3 - Corazón de Fuego - Jasmín Martínez
3 - Corazón de Fuego - Jasmín Martínez
3 - Corazón de Fuego - Jasmín Martínez
Para todas esas dalias negras que saben dar suaves caricias a las manos
correctas, pero que atraviesan con sus espinas a las equivocadas.
Para ti que incluso en la oscuridad no te rindes, porque sabes que pronto
llegará la luz y aun si no, estás dispuesto (o dispuesta) a caminar sin ella.
Si me pides fuego arderá todo.
Yo no sé amar de otra manera.
—David Sant—
Capítulo 1
Dahlia negra
Elijah
Años atrás...
En el momento que Elena propuso hacer un trío con Laurel incluida, dije
que sí por imbécil, porque mi ego estaba herido y porque me negaba a que
aquel muro impenetrable que construí alrededor de mi corazón cediera. Ese
era mi jodido juego, las reglas las hice para que me favorecieran siempre a
mí, así que no podía ser tan idiota como para permitirme romperlas y ni
siquiera para mi beneficio.
Pero una vez más, la chica inexperta que me demostró que fácilmente
podía trascender del paraíso al infierno en un simple parpadeo, jodió mis
planes y, sin darse cuenta, ese jaque mate que me hizo decirle no indicaba
mi victoria sino la suya, pues mi capricho se fue a la mierda cuando,
mientras intentaba ser el hijo de puta de siempre, en mi cabeza únicamente
se repetía su confesión y su rostro lleno de dolor; además del deseo porque
fuera ella la que estuviese provocándome como esas dos chicas lo hacían.
Mas no era ella. La chica que yo deseaba estaba afuera, odiándome por
ser tan cabronazo, y no la culpaba.
—¿En serio debes irte? —Elena se mostró incrédula luego de que, sin
poder más con esa farsa, les avisé que me marcharía para que ellas
disfrutaran de la noche mientras yo me revolcaba en mi propia mierda.
Ambas se habían metido bastante bien en su papel, Elena sobre todo,
pues le comía el coño a Laurel con tanto ímpetu que entendí por qué en
algunas ocasiones los hombres no podíamos compararnos con las mujeres
cuando de dar sexo oral se trataba.
—Debo hacerlo —dije con firmeza. Laurel sonrió con entendimiento, y
bufé. Tras eso salí de la oficina, rendido de haber intentado seguir con mi
juego y fracasar en el intento.
La confesión de White me impactó como una puta catástrofe que dejó
todo mi mundo de cabeza, y no podía sacarme de la mente su rostro lleno
de dolor y decepción al escuchar toda la sarta de estupideces que le dije.
Dejé mi móvil sobre el salpicadero del coche y miré hacia el lago frente a
mí.
Había terminado desviándome en el camino hacia una ciudad cercana
rodeada de lagos, ahí se encontraba uno en especial, alejado del bullicio y al
cual me gustaba ir cada vez que necesitaba estar solo, separarme de mi
mundo y pensar bien mis decisiones, o en lo que haría esa noche.
Me reí al leer el mensaje de Marcus y negué con la cabeza por cómo
evitó el nombre de Dahlia. No éramos amigos ni lo consideraba de la
misma manera que a mis súbditos, pero nos cruzamos un par de bromas
cuando ayudó a que ella se encontrara conmigo y en algún momento pensé
que hubiera sido un excelente compañero en mi equipo si, en lugar de los
Vigilantes, su familia hubiera sido aliada de Grigori.
Por él fue que supe que el primer nombre de Amelia era Dahlia, y que lo
odiaba tanto como para amenazar de muerte a cualquiera que la llamara así.
Incluso me amenazó a mí en el momento que quise comprobar si era real lo
que Marcus me dijo, pero lo olvidó porque tras decirle ese nombre le
obsequié una Dahlia Deseo azul como regalo.
Miré la hora y me di cuenta de que ya era muy tarde, así que me puse en
marcha hacia la casa de mis padres con la idea de tomar una ducha para
relajarme antes de enfrentarme una vez más a mi pasado, pretendiendo
dejar a Isabella en paz al menos hasta el día siguiente. Podía ir a mi
apartamento en realidad, pero, a pesar de que no planeaba que habláramos
hasta calmarnos por completo, no quería estar lejos y cuando subí a la
segunda planta, en lugar de seguir mi camino hacia la tercera, dejé que mis
pies me guiaran a la habitación de la dueña de mis pesadillas,
encontrándome con tremenda sorpresa al verla de pie, en pijama, frente a un
arreglo floral que tenía además un globo con la frase PERDÓN.
La poca tranquilidad con la que llegué se esfumó en un santiamén.
—¿Me dirás a quién debo matar? —Pude ocultar el enojo de mi voz,
pero no la tensión en mi cuerpo.
Isabella soltó un jadeo al escucharme, como si la hubiera pillado en algo
que no quería que yo supiera. Le di tiempo para que pensara bien lo que me
respondería mientras me quitaba la cazadora y la tiraba sobre la cama;
luego llegué cerca de ella, distrayéndome por un momento con sus pezones
endurecidos que me tentaron por encima del pijama que vestía.
—¿Y? ¿Quién ha tenido la osadía de enviarte flores? —añadí, volviendo
al punto.
—No tú, claro está —satirizó, y escondí mi sonrisa. Todavía no sabía si
me gustaba u odiaba que fuera tan cabrona—. Y si no estuviera en shock
por el remitente de esta nota, ya te hubiera dicho que no te importa.
No pude más y las curvas de mis labios se alzaron dejando ver la ironía.
—Pero lo estás diciendo, White —señalé, y sacudió la cabeza.
—Supongo que alguien del servicio las trajo luego de que revisaran que
no contuviera nada peligroso. Pero la nota en sí es peligrosa —explicó y me
tomó por sorpresa que me la tendiera para que la leyera por mi cuenta.
Se cruzó de brazos, privándome de la hermosa vista, pero me concentré
en la nota y de la intriga pasé de nuevo a la furia, porque eso, más que un
agradecimiento, era una provocación por parte del hijo de puta del
cementerio, quien Isabella nos explicó en el hospital que se hacía llamar
Sombra. Y estuve a punto de romperla, conteniéndome a duras penas.
¿Tregua? ¿Reina que hacen reyes?
—¿Qué sucedió en realidad en el cementerio, White? —cuestioné con la
voz ronca, y me alzó una ceja.
Y deseé que entendiera mi pregunta y no lo tomara únicamente como
desconfianza de mi parte hacia ella, pues, aunque habló de lo sucedido en el
hospital, esa nota indicaba que pasó algo más que se guardó.
—A parte de lo que ya dije en el hospital, él aseguró que no quería
matarme, LuzBel. Y no le creí, sobre todo cuando me tomó de escudo
contra ustedes y me apuntó con esa glock, pero me prometió por su sangre
que no me dañaría, que simplemente estaba provocando una pequeña tregua
en la que no cedí, para huir sin un rasguño —confesó sin dudar.
Necesitaba con urgencia mi encuentro con Amelia para sacarle
información sobre Sombra, puesto que ya era más que claro que el que yo
asesiné era un pelele en comparación al que Isabella describió. Y ya tenía
suficientes problemas como para estar añadiendo más a la lista infinita.
—Desde hoy solo saldrás de casa conmigo o con alguno de los chicos y
los guardaespaldas —sentencié, y me miró con ganas de asesinarme.
Ella lo estaba entendiendo como otra señal de mi posesividad, pero en
realidad era precaución, puesto que Amelia ya me estaba complicando las
cosas y Sombra no auguraba nada bueno. Y joder, ya no quería ser más
imbécil con Isabella con tal de mantenerla a salvo.
—¿Perdón? —satirizó—. Ni creas que a estas alturas de la vida me
convertiré en una damisela en apuros y me dejaré amedrentar por esos
imbéciles. —Exhalé con pesadez y cansancio al escucharla.
—No te estoy imponiendo nada, Isabella —aseguré y no me creyó.
—Entonces eres un impostor, porque el idiota que yo conozco pretende
imponerme sus órdenes todo el tiempo. —Sus ojos brillaron al verme
intentando no sonreír.
¡Joder! La chica me ponía difícil ser serio en momentos delicados
cuando me salía con cada cosa.
—¿Podríamos… no sé, hacer una tregua? —propuse de pronto, y me
miró sin entender—. Ven acá.
La tomé de la mano sin esperar su respuesta y lancé la nota a la basura,
pero no le puse mucho empeño y terminó por caer en el escritorio. Me llevé
a Isabella hacia la cama y, por la docilidad que me dio, intuí que ella
también necesitaba de esa tregua.
—No tienes idea del puto miedo que experimenté cuando vi a ese
imbécil apuntarte con su arma. —Decidí ser sincero cuando estuvimos lado
a lado en la cama, abriéndome por primera vez con ella—. La frustración de
no poder hacer nada sin provocar que ese hijo de puta te dañara, la
impotencia de que por no poder… ¡mierda! —espeté y apreté los puños.
No me había permitido sobre analizar lo que pasó porque mi cabeza en
cualquier momento iba explotar, sin embargo, ahí con ella dejé que viera un
poco de lo que no le podía decir con palabras.
Que estaba cansado de fingir, pero que no me podía dar el lujo de no
hacerlo.
—¿Quieres que te diga una verdad que me hace ser más idiota de lo que
ya me crees? —solté de pronto, y asintió insegura—. Estoy tratando de
hacer lo correcto, Isabella, no lo que quiero.
Por un breve instante me quebré porque quería permitirme sentir de
nuevo, vivir de verdad. Darme una oportunidad de ser normal y no un líder
en ciernes que un día estaría a cargo de una organización poderosa, y
tomaría decisiones incluso más complicadas que las que estaba tomando en
ese momento.
—Pero ¿cómo es posible que hacer lo correcto te obligue a que seas más
idiota? —preguntó ella queriendo entenderme, y miré hacia el parqué de la
habitación.
¿Cómo demonios le decía que la chica de la cual me enamoré en el
pasado estaba viva? ¿De qué manera podía evitar romperle el corazón?
¿Cómo carajos le explicaba que posiblemente la persona que más odiaba
y se lo arrebató todo era su hermana y también esa chica que ella creía que
amé?
Mierda. Le hice una promesa que no tenía ni jodida idea de cómo iba a
cumplir.
—Porque a veces los buenos tenemos que hacer cosas malas para que los
malos paguen —admití.
No le mentí en eso, pues podía tener dudas con respecto a Amelia, y
deseaba escucharla antes de tomar una decisión, no obstante, debía ocultar
que la Castaña me importaba para que no pensaran en dañarme por medio
de ella, o doblegarme de alguna manera.
—Porque ha llegado un punto en el que no puedo convencer a esos hijos
de puta, así que ahora debo confundirlos —añadí con odio, pensando en
cómo Amelia identificaba a Isabella. Pues si me había amenazado con
deshacerse de mi zorra cuando peleamos es porque sospechaban que no
protegía a la chica solo por ser la hija de Enoc—. White, necesito que no
me hagas las cosas más difíciles —pedí—. No te estoy imponiendo nada,
solo trato de protegerte, aunque no lo creas, así que de nuevo te digo: no vas
a salir sola de aquí de ahora en adelante —zanjé, y me miró con ironía,
aunque intuí que lo hizo para chincharme—. Y te prometo que no me
importa que tenga que atarte a mí, no te perderé de vista. No dejaré que te
expongas por muy furiosa que estés conmigo, y menos con ese imbécil tras
de ti.
—Okey, entonces solo para aclarar: ¿intentas protegerme de Sombra para
que no me dañe o para que no vuelva a flirtear conmigo?
La tonta se mordió el labio para no sonreír al ver que me tensé.
—Te aseguro que correría con mejor suerte si intenta matarte. —Abrió la
boca incrédula, pero terminó riéndose y… jodida mierda, la presión en mi
pecho mermó—. Me alegra que eso te cause gracia en lugar de querer
matarme —murmuré, y antes de que soltara alguna de sus respuestas
listillas tiré de ella hasta subirla en mi regazo.
Ambos estábamos metidos ya en un círculo vicioso, pero demonios, me
gustaba ahogarme con ese humo adictivo que provocaba el fuego entre
nosotros.
—Me gusta verte así, Castaña gruñona. —Le hice el cabello hacia un
solo lado del cuello mientras le decía eso.
—¿Así cómo? —preguntó, y me rodeó con los brazos.
—Riendo en lugar de llorar y sufrir en silencio por los malos recuerdos
que están en tu cabeza.
No necesitaba salvarla, sino ayudarla a que se encontrara, seguía
recordando ese consejo de la miedosa. Y no mencionaba nada de lo que
vivió, aunque en momentos como ese me era imposible no intentar
persuadirla para que se abriera conmigo y se liberara de esa carga que la
atormentaba.
—¿Podríamos hacer que nuestra tregua dure esta vez? —Me confundió
su pregunta, aunque enseguida comprendí que estaba obviando el tema—.
Ayúdame a conseguir mi venganza pronto y te prometo que me marcharé
para que dejes de hacer lo correcto en lugar de lo que quieres —propuso, y
me alejé un poco para mirarla a los ojos.
—¿Marcharte? ¿A dónde? —pregunté sobresaltado.
—A mi propio lugar.
Maldición, no podía estar hablando en serio. De ninguna manera dejaría
que se fuera.
—No tienes por qué hacer eso, Bonita. Esta casa es muy grande, mis
padres por lo visto te adoran y, además, si no te sientes a gusto aquí,
podemos…
¿Pero qué mierda estaba pensando?
—¿Podemos qué? —insistió, y tragué con dificultad.
—Podemos irnos a mi apartamento —propuse siguiendo con esa locura y
sus ojos se desorbitaron.
Sí, era una locura, pero quería cometerla con ella.
—Gracias, Elijah. Pero no es de la casa de tus padres que quiero irme,
sino de la ciudad —admitió—. A lo mejor vuelvo a California para dejar
todo en orden con las empresas y la organización y luego, posiblemente,
pase una temporada en Tokio —confesó, y presioné mi agarre en sus
caderas sin pensarlo.
No sé qué pretendía con eso, pero estaba loca si creía que dejaría que se
fuera cuando corría peligro.
—No es seguro para ti que hagas eso, White —le recordé con dureza.
—Por eso lo haré cuando obtenga mi venganza. Me aseguraré de que
nadie vuelva a joderme, Elijah. Y, para serte sincera, es eso lo que me
retiene ahora mismo en Richmond. —Bufé incrédulo al escucharla, pero
ella lo ignoró y continuó—: Y una vez que lo consiga, buscaré nuevos
horizontes, ya que ansío encontrar el centro de mi tierra, mi propio paraíso
personal.
¿Cómo putas se suponía que iba a ayudarle a encontrarse cuando ella
pretendía irse?
—Richmond puede ser tu centro de la tierra, tu paraíso personal, White
—aseguré—. Eso que deseas tanto estará donde tú lo quieras.
Pensé en alejarme cuando se acercó para acariciarme el rostro porque lo
tomé como un premio de consolación, pero mi cerebro hizo clic y analicé
que ella pretendía irse porque yo no le estaba dando lo que esperaba, y no
podía juzgarla por querer alejarse de mí. Era lo mejor si lo pensaba desde la
perspectiva correcta, pues si pretendía protegerla, si es lo que estaba
haciendo, ella me lo acababa de facilitar más.
¿Pero por qué carajos se sentía tan difícil?
—A veces no es así, Elijah —musitó—. Porque hay cosas que por más
que las quieras no puedes forzarlas, no se dan. Entonces te das cuenta de
que has buscado en el lugar incorrecto y debes comenzar de nuevo.
¿Comenzar de nuevo?
Dijo eso y los escenarios que imaginé me agriaron la sangre de una
manera que me revolvió el estómago, puesto que entendí que deseaba
buscar con otro el amor que yo le negaba. Y una cosa era saber que lo mejor
para que estuviera a salvo era que se marchara lejos, y otra que quisiera
buscar su centro de la tierra con alguien más cuando yo…
—¿Dónde está tu centro de la tierra, Elijah? ¿Tu paraíso personal? —Su
pregunta me devolvió al momento.
Se iría luego de obtener su venganza, eso aseguró. Así que encontré mi
respuesta: si antes la persuadí de ir detrás de Fantasma porque quería
escuchar a Amelia (y conocer sus razones para volverse un jodido grano en
el culo), en ese instante deseé distraer a Isabella de su objetivo para
retenerla un poco más a mi lado.
Así de puto enfermo estaba.
—Si te confieso dónde está, entonces luego tendría que asesinarte,
Isabella —respondí copiando su acción anterior: le acaricié el rostro y
sonreí.
Pensaba mentirle con mi respuesta, pero con eso también me iba a mentir
a mí; y al ver sus hermosos ojos miel me di cuenta de muchas cosas, incluso
tuve el descaro de comparar sus iris con otros de color marrón que conocía
de memoria. Me era difícil creer que podían ser hermanas, pues incluso sus
apellidos daban a relucir lo diferentes que eran.
Entre Amelia Black e Isabella White había un mundo de diferencia, una
era el bien, la otra el mal. Isabella era un bello ángel seducida por mi
oscuridad; la hice caer y aun así su bondad no la abandonaba. Amelia en
cambio era un hermoso demonio que regresó a mi vida siendo una
maniática y malévola, llena de amargura.
Una era luz, la otra oscuridad total.
Lo único que compartían, además de la madre, era la sed de venganza
que las consumía.
—Ese es y será siempre mi mayor secreto —añadí, admitiendo solo para
mí que me aburrí de la oscuridad el día que me atreví a probar la luz.
Sus ojos irradiaron un brillo que no podía describir y confirmé que en
efecto Isabella era y sería mi secreto mejor guardado, uno que jamás
revelaría. No mientras no supiera cómo protegerla, porque gracias a su
padre estaba jugando para defender a mi reina.
Meree raanee[2], como mi abuelo me enseñó a llamarle a la pieza más
importante en el ajedrez.
Iba a convertirme en el peor de los hijos de puta al fingir que para mí ella
solo era una fulana más, pues por ningún motivo permitiría que la manera
en la que esa chica me importaba fuera una razón más que pudieran usar
para dañarla, ya que, si algo le sucedía a esa Castaña terca de ojos color
miel, entonces sería mi perdición.
Mi fin.
Capítulo 3
¿Sigo siendo la excepción de tu
vida?
Elijah
Me quedé dentro del coche (que alquilé esa tarde) durante varios minutos
antes de avisarle a Marcus que ya me encontraba en el estacionamiento del
club Karma, pensando en lo que haría y en la estupidez que cometí al llegar
solo, pero también en esa necesidad que me carcomía por ver a Amelia,
entender y aclarar muchas cosas de todo lo que sucedió tiempo atrás,
cuando la creí muerta.
«No confío ni en mis dientes, porque a veces me muerden la lengua».
Sonreí irónico cuando las palabras de White llegaron a mi cabeza. No se
equivocaba con eso y yo debía aprender de ella, pues la confianza que
estaba mostrando al aceptar los términos de Amelia eran un nivel de
imbecilidad al que nunca creí que llegaría, pues la chica que me esperaba
adentro del club estaba muy lejos de ser la persona que conocí años atrás.
Sin embargo, decidí seguir mis instintos y me aferré a la idea de que, por
muy diferente que fuera mi ex, no pudo haber dejado de ser una mujer de
palabra.
Cumplir las promesas era algo que los dos teníamos muy bien arraigado
y, así yo haya cambiado mucho después de su muerte, seguía manteniendo
mi palabra, por lo que decidí creer que Amelia era igual en eso.
Respiré hondo luego de enviarle ese mensaje a Marcus y esperé su
respuesta. Él ya me había dicho dónde me encontraría.
Estudié mi alrededor y en efecto noté a muchos Vigilantes, pero no le
daban importancia al coche en el que me mantuve, lo que me hizo pensar
que, o sabían de mi llegada porque eran gente de Amelia, o me creían un
visitante más.
Iba vestido con ropa oscura y la cazadora que usaba tenía un gorro que
me ayudaba a ocultar un poco mi identidad. Miré la hora en mi móvil,
además de que revisé si tenía mensajes de Marcus, pero no encontré nada,
lo que me hizo negar con la cabeza, lleno de fastidio porque se estaba
tardando demasiado.
—Joder, hombre. Ya era hora —dije en cuanto se acercó a mi ventana.
Se veía más alto de lo que recordaba, posiblemente de dos metros y,
aunque estaba más delgado que antes, su cuerpo lucía más trabajado, con
más músculos que grasa. Y lo intimidante pareció asentarse en él.
Definitivamente era ese tipo de matón que ponía a cagar del miedo a
cualquiera.
Menos a mí.
—Perdón, alteza, estaba asegurándome de que tenga una buena
bienvenida —respondió, y alcé una ceja cuando abrió la puerta del coche y
con un ademán de mano me invitó a salir, y negué satírico—. Andando, que
tu Dahlia negra te espera.
No le dije nada, me limité a seguirlo sin perder el enfoque a mi alrededor.
Me condujo hacia la puerta de servicio y se rio de mí porque notó mi
desconfianza antes de entrar. Escuchaba la música al fondo y por la
infinidad de coches que vi en el estacionamiento deduje que el lugar estaba
repleto. Algunas personas de seguro eran ajenas a los Vigilantes.
—Deberías tomarte un trago antes de subir con ella —aconsejó Marcus
en cuanto pasamos por una barra, y negué en respuesta.
Quería ir con Amelia de inmediato.
—Nunca he necesitado del alcohol para enfrentarme a ella —dije medio
gritando para que me escuchara.
Caminamos en medio de la gente y luego nos fuimos por un pasillo que
llevaba a los baños, más allá de ellos el camino seguía hasta conducirnos
frente a la puerta de metal oscuro que me dividía de ella: de la protagonista
de muchos de mis sueños y pesadillas.
—Ya no es la misma —me recordó Marcus en voz baja, pues ahí la
música era suave y no quería ser escuchado por nadie más.
—No tengo duda. ¿Está sola? —afirmé y pregunté antes de que abriera la
puerta.
—Y esperando por ti. Lucius y los demás no vendrán hoy —anunció, y
le creí.
Lo hice no solo porque me había ayudado en dos ocasiones en esas
semanas, sino porque también lo hizo en el pasado y siempre me demostró
ser alguien leal y sin miedo a decir las cosas en la cara, dejando las
hipocresías de lado.
Abrió la puerta luego de su respuesta y me invitó a pasar. Sonrió de lado
al ver mi tensión y bufé con burla hacia mí mismo, pues hacía mucho que
no me sentía nervioso, no de la manera en la que me encontraba en esos
momentos. Down resonaba cuando entré. Marcus cerró para darnos
privacidad y me quité el gorro de la cabeza mientras veía a Amelia
dándome la espalda. La encontré sirviéndose un trago, mirando a un punto
en específico en la pared, y sonreí porque ella también estaba nerviosa y
quiso calmarse con el alcohol.
En ese instante sí lucía como la chica que recordaba.
Usaba un vestido beige corto, un poco flojo de la cintura para abajo;
medias de malla oscura y unos borceguís de taco alto. Tenía el cabello en
una coleta alta y cuando giró un poco el rostro para dejarme ver su perfil me
percaté de que iba maquillada, con los labios rojos como recordaba que
siempre le gustó llevarlos. Sonrió de lado en cuanto nuestros ojos se
conectaron y maldije en mi interior al darme cuenta de que las similitudes
que vi entre ella y la Castaña eran más marcadas de lo que una vez noté.
Definitivamente era un estúpido al no querer aceptar su consanguinidad
con Isabella.
—Nos volvemos a encontrar —se giró y me dejó verla por completo—,
Elijah —pronunció mi nombre como lo hizo muchas veces en el pasado.
Mierda.
Como Fantasma era una hija de puta y nos dio un golpe duro al
arrebatarnos a Enoc, estaba destruyendo a Isabella y complicándome la vida
con su regreso, pero… no me mentiría. En ese instante vi únicamente a la
chica por la cual cometí muchas locuras, quien me hizo mierda con su
traición, así como con su supuesta muerte, y me era increíble verla tan llena
de vida.
«Yo seré siempre la excepción de tu vida».
Las palabras que me dijo hace tiempo me golpearon y no supe lo que
sentí, pues era demasiado confuso para procesarlo.
—Amelia —saludé, y cerró levemente los ojos, sonriendo con picardía y
sensualidad.
La misma sonrisa que siempre me dio cuando estuvo en mi cama,
desnuda y satisfecha.
—Debo admitir que me sorprende mucho que hayas pedido vernos y que
confiaras en venir bajo mis términos, a un territorio de donde te sería difícil
regresar a casa sano y salvo —señaló y dejó el vaso en el escritorio para
luego acercarse un poco a mí.
—Créeme, a mí me sorprende más —acepté.
Alzó la barbilla en un gesto que me era demasiado familiar y sacudí un
poco la cabeza para espabilar. Se me estaba haciendo muy difícil impedir
que el rostro angelical de la Castaña distorsionara los hermosos y perversos
rasgos de Amelia.
—Vas a irte sano y salvo, al menos por hoy. Te lo prometo —dijo con
alevosía, y sonreí de lado por su descaro.
Noté que tragó con dificultad, perdiendo un poco de la seguridad que
deseaba mostrarme, y me tomó por sorpresa que de un momento a otro ella
dejara de comportarse como la Dahlia negra, Fantasma, y regresara a la
Amelia que me era familiar, pues cerró la distancia entre nosotros y me
abrazó. Apreté los puños sin corresponderle, tensándome más al ser
consciente de que no era un espejismo lo que había estado viendo, era ella
en carne y hueso, viva, sana.
—Oh Dios —susurró y en su voz noté la incredulidad de su parte.
Ella tampoco podía creer lo que estaba pasando y por un momento,
dejándome guiar por quién sabía qué, envolví los brazos en su delgada
cintura y respiré hondo sobre su cabeza, llenándome los pulmones de su
presencia.
—Joder, sí eres tú —repliqué, y se aferró a mí como si no quisiera
dejarme ir.
—¿Estás feliz de verme? A pesar de todo —preguntó insegura, y me
separé de ella, tomándola de los lados de la cabeza para luego correr las
manos hacia su rostro y acunarlo.
—A pesar de todo, te prefiero respirando —acepté, y sonrió tímida.
El dolor que sentí al perderla había opacado el odio que me despertó
cuando la encontré en la cama con Elliot. No obstante, eso era algo que no
olvidaría jamás, pues yo hice mis mierdas con otras mujeres antes de que lo
de nosotros dejara de ser solo acostones ocasionales, pero, en el momento
en que comencé a sentir más por ella y quise algo serio, la respeté porque
quería lo mismo de su parte. Sin embargo, no le mentí.
La prefería viva, pero ya no como mi chica.
—¿Sigo siendo la excepción de tu vida? —preguntó con anhelo y mis
ojos se abrieron un poco más.
¿Lo había sido en realidad alguna vez?
Esa pregunta me rondó por la cabeza en muchas ocasiones y en ese
momento regresó a mi mente, pero descubrí que seguía sin saberlo e iba a
ser sincero con ella, aunque no conseguí decir ni una sola palabra porque de
nuevo me tomó por sorpresa al unir su boca a la mía. Sus labios eran
cálidos y suaves, cerró los ojos para disfrutar del gesto y yo mantuve los
míos abiertos.
Desconocí esa boca y su sabor ya no era el que deseaba sentir, así que
con delicadeza la alejé de mí.
—Ya veo —musitó con amargura y nos miramos a los ojos—. Ni sigo
siendo esa excepción ni tampoco tienes por mí el mismo sentimiento que
antes.
—¿Qué sentimiento? —pregunté, y la manera en la que lo hice le dio a
entender algo que no quería, logrando con eso que la chica de antes volviera
a desaparecer—. Amelia...
—¿A qué has venido? —me interrumpió.
Mierda.
—No a que me beses. —Bufé y la miré serio, ella rio sin gracia—. Y sé
que tampoco ignoras la otra razón para que esté aquí.
—¿Pretendes que crea que hay otra razón, aparte de querer reclamarme
por lo que hice la última vez que nos vimos?
Me reí en respuesta por lo descarada que era.
—Lo dices como si no hubieras hecho algo terrible y desatado cosas
peores. —Bufó al escucharme.
—Solo hice lo que esa puta se merecía.
—Isabella no es ninguna puta —solté sin pensar, pero no me arrepentí.
Dije lo que sentí correcto, aunque no lo más inteligente en un lugar donde
podía salir envuelto en una bolsa negra—. Y sí, mi otra razón para estar
aquí es comprobar que no fueras producto de mi imaginación. O una
alucinación que me provocaste con la droga que llevabas en los guantes.
Su sonrisa de medio lado fue tan malvada que terminó contagiándome,
pero no porque me agradara, sino más bien por la incredulidad de que no
ocultara nada de lo que hizo.
—Esa estúpida se merece eso y más. Y no descansaré hasta dárselo, le
hice una promesa que pienso cumplir —espetó con el odio oscureciendo sus
ojos—. Elijah, si de verdad estás feliz de verme y si alguna vez sentiste el
mismo amor que yo siento por ti, ayúdame a lograrlo; llévame a ella y
venguemos lo que Elliot nos hizo. —Reí divertido, era absurdo lo que me
estaba pidiendo—. Así que es verdad —mencionó al ver mi reacción, y alcé
una ceja.
—¿Qué es verdad?
—Que esa maldita zorra no solo me quitó a mi madre —soltó y descubrí
muy rápido que Elliot no se equivocó—, sino también al hombre que amo.
¡Te has enamorado de ella! —gritó.
La miré procesando lo que dijo, y temiendo que todo se volviera en mi
contra de un momento a otro si no sabía mover mis piezas con inteligencia.
—No estoy enamorado de nadie —zanjé, consciente de que ser un hijo
de puta era mi mejor jugada—. Y, por lo que veo, me has desconocido u
olvidaste quién fui antes de que tu camino y el mío se entrelazaran. Y quien
volví a ser luego de que la única mujer por la cual me planteé cambiar me
traicionara con mi primo. —Tragó con dificultad al escucharme y las curvas
de mis labios se alzaron con ironía.
—¿Vas a negar que te acuestas con ella? —preguntó queriendo recuperar
su seguridad.
—¿Y por qué razón debería hacerlo? —No la dejé responder—. Que me
acueste con Isabella no significa que tenga sentimientos por ella, Amelia.
La chica, así como otras mujeres que han pasado por mi cama, son simples
pasatiempos y ya.
Noté su confusión y me di cuenta de que debía mantenerme aventando
mierda para seguirla confundiendo en lugar de alimentar su odio.
—Los hemos estudiado, Elijah. Y hemos notado que ella es especial para
ti —largó con celos.
Torcí la boca en una sonrisa cruel y llena de sorna.
—Y no se equivocan, es especial por ser mi venganza hacia Elliot. ¿O
qué? ¿Creías que dejaría por la paz el que ese hijo de puta se haya acostado
con mi chica? ¿De verdad me crees el tipo de hombre que no se cobrará las
traiciones? —Di un paso hacia ella cuando noté que estaba ganando terreno
en esa batalla y me miró entre atormentada y furiosa.
—Conque también es tu venganza hacia mí por acostarme con tu primo
—musitó, y con dos dedos la sostuve de la barbilla para que me mirara a los
ojos.
—Te creía muerta, así que no. Del único que busqué vengarme es de
Elliot.
—¿Entonces vas a dejarla ahora que sabes que estoy viva? —La
esperanza que hizo brillar sus ojos me provocó una punzada en el pecho.
—No, mi hermosa Dahlia negra. —Se tensó por cómo la llamé, pero
calló—. Porque, que te haya creído muerta, no significa que me volví un
estúpido ciego que ignora la traición.
—Pero ya sabes que Elliot me usó. —Trató de defenderse y me tomó de
la muñeca con la que la sostenía.
Bufé una risa.
—Lo único que sé es que no me amabas lo suficiente como para serme
fiel. Así que no pretendas embaucarme, Amelia. Elliot te usó, pero tú se lo
permitiste, me traicionaste. Y si en algo ha tenido razón siempre ese hijo de
puta es en que en una relación la culpa no es del tercero, ya que él no se
hubiera metido entre nosotros si tú no se lo hubieses permitido.
La solté y me zafé de su agarre para volver a poner distancia entre
nosotros. Ya no me afectaba lo que hizo, pero era un buen momento para
fingir que sí.
—Hablas como si tú hubieras sido una blanca paloma, Elijah.
—¿Te traicioné luego de pedirte que fueras mi novia? Porque sé que
tenías los medios para averiguar mi vida cuando no estabas conmigo. Así
que de nuevo, ¿supiste que te engañé con otras? Y piensa bien tu respuesta,
ya que yo puedo ser un cabronazo, pero estoy seguro de que en lo único que
te fallé fue en haberte querido mantener aislada con tal de que tu padre no te
encontrara, y que te dejé de lado para concentrarme en tu seguridad y en mi
deber con Grigori.
Apretó la mandíbula y los puños. No tenía respuesta para lo que le dije y
ella sabía que tampoco le mentí, pues la cagué en muchas cosas en nuestra
relación y vivimos situaciones que hubiéramos podido resolver sin
perdernos la confianza, si las hubiésemos hablado, si no me hubiera
traicionado. Sin embargo, sí me mantuve fiel a lo que le prometí que le
daría como mi novia, ya que, a diferencia de lo que muchos creían, yo era
un mujeriego si estaba soltero, pero no en una relación porque odiaba ese
tipo de dramas de parejas.
—No tienes idea de cómo me he arrepentido por lo que hice, de cada
maldita noche que he llorado queriendo tenerte frente a mí para pedirte
perdón —murmuró con la voz débil, y sacudí la cabeza en negación—. Hay
cosas en mí que no puedo controlar, que me manejan si entro en crisis y sé
que te parecerá absurdo, pero no era yo en aquel motel con Elliot.
—Puta madre, solo eso me faltaba. Que tuvieras una gemela y fuera ella
a la que encontré con ese imbécil —me burlé entre risas.
Su mirada se volvió filosa, pero también llena de dolor y vergüenza.
—No estoy jugando —aseveró.
—Ni yo —largué con dureza para que entendiera que no le mentí y que
no era un estúpido al que manejaría a su antojo.
—Bien, sé que no es momento para hablar de este tema, así que
evitémoslo —replicó, y sonreí sin gracia, pero no me negué porque
tampoco quería seguir con eso, aunque me conviniera más que dejarla
hablar de Isabella—. No te sorprendió que dijera que tu amante en turno me
robó a mi madre, por lo que deduzco que ya sabes que somos hermanas —
señaló.
Era fácil mentirle, hacerme el sorprendido e inventarme una excusa, pero
necesitaba información y me la daría si era sincero con ella. O estaba
confiando en que así sucedería.
—Lo he descubierto hoy por pura casualidad —confesé, aunque no
estaba dispuesto a darle detalles—. También descubrí que Isabella no lo
sabe, según ella solo Dylan es su hermano y no entiendo el porqué. —Noté
que la furia volvió a encontrarla y cogió el vaso con licor para beber lo que
le quedaba de un sorbo, demostrándome con ello que ese no le era un tema
fácil de tocar—. ¿Vas a ayudarme a entenderte?
Me miró alzando una ceja, sorprendida por mi pregunta.
—¿Lo dices en serio? ¿Quieres entender por qué maté a uno de los
fundadores de tu organización? ¿Por qué me provoca tanto odio que
menciones a esa tipa? Porque no, Elijah, no se debe solo a ti —aclaró.
—Quiero entenderte, Lía —aseguré, usando el mote que le puse y que
con el tiempo ella llegó a aceptar y dejó de odiar—. Necesito comprender
por qué siempre te creí hija única y que tu madre había muerto, y que ahora
resulte que nada de eso es así.
Eso fue lo que me dijo cuando nos conocimos, que no tenía hermanos y
que su madre murió de cáncer años atrás. Cuando se lo comenté a mi padre
dijo tener conocimiento de que una de las ex esposas de Lucius murió de
esa enfermedad. Por lo que fue fácil creer en ella.
—Es una larga historia.
—Tenemos toda la noche —repliqué y noté que escondió una sonrisa.
Mi declaración no tenía ninguna connotación sexual, pero era consciente
de que, con nuestro pasado, la sorpresa de saberla viva y haberla buscado le
podían dar a entender que aspiraba a algo más que hablar con ella.
—Toma asiento —me invitó señalando uno de los dos sofás individuales
que tenía ahí.
Lo hice de inmediato porque no me apetecía que perdiéramos más
tiempo. Me miró a los ojos y le sostuve la mirada hasta que ella decidió
retirarse de esa guerra y respiró hondo.
—Por supuesto que Isabella solo cree que Dylan es su hermano, porque
la perra de Leah me abandonó —soltó entre dientes, y eso me sorprendió.
No la conocí, pero mis padres sí, y nunca escuché ningún mal comentario
sobre ella. Mi madre incluso la seguía llorando y entendí que el amor que
tenía para su amiga hacía que viera a la Castaña como una hija más.
—Le fue infiel a mi padre con Enoc y huyó con él cuando yo solo tenía
un año. Luego se embarazó de esa idiota y yo quedé en el olvido. Por eso te
dije que mi madre murió, ya que, si yo morí para ella, ¿por qué iba a
respetarla?
Me quedé sin palabras, pero fui capaz de entender que Lucius supo
envenenar a su hija desde pequeña y, aunque no tuviera idea de cómo fue
Leah como madre, sí sabía que existían dos versiones de esa historia, pero
Amelia únicamente conoció y se aferró a la que a su padre le convenía.
—Entonces Enoc sabía de tu existencia —confirmé más para mí.
Maldición.
Él sabía que estaba entregando a la hija de su mujer y, así lo haya
entendido antes, en ese instante experimenté cierta confusión porque
también comprendí a Amelia.
—¿Por qué crees que me entregó cuando supo que yo estaba contigo? —
La miré fijo al escuchar su pregunta y rio con amargura—. Sí, Elijah, Derek
me dijo que fue Enoc quien le ofreció a mi padre entregarme con tal de que
él desistiera de su venganza cazando a su hija. Mi padre estaba dispuesto a
hacerle pagar por haberse metido con su mujer, quería arrebatarle todo lo
que obtuvo con Leah, por lo que su princesa era la siguiente luego de
deshacerse de su ex. Y, como dato extra para ti, odio mi primer nombre
porque me lo puso esa perra. Era amante de las flores y la Dahlia estaba
entre una de sus favoritas.
Fruncí el ceño. No me cuadraba que Leah no la haya amado, pero
hubiera escogido un nombre que para ella era especial.
—Por eso asesinaste a Enoc, para vengarte de él por haberte
intercambiado —afirmé.
En lugar de responderme se fue a servir otro trago y me ofreció uno.
Asentí y esperé a que siguiera.
—Sé que tú siempre estarás del lado de tu gente y no te juzgo. —Caminó
hacia mí con seguridad y me tendió la bebida. Creí que tomaría asiento en
el otro sofá, pero no lo hizo y optó por regresar cerca del escritorio—. Sin
embargo, Enoc me regresó a un infierno peor del que conocí antes de
fugarme contigo, así que créeme cuando te digo que le di una muerte más
fácil de la que en realidad merecía.
Le di un largo sorbo a mi bebida, analizando sus palabras. Estaba claro
que ella no escondía su odio e iba a ser sincero conmigo mismo: la entendí
a la perfección, pues así comprendiera que Enoc usó todo lo que estuvo a su
alcance para proteger a su hija, eso no borraba el hecho que entregó a una
inocente. Así que Amelia actuó tal cual lo hubiera hecho yo, y como lo
estaba haciendo Isabella al sentirse herida y desolada.
—Joder —musité, desordenándome el cabello con frustración.
—¿Me entiendes? —Identifiqué el anhelo y desesperación en su
pregunta.
La miré a la cara por un momento y repasé en mi cabeza todo lo que me
dijo, concentrándome en el punto de que vivió un infierno peor cuando la
regresaron con su padre.
—Lo hago —acepté—, pero también entiendo a Isabella. Y sí, Enoc
pudo merecer todo lo que le pasó, sin embargo, tú mejor que nadie debería
comprender que tu hermana es inocente, que no tiene por qué…
—No te vuelvas a referir a esa puta como mi hermana —exigió,
señalándome con un dedo, histérica y a punto de perder el control.
—¿Qué pasó cuando volviste con tu padre? ¿Por qué nunca me buscaste
si sabías que sufriría por creerte muerta? —pregunté, tratando de mantener
mi control, porque en ese momento estábamos en ese juego del que se enoja
pierde.
Pero en nuestro caso perdería el que enojara al otro.
A Amelia le extrañó mi cambio de tema, de seguro porque esperaba que
defendiera a la Castaña o le exigiera que no la llamara así, cosa que estuve
tentado a hacer, pero comprendí que era su manera de probarme, buscaba
sacarme de mis casillas y que con ello le demostrara cuánto me importaba
su hermana. Por lo que debía mantenerme reacio.
—No quiero hablar de ese infierno, únicamente voy a decirte que, si te
buscaba, mi padre iba a matarte lentamente y me haría presenciarlo —
confesó con dolor, y sentí sinceridad de su parte.
—No iba a ser fácil que llegara a mí, Amelia. Lo sabes.
—Grigori subestima a los Vigilantes, Elijah. Y se les olvida que dos
desertores son quienes nos fundaron, no unos peleles. Así que, si tuve
miedo de que mi padre cumpliera su amenaza, créeme que no es porque yo
sea débil.
Bien, en eso tenía razón. Y ya los Vigilantes nos habían dado un par de
golpes que indicaban que podían ser tan poderosos como nosotros.
—¿Qué ha cambiado?
—Todo. —respondió, y esperé a que añadiera algo más—. Para
sobrevivir me dejé consumir por el odio que mi padre alimentó en mí y le
demostré que quería tanta venganza como la que él buscaba. Y cuando
asesiné a Enoc le afirmé con hechos que estaba de su lado. Me tenía en
prueba desde hace meses y tras mi golpe hice mi juramento hacia la
organización y una promesa de vida para Lucius Black —informó con
orgullo—. Ya sabes lo que dicen: si no puedes con el enemigo, únetele. Lo
he puesto en práctica y me ha ayudado a recuperar la confianza que perdí
cuando me fugué contigo. Ahora tengo mi propia élite dentro de los
Vigilantes y mi padre ha confirmado que, por mucho que te quiera a ti, no
volveré a faltarle a él.
Le di otro sorbo a mi bebida mientras ambos nos escrutábamos con la
mirada. Descubrí en mi estudio que lo que quedaba de la Amelia que conocí
era la sombra, siendo consciente a la vez de que ella podía pensar lo mismo
de mí, pues lo que vivimos nos cambió para bien o para mal.
—Supongo que entiende que ahora es más factible que tú te deshagas de
mí —satiricé, y ella sonrió.
—Solo si te interpones entre lo que quiero —indicó y comenzó a
caminar hacia mí.
—Ya hiciste pagar a quien te la debía, ¿qué más buscas? —Sabía qué era,
pero debía intentar que entendiera que no tenía por qué seguir el camino de
su padre.
—Que la perra que me llevó en su vientre se retuerza donde quiera que
esté, al ver cómo hago sufrir a su nena. —Maldición, morderme la lengua
para decir todo lo que quería, nunca fue tan difícil—. ¿Te molesta?
Alcé la cabeza para no dejar de mirarla a los ojos cuando se paró frente a
mí.
—Me molesta que ya no seas la chica que… —Me quedé en silencio en
el instante que puso una mano en mi hombro, me hizo recostarme en el
respaldo del sofá y se colocó a horcajadas en mi regazo.
—¿Qué chica? —susurró con voz sensual.
—La chica que se fugó conmigo.
—Tienes razón, ahora soy un demonio igual o peor que LuzBel —se
mofó y me cogió de la nuca. Miré sus labios en cuanto se los lamió y negué
levemente con la cabeza entendiendo lo que buscaba—, y, si tú lo deseas,
puedes unirte a mí —propuso—. Ambos somos unos demonios con sed de
poder y podemos conseguirlo juntos. Seamos jefes y señores de nuestra
propia organización, una que deje en la sombra a Grigoris y Vigilantes.
Me di cuenta de que ella en verdad creía lo que me decía y la euforia que
hacía brillar sus ojos me hizo ver que estaba dispuesta a lo que fuera con tal
de obtener lo que buscaba. Era como si estuviera en la piel de su villana
favorita. La chica se sentía todopoderosa.
Y sentí lástima de ello.
—¿Y quién te ha dicho que no soy jefe y señor de donde quiero serlo? —
pregunté y le acaricié el rostro cuando la tuve sobre mí, dispuesta a besarme
de nuevo, pero la detuve antes de que lo consiguiera—. Lo soy, cariño. Y
para conseguirlo no necesité de un demonio igual que yo. —Se aferró a mi
nuca en el momento que me puse de pie con ella, sosteniéndola de las
piernas.
Se mordió el labio en cuanto me giré para dejarla sobre el mullido sofá, a
lo mejor imaginando cosas que por supuesto no le haría.
—Te ofrezco ser el único, Elijah. No compartir nada con otros
fundadores —aclaró, sorprendida porque me alejé de ella.
—Soy el único, en mi territorio no se mete nadie que yo no quiera, por lo
que no me hace falta nada. —Mi respuesta no fue la que esperaba y la ira
que deformó su precioso rostro me lo confirmó.
—Prefieres a una zorra que no sabe ni dónde está parada —escupió con
asco.
—No la subestimes, porque Isabella se adapta muy rápido a su entorno
—aseveré haciendo énfasis en su nombre y sonreí con cierto orgullo—. Y, a
diferencia de ti y de mí, ella sí tiene el poder que tú deseas —le recordé—.
Lo irónico de todo es que le ayudaste a obtenerlo cuando asesinaste a su
padre e hiciste despertar a la nueva líder. La convertiste en la reina de
Grigori —añadí y supe que mis palabras llegaron a profundidades
peligrosas.
Pero no me importó y me di cuenta de que, a pesar de que quise verla y
todavía teníamos muchas cosas que aclarar, mi tiempo en ese club había
terminado. Pues comprobé lo que tenía que comprobar: Amelia era real,
pero ya no mi Amelia y jamás lo sería, aunque volviese a ser la misma.
—Puedo ponerme en tus zapatos y entenderte, Lía, pero también
comprendo que te has dejado cegar por el veneno de tu padre. Y eso jamás
te dejará ver que te convertiste en lo que siempre odiaste.
—Soy lo que me hicieron ser Enoc y tu pu…
Se quedó en silencio cuando la cogí con una mano de las mejillas y me
incliné para quedar a su altura. Estaba haciendo más presión de la necesaria,
pero no me contuve, ya que me sentía harto de que siguiera llamando a
Isabella así.
—Fue bueno saber que eres real, aunque ya no seas la misma —repliqué
—. Ahora, ten presente que no solo tú has cambiado, cariño —sentencié y
la solté de golpe.
Nos miramos una última vez a los ojos, su pecho subía y bajaba con
respiraciones aceleradas, y al darme cuenta de que ambos llegamos a
nuestro límite de tolerancia por esa noche, opté por darme la vuelta y
comenzar a caminar hacia la puerta.
—¡LuzBel! —me llamó cuando giré el pomo y la miré sobre mi hombro
—. Tú vas a ayudarme a quitarle el reino a Isabella White, eso y todo lo que
ama —sentenció, y reí con burla. Estaba loca si creía que cedería para dañar
a la Castaña—. No es una petición, lo harás por las buenas o por las malas.
—Odié su manera de hablarme y me giré de forma abrupta, llegando de
nuevo a ella.
—¿Me estás amenazando?
—¡No! Solo te estoy advirtiendo —ironizó—. Yo siempre seré la
excepción de tu vida, así que vamos a dejarlo claro —añadió y en ese
momento fue ella la que rio con burla.
Y esa forma de reírse me hizo temerle al futuro.
Cuando salí de ese maldito club, fue sabiendo que el juego que acababa
de iniciar podía volverse en mi contra en cuestión de segundos, sin
embargo, no estaba dispuesto a que me tomaran por un débil que se
prestaría a las artimañas de cualquiera. Y menos si esas tenían que ver con
dañar a la persona a la cual debía proteger. Lo que ya no ejecutaba por
cumplir la promesa que le hice a Enoc, sino porque necesitaba hacerlo.
—La única manera de que consigas parar esto es que hagas desistir a una
de estas chicas —me exhortó Marcus cuando llegamos al coche en el que
me conduje.
Se estaba refiriendo a Isabella y Amelia, pues tenía conocimiento de que
ambas buscaban vengarse la una de la otra.
—No me estás diciendo nada que no haya analizado ya. —Bufé.
Me jodía que ya no solo debía proteger a Isabella, hacerla desistir de su
venganza, sino también tenía que evitar a toda costa que Amelia se
enfrentara a ella o encontrara la manera de hacerme caer en su juego.
—¿Sabes quién está detrás de la máscara de Sombra? —le pregunté a
Marcus, necesitando cambiar de tema y enfocarme en otro que igual me
enervaba tanto como me importaba.
—Creí que no te concentrarías en él —reconoció, y lo miré.
—Es imposible después de cómo el hijo de puta me ha tocado los
cojones —largué, y él rio.
—No te los ha tocado solo a ti, también a Lucius y a Derek —declaró, y
lo miré sin comprender—. Subamos al coche para que hablemos con más
privacidad —me animó.
Me metí en el lado del piloto y él se encaminó al del copiloto. No perdió
tiempo y comenzó a hablarme del imbécil que se ocultaba detrás de la
maldita máscara de Sombra. Y lo que me dijo fue otra sorpresa para nada
agradable, pues entendí que White tuvo razón al mencionar que ese no era
un simple súbdito de los Vigilantes.
Era Darius Black, uno de los jodidos herederos al liderato, pero su
rebeldía (según como lo veía Lucius), lo alejó de la organización, aunque
tenía a su propia gente. Una élite fiel a él que operaban en zona neutral. Y
quien suplantaba al amado amigo de Amelia (el cual yo asesiné) por un
juramento de sangre que le hizo a Leah el día que ella murió.
Un juramento que selló con la sangre de ella, pues la mujer pereció en
sus brazos.
—¿Dónde demonios está la puta cámara? Porque esto parece una broma
muy jodida —solté entre dientes.
—No hay ninguna cámara, viejo.
Negué con la cabeza ante la respuesta de Marcus. Él me acababa de decir
que Darius era hijo adoptivo de Leah y Lucius. Y por supuesto que el
cabrón de Lucius nunca quiso adoptar, pero cedió para ganarse el amor de
la mujer que tenía por esposa en ese tiempo (puesto que ella ya pensaba en
dejarlo), y por la decepción que sintió cuando Leah no le parió un hijo
varón y, en cambio, nació Amelia.
No obstante, y para mala suerte de Lucius, Darius no resultó ser el hijo
que esperaba, por más que lo educó según sus reglas y anhelos. Al
contrario, el tipo optó por ser un buen hombre, diestro en los negocios y
poderoso con su gente, sin embargo, a Lucius no le importó ese liderazgo
que tenía, él quería que fuera despiadado y liderara con mano de hierro, por
lo que el buen corazón de Darius lo convirtió en alguien débil ante los ojos
de su padre adoptivo, aunque para Leah fue el hijo varón que ella siempre
deseó tener.
—Entonces, ¿Leah sí buscó a sus hijos? —Quise saber.
—Según mis padres, Leah desató una guerra sin cuartel junto a Enoc,
con tal de recuperarlos, pero luego sucedió algo y ella se detuvo. Y ahora
que sé lo de esta chica, entiendo que se debió a que Leah se embarazó y eso
la obligó a retirarse de la batalla —explicó, refiriéndose a Isabella.
Se encogió de hombros y continuó añadiendo lo que sabía de esa
historia.
Leah había vuelto a buscar a sus hijos, pero con una estrategia diferente,
pues esperó a que Darius tuviera uso de razón y se acercó a él para hacerle
ver la verdad que Lucius les ocultó. En esa época el chico actuaba tal cual
su padre lo esperaba, aunque, con la influencia de su madre de nuevo en su
vida, volvió a ser el niño bueno y ya Lucius no pudo influenciarlo como
deseaba.
—Pero si tú entiendes esto y si Darius también lo hace, ¿por qué carajos
no se lo hacen ver a Amelia? —inquirí.
—Sé que Darius lo intentó, de hecho lo consiguió en su momento, fue
cuando la conociste —resaltó y mi expresión de sorpresa no le pasó
desapercibida—. Mira, hay mucho que yo no sé porque los Black han
sabido mantener esta historia solo para ellos, pero te aseguro que la chica
que se fugó contigo era la versión buena de la que yo conocí. Por eso le
ayudé a que escapara, ya que tú le hacías bien y sin darte cuenta le ayudaste
a Darius en su objetivo.
Solté el aire que había estado reteniendo, entendiendo a qué se refería,
pues yo siempre pensé en que Amelia no pertenecía al mundo de su padre.
—Conque la que acabo de ver es la versión despreciable —murmuré y lo
escuché bufar una risa sardónica.
—Viste su versión calmada, LuzBel. Y su versión despreciable se elevó a
niveles que no creía posibles, luego de que Lucius la recuperó aquel día. —
Tragué con dificultad—. Nadie ajeno a él o a Derek saben dónde estuvo
todo este tiempo, ni siquiera Darius, lo único que tenemos claro es que
donde sea que estuviera, o lo que vivió, la convirtió en alguien a quien hay
que temer.
—Magnífico —repliqué con sorna.
Estuvimos hablando un rato más y de nuevo comprobé que en efecto
Marcus no tenía todas las respuestas a mis dudas, pero sabía que mi padre
sí, por lo que le pedí que habláramos antes de ponerme en marcha de
regreso a casa. Me avisó que estaba en el cuartel, atendiendo unas cosas que
no podía dejar para el día siguiente, puesto que con la muerte de Enoc y los
cambios que habría con Isabella como nueva líder había un poco de caos
que se debía solucionar cuanto antes, sobre todo algunas cuestiones con
aliados que temían que Grigori se volviera deficiente ante la pérdida del
fundador que ellos vieron siempre como el más poderoso.
—¿Qué te ha generado esta curiosidad, hijo? —preguntó padre luego de
que le confesara que ya sabía que Amelia e Isabella eran hermanas.
Mi declaración le provocó una sorpresa que le resultó difícil de ocultar, y
me hizo muchas preguntas con respecto a cómo me enteré y, aunque le
omití la verdad, sí le confesé que quién me ayudó a saber sobre el paradero
de las chicas cuando las secuestraron era un Vigilante, y que él se encargó
de decirme sobre el parentesco entre la hija de Enoc y la de Lucius.
—Es obvio, padre —señalé, y me miró, estudiando mi actitud—. Le
dijiste a Isabella que te recordaba a alguien que apreciaste mucho, ahora
sabemos que se trata de Leah. Y mi contacto me dijo que Amelia también
era hija de la mejor amiga de madre. Así que no es difícil sumar uno más
uno, pero quiero que me lo afirmes.
Hizo un sonido como de risa irónica, aunque su boca se mantuvo en una
línea recta.
—No voy a faltarle a la memoria de John contándote sus secretos, pero
sí, Elijah, no te equivocas, él sabía que Amelia era hija de su mujer. —
Apreté los puños, pues, así lo tuviera seguro según mis deducciones, que
padre lo confirmara me hizo ver una verdad que no era fácil de digerir—. A
mí también me tomó por sorpresa cuando lo supe, porque me creí la mentira
de la chica cuando dijo que era hija de otra de las ex de Lucius, pues él
siempre fue muy reservado con su vida y si supimos que procreó con Leah
fue porque ella se volvió parte de Grigori cuando estuvo con Enoc, y mi
amigo me pidió apoyo en cuanto su mujer quiso recuperar a su decendencia.
Escuché atento a padre, tratando de no perder la cordura, pues confirmé
que Enoc era más hijo de puta de lo que lo creí, pero de nuevo no era capaz
de juzgarlo del todo, ya que según Myles para su amigo y compañero no fue
una decisión totalmente fácil. Sin embargo, él le aseguró que, así le doliera
imaginar a Leah odiándolo por lo que hizo, mantendría a su hija, su sangre,
a salvo de sus enemigos costase lo que costase.
—Cuando John me dijo que me ayudaría a quitarme el problema de
encima, luego de que le pidiera apoyo ante la inminente guerra con Lucius
que se me vendría encima, no imaginé sus planes detrás de su ayuda. Él los
mantuvo solo para sí mismo hasta que consiguió que Elliot ejecutara su
traición. Y, aunque no lo creas, estuve a punto de matar a mi sobrino por lo
que te hizo, entonces John intervino y me dijo la verdad, haciéndome ver
que yo también era culpable, puesto que fui quien puso al tanto a mi
compañero de que la chica estaba contigo.
»Pero ellos nunca quisieron la muerte de Amelia, lo único que buscaban
era devolverla con Lucius para que él dejara en paz a Isabella. No obstante,
el maldito tenía otros planes y la mandó a asesinar sin remordimiento
alguno. Fue entonces que me enteré que la chica era la hija de Leah.
Hasta esa noche tuve verdaderamente claro por qué padre perdonó a
Elliot con tanta facilidad, ya que siempre creí que solo se debió a que no me
dejó morir, cuando en realidad era porque conocía esa parte de la historia
que yo ignoré, y porque también se creía responsable del final de Amelia.
—¿Crees que Isabella debería saber que tuvo otra hermana? —le
pregunté antes de irme de la oficina.
—Sí, pero, si te soy sincero, no es el momento. Deja que primero procese
todos los cambios que está experimentando, ya que no la está teniendo fácil
—aconsejó, y asentí.
Aunque mi padre ignoraba que Isabella no solo se enteraría de que tuvo
más hermanos, sino también que la persona detrás de aquella máscara que
tanto odiaba era su sangre.
Jodida mierda.
—LuzBel.
—Vete —le exigí a Jacob en cuanto entró a la oficina y me sacó de ese
jodido recuerdo. No me importaba nada de lo que quisiera decirme, y no
quería desquitarme con él la furia y los celos que me provocó esa mierda
enmascarada.
¡Puta madre! Era el colmo que una me traicionara y la otra me
confundiera.
—No, viejo. No me iré —aseguró Jacob, y lo miré con una clara
advertencia de que no era buen momento para que me tocara los cojones—.
Estás en todo tu derecho de sentirte furioso porque ese bastardo se haya
aprovechado de las similitudes que tenían vistiendo iguales, pero debes
entender que…
—¡No, Jacob! No me jode que ese maldito se aprovechara de eso —grité
para que se callara—. ¡Me enerva! ¡Me vuelve jodidamente desquiciado
que White no lo hubiera reconocido! ¡Que haya sido tan fácil para ella
confundirme cuando yo…! ¡Joder! —Lancé otro vaso vacío hacia la pared y
luego tomé la botella de bourbon para beber directamente de ella.
Yo solo necesitaba de un maldito sentido para reconocerla, y aun sin
ninguno sabía que igual lo haría porque, si no era yo, la reconocerían mis
demonios.
Y sí, vi su dolor cuando la obligué a marcharse con sus escoltas, cuando
le recalqué que se limpiara los labios y le prohibí que repitiera lo que sentía
por mí, porque me convertí en una bestia que no era capaz de escuchar
razón alguna, únicamente deseaba follarla, besarla hasta que se ahogara y
supiera reconocer mi boca, mi cuerpo, a mí. Pero me contuve y decidí que
la distancia era lo mejor entre nosotros, ya que, incluso con esa locura en mi
cabeza, pensé en que ella no merecía mi trato narcisista, que no podía
tomarla con rudeza ni dañarla de ninguna manera, pues en el fondo recordé
su miedo cuando se perdía en sus pesadillas y cómo actuaba si no me veía
el rostro y eso… mierda.
No era ningún estúpido y lo que sospechaba era capaz de ponerme peor
de lo que ya estaba.
—¡Demonios! Nunca te había visto tan fuera de control —señaló Jacob,
y volví a beber de la botella de bourbon, mirándolo con ganas de asesinarlo.
Él alzó las manos en señal de rendición y no ocultó su sonrisa—. Sé lo que
sientes, me pasaba cuando…
Calló antes de soltar lo que diría, pero yo lo escuché en mi cabeza:
cuando veía a Elsa conmigo.
—Sabes bien que, si yo hubiera sabido lo que te pasaba con ella, me
habría hecho a un lado —repliqué.
Él sabía que no le mentía, yo no amé a Elsa de la manera en la que Jacob
lo hizo, aunque ella sintió más por mí. Tampoco estuve con la chica por
joder a sus pretendientes y nada me hubiera hecho más feliz que hacerme a
un lado para ver a esos dos juntos, así que no podía comparar.
—Lo sé, solo quería dejar claro que te comprendo —aclaró—. Y también
sé que pronto entenderás que lo que ha pasado esta noche ha sido un ataque
más de los Vigilantes, hermano. Así que no caigas en su juego. —Reí sin
gracia.
Desde sus zapatos era fácil comprenderlo, pero no desde los míos.
—Han violado el sistema de seguridad de la organización y están
intentando acceder a nuestros móviles —informé cambiando de tema.
No quería seguirme enfocando en lo que pasó con la Castaña al menos
por un par de minutos.
—Eso no puede ser posible, LuzBel. Con Connor y Evan nos hemos
encargado de encriptar bien la red, tenemos profesionales cibernéticos en
esto.
—Es posible, Jacob. Por algo te lo estoy diciendo, así que encárgate de
asegurarnos de nuevo —refuté, y maldijo, dándose la vuelta para irse de mi
oficina y ponerse en ello—. Y por cierto. —Me miró sobre su hombro al
escucharme—. Sé que he estado ocupado con todo lo que ha pasado desde
la muerte de Enoc, pero no creas que he olvidado lo que te prometí. Vamos
a vengarnos cueste lo que cueste —aseguré, y él asintió.
Era consciente de que con la sed de venganza llegaba la desesperación,
pero yo ya había vivido una experiencia similar cuando creí que asesinaron
a Amelia, y cometí muchos errores; así que con Elsa ya sabía que debía
ejecutar mis planes con maestría, aunque se tardaran, por eso no haría nada
con prisas y dejaría que Derek se confiara hasta que se descuidara y creyera
que no pagaría lo que le hizo a las chicas.
Y pobre de él si actuó como me temía, porque al tenerlo en mis manos le
haría entender que para vivir un infierno no era necesario que muriera. Y ni
siquiera me importaba confirmarlo, se lo cobraría por lo que sospechaba.
—¿Vas a decirme por qué todo mundo tiene miedo de interrumpirte? —
La voz de Dylan me sacó de mi concentración.
Me había aburrido de beber licor y no emborracharme para olvidar lo que
pasó en Inferno, así que me encerré en mi estudio de tatuajes y me puse a
crear un diseño que ni siquiera sabía si utilizaría. Era una pieza con la que
estaba muy familiarizado y la hice pensando en otra que diseñé meses atrás,
justo la noche en la que Isabella me hizo correrme en los pantalones como
un adolescente precoz, al darse placer frente a mí y no dejar que la tocara.
Maldición. Extrañaba esa versión de ella, la temeraria, la que me
provocaba hasta el punto de la locura.
—Porque son más inteligentes que tú —le respondí a Dylan con sorna.
Era la una de la madrugada, pero, con la alerta de los servidores
comprometidos, toda mi élite y la de mi padre se hicieron presentes para
solucionarlo lo antes posible, por esa razón Dylan también había llegado.
—¿Qué pasó en Inferno, LuzBel?
—No es momento para que toques ese tema. Así que no despiertes lo que
apenas he logrado adormecer mientras diseño —advertí y de soslayo lo vi
reír.
—Bien, si quieres hablar de Isabella, ya sabes dónde encontrarme. —
Bufé por su manía de patearle la cola al diablo sin importarle que ya ardía.
Escuché que cerró la puerta y seguí concentrado en lo mío hasta que
entrada la madrugada el sueño al fin me venció y me recosté en la camilla
donde tatuaba. Y cuando la mañana llegó, Roman tuvo la delicadeza de
avisarme que padre había convocado a todos a una reunión en la que por
supuesto asistiría la Castaña.
Le envié un mensaje de texto a Myles diciéndole que yo no estaría
presente en la reunión porque tenía algunos asuntos personales que atender,
pero que White y los chicos se encargarían de ponerlo al tanto de todo; y,
tras asegurarme de que Isabella se fuera del apartamento, decidí llegar ahí
para tomar una ducha y cambiarme de ropa.
—Te amo. Te amo tanto, Elijah, que ahora mismo no me importa que tú
no sientas lo mismo por mí, solo necesito que me dejes sentirlo también por
ti.
—Joder, Isabella.
—Mi amor por ti va más allá de lo que yo misma puedo entender, Elijah
Pride. Te amo con tanta intensidad que me alcanza, me sobra y me basta
para sentir por ambos. Y no te pido que sientas lo mismo por mí, solo que
me dejes sentir esto por los dos.
Una vez más ese estudio de ballet había sido testigo del fuego inevitable
entre esa chica y yo. Nos dejamos envolver con el humo y nos perdimos
entre las llamas de la pasión que emanábamos. Y cuando el polvo de la
reconciliación llegó (dos en el caso de ella), nos quedamos acostados en el
piso, recuperando el aliento, en silencio, disfrutando de la presencia el uno
del otro.
Era increíble cómo hasta los silencios entre nosotros podían ser
placenteros.
—Deberíamos irnos antes de que nos descubran aquí —recomendó
tratando de apartarse de mi lado, pero la retuve impidiéndole la distancia.
Se había echado el abrigo encima para cubrir su desnudez y luego se
acomodó a mi lado, con la cabeza recostada en mi brazo y la pierna
cubriéndome la pelvis, según ella para que no me vieran la polla por si
alguien entraba de improvisto.
—Ni Ella ni Dom permitirán que alguien entre, Bonita —aseguré.
—¿Les dijiste que vigilaran porque hablaríamos?
—En realidad les insinué que te follaría.
—Jesús, Elijah. No puedes ir ventilando a diestra y siniestra lo que
hacemos —me regañó, aunque lo hizo con una enorme sonrisa que no le
cabía en el rostro.
Estaba tan radiante que creí que era capaz de iluminar más el estudio, y
tras decirme eso soltó un suspiro que indicaba que al fin estaba en paz, lo
que a mí me hizo sentir como un cabrón con demasiada suerte, puesto que
era yo el causante de esa sensación y el dueño de esa sonrisa que la hacía
más hermosa de lo que ya era.
—Vamos a nuestro apartamento antes de que te vuelva a follar aquí —
pedí cuando el deseo por hundirme en ella me atacó como una crisis de
abstinencia.
Le di un beso en la frente y luego la animé a apartarse de mí, sin ignorar
lo bien que se sintió llamar nuestro a un lugar que siempre fue solo mío. Y
que ahora ya no se sentía igual sin ella.
—Tienes prisa —se burló.
—Anda, White. No me provoques, porque a mí no me importa hacer que
todo el campus sepa cómo te encanta rezar mi nombre entre gemidos de
placer.
—Eres un pervertido —replicó escondiendo la sonrisa.
Yo también lo hice y luego la ayudé a ponerse la ropa para salir cuanto
antes de ahí.
La tomé de la mano y la conduje a mi coche, pidiéndole a Dom que se
llevara el de ella, ya que por ningún motivo dejaría que esa Castaña se
separara de mí, pues el tiempo que estuvimos lejos fue suficiente.
—Aprovecha a descansar, porque en cuanto lleguemos al apartamento
pienso recuperar todos los polvos que me he tenido que aguantar este
tiempo lejos de ti —advertí, y se mordió el labio.
—¿En serio te los has aguantado? ¿No te masturbaste siquiera? —
preguntó con picardía, y la miré por un segundo al entrar a una carretera
recta.
—Demonios, White. ¿No me digas que tú sí te masturbaste?
—Dios, Elijah. Claro que lo hice. ¿Tú crees que tengo todos esos
juguetes de adorno? —resolló, y mi gesto de sorpresa la hizo soltar una
carcajada.
Mierda.
No me esperaba eso, aunque la plenitud que me llenó el pecho, porque
me mostró a la Isabella de antes del secuestro, barrió con los celos que me
despertaron esos jodidos juguetes sexuales que tenía.
—Dime que te corriste pensando en mí antes de que me vuelva loco y
detenga el coche para follarte aquí mismo, sin importar que nos apresen por
exhibicionismo —la exhorté.
—Acabas de despertarme un lado temerario que me gustaría explorar.
—Isabella —aseveré, y volvió a reírse.
—Te dediqué cada orgasmo, Tinieblo demandante —concedió, y maldije
porque puso la mano en mi entrepierna y comenzó a acariciarme.
—Joder, Bonita. Cuanto extrañaba esta versión tuya —confesé sin
pensarlo.
No dijo nada, solo me sonrió en respuesta y sus ojos brillaron con deseo
mientras seguía acariciándome.
Aceleré el coche arriesgándome a ser detenido por un oficial de tránsito,
y deseando que a ninguno se le ocurriera hacerlo porque no estaba
dispuesto a parar. Y menos mal mi deseo fue escuchado, ya que llegué al
apartamento en tiempo récord y casi corrí hacia la puerta del copiloto para
sacar a Isabella. Me la llevé en brazos, con sus piernas enganchadas en mi
cintura y una sonrisa traviesa en el rostro por lo que me hizo hacer y, joder,
me volví más loco de lo que ya estaba, dándome cuenta de que esa chica
que tenía poco más de la mitad de mi tamaño, me puso a su merced.
Yo era tan suyo como a ella la creía mía.
—Estamos dando tremendo espectáculo —dijo sobre mis labios.
—Y lo llevaré a otro nivel donde no te apresures a abrir la jodida puerta
—advertí en cuanto estuvimos en el apartamento.
—Bájame entonces —pidió. Lo hice a regañadientes.
Dejé mi llave en el coche, así que ella debía abrir con la suya. Y
sospeché que se tardó más de lo necesario solo por joderme, pero no dije
nada porque pensaba hacérselo pagar en unos minutos.
Le permití entrar primero y, tras hacerlo yo y cerrar la puerta, la abracé
por detrás y respiré el aroma de su cuello, rozando mi pelvis en su culo para
que sintiera cómo me tenía.
—No puedo saciarme de ti, Bonita —susurré en su oído, y jadeó,
haciendo la cabeza hacia un lado para darme acceso a su cuello.
La acaricié con la nariz y de paso respiré el aroma de su piel hasta que
los pulmones se me llenaron de ella.
—Ni yo de ti —aseguró.
La giré en su eje y sin perder ni un segundo empujé su cuerpo contra el
mío para hundir mis labios en los suyos, saboreando una vez más esa
lengua viperina de la que era dueña. Mierda, no me cansaría de ella jamás,
lo estaba comprobando mientras ahogaba sus gemidos con mi boca y le
rogaba con mi cuerpo que no se fuera nunca.
Me apoderé de su trasero, apuñando su carne entre mis manos y la
empujé hacia la isla del comedor sin dejar de besarla rápido y duro.
—Elijah —susurró sobre mi boca, y me aparté temiendo haber sido
brusco, pues sentí que estaba perdiendo el control.
La deseaba como si no la hubiera tomado ya en el estudio de ballet.
—¿Te estoy dañando? —Quise saber, y sonrió.
—Se escuchó como que sí, pero en realidad me dañas con la espera —me
tranquilizó y las curvas de sus labios volvieron a alzarse, con picardía esa
vez.
—Maldición, White. Así nunca seré un caballero delicado —repliqué y a
la vez respiré con dificultad al ver el calor del deseo en sus ojos miel.
No me respondió nada, se limitó a tomar los bordes de mi camisa y me la
sacó en un santiamén, dejándola caer al suelo. Yo hice lo mismo con su
ropa a la vez que ella me desabrochaba el pantalón, y se mordió el labio con
descaro en el momento que mi pene saltó libre e hinchado por la necesidad
de estar dentro de su cuerpo sexi y caliente.
Demonios. Esta era la Isabella que yo corrompí meses atrás, la hermosa
chica inocente que llevaba por dentro un infierno sensual, capaz de hacer
que me arrodillara ante ella. Y White no tenía ni idea de cuántas veces me
había hecho caer ya.
—¿Tienes idea de lo loco que me vuelves? —le pregunté mientras
enganchaba mis brazos debajo de sus rodillas y la atraía hacia el canto de la
encimera.
—No —jadeó y se mordió más el labio inferior cuando la corona de mi
polla se deslizó entre sus pliegues hasta acomodarme en su entrada.
—Me enloqueces con tu paraíso, White, pero tu infierno me pone a tus
pies —aseveré y enseguida de eso me hundí en ella.
—¡Ah! —gimió.
—Puta madre —siseé entre dientes. Ella me cogió de la nuca y yo tuve
que contenerme porque su humedad, calidez y la manera en la que su coño
me apretaba, me provocaban unas jodidas ganas de correrme como un
precoz—. Eres malditamente deliciosa.
Me incliné hacia ella y liberé una mano para tomarla de la nuca,
bombeando mis caderas y hundiéndome hasta la empuñadura. Su coño me
apretó más en cuanto encontré el vaivén perfecto, deslizándome de adelante
hacia atrás con fuerza, presionando mi frente contra la suya para beberme
sus gemidos y respirarla como la droga que introducía en mi sistema ese
frenesí del cual ya era irremediablemente adicto.
Gimió con más intensidad cuando enrosqué los dedos en su cabello y su
respiración caliente tembló en mi cuello, lo que me hizo cerrar los ojos y
sostenerla con más fuerza en esa posición, pues podía sentir cada sacudida
de su cuerpo y los latidos acelerados de su corazón.
—Mierda —gruñí cuando clavó las uñas en mis brazos y mordió el
músculo entre mi cuello y hombro.
No lo hice de dolor, sino por el placer que aumentó. Ella lo entendió, ya
que la sostuve con más firmeza del cabello y la presioné a mi piel,
intensificando mis embistes, cosa que la hizo lloriquear y a mí absorber más
sus gemidos
—¡Oh, Dios! —gritó cuando mis movimientos fueron más rápidos y sus
paredes vaginales comenzaron a contraerse.
—No, Bonita. No blasfemes de esa manera porque no es él quien te hace
gritar así. —Entrecerré los ojos y endurecí mi tono al decirle eso, ella sonrió
sensual al escucharme.
—Mmmm —gimió y cerró los ojos. Lograba sentir lo duros que estaban
sus pezones cuando rozaban mi piel húmeda y el sudor hacía que la fricción
se sintiera bien—. ¡Oh mierda! ¡No pares, Elijah, no pares! —suplicó, y sus
gritos se hicieron más escandalosos al estar a punto de correrse.
Su mirada asesina, cuando hice lo que me pidió no hacer, por poco
consiguió que yo me corriera. Y antes de que me reprochara algo salí de su
interior y la bajé de la encimera dándole la vuelta.
—¿Quieres matarme por frustrarte el polvo? —cuestioné, deslizándome
de nuevo dentro de ella.
Se puso de puntitas y arqueó la espalda, sacando más el culo para tomar
todo de mí. Gruñí porque esa vista de su cuerpo me hacía volar la cabeza y
las bolas a la vez.
—¡Joder, sí! —respondió cuando le tomé la cadera con una mano y
envolví la otra alrededor de su garganta, respirando en su piel.
—Puta madre, Isabella —gruñí en su cuello porque se sostuvo con fuerza
de la encimera y encontró mis embistes, provocando que mi pelvis chocara
con más firmeza en sus nalgas.
Cerré los ojos al sentir que me ardían y el estómago se me retorció a la
vez que mis bolas comenzaron a contraerse.
—Elijah —me llamó desesperada y llevó la mano hacia atrás para
cogerme de la nuca. Acercó su boca a la mía, pero no nos besamos,
únicamente bebimos de nuestros jadeos.
Tenía la piel sudorosa, las mejillas rojas, los ojos cerrados y el cabello se
le pegaba a la frente. Mi pecho se estremeció ante su imagen cuando su
cabeza cayó con suavidad en mi hombro, y me pregunté qué mierda había
hecho tan bien como para que la vida me premiara con ella.
—Isabella… —murmuré.
Una gota de sudor recorrió mi espalda y los músculos se me tensaron.
Sus paredes vaginales se contrajeron y tomó el control de mis empujes con
unos movimientos de cadera que me hicieron olvidar lo que quise decirle.
—Dios, Elijah. ¡Sí! —La sostuve con fuerza sintiendo cómo se corría.
Cerré los ojos de nuevo porque esa era la puta sensación más placentera
de mi maldita existencia. No era mi eyaculación, era su clímax. Me
encantaba cada sacudida suya, sus estremecimientos y gemidos. Ese era el
verdadero placer para mí.
Su coño palpitando, apretándome mientras temblaba era mío. Ella era
mía y yo era jodidamente suyo.
—Eres mía, pequeño y lindo infierno —dije en su oído.
—Lo soy, Elijah. Soy tuya, solo tuya. Solo tu pequeño infierno —
aseguró con desesperación, y apreté mi agarre en su cadera, moviéndome
dentro y fuera, porque sus palabras me llevaron al limbo del placer.
Y no paré hasta que una vez más me encontré con mis músculos
ardiendo y el estómago se me contrajo junto con el saco de mis testículos.
Me derramé en su interior con la potencia de un volcán en erupción,
gruñendo de placer a la vez que respiraba con fuerza y me relajaba en el
proceso.
—Haces que mis orgasmos sean de ensueño, pero siento envidia porque
veo que el tuyo ha sido más intenso que el mío —susurró sobre mis labios
con la voz entrecortada, y luego la sentí sonreír.
Presioné la frente en su sien y dejé que escuchara más de cerca mi
respiración temblorosa.
«Solo son intensos contigo, Bonita», pensé, aunque respondí con lo que
debía decir, puesto que, así esa chica consiguiera que me perdiera en mis
fantasías, no me podía dar el lujo de olvidar la peligrosa realidad que nos
rodeaba.
—Acabas de ponerme un reto, White —aseguré, y rio con picardía.
Y ver esa sonrisa me hizo confirmar que estaba en casa, el único lugar a
donde yo pertenecía.
Isabella comprobó que no le mentí cuando aseguré que recuperaría todos
los polvos que reprimí esas semanas, pues no paré de follarla hasta que
terminamos en la cama, sin energías y con ganas de dormir durante todo el
día. Aunque la chica incluso con sueño no podía dominar su lengua curiosa,
y mientras recuperábamos el aliento me contó todo lo que hizo durante el
tiempo que estuvimos separados.
Así como, por supuesto, me hizo hablarle de mis días.
—Estaba siendo considerado, pero veo que tu cota de energía sigue
elevada. Por lo que deberíamos utilizarla para algo más que hablar —
recomendé, y la escuché reír.
Luego, como un completo idiota, me quedé embobado viéndola subirse a
horcajadas sobre mi cuerpo, con el cabello suelto y desordenado, los labios
hinchados por mis besos y las mejillas aún sonrojadas gracias a los polvos
que me dio. Tenía el rímel (o lápiz de ojos) corrido y se atrevió a cubrirse el
sexo con la sábana de satén azul, privándome de comerme con la mirada
esa parte tan apetecible, hermosa y mía.
—Guarda algo para después —recomendó, y tomó la cámara fotográfica
que siempre dejaba en la mesita de noche.
—¿A caso pretendes darme tu cuerpo en porciones limitadas? —
pregunté con ironía, y antes de responder activó la cámara.
—Todo depende de cómo te comportes. —Apretó los labios al sentir mi
mirada luego de decir eso, conteniendo las ganas de reírse—. Sonríe —
pidió y comenzó a fotografiarme.
—Deja de hacer eso —pedí y le quité la cámara de las manos.
Hizo un puchero muy gracioso y negué divertido por su actitud.
A Isabella le encantaba la fotografía y tenía mucho talento con ello. No
era una chica rica queriendo pasar el tiempo mientras se decidía por otra
carrera que le ayudaría a seguir adelante con las empresas que heredó de su
padre. Al contrario, soñaba con algún día montar su propia exposición y
mostrarle al mundo las maravillas que se podían captar por medio del lente.
Y durante todo el tiempo que teníamos viviendo juntos me había tomado
como su musa y se la pasaba fotografiándome a cada momento, según ella
porque quería inmortalizar mis sonrisas para un día poder tener pruebas y
demostrar con ellas que yo era capaz de curvar las comisuras de mi boca
hacia arriba en un gesto genuino.
—Pero qué haces —se quejó entre risas.
Había comenzado a fotografiarla para eternizar su perfección y a duras
penas consiguió cubrirse la entrepierna porque la sábana se le había
deslizado del cuerpo. Esa imagen de recién follada era digna de
inmortalizar, sobre todo con ese brillo que se instaló en sus ojos y que
delataba lo feliz que se sentía. Su abdomen plano, liso y terso, también lucía
perfecto y el cabello le cubrió los pechos, aunque dejó a la vista ese tatuaje
que le hice meses atrás y que me hacía sentir más posesivo con ella por
haberme dado muchas de sus primeras veces.
—Te ves como una jodida diosa o una sirena —confesé, y se ruborizó.
No le mentía, era tan magnífica que incluso parecía un ser mítico.
—Ninguna de las dos existe —alegó con gesto sabiondo, y sonreí.
—Tal vez para ti no, pero para mí sí. Y soy un hijo de puta tan cabrón
que me follo a una. —Rio al escuchar las estupideces que salían de mi boca,
y aproveché para volver a fotografiarla.
—¡No hagas eso! —chilló y quiso quitarme la cámara.
Con astucia la tomé de la cintura y la puse debajo de mí mostrándole la
fotografía, y se avergonzó.
—Quedó perfecta —confirmé, y luego puse la cámara de nuevo en la
mesita—, pero nada es tan perfecto como cuando estamos así —dije y
saqué la sábana de su cuerpo.
Me coloqué en su entrada y comencé a follarla de nuevo. No me cansaba
de eso, con ella me sentía insaciable y sabía que no saldríamos de la
habitación que se convirtió en nuestro santuario hasta el día siguiente.
Y no me equivoqué, dormimos hasta la tarde del otro día y únicamente
me alejé de ella porque Jacob me llamó para invitarme a tomar un trago. Al
principio creí que fue una excusa de él para no decirme nada concretamente
de lo que le pedí que se hiciera cargo (por si Isabella estaba cerca), pero, en
cuanto llegué a Grig y lo encontré medio achispado, comprendí que estaba
en uno de sus momentos comemierda por la muerte de Elsa.
Le escribí a Connor para que siguiera cuadrando y rastreando parte de los
movimientos de Derek. Ese asunto lo llevaba lento porque no quería
cagarla, pero al ver a Jacob tan miserable supe que debía darle algo que le
hiciera confirmar que no olvidaría mi promesa de vengar la muerte de Elsa.
—Lo siento por comenzar sin ti, hermano, pero los recuerdos me están
matando —se excusó con la voz acongojada y se limpió una lágrima que no
pudo contener.
Tomé el vaso limpio que tenía sobre la bandeja y me serví un dedo de
licor, que bebí de un sorbo, y enseguida de eso vertí otro.
—Sabes que no soy bueno para dar ánimos —le dije luego de exhalar un
suspiro—. Y que tampoco existen palabras para que te recuperes de esto.
Para que nos recuperemos —aclaré, dejándome de último porque era
consciente de que solo los Lynn y Jacob sufrían de una manera miserable la
ausencia de mi amiga.
—No quiero que me consueles, simplemente quería compañía. Y te elegí
a ti porque Connor y Evan son demasiado sentimentales. Y Dylan está
hecho mierda intentando… —Se quedó en silencio por lo que iba a soltar, y
alcé una ceja.
—Creí que nadie más sabía lo de ese idiota y Tess —farfullé, y rio.
—Nadie lo sabía hasta que a tu hermana se le dio por mandarlo al
demonio y él no sabe qué hacer para recuperarla. Por lo que ha tenido que
buscar consejos —explicó, y fue mi turno de reír—. Ahora te ríes, pero bien
que has pasado con cara de culo estas semanas lejos de tu castaña —se
burló, y lo miré con severidad.
—Sigue por esa línea y haré que hables con las palabras arrastradas, pero
por los dientes que te arrancaré y no por el licor —advertí, y el imbécil tuvo
la osadía de reírse.
Aunque me contagió porque lo hizo divertido.
Nos mantuvimos hablando trivialidades por un rato, compartiendo como
dos amigos que no tenían más preocupaciones que terminarse la botella de
coñac sobre la mesa (a pesar de que yo no bebí más). Y cuando sentí que
era el momento le dije sobre mi plan de estudiar los movimientos de Derek
hasta poder acorralarlo, dejándole por sentado que nuestra venganza con ese
hijo de puta sería memorable.
—¿Qué es esto? —pregunté en cuanto me tendió una hoja de papel
doblada por la mitad.
—La reservación de una casa en las Islas Malvinas —explicó—. Me he
encargado de que un par de Grigoris viajaran hoy hacia allá y que se
aseguren de que todo esté en orden para cuando llegues con Isabella.
También pude alquilar un jet para el martes, saldrán de madrugada y por
supuesto que con identificaciones falsas —explicó.
Desdoblé la hoja y vi el nombre con el que hizo el registro de la casa.
—Podrías haber escogido otra nacionalidad, ya que será difícil que imite
el acento francés —señalé, y lo escuché reír.
—¿Puedo saber por qué quieres irte a este viaje sin que nadie se entere?
—preguntó, y no respondí por un par de minutos, ya que no sabía cómo
hacerlo sin mentirle.
—No estamos para ventilar nuestros planes a los cuatro vientos, con los
Vigilantes queriendo destruirnos —dije, pero él me miró dándome a
entender que no aceptaría esa respuesta de mi parte. Solté el aire antes de
continuar—. Le he estado callando muchas verdades a Isabella sobre su
padre, verdades que la harán querer huir de mí, pero no puedo permitírselo.
—Me decidí por una verdad a medias y lo miré—. No cuando tengo una
explicación, aunque ya sabes lo terca que es. Además, está empecinada con
exponerse ante nuestros enemigos y, después del secuestro, no estoy
dispuesto a dejar que vuelvan a dañarla.
—Sí, he visto lo cegada que está y su sed de venganza. Aunque basta con
que esté contigo para que se le olvide —resolló.
—¿Cómo debo tomar ese comentario? —inquirí con un poco de dureza
por el tono irónico que él usó.
Me miró dándose cuenta de su error y respiró hondo a la vez que se
bebió el trago antes de responder.
—Tómalo de parte de un imbécil herido —dijo sincero—. No estoy en
mi mejor momento, LuzBel, y a veces me cuesta ver que todos siguen
adelante.
—Sí, seguimos adelante porque es de la única manera que alcanzaremos
lo que queremos, Jacob. O dime, ¿de qué carajos me sirve tirarme a llorar, a
lamerme las heridas cuando puedo aprovechar el tiempo para planear? —
Me miró queriendo decir algo, pero no se lo permití porque yo no había
terminado—. Ni tú ni yo sabemos lo que en realidad sufrieron las chicas,
viejo. Y sé que, si Elsa siguiera con vida, estaría actuando igual que Tess o
White.
—No, LuzBel. No puedes saberlo porque ella sí murió. Así que no
supongas lo que Elsa estaría haciendo —aseveró.
Y bien podía hacerlo pagar por su manera de hablarme, pero estaba ahí
como su amigo, no como su jefe. Además de que lo comprendía.
—Lo que supongo de ella es porque la conocí, Jacob. Así que mírame y
dime si me equivoco —exigí, e hizo lo que le pedí, pero en lugar de
responder siguió bebiendo—. Puedo asegurar que de las tres Elsa habría
sido la única en pensar con cabeza fría cómo se vengaría de esos hijos de
putas, a diferencia de mi hermana que se está dejando hundir en este
momento por lo que les pasó. Y de Isabella, a quien su falta de experiencia
en este mundo la hace cegarse.
—Lo sé, joder —musitó rendido y se restregó el rostro—. Y lo siento,
LuzBel, es solo que me desespera que las chicas no digan lo que les pasó y
nos dejen especular.
—Están lidiando con sus demonios, Jacob. Y créeme cuando te digo que
a veces quisiera hacerlas hablar, pero no podemos apresurarlas y contribuir
a que se hundan más en su mierda en lugar de ayudarlas a sentirse seguras y
de que nada malo volverá a pasarles. Así que debemos esperar sus tiempos.
Mientras, encarguémonos de preparar el camino para la venganza.
Soltó tremendo suspiro y tras unos minutos asintió de acuerdo.
—¿Te llevarás a Isabella sin despedirte? Porque supongo que será un
viaje largo, ya que alquilé ese jet para que los lleve a su destino y se regrese
de inmediato. Luego usaremos el de los White para que los traigan cuando
estén listos —cuestionó y explicó, cambiando de tema de manera radical.
Podía insistir con él hasta que de verdad tuviera claro mi punto, pero
también yo debía entender que no le era fácil seguir por ese camino, por lo
que acepté ese cambio. Además, su pregunta me dejó pensando en algo que
no tomé en cuenta, puesto que, así le dijera a Isabella del viaje, no tenía
idea de si volveríamos pronto o si para ella podría ser importante despedirse
de sus amigas.
—¿Debería ser distinto?
—Maldición, viejo. Sé que a ti no te importamos y estando solo con ella
te sientes completo, pero no pretendas que Isa sea igual —replicó entre risas
—. Propongo una noche de fiesta donde todos estemos reunidos, podría ser
en Elite, ya que es tu club y lo haría especial.
—¿Especial? No lo creo. No olvides lo que pasó la última vez que
estuvimos allí. Y no me refiero al secuestro, sino a Evan y ella besándose.
—Y a ti en un trío con Laurel y la española —añadió, y me removí un
poco incómodo.
«Y lo mierda que hice sentir a la Castaña por rechazar sus sentimientos»,
pensé.
—Ves, no es un buen sitio para fiestas.
—Podrías aprovechar para hacer que Isa recuerde Elite, no como el club
donde practicaste un trío o ella se besó con Evan, sino como el lugar en
donde le harás una propuesta que contigo equivale a pedirle matrimonio.
Tosí el sorbo de coñac que acababa de meterme a la boca cuando el
idiota soltó eso y gruñí por el ardor que me provocó el licor al haberse
filtrado en mi nariz.
—Me cago en la puta —siseé, y lo vi pedirle una botella con agua a la
mesera mientras se reía.
—Demonios, solo estaba jugando, hombre. No tienes por qué asustarte
así —se burló, y negué con la cabeza, tomando la servilleta que me tendió.
¿Pedirle matrimonio? Mierda. Si ni siquiera pensaba pedirle que fuera mi
novia.
Esa noche, después de nuestros tragos, terminé por hacerle una llamada a
Scott, mi tatuador, gracias a que Jacob me pidió que le tatuara algo que Elsa
diseñó para él semanas antes de que la asesinaran, lo que a mí me dio por
querer llevar en mi piel uno de los diseños que creé días atrás y que pensé
que no utilizaría jamás.
Iba a culpar al alcohol de esa decisión (aunque no pasé de tres tragos
pequeños que equivalían a uno en realidad), porque me resultaba más fácil,
ya que fue suficiente con las burlas de Jacob al ver el diseño.
—¿No se lo mostrarás a nadie?
—No —respondí aburrido para Jacob, y Scott rio mientras me colocaba
un apósito de color sobre el tatuaje.
Había podido tatuarme porque los tragos que ingerí no eran suficientes
como para afectar el proceso. Jacob en cambio tendría que esperar a que el
licor saliera de su sistema.
—Es un gran diseño, hermano —halagó Scott.
—Y exclusivo —aseguré. Él asintió de una manera que me indicó que
era consciente de eso y que no pensaba rediseñarlo para nadie más.
—¿Quién es la reina que ha encadenado tus demonios? —sondeó con
diversión—. Y lo siento, pero te conozco desde hace años, así que me
intriga, ya que nunca te tatúas nada que no signifique algo especial.
—Es la reina Grigori, por supuesto —le respondió Jacob por mí, y lo
miré con ganas de cerrarle la jodida boca por hablador.
Siempre mantuve un espacio libre en mi piel, debajo de mi axila
izquierda, y tras la petición de Jacob sobre que lo tatuara pensé en que era
el momento indicado para cubrir esa parte en mí con la Reina del ajedrez
que diseñé luego de la noche en Inferno.
—Es especial porque lo hice yo, no hay más —repliqué, colocándome la
camisa, y noté que Scott apretó los labios para no soltar su risa.
Joder.
Iba a sostener eso por mucho que ellos quisieran que les dijera más,
aunque en mi interior era consciente que, luego de meterme a mi estudio
aquella noche, únicamente pensé en diseñar para olvidar lo mierda que la
estaba pasando después de saber que Isabella besó a otro, pero, en cuanto vi
que había recreado la pieza más importante del ajedrez, imaginé más a la
Castaña y me dejé guiar por los recuerdos de nuestros días desde que me
crucé con ella en el café de la universidad.
Cada una de las cadenas que sostenía la Reina apresaba a un demonio.
Demonios que cedieron con facilidad ante unos ojos color miel por los
cuales estaba dispuesto a hacer locuras.
—Sí, mi pequeño cucarachón, como tú digas —satirizó Jacob, y bufé
cuando Scott soltó una sonora carcajada.
A pesar de las burlas de esos dos, no me arrepentí de lo que plasmé en mi
piel para siempre, y tampoco le permití a Isabella que viera mi nuevo
tatuaje cuando al día siguiente despertó, encontrándome a su lado con el
dorso desnudo y el apósito a la vista. La chica incluso quiso chantajearme
con sexo para que la dejara ver aunque sea una parte, pero me negué
rotundamente y de igual manera terminé follándola.
Y una semana después ella me sorprendió con la petición de que le
hiciera otro tatuaje, dejando a mi elección el diseño, con la condición de
que no usara frases posesivas, cosa que me hizo reír, ya que así no las
utilizara, sí pensé en tatuarle al rey del ajedrez que hice como el compañero
de la reina que yo ya llevaba debajo de mi axila.
Lo único que añadí como algo nuevo del diseño fueron las iniciales de la
canción que escuchábamos mientras la tatuaba en mi estudio: Die For You.
Ya que cada vez que aquellas estrofas resonaban en la habitación más me
confirmaba a mí mismo que en efecto yo era capaz de morir por esa chica y
The Weeknd decía todo lo que yo no podía.
Mierda.
¿En qué jodido momento comenzó a darme miedo extrañarla?
No quería sentir eso, por eso trataba de manipular todo, aunque estuviera
perdiendo esa batalla contra mí mismo.
«Esta noche te diré mi verdad más importante», le dije en mi cabeza.
Había optado por hacerle caso a Jacob y la invité a Elite para pasar el
rato con nuestros amigos. Todavía no le decía del viaje a las Islas Malvinas,
que sería dentro de dos días, pero confiaba en que no se negaría, aunque eso
me hacía estar inquieto. Y más por el hecho de que se lo propondría esa
noche.
Le hice creer que quería llevarla al club porque buscaba que volviéramos
a tener la unidad de antes con todo mi grupo. Y añadí que tenía algo
importante que decirle solo para que no se negara, porque noté su intención
de hacerlo, por lo que tuve que valerme de su curiosidad para convencerla.
Fruncí el ceño al leer los mensajes de ese número desconocido que ya
sabía que se trataba de Amelia.
—Deberías decirme algo sobre eso tan importante que quieres
comunicarnos, para saber cómo vestir. —La voz de Isabella me
interrumpió, y con disimulo bloqueé el móvil, sonriendo con burla a la vez
por la manera en la que intentaba coaccionarme.
—Así estás perfecta, White. Andando —la animé antes de que me
ganaran las ganas de arrancarle esa ropa sexi que usaba.
Verla me hizo olvidar los mensajes que acababa de recibir, y la seguridad
de que pronto saldría de esa mierda me animó a disfrutar de esa noche. Y
no negaría que pasar el rato con los chicos contribuyó a que dejara de lado
todo el caos que habíamos estado viviendo ese tiempo, pues esa vez estar en
Elite escuchando la música que tanto me gustaba, bebiendo con mis amigos
mientras veía a la dueña y causante de todas mis malditas locuras, feliz,
bailando y gritando emocionada con Tess y Jane, me confirmó que a veces
sí valía la pena perder la cabeza.
Y que ella sí merecía que le entregara el dominio de mis jodidos
demonios.
—Sinceramente, creí que nunca te volvería a ver así —dijo Jacob medio
gritando.
—¿Así cómo? —indagué, dándole un sorbo a mi cerveza y
preparándome para la estupidez que de seguro me soltaría.
—Así… todo idiota por una chica —explicó, y negué con la cabeza.
Aunque esa vez en lugar de refunfuñar le di motivos para que tuviera
cómo burlarse luego.
—Entonces no deberías decir que me estás volviendo a ver. Porque, que
yo recuerde, nunca he actuado de esta manera por nadie. —Rio complacido
y alzó el dedo índice, sacudiéndolo en un gesto afirmativo, y luego chocó su
botellín de cerveza con el mío.
—En eso te doy la razón. Y gracias por confiar en mí. —Fruncí el ceño
al no entender lo último y él lo notó—. No estás negándome que actúas
como un idiota con Isa, así que me siento afortunado.
—El único idiota aquí eres tú —rebatí, y soltó una carcajada.
Estaba más animado que el día que estuvimos en Grig, y eso me alegró,
pues no quería irme dejándolo miserable.
Avisó que iría al baño tras eso y yo me quedé con Connor, Evan y Dylan.
Este último también lucía más animado y, aunque no quise preguntarle,
supuse que todo se debía a que él y mi hermana ya habían arreglado sus
cosas, pues llegaron juntos al club y ese tipo sí que lucía como un idiota
cada vez que miraba a la pelirroja.
Demonios.
—¿Me ven así como se ve Dylan, o como Elliot? —les pregunté a
Connor y Evan, ambos me observaron como si me hubieran salido dos
cabezas—. Sean sinceros.
Mencioné a Elliot porque él también se unió a esa salida, y al narcisista
en mi interior no le molestó su presencia, pues gozaba de que me viera con
la Castaña, aunque en ese instante estuviera comiéndosela con la mirada
mientras ella bailaba con mi hermana y Tess.
—¿Así cómo? —inquirió Evan.
—Sí, hermano. Explícate mejor —lo secundó Connor.
—Así de idiota —reñí, y ambos rieron porque Dylan nos miró cuando
escuchó esa palabra, y yo rodé los ojos.
—No, tú lo disimulas mejor —respondió Dylan por ellos, confirmando
que, aunque se embelesara con mi hermana, nos estaba escuchando.
Los chicos no dejaron de reír y con un asentimiento de cabeza me
demostraron que estaban de acuerdo con la respuesta del idiota bastardo.
Mierda.
—¡LuzBel! —me llamó Jane de repente, llegando al privado. Lucía muy
asustada, aunque eso ya no me extrañaba—. Ven afuera, Isabella está como
loca por una nota que recibió —avisó y me tendió el pedazo de papel.
Jacob llegó detrás de ella y nos miró, esperando entender lo que sucedía.
—¡Me cago en la puta! —Bufé al leer lo que escribieron.
—¿Qué sucede? —preguntaron, pero no supe cuál de los chicos fue,
puesto que le di la nota a Jacob y corrí detrás de Jane, quien me guio a
donde se encontraban Tess y la Castaña.
Mi hermana le gritaba que se detuviera, pero sabía que esa terca no lo iba
a hacer porque estaba desquiciada por la ira, dispuesta a partir hacia donde
la nota le indicaba. Maldición, era increíble ver cómo la furia y sed de
venganza hacían actuar a una chica tan inteligente como una simple polilla
yendo directo a la luz, aun cuando sabía que eso iba a matarla.
—¡¿A dónde mierda crees que vas, White?! —espeté, tomándola del
brazo y deteniendo su paso.
—¡Déjame, LuzBel! ¡Esta es mi oportunidad para vengar a mi padre! —
gritó furiosa.
No dijo mi nombre, lo que me indicó que la ira le estaba calando hasta la
médula, haciéndola perder la razón.
—¡Demonios, Isabella! Tú eres más inteligente que esto —espeté
acunando su rostro para que me mirara y se calmara—. Esa nota es una
estúpida trampa y no te dejaré caer en ella. ¡Mírame, joder! —precisé,
odiando que se negara a verme a los ojos.
¡Puta madre! Estaba claro que eso era obra de Amelia. La maldita chica
logró llegar a Isabella y se aprovechó de su vulnerabilidad.
—Estás un poco achispada y no piensas bien. No irás allí —aseguré.
Sobre mi cadáver lograría hacer tal estupidez.
—Sí lo haré —refunfuñó con terquedad.
—Hazlo por mí, Isabella —supliqué cambiando de táctica,
aprovechándome de lo que ella sentía por mí—. Déjame cuidar de ti y
cumplir mi promesa. —Me miró a los ojos en ese instante y le permití ver
mi desesperación—. Vamos a nuestro apartamento y olvida tu venganza, así
sea solo por hoy —propuse, confiando en que pronto la sacaría del país y le
diría todo para que tomara luego una decisión final.
Si asesinar a su hermana o dejarla vivir.
—Elijah —susurró cediendo, y le di un beso en la frente, agradecido de
que recapacitara.
—Te prometo que mañana averiguaremos mejor sobre esa nota y juntos
iremos a donde desees, pero lo haremos bien, White. Con la cabeza fría y
sin alcohol en tu sistema. —Me abrazó en respuesta y saqué todo el aire que
estuve reteniendo.
Correspondí a su abrazo y le di un beso en la coronilla, y solo cuando la
sentí más calmada la llevé hasta el coche, asegurándole el cinturón como si
eso fuera a confirmarme a mí que no se retractaría y saldría corriendo al
tener la oportunidad. Pero menos mal había entendido de verdad el error
que estuvo a punto de cometer, y de un momento a otro la luchadora a mi
lado se convirtió en una niña asustada, y odié verla así. Aunque en mi
interior celebré el haberla convencido de no ir hasta la boca del lobo.
Y cuando salí del estacionamiento la dejé tranquila en su ensoñación,
luego de avisarle que cambié de planes e iríamos a la mansión de mis
padres, puesto que allí estaríamos mejor protegidos, además de que yo
necesitaba hablar con padre para confesarle lo que estaba pasando y que
con suerte él me ayudara a sacar a Isabella del país con mayor efectividad.
«No puedo guiar el viento, pero puedo cambiar la dirección de tus
velas».
Maldije en mi interior cuando el recuerdo del mensaje de Amelia llegó a
mi cabeza. Esa hija de puta de verdad que se estaba ganando mi odio a
pulso.
—No perderé a nadie más por culpa de la venganza. —El susurro de
Isabella me sacó de mis cavilaciones cuando me detuve en un semáforo en
rojo. La tomé de la mano y la miré a los ojos, notando su decepción con ella
misma por lo que estuvo a punto de hacer—. Gracias por estar allí y evitar
que cometiera una idiotez, pero, sobre todo, gracias por dejarme estar a tu
lado, por no alejarme incluso sabiendo cuanto te…
—Isabella, no…
—Elijah, no me detengas —suplicó, y me callé porque sentí el maldito
corazón apretándome el pecho por lo acelerado que me latía—. Debo
decírtelo, ya que lo tengo atragantado en la garganta y es insoportable. Sé
que te incomoda porque no me correspondes, pero te amo, joder. Te amo,
maldito Tinieblo orgulloso, y me es difícil callarlo cada vez que te veo
porque tú eres mi…
Me apoderé de su dulce boca, callándola con mis labios desesperados y
aterrados a la vez. No lo hice porque no me gustara escucharla decir todo lo
que sentía por mí, sino más bien porque yo no podía encontrar la manera de
expresarme con ella. No hallaba la forma de decirle lo que me estaba
pasando, pues me era difícil comunicarle los pensamientos que guardaba.
Demonios.
Deseaba gritarle que me daba miedo extrañarla, aunque lo hiciera todo el
tiempo. Que odiaba esa sensación de no poder respirar y que no la quería.
Que no me podía enamorar y por eso trataba de encontrar una razón que nos
separara, pero que nada me funcionaba, pues ella era demasiado perfecta y
estaba consciente de que era la única mujer en mi vida que de verdad valía
la pena.
Mierda.
Quería gritarle que, a pesar de todo lo que estábamos pasando y sabedor
de que eso la hacía sentir sola en lo que sea que tuviéramos, yo moriría por
ella. Sin dudarlo ni un solo segundo, malditamente era capaz de entregar mi
vida a cambio de la suya de ser necesario.
No lo haría por mi madre, aunque eso me hiciera egoísta. Tampoco por
mi hermana, por mucho que las amara, pero sí por ella, por Isabella White,
mi jodida reina, la chica a la que juré que haría caer y por la cual yo caí
primero.
—¡Oh, Dios! —susurró, jadeando cuando me separé de ella.
—No tienes ni puta idea de lo que me has hecho, White —musité con
burla para mí mismo y presioné mi frente a la suya, acariciándole el rostro
de una manera que nunca usé con nadie. Dispuesto a confesarle que yo
también me había quemado a mitad de nuestro juego—. Yo... yo...
¡Demonios! —gruñí.
No pude decirle nada más porque ambos comenzamos a gritar en cuanto
empezamos a dar vueltas en el aire, sacudiéndonos, estremeciéndonos,
aterrándonos.
Perdí la cuenta de las veces que giramos, solo pude reconocer que nos
habían chocado, y a diferencia de lo que muchos decían, sobre que cuando
tenían a la muerte de frente toda su vida se reproducía, yo únicamente pensé
en que no podíamos morir. No con tantos planes que aún no habíamos
cumplido, no sin antes decirle a esa chica que no se quemó sola.
—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! —La escuché decir aturdida cuando al fin el
coche se detuvo y quedamos de cabeza.
Gruñí por mi cuerpo adolorido al intentar desabrocharme el cinturón.
—¡Isabella! ¡Dime que estás bien, por favor! —supliqué, y me asusté
porque no me respondió.
Maldije en cuanto caí sobre el techo del coche y gemí de dolor sintiendo
los hombros dislocados, mareado y con ganas de vomitar; aunque no me
concentré en eso porque me urgía más liberarla a ella del cinturón para
sacarla de inmediato.
—¡Isabella, mantente consciente, por favor! ¡Pediré ayuda! —exclamé al
conseguir sacarla y sentir su cuerpo estremeciéndose.
Asintió como pudo y busqué el móvil, agradeciendo que aún lo llevara
en el bolsillo de mi pantalón.
—¡Joder, no! —gruñí al ver que también el coche de Ella y Max había
sido embestido, lo que hizo que mi detector de mierda se fuera hasta el
tope.
Estaba perdiendo la fuerza en mis manos y la visibilidad, lo que no me
dejó ver bien mi móvil y tampoco me permitió percatarme a tiempo de los
coches que se detuvieron alrededor de nosotros y los tipos vestidos de
negros que salieron de ellos.
Mierda.
Mierda.
Mierda.
Lo que acababa de sucedernos no fue ningún accidente, era una maldita
emboscada que nos montaron como profesionales, y en la cual nosotros
caímos como novatos. Teniendo a mis órdenes toda una organización,
siendo un jodido hijo de puta, en esos momentos estaba ahí tirado como un
vil perdedor, con miedo de que dañaran a la mujer en mi regazo.
Uno de los imbéciles me arrebató el móvil, impidiendo que pidiera
ayuda, y entonces Derek salió de otro coche, riéndose con diversión y
suficiencia, gozando al ver que después de tanto logró llegar a nosotros sin
que tuviéramos a alguien que nos ayudara.
—¡Y es así como caen las ratas, señores! —gritó, y me aferré a Isabella.
No servía de nada, pero tenía que intentarlo.
Y en silencio juré que, fuera como fuera, me cobraría cada cosa que ellos
nos hicieran, incluida Amelia, la tipa que me subestimó, y quien más
sufriría las consecuencias de dañar a una mujer que jamás debió tocar ni en
sus sueños.
Capítulo 6
Un villano de verdad
Elijah
—¡Lealtad y honor!
—¡Para mi mejor defensor! —Gritaron los Vigilantes de la élite de cada
uno de los líderes presentes, quienes fueron los únicos que estuvieron en mi
juramentación.
Agradecí tener la máscara puesta, ya que pude sonreír con burla al
escucharlos eufóricos, creyendo en unos traidores que desconocían lo que
significaban las palabras lealtad y honor.
Amelia como Fantasma, David, Lucius y para mi desgracia Derek (por
ser un líder en ciernes), estaban ahí junto al sucesor de Aki Cho, de quien
olvidé su jodido nombre. Y esa juramentación en realidad fue para mí una
reunión en la que me advirtieron lo que pasaría si quería pasarme de listo
con ellos, dejándome más que claro que me darían esa oportunidad
únicamente por Amelia.
Y supongo que el control que tuve para no irme sobre el hijo de puta de
Derek en cuanto lo vi fue lo único que les demostró a los demás líderes de
que no era tan imbécil como ellos pensaban.
—Ya tienes a tres Vigilantes como parte de tu élite, así que te
incorporaremos a dos más para que te desempeñes en las misiones como
debe de ser —dijo Lucius, y le hizo un ademán con la cabeza a alguien
detrás de mí para que abrieran la puerta a mis espaldas—. Sé que ya
conoces a Fred, él será tu líder de élite. Un regalo para ti de mi parte.
Sentí que la venda en mi mano se humedeció al apretar el puño. Había
hecho un juramento de sangre y mi herida sangró con la acción, pero me fue
imposible evitarlo al escuchar que ese hijo de puta volvería para joderme la
vida. Amelia notó mi gesto y entrecerró los ojos, estudiando a Imbécil, a
quien de soslayo vislumbré que se paró a mi lado y sonrió triunfante.
—¿Me extrañaste, pajarito? —musitó el maldito por lo bajo.
No me lo crucé desde que me sacaron de la cárcel, hasta ese día.
—También tendrás un regalo de mi parte —habló Amelia, e hizo el
mismo gesto anterior de su padre.
Escuché otros pasos, aunque no me di cuenta de quién se paró a mi lado
derecho porque me quedé concentrado en el gozo de Derek por mi
situación. Y, así lo odiara, mantuve el control, permitiéndole disfrutar el que
me convirtieran en su puta.
—Y, ya que mi padre ha olvidado un pequeño detalle —siguió Amelia
con tono irónico—. Fred será líder de tu élite mientras estés de prueba.
Desempéñate como esperamos y tomarás las riendas del grupo.
—Y más te vale que lo hagas —murmuró el otro tipo a mi lado para que
solo yo pudiera escucharlo, y sonreí un poco aliviado al darme cuenta de
que se trataba de Marcus.
—Así será —solté por lo alto, decidido a salir de esa mierda,
sintiéndome extraño de que mi voz fuera robotizada.
Todos se mostraron desconfiados por mi respuesta (a excepción de
Marcus), pero no les mentí, pues, como aprendí días atrás con Darius, me
creería mi maldita mentira, sería un Vigilante; y encontraría las verdades en
esa situación que me convinieran también a mí, para convencerlos a ellos de
que podía ser incluso mejor villano que los que me rodeaban.
Aunque por supuesto que las cosas no serían tan fáciles como imaginé,
sobre todo el primer mes como Sombra, cuando me resultó imposible no
querer huir y buscar a Isabella para comprobar con mis propios ojos que
estaba bien. Sin embargo, no podía ser tan egoísta y ponerla en riesgo a ella
y a mi hermana, con Imbécil detrás de cada paso que di en la primera
misión que me dejaron salir.
El segundo mes cometí la cagada de enfrentarme a Derek cuando este
llegó al búnker acompañado de Imbécil y que juntos me provocaran. Estuve
a punto de cumplir mi sueño y matar al hijo de puta mayor, pero su gente lo
evitó y como castigo llevaron aquel jodido monitor y me obligaron a
presenciar cómo torturaban a las chicas con el dolor. A Tess sobre todo, ya
que por alguna razón el medidor de Isabella no se movió; cosa que los
sorprendió.
Y que a mí me alivió hasta que Serena me avisó que, en efecto, mi
hermana terminó en el hospital de nuevo por una fuerte migraña.
—Luego no digas que yo no cumplo, cuando eres tú el que falta a su
palabra primero —espetó Amelia.
Ella había llegado junto a los hombres de Derek y accedió a que me
torturaran por medio de las chicas.
—¡¿Y qué mierdas querías que hiciera?! —le grité.
Era la segunda vez que nos veíamos desde que hice el juramento, ya que
trataba de mantenerme alejado de ella todo lo que pudiera, y la chica lo
notó, por lo que me ayudó con la distancia.
—¿Qué pasó en realidad? —La pregunta no me la hizo a mí porque
estaba consciente de que no le respondería.
Se dirigió a los mellizos, Serena y Marcus. Los cuatro me miraron
pidiéndome autorización para hablar, demostrándole a ella que, así Imbécil
fuera el líder de la élite, no respondían a él.
—Había gente de tu élite cuando pasó todo, Lía. Mejor pregúntales a
ellos —recomendó Marcus, quien era el único capaz de hacerlo por ser
cercano a ella.
—He hecho todo bien desde que te juré mi lealtad. Y, si quieres que siga
haciéndolo, evita que esa mierda de primo que tienes vuelva a estar cerca de
mí. Es lo único que te diré —siseé con la voz más ronca.
Y no solo por el aparato que usaba, sino por la furia y desesperación que
tenía.
Amelia se fue en busca de su gente luego de lo que le dije, y yo me
quedé en el salón, desesperado por la noticia que Serena me dio, pero más
por la preocupación de no saber lo que pudo haber pasado con Isabella, ya
que según Darius el prototipo en su cabeza únicamente podía dejar de
funcionar si se le insertaba el inhibidor que lo pondría en modo avión, por
miles de millas de distancia o porque el portador hubiera muerto.
—¿Qué quieres que haga? —me preguntó Marcus, sabiendo lo que me
estaba pasando.
—Averigua por qué demonios esa pantalla está estática —respondí
desesperado y en voz baja. Marcus asintió.
Owen, Lewis y Serena se mantuvieron en silencio. En esos meses con
ellos los había estudiado y sabía que eran personas de confiar, que estaban
comenzando a verme como su líder en realidad, pero yo todavía no
conseguía confiarles mi vida al cien por ciento. Incluso cuando ellos me
protegieron en las misiones que ya habíamos hecho juntos.
—Escoge a dos de tu élite y sígueme —pidió Amelia rato después.
Se dio la vuelta sin darme más explicación y miré a Marcus.
—Obedece y llévate a los mellizos, yo me iré con Serena para
aprovechar el tiempo —dijo él, y entendí a qué se refirió con lo de
aprovechar el tiempo.
Podíamos salir del búnker sin problema, por lo que ellos eran libres de ir
a donde quisieran siempre y cuando no afectaran a la organización.
Le pedí a los mellizos que me acompañaran y me sorprendió ver a lo
lejos que Amelia se dirigía a la zona al otro lado del búnker, en donde fui
torturado en muchas ocasiones, lo que me alertó.
—No creo que sea lo que estás pensando —señaló Lewis.
—Ni yo. Si Lía quisiera torturarte de nuevo, no te hubiera pedido con
amabilidad que la siguieras —lo secundó Owen.
—Posiblemente crea que ya me amansó y seré como un perro maltratado,
que incluso sabiendo que lo van a joder sigue a su dueño —satiricé, y
ambos se rieron.
—Sería así si ya la consideras tu dueña —rebatió Lewis.
Rodé los ojos y bufé.
Los tres caminamos hacia un Buggy todoterreno y me bajé la máscara
para cubrirme el rostro. Debíamos recorrer una distancia larga, así que
usábamos esos automotores para acortar el tiempo. Y cuando llegamos a la
zona en la que vi a Amelia me tensé al encontrar a dos de sus hombres
apostados a cada lado de la puerta, aunque me dejaron pasar con los
mellizos.
—¿Qué demonios? —musitó Owen en cuanto entramos.
Yo también dije lo mismo en mi mente al ver a Amelia con vendas
envueltas en sus manos y sobre estas alambre de púas escurriendo sangre.
Imbécil se hallaba sentado en una silla, con las manos hacia atrás y el rostro
deforme. Lo reconocí por el tatuaje en su cuello.
—He hablado con mi padre —comentó Amelia entre jadeos por la fatiga
que ya tenía de golpear a Imbécil—. Y he hecho un trato con él: si Derek
vuelve a buscarte para joderte o interrumpir tu trabajo, estarás en tu derecho
de defenderte sin ser castigado.
Me miró cuando di unos pasos cerca de ella, tenía el rostro salpicado de
sangre.
—¿Y qué pasa con Imbécil? —Sonrió de lado por mi pregunta, y noté
que sus ojos de nuevo estaban más oscuros.
—Mi gente me dijo lo que pasó. Y me refiero a todo lo que hizo para
torturarte incluso sin razón alguna.
—No voy a defenderlo, pero lo que me hizo fue por orden de tu padre —
señalé.
—Y por lo mismo esta tarde perderá a su mejor perro —espetó ella y
escupió a Imbécil—. Así que aquí lo tienes, y perdón por las condiciones,
pero necesitaba castigarlo por mi cuenta. Solo me aseguré que siguiera
respirando. —Me mordí el labio para no sonreír a pesar de que no me vería
—. Haz lo que quieras con él.
—Espero que no pienses que esto cambiará algo —advertí y la miré a los
ojos, ella exhaló un suspiro.
—Esto no, lo sé —confirmó, y sospeché lo que encerró su respuesta—.
Y tampoco cambiará nada que te diga que nunca quise que te maltrataran
mientras estuviste encerrado, eso fue algo que mi padre ordenó sin que yo
lo supiera y por eso voy a quitarle a esta mierda. Para que entienda de una
jodida vez que, si quiere mi respeto, debe respetarme.
—No sabes cómo ansío hacerle pagar a este pedazo de mierda todo lo
que me hizo, pero no estoy para tener más problemas con Lucius —aseveré.
—No los tendrás porque, aunque le lamía las bolas a él, nunca dejó de
ser parte de mi élite. Simplemente le di la ilusión de liderar en la tuya —
aseguró ella. Y no confié, pero mis ganas por desquitarme con Imbécil todo
lo que me hizo y lo que le quería hacer a ella y su familia me ganó.
—¿Vas a quedarte para que te hagas una idea de lo que te pasará a ti
cuando te llegue la hora? —inquirí con sorna, y la vi reír.
Lo hizo de verdad, con auténtica diversión. Yo la imité, pero al ver a
Imbécil reaccionar y mirarme con terror.
—¿Recuerdas la promesa que te hice, pajarito? —pregunté con burla y
me saqué la máscara, notando cómo se le aceleró la respiración y comenzó
a negar con la cabeza—. Lewis, consígueme una manguera —pedí,
sonriendo con júbilo al percatarme de que el terror en Imbécil aumentó.
—Joder, voy a gozar esto.
—Vamos —le aclaró Lewis a Owen cuando este último aseguró tal cosa.
Dos días después de eso, y tras largas semanas intentando acceder a los
servidores de Grigori con la ayuda de Alice, ella consiguió hackear uno de
la sede de Perseo Kontos, que resultó ser el único vulnerable de la
organización, aunque solo pudo entrar unos segundos antes de que la
descubrieran. Sin embargo, fueron los suficientes para buscar y descargar
los correos electrónicos entre los líderes, en los cuales padre les aseguraba
que Dylan tomaría el lugar de Isabella mientras ella volvía de su viaje. Lo
que me hizo confirmar que el dispositivo en su cabeza no funcionaba por la
distancia que había puesto con el país. Y, aunque me alegró saber que no
podrían dañarla para joderme, también me entristeció confirmar que existía
el cero por ciento de posibilidades de encontrármela en algún momento, así
fuera de lejos.
—Tengo que deshacerme de ellos de inmediato, ya que hice parecer que
el sistema tenía un virus, pero con lo precavidos que son van a querer
rastrear cualquier información para asegurarse de que no haya salido de sus
servidores —explicó Alice refiriéndose a los correos, y asentí de acuerdo.
Yo todavía mantenía los códigos de acceso de la sede de padre, pero no
nos sirvieron de mucho, ya que Connor, Jacob y Evan, junto al equipo
tecnológico, se habían encargado de blindar mejor los servidores, por lo que
resultó imposible entrar. E imaginé que esa acción por parte de los chicos se
debió a la violación que sufrimos meses atrás por Amelia.
Con la sede de California y Nueva York sucedió lo mismo. No obstante,
Alice se mantuvo intentando acceder con mi guía, pues yo conocía un par
de trucos que Evan me enseñó, lo que sirvió para encontrar la
vulnerabilidad del sistema en la sede de Kontos.
Y no se trataba de nada peligroso, pero que sí los alertaría para reforzar
el sistema.
—Borra hasta el rastro más mínimo de ellos, ya que no quiero que
Marcus intente matarme por arrastrarte en esto —recomendé, y ella sonrió.
Nos habíamos vuelto cercanos porque a ella le gustaba pasar tiempo con
Marcus cada vez que tenía días libres en su trabajo, y yo me la vivía con el
moreno la mayor parte del tiempo, lo que nos hacía convivir mucho. E igual
que él, Alice me inspiraba confianza, además de que ellos eran los únicos
con los que podía hablar abiertamente de mi pasado, y pedirles ayuda más
específica con respecto a Isabella y mi familia.
Un poco más tranquilo con ese tema, decidí enfocarme en mi plan.
Darius optó por trabajar conmigo y pasó a ser de la parte externa de mi élite
en cuanto me dieron el liderato. Y debía aceptar lo mucho que él me
apoyaba y aconsejaba, y cómo poco a poco me hizo ganar la confianza de
Lucius, al punto de encargarme misiones más delicadas en las que también
me siguieron probando, pues hice cosas de las cuales no me sentía
orgulloso, maté a algunos Grigoris y saboteé su trabajo con tal de conseguir
mi objetivo.
Eso sin contar con que les di los medios para que consiguieran una buena
alianza con la Cosa Nostra, además de señalarles a los políticos más fuertes
de Estados Unidos y decirles cómo conseguir que ellos se unieran
(obligados) a su nómina de aliados, algo que los posicionó un peldaño más
arriba del poder que ya tenían.
También comencé a ser parte activa del tráfico de armas, aunque en un
principio únicamente como estratega, consiguiendo que personalidades del
gobierno local se vendieran con los Vigilantes después de amenazarlos con
ventilar sus secretos, mismos que obtuve como Grigori.
—Eso solo lo conseguirías si te acercaras a Amelia, porque es quien
maneja esa área —explicó Darius cuando le pedí ayuda para que me dieran
misiones fuera del país.
Durante meses después de lo último que supe de Isabella, mantuve la
corazonada de que solo saliendo de Estados Unidos tendría posibilidades de
averiguar sobre su paradero. Y sí, sabía que era mejor dejar eso por la paz,
pero cómo carajos le hacía entender eso a mi cerebro cuando decidió
ponerse de acuerdo con mi…
—¿Y por qué quieres salir del país? —siguió Darius, interrumpiendo mis
pensamientos.
—Porque estoy aburrido —mentí. Sentí la mirada de Lewis y Serena en
mí. Ellos junto a Marcus y Owen nos acompañaban en la pequeña sala de
ocio de nuestro búnker—. Pero, si esa es la única opción, prefiero seguir
aburriéndome.
Con eso sí fui sincero, ya que prefería mil veces soportar mi corazonada
a tener que optar por acercarme a una mujer a la cual odiaba. Puesto que no
importaba lo que ella hiciera para ganarse mi confianza o acercarse a mí,
seguía sin poder soportarla.
—Como sea, es tu elección. Me voy a dormir —avisó y se levantó del
sofá para ir a la habitación que había tomado en el búnker.
Lo hizo luego de que se unió a algunas misiones con mi élite, aunque
seguía prefiriendo mantenerse al margen la mayor parte del tiempo, lo que
me llevó a sospechar que nos acompañaba únicamente para asegurarse de
que continuábamos siendo colegas y no enemigos.
—Voy a darte un consejo. Tú sabrás si lo tomas o lo dejas —dijo Serena
minutos después y la miré—. Eres frío y enigmático la mayor parte del
tiempo, pero cuando te saben tocar ciertas fibras te vuelves fácil de leer, por
lo que te recomiendo que uses algo adicional a esa máscara si no quieres
cagarla o que te reconozcan con facilidad.
—Ella tiene razón. Y mira que yo no tengo su habilidad, pero con Darius
dejaste muy claro que quieres salir del país por una razón distinta al
aburrimiento —se le unió Marcus.
—Yo también lo noté, hasta Owen, y con eso ya te digo mucho.
—Imbécil —se quejó este último al reconocer la ofensa implícita en las
palabras de Lewis.
Los demás se rieron, yo no.
—¿Qué me recomiendas? —le pregunté a Serena.
—Lentillas, de preferencia que sean de un solo color, ya que cuando
dejas ver los iris es más fácil leer tus emociones —respondió de inmediato.
—Sería épico que además alternes las máscaras y uses diferentes diseños
—añadió Owen.
—Parece tonto viniendo de ti, pero tienes un punto —se burló Serena.
—Pequeña idiota —espetó él haciéndola reír.
Owen no era ningún imbécil, incluso a veces se veía más serio y rudo
que Lewis. Pero, cuando se dejaba conocer, era fácil notar la bondad que
aún poseía en ese mundo de mierda al que pertenecían, cosa de la cual se
burlaba su hermano y los demás de la élite, aunque eran capaces de matar
por él si alguien más se atrevía a llamarlo tonto.
Él junto a Lewis y Serena habrían sido excelentes Grigoris si los
Vigilantes no los hubieran reclutado antes; a los mellizos al sacarlos de una
pandilla a la que se unieron desde niños para sobrevivir a la pobreza, y a la
chica al salvarla de las casas de acogidas en las que le tocó ir saltando luego
de que sus padres murieran y su abuela no se hiciera cargo de ella.
Y Marcus que se mantenía en la organización más por lealtad a sus
padres.
—Ya, volviendo al tema. Lo que Owen dice tiene sus ventajas —siguió
Serena—. Si usas diferentes lentillas, así como máscaras, le complicarás las
cosas al gobierno para que te reconozcan si las misiones que ejecutamos
siguen siendo así de exitosas. Ya que tú eres la cabeza de este grupo, así que
serás el primero al que querrán cazar —puntualizó.
Y supe que tenía razón, ya que pensar como Grigori me hizo ser más
consciente de lo que podía hacer y lo que no, para complicarle el trabajo al
gobierno.
Desde ese día, todas las misiones que ejecutamos las hice utilizando
diferentes máscaras, así como lentillas. Y cada una tuvo más éxito que la
anterior gracias a que mis estrategias eran analizando como Grigori y
actuando como Sombra, un jodido Vigilante. Lo que me llevó a escalar en
la organización y ganarme un poco más de libertad. Me seguía creyendo mi
mentira, me metía en mi papel como si hubiera nacido de ese lado del
mundo, aunque por las noches tuviera que recordarme que no era malo, que
simplemente estaba haciendo lo necesario para un día poder ser libre de
verdad y regresar con mi gente.
Estaba sobreviviendo, eso era todo.
—¡Privado solo para nosotros! —gritó Darius al verme llegar a uno de
los clubes de Lucius.
La música resonaba en la planta baja y el privado era como una
habitación, pero en lugar de paredes normales tenía vidrio tintado. Aunque
aun así no me quité la máscara a pesar de que él me aseguró que podía
permanecer sin el disfraz de Sombra.
Serena, los mellizos y Marcus lo acompañaban, estos habían pasado toda
la tarde convenciéndome de que me uniera a ellos e intentara divertirme, ya
que ese club era uno de los pocos a los que se me permitía ir sin problema.
Y no me apetecía estar ahí, sin embargo, opté por unírmeles cuando la
desesperación por ir cerca de Richmond, a alguno de los clubes Grigori (y
con eso arriesgar a mi hermana), me estaban ganando.
—Quítate esa máscara y disfruta un poco —me animó Darius, y noté
que, a parte de la élite, los acompañaban dos tipos más que no conocía, y
algunas chicas a las que tampoco había visto antes, aunque por sus
vestimentas imaginé que eran parte del personal del club—. Son de mi
entera confianza.
—Pero no de la mía —gruñí.
—Será más sospechoso que te mantengas con la máscara, viejo. Escucha
mis consejos —replicó. Solté el aire por la boca y obedecí porque tenía
razón—. Ven, quiero presentártelos. —Caminé con desgano detrás de él y
me saqué la máscara—. Ellos son los hermanos Fabio y Dominik D’angelo
—anunció en cuanto llegamos frente a los tipos. Uno era más rubio que el
otro y se mantuvieron sentados en el enorme sofá de cuero negro, ambos
con una chica en sus piernas—. Hermanos, él es Sombra. Mi mejor amigo
—añadió, y sonreí burlón.
Lo hice por la astucia de Darius a pesar de que estaba achispado, por su
broma sobre nuestra amistad y porque seguía pareciéndome una ironía que
después de odiar a Sombra me convertí en él.
—En realidad solo somos compañeros de trabajo —corregí.
—¡Hijo de puta! Hieres mis sentimientos, creí que éramos amigos —
replicó Darius.
Perfecto, no estaba achispado, sino borracho.
—Ya me caíste bien —exclamó entre risas el tipo que tenía una
complexión similar a la mía, así como muchos tatuajes—. Yo soy Dominik,
por cierto —aclaró y estiró la mano, pero no se la tomé.
—Déjalo así, hombre. No sé en dónde has tenido las manos en este rato.
—Señalé a la tipa en sus piernas, y Dominik rio, consciente de que no
estaba siendo maleducado, sino precavido.
—Tipo inteligente, me agradas —habló el otro, burlándose de Dominik
—. Somos amigos de este imbécil borracho, así que siéntete en confianza
—me animó y señaló a Darius, este se encogió de hombros restándole
importancia al adjetivo que le puso.
Asentí en respuesta, sabedor de que no me diría su nombre porque estaba
demás, pues, si su hermano se llamaba Dominik, el suyo era Fabio.
Me senté en el sofá libre, entablando una plática con ellos de inmediato,
acompañados de los demás chicos de la élite que se unieron a nosotros al
verme más partidario de estar ahí. Y transcurrido un rato, con un par de
tragos ingeridos, podía decir que por primera vez en meses estaba
disfrutando un poco de la noche.
Darius se divertía con algunas putas del club, puesto que el lugar ofrecía
ese servicio así como bailes privados y otras cosas que complacían hasta a
los que poseían gustos más bizarros, o rudos. Dominik, los mellizos y
Marcus lo imitaban; Fabio parecía estar llegando a algo con una chica que
vestía con lencería de cuero y un collar de perro en el cuello. Y Serena se
hallaba a mi lado, ambos disfrutando de los tragos y riéndonos de las
estupideces de los más borrachos.
—¿Por qué no vas y te diviertes con él? —inquirí para Serena al notar
cómo le brillaban los ojos cada vez que miraba a Dominik.
—¿Acaso no ves las chicas con las que está? —señaló ella, y las miré.
—No quiero sonar imbécil, pero, por muy bien que follen, hay hombres
que preferimos un polvo con una chica que no sea de ese mundo cuando
existe la posibilidad —expliqué refiriéndome a que las mujeres con
Dominik simplemente estaban trabajando.
Serena sonrió un poco tímida.
—Me refería a que parece que le gustan las chicas más femeninas —
aclaró, y la miré. Llevaba un vestido verde esa noche, bastante corto, lo que
hacía que sus piernas tonificadas se lucieran. Y si me fijé en eso fue nada
más porque me llamó la atención verla con ese atuendo después de
acostumbrarme a que se la viviera en uniforme—. Menos rudas, Sombra —
puntualizó ante mi confusión—. Owen y Lewis siempre me han dicho que
parezco marimacho.
Me fue imposible no soltar una carcajada y ella frunció el ceño,
posiblemente creyendo que compartía la opinión de esos mellizos idiotas.
—Contando la manera en la que tú los jodes, es obvio que te dirían algo
como eso, Serena. Pero, si mi opinión cuenta para ti, no me gustas, no eres
mi tipo, sin embargo, puedo reconocer que eres guapa y, vestida como estás,
hasta te confundo con una de ellas.
—Si tu intención era subirme la moral, has errado, idiota. —Bufó, pero
se mordió el labio para no reír, y yo me encogí de hombros.
—Solo es mi forma de señalar que te veo igual de femenina. —Noté que
se sonrojó con mi declaración, y negué divertido—. A pesar de que tengas
bigote.
—Posiblemente el que a ti no te sale, doble idiota —soltó entre risas.
Medio sonreí por la manera de intensificar su insulto y le di un sorbo a
mi bebida. Serena me recordaba a Tess en muchos sentidos, quizá por eso
tendíamos a discutir mucho, aunque siguiera mis órdenes y yo tomara en
cuenta sus consejos.
Se quedó unos minutos conmigo, luego cogió el valor para acercarse a
los D’angelo. Los tipos eran italoamericanos según me explicaron.
Nacieron y vivían en Italia, aunque pasaban largas temporadas en Estados
Unidos. En esa ocasión Dominik se quedaría más tiempo en la ciudad para
terminar su doctorado en psicoanálisis y reforzar su carrera como psicólogo,
Fabio en cambio volvería a su país de nacimiento porque estaba por
concluir la especialidad de su carrera y ya se desempeñaba como médico en
un hospital de Florencia.
—¿No te gustan las mujeres? —preguntó Fabio al verme sin una en las
piernas a diferencia de ellos. Darius se rio de la pregunta.
Ambos habían regresado a los sofás junto a Dominik, cuando se
cansaron de bailar.
—Si tu pregunta en realidad es si soy gay, no, no lo soy —aseveré—.
Los coños me vuelven loco, pero no los de aquí —puntualicé, y él me miró.
El tipo era gélido y reservado por momentos, pero cuando decidía
entablar plática alguna se volvía directo y serio incluso con las charlas
casuales, por lo que no era tan fácil llevarle el ritmo, pues me había costado
distinguir cuándo hablaba de forma civilizada y cuándo estaba bromeando.
—Uno en especial —aseguró, y fruncí mi entrecejo.
—Deja de ser entrometido —lo regañó su hermano, y Fabio le hizo un
gesto para que no se metiera.
Darius, a pesar de su borrachera, notó que yo seguía reacio a hablar de
cosas privadas, así que los distrajo tocando temas más triviales y unos
minutos más tarde me despedí de ellos con la excusa de que necesitaba
volver a mi casa para resolver asuntos personales. Marcus y los mellizos
intentaron irse conmigo, pero les dije que no era necesario, pues no les
jodería la diversión solo porque yo seguía sin sentirme parte de ese entorno.
Además, habían perdido de vista a Serena, por lo que tendrían que buscarla
y asegurarse de que la chica estaba bien.
Al salir del privado no me puse la máscara, pero sí me subí hasta el
tabique de la nariz la bandana tubular que siempre llevaba en el cuello para
esconder mis tatuajes, además de colocarme el gorro de la cazadora. Al
pasar cerca de un pasillo de la primera planta escuché llantos y gritos
femeninos, me detuve de golpe por curiosidad y encontré a una chica
forcejeando con un imbécil borracho.
—Malnacido —murmuré, aunque seguí mi camino porque esa situación
no era de mi incumbencia.
Sin embargo, ralenticé el paso al escuchar que alguien corría detrás de
mí, y al girarme por instinto, para evitar que me atacaran por la espalda, vi
que era la misma chica del pasillo intentando huir con desesperación.
—¡Ayúdame por favor! —suplicó y se lanzó a mis brazos.
La cogí más por inercia. Ella lloraba dejando entrever su terror y tal cosa
pareció cabrearle al puto malnacido, a quien ya de cerca lo reconocí como
el encargado del club. Lo supe porque antes de ir esa noche al lugar lo
estudié para estar seguro de a dónde me metería.
—¡Esa puta es mía, déjala! —exigió al ver a la chica en mis brazos.
—Por favor, no —susurró ella aferrándose más a mí.
—Aléjate de la mercancía, bastardo de mierda —ordenó de nuevo el
tipo.
Y sí, me era fácil alejarme porque la chica no era mi maldito problema.
Se trataba de una trabajadora del club, ¿qué más daba? Pero el imbécil
pretendía que le obedeciera, hablándome como a uno más del lugar, y ya
estaba harto de las órdenes, de acceder y permitir situaciones que iban en
contra de lo que yo quería.
—La quiero para mí, ¿cuánto por ella? —dije solo para joderle la
diversión, y el idiota se carcajeó con burla.
—Ese chocho es una primicia y será mío antes de que sea de los demás,
quiero estrenarla.
Me tensé al escucharlo. Las primicias eran chicas vírgenes y por alguna
razón (que no se debía solo a que ella intentaba huir), sospeché que esa no
estaba en el club por voluntad propia.
—Te pregunté cuánto —espeté—. Este chocho será mío a menos que
prefieras que hable con Lucius y le informe que te estás estrenando a las
primicias —amenacé y al verlo tan asustado sonreí con suficiencia.
Era más que obvio que un perdedor que se refería a una chica como
chocho también sería fácil de asustar.
—Cinco verdes y fóllatela como quieras —masculló, y asentí.
La pequeña rubia me miró asustada al escuchar el trato, pero no le di
tiempo a que me jodiera la farsa y la tomé de la mano para llevármela a una
de las habitaciones destinadas a utilizarlas para follar. Ella intentaba
contenerse al caminar, aterrada de mí en ese momento, y no la culpaba, ya
que actué como el auténtico cabronazo que era.
—Por favor, no —suplicó entre sollozos.
No le hice caso y seguí fingiendo, consciente de que el tipo podría
estarnos viendo para asegurarse de que no buscaba únicamente auxiliarla.
La hice entrar a la habitación de lujo en cuanto llegamos, ya que con las
vírgenes también optaban por ofrecer solo ese tipo de recámaras para una
mejor experiencia. Y debía admitirlo, Lucius era inteligente y sabía cómo
sacar una buena partida de su negocio.
—Debiste haber pensado mejor esto antes de terminar aquí —la regañé.
No llevaba mi cambiador de voz, pero no me importó en ese momento.
Cerré la puerta de golpe y ella se abrazó a sí misma para contener el
respingo. Vestía una minifalda y top blanco, unos tacos plateados y su
cabello rubio estaba suelto y en ondas. Se giró para quedar frente a mí, ya
que se mantuvo de espaldas luego de hacerla entrar a la habitación, y me
dejó ver la súplica en sus ojos claros, que su boca no podía soltar a causa
del llanto.
Era muy bonita. Y con ese rostro que parecía haber sido hecho de
porcelana, podría haber sacado una mejor ventaja por su cuenta, en línea,
sin ser tocada.
—¿Por qué trabajas aquí si le temes a lo que podamos hacerte? —le
cuestioné, y las lágrimas que siguieron brotando de sus ojos fueron más
gruesas.
—Me trajeron obligada. Tienen a mi familia secuestrada y, si no hago
esto, no podré salvarlos —dijo entre titubeos.
Apreté los puños con odio, no porque ignorara que Lucius se desenvolvía
bien en la trata de blancas. De hecho, aparte de ser un traidor, era por esa
razón que más lo perseguíamos con los Grigori. Pero en ese momento
reaccioné así por la empatía que me provocó el que esa chica viviera una
situación similar a la mía.
—Sé que vas a pagar mucho por mí, pero, por favor, sé cuidadoso. Yo
nunca he... —Calló y noté la rojez de sus mejillas, junto a la resignación.
—No te voy a follar —le aseguré, y sus ojos se abrieron demás al
escucharme—. Me pediste ayuda y es lo que estoy haciendo.
—Gracias —exclamó y se arrodilló frente a mí. Su acción me dejó
pasmado, aunque fue solo un segundo. Al siguiente la tomé de los brazos
para ponerla de pie—. Eres mi ángel —prosiguió, y me reí de ello.
—No, no te equivoques. De ángel no tengo un carajo, soy más un
demonio egoísta que te salvó para joder a ese malnacido —le aseguré, y me
miró a los ojos.
—¿Sabías que, cuando Dios quiere actuar, utiliza incluso a los demonios
para llevar a cabo sus milagros?
Quiso instruirme con su pregunta y la miré como si estuviera loca.
—Yo no creo en Dios —zanjé, y ella sonrió con ternura.
—¿Cómo te llamas?
—No es necesario que sepas mi nombre —largué.
—¿Mi ángel entonces? —propuso, y bufé una risa.
La chica era terca.
—No vuelvas a decirle a nadie cómo te retienen aquí, ya que no sabes si
pueden estarte probando. Y al hacer eso los delatas. Cosa que puedes pagar
caro —aconsejé ignorando su terquedad.
Asintió y volvió a sonreírme, ella era joven y con la vida jodida por
haber caído en manos de Lucius.
—No lo has preguntado, pero soy Hanna —se presentó—. Y siempre
agradeceré lo que has hecho por mí —añadió y sin esperármelo me besó en
la mejilla cubierta por la bandana—. Gracias, Ángel —susurró.
Y, aunque me sentí ridículo por ese apodo, no le dije nada porque la
sinceridad y el agradecimiento que escuché en su voz me dejó un poco
perplejo. Pero tenía la seguridad de que no sería la última vez que me
cruzaría con ella.
Y que habría más oportunidades para confirmarle a Hanna que yo no era
ningún ángel.
Capítulo 9
Puedo fingir ser ella
Elijah
Un año después...
No pensé que mi infierno podría empeorar hasta que tuve que ejecutar
tres envíos infantiles cada dos semanas, luego de aquella noche en la que
perdí a Dasher.
Siempre terminaba vomitando y encerrándome en mi apartamento
después de llevar a cabo cada aberración, y hasta mis demonios se
asustaban con los recuerdos en mi cabeza de los rostros asustados y
suplicantes que presentían el infierno al cual yo los estaba enviando.
Algunos iban conscientes, otros sedados para que no molestaran lo que
duraba el viaje.
A Dasher lo trasportaron así aquella noche, dos meses atrás. Lo sedaron
y luego lo metieron en un compartimiento oculto de la caja de madera, y
sobre él pusieron armas para que yo no lo encontrara si la hubiera llegado a
abrir. Lo supe por Darius, quien tuvo las bolas de investigar los detalles, a
pesar de lo mierda que eso lo hacía.
—Prepara a tu equipo porque irán a Mónaco para ayudarle a mi colega
con el tráfico de mujeres, ya que tenemos envíos atrasados —me dijo
Lucius, y asentí.
El hijo de puta debía estar feliz, puesto que consiguió convertirme en una
máquina que manejaba a su antojo. Todo con tal de que me siguiera
haciendo llegar información de Dasher.
Por Amelia sabía que su padre instaló al pequeño con uno de sus aliados
(aunque ella aseguraba que desconocía cuál de todos), y a pesar de la
tristeza que a veces mostraba en los vídeos, porque quería a su mamá, en su
inocencia lo manipulaban y lo hacían disfrutar de los juguetes y actividades
que lo animaban a hacer para entretenerlo.
Y yo, con tal de mantener esa inocencia intacta, me estaba convirtiendo
en una escoria igual que Lucius y Derek.
—Tengo algo para ustedes —dijo Amelia al encontrarme con Darius
afuera de la oficina de Lucius, después de que terminé de hablar con él.
Alzó el móvil para que viéramos un vídeo en pausa y Darius se lo
arrebató de inmediato, queriendo estudiarlo bien, asegurándose de que no
estuviera manipulado. Yo, por mi parte, dejé de ver los vídeos luego del
tercero que enviaron, y me conformaba con lo que Darius me contaba
mientras contenía las lágrimas.
—Estoy averiguando dónde lo tienen para recuperarlo. —Amelia se
concentró en mí al decir eso, e hice un sonido irónico con la garganta en
respuesta.
Ella me pedía perdón cada vez que me llevaba un incentivo para que no
me descuidara de las misiones. Y si me limitaba a quedarme callado era
únicamente porque descubrí que le dolía más mi silencio que las
discusiones en las que siempre nos metíamos antes. Y porque no era tan
estúpido de cabrearla luego de lo que me hizo.
Al final, ella también me convirtió en su puta, una que no le daba el sexo
que tanto deseaba.
—Te lo prometo, voy a recuperarlo —aseguró, tomándome del interior
del codo cuando quise irme.
La miré gélido, sin decir una sola palabra. Y cuando mi mirada la quemó,
me soltó para que siguiera mi camino.
Después de lo de Dasher trataba de no ir al búnker a menos que fuera
muy necesario. Y compartía poco con mi élite porque a veces sentía que me
veían como el culpable de lo que le pasó a los Spencer y, aunque no estaban
equivocados, igual me corroía la piel y me avergonzaba por no haber
podido evitar que los dañaran.
Con las únicas personas que más hablaba eran con Alice, para que me
mantuviera al tanto de lo que pasaba en Grig, y con Hanna, quien consiguió
ponerse en contacto con Owen dos semanas atrás, para contarle cómo le
estaba yendo en su nueva vida. Él fue quien le dio mi número en cuanto ella
se lo pidió, y me sorprendió, a la par que me alegró, escucharla tan bien y
animada; recuperándose al lado de su familia, comenzando de cero y
tratando de ser feliz.
Y para ser sincero, en esos días únicamente ella consiguió que me
olvidara un poco de mi mierda, pues seguía siendo una lectora empedernida
que, en el segundo que me escuchaba mal, comenzaba a hablarme de las
historias que leía, pues aseguraba que solo un libro nos ayudaba a perdernos
de la realidad.
Y me lo demostró.
Abrí demás los ojos al leer el mensaje de Alice. Teníamos varios días en
Mónaco, ayudándole a Dubois (el mismo tipo al que los griegos me
pidieron hacerle un recordatorio de parte de ellos) con el tráfico de
personas.
—Mierda —murmuré al leer la respuesta de Alice a mi mensaje.
En esa ocasión hice parte a mi equipo de la presencia de la Castaña en la
ciudad, pues era muy probable que hubiera llegado al país para seguir el
rastro de unas libanesas a las cuales Dubois pretendía traficar hacia Rusia.
—Si la ven, asegúrense de que nadie que no sea parte de la élite la
reconozca —ordené, y los vi asentir.
Adicional a eso, le pedí a Owen que preparara un pendrive con toda la
información que recabamos de Dubois, puesto que aprovecharía a darle un
golpe a esos malnacidos utilizando a los Sigilosos, y de paso le quitaría un
estorbo a los griegos, ya que había escuchado que ellos querían deshacerse
del francés para poner en su lugar a alguien que les sirviera mejor.
Y una vez más, Alice no se equivocó con la ubicación de la Castaña. Ni
yo al suponer que en efecto esa mujer llegó a Mónaco para seguir el rastro
de las libanesas y de Dubois, según me pareció.
El encuentro que tuvimos esa vez, en un inmundo baño del club, me dejó
con una tremenda erección (debido a que me puso mucho verla asesinando
a sangre fría a ese hijo de puta que osó tocarla) y con el brazo herido.
Aunque también desconcertado por su reacción luego de la llamada que
recibió.
—Demonios —siseé entre dientes en el momento que Marcus me limpió
con más fuerza de la debida, la herida de bala que esa mujer me dejó como
despedida.
Me agarré con fuerza de la mesa en la que estaba y respiré hondo para
controlar el dolor, ya que sentía como si el proyectil me hubiera rozado el
hueso. Y menos mal que no tuve que pelear con nadie más, gracias a mi
equipo que se encargó de eliminar a la gente de Dubois para que no nos
delataran, pues ordené que ellos ayudaran a Isabella y al maldito que la
acompañaba, a salir del club sin más percances.
Y luego los culpamos a ellos del desastre que hicimos.
—Te confías demasiado con ella, idiota —me reprochó Marcus.
Él seguía molesto porque no permití que le diera un escarmiento a
Isabella, y casi lo mato cuando admitió que quería hacer tal cosa.
—Ya, joder. Deja, mejor lo hago yo —largué quitándole la gasa
humedecida con desinfectante, con la que me limpiaba.
—A ver, no. Quédate quieto y escucha, maldito terco —me sermoneó,
arrebatándome la gasa de nuevo—. Esa mujer pudo haberte matado y tú de
idiota, en lugar de protegerte, le pones el pecho.
—Maldición —siseé al sentir más el escozor y dolor en el momento que
empezó a suturarme.
Y siendo sincero, hubo un segundo en el que sí creí capaz a White de
matarme, pero lo admitía, me confié por el nerviosismo que mostró ante mi
cercanía, sobre todo en el instante que la empotré a uno de los cubículos del
baño y, sin descaro, miré entre sus tetas cuando reconocí el relicario que
mandé a fabricar para ella.
Sí lo usaba. Laurel cumplió como lo esperaba de ella y sentí cierto
orgullo de que Isabella llevara algo de mí, incluso en los momentos donde
no debía.
—Si no hubiera entrado a tiempo, te habría matado —siguió Marcus con
su diatriba, y rodé los ojos.
—No lo hubiese hecho —zanjé—. Ella solo quería darme una
advertencia —terminé espetando, más por dolor que por enfado.
—O se contuvo porque no es tan reacia a Sombra. —Lo miré en cuanto
dijo eso y me di cuenta de que, en segundos, el dolor en mi brazo
desapareció ante los celos y el enojo que me invadió.
Podía parecer absurdo y tonto sentir celos de mí mismo, sin embargo, yo
sabía quién estaba detrás de la máscara de Sombra. Isabella no.
Para ella era Sombra, no LuzBel ni Elijah. Y mi posesividad hacía que el
ego se me hiriera ante ese hecho, al ser consciente de que la mujer que
únicamente quería que reaccionara a mí también sentía nerviosismo (o lo
que fuera) por alguien más.
«Para ella estás muerto».
Ese maldito recordatorio en mi cabeza fue duro y crudo.
—No tientes más tu suerte, hermano —recomendó Marcus de pronto—,
porque tú sabes que ya no es solo su vida la que está en juego.
Tragué con dificultad al entender entre líneas que se refería a Dasher.
—Entiendo tu reacción y molestia, pero… —Me quedé en silencio unos
segundos, recordando todo lo que sentí cuando Owen llegó a la sala de
vigilancia del club donde nos encontrábamos con Belial, para avisarme que
White estaba en el lugar acompañada de un tipo que, según su manera de
tratarla, parecía su novio.
Puta madre. Casi me volví loco al imaginarla con otro.
Se tardaron en reconocerla porque ella iba con peluca y vestida de una
manera demasiado extravagante para el estilo que solía usar, pero Lewis se
había mantenido con los hombres de Dubois y, en cuanto estos
mencionaron que la pareja era desconocida y muy sospechosa, él la
identificó enseguida.
—No tienes idea de lo difícil que es tenerla tan cerca y pretender pasar
de ella como si su cuerpo no fuera un imán que tira de mí con fuerza —
admití, y sentí la mirada de Marcus.
—Tienes razón, no tengo ni la menor idea —dijo después de un largo
suspiro—, pero sí veo cosas que tú no, amigo.
—¿Qué cosas? —cuestioné.
—Ya lo mencioné, ella no es reacia a Sombra, pero eso no significa que
no podrá matarlo en el momento que lo crea conveniente —ratificó—. Así
que no te confíes porque, aunque no la conocí bien antes, sé con certeza que
ahora ya no es la chica con la que los Vigilantes jugaron.
—No, no lo es —coincidí.
Isabella White se había convertido en el gigante que despertaron cuando
asesinaron a Enoc, y muchos íbamos a pagar el daño que le hicimos.
El maldito nudo en mi garganta se hizo más grueso cuando seguí con mis
recuerdos y esa declaración llegó, siendo consciente de lo que tuvo que
haber sentido Isabella el día que aseguró que podía sentir por ambos y yo
como el jodido imbécil que era callé, haciéndole creer que nunca me
importó tanto como para romper mis barreras.
—Hablar te liberaría más y dañaría menos las manos —intervino Marcus
en el momento que un hilo de sangre me corrió por el dorso de mi mano
ante el puñetazo fuerte que le di al saco.
—Isabella…
Mi voz fue más ronca de lo normal y no pude terminar lo que diría
porque sentí que iba a romperme, puesto que no podía concebir la idea de
mi Bonita queriendo suicidarse luego de perderme. Quiso morir cuando yo
luchaba por sobrevivir para mantenerla a salvo a ella y a mi hermana.
Mientras yo luchaba con la muerte, ella peleaba con la vida. Y todo por
querer reencontrarse con un Romeo que, según lo que le hice creer, murió
para seguir a su verdadera Julieta. Y me enervaba haber querido, pero no
poder, quitarme la máscara en ese momento y decirle que ningún tonto
enamorado falleció para estar con una ilusión. No, simplemente como un
buen jugador, tuve que optar por la mejor opción para mantener a salvo a mi
reina.
Sin embargo, si ella hubiera logrado su cometido, nada de lo que pasé
hubiese tenido sentido y en ese momento a lo mejor me encontraría en un
infierno diferente, uno que quemaba de verdad. Pues estaba seguro que
podía atravesar el peor de los castigos por mantenerla viva, pero jamás me
podría enfrentar a la vida en un mundo sin esa bruja de ojos miel.
Y con ese análisis fui capaz de entender lo que ella intentó hacer al verse
sin mí.
Capítulo 18
Castigo y premio
Elijah
Había notado a Isabella inquieta esos días, incluso me pedía que nos
viéramos con más insistencia y, como no era ningún imbécil, intuí que algo
se traía entre manos, aunque no me negué a verla porque quise o por la
corazonada que sentía, sino más bien porque no podía, y cuando sí me fue
posible, a ella no.
Era como si el destino la estuviera alejando de mí de nuevo, situación
que no me hacía ni puta gracia. Y me enervaba sentir que cuando no nos
veíamos, porque yo no podía, ella actuara como si me lo haría pagar de la
peor manera.
—Cálmate —le exigí a Marcus luego del envío de armas.
Recibió una llamada de Owen después de que yo hablé con Isabella y me
negara a verla por culpa de Lucius, quien nos convocó a una reunión de
emergencia.
—¡¿Qué me calme?! ¡¿Hablas puto en serio?! —largó en voz baja para
que los demás no nos escucharan, actuando como un león hambriento y
enfurecido—. Voy a calmarme cuando tenga a esa hija de puta entre mis
manos y le haga lo mismo que ella le hizo a mi hermana —espetó, y eso
acabó con mi paciencia.
—Tú la tocas y no vivirás para contarlo —escupí tomándolo de la camisa
del uniforme que usábamos.
Alice le llamó a él mientras estábamos llevando a cabo el operativo del
envío, pero no pudo responderle, así que la rubia optó por contactarme a mí
y, cuando le respondí, me avisó que se encontraba en el hospital, por lo que
envié a Owen para que se hiciera cargo de la rubia fingiendo ser su
hermano, ya que al principio ella no quiso decirme la razón de parar en el
sanatorio, pero la obligué (porque no la escuchaba del todo bien como
aseguró que estaba) y terminó por explicarme una situación que sabía que
me complicaría las cosas con Marcus: Isabella la encontró en la cama con
Elliot y tergiversó todo, llegando a asegurar incluso que Alice y mi primo la
engañaron el día que creyó alucinar conmigo.
Mierda.
Si White hubiera conseguido matar a Alice, en ese momento no solo
habría estado lamentándome, sino también en un hospital, si es que Marcus
no me asesinaba. Y la verdad era que lo entendía, comprendía su furia a
pesar de no permitirle que amenazara la vida de la Castaña, pues el único
culpable de que su hermana terminara en ese estado era yo, ya que por mí
ella se metió a Grig y se acercó a mi gente.
—Entonces te mataré a ti, hijo de puta, porque es tu culpa que mi
hermana casi haya muerto en las manos de esa cabrona —escupió Marcus
cogiéndome también de la camisa.
«Joder, Owen».
Maldije en mi mente, pues lo envié para que se asegurara de que Alice
no me mintió con eso de que no era nada grave. Y, en lugar de llamarme a
mí para informarme lo que vio, se comunicó con Marcus y le dijo a él todo
lo que pasaba, ocasionándome una discusión con el moreno en el peor de
los lugares.
—¿Voy a tener que esperar a que terminen de discutir? —Lucius nos
interrumpió saliendo del búnker principal en las instalaciones de la
organización, donde nos esperaba, y con Marcus nos soltamos al mismo
tiempo—. ¿Qué ha sucedido para que estén a punto de matarse? —siguió.
Marcus se tensó al darse cuenta del embrollo en el que nos habíamos
metido y tuve que pensar con rapidez para salir de él.
—Este hijo de puta cree que porque está en mi élite puede interferir en
mi manera de operar —largué—. Olvidándose de que soy tu favorito, por
eso me tienes de líder —satiricé, y escuché a Marcus bufar burlón.
Lucius sonrió sin gracia por mi humor negro.
—Dejen de hacerme perder el tiempo y entren de una buena vez —
ordenó, y se dio la vuelta para volver dentro del búnker, escoltado por sus
hombres.
Nos miramos con Marcus antes de seguirlo y negamos con la cabeza.
Lewis y Belial nos siguieron, siendo los únicos que se habían quedado
afuera con nosotros. Los demás ingresaron rato antes.
Y para mi sorpresa, la emergencia esa vez era porque el envío de niños lo
adelantaron para el día siguiente, puesto que no querían darle oportunidad a
las autoridades de organizarse luego de incautar el que hice a Noruega. Y
porque Caron Patterson oficialmente le había puesto precio a mi culo, y uno
bastante alto, pues el maldito quería cazarme a como diera lugar. Lo que lo
llevó a hacer ciertos movimientos que alertaron a los Vigilantes.
—Han investigado a fondo y se enteraron de que tú eres el que nos
mueve la mercancía más importante, así que pretenden jodernos al
atraparte, ya sea vivo o muerto —explicó Lucius, y negué divertido.
—Antes de que lo consiga, lo mataré yo —declaré.
Estábamos solo él y yo. A mi equipo lo envió con uno de sus hombres
para que este les informara sobre el envío que haríamos.
—Estaría de acuerdo contigo si su muerte no nos afectara, pero, para
suerte de ese cabrón, es intocable para nosotros —puntualizó el viejo, y
seguí negando porque, aunque asesinar al sargento significara ponerme una
diana en el culo a nivel nacional, e incluso mundial, no me detendría si
encontraba la oportunidad de despacharlo hacia el otro mundo. Por querer
matarme él a mí y por creer que podía tener lo mío—. ¿Sombra, me
escuchaste? —Miré a Lucius ante su pregunta y no respondí—. Aléjate de
Patterson y su gente todo lo que te sea posible, ¿entendido? —Asentí—. En
la misión de mañana llevarás a más gente a parte de tu élite, para que no
haya problemas con el envío y para que te protejan.
—¿En serio quieres protegerme?
Mi tono fue sarcástico y lo vi reír.
—Que tú creas que no te aprecio, no es mi problema. —Solté una
carcajada al escucharlo, y él sonrió burlón.
—Aprecias los millones que te hago ganar con mi trabajo —zanjé, y se
encogió de hombros con cinismo.
—Una ventaja que tienes y que ha evitado que te mate en muchas
ocasiones —aceptó—. Ahora, espero que tengas claras mis indicaciones y
obedezcas, porque no me gustaría castigarte si fallas.
—No te preocupes —pedí con perfidia, y eso lo hizo bufar una risa.
Pero, a pesar de mi tono, lo que dije fue en serio. No pretendía meterme
en problemas con las autoridades porque no estaba dispuesto a tener que
esconderme luego, a pesar de que deshacerme de Caron fuera uno de mis
sueños húmedos luego de descubrir su interés en Isabella. Sin embargo, los
planes de esa mujer eran otros y al siguiente día me llevó a cometer una
verdadera locura que me dio el placer que me negué con ella luego de
follarla en el comedor del sargento Patterson, tras degollar el cuello de él
por tocar a la mujer que me pertenecía.
Puta madre.
Nunca en mi vida había enloquecido como esa noche. Perdí el control de
mí mismo al ver cómo ese hijo de puta la tocó, cómo ella le bailó, la manera
en la que interactuaban, las cosas que se dijeron… Mierda, la sangre me
hervía en el momento que tomé mi motocicleta y me conduje hacia la casa
de Caron. Mi equipo me siguió (además de algunos de los tipos que Lucius
envió esa noche para que me resguardaran) sin que se los pidiera, todos
maldiciendo al ver que estaba dejando tirada esa misión, pero no me
importaba, nada más lo hacía a parte de la ira y los celos que recorrían mi
torrente sanguíneo.
Sentía los ojos llenos de sangre por lo rojo que miraba todo a mi
alrededor. Y, cuando llegué a la casa del malnacido, el cuerpo me temblaba
y los escalofríos no me dejaban tranquilo hasta que comencé a matar a los
agentes que resguardaban la zona. Marcus me gritaba que estaba yendo
directo a una trampa, y antes, cuando Alice me ayudó a encriptar el móvil
de White para ver qué demonios hacía con Caron, me dijo que pensaba que
todo era parte de un plan con el que pretendían atraparme, mas no me
importó porque lo único que quería era hacer mierda a Patterson y
demostrarle a esa cabrona que nunca bromeé el día que le advertí que haría
pedazos a todo aquel que osara tocarla.
Y me subestimó.
Isabella White creyó que era como LuzBel, quien solo amenazaba, pero
que jamás cumplió todas sus amenazas. Se le olvidó que estaba tratando con
un hombre al que convirtieron en lo peor y que, si ya me había condenado
por ella, no me importaba ir más allá de todo con tal de que entendiera de
una puta vez que le vendió su alma al diablo el día que decidió mirarme a
los ojos y enfrentar mis demonios.
¡Era mía, joder!
—Belial cayó gravemente herido —avisó Owen cuando llegamos a un
lugar alejado de la casa de Caron, y me detuve porque necesitaba respirar.
—¿Y dónde está? —pregunté. Mi voz sonó más ronca y el cambiador lo
dejó notar.
—Serena y Lilith lo llevan para el hospital, pero temen que no llegue con
vida.
Apreté los puños y la mandíbula, furioso conmigo mismo porque era mi
culpa que Belial estuviera en esa situación.
—Hamilton lideró una emboscada en el puerto y mataron a los Vigilantes
que se quedaron custodiando a los niños. Los liberaron a todos —aportó
Lewis, y sonreí sin gracia ante la mención de Elliot.
—Te dije que esta era una puta trampa, Sombra —espetó Marcus.
—Una a la que le sacaste provecho, ¿no? —ironizó Tarzán, y lo miré,
Marcus lo veía como si estuviera a punto de matarlo—. ¿Crees que no vi
que te fuiste con la chica asiática? Y por cierto, traes la bragueta abierta.
Noté que el Yakuza tenía razón, Marcus llevaba la bragueta abierta y lo
miré esperando una explicación, pero se limitó a cerrarla y seguir con su
actitud cabrona.
—Viste lo que le hice a los otros Vigilantes —señalé para Tarzán,
refiriéndome a los tipos que maté al salir de la casa de Caron, los que no
eran de mi equipo y le dirían a Lucius por quién le desobedecí.
—Muy inteligente de tu parte —acotó él.
Antes de preverlo, saqué mi glock para apuntarle, pero él también hizo lo
mismo con la suya, y de paso sacó una estrella shuriken y la lanzó hacia los
mellizos y Marcus, desarmándolos de inmediato y haciéndolos gruñir de
dolor.
Puta madre.
—Lo diré una sola vez, Sombra: te seguí sabiendo que ibas a cagarla,
pero decidí apoyarte porque no me interesaba que hicieras ese envío. Así
que no intentes deshacerte de mí, ya que, como verás, yo no soy como los
imbéciles que te siguen —aclaró sin perder la tranquilidad, aunque su tono
reafirmó su seguridad.
—¿Por qué no te interesaba ese envío cuando se supone que te han
enviado para que te asegures que se hagan sin problema? —pregunté sin
demostrarle que me inmutó lo que hizo y sin bajar mi arma.
—Esos son asuntos de mi jefe que ni a ti ni a mí me incumben.
—Yo no soy como los imbéciles que siguen las órdenes de sus jefes sin
rechistar —declaré, y sonrió de lado, bajando el arma.
—Pues deberías, para que no la cagues —aconsejó, y noté que, a pesar
de mostrarme que no le interesaba matarme, mantuvo su glock lista para
disparar si yo no aceptaba la tregua silenciosa que me proponía—. Aunque,
si lo que hiciste fue debido a esa mujer, no te culpo, ya que yo también
habría ido personalmente a matar a cualquiera que se atreviera a tocar lo
mío.
—Hay algo en ti que no me deja confiar en tu buena voluntad de
ayudarme.
Ignoré lo que dijo sobre Isabella y no le demostré que su sola mención
me alteraba más en ese momento, ya que, así haya matado a Caron, quería
darle un escarmiento también a esa provocadora por llevarme a cometer esa
maldita cagada que me harían pagar muy caro, no lo dudaba.
—No confíes en mí, no lo necesito —aconsejó él por lo que dije—.
Simplemente confía en que no nos interesaba este envío y gracias a tu
improvisación no se llevó a cabo, así que como recompensa puedo apoyarte
en lo que sea que le dirás a Lucius.
Bajé el arma y entrecerré los ojos al mirarlo, estudiándolo. Los mellizos
y Marcus hicieron lo mismo, todos cautelosos porque la buena voluntad de
ese tipo, así tuviera una explicación, no era algo que terminara de
convencerme. Pero acababa de asesinar a un sargento y necesitaba de
alguien fuera de mi equipo para que secundara lo que iba a decirle a Lucius,
así que acepté colaborar con él en esa mentira.
—No le mentiré, si crees que haré eso —puntualicé—. Vi mi
oportunidad de deshacerme de Patterson antes de que él consiguiera
sacarme a mí del juego.
—Fuiste cazador antes que presa. Lo comprendo —rectificó, y asentí.
Los chicos siguieron viéndolo con desconfianza y me lo hicieron saber,
no obstante, les manifesté que por esa noche cedería, ya que sería
demasiado sospechoso deshacerme de la gente de Lucius, de Caron y
encima, del enviado de la Yakuza. Además de que contaba con lo que
Tarzán admitió para defenderme.
Y entonces me di cuenta de que nos confió un secreto, puesto que, si
Lucius sabía que los Yakuza estaban poniéndole trabas, se enfocaría más en
eso y no en mi cagada, algo que me hizo sobre analizar la situación, pues ni
a él ni a mí nos convenía sabernos cosas que nos pondrían en tela de juicio.
—Ahora le creo más a Serena, el tipo oculta más de lo que imaginamos
—señaló Lewis, y asentí de acuerdo.
—Comunícate con ella para que te diga qué está pasando con Belial. Y
asegúrate de que no lo dejen morir —le pedí a Owen, y este asintió.
Aunque ya no supe nada ni de Belial o los demás porque, antes de entrar
a mi búnker, fui interceptado por la élite de Lucius y estos me llevaron para
la cárcel en la que me mantuvieron años atrás.
Al viejo no le importaron mis excusas para asesinar a Caron, ni quien me
secundara con eso. Ordenó a su élite que me amarraran y él mismo me
propinó una paliza hasta dejarme inconsciente, y luego me encerraron en
esa puta cloaca de nuevo, desnudo y con la amenaza de que me enviarían a
Rusia pronto para recibir mi merecido por parte de la Bratva. Y lo único
que agradecí fue que no se metieran con Dasher ni con Tess, y menos con la
cabrona por la cual estaba metido en esa pocilga, rodeado de cucarachas y
respirando el hedor a mierda.
—Me cago en la puta —siseé.
Acababan de sacarme de la cloaca y un tipo de la élite de Amelia me
rociaba agua fría para lavarme la suciedad. Me sentía débil por la falta de
comida y los golpes que todavía no sanaban, el torso lo tenía más lastimado
e intuía que algunas costillas estaban rotas por las punzadas que me daban
al moverme.
—De qué sirvió que le consiguieras buenas alianzas a mi padre, ganarte
su confianza para que te diera libertad, hacerle facturar millones con los
envíos, o follarme a mí con tal de avanzar más en la organización, si al final
ibas a cagarla, ¿eh? —urdió Amelia con la voz filosa.
Estaba en la entrada del lugar, con los brazos cruzados, viendo con
satisfacción lo que me hacían.
—So-solo hice lo que tú también hubieras hecho —conseguí decir sin
castañear los dientes—. Maté… antes de que me mataran a mí.
Rio sin gracia y caminó más cerca, pidiéndole la manguera a su hombre
para ser ella quien me bañara.
—Te convertiste en el hombre más buscado del mundo, maldito idiota. Y
has puesto en jaque a toda la organización, así que comienza a creer en Dios
y ruégale para soportar lo que te espera.
—Joder —gruñí cuando aumentó la presión del agua y lastimó los golpes
en mi cuerpo.
En ese momento no era la chica enamorada de mí, sino Fantasma sin su
máscara, una tipa con sed de provocar mucho dolor. La que disfrutaba de
mis gruñidos, insaciable de la tortura. Y no paró hasta que se cansó,
dejándome, además de todo lo que ya sufría, con una terrible migraña por el
agua fría.
Luego de eso me llevaron a una celda y me vistieron con la ropa blanca
que le daban a los presos, demostrándome así que Amelia no habló por
hablar: retrocedí todo lo que avancé y las cosas no pintaban para nada bien.
—¿Cuánto tiempo me tuvieron en esa fosa? —le pregunté a uno de los
tipos que custodiaba mi celda, era siempre de la élite de Amelia, así que
sospeché que ella sería la encargada de mi castigo mientras siguiera ahí.
—Tres días y tres noches —respondió tajante.
—Mierda —espeté por lo bajo, presionando mis sienes cuando el dolor
de cabeza incrementó—. ¿Sabes algo de mi equipo? ¿De Belial?
—No estoy autorizado para responderte nada —informó, y apreté más mi
cabeza.
El dolor aumentaba cada vez más, y la frustración lo empeoraba.
—Bien, solo responde si todos están vivos —pedí con la voz débil.
No lo hizo, siguió con su actitud de custodio, mas no me rendí y lo miré,
esperando así fuera un leve asentimiento porque, si negaba, me sentiría más
mierda, ya que Belial no merecía morir por mi arrebato.
—Puta madre, gracias —susurré cuando asintió.
Irguió su postura en cuanto escuchamos unos pasos y ni siquiera tuve
ánimos de levantarme de la cama, en donde estaba sentado, simplemente
miré llegar a los visitantes y mi dolor era tanto que no me importó que
Derek acompañara a Lucius y Amelia en esa ocasión.
—¿Qué sucede, cariño? ¿Te duele mucho la cabeza? —sondeó Amelia
con perfidia, pero no le respondí.
—¿Ya estás listo para viajar a tu nuevo destino, Sombra? —ironizó
Derek, y me limité a mirarlo con todo el odio que le profesaba.
—Dame una muestra —pidió Lucius, y noté que se dirigió a Amelia.
Ella sonrió con malicia y sacó una especie de mando de su bolsillo, tras
eso presionó un botón y yo no pude contener el gemido de dolor, pues sentí
que la cabeza me iba a explotar.
«Mierda, no puede ser».
Eso fue todo lo que logré pensar al entender por qué me dolía tanto la
cabeza.
—Joder —gruñí cuando la hija de puta lo intensificó más y caí al suelo,
haciéndome un ovillo y sosteniendo mi cabeza al sentir que me iba a
explotar.
Vi a Derek carcajearse y a Lucius sonreír satisfecho por la obra de su
hija.
—Bien, cariño. Buena chica —la aduló él, y le dio un beso en la frente
como felicitación—. Si antes no comprendías cuánto sufren las putas
Grigori cuando me desobedeces, ahora lo harás porque lo vivirás en carne
propia —sentenció para mí, y sentí mi frente mojada por un sudor helado,
producto del dolor que atravesé.
Amelia había presionado de nuevo un botón del mando y la migraña
mermó, pero mi corazón estaba acelerado y no podía hablar aún.
—¿Quieres que me comunique con el Pakhan de la Bratva para pedirle
que organice un buen recibimiento para nuestra puta favorita? —le preguntó
Derek a Lucius sin dejar de mirarme y gozar por mi estado.
—Hazlo —lo animó el malnacido.
Segundos después se marcharon tras decirle a Amelia lo orgullosos que
estaban de ella. La chica no les respondió, se concentró en seguir
observando que después de años me tenía tan vulnerable como siempre
deseó.
—Hice de todo para que no te tocaran durante este tiempo, pero no
cooperaste —me reprochó.
Aunque no le di importancia porque, mientras más me recuperaba, más
pensaba en lo que mi hermana atravesó todas las veces en las que la cagué y
ella sufrió las consecuencias. En el dolor que Isabella también soportó en su
momento, antes de marcharse del país y de que yo consiguiera ponerle el
chip.
—Castigo y premio, LuzBel —aseveró Amelia llamando mi atención de
nuevo, y con un movimiento de cabeza le ordenó a su hombre que abriera la
celda.
Se adentró con confianza y se paró a mi lado, sabedora de que me tenía
débil por los tres días en la fosa y por el dolor que me hizo pasar junto a los
rezagos que quedaron. Alzó el mando y me mostró cómo presionó un botón
rojo. En segundos sentí una especie de escalofrío descender de mi nuca a mi
espalda, mi piel comenzó a sentirse febril y un hormigueo me llenó el
abdomen bajo. La sangre me corrió con más rapidez y se acumuló en mi
polla.
Me cago en la puta.
No tenía explicación para lo que estaba sintiendo a pesar de saber a qué
se debía. Era extraño ver que mi erección levantara el chándal de mi
pantalón sin que yo quisiera. Sentir deseo y placer, mas no por mi cuenta.
—Pero me importas más que mi propia satisfacción, por eso jamás te
obligaría a que me des lo que tanto deseo sin que tú también quieras
dármelo —aseguró, y presionó otro botón, liberándome de lo que estaba
provocándome. Jadeé ante el golpe de alivio, era como si acabara de salir
del fondo del agua, o de un pantano en realidad, por todo lo que
experimenté en minutos—. Así que piénsate mejor el joderme, ahora que
sabes lo que se siente que controlen algunas de tus emociones —zanjó, y
comenzó a marcharse.
Yo me quedé ahí en el suelo, frío y aterrado al vivir en carne propia las
consecuencias de mis errores. Pensando además que desde ese día en
adelante no solo caminaría sobre terreno minado, sino también sobre vidrio
filoso.
Un solo error y ya no dañarían a las personas que me importaban, sin
antes imposibilitarme para que no pudiera defenderlas.
—Jodida mierda —murmuré, sintiendo un leve martilleo de dolor en mis
sienes.
Capítulo 19
Eres cruel
Elijah
—¿Dejaste que ese hijo de puta te tocara por lo que viste en Karma?
—No me acosté con Elliot. —Isabella me mintió con tremendo descaro.
—Trata de ser más convincente, Pequeña manipuladora. Porque, si lo
dejé en una maldita cama de hospital solo por lo que sospecho, no quieres
saber lo que le haré donde no me convenzas de que no permitiste que
borrara mis huellas.
—¿Tan inseguro estás de lo que hiciste al follarme? —La cabrona se rio
cuando apreté más mi agarre en su cuello, cortándole la respiración, luego
de provocarme así—. Con Darius estuviste seguro de que mi cuerpo
reacciona solo a ti. ¿Qué pasa, cariño? ¿Perdiste el toque?
¡¿Qué demonios le sucedía?! ¡¿Era tan suicida como para llevarme al
punto de no retorno?!
—Corta la maldita electricidad de este piso —le pedí a Marcus por mi
intercomunicador.
Acto seguido tomé a esa mujer de la cintura y la llevé hacia la mesa de
licores, sentándola en ella y metiéndome entre sus piernas, sintiendo cómo
se tensó por mi acto.
«Muy cabrona, pero incluso así te afecto, Bonita».
—¿Te acostaste con esa mierda? —gruñí, volviendo al punto.
Mi reacción la sobresaltó, y noté el nerviosismo en sus rasgos.
—No, pero pensé en hacerlo, ya que sí, Sombra, verte con ella me hirió
el orgullo porque creí en tus malditas palabras. Sin embargo, no pude con
la idea de dejar que otro me tocara.
Se empeñó en ser más convincente esa vez. Tanto que dejé de agarrarla
por la garganta para tomarle la barbilla y mirarnos a los ojos. Y me reí
porque a pesar de su esfuerzo, de lo mucho que podía cerrar las ventanas
de su alma, noté que sí le hirió verme con Amelia, pero en lugar de llorar o
lamentarse quiso devolverme el golpe.
—¿Por qué no? —sondeé, analizando cómo mentía.
—Por ti —musitó.
Me cago en la puta.
¿Hasta qué nivel de imbecilidad me había llevado que prefería darle el
beneficio de la duda únicamente porque me gustó lo que dijo? Y se lo seguí
dando incluso cuando Marcus se encargó de apagar las luces de ese nivel y
White dejó de manipular su mirada, mostrándome lo mentirosa que se
había vuelto. Pude verla porque con ella de regreso en mi vida usaba más
las lentillas inteligentes que los griegos me dieron para ver en la oscuridad.
Y con Isabella cerca, mi entorno se volvió muy oscuro y turbio.
—Elegiré creerte únicamente porque tu mirada me confunde —mentí
también, y se mordió el labio para no sonreír.
Hija de puta.
—Lía maneja asuntos importantes para él, así que le pedí que no
permitiera que me sacaran del país y dijo que lo haría solo si la follaba.
—¿Por qué sigues con ellos? Ya me dijiste que tienes una promesa, pero
¿vale la pena soportar tanto cuando hablas de los Vigilantes con tanto
odio? ¿Por qué accedes a enviar personas para que los prostituyan o
descuarticen como si fueran ganado?
—Deja que yo lidie con mi propio infierno, y preocúpate por cuidar de ti,
ya que esa locura que cometiste al entrar a Karma ha vuelto locos a todos,
a Fantasma para ser más específico.
—¿Eres tan despreciable como ellos? ¿También violas y eres parte de los
secuestros además de los envíos?
—No, Bella. Hasta en los perros hay razas, así que deja de mezclarme
con esas escorias, ya que, así estemos en la misma mierda, nos mantenemos
en diferente nivel.
—Dame una sola razón para no mezclarte con ellos.
—Van a atacar a Gibson. Secuestrarán a su hija al salir de la escuela.
—No voy a permitir que dañen a más niños —le expliqué a Marcus, y lo
escuché suspirar.
«Y no pude con la idea de Isabella creyéndome como esas escorias, a
pesar de todo lo que hice».
En ese instante con ella dejé de lado mis celos porque siguiera
defendiendo a Elliot, o la mentira que le dije sobre Lía siendo hija de David
para que no ahondara en ese asunto y se metiera en más problemas. Pues
me afectó demasiado que me comparara con esas mierdas.
—Pudiste pedirle ayuda a Amelia con eso. —Me reí sin una pizca de
gracia al escuchar a Marcus—. Te habría ayudado y lo sabes —acotó.
—Tal vez sí, pero no estoy dispuesto a hacerle creer que la necesito —
zanjé.
Darius logró averiguar que, en efecto, Amelia sí desvió los envíos de
personas del destino al que a mí me obligaron a exportarlos. Algo que nos
tomó por sorpresa, ya que no creímos que a ella le importaran o que se
tomaría molestias, arriesgándose incluso para rescatarlas.
Habían llevado a las mujeres a países en donde ni Lucius ni sus otros
aliados ejercían ningún tipo de poder, a excepción de los O’Connor y sus
socios irlandeses. Y, pasado un tiempo, se encargaron de entregar a las
víctimas con sus familias, bajo un régimen muy discreto en el que ni las
autoridades podían enterarse para que no los expusieran.
Pero una de las chicas sí se atrevió a romper esa regla, según ella, para
abrirles los ojos a los demás y crear consciencia de los peligros a los que
estaban expuestos, sin prever que por querer aportar algo bueno a una
sociedad que no siempre se tomaba en serio los riesgos delató a la única
persona con el poder de ayudar desde adentro a todas las víctimas.
Y, aunque queríamos entender la verdadera razón de Amelia para hacer
eso y ofrecerle nuestra ayuda, no lo hicimos porque ella nos exigió no
hablar de eso, asegurando que no nos importaba.
—Bien, será como tú quieras —desdeñó Marcus, dándose por vencido.
A continuación, preferí cambiar de tema. Y le comenté sobre el plan que
tenía para que Amelia nos incluyera en la emboscada que le harían al
contingente Grigori que protegía a la pequeña hija de Gibson, ya que por
ningún motivo me quedaría esperando de brazos cruzados, sabiendo que
Isabella tomaría el lugar de sus compañeros. Y que de ese enfrentamiento
podría salir algo que no me perdonaría jamás.
También le dije sobre el ofrecimiento de la Castaña de culpar a su
infiltrado para que no sospecharan que yo o alguien de mi equipo habló de
la emboscada a la hija del senador, situación en la que Marcus estuvo de
acuerdo, pues era muy creíble que ese tarzán asiático hiciera bien su trabajo
de infiltración y, con eso, aplicaran otro golpe fuerte a la organización y
sobre todo al contrincante de Gibson.
Un golpe con el que los Vigilantes perderían a un posible aliado en el
gobierno, además de los que ya habían perdido.
—¿Tienes planes? Si no, vamos a mi apartamento y pedimos pizza —
invitó Marcus cuando decidimos marcharnos del club.
Me reí con ironía por su pregunta, ya que mi único plan podría haber
sido ir a mi apartamento y hacerme una paja para aliviar un poco mi
erección, que no desapareció por completo luego de que Isabella se
marchara y de mi conversación/discusión con él. Pero no quería perder el
tiempo en eso, así que acepté su propuesta.
En el camino conversamos de temas triviales y, cuando estuvimos a
punto de llegar a su apartamento, en la pantalla de su coche se activó la
notificación del mensaje que recibió de un remitente registrado como
Bocazas.
—¿Por qué sospecho que se trata de Maokko? —cuestioné, y se hizo el
imbécil—. ¿Qué ha sucedido entre ustedes?
—No te tenía por entrometido —rezongó.
—Solo quiero estar seguro de no hacerle una propuesta indecente a esa
chica y que a ti te moleste —mentí, provocándolo porque sabía lo posesivo
que él también podía ser.
—Ten cuidado, hijo de puta. Porque, así no soporte a tu reina, podría
darle una probada de mi chocolate únicamente para joderte a ti —devolvió,
y me reí.
Lo hice con burla, de él y lo que dijo, ya que yo no era un enfermo
celópata como algunos podían suponer. De hecho, solo llegaba a sentir
celos reales de tipos que sabía que tenían segundas intenciones con White, o
que notaba que a ella podrían interesarle más allá de una amistad o el sexo.
Por la primera razón es que asesiné a Caron, por la segunda estuve a punto
de conseguirlo con Elliot. Y por esa misma disociaba y quería matar a
Sombra, aunque fuera patético, ya que Sombra era la máscara, no quien la
portaba.
—Deja tu sucio chocolate para la Bocazas, ya que veo que te interesa
más de lo que estás dispuesto a aceptar —recomendé, y él sonrió de lado.
—Decisión inteligente —felicitó, y negué con la cabeza divertido—. Y,
para saciar un poco tu curiosidad, te diré que esa chica es más peligrosa de
lo que imaginé. Sobre todo en el sexo.
—¡Joder! ¿En qué momento follaron? —En cuanto hice la pregunta,
llegó a mi cabeza el recuerdo de la noche que asesiné a Patterson y el
señalamiento de Tarzán, de quien descubrí que se llamaba Isamu ese día—.
¡Mierda! También lo hicieron en la casa del sargento.
—¿También? —preguntó con un toque burlesco, y me encogí de
hombros.
—Espero que no hayan sido tan enfermos de hacerlo mientras nos
escuchaban —advertí, ya que él no ignoraba lo que pasó esa noche con la
Castaña en el comedor de Caron, aunque se hiciera como que desconocía de
lo que le hablaba—. ¿Marcus? —inquirí ante su silencio, y deseé matarlo al
ver que sus mejillas se enrojecieron—. ¡Hijos de puta! —largué.
—Te acabo de decir que la chica es peligrosa —se defendió, y lo miré sin
poder creer que me diera una excusa tan patética—. Y no es que los
estuviéramos escuchando, pero, a partir del momento en que supimos lo que
hacían, ella comenzó su juego y… la carne es débil, hermano.
—Vete a la mierda —escupí.
—Y no follamos, solo jugamos.
—Claro, eso es menos enfermo, ¿no? —satiricé, y noté que contuvo la
risa—. Con razón dejaste de burlarte de Belial y Lilith —añadí.
Él y los mellizos siempre le jugaban bromas a la pareja, a Belial sobre
todo, diciéndole que tenía que ver a alguien más follar para darle placer a su
chica, ya que las ideas se le habían terminado para complacerla por su
cuenta. Y curiosamente, luego de esa noche en la casa de Caron, Marcus ya
no se unía a las burlas de Owen y Lewis, y en ese momento entendí por
qué.
—No los vimos.
—Y más te vale que tampoco nos imaginaras por lo que escuchaste —
repliqué.
—No había necesidad, ya que esa bocazas se encargó de poner sus
propias imágenes en mi cabeza —rebatió, y sacudí la cabeza sin podérmelo
creer.
—Espero que no se hayan atrevido a escucharnos en el club —advertí,
refiriéndome a mi encuentro con White rato atrás.
—No te preocupes, la chica puede ser desinhibida y aventurera, pero
tiene un límite con los hombres comprometidos. Así que no quiso ni darme
la hora cuando nos vimos esta tarde.
—Pero tú no estás… espera, ¿le dijiste que tienes novia?
—Laisha me llamó para recordarme que teníamos una cita mañana. Ella
preparó todo para que la acompañe al ultrasonido que le harán. Maokko
escuchó parte de la conversación y, antes de que imaginara de qué tipo de
cita hablábamos, preferí decirle que era mi novia preparando algo para
nuestro aniversario.
—Mierda —murmuré.
Sabía que Marcus había conseguido un médico de confianza que
mantuviera el estado de Laisha (su ex) en secreto, al menos durante el
tiempo de riesgo, ya que pensaba sacarla del país para que ella y el bebé
estuvieran a salvo. Así que no podía juzgar lo que hizo.
—Mierda la que Maokko casi me hace comer por haber permitido
nuestro encuentro en la casa de Caron —soltó—. Y por poco me cuelga
luego de darle alas a sus juegos siendo un hombre comprometido según
ella.
Me reí sin poder evitarlo, ya que se escuchó afectado por una chica a la
que apenas conocía.
—Esa asiática loca te gusta más de lo que quieres admitir hasta para ti
mismo —afirmé.
—Es jodido que, cuando llega alguien diferente a tu vida, tienes que
dejarle ir por el mundo de mierda en el que te mueves —aseveró más para
él mismo, y lo comprendí.
Lo hice porque, de una manera u otra, ambos estábamos renunciando a
las personas que nos interesaban. Aunque yo fuera más reticente en dejar ir
a Isabella, sin importar que ella me creyera un descarado cobarde.
Lo primero que pensé al salir del almacén fue en buscar a Isabella, pero
me faltaron cojones para mirarla a la cara luego de todo lo que me enteré.
Tras ser consciente de que no pude proteger el paraíso que Enoc puso en
mis manos y que por mi culpa se convirtió en un infierno letal que arrasaba
con todos sin piedad.
¿De qué sirvieron mis malditas promesas si no había podido cumplir
ninguna?
La vergüenza hizo que mi rostro ardiera y que la necesidad de ir a la
tumba de Elsa aumentara, ya que con ella también me sentía culpable.
Malditamente culpable porque la privé de decirme algo tan importante.
Porque hice que callara su estado.
—Jamás te habría dejado ir con nosotros a recuperar a White si hubiera
sabido que llevabas a mi hijo en tu vientre. Si me hubiesen dicho que te
perdería ese día —gruñí, apretando entre mis manos las rosas frescas que de
seguro Jacob le puso antes de que todo se fuera a la mierda.
Sabía que eran de él por la nota con su letra que decía: te estoy haciendo
justicia, amor.
Me empiné la botella de vodka que pasé comprando en un ABC[10] que
encontré de camino al cementerio, y bebí hasta dejarla a la mitad.
—Lo maté por ti, por Tess, por Isabella. Por mí, por nuestro hijo, Elsa.
—Acepté perdiendo la voz—. ¡Maté a mi amigo, a mi hermano! Y ninguna
muerte me ha dolido tanto como la de él, a pesar de que fue el peor de los
traidores… ¡Joder! ¡Joder, joder, joder! —grité, tirando todas las rosas que
se encontraban sobre la tumba.
Maldición.
¿Por qué debíamos tener sentimientos si estos únicamente servían para
hacernos mierda?
Ante esa pregunta, una conversación que tuve con el abuelo llegó a mi
cabeza.
—Se te olvidó decirme que, con poder o sin poder, siempre descubriría
qué tan corta o larga era mi lista, Levi —le reclamé—. Porque mírame, ya
he perdido a gente importante y me he sacrificado por otras más
importantes.
Abrí los brazos al decir eso, y sentí que me tambaleé.
—¡Está aquí! —Escuché que gritaron a mi espalda.
Estaba tan borracho que ni siquiera saqué las armas o intenté
defenderme, preferí volver a empinarme la botella de vodka y beber otro
largo sorbo.
—¿Pero qué demonios? —reconocí la voz de Fantasma.
Ella apareció enseguida frente a mí, los mellizos y Marcus (junto a otros
de sus hombres) la seguían.
—¿Qué mierda haces aquí? —espeté, sintiendo la lengua pesada.
—Lo mismo me pregunto de ti —se quejó, y me reí.
—Huyendo de mis demonios y encontrando otros —confesé, y busqué
sentarme sobre la tumba de Elsa porque me estaba mareando más.
Ella observó nuestro entorno y luego a mi espalda, dándose cuenta de
dónde me encontraba ahí en el cementerio.
—Ayúdenme a llevarlo al coche —ordenó para todos, y levanté la mano
para negar con ella.
Sin embargo, Marcus y Lewis le obedecieron, tomándome cada uno del
brazo. Owen quitó la botella de vodka en mi mano y, aunque me quise
resistir, el licor ya había hecho de las suyas en mi sistema, por lo que
consiguió cogerla sin problema y me dejé arrastrar por esos dos al coche de
Amelia.
—Iremos a nuestro búnker —les avisó ella, y luego se metió en el lado
del copiloto, arrancándose la máscara y poniendo en marcha el vehículo.
La radio se activó, envolviéndonos en un ambiente íntimo, aunque
peligroso con la canción Born Alone Die Alone de Madalen. Cerré los ojos
y apoyé la cabeza en el reposacabezas del asiento, reviviendo las
confesiones de Isabella y su dolor, las de Jacob y su rostro lleno de culpa
cuando me miró a la cara antes de que lo apuñalara.
«Ella estaba embarazada cuando murió, tenía dieciséis semanas. Y no era
mío, Isabella. Ese hijo era de LuzBel».
«¿Él lo sabía?».
«Por supuesto que no. No mereció saberlo luego de olvidarse de su
amante, de su amiga y compañera».
«¡Derek abusó de nosotras, maldita mierda! ¡Elsa fue más fiel a Grigori
que tú, hijo de puta! ¡Y, a pesar de no llevarnos bien, interfirió cuando
Derek me tomaba como un animal, consiguiendo que la violara a ella frente
a nuestros ojos!».
«Mientes».
«Ese hijo de puta ultrajó su cuerpo, dañando a la vez a la personita que
llevaba en su interior. Me juzgaste sin saber lo que sucedió. En tu dolor y
búsqueda de venganza te refugiaste en el peor de los cobardes. Vendiste a
tu amigo, me vendiste a mí, sin pensar siquiera que estabas con el mayor de
los mentirosos y manipuladores».
—Detente —le pedí a Amelia al sentir que iba a vomitar—. ¡Detente! —
grité, aunque ya lo estaba haciendo.
Salí del coche intentando respirar porque me estaba ahogando. Los
demás también se detuvieron, aunque no se acercaron, solo Amelia se
atrevió a hacerlo, yendo detrás de mí.
—¿Qué te está pasando? —me preguntó.
—Me hiciste morir y, aunque me he levantado en tu mundo, sigo sin ver
la luz —le dije, pensando en la canción que veníamos escuchando. Me miró
con temor de que me estuviera volviendo loco, y eso me hizo reír—.
Siéntete feliz, Dahlia negra, porque por primera vez puedo decir que no uso
esta maldita máscara por ti —escupí, sacando el objeto del bolsillo interior
de la cazadora que usaba.
—Explícame de qué estás hablando —suplicó.
—Hablo de que no es solo tu culpa que ahora sea Sombra, aunque eso no
quita que seas más perra de lo que imaginé —señalé, y alzó una ceja.
Las luces de su coche y las de los demás nos iluminaban, por lo que
podíamos vernos sin problema.
—¿Qué hice ahora para que digas eso? —Solté una carcajada sin una
pizca de gracia.
Caminó más cerca de mí y se cruzó de brazos, esperando paciente a que
le respondiera.
—No se supone que las mujeres no deben contribuir a que dañen a las de
su sexo —espeté, y frunció el ceño—. Tan podrida estás tú que eso te
importa una mierda.
—Dime de qué carajos estás hablando —largó. Di un paso para eliminar
la distancia entre nosotros, haciendo que nuestros pechos quedaran al ras y,
mientras ella miraba hacia arriba, yo lo hice hacia abajo para alinear
nuestras miradas.
Me harté de que luciera como una chica acusada injustamente, ya que,
así Jacob haya sido el principal culpable de que lo perdiera todo, Amelia
siempre estuvo detrás, siendo la titiritera que manejó los hilos para que las
cosas se hicieran a su manera.
—¿Sabías que Elsa llevaba a mi hijo en su vientre cuando ordenaste que
la violaran?
—¡¿Qué?!
Comencé a aplaudirle luego de esa exclamación porque su actuación de
sorpresa fue magnífica.
—Perra y excelente actriz… Maldición, te superas cada día —ironicé.
—Igual que tú en lo imbécil —rebatió—. Y mejor explícame bien lo que
estás hablando, así sé de qué debo defenderme.
Volví a reírme.
—Vas a negar que desconocías que era Jacob quien traicionaba a los
Grigori —desdeñé, sentándome de golpe en el capó de su coche porque
quise dar un paso hacia atrás, olvidando que estaba ahí—. Culparás de
nuevo solo a tu padre y a Derek de secuestrar a Elsa, a Tess y a tu hermana.
Me dirás en la puta cara que no ordenaste que las torturaran y violaran.
—¡Por Dios, Elijah!
—Sombra para ti, maldita pe...
—¡Ya! Deja de llamarme así —exigió, tapándome ella misma la boca.
Sacudí la cabeza para que me dejara, pero mis movimientos eran demasiado
torpes—. No tenía idea de que Jacob era el traidor hasta esta tarde, luego de
que Isabella y los demás truncaran nuestros planes y Derek lo buscara para
saber qué demonios pasó. Y jamás, escúchame bien —ordenó, y me hizo
verla a los ojos—. Nunca ordenaría que violaran a nadie, menos a Isabella.
—Pero lo hiciste —acusé con la voz ahogada por su mano—. Y no solo a
ella, también a mi hermana, a mi amiga y madre de mi hijo, Amelia.
¿Entiendes? ¡Elsa llevaba a mi hijo! —grité en cuanto dejó de callarme, y
me derrumbé—. Ese hijo de la gran puta la ultrajó y luego la asesinó. Y tú
lo proteges cuando juras que me amas porque eres una mierda como él.
Me arrastré del capó hacia el suelo, sentándome y negando con la cabeza
porque, más que molesto con ella, me sentía decepcionado de mí mismo.
—¡No, Sombra! No digas eso —suplicó, y se puso de rodillas,
metiéndose entre mis piernas—. Mírame, por favor —Me tomó de las
mejillas al decir eso—. Tiene que haber un error, debe ser mentira de quien
te lo dijo porque nadie las tocó de esa manera. —Su voz, a pesar de estar
temblorosa, sonó muy segura, y me confundió—. Y sí, desconocía que Elsa
estuviera embarazada, ya que de haberlo sabido jamás hubiera permitido
que la torturaran. Yo habría protegido a tu hijo así como he cuida…
—¿Cómo has qué? —la enfrenté cuando se quedó callada y asustada de
lo que iba a decirme—. ¿Amelia? —gruñí, y la cogí del cuello en el
momento que intentó rehuir de mí.
—Como he cuidado a Dasher.
—Mientes —espeté.
—No, Sombra. Lo he cuidado porque sé que te importa y voy a
devolvértelo, ya estoy más cerca de conseguirlo, pero ayúdame, por favor
—pidió, y dejé de tomarla del cuello—. Ayúdame dejando de darme
problemas para que mi padre deje de intentar matarte, porque no puedo
devolverte a ese niño si él tiene sus ojos puestos en ti.
—Joder —susurré sintiéndome exhausto, y me restregué el rostro con
ambas manos.
Segundos después sentí las suyas acariciándome la nuca, y exhalé un
largo suspiro.
—¿Cómo supiste todo lo que me has dicho? —cuestionó con la voz
suave, y sonreí por su astucia, pues pensé que quería aprovecharse de mi
borrachera.
—Por tu adorado primo —mentí—. Alardeó lo que hizo con su gente.
—Si compruebo que todo es cierto, dejará de ser mi adorado primo —
aseguró con convicción, y por alguna razón le creí—. Ahora vamos al
búnker porque necesitas descansar.
Me ayudó a ponerme de pie, incluso me llevó hasta mi asiento y abrochó
mi cinturón.
—¿Puedes hacer algo para que olvide esta noche? —pregunté cuando
volvió a ponerse en marcha—. ¿O el dispositivo en mi cabeza únicamente
sirve para dar dolor y placer?
La miré y noté que tragó con dificultad.
—No pidas algo con lo que te podrán manipular luego —recomendó—.
Créeme que a veces, por muy duro que sea lo que has vivido, es mejor que
lo recuerdes. Ya que es preferible que te endurezcas con eso y no que te
debilites al darle a otros la potestad de poner en tu mente lo que les
conviene.
Nos quedamos en silencio después de su consejo, escuchando la radio.
Segundos después me desconecté del mundo y no tengo idea de en qué
momento llegamos al búnker o cómo bajé de su coche. Simplemente
permití que la oscuridad me tragara, dándome cuenta de que, así odiara a
Amelia, era capaz de confiarle mi vida.
«Tráeme de regreso a Sombra y yo pondré el mundo a tus pies».
El recuerdo de aquellas palabras no salía de mi cabeza, incluso una
semana después de creer que las susurraron en mi oído. Y no estaba seguro
de quién me las dijo porque todo era muy borroso, o si en realidad me las
dijeron.
En esos días me alejé de Isabella porque la gente de David me estaba
vigilando, de seguro por orden de Lucius, pues los hijos de putas estaban
furiosos por tener que cumplir su trato conmigo, ya que no podían tocarla
por frustrar el secuestro de la hija de Gibson, porque no fue ella la que se
metió en sus asuntos esa vez si no todo lo contrario.
Ellos se metieron con los Grigoris y la organización respondió como
debía.
Pero, a pesar de alejarme de Isabella, me las ingenié para que Gabriel y
Rafael la vigilaran, aunque ella se mantuvo toda la semana encerrada en el
apartamento, rodeada de los Sigilosos y también de los Grigoris, sufriendo
por un traidor que no se lo merecía.
—Tomar tu lugar para esto no es divertido —se quejó Dominik, y me reí.
De nuevo estaba en el país y aproveché su visita para que se quedara en
mi apartamento con los mellizos y Serena, mientras yo me escapaba con
Miguel y Marcus a una dirección que Darius me envió.
—No me tardaré, así que deja de llorar —aseguré.
No lo dejé decir nada más, me marché enseguida con Marcus hacia el
lugar donde Miguel nos esperaba y una hora después nos encontrábamos en
los terrenos cercanos a la perrera en la cual Brianna Less era voluntaria. Y
tuve que contenerme para no cometer una locura en cuanto vi a esa traidora
jugando en el jardín con un cachorro y su hija, una pequeña de
aproximadamente dos años o menos.
La imagen de Elsa, en el lugar de esa rubia, con nuestro hijo, o hija,
enturbió mi mente.
«Quiero ser madre joven».
—Me cago en la puta —susurré al escuchar la voz de mi amiga en mi
cabeza.
No recordaba bien lo que hice luego de asesinar a Jacob, aunque tenía
leves flashazos de mí en el cementerio, excusándome en la tumba de Elsa
por lo que permití y por lo que le hice a quien creí mi hermano.
—Calma, viejo. Tendrás el tiempo suficiente para hacer lo que quieras,
pero planéalo bien —pidió Marcus al ver mi tensión.
El moreno creía que no era mi intención dañar a Brianna, y menos a la
niña, por lo que aseguré tiempo atrás, pero desconocía que en ese momento
mi único pensamiento era ir hacia la tipa y tomarla por la fuerza para que
viviera lo mismo que Isabella vivió en manos de su marido. Creí que era lo
justo, devolverle a Derek el mismo golpe que él me dio a mí al abusar de las
chicas y luego asesinar a Elsa y a mi hijo en su vientre.
—Sería justo un hijo por un hijo —sentencié al observar a la niña, y sentí
su mirada en mí.
—¿A qué te refieres? —exigió saber.
No le había dicho a ninguno de ellos lo que me llevó a emborracharme
una semana atrás. Simplemente imaginaron que mi estado se debió a
descubrir que Jacob fue quien me traicionó. Tampoco me tocaron el tema
porque se dieron cuenta de que esa era una fibra muy sensible en mí.
—Hay varios Vigilantes dentro y fuera de la perrera, algunos camuflados
como personal de servicio y otros como clientes interesados en adoptar a
los caninos —informó Miguel, llegando a donde me encontraba con Marcus
luego de haberse aventurado a investigar la zona.
—Entonces lo mejor será prepararnos para atraparlas cuando Brianna se
traslade de un lugar a otro. Los escoltas serán menos en ese momento para
que puedan pasar desapercibidos —dije, aceptando el consejo de Marcus.
—Es lo mejor y lo más inteligente —me secundó el moreno.
—Por ahora será mejor que nos vayamos de aquí, antes de que nos
descubran —aconsejó Miguel.
Me quedé mirando a la chica y su hija durante un par de minutos antes de
comenzar a marcharme, cuando mi móvil vibró y, al ver la pantalla,
reconocí el número de Gabriel.
—¿Qué sucede? —pregunté al descolgar.
—La chica ha salido como alma en pena del apartamento, se conduce en
una Ducati y sus escoltas están a punto de perderla.
—Me cago en la puta que los parió —largué al escucharlo,
encaminándome al coche de Miguel—. No la pierdan de vista y envíenme
su ubicación —ordené.
No lo dejé decir nada más y corté la llamada, rogando para que Isabella
no hiciera una locura y marcando de inmediato el número de Cameron. Él
se había unido a mi élite esa semana, luego de que David intentara
manipular a Amelia y a Lucius, diciéndoles que podía ser el culpable de que
Isabella accediera a Karma para atacar a su hermano e hijo semanas atrás,
ya que Derek juraba que Samuel no pudo haberlo traicionado y su palabra
pesaba más que las pruebas que la Castaña quiso implantar.
Y David estuvo a punto de ejecutar a Cameron porque estaba trabajando
en su equipo y se creyó con el derecho de hacerlo, pero Amelia intercedió
por él (por su cuenta esa vez) y lo investigó a fondo, descubriendo que el
tipo era tan ignorante como yo de lo que White hizo; además de que se
había mantenido haciendo su trabajo y todo lo que le ordenaban sin
equivocaciones, algo que yo le aplaudí, pues escondió bien sus huellas
como infiltrado y no dejó nada que lo delatara.
También le jugó a favor que Tarzán haya sido el verdadero infiltrado de
Isabella y eso los llevara a desvelar que ambos eran parte de La Orden que
les estuvo jodiendo las misiones en Japón. Y, como supuse en ese momento,
Amelia sí descubrió el verdadero nombre de los Sigilosos y de donde
provenían, aunque se negó a hablar de ello al menos frente a mí.
Y, aunque eso me incomodó, lo supo recompensar dándome la opción de
tener a Cameron en mi equipo para protegerlo de alguna manera, pues ella
no lo aceptaría en el suyo. Y, a pesar de que no me convenía, tuve que ceder
porque, si no, era posible que sí lo ejecutaran, pues no se arriesgarían a
expulsarlo de la organización con todo lo que ya sabía.
—Dime —respondió luego del tercer tono.
—Llámale a tu hermana y averigua si la hija de Enoc está en el
cementerio con ellos —ordené.
—Pero yo no tengo comu…
—Te escuché hablando con ella, así que no te atrevas a terminar eso —
advertí al estar seguro de que me diría que no tenía comunicación con la
miedosa—. Además, sé que Isabella tuvo que advertirte que yo sabía de ti,
por lo que no te hagas el imbécil conmigo y haz lo que te ordené. —Marcus
y Miguel me miraron cuando alcé la voz.
Cameron maldijo.
—Está bien —gruñó, y corté la llamada.
—¿Qué está pasando?
—White se ha ido del apartamento —le respondí a Marcus, y él bufó,
sabiendo que nuevos problemas se avecinaban.
Segundos después, Gabriel me envió su ubicación en tiempo real, y le
pedí a Miguel que nos condujera con ellos, tras eso Cameron me escribió
para avisarme que su hermana no sabía nada de Isabella y que no llegó al
sepelio de Jacob.
Del poco tiempo trabajando en mi equipo, era la primera vez que le pedía
algo tan íntimo, pero sabía que podía confiar en él si Isabella lo hacía. Sin
embargo, nunca me fiaría de mí mismo y estaba aprendiendo que ni de ella,
una lección que recibí al llegar a Vértigo y encontrarla encima de Darius,
con los pechos desnudos, devorándose la boca.
Perdí el control. Enloquecí, y lo único que me calmaría era matar
lentamente a ese bastardo sin importarme qué tan culpable fuera esa
descarada de la situación en la que los encontré. Y de hecho lo intenté, nos
fuimos a los golpes y agradecí los que Darius me propinó, porque el dolor
físico se sintió mejor que los celos, la ira y una nueva traición.
Aunque en toda esa locura, entre los reclamos, fui capaz de entender que
la droga que Isabella ingirió jugó un papel importante. Así no aceptara las
excusas de Darius porque él estaba lúcido, sí conseguí entender que había
algo más grave en esa situación que haberlos encontrado a varias piezas de
ropa de follar.
Y eso más grave lo descubrí en nuestro apartamento, luego de entrar
como Sombra y volver a ser Elijah en cuanto Isamu nos dejó solos, o lo
obligué a que nos dejara. Entendí incluso que todo lo que esa mujer hizo en
Vértigo con Darius, lo que me restregó en la cara con tanto cinismo, fue su
método de autoprotección, su intento por hacerme entender que nadie sería
más importante para ella que el hijo de puta al que creyó perder en una
explosión años atrás.
Y me lo confirmó en el momento que me explicó por qué jamás se
atrevió a decirme nada de la violación que sufrieron. El corazón se me hizo
mierda al verla encogerse y abrazarse a sí misma, llorando. Me destruyó
poco a poco mientras me confesaba todo lo que atravesó en el secuestro,
sufriendo aún porque seguía sin entender por qué su cuerpo reaccionó con
placer a algo tan repugnante.
«Castigo y premio».
Yo sí sabía por qué sintieron placer.
Darius me dijo que el dispositivo en sus cabezas se los colocaron en el
secuestro, así que era fácil suponer que también probaron si funcionaban. Y,
aunque Amelia no me hizo vivir el placer como Derek a ellas, sí me dio una
prueba, lo suficiente para sentirme avergonzado de mí mismo porque no
pude controlar lo que mi cuerpo sintió gracias a ese maldito dispositivo. Y
como un cobarde deseé haber muerto de verdad para no tener que atravesar
por esas confesiones, saboreé mis propias lágrimas, ocasionadas por la
impotencia de no haberlas protegido, por condenarlas a que pagaran hasta
por mis errores.
«¿Cómo puedes seguir amándome, Bonita? Si solo te he dado dolor y
sufrimiento», me dije en cuanto ella aseguró que era un castigo vivir sin mí.
Sin Elijah.
Y deseé con todas mis fuerzas poder decirle que el castigo era el mío, al
conformarme con tenerla a medias siendo Sombra. Y no solo porque no
podía decirle quién era, sino también porque debía aceptar lo que quisiera
darme cuando deseaba que volviera a amarme como amó a su Elijah.
—Gracias, Sombra —susurró rato después.
Luego de desahogarse y calmarse entre mis brazos, tras besarla y
transmitirle con ese gesto todo lo que no podía decirle con palabras.
Rogándole en mi interior para que me reconociera así fuera por unos
segundos, para que se diera cuenta que seguía en este mundo, librando un
infierno con tal de mantenerla con vida.
Quemando el mundo por ella.
—Gracias por revivirme al hacerme olvidar —añadió.
«No me olvides a mí, guerrera hermosa», supliqué en mi mente, y le di
un beso en la cabeza, aferrando más mi brazo a su cuerpo.
—Todo vale la pena por ti —me atreví a susurrar en su oído, las mismas
palabras que le dije años atrás.
Y también las que utilicé la noche que estuvimos en Grig y que ella me
creyó una alucinación. Se las dije una vez más porque, así fuera por esa
noche, quería que volviera a tratarme como el hombre al que amaba y no
como el tipo al que usaba. Necesitaba que entendiera que estaba ahí, sin
sentir asco como supuso, porque lo único que un malnacido como yo podía
sentir por una reina como ella era admiración, respeto y adoración.
—Y no me importa quién haya caído o quién caerá en esta guerra,
siempre que no seas tú, porque, así no te dé mi corazón, cuidaré tu espalda,
quemaré el mundo y congelaré el infierno con tal de mantenerte a salvo —
finalicé, y sonreí.
Lo hice con burla hacia mí mismo, porque de nuevo se había dormido,
siendo ese hecho una bofetada de la vida para que entendiera que me
condenó a vivir sin ella y no se arrepentía.
Pero yo era testarudo. Y, así fuera como Sombra, trataría de seguir a su
lado. Después de todo, la reina necesitaba a su caballo para ganar el juego.
—Esto tiene que ser una jodida broma —gruñí al reunirme con mi
equipo—. ¿Cómo lo supo?
Acababa de prometerle a Amelia que estaría con ella si me decía en
dónde tenía a Darius, lo hice mientras Isabella y su amiga se escondían en
un jodido armario y eran testigos de mi encuentro con una chica
enloquecida por la furia y la traición que llevó a cabo su hermano en contra
de ella.
Y las cosas que la Castaña me dijo luego de que Amelia se marchara, y
cómo exigió que consiguiera esa información, todavía me tenían con un
sinsabor que me costaba digerir.
—¿Te importa una mierda saber que estaré con ella? ¿No te molesta lo
que viste?
—A veces me demuestras ser un tipo tan inteligente y otras el más
completo estúpido. Que me folles no significa que tenga sentimientos hacia
a ti. Fui clara contigo, Sombra: obtendrías mi cuerpo, mis besos, mis putas
caricias, mas no mi corazón. Así que para que me moleste que estés con
ella antes debería verte como algo más que un juego, e incluso así,
tampoco creas que te montaría un espectáculo. Dios, ni siquiera a Elijah,
que lo sigo amando con mi vida, se lo haría.
—¿No?
—No. La chica de antes pudo perdonarle todo a ese hombre. La de
ahora, lo mataría sin remordimientos a la primera traición que cometiera
contra mí, porque tenías razón, Sombra, puedo ser tan psicópata como tú
con la persona que amo.
—¿Lo matarías así tuviera justificación el daño que te ha hecho?
—Lo mataría porque, aun sabiendo que me daña, ha puesto por delante
a mis enemigos cuando para mí él ha sido lo único. Así que tú tienes suerte
de seguir con vida. Ahora, prepárate para hacer bien tu papel: folla a tu
novia y logra que te susurre al oído en dónde demonios tiene a Darius. Yo
me encargo de rescatarlo.
—¿Qué hiciste con mi ángel?
—Murió junto a su demonio.
Abrí los ojos sintiendo mi estómago punzar de dolor justo donde Isabella
me clavó la daga, luego de soñar con lo último que me dijo antes de
marcharse, dejándome atrás sin importarle lo que pudiera suceder conmigo.
Y, aunque comprendía su actitud por todo lo que le ocultamos, obligados o
por esperar el mejor momento, recordarla mirándome a los ojos con ese
deseo de asesinarme con sus propias manos conseguía que mi jodido
corazón se acelerara y que el orgullo me doliera.
—Puta madre —gruñí intentando acomodarme en la camilla, que la
habían reclinado para que quedara medio sentado.
—El médico ha pedido que no te alteres. —Miré a Evan, estaba de
brazos cruzados cerca del ventanal de la habitación. Tenía cortes y golpes
por doquier, un bíceps lo llevaba envuelto con vendaje, pero al parecer nada
grave o que lo obligara a estar postrado en una camilla, según lo que noté
por encima—. Y ese bip acelerado indica que tu ritmo cardiaco ya se alteró.
Su semblante serio me indicó que no era de su agrado estar ahí conmigo.
Recordé que en el almacén se puso del lado de la Castaña y se atrevió a
apuntarme con su maldita arma, dispuesto a matarme si ella se lo ordenaba,
y no estaba seguro de cómo tomarme eso.
—¿Por qué estás aquí? —indagué. Mi voz estaba más ronca de lo normal
por las horas que estuve dormido.
—Connor está con Jane, en la misma habitación, para ser tratados de sus
lesiones. Dylan no se aparta de Tess, a pesar de la herida de bala en su
abdomen. Cameron ha salido con Darius y tus padres vienen en un vuelo
privado aún. Así que no había nadie más que estuviera aquí contigo para
informarte lo que está pasando, antes de que los agentes del FBI pidan
interrogarte. Ya sabes, parte de la rutina que deben cumplir —explicó.
—Veo que a nadie se le ocurrió que podías tomar tu oportunidad para
deshacerte de mí, tal cual deseabas hacerlo en el almacén —satiricé, y él
rio.
—Voy a dejárselo al tiempo. Total, tu corazón parece que ya no quiere
funcionar como se debe —se burló, y fue mi turno de reír.
No esperaba una bienvenida por parte de nadie. De hecho, ni siquiera
sabía si podría volver con mi gente, pero definitivamente tampoco creí que
me recibirían como si, en lugar de alegrarse, lamentaran que no morí en
aquella explosión.
—Voy a explicarme en su momento, Evan. Por ahora quiero que me
digas lo que pasa con Tess y si sabes dónde está Isabella —demandé, y
descruzó los brazos, exhalando con pesadez para luego acercarse a mí.
—Tienes razón, ahora mismo hay cosas más importantes que saber por
qué demonios te convertiste en una de las peores mierdas del país —
declaró, y tensé la mandíbula por el recordatorio del daño que cometí—.
Tess sufrió un derrame cerebrovascular isquémico, gracias a que Isabella
consiguió detener a Lucius antes de que se convirtiera en hemorrágico, por
eso, aunque en estado delicado, sigue con vida. Ahora mismo los médicos
están tratando el coágulo que se formó en su cerebro, pero, si no consiguen
apagar el dispositivo en su cabeza y luego extraerlo, tememos que suceda lo
peor si vuelven a atacar.
Negué con la cabeza, impotente por no poder hacer nada.
Sabía que Darius les habló de los dispositivos, porque yo le pedí que lo
hiciera antes de que me sedaran para conseguir calmarme, luego de ver el
relicario de Isabella. Y Marcus se estaba haciendo cargo de comunicarse
con Cillian y averiguar si tenía en su poder el aparato que los apagaría.
Además de saber si Dasher se encontraba con él.
Maldición. Era una mierda que el tiempo nos estuviera jugando en
contra.
—¿Mis padres saben todo esto?
—Sí. Myles pidió que se le dijera todo con detalle. Darius todavía estaba
en el hospital cuando eso sucedió, así que él mismo se encargó de
informarlo. Tu padre, de hecho, está viajando con un neurocirujano de su
entera confianza, para que traten a Tess y ver de qué manera podemos
revertir un nuevo ataque de los Vigilantes. Aunque, si te soy sincero, con la
muerte de Lucius y Derek, no creo que estén pensando en contraatacar,
cuando David Black debe preocuparse mejor por huir.
—Entonces su muerte está confirmada —supuse, aunque se escuchó más
como pregunta.
—La CIA lo confirmó —resaltó, y bufé.
—Pídele a Gibson que exija que su gente confirme esa muerte, porque
los Vigilantes tienen aliados en la CIA —confesé, recordando lo que
sucedió con Jarrel Spencer cuando quiso deslindarse de ese malnacido.
—¿Estás seguro de eso?
—¿Acaso crees que estuve en el infierno para sobarle los huevos al
diablo? —El imbécil se encogió de hombros como respuesta, y rodé los
ojos—. Pues no, Evan. Estuve ahí para aprender cómo se manejan, así que
sí, estoy seguro.
—Okey, entonces le diré a Gibson que se asegure —cedió—. La muerte
de Derek sí la hemos confirmado nosotros mismos. Aunque supongo que no
era necesario hacerlo si el malnacido quedó descuartizado.
Torcí un lado de la boca con malicia, un poco más satisfecho por lo que
le hice a esa mierda, aunque hubiera sido rápido.
Tras eso, Evan siguió diciéndome cómo estaban las cosas luego de la
batalla que libramos. Me informó que, a pesar de las heridas, de la élite
Pride no hubo muertos. Aunque sí de las otras. Además de tres muertes en
La Orden del Silencio. Y ya sabía que una de ellas se trataba de la chica que
se hacía pasar por la Castaña, pues vi cuando apartó a Isabella de la bomba
que le lanzaron, pero ella no consiguió librarse de la explosión.
Y, aunque esto me hiciera más hijo de puta, me alegraba que haya sido
esa chica y no White, por mucho que eso la dañara a ella, puesto que noté
cuánto valora a sus compañeros Sigilosos. Sin embargo, lo superaría.
También me explicó que padre ordenó que se aseguraran de hacerle saber
a las autoridades que Sombra escapó, porque ese tema era algo que él
resolvería en persona. Y yo sabía que tenía que pagar por las mierdas que
hice así me hayan obligado, pero, si podía librarme de la cárcel, no me
opondría, ya que necesitaba la libertad para recuperar a Dasher y
asegurarme de que tanto a Tess e Isabella les extrajeran los dispositivos en
sus cabezas. Y de paso me quitaría el mío.
Aunque no iba a negar que me sentía inseguro con respecto a Cillian
ayudándome, pues él le prometió el aparato a Amelia, no a mí. Y la chica,
según la explicación de Evan, fue tomada bajo custodia por la INTERPOL,
lo que significaba que, hasta que no tuvieran su declaración y llevaran a
cabo todo el proceso que debían seguir antes de juzgarla, no podríamos
hablar con ella y pedirle que consiguiera que su amante nos proporcionara
lo que necesitábamos.
Además, ni siquiera estaba seguro de que me ayudaría, luego de
enterarse de que nunca le cumplí mi promesa como ella esperó que lo
hiciera.
—Tus padres llegarán pronto. Y, ya que he cumplido con informarte
sobre lo que sabemos hasta este momento, iré a llamarle a Gibson para que
pida por medio de su gente la confirmación de la muerte de Lucius —avisó
Evan, y se dio la vuelta con la intención de marcharse enseguida.
—No mencionaste nada de Isabella. Si sabes dónde está, dímelo —exigí
deteniendo su paso, y sonrió de lado, sin gracia.
—Está en el país, aunque no sé dónde. —Su voz fue segura al responder
—. Pero sí, hablé con ella para avisarle que le pusiste un rastreador en el
cuello.
Gruñí de dolor por el movimiento brusco que hice al escucharlo, e
intentar llegar a él, para estrangularlo.
—¡Jodido idiota! No es solo un rastreador. Es el chip que inhibe los
efectos del dispositivo en su cabeza —largué, preocupado porque Isabella
se lo detectara y quitara, con tal de que yo no la encontrara y, que con eso
quedara más expuesta.
Y rogué para que de verdad esa tecnología fuera indetectable como
aseguró Darius.
—Ahora ya lo sé, pero no cuando se lo dije hace horas, debido a que
Darius se preocupó más en auxiliarte que en darme esa explicación que
prometió —se excusó, y reí con ironía por lo poco que le importó que me
ayudaran—. Y, antes de que preguntes, le avisé a Isabella porque yo vi
cómo se puso cuando descubrió tu engaño, malnacido. Por eso estaba
dispuesto a matarte en ese almacén si ella me lo ordenaba. Porque la vi
destruida en el momento que vio en un vídeo al amor de su vida huir con su
novia, cuando ella estaba en un hospital luchando con el trauma de haberte
visto explotar en su cara. —Su mirada acuosa fue lo único que me indicó
que sus palabras furiosas y su odio no iba dirigido directamente a mí—. Así
que, si lo que quería esta vez era ser quien huiría de ti, estaba dispuesto a
ayudarle.
—Entonces, sí fuiste tú el que consiguió que nuestros relicarios se
conectaran antes de destruir el programa —confirmé, recordando lo que me
dijo mientras yo estaba tirado en el suelo, afuera del almacén—. Le diste mi
huella para que lo activara, por eso ella descubrió que era yo detrás de la
máscara. Por eso no me dio la oportunidad de explicarle mi mierda —gruñí,
sabedor de que Grigori almacenaba nuestras huellas dactilares junto a
registros de ADN.
—También fui el que descubrió los vídeos que Jacob escondió del día de
la explosión. Y encontré las imágenes de cuando saliste de ese edificio,
sano y salvo. Recibiste la máscara de Sombra por parte de Darius y luego te
reencontraste con Amelia, aunque yo no sabía que era ella como Fantasma.
Isabella sí. Y no me preguntes cómo lo supo porque eso lo desconozco —
aclaró al ver mi sorpresa.
—Las cosas no son cómo ustedes piensan, Evan —espeté—. White huyó
lejos de mí creyendo algo erróneo y no me dio la oportunidad de explicarle
nada. Prefirió apuñalarme. Me miró a los ojos deseando con todo su ser que
muriera por su mano.
—Lo sé, porque lo vi. —Su declaración me hizo suponer que fue él
quien gritó mi apodo original, en el momento que Isabella me apuñaló, pues
tenía un leve recuerdo de alguien llamándome en ese instante—. Así como
estoy seguro de que si Bella huyó, si te quiso matar, fue porque antes de
ayer te dio muchas oportunidades para que le dijeras la verdad y no lo
hiciste.
En el instante que dijo eso, el recuerdo de la noche en nuestro
apartamento llegó a mi cabeza, cuando bailábamos y me suplicó que le
dijera mis secretos.
—No te equivocas —admití—. Pero nunca le dije nada porque quería
evitar este desenlace que tuvo mi hermana. Quería impedir que las dañaran
y fracasé.
—No, LuzBel. Jamás habrías fracasado si hubieras confiado en tus
amigos, en tu padre, en la mujer que te ama —refutó, y deseé que las cosas
hubieran sido así de fáciles.
«Debiste haber muerto de verdad. Porque, al quitarte esa máscara,
mataste de nuevo al hombre del cual me enamoré y te juro que, si él
hubiera sido real, lo habría preferido por encima de ti».
Tragué y luego reí cuando las palabras de Isabella volvieron a
encontrarme. Esas que sí me mataron más que la jodida explosión y sus
puñaladas.
—No, Evan. Esa mujer ya no me ama a mí, la escuchaste en el almacén.
Se enamoró de Sombra.
—¿Y acaso no eras tú, idiota?
—Sí, pero ella no lo sabía. Isabella se enamoró de Sombra y, créeme, me
deslindó de él desde hace mucho.
—¡Joder! Creo que iré por un psiquiatra porque estás loco, LuzBel —
desdeñó.
Lo tomaba como una estupidez, lo entendía. Pero él no vio en los ojos de
White lo que yo vi. Su decepción cuando dijo que prefería a Sombra por
encima de mí, fue real. Su preocupación y el mensaje que me envió con
Cameron constataban que pudo amar a LuzBel, pero se enamoró de
Sombra. Lo hizo de quien ella creía otro, y le dolió que no fuera real.
—Ve a hablar con Gibson —lo despedí, y sentí su mirada, pero lo ignoré.
No quería seguir con esa charla porque era muy consciente de que, dijera
lo que dijera, para ellos yo seguiría siendo el malo, el que se equivocó,
quien no confió en su gente. Olvidando la traición que sufrimos de quien
más confiábamos. Creyendo que yo me la pasé de rositas con los Vigilantes
mientras todos sufrían por perderme, suponiendo que estuve en el paraíso
con Amelia a mi lado.
—Admito que nunca me atreví a soñar con decirte la verdad, pero por un
momento creí que las cosas serían menos complicadas si llegaba a tener la
oportunidad —murmuré cuando me quedé solo y tomé el relicario de
Isabella.
Mi respiración se volvió errática en cuanto lo abrí y volví a ver aquella
fotografía al lado de la nuestra. No era digital, lo que me hizo suponer que
la Castaña nunca tuvo el interés suficiente en saber por qué la de nosotros
sí. Pero dejé de lado eso y contemplé los dos pequeños rostros, tan idénticos
y diferentes a la vez.
—El mundo en realidad es muy pequeño —añadí con una sonrisa.
Reconocí a esos gemelos sin importar que solo los vi una vez. Una
ocasión que bastó para que me marcaran, por sus rasgos y la familiaridad
que me transmitieron. Y que comprendí hasta en el momento que los vi en
esa imagen que pertenecía a Isabella.
«Más bien parecen ser hijos del diablo, hombre».
Me reí al recordar el señalamiento de Owen cuando los vimos en el
parque de Italia tiempo atrás. Aiden y D, como los llamaron, los chiquillos
roba osos que me regalaron una sonrisa que no pude corresponder porque
me congelaron. Tan pequeños e inocentes, y me intimidaron igual que ella
cuando la vi por primera vez en la universidad.
—¿Quiénes son ustedes en realidad? —pregunté reconociendo quién era
Aiden y quién D, a pesar de que fueran idénticos.
Podía deberse a sus expresiones, uno risueño y el otro muy serio. Las dos
caras de una misma moneda.
Sospeché muchas cosas cuando abrí ese relicario por primera vez y los
vi, reconociéndolos en el instante, como dije antes. Sin embargo, no quería
hacerme suposiciones porque la Isabella que reencontré no me dio indicios
de tener en su poder a un tesoro como ese. La frialdad que ahora poseía no
contrastaba con todo lo que imaginé, por eso necesitaba encontrarla, para
buscar una manera de que estuviera a salvo. Para que jodidamente
escuchara todo lo que tenía que decirle, para que me explicara quiénes eran
esas copias. Porque, si confirmaba de su boca que eran sus hijos, querría
saber quién era el padre.
Mierda.
Estuve a punto de enloquecer al imaginar que podían ser de otro hombre,
incluso pensé en la posibilidad de que fuera Elliot el padre. Pero luego
analicé las edades que esos niños podrían tener y, al hacer cuentas, me
encontré con la probabilidad de que fueran míos en realidad.
¿Sería posible? Porque de confirmarlo iba a estar bien jodido. Primero
porque esos niños eran demasiado perfectos. Y segundo porque ellos no
merecían a una escoria como yo en sus vidas.
Yo no meritaba algo tan malditamente real y único, pues dañé a muchos
inocentes, los condené a un infierno. Ni siquiera había podido recuperar a
Dasher.
Puta madre.
¿Con qué cara vería a esos niños a los ojos y les diría que eran tan míos
como su madre? Joder.
Comprendí mejor a Marcus y su temor de ser padre ante esa posibilidad.
Entendí su vergüenza y decepción de sí mismo porque, si nunca quisimos
ser padres, fue porque éramos conscientes de que jamás llenaríamos bien
ese perfil luego de lo que hicimos.
—¡LuzBel! —Miré hacia la puerta de la habitación luego de que Darius
entró y me llamó. Cerré el relicario y esperé a que siguiera hablando—.
Alice cuadró la ubicación de Isabella en Orange, no se sabe exactamente el
lugar porque, de un momento a otro, se perdió la señal del rastreador, pero
ya tenemos una idea de a adónde ir.
—¡Me cago en la puta! —espeté, e hice una mueca de dolor al lastimar
mi herida—. Espero que no se lo haya quitado porque, de ser así, corre más
peligro.
—Pensamos lo mismo, por eso nos regresamos. Para informarte esto y de
paso buscar a Ronin. Él se ha quedado aquí, así que le explicaremos lo que
sucede para que nos ayude a llegar a ella lo más pronto posible.
—Hazlo. Y asegúrate de que el tipo entienda que esto es muy grave —
aseveré, entendiendo que me hablaba del otro asiático compañero de
Isabella, el que estuvo cuidando el culo de Elliot luego de que regresaron de
California, y asintió.
—Dylan nos está ayudando con esto —avisó, y alcé una ceja, porque
Evan me dijo de la herida de bala en el abdomen que el susodicho sufrió—.
No hay nada que se pueda hacer con Tess en este momento más que esperar,
y él asegura que su lesión no es motivo para estar hospitalizado, así que
prefiere evitar que su hermana corra el mismo destino.
—Maldición —me quejé. Bajé las piernas de la camilla e hice un gesto
de dolor. Era una suerte que White no me hubiera tocado ningún órgano con
esas puñaladas que me asestó—. Si está con la capacidad de hacerlo, mejor.
Es más probable que ese Ronin sí escuche a Dylan —opiné luego de un
gruñido, y él asintió.
—Por cierto, han confirmado el estado de Lía. Tiene un poco más de
doce semanas de gestación. Y, a pesar de la pelea con Isabella, de momento
todo parece estar bien con el bebé. —Distinguí el ápice de tristeza en su
voz, también el arrepentimiento porque estuvo dispuesto a matar a su
hermana por defender a la otra, sin tener idea de que Amelia estaba
embarazada.
—Déjalo pasar, Darius. No lo sabías —insistí, y sacudió la cabeza.
—Como sea. Van a llevarla a prisión preventiva mientras un psiquiatra la
evalúa para determinar su salud mental. De eso dependerá su juicio y
destino —prosiguió.
—Consigue la manera de poder hablar con ella, en caso de que Marcus
no logre nada con Cillian —aconsejé.
—Ya estoy en ello.
—¿Y pudiste hablar con Jarrel para que esté preparado? —Negó con la
cabeza antes de responder.
—Su secretaria me dijo que se fue de viaje hace dos días, pero no le
notificó a dónde. —Esa información me hizo suponer muchas cosas, ya que
me parecía inaudito que el tipo saliera del país por negocios o placer,
cuando no teníamos idea del paradero de su hijo, a menos que… —. Yo
también sospecho lo mismo.
—¿Que sabe dónde está el niño? —indagué.
—Y ruego porque sea así —confirmó.
Yo también lo hacía.
—¿Sabes algo de los mellizos, Serena y los demás? —Movió la cabeza
en negación, y bufé exasperado—. ¿Y llamaste a Dominik para informarle
lo que pasó?
Iba a responderme, pero escuchamos varios pasos afuera que nos
obligaron a callar, y segundos después la puerta se abrió, dejándome ver a
mis padres.
—¡Dios mío, gracias! —La exclamación de madre y sus lágrimas, junto
a su reacción de correr hacia mí y abrazarme, fueron algo que no sabía que
necesitaba, hasta que alcé los brazos y los envolví en su cintura.
Su llanto denotaba amor, agradecimiento, incredulidad y amargura en
partes iguales.
No recordaba la última vez que le correspondí un abrazo, pues crecí sin
apego emocional, y no porque mis padres lo merecieran, o porque haya
crecido con algún trauma. Sencillamente estaba en mi naturaleza ser frío, y
con ella me limitaba a recibir sus muestras de amor, pero no se las daba,
excluyendo por supuesto el respeto que siempre le mostré.
—¡Oh, Dios! Esto es un milagro —siguió, y reí cuando acunó mi
mandíbula y me dio besos por todo el rostro.
—Ya, madre —pedí, y puse las manos en su cintura, pensando en que
ella era la única que me recibía con tanta efusividad, sin señalar lo ingrato
que fui por fingir mi muerte.
—No, mi niño. No me pidas que me detenga cuando he pasado más de
tres años añorando un momento como este, creyendo que era imposible
volver a tenerlo —confesó sin parar de llorar.
Demonios. Solo ella me podía llamar su niño cuando dejé de serlo desde
hace años.
Me fijé que padre sonreí al vernos, apretando los labios para no llorar.
Darius no consiguió mucho y se limpió una lágrima que corrió por su
mejilla sin permiso. Tras eso salió de la habitación para darnos privacidad.
—Perdónenme por todo lo que les he ocasionado. —Miré a padre al
decir eso, y él negó.
—No hay nada qué perdonar, hijo. Sabemos que lo que hiciste tiene una
buena explicación. —Myles llegó a mí tras decir eso y madre le cedió su
lugar.
Me abrazó con fuerza y fingí que la herida en mi abdomen no me dolió.
Agradecí además que la lesión en mi pecho estuviera sanando porque, con
ese gesto, padre hubiera conseguido que mi operación se abriera. Sin
embargo, a pesar del dolor, la bienvenida que ambos me estaban dando
mermó un poco el caos en mi interior.
—¿Han visto a Tess? —Los dos asintieron.
—Fue difícil decidir a qué hijo ver primero, pero que el doctor D’angelo
viniera con nosotros nos ayudó a escoger sin sentirnos mal, pues lo
llevamos con el médico que se ha encargado de Tess para que le explique la
situación —respondió madre, y me tomó por sorpresa la mención de ese
apellido.
—¿Cómo se llama ese médico de confianza que han traído? —indagué,
recordando la información que Evan me dio.
—Fabio D’angelo. Uno de los mejores neurocirujanos de Italia —
aseguró padre, y me reí.
Ellos no comprendieron mi reacción.
—Carajo, el mundo es demasiado pequeño —confirmé.
—¿Lo conoces? —preguntó madre, también sorprendida.
—A él y a su hermano, pero esa es una historia para luego —aclaré, más
tranquilo de que padre haya llegado con Fabio, pues no ignoraba el
excelente médico que era a pesar de su edad—. Ahora mismo necesito que
me crean que traté de hacer lo posible para que Tess no terminara de esta
manera, pero al final las cosas se nos salieron de las manos.
Todavía no tenía conocimiento de lo que pasó para que Lucius nos
emboscara, ya que algo me decía que tuvo que ser algo más que las
artimañas de David para quitarle poder a su sobrina, o el que Amelia me
hubiera estado poniendo a mí por encima de ellos.
—No tienes por qué aclararlo, Elijah. Somos conscientes de que jamás
harías nada para dañar a tu hermana —Sentí una punzada de culpabilidad al
oír a madre tan segura, porque sí hice muchas cosas con las que provoqué
que la dañaran.
Y hubo un momento en el que me arriesgué a que la mataran.
—Sé que estás cansado y recuperándote, hijo. Pero necesito entender
todo lo que has vivido para saber cómo proceder, ya que el sargento
comisionado pide la cabeza de Sombra para hacerle pagar por la muerte de
su compañero, Patterson —abordó Myles, y contuve que las comisuras de
mi boca se alzaran con malicia.
Psicópata de mi parte haber matado a Caron por celos, y más desquiciado
era no arrepentirme de haberlo hecho.
Comencé a hablarles a mis padres de las razones que me llevaron a ser
Sombra, resumiendo todo desde que acepté vivir detrás de esa máscara,
aunque detallé parte de algunas torturas que recibí, únicamente para que
lograran comprender la gravedad de la situación. Cabe recalcar que madre
volvió a llorar, por lo que yo pasé y por el sufrimiento de Tess y su
frustración, al no entender por qué ningún médico descifraba el origen de su
migraña.
Incluso les hablé de cuando estuve en el hospital luego de que a padre lo
atacaran. Y lo cerca que me arriesgué a estar de madre, además de mis
ganas de asegurarle en ese momento que todo estaría bien mientras le
rezaba a su Dios.
—Tengo información de que hasta este momento Amelia se ha negado a
delatar a quién usaba la máscara de Sombra. Y, mientras eso siga así,
manejaremos la versión de que el tipo se escapó —indicó padre cuando
terminé de contarles lo necesario.
Me sentí un poco extraño porque, luego de pasar decidiendo por mí
mismo cada paso que daría, y los movimientos que haría para librarme de
las consecuencias, arriesgándome a cagarla y confiando en el proceso;
ahora lo tenía a él de nuevo escudándome. Tomando por mí las decisiones
que se escapaban de mis manos, y no para joderme, como me acostumbré a
que fuera con Lucius o Amelia.
—¿Y si llegara a delatarme? —sondeé.
—Me jugaré la carta de su condición mental para desmentirla. La usaré
así como ella te usó a ti.
Mierda.
Me sorprendió escuchar eso de Myles, y por la cara de madre supe que a
ella también. Pero de nuevo, si podía librarme de la cárcel, lo haría, al
menos mientras me aseguraba de que Dasher, Isabella y Tess estaban a
salvo. Ya si el destino quería hacerme pagar luego por mis mierdas, pues lo
aceptaría.
Pero después.
—Hice muchas atrocidades y sé que merezco un castigo por eso, pero, si
puedes conseguirme tiempo, te lo agradeceré. Luego puedo ser juzgado por
mis delitos.
—De ninguna manera, Elijah. Pagarán los verdaderos culpables porque,
aunque los demás crean que tuviste opción, yo sé que no. Me lo confirma el
dolor en tus ojos —sentenció padre.
Y, joder. Acostumbrarme a que alguien más viera por mí, y no contra mí,
no resultaría tan fácil después de todo.
—Ahora estás con nosotros de nuevo, cariño. Y así odie este mundo, sé
que tu padre y los Grigoris te ayudarán a resolver todo lo que te atormenta.
Recuperarán a ese niño —aseguró madre, llegando de nuevo a mí, para
acariciarme el rostro.
A lo mejor ella sí se dio cuenta de lo difícil que estaba siendo para mí
tener que confiar en alguien más para que me ayudara, tras los años que
llevaba arreglándomelas por mi cuenta, temiendo que en cualquier
momento me dieran una puñalada por la espalda. Pues con Amelia entendí
mejor eso de que la bruja te daba dulces para que confiaras en ella y no
intentaras huir mientras te llevaba al caldero.
—Eso espero, madre —deseé.
—Isabella también te ayudará. Y, como nosotros, comprenderá lo que
pasaste, pero dale tiempo, hijo. —Noté un poco de molestia en el rostro de
Eleanor cuando padre abogó por la Castaña, y eso me extrañó—. Ella, igual
que tú, pasó por situaciones que la convirtieron en alguien que nunca quiso
ser, pero se vio obligada a aceptar para sobrevivir.
—Aun así, no tenía por qué apuñalarlo —aseveró madre, y la tomé de la
mano.
—No la juzgues por eso. Porque, créeme, yo en su lugar habría actuado
peor y lo sabes —pedí y aclaré.
A mí me hirió el orgullo la actitud y acción de Isabella antes de irse, sus
declaraciones sobre todo. Pero no negaría que odiaba que otros la juzgaran
cuando solo ella y yo sabíamos lo que vivimos y pasamos. Además, padre
tuvo razón al decir que las circunstancias convirtieron a ese ángel en una
diabla mortífera y malvada.
Yo era testigo de ello.
—Entiendo perfectamente que Isabella se esté protegiendo, pero así
como yo, ella es ma…
—Está en su derecho, Eleanor. —Padre cortó a madre de golpe, y fruncí
el ceño, sobre todo cuando ella carraspeó y se sonrojó, avergonzada o
preocupada; no lo identifiqué—. Pero va a recapacitar y también tendrá su
cota de arrepentimiento, cuando se dé cuenta de tus motivos para mentirle
—añadió para mí—. Simplemente esperemos a que el tiempo ponga todo en
su lugar.
Para ese momento, él ya se había acercado a madre y le dio un beso en la
sien. Entendí que era su manera de disculparse por cómo le habló. Y,
aunque madre se recompuso y aceptó el gesto, imaginé que en privado
tendrían una charla, en la que padre estaría en una situación muy similar a
caminar sobre terreno minado.
—Mientras ese momento llega, si es que lo hace. ¿Pueden decirme en
dónde han estado este tiempo?
—Con Baek. Tenía que recuperarme y decidimos irnos con él para que
los Vigilantes no pretendieran atacarme de nuevo, y distraer con eso a
Isabella y a Tess. —La seguridad en la respuesta de padre a mi pregunta no
dejó lugar a dudas.
Pero el nerviosismo de madre, y que conocieran a Fabio, me las provocó
igual.
—Supongo que te refieres a que estuvieron en Tokio, pero el doctor
D’angelo reside en Italia. En Florencia para ser más específico. ¿Cómo
coincidieron con él?
Madre miró a padre y la vi tragar con dificultad.
—Como bien dijiste: esa es una historia para después —acotó Myles con
entereza, y sonreí.
«Para después, mis pelotas».
Probando hasta dónde llevarían esa situación, tomé el relicario de
Isabella y lo abrí. Se los mostré para que miraran las fotografías en él y fui
muy consciente de la acción de madre al tomar la mano de su marido. Él le
dio un apretón con el cual intentó calmarla, y no supe cómo tomar esa
actitud en ellos.
Si esas copias eran hijos de White, no tenían por qué callarlo, a menos
que yo no fuera el padre y quisieran evitar mi reacción. Y el pensamiento de
esa posibilidad me hizo tensar la mandíbula.
Puta madre, tenía que saber a qué malnacido iba a matar.
—Isabella perdió esto en la batalla. Yo le regalé el relicario, pero solo
con una fotografía —aclaré—. ¿Saben quiénes son estos niños? Pero sobre
todo, ¿saben quién es el padre de ellos?
El monitor cardiaco fue el que se encargó de dejarles saber lo acelerado
que estaba latiendo mi corazón, mientras esperaba por una respuesta. Pues
de ellos dependía mi cordura en ese instante, ya que, si me confirmaban que
había alguien más en la vida de esa mujer que no era ni Sombra ni yo,
habría más muertes en mi lista de las que no me arrepentiría.
—Hijo, nosotros...
—¡Hemos encontrado a Isabella! —Cameron entró a la habitación como
alma en pena, haciendo que los tres dejáramos de lado las preguntas que les
hice y la respuesta que padre estuvo a punto de darme.
—¿Dónde está? —le pregunté, bajándome de la camilla e ignorando la
tremenda punzada de dolor en mi herida.
—Elijah, no. No debes moverte —me amonestó madre. Al parecer no
escondí bien mi gesto de dolor.
—Habla —demandé para Cameron, porque él se quedó en silencio al ver
que madre se acercó para sostenerme del brazo.
No era de vidrio, pero ella me estaba tratando como si fuera a quebrarme.
Como si temiera que la vida me arrebatara de sus brazos de nuevo.
—Está en un hospital militar de Orange.
—¡¿Qué?! —exclamamos los tres al unísono al escuchar a Cam.
—Su compañero japonés le dijo a Darius que al parecer sufrió un AIT[12],
pero ya él se puso en contacto con Isamu y le explicó lo que está
sucediendo. Así que se están movilizando para traerla hacia aquí en cuanto
el médico indique.
—¿Ella está bien? —pregunté con desesperación, sabiendo que con
compañero japonés se refería a Ronin.
—Sí, solo fue un ataque transitorio. Se encuentra estable ahora mismo y,
antes de venir a avisarte, Darius se fue en busca del doctor D’angelo para
que se comunique con el médico que la atendió, y le explique mejor lo que
sucede y por qué debe permitir que la saquen del hospital.
—¡Maldición! —largué al sentirme tan impotente por no ser yo quien
fuera por ella.
—Calma, Elijah. Lo importante es que ya se sabe dónde está y que los
Sigilosos se encargarán de traerla aquí. Confía en ellos —pidió padre, y
simplemente negué.
No era fácil calmarme cuando quería correr hacia ella y asegurarme por
mi cuenta que sí estaba bien.
No era fácil conformarme con esperar horas que se volverían
interminables.
Me cago en la puta.
Pasé tres malditos años esperando para verla a la cara sin la jodida
máscara puesta. Y no quería que nada ni nadie me siguiera arrebatando el
momento de enfrentarnos y hacerle entender que nada de lo que hice fue
para dañarla.
Y menos mal que, mientras los Sigilosos se encargaban de regresar con
ella, los agentes que debían interrogarme para montar un caso sólido en
contra de Amelia y David Black llegaron para tomar mis declaraciones.
Manejaríamos mi versión como un secuestro, pues así lo decidimos con
padre para que pudieran desligarme de todo, incluso las puñaladas que
Isabella me dio se las inculpamos a los Vigilantes. Y, gracias a las torturas
físicas que recibí, no tuve que inventar nada del maltrato que atravesé
durante ese tiempo.
Luego de que ellos se fueran, y que mis padres me dejaran solo, para ir a
ver a Tess e informarse de lo que pudiera estar pasando con ella (e intuí que
también para librarse de mis preguntas incómodas referente al estado
familiar de la Castaña), recibí la visita de Alice. La rubia se mostró
preocupada por mí y aseguró que temió no volver a verme.
Ella se había mantenido en el hospital desde que llegamos luego de la
batalla, aunque al principio quisieron detenerla e investigarla más a fondo
por infiltración. Sin embargo, Darius se encargó de aclarar que la rubia no
tenía nada que ver con los Vigilantes y que todo lo que hizo fue para
ayudarme a mí.
Tras salir de ese embrollo tuvo que enfrentarse a una discusión con
Elliot, porque este juró que ella solo lo usó para que yo lograra mi
cometido. No obstante, Alice pudo hacerle entender que él jamás fue parte
de la ecuación en mi plan y que lo que sucedió entre ambos ya fue obra del
destino.
Y, solucionado ese asunto, se quedó a su lado, y únicamente se separó del
tipo cuando los padres de él llegaron.
—Tu tía está loca por venir a verte —declaró, refiriéndose a Eliza, la
hermana de padre.
—Espero que no sea para rematarme por haber querido deshacerme de su
hijito —ironicé, y ella rodó los ojos.
—Agradece que no sepa que eras tú detrás de la máscara —soltó irónica.
Alice no había llegado a verme hasta ese momento, pero se mantuvo
ayudándome incluso cuando estaba preocupada por Elliot. Y valoré más
eso.
—¿Por qué el chip dejó de funcionar? —inquirí, esperando que tuviera
alguna respuesta.
Se suponía que eso inhibía los efectos del dispositivo, así que no
entendía por qué Isabella sufrió ese ataque transitorio. Además, que pasara
por eso fue una prueba de que David Black en lugar de preocuparse por huir
quería volver a darnos otro golpe.
—Cuando cuadré su ubicación, perdí su rastro de un momento a otro.
Pero investigué las zonas cercanas al último lugar en el que la registré y
descubrí una base militar, lo que me hace suponer que los aparatos que ellos
tienen para bloquear las señales de cualquier tipo de dispositivo desactivó el
chip, y por lo tanto la dejó expuesta a un ataque de los Vigilantes.
Eso tenía mucha lógica.
—Desactivó el chip, pero no el dispositivo —analicé.
—Recuerda que es un prototipo ruso. Es muy posible que Estados
Unidos todavía no lo sepa, por eso no pueden protegerse. El chip en cambio
parece ser una mezcla de tecnologías conocidas y desconocidas, por eso el
inhibidor de señal de los militares le afectó.
—Joder, Alice —me quejé, soltando el aire por la boca y agarrándome la
nuca cuando eché la cabeza hacia atrás.
La impotencia iba a matarme antes que un ataque al corazón.
—Confiemos en que ya no se ensañen con Tess ahora que ella está
delicada —trató de animarme, y reí sin gracia—. El chip de Isabella ha
vuelto a funcionar desde que salió de la zona militar, así que no podrán
dañarla más, y eso te dará el tiempo necesario para conseguir el aparato que
apagará los prototipos.
—No puedo confiar en la suerte, chica —repliqué.
—Tendrás que hacerlo, amigo. No tienes de otra —me recordó.
Nos quedamos en silencio unos minutos porque no había más que nos
pudiéramos decir. Y, cuando la desesperación volvió a embargarme, se me
ocurrió que Alice podía ayudarme a que mermara.
—¿Puedes ver en dónde está ella en este momento?
No me respondió, optó mejor por sacar su Tablet de un bolso, que
llevaba con la asa cruzada por su pecho, y revisó algo, segundos después
sonrió de lado.
—Está aquí. —Ni siquiera había terminado de decir eso y yo ya me
estaba bajando de la camilla—. ¡Jesús, LuzBel! —chilló, y me acercó una
silla de ruedas que habían dejado en la habitación.
—De ninguna manera —refunfuñé.
—Llegarás más rápido así, tonto —debatió ella.
Intenté dar un paso porque no me quería sentir más inútil de lo que ya me
sentía si me llevaban en esa silla, pero mi herida escoció y punzó, así que
no me quedó más que obedecerle, agradeciendo que además de la bata me
había puesto un pantalón de algodón para evitarme la vergüenza de mostrar
el culo.
—Justo venía por ti —dijo Cameron al encontrarnos fuera de mi
habitación.
—¿Cómo está?
—Despierta pero inconsciente —avisó, y fruncí el ceño.
—¡Dios, chico! Explícate mejor —pidió Alice por mí.
—Según sus compañeros, se negaba a venir y exigió que lo que fuera que
tuvieran que hacerle lo hicieran lejos de ti —comenzó a explicar Cameron,
y me incomodó saber eso—, por lo que uno de ellos pidió que la sedaran
para poder trasladarla sin ningún inconveniente. Lo que creo que se traduce
a: sin que ella intentara matarlos.
Isabella despertó a minutos de llegar al hospital de Richmond, pero lo
hizo en un estado similar a la borrachera. Por eso Cameron explicó que
estaba despierta, aunque inconsciente. Nos guio con Alice a donde la habían
llevado y siguió informándonos lo que sabía. Y, cuando llegamos cerca de
la habitación en la que la metieron, mi corazón comenzó a acelerarse ante la
expectativa del demonio enfurecido que me encontraría.
—Fabio vendrá a revisarla en un momento —comentó Darius al verme.
Él y Caleb eran los únicos en la habitación con Isabella, ya que, según
Cameron, Isamu se marchó con Maokko luego de asegurarse que la Castaña
quedara a salvo.
—¿Todo está bien con ella? —inquirí.
Alice y Cameron salieron y me dejaron solo con ellos.
—Teníamos una base militar cerca, así que la llevamos allí en el
momento que nos dimos cuenta de que lo que le sucedía era grave. El
médico determinó que sufrió un ataque isquémico transitorio, en palabras
más claras: una advertencia sobre un posible derrame cerebral —explicó
Caleb con seriedad—. Cuando nos dijeron eso creímos que se debió al
cúmulo de emociones que experimentó en menos de veinticuatro horas,
hasta que Darius le explicó a Isamu lo que en realidad pasaba. Por eso
decidimos proceder.
—Gracias —ofrecí con sinceridad, y el rubio bufó una risa sardónica.
—No la trajimos aquí para ayudarte, lo hicimos porque nos estamos
enfrentando a algo desconocido y tú tienes la ventaja en eso. Pero, de no
haber sido así, créeme que jamás habríamos actuado en contra de lo que ella
quería —juró y, aunque sus palabras fueron tranquilas, también iban
cargadas del odio que sentía hacia mí.
—Nada de lo que hice fue para lastimarla —refuté, harto de los
señalamientos.
La enfermera que se encargaba de revisar los signos vitales de Isabella
dio un respingo por la molestia en mi voz, aunque no hablé fuerte. Y era
parte de Grigori, por eso conversábamos con un poco de confianza.
—Tal vez no, pero, si hubieras estado en mi lugar cuando la encontré en
el cuartel, tratando de huir de su dolor sin éxito, entenderías por qué quiero
matarte —me reprochó.
—Amigos, este no es el lugar ni el momento para los reclamos —nos
recordó Darius—. Ya habrá tiempo para hacer aclaraciones, por ahora,
vamos afuera y dejemos que ellos se reencuentren —le pidió a Caleb, y este
negó con la cabeza.
—No pretendo devolverle lo que me hizo antes de irse, si es lo que te
preocupa —satiricé, refiriéndome a las puñaladas.
—Estarías muerto antes de siquiera intentarlo —se mofó.
Cómo me caía mal el hijo de puta, pero en la misma medida me gustaba
que fuera un perro fiel y letal cuando se trataba de la Castaña.
—Vamos, Caleb —insistió Darius, y lo tomó del brazo sin ser brusco
para que ese pitbull no lo mordiera.
Y el tipo no cedió en el instante, aunque sí minutos después de cansarse
de mirarme fijamente y de que yo no me inmutara.
Solté una risa carente de gracia en cuanto me quedé a solas en la
habitación, pues la enfermera también se fue detrás de ellos. Y, cuando
encontré el valor, me puse de pie con un poco de dificultad y llegué a la
camilla. Isabella estaba con los ojos cerrados, tenía hematomas en el rostro
por la pelea que tuvo con Amelia y los otros Vigilantes que intentaron llegar
a ella en la batalla. Una de sus manos estaba hinchada y con cortes en los
nudillos; y supuse que era mi sangre la que todavía salpicaba algunas partes
de su muñeca.
—Tan bonita…, y tan letal —susurré, y abrió los ojos, pero se fijó en el
techo y sonrió como si lo que escuchó de mí hubiera sido un halago.
La imité porque la situación era irónica, pues cuando se fue me miró con
el odio más puro y en ese momento lucía demasiado pacífica, cambiando
sus rasgos de mujer peligrosa a los de la chica inocente que conocí en el
pasado.
—¿Vas a intentar matarme de nuevo, Bonita? —pregunté y,
arriesgándome a perder la mano, me atreví a acariciarle el rostro.
Ella me miró al sentir mi contacto, mostrándose tan relajada que parecía
en trance.
—Que hermoso eres.
¿Qué demonios?
No quería que peleara más conmigo, me conformaba con que me aplicara
la ley del hielo, por eso me sorprendió que me halagara, ya que era lo
último que esperaba de ella. Aunque su voz borracha hizo que la
información de Cam cobrara más sentido.
—Tus ojos son preciosos, se parecen a los de... —Comenzó a reír
apenada, y tuve que morderme el labio para no hacerlo también, ya que
llegué a desconocer esa versión de ella, luego de reencontrarnos.
Yo como Sombra e Isabella como la femme fatale.
—¿A los de quién? —inquirí, y volví a acariciarle el rostro, disfrutando
de su estado. De un momento de paz entre nosotros, luego de las batallas
que estuvimos luchando.
—Eres taaan bello —optó por halagarme de nuevo, alargando las frases
esa vez—. Tú podrías ser mi esposo, ¿sabes? ¿Te casarías conmigo?
Vaya mierdas las que podía hacer un sedante.
—Si me lo propones de una manera muy romántica, tal vez sí —
respondí, y sonrió tímida.
—Cerca de mi casa hay un acantilado hermoso, voy a prepararte algo tan
romántico allí que te querrás casar conmigo en esta vida y en las que siguen
—juró, y ya no pude evitar reírme.
Amaba ese sedante.
Y quería saber de qué casa hablaba.
—Hazlo entonces y me tendrás para toda la vida. En esta y las que nos
faltan por vivir.
Joder. Creo que el sedante que me pusieron a mí también me afectó. Era
de la única manera que podía justificar el decir cosas tan estúpidamente
cursis, así fuera por seguir el hilo de la situación.
—¡Yupiii! El ángel se casará conmigo —gritó feliz, y empecé a
considerar el pedirle a Fabio más de lo que sea que le hubieran inyectado—.
Tendremos muchos hijos y, si vienen de a dos, será perfecto.
Oh, mierda.
Mis ojos se ensancharon al escucharla, pero también llegó a mi cabeza la
imagen de aquellas copias tan perfectas que ella llevaba en el relicario, lo
que me hizo encontrarle sentido a lo que su subconsciente quiso decirme.
—Isabella, ¿tienes hijos? —cuestioné, y me miró con asombro.
—¿En serio? ¿Tenemos hijos? —No comprendió que le hice una
pregunta, no una afirmación— ¿Son lindos? ¡Guau! Espero que me los
hayas hecho con amor, dicen que así salen más hermosos. Aunque…
podrías hacerme otro par, ¿cierto? Para recordar el proceso esta vez.
Me mordí el labio al ver su sonrisa traviesa ante la insinuación implícita.
Y de nuevo: amaba ese sedante.
—Por supuesto, Bonita. Te recordaré el proceso las veces que quieras —
prometí, y se lamió los labios.
La acción provocó que la sangre me corriera más a la polla.
—¡LuzBel! Es bueno verte de pie. —Fabio entró a la habitación.
Lo miré y, segundos más tarde, sentí la mano de Isabella acariciándome
el rostro.
—¿LuzBel? —pregunté, y Fabio miró la acción de Isabella conmigo—.
¿Lo supiste hoy o desde cuándo? Porque el mundo puede ser pequeño, pero
las coincidencias no siempre son eso. —Él sonrió al entender lo que quise
decir.
—¿Sinceramente? Nunca me provocaste la curiosidad suficiente como
para investigarte a fondo —admitió, y bufé con sarcasmo—. De haberlo
hecho, entonces te aseguro que lo hubiera sabido desde la segunda vez que
nos vimos.
—Me duele no ser tan interesante como para que lo supieras desde la
primera vez —fingí tristeza, y eso lo hizo reír.
—Si de algo sirve, aunque lo hubiera sabido desde la primera vez, no
habría dicho nada. Ni a ti ni a Baek Cho. Era tu secreto y respeto eso. —
Asentí porque no lo dudé.
El tiempo que tenía de conocerlo, aunque me relacioné más con su
hermano, me hizo saber que Fabio era un hombre que no se metía en lo que
no le importaba. Además, nada tuvo que ver su declaración acerca de mí,
pero siempre supe que era rara la persona que a él le interesaba lo suficiente
como para tomarse el tiempo de averiguar más de su vida.
Y únicamente Dominik estaba entre esas personas.
—¿Por qué actúa así? —indagué refiriéndome a la Castaña, ella había
dejado de tomarme el rostro para entrelazar sus dedos con los míos.
—Es de ese por ciento de las personas que reaccionan con alucinaciones
o en estado de borrachera cuando despiertan de los sedantes intravenosos —
explicó—. Es pasajero y no deja consecuencias —añadió.
Con cuidado tomó el rostro de Isabella y le alumbró los ojos con una
pequeña linterna, pidiéndole a la vez que siguiera la luz.
—¡Guau! Tú también eres muy hermoso. ¿Estoy en el cielo? —Fabio
sonrió con diversión al escucharla.
—No, Isa. Esto es más como el infierno —respondió él, y entrecerré los
ojos por la confianza con la que usó el diminutivo de su nombre.
—Entonces tú, él y yo —nos señaló—, ¿podríamos hacer perversidades?
—¡¿Qué demonios?! —espeté odiando ese maldito sedante.
—¿Ves? Sigue alucinando —alegó Fabio, tomando lo que la Castaña dijo
como algo común en su diario vivir.
—Pues ponle algo para que espabile —solicité.
—No te pongas celoso, ángel. —Ella jodidamente imitó la voz de una
niña al pedir eso—. Sería divertido, di que sí —insistió, y me tragué el nudo
de celos en mi garganta—. Tú también di que sí. —Se giró hacia Fabio.
Y tuvo la osadía de acariciarle el rostro como antes hizo conmigo. Y,
puta madre, como odiaba ese maldito sedante.
—Oh, hombre. No permitas eso porque me caes bien. Y por menos he
matado —sugerí entre dientes a Fabio, apretando el hierro lateral de la
camilla que servía de protección para que los pacientes no se cayeran de
ella.
Fabio hizo lo que le pedí, pero era mejor que no lo hubiera hecho, ya que
noté la intimidad con la que la tomó, y pobre de él si no hubiera estado
recuperándome de la puñalada en mi abdomen. Un regalo de esa descarada
que de nuevo me estaba llevando a la locura incluso sedada.
—Luego hablamos de eso, Isa —susurró el hijo de puta en respuesta a la
propuesta que ella hizo.
—¡Me cago en la puta, Fabio! ¿Quieres morir? —lo desafié, y él negó
con diversión.
Las imágenes que puso en mi cabeza fueron una mierda. Y fantaseé con
la idea de meterle por la garganta ese estetoscopio que llevaba colgado en el
cuello.
—Debo de decir que como LuzBel tienes más control que como Sombra
—señaló.
—No, imbécil. Estoy herido, eso hace que me controle.
—Tengo suerte entonces.
—Fabio —advertí.
Por primera vez lo vi riendo abiertamente, aunque acató mi amenaza y
siguió con lo suyo. Examinando a Isabella en ese momento como un
profesional y no como el jodido suicida al que le encantaba desafiar a la
muerte.
Al terminar me explicó que el ataque isquémico que ella sufrió no
mataba las células del cerebro, por lo que no ocasionaría un daño
permanente. Y, tal cual aseguró Alice, el chip la estaba protegiendo de
nuevo. Y me daría el tiempo para conseguir el aparato que apagaría el
dispositivo y que así él pudiera extraerlo de una manera segura.
Pero era posible que no fuera el tiempo suficiente en el caso de Tess.
—Actúas como si la conoces desde hace mucho —comenté luego de que
acomodara la mano de Isabella a un lado de su cuerpo.
Ella al final se había dormido.
—Creí que estaba sola —manifestó, y la tensión en mi cuerpo volvió a
incrementar.
—Conque ya la conocías —urdí, y me miró.
—Ella es la chica que consiguió que las demás te parecieran solo
personas comunes y corrientes, ¿cierto? —dedujo en lugar de responder, y
asentí—. Ahora te comprendo mejor. —Alcé la ceja en reacción a su
señalamiento.
—¿Hay algo que yo todavía no sepa?
—Muchas cosas —recalcó con seguridad, y odié que fuese tan directo,
pero que a la vez callara mucho.
—Habla de una vez —exigí, y me miró serio.
—Todo lo que sé es de manera profesional y, aunque seamos amigos, no
te diré nada. Tengo ética. —Maldije al escucharlo, y notó mi frustración.
Miró a Isabella e intentó apartarle el cabello que le caía en la frente, pero
le tomé la muñeca porque no permitiría más esas actitudes de su parte. Y
menos en mi cara.
—En serio, viejo, deja de provocarme metiéndote con ella porque no voy
a controlarme por más tiempo —sentencié, y me miró con alevosía—. ¿Te
gusta? —pregunté siendo directo.
—Me gusta —devolvió sin inmutarse, y apreté la mandíbula—. Sin
embargo, si está contigo, tienes mi palabra de que jamás intentaré algo con
ella. —No le creí, a pesar de que demostró que iba de frente en todo
momento, no confiaba en nadie que mirara a Isabella igual que yo lo hacía
—. Pero si no lo está, entonces me alegraré mucho de que tu amistad haya
sido más con Dominik que conmigo.
—Maldito imbécil, estás firmando tu sentencia —espeté, y sonrió de
lado.
—Estoy sentenciado desde que nací —aseguró, y comenzó a caminar
hacia la salida—. Y espero que, como yo, respetes a las personas que van de
frente, son sinceras y tienen las bolas para decirte la verdad en la cara.
—Que las respete no es impedimento para matarlas. Y tú ya apestas a
muerto —aclaré, y el hijo de puta rio antes de salir de la habitación—.
Morirás con esa sonrisa en la cara, cabrón —le prometí.
Y mentalmente anoté su nombre en mi lista de personas por enviar a
descansar para siempre, justo por debajo del cabrón de Elliot.
El suspiro de Isabella me sacó de mis cavilaciones y negué con la cabeza,
observándola con atención, admirando su gesto de paz y tranquilidad, sin
tener idea de todo el caos que podía provocar al estar despierta. Sin
entender la tempestad que ocasionaba a su paso.
—Serás la muerte de muchos, meree raanee. Incluida la mía —preví.
Y tras eso me incliné con un poco de cuidado para no dañarme y le di un
beso en los labios, consciente de que, cuando volviera a despertar, volvería
a ser la tempestad que me estaba costando aplacar.
Esa que quería acabar conmigo.
Capítulo 25
Maldita tempestad
Isabella
Myles había tenido que intervenir para que yo me calmara, pero nada de
lo que me dijera lo conseguiría, pues quería despedazar la habitación si no
podía conseguir mi objetivo con un imbécil que, al parecer, regresó a mi
vida para terminar de joderla.
—¿Para qué demonios me querías en esta reunión si ya han resuelto todo
según como le conviene a tu hijo? —espeté para Myles.
—No es para mi conveniencia, White. Deja de ver las malditas cosas
como tú quieres verlas —se entrometió LuzBel, poniéndose de pie también.
Caleb y Ronin dejaron sus asientos al ver esa acción de él, e Isamu siguió
sosteniéndome de la cintura.
—¡Ya, maldición! —gritó Myles, y dio un golpe en la mesa con su palma
abierta, haciendo que Marcus, Dylan y Darius dieran un leve respingo al
verlo perder los estribos—. Y ustedes dos, vuelvan a sus malditos lugares
porque Isabella no corre ningún peligro aquí —les ordenó a Caleb y Ronin.
Era la primera vez que lo veía comportándose así.
«¿Así cómo? ¿Cómo el otro líder de Grigori y no como un padre
teniendo que interferir entre sus hijos orgullosos?».
Tragué con dificultad por eso y tomé las muñecas de Isamu para que me
soltara.
—Habrías podido evitar esto si, en lugar de traerme aquí con la idea de
que necesitaban mi opinión, me hubieran advertido que solo querían tener
la delicadeza de informarme lo que han hecho —le reclamé, y Myles negó
con hastío.
—¿De verdad crees que queríamos entregar a Amelia para que se libre de
todo lo que ha hecho?
—Tú tal vez no, ¿pero tú? —escupí para LuzBel—. Perdóname si tengo
que dudar —satiricé.
Isamu me dejó ir, pero no tomó asiento, se quedó a mi lado por si debía
interferir de nuevo.
—¿Qué parte de que fue una condición de Cillian no has entendido? —
largó LuzBel—. Si no le entregábamos a Amelia, él no nos daría ese
maldito aparato que salvará la vida de mi hermana y te librará a ti de un
destino como el que ella corrió, joder.
—¿Y quién me asegura que no planeaste esto con él, desde antes? —
debatí, y bufó sin poder creer lo que escuchaba de mí.
—Isabella está en su derecho de pensar así. —A todos les sorprendió la
intromisión de Darius, aunque yo pensé que podía ser una artimaña suya
para convencerme de que lo que habían hecho fue lo correcto—. Tienes una
opinión muy equivocada de lo que ha pasado, pero te comprendo porque, si
yo estuviera en tu lugar, también la tendría. Sin embargo, si de verdad nos
permites explicarte las cosas, si nos escuchas antes de suponer, podrás
deducir por tu cuenta si te mentimos o no.
Sí, yo comprendía ese punto, pero…, maldición, mi enojo era tanto que
me cegaba.
—Respeto tu opinión, cariño. Te respeto como mi compañera líder. —
Myles trató de sonar más calmado al ver que, aunque comprendí el punto de
Darius, para mí no seguía siendo el momento idóneo de poder solo escuchar
—. Pero en este instante estás cegada por tu dolor y no verías las cosas
como yo las estoy viendo.
—Siento mucho si te ofendo, Myles, pero tú tampoco estás viendo las
cosas desde un punto lógico —le dijo Caleb, y él alzó una ceja, aunque no
calló a mi amigo—. Eres padre en este momento más que líder, y te tienen
cogido de donde más duele, así que es fácil manipularte porque eres capaz
de hacer lo que sea con tal de salvar a tu hija. Y eso se entiende, sin
embargo, no pretendas hacer quedar a Isabella como la única irracional en
esta situación, ya que ella, incluso con el riesgo que corre, está viendo algo
que tú no has considerado.
—Y supongo que ese algo es que yo quiero librar a Amelia de su castigo
—satirizó LuzBel.
—Tal cual —aceptó Caleb sin inmutarse.
—No nos crean, están en su derecho —se entrometió Marcus—. Pero
podrían preguntarle a Tarzán si él cree que actuamos solo a favor de
nosotros mismos, ya que, de todos aquí en la sala, es el único que puede ser
racional por haber estado en ambos bandos y aparte ser fiel a ti. —Miré a
Isamu luego de que ese mastodonte me dijera eso. Y su mirada asesina
hacia él me indicó que no le gustó que lo entrometieran.
—David atrapó a Serena, Owen y Lewis. —Isamu miró a LuzBel cuando
este admitió tal cosa, y noté la impotencia con la que mencionó a esas
personas. Y mi compañero, por más que lo intentó, no pudo esconder del
todo su sorpresa—. Los castigará a ellos por lo que yo le hice a Derek.
Ante lo último, supe que se refirió a que al final fue él quien asesinó a
esa basura.
—Tú estuviste infiltrado, Tarzán. Sabes perfectamente nuestros
movimientos y los de Lía. Conociste cada élite en realidad, así que dile a tu
jefa si esto es un plan nuestro para librar a su enemiga del castigo que
merece, o si actuamos a favor de ponerla a salvo a ella y a Tess. Y de paso
a… —Marcus calló cuando LuzBel lo miró gélido.
Pasaron varios minutos antes de que Isamu dejara de mirarlos y se
concentrara en mí.
—No ha sido un plan de Sombra y su élite, pero puedo asegurarte que
fue un plan de Fantasma con el irlandés. —Tragué con dificultad y tomé
asiento.
Esa hija de puta era muy inteligente. Y nunca la subestimé, pero sus
alcances me seguían dejando anonadada.
El bufido de LuzBel me hizo mirarlo, y negó con la cabeza en cuanto
nuestros ojos se conectaron. La decepción bañó sus rasgos, y supuse que se
debió a que únicamente creí en que no tuvo nada que ver porque Isamu me
lo confirmó. Pero no me importó, y tampoco tenía por qué esperar más
después de todas las mentiras que me rodeaban.
—Al principio pensamos en no ceder y llevarnos lejos a Tess cuando
dejara de ser un riesgo sacarla del hospital, porque, por ti, Elijah descubrió
que la distancia también inhibe los efectos del dispositivo. Pero eso
significaba que mi hija jamás volvería a regresar a su hogar —comentó
Myles cuando supuso que me encontraba dispuesta a escuchar.
—¿Por qué por mí? —cuestioné a nadie en especial.
De soslayo noté que LuzBel tomó asiento y negó con la cabeza. Y
cuando Darius habló, entendí que él no estaba dispuesto a hacerlo más.
—Cuando te fuiste de Estados Unidos, el monitor con el que controlaban
tu nivel de dolor dejó de funcionar. Al principio eso nos asustó, pero luego
investigamos y supimos que únicamente miles de millas de distancia, el
chip, o la muerte, hacen que el prototipo deje de funcionar.
—Sacar a Tess del país era una vía para salvarla —repitió Myles—. Pero
ella en este momento no puede salir del hospital hasta que se aseguren que
no morirá en el proceso.
La ira comenzó a disiparse en ese instante de mi cuerpo, únicamente por
la angustia que comenzó a aumentar al ser más consciente de la gravedad de
todo lo que vivíamos.
—Solo existe un aparato para apagar esos prototipos que no está en
manos de los rusos. Y cuando busqué a Cillian para pedírselo, la noticia de
que apresaron a Lía ya había llegado a él, pues ha sido un acontecimiento
mundial —volvió a explicar Marcus—. El tipo sabe que los cargos que ella
enfrentará podrían conseguirle cadena perpetua o incluso la pena de muerte,
y la chica se aseguró de crear buenas alianzas por su cuenta. Y la que hizo
con él está resultando ser la más inteligente, pues le ha conseguido la
libertad.
Tenía unas ganas enormes de restregarme el rostro, pero eso les dejaría
ver mi frustración y miedo por lo que podía pasar con Amelia, libre de
nuevo.
—¿Y puedo saber cómo manejarán esto? ¿El dejarla libre? —inquirí.
—Como suicidio —me respondió Dylan—. Su inestabilidad mental lo
hará más creíble, ya que es fácil que estando loca tome esa decisión.
Sentí una punzada horrible en el pecho ante la manera en la que se
expresó mi hermano. Y no por ella, sino más bien porque pensé en
Daemon, en lo que mi bebé compartía con la mujer que más odiaba en este
mundo; y la facilidad con la que se usaba su condición para dañar.
—Isa, yo no… —No sé qué cara puse, pero Dylan se dio cuenta de que
en su enojo no utilizó las palabras adecuadas.
Y no lo culpaba porque yo, estando molesta, decía cosas hirientes sin
pensar.
—Sé por qué te expresaste así —lo tranquilicé.
Supuse que pensó en lo que yo hice estando loca por la pérdida del tipo
frente a mí. Pero Myles también me observó y sabía que él entendió que en
realidad pensé en mi hijo, en su recién descubierta bipolaridad y los
señalamientos que le esperaban.
—Hija, debes estar preparada porque, en cuanto Gibson nos haga llegar
ese aparato con Evan, vas a someterte a la operación para que te extraigan
ese dispositivo —avisó Myles cambiando de tema, y asentí.
Y rogué para que fuera pronto, porque luego de eso podría marcharme
del país, sobre todo ahora que Amelia volvía a ser un peligro inminente.
—Si eso era todo lo que querían informarme, entonces me marcho. —Me
puse de pie al decir eso, y mis chicos me imitaron.
Tenía el corazón acelerado de nuevo y el cuello me hormigueaba porque
sentía la mirada de LuzBel puesta en mí. Sin embargo, no me detuvo
cuando caminé hacia la salida, que es lo que pensé que haría. Aun así, mi
cuerpo zumbó con la energía que ambos nos provocábamos y debíamos
contener.
—¿Me permites hacer una pregunta? —Isamu habló en japonés al pedir
mi autorización, y asentí— ¿Qué pasará con tu élite retenida? —indagó en
inglés, y supe que fue para LuzBel.
¿Su élite?
«O la de Sombra».
—Estamos buscando la manera de recuperarlos antes de que sea tarde —
le respondió LuzBel con seguridad.
—Serena es la chica de la que te hablé —me dijo Isamu, y entre tanto
fue un milagro que recordara que se refería a la mujer que lo manipuló para
que se delatara. La misma a la que juró que haría pagar.
—Si quieres unirte, adelante —lo animé, hablando también en japonés, y
me regaló un leve asentimiento como agradecimiento.
—Fui un excelente observador y aprendí mucho de todas las élites, así
que, si tú quieres, para mí no será un problema guiarte para que sepas por
dónde ir —se ofreció.
—Si a tu jefa le parece bien y no te toma como traidor luego, pues
quédate para informarte mejor de todo lo que sucede con ellos. —Sonreí de
lado al escuchar la pulla de LuzBel.
Pero no me giré para encararlo, no pensaba continuar con ese juego, por
lo que proseguí con mi camino solo con Ronin y Caleb. Aunque sabía que
Myles y Dylan nos seguirían porque, al parecer, ese asunto era algo de lo
que LuzBel se encargaría con su nueva élite.
—Isabella. —Ronin y Caleb se apartaron para que Myles caminara a mi
lado luego de llamarme—. Siento mucho que las cosas se dieran así y
agradezco que al final lo entendieras.
—Yo soy la que debe disculparse, Myles —aseguré—. No me es fácil
soltar esto a pesar de que, en efecto, del intercambio depende la vida de
Tess.
—Y la tuya, hija. No subestimes lo que tienes en tu cabeza, porque ese
ataque que sufriste es la prueba de que corres el mismo peligro.
—Tienes razón —concedí, y recosté la cabeza en su hombro enseguida
de que me cruzó el brazo por la espalda en un abrazo cariñoso.
Llegamos a la sala de espera de esa manera y nos encontramos de nuevo
con Eleanor, aunque en ese momento solo la acompañaba Hanna.
—¿Todo está bien? —preguntó Eleanor.
Dylan conversaba algo con Caleb y Ronin unos pasos detrás de nosotros,
y se detuvieron en cuanto Myles me detuvo a mí, cerca de su esposa.
—Sí, cariño. Te dije que no te preocuparas —le respondió Myles, y
sonreí sin gracia.
«Pues a la pobre se le habría bajado la presión, si hubiese estado en esa
sala donde casi la dejas sin hijo de nuevo, y de paso, sin marido».
Estúpida entrometida.
—Gracias por entender, hija.
—Mejor no agradezcas por eso, Eleanor —pedí, y le di un apretón en las
manos porque ella me las había tomado.
—Oh, mira. Ella es Hanna —Eleanor me soltó para coger a la chica de
los hombros, animándola a que se acercara más—, una amiga de Elijah.
«Amiga mis ovarios».
—Es un placer conocerte, Isabella. —Hanna me ofreció la mano, y se la
tomé un poco reacia. Imaginé que había escuchado mi nombre de sobra, por
eso no esperó a que yo se lo dijera.
Era de mi estatura, de cuerpo esbelto y tez blanca, ojos verdes y cejas
gruesas con un arco perfecto. Su nariz perfilada y labios carnosos, junto a
los rasgos finos de su rostro, le daban una belleza angelical y sensual a la
vez. Sobre todo con ese cabello rubio y en ondas, que le llegaba un poco
más abajo de sus omóplatos.
Era una chica muy delicada y lo dejaba entrever con la ropa que usaba:
un pantalón de lino negro, top del mismo color y, sobre este, un blazzer
fucsia con zapatillas a juego.
—¿Nuestro hijo te habló sobre ella? —le cuestionó Myles al darse cuenta
de que yo no respondería a lo que ella me dijo. Y supuse que también
buscaba asegurarse de cuánto sabía la chica.
—No en realidad —respondió Hanna con una sonrisa tímida.
Al menos fue cuidadoso con eso, pero… mierda, la culebrita de los celos
se ahondó en mi pecho cuando mi mente, que era mi peor enemiga en ese
instante, me hizo pensar que no me mencionó por razones que nada tenían
que ver con protegerme.
—Jefa, con Caleb pensamos que es el mejor momento para que te
despidas. Salike y los otros dos hermanos siguen aquí —murmuró Ronin en
voz baja al llegar a mi lado.
Hanna lo miró, pero sospeché que no entendió lo que me dijo, por el
idioma. Yo en cambió sí comprendí que con aquí se refería a la morgue del
hospital.
—Debo hacerme cargo de algo —le avisé a Myles.
—¿Vas a salir del hospital?
—No —le respondí, y asintió—. Supongo que las seguiré viendo por
aquí —añadí para Eleanor y Hanna, ambas asintieron.
—Podríamos tomar un café luego tú y yo, necesitamos hablar, cariño —
me recordó Eleanor, y asentí.
—Nos vemos después —me despedí de todos.
Aunque antes de que Ronin y Caleb me guiaran hacia la morgue, le pedí
a Dylan que me llevara a la habitación de Tess. Y en el momento que la vi
postrada en la camilla, con los ojos cerrados y conectada a varias máquinas,
entendí que Myles cediera con facilidad a la condición del irlandés.
—Te juro por mi vida que yo jamás habría permitido que la entregaran, si
de eso no dependiera la salud de Tess y la tuya —aseguró Dylan, tomando
la mano de su chica.
Los labios de Tess estaban pálidos, incluso sus pecas habían perdido el
color, y me sentí muy mal, además de culpable por considerar no ceder con
la entrega de Amelia cuando era la vida de esa pelirroja la que estaba en
juego en realidad, pues, por una razón que desconocía, su hermano solo me
colocó ese chip a mí.
—Lamento haberme cegado por mi furia, cuando es más que obvio que
tú en mi lugar cederías sin rechistar para salvarme —musité, y tomé la
mano con la que él sostenía la de Tess—. Va a estar bien, Dylan. Ella
volverá a ser la pelirroja insufrible que adoras —prometí, y sonrió
agradecido.
Me quedé unos segundos más con ellos, en los que Dylan aprovechó para
comentarme que se sentía feliz porque LuzBel estuviera vivo, pues era su
amigo, su hermano. Aquel ángel que lo salvó de una muerte por sobredosis.
Sin embargo, eso no evitaba que también se sintiera dolido por su mentira,
por todo lo que nos hizo sufrir, aunque ahora entendía sus razones.
Y, a pesar de que aseguró estar orgulloso de mí por no dejarme embaucar
fácilmente por LuzBel, ya que tampoco estaba de acuerdo con ciertas cosas
que hizo, sí intercedió por él y me pidió que me diera la oportunidad de
escucharlo.
—Lo haré, te lo prometo.
—Pero no trates de matarlo esta vez —bromeó, y medio sonreí.
Acto seguido, le di un abrazo y luego me marché de la habitación. Caleb
y Ronin me esperaban afuera, y juntos nos encaminamos a hacer algo que
nos destruiría un poco más, pero que no por eso dejaríamos de hacer.
La morgue era fría y al entrar agradecí que no hubiera cuerpos a la
intemperie. Los de nuestros compañeros yacían en ataúdes especiales para
que fueran transportados vía aérea. Y la garganta se me cerró en el
momento que reconocí el tahalí de Salike sobre el sarcófago que contenía
sus restos.
Ronin y Caleb se detuvieron a unos pasos, se pararon en posición de
descanso y con el puño izquierdo se dieron dos golpes en el pecho, sobre el
lado del corazón, en un gesto de rendir honor y respeto a los guerreros
caídos. Los imité quedándome más cerca del ataúd de Salike, y me tragué el
nudo que me cerraba la garganta.
—Me diste el mejor ejemplo de lo que es ser una guerrera —musité en
voz baja, aunque no débil, hablando en el idioma de mis hermanos
Sigilosos—. Fuiste fuerte pero compasiva. Heroica sin dejar de ser
humilde. Invencible y, sin embargo, una mujer amable. Y créeme que el
legado que has dejado no muere aquí, aunque tu cuerpo haya llegado a su
fin. Y así duela tu partida, me hace feliz que pudieras cumplir la promesa
que te hiciste a ti misma: morir con honor. —Bajé al suelo antes de
proseguir y me apoyé en una rodilla, flexionando la otra, inclinando el torso
y poniendo una mano en mi corazón—. Gracias por tus enseñanzas y
consejos. Gracias por haber entregado tu vida para que yo pueda vivir la
mía. Y sobre todo, gracias por haber sido el corazón de mi élite, uno que
nunca perecerá. —Me di dos golpes en el pecho y escuché los de mis
compañeros al unísono—. Te prometo que te honraré a ti y a tu familia,
Salike Igarashi, y sabré recompensar tu sacrificio en esta generación y las
venideras.
Me puse de pie luego de decir lo último y mantuve la cabeza inclinada,
escuchando cómo cada uno de mis compañeros se despedía del cuerpo de
ella, añadiendo además unas palabras para nuestros otros hermanos.
«No le temo a la muerte, ¿sabes por qué? Porque los miedos frenan la
vida. Por eso heme aquí, viviendo con desenfreno antes de morir».
Sonreí al recordarla diciéndome eso. Esa era otra de las cosas que Salike
me enseñó, ella vivía con desenfreno, pero no del tipo que mataba
lentamente, sino del que te hacía vivir de verdad. Pues amó como quiso,
sufrió por lo que ameritaba, triunfó en lo que se propuso y aceptó lo que no
pudo ser.
Cuando mis compañeros terminaron de rendir sus honores, me di la
vuelta para salir de la morgue y no me sorprendió encontrar a Isamu en la
misma posición que yo estuve antes.
—Nuestras vidas son como el emblema de La Orden a la que honramos.
Hermosa y breve como la flor de cerezo, por esa razón la muerte vendrá a
nosotros como llega a ella, en batalla o naturalmente, pero siempre será
gloriosa.
Había dicho lo que nos enseñaron cuando nos entregaron el tahalí que
portábamos en las batallas, y vimos la flor de cerezo grabado en él.
Tras eso se puso de pie y caminó hacia los ataúdes. Nosotros optamos
por darle su espacio, pues éramos conscientes de que él necesitaría
privacidad para despedirse de su ángel como tanto deseaba.
A continuación, caminamos en silencio, dispuestos a regresar al piso que
despejaron para nosotros y, cuando estuvimos ahí y salimos del ascensor, le
pedí a Caleb que se adelantara con la intención de que consiguiera noticias
sobre Evan y Gibson, y su misión especial. Y mientras, yo iría a ver a Jane
y a Connor antes de que les dieran el alta médica, y de paso averiguaría
sobre Elliot, pues si algo había confirmado en la despedida que le hicimos a
nuestros hermanos, fue que la muerte solo llegaba una vez, pero nos hacía
sentir todos los momentos de nuestra vida.
Y yo no quería irme con dudas, remordimientos o cosas inconclusas.
«¿Eso significaba que hablarías también con el Tinieblo?».
Ya era hora, ¿no?
«Chica, hasta te habías tardado».
Sonreí en respuesta al reclamo de mi compañera y enemiga en muchas
ocasiones.
—Yo confío en ti, Ángel. Confía en ti mismo también.
—Tienes demasiada fe en mí, Hanna. —Agarré a Ronin del hombro, ya
que iba adelante de mí, para que se detuviera antes de doblar la esquina del
pasillo, cuando reconocí la voz de LuzBel con la de su amiga.
Le hice una señal con el índice sobre mis labios, para que hiciera
silencio, y el tonto sonrió emocionado al darse cuenta de que íbamos a
espiar.
—¿Y acaso no tengo motivos suficientes para hacerlo? —cuestionó ella,
e identifiqué una sonrisa en su voz—. ¿O debo recordarte las noches que
pasamos metidos en esa habitación de lujo, en la que me demostraste que,
por más que estuvieras con esas lacras, no eres igual que ellos?
«Oh, santa mierda».
La garganta se me secó al escuchar la pregunta íntima que le hizo a
LuzBel; y vi a Ronin arrepentido de quedarse conmigo para espiar.
—¿O debo añadir que te arriesgaste para salvarme? Lo hiciste a pesar de
lo que podías perder.
—Te lo debía, Hanna. No hice nada especial, simplemente te saqué de
allí porque por mi culpa se ensañaron contigo. Porque te creían mi… chica
exclusiva. Si Amelia no hubiera sentido celos de ti…
—Si tú no me hubieras tomado como tuya, me habrían vendido a todos
esos hombres, Elijah. Si no me hubieras hecho tuya, ese malnacido…
—¡Hey! Ya. No pienses más en eso. —La voz de Hanna se había
quebrado, y él la consoló.
A mí en cambio se me quebró todo por dentro.
—Jefa —susurró Ronin, y me tomó de las manos al ver que estaba
temblando.
Ya no me sentía celosa. Lo que transitaba por mis venas en realidad era
la decepción en su estado puro, quemándome como si en lugar de sangre
fuera ácido, porque, si bien yo me acosté con Elliot luego de ver a Sombra
entre las piernas de Amelia, sé que jamás le habría fallado a LuzBel de esa
manera, de haber sabido que vivía. Pero supongo que fue mi error, esperar
de alguien lo mismo que yo entregaba.
—¿Isabella? —La voz de Fabio me sacó de mi miseria, y me giré para
verlo, pues habló a mis espaldas—. Justo iba a tu habitación —comentó.
Acababa de salir de la habitación del pasillo en el que estábamos.
—A-aquí me tienes. —Fingí que no me pasaba nada, aunque mi voz me
traicionó por un momento.
—Vamos —me animó. Ronin se hizo a un lado, un poco inseguro por lo
que acababa de presenciar conmigo, pero confió en que no haría una locura
con Fabio ahí.
Respiré hondo en el momento que él puso una mano en mi espalda baja,
al notar que no era capaz de dar un paso. Y me preparé para lo que sea que
vería, pues debíamos pasar por el pasillo en el que se encontraba LuzBel y
Hanna, su chica exclusiva.
Y me admiré de mi propia capacidad al levantar la barbilla y hacer como
si no escuché nada, en cuanto me encontré con él de frente. Con su porte
orgulloso y mirada que prometía que iba a arrancarle el brazo a Fabio por
llevarlo donde lo llevaba, algo que me hizo reír por dentro y negar con
ironía, pues había que ser muy descarado para comportarse tan posesivo
habiendo hecho todo lo que hizo.
«Adiós ganas de querer escucharlo».
Juro que mi conciencia hizo un puchero al decir eso.
—Necesito hablar contigo en un momento.
—Por supuesto que lo haremos.
No sé si Fabio notó la amenaza implícita en la respuesta que LuzBel le
dio luego de decirle que necesitaban hablar, o si la ignoró deliberadamente.
Dado el caso no me importó, me limité a pasar al lado de esos dos y no tuve
las ganas de sonreírle a Hanna cuando ella me sonrió a mí.
Era oficial, no podría fingir que no estaba comenzando a odiarla por
obtener de LuzBel lo que yo añoré durante años: su presencia.
—¿Sabes qué? —Me tensé al sentir que me tomaron del brazo, y más al
escuchar esa voz tan cerca de mí—. A la mierda con el espacio, White.
—Déjalos. —Escuché a Fabio pedirle a Ronin, hablándole en japonés
cuando mi compañero quiso interponerse.
—Lo va a matar —le advirtió Ronin.
—Es un riesgo que él quiere correr.
Dejé de oírlos en el instante que LuzBel me metió a una habitación. Y
debí haber estado en shock, pues era la única explicación que encontré para
dejarme arrastrar por él.
—Quítame las manos de encima —exigí al reaccionar.
—Te molestan las mías, pero no las de Fabio, ¿cierto?
Me sacudí hasta que logré zafarme de él, y me giré dispuesta a
enfrentarlo.
—¿Y si así fuera?
—Si así es, no me importará tener que conseguir otro neurólogo, White.
—Me reí con odio y burla de su amenaza—. ¿Crees que, si no me detuve
por un sargento, lo haré por un médico?
Retrocedí cuando él se acercó a mí, y odié esa sensación de idiotez
revoloteando en mi estómago como un enjambre enfurecido, pues temí que
me nublara el raciocinio.
—Deja las estúpidas amenazas porque no me tomas en buen momento,
imbécil —exigí, y esa vez, cuando dio otro paso cerca de mí, no retrocedí,
ya que no le permitiría que ganara poder. No más—. No estoy para escuchar
la sarta de mentiras que tengas que decirme, o las excusas que pretendas
utilizar para embaucarme, para enmascarar la cobardía que cometiste.
Alcé la cabeza para que nuestras miradas se alinearan cuando su pecho
estuvo al ras del mío; y no me inmuté ni siquiera en el momento que su
aroma golpeó mi nariz, como el recordatorio de que Sombra estaba ahí,
aunque sus ojos grises y furiosos me gritaran que era LuzBel, el hombre
que inevitablemente seguía amando. Y quien me seguía destrozando por las
cosas que hizo.
—¿Fui un cobarde por querer mantenerte a salvo? —cuestionó bajando
una octava de su tono, y miró mis labios.
Sentí el calor de su cuerpo arropando el mío, y apreté los puños cuando
necesité tocarlo porque, así estuviera odiándolo, también me moría por
confirmar que era él y no una ilusión.
—No, LuzBel. Lo fuiste por mantenerte fuera de mi vida durante más de
tres años. Por mentirme en la cara. Por no aceptar que querías estar con ella,
por ocultarme la verdad para protegerla.
—No asegures lo que no sabes, White —siseó entre dientes—. Porque no
tienes ni una puta idea de lo que yo tuve que pasar.
—¡¿Y tú sí sabes lo que yo pasé?! ¡¿Piensas siquiera en cómo me levanté
después de creerte muerto?! —vociferé, y puse las manos en su pecho para
alejarlo de mí. Retrocedió, e imaginé que mis puñaladas ya no le dolían,
pues se movía con facilidad—. ¡Me quise quitar la vida porque no
soportaba seguir sin ti! ¡Me recluyeron en un hospital psiquiátrico por mi
inestabilidad mental, porque me volví loca al ya no tenerte! ¡Viví la peor de
las depresiones, y eso casi me hace acabar con mis…!
Callé de golpe y a la vez jadeé por lo que estuve a punto de decir,
sintiendo mis mejillas húmedas por haber comenzado a llorar al hacerle
todas esas preguntas. El cuerpo entero me temblaba y la respiración me
abandonó, dejándome sentir más los latidos de mi corazón desbocado.
—¿Con tus qué, Isabella? —indagó, y negué con la cabeza.
—No confío en ti, LuzBel —reiteré para que no volviera a indagar sobre
eso.
En un movimiento rápido, pasó el dedo por uno de los relicarios que
llevaba en el cuello, siendo este el mío. Lo alzó y me lo mostró. Puso frente
a mí la imagen de Aiden y Daemon.
—¿Con ellos? —preguntó con la voz ronca, y miré de manera alterna a la
fotografía y a él—. Son tus hijos, ¿cierto?
—No te importa —largué, y maldijo.
—¿Son míos? —La desesperación al hacer esa pregunta fue
inconfundible, por más que él la quiso camuflar con impaciencia.
—¡No! —espeté, y sacudió la cabeza, dudando si creerme o no.
—Entonces son de Elliot. El hijo de puta es el padre y por eso insistes en
protegerlo de mí —escupió con celos y furia—. Al final sí te revolcaste con
él mientras llorabas mi muerte —se burló con tanto deseo de hacerme daño,
pero en lugar de eso consiguió que perdiera los estribos, pues me parecía
increíble que minimizara mi dolor cuando fue él quien se revolcó con otras.
—No, maldito idiota —desdeñé con los dientes apretados—. Con Elliot
me revolqué después, cuando ya te había superado. Cuando pretendiste
hacerme caer como Sombra —confesé con una sonrisa llena de alevosía.
«¡Por el amor de Dios, Isabella! ¡¿Qué acababas de hacer?!».
El tiempo pareció congelarse por unos minutos. LuzBel se quedó
petrificado y perdió el color hasta ponerse blanco, procesando lo que
acababa de admitirle con tanto orgullo. Pero en segundos pareció reaccionar
y, sin decir nada, salió de esa habitación.
«¡Santa mierda! ¡Iba a matarlo!».
—Joder —escupí, comenzando a ir detrás de él.
—LuzBel —lo llamó Fabio cogiéndolo de los brazos cuando lo tuvo de
frente.
Pero ese hombre parecía un demonio prendido en fuego en ese instante, y
empujó a Fabio para sacárselo de encima, consiguiendo que este diera con
la espalda en la pared del pasillo.
—No. Te. Metas. En mi puto. Camino —parafraseó LuzBel con la voz
tan gélida, que fue capaz de congelar el aire que nos rodeaba.
O literalmente así se sintió.
Negué con la cabeza para Fabio y le pedí así que no se metiera, pues él
no tenía por qué sufrir las consecuencias de mis actos.
—¿Qué hiciste, jefa? —sondeó Ronin, y negué con la cabeza entretanto
seguía detrás de LuzBel.
—Apuñalé al diablo. Así que ve por Caleb e Isamu —ordené—. Y tú,
ven con nosotros —le sugerí a Hanna para tener un as bajo la manga, por si
llegaba a ser necesario.
La chica había palidecido al ver a su amante hecho una furia, no
obstante, encontró un poco de valentía y nos siguió tan rápido como sus
piernas se lo permitieron. Y yo estuve a punto de alcanzar a LuzBel, pero
sabía que no era inteligente tocarlo, así que lo evité.
—¿Qué mierdas piensas hacer? —espeté.
—Cumplirte mi promesa —gruñó él con la voz ronca, y no lo reconocí.
Estábamos por llegar a la habitación en la que imaginé que se encontraba
Elliot, porque vi cerca a unos hombres de Robert. Y sabía que debía hacer
algo para evitar que lo atacara, al menos sin que el ojiazul estuviera
desprevenido.
—¿Tienes claro que no me forzó? ¿Que lo que pasó entre nosotros fue
consensuado? ¡Mierda! —chillé en el instante que me cogió de la barbilla y
me empotró en la pared, llamando la atención de los Grigoris dispersos por
todo el piso.
—¡Sí, hija de la gran puta! ¡Lo tengo tan claro como que no soy capaz de
asesinarte a ti! —rugió como un león herido—. ¡Pero puedo ponerme muy
creativo con él! ¡Puedo despedazarlo frente a ti para que no te vuelvan a
quedar ganas de darle a nadie más lo que debió ser solo mío! ¡Solo mío,
pequeña mierda!
—¡Suéltala! —gritó Fabio, y jadeé porque LuzBel le obedeció en un
santiamén, pero no porque quería, sino porque le urgía llegar a aquella
habitación—. ¿Estás bien? —cuestionó para mí al llegar a mi lado.
Sacudí la cabeza para que no le diera importancia, e intenté tragar al
sentir la garganta seca y el corazón a punto de salírseme por la boca.
—Puta madre, va a matarlo —avisé, viendo a Hanna correr detrás de
LuzBel, llamándolo desesperada.
Corrí también.
Los hombres de Robert no fueron capaces de detener a ese endemoniado,
e incluso de lejos pude ver que Elliot estaba de pie cuando LuzBel irrumpió
en la habitación. Alice, quien lo acompañaba, gritó al ver que el ojiazul
cayó por sus pies en el momento que el Tinieblo se le fue encima, y en ese
instante me di cuenta de que, cuando la ira se apoderaba de tu cuerpo, ni las
puñaladas profundas, ni las lesiones recientes en el pecho, y mucho menos
las heridas de bala en la pierna, eran impedimento para meterse en una
lucha de titanes.
Y nunca agradecí tanto que Elliot supiera defenderse y se recuperara
rápido, a pesar de la impresión, como en ese instante, pues se levantó del
suelo y le devolvió los golpes a su primo con la misma fuerza e intensidad
que él se los daba.
Alice les gritaba que pararan, Hanna intentaba hacer lo mismo, y yo supe
que donde los hombres no consiguieran hacer nada para separarlos, haría
cosas que me dejarían ante todos como una mujer horrible. Pero ante
situaciones desesperadas, medidas premeditadas.
—¡Ya, hombre! —exigió Fabio al conseguir retener a LuzBel por un
momento.
Caleb, Ronin e Isamu llegaron junto a Darius por fin.
LuzBel trató de golpear a Fabio para apartarlo, sin embargo, este mostró
una agilidad que no se conseguía en clases de karate solo por pasatiempo, y
evitó el golpe. Caleb llegó a ellos para contenerlos, y Darius con Isamu
tomaron a Elliot en el momento que el ojiazul quiso arremeter.
Ronin se quedó conmigo, escudándome.
—¡Voy a matarte para cortar de una jodida vez esa manía que tienes de
tocar lo mío! —espetó LuzBel.
Usaba una camisa gris claro, así que noté que las heridas en su abdomen
estaban sangrando igual que su boca. Elliot tenía puesto todavía el pantalón
y la bata del hospital, y la pernera se le mojó con el líquido carmesí, a juego
con el que le corría por la sien.
—¡¿Y acaso lo tomé por la fuerza?! —devolvió Elliot siendo, por muy
lejos, el ángel ojiazul.
Alice me miró, tratando de encajar lo que esos dos se decían, y negué,
diciéndole que no era momento para aclarar nada.
—¡No! ¡Pero me harté de que seas el puto tercero que siempre pretende
librarse de la culpa! —Dicho eso, LuzBel hizo un movimiento con el que
logró zafarse del agarre de Fabio y desencajó el arma que Caleb llevaba en
su cintura.
Y la sangre abandonó mi cuerpo cuando vi que estuvo a segundos de
dispararle a Elliot. Pero logró detenerse únicamente porque Alice previó lo
que pasaría y se puso delante del ojiazul. Ambas ignoramos que Isamu y
Darius no iban a permitir que el Tinieblo lograra su cometido.
«Si es que no los mataba a ellos también».
Buen punto.
—¡No, LuzBel! —rogó la rubia—. ¡No sé qué está pasando, pero no me
hagas esto a mí!
Reconocí claramente que esa vez el Tinieblo no estaba dispuesto a
detenerse. Y menos cuando Elliot también se zafó de Isamu y Darius para
proteger a Alice con su propio cuerpo, pues también notó que el demonio
frente a ellos iba a disparar sin remordimiento alguno.
Entonces cogí a mi as bajo la manga, tomando de paso el arma de Ronin
y, gracias a que la camilla estaba cerca, la lancé sobre ella. Hanna gritó
horrorizada al darse cuenta de mis intenciones, y se cubrió el rostro en lugar
de apartar mi mano de su cuello.
—¡Isabella, no! —gritó Myles irrumpiendo en la habitación.
No me detuve, le disparé tres veces a Hanna y, cuando terminé con mi
cometido, la solté y sonreí al verla inerte.
—¡¿Qué hiciste?! —espetó LuzBel, aterrorizado al ver la sangre
manchando la sábana, pero no se atrevió a acercarse.
—¿Yo? Nada —desdeñé, y cogí a Hanna del cabello para que saliera del
estado de shock en el que la dejó mi hazaña—. Ella, en cambio, sí se hizo
—avisé, y lancé a la chica hacia él.
Consiguió cogerla en brazos, la pobre se había orinado encima al ver a la
muerte de frente. El último disparo le rozó la sien, porque así lo quise, y en
cuanto estuvo entre la protección de su amante, y este la revisó para
asegurarse de que no la herí de gravedad, ella sollozó dejando entrever su
terror.
Alice estaba pálida entre los brazos de Elliot, y solo mi élite no se inmutó
por mi proceder, pero no podía decir lo mismo de Fabio, Darius, Myles y el
ojiazul.
—Última advertencia, LuzBel —hablé con la voz gutural—: intenta
matar de nuevo a Elliot por algo que yo le permití, y te prometo por mi
sangre que la próxima vez los tiros irán directo a la cabeza de tu exclusiva.
—Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero no por mi promesa, sino porque
entendió que ya sabía quién era Hanna para él, en realidad—. Y si insistes
en provocarme más, le demostraré al Sombra dentro de ti que no se
equivocó cuando aseguró que yo también estaba tan enferma como él.
El silencio reinó durante varios segundos. Solo nuestras respiraciones
aceleradas lo cortaban. Y en ningún momento dejamos de vernos a los ojos,
sellando esas promesas silenciosas que ambos nos hacíamos.
—Salgan todos de aquí —ordenó Myles, y entendí que se refirió a los
demás, menos a su hijo y a mí.
Asentí para que mi élite obedeciera, y le entregué el arma a Ronin.
Darius y Alice le ayudaron a Elliot mientras que Caleb y Fabio tomaron a
Hanna para auxiliarla. Isamu extendió su mano hacia LuzBel, y este le dio
la glock que todavía sostenía, y cuando estuvimos solo los tres, Myles nos
miró con severidad.
—Me han hartado los dos —expresó con decepción—. Y, si ahora mismo
no se dicen lo que tengan que decirse, te entregaré a ti para que pagues por
el crimen contra Caron —dijo para LuzBel, y él negó incrédulo—. Y te
llevaré a juicio a ti con el sindicato de Grigori por haber atentado contra la
vida de mi heredero.
—¡¿Qué?! —inquirí, y Myles me miró con dolor.
—Se pasaron por el arco del triunfo los límites, Isabella. Así que
agradece que he sido benevolente —zanjó, y dicho esto salió de la
habitación y cerró, dejándome con su hijo.
Y no hablamos durante varios minutos, simplemente intentamos procesar
todo, conteniéndonos porque Myles no nos hizo una amenaza vana. Iba a
cumplir, y yo no podía ir a juicio, primero porque era obvio que me harían
pagar por lo que hice, así estuviera justificado en mi cabeza. Y segundo
porque necesitaba regresar con mis hijos antes de que Amelia pudiera dar
con ellos.
—Seamos sensatos así sea por un segundo, LuzBel —me animé a hablar
—. Ni a ti ni a mí nos conviene lo que tu padre pretende hacer. Y está más
que claro que no estamos para hablar, y menos para escuchar. Así que
dejemos esto por las buenas —propuse, y él torció los lados de su boca en
un gesto lleno de sarcasmo y peligro.
—¿Pasó cuando te fuiste con él a California? —preguntó.
—¿Escuchaste lo que acabo de proponer? —cuestioné yo.
—Responde solo eso, White, y luego haremos lo que putas quieras —
demandó, pero logré identificar la súplica en el fondo de su voz gutural—.
¿Pasó cuando estuvieron en Newport Beach?
Tragué con dificultad, y una vez más mi corazón se aceleró, pero no por
furia o decepción. Fue porque me transporté a años atrás, cuando estuvimos
en aquella habitación de Inferno y me encontró con Sombra (o Darius),
luego de haberlo besado creyendo que era él.
Aunque en este caso, no confundí a Elliot con nadie.
—¿Hubo más mujeres a parte de Hanna y Amelia? —opté por ponerlo a
él en la misma situación, pues, si iba a caer, me lo llevaría conmigo.
—¿Fue una sola vez con Elliot? —devolvió, e intuí que la mecánica era
pregunta por pregunta.
Y supe muy bien a qué se refería con esa interrogación formulada de
manera amarga.
—No, pero tampoco te diré cuántas. —Cerró los ojos cuando decidí ser
sincera y, en cuanto los abrió, no pude descifrar su mirada—. ¿Por qué
protegiste tanto a Amelia en la batalla?
—Porque está embarazada —soltó sin preámbulos.
Mi respiración se cortó cuando escuché aquello, eso no podía ser verdad.
Tenía que haber una explicación que no doliera tanto, que no me llevara a
un punto de sufrir un ataque al corazón. Y ni siquiera pude esconderlo
porque necesité jadear para que el escozor en mi garganta se aliviara un
poco.
—¿T-te gustó todo lo que ese imbécil te hizo? —masculló.
Y me di cuenta que para ese momento ambos nos estábamos rompiendo
sin piedad.
—No preguntes lo que no quieres escuchar —recomendé, y fue su turno
para dejar de respirar—. ¿Es tuyo? ¿El hijo que ella espera?
En mi fuero interno rogué que no fuera así. Supliqué porque dijese que
no, así fuera mentira, pues no soportaría las ganas de llorar por más tiempo.
Y de su respuesta dependía mantener mi orgullo intacto.
—No preguntes lo que no quieres escuchar, White —devolvió, y por
primera vez en años quise morirme. O que la tierra me tragara y vomitara
lejos de él—. Al final, no eres tan diferente a ella, ¿sabes? —Me quedé de
piedra porque se atreviera a compararnos—. Sin embargo, Amelia tiene por
excusa su bipolaridad. En cambio, tú eres una zorra porque quieres.
Mis ojos se abrieron demás por su manera de rematarme. Dejé de
respirar por completo y estaba segura de que el corazón que creía que ya no
tenía para él, no solo se me detuvo, sino también se me congeló y quebró
luego en miles de pedazos.
«El maldito Tinieblo sabía cómo herir sin usar una daga».
Capítulo 27
Moriría en el intento
Elijah
Cuando padre me exigió que le diera tiempo a Isabella, cedí solo porque
Hanna llegó de nuevo a mi vida con más complicaciones. Y Marcus las
empeoró, al comunicarnos la condición de O’Connor para entregarnos el
aparato que salvaría la vida de mi hermana y la de esa terca.
No necesité decirle nada a padre cuando salí de esa habitación, aun así,
sabía que él estaba seguro de que ya no tendría que estar a cada dos por tres
entre la Castaña y yo, porque supuso que lo que nos dijimos fue suficiente
para no querer volver a vernos, a menos que las cuestiones de la
organización nos obligaran a estar frente a frente.
—¡Dios mío! ¿Estás bien? —me preguntó Hanna cuando salí de la
habitación en la que me tuvieron internado ese tiempo en el hospital.
El médico acababa de curar mis heridas, tuvo que ponerme algunas
bandas de sutura en la lesión de mi abdomen para reemplazar los puntos
que perdí durante la pelea. En la ceja también me colocó una y, aparte de
eso, me inyectó con antibióticos, además de dejarme otros más para que los
bebiera en casa, pues me dio el alta médica gracias a que no necesitaba
seguir hospitalizado.
Y como dijo él, era increíble que después de una pelea como la que tuve
con Elliot no me haya jodido más de lo que ya estaba.
—Se ve fatal, pero no es nada que los antibióticos y desinflamatorios no
puedan arreglar —le respondí con la voz cansina—. ¿Y tú cómo estás? —
indagué, y miró hacia el suelo, avergonzada por lo que le pasó al ser
sometida a un terror como el que le hizo vivir White.
Mierda.
Si lo pensaba, volvía a sentir la furia de ese momento porque se haya
ensañado con una chica que nada tenía que ver con nuestros problemas.
Pero al recordar cómo la llamó y darme a entender que escuchó mi
conversación con Hanna, en aquel pasillo en el que la encontré con Fabio,
me obligaba a no ser hipócrita, ya que al final Isabella solo le hizo, en parte,
lo que yo quería hacerle a Elliot.
—He estado mejor —aceptó sin querer verme a la cara.
Vestía con otra ropa. Y no debía ser inteligente para suponer el porqué.
Además, le habían limpiado el roce de bala que recibió en la sien y se lo
protegieron con gasa. Madre estuvo con ella mientras el médico la revisaba,
lo supe por padre cuando quise ir en busca de la rubia para asegurarme de
que estuviera bien.
—Hanna, el que debe estar avergonzado por lo que te pasó soy yo —
declaré, y la tomé de la barbilla para que me mirara a los ojos—. Lo siento
mucho.
—Iba a decir que no fuiste tú el desquiciado, pero, después de lo que vi,
estaría errando —dijo en son de broma, y dejé de tomarle la barbilla, al ver
su intención de cogerme de la muñeca.
—Definitivamente errarías —coincidí, sonriéndole de lado.
Por ella fue que supimos que Serena y los mellizos habían sido apresados
por David y su gente, ya que Owen únicamente tenía el número de Hanna
registrado en su móvil.
Darius había logrado ponerse en contacto con un Vigilante que le debía
un par de favores, quien constató lo que la chica nos informó; añadiendo
también que Lewis y Serena consiguieron eliminar de sus móviles el
historial de llamadas y sus contactos antes de que se los quitaran. Y Owen,
creyendo que el de la rubia no levantaría sospechas, porque lo guardó con el
nombre de un restaurante, no se preocupó por eso.
Pero David no era estúpido, así que, con tal de que me llevaran el
mensaje sobre lo que le hicieron a mi equipo, llamó a ese número para
avisar que uno de los clientes frecuentes de ese restaurante no la estaba
pasando para nada bien, y que él, así como los otros dos, pagarían por haber
comprado comida en otro lugar. Utilizando esas palabras claves para que yo
entendiera a lo que se refería.
Los noticieros ya se habían llenado con reportajes sobre la muerte del
líder criminal más buscado en el país (y en otros fuera del continente
americano) junto a su mano derecha y su sobrino. Así como el logro de
haber atrapado a Fantasma, uno de los delincuentes que más había
envenenado a la población, además de hacerla sangrar de la mano de
Sombra.
Y como se decía que Sombra escapó, Hanna entrelazó la situación con la
llamada que David le hizo y se arriesgó a regresar a Virginia para buscarme,
debido a que yo no le respondí las llamadas que me hizo, confiando en que
los Vigilantes no irían detrás de ella porque estaban más preocupados por
huir, antes de ser arrestados también.
La chica llegó al restaurante de Nico, porque era el único lugar en el que
tuvo esperanzas de que le dijeran dónde encontrarme, él la comunicó con
Belial y este a su vez la contactó con Marcus, por eso el moreno la llevó al
hospital. Para darnos ese mensaje de David y para reencontrarnos una vez
más.
Y no me alegré de verla, porque se puso en peligro (y ahora yo tendría
que protegerla), pero valoraba que se hubiera arriesgado por mi equipo, ya
que por ella pusimos en marcha un plan para recuperarlos. Y con la ayuda
de Isamu esperaba poder conseguirlo, pues el tipo en realidad resultó ser un
buen observador que en efecto se aprendió a la perfección los lugares más
vulnerables de los búnkeres de la organización, en los que podríamos
acceder para rescatar a los tres.
«Encárgate de los mellizos y déjame a mí a Serena. Será más fácil si nos
dividimos».
Esa había sido la propuesta del asiático y, aunque supuse que él y la
chica tenían una espinita que no se habían sacado, luego de que ella lo
sedujera para hacerlo hablar, no me dio la sensación de que quisiera
lastimarla.
Darius no estuvo de acuerdo conmigo, pero tuvo que aceptar porque él
debía encargarse de encontrar a Jarrel, ya que no había señales del hombre y
Cillian le aseguró a Marcus que Dasher ya no era un problema que él debía
solucionar. Cosa que nos dejó en el limbo; y como no estábamos para exigir
nada porque el maldito irlandés nos tenía cogidos de las bolas, teníamos que
buscar información por otro lado.
Y la frustración de no poder resolver todas las cosas que se me habían
ido encima, me llevó a tener acercamientos con Hanna que no quería que
ella interpretara de manera errónea. Primero, cuando me abrazó por la
espalda luego de mi impotencia al saber lo de mi equipo secuestrado. Y
después, en ese pasillo, en cuanto me sentí en un callejón sin salida por
haber perdido a Dasher sin haberlo recuperado, y porque Cameron me avisó
que no había conseguido saber nada de Miguel, Gabriel y Rafael, de
quienes tampoco el informante de Darius sabía algo.
En ambas ocasiones, ella intentó ser un apoyo. Y eso le hizo ganarse ver
a la muerte de frente cuando Isabella la tiró en esa camilla y le disparó
como una puta advertencia para mí.
—¿Vas a quedarte con Alice? —le pregunté a Hanna al comenzar a
caminar hacia el ascensor.
Quería ir a casa de mis padres, aunque no deseaba alejarme mucho para
estar pendiente de lo que sucedía con Tess, pero, si seguía un minuto más en
ese hospital, volvería a cometer errores y ya estaba cansado de cagarla.
—Sí, su hermano no quiere que nos movamos de aquí y, para ser sincera,
yo tampoco, pero, como comprenderás, ella no tiene ganas de seguir en este
lugar.
Comprendía que quería irse por la misma razón que yo quería hacerlo y,
aunque le debía una disculpa a Alice, no era el mejor momento para dársela,
porque verla significaba revivir todo lo que necesitaba olvidar, así fuera por
un minuto.
—Voy a conseguirles un lugar para que se queden y estén protegidas —
prometí.
—Gracias, Eli…
—No, Hanna. No me llames así —la corté. Quise hacer eso mismo en
aquel pasillo (pedirle que no me llamara por mi nombre), antes de que todo
se fuera a la mierda, pero no hubo oportunidad.
—Pero es tu nombre, ¿no?
—¿Escuchas a los demás llamándome por él? Y no cuentes a mis padres.
—Sus mejillas se enrojecieron ante mi señalamiento, y exhalé un suspiro—.
Solo no me llames así, ¿de acuerdo?
—Por supuesto, Sombra.
—Hanna —advertí, y ella se encogió de hombros.
—Yo lo conocí a él, ¿no? —satirizó, y apreté los labios al querer reírme
cuando noté su enojo.
—Harás que me metan a la cárcel si me llamas así —le recordé, y eso la
preocupó.
No habíamos tenido tiempo para hablar sobre lo que me llevó a ser
Sombra y por qué no pagaría por mis mierdas en la cárcel, pero le expliqué
lo suficiente y ella lo entrelazó con lo poco que supo antes de mí para
hacerse una buena conjetura.
—Sabes que jamás haría eso, tonto.
Sonreí de lado, estábamos a punto de llegar al ascensor, aunque antes
debíamos pasar por otro pasillo, y al estar cerca escuchamos unas voces,
una discusión en realidad, entre las personas a las que menos quería
encontrarme.
—Entiendo tu molestia, pero… ¡por Dios, Alice! Comprende tú que nada
de eso habría sucedido si ustedes ya hubieran estado juntos. —Isabella se
escuchó con mucho hastío al aclararle eso a la otra rubia.
La que estaba a mi lado en ese momento alzó una ceja por lo que
escuchó.
—¡¿Y por qué decirlo entonces, Isabella?! —gritó Alice, y la Castaña
bufó exasperada—. ¡No te hagas la buena porque está claro que lo único
que querías con eso era dañar!
—Alice, cálmate, por favor —pidió Elliot, y Hanna rodó los ojos.
Ella y Alice acababan de conocerse, pero ambas se cayeron bien y, al
parecer, ser mujer la haría ponerse del lado de su nueva amiga sin importar
razones.
—¡Que me calme y una mierda! —gritó Alice, y se sintió bien no ser el
receptor de su furia esa vez—. Los dos son iguales, unos egoístas a los que
les importó un carajo el daño que causarían con tal de quitarse las ganas.
Porque sí, tú y yo no tenemos nada oficial, pero ya conocías mis
sentimientos, lo que me pasaba contigo, lo que quería.
—Alice…
—¡No me toques! —Negué con la cabeza en el momento que Hanna
quiso apresurar el paso y apoyar a Alice, al escucharla quebrarse luego de
exigirle tal cosa a Elliot—. No esperaba que respetaras a Sombra, Isabella,
pero, como mujer, tampoco esperé que me hicieras esto a mí cuando sabías
lo que yo ya sentía por Elliot.
Ni Isabella ni el malnacido pudieron decir algo referente a lo que Alice
les reclamaba, porque ella, a diferencia de mí, les estaba demostrando
cuánto la dañaron entre lágrimas.
—No sé por qué te quejas de LuzBel, Elliot, cuando está claro que eres
peor que él.
Perfecto. Alice era la primera chica con esa opinión con respecto a
nosotros. Y en ese momento se sintió bien.
—No pensarías eso si lo conocieras como yo —lo defendió Isabella, y
tensé la mandíbula, ralentizando el paso.
—Y deberé creerte, ¿no? Porque tú puedes comparar con hechos a ambos
primos —desdeñó Alice—. ¿Qué te gusta más de ellos, Isabella? ¿Que sean
unos hijos de putas, o cómo follan?
—Isa, no —pidió Elliot, y supuse que la Castaña intentó irse sobre Alice,
ante su provocación.
—Te mueres por saber lo que me gusta, ¿eh? —siseó White como una
víbora desesperada por matar con su veneno—. Sus perlas, Alice. Esa
joyería que ambos tuvieron en común y que tanto extrañé.
—Me cago en la puta —gruñí con la furia, y los celos reverberando de
nuevo en mi interior, al escuchar esa declaración.
—¡Hey, no! ¡No, no, no! —suplicó Hanna en voz baja, y me tomó del
rostro al ponerse frente a mí, para impedir que avanzara hacia ellos. Mi
respiración era errática y comencé a ver todo rojo—. No le des más poder
sobre ti, Ángel. No permitas que te dañe más. —La tomé de la cintura para
apartarla, pero aferró más su agarre en mis mejillas—. Mírame, mírame,
mírame, por favor. Tú no mereces seguir cayendo por ella.
—¡Eres una zorra! —gritó Alice.
—¡¿Y me lo dice quién?! La chica que, incluso teniendo novio, también
cayó por las perlas de Elliot —satirizó Isabella—. Pero no te juzgo por eso,
pues me pasó lo mismo.
—¡Ya, maldición! ¡No más! —exigió Elliot para ambas—. Deja de caer
en las provocaciones, Isabella. Que no te importe lo que estén insinuando
de ti, porque solo tú sabes lo que has pasado. Así que basta ya con esto —le
demandó—. Y tú tampoco te pases, Alice, porque, así entienda que te
hemos herido, Isabella no es ninguna cualquiera para que le hables así; y no
merece que te ensañes de esta manera con ella cuando, en el momento que
cedió a algo que yo inicié, los dos estábamos solteros.
—¿Y eso le da el derecho a que nos restriegue en la cara que se acostó
contigo? Porque eso hizo con LuzBel. Y fue con toda la intención de
dañarlo, de provocar un caos. Y lo consiguió —aseveró Alice—. Y de paso
me llevó a mí entre las patas porque sabía muy bien que me enteraría de lo
que hicieron, y le importó una mierda. Así que perdóname si te molesta
tanto que le diga sus verdades en la cara.
—Alice…
—¡No, Elliot! ¡No más! Quédate con ella, total, es lo que siempre has
deseado.
Escuché que Elliot soltó una maldición, luego oí los pasos apresurados
de alguien, seguido de eso vi a Alice corriendo en dirección a nosotros. Iba
llorando, deseando desaparecer. Hanna me soltó al darse cuenta de ella, y
me miró mortificada, demostrándome que no quería dejarme a mí, pero
tampoco se sentía bien al dejar sola a Alice.
La rubia ni siquiera se detuvo con nosotros, continúo su camino como si
le hubieran prendido fuego y buscara agua para apagarse.
—Ve con ella —la animé.
—¿Estarás bien?
—Iré a casa.
—Prométeme que no caerás más —suplicó.
—Ve con Alice, Hanna —demandé yo.
Y no esperé respuesta de su parte, seguí mi camino, presintiendo que
todavía iba a encontrarme con los dos traidores, pero no quería detenerme.
Y no me equivoqué, Elliot estaba viendo el lugar por donde Alice corrió,
con las manos en la nuca, negando con la cabeza y maldiciendo. Isabella me
daba la espalda, tenía una mano en la cintura y la otra en la cabeza, en un
gesto que parecía de frustración y enojo.
Y cuando Elliot me vio caminar hacia ellos se irguió, de seguro
esperando a que volviera atacarlo. Sonreí de lado con suficiencia, aunque a
la vez entendí que Hanna tenía razón, no podía continuar dándoles poder a
esos dos. No tenía por qué seguir demostrándoles que me dolía lo que
hicieron.
No más, joder.
Estaba harto de ser el blandengue que se dejaba manipular por los
sentimientos. Quería volver a actuar como el hijo de puta al que todo le
importaba un carajo. Y no me interesaba, ya que eso me seguiría
manteniendo como el acostón ocasional de las chicas, que luego irían en
busca de un ideal como Elliot.
Al final era obtener placer sin complicaciones lo que siempre me
importó.
—¿Volveremos a la historia pasada? —preguntó Elliot cuando pasé a su
lado sin perder mi tiempo con él. Isabella se giró al escucharlo, y fue claro
que contuvo la respiración al darse cuenta de mi presencia—. ¿Ambos
cuidándonos las espaldas el uno del otro?
Me detuve a unos pasos de Isabella, su pecho no había bajado, señal de
que seguía conteniendo la respiración, y eso me hizo alzar un lado de mi
boca con burla y frialdad.
—Despreocúpate de eso —le respondí gélido, mirándola a ella—. Tengo
cosas más importantes por resolver que ensuciarme las manos contigo por
nada. —Isabella tragó con dificultad al entender que la estaba degradando
—. Al final solo recuperaste lo tuyo, primo. Un poco usado por mí, sin
embargo —añadí con mi sonrisa más grande en ese momento.
—¡Hijo de puta! —escupió Isabella con los dientes apretados.
Se fue sobre mí, pero Elliot logró contenerla y la tomó de la cintura para
alejarla todo lo que le fue posible, diciéndole algo en voz baja que no pude
escuchar.
—Ella ya sabía a mí cuando te la tiraste —seguí, haciendo que White se
sacudiera entre los brazos de Elliot para llegar a mí y matarme—. Y, lo que
sea que te hizo al follar, lo aprendió conmigo.
—No, Isabella —largó él, y la arrastró lejos de mí.
—¡Te odio, malnacido! —chilló ella.
—Y eres correspondida, Pequeña —zanjé yo, llamándola como cuando
fui Sombra, sintiendo el regocijo que de seguro la embargaba a ella cuando
tiraba su veneno.
Miré cómo Elliot la alejaba de mí, ampliando mi sonrisa en el instante
que sus ojos miel se conectaron a los míos, demostrándole con eso que le
daría motivos verdaderos para que me detestara.
Traté de respirar lo más hondo que pude y soltar el aire con lentitud, pero
cuando los ojos me ardieron, por las lágrimas queriendo desbordarse de mis
ojos, y el labio me tembló, tuve que morder el cuero de la manga de mi
cazadora para no gritar por el enojo y la decepción que bullían en mi
interior.
«Eres zorra porque quieres».
«Me. Das. Asco».
«Al final solo recuperaste lo tuyo, primo. Un poco usado por mí, sin
embargo».
«Ella ya sabía a mí cuando te la tiraste. Y, lo que sea que te hizo al
follar, lo aprendió conmigo».
¡Dios! Ni con los auriculares en mis oídos y la música a todo volumen
dejaba de escuchar esas palabras.
Ardía de la furia al recordarlo diciéndome cada cosa, al revivir el
momento en que sus ojos grises me miraron con asco de verdad. En el que
sus palabras me hirieron como dagas de doble filo. Me corroía la vergüenza
por haberme enamorado por segunda vez de él, porque lo creí diferente
detrás de esa maldita máscara.
Me hizo creer la mentira. Tan fácil como convencer a un niño
ofreciéndole dulces, caí.
«¡Jesús, Colega! Después de todo, el amor sí era el diablo».
Mi conciencia hizo ese señalamiento por la canción con la que estaba
intentando silenciar las declaraciones de LuzBel. Y coincidí con ella. El
amor era el maldito diablo y no podía explicar ¿cómo sus palabras hacían
mierda mi cerebro?
«Porque el amor era el diablo cegado por el odio, chica».
—¡Puta madre! —grité, y comencé a golpear el capó de mi coche, pues
me encontraba en el estacionamiento privado y subterráneo del hospital.
Ronin me había llevado ahí, cuando le supliqué que me sacara de aquel
piso en el que me rodeaban Grigoris y Sigilosos, además de la familia Pride
y Hamilton.
Mi compañero se mantenía cerca, pero dándome mi espacio para que
pudiera derrumbarme sin tener que pasar por otra vergüenza. Y si ya antes
me sentía como de cien años a causa de las miles de toneladas de lágrimas
que derramé, después de ese momento, llegaría a los doscientos. Aunque
rogaba que, así no fuera por mucho tiempo, consiguiera estar bien.
Sin embargo, en el momento que seguí golpeando el capó, ya no fueron
solo las ofensas de LuzBel las que se repitieron en mi cabeza, también su
declaración sobre Amelia esperando un hijo suyo; a Hanna recordándole el
tiempo que pasaron juntos en esa habitación y la cercanía que existía entre
ellos.
¡Maldita sea! ¿Por qué tenía que doler tanto? ¿Por qué, incluso sabiendo
mi valor, me sentía inferior? ¿Por qué pensaba en que no era suficiente para
él cuando era obvio que le quedé grande? ¿Por qué, joder? ¿Por qué esa
inseguridad se apoderó de mí?
—¿Por qué quiero estar en el lugar de ella cuando te odio a ti de esta
manera? —le pregunté a la nada, dándole un golpe más al capó, y sintiendo
que ya eso era insuficiente.
Estaba cansada del dolor en mi corazón, por eso quería el físico. Así que,
dado que golpear el metal se sentía como nada, me fui hacia el pilar de
cemento y hierro que estaba a unos pasos del coche y apreté los puños,
dispuesta a quebrarme los huesos de la mano si hacía falta. Le puse varios
rostros a la estructura, y las ganas de hacerlos pedazos incrementaron, pues
eran los culpables principales de que estuviera en esa situación.
—¡No, Isabella! —me gritaron y cogieron de la muñeca.
La persona que se atrevió a eso llegó por mi espalda y su estatura le hizo
fácil detenerme. Y al mirarlo sobre mi hombro lo reconocí y fulminé con la
mirada.
—Le pedí a Ronin que me sacara de aquel piso porque no quería que
nadie me interrumpiera, Fabio —largué, escuchando mi voz más ronca.
Uno de los auriculares cayó de mi oído por culpa de su acción.
—Sí, me lo advirtió.
—Suéltame —pedí.
Ya había intentado zafarme de su agarre, pero él no lo permitió,
demostrándome una vez más que sabía cosas que no se aprendían en clases
de defensa personal.
—¿Vas a intentar molerte los nudillos con ese pilar?
—No, joder.
—¡Sí lo hará! —gritó Ronin a varios pasos de distancia.
Lo busqué con la mirada y él se encogió de hombros.
—¡¿Qué acaso no fui clara con mi orden?!
Le había pedido que no permitiera que se acercaran a ese
estacionamiento.
—Dijiste ningún Grigori —debatió.
Gruñí, y de soslayo noté a Fabio sonriendo.
—Suéltame —volví a pedirle.
No quería pasarme con él porque era consciente de que no tenía la culpa
de mi estado, pero por tratar de calmarme se estaba metiendo en una
situación que me comprometería y avergonzaría luego en partes iguales, ya
que en ese momento deseé desquitarme con él lo que solo debía cobrarle a
LuzBel.
—Vas a hacerte daño.
—¡Que no te importe, Fabio! —Mi voz se quebró en ese grito, y me odié
—. Solo vete, déjame sola.
—Desahógate conmigo.
—¡¿Es que no entiendes que para desahogarme necesito despedazar
algo?! ¡¿O a alguien?! —largué, y el nudo en mi garganta comenzó a
ganarme la batalla.
—Entonces no te detengas, no me tengas lástima.
—¡Joder, Fabio! —grité.
Hice un movimiento de Taijutsu con el que conseguí zafarme de él,
siendo muy fácil, ya que estaba desprevenido. O al menos eso me pareció.
Retrocedió en cuanto arremetí en su contra queriendo demostrarle su error,
pero me sorprendió cuando me devolvió un ataque utilizando la misma arte
marcial con la que pretendí asustarlo.
—¿Impresionada, guerrera?
«Oh. Santo. Dios».
Sí, mi conciencia parafraseó lo que yo pensé ante la pregunta de Fabio,
pero no fue el cuestionamiento en sí lo que me dejó sin palabras, sino la
seriedad en él, y a la vez la burla con la que me habló. Era como si su
enigma se hubiera fusionado con el desdén y el orgullo que escondía en su
fachada de médico. La cual no llevaba en ese momento, ya que vestía
casual, luciendo como un ejecutivo de poder, un CEO de mis empresas; y
no como el doctor con la capacidad de mantenerme con vida.
—Intrigada —admití, y volví a atacarlo.
Me esquivó con facilidad, como si esos movimientos en él fuesen
innatos. Y, al confirmar que sí se podía defender, lo ataqué sin lástima como
pidió, pero comenzó a frustrarme que únicamente me evitara.
—Golpéame —exigí.
—Uf, chica ruda —señaló, y tragué al notar la sonrisa que él quiso
disimular—. Pero siento desilusionarte con esto: no golpeo a una mujer si al
final no terminaré haciendo que se bañe en sudor, exhausta, complacida y
muy feliz.
«Oh. Bendito. Jesús».
Me sonrojé, me distraje, y él lo aprovechó al arremeter contra mí,
llevando mis manos hacia atrás, empotrándome boca abajo sobre el capó
del coche, como si fuera un oficial apresándome por mis actos delictivos.
Y muy enfurecido además, ya que, mientras me sostenía con una mano
los brazos en mi espalda, la otra la colocó en mi cabeza, consiguiendo que
mi mejilla se fundiera un poco con el metal.
«Santa mierda».
Mi conciencia estaba más que estúpida, yo solo un poco. Por lo que no
me rendí y conseguí tomar una pequeña ventaja, en el momento que
sorprendí a Fabio al acercar mi culo a sus caderas. No lo hice por ofrecida o
porque lo deseara, se debió más bien a que, sensei Yusei, me instruyó para
que utilizara todas las ventajas que las mujeres teníamos sobre los hombres.
Y Fabio, por muy serio que fuera a veces, correcto, enigmático y
apartado, seguía siendo hombre y, al parecer, con las mismas debilidades de
los demás.
«Pero más listo».
También lo comprobé cuando, luego de erguirme, él me cogió de las
manos, entrelazándolas en ese momento por encima de mi pecho y luego
rodeándome con un brazo, sosteniendo mi frente con la palma, para
presionar la parte de atrás de mi cabeza a su hombro, por si intentaba
golpearlo con ella. Sus extremidades eran como bandas de acero
apresándome.
¡Maldición!
Ya había notado que por debajo de su ropa era un hombre atlético, sin
embargo, los músculos que me dejó sentir en sus brazos y pecho con ese
agarre, y la manera de luchar, me confirmaron que no solo era eso, sino
también un guerrero. Y uno con mucha destreza.
—Ya te he hecho sudar —señaló lo obvio—, y jadear. —Su aliento
caliente rozó mi cuello y tuvo el efecto de estremecerme como si hubiera
estado frío.
—Pero no estoy exhausta, tampoco satisfecha, y mucho menos feliz.
—Vamos por partes.
Me sostuve con las palmas sobre el capó cuando me soltó, y retrocedió,
provocándome un leve impacto, porque sucedió muy de pronto. Lo miré
sobre mi hombro y lo encontré sonriéndome de lado y, a diferencia de mí, él
no estaba jadeando.
—Demonios —susurré al inclinar la cabeza y mirar el metal del coche,
tomé una respiración profunda y cerré los ojos, sintiendo un poco de paz.
Me di cuenta en ese instante que le mentí, pues me hizo sudar, me dejó
exhausta y, de paso, me ayudó a obtener un poco de tranquilidad.
—Esta guerra que estás librando es con tu corazón, Isabella. Porque estás
enojada contigo misma —señaló minutos después.
Me di la vuelta y exhalé por la boca, apoyando las pompas en el coche,
mirando a espaldas de Fabio a un Ronin bastante entretenido con lo que
presenció.
—¿Por qué estás aquí? —le pregunté a Fabio dejando de lado su
señalamiento.
Estaba de pie a unos pasos, con las piernas un poco abiertas y las manos
en los bolsillos.
«¿Será que quería esconder algo que tú despertaste luego de restregarte
en su pelvis?».
Ignoré esa pregunta.
—Vengo de mi hotel y me estaciono al otro lado —explicó, señalando
con la cabeza la otra parte del estacionamiento privado—. Te vi aquí,
queriendo destruir el coche. Me acerqué para ver si podía ayudarte en algo
y tu escolta me advirtió que mejor no lo intentara. Pero supongo que ahora
está feliz de no haberme detenido.
—Y mucho. —respondió Ronin—. Pretendía acercarme yo, pero, luego
de todo lo que la he visto hacer en ese piso, creí prudente que primero se
desahogara con algo inanimado.
Era la primera vez en el día que me reía de verdad, porque, así mi
compañero fuera un entrometido, junto a Fabio me estaban demostrando
que no todo tenía por qué ser oscuro, profundo o asfixiante.
«Y que no tenías por qué desear estar en el lugar de otra, cuando bien
podrías confirmar a qué se refería ese médico con golpear a una mujer para
luego darle un final feliz».
Estabas bien estúpida, si siquiera creías que me acercaría a él de esa
manera.
—¿Te sientes mejor?
—Sí. Me ayudaste a ganar una batalla en esta guerra conmigo misma —
le respondí a Fabio, y asintió satisfecho—. Por cierto, te debo una disculpa
por lo que tuviste que pasar antes.
Me refería a cuando tuvo que intervenir en la pelea de LuzBel y Elliot. Y
estaba segura de que él lo entendería.
—No voy a meterme en nada personal entre ustedes, pero sí quiero
decirte que ambos están interpretando las cosas como los demonios en sus
cabezas quieren. Y les otorgan demasiado poder cuando fácilmente pueden
resolverlo todo, hablando como personas civilizadas.
—No ignoro eso, Fabio. Y te juro que quise intentarlo, tuve la intención
de escucharlo, pero lo encontré en ese pasillo con su amante, diciéndose
cosas que lograron que los celos me ganaran. Luego vinieron más
confesiones para las que no estaba preparada.
—Tengo entendido que ella no es su amante —manifestó con
tranquilidad, mostrándose seguro.
—No escuchaste lo que yo sí. Además, así ella no lo sea, no borra el
hecho de que embarazó a la mujer que más daño me hizo, Fabio. —Alzó las
cejas con sorpresa—. ¿Ahora lo entiendes? LuzBel sabía que todo lo que
hiciera con Amelia me destruiría, y aun así lo hizo.
—¿Él te dijo que la embarazó? —indagó con mucha intriga.
—Me dijo que la protegió porque está embarazada y, cuando le cuestioné
si el bebé era suyo, me sugirió que no preguntara lo que no quería escuchar.
«Como tú le habías sugerido antes».
Sí, porque la confirmación no necesitaba ser vocalizada.
—Y yo que creía que los demonios en mi cabeza eran peores que los de
las personas mentalmente sanas —satirizó, y lo miré sin comprender.
—¿A qué te refieres? —Sacudió la cabeza en negación, y dio un paso
hacia mí.
—Cuando decidan hablar, ambos se darán cuenta de que pudieron
ahorrarse todo este dolor si en lugar de actuar como polos iguales, que
provocan destrucción y no atracción, hubieran actuado como dos personas
que evidentemente sienten mucha pasión el uno por el otro. Y que se
mueren por volver a estar juntos.
—El sexo no lo es todo —declaré.
—Perdón por el atrevimiento —alcé la mirada para verlo a los ojos en
cuanto dijo eso—, pero te aseguro que si LuzBel, en lugar de haberse
puesto a reclamar cosas en aquella habitación a la que te arrastró, te hubiera
follado hasta sacarte el coraje a través de los orgasmos, entenderías que, si
bien el sexo no lo es todo, a veces es el mejor camino hacia la paz.
Perdí la capacidad de respirar, cohibiéndome porque Fabio me dijera ese
tipo de cosas con tanta soltura. Demostrándome lo orgánico que era para él
hablar de follar, haciéndolo ver como si se tratara de algún procedimiento
médico para mejorar la salud, pero aportándole con su tono sugestivo una
carnalidad para la que no estaba preparada.
«Probablemente te dijo eso porque como médico sabía que, en la edad
media, sus colegas le quitaban la histeria a las mujeres a través de los
orgasmos. Y a ti, amiga, te hacían faltan unos cuantos».
¡Por Dios!
—Tómalo en cuenta tú para cuando vuelvan a enfrentarse —sugirió—. O
toma la iniciativa y hazle el amor en lugar de la guerra.
«¡Por el amor de Dios! ¿Por qué ese consejo se sintió como una
provocación?».
No tenía ni la más remota idea.
Estaba dispuesto a follar a Hanna y ella muy disponible para mí, pues le
daría algo que venía deseando desde la primera y última vez que estuvimos
juntos. Pero, a pesar de los deseos de ambos por irnos directo al grano, la
rubia me incitó a que le contara esa historia que le prometí. Y lo hice, le
narré mi vida, la del hijo de puta que siempre fui antes de que una bruja de
ojos miel se cruzara en mi camino.
Entre la charla me acompañó con la bebida. Y cuando llegué a una parte
sexual de mi historia, ella comenzó a quitarse la ropa, dándole una imagen
clara a mis palabras, interpretando su papel y provocándome a que
inventara cosas solo para comprobar si se atrevería a hacerlas.
—Derramó el whisky en su ombligo y me incitó a que lo bebiera desde
ahí —susurré y, con una sonrisa ladina grabada en el rostro, se sentó en la
mesa, echó los hombros hacia atrás y se apoyó con una mano en la
superficie de madera, para obtener una inclinación perfecta y provocativa,
luego derramó un poco del licor justo donde yo narré.
Tenía los pechos desnudos y se había quedado en bragas. Sus pezones
marrón claros estaban endurecidos luego de bañarlos con el licor, y notaba
el brillo pegajoso en la piel de su cuello y en partes del abdomen y las
piernas, pues ya antes el whisky la había besado por mí.
—Me haces tirar el licor, LuzBel —señaló con picardía, ya que no me
vio con intenciones de lamerlo.
—Ya he bebido mucho —le recordé.
Era verdad, me sentía más allá de borracho porque la botella en su mano
era la segunda que nos bebíamos. O al menos yo sí lo hice.
—Entonces voy a beber yo, desde tu cuerpo —avisó, y se puso de pie
para acercarse a mí.
Dejé que me quitara la camisa y desabrochara mi vaquero, luego volví a
acomodarme en el sofá con los brazos apoyados a cada lado del respaldo, y
abrí las piernas, obteniendo una posición desenfadada, mirándola sonreír en
el momento que comenzó a derramar el whisky en mi pecho para después
lamerlo, jugueteando con los piercings en mis tetillas con la punta de su
lengua.
Cerré los ojos para disfrutar de su atención, escuchando su respiración
excitada, sintiendo la calidez de su boca en mi piel y… ¡Me cago en la
puta!
El corazón se me aceleró compitiendo con mi respiración. De un segundo
a otro mi deseo había aumentado en sobremanera y me removí porque, a
pesar de sentir placer por lo que me hacía, también experimenté una
incomodidad bastante desagradable y una presión en mi pecho que subió de
inmediato a mi garganta.
—Justo así, dejas de lucir como la dulce Hanna —señalé sin detenerla,
queriendo hacerme del control de mis sensaciones. Y, de alguna manera que
no comprendía, pensé en que yo mismo me estaba obligando a continuar
con el encuentro.
—Es lo que pasa cuando te enamoras del lobo —admitió con una sonrisa
sensual—. Dejas de ser la Caperucita inocente.
Ignoré su declaración sobre lo que le pasaba conmigo y la miré atento
cuando bajó la cremallera de mi vaquero y luego liberó mi polla, ambos
descubriendo que la punta brillaba con exageración por el líquido
preseminal acumulado.
—¿Y tus perlas? —inquirió.
El deseo hacía que sus ojos verdes brillaran y su voz bajó una octava.
—Cuando tengas mi polla adentro de ti, no las extrañarás —respondí sin
querer recordar la razón por la que me las quité—. ¿Estás segura de seguir?
Porque este lobo no está enamorado de la Caperucita —añadí, pues debía
serle claro. Antes de responderme, me cogió el falo y bombeó con suavidad.
El placer corrió en forma de electricidad por toda mi columna,
apretándome las bolas y obligándome a morderme el labio para no jadear,
pues lo que ese toque de Hanna me provocó fue tan sorprendente que no se
sintió real.
—Me basta con que esta vez sepa a quién le hará el amor. —Bufé una
risa, y la tomé de las mejillas con una mano, antes de que se metiera mi
glande en la boca para chuparlo.
—No confundas esto con hacer el amor —demandé.
Me respondió dando una suave lamida en la corona de mi polla, y tragué,
porque de nuevo el placer fue tanto que, sin pretenderlo, me transportó a
aquella celda, luego de matar a Caron, cuando Amelia me demostró que
podía hacer que me corriera sin siquiera tocarme.
Aunque Hanna me regresó al presente y consiguió que mi respiración se
volviera errática, en el instante que introdujo más de mi falo en su boca,
succionando con timidez, pero con hambre a la vez.
—Espera —le pedí entre jadeos, y recosté la cabeza en el respaldo del
sofá, cerrando los ojos, tratando de respirar.
Ella no se detuvo, ya que vio mi acción y creyó que quería detenerla
porque no soportaría las ganas de correrme, no obstante, no se trataba de
eso. Quería que parara porque mi cuerpo anhelaba ese placer, pero no mi
mente, y menos mi corazón.
La culpabilidad por lo que hacía se hundió en el medio de mi pecho
como una daga que no me dejaba respirar sin sentir dolor. Y el odio hacia
mí mismo creció, junto a ese placer que comenzó a asquearme porque no
mierdas lo quería.
—No, Hanna. Detente —ordené cuando reuní toda mi fuerza de
voluntad.
La tomé del cabello para que se apartara de mí, y me miró asustada, pues
no entendía mi reacción.
—¿Qué sucede, LuzBel? ¿Hice algo mal? ¿Te lastimé? —preguntó con
evidente preocupación.
Tragué con dificultad, enfurecido a la vez conmigo mismo por haber
permitido que llegáramos tan lejos, ya que nunca inicié ese encuentro
porque quería estar con ella. Lo hice simplemente por despecho, porque me
hirió lo que Isabella me dijo, pero más lo que hizo. Sin embargo, mediante
avanzábamos con Hanna, me sentía menos convencido de seguir por ese
camino, aunque el alcohol y el orgullo no me dejaron ceder.
Hasta que mi cuerpo necesitó lo que mi mente rechazaba. Y la
impotencia de no conseguir dominarme a mí mismo me hizo sentirme
saboteado, despojado de mi libre albedrío. Y me odié porque juré que no
permitiría volver a estar en ese punto y no cumplí.
No pude cumplirme a mí mismo.
—No, pero no puedo seguir —le respondí a Hanna, y me puse de pie,
acomodándome la polla dentro del bóxer.
—¿No lo disfrutabas? —indagó, manteniéndose de rodillas en el suelo.
«Mi cuerpo sí, pero no mi cabeza, y menos mi maldito corazón».
—Es complicado —le respondí a Hanna, sin el valor suficiente para
admitir en voz alta que me estaba obligando a consentir lo que hacíamos.
Ella se abrazó a sí misma, de seguro sintiéndose usada, y por mi
experiencia sabía que eso era una mierda.
—Entiendo. Es por ella —aseguró con amargura.
—Necesito tomar una ducha y descansar un poco. Si quieres asearte tú,
en el baño de visitas encontrarás lo que necesites —ofrecí evitando darle
largas al señalamiento que me hizo.
—¿Puedo tomar una ducha también?
—Por supuesto. Y, si quieres lavar y secar tu ropa, encontrarás la
lavandería al fondo. —Señalé con mi cabeza el pasillo que debía seguir.
Su ropa se había mojado con el whisky, por eso la animé a que hiciera lo
que necesitara para volver a estar limpia. Seguido a eso, me encaminé hacia
mi habitación, sintiéndome pésimo conmigo mismo, más que con ella.
—¿LuzBel? —me llamó, y la miré sobre mi hombro—. No hacíamos
nada malo, ¿cierto?
—Supongo que tú no —dije sincero.
Terminé de entrar a la habitación y al estar ahí me tambaleé un poco, por
lo que decidí tumbarme en la cama, boca abajo. El aroma de Isabella me
envolvió en un santiamén y maldije porque bebí y me drogué hasta el punto
de la estupidez para sacármela de la cabeza, pero ella, sin pretenderlo,
siempre encontraba la manera de mantenerse ahí.
Inhalé hondo para llenarme más de su aroma, lo que me llevó a sentirme
más mierda por lo que hice con Hanna, pues en mi despecho pretendí
devolverle la estocada a Isabella, quería sentir lo que ella aseguró que sintió
con Elliot. Sin embargo, la cagué en el intento porque lo único que yo
experimenté fue un placer superficial y mucha culpa.
Aunque ahí en la soledad de mi habitación también terminé de
comprender que mi culpabilidad no se debió únicamente a que iba a fallarle
a esa Castaña, a pesar de que ella me falló a mí, sino a que de verdad no
pude controlar ese placer que experimenté con los toques de Hanna, y
menos cuando comenzó a chupármela, pero tampoco conseguí apaciguarlo
y volver a sentirme despojado de mi propia voluntad no me hizo ni puta
gracia.
Y esa vez no culparía a Amelia, y a la mierda que puso en mi cabeza, ya
que podía jurar que la chica en ningún momento me obligaría a sentir placer
estando con otra mujer que no fuera ella, puesto que, a excepción de su
demostración meses atrás, jamás volvió a apremiarme utilizando el
dispositivo, ni para castigarme, y menos por conseguir su propia
satisfacción.
Además de que todavía no habían confirmado que era libre, lo único que
le daría la posibilidad de volver a hacerse con el mando con el que lo
controlaba. Uno que solo ella sabía dónde estaba, por lo poco que pude
averiguar luego de que me lo colocó.
Cuando el mareo por fin mermó y terminé con la cama deshecha, porque
no lograba obtener una posición cómoda, decidí ir a tomar una ducha al
baño privado. Quería espabilarme para volver al hospital y ver cómo estaba
Tess, en lugar de seguirla cagando.
Al salir de la ducha me encontré a Hanna en la habitación y fruncí el
ceño. Ella cubría su desnudez únicamente con una toalla igual que yo, y sus
mejillas se sonrojaron.
—¿Qué haces aquí? —cuestioné con la voz más dura de lo que pretendía
sonar.
Pude haber querido follarla, pero esa habitación no era lugar para que
ella estuviera. Ni siquiera mi jodido apartamento lo era, así que no me
agradó encontrarla ahí.
—Toqué varias veces y me preocupé porque no respondiste, por eso
entré —explicó.
—¿Creíste que me encontrarías muerto por sobredosis? —satiricé, y su
mirada avergonzada me dijo que sí—. No te preocupes, no es la primera vez
que estoy drogado.
—Pero sí dolido. —La miré serio por el señalamiento tan acertado—.
Escondes tu corazón con la rabia, ¿no? Al menos cuando estás a su
alrededor.
—No lo escondo. Está congelado —mentí, y ella soltó un suspiro.
—¿Qué te hizo que te destruyó de esta manera, LuzBel? —indagó—. Sé
que puedes decir que no me importa, pero te equivocas porque sí lo hace. Y
mucho —aseveró en cuanto pasaron varios minutos y yo no le respondí—.
Nunca te vi tan mal cuando estuvimos en manos de esas ratas, y mira que
vivíamos en el infierno. Sin embargo, tenías esperanzas. En cambio, ahora
te comportas como si quisieras hundirte cada vez más. Como si ya nada
vale la pena. Y es ilógico porque al fin eres libre y estás con tu familia.
«Antes la tenía a ella», pensé.
—Nada ha sido como supuse que sería al volver —acepté—. Todos
siguieron adelante, Hanna. Yo en cambio me quedé estancado.
Era la primera vez que hablaba de eso. Y solo ella me inspiró la
confianza para aceptarlo en voz alta, porque de todas las personas a mi
alrededor había sido la única en preocuparse realmente por cómo me estaba
volviendo a readaptar, a la que tendría que ser mi verdadera vida.
—Sí, a veces cometemos el error de idealizar lo que queremos. Y cuando
las cosas no resultan ser como lo esperábamos, nos decepciona, pero eso no
significa que los otros estén mal, Ángel. Simplemente tenemos que ver las
cosas de diferente perspectiva.
Estaba seguro que, desde la perspectiva que fuera, el que la Castaña se
hubiera acostado con Elliot seguiría sintiéndose igual de mierda.
—¿Tú has estado con alguien más después de mí? —Frunció el ceño por
mi cambio de tema repentino.
Pero no fue un cambio para mí, iba en el mismo hilo de lo que
hablábamos, aunque ella no lo comprendiera.
—No —respondió segura—. Prefiero el recuerdo de lo que sucedió
contigo, aunque haya pasado lo que pasó con ese maldito —confesó, y la
observé.
Se había llenado de rabia al recordar lo que Lucius le hizo, pero ya no
pareció tan afectada por eso. Estaba tratando de sobrellevarlo, y me
satisfizo su determinación.
—Te prestaré una de mis camisas mientras tu ropa está lista —propuse
de pronto, deseando acabar el tema que manteníamos.
Asintió sin rechistar, reiterándome que todo era fácil con ella. Nunca
ponía un pero y eso me gustaba y aburría a la vez. Y cuando salimos juntos
de la habitación, para darle una de las playeras que vi antes metidas en cajas
en el cuarto de visitas, entendí la razón de pensar así, pues la mujer que
consiguió que todas las demás me parecieran aburridas estaba ahí,
viéndonos como si fuéramos los monstruos que le aterraban, imaginándose
las cosas que debieron pasar entre la rubia y yo.
Mierda.
Esa reacción en Isabella era la que quería provocar; que me encontrara y
viera con sus propios ojos que seguí su consejo, fue con lo que fantaseé
cuando me obligué a seguir adelante con algo tan absurdo. Pero, cuando
entré a la habitación después de pedirle a Hanna que se fuera, antes de que
la Castaña la matara por algo de lo que no era culpable, entendí que verla
tan herida porque la incité a creer en mi mentira no me satisfacía.
Además de que, con cada cuchillada que yo le asestaba, ella me devolvía
una doble. Su presencia despertó a mis demonios adormecidos por la droga
y el alcohol, y juntos anhelamos follarla con la furia y los celos que nos
provocó por haber estado con otro. Quería experimentar el placer natural
entre sus piernas, penetrarla mientras la obligaba a mirarme a los ojos para
que no tuviera la osadía de imaginarlo a él.
Quería que Isabella viera en los míos que, por más que me obligaba, no
podía sentir asco de ella como lo aseguré. Que fracasé en mi intento de estar
con otra porque la tenía a ella tatuada en mis huesos, porque cada latido de
mi puto corazón parecía bombearme su vida, no la mía.
Pero entonces dejó caer sus escudos y, al verla llorar, comprendí que
llegamos demasiado lejos, que nos dañamos de mil maneras que no podían
superarse tan fácil. Y ella me lo confirmó al utilizar las palabras de aquella
canción que de alguna manera se convirtió en nuestra, la noche que
experimentamos un momento único e inolvidable.
Aunque en ese instante, la letra de Apologize se convirtió en lo peor. Por
eso no la detuve cuando se marchó. Por eso dejé ir a mi chica inocente
convertida en una femme fatale, a mi ángel obligada a ser una diabla.
Y cuando salí de la habitación minutos después, todavía encontré a
Ronin en el apartamento, cerca del reproductor. Vi que le dio reproducir a
una canción y sonreí irónico al identificarla.
Lost the game.
—Perdiste el juego, Tinieblo idiota —sentenció al caminar hacia la
puerta.
No le dije nada, simplemente me quedé ahí, dándole la razón en mi
mente.
Al principio no comprendí por qué esa pregunta, pero tras unos minutos
imaginé que Eleanor debió hablarle también de mi embarazo y las cosas
que pasé en ese estado. De seguro ya le había dicho que incluso nacieron el
mismo día que él, y por un momento deseé haber podido ver su rostro al
enterarse.
Era obvio, pero no quise quedarme solo con la respuesta que di a su
pregunta. Y tampoco le mentí, con los niños preparamos un pie de limón
esa tarde y a todos nos encantó cómo quedó.
«Oh, padre».
La punzada de placer en mi entrepierna debió haber sido producto del
sake, porque me negaba a que fuera por esa respuesta que me dio. No
quería que él siguiera teniendo ese control sobre mi cuerpo y sensaciones
incluso estando lejos.
Tras digitar eso me quité la ropa porque el calor que sentía era
insoportable. Y pensé en quedarme en ropa interior, pero no confiaba en mi
autocontrol, así que me puse un pijama de pantaloncillo corto.
Puta madre.
Reviví esos momentos, recordé su sonrisa comemierda porque amaba
que lo retuviera. Lo imaginé cuando sacaba la punta de la lengua y la
arrastraba de abajo hacia arriba en mi raja sin dejar de mirarme, luciendo
ese piercing, jugueteando con él en mi capullo de nervios.
Mierda.
Que me hiciera recordarlo como Sombra fue una jugada muy astuta de su
parte. Una en la que no pude evitar pensar en sus manos codiciosas
tocándome en aquel bosque, bañados por la lluvia, montándolo en su
motocicleta. Su boca fue demandante y sus palabras una promesa.
Sentí una gota de sudor recorriendo mi sien, y apreté los muslos ante el
recuerdo. También los dientes, porque odié no tener la capacidad de
bloquear su número, el móvil, para no seguir leyéndolo.
Una lágrima corrió por el rabillo de mi ojo izquierdo cuando sentí que
comencé a mover con suavidad mis caderas en círculos, tocándome justo
donde lo quería a él, por encima del pantalón corto y de mis bragas.
Y luego me envió otro mensaje que me hizo jadear y rendirme.
—Oh, Dios —gemí al pasar la palma de mi mano sobre mi clítoris, a
través del pijama, pensando en ese día, imaginándonos de nuevo allí.
No le respondí porque ya él sabía que todo lo que decía era así. Cada
cosa que me escribió fue porque comprobó cuánto me encantó. Y mi
entrada ardió y dolió, caliente y dulce por la necesidad de volver a sentir sus
perlas.
La humedad de mi coño mojó mis muslos, el sudor recubría mi frente y
de nuevo, como tantas veces entre sus brazos, me volví salvaje. La
avalancha de necesidad me inundó y la protuberancia a la que le daba
fricción con mis dedos se volvió más dura.
Demonios.
El latir acelerado de mi corazón parecía el galope de aquellos caballos en
la casa de playa de Fabio, cuando leí el mensaje de Caleb.
Le avisé a las chicas que pronto me marcharía, ellas ya estaban listas
para sus rondas nocturnas, pues era la manera en la que operábamos, para
que una cuidara la espalda de las otras en los descansos, mientras que Caleb
y Ronin se encargaban del exterior de la casa.
Había tomado una ducha antes, y me vestí con lo primero que encontré,
sin empeñarme en nada más que peinar mi cabello, ya que no tenía cabeza
para lucir especialmente bonita. Además de que mi intención no era
impresionar a nadie, sino buscar una solución que favoreciera a mis hijos.
Aunque, cuando me subí al coche con Ronin y viajamos en silencio a
nuestro destino, los nervios y mi ansiedad fueron incrementando, pues en
ese momento sí temía lo que iba a pasar con aquel hombre de lengua filosa
y mirada de hielo.
Pero tal cual aseguró Dominik: ya no había vuelta atrás.
«Volvería a suceder, Compañera. Como la catástrofe que eran juntos».
Capítulo 35
¿Quieres que me arrodille frente a
ti?
Isabella
Cuando Dominik me avisó que LuzBel había llegado a Italia con una
amiga, jamás esperé que fuera una pelinegra con el cabello enrollado en un
moño flojo y enfundada en una cortísima bata de seda blanca la que me
abriera la puerta.
—¡Al fin! —gritó al verme, y me abrazó, metiéndome a la habitación
como si temiera que volviera a irme.
—¡¿Laurel?! —entoné, pasmada de que fuera ella y no Hanna la que
hubiera llegado con LuzBel.
«Y también aliviada».
No lo podía negar.
Le devolví el abrazo a Laurel, dejando escapar el aire que contuve
cuando me dirigí a la habitación, imaginándome muchos escenarios. Incluso
había ido dispuesta a cortarle el polvo a LuzBel si hubiera sido Hanna la
que llegó con él.
Ronin intentó subir conmigo debido a eso, queriendo evitar una masacre.
Y no me dejó meterme al ascensor hasta que le prometí por mi vida que no
mataría a nadie.
—¡Dios, mujer! Has tardado demasiado —se quejó Laurel al apartarse de
mí.
En ese momento confirmé que ya no sentía celos de ella, ni desconfianza,
a pesar de que en el pasado se acostó con LuzBel. Y no era estupidez de mi
parte, más bien se trataba de la seguridad de que me podrían fallar los
planes, o las estrategias, pero jamás la intuición.
Y ya lo había confirmado cuando la vi meses atrás en el cementerio, pero
en ese momento creía que LuzBel estaba muerto, y eso podía influir.
—¿Sabías que vendría? —indagué.
—Dominik le envió un mensaje a LuzBel para avisarle que te dijo que él
estaba aquí, y que te dio la dirección del hotel. Pero no aseguró si vendrías
hoy, lo que puso a ese odioso realmente impaciente e insoportable —se
quejó—. Así que salió a despejarse porque aseguró que se sentía como un
león enjaulado y muy hambriento.
Me reí.
—¿Dominik solo dijo eso?
Hice la pregunta para tantear si mencionó lo que pasó con Daemon.
—Sí, no añadió más —confirmó, y exhalé un suspiro—. Por cierto, estás
guapa así, eh. Me encanta lo que hiciste con tu cabello y la moda italiana te
sienta bien. —Sonreí en agradecimiento.
Usé un vestido de algodón gris, largo, de tirantes finos y pegado al
cuerpo, y me calcé con unas zapatillas All Star blancas. No era nada del
otro mundo, simplemente ropa cómoda del día a día.
Me invitó a sentarme y me ofreció un poco de vino local, que acepté
porque necesitaba calmar los nervios. Observé el lugar descubriendo que
era una suite de dos habitaciones; y comprendí por qué la encontré ahí
vestida como si acababa de levantarse de la cama.
Al ir a servir el vino en las copas, noté que tecleó algo en el móvil, y
supuse que le estaba avisando a LuzBel que yo me encontraba con ella. Lo
que no ayudó con mi nerviosismo. Sin embargo, su compañía me era de
mucha ayuda y me fui sintiendo más relajada con la conversación que
entablamos, aunque también celosa y molesta, pues Laurel, además de
explicar la razón para viajar con LuzBel, añadió que días atrás encontró a
Hanna casi en el regazo del Tinieblo, pero juró que ella se la sacó de encima
y notó que él no tenía intenciones de nada con la rubia.
Cosa que me costó creer, pero no lo discutí porque no llegué ahí para
resolver nuestros asuntos como pareja, sino como padres.
«Tenías que repetir eso hasta que te lo creyeras».
—Eres una picarona, se te dio comerte a Elliot, ¿eh? —Casi le escupo el
vino en el rostro cuando soltó eso entre sonrisas—. No le digas a LuzBel
que dije eso —añadió, comportándose como una hermana rebelde que
apoyaba a su cuñada en las fechorías.
Y eso me hizo reír después de la impresión. Luego le expliqué mi verdad
sobre ese hecho, sorprendiéndome una vez más porque ella lo sabía todo, e
incluso me comprendía a mí tanto como a LuzBel. Y según sus palabras: no
estaba en Italia para ser juez, sino mediadora.
—Oh, Dios —susurré cuando escuché que estaban abriendo la puerta.
Laurel se mordió el labio, pero no escondió su sonrisa, aunque tuvo la
amabilidad de poner su mano sobre la mía como señal de apoyo.
—Tranquila —musitó.
En lugar de hacer eso, mi corazón comenzó a sufrir una taquicardia, y
temí que se me escapara por la garganta. Aun así, tuve la capacidad de
ponerme de pie junto a Laurel y me giré hacia la puerta. LuzBel entró en
ese instante, y dejé de respirar cuando sus ojos grises encontraron los míos.
Vestía todo de negro, vaquero y playera lisa, usaba botas, y llevaba la
parte delantera, y larga de su cabello, peinada hacia atrás, el de los lados se
lo había recortado. Los tatuajes de su cuello y brazos de nuevo estaban
expuestos para mí, y me obligué a tragar porque, así lo haya visto antes, esa
era la primera vez que volvía verlo como LuzBel.
Como mi Elijah.
—Okey, dejen de mirarse así porque hasta yo comienzo a excitarme —
susurró Laurel a mi lado.
No le hice caso, no podía hacerlo, no con LuzBel escaneándome de
arriba abajo, observándome como si quería comerme y matarme al mismo
tiempo.
—Debo sentirme afortunado porque la reina no me haya hecho esperar
más —ironizó con la voz ronca y fría.
«Y aquí íbamos».
Casi escuché que mi conciencia exhaló un largo suspiro, conformándose
con el filo que la lengua de ese hombre no había perdido. Y ni la mía al
parecer, ya que sus palabras barrieron con el nerviosismo y la tensión que
verlo de nuevo me provocó.
—Pues demuestra tu agradecimiento con una reverencia, lacayo —
aconsejé con veneno.
Él sonrió de lado, con vileza.
«¡Jesucristo! Con lo que extrañé ese gesto».
Yo también, Colega. Yo también.
—¿Quieres que me arrodille frente a ti, Pequeña?
Jodida mierda.
¿Por qué demonios tuve que sentir el tono de esa pregunta entre mis
piernas?
«Porque te hizo pensar en las veces que se arrodilló para comerte hasta el
alma, Compañera».
Me sonrojé, pero, a pesar de eso, agradecí sonar fuerte con mi siguiente
declaración, justo cuando él se acercó a mí.
—No lo necesito.
—Sé que no. Tú siempre tienes a alguien más dispuesto a hacerlo.
—LuzBel —advirtió Laurel.
Pero fue muy tarde, porque las palabras de ese idiota se sintieron como
un balde de agua con hielo sobre mi cuerpo, que en lugar de dejarme sin
aire hicieron bullir una ira en mi interior que ya había conseguido
apaciguar.
—Sí, LuzBel. No te equivocas. Y no solo se arrodillan frente a mí,
también lo hacen por detrás y entre medio de mis piernas cuando les monto
el rostro.
Lo vi perder la cordura en ese instante, y sonreí satisfecha cuando
caminó hasta quedar a unos pasos de mí.
—¡Diablos! Ustedes son como dos cables de electricidad pelados, —
interrumpió Laurel, y se paró en el medio de ambos—, los juntan y hacen
cortocircuito —añadió exasperada—. Vinimos aquí con un objetivo, no lo
olvides —le recordó a LuzBel, él la miró reacio, pero me sorprendió que
diera un paso atrás—. Y tú, por una vez en tu vida deja de echarle gasolina
al fuego —demandó para mí—. No sean orgullosos y hablen de una puta
vez. Explíquense lo que sea necesario, escúchense, fóllense antes si eso les
ayudará a sacar esa ira reprimida, pero arreglen esta situación porque yo no
me iré de aquí sin conocer a mis sobrinos —zanjó sin perder el aire—, y tal
vez a algún italiano bueno al que me pueda tirar —finalizó con picardía.
«Por fin alguien les daba un buen consejo».
Laurel no era la primera en hacer eso.
«Pero sí la única que se atrevía a decírselo a los dos juntos».
Laurel soltó el aire por la boca con dramatismo e hizo un sonido que
indicaba que se hartó de nosotros, así que se fue, dejándonos a LuzBel y a
mí en una guerra de miradas, y se encerró en su recámara.
—¿Me honraría la reina al acompañarme a mi habitación? —urdió él sin
romper el contacto visual conmigo, y apreté los puños.
—No es necesario ir ahí para lo que tenemos que hablar —zanjé—.
¡Joder, LuzBel! —chillé en el instante que gruñó y sin preverlo me tomó de
los muslos y me echó sobre su hombro.
«Al lacayo le importó una mierda el deseo de la reina».
Ignoré a mi conciencia porque sentí las manos de LuzBel en mis caderas,
muy cerca de mis nalgas, y me estremeció ese contacto. Aunque espabilé en
el instante que me lanzó sobre la cama haciéndome rebotar y él cerró la
puerta.
—¡Maldito imbécil! —largué poniéndome de pie.
Y ni siquiera intenté salirme porque él se quedó frente a la puerta como
un jodido matón, por lo que opté por acercarme a la ventana y gruñí,
observando la ciudad abajo, queriendo calmarme para no ser gasolina como
aconsejó Laurel.
—Ya hice las cosas como tú querías, White. Ahora serán cómo yo quiero
—aseveró, y controlé el respingo cuando sentí que llegó detrás de mí.
El calor que emanaba lamió mi espalda y, aun así, mi piel se erizó como
si en lugar de calidez me hubiera transmitido su frialdad, haciéndome sentir
por un momento como la vieja Isabella, la inocente, la que se cohibía con su
presencia y enmudecía por su aura oscura.
—He venido para que hablemos de mis hijos —desdeñé, y el leve roce
de su pecho en mi espalda y de mis nalgas con su pelvis casi consiguen que
se me entrecortara la voz.
—Nuestros hijos, Pequeña —susurró cerca de mi oído, y tuve que cerrar
los ojos.
Sentí mi pecho subir y bajar con intensidad, y empuñé las manos cuando
estas comenzaron a temblarme. Su voz había descendido un tono y el mote
me recordó que, detrás de mí, no solo tenía a LuzBel, sino también a
Sombra.
—¿Qué te pasó?
—LuzBel —advertí porque me tomó la mano vendada al hacer esa
pregunta, y la alzó a la altura de mi hombro, y en cuanto me quise alejar de
él me retuvo por la cintura.
—Te hice una pregunta, responde —exigió, y giré levemente el rostro
para encararlo.
«Santa mierda, Colega».
Me fue imposible no tragar con su rostro tan cerca del mío. Su mirada
grisácea bajó a mis labios y luego a mis ojos.
«Tenías que hacerle caso a esa ninfómana y follar de una vez por todas».
—No. —Bufé para mi conciencia.
—¿No? —satirizó él con tono amenazante.
Carraspeé antes de decir:
—Hablemos de nuestros hijos —quise demandar, pero sonó a súplica.
Sus ojos brillaron con satisfacción.
—Lo haremos —aseguró, y me soltó la mano para apartarme el cabello
del hombro. Su fragancia me estaba volviendo loca, combinada con su
cercanía y cabronería—. Dejaste de ser castaña. —En ese momento no pude
descifrar el tono de su voz.
Lo que sí pude fue encontrar mi dominio propio, y me aparté de él,
poniendo una distancia suficiente para poder respirar sin dificultad. Y juro
que sentí como si acabara de salir de debajo del agua, después de que me
tuvieran sumergida hasta que mis pulmones ardieron.
—¿Recuerdas cuando le dijiste a Sombra que no querías a un hombre
capaz de morir para salvarte, sino a uno que tuviera la fortaleza de vivir por
ti? —preguntó, y el privilegio de respirar me duró poco—. ¿O cuando
Elijah te aseguró que sería capaz de recibir una bala por ti? —Entendí que
hablaba en tercera persona porque en aquel edificio, más de tres años atrás,
me aseguró que nunca fue LuzBel conmigo, pero en ese momento sí lo era.
Y no le respondí, porque ya su presencia me había afectado demasiado.
Y porque así quisiera actuar con dureza y exigirle que habláramos solo de
nuestros hijos, como pretendí que fuera, admitía, únicamente para mí, que
ya estaba lista para escucharlo, para entender por qué me engañó como lo
hizo.
—¿Qué crees que hacía cuando me metieron en una puta cloaca?
Castigándome porque tras hacer una promesa a cambio de que te dejaran
vivir intenté ir contigo; como si no hubiera sido suficiente castigo que me
obligaran a ver cómo te torturaban, y encima aceptara que te hicieran creer
que me asesinaron de una manera sádica frente a tus ojos.
Estábamos lado a lado, él mirando hacia la ventana y yo a la puerta de su
habitación. Y, cuando escuché su declaración, no pude más que echarme el
cabello sobre uno de mis hombros y cruzar los brazos, porque comencé a
temblar.
—Sobrevivía, Isabella —se respondió a sí mismo, y me lamí el labio
inferior, mordiéndomelo en el proceso sin poder ocultar mi gesto de
angustia—. Resistía porque necesitaba mantenerte a salvo, porque debía ser
ese compañero para ti, aunque tuviéramos que luchar por separado en esa
batalla. Sobrevivía porque quería volver a verte y, cuando te tuve de nuevo
frente a mí, no me reconociste, no lo hiciste incluso suplicándote, sin
pretenderlo ni preverlo, en aquel estudio de ballet, que me reconocieras aun
si yo te decía que era otro.
Oh, mi Dios.
Escucharlo me llevó al pasado en un santiamén, reviviendo nuestros
momentos con él como Elijah y como Sombra, esa vez no en una
conversación sexual, sino dolorosa, pues sentía en su voz el calvario que
vivió.
—La última noche que estuvimos juntos, antes de que descubrieras que
yo estaba detrás de la máscara, me odiaste porque te dije que te escogí a ti,
Isabella, porque lo hice por encima de LuzBel, el hijo de puta orgulloso que
solo pensaba en sí mismo, pero quien dejó de lado su ego y posesividad
para que tú salieras de aquel edificio, junto al hombre que más he odiado en
mi puta vida. —Junté las manos y me las llevé a la boca, rogándole que
parara sin atreverme a hacerlo de verdad—. Te preferí, White, viva y cerca
de Elliot, antes que muerta.
Dejé escapar las lágrimas, y jadeé, porque me concentré tanto en mi
dolor, me cegué tanto por el infierno que yo viví, que nunca imaginé que él
también vivió en uno. Sollocé al darme cuenta de que, mientras yo lo
imaginaba muerto, LuzBel sobrevivía por mí.
—Cuando me aseguraste que podías ayudarme a enmendar mi error, con
tal de sacarme de las garras de los Vigilantes y yo te dije que no podías, no
fue porque no te creyera capaz, o porque quería seguir al lado de Amelia.
Fue porque… —Se detuvo en ese momento, la voz se le quebró y carraspeó
para poder continuar—. Se llama Dasher, tiene la edad de nuestros hijos, o
un poco más. Lucius lo secuestró junto a su madre para castigar al padre,
los mantuvieron en el mismo búnker que me dieron a mí.
—No, LuzBel —rogué, y comencé a llorar sin poder detenerme, porque
con el cambio de explicación tan repentino me hizo suponer lo que seguiría.
Las manos me estaban temblando y me giré de nuevo hacia la ventana.
—Me negué a traficar con niños —aclaró al ver mi terror—, Lucius
intentó obligarme amenazándote a ti y a Tess con ese dispositivo, pero yo
ya te había protegido con el inhibidor, así que sacrifiqué a mi hermana
porque de ninguna manera haría eso.
—Dios —exclamé, pegando la frente en la ventana.
Los sollozos sacudieron mi cuerpo, viviendo un dolor que no era mío,
pero que se debió a mí.
—Lucius se dio cuenta de que no podría obligarme más con ustedes, y le
mencionaron de mi cercanía con ese niño, así que una noche me ordenó
hacer un envío de armas, las cajas de madera en las que las transportaban
eran grandes y pesadas, por eso no me di cuenta de que en una de ellas
habían metido a Dasher, sedado. Y cuando me enteré de ello, el barco había
zarpado, por mi maldita orden, a un destino que desconocía.
Los clones llegaron a mi mente y el horror me revolvió el estómago,
porque no quería ni imaginarme el dolor de esa madre, cuando le
arrebataron a su bebé para que fuera dañado de maneras tan atroces.
—Mataron a la madre y a uno de mis hombres para secuestrarlo de
nuevo. Y me hicieron a mí que lo traficara, White. Para castigarme y
obligarme a que formara parte de esos envíos si lo quería recuperar. —Giré
el cuello con tanta rapidez para mirarlo que fue un milagro no provocarme
una tortícolis—. No preguntes lo que no quieres escuchar —advirtió, y el
labio me tembló por lo que eso significaba—. Porque por eso es que no te
pedí antes que me permitieras ver a nuestros hijos, pues no tengo cara para
mirarlos a los ojos, sabiendo lo que he hecho.
No contuve el sonido de mi llanto porque la rabia, el dolor y la tristeza se
intensificaron de una manera que el pecho me dolió y el corazón iba a
explotarme.
—Amaste a un imbécil y luego te enamoraste de un monstruo, Isabella
—soltó con sarcasmo—. ¿Pero sabes qué tienen en común ellos dos? —No
me dejó responder—. Que siempre te elegirán a ti, aun cuando eso
signifique condenarse al infierno.
Negué con la cabeza y me llevé las manos a la nuca, pues esa declaración
para muchos podría ser retorcidamente romántica, pero el peso que asentó
en mis hombros no lo era, ya que, en efecto, Elijah Pride era el villano
egoísta que quemaría el mundo y congelaría el infierno por la mujer que…
«Eres la dueña de las putas palpitaciones de mi corazón».
Sus palabras cobraron sentido.
«¡Jesús! Yo lo sabía».
—Die for you. —Me sobresalté porque no lo sentí llegar detrás de mí, de
nuevo—. Moriría por ti —repitió, y la piel de todo mi cuello se erizó,
cuando acarició con la parte de arriba de sus dedos, el tatuaje que me hizo
en la nuca—. Eso significan las iniciales.
Incluso el llanto cesó, porque me quedé petrificada.
«¿Desde cuándo eras la dueña de sus palpitaciones, Colega? Porque esas
iniciales no se inmortalizaban en la piel solo por hacerlo».
No pensé en la respuesta a esa pregunta, porque LuzBel dejó de
acariciarme con los dedos y me tomó de la nuca, obligándome a que me
girara y, cuando consiguió su cometido, presionó su frente a la mía.
Fue un gesto lleno de cansancio y alivio; de desesperación y
tranquilidad; de frustración y triunfo; de aversión y afecto; de herido e
indemne; de lucha y paz; de traición y lealtad.
Un gesto que me dejó claro que, con la misma intensidad que me quería
cerca de él, también me deseaba muy lejos de su vida. Pero no encontraba
el valor para decidirse ni por una cosa ni por la otra. Y quedarse en el medio
no me lastimaba solo a mí, sino también a él.
—Me impactó saber que Amelia vivía —prosiguió cuando encontró su
voz—, pero no la protegí porque la preferí por encima de ti. Callé en
realidad que era ella, para escucharla antes de que le hicieras pagar por lo
que te hizo, entonces me enteré que tu padre la regresó con Lucius, aun
sabiendo que era hija de Leah, y que a él no le importó que ella volviera a
un infierno, con tal de salvarte a ti.
—No, Elijah —jadeé llamándolo por su nombre.
Alejó el rostro del mío y me miró a los ojos, para que leyera en ellos que
nada de lo que me decía era un invento para convencerme.
—No sabía cómo decirte la verdad sin ensuciar la memoria de tu padre,
White, porque no quería romperte de nuevo cuando tú apenas estabas
atravesando por su pérdida. Pero luego me decidí a hacerlo sin importarme
eso, ya que me mataba ocultarte algo tan delicado, sin embargo, no conté
con la traición de Jacob. Mi mejor amigo, mi hermano, truncó mis planes de
sacarte del país para confesártelo. Y con eso todo se fue a la mierda.
Bajó el rostro y lo vi tan destruido que olvidé mi propio dolor y me
quebré aún más por el suyo.
«Ese Tinieblo no era de hielo».
—Elijah —susurré, y lo tomé del rostro.
Él negó y me cogió de las muñecas para que lo soltara. Me dolió el
desprecio, porque sentí que se debió a lo que hice con Elliot.
—No recuerdo haberme acostado con Hanna hace más de un año, porque
esa noche estaba borracho, pero sé que desperté en una cama con ella,
desnudos —admitió, y apreté los puños—. Lo que sí puedo asegurarte es
que no pasó nada entre nosotros el día que nos encontraste en mi
apartamento.
Me solté de su agarre y él me dejó ir.
—Estaban semidesnudos y vi la cama deshecha —le recordé—. Tú
mismo me restregaste en la cara lo que le hiciste, incluso tuviste el descaro
de proponerme una demostración, usándome a mí —desdeñé.
—¡Porque lo intenté, White! —Alzó la voz, y me puse rígida—. Quise
borrar tu imagen con la de ella, deseé que tus recuerdos conmigo se
mancharan con Hanna usurpando tu lugar, así como tú has hecho que ese
hijo de puta se apropie de los míos.
Sus últimas palabras fueron dichas con tanto odio que terminó poniendo
una buena distancia entre nosotros. Y en ese momento, en lugar de actuar a
la defensiva, me puse en sus zapatos porque lo comprendía, lo hice de la
misma manera que deseaba que él me entendiera y creyera que, a pesar de
lo que pasó con Elliot, mi corazón siempre fue y era suyo.
—Pero no pude —siguió en el instante que yo pretendí decirle algo—. Y
nada de lo que viste fue lo que parecía. No nos bañamos juntos, y la cama
fue deshecha por mí, cuando busqué estar solo, cuando me di cuenta de que
ningún placer que pueda proporcionarme otra se compara al que me has
dado tú.
No sé cómo podía decir que yo era la dueña de sus palpitaciones, cuando
él manejaba las mías a su antojo al actuar de esa manera, al decirme esas
cosas incluso cuando me miraba con odio.
—Es irónico y decepcionante que tuviéramos que pasar por todo esto
para que me demuestres tus sentimientos —señalé, y caminé cerca de la
cama, dándole la espalda de nuevo—. Pero más que eso, es doloroso que,
incluso sufriendo el uno por el otro como lo hicimos, lo que yo hice
creyendo que tú estabas muerto, pese más entre nosotros. Y que sea lo que
nos impida que este encuentro llegue a otros términos.
—Aun así, White, no deja de doler porque lo hiciste por placer.
—¡Ya basta! —grité girándome, y él alzó una ceja—. Basta, LuzBel.
Porque así lo tuyo con Amelia haya sido obligado o no recuerdes lo que
hiciste con Hanna, en su momento me dolió. Así como dolió que me
follaras la primera vez por vengarte de Elliot, como dolió, y sigue doliendo,
recordar que te confesé que te amaba en un momento tan vulnerable para mí
y me miraras como si estaba loca.
»Como dolió que, aunque no me pudieras decir que era importante para
ti, no pudiste dejar de hacerme sentir como un trofeo que no querías perder
por orgullo. Dejaste que me conformara con que me poseyeras como un
objeto porque sabías que te necesitaba.
Me miró con arrepentimiento y se mantuvo en silencio.
—Incluso Sombra, esa versión tan diferente a ti, me hizo sentir de esa
manera. Siempre como un trofeo en tus manos —lamenté, y vi sus ojos
rojos y brillosos.
—Perdóname —pidió de manera repentina, y me dejó anonadada que
esas palabras se hubieran deslizado tan fácil de su lengua—. Lamento
mucho que mi forma de hacerte el amor se sienta más como posesión.
Perdí la capacidad de respirar, porque cambiara la palabra follar por
hacer el amor. Y él aprovechó mi estupefacción para acercarse a mí.
—Perdón por no haberte devuelto la sonrisa la primera vez que nos
vimos en la cafetería de la universidad, simplemente porque te tuve miedo.
—Di un paso hacia atrás, pero él no dejó que aumentara la distancia—.
Miedo de que mis demonios cedieran ante ti, que quisieran dejar de ser de
todas con tal de pertenecerte.
La intensidad de su mirada me estaba quemando y, cuando volví a dar
otro paso hacia atrás, sentí la cama impidiéndome más distancia entre
nosotros.
—Me quemaste con una simple mirada y quise odiarte por eso, porque
con solo mirarme me tuviste.
Caí sentada sobre la cama, y él me tomó de la barbilla, para que no se me
ocurriera dejar de mirarlo, demostrándome con eso que ya no tenía miedo
de que yo lo tuviera solo con mirarlo.
—¿Cómo puedes ser un trofeo para mí, si tú eres la dueña de mis besos,
de mi cuerpo? ¿Cómo, si yo soy tuyo?
«Puta madre, ese hombre llegó dispuesto a matarte».
—Para un momento, por favor —supliqué, y bajé la mirada.
No podía con eso, pero él no estaba dispuesto a dejarme vivir un poco
más, así que se puso de rodillas frente a mí y alzó mi rostro poniendo dos
dedos debajo de mi barbilla.
—Mírame a los ojos, meree raanee —exigió, y me negué porque tenía
miedo—. Mírame cuando te pido que me perdones por haberte hecho el
amor, desde el primer día que dejé que probaras mis labios y yo saboreé los
tuyos, y luego te permití creer que solo fuiste mi venganza.
Me estremecí en el momento que se acercó a mí y comenzó a besar mi
barbilla, recorriéndome la mandíbula de esa manera hasta llegar a mí oído.
—Perdóname por haberme atrevido a decir jaque mate en Elite, en un
juego que siempre lo has ganado tú —susurró, y mis ojos se desorbitaron—.
Porque yo también ya me había quemado a mitad del camino, Bonita. Yo
también siempre te he correspondido en todo.
El mundo cayó a mis pies tras esa declaración que fue capaz de eliminar
toda agonía y dolor. Y que me dio el valor y la potestad para tomarlo del
rostro y verlo a los ojos.
Sin temor.
Sin resentimientos.
Sin agonía.
Sin odio.
Dispuesta a dar el paso que ambos queríamos, pero que él no se atrevía a
dar aún.
—¿Ves el humo, Elijah? —pregunté, y sonrió como un cazador
encantado de ser cazado.
—No más, Pequeña. Porque contigo todo es fuego.
Y, tras decir eso, nuestras bocas se encontraron a mitad del camino.
Capítulo 36
Caímos
Elijah
Había descubierto lo fácil que era sentirse poderoso, cuando optabas por
estar enojado y juzgar, antes que correr el riesgo. Sin embargo, al tener a
Isabella frente a mí, diciéndole tantas verdades que callé por orgullo,
descubrí que rendirse con la persona correcta también era ganar.
Y eso no solo te daba más poder, sino también te hacía sentir invencible.
—Perdóname tú también —susurró sobre mis labios, no había dejado de
cogerme del rostro ni yo de aferrarme a sus caderas—. Lamento no
escucharte cuando quisiste explicarte —siguió, y me miró a los ojos. Sus
iris miel brillaban, siendo un poco más claros, dejándome ver en ellos las
motitas marrones—. Siento tanto haber creído que vivías un paraíso con
ella, cuando en realidad resistías en el infierno por mí.
—No es necesario que pidas perdón.
—Sí lo es, Elijah. Necesito hacerlo, quiero pedirte perdón por haber
querido odiarte con todo mi ser, porque se sentía más fácil que aceptar que
no fui la única víctima. —Le acaricié el rostro y limpié el rezago de
lágrimas sobre sus mejillas—. Perdóname por haberte herido con mis
palabras, por pretender prohibirte que veas a nuestros hijos, por…
—Shss —Puse el pulgar sobre sus labios, y negué con la cabeza cuando
su voz se quebró—. Solo dime una cosa y sé sincera. —Su expresión fue
atormentada, sus ojos estaban llenos de expectativa y nerviosismo, e
imaginé que esperaba que de alguna manera yo siguiera con mis reclamos y
señalamientos, incluso después de todo lo que le confesé—. ¿Todavía me
amas?
Se lamió los labios antes de responder.
—Nunca he dejado de hacerlo. —No hubo dudas en sus palabras.
—¿Con rojo fuego?
Sonrió de lado, y luego se mordió el labio inferior.
—Y ardiente —reiteró.
No hubo más qué decir ni discutir. Y lo que había por resolver lo
veríamos en el camino. En ese momento simplemente disfruté de la tensión
acumulada en mis nervios, disminuyendo. Me deleité de cómo el dolor por
todas esas noches, de todo el tiempo en el que parecía que ella se movía
cada vez más lejos de mí, me abandonó.
—Te amo, Elijah Pride.
Olvidé con esas palabras que todos los días fingiendo ser otro hicieron
que cada uno de mis recuerdos con ella parecieran sueños irreales,
provocándome miedo e incertidumbre.
Pero ahí estábamos. Isabella White confirmándome que fuimos reales,
que me amaba, que cada centímetro de su ser era mío, y no estaba dispuesto
a dejarla ir otra vez, porque me enfermé de vivir sin ella.
—Vivo en tu dimensión y moriré en ella, White. No hay otra elección
posible para mí.
Eso era todo.
Caímos.
Llevé la mano a la parte posterior de su cabeza y enrosqué los dedos en
su cabello, cerniéndome a la vez sobre su boca. Dejando claro que no habría
más conversación, que no me negaría más a lo evidente, a lo que no podía
ser cambiado, simplemente porque no quería que fuera de otra manera.
Me fundí en sus labios, y su gemido conmocionado vibró en mi lengua,
succioné la suya cuando apenas la dejé tomar aire, sosteniéndola con
firmeza para hacer con ella lo que yo quisiera.
Y no lo negaré, tuve miedo de volver a tomarla de esa manera, porque
creía que los monstruos en mi cabeza me jugarían una mala pasada,
haciendo que la imaginara con él, pero no sucedió. Y, sin embargo, estaba
seguro de que, si hubiera pasado, habría seguido el consejo que Laurel me
dio cuando admití que me aterrorizaba pensar a Isabella con Elliot, al
tenerla frente a mí.
«Borra sus huellas y vuelve a marcar las tuyas, pero no la pierdas por
eso. Deja el pasado atrás, vive el presente y te aseguro que la tendrás en el
futuro».
«¿Desde cuándo te volviste tan sabia?».
«No, amigo mío. No soy más sabia, solo tengo más experiencia de la que
imaginas».
Me moví sobre la boca de Isabella y mordí su labio inferior, tirando de
él, provocándole otro gemido, rindiéndose a mi arrebato, dejando que fuera
yo quien controlara el beso.
—Estoy harto de extrañarte, meree raanee —declaré sobre sus labios, los
míos cosquilleaban todavía sintiéndola en ellos.
Su pecho subía y bajaba con intensidad, sin embargo, abrió la boca y me
buscó queriendo más de mis besos, pero me aparté y negué con una sonrisa
ladina en el rostro, provocándola, incitándola a que luchara por lo suyo.
—¿Qué significa? —preguntó en cambio, presionando su frente a la mía,
bebiéndose y bebiéndome su aliento.
Acarició mi pómulo con la punta de su nariz, y llevó una mano hacia mi
nuca, enterrando los dedos en mi cabello y consiguiendo que le diera acceso
a mi cuello, donde respiró hondo para embriagarse con mi aroma.
—Mi reina —respondí, sabiendo a qué se había referido con su pregunta
—. Joder —gemí al sentir sus dientes mordisqueando mi oreja.
La acción consiguió que la sangre recorriera con furia mis venas y se
concentrara en mi pene. Mi erección dolió y palpitó a tal punto que me vi
obligado a soltarla a ella para coger mi falo y apretarlo, y de paso restregar
mi palma en él, con la intención de obtener un poco de alivio.
—Más tuya que mía —afirmó, y lamió el lóbulo de mi oreja.
Demonios.
Estuve a nada de cerrar los ojos por el placer que su voz y boca me
provocaban. La mujer sabía lo que hacía conmigo cuando sacó la lengua y
con suavidad comenzó a lamer y besar mi cuello, arrastrando esos besos
húmedos a través de mi mejilla, saboreándome como si fuera su postre
favorito.
Inhalé y exhalé, llevando las manos a sus pantorrillas para arrastrar mis
dedos en ellas, subiendo ese maldito vestido en el proceso, una prenda que
me puso loco de celos cuando la vi al llegar a la suite, pues tocaba cada una
de sus curvas como yo añoraba hacerlo.
—Elijah —susurró en mi oreja, y sonreí, porque ambos nos estábamos
probando, queriendo confirmar quién soportaría por más tiempo esa dulce
tortura.
—¿Qué quieres, Pequeña? —pregunté, mirándola con desafío,
sonriéndole con vileza y, sin más, tirando del tirante fino del vestido hasta
romperlo.
Lo bajé junto a la copa del sostén y dejé expuesto su pecho, entendiendo
por qué estaban más grandes.
—¿Tengo que pedirlo? —provocó, y me mordí el labio con tanta fuerza,
que no me hubiera extrañado hacerlo sangrar, negando con la cabeza.
—No, pero quiero escucharlo —demandé.
La sangre en mi pene se aceleró cuando se sentó más al borde de la cama
y abrió las piernas. Enganché el vestido entre el espacio de mi dedo pulgar e
índice y lo subí hasta la mitad de sus muslos.
—Puedo sentir tu enorme deseo tocando mi pierna —dijo, y la levantó
para acariciar mi falo, este luchaba por salir de mi pantalón—. Y he
comenzado a babear por el deseo de sentirlo. —Frotó la nariz contra mi
mejilla y yo subí más el vestido hasta obtener un vistazo de su coño
desnudo y brillante.
—Sí, supuse que no te referías a la boca —la chinché. En lugar de
sonrojarse me sonrió, sus ojos derramando fuego, luciendo hambrienta—.
Maldición, White. Me matas.
Tomé sus labios de nuevo y la besé, reclamándola tal cual ella hizo
conmigo al corresponderme, sujetando su cabello de la parte posterior para
tirar su cuello hacia atrás. Arrastré mi lengua y dientes por su barbilla antes
de capturar su pezón en mi boca y chuparlo. Tembló, y la euforia me
embargó al darme cuenta de cómo se derretía entre mis brazos, incrédulo
además por el control que tuve al no haberla tomado ya, con la dolorosa
excitación que también sacudía mi cuerpo.
Mi puto pene mendingaba su calor, con ese placer natural que no me
hacía sentir culpable ni mucho menos como si yo no tenía el control. Todo
lo contrario, era tan correcto que me provocaba fortaleza y un descontrol
adictivo.
Mordí y chupé ese capullo endurecido, lo lamí mientras arrastraba las
manos por sus muslos, llevé una mano a su cadera y la otra la dirigí a su
sexo, hundiendo un dedo entre sus pliegues, gimiendo los dos, ella por el
placer que yo le provoqué, y yo porque eso también era mío.
—Me pone enfermo que babees así por mí —señalé, y se mordió el labio
cuando jugué con su clítoris.
Era seda en mis dedos, tan suave y resbaladiza.
—No voy a soportar más —avisó, blanqueando los ojos antes de
cerrarlos. Pero el placer de su primer orgasmo no se lo daría a mis dedos,
quería bebérmelo hasta embriagarme de ella. Isabella era la única droga de
la cual no quería rehabilitarme—. No, Elijah, no pares —rogó.
Le respondí con una sonrisa comemierda, y la tomé de las caderas hasta
casi sacarla de la cama, con arrebato subí el vestido a su cintura y le cogí las
piernas, consiguiendo que sus rodillas le llegaran al pecho.
—Joder —gruñí al extender sus piernas lado a lado y ver su coño
expuesto para mí.
Enseguida me agaché para presionar mi lengua en su húmedo clítoris, y
gritó, echando la cabeza hacia atrás, inclinando más su espalda a la cama
mientras se apoyaba en ella con los codos.
La sostuve de la parte de atrás de los muslos para que no perdiera esa
posición, y moví la lengua en círculos rápidos, llevándola también de arriba
abajo para no perder ni una sola gota de su dulce excitación. Estaba
comiéndole el coño porque sabía que le encantaba y, sin embargo, lo hacía
más por mí. Porque su placer era el mío.
Noche tras noche soñé con un momento como este. Me mantuve vivo no
solo para protegerla, sino también para volver a tenerla, como chocolate
fundiéndose en mi lengua.
Maldición.
¿Cómo llegué siquiera imaginar que ya no era mía? Si pudo haber estado
con otro, pero como el infierno sabía que nadie la tendría como yo lo hacía.
Ni siquiera Sombra consiguió tener a esa reina en sus manos, con esa
combinación de mente, cuerpo, alma y corazón que solo me dio a mí.
A Elijah jodido Pride.
Su dueño.
Su rey.
Suyo.
Arrastré la lengua por los lados de sus pliegues y luego la chupé donde
tanto necesitaba. Gritó y me tomó del cabello, pero esa vez no para
retenerme, sino para apartarme.
—Te quiero dentro de mí —demandó.
Con esa orden me reclamó y, como el psicópata que había caído a sus
pies, sonreí.
Rápido tomó los bordes de mi playera y me la sacó, le ayudé con mi
vaquero, desabrochándolo y dejando que colgara en mis caderas lo
suficiente para exponer mi polla, en cuanto me puse de pie. Sonrió con
malicia al ver que yo también babeaba por ella, y negué con la cabeza,
prometiéndole que le cobraría esa osadía.
—Espero que te estés tomando la píldora, porque no hay tiempo para
condones —advertí, y la tomé por debajo de los muslos, mi polla tan dura
como un mástil de hierro siendo tirado por la gravedad del imán que tenía
su coño para mí.
—Oh, Dios.
—Demonios —jadeé al unísono con ella.
Me empujé más adentro y la besé, sus gemidos eran el canto que
acompañaba ese rito de placer.
Envolvió sus brazos en mi cuello cuando apoyé las manos en la cama y
propicié que sus pechos se frotaran en el mío. Bombeé duro y rápido,
desatando más de tres años de deseo contenido, ya que en ese instante, con
ella consciente de que era yo, sin secretos en el medio, sin fingir, sentí que
la estaba tomando por primera vez.
—Nada será tan perfecto como tú y yo juntos, Bella —sentencié, dándole
a Sombra para que confirmara que esa vez nos tendría a ambos—. Nunca,
Bonita —reiteré.
Me respondió con las caderas, moviéndolas una y otra vez, mis empujes
constantes resonaron entre sus muslos en cuanto añadí más fuerza y la follé
profundamente, sintiendo sus músculos tensarse alrededor de mi polla, con
su orgasmo construyéndose, cuando encontré el punto perfecto y friccioné
hasta que su cuerpo se tensó y sus gemidos se volvieron descontrolados, en
el instante que colapsó y la cúspide máxima de su placer la atravesó como
un rayo.
Gritó mi nombre, lo repitió como esa oración con la que me adoraba, y
sonreí con un puto orgullo al verla deshacerse de gozo y satisfacción. Mis
músculos ardieron al tratar de no correrme, y fue una maldita suerte que
consiguiera contenerme.
—Te extrañé —susurró con la voz queda.
Su respiración se estaba relajando. Tomé su boca besándola duro para
consumir su ambrosía, confirmándome a mí mismo lo que le aseguré a
Laurel: yo no era débil con Isabella, ella no era mi kriptonita. Todo lo
contrario, era la fuente de mi poder, y juntos éramos invencibles.
—¿Quieres saber cuánto te extrañé? —preguntó, su tono cambiando de
quedo a malicioso.
—Por supuesto —dije, y me incitó a tumbarme en la cama.
Se sacó los zapatos y se puso de rodillas entre mis muslos. Me deleité
con sus movimientos sensuales al quitarse el vestido y lucir su traje de Eva
para mí, tuve que morderme el labio, y mi polla se alzó más con la imagen
de esa reina. Como Sombra, nunca estuvimos juntos a la luz del día, y las
lentillas me privaron de su piel tersa y bronceada, de esas rayitas
blanquecinas que le adornaban el abdomen bajo.
Inclinó su pecho hacia mí cuando notó que mi mirada se detuvo en la
marca de la V en su vientre.
—Es increíble cómo nuestros hijos sacaron esto de mí —hablé, y ella me
miró sin entender—. Te marcaron como suya tal cual yo lo hice. —Sonrió
de lado al comprender que me refería a las rayitas blanquecinas.
—¿De verdad te gusté embarazada?
Mi polla reaccionó antes que yo por la imagen que puso en mi cabeza: el
recuerdo de cómo la vi en ese vídeo. Usaba un pantaloncillo corto que
apenas cubría su culo. La playera la había cortado para que le quedara como
top, exponiendo su abultado vientre con orgullo y… joder, las fantasías que
me provocó no eran sanas.
—Quien ha dicho que una mujer embarazada pierde su atractivo es
porque jamás tuvo la oportunidad de verte a ti en ese estado —ratifiqué y,
después de todo lo que habíamos hecho, sus mejillas se sonrojaron por esa
declaración—. Aunque es una suerte para él, ya que de atreverse a mirarte
se condenaría solo a vivir en la oscuridad.
—¿Por qué, Sombra? —cuestionó con picardía, y alcé una ceja.
¿Y yo era el enfermo?
Puta madre, sí lo era porque, escucharla incitándome a decir lo que diría,
me llevó al borde del orgasmo.
—Porque perdería los ojos, Pequeña. Y te los daría a ti como regalo.
—Maldito enfermo —susurró mientras besaba mi cuello, escondiendo
ahí su sonrisa.
Pero no dijimos nada más, opté por deleitarme con el placer de su lengua
lamiéndome el torso, esa punta rosada jugando con los piercings en mis
tetillas, trazando mis tatuajes, besando cada uno. Me mataba ver su culo en
pompa, su cabello alborotado que, aunque ya no era castaño, no le restaba
belleza, todo lo contrario, acentuaba su poder y madurez. Aunque igual lo
extrañaría, echaría de menos a mi Castaña, así siguiera teniendo a la terca,
curiosa, gruñona y provocadora.
Me lamí los labios cuando dejó besos húmedos sobre los músculos de mi
abdomen, tentándome al retrasar su descenso. Mis pantalones seguían
cayendo bajo, y mi polla parecía rogarle por atención a su lengua. Sin
embargo, esperé con paciencia porque con ese ritual parecía que ella me
estaba adorando.
—Ya te adoré, ahora te poseeré.
El sobre aviso llegó justo cuando agarró mi polla y se la tragó, gimiendo
ella como si en verdad estuviera penetrando su coño. La sensación de su
lengua caliente fue demasiado, pero no insoportable o algo que me asustara,
todo lo contrario, gruñí deseando jamás dejar de sentir ese placer.
—Joder, Isabella.
La tomé del cabello en cuanto llegó a la mitad de mi falo, sin saber si
quería apartarla u obligarla a que llegara más profundo. Respiré hondo en
cuanto ella volvió a tragarse mi erección tras un impulso de cabeza,
lamiendo a la vez mi carne y recorriendo con la lengua lo largo de mis
venas hasta llegar a mi corona.
Sentí que iba a ahogarme cuando me miró fijamente, recibiéndome más
adentro. La contemplé un poco asombrado, también con intensidad,
dejándole ver la locura que estaba desatando en mí.
Puta madre.
Gruñí y le cogí el cabello con tanta fuerza que supe que le arrancaría un
par de hebras, pero en lugar de mostrar dolor o incomodidad me dejó ver su
deleite por tenerme al borde de lo insano.
Ahuecó las mejillas al chuparme más fuerte, y juro que esa imagen de
ella dándome ese nivel de placer con la boca marcaría más cada parte de mí,
se tatuaría en mi memoria. Utilizó la mano que no tenía vendada para
rodear el extremo al que no lograba llegar, tratando de ir más profundo,
pero no consiguiendo cubrir mi longitud por completo.
No obstante, su ingenio la llevó a retorcer la mano y deslizar los labios a
lo largo de toda mi polla, logrando que gimiera con intensidad, sintiendo el
fuego incendiando mi pelvis y el ardor en mis músculos, por el placer
queriendo hacerme explotar.
—Mierda —solté con un gruñido profundo.
Ella acababa de poner los ojos en blanco y gimió alrededor de mi polla,
confirmándome que sí, yo era su postre favorito, emitiendo vibraciones que
recorrieron toda mi extensión hasta llegar a mis bolas.
Le cogí el cabello con una mano, enrollándolo alrededor de ella como
una coleta, había soltado un par de lágrimas al tratar de tragarse mi falo más
allá de sus límites, y solté una maldición, un sonido feroz que le demostró
que tenía en sus manos al depredador.
—Nunca dejarás de adorarme así —sentencié, mordiéndome el labio.
Y cuando supe que no podría más, la retuve, obligándola a llegar más
profundo hasta conseguir que diera una arcada, entonces la aparté,
escuchando su fuerte jadeo al recuperar el aire que contuvo.
—Luego voy a ser que te tragues mi semen, Pequeña —advertí.
Tras eso la tumbé en la cama, me coloqué entre sus piernas y la penetré,
clavando mi mástil tan profundo que mis testículos golpearon su montículo
sensible, dejándola incluso sin poder gemir o gritar. Lo que sí consiguió fue
arquear la espalda y clavar las uñas en la cama, arañando la sábana hasta
casi romperla porque la embestí sin descanso.
La cogí de nuevo del pelo, siendo rudo pero no brusco, y levanté su
cabeza obligándola a que me mirara a los ojos.
—Oh, Dios —gimió, abrazando mi cintura con sus piernas, dándome
más acceso para llegar incluso más profundo.
—¿Tanto así me adoras que me has hecho tu dios? —no pudo responder,
se mordió el labio para soltar el fuerte grito que tenía atorado en la garganta
—. Es una suerte que tu dulce coño pueda recibirme completo a diferencia
de tu boca —señalé sobre sus labios.
Asintió, mostrándose tan perdida que no podía sentir, o razonar, más allá
de la lujuria cegadora que nos anulaba a ambos.
Acoplé mi cuerpo al suyo y me clavé más hondo en su coño, soltando su
cabello para llevar mi mano a su garganta, rodeándole el cuello con ella
mientras que la otra la coloqué en su vientre plano, presionando la palma
deliberadamente, sonriendo cuando Isabella maldijo porque de esa manera
sintió más cada empuje que le obsequié con ahínco.
La cama chirrió en cuanto me impulsé más fuerte con mis rodillas,
bombeando con potencia, dejando la delicadeza a un lado, follándola duro
sin dejar de hacerle el amor. Blanqueó los ojos, arqueó más la espalda, y
apretó la sábana entre sus manos hasta que sus nudillos se volvieron
blancos, y entonces lo sentí, sus músculos apretando mi polla como si
quisiera estrangularme, el grito tembloroso escapando al fin de su garganta,
y con él, mi nombre.
Me nombró como si estuviera en trance, proclamándome como su dios
en el instante que su mundo se estrelló en mil pedazos.
—Maldición, eso es.
Terminé esa oración con un gruñido gutural al sentir mi polla
sacudiéndose dentro de ella, el cuerpo se me estremeció de pies a cabeza,
los músculos de la pelvis me ardieron, y el saco de mis testículos se
contrajo al empotrarla una última vez, antes de correrme, de llenarla con mi
semen hasta que no cupo una gota más, y sentir nuestros fluidos
rebalsándose de su vagina.
—Puta madre —jadeé al colapsar sobre ella, apoyándome en los codos
para no lastimarla.
Los muslos le temblaron igual que mis piernas, y me reí en su boca,
jadeando sin aliento, percibiendo que ella seguía sintiendo espasmos de
placer, junto a las leves sacudidas que mi polla continuó dando en su
interior.
Ese había sido uno de los orgasmos más intensos que mi reina me había
provocado.
—Te amo en todas tus versiones, Elijah —musitó, mirándome con amor
e ilusión.
Con alivio y satisfacción.
Con incredulidad y felicidad.
Abandonando el pasado y dándome la bienvenida a su presente.
Puta madre.
Seguía sin poder creer lo que viví en esa oficina con él, pero no podía
cegarme como lo estaba haciendo Isabella, porque ella no se hallaba
conmigo cuando lo encontré con Hanna. Y temía que si yo no hubiera
llegado a tiempo a esa oficina, ahora mismo estaría lamentándome de que
de nuevo dañaran a una persona por mi culpa.
Y habría dolido más, porque esa vez, el violador era mi jodido padre.
Pensé en la reacción y dolor de Tess al revivir lo que pasó en manos de
aquellas escorias. Por ella es que no concebía que Isabella defendiera a
padre; me parecía estúpido que los celos que le provocaba Hanna, la
hicieran estar de parte del culpable y no de la víctima. Aunque, aun así, yo
sabía que fui un imbécil por decir lo que le dije, en mi desesperación porque
entendiera que no estaba dándole la espalda a Myles por ser un mal hijo.
Demonios.
Ella tuvo razón de acusarme de haberle dado un golpe bajo, pues eso
hice. Y me frustraba, ya que nunca se trató de eso, simplemente busqué su
apoyo y comprensión, que estuviera de mi lado y no que me hiciera sentir
más mierda de lo que ya me sentía.
—Owen y Cameron estarán a tu disposición en lo que sea que necesites.
Marcus se quedará aquí mientras ellos llegan —le avisé a Hanna en cuanto
regresé a la habitación de invitados.
La encontré sentada en la cama, abrazándose las piernas, con la frente
presionada en sus rodillas mientras seguía llorando.
—No, Ángel. No me dejes sola por favor, no puedo confiar en nadie más
que no seas tú —rogó saliendo de la cama y negué en cuanto me abrazó.
«Siento celos de ella porque la tratas con una delicadeza que no tuviste
conmigo, cuando recién me conociste».
Las palabras de Isabella me asestaron de golpe, y apreté los puños, a los
lados de mi cuerpo, sin corresponderle a Hanna. No era delicado con ella,
simplemente me sentí culpable porque ya había sufrido una violación por
mi culpa, y de nuevo estuvo a punto de sufrir otra a manos de mi jodido
progenitor.
Y si la consolé cuando White llegó al apartamento, y nos encontró, fue
solo porque Hanna buscó en mí, lo que hubiera deseado que mi reina
buscara conmigo cuando atravesó lo de Derek.
Por un momento quise resarcir con la rubia, un poco de todo aquello que
le hubiese dado a Isabella, si en lugar de creer que sentiría asco por ella,
hubiera buscado mi consuelo para superarlo. Sin embargo, al darme cuenta
de que la Castaña en lugar de comprender eso, le dolió lo que vio, me hizo
ser reacio al toque de Hanna en ese instante.
—Owen es tu amigo, no va a dañarte —aclaré para ella y la separé de mí.
—Tu padre también lo era —me recordó y sentí una punzada en el pecho
—. Y no solo eso, Ángel, él me demostró que quería ayudarme cuando tu
madre le habló de mi terror, por la noticia del regreso de Lucius. Me hizo
sentir protegida, al ofrecerme que me quedara en el cuartel con los demás
chicos, y mira lo que trató de hacerme hoy.
Maldije en mi interior.
Antes de que Isabella llegara al apartamento, Hanna tuvo el valor de
hablarme de lo que sucedió en realidad, la razón por la cual mi padre la
trató de zorra mentirosa y aseguró que solo hizo lo que ella quería.
La rubia se había seguido viendo con mamá, entablaron una amistad
debido a las fundaciones y eso la llevó a tener más contacto con padre, por
eso él se atrevió a ofrecerle protección sin consultármelo antes. Lo único
que respetó, fue no llevarla a casa porque no iba a incomodar a Isabella,
además de que Hanna desconocía la existencia de los clones, pues ni Alice
ni Owen se lo mencionaron, por lo que no la pondrían al tanto sin que
nosotros lo autorizáramos.
Mi padre, al parecer, confundió el trato amable de Hanna con
provocación, por esa razón quiso sobrepasarse con ella, aprovechando el
maldito fallo eléctrico del cual la rubia le informó por orden de Evan.
Y juro que si yo no hubiera visto a Myles como lo vi en la oficina, habría
dudado de eso, o buscado otra explicación, pero todo concordaba con la
historia de Hanna y los demás, para que él quedara como el malnacido de la
situación.
Él ya había planeado todo, simplemente esperó su mejor oportunidad,
por lo mismo no le importó tenerla en el cuartel siendo alguien ajena a la
organización. Por su deseo de mantenerla cerca se excusó con que Hanna
era alguien de confianza y que si madre confiaba en ella, pues nosotros
debíamos hacer lo mismo.
—Quiero ayudarte, Hanna. Me siento en deuda contigo por lo que has
tenido que pasar, pero entiéndeme. Estamos pasando por una situación
demasiado delicada y necesito a Isabella conmigo, no contra mí.
Fui sincero porque así deseara ayudarle para resarcir lo que antes no
pude (con la mujer que me importaba), eso no significaba que en el proceso,
la cagaría más con Isabella. Además, Hanna tenía conocimiento de la alerta
en la que estábamos y lo sucedido con padre acababa de complicarnos más
las cosas, por lo que debía lidiar con eso sin descuidarme de la protección
de mis hijos.
—Lo siento —susurró abrazándose a sí misma—, no pretendo ser una
carga más para ti, por eso cometí el error de aceptar la ayuda de tu padre,
porque no quería buscarte sabiendo que estás de nuevo con ella.
Negué con la cabeza.
Ella no había vuelto con su familia creyendo que podría seguir con una
vida normal, en la ciudad en la cual creció. Y ahora, con el regreso de
Lucius menos los buscaría, pues le aterraba la idea de que la siguieran y los
dañaran a ellos para hacerle pagar por huir. Esa fue la razón por la que no
discutí con padre, por haberla acogido en el cuartel, pues él hizo lo que yo
no podría.
Y no porque no podía, nadie me lo habría impedido de haber querido
tomar su protección por mi cuenta, pero, de nuevo, no le hice una promesa
vana a Isabella de intentar ser mejor; aunque, cuando yo la encontré en
casa, abrazándose con Elliot, llevándome una vez más al borde de la locura,
estuve a punto de enviar todo a la mierda, ya que así ella no lo supiera aún,
estaba tratando de alejar de nosotros a las personas que dañaban, o influían
para mal, en nuestra relación.
Y antes de irse, la Castaña me confirmó cuánto le afectaba la presencia
de Hanna en nuestras vidas. Y yo sabía lo mierda que se sentía, aunque a
diferencia de lo que yo hice con Elliot, ella me estaba demostrando que
confiaba en mí, aunque no lo hiciera en la rubia.
—Gracias por entenderlo —le dije a Hanna, decidiendo que no le daría
largas al asunto—. Y estaré pendiente de ti, aunque no nos veamos. Te
prometo que nadie más volverá a dañarte —aseguré y me di la vuelta para
marcharme.
Ella no me detuvo ni insistió, supo respetar mi punto de vista y me ayudó
no complicándome más las cosas.
Necesitaba ir a casa y hablar con Isabella, pero presentía que no era el
momento, por lo que le pedí a Roman que me llevara al cuartel. Tess y
Dylan ya no se encontraban ahí, los demás de mis élites sí, y se encargaron
de ponerme al tanto sobre lo que aconteció luego de que me marché con
Hanna.
El departamento policial iba a dejar que nosotros nos encargáramos de
padre, aunque ninguno de los chicos tenía idea de adónde se había metido,
luego de huir como un cobarde, pues desactivó su rastreador, consciente de
que lo buscaríamos.
Y cuando por fin volví a casa, las cosas no estaban mejores, puesto que
encontré a madre devastada con lo que su marido hizo (Tess se lo informó)
y cuando hablé con ella queriendo consolarla, me sorprendió al confesarme
que se sentía culpable con Hanna, ya que aseguró que pudo haber evitado
ese desenlace, pero confió demasiado en Myles.
—¿De qué estás hablando, mamá? ¿Cómo podías evitarlo? —le preguntó
Tess, quien se encontraba ahí con nosotros.
Madre le había pedido que hablaran, aterrada de que Myles le hubiera
hecho algo a ella también en algún momento. Mi hermana lloró al ver hasta
el punto que llegamos y aseguró que nuestro padre jamás la abusó de
ninguna manera. Y yo lo maldije en esos instantes porque jodió más
nuestras vidas, lo hizo en un momento crítico, donde debíamos estar unidos.
—Vi el trato que Myles le estaba dando a Hanna, pero lo dejé pasar
porque era el mismo que le da a Isabella —admitió entre lágrimas y yo me
tensé con la mención de la Castaña. Tess lo notó y me miró con los ojos
muy abiertos.
—Papá trata a Isa como si fuera su hija —señaló la pelirroja y madre rio
con amargura.
—Sí, tal cual lo estaba haciendo con Hanna, y mira cómo terminaron las
cosas —largó satírica.
—¿Viste algo fuera de lugar entre él e Isabella? —inquirí, temiendo un
poco por su respuesta, pero madre negó con la cabeza.
—No, sin embargo, ahora mismo no sé si se debe a que Isabella siempre
le ha correspondido porque lo ve como un segundo padre —explicó.
«Aléjate de ella, Elijah. Y no…, no vuelvas a meterte en mi camino otra
vez».
Respiré hondo, queriendo alejar los monstruos en mi cabeza, pensando lo
peor de padre en ese momento, tras recordar su advertencia. Lo odié por
haberme fallado como ejemplo y, aunque quería llegar al fondo de todo, mi
desconfianza por ese hombre ya no tenía retorno.
Y no sé ni cómo aguanté hasta terminar la conversación con madre, para
buscar a Isabella. Iba desesperado al salir de la habitación de Eleanor,
directo a la oficina de casa luego de que uno de los Sigilosos, que encontré
en el camino, me avisara que ella estaba allí con algunos de su élite.
Entré sin llamar a la puerta, encontrándome con Caleb, Maokko, Ronin e
Isamu acompañándola, y todos me miraron serios por la interrupción.
—¿Podemos hablar? —inquirí mirándola solo a ella, la vi asentir, seguía
seria, incluso atormentada.
Me restregué el rostro, esperando a que los demás abandonaran la
oficina, sintiéndome demasiado exhausto.
—Te advierto que no pienso discutir más contigo —habló cuando
estuvimos solos. Caminé hacia ella sin decir nada, estaba de pie detrás del
escritorio, con las palmas apoyadas en este, como si buscara un alivio para
todo el peso que ya tenía acumulado en los hombros—. Elijah —advirtió
con la voz entrecortada.
Me llamaba todavía por mi nombre. Eso fue todo lo que necesité para
cogerla del rostro y antes de que soltara otra advertencia, tomé sus labios
entre los míos, besándola profundo y duro. A duras penas cogió aire por mi
arrebato, pero incluso con la sorpresa que eso le provocó, su lengua rozó la
mía, enviando una sacudida directo a mi corazón, como si se tratara de un
desfibrilador, dándome el choque eléctrico que necesitaba para que mi ritmo
cardiaco volviera a ser normal.
O lo que yo consideraba normal con ella en mi órbita.
Gruñí y arrastré las manos a su cuello y me aferré a ahí sin dañarla,
simplemente sosteniéndola, consiguiendo que echara la cabeza hacia atrás
para que me diera más acceso a su boca. Me moví sobre sus labios
haciéndola mía con mi lengua, deleitándome con sus gemidos; luego hundí
mis dientes en su labio inferior y tiré de él, zambulléndome una vez más,
repitiendo el proceso anterior, jugando con su lengua hasta que ella se
rindió y se aferró a mi cintura.
—Dime que no intentó nada contigo —supliqué tras cogerla de los
muslos, para sentarla sobre el escritorio y meterme en medio de ellos.
—¿De qué hablas? —quiso saber, rozando sus labios sobre los míos y
volví a besarla.
Mierda.
No quería cagarla de nuevo, no podía darle poder a mis demonios de esa
manera, pero luego de lo que señaló madre, incluso cuando ella descartó
que padre tuviera otras intenciones con Isabella, no podía sacármelo de la
cabeza.
—Nunca se propasó contigo, ¿cierto? —volví a decir y la tomé del rostro
para que me mirara a los ojos. Ambos teníamos las respiraciones aceleradas
por el beso que seguimos dándonos—. Myles, Bonita… ¿nunca intentó
nada contigo?
Sus ojos casi se desorbitaron al comprender mi pregunta.
—¡Por Dios, Elijah! ¡¿Cómo se te ocurre?! —inquirió indignada y el
alivio que sentí por poco hace que mis piernas flaquearan.
—Puta madre —jadeé.
La abracé luego de eso, diciéndole con ese gesto que no quería discutir
más, simplemente necesitaba verla a los ojos y que sus labios me sacaran
esa maldita desconfianza de la cabeza, porque no podía fiarme más de
Myles luego de lo que hizo.
—Voy a llegar al fondo de esto, me dedicaré a resolver esta situación,
pero no te quiero cerca de él —dije y se separó de mí.
Le estaba pidiendo eso porque ya sabía que ella estaba movilizando a su
gente para encontrar a Myles, y podían hacerlo antes que nosotros.
—Deja de hablar de él como si fuera el peor de los canallas.
—Por favor, Isabella. No te quiero cerca de él, al menos hasta que todo
esto se resuelva —Mi voz fue dura, pero ella vio la súplica en mis ojos—.
No te expongas.
—No puedes hablar así de tu padre —se quejó con la voz lastimera.
Detestaba que lo defendiera tan ciegamente, pero no podía solo
molestarme cuando ella no vio cómo lo encontré.
—No hablo mal de él, lo estoy haciendo del bastardo que encontré en esa
oficina, furioso porque Hanna se defendió —Quiso apartarse de mí, pero no
se lo permití—. ¿Quieres saber lo que vi? ¿Por qué estoy así? Escúchame
—demandé y se mordió el labio con enojo. Pero calló y no intentó apartarse
más.
Lo tomé como una señal y comencé a narrarle todo desde que llegué al
cuartel. Le expliqué incluso por qué Hanna estaba allí, la razón de que no se
lo dijéramos antes, que se debió únicamente a que estábamos ensimismados
en lo que sucedía con los Vigilantes, y nos ocupamos tanto con eso, que no
habíamos hablado como se debía.
Joder.
Ni siquiera nos habíamos visto como queríamos, llevaba días sin jugar
con mis hijos. A ella la follé hasta ese día y me enervaba que tuvo que pasar
lo de Elliot para darme cuenta de que la estaba descuidando. Y como si no
tuviéramos suficiente, Myles terminó de cagarse en todo y nos añadió otro
problema a la lista.
—¡Jesús! —exclamó ella cuando finalicé.
—¿Entiendes ahora porqué te quiero lejos de él? —pregunté.
La tenía sobre mi regazo, ella a horcajadas de mí, mientras yo me
encontraba sentado en la silla detrás del escritorio. Terminamos en esa
posición en un momento dado de mi relato y bajó la mirada en cuanto me
escuchó.
—Sí —respondió cuando la tomé de la barbilla y la hice mirarme—.
Entiendo que todo apunta a que él es el culpable, pero no quiero que
desconfíes del trato que siempre ha tenido conmigo, porque Myles ha sido
como mi padre, Elijah.
—Yo sé eso, Bonita —aseguré y le planté un beso casto—. ¿Qué más
piensas? —indagué al ver su mirada atormentada.
Se restregó el rostro y soltó el aire por la boca con pesadez, quedándose
en silencio por unos segundos, y tras eso, envolvió los brazos en mi cuello y
me abrazó, escondiendo el rostro de mí.
—¿Podemos ponerle un paro a todo, así sea solo por hoy, y fingir que
nada malo está pasando? —suplicó con la voz ahogada.
Le rodeé la cintura, dejándome consumir por su calidez, y la apreté a mi
cuerpo, necesitando fusionarla conmigo de alguna manera, queriendo que
nos convirtiéramos en uno solo para que ninguno tirara en dirección
contraria.
—Hagámoslo —susurré en su oído y la escuché suspirar aliviada y
agradecida.
Las pocas horas que quedaban de ese día se las dedicamos a nuestros
hijos, jugamos con ellos, cenamos juntos, siendo solo los cuatro. Y, a pesar
de que creí que no iba a conseguirlo, porque las aguas a nuestro alrededor
eran turbulentas, esas copias lograron meterme en su burbuja con todas sus
ocurrencias.
Por la noche me dediqué únicamente a Isabella, incluso apagamos los
móviles, confiando en que dejaríamos la realidad en manos de personas en
quienes confiábamos. Y cuando terminamos desnudos, sudorosos y
exhaustos, pensé en que después de todo, ese día no había sido tan mierda.
—Tenías razón —musitó ella metida en mi costado—. Nada será tan
perfecto como tú y yo juntos.
—Nada —confirmé besando sus labios y sonreí por su costumbre de
quedarse dormida tan pronto, después de nuestras sesiones de sexo.
Una semana transcurrió después de esa noche con ella, y para mi jodida
suerte las cosas no habían mejorado, aunque los Vigilantes todavía no se
atrevían a hacer nada en nuestra contra. Todo indicaba que nuestro peor
enemigo siempre estuvo en casa y se encargó de jodernos de una peor
manera.
Aún no habíamos conseguido dar con Myles. Madre se negaba a salir de
su habitación y según Owen, le llamaba a Hanna para estar pendiente de
ella, aunque él escuchaba que ambas siempre terminaban llorando.
La Castaña me habló de lo que sucedió con su visita a Amelia y todavía
me parecía inaudito lo que escuché de su boca. Aunque también entendí que
incluso con la justificación que tenía la chica para haber sido un monstruo,
Isabella siguiera reacia a verla como hermana, tratarla como tal, a pesar de
que hacía lo que podía para no odiarla más.
Fabio había llegado al país luego de que consiguiéramos los permisos
para su integración a la clínica St. James, y ya se estaba encargando
personalmente de todo lo que tenía que ver con su cuñada, pues al parecer,
Amelia siempre supo que era Dominik quien estuvo detrás de la máscara y
lo convirtió en su nueva obsesión.
Este último decidió retomar las sesiones semanales con las copias, ya
que no quería que Daemon retrocediera por tener que cambiar de psicólogo,
y le agradecimos que incluso con la situación de Amelia y con su hija
recién nacida, se preocupara por el bienestar de mis hijos.
Fabio también se estaba encargando de monitorear a Daemon en lo que
fuera necesario, porque todavía no estábamos preparados para sacarlos de la
mansión y mucho menos, de meter a médicos extraños que delataran la
existencia de ellos.
—Mami, pol favol —Escuché a Aiden decir cuando me acerqué a mi
habitación.
Abrí la puerta y los encontré en la cama, rogando a su madre por algo.
—¿Por qué ruegan a mamá, pequeños invasores? —inquirí
observándolos a los tres en la cama.
Les sonreí, aunque no conseguí respuesta de ninguno y fruncí el ceño.
—Papito, quelemos una hemanita, así como la de Domilik —explicó
Daemon con emoción y vi a Isabella blanquear los ojos.
Dominik les había presentado a su hija por medio de un vídeo.
—Pelo mami no quiele —se quejó Aiden haciendo un puchero.
Apreté los labios para no reír, porque noté que en serio estaba a punto de
llorar.
—Si me dejan a solas con ella, yo podría convencerla de que les dé una
hermana —propuse.
—¡Para ahí! —advirtió la Castaña y sonreí—. La hija de Dominik es su
primita, como una hermanita para ustedes. Así que no hay necesidad de otra
—les explicó e intuí que no era la primera vez que lo estaba haciendo.
—Quelemos una he-ma-na —fraseó Aiden molesto—. No pima —zanjó
cruzando los brazos a la altura de su pecho, haciendo un gesto gracioso con
los labios, enfurruñado.
Alcé una ceja.
—Hazme los pucheros que quieras, pero igual tendrás que conformarte
con tu prima —replicó Isabella, comportándose como una niña al igual que
ellos.
—¡Papito! ¡Pol favol! —chilló Daemon, sus ojos ya estaban rojos y
reteniendo las lágrimas.
¡Diablos! Estaban hablando en serio.
—A ver, paren ya, chiquillos —pedí para los tres—. Y no lloren por eso,
porque, aunque mamá les diga que sí, para hacer una hermanita se necesita
mucho trabajo —expliqué con malicia y noté que Isabella escondió una
sonrisa.
No estábamos en nuestro mejor momento aún, ya que el estrés por lo de
Myles, lo sucedido con Hanna, la situación de Amelia y encima el silencio
de Lucius, nos mantenía con los nervios de punta y, aunque tratábamos de
apoyarnos, no siempre lo conseguíamos del todo. Y eso no nos permitía
cerrar esa brecha que se creó entre nosotros, al regresar a la ciudad.
—Papá tiene razón, es muchooo tiempo —acotó ella alargando la frase
—, pero prometo que pensaremos en lo de la hermanita. Aunque, no
olviden que la bebé de Dominik es una hermana para ustedes. —El rostro
de esas copias se iluminó cuando la escucharon decir eso.
Y bueno, tenía que admitir que a mí no me disgustaba la idea de hacerles
realidad ese sueño a mis hijos.
—Yo prometo que a partir de ahora comenzaré a hacerles una pequeña y
hermosa castaña —dije subiéndome a la cama con ellos.
De nuevo Isabella quiso evitar la sonrisa, fallando en el intento.
—¿Cómo halás a mi hemanita? —preguntó Daemon con emoción al
llegar a mí y me quedé pasmado.
¿Cómo mierdas le iba explicar eso?
—La va dibujal, tonto —respondió Aiden, haciendo un gracioso gesto
sabiondo.
Ni la Castaña ni yo pudimos evitar reírnos. Nuestras copias eran muy
inocentes y listos a la vez, también tenían el poder de hacernos olvidar, en
un instante, el mal que vivíamos, consiguiendo (con solo un segundo) lo
que yo no pude en una jodida semana.
Ver sonreír de verdad a mi Bonita. No de manera forzada, como cuando
intentaba meterse en la cabeza (por la fuerza) que todo iba a estar bien, que
la tormenta que vivíamos pronto iba a cesar.
Con nuestros hijos vi la esperanza brillando en sus ojos y la certeza de
que no se daría por vencida porque igual que yo, ella buscaba un mundo
seguro para ellos y juntos lo conseguiríamos.
—Bien, pequeños sabiondos, es hora de ir a la cama, así que deséenle
buena noche a papá —los animó Isabella.
—Deseen que mamá me dé una buena noche —pedí yo y ella negó con
la cabeza, haciéndose la seria.
Las copias por supuesto que no entendieron a qué me refería, así que se
limitaron a darme un beso, repitieron el buenas noches, papito, añadiendo
que me amaban. Ellos siempre se reían cuando les susurraba al oído y les
devolvía sus besos.
Tras verlos irse me fui hacia la oficina un momento para hacer algunas
llamadas, mientras Isabella regresaba y tomaba una ducha, como era su
costumbre.
Debía comunicarme con Cameron para que me informara cómo estaba
Hanna, ya que mantuve mi promesa de estar pendiente de ella; él me
mencionó que esa tarde la rubia había estado un poco inquieta, pero que
Owen se encargó de animarla, siendo la primera vez que lo dejaba
acercarse, ya que tras lo que sucedió, se mantuvo reacia a interactuar con
otras personas y era raro que saliera de la habitación.
Luego le pedí a Tess y a Dylan que charláramos, porque ellos se estaban
haciendo cargo (por parte de mi élite) de la búsqueda de padre, algo que
estaba resultando complicado; y si no recurríamos a Kontos y Makris, era
únicamente porque queríamos mantener eso con la mayor discreción que
nos fuera posible.
Antes de volver a mi habitación pasé a saludar a madre, a cerciorarme de
que estuviera bien y como todas las otras noches, seguía dolida y
decepcionada, aunque me confesó que esa tarde padre le llamó, siendo el
primer contacto que tenían desde que sucedió lo de Hanna y le prometió
que arreglaría todo, que volvería pronto y le daría la cara para que
solucionaran las cosas de frente.
Y no me agradó que madre no nos avisara nada, sabiendo la búsqueda
que habíamos montado, pero me pidió comprensión, ya que ese momento
era algo que solo quería para ella.
—¿Te dijo que no hizo nada? —cuestioné y ella respiró hondo.
—Simplemente aseguró que le dejaría todo al tiempo —respondió ella y
resoplé.
Era increíble que con esa situación, pensara en dejar las malditas cosas al
tiempo.
Pero no le di más largas y me despedí de ella minutos después de eso,
yéndome por fin a mi habitación, encontrándome todo a oscuras cuando
entré. Isabella estaba metida entre las sábanas y maldije, ya que esperaba
encontrarla despierta, pero tampoco podía quejarme, pues me tardé más de
lo que pretendía.
Decidí tomar una ducha para bajarme un poco el deseo que sentía y tras
vestirme solo con un bóxer al salir, me metí debajo de las sábanas con la
idea de descansar y dejarla descansar a ella, aunque no soporté quedarme
sin tocarla, fui egoísta con su sueño y con cuidado le acaricié el hombro
desnudo con el dorso de mi índice, descubriendo que no estaba dormida
como pensaba, ya que la luz que se filtraba por la ventana me permitió ver
cuando su piel se erizó.
Me hirió un poco el orgullo que se hiciera la dormida para evitarme.
—¿Por qué me evitas? —le susurré en el oído y sentí que se tensó. La
cogí de la cintura y pegué su espalda a mi pecho, estaba cálida y el
contraste con mi piel fresca, por la ducha reciente, nos estremeció a ambos.
—Todo se ha sentido demasiado en estos días —habló justo cuando besé
el espacio entre su cuello y hombro—. Odio esta distancia entre nosotros y
tengo miedo —confesó, poniendo la mano en mi brazo rodeando su cintura.
—¿Miedo de qué, Bonita? Si estamos juntos —le aseguré y la sentí hacer
un movimiento que me indicaba que estaba llorando.
La giré haciéndola quedar sobre su espalda y me coloqué sobre ella.
—¿Lo estamos? —inquirió.
La luz exterior me permitió ver sus rasgos y noté el brillo de las lágrimas
en los rabillos de sus ojos.
—¿En serio lo dudas? —devolví y ella se mordió el labio—. ¡Háblame!
Dime qué piensas —supliqué.
Yo también odiaba esa distancia. No estar bien ni tampoco mal, porque
ese nivel intermedio en el que nos manteníamos, se sentía demasiado
peligroso, pues nos volvíamos más frágiles e ir al extremo malo era más
fácil y constante.
—Odio sentir que, aunque estemos trabajando para proteger a nuestros
hijos, vayamos por caminos distintos —admitió y entendí a qué se refería.
El día anterior tuvimos una pequeña discusión porque ella, a pesar de
saber lo que sucedió con padre, seguía reacia a creerlo culpable y me
recriminó que yo no lo estaba buscando para aclarar lo sucedido, sino para
acusarlo, y aseguró que por esa razón Myles se escondía.
No quise alimentar esa discusión entre nosotros y le pedí que no se
metiera en el asunto de padre, que lo dejara en mis manos, pues no
permitiría que aparte de lo que le hizo a Hanna, también jodiera mi relación
con ella y, aunque la Castaña calló y se marchó de la oficina, donde
habíamos estado, supuse que tarde o temprano volvería al asunto y no me
equivoqué.
Ahí estábamos, pero yo no quería que padre volviese a ser nuestro tema
de conversación. No con la desconfianza y los celos que me embargaron,
luego de aquel comentario de madre, con respecto a haber evitado que
Myles agrediera a Hanna.
—Yo no quiero proteger únicamente a las copias, Bonita. Te protejo
también a ti sin importar que seas una guerrera que sabe cuidarse sola —
susurré y le di un beso casto en los labios—. Por eso sientes que a veces
puedo desviarme, pero no tomo otro camino distinto al tuyo —aseguré.
La escuché respirar profundo y me apoyé en un solo brazo para
acariciarle el rostro.
—Júrame que es así —suplicó acariciándome el torso y sonreí,
sintiéndome un poco más liviano de pronto.
—Te lo prometo, meree raanee —puntualicé.
En un momento la sentí lejos de mí y en un segundo ella hizo
desaparecer todo tipo de distancia entre nosotros.
Estampó su boca a la mía, tomando de mí lo que ella sabía que era solo
suyo. Me volvió loco con su lengua, con sus mordiscos y esos gemidos que
se le escaparon cuando me acomodé mejor entre sus piernas y la hice sentir
mi erección.
Tomé el control de ese momento porque necesitaba demostrarle de todas
las maneras que fueran posible, que seguíamos en la misma sintonía. Besé
cada centímetro de su piel, la desnudé con paciencia porque no quería que
nada fuera rápido entre nosotros, por desearnos como deseábamos. Me
deleité con sus pechos y estuve a punto de perder el control cuando llegué a
su vientre tibio y terso, y luego saboreé su intimidad.
Ese lugar que poseía el elíxir que me mantenía adicto.
Isabella se estremeció de pies a cabeza con mi lengua torturándola de esa
manera, se volvió salvaje en mis manos, tomando un poco de control al
enredar los dedos en mi cabello para sostener mi cabeza y marcar su propio
ritmo, pero ni aun así consiguió retrasar su clímax. Explotó de placer en mi
boca, dándome más de esa droga hasta que me bebí la última gota.
Pronto ella se hizo del control total, volviéndose insaciable luego de su
primer orgasmo. Se adueñó de mi erección como tantas veces lo había
hecho, e hizo estragos con su boca, llevándome a su paraíso cuando me hizo
correrme y se bebió mi simiente, demostrándome con eso que yo también
era su droga, una adicción que no quería dejar.
Me lo confirmó cuando minutos después de haberme hecho correr, se
montó en mi regazo, penetrándose sola, afirmando lo salvaje que era
conmigo, usándome para su placer, llevándome a otro tipo de éxtasis por
verla haciéndose de todo el control.
Mis manos recorrieron su cintura, asentándose en sus nalgas para instarla
a moverse a mi ritmo. Sus pezones endurecidos se rozaban a mi pecho,
suplicando por mi atención y, mientras marcaba mi propio vaivén, besé y
chupé esos montículos de tamaño perfecto, jugué con mi lengua en sus
capullos y gocé de sus jadeos y gemidos de placer.
—Eres hermosa cuando intentas dominarme en la cama —declaré sobre
sus labios.
Su rostro se desformó en sexis gestos de placer. Nuestras bocas se
tentaron al acercarnos sin hacer contacto, simplemente tragándonos
nuestros gemidos. Me apoyé con un codo en la cama para medio inclinarme
y la tomé de la parte de atrás del cabello con la otra mano, mordisqueando
su barbilla en cuanto echó la cabeza hacia atrás. Isabella se mordió el labio
para no gritar y yo sonreí como el cabrón que era, porque a pesar de que
ella me montaba a mí, era yo quien marcaba el ritmo y la llevé hasta la cima
de un nuevo orgasmo.
—¡Mierda! —gimió cuando bajé la mano a su cadera y la hice moverse
de adelante hacia atrás, tocando ese punto que fácilmente la mantenía en un
éxtasis constante.
Yo también maldije al sentir su interior más apretado y la manera en que
sus movimientos cambiaron, haciéndome saber que no soportaría más, pero
en esa ocasión me llevaría con ella, ya que también sentí el placer
concentrándose en mi estómago, bajando enseguida a mis testículos, por lo
que terminé por sentarme en la cama y la cogí de las nalgas, llegando cerca
de esa parte suya que también haría mía.
—Me vuelves loco, Pequeña —susurré en su oído, con la voz ronca y
plagada de éxtasis.
—Tú a mí… más —consiguió decir y antes de que su grito resonara más
allá de la habitación, la besé.
Ambos nos corrimos al mismo tiempo, me vacié en su interior y me bebí
cada uno de sus gemidos, gruñendo a la vez por mi propio placer,
disfrutando de los espasmos de su orgasmo con cada sacudida de mi polla
dentro de ella.
—Te amo —susurró con la voz débil, demostrándome que no solo
acababa de liberarse sexualmente sino también que dejó ir un poco de sus
cargas.
La tomé del rostro y la hice mirarme, nuestros ojos ya estaban adaptados
al entorno que, aunque oscuro, era iluminado tenuemente por la suave luz
del exterior.
—Seguiré quemando el mundo por ti, Bonita —reiteré y en respuesta
recibí una sonrisa tímida de su parte, seguida de un beso tierno.
Nuestros hijos podían hacernos olvidar lo mierda que era el mundo
afuera de esa casa, pero solo ella conseguía darme la seguridad de que
seguía siendo poderoso, siempre que se mantuviera a mi lado.
—¿Dime que esto es una broma de tu parte, Eleanor? —exigí y ella negó
con la cabeza.
Acababa de llegar del hospital. Se había ido luego de que yo misma le
informé lo que Hanna intentó hacer, gracias a la nota que me dejó Elijah,
porque aseguró que no quiso despertarme y molestarme con esa noticia,
luego de la noche que habíamos tenido.
Le llamé en cuanto la leí y me informó que la chica ya estaba fuera de
peligro tras el lavado estomacal que le hicieron. Dejé de lado los celos y
desconfianza hacia ella porque quise ser empática, sin juzgarla por la
decisión que tomó, ya que yo estuve en su lugar y viví en carne propia lo
que rendirte contigo mismo te obligaba a hacer.
Por eso, en lugar de actuar como la novia celosa, posesiva e intensa con
Elijah, quise ser un apoyo para él y demostrarle que podía contar conmigo y
quedarse con ella el tiempo que fuera necesario, si así lo consideraba
prudente. Se lo dejé claro el día que la llevó a ese apartamento tras lo de
Myles y luego con nuestra llamada, pues no quería que retrocediéramos de
nuevo con lo que ya habíamos avanzado.
No obstante, jamás esperé que con mi buena voluntad de avisarle a
Eleanor lo que pasó, sabiendo que ella y Hanna se habían vuelto cercanas,
consiguiera como premio, el que la mujer que veía como una madre más, no
solo le hiciera saber inconscientemente a la chica sobre mis hijos, sino que
además, pretendiera meterla en esa casa, en una fortaleza que Myles puso a
mi disposición para que protegiera a sus nietos.
Eleanor pretendía hacer lo que le pedí a su hijo que evitara.
—Broma sería que yo le diera la espalda a Hanna, así como tú hiciste
que Elijah se la diera.
—¡¿Qué?! —espeté incrédula.
«¡Diablos, Colega! Esa mujer necesitaba ir a hacerle compañía a tu
hermana a la clínica St. James».
Ignoré ese susurro interior cuando Eleanor se puso de pie, ya que se
había mantenido sentada en una chaise lounge de su habitación, y miró por
la ventana.
Podía comprender que lo de Myles la tuviera mal y, además, la hiciera
sentir culpable por lo que pasó entre él y Hanna, pero de ahí a que
desvariara de esa manera, me era inconcebible, porque yo no hice que
Elijah le diera la espalda a nadie, todo lo contrario, me tragué mis celos esa
semana y lo dejé que hiciera todo lo que creyó que debía, para apoyar a la
chica de alguna manera.
—Yo comprendo que hayas sentido celos por lo que pasó entre ella y mi
hijo, Isabella, pero me parece inaudito que luego de que tú te has
empecinado en proteger y apoyar a Elliot, sabiendo lo que Elijah siente por
tu cercanía con él, no puedas soportar que mi hijo esté cerca de Hanna, para
apoyarla en un mal momento que atraviesa por culpa de Myles, de mi
marido —soltó con la voz entrecortada.
—Por Dios, Eleanor, juro que te desconozco —resollé y ella se giró para
mirarme de nuevo.
Ya estaba llorando.
—Así como yo te desconocí a ti el día que apuñalaste a mi hijo —
entonó, haciendo énfasis en las últimas palabras, golpeándose el pecho con
la yema del dedo índice para recalcar su resentimiento contra mí—. Y como
volví a desconocerte cuando me amenazaste con no permitir que saliera de
Florencia, para venir a verlo, si no hacíamos lo que tú querías.
Tragué sin dejar de mirarla, porque no podía rebatir sus reclamos, a pesar
de sentirme indignada por sus acusaciones.
—¿Entonces haces esto para darme una lección? —inquirí y ella se
limpió las lágrimas.
—No, cariño, porque yo sí traté de ponerme en tu lugar y te entendí, te
he comprendido en cada decisión que tomas por mucho que a mí me duela.
—Bufé una risa—. Si te lo he hecho ver es solo para que ahora seas tú la
que se ponga en mi lugar, ya que yo sí me siento culpable de lo que Myles
le hizo a esa niña.
Me mordí la lengua para no decirle que yo no creía que Myles le hubiera
hecho nada, pues preferí guardarme mi opinión luego de que Elijah me
hablara, con tanto dolor y enojo, de lo que vio en aquella oficina, pues
admitía que en efecto, su padre parecía ser el culpable.
«Pero la clave estaba en eso: parecía».
Exacto.
Por eso yo había decidido trabajar por mi cuenta en su búsqueda.
Necesitaba encontrarlo y verlo a los ojos para comprobar que no me
equivocaba con mi fe en él. Pero si resultaba ser culpable, me hice la
promesa de no encubrirlo y dejar que fuera juzgado por sus actos, sin
embargo, hasta que eso pasara, seguía dándole el beneficio de la duda
porque no cometería el mismo error que cometí con Amelia.
A quien no podía perdonar porque no era fácil, pues me arrebató a mi
padre, no obstante, ahora comprendía las razones que tuvo para hacerlo.
—Está bien, Eleanor. Tu casa, tus reglas —cedí al darme cuenta de que
no llegaríamos a nada—. Sin embargo, no voy a perdonarte que la hayas
puesto al tanto de mis hijos —aclaré y me miró con sorpresa.
—Ya te expliqué que fue un accidente. Discutía con Elijah porque no
quería permitirme que la trajera aquí y nos escuchó hablar sobre los niños.
—Pero se lo confirmaste cuando Hana te preguntó si teníamos hijos —
recalqué, guiándome por lo que ella misma me explicó.
Elijah se negó a que su madre llevara a cabo esa locura de traer a Hanna
a la mansión, alegando que no solo pondría en riesgo a los clones sino
también nuestra relación, por eso ella me acusó de que él le diera la espalda
a su amiga, sin darse cuenta de que no era por mí que no quería cerca a esa
chica, sino por mis hijos.
—¡Porque no tenía caso negárselo más! ¡Por el amor de Dios, Isabella!
—insistió.
—Podrías haberle dicho que eso era algo que no te correspondía a ti
decírselo, porque me importa un carajo que tú confíes en ella, Eleanor. Yo
no —zanjé perdiendo los estribos—. E hiciste la única cosa que te pedí que
no hicieras.
—Tarde o temprano se daría cuenta al venir aquí.
—¡Pero no por ti! —grité haciendo que diera un respingo. Me miró con
dolor porque era la primera vez que le levantaba la voz, y yo supe que ese
momento fue un quiebre inevitable en nuestra relación—. Haz lo que
quieras y ruega para que no estés cometiendo un error, Eleanor Pride, ni con
Hanna ni con tu marido —advertí y rompió en llanto—. Y te equivocas con
respecto a que yo alejé a Elijah de su amiga. No lo hice, todo lo contrario,
me mantuve al margen para que hiciera lo que quisiera con ella, porque yo
confío en él.
Dicho esto me di la vuelta y la dejé ahí, en medio de su habitación. Y
escuché cuando sollozó con más intensidad, pero no sentí remordimiento de
lo que hice porque me estaba dejando llevar por mi intuición y algo en mi
interior me gritaba que siguiera así.
Sin embargo, al alejarme también dejé escapar mis lágrimas porque
nunca pretendí terminar así con ella, cuando ya habíamos conseguido
superar nuestras diferencias. Elijah me llamó en ese instante y decliné su
llamada, enviándole un mensaje de texto para pedirle que habláramos
después, pues me sentía demasiado molesta y no quería explotar con él lo
que no pude terminar de detonar con su madre.
«Y después de todo, él hizo lo que estuvo en sus manos para respetar lo
que tú querías».
Al menos con Hanna lo intentó.
Cuando llegué a la planta baja de la casa le pedí a mi élite que nos
reuniéramos en la oficina, ya que no iba a tirarme a llorar por lo que
sucedía. Era una suerte que estuvieran todos en casa, y de paso también
Serena (la chica había resultado alguien de fiar y le confiaba el cuidado de
mis hijos), así que le pedí que se quedara con Lewis cuidando de los clones
mientras yo hablaba con los Sigilosos.
—Si quieres una casa segura, sabes que puedo encargarme de ello, pero
por muy cabrón que me crea en lo que hago, ahora mismo ni yo te
recomendaría salir de aquí con tus hijos —dijo Caleb luego de explicarles
lo que pasó y mis intenciones de irme.
—Lo apoyo en eso. Hemos montado guardias y recorrido todo el
territorio de la casa, descubriendo que no le llaman fortaleza solo por mote
—acotó Ronin—. Está protegida encima de sus tierras por Grigoris y por
nosotros, en el cielo por medio de los drones que operan Evan, Connor y
todo su equipo técnico; y por debajo de la tierra, en sus túneles, por más
miembros de las organizaciones, además de las bombas.
—Myles se tardó cinco años en construir esta mansión y todo lo que hay
a sus alrededores, porque la equipó como un búnker de seguridad que
podría protegerte incluso en una guerra nuclear, jefa —añadió Isamu—. Así
que por muchos esfuerzos que hagamos para recrear algo similar para ti y
los niños, nos tardaríamos el mismo tiempo y no cuentas con eso.
Chasqueé con la lengua, maldiciendo.
—No pienses con la cabeza nublada por el enojo, Chica americana,
porque ahora mismo tus decisiones serán los errores de mañana —aconsejó
Lee-Ang acercándose a mí.
—Además de todo esto que te han dicho nuestros hermanos, piensa en
que si esa rubia ya sabe de los clones, la mejor manera de controlar que no
se lo diga a nadie más, es teniéndola aquí —aportó Maokko.
Suspiré entrecortado cuando me fue inevitable no pensar en Salike, pues
era la primera vez en una reunión de ese tipo, que solo tenía cinco consejos
y no seis, como cuando ella estaba viva.
—Elijah me dijo que le darán el alta médica a Hanna hoy mismo —
informé, sabedora de que ellos a diferencia de mí, estaban siendo objetivos
—. Ve tú con Ronin por ella al hospital —solicité para Maokko y ambos
asintieron—. Tú encárgate de estar pendiente de todo lo que Eleanor ordene
para que reciban a su invitada —pedí a Lee-Ang, pues de nuestro equipo
era la más sigilosa—. Y ustedes sigan en lo de Myles, me urge dar con él —
avisé para Isamu y Caleb.
Este último se encargaría además de la seguridad sin que tuviera que
pedírselo.
—Los hermanos D’angelo vendrán en una hora, para el control médico
de Daemon —me avisó Lee y asentí.
Acto seguido todos salieron de la oficina, para darme privacidad y
tiempo de calmarme, y revisé mi móvil al darme cuenta de la notificación
del mensaje de Elijah, la respuesta al que yo le envié antes.
Había sonreído sin gracia al leer su mensaje y cuando digité el mío, sentí
que presionaba la pantalla con más fuerza de la que era necesaria.
Pensé en eso cuando Eleanor me informó lo que haría y, aunque no me
dijo si Hanna aceptó la propuesta, las órdenes que giró con su personal de
servicio para que tuvieran lista una recámara de huéspedes, me hizo saber
que ya estaba decidido que ella llegaría, algo que me llevó a pensar, de
nuevo, que esa tipa hacía cosas para llamar la atención de Elijah.
Tres días pasaron luego de esa noche con mis élites y, aunque seguí sin
recibir respuesta de parte de la Castaña, al mensaje que le envié, igual le
cumplí y tomé una habitación del segundo piso, era en la que ella estuvo en
el pasado, tras la muerte de su padre.
No la había visto, tampoco a mis hijos, pues no pretendía que ellos
notaran mi rostro golpeado. Así que siempre trataba la manera de salir muy
temprano de casa y regresar ya bien entrada la noche, aunque me mantenía
pendientes de ellos por medio de Lewis o Serena. Owen seguía
encargándose de Hanna, Belial y Lilith trabajaban de la mano con Connor,
Evan y Dylan, mientras que Marcus y Cameron me acompañaban a mí.
—Hola, extraño —me saludó Hanna cuando salí de mi habitación y ella
lo hizo de la suya, la cual estaba al lado.
—Hanna —la nombré a manera de saludo—. ¿Cómo te sientes?
—Todavía un poco extraña aquí, pero ya mejor —Asentí en respuesta.
Cuando entré a su habitación en el hospital, luego de que despertara tras
lo que intentó, me pidió perdón por dejarse ganar por la depresión en la que
cayó luego de lo de padre, y por no ser fuerte como Isabella, algo que me
sacó de mis casillas. Y le dejé muy claro que eso no era ninguna
competencia, pues yo no buscaba quién de ellas era mejor, simplemente
porque no la escogería jamás por encima de la Castaña. Y, aunque tal vez no
fue el mejor momento para decírselo, preferí que sucediera en el hospital
solo por si acaso intentaba otra locura.
Como dije antes, las palabras de Elliot esa madrugada resonaron en mi
cabeza de una manera molesta y, por si acaso tenía razón, decidí cortar de
raíz cualquier manipulación que Hanna pretendiera conmigo, dejándole
claro que el hecho de que la ayudara, o estuviera pendiente de ella, no era
sinónimo de que le correspondía en su enamoramiento absurdo hacia mí.
Y me demostró que lo tenía claro, incluso aseguró que jamás haría nada
para dañar mi relación con Isabella. Hasta que madre llegó con su idea
absurda (y no dejó que Hanna se negara), pues juró que no volvería a
cometer el error de dejarla sola. Sin embargo, yo no estaba dispuesto a dar
mi brazo a torcer en eso y noté que a la rubia le dolió mi negativa,
sintiéndolo como un desprecio que aceptó, e incluso quiso poner resistencia
cuando Maokko y Ronin llegaron a recogerla al hospital, más que nada por
indignación.
Desde ese día no habíamos vuelto a hablar ni vernos, a pesar de que
dormía al lado de mi habitación.
—¡Hijo! Qué bueno es verte.
—Madre —la saludé y le di un beso en la mejilla cuando llegó con
nosotros.
Su habitación estaba a tres de la mía y la de Hanna. Y debía admitir que
lucía un poco más animada desde que la rubia se hallaba en casa haciéndole
compañía, ya que por primera vez, había una chica en su entorno que no
estaba inmiscuida en nada de la organización, pero sí en las fundaciones
junto a ella.
—Desayuna con nosotros —pidió y enganchó su brazo con el mío.
—Debo ocuparme de algunas cosas, Eleanor —decliné su petición con
un poco de sutileza.
—Desayuna antes, cariño. Además, aunque me encanta la compañía de
Hanna, extraño tenerte a ti o a Tess en la mesa, ya que ni Isa ni los niños
nos han estado acompañando.
No quería discutir, así que evité decirle que cómo demonios esperaba que
la Castaña se uniera a ellas, luego de la discusión que ambas tuvieron, y con
la aversión de Isabella declarada hacia la rubia.
—Ya voy tarde, madre. Desayunen ustedes.
—Por favor, hijo. Tómate, así sea, un café con nosotras, no me
desprecies ahora que empiezo a sentirme yo misma de nuevo —La miré con
los ojos entrecerrados.
—¿Es así? —inquirí y me sonrió, aunque vislumbré la tristeza en sus
ojos.
—Paso a paso, hijo —me recordó.
Exhalé un suspiro.
—Solo un café, andando —la animé.
Sonrió más enardecida esa vez y con el otro brazo cogió el de Hanna,
caminando con ambos a cada uno de sus lados. Comenzó a platicarme que
había retomado su voluntariado con las fundaciones, aunque lo estaban
haciendo en línea junto a la rubia, debido a que no tenían permitido salir de
territorio Pride. Y escondí una sonrisa porque madre sí podía ir a donde
quisiera, pero supuse que Hanna no, y en lugar de incomodarla con eso,
Eleanor decidió decir que tampoco a ella se le permitía.
—¡Por Dios! Mis amores, al fin los veo —exclamó madre cuando
llegamos cerca del comedor y encontramos a Isabella saliendo de ahí junto
a las copias, Lee-Ang y Serena.
—¡Abolita! —gritó Aiden y corrió a abrazar a madre.
Daemon se quedó al lado de la Castaña, agarrado de su mano y, aunque
extrañé a mis hijos, mis ojos se conectaron con los de su madre.
¡Maldición!
Su mirada orgullosa pero también llena de anhelo, hizo cosas en mi
interior de las que antes me quejé.
Estaba vestida con un vaquero azul, desgastado y roto de algunas partes
de sus piernas, que se pegaba a sus caderas y muslos de una manera que los
moldeaba a la perfección. La playera negra que usaba era mía (lo que hizo
crecer mi ego) y la anudó justo arriba de su abdomen, luciendo esa piel
tersa y tonificada de la que era dueña. Y, aunque la prenda le quedaba floja
de los pechos, noté cómo sus pezones se endurecieron y marcaron,
haciéndome salivar como un jodido perro.
Tenía el cabello en una coleta alta y calzaba sus botas de combate,
dejando claro que podía ser madre, pero eso no le impedía ser sexi y a la
vez una amazona.
—¡Papito! —gritó Daemon, soltando a su madre para llegar a mí. Lo
cogí en brazos y reí cuando me dio un beso atronador en la mejilla.
—Me has extrañado, eh —señalé y él rio, asintiendo con la cabeza.
—Yo tabén, papito —aseguró Aiden, corriendo hacia mí y dando saltitos
para que quedara más claro que no mentía.
—Y yo a ustedes, pequeños revoltosos. A los tres —aclaré, observando a
la Castaña y desde la distancia noté que tragó con dificultad.
Le sonreí de lado, aunque ella apenas hizo un amago del gesto en
respuesta.
—Tienen unos ositos hermosos —halagó Hanna, recordándome que
seguía a mi lado.
Con lo de ositos se refirió a las copias, pues todavía iban con sus pijamas
peludas que los hacían parecer osos de felpa. Yo mismo se las conseguí
luego de que me hicieron ver con ellos esa película que tanto les fascinaba,
«Valiente».
Incluso le habían pedido pie a su madre, con la esperanza de convertirse
en osos por unos momentos, para hacer más travesuras.
—Y revoltosos —le respondí a Hanna, desordenando el cabello de
Aiden.
—¿Tén eles tú? —le preguntó él a la rubia.
—Ella es Hanna, una amiga de papá y mía, chicos —la presentó madre,
sonriendo con más felicidad al ver a nuestros hijos después de días.
—No abaces a papito —le advirtió Daemon y la pobre chica abrió los
ojos demás.
Me reí porque supuse que la advertencia se debió a que Laurel me había
abrazado cuando la conocieron en Italia. Busqué a Isabella con la mirada
tras eso y le alcé una ceja, retándola a que ella también defendiera lo suyo,
pero su mirada asesina me indicó que no estaba para bromas.
—Daemon —Madre lo amonestó por lo que dijo.
—No, abolita. Ella no me usta —Todos se sorprendieron por la
sinceridad del pequeño gruñón en mis brazos.
Noté a Lee-Ang un poco desconcertada porque su alumno no tenía
filtros, Serena en cambio frunció el ceño e imaginé que estaba estudiando
las actitudes de mis hijos. En ese momento Isabella sí que alzó una ceja
para mí y, aunque no sonrió, el gesto orgulloso en su rostro me indicó que
por dentro sí lo hacía.
Me cago en la puta.
No era correcto, pero ese gesto suyo me hizo pensarla en la cama,
cuando sabía que me haría correr a pesar de que yo pretendiera hacerme el
duro.
—A mí sí me ustas, Hanna —la animó Aiden sacándome de esa
cavilación, llegando frente a la rubia para tocarla y que ella le pusiera
atención—, pelo no abaces a papito —advirtió con una sonrisa enorme en
cuanto ella lo miró.
Mierda.
Uno era directo y el otro muy sutil y labioso a la hora de hacer sus
advertencias.
—¡Jesucristo! —murmuró madre, avergonzada con Hanna.
—Hanna no me abrazará, osos revoltosos —interferí para que dejaran de
intimidarla—. Eso únicamente lo hace mamá y ustedes —Ambos asintieron
satisfechos por mi aclaración—. Ella solo es una amiga y estará aquí por
unos días. Así que sean amables —recomendé y Daemon recostó su cabeza
en mi hombro mientras que Aiden sonrió de acuerdo.
—Gracias —musitó Hanna y noté que estaba un poco tensa.
—¿Po qué no duelmes con mami? —preguntó Daemon de pronto.
—Ven, vamos a comer algo —ofreció madre a Hanna cuando escuchó a
mi hijo y agradecí que nos diera esa privacidad.
—Amor, ya te he explicado que papá se sentía un poco enfermo, por eso
tuvo que utilizar otra habitación —dijo Isabella llegando a nosotros.
Lee-Ang y Serena también se retiraron para darnos espacio. Daemon en
ese momento volvió a erguirse y me miró, como si deseaba que yo también
le confirmara eso.
—En cuanto me sienta mejor, voy a regresar a la habitación con mamá,
te lo prometo. —Él asintió más satisfecho.
—¿Polemos visitalte donde duelmes? —inquirió Aiden e Isabella lo
cargó, cuando este se lo pidió alzando los brazos—. ¿Polemos, mamita?
—Claro, amor. Cuando averigüemos dónde está la nueva habitación de
papá.
—En la que fue tuya —aclaré y me observó un tanto sorprendida.
—Al lado de la de tu amiga. Qué sorpresa —satirizó y maldije.
No pensé en eso cuando me fui hacia allí, simplemente opté por un lugar
que antes fue suyo, dándome cuenta de mi error en ese momento.
—Isabella —dije queriendo que entendiera que nada, de lo que sea que
fuera que estaba pensando, era así.
—¡Bonita! —exclamó Daemon, llamando a su madre igual que yo lo
hacía.
—¡Tastaña telca! —gritó Aiden y me restregué el rostro con una mano,
negando con la cabeza.
Pero la intromisión de nuestros hijos liberó un poco la tensión que se
creó entre nosotros, ya que Isabella no aguantó las ganas de reírse por lo
que ellos dijeron.
Tras eso los acompañé a su habitación porque las copias me invitaron. Y
le ayudé a Isabella a ducharlos y prepararlos porque pronto sería la hora de
su entrenamiento con Lee-Ang. Y me reconfortó de una manera increíble
hacer algo tan cotidiano con ella, así no habláramos de nada y nos
limitáramos a interactuar con nuestros hijos. Sufriendo además la maldita
tensión sexual que me despertaba esa mujer cuando se inclinaba para
alcanzar algo, o se rozaba accidentalmente conmigo.
Y fue tan insoportable, que cuando Lee-Ang llegó por los clones y
salimos de la recámara, arrastré a Isabella a la nuestra, aprovechando que
ella no protestaría, pues no lo hacía con nuestros hijos alrededor.
—¿Qué crees que estás haciendo, Elijah? —espetó en cuanto estuvimos
dentro.
—Tomando lo que me pertenece —aseveré y tras eso fundí mi boca en la
suya.
Ella gimió y yo gruñí porque estar de nuevo de esa manera, era como
explotar en miles de sensaciones que, aunque me abrumaban, no quería
dejar de sentirlas. Y sí, podía estar molesta y decepcionada de mí, pero
Isabella tampoco pudo resistirse a mi lengua invadiendo su boca, dejando
salir la suya para darme batalla.
Nos movimos juntos, reclamándonos, mordiendo nuestros labios y
chupándolos para aliviar el dolor provocado. Era demasiado fácil olvidar
toda la mierda cuando me encontraba en su dimensión, embriagarme de ella
y dejar que lo demás se fuera al carajo. Sus gemidos me hipnotizaban,
despertando a la vez en mí, a esa bestia que la añoraba a cada momento.
Y antes de que los dos supiéramos en realidad lo que estábamos
haciendo, la llevé hasta la cama, dejando ir su boca únicamente para
tomarla de los muslos y tirar de sus caderas hasta el borde de esta. La
escuché gimotear y sentí que quiso apartarse al verme caer de rodillas en el
suelo, pero antes de darle oportunidad de erguirse del todo, me incliné
bajando los labios a la piel de su abdomen expuesto mientras ella se
sostenía con las palmas apoyadas en el colchón.
—Ah —gimió y ese sonido envió una sacudida a mi polla.
Su pecho se levantó y cayó con rapidez por su respiración errática,
mientras yo la besaba con mis labios y lengua, mordisqueando a la vez,
trabajando su cuerpo, provocándola hasta que me pidiera que la desnudara y
la hiciera mía.
Sonreí cuando se rindió por un instante y cayó en la cama, incapaz de
detenerme. La escuché susurrar muy bajo un «oh, Dios mío» en cuanto tiré
de su piel con mis dientes y luego chupé. Me agarró de la parte de atrás de
mi cabello, arqueando su cuerpo hacia mí en el instante que arrastré la
lengua cerca de la cinturilla de su vaquero.
—No, Elijah. Apártate —se quejó y no le obedecí—, por favor.
De nuevo estaba en ese momento contradictorio con ella misma, pues,
aunque rogó, no dejó de retenerme justo donde hundí mis dientes, en esa
parte sensible de su piel cerca de la cadera.
—¡Ya, Elijah! —gritó y sentí la excitación goteando de mi polla porque
no me quería, pero tampoco me dejaba ir.
—Maldición —gruñí dejando su piel al notar que en el arrebato, uno de
sus pechos quedó expuesto.
Juro que solo iba a tentarla hasta que ella misma me rogara por tomarla,
pero su pezón endurecido mostrándose ante mí y no solo a través de la tela
de mi playera, mandó a la mierda mis planes.
—No, Elijah —amenazó ella, irguiéndose un poco y sacudiendo la
cabeza para darle énfasis a la demanda cuando me elevé hasta su pecho.
Dejé salir una respiración baja y le sonreí un segundo antes de cubrir
toda la piel de su montículo, tomando su pezón en mi boca.
Soltamos un gemido al unísono.
Arremoliné la lengua en torno a su capullo endurecido, cogiendo el
pezón entre mis dientes y succionándolo, jugando con él como sabía que a
ella le volvía loca. No fui arrebatado, lo hice lento, hundiéndome ahí y
chupando dolorosamente fuerte, haciéndole recordar que solía hacer lo
mismo con su clítoris.
—Dime que valen la pena los eclipses entre nosotros —la incité, viendo
que tenía los ojos cerrados y se mordía el labio inferior—. Tengo más
defectos que virtudes, Pequeña, pero si me lo permites, te adoraré con cada
uno de ellos.
Tragó con dificultad y cuando abrió los ojos, noté su mirada acuosa.
Apretó su agarre en la parte de atrás de mi cabello y presencié el momento
en que su placer se convirtió en tormento duro y frío. Y negué con la cabeza
cuando acarició mi rostro con su pulgar.
—Así te ame con locura, esta vez me elijo —aseguró con una respiración
temblorosa—. No merezco menos que un hombre que confíe en mí.
En ese instante sí se apartó, dejándome congelado en mi lugar. Y cuando
las palabras que me dedicó se asentaron en mi interior, me di cuenta de que
esa vez, nada de lo que hiciera la haría cambiar de opinión.
—Isabella —la llamé, pero no se detuvo.
Siguió su camino, acomodándose la ropa antes de salir, sin siquiera mirar
atrás.
Capítulo 44
LuzBel para ti
Isabella
—¡Cálmate!
Desperté de golpe al escuchar ese grito y cuando alcé la cabeza de donde
la tenía, descubrí que se trataba del brazo de Myles.
«¡Dios mío!»
Salí de la cama al reflexionar que estuve dormida, metida entre su
costado, con él abrazándome. Y me giré hacia la puerta al escuchar de
nuevo aquellos gritos, encontrando a Elijah siendo retenido por Marcus y
Darius.
—¡Isabella, estás desnuda! —gritó este último.
Me cubrí por inercia con los brazos y sentí que los ojos se me
desorbitaron al palpar mi piel sin ningún tipo de tela en el medio.
—Oh, Dios —musité y tomé la sábana de la cama, maldiciendo por mi
error, ya que al buscar cubrirme dejé expuesto a Myles.
Santa mierda.
Él también estaba desnudo y tan aturdido como yo por aquellos gritos
aterradores.
—¿Qué hicimos, Myles? —pregunté con horror, sintiendo que ya estaba
llorando por la confusión y el miedo.
Él negó con tristeza, observando nuestro entorno, asustado y mirando
entre Elijah y yo, procesando todo.
—Lo siento, cariño. Nunca quise que esto pasara.
—¡Hijo de la gran puta!
Jadeé aterrorizada cuando escuché a Elijah y di un paso atrás, pisando
algo resbaladizo. Vislumbré a unos pasos de mí, un condón anudado y
usado y supuse que fue lo mismo que toqué con mi pie.
—No, no, no —susurré.
«La habíamos cagado, Colega».
El infierno se desató en esa habitación de un segundo a otro.
Elijah había logrado zafarse del agarre de Marcus y Darius, y se lanzó a
su padre, golpeándolo como si nunca hubiera sido ese hijo que siempre lo
respetó. Y Myles ni siquiera se defendió, se limitó a aceptar el castigo que
él quisiera darle, rindiéndose, asustado, dolido y decepcionado consigo
mismo.
Comencé a temblar viendo que nadie podía hacer nada y apreté la sábana
a mi cuerpo, llorando, petrificada, con los ojos cerrados y recibiendo las
imágenes que comenzaron a llegar a mi cabeza, de cuando llegué al hotel.
—¡Ya! ¡Para! —gritó Tess, entrando a la habitación con Dylan.
Vi a Isamu y a Caleb llegando con ellos, Elliot también irrumpió
corriendo hacia mí.
—¡Mierda, nena! ¿Qué hiciste? —Su pregunta únicamente me hizo negar
y llorar más.
Se sacó la playera, quedándose solo con su chaleco antibalas, y me la
colocó por encima de mi cabeza, pero aun así no solté la sábana.
Caleb e Isamu se habían quedado en posición de ataque frente a mí,
mientras Elliot me auxiliaba. Tess, Dylan, Marcus y Darius trataban de
contener a Elijah hasta que este último desenfundó un arma y su hermana
interfirió colocándose frente a su padre.
—¡No! —rogó ella—. No logro entender lo que sientes en este momento,
pero no lo hagas.
A Elijah ya no le quedaba una pizca de cordura, pero incluso así se giró
hacia mí y sentí a Elliot meterme entre sus brazos para protegerme, aunque
no consiguió cubrirme de la mirada tormentosa de su primo, esa con la que
me estaba congelando, quemando, hiriendo y matando a la vez.
—Quítate —exigió y mi cuerpo se sacudió con espasmos más intensos.
«¡Oh, mi Dios! Esa voz».
Nadie podía salvarme del remolino de sentimientos que sentí al
escucharlo.
—Retrocede, LuzBel —advirtió Caleb.
Todo pasó realmente rápido, Elijah alzó el arma para apuntarme a mí o a
Elliot, no lo sé. Grité al escuchar la detonación, el proyectil impactó en el
techo porque Isamu lo desvió, sacando a la vez una de sus dagas con
veneno y poniéndola en la garganta del Tinieblo.
—Vuelve a atentar contra su vida y no te concederé ni cinco minutos,
hijo de puta —gruñó mi compañero.
—¿Qué? ¿A ti también te premia follándote? ¿Por eso la proteges tanto?
Jadeé al escuchar sus preguntas que, aunque fueron dichas con ironía y
asco, también con dolor.
—¡Saquen a tío de aquí! —demandó Elliot para los demás.
Elijah se giró queriendo impedirlo, pero de nuevo, Isamu con agilidad lo
desarmó, empotrándolo a la vez a una pared cercana, los dos se metieron a
una pelea, aunque mi compañero (actuando con la cabeza más fría) solo
atacó con técnicas de Taijutsu, protegiéndose e intentando cansar a ese
demonio.
Dylan, Tess y Darius aprovecharon para sacar a Myles de la habitación.
Elliot intentó llevarme a mí también, pero negué con la cabeza, porque no
tenía el valor suficiente para dar esos pasos de la vergüenza, en los que
permitiría que las organizaciones me vieran desfilando luego de haber
estado en la cama con el padre de mi chico.
—¡Ya, LuzBel! —gritó Caleb, apuntándolo con su arma.
Isamu había terminado de desarmarlo, pero en ese momento creí que el
Tinieblo se lo permitió, porque él sabía que era de la única manera que mis
hombres le permitirían estar en mi espacio.
—¡Salgan de aquí! ¡Quiero hablar con ella a solas! —les exigió
caminando de un lado a otro cuando se apartó de Isamu.
Parecía desquiciado, negando y riéndose. Y ninguno de mis chicos hizo
ademán de obedecerle, pues en ese momento ni siquiera me obedecerían a
mí si les pedía que se fueran.
—¡Vete de aquí! —espetó para Marcus, el único de su élite que no lo
dejó solo.
Caleb le asintió al moreno, asegurándole que no dañarían a Elijah, pero
eso solo pasaría si él no me lastimaba físicamente a mí.
—Déjame con ellos, por favor —le supliqué a Elliot y él me miró
inseguro.
—Va a herirte, nena.
—Lo sé —admití, sabiendo a lo que se refería.
Elliot al verme dispuesta a enfrentarme a eso, negó con la cabeza, pero
me dejó con Caleb e Isamu.
—¡Salgan! —les gritó desesperado a mis compañeros.
—No lo harán —musité yo—. No insistas, porque en este momento ni
siquiera van a obedecerme a mí.
El temblor en mi cuerpo en lugar de cesar, iba en aumento y, con su
mirada empeoró a tal punto, que tuve que abrazarme a mí misma para sentir
un poco de alivio ante ese frío interior que me estaba destruyendo más.
—Supongo que están acostumbrados a verte revolcándote con Myles.
—Eli… por favor —supliqué, evitando llamarlo de ninguna manera.
Caleb e Isamu retrocedieron para no estar frente a nosotros, uno se fue al
extremo derecho y el otro hacia el izquierdo, dándonos toda la privacidad
que se podría en ese momento, sin descuidarse de mí
—Dime que esto es una maldita ilusión, White —suplicó Elijah de
pronto—. Dame una razón para haberte encontrado en esa cama con Myles,
desnudos y abrazados, que no sea solo porque han estado follando. Con mi
padre, Isabella. ¡Mi maldito padre! —recalcó y mi corazón se destruyó al
verlo caminar hacia mí con las lágrimas mojándole las mejillas.
Negué con la cabeza cuando me tomó del rostro y cerré los ojos,
viéndome de nuevo cuando llegué al hotel, recordando a Myles besándome
y a esa voz en mi cabeza pidiéndome que le respondiera. Me vi cooperando
en el instante que el padre de ese hombre frente a mí, comenzó a sacarme la
ropa.
Me volví sumisa en las manos del mayor de los Pride hasta que
terminamos en esa cama y…
—¡Habla de una puta vez! —gritó sacándome de mis pensamientos y
negué, dando un paso atrás para alejarme de él—. Mátame con la verdad y
dime que fuiste una hija de puta ambiciosa que cuando perdió al líder en
ciernes de los Grigoris, decidió tirarse al padre de este, pensando en que un
Pride es un Pride y era lo único que te importaba. El poder que obtendrías al
revolcarte con uno de nosotros.
El labio me tembló al llorar con más intensidad y no pude verlo a los
ojos, porque me sentía aturdida y confundida. No sabía cómo justificarme.
—Por eso lo defendiste como una perra fiel, ¿cierto? Porque te lo has
estado tirando desde que llevabas a mis hijos en tu vientre.
—No —susurré, ahogándome con mi propio llanto.
—Te importó una mierda que dañara a Hanna. Te sentías celosa de ella,
pero no por lo que pasó conmigo sino porque se estaba metiendo entre tú y
Myles —Sentí ganas de vomitar y me senté en la cama cuando un mareo
me atacó por sus acusaciones—. Por eso evitaste estar conmigo el otro día,
ahora lo entiendo, querías guardar todas tus ganas de follar para desfogarlas
con él.
—No, nada de eso pasó por esto.
—¿Y pretendes que te crea? —desdeñó, limpiándose las lágrimas con
brusquedad—. Te la diste de digna, acusándome de no confiar en ti, cuando
no eras más que una zorra jugando bien su papel de víctima.
—Retrocede —advirtió Isamu cuando Elijah dio un paso hacia mí.
Alcé la mirada para Elijah y lo encontré observándome con repulsión,
apretando los puños, con la mandíbula tensa, sin detener sus siguientes
lágrimas.
—Por eso ansiaste que cayera con Hanna esta mañana, ¿no? —Negué
con la cabeza—. Para tener una excusa perfecta con la cual defenderte si yo
llegaba a enterarme de esta mierda. Por eso dejaste de ser unida con madre.
¿Fue por remordimiento o por celos? Porque así seas la reina Sigilosa, una
líder Grigori, Myles no te daba el lugar que querías como su mujer, pero sí
te mantuvo como su amante.
—Suficiente, hijo de puta —largó Caleb—. Has tenido tu momento de
desahogo, así que ahora vete de aquí.
Elijah rio con amargura, disfrutando que por primera vez debían
defenderme de sus acusaciones porque yo no podía hacerlo.
—Jamás en la vida conocí a alguien como tú —masculló con veneno. Su
rostro cada vez se deformaba más por el dolor—. Y mira que he estado con
todo tipo de mierdas.
Grité cuando escuché una detonación, Elijah no se inmutó a pesar de que
aquel proyectil cayó por sus pies, simplemente sonrió con alevosía y odio
puro para mí y para Isamu, quien fue el que disparó su arma.
—Sigue por ese camino y la siguiente irá a tu sien —le advirtió—. Solo
aviso una vez, LuzBel.
—No se te ocurra poner un pie en la mansión, porque de ahora en
adelante, a mis hijos los protejo solo yo. —amenazó y me mordí el labio
para controlar mi llanto por la oscuridad de su voz—. Vete a donde sea que
yo no te encuentre, porque te juro por mi sangre que si vuelvo a tenerte
frente a mí, te mato —Mis ojos se desorbitaron al verlo sacar una navaja
(que ni Isamu encontró antes) y cortarse la palma de la mano, presionando
la herida con el mismo metal para que el líquido carmesí cayera al suelo,
cerca de mis pies descalzos—. Juro que te mato —desdeñó sellando su
juramento.
Negué frenética al oírlo y ver que comenzó a caminar hacia la puerta,
con Caleb e Isamu siguiéndolo para que no se le ocurriera hacer alguna
locura con la navaja que llevaba en la mano.
—Elijah —susurré y se detuvo de golpe, observándome sobre su hombro
con odio y asco.
—LuzBel para ti, zorra de… —Me paralicé al ver que Caleb e Isamu lo
encañonaron con sus armas.
Uno la colocó en el cuello de LuzBel y el otro en su sien, antes de que él
terminara esa ofensa. Pero yo la escuché en mi cabeza y terminé de
morirme.
«Acabábamos de perderlo, Colega».
Y ni cuando lo creí muerto lo sentí tan perdido como en esos instantes.
Mi Demonio.
Mi Tinieblo.
Mi Chico oscuro.
Mi Sombra.
El amor de mi vida.
«Se había ido».
Capítulo 45
Déjame ir
Isabella
—Cuando papito ole así, no juga con nosotos, mamita. —me dijo
Daemon en una de nuestras llamadas.
—Y tabén se enoja si le peguntamos pol ti y el abolito. Y mi hemano llola
mucho —acotó Aiden.
Mi corazón volvió a romperse.
Odiaba que mis hijos pasaran por esa situación y detestaba que LuzBel se
comportara tan irresponsable, pero no podía juzgarlo solo a él, porque todo
era mi maldita culpa en realidad. Así que lo único que pude hacer, fue
pedirle a las chicas que cuidaran mejor de mis hijos y que trataran de
llevarlos a la cama antes de que su padre llegara, para que no estuvieran
pasando por eso.
Y únicamente me detenía a ir por ellos porque ningún otro lugar era tan
seguro como la mansión Pride, y por orgullo no expondría a mis hijos de
ninguna manera, a pesar de que las ganas de sacarlos de allí me sobraban. Y
más, después de que Maokko me asegurara que el Tinieblo volvió a ser un
completo hijo de puta, pues a ellas no les dirigía la palabra a menos que
fuera necesario por los niños.
Y ambas juraban que si él no las sacó de la casa junto a Ronin, fue
debido a que todavía era consciente de que nadie cuidaría a nuestros hijos
de la manera en que ellos lo hacían, ya que no se trataba de ser niñeros sino
protectores de los clones. Y ese papel, ningún otro lo desempeñaría como
mi élite.
Maokko también había añadido que Eleanor se limitaba a saludarlas,
pues ella las creía mis cómplices en lo que Myles y yo le hicimos, y me
sentó pésimo que la mujer que una vez creí como mi segunda madre, se
sintiera traicionada de esa manera por mí.
Le cambié de tema luego de eso, porque no era sano para mí. Aunque
cortamos la llamada enseguida debido a que Dylan llegó a visitarme, para
asegurarse por su cuenta de que estaba bien. Y como el hermano que era,
reiteró que quería apoyarme en todo lo que necesitara y que por ningún
motivo quería que yo creyera que él me juzgaba. Incluso propuso que me
fuera a su apartamento por si no me sentía cómoda en el de Elliot, pero le
pedí que no se preocupara por eso, puesto que ya Caleb se estaba
encargando de buscarme un lugar propio y adecuado con respecto a la
seguridad.
Antes de irse sí que me advirtió que evitara cruzarme con Tess, porque a
diferencia de él, ella era como su hermano y no entendía razones. Incluso
me confesó que estaban separados en ese momento porque no aceptó que la
pelirroja me culpara de la desintegración de su familia. Y me odié por haber
ocasionado ese daño colateral.
—Han entregado a tío con la policía esta mañana. —Alice jadeó con la
noticia que Elliot nos dio en ese momento después de recibir una llamada,
yo me quedé congelada en mi lugar—. Él se negó a dar explicación de lo
que hizo con Hanna y con la otra chica del estacionamiento. Y debido a lo
que pasó en el hotel, ni Tess ni LuzBel están dispuestos a hacer nada por él.
Me puse de pie, porque había estado sentada al lado de Alice, y caminé
de un lado a otro sobándome la nuca con una mano, sintiéndome una
cobarde porque no había sido capaz de preguntar por él, ya que hacerlo me
hacía recordar mi ruina.
Aunque Darius me había llamado esa mañana para comunicarme que
esperaban la resolución del destino de Myles ese día. Además de avisar que
estuvo en la clínica St. James, con la esperanza de que Amelia estuviera
mejor, y pudiera decirle si sabía en dónde podía estar escondido Lucius (ya
que Alice no había conseguido rastrearlo, incluso uniendo sus
conocimientos con Connor y Evan), pero la chica seguía perdida en algún
lugar de su mente, así que por ese lado perdimos las esperanzas; y el
silencio de los Vigilantes ya nos comenzaba a desesperar.
Y con lo que Elliot acababa de decirnos, me sentí desesperanzada
también con respecto a Myles.
—Estaré en mi habitación —les avisé a ambos.
No esperé a que me dijeran nada, me fui hacia la habitación que me
habían dado y me encerré a llorar durante horas. Caleb e Isamu no estaban
ese día conmigo en el apartamento, únicamente Max y Dom, quienes
custodiaban afuera. Mis compañeros fueron a la mansión para asegurarse
por su cuenta de que todo estuviera bien, además de que querían darle la
oportunidad a Ronin y a Maokko de acompañarme porque ellos así lo
solicitaron.
Entre mi rato comemierda recibí una llamada del maestro Cho y sensei
Yusei, ambos me habían dado espacio luego de lo que pasó con Myles, pero
sabía que tarde o temprano ese momento llegaría y no lo seguiría retrasando
más, por lo que les respondí y les hablé de todo lo sucedido, de cómo me
estaba sintiendo, lo poco que pensaba y mi resignación a no ver a mis hijos
hasta que las cosas se calmaran un poco, ya que no iba desestabilizar más a
LuzBel al presentarme a su casa tras lo que hice.
«Y menos debías hacerlo con la promesa que te hizo».
Se me erizaba la piel al recordarlo cortándose la mano para sellar el
juramento.
—Los errores no se lloran, Isabella, se asumen y se enfrentan con la
cara en alto —me dijo sensei Yusei con su voz dura—. Así que deja de
pensar lo peor de ti porque estás debilitando a tu guerrera interior. Mejor
demuéstrale que aprenderá más de esta derrota que de la victoria.
Respiré hondo al darme cuenta de que ella tenía razón, no podía ni debía
echarme a llorar a diario por lo que pasó, ya que de esa manera no
resolvería nada y únicamente estaba consiguiendo que la guerrera en mi
interior también se sintiera una mierda. Y donde la dejara debilitarse de esa
manera, entonces estaría perdida y me convertiría en el blanco perfecto para
mis enemigos.
—La lluvia solo es un problema para aquel que no quiere mojarse,
Chica americana. Y a ti siempre te ha gustado bailar debajo de ella, ¿no?
—acotó el maestro Cho y les sonreí.
—Gracias por sostener mi mano cuando me siento perdida —les dije a
ambos en japonés y me regalaron una leve inclinación de sus cuerpos como
respuesta.
Dicho eso finalicé mi llamada con ellos y tomé una ducha. Y justo
cuando había terminado y ya me encontraba vestida y peinada, sintiéndome
más liviana, recibí a Maokko y a Ronin en la sala. Me dieron una reverencia
saikeirei en cuanto me vieron, mostrándome con ello el gran respeto que
seguían sintiendo hacia mí.
Este acto, en su cultura, no se le otorgaba a cualquiera, ni siquiera para
hacer sentir bien a alguien más, porque entonces le estarían irrespetando al
mentir. Razón que consiguió que aquel peso en mis hombros se sintiera un
poco ligero, aunque fuera solo por unos minutos, pues mis amigos, mi
familia, sin palabras me estaban diciendo que no me miraban ni me medían
por mis errores.
—Ahora necesito un saludo occidental —musité cuando volvieron a
erguirse.
Ambos rieron, y Maokko fue la primera en llegar para abrazarme,
añadiendo a la vez que se sentía orgullosa de mí, pues notaba en mi rostro
las ganas que tenía de volver a levantarme y esa era la líder a la cual
respetaría siempre.
Ronin también me dio ese abrazo que les pedí, él incluso me alzó del
suelo, diciendo lo feliz que se sentía de verme de nuevo y encontrarme
entera, ya que por un momento temió que llegaría al apartamento a recoger
mis pedazos.
Tras ese saludo nos pusimos al día con respecto a mis hijos y a las
organizaciones; y cuando la noche entró, Alice y Elliot se unieron a
nosotros, esta última con la noticia de que había conseguido información
por parte del C3, sobre ciertos movimientos del jefe de una banda delictiva,
que ya antes había estado coludido con los Vigilantes.
—Esta es la tercera ocasión en la que se le ve con este personaje, al cual
no logramos identificarle el rostro porque siempre consigue la manera de
cubrirse frente a las cámaras —explicó Alice, señalando las imágenes en su
laptop.
—Trata de enfocarle el cuello, justo del lado derecho —pedí y ella
obedeció.
Estuvo varios minutos tratando de conseguir una imagen clara, ya que el
hombre utilizaba camisas formales con el cuello abotonado hasta arriba.
—Enfócate en esta, que es la más antigua —recomendó Elliot.
En efecto, era de varios meses atrás.
—¿Es lo que creo que es? —preguntó Alice al conseguir enfocar el
cuello y notar una parte en color blanco que sobresalía de la camisa.
—Sí es —aseguró Ronin por nosotros.
—La fecha de la imagen es tres meses después de la batalla y se ve que
el tipo está más delgado. Y, si tuvo que pasar por algún proceso para poder
recuperarse del daño recibido, entonces es lógico que en ese momento
todavía usara vendaje sobre la herida de tu daga —reflexionó Maokko y
sentí la adrenalina invadiendo mi cuerpo.
—Hazle un seguimiento a su socio y a las personas más cercanas a él,
porque si los encontramos a ellos, daremos con Lucius con más facilidad —
solicité a Alice y ella asintió.
Al fin habíamos dado con una pista más certera para encontrar a esa rata
y sonreí ante la expectativa. Y porque se sintió bien regresar al juego.
—¡Dios mío! Los cinco hombres de más confianza de él están cerca —
avisó Alice de pronto y miramos la laptop, viendo las últimas imágenes
captadas en diferentes puntos de la ciudad.
—Cuadra las direcciones —pedí.
La miré mover los dedos sobre las teclas y sentí a todos nuestros
acompañantes tensarse, yo incluida. Y cuando reconocí varias de esas
direcciones, supe que lo que se avecinaba era una batalla dividida.
—La empresa de Connor y Evan, el departamento policial, Grig y Rouge
—señalé, mencionando este último club que LuzBel había tomado,
arrebatándoselo a los Vigilantes luego de hacerlos perder varios de sus
inmuebles.
—Van a atacar —sentenció Elliot lo que ya suponíamos.
—Averigua quiénes de los equipos se encuentran en esos lugares y
alértalos —demandé para Maokko.
Vi a Elliot sacar su móvil para averiguar por su lado y yo decidí llamar a
Caleb.
—¿Está todo bien?
—Mueve a toda La Orden y alértalos de una posible amenaza —ordené
—. Hemos descubierto movimientos cercanos de los Vigilantes y sus
aliados y creemos que van a atacarnos en simultáneo. Y, aunque parece que
no son tan suicidas como para acercarse a la mansión, prefiero prevenir.
—Está hecho —aseguró él y lo escuché girando órdenes.
—Pase lo que pase, ni tú ni Lee, o Isamu, se alejan de mis hijos —
sentencié, aunque sabía que no lo harían.
—Evan y Connor están en su empresa con Lewis y Jane. —comenzó a
avisar Elliot—. Dylan y Cameron han ido al departamento policial con
Serena porque es donde tienen a tío. Tess se encuentra en Grig con Belial y
Lilith.
—¿Qué pasa con Rouge? —inquirí, manteniendo en la línea a Caleb.
—LuzBel, Marcus y Owen están allí —informó Maokko.
—Joder —espeté al ser consciente de la situación—. ¿Cuentan con más
Grigoris?
—Únicamente con los escoltas —Maokko asintió a lo que dijo Elliot
para afirmar que con LuzBel sucedía lo mismo.
—Llámale a Darius y pídele que nos apoye con Connor, Evan y los
demás —ordené—. Tú moviliza a nuestros Grigoris californianos para que
vayan al departamento policial por si el ataque de allí es el más grande, ya
que supongo que quieren secuestrar a Myles.
—Estoy enviando a un grupo de Sigilosos hacia Grig, tengo cubierta esa
parte —avisó Caleb.
—Chicos, la concentración más grande de esos hombres es en Rouge —
corrigió Alice para mí.
Elliot y los demás me miraron, sabiendo que la zona todavía era
vulnerable porque se seguía arrebatando de las manos de los Vigilantes, Y
si pensaban atacar con más rotundidad era porque los hijos de puta sabían
que LuzBel se encontraba en el lugar e iban detrás de él.
—Yo voy hacia allí —zanjé, sabiendo que conmigo también irían Ronin
y Maokko.
—No, Isabella, Recuerda la promesa que LuzBel te hizo —espetó Caleb
y escuché su impotencia porque no era él ni Isamu quienes estaban
conmigo.
—Que me mate luego si quiere, pero por esa promesa no voy a dejar que
lo dañen a él.
—Mierda, Isa —gritó.
—Concéntrate en proteger a mis hijos, esa es tu misión más importante
ahora mismo.
Corté la llamada tras decir eso y miré a las personas ahí conmigo.
—Iré contigo —avisó Elliot.
—Encárgate de tu chica, yo me encargaré del mío —zanjé sin darle
oportunidad a que rebatiera.
Además, él sabía que no lo estaba haciendo por capricho, ya que si esos
malnacidos planearon moverse así, fue porque nos estudiaron. Lo que
significaba que bien podrían saber que yo estaba en el apartamento con
ellos y era probable un ataque también ahí.
Y decidido cómo nos distribuiríamos, fui a la habitación por mi tahalí y
cinturones con armas, agradecida de haberme vestido y calzado con lo
necesario para estar preparada ante algo como esto. Al salir le ordené a
Dom y Max que se quedaran con Elliot por si llegaba a necesitarlos,
mientras que yo me marché con Ronin y Maokko, siendo seguidos por otro
grupo de cinco Sigilosos que se mantenían en la zona para mi protección.
Rouge quedaba a veinte minutos de donde nos hallábamos y mientras
llegábamos allí, la noche se hizo más oscura y Elliot se mantuvo
informándome de cualquier cosa que sucediera. Y cuando estábamos a nada
de llegar a nuestro destino, recibí la alerta de que Connor y Evan, junto a
los demás que los acompañaban, ya habían sido atacados, en simultáneo
con Tess, Lilith y Belial.
—El departamento policial está bajo ataque —avisó Maokko y no tuvo
que decirme lo que posiblemente ya estaba sucediendo en Rouge.
—Para aquí —le ordené a Ronin justo cuando llegamos detrás del
pequeño bosque que rodeaba el club.
Él ya había apagado las luces a dos millas de la zona para no delatarnos,
descubriendo que la carretera era poco transitada a esa hora de la noche.
—Los hijos de puta ya están aquí —largó mi compañero al ver tres
camionetas que escondieron entre los árboles.
—Entonces disfruta de la matanza, cielo —recomendé y salí del coche
luego de asegurarme de no ser sorprendida por mis enemigos en lugar de
sorprender.
Nos metimos en el bosque tras eso, siendo esos Sigilosos a los que tanto
temían en Japón, matando en silencio a los enemigos que encontramos
inmersos entre la arboleda, descubriendo más camionetas escondidas dentro
de la zona protegida de la luz de la luna, gracias a las ramas frondosas.
—¡Carajo! Como me alimenta esto —celebró Maokko mientras clavaba
sus dos tantos en el cuello de un Vigilante.
—Siento asco de mí mismo al excitarme por verte siendo una sádica —
Me reí al escuchar a Ronin por mi intercomunicador, diciéndole tal cosa a
Maokko.
Él se había alejado de nosotras, pero todavía se mantenía en nuestra
periferia.
Salté sobre la espalda de un tipo al cual sorprendí mientras escuchaba la
interacción de mis compañeros, y segué su cuello, amortiguando el golpe de
su cuerpo inerte con mis pies para no alertar a los demás. Seguimos
avanzando de esa manera, dejando un rastro mortal hasta que llegamos al
claro del estacionamiento, observando cómo LuzBel, Owen, Marcus,
Roman, Isaac y otros Grigoris libraban su propia batalla.
—Parece que llegamos cuando la fiesta está en su máximo apogeo —
comenté.
—Por si acaso, defiende al Tinieblo desde las sombras, jefa —
recomendó Ronin. Ya no lo veía, pero sí lo escuchaba por mi
intercomunicador.
—Ayudemos a neutralizar a estos bastardos y luego marchémonos de
aquí, Isa. Será lo mejor —lo apoyó Maokko.
Yo también lo sabía, pues no era tan estúpida como para subestimar la
promesa que me hizo LuzBel, puesto que esa vez era consciente de que lo
cumpliría. Él no prometía en vano y me selló el juramento con su sangre, lo
que significaba que si se contuvo de matarme en aquel hotel fue solo porque
mis hombres no se lo permitieron.
—Bien, hagámoslo así —acepté.
«Por fin estabas siendo la mujer inteligente, Colega».
Ignoré a mi conciencia y por unos minutos me embobé viendo a aquel
demonio de ojos color tormenta, que repartía la muerte como si se tratara de
un Santa Claus sádico. Alimentándose de ella tal cual lo hacía Maokko,
gozando de cada vida que le arrancaba a nuestros enemigos. Era enfermo de
mi parte, pero después de días sin verlo, su rostro manchado de sangre y su
sonrisa comemierda me parecieron lo más sexi que mi mirada adoró.
—Mierda —bufé cuando esquivé a un tipo que me sorprendió admirando
como idiota a mi crush.
Me metí en una pelea con él y luego con dos más, hasta que la cuenta
aumentó. Siempre tratando de mantenerme en las sombras como Ronin
recomendó, ya que el crush que yo adoraba también iba a matarme donde
me viera cerca de su espacio.
Y, cuando los Vigilantes fueron disminuyendo y los Grigoris nos
convertimos en mayoría, supe que era el momento perfecto para retirarme
con mis Sigilosos, o al menos con Ronin y Maokko. Sin embargo, me
asusté al no ver por ningún lado a LuzBel, pues lo perdí de vista mientras
libraba mi propia batalla.
—Están neutralizados, jefa. Hora de retirarnos —avisó Ronin.
—No veo a LuzBel por ningún lado —dije preocupada.
—Lo vi correr al otro lado del estacionamiento con Owen y Marcus.
Supongo que van a retirarse porque Roman e Isaac los cubrían —me
tranquilizó Maokko.
Comencé a caminar hacia atrás, sumergiéndome de nuevo entre los
árboles, un poco más tranquila de que él escapara.
—Los espero en el coche. Llama a Marcus y asegúrate de que LuzBel
esté bien —avisé y pedí.
Y justo cuando la escuché responder con un de acuerdo, oí que pisaron
las hojas detrás de mí, pero no me dieron tiempo de girarme y defenderme.
—Sí, White, estoy bien —susurró él con voz mortal.
«¡Santa mierda!»
Abrí la boca, no sé si para gritar de la impresión o nombrarlo, pero igual
no tuve tiempo de hacer ninguna de las dos cosas, porque él me tomó del
cuello con brusquedad y me estampó contra el árbol más cercano,
acercando su rostro al mío, viendo la sangre que lo salpicó gracias a la luz
de la luna que lo bañaba.
—Sigues cometiendo el error de subestimarme —desdeñó alzando las
comisuras de su boca con vileza.
—Solo… solo —gemí por la falta de aire y arañé sus brazos con la
intención de que me liberara. Por supuesto que él no me lo permitió, en
cambio, apoyó la otra mano en el tronco del árbol para inmovilizarme mejor
—. Déjame ir.
Negó con una pequeña sonrisa cruel que indicaba toda la maldad que
contenía en su rostro iracundo.
—Si quisieras eso, tú misma te habrías liberado ya. Pero de nuevo, estás
siendo una estúpida que me subestima —largó con la voz más oscura—. Y
ahora que también he conseguido neutralizar a tus perros, voy a demostrarte
por qué en Mónaco te aseguré que yo no juro, yo actúo.
Supe en ese instante que también Ronin y Maokko estaban siendo
contenidos por sus hombres, pero no pude exigirle que no los dañaran
porque antes de que yo hiciera mi movimiento para zafarme de su agarre, él
hizo el suyo, apretando más fuerte mi cuello hasta que la inconsciencia
oscureció mis ojos y las piernas se me aflojaron.
Mi cuerpo chocando con el suyo se convirtió en mi último recuerdo.
Capítulo 46
Paz
Isabella
Luego de que aquella tarde Isabella me dijera que era débil conmigo,
terminé en una conversación telefónica con Laurel, porque era con la única
persona que me sentía capaz de hablar abiertamente sobre lo que me
sucedía.
Admití con la pelinegra lo mal que me sentó el desprecio de White
cuando la tuve en la que se había convertido nuestra habitación, porque ella
jamás se negó a mí. No lo hizo ni en nuestros peores momentos, hasta que,
al parecer, llegaron situaciones que lo superaron todo.
«¿Cómo puede decir que me ama, pero que es débil conmigo a su lado?»
Le hice esa pregunta a Laurel, ya que me parecía inaudito que mientras
yo me sentía poderoso teniendo a Isabella en mi dimensión, ella se
debilitara. Eso no era amor, razón por la cual yo jamás creí en ello.
Para mí no tenía lógica que un sentimiento que se suponía que era
poderoso, debilitara a las personas.
Laurel a su manera quiso hacerme entender que cada persona vivía el
amor de forma distinta, incluso me pidió que no perdiera la paciencia y
dejara que Isabella reflexionara y viviera su dolor sola. Sin embargo, ni mi
amiga ni nadie me preparó para lo que viviría horas más tarde.
Puta madre.
Si la traición de Jacob acabó con mi corazón, no podía explicar lo que
me hizo encontrar a la mujer por la cual era capaz de dar mi jodida vida,
desnuda y entre los brazos de mi propio padre.
—¿Qué pasó conmigo, hermano? —le pregunté a Evan con la voz
ahogada, cuando él y Lewis me sacaron de la sala de interrogación, tras
dejar inconsciente a Myles—. ¿En qué momento me volví tan ciego? ¿En
qué puto momento me convertí en un estúpido que no pudo ver más allá de
su nariz?
Me sentía borracho de la rabia, de la incredulidad, de los celos, del dolor
de la traición.
Pegué la espalda a la pared y me deslicé hasta sentarme en el suelo,
negando con la cabeza, con los ojos muy abiertos, pero sin ver mi entorno
porque lo único que mi cabeza reproducía, era la imagen de mi chica recién
follada por el hijo de la gran puta que me engendró.
—Te juro que quisiera tener las respuestas que quieres escuchar, pero en
este momento nadie entiende lo que ha sucedido —admitió él.
Respiré hondo cuando sentí que el cuerpo se me comenzó a sacudir y
encogí las piernas, apoyando los codos en mis rodillas, viendo mis nudillos
ensangrentados y el vendaje en mi mano más empapado de rojo por el corte
en mi palma.
Nadie había esperado que llegara al cuartel para buscar a Myles, por eso
cuando me detuvieron fue tarde, ya que tras pedirle una explicación que no
consiguió darme, quise matarlo como no pude con Isabella. Y él ni siquiera
se protegió.
El hijo de la gran puta no pudo defenderse de lo indefendible.
—¡Elijah! —No miré a Tess cuando me llamó, solo me fijé en sus botas
al momento en que llegó frente a mí y se puso en cuclillas—. Joder,
hermanito.
Estaba tan perdido por toda la mierda que me pasaba, que simplemente
sonreí y tragué con dificultad ese nudo en mi garganta.
—No sé cómo me siento, Tess —comencé a decirle sin que me lo
preguntara—. Me encuentro en un punto en el que no entiendo si me rompe
la tristeza, el enojo o la decepción. —Mi voz sonaba estrangulada y
comencé a ahogarme con cada palabra—. De lo único que tengo certeza es
de que estoy mal, que me han arrancado algo que no voy a volver a
recuperar, que me estoy muriendo por dentro.
Perdí la voz al decir lo último y ella me abrazó, sollozando junto a mí,
quedándonos de esa manera por un buen rato. Y no me enteré si estuvimos
solos o si Evan seguía ahí, de lo que sí me di cuenta fue de que después de
ese momento sintiéndome en un infierno diferente y más doloroso,
resurgiría para destruir a los que me enviaron ahí.
Y no me equivoqué, pues días después me desconocí a mí mismo cuando
vi a la culpable de que me convirtiera en el peor de los monstruos, luchando
contra aquellos malnacidos que pretendieron emboscarnos. Me enloqueció
la ira, me desquició volver a tenerla en mi espacio, me dejé consumir
totalmente por mis deseos de venganza y en lo único que pensé fue en
matarla ahí mismo, pero merecía algo peor que una muerte fácil.
Por eso la llevé a la cabaña y le pedí a Owen y a Marcus que contuvieran
a sus perros asiáticos, no me importaba cómo, lo dejé a la imaginación de
ambos. Lo único que necesitaba es que me dieran el tiempo suficiente para
destrozarla con mis propias manos, para devolverle cada puñalada que antes
me dio.
Y estuve a punto de hacerlo, por unos minutos me regocijé al sentir su
miedo porque ella sabía que no estaba jugando, era consciente de que la
asesinaría, que le cumpliría mi promesa. Pero… cometí el error de mirarla a
los ojos por demasiado tiempo, la cagué cuando me embobé una vez más
con su mirada color miel.
Y flaqueé exactamente igual que como ella vaciló con Jacob. Así que
decidí destruirnos de otra manera.
Sí, destruirnos. Porque mientras ambos nos quemábamos con el fuego
que creábamos juntos, yo me hacía mierda al imaginarla con Myles, y la
rompí a ella con mis humillaciones. La hice pedazos tal cual Isabella a mí,
el día que me dejó encontrarla en aquel hotel, frente a nuestras élites.
Mi hermosa Castaña, mi Bonita, la mujer por la cual iba a quemar el
mundo, me humilló públicamente como si yo solo hubiera sido ese eslabón
que pisaba a su antojo, las veces que quería. Y pensé en devolverle el golpe
con la misma magnitud, pero yo era más imbécil que ella, ya que incluso
sabiendo que le pertenecía a otro, la seguía creyendo mía. Y por ningún
motivo permitiría que nadie más la viera gozando de mis toques, de mi
polla, mientras pensaba en mi padre.
—¿Por qué sonríes como un maldito idiota, si está claro que te acaba de
declarar la guerra? Y sin tregua esta vez —inquirió Marcus.
La sonrisa se hizo más grande en mi rostro tras leer el mensaje que
Isabella me envió, mientras observábamos desde la distancia aquella cabaña
incendiándose.
—Porque no esperaba menos de ella —admití.
En mi cabeza continuaba grabada la mirada llena de odio que me dedicó,
y su imagen gloriosa, recién follada por mí, atada de pies y manos.
Me cago en la puta.
Seguía deseando a esa diabla traidora con la misma intensidad que la
repudiaba en ese momento.
—¿No esperabas nada menos que el que te haga comer mierda? —
sondeó Owen incrédulo.
—Y prepárense, hijos de puta, porque ustedes comerán también conmigo
—les advertí.
Noté de soslayo que los dos sonrieron, satisfechos y conscientes de que
aquellos asiáticos también se vengarían de ellos, puesto que no creí posible
que Maokko se conformara con enviar a Marcus con el labio mordido. Y
por lo poco que había visto en Ronin, dudaba que fuera un hombre al que le
encantara ser sometido sin someter.
Así que sí, tendríamos una guerra más que librar.
Y por más que odiara admitirlo, esa noche volví a sentirme poderoso,
pero no por lo que le hice a Isabella sino por haberla tenido de nuevo para
mí. Después de todo, seguía siendo un imbécil con ella.
Uno que la quería muerta, pero que no tenía el valor de arrebatarle la
vida cuando se encontraba en mi espacio, nublándome la cabeza,
haciéndome perder el raciocinio.
El día siguiente, las copias me convencieron para que esa vez los
acompañara a ver una película con ellos y su madre, en la habitación que
compartimos juntos, luego de haber comido los cuatro como en los viejos
tiempos.
Así que ahí estábamos, los niños recostados sobre las piernas de la
Castaña, disfrutando de las caricias que ella les daba en sus cabecitas; los
tres tumbados en la cama, conversando más de lo que ponían atención a la
película, ya que tenían la costumbre de narrarnos lo que ya se sabían de
memoria.
Yo también había estado en la cama con ellos, conversando y fingiendo
que todo estaba bien, aunque llegó un momento en que no fui capaz de
soportar esa nueva realidad, en la que ella era una extraña para mí, así que
opté por salir a la terraza para que los chicos no se pusieran tristes al creer
que me marcharía.
El frío estaba aún es su apogeo y habían pronosticado algunas nevadas
para los siguientes días, pero no me importó el clima, ni no haberme
protegido los suficiente; me quedé ahí, observando el horizonte, recordando
el pasado, mis días siendo Sombra y en lo difícil que me fue llegar a la
Castaña sentimentalmente porque ella se aferraba a mi recuerdo como
Elijah, hasta que recibí aquel disparo para protegerla.
—Siempre pensaste en mí, Bonita. Lo noté, sentí que no podría tenerte
como Sombra tal cual deseaba porque el recuerdo de Elijah lo impedía,
porque demostrabas que me seguías amando. Entonces, ¿por qué no sucedió
lo mismo con Myles? —pregunté a la nada.
Nunca había analizado eso hasta ese momento. O no quise hacerlo en
realidad, porque me encerré en el dolor que me provocó su traición.
—Oye, está frío acá afuera, deberías entrar. —La voz de Isabella me sacó
de mis cavilaciones y la miré sintiendo unas ganas repentinas e
insoportables de abrazarla.
Ya no estaba viendo a la mujer que se acostó con mi padre, sino que a la
chica que en su momento me hizo titubear, la que creí que me haría débil,
pero que cuando llegó el día de demostrar de qué estaba hecho, me dio la
valentía y el poder que necesitaba únicamente con su recuerdo
—Luego iré —susurré y dejé de observarla, apretando mi agarre en la
madera del barandal de la terraza para no ceder a mis deseos, porque por
mucho que ansiara meterla entre mis brazos, ella no lo tomaría a bien.
La escuché susurrar un «como quieras» antes de volver a adentrarse en la
habitación, y seguí en la misma posición, notando que mi piel se estaba
tornando púrpura por el frío y deseé que eso me ayudara a calmar todos los
sentimientos que se arremolinaban en mi interior.
—Toma —ofreció rato después.
Supuse que ya no volvería, pero lo hizo llevando con ella un vaso de
whisky y dos mantas de terciopelo. Mi estómago se estremeció al ver el
licor y esperé que Hanna no se fuera a cruzar en mi camino después de
beberlo, puesto que no quería volver a olvidar nada de lo que
supuestamente sucedía entre nosotros.
Serena me había dicho esa mañana que, aunque seguía analizándola, sí
podía asegurarme desde ya que la rubia juraba estar enamorada de mí, pero
mi compañera nombró ese absurdo enamoramiento como obsesión y que,
aunque de momento eso parecía inofensivo, seguiría con su estudio por si
algo se le estaba escapando, puesto que ella estaba bastante estresada y no
quería que su cansancio mental influyera, u obstruyera, su capacidad para
leer a las personas.
—Esta casa es enorme. —Isabella rompió nuestro silencio, ya le había
aceptado el vaso con whisky y tras darle un sorbo lo dejé en la madera del
balcón, tomando a la vez la manta para envolverme con ella.
La Castaña me imitó con la otra y noté su piel chinita por el frío. Podía
volver con los niños, pero optó por quedarse ahí conmigo y no supe cómo
tomarlo.
—¿Cómo vas con Elliot? —pregunté en lugar de decirle algo sobre su
señalamiento anterior y me miró incrédula.
Hablar de eso no era lo mejor, pero necesitaba saber lo que estaba
pasando entre ellos.
—¿Alguna vez fui intensa contigo? —indagó y fruncí el ceño—. Sé
sincero, por favor —pidió y bufé una risa que no formé en mi boca.
—¿A qué te refieres con intensa? —devolví solo por provocarla un poco,
ya que entendí lo que quería saber—. ¿Piensas que me rogaste que
estuviéramos juntos? ¿Imaginas que eras de esas chicas que hacían
cualquier cosa para llamar mi atención?
Contuve una sonrisa al ver que comenzó a sonrojarse.
—Sinceramente, no creo que haya sido difícil llamar tu atención —
musitó y alcé una ceja, puesto que, aunque su voz fue tímida, no careció de
fuerza.
—¿Porque sabes que puedes tener a cualquier hombre a tus pies, o
porque yo sí me veo como un tipo fácil? —inquirí y ella se mordió el labio
para no reír.
Me cago en la puta.
Mi cuerpo estaba reaccionando de maneras que la asustarían en ese
instante, al verla interactuando así conmigo.
—Ya, deja ese tema y responde lo que te pregunté —me incitó y deduje
que no supo más cómo seguir por esa línea, así que le di una tregua.
—Nunca fuiste intensa conmigo porque a pesar de todo, jamás buscaste
mi atención, White —respondí sincero—. Las cosas entre nosotros se
dieron y ya. Y cuando estuvimos en un punto en el que tú querías más, pero
yo no te lo daba, intentaste hacerte a un lado.
—En otras palabras, eras un cabrón conmigo —replicó e hice un amago
de sonrisa.
«Y vaya que lo fui», pensé.
—No porque lo haya querido siempre —admití—, pero ese no es tema
para este momento.
Asintió de acuerdo y la escuché soltar el aire por la boca, escondiendo la
mitad de su rostro entre la manta.
—Elliot está enamorado de su novia —soltó con amargura—. Y, a pesar
de lo que siento por él, no voy a mendigar su amor —Me encogí en mi sitio,
el frío ya me estaba afectando—. Supe que estuviste con Amelia, mi
hermana, y te enamoraste de ella —Cambió radicalmente de tema y no supe
si agradecer o lamentarlo.
—No, White —zanjé—. Te aclaré en su momento que sí hubo un tiempo
en el que creí estar enamorado de ella, pero luego descubrí que no. En
realidad, nunca experimenté nada de eso con Amelia —aseveré y me
observó con detenimiento.
—¿Por qué lo descubriste?
¡Joder! La curiosa había vuelto.
—¿Crees que mi respuesta cambiaría algo de lo que está sucediendo
ahora? Me refiero a ti y a mí —Negó de inmediato. Claro que no lo haría,
así que no iba a responderle y ella lo comprendió sin que tuviera que
recalcarlo. No obstante, se quedó conmigo a pesar de que callamos.
Los niños seguían viendo la película y escuchábamos cuando se reían de
las travesuras que hacían los trillizos pelirrojos, para después imitarlas.
—Lo siento —susurró de pronto. La miré sin saber a qué se refería—,
siento mucho haber olvidado todo.
—No es tu culpa —la corté.
—¿Siempre fuiste así de frío conmigo? —Se acercó un poco a mí tras
hacer esa pregunta—. Digo, todo el tiempo te la pasas con esa cara de culo
y a veces me intimidas, jamás sonríes y… no sé —Suspiró resignada antes
de seguir—. Yo estoy acostumbrada, o lo estaba, a un hombre cariñoso y
detallista y tú no eres nada de eso.
—Supongo que con el tiempo te aburriste de ese tipo de hombre —
expliqué yéndome por lo más sencillo—. Y no, Isabella. No siempre fui frío
ni tampoco pasaba con cara de culo todo el tiempo —Lo último volvió a
hacer que ella contuviera una sonrisa.
Yo no pude.
—Encontré esto —dijo de pronto y me mostró su cámara, la había
mantenido oculta con su manta—. ¿Es tuya?
—No, tuya —confirmé y eso la hizo atreverse a activarla para ver las
fotografías.
Había muchas imágenes de las copias cuando jugaban, vídeos que
también reprodujo; fotos de ella y los clones que yo tomé, otras mías con
los niños que captó siempre que creía que no la veíamos, además de las que
teníamos juntos, de cuando salimos a comer en Italia, en aquellos meses
donde vivimos una vida alterna a la que siempre tuvimos.
De pronto llegó a aquellas imágenes más íntimas entre nosotros, cuando
nos quedábamos conversando durante horas en la cama y me hacía reír con
sus tonterías, con el único objetivo de captarme, asegurando que de esa
manera obtendría pruebas de que yo era capaz de hacer un gesto genuino,
para comprobárselo a quienes dudaban de mi capacidad para sonreír, sin
saber que en un futuro, esas evidencias servirían para confirmarse a sí
misma de que no siempre tuve una cara de culo con ella.
—Es hermosa —susurró.
—¿Esa Isabella? —inquirí, a pesar de que sabía a lo que se refería—.
También la de ahora. Has sido hermosa siempre, en realidad —halagué sin
pensarlo y sonrió de lado.
—Tu sonrisa —aclaró, pero sabía que ella era consciente de que no
confundí nada.
—Gracias —musité.
Asintió y volvió a poner su atención en la cámara, pasando de las
imágenes íntimas a las privadas. Cerré la distancia entre nosotros y puse la
mano sobre la pantalla antes de que viera lo que seguía.
—No creo que sea el momento adecuado para que continúes —advertí.
Buscó mi mirada y el éxtasis que experimenté con eso fue increíble.
—¿Hay algo que no quieres que vea? —preguntó traviesa y vi el desafío
en sus ojos—. ¿De lo que te avergüences?
Entrecerré los ojos, sonriéndole de esa manera porque lo que me provocó
estaba muy lejos de ser nerviosismo, se parecía más a unas ganas
incontrolables de demostrarle que no había nada en mí que me avergonzara,
porque en su momento, ella lo adoró.
—Compruébalo tú misma —la animé con la voz oscura y sus mejillas se
pusieron más rojas, aunque no supe si era por el frío o porque no me inmuté
ante su desafío.
Aparté la mano tras eso, retándola a seguir cuando noté que vaciló, pero
nunca fue una cobarde, así que volvió a concentrarse en las fotografías y
vídeos, abriendo demás los ojos al encontrarse con una en la que ella estaba
desnuda sobre la cama, mientras que mis piernas tatuadas se reflejaban en el
medio de las suyas, porque fui quien la inmortalizó luego de follarla hasta
que quedara exhausta.
En la siguiente aparecí solo yo, dándole la espalda, desnudo por
completo. Acababa de terminar de ducharme y ella me fotografió, fingiendo
ser una acosadora obsesionada. Me mordí el labio al recordar cómo la follé,
asegurándole que le daría más motivos para que se mantuviera obsesionada
conmigo.
—¡Jesús! Tienes muchos tatuajes —señaló con la voz torpe.
Sus ojos no estaban solo en mis tatuajes. Y me reí porque se vio en la
necesidad de decir algo únicamente para que yo no notara que sus manos
estaban temblando, sin embargo, volvió a quedarse sin palabras en cuanto le
dio reproducir a un vídeo que creí que ella ya había borrado, pero descubrí
en ese instante que lo conservó.
—Mírate, pequeño infierno. Cómo puedes lucir tan gloriosa mientras
pecas, ¿eh? —Mi voz estaba plagada de placer y descontrol cuando
declaraba tal cosa.
—¡Oh, Dios! —Cerré los ojos al escucharla gemir en aquel vídeo.
La había tenido tumbada sobre su estómago en la cama, mientras que ella
se apoyaba con los pies en el suelo y encontraba cada uno de mis embistes
cuando la penetraba desde atrás. Con una mano me aferraba a su cadera y
con la otra sostenía la cámara para grabarla.
—¿Todavía crees que me avergüenzo de algo? —murmuré y tomé la
cámara, apagándola justo cuando mi mano en su cadera había buscado sus
nalgas para introducirme en otro lugar.
Isabella no se movió por un momento, ni siquiera respiraba, sorprendida
por lo que acababa de ver y también apenada.
—Yo… ¡Dios! No sé ni qué decir. —Jadeó al reaccionar.
—No es necesario —la tranquilicé.
—LuzBel, en mi mente yo todavía soy virgen. —Me reí al escucharla—.
¡Madre mía! En ese vídeo parezco más una actriz porno.
—¿Cómo las que solías ver? —la chinché y sus ojos se desorbitaron, su
rostro se enrojeció más de lo que ya estaba—. Sí, Isabella, sé que hubo un
tiempo que tuviste una pequeña obsesión con esas producciones, tú misma
me lo dijiste.
—¡Oh, por Dios! —entonó y se cubrió la cara haciéndome difícil no reír.
—¿Sabes qué más sé?
—Espero que no sea vergonzoso —musitó y no se atrevió a mirarme.
—Hablas con tu voz interior, la llamas tu perra conciencia porque me
aseguraste que siempre te daba los peores consejos, por eso jamás le
obedecías.
—¡Carajo! ¿Por qué tenía que decirte todos mis secretos? —se quejó,
pero rio en ese instante y, además, me miró y noté que sus ojos estaban
brillosos.
¿Me los dijo todos?
Joder.
En ese momento me embargó la seguridad de que sí lo hizo, y no sé si
tener esa versión de ella estaba influyendo a que olvidara lo que pasó entre
nosotros. Lo que nos separó de verdad.
—¿Mi…, mi primera vez fue contigo? —continuó con las preguntas y
noté los nervios implícitos en esa.
—Sí, Bonita —respondí seguro—. Y desde ese momento solo fuiste mía.
No dijo nada más, simplemente miró al horizonte, como antes lo hice yo,
y se quedó pensando en quién sabía qué. Observé su perfil, estaba más
delgada debido al coma en el que estuvo, pero igual de hermosa.
Isabella era una mujer fuerte y estar ahí a mi lado lo demostraba, pues
sobrevivió a una herida de bala y a una terrible caída; antes ya había
sobrevivido al dolor de perder a seres que amaba y de nuevo estaba
atravesando por lo mismo. Pasó por torturas que nadie merecía, pero seguía
malditamente de pie, saliendo adelante a pesar de haber perdido la memoria
porque no iba darse por vencida ante nada.
Había salido de aquel hospital decidida a comenzar de nuevo y juro que
yo no conocía a nadie más fuerte que ella. A pesar de sus errores era
imperfectamente perfecta y entendí lo que no quise entender antes.
La mujer que yo tuve conmigo, esa que se hallaba en ese momento a mi
lado, nunca habría sido capaz de acostarse con mi padre.
La Isabella White por la cual yo era capaz de dar la vida, me fortalecía,
no me destruía. Y sí, la encontré acurrucada al lado de Myles, desnuda y en
una situación comprometedora, pero…
Me congelaron en el tiempo.
Me mantuvieron sumergida en la oscuridad.
Me hicieron retroceder y revivir dolores insoportables.
Me llevaron a un punto muy vulnerable en mi vida en el que fui blanco
fácil para mis enemigos.
Me arrebataron un hijo y consiguieron que olvidara a mis clones. A mi
tesoro más valioso.
Trataron de destruirme una vez más, pero de nuevo yo me estaba
reconstruyendo.
Resurgí, lo hice por medio de aquella canción que me marcó en el
pasado, pero también gracias a sus palabras. Esas que fueron mías y que él
hizo suyas sin vergüenza esa vez. Sin titubear ni dudar. Sin embargo, como
en cada tormenta a la que tuve que entrar antes, no salí siendo la misma
mujer que LuzBel tuvo a su merced en aquella cabaña.
Ya no era más la Isabella que por amarlo se sintió débil, todo lo
contrario, me sentí como la mujer más poderosa, a pesar de mi luto, porque
me estaba demostrando a mí misma que así me rompieran siete veces, yo
me reconstruiría ocho.
Volví dispuesta a proteger a los hijos que me quedaban, y esa vez sería
implacable, incluso con el hombre que amaba como jamás volvería a amar.
Al que seguiría amando con un corazón de hielo.
—Lo dije para provocarte —respondió LuzBel a mi pregunta sobre
Hanna, cuando me alejé de él.
Había llevado el juego de revivir nuestra primera vez hasta ese punto,
únicamente para darle una lección, pues quería devolverle la frialdad que yo
obtuve de él en el pasado, pero no lo culminaríamos, ya que como dije
antes: así lo siguiera amando con rojo fuego y ardiente, le mostraría uno
azul para que entendiera que no le perdonaría lo que me hizo en la cabaña.
Al menos no en ese momento, porque me sentía herida y quería sanar
sola antes de seguir lastimándonos.
—Debo suponer que has descubierto que sucedió algo más en mi
encuentro con tu padre, si no aprovechaste para asesinarme al tenerme
como la inocente White —repliqué y noté que se tensó—. Porque dudo
mucho que estuvieras actuando así únicamente por considerarme.
—Isabella, yo…
—Ve al grano, LuzBel —exigí al notar que aprovecharía para excusarse
y comencé a quitarme el vestido frente a él.
Fui capaz de sentir su mirada lamiendo cada centímetro de mi piel y mi
vientre se calentó, pues mi cuerpo también lo añoraba tanto como mi
corazón, pero él era consciente de que mi acción no era para provocarlo y
yo tenía los pies sobre la tierra, dispuesta a no dejarme llevar por mi deseo.
—Los drogaron —Carraspeó antes de seguir, en el momento que le di la
espalda y abrí la puerta de uno de los armarios, inclinándome para sacar
otro cambio de ropa—. A ti y a padre.
Me erguí con la espalda bien recta, apretando el vaquero en mi mano,
sintiendo la furia embargándome.
—Déjame adivinar —repliqué y me giré para enfrentarlo de nuevo—. La
recepcionista usaba una fragancia floral demasiado fuerte, tanto, que me
marea incluso recordarla —Él asintió y bufé una risa que no formé en mi
rostro.
Comenzó a decirme todo lo que mi élite le informó una semana atrás,
cuando me dejó en la habitación con mis clones y se marchó sin decir a
dónde. Y, aunque no teníamos la seguridad de si tuve relaciones sexuales
con Myles o no, al menos fue un alivio saber que nada pasó porque nosotros
queríamos.
Y vi en los ojos de LuzBel cuánto le mortificaba todo lo que me hizo por
creerme una traidora y, a pesar de que me sentía herida por ello, tampoco
me haría la víctima, pues sin justificarlo era consciente de que si yo lo
hubiese encontrado, con alguien de mi entera confianza, en la situación que
él nos encontró con su padre, posiblemente hubiera actuado igual o peor.
—¿Puedes organizar una reunión solo con mi élite y Myles? —pregunté
cuando estuve vestida de nuevo.
Opté por ropa cómoda, aunque sin perder la apariencia de chica tímida
que había estado teniendo esos días. Y ya antes habíamos acordado que de
momento no le haríamos saber a todos que recuperé la memoria para poder
contar con el factor sorpresa. Sin embargo, a mi élite no le ocultaría nada
porque eran los únicos en los que confiaba ciegamente.
—Antes quiero que Fabio te revise —puntualizó y alcé una ceja,
incrédula de que estuviera tomando las decisiones por mí—. Ódiame si es
lo que quieres, porque estás en todo tu derecho, White, pero eso no significa
que vas a alejarme de ti.
La determinación que utilizó me erizó la piel, pero no iba inmutarme.
—¿Y qué pasa si yo no te quiero cerca de mí? —indagué.
—¿Lo haces? —inquirió con recelo—. ¿No me quieres más cerca de ti?
—No, LuzBel —respondí sin vacilar—. Lo que ha sucedido entre
nosotros ha sido demasiado jodido, así que no te quiero en mi órbita, al
menos no como mi pareja sentimental, ya que como compañero de batalla
admito que eres excelente, sobre todo sabiendo que protegerás a nuestros
hijos incluso con tu vida —zanjé y vislumbré en su mirada el dolor que le
provocó mi frialdad, el mismo que yo escondí—. Y siendo sincera, te ves
mejor con Hanna —mentí y bufó.
En su relato, no dejó de lado que se acostó con esa maldita rubia y las
sospechas que tenían sobre ella. Algo que por supuesto me lastimó e
indignó; y más por el hecho de que yo les advertí de mi desconfianza, pero
prefirieron creerme una celosa. Aunque tampoco me equivoqué con eso, ya
que al final la hija de puta consiguió de nuevo lo que deseaba con él.
Lo recordara LuzBel o no.
—Esa mujer te calza a la perfección —añadí y sonrió con perfidia.
Podía jurar que se estaba mordiendo la lengua para no rebatirme y,
aunque no era lo que quería de él porque me acostumbré a que ambos nos
diéramos guerra incluso con palabras, disfruté de que en ese instante fuera
su turno para no defenderse.
—Como sea, White. Voy a convocar esa reunión, pero antes le pediré a
Fabio que te revise —dejó por sentado y me mordí la sonrisa, aunque la
borré cuando en dos pasos llegó hacia mí y me acunó el rostro—. Y me
calce quién me calce según tu opinión, nadie que no seas tú estará a mi lado
—aseguró y mi corazón aumentó los latidos en el instante que él presionó
su boca a la mía, dándome un beso seco y apretado.
¡Jesús!
Como una imbécil seguí su boca en cuanto se apartó, no porque quisiera
seguir besándolo, sino porque el impulso que tomó para alejarse de mí
provocó esa inercia en mi cuerpo. Aunque a él le satisfizo mi reacción y
sonrió de lado antes de marcharse del clóset, demostrándome cuánto gozaba
siendo ese cabronazo.
«Sinceramente, iba a ser muy difícil que te mantuvieras lejos de ese
Tinieblo de la manera que pretendías».
Joder. Ahí estabas de nuevo, maldita arpía.
Le reñí a mi conciencia porque en esas semanas no la escuché ni una sola
vez en mi cabeza. Ni siquiera al rogárselo siempre que LuzBel estuvo cerca
de mí, pues tenía la esperanza de que ella sí lo reconociera; pero no pasó, la
cabrona me abandonó igual que él, cuando más los necesité.
Y, aunque con mi memoria de regreso también hayan vuelto el dolor y el
resentimiento que sentía hacia LuzBel, no sería hipócrita al negar lo mucho
que me atrajo ese hombre cuando volví a conocerlo. Era como si la vida me
estuviera comprobando, de esa manera, que en esta y en las que me
quedaban por vivir, Elijah Pride sería mi único amor.
Pero eso no significaba que aceptaría la toxicidad que estuvimos
teniendo antes del ataque de Tess.
Ni él ni yo nos merecíamos eso, así que fuera como fuera, ambos íbamos
a tener que hacernos a la idea de que esa vez, sanaríamos por separado. No
más con sexo salvaje y apasionado, tampoco con nuestra guerra de palabras
y mucho menos con el poder que los dos teníamos.
Haríamos acopio de nuestra madurez nos gustara o no.
—Isa, qué bien te ves así —Detuve mi paso cuando escuché a Hanna.
Iba bajando de los escalones y ella saliendo de su habitación y…, mierda.
Fingir amabilidad con ella no sería fácil, pero tenía que dar mi mejor
actuación, ya que la tipa estaba demostrando ser inteligente, actuando como
una agua mansa esperando por el mejor momento para dañar. Sin embargo,
yo iba a demostrarle que en el arte del engaño, también podía salir bien
librada si me lo proponía.
«No recuerdo nada, White. Me pasó lo mismo la primera vez que estuve
con ella y, aunque han descartado que yo haya sido drogado, Serena
asegura que actúo como si lo estuviera en ese vídeo».
La confesión de LuzBel me encontró y evité entrecerrar los ojos al ver a
Hanna sonriéndome como si de verdad quisiera ser mi nueva mejor amiga.
«De hecho, ella ya creía que lo era».
Y una mierda que lo era.
Fingía muy bien, le daría ese mérito, ya que nadie podía ser tan buena
con la mujer que tenía la atención total de la persona que quería solo para
ella. Y, aunque la traté con educación cuando consiguió acercarse a mí
(porque Lee-Ang se lo permitió, una mañana que me encontró jugando con
los clones en el jardín), debido a que no la recordaba, llegué a sentir un
poco de recelo incluso desconociendo muchas cosas sobre la tipa.
Y no estaba celosa en ese instante, ya que LuzBel no me interesaba como
hombre por mucho que me atrajera, así que con certeza podía asegurar que
mi aversión por ella nada tenía que ver con él.
—¿Tú crees? —pregunté con voz amable y chillona como la suya—. Me
siento un poco insegura con este estilo, ¿sabes? —añadí y vislumbré a
LuzBel saliendo de su habitación.
Él se quedó de pie cerca de la puerta, entrecerrando los ojos al ver mi
interacción con su amiga.
—Te queda perfecto —halagó Hanna sin darse cuenta de nuestro
espectador.
—Gracias —musité con un poco de timidez y podía jurar que el Tinieblo
estaba sonriendo como un cabrón por eso—. Por cierto, tienes que darme el
secreto para que tu cabello brille tanto. Es muy bonito.
«Cuídate de no dar un paso en falso si no quieres quedarte calva».
Por fin tú y yo éramos una sola.
—Gracias —ofreció ella y me sonrió, entrelazando sus dedos, dejándome
ver esa manicura perfecta que siempre llevaba.
—Isabella, ¿estás lista? —preguntó LuzBel acercándose a nosotras.
Hanna lo miró cuando él llegó a mi lado y le sonrió ilusionada.
—¿Van a salir? —preguntó ella, actuando desinteresada.
—White tiene su cita médica semanal —explicó LuzBel por mí,
utilizando un tono de voz neutro.
—¿Esta vez no viene el doctor D’angelo aquí?
—No, él ha recomendado que la lleve al hospital para hacerle algunos
análisis de sangre.
Hanna asintió tras la respuesta que le dio LuzBel y después de eso deseó
que todo me saliera bien.
—LuzBel, no olvides lo que me prometiste —pidió la hija de puta con
tono amable, antes de que nos marcháramos, metiendo la cizaña con
sutileza.
—Yo cumplo lo que prometo, Hanna. Así que no te preocupes —le
aseguró él, regalándole una sonrisa.
Bufé sarcástica sin que ella me viera, aunque el cabrón sí que me
escuchó, pero no nos dijimos nada y seguí fingiendo que eso no me
importó; sin embargo, en mi cabeza iba imaginando todas las maneras en
las que quería dañar a esos dos.
—Tuve que ver para creer que sabes ser una hipócrita cuando te lo
propones —comentó cuando nos subimos a su coche.
—Yo en cambio no necesito ver nada para tener claro lo hijo de puta que
eres —largué y vi que se mordió el labio para no reír.
—Serena, Owen y Lewis van a encargarse de las copias mientras
nosotros nos reunimos con tu élite, padre y además Fabio —avisó,
cambiando de tema.
Me sentía más segura si mis hijos estaban siendo cuidados por uno de los
miembros de mi élite, pero no le quitaría mérito a los compañeros de él,
pues ya había comprobado que manejaban el nivel de mi gente a la hora de
proteger a nuestros hijos.
—¿Es tarde para incluir a Dylan y Darius? —sondeé y lo vi negar con la
cabeza.
—De hecho, ellos están aquí porque padre sugirió que los incluyéramos
—explicó y asentí.
Y no es que no confiara en mis hermanos, pero no negaría que después
de todo lo que pasé, tenía más conexión con los Sigilosos, por esa razón al
principio solo pensé en hacerle saber a ellos que volví a ser la mujer que
conocían. Sin embargo, en ese momento sentí la necesidad de incluir a
Darius y Dylan, y que Myles hubiera pensado también en eso me dio más
tranquilidad.
A Elliot se lo informaría luego de asegurarme de que Alice no era un
peligro, ya que con todo lo que supe, quería reconfirmar la lealtad de las
personas ajenas a mí.
—¿Fabio me revisará a donde me llevas? —quise saber.
—Entre otras cosas —Fruncí el ceño por su respuesta.
—¿Qué quieres decir?
—Pronto lo sabrás —dijo con tanta rotundidad, que no quise insistir.
Y me picaba la lengua por preguntarle qué carajos le había prometido a
Hanna y en qué momento, pero me tragué las palabras porque eso era algo
que ya no me importaba.
«No te sentía convencida de eso, Colega».
Pues me convencería a cómo diera lugar.
Nos quedamos en un silencio incómodo lo que duró el trayecto hacia el
búnker dentro del territorio de la mansión, pues reconocí el camino, así que
imaginé que nos dirigíamos hacia allí. Y no fue fácil, ni lo sería por un buen
tiempo y podía jurar que tampoco para LuzBel, puesto que era un hombre
que no callaba nada con respecto a nosotros, sin embargo, me estaba
demostrando que me daría el espacio que yo quería así le costara un
infierno.
—¡Dios! Al fin te dignas a llegar —largó Maokko, en el momento que
LuzBel entró a la sala de juntas donde nos esperaban, y sonreí.
Ella y Ronin habían demostrado más cuánto les afectó que los olvidara.
Y sabía que Caleb e Isamu estaban iguales, pero ellos siempre fueron los
serenos del grupo, así que escondieron su sentir cuando me reuní con cada
uno para conocerlos de nuevo, siendo Lee la que se encargó de llevar esos
encuentros.
—¿Por qué has pedido que nos reunamos con tanta urgencia? ¿Y por qué
no están los demás? —inquirió Dylan y supuse que se refería a los otros
Grigoris y los Oscuros.
—Porque yo así se lo pedí —respondí para ellos cuando entré a la sala de
juntas.
Todos los Sigilosos se pusieron de pie al verme y Dylan junto a Darius (a
quien vi hasta que entré) los imitaron, haciéndome sonreír por la acción.
Myles estaba sentado a la cabeza de la mesa y cuando mis ojos se
conectaron con los suyos, sentí el mismo alivio que sé que él experimentó.
—Estás de regreso —afirmé y solo en ese momento él se puso de pie.
—Como tú, hija —confirmó.
—Oh, por Dios —exclamó Maokko al darse cuenta de lo que ese cruce
de palabras entre Myles y yo significaba, y llegó a mí de inmediato.
Correspondí a su abrazo en cuanto ella me aferró a sus brazos y reí al
escucharla agradeciéndole a Kikuri-Hime, la diosa de la protección de la
cual decían que los Sigilosos éramos hijos. Y mientras Maokko me
mantenía ahí, miré a mis hermanos de La Orden.
Lee-Ang se cubría la boca con ambas manos, escondiendo su sonrisa.
Isamu y Caleb, aunque estaban serios, tenían gestos de felicidad. Y Ronin
dejó escapar una lágrima, queriendo parecer tan imperturbable como ellos.
Tras eso miré a Dylan y Darius, el primero se sostenía la cabeza,
sorprendido, mientras que el segundo sonreía aliviado.
—Por siempre y para siempre —exclamó Ronin con la voz ahogada.
—Nuestra reina Sigilosa. —Se le unieron los demás en japonés.
Incluso Maokko, quien me soltó hasta ese momento y me dejó ver sus
lágrimas. Y lo que me hicieron sentir con ese recibimiento fue como volver
a casa, a ese hogar con una familia unida que era capaz de dar la vida por
mí, tanto como yo por ellos.
Mis ángeles Sigilosos.
El regalo de mamá.
—Gracias —les dije con la voz ronca y miré a cada uno—. Por creer en
mí, más de lo que yo misma llegué a creer. Por no desistir sin importar lo
que los demás dijeran, sin señalarme por lo que vieron. Gracias por
respetarme a tal punto, que hicieron posible lo imposible.
También miré a Dylan cuando dije eso, porque LuzBel me había dicho
que él se unió a ellos.
—Tus ángeles, Pequeña dinamita —reconfirmó Darius, pues él leyó la
carta que mamá me dejó y la parte del diario en la que ella reiteró que los
Sigilosos serían eso para mí.
Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando le quitó el lugar a Maokko para
abrazarme, Dylan se le unió enseguida y solté un pequeño sollozo al
sentirme protegida entre ellos, al tener la certeza de que, aunque no crecí
con ninguno y no supe de sus existencias por mucho tiempo, el lazo que nos
unía era demasiado fuerte.
Cuando se apartaron de mí aproveché para saludar a mis demás
hermanos, dándoles un enorme abrazo a cada uno porque, aunque respetaba
sus reverencias, yo quería demostrarles lo agradecida que estaba con ellos
con mi demostración de afecto occidental.
—No vuelvas a ser la chica tímida, por favor —rogó Ronin cuando me
alzó del suelo con su abrazo—. Porque me intimidas más así, jefa.
Todos reímos al escucharlo. Y no decía mentiras, pues noté que cuando
estuvo frente a mí una semana atrás, no supo cómo interactuar conmigo y
pareció más tímido que yo.
—Creo que el Tinieblo también opina lo mismo —susurré en su oído y
rio cómplice, aunque su mirada hacia el tipo que decidió hacerse a un lado
para dejarme interactuar con ellos, delató que estábamos hablando de él.
—Gracias por creer en mí cuando nadie más lo hizo —dijo Myles en
cuánto me acerqué para abrazarlo—. Por ordenar que me sacaran de ese
infierno, por no darte por vencida incluso cuando eso te afectó más a ti.
—Y lo volvería hacer, aunque no espero que la historia se repita —
confesé y ambos nos reímos.
Tras eso tomamos asiento para hablar de lo que acontecía y, aunque
LuzBel se hizo a un lado para que mi gente me recibiera, regresó conmigo y
ocupó la silla a mi izquierda, mientras que Isamu se quedó a mi derecha.
Empecé a hablarles de lo que me llevó a recuperar los recuerdos y ellos
me pusieron al día de lo que estaba sucediendo. Tocaron el tema de Brianna
Less usurpando el lugar de Amelia como Fantasma y todas las dudas que
aún no habían conseguido resolver, hasta que fuimos interrumpidos con la
llegada de Fabio.
—Me alegra mucho tenerte de regreso —aseguró y me dio un abrazo.
Noté la tensión de LuzBel cuando vio eso, pero no dijo nada ni mostró
una mala reacción, todo lo contrario, saludó a Fabio fingiendo muy bien
que no le afectaba que el doctor de nuestro hijo se acercara de esa manera a
mí.
—Voy a revisarte y hacerte algunos análisis luego —avisó Fabio y asentí
—. Por ahora necesito ponerlos al tanto de ciertas cosas que he averiguado.
Le pusimos atención cuando comenzó a decirnos que lo desconcertó
mucho que los análisis de sangre de LuzBel no hayan arrojado ningún
rastro de droga, por lo que decidió recurrir a todo lo que estaba en sus
manos para descubrir qué le ocasionó al Tinieblo ese olvido, además de la
sed insaciable y el dolor de cabeza. Y, aunque todavía no podía asegurarlo
al cien por ciento, sí nos dijo que sus sospechas cada vez crecían con
respecto a que tanto Elijah como Myles pudieron haber tenido contacto con
un químico llamado Hypnosis.
—¿Qué es eso exactamente? —le preguntó LuzBel.
—Algo parecido a una droga que las élites de los gobiernos más
poderosos utilizan para doblegar a sus víctimas sin necesidad de emplear la
violencia —explicó Fabio—. Como el nombre lo indica, hipnotiza al
objetivo para hacerlo actuar exactamente como desea quien lo posee. Y no
cualquiera obtiene el químico, pues es algo altamente poderoso y reservado
para ciertas personas.
—¿Cómo sabes todo eso? —le preguntó Darius.
Fabio miró a Myles antes de responder y este asintió dándole su
autorización. Miré a LuzBel para saber si él sabía algo y con un leve
asentimiento de cabeza me indicó que sí, pero no tuve oportunidad de
indagar más porque el mayor de los D’angelo se puso de pie, y fue hacia la
puerta para abrirla.
—Pasen —pidió.
Segundos después vi entrar a Dominik junto a Amelia.
«¡Jesús! La reunión de hermanos estaba completa».
Carajo.
Miré a Amelia, lúcida luego de tanto tiempo. Y, aunque quise ponerme
de pie como lo hicieron LuzBel y los demás, no pude. Sin embargo, desde
mi lugar la miré seria y con un poco de aversión, ya que a pesar de lo que
vivimos en la clínica tiempo atrás, todavía seguía sintiéndome recelosa con
ella en mi entorno.
—Lía, Dominik, ¿qué hacen aquí? —preguntó Darius.
—Por ella he sabido todo lo que les he comentado hace un momento —
informó Fabio.
—Jefa —me llamó Isamu, queriendo confirmar si estaba de acuerdo con
la presencia de esa chica en la sala.
—Hija, deberías escucharla —recomendó Myles al darse cuenta de mi
actitud.
—¿Ahora sí sabes quién soy? —le cuestioné a ella.
«Perra».
No habíamos dejado de mirarnos y en ese momento Amelia alzó
levemente la barbilla, mostrando una sonrisa fantasma y tomando una
actitud que indicaba que a pesar de estar rodeada de mis Sigilosos, no se
inmutaría.
«Una actitud demasiado familiar para mí».
—La hermanita estúpida que no sabe escuchar consejos —desdeñó en
respuesta a mi pregunta.
«Oh, mierda. Otra perra».
Curvé mi boca con mezquindad y luego extendí el brazo, haciéndole un
gesto con la mano para que tomara asiento. Isamu acogió mi gesto como
respuesta y, aunque cedió, se mantuvo alerta a mi lado.
—¿No te parece que es de familia? —inquirí a Amelia.
Cada uno de los Sigilosos dio un paso hacia atrás, dejando la mesa libre
para Dylan, Darius, Myles, LuzBel, Fabio, Dominik y ella; colocándose en
lugares estratégicos que les permitirían actuar de ser necesario. Amelia notó
las posiciones de cada uno antes de sentarse y sonrió de manera más abierta
en ese momento, como un indicador de que no ignoraba lo que ellos estaban
haciendo.
«Cuidar tu espalda».
Como siempre.
—Qué sería de ti sin ellos —satirizó.
—Mírate en el espejo para que tengas una idea —devolví.
—Ya, chicas —pidió Dominik.
Él se había mantenido pendiente de lo que su novia hacía y cómo
actuaba. Además, noté que Fabio estaba en guardia, dispuesto a ser referí o
defensor, lo que se diera primero. Sobre todo con LuzBel a mi lado, quien
parecía ser otro Sigiloso más, cuidando mi espalda, desconfiando de la
presencia de Amelia.
—Sé que para ambas es difícil estar frente a frente después de todo lo
que han pasado, pero confío en que tienen la madurez para dejar de lado sus
resentimientos así sea por un momento —comentó Myles llamando nuestra
atención—. Isabella, ella está aquí porque yo lo solicité, ya que en estos
días ha sido una aliada para Fabio.
—También lo fue para mí, padre —le recordó LuzBel—, pero me hizo
aprender por las malas que no es de esas aliadas que siempre buscan
ayudarte sino más bien usarte.
Vi cómo a ella le dolieron las palabras del Tinieblo, aunque fue algo de
lo que solo me percaté yo además de Dominik. Y él iba a rebatir, pero
Amelia lo tomó de la mano pidiéndole de esa manera que se calmara, ya
que al parecer comprendía la actitud de LuzBel.
—Háblanos de Hypnosis —le pedí.
Myles tenía razón, no era fácil tenerla en mi entorno sin querer matarnos,
pues a ella le enseñaron a odiarme e hizo lo que estuvo en sus manos para
que yo la odiara, pero confiaría en mamá y en lo que vio en su hija.
Además, conocía a la perfección el trabajo de los D’angelo y su manera tan
apasionada de ayudar a sus pacientes, por lo que no dudaba que Dominik
había puesto todo su empeño para sacar a su chica de ese pozo oscuro en el
que la mantuvo su propia mente.
—Las pocas personas que saben sobre él lo consideran una droga, pero
en realidad es un componente altamente poderoso, que la élite más
peligrosa de este país ha estado utilizando durante años, para manejar a su
antojo a aquellas personalidades difíciles de comprar con dinero o incluso
poder —comenzó a explicar ella—. Lucius llegó a obtenerlo gracias a
Lujuria, uno de sus aliados de esa élite. Y fue el que yo utilicé en nuestra
madre el día que la asesinaron.
LuzBel había vuelto a sentarse a mi lado y en ese instante se atrevió a
entrelazar su mano con la mía en cuanto vio que apreté los puños,
enterrando las uñas en mi palma porque, aunque Amelia comentó sobre eso
el día que la visité en la clínica, no fue fácil que estando lúcida lo repitiera.
Sin embargo, la acción del Tinieblo sirvió para distraerme y dejé que ella
se siguiera explicando, descubriendo que no hipnotizó a mamá con ese
componente para dañarla, sino más bien para evitarle un sufrimiento más
grande.
—Por eso te dije que no te dejaras tocar —reprochó Amelia y recordé
sus palabras cuando me marché de su habitación en la clínica—. Cuando
Lucius descubrió que eres parte de La Orden y que esa organización fue
creada por mamá, supo de inmediato que ella entrenó a sus súbditos para
que no cayeran en las trampas que sabía que su ex marido utilizaba contra
sus enemigos, así que era obvio que estarías muy bien entrenada y no serías
un blanco fácil. Por lo que se dedicó a estudiarte por medio de tu gente
hasta saber exactamente cómo podría doblegarte. A ti y a los líderes más
importantes de Grigori —Miró a Myles y LuzBel tras eso.
Hypnosis era peligroso y poderoso por lo fácil y sutil de administrar en
las víctimas, pues bastaba con olerlo o tocarlo para que cayeran en una
hipnosis, a veces profunda y en otros casos ligera. También podía ser
ingerido por medio de comidas o bebidas, lo que nos puso alerta a todos, ya
que nos estábamos enfrentando a un enemigo invisible.
—Lucius tenía claro que no sería fácil llegar a ustedes si perdía a Jacob
como aliado, así que le ordenó hacer algo, pero desconozco el qué, para
conseguir que tú cayeras en la hipnosis con la cual te manejarían a su antojo
—explicó para Myles y el entendimientos surcó su rostro.
—Por eso él se mantuvo a mi lado antes de la emboscada en la que me
hirieron —dedujo.
Ya me había soltado del agarre de LuzBel, pero en ese instante deseé
tomarle la mano al ver lo mucho que le estaba afectando saber los alcances
de, a quien consideró su hermano, para jodernos de todas las maneras que le
fue posible.
—Joder, ha sido un estudio de mucho tiempo —comentó Dylan y supe
que a él también le estaba doliendo seguir descubriendo que Jacob incluso
muerto, siguió dañándonos.
—Llevado a cabo por David —aclaró Amelia—. Ya que solo él y Derek
tenían conocimiento de que Jacob era el traidor de Grigori, Lucius dejó todo
en manos de ellos, así que, aunque se lleve el mérito de la hazaña, tengan
claro que fue su hermano la mente maestra.
David Black nos estaba confirmando que siempre había sido el más
peligroso de los hermanos, pero lo dejamos a un lado por creer que
únicamente era un lamebotas, cuando en realidad fue esa vocecita que guio
a Lucius en sus atrocidades.
—Ahora sé que David y Derek siempre maquinaron todo a su favor,
hipnotizaron al poseedor de Hypnosis, sin que él se diera cuenta, y lo
manejaron a su antojo. Pero de una manera retorcida yo siempre fui la
debilidad de mi padre y, cuando ellos se dieron cuenta de que ni esa droga
haría que Lucius se deshiciera de mí, decidieron sacarme del juego y
hacerme quedar como la traidora más grande de los Vigilantes, porque
sabían que era de la única manera que él dejaría de considerarme como lo
más especial de su vida.
«¡Jesús! Si así trataba a quien consideraba especial, no quería imaginar
cómo era con quién le importaba un carajo».
Amelia siguió hablando sin ser interrumpida por ninguno de nosotros,
dejándonos cada vez más pasmados con todo lo que consiguió saber por su
cuenta en esos momentos que la creyeron más manipulable. Incluso se
atrevió a mirarme a los ojos y de esa manera me narró todo lo que
recordaba de aquel día en el que asesinaron a mamá. Y no puedo explicar lo
duro que fue saber que ambas pelearon a muerte contra un ejército para
poder escapar juntas, pero cuando se dieron cuenta de que solo una de ellas
tendría la oportunidad de huir si la otra se sacrificaba, nuestra madre no
dudó en hacerla correr.
—La habían acuchillado de muerte, así que ella sabía que por más que
corriera no alcanzaría a esperar por la ayuda. Y yo… —La voz se le quebró
ante el recuerdo que tuvo y tragué con dificultad el nudo en mi garganta—.
Yo no estaba dispuesta a dejarla atrás, no me importaba morir protegiéndola
hasta el último momento, pero mamá no lo aceptó y me obligó a huir, me
hizo prometerle que saldría viva de ese lugar y que no dejaría que mi padre
me destruyera. Me rogó que viviera por ambas y cuando me vio un poco
convencida me pidió que la tocara con lo último que me quedaba de
Hypnosis.
—Mierda —musitó Darius y se puso de pie, dándonos la espalda y
negando con la cabeza, porque él sí encontró a nuestra madre en su último
momento de vida y era consciente que la confesión de Amelia le dolía igual
que a mí.
—Creí que lo hice por mi cuenta, pero ahora que mi cabeza está un poco
más clara, he recordado que en realidad fue ella la que me pidió
hipnotizarla, porque sabíamos las atrocidades que le harían y no quería
darle el gusto a mi padre de escucharla gritar, o hacerla rogar.
Vi a Myles escuchando atento, con los ojos brillosos. Yo en cambio sentí
mis lágrimas rodar.
—Mamá sabía que el mayor deleite de ese malnacido era doblegarla con
violencia —musité con la voz gangosa.
—Y decidió morir a su manera, sin darle a él la oportunidad de
escucharla lamentarse —aportó Amelia y me di cuenta de que ella también
estaba llorando—. No busco tu perdón, Isabella —soltó de pronto—. No lo
merezco después de todo lo que te quité, pero sí quiero reivindicarme, con
los dos.
Miró a LuzBel tras decir eso y noté la tensión en la que él se había
mantenido.
—No puedo volver a confiar en ti —aclaró él y ella asintió, pues lo
comprendía después de todo lo que vivieron juntos.
—Confía en mí entonces —le pidió Dominik.
—Y en mí —habló Fabio.
—Tú sabes que ambos hemos tenido dos versiones diferentes de ella, así
que te pido que confíes en la que yo conozco y a la que me he aferrado
desde que ocupé tu lugar como Sombra —añadió Dominik.
—Y te doy mi palabra de que yo me encargaré personalmente de que no
vuelva a caer en la que tú conociste —aportó Fabio.
Amelia sonrió con burla, pero sentí en mi interior que fue hacia ella
misma porque estaba necesitando que esos dos hermanos intercedieran por
su persona, ya que perdió la credibilidad ante los demás gracias al
malnacido que la engendró.
—Yo no voy a confiar ni en ti ni en ellos —aclaré llamando su atención
—, pero lo haré en mi madre —Ella asintió de acuerdo e imaginé que era lo
que ya esperaba de mí—. Y sé que no será fácil ni para ti ni para mí,
Amelia, pero de mi parte estoy dispuesta a hacer lo que esté mis manos para
cerrar este ciclo contigo.
—Yo también, Isabella, por eso estoy aquí —señaló—. Para mí sería
fácil mantenerme en esa clínica y dejar que otros peleen la batalla por mí,
pero crecí luchando por mi cuenta y si debo morir, será de esa manera —
zanjó y sentí las miradas de todos puestas en nosotras—. Sin embargo, soy
capaz de admitir que no quiero pelear sola esta vez, por lo que deseo confiar
en las personas que mamá confiaba. Busco la oportunidad de contar con
ustedes —Miró a Darius tras decir eso y luego regresó a mí.
—Siempre he esperado por este momento, Lía —admitió Darius—. Por
el día en que te dieras cuenta de que tienes a un hermano dispuesto a
apoyarte en lo que sea necesario, para que consigas destruir las cadenas
invisibles que te mantienen atada a ese hijo de puta.
—Perdón por verlo hasta ahora —ofreció ella y a Darius le sorprendió, lo
que me dio a entender que Amelia jamás se mostró tan dispuesta y lúcida
como en ese momento.
—Si estás presta a ayudarme, yo también te ayudaré —acepté y entre su
mirada orgullosa vislumbré un poco de alivio.
—Elijah —lo llamó y me tensé por el tono de súplica en su voz.
Pero la tranquilidad y la confianza que Dominik demostraba en ella, me
hizo darme cuenta que él entendía que lo que Amelia sentía por el Tinieblo
ya no era amor ni obsesión. Al contrario, lo llamó y miró con la esperanza
de que LuzBel le diera la oportunidad de reivindicarse y resarcir el daño
que le hizo cuando estuvo sumida en su peor momento.
No obstante, Elijah era el más reacio de nosotros y no iba a culparlo ni a
juzgarlo porque así me haya hablado de lo que vivió con ella, solo él sabía a
la perfección lo que sintió y atravesó en sus días como Sombra viviendo en
aquel infierno.
—Te veo más lúcida de lo que alguna vez te vi, Amelia. Y soy capaz de
admitirlo, pero manipulada o no, me hiciste mierda y eso no me deja creer
en ti.
—LuzBel…
—No, por favor —le pidió Amelia a Dominik cuando él quiso decir algo.
—Sin embargo, he aprendido por las malas que no debo de creer siempre
en lo que veo —siguió LuzBel y, aunque no miró ni a su padre ni a mí,
comprendí que era por nosotros que llegó a ese entendimiento—. Así que
voy a darte el beneficio de la duda y si vas a luchar con nosotros y no contra
nosotros, entonces cuenta conmigo.
—Gracias. —El alivio en su voz al agradecerle al Tinieblo lo sentí
incluso yo, y me atrevía a decir que toda la sala también.
Dominik igual asintió en agradecimiento por lo que LuzBel estaba
haciendo y pensé en que a lo mejor, él y Fabio creyeron que la negatividad
de alguno de nosotros le afectaría a ella, por lo que los alivió que el
Tinieblo cediera, fuera por el motivo que fuera.
—A todos —reiteró Amelia y asentí en respuesta.
Acto seguido, ella siguió dándonos la información que poseía,
asegurando que Lucius y David estaban preparándose para darnos un golpe
mortal ahora que creían que yo estaba débil y Myles todavía encerrado. Y
esta vez utilizarían a todos los Vigilantes que antes fueron parte de la sede
de Aki Cho, pues eran considerados los más letales de la organización por
el entrenamiento riguroso al que el japonés los sometió durante años.
—Ninguno de ellos le teme a la muerte y eso los hace más letales y
peligrosos —constató y vi que LuzBel miró a Fabio, este le asintió,
confirmando que ella no mentía, pues él, así no fuera un Vigilante, sí fue
alumno de ese hombre.
«Y ya habíamos confirmado lo sádico que era».
Me estremecí al recordar la pelea entre él y el Tinieblo y, aunque esa solo
fue una demostración, salieron bien librados dentro de lo que cabía porque a
Fabio tuvieron que sedarlo.
—¿Sabes cuál es el denominador común que tienen los Vigilantes de
Aki? —le preguntó Amelia a LuzBel y este negó—. Que todos tienen
condiciones mentales que los hacen ser personas peligrosas para el mundo
—respondió.
Mi mirada buscó a Fabio sin poderlo evitar y él sonrió de lado.
—Luchadores letales y suicidas —comentó Dylan y ella asintió.
—Yo entrené durante una buena temporada con Aki Cho, así que sé
cómo lucha su gente —siguió Amelia—. Fabio tiene más conocimiento en
eso porque fue alumno de él durante muchos años, por lo que podemos
enseñarles lo que sabemos para que sepan a qué vamos a enfrentarnos —
ofreció.
—¿Crees que nuestras élites no van a poder con esos tipos? —sondeó
LuzBel.
—Terminaríamos sin la mitad de la gente si vamos a esa guerra sin
prepararnos —replicó ella—. Sinceramente, creo que tú acabarías sin élites,
ya que los únicos más capacitados para un enfrentamiento con ellos, son
estas gárgolas que nos rodean ahora mismo —Señaló a mis Sigilosos tras
decir eso y noté que a Maokko no le agradó el mote.
Isamu en cambio sonrió con desdén y Ronin alzó una ceja. Caleb y Lee-
Ang estaban detrás de mí, por lo que no los vi.
—Pero para una batalla como esa, no debemos contar solo con La Orden
del Silencio —dedujo Darius.
—No, necesitamos a Grigoris mejor preparados —respondió Myles.
—Y Oscuros —aportó LuzBel.
—¿Y tú? ¿Tienes una élite aún? —le cuestioné a Amelia y alzó la
barbilla con obstinación.
—No eran de mi total confianza, así que no —admitió—. Y tuve que
rescindir de los irlandeses luego del atentado perpetrado contra Cillian.
—Bien, entonces vas a unirte a la mía —puntualicé y ella alzó una ceja,
sorprendida de la decisión que estaba tomando.
—Dudo que sea porque confías en mí a ese punto —reflexionó y sonreí
con orgullo.
—Ya sabes lo que dicen, mantén a tus amigos cerca —Abrí los brazos
señalando nuestro entorno—. Y a tus enemigos más cerca —reiteré
mirándola.
Ella sonrió sin tomar mi declaración como ofensa.
—Voy a cuidar tu espalda, reina Sigilosa —aseguró sin apartar su mirada
de mí—. Voy a cumplirle mi promesa a mamá.
Me estremecí con sus palabras porque le creí.
Malditamente creí que no me estaba manipulando.
Capítulo 53
Un rayito de luz
Isabella
—Les entrego mi vida en pago, solo les pido que me prometan que pase
lo que pase, van a cuidar a mi muchacho —rogó Jarrel cuando llegó a la
mansión con su hijo.
El pequeño era unos meses mayor que mis clones, un poco tímido,
aunque Daemon y Aiden pronto lo hicieron tener confianza y conectaron de
una manera increíble, tanto, que Dasher se olvidó de Sombra, tío Darius y
tío Owen, como se había referido a aquellos hombres.
—No te preocupes, Jarrel. Tu hijo será un miembro más en nuestra
familia, pero pensemos en que pronto acabaremos con esto y tú volverás a
ser feliz con él —lo animó Darius, aunque el hombre siguió reacio.
—Si te hace sentir mejor, te hacemos la promesa de que pase lo que
pase, Dasher estará seguro y rodeado de personas que lo querrán siempre
—habló Elijah y vi que eso tranquilizó a Jarrel.
—Gracias —nos dijo a todos. Amelia, Darius, Elijah, Myles y yo éramos
los que estábamos ahí con él—. Y ahora que estoy aquí, puedo ayudarles en
lo que se necesite.
—Vas a unirte al equipo de Connor y Evan para apoyarlos en todo lo
que sea necesario con respecto al área tecnológica —avisó Myles y Jarrel
asintió.
Había notado que el hombre me miraba más de la cuenta desde que
llegó a casa con su hijo, pero casi no cruzamos palabras debido a la
situación, aunque le dejé claro, siempre que pude, que estaría seguro con
nosotros.
—Te pareces mucho a ella —comentó para mí antes de irse con Myles
rumbo al cuartel—. Incluso el brillo de sus ojos es igual —Entendí que se
refería a mi madre—. Y tú… —Amelia se tensó cuando Jarrel la miró—,
ahora sí eres digna de ser hija de Leah, mantente así, pequeña Miller —
recomendó y noté que la chica asintió levemente.
Esa misión con ellos había salido bien, a pesar de que nos obligó a
adelantar el viaje de los niños, incluyendo al pequeño Dash en el itinerario
de vuelo. Incluso Caleb tuvo que apoyarse con Elliot para eso, ya que se
vería en la necesidad de hacer una parada en Newport Beach para despistar
a nuestros enemigos.
Sin embargo, lo peor de ese día sucedió una hora atrás, cuando Elijah
decidió abrir el correo de los griegos con el asunto: IBAN A UTILIZAR
ESTE VÍDEO COMO PRUEBA, PERO NO FUE NECESARIO.
Él, Myles y yo habíamos sido los únicos en la oficina cuando le dio
reproducir a uno de los vídeos adjuntos (porque eran dos) y me quedé
estupefacta, viéndome junto al abuelo de mis hijos en aquella habitación de
hotel. Una mujer, con rasgos similares a los míos, y dos hombres más
estuvieron con nosotros, demandándonos hacer cosas a las que yo me negué
porque, a pesar de estar drogada, no cedía.
Uno de los hombres grababa y el otro optó por dormirme y desnudarme
cuando entendió que hiciera lo que hiciera, no colaboraría. A Myles en
cambio lo violó la mujer en la misma cama donde yo estaba, por eso hubo
condones usados en la escena. Nos abusaron a ambos y las imágenes que
tuvimos que ver fueron tan grotescas que al finalizar, ya no fui capaz de ver
el segundo vídeo editado (ese en el que sí parecía que era yo, follando con
el padre de quien era mi chico en ese momento), corrí hacia el baño a
vomitar y luego me quedé ahí, llorando de rabia, impotencia y vergüenza,
comprobando que mi corazón no se oscureció injustificadamente en el
pasado.
Me convirtieron en un monstruo y quería demostrarles hasta donde
llegaban los alcances de mi rabia.
—¿Te has dado cuenta de lo fácil que es ser la villana de una historia,
cuando solo te leen el capítulo en donde haces atrocidades?
—Isabella…
—Pero no cuentan el capítulo en el que te crean a imagen y semejanza de
un monstruo —corté a Elijah en cuanto llegó a mi lado.
Le había pedido que no me siguiera a la habitación cuando salí del baño
en el que me encerré, porque en ese momento me odié incluso yo misma
por permitir que me abusaran de nuevo. Y lo intentó igual, pero Myles lo
detuvo, sugiriéndole que me diera tiempo, ya que lo que estaba pasándonos
no era fácil de digerir.
—Dime qué debo hacer para que me perdones —pidió y lo miré.
Estaba sumida en tanto resentimiento, que solo podía pensar en lo que
me hizo en aquella cabaña por creerme una traidora. Justificado o no, dolía
tal cual a él le dolió cuando lo apuñalé sin darle una oportunidad de que se
explicara.
«Y él podía explicarse, Colega. Tú en cambio actuaste como si lo
hubieras traicionado sin poder evitarlo».
Por eso trataba de entender sus acciones.
Pero en cuanto me di cuenta de todo lo que hicieron los Sigilosos para
descubrir una verdad que era más probable no conseguir, entendí que Elijah
sí pudo haber actuado como ellos si hubiese confiado en mí.
Eso era lo que más dolía.
—Aléjate de mí —le respondí y negó con la cabeza—. Necesito sanar
sola, Elijah. No deseo seguirte señalando, pensando en que pudiste haber
confiado más en mí, cada vez que te veo. No quiero odiarte por lo que
pudiste haber hecho y no hiciste. No quiero repudiarte porque no me amaste
cuando más lo necesité, no…
Tiró de mí hacia él y me abrazó con tanta firmeza, que me hizo dudar de
lo que le pedía, porque ahí entre sus brazos me sentí segura. Y entendí que
no se equivocaron cuando dijeron que: la misma persona capaz de dañarte
era la misma que te daba felicidad. Que quien te destruía también podía
reconstruirte.
Sin embargo, aun amándolo como lo amaba, tal cual un jardinero a sus
rosas, que sin importar las espinas de estas seguía ahí, creyendo
fervientemente en la belleza de ese amor; igual que un desahuciado a la
vida que, a pesar de que pronto la perdería, continuaba luchando por vivirla
lo mejor que le fuera posible; así lo amara con sus demonios, sus defectos y
su oscuridad, era consciente de que primero debía ser yo.
Y no por egoísmo sino porque era necesario aprender a ser feliz conmigo
misma para que nadie me dañara. Tenía que reconstruirme por mi cuenta
para que no supieran cómo destruirme. Debía perdonarme para poder
perdonarlo sin que luego existieran resentimientos entre nosotros.
Quería volver a ser mía y después darme otra oportunidad de ser suya.
—Mi pequeño infierno —susurró dándome un beso en la cabeza—, pase
lo que pase y decidas lo que decidas, quiero que tengas claro que siempre
podrás contar conmigo —Me tomó del rostro y me hizo verlo a los ojos,
noté en ellos la aceptación de lo que le pedí antes—. Bajo un cielo de hielo
o en la peor de las oscuridades, a través del fuego ardiente o en la
circunstancias que sean, estaré para ti, Bonita. En la vida, o en la muerte, tú
y nuestros hijos serán lo más importante para mí, meree raanee.
—No hagas que esto parezca una despedida, por favor —rogué—. No en
este momento tan crítico —Sonrió de lado y me dio un beso en la frente.
—No es una despedida, amor. Simplemente estoy tomando la
oportunidad que la vida me da para dejarte claro, antes de que te alejes de
mí, que si hay algo que nunca te dije, no fue porque no lo sintiera.
—Elijah…
—Por ti he llegado a desear que mi alma se acaricie con la tuya, tal cual
lo hacen nuestras sombras cuando estamos juntos, Isabella. Contigo creí en
el destino, en las oportunidades y en los nuevos comienzos y únicamente
por ti, creeré que la distancia no siempre separa, pero sí repara.
«¡Jesús! ¿Ese era el chico con corazón de hielo?»
No, ese era el hombre con corazón de fuego.
«¿Enfrentándose a la mujer con corazón oscuro?»
La misma que deseó que dijera esas palabras antes.
Sin embargo, era sabedora de que antes no habrían tenido el mismo
significado, porque para llegar a creer y entender ese momento, era
necesario atravesar por lo que atravesamos.
—¿Lo conseguiste las otras veces? —le pregunté a Hanna y ella caminó
hasta quedar frente a mí—. Porque nunca tuve una erección contigo estando
lúcido, así que mi amigo también te considera una rubia aburrida.
Me tomó del rostro y presionó mis mejillas con brusquedad, sonriendo
de lado por mi declaración.
—¿Olvidas cuando estuvimos en tu apartamento? —satirizó.
—No estaba pensando en ti —desdeñé—. Tampoco la primera vez en
donde supuestamente te desfloré.
Volvió a reír, esa vez con más burla.
—En tu apartamento no estabas pensando en mí, pero sí fui yo quien te
provocó la erección y ese placer desmesurado que tanto te asustó, Ángel —
satirizó, soltándome con brusquedad.
Fruncí el ceño y cuando comprendí que en ese momento yo todavía tenía
el dispositivo en mi cabeza, la hija de puta se carcajeó.
—Amo estos momentos, cuando mis víctimas no ven venir nada de lo
que he hecho —se jactó y apreté la mandíbula—. Amelia siempre ha sido
una estúpida que nunca vio más allá de su nariz por estar detrás de ti como
la perra que es —siguió—. Ella pudo asegurar un mando para controlar el
dispositivo en tu cabeza, pero ¿quién crees que los desarrolló, LuzBel?
—Anton, tu jodido padre —supuse y su sonrisa llena de satisfacción me
lo confirmó.
Mierda.
La hija de puta manipuló mi placer, por eso yo presentí que no era
normal, pero me confié porque Amelia estaba recluida en ese momento, sin
tener una puta idea de a quién había dejado volver a mi vida.
—¿Te follé alguna vez? —le pregunté y bufó.
Había visto el vídeo de la noche en mi recámara y, aunque parecía
drogado, ella sobre mí y sus gestos de placer me hicieron creer que sí
follamos.
—No —aceptó y como era una experta en leer las reacciones de los
demás, supuse que también controlaba las suyas, así que no supe si mi gesto
de alivio le molestó—. Pero yo fingí muy bien el placer, ¿cierto? —celebró
—. No solo soy kinésica, como sé que ya lo averiguaste, también soy
kinestésica, LuzBel. Por eso sé manipular mis gestos y emociones, razón
por la cual Serena jamás descubrió que en lugar de leerme, yo la
manipulaba —se regodeó.
Solo en ese momento comprendí demasiadas cosas y me maldije,
sabiendo que White tenía razones suficientes para alejarse de mí, pues no le
hice caso a su intuición creyendo que estaba celosa, cuando ella y Elliot
fueron los únicos en sospechar en esa perra frente a mí.
—Entiendo que hayas interpretado un papel a la perfección, Vanka, pero
si te soy sincero, presiento que lo que has hecho con nosotros va más allá de
una misión que te encomendaron —sondeé.
—A veces hay dolores que no se pueden esconder del todo —admitió y
la miré, esperando a que siguiera hablando—. Tú y Amelia asesinaron a la
única persona que me ha importado en la vida, por eso yo voy a cobrarles
arrebatándoles lo que más les importa.
—Demonios, he asesinado a tantas mierdas, que no sé a cuál de todas te
refieres. Así que se más específica.
Me giró el rostro de una bofetada y de paso me incrustó una de las agujas
de sus uñas. Cerré los ojos con fuerza y me tragué las ganas de gritar al
sentir que las venas me ardieron, como si me hubiera inyectado ácido y no
droga.
—¿Ahora sí recuerdas a Fred, pajarito? —preguntó y abrí los ojos,
aguantando el gesto de dolor al saber que me hablaba de Imbécil.
—No me jodas —gruñí y traté de alejarme de ella cuando volvió a
tomarme del rostro, temiendo que volviese a inyectarme lo que fuera que ya
me estaba incendiando las venas.
—Veo que se te aclararon los recuerdos —satirizó—. Así entenderás por
qué yo también te meteré una manguera por el culo.
—Le hice a esa mierda lo que merecía —escupí con ira—. Y lo volvería
hacer si tuviese la oportunidad de revivirlo.
Gemí cuando me asestó un puñetazo en la boca del estómago y me hizo
perder todo el aire.
—Todo lo que Fred te hizo fue porque se lo ordenaron, hijo de puta.
—¿Cómo… cómo es posible que el hijo de un sovetnik fuera el
lamebotas de Fantasma y luego de Lucius? —conseguí decir sin ahogarme.
—Fred era mi hermano solo por mi madre —explicó—. Pero crecimos
juntos y fuimos muy unidos hasta que papá me llevó con él a Rusia.
Por eso su acento no era marcado.
—Entonces por buscar venganza también viniste a lamerle las bolas a
Lucius, aunque fingiste que te tomó por la fuerza —me burlé.
—Lucius solo ha sido el títere hipnotizado de su hermano, David es el
del verdadero poder, imbécil —susurró con una voz tan baja, que me costó
escucharla—. El viejo estúpido jamás me puso una mano encima, la habría
perdido antes de conseguirlo —aseguró.
Isabella también tuvo razón en eso, Amelia no sospechó que su padre
fingió porque él en realidad creía que dañó a Hanna.
—¿Él sabe quién eres? —Negó con la cabeza, sonriendo con una vileza
que daba asco.
Y que me estuviera respondiendo tan fácil me indicó que no pensaban
dejarme vivo.
—Soy una puta más de Vikings —Entendí que ese era el papel que vino
a interpretar—. Una chica ardida que él manipula, porque no acepto que no
me amaras como tanto he deseado. Una mujer frágil a la que despreciaste
en el pasado y hago esto porque merecía más que me desfloraras.
Me cago en la puta madre que la parió.
Hasta sentí miedo de lo que dijo, aunque no lo admitiera, porque de
verdad actuó como si sintiera todo eso, metiéndose perfectamente en su
papel de mujer ardida.
—¿Qué pretenden tú y David? Porque ahora tengo claro que estás aliada
con él —cuestioné.
—Deshacernos de la descendencia de Lucius y que de paso, lo asesinen a
él en esta batalla, así su hermano tomará el lugar como líder sin que los
otros aliados crean que lo traicionó. Ya sabes, el honor, la lealtad, bla, bla,
bla —se burló—. David ni siquiera está aquí, dejó todo en mis manos para
luego disfrutar de la victoria.
—Dejó a su perra roja —Gruñí cuando me asestó otra bofetada y saboreé
mi sangre—. Ruega para que no te ponga las manos encima, yo o Isabella
—aconsejé y le escupí la cara.
Sentí un puto asco cuando se limpió con la palma y luego lamió mi
saliva, demostrándome sus jodidos alcances psicópatas.
—¡Isabella, Isabella, Isabella y más puta Isabella! —entonó—. Todos
tienen a esa maldita como la reina y señora del mundo, cuando no es más
que una huérfana ilusa buscando venganza. Y lo único que obtiene es
sumergirse en más miseria —Quise alcanzarla y estrangularla.
Y me tocó quedarme con las jodidas ganas en ese momento porque me
tenían imposibilitado.
—¿Acaso tú no estás buscando venganza? —le recordé.
—Y ya la conseguí, Ángel —se regocijó—. Manipulé a tu madre y
hermana para que se deshicieran de una líder, ella te ha hecho mierda a ti. Y
con eso te quité un hijo por el hermano que me arrebataste. Todo lo demás,
está siendo algo extra —Abrió los brazos con satisfacción tras la
declaración.
—Maldita hija de puta —espeté y soltó una carcajada.
—Mmmm, yo me llamaría una excelente jugadora. ¿Acaso no lo has
comprobado ya por tu cuenta? —No me dejó responder—. Ya me deshice
de los peones, de los alfiles, de las torres, de los caballos y heme aquí,
teniendo en mis manos al rey para que caiga la reina y dar el jaque mate.
—No nos subestimes, Vanka, porque el juego no termina hasta que digas
esas palabras. Y así hagas caer al rey, no podrás jamás con la reina —
aseguré sin una pizca de dudas y ella rio.
—¿Te diviertes, princesa? —La voz de Lucius nos interrumpió y llegó de
inmediato detrás de la puta rubia.
Hanna me guiñó un ojo antes de responderle.
—Mucho, bebé.
¿Era puto en serio lo de bebé? Quise reírme, ya que el viejo ya estaba
camino a caducar, pero me contuve porque necesitaba sobrevivir.
Me aferraría a la vida hasta donde pudiera, pues nunca había sido fácil
deshacerse de mí y debía confirmárselos.
Fin.
Música Utilizada:
Esta es la nueva edición del tercer libro de una trilogía que ha marcado
mi vida antes y después, desde que comencé en el mundo de la escritura en
plataformas como Wattpad, Booknet y Amazon (Kindle).
Ha sido una aventura llena de desafíos y, llegar a donde estoy ahora ha
supuesto aún mayores dificultades. Sin embargo, siempre he contado con la
presencia de Dios a mi lado, y por esa razón, mi mayor agradecimiento es
para Él.
Le doy las gracias por abrir mi camino y poner en él a personas que me
han ayudado a crecer como escritora. Me ha dado amigas que me apoyan
incondicionalmente y, sobre todo, una familia comprensiva que siempre
está ahí para mí.
Pero lo que más agradezco es que me ha dado la capacidad de luchar por
mis sueños y no rendirme ante las adversidades que se me han presentado
en este mundo literario.
En todos mis libros siempre dejo una parte de mi corazón, pero trabajar
en estas nuevas ediciones me hace darlo todo, no solo porque los publico de
manera independiente, sino también porque ha sido un reto para mí
superarme.
Y me siento satisfecha de haberlo logrado.
Y sin dejar de lado a nadie, quiero agradecer a todos mis lectores, tanto a
los nuevos como a los antiguos, personas especiales que me ayudan a
crecer, a superarme y a seguir soñando para crear nuevos mundos.
Dios, mi capacidad y mis lectores me han creado y no pienso detenerme
mientras tenga vida.
Gracias a todos.
Biografía
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Diario de Leah
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Epílogo
Música Utilizada:
Agradecimientos
Biografía
Contenido
[1]
Es la señal internacional de socorro.
[2]
Según la historia, el ajedrez se originó en la India, por eso Elijah
señala la enseñanza de su abuelo, aunque esta pieza tiene otro nombre en el
juego, pero que aquí se adapta para darle un significado más valioso.
[3]
Siglas en inglés de Centro contra Delitos Cibernéticos de HSI.
[4]
Significa jefe. En este caso, jefe del clan de la Yakuza.
[5]
Diosa de la protección para los sintoístas japoneses.
[6]
Sintoístas son las personas creyentes del sintoísmo, la religión
tradicional de Japón.
[7]
United Parcel Service, Inc. es una empresa de transporte de paquetes.
Su sede está en Atlanta, Georgia, Estados Unidos. La sede de Bienne, en
Suiza, se encarga de las operaciones en Europa, Oriente Medio y África.
[8]
Siglas en inglés de Estados Unidos (United State of Ameria)
[9]
Bienvenido, hermano.
[10]
Tienda de licores, popular en el estado de Virginia, Estados Unidos.
[11]
Villana en el universo Batman de DC Comics, relacionada con el
Joker y llamada su nueva novia luego de la emancipación de Harley Quinn.
[12]
Ataque isquémico transitorio. Tiene los mismos síntomas que un
derrame cerebral, pero solo dura varios minutos o puede alargarse hasta 24
horas.
[13]
En esta parte, Isabella se refiere a que Pride (que es el apellido de Elijah) significa orgullo en
español.
[14]
Mi amor secreto en idioma irlandés.
[15]
Eres un cabrón, en idioma italiano.
[16]
Técnica de coloración francesa, que toma su nombre del verbo balayer, que significa barrer.
La técnica crea un cabello ligeramente aclarado, que luce con un aspecto natural, como aclarado por
el sol, con tonos más claros en las puntas.
[17]
Es un tipo de reverencia japonesa, se realiza con una inclinación del torso hacia el frente, de
quince grados, y se utiliza para saludos sencillos hacia alguien de tu mismo rango o estatus social.
[18]
El tallo de la flor de Dahlia no posee espinas en la realidad, aquí se una la metáfora por la
vida que ha tenido Amelia.
[19]
Bastón de madera japonés, utilizado para los entrenamientos igual que el bokken.
[20]
¡¿Qué demonios, corazón mío?!
[21]
¡Por Dios, mi amor!
[22]
Donde hay vida, hay esperanza.
[23]
No me dejes, por favor.
[24]
Dulzura.