricciones o correctivos en su exageración de adobos y de
condimentos. Principalmente en el caso de las clases más pobres, que alimen-
tándose dcficientemente, ni aun por eso dejaban de abusar de los adobos
más picantes y de servirse de ruines pescados salados.
Un observador de principios del siglo XIX se refiere a: "Sobremesas
condimentadas con todas esas sustancias excesivamente excitantes, y con ese
pernicioso aceite de la Costa de Africa tan usado por nuestra población po-
bre, que de un lado halla una alimentación insuficiente en su cantidad, y de
otro en su calidad". 1 ~6 Además de deficiente, nuestra alimentación --es-
cribió medio siglo más tarde Sampaio Vianna, otro crítico de la cocina bra-
sileña en general y de la afro-babiana en particular- aún se resiente del ají
y de las sustancias oleosas que entran especialmente en las decantadas mu-
quecas, carurús, vatapás, y por el estilo, resquicios de la acción funesta de
los africanos introducidos al país por nuestros colonizadores". La cocina
afro-babiana le pareció a Santos Souza no sólo insuficiente sino también per•
judicial. Porque siendo "insuficiente se necesita gran cantidad de alimento
para una ración, trayendo como resultado la dilatación del estómago y sus
consecuencias". Perjudicial, además, por el "abuso del ají, cuya causticidad
es superior a la de la mostaza, originando las gastritis y gastroenteritis, tan
frecuentes entre nosotros"; por el abuso "del aceite de palma y demás con-
dimentos que aportan _más tarde perturbaciones al hígado, debidas a la su-
perexcitación de bilis y por la acción irritante de tales condimentos''. Y más
por el uso, si no es también abuso, de las "comidas excesivamente cocidas
que, conteniendo gran cantidad de bases cálcicas y xánticas (fuentes de
ácido úrico, según Fawcl), son causas principales de las manifestaciones ar-
tríticf!s tan frecuentes en nuestro medio". 127
413
Eduardo de Maga!hacs, en su estudio Hygiene de Alimenta~ao, hace res-
tricciones tan severas como las de Santos Souza a la cocina afro-babiana: "la
dispepsia, la úlcera del estómago, las enfermedades del hígado, los desórde-
nes intestinales, las dolencias de los riñones, el síncope cardíaco, el aneu-
risma, la apoplejía y otros más constituyen el epílogo de tanto abuso y de
tanta sensualidad". Aplica al Brasil las palabras de Rasforil: "la indigestión
de los ricos venga el hambre de los pobres". Podía haber agregado que los
esclavos, preparando para la mesa de los amos blancos, carnes y pescados
sobrecargados de ají y de condimentos, se alimentaban mejor en sus sen-
zalas, manteniendo en el Brasil la saludable predilección africana por los
vegetales. En cuanto a lo que se refiere al régimen de los blancos, vegetales
y legumbres llegaron casi a desaparecer. "Existen muchos entre nosotros
que durante toda su vida nunca comieron ensalada ni un plato de verdu-
ras cocidas, ciñéndose a la sola carne y al pan y a la fariña", 128 hada no-
tar Magalhaes en 1908. Veremos, en un ensayo próximo, que en el régimen
dietético de los esclavos negros 120 los vegetales tuvieron parte principal,
fueron de uso cotidiano. Constituye una de las características de la cocina
ortodoxamente afro-brasileña el hacer acompañar de verduras, de quiabos,
col taioba, maní, sus manjares de pescado, de carne y de gallina.
En cuanto a la pimienta, tan característica de los vatapás y carurús afro-
bahianos, ha tenido defensores aun entre los extranjeros. El príncipe Maxi-
miliano la consideró "excellente pour la digestion"; Burton, "excellent sto-
machic". Burton, además, fue un voluptuoso de la cocina brasileña: el tutú
de feijao minero lo encantó y lo proclama un plato higiénico, combinando
carbono y nitrógeno, aunque indigesto cuando es comido diariamente. 130
No nos parece justo acusar a la negra repostera, cocinera o criada de
mesa, de sucia o negligente en la preparación de la comida o en la higiene
doméstica. Una bandeja de bollos de una negra repostera llega a brillar de
limpieza, de blancura de manteles. La cocina de la casa-grande brasileña de
los tiempos coloniales no fue por cierto ningún modelo de higiene. Mawe,
Luccock, Mathison, se refieren todos con asco a la suciedad de las cocinas
que conocieron, menos, sin embargo, por culpa de las esclavas negras que
de los amos blancos. Esa falta de limpieza en las cocinas no es sólo de las
casas pobres, sino de las casas-grandes.
Se impusieron al esclavo negro los trabajos más inmundos en la higiene
doméstica y pública de los tiempos coloniales. Uno de ellos, el de cargar so-
bre la cabeza, desde las casas hasta las playas, las barricas de excrementos,
vulgarmente conocidas como tigres. Barricas que en las casas-grandes de las
ciudades permanecían largos días dentro de casa, debajo de la escalera o en
otro rincón, acumulando materias. Fueron esas y otras funciones casi tan
viles desempeñadas por el esclavo africano con una pasividad animal. Mien-
tras tanto, no fue con el negro que se introdujo al Brasil el piojo, rú la
mao de coi;ar, 131 ni la chinche doméstica. Y es de presumir que el esclavo
africano, principalmente el de origen mahometano, experimentase muchas
414
veces verdadera repugnancia por los hábitos menos aseados de los amos
blancos. 132
No puede acusarse de sucios y de propagadores de inmundicias a los ne-
gros que, manumitidos, acabaron en barberos, dentistas, fabricantes de es-
cobas de piassaba, importadores de jabón de la Costa; otros en lavadores de
panamás; las negras en dulceras, prolijas en la limpieza de sus bandejas, o
en lavanderas igualmente aseadas. Profesiones cuyo desempeño, con evi-
dentes preocupaciones de higiene, los redime en parte de la mancha infa-
mante de cargadores de tigre. Es verdad que algunos negros barberos tenían
un carozo de macahyba común para que los dientes blancos se lo pusieran
en la boca e hiciesen d carrillo saliente y fácil de afeitar. Pero se metía el
carozo dentro de la boca quien fuese un marrano. El cliente limpio se limi-
taba a inflar Ja boca con aire en el momento en que el africano le pedía:
¡Yoyó, fazé buchichim-' 133
Fue además el negro quien animó la vida doméstica del brasileño con su
alegría más grande. El portugués, melancólico de por sí, se hizo en el
Brasil sombrío, tristón; y del indígena, ¡ni que hablar!, callado, desconfiado,
casi un enfermo en su tristeza: su contacto no hizo más que acentuar la melan-
colía portuguesa. La risa del negro es la que quebrantó toda esa "apagada y
vil tristeza" en que se fue achatando la vida en las casas-grandes. Ella es la
que proporcionó alegría a los sanjuanes de ingenio, que animó a los bumba-
meu-boi, los caballos marinos, los carnavales, las fiestas de reyes. Que a la
sombra tolerante de la Iglesia inundó con reminiscencias alegres de sus
cultos totémicos y fálicos a las fiestas populares del Brasil; en la víspera de
Reyes y más tarde, en carnaval, coronando a sus reyes y a sus reínas; ha-
ciendo salir debajo de palios redondos y de estandartes místicos, entre lu-
ces casi de procesión, sus comparsas protegidas por animales -águilas, pa-
vos reales, elefantes, peces, perros, ovejas, avestruces- , cada comparsa
con su animal hecho de latón y llevado al frente triunfalmente: cantando y
bailando los negros, exuberantes, expansivos. Aún en el carnaval del año
1933, en la Plaza Once, en Río de Janeiro, tuvimos ocasión de admirar a
esas comparsas totémicas de negros, y en los carnavales de Pernambuco es•
tamos cansados de verlas cuando se exhiben, felices, contentas, bailando tras
de sus estandartes, algunos riquísimos, bordados en oro, con emblemas de
vaga reminiscencia sindicalista mezclándose a los totémicos: la pala dorada
del club de las Pás, la escoba de los Vassourinhas, el plumero de los Vas-
culhadores, el perro del Cachorro do homen do miudo, etc.
En los ingenios, tanto en las plantaciones como en las casas, en las pile-
tas de lavar, en las cocinas, lavando ropas, secando platos, haciendo dulce,
moliendo café; en las ciudades, cargando bolsas de azúcar, pianos, sofás de
jacarandá de yoyós blancos; los negros trabajaron siempre cantando. Sus
cantos de trabajo, tanto como los de xangó, los de fiesta, los de acunar niños
pequeñitos, llenan de alegría africana la vida brasileña.
134
A veces con un
415
poco de banzo, * pero principalmente de alegría. No se cargaban antaño
los pianos sin que los negros cantasen:
Los remilgados son los que hallaron fea esa costumbre, que acabó sien-
do objeto de medidas de severa represión por parte de los administradores
y las cámaras municipales. •
María Graham alcanzó todavía los tiempos en que los señores de las
casas-grandes ordenaban a los negros que cantasen sus cantares africanos
cuando llegaba al ingenio cualquier visita. m Cantos de labor. Cantos re-
ligiosos. Quizá de los mismos que aún cantan en sus días de fiesta, medio
escondidos de la policía, en Pernambuco, los negros de la secta africana de
Anselmo:
Todos:
Colé marnó ócunmanjó marnó, ocólangé
Ogunnh ó!. ! . !
E' cum dó dó, E' cum gé gé. 1 :iG
Y todos:
Odixarobó, panilé, olé.
Pero no fue toda la alegría la vida de los negros, esclavos de los yoy6s
y de las yayás blancas. Hubo los que se suicidaron comiendo tierra, ahor-
cándose, envenenándose con yuyos o brebajes de los mandíngueros. El banzo
acabó con muchos. El banzo, la saudade del Africa. Hubo los que de tan
416
banzeiros se volvieron atontaJos, idiotas. No murieron, pero quedaron su-
friendo. Y sin hallar placer en la vida normal, entregándose a excesos de
alcohol y de excitantes. Enfermedades africanas los siguieron hasta el
Brasil, devastándolos en las senzalas. 137 La bouba o piño entre otras.
Y contagiándose a veces a los blancos de las casas-grandes. El Africa tam-
bién tomó venganza de los malos tratos recibidos de Europa. Pero no fueron
pocas las pestes de blancos que los negros domésticos adquirían, y las que
se apoderaron de ellos a consecuencia de la mala higiene en el transporte de
Africa para América o de las nuevas condiciones de habitación y de trabajo
forzado. Trabajo forzado que en las ciudades fue casi siempre "en des-
proporción con la nutrición", nos dice Jobin, quien en 1835 anotó las si-
guientes enfermedades predominantes entre los trabajadores y los esclavos
domésticos de Río de Janeiro: sífilis, hipertrofia del corazón, reumatismo,
bronquitis, afecciones de las vías respiratorias, neumonías, pleuritis, peri-
carditis, irritaciones e inflamaciones encefálicas, tétano, hepatitis, erisi-
pelas, ordinariamente en los miembros ínferiores y en el escroto y de ahí
determinando hipertrofia y degeneración fibro-grasa del tejido celular subcu-
táneo, extravasaciones en las diversas cavidades sonoras, raras veces en las
articulaciones y frecuentemente en el abdomen, en la pleura, en el peri-
cardio, en la serosa testicular, en los lóbulos cerebrales determinando pa-
rálisis; y aun tubérculo-pulmonares, fiebres intermitentes, opilación. "Los
vermes y particularmente la tenia y las ascárides lumbricoides abundan
mucho", agrega Jobim. 138
417
NOTAS
1 Alp. Rendu, Elude, Topogr11phique1, médiet1le1 et agronumiq ues sur le Brésil, cit.
2 Fletcher e IGlder, B,,..,,;J and the B,11zili11ns, cit.
a Luccock, Note1, cir., pág. 71.
• Luccock, Notes, cit., pág. 71, " [ .. ) 110 ray of scienc,: has pe11etrared here", dice
el observador inglés.
G Carias Régias, doc. 881, his, secció11 de manuscrims de la Bib1
ioceca Nacional,
Rio de Janeiro.
6 Luís Edmundo, O Rio dt Janeiro no tempo do, Vi&e-Reis, cit.
7 "Entre los privilegios nc-gados a la gente- de color se encontraba
el sacerdocio;
por ese motivo las familias de abolengo más respetable ponían gran empeño en tener
entre sus miembros padres o religiosos, era una prueba de pureza de sangre [ ..
}".
(Pandiá Calógeras, Pormaráo históric11 do Brasil, cit.). Parece que el exclusivismo se roro•
pió después de fundada la Diócesis de Mariana bajo Dom Joáo. Cita Capismmo de Abreu,
en sus C11pí111lo1 de Hisiória Colonial, un documenco en que se acusa al gobcernador
aquel Obispado, Oliveira Gondim, de haber ordenado en menos de tres años a ciento de
u11 prece11dientes y haberles dispensado su mu!atismo o ilegitimidad. Es curioso obser-
var que Minas Gcrais parece haber tomado siempre la delantera en los movimientos
democratización social en el Brasil, contra los prejuicios de blancura y legitimidad. de
s Walsh, No#ces of B,,a;J, cit., II, pág. 56.
9 J. F. Lisboa transcribe el decreto pombalino en Jon111l de Timon.
Del mism.o
decreto existe copia de la époce. en la sec;ción de manusccitos del Instituto Arqueológi
Pernambucano, donde primero Jo leímos. E.s una lástima que sea te.n poco conocido. co
10 Gtado por Alfredo de Calvalho, Frater e pala11-ra1 - P-roblemas
históricos e
etimológico ,, Recife, 1906.
11 Artur Orlando, en respuesta a la investigación de Joáo do
Rio para !a Gazeta
de Noticias, publicada dcspuéi en el libro O momento lite-r,írio.
12 Vilhena, Carlas, cit., I, pág. 47.
13 Vilhena, C11rtas, cit., 1, pág. 4 7.
U En 1871, en la .Aca<lemia Imperial de Medicina de Río de Janeiro,
su miem•
bro titulac, Luís Correia de Azevedo, decía que "el palt6 de paño negro y el descomuna
e incoherente sombrero airo de las corres de Europa vinieron a su rurno a aumentar l
temperatura de esta zona, ya casi tórrida en sí" ( Anail b-r11Sitie111es de Medi,i11a, tomo la
XXII, abril de 1872, Nº 11) .
1~ Padre Lopes Gama, O Carapuceiro, cit.
16 Colégio de Nossa Senhora do Bom Consclho, Eilatulos, Recife,
1859.
17 Tesis presentada y sostenida el día 12 de diciembre de 1855
ame la Facultad
de Medicina de Río de Janeiro, Río, 1855.
18 Tesis presentada para ser sostenida en noviembre de 1869
ante la Facultad de
Medidna de Bahía, Bahía, 1869.
19 Ioforme del Padre Cepeca, cit. poc Luis Edmundo, O Río dt
Janeiro no tempo
dos Vice-Rei1, cit.
418
f>Ovo Espirito-
20 Padre Anrunes de Sequeira, Esboro histórico dos ,ostumes do
Santense desde os tempos coloniale s até nos sos dias, Rio de Janeiro, 1893.
21 Padre Aorunes de Scqueira, Bsboro, cit. por
22 Recomendamos algunos al lector más flemático; Compéndio de Aritmélica,
mocidade, por Alexan-
Candido Batista de Oliveira, Rio de Janeiro, 1832; Bduc,v;Jor da gerais de conduu, por
dre J. Mela Morais, B:ihia, 1852; Guia de leitura e mJximas Li,oes elemen1ares de
Amonio Alves Branco Moniz Barrero, Rio de Janeiro, 1854;cuanco a los siglos XVI
Arismésica, por "Hum Brasileiro", Rio de Janeiro, 1825. En
y XVII, Alcautara Machado encontró, en cestaroentos
paulistas, referencias a los si-
guientes t,abajos didáctico s: Epítome Hiscoria l, Flora Histórico , Pros6dia, Tratado Práti-
ca, Carrilha Pastoral, Repercór io, Scgredos da Naturale za (Vida e morte
co de Aritméti
do bandeirante, Sao Paulo, 1930).
23 J. I. Roquene , Código do Bom-Tom, París, 1845.
24 Es ve,dad que ya a comienzos del siglo XIX Joaquim Jerónim o Serpa, en su
pedagogia de un tal
Traiado de ed11ca,áo física-moral dos meninos, adaptación de la padres vestir a sus
Mr. Gardien, y publicado ei:i Pc:rnambuco en 1828, aconseja a allosmismo tiempo el uso
hijos de: "colores que se aproximen más al blanco", condenando cabeza con navaja". Uso
entre ciertos padres, temerosos de los piojos, de "rasparles la de los maestros y de
que tal vez no sería del todo malo. Insurgiendo contra el sadismo las nalgas, "práctica per-
los padres, Serpa condena severame nte el uso de palizas en
que se pueda pro-
niciosa", propia para fomenrar . "cosrumbres funescas: la irritación después que la impre-
vocar sobre esa parce st comunic aría a las zonas de la generaci ón
a debilitar se". De manera que cal vez fuesen mejores los supli-
sión de dolor comience tusas de maíz durante
cios de que nos habla el Padre Scquei.ra : el niño arrodilla do entre
varias palmator ias pedagógi cas y doméstic as, como la de piel de
dos, tres, cuatro horas; En Minas Ge-
tiburón, la de jacarandá y la más grande, para los valenron es, de graman.
a un pañuelo en su
rais dicen que ci.:110 Padre de Cara~a, el Padre Antunes, "amarrab "Hiscória da Idade
brazo para tener más fuerza al agarrar la p:.!macoria'' (Era Nigra, la disciplina parriar-
Média", Rev. Arq. Púb. Min., año XII, 1907). La pedagogía, como o, en gran parte, de
cal en el Brasil, se apoyó en una base norablemence sadisca. Resultad es sobre venci-
las condiciones de su inicio, una pedagogía y una disciplina de vencedor Hay que hacer un
dos, de conquistadores sobre conquistados, de señores sobre esclavos. el niño, en el Brasil,
estudio sobre las diversas formas de suplicio a que esruvo sujeto vara de marmelo, a
en su casa y en el colegio, las diversas especies de palmatorias de el pellizco, la cache-
veces con alfiler en la punta, la liana, el gajo de árbol de guayaba, el coscorrón, la pal-
tada, el halón de orcj:l.S, el pellizco simple, el pellizco de padre, patriarcal.
mada. El niño fue víctima, casi tanto como el esclavo, del sadismo , en casos que en
2 5 Todavía hoy el uso en portugués de "o senhor", "a senhora"
y también el de
orros idiomas serían d~ segunda y no de tercera persona del sesingular, pueda atribuir a la he-
"vossa senhoría", y d abuso de "vossa excelenc ia", cal vez
l csclavisra que dominó la vida brasileña después de haber
rencia del régimen patriarca capas de la sociedad
dominado la portuguesa. Miss Betharn-Edwards observó en cierras de la tercera persona
francesa, cuya vida íncima procuró estudiar, la persistencia del usu a sus pacrones, superio-
del singular por parre de niños y subordinados con respectoancíen regime and caste",
res, etc. Traramiento del que se sorprc:ndió, "survival o( the
Home Life in Fran,e, Londres, 1913.
Entre nosotros las supervivencias de esa naturaleza son numerosassenhora" y mucho más fuer-
, "o senhor
res. Concrasrando con el tratamiento arcaíco de "o senhor",ia"aal uso de "por favor",
doucor", ''o coronel", se observa hoy en Brasil gran resistenc de los males de
"por obsequio", cte. Con mucha razón anotó Tobías Montciro: "Viene los que nos sirven, a
la esclavitud nuestra falta de refinamiento cuando hablarnos aagradecemos nada, como
quienes nunca pedimos las cosas por favor y a quienes nunca 1971).
se hace en ere los pueblos cultos" ( Fun&ioná,-ios e dou:o,-es, Río, los revoluciona-
Sousa Bandeira recogió de la tradición lo siguiente: que habiendo fue i nrerpdad o así
rios de 1817 adoptado el traramie nto de "vós", uno de los próceres
onario negro. A lo que el hidalgo pernamb ucano respondi ó, indignado,
por un correligi Señor Coronel,
que sólo admitía ese tratamie nto de sus iguales. "Para ti seré siempre
Rio, 1920).
Vuc:stra Señoría" (J. C. Sousa Bandcira, Evocacoes e outros escritos,
26 Afonso E. de Taunay, en su Sob el-Rei Nosso
Senhor, cit., registra varios modos
hermano y herma-
de tratamiento característicos de las relaciones entre marido y mujer, en carca: "Seohor Ca-
na, etc., bajo el régimen pacriarcal. Una hermana a su hermano,
419
pitao" y al final: "De V.mee irma. no amor e :serva"
a su primo hermano Diogo de Toledo Lata: "Saudo . Del Padre José de Almeida Lara
21 Tiraní a que llegab1 al extremo de
so primo e rouiro seu negro".
interna
El marido quedaba a su gusto, pasando a vivir r muchachas casadas eo los conventos.
delmann, Hi1t6rit1 do Brt1sil, erad., cit.). En la con "Corre
la amante de su predilección (Haa.
que se encuentra en la Biblioteca del Estado de Pernamspondencia da Corte", manuscrito
ese sentido, despachados por las 11.utoridades del reino. buco, constan algunos pedidos en
28 Afonso de E. Tauoay, Sob el-Reí Nouo
Senhor , cit.
2~ Domingos do Loreto Couto, "Dcsag
ravos do
( tfnales de L:, Biblio tetit Nation at Je Rio de Janeiro Brasil e gl6rias de Pernambuco"
30 loreto Couto, De1t1grit1JOJ Jo Bra1il,
, vol. XXlV ).
ele., cit., parte II, pág. 123.
31 loreto Couro, De1t1gravos do Brasil,
cit., parte 11, libro VI, capíro.!o V.
:i2 Pyrard de Lava!, cit., págs. 2 ll-212
.
as Corea!, cit., pág. 192.
3f Dice Fréúer , refiriéndose a las mujere
qu'a peine leur permectent ils d'allo,r a la Mess~s les coloniales; "Les port\lgais sont si jaloux
malgres toutes leurs precaucions, elles sont presq,, jours de Fices & Dimanches; neanmoi~
de trompcr la vigilance des perez & des matis, s-expo e toutes Jibertines & trouvent le moyen
qui les rnent impunément, dés qu'ils découvrent sant a la cruauté de ces derniers
frequens, qu'on comptoit depuis un an, plus de trente kurs intrigues. Ces excmples sont si
[ .. ]". Relation du 110:,age de lt, Mer du S11d femmes égorgécs par leurs maris
pendan/ Jes Annes 1712, 1713 et 1714, pág. 275,aux Cote, du ChiJy el du Péro11 /t1#
París, 1716.
35 John Mawe, cit.
30 John Mawc, Journal of a Voyage
to New South Wale1, pág. 52-53, Londres,
1790.
37 Maria Graham, Jo11rn11( cit. pág. 225.
El hecho, referido por Mrs. Graham, de
una señora de la alta sociedad de Río de Janeiro
de sus dos hijitas, parece ser el mismo del cual , asesinada cuando estaba en compañía
uno de los capítulos de su libro As am,mtes se ocupó el profesor Assis Cintra en
Graha m dice que se atribuyó el crimen a celosdodeImperador, Rio de Janeir o, 19:H. Mrs.
de la víctima, o al hecho de que ella se encontraraotra señora apasionada por el marido
cretos políticos. Según Assis Gncra , el crimen en conocimiento de importantes se-
a pedido de la reina Doña Carlota Joaquina, que habría sido practicado por un muh.to
fue en realidad una desviada, capaz
de todos los excesos. Doña Carlota estaría enamo
cieno Fernando Carneiro Leao, hombre muy elegan rada del marido de la pobre señora,
al mismo Don .Joáo VI. No fueron raros los asesina te, y la victima se habría quejado
alta clase practicados por negros o mulatos a pedidoros de señores y señoras blancas de
38 A Alexandcr Caldde ugh la inmoralidad
de sus dueños.
XIX no le pareció mayor que la de París, Londre de Río de Janeiro a comienzos del siglo
observing and without wishing to extenuare any s o Berlín : "I shall condu de with
mixed narure of the inhabicants, che numbcr of thing. that taking into account the
populaiion, no greater quanticy of vice exists here foreigners,. and the mulatt o and black
París or Berlio" (T-ravels in South Ame,íca, cit.). than in the European cicles of London,
39 Padre Manuel da Nóbrega, Carw,
.
cit., págs. 119, 120 y 121.
40 Dampier, cit.
•
H Según el Padre Cardim , que
escribió: " [.
no se puedc contar; tiene st-St'nta y seis ingenios . ) la fertilidad de los cañaverales
población. Se labran en algunos años doscientas y cada uno de ellos es una buena
puedrn agotar las cañas que en un año se rumbamil arrobas de azúcar y los ingenios no
las pueden vencer, por lo que muelec caña de tres n para ser molidas, y por esa causa no
vienen a Pernambuco cuarenta navíos, no pueden a CUlltro años, y aunqu e cada año
llevarse todo el azúcar ( .. )" (T,11-
raJo, cito, pág. 334).
~2 Diálogos das grandezas do Brasil,
cit., pág. :;2.
43 Cardim, Tratado, cit., pág. 329.
Véase también Pero de Magalháes Gandavo,
História da P1ovíncit1 de Sant11 Cruz, ele., cit.
4 4 El Sr. Rodolf
o García, en nota Nº I al
cit., dic., que cuando la escuadra de Lonck aparec "Diálo go Terceiro" de los Di,ílogos
pitanías de Pernambuco, ltarnaracá, Paraíba y Ríoió ante Recife, se contaban en las Ca-
121 cscaban en Pernambuco. Fray Manue l Calado Grande, 166 ingenios, de los cuales
1648, nos da interesantes informaciones sobre , en su O Valeroso lucideno, Lisboa,
Pernambuco ames de la ocup11ci6n holandesa. Eld estado económico y la vida moral de
azúcar producido por los ingenios pet•
420
de
nambucanos debe haber sido de calidad superior para ser dispurado por los pilocos
los navíos, que hadan muchos "mimos y regalos a los señores de ingenio y labradores
para que les diesen sus cajas coo azúcar [ .. ]". El azúcar era transportado en según grandes
el
cajas de madera que comenían veinte arrobas cada una. Eran esas cajas las que, En
padre, colgadas, en la punca de la vara de los ministros de justicia, "las doblaban".
medio de 1amaña prosperidad las "usuras, lucros y ganancias ilícitas eraa cosa común", ientos
habiendo en !a cierra muchos cristianos nuevos. Comunes eran los amancebam
públicos [ .. ) ladrones, robos [ .. ] las peleas, heridos, muertos ( .. ) los esrupros
o adulterios ( .. ]". El "dinero hacía suspender los castigos [ .. ]".
4¡¡ "Sin tales esclavos no es posible hacer nada en el Brasil: sin
ellos los ingenios
no pueden moler, ni las tierras ser cultivadas, por lo que necesariamente debe haber
esclavos en el Brasil, y de ningún modo pu~den ser dispensa.dos. Si alguien se quatro siente
agraviado por esto, será un escrúpulo inútil'". Breve discurso sobre o estado da1
capiranias &onquistadas, cit.
48 Burtoo (The Highlands o/ the Brasil, cir.) notó en el "angloame
ricano.., así
como en el "iberobrasi leño", la .. belleza, pequeñez y delicadeza de los pies y las manos,
delicadeza a veces exagerada, degenerand o en afeminamie nto"', en contras ce con las ma.
nos y pies grandes de ingleses y pocruguese s. Lo que acribuye vagamente a influencias
locales idénticas. Creemos que es, sobre todo, resultado de las causas sociales.
47 ImbeH, Manu11t do fazendeiro, cit. La impresión de que los órganos sexuales
muy desarrollados de los hombres indican superior capacidad procreadora rigió también per•
los casamientos aristocráticos. Un descendiente de un opu!enco señor de ingenio11lgún
nambucano de mediados del siglo XIX nos informa que su bisabuelo, cuando
joven se candidateaba como esposo de alguna de sus hijas, enviaba a alguien de su con•
fianza a sorprenderlo en un baño de río, a fin de wrificar si tenía las supuestas señales
Je un buen procreador. El criterio de ev11luación, sin ser científico, era sociológicamente
significativo.
fB Thomas Lindley, Narrative of ·a Voyage to Brasil [
.. ) with General Sketches
of the
nf lhe CounJry, its N11tural Prod11ction1, Colonial lnhabitan.ts a1Ul d De1crip1ion debe
City and Provinces of St. Salt•ador and Porto Seguro, Londres, 1805, pág. 35. Se
observar que "buscar piojos·· era muchas veces simbó'ico, no habiendo piojo que buscar.
Se trataba de un simple o más bien complejo, acco de rascarse, cuyo esrudio psicológico
hizo admirablemence el profesor Roger Bascide en su ensayo A f)sicologia do CdfunJ,
Curitiba-Sáo Paulo-Río, 1941.
Resumiendo sus impresiones de la vida en Pernambuco a comienzos del siglo XIX
o
Luís do Rcgo Barreto escribió: "( . , ] los esclavos hacen todo. Quien posee aldosmás
tres de estos ences desgraciados se pasa la vida echado en una hamaca entregado Campo
v('rgonzo descuido" ( Memória justi/icali1·a sobre a conducta Jo Marechal de
P1e,i.
Luiz do Rego Barreta durante o tempo em q11e /oi Governador de Pernambuco e nariio
dente da Junta Constitucior.al do Governo d11 mesma provinr:ia offerecida a
portugue,a. lisboa, 1822, pág. 12).
•19 Duarce de Albuqucrque Coclho, Memorias di4'1ias de
la Guerrd del BraJil,
Madrid, 1654.
60 Francis Trollope, Domestic manners of the America111, Londres,
1832. Véase
tambi~n Jolin Bernar<l, Retrospection o/ America 1797-1811, New York, 1887; Americ11, Williarn
Faux, Memort1hle D11ys in A11,eri&a, Londres, 1823; Anthony Trollope, North
Londres, 1862.
" 1 Adofphc d'Assier, destacando la desenvoltura de costJmbres
en el Brasil en
tiempos de la esclavitud, dice que los brasileños eran los primeros en confesarla cette aui-
buyc:ndola a la acción del clima. También los viajeros, notó d"Assier, "repecent
excuse". El no: "11 serait peur-écre plus e¡cacr de cherchcr dans l'esdavage la principale
cause de la vie licenciecu; de J"Américain" (se refiere principalmente al brasileño). Léase
de <:se excelenre observador, que aquí estuvo a mediados del siglo XIX, su Le Brésiln
contemporain: Races - Moeurs • lnstitution , - Paysage, Paris, 1867. Para comparació
de
de la vida rural en los Estados Unidos durante sus días de patriarcalismo esclavista J. F.
culdvo de tierras, véase lsaiah Bowman, The Pioneer F,inge, New York, 1931;Freyre,
Normano, Brazil: a S1udy of Eco11omic T,·pes, Chap,:l Hill, 1932; y Gilberro
and
Brazil: an Inte,pretatíon, New York, 1945, especialmente el capítulo "Froncicr
P'.antation in Braúl". Sobr(' la esclavitud considerada como sistema industrialLaoHaya, eco-
nómico, véase la obra clásica de H. J. Nieboer Slavery aJ an Indu11rial System, to 1860,
1910. También L. C. Gray, Hi11or,· of Agncult1Jre ·in So!hern United S1ates
421
Washin gton, 1933; C. O. Branncn, Re/(1/Í(m o/ Land Tenure
1vi1h De,,elopments since 1920, Fayctcevi!le, 1928; Gaetano tu Pla11t,t1ion Organizatioi,
trad., New York, 1939. Mosca, The Ruling Cl(IH,
r. 2 Urbain Souchu de Renneforr, Histoire des JndeJ OrientaleJ,
53 Es probabl París, 1688.
e que se exagere a veces d lujo nonlestino de los siglos XVI
Aquellas casas con cerraduras de oro de que habla Fray Manuel y XVII.
y sólo los más ricos ostentarían lechos finos. No deben haber sido rara.~,
se debe confundir fa. vida pernambu-
cana de los siglos XVI y XVII con la de Sao Paulo, vida
de
cetismo mobiliario y de una rusticidad de Ut('nsilios casi una simplicidad, de un as-
franciscana. Muchos de los
colonos de Pernambuco fueron hombres de origen europeo
de inscalación más fuertes que los de S:io Vicente. Y mayoresmás elevado y de capitales
mayor rendimiento en la agricultura de la caña y la fábricaaquí que en el sur los de
recorrió de norte a sur el Brasil del síglo XVI, nos dtjó bien de a?Úcar. Cardim, que
más fausto en Pernambuco que en d sur. Afonso de E. Taunay clara la distinción: mucho
losales los rendimientos del azúcar'", permitiendo "en Bahía n:íicre que "fueron co-
buco", gran importación y uso de objetos de lujo como y sobre todo en Pernam-
sedas, terciopelos, vi nos finos
(Sáo Paulo noJ primeiros anoJ, cit). Y del siglo XVII
sacamos entre otras opiniones
la de los capuchinos iralianos Fray Migud Angtlo de Gattína
ceza, rescatados por el mismo Taunay. Fueron dos misioneros y Fray Dionísio de Pian-
el Brasil camino al Congo. Al cntrar en el puerto de Rccife que en 1667 esruvitr on en
observaron ochenta navío~
en carga y descarga. Bajllron y asiscicron a la fiesta de
excelente música de arpas, clarints y violin('s. De las casas Corpus Christi. Mucha genre,
das", de un ingenio de azúcar que visitaron les quedó la decían: "ricamente adorna-
trabajo de los negros empuja ndo en grupos la enorme ruedatriste impresión del doloroso
paso que sus manos o brazos fueran cogidos por el molino. motora y arriesgando a cada
Pero la impresión domi-
nante fue la de la riQueza de los pernambucanos. Riqueza
negros. los altos precios pagados por una misa y por un basada en el trabajo de los
puchinos. (Afonso E. de Taunay, Non Ducor Duco, cit.). sermón admirar on a los ca-
la sim!)licidad del mobiliario de que se: tiene noticia adornó El Sr. Lúcio Costa destaca
la~ !)rimeras casa~-gcandcs
del Brasil: "además del pequeño oratorio con el sanro de
confianza, camas, sillas, tabu-
retes, mesas y arcas. Arcas y baúles para tener donde
bi liário luso-brasileño", ReviJla do servico do l'atrimómecerlo todo". ( "Evoluciío do mo-
,.io histórico e artístico Nacio•1al,
Rio, N9 3, 1939, págs. 150-15 1). Véase tamhién Ciado
br:isileiro dos tempos coloniais". en la r<,vista Es1udos hra1ileir Ribeiro de Lcssa, "Mobiliário
página 5. oJ, Río, N9 r,, 19.,9,
li 4 ..La moliese des habitan ts de San Salvado
r & la peore des rues, que est forc roide;
leur fait regarder J'usage de marchcr comme une chose indigne
dan une espece dc !ir de coton ;i raiseau, suspcndu :, une d'eux. lis se font porrc:c
deux Negres portent sur leurs épauks. Ce lir csr couvert perche longe & épaisse, que
des ridcaux vens, rouges ou hleus f .. )". Palabras ca~i d'une imperiale d'ou pcndcm
isua'cs a las de Frézier: "Les
gens riches ( .. ] auroient home de se servir des jambes
de la Mer du Sud aux Cotes du Chi{y et d,, Pérou, etc., [ .. ]". (Relation du 11oyage
pág. 272).
"Je n'ai víi de lieu --agreg a Corea l- ou le Chrisdanisme
qu'cn cette ville, soit par la rkhesse & la multirude des parut avec plus d'éclat
Gentilhommcs, des Damcs & d,s courtisanncs & _généralemcnt Eglises, de Couvens & de
la Baie. On n'y marche point saos un Rosaire a la manin, Jl·s tous h:s citoicns de
un
Antoine sur J'estomac. On esr cxacc a s'agenouiller au son chapek t au col & un saint
rues: mais em mcme remps on a la pr~caulion de ne pointde l' Angelus au milicu des
poignard dans le sein, un pistollct dans la poche & une sorrir de chez soi sans un
gauche ( .. }". El excesivo número de personas confesándose épée des plus longucs au coté
relación con el excesivo número de pecados: "la confess le pareció a Corea[ tener
doute /J. cause de la mulrirudc des p<'-chés ( .. } ". (Voyage ion y cst fort commune, sans
de F,anrois Cor(!al, cit.).
55 Gilbert Farquha r Mathison, Naffati ve of a Visii
lo Brazil, Chile, Peru and the
Sandwich Island1 Durfog the Years 1821 and 1822, LondrC$
, 1825.
5 6 Paare Anrunes de Sequ!·ira, Esbofo hiJtóric
o, ele., cit.
57 Costumbre todavía hoy observaaa en cicrtos puntos
niño, vio ese rico practicado por p<:rsona bastante vieja de del Brasil. El autor, cuando
58 Padre Anrunes
la familia.
de Sequeira, EsbOfO histórico, etc., cit.
9
6 Padre Anruncs de Sequeira, Esbo,·o hiJtórü
o, etc., cit.
422
60 Manuscrito en el archivo del Capitán Mayor Manuel Tomé de Jesús,
eo el Jn.
genio Noruega, Pernambuco. Parte del manuscrito se encuentra ilegible, muy comido
por la traza.
6 1 En las palabras de Luís Cedco: ··casa-grande {. . ) enorme,
convenrua!, sola-
riega, con reminiscencias en la mole pesada de la construcción de algo de El Escorial. místico
Una cruz eoorme plantada en el patio [ .. ] sombreando el paisaje con un tono de julio de
y taciturno" C'O Dr. Gcrüncio de Noruega"', Di.írio de Pern11mb11co, 26
1925}.
G2 Manuscrito encontrado en el archivo del Capitán Mayor
Manuel Tomé de Jesús,
en el Ingenio Noruega, Pernamb_uco.
6~ El ilustre orador sagrado del siglo XIX, Padre Maestro Lino
de Monte Carme-
una
lo Luna, al bendecir el ingenio Macauacu, el 4 de nc,viembre de 1868, pronunció
alocución que fue muy aplaudida y publicada luego en folleto, hoy rarísimo: A benriio
do engenho Ma(Ullfll, Recife, 1869. Y el elogio del Sr. del ingenio patriarcal. "'Es siem- de
pre bella y apreciable la reunión .familiar compuesta de madrc, del esposo, de hijos, el
hermanos", comenzó diciendo el Padre Maestro Lino. Pero al mismo tiempo hizo"un
elogfo de la máquina; del progreso industrial representado en el momento por
sistema de servicio adoptado en la casa de la molienda de este Ingenio, esto es, lale faci- sale
lidad con que un simple carro sobre rieles de hierro recoge todo el bagazo que
de la molienda y con el impulso de un frágil brazo corre al Jugar competente para deposi-
rarlo"'. El nuevo sisrema significaba gran economía de esclavos. Regulaba por esa época
el número de esclavos al servicio de un buen ingenio en cien o doscientos. Ya en el
XVJ, Cardim observaba que en los ingenios de Bahía se precisaban, como mí-
siglo de
nimo, sesenta esclavos: "pero los más de ellos lienen cien o doscientos entre esclavos
Guinea y nativos" !Tratado, cit.). El Padre Luna hacía el elogio de dos cosas irrecon-
ciliables: la familia patciarcal y la máquina.
• 61 Cardim, Tratado, cit., pág. 329.
r.r, Introd11c,ío a bin,;iio do engenho Mafal'41u, cit., archivo de familia.
66 Transcrito por Antonio José Vitoriano Borges da Fonseca,
Nobilurqu ia per-
nambu&ana, 17 77, cit.
67 Alcantara Machado, Vida e morte doJ Bandeirantes, cit. El libro del profesor
Alcántara Machado es un e:,.celente escudio de los inventarios procesados en Sao Paulo
de 1578 a 1700.
68 Testamenro del Capitán Mayor Manuel Tomé de Jesús. Manuscrito
en el archivo
s
del Ingenio Noruega. Interesados en este punto, examinamos numerosos testamenro ión
en registros de Recifc e lpojuca. Confirman lo que aqu( se denomina la "'glorificac
del vientre generador".
09 Principalmente en el registro de Ipojuca, municipio donde se
concentran muchos
Sousa Leio. También en Minas Gerais, en los inventarios y testamentos de los eltiempos gusm
coloniales recogidos en el Archivo Público en Belo Horizonte, que tuvimos del
de examinar con el auxilio de Luis Camilo de Olivcira, esclarecido investigador
pasado de Minas Gerais.
10 Di1c11rJo inaugural que na Jeuiio p¡;b/ka da i,walaciio da
Sociedade de Medi&ina
do R.io de ]tmeiro ,ecitou José M,mins da üur Jobim, Rio de Janeiro,Río 1830. Ya en
1808 Manuel Vieira da Silva, en sus Reflexóes {)dra melhor<1r o clim• do Je ],meiro,
destacaba la necesidad de prohibir la sepultura en las iglesias. También en 1812 José J.,,
Corrcia Pican,;o, en la monografía EnJaio sobre os pe,;goJ daJ sepulturdJ dentro con-
cidades e seos co11Jomos. Sólo en 1838 el OSdigo Municipal do Rio de Janeiro
signó la prohibición absoluta de entierros "'dentro de las iglesias, o en las sacrisc!as,
claustros de los conventos", ere. (Ant6nio Marcias de Azevedo Pímencel, S11bJídios para
o e11udo da higiene do Rio de ]aneiro, Rio de Janeiro, 1890}. En otros puntos de vista
la práctica antihigiénica continuó todavía por largos años.
71 Thomas Ewbank, Lije in Brazil, or " Joumal of II Visir lo
the Ltlnd of Cocoa
an-d the PaJm, New York, 1856.
7 :! "las catacumbas del Carmen, Sáo Pedro, Sao Francisco de Paula, así como
también orcas iglesias, infestan !os lugares circunvecinos por las emanaciones los que se
filcran a través de las paredes. Las que escapan a las cacacumbas del último de refe-
a
ridos ttmp!os son sensibles al olfato de quien transita por la calle de Cano, próxima de
los fondos de I a Jglcsia" ( Rela1ório da Com mi1iio de 111/ubridade ge,-a/ da Sociedade de
Medicin" do Río de Janeiro 10bre a1 &au1111 de infeeráo da at11101phera d,s Corle, Rio
Janeiro, 1832). A propósito, véase también Walsh, No:i&eJ o/ Brtn.il, cit.
423
73 ''Y acostumbraban ( muchos señore
s)
meneos, encomendarse antes de ser dados a la hacerse admi niscrar los últimos sacra.
tierra y sufragar después por su alma".
( Perdigáo Malheiros, op. di.).
74 Creados por la Misericordia los primer
herejes, la situación mejoró. Pero eran cemenos cementerios para negros, indigentes y
Misericordia en la Corte informa un documentoterios inmundos. Del cementerio de la
dos en los montes''. siendo "mal cubiercos de de 1832 que los cadáveres eran "tira-
de tierra que les lanzan". Hadan exhumacionestierra antes
y codavla peor apisonadas las capas
vía unidos por ligamencos y glándulas, y la pucrefa de tiempo: "los huesos salen coda•
como lodo de las palas" (Relatorio da Comm iuao cción de los otros tejidos blandos sale
de Salubridades Ger11l, cit.).
75 loreto Couco, Des11gra1101 do Brtnil,
etc., cit., págs. 182 y 183.
1ft Kosrer, Travelr, cit., págs. 425-426.
11 Manuscrico del Archivo de la Catedr
al de Olinda, cit.
18 Pastoral de Dom Fray José Fialho
, "fecha
Recife { .. } a los 16 dias del mes de agosto de da en esta villa de S. Antonio do
Catedral de Olinda, cit. 1738". Manu~crito en el archivo de la
19 Colección del Diario de Pern11mbuco.
La fase 182~-1880 es una de las má5 intere-
santes para el estudio de los anuncios de negros huidos
80 Escribe La Barbinais de los !usó-b
y de la compra-venta de esclavos.
rasileñ
en courses de Trabeaux, Comédies, en Sérmons,os:en"lb dépensent le revenu d'une anoéc
faim le reste de l'année. Si on ótoit aux Porrug ornemens d'Eglise & ils m('urent de
devicndroienr richs" (Le Gencil de la Barbinais,ais leurs Saints & Ieurs maitresses, ils
par M. Le Gentil enrichi de pluJieurJ p/aii, vues NouveaM voyage au tour Ju monde
& PMJJ du Pérou, Chily, Brésil & de la Chine.
& perJpec:iveJ der prindpaleJ vil/es
81 Relation du voyage áe la Mer du
Amsrerdam, 1728) .
Sud aux cótes du Chily et du Pérou, fait
pendant les annéer 1712, 1713 el 1714 f .. }
pa, M. Frézier, lngenier ordinaire dtJ
Roy, París, 1715, pág. 275.
82 Rélt1tion d'un voyage fait en 1695,
1696
de Magellan, Bréril, Cayenne & les I1les Anlille1 et 1697 a,;x Cótes d'Af,iq ue, Détroit
commandée p11r Monrieu, de Gennes, faite par Jepar une escaáre der V aitseaux du Roy
1700. Sobre Rc:dfe escribe Pierre Moreau que, durant Sieur de Froger. . . pág. 142, Paris,
ciudad tropical, a mediados del siglo XVII, fue e el tiempo que perman('dó en esta
en vogue .. ". Duran te el dominio holandés Jugar donde: "tous les vices y estoint
"faisoint commerce non seulement des enfans esclavc dice Morcau que cristianos y judfos
vcni r abuser en leurs maisons mais eneo re de ceux s qu'ils permeuoiant ame negres de
propre sang avec les negrines lesquelles dcbauc que avoint esté engendrez de leur
vendoint & acheptoint, comme l'on fait ici avec hoint & tenoienr comme concubines,
que todos, y no solamente: los portugueses, súbdito les veaux & les moutons". Agregando
vida lasciva y escandalosa: Juifs, Chrestiens, Portug s del reino o criollos, llevaban aquí
Alemands, Negres, Brésiliens, Tapoyos, Molates, ois, Hollandois, Anglois, Fran,;ois,
mesle, sans parlcr des incestes & pccht'z contre nature Mammelus & Crioles habitoint peslt'•
coinvaiocus furent executez a morr". (Histoire des pour lesquels ¡,lusieurs Porrugois
hollandois et les por1ugoi1, pág. 211, París, 1651 dernierJ troubles ¿,. Brésil e"tre lei
).
sa Dom Pray José Fialho, manuscrito cir.
s~ La Barbina.is, cit. Conviene desracar que a veces
la puerta de las casas y las personas de esas los mnos eran abandonados a
subv('nciones otorgadas por las Cámaras Municcasas se encargaban de criarlos mediante
nada a la puerta de la casa del cirujano mayoripales. Manue
Tal es el caso de la niña abando-
1782 (manuscrito del archivo de la Cámara Munic l da Costa Bacelar, de $abará, en
de manuscritos del Archivo Público Minei ro). ipal de Sabará, 1782, en la colecci6n
s~ La Caille, cit. E. Froger, a prop6sito de Río
"d'une autre Sodome" (Relaeion du Voyage cit., pág. en el siglo XVllI , ya hablaba
75).
86 Maria Graha m, Journal, cit., pág.
111.
a su Santidad el obispo de Pernambuco, DomVéase también lo que dice en su informe
Frey Luís de Sanca Teresa, refiriéndose
al esca.do del clero en el siglo XVIII (Canónigo
!itisliu de Pernambuco, Recife, 1922) . El informeJosé do Carmo :Barata, Histó,ia P.cle-
de Dom Frey Luis de Sanca Teresa,
del cual se conserva copia en el archivo de la Catedr
santísimo. al de Olinda, y documento intere-
81 Richard Burron, insospechable de parcial
en general, los exrranjeros exageraban en sus crítica idad a favor de la Islesia, observa que,
they are grossly and unworthy abuscd by foreigners,s a los padres brasileños ( "As a rule
specially huy English catholics, who
424
rlCly dt-vared in poinr o[ education
as a rule are Ulrrarnonranes"). Burcon <:ncontró "sufficic osos y hospitalarios. Se recuerda
abovc their flokcs··. Y además de eso, liberale s bondad
clero brasileño: "]'ai eu occasion
qu= de la misma opinió n era Liais, quien escrit>i,í dd endablcs sous tous ks rappons··.
~ Olinda , surtouc, de voir souvcm des pretres tres rccomm
( Richard Burton, The Hi11hl,mds o/ the Brazil. cit.).
><,; Richard Burcon noró d h<:cho de
c¡ut· 1os parroquianos hil"icran poco caso d.::
la circuns tancia de que los vicarios rnvic,a n mujer o "casera". "El clima -escri be él-
no es favorab le a la castida d; !a raza, ~spt-cia 'mentc: cuando csrá cruzada, es material
inflamable; y la tempra na influen cia de los e~clavo s, por palabras y acciones, no conduce
al decoro. Casi no preciso decir que el celibato del cirro es cuestión de disciplina [ .. )".
"Por oua parte -agreg a con prejuic ios de liberal a la manera del siglo XIX, pero al
exacco de las necesid ades brasi!c :ñas-, la dignidad superior
mismo d~mpo con el sentido sea voluncaria, es una idea que
del asccctismo, de la virgini dad c-stéri 1, sea forzada ,
común , especia lmcnce en un país nuevo, donde la
repugna a la razón y al sentido más que compensados por los
poligamia se justifica moralmente, sirndo les maks
Brazil. etc.).
beneficios·• (Richard Burton, The Hi~hlandr o{ thc
89 Alexander Caldcleugh conoció en Minas
Gcrais a un vicio padre, Antonio
Freíras, cuya domést ica resultó ser una b::lla mujer, de lindos ojos negros. (Caldclcugh,
Años después , Burcon escuvo en !a casa-gr ande que fue del Padre Freitas:
Travels, cit.). sino que acos1umbraba venir a
allí supo que el alma del padre no solame nte salía,
en el armario . Un antiguo esclavo del padre, Pedro, con la caben
abastecerse de comida para el espíritu de su señor,
de dejar carne en la mesa
ya toda blanca, renía el cuidado ddicias terrena les. Gardne r enconu ó
que daba muestras de no haberse saciado de las
stttnta a ochenta años, que era un pauiarc a completo,
en Ct'ará un vicario, hombre de Provinc ia y Senado r dd
fue prcsíck nte de
con seis hijos. Uno de éstos. también padre. diez hijos. Y era padre de otros
Imperio. Amancebzdo con una prima, tuvo con ella
abandonados ( Gardner, Tra11els, cit.).
00 Alfredo Ellis Júnior, Rafr, de gigante!,
cit.
01 Alberto de Sousa, Os Andradas, cit., Pedro P. da Fonseca, en
rrabaio in(·dito,
prestad o para su lectura (Fund« ;·,io de Alagoa s - Aponta,nentos his11iricos,
que nos fue fundadores de familias a!ogoa:1as,
biográficos e genealóg;cos. 1886), menciona, entre los el vicario Manuel José Cabra!,
algunos nombres ilustres de padres. Según ese inve5ti gador
tuviero n numero sa descend encia, notándose encre sus hijos
siglo XVIII, fue de los que Joaquim , que dejó también
tres que se ordenaron sacerdotes, uno de ellos el Padre
Ibiapin a, Apósto lo do Nordeste, Paraíba,
descendientes. En el interesante estudio t,m
an lo que desde 1933 s4gerimos
1942, el Sr. Celso Mariz llega a conclusiones que confirm
uno de los fenómenos interesantes
en el presente ensayo, esto es, que "'tener hijos fue do de esa actividad parapatriarcal
de la vida de padres y vicarios del siglo pasado", resultan la "inteligencia", "altos servicios" y
de sacerdotes brasikiios, hombr n notables porpormen oriza: .. Vicarios activos y padres
º'brillo de sus posiciones". El Sr. Celso Mariz nia, (uera de las reprensiom·s
separados poblaban d suelo sin ningún embarazo o ceremo cene, un hijito perdido en
y de la crítica inútil de los masone s. No era
de los obispos s enormes, criarlas dentro de la
el anonimato de los bas,ardos. Era constituir familia de la casa. y unos niños llamándolos
casa, con una mujer que recibía visitas en la sala
s de varios que así se compor taban, no diríamos sin ''-'Pª'º íntimo,
padrinos. Sabemo los prejuic ios sociales, detenidos ambos
pero sin la subleva ción del espíritu católico ni
ble fuerza tradicio nal. Alguno s subiero n a cumbres intelectuales y
anee una. invenci Tomás Pompt u, senadores, Lindolfo
públicas, como los padres Martin iano de Alenca r y
federal. y varios otros [ .. )"'. Pero tambié n humildes vicarios dd
Corrcía, diputad o el Padre Amorim , el Padre Firmino,
interior, capellanes y modest os predica dores, como
Padre Torres, c-1 Padre Benro, el Padre Pinro ( .. ] . El Padre
el Padre Calisto Nóbrega, el nia de ir a la iglesia acompañado
Magalhaes, en Siio Joiio do Cariri, cumplí a la ceremo
ese modo, con perfect a dignida d paterna , sin perder
por sus hijos, los cuales educaba de y educó a sus hijos en una paz
la dignidad religiosa. El vicario Marqués, en Sousa, crió familias del lugar. Dos hicieron
s
consagrada, en· igualdad de condiciones con las mejore en la clínica, el foro y la política.
cursos científicos y alcanzaron destacadas posiciones Silva Mariz, represencame del estado
Uno de ellos fue el bondadoso y popular médico Dr. VI-VII ). Enrre los deKendienres
eo tres legislaturas de la Cámara de la República ( pág.
de padres en el Brasil, no todos tuvieron prole habiend ilegítima, descacándose el caso del
llamad o Pedro Parente Dias Velho, quien, o venido al Brasil en 1554,
jesúita abjurar de los votos monásticos
se convi rcíó en fundad or de una numero sa familia "sin
425
y sin que fuese viudo o separado pues jamás
lo cual no le fue difícil, hidalgo como era sey casó, de
ya que entró mozo a la Orden,
(J. de Almeida Barros, "Os Garcías na Ca.iaponia", aira prosapia, en la luso-patria".
Re11frla do Instituto •Histórico de
Mato Grosso, año XVII, tomo XXIV, 1935, pág. 156).
Almeida Barros, paciente estudioso de historia regiona Según conclusión del Sr. J. de
hija además de la que se casó con Joií.o Raroalho, enemig l, el cacique Tevem ;á poseía otra
Por lo que habrían deliberado los Padres de la Compa o irreductible de los jesuitas.
el prestigio de Ramalho ante el poderoso cacique, hacerñía, en el deseo de deteriorar
"esposa de uno de los hermanos de hábito" y "cuñada de la otra hija de Tevere<á
volvía persona totalmente familiar a la Compañía", pág. de los demás, en 11isra. de que se
los padres habrían conseguido licencia especial de los 158). Para conseguir tal objetivo,
Velho, para su ingreso en el sistema patriarcal luso-am superiores de Pedro Parente Dias
leglcimo. erindio por medio de un casamiento
02 Vilheoa, Cariar, cit., 1, pág. 139.
93 Charles Comte, Traité de Légisfatio11 ou
Exposi1
lt:sq11eles le! Peuple; prosperenl, dépéri;sent ou restent ion des Loi; Génért1les ;ufrmt
Jtlltionnaires, Paris,
114 La opinió
n más generalizada. Mathison la recogió eQ el Brasil.1835.
mulato ) unir a los vicios de una vida salvaje los de Parea ( el
ceados con ningún stock de virtudes características; y la vida civilizada, sin contrabalan-
los hombres por la violencia de sus pasiones, que no gobiern las mujeres son tan notables como
o de moralidad natural". ( Gilbert Farquhar Mathison, a ningún principio religioso
cit.). Sobre la mixigenación propiamente dicha, véaseN,w-raJíve of II Visit lo Brazit, etr;.,
Sobrados e m11c1t1nbos, ticuh,do "Ascensao do Bachar el capítulo del libro del autor,
el e do Mulato".
O~ Le Gentil de La Barbinais, No11veau vo)·age
~6 Joiio Alvan:s e Azeved o Maccdo Júnior,
ª"'º"' d11 Monde, cit.
Dt1 Prostitui(áo 110 Rio de ]t111eiro
e da sua influencia sobre a s11úde pública (tesis sosreni
en la auKUSta presencia de Su Majestad el Emper ador),da el día 6 de diciembre de 1868
cit.
97 Vilhena, Car1111, cit., I, pág. 166.
98 Richard Burton , The Highla11ds of ehe
Br11z:il, cit.
on Anronil, Culeura e opulencia do Br111íl, cir., pág.
93-
10-0 Cartas reales de 1663, 1701, 1704
y 1719,
daban entonces a los esclavos el necesario descanso indican que muchos señores no
ni
mismo; que algunos descuidaban las necesidades espiritu tiempo para trabajar para sí
no bautizar a los pequeños ni mandar a administrar ales de los negros al punto de
moribundos. (Véase Perdiga.o Malheiro, A fücravidao los últimos sacramentos a los
que se referían más al grueso de la esclavitud que a no Br11sil, cit.). Pero es evidente
En 1938, en una de nuesrras conferencias en el semina los esclavos del servicio doméstico.
de Columbia, sobre la historia y la sociología de la rio realizado en la Universidad
hacienda o ingenio grande en el Brasil pacriarcalesclavitud, destacamos que de cada
sacrilegio: ''En la casa de mi Padre hay muchas morada se podía decir, disculpando el
encre la escla11itud, de la cual el seccor aristocráticos". Nos referíamos a la jerarquía
doméstico. Aun entre ésms había nocables diferencias eran los esclavos del servicio
Macedo alude a esa jerarquía cuando escribe que de r1a1u1. El Sr. Sérgio D. T. de
brasileña, de ingenio o hacienda, "había un mundo dencro de la típica casa-grande
mucamas camareras, mulatas bonitas y presumidas que de esclavos", que iba de$de '"las
11asijas de cobre y los altos jarros de agua calien re llevaban a los cuartos las grandes
mañana, hasta los mesoneros que servían la mesa y fría para las abluciones de la
conservar las brasas encendidas para cigarrillos y cabacos y los muleques, cuya misión era
cada cosa tenía su lugar, cada uno su servicio. En la. . En la vida de la hacienda
enorme la aglomeración, cada mujer cenía su función cocina, por ejemplo, donde era
de manjares. A una le conesp ond ía la preparación de bien definida en la preparación
a aquella la de las masas, a aquella ocra la de los peces, a la ocra la de 12 caza,
que en muchas haciendas la preparación del arroz,los platicos delicados. Refiere Taunay
indispensable en las mesas brasileñas,
era asignada a un especialista. A las criollitas les
En el servicio de la hacienda habla funciones de mucha incumbía el aseo de las vasijas.
el llavero, a quien correspondía velar por las llaves importancia. Era import ante
El llavero era también dentista y apJicadoi de ventosa de las diversas dependencias.
precuu or del moderno bibliotecario, era otro hombre s. El escribano de la hacienda,
el jefe de los conductores de animales de carga, respons ímportance, como importante era
sacos de azúcar o café a los puertos de embarque". ( No able por la conducción de los
págs. 57-58) . No olvidemos a las mucamas escogidas lempo d11J 1inhJ11Zinh11r, Rio, 1944,
para damas de compañía de las
426
señoras y de las señoras ¡ovcnes, a la madre-negra, a los pajes, cuyas funcionesEneran la
todavía m.ís importantes y que eran tratlldos casi como personas de la familia. de
jerarquía de la esclavitud brasileña de las grandes haciendas o ingenios, el sl41UI la
esclavo iba desde casi persona de la familia al de casi animal o bicho. De allí
necesidad, punto ya destacado por nosotros en trabajo sobre el rema, que experimenc aban
las
los anunciantes en distinguir, en los avisos de prensa, a las cabras-esclavas de
cabras-anim ales.
101 Perdigao Malheiro, A Escr1t11idáo no Brasil, cit. Conviene
notar que de este
excelente ensayo, obra del siglo pasado, existe una edición reciente. Lo mismo meri:cen así
los excelentes ensayos de F.L.C. Burlamaqui y Abreu e Lima, hace mucho agotados,
como memorias como las de Fernandes Gama sobre Pernambuco y las de •Fray Joao
de Sao José sobre Pará, para sólo hab!ar de ésas.
102 Adolphe d'Assier escribe que en el Brasil encontró a veces
"les plus grands
noms du Portugal porrés par des tropciros [. . )". Y agrega: "L'explication est cependam
des plus simples: tour affrenchi prend ii volonté le nom de son patron, de son parrain
ou de tout aurre protecteur. .. ". (Adolphe d'Assier, op. cit.).
103 Parecen de origen africano los siguientes nombres de ingenios
del Norte:
Qualombo, Malemba, Mamulung a, Inhamá; y lo son con certeza los nombres de Jugares
da
o ingenios: Zumbi, Macangano, Catucá, Cafundó. En Minas, el Sr. Né!son de Sena Bengo,
como africanos o de origen africano numerosos nombres de lugares: Angola,brasílico-
Cabinda, Fubá, Mumbaca, Zungu, etc. ("Toponfm ia geográfica de origem
indígena em Minas Gerais", Rev. lfrq. P,ib. Min., año X, 1924).
10, Los nombres indígenas de ingenios son muchos: Tibiri, Una,
Cacaú, Carendc,
de
etc. Africanos, algunos, como Luango. Sousa Bandeira recuerda casos de nombres do
familia absorbidos por las denominaciones de propiedades: Chico do Caxito, Casusa
Quisenga, loio de Cursaí, Joca de Pindobal (Et,o,11roes, cit.). Véase también la biografía
del Barón de Goiana, por Jo:io Alfredo Correia de Oliveira (Rev. 111st. Arq. Hist. Geog.
Perna., vol. XXVII), donde viene una Jisca de nombres de señores y propiedades.
10.~ Tcodoro Sampaio, O tupi na Geografía Naáonal, cit. Alfredo
de Carvalho,
Frares e pala1•ras, cit.
106 En el siglo XIX comienza a romperse la rradición de los
nombres de santos
indicados por la hojira dtl santo dd día y aparecen los inspirados por la "Historia o).
Profana, la Micología, las novelas y la Geografía". (Padre Gama, O Carapuceir
Los nomhres, en la familia de Félix Cavalcanti de Albuquerquc Melo (libro de asientos,
manuscrito ), reflejan esta tendencia: Dcmócrito, Her~clito, Tales, Licurgo, ·Lisbela,
Ranuzia, etc. Sobre este asumo, véase también Gilberto Freyrc, Br4zil: 4n inlerpre-
talion, cit.
107 luis Ec:lmundo, op. cit.
108 Véase también Richard Bunon, The Highlands of the Brazil,
cit. Burton se
de
refiere a esas salutaciones cantadas dtspués de la cena que deben haber sido una
las notas más intcresanrts y ale-gres de las comidas patriarcales de ames.
109 Manuel Querino, A arte ,ulinJria na Bahi4, cit.
J 10 Nina Rodrigues, O Rcgime alimefll4f do norte do Brasil, Maranhlio,
1881.
1 11 Trabajo leído ame el "Congreso Regionalista do Nordeste", Recife, 1925.
ll 2 Vilhena, Carra,. cit. !, pág. 13 l. Del mé<lico sueco Gustavo
Beyer, quien estuvo
en el Brasil a comienzos del siglo XIX, el profesor Afonso de E. Taunay inform8.s
que se impresionó en viaje por los alrededorc:-s de Siío Paulo con las plantacione escrito:
de caña ( que aún no habían sido substituidas por las de café), habiendo gente de
"Viajando por los alrededores de [tu, es imposible no observar que coda la
la clase baja tiene los dientes incisivos perdidos por el uso constante de la caña de azúcar,
que sin cesar chupa y conserva en la boca en peda7.os de algunas pulgadas.
• Sea en casa o futra de ella, no la larga, y es posible que ésra sea tambi~n la causa
de haber aquí más gente gorda que en otros lugares.
•la clase supc-rior gusta igualmente del dulce, por lo que recibió el apodo de
'miel de tanque·, esco es, el mejor melado producido en la fabricación de azúcar. que
Los mismos bueyes y burros participan de esta inclinación. Se encuentran igual (História
sus conductore s, masticando caña. Es un refresco para codos durante el calor".
11,
do Café no Brasil - No Brasil Coloni11l 1727-1822, Río de Janeiro, 1939, vol.
427
pág. 311). El mc'.-dico sueco se muc:stra más comp!aciencc
con el gusto brasileño por el azúcar o el melado. que el µiaestro pottugu és
•
113 En Porcugal todavía. se acostumbra, en
B,agan~a. en ocasión de casamientos,
hacer dos coctas blancas, una representando los órganos
los femeninos. A !a salida de !a iglesia, el novio alza sexuales masculinos y otra
Entonces los jóvene~ y las jóvenes tratan de quitarles sudecorca, lo mismo que la novia.
porque quien lo consiga se casará en breve. Y en Azurei,la mano la corta simbólica,
venden torras con el nombre de sard,íes. nombre popular pióxim o a Guimaraes, se
masculino. Véase sobre este cerna el trabajo de Emanue dado al órgano genital
amargou" ( Do(aria pnrtugueia, Histórsa, Decora áo, Receilu l Ribeiro ''O Douce nunca
1
En Brasil ya observamos que varias tortas y dulces tomaron Jrío), Coimbra, 1928.
femeninas. De dulces y tortas reunimos algunas recetas el nombre de reminiscencias
de familias del nordeste en
ll cucar, Rio, 1939.
JH Joao Vamprt , "fatos e: frscas na Tradi,a o",
Ret·. fose. Hist. Siio Paulo, Vol. XIII.
lló Dona Angelin a Barros de Andrad e Lima,
Tambié n su hermana, Dona Angelita
Ferraz. La receta es una tradición de familia.
no Manuel Querino, A Arte CuUnária na Bah;a, cit.
Cademo de Xango, 50 receiras da cozinba baiana Jo li1cm1l Véase también Sodré Viana,
Quien está en la obligación de darnos una guía comple e do nordes1e, Bahía, s. fecha.
Sr. Godofr edo Filho, quien la conoce como nadie y es, ta de la cocina babiana es el
genuino y un investigador honesto. al mismo tiempo, un arthta
117 lamenta blemen
te, Bahía no tkn~ un restaurante a
culinarias. Nada que se compare con los afro-franceses Ja altura de sus tradiciones
sustituta de la Madre Eva fue Dona Valéria, en la Calle de Nueva Orleans. Digna
residencias bahianas. mesa y postres se conservan hoy de Assembléia. En algunas
a la altura de las mejores
rradiciones p:miarcales. Recordaremos aquí apenas la del
Filho, quien es capaz de dar banqucc.-s en su r<"sidencia,ilustre bahiano Sr. Godofredo
<:Xi,llcnrc, con delicados manjares dl' origen africano, desrruy a europeos de paladar más
impresión de que les falta delic:idrza a !os platos africano endo en d extranjero la
Madurc·ira de Pinho, hoy residenciada en Río. y las familiass. Fue Jo mismo la familia
Carvalho, de la señora Cosca Pinto y del hoy también resident dd ya fallecido Piinfilo de
e en Río, Luís Viana Filho.
11s Dampie r, op. cit.
t 1~ Manod Qu,•rino. A arte .-ulin.iri fl J., Bahía, t-ic.
:ifro-bnhianos, ad~más de los qu<' ya mencionamos: el Qucrino anora varios platos
i¡,eti, el abari. el aberérn. Y muchos más. eranpatete, el efun-oguede, el
120 l. Pcreira Barreta, "A higiene da mesa", O
fütttdo de Sáo PaM/o, 7 de setiembre
de 1922.
12 1 John Casper Branner , "O que cu faria
se fosse estudante brasileiro nos Estados
Unidos", El est11diante lati110-america110, New York, enero
sabio geólogo norteamericano fue escrito a solicitud nuestra. de 1921. Este artículo del
122 Sigaud, l.e dimat et les 1n<1/adies du Brésil,
cit.
1 ~'{ :\!ax Radiguc
r, Sou,,euirs d,, l',imirj que espag,10/e, cic. Parece, sin
que el ilustre goum,e l no tuvo la ocasión de probar, en embargo,
elegantes de las familias parriarraies con r<·sidencia en algunos de los salones más
la Coree, como la del Barón
ele Parí do Alferes, "señor feudal d<' 7 haciendas en los áureos
fluminense, uno de aquellos "deseos de moza", du!ce cuya ti,;;mpos de la Provincia
D. T. de Macedo {No tempo d,zs smhazinhas, Rio, 1944, receta revela d Sr. Sérgio
dd viejo cuaderno de su antepasada la Baronesa de Sao Diego:pág. 1\1 ), quien la copió
de cri.i:o, 500 gramos de manccquilla, 500 gramos de azúcar, "Kilo y medio de harina
dt· que· c·sré todo bien amasado, hasta t·I punto de estar 1 taza de leche. Después
en formas para llevar al horno c-n band,·jas". listo para extender, cortése
1 ~ 1 Antonio ,losé de
Sousa, Do regime das classes pobres. e dos escraflos, na cidttde
do Rio de ]aneiro ern seus alimentos e 1,ebidas: qt111l a
11 sa,ide, resis presentada a la Faculcad d{'
in/l1tenci11 desse regime Jobre
Medicina de Rio de Janeiro, Rio <le· .Janciro, 1851.
1 ~-·• José
lucia no Per(:ira Júnior, 11.lgurnas conúde,
daJSe< ab,11111das da cidade do Rio de Janefro em seu¡ a¡-,;es sobre. . . o regime dPs
alimentos o bebidas, cit. Tesis
pr{'sencada t'n la Faculu,d de ~kdicin a de Río de Jam·iro,
Río de Janeiro, 1850. Véas<:
tambitn JosC:: María Rodrígues Regadas, Rcgime dar classes
abartadas no Rio de Janeiw
428
cm uus a.'imento1 e beb;das. etc., Tesis presentada en la Facultad d<: Medicin.J de Río
de Janciro, Río de JaneirÓ, )852, y Í'c:rdinand Dénis, Brésil, Colección L'Univers,
París, 1839.
1~6 Azevedo César de Sampaio Viana, Qual a causa da freqü.:n&ia das ascites .,,,
Bahía? Tesis presencada en la Faculc.Jd de Medicina de Bahia, Bahía, 1850.
127 Francisco Antonio Jos Sancos Sousa, Alimentafúo na Dahia-SuaJ Co111eqiiénci,u.
Tesis presentada en la Facultad de .Mroicina de Bahía, Bahía, 1910.
128 Eduardo de Magalhacs, Higiene alim.entar, Rio, 1908. Koswr observó entre
los moradores dd scrtón, la zona rnenos influida por el negco, que casi no se comía
legumbres verdes: "Se ríen de la idt-a de comer ensalada", dice él de los sercanejos
(Trave/1, cit., pág. 154).
1 29 En el ler. Congreso Afro-Brasileño de Recife, novitmbre de 1934, el Dr. Rui
Couci nho presentó un ínceresance escudio sobre- la alimentación del esclavo negro en
d Brasil.
1:iO Burton, The Highland1 o/ the Brazil, cic. También Burcon expresa la opinión
de que la carne es un alimc·nm de mejor digestión en los uópicos que los vegetales.
mi Refiriéndose a las "m,micos de rascarse" de marfil, anees muy usadas en Portugal
por las familias ariscocráticas, víccimas complacientes dd piojo (visítese el Museo
Ernográfico Portugués). También se debe- regiscrar el he-cho de que, en el Brasil,
señores y señoras de las casas-grandt·s tenían la coscumbre de dejarse crecer, en un dedo,
una uña enorme, a la china, costumbre que Thomas l.indley observó en los colonos
de Bahía en el siglo XVII (Lindl!,y, op. cit.). Evidem,-mente, con el fin de aliviar la
comezón de los piojos y de la sarna. Todavía conocemos viejos con esas uñas a lo chino.
1ai "Es un gusto, d d" la higiene --escribió Afonso Cláudio <:n su crabajo ''As
tribos negras importadas" ( Re,•. l1w. H;st. Geog. Brar., tomo tspccial del Congreso de
Historia Nacional, parce 11)-, en d que es preciso dc-stacar el cuidado instintivo del
africano, a fin de evitar la invasión de c-pidl,mias. Comparado en este aspecto de higiene
preventiva, no hay dudas de que E:scá muy por encima del indígena de Oceanía y de
América...
1:1~ Manuel Qucrino, Bahia de OuJrora, Bahia, 1916.
1:11 Duke, alfenim y cocada los vendían los negros caneando:
FJccchcr vio <:n Rí<J <:normes montañas d<: caíi:, movío,ndosc- solas, pero debajo de
<:l!as había verdaderos gigant,·s n<:.gros. Los negros cargadores de fardos cantaban:
/lr!aria, rab11la a11,'
Cal11ng11 aue.
Sobre la influencia del negro en la música popular brasileña, véase Mário de An-
drcade, Compendio de hiirória da 1!11í1ica, Sao Paulo, 1929. Tambicn c-n su Ensayo robre
música brasileirtt, Sao Paulo, 1928, y la Hiuória da música brasileira de Renato ,k
Almeída, 2da. roición, Rio, 1942, libro de incerés tanto técnico como histórico-social.
135 María Grah::un, ]ot1mal, cit., pág. 282.
l36 F.sta alabanza es para pedir maíz, caraocas, ccc., en las festividades de la fecun-
didad. Recogió la músic~, junc,tmcnr,· con ouas, "n las fil-s1as de ia secta africana diri-
gida por el negro Ansehnú, una auxiliar del lnscituto de Asistencia a Psicópatas de Per-
nambuc(), CU}"O director, d profesor Ulíses Pernambucano, influyó mucho para que la
policía de P"rnambuco rcconocic-se de 1930 a 1935, como sectas religiosas, a las asocia-
ciom·s de negros indistintamcnt<: clasificada~ comn u11imbó e injuscamtncc pcrseguítlai
pM la policía. Esa pcrs<'cucióo, ~in embargo, fue recomenzada con mayor intmsidad que
nunca por d gobinno actual de Pcrn:imbuco, bajo la prtsión, según se dice, de los je-
suitas portugutscs, muy pod<:rosos hoy en est- Esrado del norte.
429
Poseemos otras alabanzas, unas recogidas por el "Niño Elói", otras de la
"adoradores de los astros", trabajo en el que comamos con la colaborac:ión se:"a de lo$
Cavalcamí. También recogemos de Elói un vocabulario místico; el Instituto del Dr. Pedro
extenso vocabulario, a lo que par<:ce nagó, organizado con la ayuda de Anselmo. reunió un
labras parecen muy es1ropeadas, algunas pueden ser identificadas como Las pa-
de lengua yo-
rubana.
137 Según el profernr Otávio de Freítcs, en trabajo leído
en el
Brasileño de Recife, noviembre Je 1934, las enfermedades traídaslcr. Congreso Afro-
al Brasil por los
"negroJ bichados" fueron las siguientes: bicho-da-coJta, maculo ( especie de
relajamiento del esfínter anal), bouba ( parecido a la sífilis), gandu, frialdaddiarrea con
bicho-de-pe (niguas), filárias (parásito s). El tema y el origen de estas e, ainbum,
y otras enfer-
medades otrora comunes en el Brasil, exigcn un estudio más cuidadoso, como
otro médico, el Dr. Estáquio Duarte, que se ha dt'dicado intcligenteroenrc ya observó
las dolencias y la Medicina en el Brasil. al estudio de
138 José Marcios da Cruz Jobim, Dúcurso subre as mole;tias
que
claue pobre do Rio de Janeíro, leído en la sesión pública de la Sociedad mais afligem a
30 de junio de 1835 [ .. J Rio de Janeiro, 1935. Véase también Sigaud, de Medicina el
Jorge Haddock lobo, DiJcurso Recitado cm prese,ua de S. M. o Imperado op. cit. Roberto
Jolemne anniven"ria da Academia Imperial de Medicin" do Rfo de Ja,teiro, , na sessao
neiro, 1847. Seguido de Reflex,íeJ acerca da mortalidade da cidade Rio de Ja.
Rio de Janeiro, 1847. "Resposta ao inquérito da C..amara do Rio dedoJaneiroRío de Janwo,
dicos sobre o clima e a Salubridade da Corte dos Vice-Reis", 1798, N9 entre mé-
1846, de los Annaes Bratiliemes de Medicina. Antonio Marrins de Azevedo 5, vol. 2, de
Quais os melhoramentos que devem 1er introduzidos no Rio de Janeiro, Pimentei,
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por límites. Sancos Dumont gana premio rerra, y de la Unión General de Sindica-
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mexicano. Rodó: Ariel. Palma: Cachivaches. que Güell. Mueren Ruskin, Nietzsche y
Wilde.
B: Feo. de Paula Rodríguez Alves electo Paz entre Inglaterra y los boers. Fin de la
presidente. Iniciación del movimiento de resistencia filipina a EE. UU. Alianza an-
Plácido de Castro paca incorporación del glo-japonesa. EE.UU. adquiere las acciones
473
Viá<t y Obr<t de Gilbeno Pre,re
1903
474
Busil , Ammc11 1.Atin• Mundo BxlmM
B: Tratado de Petr6polis: 147 .000 kms. Muere león XIII y asciende Pío X al Pon-
incorporados de territorio boliviano. Plan tificado. Condena de la obra de Loisy. Tra-
de saneamiento de la ciudad contra el có- tado Bunau-Varilla para conscruir el canal
lera y la fiebre amarilla. En Río, primer de Panamá. Escisión entre bolcheviques y
transporte urbano eléctrico. Iluminaci6i¡ mencheviques en el Congreso de los socia-
elécuica en la principal avenida, recién listas rusos en Londres.
inaugurada.
Ford: construcción de fábrica de autoro.6vi-
AL: Colombia rehúsa ratificar tratado Hay- les. Hnos. Wright: vuelo en aeroplano.
Herran con EE.UU. sobre el Canal. Insu- Lévy-Bruhl: Mor11l 'J cienci4 de Úls cosl"tn·
rrección en Panamá y declaración de inde- b,es. E. Taylor: C"ltu,a primilwa (la. ed.
pendencia, reconocida por EE.UU. Tratado 1871). Gorki: Lo1 baios fondos. S. Butler:
ctdiendo zona del canal. Cuba cede basC$ El camino Je toda carne. Shaw: Hombre 'J
a EE.UU. (Guantánamo) . Protocolo de 111-perhomhre. Dewey: Emdios de teorla ló-
pagos de Venezuela con potencias extran- gica. D'Annunzio: 'Lt,úd01 del cielo. Se
jeras. Batlle y Ordóñez presidente de Uru- constituye la Academia Goncourt.
guay.
475
Vid., y Obra de Gitb~io F,ey,e
1904
1905
476
BraJil y América Lztina Mundo Exterior
B: Disputas con Perú por cerritorio de Acre. Japoneses hunden la flota susa en Port
Primeras experiencias de telégrafo sin hilo. Arrhur y Vladivosrock. Sun Yac-sen funda
Primera sala de cine en Río: Pt1rír en Río. el Kuo Min-Tang. Ruptura entre Francia
y el Papado. Congreso Socialista en Ams-
AL: Bolivia: tratado de paz con Perú y terdam. Sublevación de los boers en Trans-
tratado con Chile cediendo las provincias vaal.
marítimas a cambio del ferrocarril Arica-
La Paz. Resolución Tribunal de La Haya Pirandello: E/ difunto Matías Pascal. R.
sobre reclamaciones europeas contra Vene- Rolland: Juan CrisJóbal (-12). London:
zuela. Asamblea de Puerto Rico vora por El lobo de mar. Reymonc: LoJ campesinos.
la. "escadidad". R. Reyes presidente de Co- Rodin: El pensador. Puccini: Madame Bu-
lombia y M. Quintana de Argentina. Re- 1/e,fl-y. Picasso se instala en el Bateau-
volución saravisca en Uruguay. Lavoir. Fundación de L'Hum11nilé.
F. García Calderón: De Lit1eri1. B. Líllo:
Si,b Temt. Blest Gana: Lo1 tra,Hplantados.
J. lngenic:os: La Jimulación en la lucha
por la vida. A. Santa María expone en
Bogotá.
B: Tratados con Argemina y Venezuela de Los japoneses ocupan Port Arrhur. Ba1allas
de-marcación y límites. Ley de Vacuna obli- de Mukdcn y Tsu-shima. Constitución de la
gatoria provoca rebelión prontamente sofo- Central obrera socialista. "Domingo rojo"
cada. Paulo de Frontin: grandes obras de en San Petersburgo. Ley de 9 horas en
urbanización y modernización en Río. Francia. Segunda presidencia de Th. Roo-
sevd1 en EE.UU.
M. Bonfim: América Latina: males de ori-
gen. J. Ríbeiro: Página1 de e1tétic11. Lorcncz, Einstein, Minkowski: la relatividad
restringida. F. Hodge: Manual de /oJ in-
AL: Aduana dominicana en manos de dio1 americano! del norte de México.
EE.UU. Reyes, dictador en Colombia hasta Freud: Teoría de la 1exualidad. Unamu-
1914. Estada Cabrera pres. Guacemala, no: Vida de don Quijote 'Y Sancho. Rilke:
Palma reekcto en Cuba, Castro en Vene- Libro de horas Falla: La vida breve. Los
zuela. Motines de protesta en Chile por fauver en Francia; Die Brücke en Alema-
carestía. Construcción del canal <le Pana- nia. Matisse: La alegrill de vivir. Max Lin-
má. Acuerdo de pagos venezolanos con G.
der en la Pa1hé. Rilke, secretario de Ro-
Brcraña y Alemania; reclamaciones fran-
dia, en París.
cesa y norrcamerícana.
477
Vida y Obra de Gilberlo F,,,,,e
1906 A los seis años huye de su casa una tarde, pero regresa porque ex-
traña al padre, la madre y los hermaoos, la. casa y hasta el gato.
478
Brasil 'Y Am bica Latin11 Mundo Elíterior
479
V id,, 'j Obr11 Je Gilberto P•8J•e
1908
1909
1910
480
Br11Jil }' Améric11 Latin,z Mundo Exterior
B: Campaña civilista de Ruy Barbosa contra Tafr presidente de EE.UU. Semana trágica
Marechal Hermes da Fonseca, candidaco ofi- en Barcelona y fusilamiento de Ferrer.
cial a la presidencia. Acuerdo franco-alemán sobre Marcuecos,
aumo-ícaliano sobre los Bakancs, ultimámm
Carlos (hagas identifica enfermedad parasi-
aumíaco a Servia. Mohamed V, sultán de
taria que lleva su nombre. Lima Barrero:
Turquía. Pcary en el Polo Norte.
RecuerdoJ det Not11rio /JaÍa! Cam.inha.
Focd fabrica tractores. H. Huberc & M.
AL: Entrevista Tafr-Díaz en México. Trata-
Mauss: E1bozo de una teoría gener(Jl de la
do de paz con los yaquis. Con flicros labo-
mfJgia. A. van Gcnnep: Los rito1 de transi-
rales en Argentina y asesinato del Cnel.
ción. Lenin: Materialismo 'Y empiriocriticÍJ·
Falcón. Revolución conrra Zelaya en Nica-
ragua con imervención de "marine~"- Reci- m o. Marinecti: Manifie1to fu1uri11a. Stein:
to de tropas americanas de Cuba. Colom-
Trei ,.·idas. F. L. Wrighr: Robie House
bia reconoce soberanía de Panamá en era• ( Chicago). Ballets rusos de Oiaghilev en
cado Root-Correz con EE.UU. París. Fundación de La Nouvelte Revue
. f'ra,i(aiJe ( Copeau, Gide, Claudel y Sch-
Blesc Gana: El loco Estero. A. Arguedas: lumberger). Freud y Jung en EE.UU.
Pueblo enfermo. Lugones: Lunario 1enti•
mental. Rodó: Motivos de Proleo.
481
Vid.- y Obra de Gilberlo Frsyre
1911
1912
482
Bra1;J 'Y América ÚIJma
B: Edu Chaves intenta sin éxito volar de San Taft disuelve la Scandard Oil y la Tobbaco
Pablo a Río. Fundación de la primera fá- Co. Sun Yac-sen proclama la República de
brica de discos para gramófono. A. Estiga- Nankin. Golpe de Agadir. Guerra ítalo-
rribia pacifica indios Botucudos del Valle t11rca; lcalia se anexa la Tripolirania.
de Río Doce. Amundsen en el Polo Sur. Seguros socia-
J. Batisra de La.cerda: tesis anti-racista so- les en Jnglarerra.
bre los mesúzos del Brasil, en el 1er Con- Paso del 1:;omeca Halley. Rutherford : teo-
greso Universal de Raza1. Lima Barr<::ro: ría atómica nuclear. F. Gra<:bner: El mé-
Triste fin de Polycarpo Quare1ma. todo en etnolagía. F. Boas: El significado
IIL: P. Díaz sale de México; Madero presi- del hombre primiti110. J. G. Frazer: La ,,..
dente. Zapata presenta Plan de Ayala. Co- ma dorada (la. ed., 1890). D. H. Lawren-
lombia invade Perú y ocupa Dedrera. Se- ce: El pavo real blanco. Mansfield: Una
gunda presidencia de Bacllc en Uruguay: pensión alemana. Jarry: Ubu e>icadenado.
amplia legislación social y laboral. Sainr-John Perse: Elogios. Kandinski y
Barret: Et dolor paroguayo. Eguren: Simb6- Kkc fundan El iinete azul. Duchamp:
licas. González Martínez: Los sendero, oeul- Demudo bajando un11 e,calera N 9 1.
101. A. Reyes: Cue11iones euéiicos. E.
Banchs: La urna. E. Herrera: Et león ciego.
B: Los indios Arikém y Rama-Rama con- Comienzos d,:, la primera guerra balcánica.
fraternizan con siringueros qui: invaden la
Triunfos servios, búlgaros y griegos. Pro-
región; dcsapareceo poco después vkdmas
de epidemias. tectorado francés sobre Marruecos. Conven-
A. dos Anjos: Yo. ción horaria internacional. Trabajo en ca-
483
Vida 'J Obra de Gilbert<J F,e,,,e
1913
1914
484
Brasil y Am"í,11 Úllína Mundo Exterior
AL: Insurrección negra en Cuba, desembar- dena de las fábricas Ford. Se hunde el
co de "marines" y Gral. Menocal presiden- "Tiranic" en viaje inaugural.
te. Informe cónsul británico sobre explota-
Hopkins: las vitaminas. E. Durkheim:
ción de indios en Pucumayo. Reacción pa-
La1 form11r e/ementale1 de la vida religio-
pal y arresto del director de la British
sa. C. Jung: Tran¡formación y sfmholo de
Rubbcr Co. Conflicto argentino-paraguayo.
la libido. Claudel: La anitnciación a MarÍ4.
Desembarco de "marines" en Honduras y
R. Luxemburgo: La acumulación de capi-
Nicaragua.
tal. Papini: Un hombre ac11btuio. A. Ma-
F. García Calderón: Le1 démoc-ratie1 latineJ chado: Campo¡ de C,zstilla. Valle Inclán:
de/' Amérique. R. Uribe Uribc: De cómo Voces de geila. Ravel: Da/nis 'Y C/oé. Scho-
el libe-ralismo no es pectuio. París: Revista enberg: Pierrot lunaÍ'fe.
Mundial (Daría) y de América ( Hnos.
García Calderón).
B: W. Braz Pereira Gomes elegido presi- Primera guerra mundial. Francia, Inglate-
dente. E. de Lima e Silva Hoerhen pacifica rra, Rusia, Bélgica, Servia, Montenegro Y
indios Kokléng, en Santa Cararina, que es- Japón comra .Austria, Hungría, .Alemania
taban en guerra coa colonos alemanes. y Turquía. Asesinato del archiduque Fran-
Ceará bajo control m.ilirar por comienzo cisco Fernando en Sarajevo. .Austria decla-
de revuelta. Decreto de neutralidad en la ra la guerra a Servia·; Alemania a Rusi:1. y
guerra europea. Se completa ferrocarril de a Francia; Inglaterra a Alemania. Asesina-
!tapará a Puerto Esperanza. to de Jaurés. Muene de P.ío X. Beníro XV
A. Torres: El prohlem.a nacionl1l brasileño Papa. Ley anti-trusts en EE.UU. Invasión
y L,, or g11nización n11cion11I. de Bélgica. Bawl:1. del Mame.
485
Vida y Obra de GilbHto Freyre
486
Mundo Ext~io,
B: Asesinara de Pinheiro Machado, Hder Empleo de gases asfixiantes por los alema-
conserviidor y ofidalista, candidato a la nes. El L11Ji1tmia torpedeado. Italia declara
presidencia. Buque brasileño hundido por la guerra a .Ausnia. Declaración de gue-
submarino alemán. Trarado ABC, con Bra- rra aliada a Bulgaria. Alemania declara la
sil y Chile, de arbitraje obligarorio. guerra submarina y los aliados deciden el
bloqueo marítimo. Triunfos alemanes en
AL: Protectorado norteamericano sobre HllÍ-
el frente ruso.
tí. Códigos Penal y de Procedimienro en
Vene2uela, bajo Gómez. "Marines" en S. Einstein: Teoría de la relatividad generaJi.
Domingo, derroti de rebeldes y muerte de zada. W. H. Duckwoeth: Morfologú , y
Maximiro Cabra!. antropología. Kafka: La metamorfosis.
E. Barrios: El niño que murió de amor. J. Maiakowski: La nube en pantalones. Wol-
Gálvez: Po1,bilid..J de una litera1ura genui- fflin: Prfoc,pios funáament11le1 de la hi110-
namente n""ional. Palés Maros: Azale,.s. ria del ,.,,e. Trakl: Sebastián en el 111eño.
Revista p,.nida en Colombia. Matos Rodrí- A. lowell: Sei! poetaJ franceses. Falla: l!l
guez: La cumpar1iJtJ. amor bruio. Griffith: Et naci111ien10 de untt
nación. R.611Í!la Orfeo en Porrugal.
B: Promulgación del Código Gvil Brasi- Batalla de Verdun y del Somme. Batalla
leño. de Jutlandia. Rumania entra en guerra.
Ofensivas rusa t iraliana. Segunda Confe.
R.evsst" de Br11.1il, en San Pablo, de propa- reacia Socialista Internacional. Congreso
ganda nacionalista y di fusión de nuevos Socialista Francés. Formación del Sparra-
escritores (Momeiro Lobato y Gilberto kusbund en Alemania. Asesinato de Raspu-
Freyre). largo me trajes de luiz de Barcos. tín t>n Rusia. Rcdccción de Wilson en
EE.UU.
AL: Irigoyen presidente de Argentina. Me-
nocal reelecto en Cuba. Construcción de Barbusse: El fuego (premio Goncouu) .
carrttecas en Venezuela. Jornada de 8 ho- Freud: lnlroducúó n ,.¡ psicoan,ilisis. C. J.
ras en Ecuador. Webb: TeorÍll.f Je grupo en religión. Joyce:
487
y;¿., y Ob,-,. de Gilbmo Freyre
1918 Viaja a los Estados Unidos y pasa algunos días en Nueva York, im-
presionándole el carácter burgués y cómodo del protestanrismo nor-
teamericano: ·'Creo que necesito olvidarme de casi todo mi .Tolsmi
y releer con ojos nuevos al viejo Spenccr para entusiasmarme con
esra civilízación ulcraburguesa". Sigue un curso sobre la literacura
cnsayística inglesa, se enorgullece de sus dos lenguas maternas (por•
tugués y español) y de su peculiar aporte místico: "Me dan lás-
tima los 'científicos' o los 'modernistas', para quienes eso de lí-
_::rarura mística es un arcaísmo, indisno de un 'moderno' de 'for-
mación cienrífica' ".
488
Briisil y Amkica L41ina Mundo Ex1erio,
Quiroga: C11ento1 de amor, de locura y de Re1r,110 del artista adolescente. Dcwey: De-
muerte. López VC'larde: L4 Ja11gre devota. mo&raáa y educación. Lenin: El ;,nperialis-
Azuda: Los de abaio. Lugones: EJ pay,,dor, mo estttdo superior del capitalismo. Saussu-
Huidobro: Adán. Revista Colónida en Pe- re: Curso de lingüística gener11l ( pÓstwno).
rú. Muere Darío. Movimiento Dada en Zurich.
8: Rodrigues Alves presiJcnu:; vice Delfim Fin de la Primera Guerra Mundial. Rerira-
Moreira en d cargo, por enfermedad del• da de los alemanes en la posici6n Hinden-
presidente Niemuendajú pacifica rribu Pa- burg. Conferencia de Versalles. Los "cator-
rinrimín, Je las más aguerridas. F.n el ce puntos" de Wilson. Ruptura entre los
mismo año, indios Umotína, del Maro aliados y los soviets. Lenin establece el go-
Grosso. bierno en Moscú. Asesinaco de Nicolás II.
Se vota la constituci6n soviética. Creación
Moncciro Lobato: Urupe¡, e instalación Je de la Tchcka. Derecho de voto a las mu-
una imprenta en San Pablo: iniciación de jeres en Inglaterra. Italia y Austria se re-
ediciones nacionales.
parten Yugoeslavia. Guerra de liberación
AL: Suspensión de relaciones Perú-Chile. de la ocupación rusa y alemana por parte
Argentina, gran exportador de carne en el de los pahes bálticos.
489
Vida y Ob,a de Gi/be,to Freyre
490
Brasil y América !Atina Mundo Exterior
491
Vida y Obr11 de GilberJo Preyre
492
Brasil y América Latina Mundo Exteri01'
493
Vida 1 Ob,-,, de Gilber10 Fr6yre
494
Bra.sit y América LaJi,,,, Mundo Exlerfor
cierres, lecturas, debates (M. de Andrade, O. tin du Gard: Los Thibaul1. Coletce: La
de Andrade, R. de Carvalho, Malfatti, Tarsi- &aJa de Claudine. e.e. cummings: La sala
la, Villa-Lobos). E. Prado: serie Para cono- enorme. Milhaud: La creación del mundo.
cer mejor el BraúJ. M. de Andradc:: Pau/i. Muere Proust.
ceia De11,11riada. Revista Klaxon en S. Pa-
blo.
495
Vida 'J Obra de Gilbe,to Freyre
496
Braril y Am énc11 I,,,1;na Mundo l!x1erio,
497
Vida y Obra de Gitberlo Fre1re
498
Bra,il 'Y Amética Últna Mundo Exterior
B: Tratado de Hmites con Paraguay y Ar- Chang-Kai-shek rompe con el Partido Co-
gentina. llegalización de las huelgas para munista chino e instala su gobierno en
reprimir comunismo. Primera empresa bra- Nankin. En Italia, fortalecimienc.o del fas-
sileña de cransporte aéreo en Río Grande cismo y disolución de sindicatos. Ejecución
do Sul, con capitales alemanes. Creación de Sacco y Vanzecci en EE.UU. Se inau-
de la Universidad de Minas Gerais. gura en Bruselas d Congreso de pueblos
oprimidos.
R. Pinto: Seixos Rol11do;. Akantara Ma-
chado; Brá;, Bexiga e Barra Funda. M. de Llndbcrg: primer vuelo transadántico sin
Andrade: Amar, verbo intr11n;iti110. Se mo- escalas. W. Kohlcr: La m enJ11/idad de los
derniza y amplía la industria del disco. monoJ. G. Ellíoc Smith: Emayos sobra la
e1.•olt11:ión del homb,e. Santayana; Los rei-
Fundación de la primera Escota do Sam-
ba / Deixtl Prá LJ) y del Teatro de JugtJetc "º' del 1er ( -40) . Mauriac: T hérese De1-
queyroux. Heidegger: El ser 'Y el Jicmpo.
(Eugenia y Alvaro Moreyra) en Río.
Hes se: El lobo e1tepario. Crosland: El
AL: lntcr\'ención económica de EE.UU. en ca11t11RJe de f,nz ( primer film musical so-
México. Ibáñez presidente de Chile. Inter- noro) Eisenstein: Octubre. Gropius: el
vención norccamericana en Nicaragua. Se- teatro total.
gunda huelga petrolera en Colombia,
J. Garmendia: L4 1ie,id,1 de muñeeor. E.
Barrios: Un perdido. B. T.aven: Et tesoro
de la Sierra Mtldre (publicado en Alema•
nia). Pocaterra: Memoria; de "n venezo-
lano de la áec,uiBncia. Oquendo de Amac:
Cinco meJro1 de poema1. Revista A1111nce1
en Cuba.
ViJ11 y Obrt1 de Gilber:o Pre,,e
500
Br,11il y Ambic11 La1in. M1mdo Ext~o,
501
Vida y Obro de Gilbeno F,ey,e
502
Br,11il y América L,,1ina Mundo Exterior
503
Vúl11 'Y Ob,-11 de GilbHto P,e,y,e
504
Brasil 'J América ústint1 Mundo Bxltrior
B: Primer sindicato obrero del Brasil ( es- Republicanos ganan elecciones municipales
tibadores de Río). Jornada de 8 horas y en España. Alfonso XIH renuncia, pro-
descanso semanal obligatorio. Anísio Tei- clamación de la República. Japón ocupa
xeira en Instrucción Pública: amplias re- Manchuria. Conferencia de la India en
formas educativas. Londres con presencia de Gandhi. Ossiezky
Lucio Cosra reorganiza Escuda Nacional de mcarcelado por denunciar el rearme de
Bellas Artes e inaugura Sal6n Nacional. Alemania. Inglaterra abandona el respal-
Primer volumen de Colección Brasileñt1, de do oro de la libra. Ci:isis generalizada
Editorial Nacional (S. Pablo). J. .Amado: en EE.UU. Vasca agitación iniciada por el
Pais de Ct1rnaval. M. Bonfim: Braiil en la Parcido comunista Indochino.
hi-Jto,i1J. R. Bopp: Cobrt1 Nort1to.
Trotski: La -revolución permanente. H. Mi-
AL: Gral. Ubico en el poder, en Guacema- llcr: Trópico de Cáncer. V. Woolf: Lar
la, por 13 años. Estallido popular en Chile, ola,. Esculturas de Giacomerti. Ola cerro-
renuncia de lbáñez. Gómcz reasume titula- rífíca en cine: Franke,tein de Whale, M
ridad dc-1 Ejecutivo en Venezuela. Terra, el Vampiro de lang, D-rdr.u/4 de füowning.
presidente de Uruguay y Salamanca de
Bolivia. Sánchez Cerro derrora a Haya de
la Torre en el<>cciones presidenciales de
Perú.
Scalabrini Orriz: El hombre q¡,e estJ IOio
-¡· esf,er.i. Vallejo: Tung1/eno. Carpentier:
Ecué Yamba-O. Uslar Pietri: L4s la11za1 co-
lor11d11s. Huidobro: A/r,.zo,. Spílimbergo:
Figura. Revista Sur en Buenos Aires.
505
Vida y Obra de Gjlberto Freyre
506
Br,iúl y América La1in1t l\iurido Exterior
507
Vid11 y Ob,,. de Gilberto Fr~yre
508
Br.iril y A111mc4 1.A1in• Mundo E,<JmM
509
Vid<1 y Obra de Gilbcrto Freyre
.510
Brasil y América Latina M1111do Exterior
AL: Régimen liberal del Gral. Franco en lar en Francia encabezado por Leon Blum.
Paraguay. Confederación de Trabajadores Roosevelt reelegido en EE. UU. En Moscú
en México y Chile, y Conf<:deración Gene• se inician los Procesos. Abdicación de
ral del Trabajo en Argentina. Huelga pe- Eduardv VllI de Inglaterra. lo sucede
trolera en Venezuela y formación de la Jorge Vl. Primer Congreso Musulmán en
C.T.V. Conferencia de: Consolidación de la Argelia.
Paz, en Buenos Aires, con asistencia de
Roosevelt. Triunfa el aprismo en eleccio- lnvncigaciones de Florey y Cha.in sobre la
nes peruanas, luego anuladas. Golpe de es- penicilina. M. Hunrer: Reacción /renle a la
cado de Somoza en Nicaragua (-S6). Gó- conq1ú.r1a. R. linwn: Et eitudio del hom-
mez destituido en Cuba. Contraeos de Gua- bre. Faulkner: AbsaJón, Absalón. Bernanos:
temala con la Uniced Fruir Co. Diario de tm p,ra de campo. Ramuz: Dcr-
bor1Jnza. Pavcse: T ,-abaiM cansa. Gide: Re-
Gonzálc:z Tuiíón: L4 ro1a blindaJ,z. N. greso de Ja URSS. Machado: Juan Je Mai-
Parra: Cancionero Jin nombre. J. L. Rome- rena. Chagall: ArlequinaJt1. Wrighc: Casa
ro: Mi caballo, mi perro y mi rifle. Kaufm1Jm1 (Pennsylvania) Feyder: L4 ker-
meue heroica. Chaplin: Tiempos moder-
nos. Mueren Unamuno, Pirandcllo y Gorki.
García Lorca es fusilado.
511
Vida y Ob,-11 de Gilberto Preyr,
512
B111Sil 'J Ambi&d Úlmd Mundo Exlmar
B: Estacización del gas y peuó!eo. Aborra Hitler ocupa Austria. Ultimatum alemán a
golpe integralisca en Río. Policía de Ala- Praga. Pacto de Munich entre Inglaterra,
goa vence a !os cangaceiros de Larnpiao. Francia, Alemania e Italia por la situa-
Creación de! Instituto de Estudios Pedagó- ción checoeslovaca. Leyes antisemitas en
gicos. Italia. Baralla del Ebro en España. Se reú-
ran las Brigadas Inrernaóonales. Los japo•
l'ascoal Carlos Magno crea en Río el Tea- neses en Cantón. Campaña anú-trust en
tro del Estudiante. Werneck Sodré: Hi;to• EE.UU. Disrurbios en Túne:r. contra la
ria de la literatura brasileña - Sus fu,nJa- administración francesa.
m entos econúmico1. Amara!: El Estdo
11.1'/or#ario y la rea/id,,J nacional. S. Leite: J. Kenya ita: FrenJe 11! Monte Ken,y11. l.
Historia Je la Comp11ñia Je Jesús en el Schapera: Manu,ú. de leyes y costumbres d~
BrasU. G. Ramos: Vidas secas. Tswana. Sartre: La náusea. Th. Wilder:
Nuestro pueblo. M. Hernández: Cancionero
AL: Cárdenas nacionaliza petróleos mexica-
y romancero de au1enút1s ( -41 ) . Muro-
nos. Aguircc Cerda ( Frente Popular) gana
ford : La cultura de las ciuJdes. Moore :
elecciones en Chile ( votos de zonas rura- Figura inclinad,,. Siegel y Sbuster: Supe,-
les y mine1as). Conferencia Panamericana
man. O. Welles: Macbeth. Carné: El mue-
c,n Lima. E. Santos electo en Colombia.
lle de las brumas. Disney: Búmca Nieves.
Gálvez: Hombre en soledad. Misual: Tala.
Torres García: La trdición del hombre
abstracto. Revista Mandrágora en Chile.
Muo,re Vallejo en París. Se suicidan Lugo-
nes y A. Storni.
513
Vid., y Obra Je Gilberto P,ey,e
1940 Prepara la edición criuca del Di•rio Intimo del Ingeniero V,1u1hie,
que publica el Ministerio de Educación. Se incorpo,ará poste•
riormente al libro Un ingeniero francés en el Brasil, en su segunda
edición de 1960. Del mismo tipo de tart'a crítica son el psólogo y
las notas con que prt'senca ese aiio las Memorias de un C,walcan1i,
que luego incorporará a El viejo Félix 'Y sus Memorias Je 1111 Ca-
val&ami. Por último da a conoce, El mundo q11e el portt,gués creó
( Aspectos de las relaciones sociales y de la culrura del Brasil con
Portugal y las colonias ponuguesas).
514
Brasil y América Laim,s M11ndo 'Exleri()r .
demo Je u" retomo ,s/ pai.1 natal. Sema- ríón de la ley seca en EE.UU. Pío XII,
nario M11~cha en Montevideo (-74). Papa.
515
Vida ,i Obra Je Gilberto Freyre
19•12 Con prefacio de José Lins do Rego, publica Ingleses, sobre la activi-
dad británica en el Brasil. Trabaja en inve,tigaciones metodológicas y
teóricas, así como en su libro pantmunico sobre el Brasil.
516
Br,uil y Ammc11 lAtina M11ndo Ex1erio.-
B: Brasil declara la guerra a Alemania. Ofensiva del Eje pone en peligro a los
Conferencia de Cancilleres en R (o: ruptU- Aliados. Conferencia en Washington: blo-
ra diplomática entre los países americanos que de 26 países compromecidos a luchar
y el Eje. hasta el final. En EE.UU., presupuesco de
Caio Prado Junior: La Jormación del Br11sil guerra sin precedentes. Monrgomery, al
conJemporáneo: 1,, Coloni.,s. Oliveira Yia- mando de las tropas alilldas, derrota a
na: fotroducción al ce,uo de Brasil ( rüulo Rommcl en El Alaroein. Ingleses y norte-
posterior: Evolución Jet pueblo b,aiileño) americanos desembarcan en Africa de! Nor-
M. de Andradc: l!Í mot•imienJo moderniJ- te. Los japoneses ocupan Filipinas, Java
1a. J. Amado: Vida de L. C. Prules y y Birmania, Comienzan las bawlas de Sta-
Tiem1J del Sin-Fin. J. Cabra! de Melo lingrado y del Cáucaso, en la URSS. Le-
Neto: Pied,11 de sueño. vancamienro de! sitio de Leningn1do. Plan
AL: Creación de la Junta Interamericana Beveridge. Nehru afirma su hostilidad ha-
de Defensa, con sede en Washington. Deu- cia Japón. Nueva campaña de desobedien-
da mexicana con EE.UU. por expropiación. cia civil en India. Reclamos de indepen-
petrolera y ruptura de relaciones con go. dencia total ¡,or el Congreso hindú; arresto
bierno de Vichy. Castillo sustiruye a Ortíz de líderes.
en Argendna. Tratado de límites entre
J. S. Huxley: Evolución, l4 sinlesii moder-
Ecuador y Perú. Ríos Morales pri:sidente
na. Camus: El exJranfero. Ebrenburg: La
de Chile, y .A. Lópcz otra vez en Colom-
c.11ída de Plffís. Cela: ut /111niJú de P11r-
bia.
c11al Duarle. Eluard: Poesú y 11erdaJ.
E. Diego: Ifo l,,r o,eurtJr manos del olvido. Sjober&: El ca,,./no del cielo. Curtiz: c...
Reyes: La experiencia li1er11rÚI. P. de Ro: rabl,snc,s.
kha: Morfologia d,l n,P,snJo.
517
Vid11 y Ob,4 de GílbeFto Pre-pe
518
8r11Jil y América L,,Jina Mundo Exzericw
B: Inaguraci6n del edificio del Ministerio Movilización civil de todos los hombres
de Educación: LE' Corbusier, Lucio Costa y mujeres de Alemania. Capitulación ale-
y Osvaldo Niemcycr, paneles de Cándido mana en Stalingrado. Los Aliados derrocan
Porcínari y esculcuras de Antonio Sergio. al nazi-fascismo en Africa del Norte. Las
Niemeyer proyecta conjunro arquitectónico fuerzas anglononeamericanas llegan a Ná-
de Pampulha. Cassiano Ricardo: Marcha poles. Mussolini apresado por el Gran Con.
hacia el Oeste. F. de Azevedo: La cutru1'a sejo Fascisr.a y luego liberado. Levanta-
bra1ileña. J. Lins do Reg0: Fuego mlferlo. miento del ghetto de Varsovia. Ofensiva
Los Comediantes interpretan Vestido de americana en el Pacífico. Tito en Yugoes-
no11ia, de Nelson Rodrigues, con dirección lavia. Conferencias de Moscú, de El Cairo,
del polaco Ziembiski. de Teherán. De Gaulle, único presidente
del C.F.L.N. Mani/;nto argelino.
AL: "Movimiento dr los coroneles" derro-
ca a Castillo en Argentina. Rawson, y luego Sartre: El ;e, y la nada y La1 moscar.
Ramíre2.. J.· D. Perón secretario de Trabajo Bataille: La experiencia interior. Hesse: El
y P. Social. Bolivia, declaración de guerra iuego de ab11Jorior,
al Eje, creacíón del MNR y Villarroel 111
poder: política de progreso social sin re-
formas económicas.
8: Campaña nacional por amnistía de pre- Los aliados encran en Roma. Desembarco
sos políticos (Prestes y otros líderes comu- a'iado en Normandía ( "Día D") y en
nistas) encarcelados desde 1935. Una Fuer- Provenza. Liberación de París y de Bél-
za Expcdic-ionaria Brasileña de 2'>.000 hom- gica. Ofensiva rusa contra los alemanes a
bres parte para la campaña de lralia. lo largo del Frente Oriental. Islandia pro-
dama la República. Ofensiva norteame-
C. l.ispccror: Cer&a del corazó,i salvaje. M.
ricana en el Pacífico llega hasta Filipinas.
Mcndes: La.r me1amor/0Ii1. Gascao Crnls:
Víctor Manuel ]JI abandona el crono. Roo-
Hi.J.éa Amazonica. F. Curt Lang reconsti-
sevclt, presidente de EE.UU. por cuarta
tuye y publica partiruras de compositores
barrocos. vez. Atentado frustrado contra Hitler y sal-
vaje represión. Organización de Cortes de
AL: Farrell reemplaza a Ramírez en Ar- Justicia contra los "colaboradores.. en Fran-
gentina, con Perón de vkepresidenre. Di- cia. Llamamiento de Pío Xll en favor de
solución partidos poi íticos. Cae Ubico en la democracia.
Guatemala. Grau San Martín presidente
de Cuba. Uruguay reanuda relaciones con Desrnbrimiento de· la csm:ptomicina. Cassi-
Italia y Chile con la URSS. Organización rl.'r: An.tmpología filosófica. Anouilh:
de la Federación de Mineros en Bolivia. Ant,gtma. Malaparre: Kaput&. Cary: La bo-
Creación del Frente Democrático Nacional ¡;a del ,aballo. Saint-John P~rse: Uuvias.
en Perú. con parcícipación del APRA. Lagt'rkvist: El en,mo. Bartok: Con&ierlo -p11-
519
Vida )' Ob~a de Gilberto Fre}·re
520
Braril ,- América Latina M,mdo Exlerior
Carpemier: Viaje a 111 semill•. Roumaín: "' t1i0Un ,. orquesta. Film colectivo: La ¡;.
Gobemadnre1 del rocio. Porruondo: Con- heración de Paris. Bresson : ÚJ datn4I del
cepto de la poesía. Borges: Ficciones. To- hnsque de Boloíia.
rres García: Un;11Cf's11lismo constr11cJit10. Pi-
cón Salas: De la conqt1i11a " la indepen.
Jencia. Reyes: El desl,nde. C. Villanueva
comienza obras de la Ciudad Universita-
ria de Caracas.
8: Vargas depuesto por movimiento rnili- Ofc:nsiva final de los Aliados: los france-
rar. C'.onv0<:atoria a elecciones. Tercera R<"- ses llegan al Danubio, los anglocanadien-
pública. F.ntra en funcionamiento como em- ses a Bremen. los norteamericanos al Elba.
presa estatal la C.ompañía Siderúrgica Na- Hitler, Goebbels y otros jerarcas nazis se
cional. suicidan: rendición de Alemania. Ejecu-
ción de Mussolini en lcalia. Bomba acó-
A. Cándido: Brigada ligera. Muere M. d.-
mica sobr<' Hiroshima y Nagasaki: des-
Andrade.
trucción de las ciudades y muerte en masa
AL: Medina Angarira derrocado en Vene- d<' civiles. Japón se rinde. Fusión de las
zuela por Junta Revolucionaría presidida tropas rusas y norteamericanas. Los rusos
por R. Betancourr. Arévalo presidenu, de en Berlín. C.onfrrencia, de Yalta, San Fran--
Guatemala. Creación del GOU en la Ar• cisco y Potsdam. Yugoeslavia se convier!<'
genrina, d,· J.D. Perón. Declaración de en República. Formación de la Liga Ara-
guerra al Eje. Allende, senador por el P. be. Creación de Ja República Democrática
Socialista en Chile. d<.' Vietnam. Oposición comunista a los
proyectos constitucionales de De Gaulle en
Vilariño: l.,, st1plican1e. G. Arciniegas: Francia. Primeras medidas de sovietización
Biografía del C111'ibe. V. Gerbasi: M, pa-
en Alemania nriencal. Triunfo laborista
dre, el imnigr,mte. P. Henríquez Ureña: en ln,lll aterra. Muerte d<' Roosevelt; lo su-
Lar corriente.t Utert1ria1 en la América hi.r-
cedt- Truman. Procesos de Nuremberg Fm-
pánica. Gabriela Mistral Premio Nobel d,· mación d<' lu ONU.
l.iterarura.
Sartre: Lu1 caminu1 de la libertad. Vinot͕
ni: Ho,,,b,e., J no. Prevert: Palabra.1. Ro-
sselini: Roma, ciudad abierta. Sartr,· funda
Lns Tiempos Modernos.
521
Vid• 'Y Oh,,. de Gilbtrlo P,ey,e
522
Brt1sil 'J Américt1 Llúina Mundo Exterior
523
Vida , Obr" Je Gilberto Prsyre
.524
Braiil y A 111 érica Latina Mundo Exterior
B: Visita del presidente Duua a EE.UU. Tratado dd Adánrico Norce. Fin del blo-
queo de Berlín. El Papa excomulga a ca-
Florescan Femandes: Organi-zaúón social tólicos comunistas y comunizantes. Misión
Je /oJ Tupi-nambás. arncri,ana cn Sa.igón. Triunfo conservador
A,/.,: Violencia. ~n Colombia cobrará 300.000 en c::lecciones locales inglesas. Adenauer,
muertos en una década. Gran influencia Je cancillt-r de Alcmania occidental. Dimisión
Eva Pcrón y nueva Conscimción en Argen- del Gral. Marshall en EE.UU. Comienza
tina: refuerzo del Ejecutivo, voto /e menino, la "caza de brujas". Los comunistas chinos
supresión derecho huelga, regulación de- penetran en Titn-Tsin; dimisión d<: Chang
recho trabajadores. Presidencia de Chaves en Ka.i-shek y ocupación de Pekin. Procla-
Paraguay y de L. Batlle Berrts en Uruguay. macíón de la República Popular China.
Secuescro de noncawericanos por mineros En Hungría, proceso y condena del car•
en Bolivia.. Vasca represión en Perú. denal Min<l=my. Vychinski ceemplaza a
Molotov en los asuntos exteriores sovié•
Carpentier: El ~tJino de esttJ mundo. O. ticos. Hudgas y manifoscaciones en Berlín
Pa.1: Libertad bajo palabra. Aneola: Varia oriental. Se forma la República Democrá-
jnvención. l. Vi tale: La luz de esta me- tica Alemana. Confe1encia aho-asiácíca en
mori,,. A. Otero: Colorrilmos. Nueva Delhi. J:lcn Gurión, pdmer miníscro
de Israel.
525
Vida y Obr11 de Gilberto Freyre
526
Mundo 1!.xltrior
527
Vida y Obra de Gilberlo Freyrc
1951 Dt-sde <:l mes de agosto Je 1951 hasta febrero de 1952 cwnple uiu
gira de conferencias por cierras portuguesas o ex-portuguesas de Eu-
ropa, Asia y Africa ( Goa, Boambim, Coimbra, Lhboa, PorlO, Bissau,
Luanda, Sao Vic{'nte, Mozambique, Beira, Manica e Sofala). De este
recorrido derivarán dos volúmenes, uoo de impresiones de viaje y
otro de confc:renóas. Del mismo año es su folleto En torno a u11
1/U{!IJO concepto de trupi.alism o, que tendrá posteriores y detallados
Jesarrullos.
1952
528
Brasil y Amériet1 Lllin11 Mundo Exterior
B: Acuerdo mili1ar con EE.UU. prohibe Convenio de Paz entre .Alemania Occiden-
vender materias primas de valor estraté- tal, EE.UU., Francia e Inglaterra. Tratado
gico ( hic-rro) a países socialistas. de la Comunidad Europea de Defensa: se
autoriza el rearme alemán y la integración
C. dos Aojos: Exploraáones en el iiempo.
en un ejército europeo. Aumenta tensión
Da Camara Cascudo: Literatura oral. J. de
enrre Irán e Inglaterra; Irán rompe rela-
Líos: Invención de Orfeo. Antología Pre-
ciones diplomáticas. Nuevas manifestacio-
concrera: Noigrandes I. (Haroldo de Cam-
nt's en Egipto, en la zona del canal, y
po:;, Augusto de Campos y Décio Pigna-
repr<'sión inglesa. Muerte de Gcorge Vl:
rari).
lo sucede Isabel n. Eisenhower elecco pre-
AL: Reforma agraria en Guatemala, na- sidtnte de EE.UU. Huelgas y revuelcas en
cionalización minas de estaño en Bolivia. Túnez. El Consejo de Seguridad se niega
Golpe de estado de Batista en Cuba. Ruiz a examinar la cuestión de Túnez. Víolcnias
Cortines presidente de México; inflación y manifestaciones comunistas en París. XIX
consolidación de los grandes monopolios. Congreso del Partido Comunista en la
Nuevo triunfo electoral de Perón en .Argen- URSS; se abandona el término "bolche-
tina (65% de los votos) y anulación de vique". Hussein, rey de Jordania.
candidato radical, R. Balbín. Muerte de
Eva Perón. lbáñe:z nuevamente en Chile A. l. Kroeber: L4 naturalezd de J., cul-
y Vclasco Ibarra en Ecuador. Reanudación turii. D. Thomas: Poem111 (1934-52). Me
de conflictos fronterizos con Perú. H. Tru- Cullers: LI b ~ del cajé Jrisie. Hemín-
529
Vida y Obra de Gilbe,to Freyre
-------·· · - - - - - - - - - - - - - - · - - - - - - - - - -
1953 Aparecen sus dos libros de temas portugueses: Un brasileño en 1ie-
•·ras por1ugue1as y Aventura y rutina (Sugcsiioncs de un viaje ea
busca de las constanws portuguesas de carácter y acción). "En ese
casi <liaría de viaje el impresionismo a veces toma el aspecco de
expresionismo, coo algo auwbiográfico, íntrospecrivo, lírico ( ... )
en el que las formas de paisajes y poblaciones son intensificadas en
tcnrnri"as de expresar el autor, a través de simplificaciones ral vez.
arbitrarias, el sentido de una posible Jusorropicología que sería el
estudio sim-m:ítico de todo un complejo de adaptaciones del por-
tugués a los trópicos y de los trópicos no al yugo imperial sino a la
cspecialísima vocación transeuropea de la gente portuguesa".
530
Brasil y América L.aina Mundo 1!:<terior
5.31
Vida y Obra de G;Jberlo Freyre
532
BrMil y Amírica l,aJina Mundo B:deri01'
533
Vida y Obra de Gilbe,10 Freyre
1956 Inicia una st-rie de v1a¡es como profesor visitante para pronunciar
conferencias en diversas universidades europeas, estadounidenses y
latinoamericanas. En el Casúllo de Cerisy, en Francia, por iniciativa
de Henrí Gouhier, de la Sorbonne, la obra de Gilberto Freyre es
objeto de un seminario de disúnguidos sociólogos, entre los cuales
Gurvitch, Roger Bastíde, J. Duvignaud, N. Sombart. Parúcipa de la
Reunión Mtmdi•l de Sociólogos, en Amsterdam, y asiste al lanza-
miento de la edición francesa de Norde1le y de la italiana de In-
1erpretiuión del Brasil.
.534
Mundo 11:,;lenor Brasil y llmérfr,. utina
535
Vüú y Obr11 de Gilberto Pr•yre
536
/dmuÚ) BxfmM
BrMil 'Y Ammc• L4fina
537
Vid., 'Y Obra de Gilberto F,eyre
1959 Aparece Orden 'Y progreso, tercer título de su HistoriA de l,, Socie-
dad Patriar&al en el Brasil, subticulado "Proceso de desintegración
de las sociedades patriarcal y semi patriarcal en el Brasil bajo el ré-
gimen de ccabajo libre; aspectos de casi medio siglo de transición
del trabajo esclavo al crabajo libre y de la Monarquía a la Repú-
blica•·. La traducción inglesa de la obra se hará en 1970. Se publi-
can asimismo eres opúsculos, uno sobre temas relacionados con el uni-
verso hispánico, y la Universidad de Madrid edita su De l() regio-
nal a lo ,mh·ersal en la interp,etaúó n de los com piejos socio-cultu-
rales. En Nueva York aparece inicialmence en edición inglesa su
obra Neu- WorU in tbe Trop,cs (Knopf), cuya traducción al por-
tugués sólo se publicará en 197 t.
538
Brasil y América L,,tina M11ndo Bxteri~
539
Vül,, y Obr" de (rl/bMto Prey,e
540
Brasil y América Latina Mundo P.x1e,ior
blanco, y Nardo ne ( ruralista) ocupa su lu- tade1. Godard: Sin alien10. Resnais: Hfros-
gar. Proceso contra Rojas Pinilla en Colom- hima, mun amou,. Felli ni: La do/ce vita.
bia. En Bolivia, manifestaciones contra in- Anconioni: La aventura.
wrvención extranjera; fracasa golpe de es-
tado de la "falange socialista". Conferen-
cia en Chile de Minisuos de Asuntos Ex-
tranjeros de la O.E.A. En Guatemala, fun-
dación del Mercado Común Centroameri-
cano, dependiente de la ODECA.
Benedeni: Mo111evidear,os. Monccrroso:
Obra1 completas. Droguett: Eloy. Líscano:
Nuen, Mundo Orinoco. Gelman: El iuogo
en que 1mdamos. Marinello: Meditación
americana. Mueren A. Reyes y J. Vasconce-
los.
,◄ 1
Vida y Obr,i de Gilberlo Fre,~e
542
B,dsil 'I América La/in,, MNnJo BxlHior
543
Vida, Obra de GiJberlo F,e:,,,
.544
Brasil 'Y América Lazj,,., Mundo Exterior
545
Vida y Obra de Gilb~rto Freyre
546
Brasil :>' América l.,,zt11111 Mundo lfrlmor
.547
Vida y Obr11 de Gilberto Preyt'e
des. Creo que la. Jisca de mis rechazos sería tan larga como la de
mis obra.s. Qwzá, dentro de mí, sigue a.lencando un adolescente in-
dividualista, quijotesco, un tanto anáiquico, como aquel estudiante
de Columbia que no quería. asistir a las ceremonias de colación de
gr~os .. " (Reportaje en WC).
1965
548
Br.111l 'Y Ambic11 Lalin11 Mundo ExltriM
549
Vida J Obra Je Gitbe,to Freyre
1966
550
!Jr,u;l y América Latina Mundo &tnior
.5.51
Vida y Obra de Gilbe-rto Freyre
552
Bra.ril y América Laúna M11ndo ExtMior
B: Mariscal Costa e Silva, presidente. Crea- Esralla la guerra de los seis días enrre
ción de EMBRATEL, empresa estatal de Israel y los países árabes. Israel ocupa
telecomunicaciones. lnsrituro Nacional de Jerusalem y el Sinaí; predominio milirar
Cine: obligación de exhibir films naciona- ísrael í, asistido por EE.UU. Grecia: dic-
les 28 días a\ año. Tratado Antinuclear tadura de los coroneles. .Agitación estu-
para A. Latina. dianríl en aumenro en EE.UU.; oposición
inrerna a la guerra en Vietnam y violencia
Amado: Doiia Plor y s11s dor maridos.
racial. El Tribunal Russell considera al go-
Guimaráes Rosa: Tr,tameia. Surgimiento
bierno norteamericano culpable de crímenes
del "uopicalismo": Chico Buarque: ·Roda
de guerra. Referendum norte11mericano pa-
Vi,•iz; Glauber Rocha: Tierra en Trance;
ra la anexión de Puerto Rico. Encuentro
estreno por primera vez de EJ rey de la ve-
Johnson-Kosygin. Encíclica Pop11l~um Pro-
liz; Caerano Veloso y Gilberro Gil en mú-
gressio de Pablo VI.
sica.
Primer rr2.1plance de corazón. Malraux:
AL: Estado de sitio en Nicaragua por re•
vudras populares. A. Somoza ( h) electo Anti-memorias. Gombrowicz: Cosmos. Son-
presidente. Muere en Bolivia Ernesto Che tag: Death Kit. Debray: Revol11ción en la
Guevara y fracasa la guerrilla. Proceso a R. retJolr,ción. Ivens, Godard, Lelouch, Res-
Debray. En Uruguay muere Gescido, Jo su- nais y Klein: Leior del Vietnam. Movi-
cede Pacheco Areco; el MLN (Tupamaros) miento hippie en EE.UU. Protest-song: Se·
afirma su estracegia. Primera Conferencia ger, Guthrie, Dylan.
de OLAS en La Habana: Castro se opone
a Moscú y afirma la línea de la lucha ar-
mada. Reunión de presidentes americanos
en Punta del Este esraruye Mercado Co-
mún Latinoamericano. Trinidad-Tobago y
Barbados ingresan a la OEA. Huelga ge-
neral en Chile.
J. E. Pachcco: Morirás lejos. García Már-
quez: c;en aiios de soled,,,J. Cabrera In-
fante: Tres triste! #gres. Corcázar: La v11el-
1a al día e,, ochenia mundos. Che Guevara:
El ,ocialismo y el hombre en Cub,.. Premio
Nobel de Lireracura a .Asrurias y "Rómulo
Gallegos" a La casa verde de V. Llosa. Ulí-
ve-Handler: Eleccione!.
553
Vida y Obra Je Gilberto Fr,yre
554
Brasil "/ Améf'ica La1ina Mundo Exterior
J, Cabra! de. Melo Neto: Poesías comple. conversaciones de paz en París. "Mayo
1as (1940-65). A. Coutihno: Tradici6n francés": rebelión esru.diancil, cierre de las
afortunada. G. Vandré: Caminando, can• universidades, huelgas. Se extiende la ac-
ción que provoca gran reacción en medios titud contestaría a otros países de Europa
militares. Muere M. Bandeira. y A. Latina.
AL.· Recrudece el terrorismo en Guatemala M. Harris: El despert,sr de l,s teorÍII ,sn-
y se agrava la crisis socioecooómica en tropológica. Poulantzas: Poder poUtico y
Uruguay. Represión de la protesta estu- claser sociales. Althusser & Balibar: Leer
diantil en Tlatelolco, México: número in. el Capit,sl. Si!ls editor: Enciclopedú Inter-
determinado de muertos. Golpe militar en nacional de Ciencias Soci4les. Scyron: Las
Perú depone a Belaúnde y Velasco Alvara- confesiones de Nat Turner. Kubrick: 2001
do toma el poder. En Venezuela, R. Calde- Odisea del espacio. Pasolini: Teorema.
ra presidente. Reunión de presidentes cen-
troamericanos en San Salvador. Conscitu•
ción del Mercado Común Andino. El Papa
Pablo VI visita Colombia. Golpe de esra-
do en Panamá.
B: Costa e Silva reemplazado por Garras• Gobierno Pompídou en Francia. Mucre H0-
tazú Medici. Nueva oleada represiva: pro- Chi-Minh en Vietnam. Primer hombre en
mulgación de la pena de muerte por actos la luna: hazaña norteamericana. En URSS,
subversivos, censura a acdvidad cultural, congre$O de 75 partidos comunistas. Juan
monopolio estatal del cine. Recrudece ac- Carlos es elegido para suceder a Franco
ción armada urbana. Secuesrro y canje del en el gobierno de España. W. Brandc en
embajador de EE.UU. Mucre Marighcla, Alemania.
jefe guerrillero. Nueva crisis en la Univer-
E. Mondlane: La pugna po, Moz,smbique.
sidad de Brasilia y S. Pablo.
Roth: El lamento de Portnoy. Garaudy:
Creación en S. Pablo del Centro Brasileño El gran viraje del JO~alismo. Visconti: La
de Análisis y Planeamiemo ( entidad pri- caída de Jos dioses. Festival de música pop
vada). Guimaraes Rosa: Estas histori~ en Woodstock.
(póstumo), Teatro Universitario gana Fes-
tival de Nancy con Muerte:, vida Severint1.
J. Pedro: Macunaíma. G. Rocha: Dragón
555
V id., y Obr" Je Gitberlo Preyr•
1970 Sil$ setentll años motivan las entrevista$ de Renaco Campos, GiJbeno
70 y la pub!ioo6o de varios opÚ5culos, a.1Í
Pr8'J1'11 enlf'e,,ishldo II Jo1
como un libro conjunto que edita el Instituto Joaquim Nabuco, al
cual pertenece, C11ñll y re/orm" "grtlfia. La Asamblea Legislativa del
esta.do de Pernambuco promueve una edici6n popular de C11111-gr,mde
y Senz11J,,.
Brasil ,y Amérit,1 La1in" Mundo Exlerior
557
Vida y Obr,s de Gilberlo Freyre
558
Brasil y América útina M11ndo Bxtffl01'
las grandes compañías internacionales. Luis Coppola, Pollack, Pakula, Peno, Arlcin).
Echeverrfa presidente de México: "apertu• Auge de la nueva canción española: Rai-
ra democrática". En Chile, el socialismo lle- món, P. Ibáiie2, Serrat, Pi de la Serra.
ga al poder por elecciones: Allende presi-
dente. Castro da r112.0nes del fracaso de la
zafra en Cuba. Secuestro y ejecuci6n por
los Tupamaros en Uruguay de un agente
norteamericano. Secuestro y muerte en Ar-
gentina del ex presidente Aramburu, por
el grupo Montoneros. Dimisión de Onga-
nía y nombramiento de Levinsgton por el
ejército. Arana al poder en Guatemala.
Ovando derrocado en Bolivia: Miranda y
luego Torres en el poder; liberación de
Debxay. Pascrana Barrero presidente de Co-
lombia; Consejo de Guerra contra 325 gue.
nilleros del EI..N. Independencia de Gu-
yana.
G. Sucre: L,, mjrdáa. Scorza: Redoble por
Rtm&as. Ocero Silva: Cu,máo q11iero llorar
no lto-ro. Skarmet11: Desnudo en el teidáo.
Prada: Los funddáo-res del 11ll,11. Cardenal:
Homenaje II los indio! 11merfosno1. Muere
Marechal.
B: Año del é,dto del milagro br11sileiio, China Popular ingresa en las Naciones Uni•
con crecimiento del 11 % del PIB. Decrcco das. Pakistán aplasta insurrección del puc•
que permite al gobierno manejarse con de- blo bengalí. Inglaterra entra en el Merca•
cretos secretos. Asesinato de Lamarca, últi- do Común Europeo. Tres cosmonautas so•
mo Hder guerrillero importante. Enseñan- viéticos mueren al regresar del espacio, por
za obligatoria en las escuelas de Educa- mal funcionamiento de la cápsula. lofla.
ción Moral y Cívica. ción en EE.UU. Primeras dificultades mo-
netarias internacionales. Reconciliación con
Difusión de los carloons (Millor, Ziraldo, Pekín. En Uganda, dictadura feroz de Idi
Henfil, Jaguar) : militancia política y pro• Amin Dada.
testa; represión. Extremos de la censura
cultural: prohibición de 70 letras de músi• M. Swadesh: O,jgen y diversific,teión deJ
ca, 100 piezas teatrales, 3O film s. leng"aie, Lévi-Suauss: MiJológicas.
559
Vid,s 'J Obra de Gitber10 Frl'jre
560
B1'a1il 'J América L,,Jina M1111do Bxlerio,
561
Vida y Obra de Gilberlo Freyre
1973 Recibe el trofeo Nuevo Mundo, de San Pablo, por "obras notables
en sociología e historia", y el "Trofeo de los Diarios Asociados" por
"mayor distinción acrual en artes plásticas".
562
Braiil y América Latir,a MutJdo Exterior
B: E. Geissd presidente. Crisis mundial del Caída de lt>s militares griegos. Ford visita
petróleo afecta gravemente la econt>mía: au- la URSS. Senadores norteamericanos visi-
menco deuda externa, evidente carácter da- can Cuba. Rockefeller a la vicepresidencia
ñost> de las empresas mul tinacionalcs, des- de los EE.UU. Solzjcniczin expulsado de la
moralización de la propaganda guberna- URSS. Fin de la dictadura en Porrngal:
mental del milagro br,ssileño. Partido ofi- golpe militar nacionalista y rápido procest>
cialista derrotado en elecciones parlamen- de izquierdización. Giscard d'Escaing, elec-
tarias, éxito de la oposición '"moderada··. to presidente de Francia. La CIA cuestio-
N. Pereira dos Sancos: Amulelo de Ogum. nada por el Congreso norteamericano.
563
Vida y Obra de Gilberto Freyre
564
BraJit 'J América Lalina Mundo Exlerior
AL: Muere Perón en Argentina; su mujer Nabokov: Strong Opiníons. A. Davis: A11-
en el poder. Asesinan en Buenos Aires al tobiografia. Saura: La prima Angélica. Vis-
general chileno Prat!, ex-Ministro de De- conti: Ret,1110 de famili11. Fellini: Am"1'-
fensa de Allende. En Uruguay prohibición &ord.
generalizada de actividad política y clausu-
ra del semanario Marcha, después de 3 5
años de difusión. "Socialización" de seis
grandes periódicos peruanos. Declaración
de Guyana entre Venezuda y seis países
latinoamericanos. Pinochet, Jefe Supremo
de la Nación en Chile; represión y pobre-
za extrema. Estado de sitio en Bolívia. Ló-
pcz Michclsen ( Partido Liberal) electo en
Colombia. Independencia de Granada. Mé-
xico rompe relaciones con Chile.
B: Chico Buarque: Gota de 11gua. Gran Ejecución de vascos en España por muerte
éxito de G11b,iela, telenovela sobre obra de a "garrote vil". Repudio mundial. Mucre
J. Amado. Ge/o de debates en el Teatro Franco y sube al poder el príncipe Juan
Casa Grande de Río. Carios: lenta democratización del régimen.
Afianzami~nto dd PC italiano: el euroco-
//.l.: El terror en Argentina: grupos fascis-
munisrno. Retiro total de tropas norteame-
tas (Triple A) y guerrilla de ultraizquier-
ricanas de Vietnam. Intento de reunificar
da (ERP y Montoneros). Ministro de Bie-
los dos Vietnam. Independencia de .Angola
nestar Socia! implicado con los grupos pa•
(ayuda cubana y soviética). Huelga gene•
rapolicialcs. En Uruguay, dcsbararamicn-
ral en la India; puertos paraliudos. Año
ro dd Partido Comunista y afianzamien-
Internacional de la Mujer.
to de la línea económica del Ministro
Vcgh Ville¡;as: liberalismo económico y Muere asesinado Pasolini. Mueren Pab!o
pobreza. :Exilio masivo de argentinos y uru- Picasso y Pablo Casals.
guayos. Morales Br:rmúdez primer Mínimo
en Perú. Revueltas, ieprtsión, las cenera•
les obreras acusan a la CIA de las manio-
bras poi íticas. Bolívia y Chile teanudan re-
1:icion<.'s. Tensión en las minas de estaño
de Caravi y Siglo Veinte. México no asiste
a la reunícín de cancilleres de la OEA
a celehrarse en Chile. Echeverría visira
Cuba; rompe relaciones con España por eje-
565
Vida y Ohra de Gi/berlo Freyre
566
Mundo Exterior
567
INDICE
PROLOGO, por Darcy Ribeíro [IX)
Criterio de esta edición [XLII]
CASA-GRANDE Y SENZALA [ 3]
CRONOLOGIA [417]
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