3 - Corazón de Fuego - Jasmín Martínez

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 1131

Jasmín Martínez

Título: Corazón de Fuego


Copyright © Jasmín Martínez
Diseño de portada: Mireya Murillo, Cosmo Editorial, Lotus Ediciones
Diseño interior: Lotus Ediciones
Corrección y edición: David Lee Libros
Todos los derechos reservados.

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su


incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier
forma o medio, sin permiso previo de la titular del copyright. La infracción
de las condiciones descritas puede constituir un delito contra la propiedad
intelectual.
Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios.
Cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura
coincidencia.
Dedicatoria

Para todas esas dalias negras que saben dar suaves caricias a las manos
correctas, pero que atraviesan con sus espinas a las equivocadas.
Para ti que incluso en la oscuridad no te rindes, porque sabes que pronto
llegará la luz y aun si no, estás dispuesto (o dispuesta) a caminar sin ella.
Si me pides fuego arderá todo.
Yo no sé amar de otra manera.
—David Sant—
Capítulo 1
Dahlia negra
Elijah
Años atrás...

En el momento que Elena propuso hacer un trío con Laurel incluida, dije
que sí por imbécil, porque mi ego estaba herido y porque me negaba a que
aquel muro impenetrable que construí alrededor de mi corazón cediera. Ese
era mi jodido juego, las reglas las hice para que me favorecieran siempre a
mí, así que no podía ser tan idiota como para permitirme romperlas y ni
siquiera para mi beneficio.
Pero una vez más, la chica inexperta que me demostró que fácilmente
podía trascender del paraíso al infierno en un simple parpadeo, jodió mis
planes y, sin darse cuenta, ese jaque mate que me hizo decirle no indicaba
mi victoria sino la suya, pues mi capricho se fue a la mierda cuando,
mientras intentaba ser el hijo de puta de siempre, en mi cabeza únicamente
se repetía su confesión y su rostro lleno de dolor; además del deseo porque
fuera ella la que estuviese provocándome como esas dos chicas lo hacían.
Mas no era ella. La chica que yo deseaba estaba afuera, odiándome por
ser tan cabronazo, y no la culpaba.
—¿En serio debes irte? —Elena se mostró incrédula luego de que, sin
poder más con esa farsa, les avisé que me marcharía para que ellas
disfrutaran de la noche mientras yo me revolcaba en mi propia mierda.
Ambas se habían metido bastante bien en su papel, Elena sobre todo,
pues le comía el coño a Laurel con tanto ímpetu que entendí por qué en
algunas ocasiones los hombres no podíamos compararnos con las mujeres
cuando de dar sexo oral se trataba.
—Debo hacerlo —dije con firmeza. Laurel sonrió con entendimiento, y
bufé. Tras eso salí de la oficina, rendido de haber intentado seguir con mi
juego y fracasar en el intento.
La confesión de White me impactó como una puta catástrofe que dejó
todo mi mundo de cabeza, y no podía sacarme de la mente su rostro lleno
de dolor y decepción al escuchar toda la sarta de estupideces que le dije.

—Deja ya este maldito juego. He entendido tu punto, White, ahora


déjame enterrarme en ti para que ambos consigamos lo que necesitamos, lo
que me negaste.
—No. Porque, si soy yo la que cede tan pronto, jamás entenderás que no
puedes hacer conmigo lo que se te antoje, Elijah. Somos un juego, perfecto,
pero no soy el de siempre, el que estás acostumbrado a ganar. No soy tuya.
No eres mío. Así que ambos pondremos y aceptaremos las reglas. Ahora,
vuelve a activar mi coche y déjame ir.
—Más que poner tus reglas, siento que tratas de controlarme, White. Y,
si es así, estás perdiendo el maldito tiempo.
—Estás tan acostumbrado a que siempre te digan que sí que, cuando yo
te digo que no, crees que quiero tener algún poder sobre ti, y no, Elijah.
Solo quiero que me veas por lo que soy.
—¿Y qué eres?
—La jugadora del otro lado del tablero de ajedrez. Y bien sabes que
todos los movimientos que estamos haciendo es para proteger; en mi caso,
a mi… rey.
—Te estás equivocando con tus movimientos. Y espero que no te
arrepientas, porque tomaré mi ventaja.

—Serás imbécil —me reproché al estar afuera de la oficina, tras recordar


esa discusión que tuve con la Castaña cuando la alcancé luego de que me
dejara atado a una maldita silla en mi habitación—, porque la estás viendo
por lo que es, hijo de puta —gruñí—. Pero aun así, no tenías que
enamorarte del otro jugador, Bonita, sino…
«Vencerlo en su propio juego». Terminó esa voz en mi interior, y me reí
con mofa de mí mismo.
Había comenzado a darle la ventaja en sus movimientos, por eso
consiguió hacerme dudar en el momento que me confesó sus sentimientos
rato atrás. Me cogió con la guardia baja y me defendí de la única manera
que sabía hacerlo: con indiferencia, inmadurez y estupidez.
«Y te daré un consejo gratis: así tengas al maldito amor de tu vida al
lado, no cometas el error de demostrarlo sin antes asegurarte de cómo
protegerlo, porque, con esa petición que me has hecho, me pusiste en
bandeja de plata un método efectivo para hacerte besar mi mano. Yo
aprendí a las malas, LuzBel».
Las palabras de Enoc llegaron a mi cabeza, y si bien amor era una frase
que ya no manejaba, ni estaba dispuesto a volver a usar en mi vocabulario,
sí era consciente de que, si mis enemigos intuían que Isabella era un medio
para doblegarme, no dudarían en usarlo. Por lo tanto, así fuera el mayor de
los imbéciles, debía hacer que esa chica corrigiera su error, porque eso
éramos: un maldito error.
—Mierda, mierda, mierda —proferí, caminando de un lado a otro.
Me alejé de la oficina, pero no me fui para el privado donde dejé a los
chicos, tampoco salí de ese solitario pasillo, pues mi orgullo no me permitió
dejarle entrever a los demás que acababa de desaprovechar una gran
oportunidad de cumplir la fantasía de muchos. Así que como pensé antes:
me revolqué en mi propia mierda solo, esperando a que Laurel y Elena
salieran. Cansado, frustrado y desesperado, tanto que terminé pidiéndole un
cigarrillo a uno de los bartender que pasó por allí, y que se conducía hacia
el almacén de bebidas por más botellas de whisky.
Había dejado de fumar hace un par de años, pero mi ansiedad era tanta
que necesité recurrir a la nicotina una vez más para calmarme un poco.
Cerré los ojos con la primera calada de humo mentolado y, tras retenerlo un
rato, lo solté, y con él dejé escapar un suspiro intenso que, en lugar de
aliviarme, me hizo sentir peor.
«Me quemé a mitad del juego. Me enamoré de ti».
Esas palabras se seguían repitiendo en mi cabeza y ya no sabía ni cómo
reaccionar.
—Demonios, Bonita. ¿Por qué tuviste que cagarla así?
Dejé esa pregunta al aire en cuanto escuché unos pasos acercándose. El
bartender había regresado a su lugar de trabajo desde hace rato, así que
sabía que se trataba de Laurel y Elena. Sus risas me lo confirmaron unos
segundos después. La española pasó primero por mi lado, diciendo que nos
vería en el privado, e intuí que Laurel le pidió que se adelantara.
—¿Se divirtieron? —le pregunté a la pelinegra, intentando no sonar tan
aliviado.
Tiré la colilla de cigarrillo en el contenedor destinado para eso en cuanto
ella se acercó más.
—No tanto como nos hubiésemos divertido contigo, pero no me quejo.
—Sonreí al escucharla. Laurel era mi amiga, pero eso no le impedía
provocarme cada vez que tenía oportunidad, y en el pasado consiguió
arrastrarme a sus perversidades en muchas ocasiones—. ¿Qué te pasó allá
adentro? —Su pregunta me incomodó mucho, no deseaba abordar ese tema
—. Te conozco, LuzBel, y jamás hubieses desaprovechado una oportunidad
como esa. Dime, ¿no se te paró? —bromeó, y la fulminé con la mirada.
La empotré en la pared y presioné mi pelvis en su vientre para que me
sintiera. No sería hipócrita en eso, pues, el hecho de que las palabras de
Isabella me hayan afectado, no significaba que mi cuerpo dejaría de
reaccionar a las necesidades fisiológicas como el sexo. Y lo que esas dos
chicas hicieron dentro de la oficina para animarme a participar en su
encuentro era capaz de provocarle una erección hasta al más santo de los
hombres.
Y si me rehusé a follarlas no fue porque mi polla no funcionara de
manera correcta, sino porque mi jodido cerebro no las estaba imaginando a
ellas.
—Bien, no fue por eso —confirmó—. Entonces hay una chica, ya
superaste a Amelia y al fin ocuparon su lugar —aseguró.
—Ella no es como Amelia —repuse pensando en Isabella, y Laurel
asintió.
—No lo dudo, estando con Amelia te seguías acostando conmigo, y hoy
me despreciaste, y no solo a mí. —Me alejé un poco tras escucharla. Lo que
señaló no era ninguna mentira, pues, mientras lo mío con Amelia no fue
serio y se mantuvo como encuentros sexuales de vez en cuando, seguí
acostándome con Laurel cada vez que nos vimos y ella tenía un plan
perverso en su cabeza—. Es esa castaña que bailaba con Ed, ¿cierto? —La
miré procesando lo que decía.
—No te habría despreciado si esa castaña hubiese estado en el lugar de
Elena —solté.
«Ni siquiera te habría tocado a ti», pensé.
Y maldije porque, a pesar de que mi pensamiento no fue dicho en voz
alta, la respuesta que le di a Laurel, y la manera en la que ella intentaba no
reírse, me demostró que ya la había cagado.
—Jamás me sucedió con Amelia. —Recordé las primeras veces en las
que me encontré con Laurel luego de haberme cruzado con Amelia en
aquella batalla. Sí, me impactó esa chica, el sexo con ella fue formidable y
deseé volver a verla pronto, sin embargo, eso no me impidió ceder con mi
amiga—. Cuando te follaba o cuando me provocabas, nunca pensé en ella,
pero hoy...
—Solo pensabas en la chica castaña —terminó por mí.
—Esa maldita chica me está volviendo loco, Laurel. —Bufé
desesperado, a pesar de que se burlaría de mí, pues ella era la única persona
en la que podía decir que confiaba ciegamente—. Desde que apareció aquel
día en el campus, supe que jodería mi vida.
—¿Para bien o para mal? —La miré sin entender—. Pregunto eso porque
veo que ella no te es indiferente, la chica siente algo por ti, pero... ¿y tú por
ella?
El consejo de Enoc llegó a mi cabeza una vez más tras la pregunta de la
pelinegra. Y deseé tener otro cigarrillo en la mano para hacer algo diferente
y no solo concentrarme en tragar con dificultad, porque la garganta se me
secó.
—No puedo sentir nada por Isabella, me niego a sentir algo más que
atracción por ella. —Bufé con frustración.
No podía ponerla en peligro.
—Tranquilo, tigre. —Laurel dio golpecitos en mi hombro con su mano y
la frustración en mí incrementó—. Si no quieres sentir nada por esa castaña,
aléjate antes de que se meta más en tu cabeza —me aconsejó, y reí con
ironía.
El consejo me estaba llegando demasiado tarde. Y ya solo me quedaba
confiar en que Laurel no se tragó mi patraña porque me conocía mejor que
cualquiera, pues la necesitaría para fingir ser el imbécil de siempre.
—Más de lo que ya se metió creo que no se puede. —Mi respuesta la
dejó pasmada, porque le estaba confirmando con esas palabras hasta lo que
jamás vocalizaría.
Y ni siquiera lo hice porque quería, sino porque mi lengua actuó antes
que mi cerebro.
—Tu secreto siempre estará a salvo conmigo —formuló algo que no era
necesario, ya que sabía que el único peligro que corría con que ella
conociera mis secretos era que los utilizaría para burlarse de mí como le
diera la gana—. Si quieres fingir, pues hagámoslo, solo ten en cuenta que
cuando quieras decirle lo que en verdad sientes podrá ser muy tarde. —
Negué con la cabeza.
Era más que consciente de que Laurel entendió por qué me quedé en ese
pasillo esperándolas, y así me apoyara a fingir que seguía siendo el mismo
hijo de puta, no lo haría sin darme su advertencia. Una que igual que su
consejo llegó tarde, pues cuando volví al privado con los chicos me topé
con la confirmación de que, en efecto, Isabella White no era el tipo de juego
que yo estaba acostumbrado a jugar, ya que, de todo lo que esperaba de ella
estando herida por mis palabras y lo que le hice creer que haría, nunca
incluí encontrarla besando a Evan como si fuera lo mejor del mundo, y
menos contemplé la idea de que mi jodida hermana y Dylan les ayudaran a
ese par a intentar huir de mí.
Aunque todo ese jodido circo que monté terminó por darme en la cara
cuando nuestros enemigos nos encontraron y se aprovecharon de las
distracciones que tuvimos. Lo que tanto temía sucedió y estuve a punto de
enloquecer, pero entonces las palabras de mi abuelo llegaron a mi cabeza:
«El ajedrez es una lucha contra los errores de uno mismo». Y con eso en
mente decidí hacer un movimiento que no consideré hasta que me vi
literalmente con las manos atadas, y a Enoc junto a mi padre tratando de no
sucumbir en la desesperación por no tener ni puta idea de a dónde se habían
llevado a las chicas.
—Diga.
—Creí que no respondías a números desconocidos —dije como saludo
cuando al otro lado descolgaron el móvil.
Se trataba de Marcus Wallace, un Vigilante que conocí en mi tiempo con
Amelia. La escoltó en varias ocasiones que nos vimos y luego la ayudó a
escapar conmigo. Él era un tipo duro, serio, apartado del mundo; cumplía su
trabajo al pie de la letra, fuera malo, bueno o término medio.
—Este número no lo obtiene nadie que yo no quiera, así que agradece
que descolgué —devolvió y reí—. ¿A qué debo el honor de volverte a
escuchar, jodido LuzBel? —inquirió con parsimonia, y respiré hondo.
—¿Sigues con los Vigilantes?
—Tan directo como siempre. —Lo escuché reír—. Y sí, crecí con los
Vigilantes, así que sigo aquí.
Su familia era asociada a la organización criminal, por lo que entendí el
punto. Los Vigilantes eran todo lo que conocía y que le gustaba, pues como
me aseguró cuando le ofrecí protección por si quería huir: estaba con ellos
porque quería, a pesar de que no compartiera ciertas cosas, pero que
solucionaría a su manera. Algo que respeté.
—Seguiré siendo directo —advertí antes de seguir—: Derek le tendió
una emboscada a uno de mis súbditos, y se llevó a tres chicas que jamás
debió tocar, las quiero de regreso, así que necesito que me eches la mano.
—Me enteré del golpe que acaban de dar, pero no sabía que tenía que
ver con chicas.
No busqué a Marcus porque fuera un traidor, no lo era de hecho,
simplemente era de esos tipos malos con límites, y el suyo consistía en que
no permitía la violencia de ningún tipo contra las mujeres, razón por la que
ayudó a Amelia a escapar cuando esta comenzó a recibir maltratos por parte
de su padre, en cuanto él se enteró que ella estaba en algo conmigo. Por ese
motivo es que los líderes mantenían a Marcus lejos de las misiones en
donde en lugar de aliado se convertiría en enemigo.
Y únicamente porque él y su familia eran elementos valiosos para la
organización es que lo mantenían con consideraciones.
—Se llevaron a mi hermana, a mi amiga y… a una compañera —
expliqué, tratando de que él entendiera lo importante que eran esas chicas
como para hacerle esa llamada.
—Haré todo lo que esté en mis manos para averiguar algo, pero no
vuelvas a llamarme tú. Espera a que yo me ponga en contacto contigo —
pidió, y solté un poco del aire que había estado reteniendo desde que el hijo
de puta de Derek logró llevarse a las chicas.
—¿Nunca sospecharon de ti?
—No, solo me creyeron un imbécil, y eso ayudó a que me movieran a
otras áreas. Así que gracias.
Tuve que herirlo cuando rapté a Amelia para que no desconfiaran de él,
así que la única prueba que tuve en años de que seguía vivo fue que me
respondiera esa llamada, ya que ni siquiera lo contacté cuando Derek
asesinó a mi ex.
Marcus había intentado en muchas ocasiones que lo movieran a misiones
que no implicara dañar chicas, pero su mayor defecto era también su mejor
virtud: la obediencia. Ya que, por muy en contra que estuviera de algo, lo
ejecutaba si así se lo ordenaban. Situación que Amelia aprovechó para que
nos ayudara con el escape, puesto que, si él fallaba y ella se fugaba bajo su
cuidado, Lucius se vería obligado a utilizarlo para situaciones menos
riesgosas.
—Un favor que ahora me pagarás con información —proclamé, y rio.
—Por supuesto que ibas a cobrártelo.
—No sería el jodido LuzBel si no —le recordé.
—Espera a que yo te contacte —exhortó una última vez.
—No tardes —pedí, y tras eso cortó la llamada.
Y no lo hizo, me dio la información que consiguió en cuanto pudo, y con
el rastreador que Dylan dejó en la sudadera que Isabella usaba la noche que
todo se fue a la mierda conseguimos encontrarlas, aunque con ellas también
reencontré a alguien que solo creí que volvería a ver en el infierno cuando
la muerte me reclamara.
Mi Dahlia negra.
Estaba a punto de asesinarla por haberse atrevido a tocar a White luego
de que la atraparon junto a Enoc tras el rescate del secuestro. Deseaba
despedazarla porque para mí seguía siendo el pequeño hijo de puta que trató
de hacerme pagar por haber matado al imbécil de su amigo enmascarado.
Mi ira había alcanzado niveles insondables, ya que me vi obligado a dejar ir
a Derek, y esa mierda tuvo la osadía de seguir lastimando a la Castaña, así
que mi sed de sangre se volvió peligrosa.
Cayó al suelo de nuevo por la lucha a la que nos metimos y esa vez me
subí sobre su cuerpo, tomándole del cuello, aprovechando que usaba ese
collar que le cambiaba la voz, para hacerle más daño.
—¡Mátame! Porque, si me dejas vivir, te juro que me vengaré con esa
zorra —advirtió con dificultad, y sonreí con descaro y burla cuando vi
cómo sus ojos se volvían rojos.
Lo tomé solo con una mano y llevé la otra hasta su gorro.
—Quiero tener la dicha de conocerte con vida —hablé satírico y quité su
gorro de un tirón.
Sin embargo, la solté de inmediato y retrocedí al recibir un fuerte
impacto que me dejó aturdido, y no por el dolor. Eso no podía estar
pasando. No era un chico. Fantasma era una chica.
Era Amelia.
Infinidad de sentimientos se arremolinaron en mi interior mientras ella se
reía de mi estupor. Estaba viva, frente a mí, burlándose de mi sorpresa.
—¡¿LuzBel?! —gritó Elliot, y no le respondí. Mi lengua estaba
paralizada—. ¿Pero qué demo...? —Su voz se perdió al verla.
Me puse de pie muy rápido y me giré para observar a Elliot, su rostro
estaba pálido, como si acabara de ver a un fantasma, y en efecto, ambos
teníamos a uno enfrente.
—¿Cómo, Amelia? —pregunté cuando encontré mi voz—. Te vi morir.
Los latidos de mi corazón me estaban haciendo doler el pecho por lo
rápidos y contundentes que eran. La ira se disipó dándole paso al
desconcierto, pero también a la emoción.
—Viste cómo me dispararon luego de que este cobarde me entregara —
replicó ella con desprecio hacia Elliot—. Para tu mala suerte, no morí.
No fue mala suerte.
—Tuve que hacerlo, Amelia. Eras tú o mi novia —se defendió Elliot,
recuperando también la capacidad para hablar.
—Me llevaste a la cama, me hiciste creer cosas distintas a las que yo
creía —reclamó ella.
—Tampoco fuiste tan difícil —declaró él, y lo miré con amargura. Sabía
que lo que sucedió entre ellos no fue obligado, pero en ese momento no
pude pensar en el dolor que me provocó la traición, sino que me concentré
en que la chica que fue mi novia estaba viva.
Aun así nos adentramos en una estúpida discusión, pero no hubo más
aclaraciones sobre cómo sobrevivió, aunque sí reclamos acerca de quién
usó a quién, o por qué cayeron en las trampas de la seducción. Amelia
estaba distinta, más hermosa que antes, sin embargo, en sus ojos había una
maldad que jamás vi en ella, y fui muy consciente de que su regreso me
acarrearía muchos problemas.
—Lo único bueno de lo que me hiciste es que me abriste los ojos, y te
prometo que te haré pagar por haberme usado —espetó ella hacia Elliot.
Él iba a decirle algo, pero los Vigilantes que la cuidaban llegaron a su
rescate y libramos nuestra propia batalla con ellos mientras Amelia se
marchaba con la promesa de volver a vernos pronto y hacerme pagar a mí
por la muerte de su amigo, el imbécil al que llamó Sombra.
Me estaba sintiendo torpe en mis movimientos y me negaba a creer que
solo se debiera al impacto de volver a ver a Amelia.
—Jodida mierda —gruñó Elliot y sabía que no era solo por los Vigilantes
que nos rodeaban, unos más letales que otros.
Era más porque, si salíamos de esa, nos enfrentaríamos a golpes peores.
Yo tendría que hacerle frente a la muerte de Elsa y a que le fallé a mi
amigo, a mi hermano. Isabella al fin sabría su proceder y se vería obligada a
someterse a su destino o a huir de él. Con Elliot tendríamos que aceptar los
golpes recibidos y las verdades que deberíamos confesar, nos gustara o no.
—La batalla no termina, así que andando —ordené tratando de recuperar
un poco el aliento.
La cabeza me daba vueltas y sentía el estómago revuelto, incluso así me
obligué a dar ejemplo y corrí hacia donde escuchaba el mayor alboroto.
Encontré a Isabella, Enoc y a Evan junto a nuestros demás hombres,
rodeados de Vigilantes, entre ellos Lucius y Aki Cho, pero ninguno se
inmutaba.
Luchaban dispuestos a continuar viviendo, y nosotros seguimos su
ejemplo, aunque se nos complicó todo porque nos drogaron, y la frustración
que sentí al ver que no podía defender a Isabella como esperaba me provocó
ganas de vomitar. Sobre todo en el instante que Amelia arremetió contra
ella y acabó con la vida de Enoc.
—Hijo de puta —gruñí al alcanzar a ver a Fantasma y quise correr detrás
de ella porque no estaba dispuesto a dejarla escapar.
Pero su voz a través de mi intercomunicador me detuvo, dándome cuenta
de que lo había tomado de uno de nuestros hombres caídos.
—Te dije que, si no me matabas, yo acabaría con tu zorra. Y apenas
estoy comenzando.
—¿Qué mierda quieres? —pregunté con rabia.
—Pronto lo sabrás —respondió y, desde lo lejos, vi que se quitó el
aparato del oído para terminar con el discurso.
Miré a Isabella y me acerqué a ellos. Enoc yacía sobre sus brazos y le
susurraba algunas cosas.
—N-no ol-olvi... des tu… —pidió al verme y luego tosió más sangre.
Apreté los puños al ver que no podía decir nada más, pero me siguió
viendo a los ojos con súplica, y asentí sabiendo que no quería que olvidara
la promesa que le hice. Tras eso, su mirada se quedó clavada en la mía,
aunque ya no me miraba más.
Y el grito de dolor de la Castaña me confirmó el por qué el brillo de vida
había desaparecido de sus ojos. Me estremecí como nunca al ver a aquella
pequeña chica sufriendo tan inimaginable dolor.
Los Vigilantes nos acababan de quitar a un grande, pero estaban
obligando a despertar a una gigante.
Y mientras la veía deshaciéndose en llanto, aferrada al cadáver de su
progenitor, juré que era mejor que esos malnacidos supieran esconderse,
porque, cuando el reloj marcara que le tocaba jugar a ella, haría que le
temieran como si fuera la muerte misma.
Ver a Isabella sufrir en silencio la muerte de su padre no era nada fácil
para mí, y menos cuando no tenía ni jodida idea de cómo consolarla. Era
experto en hacer gozar de placer a una chica (a ella sobre todo) y hacerlas
llorar por mis mierdas, pero jamás supe ser un apoyo en el luto; y se me
complicaba incluso más porque yo también vivía el mío por Elsa.
La Castaña estaba rota en niveles que no podía imaginar y, aunque mi
intención desde un principio fue tenerla en la organización, guiado por mi
capricho de hacerla pagar por sus osadías, nunca quise que hiciera el
juramento Grigori, pero ya no se trataba de lo que yo quería o no, esa era su
obligación, y estaría ahí para apoyarla.
Tampoco deseaba que se siguiera sintiendo culpable por la muerte de
Elsa, eso era mi culpa, una con la que cargaría por siempre, pues haber
permitido que la reconocieran como mi amante fue un error que jamás debí
cometer, por eso acepté merecer el dolor que me infligieron en el momento
que comenzaron a bajar el ataúd en su sepelio.
—Te voy a extrañar tanto —susurré a la nada. Me quedé frente a la
tumba fresca, solo. Ya le había pedido perdón por lo que permití y lo que no
pude evitar, así como le prometí que me cobraría su muerte—. Gracias por
haber amado mis defectos y siento no haberte correspondido tal cual lo
merecías.
La quise mucho, aunque mi actitud siempre demostró lo contrario.
La quería como a una amiga, compartimos demasiados momentos a lo
largo de nuestras vidas como para que no significaran nada. Crecimos
juntos y nos apoyamos siempre mutuamente. Su error fue haberme creído
más de lo que era. El mío, no haberla valorado tal cual lo merecía.
Me quedé unos minutos más frente a la lápida, meditando todo lo que
estaba pasando a mi alrededor desde la muerte de Enoc y Elsa. Y, aunque no
volví a saber nada de Amelia, con Elliot estábamos investigando su regreso
para saber cómo debíamos afrontarlo antes de hacerlo oficial.
—Aún no sé cómo, pero sé que vengaremos su muerte. —La voz de
Isabella me sacó de mis pensamientos y respiré hondo en el momento que
puso una mano en mi hombro en señal de apoyo—. Dices que no es mi
culpa, pero en verdad lo siento, Elijah —lamentó una vez más y los
recuerdos de cómo las encontré me invadieron, así como el de las palabras
que le dije.
—¿Recuerdas lo que te dije cuando te recuperamos la primera vez? —
pregunté, refiriéndome a cuando encontramos a Elsa fusilada y a ella rota y
culpable por haber escudado a mi hermana.
Giré un poco la cabeza para mirarla a los ojos, Isabella asintió como
respuesta y vi el anhelo en sus iris color miel por volver a escuchar lo que
susurré en su oído, además de la culpabilidad que yo también volví a
experimentar porque, así eso me convirtiera en más hijo de puta, lo que dije
fue en serio, y lo mantenía a pesar de estar frente a la tumba de la chica que
sufrió la peor parte de ese secuestro.
«No me importa quién haya caído o quién caerá en esta guerra, siempre
que no seas tú, porque, así no te dé mi corazón, cuidaré tu espalda,
quemaré el mundo y congelaré el infierno con tal de mantenerte a salvo.
Así que deja de sentirte culpable, ya que no es tu culpa, Isabella. Fue un
juego de Derek y se arrepentirá por ello».
—Lo dije en serio —aseguré enseguida de revivir esas palabras en mi
cabeza y ella volvió a asentir—. Y, a pesar de sentirme como una mierda
aquí frente a la tumba de Elsa, sigo pensando igual, White. No fue solo por
la adrenalina o la euforia del momento.
Dejó de tocarme el hombro y miró la lápida de Elsa, notando en la
tensión de su cuerpo, en su ceño fruncido y en la mirada atormentada, que
igual que yo se sentía hecha mierda por confirmar que lo que dije fue en
serio, así mi amiga haya terminado a tres metros bajo tierra.
«Perdóname por ser egoísta cuando se trata de Isabella, pero no puedo, ni
quiero, evitarlo», le dije a Elsa en mis pensamientos.
—Dios —susurró Isabella e hizo un gesto con las manos como si fuera a
rezar—. A veces pienso que no merezco esta oportunidad y la culpa duele,
Elijah. Duele porque papá se sacrificó por mí y yo sacrifiqué a Elsa y…
aunque no me arrepiento de haber salvado a Tess, creo que pude haber
corrido hacia Derek y recibir esa bala por ellas, pero fui débil.
—¿Pero qué demonios dices? —espeté incrédulo y la tomé de las
muñecas en cuanto se cubrió el rostro.
—¿Es que no lo ves? —inquirió entre dientes—. Soy débil —zanjó.
—¡Puta mierda, White! No digas eso. Eres más fuerte de lo que crees —
mascullé molesto por su actitud, así la entendiera—. Has perdido a tus
padres, te obligaron a vivir una vida que no querías y aun así le buscaste los
beneficios, aunque no fueran para ti. Te mintieron y, cuando deberías estar
tirada en una cama, dopada de tranquilizantes, te has levantado y has dado
un discurso que puso a llorar a todos y mostraste entereza, y…
¡Me cago en la puta!
La solté de golpe y maldije dándole la espalda, desesperado y frustrado
al ser consciente de lo mierda que fui con ella. De lo mierda que seguiría
siendo porque por ningún motivo permitiría que intentaran dañarla de
nuevo con tal de joderme a mí. Prefería que me odiara por ser un hijo de
puta a que los Vigilantes osaran tocarla una vez más.
—¿Y qué? —preguntó, y la miré por encima de mi hombro, notando
cómo apretaba los puños.
—Te usé como mi venganza, pero no te echaste a llorar por eso. Me…
me confesaste tus sentimientos y no te victimizaste cuando te rechacé; al
contrario, decidiste disfrutar de tu noche sin permitir que yo te la jodiera
con mis mierdas, y luego te secuestraron —recordé, y cerró los ojos,
tensándose por lo que sea que revivió en su cabeza—. Vivieron un infierno
del que ni tú ni mi hermana quieren hablar. Casi te matan cuando te
volvieron a secuestrar y aquí estás, aquí sigues como un roble, echando
raíces más profundas en cada tormenta.
No era imbécil, sabía que todavía había muchas cosas de las que no
quería hablar, pero estaba dándole espacio y tiempo para que se preparara y
que su alma se reconstruyera. Un proceso que no sería ni corto ni fácil
como madre le aseguró a mi hermana.

—Mantén la calma, hijo. Ellas hablarán cuando sea el momento —pidió


madre luego de que me vio frustrado porque no tenía ni puta idea de cómo
reaccionar ante esos ataques de White o el silencio de mi hermana.
Había estado metido en la cama con Isabella y Jane… ¡Con Jane, joder!
Y, en el momento que Isabella se durmió, le pedí a la miedosa que se
quedara con ella porque yo tenía que ir a casa de mis padres y que, con
suerte, mi hermana me explicara qué carajos pasaron para que la Castaña
me despreciara si no veía mi rostro o sentía el aroma de mi fragancia.
—No puedo, madre. No cuando presiento que el infierno que vivieron es
peor del que imagino —admití.
Había salido a la terraza de la tercera planta luego de que Tess me
pidiera que me fuera de su habitación, y ni siquiera me dejó hablar,
simplemente me vio y me echó. Tampoco estaba siendo un intenso, pues, si
acaso, solo le pregunté en dos ocasiones lo que vivieron, no más. Incluso mi
frialdad mermó al verlas mal.
Madre se acercó para abrazarme por la espalda y presioné mi agarre en
el barandal, dejando caer mi cabeza hacia el frente en un gesto de
rendición y cansancio. Mantener la calma no era una de mis mejores
virtudes, pero la tendría así me costara muchas tormentas.

Isabella sonrió y soltó un sollozo luego de mis palabras, cubriéndose la


boca para acallarlo, sacándome de mis pensamientos. Entonces sucumbí a
lo que necesitaba con todo mi ser y la abracé con fuerza hasta que ella me
rodeó la cintura.
—No me sueltes, Elijah —susurró cuando le di un beso en la coronilla.
No me sueltes eran palabras poderosas, una súplica que encerraba todo lo
que no podía o no quería decirme. Una oración que puso en jaque a un ateo
como yo.
—No lo haré —aseguré, y se aferró a mi abrazo haciéndome sentir
afortunado y miserable a la vez, pues no la merecía, pero tampoco la quería
con nadie más que no fuera yo.
Luego de ese momento la llevé a su casa para reunirnos con las personas
que la acompañarían en la reunión que procedía luego del funeral. Manejé
en silencio, acompañados por la música de la radio, ambos sumidos en
nuestros pensamientos, y cuando llegamos me limité a ser el apoyo que ella
necesitaba, dándole espacio para no agobiarla, admirando la entereza que
era capaz de mostrar a pesar del infierno que se le vino encima sin tregua
alguna.
—¿Te han dicho algo? —le pregunté a Jane cuando llegó a la cocina a
buscar agua. Yo me encontraba ahí porque necesitaba respirar un poco, lejos
de la gente, pero sin perder de vista a Isabella.
Ella y yo estábamos muy lejos de ser amigos, pero nos habíamos visto
obligados a tolerarnos tras el atentado que sufrimos, pues tanto mi hermana
como White eran sus amigas, y los dos queríamos ser un apoyo
incondicional para ambas.
—No, pero tampoco he preguntado —respondió en voz baja.
—¿Cómo lo haces? —Me miró sin entender mi pregunta—. ¿Cómo
puedes dejar de lado lo que sea que vivieron? ¿Cómo consigues ayudarlas
sin saber a lo que te enfrentas? ¿Cómo las traes de regreso de ese mundo en
el que se han perdido?
Jane se quedó en silencio por un largo minuto y luego exhaló. Por un
momento creí que se iría sin decirme nada. Estaba en su derecho, pues
nunca fui bueno con ella.
—Te diré lo mismo que le dije a Dylan: Isabella y tu hermana son
guerreras, así que no intentes salvarlas ahora que se sienten perdidas. Mejor
ayúdalas a encontrarse.
Dicho eso se marchó dejándome peor que al principio. Sin embargo,
mientras más veía a Isabella interactuar con las personas que la
acompañaban, más comprendía lo que Jane me aconsejó. Debía dejar de
querer salvar a esa Castaña o a mi hermana, y a cambio tenía que apoyarlas
para que volvieran a encontrarse, a renacer, a reconstruirse. Porque ambas
eran capaces de hacerlo sin que las empujáramos.
—¿Has sabido algo de...? —Elliot dejó el final de la pregunta en el aire,
pero no era necesario que la terminara, ni conveniente, pues sabía a quién se
refería y nadie más tenía que saberlo.
—No, ¿y tú?
En esos últimos días nos habíamos tolerado un poco, pero no se debía a
que comprendí por qué me traicionó o a la situación de Isabella, sino más al
hecho de que compartíamos un jodido pasado que estaba a punto de
volverse turbio para ambos.
—No, y, si te soy sincero, su silencio me está alarmando. Me preocupa
que esta calma solo sea de esas mortales que anteceden a la tormenta. —Me
quedé en silencio, no porque no me importaba o no me agobiaran sus
palabras, sino todo lo contrario.
Él tenía razón.
Pero por ese momento dejé todo lo que tuviera que ver con Amelia de
lado, aunque por la noche, mientras esperaba a que Isabella saliera de su
casa para marcharnos hacia la de mis padres, decidí comenzar a resolver
mis problemas y enfrentarme a la tormenta antes de que ella me encontrara
desprevenido. Debía hablar con Amelia, había muchas cosas que teníamos
que explicarnos y Marcus, una vez más, era el indicado para ayudarme con
eso.
Por lo que le marqué sin dudar antes de que Isabella saliera de la casa.
—Dos veces en menos de dos semanas me harán pensar que te sientes
atraído por mí —debatió al descolgar, y bufé.
—¿Sabías que estaba viva?
—Mierda, no sé ni por qué me sorprende que siempre vayas al grano —
señaló entre risas.
—Me han enseñado a no hacerle perder el tiempo a los demás, así que
evito saludar o preguntar cómo estás porque bien sabes que no me importa.
—Soltó una carcajada estrepitosa y me alejé el móvil del oído, cerrando un
ojo como si eso fuera ayudarme a que no me reventara el tímpano.
—De ti me cae bien lo que a muchos les cae mal: la sinceridad —
murmuró sin dejar de reír.
—Deja de darle vueltas a mi pregunta.
—Lo supe hace unos meses, pero está demás decir que no te lo diría. No
si ella no quería que lo supieras. Ahora es Fantasma, para ti y el mundo
entero —zanjó.
Bien, él también era tan sincero como yo.
—Quiero verla, hablar con ella.
—Ella a ti no, según he notado.
—Dile que te contacté, que quiero que hablemos. Será a su manera
siempre y cuando no me tienda una trampa.
—Ya no soy su guardaespaldas, LuzBel, y desde que supe que estaba
viva no he vuelto a verla, así que no sé si pueda darle tu mensaje —explicó,
y respiré hondo.
—Inténtalo —exhorté.
—No te prometo nada —aclaró, pero esa respuesta me bastó porque no
era un no definitivo.
—Esperaré tu llamada —concluí al ver salir a Isabella de su casa y corté
antes de que se acercara más.
Lucía decidida, dispuesta a arrasar con el mundo entero con tal de hacer
pagar a quienes le arrebataron todo y, para ser sincero conmigo mismo, temí
que yo me iría entre ellos.
—Espera, Bonita —pedí en cuanto llegó al coche e intentó abrir la puerta
del copiloto—. ¿Ha pasado algo? —La tomé de las manos, desconcertado
por su actitud.
—No que yo sepa, ¿por qué? —Su voz estaba muy ronca.
—Vienes demasiado pensativa —señalé.
—Solo estaba ideando un poco el cómo haré pagar a todos. —Su
respuesta me sobresaltó, ya que esos días se mantuvo apacible, incluso creí
que estaba dejándole todo al tiempo y al destino—. He podido estar
sufriendo y a veces demasiado tranquila, Elijah, pero en mi cabeza sigo
maquinando cómo me vengaré —añadió, y sonrió al verme estupefacto—.
Cada lágrima que he derramado y cuchillada que ha atravesado mi corazón,
me lo cobraré el doble —sentenció, y la solté, desconociendo a mi… a la
chica que siempre me mostró—. Con la misma vara que me han medido,
mediré —aseveró con convicción.
Sus palabras se sintieron como un puñetazo en el estómago que me robó
el aire y me llevé las manos a la cabeza, exhalando por la boca.
—No me gusta lo que veo en tus ojos —admití, y le acuné el rostro para
que me mirara.
—Y te aseguro que, si vieras lo que está en mi cabeza, te aterrorizarías,
Elijah. —Tragué con dificultad al no saber qué decirle, y menos cuando me
cogió de las muñecas y volvió a sonreír—. ¿Me ayudarás? —inquirió.
—¿A qué? —cuestioné, y bajé las manos a su cuello para acariciarle ahí.
—¿Recuerdas al tipo con voz robotizada al que te enfrentaste? —Me fue
inevitable no soltarla enseguida de esa pregunta, sintiendo que lo que tanto
temí estaba llegando—. Después de matar a mi padre me juró hacerme vivir
un infierno —confesó, y recordé a Amelia diciéndole algo luego de
apuñalar a Enoc.
—No lo conseguirá —aseveré, tratando de no delatarme sin antes hablar
con Amelia.
—No, pero resulta que yo le juré que lo arrastraría conmigo y quiero
conseguirlo —admitió, y quise reírme, pero no de ella, sino de la situación
en la que me estaba viendo envuelto—. Quiero a Fantasma arrodillado a
mis pies, suplicando por su vida, y tú me lo vas a entregar —advirtió y, a
pesar de que la comprendía, no me gustó su actitud.
—Lo que quieres es hacer una locura, Whiteñ —Bufé, y me miró
desconcertada—. No, no pasará. No te arriesgarás así y tendrás que pasar
por encima de mi cadáver antes de exponerte de nuevo con esos hijos de
puta —añadí.
Maldije al notar su tensión por la mención de mi cadáver, siendo
consciente de que esa no era la mejor palabra luego de lo que vivió.
—El trato que teníamos tú y yo se acabó, Elijah. Así que recuerda que ya
no le hablas a una súbdita. —Tensé la mandíbula—. Ahora soy una…
—No te atrevas a decirlo —reprendí.
Sí, era una líder de la organización. Seguía poniéndome en sus zapatos y
la comprendía, pero por ningún motivo la dejaría pasar por encima de mí
utilizando ese título para chantajearme, y menos permitiría que su terquedad
la llevara a cometer una locura. Al menos debía tener un plan sólido antes
de enfrentarse a nuestros enemigos. A Amelia sobre todo, pues yo sabía que
ella no era una rival a la cual se debía menospreciar.
Pero una vez más Isabella me estaba demostrando por qué le quedó tan
perfecto que la apodara Castaña terca, pues me sonrió con chulería mientras
abría la puerta del coche.
—No es ni necesario —me recordó y se metió dentro.
Mierda.
Estaba jodido porque, conmigo o sin mí, ella ya se había trazado un
objetivo y no descansaría hasta cumplirlo; y lo ratifiqué días después, en su
ceremonia de juramentación, luego de que esta terminó y yo intenté
llevármela a casa a los minutos de verla abrazando a Elliot con tanta
confianza. Odiaba la cercanía entre ellos, a pesar de sentirme seguro y
confiado de que ya no tenían nada más allá de la amistad, al menos por
parte de Isabella. Sin embargo, no me era fácil obviar el sentimiento de
pertenencia que la chica me despertaba, o los celos amargos que me tragaba
siempre que los veía tan íntimos, hablando de cosas que solo los dos sabían;
como pasó enseguida de que Elliot la felicitara y yo me acercara, pues
White le preguntó algo de lo que yo no tenía ni puta idea.
—Cuida bien lo que haces —le sugerí en tono mordaz a Elliot después
de que Isabella le pidió permiso a mi padre para dirigirse a sus súbditos.
—Deja las amenazas y preocúpate por lo que haremos de aquí en
adelante.
—¿A qué te refieres? —cuestioné frunciendo mi entrecejo.
—A que Isabella tiene muestra de la sangre de Amelia, la hirió cuando se
enfrentaron y, ya que no conoce su identidad, me ordenó mandar a fabricar
un aparato para identificar el ADN.
Maldije al escucharlo.
—¡Mierda! Eso no puede pasar. —Bufé.
—Sabes que puedo boicotear la sangre y alejar a Isa de Amelia si me lo
propongo. —También lo sabía, incluso por mi cabeza pasó esa idea, pero no
iba a traicionar a la Castaña de esa manera y él menos—. Por supuesto que
eso es algo que no pasará y deduzco que tú tampoco te atreverías a
insinuarme hacerlo. —Quise romperle la cara por la manera de ironizar lo
que dijo—. Así que ordenaré que fabriquen lo que quiere y pobre de
nosotros cuando se entere de quién es Fantasma y sepa que tú y yo lo
sabíamos.
No le dije nada, puesto que era consciente de que la chica frente a
nosotros se volvería loca al saber que le callamos algo tan importante. Y
sabía a la perfección que, si Elliot no hablaba, era únicamente por la culpa
que aún le carcomía por haber entregado a Amelia, ya que, así fuera un hijo
de puta, entregar a una inocente nunca era algo que se olvidara tan fácil.
Yo en cambio callaba porque no era fácil imaginar a Amelia muerta
luego de enterarme que no murió como creí. Después de todo, fue mi
primera novia, la primera por la que cometí locuras. Ella era y seguiría
siendo la chica por la que me volví un hijo de puta peor, y la impresión de
saber que estaba viva no era fácil de digerir. Mi cabeza era un enredo y la
confusión me podía llevar a cometer muchos errores, por eso quería
tomármelo con calma y analizar la mejor manera de decirle la verdad a
Isabella sin que quisiera matar a Amelia.
No le quería evitar la muerte porque pensaba que la chica no lo merecía,
sino porque no estaba preparado para traicionarla a pesar de que ella me
traicionó a mí. Pero le hice la promesa de mantenerla a salvo y yo cumplía.
—¿Así o más jodidos? —ironizó Elliot, y lo miré sintiéndome exhausto.
Dijo eso después de escuchar a White pidiéndole a los Grigoris que le
llevaran a Fantasma para hacerle pagar por la muerte de su padre.
—Me cago en la puta —proferí, sintiéndome en una encrucijada cuando
todos celebraron esa orden que dio (incluso mi padre lo hizo), pues, así
como le prometí a Amelia mantenerla a salvo, también hice el mismo
juramento para White.
Miré a todos notando la euforia que despertó en ellos la Castaña, lo hice
por unos pocos minutos, aunque fueron suficientes para que ella se fuera del
auditorio, esquivando a las personas que se le cruzaban en el camino.
Caminé detrás de ella, pensando bien lo que le diría, y la alcancé justo
cuando estuvo a punto de escabullirse por una puerta de emergencia.
—¡Mierda, Elijah! —gritó horrorizada cuando la tomé del codo, porque
en el arrebato sacó la katana que le di luego de la juramentación y estuvo a
punto de hundirla en mi pecho—. No vuelvas a hacer eso —pidió frenética.
—Necesito que desistas de esa orden, White —exigí, ignorando el
peligro al que me expuse porque en ese momento me importaba más
alejarla de Amelia.
—¿Qué demonios te pasa? —farfulló harta de mi oposición a lo que
quería hacer—. ¡O mejor aún! ¿Dime cuántas malditas veces te he
obedecido antes? —siguió—. Desde el jueves has estado actuando extraño
y sé que piensas que he perdido la cordura y a lo mejor estás comenzando a
creer que Makris y Kontos tienen razón, pero te equivocas, Elijah.
—Qué mierdas dices, White —refuté, pues odiaba que siquiera insinuara
que yo no la creía capaz de tomar el lugar de su padre.
—Digo lo que veo, idiota. Me tratas como si no tuviera idea de a quién
me enfrento y se te olvida que fui yo la que vivió ese maldito infierno, no tú
—gritó y presionó la punta de su índice en mi pecho, perdiendo los estribos
—. ¡Necesito esto, Elijah! ¡Necesito vengar a mis padres y a Elsa! Y no
entiendo por qué tú, que tanto quieres vengar la muerte de tu amada
Amelia, no me comprendes —soltó con amargura.
¡Joder! Sí, ignoraba el infierno que vivieron, pero no a quién se quería
enfrentar.
—¡Maldición! No es eso, Bonita... ¡Puta mierda! Entiende que te estás
lanzando solita hacia los lobos.
No le mentía en eso, ya que intuía que Amelia no sobrevivió al ataque de
Derek así porque sí, y menos que su padre la perdonó sin antes hacerla
pagar de alguna manera por la traición que cometió. Noté en los ojos de la
chica el odio que la pudría desde adentro y su sed de venganza. Y, según
cómo actuó cuando atraparon a Isabella junto a Enoc, podía asegurar que el
resentimiento y la sed de venganza de la mujer que volvió de la muerte no
tenía límites.
Y mientras Isabella no se recuperara, no dejaría que se expusiera.
—Entonces ayúdame a saber cazarlos, Elijah —pidió rendida, y me
quedé sin saber qué decir—. ¡Dios! Todos me están dando su apoyo y tú,
que sabes que lo necesito porque me has visto en mi peor momento, no lo
haces y, aunque no quiera, me afecta —admitió llevándose las manos a la
cabeza.
—¡Joder! —espeté frustrado al verla tan vulnerable.
Me restregué el rostro sintiéndome miserable porque las palabras de Jane
llegaron a mi cabeza y vi mejor mis errores. Quería ayudar a Isabella a
encontrarse, pero desde el momento que quiso a Amelia a sus pies me
convertí en una piedra en su camino en lugar de ser su guía para que no
perdiera el rumbo y superara lo que estaba viviendo.
—Tienes razón, White, y lo siento —acepté, y ella negó con la cabeza,
estaba con los brazos cruzados—. Te ayudaré, pero lo haremos a mi manera
—advertí y noté un atisbo de la sonrisa que escondió de inmediato.
—No me importa que sea a tu manera o a la mía, solo apóyame y
entrégame a ese infeliz si lo ves antes que yo —pidió y me abrazó.
—Lo haré —aseguré, rindiéndome a su gesto, pues estuve tenso por
varios segundos porque estaba cediendo en algo que sí o sí me haría romper
de nuevo una promesa.
Y, al sentir cómo mi abrazo la reconfortó, supe que debía aprovechar
esos momentos, porque una voz en mi interior me gritaba que pronto
extrañaría a esa chica inocente que se enamoró de mí sin importarle lo
jodido y retorcido que yo fuera.
Mi pasado volvió para quitarme la poca luz que de verdad me
reconfortaba.
Capítulo 2
Mi mayor secreto
Elijah

Recibí un mensaje de Elliot mientras estaba en la oficina con mi padre,


en el que me pedía que lo viera en el laboratorio del cuartel con urgencia, y
me dirigí hacia ahí de inmediato a pesar de que quería encontrar a White
para que habláramos, pues la chica se había ido hecha una fiera luego de
dejarme en el coche para que atendiera la llamada que recibí de Laurel.
Joder.
Se me complicaba mucho llevar ese ritmo, ya que no estaba
acostumbrado a darle explicaciones a una chica sobre lo que hacía o dejaba
de hacer. Y me enervaba que, después de haberla pasado tan bien en la casa
del bosque de mi madre, volviéramos a ese tira y afloja. Aunque en esa
ocasión no me sentó tan mal, pues, luego de días sumida en su propio
infierno, White parecía estar resurgiendo, y llena de fuego según la furia
que me demostró porque creyó que mi amiga me llamaba para proponerme
alguno de sus juegos perversos.
Y si hubiera sido otro tiempo, la Castaña no habría errado, pues Laurel
nunca me llamaba solo para saludar si no tenía alguna orgía entre manos en
la que me quisiera incluir. Sin embargo, la pelinegra se estaba comportando
únicamente como mi amiga esa vez, y me llamó porque era la encargada de
ayudarme a conseguir un regalo para el cumpleaños diecinueve de Isabella,
que si bien aún faltaban varios meses para ello, lo que quería darle no era
algo que podía comprar de la noche a la mañana: un relicario con rastreador
que fabricaría el padre de Laurel y una rosa especial que cultivaba su
madre.
Además de una fotografía que se tomaría en el momento perfecto.
Mierda, me estaba tomando demasiadas molestias para conseguir un
jodido regalo que se convirtiera en perfecto, y la maldita pelinegra se rio de
mí porque obviamente se dio cuenta de eso, aunque al principio me acusó
de posesivo por querer ponerle un localizador a la Castaña que se conectara
al mío, pero en cuanto le expliqué que no se trataba de posesividad, sino
más bien de seguridad, porque no me arriesgaría a quedarme sin saber de su
paradero en un momento tan crítico de nuestras vidas, con los enemigos
respirándonos en la nuca, Laurel entendió mi punto.
Así que solo me quedaba encontrar a White después de ver a Elliot (para
que me dijera lo que era tan urgente según él), e intentar que dejara de estar
molesta conmigo, aunque no le pudiera explicar la verdadera razón de la
llamada de Laurel para no joder mi sorpresa.
—¿Estás seguro de lo que dices? —le pregunté una vez más a Elliot,
luego de haberme quedado sin palabras por lo que me dijo. La razón por la
que me pidió que lo viera en el laboratorio.
Después de todo sí era urgente.
—Compruébalo tú mismo —recomendó, cediéndome su lugar frente a la
computadora.
El identificador de ADN yacía sobre una plataforma de cristal, destruido
luego de caer al suelo. Elliot me había dicho que pinchó a Isabella con él
por error, pero que antes de quedar inservible se activó con su sangre, lo
que no tenía lógica a menos que se tratara de un fallo. Así que sacó la
lámina de prueba dentro del aparato para cotejarla con la sangre de Amelia,
que según la Castaña era Fantasma, y por poco me voy de culo al ver que en
el sistema analítico de genética que poseíamos mostraba un resultado
estúpidamente increíble.
—¿Estás seguro de que estas muestras son de Amelia e Isabella? —
cuestioné porque, a pesar de verlo, seguía incrédulo.
—Seguro, y solo por si acaso, la comparé también con la de Dylan —
explicó.
Todos los miembros de Grigori teníamos un registro de ADN en el
laboratorio, pues era necesario cubrirnos de esa manera por si en alguna
misión moríamos y quedábamos irreconocibles, así que entendí por qué
Elliot accedió con facilidad al de Dylan.
—Tuve que pedirle ayuda a mi padre para que me diera acceso a los
registros de Leah y John, por lo que me fue fácil cotejar la sangre de
Isabella y Dylan confirmando que son hermanos por parte de padre. Pero, al
comparar la de Amelia y Dylan solo para descartar, no encontré enlace
biológico común —siguió explicando.
Elliot tenía conocimientos sobre lo que hablaba porque sacó un curso de
genética y biología molecular, ya que le gustaba mucho eso. Aunque sus
padres se sorprendieron porque al final optó por estudiar una carrera que no
tenía nada que ver con la pasión que demostró al principio. Él se excusó
diciendo que esos eran sus sueños antes de tomar la gran decisión sobre a
qué iba a dedicarse por el resto de su vida.
—Sin embargo, con Isabella fue diferente —prosiguió y me llevé las
manos al rostro en señal de frustración—. No hay nada relacionado entre
Amelia y John, pero, al cotejar la sangre con la de Leah en una prueba de
ADN mitocondrial, arroja que tienen el mismo linaje materno; y, según sé,
Leah fue hija única. Así que, a menos que Lucius haya estado casado antes
con una tía de Leah o algún pariente materno de ella, lo único en lo que
puedo pensar es que estas chicas compartieron la misma madre.
—¡Esto es una mierda! —espeté poniéndome de pie—. ¿No hay alguna
prueba que asegure si Leah es la madre de ambas?
—Solo esta, pero, aunque la prueba únicamente te diga que comparten
linaje materno sin asegurarte si son primas, hermanas, tía y sobrina, o
abuela y nieta, debes ser demasiado estúpido como para no encajar las
piezas —señaló, y negué con la cabeza.
—No es estupidez, Elliot. Es solo que me niego a que esas chicas estén
emparentadas. —Bufé.
Nos quedamos en silencio un rato, analizando todo. Y agradecí que
Isabella y Tess se hubieran ido del cuartel, aunque no sabía a dónde. Pero
me sentía tranquilo porque los guardaespaldas no las dejarían solas.
—¿Crees que Amelia lo sepa? —preguntó Elliot minutos después, y
negué.
—No tengo ni la más jodida idea —refuté—. ¿Crees que Enoc sabía
esto? —devolví, y eso lo tomó por sorpresa.
No me iba a sorprender si decía que sí, ya que Enoc pudo haberlo sabido
e importarle un carajo entregar a una de las hijas de su mujer con tal de
salvar a la suya, y ni siquiera iba a juzgarlo porque, si yo hubiera estado en
sus zapatos, lo habría hecho sin dudar.
—No lo sé, pero, si te soy sincero, intuyo que sí. John podía ser muy
retorcido cuando se trataba de proteger a su familia, así que no me
extrañaría que haya propuesto entregar a Amelia, sin importarle que
también fuera hija de su mujer, con tal de proteger a la suya.
Iba a decirle algo, pero mi móvil sonó y al ver el número sin registrar lo
reconocí como el de Marcus.
—Espero que me tengas una buena respuesta —dije al descolgar.
—Solo un imbécil como tú consideraría buena respuesta el que su ex
quiera verlo, con las ganas de asesinarte que demuestra tener —señaló, y
reí sin gracia—. La condición que pone es que vayas solo, ella te esperará
en un club llamado Karma —informó.
—Perfecto —expresé.
—Te enviaré la dirección ahora mismo y, en serio, LuzBel, cerciórate de
que ningún guardaespaldas te siga porque te aseguro que no quieres
hacerla enojar.
—¿Me garantizas que no me pondrá una trampa? —Elliot se quedó
mirándome al escucharme decir esa pregunta.
—¿Confiarías en mi palabra?
—No —zanjé para Marcus sin dudar y lo escuché reír.
—No te dañará. En realidad, ha hecho todo lo posible para que ningún
Vigilante que no sea de su élite esté en el club para cuando tú llegues —
informó.
—Envíame la dirección entonces —pedí y colgué enseguida.
Por supuesto que no confiaba en sus palabras, pero iba a arriesgarme, ya
que no quería a nadie más conmigo, no podía permitir que alguien aparte de
Elliot supiera que Amelia estaba viva.
—La verás —aseguró Elliot, deduciendo mi plan por lo que hablé frente
a él.
Miré mi móvil cuando Marcus envió la dirección que prometió.
—Voy a averiguar si ella sabe que Isabella es su hermana, en caso de que
Leah sea su madre —repliqué tajante, volviendo a la frialdad con la que
siempre lo trataba.
Nos estábamos tolerando por la situación, pero Elliot era consciente de
que pasé odiándolo por mucho tiempo, deseando tenerlo frente a mí para
hacerle pagar su traición. Aunque en ese momento mi odio por él se debía a
otros motivos.
—Ahora que sabes que está viva, ¿estarás de nuevo con ella? —Me
causó gracia su pregunta y entendí a qué se debió, pero para su mala suerte,
cualquiera que fueran sus planes con la Castaña, no se llevarían a cabo.
—No me digas que ya estás planeando cómo reconquistarás a Isabella —
me burlé, pero a él no le causó gracia—. Pierdes el tiempo, Elliot —añadí
con tranquilidad y, sobre todo, con seguridad.
—Isabella fue tu venganza hacia mí, y ya conseguiste lo que querías.
Ahora deja de jugar con sus sentimientos, LuzBel —dijo cada palabra con
determinación y me enfureció que se comportara como si me conocía,
aunque no se lo demostré—. Si todavía amas a Amelia, entonces, hazte a un
lado y déjame a mí cuidar de Isa.
Evité apretar los puños para que no notara mi furia.
—Que te medio tolere no significa que ya me conoces, o que te he vuelto
a considerar mi familia. Así que no tientes tu suerte y deja de soñar con
algo que jamás pasará —recomendé sin perder la calma ni demostrarle que
me afectaron sus palabras—. Porque, conmigo o sin mí en el medio,
Isabella no volverá a ser tuya, ya que nunca lo fue en realidad.
Iba a decirme algo, pero la puerta se abrió de golpe y Jacob nos puso en
alerta con su anuncio.
—¡Tess e Isabella han activado su ubicación, están siendo atacadas por
los Vigilantes!
—¡Puta mierda! —espeté y salí corriendo del laboratorio.
Elliot y los demás me siguieron, yéndonos hacia el estacionamiento
donde ya las Todoterrenos estaban encendidas y sus choferes esperando a
que subiéramos para ponerse en marcha de inmediato. Jacob viajó conmigo
y me informó que las chicas solo contaban con Isaac, que era el
guardaespaldas de Tess, junto a Max y Ella, quienes se convirtieron en los
escoltas personales de la Castaña, pero Connor no consiguió contactarse
con ellos luego de que Evan avisara que mi hermana activó su ubicación, lo
que significaba una señal de SOS[1] para nosotros. Lo único que sabíamos es
que estaban en el cementerio.
—¡Me cago en la puta! ¿Por qué demonios se fueron solo con tres
escoltas? —espeté, y Jacob negó con la cabeza.
No lo sabía, y estaba igual de molesto y enfadado que yo, ya que
odiábamos que se expusieran así, fuera cual fuera la razón para ir al
cementerio. Ellas debían tener cuidado, ser más precavidas después de lo
que atravesaron, y no confiarse de sus capacidades para defenderse.
Prescindir de escoltas era la mayor estupidez que pudieron hacer, pero no
podía juzgarlas cuando yo pensaba hacer lo mismo para ver a Amelia.
—Demonios, será imperdonable que permitamos que caigan de nuevo en
las manos de esos malnacidos —comentó Jacob con la preocupación
destilando en su voz.
—No lo harán —aseguré, pero por dentro yo también pensé lo mismo.
No me perdonaría si de nuevo los Vigilantes de mierda las secuestraban,
no iba a soportar que cayeran una vez más en sus garras, no después de
perder a Elsa y que tanto mi hermana como White siguieran aterradas por
las secuelas de esos días que pasaron en lo que ellas denominaban el
infierno.
Miré a Jacob a mi lado, con su ceño fruncido y sus ojos atormentados, él
también se estaba recuperando de la pérdida que sufrimos y, así no se lo
dijera, me sentía agradecido de que estuviera conmigo, de que me apoyara
incluso cuando yo todavía no había hecho mucho para cumplirle mi
promesa de ayudarle a vengar la muerte de Elsa.
Cuando no cumplí en recuperarla con vida.
Pero esperaba que comprendiera que no me olvidé de hacer pagar a
Derek, simplemente estaba intentando salir de un caos para luego poder
concentrarme en la venganza que juntos nos cobraríamos.
—¡Jodida mierda! Asegúrate de que estén vivos —le pedí a Roman en
cuanto llegamos al cementerio. Las camionetas de los escoltas estaban
estacionadas en puntos estratégicos, aunque ellos se hallaban tirados en el
suelo, inertes.
Tenía el corazón acelerado y el miedo intentó apoderarse de mí, pero no
le di tregua, ya que, así me sintiera desesperado, debía actuar con
inteligencia y calma para recuperar a las chicas bien esa vez.
—Por aquí —me indicó Jacob, mirando algo en su reloj inteligente,
donde tenía las coordenadas de la ubicación de Tess.
Alcé el arma, caminando con cautela sin ser lento, apuntando a todos
lados, pero no veíamos a ningún Vigilante, sin contar con los que yacían
tirados en el suelo, muertos en su caso.
—Pero qué mierda —espetó Elliot, y al ver en la dirección que él miraba
me tensé.
Un único Vigilante estaba en pie, vestía igual al hijo de puta que
acompañaba a Amelia el día en que recuperamos a las chicas del secuestro.
Pero era imposible que ese y el que estaba frente a Isabella fueran la misma
persona, pues nadie sobrevivía a ser descuartizado como yo me encargué de
dejar a ese enmascarado de mierda.
—¡Aléjate de ella! —grité, adelantándome al verlo tan cerca de Isabella.
Los chicos alzaron sus armas, apuntándole al hijo de puta, demostrándole
así que no nos detendríamos y aprovecharíamos para dejarlo sepultado de
una vez.
—No la he dañado; al contrario, la escoltaba mientras tú y tus imbéciles
llegaban —gritó él, y la ira en mi interior hirvió por la ironía en sus
palabras—. Que, por cierto, te has tardado mucho —se burló.
Jodido bastardo.
No estaba dispuesto a tolerar sus estupideces, así que me dispuse a
dispararle, pero el malnacido fue ágil y cogió a la Castaña para escudarse
con su cuerpo, presionando su arma en la sien de ella.
—Mierda —espetó Elliot entre dientes en el mismo instante que Isabella
también exclamó lo mismo al darse cuenta de la situación.
Palidecí.
—No voy a dañarla —gritó él, pero a mí no me tranquilizó, al contrario,
me llenó de frustración—. Simplemente me aseguro de que ustedes no
cometan una locura —advirtió.
—Hijo de puta —espetó Isabella, y apreté el arma queriendo hacerla
pedazos, al ver cómo esa mierda le susurró algo en el oído.
Y por poco enloquecí al notar la caricia que le dio en la mandíbula.
—Vas a ponerla en peligro, joder —gruñó Elliot al identificar mi
intención de acercarme a ellos para torturar a esa mierda antes de matarla.
El infeliz la hizo caminar hacia atrás porque por supuesto que también
notó mi intención y se detuvo al llegar a un gran árbol.
—Va a liberarla, estén listos —les avisé entre dientes al darme cuenta de
lo que pretendía.
Segundos después de eso, el tipo actuó tal cual preví, e Isabella se lanzó
al suelo ante el primer disparo que lancé al aire para advertirle. Enseguida
comenzamos a atacar y maldije porque el hijo de puta era más astuto de lo
que imaginé, pues se protegió entre las estatuas y monumentos del
cementerio.
—Vayan tras él —ordené para Jacob y Evan—. Y tú revisa a Tess —le
pedí a Connor.
Había notado a mi hermana dentro del coche, con los ojos cerrados, y
esperé que fuera solo un desmayo, sin embargo, no le di la importancia que
merecía y en cambio me apresuré a llegar a la Castaña; le ayudé a que se
pusiera en pie y me fijé de soslayo que Elliot nos cubría las espaldas para
no ser sorprendidos.
—¿Estás bien? —le pregunté a Isabella, y ella asintió.
—Tess nos necesita —me recordó, y corrimos hasta el coche.
Al menos con esa acción confirmé que Isabella no había sido dañada y
me dije que luego hablaría con ella, pues era momento de darle atención a
mi hermana.
Connor nos informó que Tess estaba inconsciente por el golpe que
descubrió en su cabeza y perdiendo mucha sangre del brazo. Isabella le
pidió que auxiliara a los escoltas junto a Elliot mientras ella y yo nos
encargábamos de llevar a mi hermana al hospital, y ambos asintieron.
En el camino nos mantuvimos sin hablar, la situación con Tess nos tenía
llenos de adrenalina y me concentré en llevarnos vivos hacia el hospital. Al
llegar, los doctores y enfermeras nos rodearon, atendiendo a mi hermana en
un santiamén y por órdenes de ellos nos quedamos en la sala de espera,
aguardando por noticias.
Tras varias horas, el doctor encargado nos informó que Tess estaba
estable y nos permitió pasar a verla.
Nuestros padres ya estaban con nosotros e Isabella nos explicó lo que
sucedió mientras esperábamos. Y agradecí que ellos se tomaran la tarea de
llamarle la atención por haberse ido con tan pocos Grigoris como respaldo,
aunque no fueron demasiado crueles al darse cuenta de que no era momento
para señalarla como responsable.
Al menos le señalaron su error y yo evité que me odiara más, pues estaba
consciente de que, si era quien le decía las cosas, lo tomaría como ataque en
lugar de darse cuenta de mi maldita preocupación por ella.
—¿Me podrías llevar a casa de tus tíos? —le pidió a Elliot luego de
asegurarse de que ya no era necesario que siguiera en el hospital.
De ninguna manera se iría con él, y rogué para que ella no lo hiciera
difícil, puesto que tenía suficiente de peleas y frustración, sobre todo con el
aviso de Jacob de que el puto enmascarado consiguió escapar.
—Te llevaré yo, White. Tú y yo debemos hablar —dije acercándome a
ellos.
Elliot la miró dándoselas de digno y ella le hizo un leve asentimiento con
la cabeza para que la esperara.
—Te espero allá —avisó señalando un lugar cerca de la salida y no
aguardó por respuesta.
—Me iré con Elliot. Hablemos luego. —Traté de controlar mi molestia
por su necedad.
—Te irás conmigo, White —sentencié, y me alzó una ceja.
—¿Recuerdas que hace unas horas te di tu espacio para que hablaras con
Laurel? —ironizó y no esperó mi respuesta—. Ahora yo las necesito con
Elliot, así que me iré con él.
Tan pronto como pronunció esas palabras, se dio la vuelta para
marcharse, queriendo dar por cerrado su punto, pero la tomé del brazo y la
obligué a enfrentarme para dejarle claro algo que antes no me permitió.
—Laurel únicamente es mi amiga, White —dije entre dientes para que
nadie más pusiera atención en nosotros, y se soltó de mi agarre.
—¡Claro! Una amiga con la que follas y haces tríos.
Mierda. Se veía más hermosa cuando estaba celosa, cuando volvía a ser
la gruñona terca que me enfurecía tanto como me provocaba sexualmente.
Sin embargo, aunque eso me gustaba, esa vez no dejaría que por sus celos
se marchara con otro.
—No sabes de lo que hablas, Bonita. —dije al notar la amargura en su
voz—. Además, no quiero que te vayas con Elliot —zanjé.
—Elliot únicamente es mi amigo. —Reí irónico.
—Uno que te ama y al que amaste, un amigo con el que jugaste muchas
veces y no precisamente a las muñecas —aclaré, y se puso nerviosa.
Sí, joder. No solo ella sufría de los ridículos celos, a mí también me
seguían carcomiendo por su absurda necesidad de estar cerca de ese
maldito.
—Un amigo que tocó lo mío y ahora quiere comérselo —añadí con más
amargura de la que tiñó su voz antes.
—¡Ya basta, Elijah! Lo mío con Elliot es pasado y tú y yo no somos
novios. Follamos y ya, lo has dejado bastante claro —espetó—. Y, por lo
que he notado, no eres fan de la exclusividad, así que, si yo tengo que
soportar a tus amigas en esta sexo-relación en la que nos hemos metido,
entonces tú soportarás a los míos.
Mi poca paciencia se agotó con esas últimas palabras que dijo.
—No te confundas, Castaña terca —resoplé y la tomé del brazo para
alejarla de los demás—. Porque a mí no me verás la cara de idiota.
—¡Agr! —gruñó y se zafó de mi agarre—. No te veo la cara de idiota,
LuzBel. Eres un idiota —largó—. Y me voy con Elliot. No quiero ni tengo
ganas de discutir contigo, así que déjame en paz —exigió desesperada.
Posterior a eso se dio la vuelta y se marchó, e hice el intento de seguirla,
pero yo estaba frustrado porque, pudiendo decirle que no había hecho nada
con Laurel para que dejara de pensar tonterías, tenía que morderme la
lengua y permitir que pensara lo que quisiera, pues en mi interior sabía que
alejarla de mí era lo más idóneo con la situación que vivíamos. No obstante,
pensar en eso no me ayudaba a mermar la puta molestia que experimentaba
al ser cada vez más consciente de que Elliot era mejor para ella que yo.
Así fuéramos un juego, éramos uno muy peligroso que nos llevaría a la
muerte si no teníamos cuidado. Y ya estaba harto de tantas muertes.
—Si la vas a seguir para continuar siendo el mismo imbécil de siempre,
mejor no lo hagas —exigió Dylan a mis espaldas.
Lo miré por encima de mi hombro. Había llegado hecho una furia al
hospital porque no le avisamos lo que pasaba con las chicas, y se cabreó
muchísimo más en el momento que le dije que de nada me servía
notificarle, pues en su estado no haría mucho y preocuparse no era
conveniente para su salud después de haber sido herido. Así que en ese
instante no entendí si intentaba ser un buen hermano o solo era el idiota
ardido de mi amigo.
—Odio a los malditos cotillas que escuchan mis conversaciones. Y no
pensaba seguirla —mentí.
Quería hacer exactamente eso tras dejar que Isabella se marchara con
Elliot, con la idea de que en el camino hacia casa de mis padres (cada uno
por su lado) ambos nos calmaríamos y hablaríamos mejor al llegar. Además
de que me negaba a permitir que esos dos estuvieran a solas, pues no
dudaba que el maldito de mi primo podría hacer su movimiento para
recuperarla luego de saber que yo pretendía verme con Amelia.
—Piensa lo que quieras, LuzBel. Aun así no olvides que no eres su
jodido novio y no tiene por qué importarte lo que ella haga.
«Créeme que lucho para entender eso», le dije en mi mente.
—Deja de meterte en mis asuntos.
—Lo haré si ellos tienen que ver con mi hermana. —Me giré hacia él con
ganas de darle un puñetazo para que cerrara la boca—. O no fue eso lo que
tú me dijiste cuando me advertiste sobre Tess. —Sonreí sin gracia, era
obvio que usaría mi advertencia, sobre alejarse de Tess, a su favor—. Tú
eres más hijo de puta que yo, LuzBel. Así que lo siento si te ofende que te
quiera lejos de Isabella.
—No lo sientes —señalé y fue su turno para sonreír de lado—. Y
tampoco soy más hijo de puta que tú, pero, a diferencia de mí, tienes la
suerte de no…
«Tener que ser un cabrón para que nuestros enemigos no se ensañen con
mi hermana para joderte a ti», terminé en mi mente.
—¿De no qué?
—Olvídalo.
—LuzBel —me llamó en cuanto me di la vuelta para marcharme, pero le
hice un ademán con la mano para que dejara eso así.
Para que me dejara en paz.
Salí del hospital pensando en lo que analicé. Si bien los Vigilantes
podían dañar a mi hermana para doblegarme a mí o a padre, sabía que no lo
harían si tenían a Isabella en la mira. Iban detrás de la Castaña. Amelia lo
podría hacer por mí, pero más por su madre después de lo que Elliot
descubrió. Lucius no descansaría hasta deshacerse de la heredera de Enoc y
sospechaba que descartó a Dylan porque le daba más importancia a que
White también era hija de la mujer que él creyó suya.
Y Derek junto a su padre, esos hijos de puta preferían cobrar hermano
por hermano, así que era obvio que para vengarse de Dylan utilizarían a
Isabella. Por lo que, lo mirara por dónde lo mirara, White era la pieza que
los Vigilantes codiciaban, pues sabían que derrocándola a ella nos
asestarían un golpe del cual no nos íbamos a recuperar.

Dejé mi móvil sobre el salpicadero del coche y miré hacia el lago frente a
mí.
Había terminado desviándome en el camino hacia una ciudad cercana
rodeada de lagos, ahí se encontraba uno en especial, alejado del bullicio y al
cual me gustaba ir cada vez que necesitaba estar solo, separarme de mi
mundo y pensar bien mis decisiones, o en lo que haría esa noche.
Me reí al leer el mensaje de Marcus y negué con la cabeza por cómo
evitó el nombre de Dahlia. No éramos amigos ni lo consideraba de la
misma manera que a mis súbditos, pero nos cruzamos un par de bromas
cuando ayudó a que ella se encontrara conmigo y en algún momento pensé
que hubiera sido un excelente compañero en mi equipo si, en lugar de los
Vigilantes, su familia hubiera sido aliada de Grigori.
Por él fue que supe que el primer nombre de Amelia era Dahlia, y que lo
odiaba tanto como para amenazar de muerte a cualquiera que la llamara así.
Incluso me amenazó a mí en el momento que quise comprobar si era real lo
que Marcus me dijo, pero lo olvidó porque tras decirle ese nombre le
obsequié una Dahlia Deseo azul como regalo.

—Una Dahlia negra le hubiera quedado perfecta —se burló Marcus al


verla con las mejillas rojas porque mi acto la intimidó.
—Sí, porque el negro es tu color favorito, ¿no? —le devolvió ella.
—Jodida paliducha —murmuró él, y Amelia rio.
Siempre solían tomarse el pelo con respecto al color de piel, pero ya
había aprendido que entre ellos eso no era ofensa.
—No creí que fueras un chico de regalar flores —comentó segundos
después de que Marcus dejara de meterse con ella.
—No seré hipócrita: no soy ese tipo. Pero descubrí tu nombre y, antes de
que me mataras si resultaba ser cierto que lo odias, quería que al menos lo
consideraras si te daba una flor —admití.
—Maldición, cómo odio que seas tan sincero a veces —soltó entre risas
y me contagió.
—Funcionó mi plan si en lugar de estarme despedazando te estás riendo.
—Amelia se acercó a mí en cuanto le dije eso y se puso de puntitas para
darme un beso en los labios.
—Lo hizo porque nunca me habían regalado flores y, así haya sido un
plan con maña de tu parte, me gustó el detalle —admitió sobre mi boca, y
la tomé de la cintura para que no se alejara.
—Me gusta el nombre de Dahlia. ¿Qué tal Dahlia negra?
—No.
—¿Por qué?
—No hagas más preguntas sobre eso sino quieres que la bruma en la que
me metiste con este detalle se vaya de mi cabeza —advirtió alzando la flor,
y me reí.
—Lía entonces.
—Eres un imbécil, Elijah —Me mordí el labio cuando dijo mi nombre.
Era la primera vez que lo usaba y según ella iba a molestarme, pero en
realidad no me importó en ese momento. Ni tampoco cuando lo susurró
mientras hacía que se corriera rato más tarde.

El sonido de mi móvil me sacó de ese recuerdo y, al ver que se trataba de


la respuesta de Marcus, pensé en que a lo mejor aquella vez con Amelia él
me estaba advirtiendo algo que yo ignoré, ya que después de todo la Dahlia
negra era asociada con la traición, tristeza o sentimientos negativos.

Miré la hora y me di cuenta de que ya era muy tarde, así que me puse en
marcha hacia la casa de mis padres con la idea de tomar una ducha para
relajarme antes de enfrentarme una vez más a mi pasado, pretendiendo
dejar a Isabella en paz al menos hasta el día siguiente. Podía ir a mi
apartamento en realidad, pero, a pesar de que no planeaba que habláramos
hasta calmarnos por completo, no quería estar lejos y cuando subí a la
segunda planta, en lugar de seguir mi camino hacia la tercera, dejé que mis
pies me guiaran a la habitación de la dueña de mis pesadillas,
encontrándome con tremenda sorpresa al verla de pie, en pijama, frente a un
arreglo floral que tenía además un globo con la frase PERDÓN.
La poca tranquilidad con la que llegué se esfumó en un santiamén.
—¿Me dirás a quién debo matar? —Pude ocultar el enojo de mi voz,
pero no la tensión en mi cuerpo.
Isabella soltó un jadeo al escucharme, como si la hubiera pillado en algo
que no quería que yo supiera. Le di tiempo para que pensara bien lo que me
respondería mientras me quitaba la cazadora y la tiraba sobre la cama;
luego llegué cerca de ella, distrayéndome por un momento con sus pezones
endurecidos que me tentaron por encima del pijama que vestía.
—¿Y? ¿Quién ha tenido la osadía de enviarte flores? —añadí, volviendo
al punto.
—No tú, claro está —satirizó, y escondí mi sonrisa. Todavía no sabía si
me gustaba u odiaba que fuera tan cabrona—. Y si no estuviera en shock
por el remitente de esta nota, ya te hubiera dicho que no te importa.
No pude más y las curvas de mis labios se alzaron dejando ver la ironía.
—Pero lo estás diciendo, White —señalé, y sacudió la cabeza.
—Supongo que alguien del servicio las trajo luego de que revisaran que
no contuviera nada peligroso. Pero la nota en sí es peligrosa —explicó y me
tomó por sorpresa que me la tendiera para que la leyera por mi cuenta.
Se cruzó de brazos, privándome de la hermosa vista, pero me concentré
en la nota y de la intriga pasé de nuevo a la furia, porque eso, más que un
agradecimiento, era una provocación por parte del hijo de puta del
cementerio, quien Isabella nos explicó en el hospital que se hacía llamar
Sombra. Y estuve a punto de romperla, conteniéndome a duras penas.
¿Tregua? ¿Reina que hacen reyes?
—¿Qué sucedió en realidad en el cementerio, White? —cuestioné con la
voz ronca, y me alzó una ceja.
Y deseé que entendiera mi pregunta y no lo tomara únicamente como
desconfianza de mi parte hacia ella, pues, aunque habló de lo sucedido en el
hospital, esa nota indicaba que pasó algo más que se guardó.
—A parte de lo que ya dije en el hospital, él aseguró que no quería
matarme, LuzBel. Y no le creí, sobre todo cuando me tomó de escudo
contra ustedes y me apuntó con esa glock, pero me prometió por su sangre
que no me dañaría, que simplemente estaba provocando una pequeña tregua
en la que no cedí, para huir sin un rasguño —confesó sin dudar.
Necesitaba con urgencia mi encuentro con Amelia para sacarle
información sobre Sombra, puesto que ya era más que claro que el que yo
asesiné era un pelele en comparación al que Isabella describió. Y ya tenía
suficientes problemas como para estar añadiendo más a la lista infinita.
—Desde hoy solo saldrás de casa conmigo o con alguno de los chicos y
los guardaespaldas —sentencié, y me miró con ganas de asesinarme.
Ella lo estaba entendiendo como otra señal de mi posesividad, pero en
realidad era precaución, puesto que Amelia ya me estaba complicando las
cosas y Sombra no auguraba nada bueno. Y joder, ya no quería ser más
imbécil con Isabella con tal de mantenerla a salvo.
—¿Perdón? —satirizó—. Ni creas que a estas alturas de la vida me
convertiré en una damisela en apuros y me dejaré amedrentar por esos
imbéciles. —Exhalé con pesadez y cansancio al escucharla.
—No te estoy imponiendo nada, Isabella —aseguré y no me creyó.
—Entonces eres un impostor, porque el idiota que yo conozco pretende
imponerme sus órdenes todo el tiempo. —Sus ojos brillaron al verme
intentando no sonreír.
¡Joder! La chica me ponía difícil ser serio en momentos delicados
cuando me salía con cada cosa.
—¿Podríamos… no sé, hacer una tregua? —propuse de pronto, y me
miró sin entender—. Ven acá.
La tomé de la mano sin esperar su respuesta y lancé la nota a la basura,
pero no le puse mucho empeño y terminó por caer en el escritorio. Me llevé
a Isabella hacia la cama y, por la docilidad que me dio, intuí que ella
también necesitaba de esa tregua.
—No tienes idea del puto miedo que experimenté cuando vi a ese
imbécil apuntarte con su arma. —Decidí ser sincero cuando estuvimos lado
a lado en la cama, abriéndome por primera vez con ella—. La frustración de
no poder hacer nada sin provocar que ese hijo de puta te dañara, la
impotencia de que por no poder… ¡mierda! —espeté y apreté los puños.
No me había permitido sobre analizar lo que pasó porque mi cabeza en
cualquier momento iba explotar, sin embargo, ahí con ella dejé que viera un
poco de lo que no le podía decir con palabras.
Que estaba cansado de fingir, pero que no me podía dar el lujo de no
hacerlo.
—¿Quieres que te diga una verdad que me hace ser más idiota de lo que
ya me crees? —solté de pronto, y asintió insegura—. Estoy tratando de
hacer lo correcto, Isabella, no lo que quiero.
Por un breve instante me quebré porque quería permitirme sentir de
nuevo, vivir de verdad. Darme una oportunidad de ser normal y no un líder
en ciernes que un día estaría a cargo de una organización poderosa, y
tomaría decisiones incluso más complicadas que las que estaba tomando en
ese momento.
—Pero ¿cómo es posible que hacer lo correcto te obligue a que seas más
idiota? —preguntó ella queriendo entenderme, y miré hacia el parqué de la
habitación.
¿Cómo demonios le decía que la chica de la cual me enamoré en el
pasado estaba viva? ¿De qué manera podía evitar romperle el corazón?
¿Cómo carajos le explicaba que posiblemente la persona que más odiaba
y se lo arrebató todo era su hermana y también esa chica que ella creía que
amé?
Mierda. Le hice una promesa que no tenía ni jodida idea de cómo iba a
cumplir.
—Porque a veces los buenos tenemos que hacer cosas malas para que los
malos paguen —admití.
No le mentí en eso, pues podía tener dudas con respecto a Amelia, y
deseaba escucharla antes de tomar una decisión, no obstante, debía ocultar
que la Castaña me importaba para que no pensaran en dañarme por medio
de ella, o doblegarme de alguna manera.
—Porque ha llegado un punto en el que no puedo convencer a esos hijos
de puta, así que ahora debo confundirlos —añadí con odio, pensando en
cómo Amelia identificaba a Isabella. Pues si me había amenazado con
deshacerse de mi zorra cuando peleamos es porque sospechaban que no
protegía a la chica solo por ser la hija de Enoc—. White, necesito que no
me hagas las cosas más difíciles —pedí—. No te estoy imponiendo nada,
solo trato de protegerte, aunque no lo creas, así que de nuevo te digo: no vas
a salir sola de aquí de ahora en adelante —zanjé, y me miró con ironía,
aunque intuí que lo hizo para chincharme—. Y te prometo que no me
importa que tenga que atarte a mí, no te perderé de vista. No dejaré que te
expongas por muy furiosa que estés conmigo, y menos con ese imbécil tras
de ti.
—Okey, entonces solo para aclarar: ¿intentas protegerme de Sombra para
que no me dañe o para que no vuelva a flirtear conmigo?
La tonta se mordió el labio para no sonreír al ver que me tensé.
—Te aseguro que correría con mejor suerte si intenta matarte. —Abrió la
boca incrédula, pero terminó riéndose y… jodida mierda, la presión en mi
pecho mermó—. Me alegra que eso te cause gracia en lugar de querer
matarme —murmuré, y antes de que soltara alguna de sus respuestas
listillas tiré de ella hasta subirla en mi regazo.
Ambos estábamos metidos ya en un círculo vicioso, pero demonios, me
gustaba ahogarme con ese humo adictivo que provocaba el fuego entre
nosotros.
—Me gusta verte así, Castaña gruñona. —Le hice el cabello hacia un
solo lado del cuello mientras le decía eso.
—¿Así cómo? —preguntó, y me rodeó con los brazos.
—Riendo en lugar de llorar y sufrir en silencio por los malos recuerdos
que están en tu cabeza.
No necesitaba salvarla, sino ayudarla a que se encontrara, seguía
recordando ese consejo de la miedosa. Y no mencionaba nada de lo que
vivió, aunque en momentos como ese me era imposible no intentar
persuadirla para que se abriera conmigo y se liberara de esa carga que la
atormentaba.
—¿Podríamos hacer que nuestra tregua dure esta vez? —Me confundió
su pregunta, aunque enseguida comprendí que estaba obviando el tema—.
Ayúdame a conseguir mi venganza pronto y te prometo que me marcharé
para que dejes de hacer lo correcto en lugar de lo que quieres —propuso, y
me alejé un poco para mirarla a los ojos.
—¿Marcharte? ¿A dónde? —pregunté sobresaltado.
—A mi propio lugar.
Maldición, no podía estar hablando en serio. De ninguna manera dejaría
que se fuera.
—No tienes por qué hacer eso, Bonita. Esta casa es muy grande, mis
padres por lo visto te adoran y, además, si no te sientes a gusto aquí,
podemos…
¿Pero qué mierda estaba pensando?
—¿Podemos qué? —insistió, y tragué con dificultad.
—Podemos irnos a mi apartamento —propuse siguiendo con esa locura y
sus ojos se desorbitaron.
Sí, era una locura, pero quería cometerla con ella.
—Gracias, Elijah. Pero no es de la casa de tus padres que quiero irme,
sino de la ciudad —admitió—. A lo mejor vuelvo a California para dejar
todo en orden con las empresas y la organización y luego, posiblemente,
pase una temporada en Tokio —confesó, y presioné mi agarre en sus
caderas sin pensarlo.
No sé qué pretendía con eso, pero estaba loca si creía que dejaría que se
fuera cuando corría peligro.
—No es seguro para ti que hagas eso, White —le recordé con dureza.
—Por eso lo haré cuando obtenga mi venganza. Me aseguraré de que
nadie vuelva a joderme, Elijah. Y, para serte sincera, es eso lo que me
retiene ahora mismo en Richmond. —Bufé incrédulo al escucharla, pero
ella lo ignoró y continuó—: Y una vez que lo consiga, buscaré nuevos
horizontes, ya que ansío encontrar el centro de mi tierra, mi propio paraíso
personal.
¿Cómo putas se suponía que iba a ayudarle a encontrarse cuando ella
pretendía irse?
—Richmond puede ser tu centro de la tierra, tu paraíso personal, White
—aseguré—. Eso que deseas tanto estará donde tú lo quieras.
Pensé en alejarme cuando se acercó para acariciarme el rostro porque lo
tomé como un premio de consolación, pero mi cerebro hizo clic y analicé
que ella pretendía irse porque yo no le estaba dando lo que esperaba, y no
podía juzgarla por querer alejarse de mí. Era lo mejor si lo pensaba desde la
perspectiva correcta, pues si pretendía protegerla, si es lo que estaba
haciendo, ella me lo acababa de facilitar más.
¿Pero por qué carajos se sentía tan difícil?
—A veces no es así, Elijah —musitó—. Porque hay cosas que por más
que las quieras no puedes forzarlas, no se dan. Entonces te das cuenta de
que has buscado en el lugar incorrecto y debes comenzar de nuevo.
¿Comenzar de nuevo?
Dijo eso y los escenarios que imaginé me agriaron la sangre de una
manera que me revolvió el estómago, puesto que entendí que deseaba
buscar con otro el amor que yo le negaba. Y una cosa era saber que lo mejor
para que estuviera a salvo era que se marchara lejos, y otra que quisiera
buscar su centro de la tierra con alguien más cuando yo…
—¿Dónde está tu centro de la tierra, Elijah? ¿Tu paraíso personal? —Su
pregunta me devolvió al momento.
Se iría luego de obtener su venganza, eso aseguró. Así que encontré mi
respuesta: si antes la persuadí de ir detrás de Fantasma porque quería
escuchar a Amelia (y conocer sus razones para volverse un jodido grano en
el culo), en ese instante deseé distraer a Isabella de su objetivo para
retenerla un poco más a mi lado.
Así de puto enfermo estaba.
—Si te confieso dónde está, entonces luego tendría que asesinarte,
Isabella —respondí copiando su acción anterior: le acaricié el rostro y
sonreí.
Pensaba mentirle con mi respuesta, pero con eso también me iba a mentir
a mí; y al ver sus hermosos ojos miel me di cuenta de muchas cosas, incluso
tuve el descaro de comparar sus iris con otros de color marrón que conocía
de memoria. Me era difícil creer que podían ser hermanas, pues incluso sus
apellidos daban a relucir lo diferentes que eran.
Entre Amelia Black e Isabella White había un mundo de diferencia, una
era el bien, la otra el mal. Isabella era un bello ángel seducida por mi
oscuridad; la hice caer y aun así su bondad no la abandonaba. Amelia en
cambio era un hermoso demonio que regresó a mi vida siendo una
maniática y malévola, llena de amargura.
Una era luz, la otra oscuridad total.
Lo único que compartían, además de la madre, era la sed de venganza
que las consumía.
—Ese es y será siempre mi mayor secreto —añadí, admitiendo solo para
mí que me aburrí de la oscuridad el día que me atreví a probar la luz.
Sus ojos irradiaron un brillo que no podía describir y confirmé que en
efecto Isabella era y sería mi secreto mejor guardado, uno que jamás
revelaría. No mientras no supiera cómo protegerla, porque gracias a su
padre estaba jugando para defender a mi reina.
Meree raanee[2], como mi abuelo me enseñó a llamarle a la pieza más
importante en el ajedrez.
Iba a convertirme en el peor de los hijos de puta al fingir que para mí ella
solo era una fulana más, pues por ningún motivo permitiría que la manera
en la que esa chica me importaba fuera una razón más que pudieran usar
para dañarla, ya que, si algo le sucedía a esa Castaña terca de ojos color
miel, entonces sería mi perdición.
Mi fin.
Capítulo 3
¿Sigo siendo la excepción de tu
vida?
Elijah

Me quedé dentro del coche (que alquilé esa tarde) durante varios minutos
antes de avisarle a Marcus que ya me encontraba en el estacionamiento del
club Karma, pensando en lo que haría y en la estupidez que cometí al llegar
solo, pero también en esa necesidad que me carcomía por ver a Amelia,
entender y aclarar muchas cosas de todo lo que sucedió tiempo atrás,
cuando la creí muerta.
«No confío ni en mis dientes, porque a veces me muerden la lengua».
Sonreí irónico cuando las palabras de White llegaron a mi cabeza. No se
equivocaba con eso y yo debía aprender de ella, pues la confianza que
estaba mostrando al aceptar los términos de Amelia eran un nivel de
imbecilidad al que nunca creí que llegaría, pues la chica que me esperaba
adentro del club estaba muy lejos de ser la persona que conocí años atrás.
Sin embargo, decidí seguir mis instintos y me aferré a la idea de que, por
muy diferente que fuera mi ex, no pudo haber dejado de ser una mujer de
palabra.
Cumplir las promesas era algo que los dos teníamos muy bien arraigado
y, así yo haya cambiado mucho después de su muerte, seguía manteniendo
mi palabra, por lo que decidí creer que Amelia era igual en eso.
Respiré hondo luego de enviarle ese mensaje a Marcus y esperé su
respuesta. Él ya me había dicho dónde me encontraría.
Estudié mi alrededor y en efecto noté a muchos Vigilantes, pero no le
daban importancia al coche en el que me mantuve, lo que me hizo pensar
que, o sabían de mi llegada porque eran gente de Amelia, o me creían un
visitante más.
Iba vestido con ropa oscura y la cazadora que usaba tenía un gorro que
me ayudaba a ocultar un poco mi identidad. Miré la hora en mi móvil,
además de que revisé si tenía mensajes de Marcus, pero no encontré nada,
lo que me hizo negar con la cabeza, lleno de fastidio porque se estaba
tardando demasiado.
—Joder, hombre. Ya era hora —dije en cuanto se acercó a mi ventana.
Se veía más alto de lo que recordaba, posiblemente de dos metros y,
aunque estaba más delgado que antes, su cuerpo lucía más trabajado, con
más músculos que grasa. Y lo intimidante pareció asentarse en él.
Definitivamente era ese tipo de matón que ponía a cagar del miedo a
cualquiera.
Menos a mí.
—Perdón, alteza, estaba asegurándome de que tenga una buena
bienvenida —respondió, y alcé una ceja cuando abrió la puerta del coche y
con un ademán de mano me invitó a salir, y negué satírico—. Andando, que
tu Dahlia negra te espera.
No le dije nada, me limité a seguirlo sin perder el enfoque a mi alrededor.
Me condujo hacia la puerta de servicio y se rio de mí porque notó mi
desconfianza antes de entrar. Escuchaba la música al fondo y por la
infinidad de coches que vi en el estacionamiento deduje que el lugar estaba
repleto. Algunas personas de seguro eran ajenas a los Vigilantes.
—Deberías tomarte un trago antes de subir con ella —aconsejó Marcus
en cuanto pasamos por una barra, y negué en respuesta.
Quería ir con Amelia de inmediato.
—Nunca he necesitado del alcohol para enfrentarme a ella —dije medio
gritando para que me escuchara.
Caminamos en medio de la gente y luego nos fuimos por un pasillo que
llevaba a los baños, más allá de ellos el camino seguía hasta conducirnos
frente a la puerta de metal oscuro que me dividía de ella: de la protagonista
de muchos de mis sueños y pesadillas.
—Ya no es la misma —me recordó Marcus en voz baja, pues ahí la
música era suave y no quería ser escuchado por nadie más.
—No tengo duda. ¿Está sola? —afirmé y pregunté antes de que abriera la
puerta.
—Y esperando por ti. Lucius y los demás no vendrán hoy —anunció, y
le creí.
Lo hice no solo porque me había ayudado en dos ocasiones en esas
semanas, sino porque también lo hizo en el pasado y siempre me demostró
ser alguien leal y sin miedo a decir las cosas en la cara, dejando las
hipocresías de lado.
Abrió la puerta luego de su respuesta y me invitó a pasar. Sonrió de lado
al ver mi tensión y bufé con burla hacia mí mismo, pues hacía mucho que
no me sentía nervioso, no de la manera en la que me encontraba en esos
momentos. Down resonaba cuando entré. Marcus cerró para darnos
privacidad y me quité el gorro de la cabeza mientras veía a Amelia
dándome la espalda. La encontré sirviéndose un trago, mirando a un punto
en específico en la pared, y sonreí porque ella también estaba nerviosa y
quiso calmarse con el alcohol.
En ese instante sí lucía como la chica que recordaba.
Usaba un vestido beige corto, un poco flojo de la cintura para abajo;
medias de malla oscura y unos borceguís de taco alto. Tenía el cabello en
una coleta alta y cuando giró un poco el rostro para dejarme ver su perfil me
percaté de que iba maquillada, con los labios rojos como recordaba que
siempre le gustó llevarlos. Sonrió de lado en cuanto nuestros ojos se
conectaron y maldije en mi interior al darme cuenta de que las similitudes
que vi entre ella y la Castaña eran más marcadas de lo que una vez noté.
Definitivamente era un estúpido al no querer aceptar su consanguinidad
con Isabella.
—Nos volvemos a encontrar —se giró y me dejó verla por completo—,
Elijah —pronunció mi nombre como lo hizo muchas veces en el pasado.
Mierda.
Como Fantasma era una hija de puta y nos dio un golpe duro al
arrebatarnos a Enoc, estaba destruyendo a Isabella y complicándome la vida
con su regreso, pero… no me mentiría. En ese instante vi únicamente a la
chica por la cual cometí muchas locuras, quien me hizo mierda con su
traición, así como con su supuesta muerte, y me era increíble verla tan llena
de vida.
«Yo seré siempre la excepción de tu vida».
Las palabras que me dijo hace tiempo me golpearon y no supe lo que
sentí, pues era demasiado confuso para procesarlo.
—Amelia —saludé, y cerró levemente los ojos, sonriendo con picardía y
sensualidad.
La misma sonrisa que siempre me dio cuando estuvo en mi cama,
desnuda y satisfecha.
—Debo admitir que me sorprende mucho que hayas pedido vernos y que
confiaras en venir bajo mis términos, a un territorio de donde te sería difícil
regresar a casa sano y salvo —señaló y dejó el vaso en el escritorio para
luego acercarse un poco a mí.
—Créeme, a mí me sorprende más —acepté.
Alzó la barbilla en un gesto que me era demasiado familiar y sacudí un
poco la cabeza para espabilar. Se me estaba haciendo muy difícil impedir
que el rostro angelical de la Castaña distorsionara los hermosos y perversos
rasgos de Amelia.
—Vas a irte sano y salvo, al menos por hoy. Te lo prometo —dijo con
alevosía, y sonreí de lado por su descaro.
Noté que tragó con dificultad, perdiendo un poco de la seguridad que
deseaba mostrarme, y me tomó por sorpresa que de un momento a otro ella
dejara de comportarse como la Dahlia negra, Fantasma, y regresara a la
Amelia que me era familiar, pues cerró la distancia entre nosotros y me
abrazó. Apreté los puños sin corresponderle, tensándome más al ser
consciente de que no era un espejismo lo que había estado viendo, era ella
en carne y hueso, viva, sana.
—Oh Dios —susurró y en su voz noté la incredulidad de su parte.
Ella tampoco podía creer lo que estaba pasando y por un momento,
dejándome guiar por quién sabía qué, envolví los brazos en su delgada
cintura y respiré hondo sobre su cabeza, llenándome los pulmones de su
presencia.
—Joder, sí eres tú —repliqué, y se aferró a mí como si no quisiera
dejarme ir.
—¿Estás feliz de verme? A pesar de todo —preguntó insegura, y me
separé de ella, tomándola de los lados de la cabeza para luego correr las
manos hacia su rostro y acunarlo.
—A pesar de todo, te prefiero respirando —acepté, y sonrió tímida.
El dolor que sentí al perderla había opacado el odio que me despertó
cuando la encontré en la cama con Elliot. No obstante, eso era algo que no
olvidaría jamás, pues yo hice mis mierdas con otras mujeres antes de que lo
de nosotros dejara de ser solo acostones ocasionales, pero, en el momento
en que comencé a sentir más por ella y quise algo serio, la respeté porque
quería lo mismo de su parte. Sin embargo, no le mentí.
La prefería viva, pero ya no como mi chica.
—¿Sigo siendo la excepción de tu vida? —preguntó con anhelo y mis
ojos se abrieron un poco más.
¿Lo había sido en realidad alguna vez?
Esa pregunta me rondó por la cabeza en muchas ocasiones y en ese
momento regresó a mi mente, pero descubrí que seguía sin saberlo e iba a
ser sincero con ella, aunque no conseguí decir ni una sola palabra porque de
nuevo me tomó por sorpresa al unir su boca a la mía. Sus labios eran
cálidos y suaves, cerró los ojos para disfrutar del gesto y yo mantuve los
míos abiertos.
Desconocí esa boca y su sabor ya no era el que deseaba sentir, así que
con delicadeza la alejé de mí.
—Ya veo —musitó con amargura y nos miramos a los ojos—. Ni sigo
siendo esa excepción ni tampoco tienes por mí el mismo sentimiento que
antes.
—¿Qué sentimiento? —pregunté, y la manera en la que lo hice le dio a
entender algo que no quería, logrando con eso que la chica de antes volviera
a desaparecer—. Amelia...
—¿A qué has venido? —me interrumpió.
Mierda.
—No a que me beses. —Bufé y la miré serio, ella rio sin gracia—. Y sé
que tampoco ignoras la otra razón para que esté aquí.
—¿Pretendes que crea que hay otra razón, aparte de querer reclamarme
por lo que hice la última vez que nos vimos?
Me reí en respuesta por lo descarada que era.
—Lo dices como si no hubieras hecho algo terrible y desatado cosas
peores. —Bufó al escucharme.
—Solo hice lo que esa puta se merecía.
—Isabella no es ninguna puta —solté sin pensar, pero no me arrepentí.
Dije lo que sentí correcto, aunque no lo más inteligente en un lugar donde
podía salir envuelto en una bolsa negra—. Y sí, mi otra razón para estar
aquí es comprobar que no fueras producto de mi imaginación. O una
alucinación que me provocaste con la droga que llevabas en los guantes.
Su sonrisa de medio lado fue tan malvada que terminó contagiándome,
pero no porque me agradara, sino más bien por la incredulidad de que no
ocultara nada de lo que hizo.
—Esa estúpida se merece eso y más. Y no descansaré hasta dárselo, le
hice una promesa que pienso cumplir —espetó con el odio oscureciendo sus
ojos—. Elijah, si de verdad estás feliz de verme y si alguna vez sentiste el
mismo amor que yo siento por ti, ayúdame a lograrlo; llévame a ella y
venguemos lo que Elliot nos hizo. —Reí divertido, era absurdo lo que me
estaba pidiendo—. Así que es verdad —mencionó al ver mi reacción, y alcé
una ceja.
—¿Qué es verdad?
—Que esa maldita zorra no solo me quitó a mi madre —soltó y descubrí
muy rápido que Elliot no se equivocó—, sino también al hombre que amo.
¡Te has enamorado de ella! —gritó.
La miré procesando lo que dijo, y temiendo que todo se volviera en mi
contra de un momento a otro si no sabía mover mis piezas con inteligencia.
—No estoy enamorado de nadie —zanjé, consciente de que ser un hijo
de puta era mi mejor jugada—. Y, por lo que veo, me has desconocido u
olvidaste quién fui antes de que tu camino y el mío se entrelazaran. Y quien
volví a ser luego de que la única mujer por la cual me planteé cambiar me
traicionara con mi primo. —Tragó con dificultad al escucharme y las curvas
de mis labios se alzaron con ironía.
—¿Vas a negar que te acuestas con ella? —preguntó queriendo recuperar
su seguridad.
—¿Y por qué razón debería hacerlo? —No la dejé responder—. Que me
acueste con Isabella no significa que tenga sentimientos por ella, Amelia.
La chica, así como otras mujeres que han pasado por mi cama, son simples
pasatiempos y ya.
Noté su confusión y me di cuenta de que debía mantenerme aventando
mierda para seguirla confundiendo en lugar de alimentar su odio.
—Los hemos estudiado, Elijah. Y hemos notado que ella es especial para
ti —largó con celos.
Torcí la boca en una sonrisa cruel y llena de sorna.
—Y no se equivocan, es especial por ser mi venganza hacia Elliot. ¿O
qué? ¿Creías que dejaría por la paz el que ese hijo de puta se haya acostado
con mi chica? ¿De verdad me crees el tipo de hombre que no se cobrará las
traiciones? —Di un paso hacia ella cuando noté que estaba ganando terreno
en esa batalla y me miró entre atormentada y furiosa.
—Conque también es tu venganza hacia mí por acostarme con tu primo
—musitó, y con dos dedos la sostuve de la barbilla para que me mirara a los
ojos.
—Te creía muerta, así que no. Del único que busqué vengarme es de
Elliot.
—¿Entonces vas a dejarla ahora que sabes que estoy viva? —La
esperanza que hizo brillar sus ojos me provocó una punzada en el pecho.
—No, mi hermosa Dahlia negra. —Se tensó por cómo la llamé, pero
calló—. Porque, que te haya creído muerta, no significa que me volví un
estúpido ciego que ignora la traición.
—Pero ya sabes que Elliot me usó. —Trató de defenderse y me tomó de
la muñeca con la que la sostenía.
Bufé una risa.
—Lo único que sé es que no me amabas lo suficiente como para serme
fiel. Así que no pretendas embaucarme, Amelia. Elliot te usó, pero tú se lo
permitiste, me traicionaste. Y si en algo ha tenido razón siempre ese hijo de
puta es en que en una relación la culpa no es del tercero, ya que él no se
hubiera metido entre nosotros si tú no se lo hubieses permitido.
La solté y me zafé de su agarre para volver a poner distancia entre
nosotros. Ya no me afectaba lo que hizo, pero era un buen momento para
fingir que sí.
—Hablas como si tú hubieras sido una blanca paloma, Elijah.
—¿Te traicioné luego de pedirte que fueras mi novia? Porque sé que
tenías los medios para averiguar mi vida cuando no estabas conmigo. Así
que de nuevo, ¿supiste que te engañé con otras? Y piensa bien tu respuesta,
ya que yo puedo ser un cabronazo, pero estoy seguro de que en lo único que
te fallé fue en haberte querido mantener aislada con tal de que tu padre no te
encontrara, y que te dejé de lado para concentrarme en tu seguridad y en mi
deber con Grigori.
Apretó la mandíbula y los puños. No tenía respuesta para lo que le dije y
ella sabía que tampoco le mentí, pues la cagué en muchas cosas en nuestra
relación y vivimos situaciones que hubiéramos podido resolver sin
perdernos la confianza, si las hubiésemos hablado, si no me hubiera
traicionado. Sin embargo, sí me mantuve fiel a lo que le prometí que le
daría como mi novia, ya que, a diferencia de lo que muchos creían, yo era
un mujeriego si estaba soltero, pero no en una relación porque odiaba ese
tipo de dramas de parejas.
—No tienes idea de cómo me he arrepentido por lo que hice, de cada
maldita noche que he llorado queriendo tenerte frente a mí para pedirte
perdón —murmuró con la voz débil, y sacudí la cabeza en negación—. Hay
cosas en mí que no puedo controlar, que me manejan si entro en crisis y sé
que te parecerá absurdo, pero no era yo en aquel motel con Elliot.
—Puta madre, solo eso me faltaba. Que tuvieras una gemela y fuera ella
a la que encontré con ese imbécil —me burlé entre risas.
Su mirada se volvió filosa, pero también llena de dolor y vergüenza.
—No estoy jugando —aseveró.
—Ni yo —largué con dureza para que entendiera que no le mentí y que
no era un estúpido al que manejaría a su antojo.
—Bien, sé que no es momento para hablar de este tema, así que
evitémoslo —replicó, y sonreí sin gracia, pero no me negué porque
tampoco quería seguir con eso, aunque me conviniera más que dejarla
hablar de Isabella—. No te sorprendió que dijera que tu amante en turno me
robó a mi madre, por lo que deduzco que ya sabes que somos hermanas —
señaló.
Era fácil mentirle, hacerme el sorprendido e inventarme una excusa, pero
necesitaba información y me la daría si era sincero con ella. O estaba
confiando en que así sucedería.
—Lo he descubierto hoy por pura casualidad —confesé, aunque no
estaba dispuesto a darle detalles—. También descubrí que Isabella no lo
sabe, según ella solo Dylan es su hermano y no entiendo el porqué. —Noté
que la furia volvió a encontrarla y cogió el vaso con licor para beber lo que
le quedaba de un sorbo, demostrándome con ello que ese no le era un tema
fácil de tocar—. ¿Vas a ayudarme a entenderte?
Me miró alzando una ceja, sorprendida por mi pregunta.
—¿Lo dices en serio? ¿Quieres entender por qué maté a uno de los
fundadores de tu organización? ¿Por qué me provoca tanto odio que
menciones a esa tipa? Porque no, Elijah, no se debe solo a ti —aclaró.
—Quiero entenderte, Lía —aseguré, usando el mote que le puse y que
con el tiempo ella llegó a aceptar y dejó de odiar—. Necesito comprender
por qué siempre te creí hija única y que tu madre había muerto, y que ahora
resulte que nada de eso es así.
Eso fue lo que me dijo cuando nos conocimos, que no tenía hermanos y
que su madre murió de cáncer años atrás. Cuando se lo comenté a mi padre
dijo tener conocimiento de que una de las ex esposas de Lucius murió de
esa enfermedad. Por lo que fue fácil creer en ella.
—Es una larga historia.
—Tenemos toda la noche —repliqué y noté que escondió una sonrisa.
Mi declaración no tenía ninguna connotación sexual, pero era consciente
de que, con nuestro pasado, la sorpresa de saberla viva y haberla buscado le
podían dar a entender que aspiraba a algo más que hablar con ella.
—Toma asiento —me invitó señalando uno de los dos sofás individuales
que tenía ahí.
Lo hice de inmediato porque no me apetecía que perdiéramos más
tiempo. Me miró a los ojos y le sostuve la mirada hasta que ella decidió
retirarse de esa guerra y respiró hondo.
—Por supuesto que Isabella solo cree que Dylan es su hermano, porque
la perra de Leah me abandonó —soltó entre dientes, y eso me sorprendió.
No la conocí, pero mis padres sí, y nunca escuché ningún mal comentario
sobre ella. Mi madre incluso la seguía llorando y entendí que el amor que
tenía para su amiga hacía que viera a la Castaña como una hija más.
—Le fue infiel a mi padre con Enoc y huyó con él cuando yo solo tenía
un año. Luego se embarazó de esa idiota y yo quedé en el olvido. Por eso te
dije que mi madre murió, ya que, si yo morí para ella, ¿por qué iba a
respetarla?
Me quedé sin palabras, pero fui capaz de entender que Lucius supo
envenenar a su hija desde pequeña y, aunque no tuviera idea de cómo fue
Leah como madre, sí sabía que existían dos versiones de esa historia, pero
Amelia únicamente conoció y se aferró a la que a su padre le convenía.
—Entonces Enoc sabía de tu existencia —confirmé más para mí.
Maldición.
Él sabía que estaba entregando a la hija de su mujer y, así lo haya
entendido antes, en ese instante experimenté cierta confusión porque
también comprendí a Amelia.
—¿Por qué crees que me entregó cuando supo que yo estaba contigo? —
La miré fijo al escuchar su pregunta y rio con amargura—. Sí, Elijah, Derek
me dijo que fue Enoc quien le ofreció a mi padre entregarme con tal de que
él desistiera de su venganza cazando a su hija. Mi padre estaba dispuesto a
hacerle pagar por haberse metido con su mujer, quería arrebatarle todo lo
que obtuvo con Leah, por lo que su princesa era la siguiente luego de
deshacerse de su ex. Y, como dato extra para ti, odio mi primer nombre
porque me lo puso esa perra. Era amante de las flores y la Dahlia estaba
entre una de sus favoritas.
Fruncí el ceño. No me cuadraba que Leah no la haya amado, pero
hubiera escogido un nombre que para ella era especial.
—Por eso asesinaste a Enoc, para vengarte de él por haberte
intercambiado —afirmé.
En lugar de responderme se fue a servir otro trago y me ofreció uno.
Asentí y esperé a que siguiera.
—Sé que tú siempre estarás del lado de tu gente y no te juzgo. —Caminó
hacia mí con seguridad y me tendió la bebida. Creí que tomaría asiento en
el otro sofá, pero no lo hizo y optó por regresar cerca del escritorio—. Sin
embargo, Enoc me regresó a un infierno peor del que conocí antes de
fugarme contigo, así que créeme cuando te digo que le di una muerte más
fácil de la que en realidad merecía.
Le di un largo sorbo a mi bebida, analizando sus palabras. Estaba claro
que ella no escondía su odio e iba a ser sincero conmigo mismo: la entendí
a la perfección, pues así comprendiera que Enoc usó todo lo que estuvo a su
alcance para proteger a su hija, eso no borraba el hecho que entregó a una
inocente. Así que Amelia actuó tal cual lo hubiera hecho yo, y como lo
estaba haciendo Isabella al sentirse herida y desolada.
—Joder —musité, desordenándome el cabello con frustración.
—¿Me entiendes? —Identifiqué el anhelo y desesperación en su
pregunta.
La miré a la cara por un momento y repasé en mi cabeza todo lo que me
dijo, concentrándome en el punto de que vivió un infierno peor cuando la
regresaron con su padre.
—Lo hago —acepté—, pero también entiendo a Isabella. Y sí, Enoc
pudo merecer todo lo que le pasó, sin embargo, tú mejor que nadie debería
comprender que tu hermana es inocente, que no tiene por qué…
—No te vuelvas a referir a esa puta como mi hermana —exigió,
señalándome con un dedo, histérica y a punto de perder el control.
—¿Qué pasó cuando volviste con tu padre? ¿Por qué nunca me buscaste
si sabías que sufriría por creerte muerta? —pregunté, tratando de mantener
mi control, porque en ese momento estábamos en ese juego del que se enoja
pierde.
Pero en nuestro caso perdería el que enojara al otro.
A Amelia le extrañó mi cambio de tema, de seguro porque esperaba que
defendiera a la Castaña o le exigiera que no la llamara así, cosa que estuve
tentado a hacer, pero comprendí que era su manera de probarme, buscaba
sacarme de mis casillas y que con ello le demostrara cuánto me importaba
su hermana. Por lo que debía mantenerme reacio.
—No quiero hablar de ese infierno, únicamente voy a decirte que, si te
buscaba, mi padre iba a matarte lentamente y me haría presenciarlo —
confesó con dolor, y sentí sinceridad de su parte.
—No iba a ser fácil que llegara a mí, Amelia. Lo sabes.
—Grigori subestima a los Vigilantes, Elijah. Y se les olvida que dos
desertores son quienes nos fundaron, no unos peleles. Así que, si tuve
miedo de que mi padre cumpliera su amenaza, créeme que no es porque yo
sea débil.
Bien, en eso tenía razón. Y ya los Vigilantes nos habían dado un par de
golpes que indicaban que podían ser tan poderosos como nosotros.
—¿Qué ha cambiado?
—Todo. —respondió, y esperé a que añadiera algo más—. Para
sobrevivir me dejé consumir por el odio que mi padre alimentó en mí y le
demostré que quería tanta venganza como la que él buscaba. Y cuando
asesiné a Enoc le afirmé con hechos que estaba de su lado. Me tenía en
prueba desde hace meses y tras mi golpe hice mi juramento hacia la
organización y una promesa de vida para Lucius Black —informó con
orgullo—. Ya sabes lo que dicen: si no puedes con el enemigo, únetele. Lo
he puesto en práctica y me ha ayudado a recuperar la confianza que perdí
cuando me fugué contigo. Ahora tengo mi propia élite dentro de los
Vigilantes y mi padre ha confirmado que, por mucho que te quiera a ti, no
volveré a faltarle a él.
Le di otro sorbo a mi bebida mientras ambos nos escrutábamos con la
mirada. Descubrí en mi estudio que lo que quedaba de la Amelia que conocí
era la sombra, siendo consciente a la vez de que ella podía pensar lo mismo
de mí, pues lo que vivimos nos cambió para bien o para mal.
—Supongo que entiende que ahora es más factible que tú te deshagas de
mí —satiricé, y ella sonrió.
—Solo si te interpones entre lo que quiero —indicó y comenzó a
caminar hacia mí.
—Ya hiciste pagar a quien te la debía, ¿qué más buscas? —Sabía qué era,
pero debía intentar que entendiera que no tenía por qué seguir el camino de
su padre.
—Que la perra que me llevó en su vientre se retuerza donde quiera que
esté, al ver cómo hago sufrir a su nena. —Maldición, morderme la lengua
para decir todo lo que quería, nunca fue tan difícil—. ¿Te molesta?
Alcé la cabeza para no dejar de mirarla a los ojos cuando se paró frente a
mí.
—Me molesta que ya no seas la chica que… —Me quedé en silencio en
el instante que puso una mano en mi hombro, me hizo recostarme en el
respaldo del sofá y se colocó a horcajadas en mi regazo.
—¿Qué chica? —susurró con voz sensual.
—La chica que se fugó conmigo.
—Tienes razón, ahora soy un demonio igual o peor que LuzBel —se
mofó y me cogió de la nuca. Miré sus labios en cuanto se los lamió y negué
levemente con la cabeza entendiendo lo que buscaba—, y, si tú lo deseas,
puedes unirte a mí —propuso—. Ambos somos unos demonios con sed de
poder y podemos conseguirlo juntos. Seamos jefes y señores de nuestra
propia organización, una que deje en la sombra a Grigoris y Vigilantes.
Me di cuenta de que ella en verdad creía lo que me decía y la euforia que
hacía brillar sus ojos me hizo ver que estaba dispuesta a lo que fuera con tal
de obtener lo que buscaba. Era como si estuviera en la piel de su villana
favorita. La chica se sentía todopoderosa.
Y sentí lástima de ello.
—¿Y quién te ha dicho que no soy jefe y señor de donde quiero serlo? —
pregunté y le acaricié el rostro cuando la tuve sobre mí, dispuesta a besarme
de nuevo, pero la detuve antes de que lo consiguiera—. Lo soy, cariño. Y
para conseguirlo no necesité de un demonio igual que yo. —Se aferró a mi
nuca en el momento que me puse de pie con ella, sosteniéndola de las
piernas.
Se mordió el labio en cuanto me giré para dejarla sobre el mullido sofá, a
lo mejor imaginando cosas que por supuesto no le haría.
—Te ofrezco ser el único, Elijah. No compartir nada con otros
fundadores —aclaró, sorprendida porque me alejé de ella.
—Soy el único, en mi territorio no se mete nadie que yo no quiera, por lo
que no me hace falta nada. —Mi respuesta no fue la que esperaba y la ira
que deformó su precioso rostro me lo confirmó.
—Prefieres a una zorra que no sabe ni dónde está parada —escupió con
asco.
—No la subestimes, porque Isabella se adapta muy rápido a su entorno
—aseveré haciendo énfasis en su nombre y sonreí con cierto orgullo—. Y, a
diferencia de ti y de mí, ella sí tiene el poder que tú deseas —le recordé—.
Lo irónico de todo es que le ayudaste a obtenerlo cuando asesinaste a su
padre e hiciste despertar a la nueva líder. La convertiste en la reina de
Grigori —añadí y supe que mis palabras llegaron a profundidades
peligrosas.
Pero no me importó y me di cuenta de que, a pesar de que quise verla y
todavía teníamos muchas cosas que aclarar, mi tiempo en ese club había
terminado. Pues comprobé lo que tenía que comprobar: Amelia era real,
pero ya no mi Amelia y jamás lo sería, aunque volviese a ser la misma.
—Puedo ponerme en tus zapatos y entenderte, Lía, pero también
comprendo que te has dejado cegar por el veneno de tu padre. Y eso jamás
te dejará ver que te convertiste en lo que siempre odiaste.
—Soy lo que me hicieron ser Enoc y tu pu…
Se quedó en silencio cuando la cogí con una mano de las mejillas y me
incliné para quedar a su altura. Estaba haciendo más presión de la necesaria,
pero no me contuve, ya que me sentía harto de que siguiera llamando a
Isabella así.
—Fue bueno saber que eres real, aunque ya no seas la misma —repliqué
—. Ahora, ten presente que no solo tú has cambiado, cariño —sentencié y
la solté de golpe.
Nos miramos una última vez a los ojos, su pecho subía y bajaba con
respiraciones aceleradas, y al darme cuenta de que ambos llegamos a
nuestro límite de tolerancia por esa noche, opté por darme la vuelta y
comenzar a caminar hacia la puerta.
—¡LuzBel! —me llamó cuando giré el pomo y la miré sobre mi hombro
—. Tú vas a ayudarme a quitarle el reino a Isabella White, eso y todo lo que
ama —sentenció, y reí con burla. Estaba loca si creía que cedería para dañar
a la Castaña—. No es una petición, lo harás por las buenas o por las malas.
—Odié su manera de hablarme y me giré de forma abrupta, llegando de
nuevo a ella.
—¿Me estás amenazando?
—¡No! Solo te estoy advirtiendo —ironizó—. Yo siempre seré la
excepción de tu vida, así que vamos a dejarlo claro —añadió y en ese
momento fue ella la que rio con burla.
Y esa forma de reírse me hizo temerle al futuro.

Cuando salí de ese maldito club, fue sabiendo que el juego que acababa
de iniciar podía volverse en mi contra en cuestión de segundos, sin
embargo, no estaba dispuesto a que me tomaran por un débil que se
prestaría a las artimañas de cualquiera. Y menos si esas tenían que ver con
dañar a la persona a la cual debía proteger. Lo que ya no ejecutaba por
cumplir la promesa que le hice a Enoc, sino porque necesitaba hacerlo.
—La única manera de que consigas parar esto es que hagas desistir a una
de estas chicas —me exhortó Marcus cuando llegamos al coche en el que
me conduje.
Se estaba refiriendo a Isabella y Amelia, pues tenía conocimiento de que
ambas buscaban vengarse la una de la otra.
—No me estás diciendo nada que no haya analizado ya. —Bufé.
Me jodía que ya no solo debía proteger a Isabella, hacerla desistir de su
venganza, sino también tenía que evitar a toda costa que Amelia se
enfrentara a ella o encontrara la manera de hacerme caer en su juego.
—¿Sabes quién está detrás de la máscara de Sombra? —le pregunté a
Marcus, necesitando cambiar de tema y enfocarme en otro que igual me
enervaba tanto como me importaba.
—Creí que no te concentrarías en él —reconoció, y lo miré.
—Es imposible después de cómo el hijo de puta me ha tocado los
cojones —largué, y él rio.
—No te los ha tocado solo a ti, también a Lucius y a Derek —declaró, y
lo miré sin comprender—. Subamos al coche para que hablemos con más
privacidad —me animó.
Me metí en el lado del piloto y él se encaminó al del copiloto. No perdió
tiempo y comenzó a hablarme del imbécil que se ocultaba detrás de la
maldita máscara de Sombra. Y lo que me dijo fue otra sorpresa para nada
agradable, pues entendí que White tuvo razón al mencionar que ese no era
un simple súbdito de los Vigilantes.
Era Darius Black, uno de los jodidos herederos al liderato, pero su
rebeldía (según como lo veía Lucius), lo alejó de la organización, aunque
tenía a su propia gente. Una élite fiel a él que operaban en zona neutral. Y
quien suplantaba al amado amigo de Amelia (el cual yo asesiné) por un
juramento de sangre que le hizo a Leah el día que ella murió.
Un juramento que selló con la sangre de ella, pues la mujer pereció en
sus brazos.
—¿Dónde demonios está la puta cámara? Porque esto parece una broma
muy jodida —solté entre dientes.
—No hay ninguna cámara, viejo.
Negué con la cabeza ante la respuesta de Marcus. Él me acababa de decir
que Darius era hijo adoptivo de Leah y Lucius. Y por supuesto que el
cabrón de Lucius nunca quiso adoptar, pero cedió para ganarse el amor de
la mujer que tenía por esposa en ese tiempo (puesto que ella ya pensaba en
dejarlo), y por la decepción que sintió cuando Leah no le parió un hijo
varón y, en cambio, nació Amelia.
No obstante, y para mala suerte de Lucius, Darius no resultó ser el hijo
que esperaba, por más que lo educó según sus reglas y anhelos. Al
contrario, el tipo optó por ser un buen hombre, diestro en los negocios y
poderoso con su gente, sin embargo, a Lucius no le importó ese liderazgo
que tenía, él quería que fuera despiadado y liderara con mano de hierro, por
lo que el buen corazón de Darius lo convirtió en alguien débil ante los ojos
de su padre adoptivo, aunque para Leah fue el hijo varón que ella siempre
deseó tener.
—Entonces, ¿Leah sí buscó a sus hijos? —Quise saber.
—Según mis padres, Leah desató una guerra sin cuartel junto a Enoc,
con tal de recuperarlos, pero luego sucedió algo y ella se detuvo. Y ahora
que sé lo de esta chica, entiendo que se debió a que Leah se embarazó y eso
la obligó a retirarse de la batalla —explicó, refiriéndose a Isabella.
Se encogió de hombros y continuó añadiendo lo que sabía de esa
historia.
Leah había vuelto a buscar a sus hijos, pero con una estrategia diferente,
pues esperó a que Darius tuviera uso de razón y se acercó a él para hacerle
ver la verdad que Lucius les ocultó. En esa época el chico actuaba tal cual
su padre lo esperaba, aunque, con la influencia de su madre de nuevo en su
vida, volvió a ser el niño bueno y ya Lucius no pudo influenciarlo como
deseaba.
—Pero si tú entiendes esto y si Darius también lo hace, ¿por qué carajos
no se lo hacen ver a Amelia? —inquirí.
—Sé que Darius lo intentó, de hecho lo consiguió en su momento, fue
cuando la conociste —resaltó y mi expresión de sorpresa no le pasó
desapercibida—. Mira, hay mucho que yo no sé porque los Black han
sabido mantener esta historia solo para ellos, pero te aseguro que la chica
que se fugó contigo era la versión buena de la que yo conocí. Por eso le
ayudé a que escapara, ya que tú le hacías bien y sin darte cuenta le ayudaste
a Darius en su objetivo.
Solté el aire que había estado reteniendo, entendiendo a qué se refería,
pues yo siempre pensé en que Amelia no pertenecía al mundo de su padre.
—Conque la que acabo de ver es la versión despreciable —murmuré y lo
escuché bufar una risa sardónica.
—Viste su versión calmada, LuzBel. Y su versión despreciable se elevó a
niveles que no creía posibles, luego de que Lucius la recuperó aquel día. —
Tragué con dificultad—. Nadie ajeno a él o a Derek saben dónde estuvo
todo este tiempo, ni siquiera Darius, lo único que tenemos claro es que
donde sea que estuviera, o lo que vivió, la convirtió en alguien a quien hay
que temer.
—Magnífico —repliqué con sorna.
Estuvimos hablando un rato más y de nuevo comprobé que en efecto
Marcus no tenía todas las respuestas a mis dudas, pero sabía que mi padre
sí, por lo que le pedí que habláramos antes de ponerme en marcha de
regreso a casa. Me avisó que estaba en el cuartel, atendiendo unas cosas que
no podía dejar para el día siguiente, puesto que con la muerte de Enoc y los
cambios que habría con Isabella como nueva líder había un poco de caos
que se debía solucionar cuanto antes, sobre todo algunas cuestiones con
aliados que temían que Grigori se volviera deficiente ante la pérdida del
fundador que ellos vieron siempre como el más poderoso.
—¿Qué te ha generado esta curiosidad, hijo? —preguntó padre luego de
que le confesara que ya sabía que Amelia e Isabella eran hermanas.
Mi declaración le provocó una sorpresa que le resultó difícil de ocultar, y
me hizo muchas preguntas con respecto a cómo me enteré y, aunque le
omití la verdad, sí le confesé que quién me ayudó a saber sobre el paradero
de las chicas cuando las secuestraron era un Vigilante, y que él se encargó
de decirme sobre el parentesco entre la hija de Enoc y la de Lucius.
—Es obvio, padre —señalé, y me miró, estudiando mi actitud—. Le
dijiste a Isabella que te recordaba a alguien que apreciaste mucho, ahora
sabemos que se trata de Leah. Y mi contacto me dijo que Amelia también
era hija de la mejor amiga de madre. Así que no es difícil sumar uno más
uno, pero quiero que me lo afirmes.
Hizo un sonido como de risa irónica, aunque su boca se mantuvo en una
línea recta.
—No voy a faltarle a la memoria de John contándote sus secretos, pero
sí, Elijah, no te equivocas, él sabía que Amelia era hija de su mujer. —
Apreté los puños, pues, así lo tuviera seguro según mis deducciones, que
padre lo confirmara me hizo ver una verdad que no era fácil de digerir—. A
mí también me tomó por sorpresa cuando lo supe, porque me creí la mentira
de la chica cuando dijo que era hija de otra de las ex de Lucius, pues él
siempre fue muy reservado con su vida y si supimos que procreó con Leah
fue porque ella se volvió parte de Grigori cuando estuvo con Enoc, y mi
amigo me pidió apoyo en cuanto su mujer quiso recuperar a su decendencia.
Escuché atento a padre, tratando de no perder la cordura, pues confirmé
que Enoc era más hijo de puta de lo que lo creí, pero de nuevo no era capaz
de juzgarlo del todo, ya que según Myles para su amigo y compañero no fue
una decisión totalmente fácil. Sin embargo, él le aseguró que, así le doliera
imaginar a Leah odiándolo por lo que hizo, mantendría a su hija, su sangre,
a salvo de sus enemigos costase lo que costase.
—Cuando John me dijo que me ayudaría a quitarme el problema de
encima, luego de que le pidiera apoyo ante la inminente guerra con Lucius
que se me vendría encima, no imaginé sus planes detrás de su ayuda. Él los
mantuvo solo para sí mismo hasta que consiguió que Elliot ejecutara su
traición. Y, aunque no lo creas, estuve a punto de matar a mi sobrino por lo
que te hizo, entonces John intervino y me dijo la verdad, haciéndome ver
que yo también era culpable, puesto que fui quien puso al tanto a mi
compañero de que la chica estaba contigo.
»Pero ellos nunca quisieron la muerte de Amelia, lo único que buscaban
era devolverla con Lucius para que él dejara en paz a Isabella. No obstante,
el maldito tenía otros planes y la mandó a asesinar sin remordimiento
alguno. Fue entonces que me enteré que la chica era la hija de Leah.
Hasta esa noche tuve verdaderamente claro por qué padre perdonó a
Elliot con tanta facilidad, ya que siempre creí que solo se debió a que no me
dejó morir, cuando en realidad era porque conocía esa parte de la historia
que yo ignoré, y porque también se creía responsable del final de Amelia.
—¿Crees que Isabella debería saber que tuvo otra hermana? —le
pregunté antes de irme de la oficina.
—Sí, pero, si te soy sincero, no es el momento. Deja que primero procese
todos los cambios que está experimentando, ya que no la está teniendo fácil
—aconsejó, y asentí.
Aunque mi padre ignoraba que Isabella no solo se enteraría de que tuvo
más hermanos, sino también que la persona detrás de aquella máscara que
tanto odiaba era su sangre.
Jodida mierda.

Las semanas pasaron y con ellas, la oportunidad de decirle a Isabella la


verdad, pues siempre existía una razón u otra para dejar esa conversación
para luego. Me excusaba con que la chica se encontraba demasiado
estresada, lidiando con situaciones en las que no necesitaba más mierda de
la que ya tenía. Entonces llegó el baile de Inferno, (una gala a la que ella no
quería asistir, pero a la que estaba obligada a ir por ser la sucesora de su
padre), un evento que deseé convertir en ameno para la Castaña y por lo
mismo preparé todo para que esa noche fuera nuestra y de nadie más.
Era mi oportunidad para darle un poco de lo que tanto quería de mí y que
con ello Isabella deseara quedarse más tiempo en la ciudad, pues habíamos
ido a Newport Beach días atrás y noté de nuevo sus ganas por alejarse a
pesar de que no la estábamos pasando mal juntos.
—Si me voy a exponer a ese tipo de peligro, al menos merezco saber por
qué no te das una oportunidad con ella, LuzBel —se quejó Laurel.
Estábamos en un restaurante esa tarde, ella había llegado a la ciudad
porque por la noche asistiría a la velada en Inferno, pues quería captar una
imagen excepcional de la Castaña y mía en un momento especial, para
integrarla de manera digital al relicario que su padre ya estaba fabricando.
Incluso me había enviado una lista de canciones que podía utilizar para que
bailara con Isabella, encerrando Apologize en un círculo rojo y añadiendo
una nota que decía: esta es la que mereces que ella te dedique.
Me había reído de la sugerencia, pero también la sorprendí, ya que escogí
esa, y no porque merecía que la Castaña me la dedicara a mí, sino más bien
porque muchas de esas estrofas eran cosas que yo quería decirle a ella, pero
que me tragaba para no bajar la guardia y ponerle más dianas en la espalda.
Esas semanas, de hecho, estuve siendo un poco como quería ser con ella
cuando estábamos en mi apartamento o en casa de mis padres, pero en el
cuartel o en los lugares públicos donde nos dejábamos ver juntos fui frío y
hasta distante para que nadie ajeno a nosotros dos creyera que la chica era
para mí algo más que un acostón constante.
—Deja de ser cotilla, Laurel. Y confórmate con el hecho de saber que no
te pediré ayuda con ningún regalo de cumpleaños si no es para Isabella —
reproché, y la cabrona no consiguió esconder su sonrisa burlona.
Se puso un poco nerviosa en el momento que le dije que a Inferno irían
Vigilantes, aunque le aseguré que no dejaría que nadie la dañara. Ya le
había pedido a uno de los Grigoris que la escoltara en todo momento y el
senador me extendió una invitación especial en la cual la identificarían
como una persona ajena a las organizaciones.
Aunque no negaría que me sentía un tanto inquieto de que Amelia se
apareciera para joderme los planes, incluso cuando Marcus me aseguró que
la chica prefería evitar ese tipo de eventos, pues seguir muerta ante todos y
utilizar su identidad como Fantasma le era beneficioso para conseguir sus
objetivos.
—Bien, como quieras. Haré mi trabajo esta noche y posiblemente luego
me vaya con un enmascarado. —Negué divertido con lo que dijo. Esa era
Laurel siendo Laurel—. Mañana te enviaré las imágenes para que escojas
una, así que, por favor, sé fotogénico y déjame ver al idiota enamorado.
—Vete a la mierda —refuté, pero me reí.
Laurel se puso de pie y tras darme un beso en la mejilla se marchó sin
decir nada más, con una sonrisa triunfante en el rostro, meneando las
caderas con tanta sensualidad que vi a un par de tipos teniendo problemas
con sus acompañantes por no controlar la mirada y clavarla en el culo de mi
amiga.
Y más tarde fui yo el que no pudo controlar la mirada al deleitarme
viendo a Isabella inefablemente hermosa, enfundada en un vestido negro
que me hacía querer arrancarle los ojos a todo aquel que se atreviera a
mirarla demás. La chica incluso vestida con el mismo color que las demás
mujeres en Inferno, sobresalía ante todas. Su belleza era incomparable e
insuperable, y ese collar dorado pegado a su cuello me estaba dando ideas
tan perversas que por un momento deseé arrastrarla a una habitación vacía
para darle rienda suelta a mi imaginación.
Quería hacerla mía, confirmarle de una manera carnal que no le
permitiría irse de mi lado. Dejarle claro que ser egoísta era un defecto en
mí, y con ella mi posesividad se elevaba a niveles enfermos.
Mierda, no quería ni podía sentir más por White, pero necesitaba que ella
sintiera todo por mí. Me urgía colarme hasta lo más recóndito de su alma,
hacer que me amara hasta que no existiera retorno para nosotros. Con esa
Castaña quería remarcar más una de mis reglas: antes de mí, muchos.
Después de mí, ninguno.
—Recibiría una bala por ti, Castaña hermosa —susurré en su oído y me
aferré más a su cintura.
Me había preguntado por qué escogí esa canción y cuando le dije la
razón sin mencionar a Laurel, porque no jodería ese momento con el
nombre de mi amiga, quiso saber qué estrofas le dedicaba y le susurré la
que menos me comprometía, aunque era igual de verdadera que las otras, y
la dejó sin palabras.
O eso pensé hasta que dijo algo que me dejó a mí en jaque.
—Te sigo amando con un rojo fuego, Elijah. Y no, no creo que el mío se
vuelva azul. —Me tensé porque de nuevo estaba diciéndome esas palabras,
dejándome ver que sentía por mí algo que yo no merecía.
Demonios.
Era un jodido imbécil porque estaba consiguiendo lo que me propuse,
pero me abrumaba cuando Isabella lo dejaba tan claro a pesar de que me lo
demostraba incluso con sus demonios torturándola. Miré detrás de ella al
notar en la escalinata a una rubia que no había dejado de estudiarnos
mientras bailábamos y me tensé todavía más al ver que me hizo un gesto
leve con la barbilla para que la buscara.
Me cago en la puta. Eso no podía estar pasando.
—Isabella…
No conseguí decir más gracias a que las luces se apagaron. Fue fugaz,
pero no accidental, ya que noté algo en las manos de la rubia e intuí que ella
tuvo que ver con el apagón para animarme a seguirla. Usaba una máscara
que le cubría el rostro completo, lo que me hizo pensar que se trataba de
Amelia, y más por el hecho de que me reconoció.
—Quiero que te quedes aquí, White. Tengo algo que averiguar —exhorté
sabedor de que no podía provocar a Amelia, pues con ese apagón me indicó
que estaba manejando las cosas a su favor.
—Dime qué sucede —replicó, y negué yéndome sin decirle más.
—Quédate con White y pobre de ti si algo le pasa —le dije a Evan al
encontrarlo en mi camino.
Iba hacia nosotros, lo que me hizo ver que él también se puso alerta con
ese apagón.
—Le he pedido a nuestros hombres que se aseguren de que nada raro
esté pasando —avisó él, y asentí.
Me apresuré a llegar a la escalinata y vi a la rubia mirando con sutileza
sobre su hombro para asegurarse de que la seguía. Al subir a la segunda
planta noté que me estaba guiando a una habitación y me tensé, pero no me
detuve hasta que entré siendo precavido, aunque consciente de que si esa
era una trampa ya había caído en ella desde que comencé a seguir a la tipa.
—¿Quién demonios eres? —pregunté en cuanto cerró la puerta detrás de
mí y me giré para verla.
No habló, en lugar de eso se sacó la máscara y fue un alivio no
reconocerla, pues sus rasgos finos eran muy diferentes a los de Amelia.
Tenía los labios rellenos y ojos azules, de estatura media, delgada y bonita,
así como asustadiza, pues palideció por mi manera de hablarle.
—Me ha enviado Marcus. Él no puede comunicarse contigo porque
descubrimos que su móvil ha sido interceptado, así que no puede hablarte
más —dijo con la voz nerviosa. Saber que era enviada por ese moreno me
hizo sentir un poco más tranquilo—. Ayer descubrió que han puesto en
marcha un plan para poder llegar a ti y a tu chica.
—¿Mi chica? —sondeé fingiendo confusión, y ella sonrió, pero no fue
con malicia o burla, sino más bien con calidez.
—Marcus todavía no sabe los detalles del plan, pero sí que aquí hay
gente con órdenes de secuestrarla si se les da la oportunidad, faltando a la
tregua que tienen en tierra neutral. Por lo que se vio obligado a pedirle
apoyo a Sombra para evitar que lleguen a ella y que así tú tengas tiempo de
actuar.
Me enfureció que Marcus inmiscuyera a ese tipo, pero también
comprendí que hizo todo lo que estaba en sus manos para darme tiempo.
—Atención a todos —hablé apretando el intercomunicador en mi oreja y
cuando me dieron respuesta estuve a punto de continuar, pero la rubia me
detuvo.
—Violaron los servidores de Grigori, no los alertes —recomendó, y la vi
presionar el aparato en su mano—. Es un inhibidor de señal —explicó.
—Jodida mierda —reproché.
—LuzBel, ¿qué pasa? —preguntó Jacob por el canal que mantenía
abierto con ellos.
La chica me mostró un intercomunicador que no era de los nuestros y
subió el volumen, permitiendo que escuchara a Jacob a través de este
cuando él me llamó de nuevo. Era la prueba de que lo de los servidores era
cierto y eso me hizo apretar la mandíbula.
—Distrae a Isabella. Me ha salido una oportunidad que no quiero dejar
pasar —le pedí fingiendo que estaba a punto de divertirme como en los
viejos tiempos.
—¿Me estás jodiendo, hermano? Acabas de estar bailando con Isa, casi
la has meado encima para dejar claro que es tuya y ahora estás buscando
follar con otra —me reprochó él.
—De nuevo, cúbreme, no quiero dejar pasar esta oportunidad. La chica
parece rusa y ya sabes que es una nacionalidad que deseo tachar en mi lista.
—Vi a la rubia rodar los ojos por mi cabronería y Jacob rio.
—No tardes.
Cerré la comunicación tras su recomendación y maldije.
—¿Qué más han violado? —Quise saber.
—De momento solo los servidores de las radios e intercomunicadores.
Aunque están intentando acceder a los móviles —explicó ella—. Según
Marcus, la Tríada les está ayudando gracias a un favor que le deben a
Fantasma. Él busca quitar de su camino a la chica que te acompaña y lo
hará para siempre después de torturarla.
Negué, no dejaría que eso pasara, no mientras yo estuviera vivo y
pudiera evitarlo.
—¿Cómo hará Marcus para avisarme lo que descubra?
—Yo me encargaré de eso, por ahora vete ya de aquí para que no
sospechen. No pueden verme contigo —recomendó.
—¿Cómo te llamas y por qué Marcus confía en ti? —pregunté antes de
irme.
—Mi nombre es Alice y soy hermana de Marcus —explicó, y la miré
con sorpresa, ella era blanca y Marcus moreno. Sonrió cuando vio mi
reacción—. Soy adoptada —aclaró.
—¿También eres parte de los Vigilantes? —Negó con la cabeza en
respuesta.
—Soy parte de la Unidad contra Delitos Cibernéticos. —Alcé una ceja
por su área de trabajo y ella rio—. Es irónico, lo sé, pero lo que yo hago no
tiene nada que ver con mi familia —explicó, y me encogí de hombros, pues
no era nadie para juzgarla.
No cuando yo era parte Grigori, una organización contra el crimen
organizado que se lucraba cuando convenía de las porquerías que el
gobierno quería ocultar.
—Estaré atento a lo que sea que tu hermano quiera comunicarme —dije
a manera de despedida, y ella asintió.
Me fui de la habitación dispuesto a buscar a Isabella para sacarla de
Inferno, y casi mato a Evan cuando llegué a la pista y él me informó que la
dejó ir sola al baño. Y estuve a punto de asesinarlos a todos en cuanto
llegué a los jodidos baños y no la encontré por ningún lado. Todo tipo de
mierdas llegó a mi cabeza luego de lo que Alice me advirtió y maldije por
haber confiado en Evan.
—Cálmate, LuzBel. No es justo que vengas a querer matarnos cuando tú
la dejaste por irte a…
Tomé a Jacob de las solapas de su esmoquin, perdiendo el control cuando
toda mi mierda se fue hasta arriba por no encontrar a Isabella. La había
buscado como loco habitación por habitación y hasta me arranqué la
máscara al sentir que me ahogaba.
—Así me haya ido al fin del puto mundo, les di una orden, imbécil —
espeté—. Y no mierdas la cumplieron, así que, si a esa chica le llega a pasar
algo, créeme que no les alcanzará la vida para pagármelo.
—Ya, hombre. Tienes razón —cedió y alzó las manos.
Lo solté de golpe y traté de controlar mi respiración. El aire cada vez se
escaseaba más de mis pulmones.
—Vayan a la otra ala, yo terminaré de buscar aquí —le exigí a él y los
demás, y ni siquiera esperé respuesta.
Empecé a abrir habitación por habitación y, cuando estuve a punto de
comenzar a gritar el nombre de la Castaña, la encontré finalmente en la
última recámara de ese pasillo, y en ese momento sí que me ahogué por lo
que vi.
Sombra no había llegado para apoyar a Marcus, lo hizo para tocarme los
cojones de una manera que jamás debió. Y lo haría arrepentirse el resto de
su puta vida por eso.
Capítulo 4
Doblegaste mis demonios
Elijah

Llegué al cuartel hecho una furia, con la necesidad de molerme a golpes


con el que estuviera dispuesto a morir en mis manos, pues lo que pasó con
Darius en su traje de Sombra no me bastó. El bastardo hijo de puta me
provocó a niveles insondables y si me detuve fue solo por su amenaza de
hablar sobre cosas que todavía no podían ser dichas.
Mierda.
El tipo ya tenía conocimiento de que le ocultaba la verdad a Isabella,
aunque sospeché que él tampoco sabía cómo enfrentar a su otra hermana
adoptiva. ¡Maldición! Ni siquiera me iba a fijar en que el malnacido la besó
siendo hija de quién era, porque era obvio que no compartían sangre y
menos una relación familiar al haberse criado alejados, además de que Leah
no le mencionó nada a la Castaña de su vida antes de conocer a Enoc.
—Me cago en la puta que te parió, maldita mierda —largué estrellando
en la pared de mi oficina el vaso de cristal luego de acabarme el trago que
me serví.
Había llegado ahogándome, con la ropa hecha tirones, torturándome una
y otra vez con lo que imaginaba, así de patético. Ni siquiera vi a Isabella
besándose con ese bastardo, pero la encontré compartiendo una intimidad
con él que solo quería para mí, y que me haya confesado que se besaron
cuando ya lo sospechaba, porque su labial corrido era la prueba de ello, me
despertaba una puta locura de la que yo mismo me sorprendía. Aunque lo
que me desquiciaba más era saber que disfrutó de otra boca que no era la
mía.

—¡Por Dios, LuzBel!


—Qué bueno que sepas que en este momento no hay nada de Elijah en
mí para ti.
—No seas injusto, por favor. Yo creía que estaba contigo.
—¿Incluso cuando la luz estaba encendida y te tomaba de la cintura?
—Ese fue un momento de vulnerabilidad porque el imbécil me recalcó
que estabas con otra.
—Entonces, ¿sí lo disfrutaste?
—Solo correspondí porque creía que eras tú, joder. ¿Qué acaso no viste
que están vistiendo iguales, que incluso en la fisionomía ambos son muy
parecidos? Es bastante obvio que me confundí, LuzBel.
—Yo no te pregunté eso, White. ¿Lo disfrutaste? ¿Isabella?
—Sí. Lo disfruté porque en mi mente te besaba a ti, no a él. Si yo hubiera
sabido que era otro hombre y no tú, no me hubieses encontrado aquí.
¡Entiéndelo, joder!
—Entiendo que el hubiera no existe, White. Y, sobre todo, entiendo que
es muy fácil que me confundas con otro. Esto se está volviendo demasiado
difícil.

—LuzBel.
—Vete —le exigí a Jacob en cuanto entró a la oficina y me sacó de ese
jodido recuerdo. No me importaba nada de lo que quisiera decirme, y no
quería desquitarme con él la furia y los celos que me provocó esa mierda
enmascarada.
¡Puta madre! Era el colmo que una me traicionara y la otra me
confundiera.
—No, viejo. No me iré —aseguró Jacob, y lo miré con una clara
advertencia de que no era buen momento para que me tocara los cojones—.
Estás en todo tu derecho de sentirte furioso porque ese bastardo se haya
aprovechado de las similitudes que tenían vistiendo iguales, pero debes
entender que…
—¡No, Jacob! No me jode que ese maldito se aprovechara de eso —grité
para que se callara—. ¡Me enerva! ¡Me vuelve jodidamente desquiciado
que White no lo hubiera reconocido! ¡Que haya sido tan fácil para ella
confundirme cuando yo…! ¡Joder! —Lancé otro vaso vacío hacia la pared y
luego tomé la botella de bourbon para beber directamente de ella.
Yo solo necesitaba de un maldito sentido para reconocerla, y aun sin
ninguno sabía que igual lo haría porque, si no era yo, la reconocerían mis
demonios.
Y sí, vi su dolor cuando la obligué a marcharse con sus escoltas, cuando
le recalqué que se limpiara los labios y le prohibí que repitiera lo que sentía
por mí, porque me convertí en una bestia que no era capaz de escuchar
razón alguna, únicamente deseaba follarla, besarla hasta que se ahogara y
supiera reconocer mi boca, mi cuerpo, a mí. Pero me contuve y decidí que
la distancia era lo mejor entre nosotros, ya que, incluso con esa locura en mi
cabeza, pensé en que ella no merecía mi trato narcisista, que no podía
tomarla con rudeza ni dañarla de ninguna manera, pues en el fondo recordé
su miedo cuando se perdía en sus pesadillas y cómo actuaba si no me veía
el rostro y eso… mierda.
No era ningún estúpido y lo que sospechaba era capaz de ponerme peor
de lo que ya estaba.
—¡Demonios! Nunca te había visto tan fuera de control —señaló Jacob,
y volví a beber de la botella de bourbon, mirándolo con ganas de asesinarlo.
Él alzó las manos en señal de rendición y no ocultó su sonrisa—. Sé lo que
sientes, me pasaba cuando…
Calló antes de soltar lo que diría, pero yo lo escuché en mi cabeza:
cuando veía a Elsa conmigo.
—Sabes bien que, si yo hubiera sabido lo que te pasaba con ella, me
habría hecho a un lado —repliqué.
Él sabía que no le mentía, yo no amé a Elsa de la manera en la que Jacob
lo hizo, aunque ella sintió más por mí. Tampoco estuve con la chica por
joder a sus pretendientes y nada me hubiera hecho más feliz que hacerme a
un lado para ver a esos dos juntos, así que no podía comparar.
—Lo sé, solo quería dejar claro que te comprendo —aclaró—. Y también
sé que pronto entenderás que lo que ha pasado esta noche ha sido un ataque
más de los Vigilantes, hermano. Así que no caigas en su juego. —Reí sin
gracia.
Desde sus zapatos era fácil comprenderlo, pero no desde los míos.
—Han violado el sistema de seguridad de la organización y están
intentando acceder a nuestros móviles —informé cambiando de tema.
No quería seguirme enfocando en lo que pasó con la Castaña al menos
por un par de minutos.
—Eso no puede ser posible, LuzBel. Con Connor y Evan nos hemos
encargado de encriptar bien la red, tenemos profesionales cibernéticos en
esto.
—Es posible, Jacob. Por algo te lo estoy diciendo, así que encárgate de
asegurarnos de nuevo —refuté, y maldijo, dándose la vuelta para irse de mi
oficina y ponerse en ello—. Y por cierto. —Me miró sobre su hombro al
escucharme—. Sé que he estado ocupado con todo lo que ha pasado desde
la muerte de Enoc, pero no creas que he olvidado lo que te prometí. Vamos
a vengarnos cueste lo que cueste —aseguré, y él asintió.
Era consciente de que con la sed de venganza llegaba la desesperación,
pero yo ya había vivido una experiencia similar cuando creí que asesinaron
a Amelia, y cometí muchos errores; así que con Elsa ya sabía que debía
ejecutar mis planes con maestría, aunque se tardaran, por eso no haría nada
con prisas y dejaría que Derek se confiara hasta que se descuidara y creyera
que no pagaría lo que le hizo a las chicas.
Y pobre de él si actuó como me temía, porque al tenerlo en mis manos le
haría entender que para vivir un infierno no era necesario que muriera. Y ni
siquiera me importaba confirmarlo, se lo cobraría por lo que sospechaba.
—¿Vas a decirme por qué todo mundo tiene miedo de interrumpirte? —
La voz de Dylan me sacó de mi concentración.
Me había aburrido de beber licor y no emborracharme para olvidar lo que
pasó en Inferno, así que me encerré en mi estudio de tatuajes y me puse a
crear un diseño que ni siquiera sabía si utilizaría. Era una pieza con la que
estaba muy familiarizado y la hice pensando en otra que diseñé meses atrás,
justo la noche en la que Isabella me hizo correrme en los pantalones como
un adolescente precoz, al darse placer frente a mí y no dejar que la tocara.
Maldición. Extrañaba esa versión de ella, la temeraria, la que me
provocaba hasta el punto de la locura.
—Porque son más inteligentes que tú —le respondí a Dylan con sorna.
Era la una de la madrugada, pero, con la alerta de los servidores
comprometidos, toda mi élite y la de mi padre se hicieron presentes para
solucionarlo lo antes posible, por esa razón Dylan también había llegado.
—¿Qué pasó en Inferno, LuzBel?
—No es momento para que toques ese tema. Así que no despiertes lo que
apenas he logrado adormecer mientras diseño —advertí y de soslayo lo vi
reír.
—Bien, si quieres hablar de Isabella, ya sabes dónde encontrarme. —
Bufé por su manía de patearle la cola al diablo sin importarle que ya ardía.
Escuché que cerró la puerta y seguí concentrado en lo mío hasta que
entrada la madrugada el sueño al fin me venció y me recosté en la camilla
donde tatuaba. Y cuando la mañana llegó, Roman tuvo la delicadeza de
avisarme que padre había convocado a todos a una reunión en la que por
supuesto asistiría la Castaña.
Le envié un mensaje de texto a Myles diciéndole que yo no estaría
presente en la reunión porque tenía algunos asuntos personales que atender,
pero que White y los chicos se encargarían de ponerlo al tanto de todo; y,
tras asegurarme de que Isabella se fuera del apartamento, decidí llegar ahí
para tomar una ducha y cambiarme de ropa.

—Me cago en la puta —espeté al ver el mensaje de Amelia y la foto que


adjuntó.
Sabía que se trataba de ella porque era la única que podía enviarme un
mensaje de ese tipo. En la foto aparecíamos Isabella y yo en ese mismo
apartamento, abrazados mientras veíamos la tele. Miré hacia la sala, a la
ventana que estaba a un costado del sofá, y al ver la imagen supe que nos
fotografiaron desde el edificio de enfrente.
—Amor, ¿tan desesperado por escucharme has estado? —Esa fue la
respuesta de Amelia cuando descolgó el móvil.
Le marqué porque no estaba seguro de escribirle a mi gente para que
revisara la zona del condominio donde vivía sin que ella lo supiera, pues
hasta que no me confirmaran que no habían hackeado los móviles no diría
ni escribiría nada que me comprometiera.
—No sé qué pretendes, Amelia, pero no te conviene seguir con este
juego.
—Pretendo que recuerdes que soy tan posesiva y celosa como tú, Elijah.
Y que odio que me mientan en la cara —espetó ella en respuesta.
—No te he mentido, te dije que la follaba y puedo hacerlo donde se me
dé la jodida gana.
—¿Tanto te gusta lo que te hace que hasta la premias con retozar a tu
lado?
—Eso no te importa, jodida loca. Así que deja de provocarme porque no
me tomas en buen momento. Y aleja a tu maldito hermano de mi gente si no
quieres verte en la necesidad de conseguir a otro Sombra para que te cuide
el culo.
—Elijah…
Corté la llamada sin darle oportunidad a que dijera nada más y lancé el
móvil sobre el sofá.
—¡Puta madre! —grité desesperado.
Marcus le había pedido ayuda a Darius para proteger a Isabella de los
Vigilantes en Inferno, así que era probable que acabara de cagarla por
delatarlo con su hermana, pero no me importó lo suficiente en ese
momento. Esa cabrona de Amelia me estaba haciendo dar tropiezos y debía
controlarme antes de cometer un error peor.
Me restregué el rostro con frustración y pensé en mis probabilidades de
salir victorioso de esa situación, así como en las improbabilidades. Amelia
ya representaba un peligro grave que no podía ignorar, y mientras no soltara
esa jodida verdad que me atragantaba, y no me asegurara que la Castaña
estuviera bien protegida, tenía que alejarme de Isabella me gustara o no.
—Tenemos que hablar —le dije a Elliot cuando llegué de nuevo al
cuartel y me encaminé a mi oficina sabiendo que me seguiría.
Connor me había ratificado que recuperaron la seguridad de los
servidores y la reforzaron más que antes para que no los volvieran a violar,
además me confirmó que podía usar mi móvil sin ningún problema.
—Tú también recibiste amenazas —intuyó Elliot luego de entrar y cerrar
la puerta. Lo miré, alzándole una ceja a la vez.
—¿Te ha amenazado a ti?
—La semana pasada recibí unas fotografías de un número desconocido,
me han estado siguiendo. Además, añadió un mensaje en el que asegura que
le excita jugar al gato y al ratón, y que no descansará hasta cazarme.
—Voy a reforzar la seguridad de Isabella y me alejaré de ella. Te
recomiendo que hagas lo mismo —aseveré, y no lo dije porque no
soportaba la idea de que él aprovecharía mi distancia con la Castaña, sino
porque Amelia iba tras su hermana para jodernos a nosotros.
—Tío Myles me comentó que hablaste con él sobre lo que pasó ese día
en el motel, aunque no le mencionaste del regreso de tu chica —confesó y
señaló, refiriéndose a cuando lo encontré con Amelia en la cama. Y no me
extrañó, padre confiaba mucho en su maldito sobrino.
—¿Cómo mierdas le decimos a Isabella que Enoc entregó a su hermana
para que la ejecutaran? —inquirí con enojo, pues el hombre nos dejó
muchos problemas por ocultarle tantas cosas a su hija.
—Créeme que no duermo pensando en eso. Y no encuentro la manera de
hacerlo sin ensuciar su memoria —admitió, y me sobé la frente con hastío.
—Voy a darme un par de semanas más para analizar, Elliot, pero, si no
encuentro una jodida manera de suavizar este golpe, le confesaré todo a
Isabella sin importarme si la memoria de su padre queda bien parada o no
—advertí y lo vi asentir.
Él también era consciente de que sería inevitable no salpicar de mierda a
nuestros muertos cuando habláramos.
—Antes de que eso llegue, concentrémonos en los francos débiles, ya
que, en el momento que hablemos, Isabella quedará más vulnerable y
accesible para que los Vigilantes intenten dañarla.
—Sobre mi cadáver le pondrán un dedo encima —espeté.
Él me miró serio, estudiándome, y frunció el ceño.
—¿Sigues haciendo esto por la promesa que le hiciste a John? —sondeó,
y reí sin gracia.
—Por supuesto —solté con sorna y eso lo tomó por sorpresa—. Ahora
vete y, si tanto amas a White, exponte con Amelia. A lo mejor con matarte a
ti se calme.
El hijo de puta rio divertido y negó con la cabeza.
—Si fuera así de fácil, lo haría, LuzBel, pero tú y yo sabemos que
Amelia únicamente desistiría de joder a Isabella si tú regresas con ella y le
juras amor eterno.
Se marchó sin esperar respuesta y en mi interior supe que no estaba
jodiéndome, pues yo también era consciente de que, si dejaba a White y
buscaba a Amelia con la excusa de que la extrañaba y quería volver a estar
con ella, la chica haría a un lado su sed de venganza al menos hasta que
consiguiéramos fortalecer a Isabella en todos los sentidos.
Y me planteé hacerlo durante un par de semanas. Dejé de ver a Isabella y
evité encontrarme con ella, aunque nunca me descuidé de su seguridad,
incluso cuando su propia gente se encargaba de custodiarla, no bajé la
guardia y hasta conseguí que el edificio frente a mi condominio fuera
desalojado, pues los dueños eran personas que se beneficiaban de Grigori, y
junto a Connor y Evan nos encargamos de que los nuevos arrendatarios de
los apartamentos fueran personas de confianza, que no se vendieran
fácilmente para que nuestros enemigos tuvieran la posibilidad de vigilar a la
Castaña.
—¿Haces esto para protegerla o porque tu orgullo todavía no te permite
buscarla y prefieres seguir poniendo distancia entre ustedes? —me preguntó
Dylan cuando se enteró de todo lo que estuve haciendo con los chicos.
Al parecer, Evan y Jacob eran unos cotillas y terminaron por contarle lo
que pasó en la fiesta de Inferno.
—Si quisiera confesarme contigo, habrías escuchado de mí lo que pasó
esa noche. —Bufé, y se cruzó de brazos.
Estábamos en el gimnasio de Bob, pues no quise entrenar en el cuartel
para no cruzarme con su hermana. Y, así esos cuatro idiotas fueran mis
amigos, no era de los que hablaba de mis cuestiones de cama con nadie, por
mucha confianza que les tuviera y sin importar que solo haya tenido
acostones pasajeros. Esas cosas me las guardaba para mí, y si ellos se
enteraban era porque en varias ocasiones estuvieron a mi lado, cuando
alguna oportunidad se me presentó.
—Perfecto, hablaré yo entonces.
—Dylan —advertí, pero me calló de golpe con lo que dijo a
continuación.
—He estado saliendo con Tess desde hace dos años.
—Pero qué demonios dices —espeté, y él sonrió sin mostrar los dientes
—. Espero que estés jodiéndome, imbécil, porque de ser cierto voy a…
—Siento mucho por ella, LuzBel —me cortó, y dejé de respirar bien—.
Siento más de lo que alguna vez podré expresar en palabras y sabes a lo que
me refiero.
—Cállate, jodido bastardo.
—Tu hermana es la única mujer que quiero a mi lado, viejo. Y estoy
harto de fingir frente a ti que me interesan otras chicas —siguió como el
temerario que era, despertándome las ganas de asesinar en un nanosegundo.
Le había pedido que se alejara de mi hermana solo porque los había visto
demasiado cercanos en los últimos meses, pero nunca esperé que tuvieran
dos años saliendo, maldición.
—¿Finges? —ironicé.
—¿Dime cuántas veces has visto que me lleve a una a la cama? —me
retó, y automáticamente pensé en nuestras salidas.
Sí, siempre bailaba con otras chicas, flirteaba con ellas en son de juego y
llegó un momento en el que me di cuenta de que no pasaba a más. A la
única que se atrevió a tocar de una manera que todavía me enervaba fue a
su hermana; y el recuerdo lo torturaba lo suficiente como para que yo no
tuviera que joderlo más con eso. Aunque después siguió fingiendo a tal
punto que llegué a creer que no le gustaban las mujeres, pero que no se
atrevía a decirlo por miedo a ser juzgado.
Y joder, en ese instante entendí su actitud y preferí que me hubiera dicho
que era gay antes de que me soltara que estaba con mi hermana.
—¿En qué puto momento sucedió que no me di cuenta? —reproché
tomándolo con una mano de la playera.
Las personas en el gimnasio nos miraron, aunque no se metieron.
—Podrías ser solo mi amigo en este momento y no el jodido hermano
celópata —sugirió, y lo tomé con la otra mano de la playera para que
entendiera que no estaba bromeando—. No sé qué hacer, LuzBel. Desde
que pasó lo del secuestro no quiere estar conmigo… me refiero a cerca de
mí —explicó cuando gruñí—. Y anoche me cortó por medio de un jodido
mensaje de texto. He ido esta mañana a casa de tus padres y sus escoltas me
han prohibido la entrada —añadió desesperado, y tragué con dificultad.
Sus palabras arrasaron con mi furia y lo solté.
Isabella también dejó de estar conmigo durante semanas, pero traté de
asociarlo con el hecho de que perdió a su padre, se creía culpable de la
muerte de Elsa y encima estaba la tortura que recibió con el secuestro. Y,
cuando me cansé de no saber qué más hacer para sacarla de la mierda en la
que se hundió y quise enfrentarla, me buscó y me pidió que le hiciera
recordar lo que se sentía estar conmigo; tuvo el control y follamos incluso
con más pasión de la que tuvimos antes.

—Te amo. Te amo tanto, Elijah, que ahora mismo no me importa que tú
no sientas lo mismo por mí, solo necesito que me dejes sentirlo también por
ti.
—Joder, Isabella.
—Mi amor por ti va más allá de lo que yo misma puedo entender, Elijah
Pride. Te amo con tanta intensidad que me alcanza, me sobra y me basta
para sentir por ambos. Y no te pido que sientas lo mismo por mí, solo que
me dejes sentir esto por los dos.

El escalofrío que reptó por mi cuerpo al recordar esa declaración me dejó


un ardor insoportable en la piel. Pero no solo porque saber que me amaba
era algo que me abrumaba, sino por todo lo que sospeché mientras la hacía
mía, y que ella supo disimular para despistarme.
Negué con la cabeza y un tipo diferente de furia me invadió.
—Sé lo que estás sospechando —señaló Dylan con la voz enronquecida
—, y de hecho yo también lo hice y se lo pregunté a Tess, pero me aseguró
que no pasó y se indignó porque siquiera lo pensé.
—Puta madre —repliqué entre aliviado y desesperado.
Nos fuimos a los vestidores para tener un poco de privacidad y me
contuve de matarlo para dejarlo hablar. Supe entonces que se sintió atraído
por mi hermana desde que yo lo llevé a Grigori, pero me juró que jamás se
atrevió a decirle nada por respeto a mí y porque ella era menor de edad,
aunque cuando Tess puso sus ojos en él no descansó y hasta optó por darle
celos con Cameron, ya que el tipo también parecía estar interesado en la
pelirroja.
Y todo pasó en mis narices, pero no me enteré gracias a que conocí a
Amelia, me metí en una aventura con ella, la rapté y luego me vi envuelto
en la traición y su supuesta muerte. En otras palabras, no tenía ningún
derecho a quejarme, ya que permití que me vieran la cara de imbécil por
darle más importancia a lo que me sucedió a mí.
—Siempre hemos fingido, hermano. De hecho, ni Isabella ni Jane saben
de nuestro tiempo juntos, simplemente han sospechado que estamos en
algo, pero Tess no se los confirmó en ningún momento.
Dicho diferente, ambos supieron mantener bien ese secreto.
—Y yo que creí que esa tonta zanahoria me tenía miedo y por eso no se
atrevía a buscar novio, o que ningún imbécil poseía el valor suficiente para
acercarse a ella sabiendo que moriría en mis manos —satiricé, y rio—.
Hasta creí que tú eras gay y que no tenías las bolas para aceptarlo.
—¡Demonios! ¿En serio crees que soy de los que no va a disfrutar de sus
gustos por miedo al qué dirán? —se burló, y negué.
Por supuesto que le importaría una mierda lo que pensaran de él.
—No, solo eres del tipo que me tiene miedo a mí —lo chinché.
—No era miedo. Simplemente no quería que lo tomaras como una
traición de mi parte —explicó y, aunque todavía no me agradaba la idea de
que estuviera con mi hermana porque creía que nadie sería suficiente para
ella, me alegró que fuera él quien lo intentara.
—¿La quieres?
—¿Tú quieres a Isabella? —devolvió, y me sobresalté.
—¿Qué mierdas dices? No estamos hablando de mí —rezongué.
—No, pero te estás acostando con mi hermana y tengo la misma
preocupación que tú por Tess —se defendió y, ya que habíamos estado
sentados en las bancas, me puse de pie para ir a mi casillero y tomar mis
pertenencias.
—Lo mío con Isabella fue una aventura que ya llegó a su fin, Dylan. Por
eso no la he buscado —aseveré, colocándome una gorra en la cabeza—.
Fuimos un juego y ya hubo un ganador, así que es momento de iniciar otra
partida.
—Hijo de puta, yo sabía que no eras digno de ella —largó, y sonreí de
lado, dándole la razón en molestarse. Si él me hubiera dicho eso de Tess,
habría dejado de respirar y pasado a mejor vida—. Y no dudo que la
ganadora fue mi hermana al deshacerse de una mierda como tú.
Tragué con dificultad.
—No te equivocas, ella ganó —aseguré y comencé a caminar hacia la
salida de los vestidores.
—Eres un cobarde, viejo —replicó.
—Tess va a buscarte y, cuando lo haga, no trates de salvarla. Jane tuvo
razón en eso, ayúdala a encontrarse —aconsejé y seguí mi camino.
Joder.
Llegué a mi motocicleta pensando en la verdad que le dije a Dylan y que
él pensó que fue burla. Su hermana había ganado ese juego, y no evité
buscarla únicamente para despistar a Amelia o porque seguía celoso de que
me hubiera confundido con ese bastardo y disfrutado del beso que se
dieron. La evité también porque estaba esperando a que los sentimientos
que se arremolinaban en mi interior se calmaran, pues no quería cagarla ni
exponerla más.
Aunque cuando llegué a casa de mis padres me di cuenta de que alejarme
de Isabella no dio del todo los frutos que esperaba, pues Amelia volvió al
ataque enviándome unas fotografías de la Castaña; la había estado
siguiendo en la universidad y la furia que me despertó me hizo más
consciente de que White no fue solo el talón de Aquiles de sus padres y de
Elliot, se convirtió también en el mío y dejé que mis enemigos lo
descubrieran por más mierda que fui con la chica.
¡Maldición!
Sabía que la tipa no iba a responderme, pero sí que iría a donde le
ordené, porque por muy cabrona que fuera se sometía a mí cuando era un
hijo de puta. Y esa noche estaba dispuesto a elevar mi nivel con ella, ya que
me hartó y no permitiría que siguiera tratando de intimidarme.
Y no la mataría, se iría viva y completa luego de que habláramos, pero
con la certeza de que no era bueno joderme como lo había estado haciendo.
—Su invitada ya lo espera —avisó el recepcionista cuando entré al hotel.
Cité a Amelia en una suite de ese lugar que utilicé en varias ocasiones
para llevar a mis conquistas, por lo que ya era conocido para el personal.
Además, me había ganado un par de favores con el gerente. Todos ahí eran
gente confiable, cosa que me hizo estar seguro de que no me mintieron en
cuanto aseguraron que la chica llegó sola como le ordené.
Yo en cambio, llevé conmigo a un par de Grigoris fuera de mi élite.
—Mis amigos van a encargarse de la seguridad —le avisé, y el hombre
asintió de acuerdo, tomando el fajo de dinero que deposité en su mano tras
darle un apretón firme como agradecimiento.
Respiré hondo al meterme al ascensor, esa noche sería decisiva tanto
para Amelia como para mí.
—¡Al fin, amor! Ya me estaba desesperando —exclamó ella al verme
entrar a la suite.
Estaba sentada en un otomana, mirando su móvil, pero en cuanto me vio
se puso de pie. En la mesita al lado de ella estaba un vaso de cristal corto
con licor. Y por la marca de labial en él intuí que ya había estado bebiendo.
—¿Qué demonios pretendes con enviarme esas fotografías? —escupí con
furia y no detuve mi paso hasta llegar frente a ella.
Tenía música suave y se tomó el atrevimiento de adecuar el ambiente con
intimidad.
—Recuperarte —dijo tranquila, y reí con burla, tomándole las muñecas
en el momento que intentó envolver sus brazos en mi cuello.
—¿Y de verdad crees que lo vas a lograr de esta manera? —pregunté
irónico—. ¿Amenazándome con ella?
—Si no lo consigo así, entonces dame la oportunidad de demostrarte que
aún hay mucho entre nosotros —habló con voz sensual y retrocedió un
paso.
Sin decir nada más se sacó el vestido que usaba y lo dejó caer a sus pies,
quedando desnuda frente a mí. Como hombre aceptaba lo bella que lucía en
su traje de Eva, con el cabello suelto y bien arreglado en ondas, calzando
sandalias de tira y taco alto en color oro. Estaba más guapa de cómo la
recordaba. Había cambiado mucho física y mentalmente en esos años, pero
yo también lo hice, para su buena o mala suerte.
—Te deseo, Elijah. Te quiero conmigo, a mi lado. Ya basta de castigarme
con esa maldi…
—¿Y qué parte sigue ahora? —la corté de golpe y la cogí de la nuca, no
para dañarla, sino como advertencia—. ¿Esa en la que me voy sobre ti y te
devoro la boca tanto como el cuerpo? —cuestioné con burla y noté que se
avergonzó porque no reaccioné tal cual ella esperaba. Y ni siquiera sentí
remordimiento por eso—. Veo que has tenido tiempo de ver muchas
películas, Amelia, pero nuestra vida no es una, no funciona así —recalqué y
la solté—. No soy el imbécil protagonista que se irá sobre ti y te follará de
todas las maneras que existen porque, aunque me encante follar, este no es
el momento ni tú la chica a la que quiero hacérselo... ¡Mierda! —me quejé
cuando me abofeteó con fuerza e ira.
—¡Maldito hijo de puta! —espetó y quiso golpearme de nuevo, pero la
detuve—. ¡No eres más que otro estúpido marica, Elijah Pride!
—¡¿Marica porque no quiero usarte?! —mascullé sin soltarla ni dejarla
responder—. Agradece que aún me queda un poco de respeto hacia ti y por
eso mismo no te uso de la manera en la que he usado a muchas mujeres —
le aclaré y sus ojos se abrieron demás.
—¡Haré que te arrepientas por humillarme así!
Los lados de mi boca se inclinaron hacia arriba, destilando alevosía.
—Sigue tu vida y no me jodas, Amelia Black. Olvídate de mí, de mi
familia y sobre todo de Isabella. Es la primera y última vez que te lo
advertiré. —Presioné más su mano para que quedara claro que no estaba
jugando—. Haz lo que mierdas quieras, pero deja de meterte conmigo
porque te aseguro que, donde llegues a hartarme, no te gustará tenerme
como enemigo. —La solté y tomó el vestido para cubrirse—. Y no vuelvas
a llamarme por mi nombre, para ti dejé de ser Elijah, ya que la mujer que
ahora eres solo merece conocer a LuzBel.
No pudo decirme nada, simplemente siguió vistiéndose con celeridad,
escondiendo su mirada acuosa de mí, queriendo ocultar que la dañé con mis
palabras y mi desprecio. Y, consciente de que después de eso no
hablaríamos sin seguirnos amenazando, me di la vuelta dispuesto a
marcharme.
—No sigas ensombreciendo el recuerdo que ya tengo de ti, porque si
antes no te odié por haberme traicionado fue solo porque te creía muerta —
añadí como despedida.
—¡LuzBel! —gritó con la voz enronquecida cuando llegué a la puerta.
Estaba aguantando las ganas de llorar e iba encaminada a perder esa batalla
con las lágrimas—. Te juro que tarde o temprano volverás a mí —habló
recomponiéndose. No me giré para enfrentarla, ya no iba a perder mi
tiempo—. ¡Te juro por Dios que volverás a mí y esa estúpida llorará sangre!
—No creo en tu Dios, Dahlia —le recordé.
Dicho eso me fui de esa suite, dispuesto a volver a donde pertenecía.

—Deberías consultar acerca de esos dolores de cabeza —le sugerí a Tess


al día siguiente de mi encuentro con Amelia. Mi hermana negó. La encontré
en la cocina con un vaso de agua y un bote de Advil abierto—. ¿Tuviste una
mala noche?
—Son malas todas. —Bufó, y me tensé.
No éramos los más unidos y todavía me costaba imaginarla en algo con
Dylan, así que me debatí entre hablar de él y su desesperación porque lo
cortó, o concentrarme en otro tema que para ambos sería igual de
incómodo.
—Son malas desde que sufrieron el secuestro —le recordé tanteándola, y
reaccionó como lo esperaba: evasiva y nerviosa—. Ni tú ni esa castaña
orgullosa han querido hablar de lo sucedido, pero tarde o temprano lo voy a
averiguar.
No quería presionarla, aunque tampoco le haría creer que lo olvidaría así
porque sí.
—Ya basta, Elijah —pidió tomándose la cabeza.
—Está bien si no me quieres hablar de ese maldito secuestro, Tess, pero
tampoco quieres consultar con el médico sobre ese dolor de cabeza que
sufres desde ese día, y eso es absurdo y negligente. No juegues con tu salud,
joder. Y agradece que me preocupo por ti, tonta zanahoria terca. —Bufé.
—Ya, déjame en paz. Estoy harta de los médicos y de que me quieran
referir a psicólogos cuando lo único que necesito es estar sola. —Alzó una
mano cuando vio mi intención de hablar—. Y si de tercos hablamos, tú eres
peor —se quejó y le hice un gesto de mano al saber a lo que se refería, y me
di la vuelta—. Sí, vete, idiota, sigue dejando sola a la mujer que te trae loco
y luego no te quejes cuando las sombras la acechen —se burló, y tuve
muchas malditas ganas de estrellarle esa cabeza que tanto le dolía en la
pared.
—Vuelve a decir eso y no respondo —rugí enfurecido y me giré para
darle un escarmiento, pero fue lista y tomó un cuchillo de cocina, lo que me
hizo alzar una ceja.
Podíamos ser violentos, pero nunca tocábamos armas para amenazarnos.
—¡¿Qué carajos les sucede?! —Nuestra madre llegó para suerte de
ambos.
Rara vez nos hablaba de forma ruda, por lo que entendí que nos pasamos
de la raya.
«Menos mal no se enteró de nuestra pelea en mi apartamento la primera
vez que estuve con White».
—Tu hijito comenzó —se defendió Tess.
—Y te juro que voy a terminar si no aprendes a cerrar la boca —
mascullé entre dientes.
—¡Elijah! —advirtió padre, uniéndose a nuestra pequeña reunión.
No dije nada, los ignoré y me giré para marcharme de ahí.
—Lo de Isa lo tiene mal. —Escuché a madre decir, y me limité a apretar
la mandíbula.
No era solo Isabella y su maldita confusión, era también la loca de
Amelia con su promesa de mierda y el presentimiento de que trataría de
cumplirla. Y mi jodido orgullo que se había debilitado, pues cada día lejos
de White me ponía fuera de control. Tenía que buscarla de una vez por
todas y enseñarle a que me reconociera, así le pusiesen un clon mío frente a
ella.
Ya no había vuelta atrás ni nada que esperar como le dije a Elliot, menos
después de mi encuentro con Amelia. Estaba decidido, sacaría a Isabella del
país si era necesario y le diría la verdad porque me era imposible continuar
ocultándole algo tan grave. No estaba en mí callarme esas cosas y era
estúpido querer proteger a una chica que únicamente buscaba joder a la
Castaña.
¿Dónde demonios estaba mi maldita sinceridad y respeto por las
personas que quería que me dieran lo mismo?
Desde que nos conocimos, a Isabella siempre le dije las cosas a la cara
por más duras que fueran, y lo que evité decir fue solo porque no eran
verdades que me correspondieran a mí confesar. Ni siquiera me importó
dañarla al aceptarle que fue mi venganza hacia Elliot, incluso con la
posibilidad de que me odiara y se quisiera alejar de mí como intentó
hacerlo, se lo sostuve porque prefería que tuviera claro que nunca tendría
miedo de ser franco con ella.
Y esperaba que, así me haya tardado, entendiera por qué le callé lo de
Amelia, y que pesara el hecho de que le confesaría más de lo que imaginé
que me atrevería a decirle.
—¿Hablas en serio? —me preguntó Jacob cuando le llamé para que me
ayudara a preparar el viaje.
Quería llevar a Isabella a un lugar donde estuviésemos solos, le diría
cada maldita cosa que callaba y no le permitiría huir de mí por muy
cabreada que se pusiera al enterarse de todo. Haría lo que fuera necesario
para que me perdonara y tras eso la follaría hasta hacerle entender que si la
cagué fue solo porque no deseaba que tomara la decisión de irse lejos de mí.
—Es la única opción que tengo porque lo que le diré la hará querer huir
como el día de su cumpleaños. Y no estamos para que se exponga así —le
expliqué a Jacob.
—Joder, LuzBel. La única manera que se me ocurre de que salgan de la
ciudad sin que los Vigilantes se enteren es que alquiles un jet o viajen en un
vuelo comercial con identidades falsas.
—Pues encárgate de eso mientras yo hago lo más difícil. —Lo escuché
reírse de mí.
No solo le pedí ayuda con el viaje, sino también para que reforzara mi
seguridad sin ser extremista, excusándome con que no lo hacía por mi
cuenta porque necesitaba concentrarme en que después de semanas buscaría
a Isabella.
—Suerte con eso, hermano —deseó, y bufé una risa sardónica y corté la
llamada.
Un minuto después salí del coche dispuesto a ir al de Isabella, pero ella
salió de sus clases antes de lo que esperaba. Estaba en la universidad
esperando a sorprenderla, ya Ella y Dom lo sabían porque les llamé
mientras me conducía hacia allí. Y la Castaña ni siquiera se percató de mi
presencia a unos cuantos aparcamientos del suyo, iba ensimismada en sus
pensamientos, distraída.
Entendí entonces por qué Amelia la estaba siguiendo con tanta facilidad,
pero ya me había encargado de charlar sobre esos descuidos con los escoltas
de la Castaña y les prometí que, si seguían así, el castigo que les propinaría
no iba a gustarles, y nadie me impediría darles su merecido cuando solo
estaba viendo por el bienestar de su líder.
—¿A dónde vas, Bonita? —pregunté a la nada, al verla salir del coche
tras haberse subido solo un par de minutos atrás.
Sonreí al reconocer el camino que tomó y me escondí entre los edificios.
Iba a toda prisa, con su cámara, luciendo como una chica traviesa. Esperaba
que recordar lo que hicimos en el viejo estudio de ballet la tuviera tan
nerviosa.
Me escondí detrás de un árbol cuando miró a su alrededor. Dom estaba
viendo lo que hacía y apretó los labios para esconder una sonrisa. Salí de mi
escondite cuando él me avisó con un ademán que podía hacerlo y le asentí
como agradecimiento.
—Asegúrense de que nadie vaya a entrar —les pedí al acercarme a la
puerta del viejo estudio—. Y no se mantengan tan cerca —advertí,
confiando en que no era necesario que dijera más para que entendieran mis
intenciones.
—De acuerdo —respondieron.
Me adentré al estudio siendo silencioso, sonriendo con burla para mí
mismo porque el corazón se me había acelerado y las manos las tenía
heladas. El clima afuera era frío, pero no era para que las tuviera así.
Me detuve al llegar al espacio abierto del salón de ballet y encontré a
Isabella sentada sobre sus talones, con los ojos cerrados y las mejillas rojas
por lo que su reflejo en el espejo me dejaba ver. Parecía acalorada, y de
nuevo la comparé con el cuadro que adornaba la pared arriba de mi cama en
el apartamento que compartíamos.
«Incluso en el ajedrez, hasta un rey es débil sin su reina, muchacho».
La respuesta que el abuelo me dio en una de nuestras partidas llegó a mi
cabeza mientras miraba a la Castaña. Me lo dijo luego de quejarme porque
el hombre, tanto como el rey del ajedrez, tenían que hacer todo de un paso a
la vez, pero la reina hacía lo que se le daba la puta gana, aun cuando eso
podía hacernos perder el juego.
Me pareció absurda su respuesta años atrás, en mi adolescencia. Pero no
en ese instante, no cuando yo estaba dispuesto a ir al infierno para proteger
a esa chica. No cuando sentía que me ahogaba con la idea de que ella se
fuera lejos, sin importar que no tenerla cerca era más ventajoso para que
nadie quisiera manipularme por medio de ella.
¡Maldición! Isabella White me debilitaba tanto como me fortalecía.
Dejé ese pensamiento al percatarme de que la Castaña abrió los ojos y
siguió con lo suyo: inmortalizando su entorno con la cámara. Todavía no
notaba mi presencia.
—Jesús —susurró sacándose el abrigo que usaba.
Me posicioné donde uno de los espejos me reflejara y esperé paciente a
que ella volviera a tomar la cámara para seguir en lo suyo. Sonreí con
malicia en el momento que sus ojos miel se abrieron demás y tragó con
dificultad.
Demonios. Me ponía enfermo cuando reaccionaba con timidez y deseo
ante mi presencia.
—Todo se ve mejor a través del espejo, ¿no, White? —pregunté,
logrando que recordara lo que le hice en ese mismo lugar. Y las situaciones
o preocupaciones que nos mantuvieron alejados esas semanas
desaparecieron en un santiamén.
No respondió a mi pregunta, se mantuvo presionando el botón de la
cámara, fotografiando mi reflejo en el espejo, pero la manera en la que su
pecho subía y bajaba, con respiraciones aceleradas, me indicó que era muy
probable que su corazón y el mío estuvieran compitiendo por quién latía
más rápido.
«No, Elijah, no te confíes ni te creas victorioso. Porque, aunque ahora
creas que el que se enamora pierde, la vida se encargará de demostrarte
que solo gana quien sabe amar».
Mi madre me había dicho eso días atrás.
—¿Todavía lo recuerdas? —preguntó Isabella, retándome en el instante
que me acuclillé detrás de ella.
—Todavía te huelo en mis dedos —aseguré, y no supo qué decirme.
Me saqué el gorro de la sudadera, aunque mi cabello siempre quedó
cubierto por la gorra que usaba con la visera hacia atrás. Sus mejillas se
sonrojaron más que antes, pero aun con la vergüenza dejó la cámara en el
suelo dispuesta a enfrentarme.
—¿Te has cansado de evadirme? —preguntó con dureza.
Jodida mierda.
La miré intentando contener una sonrisa, estaba molesta por mi ausencia
y yo estaba a punto de volverme un caníbal y comérmela completa.
—No te he evadido, es solo que tú me has buscado en los lugares
incorrectos mientras que siempre me has tenido a tus espaldas —confesé
poniéndome de rodillas, rozando mi pecho a su espalda.
Me regocijó que la piel de su cuello se erizara y tragara con dificultad.
—Eras tú —aseguró, y supuse que se refería a que sintió mi presencia
cuando se conducía al estudio.
—Querías hablar conmigo, aquí me tienes. —Se giró para quedar frente
a mí tras mi respuesta.
—Deja de huir de mí, Elijah —susurró luego de escrutarme con la
mirada y puso las manos en mis hombros. Por inercia me senté en el piso.
Escucharla decir mi nombre era la jodida mejor cosa del mundo—. Sé que
cometí un error esa noche, pero confío que en el fondo sepas que no todo
fue mi culpa.
Mierda, no quería hablar sobre lo que pasó en Inferno, no necesitaba
sacar a colación a un hijo de puta que me enfermaba y me jodería ese
momento. Y menos mal que la siguiente acción de esa chica me regresó al
presente, donde solo éramos ella y yo.
Se puso a horcajadas sobre mí regazo y contuve una sonrisa, tomándola
de las caderas y deleitándome con nuestra cercanía, respirándonos,
manteniendo al límite mi deseo por follarla de una vez por todas.
—No huyo, White. Al contrario, he venido a buscarte —murmuré,
tentado a morder ese labio carnoso del que era dueña.
Y del que yo me creía dueño.
—Dos semanas después —acusó. La estaba mirando a los ojos,
tanteando en qué momento dejaría ese tema de lado.
A duras penas contuvo un gemido por mis manos arrastrándose hacia sus
nalgas.
—En las que espero que hayas extrañado mis besos —refuté,
aprovechando que ella quería hablar de eso—. Y, además, confío en que
hayas entendido que si yo, siendo el hijo de puta que odias la mayor parte
del tiempo, te reconocería incluso drogado; deseo que tú, Castaña terca, me
reconozcas a mí aun cuando yo mismo te diga que soy otro —largué, y
pegó su frente a la mía.
Se mostró culpable y maldije en mi interior porque no buscaba eso,
simplemente quería que entendiera mi verdad. Yo podía ser el peor de los
imbéciles, pero no le mentí, porque como dije antes: si no era yo, la
reconocerían mis demonios.
—Son tus besos los que necesito, Elijah —musitó acariciándome el
rostro—, tus caricias, tu forma de tomarme —siguió.
Me removí cuando mi polla no soportó más la tortura de tenerla sobre mí
tocándome, y no meterle mano como deseaba. Quería que me sintiera en su
sexo y por poco me corrí cuando jadeó. Bien, al menos me necesitaba tanto
como yo a ella, y me sentí menos patético por pasar con las bolas azules
esas semanas.
—Te he extrañado tanto —confesó, y rozó sus labios con los míos.
—Yo también te he extrañado, Bonita. —Acaricié su cabello y lo metí
detrás de su oreja—. Y he necesitado hacerte mía cada noche —acepté con
la voz ronca—. He ansiado como un maldito loco que grites mi nombre
como si fuera tu oración favorita.
Estaba a segundos de volverme una bestia desquiciada a la que le
negaron su comida por días, y se lo demostré cuando la hice molerse en mi
polla. Isabella soltó el gemido que yo me obligué a contener cuando mi
cresta conectó con su centro, reconociendo su lugar.
—Perdóname por confundirte —susurró de pronto, y me sentí como una
mierda.
«No, Bonita. Tú no tenías que pedir perdón por nada. Yo sí».
—¡Shhh! Calla, White. Olvidemos eso —pedí sintiéndome más cabrón
de lo que era—, y mejor déjame hacerte mía como tanto he deseado, deja
que grabe mis besos y caricias en todo tu cuerpo como esa disculpa que yo
también te debo. —Jodidamente le supliqué. Y no me sentí imbécil por ello
—. Deja que te haga gritar mi nombre hasta que ya no puedas más.
—Hazme el amor, Elijah —pidió, y sonreí de lado.
«Si tú supieras, White».
—Haré lo que me sale mejor —aseguré—, follarte hasta que ardas en mi
infierno y te quemes con mi frío —prometí dándole besos castos en la
mandíbula.
—Ya lo hago—aseguró.
Eso era lo que me volvía loco de Isabella, que aceptaba, sin exigirme, lo
que yo fingía; sin saber que por dentro le daba más de lo que pedía.
Ignorando que así cabrón e hijo de puta, frío y ególatra, posesivo y egoísta
como me mostraba, era capaz hasta de morir por ella si era necesario
hacerlo.
«Fingiendo que no me importas ha sido la única manera de protegerte un
poco de toda la mierda que nos rodea, Bonita. Pero ya no puedo contener
más lo que me haces sentir, pues derretiste mi jodido corazón, doblegaste
mis demonios y me hiciste sucumbir con lo que juré no volver a caer
jamás». Pensé y, antes de soltarlo en voz alta, y desesperado por tanto
tiempo sin sentirla y todo lo que estaba abrumando mi cabeza, me apoderé
de su boca y la besé con algo más que deseo y pasión.
La besé con algo más que lujuria y la hice mía como debía ser.
Porque sí, joder. Isabella White era mía en cuerpo y alma, y quería
demostrárselo de la única manera que sabía hacerlo: follándola como solo la
follaba a ella.
Maldición.
Siempre me mofé con eso de que antes de mí pudo haber mejores, pero
después de mí solo había peores. Y esa chica llegó para demostrarme que
en mi jodida vida nunca hubo ni mejores ni peores, solo ella.
Únicamente ella. Mi maldita reina.
Capítulo 5
Die for you
Elijah

Una vez más ese estudio de ballet había sido testigo del fuego inevitable
entre esa chica y yo. Nos dejamos envolver con el humo y nos perdimos
entre las llamas de la pasión que emanábamos. Y cuando el polvo de la
reconciliación llegó (dos en el caso de ella), nos quedamos acostados en el
piso, recuperando el aliento, en silencio, disfrutando de la presencia el uno
del otro.
Era increíble cómo hasta los silencios entre nosotros podían ser
placenteros.
—Deberíamos irnos antes de que nos descubran aquí —recomendó
tratando de apartarse de mi lado, pero la retuve impidiéndole la distancia.
Se había echado el abrigo encima para cubrir su desnudez y luego se
acomodó a mi lado, con la cabeza recostada en mi brazo y la pierna
cubriéndome la pelvis, según ella para que no me vieran la polla por si
alguien entraba de improvisto.
—Ni Ella ni Dom permitirán que alguien entre, Bonita —aseguré.
—¿Les dijiste que vigilaran porque hablaríamos?
—En realidad les insinué que te follaría.
—Jesús, Elijah. No puedes ir ventilando a diestra y siniestra lo que
hacemos —me regañó, aunque lo hizo con una enorme sonrisa que no le
cabía en el rostro.
Estaba tan radiante que creí que era capaz de iluminar más el estudio, y
tras decirme eso soltó un suspiro que indicaba que al fin estaba en paz, lo
que a mí me hizo sentir como un cabrón con demasiada suerte, puesto que
era yo el causante de esa sensación y el dueño de esa sonrisa que la hacía
más hermosa de lo que ya era.
—Vamos a nuestro apartamento antes de que te vuelva a follar aquí —
pedí cuando el deseo por hundirme en ella me atacó como una crisis de
abstinencia.
Le di un beso en la frente y luego la animé a apartarse de mí, sin ignorar
lo bien que se sintió llamar nuestro a un lugar que siempre fue solo mío. Y
que ahora ya no se sentía igual sin ella.
—Tienes prisa —se burló.
—Anda, White. No me provoques, porque a mí no me importa hacer que
todo el campus sepa cómo te encanta rezar mi nombre entre gemidos de
placer.
—Eres un pervertido —replicó escondiendo la sonrisa.
Yo también lo hice y luego la ayudé a ponerse la ropa para salir cuanto
antes de ahí.
La tomé de la mano y la conduje a mi coche, pidiéndole a Dom que se
llevara el de ella, ya que por ningún motivo dejaría que esa Castaña se
separara de mí, pues el tiempo que estuvimos lejos fue suficiente.
—Aprovecha a descansar, porque en cuanto lleguemos al apartamento
pienso recuperar todos los polvos que me he tenido que aguantar este
tiempo lejos de ti —advertí, y se mordió el labio.
—¿En serio te los has aguantado? ¿No te masturbaste siquiera? —
preguntó con picardía, y la miré por un segundo al entrar a una carretera
recta.
—Demonios, White. ¿No me digas que tú sí te masturbaste?
—Dios, Elijah. Claro que lo hice. ¿Tú crees que tengo todos esos
juguetes de adorno? —resolló, y mi gesto de sorpresa la hizo soltar una
carcajada.
Mierda.
No me esperaba eso, aunque la plenitud que me llenó el pecho, porque
me mostró a la Isabella de antes del secuestro, barrió con los celos que me
despertaron esos jodidos juguetes sexuales que tenía.
—Dime que te corriste pensando en mí antes de que me vuelva loco y
detenga el coche para follarte aquí mismo, sin importar que nos apresen por
exhibicionismo —la exhorté.
—Acabas de despertarme un lado temerario que me gustaría explorar.
—Isabella —aseveré, y volvió a reírse.
—Te dediqué cada orgasmo, Tinieblo demandante —concedió, y maldije
porque puso la mano en mi entrepierna y comenzó a acariciarme.
—Joder, Bonita. Cuanto extrañaba esta versión tuya —confesé sin
pensarlo.
No dijo nada, solo me sonrió en respuesta y sus ojos brillaron con deseo
mientras seguía acariciándome.
Aceleré el coche arriesgándome a ser detenido por un oficial de tránsito,
y deseando que a ninguno se le ocurriera hacerlo porque no estaba
dispuesto a parar. Y menos mal mi deseo fue escuchado, ya que llegué al
apartamento en tiempo récord y casi corrí hacia la puerta del copiloto para
sacar a Isabella. Me la llevé en brazos, con sus piernas enganchadas en mi
cintura y una sonrisa traviesa en el rostro por lo que me hizo hacer y, joder,
me volví más loco de lo que ya estaba, dándome cuenta de que esa chica
que tenía poco más de la mitad de mi tamaño, me puso a su merced.
Yo era tan suyo como a ella la creía mía.
—Estamos dando tremendo espectáculo —dijo sobre mis labios.
—Y lo llevaré a otro nivel donde no te apresures a abrir la jodida puerta
—advertí en cuanto estuvimos en el apartamento.
—Bájame entonces —pidió. Lo hice a regañadientes.
Dejé mi llave en el coche, así que ella debía abrir con la suya. Y
sospeché que se tardó más de lo necesario solo por joderme, pero no dije
nada porque pensaba hacérselo pagar en unos minutos.
Le permití entrar primero y, tras hacerlo yo y cerrar la puerta, la abracé
por detrás y respiré el aroma de su cuello, rozando mi pelvis en su culo para
que sintiera cómo me tenía.
—No puedo saciarme de ti, Bonita —susurré en su oído, y jadeó,
haciendo la cabeza hacia un lado para darme acceso a su cuello.
La acaricié con la nariz y de paso respiré el aroma de su piel hasta que
los pulmones se me llenaron de ella.
—Ni yo de ti —aseguró.
La giré en su eje y sin perder ni un segundo empujé su cuerpo contra el
mío para hundir mis labios en los suyos, saboreando una vez más esa
lengua viperina de la que era dueña. Mierda, no me cansaría de ella jamás,
lo estaba comprobando mientras ahogaba sus gemidos con mi boca y le
rogaba con mi cuerpo que no se fuera nunca.
Me apoderé de su trasero, apuñando su carne entre mis manos y la
empujé hacia la isla del comedor sin dejar de besarla rápido y duro.
—Elijah —susurró sobre mi boca, y me aparté temiendo haber sido
brusco, pues sentí que estaba perdiendo el control.
La deseaba como si no la hubiera tomado ya en el estudio de ballet.
—¿Te estoy dañando? —Quise saber, y sonrió.
—Se escuchó como que sí, pero en realidad me dañas con la espera —me
tranquilizó y las curvas de sus labios volvieron a alzarse, con picardía esa
vez.
—Maldición, White. Así nunca seré un caballero delicado —repliqué y a
la vez respiré con dificultad al ver el calor del deseo en sus ojos miel.
No me respondió nada, se limitó a tomar los bordes de mi camisa y me la
sacó en un santiamén, dejándola caer al suelo. Yo hice lo mismo con su
ropa a la vez que ella me desabrochaba el pantalón, y se mordió el labio con
descaro en el momento que mi pene saltó libre e hinchado por la necesidad
de estar dentro de su cuerpo sexi y caliente.
Demonios. Esta era la Isabella que yo corrompí meses atrás, la hermosa
chica inocente que llevaba por dentro un infierno sensual, capaz de hacer
que me arrodillara ante ella. Y White no tenía ni idea de cuántas veces me
había hecho caer ya.
—¿Tienes idea de lo loco que me vuelves? —le pregunté mientras
enganchaba mis brazos debajo de sus rodillas y la atraía hacia el canto de la
encimera.
—No —jadeó y se mordió más el labio inferior cuando la corona de mi
polla se deslizó entre sus pliegues hasta acomodarme en su entrada.
—Me enloqueces con tu paraíso, White, pero tu infierno me pone a tus
pies —aseveré y enseguida de eso me hundí en ella.
—¡Ah! —gimió.
—Puta madre —siseé entre dientes. Ella me cogió de la nuca y yo tuve
que contenerme porque su humedad, calidez y la manera en la que su coño
me apretaba, me provocaban unas jodidas ganas de correrme como un
precoz—. Eres malditamente deliciosa.
Me incliné hacia ella y liberé una mano para tomarla de la nuca,
bombeando mis caderas y hundiéndome hasta la empuñadura. Su coño me
apretó más en cuanto encontré el vaivén perfecto, deslizándome de adelante
hacia atrás con fuerza, presionando mi frente contra la suya para beberme
sus gemidos y respirarla como la droga que introducía en mi sistema ese
frenesí del cual ya era irremediablemente adicto.
Gimió con más intensidad cuando enrosqué los dedos en su cabello y su
respiración caliente tembló en mi cuello, lo que me hizo cerrar los ojos y
sostenerla con más fuerza en esa posición, pues podía sentir cada sacudida
de su cuerpo y los latidos acelerados de su corazón.
—Mierda —gruñí cuando clavó las uñas en mis brazos y mordió el
músculo entre mi cuello y hombro.
No lo hice de dolor, sino por el placer que aumentó. Ella lo entendió, ya
que la sostuve con más firmeza del cabello y la presioné a mi piel,
intensificando mis embistes, cosa que la hizo lloriquear y a mí absorber más
sus gemidos
—¡Oh, Dios! —gritó cuando mis movimientos fueron más rápidos y sus
paredes vaginales comenzaron a contraerse.
—No, Bonita. No blasfemes de esa manera porque no es él quien te hace
gritar así. —Entrecerré los ojos y endurecí mi tono al decirle eso, ella sonrió
sensual al escucharme.
—Mmmm —gimió y cerró los ojos. Lograba sentir lo duros que estaban
sus pezones cuando rozaban mi piel húmeda y el sudor hacía que la fricción
se sintiera bien—. ¡Oh mierda! ¡No pares, Elijah, no pares! —suplicó, y sus
gritos se hicieron más escandalosos al estar a punto de correrse.
Su mirada asesina, cuando hice lo que me pidió no hacer, por poco
consiguió que yo me corriera. Y antes de que me reprochara algo salí de su
interior y la bajé de la encimera dándole la vuelta.
—¿Quieres matarme por frustrarte el polvo? —cuestioné, deslizándome
de nuevo dentro de ella.
Se puso de puntitas y arqueó la espalda, sacando más el culo para tomar
todo de mí. Gruñí porque esa vista de su cuerpo me hacía volar la cabeza y
las bolas a la vez.
—¡Joder, sí! —respondió cuando le tomé la cadera con una mano y
envolví la otra alrededor de su garganta, respirando en su piel.
—Puta madre, Isabella —gruñí en su cuello porque se sostuvo con fuerza
de la encimera y encontró mis embistes, provocando que mi pelvis chocara
con más firmeza en sus nalgas.
Cerré los ojos al sentir que me ardían y el estómago se me retorció a la
vez que mis bolas comenzaron a contraerse.
—Elijah —me llamó desesperada y llevó la mano hacia atrás para
cogerme de la nuca. Acercó su boca a la mía, pero no nos besamos,
únicamente bebimos de nuestros jadeos.
Tenía la piel sudorosa, las mejillas rojas, los ojos cerrados y el cabello se
le pegaba a la frente. Mi pecho se estremeció ante su imagen cuando su
cabeza cayó con suavidad en mi hombro, y me pregunté qué mierda había
hecho tan bien como para que la vida me premiara con ella.
—Isabella… —murmuré.
Una gota de sudor recorrió mi espalda y los músculos se me tensaron.
Sus paredes vaginales se contrajeron y tomó el control de mis empujes con
unos movimientos de cadera que me hicieron olvidar lo que quise decirle.
—Dios, Elijah. ¡Sí! —La sostuve con fuerza sintiendo cómo se corría.
Cerré los ojos de nuevo porque esa era la puta sensación más placentera
de mi maldita existencia. No era mi eyaculación, era su clímax. Me
encantaba cada sacudida suya, sus estremecimientos y gemidos. Ese era el
verdadero placer para mí.
Su coño palpitando, apretándome mientras temblaba era mío. Ella era
mía y yo era jodidamente suyo.
—Eres mía, pequeño y lindo infierno —dije en su oído.
—Lo soy, Elijah. Soy tuya, solo tuya. Solo tu pequeño infierno —
aseguró con desesperación, y apreté mi agarre en su cadera, moviéndome
dentro y fuera, porque sus palabras me llevaron al limbo del placer.
Y no paré hasta que una vez más me encontré con mis músculos
ardiendo y el estómago se me contrajo junto con el saco de mis testículos.
Me derramé en su interior con la potencia de un volcán en erupción,
gruñendo de placer a la vez que respiraba con fuerza y me relajaba en el
proceso.
—Haces que mis orgasmos sean de ensueño, pero siento envidia porque
veo que el tuyo ha sido más intenso que el mío —susurró sobre mis labios
con la voz entrecortada, y luego la sentí sonreír.
Presioné la frente en su sien y dejé que escuchara más de cerca mi
respiración temblorosa.
«Solo son intensos contigo, Bonita», pensé, aunque respondí con lo que
debía decir, puesto que, así esa chica consiguiera que me perdiera en mis
fantasías, no me podía dar el lujo de olvidar la peligrosa realidad que nos
rodeaba.
—Acabas de ponerme un reto, White —aseguré, y rio con picardía.
Y ver esa sonrisa me hizo confirmar que estaba en casa, el único lugar a
donde yo pertenecía.
Isabella comprobó que no le mentí cuando aseguré que recuperaría todos
los polvos que reprimí esas semanas, pues no paré de follarla hasta que
terminamos en la cama, sin energías y con ganas de dormir durante todo el
día. Aunque la chica incluso con sueño no podía dominar su lengua curiosa,
y mientras recuperábamos el aliento me contó todo lo que hizo durante el
tiempo que estuvimos separados.
Así como, por supuesto, me hizo hablarle de mis días.
—Estaba siendo considerado, pero veo que tu cota de energía sigue
elevada. Por lo que deberíamos utilizarla para algo más que hablar —
recomendé, y la escuché reír.
Luego, como un completo idiota, me quedé embobado viéndola subirse a
horcajadas sobre mi cuerpo, con el cabello suelto y desordenado, los labios
hinchados por mis besos y las mejillas aún sonrojadas gracias a los polvos
que me dio. Tenía el rímel (o lápiz de ojos) corrido y se atrevió a cubrirse el
sexo con la sábana de satén azul, privándome de comerme con la mirada
esa parte tan apetecible, hermosa y mía.
—Guarda algo para después —recomendó, y tomó la cámara fotográfica
que siempre dejaba en la mesita de noche.
—¿A caso pretendes darme tu cuerpo en porciones limitadas? —
pregunté con ironía, y antes de responder activó la cámara.
—Todo depende de cómo te comportes. —Apretó los labios al sentir mi
mirada luego de decir eso, conteniendo las ganas de reírse—. Sonríe —
pidió y comenzó a fotografiarme.
—Deja de hacer eso —pedí y le quité la cámara de las manos.
Hizo un puchero muy gracioso y negué divertido por su actitud.
A Isabella le encantaba la fotografía y tenía mucho talento con ello. No
era una chica rica queriendo pasar el tiempo mientras se decidía por otra
carrera que le ayudaría a seguir adelante con las empresas que heredó de su
padre. Al contrario, soñaba con algún día montar su propia exposición y
mostrarle al mundo las maravillas que se podían captar por medio del lente.
Y durante todo el tiempo que teníamos viviendo juntos me había tomado
como su musa y se la pasaba fotografiándome a cada momento, según ella
porque quería inmortalizar mis sonrisas para un día poder tener pruebas y
demostrar con ellas que yo era capaz de curvar las comisuras de mi boca
hacia arriba en un gesto genuino.
—Pero qué haces —se quejó entre risas.
Había comenzado a fotografiarla para eternizar su perfección y a duras
penas consiguió cubrirse la entrepierna porque la sábana se le había
deslizado del cuerpo. Esa imagen de recién follada era digna de
inmortalizar, sobre todo con ese brillo que se instaló en sus ojos y que
delataba lo feliz que se sentía. Su abdomen plano, liso y terso, también lucía
perfecto y el cabello le cubrió los pechos, aunque dejó a la vista ese tatuaje
que le hice meses atrás y que me hacía sentir más posesivo con ella por
haberme dado muchas de sus primeras veces.
—Te ves como una jodida diosa o una sirena —confesé, y se ruborizó.
No le mentía, era tan magnífica que incluso parecía un ser mítico.
—Ninguna de las dos existe —alegó con gesto sabiondo, y sonreí.
—Tal vez para ti no, pero para mí sí. Y soy un hijo de puta tan cabrón
que me follo a una. —Rio al escuchar las estupideces que salían de mi boca,
y aproveché para volver a fotografiarla.
—¡No hagas eso! —chilló y quiso quitarme la cámara.
Con astucia la tomé de la cintura y la puse debajo de mí mostrándole la
fotografía, y se avergonzó.
—Quedó perfecta —confirmé, y luego puse la cámara de nuevo en la
mesita—, pero nada es tan perfecto como cuando estamos así —dije y
saqué la sábana de su cuerpo.
Me coloqué en su entrada y comencé a follarla de nuevo. No me cansaba
de eso, con ella me sentía insaciable y sabía que no saldríamos de la
habitación que se convirtió en nuestro santuario hasta el día siguiente.
Y no me equivoqué, dormimos hasta la tarde del otro día y únicamente
me alejé de ella porque Jacob me llamó para invitarme a tomar un trago. Al
principio creí que fue una excusa de él para no decirme nada concretamente
de lo que le pedí que se hiciera cargo (por si Isabella estaba cerca), pero, en
cuanto llegué a Grig y lo encontré medio achispado, comprendí que estaba
en uno de sus momentos comemierda por la muerte de Elsa.
Le escribí a Connor para que siguiera cuadrando y rastreando parte de los
movimientos de Derek. Ese asunto lo llevaba lento porque no quería
cagarla, pero al ver a Jacob tan miserable supe que debía darle algo que le
hiciera confirmar que no olvidaría mi promesa de vengar la muerte de Elsa.
—Lo siento por comenzar sin ti, hermano, pero los recuerdos me están
matando —se excusó con la voz acongojada y se limpió una lágrima que no
pudo contener.
Tomé el vaso limpio que tenía sobre la bandeja y me serví un dedo de
licor, que bebí de un sorbo, y enseguida de eso vertí otro.
—Sabes que no soy bueno para dar ánimos —le dije luego de exhalar un
suspiro—. Y que tampoco existen palabras para que te recuperes de esto.
Para que nos recuperemos —aclaré, dejándome de último porque era
consciente de que solo los Lynn y Jacob sufrían de una manera miserable la
ausencia de mi amiga.
—No quiero que me consueles, simplemente quería compañía. Y te elegí
a ti porque Connor y Evan son demasiado sentimentales. Y Dylan está
hecho mierda intentando… —Se quedó en silencio por lo que iba a soltar, y
alcé una ceja.
—Creí que nadie más sabía lo de ese idiota y Tess —farfullé, y rio.
—Nadie lo sabía hasta que a tu hermana se le dio por mandarlo al
demonio y él no sabe qué hacer para recuperarla. Por lo que ha tenido que
buscar consejos —explicó, y fue mi turno de reír—. Ahora te ríes, pero bien
que has pasado con cara de culo estas semanas lejos de tu castaña —se
burló, y lo miré con severidad.
—Sigue por esa línea y haré que hables con las palabras arrastradas, pero
por los dientes que te arrancaré y no por el licor —advertí, y el imbécil tuvo
la osadía de reírse.
Aunque me contagió porque lo hizo divertido.
Nos mantuvimos hablando trivialidades por un rato, compartiendo como
dos amigos que no tenían más preocupaciones que terminarse la botella de
coñac sobre la mesa (a pesar de que yo no bebí más). Y cuando sentí que
era el momento le dije sobre mi plan de estudiar los movimientos de Derek
hasta poder acorralarlo, dejándole por sentado que nuestra venganza con ese
hijo de puta sería memorable.
—¿Qué es esto? —pregunté en cuanto me tendió una hoja de papel
doblada por la mitad.
—La reservación de una casa en las Islas Malvinas —explicó—. Me he
encargado de que un par de Grigoris viajaran hoy hacia allá y que se
aseguren de que todo esté en orden para cuando llegues con Isabella.
También pude alquilar un jet para el martes, saldrán de madrugada y por
supuesto que con identificaciones falsas —explicó.
Desdoblé la hoja y vi el nombre con el que hizo el registro de la casa.
—Podrías haber escogido otra nacionalidad, ya que será difícil que imite
el acento francés —señalé, y lo escuché reír.
—¿Puedo saber por qué quieres irte a este viaje sin que nadie se entere?
—preguntó, y no respondí por un par de minutos, ya que no sabía cómo
hacerlo sin mentirle.
—No estamos para ventilar nuestros planes a los cuatro vientos, con los
Vigilantes queriendo destruirnos —dije, pero él me miró dándome a
entender que no aceptaría esa respuesta de mi parte. Solté el aire antes de
continuar—. Le he estado callando muchas verdades a Isabella sobre su
padre, verdades que la harán querer huir de mí, pero no puedo permitírselo.
—Me decidí por una verdad a medias y lo miré—. No cuando tengo una
explicación, aunque ya sabes lo terca que es. Además, está empecinada con
exponerse ante nuestros enemigos y, después del secuestro, no estoy
dispuesto a dejar que vuelvan a dañarla.
—Sí, he visto lo cegada que está y su sed de venganza. Aunque basta con
que esté contigo para que se le olvide —resolló.
—¿Cómo debo tomar ese comentario? —inquirí con un poco de dureza
por el tono irónico que él usó.
Me miró dándose cuenta de su error y respiró hondo a la vez que se
bebió el trago antes de responder.
—Tómalo de parte de un imbécil herido —dijo sincero—. No estoy en
mi mejor momento, LuzBel, y a veces me cuesta ver que todos siguen
adelante.
—Sí, seguimos adelante porque es de la única manera que alcanzaremos
lo que queremos, Jacob. O dime, ¿de qué carajos me sirve tirarme a llorar, a
lamerme las heridas cuando puedo aprovechar el tiempo para planear? —
Me miró queriendo decir algo, pero no se lo permití porque yo no había
terminado—. Ni tú ni yo sabemos lo que en realidad sufrieron las chicas,
viejo. Y sé que, si Elsa siguiera con vida, estaría actuando igual que Tess o
White.
—No, LuzBel. No puedes saberlo porque ella sí murió. Así que no
supongas lo que Elsa estaría haciendo —aseveró.
Y bien podía hacerlo pagar por su manera de hablarme, pero estaba ahí
como su amigo, no como su jefe. Además de que lo comprendía.
—Lo que supongo de ella es porque la conocí, Jacob. Así que mírame y
dime si me equivoco —exigí, e hizo lo que le pedí, pero en lugar de
responder siguió bebiendo—. Puedo asegurar que de las tres Elsa habría
sido la única en pensar con cabeza fría cómo se vengaría de esos hijos de
putas, a diferencia de mi hermana que se está dejando hundir en este
momento por lo que les pasó. Y de Isabella, a quien su falta de experiencia
en este mundo la hace cegarse.
—Lo sé, joder —musitó rendido y se restregó el rostro—. Y lo siento,
LuzBel, es solo que me desespera que las chicas no digan lo que les pasó y
nos dejen especular.
—Están lidiando con sus demonios, Jacob. Y créeme cuando te digo que
a veces quisiera hacerlas hablar, pero no podemos apresurarlas y contribuir
a que se hundan más en su mierda en lugar de ayudarlas a sentirse seguras y
de que nada malo volverá a pasarles. Así que debemos esperar sus tiempos.
Mientras, encarguémonos de preparar el camino para la venganza.
Soltó tremendo suspiro y tras unos minutos asintió de acuerdo.
—¿Te llevarás a Isabella sin despedirte? Porque supongo que será un
viaje largo, ya que alquilé ese jet para que los lleve a su destino y se regrese
de inmediato. Luego usaremos el de los White para que los traigan cuando
estén listos —cuestionó y explicó, cambiando de tema de manera radical.
Podía insistir con él hasta que de verdad tuviera claro mi punto, pero
también yo debía entender que no le era fácil seguir por ese camino, por lo
que acepté ese cambio. Además, su pregunta me dejó pensando en algo que
no tomé en cuenta, puesto que, así le dijera a Isabella del viaje, no tenía
idea de si volveríamos pronto o si para ella podría ser importante despedirse
de sus amigas.
—¿Debería ser distinto?
—Maldición, viejo. Sé que a ti no te importamos y estando solo con ella
te sientes completo, pero no pretendas que Isa sea igual —replicó entre risas
—. Propongo una noche de fiesta donde todos estemos reunidos, podría ser
en Elite, ya que es tu club y lo haría especial.
—¿Especial? No lo creo. No olvides lo que pasó la última vez que
estuvimos allí. Y no me refiero al secuestro, sino a Evan y ella besándose.
—Y a ti en un trío con Laurel y la española —añadió, y me removí un
poco incómodo.
«Y lo mierda que hice sentir a la Castaña por rechazar sus sentimientos»,
pensé.
—Ves, no es un buen sitio para fiestas.
—Podrías aprovechar para hacer que Isa recuerde Elite, no como el club
donde practicaste un trío o ella se besó con Evan, sino como el lugar en
donde le harás una propuesta que contigo equivale a pedirle matrimonio.
Tosí el sorbo de coñac que acababa de meterme a la boca cuando el
idiota soltó eso y gruñí por el ardor que me provocó el licor al haberse
filtrado en mi nariz.
—Me cago en la puta —siseé, y lo vi pedirle una botella con agua a la
mesera mientras se reía.
—Demonios, solo estaba jugando, hombre. No tienes por qué asustarte
así —se burló, y negué con la cabeza, tomando la servilleta que me tendió.
¿Pedirle matrimonio? Mierda. Si ni siquiera pensaba pedirle que fuera mi
novia.

Esa noche, después de nuestros tragos, terminé por hacerle una llamada a
Scott, mi tatuador, gracias a que Jacob me pidió que le tatuara algo que Elsa
diseñó para él semanas antes de que la asesinaran, lo que a mí me dio por
querer llevar en mi piel uno de los diseños que creé días atrás y que pensé
que no utilizaría jamás.
Iba a culpar al alcohol de esa decisión (aunque no pasé de tres tragos
pequeños que equivalían a uno en realidad), porque me resultaba más fácil,
ya que fue suficiente con las burlas de Jacob al ver el diseño.
—¿No se lo mostrarás a nadie?
—No —respondí aburrido para Jacob, y Scott rio mientras me colocaba
un apósito de color sobre el tatuaje.
Había podido tatuarme porque los tragos que ingerí no eran suficientes
como para afectar el proceso. Jacob en cambio tendría que esperar a que el
licor saliera de su sistema.
—Es un gran diseño, hermano —halagó Scott.
—Y exclusivo —aseguré. Él asintió de una manera que me indicó que
era consciente de eso y que no pensaba rediseñarlo para nadie más.
—¿Quién es la reina que ha encadenado tus demonios? —sondeó con
diversión—. Y lo siento, pero te conozco desde hace años, así que me
intriga, ya que nunca te tatúas nada que no signifique algo especial.
—Es la reina Grigori, por supuesto —le respondió Jacob por mí, y lo
miré con ganas de cerrarle la jodida boca por hablador.
Siempre mantuve un espacio libre en mi piel, debajo de mi axila
izquierda, y tras la petición de Jacob sobre que lo tatuara pensé en que era
el momento indicado para cubrir esa parte en mí con la Reina del ajedrez
que diseñé luego de la noche en Inferno.
—Es especial porque lo hice yo, no hay más —repliqué, colocándome la
camisa, y noté que Scott apretó los labios para no soltar su risa.
Joder.
Iba a sostener eso por mucho que ellos quisieran que les dijera más,
aunque en mi interior era consciente que, luego de meterme a mi estudio
aquella noche, únicamente pensé en diseñar para olvidar lo mierda que la
estaba pasando después de saber que Isabella besó a otro, pero, en cuanto vi
que había recreado la pieza más importante del ajedrez, imaginé más a la
Castaña y me dejé guiar por los recuerdos de nuestros días desde que me
crucé con ella en el café de la universidad.
Cada una de las cadenas que sostenía la Reina apresaba a un demonio.
Demonios que cedieron con facilidad ante unos ojos color miel por los
cuales estaba dispuesto a hacer locuras.
—Sí, mi pequeño cucarachón, como tú digas —satirizó Jacob, y bufé
cuando Scott soltó una sonora carcajada.
A pesar de las burlas de esos dos, no me arrepentí de lo que plasmé en mi
piel para siempre, y tampoco le permití a Isabella que viera mi nuevo
tatuaje cuando al día siguiente despertó, encontrándome a su lado con el
dorso desnudo y el apósito a la vista. La chica incluso quiso chantajearme
con sexo para que la dejara ver aunque sea una parte, pero me negué
rotundamente y de igual manera terminé follándola.
Y una semana después ella me sorprendió con la petición de que le
hiciera otro tatuaje, dejando a mi elección el diseño, con la condición de
que no usara frases posesivas, cosa que me hizo reír, ya que así no las
utilizara, sí pensé en tatuarle al rey del ajedrez que hice como el compañero
de la reina que yo ya llevaba debajo de mi axila.
Lo único que añadí como algo nuevo del diseño fueron las iniciales de la
canción que escuchábamos mientras la tatuaba en mi estudio: Die For You.
Ya que cada vez que aquellas estrofas resonaban en la habitación más me
confirmaba a mí mismo que en efecto yo era capaz de morir por esa chica y
The Weeknd decía todo lo que yo no podía.
Mierda.
¿En qué jodido momento comenzó a darme miedo extrañarla?
No quería sentir eso, por eso trataba de manipular todo, aunque estuviera
perdiendo esa batalla contra mí mismo.
«Esta noche te diré mi verdad más importante», le dije en mi cabeza.
Había optado por hacerle caso a Jacob y la invité a Elite para pasar el
rato con nuestros amigos. Todavía no le decía del viaje a las Islas Malvinas,
que sería dentro de dos días, pero confiaba en que no se negaría, aunque eso
me hacía estar inquieto. Y más por el hecho de que se lo propondría esa
noche.
Le hice creer que quería llevarla al club porque buscaba que volviéramos
a tener la unidad de antes con todo mi grupo. Y añadí que tenía algo
importante que decirle solo para que no se negara, porque noté su intención
de hacerlo, por lo que tuve que valerme de su curiosidad para convencerla.
Fruncí el ceño al leer los mensajes de ese número desconocido que ya
sabía que se trataba de Amelia.
—Deberías decirme algo sobre eso tan importante que quieres
comunicarnos, para saber cómo vestir. —La voz de Isabella me
interrumpió, y con disimulo bloqueé el móvil, sonriendo con burla a la vez
por la manera en la que intentaba coaccionarme.
—Así estás perfecta, White. Andando —la animé antes de que me
ganaran las ganas de arrancarle esa ropa sexi que usaba.
Verla me hizo olvidar los mensajes que acababa de recibir, y la seguridad
de que pronto saldría de esa mierda me animó a disfrutar de esa noche. Y
no negaría que pasar el rato con los chicos contribuyó a que dejara de lado
todo el caos que habíamos estado viviendo ese tiempo, pues esa vez estar en
Elite escuchando la música que tanto me gustaba, bebiendo con mis amigos
mientras veía a la dueña y causante de todas mis malditas locuras, feliz,
bailando y gritando emocionada con Tess y Jane, me confirmó que a veces
sí valía la pena perder la cabeza.
Y que ella sí merecía que le entregara el dominio de mis jodidos
demonios.
—Sinceramente, creí que nunca te volvería a ver así —dijo Jacob medio
gritando.
—¿Así cómo? —indagué, dándole un sorbo a mi cerveza y
preparándome para la estupidez que de seguro me soltaría.
—Así… todo idiota por una chica —explicó, y negué con la cabeza.
Aunque esa vez en lugar de refunfuñar le di motivos para que tuviera
cómo burlarse luego.
—Entonces no deberías decir que me estás volviendo a ver. Porque, que
yo recuerde, nunca he actuado de esta manera por nadie. —Rio complacido
y alzó el dedo índice, sacudiéndolo en un gesto afirmativo, y luego chocó su
botellín de cerveza con el mío.
—En eso te doy la razón. Y gracias por confiar en mí. —Fruncí el ceño
al no entender lo último y él lo notó—. No estás negándome que actúas
como un idiota con Isa, así que me siento afortunado.
—El único idiota aquí eres tú —rebatí, y soltó una carcajada.
Estaba más animado que el día que estuvimos en Grig, y eso me alegró,
pues no quería irme dejándolo miserable.
Avisó que iría al baño tras eso y yo me quedé con Connor, Evan y Dylan.
Este último también lucía más animado y, aunque no quise preguntarle,
supuse que todo se debía a que él y mi hermana ya habían arreglado sus
cosas, pues llegaron juntos al club y ese tipo sí que lucía como un idiota
cada vez que miraba a la pelirroja.
Demonios.
—¿Me ven así como se ve Dylan, o como Elliot? —les pregunté a
Connor y Evan, ambos me observaron como si me hubieran salido dos
cabezas—. Sean sinceros.
Mencioné a Elliot porque él también se unió a esa salida, y al narcisista
en mi interior no le molestó su presencia, pues gozaba de que me viera con
la Castaña, aunque en ese instante estuviera comiéndosela con la mirada
mientras ella bailaba con mi hermana y Tess.
—¿Así cómo? —inquirió Evan.
—Sí, hermano. Explícate mejor —lo secundó Connor.
—Así de idiota —reñí, y ambos rieron porque Dylan nos miró cuando
escuchó esa palabra, y yo rodé los ojos.
—No, tú lo disimulas mejor —respondió Dylan por ellos, confirmando
que, aunque se embelesara con mi hermana, nos estaba escuchando.
Los chicos no dejaron de reír y con un asentimiento de cabeza me
demostraron que estaban de acuerdo con la respuesta del idiota bastardo.
Mierda.
—¡LuzBel! —me llamó Jane de repente, llegando al privado. Lucía muy
asustada, aunque eso ya no me extrañaba—. Ven afuera, Isabella está como
loca por una nota que recibió —avisó y me tendió el pedazo de papel.
Jacob llegó detrás de ella y nos miró, esperando entender lo que sucedía.
—¡Me cago en la puta! —Bufé al leer lo que escribieron.
—¿Qué sucede? —preguntaron, pero no supe cuál de los chicos fue,
puesto que le di la nota a Jacob y corrí detrás de Jane, quien me guio a
donde se encontraban Tess y la Castaña.
Mi hermana le gritaba que se detuviera, pero sabía que esa terca no lo iba
a hacer porque estaba desquiciada por la ira, dispuesta a partir hacia donde
la nota le indicaba. Maldición, era increíble ver cómo la furia y sed de
venganza hacían actuar a una chica tan inteligente como una simple polilla
yendo directo a la luz, aun cuando sabía que eso iba a matarla.
—¡¿A dónde mierda crees que vas, White?! —espeté, tomándola del
brazo y deteniendo su paso.
—¡Déjame, LuzBel! ¡Esta es mi oportunidad para vengar a mi padre! —
gritó furiosa.
No dijo mi nombre, lo que me indicó que la ira le estaba calando hasta la
médula, haciéndola perder la razón.
—¡Demonios, Isabella! Tú eres más inteligente que esto —espeté
acunando su rostro para que me mirara y se calmara—. Esa nota es una
estúpida trampa y no te dejaré caer en ella. ¡Mírame, joder! —precisé,
odiando que se negara a verme a los ojos.
¡Puta madre! Estaba claro que eso era obra de Amelia. La maldita chica
logró llegar a Isabella y se aprovechó de su vulnerabilidad.
—Estás un poco achispada y no piensas bien. No irás allí —aseguré.
Sobre mi cadáver lograría hacer tal estupidez.
—Sí lo haré —refunfuñó con terquedad.
—Hazlo por mí, Isabella —supliqué cambiando de táctica,
aprovechándome de lo que ella sentía por mí—. Déjame cuidar de ti y
cumplir mi promesa. —Me miró a los ojos en ese instante y le permití ver
mi desesperación—. Vamos a nuestro apartamento y olvida tu venganza, así
sea solo por hoy —propuse, confiando en que pronto la sacaría del país y le
diría todo para que tomara luego una decisión final.
Si asesinar a su hermana o dejarla vivir.
—Elijah —susurró cediendo, y le di un beso en la frente, agradecido de
que recapacitara.
—Te prometo que mañana averiguaremos mejor sobre esa nota y juntos
iremos a donde desees, pero lo haremos bien, White. Con la cabeza fría y
sin alcohol en tu sistema. —Me abrazó en respuesta y saqué todo el aire que
estuve reteniendo.
Correspondí a su abrazo y le di un beso en la coronilla, y solo cuando la
sentí más calmada la llevé hasta el coche, asegurándole el cinturón como si
eso fuera a confirmarme a mí que no se retractaría y saldría corriendo al
tener la oportunidad. Pero menos mal había entendido de verdad el error
que estuvo a punto de cometer, y de un momento a otro la luchadora a mi
lado se convirtió en una niña asustada, y odié verla así. Aunque en mi
interior celebré el haberla convencido de no ir hasta la boca del lobo.
Y cuando salí del estacionamiento la dejé tranquila en su ensoñación,
luego de avisarle que cambié de planes e iríamos a la mansión de mis
padres, puesto que allí estaríamos mejor protegidos, además de que yo
necesitaba hablar con padre para confesarle lo que estaba pasando y que
con suerte él me ayudara a sacar a Isabella del país con mayor efectividad.
«No puedo guiar el viento, pero puedo cambiar la dirección de tus
velas».
Maldije en mi interior cuando el recuerdo del mensaje de Amelia llegó a
mi cabeza. Esa hija de puta de verdad que se estaba ganando mi odio a
pulso.
—No perderé a nadie más por culpa de la venganza. —El susurro de
Isabella me sacó de mis cavilaciones cuando me detuve en un semáforo en
rojo. La tomé de la mano y la miré a los ojos, notando su decepción con ella
misma por lo que estuvo a punto de hacer—. Gracias por estar allí y evitar
que cometiera una idiotez, pero, sobre todo, gracias por dejarme estar a tu
lado, por no alejarme incluso sabiendo cuanto te…
—Isabella, no…
—Elijah, no me detengas —suplicó, y me callé porque sentí el maldito
corazón apretándome el pecho por lo acelerado que me latía—. Debo
decírtelo, ya que lo tengo atragantado en la garganta y es insoportable. Sé
que te incomoda porque no me correspondes, pero te amo, joder. Te amo,
maldito Tinieblo orgulloso, y me es difícil callarlo cada vez que te veo
porque tú eres mi…
Me apoderé de su dulce boca, callándola con mis labios desesperados y
aterrados a la vez. No lo hice porque no me gustara escucharla decir todo lo
que sentía por mí, sino más bien porque yo no podía encontrar la manera de
expresarme con ella. No hallaba la forma de decirle lo que me estaba
pasando, pues me era difícil comunicarle los pensamientos que guardaba.
Demonios.
Deseaba gritarle que me daba miedo extrañarla, aunque lo hiciera todo el
tiempo. Que odiaba esa sensación de no poder respirar y que no la quería.
Que no me podía enamorar y por eso trataba de encontrar una razón que nos
separara, pero que nada me funcionaba, pues ella era demasiado perfecta y
estaba consciente de que era la única mujer en mi vida que de verdad valía
la pena.
Mierda.
Quería gritarle que, a pesar de todo lo que estábamos pasando y sabedor
de que eso la hacía sentir sola en lo que sea que tuviéramos, yo moriría por
ella. Sin dudarlo ni un solo segundo, malditamente era capaz de entregar mi
vida a cambio de la suya de ser necesario.
No lo haría por mi madre, aunque eso me hiciera egoísta. Tampoco por
mi hermana, por mucho que las amara, pero sí por ella, por Isabella White,
mi jodida reina, la chica a la que juré que haría caer y por la cual yo caí
primero.
—¡Oh, Dios! —susurró, jadeando cuando me separé de ella.
—No tienes ni puta idea de lo que me has hecho, White —musité con
burla para mí mismo y presioné mi frente a la suya, acariciándole el rostro
de una manera que nunca usé con nadie. Dispuesto a confesarle que yo
también me había quemado a mitad de nuestro juego—. Yo... yo...
¡Demonios! —gruñí.
No pude decirle nada más porque ambos comenzamos a gritar en cuanto
empezamos a dar vueltas en el aire, sacudiéndonos, estremeciéndonos,
aterrándonos.
Perdí la cuenta de las veces que giramos, solo pude reconocer que nos
habían chocado, y a diferencia de lo que muchos decían, sobre que cuando
tenían a la muerte de frente toda su vida se reproducía, yo únicamente pensé
en que no podíamos morir. No con tantos planes que aún no habíamos
cumplido, no sin antes decirle a esa chica que no se quemó sola.
—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! —La escuché decir aturdida cuando al fin el
coche se detuvo y quedamos de cabeza.
Gruñí por mi cuerpo adolorido al intentar desabrocharme el cinturón.
—¡Isabella! ¡Dime que estás bien, por favor! —supliqué, y me asusté
porque no me respondió.
Maldije en cuanto caí sobre el techo del coche y gemí de dolor sintiendo
los hombros dislocados, mareado y con ganas de vomitar; aunque no me
concentré en eso porque me urgía más liberarla a ella del cinturón para
sacarla de inmediato.
—¡Isabella, mantente consciente, por favor! ¡Pediré ayuda! —exclamé al
conseguir sacarla y sentir su cuerpo estremeciéndose.
Asintió como pudo y busqué el móvil, agradeciendo que aún lo llevara
en el bolsillo de mi pantalón.
—¡Joder, no! —gruñí al ver que también el coche de Ella y Max había
sido embestido, lo que hizo que mi detector de mierda se fuera hasta el
tope.
Estaba perdiendo la fuerza en mis manos y la visibilidad, lo que no me
dejó ver bien mi móvil y tampoco me permitió percatarme a tiempo de los
coches que se detuvieron alrededor de nosotros y los tipos vestidos de
negros que salieron de ellos.
Mierda.
Mierda.
Mierda.
Lo que acababa de sucedernos no fue ningún accidente, era una maldita
emboscada que nos montaron como profesionales, y en la cual nosotros
caímos como novatos. Teniendo a mis órdenes toda una organización,
siendo un jodido hijo de puta, en esos momentos estaba ahí tirado como un
vil perdedor, con miedo de que dañaran a la mujer en mi regazo.
Uno de los imbéciles me arrebató el móvil, impidiendo que pidiera
ayuda, y entonces Derek salió de otro coche, riéndose con diversión y
suficiencia, gozando al ver que después de tanto logró llegar a nosotros sin
que tuviéramos a alguien que nos ayudara.
—¡Y es así como caen las ratas, señores! —gritó, y me aferré a Isabella.
No servía de nada, pero tenía que intentarlo.
Y en silencio juré que, fuera como fuera, me cobraría cada cosa que ellos
nos hicieran, incluida Amelia, la tipa que me subestimó, y quien más
sufriría las consecuencias de dañar a una mujer que jamás debió tocar ni en
sus sueños.
Capítulo 6
Un villano de verdad
Elijah

Mi respiración no terminaba de regularse, y los golpes y fracturas en mi


cuerpo me dolían aún más después de la tortura con agua fría (y a presión)
que acababan de darme para que despertara.
Mierda, sentí que iba a ahogarme, pero incluso así no me dio miedo lo
que me hacían a mí, más bien me aterrorizó no ver (dentro de lo que pude) a
Isabella por ningún lado. Lo último que recordaba era tenerla en mi regazo,
desmayada, y luego uno de esos malnacidos me golpeó en la cabeza para
noquearme. Perdí el conocimiento, frustrado y desesperado por no poder
defenderla.
—Tarde o temprano vas a rogarnos que paremos, perro —gruñó uno de
los tipos, y contuve la respiración para no soltar ningún sonido de dolor.
Dos me sostenían de los hombros, incluso teniéndome amarrado con las
manos hacia atrás y sentado en una silla, no se arriesgaban a no soltarme de
sus agarres. El imbécil que aseguró tal cosa me daba puñetazos en el rostro
y el estómago, pero no estaba dispuesto a ceder a pesar de que sus golpes
dolían el triple por las cadenas que se envolvió en los puños.
—Aumenta la presión—ordenó a una de las ratas que me sostenía.
Me preparé para otra ducha y contuve la respiración. Segundos después
caí al suelo con todo y silla debido a que los tipos me soltaron para no
mojarse. Me mordí el labio negándome a dejar escapar quejido alguno,
aunque el corazón se me aceleró por el dolor en mis hombros ya dislocados
gracias al choque.
«Sí, hijos de puta, concéntrense en mí», repetí una y otra vez en mi
cabeza, tratando de respirar con la boca, aunque atragantándome por el agua
que me entraba en ella.
Necesitaba sobrevivir, provocarlos con mi negativa a rendirme ante el
dolor para que quisieran doblegarme a base de golpes, pues me aterraba que
optaran por torturar a Isabella, ese miedo se me colaba hasta la médula y me
helaba la sangre más que la jodida agua a presión que parecía tener
cuchillas afiladas hiriéndome la piel.
—Recupera un poco el aliento, porque todavía falta que nos divirtamos
contigo —recomendó el imbécil que parecía ser el jefe de ese grupo, rato
después de la tortura.
Maldije en mi interior cuando me lanzaron dentro de una celda, con los
pies y las manos encadenadas. Pero no dije nada, pues me di cuenta de que
mi silencio los estaba sacando de quicio y les despertaba más el deseo de
concentrarse en mí.
—Esto tiene que ser una jodida broma. —Bufé por lo bajo cuando
minutos después, escuché que le estaban dando a alguien más la misma
tortura que me dieron a mí.
Era Elliot, lo reconocí en cuanto comenzó a maldecir a esas mierdas,
entre los gruñidos de dolor y el castañeo de sus dientes por el frío que le
provocaba el agua helada.
¿Cómo demonios lo habían atrapado? Nunca noté que él nos siguiera. A
los únicos que vi fueron a los guardaespaldas de Isabella, a quienes también
emboscaron, aunque no supe si los secuestraron junto a nosotros. Y si por
alguna razón el hecho de que Elliot estuviera ahí no era algo que Amelia
planeó para hacerle pagar por seducirla, engañarla y entregarla, pensé en
que ojalá se debiera a un plan que los Grigoris tuvieron para poder dar con
nosotros. Puesto que era consciente de que los Vigilantes debieron
desactivar mi localizador antes de llevarnos a donde sea que nos tenían.
—Pasaremos al verdadero espectáculo —avisó el maldito hijo de puta al
que le encargaron torturarme. Apreté los puños sin decir nada, aunque me
extrañó que dijera eso, pero llegara solo.
—¿Qué? ¿Tanto te quedé gustando que ahora quieres estar a solas
conmigo? —me burlé, y él sonrió sardónico.
Sacó un mando a distancia y lo apuntó hacia la parte superior de una
esquina en donde ya había notado una pantalla.
—No eres mi tipo. Pero, si te soy sincero, sí pedí ser yo quien viniera a
darte esta primicia —replicó, y mi corazón se aceleró al ver la imagen de
Isabella en la pantalla—. Espero que no hayas creído que lo que te hicimos
era el plato fuerte, imbécil —se burló, y no me importó el dolor de mi
cuerpo, me puse de pie como si no me hubieran torturado, como si nunca
hubiera estado dentro de mi coche cuando lo embistieron, y me acerqué a
los barrotes de la celda.
—Tóquenla y te juro por mi vida que te haré conocer el infierno sin
siquiera morir —advertí, y soltó una carcajada.
—¿Y quién te asegura que no la hemos tocado ya?
—¡Bastardo hijo de puta! —rugí tomando los barrotes, zarandeándolos
con el deseo de hacerlos caer para llegar a él.
—Te dije que tarde o temprano rogarías que paremos, perro. Y ni
siquiera hemos comenzado con el plato fuerte, vamos a disfrutar antes del
entremés.
—¡Prometo que me las pagarás. Que no olvidaré tu rostro de mierda! —
juré, y no lo hice solo por decirlo.
Le estaba haciendo una maldita promesa que le cumpliría, aunque fuera
lo último que alcanzara a hacer antes de morir. Y noté que Imbécil (como
decidí llamarlo) fue consciente de que no hablé por hablar, pues su sonrisa
se borró y se marchó de inmediato. Minutos después alcancé a escuchar la
misma reacción que yo tuve en Elliot, lo que me aseguró que las putas ratas
nos torturarían con las mismas imágenes.
—¡Mierda! —grité dándole la espalda a la pantalla.
Comencé a golpear la pared, todo lo que la cadena en mis muñecas me
posibilitaba. Nunca me perdonaría lo que estaba pasando, pues haber
permitido que Isabella cayera en las manos de esas mierdas era
imperdonable. Su imagen en esa pantalla comenzó a torturarme, a pesar de
que ya no la estaba viendo. La tenían sentada en una silla con las manos
hacia atrás, como yo desperté en el salón donde me torturaron, que parecía
ser el mismo en el que ella se encontraba ya. Inconsciente aún.
Joder.
Mi vida giraba en torno a promesas cumplidas y por cumplir, pero estaba
fallando en la más importante que alguna vez hice. Una que comenzó como
obligación y terminó siendo una jodida necesidad. Razón por la cual me
sentía miserable ahí metido en esa puta celda, impotente porque no era
capaz de proteger a mi chica.
Mi chica, joder.
Y por serlo es que Isabella se hallaba en esa situación, ya que estaba
seguro de que, si en lugar de haber regresado con ella aquel día, hubiera
follado a Amelia como la tipa quería, fingiendo que todavía me importaba,
a lo mejor su atención para ese momento habría estado en mí y no en la
Castaña.
«Maldición, White. Esta es solo mi jodida culpa, pues te habría evitado
este destino si no te hubiera besado luego de jurar que no le daría mis labios
a nadie más, si no te hubiese llevado a mi apartamento para hacerte mía. En
un lugar que no profané con nadie. Si no hubieras sido mi primera vez en
muchas cosas, jamás te hubiesen visto como mi talón de Aquiles».
—¡Mierda, mierda, mierda! —rugí golpeando la pared con más fuerza.
Le fallé a la única persona que para mí logró ser más importante que mis
padres y Tess.
—¡Dios! —Me giré de golpe cuando escuché ese quejido, gruñendo por
el dolor en mi cuerpo e ignorándolo en el instante que vi la pantalla.
La desesperación en mi sistema fue capaz de aumentar al ver al mayor de
las mierdas derramando agua sobre White.
—¡Despiertaaa, reina Grigori!
La sangre comenzó a brotar de los cortes en mis nudillos cuando volví a
aferrarme a los barrotes con furia, viendo el terror de Isabella en cuanto
reconoció a Derek frente a ella. Las mierdas que pasaron por mi cabeza
dolieron más que la tortura física que recibí antes, y mi piel se erizó en el
momento que el corazón se me desbocó.
Isabella le tenía tanto miedo a ese hijo de puta que intentó alejarse de él
sin darse cuenta de que estaba sentada y atada a una silla, aunque incluso
así logró impulsarse con los pies y cayó al suelo, gimiendo de dolor por el
impacto. Los imbéciles que rodeaban a Derek se rieron de ella y yo cerré
los ojos, tragué con dificultad y respiré agitado, deseando salir por arte de
magia de la celda para ir a ese salón y matarlos por atreverse siquiera a
mirarla.
—¡Joder! ¡Ven por qué me encanta esta perra! —inquirió Derek a sus
hombres, y vi el atisbo de ira en los gestos de la Castaña—. Es como una
fiera a la que nadie puede domar, como un toro que no se puede montar…
Hasta que llegué yo —se jactó, y sacudí la cabeza en gesto de negación.
Los recuerdos de las pesadillas que Isabella tenía por las noches, o la
manera en la que a veces se alejaba de mí, me provocó más angustia que el
hecho de no haber sabido nada de ella hasta ese momento.
—Maldita mierda —escupí zarandeando los barrotes.
A pesar de que Dylan aseguró que enfrentó a mi hermana y que ella negó
haber sido ultrajada. O que Isabella se comportaba sin temor hacia mí
cuando follábamos (razones por las cuales yo también creí en lo que Dylan
me dijo), noté que ese imbécil actuaba como si la tocó, o como si quisiera
hacerlo.
—Pónganla en la barra, es momento de seguir amansando a mi perra.
—La orden de Derek me sacó de mis pensamientos. Miré en la pantalla
cómo dos imbéciles levantaron a Isabella del suelo y luego la liberaron de
los amarres.
—Joder, Bonita. —Bufé entre orgulloso y aterrorizado cuando vi que no
esperó ni un segundo al estar libre y atacó a los tipos que la liberaron—.
¡Mierda, no! —grité porque los demás cobardes se fueron sobre ella.
—¡No! ¡Ah! —gritó Elliot, y por el dolor en su voz supe que lo hicieron
gritar a propósito, pues Derek alzó las manos deteniendo a sus hombres e
Isabella frenó su ataque de golpe.
Podían escucharnos.
—Me cago en la puta que te parió —espeté, sabiendo que ese sería otro
tipo de tortura que infligirían en la Castaña.
—¿Acaso tú también estás ansioso porque te demos lo tuyo? —La voz
del maldito que pusieron como mi torturador me hizo desviar la mirada de
esa pantalla. Aunque de inmediato volví a verla al escuchar el gruñido de
Isabella.
La vi caer al suelo. Un tipo acababa de golpearla, haciéndola ponerse en
sus rodillas.
—¡Joder, malditas mierdas! ¡Me tienen aquí, dejen de meterse con ella!
—grité lleno de impotencia en cuanto comenzaron a darle latigazos,
obligándola a que se encorvara en el suelo para protegerse un poco.
Los tipos que llegaron con Imbécil comenzaron a reírse al obtener de mí
lo que tanto estuvieron esperando cuando me torturaban físicamente. Y en
otro momento habría alabado a Isabella por su astucia al tratar de
defenderse, ya que cogió la correa con que la azotaban, tirando de ella hasta
hacer caer a uno de los que la golpeaban, sin embargo, de nuevo se detuvo
porque Elliot volvió a gruñir y maldecir.
—¿Crees que tu puta se asustaría igual si te torturáramos a ti en lugar de
a su ex?
—Inténtalo para que lo compruebes, maldita mierda —reté al hijo de
puta ahí conmigo, y él sonrió.
—Sigue revelándote ante tu amo y tu perro pagará las consecuencias —
le advirtió Derek a Isabella—. A diferencia de ti, él está encadenado —
añadió.
—Más que tú, por si te lo estás preguntando —secundó Imbécil,
refiriéndose a que Elliot estaba más encadenado que yo.
—Eso me ofende —satiricé—. ¿A caso le temes más a él que a mí?
No me importaba en realidad, pero el maldito era un bocón al que se le
aflojaba la lengua si sabía provocarlo. Lo comprobé antes, así que quería
sacarle información.
—No le temo a ninguno en realidad, pero siempre hay que sacar ventaja
en la guerra. Y él, a diferencia de ti, no estaba moribundo cuando lo
trajimos.
—Hijo de puta, es de la única manera que tienes el valor de golpear,
¿no? —Dejé de prestarle atención a Imbécil y miré la pantalla al escuchar
la voz de Isabella.
Se había sacado el paño de la boca y apreté los puños cuando le
propinaron otro latigazo y la contuvieron por la espalda.
—Soy un cazador estratega, mi pequeña perra. Si los encadeno es
porque, en primer lugar, ustedes se han dejado cazar —se jactó Derek—.
Persiste en hacerlo difícil y tu adorado Elliot Hamilton pagará por ti —le
advirtió.
—Tu primito siguió la señal de tu localizador antes de que lográramos
desactivarlo. A partir de ese punto te rastreó, demostrando ser un buen
perro. Aunque no uno muy listo, ya que cayó directo en la trampa que le
pusimos al darnos cuenta de que se acercaba al punto correcto —explicó el
imbécil.
Contuve la sonrisa, porque al parecer los que habían caído en la trampa
eran ellos y no Elliot, y la certeza de que los Grigoris tuvieran un plan
afloró en mi interior, puesto que mi primo, por mucho que lo odiara, no era
tan idiota como ese imbécil creía.
—Por esa razón está encadenado del cuello, pies y manos. Ya que venía
más entero que tú —siguió.
—Déjame adivinar, ¿te estás preguntando por ese intento patético de
amo que te habías conseguido? —ironizó Derek, y puse mi atención en él
—. Porque con él eres una perrita faldera muy obediente, ¿cierto? —
siguió, y sentí que mi respiración se volvía más pesada—. ¿Qué tiene él que
yo no tenga?
Incluso amarrada con alambre a una barra de hierro, Isabella alzó una
ceja con burla ante la pregunta de esa mierda, demostrándole con ese gesto
que estaba más que claro por qué me prefería a mí. Y de nuevo me habría
sentido halagado si no estuviéramos en esa situación amenazante.
—¡Ya sé! Te da por el culo y eso te encanta.
—Bastardo hijo de puta —gruñí.
Las carcajadas de sus lameculos no tardaron ante lo que dijo y noté la
impotencia de Isabella y cómo se contenía para no responderle, consciente
de que eso ocasionaría que siguieran torturando a Elliot.
—Pues podemos arreglar eso —se mofó él.
—¡No la toques, imbécil! —grité a la pantalla al ver que Isabella se
atemorizó más con la cercanía de Derek, intentando retroceder sin éxito y
resbalándose en el proceso.
Los imbéciles ahí conmigo se carcajearon y yo sacudí los barrotes,
retándolos a que entraran a la celda para enfrentarme de cerca, gruñendo
como el maldito león enjaulado que era en ese momento.
—¿Quieres que te folle por el culo, reina Grigori de mierda? —inquirió
el malnacido cogiéndola del cuello para que lo mirara a los ojos—. Porque
yo estaré encantado de hacerlo para darles una mejor bienvenida a
nuestros invitados de honor: Elliot Puto Hamilton y Elijah Mierda Pride,
quien, por cierto, también está teniendo su recibimiento e intuyo que es
mejor que el de su primo.
—Asegúrate de matarme esta vez, malnacido —le dijo Isabella entre
jadeos. Se le estaba dificultando respirar—, porque si no te mostraré por
qué soy como el vidrio.
—Porque puedo romperte fácilmente —se burló él.
—Y porque puedo cortarte cuando me pises —añadió ella, y antes de que
defendieran a ese maldito golpeó su ingle con la rodilla y, en cuanto se
encorvó y la soltó del cuello, le dio un cabezazo en la nariz, alzando las
caderas para conectar una patada en su sien.
Puta madre.
La adrenalina me recorrió el cuerpo al verla luchar y sonreí cuando
Derek cayó al suelo, gruñendo de dolor con la nariz sangrando. Aunque
maldije porque uno de los tipos le dio un puñetazo como castigo, pero la
satisfacción en el rostro de mi Bonita me hizo saber que para ella valió la
pena lo que provocó.
—¡Malditos cobardes!
—Se lo merece por perra. —Bufó Imbécil ante mi maldición, luego de
ver que le dieron otro puñetazo a Isabella que la hizo perder el
conocimiento.
Escuché que Elliot también maldijo y yo agradecí que Imbécil siguiera
provocándome para no perder la razón por no poder hacer nada para
defender a White. Él abrió la celda metiéndose junto a los dos que lo
escoltaban, sin contar con que en ese momento estaba tan enfurecido que
me dejé ir contra ellos, defendiéndome y golpeándolos todo lo que las
cadenas me permitían.
Bien decían que la furia a veces podía ser el mayor incentivo para sacar
fuerzas que no sabías que tenías, y yo en ese momento al fin enloquecí con
las ganas de destrozar el jodido mundo hasta llegar a Isabella para ponerla a
salvo. Mis ansias de protegerla consiguieron que mi memoria muscular se
hiciera cargo de todo y en cuanto vi que uno de los tipos tenía un arma en
una cartuchera que usaba en la cintura me dejé golpear hasta poder acceder
a ella, y maté a dos en un santiamén. Aunque Imbécil logró salvarse y pidió
apoyo por no poder controlarme.
Varios Vigilantes llegaron enseguida con armas taser en mano y, sin
importar los doce disparos que me lanzaron, alcancé a coger a Imbécil del
cuello y lo empotré a la pared.
—Te prometo por mi sangre que te haré pagar por esto —gruñí,
perdiendo la fuerza cuando aumentaron la potencia de las taser—. Y, si no
llego a cumplirlo, te doy la potestad de que te lo cobres con mi jodida
sangre —añadí.
Luego de eso le escupí el rostro para sellar mi juramento con la sangre de
mi boca y perdí la fuerza por completo, cayendo al suelo, gimiendo por la
patada que dio en mi estómago. Me desvanecí segundos después, aunque
antes sentí mi pantalón húmedo de la entrepierna.
Había sucumbido a los voltios que descargaron en mí.
Cuando desperté de nuevo no tenía idea de cuánto tiempo pasó, solo supe
que seguía en la misma celda porque me habían encadenado a los barrotes
esa vez, con las manos bien sujetas a ellos con el mismo alambre que de
seguro usaron en Isabella. Me puse de pie con dificultad al ver hacia la
pantalla, notando que Derek estaba volviendo al ataque con la Castaña.
—¿Qué dice el público? ¿Comenzamos lento, medio o fuerte? —gritó el
hijo de puta luego de advertirle a Isabella que seguirían con el juego, y creí
que los demás imbéciles responderían, pero no lo hicieron.
Instantes después, todo el salón comenzó a iluminarse con una luz roja
titilante, incluso el pasillo de la celda donde yo estaba, y una sirena sonando
fuerte me aceleró el corazón.
—¡Bien! La mayoría gana —celebró Derek como un niño travieso.
—Joder —dije entre dientes.
—Al menos la electricidad no te fundió el cerebro y entiendes lo que está
a punto de pasar. —Apreté la mandíbula cuando Imbécil habló.
Había estado de brazos cruzados, pero no lo vi porque una pared lo
cubría un poco. Tenía el rostro hinchado por los golpes que alcancé a darle,
y por la tirantez que sentía en el mío intuí que yo estaba igual por los que
recibí de ellos.
—Verde es suave, ámbar es medio, e intenso es el rojo —explicó para
que entendiera por qué se encendió la luz roja. Negué con la cabeza—. Y
nuestro público escogió el rojo.
—No se atrevan —advertí.
—No te preocupes, tú lo experimentarás con ella también —advirtió.
Miré a la pantalla luego de que dijo eso y noté que Derek giró una
perilla, acción que no dejó que me diera cuenta de que Imbécil también hizo
lo mismo con un regulador que él tenía y había conectado a los barrotes
donde me apresaron. Caí de rodillas, apretando los dientes y conteniendo la
respiración en cuanto sentí la descarga que me dieron.
Parecía como que la electricidad quisiera recomponerme los huesos
dislocados, fracturándome otros en el proceso. El alambre con el que me
amarraron las muñecas a los barrotes actuó como un imán y sin quererlo me
aferré al hierro, sintiendo como que un rayo me estaba partiendo en dos.
Las contracciones musculares se volvieron insoportables y, cuando al fin
ese hijo de puta apagó el generador, gruñí y jadeé.
Jodida mierda.
—¡Eso es, reina! Cinco segundos bien disfrutados —celebró Derek, y
como pude logré mirar la pantalla para asegurarme de que Isabella siguiera
con vida.
—Tu puta no lo sabe, pero estamos jugando a quién soporta más —
informó Imbécil.
No le puse atención, lo único que quería era asegurarme de que Isabella
soportara la mierda que se nos estaba viniendo encima. Ni siquiera me
preocupé por la taquicardia que experimentaba y solo rogaba para que mi
jodido corazón no sucumbiera a un fallo cardiaco.
—Otra ronda —ordenó el malnacido de Derek.
—Joder, no —murmuré creyendo que volverían a electrocutarla.
—Reanímenla —pidió.
Me sacudí con brusquedad al ver que dos tipos le lanzaron agua y luego
la azotaron.
—¿Qué quieren de mí para que pare esta mierda? —le pregunté a
Imbécil.
No podía soportar que siguieran dañándola.
—Nada —aseguró, y estuve a punto de insistir, pero todo el lugar se
iluminó con luz verde y eso hizo que Derek detuviera a las mierdas que
azotaban a White.
—La reanimación ha terminado —le dijo a Isabella, y eso consiguió que
mi corazón se acelerara más que con la electricidad porque sabía que no
auguraba nada bueno—. Veremos si esta vez consigues gritar antes y no
después —ironizó, y vi que la Castaña miró hacia el suelo—. ¿Verde,
ámbar o rojo? —volvió a preguntar con júbilo.
—¡¿Qué mierda quieren de mí?! —grité zarandeando la celda cuando la
luz roja se encendió—. ¿¡Qué maldita mierda…?!
Mis palabras murieron en cuanto Imbécil giró la perilla segundos
después de que Derek lo hiciera para Isabella. Mostré los dientes
apretándolos con toda mi fuerza y me negué a dejar de ver a la pantalla. La
descarga que ese lameculos me estaba dando a mí no dolía tanto como ver a
mi chica siendo electrocutada hasta que perdió el conocimiento.
Demonios.
—¡Noooo! —alcancé a gritar.
Mi puto corazón se partió en miles de pedazos al verla siendo torturada
de una manera tan atroz. Eso no tenía que estar pasando, jamás debí poner
mis ojos en esa chica, nunca debí exponerla a tanto.
Isabella perdió el conocimiento de nuevo; yo recibí un par de descargas
más hasta que la luz verde volvió a encenderse, obligando a Imbécil a que
parara. El alambre se había enterrado en mis muñecas, la sangre me corría
por los brazos, aunque no era mucha como para matarme, solo la señal del
desgarro en mi piel. Sostenerme en mis rodillas se convirtió en una tarea
difícil, por lo que me senté como pude e intenté respirar.
Aunque no conseguí mucho, ya que vi en la pantalla que Derek pidió que
reanimaran a Isabella y, cuando ella reaccionó, deseé morirme por lo que
susurró.
—S-sol-solo má-ta-me ya. —Escuchar su voz ronca no me estremeció
como lo hizo la derrota en su tono.
Habían conseguido lo que querían, la hicieron sucumbir y sentí que mis
ojos ardieron.
—No hasta que lleguemos al nivel final del juego, reina —sentenció
Derek tomándola del cuello y sonriendo satisfecho—. Ya te rompí el alma,
ahora deseo romperte el culo.
—Hijo de la gran puta —gruñí al escucharlo y ver que Isabella sollozó.
—¡Shhh! Calma, cariño. Vamos por partes —la consoló—. Primero te
marcaré, ese es el pase para que consigas ascender.
—No, no, no —gruñí, creyendo que el miedo no podía embargarme más
y dándome cuenta de que me equivoqué.
La piel se me erizó, la garganta se me secó y toda debilidad y dolor que
sentía desapareció. Me puse de pie y vi a Imbécil llegar de nuevo con una
sonrisa siniestra adornándole el rostro.
—¡Oh, mi Dios! —bramó Isabella con terror al ver que Derek extendió la
mano para que le entregaran una barra de hierro con la punta enrojecida.
—Llama a tus jodidos jefes —le exigí a Imbécil sacudiendo los barrotes,
y él negó lentamente con la cabeza—. ¡Lucios! ¡Ame…!
—Cállate, perro —exigió el bastardo dándome una descarga.
Esa vez no caí al suelo, logré mantenerme de pie al ver a Isabella
removiéndose, tratando de huir, y a Derek carcajeándose ante la
desesperación de mi guerrera gritando.
—¡Puta mierda! ¡No lo hagas! —grité.
Imbécil incrementó los voltios, aumentando la tortura al clavarme un
bastón de electricidad en las costillas. Pero incluso con eso no dejé de ver
cómo dos tipos anclaron a Isabella de las piernas para que no se moviera y
uno más llegó por su espalda para sostenerla rodeándole el pecho.
—¡No, joder! —grité al ver a Derek tomando la barra con las dos manos.
—¡No lo hagan! —suplicó Elliot cuando el hijo de puta la acercó a su
estómago.
—¡Por favor, no! —rogó ella.
—¡Isabella! —me escuché gritar, llorando por la impotencia de no poder
ayudarla.
Su piel se incendió, sus gritos inundaron todo el lugar, y yo sentí que el
corazón se me detuvo porque Imbécil aumentó la potencia de la
electricidad.
Mi mundo se desmoronó al ver que la marcaban como a un animal. Lo
único bueno que tenía en mi existencia estaba siendo destruido y caí al
suelo, siendo sucumbido por sus gritos desgarradores, llenos de dolor y
desesperación. Consciente de que nada me torturaría más como ese lamento
de la única mujer que llegó a importarme más que la vida misma.
Y a la que también le fallé como jamás le fallé a nadie.
—Al fin te veo como tanto anhelé, perro hijo de puta —celebró Imbécil.
Me importó un carajo su burla, dándole el gusto de escucharme sollozar,
puesto que mis demonios también lloraban junto a mí, por lo que el orgullo
quedó de lado en ese momento.
Jamás me perdonaría haberle fallado así a Isabella.

—¡Hijo de la gran puta! ¡¿Qué quieres aquí?! —espeté al ver a Darius.


Casi traspasé la celda queriendo cogerlo de la camisa para molerlo a
golpes. El maldito hijo de puta se atrevió a besar a Isabella, la usó de
escudo y la acechó durante días, pero no pudo protegerla de esa tortura
cuando Marcus aseguró que él no buscaba dañarla.
Aunque tampoco defenderla según lo estaba comprobando.
—Hablar contigo —respondió, carraspeando para que su voz se
escuchara fuerte.
Solté una carcajada.
—¿Dónde mierdas estabas cuándo en realidad debiste buscarme? —
pregunté satírico, refiriéndome a que no sirvió para evitarle la tortura a
Isabella, y me acerqué a los barrotes.
Me había despertado rato atrás tirado en el puto suelo. Sin las cadenas o
el alambre con el que me apresaron antes. La pantalla en la pared estaba
apagada, cosa que me preocupó y desesperó porque no tenía idea de lo que
pasó con White luego de que esa mierda la marcara.
—Esta máscara puede salvar la vida de Isabella —insinuó, y levantó la
mano para mostrármela. Sentí un poco de alivio, ya que eso me indicó que
ella había sobrevivido—. Hay alguien a quien Amelia quiere más que a esa
mujer, y eres tú.
Lo tomé de la camisa cuando se acercó más a la celda y él ni se inmutó.
—Escúchame bien, maldito lameculos —espeté—. Si no estuve antes
con esa perra, menos lo haré ahora que tocó a mi chica. Así que no digas
estupideces porque en el momento que la tenga frente a mí no dudaré en
hacerla pedazos —largué, dejándole ver todo el odio que ennegrecía más mi
oscura alma.
Odio dirigido a su familia, pero sobre todo a esa puta de la que una vez
creí haberme enamorado.
—No tenemos mucho tiempo, LuzBel —avisó sin inmutarse—. Van a
matar a Isabella y la única salida que encuentro es que tomes mi maldito
lugar como Sombra a cambio de la vida de esa chica —debatió, y lo solté
de golpe.
—¿Fuiste parte de su maldito juego? —pregunté, aunque fuera estúpido
de mi parte.
—Jamás, pero me hicieron presenciarlo —aseguró, y dejó entrever la
impotencia en su voz—. Por eso sé que solo van a matarla a ella, ya que esa
perra, como acabas de llamarla, no te quiere muerto a ti. Y menos a Elliot,
pues sabe que con arrebatarle a Isabella le hará pagar por lo que le hizo.
Traté de llevarme las manos a la cabeza, pero no pude porque la punzada
de dolor en mis hombros dislocados me lo impidió.
—¿Cómo estás tan seguro de que con tomar tu lugar Isabella vivirá? —
indagué.
Estaba tan desesperado por salvar a la Castaña que en ese momento era
capaz de venderle mi alma al diablo con tal de que ella viviera.
—Le exigió a Lucius que no te maten, y ella es la mejor arma que ese
malnacido tiene, por eso le está cumpliendo sus caprichos. Elliot no les
importa, así que no puedo jugar esa carta —explicó, y solté el aire por la
boca—. LuzBel, ¿qué tanto estás dispuesto a hacer para que Isabella viva?
—preguntó agarrando los barrotes de la celda, y lo miré.
«Todo vale la pena por ti. Y no me importa quién haya caído o quién
caerá en esta guerra, siempre que no seas tú, porque, así no te dé mi
corazón, cuidaré tu espalda, quemaré el mundo y congelaré el infierno con
tal de mantenerte a salvo».
Las palabras que le dije a Isabella llegaron a mi cabeza en ese instante y
tragué con dificultad, sabiendo que todavía no era tarde para cumplirle mi
promesa, porque, incluso vapuleada, mi reina seguía con vida. Y no dudaba
que ella era de esas guerreras que, costara lo que costara, se recuperaría de
lo que atravesó.
Solo tenía que asegurarme de que saliera con vida de ese lugar.
—Congelaría el infierno y haría un pacto con el diablo si es posible con
tal de que esa chica viva —le respondí a Darius sin una pizca de duda y con
determinación.
—Te ayudaré a bajar al infierno para que pactes con el diablo —dijo
complacido y, aunque sus palabras no me gustaron, no desaprovecharía la
oportunidad de salvar a White, aunque yo tuviera que quedarme en su lugar.
Dicho eso se dio la vuelta y se marchó dejándome más frustrado,
caminando de un lado a otro porque sentía que el tiempo acababa de
detenerse. No sabía ni escuchaba nada de Isabella. Ni siquiera a Elliot.
Incluso le grité a este último con la esperanza de que me respondiera, pero
solo encontré silencio.
—Joder —gruñí y me senté, recostando la cabeza en la mugrosa pared.
Cometí el error de cerrar los ojos con la intención de apaciguar mi mente,
pero en cuanto lo hice las imágenes de lo que vivió Isabella me inundaron
la cabeza e incluso pude escuchar sus gritos de nuevo. El corazón se me
desbocó y sentí la garganta como si hubiera tragado lija. Y menos mal que
Darius volvió en ese momento, pues no soportaría más espera.
—¿Conseguiste algo? —pregunté y escuché mi voz más ronca. Sacó una
llave y abrió la celda, metiéndose en ella y cerrándola de nuevo—. Veo que
eres de los imbéciles que creen que porque el león come de su mano ha
dejado de ser salvaje —satiricé y me puse de pie, conteniendo el gruñido de
dolor.
Darius no dijo nada, simplemente me miró a los ojos y alzó la barbilla
cuando estuve frente a él. Ambos éramos del mismo tamaño y teníamos la
misma complexión, era por eso que con el jodido traje de Sombra lo
confundían conmigo.
—No soy un imbécil confiado, pero sí un león enjaulado como tú —
admitió, y lo miré sin comprender—. Acabo de darme cuenta de que
Amelia me usó para su beneficio.
—Explícate mejor —exigí.
Se acercó a los barrotes y miró a los lados, lo imité y, cuando estuvimos
a la par, comenzó a relatarme que llegó a ese lugar sabiendo que su padre y
hermana iban a castigarlo porque se enteraron de que estuvo en Inferno para
evitar que los otros Vigilantes llegaran a Isabella la noche de la gala, pero
nunca se imaginó cómo lo harían.
Según él, jamás obedeció las órdenes que le dieron sobre llevar a Isabella
hasta los pies de Lucius, pues era consciente de que querían hacer pagar a la
Castaña por cosas que no tenía culpa, cuando ella ni siquiera sabía la
verdadera historia de sus padres y que, además, ignoraba la existencia de
sus otros hermanos.
—Incluso sabiendo que podían matarme, no estuve dispuesto a dañarla.
Jamás sería partícipe de la caída de una reina como ella. Pero al final lo he
sido —admitió derrotado.
Miré mis nudillos y muñecas, porque era más conveniente concentrarme
en los cortes que los adornaban en lugar de hacerlo pedazos.
—¿Escogiste un color? —cuestioné, recordando ese juego retorcido con
el que torturaron a Isabella.
—Mierda, ¿cómo crees? —espetó mirándome. Giré el rostro para
enfrentarlo y vi cómo sus ojos brillaban por las lágrimas que contenía—.
Sabía que iban a castigarme, pero nunca imaginé que lo harían obligándome
a ver cómo Derek y sus hombres la torturaban. Eso me ha llevado al borde
de la puta locura, porque no poder protegerla me ha hecho fallarle a mi
madre —aseguró.
—¿Por qué le has fallado a Leah?
—La encontré cuando estaba muriendo, ella me pidió que protegiera a su
hija y creí que se refería a Amelia, pero ahora, viendo todo lo que le hacían
a Isabella, supe que me equivoqué, LuzBel. Protegí a la hija equivocada, y
sí, sé que Amelia está siendo usada por Lucius y no es inocente, pero
tampoco tiene toda la culpa de lo que ha sucedido.
Solté una risa burlona porque esa era la última estupidez que esperaba
escuchar.
—Mis jodidas bolas que no tiene toda la culpa —desdeñé.
—Amelia es bipolar —soltó.
—Bipolar, esquizofrénica, loca de remate. Lo que putas quieras, Darius.
No me importa, sigue siendo una perra a la que quiero hacer pedazos —
espeté.
—Posiblemente no tengas ni puta idea de lo que conlleva esa condición,
por eso entiendo tu reacción y estás en todo tu derecho. Pero necesito que
comprendas que esto es complicado. Amelia no está bien y nunca ha sido
tratada porque Dios libre a los Black de tener a una persona con esa
enfermedad mental en la familia —ironizó lo último y me dio a entender
que no era algo que él veía de esa manera, aunque sí los demás.
Me quedé en silencio, sin interrumpirlo, para que él siguiera
explicándome, y me enteré de que, en efecto, Amelia no era tratada porque
para Lucius eso era una vergüenza. Únicamente dejó que un psiquiatra la
diagnosticara con bipolaridad y luego encontró la manera de aprovecharse
de los altibajos emocionales de su hija, de la manía y la depresión sobre
todo, porque eran cambios que le beneficiaban en sus planes.
—Lucius aprendió la manera de manipular esos episodios en Amelia
sabiendo que se pierde por completo en cuanto entra a alguno, así que la
hizo caer en uno mixto: depresión y manía. Y con ello consiguió que ella
llamara a nuestra madre y la citara en el lugar donde la emboscaron —
confesó, y se limpió una lágrima con brusquedad—. Así que cuando estuvo
con mamá no lo hizo porque deseaba verla como había estado sucediendo,
sino más bien para atacarla.
—Mierda, ¿no me digas que ella…?
—Sí, LuzBel. Todo apunta a que Amelia mató a mamá gracias a la
manipulación ejecutada por Lucius —recalcó, y negué con la cabeza—. Y,
cuando la naturaleza se dignó de ella y superó ese episodio, él le aseguró
que la asesinó en defensa propia, pues nuestra madre quiso atacarla.
»Lo que le resultó conveniente a esa mierda porque Amelia tiende a
olvidar todo cuando supera los altibajos. Por esa misma razón ella se niega
a creer que abusaron de nuestra madre antes de que muriera. Y traté de
darle mi versión y abrirle los ojos, pero me mandó a la mierda y me acusó
de que yo sí quería manipularla, debido a que Lucius previó mi movida y se
aseguró de cubrir ese aspecto al decirle que todo eso era un invento de Enoc
para dejarlos como los villanos.
—Hijo de puta —murmuré con asco, dándome cuenta de que el nivel de
maldad en esa mierda era desmedida—. ¿Y cómo fue posible que Leah
cayera en esa trampa sabiendo los alcances de Lucius?
Necesitaba saber eso, ya que me pintaron a una mujer inteligente, pero la
que Darius me describió pecó de ingenua.
—Porque habíamos estado viéndonos con mamá a escondidas. Todo
marchó bien durante un tiempo hasta que Lucius se enteró de que Amelia
accedió a verla y quiso castigarla usándola para llegar a ella. Yo me di
cuenta de lo que haría cuando fue muy tarde, le avisé a Enoc para que me
apoyara, pero a duras penas alcancé a sostener a mi madre en brazos para
que no muriera sola. Sellé con su sangre el pacto de proteger a su hija,
aunque me alejé de los Black.
»No sin antes intentar matar a Lucius con mis propias manos por haber
asesinado a la mujer que, aunque no me dio la vida, me amó como su hijo y
me acogió en su familia, pero el malnacido tiene poder y por poco muero en
el intento. Entonces decidí cambiar de estrategia y, cuando Amelia me pidió
que ocupara el lugar de su amigo como Sombra, vi también una
oportunidad para hacerle pagar.
Demonios, esa familia era más retorcida de lo que imaginé.
—La versión oficial es que quien citó a mamá en ese lugar fue Charlotte,
una artimaña de Lucius con la que finge proteger la inocencia de Amelia. Y
con la muerte de Enoc dieron por zanjado todo. Cerraron ese ciclo —
prosiguió, sonriendo sin gracia—. Y si Amelia quiere asesinar a Isabella es
simplemente para hacerle pagar que ella sí fue amada por sus dos padres, y
porque tú la elegiste. A Lucius ya ni siquiera le importa la hija de sus
enemigos, pero sí quiere cumplirle todos los caprichos a su mejor elemento,
por eso la apoya —añadió.
Y continuó explicándome lo impotente que se sintió cada vez que vio y
escuchó gritar a Isabella con dolor mientras la torturaban, sin poder hacer
nada, pues se arriesgaba a que lo mataran y ya había aprendido que podía
conseguir más sobreviviendo que dejándose asesinar por ceder a los juegos
de esas mierdas.
—No tienes idea del asco que me provocó ver sus rostros de satisfacción.
Del asco que he sentido de mí mismo por permitirlo, pero ¿qué mierda
puedo hacer en contra de este ejército? —No me dejó responderle—.
Únicamente conseguí escabullirme para venir a proponerte que tomes mi
lugar como Sombra y, cuando regresé para hablar con Amelia, su sonrisa
triunfante me hizo darme cuenta de que era lo que esperaba.
—Por supuesto —ironicé, y él me miró—. La maldita zorra astuta es
consciente de que no iba a conseguir más que su muerte si venía a
proponérmelo ella misma, así que decidió utilizar tu debilidad por Isabella
para que fueras tú quien me buscara, pues sabía que ni siquiera iba a tener
que pedírtelo, simplemente te haría ver lo que le esperaba a la Castaña si no
interferías —deduje.
—Exacto, pero ahora mismo eso no me importa. Si Isabella tiene la
posibilidad de salir viva, pues me alegro de que me hayan usado —admitió,
y sentí la sinceridad en sus palabras.
Y por mucho que eso me jodiera, agradecí tener una oportunidad, incluso
si eso significaba ceder ante los jodidos deseos de esa perra que estaba
sabiendo cumplir su promesa al cogerme de las bolas.
—¿Qué quiere de mí? —pregunté, ya no quería seguirle dando vueltas al
asunto.
—Que mueras para Isabella, tu familia y amigos. Como ella lo hizo hace
años. Y te conviertas en Sombra, su compañero. —Negué con la cabeza—.
Solo de esa manera la dejará salir de aquí con Elliot, LuzBel —aseveró—.
En este momento está maniaca, así que deberás fingir que te encanta la idea
de estar con ella, porque si no tu hermana e Isa sufrirán las consecuencias.
Fruncí el entrecejo cuando incluyó a Tess.
—Explícame bien las mierdas, porque este no es el momento para dejar
información de lado.
—Así que no lo sabes aún —confirmó sonriendo, y me tensé—. Cuando
las secuestraron, les implantaron un dispositivo en el cerebro. —Apreté los
puños con tanta fuerza que agradecí el dolor de mis nudillos—. Es una
tecnología rusa, indetectable para cualquier otra. La creó el gobierno como
método de castigo y premio, por lo que proporciona dolor o placer, según lo
que quién la maneja desee, y cómo se lo gane quién lo porta.
—¿Provoca migrañas? —pregunté con la voz ronca, y él asintió.
—Un derrame cerebral si lleva al límite del dolor. Y un ataque cardiaco
si lo trasladan al extremo del placer. Además, si intentaras retirarlo antes de
apagarlo con el aparato que fue creado para eso, provocarías un daño
irreparable en la médula espinal.
—Me cago en la puta que los parió —gruñí entre dientes, sintiendo mi
respiración irregular.
—Lucius y Amelia son los únicos con acceso al mando que controla el
dolor y el placer. Y deduzco que ya sabes en quién lo han estado usando
más. —Cerré los ojos procesando la información, entendiendo las migrañas
de Tess.
—¡No! ¡No, no y no! —grité con la frustración aumentando en mí—.
¿Cómo mierdas tienen tecnología rusa? —espeté.
—Los rusos son amigos de los enemigos de Estados Unidos, LuzBel. Así
que, que no te sorprenda que Lucius sea la puta de ellos —replicó—. Y con
esto espero que entiendas que no tienes muchas alternativas si deseas como
yo que Isabella salga viva de aquí, o si esperas que tu hermana esté bien.
Porque, si aceptas ser Sombra, debes hacerlo como Amelia desea y por
tiempo indefinido, lo que significa que sí o sí vas a morir ante el mundo.
Supe en mi interior que Darius no mentía y que, si yo deseaba mantener
a salvo a Isabella, tenía que hacer lo que Amelia quería. Por lo que mi
decisión no fue tan difícil de tomar.
—No puedo guiar el viento, pero puedo cambiar la dirección de tus velas
—susurré las palabras de Amelia y volví a comprenderlas.
—¿Qué significa eso? —preguntó Darius.
—Dile a Amelia que antes de tomar una decisión tengo que hablar con
Isabella —respondí.
Ya había decidido, pero buscaría mi oportunidad para despedirme de mi
chica porque no era posible que me arrebataran eso también. Y era
consciente de que lo jodí todo al permitir que mis sentimientos afloraran de
nuevo. Me cagué en la vida de Isabella desde el instante en que dejé que el
mundo se enterara de que ella me importaba más de lo que demostraba. Y le
fallé a Enoc por no asegurarme de protegerla antes de permitir que la
identificaran como mi debilidad.
Pero, si decían que mientras hubiera vida existían las posibilidades,
entonces buscaría las mías y les sacaría provecho.
—No hay tiempo, LuzBel. —Bufó Darius desesperado.
—Seré Sombra si es lo que Amelia quiere, pero antes deben dejarme
hablar con Isabella por última vez —refuté, y él me miró reticente—. Solo
déjenme despedirme de ella, joder —supliqué entre dientes, y mis ojos
ardieron.
—Hazlo —concedió una voz que conocía a la perfección, pues la dueña
se convirtió en el ser más despreciable para mí—. Darius te explicará luego
cómo se hará todo, mientras, te obsequiaré el tiempo suficiente para decirle
adiós a esa puta. —Amelia habló con odio, pero no se comparaba al que yo
le transmití al mirarla. Ya fingiría después—. Y pobre de ti si intentas
pasarte de listo, LuzBel. —Sus ojos estaban más oscuros y actuaba raro.
Jamás la vi en ese estado—, porque te juro por mi sangre que será ella y
Tess las que pagarán las consecuencias.
No le dije nada porque en ese momento era ella quien sostenía la sartén
por el mango, únicamente la miré prometiéndole que no solo moriría para
Isabella y mi familia, sino también para la Amelia que consideré en el
pasado.
Y a la perra en la que se convirtió le haría arrepentirse el resto de su vida
por el hombre en el que me obligaría a renacer, ya que ese le demostraría
que el infierno que vivió con su padre era el cielo comparado con el que yo
le haría conocer.
Así me tardara una vida, ella, Lucius, Derek, Imbécil y cada jodido
Vigilante le temerían al Sombra que yo les daría. Y les demostraría lo que
era ser un villano de verdad.
Capítulo 7
No me subestimes
Elijah

—Pase lo que pase, prométeme que cuando salgas de aquí te olvidarás


de LuzBel.
—No, no, no, no, Elijah.
—Prométemelo, Isabella.
—Vamos a salir los tres de aquí.
—Lo haremos, White, solo quiero asegurarme de que sepas que nunca
fui LuzBel porque jamás pude sacarlo a luz contigo cerca, por más que lo
intenté, mi pequeño infierno.
—Yo también, White. Yo también me quemé a mitad del camino.

—Siempre cuidando tu espalda, ¿recuerdas?


—Eres una buena razón, Isabella.
—¡No, no, no, no! ¡No, Elijah! ¡Por favor, no! ¡No me hagas esto!
—¡Dios mío, Elijah! ¡No por mí, te lo suplico! ¡No por mí, amor!
—¡Sí por ti, Bonita!¡No vales la pena, lo vales todo! ¡Vales mi vida!
—¡Dios nooo! ¡Te lo imploro! ¡Nooo!

—¡BUH! —Jadeé cuando Imbécil me derramó el agua con hielo encima,


despertándome del sueño que me venció después de dos días negándome a
dormir. Arrancándome de los últimos recuerdos que tenía de cuando estaba
a minutos de perderlo todo—. Lo siento, pajarito, pero tu habitación apesta,
así que tenía que bañarte.
No le dije nada, simplemente me apoyé en la pared para poder pararme y
abrazarme a mí mismo.
Ese día estaba cumpliendo tres semanas de estar metido en una maldita
cloaca, un lugar que me demostró que era claustrofóbico. Aunque ¿quién no
lo sería si lo encerraban en un espacio de cuarenta pulgadas de ancho y
largo por siete pies de alto?
Lucius me estaba torturando por haber intentado escapar junto a Isabella
y Elliot el día de la explosión, pues rompí en la primera oportunidad que
tuve la promesa que le hice a su hija de quedarme a cambio de que dejara
vivir a la Castaña. Y, ya que supieron lo mucho que la presencia de Imbécil
me torturaba, lo dejaron a cargo de mi castigo hasta que aprendiera que los
juramentos no debían romperse.
—¿Quién lo diría no? El hijo de puta de LuzBel, el orgulloso malnacido,
meándose y cagándose en el mismo lugar donde come y duerme —siguió
burlándose, y apreté los dientes cuando me intentaron castañear por la otra
cubetada de agua con hielo que me derramó.
Agaché la cabeza y cerré los ojos sabiendo que no me veía, pues estaba
en lo alto de la cloaca.
Me sentía demasiado débil, aunque mi orgullo, como señaló esa mierda,
estaba intacto, ya que prefería seguir metido en ese lugar, desnudo,
soportando el frío y sus burlas, pero seguro de que le cumplí mi promesa a
White y conseguí que saliera con vida de ese lugar.
—¡Detente! —Me encogí de hombros ante el poco de agua que Imbécil
volvió a echarme encima y reconocí la voz de Darius.
—Tú no me das órdenes a mí —espetó Imbécil.
—Pero yo sí, idiota —le reprochó la voz robotizada de Amelia, lo que
me hizo suponer que iba disfrazada de Fantasma.
Se hizo silencio en la sala, únicamente escuché pasos acercándose y
luego una maldición proveniente de Darius, seguido de su petición para que
le ayudaran a sacarme de ese lugar.
No dije nada y aduras penas colaboré alzando los brazos para que me
levantaran. Al estar fuera me cubrí los ojos porque la luz me dañó y luego
sentí que me pusieron una tela encima. Minutos después conseguí ver a
Fantasma frente a mí y eso hizo que mis fuerzas volvieran como por arte de
magia.
—¡Joder! Cálmate, hombre —exigió Darius en cuanto tomé a su
hermana del cuello con fuerzas.
—¿Gozas viéndome así, jodida perra? —gruñí y la escuché jadear—.
¿Me sigues queriendo así? ¿Apestando a mi propia mierda?
La solté de golpe y caí de rodillas cuando Imbécil me disparó con una
taser. Esa vez me hizo sucumbir con más facilidad porque mi cuerpo a
duras penas seguía funcionando, igual que mi cerebro.
—Sal de aquí —le ordenó ella a Imbécil.
—No lo recomiendo, Fantasma. Este idiota no sabe defenderte —replicó
él refiriéndose a Darius.
Había caído sobre mis rodillas y manos, pero tuve la fuerza para alzar la
mirada cuando Darius le dio un cabezazo a Imbécil, este gruñó e intentó
defenderse, pero Darius no se lo permitió y lo sacó a golpes del lugar donde
me tenían. Amelia, en su traje de Fantasma, los ignoró y se dedicó a
estudiarme con sus ojos llenos de lástima, lo que me hizo reír.
—Finges bien, hija de puta —me burlé, apoyándome en mis talones y
recomponiendo la franela que me echaron encima para cubrir mi desnudez.
Ella no me respondió, pero sí le hizo un ademán con la cabeza a los otros
Vigilantes que la acompañaban para que salieran, y le obedecieron de
inmediato.
Tres semanas atrás ejecutó un plan maestro conmigo. Me hizo morir de
la peor manera frente a los ojos de Isabella y Elliot para que no quedara
ninguna duda. El ascensor había sido de vidrio inteligente para poder
mostrar las imágenes de mi sangre corriendo por él, una ilusión capaz de
traumar a cualquiera.
Aunque la mochila que dejaron a un lado contenía la bolsa de sangre que
me extrajeron antes, y esa sí que explotó para que los forenses encontraran
mi ADN, junto a vísceras y sesos que todavía no sabía si eran reales u otra
más de las mentiras que elaboraron para que la farsa se volviera perfecta.
Tras hacer eso me llevaron para la celda en donde antes me tuvieron, e
hicieron explotar el piso por donde vi salir a Isabella y a Elliot. Horas más
tarde, luego de ver cómo Jacob los encontró y sacó de allí junto a otros
Grigoris, me di cuenta de que en realidad había muerto para ellos.
—Cuando regresé por ti a ese edificio, creí que te había recuperado —
murmuró Amelia, sacándose la máscara de Fantasma, y solté una carcajada
carente de diversión, pero cargada de burla.
Cuando volvieron por mí, junto a Darius como Sombra, fingí porque él
me lo recomendó, pero lo único que deseaba era matarla por lo que me
obligó a hacer. Aunque tuvo suerte, ya que lo habría hecho si su padre no
me hubiera encerrado en esa cloaca para castigarme.
—Ya habías matado a Elijah con tu necedad de dañar a Isabella, y ese día
te encargaste de asesinar a LuzBel, Fantasma —la llamé así porque dejó de
ser Amelia para mí—. ¿O qué? ¿Creíste que solo moriría para las personas
que me importan? —inquirí con amargura.
—Me hiciste una promesa —recordó dolida.
—¡Me he cagado encima de tu jodida promesa estas tres semanas! —
largué y me puse de pie para acercarme de nuevo a ella, dejando caer la
franela de mi cuerpo sin importarme mi desnudez—. Hazlo si tienes los
ovarios —la reté cuando sacó una Beretta y la apuntó hacia mí intentando
defenderse.
—LuzBel —advirtió Darius regresando con nosotros.
No le hice caso, en cambio, llegué a un paso de distancia de Amelia y
tomé el cañón de su arma para ponerla en mi frente.
—Ya me hiciste explotar frente a tu hermanita, la chica que hizo que te
olvidara en un santiamén.
—¡Cállate! —exigió ella, y sus ojos se llenaron de lágrimas, quitándole
de paso el seguro a la Beretta.
—¡Dispara, jodida perra! —largué, haciendo más presión con el cañón
en mi frente—. Explótame el cerebro, porque es de la única manera que
dejaré de pensar en Isabella White, mi chica…
—¡Joder, LuzBel! —gritó Darius lleno de impotencia.
—Mi reina —seguí.
—¡Calla! —volvió a gritar Amelia.
—La mujer por la que cedí a estar aquí, ¿entiendes? —pregunté, y vi las
lágrimas rodar por sus mejillas—. No estoy aquí por ti, sino por ella.
—¡Aaah! —gritó, y ni siquiera cerré los ojos cuando comenzó a
dispararme, lo hizo tres veces, y noté su arrepentimiento por no haberle
puesto balas al arma.
Le sonreí de lado, con toda la maldad que llenaba mi alma, y sin que se
lo esperara la tomé de la nuca para acercarla a mí y susurrarle al oído,
obligándola a que respirara el hedor a la inmundicia en mí.
—Me querías como Sombra, pues aquí me tienes, cariño. —Se zafó de
mi agarre con brusquedad y se alejó de mí.
—Espero que disfrutes de las noticias que recibirás esta noche —siseó, y
tras eso se dio la vuelta, dejándome con Darius, quien seguía maldiciendo.
—No tienes idea de cómo acabas de cagarla —espetó él entre dientes.
Respiré hondo, tragué con dificultad y apreté los puños. Sabía que la
había cagado, pero no podían esperar que actuara sumiso cuando nunca lo
había sido, y peor aún después de tenerme en condiciones deplorables por
haber intentado aprovechar una oportunidad para escapar de ellos.
—Intenta pasar siquiera una semana sufriendo de claustrofobia,
respirando el hedor de tu propia mierda, tratando de limpiarte con tus
meados y comiendo la comida podrida que te dan. Soportando las
cucarachas y otros insectos encima de ti, que te den duchas de agua con
hielo cuando el frío está en su punto más alto. Trata de dormir en un espacio
de cuarenta pulgadas o intenta no hacerlo para que los recuerdos no te
torturen, y luego, actúa obediente y agradecido cuando te pongan enfrente a
la causante de que hayas vivido todo eso —gruñí.
Me giré para enfrentarlo y vi en su rostro que entendió el error que
cometió al llegar con Amelia.
—Te entiendo y sé de lo que hablas —señaló, y lo miré más tiempo del
necesario, comprendiendo que no estaba siendo empático, sino más bien
confesándome una verdad—. Y fueron tres semanas como tú. Este es el
castigo preferido de Lucius cuando solo quiere dar un escarmiento y no
matar a nadie —añadió, y recordé que me comentó que, luego de intentar
asesinar a su padre adoptivo, este lo hizo pagar—. Aunque a diferencia de
ti, yo salí más débil.
—¿Vas a sacarme de aquí? —pregunté porque no quería hablar de lo que
vivimos.
—De esta celda sí, pero no de la cárcel donde te tienen.
—Ahora mismo me basta con que me lleves a tomar una ducha.
Asintió sabiendo que no era momento para que habláramos, pues me
urgía quitarme el hedor de encima para poder sacarme de la cabeza un poco
de la locura que estaba a punto de hacerme perder esa batalla.
Pasé más de dos horas debajo de una regadera que por suerte tenía agua
caliente. Y casi me acabé la pastilla de jabón y el bote de champú que
Darius me proporcionó, luego de eso me vestí con la ropa típica de una
cárcel, en color blanco, y me calcé unas zapatillas TOMS.
—¿Cuántas personas hay aquí? —indagué cuando estábamos en un
comedor.
La comida era una mierda, pero al menos no estaba podrida y era alta en
proteína. Antes de llegar ahí Darius hizo que un médico me revisara y
terminé con ambos hombros vendados con un material que me apretaba
hasta dañarme, pero no me quejé porque era de la única manera que
conseguiría que las dislocaciones mejoraran. Por suerte no estaba
deshidratado, ya que aproveché las duchas de Imbécil para beber toda el
agua que me fuera posible, aunque sí tenía una infección estomacal, aparte
de los golpes que me dieron y que iban sanando con lentitud.
—No lo sé. Traté de olvidarme de este lugar luego de que me liberaron,
pero no creo que haya muchos presos, la mayoría son Vigilantes que se
encargan de supervisar que todo esté en orden. Y son los hijos de puta más
confiables de Amelia y Lucius, gente capaz de dar la vida por ellos. Y de
buena gana —explicó.
Me metí una cucharada rebosante de avena a la boca, queriendo
recuperar la fuerza y energía.
—¿Cómo se llama el imbécil que han puesto para que me torture?
—Fred y, antes de que preguntes, no puedes matarlo. Es el favorito de
Lucius y, si le tocas un solo cabello, volverás a la puta cloaca y esta vez los
ruegos de Amelia no servirán de nada. —Lo miré alzando una ceja por lo
último que dijo—. No te hemos sacado porque te lo ganaste, LuzBel, lo
hicimos porque ella rogó por ti y se comprometió a que de ahora en
adelante ya no la cagarás.
—Joder, son imbéciles si se comprometen por alguien más, y sobre todo
si esta persona ansía venganza —espeté— . Y el hecho de que tu jodida
hermana haya rogado por mí no me hará arrepentirme de lo que le dije. Lo
hice porque lo sentí y quise sacarlo de mi sistema, y si me la vuelves a
poner enfrente volveré a hacerlo. Así que más le vale que esta vez sí le
ponga balas a su arma —advertí, y él bufó con cansancio.
—¿Sabías que no tenía balas?
Negué con la cabeza.
—Creí que sí, pero el puto encierro me ha tenido al borde de la locura,
así que no me importó ver a la muerte a los ojos.
—Pues tienes suerte de que la muerte también se haya enamorado de ti.
Eso sí, no la tientes demasiado porque una vez te lo pasará, y no creas que
se quedará así —señaló.
—¿Viniste solo para servir de intermediario?
—No, vine para cumplir la promesa que te hice —soltó, y dejé la comida
de lado.
No se lo pedí, salió de él prometerme que me mantendría informado de
lo que pasaba con mi gente. Y ni las torturas de esas tres semanas me
hicieron sentir tan derrotado como escucharlo hablándome del sufrimiento
de mi familia por mi muerte, o de que Isabella había pasado varios días en
el hospital gracias a que el shock de lo que vivió y tuvo que observar la
hicieron derrumbarse.
Perdí el apetito voraz que me había embargado y terminé vomitando con
la noticia de que harían un acto simbólico para despedir mi alma, a eso tuve
que añadirle que, mientras Darius me ponía al tanto, le avisaron que Tess
acababa de ser llevada al hospital por una migraña insoportable.
Amelia estaba haciéndome pagar por lo que le hice y dije.
—¿Saben algo de Isabella? —pregunté afligido, y negó.
—Únicamente llevaron a Tess de emergencia.
Maldije y tiré lo poco que encontré a mi paso, unos Vigilantes se
acercaron para controlarme, pero Darius les ordenó marcharse y le
obedecieron únicamente porque dos de ellos eran sus amigos.
Cuando estuve más calmado, Imbécil (lo seguiría llamando así porque le
quedaba mejor que su nombre) llegó con un séquito de Vigilantes para
escoltarme a mi nueva celda, y si obedecí fue solo porque quería
recuperarme, además de que estar fuera de esa cloaca era mi única opción
para que Darius pudiera informarme sobre el estado de salud de Tess o lo
que averiguara de Isabella.
Y porque para cuando llegara el momento de hacerle pagar a esa mierda
todo lo que me hizo, quería tener el tiempo suficiente para deleitarme y
bañarme con su sangre.
—Pórtate bien, pajarito. Porque no quiero verme en la obligación de
volver a romperte las alas —recomendó cuando cerró la celda, y me limité a
sonreír.
Los tipos que lo acompañaban fueron inteligentes y se quedaron en
silencio, a diferencia de él, que comenzó a carcajearse.
Esa noche no pude dormir, y no solo porque estar en una cama se sentía
extraño, sino porque me desesperaba no saber nada de Tess o Isabella, y
porque cada vez que cerraba los ojos los recuerdos de mi despedida con la
Castaña y sus súplicas cuando la encerré en el elevador me asaltaban.
Dos semanas después seguía sin saber nada de Darius y la claustrofobia
de esa celda comenzaba a sentirse igual que la que experimenté en la
cloaca. Me sacaban una hora al día, en la que aprovechaba a ejercitarme a
pesar de que mis hombros todavía no sanaban, y cuando la noche caía
volvía a hacerlo porque prefería sudar a base de agotamiento físico y no por
las pesadillas que no me dejaban en paz. A parte de la frustración porque
temía lo peor con mi hermana o Isabella.
Y dejé de preguntarle a esos tipos por Darius, debido a que las tres veces
en que lo hice terminé siendo torturado por Imbécil y su séquito, pues al
maldito le incomodaba mi voz.
—Lucius quiere saber si ya estás dispuesto a hacer tu juramento para los
Vigilantes. —Miré a Imbécil cuando llegó frente a la celda y no respondí—.
No creas que me hace feliz que te vuelvas parte de nosotros, pero he pedido
que te dejen en mi élite para seguirte amansando.
Bufé una risa sarcástica al escucharlo y noté que los hombres que lo
acompañaban se miraron entre sí. No parecían muy de acuerdo con ese hijo
de puta, y me refería a que no lo toleraban como se suponía que debían
hacerlo.
—Sigues reacio, entiendo. Entonces tendremos que darte un incentivo —
continuó con su monólogo, y creí que recibiría otra golpiza, pero me
extrañó que en lugar de eso le hizo un ademán a uno de sus acompañantes y
este arrastró una mesa con ruedas en las patas.
Había un monitor sobre ella, dividido en dos pantallas, una tenía las
letras PPG y la otra PRG. Los colores verde, ámbar y rojo resaltaban en
cada una y los recuerdos del maldito juego con el que torturaron a Isabella
hace poco más de un mes llegaron a mi cabeza de inmediato, lo que me
aceleró el corazón e hizo que me pusiera de pie, ya que me mantuve sentado
en la cama.
—Puta Princesa Grigori y Puta Reina Grigori —explicó señalando cada
pantalla—. Y esta vez tú escogerás un color. Ámbar o rojo, eso divide el
nivel de dolor. Dejemos de lado el verde porque es muy aburrido.
—Atrévete a provocarles daño alguno y prometo que te enseñaré por qué
tus compañeros me temen —rugí cogiendo las barras.
—¿En serio le temen a este pajarito enjaulado? —les preguntó él. Los
tipos volvieron a mirarse entre sí y negaron levemente con la cabeza,
respondiendo porque debían, no porque querían—. ¿Ámbar o rojo? —
inquirió para mí con una sonrisa triunfante.
Apreté las barras de hierro y negué enfurecido, aunque también sentí una
pizca de alivio porque que ese maldito quisiera torturarme así, era una señal
de que tanto la Castaña como mi hermana estaban con vida. Y no podía
volver a cagarla cuando principalmente estaba en esa situación para
protegerlas a ellas.
—Escojo el juramento —siseé entre dientes.
—¡Nooo! Dame diversión al menos por hoy porque estoy aburrido —se
quejó como niño caprichoso—. Anda, ¿ámbar o rojo?
—Dije que escojo el juramento —repliqué fuerte, y él se puso una mano
en la oreja, fingiendo que quería escuchar mejor.
—¿Rojo? ¡Joder! Eres rudo —exclamó— .Y para ambas. ¡Demonios!
Me dejas sin palabras.
—No te atrevas, maldita mierda —advertí cuando hizo el ademán de
presionar el botón con el signo de más.
—Fred —aseveró uno de los que lo acompañaban.
El otro maldijo, dejándome más claro que no estaba de acuerdo con lo
que Imbécil hacía.
—¿Te atreves a contradecirme? ¿Es en serio? —inquirió indignado para
el que habló.
—Te ha respondido que escoge el juramento, eso es lo que el jefe quiere.
Así que apégate a las órdenes —exigió el mismo tipo.
—Estoy por encima de ti, mierda. Así que no te pases de listo conmigo
—espetó Imbécil y lo cogió de la camisa.
El que se había mantenido en silencio hizo algo con el monitor y este se
apagó enseguida. Imbécil se percató de eso y le propinó un puñetazo que lo
lanzó al suelo, totalmente enfurecido, lo que me indicó que él no podía
volver a encender el aparato, y solté el aire que estuve reteniendo,
agradecido en mi interior por la hazaña del tipo.
—¿Ves por qué no permito que mi hermana se líe con esta mierda,
Lewis? —Imbécil se dirigió al tipo que habló antes, señalando al que
todavía yacía en el suelo enfurecido y conteniéndose para no irse sobre él
—. ¡Demonios! Tienes suerte de que ustedes sean mellizos, porque, si
fueran idénticos, tampoco te soportaría a ti.
—Tú eres el de la suerte, Fred. Porque te aseguro que, si el jefe no te
protegiera, ahora mismo Owen te estaría haciendo comer mierda por tocarle
el rostro —espetó Lewis, y el que supuse que era Owen se puso de pie y
escupió sangre.
En ese momento sí noté el parecido entre ellos, no como gemelos
idénticos, pero sí como hermanos.
—Agradece que vine acompañado de imbéciles —espetó esa maldita
mierda para mí, y se marchó como si le habían prendido fuego en el culo.
Los hermanos gruñeron maldiciones y se fueron detrás de él minutos
después.
—Gracias —les dije antes de perderlos de vista.
Ambos asintieron en respuesta y continuaron su camino, yo me senté en
la cama, consciente de que, si no hubiera sido por ellos, las chicas habrían
sufrido las consecuencias del aburrimiento de ese malnacido que cada día
me confirmaba que, en efecto, me tomaría mi tiempo con él cuando llegara
mi turno para jugar.

Dos meses después me encontraba al borde de la locura, viviendo en esa


puta cárcel sin tener ni jodida idea de lo que pasaba. Lucius no reclamó mi
juramento luego de que acepté hacerlo, y estuve a punto de volver a la
cloaca cuando golpeé a Imbécil porque ya me había explotado los cojones
con sus burlas.
Darius no volvió a aparecerse por ahí, tampoco Amelia. Pero Owen, el
tipo al que Imbécil golpeó por apagar el monitor con el que pretendía dañar
a Isabella y Tess, me dijo que ellas seguían vivas y que por el bien de ambas
debía dejar de hacer preguntas, ya que eso era lo que evitaba que me
juramentaran para que comenzara mi vida como Sombra. Entonces
comprendí que la espera era otro método de tortura que me estaban dando.
—Tienes visitas —avisó Lewis, el mellizo de Owen. Dejé de golpear el
saco de boxeo que me habían proporcionado para que me mantuviera
ejercitado, ya que, por lo que intuí, no querían que perdiera mi fuerza física,
solo la mental.
Y no le respondí, simplemente dejé de golpear el saco y me acerqué a
beber agua de la botella plástica que dejé a un lado, y esperé a que me
indicara a dónde ir.
—Al comedor —dijo, y esperó a que caminara delante de él para
escoltarme.
Él y su hermano no se metían conmigo, aunque tampoco me daban la
oportunidad de entablar charla (a excepción de la ocasión en la que Owen
me dio su consejo). Se limitaban a seguir las órdenes que les daban sobre
mí y cuando no se mantenían al margen para no buscarse problemas.
—¡Joder! Al fin te quitaron la correa —chinché a Darius cuando lo vi
sentado en una de las mesas del comedor.
El lugar era ocupado en su mayoría por los Vigilantes que cuidaban la
cárcel, ya que en todo ese tiempo no vi a ningún otro reo. Yo era el único.
—En realidad, hasta ahora me dejaron entrar a tu perrera —ironizó él—.
Por cierto, has agudizado tus ladridos, te escucho más ronco. —Noté que
Lewis disimuló una sonrisa y lo miré alzándole una ceja.
—Tienes treinta minutos máximo para que Fred vuelva. Owen te avisará
cuando estés llegando al límite —le dijo a Darius, ignorando mi gesto. Este
último asintió en respuesta.
—Supongo que son los efectos de hablar poco, pero espero que no hayas
venido aquí para saber en qué condiciones está mi voz —respondí a su
pregunta, y tomé asiento cuando él me indicó con un gesto de mano que lo
hiciera.
Ya había notado la ronquera en mi voz en las pocas ocasiones que
llegaba a hablar, pero no le di importancia.
—Iré directo al grano: Amelia quiere hablar contigo —soltó, y apreté la
mandíbula. Todavía no estaba listo para volver a verla y menos después de
lo que le hizo a Tess—. Y te sugiero que la escuches ahora que ha salido de
uno de sus episodios, por lo que se encuentra medianamente normal.
Me quedé en silencio porque me conocía y era consciente de que, con lo
que la tipa me repugnaba en ese momento, el desquiciado sería yo al verla.
Sin embargo, también aprendí mi lección y no dejaría que dañara a mi
hermana o a Isabella de nuevo, porque, como pensé antes, no sacrifiqué
tanto para actuar como un imbécil que solo conseguiría que quien más le
importaba pagara las consecuencias.
—¿Qué sabes de mi familia? —le pregunté antes de darle una respuesta.
—Están tratando de seguir adelante, todo lo que la pérdida de alguien a
quien aman les permite —respondió, y evité mirarlo—. Tess ha dejado de
tener dolores de cabeza, aunque… —Se quedó en silencio, y fruncí el ceño.
Al verlo a la cara noté que estaba buscando la manera de decirme lo
siguiente y eso me alertó.
—Suéltalo, Darius, porque no estoy en el mejor momento para esperar
—lo exhorté, y soltó un suspiro largo.
—Le he perdido la pista a Isabella desde la última vez que estuve aquí —
confesó, y me puse de pie como si la silla donde estaba hubiera tenido
fuego.
—¿Qué demonios significa eso? —formulé entre desesperado y furioso.
—Sé que no está muerta, eso puedo asegurártelo —dijo de inmediato
para tranquilizarme—. Todo indica que los Pride la han hecho desaparecer
para protegerla de cualquier otro ataque por parte de los Vigilantes. Es la
única explicación válida que encuentro, ya que tu familia actúa con la poca
normalidad que pueden tener en este momento. Y busqué a mis contactos
en la sede de California para que me informaran lo que saben, pero no han
obtenido noticias. Tu padre únicamente les dijo que Isabella tomará el lugar
de Enoc cuando esté lista.
Volví a sentarme, reconociendo la pizca de tranquilidad que se instaló en
mi pecho con la explicación de Darius, y solté el aire que estuve
conteniendo cuando lo peor pasó por mi cabeza. De alguna manera me hizo
sentir un poco más seguro que padre optara por desaparecer a la Castaña.
—Accedí a hacer el juramento con los Vigilantes hace dos meses, ¿por
qué me siguen teniendo aquí? —inquirí, decidiendo no seguir torturándome
con una vida que ansiaba, pero que ya no era mía.
Y saber que Isabella estaba siendo protegida me animó a mantenerla así,
y eso lo conseguiría solo si me convertía en lo que los Vigilantes querían.
—Ni Lucius ni Amelia creen que estás listo, LuzBel. Ellos piensan que
aceptaste para que Fred no dañara a las chicas. Déjame seguir porque no
tenemos tiempo —pidió al ver mi intención de hablar—. Quiero que
entiendas que no estás tratando con estúpidos porque, de ser así, desde hace
mucho yo los habría destruido, pero estando dentro me he dado cuenta del
poder que tienen, así que deja de creer que soy un lameculos que
únicamente sirve para seguir órdenes.
Ya había dejado de creer eso, pues, con todo lo que esas mierdas nos
hicieron, entendí por qué eran los enemigos que más nos había costado
destruir.
—Para llegar al rey y la reina, primero debo deshacerme de los peones y
escalar a los alfiles, torres y caballos. Y, a diferencia de lo que otros
piensan, yo no subestimo a las piezas de poco valor, ya que si están en el
tablero es porque se han ganado el derecho a jugar —prosiguió—. Y en este
juego no gana el que mueve más rápido, sino el que piensa sus
movimientos, LuzBel.
«Por lo que te sugiero que, si buscas un lugar en la partida, te enamores
del juego, ya que es de la única manera que los convencerás de que eres
parte de ellos, aunque tú estés haciendo movimientos propios para darles
jaque mate cuando menos se lo esperen.
«Para sobrevivir me dejé consumir por el odio que mi padre alimentó en
mí».
Las palabras de Amelia llegaron a mi cabeza cuando comencé a
comprender lo que Darius me sugería, pues, si quería proteger a Isabella y
mi familia, la mejor manera de conseguirlo era convenciendo a los
Vigilantes y sus fundadores de que yo nací en el lado equivocado de la
historia, pues ser villano se me daba mejor.
—Haz el juramento y créete un jodido Vigilante, LuzBel, porque te
aseguro que para Lucius no habrá mejor victoria que ver a un nuevo Grigori
amando hacer el mal —continuó Darius—. Convéncelos de que naciste para
esto, abraza la maldad que tienes en tu interior y gánate tu lugar en el
tablero; conócelos desde adentro y muévete a favor de ellos y tuyo a la vez.
Y luego, cuando menos se lo esperen, derroca al rey.
«No importa si te tardas días o años. Tárdate una vida si es necesario,
pero hazlo bien para que no puedan volver a recuperarse. Eso sí, en el
momento que te den un poco de libertad, no cometas el error de buscar a tu
familia, porque entonces sí asesinarán a Isabella o a tu hermana. Ya que,
cuando te digo que te creas un Vigilante, también me refiero a que aceptes
tu muerte, porque te guste o no, moriste para los que te importan. Así que
dales a Sombra, sé Sombra, y con él desata al demonio del que tanto
alardeas.
—Darius, Fred ya viene en camino. —Ambos miramos a Owen cuando
llegó a dar ese aviso.
Joder. Los treinta minutos habían pasado demasiado rápido esa vez.
Darius se puso de pie, esperando a que le dijera algo sobre todo el
discurso que me dio, pero, como él mismo aconsejó, debía pensar mis
movimientos y no hacerlos a la ligera.
—Supongo que Amelia puede venir aquí cuando quiera —murmuré
mirándolo a los ojos.
—Sí, pero evita hacerlo si tú no quieres, ya que, como te dije antes, ahora
mismo está cuerda.
—Qué considerada —ironicé, y él rio, negando con la cabeza al ver que
me mantenía a la defensiva—. Si quiere hablar conmigo, ya sabe dónde
encontrarme —acepté segundos después y noté que lo tomé por sorpresa.
Pero también le satisfizo que yo empezara a seguir sus consejos, ya que
con mi respuesta comprendió que, así no dijera mucho sobre su discurso, sí
comencé a hacer la primer movida de mi propio juego.
Nos despedimos después de eso porque admitió que no quería cruzarse
con Imbécil y que este le fuera luego con el chisme de su visita a Lucius,
pues era mejor evitar que pensaran que él estaba malaconsejándome; cosa
que comprendí, ya que, si mi intención era empezar a jugar para mi propio
beneficio, debía creerme yo mismo el papel que desempeñaría. Así no me
resultara fácil, porque estaba consciente de que no lo sería, sobre todo con
la necesidad que me seguía embargando de escapar y buscar a Isabella.
Mierda.
Ese era el único pensamiento en mi cabeza, el que pulsaba en mi interior
a cada segundo junto a los latidos de mi corazón: salir de ahí y buscar a la
Castaña para tratar de borrar de su mente todo lo que le hicieron y lo que
tuvo que ver, pero no me haría idiota, pues Darius tenía razón. Si yo
conseguía la oportunidad de salir de esa cárcel y la buscaba, la llevaría a
una muerte segura.
Y si seguía vivo era para mantenerla con vida a ella, como se lo aseguré
el día que estuvimos en la casa del bosque de madre.
—Me cago en la puta —espeté, dándole un puñetazo a la pared.
Frustrado, desesperado, impotente y derrotado—. Morí hace tres meses, así
que es mejor que empiece a aceptarlo.
Como todas las noches, no dormí casi nada gracias a Imbécil, que tenía
de rutina ducharme con esa manguera a presión que tanto le gustaba justo a
las cuatro de la madrugada. A veces me sorprendía llegando antes o más
tarde porque el hijo de puta decía que era aburrido que no saltara de la cama
con emoción por verlo.
—¡Me intrigas, pajarito! ¡¿Por qué sonríes mientras te ducho?! —gritó
para que lo escuchara por encima del sonido del agua.
Lewis y Owen habían dejado de acompañarlo desde la vez que me
ayudaron a que no dañara a Isabella y Tess, por lo que eran otros Vigilantes
que sí gozaban de lo que me hacía los que llegaban con él. Aunque esa
mañana los mellizos estaban a su lado, serios, siguiendo órdenes.
—Más pronto de lo que te imaginas, te meteré esa manguera por el culo,
ya que veo que la adoras —prometí entre los castañeos de mis dientes por el
frío que me provocó el agua.
—Que bueno que ya el encierro te esté volviendo loco, por eso alucinas.
Pero hazlo, pajarito, se vale soñar —desdeñó, y sonreí.
Noté que los mellizos escondieron sus sonrisas, de seguro porque sabían
que no hablé por hablar.
—Ahora vístete antes de que te refríes y ve a desayunar luego porque
tendrás visitas —demandó y soltó una carcajada porque el hijo de puta me
mojó la ropa—. Asegúrense de que no se tome más tiempo del necesario —
le ordenó a los mellizos, y se marchó.
Apreté los puños para esconder el temblor en mi cuerpo por el frío y
negué con la cabeza, maldiciendo en mi interior e imaginando todos los
escenarios de torturas que le haría a esa mierda.
—Ve a conseguirle ropa seca —le pidió Owen a Lewis.
—Déjenme así —demandé.
—No te conviene enfermarte —señaló Lewis.
—No pienso hacerlo. Y, con la determinación que tengo en este
momento, sé que no lo haré —aseguré—. ¿Puedo saber quién vendrá? —
Owen miró a su hermano al escucharme, ya que Lewis tendía a ser más
reservado que él.
—Lía —respondió Owen, y fruncí el ceño por qué le llamaran así.
Supuse que nadie más usaba ese apodo con ella a excepción de mí, ya
que en su momento me aseguró que únicamente lo toleraba de mi parte. Sin
embargo, me importó un carajo que ellos lo utilizaran también luego de
unos segundos.
—¿Ustedes son parte de la élite de ella? —Me aventuré a seguir con las
preguntas.
—No, somos de la élite de Sombra. —Fue Lewis el que respondió, y
comprendí por qué Darius parecía tenerles confianza.
—¿Imbécil a cuál pertenece?
—A la de Fantasma, pero se ha ganado favores con Lucius. —Reí sin
gracia con la respuesta de Owen.
—Bien, estoy listo para ir al comedor —dije dando por terminada esa
conversación de monosílabos en su mayoría.
Era consciente de que ellos se arriesgaban respondiendo mis preguntas,
así como que no podían darme todas las respuestas que necesitaba. Y
tampoco me encontraba en condiciones para procesar demasiada
información con el jodido frío que me estaba haciendo doler los huesos; me
urgía tener algo caliente en las manos y en el estómago porque la ropa
tardaría en secárseme. Y no decidí quedarme mojado para darle lástima a
Lía, sino más bien para mantener claro que no quería ni podía regresar a esa
jodida situación.
Tres horas más tarde le pedí a los mellizos que me llevaran al saco de
boxeo para entrar más rápido en calor, mojando de nuevo mi ropa
enseguida, pero esa vez por el sudor provocado por el ejercicio. Y
únicamente me detuve cuando mi cuerpo se tensó y vi de soslayo la
pequeña figura de brazos cruzados mirándome desde una distancia
prudente.
—¿Qué te tiene tan absorta? ¿Verme limpio o que siga vivo? —espeté
entre jadeos, deteniendo el saco para que dejara de moverse luego de darle
el último golpe.
Amelia no respondió, así que me giré para mirarla y disimulé muy bien
mi sorpresa al tener frente a mí a la chica que fue mi novia años atrás.
Había dejado su gesto de hija de puta, mostrándome más que estaba
asustada. Darius se encontraba a su lado y noté que le tocó la espalda en
señal de apoyo, o animándola a que hablara.
Bufé una risa.
—Verte —respondió con tono suave, y esa palabra me dio a entender que
sentía como si me estuviera viendo por primera vez en años—. Darius me
dijo todo lo que he hecho —añadió, y dio unos pasos para acercarse a mí.
No dejó de sorprenderme su capacidad de ser la más perra cuando estaba
maniaca y la más estúpida en su estado normal. Y no pensé así porque
estaba siendo el hijo de puta orgulloso de siempre, sino más bien porque
gracias a sus caprichos me hallaba metido en ese jodido infierno, por lo que
la poca empatía que pude tener alguna vez desapareció de mi sistema.
—Y sé que no puedo dar marcha atrás, aunque, ya que estás aquí
tampoco quiero —aceptó acercándose a un paso de mí, y me sobresaltó que
intentara acariciarme el rostro.
—Ni lo intentes —gruñí y le tomé la mano con brusquedad para alejarla
de mí—. Porque el hecho de que me tengas aquí encerrado no significa que
me has amansado. Sigo siendo una bestia, y una más furiosa esta vez.
Tragó con dificultad al escuchar mi voz ronca, dándose cuenta de la ira
que intentaba contener. Darius negó con la cabeza detrás de ella,
indicándome de esa manera que no perdiera el rumbo, pero lo ignoré
porque, a pesar de sus consejos, iba a actuar a mi manera, y eso no
implicaba comportarme como un marica que perdonaría fácilmente lo que
le estaban haciendo.
Cedería solo lo suficiente.
—Sé que Darius te habló de cómo me denominan —dijo dando un paso
atrás.
No le respondí, pero recordaba muy bien lo que él me explicó hace
meses, sobre la condición de esa chica y de que se la pasaba saltando entre
estados maniacos y depresivos todo el tiempo. De las pocas y raras
ocasiones en las que la vida le permitía ser normal. Y de cómo Lucius no
podía consentir que su hija fuera tratada por enfermedad mental porque la
utilizaba para su beneficio.
—Y, aunque no lo creas, solo cuando estuve contigo pude mantenerme
cuerda, Elijah. Incluso llegué a pensar que me habías curado —susurró, y
en lugar de darme lástima deseé tomarla del cuello y estrangularla hasta que
dejara de hablar estupideces—. Fuiste mi salvación, mi protector, mi
normalidad y el amor de mi vida. Lo sigues siendo, todavía te…
—¿A eso has venido? ¿A hablarme estupideces? —la corté antes de
perder el control.
—Dame la oportunidad de explicarme, por favor —rogó, y escuché a
Darius maldecir.
—Vete a la mierda, Amelia —largué, y decidí que era mejor marcharme
a mi celda antes de cagarla más.
—Joder, hombre. Espera —aseveró Darius.
—Ya tengo suficiente mierda en mi vida como para añadir más —escupí
sin dejar de caminar.
Pero Amelia volvió a hablar y sus palabras me detuvieron de golpe.
—Si haces tu juramento Vigilante y lo respetas y cumples como todas tus
promesas, te juro que conseguiré que mi padre deje en paz a tu familia. Y
yo me alejaré de Isabella. —No me giré, aunque me quedé escuchándola
con atención—. No atentaré más contra su vida, me olvidaré de ella y de tu
hermana, pero quiero que tú me jures lealtad, a mí y a la organización.
Necesito que me prometas que no la buscarás en el momento que te
dejemos salir de aquí. Porque, si lo haces, les explotaré el cerebro.
Sonreí con ironía por lo fácil que dejaba de ser Amelia y se convertía en
Fantasma incluso sin ponerse la máscara.
—Si desactivas los dispositivos que tienen en la cabeza, me pongo a tus
pies si es lo que deseas —aseguré, dándome la vuelta para enfrentarla.
Tragó con dificultad y noté su pecho hinchado por el aire que contenía.
—Estoy lúcida, no estúpida —satirizó—. Que ellas tengan ese
dispositivo es la única garantía para mí de que te mantendrás a raya y
cumplirás tu promesa.
Inteligente de su parte, no lo negaría, aunque eso lo mantuviera solo para
mí.
—¿Por qué crees que sigues viva, Dahlia? —solté, deseando que siguiera
odiando ese nombre. Ella no comprendió la razón de mi pregunta, pero sí se
tensó con molestia—. Hace años te prometí que te protegería y si no lo
conseguí del todo fue solo porque te abriste de piernas con Elliot y eso me
distrajo.
La vergüenza surcó su rostro y me provocó gracia. También vi que
Darius se incomodó con eso, pero se mantuvo al margen de esa discusión
porque me estaba dejando pelear mi propia batalla. Y no, no le dije nada de
eso para mantener mi farsa, al contrario, era verdad y era eso lo que
necesitaba: encontrar las jodidas verdades para no mentir y delatarme.
—Pero tuve la oportunidad de asesinarte con mis propias manos cuando
volviste —seguí y me acerqué a ella—. Pude entregarte a Isabella para que
ella te matara cuando bajaste la guardia conmigo con la ilusión de que te
follara —añadí por lo bajo justo al tenerla a centímetros y su respiración se
agitó—. Sin embargo, recordaba mi jodida promesa y te dejé marchar sana
y completa, aunque con la moral vapuleada por no querer usarte. Solo para
que me siguieras jodiendo la vida. Y ahora te da por no creer que, si digo
que haré algo, lo cumpliré sin que me amenaces.
—Yo creía ciegamente en el Elijah enamorado de mí —se defendió—.
No en el que ha sido capaz de aceptar su muerte por ella. Así que
perdóname si me atrevo a dudar de que no la buscarás al tener la libertad.
—Desactiva los jodidos dispositivos y me tendrás para siempre, te lo
juro por mi sangre —insistí—. O quítame lo único que me mantiene aquí y
te prometo por mi vida que sabrás que lo que viviste con tu padre al volver
fue el cielo en comparación al infierno que yo te daré.
Ambos nos miramos a los ojos luego de mis palabras y sé que ella vio la
determinación y la verdad en los míos, lo que la hizo enfurecer y
entristecerse al mismo tiempo, pues de nuevo le estaba demostrando todo lo
que era capaz de hacer por mi hermana.
Y sobre todo por la suya.
—Los rusos solo nos entregaron cuatro prototipos de prueba, pero no han
creado el dispositivo que los desactiva —dijo luego de unos minutos, mas
no le creí.
—Haré el juramento para Lucius, David y Fantasma —repliqué, dejando
claro que solo sería esta última para mí.
—Elijah…
—Sombra de ahora en adelante, Dahlia. Mataste a Elijah y a LuzBel. Y
yo vi morir frente a mis ojos a Amelia. No lo olvides —desdeñé, y apretó
los puños.
—Soy Lía ahora.
—Yo solo veo a Fantasma.
—¡Maldición! Vas a quedarte y cumplir, lo sé. Pero para mí eres Elijah y
quiero que me des la oportunidad de hablar contigo, de que me conozcas
como no pudiste hacerlo mientras estuvimos juntos. Deseo demostrarte que
estar en mi mundo no tiene por qué ser un castigo para ti. —Solté una
carcajada por sus estupideces—. Dámela y te doy mi palabra de que, así ella
mantenga ese dispositivo, mientras no se meta en mi territorio, será
intocable para la organización.
—Dile a tu padre que Sombra está listo para su juramentación —le pedí
a Darius, dejándole claro a Amelia que no llegaríamos a nada si seguía
usando esa amenaza y si no me daba lo que le pedía, porque yo no era
estúpido como para tragarme la mentira de que crearon la enfermedad, pero
no la cura.
—Lo haré —aseguró Darius, y con la mirada le agradecí que me
apoyara.
Dicho eso volví a darme la vuelta dando por zanjada la conversación y
manteniendo claro mi punto, ya que, si ellos me usarían pues yo también los
usaría.
—¡Espera! —suplicó Amelia, y la ignoré—. ¡Mierda! —gritó llena de
frustración, pero más de desesperación, y escuché que comenzó a correr—.
Hay un dispositivo que bloquea de forma parcial el que ya ha sido
incrustado, aunque no lo apaga para que pueda ser retirado sin dañar
permanentemente la espina dorsal. Sin embargo, tendrás la seguridad que ya
no podrá provocar ni castigo ni premio. Solo es uno. Dame a mi Elijah y se
lo haré llegar a Tess.
Se había colocado delante de mí y comencé a reírme como un lunático.
—Ya te complací demasiados caprichos, Lía —espeté, enfatizando su
apodo—. Y estoy hasta el culo de condiciones y más condiciones, así que
jódete —rugí siguiendo con mi camino, y ella me tomó de los brazos
queriendo detenerme.
—Por favor, solo quiero recuperarte —rogó con los ojos llenos de
lágrimas, y negué con la cabeza.
—Seré Sombra y tú me darás ese dispositivo para que yo me asegure que
tendrá el efecto de revertir las consecuencias del que ya les han puesto a las
chicas. Y luego me encargaré de hacérselo llegar a quien yo quiera —
debatí.
—Quiero a Elijah.
—Lo mataste —le recordé, y comenzó a llorar—. Ahora solo existe
Sombra y este te odia tanto como lo hizo Elijah el día que lo hiciste explotar
frente a Isabella.
—No seas cruel conmigo. —Ya ni siquiera me sorprendió que fuera tan
descarada.
—No soy cruel, soy sincero, Lía. Yo no voy a mentirte ni a ilusionarte
para mi conveniencia, ya que la empatía es lo único que no puedo fingir, y
cuando la otorgo es porque se lo han ganado. —Soltó un sollozo
demostrándome que estaba dándose por vencida y vi mi oportunidad—.
Seré Sombra, cumpliré mi promesa y haré ese juramento. Y, si quieres
ganarte la oportunidad de que él conozca a Lía, entonces pondrás ese
dispositivo en mi mano para que yo decida qué hacer con él. ¿Lo tomas o lo
dejas?
No respondió por un par de minutos, solo se dedicó a llorar y sollozar
queriéndome dar lástima, y lo único que consiguió fue que la odiara un
poco más.
—Lo tomo —logró decir entre hipidos, y alcé el mentón, gozando esa
pequeña victoria entre tantas batallas que llevaba perdidas—. ¿Podemos
empezar ya a conocernos, Sombra? —añadió, y la curva de mi boca se alzó
con maldad.
—¿Tienes el dispositivo?
—Todavía no.
—Y yo todavía no hago el juramento, no uso una jodida máscara ni nada
que me cambie la voz. Tampoco tengo el dispositivo en mi mano, así que
hasta entonces no podemos —zanjé y la aparté de mí para perderla de vista.
—Eli… ¡Sombra! —me llamó corrigiéndose.
—Si quieres que volvamos a charlar, ya sabes qué hacer, Lía.
—No me subestimes así, hijo de puta, porque puedo hacer que tu zo…
Chilló en el momento que la cogí del cuello sin medir mi fuerza y la
empotré en la pared. Vi a Darius detener a los Vigilantes que querían
defenderla, pidiéndoles que esperaran sin darse cuenta de que no estaba
jugando, aunque dándome la oportunidad de recapacitar y no cagarla más
con mi plan.
—Sigue subestimándome tú a mí, jodida perra. Sigue amenazándome
con dañarla, con arrebátamela, y conocerás los demonios que solo su
existencia mantienen a raya —espeté y, antes de que mi agarre la dañara
más de lo que pretendía, la solté y dejé caer al suelo. Ella jadeó intentando
recuperar el aire que le robé.
En ese momento, Darius llegó a ella para auxiliarla y con un ademán de
cabeza me pidió que me marchara, entonces me di cuenta de que me dejó
descontrolarme un poco porque era algo que en efecto me ayudaría en mi
plan en lugar de afectarme. Y, consciente de que él conocía mejor a su
hermana en ese estado, obedecí y los dejé solos, esperando que el tiempo
jugara a mi favor.
Y mientras caminaba a mi celda analicé que no me disgustaba del todo
comenzar a ser malo, por lo que decidí que abrazaría ese papel y escalaría
poco a poco hasta ganarme un lugar en el tablero de los Vigilantes, pero
jugaría mi propia partida, aunque en el proceso tuviera que hacer caer a mi
gente.
A pesar de eso me prometí a mí mismo que haría que valiera la pena, ya
que no solo buscaría mi libertad, sino también derrocaría desde adentro a
los Vigilantes hasta que no quedaran ni las historias de que alguna vez
existieron.
Y solo entonces buscaría a la mujer por la que era capaz de sobrevivir
ese infierno.
Lo prometía por mi vida.
Capítulo 8
Ángel
Elijah

Me quedé en la pocilga que llamaban celda por un buen rato, caminando


de un lado a otro (los diez pasos de largo que tenía el lugar), sintiéndome
más enjaulado de lo que ya estaba, con ganas de regresar a donde dejé a
Amelia y a Darius para matarla de una vez por todas, y conteniéndome
porque el único que saldría perdiendo sería yo.
Y ya había perdido demasiado en mi vida como para seguir haciéndolo.
Cuando comencé a marearme por las vueltas que daba, decidí sentarme
en la única esquina seca, pues la cama y todo lo demás seguía mojado
gracias a Imbécil. Trabajé en mi respiración para controlar la sensación de
náuseas, aunque el pensamiento de que existía la posibilidad de obtener un
dispositivo para poner a salvo a Isabella, dentro de lo que se pudiera, no me
ayudaba con la euforia que cada vez me revolvía más el estómago.
—Joder —musité, riéndome de mí mismo por lo fácil que tomé una
decisión sin pensarlo demasiado.
Y ni siquiera me sentí egoísta por no considerar a mi hermana para que
recibiera ese dispositivo, todo lo contrario, estaba seguro de que tomaba la
decisión correcta, pues, si tenía que escoger a alguien en mi jodida vida,
siempre sería a Isabella White. La chica por la que una vez juré que no
daría ni la hora.
Y terminé dando mi vida.
—Vaya imbécil que eres —solté burlón por haber asegurado que de esa
agua no bebería, y terminó por darme sed.
—¿Debo preocuparme porque ya estés hablando solo? —Alcé la mirada
para ver a Darius en cuanto lo escuché.
Estaba de pie frente a la celda, con las manos metidas en los bolsillos
delanteros de su pantalón de casimir oscuro.
—Creí que ya te habías marchado —señalé, y en lugar de responderme
se quedó mirando la celda.
—¿Por qué está todo mojado?
—Supongo que llovió. —Me miró con ironía y luego al techo de
cemento seco en su totalidad.
—Te van a trasladar a un búnker al norte de aquí. Se encuentra en el
mismo terreno, por lo que está bien custodiado por los Vigilantes —avisó, y
sentí lo último como una advertencia, pero no le di importancia—. Allí te
darán una habitación decente.
—¿Por qué el cambio? —pregunté, y él sabía que no me estaba
quejando, o que me haya encariñado con esa puta cárcel.
—Amelia ha hecho cosas por las cuales se ha ganado mi odio, pero
incluso así la veo como mi hermana de sangre, lo que no me permite
desearle el mal, sino más bien buscar una manera de sacarla de esta mierda
en la que la hunde Lucius. Eso significa que me cabrea que la manipulen
como lo hiciste hace un rato. —Solté una risa burlona al oírlo.
—Cuando quiera manipularla, no te quedará tiempo de cabrearte, porque
haré que te mate antes de que siquiera llegues a protestar —zanjé y me puse
de pie—. Así que no tomes lo que hice como una manipulación, ya que
simplemente la traté como se lo merece, y créeme que me contuve. Porque,
después de lo que me ha hecho, se ha ganado a pulso que la trate como la
mierda que es.
—Al punto que quiero llegar —continuó él, y por cómo se abultaron sus
bolsillos imaginé que estaba apretando los puños—, es que jugaste bien tu
papel y por esta vez fuiste con ella como debías ser para que te facilite
adentrarte en el juego. Ha creído en tu palabra y adelantará la
juramentación. Además de que está desesperada por conseguirte ese
dispositivo para que pongas a salvo a Tess o a Isabella.
Me fue imposible no sonreír al escucharlo. Y no solo porque Darius me
confirmara lo del dispositivo, sino también porque estaba harto de ese lugar,
de no ver la luz del día. Me moría de ganas por respirar aire fresco y tener
la utopía de la libertad, puesto que estaba consciente de que sería la puta de
los Vigilantes, el perro al que amarrarían con una soga larga para que
pudiera ir hasta donde ellos quisieran.
No a dónde yo quería ir.
—Sé inteligente al menos en el periodo de prueba —recomendó Darius y
me sacó de los pensamientos en los que me había perdido.
—Lo seré.
—El brillo en tus ojos y esa sonrisa me hacen dudar —refutó—. Y te
comprendo, será difícil para ti ser libre y no poder correr a ver a tu familia,
o buscar a Isabella y verla así sea de lejos —siguió, y tragué con dificultad.
Por supuesto que iba a ser difícil cuando solo pensaba en encontrarla
para asegurarme de que estuviera bien. Aunque no me engañaría a mí
mismo, también deseaba comprobar si Elliot no aprovechó mi muerte para
volver a conquistarla. Y no, no la quería destrozada por mi ausencia, pero
tampoco feliz por no tenerme, y ese jodido miedo de imaginar a alguien
más ocupando mi lugar con ella me ponía enfermo y más posesivo de lo
que normalmente era.
—He pactado con el diablo por Isabella. Le daré el dispositivo a ella
cuando lo tenga y me asegure de que la salvará de los síntomas del
prototipo ruso que le pusieron, pero mantendré mi palabra y cumpliré mi
promesa por Tess. Así que créeme, Darius, no correré a cagarla al verme
libre.
—Bien. Haz las cosas como se debe, juega con inteligencia y busca a tu
gente hasta que hayas ganado la partida —me animó—. Y de acuerdo con
lo que pude investigar, ese dispositivo funciona como un inhibidor. En otras
palabras: pondrá el prototipo en modo avión para que no la torturen con
dolor, pero no lo apagará. Lo que significa que, si intentaran extraerlo,
podría dejarla en estado vegetal.
Tragué, porque esa era una clara advertencia de su parte para que no me
pasara de listo.
—Me basta con que no la sigan jodiendo —confesé.
—Perfecto, entonces sigue como vas.
Lo miré a los ojos, estudiándolo, pues me había mostrado siempre que
estaba de mi lado, incluso consiguió que le confiara cosas con las que bien
podía estarme condenando. Aunque en ese instante comprendí que debía ser
más inteligente por mucha confianza que me inspirara.
—¿Qué ganarás tú? —Lo enfrenté, y me miró sin entender—. Dices que
quieres proteger a Isabella por la promesa que le hiciste a tu madre, pero
también buscas salvar a Amelia. Aseguras que la odias y luego actúas como
que no. Te contradices, aunque me ayudas.
Sonrió de lado antes de responderme.
—Quiero vengar a mi madre, hacerle pagar al hijo de puta de Lucius por
lo que le hizo. Y como te dije antes, Amelia ha hecho cosas despreciables,
pero a veces pienso que tiene salvación. Además de que, al conseguir
ayudarla como se debe, haré feliz a mamá donde quiera que esté, y Lucius
será muy infeliz porque le quitaré a su mejor arma.
Me reí al darme cuenta de que era más astuto de lo que pensé, puesto que
con ser un buen samaritano hacía que las piezas se movieran a su favor sin
ensuciarse las manos.
—¿Qué pieza eres en este juego? —sondeé, y la sonrisa comemierda que
se formó en su rostro me hizo negar con la cabeza.
—Antes era el caballo.
—¿Antes? ¿Cuál eres ahora?
—Ahora no soy una pieza, Sombra, me convertí en el jugador que las
maneja.
—Hijo de puta —solté riéndome con burla e ironía por lo que eso
significaba.
El maldito me guiñó un ojo comprobándome que no me equivoqué al
juzgarlo de astuto, pues dejó de ser una maldita pieza para convertirme a mí
en una. Pero eso no me importaría mientras ambos jugáramos para el
mismo fin.
Minutos después de eso siguió diciéndome lo que pasaría desde ese día
en adelante.
Me moverían para el búnker que mencionó y me instalaría allí como un
Vigilante más, además, añadió que dejaría a parte de su élite conmigo, eso
incluía a Lewis y Owen. A los otros los conocería pronto. También afirmó
que mi identidad estaba siendo bien resguardada porque ni Lucius ni
Amelia querían que nadie fuera de su círculo de confianza supiera quién
estaría detrás de la máscara de Sombra, por lo que al salir de ese lugar me
vería en la obligación de cubrirme el rostro siempre.
Y tres días después de esa charla con él volví a recibir su visita en el
búnker. Llegó con la noticia de que en una semana sería mi juramentación.
—Joder, eso ha sido rápido —formulé.
—Te lo dije, hiciste bien tu movida —me recordó—. Por cierto, esta es
Serena, se unirá a tu élite junto a Lewis y Owen. Y solo podré dejarte a
ellos tres, los demás te los impondrá Lucius y Amelia porque ya sabes que
estás en prueba —avisó, y miré a la chica que había llegado con él.
Era alta, de tez morena y pelo largo, rizado y abundante. Guapa y sensual
a pesar del uniforme, pero también muy seria; incluso parecía como si no
estuviera feliz de que Darius la dejara conmigo.
«Ya éramos dos».
—No te equivocas, no está para nada feliz de estar aquí —señaló Darius
adivinando mi pensamiento, o entendiéndolo por mi gesto—, pero es la
chica más leal de mi élite y hará su trabajo de forma excelente.
—Yo tampoco estoy feliz, Serena —le dije como saludo—. Así que evita
ponerme de malas con tu cara de culo porque, si no, este infierno se nos
hará eterno. —Ella apretó los labios al escucharme, pero no le di
importancia a averiguar si lo hizo para evitar sonreír o porque la cabreé
más.
No obstante, en los siguientes días la vi más relajada y hasta llegamos a
charlar sobre su vida como parte de la élite de Sombra, sin tocar temas
personales o que perjudicaran a Darius, con lo que comprobé que, en efecto,
era fiel a él como el tipo aseguró. Y ni ella ni los mellizos me dejaron solo
en los entrenamientos o en las comidas, y siendo sincero, aunque seguía
reacio a hacer amigos porque para mí siempre serían el enemigo, me sentí
menos solitario y comencé a ver conveniente hacerlos mis aliados.
Esos días había dormido más horas y mis duchas eran con agua cálida en
lugar de fría, las torturas pararon y, según Owen, los únicos en ese búnker
eran ellos y yo, además de la élite de Fantasma, aunque no los había visto
porque solo llegaban cuando Amelia se quedaba a dormir en el lugar, cosa
que me sorprendió que hiciera.
—Cuando está en su papel de Fantasma prefiere estar aquí, ya que
necesita ser controlada de alguna manera —explicó Lewis al encontrarme
en esa charla con su hermano—. Darius tiene unos amigos que le ayudan a
conseguir medicamentos, aunque nada delicado, ya que ambos son
profesionales en ese campo de la medicina mental y su ética no les permite
recetar nada sin un estudio específico. Así que solo le administran
calmantes.
—¿Qué traes ahí? —le preguntó Owen a Serena cuando ella apareció a
espaldas de Lewis.
Llevaba una bolsa grande y transparente en las manos, con lo que parecía
ser ropa bien doblada adentro.
—Tu nueva vestimenta —explicó ella para mí, y me tensé.
En un par de horas llegarían a recogerme para la dichosa juramentación.
Me puse de pie para ir hacia ella y tomé la bolsa, yéndome enseguida a
mi cuartucho con la urgente necesidad de estar solo, pues sabía que lo que
había adentro me sepultaría todavía más como Elijah. O LuzBel.
Y no me equivoqué.
Miré con detenimiento el uniforme negro. Se trataba de ropa táctica con
la V bordada en color rojo en la cinturilla del pantalón y en una de las
mangas largas de la camisa. Incluyeron además guantes y un par de botas,
junto a un gorro pasamontañas (que servía como máscara en realidad) y el
jodido collar para cambiar mi voz.
Me estremecí y tragué con dificultad al ver todo extendido en mi cama.
Tenía frente a mí el uniforme que me condenaría por el resto de mi vida, el
mismo que a su vez mantendría a salvo a Isabella mientras obtenía el
dispositivo, y con el que protegería a Tess.
—Mi condena y su salvación —murmuré cogiendo la máscara—. Mi
cárcel y libertad.
—Vendrán por nosotros en media hora. —Escuché que dijo Serena luego
de tocar la puerta.
No le abrí porque ella no buscaba eso, sino únicamente dar el mensaje. Y
después de hacerlo escuché sus pasos alejándose entretanto yo me quedaba
ahí adentro con la garganta cerrada, el corazón acelerado, la máscara
apretada entre mi puño junto a mi mandíbula tensa y los ojos ardiéndome.
Puesto que solo ese día sentí en realidad el luto de mi propia muerte.

—¡Lealtad y honor!
—¡Para mi mejor defensor! —Gritaron los Vigilantes de la élite de cada
uno de los líderes presentes, quienes fueron los únicos que estuvieron en mi
juramentación.
Agradecí tener la máscara puesta, ya que pude sonreír con burla al
escucharlos eufóricos, creyendo en unos traidores que desconocían lo que
significaban las palabras lealtad y honor.
Amelia como Fantasma, David, Lucius y para mi desgracia Derek (por
ser un líder en ciernes), estaban ahí junto al sucesor de Aki Cho, de quien
olvidé su jodido nombre. Y esa juramentación en realidad fue para mí una
reunión en la que me advirtieron lo que pasaría si quería pasarme de listo
con ellos, dejándome más que claro que me darían esa oportunidad
únicamente por Amelia.
Y supongo que el control que tuve para no irme sobre el hijo de puta de
Derek en cuanto lo vi fue lo único que les demostró a los demás líderes de
que no era tan imbécil como ellos pensaban.
—Ya tienes a tres Vigilantes como parte de tu élite, así que te
incorporaremos a dos más para que te desempeñes en las misiones como
debe de ser —dijo Lucius, y le hizo un ademán con la cabeza a alguien
detrás de mí para que abrieran la puerta a mis espaldas—. Sé que ya
conoces a Fred, él será tu líder de élite. Un regalo para ti de mi parte.
Sentí que la venda en mi mano se humedeció al apretar el puño. Había
hecho un juramento de sangre y mi herida sangró con la acción, pero me fue
imposible evitarlo al escuchar que ese hijo de puta volvería para joderme la
vida. Amelia notó mi gesto y entrecerró los ojos, estudiando a Imbécil, a
quien de soslayo vislumbré que se paró a mi lado y sonrió triunfante.
—¿Me extrañaste, pajarito? —musitó el maldito por lo bajo.
No me lo crucé desde que me sacaron de la cárcel, hasta ese día.
—También tendrás un regalo de mi parte —habló Amelia, e hizo el
mismo gesto anterior de su padre.
Escuché otros pasos, aunque no me di cuenta de quién se paró a mi lado
derecho porque me quedé concentrado en el gozo de Derek por mi
situación. Y, así lo odiara, mantuve el control, permitiéndole disfrutar el que
me convirtieran en su puta.
—Y, ya que mi padre ha olvidado un pequeño detalle —siguió Amelia
con tono irónico—. Fred será líder de tu élite mientras estés de prueba.
Desempéñate como esperamos y tomarás las riendas del grupo.
—Y más te vale que lo hagas —murmuró el otro tipo a mi lado para que
solo yo pudiera escucharlo, y sonreí un poco aliviado al darme cuenta de
que se trataba de Marcus.
—Así será —solté por lo alto, decidido a salir de esa mierda,
sintiéndome extraño de que mi voz fuera robotizada.
Todos se mostraron desconfiados por mi respuesta (a excepción de
Marcus), pero no les mentí, pues, como aprendí días atrás con Darius, me
creería mi maldita mentira, sería un Vigilante; y encontraría las verdades en
esa situación que me convinieran también a mí, para convencerlos a ellos de
que podía ser incluso mejor villano que los que me rodeaban.
Aunque por supuesto que las cosas no serían tan fáciles como imaginé,
sobre todo el primer mes como Sombra, cuando me resultó imposible no
querer huir y buscar a Isabella para comprobar con mis propios ojos que
estaba bien. Sin embargo, no podía ser tan egoísta y ponerla en riesgo a ella
y a mi hermana, con Imbécil detrás de cada paso que di en la primera
misión que me dejaron salir.
El segundo mes cometí la cagada de enfrentarme a Derek cuando este
llegó al búnker acompañado de Imbécil y que juntos me provocaran. Estuve
a punto de cumplir mi sueño y matar al hijo de puta mayor, pero su gente lo
evitó y como castigo llevaron aquel jodido monitor y me obligaron a
presenciar cómo torturaban a las chicas con el dolor. A Tess sobre todo, ya
que por alguna razón el medidor de Isabella no se movió; cosa que los
sorprendió.
Y que a mí me alivió hasta que Serena me avisó que, en efecto, mi
hermana terminó en el hospital de nuevo por una fuerte migraña.
—Luego no digas que yo no cumplo, cuando eres tú el que falta a su
palabra primero —espetó Amelia.
Ella había llegado junto a los hombres de Derek y accedió a que me
torturaran por medio de las chicas.
—¡¿Y qué mierdas querías que hiciera?! —le grité.
Era la segunda vez que nos veíamos desde que hice el juramento, ya que
trataba de mantenerme alejado de ella todo lo que pudiera, y la chica lo
notó, por lo que me ayudó con la distancia.
—¿Qué pasó en realidad? —La pregunta no me la hizo a mí porque
estaba consciente de que no le respondería.
Se dirigió a los mellizos, Serena y Marcus. Los cuatro me miraron
pidiéndome autorización para hablar, demostrándole a ella que, así Imbécil
fuera el líder de la élite, no respondían a él.
—Había gente de tu élite cuando pasó todo, Lía. Mejor pregúntales a
ellos —recomendó Marcus, quien era el único capaz de hacerlo por ser
cercano a ella.
—He hecho todo bien desde que te juré mi lealtad. Y, si quieres que siga
haciéndolo, evita que esa mierda de primo que tienes vuelva a estar cerca de
mí. Es lo único que te diré —siseé con la voz más ronca.
Y no solo por el aparato que usaba, sino por la furia y desesperación que
tenía.
Amelia se fue en busca de su gente luego de lo que le dije, y yo me
quedé en el salón, desesperado por la noticia que Serena me dio, pero más
por la preocupación de no saber lo que pudo haber pasado con Isabella, ya
que según Darius el prototipo en su cabeza únicamente podía dejar de
funcionar si se le insertaba el inhibidor que lo pondría en modo avión, por
miles de millas de distancia o porque el portador hubiera muerto.
—¿Qué quieres que haga? —me preguntó Marcus, sabiendo lo que me
estaba pasando.
—Averigua por qué demonios esa pantalla está estática —respondí
desesperado y en voz baja. Marcus asintió.
Owen, Lewis y Serena se mantuvieron en silencio. En esos meses con
ellos los había estudiado y sabía que eran personas de confiar, que estaban
comenzando a verme como su líder en realidad, pero yo todavía no
conseguía confiarles mi vida al cien por ciento. Incluso cuando ellos me
protegieron en las misiones que ya habíamos hecho juntos.
—Escoge a dos de tu élite y sígueme —pidió Amelia rato después.
Se dio la vuelta sin darme más explicación y miré a Marcus.
—Obedece y llévate a los mellizos, yo me iré con Serena para
aprovechar el tiempo —dijo él, y entendí a qué se refirió con lo de
aprovechar el tiempo.
Podíamos salir del búnker sin problema, por lo que ellos eran libres de ir
a donde quisieran siempre y cuando no afectaran a la organización.
Le pedí a los mellizos que me acompañaran y me sorprendió ver a lo
lejos que Amelia se dirigía a la zona al otro lado del búnker, en donde fui
torturado en muchas ocasiones, lo que me alertó.
—No creo que sea lo que estás pensando —señaló Lewis.
—Ni yo. Si Lía quisiera torturarte de nuevo, no te hubiera pedido con
amabilidad que la siguieras —lo secundó Owen.
—Posiblemente crea que ya me amansó y seré como un perro maltratado,
que incluso sabiendo que lo van a joder sigue a su dueño —satiricé, y
ambos se rieron.
—Sería así si ya la consideras tu dueña —rebatió Lewis.
Rodé los ojos y bufé.
Los tres caminamos hacia un Buggy todoterreno y me bajé la máscara
para cubrirme el rostro. Debíamos recorrer una distancia larga, así que
usábamos esos automotores para acortar el tiempo. Y cuando llegamos a la
zona en la que vi a Amelia me tensé al encontrar a dos de sus hombres
apostados a cada lado de la puerta, aunque me dejaron pasar con los
mellizos.
—¿Qué demonios? —musitó Owen en cuanto entramos.
Yo también dije lo mismo en mi mente al ver a Amelia con vendas
envueltas en sus manos y sobre estas alambre de púas escurriendo sangre.
Imbécil se hallaba sentado en una silla, con las manos hacia atrás y el rostro
deforme. Lo reconocí por el tatuaje en su cuello.
—He hablado con mi padre —comentó Amelia entre jadeos por la fatiga
que ya tenía de golpear a Imbécil—. Y he hecho un trato con él: si Derek
vuelve a buscarte para joderte o interrumpir tu trabajo, estarás en tu derecho
de defenderte sin ser castigado.
Me miró cuando di unos pasos cerca de ella, tenía el rostro salpicado de
sangre.
—¿Y qué pasa con Imbécil? —Sonrió de lado por mi pregunta, y noté
que sus ojos de nuevo estaban más oscuros.
—Mi gente me dijo lo que pasó. Y me refiero a todo lo que hizo para
torturarte incluso sin razón alguna.
—No voy a defenderlo, pero lo que me hizo fue por orden de tu padre —
señalé.
—Y por lo mismo esta tarde perderá a su mejor perro —espetó ella y
escupió a Imbécil—. Así que aquí lo tienes, y perdón por las condiciones,
pero necesitaba castigarlo por mi cuenta. Solo me aseguré que siguiera
respirando. —Me mordí el labio para no sonreír a pesar de que no me vería
—. Haz lo que quieras con él.
—Espero que no pienses que esto cambiará algo —advertí y la miré a los
ojos, ella exhaló un suspiro.
—Esto no, lo sé —confirmó, y sospeché lo que encerró su respuesta—.
Y tampoco cambiará nada que te diga que nunca quise que te maltrataran
mientras estuviste encerrado, eso fue algo que mi padre ordenó sin que yo
lo supiera y por eso voy a quitarle a esta mierda. Para que entienda de una
jodida vez que, si quiere mi respeto, debe respetarme.
—No sabes cómo ansío hacerle pagar a este pedazo de mierda todo lo
que me hizo, pero no estoy para tener más problemas con Lucius —aseveré.
—No los tendrás porque, aunque le lamía las bolas a él, nunca dejó de
ser parte de mi élite. Simplemente le di la ilusión de liderar en la tuya —
aseguró ella. Y no confié, pero mis ganas por desquitarme con Imbécil todo
lo que me hizo y lo que le quería hacer a ella y su familia me ganó.
—¿Vas a quedarte para que te hagas una idea de lo que te pasará a ti
cuando te llegue la hora? —inquirí con sorna, y la vi reír.
Lo hizo de verdad, con auténtica diversión. Yo la imité, pero al ver a
Imbécil reaccionar y mirarme con terror.
—¿Recuerdas la promesa que te hice, pajarito? —pregunté con burla y
me saqué la máscara, notando cómo se le aceleró la respiración y comenzó
a negar con la cabeza—. Lewis, consígueme una manguera —pedí,
sonriendo con júbilo al percatarme de que el terror en Imbécil aumentó.
—Joder, voy a gozar esto.
—Vamos —le aclaró Lewis a Owen cuando este último aseguró tal cosa.

Seis meses después...

Luego de aquel día en el que me dejó obtener una de mis venganzas (y le


cumplí mi promesa a Imbécil hasta que me bañé en su sangre, murió y
Owen terminó verde y vomitando incluso lo que no había comido), traté de
no estar cerca de Amelia. Y, cuando fue imposible evitarlo, me limité a
hablar con ella lo necesario para la organización, aunque la tipa seguía
creyéndose mi dueña.
Y en teoría lo era por tenerme cogido de los cojones para que siguiera
haciendo lo que ella quería con tal de mantener a salvo a mi hermana e
Isabella, de quien me costó conseguir algún tipo de información incluso con
la ayuda de Marcus, su hermana Alice (que bien podía ser una versión
femenina de Connor con respecto a la tecnología) y Darius.
La Castaña había desaparecido de la faz de la tierra y durante dos meses
viví aterrado con la idea de que hubiera muerto, pero un día me crucé con
Cameron porque el tipo seguía infiltrado con los Vigilantes (y esperaba que
se mantuviera como espía y no se hubiera torcido en el proceso) e hice que
Serena se acercara a él para obtener algún tipo de información, ya que ella
poseía la habilidad de leer el lenguaje corporal.

—Sigue siendo un Grigori y la chica está viva, te lo aseguro —me dijo


ella en su momento, luego de convencer a Cameron para que se tomaran
unos tragos.
—¿Por qué lo dices?
—Me he especializado en leer el lenguaje corporal y tengo años de
experiencia con ello, Sombra. Así que la duda ofende. —En ese instante
todavía me incomodaba que me llamaran así, pero callé y la dejé seguir—.
Y este tipo a pesar de que tiene un buen entrenamiento, y que no suelta
palabra que no le convenga; no es complicado de leer para mí —se jactó, y
evité rodar los ojos porque a veces era bastante engreída—. Hablamos
sobre su tiempo en Grigori y fue muy convincente, pero su cuerpo me dijo
que cuida lo que soltará de la organización y solo da información que no
hará mayor daño. Y cuando le mencioné a la chica no vi rastros de dolor o
pena en su rostro, lo que indica que está viva, pero en efecto no sabe nada
de ella.
—¿Y su hermana? —sondeé pensando en la miedosa de Jane.
Si alguien podía saber algo era ella.
—No habla con nadie de su familia. Ni los visita, otra razón para
confirmar que sigue siendo Grigori —recalcó ella, y asentí—. Por cierto,
me pidió ayuda para pertenecer a tu élite. —Sonreí de lado.
Claro que seguía siendo un infiltrado, con eso lo confirmé yo. Pero así
quisiera ganarme su confianza para saber sobre Isabella, no me convenía
tenerlo cerca porque me conocía y terminaría por delatarme con él. Así que
haría todo por alejarlo de mi élite.

Dos días después de eso, y tras largas semanas intentando acceder a los
servidores de Grigori con la ayuda de Alice, ella consiguió hackear uno de
la sede de Perseo Kontos, que resultó ser el único vulnerable de la
organización, aunque solo pudo entrar unos segundos antes de que la
descubrieran. Sin embargo, fueron los suficientes para buscar y descargar
los correos electrónicos entre los líderes, en los cuales padre les aseguraba
que Dylan tomaría el lugar de Isabella mientras ella volvía de su viaje. Lo
que me hizo confirmar que el dispositivo en su cabeza no funcionaba por la
distancia que había puesto con el país. Y, aunque me alegró saber que no
podrían dañarla para joderme, también me entristeció confirmar que existía
el cero por ciento de posibilidades de encontrármela en algún momento, así
fuera de lejos.
—Tengo que deshacerme de ellos de inmediato, ya que hice parecer que
el sistema tenía un virus, pero con lo precavidos que son van a querer
rastrear cualquier información para asegurarse de que no haya salido de sus
servidores —explicó Alice refiriéndose a los correos, y asentí de acuerdo.
Yo todavía mantenía los códigos de acceso de la sede de padre, pero no
nos sirvieron de mucho, ya que Connor, Jacob y Evan, junto al equipo
tecnológico, se habían encargado de blindar mejor los servidores, por lo que
resultó imposible entrar. E imaginé que esa acción por parte de los chicos se
debió a la violación que sufrimos meses atrás por Amelia.
Con la sede de California y Nueva York sucedió lo mismo. No obstante,
Alice se mantuvo intentando acceder con mi guía, pues yo conocía un par
de trucos que Evan me enseñó, lo que sirvió para encontrar la
vulnerabilidad del sistema en la sede de Kontos.
Y no se trataba de nada peligroso, pero que sí los alertaría para reforzar
el sistema.
—Borra hasta el rastro más mínimo de ellos, ya que no quiero que
Marcus intente matarme por arrastrarte en esto —recomendé, y ella sonrió.
Nos habíamos vuelto cercanos porque a ella le gustaba pasar tiempo con
Marcus cada vez que tenía días libres en su trabajo, y yo me la vivía con el
moreno la mayor parte del tiempo, lo que nos hacía convivir mucho. E igual
que él, Alice me inspiraba confianza, además de que ellos eran los únicos
con los que podía hablar abiertamente de mi pasado, y pedirles ayuda más
específica con respecto a Isabella y mi familia.
Un poco más tranquilo con ese tema, decidí enfocarme en mi plan.
Darius optó por trabajar conmigo y pasó a ser de la parte externa de mi élite
en cuanto me dieron el liderato. Y debía aceptar lo mucho que él me
apoyaba y aconsejaba, y cómo poco a poco me hizo ganar la confianza de
Lucius, al punto de encargarme misiones más delicadas en las que también
me siguieron probando, pues hice cosas de las cuales no me sentía
orgulloso, maté a algunos Grigoris y saboteé su trabajo con tal de conseguir
mi objetivo.
Eso sin contar con que les di los medios para que consiguieran una buena
alianza con la Cosa Nostra, además de señalarles a los políticos más fuertes
de Estados Unidos y decirles cómo conseguir que ellos se unieran
(obligados) a su nómina de aliados, algo que los posicionó un peldaño más
arriba del poder que ya tenían.
También comencé a ser parte activa del tráfico de armas, aunque en un
principio únicamente como estratega, consiguiendo que personalidades del
gobierno local se vendieran con los Vigilantes después de amenazarlos con
ventilar sus secretos, mismos que obtuve como Grigori.
—Eso solo lo conseguirías si te acercaras a Amelia, porque es quien
maneja esa área —explicó Darius cuando le pedí ayuda para que me dieran
misiones fuera del país.
Durante meses después de lo último que supe de Isabella, mantuve la
corazonada de que solo saliendo de Estados Unidos tendría posibilidades de
averiguar sobre su paradero. Y sí, sabía que era mejor dejar eso por la paz,
pero cómo carajos le hacía entender eso a mi cerebro cuando decidió
ponerse de acuerdo con mi…
—¿Y por qué quieres salir del país? —siguió Darius, interrumpiendo mis
pensamientos.
—Porque estoy aburrido —mentí. Sentí la mirada de Lewis y Serena en
mí. Ellos junto a Marcus y Owen nos acompañaban en la pequeña sala de
ocio de nuestro búnker—. Pero, si esa es la única opción, prefiero seguir
aburriéndome.
Con eso sí fui sincero, ya que prefería mil veces soportar mi corazonada
a tener que optar por acercarme a una mujer a la cual odiaba. Puesto que no
importaba lo que ella hiciera para ganarse mi confianza o acercarse a mí,
seguía sin poder soportarla.
—Como sea, es tu elección. Me voy a dormir —avisó y se levantó del
sofá para ir a la habitación que había tomado en el búnker.
Lo hizo luego de que se unió a algunas misiones con mi élite, aunque
seguía prefiriendo mantenerse al margen la mayor parte del tiempo, lo que
me llevó a sospechar que nos acompañaba únicamente para asegurarse de
que continuábamos siendo colegas y no enemigos.
—Voy a darte un consejo. Tú sabrás si lo tomas o lo dejas —dijo Serena
minutos después y la miré—. Eres frío y enigmático la mayor parte del
tiempo, pero cuando te saben tocar ciertas fibras te vuelves fácil de leer, por
lo que te recomiendo que uses algo adicional a esa máscara si no quieres
cagarla o que te reconozcan con facilidad.
—Ella tiene razón. Y mira que yo no tengo su habilidad, pero con Darius
dejaste muy claro que quieres salir del país por una razón distinta al
aburrimiento —se le unió Marcus.
—Yo también lo noté, hasta Owen, y con eso ya te digo mucho.
—Imbécil —se quejó este último al reconocer la ofensa implícita en las
palabras de Lewis.
Los demás se rieron, yo no.
—¿Qué me recomiendas? —le pregunté a Serena.
—Lentillas, de preferencia que sean de un solo color, ya que cuando
dejas ver los iris es más fácil leer tus emociones —respondió de inmediato.
—Sería épico que además alternes las máscaras y uses diferentes diseños
—añadió Owen.
—Parece tonto viniendo de ti, pero tienes un punto —se burló Serena.
—Pequeña idiota —espetó él haciéndola reír.
Owen no era ningún imbécil, incluso a veces se veía más serio y rudo
que Lewis. Pero, cuando se dejaba conocer, era fácil notar la bondad que
aún poseía en ese mundo de mierda al que pertenecían, cosa de la cual se
burlaba su hermano y los demás de la élite, aunque eran capaces de matar
por él si alguien más se atrevía a llamarlo tonto.
Él junto a Lewis y Serena habrían sido excelentes Grigoris si los
Vigilantes no los hubieran reclutado antes; a los mellizos al sacarlos de una
pandilla a la que se unieron desde niños para sobrevivir a la pobreza, y a la
chica al salvarla de las casas de acogidas en las que le tocó ir saltando luego
de que sus padres murieran y su abuela no se hiciera cargo de ella.
Y Marcus que se mantenía en la organización más por lealtad a sus
padres.
—Ya, volviendo al tema. Lo que Owen dice tiene sus ventajas —siguió
Serena—. Si usas diferentes lentillas, así como máscaras, le complicarás las
cosas al gobierno para que te reconozcan si las misiones que ejecutamos
siguen siendo así de exitosas. Ya que tú eres la cabeza de este grupo, así que
serás el primero al que querrán cazar —puntualizó.
Y supe que tenía razón, ya que pensar como Grigori me hizo ser más
consciente de lo que podía hacer y lo que no, para complicarle el trabajo al
gobierno.
Desde ese día, todas las misiones que ejecutamos las hice utilizando
diferentes máscaras, así como lentillas. Y cada una tuvo más éxito que la
anterior gracias a que mis estrategias eran analizando como Grigori y
actuando como Sombra, un jodido Vigilante. Lo que me llevó a escalar en
la organización y ganarme un poco más de libertad. Me seguía creyendo mi
mentira, me metía en mi papel como si hubiera nacido de ese lado del
mundo, aunque por las noches tuviera que recordarme que no era malo, que
simplemente estaba haciendo lo necesario para un día poder ser libre de
verdad y regresar con mi gente.
Estaba sobreviviendo, eso era todo.
—¡Privado solo para nosotros! —gritó Darius al verme llegar a uno de
los clubes de Lucius.
La música resonaba en la planta baja y el privado era como una
habitación, pero en lugar de paredes normales tenía vidrio tintado. Aunque
aun así no me quité la máscara a pesar de que él me aseguró que podía
permanecer sin el disfraz de Sombra.
Serena, los mellizos y Marcus lo acompañaban, estos habían pasado toda
la tarde convenciéndome de que me uniera a ellos e intentara divertirme, ya
que ese club era uno de los pocos a los que se me permitía ir sin problema.
Y no me apetecía estar ahí, sin embargo, opté por unírmeles cuando la
desesperación por ir cerca de Richmond, a alguno de los clubes Grigori (y
con eso arriesgar a mi hermana), me estaban ganando.
—Quítate esa máscara y disfruta un poco —me animó Darius, y noté
que, a parte de la élite, los acompañaban dos tipos más que no conocía, y
algunas chicas a las que tampoco había visto antes, aunque por sus
vestimentas imaginé que eran parte del personal del club—. Son de mi
entera confianza.
—Pero no de la mía —gruñí.
—Será más sospechoso que te mantengas con la máscara, viejo. Escucha
mis consejos —replicó. Solté el aire por la boca y obedecí porque tenía
razón—. Ven, quiero presentártelos. —Caminé con desgano detrás de él y
me saqué la máscara—. Ellos son los hermanos Fabio y Dominik D’angelo
—anunció en cuanto llegamos frente a los tipos. Uno era más rubio que el
otro y se mantuvieron sentados en el enorme sofá de cuero negro, ambos
con una chica en sus piernas—. Hermanos, él es Sombra. Mi mejor amigo
—añadió, y sonreí burlón.
Lo hice por la astucia de Darius a pesar de que estaba achispado, por su
broma sobre nuestra amistad y porque seguía pareciéndome una ironía que
después de odiar a Sombra me convertí en él.
—En realidad solo somos compañeros de trabajo —corregí.
—¡Hijo de puta! Hieres mis sentimientos, creí que éramos amigos —
replicó Darius.
Perfecto, no estaba achispado, sino borracho.
—Ya me caíste bien —exclamó entre risas el tipo que tenía una
complexión similar a la mía, así como muchos tatuajes—. Yo soy Dominik,
por cierto —aclaró y estiró la mano, pero no se la tomé.
—Déjalo así, hombre. No sé en dónde has tenido las manos en este rato.
—Señalé a la tipa en sus piernas, y Dominik rio, consciente de que no
estaba siendo maleducado, sino precavido.
—Tipo inteligente, me agradas —habló el otro, burlándose de Dominik
—. Somos amigos de este imbécil borracho, así que siéntete en confianza
—me animó y señaló a Darius, este se encogió de hombros restándole
importancia al adjetivo que le puso.
Asentí en respuesta, sabedor de que no me diría su nombre porque estaba
demás, pues, si su hermano se llamaba Dominik, el suyo era Fabio.
Me senté en el sofá libre, entablando una plática con ellos de inmediato,
acompañados de los demás chicos de la élite que se unieron a nosotros al
verme más partidario de estar ahí. Y transcurrido un rato, con un par de
tragos ingeridos, podía decir que por primera vez en meses estaba
disfrutando un poco de la noche.
Darius se divertía con algunas putas del club, puesto que el lugar ofrecía
ese servicio así como bailes privados y otras cosas que complacían hasta a
los que poseían gustos más bizarros, o rudos. Dominik, los mellizos y
Marcus lo imitaban; Fabio parecía estar llegando a algo con una chica que
vestía con lencería de cuero y un collar de perro en el cuello. Y Serena se
hallaba a mi lado, ambos disfrutando de los tragos y riéndonos de las
estupideces de los más borrachos.
—¿Por qué no vas y te diviertes con él? —inquirí para Serena al notar
cómo le brillaban los ojos cada vez que miraba a Dominik.
—¿Acaso no ves las chicas con las que está? —señaló ella, y las miré.
—No quiero sonar imbécil, pero, por muy bien que follen, hay hombres
que preferimos un polvo con una chica que no sea de ese mundo cuando
existe la posibilidad —expliqué refiriéndome a que las mujeres con
Dominik simplemente estaban trabajando.
Serena sonrió un poco tímida.
—Me refería a que parece que le gustan las chicas más femeninas —
aclaró, y la miré. Llevaba un vestido verde esa noche, bastante corto, lo que
hacía que sus piernas tonificadas se lucieran. Y si me fijé en eso fue nada
más porque me llamó la atención verla con ese atuendo después de
acostumbrarme a que se la viviera en uniforme—. Menos rudas, Sombra —
puntualizó ante mi confusión—. Owen y Lewis siempre me han dicho que
parezco marimacho.
Me fue imposible no soltar una carcajada y ella frunció el ceño,
posiblemente creyendo que compartía la opinión de esos mellizos idiotas.
—Contando la manera en la que tú los jodes, es obvio que te dirían algo
como eso, Serena. Pero, si mi opinión cuenta para ti, no me gustas, no eres
mi tipo, sin embargo, puedo reconocer que eres guapa y, vestida como estás,
hasta te confundo con una de ellas.
—Si tu intención era subirme la moral, has errado, idiota. —Bufó, pero
se mordió el labio para no reír, y yo me encogí de hombros.
—Solo es mi forma de señalar que te veo igual de femenina. —Noté que
se sonrojó con mi declaración, y negué divertido—. A pesar de que tengas
bigote.
—Posiblemente el que a ti no te sale, doble idiota —soltó entre risas.
Medio sonreí por la manera de intensificar su insulto y le di un sorbo a
mi bebida. Serena me recordaba a Tess en muchos sentidos, quizá por eso
tendíamos a discutir mucho, aunque siguiera mis órdenes y yo tomara en
cuenta sus consejos.
Se quedó unos minutos conmigo, luego cogió el valor para acercarse a
los D’angelo. Los tipos eran italoamericanos según me explicaron.
Nacieron y vivían en Italia, aunque pasaban largas temporadas en Estados
Unidos. En esa ocasión Dominik se quedaría más tiempo en la ciudad para
terminar su doctorado en psicoanálisis y reforzar su carrera como psicólogo,
Fabio en cambio volvería a su país de nacimiento porque estaba por
concluir la especialidad de su carrera y ya se desempeñaba como médico en
un hospital de Florencia.
—¿No te gustan las mujeres? —preguntó Fabio al verme sin una en las
piernas a diferencia de ellos. Darius se rio de la pregunta.
Ambos habían regresado a los sofás junto a Dominik, cuando se
cansaron de bailar.
—Si tu pregunta en realidad es si soy gay, no, no lo soy —aseveré—.
Los coños me vuelven loco, pero no los de aquí —puntualicé, y él me miró.
El tipo era gélido y reservado por momentos, pero cuando decidía
entablar plática alguna se volvía directo y serio incluso con las charlas
casuales, por lo que no era tan fácil llevarle el ritmo, pues me había costado
distinguir cuándo hablaba de forma civilizada y cuándo estaba bromeando.
—Uno en especial —aseguró, y fruncí mi entrecejo.
—Deja de ser entrometido —lo regañó su hermano, y Fabio le hizo un
gesto para que no se metiera.
Darius, a pesar de su borrachera, notó que yo seguía reacio a hablar de
cosas privadas, así que los distrajo tocando temas más triviales y unos
minutos más tarde me despedí de ellos con la excusa de que necesitaba
volver a mi casa para resolver asuntos personales. Marcus y los mellizos
intentaron irse conmigo, pero les dije que no era necesario, pues no les
jodería la diversión solo porque yo seguía sin sentirme parte de ese entorno.
Además, habían perdido de vista a Serena, por lo que tendrían que buscarla
y asegurarse de que la chica estaba bien.
Al salir del privado no me puse la máscara, pero sí me subí hasta el
tabique de la nariz la bandana tubular que siempre llevaba en el cuello para
esconder mis tatuajes, además de colocarme el gorro de la cazadora. Al
pasar cerca de un pasillo de la primera planta escuché llantos y gritos
femeninos, me detuve de golpe por curiosidad y encontré a una chica
forcejeando con un imbécil borracho.
—Malnacido —murmuré, aunque seguí mi camino porque esa situación
no era de mi incumbencia.
Sin embargo, ralenticé el paso al escuchar que alguien corría detrás de
mí, y al girarme por instinto, para evitar que me atacaran por la espalda, vi
que era la misma chica del pasillo intentando huir con desesperación.
—¡Ayúdame por favor! —suplicó y se lanzó a mis brazos.
La cogí más por inercia. Ella lloraba dejando entrever su terror y tal cosa
pareció cabrearle al puto malnacido, a quien ya de cerca lo reconocí como
el encargado del club. Lo supe porque antes de ir esa noche al lugar lo
estudié para estar seguro de a dónde me metería.
—¡Esa puta es mía, déjala! —exigió al ver a la chica en mis brazos.
—Por favor, no —susurró ella aferrándose más a mí.
—Aléjate de la mercancía, bastardo de mierda —ordenó de nuevo el
tipo.
Y sí, me era fácil alejarme porque la chica no era mi maldito problema.
Se trataba de una trabajadora del club, ¿qué más daba? Pero el imbécil
pretendía que le obedeciera, hablándome como a uno más del lugar, y ya
estaba harto de las órdenes, de acceder y permitir situaciones que iban en
contra de lo que yo quería.
—La quiero para mí, ¿cuánto por ella? —dije solo para joderle la
diversión, y el idiota se carcajeó con burla.
—Ese chocho es una primicia y será mío antes de que sea de los demás,
quiero estrenarla.
Me tensé al escucharlo. Las primicias eran chicas vírgenes y por alguna
razón (que no se debía solo a que ella intentaba huir), sospeché que esa no
estaba en el club por voluntad propia.
—Te pregunté cuánto —espeté—. Este chocho será mío a menos que
prefieras que hable con Lucius y le informe que te estás estrenando a las
primicias —amenacé y al verlo tan asustado sonreí con suficiencia.
Era más que obvio que un perdedor que se refería a una chica como
chocho también sería fácil de asustar.
—Cinco verdes y fóllatela como quieras —masculló, y asentí.
La pequeña rubia me miró asustada al escuchar el trato, pero no le di
tiempo a que me jodiera la farsa y la tomé de la mano para llevármela a una
de las habitaciones destinadas a utilizarlas para follar. Ella intentaba
contenerse al caminar, aterrada de mí en ese momento, y no la culpaba, ya
que actué como el auténtico cabronazo que era.
—Por favor, no —suplicó entre sollozos.
No le hice caso y seguí fingiendo, consciente de que el tipo podría
estarnos viendo para asegurarse de que no buscaba únicamente auxiliarla.
La hice entrar a la habitación de lujo en cuanto llegamos, ya que con las
vírgenes también optaban por ofrecer solo ese tipo de recámaras para una
mejor experiencia. Y debía admitirlo, Lucius era inteligente y sabía cómo
sacar una buena partida de su negocio.
—Debiste haber pensado mejor esto antes de terminar aquí —la regañé.
No llevaba mi cambiador de voz, pero no me importó en ese momento.
Cerré la puerta de golpe y ella se abrazó a sí misma para contener el
respingo. Vestía una minifalda y top blanco, unos tacos plateados y su
cabello rubio estaba suelto y en ondas. Se giró para quedar frente a mí, ya
que se mantuvo de espaldas luego de hacerla entrar a la habitación, y me
dejó ver la súplica en sus ojos claros, que su boca no podía soltar a causa
del llanto.
Era muy bonita. Y con ese rostro que parecía haber sido hecho de
porcelana, podría haber sacado una mejor ventaja por su cuenta, en línea,
sin ser tocada.
—¿Por qué trabajas aquí si le temes a lo que podamos hacerte? —le
cuestioné, y las lágrimas que siguieron brotando de sus ojos fueron más
gruesas.
—Me trajeron obligada. Tienen a mi familia secuestrada y, si no hago
esto, no podré salvarlos —dijo entre titubeos.
Apreté los puños con odio, no porque ignorara que Lucius se desenvolvía
bien en la trata de blancas. De hecho, aparte de ser un traidor, era por esa
razón que más lo perseguíamos con los Grigori. Pero en ese momento
reaccioné así por la empatía que me provocó el que esa chica viviera una
situación similar a la mía.
—Sé que vas a pagar mucho por mí, pero, por favor, sé cuidadoso. Yo
nunca he... —Calló y noté la rojez de sus mejillas, junto a la resignación.
—No te voy a follar —le aseguré, y sus ojos se abrieron demás al
escucharme—. Me pediste ayuda y es lo que estoy haciendo.
—Gracias —exclamó y se arrodilló frente a mí. Su acción me dejó
pasmado, aunque fue solo un segundo. Al siguiente la tomé de los brazos
para ponerla de pie—. Eres mi ángel —prosiguió, y me reí de ello.
—No, no te equivoques. De ángel no tengo un carajo, soy más un
demonio egoísta que te salvó para joder a ese malnacido —le aseguré, y me
miró a los ojos.
—¿Sabías que, cuando Dios quiere actuar, utiliza incluso a los demonios
para llevar a cabo sus milagros?
Quiso instruirme con su pregunta y la miré como si estuviera loca.
—Yo no creo en Dios —zanjé, y ella sonrió con ternura.
—¿Cómo te llamas?
—No es necesario que sepas mi nombre —largué.
—¿Mi ángel entonces? —propuso, y bufé una risa.
La chica era terca.
—No vuelvas a decirle a nadie cómo te retienen aquí, ya que no sabes si
pueden estarte probando. Y al hacer eso los delatas. Cosa que puedes pagar
caro —aconsejé ignorando su terquedad.
Asintió y volvió a sonreírme, ella era joven y con la vida jodida por
haber caído en manos de Lucius.
—No lo has preguntado, pero soy Hanna —se presentó—. Y siempre
agradeceré lo que has hecho por mí —añadió y sin esperármelo me besó en
la mejilla cubierta por la bandana—. Gracias, Ángel —susurró.
Y, aunque me sentí ridículo por ese apodo, no le dije nada porque la
sinceridad y el agradecimiento que escuché en su voz me dejó un poco
perplejo. Pero tenía la seguridad de que no sería la última vez que me
cruzaría con ella.
Y que habría más oportunidades para confirmarle a Hanna que yo no era
ningún ángel.
Capítulo 9
Puedo fingir ser ella
Elijah
Un año después...

Con cada día transcurrido perdía un poco más la ilusión de encontrar a


Isabella. Y vaya que Darius y Marcus me recomendaban hasta el cansancio
que dejara de buscarla por las buenas (antes de que me descubrieran), que
era mejor que ella estuviera desaparecida; pero yo ansiaba verla, y tenía
noches en las que la desesperación por comprobar con mis propios ojos que
estaba bien me ahogaba más que las duchas de agua fría que aquel imbécil
me dio en sus torturas. Por lo que me negaba a darme por vencido y seguí
insistiendo en encontrarla con la ayuda de Alice, quien se convirtió en mi
mejor aliada con ese asunto, utilizando incluso las herramientas de su
trabajo para tener más posibilidades.
Además de eso, ella hizo algunos viajes a Japón para tratar de averiguar
algo en la academia de Baek Cho, aunque nunca se arriesgó a acercarse
demasiado a él para no levantar sospechas. Simplemente actuaba como una
turista, y tuve muchos problemas con Marcus por eso, hasta que lo hice
entender que su hermana me ayudaba porque quería, porque lo veía como
una aventura y no únicamente porque yo se lo pedía.
«Si alguna vez la dañan por tu culpa, olvidaré que eres mi amigo». Me
había amenazado él cuando se enteró del segundo viaje a Tokio de Alice. Y
me quedé en silencio porque lo comprendí.
En ese tiempo ya había obtenido un poco más de poder en la
organización y, según los rumores que mi élite escuchaba, nos catalogaban
como uno de los mejores grupos, puesto que nuestras misiones siempre eran
exitosas gracias a que me comprometí a desempeñarme mejor de lo que
Lucius esperaba, para que no tuvieran dudas de que ya era parte de ellos y
que con eso se olvidaran de mi hermana y no sospecharan de lo que hacía
con Alice.
El malnacido estaba tan feliz con mi trabajo que incluso evitaba que me
cruzara con Derek, y no por el trato que hizo con Amelia, sino más bien
para no incomodarme a mí, cosa que me causó gracia, aunque fingí
agradecimiento para seguir ganándome su confianza.
—Hagamos un trato: yo te doy misiones fuera del país si tú instruyes a
uno de mi élite, o de la élite de Derek, para que sepan cómo presionar a las
autoridades. No tendrás que cruzarte con él, te lo garantizo —me dijo.
Acababa de pedirle que me enviara a mí con sus aliados rusos, como
apoyo que ellos solicitaron para una misión. Y vi mi oportunidad para
averiguar sobre el dispositivo que Amelia me prometió y que todavía no me
entregaba.
—De ninguna manera —zanjé, y el hijo de puta sonrió de lado porque
esperaba esa respuesta de mi parte.
Esa era otra de las razones por las que me empeñaba en que mis misiones
fueran un éxito, pues no estaba dispuesto a darle mis secretos de cómo
manipular a las autoridades locales, o de cómo joder más a Grigori, ya que,
aun así yo lo hiciera, trataba de mantenerlo todo controlado para no
entregarles más poder del que a mí me convenía que tuvieran. Y Lucius
aseguró que no tenía ningún problema con eso mientras le respondiera
como lo estaba haciendo.
—Perfecto, mi querido Sombra. Yo te dejo operar a tu manera mientras
me des excelentes resultados, eso ya lo sabes. Pero no me pidas más si tú no
estás dispuesto a darme lo mismo —replicó con tranquilidad, y asentí,
agradecido de que no pudiera ver mis gestos porque me cabreé demasiado.
Dejamos de hablar cuando uno de sus colaboradores entró para una
reunión que ya tenía programada, y en la que me pidió estar porque se
trataba de un cargamento de armas, y esa era un área que yo ya estaba
manejando personalmente. Y menos mal no duró mucho, puesto que me
urgía dejar de verle la cara decrépita a ese maldito.
—Te propongo un trato para que compruebes que no deseo ser malo
contigo —ofreció cuando estuve a punto de salir de su oficina. Me giré para
mirarlo al dejar pasar a su colaborador para que se marchara—. Manejas las
mejores rutas con las armas y los guardacostas únicamente quieren
colaborar contigo, y tú no quieres instruir a nadie más con eso, lo acepto y
dejaré que sea así. Entonces, si deseas ganarte esas misiones fuera del país,
muéveme tres cargamentos.
—Explícate mejor —pedí porque se quedó en silencio, esperando una
respuesta de mi parte.
—De personas —aclaró, y me tensé. Había planeado algunas estrategias
para él con respecto al tráfico de personas, pero jamás quise inmiscuirme de
manera más personal porque, por muy hijo de puta que fuera, eso iba en
contra de todos mis principios—. Solo tres, Sombra, y tendrás todas las
misiones que se requieran fuera de Estados Unidos —reafirmó, y me
mantuve en silencio—. Piénsalo, yo no tengo prisa, así que dame tu
respuesta cuando lo consideres prudente.
Me marché sin decirle nada, más enfurecido de lo que ya estaba, al
comprobar cómo me seguían teniendo de los cojones esos malnacidos. Al
confirmar que seguía siendo el perro al que amarraban del cuello con una
cuerda larga para que se sintiera libre.
Afuera me esperaban Lewis y Owen, los mellizos ya habían aprendido a
conocerme, por lo que no dijeron nada y se mantuvieron a cada uno de mis
lados. En el camino hacia afuera del búnker principal de la organización me
crucé con Cameron, este se quedó mirándome, pero lo ignoré. Y era muy
consciente de que me gané su odio en ese tiempo, ya que conseguí que lo
trasladaran a trabajo de oficina para que no intentara inmiscuirse en mis
planes y me los jodiera al informarle a padre de mis movimientos. Además
de que con eso le cubría el culo para que no lo asesinaran si pillaban que era
un infiltrado.
Pero él, como era obvio, lo tomó como una provocación de mi parte.
—¿Vamos por unos tragos? —ofreció Lewis cuando nos subimos al
coche.
—Por favor, necesito bajarme este susto. —Miré a Owen en cuanto dijo
eso, ya que únicamente los dejé afuera de la oficina, por lo que no entendía
por qué podía estar asustado—. Sigues sin tener idea de lo nervioso que me
pones cuando estás en modo psicópata, ¿cierto? —me dijo, y bufé mientras
me sacaba la máscara.
Escuché a Lewis reír y llamarlo imbécil marica.
—Es increíble que Serena tenga los ovarios más hinchados que tú las
bolas, hombre —refutó Lewis sin esconder su diversión.
—No me jodas, bro. Serena es mujer, por eso se aprovecha. Tener
ovarios le evita que él la golpeé por pasarse de lista —se defendió Owen.
—Deja de hablar como si no estoy aquí —largué, y lo vi con ganas de
hacerse uno con el asiento en el que iba. Lewis apretó los labios para no
soltar una carcajada.
—Cuando te comportas tan marica, me avergüenza que seas mi mellizo.
Sobrevivo, formuló Owen como respuesta para Lewis, sin hacer ningún
sonido, y fruncí el ceño.
—Espero que tengas en cuenta que no soy ciego —señalé.
Se hundió más en su asiento y por dentro me reí al comprobar, otra vez,
que Owen podía tener mi estatura, un poco más de músculos que yo
inclusive, y ser intimidante con su pinta de matón. Pero en su interior
parecía habitar un osito de felpa, o un panda torpe como Serena solía
decirle.
Lewis se puso en marcha hacia Vikings, el club al que nos habíamos
vuelto asiduos por ser el único en el que no nos cruzábamos con la gente de
Derek, luego de que yo aceptara también los tragos, ya que los necesitaba
para bajarme el coraje que sentía. Owen propuso avisarle a Marcus y a
Darius para que se nos unieran y tener una noche de chicos, lo que permití
porque podría aprovechar para comentarles sobre la propuesta de Lucius.
Aunque al llegar me di cuenta de que tendría que dejarlo para después
porque encontramos en el estacionamiento a Darius acompañado de
Dominik; ambos llegaron juntos y, según dijeron, habían estado en Vértigo,
un club neutral que Darius manejaba, pero al que no le gustaba que yo fuera
mucho porque eso implicaba que los Vigilantes que todavía me seguían,
para asegurarse de que no cometiera una estupidez, se inmiscuyeran en sus
tierras.
Y no me disgustaba Dominik, todo lo contrario, me había hecho cercano
con él y Fabio porque ambos siguieron uniéndose a nuestras noches de
tragos cada vez que estaban en la ciudad (ya que Dominik regresó a Italia
luego de terminar su doctorado). De hecho, descubrí que Darius los conocía
porque Fabio fue alumno de Aki Cho y lo acompañó en varias ocasiones
que el japonés llegó al país para reunirse con sus colegas, aunque él se
mantenía alejado de ese mundo. En lo cual se parecía mucho con Darius si
lo pensaba mejor.
Pero, incluso con ese conocimiento, no me gustaba inmiscuir a Dominik
en situaciones que pudieran ponerlo en peligro, aun cuando a él le
entretuviera jugar a ser yo como Sombra, luego de una noche en la que se
vistió de negro y se colocó mi máscara, confesando que le llamaba la
atención saber lo que se sentía estar detrás de ella. Y a todos los que
estuvimos presentes esa ocasión en el privado nos sorprendió que luciera
exactamente igual a mí, cosa que a Dominik le emocionó y que después de
esa vez siguió haciendo siempre que nos reuníamos, aunque nunca para
nada importante, simplemente por la diversión de confundir a mi élite.
Al menos a él le regocijaba ser yo.
—¿Estás cien por ciento seguro de que solo te amará a ti? —me preguntó
Dominik.
Las horas habían pasado y con ellas los tragos, razón por la que todos
estábamos bastante borrachos ya. Y yo terminé por hablar de Isabella sin
mencionar su nombre, gracias a que Darius comenzó a contarnos sobre una
chica con la cual se topó dos años atrás. Fue un encuentro fortuito en el que
hubo únicamente palabras de disculpa y contacto físico educado debido al
choque accidental, pero nos confesó que no conseguía sacársela de la
cabeza.
Y sonó muy confiado al asegurar que podía jurar que tampoco ella se lo
sacaría a él.
Su confesión llevó a la de Marcus, quien nos dijo que se sentía
confundido con la chica que estaba saliendo desde hace varios meses. Owen
por su parte aseguró que seguía ilusionado con una mujer a la cual jamás
podría tener y Lewis se rio, asegurando que el amor era para imbéciles. Y
pude verme reflejado en él, lo que me hizo reír tajante y orgulloso. Fue en
ese momento que Dominik me preguntó qué opinaba y sospeché que con
nosotros estaba poniendo en práctica sus habilidades de loquero.
Y bueno, tuvo suerte de que los tragos me tuvieran relajado y puesto
melancólico, por lo que opté por hablarles de la Castaña.
—Estoy cien por ciento seguro de que cumplo mis promesas, y a ella le
hice unas cuantas —le aseguré a Dominik.
—Dinos la más importante —pidió Owen, y por esa vez noté que todos
tenían la misma curiosidad que él.
«Que mientras yo viva haré todo porque ella también lo haga», pensé
enseguida.
—Que, si la hacía mía, no sería de nadie más —dije en cambio, aunque
no me refería al cuerpo, a follarla—. E incluso con mis errores, sé que
conseguí que me amara como jamás volverá a amar —añadí con orgullo, y
sentí la mirada intensa de Darius sobre mí—. Ella fue, es y será únicamente
del hijo de puta frente a ti —expuse, y me señalé con ambas manos.
—¿Y tú, hijo de puta? —preguntó Darius sabiendo que lo último lo dije
más para él porque intentó acercarse a Isabella en su momento como
Sombra. Tomé mi cerveza y le di otro trago—. ¿Después de ella ha habido
alguien más?
Me reí sin gracia. Si hubiese estado lúcido, creo que jamás le habría
respondido aquello.
—Es que tampoco la hubo antes. —Fue mi sencilla respuesta.
Rápida, segura, sin duda alguna.
Dominik levantó el botellín de su cerveza para brindar conmigo y Darius
sonrió, uniéndose. Y a él le siguieron los demás, incluso Lewis. Y mi
borrachera no me permitió identificar cómo me sentí, aunque sí reconocí
que me puse un poco más ebrio.
—Ella es de esas reinas que hacen reyes, ¿no? —musitó Darius,
recordándome las palabras que le escribió a la Castaña en aquella nota de
disculpas.
—Y que le pertenece solo a uno —zanjé yo.
Seguimos con nuestra noche dejando de lado ese tema y
concentrándonos en otros menos complicados, hasta que me sentí a punto
de perder la consciencia, entonces decidí que era mejor volver a mi búnker
para dormir un poco. Tenía la opción de quedarme en el club, ocupando una
de las habitaciones en las que me escondía con Hanna cuando la ayudaba,
porque sí, continué haciéndolo para evitar que la tocaran. Sin embargo, no
me apetecía verla ni estaba de humor para escuchar sus monólogos sobre
los libros que leía.
A veces pensaba que llegué a tolerarla porque en ciertas cosas me
recordaba a Elsa, por su pasión por los libros de hecho. Incluso tenía
actitudes que me hacían pensar en Jane. Hanna era sumisa y complaciente,
pero también fuerte al soportar una vida que jamás buscó para proteger a su
familia. Y nunca tuve intenciones de ser su amigo, menos el aprovecharme
de ella y follarla en lugar de fingir que lo hacíamos, en ese punto prefería
seguir con mis pajas cuando la tensión amenazaba con explotarme las bolas.
Como dije antes, la que hablaba era ella, y entre esas noches juntos
aprovechó a contarme muchas cosas sobre su vida. Me habló de sus sueños
y objetivos, y trató de que yo le contara los míos, y me limité a reír y
pedirle que no se metiera donde no la llamaban porque por algo me
mantenía en silencio. No la había dejado verme el rostro, tampoco volvió a
escuchar mi voz real, pero se conformaba con lo que yo quería darle.
«Tu compañía me basta. No necesito nada más».
Eso me repetía casi como una oración, luego optaba por leerme en voz
alta con la esperanza de que le cogiera el gusto a la lectura. Y no lo hice,
aunque sí me di cuenta de que, con todo lo que me había pasado en la vida,
podía ser fácilmente el protagonista de una de esas novelas que le robaban
el sueño.
O el villano.
A pesar de todo eso, las cosas con ella, Alice y con Serena (que eran
parte de las cuatro mujeres de las que me rodeaba), funcionaban más fáciles
que con Amelia, con quien todo marchaba medianamente igual. La única
diferencia residía en que ya no sentía el impulso de matarla cada vez que
nos cruzábamos, me limitaba a ignorarla y, cuando no podía, trataba de
soportarla y librarme de su presencia con cualquier excusa. Incluso Lucius
me ayudaba con eso, aunque sospechaba que él lo hacía porque le convenía
más que siguiera odiando a su hija.
Y por supuesto que ella seguía intentando hablar conmigo, queriendo
explicarme cosas que no me importaban porque no cambiarían nada de mi
situación, además de que todavía no me daba lo único por lo que le prometí
una oportunidad para conocer a Lía.
—Ven —pidió Darius dos días después de la noche en Vikings.
Estábamos en el búnker principal, cerca de la oficina de Lucius. Ese
pasillo era un poco solitario porque no consideraban que hubiera peligro
alguno por el cual estar alertas. Seguí a Darius con cautela, intrigado porque
me habló bajo, y me sorprendí cuando se detuvo frente a la puerta
entreabierta de la oficina de su padre y me hizo un ademán para que hiciera
silencio.
—Estas son las cosas por las cuales no la dejo sola —susurró señalando a
Amelia, quien estaba en el interior con su padre—. Ha tenido días lúcidos,
pero, como te dije la otra vez, este hijo de puta sabe cómo manipularla para
usarla a su conveniencia.
Me quedé en silencio para escuchar la conversación entre padre e hija. Si
es que a eso se le podía llamar así.
—¡Ya, papá! ¡Detente! —suplicó Amelia y comenzó a caminar de lado a
lado.
—Lo haría si no me obligaras a recordarte que estás viva porque yo
luché por ti —aseveró él indignado—. Y me duele, me decepciona que,
incluso siendo yo el único que te ama, me desobedezcas y no valores mi
amor por ti. —Negué con la cabeza, lleno de ironía por la actuación de ese
malnacido—. Soy la única persona que te acepta como eres, hija mía. No
busco cambiarte, sino que mantengas esa esencia que te hace especial.
¿Acaso no lo has comprobado miles de veces ya?
Amelia lo miró llena de dolor y preocupación cuando Lucius se giró
dándole la espalda, ella dio un par de pasos hacia él y alzó la mano con la
intención de ponerla en su hombro, pero se contuvo y dejó que sus lágrimas
corrieran libres por sus mejillas.
—Tuve que encerrar a Leah y mantenerla vigilada para que no te
abortara. Y cuando te dio a luz la obligué a amamantarte porque ella
pretendía dejarte morir. Por eso le fue fácil abandonarte en cuanto se le
presentó la oportunidad.
—Ahora le dirá que mamá me amó más a mí, que me prefería por
encima de ella. Y luego añadirá que yo también busco cambiarla porque soy
como nuestra madre y no la acepto tal cual es —susurró Darius, segundos
después Lucius formuló lo que él acababa de decirme—. Ha aprendido muy
bien a reconocer sus días maniacos, en los cuales Amelia es más
manipulable por la soberbia que la invade, pero, cuando comienza a pasarle,
opta por llevarla a la depresión donde ella es sumisa por completo y esa
mierda puede utilizarla a su antojo.
Darius se alejó de la oficina luego de decirme eso y noté su impotencia.
Incluso yo llegué a sentirla, aunque odiara a la chica. No obstante, en ese
momento sentí lástima de ella. Y mi odio por ese hijo de puta aumentó, ya
que me pareció demasiado vil que dañara a su hija, que le importara un
carajo el dolor que le provocaba con esas palabras.
—¿Por qué es tan difícil para ti que te crea? —le pregunté al seguirlo.
Me había dado cuenta de lo mucho que él intentaba que Amelia confiara
y creyera en su palabra, y de lo poco que conseguía hacerlo porque la chica
tendía a refugiarse más en Lucius o en Derek.
—Porque yo también la abandoné —admitió, y eso me tomó por
sorpresa.
Me pidió que fuéramos a mi búnker y estando ahí me confesó que, en
cuanto logró hacerse independiente, huyó de su casa porque no soportaba
más el maltrato físico y psicológico que le daba Lucius, pues estuvo a punto
de volverse loco, y consideró que era mejor poner distancia, sanar
mentalmente y luego conseguir apoyo para regresar por Amelia, pero
cuando lo hizo el maldito ya había conseguido envenenarla más y la
convenció de que todos la abandonarían siempre.
—Ya sabes que Fabio y Dominik me ayudan a conseguir calmantes para
ella, pero, si Amelia nunca accede a buscar ayuda por su cuenta, no
mejorará. Sobre todo ahora que está más convencida de que es bipolar
porque la vida así lo quiso, y quien no lo acepte que se joda. Y Lucius junto
a Derek le han hecho creer que ellos la quieren tal cual es, aunque en
realidad lo que quieren es la facilidad con la que la manipulan.
Asentí de acuerdo con él, aunque no di ninguna opinión, simplemente
dejé que Darius se desahogara y traté de entender y analizar todo el trabajo
maestro que Lucius había hecho con su hija para convertirla en un arma
perfecta. Ella era como una bomba nuclear con el poder de destruir el
mundo entero, pero no por su cuenta.
—Has visto la excelente estratega que es, el liderazgo que corre en sus
venas, la maldita capacidad que tiene para negociar y conseguir lo que se le
antoja. La inteligencia que posee… Mierda, si lo piensas bien, es Amelia
quien maneja a los Vigilantes después de que Aki murió, porque David no
da un paso sin que Lucius se lo permita.
—Sí, Amelia maneja a los Vigilantes, pero Lucius la maneja a ella —
señalé lo obvio.
Darius dijo todo lo que yo ya había notado, y de lo que me enteré por
medio de la élite. Fantasma era temido en la organización por despiadado,
pero también respetado por su inteligencia, como Lucius, e iba a reconocer
siempre eso. Aunque este último llevaba lo cruel a otro nivel, siendo capaz
de destruir a su hija con tal de mantener su arma letal.
Cuando Darius se marchó, decidí ir a la zona de entrenamiento, donde
también había un gimnasio con todo lo básico, y me pasé un par de horas
ejercitándome porque no quería darle oportunidad a mi cabeza de sobre
pensar la situación de Amelia, además de prepararme porque luego de lo
que vi en aquella oficina era cuestión de horas para tener de regreso a
Fantasma, quien podía ser más insoportable, si es que eso era posible.
Al terminar mi rutina me fui para el comedor común por una bebida
hidratante y me sorprendí al encontrar a Amelia en una de las mesas, sola y
bebiendo directo de una botella de vodka, con las mejillas manchadas del
rímel que se le corrió a causa de las lágrimas. Era la primera vez que
presenciaba uno de sus estados más patéticos y, conociendo los motivos, no
me extrañó.
Sentí su mirada puesta en mí en cuanto me fui directo a la cámara
refrigerante, pero la ignoré y actué como si no había nadie más en el
comedor, ya que a pesar de todo quería evitar su presencia o atención. No
obstante, en cuanto tomé la bebida y caminé fuera del lugar, sus palabras
me detuvieron.
—¿Por qué tuve que nacer si nadie iba a quererme? —Su voz fue
lastimera y el dolor en ella muy palpable—. ¿Por qué las personas que amo
no pueden amarme?
—Darius te ama —señalé, recordando todo lo que él me dijo.
Amelia sonrió burlona.
—El amor y la lástima suelen confundirse, pero yo he tenido mucho de
lo último como para reconocerlo a miles de distancia —aseguró—. Darius
no me ama, y está aquí porque supuestamente se lo prometió a su madre —
añadió.
Yo también pensé lo mismo en su momento.
Alcé las cejas cuando ella comenzó a reírse y enseguida de eso terminó
llorando. Le dio un sorbo al vodka para bajarse los sollozos de la garganta y
la manera en la que su rostro se contrajo me dejó ver muy claro el dolor por
el que estaba atravesando. Ya comenzaba a hundirse en lo peor de su mundo
de mierda.
—Si yo fuera tú, me iría a llorar a mi habitación antes de permitir que se
burlen de mí y me vean como débil —zanjé, señalando a los Vigilantes de
su élite, quienes por supuesto no se atreverían a burlarse de ella, pero los
utilicé para que mi punto quedara un poco más claro.
Amelia se limitó a encogerse de hombros.
—Si yo fuera tú, también me odiaría —susurró rendida.
—Por lo menos estamos de acuerdo en eso —satiricé, y soltó una risa
acongojada.
Nos quedamos en silencio unos segundos y luego me di cuenta de que ya
le había concedido mucho de mi tiempo, así que pensé en seguir con mi
camino.
—Me desperté en una clínica psiquiátrica —soltó de pronto, y la miré sin
comprender—. Dos semanas después de lo que pasó con Elliot, pero la
mayor parte del tiempo me mantenían drogada para que no les diera
problemas y me recuperara del disparo que Derek me dio. Luego, cuando
estuve bien, me metieron en una habitación de cristal para experimentar
conmigo.
Fruncí el ceño.
—¿Experimentar?
—Con virus. Mi padre tiene aliados en el rubro farmacéutico y, para
saber si la cura funcionará, antes deben saber cómo actúa la enfermedad.
Así que me dejó con uno de sus amigos como castigo —explicó, y mis ojos
se abrieron demás—. «Si sobrevives seis meses y aprendes la lección, te
daré una segunda oportunidad», me dijo sin remordimiento alguno porque
estaba muy dolido de que te haya preferido a ti.
En ese instante entendí por qué me aseguró que había vivido un infierno.
—Vamos a mi habitación —ordené sin pensar, y su mirada subió a mi
rostro de inmediato, ya que se había mantenido mirando la botella. Ella no
podía creer lo que le propuse, y ni yo, pero sentí el impulso y la curiosidad
de saber lo que vivió, aunque mis intenciones no eran del todo buenas, pues
también quería probar si tenía la oportunidad de sacarle información que me
conviniera.
Me di la vuelta sin esperar a que me siguiera, aunque supe que sí lo hizo
porque escuché sus pasos detrás de mí. La invité a pasar luego de abrir la
puerta, y me causó gracia que se comportara con timidez, aunque no le dije
nada sobre eso, simplemente la miré a la vez que me sacaba la camisa
mojada por el sudor.
—Tienes más tatuajes —confirmó al verme—. Cuando nos conocimos tu
torso estaba limpio, tu cuello también —recordó.
—Tomaré una ducha —avisé, sin decir nada sobre su señalamiento—.
Descansa un rato y cuando salga hablamos si es lo que quieres, si no, pues
duerme para que se te pase la borrachera. —No quería que me viera tan
interesado en saber lo que vivió, así que opté por seguir siendo frío, aunque
sin influir más en lo miserable que ya estaba gracias a Lucius.
Asintió en respuesta y se acercó a la mesita de noche para poner la
botella de vodka sobre ella. La imité para tomarla y frunció el entrecejo.
—¿Vas a beber?
—No, voy a tirar el contenido —respondí, y noté sus ganas de protestar,
pero se contuvo. A lo mejor por el temor de que la sacara de la habitación si
me cabreaba.
—Yo también necesito una ducha —señaló de pronto, y me reí con ironía
porque, aunque tenía razón, lo estaba haciendo más para provechar el
momento, según ella.
—Tomaré mi ducha y luego si quieres te lavas el rostro, no más —
advertí, e hizo un mohín.
Negué con la cabeza y me metí al cuarto de baño, poniendo el seguro
porque sabía que era capaz de meterse para intentar provocarme, y no tenía
ánimos de lidiar con eso. Abrí la ducha y, mientras esperaba unos segundos
para que el agua estuviera en su punto, vacié la botella de vodka en el váter.
En todo ese rato mi cabeza no dejó de pensar en lo que Amelia confesó,
además de que reconocí que era una mujer fuerte dentro de la maldad con la
que se manejaba, pues no debía ser fácil lidiar con su condición, tratar de
mantenerse a flote y no quitarse la vida en sus estados depresivos.
—¿De verdad vas a escucharme? —preguntó esperanzada luego de que
salió del baño con el cabello recogido, el rostro limpio y los ojos hinchados.
Había aprovechado a vestirme mientras ella se ocupaba de sí misma.
—Sí, mientras no te pases a temas que no me interesan —respondí con
tono de advertencia, y sonrió.
Me senté en la silla del escritorio y la animé a que ella lo hiciera en la
cama; se mantuvo indecisa un par de minutos, aunque luego soltó el aire
por la boca y comenzó a hablar, empezando una vez más con lo que
vivimos en aquel motel, llorando cuando le era imposible no hacerlo y
reviviendo lo que en efecto fue un infierno en todo el sentido de la palabra.
Haciendo que de nuevo me diera cuenta de que, en su afán de proteger a
Isabella, Enoc le ocasionó un daño irreparable a la otra hija de su mujer. Y
dudaba de que algo así se perdonara tan fácil, incluso si el mayor culpable
siguiera siendo Lucius.
La infectaron con virus que la mantuvieron entre la vida y la muerte, la
drogaron para que siempre fuera dócil, la convirtieron en adicta y luego la
obligaron a rehabilitarse con el fin de que siguiera siendo un chivo
expiatorio. La rompieron y la reconstruyeron de nuevo porque Lucius no
solo la estaba castigando por haberme elegido a mí, sino también consiguió
hacer de ella su perrita fiel.
Y cuando terminó de contarme su infierno, comprendí que era casi
imposible que Darius recuperara a su hermana.
—Bueno, al menos eres inmune a muchas enfermedades —comenté en
son de broma, y ella me miró incrédula, pero enseguida soltó una carcajada.
—Demonios, en serio posees el tacto y la empatía de un glaciar —señaló,
y sonreí de medio lado.
No se trataba de que mi empatía fuera fría, sino más bien de que no
existían palabras de ánimos para todo lo que vivió, y menos con la tensión
que seguía existiendo entre nosotros.
—Duerme un rato, Lía —propuse de pronto, utilizando su diminutivo sin
ser sarcástico en ese momento.
—¿Aquí?
—Puedes hacerlo afuera, en el comedor, donde quieras. Por mí no hay
problema —aseguré encogiéndome de hombros.
No era mi intención comportarme como un idiota, pero tampoco
pretendía que ella confundiera las cosas.
—Quiero dormir aquí —admitió.
—Hazlo, la cama es toda tuya —la animé, y asintió, pero comenzó a
quitarse la ropa y entonces me arrepentí—. ¿Aún duermes desnuda? —
pregunté, recordando que cuando estuvimos juntos siempre lo hizo así, y
me confesó que era su costumbre.
—Sí, no puedo hacerlo de otra manera.
—Está bien, nos vemos luego —dije poniéndome de pie, pero ella se
apresuró a llegar a mí.
—No, por favor. Si no quieres que esté desnuda, entonces no dormiré —
suplicó—, pero no te vayas, Eli… Sombra, tú me calmas —se corrigió y
confesó.
La miré con seriedad.
—¿Cómo podría calmarte si no te soporto? —cuestioné.
—Porque yo te amo, aunque tú me odies —confesó—. Y lo acepto
porque sé que me lo merezco, que me lo he ganado a pulso. Pero incluso
odiándome me das más sinceridad que quien dice aceptarme como soy —
añadió y se abrazó a sí misma—. Por eso tu presencia me calma, y porque
recuerdo lo feliz que fui contigo, la normalidad que me diste cuando
estuvimos juntos —siguió y regresó a la cama para hacerse un ovillo—. Y
no me da vergüenza aceptar que muchas veces he deseado ser como ella,
tener un poco de lo que ella tuvo.
Maldije en mi interior porque sabía que se estaba refiriendo a Isabella y
no quería que la volviera a poner en su mira para intentar joderla, aun así la
Castaña estuviera desaparecida. No era conveniente que Amelia utilizara
sus recursos para encontrarla.
—Leah sí la amó y estuvo a su lado siempre, su padre también —
continuó—. Casi la idolatraban. Tiene amigos que son capaces de dar la
vida por ella, te tiene a ti que hasta fingiste morir porque viviera. ¡Elliot me
usó y entregó para salvarla a ella! —gritó y, mientras lo hacía, lloraba cual
niña abandonada—. Yo en cambio nací para ser despreciada y luego
utilizada. —Sollozó y en esos momentos fui capaz de ponerme en sus
zapatos. La miserable chica sufría por su enfermedad, la mentira y la
manipulación de su padre—. Y a pesar de todo eso tus desprecios se sienten
mejor que no tener nada.
—¡Mierda, Lía! No digas eso —pedí. Y sí, la odiaba por todo lo que me
obligó a hacer, pero no podía ser tan apático con una chica de la que creí
haberme enamorado, una mujer que actuaba engañada por su miserable
progenitor—, tú naciste para ser amada, solo tienes que buscar a la persona
correcta para ti —aseguré sentándome a su lado.
—Ese es el problema, Sombra —me imitó al sentarse y se acercó a mí—,
que ya te amo a ti y no puedo evitarlo. Y por la misma razón no quiero
buscar a nadie más.
—Estás obsesionada conmigo, no me amas —corregí, y negó,
tomándome el rostro para que la mirara a los ojos.
—Sé qué es la obsesión. Y no es lo que siento por ti. —Sonrió con
tristeza—. He intentado dejar de amarte y no lo logro —se quejó, y bufé.
Vaya mierda de suerte la mía, la que me amaba me tenía y la que yo... La
chica que yo quería tener, no la tenía.
Amelia aprovechó mi momento de reflexión y se acercó más para
besarme, pero justo antes de que llegara a mi boca me giré para
impedírselo, aunque me besó en la mejilla. Sin embargo, no se lo reproché y
tampoco quise ser tan hijo de puta, al contrario, la abracé porque entendí
que ella no era más que una mariposa con alas rotas.
Un ángel corrompido por su propio padre.
—Gracias por este momento, Elijah —susurró separándose de mí rato
más tarde, ya que nos quedamos abrazados hasta que dejó de llorar. Y la vi
buscar algo en el bolsillo de su pantalón—. Es demasiado valioso para mí
que me lo hayas dado antes de que te cumpliera mi promesa —añadió y a la
vez puso un vial en mi mano.
Lo miré dándome cuenta de que se trataba de una especie de semilla de
mostaza contenido en un líquido viscoso.
—¿Es lo que pienso? —indagué con el corazón acelerado, y sonrió
asintiendo.
—Y la razón por la que mi padre esté furioso, ya que hice un trato con
los rusos a cambio de esto —confesó, y la miré incrédulo—. Solo cumple tu
promesa, porque no respondo —añadió.
Tras eso se puso de pie y se marchó, y me reí porque, así como yo no
podía dejar de ser un hijo de puta con ella, Amelia tampoco dejaba de ser la
cabrona insufrible que me tenía cogido de las bolas por más que cumpliera
su promesa.

—¡¿Qué demonios has estado haciendo?! —me reprochó Darius al


enterarse de que estuve ayudando a Hanna, aunque él en verdad creía que
follábamos.
—Siendo un buen samaritano, supongo —satiricé, y me miró dándome a
entender que no era momento para bromear—. Estás exagerando las cosas,
imbécil, ya cálmate.
—¿Exagerando? ¿Lo dices puto en serio? —espetó, y rodé los ojos—.
Deberías agradecer que todavía te siga cuidando el culo a pesar de lo idiota
y terco que eres. —Reí sin gracia por eso.
—Me cuidas el culo porque te conviene, porque hago el trabajo que tú no
has podido hacer, así que no tengo que agradecerte por eso —largué, y él
bufó.
—No tienes ni puta idea de lo que le va a suceder a esa chica cuando Lía
se entere de que la desfloraste y ahora es exclusiva para ti, ¿cierto? —
inquirió, y fruncí el entrecejo.
Amelia no era nadie para actuar en contra de Hanna.
—Primero, no la he desflorado. Segundo, no es mi exclusiva. —Me miró
confundido—. Y tercero, no tengo por qué darte explicaciones a ti y menos
a Amelia. Pero, para que te quedes tranquilo, solo ayudé a Hanna porque el
cobarde del administrador pretendía aprovecharse de ella igual que lo hace
con todas las chicas vírgenes que llegan al club. Y hemos estado fingiendo
que follamos únicamente para que otros hombres no la toquen —aclaré.
Y, aunque su expresión cambió del enojo a la tranquilidad, siguió
confundido, pero no le expliqué nada más, simplemente me marché,
cansado de que él también pretendiera que debía darle explicaciones, y me
fui en busca de Marcus para entregarle el vial con el diminuto chip que me
dio Amelia la noche anterior, porque él se lo llevaría a Alice para que ella lo
estudiara con el fin de confirmar que inhibiría los efectos del dispositivo
que tenía la Castaña, además de que necesitaba saber si se podía clonar.
Darius había llegado a buscarme porque le fueron con el chisme de que
yo tenía una puta exclusiva en Vikings, y se preocupó de que su hermana,
quien entró en un estado maniaco después de que estuvo conmigo,
provocara una masacre si también se enteraba de lo de Hanna. Y para ser
sincero, yo igual me alerté y maldije en mi interior al pensar que Amelia
podría dañar a la chica por creer que obtenía lo que le negaba a ella.
Así que esa noche llegué a Vikings con la excusa de reunirme con
Dominik y los demás chicos, aunque buscaba más asegurarme de que
Amelia no cometiera una locura si acaso ya sabía los chismes que le
llegaron a su hermano. Serena pasó de estar con nosotros porque me
aseguró que se aburría y, aparte, había cosas de las cuales ocuparse, puesto
que teníamos un envío de armas a la vuelta de la esquina y necesitaba que
todo estuviera en orden.
Darius sí que se unió, pero lucía tenso, y supuse que se debía a mi
supuesta exclusividad con Hanna. Él se tomaba muy a pecho lo de proteger
de alguna manera a las chicas que trabajaban en el club, aunque a veces no
consiguiera hacer mucho porque las órdenes de su padre no se saltaban.
—Ves, por esto digo que el amor es algo inventado por nosotros. No un
sentimiento que en realidad exista —dijo Lewis.
—No te equivoques, el amor sí existe, pero Marcus lo está confundiendo
con la pasión —replicó Dominik con la voz robotizada.
En ese momento tenía puesto mi cambiador de voz y la cazadora que yo
había estado usando cuando llegué. También la máscara porque era una de
esas noches en las que quería ser Sombra. Y se metió en una discusión con
Lewis luego de que Marcus recibiera una llamada de su chica y, que al igual
que otras veces, terminaran discutiendo. Owen se atrevió a preguntarle por
qué seguían juntos si en lo único que parecían funcionar era en el sexo, a lo
que el moreno respondió que creía que la amaba y por eso no podía dejarla.
Yo me limité a escucharlos y a reírme cada vez que soltaban alguna
tontería siempre que Marcus intentaba dar excusas, y a pesar de la actitud
de Darius estábamos disfrutando de una noche entre amigos. Lo que me
hacía recordar mis noches de fiesta con los Grigoris, las idioteces de Jacob,
las peleas entre Connor y Evan por creerse uno más listo que el otro, o la
manera en la que Dylan fingía querer estar con una chica para que yo no
sospechara que estaba con mi hermana.
Me reí de pronto, no por lo que escuchaba de mi élite y Dominik en ese
momento, sino por recordar también todos los problemas en los que me
metí con mis amigos después de cada noche de fiesta. Aunque de pronto me
ganó la melancolía porque mi cabeza se llenó de pensamientos en los que la
Castaña y yo fuimos los únicos protagonistas.
Puta madre.
Tragué con dificultad al imaginarla con sus vestidos cortos y tuve que
acomodarme en mi asiento al sentir mi polla medio erecta por recordar que
no usaba bragas y cómo ese hecho me ponía como un puberto ansioso, con
ganas de meterla en cualquier lado donde no nos vieran, para penetrarla
sabiendo que siempre estaba lista para mí.
Me puse de pie y me acerqué al ventanal tintado cuando When I was your
man comenzó a sonar, y vi a tres chicas subidas en la tarima principal,
bailando la melodía con algo que pretendía ser ropa interior cubriendo sus
cuerpos. Y, aunque las noté, no me concentré en ellas, sino en la letra de la
canción. Y fui capaz de ver en el cristal las imágenes de mis momentos con
Isabella.
«Joder, Bonita. Tuve que haber hecho tantas cosas para ti que mi orgullo
no me permitió, y luego el miedo. Y ahora me aterra que otro esté haciendo
todo eso por ti», pensé y apreté el vaso en mi mano, bebiendo el licor de un
sorbo.
—¿Estás viendo bailar a las chicas o pensando en ella? —me preguntó
Marcus, parándose a mi lado y refiriéndose a Isabella.
No le respondí.
—¿Ves la diferencia? —le preguntó Dominik a él y, aunque no entendí a
qué se refería, tampoco le di importancia.
Simplemente miré a Marcus riéndose sin gracia, negando con la cabeza.
Y a Dominik con un porte orgulloso, viéndose como el auténtico Sombra.
—Claro que piensa en ella, en su reina —murmuró Owen a mis espaldas,
y me serví otro trago, gracias a que estaba cerca de la mesa con licor.
Y no negué lo que dijo, porque al parecer les había permitido que me
conocieran más de lo que pretendía, y así no soltara ni una sola palabra, era
capaz de demostrar que no solo pensaba en la Castaña, sino también la
deseaba, necesitaba tenerla conmigo con uno de sus vestidos cortos,
confirmando que no usaba bragas.
«Nunca quise extrañarte como te extraño, Isabella White», dije en mi
cabeza y me bebí el licor de un tirón, porque a pesar de los estragos que
estaba haciendo la abstinencia en mí no quería a la Castaña solo para follar.
La necesitaba para que calmara mis demonios y me diera la paz que tanta
falta me estaba haciendo.
Pero gracias a su maldita hermana no podía tenerla y quizá jamás
volvería a hacerlo.
—¿A dónde vas? —preguntó Darius al ver mi intención de salir del
privado.
Fruncí el ceño por su tono.
—Al baño —largué—. ¿Puedo? ¿Vas conmigo? ¿O me quito la polla y la
llevas por mí?
Lewis y Owen se rieron, ya que estaban más cerca y nos escucharon.
—Come mierda —replicó Darius, y me reí también.
Tras eso me coloqué el gorro de la sudadera y me subí la bandana tubular
al tabique de la nariz porque no tenía ánimos de pedirle a Dominik mi
disfraz y porque me encontraba despreocupado por tomar precauciones, o
demasiado confiado con el lugar en el que me encontraba.
Al salir del privado y comenzar a caminar me di cuenta de que en
realidad estaba más borracho que achispado, lo que no era raro luego de
haber ingerido casi la botella entera de ron. Bufé un poco exasperado
cuando bajé y me encontré a Hanna escoltada por el administrador, lo que
me indicó que de nuevo el imbécil pretendía venderla con alguien más.
—Eso me gusta, que sepas atender mis necesidades —ironicé, y él rodó
los ojos, fastidiado porque le jodí los planes. Le eché un brazo a la rubia
sobre los hombros y ella sonrió aliviada cuando la encaminé a una de las
habitaciones sin decir más, actuando como su maldito dueño.
No hablamos, y al estar en la intimidad del pequeño lugar opté por usar
el baño privado de ahí; y al vaciar mi vejiga analicé que no me podría ir tan
pronto como era mi intención, porque entonces no sería creíble que la
quería follar.
—Gracias de nuevo, Án…
Negué con la cabeza, dándole a entender que no estaba de humor para
escucharla llamándome así. Sonrió y asintió, y tras eso me tumbé en la
cama, sintiendo más el mareo provocado por la borrachera, pero deseando
beber más.
—Pediré ron. ¿Quieres algo? —ofrecí, ya que no estaba dispuesto a
escucharla hablándome.
Y tampoco quería ser imbécil, puesto que ella no tenía la culpa de lo que
me estaba pasando.
—Beberé lo mismo que tú.
—¿Segura?
—Sí —respondió entre risas, y tras eso cogí el teléfono de la habitación
para pedir que me llevaran una botella de ron.
—¿Estás bien? —me preguntó, y se sentó en la cama junto a mí en
cuanto dejé de hablar por teléfono.
—Un poco borracho.
—Se siente increíble volver a escucharte —señaló, y entendí que se
refería a que de nuevo estaba escuchando mi propia voz y no la robotizada
—, pero sería mucho más increíble no ver tus ojos llenos de tristeza y
desesperación.
No usaba lentillas de un solo color esa vez, aunque sí llevaba unas con
los iris negros. Y que Hanna haya notado mi estado incluso sin ver el
verdadero color de mis ojos, me hizo comprender que Serena siempre tuvo
razón: debía cubrirme mejor para no permitirle a nadie que me leyera y así
usara mis debilidades para joderme más.
—Me siento más feliz que nunca, así que no entiendo de qué hablas —
mentí, y ella sonrió con ironía.
—No tienes por qué mentirme, Sombra.
—No, Hanna. Tú no tienes por qué pretender que me conoces —espeté,
y la hice dar un respingo por mi manera brusca de hablarle.
Maldije en mi interior porque no pretendía ser un idiota, pero tampoco
iba fingir que me encontraba feliz de estar en esa habitación con ella. Yo
odiaba las hipocresías y, aunque sí quería ayudarla, prefería pasar el rato
con los chicos de la élite, ahogándome con el alcohol hasta sacarme solo un
segundo de la cabeza a Isabella.
Hasta dejar de añorar una vida que ya no me pertenecía.
—Lo siento —musitó cohibida, y negué con la cabeza.
Antes ella era mi tipo de chica perfecta para llevármela a la cama. Pero la
clave estaba en el antes.
Agradecí que tocaran la puerta y ella se pusiera en pie de inmediato,
yendo por nuestro pedido. Asentí cuando se ofreció a servir la bebida y salí
de la cama, encaminándome al reproductor para poner algo de música.
Tomé el vaso en cuanto me lo ofreció y le di la espalda, bajándome un poco
la bandana para beberme el licor de un sorbo.
—¿Más? —ofreció, y asentí regresándole el vaso, cuidando que no me
viera el rostro.
Volví a darle la espalda y me recargué con ambas manos en la mesa del
reproductor, esnifando con profundidad y soltando el aire con lentitud por la
boca, rindiéndome de pronto a todo lo que se me había acumulado en esos
dos años.
Deseaba que ese mareo, que con cada segundo se sentía más fuerte y
prolongado, me dejara inconsciente y me ayudara a olvidar por una noche
que era Sombra, el maldito hijo de puta que estaba matando a su propia
gente de Grigori, chantajeando a hombres que siempre le fueron fiel a
padre, desmoronando todas las cosas buenas que construí junto a él.
Actuando en contra de todo lo que mi progenitor me inculcó y a punto de
ceder a lo peor con tal de que me dejaran salir del país para tener más
oportunidades de encontrar a Isabella.
Porque sí, iba a aceptar la propuesta de Lucius y le haría esos tres envíos
si con eso yo conseguía salir de Estados Unidos.
«Esa es la diferencia entre tú y yo. Te crees un hijo de puta, pero, cuando
se trata de Isabella, yo lo soy más. Soy un puto egoísta, LuzBel, y me
importa una mierda si matan a mi prima o a Elsa. Mi prioridad siempre
será Isabella, mi objetivo es salvarla a ella y que muera quien tenga que
morir».
—Que se queme el maldito mundo si es necesario, pero, mientras ella
esté a salvo, todo lo demás puede irse al demonio —musité por lo bajo las
palabras con las que Elliot terminó de decirme todo aquello en el recuerdo
que tuve.
Haciéndolas mías en ese instante porque lo entendía más que nunca.
—¿Puedo hacerte solo una pregunta?
—Ya la estás haciendo —le dije a Hanna, tomando el vaso cuando me lo
ofreció, y sonrió tímida—. Hazla —la animé, girándome para beber el
trago.
—¿Por qué nunca me has tomado si has tenido la oportunidad? —Estuve
a punto de atragantarme con el ron.
Esa era la última pregunta que esperaba de ella.
—Porque nunca te he ayudado con la intención de follarte —respondí
tras carraspear, sintiendo la nariz arderme por el poco de licor que se me
filtró hacia ella.
—Y porque no soy ella —señaló. Me terminé el trago, bajé la bandana y
me giré para enfrentarla con las cejas alzadas.
—¿No eres quién? ¿Según tú?
—La chica por la que eres tan frío, por la que nunca te he visto con
nadie. Al menos aquí —replicó, y sonreí, aunque no me viera.
Me sentía un poco somnoliento, pero sin ganas de parar de beber. No lo
haría hasta perder la consciencia, ya lo había decidido.
—Definitivamente no eres ella —afirmé, y noté que estaba comenzando
a arrastrar un poco más las palabras.
Caminé hacia donde estaba el ron y me serví otro poco, luego me senté
en la cama, acomodándome con la espalda en el respaldo de ella. Pensé que
Hanna se ofendería por lo que dije, pero contrario a eso le dio un sorbo a su
bebida, después puso el vaso en la mesita de noche y me sacó los zapatos,
masajeándome los pies en el proceso. Situación que me sobresaltó, aunque
no me aparté porque se sintió demasiado bien el gesto.
—De todas las veces que estuvieron juntos, ¿cuál recuerdas más? ¿O
cuál te marcó más? —sondeó.
—¿Por qué tanta curiosidad?
—Responde, Sombra, por favor —suplicó, y contuve un gemido cuando
hizo algo con sus manos en mis pies que se sintió demasiado bien para mi
gusto.
—La primera vez que la hice mía —concedí—. Cuando me entregó su
virginidad.
Mi mente voló a ese momento. Y todas las veces con Isabella fueron
únicas, pero la primera siempre sería inolvidable. Incluso con la borrachera
podía recordar claramente sus gestos de gozo mientras la torturaba con
placer y la hacía rogarme para que la llevara al orgasmo. Su imagen de
mejillas sonrojadas, boca entreabierta y ojos brillosos se formó en mi
cabeza.
Mierda.
Incluso era capaz de sentir su piel febril y tersa, el sabor de su sexo en mi
lengua o la manera en la que sus pezones se volvían capullos endurecidos
en cuanto los metía en mi boca. Tragué con dificultad cuando mi estómago
se apretó y mi polla se endureció, sintiendo el corazón acelerado
únicamente con el recuerdo de haber estado con mi Bonita.
—Quiero perder mi virginidad —dijo Hanna sin tapujos. La miré
dándome cuenta de que había cerrado mis ojos mientras recordaba la
primera vez que follé con Isabella y noté mi pantalón abultado de la
entrepierna—, y deseo que sea contigo.
Me sobresaltó su declaración, aunque no dije nada. Y menos en el
momento que comenzó a subirse en mi regazo. Tampoco la aparté porque
de pronto mis brazos se sentían demasiado pesados como para alzarlos, o
quizás eso quería creer para no sentirme tan hijo de puta.
—Deberías escoger mejor con quien perderla, porque se supone que para
ustedes eso debe ser especial —aconsejé.
Hanna sonrió con una mezcla de dulzura y picardía, a la vez que tomó
mis manos y las puso sobre sus caderas en cuanto se sentó en mi miembro
endurecido.
—Por eso te estoy escogiendo, Sombra. No porque no tenga más
opciones, sino porque en todo este tiempo, fingiendo hacerlo, he deseado
que me tomes. Que me hagas tuya —admitió y puso las manos en mi rostro
sin quitarme la bandana.
Confieso que en otros tiempos no hubiese dudado en aceptar su
propuesta, es más, la habría hecho mía desde el primer día en que la ayudé,
pero no eran otros tiempos.
—No estoy duro porque te tengo en mi regazo, Hanna —aclaré cuando
movió levemente las caderas, indicando que estaba reaccionando a su
provocación—. Estoy así porque la he recordado a ella.
—Mejor aún —señaló, y no comprendí—. Puedo fingir ser ella si lo
prefieres, solo hazme tuya de una buena vez.
No sé qué demonios me pasaba, pero en cuanto dijo que podía fingir ser
Isabella, comencé a ver a la Castaña y mi polla reaccionó aún más que con
su recuerdo. Incluso tomé esas caderas femeninas con fuerza y la hice
restregarse más en mi regazo, dándome cuenta de que mi tiempo en
abstinencia comenzó a jugarme mal.
—¿O no me deseas? —preguntó Hanna un tanto insegura.
—Ahora mismo has conseguido que lo haga —admití.
Y cuando enterré el rostro en su cuello, me bajé la bandana y me perdí en
los recuerdos.
Capítulo 10
¿Quién es ella?
Elijah

—Mierda, estás tan caliente —gruñí y me empujé más fuerte en su


interior—. Tan mojada que tu coño reviste mi verga —dije en su boca,
besándola mientras le soltaba mis palabras crudas. Esas que la hacían
sonrojarse tanto como excitarse—. Tan estrecha que me estrujas con
violencia.
—¡Joder! —gimió, y no supe si fue por mi vocabulario o por cómo me
hundí más profundo en su coño.
Me volvía loco que arqueara la espalda para encontrar mis embistes. Y
estaba tomando todo mi autocontrol no ser tan bruto con ella, consciente de
que era su primera vez.
—Eso es, Bonita. Qué perfecta eres —alabé, besándola con suavidad—.
Mírame —pedí al encontrarla con los ojos cerrados, quedándome quieto un
momento—. Te follaré hasta que tus piernas tiemblen y grites mi nombre
una y otra vez —advertí en cuanto me obedeció y sus ojos miel fueron
capaces de hacerme sentir como si me estaba adorando.
Me mordí el labio, gruñendo a la vez al volver a salir de su interior y
disfrutar como nunca de la sensación de mi polla entrando de nuevo en ella,
abriéndome paso entre su calidez y sus fluidos, complacido al ver su rostro
lleno de placer cuando el dolor la abandonó.
—No pararé hasta que te grabes en la mente que a partir de hoy…
—¡Dios! ¡Sí! —jadeó sobre mi boca, callándome un momento y
aumentando mi orgullo porque, siendo la primera vez, estaba disfrutando de
nuestro encuentro.
—… Eres mía, Isabella —continué, y gritó de puro éxtasis, arqueándose
de nuevo, rozando sus senos en mi pecho.
Arrastré una de mis manos por su cuerpo, deteniéndome unos segundos
en su teta para amasarla, continuando a su cuello hasta sostenerla del rostro
para que me mirara cuando la posesividad en mí aumentó al darme cuenta
de que nada de lo que le estaba diciendo era solo por el calor del momento.
En realidad quería a esa chica solo para mí.
—Solo mía —gruñí, rogando para que lo entendiera de verdad.
—Solo tuya —concedió cegada por el placer, y sonreí porque me sentí
como el diablo haciendo un trato con ese ángel inocente.
Sus palabras pudieron ser provocadas por el placer, pero a mí me valían
tanto como el sello de un pacto irrompible entre nosotros.
La penetré con más intensidad, lamiéndole la oreja, chupándole el cuello,
gruñendo de placer absoluto. Ella me tomó de la cintura, guiando mis
movimientos, y me recargué en mis manos para mirarla a los ojos,
grabándome su imagen, su cuerpo perlado por el sudor; respirando la
ambrosía que era en lo que se había convertido el aroma de nuestras
fragancias mezclándose, drogándonos aun más que con el gozo de
convertirnos en uno.
Soltó un gemido más intenso cuando enganché mi brazo en la parte
interior de su rodilla, subiéndole la pierna más allá de su cintura para llegar
más profundo, y que con eso sintiera mis perlas desde un ángulo distinto.
Movió las caderas y apretó mi polla con sus paredes vaginales en cuanto su
orgasmo comenzó a construirse, y yo opté por ser más duro con mis
penetraciones para enloquecerla de gozo.
—¡Joder! No vayas a detenerte esta vez, por favor —suplicó, y la besé
como respuesta para esconder mi sonrisa orgullosa.
Sus movimientos de caderas se volvieron más intensos, llevándome a mi
límite cuando ella estaba a punto de alcanzar el suyo.
—¡Mierda! —gruñí.
—¡Sombra, joder! ¡Abre la maldita puerta! —Me senté al reconocer la
voz de Marcus a lo lejos.
Estaba desorientado y miré a mi alrededor, encontrándome totalmente
desnudo, con Hanna a mi lado, despertando asustada por mi reacción. Mis
ojos se abrieron demás al verla con el cabello revuelto, intentando cubrir su
desnudez con la sábana.
—¿Pero qué demonios? —me quejé, llevándome una mano al rostro. Me
asusté cuando no encontré nada cubriéndome. Hace unos segundos estaba
en mi habitación, follando con Isabella, y segundos después desperté ahí,
con una rubia que lucía cansada, recién follada por mí.
Jodidamente por mí.
—Por favor, ¿dime que recuerdas todo lo que hicimos? —suplicó ella al
ver mi reacción, sosteniendo la sábana con el interior de sus brazos mientras
ponía las manos como si fuera a rezar.
Lo último que recordaba era llegar a esa habitación con ella, luego de
encontrarla con el maldito administrador escoltándola para llevarla quién
sabía con quién. Después de eso reviví la primera vez que estuve con
Isabella y cuando estaba a punto de correrse, desperté con los gritos de
Marcus, quien volvió a tocar con insistencia la puerta en ese instante.
—¡Puta madre, Sombra! ¡Debes salir ya, joder!
—¡Dame un segundo! —pedí saliendo de la cama, porque lo escuché
demasiado preocupado como para averiguar qué mierdas había hecho con
Hanna.
Toda mi ropa estaba regada en el suelo junto a la bandana tubular con la
que me había estado protegiendo. Miré a Hanna mientras me vestía, su
actitud era humillada y sin saber qué hacer.
—¿Nos cuidamos? —pregunté cuando no vi ningún condón usado.
No me podía hacer más el imbécil, aunque no tuviera ni jodida idea de lo
que habíamos hecho, pero que era más que obvio.
—Me diste la opción, pero a la vez añadiste que preferías sentirme en
carne propia. Y yo me estoy cuidando y… también quería sentirte piel a
piel —admitió un poco cohibida, y volví a maldecirme porque esas palabras
fueron las que le dije a Isabella años atrás.
—Algo grave pasa, así que tengo que ir a ver de qué se trata, pero,
Hanna, nunca debiste verme el rostro. Y no estoy acusándote de nada —me
apresuré a decir cuando me miró con ojos asustados, creyendo que la estaba
culpando—. Simplemente quiero que entiendas que acabo de ponerte en
peligro, así que por tu bien no menciones que me viste la maldita cara —
pedí.
—Ya suponen que te he visto, Sombra. Es lógico después de tanto
tiempo fingiendo que nos acostábamos, ¿no crees?
—Suponer todavía podría salvarte la vida, Hanna. Pero ahora que me has
visto, si te confrontan con sus métodos, pueden saber que les mientes
cuando digas que no, y eso va a condenarte.
—Después de lo que me hiciste, moriría feliz —aseguró con una sonrisa
satisfecha, y la punzada de culpa en mi pecho fue algo nuevo para mí—.
Pero tienes mi lealtad, Ángel, así que no te preocupes porque jamás saldrá
de mi boca que he visto ese rostro tan atractivo del que eres dueño. Será
nuestro secreto que he confirmado que mi apodo ahora tiene más sentido.
—Estás bien loca, chica —señalé haciéndola reír—. Hablaremos luego
—avisé terminando de cubrirme el rostro y caminando apresurado a la
puerta antes de que Marcus volviera a tocar.
Sintiéndome culpable por lo que sea que hice con ella, y extraño a la vez
porque, después de dos años sin follar, debía estar satisfecho por la
liberación, pero en cambio me sentía frustrado porque Marcus me despertó
justo en el mejor momento de aquella vivencia, así que mis bolas me
apretaban el pantalón y las imaginaba todavía azules.
—Jodida mierda. —Bufé rascándome la cabeza por debajo del gorro de
la sudadera.
Marcus estaba frente a la puerta y maldijo cuando también alcanzó a ver
a Hanna cubierta con la sábana, cerré de inmediato y me enfrenté a su
mirada furiosa.
—Se supone que ibas para el baño —reprochó.
—Fui al baño.
—Desde hace cuatro horas, imbécil.
Mierda.
—Dudo mucho que la preocupación de que me haya extraviado te hiciera
buscarme en las habitaciones hasta encontrarme y casi tirar la puerta. —
Bufé con las sienes punzándome de dolor.
También tenía la garganta reseca y me urgía beber al menos un litro de
agua.
—Sabes que me importa una mierda si te follas a esa rubia o a quien
quieras que no sea mi hermana —replicó, caminando a mi lado al volver al
privado—. No me meto en tus asuntos si estos no joden nuestros planes,
pero hoy la has cagado luego de buscar a la chica con el chisme que le llegó
a Darius.
—No me digas que él te envió, o voy a matarlo por entrometido y a ti por
apoyarlo —sentencié.
—Vete a la mierda, idiota. Te busqué porque Lía se apareció desesperada
por encontrarte. —No me avergonzaba admitir que palidecí en cuanto lo
escuché decir eso—. Le dijimos que habías ido al baño, pero al parecer el
chisme de tu puta exclusiva también llegó a sus oídos e intentó ir a buscarte
a las habitaciones.
—¿Vio a Dominik con el traje?
—Dominik había ido al baño en ese momento, Sombra. Owen se asustó
al ver a Lía queriendo asesinar a todo el mundo porque te estábamos
negando, así que le dijo que él mismo la llevaría contigo. A Darius no le
quedó más que seguir el plan improvisado y le llamó a Dominik para
avisarle lo que pasaba y que te cubriera mientras te encontrábamos.
—¡Me cago en la puta! —me quejé, deteniéndome en el pasillo solitario
a esa hora—. ¿Hace cuanto pasó eso?
—Hora y media más o menos. Owen llegó a avisarnos que Lía se llevó al
supuesto Sombra para la oficina de su padre aquí en el club. Darius se fue
enseguida para ver qué podía hacer, pero no consiguió mucho, ya que
encontró el lugar con seguro.
—Demonios —espeté, y comencé a caminar en la dirección contraria del
privado, sabiendo a la perfección dónde estaba esa oficina.
Marcus me explicó que los mellizos se mantenían cerca por si la élite de
Lía descubría que no era yo quien estaba detrás de la máscara e intentaban
atacar a Dominik, y por dentro rogué para que él no cometiera ninguna
estupidez que terminara comprometiéndome, y para que por una vez Darius
no me jodiera más de lo que yo ya me había jodido a mí mismo al beber
como un puto alcohólico, y luego encamarme con una chica a la que nunca
deseé y a la cual puse en peligro por imbécil.
Y, por si todo aquello era poco, estaba el hecho de que no recordaba
absolutamente nada.
—Lewis y Owen van a distraer a los hombres de Lía para que no te vean
—avisó Marcus, y supuse que se estaba comunicando con ellos por
mensajes, ya que esa noche no salimos en plan de misión, por lo que no
contábamos con los intercomunicadores de siempre.
En cuanto llegué al pasillo de la oficina, vi a Darius en cuclillas cerca de
la puerta, con un gesto de impotencia bien marcado, y me asusté por eso.
—No que solo ibas a mear —me reprochó en susurros, poniéndose de pie
para ir a mi encuentro.
—¿Qué está pasando allí adentro? —le pregunté ignorando su furia. Y,
aunque le daba la razón, no le permitiría que me siguiera tomando como al
hermano rebelde al cual debía controlar día y noche.
Y no me respondió, así que me acerqué a la puerta en silencio para tratar
de escuchar algo sin exponer a Dominik, ya que de hacerlo me expondría a
mí mismo. Sin embargo, deseé tirar abajo la puerta al escuchar los gemidos
de placer en el interior.
—¡Hijo de la gran puta! —espeté en voz baja, y miré a Darius sin poder
creerlo—. ¡No, no, no! —gruñí entre dientes y apreté los puños, alzando
uno con la intención de agarrar a golpes la puerta.
Pero Darius me tomó de la muñeca y negó, suplicándome con la mirada
que no siguiera cagándola.
—Créeme, yo también dije lo mismo, pero no pudimos evitarlo porque
Lía llegó como loca exigiendo verte. Owen actuó con la intención de
cubrirte la espalda al verla dispuesta a ir a buscarte a dónde fuera que
estuvieras, y matar a quienquiera que te acompañara. Y a mí ya me habían
avisado antes que te vieron entrar con esa chica a una habitación, mas no
quise joderte al ir allí para devolver tu culo con nosotros porque trato de
respetar tus decisiones, aunque estas jodan mis planes —espetó más furioso
en ese momento—. Por lo que no me quedó más que pedirle a Dominik que
te suplantara, confiando en que después de tanto usar ese disfraz también
haya aprendido a interpretarte porque, de lo contrario, todas las chicas que
sirven en el club pagarían las consecuencias, incluida Hanna. Puesto que no
dudo que en su estado mi maldita hermana las mataría con la mínima
sospecha que tuviera de que se han acostado contigo.
No pude alegarle nada, puesto que por primera vez en esos años Darius
no me dijo más que jodidas verdades en la cara, por lo que me tocaba
quedarme con la frustración y el cabreo de que Dominik se atreviera a tocar
a la única mujer que jamás debió tocar llevando el maldito disfraz de
Sombra.
—Me cago en tu puta madre —repliqué con los dientes apretados, seguro
de que así Amelia se tragara la mentira de que era yo quien la estaba
follando en ese instante, esa noche estaban salvando a muchas chicas, a
Hanna incluida, pero me condenaban un poco más a mí.
Y ya suficiente me había hundido con lo que hice rato atrás.
Y sabedores de que no conseguiríamos nada quedándonos como
imbéciles esperando en el pasillo, volví al privado con Darius y Marcus.
Owen y Lewis se quedarían para apoyar a Dominik, actuando como si
esperaban al líder de su élite. Y si antes la tensión entre Darius y yo era
palpable, en ese momento se volvió insoportable.
—Sombra viene hacia aquí —avisó Marcus media hora después, y me
escondí por si acaso Amelia llegaba con él.
—Intentaré sacar a Lía del club —avisó Darius en tono gélido, y salió del
privado sin esperar respuesta de nosotros.
Cinco minutos después vi entrar a Dominik escoltado por los mellizos y,
cuando Owen me vio, supe que mi aspecto de nuevo era como el de un
psicópata por la precaución que inundó su rostro.
—Voy a suponer que mantuviste puesta la máscara y el cambiador de voz
—traté de no hablarle con rudeza porque al final me había hecho un favor,
aunque mi furia seguía siendo palpable—, pero de verdad espero que te
protegieras y no la besaras en la boca —advertí.
El hijo de puta tenía una sonrisa orgullosa grabada en el rostro cuando se
sacó la máscara y me la entregó.
—Sombra, en todo este tiempo he aprendido a conocer bien tus gestos,
tus gustos, tus límites —confesó con calma.
—Eso es muy enfermo de tu parte —señalé.
—Demasiado —me apoyó Marcus, y Dominik sonrió complacido.
—Más que enfermo, considero que ese doctorado que tiene se lo ganó a
pulso —opinó Lewis, recordándonos que no solo era psicólogo, sino
también psicoanalista.
—Digamos que he pasado mucho tiempo aburrido y nunca había tenido
un momento lleno de tanta adrenalina como el de esta noche —la modestia
de Dominik fue absurda—, así que agradéceme por haber querido honrar
esa máscara que usas. Y, cuando quieras, aquí estoy —añadió y se sentó en
el sofá, exhalando un suspiro, luciendo más satisfecho que yo.
—Por tu culpa luego dicen que los ricos somos unos enfermos y
mimados que consiguen todo lo que se proponen a costa de lo que sea —le
dijo Marcus, y concordé con eso.
Dominik no era un mal tipo, y sabíamos bien que había luchado por todo
lo que tenía, igual que Fabio (a pesar de la fortuna de su familia), pero en
ese momento sí se mostró como un tipo rico y caprichoso.
Aunque Lewis también tenía un punto con su señalamiento.
—Aquí lo que debe importarles es que hice bien mi tarea. Así que
tranquilo, hermano, porque, sin salirme de tu papel, he conseguido que esa
chica se vaya a casa a soñar con unicornios de colores lo que resta de la
noche. Se lo prometí como Sombra y él cumple sus promesas ¿no?
Joder, deseé asesinarlo en ese momento.
—¿En serio soy así de engreído? —cuestioné para los mellizos y
Marcus.
Owen se negó a responder, Lewis sacudió la cabeza riéndose y Marcus se
encogió de hombros.
—Si tuviera la máscara puesta en este instante y no estuvieras aquí,
creería que eres tú. Así que espero que eso responda tu pregunta —acotó el
moreno, y maldije.
Mierda, me estaba cayendo mal yo mismo.
—Actué frío con ella y no, no la besé. De hecho, fui tan hijo de puta que
le advertí que de la única manera que la follaría es como Sombra, que es en
lo que te convirtió según lo poco que me has dicho sobre eso. Y todo lo que
se merece de ti. Y gracias a que tenemos el mismo color de ojos, no le
extrañó verme sin lentillas. —Alcé las cejas porque eso sí me tomó por
sorpresa, ya que olvidé por completo lo de los ojos—. Aceptó porque
asegura que te ama y que, si es lo que quieres darle, lo toma sin queja
alguna.
—Ven cómo sigo confirmando mi teoría —insistió Lewis, y con Amelia
sí comprendí que él tenía razón al pensar así, puesto que la chica se aferraba
a que no estaba obsesionada conmigo.
Y si en realidad no era obsesión, entonces el amor era cosa que ella se
inventaba para excusarse en seguirme jodiendo.
—Después de todo, hacerme pasar por ti no es tan malo —ratificó
Dominik, dejando que entreviéramos que sí estaba más que satisfecho.
Y para ser sincero, lo entendía, porque recordaba lo apasionada que era
Amelia en el sexo, aunque no extrañara nada de eso ni lo considerara algo
extraordinario, a diferencia de lo que seguía experimentando en mis
recuerdos, por muy frustrado que eso me hiciera sentir luego.
—Y el que Amelia sea bipolar juega mucho tu favor, porque puede estar
maniaca, pero eso no significa que mienta cuando dice que está enamorada
de ti. Te ama con todo y su locura, y así fuera frío con ella, la hice pasar un
buen rato, mañana me lo vas a agradecer. —Me guiñó un ojo, y negué con
la cabeza.
Vaya mierdas en las que me metía.
—Así esto me haga más hijo de puta, te obligaré a pasar una buena
temporada aquí, porque de ninguna manera la tocaré yo, pero tú sí. Por lo
que te recomiendo que te compres unas lentillas negras —advertí, aunque
con su sonrisa supuse que es lo que estaba esperando de mí.
Era posible que, después de todo, eso es lo que Dominik estuvo
buscando siempre, no obstante, si me servía de ayuda, no me quejaría.
Odiaba admitirlo, pero en efecto tuve muchas ocasiones en las que en mi
interior le agradecía a Dominik luego de lo que hizo, porque seis meses
después de acostarse con Amelia (y de que lo siguiera haciendo al pasar en
el país una buena temporada antes de incorporarse como psicólogo a la
clínica de Fabio), conseguí muchas cosas. Más libertad sobre todo, y que
los malditos Vigilantes que siempre me seguían dejaran de hacerlo, porque
Fantasma llegó a confiar en mí de una manera que nadie se lo esperaba, y
contra eso Lucius no podía interferir como deseaba. Y menos cuando su
hija lo amenazaba con deshacer ciertos tratos que los aliados de la
organización únicamente hacían con ella.
Y hablaba en específico de la mafia irlandesa, puesto que según mis
investigaciones, Amelia fue amante de uno de los hijos del capo, su sucesor
de hecho. El tipo que la salvó del infierno al que la sometía su padre por
petición de Lucius. El hombre que se enamoró de ella y quien la dejó ir
únicamente porque ya estaba prometido con otra mujer, un matrimonio
pactado desde que era un niño, una promesa que no se podía romper.
Pero a Amelia en realidad le convino todo eso, ya que solo buscaba que
el tipo la ayudara a salir de ese infierno, y de paso se aseguró de que los
irlandeses no volvieran a tratar con Lucius a menos que fuera ella la
intermediaria (como recompensa de lo que tuvo que vivir en sus manos), y
por lo mismo ellos se convirtieron en los aliados más fuertes que los
Vigilantes tenían. Sobre todo porque la chica seguía siendo la amante del
capo en ciernes, lo que mantenía esos lazos casi inquebrantables.
—Esta noche quiero que me acompañes a una cena que tendremos con
Frank Rothstein —dijo Amelia.
Estaba en la sala de planeación de nuestro búnker junto a mi élite, la cual
había aumentado a cuatro miembros más en los últimos meses. Dos de ellos
eran Lilith y Belial (como se apodaban), compañeros sentimentales y unos
psicópatas en todo el sentido de la palabra, demostrándole a Owen que yo
era un bebé en comparación. Pero dejando eso de lado, lo más importante
era que ambos resultaron ser un buen apoyo para mi equipo.
Con el otro par de súbditos, Alex y Mario, seguía teniendo mis dudas, y
me obligaban a cuidar más mis pasos, aunque me apoyaban sin rechistar en
lo que debían.
—Déjennos solos —ordené a mi equipo.
Esa noche haríamos el último envío de personas que le prometí a Lucius
para que me diera acceso a salir del país, que de todo lo que me propuse,
era lo último que me faltaba por conseguir.
—Sabes perfectamente que los envíos no se hacen sin mí. Y me interesa
terminar con este de una buena vez, así que no cuentes conmigo —zanjé
para Amelia cuando estuvimos solos.
—Sombra, esta reunión es importante. Rothstein es el líder de una
organización que triplica en su poder a Grigoris, Vigilantes y todas las
organizaciones criminales y anticriminales mundialmente conocidas. Y me
refiero a todas ellas juntas —enfatizó—. Cillian está en el país y también
será parte de esto porque comenzará a hacer tratos con él y es posible que
yo asegure una alianza personal que me dará más ventajas con mi padre,
puesto que te estoy hablando de algo que supera los pactos que ya tenemos
con la Yakuza, la Bratva, la Tríada, la Cosa Nostra y la mafia irlandesa. Y
será algo solo mío, así que quiero que me acompañes —exigió, acentuando
lo último de una manera que me provocó gracia y rabia en partes iguales.
Y no pasé desapercibido el hecho de que Cillian O’Connor, su amante
irlandés, sería parte de la reunión.
—Espera, ¿me quieres llevar porque tu amante está en el país? Y
supongo que con su mujer, por eso no podrás aprovechar la noche con él —
me burlé entre risas, y alzó la barbilla, indignada por mi señalamiento—.
Sabes qué, no respondas. No es necesario porque en realidad me importa un
carajo si te reunirás con el puto presidente, Lía. Esta noche haremos un
envío de personas y por ningún motivo delegaré en nadie la
responsabilidad. Y menos la detendré por tu jodida reunión cuando con mi
misión conseguiré lo que más deseo.
No estaba siendo inmaduro ni orgulloso. Todo lo contrario, fui
inteligente y preví que ella en realidad quería retrasar mi salida de Estados
Unidos.
—¿Irte lejos de mí? —preguntó con sarcasmo, confirmando mi punto, y
respiré hondo para no cagarla con mi respuesta.
Por esas cosas no siempre estaba feliz de la hazaña de Dominik.
Ninguno de los dos estábamos cubiertos del rostro, así que era más fácil
leernos, y Amelia estaba a punto de perder el control, y que fuera una
bomba de tiempo me obligaba a ser más cuidadoso con mis palabras. Por lo
que, si quería mandarla a la mierda, antes me la tenía que comer yo para no
deshacer todo lo que ya había conseguido en esos dos años y medio.
—Podría convencer a la señora O’Connor de irse conmigo, así te dejo el
camino libre con Cillian para que refuercen los lazos —satiricé con
verdadera diversión.
—Pareces celoso —señaló ella con cierto orgullo, y me mordí el labio
para no reír.
—Un poco herido de mi orgullo más bien —rebatí, metiéndome en el
papel que más me resultaba con ella—. No me es grato que quieras lucirme
como tu trofeo únicamente para demostrarle a él que has seguido adelante.
—Sabes perfectamente lo que siento por ti, así que no te compares con
un trofeo —exigió, y decidí ponerle fin a ese tema.
—Necesito irme del país, Lía. Al menos por un tiempo, porque, así esté
cumpliendo mi promesa contigo y tu padre, no es fácil seguir en el mismo
radio de mi gente y no poder acercarme a ellos. Así que facilítame el
seguirte cumpliendo —pedí, y me acerqué para tomarle el rostro. Se
sorprendió porque era la primera vez que lo hacía sin la máscara, y sin que
Dominik estuviera detrás de ella—. ¿O no me lo he ganado?
Mi tono fue más suave, y con ese gesto le estaba demostrando que en
realidad no me importaba que su amante estuviera en el país. Y que después
de todos esos años dejando que me usaran, perdí el remordimiento por
usarla, a pesar de su condición, pues al final solo le estaba devolviendo un
poco de lo que recibía.
Owen aseguraba que dejé de ser el chico bueno que llegó a aquella
cárcel, el que permitió que lo torturaran y aguantó todo lo que le dieron.
Lewis por su parte le decía que me convertí en un tipo de villano más
inteligente que Derek, aunque todavía no llegaba a la crueldad y locura de
Lucius y Fantasma, pero, como Marcus aseguró, para eso únicamente
necesitaba que me provocaran lo suficiente, ya que estaba a un paso de
demostrar mi verdadera esencia.
Y siendo sincero conmigo mismo, de alguna manera me llegó a gustar
ser quien era con esa máscara, puesto que me liberé de cierta moralidad que
en su momento me hizo sentir hipócrita.
Lo único que me limitaba aún era el hecho de que debía seguir
manteniendo a salvo a Tess e Isabella.
—Está bien, no me acompañes, pero ven a casa conmigo luego de esa
misión —propuso, encubriendo la orden con dulzura en su tono, y se puso
de puntitas para envolver los brazos en mi cuello.
—No puedo, estoy con la regla —repliqué, y me aparté de ella.
—No seas imbécil, Sombra.
—Me duele la cabeza —continué, acercándome a la mesa para tomar
unos documentos que necesitaría.
—No te aproveches de mi buena voluntad —exhortó.
—Lía, a diferencia de lo que muchas mujeres creen, nosotros los
hombres no siempre tenemos deseos de follar. Así que, si tú sí quieres
hacerlo, pues convence a la señora O’Connor de hacer un trío con Cillian.
Yo no soy celoso. —Comencé a caminar hacia la salida de la sala para
poner fin a esa conversación, sabedor de que no estaba feliz con mi
negativa.
—No lo eres conmigo, pero sí con ella, ¿no?
—¿Quién es ella? —Fingí demencia para que no se le ocurriera
mencionar a Isabella, y me detuve en la puerta.
—La puta exclusiva que tienes en Vikings y quien ocupa el lugar de la
zorra Grigori —soltó entre dientes, y me limité a mirarla.
No me volví a acostar con Hanna después de aquella noche que seguía
sin recordar, pero sí convencí a Owen para que ocupara mi lugar con ella y
le ayudara a no ser vendida con nadie más, dejándole claro que, si ambos
querían, pues podían follar en lugar de fingir, ya que a mí eso no me quitaba
el sueño y menos me ponía celoso.
La rubia siempre fue una chica a la que quise ayudar con su destino de
mierda, no más.
—Sabes muy bien que mi única puta aquí eres tú. —Bufé y a duras penas
conseguí apartarme cuando me lanzó una daga que se sacó de la cintura.
Joder, esa debía ser la herencia Miller en esas chicas.
—¡Desaparece de mi vista antes de que te mate, hijo de puta! —gritó
enfurecida, y le sonreí de lado, haciéndole una reverencia como el caballero
que no era, encantado de obedecerle esa vez.
Salí del salón de inmediato, yéndome en busca de Serena porque no se
apareció en la reunión que mantuve con la élite y tampoco me avisó de su
falta. Y la necesitaba para cuadrar lo que faltaba del plan de esa noche. Mi
actitud con Amelia y su cabreo en ese momento no me preocupó, ya que era
otra de las ventajas que conseguí con la interacción de Dominik, pues
cuando él llegara al país en esa semana se encargaría de arreglar las cosas
con el sexo. Y yo mantendría mi posición con ella.
Al final era un ganar, ganar para ambos.
—Hasta que te encuentro —abordé a Serena al llegar al comedor común.
Me bajé el gorro pasamontañas al darme cuenta de que no estaba sola,
cosa que me extrañó, sobre todo porque la mujer que me daba la espalda en
ese momento sostenía a un bebé en brazos. Un chico de aproximadamente
dos años o menos.
—Sombra, siento mucho no haberte avisado nada, pero surgió algo de
último momento —explicó Serena y se puso de pie, puesto que había estado
sentada frente a la mujer en una mesa para dos.
—¿Quién es ella? ¿Y por qué no me avisaron que tendríamos visita? —
inquirí.
Se suponía que ese búnker era exclusivo para mi élite y la de Amelia,
nadie más a excepción de nosotros entraba ahí porque era en el único lugar
donde podíamos mostrar nuestra verdadera identidad, así que me molestó
que nos metieran a alguien extraño sin previo aviso.
—A eso me refería con algo de último momento —esclareció Serena, y
soltó el aire que supuse que la tensión le había hecho contener—. Ella es
Alina Spencer y su pequeño Dasher —los presentó y la mujer se puso de
pie, abrazando a su hijo como señal de protección cuando se giró para
mirarme.
Había estado llorando, lo deduje porque tenía ojeras pronunciadas por el
rímel, así como la nariz y ojos hinchados y rojos.
—¿Qué hace aquí, Serena? —cuestioné perdiendo la paciencia porque no
me auguraba nada bueno la presencia de la mujer y su pequeño, quien
comenzó a llorar un poco asustado al verme con el gorro sobre la cara.
—Son personas de confianza, y víctimas como tú. Darius me dijo que la
trajera aquí mientras logra convencer a su padre de que no los envíe a la
cárcel de al lado. —Me tensé al escuchar lo último, porque, así me haya
vengado de Imbécil, las torturas que recibí en ese lugar me hacían tener
pesadillas de vez en cuando—. El esposo de Alina, Jarrel Spencer, fue un
fiel colaborador de la madre de Darius, pero en cuanto ella desertó Lucius
lo obligó a él y a su gente para que siguieran trabajando para los Vigilantes.
Sin embargo, se cansaron de ser usados y, en su afán de salir de ese yugo
cruel, cometieron faltas que para el jefe son imperdonables, y por eso
decidió secuestrarla a ella y a su bebé como castigo para Jarrel.
El niño en sus brazos había comenzado a llorar más fuerte y asustado al
verme con el rostro cubierto, pues el diseño que tenía el gorro era de terror
para los infantes. La mujer intentaba consolarlo sin éxito y yo me sentía
cada vez más enfurecido por confirmar, de nuevo, hasta dónde eran capaces
de llegar esos hijos de puta con tal de salirse con la suya.
—¿Cuál fue la orden directa de Lucius? —indagué.
Y, sabiendo que Serena se dedicaba a leer a las personas y en el caso de
esa mujer, era más que obvio que no estaba en el búnker para jodernos, me
saqué la máscara para que el pequeño dejara de llorar de una maldita vez,
antes de que me explotaran los tímpanos con sus gritos.
—Llevarla directo a la cárcel, pero quienes se encargarían de eso no son
tan desgraciados como los otros de la élite de Lucius, así que me
permitieron traerla aquí mientras esperamos a ver qué consigue Darius.
—No me importa si me llevan a mí, solo les suplico que no permitan que
arrastren a mi bebé en esto —pidió Alina, y Serena fue lista en tomarla del
brazo cuando la mujer trató de ponerse de rodillas para rogarnos.
Era un poco tonta al confiar en nosotros con eso, pero entendía que
también estaba desesperada y en ese momento representábamos la única
esperanza para ella y su hijo. El pequeño había dejado de llorar, aunque se
quedó sollozando y mirándome de reojo, atento a que no volviera a
ponerme el gorro, o para estar seguro de que no era ningún monstruo que
iba a dañarlo.
—Darius está haciendo lo posible para que te quedes aquí, así que
cálmate o vas a asustarlo más —recomendó Serena, refiriéndose a su hijo.
—Sombra, debemos… ¿qué carajos? —Owen se interrumpió él solo al
darse cuenta de Alina y su hijo.
Lewis y Marcus lo seguían, y los tres actuaron sorprendidos. Serena se
encargó de explicarles lo que pasaba y yo me quedé ahí en un rincón,
esperando que Darius convenciera a su padre de no llevar a la mujer a la
cárcel y pensando en cómo podía ayudar con eso.
Un par de minutos después Lewis consiguió sacarle algunas sonrisas al
pequeño, incluso lo cargó con el permiso de la madre y los ojos llenos de
esperanza de ella se sentían como láseres perforándonos la piel.
—¿Y los demás? —Quise saber, refiriéndome a la pareja de psicópatas y
los otros dos de mi élite, Alex y Mario, cuando Marcus se acercó a mí.
—Se adelantaron para la vigilancia en el muelle —avisó, y asentí—.
Viejo, dudo que Darius consiga algo bueno para esta mujer y el pequeño —
añadió. Yo también me lo temía, pero no quería ser pesimista—. Tú en
cambio podrías si se lo pides a Lía.
—No en este momento —aseguré, viendo cómo Owen pedía su
oportunidad para cargar a Dasher mientras Serena le decía algo a Alina—.
Ella pretendía que dejara la misión de esta noche para acompañarla a una
reunión en donde estará presente O’Connor, pero me negué y encima
terminamos peleando.
—Dile que la acompañarás a cambio de que ella dé la orden para que la
mujer y su pequeño se queden aquí —pidió, y negué.
—No voy a seguir sacrificándome por nadie más, Marcus. Así me veas
como el más jodido de los hijos de puta —aclaré ante su mirada incrédula
—. Tú de toda la élite sabes bien por qué quiero salir del país, y todos los
años llenos de torturas y humillaciones que he aguantado para esto.
Tenía los brazos cruzados a la altura del pecho, aun así vi cómo apretó
los puños, pero no se atrevió a decirme nada en ese momento porque él
sabía de lo que hablaba. Le había confiado el chip que me dio Amelia a su
hermana para que lo guardara por mí luego de que lo estudiara y confirmara
que inhibiría los efectos del otro dispositivo, pero no podía clonarse. Así
que no descansaría hasta encontrar a Isabella para colocárselo.
Y para eso necesitaba más libertad.
—Es un niño, hermano —insistió—, un bebé, maldición. Ve con Amelia
esta noche y yo me encargaré del envío, te lo prometo.
Me sorprendió que se ofreciera porque él odiaba al igual que yo lo que
estábamos haciendo, pero incluso así me apoyó, como los demás, por lo que
me motivó a acceder. Aunque se limitaba a ejecutar lo necesario y me
dejaba lo más delicado a mí.
—Es el último envío, Marcus, no puedo cagarla ni cometer errores. Es
mi pase para salir del país, así que no lo delegaré en nadie más —zanjé.
Iba a decirme algo, pero en ese instante Amelia entró al comedor y
frunció el ceño al ver a Alina y su hijo.
—¿Qué haces aquí? ¿No se supone que deberías estar en la cárcel de al
lado? —inquirió, y ya ni siquiera me sorprendió que supiera lo que ordenó
su padre y que se mostrara tan tranquila con eso.
Todos los de la élite me miraron, esperando que le pidiera que la dejara
en el búnker. Serena sobre todo, y me limité a bufar una sonrisa porque, así
me apoyaran en todas las misiones y demostraran que eran fieles a mí, no
les importaba que yo me siguiera hundiendo, y más cuando creían que
siempre me beneficiaba de la cercanía con Amelia.
—¿Por qué a la cárcel cuando es su marido quien la cagó con tu padre?
—le pregunté. Amelia me miró con su porte orgulloso y una leve sonrisa de
suficiencia en el rostro—. Y con ese niño además. Joder, me sorprende lo
mierda que puedes ser.
—Jarrel debió pensar antes lo que haría, porque él sabía que sería su
familia quien pagaría las consecuencias y aun así le faltó a mi padre. Así
que la mierda no soy yo —se defendió—. Nadie sale de aquí —advirtió
cuando los mellizos intentaron salir con Dasher en brazos luego de que
Serena convenciera a Alina para que se los permitiera, y que así el chico no
se traumara con la discusión.
La madre llegó a ellos para recuperar a su bebé y yo maldije porque no
estaba dispuesto a cambiar mis planes, aunque Marcus me rogara con la
mirada que lo hiciera.
—Cuando me pediste que conociera a Lía, creí que fue porque ella era
mejor que Dahlia —la provoqué.
—Te has beneficiado de Lía, y mucho. Así que no me salgas con estas
tonterías —espetó.
—¿Beneficiado? —Caminé hacia ella luego de decir eso y la tomé del
brazo para alejarla de los demás, inclinando la cabeza para hablarle de cerca
en cuanto sentí un poco más de privacidad—. ¿Y Lía no se beneficia de mis
servicios como su gigolo? —susurré, y su respiración se volvió errática.
La hipersexualidad era algo de lo que ella padecía constantemente debido
a su condición, así que a veces solo tenía que susurrarle en el tono adecuado
para que sus hormonas enloquecieran.
—¿Vas a interceder también por ella y su hijo? ¿Qué me ofrecerás a
cambio? —indagó, y reí sin gracia.
—No seas una mierda como tu padre, Dahlia negra —aconsejé, y alcé la
mano para acariciarle la barbilla con los nudillos—. Para castigar a ese tipo
basta con que le digan que tienen a su mujer en la cárcel junto al pequeño,
aunque ella se quede aquí. —Se mordió el labio al disfrutar de mi caricia y
dio un paso más cerca de mí—. Deja de condenarte más y comienza a
ganarte la lealtad de tu organización siendo un poco más humana.
—¿Eso hacía ella?
Maldición, la obsesión que tenía con Isabella era demasiado enfermiza.
Y sabía que hablaba de ella porque la Castaña también era parte de una
organización.
—Que no te importe eso. Sé tú, joder —gruñí y la tomé de la nuca y la
barbilla para hacer que me mirara a los ojos—. Me gustaste años atrás
siendo Amelia, ¿por qué buscas compararte con alguien más cuando puedes
hacer que el mundo se arrodille ante ti, siendo esa chica que conocí?
—Tú eres mi mundo. Y no te arrodillas ante mí —debatió con tono triste,
y la solté.
—Porque no lo hago te gusto —zanjé—. Yo no me arrodillo ante nadie
ni siquiera para dar placer —musité.
Esa era una jodida mentira, pues ya me había arrodillado para darle
placer justamente a la chica que Amelia odiaba con todo su ser. Y sabía que
Dominik no cometió ese error en los encuentros que siguió teniendo con
ella, puesto que fui claro con él con respecto al sexo para que no hubiera
dudas de que seguía siendo yo detrás de la máscara, incluso en esos
momentos.
—Cena mañana conmigo, sin sexo. Cuando tú ya no tengas misiones que
hacer personalmente —pidió en voz baja.
Podía decirle que sí con la condición de que ella convenciera a su padre
para que Alina y su hijo se quedaran en nuestro búnker, pero ya había
aprendido que a veces me resultaba mejor ceder un poco sin pedirle nada a
cambio, pues eso la ilusionaba más con el hecho de que de verdad quería
conocerla. Y, tal cual noté antes, ya no sentía remordimiento con usar a mi
favor lo que me ponía en las manos.
—Sin sexo —advertí, y sonrió triunfante.
Yo lo hice al darle la espalda cuando comencé a irme del comedor y la
escuché ordenarle a Marcus que llevara a la mujer y su hijo a una
habitación, actuando como si tal cosa fuera parte de la benevolencia que
ella quería tener como líder. Y la dejé ser porque al final yo estaba
obteniendo algo que quería sin descuidarme de mis propios planes.
Y menos mal que resultó, porque, si no, en ese momento habría sido el
más odiado de la élite, puesto que no le mentí a Marcus cuando aseguré que
no me sacrificaría por nadie más, y menos mis planes.
Por la noche llevé a cabo el último envío de personas que eran parte de
mi trato con Lucius. Me encargué de traficar a quince mujeres como si
fueran armas, drogas, o cualquier otro tipo de mercancía con la que los
Vigilantes se lucraban y, aunque fue un éxito como los otros dos, todo
estuvo a punto de irse a la mierda porque al parecer los Grigoris habían
estado detrás de nuestros pasos y nos vimos envueltos en un emboscada que
lideraban Dylan y Tess.
Vi a mi hermana por primera vez después de un par de años. Y dos de
mis amigos la acompañaban junto a otros Grigoris. Dylan, Jacob y ella
lucían más rudos, y sentí orgullo de que la tonta zanahoria ocupara un lugar
que siempre estuvo destinado para mí.
—Defiéndanse, pero no toquen a esos tres ni permitan que la gente de
Derek lo haga —le ordené a mi élite.
Trabajar con la gente de ese imbécil no me agradaba, pero lo toleré
porque no permitiría que mi odio me hiciera desviarme de mi objetivo.
—¿Y qué pasa si ellos nos tocan a nosotros? —preguntó Lilith.
Miré a la mujer de cabello azul y rosa, Belial estaba a su lado, ambos
luciendo como una versión alterna del Joker y Harley Quinn.
—No me hagas pensar que eres una estúpida que no sabe esquivar unos
buenos ataques —dije, y rio sin ofenderse por mis palabras.
—¿Te gusta la pelirroja? ¿Por eso no quieres que se le toque? —me
chinchó.
Antes de que siquiera lo imaginara, la tomé de la nuca y la empujé fuera
del escondite en donde estábamos. Tess se hallaba cerca, así que se lanzó
hacia ella para atacarla. Belial me miró incrédulo por lo que hice, pero,
como el psicópata que era, sonrió de lado al ver a su chica defendiéndose y
siguiendo mis instrucciones de esquivar los ataques de mi hermana.
Al parecer, al desquiciado le excitaba eso. Y no lo culpaba.
—Voy a darle un par de azotes a esa pelirroja si toca el rostro de mi nena
—advirtió.
—Hazlo si consigues traspasar a ese psicópata igual que tú —lo alenté al
ver a Dylan pendiente de lo que pasaba con su novia—. Solo asegúrate de
ponerle el bozal a tu chica cuando regresen al búnker, y sigue mis órdenes.
—¿Qué pasa con los otros Grigoris? —Quiso saber al ver mis
intenciones de irme.
—Mis órdenes fueron claras, Belial. No toquen a esos tres —repetí,
consciente de que no podía interceder por toda la organización de padre—.
¡Ah! Y asegúrate de que esta noche Derek se quede con menos gente —
añadí, y su risa fue desquiciada.
Le eché un último vistazo a Tess, había mejorado su técnica de pelea y
me alegré de que luciera bien a pesar de la amenaza que llevaba en la
cabeza sin saber. Jacob por su parte se veía que estaba saliendo adelante
luego de la pérdida de Elsa, aunque ya tuviera poco del chico extrovertido
que yo recordaba.
Y Dylan me sorprendió para bien, pues al parecer, tomar el lugar de su
padre lo hizo madurar de una manera que siendo sincero, no creí que fuera
posible en él.
—Te afectó verlos más de lo que imaginé —comentó Marcus cuando
llegamos al búnker.
Serena y los mellizos se quedaron con los demás de la élite en la batalla
para asegurarse de que mis órdenes fueran cumplidas, por Alex y Mario
sobre todo, ya que Lilith y Belial las seguirían a pesar de nuestra manera
ruda de interactuar.
Me quité la máscara y me serví un trago. No le respondí porque no
quería mentir ni negar lo obvio. Por supuesto que me afectó ver a mi
hermana y no poder acercarme a ella para preguntarle cómo estaba y si sus
dolores de cabeza habían mermado.
Me afectó no poder buscar a Jacob y asegurarle que cumpliría, que no me
olvidaba de mi promesa.
Me afectó no poder ir con Dylan y preguntarle cómo estaba llevando el
tomar un lugar que nunca quiso, que siempre odió para sí mismo, aunque lo
respetó para su padre o hermana.
Mierda.
Me afectó tener el recuerdo de mi vida al alcance de mi mano y
conformarme solo con verlo, como la sombra que era.
—Si no salgo pronto de aquí, voy a cagarla —acepté con la voz ronca, y
Marcus asintió.
En lo único que pensaba en ese momento era en ir a Richmond (a casa de
mis padres) para verlos desde lejos. A madre sobre todo.
—Lo siento, hermano —replicó con sinceridad, y lo miré porque no
comprendí su disculpa—. Siento mucho no haber entendido tu
desesperación por salir del país hasta esta noche que te vi cerca de ellos,
conteniéndote para no acercarte y decirles que eras tú. Ninguna de las
torturas anteriores te dañó tanto como esta.
Me quedé en silencio y tomé asiento, pensando en que, si fue difícil ver a
mis amigos y hermana, sería inefable volver a tener a Isabella tan cerca de
mí.
Y pasaría, estaba seguro de eso.
Capítulo 11
Copias
Elijah

A Lucius le sorprendió que la poca gente que quedó de Derek le


comentara lo que pasó cuando los Grigoris nos emboscaron queriendo
jodernos la misión, pues, como me lo dijo a mí al reunirnos al siguiente día,
nunca esperó que yo diera la orden de que mi élite atacara a la organización
de mi padre estando mi hermana en el medio.
Lo que él no sabía es que fui muy explícito al pedir que no la tocaran ni a
ella ni a los chicos. Lilith no estaba feliz conmigo por eso, pues Tess la dejó
con varios cortes y un ojo morado, y Belial consiguió lo suyo gracias a
Dylan, que nunca se descuidó de mi hermana.
—En un mes vas a viajar con tu élite a Grecia. Allí te unirás a Andru
Vlachos y Aris Raptis, ambos son nuevos fundadores de mi organización,
hombres en los cuales confío para iniciar a los Vigilantes en su país. —No
demostré cuánto me satisfizo escucharlo y, aunque no era tan pronto como
quería salir del país, al menos ya tenía un destino y tiempo aproximado.
—¿Quieres que les enseñe algo en especial? —me jacté, y el viejo sonrió
de lado.
—Odio admitirlo, pero, si tu padre me hubiera seguido cuando deserté de
Grigori, ahora mismo seríamos imparables, ya que no dudo de que, si eres
como eres por una promesa, siendo parte de los Vigilantes porque lo deseas
y respetas, te haría tener el mundo a tus pies, Sombra. —No le dije nada
sobre eso, simplemente miré cómo sacó un puro de una caja de madera y se
lo llevó a la boca, arrugando más el rostro en cuanto lo encendió—. Tú,
Amelia y Derek son los descendientes perfectos.
—No me pongas en el mismo saco que pones a ese hijo de puta —pedí, y
rio mientras le daba una larga calada al puro.
—Si haces bien tu trabajo con los griegos, te enviaré a Italia luego de que
ejecutes tus envíos de armas aquí, puesto que no vas a descuidar esa área —
advirtió cambiando de tema porque él sabía que era lo mejor—. Y
prepárate, ya que este mes cubrirás los que no harás en las tres semanas que
estarás en Grecia.
—Eso es explotación, ¿no crees?
—No, simplemente le saco provecho a mi gente cuando me veré en la
obligación de prescindir de ella. —Se me revolvió el estómago al
escucharlo llamarme su gente—. No me falles, chico. Porque, a diferencia
de mi hija, odio recurrir a las amenazas.
Asentí en respuesta.
Por supuesto que eso no era cierto, pero no iba a perder mi tiempo
señalando lo obvio, prefería seguirlo invirtiendo en mis objetivos, y fue lo
que hice al salir de las oficinas, pues le llamé a Alice a un número que ella
se encargaba de codificar para que no pudieran pinchar nuestras llamadas.
—Puedo hacerlo, tengo mis vacaciones anuales, así que las tomaré —
aceptó en cuanto le pregunté si podía viajar en un mes.
Ella era la única con la capacidad, y acceso a buena tecnología, en la que
confiaba casi el cien por ciento con el tema de Isabella y, si al fin iba a
poder salir del país, necesitaba que estuviera conmigo.
—Por cierto, Leonel ha conseguido dos noches como Dj en Grig, así que
luego de ese viaje podría intentar solicitar trabajo como mesera o
bartender.
—¿No interferirá con tu trabajo en el C3[3]? —Quise saber, y esperaba
que no, ya que necesitaba que entrara al club sin levantar sospechas, y así
pudiera darme información de mi gente.
Marcus iba a matarme si se enteraba, pero correría el riesgo porque,
conociendo los métodos de mi padre o su gente para contratar al personal,
sabía que solo Alice era apta para algún puesto en uno de los clubes Pride.
Además de que los Vigilantes no se fijaban en ella porque la creían
inofensiva, pues sus padres se encargaron de mantenerla lejos de todo lo
que tenía que ver con la organización.
Y su dichoso novio sería la carnada perfecta para que todo se diera de
una manera más casual en su entrada al club.
—Mi horario es de cuatro horas al día, y en casa, LuzBel. Y lo manejo
tan bien que ni Leo sabe a qué me dedico en realidad. Según él trabajo
para un centro de atención al cliente. —De todos a mi alrededor, solo ella
me seguía llamando por mi apodo anterior.
Y de alguna manera, eso me ayudaba a mantener los pies sobre la tierra.
—Porque ese tipo es un imbécil —repliqué con respecto a su novio, y la
escuché bufar.
—No empieces, que ya suficiente tengo con Marcus metiéndose en mi
vida cuando él no sabe ni manejar la suya —aseveró, y me reí porque le
daba la razón con respecto a su hermano.
Aunque tal cosa no borrara el hecho de que Leonel era un imbécil de
primera, un oportunista que se la vivía haciéndole préstamos a su chica, que
nunca le pagaba. Al menos no con dinero, pues sospechaba que era de esos
que creía que con el sexo arreglaba todo.
—Está bien, te llamaré luego. Mientras, comienza a decirle a tu novio
que te gustaría trabajar en Grig pronto, para que lo comente con su jefe y te
den un puesto por recomendación suya. Eso sí, asegúrate de que al menos
esas noches en el club a él le funcionen las neuronas para que haga un buen
trabajo y así no lo despidan antes de que tú puedas entrar.
—Eres insoportable —se quejó, y me reí.
Tras eso corté la llamada y me dirigí hacia el búnker para intentar
relajarme un poco antes de mi encuentro con Amelia, pues ella optó porque
cenáramos en su apartamento esa noche y necesitaba hacer acopio de toda
mi calma, para saber llevar esa situación.
Al llegar me encontré con Darius, él estaba en la sala de ocio con Alina y
su hijo, este último jugaba con un balón de fútbol pequeño, adecuado para
sus piernas cortas. Le dio una patada con un poco de dificultad y el objeto
salió por la puerta; lo detuve con mi pie y, en lugar de devolvérselo,
comencé a jugar, pateándolo con la punta de mi bota y haciéndolo rebotar
sobre ella varias veces.
Me desconcertó un poco que el chico comenzara a reírse, viendo atento
lo que hacía, disfrutando embobado de mi destreza. Le devolví el balón con
una patada suave minutos después y él me miró sin miedo esa vez.
—Másh —dijo con su vocecita infantil, y tomó el balón para ponerlo en
mi bota de nuevo.
Lo complací y volví a escucharlo reír, dándome cuenta de lo fácil que era
para los niños disfrutar de las pequeñeces, ignorando la mierda que los
rodeaba, puesto que Dasher estaba ahí, en un lugar para castigar, y se reía
como si estuviera en el paraíso.
—Ahora tú —le animé al devolverle el balón, y lo intentó, aunque cayó
sentado en el suelo.
Se puso de pie y volvió a intentarlo, pero únicamente consiguió darle una
patada al juguete. Lo detuve antes de que rodara más lejos y jugué un par de
minutos con él a lanzarle la pelota.
—Másh —repitió, llevando el balón a la punta de mi bota una vez más.
—Oye, tampoco te aproveches —repliqué, y el niño me miró sin
entender, esperando a que volviera a hacer mi truco con el balón. Escuché a
Darius reírse e imaginé que nos estaba viendo—. Ve a jugar con él —animé
a Dasher.
Le di una patada al balón para pasárselo a Darius y Dasher se quedó
mirando la dirección que tomaba.
—Ven aquí, amor —pidió Alina.
Su hijo obedeció solo porque estaba al lado de Darius y él tenía el balón
en ese momento. Tras eso la mujer me sonrió agradecida y me limité a
asentir, yéndome enseguida a mi habitación para tomar una ducha,
sintiéndome un poco más liviano de un rato a otro sin entender la razón,
pues mi vida seguía siendo jodida.
Al terminar de vestirme, dos horas más tarde, escuché que tocaron la
puerta de la habitación y encontré a Darius detrás de ella al abrir.
—Serena me dijo lo que hiciste ayer. Vengo a darte las gracias —soltó, y
fruncí el ceño al no entender—. Convenciste a Amelia para que Alina y su
hijo se quedaran aquí.
—Ah, es eso —resollé con aburrimiento—. Espero no arrepentirme de
ello en unas horas —añadí, y sonrió.
Supuse que ya sabía que iría a cenar con su hermana y él era consciente
de que, si no era Dominik el que estaba detrás de la máscara, mis
encuentros con ella no siempre terminaban bien.
—Lucius me pidió que ocupe tu lugar cuando vayas a Grecia, a cambio
de dejarlos quedarse aquí, además de que me amenazó para que no intente
buscar a Jarrel y le diga lo que pasa —admitió, y esperé a que añadiera más
—. Él cree que he aprendido tus trucos para manejar a los guardacostas, así
que pretendía que siguiera con los envíos de armamentos, a parte de los de
personas.
—Todavía no aprende que eres demasiado debilucho para llenar mi
lugar, eh —satiricé, y rio.
Y no era débil, pero sí tenía bondad, algo de lo que yo carecía y por lo
cual conseguía manejar las cosas a mi favor sin llegar a la tiranía, como
Derek intentó hacerlo en su momento. Puesto que este último también trató
de manipular a los guardacostas sin llegar a nada.
Les costaba entender que con ellos no se debía ser ni muy bondadoso,
porque te creían débil, ni demasiado tirano, pues su orgullo y poder era
mucho y no se dejaban doblegar. Así que yo me encontraba en el punto
medio, manejándolos a través de secretos que conocía de sus superiores,
apretando lo justo para que trabajaran a mi favor.
—¿Tanto te has encariñado de esa máscara que ya te crees dueño de ella?
—se burló, y bufé una risa.
—Por supuesto que no, pero la porto mejor que tú —lo chinché.
Las cosas entre nosotros ya no eran tensas desde que dejé de ayudar a
Hanna por mi cuenta, pues Amelia había desistido de querer matar a las
chicas del club para que ninguna tuviera la oportunidad de acostarse
conmigo. Además de que Dominik la mantenía relajada, hasta donde ella
podía conseguir tal cosa.
—Ya, imbécil engreído. Al punto que quiero llegar es que estaba
dispuesto a volver a usar esa máscara con tal de que Alina y Dasher
estuvieran bien, pero, esta mañana cuando llegué a la oficina para decirle a
Lucius que aceptaba, Amelia se encontraba con él, notificándole que los
tomaría a ambos bajo su custodia. Luego hablé con Serena y ella me
comentó lo que pasó aquí ayer.
Me habría preocupado escuchar eso si antes no hubiera estado con
Lucius y que él me asegurara que cumpliría su parte del trato, pues el viejo
odiaba cuando su hija le jodía los planes si era para complacerme a mí.
—No le pedí que los dejara aquí, aunque sí le sugerí que se ganara el
respeto de su gente —aclaré.
—Lo sé y te entiendo. Comprendo que no estuvieras dispuesto a cancelar
la misión de anoche, pero aun así conseguiste que Amelia te complaciera y
con eso me evitaste volver a usar esa máscara. Así que gracias de nuevo.
—Mejor no agradezcas, porque en algún momento voy a cobrarte todo
esto —advertí, y curvó las comisuras de su boca con diversión.
Posterior a eso le pedí que me hablara sobre Jarrel Spencer y toda la
situación que lo llevó a que Lucius raptara a su familia. Y descubrí que, en
efecto, el hombre fue un fiel aliado a Leah y juntos crearon La Jungla, una
compañía en la que creaban los mejores dispositivos de seguridad, desde
cámaras de vigilancia hasta cajas fuertes y otras cosas, pero, cuando ella
huyó de los Vigilantes, el tipo trató de desligarse de los Black e intentó
seguir adelante con su empresa por el lado bueno.
No obstante, Lucius no se lo permitió.
Aunque llegaron a un acuerdo que les beneficiara a ambos, y La Jungla
pasó a ser una sede de los Vigilantes, la cual utilizaban para lavar el dinero
proveniente de todo tipo de actividad ilícita de la organización, hasta que
Lucius intentó utilizarlos para crear armas, puesto que Jarrel era ingeniero
nuclear. Entonces este se negó e incluso trató de implicar a la CIA para que
le ayudaran, sin saber que le tenderían una trampa.
—Ahora está obligado a seguir trabajando con Lucius para proteger a su
familia. Le han pedido fabricar una bóveda en Karma —añadió Darius,
refiriéndose al club favorito de su padre.
—¿Sabes para qué quiere esa bóveda?
—Supongo que para almacenar el dinero que todavía no puede lavar —
explicó, y asentí—. Aunque conozco a Lucius, Sombra. La bóveda no es lo
único que quiere y presiento que va a conseguir lo que sea de Jarrel ahora
que su mujer e hijo están bajo su posesión.
—¿Intentarás persuadir a Amelia para que los libere? —indagué,
sospechando que buscaba eso.
—Sí. Hablaré con Dominik para que me ayude.
—Menos mal que tienes a ese idiota para prostituirlo, maldito proxeneta
—me burlé, y él rio.
—Dominik se entrega gustoso a la causa, no hay necesidad de
prostituirle.
—Buen punto —señalé, y ambos reímos.
Para nadie era un secreto que ese hijo de puta se llevaba la mejor parte de
ser Sombra, pues no se exponía a ningún otro tipo de peligro más que actuar
bien y follar de ensueño a Amelia.

Había maldecido en mi interior cuando entré al apartamento de Amelia,


ubicado en una de las zonas más exclusivas de la ciudad. Marcus me llevó
hasta ahí y se marchó luego de que le dije que volviera por mí en dos horas,
pues no estaba dispuesto a tardarme más que eso con ella.
Y sobre todo luego de verla vestida de manera sensual, aunque elegante.
Maquillada y peinada como si tuviéramos una cita. El apartamento olía bien
gracias a las miles de velas que encendió por doquier y el ambiente se
sentía demasiado romántico para ser solo una cena sin sexo.
—Sería fácil dejarte inconsciente y luego incendiar este lugar para que te
quemes con él, sin que me acusen de asesinato —comenté, y le di un sorbo
a mi copa de vino.
—Así como sería igual de fácil envenenarte con ese vino que tan gustoso
estás bebiendo. Y a mí no me preocuparía que me acusen de haberte
asesinado —soltó, y me reí por lo fácil que me devolvió la pulla.
Ya habíamos terminado de cenar y no comimos en silencio como planeé,
pues ella aprovechó para hablarme de su reunión la noche anterior, con lo
cual analicé por mi cuenta que ese Frank Rothstein sí era un tipo poderoso
como aseguró, ya que era el líder en Estados Unidos de una organización
criminal y mundial conformada por los gobiernos más poderosos.
The Seventh, para muchos un mito que el lado oscuro del gobierno se
encargaba de mantener en la clandestinidad.
Por esa razón nunca escuché de ellos y, según lo que Amelia me dijo,
jamás lo haría porque los séptimos estaban en un nivel que ninguna
organización anticriminal o criminal alcanzaría, pues hablábamos de los
titiriteros que nos movían a su antojo. Quienes siempre serían un secreto a
voces que nadie se atrevería a desvelar.
Y de hecho, los envíos de personas que hice fueron el trabajo que Lucius
se encargaba de ejecutar para Lujuria (como se apodaba esa persona que no
se sabía si era hombre o mujer), otro miembro de los séptimos.
—¿Y quedarte sin mí? —inquirí engreído por lo que me dijo—. No te
arriesgarías —aseguré, y sonrió con burla y tristeza.
—Odio y amo en partes iguales que sepas cuánto me importas —musitó.
—Entonces, ¿Cillian llegó a algo con Rothstein? —pregunté, obviando
lo que dijo, y ella exhaló un largo suspiro antes de responder.
Sabía que no le daría alas para hablar de temas que no me importaban.
—Sí. Los O’Connor son los farmacéuticos más influyentes en Irlanda y
sus alrededores, por lo que a Frank le conviene utilizarlos. Además, el padre
de Sile es muy amigo del presidente irlandés, por lo que es otro lazo más
que a él le conviene amarrarse —explicó, mencionando a la esposa de su
amante.
—Me da curiosidad saber cómo es que le conseguiste esa reunión a tu
amante —admití, y me regaló una sonrisa pícara que me hizo alzar una ceja
—. Joder, ¿no me digas que te reuniste con dos amantes y la mujer de uno
de ellos?
Me pareció increíble que se sonrojara con lo descarada que era.
—Frank llevó a su esposa también —aclaró, y solté una carcajada porque
no me estaba negando lo anterior—. ¿Me crees una puta por eso? —
preguntó de pronto, y noté la preocupación en su tono, cosa que me tomó
por sorpresa.
Siendo sincero, yo podía llamarla puta únicamente por ofenderla, ya que
la mayoría de las mujeres eran muy fáciles de lastimar e incluso resentirse
con esa palabra. Pero en realidad, para mí Amelia era astuta e inteligente,
pues sabía cómo hacer que un hombre hiciera lo que ella quería por las
buenas o por las malas. Por medio del placer o el dolor. Del miedo o la
tranquilidad.
Y no solo ella, también otras mujeres conseguían lo que se proponían
utilizando lo que fuera necesario. Así que puta podía ser solo otra definición
de intelectual y sagaz.
—Calculadora más bien —le respondí sincero.
Se acostó con Cillian para que él la salvara del infierno al que la
sometieron. Y lo hizo con Rothstein porque descubrió que el sexo era una
manera eficaz de conseguir los favores de alguien poderoso como ese
hombre. Así que la chica estaba utilizando todo en su arsenal para
asegurarse de que Lucius no obtuviera más poder que ella, ese fue el pacto
que reafirmaría por su cuenta al ser parte de la reunión en la que estuvieron.
Y se lo aplaudía.
—¿Ninguna de esas mujeres sospecha que te acuestas con sus maridos?
—Quise saber.
Supe que Cillian tuvo que dejarla ir por su matrimonio con Sile, pero
nunca me enteré si la mujer tenía conocimiento de que su marido
continuaba acostándose con Amelia.
—Claro que no. Puesto que, aparte de placer, les doy la seguridad de que
yo misma me encargaré de que sus parejas no se enteren de nada. Además,
no son mis amantes como tales, simplemente nos acostábamos cuando se
daba la oportunidad. Sin embargo, desde que estoy contigo nos
concentramos solo en nuestros negocios —explicó sincera.
Y sonreí con ironía porque diera entender que lo de nosotros, o lo que
tenía con Dominik en realidad, era algo serio.
—Sexo social —satiricé sin negarme a lo que dijo, y se encogió de
hombros en respuesta.
—Si quieres verlo así, perfecto. Con el único que me acuesto porque lo
deseo y disfruto es contigo.
—Yo no —aseveré porque estaba comenzando a ir demasiado lejos, y se
mordió el labio para contener la sonrisa.
—Pues finges demasiado bien que sí. —La sensualidad y orgullo en su
voz fue muy notable.
«Hijo de puta», repliqué en mi mente al pensar en que el jodido de
Dominik debía bajarle un poco a su intensidad y no olvidar que lo que tenía
con ella era solo sexo, para no dejarme a mí en una posición complicada.
—Ya sabes que soy de los que hace todo perfecto, aunque no le guste —
me mofé, saliendo de esa encrucijada a mi manera.
—Maldito engreído —soltó entre risas, y la imité al encogerme de
hombros.
Y menos mal que, a pesar de todos sus defectos, respetaba las promesas
que me hacía, ya que no intentó seducirme y me dejó ir sin rechistar cuando
Marcus llegó por mí a la hora que acordamos. Puesto que, aunque nuestra
cena no haya sido mala, tampoco fue amena. Y porque, por mucho que
Amelia se comportara a veces como la chica que conocí en el pasado, entre
nosotros habían sucedido cosas demasiado jodidas por las cuales no la
perdonaría jamás.
Durante las siguientes semanas seguí dedicándome a ser el más bueno de
los malos y el más malo de los buenos, y únicamente cuando llegaba a mi
búnker me permitía ser yo: el tipo que seguía sobreviviendo. Y para ser
franco, me di cuenta de que el pequeño Dasher ayudaba a que ese lugar
tuviera un poco de luz y empezara a gustarme estar ahí, puesto que siguió
con nosotros igual que su madre, y los mellizos incluso le estaban
enseñando a que nos llamara tíos. Además de que llegó un momento en el
que comenzó a tener la costumbre de esperarme con su pelota porque le
gustaba jugar conmigo.
—Eres un idiota sin remedio —replicó Serena para mí mientras los
demás se reían.
Me lo dijo porque acababa de decirle al chiquillo que parecía un
cachorrito esperando por su dueño, cuando lo encontré en la sala de ocio
con el balón debajo de su brazo.
—Esa es su forma de demostrar que el chico le agrada —dijo Owen en
mi defensa, y rodé los ojos.
—¿O sea, que para ti, cuando te golpea en la cabeza, significa que le
agradas? —le preguntó Serena y Owen se encogió de hombros, mirándome
de reojo.
Evité reírme.
—No seas idiota, hermano. A Sombra no le agrada ni su propia sombra
—lo regañó Lewis.
Marcus a lo lejos se reía con Belial y Lilith al escuchar la discusión en la
que los mellizos y Serena se habían metido. Alex y Mario le ayudaban a
Alina a cocinar mientras yo me encargaba de seguir jugando con Dasher.
—A mí solo me agradas tú porque todavía no hablas bien —comenté
para el pequeño, y este rio cuando le desordené el cabello—. A ver, Serena,
consigue galletas, que le enseñaré otros trucos —pedí para chincharla.
—¡Arg! —gritó ella llena de impotencia luego de que trató de putearme,
pero Owen la calló enseguida, diciéndole que no podía decir palabrotas
enfrente del chico.
Me reí, porque juntos éramos las personas más mal habladas que
existían, pero, cuando Dasher estaba presente, Owen exigía que habláramos
bien porque no quería que el chico aprendiera a decir palabrotas.

Cuando el mes se cumplió, me encontraba junto a mi élite abordando un


jet privado para viajar a Grecia. Amelia llegó a despedirme actuando como
una novia triste por separarse de su chico, y en el momento que me abrazó,
tuve que hacerle una petición especial, puesto que, aunque Darius se
quedaría para estar pendiente de Alina y su hijo (y no solo porque ellos eran
víctimas inocentes sino también porque él se había encariñado con el niño
más que Owen y Serena juntos), la noche anterior al viaje me buscó y me
dejó ver su terror, incluso llegó a suplicarme que hiciera todo bien, ya que
temía que, si no lo hacía, mis acciones enloquecieran a su hermana y esta se
desquitara con la familia de Spencer.
—Estaré de regreso en tres semanas, pórtate bien y tal vez te invite a mi
apartamento. —Su sonrisa fue enorme al escucharme.
Ese pórtate bien implicaba muchas cosas que Amelia conocía. Y evité
ser específico porque tampoco pretendía dejarle ver qué me importaba más
de todas, para que no las usara en mi contra como le encantaba hacer.
Darius estaba con ella y disimuló su sonrisa, aunque me miró agradecido
porque era sabedor de que hice mi movida para que Dasher y su mamá
siguieran en nuestro búnker.
Y lo de invitarla a mi apartamento era otra estrategia en realidad, puesto
que con Dominik llegamos a la conclusión de que sería más fácil
intercambiarnos en un lugar que nosotros aseguráramos, sin que los
Vigilantes metieran sus narices. Y, ya que yo tenía la libertad y
posibilidades para conseguir un lugar propio, pues opté por arrendar un
apartamento, aunque me la vivía en el búnker porque de alguna manera eso
les hacía creer a mis enemigos que me sentía cómodo entre ellos.
Otra estrategia que usaba en mi juego.
—¿Allí sí estarás conmigo sin la máscara? —preguntó esperanzada.
—No seas avariciosa —la regañé con un susurro—, todavía estás muy
lejos de ganarte el honor de follar con Sombra sin su máscara. —Antes de
que me hiciera un reproche la sorprendí al presionar mi boca, cubierta por
la máscara, en su frente, como señal de un beso de despedida.
Tenía mis lentillas puestas, pero aun así miré a Darius con la esperanza
de que leyera que todo eso que estaba haciendo se lo anotaría en mi lista
larga de cosas por cobrarle. Y sabía que Dominik le tenía otra, quien, por
cierto, había estado en el país por dos días para darle el sexo de despedida a
Amelia por mí.
La primera semana en Grecia estuvo llena de presentaciones y reuniones
con Andru Vlachos y Aris Raptis, quienes no me cayeron mal, puesto que, a
pesar de que eran imbéciles a los cuales no les importaba joder su país con
tal de lucrarse, tampoco eran unos desgraciados. Simplemente estaban
aprovechando las oportunidades que les llegaban a las manos.
Vlachos manejaba una compañía tecnológica, por medio de la cual
conseguía los secretos más sucios de los políticos y gente influyente,
mismos que le pasaba a su compañero Raptis, quien se encargaba de hacer
sus extorsiones millonarias. Juntos eran una dupla peligrosa que mataban
sin derramar sangre si se lo proponían.
—¿Por qué estás hablando tú en lugar de él? —le preguntó Andru a
Marcus.
Estábamos reunidos, explicándoles cómo acomodar a sus aliados griegos
en el rango de mando para la sede de los Vigilantes en el país, puesto que
Lucius quería que fuera igual que en Estados Unidos.
—Porque su cambiador de voz se ha dañado —explicó el moreno.
De hecho, Belial era el culpable de eso, ya que me lo dañó en el
entrenamiento que tuvimos un día antes. Y no estaba dispuesto a que
escucharan mi voz real, por eso le pedí a Marcus que hablara por mí.
—¿Puedo verlo? —me preguntó Andru, y saqué el aparato de mi bolsillo
para entregárselo. Se quedó estudiándolo un par de minutos y luego volvió
a hablar—. Puedo diseñarte un cambiador superior a este, uno que ni
siquiera se note —ofreció, y asentí de acuerdo—. Se podría incrustar en tus
muelas o en tu lengua. —Fruncí el ceño pidiéndole con ello que se
explicara mejor—. ¿Has usado o usas algún tipo de joyería?
Pensé en mis perlas, pero supuse que no se refería a eso. Y asentí porque
igual seguía utilizando mis piercings.
Comenzó a hablarme del nivel de tecnología que creaba en su tiempo de
ocio y cómo llegó a diseñar cambiadores de voz para que Raptis los usara a
la hora de hacer las llamadas para sus extorsiones. Así que me ofreció
algunos, aunque el que más me llamó la atención fue el de un piercing en la
lengua, por ser perenne y cien por ciento seguro de que no fallaría. Pero
pensando en que Dominik ocupaba mi lugar, decidí también aceptar un
dispositivo que se acomodaba en la dentadura y el cual podía quitarse en el
momento que quisiera.
Además de eso, el tipo tuvo la amabilidad de ofrecerme nuevas lentillas
con la capacidad de poder ver con ellas en la oscuridad.
—No verás a colores, pero sí en grises o blanco y negro. Que es mejor
que ver solo negro —bromeó—. Además de que son de alta definición.
Cuando tuve el cambiador de voz nuevo, le pregunté por qué hacía todo
eso, y su respuesta fue sencilla: porque quiero y puedo. Además de que
aseguró que le gustaba consentir a su gente porque de esa manera no solo se
ganaba el respeto de ellos, sino también la lealtad.
Con eso comprendí que era un tipo astuto además de inteligente, pues
actuaba como el diablo: adulaba a las personas, las consentía, les daba todo
lo que querían hasta que los atrapaba en su red y conseguía que hicieran lo
que él quería. Y cuando se daban cuenta de que eran títeres en sus manos,
ya era tarde, pues le habían vendido el alma creyendo que era Dios.
Nos quedamos en Grecia dos semanas más porque Andru así se lo pidió
a Lucius, pues el hombre quería que nos deshiciéramos de una piedra en su
camino luego de que nos vio ejecutar una misión de manera limpia y
exitosa. Y a mí me convenía, ya que tanto él como Raptis confiaban en mí y
me dejaban actuar a mis anchas sin ponerme vigilancia, puesto que para
ellos era un Vigilante de fiar y leal.
Tremendo error de su parte que yo aprovecharía.
—Mantente cerca de mí —le pedí a Marcus.
Estábamos en Florencia, Italia, ya que la dichosa piedra en el camino de
Vlachos se encontraba ahí luego de pedirle refugio a los camorristas que
operaban en parte de la ciudad. Toda mi élite se encontraba dispersa en
varios puntos de la zona en donde cuadramos la presencia del tipo, atentos a
cualquier cosa y avisándome sobre los pasos que daba nuestra víctima.
—Me cago en la puta que parió a estos malnacidos —espetó Owen por
el intercomunicador.
—¿Qué sucede? —inquirí.
—El objetivo está en el parque a tu derecha —respondió Lewis por su
hermano.
—¿Y? Eso ya lo sabíamos, ¿no? —dijo Marcus a mi lado, escuchando
también por su intercomunicador.
—Está en la zona de niños, joder. Y hay muchos jugando —replicó
Owen.
—¿Y por qué crees que nos enviaron a nosotros a deshacernos de él? —
desdeñó Lilith.
Ella y Belial se encontraban ya en el parque, corriendo como una pareja
que salió a ejercitarse.
—Acabamos de pasar a su lado. Viste una sudadera gris y una gorra
negra, está sentado enfrente de los balancines —añadió Belial.
—Sombra, debemos abortar la misión —me exhortó Serena, y la
escuchamos muy asustada.
—Ya escuchaste a Lilith, nos enviaron a nosotros porque saben que
somos los únicos con las bolas de llevar a cabo todo sin importar dónde —
aseveré, consciente que ella sugería hacer tal cosa por los niños.
—Estamos en el café al otro lado de la zona de juegos de niños, por si
acaso el tipo pretende huir —avisó Alex, refiriéndose a él y Mario.
Owen y Serena nos dejaron escuchar sus maldiciones.
—Salgamos ya de esta mierda y luego nos vamos por esos tragos que
prometió Dominik —recomendó Marcus.
Esa mañana hablé con el susodicho para comentarle que estábamos en su
ciudad, así que nos propuso ir a un club con él y Fabio.
—Iremos únicamente si hacemos esto con éxito.
—Me ofende que siquiera dudes de que tendremos éxito —le dejé saber
a Lewis en cuanto replicó tal cosa—. Andando —animé a Marcus.
Ambos nos habíamos puesto barbas falsas y usábamos pelucas por
debajo de las gorras, ya que yo no podría usar mi disfraz de Sombra,
aunque sí utilizábamos mascarillas de protección gracias a la pandemia que
nos dejó con la necesidad de protegernos del aire que respirábamos.
Además de eso nos pusimos unos guantes especiales que Vlachos nos dio,
lucían como nuestras propias manos, pero sin tatuajes.
—¿Se han dado cuenta de que lucen como pareja con esos osos de felpa?
—nos dijo Serena segundos después de pasar por su lado.
—¿Te tomo de la mano, nene?
—Que te den —repliqué para Marcus al proponer tal cosa.
—Eso quiere —señaló Owen, y los ignoré.
Llevábamos esos osos junto a un ramo pequeño de rosas para esconder
las armas con silenciador, puesto que no podíamos llevarlas dentro de la
ropa porque pretendíamos asesinar a ese tipo con rapidez. Por lo que sacar
las glocks de nuestras cinturas nos quitaría valiosos segundos.
—Creo que hay unos camorristas escoltándolo, vamos a encargarnos de
ellos —avisó Mario.
—¿Necesitan apoyo? —preguntó Belial, y escuché un sí por parte de
Mario, y luego Alex los guio.
—Mierda —gruñí entre dientes al darme cuenta de que nosotros no
éramos los únicos imbéciles al pretender asesinar al tipo en un lugar lleno
de mujeres y niños, puesto que la Camorra no parecía tener escrúpulos
tampoco, y les importaba un carajo exponer a los demás con tal de cuidarle
el culo a nuestro objetivo mientras tomaba un poco de sol.
—Ahora entiendo a Owen y Serena —murmuró Marcus al ver lo mismo
que yo.
Seguir adelante con esa jodida misión iba en contra de mis códigos como
Grigori y mis enseñanzas como Pride, pero mientras caminaba con Marcus
a mi lado recordé que era un puto cobarde Vigilante y, aunque no llevara la
máscara, actuaría como Sombra. El malnacido insensible que asesinaría a
alguien en un parque infantil.
—Justo frente a ti, Sombra —avisó Lewis.
Detuve el paso y miré el reloj en mi muñeca, fingiendo que esperaba a
alguien. Llevaba gafas de sol, así que sin erguir la cabeza dirigí mi mirada
hacia el tipo y estudié mi entorno. Noté que cerca de nosotros (Marcus
estaba a unos pasos de mí) se hallaban unas chicas cuidando a dos
pequeños, cosa que me extrañó porque eran varias al cuidado de ellos.
—A mi derecha. Son muchas niñeras para dos niños —dije para mi
equipo.
—O son hijos de gente importante o los pequeños son unos demonios
que necesitan más de dos niñeras —añadió Marcus llegando a mi lado, y
me reí.
—Definitivamente son hijos de gente muy dura. Y esas chicas parecen
estar bien entrenadas porque, aunque actúan normales, sus cuerpos delatan
que están atentas a cualquier peligro —advirtió Serena.
—¿Hijos de políticos?
—O de mafiosos —acotó Lewis a mi pregunta.
—Más bien parecen ser hijos del diablo, hombre. Mejor muévanse de ahí
porque una de ellas parece sospechar de ustedes —recomendó Owen, y
rodé los ojos por lo miedoso que era a veces.
—Eres un…
—¡Tuti! —Arrugué la frente al escuchar aquello, y Owen maldijo. Corté
de golpe lo que iba a decir porque uno de los pequeños se acercó a nosotros
señalando el oso en mi mano—. ¡Tuti! —repitió con entusiasmo esa
pequeña cosa y llegó hasta mí.
Parecía de la edad de Dasher o poco menos, aunque caminaba muy bien
para lo pequeño que era. Y noté que tenía mucha energía en cuanto
comenzó a tirar de mi oso. Marcus se asustó por eso, pero con astucia
escondí el arma y me puse en cuclillas.
—¡Dios mío, Sombra! Ten cuidado y recuerda que no son cachorros —
suplicó Serena en mi oído.
Era una exagerada.
—Esto es mío —dije en italiano para el pequeño, y me impactó un poco
ver sus ojos porque eran idénticos a los míos.
Casualidad por supuesto, ya que el color de mis ojos no era único. Pero
los de ese niño de cabello castaño me impactaron y no entendía la razón.
—¡No! ¡Tuti mío! —replicó con su voz torpe, y dejé que tomara el oso de
mi mano.
Sentí algo extraño ante su felicidad por obtener el juguete y abrazarlo
con las fuerzas que tenía. Sus mejillas estaban rojas y resaltaban más por su
piel blanca, la parte delantera del cabello se le pegaba a la frente por el
sudor y noté que sus rasgos eran demasiado familiares para mí, aunque no
comprendí de dónde.
—Este cachorro sí le asusta —comentó Marcus entre risas.
—¡Aiden! —gritó una de las chicas que lo cuidaban, y me sorprendió
que le hablara en inglés y no en italiano—. Déjale eso al señor que es de él,
no tuyo.
—¡No! —reprochó el chiquillo y se aferró más al oso.
Me era imposible dejar de verlo porque sus rasgos físicos me
impresionaban en sobremanera por la familiaridad que me transmitían.
—Disculpe, por favor. —En ese momento la chica sí habló en italiano y
supuse que me creyó un nativo—. Cariño, eso es de él. Devuélveselo o lo
harás llorar —le dijo al niño volviendo al inglés, y trató de tomar el oso,
pero el chico parecía ser bastante terco y no lo soltó, incluso hizo un
puchero.
—E mío —aseguró.
—Aiden, no…
—Está bien, déjaselo —la tranquilicé cuando quiso volver a quitárselo
—. Total, parece que nuestras citas nos han dejado plantados —añadí,
manteniendo el italiano.
Otra chica de aspecto más serio se acercó a nosotros, llevando al otro
niño en brazos, y noté que ambos eran copias casi exactas el uno del otro, a
diferencia del color de ojos, pues los de este se veían de dos colores. Le dijo
algo a su compañera en un idioma que me pareció ser asiático, aunque no
identifiqué de qué país exactamente.
—Lo siento mucho, todavía están aprendiendo a compartir y respetar lo
que no es de ellos —me dijo la nueva chica, también en italiano, y asentí en
respuesta.
—Si tu hermano tiene uno, tú toma el otro —dijo Marcus de pronto, y
extendió su oso para el niño en brazos de la chica, pero esta alzó la mano
deteniéndolo y dio un paso atrás.
—No es necesario —aseguró.
—Joder, dejen de hacer eso porque las demás se están alertando.
Aléjense de esos niños ya —pidió Serena, y me tensé.
Pero no por lo que me dijo mi compañera, sino porque al pequeño en los
brazos de la chica se le pusieron los ojos acuosos, ya que se quedó con la
manita extendida cuando Marcus le ofreció el oso. Y odié que la tipa se
interpusiera entre el niño y el juguete a tal punto de hacerlo llorar, aunque
también la respeté por ser tan cuidadosa con ellos.
—Oye, vas a hacer llorar al pequeño sin razón alguna —señaló Marcus
al notar lo mismo que yo—. Vinimos a una cita doble, pero parece que nos
han plantado, así que, si su hermano tiene un oso, que él se quede con este
porque de lo contrario vamos a tirarlos a la basura junto a las rosas —
explicó para tranquilizarla.
Serena y los mellizos maldijeron ante la situación, avisando a la vez que
nuestro objetivo podía irse del lugar donde no nos apresuráramos.
Mierda.
—No lo hagas llorar. Revísalo si quieres para que te asegures de que
todo está bien. Ha sido solo una casualidad —acoté al ver a la chica reacia,
sin importarle el llanto silencioso del pequeño.
—Toma, D —ofreció al que llamaron Aiden, al ver que su hermanito
estaba llorando.
Sonreí detrás de mi mascarilla porque parecía que era muy protector con
su gemelo. El otro chico se inclinó para tomar el juguete y se aferró a él
como lo hizo su hermano antes. Y a la mujer no le quedó más que ceder
cuando Aiden miró con anhelo el oso en la mano de Marcus, esperando
obtenerlo también.
—Está bien. Y lo siento de nuevo. Incluso lo de sus citas en un parque
infantil —añadió la mujer con un toque de ironía en lo último, y decidí
ignorarla.
Marcus también la ignoró y extendió su oso para Aiden esa vez, y este no
se tardó en tomarlo.
—¡Tutiiii! —gritó enseguida, y su hermano rio, acercando su oso para
chocarlo con el de él, celebrando esa pequeña hazaña.
—Gracias —le dije a la chica, y no entendí qué le agradecía en realidad.
Ella asintió y volvió a hablar con su compañera en otro idioma, esta
tomó a Aiden en brazos y luego se dieron la vuelta para marcharse del
parque al parecer, mientras yo me quedé ahí, viendo cómo se alejaban. Y
segundos después, como si se hubiesen puesto de acuerdo, ambos pequeños
giraron el rostro para mirarnos y nos sonrieron.
Tragué con dificultad sin poder corresponder a aquel gesto tan genuino
de ambos, no porque no pudiera, sino porque me sentía petrificado.
—Y tú decías que solo Dasher le sacaba el lado bueno —señaló Lewis, e
imaginé que se lo dijo a Owen.
—Nos quedamos sin osos —murmuró Marcus sacándome de mi
estupidez.
—Y sin víctima si no nos apresuramos —informó Serena, y con Marcus
miramos al tipo que seguía esperando paciente por sus ángeles de la muerte.
Busqué con la mirada una última vez a las pequeñas copias, pero ya no
estaban, y sentí un vacío extraño instalarse en mi pecho.
Joder, convivir con Dasher me estaba afectando demasiado.
Capítulo 12
Fuimos nada
Elijah

Volvimos a Grecia dos días después de haber llevado a cabo el crimen


perfecto, como lo denominó Aris luego de que los noticieros de Italia se
llenaran con titulares sobre el asesinato que cometimos a plena luz del día,
en un callejón entre tiendas cercanas al parque infantil (a donde arrastramos
a nuestra víctima, gracias a que Belial, Lilith, Alex y Mario consiguieran
manipular a los camorristas que atraparon, para guiarlo hasta allí).
Y lo que más feliz hizo tanto a Aris como a Andru fue que dicho crimen
lo atribuyeron a la misma Camorra y no a la mafia griega.
Ambos nuevos líderes estaban tan complacidos con el trabajo de mi élite
que incluso inventaron excusas para retenernos en Grecia por más tiempo.
Y me sorprendió que convencieran a Lucius de buena gana, pues en mi
tiempo con los Vigilantes había notado que el orgullo del viejo no le
permitía aceptar lo que otros querían, ya que se creía el líder absoluto de la
organización luego de que Aki fuera asesinado por Enoc. Esa situación me
hizo convencerme de que los griegos eran más poderosos de lo que yo
suponía.
—Lo tienes bien merecido, muchacho —señaló Aris luego de que Andru
me entregara una caja de cuero.
Cuando la abrí, encontré adentro varios pares de lentillas de diferentes
diseños, todas ya con la visión nocturna incluida. Y me sorprendió que
fueran automáticas, puesto que no necesitaría más que esperar alrededor de
treinta segundos para que se adaptaran a la oscuridad luego de estar en la
luz.
—Lo sé —me jacté sin decir gracias, y ambos rieron en lugar de
molestarse por mi falta de modales.
Según ellos, lo tomaban como señal de comodidad y lealtad de mi parte.
—Por cierto, Fantasma a solicitado unirse a la formación de los
Vigilantes aquí en Grecia. He recibido esta mañana una llamada de Lucius
para notificarme que lo enviará, además de que pretende que supervise tu
trabajo con nosotros —informó Andru, e hice una mueca de disgusto.
No podían verme por la máscara, aunque tampoco me importaba que lo
hicieran.
Marcus me miró con gesto de «Dominik no estará aquí para atenderla por
ti», pues ambos sabíamos que a Amelia le importaba un carajo la formación
de los nuevos Vigilantes en Grecia; lo que ella buscaba en realidad era estar
cerca de mí. Y tampoco me estaba jactando con eso, lo aseguraba porque
desde que llegué al país tres meses atrás evitaba responder las llamadas que
me hacía a diario y la obligaba a conformarse con mis mensajes de texto de
ahora mismo no puedo responder o los de estoy ocupado.
A veces, cuando Darius me lo pedía para mantenerla bajo control, le
escribía un entiende, nena, estoy trabajando. O incluía alguna frase
cariñosa en los otros mensajes para que no se sintieran toscos.
—¿Por casualidad no tienes alguna otra piedra en tu camino a la que
haya que eliminar fuera de Grecia, en los días que Fantasma esté aquí? —le
pregunté a Andru, y este rio al darse cuenta de lo que pretendía.
—¿Tanto te molesta su presencia que prefieres asesinar a mis estorbos?
—indagó con curiosidad y diversión.
Me encogí de hombros como respuesta.
—Pensándolo bien, podríamos enviarlo a hacerle una visita a Dubois —
le propuso Aris—. Francia necesita recordar que nos debe un par de favores
—añadió.
Andru me miró con una ceja alzada, y lo entendí como si me estaba
preguntando de esa manera si me servía ese plan, así que asentí, pues no me
importaba a dónde iría, solo no quería estar en Grecia con Amelia de visita.
—Bien, hagámoslo. Y de paso vamos a dejarle claro a Lucius que somos
socios, no sus súbditos. Y que, aunque él sea el único fundador general de
los Vigilantes, no habría entrado a Grecia si no fuera por nuestro poder —
replicó Andru, y sonreí victorioso.
También le di la razón en lo que dijo, pues los dos eran poderosos, así
que no tenían por qué doblegarse ante Lucius, y era bueno que le enseñaran
lo que olvidó como Grigori: respetar las sedes de sus socios. Y en mi
interior les aplaudía a esos griegos que, sin temor alguno, le dejaran claro al
viejo decrépito que el único pelele que no daba un paso sin su permiso era
David Black, su hermano.
—Ya comienzo a entender por qué le lames las bolas a estos griegos —
me chinchó Lilith estando en Francia.
—Para que coman de mi mano como Belial come de la tuya —le dije.
Belial estaba a su lado, por lo que rodó los ojos al escucharme—. Así que
ya sabes, ella no busca darte placer, sino embobarte para que siempre hagas
lo que quiere —añadí para él.
—Algún día te veré comiendo de la mano de alguna chica, entonces
sabré que te lame bien las bolas. Y tú entenderás el placer que se siente al
complacerlas —se defendió él, y me reí, sin pasar desapercibida la mirada
ilusionada que le dio Lilith por lo que dijo.
Esos dos tenían más de diez años juntos y, a pesar de su locura, lucían
como recién enamorados en sus primeros meses de relación.
Los griegos habían cumplido y me enviaron a hacerle una visita a
Dubois, un político corrupto que se lucraba de la trata de blancas. Con ese
viaje evité ver a Amelia las dos semanas que estuvo supervisando la
creación de los nuevos Vigilantes, y estaba demás decir la infinidad de
mensajes que recibí de su parte, en los que me reclamaba por no esperarla
ni notificarle a mis verdaderos jefes que había salido de Grecia para
misiones fuera de las que ellos me dieron.
Maldita ilusa.
—Te recuerdo que solo soy un súbdito más que sigue las órdenes que le
dan —refuté tras responder una de sus llamadas por recomendación de
Marcus, puesto que ella había comenzado a llamarle a él también para
contactarse conmigo.
Y la escuchó más histérica que de costumbre, por lo que comenzó a
temer que cometiera alguna estupidez para obligarme a darle la atención
que exigía.
—Qué curioso que ahora sí tu orgullo te deje llamarte a ti mismo
súbdito —espetó, y me alejé el móvil de la oreja por su grito.
Con ella estaba aprendiendo que, cuando me convenía, podía hacer el
orgullo a un lado.
—En lugar de estar molesta, aprovecha a ir a Irlanda, ya que has salido
de Estados Unidos, y hazle una visita a tu amante. De seguro él se
emocionará de verte, total, aunque aún siga las órdenes de su padre, no es
un súbdito como yo —la chinché, y Marcus rodó los ojos al escucharme.
—No me provoques, Sombra. Y te recomiendo que vuelvas a Virginia por
las buenas. —Apreté la mandíbula por su amenaza.
—Es tu padre quien ha permitido que siga con sus socios, así que déjate
de mierdas —largué y, antes de decirle algo más de lo que podía
arrepentirme luego, le colgué y apagué el móvil para que no jodiera con sus
llamadas.
Y menos mal que Aris y Andru siguieron ocupándome en Grecia luego
de regresar de Francia, pues gracias a eso cumplí cuatro meses en su país,
viajando a la vez por toda Europa para ejecutar favores personales que
solicitaban ambos; aunque en esa semana recibí una llamada de Darius en la
cual me pedía que le ayudara a hacer que los guardacostas de Virginia
colaboraran con él, puesto que se vería en la obligación de volver a portar la
máscara de Sombra para llevar a cabo los envíos de armas y algunos de
personas, ya que Amelia dejó de proteger a Alina y Dasher, molesta porque
me negué a regresar a Estados Unidos y también a verla un mes atrás.
Así que Lucius aprovechó la necesidad de su hijo adoptivo de proteger a
los Spencer y lo chantajeó para que llevara a cabo mi trabajo a cambio de
que Alina y su pequeño siguieran en mi búnker.
—No te preocupes, voy a encargarme de eso. Solo sigue mis
instrucciones cuando uses la máscara y espera mi llamada —prometí antes
de colgar.
No me quería sentir responsable de esa situación, porque sabía que no
era mi culpa que esa loca estuviera obsesionada conmigo e intentara
hacerme pagar porque sospechaba que Vlachos y Raptis me mantenían en
su país más por ayudarme a estar lejos de ellos, pues tan idiota no era.
Y Darius también era consciente de eso y me lo dejó claro, además de
que comprendía que ya suficiente me había dejado joder por los Black
como para no aprovecharme de la buena voluntad que los griegos tenían
conmigo. Asimismo, sabíamos que con esa movida Lucius estaba
aprovechando su oportunidad, pues, a parte de quedar bien con sus nuevos
socios al mantenerme con ellos, seguiría facturando con el tráfico de armas
y personas utilizando a Darius, ya que acertó con el hecho de que a él yo sí
le ayudaría de buena gana con mis contactos y este haría lo que su padre
quería con tal de que los Spencer estuvieran bien, aunque siguieran
secuestrados.
—Marcus va a matarte —avisó Alice cuando llegó a la suite del hotel
que renté para que se quedara en los días que estaría en Grecia.
La primera vez que llegó, cuatro meses atrás, no pudimos conseguir nada
de lo que yo pretendía, así que tuvo que regresarse a Estados Unidos con la
misión de comprar por mí un relicario igual al que perdí años atrás en aquel
edificio donde murió LuzBel. La joya debía encargarla en Stone, la
compañía del padre de Laurel.
—Me viene amenazando con eso desde hace mucho —le recordé.
—Pero ahora lo hará en serio —aclaró.
—¿Por qué estás tan segura?
—Porque el idiota jura que le estamos viendo la cara. Y dice que ya no
cree que mis viajes sean solo para ayudarte —explicó, y me reí.
No negaría que esa rubia platinada de ojos azules y cuerpo esbelto era
muy guapa, pero nunca me atrajo sexualmente. Y quería creer que se debía
a que era hermana de mi amigo, y eso en otras palabras era casi como si
Alice tuviera bigote para mí, pero ella aseguraba que en realidad se debía a
que yo no tenía ojos para nadie más.
—Y me ofende que no me conozca como imaginaba y suponga que
hombres como tú son mi tipo.
—¿Y qué tipo de hombre soy, según tú? —pregunté con curiosidad.
Me miró sin poder creer que no lo supiera, luego se concentró en poner
su maleta de mano sobre la cama para comenzar a abrirla.
—Frío, serio, dominante, descortés, ¿sigo?
—¿Por qué aseguras que soy así, si nunca me has visto en una relación?
—inquirí divertido, y se encogió de hombros.
—No somos tan diferentes en una relación a como somos con los amigos
—aseguró—. Pero el punto es que Marcus sabe que a mí me gustan los
chicos románticos, caballerosos, detallistas y amigables. De esos que
buscan protegerte siempre. Aunque esto último sí eres.
—Vaya, gracias —ironicé, y rio.
Miré cómo revolvía las cosas en su maleta buscando algo y cuando lo
encontró se acercó para entregármelo.
—Me lo hicieron llegar junto a un pendrive para instalar el programa de
rastreo —explicó lo que ya sabía.
Abrí la cajita de terciopelo y saqué de ella una réplica exacta de la placa
(relicario) que siempre usé en el pasado.
—Lo bajé en mi Tablet e hice una cuenta nueva solo por si acaso —
añadió.
No la necesitaríamos porque programaría el rastreador del relicario con
mi cuenta anterior, con la esperanza de que Laurel haya cumplido mi
petición a pesar de lo que pasó, y le entregara a Isabella el que mandé a
fabricar para ella.
Y así al fin saber dónde estaba.
—¿Listo? —preguntó Alice, y asentí con la cabeza—. Actívalo —me
animó, refiriéndose al localizador de mi relicario para que pudiera buscar el
de la Castaña al hacer la clonación.
Acto seguido, encendió su portátil y luego de unos minutos la
conectamos al relicario para acceder a mi cuenta y llevar a cabo todo el
proceso que, en ese momento, se sintió como una especie de ritual en el que
esperábamos ser bendecidos por la diosa a la que se lo hacíamos.
Puta madre.
Me reí ante la metáfora que usé.
—No olvides que no es seguro que ella lo use. Y si sí lo hace, su
localizador también debería ser activado manualmente para que se conecte
al tuyo —me recordó, y supuse que mi gesto era demasiado esperanzador
como para que tuviera que controlarme con esas palabras.
—Si no funciona eso, tendremos la foto, ¿no? —repliqué, y ella me
sonrió con empatía.
Sí, sabía que mi nivel de patético nadie lo superaría, pero dejó de darme
vergüenza que ella me viera así desde hace mucho.
—Por supuesto. Ya tengo mi as bajo la manga —aseguró.
Por no haber tenido la fotografía de Isabella (gracias a que a la única que
podía acceder solo se podía ver en el relicario y no en mi cuenta. Y que
además no había ninguna otra en las redes de mi hermana o los Grigoris), ni
el programa que Alice usaba en su trabajo, fue que no pudimos hacer nada
cuando me visitó meses atrás.
—¡Dios! ¿Cómo conseguiste que ella se fijara en ti? —preguntó minutos
después, cuando logré entrar a mi cuenta y la fotografía de Isabella apareció
en el relicario.
—No te hagas, que el hecho de que no sea tu tipo no significa que no ves
lo guapo que soy —la chinché, tratando de ignorar todo lo que sentí, y ella
rodó los ojos.
—Lo eres, pero esta chica podría tener a sus pies a tres como tú y otros
cuatro más guapos —me devolvió la pulla, y me limité a reír.
Miré la imagen de Isabella en mi relicario y comprendí a la perfección la
reacción que tuvo Alice. Casi iban a cumplirse tres años desde que la vi por
última vez y mi pecho se apretó, pues era la primera ocasión desde
entonces, que la veía fuera de mis pensamientos.
Mierda.
Desde que obtuve esa imagen suya en su cumpleaños dieciocho, decidí
añadirla a mi relicario, justo al lado de la de mis padres y Tess. Y a pesar de
que en ese entonces, tenía más fotografías de ella en mi antiguo móvil, me
decidí por esa porque justo ese veinticinco de abril me di cuenta de que, sin
pretenderlo, la Castaña se había convertido en mi debilidad.
Esa noche Isabella me demostró que no solo podía superar su propia
belleza, sino también mis juegos, ya que supo provocarme con su inocencia,
me enloqueció con su manera de retarme y me hizo actuar tal cual un
adolescente explorando su sexualidad, en el momento que descubrí que no
usaba bragas.
Sin embargo, casi me tuvo a sus pies cuando no le importó lo que me
había asegurado que nunca haría por mí, y asesinó por primera vez en su
vida para salvarme. Manchó sus manos de sangre con tal de que yo siguiera
existiendo.
Así que tenía razones más que suficientes para llevar esa imagen en mi
relicario. Y no solo por lo hermosa que se veía esa noche.
—Como me lo temía: si lo lleva puesto, el rastreador está apagado —dijo
Alice sacándome de mis pensamientos, y la miré.
Había comenzado a trabajar con la ubicación de Isabella rato atrás. Y al
parecer no consiguió nada.
—Prueba con la fotografía —la animé, y asintió.
Sacó su móvil y le tomó una foto a la imagen de la Castaña en mi
relicario, tras eso la desplegó en la portátil para meterla a la base de datos y
abrió el programa donde vi en grande el mapa mundial y, a un lado de él,
muchas líneas de letras y números que parecían coordenadas, junto a las
iniciales C3.
—Con el localizador habría sido más fácil, pero tu chica salió dura de
cazar —bromeó.
—No me lo recuerdes —murmuré.
Posterior a eso, Alice se puso en contacto con uno de sus compañeros de
confianza, quien le ayudaría con unos códigos para poder usar el programa
de incógnito, pues no queríamos arriesgarnos a exponer a White si
conseguíamos dar con ella.
—Cruza los dedos —recomendó luego de poner la imagen de la Castaña
en el buscador del programa.
—No creo en la suerte —confesé, aunque por dentro estaba rogando para
obtener buenas noticias.
—Pues deberías, ya que si ella se fijó en ti fue porque la suerte estaba de
tu lado en esa ocasión.
—Marcus es un imbécil al pensar que entre tú y yo podría haber algo —
repliqué, y soltó una carcajada.
La imité, sabiendo que ella buscaba alivianar esa situación tan tensa,
aunque no dejé de ver la pantalla que parecía como si nos hubiera metido en
algún juego de azar y estuviera buscando los números ganadores.
El C3 utilizaba ese programa de reconocimiento facial, accediendo a
cualquier dispositivo con cámara para dar con las personas que buscaban.
Tal cual lo hacía el ojo de Dios que mencionaban en las películas. Algo que
yo tomaría en cuenta para que no me atraparan.
—Oh, Dios —exclamó Alice de pronto.
Sentí la garganta reseca y el corazón acelerado al ver lo mismo que ella.
Incluso respirar se me dificultó cuando varias imágenes de Isabella se
desplegaron en diferentes países del mapa, todos de Europa, Asia e incluso
del Medio Oriente.
—Está viajando por medio mundo —señaló Alice.
Era lo que yo estaba viendo.
Las fotografías eran borrosas, pero el buscador acotó los rasgos con la
imagen de base y dieron un noventa y ocho por ciento de exactitud. En
todas únicamente se veía su rostro y solo una coincidió el cien por ciento,
era la más nítida, una en la que White usaba gorra y gafas de sol. Y fue
suficiente para comprobar que esa mujer estaba más hermosa que años
atrás.
—Joder —dije restregándome el rostro y tragando con dificultad.
El corazón me latía tan rápido que hasta escuché el estrépito de ellos al
golpear mi pecho como si me odiaran.
—El registro tira que ayer estuvo en Italia, pero hoy aparece en el Líbano
—explicó Alice—. Al parecer, no se mantiene mucho tiempo en los países
que visita, aunque hay algunos a los que vuelve con frecuencia.
—¿A cuáles? —Carraspeé al escuchar mi voz ronca luego de esa
pregunta, y no se debía al cambiador de voz que ya usaba en mi lengua,
puesto que lo había apagado.
Mi respiración seguía errática.
—Japón, Francia, Inglaterra, China y últimamente el Líbano. Italia tiene
frecuencia, pero mínima en comparación a los demás países. Japón parece
ser su favorito.
—Tiene lógica, vivió allí una temporada —le expliqué.
—Puedo tratar de seguirle el rastro, pero si me permites una sugerencia:
no te lo notificaré porque no creo que eso sea bueno para ti.
—¿Por qué no, según tú?
—Es obvio, LuzBel. Estás en Grecia, has ido a Italia y Francia, pero
todavía no puedes ir a esos países cuando se te dé la gana. Sigues
dependiendo de los permisos de tus jefes.
Bufé molesto, pero no con ella, sino porque tenía razón. Sin embargo,
odié más que nunca el recordatorio.
Miré la fotografía actual de Isabella y sentí una jodida impotencia que
incluso dolió. Y no sé qué gesto puse, pero fue suficiente para que Alice se
atreviera a tomarme de la mano como señal de apoyo, o consolación.
—Está viva. Y lejos de ese aparato que podría matarla —me hizo ver, y
negué con la cabeza.
—Quiero… No, necesito verla, así sea de lejos —admití.
—Marcus se molestó que viniera no solo por su tonta idea de que tú y yo
tenemos algo, sino también porque asegura que has molestado a Fantasma y
con vernos me expones —dijo, y comencé a entender a dónde quería llegar
—. Si ella decidiera enviar a su gente para monitorear lo que haces,
entonces los llevarías directo a tu chica. Y no estás soportando todo lo que
soportas para cometer ese tremendo error.
—Lo sé, maldición —aseveré poniéndome de pie.
Alcé la voz, pero sabía que Alice comprendía que no estaba siendo
imbécil con ella.
—Sigue ganándote voluntades, LuzBel. Consigue la fidelidad total de tu
élite, asegúrate de que ninguno de ellos te traicionará. Haz que te den más
libertad y entonces la rastrearé de nuevo por ti para que la mires de lejos, te
lo prometo.
Respiré hasta donde mis pulmones lo permitieron, retuve el aire todo lo
que pude y luego exhalé lento y pesado. Necesitaba calmarme antes de
volver a hablar.
—Tendremos que planear bien cómo le pondrás el chip —señalé, y ella
asintió.
En eso habíamos quedado tiempo atrás: daríamos con White y luego
Alice se acercaría a ella, buscando ganarse su confianza para colocarle el
chip sin que se tomara como ataque. El objeto solo debía ser incrustado por
medio de una inyección en la nuca, por lo que sería rápido, pero ni Isabella
ni nadie más podía darse cuenta de ello por el peligro que eso implicaba.
—No dejes de rastrearla y mantenme informado de los países en los que
se encuentra —insistí a pesar de lo que me dijo antes.
—No.
—¿No? —inquirí alzando una ceja.
—LuzBel, veo tus ganas de irte ahora mismo para el Líbano con la
intención de verla, incluso sabiendo que con eso te matarán a ti si tienes
suerte, o a tu hermana. Y, si te estoy actualizando de dónde se encuentra,
únicamente servirá para tentarte y lo lamentarás mucho si das un paso en
falso. Así que no.
—Demonios, Alice —largué molesto porque de nuevo tuviera razón. Iba
a decirle algo más, pero mi móvil sonó con una llamada entrante, y fruncí el
ceño al ver que se trataba de Darius—. Te dije que esperaras por mi
llamada, hombre. Y no me coges en un buen momento —espeté.
—Las cosas se han ido a la mierda, Sombra. No sé qué carajos le dijo
Amelia a Lucius, pero…
—Habla de una jodida vez —gruñí porque se quedó en silencio por
demasiado tiempo.
—Mi gente acaba de avisarme que el administrador de Vikings llevó a
Hanna con Lucius, y por los gritos que escucharon de ella temen que la
tomó por la fuerza.
Negué como loco al escuchar tal cosa y grité, dándole a la vez un
puñetazo a la mesa frente a mí. Alice se asustó por mi reacción y se alejó un
par de pasos.
—¡Maldito hijo de puta! —espeté, sintiendo que todo me estaba llegando
de golpe de nuevo.
Eso no podía estar pasando.
Me alejé de Hanna precisamente para que no fueran a dañarla por
vincularla conmigo y me enervaba, a la vez que me hacía sentir muy
miserable, que al final de todo no haya servido de nada porque la maldita de
Amelia quería cumplir sus jodidos caprichos a costa de lo que fuera, y de
quién fuera.
—Cálmate, por Dios —suplicó Alice en un susurro para que solo yo la
escuchara.
La miré, y lo hice comprendiendo de una buena vez que tenía razón: no
podía llevar a Amelia y sus jodidos Vigilantes directo a White si intentaba
verla. Podía ser egoísta con el mundo entero, menos con ella, así que dejaría
mis deseos de lado y me conformaría con saber que estaba viva.
Eso era todo lo que importaba.
Por ella seguía valiendo la pena seguir en ese jodido infierno.

No podía precipitarme ni actuar a lo imbécil, por lo que volví a Virginia


dos semanas después de haber recibido la llamada de Darius, en la que me
avisaba lo que le hicieron a Hanna. Eso sí, regresé con la determinación de
dejarle varios puntos claros a Amelia, porque no podía seguir permitiendo
que tuvieran de dónde seguir manipulándome. Aunque opté por esperar a
que Lucius me pidiera volver, ya que pedírselo yo no era una opción que me
conviniera.
—Contrólate, maldición —me pidió Serena por medio del
intercomunicador.
Había salido de la oficina de Lucius en Vikings, luego de reportarme con
él, ya que al malnacido le dio por frecuentar más que antes el club. Y el
control que tuve al tenerlo enfrente, con su sonrisa arrogante, rebasó el poco
autocontrol que ya me quedaba. Así que cuando me crucé con Amelia en el
camino, no pude contenerme y la cogí entre la barbilla y la garganta con
fuerza, arrastrándola hasta un cuarto de servicio.
—Veo que me has extrañado —se mofó, y su sonrisa burlona me hizo
comprender que todavía tenía un límite que no había cruzado.
—Comienzo a creer que Leah te parió por el culo, porque eres una
mierda, Amelia Black —largué, y el cambiador intensificó la ronquera y
molestia en mi voz.
—No vayas por ese camino, joder —replicó Darius, quien también
escuchaba por el intercomunicador junto a Serena.
A Amelia por supuesto que no le gustó lo que le dije e intentó zafarse de
mi agarre, pero no se lo permití.
—No olvides que caminas en tierra minada, hijo de puta. —Gimió tras
decir eso porque reforcé más mi agarre, consiguiendo que sus mejillas se
hundieran ante la presión de mis dedos.
—Pues vas a explotar conmigo, pequeña mierda —gruñí—. ¿Qué carajos
le dijiste a tu padre para que se ensañara con una puta?
—Nada —respondió con dificultad, frunciendo el ceño con dolor.
Me cogió de la muñeca. Y era obvio que podía zafarse, pero le encantaba
someterse a mí cuando me veía molesto, una señal clara de su dependencia
a mi atención. Por eso únicamente me apretó para que moderara mi agarre,
algo que no estaba dispuesto a hacer.
—¿La violó por simple diversión? Porque, si es así, entonces no puedo
esperar que algún día tú vuelvas a ser aquella chica por la cual cometí
locuras, ya que desciendes de ese engendro.
—¿Ella te importa? —preguntó comenzando a descontrolarse—. ¿Crees
que te da más placer del que yo sé darte? —Fui un estúpido al
sorprenderme de que a Amelia le importara más eso que lo que provocó—.
Anda, Sombra, déjame demostrarte que soy mejor que esa puta —pidió, y
llevó las manos hacia mi cinturón.
La solté como si me diera asco y, a pesar de que no me veía el rostro,
también lo notó.
—¿Sabes en lo que sí aciertas? —No la dejé responder—. En que tú, a
diferencia de las chicas que trabajan en este club, sí eres una jodida puta.
—¡Maldito bastardo! —gritó, y alzó la mano queriendo golpearme, pero
se la tomé antes de que la estrellara en mi rostro y la hice girar en su eje
hasta empotrarla en la pared.
Gimió en cuanto le estampé con brusquedad los pechos sobre la
superficie dura, y alcanzó a girar el rostro antes de golpearse también la
frente.
—Debería follarte tal cual lo hizo tu padre con Hanna, para que puedas
comprobar por tu cuenta si la violó o no —desdeñé en su oído. Mi
autocontrol se había ido al demonio y escuché a Darius y Serena
pidiéndome que no cometiera una locura. Amelia se removió intentando
zafarse, mas no la dejé—. Pero te conozco y sé que eres más fácil que la
tabla del uno, así que no conseguiré dañarte como quiero —reí con sorna al
escucharla maldiciendo—, pues te tomarías muy a pecho eso de flojita y
cooperando —me burlé.
—¡Aaah! ¡Te odio! —gritó entre sollozos.
Mis palabras la hirieron más de lo que esperé, ya que en ese momento sí
se zafó de mi agarre y me giró el rostro de un puñetazo, sacando a la vez su
arma y apuntándome con ella.
—Espero que la muerte siga enamorado de ti, idiota —largó Darius. Su
voz estaba atestada de impotencia y preocupación.
Mi boca se llenó del sabor metálico de mi sangre y me reí.
—¿Por qué me odias, jodida zorra? ¿Por qué hagas lo que hagas, bueno o
malo, sigo repudiándote? ¿Por qué soy capaz de follarte y hacerte probar el
cielo, aunque luego te dé lo peor de mi infierno?
—¡Dios mío, Sombra! ¡No la provoques más! —suplicó Serena, y la
ignoré.
Amelia comenzó a sollozar e hipar. La mano con la que sostenía el arma
le temblaba (sospeché que esa vez sí tenía balas) y sacudía la cabeza para
que las lágrimas no le obstruyeran la visión. Y por un segundo pensé en que
cualquiera que nos viera sin conocernos me creería a mí el peor de los hijos
de putas y a ella la víctima total.
Que fácil era estigmatizarnos.
—He seguido las malditas órdenes de tu padre y las tuyas al pie de la
letra. Estoy cumpliendo mi promesa, uso este jodido disfraz por ti. Y a la
primera oportunidad que tienes caes más bajo de lo que ya has caído y
embaucas a Lucius para que denigren a tu género, Dahlia —reproché, y ella
se mordió el labio para contener el llanto. Yo contribuía a que odiara más
ese nombre porque lo usaba casi siempre que peleábamos—. Me
decepcionas cada día más.
—Y a mí… me decepciona que hayas pasado todo un año follando con
esa tipa. A una prostituta, joder —logró decir entre lágrimas. Su gesto de
dolor era inconfundible—. Me decepciona que yo haga tanto por ti, pero
que siempre sigas prefiriendo a otras antes que a mí.
Solté una carcajada llena de ironía.
—No sigas provocándola, viejo. Todos tenemos claro que lo que dice es
una estupidez, pero, donde sigas así, va a matarte —farfulló Darius.
«Con lo que me importaba en ese momento, donde la furia estaba a
punto de cegarme», pensé.
—No importa si me la tiré por todo un año o no, lo que debió importarte
siempre es que, después de que volví a follarte a ti, no estuve con nadie
más. Y que con quien quería follar al volver de la misión era contigo, no
con esa puta —desdeñé, y tragó con dificultad.
Sus ojos incluso se abrieron más y ladeó la cabeza en un gesto de
angustia. Y antes le hubiera tenido lástima, en ese momento, en cambio,
únicamente me dio asco la facilidad con la que se dejaba manipular por mí.
—Pero no querías volver y tampoco me quisiste ver cuando fui a
visitarte —recordó con voz agónica.
—Yo no pedí quedarme más tiempo, Dahlia. Hice mi trabajo, los griegos
querían más de ello y se lo solicitaron a tu padre, a lo que él accedió, te lo
dije hace semanas —recalqué, pero únicamente negó con la cabeza—. Y
cuando fuiste de visita estaba cumpliendo órdenes como el súbdito en el
que me convertiste.
Hasta a mí me sorprendió el descaro con el que había comenzado a
mentir en esos años aprendiendo de los más miserables.
—Pero volviste en cuanto supiste lo que le pasó a esa zorra —reprochó,
y bajó el arma.
Aunque no dejó de empuñarla, lista para usarla si lo ameritaba.
—Mierda. Lucius le ha estado mintiendo. —Darius reflexionó lo que yo
también sospeché.
—Lo supe hoy que llegué. Y volví porque tu padre ordenó que lo hiciera,
así que no me acuses de nada —exigí para Amelia, y frunció el ceño.
Podíamos tener razón con eso de que Lucius la estuvo engañando, pero eso
no obviaba el hecho de que ella provocó lo que le pasó a Hanna—. Y vaya
sorpresa la que me has dado —añadí con sorna.
—Sombra, yo… —Alcé la mano para que callara y negué con la cabeza.
—Así como tú no te dignas a preguntarme nada y prefieres creerle al
manipulador de tu padre, yo no tengo por qué escuchar tus malditas excusas
—largué—. Por lo tanto, ahórrate lo que sea que vayas a decirme, porque
para mí eres tan culpable de violación como él.
—¡No! ¡Espera! —pidió afligida al ver que comencé a irme del cuarto—.
¿Qué quieres que haga para enmendar este error? Pide lo que sea y te juro
que te lo daré —suplicó, y giré el rostro para mirarla.
—Piensa bien lo que dirás a continuación —recomendó Darius.
—Libera a Hanna. —Amelia me miró un tanto molesta por lo que pedí,
pero se limitó a alzar la barbilla con orgullo—. Míralo de esta manera, tú
tienes celos de esa prostituta, crees que me importa, entonces deja que se
vaya y así ni ella se volverá a cruzar en mi camino ni yo en el suyo —
aconsejé, y noté que lo estaba considerando.
—No puedo hacer eso… Déjame terminar —pidió en cuanto quise
replicar—. Lo que sí puedo hacer es darles un día libre a todas, encárgate
con tu élite de raptarla o lo que sea que se te ocurra, y sácala del país.
—Tú padre sabría de inmediato si la intento sacar del país —le recordé.
Lo que me proponía era una movida muy peligrosa que debía saber jugar.
Además de eso, todavía no poseía los medios ni la libertad de hacer y
deshacer a mi antojo, ni siquiera yo podía salir del país sin que Lucius lo
supiera. Y tampoco contaría con la ayuda de Alice en esa ocasión, puesto
que suficiente la estaba exponiendo ya con lo de Isabella.
—No si te haces cargo del tráfico de personas —garantizó Amelia, y alcé
una ceja, aunque no viera que lo estaba haciendo—. Derek se encarga de los
secuestros, pero tú de los envíos. Tienes comprados a los guardacostas, así
que alguno de ellos puede ayudarte a desembarcarla antes de que llegue a
manos de los socios de mi padre. Así podrás desaparecerla, incluso aquí en
el país.
—Siendo sincera, no me parece un plan descabellado.
—Tampoco a mí —coincidieron Darius y Serena.
—Eso sí, una persona puede pasar desapercibida, pero no intentes
hacerlo con todas porque entonces ya sabes lo que pasará. Y no te estoy
amenazando, únicamente te recuerdo que no solo yo manejo los
dispositivos rusos —siguió Amelia, y reí sin gracia.
—¿Cómo sé que esto no es una trampa? —sondeé, y exhaló un largo
suspiro, a la vez que se guardó el arma.
—Leah no me parió por donde crees —murmuró en voz baja, y su
mirada se volvió más triste de lo que ya estaba—. Y yo no quería eso para
esa tipa, por muy celosa que me sintiera. Simplemente le dije a mi padre
quien era luego de que el administrador le comentara que tuviste una
exclusiva por un año.
—Al menos dime si te das cuenta de cómo te manipula —farfullé,
refiriéndome a Lucius.
Hizo un gesto de conformidad, con las comisuras de su boca hacia abajo,
y se encogió de hombros, dándome a entender que lo prefería a nada.
—Cuando él y Derek son felices con mis actos, me hacen sentir especial
e importante en sus vidas —confesó.
—Y yo le importo una mierda —se quejó Darius.
—¿Prefieres ser importante para unos manipuladores y no para tu
hermano? —inquirí yo, y Amelia sonrió con ironía.
—Él al igual que tú, buscan cambiarme —se defendió ella.
—Darius no quiere cambiarte, Amelia. ¡Busca ayudarte, joder! —
enfaticé—. Deja de hacerte la estúpida con eso.
—¿Y tú? —preguntó probándome.
—Cuidado, Sombra —formuló Serena, y respiré hondo, sabiendo que, si
me equivocaba, no podría rescatar a Hanna.
—Escoge una verdad y mantente en el juego —razonó Darius.
Miré a Amelia a los ojos por varios minutos y respondí únicamente
cuando me sentí preparado.
—Yo solo quiero que dejes en paz a mi hermana, por eso sigo
cumpliendo la promesa que te hice.
No podía fingir que de un segundo a otro ella me importaba, pero
tampoco debía seguir ofendiéndola. Y, cuando Amelia sonrió entre
agradecida y triste, entendí que no erré al escoger esa verdad.
—Me enamoré de ti por, y a pesar de tu sinceridad, tu descaro y frialdad,
Sombra. Por eso siempre serás mi perdición, mi maldición y bendición a la
vez —reconoció caminando hacia la puerta donde yo estaba—. Y créeme,
así me eleves solo unas horas a tu cielo, me bastan para soportar mi
infierno, que es peor que el tuyo. —Se había detenido frente a mí, alzando
la cabeza para alinear su mirada con la mía, por lo que vi cómo sus ojos
opacos por la tristeza brillaron con las lágrimas que se negó a derramar en
ese momento—. Saca a esa tipa de mi vista cuanto antes —recomendó para
luego abrir y marcharse.
Me quedé mirando su espalda mientras se alejaba de mí, en ese instante
con un sabor agridulce por la situación, ya que no estaba siendo tan distinto
a Lucius al utilizar sus métodos para conseguir un poco de lo que deseaba.
—Puta mierda, volviste a conseguirlo —habló Darius en mi oído con
una mezcla de alivio, tristeza y diversión en su tono.
Y reconocí que Alice tenía razón, pues yo no creía en la suerte, pero a
veces me acompañaba, sobre todo cuando la muerte decía estar enamorada
de mí.
En los siguientes días evité ir a mi búnker y opté por quedarme en el
apartamento que rentaba, ya que, en la primera ocasión que fui para
reunirme con mi élite y armar un plan con respecto a lo de Hanna, el
pequeño Dasher me recibió con una felicidad absoluta y corrió a buscar su
balón para que jugara con él.
Por unos minutos me planteé hacerlo porque no negaría que también me
alegró verlo, incluso me hizo pensar de la nada en los gemelos roba osos de
Italia (a quienes, para ser sincero, recordaba más de lo que era normal),
pero en los siguientes segundos decidí que era mejor que no. Y todos me
miraron como el peor de los humanos, un cabrón que ni siquiera podía tener
tacto con los niños.
Owen incluso se indignó conmigo.
Y en el momento que Darius intentó consolar a Dasher, proponiéndole
que podía jugar con él para que no llorara, lo tomé del brazo y me lo llevé
hacia la sala de planeación. Alina había presenciado el desplante que le hice
a su hijo, aunque, a diferencia de los demás, ella no me fulminó con la
mirada.
Incluso pareció que fue la única que me comprendió.
—¿Qué carajos te pasa? Es solo un niño, jodido bastardo —reprochó
Darius soltándose de mí.
—Deja que los mellizos se encarguen de él —exigí al ver que Owen y
Lewis se habían quedado jugando con el pequeño.
—¿Y cuál es el problema si quiero hacerlo yo? —me retó.
Me di cuenta en ese momento de que estaba más encariñado de ese niño
de lo que me temí.
—Yo no voy a limpiar tus malditas cagadas luego, Darius —advertí, y
me miró sin comprender—. No he sido un insensible de mierda con el
pequeño solo porque se me antojó serlo, joder. Mira lo que le hicieron a
Hanna por mi cercanía con ella… ¡Puta madre!
Las cejas casi le llegaron al nacimiento del cabello al entender mi
actitud.
—Lo estás protegiendo —susurró más para él, y bufé.
—He tenido que ser una completa mierda con las personas que me
importan y créeme que no me funciona como espero. Pero, si no lo soy, las
cosas serían peor —confesé con cansancio—. Y, si se ensañan con ese niño
únicamente por cogerme más de las bolas, no me lo perdonaré jamás,
Darius, y no quiero sacrificarlo a él si me dan a escoger —acepté con la voz
ronca.
—Puta mierda —resopló, restregándose el rostro.
—Aléjate de ellos porque ya tu padre ha notado que te importan, pero
existe la pequeña posibilidad de que crea que quien te interesa de verdad es
Alina. Aunque ambos sabemos que no es ella —aconsejé y señalé al mismo
tiempo.
Serena en una ocasión me mencionó que él trataba a Dasher como si
fuera su hermanito, desde ese momento comencé a observarlos, pero me di
cuenta que en realidad actuaba más como un padre con el pequeño. Se lo
comenté a Serena de regreso para que lo estudiara bien y días después me
confirmó que no me equivoqué, aunque aseguró que Darius intentaba no
demostrar nada y nadie se daría cuenta tan fácilmente.
No obstante, sabiendo de quien nos rodeábamos, no podíamos
confiarnos.
—Entiendo el punto, pero me da miedo alejarme por completo y que
aprovechen mis ausencias para dañarlos —confesó frustrado.
—Hemos vuelto, viejo. Lewis y Owen se quedarán aquí. Serena también,
y los tres pueden protegerlos en caso de que algo pase, o al menos avisarnos
para que nosotros actuemos —le recordé, y soltó la respiración que había
estado conteniendo.
—Esto es una mierda. —Bufó desesperado.
Aunque en cuanto lo hizo me miró y noté una comprensión en sus ojos
oscuros que antes no estaba ahí. Y supe que no se trataba del hecho de que
entendía mi actitud hacia Dasher, sino más a que, a pesar de que presenció
todo lo que tuve que hacer en esos años, jamás se puso en mis zapatos como
en ese instante.
Desde ese día ambos nos ausentamos del búnker, y tanto los mellizos
como Serena se encargaban de estar con los Spencer para cuidarlos,
aprovechando cada descanso que teníamos, aunque Owen también se
mantuvo atento al plan que hicimos para rescatar a Hanna, puesto que él la
consideraba una amiga luego de pasar tiempo juntos, en los que aseguró que
no tuvieron contacto físico.
Cosa que no me importaba.
—Será hoy —informó Darius.
Amelia le había avisado del permiso que comenzó a darle a las
trabajadoras de Vikings, ese día era el turno de Hanna y yo ya tenía todo
preparado para embarcarla en uno de los barcos en los que traficaba las
armas y personas, ya que sí, me hice cargo de eso y a Lucius no le extrañó,
puesto que estar dispuesto a ayudarle a Darius lo llevó a creer que después
de los tres envíos que hice antes de ir a Grecia comprendí que no había nada
de malo con eso.
«Total, tú solo los envías, no haces nada peor que eso», me dijo en su
momento, dejándose ver como si hablara del cambio climático.
Maldita mierda.
A Amelia no la volví a ver luego de la pelea que tuvimos, y no me
extrañó que se ausentara. De hecho, había comenzado a sospechar que
siempre hacía eso con la esperanza de que cuando la volviese a tener frente
a mí no la tratara mal. Un tipo de estrategia de su parte que le resultaba
porque me convenía.
—Belial, avísale a tu amigo —pedí, y este asintió.
Tanto él como Lilith provenían de una banda de moteros, así que
mantenían sus contactos y amigos incondicionales por los que ponían las
manos al fuego, ya que aseguraban que la fidelidad entre el grupo era
inquebrantable. Uno de sus colegas se encargaría de secuestrar a Hanna y se
la entregaría a Owen en un punto acordado antes de que a la pobre le diera
un ataque por el susto.
Era cruel hacerlo de esa manera, pero lo mejor para que el plan resultara.
—Hasta el momento, Lucius sigue sin darse cuenta de que la familia de
la chica ya no vive en la ciudad. Lo que significa que está seguro de que la
ha manipulado bien —añadió Darius, y asentí.
Él y Marcus se habían encargado de averiguar sobre la familia de Hanna,
descubriendo que no estaban secuestrados como le hicieron creer a ella,
aunque el engaño que perpetuaron jugó de ambos lados, puesto que el padre
de la rubia estaba convencido de que su hija se había ido a trabajar a otro
estado y le enviaba dinero cada mes.
La situación nos facilitó hacerles creer que Hanna los quería de visita, así
que Darius los sacó de Virginia por tierra y, si todo salía bien, pronto se
reunirían con ella para que les explicara lo que en realidad pasó.
—Al fin conoceré a la dichosa Hanna —comentó Serena por la noche,
cuando me avisaron que ya habían desembarcado a la rubia y otro amigo de
Belial la recibió en un bote para llevarla a una playa cercana.
Esa banda de moteros me estaba resultando muy útil, aunque bastante
caros.
—Pues no, te quedarás aquí con Darius —le dije, y frunció el ceño.
Teníamos un envío más esa noche y Darius tomaría mi lugar como
Sombra mientras yo me iba con Belial y Lilith hasta la ciudad en donde nos
entregarían a Hanna.
—No puede ser, merezco conocer a la chica que te ha hecho cometer esta
locura —se quejó, y me reí.
—Lo habrías hecho si, en lugar de quedarte mirando tus series, te
hubieras ido a las noches de fiesta en Vikings con nosotros —señalé, y rodó
los ojos.
—Lewis se encargaba de dejarme claro que eran noches de chicos,
Sombra. Era obvio que no me querían con ustedes.
—Yo nunca dije eso, y tu líder soy yo. —Ella chasqueó con la lengua en
respuesta.
Aunque ya no dijimos nada y rato más tarde hice cambio con Darius tal
cual lo planeamos, yéndome enseguida con Belial y Lilith, sintiéndome
aliviado de poder proteger y alejar de mis enemigos a una de las personas
que pretendían añadir a mi lista para que siguiera haciendo al pie de la letra
lo que ellos querían.
«¿Te das cuenta de que solo te descarrilaste un poco y han tomado sus
medidas?».
La discusión que tuve con Marcus semanas atrás en Grecia comenzó a
reproducirse en mi cabeza mientras Belial conducía un coche que le
proporcionó su banda. Tomaba el volante con una mano y la otra la ocupaba
para coger la de Lilith, y miré fijamente ese agarre en ellos, perdiéndome en
mis pensamientos.

—Te lo prometo por mi vida, hermano. Si le pasa algo a Alice por tu


culpa, yo me encargaré de que lo lamentes por el resto de tus días —
amenazó el moreno sin dejarme decir nada—. Y no soy un mal amigo,
espero que lo entiendas. Simplemente sé dónde estoy parado y, así estés
haciendo todo esto por tu chica y tu hermana, no será la mía quien sufra el
daño colateral que provocarás.
—¿Me rindo entonces? ¿Dejo que tu gente se salga con la suya? —le
reproché cansado.
Me sentía como una mierda por haber visto a White, por saber dónde
estaba y no poder ir a buscarla, y que luego Darius me llamara para
decirme que se aprovecharon de Hanna por mi culpa.
—Maldición, no. Solo te pido que no la cagues en la primera
oportunidad que te dan en años. No cometas los mismos errores de un
principio —recalcó, y maldije—. Nunca me ha molestado que Alice te
ayude, pero entiende que, si le han hecho eso a Hanna porque has
manipulado a los griegos para que te mantengan aquí, no quiero ni pensar
en lo que podrían hacerle a mi hermana con todo lo que está haciendo para
ti.
—No dejaré que sepan de ella —juré, y él sacudió la cabeza queriendo
creerme.
Lo comprendía y no podía molestarme porque protegiera a su hermana,
pues estaba haciendo lo mismo que yo, aunque esas mujeres ya decidieran
por sí solas.
Tras esa conversación, y tranquilo porque Marcus se convenciera de que
no tenía nada con Alice más allá de una amistad, le pedí a ella que se
regresara a Estados Unidos y acepté que no me actualizara del rastreo de
White a menos que por alguna razón la chica decidiera regresar a Virginia,
o a California, ya que entonces sí tendría que recurrir a su ayuda para que
se acercara a la Castaña y le pusiera el chip.
Y con ese plan en mente llegamos a la conclusión de que sí o sí debía
entrar a trabajar a uno de los clubes de mi padre, puesto que eso le daría
más posibilidades de acercarse sin levantar sospechas. Incluso le pedí que
se hiciera amiga de alguno de los chicos de mi élite en Grigori, o de mi
hermana y la miedosa de Jane si se daba la oportunidad.

—Nos esperan adentro. —La voz de Lilith me sacó de mi recuerdo.


Segundos después de eso Belial se estacionó en uno de los lugares libres
de un parque frente al mar, en el que también había restaurantes y cafés.
—Nico es dueño de ese restaurante. —Belial señaló con el dedo el lugar
de su amigo—. Se especializa en mariscos, todo fresco, por lo cual no es
raro que entre al mar a pescar.
Y por eso se le había facilitado recibir a Hanna.
—Vayan por ella, yo espero aquí —los animé.
No era conveniente que me vieran con la máscara y tampoco me
arriesgaría a entrar únicamente con la bandana puesta.
Le extendí un sobre a Lilith con el dinero que se le pagaría a su colega, y
mientras esperaba le escribí a Serena para que me avisara lo que estaba
pasando en el puerto, puesto que el envío faltante debía salir como si yo lo
estuviera manejando para que no hubiera sospechas de mi ausencia.
Diez minutos después vi a mis compañeros de élite acercándose al coche
de nuevo, Hanna caminaba con ellos, abrazándose a sí misma con un gesto
contrito en el rostro que solo indicaba el miedo por lo que estaba pasando.
Desde que volví de Grecia únicamente la miré de lejos cuando fui a Vikings
para reportarme. Owen en cambio la buscó para saber cómo estaba llevando
todo, aunque la chica se negó a hablar con él por miedo a lo que pudiera
pasarle.
La gente de Darius le había comentado a él que, desde que yo me reuní
con Lucius, el maldito dejó de llevarla a las habitaciones, e intuimos que se
debió a que en ningún momento demostré molestia por lo que hizo y actué
como si se tratara de una prostituta más del club. No obstante, eso no
eliminaba el hecho de que se mantuvo abusando de ella un par de semanas.
—Sube —la animó Belial, abriendo para ella la puerta de copiloto. Yo
me había acomodado en el lugar del piloto porque él y Lilith no
continuarían ese viaje conmigo, regresarían al punto acordado con los
demás para llegar juntos a nuestro búnker.
Yo llevaría a Hanna con las personas de confianza de Darius para que la
sacaran de inmediato de la ciudad.
—Su Uber está listo, señorita —le dije en cuanto se subió.
Me miró asustada y sorprendida al principio, luego, al procesar lo que
estaba pasando, su gesto se volvió lleno de dolor y enojo a la vez.
—Supongo que eres el Uber designado para las putas como yo —
reprochó, e instintivamente recordé mi discusión con Amelia, pues esa
había sido la única vez que utilicé esa palabra en voz alta para referirme a
ella.
—Vaya, no sabía que eras de las que escuchaba las discusiones ajenas —
me burlé, y sus ojos se ensombrecieron con más dolor. Imaginé que
esperaba una disculpa de mi parte, o que negara que la llamé así. No que me
burlara de ella—. ¿Qué tanto escuchaste?
—No creas que soy masoquista, solo escuché que le dijiste a tu novia
que era una puta y me marché de inmediato, ya que fue suficiente lo que me
pasó como para seguirme dañando más.
Hice un gesto de fastidio porque estaba harto de los dramas a pesar de
entenderla, y me puse en marcha tras enviarle un mensaje a Darius en el que
le avisé que iba en camino a reunirme con su gente. De soslayo noté que
Hanna se limpiaba una lágrima de la mejilla, y sí, escuché en su voz que
seguía dañada y dolida, no solo por lo que le pasó, sino también por mi
actitud, puesto que me alejé de ella sin decirle nada luego de nuestra noche
juntos; y después volví pretendiendo hacer algo para salvarla cuando ya la
habían jodido por creerla alguien especial para mí.
—Pretendí hacer lo mejor para ti —le dije en cuanto me aburrí de
escucharla llorando en silencio.
No podía ser tan cabrón luego de lo que le pasó.
—Hubieras comenzado por decirme que tenías novia, y que era la
sobrina de ese viejo inmundo —reprochó. Hanna, igual que los que no eran
parte de nuestras élites, creían que Amelia era hija de David y que se
llamaba Lía—. Yo no imaginé que eras ese tipo de hombre.
—No, tú eres una pequeña ilusa que me creía un ángel. Y se le olvidó
que Lucifer también lo fue antes de convertirse en el diablo —señalé.
—¿Y ahora me llevarás a conocer tu infierno? —se burló, y sonreí de
lado, consciente de que no me veía—. Igual tienes razón, eres el diablo y
con esa máscara lo dejas claro —añadió.
Esa noche usaba una máscara con diseño demoníaco y lentillas de iris
rojos.
—Te llamé puta porque era de la única manera que convencería a Lía
para que dejaran de joderte —expliqué—. Y no porque creo que lo seas,
incluso si te has acostado con otros por dinero —aclaré.
—No me he acostado con nadie más después de lo que hicimos tú y yo,
ya que como tonta creí que esa noche también fue especial para ti y por eso
enviaste a tu amigo a ayudarme, para que nadie más me tocara mientras tú
no pudieras estar conmigo de nuevo.
—No me jodas, Hanna —repliqué entre risas que carecían de diversión.
—Oye, lo siento por tergiversar tus señales, pero pasamos meses juntos,
me ayudaste, nos hicimos amigos, me enamoré de ti y luego esa noche
decidí cumplir algo que venía deseando desde hace mucho, y tú fuiste… —
Fue bajando el tono de voz mientras decía cada cosa. Yo me quedé idiota
porque lo que menos esperaba era que se enamorara de mí cuando nunca le
di alas para que lo hiciera—. Jamás había hecho el amor, pero esa noche
sentí que pasó eso, que me hiciste el amor.
Solté una carcajada sin poderlo evitar.
—¿Te estás escuchando? —La miré un segundo, ella se mordió el labio,
pero ni aun así pudo contener el puchero. Los labios le temblaban por la
intensidad del llanto—. Ni siquiera recuerdo haberte desnudado, Hanna. Lo
único que recuerdo es que bebí como un adicto y luego me desperté
soñando con…
Me quedé en silencio porque no podía decirle nada más, aunque lo que
ella dijo a continuación me dejó imbécil:
—¿Isabella? Seguro que sí, ya que me llamaste con ese nombre
mientras…mientras me quitabas la virginidad.
—Me cago en la puta —solté, deseando haber estado sin máscara y
poder restregarme el rostro—. ¿Por qué demonios te enamoras de alguien
que te folla pensando en otra?
—¡Porque soy una estúpida que se enamoró de la ilusión que se formó en
mi cabeza de ti y de mí juntos! —recriminó, y sentí que fue más para ella
misma—. Te creí mi príncipe y cuando te alejaste de mí y llegó tu amigo
diciéndome que lo enviaste a ocupar tu lugar, porque se lo pediste para que
no me dañaran, esa fantasía creció y pensé que a lo mejor para ti también
fui especial, a pesar de cómo se dio nuestra primera vez. —En ese instante
su llanto había aumentado—. No me importaba el tiempo que te tardabas,
Sombra, ni tu ausencia me hizo dejar de estar enamorada de ti; entonces ese
maldito administrador me llevó con el enfermo de su jefe. Y no tienes idea
del choque de emociones que experimenté en el momento que él me dijo
que necesitaba comprobar por qué era tu favorita.
Detuve el coche en cuanto colapsó con los recuerdos y me bajé para ir a
su lado y obligarla a salir.
—Lo siento —pedí tomándola del rostro para que me viera a los ojos.
Podía odiar que se haya enamorado de mí. Me fastidiaban esos dramas,
pero también me hacía sentir miserable que tuviera que pasar por ese
calvario por mi culpa, puesto que por protegerla la expuse a algo peor.
—Me pidió… que imaginara que estaba contigo, porque si no lo hacía se
encargaría de que el dolor fuera peor —consiguió decir entre el llanto, y la
rabia que me inundó me hizo apretarle más de lo debido el rostro, aunque
no la dañaba porque no trató de apartarse—. Y sí, quería comprobar si he
visto tu cara, pero lo negué todo lo que pude, así que siguió llevándome a
esa habitación hasta que se aburrió de no conseguir más que un no de mi
boca. Luego dejó de buscarme, entonces volviste y, aunque esperaba que tú
me buscaras, supuse que no podrías. Así que imagínate mi sorpresa cuando
encima de eso te escucho llamándome puta y asegurándole a tu novia que
solo soy eso para ti.
Le solté el rostro y pegué la espalda a la carrocería lateral del coche,
maldiciendo por la jodida situación.
—No te busqué más porque a Lía le llegó el chisme de que eras mi
exclusiva y que cada vez que iba al club era para pasármela contigo. —No
le debía ninguna explicación, pero tras lo que pasó pensé en que se merecía
eso de mi parte—. La última noche que estuvimos juntos ella llegó para
comprobar si era cierto lo que le dijeron y sí, iba dispuesta a matar a quien
fuera que encontrara en la cama conmigo, por eso mi amigo llegó por mí.
«Por eso ya no volví a buscarte, no quería exponerte más. Aunque
tampoco te mentiré, Hanna: yo no recuerdo nada de esa noche, así que no
fue especial para mí como lo fue para ti; además de eso, siempre te he visto
como una chica miserable a la cual debía ayudarle un poco por el destino
que te tocó.
A pesar de la oscuridad de la carretera y los árboles, por la noche que
caía sobre nosotros, logré ver que mis palabras la lastimaron más de lo que
ya estaba, pero me negaba a mentirle e ilusionarla. Ya suficiente mentía
como para seguir haciéndolo hasta con las personas que no se lo merecían.
—Le pedí a Owen que tomara mi lugar, porque sabía que iban a querer
seguir vendiéndote al mejor postor y siempre he notado que le temías a eso.
Así que, si pasabas a ser exclusiva de él, lo respetarían, lo hacen si hay buen
dinero en el medio —aclaré—. Eso también quitaría los ojos de ti y dejarían
de tacharte como alguien por quien era fácil cogerme de las bolas. Luego de
eso tuve que salir del país y volví lo más pronto que pude en cuanto me
enteré que, a pesar de todo, te dañaron por mi culpa.
—¿Volviste por mí? —susurró ilusionada.
Era como si necesitara mi respuesta para borrar todo el dolor que le
provocaron, o para aumentarlo, ya que escuchar mi verdad le afectaba más
de lo que esperé.
—Para sacarte de este infierno —aseguré, y eso la tomó por sorpresa—.
Estoy consciente de que no borraré lo que te hicieron con un lo siento, pero
espero que lejos de esta mierda y rodeada de tu familia puedas recuperarte
poco a poco.
—Pero ellos tienen a mi familia.
—No, te han mentido. Tu familia está esperándote en una bonita casa de
California.
Por primera vez en la noche vi un brillo de felicidad y emoción en sus
ojos.
—¿Hablas en serio? —preguntó tomándome de la mano enguantada, y
asentí.
Comencé a decirle lo que descubrimos de su familia, así como del plan
que armamos con mi élite, y con cada palabra que le fui soltando Hanna fue
creyendo que de verdad era libre. Y sí, era muy posible que tuviera que
esconderse por un tiempo, pero al menos estaría alejada del engendro que
buscaba dañarla para dañarme.
Y le dejé claro que lo que estaba haciendo no era del todo benevolente,
pues también tenía mis propios intereses con eso. Por ejemplo: quitarle a
Lucius un medio para manipularme, aunque a ella no le importó, puesto que
todo sería una bendición a sus ojos estando lejos de esa ciudad.
—Ves como sí eres mi ángel —dijo Hanna cuando llegamos al punto de
encuentro con la gente de Darius—. Y no fue tu culpa, tú me salvaste,
Sombra.
Fruncí el ceño porque debía estar loca para decir eso.
—No impedí que te dañaran —señalé.
—Eso es algo que se salió de tus manos —aseguró—. Me salvaste y no
me refiero solo a hoy, sino a cuando me entregué a ti, porque, imaginaras a
quien imaginaras, me tomaste como lo más valioso que tenías entre tus
brazos, haciendo de esa primera vez algo inolvidable. Le entregué mi
virginidad a la persona correcta y con eso evité que cuando ese… —Supe
en ese instante a donde quería llegar.
Lucius la habría dañado más si hubiese abusado de ella con su himen
intacto, y, aunque con eso tenía un punto, era absurdo que pensara que la
salvé con desflorarla. Todo lo contrario, le puse una diana más grande en el
culo.
—Gracias por esto que haces por mí —prosiguió, obviando lo que diría,
y la entendí.
—Te lo mereces.
—Ven conmigo —propuso de pronto, y la miré por un segundo—.
Escapa conmigo, Ángel, no mereces esta vida y podría ser tu oportunidad.
—Reí irónico por su propuesta, ella era demasiado inocente e ingenua.
—Aunque no lo creas, soy adicto a mi relación tóxica con Lía —mentí.
Lo hice para evitar explicarle lo inexplicable, y para que su ilusión por
mí muriera de una vez.
—¿Y qué pasa con la chica que mencionaste aquella noche? —Quiso
saber, y entendí que se refería a la Castaña.
Estábamos tomándonos unos minutos para charlar por última vez, ya que
no volveríamos a vernos, aunque ella prometió que me llamaría cuando
todo fuera seguro.
—¿A qué te refieres? —cuestioné indiferente para que no se hiciera ideas
que no convenían.
—¿Fue tu novia? ¿Ese amor imposible que no puedes tener y por eso te
conformas con esa loca asesina? —Solté una carcajada.
Mi novia.
—Nadie importante en realidad. —Me reí de mí mismo por lo fácil que
me era decir esas palabras, y lo difícil que resultó creérmelas cuando intenté
engañarme con ellas—. Tuvimos una aventura hace años, pero no pasó a
más. Nunca nos pusimos etiquetas, así que fuimos nada.
—La dueña de tus besos, el motivo de que tu voz robotizada se
entrecorte al pensarla, tu nada y tu todo a la vez. —Rio al decir aquello—.
Tienes razón, jamás se le podría poner etiqueta a eso. —Me quedé en
silencio, procesando sus palabras—. Ojalá Dios me recompense algún día
con un hombre como tú, porque me encantaría ser su nada.
—Te castigaría entonces —señalé, y chasqueó con la lengua.
—Me bendeciría, Sombra —replicó.
Me sentía un poco más tranquilo porque, a pesar de que confesó que se
había enamorado de mí, no tomó a mal darse cuenta de que no le
correspondía. Y eso me hizo ver por qué, a pesar de todo, pudimos entablar
una amistad, puesto que era fácil con una chica que en lugar de lamentarse
por sus desgracias, o por las cosas que no salían como ella esperaba, optaba
por seguir adelante y tomar lo que la vida quería darles.
—Deberíamos irnos ya, antes de que perdamos la mejor oportunidad de
pasar desapercibidos —recomendó uno de los hombres de Darius, y asentí.
Hanna exhaló un largo suspiro.
—Estarás bien —le aseguré, y asintió sonriendo.
—Nunca me cansaré de decirte gracias y ojalá pueda volver a verte,
Sombra —se despidió dándome un abrazo que correspondí.
—Mejor ruégale a tu Dios que no —recomendé al separarme de ella, y
negó divertida.
Segundos después de eso caminó junto al chico que llegó con su
recomendación, y yo solté el aire que no sabía que estuve reteniendo,
satisfecho de haber conseguido hacer esa misión con éxito.
Capítulo 13
Un segundo más
Elijah

No negaré que en los días siguientes al rescate de Hanna nos


mantuvimos a la expectativa de lo que podía pasar, incluso tuvimos que
llevar a cabo otros secuestros de las trabajadoras del club para que no fuera
obvio lo que sucedió. La banda de moteros, amigos de Belial, hizo una
fortuna con eso, por lo que tuve que pagarles, mas no me quejé porque
ejecutaban un buen trabajo para no dejar rastros de ello.
Lucius, por su lado, estaba al borde de la locura porque le estaban
robando a sus chicas, incluso Derek tuvo que instalarse en la ciudad (ya que
luego de nuestro altercado lo enviaron a otra zona para no cruzarnos) y
trabajar de lleno con su élite, asegurando que él pararía con los secuestros.
Y pude haberle pedido a los moteros que se detuvieran, pero seguía siendo
un cabrón orgulloso, así que en lugar de eso opté por ayudarles. Y, en las
semanas que aquel malnacido pretendió hacerse cargo del asunto,
secuestramos a tres chicas en un mismo acto, pues las pobres salieron juntas
creyendo que con ese método evitarían el destino que tuvieron las demás.
—Dile a Nico que se ponga en contacto con Lucius y pida rescate por las
mujeres que están en Vikings por voluntad propia —le ordené a Belial.
Era la primera vez que se pediría rescate.
—¿Y qué hacemos con las que no? —Quiso saber Lilith.
—Ofrézcanles la oportunidad de huir, pero que ya no vuelvan a acercarse
por estos rumbos. A las que son de otros países podrían llevarlas a sus
embajadas —recomendé, y la pareja asintió.
Tres días después de eso, Lucius me convocó para informarme que
Derek se retiraría de esa misión, pero quería que yo me hiciera cargo y me
exigió conseguirle información sobre la banda que osó ofenderlo de esa
manera, para luego matarlos con sus propias manos. Y estuve tentado a
decirle que por qué no le demandó tal cosa a su sobrino predilecto, pero me
contuve porque la respuesta era obvia: así el malnacido fuera un mediocre,
la puta de los Vigilantes seguía siendo yo.
—Los bastardos me piden un rescate por las últimas tres que raptaron —
masculló, y bebió el licor de su vaso para pasarse ese trago amargo con
otro.
Lucía demasiado cabreado, yo en cambio estaba divertido de verlo así,
pero él no lo notó por mi máscara.
—Supongo que te resultará más económico reemplazarlas por otras
putas. —Mi tono era desinteresado, incluso usando el cambiador de voz.
—Lo sería si ellas no fueran las exclusivas de unos socios, por lo que
debo recuperarlas.
—Conociendo la calaña de tus socios, podrán escoger a otras de las
zorras del club como exclusivas ¿no? —Me mantuve usando las palabras
despectivas para que él siguiera creyendo que me acoplaba perfectamente.
—No se trata de que puedan o no, sino de que: no recuperarlas sería
como un golpe a mi orgullo y a toda la trayectoria casi intachable que tengo
en este mundo. Y no permitiré que estos imbéciles me lo jodan —reprochó,
y sonreí, consciente de que no me vería—. Lo entenderías si tú también
quisieras recuperar a tu puta exclusiva —señaló.
Mi sonrisa se borró de golpe y nunca agradecí tanto usar la máscara
como en ese momento, ya que intuí que me estaba probando porque Hanna
fue la primera en ser raptada, y yo continué con mi vida como si nada
hubiera pasado. Aunque también lo hice al volver de Grecia y jamás caí en
sus insinuaciones sobre ella y las noches que le daba, así que no debía
parecerle extraño.
—Yo solo tengo una exclusiva. Y evitaré decir su nombre porque quiero
creer que para ti está claro de quién se trata —desdeñé, y noté cómo apretó
la mandíbula.
—¿Sugieres que mi hija es una puta? —largó, y casi le creí que le
ofendió mi insinuación.
—Joder, lo estás sugiriendo tú. Yo mencioné la palabra exclusiva, y esa
no solo define a las tipas que trabajan en el club —expliqué seguro, incluso
con un toque de altanería.
Él rio sin gracia.
—Cuando quieres eres inteligente. —«Y tan manipulador como tú,
jodido bastardo», pensé—. Dame buenos resultados esta semana porque a la
siguiente irás a Tokio con tu élite para apoyar a mis socios de la Yakuza —
pidió cambiando de tema, y lo último me tomó por sorpresa.
—Si quieres que te dé excelentes resultados, explícate mejor —sugerí en
tono neutro, pues no lo podía provocar con el cabreo que tenía por los
secuestros.
Comenzó a hablarme de que en Tokio había una organización que no
estaba dejando trabajar a la Yakuza con el tema de la trata de blancas, ya
que ellos exportaban a sus mujeres hacia América, Europa y Rusia como un
intercambio que llevaban a cabo con sus socios de dichos continentes. Y
debido a que sus intereses estaban en juego (y sobre todo un pedido especial
que hizo y que debía llegar sí o sí a Estados Unidos), Lucius enviaría a una
comitiva de Vigilantes para asegurarse de que los líderes de la mafia
hicieran bien su trabajo.
Algo que igualmente ellos hacían cuando la situación lo ameritaba, pues
a lo largo de esos tres años vi ir y venir a miembros de diferentes mafias
mundiales que llegaban para monitorear lo que la organización hacía, por lo
tanto, Lucius también estaba en su derecho de hacer lo mismo.
Y decía eso únicamente porque me convenía salir del país.
—Ya sabes que acato tus órdenes, pero te advierto que, si me envías
junto a Derek, es seguro que solo uno de nosotros volverá. Y seré yo, te lo
prometo —murmuré con tranquilidad, y él soltó una risa amargamente
divertida.
—Tienes tanta suerte de que mi hija te proteja. —Pensé en todo lo que
podía responderle para provocarlo, pero me mordí la lengua—. Y no, Derek
irá a Irlanda con Amelia para una reunión con los O’Connor —Lo dijo con
tanta malicia que entendí que quería ponerme celoso porque, por supuesto,
él sabía de los enredos de su hija con Cillian.
—Perfecto —me limité a decir.
No me había vuelto a ver con Amelia desde nuestra pelea, pero esa
semana Dominik llegaría a la ciudad, por lo que pronto propiciaría un
encuentro para que él se encargara de darle una buena despedida, así no me
jodería a mí luego, o reclamaría cuando no le respondiera las llamadas, ya
que me daba mi espacio estando en el país, no obstante, había comprobado
que se volvía más intensa en cuanto estaba fuera.
Además de que no me convenía que se siguiera decantando por Cillian,
pues no podía sentir celos, pero sí debía mantener mi estrategia.
Esa semana ideamos un plan con Belial y Nico para poder darle a Lucius
lo que pretendía, y al final, el motero sacó su ventaja (y no solo económica)
al inculpar a una banda enemiga de la cual siempre había querido
deshacerse. Íbamos a tomar un riesgo con eso, ya que los tipos podían
delatarnos, pero en cuanto le entregué a Lucius a tres del grupo, como el
despiadado que era, ni siquiera los dejó explicarse y los torturó hasta
matarlos con sus propias manos.
—Mierda —se quejó Marcus al ver que a uno de los tipos se le saltó un
ojo de la cuenca luego del puñetazo que le propinó Lucius.
Solo él y yo estábamos en el granero de tortura junto a la élite de Lucius.
Los demás miembros de mi equipo se quedaron afuera por órdenes mías.
Y, aunque no me intimidó lo que pasaba, sí me puso un poco nervioso la
manera en la que ese malnacido se estaba ensañando con esos hombres, ya
que lo hacía parecer como advertencia y supe que al estar en Tokio debía
tener más cuidado con lo que haría. Incluso deseché la idea de enviarle a
Alice el mensaje de texto que pensé en escribirle esa mañana, en donde le
pediría que me actualizara sobre las ubicaciones recientes de Isabella.
—Andando —animé al moreno luego de que crucé unas palabras con
Lucius cuando este terminó de matar a los pobres diablos que le di.
Se mostró satisfecho y hasta desinteresado en recuperar a las chicas por
las cuales Nico le pidió rescate, incluso me dio los cuatro días que restaban
antes del viaje a Tokio para que me los tomara libres junto al equipo.
—Si no le importan, ¿qué pasará con ellas? —preguntó Marcus en
cuanto le dije que Lucius no pagaría el rescate de las chicas.
—Van a morir. —Mi voz robotizada dejó entrever la frialdad en esas
palabras.
—Estás jodiendo, ¿cierto? —Quiso saber, y negué con la cabeza. Me
tomó del brazo cuando salimos del granero y me hizo verlo a la cara—.
Esas chicas son inocentes y conoces mi postura con respecto a las mujeres,
Sombra.
—Pedir rescate por ellas fue una movida peligrosa, Marcus. Y, si el
destino me está dando una segunda oportunidad de enmendar ese error, voy
a tomarla, ya que con entregarlas me arriesgaba a que las tres, o una de
ellas, haya visto a alguien o algo y se lo dijera a Lucius. Cosa que mandaría
al carajo mi teatro.
—Me cago en la puta. Yo no estaré dentro de esto —advirtió con voz
desesperada, y me encogí de hombros, siguiendo de inmediato mi camino y
avisándole a los demás que podíamos marcharnos.
Me subí a la Todoterreno en la que nos esperaban Lewis y Owen, y
minutos después Marcus le dio un portazo a la puerta de su lado al cerrarla
tras subirse también. Entendía su actitud, por eso me quedé en silencio
(dejándolo hacer su berrinche), pero no cambiaría de opinión con respecto a
esas chicas, ya que no le mentí cuando dije que cometí un error al pretender
que Nico las devolviera, pues ellas podían delatarnos.
Y menos mal que se me presentó la oportunidad de enmendarme, y no
me importaba cuanto más me hundiría asesinarlas. Era la única opción que
tenía de asegurarme de que jamás fueran a hablar de lo que pudieron haber
visto, ya que enviarlas lejos no era garantía de que no volvieran por su
cuenta con sus clientes exclusivos para sacar ventaja con ellos.
—¿Todo bien? —preguntó Lewis.
—¡No! ¡Nada puede estar bien! —espetó Marcus mientras yo me sacaba
la máscara.
Todos los coches que usábamos tenían los vidrios negros, los cuales me
permitían quitarme la máscara cuando necesitaba respirar sin la tela de por
medio.
—Viejo, sabemos que el jefe es un descendiente de Maquiavelo. Solo
respira —le aconsejó Owen, refiriéndose a que ya ambos habían
presenciado antes las torturas que Lucius impartía a sus enemigos.
Para ese momento ya me había dejado de sorprender lo que nos hicieron
con la Castaña años atrás.
—Pues este hijo de puta también lo es —espetó Marcus refiriéndose a
mí.
—¿Y lo estás analizando hasta hoy, cuando has visto cómo ha torturado a
nuestros contrincantes en las misiones? —acotó Lewis.
Me tensé al recordar que tuve que torturar a un Grigori tiempo atrás. Por
dentro lo lamenté, pero por fuera todos creyeron que lo disfruté.
—No me importan los demás, me jode que sepas mi postura con respecto
al género femenino y aun así me hagas partícipe de lo que pretendes hacer
con esas chicas —respondió el moreno para mí, y los mellizos se miraron
entre sí al no comprenderlo.
—Tú no harás nada, imbécil. Así que deja ya el escándalo —repliqué.
—Pero me has dicho lo que pretendes.
Sí, cometí un grave error con eso.
—¡Porque es eso o dejar que alguna de esas chicas le dé una pista a
Lucius sobre quiénes las secuestraron en realidad, y él comprenda que le
hemos mentido, joder! —espeté. Lewis decidió ponerse en marcha y Owen
optó por indicarle el camino, aunque su hermano lo conocía hasta con los
ojos cerrados—. Entiendo tu postura y la respeto, y sí, cometí un error al
decirte lo que pasaría. Pero respeta tú que a estas alturas de la partida, si
debo sacrificar a mis peones, lo haré sin pensarlo y sin remordimiento
alguno.
—Espero que sigas pensando lo mismo cuando te toque sacrificar a un
peón al cual le hayas tomado cariño —largó, y esnifé todo el aire que me
fue posible para luego soltarlo con lentitud.
Estaba seguro que él no le tenía cariño a ninguna de esas chicas, pero
respetaba demasiado su propia postura y luchaba por ella cada vez que
podía, por eso su actitud.
Cuando Lewis me dejó en mi apartamento y ellos partieron hacia el
búnker, me puse en contacto con Belial para que Nico le entregara a él a las
tres chicas. Y le di indicaciones a Lilith de que las interrogara sobre lo que
sabían; Serena la acompañaría para leerlas y asegurarse de que dijeran la
verdad, pues de eso dependería que vivieran o no.
Y no me equivoqué, las tres mintieron a pesar de que Lilith fue bastante
ruda, por lo que me hice presente en el lugar a donde las llevó Belial, y las
hice beber agua envenenada.
—Un tiro entre ceja y ceja es tu estilo, ¿qué pasó ahora? —El tono que
Lilith usó fue de broma, pero me tensé mientras veía a la última chica dejar
de sacar espuma por la boca.
Serena se había ido al búnker rato atrás.
—No con las mujeres. —Fue todo lo que dije.
Y menos con la chica de cabello rizado y oscuro a la cual me planteé
dejar vivir, hasta que Serena me dijo que era la que más ocultaba lo que
había visto mientras estuvo secuestrada.

—¡Jesús! —Dominik se sentó de golpe en el sofá de la sala luego de


despedir a Amelia.
Lo escuchaba cansado pero satisfecho.
—No me hagas quedar mal, viejo —lo chinché.
Me crucé de brazos mientras recargaba el hombro en el marco de la
puerta de la recámara de visitas, donde me mantuve todo el rato que él
ocupó mi lugar por tercera vez dentro de los cuatro días que me dieron de
descanso.
—Por hacerte sentir orgulloso me duele la polla —se quejó, y apretó su
entrepierna a la vez que se sacaba la máscara. Él usaba el cambiador de voz
que se adhería a la dentadura—. ¿Nos escuchaste?
—Por supuesto que no —me apresuré a responder.
La primera noche que invité a Amelia al apartamento para hacer las
paces cometí el error de creer que serían silenciosos y maldije que las
habitaciones estuvieran una al lado de la otra. Y menos mal él tenía
audífonos a la mano (ya que sus cosas estaban en la recámara de invitados),
lo que me ayudó a escuchar música desde mi móvil para no tener que oír
cómo hacía gemir de placer a la mujer que yo solo quería que lo hiciera de
dolor.
—Tengo la mala suerte de venir siempre que está hipersexual —musitó,
y alcé una ceja.
—Creía que eso era bueno para ti.
—Diablos, no… O bueno, sí lo es cuando voy a darle el primer polvo,
pero luego debo comenzar a rezarle a todos los santos del mundo porque la
chica es insaciable y cree que, porque ella se recupera rápido, yo también
—explicó, y me mordí el labio inferior tratando de no reírme abiertamente
de lo que dijo.
No ignoraba de lo que hablaba, pues, aunque años atrás no supiera nada
de la condición de Amelia, siempre me pareció una mujer insaciable por
días y apagada sexualmente en otros.
—¿No que esas eran las ventajas de ser yo? —bromeé, y rodó los ojos.
—¿No te dolía la polla a ti? —preguntó a cambio, y negué divertido.
—También soy hipersexual sin ser bipolar —apostillé, y bufó.
—Eres narcisista, por eso no aceptarás que te dolía la polla, aunque sí lo
hiciera —acusó, y solté una carcajada—. Anda, tráeme hielo —pidió
segundos después, y volví a alzar una ceja con ironía esa vez.
—Que te la folles por mí no significa que seré tu sirviente —aclaré sin
dejar de reírme.
—Anda, no seas mierda, que siento las piernas como gelatinas.
—Eres un marica —me quejé.
—Son tres días consecutivos de follar como conejos, Sombra. Eso
equivale a correr una maratón por el mismo tiempo.
—Mierda, creo que me hubiera salido más ventajoso pedirle a Fabio que
ocupara tu lugar —satiricé, y lo vi tensarse.
—Tal vez sí cuando él también estuviera en sus días de hipersexualidad,
pero no cuando entrara a la depresión. —Fruncí el ceño y analicé lo que me
estaba diciendo.
Enseguida recordé que tanto él como Dominik sabían mucho de las
condiciones mentales y nos daban el medicamento justo para que Amelia
recuperara la calma en sus peores días. Y lo relacioné a sus carreras, hasta
ese momento.
—No me digas que Fabio es…
—¿Bipolar? Sí, lo es —me cortó él.
En ese momento comprendí mucho de la actitud de su hermano.
Dominik tuvo la confianza de decirme todo sobre la condición de Fabio,
aceptando que se guiaban mucho de lo que él experimentó y seguía
experimentando, para poder ayudar a Amelia sin perjudicarla más. También
aprovechó para confesarme que se había tomado el atrevimiento (en un par
de ocasiones) de hablar con ella usando sus tácticas como psicólogo, y
descubrió que todavía no era tarde, que la chica podía salir de ese pozo
oscuro, y sobre todo de las garras del manipulador de su padre.
—Comprendo tu postura, pero la conociste en su mejor momento y tengo
la esperanza de que muy dentro de ti todavía comprendas que ella no es
mala —me dijo. Teníamos alrededor de una hora hablando—, y que no es
tarde para que recuperemos a esa Amelia.
—No me interesa recuperarla —zanjé. Me removí en mi asiento para
acomodarme, y él soltó un suspiro.
—De esa manera le quitarías la mejor arma a su padre, LuzBel —
recordó, y me tensé.
Ya sabía mi apodo gracias a Amelia, aunque por suerte, casualidad o lo
que fuera, ella nunca lo llamó por mi nombre real. Y no desconfiaba de
Dominik, para nada. Dejarlo seguir siendo Sombra lo demostraba, pero
prefería que ignorara mi nombre y apellido, a pesar de que fuera muy
probable que ya lo supieran él y Fabio, tomando en cuenta que este último
fue alumno de Aki y el tipo fue conocedor de que su hermano trabajaba de
cerca con los Grigori.
—Además, no desconoces lo que ha vivido, todo lo que sufrió a pesar de
que ella ahora hable de eso como si no fuera nada. Y sí, nadie negará que ha
cometido errores imperdonables, pero eso tampoco quita que sigue siendo
una chica a la que han usado siempre y, cuando no han podido, pues ha
pagado consecuencias duras.
—¿Qué tanto te ha dicho? Porque hablas como si sabes más de lo que me
dijiste, Dominik. Y eso no pudo habértelo comentado en un par de
ocasiones —satiricé, y sonrió de lado, diciéndome así que lo pillé fácil.
—Sí fueron un par de ocasiones, pero hablamos largo y tendido —se
defendió—. ¿Ya sabes que no recuerda nada de cuando asesinó a su madre
porque luego de eso le dieron electrochoques? —Fruncí el ceño, y fue
respuesta suficiente para él—. Lo que ella cree que hizo es porque su padre
se lo dijo y, aunque sé que sospecha que le mintieron, todos los que
estuvieron presentes ese día manejan la misma coartada que Lucius, así que
no hay nadie que lo desmienta, por lo que ella sigue siendo la asesina de su
madre.
—Maldición —murmuré, pensando en todo lo que Darius me dijo años
atrás, analizando que había mucho que él desconocía por la manera en la
que Amelia lo alejaba de ella.
Dejé que Dominik siguiera hablándome de todo lo que sabía de Amelia y
me sorprendió que fuera tanto, o lo suficiente como para comprender por
qué ella aseguró que mi infierno era mejor que el suyo.
Mierda.
Incluso comencé a sentir un poco de empatía a pesar de las cosas que me
hizo (y hacía) para seguir manteniéndome a su lado, y hasta llegamos a
presuponer (Dominik sobre todo) que era muy posible que, dejando de lado
el amor enfermo que me profesaba, podía estar sufriendo en realidad de
dependencia emocional a causa del trastorno de apego que posiblemente
atravesó, cuando Leah tuvo que huir del malnacido de Lucius.
—Sinceramente, yo creo que ella es un diamante que han tratado de
hundir hasta lo más profundo en aguas pantanosas. Y, si te atrevieras a
ayudarle a salir de allí, no solo tendrías a la mejor aliada, sino a una amiga
poderosa. Si lo quieres ver desde el punto que te conviene. —Miré a
Dominik luego de que me dijo eso.
Lucía apasionado y no supe si era en realidad porque amaba su carrera o
por algo más.
—¿Pretendes que, aparte de fingir que la follo, finja que me cae bien? —
inquirí.
—No pretendo que finjas, viejo. Te sugiero que te des la oportunidad de
ser su amigo porque no tienes idea de cómo ella te idealiza —aclaró, y se
puso de pie.
Lo imité porque ya era la una de la madrugada y al siguiente día ambos
debíamos tomar un vuelo, él para regresarse a Italia y yo para ir a Tokio
junto a mi élite.
—Me lo pensaré —prometí, y asintió—. ¿Le dijiste que cuidara de los
Spencer? —pregunté.
A Darius y a mí nos preocupaba lo que podía pasar con ellos en esas
semanas solos, pues, aunque nos habíamos ausentado del búnker, no
descartábamos la posibilidad de que ya los hubiesen fichado. Y a pesar de
que Darius se quedaría esa semana al pendiente de ellos, a la siguiente se
uniría a mí porque Lucius le pidió que fuera él quien asistiera a las
reuniones con el jefe de la Yakuza, y cedería únicamente para no cabrear al
viejo y que eso lo motivara a ensañarse más con Alina y Dasher.
—No la dejé correrse hasta que me prometió por su vida que lo hará.
—Hijo de puta, no tienes por qué ser tan abierto con esos detalles —me
quejé, y rio.
—Sí tengo que serlo, hermano. No olvides que te interpreto a ti, así que,
antes de que ella te pregunte algo de lo que no tengas ni idea, aguántate los
detalles, puesto que no creas que es de mi agrado contártelos —aseguró, y
le di la razón.
Me despedí de él tras eso y le di las gracias por cubrirme esos días, luego
me fui a la habitación de invitados que en realidad yo ocupaba, aunque mis
cosas personales se encontraran en la principal para que no hubiera dudas
de que era mía cuando Amelia llegara.
Cabe destacar que no dormí nada, puesto que debía estar en el hangar en
tres horas para reunirme con mi élite y parte de la de Lucius, para partir en
su jet hacia Japón. Y ya todos estaban ahí cuando llegué, Marcus todavía
molesto conmigo por lo que hice, gracias a que dos días atrás los noticieros
y los Vigilantes le hicieron saber de la muerte de tres damas de compañía a
las que supuestamente contrataron para una noche de pasión, y terminaron
asesinadas por múltiples golpes y envenenamiento por parte del cliente
enfermo que las contrató.
Vikings estaba siendo investigado a causa de eso y, con la ayuda de un
movimiento feminista que pedía justicia para las chicas, los policías
vendidos con Lucius se vieron en la obligación de sacar adelante el caso,
aunque el viejo se las arregló para que culparan a los tipos que le entregué y
que él torturó.
—Darius me pidió que te avisara que se unirá a Serena como vigía, en el
edificio ya acordado —avisó Marcus—. Activa el intercomunicador para
que puedas escucharlo.
Había pasado un poco más de una semana y nuestro trabajo en Tokio se
volvió entretenido, pues la Yakuza de verdad estaba teniendo problemas
graves con los miembros de LODS, como lograron identificar a la
organización (gracias a que vieron esas letras grabadas en el tahalí de uno
de los ninjas a los que atraparon) que estaba mandando al demonio cada
envío de mujeres que pretendían hacer, o los secuestros que querían llevar a
cabo.
Nos unimos a ellos en varias de sus misiones y conseguimos tener éxito,
aunque solo logramos hacer un envío de los tres que hacían cada semana.
—Creí que iba a tardarse más con el kumichō[4]—comenté mientras
activaba el intercomunicador.
Había aprendido a decirle jefe en japonés al líder del clan, porque era un
hombre muy tradicional que odiaba cuando lo llamaba así en mi idioma. Y
dirigirme a él por su nombre no era una opción viable ni inteligente, ya que
se tomaría como una falta grave de respeto; y, aunque estuviera obligado a
ser un Vigilante más, no pretendía ser enemigo de todas las mafias del
mundo.
—Al parecer, él le pidió que nos apoyara —explicó el moreno.
Las cosas entre Marcus y yo ya estaban mejor.
—Sinceramente, su esposa se pasó de copas y comenzó a tirarme los
tejos. Por suerte, el tipo entendió que no es mi culpa ser irresistible y mejor
me envió con ustedes —dijo Darius por el intercomunicador.
El idiota había escuchado parte de lo que hablábamos.
—Cuidado, no vaya ser que pretenda que mueras en batalla para no
meterse en un problema con Lucius —le dije, y lo escuchamos reír.
Estábamos por llegar a Zeus, un club donde nos reuniríamos con
miembros de la Yakuza para planear nuestra siguiente movida.
—No tiene ni idea de que el viejo le daría las gracias por hacer el
trabajo que él no puede —ironizó él.
—Pero qué dices, hermano. Si papi haría una guerra por ti —lo chinchó
Marcus, y contuve la risa.
—Come mierda —Marcus se carcajeó al escucharlo.
—Owen y Lewis entrarán con Marcus y conmigo al club, los demás
tomen posiciones discretas y dejen que los Yakuza y la élite de Lucius se
encarguen de cuidar el lugar a la vista del público —ordené, cerrando la
comunicación del otro intercomunicador para que solo me escuchara mi
equipo.
Escuché un «de acuerdo» por parte de cada uno y enseguida de eso
entramos a Zeus, un club excéntrico y muy característico de la ciudad. Los
Yakuza, igual que nosotros, no eran para nada discretos (debido a que
tenían comprada a media ciudad), ya que ellos usaban uniformes ninjas
negros y nosotros el traje táctico del mismo color que nos identificaba como
Vigilantes.
Demonios.
Si alguien me hubiera dicho tres años atrás que me llamaría Vigilante por
cuenta propia, no hubiera vivido un día más, pero ahí estaba esa noche,
creyéndome mi mentira y portando esa máscara, con el diseño de Ghost,
como un malnacido que merecía lo peor del mundo por todas las cosas que
había hecho.
—Alice me preguntó esta tarde si tu móvil funcionaba —dijo Marcus en
un susurro, porque el líder del grupo estaba explicando lo que querían hacer
dentro de dos días.
Asentí como respuesta, mi móvil funcionaba, pero olvidé cargar la
batería y murió mientras íbamos al club.
—Está allí, cargando —expliqué, y señalé el aparato con la cabeza,
conectado a la corriente.
—Pide que lo revises en cuanto puedas.
—Vale —murmuré, y puse atención a lo que decía el tipo.
No tenía idea de lo que estaba haciendo en realidad, pero, luego de la
charla que tuve con Dominik, le respondía a Amelia todas las llamadas que
me hacía, a excepción de los mensajes de texto, ya que me quitaban el
tiempo. Mayormente hablábamos de lo que estábamos haciendo, ella en
Irlanda y yo en Tokio, por esa razón olvidé cargar la batería del móvil esa
tarde.
Evitaba las conversaciones subidas de tono, aunque sí le tiraba sus pullas
de vez en cuando con respecto a su amante. Y ella por lo general se
acoplaba a lo que yo quería hablar, siendo como siempre la chica
complaciente que pretendía hacerme olvidar la verdadera razón de estar con
los Vigilantes.
Y lo aceptaba, le estaba dando una oportunidad que ella aprovechaba
bastante bien, puesto que luego de dos días sintiéndome obligado a
escucharla, al tercero comencé a sentirme cómodo.
—¿De qué edades dijiste que eran esas personas? —le preguntó Marcus
al líder del grupo mientras yo me acercaba a mi móvil para encenderlo.
—No lo dije —respondió él con su acento asiático bien marcado, igual
que la arrogancia.
—¿De qué edades son? —indagué yo, más arrogante que él, en lo que mi
móvil se actualizaba.
—Ya te dije que eso no importa —zanjó, pues le hice esa misma
pregunta en el envío pasado que hicimos.
—Y ya sabes mi respuesta, así que no me hagas perder el tiempo. —Las
aletas de su nariz se abrieron y cerraron demostrando la molestia por mi
respuesta, y apretó la mandíbula sin dejar de mirarme.
Yo tampoco dejé de mirarlo y deseé que le ardieran los ojos, como Owen
aseguró que le ardían a él cuando me veía con esas lentillas totalmente
negras que utilizaba. Eran las que me regaló Andru cuando estuve en
Grecia.
Y únicamente me retiré de esa guerra de miradas cuando mi móvil vibró
con el mensaje que Alice me envió horas atrás.
Lo leí dos veces sin comprender, pero a la tercera mi corazón se aceleró,
la garganta se me secó y mi respiración hizo que mi nariz aleteara más que
la de ese japonés que se creía más que yo.
Tan cerca y tan lejos, con un mundo de distancia y decisiones que la
aumentaban. Mismo país, ciudad y día. Y debía verla como el lobo a la
luna. Estaba más que claro, Isabella se encontraba en Tokio, y apreté el
móvil en mi mano con la necesidad de escribirle a Alice ¿dónde la había
visto?
—Es el envío especial de tu jefe.
—Explícate mejor —exigió Marcus al tipo, y ambos me sacaron del
trance en el que entré.
—Entre diez y quince. —Puse mi atención de nuevo en ellos cuando el
imbécil dijo tal cosa.
—¿Personas?
—Años —respondió a mi pregunta.
—No.
—Vete a la mierda. —Escuché por el intercomunicador a mi élite en
cuanto el tipo aclaró que se trataba de las edades de nuestras víctimas, y yo
negué con la cabeza.
—Estoy en el tráfico de armas e incluso de mujeres —enfaticé con voz
gélida, aunque se escuchara robotizada—, pero jamás de niños.
—Órdenes son órdenes —desdeñó él.
—Pues métetelas por el culo, hijo de puta, pero ni mi gente ni yo
apoyaremos eso —espeté, y noté que Owen y Lewis se pusieron alertas,
igual que Marcus.
Darius giró indicaciones para los demás.
—Según nos dijeron, este es el envío más especial de tu jefe. Por eso los
trajo a ustedes, para que saliera a la perfección.
Me tensé al escucharlo, sintiendo en el fondo de mi ser que algo muy
malo pasaría si me negaba, mas no podía, ya suficiente me había rebajado
como para cometer algo tan atroz. Me convertí en un jodido despreciable y
acaté cada orden que me dieron, incluso asesiné a esas chicas, a los
Grigoris, con tal de proteger a White y a Tess, pero los niños jamás
estuvieron en la ecuación.
—No…
—Hay movimiento de personas a dos edificios de aquí. —Me quedé en
silencio cuando Alex dio ese aviso.
—Y están sacando a un grupo de la Yakuza a la parte trasera del club, la
élite de Lucius están incluidos —avisó Belial.
Escuchamos un alboroto afuera de la sala en la que me encontraba con
esa bola de imbéciles y mis hombres, y de pronto uno de la Yakuza entró
como alma en pena, gritando algo en japonés.
—¡Demonios! Los malditos LODS han llegado y emboscaron a un grupo
de nuestra gente —avisó el líder, traduciendo lo que dijo su súbdito.
Maldije en mi interior por lo cabreado que estaba, debido a lo que ese
imbécil dijo de los niños, y le di más la razón a esa organización que
luchaba contra ellos. Incluso deseé hacerme a un lado y permitir que
masacraran a esas mierdas como ya lo habían hecho antes, pero no me
podía arriesgar tanto. Por lo que me acomodé el sable (que comencé a usar
de nuevo con los Yakuza, a pesar de que me lo dieron tiempo atrás cuando
trabajé con la élite que quedaba de Aki Cho) en mi tahalí y decidí ir tras los
demás para apoyarlos.
—Actuaré como si tomo las riendas, pero manténganse al margen y
dejen que acaben antes con los nativos y los del jefe —ordené para mi
grupo, tanto para los que me escoltaban como para los que me escuchaban
por el intercomunicador, refiriéndome por último a la gente fiel a Lucius—.
¿Saben cuántos son?
—Quince al menos, sin contar a los que tenían infiltrados —avisó
Serena.
—Mierda, son pocos, pero más listos de los que imaginé.
—Es obvio que lo son, si no, ¿por qué pondrían a cagar a los Yakuza? —
debatió Owen para Marcus en cuanto este se sorprendió de que hayamos
tenido infiltrados.
Esa era la razón por la cual conseguían truncar nuestros planes.
—Mi hermanito tiene un buen punto —celebró Lewis.
Marcus rodó los ojos a la vez que desenfundaba su arma y le quitaba el
seguro. Owen sacó sus Sais y Lewis los Kama que compraron antes de
viajar a Tokio, según ellos para encajar. Los jodí en su momento con que no
podían ni usarlos, pero me sorprendieron al demostrarme que sí, y me
explicaron que cuando Aki estaba vivo los hacía entrenar con su élite para
que supieran manejar todo tipo de armas.
—Los que han llegado visten como ninjas, pero en vinotinto. Los
infiltrados se colocaron un lazo del mismo color sobre el uniforme negro de
la Yakuza —avisó Darius.
Me acomodé bien la máscara y me preparé para salir y enfrentarme a los
intrusos que dejaron de ser desagradables esa noche, tomándome mi tiempo
para entrar en acción en el momento correcto.
—Así que ustedes eran los imbéciles forasteros que están atemorizando a
la ciudad —largó una voz masculina con dureza y frialdad.
Fruncí el entrecejo y miré a Marcus, él también estaba sorprendido de
que el intruso no hablara japonés, aunque por su acento supuse que era
británico.
—Tú también eres un puto forastero —espetó el líder de grupo con el
que estuvimos reunidos—. Y no éramos, somos —corrigió con la
arrogancia que lo caracterizaba.
Estábamos escondidos, pero pude ver que todos los hombres de Lucius
fueron los emboscados junto a unos pocos de la Yakuza. Los miembros de
LODS en efecto vestían como ninjas con traje color vinotinto, y se cubrían
el rostro.
«Me gusta Deadpool».
Esa declaración con la voz de la Castaña resonó clara en mi cabeza, y
sonreí al imaginarla portando con orgullo un uniforme igual al de esas
personas.
—Eran, porque te aseguro que de aquí no saldrás vivo. Ninguno, de
hecho —satirizó aquel ninja sacándome de mi pensamiento.
Parecía un tipo orgulloso, de esos que me encantaba mandar al infierno
porque no podía haber más altaneros que yo en el mundo, pero esa noche
decidí dejarlo vivir, ya que me ayudarían a truncar un envío que no haría. Y
debía buscar la excusa perfecta para que no jodieran a Tess.
—Sombra, en ese grupo hay varias chicas, pero he visto a dos muy
interesantes —dijo en mi oído la voz de Darius.
—Estás enfermo, hermano. ¿Cómo estás viendo chicas en un momento
como este? —le reprochó Lewis en un susurro.
—No me refiero a ese tipo de interesante. Sombra, estate atento porque
usan katanas y me son familiares —explicó Darius, y el mensaje de Alice
llegó a mi cabeza, seguido de una presión en el pecho que por poco me dejó
sin respiración.
¿Sería posible que la vida me diera ese premio y tortura esta noche?
—¡¿Qué te hace pensar que será fácil deshacerte de nosotros?! —
Escuché un mierda por parte de mi equipo en el momento que, cegado por
la necesidad de comprobar que ni Alice ni Darius se equivocaban, salí de
donde estaba para enfrentarme a esa organización.
A ese ninja arrogante sobre todo.
Él se sorprendió un poco al verme, lo pude notar por la manera en que
sus ojos se abrieron demás en cuanto la luz de las farolas me dio de lleno en
ese callejón. Sonreí de lado consciente de que no me verían, pensando en
que, a esas alturas, todavía me seguía causando gracia la impresión que
provocaba en los que se topaban conmigo por primera vez.
El contorno de mis ojos pintados de negro y las lentillas del mismo color,
junto a la máscara y mi aura llena de peligro, siempre hacía que los demás
trataran de alejarse. Los inteligentes, por supuesto.
—Es que no lo pienso. Será fácil —reiteró el ninja británico sin
inmutarse, y me causó tanta gracia su seguridad que terminé riéndome—.
Váyanse de aquí los que puedan, o mueran en batalla —añadió, queriendo
mostrarse benevolente al darnos esas opciones.
—A tus nueve y cuatro en punto —indicó Darius en mi oído, miré en
esas direcciones sin delatarme y comprendí lo que me dijo antes—. ¿Sería
demasiada coincidencia?
No iba a responderle, únicamente pensé en lo acertado que era usar esas
lentillas, ya que así no se daban cuenta de los movimientos de mis ojos, ni
de mi reacción al ver esos cuerpos femeninos enfundados en trajes bastantes
sexis para querer pasar desapercibidas.
Ambas mujeres tenían el cabello cubierto con las capuchas de sus trajes,
así como el rostro escondido desde el tabique de la nariz hasta el cuello,
detrás de unas máscaras hechas de la misma tela de su uniforme. El
contorno de los ojos lo llevaban en color vinotinto y usaban katanas, aunque
desde donde estaba no podía ver el color de los hilos que bordeaban los
mangos de esas armas.
—Será en batalla —desafié para el ninja, deseando que la pelea se
desatara solo para poder acercarme a esas mujeres y comprobar si por una
vez podía confiar en la suerte.
Me dejé ir contra él, aunque antes de lograrlo uno de sus compañeros
infiltrados se interpuso en mi camino e intentó detenerme.
—Operen como siempre —demandé a mi equipo, pidiéndoles de esa
manera que salieran de sus lugares.
Nunca los quería al frente, sino todo lo contrario, con ellos prefería que
fueran los otros Vigilantes quienes murieran primero, y de paso también
esos Yakuzas imbéciles que seguían las órdenes sin importarles a quién
joderían. Por esa razón aproveché a asesinar a algunos de la élite de Lucius
antes de deshacerme de los miembros de LODS que insistían en atacarme.
Miré de soslayo a aquellas mujeres luchando como las asesinas
profesionales que eran, y en cuanto pude me acerqué a una de ellas
dispuesto a sacarla del campo de batalla para comprobar si era Isabella,
pero al estar cerca, mientras se enfrentaba a un Yakuza, hizo un giro que la
obligó a quedar frente a mí, y noté que sus ojos no eran los de color miel
que me tenían ahí, desesperado y hasta…
—¡Dos detrás de ti! —gritó Serena por el intercomunicador.
Me giré en un santiamén, ya con el sable desenfundado, y lo clavé en el
estómago de un ninja mientras que la daga que alcancé a sacar la hundí en
el cuello del otro.
—¡Mierda! No te descuides, hombre —replicó Darius.
En efecto, me había vuelto descuidado en cuestión de minutos.
Me metí de nuevo en la batalla, visualizando dónde estaba la otra chica
para comprobar si ella sí tenía esos ojos miel que me estaban volviendo
loco de nuevo en ese instante. La encontré deshaciéndose con facilidad de
los Yakuzas y otros Vigilantes que intentaban lastimarla.
—Aléjate de ella —le pedí a Owen por el intercomunicador al ver su
intención de acercarse para atacarla.
Y sabía que le extrañó mi orden, pero obedeció de inmediato, no sin
dejar de ver (igual que yo) cómo esa mujer disfrutaba de matar sin piedad a
los enemigos que la rodeaban. Me cautivó notar que literalmente danzaba
llevando a la muerte en sus movimientos y una vez más me encontré con el
corazón acelerado.
Tenía que ser ella, porque me negaba a reaccionar así de imbécil, y de
nuevo por otra chica que no fuera esa Castaña de ojos miel.
—Joder, ten cuidado que la gente de la Yakuza te está viendo —aseveró
Darius cuando clavé mi sable en varios Vigilantes fuera de mi equipo, que
me estorbaban en el camino hacia esa chica.
—Belial y Lilith, encárguense de ellos —gruñí, apresurando el paso,
porque esa chica trató de alejarse de mí en cuanto me vio caminando hacia
ella.
—Ahora mismo —respondieron ambos al unísono.
Dejé de prestarles atención en el momento que reconocí aquella katana
en las manos de la pequeña ninja. Era la misma que le entregué a White el
día de su juramentación.
«Mírala como el lobo a la luna».
El mensaje de Alice estuvo a punto de detenerme. Debía conformarme
con verla de lejos, pero estando a unos pasos de ella me fue imposible, así
que seguí mi camino mientras White (porque mis demonios la reconocían
cada vez más), luchaba por alejarse de mí creyéndome Sombra. Lo que me
obligó a amenazarla con mi sable únicamente para que no diera un paso
más.
Lo puse en su garganta, pero reí porque para ese momento ella ya tenía
su katana sobre mi cuello.
«¡Demonios! Nunca me sentí tan excitado de tener a la muerte
respirándome en la nuca como en ese momento».
—¿Qué eres? —cuestioné, agradecido de que mi voz robotizada
escondiera el titubeo que se me escapó.
Isabella me miró sin comprender que me refería a la leyenda en su
katana, la misma que ella me enseñó, y esos iris color miel consiguieron
que mis rodillas se debilitaran.
¡Puta madre! Era ella.
Jodidamente tenía a mi Bonita frente a mí luego de tantos años
extrañándola, añorando ese momento entre las torturas que soportaba; y los
ojos me ardieron, la respiración se me volvió más errática y deseé acunarle
el rostro, quitarle esa máscara y besarla mientras le susurraba en la boca que
era yo, Elijah Pride. No Sombra, la persona que tuve que ser para que ella y
mi hermana estuvieran bien.
—¿Protectora de vida o portadora de muerte? —me obligué a seguir, y
noté el shock en sus ojos al comprobar que sabía lo que decían los
hiraganas.
Mi voz robotizada se escuchó más ronca.
—Sombra, sea lo que sea que estés viendo, no te comportes tan obvio —
pidió Darius, y reconocí el desasosiego en su voz.
También comprendí que tenía razón cuando Isabella salió de su estupor y
apretó más la katana en mi cuello. Hice una leve presión en el suyo con mi
sable solo para que no se atreviera a seguir por ese camino, ya que no
estaba dispuesto a morir cuando a penas la encontraba.
—Eso leo en tu katana, así que tengo curiosidad —expliqué. Se había
quedado en silencio, o quizá no quería que escuchara su voz, creyendo que
yo no tenía idea de que era ella detrás de esa máscara.
«Te reconocería hasta con los ojos cerrados, Bonita», quise decirle, pero
me mordí la lengua.
Sobre todo porque con agilidad se alejó de mí y enseguida tomó posición
de ataque, situación que me hizo sonreír, porque por supuesto no me lo
pondría fácil.
—Bien, me siento halagado de que ya no quieras huir de mí —la
provoqué.
Y menos mal preví lo que pretendía, por lo mismo ya estaba preparado
cuando me atacó sin remordimiento alguno, dispuesta a matarme y gozar de
bañarse con mi sangre como lo hizo con los otros hombres a los que
asesinó.
Joder.
Se había superado en todo, ya que su técnica era perfecta y no la perdía
incluso con la furia que oscurecía sus ojos, parecía que de verdad me
odiaba, y me maldije a mí mismo por haber creído en su momento que ella
caería con Sombra años atrás.
Me defendí como pude sin hacerle un daño extremo, y sonreí en el
momento que consiguió derribarme y tomó la katana con ambas manos con
toda la intención de hundirla en mi pecho. La bloqueé y me puse en pie de
inmediato, llevándola hacia una pared cercana para empotrarla en ella.
—Sombra, no te confíes porque podemos estar equivocados —aconsejó
Darius.
Por un momento olvidé que él podía vernos desde el edificio en el que
estaba apostado con Serena. Y, aunque yo no dudaba de a quién tenía a
centímetros de distancia, analicé que debía irme con cuidado porque sus
deseos de matarme no fueron imaginarios, por lo que me vi en la necesidad
de mantenerla inmóvil poniendo el antebrazo en su cuello.
Mierda.
Mi respiración estaba acelerada por el cansancio de la lucha, pero mi
cuerpo reaccionó al suyo y debí tener cuidado para que no sintiera mi
erección y me creyera un jodido enfermo. Aunque la manera en la que se
tensó con mi cercanía no ayudaba.
—Peleas de puta madre —decidí halagarla, deseando hacerla hablar esa
vez—. Así que no comprendo por qué querías huir. —Intentó zafarse de mi
agarre y lo afiancé más para que no lo consiguiera.
—Por si acaso, siempre me referí a ella como Bella o Pequeña —
informó Darius, y deseé tenerlo cerca para darle un puñetazo.
Y no solo porque me sentí celoso de los motes, sino también por la
esperanza y emoción que inundó su voz. Y más le valía que fuera porque
comenzaba a verla como hermana, ya que, si no, yo sí le haría el favor a
Lucius de matarlo.
—¿Eres muda? ¿O no entiendes lo que digo, Pequeña? —Me odié por
tener que llamarla así, pero era una carta que podía jugar para que ella
entendiera que la había reconocido.
Y no porque fuera fácil, puesto que para ojos extraños parecía alguien
más, no la reina Grigori. Y a pesar de su shock por cómo la llamé, volvió a
removerse y esa vez consiguió ponerme de nuevo la katana en el cuello.
¡Me cago en la puta!
Mi falta de sexo me estaba haciendo una mala jugada, ya que solo un
enfermo podía excitarse con esas amenazas de su parte.
—Muda, excelente luchadora, con buenas curvas y lista —decidí
enumerar con diversión—. Y quiero comprobar si también eres hermosa —
concluí y, cansado de esperar por ver su rostro completo de nuevo, le bajé la
máscara sin que se lo esperara.
Y ahí estaba mi reina.
No era más la princesa que conocí hace cuatro años. Los rasgos de la
nena de papi la abandonaron para darle paso a los de una mujer que volvió a
cautivarme en segundos. Y esa Isabella frente a mí sin duda alguna era más
peligrosa.
—Jodida mierda. —largó Darius en mi oído. Su voz llena de emoción y
miedo fue inconfundible e identifiqué en él parte de lo que me embargaba a
mí—. ¡Alerta todos! Alejen la pelea de Sombra —ordenó.
Le permití a Isabella que se alejara de mí en cuanto hizo un nuevo
intento, y me obligué a espabilar.
—¡Mierda, al fin! —proferí con la necesidad de carraspear—. Estaba a
punto de llevarme a la otra chica.
—Llévatela de ahí —recomendó Darius.
—¿A qué te…? —Chilló cuando la tomé de la cintura, aprovechando su
aturdimiento y me la llevé hacia la oscuridad entre unos edificios cercanos a
los cuales Darius me estaba guiando—. ¡Suéltame, imbécil!
No sé ni cómo logré moverme con ella en brazos luego de esas ganas de
vomitar el corazón que me inundaron tras ver su rostro. Mi cerebro todavía
no se recuperaba bien del cortocircuito que hizo al comprobar que mis
demonios no se equivocaron al reconocerla incluso con ese traje que usaba.
Y sí, la vida se me fue y regresó en cuestión de segundos en el momento
que le solté la cintura y acuné su rostro entre mis manos en cuanto
estuvimos lejos de la batalla que libraban los demás.
«Maldito seas, Andru», pensé.
En realidad estaba agradecido con ese viejo por las lentillas que me dio,
ya que se acoplaron a mi entorno y no permitieron que perdiera de vista los
rasgos de mi Bonita. De esa hermosa Castaña que me tenía en ese instante
al borde de la locura, a punto de perder la razón y arrancarme esa puta
máscara para que descubriera que era yo, a pesar de lo que le pasaría a mi
hermana.
«Y a ella misma si regresaba a Estados Unidos o descubrían dónde
estaba».
Ese pensamiento fue lo único que me detuvo.
—¿Tienes una maldita idea de cuánto te he buscado? —inquirí tratando
de contener la molestia que me despertó saber que no podía decirle quién
era—. ¡Demonios! Te he buscado en cada maldito rincón del planeta.
—Mierda, deja de ser tan obvio —me regañó Darius.
—¿Sabías que era yo? ¿Por eso dijiste que estuviste a punto de llevarte a
otra chica? —Las preguntas de Isabella y que se alejara de mí hicieron que,
una vez más, le diera la razón a Darius.
Su rostro estaba lleno de sorpresa.
—No sabía, tuve sospechas al ver a esos ninjas y, mierda, no es fácil
olvidar lo amante que eres de las katanas y tu manera de luchar. Aunque has
perfeccionado tus técnicas —expliqué con una mentira mezclada con la
verdad.
Ella frunció el ceño y yo volví a sonreír como estúpido.
—Perfecto, te felicito por tus observaciones —satirizó recomponiéndose,
y a mí debían darme un jodido premio por la manera en la que estaba
controlándome, ya que lo único que quería era callarla comiéndole la boca
—. Y no sé para qué demonios me has buscado, contando con que haya
sido cierto lo que me dijiste años atrás sobre no seguir órdenes contra mí y
no querer dañarme.
—Le dije eso en el cementerio de Richmond —explicó Darius.
—A menos que quieras colgarte algún tipo de favor con el hijo de puta
de tu jefe. De no ser así, y si sigues manteniendo tu palabra, te recomiendo
que te vayas de aquí antes de que mis ganas de segarte el cuello se vuelvan
incontenibles —exigió Isabella.
—Estás tan diferente —señalé, porque, a pesar de que me estaba
amenazando, yo me concentré más en conocer esa nueva versión suya—.
Más hermosa y no dudo que más madura. —Traté de acercarme a ella, pero
me detuvo alzando la mano, y le obedecí como un puto perro porque noté
que no le gustaban mis halagos—. Pero también más fría y sádica, según el
disfrute que mostraste al matar a mis hombres.
Tenía algunas manchas de sangre que se confundían con la pintura que
llevaba alrededor de los ojos. Y nunca esperé ver esa imagen de ella porque
fui testigo de cuánto le dolía asesinar antes.
—Y como me sigas provocando también disfrutaré de matarte a ti —
replicó, y su tono demostró la seguridad en sus palabras—. Vete, Sombra,
desaparece para siempre de mi vida porque te juro que, si no lo haces, te
mataré lentamente para que compruebes lo sádica que me he vuelto.
Apreté la mandíbula porque ya me había acostumbrado a que me
llamaran así, pero odié que ella también lo hiciera, que viera en mí solo a
aquel hijo de puta que tomó mi lugar en Inferno. Y eso me hizo recordar
cómo lo defendió porque creía que yo estuve follando con Alice en una de
las habitaciones.
—No, no lo harás —me mofé—. Pero tampoco gastes tu tiempo en
amenazarme —aconsejé—. Me alejaré de ti, por tu bien y el mío. Ahora ya
sé que estás viva y que has seguido adelante. Eso es todo lo que quería
comprobar.
Y con lo que debía conformarme.
—Cumple tu palabra y olvida que te has cruzado en mi camino —exigió,
y sonreí sin gracia.
—No, Bella. Pides imposibles porque jamás podré olvidarlo. Y, aunque
ahora seas diferente al ángel que conocí, estás viva. Eso es todo lo que
importa.
No podía saber con certeza lo que estaba pensando, pero vi en su rostro
la impotencia y molestia que la embargaron.
—Puta madre —siseó, y arrugué el entrecejo.
Se veía como si por dentro se estuviera debatiendo con algo que la
superaba y, cuando no pudo más, me dio la espalda. Lo hizo con la
intención de marcharse y, aunque era lo mejor, yo todavía no estaba
dispuesto a dejarla ir, así que me acerqué a ella y pegué mi pecho a su
espalda.
«¿Por qué te confías así de Sombra, Bonita?».
—Ves, la chica que conocí hace años sigue estando ahí —hablé antes de
soltar esa pregunta que dejaría entrever mis celos estúpidos—. Solo ella
podría confiar en darme la espalda cuando tengo varias dagas que podría
clavar en su precioso cuello —proferí eso pensando en la Isabella que
apenas estaba descubriendo nuestro mundo, la que todavía confiaba
demasiado en su entorno, muy distinta a la que me dejó ver esa noche.
Y, necesitando sentirla así fuera un poco, envolví la mano en su cuello
sin dañarla, esperando que eso la hiciera pensar en Elijah. Diciéndole sin
palabras que era yo, el maldito posesivo que se adueñó de ella.
El mismo que la seguía creyendo mía.
—La diferencia es que ahora eres un ángel de día y un demonio de noche
—susurré en su oído y, por cómo se tensó, supe que mis palabras le
afectaron—. Y es un jodido alivio que todo haya valido la pena, Pequeña.
—A pesar de que odiaba usar esos motes, me concentré más en nosotros y
me aventuré al bajar la mano a su vientre, dejándola donde recordaba que
estaba su cicatriz.
Las imágenes de aquel maldito día llegaron a mi cabeza como un tornado
mortal que deseaba arrasar con todo a su paso. Sus gritos de dolor, su lucha,
su fuerza, su llanto, la esperanza, el terror, las súplicas porque me metiera a
aquel ascensor con ellos. Su rostro incrédulo, en shock por lo que la
obligaron a ver y creer.
Se me cerró la garganta al recordar que ese día yo morí para que ella
viviera. Y así me doliera tenerla entre mis brazos en ese momento mientras
me creía otro, estaba seguro de que volvería a hacerlo todo de nuevo con tal
de verla bien.
—Déjala ir, hermano —pidió Darius con la voz ronca—. Serena está
bajando ahora mismo para dejarte entrar al edificio —añadió, puesto que
él me guio entre los edificios donde se encontraban.
Y apreté los labios al comprobar que, si la primera despedida con esa
Castaña dolió, la segunda me convertiría en alguien peor de lo que ya era.
«Si tu destino se vuelve a cruzar con el mío una vez más, voy a odiarme
a mí mismo, Isabella White, porque, así sea como Sombra, volveré a
tenerte. Y con eso sepultaré a mi hermana».
—Y a pesar de que ahora no lo entiendas, quiero que recuerdes que todo
fue por ti —le dije en cambio, y corrí hacia la puerta entreabierta del
edificio antes de que ella tuviera la oportunidad de pedir explicación por
mis palabras, y que con eso yo no pudiera controlarme más.
Porque por muy consciente que fuera de que yo ya no pertenecía a su
lado, únicamente era necesario un segundo más en su presencia para pecar y
morir.
Capítulo 14
Lástima
Elijah

Cuando llegué al lugar donde nos estábamos quedando, acompañado de


Darius y Serena, todavía no me había calmado del todo, puesto que, luego
de meterme a aquel edificio, estuve a punto de regresar con Isabella, ya que
dejarla ir fue como permitir que me dieran puñetazos en el estómago hasta
quedarme sin aire.
El vacío que sentía me estaba volviendo loco e incluso terminé
golpeando a Darius por un comentario que se atrevió a hacer y que en ese
momento no toleré. Serena se aterrorizó al verme fuera de mis cabales y
quiso saber quién era esa mujer (ya que nunca la vio cuando Darius usó la
máscara de Sombra), o lo que significaba para mí como para desquiciarme.
Y bastó que Darius le murmurara la sucesora de Enoc para que ella
comprendiera todo.
—Al fin llegan. Aquí todo es una locura —avisó Marcus al vernos, y
alzó una ceja al notar el labio partido de Darius.
Él negó con la cabeza para que no le preguntara nada y Marcus intentó
conseguir algo de Serena, pero ella todavía iba pálida y agitó sus manos en
señal de negación.
—¿Qué está pasando? —le pregunté yo, y mi voz robotizada sonó más
grave.
—Hay muchas bajas, tanto Yakuzas como Vigilantes. De nuestro equipo
únicamente Belial salió herido, pero nada que lo mate. Ya los jefes se han
enterado y quieren un informe completo, así que Tetsuo nos está esperando
para una reunión —explicó, refiriéndose al líder del grupo con el que
estábamos trabajando.
—Fantaseé con la idea de que lo mataran en la batalla, pero tiene suerte
el hijo de puta —desdeñé.
—Yo también. Y lo habría hecho con mis propias manos si se hubiera
descuidado —replicó el moreno.
Desde que entramos a la gran casa no dejamos de caminar mientras
hablábamos (Marcus y yo, ya que Serena y Darius optaron por callar), hasta
llegar a la sala de entrenamiento que también utilizábamos para reuniones
de planeación.
—Debo decirte algo. —Owen se escuchaba un poco preocupado al
interceptarme en la entrada a la sala.
Fruncí el ceño al notar cómo miró a los demás, inseguro de si debía
hablar frente a ellos o no.
—Habla —lo animé, siendo más rudo de lo que esperaba debido a mi
estado.
—Alejamos la pelea de ti y de ella, pero algunos la reconocimos —
confesó, y apreté la mandíbula.
Escuché un joder de Darius, aunque no entendí si lo dijo porque alguien
más vio a Isabella, o porque intuyó que Owen me estaba dando ese aviso en
el peor momento para todos.
—¿Quiénes son esos algunos? —inquirí en tono determinante.
Owen carraspeó antes de responderme, a lo mejor temiendo que esa
noche terminaría peor de lo que ya estaba siendo.
—Lewis, Mario y yo, hasta donde sé. Aunque Mario se lo comentó a
Alex hace unos minutos en el dormitorio.
Del grupo me atrevía a confiar en todos, menos en Alex y Mario, por lo
que saber eso me sentó pésimo en un momento como ese.
—Tú y Serena vayan a la sala para no llamar la atención —demandé
hacia Darius y ella, y ambos siguieron su camino—. ¿Qué más le dijo
Mario a Alex? —cuestioné, y Owen me miró, estudiándome.
—Piensa que Lucius nos subirá de nivel en cuanto le digas que
encontraste a la hija de Enoc.
—Oh, mierda —profirió Marcus.
Él no había visto quién estaba detrás de la ninja a la que me llevé lejos de
la pelea, y tampoco se enteró de mi encuentro con ella, ya que Darius se
encargó de cerrar la comunicación con todos para mantenerla únicamente
conmigo en el momento que estuve con la Castaña en aquel callejón. Sin
embargo, junto a Darius y los mellizos (y Serena que también pareció
saberlo), Marcus era de los únicos sabedores de que mi razón para ser
Sombra era Isabella.
Por lo que suponían cuánto me importaba.
—Alex le respondió que, si te la llevaste lejos, es porque tienes tus
propios planes, así que debemos respetarlos y aguardar, pero… Mario
susurró que espera que hagas lo correcto para el equipo porque, si no, lo
tendrá que hacer él.
—Demonios, ya decía yo que el maldito olía a muerto —satirizó Marcus.
Él ya le había hecho esa advertencia al tipo porque a veces tendía a ser el
rebelde e inconforme del grupo, pero al parecer no lo entendió.
—¿Te vieron? —Quise saber.
—No, nunca supieron que los estaba escuchando. Por eso comprobé
quién de esos dos es la manzana podrida de este grupo —enfatizó Owen.
—Llévense a ambos para la huesera que Belial descubrió. Voy a hacerme
presente en la reunión y luego los buscaré —ordené con voz gélida—. Y
encárguense de pasarle el mensaje a todos porque los quiero presentes.
—¿Los interrogamos? —preguntó Marcus, y negué al entender que se
refería a Alex y Mario en específico.
—No necesito saber nada de ellos —aclaré—. Simplemente haré un poco
más creíble que la pelea fue dura y que por eso yo también perdí hombres.
—Vi a Owen tragar con dificultad al escucharme y entender lo que dije
entre líneas, y me limité a sonreír.
Acto seguido me fui para la sala, pensando en que Mario me dio la
excusa perfecta para descargar todo lo que sentía y que estaba a segundos
de volverme loco. Darius y Serena notaron que mi mente no estaba con
ellos cuando me incorporé a la reunión, así que se encargaron de comentarle
al japonés lo que nosotros atravesamos en la batalla con los LODS.
En la lejanía escuchaba que mis compañeros se habían ideado una buena
coartada para que no sospecharan que fue mi equipo quien asesinó a los
vigías de los Yakuzas, porque ellos vieron mi encuentro con la Castaña y
cómo asesiné a varios Vigilantes. Me limité a secundarlos en lo que era
necesario y, cuando no, me perdí en mis recuerdos de lo que viví esa noche
y volví a sentir las mismas emociones que cuando tuve a esa mujer frente a
mí.
—Sin importar lo que pasó esta noche, los jefes quieren que llevemos a
cabo el envío especial lo antes posible —zanjó el japonés después de la
explicación que le dieron.
Había escogido el peor momento para ser un lamehuevos.
—De ninguna manera. No voy a exponer a mi equipo con esa
organización pisándonos los talones —espeté.
—Son órdenes de nuestros superiores y hay que obedecerlas te guste o
no —me retó él.
En ese momento, mi impulso por matarlo fue casi incontrolable, sin
embargo, el encuentro con Isabella pulsó en mis sienes y me obligó a pensar
que no podía cagarla y exponerla, ahora que estaba más cerca de los hijos
de puta que la dañarían sin que ella pudiese defenderse.
—Hablaré con los jefes y les daré mi versión de lo que sucedió —resollé
escondiendo mi ira, y de refilón vi a Darius alzar una ceja y a Serena
mirándolo sin poder creer lo que escuchaba de mí—. Seguiremos adelante
luego de eso si recibo las instrucciones por parte de ellos, no de un gato
como tú —zanjé, y el maldito no escondió sus ganas de matarme—. Y, si no
hay más que decir, me retiro para curar mis heridas.
Me giré sin esperar respuesta de su parte y escuché los pasos de Darius y
Serena detrás de mí.
No dijeron nada mientras me seguían, aunque al llegar al dormitorio que
compartíamos, me fijé que Darius le hizo una señal de cabeza a Serena para
que ella se quedara cuidando la puerta, lo que significaba que él quería
hablar de algo delicado conmigo. Y esperaba que no fuera de lo que pasó
con la Castaña, ya que no estaba en mi mejor momento para repetir todo en
voz alta, pues era suficiente que ya mis pensamientos me estuvieran
haciendo mierda con eso.
—¿Debo suponer que el japonés ya huele a muerto? —intuyó.
—Él y todos los que están interfiriendo en mis planes. Mario será el
primero y posiblemente lo acompañe Alex —admití a la vez que me metía
al baño, dejando la puerta abierta.
Me saqué la máscara y los guantes y, al verme en el espejo, examiné
todos los golpes que tenía en el rostro. La mayoría los recibí de la Castaña y
negué con la cabeza mientras bufaba una sonrisa sarcástica.
Vaya encuentro.
—Murieron todos en los que no confiamos y la vieron —afirmó él.
—¿Sabías lo de los niños? —le pregunté a cambio, y vi por el espejo la
tensión y el enojo grabado en su cara.
—Sospechaba que Lucius se quería meter en esto, pero no que ya estaba
ejecutándolo —respondió en tono filoso—. Al parecer, ha sido Shinoda
quien lo adentró de lleno en el negocio, ya que él se ha catapultado como
uno de los mayores traficantes de niños en Asia.
Shinoda era líder del sindicato Sumiyoshi-kai, los Yakuzas con los cuales
Lucius era aliado. Y a pesar de que no eran una familia tan numerosa como
los Yamaguchi-gumi (el clan más grande de los Yakuzas), sí eran una
organización criminal internacional reconocida por los Estados Unidos
debido a su implicación en el contrabando de drogas y armas, la trata de
personas y otros delitos.
—Sombra, todos los aliados de esa mierda son poderosos, eso es algo
que ambos sabemos. Pero estos con los que estamos ahora mismo son unos
de los más peligrosos —susurró Darius al sobre analizar en dónde
estábamos parados.
—Por lo mismo dejé que Tetsuo creyera que me subordiné a él —aclaré.
—Lo sospeché —admitió.
Hablábamos un tanto tranquilos porque no llegamos a Tokio con las
manos vacías, todo lo contrario, llevamos bloqueadores de micrófonos y
nos aseguramos de no tener cámaras ocultas. Además de que estuvimos
operando al pie de la letra según las órdenes que nos daban para no levantar
sospechas o darles motivos a esos Yakuzas de que nos investigaran. Por lo
mismo a veces actuaba como un subordinado más.
—No entraré en esta mierda —declaré, recargándome con las manos en
el lavabo luego de lavarme el rostro.
—Ni yo, por supuesto —espetó—. Lucius está más que enfermo al
enviarnos a hacer esta mierda, y ahora entiendo por qué ni él ni Shinoda
mencionaron nada de la operación especial hasta que la tuvimos casi frente
a nuestras narices.
—Nos está probando de nuevo —puntualicé, y lo vi asentir.
Se quedó en silencio unos minutos, pensando quizás (igual que yo) en lo
que se nos vendría encima si no sabíamos lidiar con la situación, u obviarla
sin que pareciera que no la queríamos hacer. Luego respiró hondo y dijo:
—LODS son las siglas de La Orden del Silencio. Sus miembros se
llaman a sí mismos Sigilosos, aunque las personas a las cuales han ayudado
los han apodado Silenciosos; son una organización anticriminal que opera
en la clandestinidad, por eso nadie sabe de dónde han salido, quién o
quiénes son los líderes, o de dónde provienen sus fondos. Para muchos
enemigos que todavía no se cruzan con ellos son un mito, un secreto a
voces. Los hijos de Kikuri-Hime[5], como los han llegado a llamar algunos
sintoístas[6] de la región.
—¿Cómo sabes todo eso? —Quise saber, ya que hablaba muy seguro.
Y según lo que noté, ni los Yakuzas sabían nada (más allá de las iniciales
LODS) sobre esa organización, simplemente los identificaban como los
ninjas que les estaban jodiendo los planes, y nunca escuché que
mencionaran la palabra Silenciosos.
Supuse que eran demasiado engreídos y no se dejarían llevar por lo que
decían los demás, y averiguarían por ellos mismos qué significaban en
realidad las iniciales LODS, para nombrarlos más allá de ninjas.
—Porque conocí a su fundadora —reveló Darius, y lo miré atento,
esperando a que añadiera algo más—. Y sí te soy sincero, los sintoístas no
se equivocan, porque para mí los Sigilosos sí son hijos de una diosa
protectora. Al menos para mí lo fue. —La sorpresa comenzó a inundarme
—. Leah Miller, mi madre. La creadora de La Orden del Silencio junto a su
mejor amigo Baek Cho y su sensei Yusei Kimura.
—Joder —exclamé en voz baja sin poder creer lo que decía.
—Ella consiguió llegar a este país con la ayuda de Enoc, quien la
presentó con Baek Cho, aunque mamá ya había escuchado de él por medio
de su hermano Aki. Al principio sintió temor de que Baek la traicionara y le
dijera a Aki dónde se encontraba y que este la regresara con Lucius, pero
pronto descubrió la diferencia tan abismal entre los hermanos Cho.
»Baek en ese entonces no tenía su academia de artes marciales, pero sí
entrenaba con su amiga Yusei, así fue como ella se convirtió en la maestra
de mamá. Con los días juntos su convivencia se fue haciendo más estrecha
y comenzaron a hablar de todo lo que habían pasado en la vida,
descubriendo que tenían mucho en común, pues los tres perdieron lo más
valioso de sus vidas gracias a la violencia que los acechaba. Mamá a sus
hijos, Baek a su esposa y Yusei a sus padres, razón que los motivó a iniciar
como justicieros y lo que dio paso a que mi madre soñara con una
organización con la cual resarciría el daño que provocó como Vigilante.
La nostalgia que lo embargó al hablarme de todo eso fue capaz de cortar
el aire entre nosotros.
—Me contó toda esa historia la primera vez que volvimos a vernos, años
después de haber escapado del infierno en el que la tuvo Lucius y… Dios,
todavía recuerdo su rostro ilusionado al hablarme de ello, al hacerme parte
de algo tan grande en su vida. Aunque su ilusión se mezcló con la tristeza
de no tener a Lía junto a mí para que ella pudiera escuchar que mamá no
solo estaba luchando por recuperarnos, sino también ayudando a otras
personas.
—¿Amelia nunca supo de eso? —pregunté, con temor de que ella tuviera
una idea de dónde podía estar Isabella.
—Mamá quería decírselo, pero en aquel entonces mi hermana se
encontraba más inestable, y ya la estábamos arriesgando simplemente con
volver a tener contacto con ella. Así que decidió esperar un poco.
Deseé que no hubiera llegado a decirle nada.
—Supongo que lo más probable es que tanto Baek como la otra sensei
sepan de ti y Amelia —analicé—, ¿pero crees que también sepan que tú
sabes de ellos?
Se encogió de hombros como señal de que no podía confirmarlo.
—Puedo asegurarte que mamá sí quería que yo los conociera, ya que
hicimos una promesa de que, si yo aprendía el idioma japonés, vendríamos
a Tokio y ella me llevaría a conocer el templo justiciero y a sus hermanos
Sigilosos. Soñamos incluso con la idea de que un día sus hijos formaran
parte de La Orden y nos uniéramos a su lucha.
—¿Y qué pasó? —cuestioné cuando se quedó en silencio, y sonrió con
tristeza.
—Que la asesinaron dos semanas antes de nuestro viaje, eso pasó —
confesó.
Me quedé en silencio porque no había nada que pudiera decirle. Y me
sentía tan vulnerable por lo vivido esa noche que de nuevo pude ser
empático y sentí que mi pecho se apretó de una manera muy incómoda.
Mierda.
Me di la vuelta (ya que me había mantenido viéndolo por el espejo) y
recargué el culo en el lavabo.
—Pero, regresando a lo que quería decirte con toda esta historia. —
Carraspeó luego de decir eso y confirmé lo difícil que seguía siendo para él
haber perdido a su madre—. Intuyo que Isabella está cumpliendo el sueño
de mamá y ahora es parte de La Orden, y puedo jurar que ha tomado el
lugar de ella como su sucesora. Por lo que, viejo, esta noche no estuviste
únicamente frente a una líder de Grigori, sino también ante una reina
Sigilosa.
Tragué con dificultad y me restregué el rostro con ambas manos,
sintiendo el orgullo inundarme de pies a cabeza, confirmando que esa mujer
no solo se había vuelto más hermosa, sino también más poderosa.
Y sonreí al darme cuenta de la capacidad que White tenía de superar las
caídas, pues no se levantaba únicamente para continuar, lo hacía también
para demostrar que era mejor estar al lado del diablo que en su camino.
—Te admiro más de lo que alguna vez voy a volver admitir en voz alta.
—La declaración de Darius me atrajo de nuevo a la realidad y lo miré—. La
fuerza, los huevos que tuviste para dejarla ir de nuevo, no todos la tienen.
—Porque no todos… —Negué con la cabeza al darme cuenta de lo que
iba a decir, aunque de igual manera lo pensé, lo sentí.
Volví a tragar con dificultad y Darius se quedó esperando a que
continuara, noté un amago de sonrisa en él y fruncí el ceño porque odiaba
sentirme así de expuesto. No me gustaban que mis pálpitos dolieran y se
aceleraran, o que la garganta se me resecara a tal punto que debía carraspear
simplemente porque, a esas alturas, seguía sin saber cómo lidiar con mis
sentimientos respecto a la Castaña, pues se convertían en abrasivos, se
magnificaban.
Me volvían más impulsivo y, sin embargo, también más precavido para
no exponerla.
—No todos son yo —terminé diciendo, y Darius se mordió la sonrisa que
no pudo esconder más, pero lo ignoré.
Dejar ir a Isabella por segunda vez no era algo que se esperara de mí con
lo egoísta y posesivo que era, pero me importaba más seguir manteniéndola
a salvo, ocultar su ubicación para que nadie volviera a acercarse a ella.
—¿Hay alguna manera de hacerle llegar a los Silenciosos los planes del
sindicato con respecto al envío de los niños? —inquirí volviendo al tema
principal. Y llamé a esa Orden con el apodo que le dieron las demás
personas para no llegar a levantar sospechas de que sabía más de lo que
decía.
Darius me miró comprendiendo que acababa de encontrar una salida para
truncar los planes de la Yakuza y los Vigilantes, sin exponernos a nosotros
ni provocar a Lucius para que nos jodiera de alguna manera.
—Sería complicado y nos arriesgaríamos a ser descubiertos —advirtió.
Tenía razón, pero no iba a darme por vencido, así que, aunque Marcus
me matara de una buena vez, pensé en que Alice era la única que podía
ayudarme enviando un mensaje a la academia del maestro Cho.
—Sé quién puede ayudarnos, solo necesito hacerle llegar todos nuestros
movimientos para que se los comunique a Baek.
—Viejo, Marcus va a despedazarte —reiteró al intuir en quién pensé, y
me reí.
De hecho, el moreno ya había intentado golpearme porque una semana
atrás Alice me avisó que consiguió entrar a Grig como bartender, por lo que
mi plan con ella empezó su marcha.
—Tendrá que hacer fila. —Fue todo lo que dije.
Seguido de eso me cambié de ropa y máscara, y me preparé para ir a la
huesera donde ya los demás me esperaban.
Habíamos apodado así a ese lugar porque se trataba de una cueva llena
de huesos humanos en la que supusimos que los Yakuzas dejaban
pudriéndose a sus enemigos, luego de torturarlos y matarlos. Belial la
descubrió en los alrededores de la casa donde nos quedábamos una noche
en la que salió a explorar la zona en busca de un espacio más privado donde
pudiera divertirse un rato con Lilith sin que nosotros los pilláramos, debido
a que estábamos en la misma habitación como si se tratara de un cuartel.
—Dejaré a mis hombres a cargo de la vigilancia —avisó Darius cuando
estuvimos a unos pasos de llegar a la cueva.
Él viajó a Tokio con tres tipos más en los que confiaba de toda la vida.
—¿Qué debo hacer adentro? —me preguntó Serena, adelantándose para
caminar a mi lado.
Darius se había quedado dándole instrucciones a su gente para que
cuidaran que no fuéramos sorprendidos por Yakuzas.
—A parte de estudiar al equipo, ser fuerte y no vomitar —recomendé, y
de soslayo noté que se tensó.
La noche había entrado de lleno, pero el cielo se hallaba muy iluminado
por las estrellas y la luna, así que podíamos ver sin problema.
—Dios mío —murmuró por lo bajo, y me reí.
Hice movimientos giratorios con mi cuello hasta escucharlo crujir, antes
de adentrarme a aquella cueva iluminada por una fogata. La noche y la
tensión daban paso a creer que estábamos a punto de llevar a cabo un ritual.
—Joder, me hace sentir orgulloso que todos estén aquí —ironicé al
encontrar al equipo a la espera de que yo llegara.
Habían hecho un círculo, dejando a Marcus y Mario en el centro, este
último estaba amarrado a un poste de madera, con las manos hacia arriba y
escurriendo sangre por los golpes que recibió del moreno. Alex se
encontraba cerca con Owen a un lado y Lewis del otro; imaginé que los
mellizos escogieron esas posiciones por si acaso a él se le ocurría escapar.
Aunque, para ser sincero, no le veía esa intención ni lo creía tan estúpido.
Aun así, le di una mirada a Serena, indicándole que se enfocara en
estudiarlo a él.
—Sombra, ¿qué está sucediendo? —me preguntó Belial.
Tenía un brazo apoyado en un cabestrillo improvisado, además de
llevarlo vendado para proteger la herida que recibió en la batalla.
—Sucede que siempre he creído que tengo un equipo fiel, que he sido un
líder digno del respeto y la lealtad de ustedes. Pero esta noche descubrí que
una de mis manzanas se ha podrido, así que voy a desecharla antes de que
eche a perder a las demás —expliqué entretanto desenfundaba mi cuchillo
militar—. Escogiste usar para tu favor a la persona equivocada —añadí para
Mario.
Él me miró entre las rendijas que formaron sus ojos por lo hinchados que
se los dejó Marcus con los golpes.
—Entonces ¿todo esto es por la mujer a la que te enfrentaste esta noche?
—sondeó Lilith, entrelazando los puntos.
Vi a Belial dándole un pequeño codazo en las costillas a su chica para
que se callara, tratando de evitar que me ensañara también con ella. Cosa
que me causó gracia, pues prefería que fueran directos conmigo como lo
estaba siendo Lilith.
—¿Saben quién era esa mujer? —pregunté para los que no eran tan
cercanos a mí.
Belial y Lilith se miraron entre ellos. Alex encontró algo interesante en el
suelo, ya que no pudo alzar la cabeza para mirarme.
—Nena —advirtió Belial al ver a su chica con la intención de responder,
y me concentré en ella.
—Por supuesto que lo sabemos —afirmó, y no dije nada, animándola
con mi silencio a que siguiera—. Es Isabella White.
Sonreí sabiendo que no lo notarían. Lo hice porque me gustó que no
usara un tono lleno de alevosía o rabia injustificada, además de que se anotó
unos buenos puntos conmigo al referirse a la Castaña por su nombre, por
quien era, y no como a la hija de Enoc, tal cual hacía la mayoría. Denotando
con ello que creían que su poder radicaba en quién la precedía y no por el
valor y fortaleza propios de ella.
—La debilidad de Sombra —susurró de pronto Alex.
Me dirigí hacia a él y alcé una ceja, pero con la mirada me indicó que se
refería a Darius.
Bufé una risa y miré al susodicho, este tenía las manos metidas en los
bolsillos delanteros de su pantalón y encogió levemente los hombros sin
inmutarse, en un gesto de «no pude evitar que lo notaran», puesto que tanto
Alex como Mario fueron parte de su élite cuando portó la máscara.
Belial y Lilith en cambio habían servido con él, pero también con
Amelia, así que era lógico que conocieran a Isabella. Todos en realidad.
—Y la locura de este Sombra —largué para todos, y sentí las miradas de
sorpresa que me dieron—. La única que mantiene a raya un lado psicótico
que, créanme, no hubieran querido conocer en mí. Y podría haberles
escondido esta verdad, pero prefiero que sepan a lo que se atienen si
deciden desafiarme.
Me acerqué a Mario mientras decía eso, él tenía la barbilla pegada al
pecho por estar cabizbajo, razón que me llevó a poner la punta del cuchillo
en ella para obligarlo a alzar el rostro y que me mirara.
—Le aconsejé que no dijera nada —se apresuró a decir Alex.
—Y por lo visto este pobre diablo es de los que no oye consejos —
satiricé yo, notando cómo Marcus se divirtió con Mario.
Tenía algunos cortes en el rostro debido a los puñetazos, así como varias
partes inflamadas. Los ojos eran los que sobresalían, pero supuse que
todavía podía ver, ya que se le llenaron de lágrimas al tenerme tan cerca de
su cara.
Mi máscara tenía el diseño del rostro de una parca y la capucha que
usaba le daba un toque más macabro a mi apariencia.
—Querías un ascenso reportándole a Lucius lo que viste, pero hiciste mal
tu movida y solo has conseguido que yo te dé un descenso por ser una rata
traicionera. —Gimió de dolor en el momento que le corté la piel de la
barbilla hasta llegar cerca de su labio—. El infierno está lleno de muchos
malnacidos, de soplones sobre todo. Y ahora tú te unirás a sus filas, aunque
antes te enseñaré una lección —zanjé.
Acto seguido lo cogí con una mano de la frente para empotrarle la cabeza
en el poste, decidiendo que actuaría con rapidez para no levantar sospechas
por nuestra ausencia en la habitación. Por lo que, con agilidad, extirpé sus
ojos uno a uno ayudado con el cuchillo, y grité la palabra «ver» para que
me escucharan por encima de sus gritos desesperados que inundaron la
cueva.
Serena soltó un jadeo lleno de horror porque mi hazaña no terminó ahí,
pues enseguida corté las orejas de Mario y hundí un poco la punta del
cuchillo en cada oído, para dañar sus tímpanos.
—¡Oír! —rugí, cogiendo a Mario con más fuerza de la barbilla por las
sacudidas que daba.
Marcus entendió de inmediato de qué iba mi juego, así que me ayudó
tomando a Mario del rostro en el instante que me dirigí a su boca y le agarré
la lengua. Los gritos del soplón se volvieron mudos, pero más aterrorizados,
y cuando corté mi objetivo, también le agrandé más la sonrisa y, de paso,
sobé su garganta con el filo del cuchillo, escuchando los gorgoteos en el
momento que comenzó a ahogarse con su propia sangre.
—¡Y callar! —enfaticé, sosteniendo la lengua en mi mano por lo alto
para que todos la vieran—. Busquen ascender traicionándome, y les
prometo por mi sangre que los haré descender peor que a esta rata. Y, si no
lo cumplo, les doy la potestad de cobrarme esta promesa con sangre de mi
sangre.
Tiré la lengua a los pies de Alex, percatándome de su cuerpo temblando
sin dejar de ver el cadáver de Mario y luego a mí.
Owen y Serena estaban verdes, conteniendo sus ganas de vomitar. Belial
y Lilith se quedaron de piedra, sin respirar. Lewis miraba a Marcus,
tratando de procesar lo que acababa de ver, y Darius por su parte me
estudiaba a mí, puesto que era la primera vez que presenciaba una de mis
torturas.
—Fui rápido, porque solo es una lección —le dije, y sonrió sin gracia.
—¿Esto…? —Belial carraspeó para luego continuar—, ¿ha sido solo
porque pretendió informar a Lucius que vio a esa mujer?
—Y para que te imagines lo que habría pasado si le hubiese alcanzado a
decir algo —añadí.
—Lo… lo intentó —confesó Alex llamando mi atención—, pero, pero
bloqueé la comunicación, así que su llamada no salió.
Miré a Serena, la chica seguía tratando de no vomitar, pero confiaba en
que era excelente en lo que hacía, ya que había trabajado bajo presión.
Asintió con la cabeza al saber lo que esperaba y con eso entendí que Alex
únicamente fue el receptor de lo que Mario pretendía hacer, por lo tanto, no
podía juzgarlo de traidor.
—Perfecto entonces. Y espero que la lección haya quedado clara para
todos. —Vi a cada uno asentir, Lilith incluso hizo un gesto con los dedos en
su boca: cerró la cremallera, le puso seguro y lanzó la llave imaginaria a su
espalda.
Me reí, pues en momentos como esos demostraba ser más temeraria que
su chico.

Alice consiguió hacerle llegar la información de manera anónima a Baek


Cho. Y comprobé que fue una buena movida la noche en la que
pretendimos hacer el envío especial y una comitiva muy grande de
Sigilosos nos emboscó para impedir que aquella atrocidad se llevara a cabo.
Y lo consiguieron.
Jodidamente truncaron los planes de los Yakuzas y Vigilantes, y esos
niños fueron rescatados.
Busqué a Isabella entre el mar vinotinto que nos atacó sin piedad, pero
no la encontré, y la desilusión se me mezcló con el alivio, pues era
demasiado jodido obligarme a aceptar que lo mejor era no volver a verla.
—¡Voy a averiguar quién lidera a esos malditos y mataré uno a uno de
la peor manera para que aprendan que con Shinoda nadie se mete! ¡Que
con los Sumiyoshi-kai nadie juega! —No miré a Darius porque Lucius
estaba conectado en videollamada, en esa reunión improvisada que tuvieron
que hacer después del gran fracaso contra los Sigilosos.
Shinoda echaba humo por los oídos, tan cabreado que ni siquiera
pronunciaba bien su propio idioma, por lo que se me dificultó un poco
entenderle, debido a que el japonés no era mi fuerte.
Nos mantuvimos como espectadores, dejando que se arreglaran entre
jefes, pues ya les habíamos explicado lo que sucedió. Y menos mal que los
Sigilosos protegían a sus informadores así fueran anónimos, pues actuaron
sin poner en duda que alguien de las organizaciones les facilitó la
información de los pasos que daríamos.
Al final de esa reunión celebré en mi interior que pararan con los envíos
de personas, al menos durante un tiempo, para que La Orden se confiara y
dejara de fastidiar. Y, como ya no había nada más que hacer, Lucius nos
ordenó que regresáramos a Estados Unidos.
—Puta madre, admito que dudé —me dijo Darius cuando íbamos hacia a
la habitación para hacer nuestras maletas, pues partiríamos al día siguiente.
No añadió más, consciente de que yo comprendería a qué se refería, pues
únicamente los dos sabíamos el plan que armamos y en el que Alice nos
ayudó. Esa vez no incluimos ni siquiera a Marcus, aunque las cosas con el
equipo estuvieran marchando bien, pues lo que le hice a Mario no influyó
para mal y hasta ese momento nadie sospechaba que no fue en la batalla
con los Sigilosos que en realidad murió.
De hecho, haberlo perdido a él hizo más creíble que los otros Vigilantes,
tanto como los vigías de Tetsuo, murieron a manos de esa Orden y no en las
mías o la de mi élite.
—Yo no —reiteré, dando por finalizado ese tema.
Aunque en mi mente maquiné la idea de seguir haciéndole llegar
información a los Sigilosos cada vez que pudiera, ya que no me era posible
hacerlo con los Grigoris debido a lo obvio. Con La Orden, en cambio,
mientras no supieran quienes eran los líderes, no habría sospechas en mí.
Tal vez jugar en doble bando era un riesgo, pero, si había niños en el
medio, me arriesgaría sin dudar.
—Con el único que he podido llegar a hablar es con tu primo Elliot —
me dijo Alice.
Estaba en mi apartamento, preparándome para ir a mi búnker y hablar
con Amelia, pero antes decidí llamarle a Alice para que me pusiera al tanto
de los avances que estaba teniendo en Grig.
—¿Llega con frecuencia a Richmond? —inquirí.
—Cada fin de semana, dos a veces. Le ayuda a tu padre con la
administración del club, o eso es lo que dicen —explicó, e imaginé que en
realidad podía estarle ayudando con cuestiones de la organización—. De
todos, es el único que me dio pie para un saludo y algunas conversaciones
triviales.
—¿Por qué será? —ironicé, intuyendo que el hijo de puta iba detrás de
algo más interesante que las conversaciones triviales con ella.
—No comiences, que él sabe que Leo es mi novio —reprendió.
—Cariño, Elliot es tan hijo de puta como yo, por lo que no dudo que ya
notó que tienes a un perdedor de novio —evidencié, y la escuché bufar.
—Ni Leo es perdedor ni Elliot aparenta ser como tú —los defendió, y me
reí—. Es más, con lo caballero que es, no habría sospechado que son
familia.
Solté una carcajada en ese momento por la manera en la que se puso a la
defensiva.
—Pensándolo mejor, me gusta la idea de que te acerques a él. Es el
mejor camino para que te informes de mi familia, lo que sucede con ellos, y
de paso descubres si sabe algo de la Castaña.
—¿Ahora pretendes que me meta a su cama para que me susurre las
cosas que necesitas saber? —se indignó, y rodé los ojos.
—Pretendo que disfrutes del plan —respondí, aunque también pensé que
con ella podría matar dos pájaros de un solo tiro: averiguaba lo que me
importaba, y de paso me quitaba a Elliot del camino por si en algún
momento Isabella regresaba al país—. Sácale provecho, piensa en grande
—la chinché.
—Que te den, tonto —rezongó, y volví a reírme.
Al dejar las provocaciones de lado me informó que no vi a Isabella de
nuevo en Tokio porque se marchó de Japón al siguiente día de nuestro
encuentro. Primero la ubicó en Londres, luego en Holanda y por último en
Italia, país en el que estaba actualmente, aunque no sabía con exactitud en
qué ciudad porque la Castaña tomaba buenas medidas para perderse del
radar.
Definitivamente ella se cuidaba mejor de lo que su padre la cuidó
estando vivo.
Dos horas más tarde me encontraba en el búnker con Amelia,
manteniendo una conversación sin peleas, reclamos o acusaciones, puesto
que esas semanas logramos tratarnos con un poco de educación.
—Se supone que Lucius debería informarte de todas las misiones que
tienen, si tanto te respeta —señalé cuando ella aseguró que no sabía nada
del tráfico de niños, y se mordió la uña del pulgar en señal de tensión.
Llegó a Estados Unidos desde Irlanda, dos días antes que nosotros, por lo
que tenía conocimiento sobre todo lo que vivimos en Tokio, aunque de
igual manera me pidió que le hablara de las emboscadas que nos hicieron.
Así que tuve que dar mi mejor actuación para parecer tranquilo y
desinteresado.
—Según él, cuando cerró el trato con Shinoda yo no estaba en mi mejor
momento.
—¿Y le crees?
—Por supuesto que no, Sombra. Deja de creerme la más imbécil —pidió
un tanto exaltada, y alcé las manos en señal de que no quería ofenderla.
—¿Y lo apoyas con esa mierda? —pregunté tanteando la situación,
refiriéndome al tráfico infantil.
Me miró indignada por varios segundos, yo le sostuve la mirada
diciéndole así que no me culpara por dudar. Aunque también la estudié para
asegurarme de que no me mintiera.
Al fondo se escuchaban las voces de los mellizos y Darius, ellos se
hallaban en el comedor con Alina y Dasher, preparando palomitas de maíz y
galletas porque a Owen se le ocurrió hacer una tarde de pelis para el
pequeño del lugar. Y, según las risas infantiles, el niño se lo estaba pasando
en grande.
—No seas idiota. Por supuesto que no —aseguró Amelia con respecto a
mi pregunta—. Así que, por esta vez, me alegra que les hayan jodido el
envío, sin embargo, voy a investigar quiénes son esos ninjas.
Disimulé la tensión que sentí ante su declaración porque no me convenía
que se concentrara en hacerme preguntas sobre los Sigilosos.
—¿Los O’Connor van a entrar en esta mierda?
Hice esa pregunta porque sabía que no todos los aliados de los Vigilantes
estaban metidos en el tráfico humano.
—Nah, a ellos les interesan más las farmacéuticas. Y créeme, no les
cuesta nada encontrar candidatos para experimentar con sus medicamentos,
ya que ofrecen buenas sumas de dinero —respondió—. Tampoco Grecia va
a entrar en el tráfico infantil porque el fuerte de Aris y Andru es la extorsión
por medio de los secretos que consiguen con la tecnología, por lo que
prefieren concentrarse en eso.
De alguna manera me alivió escuchar tal cosa sobre los griegos.
—Los demás países sí, supongo.
—Supones bien —replicó—. Y cambiando de tema, de ahora en adelante
vas a tener que cuidarte mejor en las misiones porque las autoridades van
detrás de tu culo. Casi como están detrás del mío. Y más que el de los otros
líderes de la organización. Además, a ti y a mí son a los únicos que están
responsabilizando de todo el mal que los Vigilantes hemos inyectado en el
país —informó.
—¿Qué? —largué sin comprender, y ella rio.
—Según mis informantes, el gobierno sabe que las alianzas más
importantes que tenemos con personalidades poderosas dentro del país las
hemos conseguido gracias a ti por los secretos que nos diste. Además de
que han descubierto lo bien que te manejas chantajeando a la Guardia
Costera para que se hagan de la vista gorda con los envíos.
Bufé por la ironía.
—Y por supuesto que Lucius está feliz con eso —urdí con sarcasmo.
No desconocía que al maldito le cabreaba no poder salir con total libertad
de sus escondites por ser el más buscado por las autoridades, así que, que se
enfocaran en mí, le daría lo que tanto añoraba.
—Claro. Incluso celebró que ahora podrá disfrutar del aire fresco sin que
las autoridades le respiren en la nuca, porque Fantasma y Sombra lo
destronaron de la lista de los más buscados por la Interpol, la CIA y todos
los demás imbéciles buenos para nada. Así que, cariño, nos hemos
convertido en los Bonnie y Clyde de esta generación —celebró, y rodé los
ojos.
«Ellos sí estaban enamorados mutuamente. Tú y yo, solo en tus sueños»,
pensé.
—Genial, justo en el mejor momento de la inclusión —resollé con gracia
fingida, y ella soltó una carcajada porque tenía claro que todos creían que
Fantasma era un chico.
—Ya. Dejemos de hablar de lo que pasa en la organización.
—Lía —advertí, pues me tomó desprevenido que se levantara de su silla
mientras propuso tal cosa y se sentara a horcajadas en mi regazo.
—Llévame a tu apartamento —pidió con voz melosa, y la cogí entre las
caderas y los muslos cuando restregó su entrepierna con la mía.
La mirada se le oscureció por el deseo y la contuve en el momento que
trató de molerse otra vez en mí. Se mordió el labio inferior para
provocarme, y bufé por lo bajo.
¿En qué jodido momento se convirtió en una ridiculez para mí que una
mujer tan guapa me sedujera?
La respuesta para esa pregunta llegó a mi cabeza de inmediato, y sonreí.
—Hoy no —zanjé para Amelia, y alcancé a girar el rostro en el instante
que trató de besarme.
Consiguió hacerlo en mi mejilla, sin embargo, si evité hacerle un
desplante como los de siempre, fue únicamente porque no le daría la
oportunidad a Lucius de utilizarla (si yo la enviaba directo a uno de sus
estados más vulnerables), con el tema del tráfico infantil expandiéndose
como un maldito cáncer en la organización y el mundo.
Además, por las buenas podía conseguir que Amelia le frustrara los
tratos a ese hijo de puta.
—¿Cuándo entonces? —preguntó con voz lastimera.
«Debo llamar a Dominik», pensé.
Amelia comenzó a besarme la mandíbula y recorrió entre besos castos y
mordiscos toda esa línea hasta subir a mi oreja y lamer el lóbulo.
—No lo sé. Déjame descansar bien —pedí.
Para ese momento ya había bajado con sus besos a mi cuello, sin
importarle la tela con la que cubría mis tatuajes. Con la mano guio la mía a
su culo y terminé dándole un azote.
—Odio el exhibicionismo —la reprendí entre dientes.
Con la persona correcta eso me valía un carajo, claro estaba.
—Bien, vamos a mi habitación y tendremos toda la privacidad que
quieras —propuso con la voz ahogada por seguir metida entre mi cuello.
Mierda.
Me preparé para la pelea innecesaria y la tomé del rostro con ambas
manos, sacándola de entre mi cuello.
—¿Acaso Cillian ya no te complace bien que volviste tan necesitada? —
El enojo y la indignación oscurecieron más sus ojos en ese instante.
Y sí, era bajo que la provocara así, pero era eso o hacerle otro tipo de
desprecio, para sacármela de encima, que nos llevaría a algo peor.
—¿Y tú? ¿Te has acostado con alguien en Tokio? Por eso has vuelto sin
ganas de tocarme —acusó y me tomó de las muñecas, pero no hizo que la
soltara—. ¿Alguna chica de la Yakuza? O una del bando contrario, tal vez
—añadió con malicia.
Sonreí de lado y me puse de pie para sacármela de encima, ella dio dos
pasos atrás al poner los pies sobre el suelo y logró estabilizarse antes de
caer de culo. Me limité a mirarla, a fingir que la insinuación que hizo no me
afectó, aunque por dentro intenté controlarme antes de delatarme, pues no
podía ser posible que ella supiera de mi encuentro con Isabella.
Alex estaba siendo vigilado por si acaso, por lo que era probable que lo
que dijo fue en alusión a lo que pasó entre nosotros cuando nos conocimos.
—Con nadie en realidad —hablé cuando fui capaz de utilizar un tono
neutro—. Simplemente estoy cansado y no me apetece follar. ¿Tan difícil es
de entenderlo?
—Sí, porque cuando te conocí eras muy activo sexualmente —replicó.
—Bueno, es que ya estoy viejo —me defendí, y me miró entre incrédula
e indignada por mi excusa.
—¡No me jodas! Veinticinco años es ser viejo solo cuando te conviene,
¿no? —satirizó, y me encogí de hombros restándole importancia—. ¡Arg!
Odio que me busques solo cuando tú quieres —refunfuñó.
Comenzó a caminar hacia fuera de donde estábamos y apreté los puños
porque me estaba librando de ella sin tener que follarla. No obstante, noté
que iba afectada y eso no me convenía, por lo que tensé la mandíbula a la
vez que negué interiormente, en el momento que la tomé del brazo y la
detuve, optando mejor por adularla.
Le sorprendió mi acción, pues era la primera vez que hacía eso.
—No es eso, Lía —siseé—. Es que, a diferencia de ti, yo necesito más
tiempo para recuperarme después de nuestros encuentros —dije, y alzó una
ceja—. No tienes idea de las veces que he tenido que ponerme hielo en la
polla luego de follarte.
Ella apretó los labios para no reírse al escucharme, yo negué levemente
con la cabeza y le hice un gesto de «no te atrevas».
Joder.
Dominik tenía razón, era necesario que supiera todos los detalles de lo
que hacía con ella, incluso si me incomodaban (algunas veces más que
otras), como cuando me preguntó cómo tenía mi polla y me describió la
suya; situación que me llevó a recordar el detalle de mis perlas, pues él no
tenía.
Y, aunque no fuera el caso ni se me dificultaría, ya que no pensaba tocar
a esa chica por ningún motivo, las perlas eran una razón más por la cual
debía evitar a toda costa cualquier momento sexual con Amelia.
—Eso es exagerado —señaló, y la solté.
Estaba nerviosa y orgullosa a la vez, razón por la que sus rasgos se
suavizaron en el momento que se mordió la sonrisa, y expuso la belleza de
la que era dueña.
«Leah tuvo que haber sido muy hermosa», pensé al confirmar una vez
más los rasgos que Amelia compartía con Isabella.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Amelia frunciendo el ceño, y maldije
porque pensé en voz alta.
Carajo.
No podía decirle que opiné tal cosa al darme cuenta de que la difunta le
heredó la belleza a sus hijas, además de esa necesidad que ambas tenían de
lanzarme dagas, sin dejar de lado las ganas de matarme que profesaban la
mayor parte del tiempo.
—Sombra, ya vamos a poner la peli. ¿Nos acompañarás?
Demonios. Me dieron ganas de llegar a Owen y abrazarlo por
interrumpirnos en el momento más oportuno.
Miré hacia la puerta y lo encontré tomado de la mano con Dasher, el
pequeño sonrió al verme y sentí la mirada de Amelia estudiándonos. Owen
abrió los ojos demás al ver que todavía estaba con ella y vi su intención de
irse, pues trataban de que ni el niño ni Alina se cruzaran en su camino para
que no la incomodaran de ninguna manera, y que con eso la provocaran a
que hiciera alguna locura.
—¡Somba! —gritó Dasher, intercalándole una H a la letra S y O.
Dio saltitos de emoción y alcé una ceja porque nunca lo había escuchado
decir alguna palabra. Y por la reacción llena de sorpresa de Owen deduje
que él tampoco.
—Oye, eso no es justo. A él ni le gusta jugar contigo y aprendes a decir
su nombre, y yo que te vivo consintiendo no me llamas ni siquiera tío. ¡Tío
que es tan fácil! —rezongó Owen, y Dasher se rio de él creyendo que estaba
jugando. Y para ser sincero, yo vi su reclamo muy real.
Era Owen siendo Owen después de todo.
—¿Y a mí no me invitarán a ver esa peli? —preguntó Amelia
tomándonos por sorpresa.
—No le jodas los planes a la demás gente —advertí por lo bajo, y ella
me sonrió con picardía.
—Eeeh… claro. Si quieres, eres bienvenida —logró decir Owen tras
titubear—. No lo propuse antes porque no sabía que seguías aquí o que
querrías unirte a la diversión —añadió.
Creí que Amelia había hecho esa pregunta solo por joder, pero no.
Resultó que sí se unió a esa tarde de películas, y me arrastró a mí en
cuanto me quise negar porque no quería que me viera interactuando de
ninguna manera con los Spencer. Y noté que Darius pensó lo mismo e
intentó irse al ver que ella se quedaría, pero también terminó
convenciéndolo y le aseguró que nunca era tarde para pasarla en familia.
Comentario que a él le entusiasmó.
Y, aunque al principio todo fue un poco tenso cuando los demás me
vieron llegar con ella, Owen y Dasher se encargaron de relajar un poco el
ambiente al reírse de lo que veían en la pantalla, o imitarlo (esto por parte
de Owen, quien parecía más niño que Dash, como apodaron al pequeño).
Darius incluso se atrevió a comportarse como era en realidad con el
pequeño frente a su hermana. Y yo, luego de tanta insistencia de Dasher,
terminé sentándolo en mi regazo y jugando con él a las cosquillas, la tercera
vez que me buscó para darme galletas y las tres palomitas de maíz que
cabían en su mano. También le compartió a Amelia y fue gracioso ver su
cara de sorpresa porque el pequeño la incluyera.
—¡Dios! ¿Es enfermo de mi parte que, así me invite a todas las galletas
del mundo, le tenga envidia a este niño? —preguntó Amelia por lo bajo
para que solo yo la escuchara—. Tenía años de no verte sonreír y reír así, y
él lo ha conseguido con sus juegos tontos —explicó.
La risa de Dasher resonó por toda la sala, exhausto porque esa vez mi
ataque de cosquillas fue más largo. Y con su manita comenzó a hacerme a
mí en el cuello, como venganza. Owen ya nos había callado un par de veces
porque no lo dejábamos escuchar, y por joder seguíamos riéndonos con
Dash.
Miré a Amelia segundos después. Ella no estaba molesta y tampoco dijo
tal cosa con alevosía. Más bien parecía que también se divertía con lo que
nos veía hacer y tenía una enorme sonrisa dibujada en el rostro.
—Bueno, soporto más sus juegos tontos que tu intensidad y ganas de
violarme. —La sonrisa que tenía se le borró de golpe y sus mejillas se
pusieron rojas. Los gestos le cambiaron de diversión a humillación en un
santiamén y me di cuenta de que mis palabras murmuradas le dolieron—.
Lía, estoy jugando contigo —aclaré.
Y, aunque no dije mentiras, tampoco le estaba reclamando nada.
Simplemente mi humor se había vuelto más negro en esos años.
—No sonó así —me hizo saber con la voz temblorosa.
Carraspeó al escucharse y dio una mirada por la sala, temiendo que nos
estuvieran observando. Nadie lo hacía en ese instante, pero Darius y Alina
se mantenían pendientes de nosotros.
—No importa cómo sonó. Te estoy aclarando que es una broma y sabes
bien que no te miento. Cuando quiero ofenderte, lo hago sin tapujos —
hablé con determinación.
Enseguida de eso envié a Dasher con Owen, pero el niño optó por hacer
lo que él quería y regresó con Darius, se subió a su regazo para acomodarse
y seguir viendo la película de hormigas. Alina se mantenía cautelosa y de
vez en cuando trataba de conquistar a su hijo para que se mantuviera a su
lado, fallando en el proceso.
Lewis observaba a Amelia en ese momento y al imitarlo me di cuenta de
que ella seguía abochornada por mis palabras, y maldije, pues era muy
sabedor de lo voluble y endeble que era; de lo fácil que sería lanzarla de
pique a uno de sus estados donde más frágil sería.
—Ya, Lía. Deja de joderles la tarde a los demás y disfruta de esas
hormigas —susurré en su oído luego de haberle echado el brazo sobre sus
hombros para atraerla a mi costado—. ¿O esperas que también te haga
cosquillas? Porque no lo haré, eh —advertí.
Por supuesto que mi actitud era algo que no esperaba, tampoco mi
cercanía frente a otras personas, así que su reacción de sorpresa no me
extrañó. Aunque después de unos segundos de procesarlo se relajó, respiró
hondo y exhaló de una manera que me indicó su tranquilidad y me abrazó
de la cintura, acomodándose en mi costado para ver esa película infantil,
rodeados de personas que le temían y que de vez en cuando me miraban
como si acabara de ponerme un chaleco bomba.
Demonios.
Traté de no reírme por las reacciones que esa diminuta mujer (en
comparación a mi tamaño) provocaba. Y al tenerla así, tan a gusto luego de
humillarla, me hizo más consciente de su dependencia hacia mí, y sentí
lástima de ella y de todo lo que sufrió a lo largo de su vida para
conformarse con migajas.
Y creo que esa tarde fue la primera vez después de años que un
sentimiento distinto de mi parte suplantó al odio que le profesaba.

La semana siguiente a esa tarde todo se volvió un mierdero en la


organización, pues los secuestros ejecutados por Derek y su gente se
dispararon, y tuve que hacer más envíos de los normales. Incluso llevé a
cabo algunos combinados con armas para poder sacar del país a las mujeres
que iban para trata de blancas, y hombres a los que despojarían de sus
órganos. No obstante, me detuve arriesgándome a que se ensañaran con
Tess el día que Lucius pretendió colarme a un par de niños en uno de los
cargamentos de personas.
—Follarte a mi hija ha hecho que olvides que estás aquí bajo mis
órdenes, maldita mierda —espetó Lucius.
Irrumpí en su oficina hecho una furia luego de detener el envío al ver a
los niños, antes de que el barco zarpara.
—Lo que haga o deje de hacer con Lía no te importa, ni tiene nada que
ver con las misiones que ejecuto para ti —largué—. Y pase lo que pase, ten
claro que no me prestaré para esto.
—¿Estás seguro? —inquirió con malicia y sin dejarme responder añadió
para uno de sus hombres—: Tráeme el monitor. —El tipo obedeció de
inmediato.
Amelia estaba al tanto de mi negativa y de esa reunión porque la llamé
en el momento que la gente de Derek llegó con las personas para completar
el cargamento. Y, conociendo a su padre, supo que iba a amenazarme con
joder a Tess, así que me sorprendió cuando aseguró que ella se encargaría
de que no le pasara nada a mi hermana, manipulando por unos minutos el
monitor.
—Puedo ser la puta de esta organización, pero eso no significa que me
prestaré para todas tus mierdas. Así que procede como quieras, ya que, sea
como sea, al único lugar que enviaré a esos niños es de regreso a sus casas.
—¿Es tu última palabra? —preguntó. Según él, siendo benevolente.
Apreté los puños y miré con temor aquel monitor cuando su hombre lo
acercó a él.
Quería confiar en que Amelia cumpliría su palabra, porque me juró que
ella tampoco participaría en el tráfico infantil y evitaría que su padre
siguiera adelante con eso a toda costa, pero con nuestra historia de
manipulación me era muy difícil.
—Me engañaste en Tokio, incluso cuando he hecho todo lo que me has
pedido —siseé.
—Has hecho lo que has querido. Y lo que no, lo has manipulado
creyendo que me verás la cara de imbécil —contradijo, y tragué con
dificultad—. Y si te lo he dejado pasar es únicamente porque la estúpida de
mi hija te ve como a su amo y ella es la perra que, sin importar los
desprecios que le hagas, te será fiel —espetó—. Pero esta vez has colmado
mi paciencia.
—¿Paciencia? —inquirí, usando el sarcasmo para no demostrar mis
nervios y recuperar mi actitud de hijo de puta—. Paciencia la que he tenido
yo con ustedes al soportar sus mierdas, y ahora quieres sobrepasar mis
límites y eso no lo voy a permitir.
El maldito soltó una carcajada burlona al escucharme, y tensé la
mandíbula.
—Que seas el amante en turno de Amelia no quiere decir que deba
respetar tus malditos límites, jodido bastardo —siseó—. Ya tú mismo lo has
dicho: eres mi puta y, como tal, haces lo que yo diga y quiera para que me
complazcas. Así que, si no haces ese envío por las buenas, lo harás por las
malas.
Di un paso hacia él en el momento que activó el monitor, pero sus
hombres estaban atentos a mis movimientos y me detuvieron
desenfundando sus armas y poniéndolas en cada una de mis sienes.
—Con los niños no, maldita rata —espeté.
Me miró con malicia y apretó el botón de más. Probé dar otro paso en
cuanto el medidor de Tess se movió al amarillo, y los tipos le quitaron el
seguro a sus armas.
¡Joder!
—¿Harás esos envíos por las buenas? ¿O prefieres por las malas? —
cuestionó, y apreté mis molares.
No ignoraba que el malnacido tenía a otras personas que se podían
encargar de eso, pero para su desgracia (y la mía), únicamente yo conseguía
que todos los envíos fueran exitosos, pues, a parte de la Guardia Costera,
manipulaba a los agentes de las fronteras marítimas, lo que me permitía
sacar los cargamentos de armas y mujeres del país sin que nos incautaran
ninguno.
Algo que las demás élites de los Vigilantes todavía no lograban, pues seis
de cada diez envíos eran exitosos. Y con los otros cuatro incautados perdían
más dinero y recursos de lo que invertían.
—No seas mierda, Lucius. Tú sabes que, obligado o no, he sido leal a la
promesa que hice. Y cuando las otras élites la han cagado, la mía ha estado
ahí para salvar tu culo.
Chasqueó con la lengua y sacudió la mano, dejando el monitor de lado
por un momento.
—No. Tampoco te creas indispensable, imbécil de mierda —resopló.
—Soy eficiente, no indispensable. Y te he hecho ganar millones de
dólares desde que uso esta máscara —me defendí—. Te doy más buenos
resultados que cualquiera de la organización, joder.
Para ese momento, la desesperación me estaba comenzando a ganar.
—¡Entonces cumple lo que tanto te jactas y envía a esos malditos niños,
porque me estás haciendo perder esos millones! —gritó, y negué con la
cabeza.
Estaba condenando más a mi hermana con esa decisión, y a mis padres
con el sufrimiento de perder a su otra hija luego de perderme a mí. Pensé en
el dolor de mi madre y le pedí perdón porque esa vez no podía doblegarme.
No cuando a mi cabeza llegó la imagen de Dasher jugando a la pelota, e
increíblemente, también la de aquellos gemelos de Italia con su enorme
sonrisa en el momento que se marcharon con sus osos, pues eran los únicos
niños con los cuales había conocido la inocencia.
Y me negaba a dañarlos.
—Mátalas —repliqué entre dientes, sintiendo la culpa, la impotencia, el
dolor y el egoísmo porque sería mi hermana la única que sufriría las
consecuencias de esa decisión.
Aunque también sentí una pizca de esperanza al notar la sorpresa de
Lucius, y la confianza de haber hecho un buen trabajo en esos años.
Y si no era indispensable, al menos esperaba ser una ficha clave en su
tablero, puesto que por primera vez me arriesgué a comprobar si mi doble
juego daría resultado. Y, si Lucius era tan inteligente como había
demostrado serlo, me permitiría ganar esa partida, ya que, si me arrebataban
lo que me mantenía con ellos, también me quitarían el miedo, y con eso
arrasaría con todos si no me mataban.
—Pagarás caro el haberme desafiado —largó.
Y, por la manera en la que apretó los dientes al decirme eso, supe que
estaba más cabreado que cuando los Sigilosos le truncaron los planes a él y
a Shinoda. Sin embargo, apartó el monitor con brusquedad y me exigió que
saliera de su vista, y con eso confirmé que, en efecto, a él le servía más de
lo que alguna vez aceptaría.
No obstante, canté victoria antes del tiempo y tres días después de eso
Lucius me cobró esa desobediencia con lo que jamás esperé.
—¡Están aquí! —gritó Lewis.
Corrimos con Darius a donde lo escuchamos gritar.
Estábamos en nuestro búnker, llegamos lo más pronto que pudimos luego
de una llamada que Alex le hizo a Serena mientras nos encontrábamos
llevando a cabo un envío de armas. Ella solo le entendió las palabras
«Dasher» y «ataque», y fueron suficientes para que corriéramos con ellos.
Alex se había quedado en el búnker con Alina y Dasher esa noche,
puesto que así nadie que no fuera de mi élite o la de Amelia pudiera entrar
sin el código de acceso, no nos confiábamos.
—¡Joder! ¡No! —gritó Darius, y me detuve de golpe al encontrar a
Lewis al lado de los cuerpos de Alex y Alina tirados en el suelo.
Parecía como si él trató de defenderla sin éxito, pues le desollaron la
garganta y se desangró sobre el cuerpo de Alina.
—¡No hay nadie! Todo indica que se fueron hace mucho…
—¡Busquen a Dasher! —rugí cortando el aviso de Owen cuando llegó a
la sala de entretenimiento, en el momento que no encontré al niño por
ningún lado.
—¡Busquen a Dash! ¡Busquen a Dash! —gritó Owen desesperado para
Marcus, Serena, Belial y Lilith.
Darius le ayudó a Lewis a mover el cuerpo de Alex de encima de Alina y
escuchamos un jadeo por parte de ella. Me acerqué y noté todas las
puñaladas que le habían dado, pero que no consiguieron acabar del todo con
la mujer.
Alina abrió los ojos con dificultad cuando Darius trató de auxiliarla y
susurró un «no» quedo.
—Sálva-lo —suplicó, y mi corazón estuvo a punto de explotar al pensar
en la razón de su petición.
—Calma, vamos a ayudarte —le aseguró Darius, pero escuché la duda y
desesperación en su tono.
Alina negó levemente, estaba muriendo y lloró por el esfuerzo de decir
algo más.
—Fue-fue De-rek. Se llevó a mi be-bé. —Alina me miró al decir eso y
dejé de respirar—. Dijo que iba a envi-arlo con-tigo.
El mundo se me hizo pedazos al recordar las cajas de madera grandes y
pesadas que la gente de Derek llevó esa noche al puerto. Hice que mi
equipo revisara la mayoría para asegurarnos que fueran solo armas, pero
cometimos el error de dejar algunas selladas.
—¡No! —Fue todo lo que pude decir.
Salí de la sala y corrí hacia afuera del búnker, me subí a una de las
Todoterreno como alma en pena y me di cuenta de que Darius me había
seguido hasta que se subió en el lado del copiloto. No nos dijimos nada,
porque las palabras sobraban y la desesperación se apoderó de nosotros,
hasta que me puse en marcha de regreso al puerto y le di mi móvil.
—Llama a Hernández y pídele que detenga el barco a como dé lugar —
pedí, refiriéndome a mi contacto en la Guardia Costera.
Con suerte, el cargamento todavía no había salido de aguas
estadounidenses.
—¡Me cago en la puta que lo parió! No tienes señal —avisó con la voz
quebrada.
—¡Prueba con el tuyo! —grité, y pisé el acelerador a fondo para salir de
territorio Vigilante.
—¡Dios mío! ¡No me hagas esto! —rogó él—. No tengo señal tampoco
—gritó.
Le di un golpe al volante, sintiendo que la mirada se me estaba nublando
al imaginar todo tipo de escenarios, y a duras penas logré frenar cuando vi a
cinco coches estacionados a unos metros de donde yo iba, y varios
Vigilantes se encontraban afuera de ellos con armas apuntándonos.
—¡Mierda! ¡No! —grité yéndome hacia el frente por el frenazo.
El cuerpo se me sacudió hacia atrás al detenerme por completo y, en
cuanto nos estabilizamos, noté que en una de las camionetas se hallaban
Lucius, Derek y Amelia.
—¡Maldito hijo de puta! —gritó Darius saliendo del coche.
Lucius alzó la mano para que su gente no fuera a dispararle y comenzó a
reírse.
—No me culpes a mí, hijo. Fue decisión de tu hermana y su novio —le
dijo con malicia.
Me bajé del coche y miré a Amelia adentro del suyo, ella bajó la cabeza
y Derek a su lado sonrió victorioso.
¡Mierda! Salvó a mi hermana tres días atrás, pero porque la hija de puta
sabía cómo iba a joderme de nuevo.
—¿Qué quieres para que me devuelvas a ese niño? —le pregunté a
Lucius con la voz más ronca que la del cambiador.
No tenía tiempo para amenazas inocuas que en ese instante no cumpliría.
Me importaba más detener el puto envío o saber cómo podría recuperar a
Dasher.
—A ver, Sombra. No deberías hacerme esa pregunta cuando en primer
lugar fuiste tú quién lo traficó. Cosa que me sorprende después de que te
negaste tanto al tráfico infantil —se burló.
En ese momento era capaz de matarlo, pero también de ponerme de
rodillas con tal de que me devolviera a ese niño. Así que detuve a Darius en
el momento que él trató de irse sobre el malnacido frente a nosotros.
—¡¿Qué quieres, Lucius?! —grité.
Él deliberadamente se quedó en silencio unos minutos.
—¡¿Qué quieres?! ¡Dilo, joder! —rugió Darius como león herido.
Ni las carcajadas de Derek me hicieron dejar de ver al viejo decrépito.
—Que me complazcas como mi puta que eres, Sombra —satirizó—. De
ahora en adelante, si quiero follarte, lo haré, si quiero ver que te follen, lo
veré. Si deseo envíos, los harás, de lo que yo quiera, cuando quiera y como
quiera. A cambio, te daré la seguridad de que no venderé a ese niño ni
permitiré que lo descuarticen o que los clientes lo usen a su antojo.
Darius alegó, yo no pude porque era en vano, pues de nuevo esa mierda
volvió a quebrarme y utilizó contra mí mis propios sentimientos.
El consejo que Enoc me dio hace años inundó mi cabeza una vez más,
dándome cuenta que seguía fracasando. Así que me limité a asentir para
Lucius.
—Ves que no era tan difícil —continuó burlándose—. Por obediente te
doy mi palabra de que te haré llegar con mi consentida noticias sobre ese
chiquillo en el momento que lo instale en un lugar adecuado para él, ¿de
acuerdo? —me preguntó con tranquilidad.
—De acuerdo —dije luego de tragar con dificultad.
—Perfecto. Derek, lúcete con la cosecha del producto extra virgen
porque ya tenemos a nuestro UPS[7] personal.
Los dos soltaron carcajadas estrepitosas por su broma y vi de soslayo que
Darius no pudo contener las lágrimas por más que se esforzó, y una rodó
por su mejilla.
—Ven aquí, hijo mío.
Darius no le obedeció a Lucius cuando este pidió tal cosa, así que fue él
quien se acercó a su hijo adoptivo y lo cogió con ambas manos de los lados
del cuello para darle un beso en cada mejilla.
—Vuelve a faltarme el respeto y recibirás en pedazos a las personas que
amas —le advirtió. Acto seguido lo soltó, se dio la vuelta y le ordenó a sus
hombres que nos regresaran al búnker.
Yo me quedé ahí de pie, mirando sin parpadear a Amelia y a Derek,
pensando en las palabras que Marcus me dijo cuando asesiné a aquellas
mujeres.

—A estas alturas de la partida, si debo sacrificar a mis peones, lo haré


sin pensarlo y sin remordimiento alguno.
—Espero que sigas pensando lo mismo cuando te toque sacrificar a un
peón al cual le hayas tomado cariño.

—No quería sacrificarlo —susurré para Darius—. No a ese pequeño.


Él no dijo nada, simplemente cayó de rodillas luego de que perdiéramos
de vista el coche de Lucius. Y yo me tragué mis propias palabras al sentir
remordimiento, desesperación y agonía.
Capítulo 15
Dulce destino
Elijah

No viví lo peor al ver a Darius derrumbándose en medio de la noche en


aquella carretera donde Lucius nos detuvo. Lo hice cuando regresamos a
nuestro búnker y tuve que decirles a los demás que enviamos a Dasher en el
cargamento que hicimos y ya no pude recuperarlo.
Los gritos desesperados de Serena y el llanto silencioso de Owen fueron
dos puñaladas que clavaron en mi corazón (y se sumaron a las otras), que
me hicieron odiarme y decepcionarme un poco más de mí mismo porque
perder a ese pequeño, y causarles tal dolor, era otro fracaso que añadía a mi
lista. Y tuve que alejarme de mi élite esa noche debido a que su tristeza
aumentaba en sobremanera mi mediocridad.
—Este golpe nos duele a todos. —No miré a Marcus al escucharlo decir
eso, me concentré en seguir observando el pequeño balón que tenía entre
mis manos, sentado en la banca de pesas del gimnasio—. No es necesario
que te escondas, hermano. Llora si lo necesitas —recomendó.
—¿Llorar? —Mi voz fue tan frívola que enfrió mi propia piel—. ¿Acaso
eso me devolverá al chiquillo irritante que no podía dejar en paz esta puta
pelota? —largué tirando a la vez el juguete con tanta ira que fue increíble
que no se explotara al rebotar en el suelo—. No, Marcus, no quiero llorar.
Quiero despedazar a Lucius, a Amelia, a Derek. Quiero hacerlo tan lento.
Amarrarlos mientras los despellejo vivos, después de que me digan en
dónde tienen a Dasher y ¿sabes qué? —No lo dejé responder—. ¡No puedo
hacerlo, así que tampoco voy a llorar!
Le grité lo último con tanto ahínco que se me dificultó respirar y el pecho
me punzó con violencia, a tal punto que necesité hacer presión en mi tórax
con la palma de la mano y con la otra me agarré la garganta en cuanto el
dolor subió hasta ahí, amenazando con hacerme vomitar.
Marcus se limitó a callar, aunque noté que él sí dejó escapar un par de
lágrimas.
—No llores, hombre —pedí con la voz ronca—. No demuestres tus
sentimientos, porque nuestros enemigos lo toman como ventaja para
cogernos de las bolas y convertirnos en sus putas —recomendé—. Si no lo
crees, mírame —dije abriendo los brazos.
Segundos después los cerré de golpe y caminé hacia afuera del gimnasio
porque no quería que nadie más pretendiera consolarme, ya que ni siquiera
lo merecía por imbécil.
Llegué a la sala de entretenimiento donde Belial y Lewis se encargaban
de los cadáveres de Alex y Alina, y me quedé mirando a Darius al lado del
cuerpo de la mujer. Él seguía llorando, pidiéndole perdón a alguien que ya
no podía escucharlo, simplemente porque se sentía responsable de no
haberla protegido ni a ella ni a su hijo como les prometió.
—Vamos a entrar a esta mierda por el niño, está claro —me dijo Belial,
queriendo enfatizar que nunca se metería al tráfico infantil porque quisiera
hacerlo—, pero en este momento deseo que a la mierda de Derek le hagan
pagar lo que hizo con su propia hija.
—¿De qué estás hablando? —le pregunté.
—De que Derek tiene una hija con Brianna, la chica que traicionó a
Grigori por él —respondió Darius desde donde estaba, cerrándole los ojos a
Alina.
Me sorprendió esa información, y ellos lo notaron.
—Brianna y su pequeña hija son el tesoro de esa escoria, por eso las
mantiene lejos de la organización y sus enemigos —explicó Belial.
—¿Sabes dónde específicamente? —inquirí.
Tanto él como Darius y Lewis me miraron, queriendo leer mi expresión
sin éxito, ya que en ese momento, aunque me quité la máscara de Sombra,
me dejé la de la frialdad.
—No —respondió Belial.
—Ni yo, porque se ha esmerado en ocultarlas bien —acotó Darius.
—Yo podría averiguarlo —se ofreció Lewis.
—¿Cómo?
Fue Darius el de esa pregunta y esperé por la respuesta de Lewis.
—Salí hace un tiempo con Sandra, una chica de la élite de Derek. Así
que podría volver a buscarla —respondió Lewis.
Belial y Darius me miraron esperando por mi decisión.
—Sé discreto para que no sospechen, ya que esto es algo que puede
tomarse con calma y hacerse con el tiempo que sea necesario, pues es mejor
ejecutarlo en el momento oportuno y no a la ligera mientras tenemos la
cabeza caliente —señalé, y Lewis asintió de acuerdo.
Personalmente me había tomado tres años para buscar venganza contra el
malnacido de Derek, lo hice porque no quería poner en más riesgo a las
chicas, pero luego de lo de Dasher entendí que al menos con ese hijo de
puta debía comenzar a trabajar en el castigo que le daría. Y, aunque no
pensaba dañar físicamente a su hija, no podía asegurar lo mismo con la
traidora de Brianna.
—¡¿Qué mierdas haces aquí?! —Darius se puso de pie luego de gritar
eso y salió de la sala como si le hubieran prendido fuego en el culo.
Mi cuerpo entró en tensión al escuchar el alboroto que se estaba armando
detrás de mí y reconocí las voces de algunos hombres de Amelia.
—¡Sombra! —me gritó ella.
Me di la vuelta para encararla y vi cómo sus hombres contuvieron a
Darius para que este no se acercara más a ella y la dañara de alguna manera.
—¡¿Cómo pudiste, hija de puta?! —espetó él, perdiendo el control que
siempre lo caracterizó—. ¡¿Cómo fuiste capaz de permitir que tocaran a ese
niño?!
Amelia estaba llorando y nos miraba con una expresión angustiada, llena
de culpa. Era como si le estuvieran clavando un puñal en el pecho, pero ya
no fui imbécil para creerle ese papel de víctima, cuando en realidad era una
manipulada que estaba superando con creces a la mierda de su padre.
—Era parte de tu plan quedarte aquella tarde para vernos interactuar con
él, ¿cierto? —Darius se sacudió queriendo sacarse de encima a los hombres
que lo retenían, al seguir con sus reclamos—. Te comportaste como si
querías ser parte de nosotros únicamente para encontrarnos la debilidad.
Actuaste como si de verdad estabas en contra de lo que hace el malnacido
de tu padre para ver cómo podías manipularnos, y no te importó usar a un
niño… ¡Un niño, Amelia!
En ese instante, Darius era la voz de mi élite. Él reflejaba y decía lo que
yo no podía.
—¡No tuve opción! —gritó Amelia, y bufé una risa carente de diversión
pero llena de odio—. Sombra, no tuve opción —resolló para mí, y negué
con la cabeza.
—Nunca he esperado nada bueno de ti y aun así eres capaz de
decepcionarme —le dije con una serenidad que no sentía—. Y luego te
preguntas por qué la prefiero y preferiré siempre a ella.
—¡Arg! ¡No digas eso! —gritó, actuando como si mis palabras le
dolieran también físicamente—. No lo digas si no sabes por qué lo hice.
—¿Es que acaso hay una razón que pueda justificar tu aberración? —
inquirió Darius, y dio unos pasos hacia atrás cuando los hombres por fin lo
soltaron.
Amelia me miró a mí al responder.
—Mi padre iba a matarte porque te negaste a hacer el envío, porque lo
desafiaste, y encima descubrió que no te podría chantajear más usando la
amenaza de siempre —explicó, y pensé automáticamente cuando lo alenté a
matar a mi hermana—. Venía a ejecutarte y me traía con él para que lo
presenciara porque aseguró que no supe mantenerte a raya. Me castigaría
por permitirte cosas que él jamás autorizó y no le importó que yo lo
amenazara con romper mis alianzas más fuertes, al contrario, se empecinó
más con matarte por mi atrevimiento. Así que la única manera de evitar que
te tocara era darle un nuevo motivo para obligarte a hacer los envíos.
—Entonces le entregaste a Dasher —dedujo Darius sin poder creerlo.
Amelia lo miró, dejando que sus lágrimas rodaran como respuesta para
él.
—Lo siento, Darius —consiguió decir ella entre sollozos—, pero para mí
Sombra está por encima de todo.
Alcé las cejas, sobresaltado al escuchar la seguridad con la que dijo tal
cosa, y me vi reflejado en ella.
Mierda.
—¡Hija de la gran puta! —siseó Darius, llorando de rabia en ese instante
porque no podía llegar a Amelia para matarla con sus propias manos.
Los demás se hallaban sin poder procesar el hecho de que ella fuera
capaz de hacer lo más despreciable con tal de protegerme a su manera. Pero
yo sí pude, porque para mi desgracia era lo mismo que yo hacía por su
hermana. Sin embargo, me mantuve receloso, sin mostrar mi sorpresa,
puesto que su declaración también parecía otra de sus tretas para
manipularme.
Una mentira con la cual pretendía convencerme de su amor.
—Eras tú o el niño, y mi elección fuiste tú —reiteró, haciéndome
consciente de que no solo permitió que secuestraran a Dasher, sino también
dejó que lo enviaran a otro país para que lo dañaran.
Con eso me hizo pensar que por un momento me arriesgué a elegir a
otros niños por encima de Tess, ya que ese era un límite que no pretendía
cruzar. Y, así fuese por mí o por alguien más, tampoco celebraría que ella sí
lo hiciera.
—Nunca debiste elegir a alguien que jamás te elegiría a ti —señalé con
más frialdad de la que solía tener para ella.
Las lágrimas le corrieron por las mejillas con más intensidad en ese
momento, herida por mi declaración y porque lo hice público, ya que nunca
le expresé nada como eso frente a mi élite. Siempre traté de decirle las
mierdas sin que otros nos escucharan, pero en esa ocasión me fue
imposible, pues quería herirla tanto como ella nos hirió con su elección.
Y Darius, por primera vez desde que lo conocía, se rio de ella,
demostrando con ese gesto que jamás lo hirieron como lo hizo la chica por
la cual luchaba a pesar de las mierdas que hacía. Amelia lo había roto de
una manera que nadie podría superar.
—Jamás debiste elegirme por encima de ese niño, Fantasma, ya que yo
no te elegiría a ti ni por encima de la mierda —reafirmé con tanto desprecio
que sentí asco de mí mismo.
Y ese asco aumentó al darme cuenta segundos después de que por
primera ocasión en años tuve la dicha de ver el momento exacto en el que la
depresión la encontró. Y nunca esperé disfrutarlo, pero lo hice porque, así
haya entregado a Dash para salvarme a mí, no mentí al asegurar que
prefería la muerte antes de condenar a un inocente a un destino como el que
ella le dio al pequeño.

No pensé que mi infierno podría empeorar hasta que tuve que ejecutar
tres envíos infantiles cada dos semanas, luego de aquella noche en la que
perdí a Dasher.
Siempre terminaba vomitando y encerrándome en mi apartamento
después de llevar a cabo cada aberración, y hasta mis demonios se
asustaban con los recuerdos en mi cabeza de los rostros asustados y
suplicantes que presentían el infierno al cual yo los estaba enviando.
Algunos iban conscientes, otros sedados para que no molestaran lo que
duraba el viaje.
A Dasher lo trasportaron así aquella noche, dos meses atrás. Lo sedaron
y luego lo metieron en un compartimiento oculto de la caja de madera, y
sobre él pusieron armas para que yo no lo encontrara si la hubiera llegado a
abrir. Lo supe por Darius, quien tuvo las bolas de investigar los detalles, a
pesar de lo mierda que eso lo hacía.
—Prepara a tu equipo porque irán a Mónaco para ayudarle a mi colega
con el tráfico de mujeres, ya que tenemos envíos atrasados —me dijo
Lucius, y asentí.
El hijo de puta debía estar feliz, puesto que consiguió convertirme en una
máquina que manejaba a su antojo. Todo con tal de que me siguiera
haciendo llegar información de Dasher.
Por Amelia sabía que su padre instaló al pequeño con uno de sus aliados
(aunque ella aseguraba que desconocía cuál de todos), y a pesar de la
tristeza que a veces mostraba en los vídeos, porque quería a su mamá, en su
inocencia lo manipulaban y lo hacían disfrutar de los juguetes y actividades
que lo animaban a hacer para entretenerlo.
Y yo, con tal de mantener esa inocencia intacta, me estaba convirtiendo
en una escoria igual que Lucius y Derek.
—Tengo algo para ustedes —dijo Amelia al encontrarme con Darius
afuera de la oficina de Lucius, después de que terminé de hablar con él.
Alzó el móvil para que viéramos un vídeo en pausa y Darius se lo
arrebató de inmediato, queriendo estudiarlo bien, asegurándose de que no
estuviera manipulado. Yo, por mi parte, dejé de ver los vídeos luego del
tercero que enviaron, y me conformaba con lo que Darius me contaba
mientras contenía las lágrimas.
—Estoy averiguando dónde lo tienen para recuperarlo. —Amelia se
concentró en mí al decir eso, e hice un sonido irónico con la garganta en
respuesta.
Ella me pedía perdón cada vez que me llevaba un incentivo para que no
me descuidara de las misiones. Y si me limitaba a quedarme callado era
únicamente porque descubrí que le dolía más mi silencio que las
discusiones en las que siempre nos metíamos antes. Y porque no era tan
estúpido de cabrearla luego de lo que me hizo.
Al final, ella también me convirtió en su puta, una que no le daba el sexo
que tanto deseaba.
—Te lo prometo, voy a recuperarlo —aseguró, tomándome del interior
del codo cuando quise irme.
La miré gélido, sin decir una sola palabra. Y cuando mi mirada la quemó,
me soltó para que siguiera mi camino.
Después de lo de Dasher trataba de no ir al búnker a menos que fuera
muy necesario. Y compartía poco con mi élite porque a veces sentía que me
veían como el culpable de lo que le pasó a los Spencer y, aunque no estaban
equivocados, igual me corroía la piel y me avergonzaba por no haber
podido evitar que los dañaran.
Con las únicas personas que más hablaba eran con Alice, para que me
mantuviera al tanto de lo que pasaba en Grig, y con Hanna, quien consiguió
ponerse en contacto con Owen dos semanas atrás, para contarle cómo le
estaba yendo en su nueva vida. Él fue quien le dio mi número en cuanto ella
se lo pidió, y me sorprendió, a la par que me alegró, escucharla tan bien y
animada; recuperándose al lado de su familia, comenzando de cero y
tratando de ser feliz.
Y para ser sincero, en esos días únicamente ella consiguió que me
olvidara un poco de mi mierda, pues seguía siendo una lectora empedernida
que, en el segundo que me escuchaba mal, comenzaba a hablarme de las
historias que leía, pues aseguraba que solo un libro nos ayudaba a perdernos
de la realidad.
Y me lo demostró.

Abrí demás los ojos al leer el mensaje de Alice. Teníamos varios días en
Mónaco, ayudándole a Dubois (el mismo tipo al que los griegos me
pidieron hacerle un recordatorio de parte de ellos) con el tráfico de
personas.
—Mierda —murmuré al leer la respuesta de Alice a mi mensaje.
En esa ocasión hice parte a mi equipo de la presencia de la Castaña en la
ciudad, pues era muy probable que hubiera llegado al país para seguir el
rastro de unas libanesas a las cuales Dubois pretendía traficar hacia Rusia.
—Si la ven, asegúrense de que nadie que no sea parte de la élite la
reconozca —ordené, y los vi asentir.
Adicional a eso, le pedí a Owen que preparara un pendrive con toda la
información que recabamos de Dubois, puesto que aprovecharía a darle un
golpe a esos malnacidos utilizando a los Sigilosos, y de paso le quitaría un
estorbo a los griegos, ya que había escuchado que ellos querían deshacerse
del francés para poner en su lugar a alguien que les sirviera mejor.
Y una vez más, Alice no se equivocó con la ubicación de la Castaña. Ni
yo al suponer que en efecto esa mujer llegó a Mónaco para seguir el rastro
de las libanesas y de Dubois, según me pareció.
El encuentro que tuvimos esa vez, en un inmundo baño del club, me dejó
con una tremenda erección (debido a que me puso mucho verla asesinando
a sangre fría a ese hijo de puta que osó tocarla) y con el brazo herido.
Aunque también desconcertado por su reacción luego de la llamada que
recibió.
—Demonios —siseé entre dientes en el momento que Marcus me limpió
con más fuerza de la debida, la herida de bala que esa mujer me dejó como
despedida.
Me agarré con fuerza de la mesa en la que estaba y respiré hondo para
controlar el dolor, ya que sentía como si el proyectil me hubiera rozado el
hueso. Y menos mal que no tuve que pelear con nadie más, gracias a mi
equipo que se encargó de eliminar a la gente de Dubois para que no nos
delataran, pues ordené que ellos ayudaran a Isabella y al maldito que la
acompañaba, a salir del club sin más percances.
Y luego los culpamos a ellos del desastre que hicimos.
—Te confías demasiado con ella, idiota —me reprochó Marcus.
Él seguía molesto porque no permití que le diera un escarmiento a
Isabella, y casi lo mato cuando admitió que quería hacer tal cosa.
—Ya, joder. Deja, mejor lo hago yo —largué quitándole la gasa
humedecida con desinfectante, con la que me limpiaba.
—A ver, no. Quédate quieto y escucha, maldito terco —me sermoneó,
arrebatándome la gasa de nuevo—. Esa mujer pudo haberte matado y tú de
idiota, en lugar de protegerte, le pones el pecho.
—Maldición —siseé al sentir más el escozor y dolor en el momento que
empezó a suturarme.
Y siendo sincero, hubo un segundo en el que sí creí capaz a White de
matarme, pero lo admitía, me confié por el nerviosismo que mostró ante mi
cercanía, sobre todo en el instante que la empotré a uno de los cubículos del
baño y, sin descaro, miré entre sus tetas cuando reconocí el relicario que
mandé a fabricar para ella.
Sí lo usaba. Laurel cumplió como lo esperaba de ella y sentí cierto
orgullo de que Isabella llevara algo de mí, incluso en los momentos donde
no debía.
—Si no hubiera entrado a tiempo, te habría matado —siguió Marcus con
su diatriba, y rodé los ojos.
—No lo hubiese hecho —zanjé—. Ella solo quería darme una
advertencia —terminé espetando, más por dolor que por enfado.
—O se contuvo porque no es tan reacia a Sombra. —Lo miré en cuanto
dijo eso y me di cuenta de que, en segundos, el dolor en mi brazo
desapareció ante los celos y el enojo que me invadió.
Podía parecer absurdo y tonto sentir celos de mí mismo, sin embargo, yo
sabía quién estaba detrás de la máscara de Sombra. Isabella no.
Para ella era Sombra, no LuzBel ni Elijah. Y mi posesividad hacía que el
ego se me hiriera ante ese hecho, al ser consciente de que la mujer que
únicamente quería que reaccionara a mí también sentía nerviosismo (o lo
que fuera) por alguien más.
«Para ella estás muerto».
Ese maldito recordatorio en mi cabeza fue duro y crudo.
—No tientes más tu suerte, hermano —recomendó Marcus de pronto—,
porque tú sabes que ya no es solo su vida la que está en juego.
Tragué con dificultad al entender entre líneas que se refería a Dasher.
—Entiendo tu reacción y molestia, pero… —Me quedé en silencio unos
segundos, recordando todo lo que sentí cuando Owen llegó a la sala de
vigilancia del club donde nos encontrábamos con Belial, para avisarme que
White estaba en el lugar acompañada de un tipo que, según su manera de
tratarla, parecía su novio.
Puta madre. Casi me volví loco al imaginarla con otro.
Se tardaron en reconocerla porque ella iba con peluca y vestida de una
manera demasiado extravagante para el estilo que solía usar, pero Lewis se
había mantenido con los hombres de Dubois y, en cuanto estos
mencionaron que la pareja era desconocida y muy sospechosa, él la
identificó enseguida.
—No tienes idea de lo difícil que es tenerla tan cerca y pretender pasar
de ella como si su cuerpo no fuera un imán que tira de mí con fuerza —
admití, y sentí la mirada de Marcus.
—Tienes razón, no tengo ni la menor idea —dijo después de un largo
suspiro—, pero sí veo cosas que tú no, amigo.
—¿Qué cosas? —cuestioné.
—Ya lo mencioné, ella no es reacia a Sombra, pero eso no significa que
no podrá matarlo en el momento que lo crea conveniente —ratificó—. Así
que no te confíes porque, aunque no la conocí bien antes, sé con certeza que
ahora ya no es la chica con la que los Vigilantes jugaron.
—No, no lo es —coincidí.
Isabella White se había convertido en el gigante que despertaron cuando
asesinaron a Enoc, y muchos íbamos a pagar el daño que le hicimos.

—Cualquier comentario que escuchen sobre ella me lo notifican de


inmediato. Y si proviene de un Vigilante que no pertenece a esta élite pues
ya saben cómo proceder —dije para mi equipo, y todos asintieron.
A continuación abordamos el avión que nos llevaría de regreso a Estados
Unidos, y me senté en un lugar alejado de todos.
Para ese instante ya comprendía la reacción de White, y estuve a nada de
destruir la habitación del hotel en la que me hospedaba (propiedad de
Dubois), cuando Alice me llamó para avisarme que mi padre y Jacob
tuvieron un accidente, según lo que averiguó en Grig, dejando a Myles en
un estado crítico, luchando entre la vida y la muerte. Y a Jacob herido.
Eso fue lo que los trabajadores de Grig mencionaron, pero yo sabía que
ese no había sido ningún accidente, y por lo mismo decidí volver a Estados
Unidos sin esperar la orden de Lucius, y también por lo que alerté a mi
equipo sobre la posible llegada de Isabella al país, pues trataría de ocultar
su regreso a como diera lugar, ya que no dudaba de que, si esas ratas se
enteraban de que estaba cerca de su radar, aprovecharían para torturarla con
el chip que llevaba en la cabeza.
—Fue Derek. —Miré a Lewis cuando llegó a mi asiento y dijo eso.
—¿Por qué lo dices? —pregunté, y él levantó el móvil para mostrarme
un mensaje de texto que recibió en respuesta a una pregunta que hizo.
—Sandra estuvo en la emboscada en donde Pride resultó herido —
informó, y me tensé—. Y según lo que me explica, Derek planeó un ataque
masivo para todos los fundadores de Grigori, sin embargo, únicamente pudo
ubicar al jefe de Virginia. En el ataque murieron algunos de sus escoltas y si
Jacob solo resultó herido fue porque Pride lo apartó cuando este se colocó
frente a él para defenderlo. —No me extrañó que padre hiciera eso, pues
veía a Jacob como un hijo—. Ahora se especula que Kontos y Makris
salieron de Estados Unidos luego de enterarse del ataque a su compañero.
—Hijos de puta —largué, preocupado y furioso a la vez. Aunque no
sabía si era por lo que le hicieron a padre o porque los otros líderes hayan
huido, dejando a mi familia atrás—. Sácale a la chica toda la información
que puedas sobre el maldito atentado y el plan que tiene su jefe —pedí—. Y
avanza con la cuestión de la mujer y la hija de esa mierda.
—Créeme, estoy trabajando en ello. Y si me permites una
recomendación: hagas lo que hagas al llegar a USA[8], evita mencionar que
sabes quién ejecutó el atentado, ya que fue una misión secreta y no quiero
que Sandra sospeche de mí —pidió, y comprendí la razón implícita—. Y a
mi criterio, si es secreto, significa que hay algo más grande detrás de esto
—añadió, y asentí.
Por supuesto que había algo detrás, y una voz en mi interior me decía
que tenía que irme con más cuidado.
—Persuádela para que te diga si sabe algo de la hija de Enoc —solicité, y
asintió enseguida.
Regresó a su lugar luego de dar por finalizada la conversación, y yo me
quedé pensando en todo lo que quería hacerle a esas mierdas para que
pagaran un poco de lo que nos habían hecho, antes de mandarlos al infierno.
Aunque también me quedé saboreando en silencio el sabor amargo de la
preocupación por no saber nada de padre y de mi amigo, mi hermano.
Cuando llegamos a Estados Unidos, mi desesperación aumentó porque
recibí una llamada de Alice, en la que me informó dos cosas: la primera se
trataba de que le perdió la pista a Isabella luego de que ella llegara a su
hotel tras salir del club en Mónaco, pues el registro de seguimiento indicaba
que entró al lugar, pero no volvió a salir, lo que podía significar que se
mantenía en Francia, o utilizó alguna manera de pasar desapercibida hasta
de las cámaras.
Y lo otro que me dijo fue que se atrevió a llamar a Elliot con la excusa de
mostrarle su apoyo con la situación que su familia estaba atravesando, y él,
por obvias razones, mantuvo que lo que sucedió fue un accidente; y añadió
que el estado de padre era más delicado de lo que esperaban y que los
médicos se encontraban haciendo todo lo posible por salvarlo, pero no
daban muchas esperanzas.
Lo único bueno fue que Jacob se recuperaría pronto, y agradecí al menos
no tener la preocupación de él.
—Para que creas que soy sincero contigo, tienes mi permiso de buscar la
manera de verlo sin delatarte. Solo no me falles, muchacho, porque a ambos
nos conviene llevarnos bien.
Me tomaron por sorpresa las palabras de Lucius, mas no se lo demostré y
me limité a decir:
—Gracias.
Menos mal que para el momento en el que me presenté en su oficina (sin
demostrarle mis ganas de matarlo esa vez), la noticia del atentado de padre
ya había recorrido cada rincón del bajo mundo de la ciudad, y muchos
murmuraban que todo fue a causa de los Vigilantes, lo que me facilitó
ahorrarme las mentiras.
Le acepté a Lucius que volví al país sin su autorización debido a eso, a la
vez que le pedí que me explicara qué razón tuvo para ordenar algo así,
cuando yo estaba actuando como él quería. Y por supuesto que se excusó en
esa ocasión con que fue una situación que se salió de sus manos, ya que ni
siquiera autorizó el ataque. Culpó a su hermano David y a la mierda de su
hijo Derek, asegurando que estos pretendían darle un escarmiento a Grigori
por todos los secuestros que les estaban frustrando.
También prometió que castigaría a padre e hijo por actuar sin su
consentimiento, cosa que no le habría creído aun así hubiese ocultado su
sarcasmo. Pero me bastó con que no pretendiera hacerme pagar si buscaba a
padre, ya que lo haría sin duda alguna.
—Pienso que, aparte de probarte, se traen algo más grande entre manos
—me dijo Darius.
Había llegado a su club (Vértigo) para comentarle lo que pasó con
Lucius, luego de reunirme con mi equipo para enviarlos a vigilar a mi
familia, y así asegurarme de que los Vigilantes no intentaran lastimarlos de
nuevo.
Y, para sorpresa y alivio, Kontos y Makris no huyeron del país sin antes
dejar un contingente protegiendo a madre, Tess y Dylan, según el primer
reporte de Belial.
—¿Te ha probado a ti? —indagué, y negó con la cabeza.
—Aprendí la lección después de lo de Dasher —respondió con amargura
—. Aunque trató de provocarme con el maltrato psicológico que le da a Lía,
pero se dio cuenta de que ya no me afecta.
Lo miré, estudiándolo. Y me di cuenta de que, aunque trató de entender
la decisión de Amelia, jamás le perdonaría que me escogiera a mí por
encima del niño. Y lo entendía.
—Sea lo que sea que se traigan entre manos, pienso que también está
comprobando hasta dónde soy capaz de llegar por ese niño —mencioné,
puesto que analicé eso durante el viaje.
Desde que lo secuestró no volví a alegarle en nada y, al parecer, eso
también le molestaba al maldito viejo decrépito.
Darius se quedó pensativo durante varios segundos, luego me comentó
que consiguió ponerse en contacto con Jarrel, el padre de Dasher, para
notificarle lo que pasó con su mujer e hijo, ya que Lucius pretendió
ocultárselo para que siguiera haciendo lo que él quería sin rechistar. Y,
aunque esa mierda todavía mantenía el sartén por el mango, presentíamos
que era cuestión de tiempo para que la bomba que estaba fabricando con
nosotros le explotara en la cara.
Y me temía que sería Jarrel quien lo atacaría primero, ya que Lucius le
arrebató a su mujer como el canalla que era. Y si lograba rescatar a Dasher
(que era su intención), le cobraría a ese malnacido con creces todo el dolor
que le provocó.
—¿Podrás usar tus contactos para que pueda entrar al hospital sin
problema, y sin que noten mi presencia? —inquirí.
Le di un sorbo a mi bebida, y asintió. Darius era la persona indicada para
ayudarme con eso, ya que era la cara de los negocios legales de los Black,
lo que le facilitó muchos favores y contactos.
—Claro que sí. Déjame preparar todo y te aviso cuando sea el momento.
Y no te preocupes que no me tardaré —aseguró—. Por cierto, sé que no
ignoras que esto Lucius no lo hace por benevolente, pero espero que ya
hayas pensado en la posibilidad de que te lo permite para provocar a Lía. —
Fruncí el ceño cuando dijo eso.
—¿Por qué a ella?
—Porque es quien menos quiere que veas a algún miembro de tu familia,
pues teme que de alguna manera busques saber de Isabella por medio de
ellos —explicó, y bufé.
Aunque también le di la razón, pues las bondades de Lucius eran como
las del diablo: nunca se sabía qué se perdería a cambio de un favor suyo.
Regresé a mi búnker luego de mi estadía en Vértigo, ya que quería
esperar a mi equipo para que me informaran sobre la guardia que les ordené
hacer. Y no fue fácil recorrer ese lugar, menos cuando entré a la habitación
que ocupaba ahí y encontré el pequeño balón que guardaba de Dasher.
—Joder —murmuré tirándome en la cama, medio achispado, cansado,
harto de mi vida.
Cerré los ojos deseando no volver abrirlos nunca más, pero lo hice
enseguida de tener ese pensamiento, ya que, a pesar de la mierda que me
rodeaba y todo el infierno al que me enfrentaba día a día, me aferraba a la
vida. Y lo seguiría haciendo mientras tuviera a personas que dependían de
mis acciones.
—¡¿Qué demonios haces aquí?! —espeté en el instante que abrí la puerta
de la habitación al escuchar que la tocaron y encontré a Amelia al otro lado.
—Me enteré de lo de tu padre y que volviste aquí, así que vine porque
necesito decirte que yo no tuve nada que ver con eso —dijo, y se metió a la
habitación sin que la invitara.
Actuaba preocupada e incluso desorientada, mirando a todos lados, hasta
que se concentró en el balón que estaba sobre mi cama y comenzó a
temblar.
Me reí de ella y su tremenda actuación.
—Vas a decir que, con lo unida que eres a Derek, este no te dijo sobre el
atentado a Grigori, aunque no participaras en él —me burlé, y ella regresó
su atención a mí.
—No, porque Derek sabe que jamás permitiría que dañaran a tu familia
—aseguró con convicción.
—¿Porque no quieres que tenga motivos para buscarlos? —satiricé, y
tragó con dificultad. Volví a reírme con más burla—. Pues te salió todo mal,
porque ahora los tengo.
—Yo voy a darte toda la información que quieras sobre Myles —
aseguró, y solté una carcajada.
—No te preocupes, cariño. No necesito de ti esta vez, ya que tu padre me
ha autorizado para que busque por mi cuenta saber sobre el estado de
Myles.
—No —murmuró, y comenzó a negar con la cabeza.
Parecía maniática, inquieta. Fruncí el ceño al verla así y pensé en lo que
Darius me dijo, pues según la reacción de Amelia deduje que, en efecto,
Lucius pretendía provocarla al permitirme lo que me permitió.
—He hecho una promesa que pienso cumplir, Amelia. Así que veré a mi
padre tomando las medidas necesarias para que no me reconozca, y nadie
me lo impedirá.
—No, Sombra. Yo puedo ir en tu lugar —aseguró tomándome de las
manos, desesperada. Actuaba como si estuviera a punto de perder a su
juguete favorito—. Déjame hacer esto por ti y te prometo que te diré dónde
está Dasher.
Me solté de su agarre, sobresaltado en cuanto dijo eso.
—¿Ya sabes dónde está? —Me miró asustada, pero no dijo nada durante
varios segundos—. Amelia, ¿lo sabes?
—Deja que vaya yo a recabar información de tu padre y te lo diré —
repitió como si su disco duro estuviera fallando.
La chica de verdad tenía miedo de que me volviera a encontrar con
Isabella, pero yo no cedería con lo que pedía, ya que estaba harto de
conformarme con los recados que me daban. Además de que, sin importar
lo de padre, yo ya me había reencontrado con la Castaña, y que Amelia se
comportara temerosa de lo que podría pasar me demostró que nadie le
comentó sobre mis encuentros con su hermana.
—Si no querías que esto pasara, debiste haber protegido mejor a mi
familia. Debiste cumplir al pie de la letra la promesa que me hiciste —
largué—. Así que ahora atente a las consecuencias y no juegues con el
paradero de Dasher —exigí—. Si sabes dónde está, dímelo.
Alzó la barbilla en el momento que dije tal cosa, y noté que en un
santiamén el orgullo suplantó a la desesperación que me mostró antes, lo
que me hizo sospechar que a lo mejor sí sabía en dónde tenían al niño, pero
no me lo diría hasta que lo creyera conveniente. Y maldije en mi interior,
porque conocía el camino para convencerla de que me lo dijera, sin
embargo, eso implicaba renunciar a la posibilidad de ver por mi cuenta a
padre. Y también implicaba darle más poder sobre mí, y ya le había
entregado suficiente.
Así que hice acopio de mi egoísmo y la eché de la habitación, confiando
en que no dañarían a Dasher porque lo necesitaban para manipularme. Ya
luego trataría de convencerla para que me lo dijera, pero antes vería a padre
y me aseguraría de que se recuperara.

—Joder, por qué tarda tanto —inquirí para Marcus.


—Cálmate, hombre —recomendó él dándome un botellín de cerveza que
me empiné en la boca de una, porque necesitaba el alcohol para conseguir
tranquilizarme.
Nos encontrábamos en su apartamento, llegué enseguida de recibir un
mensaje de Alice en el que me pedía que nos viéramos ahí. Ella no me dio
mayor explicación y me estaba estresando porque nunca hacía su acto de
presencia; y mantenía el temor de que algo le hubiera pasado a padre, ya
que, un día antes, Owen y Serena me avisaron que vieron demasiado
movimiento en el hospital donde lo tenían y la seguridad fue reforzada con
Grigoris a los que no identificaron.
—Al fin llegas. El idiota está a punto de volverse loco —dijo Marcus al
ver a su hermana entrar al apartamento.
—Vine lo más pronto que pude —aseguró, y tiró su bolso en uno de los
sofás. Yo le di otro sorbo a la cerveza antes de decir algo que ella no
merecía—. Conocí a Isabella en persona.
Escupí el trago en mi boca y comencé a toser, sintiendo que el líquido me
subió a la nariz.
—Me cago en tu puta, viejo —siseó Marcus. Alice corrió por servilletas
y me las entregó para que me limpiara—. Nena, ¿cómo le sueltas eso de
golpe?
—¡Jesús! Lo siento —dijo ella, y negué cuando intentó darme palmaditas
en la espalda para que me pasara la tos.
—¿Cómo la conociste? —conseguí decir.
—Llegó anoche a Grig. Fui para hablar con Elliot y ver qué más podía
sacarle sobre tu padre, y ella estaba con él en su oficina —explicó, y me
tensé porque estaba sucediendo lo que tanto temí.
Quería a Isabella lejos del país, aunque presentí que volvería por el
atentado de padre.
—¿Qué hacían? —pregunté en automático.
La preocupación de que regresara a Estados Unidos se mezcló con mis
celos de saber que estaba cerca de mi primo. Y el silencio y temor de Alice
al no saber cómo responder mi pregunta magnificó todo.
—¿Qué hacían, Alice? —repetí ,y la sensación de ahogo por la cerveza
desapareció como por arte de magia.
—Hablaban, supongo.
—¿Supones? —ironicé ante su respuesta.
—¡Dios mío! Deja de lado lo que hacían. Lo que importa es que la vi y,
aunque no la reconocí al principio porque me cegué por los… —Sacudió la
cabeza y se quedó en silencio ante lo que iba a decir.
—¿Por los qué? —Agradecí que fuera Marcus el que hiciera esa
pregunta, ya que me estaba imaginando muchas palabras con las que podía
terminar lo que diría, y ninguna era buena.
—Por los reflectores.
—No se supone que estaban en la oficina —largué poniéndome de pie.
—Sí, pero iba cegada por los reflectores de la pista, tonto —replicó con
mucha audacia, mas no le creí, ya que algo me decía que la cegaron los
celos por algo que debió ver, puesto que, así lo negara, a ella le gustaba
Elliot—. El punto es que ha regresado, está en el país, LuzBel —soltó con
emoción, y fruncí el ceño.
—¿Por qué te emocionas, Alice? Si sabes que aquí corre más peligro —
señalé, y sonrió, incluso había dado saltitos por lo emocionada que estaba.
—Eeeh… ¿has olvidado que yo poseo un chip para inhibir los efectos del
dispositivo que ella tiene? —satirizó, hablándome como si lo hiciera con un
retrasado—. ¿Olvidas que para conseguir eso debo acercarme a ella a tal
punto que confíe estar a solas conmigo? Porque déjame decirte que no será
tan fácil, ya que está siendo muy custodiada y, según lo que me comentó
una compañera, hay un rubio que no la deja sola.
—Lo que me faltaba —solté desesperado.
—Puede ser el mismo tipo que llegó con ella a Mónaco —señaló Marcus
—. Él también pudo usar peluca ese día.
—¿Tiene acento inglés? —le pregunté a Alice.
En Mónaco escuché su voz y era la misma del ninja de Tokio que me
tocó los cojones por egocéntrico.
—Supongo que sí, porque mi compañera mencionó que sospechaba que
era británico —reiteró Alice.
Y por absurdo que fuera, mis celos aumentaron porque ya eran tres
ocasiones en las que la Castaña estaba en compañía de ese imbécil. Pero lo
dejé de lado en cuanto Alice siguió diciéndome todo lo que vio y averiguó,
también hablamos del plan que pondríamos en marcha para poder colocarle
aquel chip que ella guardaba por mí, como si tuviera mi vida en sus manos.
—¿Y si buscas el momento adecuado para ofrecerle una droga?
—Estás bromeando, ¿cierto? —espeté a Marcus luego de que le
propusiera tal cosa a su hermana, cuando nos encontramos en un callejón
sin salida por la seguridad que la Castaña estaba utilizando—. De ninguna
manera vas a drogarla —añadí para Alice.
—Por supuesto que no la va a drogar, imbécil. Pero Alice podría
ofrecerle un sedante como droga para que le coloque el chip sin ningún
inconveniente —explicó Marcus.
—Es un buen plan —razonó Alice.
Seguimos debatiendo qué era lo mejor y llegamos a la conclusión de que
lo más creíble y seguro era la droga, puesto que, si utilizábamos el licor,
Alice corría peligro, ya que Isabella no estaría inconsciente al cien por
ciento y era muy capaz de defenderse incluso borracha; situación que
dificultaría hacer una buena colocación del chip. Conque, sí o sí, la mejor
opción era que la rubia le ofreciera a White un alucinógeno que estaba muy
de moda, en el momento indicado, pues tampoco podía apresurarse y que lo
tomaran como algo sospechoso.
Y mientras el día llegaba me encargué de que ningún Vigilante se
enterara del regreso de White. Mi equipo incluso se hizo pasar por Grigoris
para deshacerse de los soplones que por alguna razón escucharon de la
presencia de la Castaña. Y yo tuve que ser más eficiente con los envíos y
así no darle motivos a Lucius de que pusiera atención en esas muertes tan
repentinas.
Y claro que me moría de ganas de ver a la Castaña sabiendo que la tenía
tan cerca, podía ir incluso a los lugares que frecuentaban los chicos de mi
élite en Grigori para comprobar si estaba con ellos, pero me contuve porque
no podía arriesgarme a que me siguieran.
Al menos debía esperar a que pasara lo de padre. No obstante, el destino
tenía otros planes para mí, unos que desencadenaron algo que tarde o
temprano se me saldría de las manos, pero no podía pensar con coherencia
luego de que Lewis y Owen me dieran la dirección del hotel en el que se
hospedaba White, tras conseguirlo por el seguimiento que le hicieron a ella
y al rubio que la cuidaba como si fuera su perro guardián.
Para ese momento, Alice había conseguido dar su primer paso, pues
Isabella accedió a que le consiguiera la droga porque necesitaba relajarse. Y
yo no soporté más tenerla cerca, saber dónde estaba y no poder verla
siquiera de lejos. Así que esa noche cedí a la tentación que esa mujer
significaba para mí.
—De momento nadie te sigue —aseguró Serena por el intercomunicador.
—Tampoco por nuestro lado —añadió Lilith.
Ella, Belial y Serena me acompañaron en esa exploración improvisada
que decidí hacer. Los mellizos y Marcus se quedaron en el búnker para
avisarme de los movimientos de Amelia, pues también se encontraba allí,
ansiosa y más atenta a mis salidas luego de saber que seguí adelante con el
plan para ver a padre.
—Carajo, acabo de ver a unos tipos de la élite de Lía. Estate atento —
dijo Serena rato después.
Maldije ante eso, pues me hallaba justo frente al hotel de White,
contemplando como imbécil el edificio, queriendo consolarme con ello.
—¿Puedes saber si me han ubicado?
—Todavía no, lucen perdidos —me respondió, y puse en marcha de
nuevo la motocicleta en la que me conducía.
—A una manzana del parque que encontrarás a pocos metros se
encuentra el bar de un amigo. Vete para allí y estaciona la motocicleta a la
vista, así los despistas y alejas del hotel —recomendó Belial, y le obedecí.
Llegué al bar atestado de gente y estuve adentro del lugar hasta que
Serena aseguró que no veía más a los Vigilantes. Decidí irme entonces y
dejar la motocicleta luego de que el amigo de Belial asegurara que se
encargaría de ella, pues sentí la necesidad de caminar para olvidarme de
todo así fuera por un momento.
—¿No te apetece ver la ciudad desde lo alto?
—¿Qué estás tramando? —le cuestioné a Serena enseguida de que dijo
eso.
—Cuidar tu culo y darte espacio —aseguró, y me reí.
—Dispara —la animé.
—Un tipo con el que salí hace un tiempo es gerente de un hotel que está
a unas calles de donde vas —comentó. Ella se mantenía a una buena
distancia en su coche, Belial y Lilith igual, aunque en sentido contrario a
Serena—. A veces, cuando me canso de ustedes, suelo ir a la azotea del
lugar para ver la ciudad desde allí. Él sabe que me encanta porque solía
ser nuestro lugar de encuentro, así que me deja bebidas y frituras para que
disfrute mi estadía. Y, antes de que me digas una bobada, no, Sombra. No
seguimos viéndonos de esa manera, simplemente es de esos tipos con los
que terminas en buen plan.
—¿Me estás tomando el pelo? —pregunté al escucharla reír—. ¿Y cómo
estás segura de beber o comer lo que él te deja? Porque no se le dificultaría
meterle algo para follarte.
—¡Por Dios! No. Él sabe que no es necesario drogarme para llegar a
eso.
—Me cago en la puta, Serena. Siento extraño escucharte insinuar esas
cosas —repliqué.
—¿A poco creías que la chica era una santa? —inquirió Lilith con
burla, y rodé los ojos.
—Ya, hombre. A lo que quiero llegar es que puedes ir allí y estar
tranquilo por un rato. Créeme que ver la ciudad en la noche relaja —siguió
Serena.
Dejé que me guiara porque no quería volver a un apartamento solitario, y
mucho menos a nuestro búnker; también me explicó dónde su ex dejaba las
bebidas (que las cambiaba periódicamente y mantenía frías), cosa que me
hizo pensar que iba más seguido de lo que admitiría.
—Joder, hombre. Parece que estas mierdas no van a descansar hasta
encontrarte —espetó Belial, y miré a todos lados—. Los veo en el parque.
—Mierda —dije al ver que estaban cerca.
—Métete al callejón que estás a punto de llegar —recomendó Serena.
Y lo que menos esperé al obedecerle fue que un cuerpo, que reconocí
antes de ver, impactara conmigo.
El destino insistía en ponerla en mi camino, lo confirmé en ese instante,
pues la enviaba hacia mí como castigo o recompensa, no estaba seguro de
eso. De lo que sí me sentí muy seguro fue de que esa noche no despreciaría
mi oportunidad, así que no me importaron las acusaciones de Isabella,
menos su rabietas o esa actitud fría y cabrona que tenía conmigo (o con
Sombra). Incluso fui amable con Amelia cuando me llamó, desesperada
porque no sabía dónde estaba, debido a que sus hombres me perdieron el
rastro, y le pedí que me dejara tranquilo con la promesa de que al día
siguiente nos veríamos si era lo que quería.
Hubiera accedido a todo en ese momento con tal de que me dejara
disfrutar de White, luego de llevarla a esa azotea conmigo y aprovechar
para provocarla, comprobando a la vez que Marcus tuvo razón en Mónaco:
White no era reacia a Sombra y me hirió de una manera que no esperé, así
lo haya disimulado.
Aunque por eso la dejé partir en el momento que ella quiso hacerlo,
después de lucir muy afectada por las palabras que utilicé en una de mis
provocaciones.
—¿Vas a dejarla ir? —preguntó Lilith, ya que habían escuchado todo lo
que pasó con Isabella.
—Déjame asimilar que la pone nerviosa otro hijo de puta —repliqué
entre dientes.
—No seas idiota. La pones nerviosa tú, quien está detrás de la máscara
—reprendió Serena con frustración.
—Ve tras ella, Sombra. Quiero ver cómo actúas estando a los pies de una
mujer. —Se unió Belial, y sonreí como imbécil.
Ellos me dieron el empujón que necesitaba y, cuando entré a la negrura
de aquel pasillo de la escalinata (pudiendo ver sin dificultad gracias a las
lentillas), me saqué la máscara y alcancé a Isabella en el descanso más
oscuro.
Y cumplí parte de lo que anhelaba, pues volví a hacerla mía con un beso.
Un jodido beso que durante tres malditos años soñé con darle a ella, a la
dueña de mis pesadillas, la bruja de mi vida, la gruñona que me convirtió en
un completo cabrón después de ser un bufón.
Demonios.
Devorando su boca, reiteré que ese anhelo por ella fue lo que me
mantuvo vivo y luchando un infierno, pues no quería morir de verdad sin
volver a probar esos labios que sabían a paraíso e infierno. Que me hacían
ver el humo del fuego que provocábamos juntos.
¡Maldición, no! Ya no veía humo.
Veía llamas ardientes que nos consumirían a ambos. E, igual que en
Tokio, seguía pensando que solo un segundo con ella era suficiente para
pecar y morir. Y en ese instante acepté la muerte como un dulce destino.
Capítulo 16
Somos enemigos jugando a los
amantes
Elijah

Era inverosímil que un beso cambiara todo el panorama de la vida que


estuve llevando a lo largo de esos años. Pero lo hizo. Y durante días me
mantuve en una especie de nube que me ayudó a soportar todo, incluso lo
más aberrante, que eran esos malditos envíos infantiles.
Joder.
Ni siquiera me molestaron las burlas de Belial y Lilith, porque según
ellos Isabella no tuvo necesidad de lamerme las bolas para ponerme a sus
pies. Bastó solo un beso. Un beso que me seguía quemando las entrañas al
recordarlo.
Ese encuentro en la azotea con la Castaña fue tan memorable, además de
satisfactorio, en muchos sentidos; sobre todo porque comprobé que, así
Sombra la pusiera nerviosa, ella seguía amando a Elijah, pensando en él,
conteniéndose por su recuerdo. Y, ser consciente de eso, me llevó a añorar
un encuentro más íntimo entre nosotros.
Uno en el que no tuviera que fingir.
Y nunca creí que con solo manifestarlo se me cumpliría tan pronto, pero
sucedió; y de una manera que deseaba, aunque no lo esperaba, pues creí que
sería imposible conmigo teniendo que esconderme detrás de una máscara.
Sin embargo, pasó por una movida improvisada del destino en la que tuve
que colarme en Grig, arriesgándome a que me atraparan debido a que Alice
confundió los sedantes con una droga.
Y, para el momento en que nos dimos cuenta, ya era muy tarde.
—¡Maldición! Voy a matar a esa rubia tonta —espeté al subirme en el
coche con Marcus.
—Y yo te mataré a ti donde ella salga lastimada por meterla en tus rollos
—replicó él, y chasqueé con la lengua.
La equivocación se debió gracias a que Marcus le incautó una bolsita con
droga a un Vigilante que quiso pasarse de listo con una chica en Vikings la
noche anterior. Cometiendo luego el error de llevársela a su apartamento, en
lugar de tirarla, y dejándola sobre la mesa de centro de su sala. Y como ya
habíamos quedado que Alice llegaría a recoger el sedante que conseguimos
para Isabella, tomó la droga porque fue lo primero que encontró, y dedujo
que su hermano la dejó allí para ella.
Marcus le envió un mensaje enseguida de darse cuenta de lo que pasó,
pero no recibió respuesta inmediata. Y cuando Alice respondió horas más
tarde fue solo para avisar que ya la habían consumido; y que, al sentirse
culpable por no haberse dado cuenta a tiempo de su error, decidió beberla
ella también.
Mierda.
De nuevo estaba confirmando que, si quería que las cosas salieran bien,
tenía que hacerlas por mí mismo, por esa razón no sobrepensé nada cuando
le dije a Marcus que fuéramos a Grig, ya que tampoco podía perder la
oportunidad de colocarle el chip a Isabella.
Y menos mal que a padre ni a ninguno de los chicos se les ocurrió
cambiar los códigos de acceso de la entrada secreta del club, por lo que
pude entrar sin ser visto, dirigiéndome enseguida a la oficina principal y
llegando justo tres minutos antes de que Alice e Isabella entraran y…
Puta madre.
La escena frente a mí jamás la llegué siquiera a imaginar. Y cuando
pretendí querer a Isabella en el lugar de aquella española, la noche en la que
fingí tener un trío con Laurel, debí haber estado muy imbécil, puesto que en
la realidad, al verla queriendo comerle la boca a Alice, los celos me
invadieron a tal punto que me quité la máscara porque sentí que me estaba
ahogando (por suerte no llevaba las lentillas esa noche, ya que salí
apresurado del apartamento) y en la primera oportunidad que tuve le ordené
a la rubia que se fuera.
Sentí un poco de alivio al percatarme de que Alice no estaba tan drogada
como la Castaña, ya que me obedeció de inmediato. Y se lo agradecería por
siempre, puesto que, así no lo hubiera contemplado y jamás fue parte del
plan drogar a White, con su equivocación me permitió estar frente a esa
mujer sin fingir ser otro.
Aunque la tierra debió sucumbir a mis pies esa noche, ya que todavía no
me podía creer que me negué a follarla por mucho que me rogó que lo
hiciera.
—Te amo infinitamente, Elijah Pride. —La torpeza en su voz al decirme
eso, luego de llevarla a su liberación, me indicó que estaba a punto de caer
en la inconsciencia.
—White… —murmuré tomándola del rostro para que me viera unos
segundos más, pero sus ojos ya estaban cerrados.
Maldición.
¿Cómo era posible que fuera más hermosa que cuando la conocí?
Extrañaba su cabello largo. Y me dolió saber la razón por la que se lo
cortó, pero no le restaba belleza. Al contrario, le daba una sensualidad que
me volvería más loco que antes, no tenía dudas al respecto.
Su cuerpo lucía más tonificado y los pechos estaban más grandes. Toda
su belleza se había acentuado de manera magistral, y me sentí en un sueño
al tenerla tan relajada después de llevarla al clímax. Y sí, fui un hijo de puta
porque no debí tocarla en su estado, pero vi su agonía por los efectos de la
droga y, sabedor de que estos únicamente aumentarían porque para eso fue
creada, cedí.
No obstante, no negaría que también deseaba que su primer orgasmo
después de años fuera para mí y no para Sombra. Porque le creí cuando
aseguró que nadie la había tocado como lo hice yo esa noche. Declaración
que le salvó la vida al rubio idiota que no la dejaba sola, ya que confirmé
que únicamente eran amigos y compañeros.
—He perdido el control de lo que despiertas en mí, Bonita —murmuré,
besando las lágrimas que todavía se aferraban a sus mejillas—. Y esto no
puede ser tocado por nadie, más que por ti —añadí con la voz ronca.
Atraje su frente a mi pecho, por encima de mi corazón, para señalarle a
lo que me refería, sin importar que no me escuchara. Era la primera vez que
diría cómo me sentía, lo que callé durante años.
—Tú eres la razón por la que creo en el destino, en las oportunidades, en
la vida. —La besé en la coronilla y me tragué el nudo que se formó en mi
garganta—. Eres mi paraíso y te prometo que haré todo por ser siempre tu
amor, o tu sacrificio. No importa que eso me implique ser otra persona para
ti, porque te…
Callé al escuchar un sollozo y al alzar la mirada encontré a Alice a unos
pasos de nosotros, llorando a mares.
—Lo… lo siento —susurró, y negué con la cabeza, apretando a White en
mi pecho—. Siento mucho haber confundido el sedante y robarte este
momento, pero debemos hacerlo ya porque no tendremos otra oportunidad
como esta.
Asentí restándole importancia a su interrupción, y le pedí que me
alcanzara la ropa de Isabella.
—Dijiste que también consumiste la droga —recordé con la voz un poco
temblorosa, y me vi en la obligación de sorber mi nariz.
No quería que ella hablara sobre lo que escuchó y tampoco que me
siguiera mirando de la manera en la que lo hacía.
—Sí, pero mantengo medicamento de emergencia por si me drogan sin
mi consentimiento, así que me siento más lúcida. Y por cierto, eso fue lo
otro que le di —explicó.
Yo también le inyecté en la pierna una dosis de medicamento a Isabella,
que serviría para contrarrestar los efectos de la droga y que así no sufriera
de abstinencia luego. Aproveché a hacerlo cuando la llevé al orgasmo para
que no se diera cuenta, puesto que al preguntarme lo que significaban las
iniciales que le tatué (lo cual obvié porque sería demasiado estúpido soltarle
esa respuesta si luego quería que ella me olvidara, o creyera que me soñó) y
cerrar el relicario de inmediato en cuanto yo lo abrí, me demostró que
todavía no había perdido la consciencia del todo.
Alice me ayudó a vestirla sin hacer preguntas. Y, aunque sentí celos de
ella al intuir cómo le dio la droga a la Castaña, por lo que la chica en mis
brazos insinuó, confiaba en la rubia como para permitir (de ser necesario)
que me ayudara. Además de que enseguida de eso le hicimos la colocación
del chip.
—Oh, carajo —exclamó Alice al ver algo en la Tablet que usaba.
Utilizamos también un escáner corporal portátil para asegurarnos de que
el objeto quedara en el lugar correcto entre la nuca de la Castaña y su
cabeza. Mismos implementos que Alice escondió en la oficina poco a poco
antes de esa noche.
—¿Qué sucede? —pregunté preocupado porque su tono no indicó nada
bueno.
—El chip tiene rastreador.
—Me cago en la puta —solté aterrado y nervioso al suponer que Amelia
me tendió una trampa—. ¿Puedes desactivarlo?
—Estoy en eso —aseguró, y la vi poner la Tablet sobre la mesa para
poder teclear en ella con ambas manos.
Miré a Isabella, la teníamos acostada en el escritorio de manera que
estuviera cómoda, y contemplé su semblante sereno.
Puta madre.
No podía ser posible que, por protegerla de un derrame cerebral o un
paro cardiaco, la expusiera ante nuestros enemigos si ellos conseguían
rastrearla por medio del chip.
—El chip está inhibiendo la señal del dispositivo que le pusieron, así que
no podrán hacerle mayor daño con él. Pero al parecer, como es una
tecnología creada para prisioneros, el rastreador se activó al ponerlo en
funcionamiento, sin embargo… —Se quedó en silencio, y no dije nada
únicamente porque la vi muy concentrada en lo que hacía—. Ya está, lo he
desactivado y cambié los códigos para que nadie más acceda a él.
—¿Estás completamente segura de que será suficiente y seguro lo que
has hecho? —Alice asintió en respuesta a mi duda y lo hizo bastante segura
de sus habilidades, por lo que le creí—. Joder, gracias —solté, sintiendo
tremendo alivio y ella sonrió.
—No quisiera separarte de ella, pero debes irte ya —recomendó tras
unos segundos, y maldije porque tenía razón.
—No te apartes de su lado hasta que vengan sus guardianes —pedí, y
asintió.
No fue fácil irme sabiendo que Isabella creería al siguiente día que todo
fue una alucinación, ya que por suerte Alice le vendió bien la droga y le
advirtió que vería hasta lo imposible.
Y, así eso fuera una mierda, era lo mejor para ambos.
Y tal vez no fue la manera correcta de estar con ella sin que tuviera que
usar la máscara, pero era la única que tenía para no exponer más a mi
hermana y que se ensañaran con Dasher.
No me lo podía permitir.
Le di un beso en la frente a White antes de marcharme y volví a
prometerle que, mientras yo viviera, ella también lo haría. Luego, ocupando
la misma ruta por la que llegué, me marché, confiado de que no había
cámaras en la oficina, puesto que ni a mí ni a Elliot (quien se estaba
haciendo cargo del club) nos gustaba que nos grabaran mientras estábamos
con alguna chica.
Además, esa oficina nunca se ocupaba para tratos importantes.
—¿Quieres ir por unos tragos? —ofreció Marcus cuando llegué al coche.
—Quiero unas botellas —musité.
Él asintió y se puso en marcha sin decir nada por mi voz quebrada y mi
estado hecho mierda, puesto que era la primera vez que mi propio infierno
me quemaba luego de estar unos minutos en el cielo.
Y odié esa sensación de escozor en mi garganta y el vacío en mi pecho.

Después de mi inesperado encuentro con White, volví a mi adolescencia,


masturbándome casi igual que cuando descubrí el sexo.
Y sí, como lo esperé, las cosas se complicaron luego de esa noche, y ni
siquiera pasó mucho tiempo, bastó que llegara la mañana siguiente. En
donde yo amanecí con una resaca del demonio gracias al pedo que me puse,
porque no tenía la fuerza de voluntad para enfrentarme a la realidad estando
lúcido. Y a lo que Alice atravesó en el hotel de Isabella.
Menos mal que Marcus no vio el estado en que llegó su hermana al
apartamento, pues se fue al de su chica luego de dejarme durmiendo en su
sala.
Alice había sido un mar de lágrimas en el momento que entró y se
derrumbó. Y cuando me comentó todo lo que Elliot y Caleb (así me dijo
que se llamaba el rubio engreído) le dijeron y por lo que la hicieron pasar
para asegurarse de que no drogó a Isabella a propósito, la resaca moral me
invadió y me maldije a mí mismo, sabedor de que, si Marcus hubiera estado
presente, tenía bien merecida la golpiza que de seguro me hubiese dado,
pues expuse a su hermana a un peligro igual que el de Amelia.

—Me conmovió demasiado escuchar todo lo que le dijiste anoche porque


nunca te había visto tan vulnerable como cuando la tenías entre tus brazos,
a pesar de que ella no fuera consciente. Así que imagínate cuánto me dolió
tener que decirle esta mañana que todo fue una ilusión cuando te buscó con
una felicidad que…

Abracé a Alice enseguida de que me dijo aquello, y no únicamente


porque ella estaba llorando, sino también porque no soporté que recalcara
cómo volví a romper a Isabella al estar en su presencia sin la máscara,
sabiendo que no podría volver a mostrarle mi rostro.
Ese día entendí que, o era como Sombra, o no era como nadie. Pero no
me permitiría volver a darle motivos para que creyera que estaba vivo si no
podría decirle la verdad. No mientras mi hermana y Dasher corrieran
peligro.
—Si llegas a tocar al sargento Patterson, vas a meterte en un lío del que
ni Dios podrá sacarte —me advirtió Marcus luego de que me escuchó
pedirle a los mellizos que investigaran más sobre Caron, ya que quería
saberlo todo de él.
Estuvimos en la gala de Gibson porque Lucius quería que le entregara un
mensaje de su parte y del hombre que sería la competencia del senador. Y
por supuesto que después de que las autoridades me tuvieran a mí en el ojo
del huracán, porque era la mente maestra detrás de los envíos de
armamento, y creer también que orquestaba los secuestros, le convenía que
me siguiera hundiendo, según él. Además de que sabía que solo yo podría
llegar a Gibson, pues conocía (incluso con disfraces) a sus escoltas.
Y tomé mi oportunidad también para cuidar a Isabella, puesto que, a
pesar de la temática de la gala sobre ocultar nuestras identidades, ella no era
una mujer que pasara desapercibida tan fácil. Y estaba muy seguro de que
asistiría esa noche, y no me equivoqué.
También estuve a punto de cagarla al verla entrar del brazo de Elliot,
porque, después de la noche en Grig, me sentía más posesivo con ella; y
que ese hijo de puta la acompañara empeoró las cosas. Sin embargo, nunca
esperé que a la lista de suicidas se uniera un sargento que los Vigilantes no
podían tocar, ya que su cargo era una pieza clave que lo hacía inmune, pues
nadie quería alborotar ese avispero.
—Relájate, hombre. No quiero tocarlo —le dije a Marcus, pero lo hice
con demasiada alevosía.
—Únicamente bailó con ella. Y no la obligó —señaló él con hastío.
Había notado que después de enterarse de lo que Alice vivió en el hotel,
Isabella no era grata para él. Y no lo supo porque su hermana haya querido
decírselo, sino porque notamos que unos Grigoris comenzaron a seguirla y,
al identificarlos como parte de la sede de California, deduje que Elliot la
tenía en la mira.
—¿Qué pretendes al señalar que no la obligó? —solté con voz filosa, ya
que odié la insinuación implícita.
Y estuvo a punto de responderme, pero Serena entró a la sala donde
estábamos.
—Voy a señalar tres cosas —advirtió ella, y la miré atento—. Uno: sí te
estuvo confundiendo con alguien más y aún mantiene sus dudas a pesar de
que le permitiste tocarte, que por cierto, me sigue pareciendo un
movimiento muy arriesgado de tu parte —recalcó lo que ya sabía.
Serena vio todo lo que pasó en aquella oficina de Nauticus con Isabella,
igual que en mi baile con ella, por medio de una cámara corporal que usé.
Hice uso del dispositivo precisamente porque quería que Serena estudiara a
Gibson para asegurarme que no fuera a traicionar a padre, y de paso se
encargó de la Castaña.
—No pierdas tu tiempo con eso, yo estoy cansado de decírselo y se lo
pasa por el arco del triunfo —recomendó Marcus, y negué con la cabeza,
ignorando su pulla.
—Continúa —animé a Serena.
Carraspeó antes de seguir al darse cuenta de que no estábamos en nuestro
mejor momento con Marcus.
—Dos: ella es una mujer fría y muy calculadora, pero la pones nerviosa y
la confundes, y eso no le agrada. —Me pareció increíble que describiera a
Isabella de esa manera, a pesar de que no se equivocaba. Aun así yo seguía
pensando en esa chica como la curiosa y temeraria que conocí años atrás—.
Sin embargo, parece que ha pasado recientemente por una situación que la
hirió y eso la llevó a aceptar lo que le propusiste.
En cuanto me dijo eso me sentí más imbécil de lo que ya me sentía,
desde que no supe controlar mis celos cuando Isabella me propuso que la
follara y le demostrara si valía la pena pasar una noche con mis demonios,
utilizando palabras que no dije, pero Darius sí.
Puta madre.
Quise matar (y todavía quería) a ese bastardo por haberle dicho tal cosa
mientras se hacía pasar por mí en Inferno, aunque me pudo más la furia al
darme cuenta de que, después de estar sospechando que en realidad yo era
Elijah, para White fue fácil ofrecérsele a Sombra.
Y deseé destruir todo a mi alrededor enseguida de su propuesta porque
los celos ardían como ácido en mi piel, pero me calmé cuando Serena me
susurró en el oído, por medio del intercomunicador, que Isabella estaba
queriendo probar algo. Razón por la que le pregunté a la Castaña qué quería
de mí, además de atreverme a decir cosas que no sentía, con el fin de buscar
desahogar un poco del infierno que me estaba consumiendo.
Y en ese instante que Serena señaló que era posible que White pasara por
una situación reciente que la dañó, pensé en nuestra noche en Grig y en lo
que Alice me comentó que vivió luego de eso.
Maldición.
Yo había obligado a mi Bonita a vivir una nueva pérdida. Y con eso la
empujé directamente a los brazos de Sombra, pues, así fuera un plan con
maña de su parte, ella estaba dispuesta a seguir adelante, a acostarse
conmigo con un fin que iba más allá del placer.
—Y tres: definitivamente te está usando, amigo. Y, a mi criterio,
contando con cómo te veo actuar con ella, con esa necesidad que
demuestras de decirle sin palabras quién eres detrás de la máscara, esa
femme fatale ha descubierto que, para comenzar a destruir un imperio, debe
usar a su favor el caballo. Y no va por mal camino, pues contigo caerá
también una cabeza muy importante de esta organización.
Sonreí de lado por el mote tan perfecto con el que se refirió a Isabella,
por el estudio tan preciso que le hizo y porque no se equivocó en nada de lo
que dijo. Aun así no cambié de opinión con respecto a la propuesta que le
hice a White sobre vernos en unos días; y no me importaba que eso
implicara quitarme las perlas para dejarme utilizar por ella a como se le
diera la gana, o que con eso siguiera haciendo movimientos peligrosos.
Por ningún motivo perdería esa oportunidad.
Eso sí, tendría que dejarle claro, como la primera vez que follamos, que
después de hacerla mía no permitiría que nadie más la tocara. Y me
importaba una mierda si los suicidas eran sargentos o presidentes.
Esa reina ya tenía rey y lo dejaría muy claro.

—¡Dios! Respira hondo y concéntrate en lo que haremos —pidió Lilith,


y negué con la cabeza, sintiendo que el traje que usaba me estaba ahogando.
Estábamos por entrar a la zona de cuidados intensivos en la que tenían a
padre, luego de que Darius consiguiera que nos dieran acceso, situación que
se tardó más de lo que él imaginó porque su contacto tuvo dificultades al
obtener las credenciales para nosotros, debido a que Grigori aumentó la
seguridad en el hospital ayudados por Isabella y su Orden.
Y, así eso me jodiera un poco, también me sentí orgulloso y tranquilo
porque ella había llegado dispuesta a desatar una guerra con tal de proteger
a mi familia. Incluso los Vigilantes se habían mostrado más nerviosos y
atentos a lo que pasaba desde que White arribó al país; puesto que, aun
desconociendo su presencia, esta se sentía, ya que la sede de Virginia, en
lugar de debilitarse con el atentado que le hicieron a padre, parecía
mantenerse en auge y fortalecerse cada vez más.
Y según la información que me dio Darius esa mañana, a Lucius le
llegaron rumores de que sus contrincantes habían hecho algún tipo de trato
importante en la gala de Nauticus, pues varios de ellos comenzaron a
movilizarse de una manera que no esperaban. Lo que coincidió con el
informe que yo le di, de que tanto Elliot como la hija de Perseo sostuvieron
una reunión con el gobernador, el senador y el sargento de Richmond,
aunque no supimos exactamente en qué parte del museo ni el momento. O
si hubo alguien más.
Tuve que decirle todo eso porque tampoco podía hacerme el imbécil sin
levantar sospechas. Y menos mal lo hice, ya que con los rumores que le
llegaron le hubiera dado motivos para joderme.
Y, después del mensaje que recibí en ese instante por parte de Lewis,
esperaba que Lucius le diera caza a Elliot también, puesto que yo lo quería
despedazar luego de que Isabella fingiera que creía que mi mensaje de texto
era de él.
—Luego mata a quien tú quieras. Ahora estamos aquí y, si queremos
salir vivos, debemos hacer las actuaciones de nuestras vidas —siguió Lilith.
—¿Por qué les encanta provocarnos? —le cuestioné en lugar de poner
atención a lo que me dijo. Ella me miró frunciendo el ceño al no
comprenderme—. A ustedes, por qué les satisface provocarnos a nosotros
los hombres —expliqué, manteniendo la voz baja para seguir las reglas del
lugar.
Noté en sus ojos que estaba sonriendo, pues llevaba puesta una
mascarilla quirúrgica igual que yo. Así como gafas de seguridad médicas,
cofias y el traje verde de protección.
—¿Qué te hizo esta vez? —inquirió curiosa, pero no le respondí, ya que
no soportaría repetir en voz alta que esa maldita Castaña me envió un
mensaje de texto llamándome Elliot, y además, asegurando que estuvieron
juntos anoche.
Y Lewis me remató cuando le pregunté si había visto salir al hijo de puta
del hotel, respondiéndome que sí, que salió antes que Isabella se fuera,
junto a Caleb, rumbo al hospital.
Él y Owen se seguían encargando de vigilarla para asegurarme de que
ningún Vigilante supiera de ella, por eso me escribieron en cuanto la vieron
salir con el egocéntrico; incluso me describieron cómo iba vestida, por eso
tuve la brillante idea de jugarle una broma sin tener idea de que el burlado
sería yo.
Me cago en la puta.
Juro que, si no hubiera estado en el hospital para ver a padre, habría ido
en busca de Elliot para cortarle las manos y cumplirle mi promesa a White
sobre recibirlo en la UCI, pues me bastó la insinuación de esa mujer para
imaginar al hijo de puta desvistiéndola, haciéndole todo lo que yo quería
hacerle, y luego vistiéndola.
—Bien, no haré esa pregunta —murmuró Lilith con diversión—. Y
respondiendo a la tuya: no es solo que nos plazca provocarlos, es que
ustedes nos dan ese poder y nos aumenta el ego. ¿O acaso no alimenta el
tuyo que una mujer se muera por ti?
—¿Y no les importa provocar la muerte de alguien con eso? —solté con
ironía.
—Nadie es tan psicópata como para matar por una provocación inocente.
—Fue mi turno de reír ante su respuesta y eso la hizo alzar las cejas—.
¡Carajo! Tacha eso —pidió al darse cuenta de que yo sí lo era—. Dime qué
te dijo.
Exhalé un suspiro.
—Fingió creer que mi mensaje era de alguien más e insinuó lo que
hicieron anoche —repliqué entre dientes.
—¿Y cómo sabes que finge?
—Joder, Lilith —siseé, y alzó las manos, riéndose.
—Ya, solo quería que vieras el poder que le das. Por eso actúa así —
señaló, y la miré con ganas de matarla por la manera de ironizar lo último.
—Voy a tener que mostrarle lo peligrosas que son sus provocaciones,
porque lo que ha puesto en mi cabeza me tiene a punto de matar a alguien
—advertí, y apretó los labios para no volver a reírse.
—Por cierto, no negaste que te mueres por ella. Belial estaría encantado
de ver cómo te tiene esa mujer.
—No, si terminara luego sin ojos —zanjé, y a duras penas contuvo su
diversión—. Y tú sin lengua, si llegas a mencionarle algo de esto —
amenacé.
Dejamos ese tema hasta ahí porque llegó la enfermera a la que
relevaríamos y nos dio indicaciones a seguir al pie de la letra. Al menos
Lilith lo haría, pues me acompañó porque antes de ser Vigilante trabajó en
su carrera que, en efecto, era enfermería.
—Mierda —murmuré cuando entramos a la habitación donde tenían a
padre.
Aprovechamos el momento en el que madre salió, puesto que, así me
muriera de ganas por verla, no iba a arriesgarme más. Sobre todo con
Amelia más pendiente que nunca, igual que Lucius, de dañar a Tess si
cometía un solo error con esa visita.
Por suerte para mí, ellos no tenían los medios de Darius para entrar al
hospital, ya que era zona leal a Grigori y a él, porque también los protegía
de los Vigilantes.
—¿Quieres que espere afuera?
Carraspeé antes de responderle a Lilith.
—No. Será muy sospechoso.
—Bien, haré el proceso de rutina. Aprovecha tu tiempo con él —me
alentó.
Hasta que ella se adelantó, me di cuenta de que me había quedado
congelado en mi lugar, viendo aquel cuerpo, al que me acostumbré a ver en
todo momento impecable, sano y tonificado, postrado en una camilla.
Maldición.
Di un par de pasos hacia él, sintiendo cómo el aire abandonaba mis
pulmones y el pecho se me llenaba de más odio y frustración, porque
siempre vi a Myles como mi héroe cuando fui adolescente, y como un
maestro al cual quería superar en el momento que supe lo que hacía. Y en
ese instante, al verlo después de tres años, pálido, luchando por su vida, no
pude soportarlo y sentí que me quebré por dentro.
—Si no me hubieras enseñado que la vida se enfrenta con la cabeza en
alto, a pesar de los golpes que da, ahora mismo te estaría odiando porque
duele demasiado verte así, padre —musité con la voz temblorosa.
No lo toqué porque me daba miedo lastimarlo de alguna manera,
simplemente me paré a su lado, viendo el tubo que le metieron en la boca,
las sondas en su nariz y la cantidad de electrodos adheridos a su pecho,
mientras escuchaba el bip constante de la máquina junto al sonido del
oxígeno que le insuflaban.
—Me preparaste también para sobrevivir, y es lo que he estado haciendo,
así que demuéstrame por qué soy un Pride y no se te ocurra dejar a madre,
porque ella ya me perdió a mí y no es justo que también te pierda a ti. No
puedes permitir que esos malnacidos te derroten ni me hagas pasar por una
estocada más.
—Sombra, respira —pidió Lilith llegando a mi lado, y negué con la
cabeza en el momento que me tomó del brazo.
Pero no fue para apartarla, fue más para reprenderme a mí mismo porque
no debía flaquear. No podía ser débil.
—No jodas mis planes, padre, por favor.
—Demonios —se quejó Lilith en el momento que el ritmo cardiaco de
padre aumentó en sobremanera.
—¿Qué está pasando? —pregunté al verla irse al otro lado de padre y
comenzar a tomar cosas del carrito de medicamentos que llevamos con
nosotros.
—Su frecuencia cardiaca está inestable, pero… Señora, espere afuera
unos minutos, por favor.
—¿Qué sucede?
Mi frecuencia cardiaca también se volvió inestable al escuchar la voz
agónica de madre y a duras penas pude fingir que hacía algo con la vía
endovenosa conectada a una bolsa de suero, procurando darle la espalda, ya
que con ella no podía confiarme a pesar de usar las gafas, la mascarilla, el
gorro y todos los demás implementos requeridos para estar en esa
habitación.
—Nada de qué preocuparse, solo permítanos suministrarle el
medicamento a su esposo.
—Pero…
—Señora, por favor —Lilith no fue pesada, pero sí contundente para que
madre no protestara más.
E intuí que lo hizo para que no estuviera en el mismo espacio que yo, lo
cual agradecí al escuchar a madre saliendo. Solté un poco del aire que
estaba reteniendo, y no solo por eso, sino también porque el ritmo cardiaco
de padre comenzó a estabilizarse, minutos después de que Lilith añadiera
varios medicamentos al suero conectado en su vena.
—¿No mentiste con lo de la frecuencia cardiaca? —le pregunté en voz
baja.
—Por supuesto que no. Según el reporte, él está comenzando a
reaccionar al tratamiento aplicado, pero su frecuencia cardiaca todavía no se
regula sin el medicamento.
—Puta madre —resollé, sintiendo tremendo alivio.
—Amigo, no quería ser yo la que dijera esto, pero debemos salir de aquí
—recomendó de pronto y, aunque hubiera querido más tiempo con padre,
no podía—. Voy a distraer a la señora, llévate tú el carrito de medicamentos
—añadió, y asentí.
Minutos más tarde dejé a padre con la confianza de que lo que me enseñó
era porque también lo ponía en práctica, pues me negaba a que dejara a
madre y a Tess. No podía perder esa batalla sin que volviéramos a vernos
cara a cara, porque, a pesar de todo, sabía que tarde o temprano me libraría
de los malditos que me robaron la vida.

Fue arriesgado y estúpido de mi parte haber estado con Isabella en el


cuarto de medicamentos del hospital, pero no pude evitar caer en esa
tentación cuando Belial me avisó que la vio por las cámaras (ya que se
estaba haciendo pasar por un guardia de vigilancia) y me pidió que fuera
con él para comprobarlo.
Y para ser sincero, no pensaba hacer lo que le hice, simplemente quería
confrontarla y que me dijera de frente si lo que escribió era cierto, aunque
también terminé por comprobar que Lilith tenía razón: yo le estaba dando el
poder a esa mujer de joderme la mente y ella sabía utilizarlo a su antojo. No
obstante, como el imbécil en el que me había convertido, no me importaba
siempre y cuando siguiera siendo el dueño de su placer y le cumpliera las
promesas que le hice en ese ámbito.
Mierda.
Me dolía la polla, y no porque no obtuve liberación, sino más bien por
lastimarme con mi tremenda erección, las diminutas incisiones que me
hicieron para sacarme las perlas.
—Vamos a tener que esperar a que venga la enfermera que nos relevará,
porque al parecer tu chica desplegó más seguridad para encontrarte —avisó
Lilith con tono de reproche.
Sonreí como un idiota al recordar la ventaja de cinco minutos que me
dio.
White estaba indignada por escucharme hablando con Amelia y, aunque
me pareció gracioso en un momento, al siguiente me preocupó, pues estaba
más que claro que ya no era la chica que conocí años atrás. Y la mujer en la
que se convirtió me había dejado claro que sus venganzas no me gustarían,
y que tampoco serían del nivel de dejarme amarrado a una silla, insatisfecho
sexualmente.
—En lugar de sonreír como idiota, ve pensando en cómo saldrás del
problemón en el que te metiste con Lía —resolló Lilith, y me rasqué la
nuca.
Ella y Belial sabían lo que dijo la Castaña (aunque no el contexto)
mientras yo hablaba con Amelia, porque Darius les llamó para saber qué
pasaba luego de que su hermana le preguntara a él si me había ayudado, o
no, a entrar al hospital. Así que intenté explicarles por qué la chica quería
quemar el mundo.
—¡Demonios! Que no se te haga costumbre joderme los pocos buenos
momentos —siseé, y ella rodó los ojos.
En ese instante no quería ni pensar en la destrucción que de seguro
estaba llevando a cabo Amelia, ya que creía que, en lugar de estar en el
hospital, me fui a ver con alguna mujer justo el día en el que le prometí una
cena. Cabe recalcar que ella la propuso, pretendiendo que fingiéramos que
era nuestro aniversario; y, aunque le aclaré que para mí sería de tormento,
se excusó con que me lo haría pasar bien.
Acepté para mantenerla tranquila con respecto a lo de padre y porque ya
habíamos planeado con Dominik que llegaría a la ciudad para ocupar mi
lugar, pues necesitaba que él averiguara si ella ya sabía en dónde tenían a
Dasher. Así que su propuesta al final me convino más a mí y a mis planes.
Solo esperaba poder llevarlos a cabo si la convencía de que no fue para
mí lo que dijo Isabella.
—Dile que éramos Belial y yo —recomendó Lilith horas después,
cuando estábamos por salir del área de la UCI, gracias a que Darius movió
sus hilos para que el relevo llegara pronto.
—¿De qué hablas? —cuestioné al no entenderle.
—Ella sabe que Belial y yo tenemos gustos peculiares con respecto al
sexo. Nos ha visto algunas veces en Karma, así que no sería extraño si le
dices que era yo la que le dijo esas palabras a mi hombre mientras tú nos
veías.
—No me jodas. Terminará por matarlos a ustedes —debatí.
Karma, igual que en Vikings, eran clubes en los que ofrecían ciertos
espectáculos para las personas que les gustaba compartir en el sexo, o que
los observaran. Y a esa parejita le gustaban muchas de esas cosas, incluso
ser de los que daban el espectáculo, por eso capté el punto de su
ofrecimiento, aunque no me convencía por lo peligroso que era.
—Puedes decirle que estábamos enseñándote unos trucos para darle
placer.
—Como si los necesitara —me mofé.
—Deja ya de ser tan engreído y concéntrate en lo que te digo —me
regañó, y reí—. Y, si decides utilizarnos como excusa, aclara que estábamos
en…
Dejé de escucharla, y no porque lo que decía era un mal plan, de hecho
era muy bueno, la excusa perfecta para que Amelia no se ensañara más
conmigo. Sin embargo, lo que me robó la atención fue que, cuando íbamos
cerca del área de revisión, vi a madre de rodillas, rezando frente a un altar
hecho dentro de una pequeña capilla. Y me quedé mirándola.
—Sombra, no —balbuceó Lilith en el momento que me tomó del brazo
para detenerme.
Pero no lo consiguió y no tuvo de otra más que seguirme.
Ese día había pasado por muchas emociones. Primero con padre, luego
con madre, y el dolor que eso me causó, seguido de mi encuentro con
Isabella y el despertar de mis celos y posesividad con ella (así como los de
Amelia conmigo). Por lo que, ¿qué más daba acercarme un poco a la mujer
que me dio la vida?
No iba a hablarle, simplemente quería arrodillarme detrás de ella, tenerla
a unos pasos, olerla si era posible. Y Lilith lo entendió tanto como me
apoyó, arrodillándose a mi lado en una situación bastante irónica, pues
ninguno de los dos creíamos en la persona a la que madre le rezaba, pero
que me estaba permitiendo estar ahí, tan cerca de la única mujer que me
amó hasta en mis momentos más despreciables.
Casi escuché en mi mente a Lilith susurrar un mierda cuando alcé la
mano y la acerqué a madre, deseando tocarle la espalda y decirle que aquí
estaba, seguro de que padre vencería a la muerte y que pronto ella volvería
a estar feliz con él y Tess.
Tragué con dificultad y apreté el puño segundos después porque, por
mucho que deseara tocarla, no podía, pues a diferencia de todos e incluso
con las lentillas, si Eleanor me miraba a los ojos, reconocería que yo era el
primogénito al que parió y cuidó como el tesoro más grande de su vida.
Así que tuve que conformarme con esos minutos cerca de ella.
«Si de verdad existes, gracias», pensé para la nada y me puse de pie.
Escuché a Lilith soltar tremendo suspiro cuando comencé a caminar
hacia la salida, antes de que madre terminara su oración y tuviéramos que
enfrentarnos. Y actuando diferente al líder que la élite que me asignaron
veía en mí, esa vez permití que la chica a mi lado me guiara y sacara de ese
hospital.

Guardé el móvil tras responderle a Dominik cuando íbamos en el coche,


y pensé en lo que todavía me esperaba por atravesar, pues tenía que ponerlo
al día, comentarle de la excusa que le daría a Amelia en la cena, esperando
que él consiguiera buenos resultados cuando llegara su momento.
Aunque nunca esperé que, de todo ese día, la noche se convertiría en lo
peor, y no solo por mi cena y pelea con Amelia, sino más bien porque Owen
me avisó que Isabella estaba cenando con Elliot en un plan bastante
romántico. Y que luego los siguió hasta el apartamento de ese hijo de puta.
—Te estás pasando, maldita Castaña provocadora —refunfuñé en cuanto
Dominik por fin tomó mi lugar y yo me fui con Marcus al apartamento de
Elliot, dispuesto a matarlo.
Y más cuando mi plan improvisado no funcionó y esa descarada tuvo la
osadía de retarme, no solo con lo que me dijo por el intercomunicador de
Marcus, sino por vestir la ropa del malnacido y tirársele encima en el
instante que vio el láser de mi arma, impidiéndome un disparo limpio y
certero.
—¡No lo hagas! —advirtió Marcus, poniendo la mano en mi arma para
que no pudiera tirar del gatillo, en cuanto quise disparar a la pared interior
de aquel apartamento.
—¡¿Tú también?! ¡¿Qué acaso no ves que la está besando?! —mascullé.
—¡Es un puto beso, imbécil!
—Por menos he matado —siseé, odiando que minimizara el beso entre
esos dos.
—¡Estás enfermo! —arremetió con hastío—. Y ya me hiciste hacer el
ridículo de mi vida como para que también consigas que su gente nos mate
ahora mismo.
Lo ignoré para volver a concentrarme en lo que hacían Isabella y Elliot,
pero ya no los encontré. Aunque a nosotros sí que nos encontraron unos
Sigilosos con un mensaje violento de parte de ella.
Hija de puta.

—Sospecho que sí sabe algo, pero no me lo dice porque intuye que, si lo


hace, ya no habrá razones para que estés con ella. —Miré atento a Dominik
cuando nos comentaba sobre lo que intentó averiguar de Dasher con
Amelia.
Estábamos en Vértigo, Darius y Owen nos acompañaban. Marcus pasó
de unirse a nosotros porque aseguró que quería descansar de mis
estupideces, aunque supe que en realidad fue porque su chica le pidió que
hablaran de algo importante.
—Todavía pueden joderme por medio de mi hermana. No sé por qué
piensa así —señalé.
—Sabe que ya usaste con ella el chip que te dio.
—¡¿Qué?! —pregunté alarmado, y tanto Owen como Darius
reaccionaron con sorpresa.
—La confronté para que me dijera cómo lo supo y me explicó que el
monitor mostró que había algo inhibiendo la señal de uno de los
dispositivos, aunque no aclara cuál. Y, como sabe que tu chica no está en el
país, supone que es el de tu hermana.
—Joder —murmuré mirando a Darius.
Él tenía conocimiento de que en realidad se lo coloqué a Isabella.
—Me juró que saboteó el monitor para que no muestre eso, y que su
padre no se entere, ya que es consciente de que con eso Lucius también
arremeterá contra ella por haberte dado el chip. —Me restregué el rostro
con cansancio ante la explicación que Dominik siguió dándome—. Pero ella
sabe que con eso ya no podrán utilizar a tu hermana para subyugarte, por lo
que no se arriesgará a decirte ya en dónde tienen al niño.
—¡Demonios! Tienes que encontrar la manera de sacárselo —exigió
Darius con frustración.
Owen se mantenía como espectador en ese instante, bebiendo cada vez
más. Por mi parte, estaba comenzando a creer que Amelia nunca me diría el
paradero de ese niño.
—Haré todo lo posible estos días que me quedaré —prometió Dominik
—, pero no se preocupen porque me juró que se encargará de que no dañen
al pequeño.
Los tres lo miramos, incrédulos por la confianza que le tenía a esa arpía.
—¿De verdad le crees? —le preguntó Owen.
—Aunque no lo crean ustedes, ella es una buena chica. Solo hay que a…
aceptar sus demonios para que ellos te permitan conocerla.
Fruncí el ceño y lo miré dubitativo al escucharlo decir eso y cómo
titubeó en algunas palabras, pero tenía tantas cosas en la cabeza que decidí
no enfocarme en ello luego de un par de segundos.
—Cuidado, Dominik, que la hiena no te muestra los dientes porque se
está riendo contigo —le advirtió Darius, y supuse que a él también le
extrañó lo último que su amigo dijo.
Dominik se rio, diciendo que era un exagerado, y rogué para que de
verdad ese tonto no la estuviera cagando de ninguna manera, pues
necesitaba su ayuda y era el único que podía seguir haciéndose pasar por mí
con Amelia.
Decidimos dejar ese tema de lado por la salud mental de nosotros, que
para ese momento ya era muy escasa, y continuamos bebiendo y hablando
de varias cosas a la vez. Lewis se nos unió horas más tarde e intenté
disfrutar de la noche y olvidarme por unos minutos de lo que me agobiaba;
dejar de lado la preocupación por padre o la intriga que sentía por la nueva
Isabella y mis ganas de verla pronto.
Quería olvidarme de mi ansiedad, de que me estaba muriendo por
llevarla a la cabaña que Lewis rentó (después de asegurarnos que era
segura) y tenerla únicamente para mí, haciéndole lo que tanto soñé, y así
despedirme de mi sequía sexual de una jodida vez.
Necesitaba olvidar que, así fuera yo el que iba a follarla, ella me aceptó
creyendo que estaría con otra persona. Y me enervaba tanto como me hacía
sentir ridículo, tener celos de mí mismo.
Era patético.

—Tú y yo únicamente somos enemigos jugando a los amantes, así que no


pretendas que tendrás más que eso.
—No somos enemigos, Bella. Y sí, tienes razón, me estoy comportando
como un imbécil, pero detesto que ese hijo de puta se cruce en mi camino.
—Elliot no se está cruzando en tu camino, Sombra. Lo de anoche solo
fue una salida de amigos que, aunque no lo creas, estaba siendo eso hasta
que se te ocurrió enviarme esa pizza con la intención de dormirnos, o
apuntarle con el láser. Así que al final es tu culpa que lo besara porque, si
no hubieses hecho esa estupidez, no habría tenido que acercarme a él de
esa manera.
—¡Puf! Ahora resulta que yo lo provoqué.
—Lo hiciste por tu arrebato. Así que, a la próxima, trata de confiar en
que no soy una mujer que va por la vida acostándose con el que se le pone
enfrente, ya que, así te sea difícil de creer, solo he estado con un hombre y
tú ya sabes quién es. Después de él, has sido el único al que le he permitido
llegar más allá de los besos.
—Y tengo planeado llegar más allá de los que te di en el cuarto de
medicamentos.
—Ya veremos. Tengo que irme ya. Y por tu bien, espero que comiences a
comportarte como un hombre y dejes atrás al adolescente lleno de
testosterona que necesita mear su territorio. Así que deja en paz a Elliot.
—Ya veremos.

Sonreí ante el recuerdo de parte de mi llamada con Isabella luego de que


se escapara de mis manos la oportunidad de matar a Elliot. Tuvimos una
discusión que me dejó con la frustración igual de grande que mi erección,
pues esa pequeña cabrona me provocaba más que la chica a la cual le negué
una sonrisa en el café de la universidad la primera vez que se cruzó en mi
camino.
—Para ti, amigo. —Owen me devolvió a la realidad en cuanto Talking to
the moon de Bruno Mars comenzó a sonar.
—Que te jodan —siseé, y escuché a los demás reír.
Me había quedado demasiado ensimismado en mis pensamientos y, al
parecer, él aprovechó el momento para solicitar esa canción y dedicármela.
—Bien, famoso en la ciudad sí eres —señaló Darius, refiriéndose a la
letra de la canción.
—Y le queda mucho eso de que se ha vuelto loco —acotó Lewis.
—¿Hablas con la luna para llegar a ella?
—Váyanse a la mierda —largué ante la pregunta de Dominik, y los
cuatro imbéciles comenzaron a carcajearse.
Y no pararon hasta que Marcus llegó con cara de pocos amigos, cogió
una botella de bourbon y bebió directamente de ella.
—Déjame adivinar. —Owen hizo un gesto pensativo tras decir eso—.
¡Ya! Discutiste con Laisha —soltó con sarcasmo.
Él y Lewis habían apostado sobre cuánto más duraría Marcus y su chica,
ya que, desde que supimos que estaban en algo, se la pasaron más tiempo
peleando que siendo felices.
—Está embarazada —gruñó el moreno con ganas de querer que lo
asesinaran de la peor manera posible.
Todos nos quedamos callados, esperando a que dijera que era una broma,
pero en lugar de eso siguió bebiendo, y yo comencé a sentir la garganta
seca.
—¡Carajo! Con esa cara que tienes no sé si felicitarte o darte el pésame
—debatió Dominik.
Seguí en mi lugar sin poder moverme, sospechando que Marcus no
estaba para nada feliz, y lo entendí, pues, igual que yo, en nuestros planes
no estaba ser padres; y menos después de las mierdas que estábamos
obligados a hacer por un niño.
No merecíamos ese privilegio y ni con mil vidas lo meritaríamos.
Mis nuevos demonios y los más despreciables que ahora tenía jamás me
permitirían disfrutar de la paternidad sin sentirme como una mierda, por lo
que descarté para siempre alguna vez procrear. Y menos en un mundo tan
jodido como mi cabeza.
Y estaba muy seguro de que Marcus pensaba lo mismo, así que no lo
podíamos felicitar por algo que a leguas se le notaba que no quería.
—Mejor mátame —le pidió Marcus a Darius, confirmando lo que pensé
—. Y antes de que ustedes dos, imbéciles, digan algo: no, no la amo. Y de
hecho, cortamos hace dos semanas —se dirigió a los mellizos, y estos no
soltaron ni un balbuceo—. Por lo que esta noticia es lo que menos esperaba.
Marcus continuó bebiendo y, por primera vez, habló abiertamente de la
relación que mantuvo con esa chica, de cómo ambos se utilizaron creyendo
que se amaban y la manera en la que juntos descubrieron y entendieron que
solo se estaban dañando al aferrarse a un amor inexistente. Razón por la que
cortaron en buenos términos y, aunque ahora Laisha estaba embarazada, no
le exigía que regresaran (o ayuda de algún tipo), pues si le comunicó de su
estado fue porque consideró que era un derecho del moreno, mas no
esperaba nada por su parte, ya que estaba dispuesta a parir al bebé con su
apoyo o sin él.
Sin embargo, tanto ella como nosotros éramos conscientes de que, por
mucho que Marcus no quisiera ser padre, él no era el tipo de hombre que se
haría de la vista gorda ahora que sabía que engendró una vida.
—Dime, ¿con qué cara veré a ese niño? —me preguntó a mí, y tragué
con dificultad.
Deseé en ese momento el descaro de Lucius para no sentirme tan
miserable.
—O niña —señaló Owen, intentando aligerar el mal momento.
—Mejor niñe —acotó Lewis.
Darius miró a los mellizos con severidad, pidiéndoles así que dejaran las
estupideces para después. Y tuve claro que no fue por la manera que ellos
creían correcta de referirse al bebé, pues cada uno usaba el lenguaje que
quería.
—Voy a ayudarla en todo lo que sea necesario, porque de ninguna
manera pienso dejarla sola aunque ya no estemos juntos. Pero no sé si
alguna vez llegue a tener el valor de mirar a ese bebé a la cara cuando nazca
—profirió Marcus, olvidando la pregunta que me hizo.
Yo en cambio no me la sacaría de la cabeza jamás, pues era el líder de
esa élite y lo arrastré a mis mierdas.
—Concéntrate primero en una cosa, amigo —le recomendó Dominik—.
Ya cuando llegues a ese puente verás cómo cruzarlo. De momento solo sé
un apoyo para ella, pues no es necesario que desde ya te veas como padre.
Miré a Darius, estaba callado y pensativo en ese instante, aunque
también se notaba afectado por lo que escuchaba. E imaginé que con su
historia no era fácil ver la duda y el miedo de Marcus por la paternidad,
pues él fácilmente podía ponerse en los zapatos de un niño abandonado por
personas que tuvieron pensamientos similares a los del moreno.
Yo en cambio confirmé que jamás engendraría porque ningún niño
merecería tener a una escoria de padre.
Capítulo 17
Me gusta esta mentira
Elijah

Había estado inquieto porque por la mañana nos notificaron que


tendríamos a un Yakuza merodeando por la organización, trabajando
incluso con cada élite para que los envíos que se harían con rumbo a Japón
se dieran sin ningún problema luego de que una de las embarcaciones fuera
incautada en aguas europeas. Un error que yo propicié dándole información
a las personas indicadas para que llevaran el mensaje a las autoridades, y
por el que nos mantuvimos un poco tensos esos días, ya que, si la cagaban,
nuestras cabezas rodarían.
Y, aunque el plan resultó cómo quería, nunca preví que los Yakuzas
enviarían a alguien de su gente, situación que no me agradaba, pues no era
conveniente que un intruso estuviera en mi equipo, ahora que más
necesitaba cuidar a la Castaña.
Y como si todo eso no me hubiera mantenido lo suficientemente
estresado, ese día White me dio un jaque imprevisto cuando me reclamó lo
último que me esperaba, pues ella me aseguró que ya los Vigilantes sabían
de su regreso; situación que me extrañó, ya que, a menos que Amelia
fingiera muy bien, estaba bastante seguro de que nadie tenía conocimiento
de su presencia en el país, puesto que cuidé cada maldito detalle y me
deshice de inmediato de las mierdas que la vieron, para que no fueran a
hablar con nadie sobre ella.
—Si lo que te dijo es cierto, debes evitar hacer las estupideces que haces
por verla —disintió Marcus, y bufé.
Lo que dijo fue porque esa mañana no resistí las ganas de ver a la
Castaña luego de que Belial y Lilith relevaran a los mellizos (quienes
habían estado vigilando a Isabella) y me avisaran que ella seguía en mi
apartamento, o en el de Elijah, desde el día anterior. Y por supuesto que me
tomó por sorpresa que volviera, aunque también alimentó mi orgullo
porque, a pesar de todo y de quién era esa nueva mujer, buscó el refugio que
hicimos nuestro en el pasado.
Y ese orgullo fue el que me hizo ir (aprovechando que su seguridad
todavía no se había apostado bien en los alrededores) y utilizar los medios
que tan bien me conocía para entrar al apartamento por una acceso secreto
del que únicamente yo sabía que existía. Ese que me permitió verla en
nuestra cama, durmiendo plácida, aferrada a mi almohada, demostrándome
con eso que, por mucho que hiciera Sombra, no le sería fácil desplazar a
Elijah de la vida de esa mujer.
—Unos minutos más y se hubiera despertado contigo viéndola dormir
como un jodido acosador. —Chasqueé con la lengua cuando Marcus siguió
con sus discrepancias, y le hice un gesto con la mano para que lo dejara ir.
No ignoraba que fue arriesgado lo que hice, aunque no fuera la primera
vez que me colaba en mi propio apartamento en esos meses, pero admito
que me expuse demás al acariciarle el brazo antes de irme, porque la
tentación de tocarla fue insoportable incluso sabiendo que esa noche la
tendría solo para mí, como tanto deseaba.
—Volvamos a lo que importa en este momento —animé a los demás para
que él dejara de regañarme como si fuera mi hermano mayor, pues no les
comenté sobre el reclamo de White para que me juzgaran, sino para que me
ayudaran a pensar.
—Estuve anoche con Sandra y no mencionó nada de eso. De hecho, toda
la élite de Derek se encuentra concentrada en los secuestros y preparándose
para el recibimiento del Yakuza, ya que será con ellos con quienes trabajará
primero —explicó Lewis.
—La élite de Fantasma tampoco está concentrada en nada macabro. Es
más, se toman un descanso ahora que su jefa se encuentra feliz contigo —
aportó Serena.
Ese era otro punto que me hacía confirmar que los Vigilantes no sabían
de su regreso, puesto que en esos días Dominik se encargó de mantener
relajada a Amelia y a mí me tocaba fingir que estaba olvidando sus mierdas,
para que compaginara con mi comportamiento al follarla por las noches.
—Nosotros tampoco hemos sabido nada en las otras élites —añadió
Belial. Él y Lilith habían vuelto conmigo luego de notar que más Sigilosos
llegaban al condominio de apartamentos para proteger a Isabella.
Y me sentí en un callejón sin salida ante sus aportaciones con respecto al
tema que tocábamos.
—¿Y si en realidad esto es obra de alguien de Grigori? —Miré a Lilith
cuando dijo eso.
«O es obra de ustedes», pensé paranoico.
Pero sería sincero conmigo mismo, lo pensé porque me ardió que ella
insinuara que uno de los Grigoris, en quienes más confiaba traicionara así a
Isabella, incluso sabiendo que con eso también me traicionaría a mí.
—Es un buen punto. Y no necesariamente pudo ser alguien de la élite
Pride, podría tratarse de alguien de la sede de Kontos o Makris. Incluso la
de Enoc —urdió Owen.
Marcus (a pesar de joderme por mis actos anteriores) pareció ser el único
en darse cuenta de que me afectaban esas suposiciones, por lo que optó por
callar. Sin embargo, no me cegaría, porque podría resultar cierto que un
Grigori estuviera traicionando a la Castaña y debía averiguarlo antes de que
fuera muy tarde.
—Averigüen cualquier cosa de los informantes que tienen las élites, para
descartar que sean Grigoris —les pedí, y todos asintieron—. Y tú, vas a
volver a concentrarte en Cameron.
—No me parece que sea un traidor —alegó Serena ante mi orden.
—No me basta con que no parezca, necesito la seguridad de que no lo es
—urdí—. Quiero que investigues si él sabe que esa chica está en el país, si
tiene comunicación con su familia, todo —enfaticé, refiriéndome a Jane y
los padres de Cam, y Serena asintió de acuerdo.
Después de eso les pedí que regresaran a sus labores, aunque Marcus no
obedeció y se quedó conmigo. Sin embargo, no hablamos de nada,
simplemente nos sumimos en nuestros pensamientos, ya que él, así
continuara con sus actividades, jodiéndome por lo que yo hacía,
pretendiendo que todo estaba normal, seguía tratando de aceptar que sería
padre a pesar de no merecerlo; y eso lo metía en un bucle que lo perdía
cuando no se ocupaba en otras cosas.
—Justo cuando ella confía en mí, pasa esta mierda —me quejé horas más
tarde.
Estaba en mi apartamento con Marcus, y con Alice en videollamada,
luego de que ella me llamara para informarme sobre cómo marchaban las
cosas en Grig, ya que, así la vigilaran, no la despidieron y Elliot tampoco
estaba tan molesto como ella supuso, pues le había comentado sobre la
salud y el avance de padre. Además de mencionarle que madre también
estuvo mal días atrás, debido al estrés y a la preocupación por su marido,
por lo que tuvo que ser intervenida y tratada por los médicos.
Y saberlo me sentó como un puñetazo en el estómago, y no lo mermó el
hecho de que ella ya estuviera bien.
—Si aceptó verte es porque todavía lo hace —me animó Alice.
Le había hablado de que Isabella creía que yo podía tener algo que ver
con que los Vigilantes supieran de su regreso.
—Ella lo está utilizando para su beneficio, así que bien podría aceptar
verlo, pero no ir con él a ningún otro lado. Y si lo hace, puede ser para
matarlo —profirió Marcus, y exhalé un largo suspiro.
Mis planes se estaban yendo a la mierda, pero no creía que la Castaña
quisiera matarme. Al menos no todavía. Y me frustraba más lo que sucedía
porque, si Isabella se negaba a ir conmigo a esa cabaña, perdería la
oportunidad de tenerla únicamente para mí, de asegurarle que la estaba
cuidando, y de paso, incitarla a que averiguara de una posible traición por
parte de los Grigoris, ya que esa tarde (luego de reunirme con mi equipo)
me vi con Amelia y comprobé que no tenía idea del regreso de su hermana;
pues de ser así, y conociéndola, me lo habría dicho para amenazarme y
recordarme la promesa que le hice de no acercarme a ella, debido a que sus
celos por White eran una situación que no podía ocultar por mucho que se
esmerara.
—¿Y si le das una señal de que tú sí confías en ella?
—¿A qué te refieres? —cuestioné ante la pregunta de Alice.
—Pues a que le des algo de ti que le demuestre que tú confías en ella.
—Irá solo, cariño. ¿Qué más puede darle? —intervino Marcus en tono
amargado.
—Es fácil decir que irá solo y que en realidad tenga gente escondida en
el lugar donde pretende llevarla —reprochó ella, y supe que tenía un punto
—. E Isabella no es estúpida, así que para que la convenzas necesitas darle
algo que a lo mejor desea de ti, pero no lo pide.
—¿Qué podría ser? ¿Que le muestre su cara? —satirizó su hermano.
—Exacto.
—¿Estás loca? —dijimos al unísono con Marcus sin pretenderlo, luego
de su ironía y la respuesta que dio su hermana.
—Bien, no tu rostro, pero sí podrías presentarte con ella sin usar esas
máscaras que siempre llevas. Incluso podrías mostrarle tus manos.
—White conoce mis tatuajes, Alice. Eso no funcionará —resollé.
—Mira lo que te enviaré —me animó.
Segundos después recibí la imagen de un chico usando mascarilla,
capucha y con unos rombos tatuados debajo del rabillo de los ojos, iguales a
los que tenía en las manos.
—Usa tu ingenio y hazte esos tatuajes. Podrían despistarla y de paso le
muestras detalles que siempre has ocultado.
—No hay tiempo para ocultar que los tatuajes estarán recién hechos —
replicó Marcus.
—Jamás me tatuaría el rostro, imbécil. —Bufé yo.
No obstante, Alice me dio una idea excelente. Y, ya que conocía los
trucos para hacer parecer un tatuaje temporal como si fuera permanente, me
puse manos a la obra luego de agradecerle a la rubia por el consejo y de
paso tomé los guantes especiales que tenía para cubrir mis huellas. Estos
parecían ser de piel real, lo que me permitía replicar el diseño de tatuaje de
la imagen que Alice me envió, dándole mi propio toque.
Y cuando me vi al espejo, supe que ni siquiera mi madre me reconocería,
pues tuve un cambio radical.
Horas más tarde comprobé que, una vez más, Alice tuvo razón, pues
cuando me vi con Isabella en la azotea del hotel, noté su sorpresa al ver los
detalles que según ella siempre le oculté y que no se los estaba mostrando
por descuido. Sin embargo, como la cabrona que era, supo mover las fichas
a su favor y usó mi debilidad por ella como una maestra, obligándome a que
le prometiera algo de lo que seguro iba a arrepentirme, por una noche
haciéndola mía.
Y joder con la noche que compartimos.
Una noche en la que me demostró que no solo cambió física y
mentalmente, también lo hizo en habilidades y en su hambre sexual,
ratificándome que en todos los sentidos era la femme fatale que Serena
describió. Una amazona que me llevó al borde de la locura al tomar el
control de nuestro encuentro; y que me dejó claro que la chica que conocí
años atrás únicamente quedaría en mis recuerdos.
Isabella White ya no era paraíso e infierno.
Era pecado y muerte.
Busqué a Darius para avisarle que enviaría a Isabella a Vértigo, porque
fue lo que le prometí para que aceptara ir conmigo a la cabaña; cosa que lo
dejó sin palabras, pues era consciente de que lo último que yo quería era
que ella hablara con él.
No importaba que en todos esos años Darius me hubiera ayudado a
sobrellevar mi nueva vida y que hasta cierto punto nos hiciéramos cercanos.
Jamás pretendí ser yo quien propiciaría un encuentro entre ellos, porque no
conseguía olvidar que en su momento él deseó a la mujer que consideraba
mía, valiéndole un carajo que fuera su hermana adoptiva.
—A ver, me siento honrado de que precisamente seas tú quien la envíe
conmigo, pero… necesito saber por qué —indagó.
Y a pesar de mi felicidad por saber que padre había despertado de su
coma, ese imbécil consiguió ponerme de mal humor con la emoción que no
pudo ocultar.
—Me pidió que le entregara a Fantasma, o a Derek —gruñí.
—Puta madre —siseó entretanto exhalaba un suspiro.
Yo decidí dejar de lado mis celos porque lo que quería de él era más
importante.
—Lewis consiguió averiguar que Brianna hace un voluntariado en una
perrera, pero el hijo de puta de Derek la protege muy bien, así que quiero
saber dónde vive exactamente, ya que pienso que será más fácil atraparla en
un lugar que él considera seguro. Y sufrirá más si nos hacemos con su
familia, que es lo que busco. Y podría darle esa información a Isabella para
que se encargue personalmente de hacer el trabajo sucio por mí, sin
embargo, de ninguna manera voy a exponerla a un peligro como ese, así
ella sepa protegerse. Y menos puedo entregarle a Fantasma cuando sabes
que no nos ha dicho nada sobre el paradero de Dasher —expliqué, y Darius
asintió de acuerdo.
—¿Y qué papel juego yo en esto?
—Sé que puedes darle algo, o a alguien, que la haga estarse tranquila
mientras nosotros conseguimos recuperar a Dasher —señalé, y asintió—.
Únicamente te pido que no la expongas ni te pases de listo, porque así te
tolere, si pretendes hacer algo con ella a mis espaldas, voy a matarte —
advertí, y rio satírico.
—Limosnero y con garrote, eh —me chinchó, pero opté por ignorarlo.
Él lo dejó por la paz y se concentró en escuchar lo que seguí diciéndole,
ya que era más importante que las amenazas que pudiéramos seguir
haciéndonos, puesto que Isabella me estaba pidiendo a alguien que no podía
darle, pero no porque no quisiera, o porque en mi imbecilidad pretendía
proteger, o darle el beneficio de la duda (como hice en el pasado con
Amelia), sino porque antes de entregársela tenía que conseguir que ella me
diera la ubicación de Dasher para rescatarlo.
Y, sin que eso pasara, no iba a exponer ni siquiera a Derek. En primer
lugar, porque (como dije antes) no la expondría a ella sin antes estar seguro
de que podíamos atrapar a ese malnacido con la guardia baja. Y en segundo,
porque ayudarle a Isabella también significaba que le haría saber a nuestros
enemigos que estaba de regreso en el país; y quería seguir manteniendo eso
en secreto hasta donde me fuera posible.
En los días siguientes, verla se me dificultó debido a que en algunas
ocasiones ella se negó a mis persuasiones, y a que los envíos
incrementaron, aunque solo de armas para el alivio de todos en el equipo;
además de que la organización se mantuvo más alerta gracias a que Grigori
pareció despertar de un letargo y lo hizo con potencia. Incluso las
autoridades lo hicieron, y Caron Patterson los movilizó de una manera que
tenía a Lucius al borde de la locura, situación en la que tuvo que demostrar
su temple de acero con el miembro de la Yakuza, quien no perdía la
oportunidad de recalcarle el mal manejo de los Vigilantes al permitir que lo
limitaran como sus enemigos lo estaban haciendo.
Yo no soportaba al tipo porque llegó creyéndose el jefe de sindicato de
los Sumiyoshi-kai, pero admito que me regalaba pequeñas victorias en los
momentos que hacía esos comentarios llenos de alevosía, que conseguían
que Lucius desarrollara un tic en la comisura de sus labios, pues el
malnacido no podía explotar con el enviado especial de su aliado por
mucho que lo deseara, ya que eso significaría meterse en una guerra con los
Yakuza para la cual no estaba preparado.
—Escuché que mañana el tarzán asiático estará con nosotros —comentó
Owen, refiriéndose al Yakuza, quien se presentó como Tarzán, aunque lo de
asiático fue cosa de los mellizos y Belial—. Al parecer, a Derek le urge
deshacerse de él porque no soporta que sea tan selectivo con las personas
que secuestran y que le diga a cada momento cómo hacer las cosas.
Sí, había escuchado rumores sobre lo insoportable que era el tipo, pero, a
pesar de que Lucius odiara los comentarios sarcásticos que le hacía,
también admiraba la manera en la que trabajaba y la crudeza con la que se
manejaba, puesto que era letal y certero a la hora de operar. Amelia no lo
soportó por esa razón, ella no pudo concebir que alguien más fuera como
Fantasma, así que se negó a trabajar con el asiático, ya que además de eso
se le dificultaría ser Lía y Fantasma de manera simultánea, con él en su
élite.
—No sé ustedes, pero a mí ese hombre no me genera nada de confianza.
Siento que oculta algo —opinó Serena.
—Entonces prepárate, porque vas a tener tu oportunidad para averiguar
qué es —la animé.
De ninguna manera permitiría que ese tipo estuviera en mi equipo sin
antes estar seguro de qué terrenos pisaríamos con él. Y, a diferencia de
Derek, yo no iba a dejar que se metieran en mi manera de operar, ya que
suficiente permití con que Lucius me pisoteara como para que un recién
llegado también lo hiciera. Y si tenía que matarlo, lo haría sin dudar.
Además de eso, me enervaba que por su culpa perdería la poca libertad
que tenía, pues yo tampoco podría quitarme la máscara por ningún motivo,
mientras él estuviera en nuestro círculo.
Seguí charlando con Serena y Owen, este último añadió que fue Sandra
la que le comentó a Lewis sobre la llegada del Yakuza a nuestro equipo,
aunque su hermano no me había dicho nada porque la chica no le dio
seguridad de lo que pasaría, sino que ella también escuchó sobre la
posibilidad de que su jefe se deshiciera del intruso. No obstante, al siguiente
día descubrimos que en efecto Tarzán se uniría a la élite de Sombra, y fue el
mismo Lucius quien me lo notificó.
—Trátalo como un amigo más y no lo dejes de lado en la diversión —
recomendó el viejo, aunque en realidad me lo estaba ordenando. Sin
embargo, escondió bien la demanda con su tono amigable.
—No sé por qué presiento que me estás poniendo un niñero.
—¿Acaso todavía lo necesitas, hijo?
Me repugnaba que el malnacido se refiriera a mí como hijo y él lo sabía,
por eso usaba la palabra cada vez que podía.
—Dímelo tú —lo reté, escondiendo mi molestia, y el hijo de puta rio,
animando al Yakuza para que también lo hiciera con su broma.
—Me gusta que de vez en cuando saques tu actitud cabrona —festejó.
Desde que pasó lo de Dasher, era la primera vez que le volvía a hablar
así.
—¿Eso era todo lo que querías decirme? —cuestioné, queriendo zanjar
esa reunión.
—Eso, y que más pronto de lo que imaginas vas a hacer un nuevo envío
de personas hacia Noruega. Por lo que te necesito muy concentrado. —Me
tensé porque, al no especificarse, me dejaba con la incertidumbre de si
serían mujeres o niños.
Y no podía preguntarle nada para no demostrarle cuánto me estaba
afectando ya.
En las semanas que Grigori tenía operando con más fuerza, los Vigilantes
se concentraron únicamente en traficar armas, aunque debí imaginar que en
cualquier momento me tocaría hacer nuevos envíos de personas. Y, así fuera
igual de miserable enviar adultos a un destino de mierda, rogué para que no
fueran niños, ya que la última vez que me tocó uno de esos pensé en darme
un tiro en la cabeza luego de ordenarle al barco que zarpara, pues se me
estaba haciendo demasiado insoportable seguir con eso.
No obstante, pensé en ese pequeño al que tenía que recuperar y entendí
que debía seguir.
—Ahora sí, es todo. Pueden irse —nos despidió Lucius.
Salí de la oficina sin decir nada, ni siquiera esperé al Yakuza porque mi
cabeza se llenó de demasiada mierda y no estaba dispuesto a meterle más al
concentrarme en su presencia, y a que desde ese momento en adelante
tendría que renunciar a ver a Isabella.
Joder.
Y como la bruja que era esa mujer, me puso las cosas difíciles al
escribirme por la noche cuando me encontraba en Vikings con mi equipo,
Tarzán y los hermanos D’angelo, quienes no dudaron en unirse esa noche a
nosotros en cuanto los invité. Fabio sobre todo, pues se enteró del
espectáculo que las chicas que trabajan en el club ofrecerían para consentir
a sus clientes más peculiares.
La idea de ir a Vikings fue de Darius y Serena, cuando esta última me
explicó que la mejor manera de estudiar al Yakuza era en un ambiente
relajado, lejos de las misiones y todas las mierdas que hacían los Vigilantes.
Así que acepté a pesar de no querer socializar.
Y, aunque Darius fue uno de los que me animó a ir al club, no nos
acompañaba porque tuvo algo que hacer a último momento, pero prometió
que se uniría en cuanto pudiera.
Negué con la cabeza y medio reí ante la despedida de la Castaña, que me
sentó amarga, ya que después de provocarla tras su burla por las palabras
que usé (las cuales tomé de las historias que Hanna me contaba), la noche
que la llevé por primera vez a la azotea de aquel hotel, me respondió con
algo que también podía tomar para mí, pues, a pesar de que yo sabía a quién
me llevé a la cama, olvidé con su cuerpo y presencia toda la porquería que
tuve que atravesar en ese tiempo sin ella. Y me hizo revivir.
Aunque estaba consciente de que ambos renacimos como personas muy
diferentes.
—Supongo que tu nuevo elemento es el causante de que no te quites la
máscara esta noche —me dijo Fabio al sentarse a mi lado y señalar al
Yakuza. Su acento italiano era más marcado que el de Dominik.
Todos se encontraban dispersos por el privado, que en esa ocasión era
más grande y con mejor vista al escenario del primer piso. Owen había
entablado plática con Tarzán, según él para sacarle información, pero,
contando con que noté que únicamente hablaba mi compañero, no creí que
consiguiera mucho.
—Supones bien —Fabio asintió con mi respuesta y le dio un sorbo a su
bebida.
Había llegado al país para reunirse con su hermano y desde Richmond
partir a una convención de neurocirujanos, psicólogos y psiquiatras en
Washington. Aunque aprovechó también para pasar un rato con nosotros
antes de regresar a Italia.
—¿Cómo consigues llevar una vida tan normal a pesar de tu condición?
—me atreví a preguntarle, y me miró alzando una ceja—. Dominik me lo
dijo.
—Por supuesto —soltó sardónico, aunque no pareció molesto—. Mi
condición no es impedimento de nada —respondió mi pregunta segundos
después—, y bueno, tendrías que verme en mis episodios de manía,
depresión, o los mixtos, para darte cuenta de que no llevo una vida tan
normal como dices. Sin embargo, he encontrado la manera de mantenerme
bajo control y desempeñarme como lo hace cualquier persona.
—¿Con medicamentos?
—Sí, aunque también con cierto estilo de vida. —Lo miré esperando a
que añadiera más—. Ya notaste cuánto disfruto de espectáculos como estos.
—Señaló al escenario al decir eso.
En ese momento había dos chicas totalmente desnudas (a excepción del
collar de perro que usaban) bailando y tocándose entre ellas mismas,
mientras otra vestida de cuero y con una fusta en la mano las observaba y
guiaba con lujuria.
—¿Te controlas con el sexo? —indagué, y rio.
—Más bien con la dominación. —Fue mi turno de alzarle una ceja en
cuanto dijo eso—. Practico el BDSM desde hace ocho años —admitió y
eso, aunque no me extrañó, sí me tomó un poco por sorpresa, pues no
entendía cómo eso podría ayudarle con su condición—. Fui sumiso durante
tres años, luego me formé como Dominante y, aunque te cueste creerlo, la
disciplina de este estilo de vida me da el control que perdí en la bipolaridad
—explicó.
Empezó a hablarme un poco de lo que conllevaba ser Dominante y
admito que hubo momentos en los que no supe ni qué decir, pues, así me
encantara follar y dominar, llevarlo al nivel en que Fabio lo hacía superaba
mis expectativas y todo lo que alguna vez imaginé sobre el BDSM.
—Supe que eras un Amo desde que te vi la primera vez —dijo Lilith de
pronto, llegando a donde estábamos con Fabio y dejando entrever con su
comentario que escuchó la conversación que manteníamos.
—Así como yo supe que tú eres una Dominatrix —respondió el italiano.
—¿Cómo lo supiste? —Quise saber, ya que me tomó por sorpresa que
esa mujer estuviera tan metida en ese rollo, a pesar de que había notado
cuánto le gustaba a ella y a Belial todo lo que tenía que ver con ese mundo.
—Por el collar de pertenencia que usa Belial —explicó él, y Lilith sonrió
con picardía.
Segundos después Belial se acercó a ella para entregarle un vaso con
bebida, y yo me reí, pues siempre creí que ese collar con el pequeño
candado que él nunca se quitaba solo era parte de su estilo, hasta que Fabio
me iluminó.
—¿Qué es tan gracioso? —me preguntó Belial, y Lilith rodó los ojos.
—Nuestro querido líder acaba de aprender lo que significa tu collar —le
informó su chica, y él sonrió con orgullo.
—Conque estás bien marcado, perro —me burlé.
—Tuviste que ver el collar para notarlo. Yo en cambio únicamente
necesité verte babeando por tu reina para saber que también te marcaron,
perro —devolvió él, y Lilith apretó los labios para no carcajearse.
—¿Entonces ya encontraste un coño fuera de aquí que te vuelva loco? —
inquirió Fabio.
Recordé la primera vez que nos vimos y lo que le respondí cuando me
preguntó si era gay, así que comprendí (aunque no me gustó) que se
refiriera así a Isabella.
—Su Dominatrix.
—Vete a la mierda —largué para Lilith por lo que dijo, y Belial soltó una
carcajada.
—No sé si tomar como un halago o una ofensa el que crean que lo
domino.
Todos nos tensamos al escuchar a Amelia diciendo tal cosa (a excepción
de Fabio y el Yakuza). Había entrado al VIP sola y negué levemente con la
cabeza por la sonrisa coqueta que me dio cuando me giré para verla.
—No me dominas —aclaré tajante, sin darle pie para que averiguara si
Lilith se estaba refiriendo a ella o no.
—Calma, amor. No lo he dicho yo, sino estos dos. —Se defendió,
señalando a Belial y su chica, y estos se quedaron en silencio—. ¿No me
presentas con tus nuevos amigos? —me tentó, y miró para todos lados en el
privado.
Los mellizos estaban con el Yakuza. Marcus se encontraba con Serena y
Dominik, y este último detalló a Amelia de pies a cabeza, bebiendo de su
vaso sin apartar la mirada de ella, mostrándose como si no le hubiera
afectado verla.
—¿Qué mierdas haces aquí? —susurré en el oído de Amelia luego de
cogerla de la cintura y acercarla a mí para que no se concentrara tanto en
quienes me rodeaban.
Debía salir de ese embrollo sin cagarla o provocarla esa vez, pues ya
tenía suficiente como para encima lidiar con ella.
—Quería darte una sorpresa y veo que lo conseguí —celebró, y plantó un
beso en mis labios, por encima de la máscara de tela que estaba usando esa
noche.
Noté que Dominik apretó los puños al percatarse de eso, pues era la
primera vez que presenciaba mi interacción con la mujer que él follaba por
mí, y maldije al sospechar que el hijo de puta cometió el único error que le
pedí que no cometiera. Y ni siquiera necesitaba que me lo confirmara, pues
me bastaba con ver su reacción.
—Ya los conoces —dije refiriéndome a quienes ella llamó mis nuevos
amigos.
—No a él —aclaró, y le sonrió a Fabio—. Y tampoco a él. —Señaló con
la cabeza a Dominik.
Sabía que los había visto en otras ocasiones en el club, pero nunca
interactuó con ninguno.
—Él es Fabio. —Le di el gusto de hacer la presentación que deseaba—.
Fabio, ella es Lía.
El tipo ya se había puesto de pie, así que se acercó y le tomó la mano
para plantarle un beso en el dorso. Él no ignoraba a quién tenía enfrente,
pero actuó como si fuera la primera vez que sabía de ella.
—Y él es Dominik. —Seguí con la presentación, aunque a diferencia de
su hermano, Dominik únicamente le hizo un asentimiento de cabeza y le
alzó el vaso como saludo.
Amelia le devolvió el asentimiento y me sentí un poco aliviado porque,
enseguida de eso, actuó como si hubiera visto a cualquier persona.
Acto seguido a la presentación, la chica decidió quedarse conmigo para
joderme la noche, actuando como si de verdad fuéramos una pareja oficial;
y no pasé desapercibido que, cada vez que creía que no lo estaba viendo, el
Yakuza nos estudiaba, así como Serena lo estudiaba a él.
—¿Qué pretendes? —enfrenté a Amelia en un momento que Fabio se
unió a Dominik y los demás para ver mejor el espectáculo, y me dejaron a
solas con ella.
—Pasar la noche contigo. Y no solo como amantes, también quiero
integrarme con tus amigos —explicó fresca, y me reí.
—Uno, ellos no son mis amigos. Son parte de la élite que tú y Lucius me
impusieron —le recordé, pues, así confiara en ese equipo, jamás diría en
voz alta que los consideraba más que compañeros sabiendo cómo ella y su
maldito padre iban detrás de las personas que me importaban—. Y dos, no
olvides lo que pasó la última vez que fingiste que querías pasar el tiempo
conmigo y así integrarte con tu gente.
Noté la manera en la que tragó y cómo se tensó cuando le recordé lo que
hizo con Dasher y que propició la muerte de Alina y Alex.
—Quedamos en que ese tema estaba zanjado. —Su voz fue débil al decir
eso, y me reí.
—Entonces déjate de estupideces, porque, así te folle y ceda contigo en
muchas cosas, no voy a permitir que te impongas en mi vida como pareja
oficial, porque no lo eres, Lía —escupí entre dientes.
—¿Por qué eres una mierda conmigo cuando estamos frente a los demás,
pero un excelente amante cuando estamos solos? —cuestionó, y evité mirar
a Dominik con ganas de asesinarlo, porque esa era otra confirmación de
cuánto la cagó—. Si vine esta noche aquí es porque quiero estar contigo
como personas normales, Sombra —siguió sin esperar a que respondiera su
pregunta—. Quiero que me des mi lugar como yo te lo doy a ti y que
follemos de una maldita vez sin que uses esa máscara. Quiero que me beses,
que tengamos una relación, que me des otra oportunidad, ¡por Dios!
—¿Hablas puto en serio? —inquirí, ignorando su frustración, y alzó la
barbilla al mirarme.
Era consciente que para todos en la organización Lía y Sombra eran
pareja, ya que ella se había encargado de dejarlo claro. Pero decir y
demostrar por mi cuenta que aceptaba su imposición era lo último que me
verían haciendo.
—Sí, muy en serio —zanjó entre dientes—. Ya estoy harta de seguir
estas estúpidas reglas que me has impuesto.
—Pues bienvenida al club —me burlé para que se diera cuenta de que
más harto estaba yo de las reglas que ella me impuso a mí.
—¡Arg! A veces me pregunto por qué carajos no dejé que mi padre te
matara —espetó, y la miré entre divertido e irónico.
—Porque, así no te dé lo que tanto anhelas, gozas de tenerme como tu
puta personal —desdeñé y la tomé del rostro para que me mirara a los ojos
cuando quiso evitarme—. Y te satisface sentir que tienes el poder sobre mí,
únicamente porque me obligas a seguir lamiéndote la mano como un jodido
perro. —Su respiración se volvió errática ante mis palabras crudas pero
certeras y mi agarre brusco. Mas no se apartó para que los demás no notaran
que estábamos discutiendo—. Eso es lo que te excita ¿no? —proseguí—.
Manipularme y obligarme a hacerte cosas que sabes que yo no deseo.
—Eres un hijo de puta malagradecido —gruñó, y se puso de pie,
dispuesta a marcharse, pero mientras me reía de su estupidez la tomé del
brazo antes de que se alejara y la atraje hacia mí, consiguiendo tenerla en
segundos a horcajadas sobre mi regazo.
Ignoró mi risa y no ocultó su sorpresa por mi arrebato.
—¿Qué debería agradecerte exactamente, Lía? —la provoqué, y tragó
con dificultad en el momento que puse una mano en su nuca y la otra la
llevé entre su muslo y cadera.
El vestido se le había subido un poco, aunque todavía la cubría. Y
contuvo la respiración cuando apreté mi agarre en su cadera y la restregué
en mi entrepierna como si fuese una puta que estaba ahí para darme placer.
Sin embargo, yo no la deseaba, no me provocaba más que repulsión tenerla
sobre mí; pero llevé a cabo ese acto únicamente para probar cuánto
soportaría el maldito imbécil de Dominik, ya que me mantuve atento a que
no dejó de observarme con Amelia.
Y como el Yakuza seguía estudiándonos, tenía que dar mi mejor
actuación para que no le quedara duda de que esa mujer sobre mí era mía,
solo por si acaso Lucius le pidió que lo averiguara, ya que tenía
conocimiento de que él la manipulaba restregándole mi desprecio.
—¿Sigues contando todas las cosas por las que debo darte las gracias,
amor? —pregunté, utilizando ese mote con ironía, y tragó con dificultad al
estar cara a cara, esa vez debido a que yo provoqué la cercanía—. ¿O estás
gozando de que le demuestre a todos en este privado que también eres mi
puta? Porque eso buscabas al presentarte de pronto en el club ¿no? Querías
marcar tu territorio al creer que estaría con alguna de las chicas de aquí.
Se removió un poco para apearse de mi regazo, mas no se lo permití.
—¿Y me equivoqué? —interrogó, demostrándome que le importó más lo
último que dije y no que insinué que era mi puta, como yo la suya.
—Sí, te equivocaste porque no quiero estar con nadie más que no sea
tu…
—Atrévete a terminar y haré que descuarticen a ese niño —amenazó por
lo que supuso que iba a decir, y la miré sin poder creer la amenaza que se
atrevió a utilizar. Y tarde notó cuánto la cagó—. Sombra, yo…
—Vete a la mierda antes de que sea yo quien te descuartice a ti y haga
que todo se vaya al infierno —largué en su oído, cogiéndola con fuerza del
nacimiento de su cabello.
Mi voz gruesa junto a mi semblante y determinación tuvieron que
indicarle que se pasó más de una raya con lo que dijo, ya que, así entendiera
que iba a terminar mi declaración con la palabra hermana, porque sabía que
esa era mi manera de desquitarme un poco de todo lo que me hacía, jamás
debió amenazarme con Dasher, pues ese era un límite que iba más allá de
los que ya había rebasado, y lo único que me retenía con los Vigilantes en
ese momento.
Puesto que según ella, Tess estaba protegida por el chip e Isabella por la
distancia.
—Sombra…
—Vete, Lía —la corté.
Me obedeció al darse cuenta de que esa noche no conseguiría
subyugarme de nuevo, por lo que fingió tranquilidad y se acomodó el
vestido, aunque su mirada atormentada delataba que ella también era
consciente de que sobrepasó sus propios límites al meterse con ese niño de
nuevo.
—¿Tan pronto te vas? —Escuché que le dijo Fabio, pero ya no le puse
atención a la respuesta que ella le dio.
Aunque sí noté que Dominik, a pesar de tener los brazos de Serena
envolviendo su cuello, se fijó en que Amelia se marchaba. Y no, mi
compañera ya no buscaba nada con él, por lo que supuse que estar así era
un plan para despistar a mi jodido castigo.
—Atrévete a ir detrás de ella y te mostraré por qué muchos creen que soy
un maldito psicópata, jodido idiota —solté al interceptar a Dominik cuando
salió del privado, minutos después de que Amelia se marchara.
Marcus y los demás se encargarían de que el Yakuza no se metiera donde
no lo llamaban.
—Iba al baño —aseguró Dominik con la mandíbula apretada.
—Sí, yo también —me burlé, y lo tomé de la camisa, empujándolo con
furia a la pared—. Te pedí que mantuvieras esto como un puto juego,
Dominik —reclamé tratando de controlar mi tono para que nadie más nos
escuchara.
—Y lo he hecho —aseguró haciéndome reír porque hervía de celos.
—Entonces por qué demonios estuviste a punto de irte sobre mí cuando
me viste tocarla como lo hice, ¿eh?
—Lo hiciste a propósito —confirmó.
—Eres un puto imbécil, Dominik —farfullé, restregándome el rostro sin
importarme tener puesta la máscara—. Ocupaste mi lugar para ayudarme,
no para joderme como lo has hecho al enamorarte de ella —largué, y volví
a cogerlo de la camisa.
—No me he salido de mi papel, Sombra, si es lo que te preocupa —juró
con la voz llena de amargura, sin negar lo que señalé sobre su
enamoramiento—. Y entiendo que la odies, pero créeme, ella no es el
monstruo que tú me pintaste.
—Porque la conoces en un ámbito en el que obviamente no te mostrará
lo peor que tiene, maldición —reproché, y lo solté de golpe—. ¿O acaso
piensas que yo estoy aquí porque quiero? —Dominik bufó y rio, negando
con la cabeza como respuesta—. ¿Has olvidado ya que entregó a un niño
para retenerme a su lado?
—¡No, Sombra! No olvido eso ni que te tiene amenazado con tu familia,
pero… —Me miró y noté el tormento en sus ojos grises—. Vi más allá de
sus demonios y su maldad —admitió, y respiré hondo—. Y tienes razón, la
he conocido en un ámbito donde solo me demuestra cuánto te adora —soltó
con amargura, y sacudí la cabeza—. Así que, por esa versión que yo he
obtenido, te pido que le des la oportunidad de demostrarte que puede ser tu
mejor aliada.
—¿Es en serio? —urdí, mas no lo dejé responder—. Estuviste a nada de
sacarla de mi regazo allí adentro y ahora me pides que le dé una
oportunidad, cuando sabes que eso significa que debo acceder a tener una
relación con ella, a follarla en lugar de que lo hagas tú.
—¡No! Únicamente te pido que no la trates como lo has hecho allí
adentro —exigió.
—No voy a darle alas, Dominik. Y créeme cuando te digo que la versión
de esa mujer que tú conoces es solo una ilusión creada por ella misma, por
su necesidad de sexo y de tenerme a sus pies en todos los ámbitos.
—Y no olvides que según ella eres Sombra cuando la llevas a la cama —
aportó Darius, y ambos lo miramos, ya que no notamos en qué momento
llegó al pasillo—. Así que más te vale sacártela de la cabeza porque en esta
ecuación tú serás el eliminado, amigo —recomendó, siendo sus palabras
como una daga filosa clavándose en el pecho de Dominik.
Lo vi maldecir y desordenarse el cabello al ser consciente de que tanto
Darius como yo teníamos razón. Y no era que él estuviera mal al creer a
Amelia alguien diferente, ya que yo mismo podía admitir que sí, esa mujer
le daba su otro yo cuando follaban, por lo que era lógico que ambos nos
aferráramos a las versiones que conocíamos.
Sin embargo, lo que Darius le hizo ver no era mentira, pues la chica
estaba obsesionada conmigo, y follaba con él creyendo que era yo, por lo
tanto, era obvio que le daría esa versión que Dominik estaba defendiendo.
—Para sacármela de la cabeza voy a tener que dejar de ser tú —señaló.
—Puta madre, Dominik —me quejé, ya que se cagó en todos mis planes
en el peor momento.
—Lo siento, no quise que se saliera de mis manos y traté de que no lo
hiciera, pero verla esta noche contigo me dejó claro que no pude quitarme
los sentimientos junto con la ropa como me pediste que hiciera. —Aceptó
derrotado.
Y, aunque podía pedirle que no se alejara de esa manera porque yo
necesitaba que la siguiera follando en mi lugar, no sería tan mierda con él
después de todo lo que me ayudó en ese tiempo. A pesar de que eso
significara que mi infierno podría empeorar, pues desde esa noche no habría
ningún tipo de reconciliación con Amelia, ya que no estaba dispuesto a
tocarla.
Y Darius me miró con agonía al darse cuenta de lo que implicaba que
Dominik se alejara de su hermana, pues cometimos el error de tener la
esperanza de que él le sonsacara la información sobre el paradero de
Dasher. Y sin Dominik en nuestro juego perderíamos la ventaja.
—Ven cómo el amor es una mierda—les dije a ambos con los dientes
apretados.
Y no esperé respuesta de ninguno, simplemente decidí regresar al
privado. Frustrado porque una vez más ese maldito sentimiento, del cual
muchos decían que era poderoso y la mayor fortaleza del mundo, me estaba
arrebatando la oportunidad de librarme de mis enemigos y recuperar a ese
pequeño.
Así que sí, el amor era una total mierda.
Cuando le dimos fin a la noche, decidí irme a dormir a mi búnker junto a
los demás de mi equipo (para que al Yakuza no se le ocurriera seguirme a
mi apartamento), ya que ese era el único lugar en el que él no podía entrar y
donde yo podría liberarme de la máscara por unas horas. Dominik ya no
había vuelto al privado luego de nuestra discusión, prefirió marcharse con
Darius porque necesitaba tiempo a solas, y lo respeté, pues la situación no
estaba siendo fácil para ninguno.
—¿Crees que debería poner en práctica lo que recomendó Fabio? —me
preguntó Serena.
—No, no debes —espetó Lewis, y todos lo miramos extrañados—.
¿¡Qué?! —se quejó por nuestra reacción.
La pregunta de Serena fue debido a que estuvo presente en mi charla con
Fabio, cuando él quiso saber qué me pasaba con Amelia y yo le respondí
que me frustraba tener que soportarla únicamente por no poder sacarle la
información que necesitaba. El italiano por supuesto que estaba al tanto del
juego que mantuvimos con su hermano y ella.
Fue entonces cuando Fabio retomó el tema de su estilo de vida y me
aseguró que con el control que obtenía (y sus destrezas) como Dominante
podía fácilmente convertir un encuentro sexual en una tortura, consiguiendo
sacar hasta los secretos más oscuros de su compañera de cama sin importar
lo entrenada que estuviera para callar.

—¿Cómo haces eso? —le había preguntado Serena con interés.


—Para que sea fructífero, primero debes aprender a encontrar tu propio
placer en darlo. Si dominas eso, entonces conseguirás fácilmente llevar a tu
pareja a un punto en donde su cabeza se nuble —explicó Fabio sin
problema—. En ese momento le negarás la culminación sin parar de
hacerle gozar, y lo mantendrás así hasta que su lengua se afloje y comience
a cantar como un pájarito.
—¿Ya has torturado así? —pregunté yo.
—Claro. Lo he hecho por juego y por castigo en algunas ocasiones —
confesó.
—Debiste haberle enseñado un par de trucos a tu hermano —me quejé, y
lo vi reír, aunque era consciente de que se lo dije en serio.
Si Dominik hubiera podido hacer la mitad de lo que su hermano sabía, a
lo mejor en ese momento Dasher habría estado a salvo ya. Pero tampoco
sería un malagradecido por muy molesto que estuviera con ese idiota por
enamorarse del diablo, pues me ayudó más de lo que cualquiera consiguió
hacerlo.
—Si no llego a conseguir nada con todo lo que sé, me veré en la
obligación de llevarme a la cama a cierta persona que quiero hacer cantar
como un faisán —intervino Serena tomándonos por sorpresa a los dos—.
¿Me enseñarías algunos trucos? —añadió para Fabio, y por poco me
ahogo con mi bebida.
—Solo si me dices quién es la víctima —propuso Fabio con una sonrisa
ladina que en ese momento fue pícara, y rodé los ojos.
Por lo de faisán comprendí que se refería al Yakuza, pues en alguna
ocasión hablamos sobre ciertos datos de Japón y ella conocía los básicos,
como su ave nacional.
Le asentí con la cabeza cuando me miró, pidiendo mi autorización para
decirle a Fabio a quién quería llevarse a la cama para sonsacarle
información, y de paso desfogarse. Y no esperaba que quisiera hacerlo de
esa manera, pero era su coño y sus reglas, y con eso no me metería.
—¿Por qué él? —inquirió Fabio cuando Serena señaló con la cabeza al
Yakuza.
—Porque es muy enigmático y necesitamos saber si Lucius lo envió solo
para supervisar nuestro trabajo o para que le lleve información de nosotros
—respondió ella de inmediato, y por dentro le aplaudí su astucia, ya que,
aunque Fabio me generara confianza, esta no era ciega.
—Está bien, pero debo advertirte que tu presa no será tan fácil, porque,
si te fijas en cómo mira el escenario, notarás que él no desconoce este
mundo —enfatizó Fabio, y me sorprendió que reconociera a las personas
que posiblemente se manejaban en su mundo, aunque nunca los hubiera
visto en la vida.
Y noté que tenía razón, Tarzán no lucía abrumado por lo que veía en el
escenario, es más, se mostraba como si estuviera en su propio entorno y
hasta comenzó a entablar charla con los mellizos, Marcus, Belial y Lilith,
sobre lo que se desarrollaba frente a ellos.
—Más interesante es el reto —afirmó Serena sin inmutarse.
Acto seguido a eso ambos se metieron en su propia plática y Fabio hasta
la hizo practicar ciertas cosas con él, momento en el que yo me alejé, ya
que podía ser pervertido en el sexo, pero ver a Serena flirteando con
alguien era como ver a Tess y el estómago se me revolvió.

—Que pareces celoso, idiota —le indicó Owen a su hermano


respondiendo a su pregunta, y el rostro de este se deformó.
—Pues lo estoy, porque ella es como nuestra hermana y no me parece
que tenga que acostarse con alguien para sacarle información.
Después de sus flirteos con Fabio y la manera en la que vieron a Serena
actuar, todos quisieron saber qué era lo que pretendía, pues la conocían y
eran conscientes de que ella no era así; debido a eso la chica les explicó su
plan con el japonés. Y al parecer a Lewis le afectó más que a los demás esa
versión de nuestra experta en la interpretación de gestos corporales.
—Lo dice el que se acuesta con Sandra para ver qué secretos consigue
que le susurre al oído mientras están desnudos —largó Serena ante la
respuesta de Lewis.
Belial y Lilith se miraron entre sí, divertidos por la escena que
desarrollaban esos dos. Y Marcus negó con la cabeza hacia Owen,
pidiéndole así que se callara, pero era obvio que este no le obedecería.
—Serena tiene un punto.
—Tú cállate —escupió Lewis para Owen.
—Serena, si lo amerita, hazlo. Pero será tu decisión, no la mía —le dije
yo, cansado de los dramas.
—¡Pero qué demonios, Sombra! No puedes permitirle eso.
—No, viejo, yo no decido. Su coño, sus reglas —le aclaré a Lewis, y lo
vi apretar los puños, sobre todo por la sonrisa victoriosa de Serena que a él
no le causó ni puta gracia.
Y, antes de que siguieran jodiéndome con cuestiones que no estaba en
mis manos resolver y que únicamente me amargarían más la noche, decidí
dejarlos con su discusión y me marché a mi habitación, pensando a la vez
en lo que me esperaba.
Y menos mal que el cansancio mental y físico me tumbó por un par de
horas, lo que me ayudó a estar con las energías recargadas la mañana
siguiente en la que me enfrenté a varias discusiones, primero con Lucius
porque el imbécil me insinuó una vez más que ya era momento de que
trabajara con Derek de manera personal. Y luego con Amelia por cosas que
ya ni valía la pena mencionar.
—¿Cómo es que sigues en la organización si no te llevas bien con tus
jefes? —Quiso saber el Yakuza cuando estábamos en el puerto, recibiendo
el cargamento que enviaría de las manos de la gente de Derek.
El tipo no se apartaba de mi lado, estudiando todos mis movimientos,
aunque no había interferido en nada de lo que yo hacía, y menos se atrevió
a sugerirme cómo llevarlo a cabo. Algo que me extrañó después de que
aseguraran que Derek no lo soportó por eso.
—Es algo que no te importa —le respondí en tono tosco, y lo escuché
bufar una risa.
Serena se mantenía conmigo para estudiarlo a él y sonrió de lado con
mucho desdén al notar la burla del tipo, quien ya tenía la atención en mi
compañera, aunque se mostrara como si no la soportara precisamente
porque ella estaba sabiendo darle ciertas señales con sutileza sobre que
tampoco lo soportaba, pero que se iría a la cama con él si así lo querían
ambos.
Algo que por supuesto a Lewis no le seguía agradando. Y me pregunté si
en realidad lo suyo eran solo celos de hermanos u otra cosa, mas no indagué
en ello porque no me importaba.
Y, volviendo al cuestionamiento del japonés, se debió a que presenció
esa mañana mi mala relación tanto con Lucius como con Amelia. Y de
seguro ya alguien le había dicho que no me podía ni ver con Derek, cosa
que me daba lo mismo que supiera.
—El jefe nos pidió que te avisáramos que subiremos al barco para
asegurarnos que salga bien de aguas estadounidenses.
—Dile a tu jefe que se vaya a la mierda. Y ustedes háganlo junto con él
antes de que los envíe al infierno por tocarme los cojones con estas
estupideces —largué para el líder de ese equipo que se atrevió a darme el
recado del malnacido de Derek.
—Son órdenes de él…
Ni siquiera me lo pensé por más de dos segundos para sacar mi arma y
disparar directo entre los ojos de ese tipo. Los demás de su equipo
maldijeron al verlo caer al suelo sin vida y mis compañeros sacaron sus
armas enseguida para neutralizar a cualquier otro que quisiera jugar al
valiente.
—Llévense a este idiota y díganle al puto de su jefe que a mí no me
mande recados y menos quiera ordenarme algo —escupí para todos.
Algunos quisieron enfrentarse a mi equipo y otros se apresuraron a coger el
cuerpo inerte del pobre individuo que, aunque estaba siguiendo órdenes, se
atrevió a incomodarme en un mal momento, incluso conociendo mi manera
de operar—. Y vean lo que les pasará a ustedes si vuelven a venir queriendo
imponerse conmigo o mi élite —zanjé.
Acto seguido se marcharon y yo me seguí encargando del jodido envío
como si no acabara de quitarle la vida a alguien, únicamente porque decidió
usar las palabras equivocadas en un mal momento para mí, pues lo que pasó
con Dominik y Amelia me tenía de malas; y a eso se le sumaba no poder
ver a Isabella porque tenía a un intruso extranjero en mi equipo.
—¿Siempre operas así? —me preguntó Tarzán.
—¿Así cómo? —inquirí.
—Seré sincero: me sorprende que tengas éxito con los envíos cuando
eres un poco descuidado con los métodos que usas —soltó, y supe que se
refería a que no estaba cuidando a detalle lo que pasaba con ese embarque,
luego de ordenarle al capitán que zarpara.
—A mí me sorprende más que te atrevas a cuestionar mis métodos luego
de lo que me viste hacerle al hombre de Derek —señalé, y sonrió, esa vez
con diversión.
—Es porque tengo la capacidad de ponerte una bala en la frente antes de
que tú alces tu arma y tu equipo reaccione, a diferencia de ese pobre diablo
al que mataste —enfatizó con seguridad, sin ser altanero, y eso me causó
gracia.
Tanto como para hacerme reír.
—Me estás tentando a probarlo —desafié.
Serena hizo que Marcus y Belial (quienes estaban más cerca y
escuchándonos) no reaccionaran alertas luego de mi cruce de palabras con
el japonés, puesto que ella leyó las expresiones de nuestros cuerpos y se dio
cuenta de que, aunque la amenaza que nos lanzamos era real, ninguno de
los dos pretendíamos alzar las armas.
—Déjalo para otra ocasión porque por hoy ya tienes una muerte que
justificar con tu jefe, pues es seguro que su sobrino correrá con él como un
niño caprichoso para acusarte —recomendó Tarzán, y me dejó entrever que
no le caía bien Derek.
—Mi misión es que ese barco salga sin problemas de aguas
estadounidenses, lo que pase en las otras ya no me incumbe —concedí
como respuesta a su pregunta principal, y asintió satisfecho.
Dicho esto volvimos a nuestras obligaciones en las instalaciones
principales de la organización; y en efecto, Lucius me esperaba con cara de
estreñido para exigirme una explicación sobre lo que le hice a uno de los
hombres de confianza de su sobrino, aunque terminé llevándome una
sorpresa cuando el Yakuza habló con él favoreciéndome a mí, diciéndole
que cómo era posible que permitiera que una élite quisiera supervisar a otra,
cuando se suponía que nos tenía delegados de esa manera porque confiaba
en nuestro trabajo.
Lucius tuvo que contenerse conmigo luego de eso, lo que me hizo
comprender que los Yakuza no solo eran sus aliados, sino que al parecer
también superiores a los Vigilantes si debía acatar los comentarios y
sugerencias del enviado de los Sumiyoshi-kai, algo que me causó gracia y a
la vez me hizo sentir patético, pues quienes me habían subyugado ni
siquiera eran los jugadores a los lados del tablero, sino que fichas igual que
yo.
Sin embargo, darme cuenta de que Tarzán podía ser una persona a la cual
debía tener de mi lado, me hizo considerar el aceptarlo de buena gana en mi
equipo, aunque Serena me advirtió no confiarle nada delicado (si llegaban a
dejarlo por más días con nosotros) hasta que ella descubriera qué era lo que
el tipo escondía, pues seguía teniendo la corazonada de que podría darnos
sorpresas nada a agradables.
—No quiero ser desagradable, pero debo cortarte —le dije a Hanna al
siguiente día, a través del móvil.
Estaba a punto de entrar a las instalaciones de los Vigilantes y me había
mantenido hablando con ella durante el trayecto de mi búnker hacia aquí.
—No quieres, pero lo eres —refunfuñó, y rodé los ojos así no me viera.
No hablaba de manera constante con ella, pero cuando sí lo hacíamos
durábamos un buen rato. Yo escuchándola sobre todo.
—Cuídate y búscate un novio para que lo tortures a él con esas historias
que lees —me despedí.
—Sombra, ¿crees que podré verte de nuevo? —preguntó antes de que
colgara.
—Tal vez cuando ya sabes quién muera. —La escuché suspirar profundo
ante mi respuesta.
Y me dijo algo, pero no le puse atención porque escuché una voz detrás
de unos basureros y me acerqué para saber de quién se trataba,
reconociendo la voz de Cameron de inmediato.
—Sombra, ¿sigues ahí?
Corté la llamada que mantenía con Hanna, sin despedirme de ella, para
identificar lo que Cameron decía en voz baja.
—Cálmate, Jane. Isa no pudo ir lejos y no, no será como la otra vez. Ella
ahora tiene a muchas personas que la cuidan —aseguró Cam, y por el
nombre supe que era con su hermana con la que hablaba, aunque también
porque donde estábamos era muy silencioso, lo que me permitió escuchar a
la miedosa llorando—. Y aquí nadie sabe de su regreso, así que no te
preocupes.
¿Qué le había pasado a White para que Jane tuviera que llamar a su
hermano?
Me alejé de los basureros para que él no supiera que había estado cerca y
en cuanto estuve a una distancia prudente carraspeé, logrando que se diera
cuenta de mi presencia. Esa sería la primera vez que cruzaríamos palabras.
—Te creía más inteligente —lo abordé, y vi que cortó la llamada sin
despedirse—. Recibes llamadas familiares aquí, cuando todos creen que no
te contactas con tus padres o hermana. —Palideció al comprender que
imaginé con quién hablaba.
—Y, como el lameculos que eres, supongo que irás a contárselo a tus
jefes para ganarte algún tipo de favor —me enfrentó, y sonreí, consciente
de que mi máscara ocultaba el gesto.
—No, guardarte ese secreto me será más beneficioso —aseguré, y tensó
la mandíbula—, pero ten cuidado porque otro no hará lo mismo y te acusará
sin avisarte, si sigues recibiendo llamadas familiares en esta zona —advertí
—. Ahora, olvida que me viste y yo cerraré mi boca. —Me di la vuelta sin
dejarlo decir nada y volví al coche, decidiendo que luego me ocuparía de la
imprudencia que ese tonto acababa de cometer, ya que, si no hubiera sido
yo, otro Vigilante lo habría descubierto y, con eso, sabido del regreso de la
Castaña.
Le envié un mensaje de texto a Darius para pedirle que me cubriera, y
otro a Belial donde le pedí que nos reuniéramos en un punto específico para
que él tomara el coche en el que me conducía y yo la Hayabusa que le
indiqué que me llevara.
Luego le llamé a aquel rubio egocéntrico, aprovechando que en esa
ocasión el Yakuza estaría con Fantasma en una misión exprés y yo podía
averiguar qué pasaba con Isabella.
—¿En serio crees que voy a decirte dónde está? —farfulló luego de que
le pidiera la ubicación de su jefa.
Evitó preguntarme cómo obtuve su número telefónico porque era
inteligente y consciente de que, así como él podía conseguir cualquier cosa
si se lo proponía, yo igual.
—Ambos sabemos que Isabella me está usando para su beneficio, Caleb,
pero eres consciente de que ella me preocupa, así que deja el drama, dime
dónde putas la encuentro y avísale a sus hombres que voy en camino —
reñí, llegando a donde acordé con Belial.
No nos dijimos nada, simplemente intercambiamos los automotores y
esperé unos segundos por la respuesta de ese maldito rubio insufrible.
—¿Cómo demonios sabes que ella no está conmigo? ¿Acaso estuviste
presente cuando…?
—¿Cuándo qué, joder? —largué al momento que calló.
Estaba harto de esos enigmas.
—Shhh —me cayó, y escuché que hablaba con alguien. Le estaban
avisando sobre algo que los escoltas de Isabella avisaron—. Mierda, está
bien. Ve a la dirección que voy a enviarte y pobre de ti si se te ocurre
dañarla —advirtió, y vi mi móvil iluminarse con un mensaje entrante con la
ubicación que él me envió.
—Bien sabes que esa amenaza esta demás, imbécil. Si supieras que voy a
dañarla, no me enviarías nada —escupí, y corté la llamada antes de que
dijera algo.
Vi la ubicación que me envió y reconocí la zona, pues se trataba del lugar
donde estaba la casa del bosque de madre. Y, mientras llegaba y me
aseguraba que nadie me siguiera, dejé que los recuerdos de aquel día con la
Castaña en esa casa me inundaran, sintiendo todo tan lejano a excepción de
las sensaciones que únicamente ella consiguió despertar en mí.
Pero nunca imaginé que con ese encuentro fortuito descubriría cosas, y
confirmaría otras, que me tenían con un nudo en la garganta y una presión
en el estómago que me provocaba náuseas.

—Dime que no es lo que pienso. Isabella..., ¿qué hiciste?


—Quería... Mi propia versión de Romeo y Julieta, supongo. Pero resulta
que mi Romeo murió para no traicionar a su verdadera Julieta.
—¡No, preciosa! No digas eso. Solo estabas con el Romeo equivocado.
¿Cuándo hiciste esto?
—Hace más de tres años.
—Después de que LuzBel...
—Muriera. Sí, después de eso.

—¡Puta mierda! —grité, y golpeé más el saco de boxeo al recordar lo


que me dijo horas atrás.
Después de que se fuera de la casa del bosque, regresé a mi búnker
sintiendo que iba a volverme loco, así que decidí ir a la zona de
entrenamiento sin siquiera quitarme la máscara de Sombra y golpeé el saco
sin parar, rompiendo los guantes de piel sintética y haciéndome mierda los
nudillos.
Joder.
Había visto su tatuaje, ese punto y coma que adornaba el interior de su
muñeca, pero pequé de inocente, confié en que ella superaría lo que sucedió
con la ayuda de mis padres y nuestros amigos, por lo que saqué de mi
cabeza la idea de que haya querido quitarse la vida luego de perder al
hombre que amó; y supuse que ese símbolo representaba únicamente todas
las tormentas que tuvo que atravesar.
Lo único que pasé desapercibido fueron las iniciales D y A dentro de los
signos de puntuación del diseño, una duda que todavía me carcomía porque
no me lo explicó.
—Maldito iluso —siseé para mí, por creer que, después de perder a sus
padres y atravesar un secuestro, junto a la tortura que recibió, a ella le sería
fácil superar mi muerte.
Me saqué la máscara al sentir que me estaba ahogando y percibí el olor a
óxido de mi sangre, algo que siguió sin importarme. Seguí golpeando el
saco de boxeo, viendo a Marcus llegar detrás de él y, sin decir nada, tomarlo
para que se estabilizara y que mis puñetazos fueran más sólidos.

—No me digas cómo debo actuar contigo, Bella. Porque, así se me


ocurra la estúpida idea de enamorarme de ti, lo haré porque quiero. Y
créeme que no esperaré a que me correspondas, ya que me bastaría sentir
por ambos.
—Dicen que cada uno se engaña con la mentira que más le gusta, y yo
ya cometí el error de pensar como tú, porque me gustó la idea de tenerlo
para mí así no me correspondiera. Y créeme cuando te digo que duele en el
alma entender que no es suficiente sentir por ambos.
—A mí me gusta esta mentira, porque ninguna de mis verdades se sintió
como una chispa capaz de incendiar el mundo.

El maldito nudo en mi garganta se hizo más grueso cuando seguí con mis
recuerdos y esa declaración llegó, siendo consciente de lo que tuvo que
haber sentido Isabella el día que aseguró que podía sentir por ambos y yo
como el jodido imbécil que era callé, haciéndole creer que nunca me
importó tanto como para romper mis barreras.
—Hablar te liberaría más y dañaría menos las manos —intervino Marcus
en el momento que un hilo de sangre me corrió por el dorso de mi mano
ante el puñetazo fuerte que le di al saco.
—Isabella…
Mi voz fue más ronca de lo normal y no pude terminar lo que diría
porque sentí que iba a romperme, puesto que no podía concebir la idea de
mi Bonita queriendo suicidarse luego de perderme. Quiso morir cuando yo
luchaba por sobrevivir para mantenerla a salvo a ella y a mi hermana.
Mientras yo luchaba con la muerte, ella peleaba con la vida. Y todo por
querer reencontrarse con un Romeo que, según lo que le hice creer, murió
para seguir a su verdadera Julieta. Y me enervaba haber querido, pero no
poder, quitarme la máscara en ese momento y decirle que ningún tonto
enamorado falleció para estar con una ilusión. No, simplemente como un
buen jugador, tuve que optar por la mejor opción para mantener a salvo a mi
reina.
Sin embargo, si ella hubiera logrado su cometido, nada de lo que pasé
hubiese tenido sentido y en ese momento a lo mejor me encontraría en un
infierno diferente, uno que quemaba de verdad. Pues estaba seguro que
podía atravesar el peor de los castigos por mantenerla viva, pero jamás me
podría enfrentar a la vida en un mundo sin esa bruja de ojos miel.
Y con ese análisis fui capaz de entender lo que ella intentó hacer al verse
sin mí.
Capítulo 18
Castigo y premio
Elijah

No me equivoqué en nada de lo que le dije a Isabella cuando nos vimos


en la casa del bosque de madre, y menos en la comparación de su fragilidad
con la de una granada, pues esa mujer tenía la capacidad de explotar, y
hacerme explotar a mí, al llevar mis emociones de un punto a otro en
cuestión de segundos.
—Maldita Castaña provocadora —siseé luego de leer su mensaje de
texto, la respuesta al que yo le envié enseguida de que Owen me avisó que
ella estaba por entrar al apartamento de Elliot.
—Es absurdo que sigas teniendo celos de tu primo —señaló Darius, y
negué con la cabeza.
Estaba con él en el búnker porque llegó a informarme que ya tenía todo
preparado para recibir a Isabella en su club y, aunque todavía me sentía con
las emociones revolucionadas luego de enterarme de lo que ella quiso hacer,
el enojo predominaba en ese momento, ya que, aparte de saberla con Elliot,
Owen avisó que tendrían que marcharse debido a unos Sigilosos
merodeando por los alrededores del apartamento de ese hijo de puta, que de
seguro White envió al comprobar que la mantenía vigilada.
—Si lo conocieras como yo lo conozco, te aseguro que no creerías que es
absurdo. —Darius intentó no sonreír al escucharme—. Y más te vale que tú
no me toques los cojones con ella, porque a ti puedo llegar con más
facilidad.
—Ya, imbécil. Deja las amenazas, porque yo solo seré un buen anfitrión
con ella. —Lo miré entrecerrando los ojos cuando dijo eso, demostrándole
que no me tragaba sus palabras—. Mejor explícame por qué desconfías
tanto de la chica.
—Desconfío más de quiénes la rodean —aclaré—. Aunque, para ser
sincero, ahora no sé qué esperar de la mujer en la que se ha convertido —
admití.
—Siempre espera lo peor de todos. Y no te lo digo para meter cizaña
entre ustedes, simplemente es un consejo que a mí me dieron y que te
ahorra muchas decepciones. —Asentí dándole la razón, aunque de
momento no le mentí, desconfiaba de todo aquel que se acercaba a White.
De Elliot y el sargento Patterson sobre todo.
De mi primo porque, a pesar de notar su interés en Alice por lo que ella
me contaba, sabía que su amor por White no había muerto, pues fue la
primera mujer de la cual se enamoró, y por mi experiencia podía decir que
no era fácil sacársela del sistema. Y del sargento porque, según las
investigaciones que me hicieron llegar sobre él, descubrí que, aunque se
decantaba por cualquier mujer hermosa, tenía cierta debilidad por las
castañas cabronas, e Isabella era la reina de ellas.
Dejamos ese tema de lado al escuchar a Amelia llegar con su gente y, por
sus gritos, supimos que alguien o algo la había cabreado hasta el punto de la
locura.
—Saldré por la puerta de emergencia.
—Marica —me burlé de Darius ante su aviso, y se despidió de mí
mostrándome su dedo corazón.
Medio sonreí y negué con la cabeza. Y me reí aún más cuando salí de la
sala donde estuve con él y vi a los demás, tanto de su élite como de la mía,
huyendo a lugares que no se encontraran en la periferia de la chica rabiosa
que quería despedazar a todo el que se le ponía enfrente.
—¿Te parezco graciosa? —largó al verme todavía riendo.
—Si fuera así, te soportaría un poco —aclaré, y se tensó.
Iba todavía vestida con su traje de Fantasma, únicamente se arrancó la
máscara al entrar a nuestro búnker, la zona segura de ambos. Comenzó a
lanzar cosas hacia todos lados, gritando desesperada, queriendo
desahogarse; me crucé de brazos para verla perder los estribos,
estudiándola, analizando lo que hacía, siendo capaz de percibir ese
sufrimiento en su interior que la volvía loca.
Y cuando paró de lanzar todo lo que encontró, hice lo que menos
imaginé, pero sentí correcto en ese momento: me acerqué y la cogí del
rostro, algo que la sacó de su mierda y, aunque actuó un poco reacia por
unos segundos, luego me tomó de las muñecas y se aferró a mi agarre.
—No te soporto, Amelia. Y sabes que es así por todas las mierdas que he
tenido que pasar por ti, pero me estresa verte en este estado por mucho que
piense que lo mereces.
—Quise rescatarlo —soltó, y fruncí el ceño al no comprender—, pero
creo que mi padre lo sospechó, por eso envió a ese maldito Yakuza
conmigo.
—¿De qué estás hablando? —inquirí e intenté soltarla, pero se aferró
más a mí.
—No pierdas la fe en mí, Elijah, por favor —suplicó en voz baja,
dejando salir sus lágrimas, y me estremeció que me llamara por mi nombre,
después de años siendo llamado Sombra—. Y te prometo por mi vida que
voy a rescatarlo por ti, voy a quemar el mundo si es necesario. Mataré a mi
propio padre si lo requiero, pero voy a recuperarlo, te lo juro.
—Sabes dónde está Dasher —confirmé al tener la seguridad de lo que
hablaba, y asintió, cerrando sus ojos para contener las lágrimas.
A mí se me aceleró la respiración.
—No quería inmiscuir a Cillian en esto, pero tendré que hacerlo para que
él haga lo que yo no podré en este momento, mientras papá deja de
desconfiar —reveló, y reconocí que estaba en uno de sus episodios
maniacos.
—Dime dónde está y encontraré la manera de ponerlo a salvo sin que
Lucius intuya que tuviste algo que ver —propuse, pensando en que White
podría ayudarme junto a su Orden.
—No, no, no, amor. Yo te lo quité, así que yo te lo regresaré, solo dame
tiempo, ¿sí? —Maldije en mi interior, mas no le dije nada porque sabía que
no me convenía molestarla o provocarla para que hiciera una estupidez con
tal de castigarme—. Dame tiempo y no me falles, no la busques, no rompas
la promesa que me hiciste.
Bajé mi agarre a su cuello al escucharla decir eso y la miré a los ojos,
que los tenía más oscuros, aunque brillosos por las lágrimas.
—¿A quién no quieres que busque? —pregunté, ocultando mi temor
porque supiera del regreso de Isabella.
Pero no me respondió, optó mejor por abrazarme y apretó su mejilla a mi
pecho, aferrándose a mí como si sintiera que estaba perdiendo al perro que
por necesidad le seguía lamiendo la mano. Sin embargo, no insistí porque
eso le haría ver mi interés y sospecharía que yo no solo sabía que Isabella
volvió al país, sino que también habíamos estado juntos de la manera que
ella añoraba estar conmigo.
—¿Sigue el plan de ir a Vértigo? —me preguntó Lewis cuando, con
Marcus, regresamos para reunirnos con ellos en el punto acordado.
—Por Dios, no le recuerdes la locura que quería hacer. Aprovechemos a
descansar ahora que viene bien relajado —recomendó Marcus, y sonreí,
consciente de que el casco y la máscara no delataría mi gesto.
El envío de mujeres que hicimos esa noche hacia Noruega salió muy bien
a pesar de que estuve a punto de dejarlo tirado, luego de que Isabella no me
respondiera el móvil (como ya se le había hecho costumbre) estando en
Vértigo con Darius. Y, ya que ni ese maldito se dignó a responderme y
Tarzán no nos acompañó luego de la misión, porque convencí a Amelia de
que lo alejara de mi élite, y esta a su vez logró que Lucius llevara al tipo a
Karma (el club predilecto del viejo decrépito) para celebrar el éxito de lo
que llevamos a cabo, decidí ir a Vértigo con el objetivo de romper cada uno
de los huesos de ese bastardo para que no le quedaran ganas de volver a
joderme así.
Sin embargo, había enviado a Belial con Lilith para que cuidaran a
Isabella, a pesar de que ella llegó siendo escoltada por Caleb y una chica
muy parecida a White, mientras yo me encargaba del envío, y ellos me
avisaron cuando la vieron irse con la asiática que la acompañaba, por lo que
decidí interceptarlas en una de las carreteras menos transitadas por las que
tenían que conducir y…
Mierda.
Siempre fui yo el que folló a las mujeres que me llevé a la cama en el
pasado, ninguna me folló a mí hasta que llegó Isabella. Una hija de puta en
todo el buen sentido de la palabra, una descarada que tenía la osadía de
mentirme en la cara con tal de proteger a Darius según ella.
Y como dijo Marcus, si no me hubiera sentido tan relajado (a pesar de
que me molestó lo último que me dije con la Castaña en el bosque luego de
follar), en ese momento me habría conducido directo a Vértigo para darle
una lección al idiota de Darius. No obstante, recordar la sonrisa llena de
orgullo de esa mujer, cuando le confirmé que nadie superaría la forma en la
que me folló sobre la Hayabusa, me mantenía de buen humor y con ganas
de ir a dormir.
Ya luego tendría tiempo de enfrentarme a Darius.
—¿Qué haremos? —Quiso saber Owen.
—Vamos a descansar —cedí y vi sus rostros de alivio.
Desde que White había vuelto los mantuve de un lado a otro, sin
descansos a veces. Y como Marcus me reclamó antes, también haciendo
estupideces y lo aceptaba, así que por esa noche se merecían un buen
descanso, como el que yo pretendía tener. Aunque, cuando llegué a mi
apartamento y me quité la ropa húmeda para tomar una ducha, supe que
descansar era lo que menos haría porque, primero estuve a punto de
hacerme una paja debido a que los recuerdos de lo que pasó horas atrás no
me dejaban tranquilo. Y segundo gracias a mi discusión con esa mujer, que
se desarrolló en mi cabeza como si lo estuviera viviendo de nuevo, junto a
las advertencias que ambos nos hicimos.

—Quieres exclusividad en esta sexo-relación, perfecto. Te la concedo


porque no estoy interesada en acostarme con nadie más. Pero recuerda que
daré lo que recibo. Sin embargo, eso no significa que tú y yo seremos algo
más o tendré que darte explicaciones de todo lo que hago o con quién lo
hago. Así que concentrémonos en nuestros propios asuntos.
—Perfecto, será así. Pero ojo, no juegues con la exclusividad porque no
respondo.

—No respondo y no miento, Bonita —dije contemplando la foto que


tenía de ella en mi relicario—. Deja que alguien más te toque y te
demostraré hasta donde es capaz de llegar mi sadismo.
Isabella no era la única que había cambiado en esos años, yo también lo
hice, y para muchos podía ser que fue para peor, pues le di rienda suelta a
mi instinto asesino y ya no me afectaba asesinar a inocentes. De hecho,
prefería matarlos que enviarlos al infierno al que me obligaban a
exportarlos como simple mercancía, y todo eso me estaba envenenando más
en mi interior, aunque no pensaba parar hasta conseguir mis objetivos.
—Marica hijo de puta —espeté a mi móvil días después.
Le había estado marcando a Darius, pero el imbécil me enviaba al buzón
de voz y cuando le escribía me dejaba en visto. El maldito sabía por qué
quería encararlo y por eso me evitaba de esa manera. Y si no lo busqué en
Vértigo o su apartamento fue únicamente porque el Yakuza regresó a la
élite y yo seguía reacio a que nos conociera de forma más personal, y
menos luego de que traté de averiguar si conocía la verdadera misión a la
que fue con Fantasma, cuando ella intentó recuperar a Dasher como me lo
aseguró, y él únicamente me dio evasivas.
Una misión frustrada en la que Amelia tuvo que improvisar para que
Tarzán no le dijera a Lucius lo que quería en realidad.
—Es posible que lo veas en la reunión de hoy, así que deja ya ese móvil
—me pidió Marcus.

Lilith me envió ese mensaje junto a la imagen de la asiática que


acompañaba a Isabella el día de nuestro encuentro en el bosque, y sonreí.
Era una bocazas de primera, pero su forma de defender a la Castaña y la
manera en la que se embobó con Marcus me demostró que sería una aliada
más en esa aventura que estaba teniendo con su jefa.
—Mira quién hará que Belial y Lilith se devuelvan —le comenté a
Marcus, y le mostré la imagen de la asiática.
—¡Puf! Tenía que ser la insufrible. —Bufó él al reconocerla, y rodó los
ojos, mostrándose casi asqueado con solo verla en una foto.
—Está buena, eh —lo chinché, y miré con detenimiento la imagen,
fingiendo interés en la chica.
Era guapa, de eso no había duda. Y se notaba tan cabrona como su jefa,
aunque con un toque de descaro que me recordaba mucho a Laurel, pero no
me atraía. Mi comentario fue hecho con el objetivo de probar a Marcus, ya
que, a pesar de que él salió de aquel Jeep con cara de que lo obligué a
quedarse con el peor de los castigos, había notado que estuvo investigando
sobre la pequeña bocazas con los mellizos, cuando ellos regresaban de
vigilar a White.
—Lo que tiene de buena es la misma medida de lo insoportable que
puede llegar a ser —aseguró, y reí.
—Conque no niegas que está buena —me burlé.
—Tampoco negaré que estuve tentado a demostrarle qué tan grande soy
y así ocupar su bocota en otra cosa más interesante, pero es una entrometida
de primera. Y en este momento quiero evitar que se acerquen demás a mí
—explicó, y sospeché que lo último fue por el embarazo de su ex.
—¿Es por lo que supongo? —indagué, y asintió.
—No puedo merecerlo, pero haré todo lo que esté en mis manos para que
nadie se acerque a ellos, o sepan de su existencia —aceptó, y estuve de
acuerdo con él, pues era su derecho y obligación proteger a como diera
lugar a su ex y el bebé que esperaban.
Y, aunque yo tenía la seguridad de que ni Isabella ni su Orden eran un
peligro en ese sentido, con la traición que se estaba llevando a cabo,
posiblemente de parte de un Grigori, era mejor cuidarnos.
Horas más tarde nos encontrábamos en la reunión a la que nos convocó
Lucius. Mi equipo y el de Derek éramos los presentes, el susodicho en
cambio se conectó por medio de videollamada para así evitar cruzarse
conmigo. Y comprobé con eso que verlo por medio de una pantalla me
resultaba igual de asqueroso que hacerlo en persona.
—¿Qué explicación me darás? —me preguntó Lucius, hirviendo de furia.
—¿Explicación? Ninguna. Más bien te recomiendo que dejes de trabajar
con incompetentes —desdeñé, y noté de soslayo que el Yakuza escondió
una sonrisa.
Resultaba que Lucius nos convocó para encararnos porque el envío de
mujeres que hice una semana atrás fue incautado en aguas noruegas. Algo
que por supuesto me alivió, sin embargo, su furia se debía a que, al regresar
a las secuestradas con sus familias, los noticieros no tardaron en revelar que
Gibson se adjudicó esa victoria (lo que significaba que Grigori estaba detrás
de él) cuando en realidad fueron las autoridades de Noruega quienes
llevaron a cabo el operativo.
Y, aunque iba a actuar de manera distinta, por dentro me sentía orgulloso,
ya que no era tan imbécil como para creer que Grigori se colgaría esa
medalla sin ganársela, sus fundadores eran demasiado orgullosos para
aceptar algo así, y Gibson muy correcto como para arrebatarle un triunfo de
ese calibre a quien de verdad lo merecía. No obstante, podía jurar que fue
Isabella la que metió sus manos, junto a su Orden, para recuperar a las
chicas, tal cual lo hizo en Mónaco, pero, como la mujer lista que estaba
demostrando ser, prefirió mantenerse en el anonimato para no delatarse.
«Bien jugado, Bonita».
—Deja de hacerte el gracioso porque no estoy para tus ironías, imbécil
—largó Lucius, dándole un golpe a la mesa con la palma de la mano—. Y
no me hagas creer que, si nuestros enemigos se están apropiando de esta
hazaña, es porque tú de alguna manera les ayudaste a conseguirla.
Derek carraspeó luego de que su tío soltara esa suposición. Y vi que
Lucius entendió, con ese gesto de su sobrino, la cagada que cometió al
dejarle entrever a Tarzán su desconfianza hacia mí, y su temor de que de
alguna manera yo pudiera traicionarlos buscando a Grigori para darles
información importante.
—Primero mataste a mi hombre y ahora esto. —Se entrometió—.
Aunque, si te soy sincero, tío, no considero que Sombra sea de los que
muerde la mano de quien le da de comer. —La pulla de Derek me hizo
apretar los dientes, pero lo ignoré porque no caería en su juego si no lo tenía
frente a mí en persona.
Además de que entendí que lo hizo para quitarle foco a la cagada de
Lucius.
—Te respondo por los envíos que incautan acá en el país, no por los que
te joden en donde yo no tengo ni un jodido poder. Así que, si te he fallado
en uno solo, dímelo, pero no me fastidies por cuestiones que no han sabido
manejar tus aliados o los ineptos en quienes confías —aseveré en tono duro
para Lucius.
Escuchamos a Derek reír al entender que con lo último me estaba
refiriendo a él.
—Mi jefe me ha avisado que, en efecto, Grigori se está atribuyendo una
victoria que no le corresponde, ya que, según nuestras investigaciones, a los
noruegos les llegó la información procedente de la gente de Dubois —se
entrometió el Yakuza, silenciando lo que sea que Lucius estaba a punto de
decirme—. Suponemos que él quiere vengarse porque los griegos lo dejaron
solo y no le ayudaron a salir de la cárcel.
Sentí la mirada de mi equipo al oír la mención del francés y, aunque se
habían mantenido solo escuchando porque así se los pedí, supe que también
comprendieron que, si estaban utilizando a un tipo que ya no tenía ningún
poder, y menos aliados por haber sido un imbécil con su gente, era porque
los Sigilosos fueron la mente maestra del golpe dado a los Vigilantes.
Y sonreí con malicia, agradecido de que la máscara lo ocultara.
«Eres una mujer de cuidado, White», afirmé en mi mente.
Para Lucius, la aportación de Tarzán pareció ser suficiente explicación a
lo que sucedió, y nos dejó fuera como sospechosos de la incautación.
Además de eso, aseguró que se comunicaría con sus aliados griegos, Andru
y Aris, para exigirles que se deshicieran, para siempre, de ese francés que le
jodió un envío importante. Y, antes de finalizar y despacharnos a nuestras
labores, me avisó que dentro de un par de días haría un envío de armas y
luego se vendría otro de los que a mí me encantaban, como se burló la
maldita mierda para indicarme que sería de niños.
Y no exploté únicamente porque no le daría el gusto, ya que sabía que
eso era lo que buscaba.

Había notado a Isabella inquieta esos días, incluso me pedía que nos
viéramos con más insistencia y, como no era ningún imbécil, intuí que algo
se traía entre manos, aunque no me negué a verla porque quise o por la
corazonada que sentía, sino más bien porque no podía, y cuando sí me fue
posible, a ella no.
Era como si el destino la estuviera alejando de mí de nuevo, situación
que no me hacía ni puta gracia. Y me enervaba sentir que cuando no nos
veíamos, porque yo no podía, ella actuara como si me lo haría pagar de la
peor manera.
—Cálmate —le exigí a Marcus luego del envío de armas.
Recibió una llamada de Owen después de que yo hablé con Isabella y me
negara a verla por culpa de Lucius, quien nos convocó a una reunión de
emergencia.
—¡¿Qué me calme?! ¡¿Hablas puto en serio?! —largó en voz baja para
que los demás no nos escucharan, actuando como un león hambriento y
enfurecido—. Voy a calmarme cuando tenga a esa hija de puta entre mis
manos y le haga lo mismo que ella le hizo a mi hermana —espetó, y eso
acabó con mi paciencia.
—Tú la tocas y no vivirás para contarlo —escupí tomándolo de la camisa
del uniforme que usábamos.
Alice le llamó a él mientras estábamos llevando a cabo el operativo del
envío, pero no pudo responderle, así que la rubia optó por contactarme a mí
y, cuando le respondí, me avisó que se encontraba en el hospital, por lo que
envié a Owen para que se hiciera cargo de la rubia fingiendo ser su
hermano, ya que al principio ella no quiso decirme la razón de parar en el
sanatorio, pero la obligué (porque no la escuchaba del todo bien como
aseguró que estaba) y terminó por explicarme una situación que sabía que
me complicaría las cosas con Marcus: Isabella la encontró en la cama con
Elliot y tergiversó todo, llegando a asegurar incluso que Alice y mi primo la
engañaron el día que creyó alucinar conmigo.
Mierda.
Si White hubiera conseguido matar a Alice, en ese momento no solo
habría estado lamentándome, sino también en un hospital, si es que Marcus
no me asesinaba. Y la verdad era que lo entendía, comprendía su furia a
pesar de no permitirle que amenazara la vida de la Castaña, pues el único
culpable de que su hermana terminara en ese estado era yo, ya que por mí
ella se metió a Grig y se acercó a mi gente.
—Entonces te mataré a ti, hijo de puta, porque es tu culpa que mi
hermana casi haya muerto en las manos de esa cabrona —escupió Marcus
cogiéndome también de la camisa.
«Joder, Owen».
Maldije en mi mente, pues lo envié para que se asegurara de que Alice
no me mintió con eso de que no era nada grave. Y, en lugar de llamarme a
mí para informarme lo que vio, se comunicó con Marcus y le dijo a él todo
lo que pasaba, ocasionándome una discusión con el moreno en el peor de
los lugares.
—¿Voy a tener que esperar a que terminen de discutir? —Lucius nos
interrumpió saliendo del búnker principal en las instalaciones de la
organización, donde nos esperaba, y con Marcus nos soltamos al mismo
tiempo—. ¿Qué ha sucedido para que estén a punto de matarse? —siguió.
Marcus se tensó al darse cuenta del embrollo en el que nos habíamos
metido y tuve que pensar con rapidez para salir de él.
—Este hijo de puta cree que porque está en mi élite puede interferir en
mi manera de operar —largué—. Olvidándose de que soy tu favorito, por
eso me tienes de líder —satiricé, y escuché a Marcus bufar burlón.
Lucius sonrió sin gracia por mi humor negro.
—Dejen de hacerme perder el tiempo y entren de una buena vez —
ordenó, y se dio la vuelta para volver dentro del búnker, escoltado por sus
hombres.
Nos miramos con Marcus antes de seguirlo y negamos con la cabeza.
Lewis y Belial nos siguieron, siendo los únicos que se habían quedado
afuera con nosotros. Los demás ingresaron rato antes.
Y para mi sorpresa, la emergencia esa vez era porque el envío de niños lo
adelantaron para el día siguiente, puesto que no querían darle oportunidad a
las autoridades de organizarse luego de incautar el que hice a Noruega. Y
porque Caron Patterson oficialmente le había puesto precio a mi culo, y uno
bastante alto, pues el maldito quería cazarme a como diera lugar. Lo que lo
llevó a hacer ciertos movimientos que alertaron a los Vigilantes.
—Han investigado a fondo y se enteraron de que tú eres el que nos
mueve la mercancía más importante, así que pretenden jodernos al
atraparte, ya sea vivo o muerto —explicó Lucius, y negué divertido.
—Antes de que lo consiga, lo mataré yo —declaré.
Estábamos solo él y yo. A mi equipo lo envió con uno de sus hombres
para que este les informara sobre el envío que haríamos.
—Estaría de acuerdo contigo si su muerte no nos afectara, pero, para
suerte de ese cabrón, es intocable para nosotros —puntualizó el viejo, y
seguí negando porque, aunque asesinar al sargento significara ponerme una
diana en el culo a nivel nacional, e incluso mundial, no me detendría si
encontraba la oportunidad de despacharlo hacia el otro mundo. Por querer
matarme él a mí y por creer que podía tener lo mío—. ¿Sombra, me
escuchaste? —Miré a Lucius ante su pregunta y no respondí—. Aléjate de
Patterson y su gente todo lo que te sea posible, ¿entendido? —Asentí—. En
la misión de mañana llevarás a más gente a parte de tu élite, para que no
haya problemas con el envío y para que te protejan.
—¿En serio quieres protegerme?
Mi tono fue sarcástico y lo vi reír.
—Que tú creas que no te aprecio, no es mi problema. —Solté una
carcajada al escucharlo, y él sonrió burlón.
—Aprecias los millones que te hago ganar con mi trabajo —zanjé, y se
encogió de hombros con cinismo.
—Una ventaja que tienes y que ha evitado que te mate en muchas
ocasiones —aceptó—. Ahora, espero que tengas claras mis indicaciones y
obedezcas, porque no me gustaría castigarte si fallas.
—No te preocupes —pedí con perfidia, y eso lo hizo bufar una risa.
Pero, a pesar de mi tono, lo que dije fue en serio. No pretendía meterme
en problemas con las autoridades porque no estaba dispuesto a tener que
esconderme luego, a pesar de que deshacerme de Caron fuera uno de mis
sueños húmedos luego de descubrir su interés en Isabella. Sin embargo, los
planes de esa mujer eran otros y al siguiente día me llevó a cometer una
verdadera locura que me dio el placer que me negué con ella luego de
follarla en el comedor del sargento Patterson, tras degollar el cuello de él
por tocar a la mujer que me pertenecía.
Puta madre.
Nunca en mi vida había enloquecido como esa noche. Perdí el control de
mí mismo al ver cómo ese hijo de puta la tocó, cómo ella le bailó, la manera
en la que interactuaban, las cosas que se dijeron… Mierda, la sangre me
hervía en el momento que tomé mi motocicleta y me conduje hacia la casa
de Caron. Mi equipo me siguió (además de algunos de los tipos que Lucius
envió esa noche para que me resguardaran) sin que se los pidiera, todos
maldiciendo al ver que estaba dejando tirada esa misión, pero no me
importaba, nada más lo hacía a parte de la ira y los celos que recorrían mi
torrente sanguíneo.
Sentía los ojos llenos de sangre por lo rojo que miraba todo a mi
alrededor. Y, cuando llegué a la casa del malnacido, el cuerpo me temblaba
y los escalofríos no me dejaban tranquilo hasta que comencé a matar a los
agentes que resguardaban la zona. Marcus me gritaba que estaba yendo
directo a una trampa, y antes, cuando Alice me ayudó a encriptar el móvil
de White para ver qué demonios hacía con Caron, me dijo que pensaba que
todo era parte de un plan con el que pretendían atraparme, mas no me
importó porque lo único que quería era hacer mierda a Patterson y
demostrarle a esa cabrona que nunca bromeé el día que le advertí que haría
pedazos a todo aquel que osara tocarla.
Y me subestimó.
Isabella White creyó que era como LuzBel, quien solo amenazaba, pero
que jamás cumplió todas sus amenazas. Se le olvidó que estaba tratando con
un hombre al que convirtieron en lo peor y que, si ya me había condenado
por ella, no me importaba ir más allá de todo con tal de que entendiera de
una puta vez que le vendió su alma al diablo el día que decidió mirarme a
los ojos y enfrentar mis demonios.
¡Era mía, joder!
—Belial cayó gravemente herido —avisó Owen cuando llegamos a un
lugar alejado de la casa de Caron, y me detuve porque necesitaba respirar.
—¿Y dónde está? —pregunté. Mi voz sonó más ronca y el cambiador lo
dejó notar.
—Serena y Lilith lo llevan para el hospital, pero temen que no llegue con
vida.
Apreté los puños y la mandíbula, furioso conmigo mismo porque era mi
culpa que Belial estuviera en esa situación.
—Hamilton lideró una emboscada en el puerto y mataron a los Vigilantes
que se quedaron custodiando a los niños. Los liberaron a todos —aportó
Lewis, y sonreí sin gracia ante la mención de Elliot.
—Te dije que esta era una puta trampa, Sombra —espetó Marcus.
—Una a la que le sacaste provecho, ¿no? —ironizó Tarzán, y lo miré,
Marcus lo veía como si estuviera a punto de matarlo—. ¿Crees que no vi
que te fuiste con la chica asiática? Y por cierto, traes la bragueta abierta.
Noté que el Yakuza tenía razón, Marcus llevaba la bragueta abierta y lo
miré esperando una explicación, pero se limitó a cerrarla y seguir con su
actitud cabrona.
—Viste lo que le hice a los otros Vigilantes —señalé para Tarzán,
refiriéndome a los tipos que maté al salir de la casa de Caron, los que no
eran de mi equipo y le dirían a Lucius por quién le desobedecí.
—Muy inteligente de tu parte —acotó él.
Antes de preverlo, saqué mi glock para apuntarle, pero él también hizo lo
mismo con la suya, y de paso sacó una estrella shuriken y la lanzó hacia los
mellizos y Marcus, desarmándolos de inmediato y haciéndolos gruñir de
dolor.
Puta madre.
—Lo diré una sola vez, Sombra: te seguí sabiendo que ibas a cagarla,
pero decidí apoyarte porque no me interesaba que hicieras ese envío. Así
que no intentes deshacerte de mí, ya que, como verás, yo no soy como los
imbéciles que te siguen —aclaró sin perder la tranquilidad, aunque su tono
reafirmó su seguridad.
—¿Por qué no te interesaba ese envío cuando se supone que te han
enviado para que te asegures que se hagan sin problema? —pregunté sin
demostrarle que me inmutó lo que hizo y sin bajar mi arma.
—Esos son asuntos de mi jefe que ni a ti ni a mí me incumben.
—Yo no soy como los imbéciles que siguen las órdenes de sus jefes sin
rechistar —declaré, y sonrió de lado, bajando el arma.
—Pues deberías, para que no la cagues —aconsejó, y noté que, a pesar
de mostrarme que no le interesaba matarme, mantuvo su glock lista para
disparar si yo no aceptaba la tregua silenciosa que me proponía—. Aunque,
si lo que hiciste fue debido a esa mujer, no te culpo, ya que yo también
habría ido personalmente a matar a cualquiera que se atreviera a tocar lo
mío.
—Hay algo en ti que no me deja confiar en tu buena voluntad de
ayudarme.
Ignoré lo que dijo sobre Isabella y no le demostré que su sola mención
me alteraba más en ese momento, ya que, así haya matado a Caron, quería
darle un escarmiento también a esa provocadora por llevarme a cometer esa
maldita cagada que me harían pagar muy caro, no lo dudaba.
—No confíes en mí, no lo necesito —aconsejó él por lo que dije—.
Simplemente confía en que no nos interesaba este envío y gracias a tu
improvisación no se llevó a cabo, así que como recompensa puedo apoyarte
en lo que sea que le dirás a Lucius.
Bajé el arma y entrecerré los ojos al mirarlo, estudiándolo. Los mellizos
y Marcus hicieron lo mismo, todos cautelosos porque la buena voluntad de
ese tipo, así tuviera una explicación, no era algo que terminara de
convencerme. Pero acababa de asesinar a un sargento y necesitaba de
alguien fuera de mi equipo para que secundara lo que iba a decirle a Lucius,
así que acepté colaborar con él en esa mentira.
—No le mentiré, si crees que haré eso —puntualicé—. Vi mi
oportunidad de deshacerme de Patterson antes de que él consiguiera
sacarme a mí del juego.
—Fuiste cazador antes que presa. Lo comprendo —rectificó, y asentí.
Los chicos siguieron viéndolo con desconfianza y me lo hicieron saber,
no obstante, les manifesté que por esa noche cedería, ya que sería
demasiado sospechoso deshacerme de la gente de Lucius, de Caron y
encima, del enviado de la Yakuza. Además de que contaba con lo que
Tarzán admitió para defenderme.
Y entonces me di cuenta de que nos confió un secreto, puesto que, si
Lucius sabía que los Yakuza estaban poniéndole trabas, se enfocaría más en
eso y no en mi cagada, algo que me hizo sobre analizar la situación, pues ni
a él ni a mí nos convenía sabernos cosas que nos pondrían en tela de juicio.
—Ahora le creo más a Serena, el tipo oculta más de lo que imaginamos
—señaló Lewis, y asentí de acuerdo.
—Comunícate con ella para que te diga qué está pasando con Belial. Y
asegúrate de que no lo dejen morir —le pedí a Owen, y este asintió.
Aunque ya no supe nada ni de Belial o los demás porque, antes de entrar
a mi búnker, fui interceptado por la élite de Lucius y estos me llevaron para
la cárcel en la que me mantuvieron años atrás.
Al viejo no le importaron mis excusas para asesinar a Caron, ni quien me
secundara con eso. Ordenó a su élite que me amarraran y él mismo me
propinó una paliza hasta dejarme inconsciente, y luego me encerraron en
esa puta cloaca de nuevo, desnudo y con la amenaza de que me enviarían a
Rusia pronto para recibir mi merecido por parte de la Bratva. Y lo único
que agradecí fue que no se metieran con Dasher ni con Tess, y menos con la
cabrona por la cual estaba metido en esa pocilga, rodeado de cucarachas y
respirando el hedor a mierda.
—Me cago en la puta —siseé.
Acababan de sacarme de la cloaca y un tipo de la élite de Amelia me
rociaba agua fría para lavarme la suciedad. Me sentía débil por la falta de
comida y los golpes que todavía no sanaban, el torso lo tenía más lastimado
e intuía que algunas costillas estaban rotas por las punzadas que me daban
al moverme.
—De qué sirvió que le consiguieras buenas alianzas a mi padre, ganarte
su confianza para que te diera libertad, hacerle facturar millones con los
envíos, o follarme a mí con tal de avanzar más en la organización, si al final
ibas a cagarla, ¿eh? —urdió Amelia con la voz filosa.
Estaba en la entrada del lugar, con los brazos cruzados, viendo con
satisfacción lo que me hacían.
—So-solo hice lo que tú también hubieras hecho —conseguí decir sin
castañear los dientes—. Maté… antes de que me mataran a mí.
Rio sin gracia y caminó más cerca, pidiéndole la manguera a su hombre
para ser ella quien me bañara.
—Te convertiste en el hombre más buscado del mundo, maldito idiota. Y
has puesto en jaque a toda la organización, así que comienza a creer en Dios
y ruégale para soportar lo que te espera.
—Joder —gruñí cuando aumentó la presión del agua y lastimó los golpes
en mi cuerpo.
En ese momento no era la chica enamorada de mí, sino Fantasma sin su
máscara, una tipa con sed de provocar mucho dolor. La que disfrutaba de
mis gruñidos, insaciable de la tortura. Y no paró hasta que se cansó,
dejándome, además de todo lo que ya sufría, con una terrible migraña por el
agua fría.
Luego de eso me llevaron a una celda y me vistieron con la ropa blanca
que le daban a los presos, demostrándome así que Amelia no habló por
hablar: retrocedí todo lo que avancé y las cosas no pintaban para nada bien.
—¿Cuánto tiempo me tuvieron en esa fosa? —le pregunté a uno de los
tipos que custodiaba mi celda, era siempre de la élite de Amelia, así que
sospeché que ella sería la encargada de mi castigo mientras siguiera ahí.
—Tres días y tres noches —respondió tajante.
—Mierda —espeté por lo bajo, presionando mis sienes cuando el dolor
de cabeza incrementó—. ¿Sabes algo de mi equipo? ¿De Belial?
—No estoy autorizado para responderte nada —informó, y apreté más mi
cabeza.
El dolor aumentaba cada vez más, y la frustración lo empeoraba.
—Bien, solo responde si todos están vivos —pedí con la voz débil.
No lo hizo, siguió con su actitud de custodio, mas no me rendí y lo miré,
esperando así fuera un leve asentimiento porque, si negaba, me sentiría más
mierda, ya que Belial no merecía morir por mi arrebato.
—Puta madre, gracias —susurré cuando asintió.
Irguió su postura en cuanto escuchamos unos pasos y ni siquiera tuve
ánimos de levantarme de la cama, en donde estaba sentado, simplemente
miré llegar a los visitantes y mi dolor era tanto que no me importó que
Derek acompañara a Lucius y Amelia en esa ocasión.
—¿Qué sucede, cariño? ¿Te duele mucho la cabeza? —sondeó Amelia
con perfidia, pero no le respondí.
—¿Ya estás listo para viajar a tu nuevo destino, Sombra? —ironizó
Derek, y me limité a mirarlo con todo el odio que le profesaba.
—Dame una muestra —pidió Lucius, y noté que se dirigió a Amelia.
Ella sonrió con malicia y sacó una especie de mando de su bolsillo, tras
eso presionó un botón y yo no pude contener el gemido de dolor, pues sentí
que la cabeza me iba a explotar.
«Mierda, no puede ser».
Eso fue todo lo que logré pensar al entender por qué me dolía tanto la
cabeza.
—Joder —gruñí cuando la hija de puta lo intensificó más y caí al suelo,
haciéndome un ovillo y sosteniendo mi cabeza al sentir que me iba a
explotar.
Vi a Derek carcajearse y a Lucius sonreír satisfecho por la obra de su
hija.
—Bien, cariño. Buena chica —la aduló él, y le dio un beso en la frente
como felicitación—. Si antes no comprendías cuánto sufren las putas
Grigori cuando me desobedeces, ahora lo harás porque lo vivirás en carne
propia —sentenció para mí, y sentí mi frente mojada por un sudor helado,
producto del dolor que atravesé.
Amelia había presionado de nuevo un botón del mando y la migraña
mermó, pero mi corazón estaba acelerado y no podía hablar aún.
—¿Quieres que me comunique con el Pakhan de la Bratva para pedirle
que organice un buen recibimiento para nuestra puta favorita? —le preguntó
Derek a Lucius sin dejar de mirarme y gozar por mi estado.
—Hazlo —lo animó el malnacido.
Segundos después se marcharon tras decirle a Amelia lo orgullosos que
estaban de ella. La chica no les respondió, se concentró en seguir
observando que después de años me tenía tan vulnerable como siempre
deseó.
—Hice de todo para que no te tocaran durante este tiempo, pero no
cooperaste —me reprochó.
Aunque no le di importancia porque, mientras más me recuperaba, más
pensaba en lo que mi hermana atravesó todas las veces en las que la cagué y
ella sufrió las consecuencias. En el dolor que Isabella también soportó en su
momento, antes de marcharse del país y de que yo consiguiera ponerle el
chip.
—Castigo y premio, LuzBel —aseveró Amelia llamando mi atención de
nuevo, y con un movimiento de cabeza le ordenó a su hombre que abriera la
celda.
Se adentró con confianza y se paró a mi lado, sabedora de que me tenía
débil por los tres días en la fosa y por el dolor que me hizo pasar junto a los
rezagos que quedaron. Alzó el mando y me mostró cómo presionó un botón
rojo. En segundos sentí una especie de escalofrío descender de mi nuca a mi
espalda, mi piel comenzó a sentirse febril y un hormigueo me llenó el
abdomen bajo. La sangre me corrió con más rapidez y se acumuló en mi
polla.
Me cago en la puta.
No tenía explicación para lo que estaba sintiendo a pesar de saber a qué
se debía. Era extraño ver que mi erección levantara el chándal de mi
pantalón sin que yo quisiera. Sentir deseo y placer, mas no por mi cuenta.
—Pero me importas más que mi propia satisfacción, por eso jamás te
obligaría a que me des lo que tanto deseo sin que tú también quieras
dármelo —aseguró, y presionó otro botón, liberándome de lo que estaba
provocándome. Jadeé ante el golpe de alivio, era como si acabara de salir
del fondo del agua, o de un pantano en realidad, por todo lo que
experimenté en minutos—. Así que piénsate mejor el joderme, ahora que
sabes lo que se siente que controlen algunas de tus emociones —zanjó, y
comenzó a marcharse.
Yo me quedé ahí en el suelo, frío y aterrado al vivir en carne propia las
consecuencias de mis errores. Pensando además que desde ese día en
adelante no solo caminaría sobre terreno minado, sino también sobre vidrio
filoso.
Un solo error y ya no dañarían a las personas que me importaban, sin
antes imposibilitarme para que no pudiera defenderlas.
—Jodida mierda —murmuré, sintiendo un leve martilleo de dolor en mis
sienes.
Capítulo 19
Eres cruel
Elijah

Amelia me sacó de la celda dos días después de su demostración de


poder y, aunque me llevaron a nuestro búnker, me prohibieron salir de él, ya
que me tendrían a la espera de que un enviado de la Bratva llegara para
trasladarme a mi nuevo lugar de condena.
—¿Dónde está mi élite?
Amelia bufó una risa por mi pregunta antes de decir:
—¿Tu élite? ¿Ahora sí lo son?
—¿Dónde está la élite que me impusieron? —reformulé dándole el
gusto, y sonrió sardónica.
Estaba actuando como la chica que conocí en el pasado, con la que tuve
una aventura que para ambos se convirtió en nuestra perdición. Era la
Dahlia negra, la Amelia poderosa que no se inmutaba ante nada ni nadie, y
eso me sorprendió.
—A los mellizos y Marcus los liberarán en un rato —concedió y, aunque
era de esperarlo, me sorprendió que también los hubieran apresado—.
Serena está protegida por Darius únicamente porque mi padre ignora que te
acompañó a casa de Patterson. Y Belial sigue hospitalizado, Lilith no se
separa de su lado y se lo permiten debido a que logró convencer a papá de
que ellos estuvieron en el puerto y que a Belial lo hirieron allí.
—¿Sabes cómo está él?
Me sentí aliviado de que al menos Serena y la pareja se libraran del
castigo de Lucius. Y únicamente esperaba que Belial también consiguiera
vencer a la muerte, puesto que no quería cargar con ello.
—No, y no me importa —desdeñó, y me mordí la lengua para no decir
nada—. Ahora deja de hacer preguntas y vete a tu habitación —ordenó, y
me dio la espalda, dispuesta a marcharse.
—Solo dime si sigues cuidando de él —pedí, refiriéndome a Dasher, y
sabía que ella entendería que hablaba del niño. Se detuvo sin mirarme y
noté sus hombros tensos, fueron solo unos segundos, luego continuó con su
camino—. ¿Amelia, qué quieres a cambio de esa información?
—¿Ahora sí me darás lo que sea que pida? —cuestionó encarándome de
nuevo, y vi en su rostro que no le satisfizo del todo saber que había una
posibilidad de que hiciera lo que ella quisiera, y eso me extrañó—. Ahora
que puedo conseguirlo con facilidad quieras o no —aclaró, y apreté mis
molares, mirándola con odio.
Nos medimos de esa manera por un par de minutos, los suficientes para
estudiar sus gestos y comprender que, así pudiera, ella no era capaz de
obtener de mí lo que quería, por medio del puto dispositivo en mi cabeza.
—Ambos podemos ser una mierda el uno con el otro, pero sé que no
tomarás de mí nada que yo no quiera darte —aseguré con determinación.
Volvió a sonreír, esa vez con una mezcla de orgullo y tristeza.
—Tengo una promesa contigo que pienso cumplir, así como tú me
cumples las que me has hecho —soltó con un toque de malicia, y cuadré los
hombros en señal de culpabilidad, ya que, desde que me obligaron a ser
Sombra, dejé de tener respeto por mi palabra. Al menos con ella—. ¿Es
suficiente respuesta para ti? —Asentí sabiendo lo que significaba.
Amelia sí mantenía su palabra conmigo.
—Respóndeme lo último —pedí, y no la dejé negarse—. ¿Desde cuándo
tengo el dispositivo en mi cabeza?
Ella se irguió y tragó con dificultad, debatiendo quizá si responderme o
no.
—Te lo coloqué luego de que papá te dejó inconsciente, la noche que
asesinaste a Patterson —concedió, confesando además que fue ella la
ejecutora de todo.
—Conque fuiste tú —murmuré—. ¿Y fue tu idea o de ellos?
—Mía —soltó con orgullo—. Para que de ahora en adelante sepas lo que
yo siento. —Alcé las cejas al no comprender, y ella lo notó—. También
tengo un dispositivo con el que me controlan, LuzBel, pero el mío viene de
fábrica. Un regalo de la jodida vida —explicó con la voz cargada de furia.
Y dicho eso se marchó, dejándome con una incomodidad en el pecho
porque durante esos dos días no había logrado sacar de mi cabeza lo que me
hizo vivir. La sensación de haber sido violentado continuaba
incendiándome la piel y aumentaba mis ganas de quemar el mundo, así
como seguía vapuleando mi orgullo y me provocaba vergüenza de mí
mismo por no haberme defendido. Aunque más me avergonzaba el hecho
de pensar que Isabella y Tess atravesaban por lo mismo, cuando me querían
castigar a mí.
Sin embargo, nunca me detuve a pensar que Amelia también vivía una
situación igual o peor, porque no solo su padre se aprovechaba de su
condición, sino también la vida, jodiéndola con sus episodios.
—Me cago en la puta —susurré.
Era demasiado jodido de mi parte comprender ciertas situaciones
únicamente al vivirlas, ya que en ese instante de nada me servía
arrepentirme de todas las veces que provoqué a Lucius o a ella, y se
desquitaron con mi hermana e Isabella.
«Castigo y premio», repetí en mi cabeza.
Y lo seguí haciendo al ir a mi habitación, mientras tomaba una ducha, me
cambiaba de ropa y luego cogía aquel pequeño balón de fútbol para
llevármelo a la cama.
Me quedé mirando el juguete durante horas, recordando las sonrisas de
ese niño, la inocencia que hacía brillar sus ojos y las cosas tan
insignificantes que lo hicieron feliz en el lugar que ahora era mi nueva
prisión. Pensé también en los pocos buenos momentos que tuve con mi
hermana antes de que ambos nos concentráramos en nuestros propios
asuntos, y en los meses que viví al lado de la Castaña.
Y de pronto, al darme cuenta de que lo que vivía era más grave de como
siempre lo quise ver, los recuerdos de esos días siendo LuzBel se esfumaron
junto a los pocos momentos que me permití con Dasher, creyendo incluso
que todo fue una ilusión. Que quizá me imaginé haber tenido una vida
diferente al infierno en el que me encontraba.
«También tengo un dispositivo con el que me controlan, LuzBel, pero el
mío viene de fábrica. Un regalo de la jodida vida».
Las últimas palabras de Amelia me encontraron en mi miseria y pensé en
ella, en su manera de aferrarse a mí, en cómo aseguró que solo a mi lado
vivió una normalidad que nadie más le dio cuando se escapó conmigo. En
el infierno que atravesó cuando su padre volvió a tenerla y la forma en que
la manipulaban.
E incluso con todo eso, y a pesar de lo que me hizo, me di cuenta de que
sí, por ella seguía teniendo la oportunidad de vivir y ver por las personas
que me importaban. Y analicé que, si quería seguir haciéndolo, iba tener
que jugar una nueva partida, pero sin Dominik esa vez.
—Puta madre. —Bufé restregándome el rostro, al ser consciente de lo
que tenía que hacer para recuperar un poco de todo el avance que perdí.
Para que no me enviaran a Rusia y me alejaran una vez más de Isabella.
«Seguía siendo fácil, ¿no? Únicamente tenía que volver a ser el tipo que
se quitaba los sentimientos junto con la ropa».

—Eres mía, joder.


—¿Y tú? ¿Eres solo mío? ¿O también de alguien más?
—Esto es mutuo. Sin contratos ni etiquetas, pero sí con exclusividad.
Esto lo hago solo contigo. Te deseo a ti. Tengo ganas solo de ti.
—¡Ah!
—Malditamente tuyo.
—Demuéstramelo.

—¡Fácil y una mierda! —grité, lanzando el balón hacia la pared, luego


de recordar mi encuentro con Isabella en aquel bosque y lo que aseguré;
después de pensar que sería pan comido volver a ser el puto fuck boy que se
follaba a la mujer que le daba la gana—. ¿Qué demonios haré ahora? —
cuestioné desordenándome el cabello con ambas manos.
Ni siquiera podía llamarle a Dominik para que considerara volver a
ayudarme, porque no era justo y porque no tenía cómo, pues me quitaron
todo una semana atrás. Y menos mal que estuve utilizando una encriptación
especial en mi móvil para que no accedieran a mis llamadas y mensajes con
Isabella, o con él. Y menos con las personas que me contacté para darles
información sobre mis movimientos con los Vigilantes.
Me encontraba a la deriva una vez más y no tenía tiempo para pensar si
seguía jugando, haciendo mis nuevas movidas, o me quedaba hundido en la
mierda con tal de no fallarle a Isabella.
No obstante, cuando tomé la decisión de continuar, porque no era posible
que me ahogara al llegar a la orilla del pantano en el que se convirtió mi
vida (ni que dejara morir a los que se vieron amenazados por mi culpa), no
conté con lo mierda que me sentiría debido a mi maldita suerte, que volvió
a poner a White en mi camino en el momento menos indicado.
—¡¿Qué demonios estabas pensando, hijo de puta?! —escupí, tomando a
Darius de la camisa y empujándolo hacia una pared.
—¿Recuerdas que me pediste que le diera algo, o a alguien, que la
mantuviera tranquila mientras recuperábamos a Dasher? —devolvió,
soltándose de mi agarre y acomodándose las arrugas que dejé en su ropa
ante mi arrebato.
Estábamos en el búnker principal de la organización, a donde David
Black ordenó que nos trasladáramos para que auxiliaran a su hermano, hijo
y sobrina, luego del ataque sorpresa de White y su amiga.
—¿Hablas puto en serio? —gruñí, confiado de que en el lugar donde nos
hallábamos no nos escucharían ni grabarían, pues ya teníamos identificadas
las zonas con micrófonos y cámaras.
—Sí, hijo de puta. Hablo muy en serio. Le entregué a esa mierda para
que se esté tranquila y de paso comience a cobrar su venganza.
No previó mi movimiento, así que únicamente maldijo y gimió de dolor
cuando le propiné un puñetazo, pero se recompuso y trató de devolvérmelo
sin contar que en ese momento yo era un maniático con sed de sangre luego
de que me tuvieran encerrado, provocándome hasta el punto de la locura.
—¡Ya, maldición! ¡Este no es momento ni lugar para que ustedes estén
con estas mierdas! —increpó Marcus metiéndose entre nosotros.
Lewis me contuvo a mí y Owen a Darius para lograr separarnos.
A esos tres los liberaron el mismo día que a mí como aseguró Amelia,
aunque a ellos los dejaron libres y ella los tomó en su élite para que Lucius
no siguiera ensañándose con ninguno, pues siempre demostraron que
trabajar con Fantasma era más un castigo que premio. Situación que el viejo
tomó como parte de la reprimenda que les daría, por haberme seguido a
casa de Patterson en lugar de quedarse en el puerto cuidando del envío.
Y no los había visto hasta esa noche, aunque tampoco pude hablar con
ninguno mientras estuvimos en el club. Únicamente me informaron lo
esencial al llegar a ese búnker donde nos encontrábamos.
—¡La expusiste, maldita mierda! ¡Después de todo lo que pasé para
evitarlo, dejaste que supieran que volvió! —mascullé enloquecido, y Lewis
a duras penas consiguió seguir reteniéndome.
—¡No! Jamás quise eso, el plan era que ella hiciera lo que quisiera
mientras se mantuviera en anonimato, pero decidió lo contrario al quitarse
el antifaz frente a Lía. Y créeme, yo también lo lamento —largó lleno de
impotencia, y maldije, tratando de soltarme del agarre de Lewis.
¡Maldición! Era consciente de eso. Pero así como deseé correr hacia
Amelia e Isabella horas atrás, para callarla a ella y darle un escarmiento a la
Castaña por exponerse de esa manera, quería castigar a Darius porque fue él
quien la ayudó a entrar a Karma esa noche.
La primera jodida noche en la que me permitieron salir únicamente
porque Lucius ofreció una velada especial para el sovetnik de la Bratva. El
consejero ruso del Pakhan que llegó para llevarme con él, y ante el cual me
querían mostrar como si estuviéramos en otra época y yo fuera el esclavo
por el que la mafia pagaría algunos dólares.
Razón que me llevó a aceptar la propuesta que me hizo Amelia, para que
ella volviera a apostar por mí.

—Dame mi lugar, el que deseo. Convénceme de volver a jugármela por


ti. Porque sí, Sombra, tuviste razón, jamás utilizaría ese dispositivo para
que estés conmigo —me dijo cuando una semana después le pedí que
evitara que me llevaran a Rusia.
—He estado contigo, Amelia. —le recordé, refiriéndome a todas las
veces que Dominik estuvo con ella—. ¿Qué más quieres? —inquirí,
abriendo los brazos para darle más énfasis a mi frustración.
En esos días solo su élite estuvo entrando a nuestro búnker desde que me
sacaron de la celda, para mantenerme en la ignorancia con respecto a mi
equipo o el mundo exterior, y ninguno de los de su gente respondía mis
preguntas. Por lo que estaba al borde de la locura, ya que no tenía idea de
lo que pasaba con Belial, con los mellizos y Marcus; y menos de Isabella o
lo que estuviera sucediendo con la muerte de Caron. Y Amelia tampoco me
daba alguna información sobre Dasher.
—Quiero a Elijah, o a LuzBel si lo prefieres. No más a Sombra —
sentenció, y tragué con dificultad al entender lo implícito—. Quiero ser
Amelia cuando te mire a la cara mientras me haces tuya. Necesito que me
susurres todas esas cosas que me dices cuando me follas, con tu propia voz,
no con el cambiador.
Le di la espalda, cerrando los ojos y conteniendo la respiración porque
en ese momento quería tener a Dominik frente a mí para hacerlo mierda,
pues aseguró mantenerse en mi papel cuando ocupó mi lugar, pero Amelia
me estaba demostrando que no lo hizo.
—Eso quiero, Sombra. Ser Amelia en los brazos de Elijah de nuevo.
—¡Tú lo mataste! —grité, mirándola de nuevo—. Mataste a ese tipo que
quieres de regreso, por eso has tenido a Sombra, al que tú creaste. Así que
no me pidas algo que hiciste por egoísmo —zanjé, ya que de nuevo no me
era fácil ceder, aunque me conviniera.
—Perfecto, pero, si yo debo asumir mis errores, asume tú los tuyos —
sentenció, y luego se marchó, dejándome con mi frustración y furia, siendo
yo el que destruía todo lo que estaba a mi alcance esa vez.

—Aunque para ser sincero, por lo que vi entre ustedes, tú la provocaste


para que le importara un carajo lo que haría —añadió Darius,
devolviéndome al presente.
Joder.
Todavía podía ver los celos y la decepción hirviendo en el brillo de los
ojos de Isabella. No importó que llevara lentillas azules, hubo un momento
en el que sus lágrimas quisieron abandonarla cuando la metí al cuarto
(luego de que huyera al encontrarme entre las piernas de Amelia) y ella
estaba tan furiosa que no se dio cuenta, pero yo sí.
Y me sentó pésimo que al marcharse de allí no me diera la espalda, en
señal de que perdió toda confianza en mí. Y enloquecí cuando, a parte de
bailar una jodida canción que claramente escogió para enviarme un
mensaje, haya llegado al privado (en donde esperaban al ruso, que al
parecer no se presentó. O si lo hizo, huyó antes de sufrir las mismas
consecuencias de sus aliados) vestida de esa manera, para bailarle al
maldito hijo de puta que ejecutó nuestra condena.
Aunque no pasé desapercibido la incomodidad que su cuerpo emanó ante
los toques de esa mierda. Y si no hice nada fue solo porque Amelia ya
quería matarla por creer que ella era una de mis putas, el reemplazo de
Hanna, por lo que no podía darle más motivos para que descubriera quién
estaba detrás del antifaz, y tuve que actuar encantado de sus muestras de
posesividad para que, además, impidiera que me llevaran a Rusia.
Pero de nada sirvió, pues todo se fue a la mierda para mí con el plan de
Isabella, y de paso terminé siendo el hijo de puta cobarde que, según ella, le
juró cosas únicamente para follarla.
«Si me importaras y fuera posesiva, tampoco la mataría a ella. Te
mataría a ti por dejarte tocar».
Las últimas palabras de Isabella volvieron a llegar a mi cabeza,
haciéndome experimentar la misma sensación de cuando las dijo. Un golpe
de orgullo agridulce, pues, a pesar de que punzaron en mi pecho por un
momento al sentir que me hirieron, también me satisfizo que Sombra no
consiguiera avanzar con ella como lo hizo Elijah.
—¿Saben quiénes fueron los ejecutores de este ataque? —preguntó
David al llegar donde me hallaba con los chicos.
Sentí la mirada de ellos en mí. La de Darius sobre todo, ya que él
tampoco estaba seguro de decir la verdad.
—Sí —le respondí, y la tensión en los demás aumentó. David me miró, a
la espera de lo que fuera a decir, y me erguí por lo que haría—. Fueron
Grigoris.
—Eso es obvio —largó David a punto de perder la paciencia que lo
caracterizaba.
—No identificamos a la otra chica, pero una de ellas era Isabella White
—confesé, y de refilón noté que Darius apretó los puños.
Él sabía que no estaba delatando a White porque quería hacerlo, sino más
bien porque ella deseaba que esos hijos de putas supieran de su presencia.
Además, si no decíamos la verdad o actuábamos como si la ignoráramos,
luego, cuando Amelia despertara y dijera lo que vio y a quién se enfrentó,
tomarían nuestro silencio como traición y ya no estábamos para seguir
perdiendo el juego.
A David le sorprendió escuchar de mí esa declaración, pero lo dejó de
lado enseguida y le dio órdenes a Marcus y los mellizos para que se
ocuparan de la seguridad del búnker junto a las otras élites.
—Mientras mi hermano y mi sobrina estén incapacitados, tomaré su
lugar. Así que de momento responden a mí —avisó con voz tranquila, a
pesar de que su hijo fue atacado junto a los otros dos.
Pero sabíamos la razón de esa tranquilidad.
Según los informes del médico que atendió a los tres, Isabella les inyectó
un poderoso veneno asiático que los estaba quemando desde adentro.
Lucius y Derek recibieron una dosis más alta que los mataría si no se les
aplicaba el antídoto, Amelia en cambio se recuperaría con el sedante junto
al medicamento que le administraron para limpiar su torrente sanguíneo,
porque lo que recibió fue mínimo.
Pero para buena suerte de los otros dos, en vida, Aki les habló sobre ese
tipo de veneno utilizado en su país, y los lugares donde encontrarían el
antídoto. Por lo que la élite de Lucius y Derek se estaban encargando de
conseguirlo.
—Por fin se te concederá tomar el lugar que tanto anhelas, así sea por un
par de días, tío —ironizó Darius con toda la intención de cabrear a David, a
pesar de que él poseía más paciencia que Lucius.
—Cuidado, sobrino. Porque un par de días me pueden servir para
deshacerme de ese club que tanto cuidas, o provocar un accidente en el que
tú pierdas la vida —devolvió el hombre con la voz dramática, pero Darius
no se inmutó.
David podía ser el lamebolas de Lucius, un tipo que para muchos parecía
débil, pero en ese tiempo dentro de la organización noté que nos estábamos
equivocando, puesto que la paciencia que poseía y escudarse en la sombra
de su hermano eran sus armas más fuertes, ya que eso le daba la capacidad
de pensar y ejecutar mejor sus planes para que fueran certeros.
Con él había aprendido lo acertado que era eso de: líbrame de las aguas
mansas, que de las malas me libro yo. Ya que con Lucius tenía, así fuera un
poco, la seguridad de que no me asesinaría, ni a mí ni a las chicas, con tal
de seguirme usando. Sin embargo, David añoraba y le daba más
importancia a matar a Isabella para castigar a Dylan y cobrarse así la muerte
de su primogénito.
Por eso evité que la Castaña acabara con la vida de Lucius, además de
que con Darius descubrimos (meses atrás) que David y Derek planeaban
destituir a Amelia como sucesora de su padre en la organización,
exponiendo su condición ante los otros líderes para quedarse ellos como los
nuevos jefes en Estados Unidos.
Y por obvias razones, mientras no consiguiéramos rescatar a Dasher y
liberarnos nosotros de sus garras sin poner en peligro a nadie más, teníamos
que mantener vivos tanto a Lucius como Amelia, puesto que, entre diablo
conocido y diablo por conocer, nos convenían más ellos que los otros.
—David, su hija ha despertado —avisó Tarzán interrumpiéndonos, y el
tipo sonrió de lado, consciente de que el Yakuza no lo veía.
Esa había sido otra de sus tretas que ya conocíamos: fingir que Lía era su
hija ante los que desconocían que era Amelia en realidad. Y nuestras
investigaciones arrojaron que ella creía que lo planearon así porque, tanto él
como Derek, eran sus incondicionales y buscaban protegerla de los
enemigos de Lucius. Y por supuesto que no nos creyó cuando sugerimos
que únicamente la estaban manipulando, razón que nos contuvo de decirle
lo que descubrimos sobre querer destituirla de su rango por herencia, pues
era muy probable que con la indignación pusiera en sobre aviso tanto a
David como a Derek y los hiciera actuar antes del tiempo.
Además de que no teníamos pruebas visibles de lo que escuchamos, y era
obvio que nuestra palabra no sería creíble para ella o Lucius.
—Estupendo, voy ahora mismo con mi pequeña —avisó, y únicamente
Darius y yo notamos la ironía contenida en su respuesta.
Maldita mierda.

Cuando David salió de la habitación donde tenían a Amelia, me avisó


que ella quería verme. Y mentalmente me preparé para sus reclamos, puesto
que con mi arrebato, al salir detrás de la Castaña cuando me descubrió entre
sus piernas, dejé claro que supe de quién se trataba, o que al menos lo
sospeché.
Por lo que mentir no sería una buena opción.
—Usa la verdad a tu favor —recomendó Darius en voz baja, y asentí.
Lo deslindaría a él de todo para que Amelia no sospechara que tenía
conocimiento de la presencia de Isabella en el club. Inculparía a Samuel en
cambio, el imbécil que la Castaña se llevó (como era el plan de ellos) y con
eso le daría tiempo a Darius para que terminara de borrar las pruebas que lo
imputaban con el ataque de esa noche.
—Seré sincera —advirtió Amelia al verme entrar. Estaba sentada en un
sofá, con una intravenosa en su brazo. El pelo se le pegaba a la frente por el
sudor que le provocó el dolor y su maquillaje lucía corrido, lo que asentaba
más su aspecto de loca enfurecida—. Todavía no sé cómo tomarme el que le
dijeras a tío David la verdad. Si como una buena estrategia de tu parte o una
estupidez —zanjó, haciendo una mueca de dolor por los estragos del
veneno.
—Tómalo como una señal de que te cumplo mi promesa —sugerí.
Ella sonrió sin gracia para luego decir:
—No me creas estúpida.
—¿De qué me sirve tratar de ser sincero si nunca crees en mí? —inquirí,
metiéndome en mi papel de manipulador.
—A ver, don sincero, ¿desde cuándo sabes que esa maldita regresó al
país? —Quiso saber, probándome—. Y dime la verdad, porque cuando te
fuiste detrás de ella es obvio que sabías quién era —indicó.
Me erguí en todo mi porte y evité carraspear para no delatarme, porque
de mí dependía que Amelia volviera a darme un poco de libertad.
—Desde esta noche…, déjame hablar —pedí al ver que iba a objetar—.
No la reconocí cuando entró a la oficina, ni tú lo hiciste —señalé, y mentí,
porque por supuesto que supe desde el primer segundo a quién teníamos
delante—. Y por mi reacción debiste notar que fue la primera vez que la vi
en años, por eso no pude evitar seguirla, para comprobar si era ella o no,
pero…
—Cometiste un grave error al no decirme que era esa puta desde que la
interceptaste en el pasillo —replicó, y me saqué la máscara porque solo
éramos ella y yo en la habitación.
—Me tienes aquí porque intento protegerla tanto como a mi hermana,
Amelia. Así que es estúpido que esperaras que te dijera que estaba en el
club, sabiendo que la dañarían —señalé, utilizando la verdad a mi favor,
como recomendó Darius.
A Amelia no le agradó escucharme, pero vi en sus ojos que prefería que
le dijera la verdad antes que le mintiera en la cara como la mayoría hacía.
—¿Sabes quién le ayudó a entrar? —indagó con la voz ronca, y negué
con la cabeza.
—Sospechan de Samuel, pero no es algo que yo pueda asegurar, ya que
sabes que he estado fuera del juego.
Era una suerte que Amelia no me haya visto en el pasillo cuando Darius
escoltó a la Castaña y a su amiga, ya que eso le terminaba de confirmar que,
aunque la vi y reconocí, no tuve nada que ver con su visita a Karma porque
me mantuvieron en cautiverio esas dos semanas. Y, por lo que notaba,
tampoco sospechaba de su hermano, e intuí que se debió a la actuación que
él llevó a cabo, al obedecerle en lo que le pidió para intentar atacar a White.
—Se cree muy lista, pero cometió un grave error al ponernos en sobre
aviso de su regreso. Y más al atacarnos cuando nosotros no teníamos
ningún interés en ella —advirtió, y tensé mi mandíbula, porque Amelia
sonó muy sincera y afectada con lo que dijo.
Y podía tomar eso como una confirmación de que White no estuvo
siendo atacada por ningún Vigilante desde que volvió. La traición venía de
un Grigori, y la sangre se me congeló porque me parecía inconcebible que
la historia se volviera a repetir.
—Por lo que no respondo si mi padre o Derek quieren cobrarse lo que
nos hizo —avisó, y negué.
—Si la dañan de alguna manera, si permites que la manden a seguir
siquiera, mi promesa se romperá —le recordé, y eso la cabreó.
—¡Ella nos buscó, nos retó! Así que va a encontrarnos —amenazó
poniéndose de pie.
Su rostro se contrajo de dolor ante el arrebato, pero no le dio importancia
con tal de enfrentarme.
—Tócala y no respondo —exhorté lentamente, y ella alzó la barbilla,
indignada porque una vez más estábamos regresando a los primeros días de
mi cautiverio, cuando no me inmutaba para dejarle claro a cada momento
que siempre defendería y protegería a su hermana.
—¿Vas a mantener tu promesa? —preguntó de pronto, cambiando su
semblante de molesto a afligido.
Fue como si hasta ese momento se estuviera dando cuenta de lo que en
realidad significaba la presencia de White tan cerca de nosotros. Y sus ojos
me mostraron el miedo que le daba de que no pudiera resistirme y con ello
romper mi promesa. Cosa que ya había hecho en incontables ocasiones.
—Lo haré siempre y cuando tú mantengas la tuya. Y me devuelvas la
poca libertad que tenía —aclaré, recordando lo que me prometió si yo
aceptaba follarla como LuzBel y no como Sombra.
—Voy a confiar en ti, Elijah, no me falles —cedió, y contuve una sonrisa
de victoria, sin importarme que volviera a usar mi nombre—. De momento,
mi padre está incapacitado, así que las órdenes y decisiones las tomo yo. Y
el sovetnik de la Bratva a regresado a su país, creyendo que le pusimos una
trampa. Por lo que tenemos problemas más graves, cortesía de la reina
Grigori —ironizó, reprimiendo su molestia.
Demonios.
Isabella les dio un golpe más fuerte del que ella se propuso, y sentí
orgullo, pues bastó su presencia y un pequeño juego de niñas aburridas,
como lo llamó, para terminar de poner en jaque a los Vigilantes, ya que
estar perdiendo las alianzas con la Yakuza, y encima a la Bratva,
desestabilizaba la organización de una manera que nadie nunca consiguió.
—Pero a pesar de toda esta mierda —siguió, y se acercó a mí, quedando
a centímetros, alzando la cabeza para mirarme a los ojos, dejándome ver la
facilidad con la que convirtió el miedo en arrogancia—. Yo soy la que tiene
a la única persona por la que sé que ella cambiaría todas sus victorias —
zanjó con orgullo, y las ganas de tomarla del cuello hasta estrangularla
estuvieron a punto de vencerme—. Así que la ventaja y el juego siguen
siendo míos —celebró, y se puso de puntitas para darme un beso en los
labios.
Se lo permití, sintiendo repulsión de su boca en la mía, pero aun así la
tomé de la barbilla y profundicé el beso, haciéndola gemir de dolor y gozo
por mi ímpetu; demostrándole y demostrándome que irónicamente, con tal
de regresar a donde yo correspondía, podía tomar el papel de un estúpido
Romeo y beber veneno por voluntad propia.
Pero a diferencia de ese personaje icónico, yo no solo ingería, sino
también hacía ingerir, así que con más violencia le regalé ese beso que
contenía una poción más peligrosa y letal que la que le suministró la
Castaña. Se llamaba ilusión, y con eso sellaba el pacto silencioso que le
hice.
Para Amelia, mi gesto significaba aceptación, pero para mí el comienzo
de mi liberación.
—Eeeh, siento mucho interrumpir.
No dejé de mirar a Amelia cuando me alejé de su cuerpo ante la llegada
de Darius. Ella tampoco lo hizo, mostrándome su confusión por mi acto y
quizá hasta viendo en mí al LuzBel de antes, al que la besó en incontables
ocasiones, creyendo sentir algo que no era ni la sombra de lo que viví
tiempo después.
Así que estaba muy equivocada. No la besé como ese chico, lo hice
como el hombre que quería escapar de ese infierno, no sin antes hacerles
pagar por todo lo que nos hicieron. Por eso, y por primera vez, la besé para
condenarla de una manera malvada.
—Los técnicos avisaron que ha llegado algo que tenemos que ver —
siguió Darius tras carraspear.
Sin decirnos nada con Amelia, sobre lo que acababa de pasar entre
nosotros, lo seguimos a la sala de monitoreo del búnker y vi que en salas
aledañas, divididas de esa con paredes de cristal, estaban Lucius y Derek,
escoltados por sus mejores hombres y sufriendo los efectos del veneno.
David se nos unió a Amelia, Darius y a mí.
—Es un vídeo encriptado, así que estamos intentando averiguar la
dirección IP para saber de dónde lo enviaron —explicó uno de los técnicos
para Amelia.
Miré a Derek cuando gimió ante el dolor que lo atacó, y me reí,
lamentando tener la máscara puesta y que él no lo viera. Aunque su padre sí
intuyó lo que hacía y me miró con una clara advertencia que me pasé por el
arco del triunfo.
Y solo dejé de mirarlo cuando en una gran pantalla comenzó a
reproducirse la imagen de Isabella, vestida como estuvo en Karma, pero sin
peluca y lentillas esa vez. También rediseñó sus mallas para lucir aquella
cicatriz que esa mierda envenenada le hizo años atrás.
—Hija de puta —siseó Amelia entre dientes.
Yo me limité a callar mientras veía y escuchaba a una Isabella White que
jamás creí ver. A lo lejos oía también los gemidos de dolor e impotencia de
Lucius y Derek, presenciando la amenaza que la reina Grigori les estaba
haciendo, al mismo tiempo que torturaba al pobre diablo que se llevó con
ella.
—Los explotaré, los volveré locos hasta que clamen la muerte y, cuando
ella los encuentre, la haré huir para que siempre estén a mi merced. Y si
falto a mi promesa, tienen el derecho a cobrármela con sangre de mi
sangre.
—Me cago en la puta —susurró Darius luego de que Isabella finalizara
su promesa y el vídeo terminara con ella cortando la palma de su mano con
la katana que yo le di, derramando su sangre sobre el cuerpo sin vida de
Samuel y luego prendiéndole fuego.
Joder.
Miré a Amelia y me sobresaltó que no pudiera esconder su miedo esa
vez, a pesar de que su ira le haría explotar las venas del cuello de un
momento a otro.
—Tráiganme a esa mujer cueste lo que cueste —masculló David a los
tipos de su élite.
—Señor, hemos tratado de seguirle el rastro, pero está sabiendo esconder
sus pasos —aceptó el más valiente, y el rostro de David se desfiguró de
furia.
—¡Ah, perfecto! Entonces, cuando la tengan de cerca otra vez, porque a
ella le da la gana, pídanle algunos consejos, tal vez así dejan de ser tan
ineptos, malditos imbéciles —les gritó, y me tragué una risa.
—La única élite que puede ir detrás de esa zorra es la mía o la de papá —
lo interrumpió Amelia, y David la miró sin poder creérselo—. Así que no te
metas en esto si no quieres recibir una sanción.
—Bueno, es tiempo de que des la orden y envíes ambas a buscarla —
espetó David enfrentándola y, ya que ella estaba a mi lado, di un paso al
frente para escudarla, al ver al tipo con ganas de ponerle un correctivo.
Si ella hubiera estado bien al cien por ciento, no me habría inmutado,
pero todavía se mantenía débil. Y Darius también pensó igual que yo,
porque se posicionó al otro lado de ella, cosa que hizo reír a David.
«Sí, hijo de puta. Nosotros también tenemos nuestro propio plan».
—Atacó a tu padre y a tu primo, estuvo a punto de matarlos. Por lo que
espero que estés a la altura de tu posición momentánea en la organización
—la provocó con malicia, dejándole entrever que no era la jefa definitiva.
—No me obligues a deshacerme de mi tío favorito, porque, así sea de
momento, mis órdenes se cumplen y en un arrebato puedo dar la demanda
equivocada.
La voz de Amelia fue tan filosa como una daga, y fría como el hielo, así
como determinante para no dar pie a dudas. Algo que David también notó y
lo obligó a alzar ambas manos en señal de rendición.
—No vamos a pelear entre nosotros por culpa de esa mujer, cariño. Así
que confiaré en que tomarás decisiones inteligentes y favorecedoras para
quienes te hemos amado y aceptado siempre.
Darius no contuvo su risa burlona, pero David lo ignoró y se concentró
en Amelia, quien no apartó su mirada de él.
—De momento, quiero que se apresuren a conseguir el antídoto y se
encarguen de que tanto papá como Derek sufran lo menos posible. Me
importa más eso, porque, si esa mujer es tan inteligente como demuestra,
habrá cuidado todos sus francos débiles. Así que no vale la pena gastar
nuestras movidas cuando tenemos problemas más grandes por resolver.
Mejor dejemos que se confíen, que se crean vencedores hasta que
consigamos acercarnos sin que nos note —ordenó Amelia, actuando como
estratega y tomando las riendas de la organización.
De refilón sentí que Darius me miró, entendiendo por qué me encontró
besando a su hermana rato antes. Yo en cambio seguí concentrado en
David, quien cedió como un perrito manso, escondiendo con habilidad la
serpiente traicionera que era en realidad.
Y, aunque lo que Amelia hizo podía tomarlo como otra pequeña victoria
para mí, no pude, ya que de nada me sirvió recuperar mi libertad si Isabella
decidió darme una estocada que me tenía a punto de enviar todo a la
mierda, pues saberla a merced y disposición de Elliot, luego de que me
encontrara follando a su Némesis, no auguraba nada bueno.
Me hervía la sangre de celos e impotencia, luego de que esa chica me
inyectara en las venas un veneno más letal que el que le administró a
nuestros enemigos. Tenerla lejos de nuevo, y para colmo herida y
creyéndome el peor de los cobardes, me estaba matando lentamente. Y no
por lo que me dijo cuando le arrebaté el móvil a Darius, sino por lo que
estaba imaginando de ella y el maldito hijo de puta de mi primo.
—¡Joder! —grité.
Acababa de meterle tremendo susto a la chica que se estuvo haciendo
pasar por Isabella en esos días, porque por un momento creí que de verdad
era ella, que volvió al fin de California y necesitaba verla a los ojos
mientras la obligaba a decirme todo lo que hizo sin mí, y con otro. Pero al
descubrir que no era la provocadora que yo buscaba deseé matar a la tipa
para que a la Castaña no le quedaran ganas de volver a usar a nadie en su
lugar, en momentos como el que me obligó a vivir por ser una terca que no
quiso escuchar mis explicaciones.
Y para lo único bueno que sí sirvió mi furia fue para rendir con los
Vigilantes como ellos esperaban de mí. Volví al juego así fuera en misiones
limitadas, siendo más hijo de puta, y burlé a las autoridades a pesar de que
yo era el más buscado del país. Lucius y Derek se habían escondido como
ratas mientras terminaban de recuperarse, y Amelia siguió haciéndose cargo
de la organización, junto a David, que continuaba manteniéndose en las
sombras, pero haciendo daño a su manera.
Y debido a lo ocupados que estuvimos, conseguí librarme de Amelia sin
tener que darle evasivas para que no estuviéramos juntos.
—Escuché a Lía planeando algo para ti y ella esta noche, por lo que
propongo que nos vayamos ya a Vikings —avisó Darius, y tomé mi
cazadora—. Es posible que Dominik se nos una, llegó al país ayer para una
reunión referente a una asociación que están llevando a cabo con Fabio —
añadió.
Con todo lo que había hecho esa semana, a Amelia no le quedó duda de
que le cumpliría mi promesa, así que regresé a mi apartamento y conseguí
nuevo móvil, aunque no me confiaba y me mantenía pendiente de que no
me siguieran o pincharan mis llamadas. También volví a trabajar con mi
equipo y me aseguré personalmente de que Belial estuviera recuperándose.
Sin embargo, ni él ni Lilith estarían conmigo por un buen tiempo, ya que
Belial tendría que tomar terapia luego de que el rubio imbécil, escolta de
White, le rompiera una pierna antes de dispararle cinco veces. Y su chica
sería su enfermera personal.
—¿Crees que no será incómodo estar con Dominik luego de lo que pasó?
—cuestioné.
Darius ya sabía que medio follé con Amelia, razón por la cual Isabella
me mandó al infierno. Además de que le platiqué porqué me encontró
besándola noches atrás.
—Dominik es más maduro que nosotros, por eso se alejó, viejo —
recalcó, y le di la razón—. Les he enviado mensajes a los demás para que se
unan a nosotros. Owen dice que te vayas a la mierda —añadió, y me reí.
Él y Lewis no se habían despegado de los alrededores de mi
apartamento, o el de la Castaña en ese momento, para informarme cuando
ella volviera. Así que era obvio que no le cayó en gracia que nos fuéramos
de fiesta sin ellos.
—Deja fuera a Tarzán —advertí porque quería poder quitarme la
máscara, y con él me sería imposible.
—Claro, Tarzán fuera —concedió, y asentí.
Apagué mi móvil al subirme a su coche y le pedí que le avisara a los
mellizos que se comunicaran con él si debían informarme algo, ya que, si
Amelia planeó cualquier cosa para nosotros esa noche, trataría de
contactarse conmigo a como diera lugar, por lo que creí que podía usar la
excusa de que me quedé sin batería y por eso no cogí sus llamadas, para
librarme de sus malditos reclamos.
—Bentornato, fratello[9] —Darius recibió así a Dominik, hablando
italiano, cuando este entró al privado donde nos encontrábamos rato más
tarde.
Bufé una risa, pero no por burla, sino porque Dominik también lo hizo al
escuchar a su amigo y su pobre intento por parecer un nativo italiano con
una oración tan corta. Marcus y Serena miraron alternamente entre él y yo,
esperando nuestras reacciones al saludarnos. Algo que me causó gracia, ya
que no éramos rivales en ningún sentido, aunque las cosas se nos hubieran
salido de las manos.
—Bienvenido de nuevo —le dije yo, poniéndome de pie luego de que
Dominik saludara a Serena con un beso en la mejilla.
—Gracias, hermano —respondió tomándome de la mano y acercándome
a él para darme unas palmadas en la espalda.
Nos sentamos enseguida de eso y, al quedar frente a mí, noté cómo miró
la máscara y los guantes que dejé a mi lado, percatándome de que
enseguida de eso se perdió por unos segundos en sus pensamientos o
recuerdos, antes de que Darius llegara con un botellín de cerveza para él.
—Necesito algo más fuerte —señaló.
—Esta es solo para empezar la noche —aclaró Darius con voz divertida,
y Dominik rio aceptando la bebida.
Los cinco comenzamos a conversar y lo pusimos al tanto de algunas
cosas que sí podía saber, así como él nos contó lo que había hecho en el
tiempo que se ausentó y lo que estaban logrando con su hermano y las
clínicas de salud mental que abrieron en su país, y las que pretendían fundar
en el mío.
Hasta que de un momento a otro Serena convenció a Marcus para que
fueran a bailar y Darius se perdió con una de las meseras del club, lo que
nos dejó únicamente a él y a mí solos.
—¿Cómo te ha ido con ella? —Dominik fue quien se atrevió a dar ese
paso, y exhalé un suspiro porque la respuesta a su pregunta desencadenaría
verdades que de seguro a él le dolerían—. ¡Maldición! No sé si tu reacción
sea por muy bien o muy mal —murmuró entre risas.
—Seré directo y conciso —advertí.
—Por favor —me animó él.
—Para volver a ser libre tuve que ceder a sus caprichos, esta vez sin la
máscara —solté, y rio sin una pizca de gracia, mordiéndose el labio con
brusquedad y conteniendo la respiración—. A penas y… la toqué —añadí,
corrigiéndome antes de usar la palabra penetrar, aunque él no era imbécil y
lo entendería—, porque nos interrumpieron. Y desde ese día ambos hemos
estado muy ocupados, así que no he tenido que recurrir de nuevo a ese
método.
—Tengo ganas de arrancarte la piel justo ahora, pero antes tendría que
arrancármela a mí mismo por estúpido —resopló, y medio reí al entenderlo.
Me odiaba, quería matarme, pero ambos sabíamos que no fue mi culpa,
además de que para Amelia siempre fui yo cuando él ocupó mi lugar.
—No sirve de nada, pero recuerda que, si no estuviera obligado, jamás le
pondría un dedo encima.
Si no hubiera estado achispado, o borracho, para ese momento, habría
utilizado palabras crudas al decirle eso, porque sobrio podía ser más hijo de
puta.
—Lo sé, hombre —admitió él casi en el mismo estado que yo.
Y habríamos seguido con esa conversación si Darius no me hubiera
enviado un mensaje al móvil de Dominik, para darme un aviso de los
mellizos.
—Vuelvo en un momento —le dije a Dominik.
El privado tenía salida a la azotea, así que me fui enseguida hacia allí y
encendí mi móvil para llamar a Isabella, ignorando todas las llamadas y
mensajes que Amelia me dejó.
Ese había sido el mensaje de los mellizos (que Darius me transfirió con
Dominik), vieron a la Castaña llegar horas atrás al apartamento, pero no me
avisaron hasta ese momento porque querían asegurarse que esa vez si fuera
ella y no su amiga.
—Deja de jugar conmigo, Bonita —la exhorté, esperando a que cogiera
mi llamada.
El corazón martilleaba mi pecho ante la expectativa de su respuesta, pues
era la primera vez que hablaríamos en días (si se dignaba a responderme),
luego de que ella se fuera con el imbécil de Elliot y apagara su móvil para
que yo no la jodiera. Y únicamente tuve que conformarme con que Darius
usara sus contactos para confirmar que se encontraban en California,
encargándose de la sede original que Enoc le heredó a White, y que incluso
Bartholome Makris y Perseo Kontos la visitaron para una reunión de la que
los Grigoris de Virginia no tenían idea. Lo que me dio a entender que la
Castaña estaba tomando cartas sobre el asunto referente a la traición.
—Arruinas mis momentos de tranquilidad.
Sonreí sardónico al sentirme como el imbécil que no se cansaba de
rogarle a la inalcanzable, cuando White me respondió de esa manera.
—Tú, en cambio, me tranquilizas en momentos de locura. —Mi antiguo
yo no le habría respondido así. Es más, la hubiera dejado de buscar desde
hace mucho tiempo, porque era consciente de que, por muy cabrona que
fuera, necesitaba a Sombra y, con tal de conseguir lo que quería, actuaría
como una chica sumisa, deseosa y rogando por mi atención.
No obstante, estuve demasiado tiempo sin ella, por lo que no quería
alejarla ahora que podía tenerla, a pesar de utilizar una jodida máscara.
Además de que estaba descubriendo que esa versión hija de puta de la chica
me provocaba más que la anterior.
Maldito karma.
—¿Nunca te ha tocado vivir situaciones en la vida que ya las has vivido
antes, sin embargo, las vives de nuevo de diferente perspectiva? —le
pregunté, sintiéndome de pronto más borracho que minutos atrás.
Y escucharla reír fue como ingerir otro vaso de licor, me relajó. Lo hizo
porque desde que estuvimos en la cabaña no volví a oír ese sonido que en el
pasado me regaló en incontables ocasiones. Aunque mientras la
conversación fluyó entre nosotros descubrí que su risa no había sido más
que el canto de sirena, arrastrándome a un puto infierno mental que me
descolocó y avivó de forma bestial mi instinto asesino.
—Eres cruel, Pequeña —señalé ante su cínica respuesta, luego de captar
lo implícito en las palabras que utilizó, cuando le dije que esperaba que
Elliot no se hubiera comido lo mío.
—¿Y no dicen que serlo es bueno? —me provocó.
Ella de verdad me creía un estúpido que se tragaría lo que dijo como una
broma inocente de su parte.
—Ya te enseñaré yo lo bueno que es serlo —advertí—. Porque dicen que
al cumplir ciertas promesas me vuelvo bastante cruel. —Estaba recordando
lo que le hice a Caron luego de que White lo usara para darme celos, y
esperaba que ella también estuviera pensando en eso—. Y si descubro que
Elliot te tocó, entonces reza para que no caiga en mis manos —amenacé.
—Si lo tocas atente a las consecuencias, porque te haré conocer el
infierno.
Me reí abiertamente esa vez, notando que esa hermosa hija de puta
todavía no entendía que el infierno podía ser yo. Y ella sabía cómo
encenderme.
—Pues bienvenido sea, Bella —zanjé, mandando a la mierda al Sombra
flojo que ella veía en mí—. Arderemos juntos en él.
—Hijo de…
No terminé de escucharla porque corté la llamada, apretando el móvil
entre mi mano, luchando y sufriendo con las imágenes que la maldita
cabrona puso en mi cabeza al negar pero insinuar, al mismo tiempo, que el
hijo de puta de Elliot consiguió, después de años, tenerla como tanto
deseaba.
—Vas a conocer mi infierno, pequeña mierda —gruñí entre dientes.
Luego de eso volví al privado para terminar todo el alcohol que estuviera
a mi alcance, maquinando a la vez las cosas que le haría a Elliot cuando lo
tuviera en mis manos, pero antes de entrar me detuve de golpe al escuchar a
Amelia discutiendo con Dominik, este se escuchaba robotizado y, cuando
me asomé para comprobar lo que sospeché de inmediato, lo encontré con la
máscara y los guantes puestos.
¡Joder! El cabrón había llevado el cambiador de voz con él y me di
cuenta justo en ese momento.
—¿Por qué eres tan diferente conmigo cuando tienes la máscara puesta y
estamos a solas en este plan? —le cuestionó ella. Dominik gruñó y le
sostuvo el rostro en un santiamén, y la adrenalina se apoderó de mi cuerpo
ante el temor de que ella nos descubriera—. ¿Por qué vuelves a ser Sombra
cuando sabes que no lo quiero a él?
—Me cago en la puta —susurré, pegando la parte de atrás de mi cabeza a
la pared, mirando hacia el techo y conteniendo la respiración.
Era de esperar que ella me buscara en el club para reclamarme por no
responderle y dejarla con sus planes gracias al aviso de Darius, pero…
mierda. ¿Por qué tenía que ser tan intensa conmigo?
—Digamos que este disfraz es parte de mi alter ego. Y en este momento
estoy tan borracho que te veo como a esa chica inalcanzable a la cual quiero
follar para mostrarle lo que se pierde por no voltear a verme. Así que deja
de discutir conmigo —demandó él.
—Joder, imbécil —solté, y reí al escucharlo.
Admitía que sí actuaba como yo, ya que, aunque la estaba seduciendo, no
dejó de ser egocéntrico y frío con ella.
—Idiota —murmuró Amelia, y alcancé a escuchar la sonrisa en su voz.
Gimió enseguida de eso y me asomé para ver lo que pasaba—. Tengo que
ofenderme por eso que has dicho, pero… ¡oh Dios!
Dominik había metido las manos por debajo del vestido de Amelia y
noté que una de ellas estaba perdida entre la parte delantera de la chica. Y
menos mal que esa noche decidí usar guantes que solo cubrieran la mitad de
mis dedos, lo que nos favoreció para que él no tuviera que quitárselos
mientras la tocaba como de seguro lo estaba haciendo.
—Oféndete mientras te hago mía, no me importa.
Puta madre.
No me era grato estar en el mismo lugar que ellos en ese momento. Y
menos al escuchar que los gemidos de Amelia iban en aumento. Sin
embargo, tuve que quedarme donde estaba porque tampoco me era
conveniente regresar a la azotea y arriesgarme a que alguno de sus hombres
me viera si decidían custodiar los alrededores, como casi siempre hacían.
Y no le temía ni me desagradaba el voyerismo, o la excitación auditiva,
pero definitivamente, luego de las cosas que Isabella puso en mi cabeza y
mi discusión con ella, el placer a través del sexo era lo que menos me
apetecía.
Quería asesinar en realidad. Y a una persona en especial.

—¡Sombra, Tarzán es un infiltrado! Conseguí sacarle esa información,


pero el maldito me dejó inconsciente cuando se dio cuenta de mi verdadero
plan.
Sonreí mientras, una semana más tarde (en la que evité buscar a
Isabella), veía cómo ese maldito asiático se reunía con Caleb y Maokko
(según la información que me dio Darius de la chica bocazas), para auxiliar
a Elliot, y escuchaba atento a Serena por el auricular en mi oído.
—Déjame adivinar: es un Silencioso —ironicé para mi compañera.
Me metí los dedos entre las hebras de mi cabello, en la parte de atrás de
mi cabeza, luego de sentir la humedad, y al verlos noté la sangre que me
provocó el golpe que me dio el tarzán asiático después de atacarme por la
espalda.
—¿Cómo… cómo lo supiste?
—Eso no importa —respondí—. ¿Estás bien? —sondeé al escucharla
titubeando.
Tenía en la mira a aquellos cuatro, podía acabar con la vida de Elliot
desde mi escondite para dejarle claro mi punto a Isabella, ya que no lo
entendió con Patterson, pero mi ataque al malnacido de mi primo fue por la
desconfianza y lo que esa provocadora me hizo imaginar. Así que, si él
conseguía vivir, esperaba que a ella no le quedaran ganas de volver a
burlarse de mí.
O no confirmar que sí pasó lo que tan enfermo y desquiciado me tenía,
ya que fantasear con la Castaña rezando por esa mierda aumentaba mi
excitación y mis ganas de buscarla de nuevo para demostrarle que era más
mía que suya.
Y no quería que nada borrara esa imagen tan divina de mi cabeza.
—Creo que pudo haber sido peor.
—Supongo que le diste el polvo de su vida, por eso te dejó vivir —señalé
luego de la respuesta de Serena.
—Eso no te importa, idiota —chilló ella, y cerré un ojo al sentir que me
explotaría el tímpano.
La molestia mermó al concentrarme en la huida de los Sigilosos y me reí
de nuevo porque Isabella lo volvió a hacer, tuvo los ovarios de meter un
infiltrado a la organización, y entonces comprendí por qué en muchas
ocasiones Tarzán favoreció mis planes y me cubrió con Lucius. Entendí la
razón de asegurar que a los Yakuzas no les importaban ciertas misiones, y
supuse que él hizo su parte para que la mafia cortara todo tipo de relación
con los Vigilantes.
Isabella estaba siendo una buena tejedora al entrelazar todos los hilos
para deshacerse de una jodida vez de la organización a la cual a Grigori le
costó desmoronar.
—Vete a nuestro búnker, nos veremos allí —corté mi llamada con Serena
luego de eso, y regresé al coche, descubriendo en el camino que Tarzán dejó
inconsciente a Marcus para que este no me avisara de su presencia.
Mierda.
De verdad le pudo haber ido peor a Serena al animarse a seducir al
asiático ese día, aprovechando un nuevo espectáculo que se hizo en Vikings
para los clientes especiales. Y yo la alenté a hacerlo porque mis dudas sobre
él incrementaron al solaparme en más misiones, ya que el abuelo me enseñó
que demasiado bueno era sinónimo de que algo tramaba.
Y de hecho, pretendía alejarlo de la misión que planeé para atrapar a
Elliot, por lo que me sorprendió que se hiciera presente a último momento,
asegurando que Serena se quedó descansando porque se sentía exhausta,
comentario que a Lewis no le hizo una puta gracia.
No me negué a que nos acompañara porque Amelia en su papel de
Fantasma se lo permitió, pues según ella emboscaríamos a Isabella, un
regalo que yo fingí que le daría tras descubrir a David tratando de
manipularla, luego de perder definitivamente la alianza con la Bratva y ser
amenazados por los irlandeses y los italianos. La maldita serpiente quería
convencerla de darme un castigo más severo a mí porque yo inicié todo al
asesinar a Caron, y además, metió su cizaña con Lucius para que este le
exigiera a su hija cazar a White.
Así que aproveché que Alice me informó (después de una llamada que
tuvo con Elliot) sobre la salida de los Grigoris esa noche a Dark Star, en la
que me aseguró que Isabella no los acompañaría, pero sí Maokko y el otro
asiático que era obvio que la Castaña puso para cuidar el culo de mi primo.
E incité a Amelia afirmándole que era nuestra mejor oportunidad para dar
un golpe y le mentí, fingiendo que con eso le daría una única oportunidad
de poner sus manos encima de White.
No fue tan fácil tomar la decisión de arriesgarme con ese plan, de hecho,
lo más difícil se me presentó cuando tuve que enfrentarme a mis amigos, a
mi hermana, y yo estar en el bando contrario esa vez, siendo su atacante en
lugar de defensor. Sin embargo, era un riesgo que al final me ayudaría a que
los Vigilantes no hicieran nada peor, por lo que seguí adelante, ordenándole
a mi equipo que únicamente se encargaran de dejar inconscientes a los
Grigoris, luego de que Amelia se marchara furiosa tras dar la orden de que
ejecutaran a mi antigua élite, al perder la única oportunidad que le di de
dañar a White y que ella no estuviera con ellos.
Y, aunque me enfrentara a su furia luego, celebré que todo saliera tal cual
planeé cuando puse mis manos sobre Elliot y me lo llevé al lugar en donde
le haría conocer una pequeña parte de mi infierno, ayudado por Marcus, el
único al que hice partícipe de ese hecho para que me apoyara. Amelia no
conseguiría dañar a Isabella, pero igual le daríamos un golpe a los Grigoris
con el que Lucius y David deberían conformarse.
Con lo único que no conté fue que Tarzán era un infiltrado de los
Sigilosos, no obstante, esa información haría que me librara de las
interrogantes que de seguro Amelia me haría al vernos.
—¿Qué está sucediendo? —le pregunté a los mellizos cuando entramos
al búnker principal de los Vigilantes y vi el alboroto de todos.
—Lucius está aquí —avisó Owen, y sentí la pizca de temor en su voz.
—Está con Lía en la oficina, deberías ir —aconsejó Lewis, y asentí,
encaminándome hacia allí.
Escuché que Marcus les pidió conseguirle un calmante para el dolor de
cabeza que había sufrido desde que se despertó del ataque de Tarzán, y
recordé a Serena.
—Lewis, ve en busca de Serena —ordené, y noté que se tensó, pero
obedeció.
Al llegar a la oficina de Lucius escuché la discusión que él tenía con
Amelia, cómo la estaba humillando, y negué con la cabeza, viendo a través
de la puerta entreabierta que ella hacía un esfuerzo para no demostrarle lo
que le afectaban sus palabras.
—¿Por qué le hablas así? —me entrometí, entrando a la oficina sin ser
invitado.
A ambos les tomó por sorpresa mi acto, ya que era la primera vez que me
animé a defenderla.
—Porque quiero y puedo. Y tú mejor no te metas, maldita mierda —
espetó él, señalándome con el dedo índice.
—Podrás ser su padre, pero ella es mi chica. Y ya estoy harto de que
después de huir y esconderte como una maldita rata asustada regreses con
tus reclamos cuando lo único que tu hija ha hecho es hacerle frente a los
problemas que tú no has tenido el valor de enfrentar.
Los ojos de Amelia casi se salen de sus cuencas al escucharme, sin
embargo, vi cómo se irguió, retomando el valor que a veces la
caracterizaba. Lucius por su lado cambió de colores, incrédulo, indignado y
más furioso por atreverme a tanto.
—¡¿Cómo te atreves, malnacido?! —largó Lucius, y me tomó de la
camisa. Al parecer todavía estaba débil, ya que no sentí fuerza en su agarre
—. Acabamos de perder la alianza con la Yakuza porque esta perra desvió
los envíos de su mercancía a otro lado, y tú crees que tienes derecho a
hablarme así.
—Yo no…
—¡Tú te callas, estúpida! —exigió, y evité mirar a Amelia, escondiendo
a la vez mi sorpresa por lo que admitió—. Y, para colmo, ahora que le doy
una oportunidad de castigar a nuestros enemigos, me falla.
El hecho de que Amelia dudara al intentar negar la acusación que su
padre le hacía, me hizo sospechar que sí había metido su mano en eso, de
seguro ayudada por Cillian. Por lo que tenía que actuar con rapidez para
hacer mi parte y con eso conseguir que ella estuviera más de mi lado.
—Ella no te falló, tú mismo te jodiste al aceptar a un enviado de los
Yakuzas antes de investigarlo —solté, utilizando la información sobre
Tarzán a mi favor.
—Bien, me has hartado, perro maldito —escupió él, sacando un arma,
dispuesto a dispararme.
Pero Amelia fue rápida y se colocó frente a mí, pretendiendo
defenderme, situación que a su padre solo le indignó más.
—Yo no te importo, pero sí lo que sé y todo lo que está en mi maldita
cabeza, por eso no te has atrevido a hacerme olvidar, ¿cierto, papá? —lo
provocó ella, y vi cómo la furia ensombreció más el semblante decrépito de
ese viejo—. Sí, sé que te importa que, a pesar de perder algunas de nuestras
alianzas, tengo el poder de conseguir una mundial y que tanto anhelas ¿no?
—Sonreí cuando la frustración comenzó a apoderarse de él.
Vaya, vaya. La Dahlia negra, incluso con su desbalance mental, ponía a
cagar a un imbécil que se creía sano e inteligente.
—Puedo obligarte a que hagas lo que yo quiera —aseguró él alzando
más el arma para apuntar a mi cabeza.
No le temí.
—No, papito, no puedes. Porque sabes bien que una sola tortura más
para él y me pierdes, ya que yo no tengo miedo a suicidarme para no ver
que lo dañes. —Hasta a mí me sorprendió esa declaración de Amelia, pues
sabía que no mentía.
—El enviado de los Yakuzas no era más que un infiltrado de la hija de tu
amada Leah —hablé yo, obteniendo la atención de ambos—. Lo he
descubierto en el ataque de esta noche, algo que tú pudiste haber sabido con
tiempo para evitar toda esta mierda si lo hubieras investigado.
Lucius iba a directo a sufrir un paro cardiaco con todo lo que estaba
descubriendo y el enfrentamiento con su hija, algo que deseé que pasara,
pero no tenía tanta suerte. Así que opté por seguir hablando, aprovechando
que dejó de amenazarme, y les informé todo lo que sabía, comenzando con
mi desconfianza hacia el asiático, la cual tuve desde el principio y que ellos
fueron testigos, hasta llegar a la parte de la participación de Serena (sin
exponerla).
—Y con todo esto, no dudo que haya sido él quien de verdad desvió los
envíos. De hecho, puedo asegurarte que intervino con el que hice hacia
Noruega, ya que me acompañó y estudió mis movimientos, por órdenes
tuyas. Así que cobra más sentido que los Grigoris se adjudicaran ese logro
—desdeñé.
—¿Y cómo me demuestras que tú no supieras que era un infiltrado desde
antes y que por medio de él le enviaras información a tu padre? —sondeó, y
me reí.
—Tu hija puede dar fe de cuántas veces le pedí que lo sacara de mi élite.
Tú mismo me lo impusiste cuando notaste que no me agradaba su
presencia, con tal de joderme —recalqué lo obvio—. Incluso la obligaste a
ella a hacer misiones con él, Lucius. Así que no me salgas con estupideces,
si eres nuestro testigo directo de que no queríamos a ese tipo con nosotros.
—Es cierto, papá —me secundó Amelia—. Sabes que ni Derek lo quería
con él, pero te empeñaste en meterlo en nuestros equipos únicamente
porque querías quedar bien con Shinoda.
—¡Demonios! —gritó él al verse acorralado con nuestra defensa, y nos
dio la espalda.
Nos miramos con Amelia y vi en sus ojos que celebraba todo lo que dije
para protegerla.
Aunque estaba claro que lo que hice fue una movida que me podía jugar
a favor o en contra, puesto que enfurecí más a Lucius y expuse todavía más
a Isabella al culparla de lo que estaba pasando. Sin embargo, me obligué a
confiar y creer, con todo lo que había visto desde que la encontré en Tokio,
que ella estaba más protegida que cuando su padre vivía.
—Gracias por salvarme tú esta vez —dijo Amelia cuando llegamos a
nuestro búnker.
Su padre se había comprado toda mi mentira y medias verdades, dejando
de desconfiar de ella, aunque, como lo temí, puso a Isabella de nuevo en su
mira y lo único que conseguí fue un acuerdo de que no la tocarían mientras
ella no volviera a meterse en su territorio y asuntos, pero, si lo hacía,
responderían sin piedad.
—¿Cillian te ayudó? —cuestioné, y ella apretó los labios, haciéndose la
desentendida—. Tarzán pudo haber intervenido con el envío de Noruega,
pero no con los demás. Y solo tú tienes ese poder, apoyada por tu amante
irlandés —afirmé, y por un momento vislumbré su nerviosismo.
—No te metas en lo que no te importa —replicó, y eso me hizo reír—. Y
confórmate con mi gratitud por sacarme de este embrollo.
—Agradéceme entregándome a Dasher de una jodida vez. —Alzó ambas
cejas ante mi demanda, sobresaltada—. Y no quiero excusas o que alargues
esto, Amelia, porque sabes que me lo he ganado.
—Ella no estuvo con los demás esta noche —me recordó, queriendo
librarse o entretener de alguna manera el cumplir su promesa.
—No es mi problema que fuera tan astuta —repliqué, y tensó la
mandíbula. Que hubiera estado Maokko fue un punto a mi favor, ya que
hacía más creíble que sospecháramos que Isabella también los acompañaría
—. Yo cumplí mi parte al darles el duro golpe con Elliot.
—Qué conveniente, no. —Bufó una risa sin gracia tras decir eso.
—Lo sea o no, di mi golpe y cumplí mi parte. Cumple tú la tuya —
demandé.
—Prométeme que, aunque lo recuperes, no harás nada para buscarla —
solicitó.
—No hago la misma promesa dos veces, Amelia. Así que deja de jugar y
entrégame a Dasher —exigí entre dientes, y noté que se puso nerviosa por
mi actitud—. Además, ya te aseguraste mejor de que no la busque, ¿no? —
la chinché, dando golpecitos en mi sien con dos dedos, en señal del
dispositivo que me colocó.
—Te lo puse para resguardarte, no para dañarte.
Me reí por cómo quería disfrazar las cosas.
—No importa para qué haya sido, igual espero que me cumplas. Y ahora
que ese jodido asiático no te estorbará, te doy dos semanas máximo para
que me digas dónde me entregarás a ese pequeño.
—Pero…
—Dos semanas, Amelia —la interrumpí, y tras eso me marché a mi
habitación en el búnker, para que no tuviera oportunidad de seguir
replicando.
La escuché maldecir a mis espaldas, y sonreí.
Después de todo, no conseguí asesinar a Elliot, pero sí le envié una
última advertencia a Isabella, y de paso logré tener a Amelia en mis manos,
así que debía aprovechar y seguir, ahora que veía más cerca el final de ese
túnel en mi vida.
Capítulo 20
Cinco minutos
Elijah

Marcus ni siquiera se atrevió a decirme nada cuando entró a la oficina de


Rouge, el club en el que me vi con Isabella luego de que Darius se hiciera
responsable del lugar por orden de Amelia (ya que ella seguía demasiado
ocupada con los problemas en la organización), y que él se encargara de que
fuera seguro para recibir a la Castaña.
La furia que sentía era tan monumental como mi erección y frustración
después de que esa mujer se marchara, dejándome excitado e indignado
porque se atrevió a mentirme en la puta cara con todo el descaro que nunca
imaginé que ella poseía.
¿Qué hiciste con mi chica inocente, White?
Mierda.
Yo mismo tenía la respuesta a esa pregunta, pero igual me la hice.
—Dime, por favor, que no le dijiste lo de la hija de Gibson.
Simplemente negué con la cabeza ante la petición de Marcus cuando se
animó a hablar. Me mantuve mirando a través del ventanal, a las personas
laborando en la planta baja del club. Recordando todo lo que pasó en mi
encuentro con meree raanee.
Mi reina.

—¿Dejaste que ese hijo de puta te tocara por lo que viste en Karma?
—No me acosté con Elliot. —Isabella me mintió con tremendo descaro.
—Trata de ser más convincente, Pequeña manipuladora. Porque, si lo
dejé en una maldita cama de hospital solo por lo que sospecho, no quieres
saber lo que le haré donde no me convenzas de que no permitiste que
borrara mis huellas.
—¿Tan inseguro estás de lo que hiciste al follarme? —La cabrona se rio
cuando apreté más mi agarre en su cuello, cortándole la respiración, luego
de provocarme así—. Con Darius estuviste seguro de que mi cuerpo
reacciona solo a ti. ¿Qué pasa, cariño? ¿Perdiste el toque?
¡¿Qué demonios le sucedía?! ¡¿Era tan suicida como para llevarme al
punto de no retorno?!
—Corta la maldita electricidad de este piso —le pedí a Marcus por mi
intercomunicador.
Acto seguido tomé a esa mujer de la cintura y la llevé hacia la mesa de
licores, sentándola en ella y metiéndome entre sus piernas, sintiendo cómo
se tensó por mi acto.
«Muy cabrona, pero incluso así te afecto, Bonita».
—¿Te acostaste con esa mierda? —gruñí, volviendo al punto.
Mi reacción la sobresaltó, y noté el nerviosismo en sus rasgos.
—No, pero pensé en hacerlo, ya que sí, Sombra, verte con ella me hirió
el orgullo porque creí en tus malditas palabras. Sin embargo, no pude con
la idea de dejar que otro me tocara.
Se empeñó en ser más convincente esa vez. Tanto que dejé de agarrarla
por la garganta para tomarle la barbilla y mirarnos a los ojos. Y me reí
porque a pesar de su esfuerzo, de lo mucho que podía cerrar las ventanas
de su alma, noté que sí le hirió verme con Amelia, pero en lugar de llorar o
lamentarse quiso devolverme el golpe.
—¿Por qué no? —sondeé, analizando cómo mentía.
—Por ti —musitó.
Me cago en la puta.
¿Hasta qué nivel de imbecilidad me había llevado que prefería darle el
beneficio de la duda únicamente porque me gustó lo que dijo? Y se lo seguí
dando incluso cuando Marcus se encargó de apagar las luces de ese nivel y
White dejó de manipular su mirada, mostrándome lo mentirosa que se
había vuelto. Pude verla porque con ella de regreso en mi vida usaba más
las lentillas inteligentes que los griegos me dieron para ver en la oscuridad.
Y con Isabella cerca, mi entorno se volvió muy oscuro y turbio.
—Elegiré creerte únicamente porque tu mirada me confunde —mentí
también, y se mordió el labio para no sonreír.
Hija de puta.

«¡Maldición, abuelo! Apuesto a que nunca imaginaste que le llamaría así


a mi reina manipuladora», pensé al rememorar mi encuentro con White.
Y estaba seguro de que en el pasado no habría permitido que me viera la
cara de imbécil, pero también aseguraba que ella jamás le hubiera hecho
algo así a su Elijah.
Y yo era Sombra, su caballo. La pieza que usaba únicamente para su
propio beneficio.
—Prepara al equipo, porque, así Amelia no acceda, vamos a ser parte de
esa emboscada —demandé para Marcus, respondiéndole a lo que me dijo.
—¡Joder, Sombra! —se quejó—. Deja de arriesgarte por ella y no nos
arriesgues más a nosotros —pidió.
Me giré para enfrentarlo.
—Prepara al. Maldito. Equipo —ordené entre pausas—. Y, si quieres
quedarte fuera tú, hazlo.
Negó con la cabeza, mirándome con incredulidad mientras las aletas de
su nariz se movían con exageración por su respiración agitada.
—Sabes que no te dejaré solo, imbécil —alegó.
Podía ver que su molestia ya no se debía únicamente a lo que Isabella le
hizo a Alice por mi culpa, sino a que en serio le enervaban mis ganas de
meterme en problemas, por mi jodida obsesión de estar cerca de la mujer
por la cual él y los mellizos recibieron un castigo luego de caer en la trampa
a la que me arrastró.
—No lo estaré. Los mellizos y Serena me acompañarán, junto a los
amigos de Belial.
Lo dije en serio, no me molestaría si él no me acompañaba, ya que desde
lo de Caron, Lucius y David lo habían puesto (con los mellizos) en su lista
negra. Y en varias ocasiones descubrimos que también a ellos los vigilaban,
quizá con la esperanza de que dieran un paso en falso que me afectara a mí.
Pero no contaron con que Belial y Lilith tuvieran a tres compañeros de
cama dentro de la organización. Y que los lazos que formaban en su mundo
(el BDSM), eran muy fuertes y traspasaban a la vida cotidiana. Razón por
lo cual esos tipos se mantenían fieles a la pareja, y por ende a mí.
Fueron ellos los que nos informaron sobre los Vigilantes que seguían a
mi equipo, así que tomamos nuestras medidas. Y por eso entendía a
Marcus, estaba en su derecho de negarse a ayudarme para que no se fijaran
tanto en él y descubrieran que tenía a una ex embarazada.
—No me importa. Ellos no son capaces de intentar ponerte un freno
cuando la estás cagando —replicó.
—Ni tú tampoco —afirmé con sorna, y él bufó una risa.
—Porque no he querido usar la fuerza —resaltó haciéndome reír—. Ya
mejor dime por qué te arriesgaste con ella esta vez —sondeó—. ¿Por qué le
dijiste lo de Gibson?
Lo miré antes de responder, teniendo claro que no se debió únicamente a
que valoraba la fidelidad de ese viejo sarnoso de Gibson con Grigori. Lo
que confirmé cuando no cedió a traicionar a mi padre incluso con todas las
amenazas que los Vigilantes, junto a su contrincante electoral, le hacían a su
familia.

—Lía maneja asuntos importantes para él, así que le pedí que no
permitiera que me sacaran del país y dijo que lo haría solo si la follaba.
—¿Por qué sigues con ellos? Ya me dijiste que tienes una promesa, pero
¿vale la pena soportar tanto cuando hablas de los Vigilantes con tanto
odio? ¿Por qué accedes a enviar personas para que los prostituyan o
descuarticen como si fueran ganado?
—Deja que yo lidie con mi propio infierno, y preocúpate por cuidar de ti,
ya que esa locura que cometiste al entrar a Karma ha vuelto locos a todos,
a Fantasma para ser más específico.
—¿Eres tan despreciable como ellos? ¿También violas y eres parte de los
secuestros además de los envíos?
—No, Bella. Hasta en los perros hay razas, así que deja de mezclarme
con esas escorias, ya que, así estemos en la misma mierda, nos mantenemos
en diferente nivel.
—Dame una sola razón para no mezclarte con ellos.
—Van a atacar a Gibson. Secuestrarán a su hija al salir de la escuela.

—No voy a permitir que dañen a más niños —le expliqué a Marcus, y lo
escuché suspirar.
«Y no pude con la idea de Isabella creyéndome como esas escorias, a
pesar de todo lo que hice».
En ese instante con ella dejé de lado mis celos porque siguiera
defendiendo a Elliot, o la mentira que le dije sobre Lía siendo hija de David
para que no ahondara en ese asunto y se metiera en más problemas. Pues
me afectó demasiado que me comparara con esas mierdas.
—Pudiste pedirle ayuda a Amelia con eso. —Me reí sin una pizca de
gracia al escuchar a Marcus—. Te habría ayudado y lo sabes —acotó.
—Tal vez sí, pero no estoy dispuesto a hacerle creer que la necesito —
zanjé.
Darius logró averiguar que, en efecto, Amelia sí desvió los envíos de
personas del destino al que a mí me obligaron a exportarlos. Algo que nos
tomó por sorpresa, ya que no creímos que a ella le importaran o que se
tomaría molestias, arriesgándose incluso para rescatarlas.
Habían llevado a las mujeres a países en donde ni Lucius ni sus otros
aliados ejercían ningún tipo de poder, a excepción de los O’Connor y sus
socios irlandeses. Y, pasado un tiempo, se encargaron de entregar a las
víctimas con sus familias, bajo un régimen muy discreto en el que ni las
autoridades podían enterarse para que no los expusieran.
Pero una de las chicas sí se atrevió a romper esa regla, según ella, para
abrirles los ojos a los demás y crear consciencia de los peligros a los que
estaban expuestos, sin prever que por querer aportar algo bueno a una
sociedad que no siempre se tomaba en serio los riesgos delató a la única
persona con el poder de ayudar desde adentro a todas las víctimas.
Y, aunque queríamos entender la verdadera razón de Amelia para hacer
eso y ofrecerle nuestra ayuda, no lo hicimos porque ella nos exigió no
hablar de eso, asegurando que no nos importaba.
—Bien, será como tú quieras —desdeñó Marcus, dándose por vencido.
A continuación, preferí cambiar de tema. Y le comenté sobre el plan que
tenía para que Amelia nos incluyera en la emboscada que le harían al
contingente Grigori que protegía a la pequeña hija de Gibson, ya que por
ningún motivo me quedaría esperando de brazos cruzados, sabiendo que
Isabella tomaría el lugar de sus compañeros. Y que de ese enfrentamiento
podría salir algo que no me perdonaría jamás.
También le dije sobre el ofrecimiento de la Castaña de culpar a su
infiltrado para que no sospecharan que yo o alguien de mi equipo habló de
la emboscada a la hija del senador, situación en la que Marcus estuvo de
acuerdo, pues era muy creíble que ese tarzán asiático hiciera bien su trabajo
de infiltración y, con eso, aplicaran otro golpe fuerte a la organización y
sobre todo al contrincante de Gibson.
Un golpe con el que los Vigilantes perderían a un posible aliado en el
gobierno, además de los que ya habían perdido.
—¿Tienes planes? Si no, vamos a mi apartamento y pedimos pizza —
invitó Marcus cuando decidimos marcharnos del club.
Me reí con ironía por su pregunta, ya que mi único plan podría haber
sido ir a mi apartamento y hacerme una paja para aliviar un poco mi
erección, que no desapareció por completo luego de que Isabella se
marchara y de mi conversación/discusión con él. Pero no quería perder el
tiempo en eso, así que acepté su propuesta.
En el camino conversamos de temas triviales y, cuando estuvimos a
punto de llegar a su apartamento, en la pantalla de su coche se activó la
notificación del mensaje que recibió de un remitente registrado como
Bocazas.
—¿Por qué sospecho que se trata de Maokko? —cuestioné, y se hizo el
imbécil—. ¿Qué ha sucedido entre ustedes?
—No te tenía por entrometido —rezongó.
—Solo quiero estar seguro de no hacerle una propuesta indecente a esa
chica y que a ti te moleste —mentí, provocándolo porque sabía lo posesivo
que él también podía ser.
—Ten cuidado, hijo de puta. Porque, así no soporte a tu reina, podría
darle una probada de mi chocolate únicamente para joderte a ti —devolvió,
y me reí.
Lo hice con burla, de él y lo que dijo, ya que yo no era un enfermo
celópata como algunos podían suponer. De hecho, solo llegaba a sentir
celos reales de tipos que sabía que tenían segundas intenciones con White, o
que notaba que a ella podrían interesarle más allá de una amistad o el sexo.
Por la primera razón es que asesiné a Caron, por la segunda estuve a punto
de conseguirlo con Elliot. Y por esa misma disociaba y quería matar a
Sombra, aunque fuera patético, ya que Sombra era la máscara, no quien la
portaba.
—Deja tu sucio chocolate para la Bocazas, ya que veo que te interesa
más de lo que estás dispuesto a aceptar —recomendé, y él sonrió de lado.
—Decisión inteligente —felicitó, y negué con la cabeza divertido—. Y,
para saciar un poco tu curiosidad, te diré que esa chica es más peligrosa de
lo que imaginé. Sobre todo en el sexo.
—¡Joder! ¿En qué momento follaron? —En cuanto hice la pregunta,
llegó a mi cabeza el recuerdo de la noche que asesiné a Patterson y el
señalamiento de Tarzán, de quien descubrí que se llamaba Isamu ese día—.
¡Mierda! También lo hicieron en la casa del sargento.
—¿También? —preguntó con un toque burlesco, y me encogí de
hombros.
—Espero que no hayan sido tan enfermos de hacerlo mientras nos
escuchaban —advertí, ya que él no ignoraba lo que pasó esa noche con la
Castaña en el comedor de Caron, aunque se hiciera como que desconocía de
lo que le hablaba—. ¿Marcus? —inquirí ante su silencio, y deseé matarlo al
ver que sus mejillas se enrojecieron—. ¡Hijos de puta! —largué.
—Te acabo de decir que la chica es peligrosa —se defendió, y lo miré sin
poder creer que me diera una excusa tan patética—. Y no es que los
estuviéramos escuchando, pero, a partir del momento en que supimos lo que
hacían, ella comenzó su juego y… la carne es débil, hermano.
—Vete a la mierda —escupí.
—Y no follamos, solo jugamos.
—Claro, eso es menos enfermo, ¿no? —satiricé, y noté que contuvo la
risa—. Con razón dejaste de burlarte de Belial y Lilith —añadí.
Él y los mellizos siempre le jugaban bromas a la pareja, a Belial sobre
todo, diciéndole que tenía que ver a alguien más follar para darle placer a su
chica, ya que las ideas se le habían terminado para complacerla por su
cuenta. Y curiosamente, luego de esa noche en la casa de Caron, Marcus ya
no se unía a las burlas de Owen y Lewis, y en ese momento entendí por
qué.
—No los vimos.
—Y más te vale que tampoco nos imaginaras por lo que escuchaste —
repliqué.
—No había necesidad, ya que esa bocazas se encargó de poner sus
propias imágenes en mi cabeza —rebatió, y sacudí la cabeza sin podérmelo
creer.
—Espero que no se hayan atrevido a escucharnos en el club —advertí,
refiriéndome a mi encuentro con White rato atrás.
—No te preocupes, la chica puede ser desinhibida y aventurera, pero
tiene un límite con los hombres comprometidos. Así que no quiso ni darme
la hora cuando nos vimos esta tarde.
—Pero tú no estás… espera, ¿le dijiste que tienes novia?
—Laisha me llamó para recordarme que teníamos una cita mañana. Ella
preparó todo para que la acompañe al ultrasonido que le harán. Maokko
escuchó parte de la conversación y, antes de que imaginara de qué tipo de
cita hablábamos, preferí decirle que era mi novia preparando algo para
nuestro aniversario.
—Mierda —murmuré.
Sabía que Marcus había conseguido un médico de confianza que
mantuviera el estado de Laisha (su ex) en secreto, al menos durante el
tiempo de riesgo, ya que pensaba sacarla del país para que ella y el bebé
estuvieran a salvo. Así que no podía juzgar lo que hizo.
—Mierda la que Maokko casi me hace comer por haber permitido
nuestro encuentro en la casa de Caron —soltó—. Y por poco me cuelga
luego de darle alas a sus juegos siendo un hombre comprometido según
ella.
Me reí sin poder evitarlo, ya que se escuchó afectado por una chica a la
que apenas conocía.
—Esa asiática loca te gusta más de lo que quieres admitir hasta para ti
mismo —afirmé.
—Es jodido que, cuando llega alguien diferente a tu vida, tienes que
dejarle ir por el mundo de mierda en el que te mueves —aseveró más para
él mismo, y lo comprendí.
Lo hice porque, de una manera u otra, ambos estábamos renunciando a
las personas que nos interesaban. Aunque yo fuera más reticente en dejar ir
a Isabella, sin importar que ella me creyera un descarado cobarde.

—¡Me cago en la puta! ¡Ya! —exigí, tomando de las muñecas a una


enloquecida Alice.
—¡Vuelve a tocarlo y haré que te arrepientas por el resto de tu vida! —
amenazó ella, y eso me sobresaltó.
Estábamos en el apartamento de Marcus, habíamos llegado un par de
horas atrás y sin previo aviso ella entró, yéndoseme encima, golpeándome y
reclamándome por lo que le hice a Elliot. Y me jodió que, después de
soportar los reclamos de White a causa de ese malnacido, tenía que
aguantar también los de la rubia que lucía rabiosa en ese momento.
—¡Jesús! Así te hubieras puesto cuando esa mujer te atacó —soltó
Marcus, y no se dio cuenta de su error hasta que su hermana se sacó un
zapato y se lo lanzó—. ¡Ya, Alice! —exigió el moreno encogiéndose para
cubrirse la cabeza cuando el otro zapato voló hacia él.
—¡Podía esperarlo de este idiota, pero no de ti, Marcus! —arremetió, y
negué con fastidio.
—Entiendo que la mierda esa te guste, pero no pretendas defenderlo y
encima enfadarte con nosotros, cuando no sabes ni por qué hice lo que hice.
—¡¿Y por qué lo hiciste?! —exigió.
Alice le estaba dando la espalda a Marcus en ese instante, así que él negó
para mí, pidiéndome con el gesto que tuviera cuidado con lo que diría. E
incluso con mi molestia comprendí que tenía razón, no podía dañarla con
mis dudas sabiendo que a ella le importaba demasiado Elliot, pues había un
cinco por ciento de posibilidades (del cien) que todo lo que presentía que
sucedió en California entre él y White solo fuera parte de mi imaginación.
—Hay deudas del pasado entre él y yo que todavía no saldábamos —
expliqué, yéndome por otra verdad, aunque ya no me importara lo que hizo
con Amelia—. Pero no te preocupes, si sobrevive, estaremos a mano —
aseguré, y Alice me miró con ganas de matarme—. A menos que se meta en
mi camino de nuevo.
—¡No lo amenaces! —exigió, apuntándome con un dedo.
Respiré hondo, harto de que a ese hijo de puta lo defendieran dos
mujeres importantes en mi vida, sin contar a madre o tía Eliza (la madre de
Elliot y a la cual solo yo llamaba por su primer nombre, pues todos se
referían a ella como Angelina). Ya que sí, esa rubia tonta se volvió
importante para mí como amiga, luego de todo el apoyo que me brindó,
incluso exponiendo su seguridad, sin esperar nada a cambio.
Hasta que conoció a mi primo y exigió que lo dejara en paz.
Y, cuando supuso que todo nos quedó claro a su hermano y a mí, se
marchó sin despedirse, y con Marcus simplemente nos miramos y
exhalamos al unísono un suspiro lleno de fastidio, luego seguimos
comiendo pizza y recibimos a los mellizos, también a Gabriel, Miguel y
Rafael (los amigos de Belial y Lilith), para comentarles acerca de cómo
pretendía que fuéramos incluidos en la misión del día siguiente.
Serena se estaba encargando de vigilar a Isabella en ese momento y me
informó de todos sus movimientos, incluso de lo poco que pudo leer en ella
desde la distancia, dejándome un tanto preocupado cuando mencionó que la
Castaña estuvo en una reunión con sus compañeros, de la cual salió
luciendo muy mortificada e incluso decepcionada.
—Logré averiguar por Sandra que el traidor mantendrá informado a
Derek sobre el desplazamiento del contingente Grigori —expuso Lewis, y
me tensé—. Ella nunca lo ha visto, pero sabe que es hombre por las burlas
que su jefe ha soltado.
—¿Nunca le has preguntado a Lía si ella también sabe quién es el
informante de su primo? —cuestionó Owen para mí, y meneé la cabeza de
un lado a otro.
—Aunque lo sepa, es algo que por ningún motivo me diría para no
perder su ventaja —repliqué, sintiendo el sabor amargo de la bilis en mi
lengua, furioso ante la certeza de que fuera un Grigori quien estuviera
traicionando así a la organización, y deseando tenerlo en mis manos para
darle el castigo que merecía.
—Trataremos de averiguar sobre él por nuestra cuenta —aseguró
Miguel.
—¿Cómo? —le preguntó Marcus.
—Conocemos a alguien que podría sonsacarle esa información a Derek
mientras lo tiene en la cama —nos confió Gabriel.
—Oooh, sí, ella es experta en eso. Aunque solo lo hace para nosotros —
añadió Rafael con una sonrisa pícara.
—No me digas que también ella les da esa información cuando la tienen
en la cama —sondeó Owen en son de broma—. ¡Dios! Quiero ser parte de
su mundo —exclamó tras recibir una risa como respuesta por parte de esos
tres.
Mierda.
Comencé a creer más en los consejos de Fabio en ese instante, cuando
aseguró que por medio del sexo ellos conseguían más confesiones que los
sacerdotes en sus iglesias.
Y yo sabía que no se conseguían únicamente confesiones, también
privilegios. Por lo que era consciente al llegar a mi búnker de que podía
evitarme las peleas con Amelia cuando le pidiera que me hiciera parte de la
emboscada a la hija de Gibson si me la llevaba a la cama, o a cualquier
rincón, para follarla como ella tanto deseaba.
—¿Por qué insistes en ir? Si sabes que mi padre no te quiere en ninguna
misión que tenga que ver con los Grigoris o sus aliados —me recordó.
Me había pedido que cenara con ella, pero yo iba satisfecho, así que
únicamente le acepté un trago.
—Quiero asegurarme de que no dañen a esa niña, ni que la envíen a
ningún lado —expliqué seguro.
—Te di mi palabra de que no permitiré que la lastimen —recordó, y me
reí.
Estaba sentado en una silla, la puse de lado a la mesa y no de frente
como era normal, para solo recargar mi brazo con el vaso del licor, así que
le fue fácil llegar a mí y sentarse en mi regazo, levantar la falda de cuero
que usaba y exponer más sus muslos.
—Prefiero asegurarme por mi cuenta —respondí sin inmutarme por su
cercanía.
Tenía el cabello suelto y por un instante me concentré en el parecido que
ella e Isabella compartían.
—¿Te quedarás en mi habitación si accedo?
—Deja de recalcar a cada momento que soy tu puta —espeté, y despegué
la espalda del respaldo de la silla con la intención de levantarme, sin tener
el cuidado de no tirarla al suelo.
—No quiero follar, únicamente te quiero a mi lado, Elijah —aseguró,
rodeándome el cuello con sus brazos, pegando su frente a la mía. Me
incomodó esa intimidad, y que usara mi nombre, mas no objeté porque era
aceptar eso o follarla. Y podía tolerar más lo primero—. Y deja de llamarte
así, porque, créeme, jamás daría mi vida por alguien que solo me satisface
sexualmente.
Dio un beso en la punta de mi nariz y la tomé del torso, tratando de
alejarla, pero no me lo permitió. Se quedó así, presionada a mí por varios
minutos, con su respiración acelerada y siendo tragados por la melodía de
Recover y la voz de Ruelle, sonando desde su móvil.
—¿Por qué te sigues aferrando a mí? Cuando puedes tener a tus pies a un
hombre que sí te ame y valore. —Pensé en Dominik al decirle eso, él estaba
más que enamorado de ella.
El tipo amaba los demonios de esa chica.
Me lo confirmó noches atrás, cuando la folló con pasión usando mi
máscara y, después de que Amelia se marchó, feliz por el polvo que él le
dio, Dominik se derrumbó frente a mí y me aseguró que trató de olvidarla
incluso con otras chicas, que se propuso a seguir con su vida. Pero le bastó
verla en ese momento, enfurecida conmigo, para terminar de comprender
que ella le robó el alma como el demonio que era.
—Porque me rehúso a perder de nuevo —admitió, y nos miramos a los
ojos cuando se separó de mi frente por su cuenta—. Me niego a que mi
padre me recalque una vez más que solo él me aceptará y que, haga lo que
haga, seguiré siendo un vapor vacío. Una capa de humo a la cual puedes
desvanecer sin problema.
Cualquiera podía tomar lo que dijo como un disparate, pero yo entendí lo
mierda que podía ser para ella, o para cualquiera, estar un día y que al
siguiente se olvidaran de ti como si jamás hubieras existido.
Y no lo entendí porque me sucedió, pues me enteré del sufrimiento de mi
familia cuando morí. Y me di cuenta de lo que Isabella sufrió al perderme.
Pero tenía una leve idea (con el interés de la Castaña en Sombra) de lo
mierda que se sentía pensar que esas personas que a mí me importaban se
estuvieran olvidando de mí.
—No quiero que me tome así del rostro. —Amelia hizo lo que dijo: me
acunó la cara con fuerza para que no dejara de mirarla—, y me diga que
siempre estaré demasiado profundo en la noche para ver el día.
—Yo te veo, Amelia. —Tragó con dificultad al escucharme—. Nunca
fuiste una capa de humo para mí, incluso cuando aseguraste que yo estaba
demasiado congelado por dentro y por eso no sentía la llama de tu amor —
confesé, recordando las veces que me reclamó por no devolverle respuesta a
sus te amos. O por dudar de lo que ella aseguraba que teníamos—. Te veía
en ese momento y no dejé de hacerlo incluso cuando me hicieron creer que
estabas muerta, así que deja de darle importancia a lo que te dicen personas
que solo te usan.
—Tú me usas —recalcó, y le regalé una sonrisa ladina.
—Ahora sí, pero no cuando nos conocimos —rebatí, y rio, lo hizo
divertida porque, así odiara lo que dije, no negué su acusación ni me
excusé.
—Entonces… ¿te quedarás a dormir conmigo? —preguntó,
aprovechándose de ese momento.
—No, así que más te vale cuidar a esa niña —advertí poniéndome de pie.
—¡Maldición! Odio que hagas eso —se quejó, refiriéndose a que casi
cayó de culo por mi movimiento.
—Entonces deja de montarte en mí —recomendé, actuando sereno, como
si no me afectara en nada que no cediera a que la acompañara a la
emboscada.
—No te quejas cuando follamos —me provocó, y solté una risa irónica.
—Sí, como sea. —Hice un gesto con la mano al decirle eso,
demostrándole que no me importaba su comentario ni le daría alas.
Me fui a mi habitación y me encerré con seguro, solo por si acaso
pretendía tratar de convencerme de dormir juntos. Y, al estar acomodado en
la cama, le envié un mensaje a mi equipo para que Miguel, Gabriel y Rafael
llevaran a cabo mi plan B con los Vigilantes de la élite de Derek que
acompañarían a Amelia. Marcus y los mellizos se encargarían de implantar
micrófonos en los lugares donde tuvo acceso Tarzán, o Isamu, para culparlo
a él del cambio de planes con el contingente Grigori, como White sugirió.

El mensaje de Serena se borró en cuanto lo leí, debido al programa de


encriptación para que no me descubrieran, y fruncí el ceño por el
significado de lo que me escribió.

—Mierda —murmuré, esperando que a padre no le hubiera ocurrido


nada.
Tenía conocimiento de que lo sacaron del país, pero ignoraba su rumbo,
y maldije por la incertidumbre.
Le escribí a Marcus, rogando porque él supiera algo por medio de
Maokko, pero me respondió con que la chica lo bloqueó de sus contactos,
cerrándome a mí la puerta para obtener alguna información sobre lo que le
pasaba a Isabella.
No obstante, al siguiente día, luego de haber estado en la emboscada
gracias a que Amelia se quedó corta de hombres de su confianza porque
inesperadamente la gente de Derek sufrió un virus estomacal, y de librarnos
de sus posibles acusaciones (referente al repentino cambio de los Grigoris
que cuidaban a la hija de Gibson) porque la élite de Lucius descubrió
micrófonos que de inmediato le inculparon a Tarzán, entendí la razón de
que Isabella estuviera tan mal.
—¡Sombra! ¿Qué te ocurre? —me preguntó Serena, llegando a mí
enseguida de que corté la llamada imprevista de White.
No le respondí y permití que me sentara en el sofá de la sala de nuestro
búnker. Sentí una presión en el pecho que me estaba ahogando y un dolor
en la garganta junto a un peso del tamaño de una bola de golf en el cogote.
—¡Maldición, hombre! Estás blanco —señaló Lewis.
—Y frío —añadió Serena.
Toda la gente de Amelia se quedó en el búnker principal de la
organización, viendo la manera de enfrentarse a la furia del político que
ordenó el ataque a la niña Gibson, pues era previsible que el tipo les quitaría
su apoyo. Por lo que Lucius y David echaban chispas de la furia. Los demás
de mi élite se repartieron para averiguar lo que fuera posible y yo me
regresé con Lewis y Serena por recomendación de Amelia, para que su
familia no pretendiera agarrarla contra mí en algo que no tuve nada que ver.
—Déjenme solo —conseguí decirles, sintiendo náuseas al hablar.
—¡Por Dios, no! No estás bien. Dinos qué sucede —suplicó Serena, y
negué, apretándome el tabique, cerca de los ojos al sentir que estos me
ardieron, entre mi dedo pulgar e índice.
¿Qué me sucedía? La pregunta me dio risa.

—Descubrí a mi Judas y vamos rumbo a su castigo —confesó Isabella en


su llamada, luego de que la emboscada fuera frustrada gracias a ella, su
gente y la de mi hermana.
—¿Puedo saber quién es? —Apreté el móvil en mi mano al escucharla
tan destrozada y, por alguna razón que desconocí en ese instante, el
corazón se me aceleró.
Quizás ante la expectativa de saber que nuestra gente fue capaz de algo
tan deplorable. Alguien a quien pudimos haber llamado amigo.
—Jacob —ese nombre resonó demasiadas veces en mi cabeza, lo hizo al
compás de los latidos acelerados de mi corazón—, uno de los súbditos más
queridos de Elijah.
Para ese momento la respiración se me detuvo por la impresión y el
dolor.

No entiendo cómo conseguí seguir hablando con Isabella luego de


escucharla. Ni siquiera recordaba en qué momento le pedí que me
permitiera ser parte de lo que le haría a mi hermano. No mi súbdito.
—Era… —Tragué con dificultad sin saber lo que hacía o decía—. Era mi
maldito hermano —logré decir entre dientes y apreté los párpados con tanta
fuerza que sentí que me dolieron.
—Sombra —susurró Serena.
Sacudí la cabeza para sacar de ella todas las imágenes de Jacob, los
recuerdos de nuestras aventuras en la universidad, las tardes en el cuartel,
en el gimnasio de Bob; las noches en los clubes, las borracheras que nos
pusimos. Sus malditas e insoportables bromas, su manía de abrazarme e
incluso de darme besos en la cabeza en los entrenamientos luego de que por
suerte me ganaba en alguna batalla.
—¿Tienen idea de lo insoportable que era? ¿Pero la falta que me hacía
cuando no se unía a alguna de nuestras fiestas? —les pregunté a Lewis y
Serena, y se miraron sin comprender.
Mi voz estaba más ronca y tuve que respirar por la boca cuando no pude
hacerlo más por la nariz. Me puse de pie y comencé a sobarme el pecho con
ambas manos porque la presión se convirtió en dolor y ardor.
—Fue… fue mi cómplice en muchas cosas. —Estaba divagando, pero no
me importó.
Quería que esa presión en mi pecho y garganta, el dolor y ardor,
mermaran así fuera un poco.
—Sombra, explícanos de qué hablas para tratar de ayudarte —pidió
Lewis, y negué.
—Llámale a Darius y pídele que ocupe mi lugar, donde sea que él quiera
hacerlo. No importa, solo necesito que se haga pasar por mí —demandé
luego de esnifar todo el aire que pude.
—¿A dónde vas? —cuestionó Serena en cuanto pasé a su lado.
—A arrancarme el puto corazón —escupí.
Y no permití que dijeran nada más. Me subí a la Hayabusa y me conduje
a la dirección que Isabella me envió, reuniéndome con Tarzán en el lugar
que me indicó. No nos dijimos nada en cuanto nos vimos porque las
palabras o explicaciones estaban demás, él hizo su trabajo y era obvio que
sabía que su jefa me usaba. Y el golpe que me propinó para salvar a Elliot
pensaba cobrárselo de una manera que me beneficiara.
Y… Joder.
Nunca esperé que lo que le dije a Serena al partir fuera tan certero, pues
me arranqué el corazón por pedazos cuando vi desde nuestro escondite con
Tarzán cómo Isabella enfrentó a Jacob, la manera tan desvergonzada en la
que este admitió frente a todos lo que hizo sin importarle el dolor de mi
gente al escucharlo. Únicamente porque ese imbécil creyó que jamás me
interesó su sufrimiento.
Pero nada me rompió tanto como cuando mi maldito hermano confesó
que Elsa había estado esperando un hijo mío, y vi a mi Bonita a punto de
sucumbir ante todo lo que estaba enfrentándose. Sin embargo, siguió
adelante como la amazona que era, demostrando además que una reina
brillaba en público y se lamía las heridas en privado.
—Puedo imaginar lo que sientes, pero no la distraigas, joder —largó
Tarzán, cogiéndome del hombro, y maldije porque en un arrebato que tuve
lancé una silla que estaba cerca de mí y Jacob aprovechó la distracción para
atacar a Isabella.
—Traidor y cobarde —desdeñé entre dientes.
Menos mal Isabella consiguió recuperarse y revirtió todos los ataques de
la rata traidora. Y, mientras la veía atacarlo, me fue imposible no perderme
por un momento en mis pensamientos, cuando Elsa llegó a mi cabeza.

—¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme?


Elsa me había pedido que fuera a su apartamento porque necesitaba un
consejo de mi parte, pero ya llevábamos un largo rato conversando y no
llegaba al punto.
—Solo necesitaba a un amigo esta noche —contestó, y la miré serio,
notando su nerviosismo.
Alzó su vaso de jugo como una petición para que brindáramos, y negué,
aunque tomé mi bebida aceptando su propuesta silenciosa.
—Jacob habría estado feliz de ocupar mi lugar. —Se sonrojó por mi
señalamiento, el cual hice porque sospeché que ella quería hablar de él,
pero no sabía cómo iniciar, y eso me hizo reír—. Él siempre te protegió y
estuvo contigo cuando yo fui una mierda, así que de cierta manera
esperaba que esto pasara —añadí, y negó mientras le daba un sorbo a su
bebida.
—No fue planeado, ni estamos saliendo desde hace mucho, pasó una
noche y luego otra, y luego otra...
—Bien, ya entendí —dije riéndome, y ella me imitó, mostrándose un
poco más relajada—. Se ven bien juntos y él te quiere y trata como mereces.
—Asintió de acuerdo, y sonrió con ilusión.
—A veces deseo matarlo porque ya sabes que puede ponerse muy idiota
cuando quiere, y yo soy muy cascarrabias por juntarme contigo. —
Entrecerré los ojos cuando indicó eso, y luego los rodé.
—Siempre has sido así, no vengas a culparme de tu malhumor.
—Como sea. —Sacudió la mano al decirme eso, y bufé una risa—. El
punto es que él me hace bien, tanto como a ti te hace bien esa idiota. —La
miré sin poder creer lo que escuchaba de su boca, y chasqueó con la
lengua, arrepentida de haber soltado tal declaración.
—Conque tú también estás cayendo en el club de fans de la Castaña. —
Me golpeó con el cojín que tenía en su regazo como respuesta a mi burla, y
me reí.
—¡No, idiota! Jamás podría serlo —aseguró en tono divertido—.
Sinceramente, pienso que ella y yo no nacimos para ser amigas, aunque eso
no me impide ver que, desde que llegó a tu vida, dejaste un poco la frialdad
que te embargó luego de lo de Amelia. —Me tensé ante la mención de ese
nombre, pues Elsa sabía que no me gustaba que lo pronunciaran—. Y sí,
acepto que he sentido muchos celos porque ella consiguió de ti lo que yo no
pude, pero te amo mucho, LuzBel y… no digas nada —advirtió cuando
estuve a punto de alegar—. Soy la más consiente de cómo comenzó esta
sexo-relación que mantuve contigo. De tus reglas y límites. Así que es mi
culpa vivir este desamor y asumo las consecuencias porque tú fuiste claro
desde un principio y no te justifico, pero muchos de tus comportamientos
déspotas hacia mí se derivaron de mi ilusión y tu necesidad por no
alimentarla.
—Te di alas, porque en lugar de poner distancia entre nosotros, cuando
noté que te estabas enamorando de mí, seguí adelante con nuestra aventura
—rebatí, y negó con la cabeza en desacuerdo.
—Tuviste razón cuando dijiste que me llevabas a la cama porque me
dejaba —destacó—. Pude haberte puesto un alto, pero no lo hice porque me
enamoré de la idea de que yo sí podía tenerte cuando quería a diferencia de
las otras chicas. Por eso no te hago responsable de mi ilusión por más
imbécil que hayas sido. —Sonreí con tristeza—. Y ahora que lo estoy
intentando con Jacob veo la enorme diferencia entre amarme a mí misma y
darme mi valor, por lo que agradezco haber aprendido esta lección contigo
para saber valorarlo a él. —Asentí sin saber qué decir.
Aunque sintiéndome contento de que Elsa quisiera algo serio con Jacob,
pues el idiota era mi amigo y, así ella también lo fuera, y haber tenido sexo
conmigo durante años le diera un valor especial, no permitiría que jugara
con él a menos que el tonto también lo quisiera.
—¿Van en serio? —deseé confirmar.
Exhaló un suspiro antes de responder.
—Tanto como para pensar en una larga vida juntos. En una casa bonita,
fines de semanas en familia, amigos…, hijos.
—¡Me cago en la puta! ¿Hijos? ¿En serio? —exclamé riéndome, y se
encogió de hombros.
—Siempre he sabido que quiero ser madre joven. —Sus ojos brillaron
con una ilusión especial que antes no noté. Era como si añorara tal cosa de
una manera que no podía esconder más—. ¿A ti no te gustaría ser padre
joven? —Cometí el error de darle un sorbo a mi bebida, y casi escupí el
trago en su rostro luego de la pregunta.
—¡Mierda! ¡¿Pero qué pregunta es esa?! —me quejé, y se sonrojó.
—Responde.
—¿Por qué esa pregunta? ¿Por qué no me preguntas cómo me veo en
cinco años o algo de eso?
—Ya sabes cómo soy —se justificó—. Voy directo al grano como tú, así
que contesta lo que pregunté.
—No, Elsa —respondí de inmediato—. No quiero ser padre y, si esperas
toda mi sinceridad, pienso que nunca querré. Nuestro mundo es una mierda
y jamás condenaré a un bebé a nada de esto. —La vi sonreír con tristeza, y
no entendí por qué.

«Eso querías decirme, que llevabas a mi hijo en tu vientre. Pero mi


respuesta te decepcionó», pensé ante mi recuerdo de esa conversación con
Elsa, sintiendo cómo la culpa se anudaba en mi garganta, asfixiándome.
Puta madre.
No quería ser padre, y menos en este momento, pero juro por el infierno
que hubiera dado lo mejor de mí por ese bebé. Habría hecho todo por
construir un mundo seguro para mi hijo y…
—¿Estás bien? —preguntó Tarzán cuando me agarré de la pared a mi
lado y me doblé hacia el frente, sintiendo calambres en mi estómago y un
vacío en el pecho.
—¿Cómo… cómo se puede estar bien después de esto? —rebatí, y sentí
su mirada.
Estaba estudiando mi reacción, sin embargo, en ese momento no me
importó lo que pudiera imaginar, sobre todo cuando escuchamos a Isabella
a hablar de nuevo y tuve que sentarme en el suelo un momento antes de
desvanecerme.
Escuché a lo lejos que ese tipo dijo algo en su idioma y apretó los puños,
respirando acelerado como yo, lo que me dio a entender que también era la
primera vez que escuchaba a su jefa aceptar lo que ella, Elsa y mi hermana,
sufrieron en manos de la más grande mierda que el infierno vomitó.
Demonios.
Como un maldito iluso, creí que escuchar las confesiones de la boca de
quien pensé que era mi hermano, y ver a Isabella a punto de derrumbarse
sería lo peor de ese enfrentamiento. Hasta que la Castaña admitió lo que
alguna vez me temí, pero que negué y hasta descarté porque ella fue más
que fuerte y supo disimular la tortura que vivía por dentro.
Mi mente, durante años, pareció haber tenido un velo que cayó esa tarde,
y comencé a comprender todo. El comportamiento de Jacob y sus
comentarios, las pesadillas de Isabella, su miedo cuando se perdía en sus
recuerdos. La necesidad de verme a la cara y no mis tatuajes cuando sentía
mi cercanía, su manía de respirar mi olor.
«¿Puedo… puedo tener el control yo?».
Apreté los ojos con fuerza cuando recordé su petición la primera vez que
volvimos a estar juntos luego del secuestro. La estudié por el miedo que
sentí en su voz, pero entonces ella me sonrió y lo escondió, suplantándolo
con picardía para confundirme.
«¿Por qué callaste, Bonita?».
—Porque le juramos a Elsa no hacerlo y ahora mismo estoy rompiendo
ese juramento solo para que sepas la clase de idiota que eres y a quién me
entregaste. —La respuesta de Isabella llegó luego de que Jacob le reclamara
por qué ni ella ni Tess dijeron lo que pasaron.
Me puse de pie sintiendo la adrenalina hacerse cargo de mí y analizando
que, aunque ella estaba torturando a Jacob más psicológica que físicamente,
esa rata merecía más. Mucho más de lo que estaba recibiendo. Yo ni
siquiera le habría dado un honor que no merecía, porque más que mi amigo,
mi súbdito y hermano, fue un traidor al que de nada le sirvió la inteligencia
si al final se dejó llevar por suposiciones en lugar de investigar o
enfrentarlas, diciéndoles lo que Derek le dijo para engatusarlo.
—¿Puedo pedirte algo? —sondeé para Tarzán, y él me miró a la espera
de lo que diría—. Consígueme unos minutos con esa mierda.
Noté su sorpresa ante mi petición.
—Estás viendo lo mismo que yo, es obvio que eso es imposible —
formuló.
—Ella no va a poder acabar con él.
—No la conoces —disintió, y sonreí, aunque no me viera.
—Más que tú, sí. Y no podrá matarlo porque ella sigue enfrentando a un
amigo, no al traidor —enfaticé.
—No, Elsa no merece recibir a un perro traidor —espetó Isabella en ese
momento—. Pero convénceme de lo contrario.
—¿Ves? —desdeñé para Tarzán cuando White confirmó mi punto, y él
maldijo.
—¿Por qué debería conseguirte esos minutos si ella flaquea? —inquirió.
—Porque me lo debes luego de atacarme por la espalda como un
cobarde. Y porque sabes que tu jefa me importa más de lo que yo a ella —
señalé, y meneó la cabeza de un lado a otro, sonriendo sin gracia.
—Puedo darte cinco minutos solo si ella flaquea —concedió, y asentí.
Vi que se sacó dos dagas, estas eran especiales, ya que en el medio de la
hoja afilada (en posición vertical) llevaban un vial con un líquido cristalino.
Adicional a eso sacó un estuche transparente que contenía una jeringa con
algo amarillo y me la entregó.
—¿Qué es esto?
—Mis dagas contienen un veneno mortal, pero te he dado un antídoto
que revierte sus efectos solo por cinco minutos, si lo inyectas antes de
veinte minutos de haberlo apuñalado —explicó, y apreté el objeto en mi
mano—. Luego de esto mi deuda contigo será saldada.
—Vaya, conque tienes honor —me burlé.
—No hagas que me arrepienta —advirtió.
Un «no» lleno de dolor por parte de Connor, y Evan nos hizo regresar
nuestra atención a lo que sucedía. Vimos a Isabella a punto de clavar su
katana en el corazón de Jacob y este ni se inmutó, simplemente esperó
paciente por una muerte digna para la que se merecía en realidad. Aunque
sin que nadie lo previera hizo algo que dejó sin respiración a la mayoría.
—Perdóname, nena —susurró, dejando de ser por breves instantes el
imbécil traicionero que lastimó a todos no solo con sus acciones, sino
también con sus palabras.
Sentí lástima por su ignorancia, por haberse dejado embaucar por un
manipulador de primera que él conocía. Pero aun así yo no lo perdonaba.
—De ninguna manera.
Eso fue todo lo que susurró Tarzán antes de correr hacia Isabella. Y
admiré la mortalidad con la que irrumpió en aquel círculo y apuñaló a Jacob
sin piedad, dejándolo caer inerte al suelo, muerto para todos.
Palpé el estuche de la jeringa en mi mano y esperé por mis cinco
minutos. Y, cuando estos llegaron, sentí que mi cuerpo se sacudió por la
adrenalina y la revolución de sentimientos en mi interior por todo lo vivido
y a quién estaba observando.
Me encontraba de pie al lado de Jacob, él seguía desangrándose por las
heridas que Isabella le infligió; sus mejillas igual que los rabillos de los ojos
le brillaban por las lágrimas que derramó luego de enterarse que fue el
mayor imbécil y hazmerreir del tipo al que debió hacer pagar muy caro por
lo que hizo.
—Mírate —le dije al ponerme en cuclillas—, muriendo como lo que
tanto temiste ser en el pasado: un traidor.
Saqué la jeringa del estuche. Tarzán se las había ingeniado para dejarme
a solas con Jacob y luego de recordarme que solo serían cinco minutos, y
que el tiempo en el que debía administrar el antídoto estaba caducando, se
marchó para darme privacidad luego de que se lo pedí.
Y por alguna razón idiota confiaba en que era un hombre de palabra.
—Eso es, dame tu último aliento —animé a Jacob luego de clavarle la
jeringa en el cuello sin delicadeza y que él exhalara con brusquedad, como
si lo acabaran de sacar del fondo del mar.
—¿Qué… qué está pasando? —preguntó con la voz débil, y me miró a
los ojos.
Apagué el cambiador de voz.
—¿Creíste que te dejaría ir así de fácil? —Sus ojos se abrieron demás al
escucharme y la respiración se le agitó.
—Tú… tú…
Se quedó en silencio en cuanto me vio levantándome la máscara, y le
sonreí al descubrirme el rostro para él.
—¿Qué se siente haber fallado como amigo? ¿Como pareja? Y también
como traidor —inquirí, y su respiración errática comenzó a fallarle—.
Nunca te deshiciste del líder en ciernes, cobarde de mierda. Todo lo
contrario, despertaste a un monstruo que ha sido capaz de traerte de la
muerte —alardeé.
—Perdóname, hermano —suplicó en un hilo de voz, llorando.
Los cinco minutos estaban a punto de caducar, pero yo no quería que
muriera por un veneno, así que saqué mi cuchillo y lo puse sobre su
corazón, justo en la herida que Isabella le dejó.
—Ni eres mi hermano, ni te perdono —aseguré—. Eres un traidor, y
morirás como tal.
—LuzBel —suplicó, y consiguió poner las manos en la mía, sobre el
cuchillo.
—En tu otra vida, si es que eso existe, asegúrate de ser más inteligente y
no vuelvas a cruzarte en la mía, hijo de puta. Porque en esta, y las que nos
quedan, voy a cobrarte esta traición y me adueñaré de tu último aliento
apuñalándote de frente, no por la espalda.
—Amigo, por favor.
No estaba suplicando para que no lo apuñalara, sino para que lo
perdonara.
—Te lo prometo por mi vida y la que me arrebataste. —Gimió, y apretó
su agarre en mi mano cuando enterré el cuchillo en su pecho—. Y, si falto a
mi juramento, doy la potestad de que me lo cobren con mi maldita vida o
mi descendencia.
—Luz… —Su gemido fue más fuerte cuando clavé el cuchillo en su
corazón, y suspiró por última vez mirando mi rostro.
No voy a negar cuánto me dolió, pero en la misma medida me satisfizo
porque acabé con la vida de un amigo, aunque más con la de un traidor.
—Me arrancaste el corazón, por eso yo me adueño del tuyo, hermano —
musité con la voz quebrada luego de bajarme la máscara.
Al final de todo, me convertí en Sombra por él, no por Amelia ni los
Vigilantes.
Capítulo 21
Malicia malvada
Elijah

Lo primero que pensé al salir del almacén fue en buscar a Isabella, pero
me faltaron cojones para mirarla a la cara luego de todo lo que me enteré.
Tras ser consciente de que no pude proteger el paraíso que Enoc puso en
mis manos y que por mi culpa se convirtió en un infierno letal que arrasaba
con todos sin piedad.
¿De qué sirvieron mis malditas promesas si no había podido cumplir
ninguna?
La vergüenza hizo que mi rostro ardiera y que la necesidad de ir a la
tumba de Elsa aumentara, ya que con ella también me sentía culpable.
Malditamente culpable porque la privé de decirme algo tan importante.
Porque hice que callara su estado.
—Jamás te habría dejado ir con nosotros a recuperar a White si hubiera
sabido que llevabas a mi hijo en tu vientre. Si me hubiesen dicho que te
perdería ese día —gruñí, apretando entre mis manos las rosas frescas que de
seguro Jacob le puso antes de que todo se fuera a la mierda.
Sabía que eran de él por la nota con su letra que decía: te estoy haciendo
justicia, amor.
Me empiné la botella de vodka que pasé comprando en un ABC[10] que
encontré de camino al cementerio, y bebí hasta dejarla a la mitad.
—Lo maté por ti, por Tess, por Isabella. Por mí, por nuestro hijo, Elsa.
—Acepté perdiendo la voz—. ¡Maté a mi amigo, a mi hermano! Y ninguna
muerte me ha dolido tanto como la de él, a pesar de que fue el peor de los
traidores… ¡Joder! ¡Joder, joder, joder! —grité, tirando todas las rosas que
se encontraban sobre la tumba.
Maldición.
¿Por qué debíamos tener sentimientos si estos únicamente servían para
hacernos mierda?
Ante esa pregunta, una conversación que tuve con el abuelo llegó a mi
cabeza.

—¿Cómo te ves cuando seas mayor?


—Siendo poderoso como padre. —Él sonrió a la vez que movía uno de
sus peones en el tablero—. ¿Te parezco muy ambicioso o estúpido, Levi? —
pregunté, llamándolo por su nombre.
—Más bien ignorante, Elijah —admitió, y con un gesto de mano me
invitó a hacer mi movimiento en el juego que llevábamos acabo, ubicados
en su parte favorita del jardín trasero en su casa—. Como me pareció tu
padre el día que me compartió que se uniría a los Grigoris.
—Y ahora es poderoso —le recordé, guiñándole un ojo cuando le hice
perder a su peón.
—Con el poder vienen las grandes pérdidas, los sacrificios, el dolor —
explicó tomando a su caballo—. Se lo dije a Myles y no me creyó. Así que
se lo recordé cuando su madre murió.
Tragué con dificultad en cuanto habló sobre la abuela. Ella había
muerto en un ataque que le hicieron a padre mientras los llevaba a cenar a
ellos. Y él no lo culpaba, era testigo de eso, pero tenía conocimiento de que
Myles sí se culpaba a sí mismo.
—Por eso la lista de personas que me importan es muy corta —dije
moviendo mi alfil.
—Solo cuando pierdas a alguien cercano a ti sabrás si esa lista tuya en
realidad es muy corta, muchacho —aseguró—. Y no soy adivino ni veo el
futuro, sin embargo, sé que serás poderoso porque siempre cumples lo que
te propones. Pero no olvides lo que te he dicho: con el poder tendrás
pérdidas, sacrificios y mucho dolor, así que prepárate. Y, sobre todo, no
dejes de luchar por tu jaque mate.
Alcé las cejas con sorpresa al ver el tablero, porque, mientras me daba
su consejo, también me venció en el juego, aplicándome un jaque mate que
nunca vi venir.

—Se te olvidó decirme que, con poder o sin poder, siempre descubriría
qué tan corta o larga era mi lista, Levi —le reclamé—. Porque mírame, ya
he perdido a gente importante y me he sacrificado por otras más
importantes.
Abrí los brazos al decir eso, y sentí que me tambaleé.
—¡Está aquí! —Escuché que gritaron a mi espalda.
Estaba tan borracho que ni siquiera saqué las armas o intenté
defenderme, preferí volver a empinarme la botella de vodka y beber otro
largo sorbo.
—¿Pero qué demonios? —reconocí la voz de Fantasma.
Ella apareció enseguida frente a mí, los mellizos y Marcus (junto a otros
de sus hombres) la seguían.
—¿Qué mierda haces aquí? —espeté, sintiendo la lengua pesada.
—Lo mismo me pregunto de ti —se quejó, y me reí.
—Huyendo de mis demonios y encontrando otros —confesé, y busqué
sentarme sobre la tumba de Elsa porque me estaba mareando más.
Ella observó nuestro entorno y luego a mi espalda, dándose cuenta de
dónde me encontraba ahí en el cementerio.
—Ayúdenme a llevarlo al coche —ordenó para todos, y levanté la mano
para negar con ella.
Sin embargo, Marcus y Lewis le obedecieron, tomándome cada uno del
brazo. Owen quitó la botella de vodka en mi mano y, aunque me quise
resistir, el licor ya había hecho de las suyas en mi sistema, por lo que
consiguió cogerla sin problema y me dejé arrastrar por esos dos al coche de
Amelia.
—Iremos a nuestro búnker —les avisó ella, y luego se metió en el lado
del copiloto, arrancándose la máscara y poniendo en marcha el vehículo.
La radio se activó, envolviéndonos en un ambiente íntimo, aunque
peligroso con la canción Born Alone Die Alone de Madalen. Cerré los ojos
y apoyé la cabeza en el reposacabezas del asiento, reviviendo las
confesiones de Isabella y su dolor, las de Jacob y su rostro lleno de culpa
cuando me miró a la cara antes de que lo apuñalara.
«Ella estaba embarazada cuando murió, tenía dieciséis semanas. Y no era
mío, Isabella. Ese hijo era de LuzBel».
«¿Él lo sabía?».
«Por supuesto que no. No mereció saberlo luego de olvidarse de su
amante, de su amiga y compañera».
«¡Derek abusó de nosotras, maldita mierda! ¡Elsa fue más fiel a Grigori
que tú, hijo de puta! ¡Y, a pesar de no llevarnos bien, interfirió cuando
Derek me tomaba como un animal, consiguiendo que la violara a ella frente
a nuestros ojos!».
«Mientes».
«Ese hijo de puta ultrajó su cuerpo, dañando a la vez a la personita que
llevaba en su interior. Me juzgaste sin saber lo que sucedió. En tu dolor y
búsqueda de venganza te refugiaste en el peor de los cobardes. Vendiste a
tu amigo, me vendiste a mí, sin pensar siquiera que estabas con el mayor de
los mentirosos y manipuladores».
—Detente —le pedí a Amelia al sentir que iba a vomitar—. ¡Detente! —
grité, aunque ya lo estaba haciendo.
Salí del coche intentando respirar porque me estaba ahogando. Los
demás también se detuvieron, aunque no se acercaron, solo Amelia se
atrevió a hacerlo, yendo detrás de mí.
—¿Qué te está pasando? —me preguntó.
—Me hiciste morir y, aunque me he levantado en tu mundo, sigo sin ver
la luz —le dije, pensando en la canción que veníamos escuchando. Me miró
con temor de que me estuviera volviendo loco, y eso me hizo reír—.
Siéntete feliz, Dahlia negra, porque por primera vez puedo decir que no uso
esta maldita máscara por ti —escupí, sacando el objeto del bolsillo interior
de la cazadora que usaba.
—Explícame de qué estás hablando —suplicó.
—Hablo de que no es solo tu culpa que ahora sea Sombra, aunque eso no
quita que seas más perra de lo que imaginé —señalé, y alzó una ceja.
Las luces de su coche y las de los demás nos iluminaban, por lo que
podíamos vernos sin problema.
—¿Qué hice ahora para que digas eso? —Solté una carcajada sin una
pizca de gracia.
Caminó más cerca de mí y se cruzó de brazos, esperando paciente a que
le respondiera.
—No se supone que las mujeres no deben contribuir a que dañen a las de
su sexo —espeté, y frunció el ceño—. Tan podrida estás tú que eso te
importa una mierda.
—Dime de qué carajos estás hablando —largó. Di un paso para eliminar
la distancia entre nosotros, haciendo que nuestros pechos quedaran al ras y,
mientras ella miraba hacia arriba, yo lo hice hacia abajo para alinear
nuestras miradas.
Me harté de que luciera como una chica acusada injustamente, ya que,
así Jacob haya sido el principal culpable de que lo perdiera todo, Amelia
siempre estuvo detrás, siendo la titiritera que manejó los hilos para que las
cosas se hicieran a su manera.
—¿Sabías que Elsa llevaba a mi hijo en su vientre cuando ordenaste que
la violaran?
—¡¿Qué?!
Comencé a aplaudirle luego de esa exclamación porque su actuación de
sorpresa fue magnífica.
—Perra y excelente actriz… Maldición, te superas cada día —ironicé.
—Igual que tú en lo imbécil —rebatió—. Y mejor explícame bien lo que
estás hablando, así sé de qué debo defenderme.
Volví a reírme.
—Vas a negar que desconocías que era Jacob quien traicionaba a los
Grigori —desdeñé, sentándome de golpe en el capó de su coche porque
quise dar un paso hacia atrás, olvidando que estaba ahí—. Culparás de
nuevo solo a tu padre y a Derek de secuestrar a Elsa, a Tess y a tu hermana.
Me dirás en la puta cara que no ordenaste que las torturaran y violaran.
—¡Por Dios, Elijah!
—Sombra para ti, maldita pe...
—¡Ya! Deja de llamarme así —exigió, tapándome ella misma la boca.
Sacudí la cabeza para que me dejara, pero mis movimientos eran demasiado
torpes—. No tenía idea de que Jacob era el traidor hasta esta tarde, luego de
que Isabella y los demás truncaran nuestros planes y Derek lo buscara para
saber qué demonios pasó. Y jamás, escúchame bien —ordenó, y me hizo
verla a los ojos—. Nunca ordenaría que violaran a nadie, menos a Isabella.
—Pero lo hiciste —acusé con la voz ahogada por su mano—. Y no solo a
ella, también a mi hermana, a mi amiga y madre de mi hijo, Amelia.
¿Entiendes? ¡Elsa llevaba a mi hijo! —grité en cuanto dejó de callarme, y
me derrumbé—. Ese hijo de la gran puta la ultrajó y luego la asesinó. Y tú
lo proteges cuando juras que me amas porque eres una mierda como él.
Me arrastré del capó hacia el suelo, sentándome y negando con la cabeza
porque, más que molesto con ella, me sentía decepcionado de mí mismo.
—¡No, Sombra! No digas eso —suplicó, y se puso de rodillas,
metiéndose entre mis piernas—. Mírame, por favor —Me tomó de las
mejillas al decir eso—. Tiene que haber un error, debe ser mentira de quien
te lo dijo porque nadie las tocó de esa manera. —Su voz, a pesar de estar
temblorosa, sonó muy segura, y me confundió—. Y sí, desconocía que Elsa
estuviera embarazada, ya que de haberlo sabido jamás hubiera permitido
que la torturaran. Yo habría protegido a tu hijo así como he cuida…
—¿Cómo has qué? —la enfrenté cuando se quedó callada y asustada de
lo que iba a decirme—. ¿Amelia? —gruñí, y la cogí del cuello en el
momento que intentó rehuir de mí.
—Como he cuidado a Dasher.
—Mientes —espeté.
—No, Sombra. Lo he cuidado porque sé que te importa y voy a
devolvértelo, ya estoy más cerca de conseguirlo, pero ayúdame, por favor
—pidió, y dejé de tomarla del cuello—. Ayúdame dejando de darme
problemas para que mi padre deje de intentar matarte, porque no puedo
devolverte a ese niño si él tiene sus ojos puestos en ti.
—Joder —susurré sintiéndome exhausto, y me restregué el rostro con
ambas manos.
Segundos después sentí las suyas acariciándome la nuca, y exhalé un
largo suspiro.
—¿Cómo supiste todo lo que me has dicho? —cuestionó con la voz
suave, y sonreí por su astucia, pues pensé que quería aprovecharse de mi
borrachera.
—Por tu adorado primo —mentí—. Alardeó lo que hizo con su gente.
—Si compruebo que todo es cierto, dejará de ser mi adorado primo —
aseguró con convicción, y por alguna razón le creí—. Ahora vamos al
búnker porque necesitas descansar.
Me ayudó a ponerme de pie, incluso me llevó hasta mi asiento y abrochó
mi cinturón.
—¿Puedes hacer algo para que olvide esta noche? —pregunté cuando
volvió a ponerse en marcha—. ¿O el dispositivo en mi cabeza únicamente
sirve para dar dolor y placer?
La miré y noté que tragó con dificultad.
—No pidas algo con lo que te podrán manipular luego —recomendó—.
Créeme que a veces, por muy duro que sea lo que has vivido, es mejor que
lo recuerdes. Ya que es preferible que te endurezcas con eso y no que te
debilites al darle a otros la potestad de poner en tu mente lo que les
conviene.
Nos quedamos en silencio después de su consejo, escuchando la radio.
Segundos después me desconecté del mundo y no tengo idea de en qué
momento llegamos al búnker o cómo bajé de su coche. Simplemente
permití que la oscuridad me tragara, dándome cuenta de que, así odiara a
Amelia, era capaz de confiarle mi vida.
«Tráeme de regreso a Sombra y yo pondré el mundo a tus pies».
El recuerdo de aquellas palabras no salía de mi cabeza, incluso una
semana después de creer que las susurraron en mi oído. Y no estaba seguro
de quién me las dijo porque todo era muy borroso, o si en realidad me las
dijeron.
En esos días me alejé de Isabella porque la gente de David me estaba
vigilando, de seguro por orden de Lucius, pues los hijos de putas estaban
furiosos por tener que cumplir su trato conmigo, ya que no podían tocarla
por frustrar el secuestro de la hija de Gibson, porque no fue ella la que se
metió en sus asuntos esa vez si no todo lo contrario.
Ellos se metieron con los Grigoris y la organización respondió como
debía.
Pero, a pesar de alejarme de Isabella, me las ingenié para que Gabriel y
Rafael la vigilaran, aunque ella se mantuvo toda la semana encerrada en el
apartamento, rodeada de los Sigilosos y también de los Grigoris, sufriendo
por un traidor que no se lo merecía.
—Tomar tu lugar para esto no es divertido —se quejó Dominik, y me reí.
De nuevo estaba en el país y aproveché su visita para que se quedara en
mi apartamento con los mellizos y Serena, mientras yo me escapaba con
Miguel y Marcus a una dirección que Darius me envió.
—No me tardaré, así que deja de llorar —aseguré.
No lo dejé decir nada más, me marché enseguida con Marcus hacia el
lugar donde Miguel nos esperaba y una hora después nos encontrábamos en
los terrenos cercanos a la perrera en la cual Brianna Less era voluntaria. Y
tuve que contenerme para no cometer una locura en cuanto vi a esa traidora
jugando en el jardín con un cachorro y su hija, una pequeña de
aproximadamente dos años o menos.
La imagen de Elsa, en el lugar de esa rubia, con nuestro hijo, o hija,
enturbió mi mente.
«Quiero ser madre joven».
—Me cago en la puta —susurré al escuchar la voz de mi amiga en mi
cabeza.
No recordaba bien lo que hice luego de asesinar a Jacob, aunque tenía
leves flashazos de mí en el cementerio, excusándome en la tumba de Elsa
por lo que permití y por lo que le hice a quien creí mi hermano.
—Calma, viejo. Tendrás el tiempo suficiente para hacer lo que quieras,
pero planéalo bien —pidió Marcus al ver mi tensión.
El moreno creía que no era mi intención dañar a Brianna, y menos a la
niña, por lo que aseguré tiempo atrás, pero desconocía que en ese momento
mi único pensamiento era ir hacia la tipa y tomarla por la fuerza para que
viviera lo mismo que Isabella vivió en manos de su marido. Creí que era lo
justo, devolverle a Derek el mismo golpe que él me dio a mí al abusar de las
chicas y luego asesinar a Elsa y a mi hijo en su vientre.
—Sería justo un hijo por un hijo —sentencié al observar a la niña, y sentí
su mirada en mí.
—¿A qué te refieres? —exigió saber.
No le había dicho a ninguno de ellos lo que me llevó a emborracharme
una semana atrás. Simplemente imaginaron que mi estado se debió a
descubrir que Jacob fue quien me traicionó. Tampoco me tocaron el tema
porque se dieron cuenta de que esa era una fibra muy sensible en mí.
—Hay varios Vigilantes dentro y fuera de la perrera, algunos camuflados
como personal de servicio y otros como clientes interesados en adoptar a
los caninos —informó Miguel, llegando a donde me encontraba con Marcus
luego de haberse aventurado a investigar la zona.
—Entonces lo mejor será prepararnos para atraparlas cuando Brianna se
traslade de un lugar a otro. Los escoltas serán menos en ese momento para
que puedan pasar desapercibidos —dije, aceptando el consejo de Marcus.
—Es lo mejor y lo más inteligente —me secundó el moreno.
—Por ahora será mejor que nos vayamos de aquí, antes de que nos
descubran —aconsejó Miguel.
Me quedé mirando a la chica y su hija durante un par de minutos antes de
comenzar a marcharme, cuando mi móvil vibró y, al ver la pantalla,
reconocí el número de Gabriel.
—¿Qué sucede? —pregunté al descolgar.
—La chica ha salido como alma en pena del apartamento, se conduce en
una Ducati y sus escoltas están a punto de perderla.
—Me cago en la puta que los parió —largué al escucharlo,
encaminándome al coche de Miguel—. No la pierdan de vista y envíenme
su ubicación —ordené.
No lo dejé decir nada más y corté la llamada, rogando para que Isabella
no hiciera una locura y marcando de inmediato el número de Cameron. Él
se había unido a mi élite esa semana, luego de que David intentara
manipular a Amelia y a Lucius, diciéndoles que podía ser el culpable de que
Isabella accediera a Karma para atacar a su hermano e hijo semanas atrás,
ya que Derek juraba que Samuel no pudo haberlo traicionado y su palabra
pesaba más que las pruebas que la Castaña quiso implantar.
Y David estuvo a punto de ejecutar a Cameron porque estaba trabajando
en su equipo y se creyó con el derecho de hacerlo, pero Amelia intercedió
por él (por su cuenta esa vez) y lo investigó a fondo, descubriendo que el
tipo era tan ignorante como yo de lo que White hizo; además de que se
había mantenido haciendo su trabajo y todo lo que le ordenaban sin
equivocaciones, algo que yo le aplaudí, pues escondió bien sus huellas
como infiltrado y no dejó nada que lo delatara.
También le jugó a favor que Tarzán haya sido el verdadero infiltrado de
Isabella y eso los llevara a desvelar que ambos eran parte de La Orden que
les estuvo jodiendo las misiones en Japón. Y, como supuse en ese momento,
Amelia sí descubrió el verdadero nombre de los Sigilosos y de donde
provenían, aunque se negó a hablar de ello al menos frente a mí.
Y, aunque eso me incomodó, lo supo recompensar dándome la opción de
tener a Cameron en mi equipo para protegerlo de alguna manera, pues ella
no lo aceptaría en el suyo. Y, a pesar de que no me convenía, tuve que ceder
porque, si no, era posible que sí lo ejecutaran, pues no se arriesgarían a
expulsarlo de la organización con todo lo que ya sabía.
—Dime —respondió luego del tercer tono.
—Llámale a tu hermana y averigua si la hija de Enoc está en el
cementerio con ellos —ordené.
—Pero yo no tengo comu…
—Te escuché hablando con ella, así que no te atrevas a terminar eso —
advertí al estar seguro de que me diría que no tenía comunicación con la
miedosa—. Además, sé que Isabella tuvo que advertirte que yo sabía de ti,
por lo que no te hagas el imbécil conmigo y haz lo que te ordené. —Marcus
y Miguel me miraron cuando alcé la voz.
Cameron maldijo.
—Está bien —gruñó, y corté la llamada.
—¿Qué está pasando?
—White se ha ido del apartamento —le respondí a Marcus, y él bufó,
sabiendo que nuevos problemas se avecinaban.
Segundos después, Gabriel me envió su ubicación en tiempo real, y le
pedí a Miguel que nos condujera con ellos, tras eso Cameron me escribió
para avisarme que su hermana no sabía nada de Isabella y que no llegó al
sepelio de Jacob.

Le escribí al reconocer la zona en donde Gabriel y Rafael se detuvieron.

Del poco tiempo trabajando en mi equipo, era la primera vez que le pedía
algo tan íntimo, pero sabía que podía confiar en él si Isabella lo hacía. Sin
embargo, nunca me fiaría de mí mismo y estaba aprendiendo que ni de ella,
una lección que recibí al llegar a Vértigo y encontrarla encima de Darius,
con los pechos desnudos, devorándose la boca.
Perdí el control. Enloquecí, y lo único que me calmaría era matar
lentamente a ese bastardo sin importarme qué tan culpable fuera esa
descarada de la situación en la que los encontré. Y de hecho lo intenté, nos
fuimos a los golpes y agradecí los que Darius me propinó, porque el dolor
físico se sintió mejor que los celos, la ira y una nueva traición.
Aunque en toda esa locura, entre los reclamos, fui capaz de entender que
la droga que Isabella ingirió jugó un papel importante. Así no aceptara las
excusas de Darius porque él estaba lúcido, sí conseguí entender que había
algo más grave en esa situación que haberlos encontrado a varias piezas de
ropa de follar.
Y eso más grave lo descubrí en nuestro apartamento, luego de entrar
como Sombra y volver a ser Elijah en cuanto Isamu nos dejó solos, o lo
obligué a que nos dejara. Entendí incluso que todo lo que esa mujer hizo en
Vértigo con Darius, lo que me restregó en la cara con tanto cinismo, fue su
método de autoprotección, su intento por hacerme entender que nadie sería
más importante para ella que el hijo de puta al que creyó perder en una
explosión años atrás.
Y me lo confirmó en el momento que me explicó por qué jamás se
atrevió a decirme nada de la violación que sufrieron. El corazón se me hizo
mierda al verla encogerse y abrazarse a sí misma, llorando. Me destruyó
poco a poco mientras me confesaba todo lo que atravesó en el secuestro,
sufriendo aún porque seguía sin entender por qué su cuerpo reaccionó con
placer a algo tan repugnante.
«Castigo y premio».
Yo sí sabía por qué sintieron placer.
Darius me dijo que el dispositivo en sus cabezas se los colocaron en el
secuestro, así que era fácil suponer que también probaron si funcionaban. Y,
aunque Amelia no me hizo vivir el placer como Derek a ellas, sí me dio una
prueba, lo suficiente para sentirme avergonzado de mí mismo porque no
pude controlar lo que mi cuerpo sintió gracias a ese maldito dispositivo. Y
como un cobarde deseé haber muerto de verdad para no tener que atravesar
por esas confesiones, saboreé mis propias lágrimas, ocasionadas por la
impotencia de no haberlas protegido, por condenarlas a que pagaran hasta
por mis errores.
«¿Cómo puedes seguir amándome, Bonita? Si solo te he dado dolor y
sufrimiento», me dije en cuanto ella aseguró que era un castigo vivir sin mí.
Sin Elijah.
Y deseé con todas mis fuerzas poder decirle que el castigo era el mío, al
conformarme con tenerla a medias siendo Sombra. Y no solo porque no
podía decirle quién era, sino también porque debía aceptar lo que quisiera
darme cuando deseaba que volviera a amarme como amó a su Elijah.
—Gracias, Sombra —susurró rato después.
Luego de desahogarse y calmarse entre mis brazos, tras besarla y
transmitirle con ese gesto todo lo que no podía decirle con palabras.
Rogándole en mi interior para que me reconociera así fuera por unos
segundos, para que se diera cuenta que seguía en este mundo, librando un
infierno con tal de mantenerla con vida.
Quemando el mundo por ella.
—Gracias por revivirme al hacerme olvidar —añadió.
«No me olvides a mí, guerrera hermosa», supliqué en mi mente, y le di
un beso en la cabeza, aferrando más mi brazo a su cuerpo.
—Todo vale la pena por ti —me atreví a susurrar en su oído, las mismas
palabras que le dije años atrás.
Y también las que utilicé la noche que estuvimos en Grig y que ella me
creyó una alucinación. Se las dije una vez más porque, así fuera por esa
noche, quería que volviera a tratarme como el hombre al que amaba y no
como el tipo al que usaba. Necesitaba que entendiera que estaba ahí, sin
sentir asco como supuso, porque lo único que un malnacido como yo podía
sentir por una reina como ella era admiración, respeto y adoración.
—Y no me importa quién haya caído o quién caerá en esta guerra,
siempre que no seas tú, porque, así no te dé mi corazón, cuidaré tu espalda,
quemaré el mundo y congelaré el infierno con tal de mantenerte a salvo —
finalicé, y sonreí.
Lo hice con burla hacia mí mismo, porque de nuevo se había dormido,
siendo ese hecho una bofetada de la vida para que entendiera que me
condenó a vivir sin ella y no se arrepentía.
Pero yo era testarudo. Y, así fuera como Sombra, trataría de seguir a su
lado. Después de todo, la reina necesitaba a su caballo para ganar el juego.

—Esto tiene que ser una jodida broma —gruñí al reunirme con mi
equipo—. ¿Cómo lo supo?
Acababa de prometerle a Amelia que estaría con ella si me decía en
dónde tenía a Darius, lo hice mientras Isabella y su amiga se escondían en
un jodido armario y eran testigos de mi encuentro con una chica
enloquecida por la furia y la traición que llevó a cabo su hermano en contra
de ella.
Y las cosas que la Castaña me dijo luego de que Amelia se marchara, y
cómo exigió que consiguiera esa información, todavía me tenían con un
sinsabor que me costaba digerir.

—¿Te importa una mierda saber que estaré con ella? ¿No te molesta lo
que viste?
—A veces me demuestras ser un tipo tan inteligente y otras el más
completo estúpido. Que me folles no significa que tenga sentimientos hacia
a ti. Fui clara contigo, Sombra: obtendrías mi cuerpo, mis besos, mis putas
caricias, mas no mi corazón. Así que para que me moleste que estés con
ella antes debería verte como algo más que un juego, e incluso así,
tampoco creas que te montaría un espectáculo. Dios, ni siquiera a Elijah,
que lo sigo amando con mi vida, se lo haría.
—¿No?
—No. La chica de antes pudo perdonarle todo a ese hombre. La de
ahora, lo mataría sin remordimientos a la primera traición que cometiera
contra mí, porque tenías razón, Sombra, puedo ser tan psicópata como tú
con la persona que amo.
—¿Lo matarías así tuviera justificación el daño que te ha hecho?
—Lo mataría porque, aun sabiendo que me daña, ha puesto por delante
a mis enemigos cuando para mí él ha sido lo único. Así que tú tienes suerte
de seguir con vida. Ahora, prepárate para hacer bien tu papel: folla a tu
novia y logra que te susurre al oído en dónde demonios tiene a Darius. Yo
me encargo de rescatarlo.
—¿Qué hiciste con mi ángel?
—Murió junto a su demonio.

Definitivamente mi ángel murió el día que a mí fingieron explotarme, ya


no había dudas de eso. Y me enervaba que esa diabla que ahora era
asegurara que yo ponía a nuestros enemigos por encima de ella, cuando
todo lo que hacía era para protegerla. Pero tampoco podía culparla de creer
eso, ya que, con la poca información que me permitía darle, era de
esperarse que se formara un criterio tan equivocado de la realidad, pues, si
hubiera estado en su lugar, me pasaría lo mismo.
«¡Puta madre! Debería de permitir que te maten por tocar lo mío,
Darius».
Admito que se me cruzó por la cabeza dejar que Amelia hiciera lo que
quisiera con su hermano, ya que le di una advertencia de que no volviera a
acercarse a la Castaña de esa manera y se la pasó por el culo. No obstante,
ese maldito bastardo me ayudó en muchas ocasiones y tenía una deuda con
él que saldaríamos al rescatarlo.
Por eso dejé de lado mi molestia porque Isabella sí lo pusiera por encima
de mí.
—No lo sabemos con seguridad, pero sospechamos que Amelia pudo
haber obtenido algún vídeo de vigilancia que Darius no consiguió borrar —
explicó Serena, regresándome al momento, afligida por lo que sucedía, y
maldije.
Supuestamente, Darius se había encargado de eliminar todos los vídeos,
pero lo que ellos creían era muy probable, sobre todo si provenía de alguna
cámara de vigilancia de la que él no tenía conocimiento.
—Pude averiguar que fue Derek quien le dio el aviso de lo que Darius
hizo. Por eso suponemos que se trata de algún vídeo —añadió Lewis.
Menos mal en esa ocasión a Amelia no le importaba que estuviera con
ella como Sombra o LuzBel, me quería y ya, algo que me facilitaría las
cosas porque Dominik seguía en el país y podía ocupar mi lugar para
ganarse bien esa información. Por lo que, luego de hablar con mi equipo y
pedirles que estuvieran atentos a lo que sucedía, le escribí al italiano para
que nos reuniéramos y así poder explicarle lo que estaba pasando para que
él supiera actuar con su demonio al estar juntos.
—No quiero ser ave de mal augurio, viejo, pero presiento que todo está a
punto de irse a la mierda —dijo Marcus ya entrada la noche, y negué con la
cabeza.
—¿A punto? ¡Joder! Esto ya se fue a la mierda —se quejó Owen, y
exhalé en un profundo suspiro.
No les respondí porque ambos tenían razón. Todo ya se había ido a la
mierda desde que Jacob decidió traicionarnos; y estaba a punto de ir un
poco más lejos con la situación de Darius.
Maldición. Pensar en Jacob y su traición seguía siendo un trago amargo
que no me bajaría en un buen tiempo, pero en ese momento lo dejé de lado
porque había cosas más importantes que resolver.
—¿Me llamaste? —preguntó Cameron llegando al callejón donde me
encontraba con Marcus y Owen, mientras esperaba por noticias de
Dominik.
Los demás se quedaron en puntos de vigilancia para asegurarnos que la
gente de David o Lucius no nos siguieran.
—Seré rápido. Necesito que estés atento porque haremos una misión
suicida.
—Joder. ¿Ya me gané tu confianza como para que me incluyas en ese
tipo de misiones? —bromeó Cameron enseguida de lo que dije, mirando a
Owen y a Marcus.
—Bienvenido al club de los suicidas —ironizó Owen, y rodé los ojos.
—Es posible que esta misión la llevemos acabo con la hija de Enoc —
solté sin darle largas al asunto, y noté su sorpresa—. Así que deberemos ser
muy discretos.
Le expliqué todo lo que necesitaba saber y me tranquilizó notarlo
dispuesto a hacer lo que fuera necesario, algo que me indicó que seguía
trabajando para los Grigoris y que no se había torcido. Así que, antes de dar
por finalizada esa reunión imprevista, envié a su móvil varias ubicaciones.
—¿Qué quieres que haga con esto? —preguntó con el ceño fruncido.
—Si por algún motivo yo no puedo llevar a cabo esa hazaña, dale esas
ubicaciones a Isabella y dile que se trata de un seguimiento que le hice a
Brianna Less y su hija. La familia de Derek —expliqué, y abrió los ojos
demás.
—Mierda. No dije lo que dije para que actúes así —se quejó Marcus al
ser consciente de lo que estaba haciendo.
En realidad, no le estaba entregando esas ubicaciones a Cameron porque
el moreno profetizó que todo se iría a la mierda, sino porque Isabella tenía
más posibilidades que yo de llegar a Derek y su familia. Algo que siempre
supimos, pero si no la involucré fue para proteger su regreso y, dado que
todo eso cambió y la mujer estaba demostrando que fácilmente se haría con
el mango del sartén, era momento de poner en sus manos una ventaja más
sobre los Vigilantes. Además, era probable que lo que haríamos esa noche
me conseguiría un buen castigo, por lo que tenía que cubrir todo antes de
que me dejaran incomunicado.
Y gracias a Connor, Cameron tenía una vía de comunicación secreta con
la que nosotros no contábamos.
—Hemos estudiado todos sus movimientos para poder atraparla y hacer
que su marido caiga por medio de ella, pero el malnacido ha puesto un
ejército para que las cuiden y yo no cuento con muchos hombres de
confianza —proseguí con Cameron.
—He escuchado algunas conversaciones de David en las que ha
mencionado que la chica y su hija son inseparables, así que no será posible
que la atrapen sin la niña.
—¿Y? ¿Quién te dijo que la pequeña nos supone un problema? —solté
ante su señalamiento, y me miró sin poder creerlo.
—Es una bebé —replicó.
—Mejor aún. Así su padre se verá más incentivado a entregarse —rebatí,
y noté su tensión.
Pero fue inteligente y no dijo nada. Tampoco Marcus, a quien le
afectaban más esos temas luego de enterarse de que sería padre.
Dicho eso le pedí que se marchara y yo esperé paciente por la
información que Dominik me daría, pero el maldito se estaba tardando, así
que nos fuimos con los chicos al apartamento de Marcus y aproveché para
hacer un poco de ejercicio cardiovascular en su caminadora. Todo con tal de
calmar mi ansiedad.
Hasta que el mensaje de Dominik por fin llegó y tomé una ducha
dispuesto a ir en busca de Isabella, pues no podía esperar a verla y preparar
el plan para rescatar a su hermanastro.
—Esa diabla va a matarte y tú gustoso vas directo a tu muerte —
refunfuñó Owen, y me reí.
«Sí, era muy posible que la Castaña quisiera hacer eso».
El señalamiento de Owen se debió a que Marcus me recordó que tendría
que actuar como que en realidad follé a Amelia para no tener que darle más
explicaciones a White, sobre por qué no fui yo quien se acostó con la chica.
Y, aunque no era algo que me agradara que creyera, en ese momento era
más importante ir por el culo de Darius.
Sin embargo, estando con ella en nuestro apartamento de nuevo, me di
cuenta de que esa mujer no solo era letal con sus artes marciales y todo el
entrenamiento que tomó, sino también con sus palabras, pues había
aprendido la habilidad de rebajarme y hacerme quedar como un pusilánime.
Me lo reconfirmó incluso cuando estábamos en el almacén donde nos
reunimos con su gente y parte de la mía. Cuando tuvo a Dominik vestido
igual que yo frente a ella (como parte del plan de Caleb) y se atrevió a
plantarle un maldito beso en la boca, sobre la máscara, sabiendo que yo
estaba a su lado.
Hija de puta.
—Nunca debiste mostrarme que yo era tu debilidad —susurró en mi oído
con una malicia malvada que me demostró el tipo de diabla que era—.
Porque sí, mi Sombra, se ha convertido en mi lugar favorito para golpearte.
Me cago en la puta. A esa cabrona le encantaba desquiciarme. ¿Le
excitaba? ¿Por eso me llevaba a mi límite cada vez que podía?
—Puedes ser mi debilidad —reiteré, y la tomé de la cintura en el
momento que quiso alejarse de mí—, pero no olvides que con eso te
conviertes en la muerte de muchas personas.
La miré a los ojos antes de soltarla y le prometí con mi mirada que la
haría pagarme de una manera muy placentera (y más para mí) todas sus
burlas. Entonces Caleb habló y nos metió de nuevo en el tema importante,
demostrándome por qué Isabella confiaba tanto en él, pues aceptaba que era
muy inteligente.
—Bueno, ya sabía que, tarde o temprano, ocupar tu lugar me pasaría la
factura de esta manera —murmuró Dominik cuando llegamos cerca del
edificio abandonado en el que tenían a Darius.
Nos habíamos alejado de los demás porque él me pidió que habláramos
antes de tener que ir adentro y fingir que torturaría a Darius, ya que tenía
algo importante que decirme. Y me sorprendió que se tratara sobre una
promesa que me hizo Amelia, con él en mi lugar, la noche anterior.
Ella me entregaría el aparato que servía para apagar el dispositivo que
me puso en la cabeza. El mismo que Darius me mencionó el día que me
pidió ocupar su lugar para salvar a la Castaña. Asegurando que solo de esa
manera se podría extraer, mediante una cirugía que debía llevar a cabo un
neurocirujano, para que no ocasionara daños irreparables en la médula
espinal.
Y luego de que me dijera eso, por primera vez experimenté algo en mi
interior que parecía esperanza, según como madre me explicó que se sentía
tal cosa.
Le pregunté a Dominik que cómo era posible que Amelia pudiera
obtener ese aparato si siempre aseguró que los rusos únicamente les dieron
los prototipos para jodernos. Incluso se tardó en conseguirme el inhibidor.
Pero él me explicó que ella también le confesó que en realidad sería Cillian
O’Connor quien lo obtendría, gracias a que el irlandés seguía manteniendo
su alianza con los rusos y ellos se lo darían como regalo por un buen trato
que hicieron.
Y para mi conveniencia, ese dichoso aparato funcionaría con los
dispositivos de las chicas y el mío.
—No te lo habría pedido si no supiera que sabes defenderte —aclaré por
lo que él señaló en son de broma.
Tenía conocimiento de que practicaba kickboxing, además de su
habilidad con las armas, algo que según él aprendió por pasatiempo. Por esa
razón me atreví a buscarlo cuando Caleb me pidió un doble.
—No me preocupo por mí, pero sí por Amelia. Ella podría estar aquí —
señaló.
—Amelia está maniaca en este momento, así que no te preocupes,
porque cuando entra en ese estado es más letal que de costumbre —le
recordé.
Todos sabíamos que era cuestión de tiempo para que ella volviera a caer,
ya que estuvo muy inestable en esos días. Incluso dejó de buscarme o
proponerme encuentros sexuales desde que pasó lo de Jacob y, aunque me
extrañó, lo agradecí.
—En realidad, me preocupa otra cosa. Y es la razón por la cual ella te
quiere quitar ese dispositivo —admitió, y lo miré al notarlo un poco
nervioso.
—Habla de una vez, Dominik —exigí al sentir cierta tensión.
No nos veíamos el rostro por las máscaras, pero el aire entre nosotros se
llenó de advertencia y eso me hizo pensar cosas que esperaba que fueran
solo producto de mi imaginación, ya que necesitaba a ese imbécil, por lo
que no me podía dar el lujo de matarlo.
—Cometí un error la noche que follamos en el club.
—¿Qué error, Dominik? No atrases más esto porque no es un buen
momento —largué cuando se quedó en silencio, analizando cómo seguir
hablando, y lo escuché soltar el aire que de seguro estuvo reteniendo.
—No nos cuidamos, hombre. Y anoche me confesó que está embarazada.
—¡¿Qué?! —grité sin poderlo evitar. Todo mi equipo nos miró, aunque
estaban lo bastante lejos para no escuchar lo que él acababa de decirme—.
Dime que esto es una maldita broma, viejo. Dime que no fuiste tan imbécil.
—Sabes cómo sucedieron las cosas esa noche. Y no jugaría con algo
como eso, Sombra—aclaró, y lo cogí de la camisa.
—¿Te das cuenta de la mierda en la que me has metido?
—¿En la que me metí por ti? Sí, imbécil, me doy cuenta —espetó, y se
soltó de mi agarre—. Me doy cuenta de que amo a una mujer que te ama a
ti. Que ahora mismo lleva a mi hijo en su vientre y cree que es tuyo.
Mierda.
—No sé qué demonios esté pasando entre ustedes, pero no están
escogiendo un buen momento para discutir —nos interrumpió Marcus, y
con Dominik nos miramos.
Puta madre.
Que Amelia estuviera embarazada era lo peor que podía pasarme en ese
momento, pero maldita sea que lo entendía. Lo hacía porque yo también
vivía una situación similar con Isabella creyéndome otro.

—¿Crees que alguna vez haya una posibilidad entre tú y yo?


—No, Sombra. Tú y yo siempre seremos clandestinos, como el sol y la
luna: imposibles.
—Incluso entre el sol y la luna todo es posible. Por eso existen los
eclipses, ¿no? ¿No es esa prueba suficiente de que nada es imposible?
—El problema es que no soy una simple luna, o un simple sol. No me
conformo con el eclipse. Lo quiero todo o, si no, no ofrezcas nada. Tú
siempre pondrás la promesa que tienes con los Vigilantes por delante de mí,
y yo siempre me negaré a volver a amar como amé a Elijah. Así que no
soñemos con lo imposible.

—Me cago en la puta, hombre —gruñí al revivir mi conversación con


Isabella en nuestro apartamento.
Marcus se alejó al recibir una llamada.
—Sombra, probablemente este es el peor momento para decirte esto,
pero tenía que hacerte saber lo que sucede porque necesito que protejas a
Amelia. —Negué al escuchar lo que Dominik me pedía—. Ella se ha
ganado tu odio y lo entiendo, sin embargo, espero que tú valores lo que yo
he hecho por ti, lo que haré en este momento, y me prometas que, pase lo
que pase, protegerás a mi hijo.
—No, Dominik, no hagas esto. No actúes como si te estuvieras
despidiendo, porque de ninguna manera permitiré que me dejes con esta
mierda encima —advertí.
—No lo hago, solo quiero asegurarme que la protegerás por el bebé que
lleva en su vientre, para sentirme más tranquilo.
Maldije de nuevo por la situación en la que me estaba poniendo. Por lo
que estaba sucediendo.
—Prometo proteger a tu hijo, no más —gruñí, evitando mentirle.
—Eso me vale —aceptó, y me tendió la mano.
Dudé tomársela porque eso significaba cerrar un trato del que no estaba
seguro que podría cumplir, pero Dominik merecía que hiciera un esfuerzo
de mi parte después de todo lo que hizo por mí. Así que a regañadientes le
di un fuerte apretón.
No obstante, horas más tarde, Amelia me puso difícil hacer el intento de
cumplir esa promesa cuando atacó a Isabella. Y, en lugar de protegerla, yo
mismo estuve dispuesto a matarla olvidándome de su estado, aunque la
maldita fue más lista en esa ocasión y no sacó el arma con la intención de
intimidar, sino dispuesta a matar.
Le disparó a su hermana con el deseo de deshacerse de ella de una vez
por todas sin importarle lo que eso significaba conmigo. Pero no contó con
que, a pesar de los obstáculos, yo sí ponía todo mi empeño en cumplir las
promesas que le hice a Isabella en el pasado. Así que sin dudarlo la cubrí
con mi cuerpo y recibí esa bala que Amelia le disparó.
—¿Por qué?
La pregunta de Isabella me hizo ser consciente de la debilidad que se
estaba apoderando de mi cuerpo. Aun así seguí aferrándome a ella para que
Amelia no intentara sacarla de debajo de mi cuerpo y volver a dispararle.
Aunque de un instante a otro mi presente comenzó a mezclarse con mi
pasado y me vi de nuevo con Isabella en la gala de Inferno, bailando una
canción que hasta ese día no volví a escuchar más por la tortura que
significaba en el infierno que vivía.

—¿Por qué esa canción?


—Alguien me dijo que era la canción perfecta para que tú me la
dedicaras a mí y, luego de escucharla, descubrí que sí, tenía razón. Pero
también hay estrofas que yo te diría a ti.
—¿Qué estrofas?
—Recibiría una bala por ti, Castaña hermosa.
—Te sigo amando con un rojo fuego, Elijah. Y no, no creo que el mío se
vuelva azul.
—Isabella…
—Que vivas siempre será mi prioridad —respondí en el segundo que mi
presente se aclaró.
—Tú no, Sombra —susurró Isabella con agonía—. Ya me dejaron una
vez, tú no, por favor —suplicó, y saboreé el óxido en mi boca—. Prefiero la
muerte antes que tener que vivir con el dolor de perder a alguien más.
Su voz se estaba escuchando muy lejana mientras un frío intenso se
apoderaba de mí.
—¡Sácala de aquí! —gritó Amelia.
—¡No! —Isabella pataleó cuando Marcus la sacó de debajo de mi cuerpo
y no tuve más fuerzas para retenerla a pesar de que lo intenté—. ¡Mierda,
no!
—Vales mi vida, Bonita —susurré, luchando por dar un respiro más,
aunque mis pulmones ardieran con cada exhalación y la sangre en mi boca
me hiciera toser al sentir que me ahogaba.
«Lo vales todo, mi bruja de ojos miel», pensé sin dejar de ver a Marcus
alejándose con ella.
El frío que me atacó se me coló hasta los huesos y el corazón me latió
acelerado para de pronto latir con demasiada lentitud.
—¡Llamen al puto doctor! Se está muriendo —Escuché a Amelia gritar,
y la agonía en su voz me indicó que esa vez la muerte ya no estaba
enamorada de mí y pretendía llevarme.
Capítulo 22
En jaque
Elijah

Cuando desperté semanas después de un coma inducido, lo hice de


nuevo en el infierno que ya me era familiar. Y sentí temor por lo que iba a
encontrar. Marcus había estado a mi lado junto a Amelia, quien, según el
moreno, no se apartaba de mi lado a menos que fuera necesario.
—Algo me dice que habría sido mejor no volver a despertar —susurré
con la voz débil, y Marcus rio.
—Sinceramente, sí, te hubieras quedado dormido. Aunque me alegra
confirmar que de verdad estás vivo y respiras ya por tu cuenta, hermano. —
Me sonrió sincero, y dio un suave apretón en mi hombro.
Días después entendí por qué me secundó en lo de no volver a despertar,
pues el infierno se había avivado en la organización con David y Lucius
queriendo quitarle poder a Amelia (por permitir la traición de Darius y una
nueva intrusión de los Grigoris en territorio Vigilante), y a ella tratando de
mantenerlo gracias a las alianzas que todavía tenía y, de paso, siendo
apoyada por Andru y Aris, los griegos líderes de los Vigilantes en Grecia,
que al parecer estaban más satisfechos con el desempeño de la chica como
negociadora.
Cosa que a Lucius lo tenía más enfurecido, pero no rechistaba porque no
le convenía quedarse sin aliados después de todos los que perdió gracias a
las hazañas de Isabella. Y los griegos junto a los irlandeses eran los únicos
que todavía le quedaban, pues la triada China y los italianos ya no estaban
muy convencidos de seguir asociándose con ellos después de todos los
fracasos que habían tenido.
También me enfrenté a la indignación de Cameron al descubrir que era
yo detrás de la máscara de Sombra. Marcus me comentó que el chico quiso
correr a decirle a Isabella mi identidad, pero le explicaron las razones para
no hacerlo y le aseguraron que yo lo haría en cuanto fuera seguro.
Darius estaba siendo protegido por Isabella luego de que descubrieran su
traición, razón por la cual no se comunicó con su gente (ni la mía con él)
para no comprometerlos y ponerles otra diana en la espalda. Y por supuesto
que Lucius le montó caza, dejando de importarle el apellido Black, que fue
por lo único que no lo mató antes. No obstante, la vergüenza de que otro
hijo cometiera la infamia de ayudar a Grigori por encima de él no era algo
que fuera a perdonar más; situación en la que Amelia lo apoyaba, y ya no
estaba seguro si lo hacía para mantener una fachada o por simple maldad
que la chica ya tenía inyectada en las venas.
Dominik por suerte consiguió salir de Estados Unidos sano y salvo con
la ayuda de Fabio y los Sigilosos, aunque debería mantenerse escondido por
un tiempo, ya que Amelia le montó una caza personal a él para que pagara
por haberme suplantado, creyendo que lo hizo para ayudar a Isabella, que
fue un infiltrado más de White. Y que la Castaña lo protegiera mientras
salía del país avivó sus suposiciones.
De ella no se sabía nada, únicamente que desapareció de un momento a
otro y nadie conocía su paradero. Y que los Sigilosos sí continuaran en
Richmond confundía a los Vigilantes, pues alimentaba la incógnita de si
White también seguía aquí o si viajó a otro punto del mundo.
Amelia por su parte mantenía su embarazo en secreto, únicamente
hablaba conmigo de eso porque creía que yo era el padre y me aseguró que
se estaba cuidando lo mejor que podía para que el bebé estuviera a salvo. Y
de hecho, la recordaba (cuando estaba a punto de salir del coma)
susurrándome al oído que luchara por nuestro hijo, prometiéndome que no
permitiría que nadie me lo arrebatara como pasó con el que Elsa iba a
darme, además de añadir que ya estaba cerca el momento en el que Cillian
tendría en sus manos el aparato para apagar el dispositivo en mi cabeza,
pues no le daría la oportunidad a su padre de que volvieran a dañarme.
Y sentí todavía más la responsabilidad con Dominik de proteger a su hijo
ahora que él no podría.
—¿No has hablado con la rubia? —le pregunté a Marcus, refiriéndome a
su hermana. Tenía la esperanza de que ella supiera algo, pero el moreno
negó con la cabeza.
Joder.
Desde que recibí ese disparo, la información que mi equipo pudo recabar
era poca porque no querían arriesgarse a ser descubiertos. Marcus y
Cameron ni siquiera tenían mucho contacto con los mellizos y Serena, a
quienes incorporaron a la élite de Amelia junto a Gabriel, Miguel y Rafael.
Belial y Lilith seguían inactivos hasta que al primero le quitaran los
fijadores internos que pusieron en la fractura de su pierna y se recuperara al
cien por ciento. Y, siendo sincero, los prefería lejos del mierdero que se
había hecho en mi entorno.
—He cortado todo tipo de comunicación con ella luego de lo que te pasó
—indicó, y comprendí que la protegiera.
Miré el reproductor de música que Cameron me dio el día que hablamos
sin que yo tuviera puesta la máscara. Y luego de sus reclamos por no haber
confiado en él y de tratarse de imbécil a sí mismo por no relacionar la
actitud cabrona entre Sombra y yo, para encontrar las similitudes y así saber
a quién tenía frente a su nariz, se había inventado una treta con la que me
aconsejó escuchar The Scientist de Coldplay.
No me dijo la razón exacta, pero su insistencia con esa canción me dio a
entender que era importante, por lo que mientras la escuchaba al quedarme
solo, con los ojos cerrados por el cansancio que todavía sufría, me
transporté a la primera vez que vi a Isabella en la universidad y reviví la
manera en la que esa mujer me cautivó. Comprendiendo lo estúpido que fui
al hacerle la vida imposible únicamente porque no quería sentir más por
ella.
Entonces su voz suplantó a la de Chris Martin y comprendí la insistencia
de Cameron, pues en el medio de las estrofas grabó su llamada con Isabella
y el mensaje que la Castaña me envió.
Demonios.
Cameron era muy listo cuando quería. Y con el simple hecho de escuchar
a Isabella ese día me dieron ganas de salir de la puta cama y demostrarle
que continuaba en este mundo dispuesto a seguirla jodiendo. Aunque
también me sentí dolido y decepcionado al descubrir que para ella el acto de
Elijah fue más una cobardía.
«Yo siempre he sabido que necesito a un compañero de batalla y no a un
hombre que me abandone en medio de ella».
Esas palabras fueron las que se tatuaron en mi mente luego de
escucharla. Y así como dolieron, también me dieron fuerza, pues quería que
llegara el día en el que pudiera decirle a la cara que jamás la abandoné,
simplemente decidí ir al frente de esa guerra para tomar lo peor de ella.
Para que Isabella se mantuviera fuerte porque necesitaba que ella pudiera
dar la estocada final cuando debilitáramos a nuestros enemigos.
—Pero la retomé con la Bocazas —añadió Marcus.
—Hubieras comenzado por eso —refunfuñé, ya que me desanimé al
saber lo de Alice.
—Me hiciste una pregunta y la respondí, así que deja de joder —pidió, y
exhalé un suspiro.
Debíamos tener mucho cuidado con lo que hablábamos, ya que en esa
fortaleza que me mantenían hasta las paredes escuchaban. Menos mal me
sentía mucho mejor y ya no necesitaba ayuda para moverme, así que me iría
pronto a mi apartamento o al búnker.
—Estará de regreso hoy —murmuró Marcus, y lo miré con el ceño
fruncido—. Eso dicen las lenguas largas.
Tragué al entender a lo que se refería. Isabella volvería al país (porque sí
se marchó luego de rescatar a Darius y lo descubrimos por Cameron), se lo
tuvo que haber dicho Maokko.
Sentí un leve pinchazo en el pecho cuando mi ritmo cardiaco aumentó y
respiré profundo, tratando de controlarme porque no quería recaer.
Necesitaba acelerar mi recuperación de alguna manera y estaba
descubriendo que la emoción no ayudaba.
Mierda.
Ese día mi ansiedad me estaba jugando en contra, así que por la noche
decidí ponerle fin al llamarle a Isabella ayudado por Cameron, quien me
llevó un nuevo móvil irrastreable, con el mismo número que me mantuve
usando para comunicarme con la Castaña, ya que necesitaba que me
respondiera y temí que, si lo cambiaba, ella declinaría mi llamada debido a
la situación.
—Explícame mejor, Sombra, porque es difícil que te crea eso cuando
sigues poniendo tu promesa con ellos por encima de mí. —La voz de
Isabella se escuchó cansada al pedirme eso.
Quería que le explicara mejor por qué aseguraba que nadie estaba por
encima de ella, pero seguía con los Vigilantes para cumplir lo que prometí.
—Ya no se trata de mi promesa con ellos, sino de enmendar un grave
error que cometí, Pequeña. Y… tiene que ver con los envíos.
No podía decirle la verdad, así que opté por algo a medias. Diciéndole
sin ser específico que era por Dasher que seguía con los Vigilantes. Pues
con él se aseguraron de atraparme en cuanto se dieron cuenta que las
amenazas que me hacían con ellas ya no estaban dando los resultados que
deseaban.
—¿Tiene que ver con niños? —Identifiqué el miedo en su pregunta, y la
opresión en mi pecho hizo que me doliera, ya que, si le daba una respuesta
afirmativa, ella terminaría por asegurar que era tan mierda como Lucius y
Derek—. ¡Joder, Sombra! Puedo ayudarte —propuso ante mi silencio, y
suspiré con decepción.
No dudaba que pudiera ayudarme, pero ya había arriesgado demasiado a
ese niño al exigirle a Amelia que me lo entregara. Y me preocupaba que, si
Lucius se enteraba de que Isabella también quería rescatarlo, no solo
mataría a Dasher, sino que trataría de dañarla a ella. Y para mi jodida
desgracia yo no estaba en condiciones de protegerla.
—No, preciosa, no puedes en esto —musité, queriendo tenerla frente a
mí para que me mirara a los ojos y leyera en ellos lo que no podía decirle.
—Dime de qué se trata y te prometo que te ayudaré a enmendar tu error
—insistió, y sonreí—. Sombra…
Se quedó en silencio y cuando volvió a hablar lo hizo para comprobarme
que a esa reina bastaba con darle una chispa para que incendiara el mundo y
provocara un infierno, pues regresó, de donde sea que estuvo, para golpear
fuerte y letal a sus enemigos al secuestrar a Brianna Less y su hija.
—Juega con su puta mente y hazlo desear estar muerto, pero no lo
complazcas tan pronto —aconsejé luego de que me confirmara a quienes
tenía en su posesión.
En ese punto estaba dispuesto a suplicarle a esa Castaña si era necesario,
para que nos vengara como se debía. Para que le hiciera pagar a esa mierda
por lo que les hizo a ellas y a mi hijo.
—¿Alguna otra petición? —Sonreí por su voz juguetona al hacerme esa
pregunta.
Mierda. Pagaría todo lo que tenía solo por verla.
—Sé una chica mala y haz que tu Chico oscuro se sienta orgulloso. —Me
la imaginé sonriendo al escucharme.
O rodando los ojos por mi estupidez, por lo ruda que se había vuelto.
—Acabas de alborotar a mis demonios.
Sí, había sonreído si su respuesta era esa.
—Déjalos así hasta que pueda ir a calmarlos —pedí con emoción—.
Pero, sobre todo, cuídate, Isabella White, porque lo que harás es peligroso y
no viví por gusto.
—Prometo portarme muy mal, pero, sobre todo, prometo vivir —aseguró,
y le creí—. Espero verte pronto, Chico oscuro.
—Lo harás, hermosa —afirmé y ella se encargó de finalizar esa
conversación que, aunque no fue del todo grata porque su desconfianza
hacia mí creció, sí me demostró que quería seguir usándome. Algo que yo
aprovecharía para volver a estar con ella.
—Muchos decían que Belial y Lilith eran el Joker y la Harley Quinn de
la organización, sin tener la menor idea de que tú no tienes solo a tu propia
Harley, sino también a una Punchline[11] que los está poniendo a cagar —
susurró Cameron, pálido al intuir lo que había sucedido, y me mordí el labio
al reírme.
—Puede ser, pero no olvides que mi Punchline no es la villana en esta
historia —aclaré.
—Eso depende de si le preguntas a un Vigilante o a uno del otro bando
—rebatió evitando mencionar a Grigori.
Su presencia me ayudó a soportar las horas sin tener noticias de lo que
estaba sucediendo. Y cuando estas al fin llegaron, volví a emocionarme sin
dañarme el jodido corazón esa vez.
Marcus fue el ave mensajera y, aunque lo quise evitar, no pude borrarme
la sonrisa del rostro y el orgullo que me embargó en cuanto me informó de
la llamada de Isabella a Derek desde el móvil de Brianna. Y de cómo él y
Amelia quisieron intimidarla para que desistiera de lo que estaba haciendo,
al amenazarla con asesinarme, usando a alguien con la máscara de Sombra
en una camilla.
—Confieso que por un momento creí que no cedería y dejaría morir al
tipo porque no le importas un carajo, pero, cuando le dije a la Bocazas que
no eras tú solo por si acaso su jefa llegaba a detenerse y devolver a la rubia
con la pequeña, noté la fuerza que la embargó porque esa lucha de poderes
iba a ganarla ella. Así que intuyo que vio mi mensaje.
—Y que si le importo —señalé lo que él no quiso decir.
—Le importa Sombra —recalcó, y deseé asesinarlo, aunque tuviera
razón—. Pero eso solo yo lo comprobé. Lía y los demás creen que no eres
nadie para ella, lo que juega a tu favor luego del disparo que recibiste.
Me quedé pensativo.
Amelia no escuchó lo que me dije con Isabella en el momento de tenerla
debajo de mí cuando recibí esa bala por ella, pero la actitud de la Castaña
levantó sospechas en su hermana. Y si no me había dicho nada era solo
porque estuve a punto de morir. Sin embargo, sabía que en cualquier
instante me enfrentaría por eso.
Era cuestión de tiempo.
Aunque con el secuestro de Brianna y su hija, Amelia siguió sin tener
tiempo para sus reclamos. Lucius y David concentraron todos sus medios
para apoyar a Derek y yo me regocijé con la caída de los Vigilantes, pues
Isabella lo había hecho. Desmoronó a la organización, utilizó bien sus
movidas y estuvo a punto de darles el jaque mate.
—Voy a decirle la verdad, al menos la mía. —Apreté el móvil entre mi
mano cuando Darius me dijo eso, días después del secuestro de Brianna y la
niña.
Para ese momento, Derek ya se había entregado a cambio de la
liberación de su mujer e hija, luego de que Isabella adelantara todo,
tratándome incluso a mí como su enemigo cuando le llamé antes de que nos
diera la muestra, en vivo y en directo, de lo macabra que se había vuelto en
los juegos de venganza.
Darius se puso en contacto conmigo después del primer round de la
Castaña porque necesitaba darme la información de Jarrel Spencer, el padre
de Dasher. Quería que lo buscara y le dijera lo poco que sabíamos del
paradero de su hijo para que él pudiera hacer lo demás y rescatarlo sin la
ayuda de Amelia.
—Ten cuidado con lo que harás, no la pongas en peligro —siseé entre
dientes.
—¿Qué acaso no viste lo que ella hizo? Isabella es el puto peligro —
recalcó.
Por supuesto que vi cómo torturó a Derek simplemente con la bienvenida
que le dio, además de mostrarle que permitiría que Darius y Tarzán le
hicieran a su mujer lo mismo que él le hizo a ellas. Y tuve la dicha de
presenciar todo, disfrutando como nunca de ese juego de colores.
—Deja que me ponga en contacto con Jarrel, luego dile lo que necesites
decirle —acepté, sabiendo que no me delataría a mí, pues mi verdad era
algo que solo yo le diría Isabella.
E iba a informarle que Amelia estaba embarazada por si quería
considerar eso, ya que, así la chica se mereciera lo peor por todo lo que nos
hizo, el bebé no. Además, Dominik era nuestro amigo y le debíamos el
proteger a su hijo, pero Darius cortó antes de que pudiera hacerlo y no le
marqué de nuevo únicamente porque Isabella volvió al juego y nos
reconfirmó lo sádica que era.
Mierda.
Su manera de torturar superó mis expectativas y, gracias a la máscara,
pude sonreír con orgullo y libertad al verla desempeñarse como una
verdadera Harley Quinn desquiciada. O como Punchline según Cameron. Y
con eso también descubrí que yo era más enfermo de lo que la Castaña me
acusó en muchas ocasiones, puesto que terminé con la polla dura como un
mástil solo con verla. Situación que me obligó a irme a mi búnker para
tomar una ducha con agua fría, antes de que los demás descubrieran cuánto
gocé al ver el sufrimiento que le provocaron a uno de los suyos.
—Mi padre y mi tío no van a respetar el trato que hicieron contigo,
primero porque ella se metió en nuestro territorio de nuevo al rescatar al
traidor de Darius. Y segundo, lo que es más obvio, por atreverse a meterse
con la familia de Derek. —Me reí con ironía al escuchar a Amelia.
Irrumpió en mi habitación sin avisar, encontrándome sentado en mi
cama, esperando por una respuesta de Cameron y Marcus a un mensaje que
les envié.
—Menos mal ya no me sorprende el descaro que ustedes tienen —
desdeñé—. Se ofenden porque Isabella tocó a esa traidora de mierda y su
cría, cuando tu padre se metió primero con ella con tal de dañar a Leah y
Enoc. —Amelia tragó con dificultad, y por primera vez no se justificó—.
Lo que sí me sorprende y decepciona, todavía más, es que tú, escuchando
de la boca de esa mierda todo lo que les hizo a mis chicas y a tu propia
madre, seas capaz de intercambiar a uno de tus Fantasmas para salvarlo de
un castigo que tiene bien merecido.
Apretó los puños y me miró con ira, pero no estaba seguro de que
estuviera dirigida hacia mí esa vez. Y, animándome a descubrirlo, me
levanté de la cama y caminé hacia ella, sorprendiéndola cuando puse una
mano en su vientre.
Y no, en ese momento no quería manipularla, sino más bien hacerle ver
algo que posiblemente ella estaba olvidando.
—Ningún niño o niña merece nacer en un mundo lleno de violadores y
pedófilos —susurré en su oído—. Y tú te rodeas de los peores, cariño. Y,
aunque nos merezcamos lo peor, yo porque ustedes me obligaron a
condenar a muchos a un infierno y tú por enviar a Dasher a otro, espero que
sepas proteger a este.
La escuché sollozar con demasiado dolor, y me tomó de la mano con la
que toqué su vientre, en el instante que quise alejarme de ella.
—Voy a matarlo yo, Elijah —aseguró entre lágrimas, y la fuerza de su
agarre me indicó cuánto se estaba conteniendo—. Su muerte debe ser por
mi mano porque pudo dañarlos a ustedes, pero me traicionó a mí, me usó,
me hizo creer que me quería. Me mintió en la puta cara cuando di mucho
por él. —El dolor en sus palabras fue más palpable. Estaba demasiado
herida—. Así que lo haré pagar a mi manera —resaltó con convicción—. Y
no lo ejecutaré únicamente por este bebé, sino por mí, por Leah, por tu
hermana y Elsa. Y sí, también por ella, por Isabella.
Fruncí el ceño al escuchar lo último, eso no lo creía después de todo el
odio que le profesó, el daño que le había causado y las veces que quiso
asesinarla.
—Isabella no necesita que te vengues por ella. Ya lo está haciendo por su
cuenta —aseveré.
Se separó de mí y limpió sus lágrimas con brusquedad, sonriendo a la
vez con desdén.
—La idolatras demasiado. Por eso nunca has sido capaz de ver más allá
de tu nariz para darte cuenta de que tú y tu reina siempre han tenido a una
torre poderosa escudándolos. —Alcé una ceja ante eso.
—¿Y quieres que crea que esa torre eres tú?
—No quiero que creas nada —largó—. Mejor recupérate y prepárate
porque, después de que le haga pagar a Derek por lo que hizo, iremos en
busca de Dasher. Y con eso cumpliré mi promesa.
—¿Y qué pasa con el aparato para desconectar el dispositivo de mi
cabeza? —inquirí, haciéndole ver que lo que dijo era cumplir a medias.
—Cillian lo recibirá en dos semanas, tiempo suficiente para que hagamos
lo demás.
La miré un tanto atónito de su seguridad y sinceridad. Notando que
cambió mucho luego de escuchar las confesiones de Derek.
—No juegues conmigo, Amelia —pedí, porque no me era fácil confiar
en ella.
—No estoy jugando, estoy cumpliendo —juró—. Así que prepárate
porque al fin llegó el momento que tanto has esperado. —Y con eso dio por
zanjada esa discusión.
Acto seguido me dejó solo, sintiendo de nuevo una pizca de esperanza en
mi interior, ilusionándome con una añorada libertad que solo podía ser eso:
ilusión.
A pesar de esa posibilidad, lo que Amelia me dijo junto a lo que Darius
pretendía hacer me motivó más a decirle la verdad a Isabella. Y estuve a
punto de soltarle todo esa noche al buscarla, después de que ella se
despidiera de LuzBel al fin (una situación que me afectó más de lo que
pude imaginar) y porque, luego de la amenaza que Alice me hizo para que
no volviera a tocar a Elliot, la rubia me llamó para avisarme que vio a
White platicando con Laurel en el cementerio.
Y que por las actitudes de ambas enseguida de que la Castaña le mostrara
su relicario a mi amiga, Alice temía que le dijera algo a Isabella que nos
pudiera delatar.
Así que aproveché la excusa y el revuelo que Amelia tenía con Lucius y
David, planeando todo para el intercambio que harían con la esperanza de
recuperar a Derek y su familia. Y marché rumbo a mi antiguo apartamento.
Marcus y Cameron me acompañaron, los demás se fueron al búnker
principal de la organización para enterarse de los detalles de la misión
suicida.
Y ya estando con Isabella, después de demostrarle lo bien que me sentía
con ella, no me asusté (aunque sí me tomó por sorpresa) cuando, mientras
bailábamos, admitió que hizo un retrato hablado de mí, pues sabía que era
imposible que me retrataran exactamente como era solo por lo que pudo
tocar o los pequeños detalles que le mostré. Sin embargo, fue eso, su dolor
y saber que estaba cayendo por Sombra, lo que me impulsó más a querer
decirle la verdad.

—Cuéntame tus secretos, Sombra —pidió luego de bromear con respecto


a mi retrato.
—No es fácil.
—Nadie dijo que lo sería —me recordó, usando las palabras de la
canción que bailábamos en ese momento, la misma con la que Cameron me
dio su mensaje.
Justo en ese instante estuve a punto de enviar todo a la mierda y decirle
que era yo, su jodido Tinieblo como solía llamarme. Pero no tenía en mis
manos el aparato que apagaría el dispositivo en nuestras cabezas, para que
fuera seguro que los extrajeran por medio de la cirugía. Y no podía
arriesgar a mi hermana que era la que más corría peligro.
Y tampoco me atrevía a dejar a Dasher a la deriva, así que, como le
aseguré a la Castaña minutos atrás, le dije mi verdad por medio de la
mentira, y repetí en mi cabeza: «espera solo dos semanas más».
—Te elegí a ti, Isabella. Por encima de mi familia y de mí mismo, te
escogí, como el villano que soy. Te preferí e hice arder el mundo.
Sin embargo, ella poniendo a LuzBel por encima de mí como Sombra,
entendió las cosas mal con la respuesta que le di.
—Tú ordenaste que yo viviera —urdió con la voz en un hilo.
—Y que LuzBel muriera —precisé.
La impresión que le provocó mi confesión la hizo alejarse de mí, y vi el
horror en sus rasgos al suponer que se estuvo acostando con el asesino del
hombre que amó. Entonces comprendí que todo se fue a la mierda en ese
momento, no cuando rescató a Darius.
—Isabella, sé que ahora mismo me estás odiando por esto, pero no me
arrepiento. No me importa el infierno que he vivido desde que tomé esa
decisión. Lo único que me importa es que tú sigues aquí —proseguí como
imbécil, creyendo que, mientras más le dijera, ella desenredaría el nudo en
el que se convirtieron nuestras vidas.
Pero lo único que conseguí fue que enloqueciera y me atacara.
—¡Qué carajo vas a saber tú de vivir un infierno, maldito enfermo. Si
nunca se te ha caído el cielo encima! ¡Nunca como se me derrumbó a mí el
día que decidiste arrebatarme el amor! —espetó llorando.
«Y una mierda que no se me había caído el cielo encima. Perdí el
paraíso cuando me la arrebataron, y el infierno en el que viví luego
únicamente se sentía diferente con sus recuerdos».
Así que no, no solo había sufrido ella con lo que nos hicieron. Sufrimos
los dos. Y además de eso, yo tuve que pelear con la muerte en muchas
ocasiones solo para volver a verla en vida.
—Ódiame si es lo que quieres, llámame enfermo obsesionado si eso te
libera, porque sí, Isabella, soy un jodido egoísta que decidió salvarte a ti.
—La había tomado de las muñecas para que no siguiera golpeándome, y
me senté con ella en mi regazo, gruñendo al sentir la estocada de dolor en
mi pecho, ya que todavía no me recuperaba al cien por ciento de la lesión
que me dejó la bala y la operación a la que me sometieron—. Porque ya
estaba decidido que uno de… ustedes iba a morir, así que me encargué de
que no fueras tú, jamás tú, entiéndelo.
Me corregí a tiempo de decir nosotros y no ustedes. Y seguimos
forcejeando, ignorando la molestia en la lesión de mi pecho por el esfuerzo
que hice para mantenerla en mi regazo. Y cuando le ganó el dolor, la aferré
a mí y dejé que llorara y me maldijera por lo que le hice al arrebatarle a
LuzBel.
«Te quité al cabrón, Bonita, pero te he dado al Elijah que siempre debí
ser contigo, estando detrás de la jodida máscara de Sombra».
—Te odio con todo mi ser —murmuró ella con debilidad, y sonreí con
tristeza.
—Lo sé. —La cogí entre el cuello y la barbilla, resignado al decirle eso
—. Y es todo lo que merezco de ti —presioné mi frente a la suya—, pero,
incluso odiándome, eres mía, Pequeña.

Lo aseguré con palabras y se lo confirmé con el cuerpo. La hice mía, le


demostré que como Elijah era un hijo de puta dispuesto a entregarle, solo a
ella, desde mi más recóndita oscuridad hasta la poca luz que todavía tenía.
«Desde que decidiste ser parte de mi vida, sabes perfectamente que, si
yo quiero, soy de todas y si no, no soy de ninguna. Y nunca, Elsa.
Escúchalo bien: nunca seré solo de una».
Me reí de mí mismo al saber que me escupí en la cara con esas palabras
que le dije a Elsa años atrás. Y esperaba que ella se estuviera riendo de mí
donde quiera que estuviera porque me lo merecía.

Fruncí el ceño al leer el mensaje de Alice. Luego de estar con Isabella le


escribí para decirle que no noté nada raro referente a lo que me dijo, pero
nunca recibí una respuesta de su parte y tampoco insistí porque me advirtió
que ella se comunicaría conmigo en cuanto pudiera, pues podía estar siendo
vigilada. Y, conociendo a Evan y Connor, era posible que le hackearan el
móvil.
—Es hora —me dijo Amelia, y se fue a su coche.

Le respondí a Alice, subiéndome a la Todoterreno con los mellizos y


Serena.
Íbamos rumbo al punto en el que Amelia intercambiaría a su Fantasma
por Derek y Brianna. David se estaba haciendo cargo de la niña apoyado
por la élite de su hijo, por lo que con nosotros únicamente viajaban nuestros
equipos y unos pocos hombres de Lucius.

—Me cago en la puta —susurré al leer el mensaje de Alice.


Miré mi relicario y recordé que lo activé cuando estuve en Grecia, con la
esperanza de rastrear a Isabella, pero no lo desactivé porque lo olvidé, y
porque sabía que de la única manera que el suyo se conectaría al mío era si
lo activaba con nuestras huellas.
Y no tenía mi huella, pero sí los medios para conseguirla.
—¿Qué sucede? —preguntó Owen.
¿A ese punto? Me temía que ya sucedía todo y que íbamos directo a una
jodida emboscada.
—Pase lo que pase, no dejen a Derek vivo, y luego huyan —ordené, y
noté el desconcierto en sus rostros.
—Sombra, explícate mejor —suplicó Serena.
—Me temo que me han descubierto y en la peor de las posiciones —
admití.
—Entonces huyamos todos ya —recomendó Lewis, y Owen lo apoyó.
Negué porque no estaba dispuesto a huir de una verdad que ya quería que
me encontrara.
—Alerten a los demás, incluyan a Belial y Lilith, y obedézcanme: maten
a Derek si yo no puedo llegar a él antes, y luego huyan.
Los tres maldijeron y, cuando llegamos al punto de encuentro, confirmé
lo que me temí. Y también descubrí que los hombres de Lucius no nos
acompañaron para ayudarnos, sino que para deshacerse de nosotros; lo
comprendí en el instante que mataron a varios de la élite de Amelia. Así que
no pude deleitarme dándole una muerte lenta al cascarón que Isabella envió
de Derek.
Lo asesiné frente a todos antes de que los hombres de Lucius lograran
llevárselo (porque al parecer el malnacido lo prefería a él antes que a su
hija), lo hice incrustándole mi cuchillo militar en el abdomen, abriéndoselo
hasta que sus intestinos ensuciaron mis botas.
—Te salvaste de mi tortura, maldita mierda. Pero se la daré a Brianna de
tu parte —prometí, y de paso clavé el cuchillo en su corazón.
Brianna me miró con horror al escuchar y presenciar lo que acababa de
hacerle a su marido.
Amelia enloqueció al no saber lo que pasaba, y ese descuido hizo más
fácil que la atraparan. Y cuando estuve a punto de poner mis manos en
Brianna, solo para confirmarle que no prometía en vano, regocijándome con
el terror que vi en sus ojos, Tarzán me atrapó creyendo que quería
escaparme.
—¡Huyan! —le grité a los que quedaban de mi equipo. Marcus y
Cameron ya habían sido atrapados por los Sigilosos.
Owen dudó en dejarme, pero Lewis y Serena lo obligaron a correr.
Tenían que huir lejos de los Vigilantes antes de que fuera tarde.
—¡¿Qué hiciste?! —me reclamó Amelia cuando nos metieron en una
furgoneta.
—Preocúpate más por lo que nos harán. Y ruega porque Isabella tenga
más piedad de ti que tu padre —me limité a aconsejarle.
Horas más tarde entendió todo, así como descubrió que nunca le cumplí
mi promesa porque estuve con su hermana todo ese tiempo.
Y yo terminé de caer rendido ante una versión más hija de puta a la del
ángel al cual un día tenté. Caí ante una diabla que no solo puso mi mundo
de cabeza, sino también el de sus enemigos.
El gran Enoc nunca llegaría a ver a su hija siendo la líder de dos clanes
tan importantes en su vida y la de su mujer. Ninguno de ellos jamás imaginó
que esa pequeña a la que tanto cuidaron y protegieron se convertiría en una
de las mujeres más respetadas, temidas y odiadas en nuestro mundo.
Engendraron a una guerrera que sabía defenderse de cualquiera que le
hiciera daño. Se defendió de sus enemigos y amigos, de la traición, del
odio, de la vida, del destino, y sobre todo del amor.
Y la vi a los ojos cuando me clavó la daga en el abdomen, lo hice como
Elijah, el tipo que ella amaba y al cual estaba intentando matar con sus
propias manos, cumpliendo la promesa que hizo en mi agonía,
demostrándome una vez más que era una mujer de armas tomar, una reina
que no dejaría que nadie jugara con ella, sin importarle si teníamos
justificación o no.
—Jaque mate, hijo de puta —sentenció sin remordimiento antes de irse y
dejarme tirado en el suelo.
Queriendo decirle mucho y sin murmurar ni un poco, pues la herida y su
acción me dejaron como ella aseguró: en jaque.
¡Eres la dueña de las putas palpitaciones de mi corazón!
Capítulo 23
No hay redención
Isabella

Tuve que recurrir a Perseo para que me proporcionara un lugar seguro en


donde quedarme con mi élite mientras Caleb preparaba todo para salir del
país. Así que, al siguiente día de la batalla que tuvimos en contra de los
Vigilantes, nos encontrábamos en su casa de campo ubicada en Orange,
siendo custodiados por hombres de su entera confianza que no dirían nada
de nuestra presencia en el lugar.
Maokko, a pesar de las horas transcurridas, no podía bajarse el
nerviosismo ni con todo el alcohol que ya había ingerido, y me observaba
todavía asustada y mortificada mientras estábamos en la gran sala de la
casa, procesando los daños sufridos. Caleb no se despegaba de su laptop, en
silencio, haciendo su magia para que fuera seguro irnos, aunque su gesto
iracundo me indicaba que todavía no aceptaba lo que pasó. Isamu,
escondiendo el dolor que yo sabía que sentía (porque todos
experimentábamos lo mismo por la muerte de Salike), se encargaba de
hablar con Ronin, ya que él se quedó con los otros Sigilosos en la batalla, y
luego ayudando a recuperar los cuerpos de los que perecieron y de los
heridos.
¿Y yo?
¡Dios mío!
Yo seguía con el corazón acelerado y el cuerpo tembloroso. Mis manos
todavía estaban manchadas con la sangre de LuzBel, que se negó a
abandonarme, a pesar de haberme lavado, y no paraba de sudar frío.
«Inhala, Compañera».
Le obedecí a mi conciencia antes de caer en un ataque de ira, o pánico,
porque mi cabeza era un caos que, por más que lo intentaba, no podía
calmar.
Habían pasado más de quince horas, llegamos de madrugada a la casa y
nadie se atrevió a dormir con la alerta que vivíamos, menos a cambiarnos
de ropa o tomar una ducha. Yo ni siquiera ingerí alimentos, además de agua,
porque mi cuerpo no aceptaba nada.
—Bebe un poco. —Maokko me ofreció un vaso con licor, y negué con la
cabeza.
Tenía el estómago cerrado y pensar en comer, o beber, me provocaba
náuseas, gracias al nudo en él, que me hacía sentir como si me dieron un
puñetazo; y la sensación dolorosa junto a la falta de aire no pensaban
abandonarme.
—Ronin va a encargarse de recuperar… —Isamu carraspeó antes de
proseguir cuando llegó a la sala donde nos encontrábamos. Tragué con
dificultad al saber lo que diría—. Recuperará el cuerpo de Salike y el de los
otros hermanos que perecieron en la batalla.
—¡Jesús! Esto no puede ser cierto —exclamó Maokko, tomando asiento
y cubriéndose el rostro cuando comenzó a llorar.
Admito que yo también me había negado a creer que Salike murió, a
pesar de que aquella bomba la alcanzó frente a mí, o por mí en realidad.
Porque eso hizo, se sacrificó para que yo viviera.
«Los ángeles que Leah White Miller te dejó, Colega».
Volví a tragar ante ese señalamiento, dándome cuenta de que, a pesar del
dolor por la pérdida de Salike, no podía llorar. Mis lágrimas eran retenidas
por la decepción, la furia y la traición que eran más fuertes que la tristeza, el
miedo y el nerviosismo.
—¿Saben algo de Lucius? —cuestioné con la voz ronca, e Isamu sacudió
la cabeza.
—Aseguran que murió ahogado con su propia sangre. Su cuerpo ya está
en la morgue, pero Ronin no pudo acceder y asegurarse, porque el FBI y la
CIA se han hecho cargo del caso —informó.
Tenía claro el recuerdo de mi daga clavándose en su cuello, y en ese
momento esperaba haber hecho un buen trabajo, a pesar de que fue rápido
para lo que ese malnacido se merecía.
—Dile que haga todo lo posible para confirmar esa muerte —solicité, y
asintió.
Tras eso sentí que los tres me miraron, esperando, tal vez, a que
preguntara por LuzBel, si había muerto o no. Y, aunque ni yo misma podía
creerlo, sí estaba deseando que no hubiera sobrevivido a mi ataque. No sé si
se debía a todo lo que atravesé al darme cuenta de su engaño y traición, o a
lo que el maldito me hizo vivir tres años atrás al fingir su muerte para luego
dejarme sumida en una depresión profunda, que casi me lleva a mí a la mía.
A asesinar a nuestros hijos.
¡Dios! Qué ilusa fui al guardarle luto, al haberle llorado hasta casi
quedarme seca. Me sentí más estúpida al recordarme hablándole a su foto,
suplicándole que volviera, llamando a su número para vivir en la fantasía de
que él me escuchaba. Todo eso mientras el desgraciado gozaba de sus días
con esa maldita asesina de mis padres, follando como unos conejos, tal cual
ella se lo recordó, disfrutando de su noviazgo.
¡Arg!
Apreté los puños, sintiendo mi respiración errática. No podía entender
sus razones para someterme a tal engaño, pues alegó tanto el ser un hombre
directo, que siempre iba de frente, pero falló como el más vil cobarde.
Y eso era imperdonable. Así que no, no iba a preguntar por él, no me
importaba.
—Puedes conseguirme algo para el dolor de cabeza, por favor.
—Por supuesto —respondió Isamu, y se dio la vuelta para ir en busca de
lo que yo requería.
Había mantenido ese dolor desde que nos marchamos del almacén,
aunque, cuando llegué a esa casa, fue en aumento.
—Pídele ayuda al senador Gibson, para que agilice la repatriación de los
cuerpos de nuestros hermanos —recomendé a Caleb, y él se limitó a asentir.
Todos estábamos actuando en automático en ese momento y no era para
menos.
Maokko era la única que podía desahogarse con el llanto y, por un breve
instante, la envidié. Aunque luego recordé mis lágrimas en el salón del
cuartel el día anterior, mis gritos silenciosos, y comprendí mejor por qué en
ese momento mis ojos se negaban a llorar.
Tuve suficiente.
Lo único que pude hacer fue recostarme bien en el sofá que estaba
sentada, apoyé la cabeza en el respaldo y cerré los ojos, deseando que el
dolor de cabeza que sufría mermara un poco. Aunque mi mente se negaba a
darme una tregua y reviví todo lo que pasó en aquel almacén.
Las burlas de Amelia volvieron a encontrarme. Y, aunque en ese instante
demostré no sentir nada, por dentro me ardió que recalcara con tanta
seguridad cómo LuzBel la defendía. La protegió antes como Fantasma, me
impidió llegar a ella y hacerle pagar por todo lo que me arrebató. Y tres
años más tarde volvió a hacerlo, cuando expuse sus mentiras y él le
consiguió el tiempo necesario al soltarme tantas verdades que me ocultaron
desde siempre, para que los Vigilantes llegaran a atacarnos.
¡Maldición!
Culpé a los Vigilantes de que mis hijos nacieran y crecieran sin conocer a
su padre, abandoné a mis pequeños por ir en busca de una maldita venganza
que al final fue sin sentido. Perdí tres años de mi vida guardándole luto a un
recuerdo, me arriesgué a morir por personas que me mintieron en la cara y
perdí a grandes compañeros que dieron la vida por mí en esa batalla.
—Ahora mismo no sé qué, de todo lo que he vivido a lo largo de estos
años, me destroza más —susurré solo para mí.
Sin embargo, estaba decidida a convertir todo ese dolor en odio sin
importar las consecuencias.
«¿Y si todo tenía una explicación? ¿Una justificación de peso?».
Pues que se las metieran por donde les cupieran, así como yo tuve que
tragarme tantas cosas.
«¿Y no te daba curiosidad saber por qué el Tinieblo fingió su muerte? Él
juró que era por ti y yo sí quería saber su versión».
Pues te quedarías con las ganas por un tiempo.
Porque no estaba dispuesta a escucharlo decirme que tuvo que protegerla
porque la amaba, y no podía permitir que yo se la arrebatara de nuevo. No
quería que me repitieran que éramos hermanas, porque a ella no le importó
el parentesco para asesinar a mis padres, tampoco para intentar matarme a
mí.
¿Por qué yo sí tenía que tomar en cuenta la sangre que nos corría por las
venas? No, no debía. Y si me detuve fue solo porque la impresión me ganó,
y luego los Vigilantes llegaron.
—Isa, tu móvil —avisó Maokko con la voz gangosa.
Abrí los ojos y miré el aparato en la mesa de centro, el nombre de Evan
se desplegó en una llamada entrante y lo ignoré.
Él me ayudó mucho a desenredar la red de mentiras que me lanzaron
encima. Por Evan conseguí que dejaran de verme la cara de idiota. Pero en
ese momento no quería hablar con nadie que no fuera de mi élite, aunque
sentí alivio de saberlo vivo.
«Yo también».
—Maokko —advertí en el instante que ella tomó el móvil y respondió la
llamada.
Le di una mirada amenazante que por supuesto ignoró y la escuché
responder con sorpresa, preguntar con nerviosismo y esperar con temor. E
intenté que eso no me afectara.
—Tienes que responderle, es importante —pidió dándome el móvil.
Se lo arrebaté de mala gana.
—¿Qué sucede? —indagué con la voz dura al responder.
Era consciente que ni Evan ni los demás Grigoris sabían de la treta de
LuzBel. Y él estuvo de mi lado cuando me enfrenté a ese maldito, por lo
que tenía mi gratitud. Pero no era un buen momento y yo necesitaba irme
del país, es todo lo que quería.
—Sea lo que sea que pienses hacer en este momento, debes saber que
tienes un rastreador en el cuello.
—¡¿Qué?! —Por instinto me llevé la mano a mi nuca cuando exclamé tal
cosa, sin poder creer lo que decía.
—No sé cómo aún, pero él pretendía rastrearte por medio de tu relicario
y, cuando le dije que no podría, porque yo me encargué de eso, lo escuché
ordenar que activaran el que llevas en tu cuello.
—¡Hijo de puta! —grité, no podía ser posible.
Me llevé la mano a donde tenía mi relicario y por poco se me sale el
corazón cuando no lo sentí.
«¡Mierda, Isa!».
—Oh, carajo —exclamé asustada—. No tengo mi relicario.
—Sé que no, porque estoy en el hospital y Cameron acaba de
entregárselo a LuzBel. —No sé qué cara puse o de qué color, pero tanto
Maokko como Caleb me miraron preocupados—. Dicen que él reaccionó
como loco al abrirlo y ordenó que agilicen tu búsqueda.
«Ya sabía de los clones».
Maldije un millón de veces sintiendo cosas indescriptibles, pues Evan me
estaba confirmando que LuzBel seguía vivo, que ya sabía de mis hijos, y
encima me puso un rastreador quién sabía cuándo. Pero lo que más me
aterró de todo fue que él estaba con Amelia y era probable que ya le hubiera
dado aviso sobre los clones, lo que significaba que mis pequeños no estaban
a salvo, porque dejaron de ser un secreto.
Mierda.
Pasé años protegiéndolos y no permitiría que LuzBel los pusiera en
peligro. No, no y no.
—¿Isa?
—Gracias por avisarme, Evan.
Mi voz sonó entera y fuerte, a pesar del miedo que me helaba la piel,
pero me obligué a recomponerme porque era momento de actuar con la
cabeza fría, para no darle oportunidad a mis enemigos de que me
destruyeran de verdad llegando a mis hijos.
—Por si te importa saberlo, Tess sufrió un derrame cerebral. —Me
cubrí la boca al escuchar con lo que prosiguió, antes de que yo le colgara.
«Oh, Dios. Las cosas resultaron peores de lo que imaginamos».
Yo sabía que habría daños, incluso muertes, pero como tonta esperé que
nada de eso fuera por parte de mi gente.
«Vaya ilusa».
Me costó tomar el siguiente respiro tras la declaración de Evan, porque, a
pesar de mis problemas con Tess, y cómo nos enfrentamos en el almacén,
porque ella pretendió defender a LuzBel, la chica en su momento fue como
mi hermana. Y era la novia de Dylan, lo que significaba que el pobre estaría
al borde de la locura.
—Jane está muy mal herida, todos en realidad, aunque no hay ningún
muerto por parte de la élite Pride. Sobreviviremos, Bella, pero,
sinceramente, no puedo asegurar lo mismo de Tess.
«Mi élite no corrió con la misma suerte», pensé cuando Salike llegó a mi
cabeza. Además de los dos hermanos, que Ronin le confirmó a Isamu que
también perecieron.
—¡¿Cómo está Dylan?! —me apresuré a preguntar, aliviada de que me
confirmara que estaba vivo.
—Destrozado por lo de Tess.
Me quedé sin saber qué decir, pues mi hermano estaba vivo, aunque
sufriendo. Y yo una vez más no me hallaba a su lado para ser su apoyo en
un momento tan difícil; no obstante, esperaba que algún día entendiera que
no era mi intención abandonarlo. Que no era fácil que, una vez más, el
mundo se me cayera encima porque todo en lo que creí fue mentira, porque
me ocultaron tantas cosas con la excusa de protegerme.
Volví a darle las gracias a Evan y le prometí que cuando pudiera me
pondría en contacto con él. Tras eso, le comenté a Isamu, Caleb y Maokko
lo que pasaba, pues, así no me gustara, debía olvidar la idea de viajar a
Italia para reunirme con mis hijos, ya que no sería yo quien los expondría.
—Voy a hablar con Perseo para que me provea lo necesario para
escanearte, y ver en dónde está el rastreador y así extraerlo —avisó Caleb, y
asentí.
Habíamos llegado a la casa de Perseo luego de deshacernos de los
aparatos móviles (y conseguir nuevos), y los implementos en los que
pudieran adherirnos algún rastreador, por lo que me pareció una broma de
mal gusto que al final yo cargara con uno en mi cuello.
—Ronin acaba de confirmarme que Elliot también está vivo, aunque
hospitalizado como los demás —aportó Isamu, dos horas después de mi
llamada con Evan, y me sorprendió sentir alivio, a pesar de que con ese
idiota también me sintiera herida por lo que me ocultó.
Lo que le dije lo sostenía, me hería que, después de jurarme amor eterno,
le haya sido más fiel a mi padre que a mí, porque eso me hizo sentir como
que yo siempre fui una pieza en su juego. Una carta que podía usar para
conseguir favores.
«En otro momento habría dicho que eras una dramática exagerada, pero
después de lo que pasó, entendía que te sintieras así, ya que todo apuntaba a
que los demás te veían como un comodín».
Negué con ironía, aunque mi conciencia tenía razón.
—Y Fantasma, o Amelia en realidad, ha sido tomada bajo custodia, pero
no se sabe nada más que eso en este momento, porque en el revuelo que se
ha hecho se están concentrando en los heridos de Grigori —prosiguió
Isamu, y la ira reverberó en mi sistema ante la mención de esa tipa.
—Linda, Myles y Eleanor van rumbo al hangar, cerca de tu casa, para
tomar un jet que los traerá aquí. —Caleb observaba algo en su laptop al
decirme eso, lo que me hizo suponer que estaba dándose cuenta del viaje de
los Pride en ese momento.
Me apresuré a marcarle a Myles antes de que tomaran ese jet, poniendo
su llamada en altavoz, y confirmé que ya les habían notificado sobre lo
sucedido, incluida la resurrección de su hijo y la situación de Tess. Eleanor
era un mar de lágrimas agridulces, pues por un lado lloraba el milagro que
Dios le estaba dando al regresarle a su primogénito. Y por el otro, la
desgracia de estar a punto de perder a su nena.
«Vaya humor negro el que tenía la vida en ocasiones».
En ocasiones no, siempre.
Myles estaba siendo la roca fuerte en ese momento, mostrándose neutro
porque no podía darse el lujo de sucumbir en una situación tan crítica. Y
menos mal no se le ocurrió la brillante idea de llevar a mis hijos con ellos,
los dejó a cargo de Lee-Ang y el maestro Cho, como supuso que sería mi
orden.
—La situación es demasiado jodida y yo no puedo viajar en este
momento, pero confío en que ustedes se manejarán como siempre —sugerí.
—¿A qué te refieres? —deseó constatar Myles.
Eleanor también me escuchaba.
—A que ustedes han estado recuperándose lejos de Estados Unidos, no
más. Olvídense de mis hijos por este momento, por ningún motivo le
comenten a nadie de la existencia de ellos. Y con nadie me refiero a su hijo.
—Pero, Isabella, hija. —Ya sabía que Eleanor no comprendería mi
petición porque ella estaba pensando con el corazón, no con el cerebro.
—¿Es así de crítica la situación? —sondeó Myles, y agradecí que él sí
me comprendiera.
—Él ha estado con Amelia todo este tiempo. Han sido la pareja más
buscada por todas las atrocidades que cometieron. No sé si eso responde tu
pregunta —ironicé, y el, eso no puede ser de Eleanor, fue muy audible—.
He protegido a mis hijos desde que supe que los llevaba en mi vientre y
ustedes lo saben. Y siento ser yo la portadora de malas noticias, pero
LuzBel no es más el hijo que perdieron años atrás, por lo que haré lo que
sea necesario para seguir cuidando a mis pequeños.
—Me parece absurdo que siquiera creas que Elijah expondrá a los
niños, Isabella. Son sus hijos, por el amor de Dios. —La indignación de
Eleanor aumentó mi dolor de cabeza.
Miré a Caleb y él maldijo al suponer lo que iba a pedirle, donde ella me
diera más motivos para desconfiar. Isamu le comentó algo a Maokko y,
luego de que mi amiga asintiera, este se marchó.
—¿Qué parte de “está con Amelia” no entendiste, Eleanor?
—Isabella —me reprendió Myles por mi tono.
—No, Myles. No voy a permitir que esa maldita sepa de mis hijos por
medio de tu hijo. No mientras yo no pueda estar con ellos para protegerlos,
si ella decide arremeter contra mí de esa manera. Así que, o me prometen
por sus vidas que no le dirán nada a LuzBel, o no los dejo salir de Florencia
hasta que yo sepa que es seguro para los clones. Porque créanme que en
este momento me importa un carajo que él sea el padre y tenga derecho a
saber de sus existencias.
—Eleanor no hará nada que tú no quieres que se haga. Y menos yo, te lo
prometemos —aseguró Myles, y sentí la molestia en su voz, pero no
identifiqué a quién iba dirigida en realidad. Aunque al escuchar a Eleanor
maldecir, cosa que me asustó de ella, me quedó claro—. Entiendo la
situación y sé que mi esposa también lo hará, pero dale tiempo, cariño. No
es fácil recibir tantas noticias de esta índole en un solo día.
Bufé una risa antes de decir:
—¿Y me lo dices a mí? —Lo escuché exhalar al darse cuenta de su error
—. ¿Sabías todo lo que mis padres me ocultaron? —No sé por qué quería
torturarme más. La pregunta salió de mi boca antes de que mi cerebro diera
la orden, y su largo silencio fue respuesta suficiente—. No me fallen como
lo hicieron ellos, por favor.
—Cariño…
Corté la llamada antes de que Myles me diera una excusa que no
aceptaría, y me bebí dos píldoras más de las que Isamu me llevó, pues la
cabeza estaba a punto de explotarme al confirmar que todo el mundo sabía
lo que mis padres me ocultaron, menos yo. Y eso dolía igual que la traición
de LuzBel.
—Estaré afuera un momento —les avisé a Maokko y Caleb.
No esperé a que dijeran nada, me encaminé buscando la salida porque
necesitaba respirar un poco de aire fresco, me urgía así fuera un minuto de
paz entre la guerra que debía librar con mi salida del país, el maldito
rastreador que ese infeliz me puso y el miedo de que dañaran a mis hijos.
«¿En qué momento te puso esa cosa en el cuello?».
Me hacía la misma pregunta.
«Jesús, Colega. Estas eran las consecuencias de dormir con el enemigo».
Me reí por el señalamiento de mi conciencia, pero también sentí una
punzada en el pecho ante la aclaración de que LuzBel era eso: mi enemigo.
Inhalé todo el aire que pude, al llegar a la parte del cobertizo que daba
vista a un pequeño lago que rodeaba la casa, y perdí mi mirada en el paisaje
verde del campo. Notaba a todos los hombres custodiando la zona,
queriendo pasar desapercibidos para que sus presencias no me
incomodaran, y lo agradecí.
Solté lentamente el aire y sentí el ardor en los ojos cuando las lágrimas
comenzaron a formarse en ellos, pero las contuve porque no quería llorar
más. Así que en ese instante agradecí las punzadas de dolor en mis sienes,
que me distrajeron. Segundos después, escuché a lo lejos una melodía triste
y comencé a buscarla, llegando en minutos al otro lado del cobertizo y
encontrando en un muelle del lago a Isamu de pie, observando a la nada.
Reconocí la canción de Ghost de Natasha Blume reproduciéndose desde
su móvil, y mis latidos se aceleraron.
Nos separaban unos buenos pasos, pero, al suponer lo que le sucedía, mis
pies se clavaron en el pasto, recordando las sospechas en mi élite de que
entre él y Salike pasaba algo, al menos por parte de ella, ya que yo supe el
interés de Isamu en Esfir. Y, para ser sincera, yo sabía que el amor de mi
compañera, mi Doppelgänger, no era correspondido por ese samurái.
—Ella me envió esa canción hace dos días. —Detuve mis pasos cuando
decidí marcharme, porque no me consideré capaz de consolar a mi amigo
en un momento como ese, además de creer que él necesitaba estar solo.
Pero sus palabras me congelaron en mi lugar—. Entendí en ese momento
que le hice creer que solo era un fantasma en mi vida, que era esa
compañera a la cual no veía. Al menos no como Salike deseaba que la
viera.
Dios.
La opresión en mi pecho se volvió dolorosa, porque comprendí a mi
compañera. Sabía lo horrible que era amar sin ser correspondida, lo mucho
que destrozaba que esa persona, que era todo para mí, simplemente pudiera
pedir perdón por no sentir lo mismo y luego se marchara. Aunque no
tuvieran culpa, pues el amor no era algo que se obligara a nacer o entregar a
otra persona.
—Estuvimos juntos, sucedió durante dos semanas en una misión que
ejecutamos como pareja, pero luego me alejé de ella sin darle una
explicación. Pedí que me enviaran lejos para no tener que mirarla a los ojos
y romperle el corazón cuando le dijera que lo que tuvimos no significó lo
mismo para mí que para ella. Me marché y la dejé tal cual dejas a un
guerrero al perecer, enterrado en una tumba sin nombre para que los
enemigos no encuentren su cuerpo y lo profanen.
Aquellas lágrimas que me negué a derramar me abandonaron en ese
momento sin permiso, porque, aunque sentí el dolor y arrepentimiento en
las palabras de mi amigo, pude imaginar y vivir por Salike el que ella
atravesó.
—Y sí, a pesar de mi cobardía, ella me siguió como un fantasma y me
amó sin importarle lo que hice. —Me seguía dando la espalda, por lo que
solo noté sus hombros sacudiéndose con violencia, e imaginé la razón—. Ni
siquiera me pidió explicación de lo que hice cuando regresé, simplemente
me aseguró que, si la necesitaba, me estaría esperando, que yo ya sabía
dónde encontrarla.
Su voz, temblorosa por el llanto, me hizo ir hasta él y abrazarlo por la
espalda, ya que, si Salike no lo juzgó por lo que hizo, yo tampoco debía
hacerlo. Además de que no era de las que se metía en la vida de mis
amigos, en la de nadie. Eso sin contar con que el remordimiento de Isamu
ya era suficiente castigo por lo que no pudo hacer.
—Pero ahora que la necesito no sé dónde la encontraré.
Lo abracé más fuerte y lloré junto a él. Lo hice por su culpa y la mía, ya
que, si no sabía en dónde encontrar a Salike, era porque ella me salvó a mí,
dio su vida para que yo viviera; y mi garganta ardía como si hubiera tragado
ácido al darme cuenta de que se la arrebaté. Le quité la oportunidad de
buscarla, de que abriera los ojos y aprovechara su segunda oportunidad, no
para obligarse a corresponderle, sino para sincerarse con ella.
«¡Mierda! ¿Por qué el llanto de los hombres duros tenía que doler
tanto?».
No lo sabía, Colega.
—Perdóname —musité con la voz gangosa, y tomó mis brazos
entrelazados a la altura de su pecho—. Salike se sacrificó por mí, y tú ni
siquiera pudiste correr hacia ella por sacarme de ese almacén.
—No, Isabella. Salike hizo lo mismo que yo hubiera hecho por ti —juró,
dándose la vuelta para quedar frente a mí. Me acunó las mejillas y limpió
mis lágrimas sin importarle las suyas, y me partió el alma verlo tan
destrozado—. Y yo merezco lo que me está pasando, me gané que me
arrebataran la oportunidad de pedirle perdón por mi cobardía. De no poder
decirle que me negué a amarla porque no quería que al perdernos, por los
peligros a los que nos enfrentamos, quedáramos destruidos. Pero que, a
pesar de eso, la llevé en mi corazón siempre como mi ángel, no como un
fantasma. Pues esas dos semanas con ella se sintieron como un cielo que no
merezco luego de todo lo que hecho.
Lo abracé porque eso era todo lo que podía hacer en un momento donde
las palabras, por más certeras que fueran, no borrarían el dolor que
sentíamos. Me aferré a su cuello y él a mi cintura, consolándonos como los
hermanos incondicionales en que nos convertimos, y simplemente lloramos
hasta que aquellos nudos en nuestros corazones y gargantas se deshicieron
un poco. Lo suficiente para que pudiéramos continuar.
Porque la vida tenía que seguir, ¿no?
Sin importar las decepciones, las mentiras, la traición, el peligro.
Teníamos que alzarnos de nuevo como las águilas y volar tan alto que a los
cuervos picoteándonos la espalda no les quedara más que caer y morir.
Y cuando volvimos dentro de la casa, un poco más desahogados, hablé
con el maestro Cho para que sacara a mis hijos de la casa en Florencia y se
los llevara a una de seguridad, que Caleb se encargó de equipar meses atrás,
y de la que solo él sabía la ubicación. Pues, a diferencia de Isamu, yo sí
tenía una segunda oportunidad para enmendar mis errores, para asegurarme
de proteger a las únicas personas que me mantenían con los pies en la tierra.
«Como una vez lo dijo el Tinieblo: íbamos a quemar el mundo por
ellos».
Con seguridad lo haría.
—Evan pudo haber escuchado mal porque no encuentro nada. O nos
estamos enfrentando a una tecnología desconocida e indetectable, linda —
informó Caleb luego de escanearme el cuello y todo el cuerpo, y no
descubrir nada.
—Maldición, esta incertidumbre es lo peor que me puede suceder en este
momento —repliqué, y lo escuché suspirar con cansancio.
Él, Maokko e Isamu también se habían escaneado para descartar que
tuvieran rastreadores, debido a que la asiática tuvo mucho contacto con
Marcus (e íntimo que fue todo lo que nos dijo). Caleb se acostó con varias
chicas en el tiempo que llevábamos en Richmond y, aunque parecían ser
solo extrañas, no quisimos confiarnos y optamos por desechar la posibilidad
de que fueran enviadas de los Vigilantes.
E Isamu estuvo infiltrado con ellos y, aparte de eso, nos confesó que una
chica de la élite de Sombra jugó a seducirlo hasta hacerlo caer, como parte
de un plan que armaron para saber qué se tenía entre manos, pues nunca
confiaron en que solo era un Yakuza. Y con vergüenza admitió que ella
consiguió hacerlo hablar lo suficiente para que supusieran quién era en
realidad, algo que todavía lo cabreaba y por lo cual quería su venganza.
Y el odio que reflejó su mirada me indicó que buscaría hacerle pagar a
esa chica costara lo que costara.
Aunque para suerte de todos eso sucedió la noche en la que Sombra
(Elijah en realidad) atacó y secuestró a Elliot.
—Si me permites una opinión sincera, a diferencia de ti, yo estoy
pensando con la cabeza fría y no considero prudente que salgas del país, sin
antes estar seguros de que Evan escuchó mal. —La seguridad en la voz de
Caleb al decirme eso me hizo sopesar la situación.
—Pero, si él sí escuchó bien y nos estamos enfrentando a una tecnología
indetectable como mencionaste, mis enemigos tienen la posibilidad de
llegar a mí —le recordé.
—No, linda. Perseo tiene esta casa en los terrenos de una base militar, lo
que significa que le dan acceso a inhibidores de señal. Por eso los móviles
que les entregué, aunque usen el mismo número, son más imposibles de
rastrear que los irrastreables que ya teníamos. —Sabía que ya había
explicado eso, pero llegué sumida en mi mierda, por lo que no le puse
atención hasta ese momento.
—Entonces, ¿crees que los inhibidores estén funcionando con el
rastreador también, si es que lo tiene y solo no lo detectas? —le preguntó
Isamu, y lo agradecí.
—Sí, los militares también usan tecnología que desconocemos, porque
deben estar preparados para que ningún espía pueda joderlos dentro de la
base —le explicó—. Lo que significa que sus inhibidores son universales y
funcionan hasta con lo que no podemos detectar. Así que, mientras te
mantengas en su zona, si tienes un rastreador, no funcionará —aseguró para
mí.
—Eso es perfecto. Y la razón por la cual Darius no ha conseguido dar
contigo para regresarte con Sombra, como él se lo ordenó —confesó Isamu,
y lo miré esperando a que añadiera más explicación. Ignorando que se
siguiera refiriendo a LuzBel con ese apodo—. Mientras Caleb te escaneaba,
Ronin me advirtió que el bastardo Black es quien se encarga de buscarte, y
no está teniendo éxito. Lo que nos confirma que, si tienes un rastreador, no
funciona aquí.
Reí con burla por sus intentos patéticos.
¿Qué carajos querían? ¿Seguirme tomando por imbécil y manipularme
con sus mentiras?
«O tu guapo hermano quería entablar una relación fraternal contigo».
¡Puf! Pobre idiota.
Y sí, nuestro parentesco, aunque fuera por adopción, todavía me seguía
sobresaltando. Y decepcionando además, porque mis padres me ocultaron
cosas tan delicadas que, en lugar de protegerme, me mantuvieron en
peligro.
—Me frustra necesitar ir a Italia y no poder por el temor de exponer a
mis hijos —refuté, decidiendo no darle importancia a Darius, y su
búsqueda, en ese instante.
—Yo puedo ir mientras tú resuelves eso —se ofreció Maokko—. Sabes
bien que protejo a esos niños como si fueran míos. Y que con Lee, el
maestro y yo tendrán un trío que los defenderá como si tú estuvieras allí, en
caso de que algo suceda. Además, yo nunca estuve con ese moreno
mentiroso en una situación vulnerable como para que me metiera algo que
no iba detectar.
Sus mejillas se pusieron rojas al decir tal cosa, lo que me hizo suponer
que imaginó, o pensó, algo guarro ante lo último que mencionó.
«Conociéndola, esa suertuda ya había comprobado si el tipo tenía todo
grande».
—Considéralo, jefa. Es tu mejor opción —opinó Isamu, y el
asentimiento de Caleb me dijo que los apoyaba.
—¿Cómo podemos asegurarnos de que no tengo nada? —inquirí.
—Voy a pedirle a Ronin que averigüe algo de lo que Evan dijo, con eso
sabremos cómo proceder.
—Hazlo —animé a Caleb—. Y prepara todo para que Maokko se vaya a
Italia, hoy mismo de preferencia —solicité, aceptando que ella se fuera en
mi lugar.
—Ya estoy en ello.
—Y tú, asegúrate de que toda La Orden siga mis órdenes para que nadie
se acerque a Aiden y Daemon. —Maokko asintió ante mi petición.
—¿Alguna orden que sea a la que más empeño deban ponerle? —sondeó.
Respondí sin dudar.
—Maten a quienquiera que intente llegar a diez metros de ellos que no
sean tú, Lee o el maestro Cho. Y cuando digo quienquiera no excluyo a
nadie.
—¿Y si son sus abuelos?
La miré incrédula de que hiciera esa pregunta, cuando había sido
bastante clara.
—Ellos solo los verán de nuevo cuando yo lo autorice. Y, si eso pasa, te
lo haré saber. Si no lo hago, e incluso así intentan llegar a ellos, procederás
como he ordenado. —Me miró con asombro porque no esperaba que fuera
tan contundente.
—Bien, eso me parece exagerado.
—¿Debo enviar a Isamu o a alguien más en lugar de ti? —cuestioné, y
noté que le hirió que la estuviera considerando incapaz, luego de que me
dijera tal cosa.
—¿Cuándo te he fallado? —reclamó.
—Ahora mismo, al decir que es exagerado que pretenda proteger a mis
hijos, incluso de las personas a las que he considerado como mis segundos
padres.
—¡Porque tú misma lo estás diciendo, Isabella! ¡Los señores Pride son
como tus segundos padres! ¡Por eso digo que estás exagerando! —exclamó.
—¡¿Y acaso ellos no me mintieron también?! —espeté—. ¡¿No
escuchaste la actitud de Eleanor cuando hablé con ellos?! ¡¿Crees que mis
enemigos exageran conmigo?!
—¡Yo entiendo eso, joder! Pero son sus abuelos y me parece insensato de
tu parte creer que ellos los pondrán en peligro. Que ordenes que los
asesinemos si se acercan a los clones sin tu consentimiento.
—Maokko, te estas dejando llevar por las emociones que vivimos, por el
dolor de perder a Salike. Eso no te permite ver la razón de que Isabella
ordene eso —me apoyó Caleb luego de que yo gruñera con fastidio y me
apretara la sienes, por el dolor que esa discusión estaba aumentando en mí.
—Ilumíname, entonces —demandó ella, y su mirada se volvió acuosa.
—¿El nombre de Amelia Black es suficiente para que te ilumines? —
inquirió Isamu con ironía—. Por si lo has olvidado, ella y los Vigilantes no
son enemigos pequeños.
—Y no dejes de lado el odio que ambas nos profesamos —volví a hablar
—. Amelia está con LuzBel, Maokko. Él la protege y eso le facilitará usar a
Myles y a Eleanor incluso sin que ellos lo sepan. Y, si ella es tan perra como
yo, te aseguro que manipulará la situación hasta conseguir darme donde de
verdad me destruirá. Y créeme, ya caí fácilmente una vez con esos
malnacidos y no pienso repetir el error.
Los tres se quedaron en silencio porque no podían rebatir lo que dije. Y
lo agradecí, ya que la cabeza me estaba matando y el aire comenzó a
faltarme.
—¡Isa! —gritó Caleb y, como era el más cercano a mí, alcanzó a
sostenerme cuando mis piernas flaquearon y comencé a caer al suelo—.
¿Qué te sucede?
—Necesito…, dormir —titubeé sintiendo que no podía sostenerme más
por mi cuenta.
—El estrés postraumático de lo que vivimos la debe estar consumiendo
—dijo Isamu, y asentí apenas dándole la razón.
En realidad, creo que me había tardado en caer luego de todo el cúmulo
de emociones en mi interior. Y, aunque no era el momento para sucumbir,
mi cuerpo pensaba lo contrario.
—Pediré un médico de confianza —avisó Maokko, y la vi irse.
Caleb me llevó al sofá de la sala y sentí que poco a poco iba perdiendo la
percepción de mi entorno. Y cada vez entregarme a los brazos de la
inconsciencia se sentía mejor.
«¡Maldición! Eres mi jodido karma».
No sé por qué en ese momento pensé en las palabras que LuzBel me dijo
como Sombra, cuando estuvimos en Rouge luego de que arremetiera contra
Elliot. Sentí a Caleb haciendo algo con mi cuerpo, a lo lejos escuchaba la
voz preocupada de Isamu, pero yo decidí concentrarme en ese recuerdo que
tuve, y la debilidad fue la única que no permitió que la ira en mi interior se
avivara.
El dolor de cabeza se acrecentaba cada vez más, pero incluso así miré al
techo y permití que la debilidad me llevara a un lugar que me negué
mientras estuve lúcida: a pensar en él. En lo que me dio como LuzBel. En la
frialdad que me quemó y cautivó, que me volvió loca y me hizo conocer un
lado amargo del amor para el que nadie me preparó. Luego reviví lo que
conocí de Sombra, su dulzura psicópata, la oscuridad peligrosa en la que me
envolvió y que estuvo a punto de enloquecerme.
Sin embargo, hubo algo que nunca cambió, y por lo cual sospeché en su
momento de que fueran la misma persona, además de las similitudes
corporales: su posesividad. Esa que me dio en ambas facetas. Y su deseo de
tenerme como estúpida para usarme a su antojo y proteger a esa maldita.
—No quiero ser tu karma. Seré tu castigo —musité tan bajo que mi voz
únicamente la escuché en mi cabeza—. Y tu muerte —añadí pensando en
Amelia. Esa batalla la ganó ella. Me hizo vivir un infierno como me
prometió, pero en el proceso me subestimó porque, mientras me hacía
atravesar por lo peor, también me instruyó.
Y, cuando volviera a abrir los ojos, haría que tanto ella como LuzBel se
arrepintieran. Les enseñaría que conmigo no hay redención. Y lo fácil que
convertía mi amor en un arma cuando intentaban dañarme.
Comenzaríamos otra partida, pero en ese juego yo ya llevaba una
ventaja.
—¡Mierda! Esto es grave, Isamu. Trae a un doctor.
Cuando Caleb gritó eso, comencé a ver oscuro de un ojo y dejé de
entender lo que ellos decían. Y, antes de perder el conocimiento, rogué
poder despertar de nuevo.
Capítulo 24
Serás la muerte de muchos
Elijah

—¡No puedes irte así! ¡Tú y yo tenemos mucho de qué hablar!


—Sabes, LuzBel. Mi padre siempre decía algo a lo que esta mañana le
encontré sentido. Nunca invoques al diablo cuando ni siquiera sabes rezar.
Y tú eres ateo, ¿no?
—Isabella…
—¿Y sabes qué me susurró Sombra mientras me follaba en aquella
cabaña? Que le excitaba que yo fuera la única con el poder de cortar el
hilo entre su vida y la muerte. Y a mí me excita su muerte.
—Si acaso sobrevives a esto, no intentes buscarme, porque en verdad no
espero ni verte en el infierno.
—Jaque mate, hijo de puta.

Abrí los ojos sintiendo mi estómago punzar de dolor justo donde Isabella
me clavó la daga, luego de soñar con lo último que me dijo antes de
marcharse, dejándome atrás sin importarle lo que pudiera suceder conmigo.
Y, aunque comprendía su actitud por todo lo que le ocultamos, obligados o
por esperar el mejor momento, recordarla mirándome a los ojos con ese
deseo de asesinarme con sus propias manos conseguía que mi jodido
corazón se acelerara y que el orgullo me doliera.
—Puta madre —gruñí intentando acomodarme en la camilla, que la
habían reclinado para que quedara medio sentado.
—El médico ha pedido que no te alteres. —Miré a Evan, estaba de
brazos cruzados cerca del ventanal de la habitación. Tenía cortes y golpes
por doquier, un bíceps lo llevaba envuelto con vendaje, pero al parecer nada
grave o que lo obligara a estar postrado en una camilla, según lo que noté
por encima—. Y ese bip acelerado indica que tu ritmo cardiaco ya se alteró.
Su semblante serio me indicó que no era de su agrado estar ahí conmigo.
Recordé que en el almacén se puso del lado de la Castaña y se atrevió a
apuntarme con su maldita arma, dispuesto a matarme si ella se lo ordenaba,
y no estaba seguro de cómo tomarme eso.
—¿Por qué estás aquí? —indagué. Mi voz estaba más ronca de lo normal
por las horas que estuve dormido.
—Connor está con Jane, en la misma habitación, para ser tratados de sus
lesiones. Dylan no se aparta de Tess, a pesar de la herida de bala en su
abdomen. Cameron ha salido con Darius y tus padres vienen en un vuelo
privado aún. Así que no había nadie más que estuviera aquí contigo para
informarte lo que está pasando, antes de que los agentes del FBI pidan
interrogarte. Ya sabes, parte de la rutina que deben cumplir —explicó.
—Veo que a nadie se le ocurrió que podías tomar tu oportunidad para
deshacerte de mí, tal cual deseabas hacerlo en el almacén —satiricé, y él
rio.
—Voy a dejárselo al tiempo. Total, tu corazón parece que ya no quiere
funcionar como se debe —se burló, y fue mi turno de reír.
No esperaba una bienvenida por parte de nadie. De hecho, ni siquiera
sabía si podría volver con mi gente, pero definitivamente tampoco creí que
me recibirían como si, en lugar de alegrarse, lamentaran que no morí en
aquella explosión.
—Voy a explicarme en su momento, Evan. Por ahora quiero que me
digas lo que pasa con Tess y si sabes dónde está Isabella —demandé, y
descruzó los brazos, exhalando con pesadez para luego acercarse a mí.
—Tienes razón, ahora mismo hay cosas más importantes que saber por
qué demonios te convertiste en una de las peores mierdas del país —
declaró, y tensé la mandíbula por el recordatorio del daño que cometí—.
Tess sufrió un derrame cerebrovascular isquémico, gracias a que Isabella
consiguió detener a Lucius antes de que se convirtiera en hemorrágico, por
eso, aunque en estado delicado, sigue con vida. Ahora mismo los médicos
están tratando el coágulo que se formó en su cerebro, pero, si no consiguen
apagar el dispositivo en su cabeza y luego extraerlo, tememos que suceda lo
peor si vuelven a atacar.
Negué con la cabeza, impotente por no poder hacer nada.
Sabía que Darius les habló de los dispositivos, porque yo le pedí que lo
hiciera antes de que me sedaran para conseguir calmarme, luego de ver el
relicario de Isabella. Y Marcus se estaba haciendo cargo de comunicarse
con Cillian y averiguar si tenía en su poder el aparato que los apagaría.
Además de saber si Dasher se encontraba con él.
Maldición. Era una mierda que el tiempo nos estuviera jugando en
contra.
—¿Mis padres saben todo esto?
—Sí. Myles pidió que se le dijera todo con detalle. Darius todavía estaba
en el hospital cuando eso sucedió, así que él mismo se encargó de
informarlo. Tu padre, de hecho, está viajando con un neurocirujano de su
entera confianza, para que traten a Tess y ver de qué manera podemos
revertir un nuevo ataque de los Vigilantes. Aunque, si te soy sincero, con la
muerte de Lucius y Derek, no creo que estén pensando en contraatacar,
cuando David Black debe preocuparse mejor por huir.
—Entonces su muerte está confirmada —supuse, aunque se escuchó más
como pregunta.
—La CIA lo confirmó —resaltó, y bufé.
—Pídele a Gibson que exija que su gente confirme esa muerte, porque
los Vigilantes tienen aliados en la CIA —confesé, recordando lo que
sucedió con Jarrel Spencer cuando quiso deslindarse de ese malnacido.
—¿Estás seguro de eso?
—¿Acaso crees que estuve en el infierno para sobarle los huevos al
diablo? —El imbécil se encogió de hombros como respuesta, y rodé los
ojos—. Pues no, Evan. Estuve ahí para aprender cómo se manejan, así que
sí, estoy seguro.
—Okey, entonces le diré a Gibson que se asegure —cedió—. La muerte
de Derek sí la hemos confirmado nosotros mismos. Aunque supongo que no
era necesario hacerlo si el malnacido quedó descuartizado.
Torcí un lado de la boca con malicia, un poco más satisfecho por lo que
le hice a esa mierda, aunque hubiera sido rápido.
Tras eso, Evan siguió diciéndome cómo estaban las cosas luego de la
batalla que libramos. Me informó que, a pesar de las heridas, de la élite
Pride no hubo muertos. Aunque sí de las otras. Además de tres muertes en
La Orden del Silencio. Y ya sabía que una de ellas se trataba de la chica que
se hacía pasar por la Castaña, pues vi cuando apartó a Isabella de la bomba
que le lanzaron, pero ella no consiguió librarse de la explosión.
Y, aunque esto me hiciera más hijo de puta, me alegraba que haya sido
esa chica y no White, por mucho que eso la dañara a ella, puesto que noté
cuánto valora a sus compañeros Sigilosos. Sin embargo, lo superaría.
También me explicó que padre ordenó que se aseguraran de hacerle saber
a las autoridades que Sombra escapó, porque ese tema era algo que él
resolvería en persona. Y yo sabía que tenía que pagar por las mierdas que
hice así me hayan obligado, pero, si podía librarme de la cárcel, no me
opondría, ya que necesitaba la libertad para recuperar a Dasher y
asegurarme de que tanto a Tess e Isabella les extrajeran los dispositivos en
sus cabezas. Y de paso me quitaría el mío.
Aunque no iba a negar que me sentía inseguro con respecto a Cillian
ayudándome, pues él le prometió el aparato a Amelia, no a mí. Y la chica,
según la explicación de Evan, fue tomada bajo custodia por la INTERPOL,
lo que significaba que, hasta que no tuvieran su declaración y llevaran a
cabo todo el proceso que debían seguir antes de juzgarla, no podríamos
hablar con ella y pedirle que consiguiera que su amante nos proporcionara
lo que necesitábamos.
Además, ni siquiera estaba seguro de que me ayudaría, luego de
enterarse de que nunca le cumplí mi promesa como ella esperó que lo
hiciera.
—Tus padres llegarán pronto. Y, ya que he cumplido con informarte
sobre lo que sabemos hasta este momento, iré a llamarle a Gibson para que
pida por medio de su gente la confirmación de la muerte de Lucius —avisó
Evan, y se dio la vuelta con la intención de marcharse enseguida.
—No mencionaste nada de Isabella. Si sabes dónde está, dímelo —exigí
deteniendo su paso, y sonrió de lado, sin gracia.
—Está en el país, aunque no sé dónde. —Su voz fue segura al responder
—. Pero sí, hablé con ella para avisarle que le pusiste un rastreador en el
cuello.
Gruñí de dolor por el movimiento brusco que hice al escucharlo, e
intentar llegar a él, para estrangularlo.
—¡Jodido idiota! No es solo un rastreador. Es el chip que inhibe los
efectos del dispositivo en su cabeza —largué, preocupado porque Isabella
se lo detectara y quitara, con tal de que yo no la encontrara y, que con eso
quedara más expuesta.
Y rogué para que de verdad esa tecnología fuera indetectable como
aseguró Darius.
—Ahora ya lo sé, pero no cuando se lo dije hace horas, debido a que
Darius se preocupó más en auxiliarte que en darme esa explicación que
prometió —se excusó, y reí con ironía por lo poco que le importó que me
ayudaran—. Y, antes de que preguntes, le avisé a Isabella porque yo vi
cómo se puso cuando descubrió tu engaño, malnacido. Por eso estaba
dispuesto a matarte en ese almacén si ella me lo ordenaba. Porque la vi
destruida en el momento que vio en un vídeo al amor de su vida huir con su
novia, cuando ella estaba en un hospital luchando con el trauma de haberte
visto explotar en su cara. —Su mirada acuosa fue lo único que me indicó
que sus palabras furiosas y su odio no iba dirigido directamente a mí—. Así
que, si lo que quería esta vez era ser quien huiría de ti, estaba dispuesto a
ayudarle.
—Entonces, sí fuiste tú el que consiguió que nuestros relicarios se
conectaran antes de destruir el programa —confirmé, recordando lo que me
dijo mientras yo estaba tirado en el suelo, afuera del almacén—. Le diste mi
huella para que lo activara, por eso ella descubrió que era yo detrás de la
máscara. Por eso no me dio la oportunidad de explicarle mi mierda —gruñí,
sabedor de que Grigori almacenaba nuestras huellas dactilares junto a
registros de ADN.
—También fui el que descubrió los vídeos que Jacob escondió del día de
la explosión. Y encontré las imágenes de cuando saliste de ese edificio,
sano y salvo. Recibiste la máscara de Sombra por parte de Darius y luego te
reencontraste con Amelia, aunque yo no sabía que era ella como Fantasma.
Isabella sí. Y no me preguntes cómo lo supo porque eso lo desconozco —
aclaró al ver mi sorpresa.
—Las cosas no son cómo ustedes piensan, Evan —espeté—. White huyó
lejos de mí creyendo algo erróneo y no me dio la oportunidad de explicarle
nada. Prefirió apuñalarme. Me miró a los ojos deseando con todo su ser que
muriera por su mano.
—Lo sé, porque lo vi. —Su declaración me hizo suponer que fue él
quien gritó mi apodo original, en el momento que Isabella me apuñaló, pues
tenía un leve recuerdo de alguien llamándome en ese instante—. Así como
estoy seguro de que si Bella huyó, si te quiso matar, fue porque antes de
ayer te dio muchas oportunidades para que le dijeras la verdad y no lo
hiciste.
En el instante que dijo eso, el recuerdo de la noche en nuestro
apartamento llegó a mi cabeza, cuando bailábamos y me suplicó que le
dijera mis secretos.
—No te equivocas —admití—. Pero nunca le dije nada porque quería
evitar este desenlace que tuvo mi hermana. Quería impedir que las dañaran
y fracasé.
—No, LuzBel. Jamás habrías fracasado si hubieras confiado en tus
amigos, en tu padre, en la mujer que te ama —refutó, y deseé que las cosas
hubieran sido así de fáciles.
«Debiste haber muerto de verdad. Porque, al quitarte esa máscara,
mataste de nuevo al hombre del cual me enamoré y te juro que, si él
hubiera sido real, lo habría preferido por encima de ti».
Tragué y luego reí cuando las palabras de Isabella volvieron a
encontrarme. Esas que sí me mataron más que la jodida explosión y sus
puñaladas.
—No, Evan. Esa mujer ya no me ama a mí, la escuchaste en el almacén.
Se enamoró de Sombra.
—¿Y acaso no eras tú, idiota?
—Sí, pero ella no lo sabía. Isabella se enamoró de Sombra y, créeme, me
deslindó de él desde hace mucho.
—¡Joder! Creo que iré por un psiquiatra porque estás loco, LuzBel —
desdeñó.
Lo tomaba como una estupidez, lo entendía. Pero él no vio en los ojos de
White lo que yo vi. Su decepción cuando dijo que prefería a Sombra por
encima de mí, fue real. Su preocupación y el mensaje que me envió con
Cameron constataban que pudo amar a LuzBel, pero se enamoró de
Sombra. Lo hizo de quien ella creía otro, y le dolió que no fuera real.
—Ve a hablar con Gibson —lo despedí, y sentí su mirada, pero lo ignoré.
No quería seguir con esa charla porque era muy consciente de que, dijera
lo que dijera, para ellos yo seguiría siendo el malo, el que se equivocó,
quien no confió en su gente. Olvidando la traición que sufrimos de quien
más confiábamos. Creyendo que yo me la pasé de rositas con los Vigilantes
mientras todos sufrían por perderme, suponiendo que estuve en el paraíso
con Amelia a mi lado.
—Admito que nunca me atreví a soñar con decirte la verdad, pero por un
momento creí que las cosas serían menos complicadas si llegaba a tener la
oportunidad —murmuré cuando me quedé solo y tomé el relicario de
Isabella.
Mi respiración se volvió errática en cuanto lo abrí y volví a ver aquella
fotografía al lado de la nuestra. No era digital, lo que me hizo suponer que
la Castaña nunca tuvo el interés suficiente en saber por qué la de nosotros
sí. Pero dejé de lado eso y contemplé los dos pequeños rostros, tan idénticos
y diferentes a la vez.
—El mundo en realidad es muy pequeño —añadí con una sonrisa.
Reconocí a esos gemelos sin importar que solo los vi una vez. Una
ocasión que bastó para que me marcaran, por sus rasgos y la familiaridad
que me transmitieron. Y que comprendí hasta en el momento que los vi en
esa imagen que pertenecía a Isabella.
«Más bien parecen ser hijos del diablo, hombre».
Me reí al recordar el señalamiento de Owen cuando los vimos en el
parque de Italia tiempo atrás. Aiden y D, como los llamaron, los chiquillos
roba osos que me regalaron una sonrisa que no pude corresponder porque
me congelaron. Tan pequeños e inocentes, y me intimidaron igual que ella
cuando la vi por primera vez en la universidad.
—¿Quiénes son ustedes en realidad? —pregunté reconociendo quién era
Aiden y quién D, a pesar de que fueran idénticos.
Podía deberse a sus expresiones, uno risueño y el otro muy serio. Las dos
caras de una misma moneda.
Sospeché muchas cosas cuando abrí ese relicario por primera vez y los
vi, reconociéndolos en el instante, como dije antes. Sin embargo, no quería
hacerme suposiciones porque la Isabella que reencontré no me dio indicios
de tener en su poder a un tesoro como ese. La frialdad que ahora poseía no
contrastaba con todo lo que imaginé, por eso necesitaba encontrarla, para
buscar una manera de que estuviera a salvo. Para que jodidamente
escuchara todo lo que tenía que decirle, para que me explicara quiénes eran
esas copias. Porque, si confirmaba de su boca que eran sus hijos, querría
saber quién era el padre.
Mierda.
Estuve a punto de enloquecer al imaginar que podían ser de otro hombre,
incluso pensé en la posibilidad de que fuera Elliot el padre. Pero luego
analicé las edades que esos niños podrían tener y, al hacer cuentas, me
encontré con la probabilidad de que fueran míos en realidad.
¿Sería posible? Porque de confirmarlo iba a estar bien jodido. Primero
porque esos niños eran demasiado perfectos. Y segundo porque ellos no
merecían a una escoria como yo en sus vidas.
Yo no meritaba algo tan malditamente real y único, pues dañé a muchos
inocentes, los condené a un infierno. Ni siquiera había podido recuperar a
Dasher.
Puta madre.
¿Con qué cara vería a esos niños a los ojos y les diría que eran tan míos
como su madre? Joder.
Comprendí mejor a Marcus y su temor de ser padre ante esa posibilidad.
Entendí su vergüenza y decepción de sí mismo porque, si nunca quisimos
ser padres, fue porque éramos conscientes de que jamás llenaríamos bien
ese perfil luego de lo que hicimos.
—¡LuzBel! —Miré hacia la puerta de la habitación luego de que Darius
entró y me llamó. Cerré el relicario y esperé a que siguiera hablando—.
Alice cuadró la ubicación de Isabella en Orange, no se sabe exactamente el
lugar porque, de un momento a otro, se perdió la señal del rastreador, pero
ya tenemos una idea de a adónde ir.
—¡Me cago en la puta! —espeté, e hice una mueca de dolor al lastimar
mi herida—. Espero que no se lo haya quitado porque, de ser así, corre más
peligro.
—Pensamos lo mismo, por eso nos regresamos. Para informarte esto y de
paso buscar a Ronin. Él se ha quedado aquí, así que le explicaremos lo que
sucede para que nos ayude a llegar a ella lo más pronto posible.
—Hazlo. Y asegúrate de que el tipo entienda que esto es muy grave —
aseveré, entendiendo que me hablaba del otro asiático compañero de
Isabella, el que estuvo cuidando el culo de Elliot luego de que regresaron de
California, y asintió.
—Dylan nos está ayudando con esto —avisó, y alcé una ceja, porque
Evan me dijo de la herida de bala en el abdomen que el susodicho sufrió—.
No hay nada que se pueda hacer con Tess en este momento más que esperar,
y él asegura que su lesión no es motivo para estar hospitalizado, así que
prefiere evitar que su hermana corra el mismo destino.
—Maldición —me quejé. Bajé las piernas de la camilla e hice un gesto
de dolor. Era una suerte que White no me hubiera tocado ningún órgano con
esas puñaladas que me asestó—. Si está con la capacidad de hacerlo, mejor.
Es más probable que ese Ronin sí escuche a Dylan —opiné luego de un
gruñido, y él asintió.
—Por cierto, han confirmado el estado de Lía. Tiene un poco más de
doce semanas de gestación. Y, a pesar de la pelea con Isabella, de momento
todo parece estar bien con el bebé. —Distinguí el ápice de tristeza en su
voz, también el arrepentimiento porque estuvo dispuesto a matar a su
hermana por defender a la otra, sin tener idea de que Amelia estaba
embarazada.
—Déjalo pasar, Darius. No lo sabías —insistí, y sacudió la cabeza.
—Como sea. Van a llevarla a prisión preventiva mientras un psiquiatra la
evalúa para determinar su salud mental. De eso dependerá su juicio y
destino —prosiguió.
—Consigue la manera de poder hablar con ella, en caso de que Marcus
no logre nada con Cillian —aconsejé.
—Ya estoy en ello.
—¿Y pudiste hablar con Jarrel para que esté preparado? —Negó con la
cabeza antes de responder.
—Su secretaria me dijo que se fue de viaje hace dos días, pero no le
notificó a dónde. —Esa información me hizo suponer muchas cosas, ya que
me parecía inaudito que el tipo saliera del país por negocios o placer,
cuando no teníamos idea del paradero de su hijo, a menos que… —. Yo
también sospecho lo mismo.
—¿Que sabe dónde está el niño? —indagué.
—Y ruego porque sea así —confirmó.
Yo también lo hacía.
—¿Sabes algo de los mellizos, Serena y los demás? —Movió la cabeza
en negación, y bufé exasperado—. ¿Y llamaste a Dominik para informarle
lo que pasó?
Iba a responderme, pero escuchamos varios pasos afuera que nos
obligaron a callar, y segundos después la puerta se abrió, dejándome ver a
mis padres.
—¡Dios mío, gracias! —La exclamación de madre y sus lágrimas, junto
a su reacción de correr hacia mí y abrazarme, fueron algo que no sabía que
necesitaba, hasta que alcé los brazos y los envolví en su cintura.
Su llanto denotaba amor, agradecimiento, incredulidad y amargura en
partes iguales.
No recordaba la última vez que le correspondí un abrazo, pues crecí sin
apego emocional, y no porque mis padres lo merecieran, o porque haya
crecido con algún trauma. Sencillamente estaba en mi naturaleza ser frío, y
con ella me limitaba a recibir sus muestras de amor, pero no se las daba,
excluyendo por supuesto el respeto que siempre le mostré.
—¡Oh, Dios! Esto es un milagro —siguió, y reí cuando acunó mi
mandíbula y me dio besos por todo el rostro.
—Ya, madre —pedí, y puse las manos en su cintura, pensando en que
ella era la única que me recibía con tanta efusividad, sin señalar lo ingrato
que fui por fingir mi muerte.
—No, mi niño. No me pidas que me detenga cuando he pasado más de
tres años añorando un momento como este, creyendo que era imposible
volver a tenerlo —confesó sin parar de llorar.
Demonios. Solo ella me podía llamar su niño cuando dejé de serlo desde
hace años.
Me fijé que padre sonreí al vernos, apretando los labios para no llorar.
Darius no consiguió mucho y se limpió una lágrima que corrió por su
mejilla sin permiso. Tras eso salió de la habitación para darnos privacidad.
—Perdónenme por todo lo que les he ocasionado. —Miré a padre al
decir eso, y él negó.
—No hay nada qué perdonar, hijo. Sabemos que lo que hiciste tiene una
buena explicación. —Myles llegó a mí tras decir eso y madre le cedió su
lugar.
Me abrazó con fuerza y fingí que la herida en mi abdomen no me dolió.
Agradecí además que la lesión en mi pecho estuviera sanando porque, con
ese gesto, padre hubiera conseguido que mi operación se abriera. Sin
embargo, a pesar del dolor, la bienvenida que ambos me estaban dando
mermó un poco el caos en mi interior.
—¿Han visto a Tess? —Los dos asintieron.
—Fue difícil decidir a qué hijo ver primero, pero que el doctor D’angelo
viniera con nosotros nos ayudó a escoger sin sentirnos mal, pues lo
llevamos con el médico que se ha encargado de Tess para que le explique la
situación —respondió madre, y me tomó por sorpresa la mención de ese
apellido.
—¿Cómo se llama ese médico de confianza que han traído? —indagué,
recordando la información que Evan me dio.
—Fabio D’angelo. Uno de los mejores neurocirujanos de Italia —
aseguró padre, y me reí.
Ellos no comprendieron mi reacción.
—Carajo, el mundo es demasiado pequeño —confirmé.
—¿Lo conoces? —preguntó madre, también sorprendida.
—A él y a su hermano, pero esa es una historia para luego —aclaré, más
tranquilo de que padre haya llegado con Fabio, pues no ignoraba el
excelente médico que era a pesar de su edad—. Ahora mismo necesito que
me crean que traté de hacer lo posible para que Tess no terminara de esta
manera, pero al final las cosas se nos salieron de las manos.
Todavía no tenía conocimiento de lo que pasó para que Lucius nos
emboscara, ya que algo me decía que tuvo que ser algo más que las
artimañas de David para quitarle poder a su sobrina, o el que Amelia me
hubiera estado poniendo a mí por encima de ellos.
—No tienes por qué aclararlo, Elijah. Somos conscientes de que jamás
harías nada para dañar a tu hermana —Sentí una punzada de culpabilidad al
oír a madre tan segura, porque sí hice muchas cosas con las que provoqué
que la dañaran.
Y hubo un momento en el que me arriesgué a que la mataran.
—Sé que estás cansado y recuperándote, hijo. Pero necesito entender
todo lo que has vivido para saber cómo proceder, ya que el sargento
comisionado pide la cabeza de Sombra para hacerle pagar por la muerte de
su compañero, Patterson —abordó Myles, y contuve que las comisuras de
mi boca se alzaran con malicia.
Psicópata de mi parte haber matado a Caron por celos, y más desquiciado
era no arrepentirme de haberlo hecho.
Comencé a hablarles a mis padres de las razones que me llevaron a ser
Sombra, resumiendo todo desde que acepté vivir detrás de esa máscara,
aunque detallé parte de algunas torturas que recibí, únicamente para que
lograran comprender la gravedad de la situación. Cabe recalcar que madre
volvió a llorar, por lo que yo pasé y por el sufrimiento de Tess y su
frustración, al no entender por qué ningún médico descifraba el origen de su
migraña.
Incluso les hablé de cuando estuve en el hospital luego de que a padre lo
atacaran. Y lo cerca que me arriesgué a estar de madre, además de mis
ganas de asegurarle en ese momento que todo estaría bien mientras le
rezaba a su Dios.
—Tengo información de que hasta este momento Amelia se ha negado a
delatar a quién usaba la máscara de Sombra. Y, mientras eso siga así,
manejaremos la versión de que el tipo se escapó —indicó padre cuando
terminé de contarles lo necesario.
Me sentí un poco extraño porque, luego de pasar decidiendo por mí
mismo cada paso que daría, y los movimientos que haría para librarme de
las consecuencias, arriesgándome a cagarla y confiando en el proceso;
ahora lo tenía a él de nuevo escudándome. Tomando por mí las decisiones
que se escapaban de mis manos, y no para joderme, como me acostumbré a
que fuera con Lucius o Amelia.
—¿Y si llegara a delatarme? —sondeé.
—Me jugaré la carta de su condición mental para desmentirla. La usaré
así como ella te usó a ti.
Mierda.
Me sorprendió escuchar eso de Myles, y por la cara de madre supe que a
ella también. Pero de nuevo, si podía librarme de la cárcel, lo haría, al
menos mientras me aseguraba de que Dasher, Isabella y Tess estaban a
salvo. Ya si el destino quería hacerme pagar luego por mis mierdas, pues lo
aceptaría.
Pero después.
—Hice muchas atrocidades y sé que merezco un castigo por eso, pero, si
puedes conseguirme tiempo, te lo agradeceré. Luego puedo ser juzgado por
mis delitos.
—De ninguna manera, Elijah. Pagarán los verdaderos culpables porque,
aunque los demás crean que tuviste opción, yo sé que no. Me lo confirma el
dolor en tus ojos —sentenció padre.
Y, joder. Acostumbrarme a que alguien más viera por mí, y no contra mí,
no resultaría tan fácil después de todo.
—Ahora estás con nosotros de nuevo, cariño. Y así odie este mundo, sé
que tu padre y los Grigoris te ayudarán a resolver todo lo que te atormenta.
Recuperarán a ese niño —aseguró madre, llegando de nuevo a mí, para
acariciarme el rostro.
A lo mejor ella sí se dio cuenta de lo difícil que estaba siendo para mí
tener que confiar en alguien más para que me ayudara, tras los años que
llevaba arreglándomelas por mi cuenta, temiendo que en cualquier
momento me dieran una puñalada por la espalda. Pues con Amelia entendí
mejor eso de que la bruja te daba dulces para que confiaras en ella y no
intentaras huir mientras te llevaba al caldero.
—Eso espero, madre —deseé.
—Isabella también te ayudará. Y, como nosotros, comprenderá lo que
pasaste, pero dale tiempo, hijo. —Noté un poco de molestia en el rostro de
Eleanor cuando padre abogó por la Castaña, y eso me extrañó—. Ella, igual
que tú, pasó por situaciones que la convirtieron en alguien que nunca quiso
ser, pero se vio obligada a aceptar para sobrevivir.
—Aun así, no tenía por qué apuñalarlo —aseveró madre, y la tomé de la
mano.
—No la juzgues por eso. Porque, créeme, yo en su lugar habría actuado
peor y lo sabes —pedí y aclaré.
A mí me hirió el orgullo la actitud y acción de Isabella antes de irse, sus
declaraciones sobre todo. Pero no negaría que odiaba que otros la juzgaran
cuando solo ella y yo sabíamos lo que vivimos y pasamos. Además, padre
tuvo razón al decir que las circunstancias convirtieron a ese ángel en una
diabla mortífera y malvada.
Yo era testigo de ello.
—Entiendo perfectamente que Isabella se esté protegiendo, pero así
como yo, ella es ma…
—Está en su derecho, Eleanor. —Padre cortó a madre de golpe, y fruncí
el ceño, sobre todo cuando ella carraspeó y se sonrojó, avergonzada o
preocupada; no lo identifiqué—. Pero va a recapacitar y también tendrá su
cota de arrepentimiento, cuando se dé cuenta de tus motivos para mentirle
—añadió para mí—. Simplemente esperemos a que el tiempo ponga todo en
su lugar.
Para ese momento, él ya se había acercado a madre y le dio un beso en la
sien. Entendí que era su manera de disculparse por cómo le habló. Y,
aunque madre se recompuso y aceptó el gesto, imaginé que en privado
tendrían una charla, en la que padre estaría en una situación muy similar a
caminar sobre terreno minado.
—Mientras ese momento llega, si es que lo hace. ¿Pueden decirme en
dónde han estado este tiempo?
—Con Baek. Tenía que recuperarme y decidimos irnos con él para que
los Vigilantes no pretendieran atacarme de nuevo, y distraer con eso a
Isabella y a Tess. —La seguridad en la respuesta de padre a mi pregunta no
dejó lugar a dudas.
Pero el nerviosismo de madre, y que conocieran a Fabio, me las provocó
igual.
—Supongo que te refieres a que estuvieron en Tokio, pero el doctor
D’angelo reside en Italia. En Florencia para ser más específico. ¿Cómo
coincidieron con él?
Madre miró a padre y la vi tragar con dificultad.
—Como bien dijiste: esa es una historia para después —acotó Myles con
entereza, y sonreí.
«Para después, mis pelotas».
Probando hasta dónde llevarían esa situación, tomé el relicario de
Isabella y lo abrí. Se los mostré para que miraran las fotografías en él y fui
muy consciente de la acción de madre al tomar la mano de su marido. Él le
dio un apretón con el cual intentó calmarla, y no supe cómo tomar esa
actitud en ellos.
Si esas copias eran hijos de White, no tenían por qué callarlo, a menos
que yo no fuera el padre y quisieran evitar mi reacción. Y el pensamiento de
esa posibilidad me hizo tensar la mandíbula.
Puta madre, tenía que saber a qué malnacido iba a matar.
—Isabella perdió esto en la batalla. Yo le regalé el relicario, pero solo
con una fotografía —aclaré—. ¿Saben quiénes son estos niños? Pero sobre
todo, ¿saben quién es el padre de ellos?
El monitor cardiaco fue el que se encargó de dejarles saber lo acelerado
que estaba latiendo mi corazón, mientras esperaba por una respuesta. Pues
de ellos dependía mi cordura en ese instante, ya que, si me confirmaban que
había alguien más en la vida de esa mujer que no era ni Sombra ni yo,
habría más muertes en mi lista de las que no me arrepentiría.
—Hijo, nosotros...
—¡Hemos encontrado a Isabella! —Cameron entró a la habitación como
alma en pena, haciendo que los tres dejáramos de lado las preguntas que les
hice y la respuesta que padre estuvo a punto de darme.
—¿Dónde está? —le pregunté, bajándome de la camilla e ignorando la
tremenda punzada de dolor en mi herida.
—Elijah, no. No debes moverte —me amonestó madre. Al parecer no
escondí bien mi gesto de dolor.
—Habla —demandé para Cameron, porque él se quedó en silencio al ver
que madre se acercó para sostenerme del brazo.
No era de vidrio, pero ella me estaba tratando como si fuera a quebrarme.
Como si temiera que la vida me arrebatara de sus brazos de nuevo.
—Está en un hospital militar de Orange.
—¡¿Qué?! —exclamamos los tres al unísono al escuchar a Cam.
—Su compañero japonés le dijo a Darius que al parecer sufrió un AIT[12],
pero ya él se puso en contacto con Isamu y le explicó lo que está
sucediendo. Así que se están movilizando para traerla hacia aquí en cuanto
el médico indique.
—¿Ella está bien? —pregunté con desesperación, sabiendo que con
compañero japonés se refería a Ronin.
—Sí, solo fue un ataque transitorio. Se encuentra estable ahora mismo y,
antes de venir a avisarte, Darius se fue en busca del doctor D’angelo para
que se comunique con el médico que la atendió, y le explique mejor lo que
sucede y por qué debe permitir que la saquen del hospital.
—¡Maldición! —largué al sentirme tan impotente por no ser yo quien
fuera por ella.
—Calma, Elijah. Lo importante es que ya se sabe dónde está y que los
Sigilosos se encargarán de traerla aquí. Confía en ellos —pidió padre, y
simplemente negué.
No era fácil calmarme cuando quería correr hacia ella y asegurarme por
mi cuenta que sí estaba bien.
No era fácil conformarme con esperar horas que se volverían
interminables.
Me cago en la puta.
Pasé tres malditos años esperando para verla a la cara sin la jodida
máscara puesta. Y no quería que nada ni nadie me siguiera arrebatando el
momento de enfrentarnos y hacerle entender que nada de lo que hice fue
para dañarla.
Y menos mal que, mientras los Sigilosos se encargaban de regresar con
ella, los agentes que debían interrogarme para montar un caso sólido en
contra de Amelia y David Black llegaron para tomar mis declaraciones.
Manejaríamos mi versión como un secuestro, pues así lo decidimos con
padre para que pudieran desligarme de todo, incluso las puñaladas que
Isabella me dio se las inculpamos a los Vigilantes. Y, gracias a las torturas
físicas que recibí, no tuve que inventar nada del maltrato que atravesé
durante ese tiempo.
Luego de que ellos se fueran, y que mis padres me dejaran solo, para ir a
ver a Tess e informarse de lo que pudiera estar pasando con ella (e intuí que
también para librarse de mis preguntas incómodas referente al estado
familiar de la Castaña), recibí la visita de Alice. La rubia se mostró
preocupada por mí y aseguró que temió no volver a verme.
Ella se había mantenido en el hospital desde que llegamos luego de la
batalla, aunque al principio quisieron detenerla e investigarla más a fondo
por infiltración. Sin embargo, Darius se encargó de aclarar que la rubia no
tenía nada que ver con los Vigilantes y que todo lo que hizo fue para
ayudarme a mí.
Tras salir de ese embrollo tuvo que enfrentarse a una discusión con
Elliot, porque este juró que ella solo lo usó para que yo lograra mi
cometido. No obstante, Alice pudo hacerle entender que él jamás fue parte
de la ecuación en mi plan y que lo que sucedió entre ambos ya fue obra del
destino.
Y, solucionado ese asunto, se quedó a su lado, y únicamente se separó del
tipo cuando los padres de él llegaron.
—Tu tía está loca por venir a verte —declaró, refiriéndose a Eliza, la
hermana de padre.
—Espero que no sea para rematarme por haber querido deshacerme de su
hijito —ironicé, y ella rodó los ojos.
—Agradece que no sepa que eras tú detrás de la máscara —soltó irónica.
Alice no había llegado a verme hasta ese momento, pero se mantuvo
ayudándome incluso cuando estaba preocupada por Elliot. Y valoré más
eso.
—¿Por qué el chip dejó de funcionar? —inquirí, esperando que tuviera
alguna respuesta.
Se suponía que eso inhibía los efectos del dispositivo, así que no
entendía por qué Isabella sufrió ese ataque transitorio. Además, que pasara
por eso fue una prueba de que David Black en lugar de preocuparse por huir
quería volver a darnos otro golpe.
—Cuando cuadré su ubicación, perdí su rastro de un momento a otro.
Pero investigué las zonas cercanas al último lugar en el que la registré y
descubrí una base militar, lo que me hace suponer que los aparatos que ellos
tienen para bloquear las señales de cualquier tipo de dispositivo desactivó el
chip, y por lo tanto la dejó expuesta a un ataque de los Vigilantes.
Eso tenía mucha lógica.
—Desactivó el chip, pero no el dispositivo —analicé.
—Recuerda que es un prototipo ruso. Es muy posible que Estados
Unidos todavía no lo sepa, por eso no pueden protegerse. El chip en cambio
parece ser una mezcla de tecnologías conocidas y desconocidas, por eso el
inhibidor de señal de los militares le afectó.
—Joder, Alice —me quejé, soltando el aire por la boca y agarrándome la
nuca cuando eché la cabeza hacia atrás.
La impotencia iba a matarme antes que un ataque al corazón.
—Confiemos en que ya no se ensañen con Tess ahora que ella está
delicada —trató de animarme, y reí sin gracia—. El chip de Isabella ha
vuelto a funcionar desde que salió de la zona militar, así que no podrán
dañarla más, y eso te dará el tiempo necesario para conseguir el aparato que
apagará los prototipos.
—No puedo confiar en la suerte, chica —repliqué.
—Tendrás que hacerlo, amigo. No tienes de otra —me recordó.
Nos quedamos en silencio unos minutos porque no había más que nos
pudiéramos decir. Y, cuando la desesperación volvió a embargarme, se me
ocurrió que Alice podía ayudarme a que mermara.
—¿Puedes ver en dónde está ella en este momento?
No me respondió, optó mejor por sacar su Tablet de un bolso, que
llevaba con la asa cruzada por su pecho, y revisó algo, segundos después
sonrió de lado.
—Está aquí. —Ni siquiera había terminado de decir eso y yo ya me
estaba bajando de la camilla—. ¡Jesús, LuzBel! —chilló, y me acercó una
silla de ruedas que habían dejado en la habitación.
—De ninguna manera —refunfuñé.
—Llegarás más rápido así, tonto —debatió ella.
Intenté dar un paso porque no me quería sentir más inútil de lo que ya me
sentía si me llevaban en esa silla, pero mi herida escoció y punzó, así que
no me quedó más que obedecerle, agradeciendo que además de la bata me
había puesto un pantalón de algodón para evitarme la vergüenza de mostrar
el culo.
—Justo venía por ti —dijo Cameron al encontrarnos fuera de mi
habitación.
—¿Cómo está?
—Despierta pero inconsciente —avisó, y fruncí el ceño.
—¡Dios, chico! Explícate mejor —pidió Alice por mí.
—Según sus compañeros, se negaba a venir y exigió que lo que fuera que
tuvieran que hacerle lo hicieran lejos de ti —comenzó a explicar Cameron,
y me incomodó saber eso—, por lo que uno de ellos pidió que la sedaran
para poder trasladarla sin ningún inconveniente. Lo que creo que se traduce
a: sin que ella intentara matarlos.
Isabella despertó a minutos de llegar al hospital de Richmond, pero lo
hizo en un estado similar a la borrachera. Por eso Cameron explicó que
estaba despierta, aunque inconsciente. Nos guio con Alice a donde la habían
llevado y siguió informándonos lo que sabía. Y, cuando llegamos cerca de
la habitación en la que la metieron, mi corazón comenzó a acelerarse ante la
expectativa del demonio enfurecido que me encontraría.
—Fabio vendrá a revisarla en un momento —comentó Darius al verme.
Él y Caleb eran los únicos en la habitación con Isabella, ya que, según
Cameron, Isamu se marchó con Maokko luego de asegurarse que la Castaña
quedara a salvo.
—¿Todo está bien con ella? —inquirí.
Alice y Cameron salieron y me dejaron solo con ellos.
—Teníamos una base militar cerca, así que la llevamos allí en el
momento que nos dimos cuenta de que lo que le sucedía era grave. El
médico determinó que sufrió un ataque isquémico transitorio, en palabras
más claras: una advertencia sobre un posible derrame cerebral —explicó
Caleb con seriedad—. Cuando nos dijeron eso creímos que se debió al
cúmulo de emociones que experimentó en menos de veinticuatro horas,
hasta que Darius le explicó a Isamu lo que en realidad pasaba. Por eso
decidimos proceder.
—Gracias —ofrecí con sinceridad, y el rubio bufó una risa sardónica.
—No la trajimos aquí para ayudarte, lo hicimos porque nos estamos
enfrentando a algo desconocido y tú tienes la ventaja en eso. Pero, de no
haber sido así, créeme que jamás habríamos actuado en contra de lo que ella
quería —juró y, aunque sus palabras fueron tranquilas, también iban
cargadas del odio que sentía hacia mí.
—Nada de lo que hice fue para lastimarla —refuté, harto de los
señalamientos.
La enfermera que se encargaba de revisar los signos vitales de Isabella
dio un respingo por la molestia en mi voz, aunque no hablé fuerte. Y era
parte de Grigori, por eso conversábamos con un poco de confianza.
—Tal vez no, pero, si hubieras estado en mi lugar cuando la encontré en
el cuartel, tratando de huir de su dolor sin éxito, entenderías por qué quiero
matarte —me reprochó.
—Amigos, este no es el lugar ni el momento para los reclamos —nos
recordó Darius—. Ya habrá tiempo para hacer aclaraciones, por ahora,
vamos afuera y dejemos que ellos se reencuentren —le pidió a Caleb, y este
negó con la cabeza.
—No pretendo devolverle lo que me hizo antes de irse, si es lo que te
preocupa —satiricé, refiriéndome a las puñaladas.
—Estarías muerto antes de siquiera intentarlo —se mofó.
Cómo me caía mal el hijo de puta, pero en la misma medida me gustaba
que fuera un perro fiel y letal cuando se trataba de la Castaña.
—Vamos, Caleb —insistió Darius, y lo tomó del brazo sin ser brusco
para que ese pitbull no lo mordiera.
Y el tipo no cedió en el instante, aunque sí minutos después de cansarse
de mirarme fijamente y de que yo no me inmutara.
Solté una risa carente de gracia en cuanto me quedé a solas en la
habitación, pues la enfermera también se fue detrás de ellos. Y, cuando
encontré el valor, me puse de pie con un poco de dificultad y llegué a la
camilla. Isabella estaba con los ojos cerrados, tenía hematomas en el rostro
por la pelea que tuvo con Amelia y los otros Vigilantes que intentaron llegar
a ella en la batalla. Una de sus manos estaba hinchada y con cortes en los
nudillos; y supuse que era mi sangre la que todavía salpicaba algunas partes
de su muñeca.
—Tan bonita…, y tan letal —susurré, y abrió los ojos, pero se fijó en el
techo y sonrió como si lo que escuchó de mí hubiera sido un halago.
La imité porque la situación era irónica, pues cuando se fue me miró con
el odio más puro y en ese momento lucía demasiado pacífica, cambiando
sus rasgos de mujer peligrosa a los de la chica inocente que conocí en el
pasado.
—¿Vas a intentar matarme de nuevo, Bonita? —pregunté y,
arriesgándome a perder la mano, me atreví a acariciarle el rostro.
Ella me miró al sentir mi contacto, mostrándose tan relajada que parecía
en trance.
—Que hermoso eres.
¿Qué demonios?
No quería que peleara más conmigo, me conformaba con que me aplicara
la ley del hielo, por eso me sorprendió que me halagara, ya que era lo
último que esperaba de ella. Aunque su voz borracha hizo que la
información de Cam cobrara más sentido.
—Tus ojos son preciosos, se parecen a los de... —Comenzó a reír
apenada, y tuve que morderme el labio para no hacerlo también, ya que
llegué a desconocer esa versión de ella, luego de reencontrarnos.
Yo como Sombra e Isabella como la femme fatale.
—¿A los de quién? —inquirí, y volví a acariciarle el rostro, disfrutando
de su estado. De un momento de paz entre nosotros, luego de las batallas
que estuvimos luchando.
—Eres taaan bello —optó por halagarme de nuevo, alargando las frases
esa vez—. Tú podrías ser mi esposo, ¿sabes? ¿Te casarías conmigo?
Vaya mierdas las que podía hacer un sedante.
—Si me lo propones de una manera muy romántica, tal vez sí —
respondí, y sonrió tímida.
—Cerca de mi casa hay un acantilado hermoso, voy a prepararte algo tan
romántico allí que te querrás casar conmigo en esta vida y en las que siguen
—juró, y ya no pude evitar reírme.
Amaba ese sedante.
Y quería saber de qué casa hablaba.
—Hazlo entonces y me tendrás para toda la vida. En esta y las que nos
faltan por vivir.
Joder. Creo que el sedante que me pusieron a mí también me afectó. Era
de la única manera que podía justificar el decir cosas tan estúpidamente
cursis, así fuera por seguir el hilo de la situación.
—¡Yupiii! El ángel se casará conmigo —gritó feliz, y empecé a
considerar el pedirle a Fabio más de lo que sea que le hubieran inyectado—.
Tendremos muchos hijos y, si vienen de a dos, será perfecto.
Oh, mierda.
Mis ojos se ensancharon al escucharla, pero también llegó a mi cabeza la
imagen de aquellas copias tan perfectas que ella llevaba en el relicario, lo
que me hizo encontrarle sentido a lo que su subconsciente quiso decirme.
—Isabella, ¿tienes hijos? —cuestioné, y me miró con asombro.
—¿En serio? ¿Tenemos hijos? —No comprendió que le hice una
pregunta, no una afirmación— ¿Son lindos? ¡Guau! Espero que me los
hayas hecho con amor, dicen que así salen más hermosos. Aunque…
podrías hacerme otro par, ¿cierto? Para recordar el proceso esta vez.
Me mordí el labio al ver su sonrisa traviesa ante la insinuación implícita.
Y de nuevo: amaba ese sedante.
—Por supuesto, Bonita. Te recordaré el proceso las veces que quieras —
prometí, y se lamió los labios.
La acción provocó que la sangre me corriera más a la polla.
—¡LuzBel! Es bueno verte de pie. —Fabio entró a la habitación.
Lo miré y, segundos más tarde, sentí la mano de Isabella acariciándome
el rostro.
—¿LuzBel? —pregunté, y Fabio miró la acción de Isabella conmigo—.
¿Lo supiste hoy o desde cuándo? Porque el mundo puede ser pequeño, pero
las coincidencias no siempre son eso. —Él sonrió al entender lo que quise
decir.
—¿Sinceramente? Nunca me provocaste la curiosidad suficiente como
para investigarte a fondo —admitió, y bufé con sarcasmo—. De haberlo
hecho, entonces te aseguro que lo hubiera sabido desde la segunda vez que
nos vimos.
—Me duele no ser tan interesante como para que lo supieras desde la
primera vez —fingí tristeza, y eso lo hizo reír.
—Si de algo sirve, aunque lo hubiera sabido desde la primera vez, no
habría dicho nada. Ni a ti ni a Baek Cho. Era tu secreto y respeto eso. —
Asentí porque no lo dudé.
El tiempo que tenía de conocerlo, aunque me relacioné más con su
hermano, me hizo saber que Fabio era un hombre que no se metía en lo que
no le importaba. Además, nada tuvo que ver su declaración acerca de mí,
pero siempre supe que era rara la persona que a él le interesaba lo suficiente
como para tomarse el tiempo de averiguar más de su vida.
Y únicamente Dominik estaba entre esas personas.
—¿Por qué actúa así? —indagué refiriéndome a la Castaña, ella había
dejado de tomarme el rostro para entrelazar sus dedos con los míos.
—Es de ese por ciento de las personas que reaccionan con alucinaciones
o en estado de borrachera cuando despiertan de los sedantes intravenosos —
explicó—. Es pasajero y no deja consecuencias —añadió.
Con cuidado tomó el rostro de Isabella y le alumbró los ojos con una
pequeña linterna, pidiéndole a la vez que siguiera la luz.
—¡Guau! Tú también eres muy hermoso. ¿Estoy en el cielo? —Fabio
sonrió con diversión al escucharla.
—No, Isa. Esto es más como el infierno —respondió él, y entrecerré los
ojos por la confianza con la que usó el diminutivo de su nombre.
—Entonces tú, él y yo —nos señaló—, ¿podríamos hacer perversidades?
—¡¿Qué demonios?! —espeté odiando ese maldito sedante.
—¿Ves? Sigue alucinando —alegó Fabio, tomando lo que la Castaña dijo
como algo común en su diario vivir.
—Pues ponle algo para que espabile —solicité.
—No te pongas celoso, ángel. —Ella jodidamente imitó la voz de una
niña al pedir eso—. Sería divertido, di que sí —insistió, y me tragué el nudo
de celos en mi garganta—. Tú también di que sí. —Se giró hacia Fabio.
Y tuvo la osadía de acariciarle el rostro como antes hizo conmigo. Y,
puta madre, como odiaba ese maldito sedante.
—Oh, hombre. No permitas eso porque me caes bien. Y por menos he
matado —sugerí entre dientes a Fabio, apretando el hierro lateral de la
camilla que servía de protección para que los pacientes no se cayeran de
ella.
Fabio hizo lo que le pedí, pero era mejor que no lo hubiera hecho, ya que
noté la intimidad con la que la tomó, y pobre de él si no hubiera estado
recuperándome de la puñalada en mi abdomen. Un regalo de esa descarada
que de nuevo me estaba llevando a la locura incluso sedada.
—Luego hablamos de eso, Isa —susurró el hijo de puta en respuesta a la
propuesta que ella hizo.
—¡Me cago en la puta, Fabio! ¿Quieres morir? —lo desafié, y él negó
con diversión.
Las imágenes que puso en mi cabeza fueron una mierda. Y fantaseé con
la idea de meterle por la garganta ese estetoscopio que llevaba colgado en el
cuello.
—Debo de decir que como LuzBel tienes más control que como Sombra
—señaló.
—No, imbécil. Estoy herido, eso hace que me controle.
—Tengo suerte entonces.
—Fabio —advertí.
Por primera vez lo vi riendo abiertamente, aunque acató mi amenaza y
siguió con lo suyo. Examinando a Isabella en ese momento como un
profesional y no como el jodido suicida al que le encantaba desafiar a la
muerte.
Al terminar me explicó que el ataque isquémico que ella sufrió no
mataba las células del cerebro, por lo que no ocasionaría un daño
permanente. Y, tal cual aseguró Alice, el chip la estaba protegiendo de
nuevo. Y me daría el tiempo para conseguir el aparato que apagaría el
dispositivo y que así él pudiera extraerlo de una manera segura.
Pero era posible que no fuera el tiempo suficiente en el caso de Tess.
—Actúas como si la conoces desde hace mucho —comenté luego de que
acomodara la mano de Isabella a un lado de su cuerpo.
Ella al final se había dormido.
—Creí que estaba sola —manifestó, y la tensión en mi cuerpo volvió a
incrementar.
—Conque ya la conocías —urdí, y me miró.
—Ella es la chica que consiguió que las demás te parecieran solo
personas comunes y corrientes, ¿cierto? —dedujo en lugar de responder, y
asentí—. Ahora te comprendo mejor. —Alcé la ceja en reacción a su
señalamiento.
—¿Hay algo que yo todavía no sepa?
—Muchas cosas —recalcó con seguridad, y odié que fuese tan directo,
pero que a la vez callara mucho.
—Habla de una vez —exigí, y me miró serio.
—Todo lo que sé es de manera profesional y, aunque seamos amigos, no
te diré nada. Tengo ética. —Maldije al escucharlo, y notó mi frustración.
Miró a Isabella e intentó apartarle el cabello que le caía en la frente, pero
le tomé la muñeca porque no permitiría más esas actitudes de su parte. Y
menos en mi cara.
—En serio, viejo, deja de provocarme metiéndote con ella porque no voy
a controlarme por más tiempo —sentencié, y me miró con alevosía—. ¿Te
gusta? —pregunté siendo directo.
—Me gusta —devolvió sin inmutarse, y apreté la mandíbula—. Sin
embargo, si está contigo, tienes mi palabra de que jamás intentaré algo con
ella. —No le creí, a pesar de que demostró que iba de frente en todo
momento, no confiaba en nadie que mirara a Isabella igual que yo lo hacía
—. Pero si no lo está, entonces me alegraré mucho de que tu amistad haya
sido más con Dominik que conmigo.
—Maldito imbécil, estás firmando tu sentencia —espeté, y sonrió de
lado.
—Estoy sentenciado desde que nací —aseguró, y comenzó a caminar
hacia la salida—. Y espero que, como yo, respetes a las personas que van de
frente, son sinceras y tienen las bolas para decirte la verdad en la cara.
—Que las respete no es impedimento para matarlas. Y tú ya apestas a
muerto —aclaré, y el hijo de puta rio antes de salir de la habitación—.
Morirás con esa sonrisa en la cara, cabrón —le prometí.
Y mentalmente anoté su nombre en mi lista de personas por enviar a
descansar para siempre, justo por debajo del cabrón de Elliot.
El suspiro de Isabella me sacó de mis cavilaciones y negué con la cabeza,
observándola con atención, admirando su gesto de paz y tranquilidad, sin
tener idea de todo el caos que podía provocar al estar despierta. Sin
entender la tempestad que ocasionaba a su paso.
—Serás la muerte de muchos, meree raanee. Incluida la mía —preví.
Y tras eso me incliné con un poco de cuidado para no dañarme y le di un
beso en los labios, consciente de que, cuando volviera a despertar, volvería
a ser la tempestad que me estaba costando aplacar.
Esa que quería acabar conmigo.
Capítulo 25
Maldita tempestad
Isabella

Cuando reaccioné, la sensación de vacío en mi cabeza y la pesadez en


mis párpados impidieron que abriera los ojos. Tampoco me moví porque la
debilidad seguía instalada en mi cuerpo y únicamente deseaba volver a
dormir, a pesar de que el recuerdo de lo que sucedió antes de que me
sedaran hizo que quisiera levantarme de la incómoda camilla e ir en busca
de Caleb para hacer pagar a esa pequeña mierda por su traición.
Porque eso hizo, me traicionó al pedir que me sedaran para trasladarme a
un lugar en el que no quería estar.
«Lo hizo para salvarte».
No, para salvarme no era necesario volver a estar cerca del maldito
traidor de LuzBel.
Él solo estaba manipulando las cosas a su favor para que yo regresara,
porque, si de verdad estuviera corriendo peligro, entonces me habrían
explicado lo que sucedía y no solo me hubiera enviado recados a medias.
—¿Cuánto tiempo más seguirá dormida?
«Ahí estás, pequeña mierda», pensé al escuchar a Caleb hacer esa
pregunta, luego de que alguien entrara a la habitación.
Tenía la certeza de dónde me encontraba, ya que Darius le pidió a Isamu
que me llevaran al hospital oficial de los Grigoris para que pudieran
atenderme, como si el hospital militar al que me llevaron no hubiera tenido
la capacidad de mantenerme estable. Aunque desconocía cuánto tiempo
transcurrió desde entonces.
—Despertará en cualquier momento. —La voz que respondió me resultó
demasiado familiar.
«El neurólogo bipolar».
Jesús, por qué tendías a estigmatizar a las personas.
«¿El doctor guapetón entonces?».
¡El doctor D’angelo, maldita conciencia! O el doctor de D, si lo
preferías.
«Pero me gustaba más el doctor guapetón. Incluso sexi».
Oh, Dios.
Dejé de lado a mi perra conciencia y el enamoramiento platónico que
desarrolló por ese doctor enigmático en las pocas veces que nos vimos en
Italia.
Me concentré en lo que sucedía a mi alrededor. El bip acelerado del
monitor, que de seguro me conectaron al pecho, dejaría entrever que ya
estaba consciente, así que traté de calmarme y me pregunté qué carajos
hacía el doctor D’angelo en la ciudad. En Estados Unidos, en ese hospital y,
al parecer, atendiéndome a mí.
—Ya no tendrá el efecto del sedante, ¿cierto?
«¡Santa mierda! El ex, y aun caliente, Chico oscuro también llegó».
Medité e ignoré a mi conciencia de nuevo, quien parecía demasiado
emocionada porque LuzBel también estuviera presente en esa habitación, y
maldije, pues así me era más difícil controlar mi ritmo cardiaco.
—Por el bien de tu corazón, espero que no.
—Fabio. —La advertencia en la voz de LuzBel, luego de lo que el doctor
D’angelo dijo, me enfrió la piel.
También reconocí el toque de diversión en la respuesta del médico, y eso
me hizo suponer que ellos se conocían, ¿pero de dónde? Eso tenía que
averiguarlo en cuanto pudiera.
«Y si se conocían, ¿será que el Tinieblo lo envió para atender a D? Lo
que podía significar que él siempre supo de los clones».
Carajo.
Necesitaba respuestas para esas preguntas de mi conciencia, pero me
conocía y no era un buen momento para enfrentarme a LuzBel. Por eso me
obligué a seguir con los ojos cerrados, aunque me costó mucho al sentir una
mano tomando mi muñeca y apretándome el pulso, cosa que me indicó que
se trataba del doctor.
—Voy a revisarla, así que les agradeceré que me dejen a solas con ella.
—Y una mierda, para eso no necesitas privacidad —largó LuzBel.
¡¿Pero qué demonios?! Él no tenía por qué decidir eso.
—Decide por tu privacidad, no por la de ella —siseó Caleb.
Bien, rubio traidor.
—Caballeros, por favor. —Escuché a LuzBel bufar cuando el doctor usó
un tono profesional con ellos para reprenderlos. Y mi curiosidad por saber
cómo se conocían ellos dos aumentó.
—Sabes que no voy a dejarte a solas con ella luego de…
—LuzBel, necesito que vengas conmigo. —Darius fue quien interrumpió
lo que sea que el idiota diría.
—Ahora no.
—Es importante —insistió Darius, y la incomodidad aumentó en mí.
Se suponía que estábamos en un hospital, en una habitación en la que
debía tener privacidad, pero ellos actuaban como si se encontraban en su
casa y yo no fuera nadie a quien debían respetar, en un momento en el que
estaba vulnerable.
—¿En serio crees que hay algo más importante en este momento? —La
ironía de LuzBel provocó que la garganta se me secara, pues lo que dejó en
el aire con esa pregunta sabía que me implicaba a mí.
«Que no había nadie más importante que tú, para él».
Aclaró mi conciencia como si yo no lo hubiera entendido ya.
«Es que ese es el punto: no lo entendías».
—Se trata de Hanna, está aquí con Marcus, y es importante.
—¿Qué? ¿Cómo que esa rubia está aquí? No se supone que…, maldición
—se quejó LuzBel, y por alguna razón que mencionaran a una chica me
obligó a tragar para humedecer mi garganta.
—Te dije que era importante —reiteró Darius.
—Me cago en la puta —rezongó LuzBel, y comencé a escuchar su voz
más lejana—. Quédate aquí y por ningún motivo dejes sola a Isabella, sea
quien sea que te lo pida.
Lo imaginé observando al doctor D’angelo con advertencia, y a él
riéndose con burla de esa actitud tan inmadura.
—Tú no me das órdenes a mí, imbécil —largó Caleb entre dientes.
Y al parecer, mi conciencia se equivocó y quién sea que fuera esa Hanna
sí era importante para el Tinieblo traidor, ya que se fue al fin de la
habitación y yo abrí los ojos de una buena vez.
—¡Linda!
—Sal de aquí —demandé para Caleb en cuanto notó que reaccioné.
—Isabella, por Dios —rogó incrédulo porque siguiera molesta con él.
—Vete ahora mismo de aquí, pequeña mierda —zanjé, y me senté en la
camilla sin bajar los pies de ella—. Sabes que no es momento para que
hablemos, así que déjame a solas con el doctor D’angelo.
—Pero… —Lo miré alzándole una ceja, retándolo a que siguiera por ese
camino, y chasqueó con la lengua, yéndose al darse cuenta de que no
lograría nada más que siguiéramos discutiendo.
El doctor D’angelo estaba observándonos atento, con una leve sonrisa
ladina que para muchos era imperceptible.
—Me preguntaba cuánto ibas a soportar fingiendo que estabas
inconsciente —señaló.
—Conque se dio cuenta —sondeé.
—Desde que el monitor marcó la celeridad de tu ritmo cardiaco —
admitió, y su sonrisa de lado creció.
Debí suponerlo.
Y, actuando como mi médico, me tomó de la barbilla con suavidad y
alumbró mis ojos con la pequeña linterna que ya tenía en la mano,
pidiéndome que siguiera la luz.
—Tengo muchas preguntas para usted, doctor D’angelo —indiqué,
sintiéndome un poco nerviosa cuando colocó la campana del estetoscopio
en mi pecho, luego de que se acomodara las olivas auriculares en los oídos.
—Lo suponía. Respira hondo —solicitó, y lo hice—. Suelta el aire lento
—obedecí, y luego volví a hablar.
—¿Por qué está aquí? ¿Cómo se conoce con LuzBel? ¿Y desde hace
cuánto? —Lo vi sonreír de nuevo, entretanto llevaba la campana a mi
espalda, ordenando que repitiera el proceso anterior de inhalar y exhalar.
«¿Por qué me estaba gustando tanto su manera de actuar y examinarte?».
Porque eras una zorra.
—Myles me pidió que lo acompañara para encargarme de la situación de
su hija. Supongo que haber sido recomendado por Baek y encargarme de
Daemon ha hecho que confíe en mí —empezó a responder, y lo miré a los
ojos. Sus iris verdes eran capaces de transmitir calma, o precaución, según
su estado de ánimo—. ¿Te duele la cabeza? —Negué en respuesta—. ¿Y tu
visión qué tal?
—Veo perfectamente que quiere evadir mis preguntas, no sé si eso es
suficiente para que determine que está bien —ironicé, y de nuevo hizo un
amago de sonrisa.
—A LuzBel lo he conocido hoy —aseguró, y entrecerré los ojos, pues su
interacción me dijo otra cosa—. A Sombra, en cambio, lo conocí hace un
par de años —confesó, y me tensé.
—Él lo envió, no el maestro Cho —deduje, y me quedé congelada
cuando me tomó del rostro y comenzó a masajearme detrás de ambos
lóbulos de mis orejas, con los dedos índices.
—Te diré lo mismo que le dije a él cuando me preguntó si te conocía: en
mi caso con LuzBel, o Sombra, todo lo que sé es personal, pero nada tiene
que ver contigo. —Fue muy seguro y contundente al responder—. ¿Te
duele aquí?
No dolía. De hecho, se sentía muy bien que apretara detrás de mis
lóbulos, era como si los nervios de ahí necesitaban ese masaje que me
hacía. Y en una o dos ocasiones estuve a punto de cerrar los ojos por el
placer, pero me contuve porque eso iba a ser muy extraño.
—No —musité y carraspeé a la vez.
«¿Estaba relajando a la bestia en ti?».
Idiota.
—No sabía que tú y él tuvieran lazos, Isabella. Así que, aunque no lo
creas, que nos conozcamos es una coincidencia. Y antes de que me
preguntes si sabe de Daemon y Aiden, deduzco que no porque no me ha
preguntado sobre ellos. —Se adelantó y suspiré tranquila. Y más cuando
dejó de darme ese delicioso masaje y puso un par de pasos de distancia
entre nosotros—. Y tampoco se lo habría dicho si hubiera querido indagar,
ya que lo que sé de ti es de manera profesional y mi ética no me permite
hablar de lo que no me importa.
—Gracias —ofrecí.
—¿Por el masaje? —bromeó, y me mordí el labio para no reír.
—¿Puede explicarme qué ha pasado con Tess y conmigo?
—Solo si dejas de tratarme de usted y me llamas por mi nombre. No por
el título o apellido.
—No sería correcto —señalé.
—Se lo estoy pidiendo yo, señorita White. —Que usara esa formalidad
me hizo ver lo extraño que él se sentía que yo la utilizara con él—. Que sea
el doctor que ha atendido a su hijo no significa que entre nosotros esté
prohibido un trato más informal. No hay reglas que dictaminen eso —
añadió, y entendí su punto.
—Está bien. Creo que el que Myles le… te pidiera que vinieras hasta
aquí para atendernos nos da la confianza para dejar las formalidades, Fabio
—acepté, corrigiéndome porque por costumbre estuve a punto de seguirlo
tratando de usted.
Noté que el verde de sus ojos se oscureció un poco, instalando un brillo
en su mirada que no logré descifrar.
—No sabía que mi nombre sonara tan bien, hasta que te he escuchado —
declaró, y las mejillas se me calentaron porque no me esperaba eso de él.
De hecho, Fabio estaba actuando menos serio en ese momento. Un poco
atrevido para lo que me tenía acostumbrada las pocas veces que nos vimos
cuando revisó a D.
—¿Vas a explicarme lo que está pasando? —indagué, regresándolo al
punto.
—Iré al grano. Tienes un prototipo ruso en la cabeza.
—¿A parte del chip? —cuestioné sobresaltada.
Asintió y comenzó a explicarme lo que sabía. El prototipo en nuestras
cabezas fue un regalo de Amelia y Lucius desde que nos secuestraron años
atrás. Una tecnología indetectable que servía para castigar o premiar a las
víctimas de la Bratva o el gobierno ruso, quienes estaban coludidos. Y eso
era la razón de nuestros dolores de cabeza, aunque en el caso de Tess todo
se complicó porque, a diferencia de mí, ella no tenía un chip que lograba
inhibir los efectos del otro dispositivo. Situación que nos llevó a tener
destinos diferentes tras el ataque de Lucius.
Y Fabio no podía sacárnoslos sin antes apagarlos, ya que, si lo intentaba,
ocasionaría un daño irreparable en nuestra médula espinal. Y, por si eso no
fuera poco, no procedería hasta conseguir el aparato especial para
desactivar por completo los prototipos.
—¿Dónde está ese aparato? —indagué.
—En manos de la mafia irlandesa. —Me reí con su respuesta.
Era lo que me faltaba.
Me había bajado de la camilla porque necesité comprobar que podía
caminar por mí misma, pero en ese instante busqué sentarme en un sofá
individual de la habitación y negué con la cabeza, preocupada por Tess, ya
que al menos yo tenía un chip con el que me compraron un poco de tiempo.
Únicamente debía evitar zonas militares que lo desactivaran, que fue lo
que me llevó a tener una advertencia de derrame cerebral, pues parecía que
David Black no se daba por vencido y seguía intentando joderme a mí.
—LuzBel está haciendo lo posible por conseguirlo, Isa —me consoló,
pero no sirvió de mucho, ya que no quería sentirme en las manos de ese
hombre.
—¿Es necesario que siga aquí en el hospital? —cuestioné.
Él se encontraba con los brazos cruzados, de pie cerca de la cama,
estudiándome con la mirada. Y era más que obvio que conocía mucho sobre
nosotros, de Grigori y los Sigilosos, por esa razón Myles le confió nuestra
situación.
—En el peor de los casos, si los Vigilantes decidieran atacar de nuevo de
esa manera, no podríamos hacer mucho con Tess porque, o la joden ellos o
la jodemos nosotros al sacar ese dispositivo sin apagarlo. A ti, en cambio,
podemos mantenerte monitoreada para asegurarnos de que el chip siga
funcionando.
Maldije porque su respuesta no era esperanzadora para Tess.
—¿Cómo es posible que no pueda deshacerme de esas ratas de una vez
por todas? —me quejé.
Fabio me miró en ese momento un poco incrédulo, y no entendí la razón.
—Imagino que somos pocos los que hemos tenido la oportunidad de
verte ejerciendo dos roles tan diferentes el uno del otro —explicó—. Pero
déjame decirte que ambos tienen algo en común.
—¿Y qué es? —sondeé, sabiendo que se refería a que él me conoció
como mamá y ahora me estaba viendo como una integrante de dos
organizaciones.
—Que eres una fiera, Isabella White —respondió seguro, y eso me hizo
reír.
—Esta fiera necesita un descanso, Fabio —admití, y no le mentí, me
sentía cansada, con ganas de irme con mis hijos y odiando no poder hacerlo.
—Podrías tomar una ducha para que te relajes, ponerte ropa cómoda y
luego, si quieres, puedo darte algo que te haga dormir hasta mañana. Tu
cerebro necesita descanso y que dejes en manos de LuzBel lo que se debe
hacer para resolver la situación.
Me reí de su chiste.
—Créeme, tengo dos razones suficientes para no dejar nada en sus
manos. Y tú las conoces.
—Deberías hablar con él, escucharlo al menos. Ya luego decides si
vuelves a confiar o no. Aunque desde donde yo lo veo, LuzBel es tu mejor
opción para resolver esto, Isabella —manifestó—. A mí me consta que está
dispuesto a todo por mantener a salvo a su hermana y a ti.
—Gracias por el consejo —dije para cortar sutilmente su intervención—.
Y voy a tomarte la palabra, me daré una ducha, me cambiaré de ropa y
luego me das lo que sea para que pueda dormir. Así descanso un poco más
antes de enfrentarme a lo que deba.
Él sonrió entendiendo lo que hice y asintió de acuerdo.
—Tu amigo te trajo ropa para que te cambies. —Me señaló un bolso de
cuero oscuro que estaba en una silla al lado de la camilla y lo reconocí
porque era mío—. Y, como ya viste, esta habitación es más privada. Grigori
despejó todo este piso para atender a sus heridos y que ninguna persona
ajena a ustedes pueda acceder. El baño está ahí —añadió indicando a mi
izquierda.
—Perfecto. —Me puse de pie para ir hacia ahí—. Y gracias por todo.
Él asintió.
—Volveré en un momento para traerte un somnífero suave.
—Vale —dije a punto de abrir la puerta del baño.
—Por cierto, ahora yo tengo una pregunta para ti. —Se detuvo antes de
salir de la habitación porque él también se encaminó a la salida. Y me giré
para mirarlo y animarlo a que la hiciera—. ¿Tú y LuzBel están juntos?
Alcé una ceja, pues no me esperaba eso.
—¿Por qué esa pregunta? —indagué, ya que supuse que no era por la
actitud de ese traidor conmigo cuando estuvo antes en la habitación.
—Para poder cumplir mi palabra. —Fruncí el ceño y entrecerré los ojos,
puesto que no comprendí a lo que se refería.
Sin embargo, no tenía nada que ocultar ni mucho menos fingir.
—Pues si mi respuesta es importante para eso, no, Fabio. Él y yo no
estamos juntos, no más —ratifiqué, y el leve asentimiento que me dio, más
el regocijo que cubrió sus rasgos, me intrigó, pero no indagué más sobre
ello porque, fuese lo que fuese, no me importaba.
Decidí mejor meterme al baño y cuando estuve en la ducha, recibiendo el
agua cálida para que destensara mis músculos y se llevara los estragos de
aquella batalla que terminó con lo poco que quedaba de mi corazón, la
respuesta que le di a Fabio se repitió en mi cabeza, sintiéndome anonadada
de haberlo dicho en voz alta, pues durante mucho tiempo creí que sí estaba
con LuzBel. Incluso con la seguridad de que murió, aun cuando comencé a
sentir más por Sombra, siempre me sentí suya.
Yo era de mi Tinieblo. Hasta que descubrí su traición.
¡Dios!
Me tapé la boca con ambas manos para acallar mi sollozo porque dolía
pensar en eso, me destrozaba recordar que él estuvo con Amelia durante
años, siendo felices mientras yo me retorcía en mi miseria. Y tenía la
madurez suficiente para reconocer que, en lugar de hacerme suposiciones,
era mejor enfrentarlo, pero no estaba en el mejor momento para eso. Quería
calmarme, dejar de pensar, dormir para luego levantarme viendo la vida de
una manera diferente.
Por una vez necesitaba parar todo a mi alrededor para encontrar la mejor
salida, luego de un descanso. Uno de verdad. Sin drogas de por medio a
excepción de un somnífero medicado.
—Fabio dejó esto para ti —avisó Caleb cuando salí del baño con una
toalla envuelta en mi cuerpo y el cabello escurriéndome agua.
Lucía preocupado, de seguro porque temía que iba a echarlo de la
habitación. Y evitó mirarme a los ojos para que yo no me sintiera
avergonzada, de que él notara que estuve llorando. Y en mi interior se lo
agradecí.
—Puedes informarme lo que ha pasado desde que me sedaron —lo
alenté. Fui hasta el bolso para tomar una playera y un pantalón de chándal,
dejando de lado la ropa interior.
Me sentía un poco mejor después de sacarme la suciedad de encima,
lavarme los dientes y llorar un poco.
—Maokko llegó a Francia hoy en la madrugada. Cruzará a Italia por vía
terrestre hasta llegar al punto en donde el jet la estará esperando para
llevarla a su destino —comenzó, dándome la espalda para que pudiera
vestirme tranquila y evitando decir el nombre de Florencia por seguridad de
mis hijos—. Isamu y Ronin ya consiguieron los permisos de repatriación de
los cuerpos de Salike y nuestros otros dos hermanos, así que solo esperan tu
orden para enviarlos a Japón.
Me bebí las dos píldoras que Fabio me dejó, sintiendo que iba a necesitar
dormir más pronto de lo que imaginé, luego de que Caleb mencionara a
Salike. Y lamentaba la muerte de mis otros compañeros, pero no sería
hipócrita, me dolía la de mi amiga.
—Quiero despedirme de sus cuerpos —avisé.
—Podemos arreglarlo —prometió.
—Ya Fabio me ha explicado lo que tengo en la cabeza y cómo lo obtuve,
¿sabes más sobre ese tema? —Se giró con cuidado y, cuando se aseguró de
que ya estaba vestida, me miró de frente.
—El chip que inhibe sus efectos te lo puso LuzBel con la ayuda de Alice,
el día que creíste alucinarlo —confesó avergonzado, y negué, exhalando por
la boca.
Todos me creyeron loca ese día. Y yo volví a sufrir como si acabara de
perderlo al tener que convencerme de que lo aluciné por la droga, a pesar de
que mis recuerdos con él hubieran sido demasiado reales.
«Entonces no tuviste una experiencia lésbica con ella».
No identifiqué si mi conciencia estaba feliz o triste por ese hecho.
—Conque Alice siempre fue infiltrada de él —resollé—. ¿Es una
Vigilante?
—Al parecer no. Es hermana adoptiva de Marcus, pero ella trabaja con el
gobierno y se alejó de todos los negocios de su familia con los Black. Y sí,
se infiltró en Grig, aunque más por ser amiga de LuzBel y porque este le
pidió llegar a ti para poder colocarte el chip. Además, su conocimiento de la
tecnología le sirvió a él para llevar a cabo otros planes.
Me acerqué a una de las ventanas que daban al corredor del hospital y
abrí las persianas, dándome cuenta de que la habitación en la que me tenían
no quedaba a un lado del pasillo, sino de frente. Esto me permitió ver el
cuarto en la otra punta, tenía toda la cortina abierta y adentro vislumbré a
LuzBel.
«Oh mierda».
No quería, juro que no, pero me di cuenta de que seguía teniendo
corazón, y este me latió frenético al verlo de espaldas, observando por la
ventana que daba a la calle. Sin embargo, lo que alteró la química de mi
cerebro no fue tenerlo a metros de distancia sin la máscara de Sombra; lo
hizo la chica rubia que lo abrazaba por detrás con una confianza que solo se
obtenía al ser más que amigos.
—¿Sabes… —Carraspeé antes de terminar la pregunta porque mi voz se
escuchó demasiado ronca—, quién es la chica que está con él?
Alcé la barbilla cuando Caleb llegó a mi lado y miró lo mismo que yo
veía.
—Se llama Hanna Blair. No tenemos más información de ella porque
Darius aseguró que la conocen y no es peligrosa.
«Eeeh, estaba pegada a nuestro Tinieblo como garrapata. Así que, ¡por
supuesto que era peligrosa!».
Bufé una risa sarcástica por la posesividad de mi conciencia con alguien
que no le pertenecía a nadie.
—Sin embargo, hemos ordenado un informe completo sobre ella.
—Me decepcionaría si no fuera así —musité para Caleb, y él sonrió de
lado.
Bostecé segundos después y comencé a sentir los párpados muy pesados.
—Isabella, no quiero que estés molesta conmigo. —Negué con la cabeza
cuando Caleb dijo eso—. Linda, escúchame —pidió, y cerró la persiana
para que dejara de ver la interacción de aquellos dos, aunque ya había
observado lo suficiente para hacerme más ideas en la cabeza y confirmar
que sí había algo, o alguien, más importante que yo. Como siempre—.
Sabes que desde que hiciste tu juramento como Sigilosa he hecho lo que
quieres y he respetado tu palabra como mi superior, pero como mi amiga te
daré lo que necesitas, a pesar de que no estés de acuerdo con ello. Por eso
pedí que te sedaran. —Puso las manos en mis hombros, y lo miré a los ojos
—. No te traicioné, simplemente dejé de ser tu súbdito por unos segundos
para tomar el papel de hermano, de amigo.
—Lo sé, Caleb —aseguré, y respiré hondo—. Perdóname tú a mí por
haberte llamado traidor, por ser tan inmadura cuando se trata de LuzBel.
Él sonrió al escuchar eso.
Y sé que Caleb al igual que los demás también se habían dado cuenta de
eso, de que era inmadura con LuzBel en mi vida. Nada que ver con la mujer
frívola que siempre les mostré cuando lo creí muerto, o Sombra.
—No, Isa. No eres inmadura, simplemente lo amas y estás dolida por lo
que te hizo. Tenga justificación o no, te dañó y eso se entiende. Al menos
tus amigos de verdad lo hacemos —aseguró, y cerré la distancia entre
nosotros.
Le rodeé la cintura con mis brazos y presioné la mejilla en su pecho,
disfrutando del abrazo que me devolvió, reconfortándome y a la vez
sintiéndome menos patética por lo que me pasaba con LuzBel.
En cuanto nos separamos le pedí que me dejara dormir un poco porque
las píldoras comenzaron a hacer su efecto. Él me preguntó si quería que
dejara a algunos Sigilosos cuidando la puerta de mi habitación. Le respondí
afirmativamente, además de solicitar que no le permitieran entrar a LuzBel,
porque necesitaba dormir sin la preocupación de que llegaría a velar mi
sueño como un psicópata, y le informaran que, cuando fuera el momento,
yo lo buscaría para que habláramos de lo importante.
Y, a pesar de mi cansancio, en el instante que puse la cabeza en la
almohada, solo pensé en él, siendo abrazado por esa rubia, luego esa
imagen fue suplantada por la de Sombra follando con Amelia en la oficina
de Karma.
—Contigo compruebo que: a veces, el infierno se conoce por medio de
alguien que te prometió el cielo, Tinieblo traidor —murmuré, y dejé correr
una lágrima.
Minutos después perdí la noción del tiempo y le agradecí a Fabio por
ayudarme a desconectarme del mundo con esos somníferos.

LuzBel había intentado entrar a mi habitación. Trató de pasar por encima


de mis hombres y sobre todo de mis órdenes, pero esa vez Caleb fue más
contundente e Isamu lo apoyó, ya que el asiático había llegado al hospital
porque, al igual que el rubio, se sentían más tranquilos de mi seguridad
cuando la tomaban en sus manos. Y por lo que escuché, Darius convenció
al Tinieblo de que lo mejor era que me diera mi espacio.
Y tal cual Fabio aseguró, desperté hasta el siguiente día sintiéndome un
poco más recompuesta; y tras tomar una ducha para espabilar, me vestí con
ropa que, aunque era casual y más del tipo para estar lista por si una guerra
se desataba, también era cómoda.
Fabio llegó justo cuando estuve vestida por completo y volvió a
monitorear mis signos vitales, a pesar de que le aseguré de que me sentía
mejor. También me informó sobre el estado de Jane y Connor, a quienes les
darían el alta médica esa tarde. Y me aseguró que Dylan estaba bien y que
la herida de bala que recibió en el abdomen no fue tan grave, pues ya se
había incorporado a Grigori para colaborar en lo que fuera necesario.
Además, me aseguró que, de la élite Pride, Evan fue el menos vapuleado,
y que Tess estaba teniendo un buen avance, por lo que esperaba que pronto
despertara para evaluar los daños que pudo ocasionarle el derrame cerebral.
Tras eso hablé con Ronin, y ambos nos expresamos lo aliviados que nos
sentíamos de que hubiéramos librado esa batalla, aunque, como todos los de
mi élite, sufría la pérdida de Salike.
—Lo único que me distrae en este momento de tanta mierda es ese
médico que comienza a hacerme ojitos. Y Cameron que parece disfrutar de
mis halagos.
—Porque Cam no te entiende, idiota —señalé, rodando los ojos, pues no
dejaba sus flirteos con ese médico con el que creo un crush cuando cuidaba
a Elliot, y ahora con Cameron, ni en momentos tristes.
Pero también me sentí feliz de que me hiciera ver un lado de la vida que
no era pésimo.
—Jefa, el lenguaje del amor es universal —rebatió, y solté una pequeña
risa.
—Eres imposible.
—Y te he hecho reír de verdad —añadió, y lo miré agradecida.
Tocaron la puerta, justo cuando pensé en preguntarle por Elliot, y ambos
miramos hacia ella en cuanto se abrió. Dylan estaba detrás y, antes de que
pudiera preguntar si podía entrar, llegué a él y lo abracé.
—Perdóname —supliqué con la voz ahogada por su cuerpo.
—¿Y por qué tengo que perdonarte? —indagó, correspondiendo mi
abrazo y dándome un beso en la cabeza, aliviado de encontrarme bien.
—Por huir de nuevo, dejándote atrás —recordé al separarme de él.
—No, Isa. Después de lo que pasó, estabas en tu derecho de irte, ya que,
si a mí me dolió todo lo que descubrimos, no quiero ni imaginar lo que
debiste sentir tú —reflexionó—. Además, estoy agradecido de que, antes de
hacerlo, hubieras matado a esa mierda, porque, de haber vivido un segundo
más, ahora Tess no estaría con nosotros.
—Con lo obstinada que es, sé que ella saldrá de esto —aseguré, y sonrió
con tristeza. Su rostro mortificado me indicó que algo no andaba del todo
bien, y negué porque no quería más malas noticias en ese momento—.
Fabio me dijo que es posible que despierte pronto —comenté, rogando para
que él no me hubiera mentido.
—Hay una situación muy delicada que debemos hablar contigo, así que
te ruego que me acompañes. —Me tomó de las manos al decir eso, y me
costó respirar.
—¿Acompañarte a dónde?
—Myles se encargó de que acomodaran una habitación de este piso
como una pequeña sala de juntas. Ahí te están esperando él, Marcus, Darius
y LuzBel… Isa, por favor —suplicó al ver que negué—. Lleva a Caleb e
Isamu contigo, incluso a Ronin si quieres que ellos lo aparten de ti, pero
ven conmigo porque se trata de algo que es de vida o muerte. Y me refiero a
la muerte de mi chica.
—Por Dios, Dylan. No digas eso —resollé, y no dejó que me soltara de
su agarre.
—Myles le ha hecho entender a LuzBel que debe darte tu espacio, sobre
todo en este momento tan delicado, y él lo ha entendido. Así que no te
buscará si tú no quieres que lo haga —aseguró.
Noté la desesperación en su voz, en todos sus gestos. Y comprendí que
era momento de dejar mi orgullo herido de lado, por él y por Tess.
—Está bien, vamos con ellos —acepté, y reí, sintiéndome avergonzada a
la vez cuando me dio un beso en cada mejilla.
Me avergonzó y me hizo sentir pésimo que, fuera lo que fuera lo que
esos hombres querían hablar conmigo, yo lo estaba retrasando, y con eso
perjudicando a Tess.
Al salir de la habitación le pedí a mis tres hombres de más confianza que
me acompañaran, como Dylan sugirió. Mi hermano nos guio a la sala de
juntas improvisada y antes de llegar pasamos por una sala de espera en la
que me encontré a Eleanor acompañada de Angelina (la madre de Elliot),
Alice y la otra chica que reconocí como Hanna.
«Alias: la garrapata del Tinieblo».
—¿Cómo te sientes? —preguntó Eleanor llegando a mí, y me abrazó.
Angelina la imitó e hizo la misma pregunta. Y antes de responderles le
pedí a Ronin, Isamu y Caleb que se adelantaran, quedándome solo con
Dylan y las señoras.
—Bien.
«Bien hecha mierda».
Mi conciencia hizo una aclaración muy certera.
Deduje que Angelina ignoraba que fui yo la que le disparó a su hijo, de
lo contrario no se hubiera mostrado tan amable conmigo, como era siempre.
A Eleanor la sentí un poquitín distante, sin embargo, no la juzgaba, ya que
ella sí debía saber que apuñalé a LuzBel y encima me comporté como una
perra con ellos con tal de proteger a mis hijos.
Ya tendríamos tiempo para arreglar esas diferencias. O eso esperaba.
—No me dijeron que estabas aquí.
—Llegamos con Robert ayer por la tarde, pero no fuimos a visitarte
porque tus muchachos nos dijeron que estabas dormida —me respondió
Angelina, y Eleanor asintió dándome a entender con eso que por la misma
razón no habían llegado ellos a buscarme.
Tampoco lo esperaba, pues con la situación de Tess era obvio que ella y
Myles se concentrarían en su hija.
—No queremos ser maleducados, pero llevamos prisa —nos interrumpió
Dylan, y agradecí la intromisión.
A espaldas de Eleanor vi que Alice y Hanna se susurraban cosas
intentando no mirarme, para que no notara que hablaban de mí.
—Por favor, continúen —nos alentó Eleanor—. Hija —me tomó de la
mano antes de dejarme ir—, piensa en mi Tess, por favor —suplicó, y no
comprendí por qué.
Tampoco indagué, pues Dylan me tomó de la otra mano y me arrastró
lejos de ellas. Ignoré a Alice y a su acompañante (aunque sentí sus
miradas), y me uní a mi élite, quienes me esperaban afuera de una
habitación que era custodiada por los escoltas de Myles.
El corazón se me aceleró ante la expectativa de quién me esperaba detrás
de esa puerta y sentí la garganta seca y las manos frías y sudorosas, cuando
uno de los hombres abrió la puerta y nos invitó a entrar.
Isamu, Ronin y Caleb entraron primero en el orden que los mencioné. Y,
antes de hacerlo yo, respiré hondo y sentí a Dylan presionándome la mano.
Cuando lo miré, asintió para animarme y supe que se dio cuenta de lo que
me sucedía.
«Estabas cagándote de los nervios porque oficialmente te verías con el
Tinieblo, el hombre a quien creíste muerto durante tres años».
Y porque aceptaría de una vez por todas que nunca existió Sombra.
—Isa, cariño. Me alegra mucho que estés aquí y verte bien —exclamó
Myles al verme entrar, y se puso de pie para darme un abrazo.
Se lo devolví sin decir nada, porque literalmente sentía detrás de él
aquella mirada de hielo queriendo congelarme en mi lugar.
«Vaya poder el que tenía para conseguir eso con la mirada».
—Dylan me dijo que era de vida o muerte.
—Lo es —aseguró Myles cuando me aparté de él—. Toma asiento, por
favor —ofreció señalando una silla a su lado.
La mesa era redonda y…
«¡Oh! Santos ojos grisáceos».
Maldición.
Esos ojos estaban clavados en mí. LuzBel se encontraba sentado en una
silla de frente a la mía, serio, gélido. Con ganas de decirme mucho, pero
mordiéndose la lengua para no hacerlo.
Había perdido peso luego de haber recibido aquella bala por mí, además
de que estaba un poco pálido por la sangre que de seguro perdió tres días
atrás, después de mis puñaladas. No nos saludamos y esa vez ni siquiera le
sostuve la mirada. Y no sería mentirosa, lo evité porque el maldito me
estaba poniendo nerviosa con su actitud cabrona, y más cuando se cogió los
relicarios que tenía colgados en el cuello y jugó con las placas.
Carajo.
Reconocí el mío. Y supuse que me estaba probando.
—Isabella, espero que te encuentres bien —deseó Darius, él estaba al
lado de LuzBel.
—Gracias. —Me alivié de que mi voz sonara entera y también de su
intromisión, porque hizo que dejara de prestarle atención por completo a
LuzBel—. A ti también —ofrecí para Myles, y me sonrió.
Él había corrido la silla para que me sentara, como el caballero que era.
En ese momento decidí que únicamente me concentraría en él, en Dylan
o en mi élite (quienes también tomaron asientos alrededor de la mesa,
Isamu lo hizo a mi lado derecho), ya que Marcus solo me ofreció un
asentimiento como saludo; y con Darius no me era fácil interactuar luego de
saber que era mi hermano adoptivo.
Era extraño tener tres hermanos luego de crecer creyendo que era hija
única. Y, aunque no me había dado la oportunidad de pensar en nada de eso,
hubo un breve instante en el que recordé la mayoría de mis interacciones
con Darius, como él y como Sombra.
Me había llamado por el apellido de mamá, cosa que muy pocos
conocían a menos que fueran de la familia o íntimos. También mencionó
que aprendió japonés por una promesa a su madre para ir juntos a conocer
Japón; y cuando Maokko le preguntó si le gustó el país, la tristeza que lo
embargó fue imposible de esconder. Y sabiendo todo lo que ya sabía,
reconocí que esas fueron pruebas de su parentesco conmigo.
«Tenías la verdad en tus narices».
Sonreí triste e irónica por el señalamiento.
—Bien, ahora que estás aquí, quiero ser claro y directo antes de entrar en
cualquier otro tipo de información.
Que Myles arrancara con esa reunión incómoda e improvisada fue como
un respiro que la vida me dio antes de volver a sumergirme en la mierda.
Pero eso solo lo entendí minutos después de que el mayor de los Pride me
informara sobre lo que decidieron para que LuzBel fuera desligado de
Sombra. Me explicó además dónde tenían a Amelia y cómo estaba siendo
tratada; y hubo un momento, mientras escuchaba cada cosa, que no pude
contenerme las ganas de mirar a LuzBel y sonreírle con burla e ironía, pues
cabía la posibilidad de que a su manera estuviera protegiendo a la chica de
una pena de muerte o cadena perpetua.
—Deja de hacerte hipótesis estúpidas y escucha —me riñó LuzBel
enseguida de que bufé por algo que su padre dijo.
Lo miré prometiéndole que, si volvía a hablarme así, terminaría mi
trabajo con él. Y con eso escondí la reacción de mi estúpido corazón porque
volví a escuchar su voz, la verdadera, la que añoré oír por años.
—Elijah —advirtió su padre, y LuzBel gruñó frustrado.
Gruñó, y mi estómago se calentó con el sonido.
—Ya tenemos claro todo esto que has explicado —le dije a Myles—.
Ahora quiero saber qué conseguiste tú, porque mi gente me informó que
fuiste en busca del irlandés que posee el aparato que apagará los
dispositivos en nuestras cabezas para que puedan ser extraídos —me dirigí
a Marcus en ese momento.
—Lo hice, hablé con él y me aseguró que lo tiene en su poder, pero solo
lo entregará con una condición —aportó, y por su cara supe que no me diría
nada bueno.
Y cuando Myles le hizo una señal de cabeza para que callara, me puse de
pie, desesperada porque alargaran ese asunto.
—Sea lo que sea, tendremos que aceptar, ¿no? —sondeé mirando a
Myles.
El irlandés nos tenía bien cogidos, pues era la vida de Tess, más que la
mía, la que dependía de su condición.
—Ya hemos aceptado, pero quería hacértelo saber antes de proseguir.
Caleb e Isamu me miraron, pendientes de mi reacción. Ronin se mantuvo
atento a Marcus, Darius y LuzBel. Y yo, luego de observar a Myles, miré a
Dylan y sentí que él me estaba pidiendo perdón con la mirada.
—¿Qué quiere a cambio del aparato? —indagó Caleb por mí.
Myles me miró, pero fue LuzBel quien me respondió.
—A Amelia.
—¡De ninguna manera! —espeté, e Isamu se puso de pie para detenerme
cuando intenté irme sobre ese traidor.
—Ya está hecho, White. Ahora mismo Evan y Gibson la están llevando
con la gente de Cillian O’Connor, el irlandés. Ellos les entregarán el aparato
como parte del trueque al tener a Amelia en su poder —siguió el hijo de
puta.
—¡No, no, no y no! —grité intentando zafarme de Isamu para llegar a
LuzBel y terminar de matarlo. Los demás solo esperaron en sus lugares,
tensos por lo que sucedía—. ¡No puedes hacerme esto, malnacido! ¡No es
posible que de nuevo la salves de lo que merece!
—Isabella, cálmate —pidió Isamu en japonés.
Pero calma es lo que menos podría tener, al verme reflejada en aquellos
ojos grises y gélidos que me estaban demostrando que volvió para
destruirme con su tormenta. Olvidándose de que, si me sabían provocar
como lo hacía él, yo fácilmente me convertía en la maldita tempestad.
Capítulo 26
No eres tan diferente a ella
Isabella

Myles había tenido que intervenir para que yo me calmara, pero nada de
lo que me dijera lo conseguiría, pues quería despedazar la habitación si no
podía conseguir mi objetivo con un imbécil que, al parecer, regresó a mi
vida para terminar de joderla.
—¿Para qué demonios me querías en esta reunión si ya han resuelto todo
según como le conviene a tu hijo? —espeté para Myles.
—No es para mi conveniencia, White. Deja de ver las malditas cosas
como tú quieres verlas —se entrometió LuzBel, poniéndose de pie también.
Caleb y Ronin dejaron sus asientos al ver esa acción de él, e Isamu siguió
sosteniéndome de la cintura.
—¡Ya, maldición! —gritó Myles, y dio un golpe en la mesa con su palma
abierta, haciendo que Marcus, Dylan y Darius dieran un leve respingo al
verlo perder los estribos—. Y ustedes dos, vuelvan a sus malditos lugares
porque Isabella no corre ningún peligro aquí —les ordenó a Caleb y Ronin.
Era la primera vez que lo veía comportándose así.
«¿Así cómo? ¿Cómo el otro líder de Grigori y no como un padre
teniendo que interferir entre sus hijos orgullosos?».
Tragué con dificultad por eso y tomé las muñecas de Isamu para que me
soltara.
—Habrías podido evitar esto si, en lugar de traerme aquí con la idea de
que necesitaban mi opinión, me hubieran advertido que solo querían tener
la delicadeza de informarme lo que han hecho —le reclamé, y Myles negó
con hastío.
—¿De verdad crees que queríamos entregar a Amelia para que se libre de
todo lo que ha hecho?
—Tú tal vez no, ¿pero tú? —escupí para LuzBel—. Perdóname si tengo
que dudar —satiricé.
Isamu me dejó ir, pero no tomó asiento, se quedó a mi lado por si debía
interferir de nuevo.
—¿Qué parte de que fue una condición de Cillian no has entendido? —
largó LuzBel—. Si no le entregábamos a Amelia, él no nos daría ese
maldito aparato que salvará la vida de mi hermana y te librará a ti de un
destino como el que ella corrió, joder.
—¿Y quién me asegura que no planeaste esto con él, desde antes? —
debatí, y bufó sin poder creer lo que escuchaba de mí.
—Isabella está en su derecho de pensar así. —A todos les sorprendió la
intromisión de Darius, aunque yo pensé que podía ser una artimaña suya
para convencerme de que lo que habían hecho fue lo correcto—. Tienes una
opinión muy equivocada de lo que ha pasado, pero te comprendo porque, si
yo estuviera en tu lugar, también la tendría. Sin embargo, si de verdad nos
permites explicarte las cosas, si nos escuchas antes de suponer, podrás
deducir por tu cuenta si te mentimos o no.
Sí, yo comprendía ese punto, pero…, maldición, mi enojo era tanto que
me cegaba.
—Respeto tu opinión, cariño. Te respeto como mi compañera líder. —
Myles trató de sonar más calmado al ver que, aunque comprendí el punto de
Darius, para mí no seguía siendo el momento idóneo de poder solo escuchar
—. Pero en este instante estás cegada por tu dolor y no verías las cosas
como yo las estoy viendo.
—Siento mucho si te ofendo, Myles, pero tú tampoco estás viendo las
cosas desde un punto lógico —le dijo Caleb, y él alzó una ceja, aunque no
calló a mi amigo—. Eres padre en este momento más que líder, y te tienen
cogido de donde más duele, así que es fácil manipularte porque eres capaz
de hacer lo que sea con tal de salvar a tu hija. Y eso se entiende, sin
embargo, no pretendas hacer quedar a Isabella como la única irracional en
esta situación, ya que ella, incluso con el riesgo que corre, está viendo algo
que tú no has considerado.
—Y supongo que ese algo es que yo quiero librar a Amelia de su castigo
—satirizó LuzBel.
—Tal cual —aceptó Caleb sin inmutarse.
—No nos crean, están en su derecho —se entrometió Marcus—. Pero
podrían preguntarle a Tarzán si él cree que actuamos solo a favor de
nosotros mismos, ya que, de todos aquí en la sala, es el único que puede ser
racional por haber estado en ambos bandos y aparte ser fiel a ti. —Miré a
Isamu luego de que ese mastodonte me dijera eso. Y su mirada asesina
hacia él me indicó que no le gustó que lo entrometieran.
—David atrapó a Serena, Owen y Lewis. —Isamu miró a LuzBel cuando
este admitió tal cosa, y noté la impotencia con la que mencionó a esas
personas. Y mi compañero, por más que lo intentó, no pudo esconder del
todo su sorpresa—. Los castigará a ellos por lo que yo le hice a Derek.
Ante lo último, supe que se refirió a que al final fue él quien asesinó a
esa basura.
—Tú estuviste infiltrado, Tarzán. Sabes perfectamente nuestros
movimientos y los de Lía. Conociste cada élite en realidad, así que dile a tu
jefa si esto es un plan nuestro para librar a su enemiga del castigo que
merece, o si actuamos a favor de ponerla a salvo a ella y a Tess. Y de paso
a… —Marcus calló cuando LuzBel lo miró gélido.
Pasaron varios minutos antes de que Isamu dejara de mirarlos y se
concentrara en mí.
—No ha sido un plan de Sombra y su élite, pero puedo asegurarte que
fue un plan de Fantasma con el irlandés. —Tragué con dificultad y tomé
asiento.
Esa hija de puta era muy inteligente. Y nunca la subestimé, pero sus
alcances me seguían dejando anonadada.
El bufido de LuzBel me hizo mirarlo, y negó con la cabeza en cuanto
nuestros ojos se conectaron. La decepción bañó sus rasgos, y supuse que se
debió a que únicamente creí en que no tuvo nada que ver porque Isamu me
lo confirmó. Pero no me importó, y tampoco tenía por qué esperar más
después de todas las mentiras que me rodeaban.
—Al principio pensamos en no ceder y llevarnos lejos a Tess cuando
dejara de ser un riesgo sacarla del hospital, porque, por ti, Elijah descubrió
que la distancia también inhibe los efectos del dispositivo. Pero eso
significaba que mi hija jamás volvería a regresar a su hogar —comentó
Myles cuando supuso que me encontraba dispuesta a escuchar.
—¿Por qué por mí? —cuestioné a nadie en especial.
De soslayo noté que LuzBel tomó asiento y negó con la cabeza. Y
cuando Darius habló, entendí que él no estaba dispuesto a hacerlo más.
—Cuando te fuiste de Estados Unidos, el monitor con el que controlaban
tu nivel de dolor dejó de funcionar. Al principio eso nos asustó, pero luego
investigamos y supimos que únicamente miles de millas de distancia, el
chip, o la muerte, hacen que el prototipo deje de funcionar.
—Sacar a Tess del país era una vía para salvarla —repitió Myles—. Pero
ella en este momento no puede salir del hospital hasta que se aseguren que
no morirá en el proceso.
La ira comenzó a disiparse en ese instante de mi cuerpo, únicamente por
la angustia que comenzó a aumentar al ser más consciente de la gravedad de
todo lo que vivíamos.
—Solo existe un aparato para apagar esos prototipos que no está en
manos de los rusos. Y cuando busqué a Cillian para pedírselo, la noticia de
que apresaron a Lía ya había llegado a él, pues ha sido un acontecimiento
mundial —volvió a explicar Marcus—. El tipo sabe que los cargos que ella
enfrentará podrían conseguirle cadena perpetua o incluso la pena de muerte,
y la chica se aseguró de crear buenas alianzas por su cuenta. Y la que hizo
con él está resultando ser la más inteligente, pues le ha conseguido la
libertad.
Tenía unas ganas enormes de restregarme el rostro, pero eso les dejaría
ver mi frustración y miedo por lo que podía pasar con Amelia, libre de
nuevo.
—¿Y puedo saber cómo manejarán esto? ¿El dejarla libre? —inquirí.
—Como suicidio —me respondió Dylan—. Su inestabilidad mental lo
hará más creíble, ya que es fácil que estando loca tome esa decisión.
Sentí una punzada horrible en el pecho ante la manera en la que se
expresó mi hermano. Y no por ella, sino más bien porque pensé en
Daemon, en lo que mi bebé compartía con la mujer que más odiaba en este
mundo; y la facilidad con la que se usaba su condición para dañar.
—Isa, yo no… —No sé qué cara puse, pero Dylan se dio cuenta de que
en su enojo no utilizó las palabras adecuadas.
Y no lo culpaba porque yo, estando molesta, decía cosas hirientes sin
pensar.
—Sé por qué te expresaste así —lo tranquilicé.
Supuse que pensó en lo que yo hice estando loca por la pérdida del tipo
frente a mí. Pero Myles también me observó y sabía que él entendió que en
realidad pensé en mi hijo, en su recién descubierta bipolaridad y los
señalamientos que le esperaban.
—Hija, debes estar preparada porque, en cuanto Gibson nos haga llegar
ese aparato con Evan, vas a someterte a la operación para que te extraigan
ese dispositivo —avisó Myles cambiando de tema, y asentí.
Y rogué para que fuera pronto, porque luego de eso podría marcharme
del país, sobre todo ahora que Amelia volvía a ser un peligro inminente.
—Si eso era todo lo que querían informarme, entonces me marcho. —Me
puse de pie al decir eso, y mis chicos me imitaron.
Tenía el corazón acelerado de nuevo y el cuello me hormigueaba porque
sentía la mirada de LuzBel puesta en mí. Sin embargo, no me detuvo
cuando caminé hacia la salida, que es lo que pensé que haría. Aun así, mi
cuerpo zumbó con la energía que ambos nos provocábamos y debíamos
contener.
—¿Me permites hacer una pregunta? —Isamu habló en japonés al pedir
mi autorización, y asentí— ¿Qué pasará con tu élite retenida? —indagó en
inglés, y supe que fue para LuzBel.
¿Su élite?
«O la de Sombra».
—Estamos buscando la manera de recuperarlos antes de que sea tarde —
le respondió LuzBel con seguridad.
—Serena es la chica de la que te hablé —me dijo Isamu, y entre tanto
fue un milagro que recordara que se refería a la mujer que lo manipuló para
que se delatara. La misma a la que juró que haría pagar.
—Si quieres unirte, adelante —lo animé, hablando también en japonés, y
me regaló un leve asentimiento como agradecimiento.
—Fui un excelente observador y aprendí mucho de todas las élites, así
que, si tú quieres, para mí no será un problema guiarte para que sepas por
dónde ir —se ofreció.
—Si a tu jefa le parece bien y no te toma como traidor luego, pues
quédate para informarte mejor de todo lo que sucede con ellos. —Sonreí de
lado al escuchar la pulla de LuzBel.
Pero no me giré para encararlo, no pensaba continuar con ese juego, por
lo que proseguí con mi camino solo con Ronin y Caleb. Aunque sabía que
Myles y Dylan nos seguirían porque, al parecer, ese asunto era algo de lo
que LuzBel se encargaría con su nueva élite.
—Isabella. —Ronin y Caleb se apartaron para que Myles caminara a mi
lado luego de llamarme—. Siento mucho que las cosas se dieran así y
agradezco que al final lo entendieras.
—Yo soy la que debe disculparse, Myles —aseguré—. No me es fácil
soltar esto a pesar de que, en efecto, del intercambio depende la vida de
Tess.
—Y la tuya, hija. No subestimes lo que tienes en tu cabeza, porque ese
ataque que sufriste es la prueba de que corres el mismo peligro.
—Tienes razón —concedí, y recosté la cabeza en su hombro enseguida
de que me cruzó el brazo por la espalda en un abrazo cariñoso.
Llegamos a la sala de espera de esa manera y nos encontramos de nuevo
con Eleanor, aunque en ese momento solo la acompañaba Hanna.
—¿Todo está bien? —preguntó Eleanor.
Dylan conversaba algo con Caleb y Ronin unos pasos detrás de nosotros,
y se detuvieron en cuanto Myles me detuvo a mí, cerca de su esposa.
—Sí, cariño. Te dije que no te preocuparas —le respondió Myles, y
sonreí sin gracia.
«Pues a la pobre se le habría bajado la presión, si hubiese estado en esa
sala donde casi la dejas sin hijo de nuevo, y de paso, sin marido».
Estúpida entrometida.
—Gracias por entender, hija.
—Mejor no agradezcas por eso, Eleanor —pedí, y le di un apretón en las
manos porque ella me las había tomado.
—Oh, mira. Ella es Hanna —Eleanor me soltó para coger a la chica de
los hombros, animándola a que se acercara más—, una amiga de Elijah.
«Amiga mis ovarios».
—Es un placer conocerte, Isabella. —Hanna me ofreció la mano, y se la
tomé un poco reacia. Imaginé que había escuchado mi nombre de sobra, por
eso no esperó a que yo se lo dijera.
Era de mi estatura, de cuerpo esbelto y tez blanca, ojos verdes y cejas
gruesas con un arco perfecto. Su nariz perfilada y labios carnosos, junto a
los rasgos finos de su rostro, le daban una belleza angelical y sensual a la
vez. Sobre todo con ese cabello rubio y en ondas, que le llegaba un poco
más abajo de sus omóplatos.
Era una chica muy delicada y lo dejaba entrever con la ropa que usaba:
un pantalón de lino negro, top del mismo color y, sobre este, un blazzer
fucsia con zapatillas a juego.
—¿Nuestro hijo te habló sobre ella? —le cuestionó Myles al darse cuenta
de que yo no respondería a lo que ella me dijo. Y supuse que también
buscaba asegurarse de cuánto sabía la chica.
—No en realidad —respondió Hanna con una sonrisa tímida.
Al menos fue cuidadoso con eso, pero… mierda, la culebrita de los celos
se ahondó en mi pecho cuando mi mente, que era mi peor enemiga en ese
instante, me hizo pensar que no me mencionó por razones que nada tenían
que ver con protegerme.
—Jefa, con Caleb pensamos que es el mejor momento para que te
despidas. Salike y los otros dos hermanos siguen aquí —murmuró Ronin en
voz baja al llegar a mi lado.
Hanna lo miró, pero sospeché que no entendió lo que me dijo, por el
idioma. Yo en cambió sí comprendí que con aquí se refería a la morgue del
hospital.
—Debo hacerme cargo de algo —le avisé a Myles.
—¿Vas a salir del hospital?
—No —le respondí, y asintió—. Supongo que las seguiré viendo por
aquí —añadí para Eleanor y Hanna, ambas asintieron.
—Podríamos tomar un café luego tú y yo, necesitamos hablar, cariño —
me recordó Eleanor, y asentí.
—Nos vemos después —me despedí de todos.
Aunque antes de que Ronin y Caleb me guiaran hacia la morgue, le pedí
a Dylan que me llevara a la habitación de Tess. Y en el momento que la vi
postrada en la camilla, con los ojos cerrados y conectada a varias máquinas,
entendí que Myles cediera con facilidad a la condición del irlandés.
—Te juro por mi vida que yo jamás habría permitido que la entregaran, si
de eso no dependiera la salud de Tess y la tuya —aseguró Dylan, tomando
la mano de su chica.
Los labios de Tess estaban pálidos, incluso sus pecas habían perdido el
color, y me sentí muy mal, además de culpable por considerar no ceder con
la entrega de Amelia cuando era la vida de esa pelirroja la que estaba en
juego en realidad, pues, por una razón que desconocía, su hermano solo me
colocó ese chip a mí.
—Lamento haberme cegado por mi furia, cuando es más que obvio que
tú en mi lugar cederías sin rechistar para salvarme —musité, y tomé la
mano con la que él sostenía la de Tess—. Va a estar bien, Dylan. Ella
volverá a ser la pelirroja insufrible que adoras —prometí, y sonrió
agradecido.
Me quedé unos segundos más con ellos, en los que Dylan aprovechó para
comentarme que se sentía feliz porque LuzBel estuviera vivo, pues era su
amigo, su hermano. Aquel ángel que lo salvó de una muerte por sobredosis.
Sin embargo, eso no evitaba que también se sintiera dolido por su mentira,
por todo lo que nos hizo sufrir, aunque ahora entendía sus razones.
Y, a pesar de que aseguró estar orgulloso de mí por no dejarme embaucar
fácilmente por LuzBel, ya que tampoco estaba de acuerdo con ciertas cosas
que hizo, sí intercedió por él y me pidió que me diera la oportunidad de
escucharlo.
—Lo haré, te lo prometo.
—Pero no trates de matarlo esta vez —bromeó, y medio sonreí.
Acto seguido, le di un abrazo y luego me marché de la habitación. Caleb
y Ronin me esperaban afuera, y juntos nos encaminamos a hacer algo que
nos destruiría un poco más, pero que no por eso dejaríamos de hacer.
La morgue era fría y al entrar agradecí que no hubiera cuerpos a la
intemperie. Los de nuestros compañeros yacían en ataúdes especiales para
que fueran transportados vía aérea. Y la garganta se me cerró en el
momento que reconocí el tahalí de Salike sobre el sarcófago que contenía
sus restos.
Ronin y Caleb se detuvieron a unos pasos, se pararon en posición de
descanso y con el puño izquierdo se dieron dos golpes en el pecho, sobre el
lado del corazón, en un gesto de rendir honor y respeto a los guerreros
caídos. Los imité quedándome más cerca del ataúd de Salike, y me tragué el
nudo que me cerraba la garganta.
—Me diste el mejor ejemplo de lo que es ser una guerrera —musité en
voz baja, aunque no débil, hablando en el idioma de mis hermanos
Sigilosos—. Fuiste fuerte pero compasiva. Heroica sin dejar de ser
humilde. Invencible y, sin embargo, una mujer amable. Y créeme que el
legado que has dejado no muere aquí, aunque tu cuerpo haya llegado a su
fin. Y así duela tu partida, me hace feliz que pudieras cumplir la promesa
que te hiciste a ti misma: morir con honor. —Bajé al suelo antes de
proseguir y me apoyé en una rodilla, flexionando la otra, inclinando el torso
y poniendo una mano en mi corazón—. Gracias por tus enseñanzas y
consejos. Gracias por haber entregado tu vida para que yo pueda vivir la
mía. Y sobre todo, gracias por haber sido el corazón de mi élite, uno que
nunca perecerá. —Me di dos golpes en el pecho y escuché los de mis
compañeros al unísono—. Te prometo que te honraré a ti y a tu familia,
Salike Igarashi, y sabré recompensar tu sacrificio en esta generación y las
venideras.
Me puse de pie luego de decir lo último y mantuve la cabeza inclinada,
escuchando cómo cada uno de mis compañeros se despedía del cuerpo de
ella, añadiendo además unas palabras para nuestros otros hermanos.
«No le temo a la muerte, ¿sabes por qué? Porque los miedos frenan la
vida. Por eso heme aquí, viviendo con desenfreno antes de morir».
Sonreí al recordarla diciéndome eso. Esa era otra de las cosas que Salike
me enseñó, ella vivía con desenfreno, pero no del tipo que mataba
lentamente, sino del que te hacía vivir de verdad. Pues amó como quiso,
sufrió por lo que ameritaba, triunfó en lo que se propuso y aceptó lo que no
pudo ser.
Cuando mis compañeros terminaron de rendir sus honores, me di la
vuelta para salir de la morgue y no me sorprendió encontrar a Isamu en la
misma posición que yo estuve antes.
—Nuestras vidas son como el emblema de La Orden a la que honramos.
Hermosa y breve como la flor de cerezo, por esa razón la muerte vendrá a
nosotros como llega a ella, en batalla o naturalmente, pero siempre será
gloriosa.
Había dicho lo que nos enseñaron cuando nos entregaron el tahalí que
portábamos en las batallas, y vimos la flor de cerezo grabado en él.
Tras eso se puso de pie y caminó hacia los ataúdes. Nosotros optamos
por darle su espacio, pues éramos conscientes de que él necesitaría
privacidad para despedirse de su ángel como tanto deseaba.
A continuación, caminamos en silencio, dispuestos a regresar al piso que
despejaron para nosotros y, cuando estuvimos ahí y salimos del ascensor, le
pedí a Caleb que se adelantara con la intención de que consiguiera noticias
sobre Evan y Gibson, y su misión especial. Y mientras, yo iría a ver a Jane
y a Connor antes de que les dieran el alta médica, y de paso averiguaría
sobre Elliot, pues si algo había confirmado en la despedida que le hicimos a
nuestros hermanos, fue que la muerte solo llegaba una vez, pero nos hacía
sentir todos los momentos de nuestra vida.
Y yo no quería irme con dudas, remordimientos o cosas inconclusas.
«¿Eso significaba que hablarías también con el Tinieblo?».
Ya era hora, ¿no?
«Chica, hasta te habías tardado».
Sonreí en respuesta al reclamo de mi compañera y enemiga en muchas
ocasiones.
—Yo confío en ti, Ángel. Confía en ti mismo también.
—Tienes demasiada fe en mí, Hanna. —Agarré a Ronin del hombro, ya
que iba adelante de mí, para que se detuviera antes de doblar la esquina del
pasillo, cuando reconocí la voz de LuzBel con la de su amiga.
Le hice una señal con el índice sobre mis labios, para que hiciera
silencio, y el tonto sonrió emocionado al darse cuenta de que íbamos a
espiar.
—¿Y acaso no tengo motivos suficientes para hacerlo? —cuestionó ella,
e identifiqué una sonrisa en su voz—. ¿O debo recordarte las noches que
pasamos metidos en esa habitación de lujo, en la que me demostraste que,
por más que estuvieras con esas lacras, no eres igual que ellos?
«Oh, santa mierda».
La garganta se me secó al escuchar la pregunta íntima que le hizo a
LuzBel; y vi a Ronin arrepentido de quedarse conmigo para espiar.
—¿O debo añadir que te arriesgaste para salvarme? Lo hiciste a pesar de
lo que podías perder.
—Te lo debía, Hanna. No hice nada especial, simplemente te saqué de
allí porque por mi culpa se ensañaron contigo. Porque te creían mi… chica
exclusiva. Si Amelia no hubiera sentido celos de ti…
—Si tú no me hubieras tomado como tuya, me habrían vendido a todos
esos hombres, Elijah. Si no me hubieras hecho tuya, ese malnacido…
—¡Hey! Ya. No pienses más en eso. —La voz de Hanna se había
quebrado, y él la consoló.
A mí en cambio se me quebró todo por dentro.
—Jefa —susurró Ronin, y me tomó de las manos al ver que estaba
temblando.
Ya no me sentía celosa. Lo que transitaba por mis venas en realidad era
la decepción en su estado puro, quemándome como si en lugar de sangre
fuera ácido, porque, si bien yo me acosté con Elliot luego de ver a Sombra
entre las piernas de Amelia, sé que jamás le habría fallado a LuzBel de esa
manera, de haber sabido que vivía. Pero supongo que fue mi error, esperar
de alguien lo mismo que yo entregaba.
—¿Isabella? —La voz de Fabio me sacó de mi miseria, y me giré para
verlo, pues habló a mis espaldas—. Justo iba a tu habitación —comentó.
Acababa de salir de la habitación del pasillo en el que estábamos.
—A-aquí me tienes. —Fingí que no me pasaba nada, aunque mi voz me
traicionó por un momento.
—Vamos —me animó. Ronin se hizo a un lado, un poco inseguro por lo
que acababa de presenciar conmigo, pero confió en que no haría una locura
con Fabio ahí.
Respiré hondo en el momento que él puso una mano en mi espalda baja,
al notar que no era capaz de dar un paso. Y me preparé para lo que sea que
vería, pues debíamos pasar por el pasillo en el que se encontraba LuzBel y
Hanna, su chica exclusiva.
Y me admiré de mi propia capacidad al levantar la barbilla y hacer como
si no escuché nada, en cuanto me encontré con él de frente. Con su porte
orgulloso y mirada que prometía que iba a arrancarle el brazo a Fabio por
llevarlo donde lo llevaba, algo que me hizo reír por dentro y negar con
ironía, pues había que ser muy descarado para comportarse tan posesivo
habiendo hecho todo lo que hizo.
«Adiós ganas de querer escucharlo».
Juro que mi conciencia hizo un puchero al decir eso.
—Necesito hablar contigo en un momento.
—Por supuesto que lo haremos.
No sé si Fabio notó la amenaza implícita en la respuesta que LuzBel le
dio luego de decirle que necesitaban hablar, o si la ignoró deliberadamente.
Dado el caso no me importó, me limité a pasar al lado de esos dos y no tuve
las ganas de sonreírle a Hanna cuando ella me sonrió a mí.
Era oficial, no podría fingir que no estaba comenzando a odiarla por
obtener de LuzBel lo que yo añoré durante años: su presencia.
—¿Sabes qué? —Me tensé al sentir que me tomaron del brazo, y más al
escuchar esa voz tan cerca de mí—. A la mierda con el espacio, White.
—Déjalos. —Escuché a Fabio pedirle a Ronin, hablándole en japonés
cuando mi compañero quiso interponerse.
—Lo va a matar —le advirtió Ronin.
—Es un riesgo que él quiere correr.
Dejé de oírlos en el instante que LuzBel me metió a una habitación. Y
debí haber estado en shock, pues era la única explicación que encontré para
dejarme arrastrar por él.
—Quítame las manos de encima —exigí al reaccionar.
—Te molestan las mías, pero no las de Fabio, ¿cierto?
Me sacudí hasta que logré zafarme de él, y me giré dispuesta a
enfrentarlo.
—¿Y si así fuera?
—Si así es, no me importará tener que conseguir otro neurólogo, White.
—Me reí con odio y burla de su amenaza—. ¿Crees que, si no me detuve
por un sargento, lo haré por un médico?
Retrocedí cuando él se acercó a mí, y odié esa sensación de idiotez
revoloteando en mi estómago como un enjambre enfurecido, pues temí que
me nublara el raciocinio.
—Deja las estúpidas amenazas porque no me tomas en buen momento,
imbécil —exigí, y esa vez, cuando dio otro paso cerca de mí, no retrocedí,
ya que no le permitiría que ganara poder. No más—. No estoy para escuchar
la sarta de mentiras que tengas que decirme, o las excusas que pretendas
utilizar para embaucarme, para enmascarar la cobardía que cometiste.
Alcé la cabeza para que nuestras miradas se alinearan cuando su pecho
estuvo al ras del mío; y no me inmuté ni siquiera en el momento que su
aroma golpeó mi nariz, como el recordatorio de que Sombra estaba ahí,
aunque sus ojos grises y furiosos me gritaran que era LuzBel, el hombre
que inevitablemente seguía amando. Y quien me seguía destrozando por las
cosas que hizo.
—¿Fui un cobarde por querer mantenerte a salvo? —cuestionó bajando
una octava de su tono, y miró mis labios.
Sentí el calor de su cuerpo arropando el mío, y apreté los puños cuando
necesité tocarlo porque, así estuviera odiándolo, también me moría por
confirmar que era él y no una ilusión.
—No, LuzBel. Lo fuiste por mantenerte fuera de mi vida durante más de
tres años. Por mentirme en la cara. Por no aceptar que querías estar con ella,
por ocultarme la verdad para protegerla.
—No asegures lo que no sabes, White —siseó entre dientes—. Porque no
tienes ni una puta idea de lo que yo tuve que pasar.
—¡¿Y tú sí sabes lo que yo pasé?! ¡¿Piensas siquiera en cómo me levanté
después de creerte muerto?! —vociferé, y puse las manos en su pecho para
alejarlo de mí. Retrocedió, e imaginé que mis puñaladas ya no le dolían,
pues se movía con facilidad—. ¡Me quise quitar la vida porque no
soportaba seguir sin ti! ¡Me recluyeron en un hospital psiquiátrico por mi
inestabilidad mental, porque me volví loca al ya no tenerte! ¡Viví la peor de
las depresiones, y eso casi me hace acabar con mis…!
Callé de golpe y a la vez jadeé por lo que estuve a punto de decir,
sintiendo mis mejillas húmedas por haber comenzado a llorar al hacerle
todas esas preguntas. El cuerpo entero me temblaba y la respiración me
abandonó, dejándome sentir más los latidos de mi corazón desbocado.
—¿Con tus qué, Isabella? —indagó, y negué con la cabeza.
—No confío en ti, LuzBel —reiteré para que no volviera a indagar sobre
eso.
En un movimiento rápido, pasó el dedo por uno de los relicarios que
llevaba en el cuello, siendo este el mío. Lo alzó y me lo mostró. Puso frente
a mí la imagen de Aiden y Daemon.
—¿Con ellos? —preguntó con la voz ronca, y miré de manera alterna a la
fotografía y a él—. Son tus hijos, ¿cierto?
—No te importa —largué, y maldijo.
—¿Son míos? —La desesperación al hacer esa pregunta fue
inconfundible, por más que él la quiso camuflar con impaciencia.
—¡No! —espeté, y sacudió la cabeza, dudando si creerme o no.
—Entonces son de Elliot. El hijo de puta es el padre y por eso insistes en
protegerlo de mí —escupió con celos y furia—. Al final sí te revolcaste con
él mientras llorabas mi muerte —se burló con tanto deseo de hacerme daño,
pero en lugar de eso consiguió que perdiera los estribos, pues me parecía
increíble que minimizara mi dolor cuando fue él quien se revolcó con otras.
—No, maldito idiota —desdeñé con los dientes apretados—. Con Elliot
me revolqué después, cuando ya te había superado. Cuando pretendiste
hacerme caer como Sombra —confesé con una sonrisa llena de alevosía.
«¡Por el amor de Dios, Isabella! ¡¿Qué acababas de hacer?!».
El tiempo pareció congelarse por unos minutos. LuzBel se quedó
petrificado y perdió el color hasta ponerse blanco, procesando lo que
acababa de admitirle con tanto orgullo. Pero en segundos pareció reaccionar
y, sin decir nada, salió de esa habitación.
«¡Santa mierda! ¡Iba a matarlo!».
—Joder —escupí, comenzando a ir detrás de él.
—LuzBel —lo llamó Fabio cogiéndolo de los brazos cuando lo tuvo de
frente.
Pero ese hombre parecía un demonio prendido en fuego en ese instante, y
empujó a Fabio para sacárselo de encima, consiguiendo que este diera con
la espalda en la pared del pasillo.
—No. Te. Metas. En mi puto. Camino —parafraseó LuzBel con la voz
tan gélida, que fue capaz de congelar el aire que nos rodeaba.
O literalmente así se sintió.
Negué con la cabeza para Fabio y le pedí así que no se metiera, pues él
no tenía por qué sufrir las consecuencias de mis actos.
—¿Qué hiciste, jefa? —sondeó Ronin, y negué con la cabeza entretanto
seguía detrás de LuzBel.
—Apuñalé al diablo. Así que ve por Caleb e Isamu —ordené—. Y tú,
ven con nosotros —le sugerí a Hanna para tener un as bajo la manga, por si
llegaba a ser necesario.
La chica había palidecido al ver a su amante hecho una furia, no
obstante, encontró un poco de valentía y nos siguió tan rápido como sus
piernas se lo permitieron. Y yo estuve a punto de alcanzar a LuzBel, pero
sabía que no era inteligente tocarlo, así que lo evité.
—¿Qué mierdas piensas hacer? —espeté.
—Cumplirte mi promesa —gruñó él con la voz ronca, y no lo reconocí.
Estábamos por llegar a la habitación en la que imaginé que se encontraba
Elliot, porque vi cerca a unos hombres de Robert. Y sabía que debía hacer
algo para evitar que lo atacara, al menos sin que el ojiazul estuviera
desprevenido.
—¿Tienes claro que no me forzó? ¿Que lo que pasó entre nosotros fue
consensuado? ¡Mierda! —chillé en el instante que me cogió de la barbilla y
me empotró en la pared, llamando la atención de los Grigoris dispersos por
todo el piso.
—¡Sí, hija de la gran puta! ¡Lo tengo tan claro como que no soy capaz de
asesinarte a ti! —rugió como un león herido—. ¡Pero puedo ponerme muy
creativo con él! ¡Puedo despedazarlo frente a ti para que no te vuelvan a
quedar ganas de darle a nadie más lo que debió ser solo mío! ¡Solo mío,
pequeña mierda!
—¡Suéltala! —gritó Fabio, y jadeé porque LuzBel le obedeció en un
santiamén, pero no porque quería, sino porque le urgía llegar a aquella
habitación—. ¿Estás bien? —cuestionó para mí al llegar a mi lado.
Sacudí la cabeza para que no le diera importancia, e intenté tragar al
sentir la garganta seca y el corazón a punto de salírseme por la boca.
—Puta madre, va a matarlo —avisé, viendo a Hanna correr detrás de
LuzBel, llamándolo desesperada.
Corrí también.
Los hombres de Robert no fueron capaces de detener a ese endemoniado,
e incluso de lejos pude ver que Elliot estaba de pie cuando LuzBel irrumpió
en la habitación. Alice, quien lo acompañaba, gritó al ver que el ojiazul
cayó por sus pies en el momento que el Tinieblo se le fue encima, y en ese
instante me di cuenta de que, cuando la ira se apoderaba de tu cuerpo, ni las
puñaladas profundas, ni las lesiones recientes en el pecho, y mucho menos
las heridas de bala en la pierna, eran impedimento para meterse en una
lucha de titanes.
Y nunca agradecí tanto que Elliot supiera defenderse y se recuperara
rápido, a pesar de la impresión, como en ese instante, pues se levantó del
suelo y le devolvió los golpes a su primo con la misma fuerza e intensidad
que él se los daba.
Alice les gritaba que pararan, Hanna intentaba hacer lo mismo, y yo supe
que donde los hombres no consiguieran hacer nada para separarlos, haría
cosas que me dejarían ante todos como una mujer horrible. Pero ante
situaciones desesperadas, medidas premeditadas.
—¡Ya, hombre! —exigió Fabio al conseguir retener a LuzBel por un
momento.
Caleb, Ronin e Isamu llegaron junto a Darius por fin.
LuzBel trató de golpear a Fabio para apartarlo, sin embargo, este mostró
una agilidad que no se conseguía en clases de karate solo por pasatiempo, y
evitó el golpe. Caleb llegó a ellos para contenerlos, y Darius con Isamu
tomaron a Elliot en el momento que el ojiazul quiso arremeter.
Ronin se quedó conmigo, escudándome.
—¡Voy a matarte para cortar de una jodida vez esa manía que tienes de
tocar lo mío! —espetó LuzBel.
Usaba una camisa gris claro, así que noté que las heridas en su abdomen
estaban sangrando igual que su boca. Elliot tenía puesto todavía el pantalón
y la bata del hospital, y la pernera se le mojó con el líquido carmesí, a juego
con el que le corría por la sien.
—¡¿Y acaso lo tomé por la fuerza?! —devolvió Elliot siendo, por muy
lejos, el ángel ojiazul.
Alice me miró, tratando de encajar lo que esos dos se decían, y negué,
diciéndole que no era momento para aclarar nada.
—¡No! ¡Pero me harté de que seas el puto tercero que siempre pretende
librarse de la culpa! —Dicho eso, LuzBel hizo un movimiento con el que
logró zafarse del agarre de Fabio y desencajó el arma que Caleb llevaba en
su cintura.
Y la sangre abandonó mi cuerpo cuando vi que estuvo a segundos de
dispararle a Elliot. Pero logró detenerse únicamente porque Alice previó lo
que pasaría y se puso delante del ojiazul. Ambas ignoramos que Isamu y
Darius no iban a permitir que el Tinieblo lograra su cometido.
«Si es que no los mataba a ellos también».
Buen punto.
—¡No, LuzBel! —rogó la rubia—. ¡No sé qué está pasando, pero no me
hagas esto a mí!
Reconocí claramente que esa vez el Tinieblo no estaba dispuesto a
detenerse. Y menos cuando Elliot también se zafó de Isamu y Darius para
proteger a Alice con su propio cuerpo, pues también notó que el demonio
frente a ellos iba a disparar sin remordimiento alguno.
Entonces cogí a mi as bajo la manga, tomando de paso el arma de Ronin
y, gracias a que la camilla estaba cerca, la lancé sobre ella. Hanna gritó
horrorizada al darse cuenta de mis intenciones, y se cubrió el rostro en lugar
de apartar mi mano de su cuello.
—¡Isabella, no! —gritó Myles irrumpiendo en la habitación.
No me detuve, le disparé tres veces a Hanna y, cuando terminé con mi
cometido, la solté y sonreí al verla inerte.
—¡¿Qué hiciste?! —espetó LuzBel, aterrorizado al ver la sangre
manchando la sábana, pero no se atrevió a acercarse.
—¿Yo? Nada —desdeñé, y cogí a Hanna del cabello para que saliera del
estado de shock en el que la dejó mi hazaña—. Ella, en cambio, sí se hizo
—avisé, y lancé a la chica hacia él.
Consiguió cogerla en brazos, la pobre se había orinado encima al ver a la
muerte de frente. El último disparo le rozó la sien, porque así lo quise, y en
cuanto estuvo entre la protección de su amante, y este la revisó para
asegurarse de que no la herí de gravedad, ella sollozó dejando entrever su
terror.
Alice estaba pálida entre los brazos de Elliot, y solo mi élite no se inmutó
por mi proceder, pero no podía decir lo mismo de Fabio, Darius, Myles y el
ojiazul.
—Última advertencia, LuzBel —hablé con la voz gutural—: intenta
matar de nuevo a Elliot por algo que yo le permití, y te prometo por mi
sangre que la próxima vez los tiros irán directo a la cabeza de tu exclusiva.
—Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero no por mi promesa, sino porque
entendió que ya sabía quién era Hanna para él, en realidad—. Y si insistes
en provocarme más, le demostraré al Sombra dentro de ti que no se
equivocó cuando aseguró que yo también estaba tan enferma como él.
El silencio reinó durante varios segundos. Solo nuestras respiraciones
aceleradas lo cortaban. Y en ningún momento dejamos de vernos a los ojos,
sellando esas promesas silenciosas que ambos nos hacíamos.
—Salgan todos de aquí —ordenó Myles, y entendí que se refirió a los
demás, menos a su hijo y a mí.
Asentí para que mi élite obedeciera, y le entregué el arma a Ronin.
Darius y Alice le ayudaron a Elliot mientras que Caleb y Fabio tomaron a
Hanna para auxiliarla. Isamu extendió su mano hacia LuzBel, y este le dio
la glock que todavía sostenía, y cuando estuvimos solo los tres, Myles nos
miró con severidad.
—Me han hartado los dos —expresó con decepción—. Y, si ahora mismo
no se dicen lo que tengan que decirse, te entregaré a ti para que pagues por
el crimen contra Caron —dijo para LuzBel, y él negó incrédulo—. Y te
llevaré a juicio a ti con el sindicato de Grigori por haber atentado contra la
vida de mi heredero.
—¡¿Qué?! —inquirí, y Myles me miró con dolor.
—Se pasaron por el arco del triunfo los límites, Isabella. Así que
agradece que he sido benevolente —zanjó, y dicho esto salió de la
habitación y cerró, dejándome con su hijo.
Y no hablamos durante varios minutos, simplemente intentamos procesar
todo, conteniéndonos porque Myles no nos hizo una amenaza vana. Iba a
cumplir, y yo no podía ir a juicio, primero porque era obvio que me harían
pagar por lo que hice, así estuviera justificado en mi cabeza. Y segundo
porque necesitaba regresar con mis hijos antes de que Amelia pudiera dar
con ellos.
—Seamos sensatos así sea por un segundo, LuzBel —me animé a hablar
—. Ni a ti ni a mí nos conviene lo que tu padre pretende hacer. Y está más
que claro que no estamos para hablar, y menos para escuchar. Así que
dejemos esto por las buenas —propuse, y él torció los lados de su boca en
un gesto lleno de sarcasmo y peligro.
—¿Pasó cuando te fuiste con él a California? —preguntó.
—¿Escuchaste lo que acabo de proponer? —cuestioné yo.
—Responde solo eso, White, y luego haremos lo que putas quieras —
demandó, pero logré identificar la súplica en el fondo de su voz gutural—.
¿Pasó cuando estuvieron en Newport Beach?
Tragué con dificultad, y una vez más mi corazón se aceleró, pero no por
furia o decepción. Fue porque me transporté a años atrás, cuando estuvimos
en aquella habitación de Inferno y me encontró con Sombra (o Darius),
luego de haberlo besado creyendo que era él.
Aunque en este caso, no confundí a Elliot con nadie.
—¿Hubo más mujeres a parte de Hanna y Amelia? —opté por ponerlo a
él en la misma situación, pues, si iba a caer, me lo llevaría conmigo.
—¿Fue una sola vez con Elliot? —devolvió, e intuí que la mecánica era
pregunta por pregunta.
Y supe muy bien a qué se refería con esa interrogación formulada de
manera amarga.
—No, pero tampoco te diré cuántas. —Cerró los ojos cuando decidí ser
sincera y, en cuanto los abrió, no pude descifrar su mirada—. ¿Por qué
protegiste tanto a Amelia en la batalla?
—Porque está embarazada —soltó sin preámbulos.
Mi respiración se cortó cuando escuché aquello, eso no podía ser verdad.
Tenía que haber una explicación que no doliera tanto, que no me llevara a
un punto de sufrir un ataque al corazón. Y ni siquiera pude esconderlo
porque necesité jadear para que el escozor en mi garganta se aliviara un
poco.
—¿T-te gustó todo lo que ese imbécil te hizo? —masculló.
Y me di cuenta que para ese momento ambos nos estábamos rompiendo
sin piedad.
—No preguntes lo que no quieres escuchar —recomendé, y fue su turno
para dejar de respirar—. ¿Es tuyo? ¿El hijo que ella espera?
En mi fuero interno rogué que no fuera así. Supliqué porque dijese que
no, así fuera mentira, pues no soportaría las ganas de llorar por más tiempo.
Y de su respuesta dependía mantener mi orgullo intacto.
—No preguntes lo que no quieres escuchar, White —devolvió, y por
primera vez en años quise morirme. O que la tierra me tragara y vomitara
lejos de él—. Al final, no eres tan diferente a ella, ¿sabes? —Me quedé de
piedra porque se atreviera a compararnos—. Sin embargo, Amelia tiene por
excusa su bipolaridad. En cambio, tú eres una zorra porque quieres.
Mis ojos se abrieron demás por su manera de rematarme. Dejé de
respirar por completo y estaba segura de que el corazón que creía que ya no
tenía para él, no solo se me detuvo, sino también se me congeló y quebró
luego en miles de pedazos.
«El maldito Tinieblo sabía cómo herir sin usar una daga».
Capítulo 27
Moriría en el intento
Elijah

Cuando padre me exigió que le diera tiempo a Isabella, cedí solo porque
Hanna llegó de nuevo a mi vida con más complicaciones. Y Marcus las
empeoró, al comunicarnos la condición de O’Connor para entregarnos el
aparato que salvaría la vida de mi hermana y la de esa terca.

—Está creyendo cosas que no son, padre —recalqué cuando Darius me


convenció de que no insistiera con ella, luego de que sus hombres no me
permitieran entrar a verla.
—Hazme caso, hijo. Déjala que piense lo que quiera, que se haga todas
las suposiciones que desee. Permite que se torture ella misma hasta que se
canse de eso y decida buscar las respuestas por su cuenta. Porque solo en
ese momento estará lista para escucharte.
—Y mientras que me crea una mierda —satiricé.
—¿Y qué más da, Elijah? —inquirió, y lo miré sin creer que minimizara
eso—. Con el necio solo gastarás saliva, porque, digas lo que digas, no te
creerá. Por eso toma mi consejo y deja que el tiempo acomode las cosas.
—¿Y si es demasiado?
—Ya esperaste tres años, hijo. Y te aseguro que, por más reacia que esté
en este momento, Isabella no soportará otros tres lejos de ti.

Decidí confiar en padre. Y casi no consigo darle ese tiempo a la Castaña


cuando estuvimos en aquella sala y noté que pensaba lo peor de mí. Me
indignó que siquiera imaginara que lo que hacía era por favorecer a Amelia.
Y envié todo al demonio en el momento que vi a Fabio tan cerca de ella.
Y no, joder. No vi malicia en él en ese instante, pero no soporté que
White le permitiera tanta cercanía cuando a mí me quería a tres metros bajo
tierra.
Y…, puta madre. Bien decían que el diablo era sabio por viejo, no por
diablo. Por eso padre me pidió que la dejara buscarme. Porque quería evitar
el desenlace que estábamos teniendo. Pero, a pesar de estarme haciendo
mierda con esas verdades que se sentían como puñaladas en el pecho, no
me arrepentía de llegar a ese punto.
Así la rabia y la decepción; los celos y el dolor; el miedo, la sorpresa y la
agonía se arremolinaran en mi interior y me desgarraran desde adentro.
Desmoronando mi mundo hasta llevarme en picada a lo profundo, a ese
lugar del que ni yo mismo me quería salvar, prefería saber esa verdad que
quise ignorar meses atrás.
Porque lo sospeché… Mierda, vi en sus ojos que me mintió en la cara al
negar que se acostó con él. Y decidí ignorarlo porque ni siquiera la tenía,
pero tampoco la quería perder.
«Aunque entre mis piernas se meta quien yo quiera y no quien tú
decides, no usaré a Elliot como te usé a ti. Simplemente porque a este chico
jamás podría usarlo, me importa demasiado y estoy en un punto de mi vida
en donde, si alguien más lo llegara a tocar después de que yo lo haga,
quemaría el maldito mundo y a quien ose poner sus manos en lo que será
solo mío».
Alcé las comisuras de mi boca, con burla hacia mí mismo porque me lo
dejó claro desde un principio. No usaría a ese hijo de puta y, aunque estuve
dispuesto a matarlo y a Alice junto con él, Elliot tuvo razón al asegurar que
no tomó lo que creí mío por la fuerza. No lo hizo con Amelia, tampoco con
White.
Entonces me di cuenta de que no lo odiaba por meterse donde le
permitían. Lo detestaba porque, muy dentro de mí, siempre supe que, así los
dos fuéramos unos hijos de puta, en las relaciones él siempre sería mejor
hombre que yo. El bueno, el correcto, el que convenía. Al que las chicas
escogerían para tener un futuro luego de un acostón pasajero conmigo.
Y, sin embargo, Isabella había sido la única chica que, en lugar de
abandonarme a mí por él, dejó a Elliot por mí. Por eso me dolió más esa
traición, porque creía que ella sería la excepción. Como un completo iluso
pensé que para White yo era al que veía en su futuro, pero al final me
reafirmó que era igual que las demás.
Buscaban al bueno, al correcto, el conveniente.
—¿Zorra porque me entregué a otro hombre que no eras tú? —preguntó
incrédula, dolida e irónica—. ¿O porque jugué tu juego, pero superé tus
técnicas?
La miré desconociéndola, y oculté mi dolor, tal cual ella escondió el
suyo. Pues, así nos estuviéramos haciendo mierda, no cedíamos, no
dejábamos el orgullo que nos caracterizaba.
—¿Qué juego, White? —sondeé—. ¿Ese en el que follas por despecho?
Aunque, según me diste a entender, con Elliot lo harías por placer, ¿no? Así
que explícame qué puto juego.
—Si fuera por despecho, entonces, tengo una ficha más para jugar,
¿cierto? Ya que tú estuviste con Amelia y de paso con Hanna —satirizó—.
Porque Sombra, aunque se haya sentido diferente, al final eras tú; por eso él
no cuenta. —Su voz filosa estaba dispuesta a seguir haciéndome sangrar—.
Así que bien podría ir a cumplirle a Darius su fantasía de una aventura
incestuosa. O mejor a Fabio, quien parece ser un tipo rudo en la cama.
—Cállate —rugí cogiéndola de las mejillas con una sola mano,
odiándola por las imágenes que seguía poniendo en mi cabeza.
La maldita provocadora seguía golpeándome en su lugar favorito: en mis
debilidades.
—Por esto soy una zorra, ¿no? —continuó, y tomó mi muñeca para que
la soltara. Y lo hice antes de perder los pocos estribos que todavía tenía—.
Porque hice lo mismo que hacen los tipos como tú: follar por placer con
quien se me antojó. Y lo hice siendo una mujer libre, tal cual lo he sido
desde que tú fingiste tu muerte para irte con tu primer amor, la madre de tu
futuro hijo.
Me mordí el labio inferior y bufé una risa carente de emoción al
escucharla. Acto seguido, tomé una respiración profunda que hizo que la
herida en mi abdomen doliera y sentí que sangré más. Pero ignoré esas
molestias y la miré por primera vez como la mujer en la que se convirtió. Vi
a la reina Sigilosa, esa de la que Marcus siempre me pidió que me cuidara y
la que me rehusé a ver porque, para mí, seguía siendo aquella chica que me
hizo caer cuando juré que no lo haría.
—Entonces no eres como yo, White —mascullé—. Porque yo no disfruté
de mis encuentros sexuales con ninguna de esas chicas. —La muy cabrona
se rio de mi declaración y me quitó las ganas de decirle que solo follé una
vez con Hanna, y que ni siquiera lo recordaba.
Y menos le diría que lo que sucedió con Amelia no fue ni follar. O que
desde que me acosté con ella tres años atrás no volví a hacerlo con nadie
más. No lo admitiría porque no valía la pena, no con esa mujer que estaba
muy lejos de ser mi Bonita.
—Ríete si es lo que quieres, pero mírame a los ojos y analiza si te estoy
mintiendo —aconsejé.
Lo hizo. Me miró y encontró mi seguridad y la verdad que no estaba
dispuesto a vocalizar, pero le ganó la ira, el orgullo, y optó por seguir firme
en la pelea. Confirmándome que no estaba dispuesta a retroceder.
—¡Aww! Pobrecito —se burló, y ya ni siquiera reaccioné a eso porque
en ese instante dejó de importarme lo que pasaba entre nosotros. Ya no
quería escuchar explicaciones, y mucho menos darlas—. Para la próxima,
asegúrate de follar con alguien que te haga gozar.
Me guiñó un puto ojo tras decir y hacer eso, y apreté los puños, pues lo
que quedó implícito en sus palabras me estaba llevando a una profundidad
muy peligrosa para los dos. La sugerencia descarada entre esas líneas me
torturó, pues, como en el pasado, admitió sin palabras que ella sí se acostó
con alguien que la hizo gozar.
Y la vi en mi cabeza, en la cama con Elliot, disfrutando, entregándose a
él de la manera en la que se entregó a mí muchas veces y…, puta madre.
Me ganó el coraje, la decepción, la frustración, los celos. Y dejé salir todos
esos sentimientos en mis siguientes palabras.
—Nunca debiste tener miedo de que te viera con asco, después de lo que
Derek te hizo pasar. —Sus ojos se abrieron demás al recordarle semejante
mierda. Y sí, ese era un golpe bajo, pero no me detuve—. Eso jamás habría
sucedido —juré, y la vi tragar con dificultad—. Sin embargo, mira cómo te
veo ahora después de saber lo que hiciste con Elliot, por tu propia voluntad,
con tu maldito gusto, porque quisiste.
Intentó apartar la mirada en el momento que mis palabras se clavaron en
su corazón como una maldita daga. Pero no se lo permití, volví a tomarla de
las mejillas y apreté mis dedos con más fuerza, obligándola a mirarme a los
ojos.
—Me. Das. Asco, reina Grigo… —No terminé de mascullar las palabras
porque me giró el rostro de una bofetada, apartándome de ella en un
santiamén.
Pero el escozor de ese golpe jamás iba a compararse con el daño que me
causaron sus actos y confesiones. Por eso sonreí de lado y me lamí la sangre
que me sacó de una de las comisuras de mi boca. Dando por sentado que
esa conversación entre nosotros había finalizado. Girándome para
marcharme de una buena vez.
—¿LuzBel? —me llamó en cuanto llegué cerca de la puerta—. Cuando
Sombra me propuso acostarme con él, lo pensé demasiado antes de aceptar,
porque le guardaba luto al hombre que amaba. Se lo guardé durante mucho
tiempo, y hasta me señalaron de idiota por quedarme estancada en el
pasado.
—¿Y ahora de qué te señalan? —sondeé con la voz mortecina, y me giré
para mirarla. Alzó la barbilla y creí que me respondería con orgullo como lo
venía haciendo, pero en ese instante me di cuenta de que ella también
estaba cansada.
—Cuando decidí acostarme con Elliot, pensaba que ese mismo hombre
seguía muerto —continuó, ignorando mi pregunta—. Y lo creas o no, solo
el día que supuestamente te aluciné, volví a hacer el amor después de tres
años. —Quise hablar, soltarle otra verdad, pero me mordí la lengua porque
ya suficiente había quedado de estúpido como para seguir reiterando que lo
era—. Por honrar tu recuerdo me negaba a darme una oportunidad con
alguien más, y mira la ironía, tú mismo me hiciste aceptar con esa
alucinación que no era sano vivir de los recuerdos, por eso acepté utilizar a
Sombra así fuera en la cama. —Rio con sarcasmo, y sentí una gran opresión
en el pecho—. ¿Y sabes qué es lo más gracioso? —No me dejó responder
—. Que, si yo hubiera sabido que tú vivías, jamás habría caído con Sombra
y menos con Elliot, Elijah Pride, porque tú lo eras todo para mí, por eso,
cuando te fuiste, me dejaste sin nada.
Tuve la intención de dar un paso hacia ella, pero esas se esfumaron con
la misma rapidez que llegaron, debido a que en ese momento era yo el que
ya no quería escuchar ni aclarar nada. Y, conociéndome, sabía que si
hablaba sería solo para seguirla hiriendo con las palabras.
—Sé que mis manos no están limpias porque tropecé y las apoyé varias
veces en la mierda en la que se convirtió mi vida, después de perderte. Me
he equivocado en incontables ocasiones y lo seguiré haciendo, pero te juro
por lo más valioso que tengo que todo lo que hice y que ahora mismo te
duele fue porque te creí muerto —repitió, y sonrió con tristeza—. ¿Por qué
las hiciste tú? —cuestionó satírica, y sabía a dónde quería llegar.
«Por mantenerte con vida a ti, que eres todo lo que siempre me ha
importado desde que te conocí», pensé. Sin embargo, Isabella jamás lo
sabría, nunca escucharía eso. No luego de que me restregara en la cara que,
a diferencia de mí, ella sí disfrutó el estar con otro.
Y mi silencio le dio a entender que no tenía una respuesta. Así que negó
con fastidio y caminó hacia la puerta pasando por mi lado.
—No te duele que me haya acostado con Elliot porque sientas algo por
mí, te duele porque hirió tu ego, tu orgullo —escupió asqueada—. Le haces
tanto honor a tu apellido[13] —masculló decepcionada, y luego se marchó.
—No, White. No me duele el orgullo. Me duele que, de un segundo a
otro, mi todo se convirtió en nada —susurré, sabiendo que ya no me
escucharía.
En ese momento representábamos muy bien la estupidez de dos personas
cegadas por la ira, sufriendo el ardor de la traición y la ignorancia, pero que
no estaban dispuestas a dar su brazo a torcer porque si algo nos
caracterizaba era el orgullo.
El orgullo que siempre conseguiría separarnos.

No necesité decirle nada a padre cuando salí de esa habitación, aun así,
sabía que él estaba seguro de que ya no tendría que estar a cada dos por tres
entre la Castaña y yo, porque supuso que lo que nos dijimos fue suficiente
para no querer volver a vernos, a menos que las cuestiones de la
organización nos obligaran a estar frente a frente.
—¡Dios mío! ¿Estás bien? —me preguntó Hanna cuando salí de la
habitación en la que me tuvieron internado ese tiempo en el hospital.
El médico acababa de curar mis heridas, tuvo que ponerme algunas
bandas de sutura en la lesión de mi abdomen para reemplazar los puntos
que perdí durante la pelea. En la ceja también me colocó una y, aparte de
eso, me inyectó con antibióticos, además de dejarme otros más para que los
bebiera en casa, pues me dio el alta médica gracias a que no necesitaba
seguir hospitalizado.
Y como dijo él, era increíble que después de una pelea como la que tuve
con Elliot no me haya jodido más de lo que ya estaba.
—Se ve fatal, pero no es nada que los antibióticos y desinflamatorios no
puedan arreglar —le respondí con la voz cansina—. ¿Y tú cómo estás? —
indagué, y miró hacia el suelo, avergonzada por lo que le pasó al ser
sometida a un terror como el que le hizo vivir White.
Mierda.
Si lo pensaba, volvía a sentir la furia de ese momento porque se haya
ensañado con una chica que nada tenía que ver con nuestros problemas.
Pero al recordar cómo la llamó y darme a entender que escuchó mi
conversación con Hanna, en aquel pasillo en el que la encontré con Fabio,
me obligaba a no ser hipócrita, ya que al final Isabella solo le hizo, en parte,
lo que yo quería hacerle a Elliot.
—He estado mejor —aceptó sin querer verme a la cara.
Vestía con otra ropa. Y no debía ser inteligente para suponer el porqué.
Además, le habían limpiado el roce de bala que recibió en la sien y se lo
protegieron con gasa. Madre estuvo con ella mientras el médico la revisaba,
lo supe por padre cuando quise ir en busca de la rubia para asegurarme de
que estuviera bien.
—Hanna, el que debe estar avergonzado por lo que te pasó soy yo —
declaré, y la tomé de la barbilla para que me mirara a los ojos—. Lo siento
mucho.
—Iba a decir que no fuiste tú el desquiciado, pero, después de lo que vi,
estaría errando —dijo en son de broma, y dejé de tomarle la barbilla, al ver
su intención de cogerme de la muñeca.
—Definitivamente errarías —coincidí, sonriéndole de lado.
Por ella fue que supimos que Serena y los mellizos habían sido apresados
por David y su gente, ya que Owen únicamente tenía el número de Hanna
registrado en su móvil.
Darius había logrado ponerse en contacto con un Vigilante que le debía
un par de favores, quien constató lo que la chica nos informó; añadiendo
también que Lewis y Serena consiguieron eliminar de sus móviles el
historial de llamadas y sus contactos antes de que se los quitaran. Y Owen,
creyendo que el de la rubia no levantaría sospechas, porque lo guardó con el
nombre de un restaurante, no se preocupó por eso.
Pero David no era estúpido, así que, con tal de que me llevaran el
mensaje sobre lo que le hicieron a mi equipo, llamó a ese número para
avisar que uno de los clientes frecuentes de ese restaurante no la estaba
pasando para nada bien, y que él, así como los otros dos, pagarían por haber
comprado comida en otro lugar. Utilizando esas palabras claves para que yo
entendiera a lo que se refería.
Los noticieros ya se habían llenado con reportajes sobre la muerte del
líder criminal más buscado en el país (y en otros fuera del continente
americano) junto a su mano derecha y su sobrino. Así como el logro de
haber atrapado a Fantasma, uno de los delincuentes que más había
envenenado a la población, además de hacerla sangrar de la mano de
Sombra.
Y como se decía que Sombra escapó, Hanna entrelazó la situación con la
llamada que David le hizo y se arriesgó a regresar a Virginia para buscarme,
debido a que yo no le respondí las llamadas que me hizo, confiando en que
los Vigilantes no irían detrás de ella porque estaban más preocupados por
huir, antes de ser arrestados también.
La chica llegó al restaurante de Nico, porque era el único lugar en el que
tuvo esperanzas de que le dijeran dónde encontrarme, él la comunicó con
Belial y este a su vez la contactó con Marcus, por eso el moreno la llevó al
hospital. Para darnos ese mensaje de David y para reencontrarnos una vez
más.
Y no me alegré de verla, porque se puso en peligro (y ahora yo tendría
que protegerla), pero valoraba que se hubiera arriesgado por mi equipo, ya
que por ella pusimos en marcha un plan para recuperarlos. Y con la ayuda
de Isamu esperaba poder conseguirlo, pues el tipo en realidad resultó ser un
buen observador que en efecto se aprendió a la perfección los lugares más
vulnerables de los búnkeres de la organización, en los que podríamos
acceder para rescatar a los tres.
«Encárgate de los mellizos y déjame a mí a Serena. Será más fácil si nos
dividimos».
Esa había sido la propuesta del asiático y, aunque supuse que él y la
chica tenían una espinita que no se habían sacado, luego de que ella lo
sedujera para hacerlo hablar, no me dio la sensación de que quisiera
lastimarla.
Darius no estuvo de acuerdo conmigo, pero tuvo que aceptar porque él
debía encargarse de encontrar a Jarrel, ya que no había señales del hombre y
Cillian le aseguró a Marcus que Dasher ya no era un problema que él debía
solucionar. Cosa que nos dejó en el limbo; y como no estábamos para exigir
nada porque el maldito irlandés nos tenía cogidos de las bolas, teníamos que
buscar información por otro lado.
Y la frustración de no poder resolver todas las cosas que se me habían
ido encima, me llevó a tener acercamientos con Hanna que no quería que
ella interpretara de manera errónea. Primero, cuando me abrazó por la
espalda luego de mi impotencia al saber lo de mi equipo secuestrado. Y
después, en ese pasillo, en cuanto me sentí en un callejón sin salida por
haber perdido a Dasher sin haberlo recuperado, y porque Cameron me avisó
que no había conseguido saber nada de Miguel, Gabriel y Rafael, de
quienes tampoco el informante de Darius sabía algo.
En ambas ocasiones, ella intentó ser un apoyo. Y eso le hizo ganarse ver
a la muerte de frente cuando Isabella la tiró en esa camilla y le disparó
como una puta advertencia para mí.
—¿Vas a quedarte con Alice? —le pregunté a Hanna al comenzar a
caminar hacia el ascensor.
Quería ir a casa de mis padres, aunque no deseaba alejarme mucho para
estar pendiente de lo que sucedía con Tess, pero, si seguía un minuto más en
ese hospital, volvería a cometer errores y ya estaba cansado de cagarla.
—Sí, su hermano no quiere que nos movamos de aquí y, para ser sincera,
yo tampoco, pero, como comprenderás, ella no tiene ganas de seguir en este
lugar.
Comprendía que quería irse por la misma razón que yo quería hacerlo y,
aunque le debía una disculpa a Alice, no era el mejor momento para dársela,
porque verla significaba revivir todo lo que necesitaba olvidar, así fuera por
un minuto.
—Voy a conseguirles un lugar para que se queden y estén protegidas —
prometí.
—Gracias, Eli…
—No, Hanna. No me llames así —la corté. Quise hacer eso mismo en
aquel pasillo (pedirle que no me llamara por mi nombre), antes de que todo
se fuera a la mierda, pero no hubo oportunidad.
—Pero es tu nombre, ¿no?
—¿Escuchas a los demás llamándome por él? Y no cuentes a mis padres.
—Sus mejillas se enrojecieron ante mi señalamiento, y exhalé un suspiro—.
Solo no me llames así, ¿de acuerdo?
—Por supuesto, Sombra.
—Hanna —advertí, y ella se encogió de hombros.
—Yo lo conocí a él, ¿no? —satirizó, y apreté los labios al querer reírme
cuando noté su enojo.
—Harás que me metan a la cárcel si me llamas así —le recordé, y eso la
preocupó.
No habíamos tenido tiempo para hablar sobre lo que me llevó a ser
Sombra y por qué no pagaría por mis mierdas en la cárcel, pero le expliqué
lo suficiente y ella lo entrelazó con lo poco que supo antes de mí para
hacerse una buena conjetura.
—Sabes que jamás haría eso, tonto.
Sonreí de lado, estábamos a punto de llegar al ascensor, aunque antes
debíamos pasar por otro pasillo, y al estar cerca escuchamos unas voces,
una discusión en realidad, entre las personas a las que menos quería
encontrarme.
—Entiendo tu molestia, pero… ¡por Dios, Alice! Comprende tú que nada
de eso habría sucedido si ustedes ya hubieran estado juntos. —Isabella se
escuchó con mucho hastío al aclararle eso a la otra rubia.
La que estaba a mi lado en ese momento alzó una ceja por lo que
escuchó.
—¡¿Y por qué decirlo entonces, Isabella?! —gritó Alice, y la Castaña
bufó exasperada—. ¡No te hagas la buena porque está claro que lo único
que querías con eso era dañar!
—Alice, cálmate, por favor —pidió Elliot, y Hanna rodó los ojos.
Ella y Alice acababan de conocerse, pero ambas se cayeron bien y, al
parecer, ser mujer la haría ponerse del lado de su nueva amiga sin importar
razones.
—¡Que me calme y una mierda! —gritó Alice, y se sintió bien no ser el
receptor de su furia esa vez—. Los dos son iguales, unos egoístas a los que
les importó un carajo el daño que causarían con tal de quitarse las ganas.
Porque sí, tú y yo no tenemos nada oficial, pero ya conocías mis
sentimientos, lo que me pasaba contigo, lo que quería.
—Alice…
—¡No me toques! —Negué con la cabeza en el momento que Hanna
quiso apresurar el paso y apoyar a Alice, al escucharla quebrarse luego de
exigirle tal cosa a Elliot—. No esperaba que respetaras a Sombra, Isabella,
pero, como mujer, tampoco esperé que me hicieras esto a mí cuando sabías
lo que yo ya sentía por Elliot.
Ni Isabella ni el malnacido pudieron decir algo referente a lo que Alice
les reclamaba, porque ella, a diferencia de mí, les estaba demostrando
cuánto la dañaron entre lágrimas.
—No sé por qué te quejas de LuzBel, Elliot, cuando está claro que eres
peor que él.
Perfecto. Alice era la primera chica con esa opinión con respecto a
nosotros. Y en ese momento se sintió bien.
—No pensarías eso si lo conocieras como yo —lo defendió Isabella, y
tensé la mandíbula, ralentizando el paso.
—Y deberé creerte, ¿no? Porque tú puedes comparar con hechos a ambos
primos —desdeñó Alice—. ¿Qué te gusta más de ellos, Isabella? ¿Que sean
unos hijos de putas, o cómo follan?
—Isa, no —pidió Elliot, y supuse que la Castaña intentó irse sobre Alice,
ante su provocación.
—Te mueres por saber lo que me gusta, ¿eh? —siseó White como una
víbora desesperada por matar con su veneno—. Sus perlas, Alice. Esa
joyería que ambos tuvieron en común y que tanto extrañé.
—Me cago en la puta —gruñí con la furia, y los celos reverberando de
nuevo en mi interior, al escuchar esa declaración.
—¡Hey, no! ¡No, no, no! —suplicó Hanna en voz baja, y me tomó del
rostro al ponerse frente a mí, para impedir que avanzara hacia ellos. Mi
respiración era errática y comencé a ver todo rojo—. No le des más poder
sobre ti, Ángel. No permitas que te dañe más. —La tomé de la cintura para
apartarla, pero aferró más su agarre en mis mejillas—. Mírame, mírame,
mírame, por favor. Tú no mereces seguir cayendo por ella.
—¡Eres una zorra! —gritó Alice.
—¡¿Y me lo dice quién?! La chica que, incluso teniendo novio, también
cayó por las perlas de Elliot —satirizó Isabella—. Pero no te juzgo por eso,
pues me pasó lo mismo.
—¡Ya, maldición! ¡No más! —exigió Elliot para ambas—. Deja de caer
en las provocaciones, Isabella. Que no te importe lo que estén insinuando
de ti, porque solo tú sabes lo que has pasado. Así que basta ya con esto —le
demandó—. Y tú tampoco te pases, Alice, porque, así entienda que te
hemos herido, Isabella no es ninguna cualquiera para que le hables así; y no
merece que te ensañes de esta manera con ella cuando, en el momento que
cedió a algo que yo inicié, los dos estábamos solteros.
—¿Y eso le da el derecho a que nos restriegue en la cara que se acostó
contigo? Porque eso hizo con LuzBel. Y fue con toda la intención de
dañarlo, de provocar un caos. Y lo consiguió —aseveró Alice—. Y de paso
me llevó a mí entre las patas porque sabía muy bien que me enteraría de lo
que hicieron, y le importó una mierda. Así que perdóname si te molesta
tanto que le diga sus verdades en la cara.
—Alice…
—¡No, Elliot! ¡No más! Quédate con ella, total, es lo que siempre has
deseado.
Escuché que Elliot soltó una maldición, luego oí los pasos apresurados
de alguien, seguido de eso vi a Alice corriendo en dirección a nosotros. Iba
llorando, deseando desaparecer. Hanna me soltó al darse cuenta de ella, y
me miró mortificada, demostrándome que no quería dejarme a mí, pero
tampoco se sentía bien al dejar sola a Alice.
La rubia ni siquiera se detuvo con nosotros, continúo su camino como si
le hubieran prendido fuego y buscara agua para apagarse.
—Ve con ella —la animé.
—¿Estarás bien?
—Iré a casa.
—Prométeme que no caerás más —suplicó.
—Ve con Alice, Hanna —demandé yo.
Y no esperé respuesta de su parte, seguí mi camino, presintiendo que
todavía iba a encontrarme con los dos traidores, pero no quería detenerme.
Y no me equivoqué, Elliot estaba viendo el lugar por donde Alice corrió,
con las manos en la nuca, negando con la cabeza y maldiciendo. Isabella me
daba la espalda, tenía una mano en la cintura y la otra en la cabeza, en un
gesto que parecía de frustración y enojo.
Y cuando Elliot me vio caminar hacia ellos se irguió, de seguro
esperando a que volviera atacarlo. Sonreí de lado con suficiencia, aunque a
la vez entendí que Hanna tenía razón, no podía continuar dándoles poder a
esos dos. No tenía por qué seguir demostrándoles que me dolía lo que
hicieron.
No más, joder.
Estaba harto de ser el blandengue que se dejaba manipular por los
sentimientos. Quería volver a actuar como el hijo de puta al que todo le
importaba un carajo. Y no me interesaba, ya que eso me seguiría
manteniendo como el acostón ocasional de las chicas, que luego irían en
busca de un ideal como Elliot.
Al final era obtener placer sin complicaciones lo que siempre me
importó.
—¿Volveremos a la historia pasada? —preguntó Elliot cuando pasé a su
lado sin perder mi tiempo con él. Isabella se giró al escucharlo, y fue claro
que contuvo la respiración al darse cuenta de mi presencia—. ¿Ambos
cuidándonos las espaldas el uno del otro?
Me detuve a unos pasos de Isabella, su pecho no había bajado, señal de
que seguía conteniendo la respiración, y eso me hizo alzar un lado de mi
boca con burla y frialdad.
—Despreocúpate de eso —le respondí gélido, mirándola a ella—. Tengo
cosas más importantes por resolver que ensuciarme las manos contigo por
nada. —Isabella tragó con dificultad al entender que la estaba degradando
—. Al final solo recuperaste lo tuyo, primo. Un poco usado por mí, sin
embargo —añadí con mi sonrisa más grande en ese momento.
—¡Hijo de puta! —escupió Isabella con los dientes apretados.
Se fue sobre mí, pero Elliot logró contenerla y la tomó de la cintura para
alejarla todo lo que le fue posible, diciéndole algo en voz baja que no pude
escuchar.
—Ella ya sabía a mí cuando te la tiraste —seguí, haciendo que White se
sacudiera entre los brazos de Elliot para llegar a mí y matarme—. Y, lo que
sea que te hizo al follar, lo aprendió conmigo.
—No, Isabella —largó él, y la arrastró lejos de mí.
—¡Te odio, malnacido! —chilló ella.
—Y eres correspondida, Pequeña —zanjé yo, llamándola como cuando
fui Sombra, sintiendo el regocijo que de seguro la embargaba a ella cuando
tiraba su veneno.
Miré cómo Elliot la alejaba de mí, ampliando mi sonrisa en el instante
que sus ojos miel se conectaron a los míos, demostrándole con eso que le
daría motivos verdaderos para que me detestara.

—Esto no puede continuar así, Elijah —se quejó madre.


Estábamos en casa de ellos, había llegado con padre a tomar una ducha y
cambiarse de ropa. Ambos sabían que yo también estaba en casa, así que
me buscó en mi habitación para amonestarme por su cuenta por lo que pasó
con Elliot, ya que en el hospital no lo hizo porque odiaba montar
espectáculos frente a los demás.
—Robert y Angelina querían hablar contigo, pero tu padre les pidió que
no lo hagan porque quiere que tú y Elliot arreglen sus cosas como los
adultos que son. Sin embargo, para mí no siguen siendo más que chicos
inmaduros a los que todavía hay que tirarles de las orejas para que vean los
errores que cometen —siguió, y rodé los ojos.
—No te preocupes, madre. Myles sabe utilizar otros medios para
meternos en cintura —satiricé, recordando su amenaza de entregarme a las
autoridades.
Ella suspiró con cansancio y se sentó a los pies de la cama, yo me
encontraba medio recostado, jugueteando con los relicarios en mi cuello.
Y antes de que madre llegara a buscarme, había estado pensando en mis
enfrentamientos con la Castaña, en cómo se puso de nerviosa cuando
pregunté por esos niños. Y en cuánto me afectó que asegurara que no eran
míos, a pesar de que yo no quería hijos.
Y suponer que Elliot era el padre de esos pequeños y, que al
preguntárselo a Isabella, en lugar de negarlo, me restregara que sí se acostó
con él, me llevó a perder la puta cordura. No me importó que cuando creyó
alucinarme me asegurara que no había estado con nadie más, que le creí
porque llegué a endiosarla y porque muy en el fondo yo sospechaba que
esas copias también eran mías.
—Elijah, sé que será imposible que tú y Elliot se lleven como la familia
que son, pero me destroza que esto también esté pasando con Isabella. Y
créeme que no estoy feliz por lo que ella te hizo, sin embargo, me consta
cuanto te ama.
—No me hables de esa traidora —pedí, y me senté, con cuidado de no
seguir lastimándome la herida en mi abdomen.
—Traidora, ¿por qué, hijo? Si ella lo único que ha hecho es amarte y
honrar tu recuerdo.
—¿Acaso has estado con ella todo el tiempo para asegurar eso? —
inquirí, y me puse de pie—. ¿En serio me honraba cuando otro le hacía a
estos niños? —largué, y tomé el relicario para que supiera de quiénes
hablaba.
—¡¿Pero qué dices ?! —urdió incrédula, y también se puso de pie—.
¿Cómo te atreves a decir eso, Elijah? ¿Qué acaso no ves que esos niños
son…?
—¿Son qué, madre? —exigí saber porque calló de golpe y negó un tanto
asustada—. Habla de una vez, Eleanor, por favor —rogué, y la tomé del
rostro—. No seas como ella, no me hagas suponer. No dejes que me siga
envenenando con lo que imagino. No permi…
—¡Son tuyos, Elijah! —gritó, y me quedé en silencio de golpe—. ¡Son
tus hijos, mi amor! —añadió, y la solté.
Di un paso hacia atrás y ni siquiera pude tragar porque tenía la garganta
demasiado cerrada. Esa confirmación, que ya esperaba, hizo que las
imágenes de todos aquellos rostros inocentes y llenos de terror me
embargaran, acelerándome el corazón. Cada cara infantil bañada en
lágrimas pasó frente a mis ojos, lo hicieron como si se tratara de un vídeo
en marcha rápida. Incluso volví a escuchar sus súplicas porque los
devolviera con sus padres.
—¡Elijah! —Escuché a madre llamarme a lo lejos, y sacudí la cabeza. En
ese instante, las risas de Dasher me llenaban los oídos, junto a su llanto la
primera vez que me vio con la máscara puesta—. ¡Hijo, respira! —suplicó,
y negué de manera incesante cuando, al final de todos mis recuerdos, vi a
esos dos niños sonriéndome en Italia.
—Júrame… júrame que esas pequeñas cosas son mías —conseguí decir.
—Aiden y Daemon, hijo. Así se llaman esas pequeñas cosas, como les
has dicho —informó, y me regresó a la cama, ayudándome a sentarme—.
Respira, por favor. Tu corazón está muy acelerado —instó.
—¿Por qué Isabella me lo negó? —cuestioné.
—Porque tiene miedo. Ella cree que tú estás en una relación con Amelia
y, después de que esa chica le arrebatara a sus padres y a ti, teme porque
vaya detrás del tesoro más grande que la vida le dio, cariño —explicó.
«No confío en ti, LuzBel».
Eso me dijo Isabella cuando la enfrenté. Y, aunque entendí que se debía a
lo que suponía, nunca sospeché que lo que en realidad hacía era proteger a
sus… nuestros hijos.
—Yo jamás haría eso, madre. Yo nunca dañaría a unos ni…
La vergüenza que me embargó fue indescriptible.
¿Con qué cara diría eso después de todos los niños a los que dañé?
Puta madre. Ella estaba en todo su derecho de desconfiar de mí. Yo
merecía que Isabella no quisiera decirme sobre la existencia de esas copias;
que los protegiera con su vida de mí, porque me convirtieron en uno de los
peores peligros para los niños.
Yo no los merecía. En eso estábamos de acuerdo.
—Incluso nos prohibió a nosotros acercarnos de nuevo a nuestros nietos.
Y sí, me molesté por eso al principio, pero ahora, después de ver en primera
fila el daño que nos han hecho esas ratas, la entiendo y la apoyo, Elijah —
siguió explicándome.
Aunque se detuvo en el instante que padre llegó para avisarnos que Tess
había despertado y que debían regresar al hospital. Les dije que yo llegaría
luego porque, aunque me importara mi hermana, el impacto de esa
confesión sobre los gemelos Pride White me tenía en jaque y necesitaba
procesarlo.
Madre me pidió que le prometiera que no diría nada a nadie sobre los
niños, ya que esas eran las reglas de White. Y lo hice sin dudar, porque yo
también sabía que era lo mejor.
Y cuando se fueron, mi intención era quedarme en esa habitación, pero
me desesperó no poder acallar mi cabeza. Y antes de volver al hospital para
buscar a White de nuevo, incluso sabiendo que no podíamos estar en el
mismo espacio, preferí irme para el apartamento sin importarme que sus
cosas siguieran ahí. Aprovecharía que ella no llegaría, porque su gente no
tenía intenciones de sacarla del hospital, pues la protegían mejor allí.
—Joder —espeté cuando el momento comemierda se apoderó más de mí,
al entrar al apartamento.
Ninguno de los escoltas Grigori me siguió, pues como Sombra aprendí a
escabullirme muy bien. Y nadie se daría cuenta de que estaba ahí porque
utilicé el acceso secreto. Sin embargo, entendí que no escogí el mejor lugar
para escapar, cuando todos los recuerdos que tenía en ese lugar me
asestaron de golpe.
Los del pasado, pero más los recientes.
Me acerqué al reproductor de música para romper el silencio y callar mi
cabeza, pero reí con sarcasmo en cuanto Die Trying sonó, y supuse que fue
alguna carpeta que Isabella reprodujo en sus días ahí.
—Fantástico, White. Incluso cuando quiero olvidarte, estás presente —
me quejé.
Pero no cambié la canción.
Fui al refrigerador por una botella con agua y regresé enseguida al sofá.
Respiré hondo al sentarme y apoyé la espalda en el respaldo de este,
cerrando los ojos, dándome cuenta de que, en todos estos años estuve
literalmente aguantando la respiración porque, aunque quería, no podía
permitir que nadie me descubriera.
Y cuando pude decir mi verdad, no me liberé, todo lo contrario, el agua
se volvió más profunda, comencé a vivir de cabeza, sintiendo que con cada
paso que daba me ahogaba. Y cansado y adolorido como me hallaba, ya no
estaba seguro de querer morir en el intento por una mujer a la que no le
importé lo suficiente como para que me escuchara. No quiso saber que yo
era ese tipo de hombre al que no le importaba que lo encadenaran de manos
a un barco hundiéndose con tal de salvarla.
—Moriría en el intento, no me importaba. Porque siempre prefería tu
vida antes que la mía, White —musité con la voz ronca.
Apreté los párpados cuando las imágenes de ella sobre mi regazo, en ese
mismo sofá, llegaron a mi cabeza. Me había vuelto loco que fuera tan
desinhibida, que tomara el control de mi cuerpo y me usara para su placer
sexual de la manera en la que se le antojara. Me puso a sus pies cuando me
dio batalla en la cama y no solo fuera de ella.
No obstante, mis recuerdos se jodieron porque mi mente decidió
suplantarme a mí por Elliot, y entonces lo vi. Lo vi disfrutando de la mujer
que nos desquició a ambos, y terminé de hundirme, de ahogarme en mi
mierda.
—¡Me cago en la puta! —grité, lanzando la botella de agua en un
arranque de furia y celos.
Y agradecí la punzada de dolor en mi abdomen, porque me distrajo del
que sentía en el pecho. Ese que aumentó al ser consciente de que jamás
volvería a recordar a Isabella como antes. Porque ahora todo lo que vivimos
estaba manchado con la imagen de ese hijo de puta usurpando mi lugar.

Leí en la pantalla de mi móvil cuando un mensaje de Hanna se desplegó.


Lo tenía en la mesa de centro, cerca de una botella de licor que Isabella
dejó. Era la misma que estuvo bebiendo la última noche que estuvimos
juntos.

Digité rápido. No iba a responderle porque no tenía ánimos de conversar


con nadie, pero tampoco quería que ella se preocupara y le dijera algo a
Marcus, distrayéndolo de la misión que le encargué (preparar todo para el
rescate de Serena y los mellizos), ya que luego de lo que pasó no tenía
cabeza para eso.

Me restregué el rostro y solté el aire por la boca tras volver a responderle


a Hanna. Necesitaba recomponerme, pero no sabía cómo hacerlo.

—¿Fue una sola vez con Elliot?


—No, pero tampoco te diré cuántas.
—¿T-te gustó todo lo que ese imbécil te hizo?
—No preguntes lo que no quieres escuchar.

«Para la próxima, asegúrate de follar con alguien que te haga gozar».


«Te mueres por saber lo que me gusta, ¿eh? Sus perlas, Alice. Esa
joyería que ambos tuvieron en común y que tanto extrañé».
—Me mataste, White —gruñí.

Acompañó el mensaje con un emoticono de guiño, y entendí lo que


quería hacer. De nuevo pretendía distraerme de mi mierda contándome la de
los personajes de sus libros.
Pero yo no quería nada de eso. Prefería olvidar de verdad.

Tecleé y envié antes de sobre analizarlo, porque no quería pensar ni


sentir más.
Sonreí de lado, pero no respondí más.
Tiré el móvil de nuevo sobre la mesa y cogí la botella de whisky, sacando
a la vez del bolsillo delantero de mi vaquero una píldora que encontré en mi
habitación, en casa de mis padres. Era de esas que curaban por un rato los
dolores que no eran físicos. Y no creí que llegaría a usarla hasta que esa
presión en mi pecho aumentó, a tal punto que sentí que me mataría.
—A la mierda la madurez, la responsabilidad o sensatez —dije tras bajar
la píldora por mi garganta con un buen sorbo de licor.
Cambié de música tras eso y experimenté cómo aquella droga en mi
sistema comenzó a deshacerse de lo que me afectaba. Y por fin saqué de mi
cabeza a la única mujer con la capacidad de joderme la vida en cuestión de
segundos, o arreglarla si ella deseaba. Así yo no lo quisiera.
Y, cuando rato más tarde el timbre sonó, sonreí, volviendo a ser el tipo
que primero saltaba y luego decidía. El que buscaba con quien follar y
gozar a la vez. El malnacido que disfrutaba de cuanto coño tenía a su
alcance. El demonio de todas. El ángel de ninguna.
Y se lo dejaría claro a Hanna. A ella que después de todo era el tipo de
mujer que siempre le atrajo a LuzBel: sumisa y complaciente.
—Y heme aquí, lista para conocer al protagonista de tu historia —saludó
con emoción cuando le abrí la puerta.
—No, preciosa. Vas a conocer al villano —aclaré mientras le tomaba la
mano y la hacía entrar.
Esa era mi historia, la de un villano que tenía placer y polla para todas.
Y amor para ninguna.
Capítulo 28
No soy de porcelana
Isabella

Traté de respirar lo más hondo que pude y soltar el aire con lentitud, pero
cuando los ojos me ardieron, por las lágrimas queriendo desbordarse de mis
ojos, y el labio me tembló, tuve que morder el cuero de la manga de mi
cazadora para no gritar por el enojo y la decepción que bullían en mi
interior.
«Eres zorra porque quieres».
«Me. Das. Asco».
«Al final solo recuperaste lo tuyo, primo. Un poco usado por mí, sin
embargo».
«Ella ya sabía a mí cuando te la tiraste. Y, lo que sea que te hizo al
follar, lo aprendió conmigo».
¡Dios! Ni con los auriculares en mis oídos y la música a todo volumen
dejaba de escuchar esas palabras.
Ardía de la furia al recordarlo diciéndome cada cosa, al revivir el
momento en que sus ojos grises me miraron con asco de verdad. En el que
sus palabras me hirieron como dagas de doble filo. Me corroía la vergüenza
por haberme enamorado por segunda vez de él, porque lo creí diferente
detrás de esa maldita máscara.
Me hizo creer la mentira. Tan fácil como convencer a un niño
ofreciéndole dulces, caí.
«¡Jesús, Colega! Después de todo, el amor sí era el diablo».
Mi conciencia hizo ese señalamiento por la canción con la que estaba
intentando silenciar las declaraciones de LuzBel. Y coincidí con ella. El
amor era el maldito diablo y no podía explicar ¿cómo sus palabras hacían
mierda mi cerebro?
«Porque el amor era el diablo cegado por el odio, chica».
—¡Puta madre! —grité, y comencé a golpear el capó de mi coche, pues
me encontraba en el estacionamiento privado y subterráneo del hospital.
Ronin me había llevado ahí, cuando le supliqué que me sacara de aquel
piso en el que me rodeaban Grigoris y Sigilosos, además de la familia Pride
y Hamilton.
Mi compañero se mantenía cerca, pero dándome mi espacio para que
pudiera derrumbarme sin tener que pasar por otra vergüenza. Y si ya antes
me sentía como de cien años a causa de las miles de toneladas de lágrimas
que derramé, después de ese momento, llegaría a los doscientos. Aunque
rogaba que, así no fuera por mucho tiempo, consiguiera estar bien.
Sin embargo, en el momento que seguí golpeando el capó, ya no fueron
solo las ofensas de LuzBel las que se repitieron en mi cabeza, también su
declaración sobre Amelia esperando un hijo suyo; a Hanna recordándole el
tiempo que pasaron juntos en esa habitación y la cercanía que existía entre
ellos.
¡Maldita sea! ¿Por qué tenía que doler tanto? ¿Por qué, incluso sabiendo
mi valor, me sentía inferior? ¿Por qué pensaba en que no era suficiente para
él cuando era obvio que le quedé grande? ¿Por qué, joder? ¿Por qué esa
inseguridad se apoderó de mí?
—¿Por qué quiero estar en el lugar de ella cuando te odio a ti de esta
manera? —le pregunté a la nada, dándole un golpe más al capó, y sintiendo
que ya eso era insuficiente.
Estaba cansada del dolor en mi corazón, por eso quería el físico. Así que,
dado que golpear el metal se sentía como nada, me fui hacia el pilar de
cemento y hierro que estaba a unos pasos del coche y apreté los puños,
dispuesta a quebrarme los huesos de la mano si hacía falta. Le puse varios
rostros a la estructura, y las ganas de hacerlos pedazos incrementaron, pues
eran los culpables principales de que estuviera en esa situación.
—¡No, Isabella! —me gritaron y cogieron de la muñeca.
La persona que se atrevió a eso llegó por mi espalda y su estatura le hizo
fácil detenerme. Y al mirarlo sobre mi hombro lo reconocí y fulminé con la
mirada.
—Le pedí a Ronin que me sacara de aquel piso porque no quería que
nadie me interrumpiera, Fabio —largué, escuchando mi voz más ronca.
Uno de los auriculares cayó de mi oído por culpa de su acción.
—Sí, me lo advirtió.
—Suéltame —pedí.
Ya había intentado zafarme de su agarre, pero él no lo permitió,
demostrándome una vez más que sabía cosas que no se aprendían en clases
de defensa personal.
—¿Vas a intentar molerte los nudillos con ese pilar?
—No, joder.
—¡Sí lo hará! —gritó Ronin a varios pasos de distancia.
Lo busqué con la mirada y él se encogió de hombros.
—¡¿Qué acaso no fui clara con mi orden?!
Le había pedido que no permitiera que se acercaran a ese
estacionamiento.
—Dijiste ningún Grigori —debatió.
Gruñí, y de soslayo noté a Fabio sonriendo.
—Suéltame —volví a pedirle.
No quería pasarme con él porque era consciente de que no tenía la culpa
de mi estado, pero por tratar de calmarme se estaba metiendo en una
situación que me comprometería y avergonzaría luego en partes iguales, ya
que en ese momento deseé desquitarme con él lo que solo debía cobrarle a
LuzBel.
—Vas a hacerte daño.
—¡Que no te importe, Fabio! —Mi voz se quebró en ese grito, y me odié
—. Solo vete, déjame sola.
—Desahógate conmigo.
—¡¿Es que no entiendes que para desahogarme necesito despedazar
algo?! ¡¿O a alguien?! —largué, y el nudo en mi garganta comenzó a
ganarme la batalla.
—Entonces no te detengas, no me tengas lástima.
—¡Joder, Fabio! —grité.
Hice un movimiento de Taijutsu con el que conseguí zafarme de él,
siendo muy fácil, ya que estaba desprevenido. O al menos eso me pareció.
Retrocedió en cuanto arremetí en su contra queriendo demostrarle su error,
pero me sorprendió cuando me devolvió un ataque utilizando la misma arte
marcial con la que pretendí asustarlo.
—¿Impresionada, guerrera?
«Oh. Santo. Dios».
Sí, mi conciencia parafraseó lo que yo pensé ante la pregunta de Fabio,
pero no fue el cuestionamiento en sí lo que me dejó sin palabras, sino la
seriedad en él, y a la vez la burla con la que me habló. Era como si su
enigma se hubiera fusionado con el desdén y el orgullo que escondía en su
fachada de médico. La cual no llevaba en ese momento, ya que vestía
casual, luciendo como un ejecutivo de poder, un CEO de mis empresas; y
no como el doctor con la capacidad de mantenerme con vida.
—Intrigada —admití, y volví a atacarlo.
Me esquivó con facilidad, como si esos movimientos en él fuesen
innatos. Y, al confirmar que sí se podía defender, lo ataqué sin lástima como
pidió, pero comenzó a frustrarme que únicamente me evitara.
—Golpéame —exigí.
—Uf, chica ruda —señaló, y tragué al notar la sonrisa que él quiso
disimular—. Pero siento desilusionarte con esto: no golpeo a una mujer si al
final no terminaré haciendo que se bañe en sudor, exhausta, complacida y
muy feliz.
«Oh. Bendito. Jesús».
Me sonrojé, me distraje, y él lo aprovechó al arremeter contra mí,
llevando mis manos hacia atrás, empotrándome boca abajo sobre el capó
del coche, como si fuera un oficial apresándome por mis actos delictivos.
Y muy enfurecido además, ya que, mientras me sostenía con una mano
los brazos en mi espalda, la otra la colocó en mi cabeza, consiguiendo que
mi mejilla se fundiera un poco con el metal.
«Santa mierda».
Mi conciencia estaba más que estúpida, yo solo un poco. Por lo que no
me rendí y conseguí tomar una pequeña ventaja, en el momento que
sorprendí a Fabio al acercar mi culo a sus caderas. No lo hice por ofrecida o
porque lo deseara, se debió más bien a que, sensei Yusei, me instruyó para
que utilizara todas las ventajas que las mujeres teníamos sobre los hombres.
Y Fabio, por muy serio que fuera a veces, correcto, enigmático y
apartado, seguía siendo hombre y, al parecer, con las mismas debilidades de
los demás.
«Pero más listo».
También lo comprobé cuando, luego de erguirme, él me cogió de las
manos, entrelazándolas en ese momento por encima de mi pecho y luego
rodeándome con un brazo, sosteniendo mi frente con la palma, para
presionar la parte de atrás de mi cabeza a su hombro, por si intentaba
golpearlo con ella. Sus extremidades eran como bandas de acero
apresándome.
¡Maldición!
Ya había notado que por debajo de su ropa era un hombre atlético, sin
embargo, los músculos que me dejó sentir en sus brazos y pecho con ese
agarre, y la manera de luchar, me confirmaron que no solo era eso, sino
también un guerrero. Y uno con mucha destreza.
—Ya te he hecho sudar —señaló lo obvio—, y jadear. —Su aliento
caliente rozó mi cuello y tuvo el efecto de estremecerme como si hubiera
estado frío.
—Pero no estoy exhausta, tampoco satisfecha, y mucho menos feliz.
—Vamos por partes.
Me sostuve con las palmas sobre el capó cuando me soltó, y retrocedió,
provocándome un leve impacto, porque sucedió muy de pronto. Lo miré
sobre mi hombro y lo encontré sonriéndome de lado y, a diferencia de mí, él
no estaba jadeando.
—Demonios —susurré al inclinar la cabeza y mirar el metal del coche,
tomé una respiración profunda y cerré los ojos, sintiendo un poco de paz.
Me di cuenta en ese instante que le mentí, pues me hizo sudar, me dejó
exhausta y, de paso, me ayudó a obtener un poco de tranquilidad.
—Esta guerra que estás librando es con tu corazón, Isabella. Porque estás
enojada contigo misma —señaló minutos después.
Me di la vuelta y exhalé por la boca, apoyando las pompas en el coche,
mirando a espaldas de Fabio a un Ronin bastante entretenido con lo que
presenció.
—¿Por qué estás aquí? —le pregunté a Fabio dejando de lado su
señalamiento.
Estaba de pie a unos pasos, con las piernas un poco abiertas y las manos
en los bolsillos.
«¿Será que quería esconder algo que tú despertaste luego de restregarte
en su pelvis?».
Ignoré esa pregunta.
—Vengo de mi hotel y me estaciono al otro lado —explicó, señalando
con la cabeza la otra parte del estacionamiento privado—. Te vi aquí,
queriendo destruir el coche. Me acerqué para ver si podía ayudarte en algo
y tu escolta me advirtió que mejor no lo intentara. Pero supongo que ahora
está feliz de no haberme detenido.
—Y mucho. —respondió Ronin—. Pretendía acercarme yo, pero, luego
de todo lo que la he visto hacer en ese piso, creí prudente que primero se
desahogara con algo inanimado.
Era la primera vez en el día que me reía de verdad, porque, así mi
compañero fuera un entrometido, junto a Fabio me estaban demostrando
que no todo tenía por qué ser oscuro, profundo o asfixiante.
«Y que no tenías por qué desear estar en el lugar de otra, cuando bien
podrías confirmar a qué se refería ese médico con golpear a una mujer para
luego darle un final feliz».
Estabas bien estúpida, si siquiera creías que me acercaría a él de esa
manera.
—¿Te sientes mejor?
—Sí. Me ayudaste a ganar una batalla en esta guerra conmigo misma —
le respondí a Fabio, y asintió satisfecho—. Por cierto, te debo una disculpa
por lo que tuviste que pasar antes.
Me refería a cuando tuvo que intervenir en la pelea de LuzBel y Elliot. Y
estaba segura de que él lo entendería.
—No voy a meterme en nada personal entre ustedes, pero sí quiero
decirte que ambos están interpretando las cosas como los demonios en sus
cabezas quieren. Y les otorgan demasiado poder cuando fácilmente pueden
resolverlo todo, hablando como personas civilizadas.
—No ignoro eso, Fabio. Y te juro que quise intentarlo, tuve la intención
de escucharlo, pero lo encontré en ese pasillo con su amante, diciéndose
cosas que lograron que los celos me ganaran. Luego vinieron más
confesiones para las que no estaba preparada.
—Tengo entendido que ella no es su amante —manifestó con
tranquilidad, mostrándose seguro.
—No escuchaste lo que yo sí. Además, así ella no lo sea, no borra el
hecho de que embarazó a la mujer que más daño me hizo, Fabio. —Alzó las
cejas con sorpresa—. ¿Ahora lo entiendes? LuzBel sabía que todo lo que
hiciera con Amelia me destruiría, y aun así lo hizo.
—¿Él te dijo que la embarazó? —indagó con mucha intriga.
—Me dijo que la protegió porque está embarazada y, cuando le cuestioné
si el bebé era suyo, me sugirió que no preguntara lo que no quería escuchar.
«Como tú le habías sugerido antes».
Sí, porque la confirmación no necesitaba ser vocalizada.
—Y yo que creía que los demonios en mi cabeza eran peores que los de
las personas mentalmente sanas —satirizó, y lo miré sin comprender.
—¿A qué te refieres? —Sacudió la cabeza en negación, y dio un paso
hacia mí.
—Cuando decidan hablar, ambos se darán cuenta de que pudieron
ahorrarse todo este dolor si en lugar de actuar como polos iguales, que
provocan destrucción y no atracción, hubieran actuado como dos personas
que evidentemente sienten mucha pasión el uno por el otro. Y que se
mueren por volver a estar juntos.
—El sexo no lo es todo —declaré.
—Perdón por el atrevimiento —alcé la mirada para verlo a los ojos en
cuanto dijo eso—, pero te aseguro que si LuzBel, en lugar de haberse
puesto a reclamar cosas en aquella habitación a la que te arrastró, te hubiera
follado hasta sacarte el coraje a través de los orgasmos, entenderías que, si
bien el sexo no lo es todo, a veces es el mejor camino hacia la paz.
Perdí la capacidad de respirar, cohibiéndome porque Fabio me dijera ese
tipo de cosas con tanta soltura. Demostrándome lo orgánico que era para él
hablar de follar, haciéndolo ver como si se tratara de algún procedimiento
médico para mejorar la salud, pero aportándole con su tono sugestivo una
carnalidad para la que no estaba preparada.
«Probablemente te dijo eso porque como médico sabía que, en la edad
media, sus colegas le quitaban la histeria a las mujeres a través de los
orgasmos. Y a ti, amiga, te hacían faltan unos cuantos».
¡Por Dios!
—Tómalo en cuenta tú para cuando vuelvan a enfrentarse —sugirió—. O
toma la iniciativa y hazle el amor en lugar de la guerra.
«¡Por el amor de Dios! ¿Por qué ese consejo se sintió como una
provocación?».
No tenía ni la más remota idea.

Cuando recuperé la compostura, decidí preguntarle a Fabio cómo


aprendió a defenderse tan bien, pues prefería el cambio de tema antes de
seguir por el camino que íbamos. No obstante, mi cuestionamiento no
pareció ser algo de lo que el hombre quisiera hablar, por lo que me llevó por
otro camino hasta terminar explicándome la razón de que yo sí tuviera un
chip en mi cabeza, para protegerme, y Tess no.
Solo existía un inhibidor. Luzbel debía decidir si me lo colocaba a mí o a
ella.
«Y te escogió a ti».
Y todavía no sabía cómo reaccionar a eso.
—Caleb avisó que ya han entregado a la chica. Ahora solo esperan que
se complete el intercambio —informó Ronin cuando íbamos en el ascensor,
de regreso al cuarto piso que Myles despejó para nosotros.
Y no fue grato, tampoco mejoraba mi ánimo saber que esa estúpida de
Amelia era libre de nuevo, pero al menos era una esperanza de que Tess
pronto estaría a salvo.
Caleb se había unido al equipo de monitoreo Grigori (luego de todo el
altercado con Elliot y LuzBel), junto a otros informáticos que le daban
seguimiento a esa misión, en la que Evan nos representaba como
organización.
Isamu, por otro lado, continuó con la élite del Tinieblo, preparando cada
detalle con el que esperaban rescatar con éxito a las personas que David
secuestró para que pagaran por la muerte de Derek. Por eso únicamente
Ronin seguía a mi lado, y como él dijo cuando le aclaré que no necesitaba
un escolta dentro del hospital: lo hacía para proteger a las personas de mí.
—Fabio me explicó que en cuanto reciban ese aparato van a revisarlo
para asegurarse de que es seguro y luego procederán con la cirugía de
extracción.
—De una manera u otra, ese adonis te meterá mano, ¿no? —Lo miré,
frunciendo el ceño porque no entendí a qué se debía lo que indicó—.
¡Jesús, jefa! ¿Eres o te haces?
—Ninguna de las dos, irrespetuoso. Así que explícate —lo amonesté.
—¿En serio no te has dado cuenta de que ese hombre fantasea con la
idea de estrangularte con el estetoscopio mientras te ordena que se la
chupes?
Me ahogué con mi propia saliva al escuchar a ese depravado.
—¿No será que en realidad tú fantaseas con que te haga eso a ti? —
inquirí, escuchando mi voz demasiado chillona por la tos que sufrí al
ahogarme, y porque me era increíble que ese tonto me haya dicho eso.
—Ah, jefa. A veces eres demasiado inocente.
—Fabio me respeta.
—¡Por supuesto que sí! Es en sus fantasías donde te falta el respeto —
reiteró, alzándome una ceja con emoción y malicia—. Y, si tu Tinieblo sigue
de idiota, le dejará todo el camino libre al adonis.
—¿Mi Tinieblo? —cuestioné con la sonrisa a punto de abandonarme.
—Le llamas así cuando hablas contigo misma y crees que nadie más te
escucha.
—Eres un metido, Ronin.
El maldito se encogió de hombros, dejando claro que no le ofendía lo
que dije. Y, al salir del ascensor, me reí porque me di cuenta de que, así
Maokko no estuviera conmigo, me dejaba un buen reemplazo con el
descarado de Ronin.
—Comunícate con Lee para que te detalle cómo están las cosas por allá
—solicité, y asintió.
Yo no había hablado ni con ella ni con Maokko desde que desperté, pero
Caleb me mantenía al tanto de todo; y era consciente de que, si ninguna se
comunicaba conmigo, y tampoco el maestro Cho, era porque las cosas no
marchaban mal.
—Y busca a Max y Dom, porque iremos al apartamento a sacar mis
cosas más importantes. Aunque antes asegúrate de que LuzBel no vaya a
estar ahí, porque no quiero volver a encontrarme con él.
—Anotado —confirmó, y le di las gracias.
Le había preguntado a Fabio si era seguro para mi salud salir del
hospital, me respondió que sí, aunque sugirió que no lo hiciera sola.
Y hubiera podido enviar a alguno de mis hombres (para evitarme
cualquier molestia o encuentro fatídico), al apartamento para que recogiera
mis documentos y artículos personales más importantes, pero estaba harta
de ese encierro. Además, ya Isamu me había avisado que LuzBel no se fue
para allí luego de darme una última estocada y salir del hospital, pues,
según lo que escuchó que él le dijo a Marcus, iría a casa de sus padres.
—Justo estaba buscándote. —Encontré a Elliot casi llegando a la
habitación que destinaron para mí—. ¿Podemos hablar?
—Si es de Alice, te advierto que no tengo cabeza para eso. En este
momento solo podría decirte las formas en las que la quiero castigar por
haberme dicho todo lo que me dijo.
Había hecho mi mejor esfuerzo por entender a la chica. Y, aunque no se
equivocó con eso de que quise dañar a su amigo al restregarle mi verdad en
la cara, no sucedió únicamente por la maldad de hacerlo, fue más por
intentar defenderme de alguna manera de sus palabras hirientes.
Además de eso, Alice tenía novio cuando pasó lo que pasó con Elliot, él
incluso los había visto felices y hasta bromeamos con eso de que le dio el
empujón de la suerte. Así que, ¿qué debía respetar? Y que sospechara que le
gustaba Elliot no contaba, ya que nadie podía asegurarme si el gusto sería
pasajero.
—No, Isa. De Alice me encargaré yo —zanjó él—. Quiero que hablemos
de lo que sucedió entre nosotros.
Me tensé porque sabía a qué se refería.
—Lo que pasó en Newport Beach se quedó allá. En eso quedamos —
Fingí no entender, y me adentré a la habitación.
Él me siguió, cojeando debido a su pierna herida.
—No le demos más vuelta, nena, por favor.
—No, no me llames más así, Elliot. No quiero volver a tener un
enfrentamiento con tu novia y que me odies si no logro contenerme esta vez
—advertí y, cuando me giré para verlo, lo encontré sonriendo.
—Que no quieras que te odie me da esperanzas.
—Eso no quiere decir que yo no lo hago.
—No, no me odias, Isabella —aseguró, y caminó más cerca de mí—. No
lo haces porque, aunque estés furiosa, en el fondo sabes que tengo una
explicación.
—Me mentiste, Elliot. Preferiste estar bien con papá y no conmigo.
Juraste que yo era todo para ti, pero me ocultaste que ella estaba viva, que
somos hermanas. Actuaste igual que LuzBel, escogiste proteger a Amelia.
—No, Isa. No ha sido así… Escúchame —suplicó, y me tomó del rostro
cuando negué—. Íbamos a decírtelo, pero tú estabas atravesando la pérdida
de John en ese momento, así que decidimos esperar. Luego sucedió lo de
LuzBel, y tras eso te fuiste, entonces el tema quedó en el limbo.
—¿Y qué pasó cuando volví? ¿Cuál es la excusa? —inquirí, tomándolo
de las muñecas.
Podía tratar de comprender que antes de eso hubo justificación, porque
mi cabeza era un caos con la muerte de papá y yo descubriendo el mundo
de Grigori. Lo de LuzBel fingiendo su muerte y yo yéndome era incluso
más justificable. Pero hubo tiempo cuando volví, pues yo ya estaba
empapada de mi entorno y no era fácil que me quebrara, y aun así siguió
callando.
—Viniste por lo de tío Myles, Isa. Luego volviste a sufrir una segunda
pérdida de LuzBel por esa alucinación. Te metiste en un juego de poderes
utilizando a Sombra, le diste caza a Amelia y a Lucius. Te enfrentaste a lo
de D y después te vengaste de Derek hasta terminar en este momento —
enumeró—. ¿En serio crees que yo quería añadir algo más cuando ni
siquiera habías resuelto lo demás?
«No era por estar de parte de nuestro ángel, pero tenía buenas razones».
—Ese ha sido el error de ustedes, que me ven como si fuera de porcelana
—refuté—. Y no lo soy, Elliot. No iba a romperme con una decepción más.
—No eres de porcelana, pero tampoco eres de acero, cariño. Y te pido
perdón si mi silencio te ha roto, sin embargo, deseo que entiendas que
nunca callé para dañarte.
Me abrazó tras decir eso, se fundió conmigo a pesar de que yo no le
correspondí el abrazo al principio. Y durante unos minutos nos mantuvimos
así, él aferrándose a mí como si en ese momento yo fuera la única persona
que lo mantenía con los pies en la tierra.
Luego de un rato me rendí y rodeé su cintura con mis brazos, pues mi
cansancio mental me rogó por una tregua y mi corazón no quería volver a
unirse para romperse en pedazos de nuevo, únicamente porque me negaba a
entender sus razones, a pesar de no olvidar que, fuera como fuera, Elliot
siempre estaba para mí.
«¿Por qué no podía ser así de fácil con el demonio de ojos color
tormenta?».
Porque yo amaba con locura a ese demonio, y su traición no fue solo por
callar, sino por proteger a mi enemiga y encima embarazarla. Además de
fingir su muerte y casi llevarme a la mía por eso.
«Tenías un punto».

Cuando terminé de hablar con Elliot, le pedí que me acompañara a la


habitación en la que tenían a Connor y a Jane. Ellos estaban a punto de
marcharse, así que llegué justo a tiempo para que charláramos y asegurarme
por mi cuenta que ya no corrían ningún peligro.
Connor tenía una férula en la pierna izquierda y a Jane le tocaría usar un
collarín por un par de semanas, además de varios magullones que tardarían
en borrarse. Pero fue una suerte que no recibieran golpes por los que habría
que preocuparse en un futuro. Y tampoco había necesidad de que lo dijeran
porque yo era consciente de que no eran culpables de nada, pero los dos me
pidieron disculpas por todo el engaño al que otros me sometieron.
Y Connor, además, me pidió que lo entendiera por haberse puesto del
lado de LuzBel.
—¿Está todo bien entre ustedes? —le pregunté a Jane cuando Elliot sacó
a Connor de la habitación, pues iba en silla de ruedas.
Mi pregunta se debió a que, aunque fueron amables conmigo y se
mostraron aliviados de verme bien, entre ellos noté una tensión que no era
para nada agradable.
—Sé que has dicho que no nos preocupemos por lo que sucedió y
entiendes lo que él hizo, pero yo no puedo hacerlo de momento, Isa. A mí
me dolió y me sigue doliendo que Connor haya elegido a un mentiroso que
hasta el día de hoy no se cansa de hacerte daño. —Puse una mano en su
hombro dándole un suave apretón, y le sonreí con gratitud.
—Sigue sin agradarte LuzBel, ¿eh?
—Nunca hizo nada para que eso cambiara —resopló, y me hizo reír.
No justificaría a LuzBel y menos lo defendería con ella, porque Jane
tenía motivos suficientes para sentirse reacia con él, ya que el hombre
nunca hizo nada para resarcir el daño injustificado que le provocó años
atrás. Así haya sido culpa de Cam en un principio, esa chica nunca mereció
ser intimidada.
—No permitas que LuzBel dañe tu relación con su regreso, Jane. Lo que
tú y Connor tienen es hermoso, así que no te mortifiques por algo que yo ya
le he perdonado. —Sonrió con desgano y tras eso me abrazó, sabedora de
que con lo último me refería a su novio.
—Tampoco permitas que te siga dañando a ti —sugirió en tono cariñoso.
Acto seguido se despidió y me dejó con un sinsabor en la boca, pues ella
siempre me apoyó en el pasado, aunque LuzBel no fuera santo de su
devoción. Sin embargo, así no me dijera nada y se mostrara feliz por mí, yo
sabía que Jane nunca estuvo muy convencida de que lo mío con ese hombre
tuviera futuro.
Y, al fin y al cabo, no erró.
Minutos después fui a la habitación de Tess antes de salir para el
apartamento, ahí me encontré con los Hamilton y con mi hermano. Hablé
un momento con ellos sin entrar en temas complicados, y me informaron
que Myles y Eleanor fueron a su casa para tomar una ducha, pero
regresarían pronto.
Terminé por decirle a Dylan a dónde me dirigía porque insistió en
saberlo, y me ayudó a confirmar que LuzBel también estaba en casa de sus
padres, descansando un poco para luego volver con ellos y estar al
pendiente de lo que sucedía con Tess, por lo que partí al apartamento con
más tranquilidad, aunque en el trayecto Ronin me convenció para que
comiéramos algo, ya que yo no había ingerido alimento en todo el día.
Y cuando al fin llegamos a mi destino, la noche estaba entrando. Ronin
había enviado a unos Sigilosos adelante para que monitorearan la zona y
descartaran peligros. Y nos avisaron que no vieron ningún movimiento
desde que llegaron, así que me encaminé hasta la puerta con mi compañero
a la par y Dom junto a Max escoltándonos.
—Quédense aquí, me gustaría estar sola un momento —pedí.
—Deja al menos que revise —solicitó Ronin.
—Traigo mi arma y sé defenderme, así que déjame —insté—. Además,
nuestros compañeros avisaron que no vieron nada raro.
—No podemos confiarnos, jefa —insistió.
—No lo hago, Ronin, pero… —Me quedé en silencio al escuchar música
suave cuando llegamos cerca de la puerta.
Ronin sacó su arma y negué con la cabeza porque el único que podía
estar adentro era LuzBel. Pues, si hubiera sido otra persona, de ninguna
manera me habría dado un aviso como ese, de su presencia en el lugar. Eso
sin contar con que los únicos que sabían que yo llegaría eran mis escoltas y
Dylan. Y estaba segura de que mi hermano no le dijo nada a su amigo,
porque él también quería que nos evitáramos para no terminar matándonos.
«¿Y si mejor ponías en práctica el consejo del doctor adonis?».
¡¿Era en serio?!
«Si no querías, estaba bien sin hacer el amor, pero al menos sí con una
bandera blanca, Compañera. Ya era hora de que dejaras el orgullo de lado».
Me mordí el labio ante la súplica y consejo de mi conciencia.
—¿Crees que sea momento para escucharlo? —le pregunté a Ronin, él ya
había comprendido que quien estaba adentro era LuzBel.
—Si me lo estás preguntando, es porque de alguna manera comienzas a
retroceder en esta guerra. Así que podría ser un inicio —opinó él, y tragué
al sentir la garganta seca.
—No quiero retroceder, quiero avanzar —acoté.
—Y lo estás haciendo al aceptar esto —reiteró, y le sonreí—. Anda,
entra antes de que te arrepientas y sácale el coraje a punta de orgasmos,
como te sugirió el adonis.
Apreté los labios, pero no pude contener la sonrisa.
—Eres imposible —señalé, y me guiñó un ojo.
Me froté las manos porque de pronto sentí frío, luego inspiré hondo y
exhalé lento para calmar mi corazón acelerado. Estaba tan cansada de
pelear con LuzBel que comencé a rendirme; por eso, a pesar de mi
nerviosismo, empecé a sentirme un poco más liviana solo con el simple
hecho de querer escucharlo.
—Espérenme aquí —demandé para los tres sin ser brusca, más bien soné
nerviosa.
Ronin me sonrió animándome y yo no pasé desapercibido el temblor en
mi mano, cuando saqué la llave para abrir la puerta. La respiración
comenzó a ser trabajosa, y me froté las manos en las perneras del pantalón
para deshacerme del sudor helado antes de tomar el pomo.
De corazón, ya no quería pelear más, tampoco buscaba una
reconciliación temprana porque no sería hipócrita, ambos nos dañamos con
las palabras, con las verdades, y necesitábamos sanar antes para llegar a
eso. No obstante, deseaba que tuviéramos un avance esa tarde noche.
Sonreí al entrar porque reconocí la canción que se reproducía: Porcelain.
Estaba en mi carpeta de música. Y era tonto tal vez, pero sentí un poco
de esperanza que escuchara lo que yo dejé, a pesar de que esa canción en
especial, nos recordara a ambos que teníamos un millón de maneras para
herirnos, que después de su regreso me estaba costando confiar en que él,
era ese alguien que podría detener mi caída; y que de un momento a otro,
todo lo que me importaba parecía estar hecho de vidrio.
¡Jesús! No sería fácil estar de nuevo frente a LuzBel. Y después de lo
que aseguré a Elliot, en ese preciso instante sí me sentía de porcelana.
«¡Oh, maldito demonio!».
El corazón se me detuvo luego de la exclamación de mi conciencia,
después de haber cerrado la puerta a mi espalda y encontrarme con una
escena que, como ilusa, jamás esperé.
El cuerpo se me sacudió y apreté las llaves entre mi mano, clavándome
una de ellas en la palma y dándome cuenta de que ese dolor no era nada
comparado al que me provocaba la imagen de Hanna y LuzBel saliendo de
la que fue nuestra habitación. Ella iba únicamente con una toalla blanca
envolviendo su cuerpo desnudo, mientras que él cubrió su propia desnudez
de caderas hacia abajo con una en color azul.
Hanna fue la primera en percatarse de mi presencia y tomó a LuzBel del
brazo para que él también se diera cuenta de que yo estaba ahí,
observándolos como si fueran los monstruos de mis peores pesadillas.
«Tengo entendido que ella no es su amante».
«Qué equivocado estabas, Fabio», pensé cuando su opinión llegó a mi
cabeza.
«El hijo de puta estaba de regreso».
Tragué con dificultad, queriendo marcharme sin poder hacerlo porque
me sentía paralizada. El aire entre los tres se volvió espeso, asfixiante.
Respirar provocaba que la nariz me escociera y los pulmones se me
incendiaran. La melodía de aquella canción se convirtió en una marcha
fúnebre para la sepultura final de mi alma, pero LuzBel con sus ojos grises
conectados a los míos, eran de nuevo, ese demonio que se negaba a soltarla
para encontrar su camino.
Y por la distancia entre nosotros, fue lo único que pude distinguir. Por lo
que esperaba que él no notara que justo en ese instante me dio una estocada
de la que no me recuperaría jamás.
Dolía.
Ardía.
Quemaba.
Ahogaba.
Escuchar que Hanna y él tuvieron algo fue como recibir un puñetazo en
mi estómago. Imaginarlos juntos una tortura que alimentó a mis demonios
para que me aterraran. Pero verlos por mí misma, comprobar con mis
propios ojos, ser testigo directo de que eran amantes y que encima follaron
en nuestra cama; un lugar que LuzBel jamás profanó con nadie más que no
fuera yo, me destruyó de maneras que no creí posibles.
Era como si me hubiera llevado al borde de un acantilado luego de
prometerme que me protegería, pero, que al estar allí, su mano fuera la
encargada de empujarme hacia el vacío, demostrándome con eso que él no
era el que detendría mi caída, sino más bien quien la propiciaría.
—¿Qué haces aquí? —preguntó él al fin, con una frialdad que terminó
por congelarme.
Tragué antes de responder, rogando para que mi voz saliera entera.
—Vine por mis cosas.
A pesar de todo, sentí orgullo de no quebrarme, aunque, al abrir la boca
para responderle, el estómago se me revolviera más de lo que ya lo tenía. Y
antes de vomitar el corazón a sus pies, que es lo que más quería para que él
no tuviera el poder de seguir haciéndomelo mierda, caminé hacia a la
habitación, decidida a acabar con ese encuentro desafortunado de una buena
vez.
Mientras me acercaba a la puerta de la recámara, noté que Hanna se
escondió detrás de él, y de alguna manera su acción me otorgó un poco de
fuerza. Por primera vez el miedo de alguien más me provocó júbilo y no
vergüenza o tristeza.
—Hueles a mi jabón, usas mi toalla y te folló en mi cama. —recalqué
para Hanna al llegar a su lado y sentir el aroma que yo llevaba en la piel día
con día. Y fue tan indignante que no me pude quedar callada—. ¿Acaso te
hizo usar también mi lencería para imaginar que estaba conmigo? —Sus
ojos se agrandaron con indignación, y noté su intención de replicar, pero
LuzBel hizo una leve negación con su cabeza, y eso fue suficiente para que
ella callara—. Debí suponerlo —satiricé con una sonrisa vil, y él me miró,
retándome a que me aclarara—: sumisa y complaciente, tal cual le encantan
al heredero Pride.
—Termina de hacer lo que se supone que viniste a hacer, White —
demandó él.
Me lamí los labios y alcé la barbilla, enseguida de eso, acaté su orden
porque no valía la pena seguir destruyéndome a mí misma al estar en
presencia de ambos, aunque, al entrar a la habitación donde ellos estuvieron
y ver la cama deshecha, tuve que utilizar la pizca de autocontrol que me
quedaba para no tirarme a llorar.
«Puta madre, Colega».
No cerré la puerta ante el pensamiento de que eso me serviría como
barrera para contener mis lágrimas, pues ellos podrían verme. Apreté mis
molares y los escalofríos y sacudidas que recorrieron mi cuerpo, junto a la
taquicardia y mi manera errática de respirar, me indicaron que, si no me iba
pronto de ahí, explotaría en un ataque de ira y sepultaría la dignidad que me
quedaba.
Y, para mi jodida suerte, no me atreví a respirar hondo con la esperanza
de calmarme un poco, por miedo a que el olor al sexo que esos dos tuvieron
terminara con la pizca de autocontrol.
«Brillando en público. Herida en privado».
Me animó mi conciencia, y con eso tuve la voluntad suficiente para
tomar un bolso grande (en donde tenía todo lo importante), que dejé en el
clóset; luego llegué a la mesita de noche para recoger mi cámara (evitando
fijarme en la cama). Abrí el cajón y fruncí el ceño al no encontrar mi
pasaporte, pues estaba segura de que lo guardé ahí.
—¿Buscas esto? —Miré a LuzBel en cuanto hizo esa pregunta, y me
tensé porque cerró la puerta de golpe.
Ya no llevaba la toalla, se había vestido con un pantalón de chándal rojo,
sin camisa, lo que me dejó ver la venda que cubrían mis puñaladas.
«Maldito Tinieblo que no se cansaba de joder».
Tenía mi pasaporte en la mano, y apreté los puños, caminando hacia él,
con miedo de hablar porque temía que en el proceso podría llorar.
—No quiero más problemas contigo —resoplé—. Así que dámelo para
que puedas estar con ella sin que yo los interrumpa más.
Su ceja derecha se alzó levemente, y miró mi mano extendida, con la
palma hacia arriba, estudiándome y, de un momento a otro, mostrándose
desconcertado por mi comportamiento tan tranquilo en comparación a cómo
había estado actuando con él.
Y me anonadé cuando cedió y puso el pasaporte en mi mano, sin soltarlo,
porque me dio a entender que él tampoco quería que lo siguiera
interrumpiendo.
—Te dolió lo que viste, ¿cierto? —preguntó con cabronería. Sonreí con
perfidia al darme cuenta de que su objetivo era herirme más—. Aww,
pobrecita. Te molestó que siguiera tu consejo de asegurarme de follar con
alguien que me hiciera gozar.
Traté de zafarle el pasaporte cuando dijo eso, porque no soportaría más
las ganas de llorar, porque ya no quería odiarlo más, pero él no colaboraba.
Y, aunque me estuviera devolviendo mis palabras, una vez más me estaba
demostrando que superarlo en su juego no siempre sería fácil, pues jugaba
sucio y me contratacó en el peor de los terrenos.
—¿No prefieres mejor sentir lo que ella acaba de gozar conmigo entre
sus piernas? —propuso, señalando con la cabeza hacia afuera en alusión a
Hanna—. ¿Con lo que hizo mi lengua entre las suyas?
«¡Pero qué hijo de la gran puta!».
Creo que yo ya había dado todo lo que tenía para sufrir, ya que sus
provocaciones, así siguieran doliendo, en ese momento me hicieron sonreír
con una perversidad que no supe de dónde la saqué, pero la agradecí.
—No, cariño —pronuncié con vileza—. No me confundas con la
estúpida a la que acabas de tirarte solo porque estás ardido —me burlé, y
fue su turno de masticar y tragar—. Ya que yo no soy de las que creen que
la gloria se encuentra entre los cuatro lados de una cama. —Volví a tirar del
pasaporte, pero él lo retuvo como si necesitara aferrarse a él para no perder
el control—; y tampoco me harás caer solo porque en su momento supiste
cómo tocarme. Por lo tanto, ahorrémonos las ridiculeces y dame mi
pasaporte.
No lo hizo, no me dio el maldito documento. Lo tiró al suelo, y luego me
tomó de la mano con la intención de llevarme hacia a él; eso fue todo lo que
necesité para sacar el arma que llevaba en la parte trasera de la cinturilla de
mi pantalón, y la apunté directo a su cabeza, quitándole el seguro para que
entendiera que iba en serio.
El maldito me dedicó una sonrisa ladina, perversa e incitante. Su mirada
fue fanfarrona, y por alguna razón imaginé que ese mismo gesto fue el que
tuvo detrás de aquella máscara, la noche en la que asesinó a Caron para
luego follarme casi sobre su cadáver.
Era el Sombra psicópata de nuevo, sin esconderse el rostro esa vez.
—No saques un arma si no piensas usarla —recomendó.
—No te confíes —mascullé.
Noté el leve temblor en mi mano, y maldije al darme cuenta de que esa
versión suya volvió a intimidarme, sin asustarme.
—¡Dispara entonces! Total, muerto ya estoy —me provocó, y abrió los
brazos de lado a lado.
—No tienes idea de los terrenos que estás pisando —advertí.
—Conozco tu versión mala —se burló.
—Te mostraré la más mala si sigues por ese camino —aseveré, y sonreí
igual que él lo hizo.
—Oh, pequeña cabrona, no sabes cómo quiero odiarte, pero, cuando te
pones así, vuelve a excitarme que mi vida dependa de tu cordura —confesó
de pronto, cambiando una vez más el rumbo del juego.
Me obligué a tragar y contener la respiración porque, como el suicida
que era, dio un paso hacia mí.
—A parte de imbécil, eres un desvergonzado —declaré.
A él no le importó mi advertencia y terminó de eliminar el espacio entre
nosotros, tomándome con una mano de la muñeca y poniendo la otra en el
cañón de la glock, para luego llevarla a su frente y presionarla ahí. Nuestro
contacto me hizo experimentar una especie de cortocircuito, y mi vientre se
calentó, a la vez que me provocó esas malditas cosquillas que revolvieron
más mi estómago.
—Que no te tiemble la mano, Pequeña —instó, y tensé la mandíbula.
Tenía los ojos muy rojos y olía a alcohol. Lo que me hizo entender por
qué su nivel de imbecilidad había aumentado.
—Veo que en serio te pone duro que esta zorra a la cual le tienes asco
tenga tu vida en sus manos —señalé, utilizando la ofensa que usó contra mí
en aquella habitación del hospital.
—Tócame y lo comprobarás.
—¡Hijo de puta! —gruñí, y puse la mano libre en su pecho, apartándolo
cuando vi su intención de agarrarme de ella para llevarla a su polla.
Soltó una risa ronca, y deseé tirar del gatillo, pero en ese momento me
hizo falta el valor que en aquella batalla me sobró.
—Sí, el único hijo de puta capaz de llevarte al cielo —se mofó.
Me alejé de él sin dejar de apuntarle, aunque fuera absurdo, pero de
alguna manera sentía que eso lo limitaba un poco, por muy suicida que se
mostrara.
—Pero incapaz de mantenerme en él, por más de unos cuantos minutos
—ataqué.
Todo pasó realmente rápido tras lo que dije. LuzBel me quitó el arma en
un santiamén y la tiró al suelo, consiguiendo con eso que un tiro se
escapara, pero por fortuna no me hirió ni a mí ni a él. Lo comprobé porque
sin ningún problema me acorraló contra la pared más cercana; sus manos en
mi cintura, presionándome con fuerza. Puse las mías en sus hombros y
quise quitarlo.
No pude.
—¡Apártate de ella! —gritó Ronin con su arma alzada.
Dom y Max lo seguían, de seguro entraron porque escucharon la
detonación del arma que yacía sobre el suelo.
—¿Y él sí? —LuzBel preguntó ignorando a mis hombres. Entendí que se
refería a Elliot, un cuestionamiento de su parte que nació de mi declaración
anterior—. Por eso te olvidaste de que eras mía.
—Tinieblo, no lo diré de nuevo.
«¡Joder, Ronin!», pensé por cómo lo llamó.
—¡Responde, hija de puta! —exigió LuzBel para mí.
—Váyanse de aquí. Déjennos solos.
—Jefa.
—Fuera de aquí, Ronin —ordené, e hice una mueca cuando LuzBel llevó
las manos a mi cuello y lo apretó.
Ese era su agarre favorito.
—Eras mía, Isabella —repitió con furia cuando estuvimos solos de
nuevo.
Nuestras respiraciones estaban descontroladas y, a pesar de que nosotros
también, sabía que solo nos mataríamos con palabras.
—Nunca fui tuya. Ni de nadie —le aclaré—. Siempre me he pertenecido
a mí misma. Soy mía y demasiado mujer para ti, LuzBel. Por eso te has
revolcado con esa tipa sin amor propio, porque a ella no le importa que la
folles, incluso cuando piensas en mí mientras se lo haces —vociferé, y
negó, arrugando un poco la nariz al apretar sus molares—. Y solo te
quedará eso, malnacido: revivir con cada mujer que te lleves a la cama lo
que te permití vivir conmigo. Porque nunca, escúchame bien, nunca me
igualarás con nadie, y dudo mucho que en la vida vuelvas a tener a alguien
que te haga sentir como lo hice yo. —Abrió y cerró la boca al intentar
respirar, y luego tragó—. ¡Te quedé demasiado grande! —señalé con
altanería, tal cual él me había enseñado.
—Me dueles, Isabella White. Me matas, me revives y me vuelves loco
—soltó entre dientes, y fruncí el ceño porque no era lo que esperaba que
dijera—. Me tienes estúpido, herido, inseguro, idiota.
«No decía mentiras, eh».
Jadeé en el instante que presionó la frente en mi clavícula y aflojó su
agarre en mi garganta, lo hice porque, al enumerar todo lo que sentía,
también me describió.
—Maldición. Jurabas amarme, pero no quisiste escucharme cuando
intenté explicarte las cosas —prosiguió—. Y yo, como el mayor de los
imbéciles, te endiosé, sin saber que a la primera oportunidad correrías a los
brazos de esa mierda. Y no te bastó únicamente hacerlo con él, tenías que
restregármelo en la cara, ¿no?
Me tomó de la barbilla y me hizo verlo a los ojos. Y esa vez, sus
reclamos, en lugar de encender mi ira aún más, derrumbaron los muros que
yo misma me hice para no seguir cayendo en el abismo.
—¿Y qué has hecho tú ahora mismo? —debatí con la voz entrecortada
—. ¿Acaso no me restriegas en la cara lo que le has hecho a tu amante?
—Solo te devuelvo la estocada, Pequeña. Tú me llevaste a esto.
Me reí, lo hice con incredulidad y burla.
—Jodido sinvergüenza —siseé, y lo empujé sin lograr apartarlo.
—¡Escúchame! —exigió sin dejar de tomarme la barbilla.
—¡No, LuzBel! ¡No tengo por qué escuchar a un jodido traidor, cobarde,
mentiroso y desvergonzado que le encanta jugar al diablo, pero llora como
un condenado! —grité golpeándole el pecho con el lateral de mis puños—.
¡Te odio! ¡Te odio!
—¡Puta madre! ¡Escúchame, maldita Castaña! —largó con frustración,
pero yo ya no quería hacerlo porque estaba perdiendo la batalla contra mis
lágrimas—. ¡Eres la dueña de las putas palpitaciones de mi corazón!
¡Entiéndelo! —vociferó, y ensordecí—. Ese que has hecho mierda, Isabella,
el que pisoteaste a tu antojo.
«¡Oh mi Dios!».
No pude más y dejé rodar una lágrima por mi mejilla, deseando ser la
Isabella de antes. La que no tenía miedo de demostrar su dolor y
derrumbarse frente a él, porque a ella le fue más fácil desahogarse.
—No, no llores —suplicó, sin embargo, sus palabras fueron la llave que
abrieron dentro de mí y, en lugar de dejar de llorar, comencé a hacerlo más.
Y me mordí el labio para tratar de contenerlo, pero fue en vano—. No,
Bonita. No me hagas esto, no me destruyas más, no llores porque entonces
vuelves a revivirme y a matarme una vez más.
A continuación, me arropó con sus brazos en un abrazo que necesitaba
desde hace mucho, pero que no correspondí, no podía; mi cuerpo no
funcionaba, estaba estática, sin saber qué decir, qué hacer. Ni siquiera sabía
qué pensar porque me daba miedo que LuzBel únicamente actuara así
porque estaba drogado.
No obstante, por un instante me permití disfrutar de su calidez, de la
sensación de su piel desnuda y adornada con tatuajes, de su olor exquisito;
disfruté de los latidos acelerados de su corazón y deseé más de él, pero la
realidad me golpeó, demostrándome que, ese momento de leve tregua, no
borraba nuestros encuentros llenos de amargura ni las traiciones que
seguían en el medio.
Y menos lo que él acababa de hacer con Hanna en un lugar que debió ser
solo nuestro.
—Tú también me llevaste a dañarte, LuzBel —aclaré, recomponiéndome
un poco, aterrizando con los pies en la tierra—. Porque todo lo que hice, y
que tanto te duele, fue porque tú me traicionaste a mí antes, no te olvides de
eso.
Dejó de abrazarme en cuanto dije eso y me observó. La tormenta es sus
ojos me llevó a años atrás, cuando estuvimos en Inferno, bailando aquella
canción con la que me hizo sentir como la única mujer en su mundo. Y
entonces comprendí por qué era tan perfecta para nosotros. Y me solté de
esa cuerda que me mantenía a diez pies del suelo.
—Cumpliste, recibiste una bala por mí —musité sin perder la fortaleza
—. Pero antes de eso te habías ido, dejando que te necesitara como el
corazón necesita a un latido.
—No sigas —suplicó al comprender que, igual que lo hizo Sombra, yo le
estaba hablando a través de una canción.
—Te amé con un rojo fuego, que ahora se vuelve azul.
—Isabella. —Apretó los puños al pronunciar mi nombre en una
advertencia que no obedecí.
—Es demasiado tarde para pedir perdón, Elijah —finalicé.
Dicho eso, me di la vuelta para marcharme, y esa vez no me detuvo.
Capítulo 29
Perdiste el juego
Elijah

Estaba dispuesto a follar a Hanna y ella muy disponible para mí, pues le
daría algo que venía deseando desde la primera y última vez que estuvimos
juntos. Pero, a pesar de los deseos de ambos por irnos directo al grano, la
rubia me incitó a que le contara esa historia que le prometí. Y lo hice, le
narré mi vida, la del hijo de puta que siempre fui antes de que una bruja de
ojos miel se cruzara en mi camino.
Entre la charla me acompañó con la bebida. Y cuando llegué a una parte
sexual de mi historia, ella comenzó a quitarse la ropa, dándole una imagen
clara a mis palabras, interpretando su papel y provocándome a que
inventara cosas solo para comprobar si se atrevería a hacerlas.
—Derramó el whisky en su ombligo y me incitó a que lo bebiera desde
ahí —susurré y, con una sonrisa ladina grabada en el rostro, se sentó en la
mesa, echó los hombros hacia atrás y se apoyó con una mano en la
superficie de madera, para obtener una inclinación perfecta y provocativa,
luego derramó un poco del licor justo donde yo narré.
Tenía los pechos desnudos y se había quedado en bragas. Sus pezones
marrón claros estaban endurecidos luego de bañarlos con el licor, y notaba
el brillo pegajoso en la piel de su cuello y en partes del abdomen y las
piernas, pues ya antes el whisky la había besado por mí.
—Me haces tirar el licor, LuzBel —señaló con picardía, ya que no me
vio con intenciones de lamerlo.
—Ya he bebido mucho —le recordé.
Era verdad, me sentía más allá de borracho porque la botella en su mano
era la segunda que nos bebíamos. O al menos yo sí lo hice.
—Entonces voy a beber yo, desde tu cuerpo —avisó, y se puso de pie
para acercarse a mí.
Dejé que me quitara la camisa y desabrochara mi vaquero, luego volví a
acomodarme en el sofá con los brazos apoyados a cada lado del respaldo, y
abrí las piernas, obteniendo una posición desenfadada, mirándola sonreír en
el momento que comenzó a derramar el whisky en mi pecho para después
lamerlo, jugueteando con los piercings en mis tetillas con la punta de su
lengua.
Cerré los ojos para disfrutar de su atención, escuchando su respiración
excitada, sintiendo la calidez de su boca en mi piel y… ¡Me cago en la
puta!
El corazón se me aceleró compitiendo con mi respiración. De un segundo
a otro mi deseo había aumentado en sobremanera y me removí porque, a
pesar de sentir placer por lo que me hacía, también experimenté una
incomodidad bastante desagradable y una presión en mi pecho que subió de
inmediato a mi garganta.
—Justo así, dejas de lucir como la dulce Hanna —señalé sin detenerla,
queriendo hacerme del control de mis sensaciones. Y, de alguna manera que
no comprendía, pensé en que yo mismo me estaba obligando a continuar
con el encuentro.
—Es lo que pasa cuando te enamoras del lobo —admitió con una sonrisa
sensual—. Dejas de ser la Caperucita inocente.
Ignoré su declaración sobre lo que le pasaba conmigo y la miré atento
cuando bajó la cremallera de mi vaquero y luego liberó mi polla, ambos
descubriendo que la punta brillaba con exageración por el líquido
preseminal acumulado.
—¿Y tus perlas? —inquirió.
El deseo hacía que sus ojos verdes brillaran y su voz bajó una octava.
—Cuando tengas mi polla adentro de ti, no las extrañarás —respondí sin
querer recordar la razón por la que me las quité—. ¿Estás segura de seguir?
Porque este lobo no está enamorado de la Caperucita —añadí, pues debía
serle claro. Antes de responderme, me cogió el falo y bombeó con suavidad.
El placer corrió en forma de electricidad por toda mi columna,
apretándome las bolas y obligándome a morderme el labio para no jadear,
pues lo que ese toque de Hanna me provocó fue tan sorprendente que no se
sintió real.
—Me basta con que esta vez sepa a quién le hará el amor. —Bufé una
risa, y la tomé de las mejillas con una mano, antes de que se metiera mi
glande en la boca para chuparlo.
—No confundas esto con hacer el amor —demandé.
Me respondió dando una suave lamida en la corona de mi polla, y tragué,
porque de nuevo el placer fue tanto que, sin pretenderlo, me transportó a
aquella celda, luego de matar a Caron, cuando Amelia me demostró que
podía hacer que me corriera sin siquiera tocarme.
Aunque Hanna me regresó al presente y consiguió que mi respiración se
volviera errática, en el instante que introdujo más de mi falo en su boca,
succionando con timidez, pero con hambre a la vez.
—Espera —le pedí entre jadeos, y recosté la cabeza en el respaldo del
sofá, cerrando los ojos, tratando de respirar.
Ella no se detuvo, ya que vio mi acción y creyó que quería detenerla
porque no soportaría las ganas de correrme, no obstante, no se trataba de
eso. Quería que parara porque mi cuerpo anhelaba ese placer, pero no mi
mente, y menos mi corazón.
La culpabilidad por lo que hacía se hundió en el medio de mi pecho
como una daga que no me dejaba respirar sin sentir dolor. Y el odio hacia
mí mismo creció, junto a ese placer que comenzó a asquearme porque no
mierdas lo quería.
—No, Hanna. Detente —ordené cuando reuní toda mi fuerza de
voluntad.
La tomé del cabello para que se apartara de mí, y me miró asustada, pues
no entendía mi reacción.
—¿Qué sucede, LuzBel? ¿Hice algo mal? ¿Te lastimé? —preguntó con
evidente preocupación.
Tragué con dificultad, enfurecido a la vez conmigo mismo por haber
permitido que llegáramos tan lejos, ya que nunca inicié ese encuentro
porque quería estar con ella. Lo hice simplemente por despecho, porque me
hirió lo que Isabella me dijo, pero más lo que hizo. Sin embargo, mediante
avanzábamos con Hanna, me sentía menos convencido de seguir por ese
camino, aunque el alcohol y el orgullo no me dejaron ceder.
Hasta que mi cuerpo necesitó lo que mi mente rechazaba. Y la
impotencia de no conseguir dominarme a mí mismo me hizo sentirme
saboteado, despojado de mi libre albedrío. Y me odié porque juré que no
permitiría volver a estar en ese punto y no cumplí.
No pude cumplirme a mí mismo.
—No, pero no puedo seguir —le respondí a Hanna, y me puse de pie,
acomodándome la polla dentro del bóxer.
—¿No lo disfrutabas? —indagó, manteniéndose de rodillas en el suelo.
«Mi cuerpo sí, pero no mi cabeza, y menos mi maldito corazón».
—Es complicado —le respondí a Hanna, sin el valor suficiente para
admitir en voz alta que me estaba obligando a consentir lo que hacíamos.
Ella se abrazó a sí misma, de seguro sintiéndose usada, y por mi
experiencia sabía que eso era una mierda.
—Entiendo. Es por ella —aseguró con amargura.
—Necesito tomar una ducha y descansar un poco. Si quieres asearte tú,
en el baño de visitas encontrarás lo que necesites —ofrecí evitando darle
largas al señalamiento que me hizo.
—¿Puedo tomar una ducha también?
—Por supuesto. Y, si quieres lavar y secar tu ropa, encontrarás la
lavandería al fondo. —Señalé con mi cabeza el pasillo que debía seguir.
Su ropa se había mojado con el whisky, por eso la animé a que hiciera lo
que necesitara para volver a estar limpia. Seguido a eso, me encaminé hacia
mi habitación, sintiéndome pésimo conmigo mismo, más que con ella.
—¿LuzBel? —me llamó, y la miré sobre mi hombro—. No hacíamos
nada malo, ¿cierto?
—Supongo que tú no —dije sincero.
Terminé de entrar a la habitación y al estar ahí me tambaleé un poco, por
lo que decidí tumbarme en la cama, boca abajo. El aroma de Isabella me
envolvió en un santiamén y maldije porque bebí y me drogué hasta el punto
de la estupidez para sacármela de la cabeza, pero ella, sin pretenderlo,
siempre encontraba la manera de mantenerse ahí.
Inhalé hondo para llenarme más de su aroma, lo que me llevó a sentirme
más mierda por lo que hice con Hanna, pues en mi despecho pretendí
devolverle la estocada a Isabella, quería sentir lo que ella aseguró que sintió
con Elliot. Sin embargo, la cagué en el intento porque lo único que yo
experimenté fue un placer superficial y mucha culpa.
Aunque ahí en la soledad de mi habitación también terminé de
comprender que mi culpabilidad no se debió únicamente a que iba a fallarle
a esa Castaña, a pesar de que ella me falló a mí, sino a que de verdad no
pude controlar ese placer que experimenté con los toques de Hanna, y
menos cuando comenzó a chupármela, pero tampoco conseguí apaciguarlo
y volver a sentirme despojado de mi propia voluntad no me hizo ni puta
gracia.
Y esa vez no culparía a Amelia, y a la mierda que puso en mi cabeza, ya
que podía jurar que la chica en ningún momento me obligaría a sentir placer
estando con otra mujer que no fuera ella, puesto que, a excepción de su
demostración meses atrás, jamás volvió a apremiarme utilizando el
dispositivo, ni para castigarme, y menos por conseguir su propia
satisfacción.
Además de que todavía no habían confirmado que era libre, lo único que
le daría la posibilidad de volver a hacerse con el mando con el que lo
controlaba. Uno que solo ella sabía dónde estaba, por lo poco que pude
averiguar luego de que me lo colocó.
Cuando el mareo por fin mermó y terminé con la cama deshecha, porque
no lograba obtener una posición cómoda, decidí ir a tomar una ducha al
baño privado. Quería espabilarme para volver al hospital y ver cómo estaba
Tess, en lugar de seguirla cagando.
Al salir de la ducha me encontré a Hanna en la habitación y fruncí el
ceño. Ella cubría su desnudez únicamente con una toalla igual que yo, y sus
mejillas se sonrojaron.
—¿Qué haces aquí? —cuestioné con la voz más dura de lo que pretendía
sonar.
Pude haber querido follarla, pero esa habitación no era lugar para que
ella estuviera. Ni siquiera mi jodido apartamento lo era, así que no me
agradó encontrarla ahí.
—Toqué varias veces y me preocupé porque no respondiste, por eso
entré —explicó.
—¿Creíste que me encontrarías muerto por sobredosis? —satiricé, y su
mirada avergonzada me dijo que sí—. No te preocupes, no es la primera vez
que estoy drogado.
—Pero sí dolido. —La miré serio por el señalamiento tan acertado—.
Escondes tu corazón con la rabia, ¿no? Al menos cuando estás a su
alrededor.
—No lo escondo. Está congelado —mentí, y ella soltó un suspiro.
—¿Qué te hizo que te destruyó de esta manera, LuzBel? —indagó—. Sé
que puedes decir que no me importa, pero te equivocas porque sí lo hace. Y
mucho —aseveró en cuanto pasaron varios minutos y yo no le respondí—.
Nunca te vi tan mal cuando estuvimos en manos de esas ratas, y mira que
vivíamos en el infierno. Sin embargo, tenías esperanzas. En cambio, ahora
te comportas como si quisieras hundirte cada vez más. Como si ya nada
vale la pena. Y es ilógico porque al fin eres libre y estás con tu familia.
«Antes la tenía a ella», pensé.
—Nada ha sido como supuse que sería al volver —acepté—. Todos
siguieron adelante, Hanna. Yo en cambio me quedé estancado.
Era la primera vez que hablaba de eso. Y solo ella me inspiró la
confianza para aceptarlo en voz alta, porque de todas las personas a mi
alrededor había sido la única en preocuparse realmente por cómo me estaba
volviendo a readaptar, a la que tendría que ser mi verdadera vida.
—Sí, a veces cometemos el error de idealizar lo que queremos. Y cuando
las cosas no resultan ser como lo esperábamos, nos decepciona, pero eso no
significa que los otros estén mal, Ángel. Simplemente tenemos que ver las
cosas de diferente perspectiva.
Estaba seguro que, desde la perspectiva que fuera, el que la Castaña se
hubiera acostado con Elliot seguiría sintiéndose igual de mierda.
—¿Tú has estado con alguien más después de mí? —Frunció el ceño por
mi cambio de tema repentino.
Pero no fue un cambio para mí, iba en el mismo hilo de lo que
hablábamos, aunque ella no lo comprendiera.
—No —respondió segura—. Prefiero el recuerdo de lo que sucedió
contigo, aunque haya pasado lo que pasó con ese maldito —confesó, y la
observé.
Se había llenado de rabia al recordar lo que Lucius le hizo, pero ya no
pareció tan afectada por eso. Estaba tratando de sobrellevarlo, y me
satisfizo su determinación.
—Te prestaré una de mis camisas mientras tu ropa está lista —propuse
de pronto, deseando acabar el tema que manteníamos.
Asintió sin rechistar, reiterándome que todo era fácil con ella. Nunca
ponía un pero y eso me gustaba y aburría a la vez. Y cuando salimos juntos
de la habitación, para darle una de las playeras que vi antes metidas en cajas
en el cuarto de visitas, entendí la razón de pensar así, pues la mujer que
consiguió que todas las demás me parecieran aburridas estaba ahí,
viéndonos como si fuéramos los monstruos que le aterraban, imaginándose
las cosas que debieron pasar entre la rubia y yo.
Mierda.
Esa reacción en Isabella era la que quería provocar; que me encontrara y
viera con sus propios ojos que seguí su consejo, fue con lo que fantaseé
cuando me obligué a seguir adelante con algo tan absurdo. Pero, cuando
entré a la habitación después de pedirle a Hanna que se fuera, antes de que
la Castaña la matara por algo de lo que no era culpable, entendí que verla
tan herida porque la incité a creer en mi mentira no me satisfacía.
Además de que, con cada cuchillada que yo le asestaba, ella me devolvía
una doble. Su presencia despertó a mis demonios adormecidos por la droga
y el alcohol, y juntos anhelamos follarla con la furia y los celos que nos
provocó por haber estado con otro. Quería experimentar el placer natural
entre sus piernas, penetrarla mientras la obligaba a mirarme a los ojos para
que no tuviera la osadía de imaginarlo a él.
Quería que Isabella viera en los míos que, por más que me obligaba, no
podía sentir asco de ella como lo aseguré. Que fracasé en mi intento de estar
con otra porque la tenía a ella tatuada en mis huesos, porque cada latido de
mi puto corazón parecía bombearme su vida, no la mía.
Pero entonces dejó caer sus escudos y, al verla llorar, comprendí que
llegamos demasiado lejos, que nos dañamos de mil maneras que no podían
superarse tan fácil. Y ella me lo confirmó al utilizar las palabras de aquella
canción que de alguna manera se convirtió en nuestra, la noche que
experimentamos un momento único e inolvidable.
Aunque en ese instante, la letra de Apologize se convirtió en lo peor. Por
eso no la detuve cuando se marchó. Por eso dejé ir a mi chica inocente
convertida en una femme fatale, a mi ángel obligada a ser una diabla.
Y cuando salí de la habitación minutos después, todavía encontré a
Ronin en el apartamento, cerca del reproductor. Vi que le dio reproducir a
una canción y sonreí irónico al identificarla.
Lost the game.
—Perdiste el juego, Tinieblo idiota —sentenció al caminar hacia la
puerta.
No le dije nada, simplemente me quedé ahí, dándole la razón en mi
mente.

Cuando llegué al hospital al día siguiente, llevaba un dolor de cabeza que


comenzaba a desesperarme. Y, si no hubiera ingerido alcohol o la droga,
habría creído que me estaban jodiendo con el dispositivo, pero todo
indicaba que mi tortura se debía esa vez a la resaca moral y física.
—Nuestro equipo se está asegurando de que todo esté bien con el
aparato, y Fabio está pendiente de eso, para constatar que tenga los efectos
que esperamos —nos informó padre, puesto que recibieron la parte
acordada del intercambio en horas de la madrugada.
Y con eso yo recibí la confirmación de que Amelia volvió a ser libre.
Estábamos en ese momento en la habitación que adecuó como sala de
juntas, Evan y Dylan nos acompañaban, además de Caleb e Isamu como
representantes de Isabella, pues ella optó por no acompañarnos, y supuse
que fue para no cruzarse conmigo, algo que, aunque entendí y acepté que
era lo mejor, también me afectó.
Había estado con Tess antes de la reunión, mis padres me explicaron que
el derrame que sufrió le paralizó toda la parte izquierda del cuerpo, pero
Fabio les aseguró que no sería un daño permanente porque, aunque sus
neuronas se vieron comprometidas, no murieron, y eso era vital para su
recuperación. Con el habla tenía un poco de dificultad debido a la misma
parálisis, no obstante, padre ya tenía dispuesto a todo un equipo médico
para que ayudaran a mi hermana a que regresara a ser la misma, tan pronto
como fuera posible. Y la disponibilidad de la pelirroja jugaría un papel
importante en todo eso.
—De confirmar que sea seguro, ¿cuándo se procederá con las
operaciones de extracción? —cuestionó Caleb.
—Mañana mismo. Iniciarán con Tess y luego será el turno de Isabella.
Tú serás el último como sugeriste —respondió Myles, y con lo último me
miró a mí.
Todos se mostraron extrañados con eso, porque ignoraban la razón de
que yo también me fuera a someter a esa operación.
—¿Tú? —indagó Evan.
—¡Joder! No me digas que esos hijos de putas también te colocaron uno
—sondeó Dylan, y bufé una risa sardónica.
Isamu y Caleb se mantuvieron expectantes a lo que escuchaban.
—Fue solo Amelia en realidad —respondí tajante, sin la intención de
añadir más explicación, y todos lo comprendieron.
Padre dio por finalizada la reunión luego de eso, pero yo me quedé en la
sala porque Cameron llegaría en unos minutos para hablar conmigo, sobre
algo importante que no podía ser dicho por teléfono. Y más tarde me
reuniría con Darius y Marcus, pues habían terminado de cuadrar todo con
respecto al rescate de los mellizos y Serena.
—¿Le mostraste tu rostro? —Todos habían salido de la sala, pero Isamu
se detuvo en la puerta y, tras decirle algo a Caleb y que este se fuera, se giró
para hacer esa pregunta.
Y entendí a lo que se refería.
—¿Para qué esos cinco minutos si no? —devolví.
Había notado que él y yo éramos similares en muchos sentidos, en las
actitudes sobre todo. Por eso no lo soporté cuando llegó a los Vigilantes
como Tarzán, pero, desde que se ofreció a ayudarme con el rescate de mi
equipo, ganó un poco de mi respeto.
—Te los debía, sin embargo, desde que te pagué con ello el haberte
atacado por la espalda, sentía que le fallé a Isabella, y eso no me ha dejado
dormir, ya que no fue honorable robarle esa venganza que creí que solo
merecía ella.
En eso definitivamente no éramos iguales, pues a mí jamás me
importaría atacar por la espalda a un enemigo. La enseñanza con la que
Isamu creció, sin embargo, le hacía tener honor con sus rivales. Y
comprendí lo que dijo, ni él ni Sombra merecían robarle la venganza a
Isabella con Jacob.
—LuzBel obtuvo sus cinco minutos, Tarzán —aclaré—. Yo también
merecía hacerle pagar por lo que me hizo.
Me miró con imperturbabilidad a través de sus ojos rasgados, pero el
leve asentimiento de su cabeza me indicó que ahora él también lo creía así.
—Soy Isamu para los Grigoris y Sigilosos —aclaró con mesura segundos
después.
Y no entendí por qué carajos eso me hizo sentir como si fuera una
aceptación de su parte.
No nos dijimos nada más porque Cameron llegó. Y lo urgente y delicado
que quería decirme en persona me liberó de un poco de la presión que tenía
en mi interior, pues no solo estaba lidiando con lo sucedido a Tess, mi
situación con la Castaña y la frustración de que Amelia volvió a ser libre,
sino también con el asunto de Dasher, el secuestro de los mellizos y Serena;
saber que tenía hijos, unas copias a las cuales no podía ver y de las que su
madre no me hablaba porque creía que no lo merecía, y de paso, la
desaparición de Miguel, Gabriel y Rafael, con quienes, aunque no conviví
el mismo tiempo que con los demás, me demostraron ser leales. Por lo que
me negaba a dejarlos a su suerte.
—Joder, es bueno tener una buena noticia entre tanta mierda —expresé
para Cameron.
Él había averiguado que Miguel, Gabriel y Rafael consiguieron escaparse
de unos Vigilantes, cuando estos los llevaban con David para que el hijo de
puta también los castigara por la muerte de Derek. Y habían llamado a
Belial y Lilith para que la pareja los socorriera, y junto a la banda de
moteros que antes me ayudó a mí, y que ahora escondía a esos dos, los
rescataron para resguardarlos también a ellos.
—Hasta yo me he alegrado con esa noticia. Y son Vigilantes, ¿ves la
ironía? —satirizó Cam, y me reí.
—Habla con Nico y pídele que te comunique con Belial. Dile a él que
voy a darles toda la protección que sea necesaria para que vuelvan a ser
libres, pues no permitiré que sigan escondiéndose porque temen por sus
vidas —solicité, y lo vi asentir—. Añade también que voy a sepultar lo
último que queda de esos hijos de putas, antes de que Amelia pretenda
tomar el poco poder que les queda.
—¿Quiere decir que la misión no será únicamente para rescatar a los
mellizos y Serena? —indagó, y sonreí de lado.
—Por supuesto que no, Cam. Mataremos a dos pájaros con un solo tiro
—proclamé.
—Mierda, quiero ser parte de eso —sentenció.
Acto seguido se retiró para hacer lo que le pedí. Y mientras Marcus y
Darius llegaban para que repasáramos todo, busqué a madre con la
intención de que me hablara más sobre mis hijos.
Mierda.
Sentía extraño pensar en alguien que no fuera Isabella como mi
propiedad. Y no una que quería para lucir ni mucho menos jactarme, sino
porque eran míos por ser mi sangre, mis genes. Dos gotas de agua que me
unirían para toda la vida a una mujer con la que no podíamos vernos ni en
pintura en ese momento, pero eso no me impediría darme la oportunidad de
conocer a esos pequeños.
Y tal vez no en ese momento, porque las aguas alrededor de nosotros
seguían revueltas. Y de ninguna manera me arriesgaría a ponerlos en la
mira de mis enemigos. Además de que seguía pensando que no los merecía
y el shock por saber que era padre aun no me abandonaba. Pero quería
verlos y ya no más como los pequeños roba osos de Italia, sino como mis
hijos.
—¿Qué haces aquí? —Hanna me sonrió al escucharme.
Estaba afuera de la habitación de Tess con madre y me sorprendió porque
no esperaba encontrármela ahí.
—Yo la invité —respondió Eleanor por ella, y su mirada llena de
molestia me dijo que no le gustó el tono que utilicé.
—Le llamé para preguntarle por Tess, ya que no quería molestarte a ti —
explicó Hanna, y su gesto cohibido me indicó que se sentía apenada, por lo
que estuvimos a punto de hacer un día antes. Y porque le pedí que se
marchara de mi apartamento.
Tenía que ofrecerle una disculpa por eso, ya que reconocí que me
comporté como un patán cuando llegó a buscarme, porque yo se lo pedí.
—Así es. Y la invité a venir para que me haga un poco de compañía
mientras ustedes se ocupan de sus asuntos y Tess duerme —acotó madre.
—¿Y Alice? —indagué.
Hanna se puso de pie y se disculpó con madre para luego llegar a mí y
tomarme del brazo, con el objetivo de alejarnos un poco de donde
estábamos.
—Marcus se quedó con ella. Y, si te soy sincera, me sentí un poco
incómoda por la situación, ya que parecía que ellos necesitaban privacidad
como hermanos para hablar. Él estaba decidido a que Alice le explicara lo
que está pasando con Elliot —informó en voz baja.
—¿Crees que ella ya se sienta un poco mejor?
—¿Tú te sientes mejor? —devolvió, y me tensé. Ella lo notó y vi su
intención de cogerme la mano como señal de apoyo, pero negué con la
cabeza para que lo evitara—. Ahora entiendo tu comportamiento de ayer,
Ángel —musitó.
Imaginé que había hablado con Alice y que probablemente ella sí
profundizó en el tema, por eso Hanna comprendió que las cosas iban más
allá de la traición de Isabella y Elliot.
—Gracias por acompañar a madre —ofrecí, tratando de zanjar ese tema.
—No tienes que agradecer eso. Tu madre es una mujer muy amable y me
hace sentir bien que le guste mi compañía —rebatió, y le regalé un amago
de sonrisa.
—Te veré luego —me despedí.
—¿Sabes algo de Owen y su hermano? —cuestionó antes de que me
alejara.
—Estoy en ello.
No le había dicho lo que pensábamos hacer porque no quería que ella
tuviera información que al final solo la pondría en peligro. Sucedía lo
mismo con madre, desconocía muchas cosas de la organización y las
misiones porque padre aprendió, cuando asesinaron a la abuela, que a las
mujeres en nuestras vidas era mejor mantenerlas en la ignorancia, si no
tenían una participación activa en Grigori.
—LuzBel —me llamó Evan, y lo miré.
Estaba saliendo de la habitación de Tess y comprendí por qué madre
estaba afuera. De seguro Dylan no pretendía despegarse de su chica por
nada del mundo y Evan había llegado a verla, sin embargo, no podían estar
más de dos personas con ella por recomendación médica, así que deduje
que Eleanor cedió su lugar un momento.
—¿Podemos hablar?
—Claro —acepté.
Le dio un asentimiento a Hanna como saludo, y ella le sonrió. Se habían
conocido el día que la chica llegó al hospital con Marcus, pero no hubo
tiempo para que entablaran conversación alguna, aunque tampoco los vi con
interés de hacerlo en ese momento.
—Tu padre me dijo de la misión de rescate que harás, también de que
llevarás a más Grigoris para terminar con los Vigilantes que quedan —
empezó cuando estuvimos cerca de la sala de reuniones—. Me preguntó si
te acompañaría, pero le fui sincero con que no me has pedido que lo haga.
Lo miré con los ojos entrecerrados.
—Aunque quiera darle una estocada final a David, rescataré a tres
Vigilantes, Evan. Así que deduje que no querías estar en una misión donde
deberás cuidar la espalda de tu enemigo en lugar de acabar con él —
puntualicé.
—No aprendes la lección, ¿cierto? —resolló—. Por deducir lo que crees
que va a pasar, dejas de lado a tus amigos —zanjó con molestia.
—¿Lo sigues siendo? —urdí mordaz, y sonrió sin gracia.
—Supongo que quererte matar, pero alegrarme a la vez de que no hayas
explotado en aquel edificio, significa que lo sigo siendo. —Me reí de su
respuesta—. Seré sincero —avisó de pronto—, a veces quisiera que lo que
sucedió con Jacob fuera mentira, pero eso es imposible. Contigo, en
cambio, tenemos la oportunidad de comenzar a ver lo que sucedió años
atrás como una horrible pesadilla. Y, así haya sido muy jodido, podemos
despertar ahora y seguir adelante.
—No me pareció que pensaras así hace unos días —satiricé.
—Ya he superado el shock —se defendió, y eso me hizo reír.
Aunque mientras lo hacía pensé en que perdí a dos miembros muy
importantes de mi élite en Grigori, pero Sombra tenía completa a la suya, o
al menos eso esperaba. Y, si tenía que unir a ambas para recuperar a los que
me faltaban, no me lo pensaría demasiado.
—¿Quieres acompañarme? —ofrecí.
—Connor también quiere hacerlo —avisó, y fruncí el ceño porque él no
estaba en condiciones—. Parece que Jane lo ha mandado a la mierda y
necesita distraerse de alguna manera —explicó al ver mi incomprensión y
mi sorpresa porque la miedosa hiciera eso—. Además, hemos creado
nuevos juguetes que se muere por usar.
—¿Explotan? —sondeé.
—Y de verdad. No como lo hiciste tú.
—Hijo de puta —apostillé, pero en ese momento los dos nos reímos de
verdad.
Como en los viejos tiempos.
Y eso me hizo sentir de regreso.
Seguido de eso me preguntó algunas cosas sobre Hanna, pero no porque
tuviera interés en ella, sino porque creyó que era alguien importante y
especial para mí, basándose en cómo me había visto tratarla el día que
Marcus la llevó al hospital.
Le expliqué que la protegí y que por eso los Vigilantes se ensañaron con
ella, añadí que la ayudé a escapar, pero Hanna en cuanto pudo, en lugar de
olvidarse de mí, volvió a contactarse conmigo; y que en muchas ocasiones
hizo que mi infierno fuera un poco más liviano con las historias que me
contaba.
—¿LuzBel teniendo gratitud? Eso es nuevo —ironizó, y me encogí de
hombros.
—Pero no te confíes, que cuando me hartan, me deshago con más
facilidad de los cotillas. Eso también es nuevo —lo chinché.
Bufó una risa y seguimos hablando, pero como amigos en ese momento.
Hasta que Marcus y Darius llegaron y luego Cameron, teniendo en esa sala
a parte de mi élite como LuzBel y como Sombra.
Y eso me dio una idea que iba a disfrutar mucho.
Madre se asustó al verme con uno de mis juegos de lentillas puestos. Era
de noche y estaba por salir de casa rumbo a una bodega en la que me
reuniría con Belial, Lilith y los otros tres miembros de la élite. Habían
aceptado la propuesta que les hice por medio de Cameron, pero querían ser
parte del rescate de los mellizos y Serena.
Evan y Connor también estarían presentes junto a Marcus, Isamu y
Darius. Dylan se quedaría fuera de eso porque yo lo prefería al lado de mi
hermana. Así que en ese momento estaba vestido de negro, pero no con el
uniforme Grigori, sino con el de Sombra, la razón de haberme puesto las
lentillas.
Y menos mal no me coloqué la máscara, porque, si Eleanor me hubiera
encontrado con ella, habría tenido que tardarme un poco más por auxiliarla
en su desmayo.
—¿Hasta cuándo dejarás de ponerte en peligro, Elijah? —inquirió con la
voz ahogada.
Evité decirle que hasta que muriera, porque no quería recordarle que
durante años creyó que sí lo estaba.
—Estaré de regreso en unas horas. En una pieza, te lo prometo. —Me
coloqué el gorro pasamontañas que me serviría de máscara, pero no me
cubrí el rostro, para que ella no viera el diseño y entendiera por qué mis
ojos eran unos pozos completamente negros en ese instante.
Le di un beso en la sien antes de ponerme en marcha y, cuando abrí la
puerta, me encontré con quien menos esperé.
—Isabella —la llamé.
Tenía la boca entreabierta y no podía dejar de mirarme a los ojos,
tampoco estaba respirando porque no vi que su pecho se moviera. Isamu y
Ronin estaban a cada uno de sus lados.
—¿Puedes convencerla de que esta es la peor idea que se le ha
ocurrido? —sondeó Ronin.
El idioma japonés no era mi fuerte, pero él lo hablaba un tanto pausado
para que personas como yo lo entendiéramos.
—¿Qué idea? —cuestioné para Isabella. Ella tragó con dificultad, e
imaginé que verme como Sombra de nuevo la impactó.
—Quiere ser parte de esta misión, por eso me vine hacia aquí en lugar de
ir directo a donde acordamos —explicó Isamu por ella.
—De ninguna manera lo hará —espeté.
—Eso no lo decides tú —habló ella al fin.
—Iré por mi gente, White. Tú no tienes nada que ver en esto. —Mi tono
fue rudo, pero no porque quería ofenderla.
—Iré para terminar yo misma con lo que queda de esas mierdas —aclaró,
y respiré hondo.
La tomé del brazo luego de eso y me la llevé para la oficina de padre,
aprovechando que él no se encontraba ahí, sorprendido porque Ronin no me
detuviera, e Isabella no se soltara de mi agarre. Aunque trató de disimular el
respingo que la hice dar cuando nos encerré, y eso me hizo sonreír.
—¿Debería bajarme la máscara para que lo escuches a él? —pregunté, y
entonces sí se soltó de mi agarre para ponerse frente a mí—. Tal vez a
Sombra lo odias menos.
—Quiero ir a esa misión. —Carraspeó antes de decirme eso, y negué con
la cabeza.
—Será peligroso a pesar de que David esté debilitado. Y te quiero en el
hospital para que te saquen esa mierda de una buena vez —recalqué.
—¿Crees que, porque ahora eres LuzBel de nuevo, yo volví a ser la
Isabella a la que protegías por suponer que yo no podía?
Vi mi oportunidad en ese momento de que nos enfrentáramos con un
tema que ella había cuidado, porque suponía que en lugar de protegerlos los
expondría.
—No veo más a esa Isabella, pero sí estoy viendo a la madre de mis
hijos.
Palideció, y sus ojos miel se agrandaron de una manera que temí que se
salieran de sus cuencas. Ni siquiera pudo tragar por unos segundos, aunque
cuando imaginó cómo lo supe, y entendió que no podría ocultarme más ese
hecho, el enojo le devolvió el color.
Y a mí me regresó la capacidad de poder hablar, ya que, al pronunciar en
voz alta que era la madre de mis hijos, el sentimiento de posesión que me
embargaba con ella despertó una vez más.
—Sé que vas a regresar con ellos luego de la operación, White. Así que
no permitiré que te pongas en peligro —proseguí. Madre me había dicho su
intención de marcharse minutos atrás—. Y entiendo que creyeras que
consentiría que Amelia fuera detrás de ese tesoro que tanto proteges, pero
también es una estocada más que me diste, porque en tu ira y dolor me
desconociste. Aun así, te prometo por mi maldita vida que, antes de permitir
que alguien los dañe, quemaría el mundo y congelaría el infierno.
Su mirada se volvió acuosa al escuchar las palabras que antes utilicé con
ella, pero se mantuvo sin hablar e imaginé que era porque no quería llorar.
Y lo respeté, por eso me di la vuelta dispuesto a marcharme, consciente de
que no insistiría más en acompañarnos.
—¿Y puedes entender también que no dejaré que los veas? —Cerré los
ojos, y me tensé en cuanto dijo eso, agradecido de darle la espalda—.
¿Entiendes que mis hijos no merecen tener de padre a alguien que, mientras
yo luchaba por mantenerlos a salvo, él se revolcaba con la mujer que me lo
quitó todo? ¿Que prefirió irse con su amante y me dejó sola durante mi
embarazo? ¿Que no estuvo para nosotros en el parto, asegurándose de que
ellos estuvieran bien cuando yo no podía protegerlos?
Deseé darme la vuelta y comenzar una nueva batalla en la que ambos
saldríamos agonizando, porque éramos expertos en dañarnos, en hacernos
mierda. Pero recordé el dolor que vi en sus ojos, el día anterior, y no quise
seguir por ese rumbo.
—Ojalá que ellos, a diferencia de ti, algún día entiendan que, si no estuve
allí, fue porque estaba luchando para mantenerlos a salvo, incluso sin saber
de sus existencias —contesté—. Ojalá un día Aiden y Daemon comprendan
que, mientras su padre se ganaba el infierno, su madre los mantenía en el
cielo. —La miré sobre mi hombro, y noté que sus ojos brillaban por las
lágrimas que estaba a punto de derramar—. Después de todo, hemos sido
un equipo para nuestros hijos, para protegerlos de la mierda que nos rodea
—señalé, y alzó la barbilla—. Y los veré, Isabella White, los buscaré
cuando sea el momento, te guste o no —finalicé.
Acto seguido, abrí la puerta y me marché. Y esa vez, fue ella la que no
me detuvo.
Capítulo 30
Si cumples, yo cumplo
Elijah

Cuando entré a aquella bodega acompañado por Isamu, Evan y Connor,


sentí la adrenalina inconfundible que siempre me embargó antes de las
batallas. Y el estado en el que me dejó Isabella, luego de informarme sus
intenciones sobre no dejarme ver a mis hijos, aumentó mi instinto asesino, y
ansiaba comenzar esa misión lo antes posible.
Pero ver a Belial y Lilith esperando por nosotros, acompañados de sus
tres amantes y de Marcus, Cameron y Darius, me hizo obtener un poco de
paciencia.
—LuzBel Hijo de puta Pride, de regreso. —Ese fue el saludo de Lilith, y
sonreí de lado, porque la cabrona no pudo ocultar su emoción al verme.
Estaba de pie al lado de Belial, esa vez tenía el cabello negro azabache,
con grandes mechones púrpura al frente, y vestía toda de cuero negro. A su
chico lo llevaba a juego, vestido en cuero negro, incluso la bota ortopédica
para proteger su pierna era del mismo color. Su cabello, sin embargo, era
azul metálico.
—¿O deberíamos seguirte llamando Sombra? —cuestionó él, sonriendo
con chulería.
—¿Y si mejor me llamas: mi Señor? ¿O te gustaría más: Amo? —
satiricé.
El maldito soltó una carcajada que nos contagió a todos, y nos dimos un
abrazo fraternal bastante fuerte, pues la puñalada en mi abdomen punzó un
poco, aunque ya no era algo para preocuparme. Tras eso hice las
presentaciones correspondientes, y admito que me alegré mucho de volver a
verlos.
—Fanfarrón te queda mejor —aseguró Lilith cuando me acerqué a ella y
le desordené el cabello como si se tratara de una cachorrita, lo que hizo que
me ganara un puñetazo en el bíceps de su parte.
Gabriel, Miguel y Rafael me mostraron su agradecimiento por no
haberlos dejado a su suerte, incluso cuando aseguraron que, de haberlo
hecho, lo habrían entendido, pues ellos eran Vigilantes y yo un Grigori al
que obligaron a estar en la organización.
—Sí, a todos ustedes me los impusieron, pero fueron leales a mí cuando
los malos momentos llegaron. Y yo sé agradecer y devolver la lealtad —
aclaré tanto para ellos tres como para Belial y Lilith.
Y sabía que para Evan, Connor y Cameron no era necesario, pues ellos
me conocían desde hace años. Y con Marcus y Darius estaba demás, pues
los tres operábamos de la misma manera. Y de Isamu ni hablar.
Rafael comenzó a relatarme que, mientras los tuvieron en cautiverio por
unas horas antes de escaparse, consiguió averiguar que la razón para que
Lucius quisiera deshacerse de Amelia el día que asesiné a Derek fue porque
descubrió que ella había negociado con las autoridades Holandesas la
entrega de tres buques de personas que a mí me obligaron a exportar, de los
cuales la mayoría eran niños.
Además de eso, Amelia cerró un trato con Frank Rothstein para entregar
a su padre, pues eso le ayudaría a él a crear una cortina de humo con la que
tendría la oportunidad de hacer sus propias mierdas, sin que las autoridades
metieran sus narices en ello. Con esa información, recibida por parte de
alguien dentro del grupo de Rothstein, David aprovechó para convencer a
su hermano de cortar de raíz el problema, y el peligro que significaba
Amelia para los Vigilantes. Y esa vez el maldito viejo decrépito le tomó la
palabra.
Y la gran ironía del caso: no fue Amelia, pero sí su hermanita la que creó
para Rothstein una buena cortina de humo.
—Bien, caballeros, dama —dijo Evan, y Lilith le sonrió, encantada de
que se refiriera así a ella—. Tenemos vigías apostados en puntos clave del
búnker, en el que David se esconde y tiene cautivos a sus compañeros. Han
sido guiados según las indicaciones de Isamu —informó, desplegando un
holograma con el mapa virtual que recrearon junto a Connor.
—Vamos a dividirnos en grupos —continuó Darius, y siguió dando las
indicaciones para que todo nos quedara claro.
—Hay varios puntos ciegos en los que los hombres de David podrían
sorprendernos —previó Lilith. Ella se uniría a nosotros porque aseguró que
necesitaba algo de acción fuera de la cama.
—Eso solo pasaría si no nos tuvieran de su lado —declaró Connor y,
lejos de ser un fanfarrón, estaba siendo sincero.
—¿Qué? ¿Tienes ojos en el cielo? —lo chinchó Lilith, y Connor sonrió
de lado, y tras eso dio un silbido.
Varios compañeros Grigoris, que esperaban afuera por indicaciones,
entraron llevando drones con ellos. Pero no eran los típicos aparatos con los
que los niños jugaban. Esos fueron fabricados por ellos, para chicos grandes
y malos.
—En el cielo, en la tierra, en las paredes, en los árboles. Donde tú
quieras —se mofó Connor, y contuve una sonrisa.
Lo de Jane en serio debía tenerlo mal, ya que, solo cuando no sabía
sobrellevar una situación sentimental, se ponía gruñón y fanfarrón al mismo
tiempo. El tipo intimidaba incluso con la férula en su pierna y sentado en la
silla de ruedas. Y conseguir algo así, en ese estado, no era para cualquiera.
—Tendré que convencer a Jane para que no te acepte de nuevo, porque
me gustas más así —lo provocó Cameron y, utilizando los controles en su
Tablet, Connor hizo que uno de los drones en el aire sacara el arma y lo
apuntó con ella—. Joder, no aguantas nada —se quejó Cam alzando las
manos.
Con las cosas claras, decidimos que Belial se quedaría en la bodega (la
cual ocuparíamos como base para esa operación), ayudándole a Connor con
los drones, pues él sabía manejarlos bastante bien.
—Cuidaré a mi culito desde aquí —le dijo a Lilith al despedirse, y le
propinó un azote en el culo a su chica.
—Solo ten cuidado de no ser tú quien me dispare, cariño —advirtió ella.
Me bajé la máscara antes de salir de la bodega, y noté que Cameron y
Evan me miraron, incrédulos quizá, porque después de luchar en contra de
mí, lo harían conmigo.
—Debo admitir que se siente bien tener lo mejor de dos mundos —
confesé, girando la cabeza para destensar mi cuello.
Esa vez no tenía activo el cambiador de voz.
—Lo cierto es que en ambos mundos has sido un hijo de puta —señaló
Cameron, y no se lo discutí.
Nadie de hecho.
—Apégate a las indicaciones. —Escuché que Darius le advirtió a Isamu,
y este se limitó a sonreír de lado.
Seguido de eso nos trasladamos en equipos de tres hacia el búnker de los
Vigilantes. Evan me acompañó a mí, aunque se quedaría afuera del lugar
porque sería el encargado de manipular los drones con las bombas de menor
magnitud e impacto. Mientras que Connor se encargaría de las más letales.
Y la batalla no fue fácil, aunque tampoco difícil porque, aunque había
muchos Vigilantes, estos estaban más dispuestos a entregarse con tal de no
morir, una debilidad que provocó la muerte de Lucius y Derek, y el arresto
de Amelia. Y éramos conscientes de que David no estaría ahí, pues no era
tan estúpido como para exponerse, pero igual lo sepultaríamos porque esa
noche perdería a la mayoría de su gente, y de paso la droga y el dinero en
efectivo que guardaban en las bodegas.
En otras palabras: de Vigilante solo le quedaría el nombre.
—Mierda —escuché que exclamaron, y sonreí al reconocer la voz de
Owen.
Acababa de llegar cerca de la celda en la que lo tenían, pero antes me
deshice de una manera medio sádica de los tipos que se interpusieron en mi
camino.
—¿Me extrañaste, osito panda? —inquirí, y él sonrió feliz e incrédulo al
escucharme.
—¡Jesús, Sombra! Ahora mismo quiero llorar —aceptó.
Disparé a la cerradura en dos ocasiones para que esta se abriera y cuando
Owen salió al pasillo y la luz lo iluminó, entendí por qué quiso llorar.
—Puta madre, Owen. ¿Qué te hicieron? —bramé. Tenía el rostro
inflamado y lo poco que se le veía de los ojos estaban al rojo vivo.
—El otro quedó peor —bromeó, y no supe de dónde sacó ánimos para
eso.
Los hombros se le veían dislocados y uno de los codos no estaba en la
posición correcta.
—Oh, mierda. Tendrás que mostrarme al hijo de puta que te hizo esto —
masculló Lilith al llegar a nosotros. Llevaba el rostro manchado de sangre,
que supe que no era de ella, y un dron la seguía de cerca.
—Necesito que me ayuden aquí —ordené por el intercomunicador en mi
oído.
Los Grigoris que habían estado más cerca llegaron para ayudarle a Owen
a caminar, y con Lilith los escoltamos hacia la salida. Yo al frente y ella
atrás.
—Tenemos a Lewis —avisó Darius por el intercomunicador. Él era
acompañado por Marcus.
—Nosotros estamos por llegar con Serena —aportó Cameron, quien hizo
equipo con Isamu.
—¿Lewis está bien? —inquirí para Darius.
—Sí. Dice que torturaron físicamente a Owen para joderlos a él y a
Serena mentalmente.
—Quiero a los malnacidos que se atrevieron a tocar a mi osito —exigió
Lilith con la voz desquiciada.
Yo también los quería, porque iba a devolverles cada cosa que le hicieron
a Owen. Y sabía que Lewis reclamaría su lugar para vengar a su mellizo.
—¡Hemos recuperado a Serena! ¡Ella está bien, camina por su propio
pie, pero está histérica porque hayamos permitido que Isamu viniera por
ella! —gritó Cameron, y cerré un ojo al sentir que iba a explotarme el
tímpano.
—Tenemos a los tres tipos que ejecutaron la tortura. Los llevaremos con
nosotros para que reciban un trato especial —informó Marcus.
—Bien, es hora de que todos salgan para terminar de una buena vez con
lo que queda de estas mierdas aquí —recomendó Evan.
Los Grigoris que llegaron con nosotros, junto a Miguel, Rafael y Gabriel,
se encargaron de poner bombas en las paredes de todo el búnker, para que la
destrucción se magnificara y no quedara ningún lugar sin explotar. Así que
le obedecimos a Evan y salimos de inmediato del lugar, marchándonos por
nuestra cuenta en las Todoterreno que llegamos.
Y cuando nos alejamos de ahí y presenciamos desde varias millas de
distancia la obra de Evan y Connor, sonreí porque durante tres años soñé
con este día, uno que veía lejano, incluso imposible de que sucediera, pero
ahí estaba viviéndolo en carne propia.
—En este juego no gana el que mueve más rápido, sino el que piensa
mejor sus movimientos, LuzBel —recordó Darius, hablándome por el
intercomunicador.
—Y cuando menos se lo esperen, derroca al rey. No importa si para eso
pasen días o años, incluso una vida completa, solo hay que hacerlo bien —
ratifiqué yo, y lo escuché reír—. Eres un buen jugador, Darius Black.
—Y tú una excelente pieza.
—Vete a la mierda —refuté, pero ambos nos reímos en ese momento.
—Al menos tenemos suerte en el juego, porque en el amor somos un
fiasco —se entrometió Marcus con su humor negro.
—Siento interrumpir este momento tan nostálgico, pero tengo que
avisarles algo —habló Connor, y esperamos a que continuara—. Isamu ha
tomado otro rumbo con la chica, no viene hacia la bodega.
Puta madre.
—¡Joder! Yo sabía que ese hijo de puta tramaba algo —escupió Darius.
No dije nada, opté por pedirle a la operadora del coche que marcara el
número de ese asiático infeliz, y esperé a que me respondiera,
desesperándome porque llamaba, pero él no respondía hasta que estuve a
punto de cortar la llamada para volver a marcarle.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —escupí cuando descolgó.
—Ella y yo tenemos una cuenta pendiente, así que, antes de regresarla
con ustedes, vamos a saldarla —respondió con mesura.
—No te atrevas a dañarla, Isamu.
Escuché a Serena de fondo espetando cosas ininteligibles, e imaginé que
la tenía amordazada.
—Todo lo contrario, LuzBel. Me aseguraré de que nadie la haya dañado,
antes de cobrar mi venganza.
—Maldito hijo de puta, voy a hacerte pagar si la tocas de alguna manera.
—¿Y si es con su consentimiento?
—Isamu —advertí.
—Tienes mi palabra de que no la dañaré. Y mi palabra es todo el honor
que yo poseo.
—¡Mierda! —grité cuando cortó la llamada.
Solo eso me faltaba, rescatar a Serena de las manos de un loco para que
cayera en las de otro. Pero tampoco sería hipócrita, ya que estaba seguro de
que, si yo hubiera tenido una oportunidad como esa para saldar mis cuentas
con la Castaña, la habría tomado, se interpusiera quien se interpusiera en mi
camino.
Ni el diablo me habría detenido.
—¡Yo sabía que ese hijo de puta tramaba algo! ¡Por eso no estuve
convencido de separarnos! —gritó Darius cuando llegamos a la bodega.
—Me dio su palabra de que no la dañará.
—¿Y le creíste? ¡No me jodas, LuzBel! —espetó.
Lewis estaba igual de molesto, pero la preocupación por su hermano no
lo dejó explotar como lo estaba haciendo Darius.
—Resolvamos esto después. Ahora mismo debemos llevar a Owen al
hospital —se entrometió Belial, y lo agradecí.
—Yo me hago responsable de Isamu y Serena. De seguro sus
compañeros me dirán dónde podemos encontrarlo —resoplé.
Connor le había perdido la pista al coche porque el asiático resultó ser
muy escurridizo, además de que se aseguró de quitar el rastreador del auto
para que no diéramos con él por medio de eso. Por lo que Darius tenía toda
la razón, el hijo de puta trazó su propio plan.
Jugó para nosotros con tal de conseguir su jaque mate personal.
Connor, Evan y Cameron se encargarían de llevar a toda la élite que tuve
como Sombra, hacia el cuartel Grigori para instalarlos en las habitaciones
con las que contábamos allí, para recibir a las visitas de otras sedes,
mientras conseguían un lugar propio cuando estuviéramos seguros de que el
peligro fue erradicado.
Marcus y Darius también irían con ellos para poder monitorear a Isamu
en cuanto yo consiguiera más información por medio de Caleb o Ronin.
—Vamos —insté a Lewis, pues seriamos los encargados de llevar a
Owen hacia el hospital.
Durante buena parte del trayecto hacia allí, escoltados por otros Grigoris,
nos mantuvimos en silencio. Mi cabeza daba vueltas con el asunto de
Serena, e imaginaba que Lewis estaba igual, pues ellos eran muy cercanos,
y fui testigo de su molestia cuando la chica puso en marcha su plan con
Isamu.
—¿Tú no estás herido? —inquirí.
Lo había visto bien, pero quería asegurarme de que no tuviera daños
escondidos.
—David optó por torturarnos haciendo que viéramos cómo lastimaban a
Owen —gruñó entre dientes.
Su mellizo iba en el asiento trasero con los ojos cerrados.
—Joder, Lewis. Lamento que hayan pasado por eso.
—¿Lo lamentas? —satirizó, y me tensé—. No jodas, Sombra. —No me
extrañó que me llamara así, porque pasaron tres años utilizando ese apodo y
hasta yo me acostumbré—. No tenías por qué putas regresar por nosotros
después de lo que te hicimos, y aun así lo hiciste, hombre. Has ido a
rescatarnos, nos estás dando protección y dices que lo lamentas. —Rio con
lo último, y yo negué.
Me señaló todo eso porque ellos tuvieron que ser parte de mis torturas
cuando Imbécil era el encargado de castigarme, pero yo siempre supe que
solo seguían órdenes. Además, jamás olvidaría que ambos se arriesgaron a
morir en el momento que Owen le hizo algo al monitor para que Imbécil no
jodiera a las chicas con el dolor.
—Sí tenía que hacerlo, Lewis, porque jamás dejaría a mi élite atrás —
recalqué, y sentí su mirada estupefacta en mí—. Lo que tuvieron que
hacerme fue porque debían seguir órdenes, pero lo que ustedes hicieron por
mí fue porque les nació ayudarme. Así que jamás imagines que los dejaré
atrás.
No dijo nada, yo tampoco añadí más porque todo quedó claro. Y,
segundos después, el silencio que se formó de nuevo en el coche fue
interrumpido por un leve sollozo proveniente de la parte de atrás.
—Te quiero, viejo —musitó Owen entre lágrimas, y me reí. Lewis me
acompañó, aunque su risa fue un poco gangosa.
Era de madrugada cuando llegamos al hospital, Lewis se encargó de ir
con los médicos y enfermeras que atendieron a su hermano en cuanto
llegamos, y yo le aseguré que me uniría a ellos enseguida, solo debía buscar
a padre antes para informarle lo que pasó, además de hablar con Caleb,
esperando que me diera alguna pista con la que pudiéramos dar con Isamu.
Por lo que fui al estacionamiento subterráneo y privado para subir desde ahí
al cuarto piso.
Sin embargo, cuando bajé del coche y estuve cerca del ascensor, mi
móvil sonó con una llamada entrante, procedente de otro país.
—¿Si? —respondí receloso al descolgar.
—Hola, amor. ¿Me extrañaste? —Esa voz melosa era inconfundible, y
me tensé.
Amelia.
—De hecho, rogué para que te olvidaras de mí. Pero ya veo que Dios no
escucha a los ateos —satiricé luego de tragar con dificultad, y la escuché
reír—. ¿Qué quieres?
Fui duro, pues no le demostraría que me afectaba volver a escucharla.
—Solo darte las gracias por hacer el trabajo sucio, por mí, anoche —
alcé una ceja, sorprendido de que ya supiera de nuestra misión—, con eso
has hecho que te perdone por no haber cumplido con tu promesa, cuando
yo sí te cumplí las mías.
Me reí por su descaro.
—Me acerqué a ella, pero te cumplí en lo demás y lo sabes —aseveré—.
Y tampoco te mofes porque no me cumpliste todo, me debes lo de Dash.
—¿Dash? ¿Hablas de este Dash? —Mi respiración se volvió trabajosa
cuando llamó a alguien y luego le pidió que saludara—. ¿Somba? —No
supe qué decir durante varios segundos al reconocer esa vocecita infantil—.
Hola, Somba.
—Hola, chaval —me obligué a decir, fingiendo que nada me afectaba.
—¿Y mami? —preguntó, y dejé de respirar porque no sabía cómo
responder a eso.
¿Cómo demonios se le decía a un niño que su madre murió? ¿Cómo lo
haría entender que Alina ya era un ángel que lo cuidaría por el resto de su
vida? Si no era bueno para consolar o dar palabras de ánimos a los adultos,
¿cómo mierdas se los daría a un chiquillo?
Menos mal Amelia se dignó de mí y le dijo algo al pequeño, para que no
preguntara más por su madre.
—¿Tú tenes mi pelota? —inquirió emocionado, y sonreí.
—Tengo una mejor para ti, cuando volvamos a vernos te enseñaré
nuevos trucos —prometí, y lo escuché reír.
—Ahora está conmigo, como ya escuchaste. —Amelia volvió a tomar el
móvil para decirme eso.
—¿Está bien?
—Perfecto —aseguró—. Aunque me ofende que te preocupes por él y no
por nuestro hijo.
—Amelia…
—¿Será porque mi bebé no es tuyo? —me cortó, y el corazón me dolió
por lo acelerado que latió. Eso no podía estar pasando, maldición—. No es
necesario que respondas a eso, porque siempre he sabido que no es tuyo. Y
si fingí que sí, fue solo porque quería ver hasta dónde llegabas.
—¿A qué te refieres?
—Eso ya no importa, que te importe mejor esta propuesta que te haré —
aseveró, y callé para terminar con eso de una buena vez—. Tengo a Jarrel
esperando para que le devuelva a su hijo, pero dependerá de ti que lo haga,
LuzBel.
—¿Qué quieres ahora? ¿No te cansas de joderme? —largué desesperado.
—Quiero la dirección de Dominik.
Me cago en la puta.
Mierda.
Mierda.
Mierda.
—Tan sencillo como eso. Dime dónde lo encuentro y yo entrego a Dasher
con su papá. Y pobre del niño si le avisas algo a tu amigo, porque, hasta
que Dominik no esté en mis manos, no lo entregaré.
—¿Y quién me asegura que sí lo harás, incluso cuando tengas a Dominik
en tus manos? —escupí.
—Te lo aseguro yo, amor. Te prometo por mi vida que cumpliré. Piénsalo
si quieres.
—Hazlo. —Me giré con brusquedad al escuchar esa voz y me encontré a
Fabio. Por su semblante deduje que había escuchado lo suficiente de mi
llamada, y negué con la cabeza para él, con la intención de que
comprendiera que podríamos enviar a su hermano directo a la muerte—. Él
quiere ser encontrado por ella —aclaró, y fruncí el ceño—. Solo hazlo y
luego te explico.
Había silenciado la llamada para que Amelia no lo escuchara.
—¿Sigues ahí? —preguntó ella, y Fabio asintió animándome.
—Está bien, anota la puta dirección —espeté.
Fabio se la escribió en la mano, con el bolígrafo que llevaba en el
bolsillo de su camisa, y luego se la dicté a Amelia.
—Si cumples, yo cumplo, LuzBel —me advirtió antes de colgar.
No me dejó pedirle que cuidara a Dasher, que no lo dañara. La hija de
puta cortó para que quedara claro que de nuevo tenía el sartén por el mango.
—Si le avisas, si haces algo para proteger a Dominik, temo que va a
matar al niño, Fabio. ¿Comprendes eso? ¿Entiendes que puede matar a tu
hermano también?
—Tú te llevaste bien con nosotros desde que nos conocimos porque
tenemos algo en común —habló con parsimonia, y alcé una ceja.
—Por tu bien, espero que no digas que eso es que nos gustan las mismas
mujeres. —El malnacido sonrió de lado ante mi advertencia.
—Además de que somos unos suicidas. ¿O crees que no he notado que
disfrutas que tu vida esté en las manos de Isabella?
—La tuya estará en mis manos si pretendes algo con ella.
—Dominik ha querido reencontrarse con Amelia desde que supo que la
metieron a la cárcel —informó, ignorando lo que le dije—. Y se puso como
loco al saber que la liberarían, porque teme que jamás verá a su hijo. Así
que, de una manera u otra, ambos se buscarán, por lo que, si adelantarlo
servirá para que recuperes a ese niño, pues adelante.
—¿No te importa que pueda matarlo?
—Para morir nacimos, ¿no? —recalcó—. Y presiento que el imbécil de
mi hermano lo hará feliz, si es en las manos de la mujer que ama.
Antes llegué a creer que a Fabio únicamente le importaba Dominik a
parte de él mismo, pero en ese instante lo noté tan despreocupado que pensé
que me equivoqué. No obstante, su serenidad me hizo sentir un poco más
tranquilo con respecto a lo que hice, y esperé que las cosas resultaran en
buenos términos.
Subimos juntos al ascensor para ir al cuarto piso, en el trayecto, Fabio
me explicó que iba llegando al hospital para proceder con la operación de
Tess, ya que dieron el aval con el aparato, por eso me encontró en el
estacionamiento y escuchó mi llamada con Amelia.
Y cuando salimos, me sorprendí al ver a Isabella de nuevo, estaba con
Caleb y Ronin, esperando por el ascensor. Sus ojos se clavaron en mi rostro,
mostrándose nerviosa e ignorando a todos a su alrededor, como me pasó a
mí al tenerla de frente una vez más.
—¿Extrañaste la máscara? —indagó Caleb, y recordé que no me la subí.
Iba como Sombra.
—Y no solo yo, según parece —satiricé, y escuché a Isabella carraspear.
Me estaba dando cuenta de que verme como Sombra la dejaba sin palabras.
Fabio ya había salido del ascensor y, en cuanto yo lo hice, ella pasó a mi
lado para meterse en él. Esa habría sido mi oportunidad de regresarme,
cerrar las puertas y hacer que escuchara todo lo que tenía que decirle, pero
me tocaría ser maduro y seguir con mi camino, ya que había tenido
suficiente con todo lo que nos habíamos herido como para continuar así. A
pesar de que la chinché con mi comentario anterior.
—¿Dónde puedo encontrar a Isamu? —le pregunté a Caleb.
—Creí que estaba con ustedes.
—Sí, pero el hijo de puta no regresó con nosotros y se llevó a mi
compañera. Así que necesito saber en dónde mierdas se ha metido.
—Él no la dañará si es lo que piensas —respondió Isabella a la
defensiva.
Bufé una risa sarcástica.
—Si yo te llevara ahora mismo conmigo, a un lugar en donde solo
estemos tú y yo, para saldar las deudas que tenemos pendientes, ¿crees que
no te dañaría? —desdeñé, y sonreí satisfecho, a pesar de que no lo notarían,
porque mi pregunta la puso más nerviosa de lo que ya estaba, y quiso
disimularlo alzando la barbilla para mostrarse imperturbable.
—Sí lo harías, con palabras —zanjó segura, y me ardió el orgullo—.
Pero Isamu no es como tú.
—Ni Serena como tú —contrataqué.
—Entonces confía en lo que te decimos. Isamu no la dañará —se metió
Caleb. Ronin y Fabio optaron por ser solo espectadores.
Miré a Isabella a los ojos y agradecí llevar puestas las lentillas, para que
ella no pudiera leerme esa vez.
—Ustedes me pagarán si algo malo le pasa a Serena —amenacé, y luego
me giré para seguir mi camino.
—Te daré el mismo consejo que le di a ella —musitó Fabio cuando
estuvimos lo suficientemente lejos del ascensor—: si en lugar de ponerse a
discutir hasta porque respiran, se follaran hasta sacarse esa ira a punta de
orgasmos, podrían arreglar las cosas. O al menos escucharse antes de
deducir o permitir que el otro crea lo que quiere.
—¿Y por qué demonios hablas con ella de follar? —urdí con la voz
ronca por los celos.
—¿En serio, Sombra? ¿Le darás más importancia a eso que al consejo
que te doy para que de una jodida vez dejen este drama que se traen? —
devolvió él.
—Contigo sí, hijo de puta. Porque, por muy buena persona que aparentes
ser, yo sé que debajo de tu piel de oveja escondes al lobo que quiere
comerse a mi… a Isabella —gruñí corrigiéndome.
Recordando que ya no era mía.
—Una vez más: tipo inteligente. Me agradas. —Utilizó las mismas
palabras de cuando nos conocimos, y negué con la cabeza.
—Tú a mí ya no. Y agradece que estas a punto de operar a mi hermana,
jodido cabrón.
Acto seguido lo dejé antes de cometer una locura, y fui en busca de
padre, quitándome la máscara y las lentillas en el proceso, metiendo estas
últimas en su estuche, el mismo que mantuve en uno de los bolsillos de mi
pantalón cargo. No había dormido nada y no lo haría hasta que me
extrajeran la mierda de mi cabeza, y me refería al dispositivo, no a la que
tenía desde que todo se convirtió en un fiasco entre Isabella y yo.
Tras encontrar a padre e informarle lo que sucedió, y luego ver a Tess,
busqué a Lewis para que me pusiera al tanto de Owen. A él lo llevarían al
cuarto piso luego de los exámenes a los que estaba siendo sometido, pues
desde que los rescatamos pasaron a ser responsabilidad de Grigori con
respecto a su seguridad. Y en efecto, tenía los hombros dislocados igual que
su codo, además de golpes internos que dañaron algunos órganos, pero nada
que no pudiera solucionarse con el tratamiento y la medicación adecuada.
Y mientras Tess era sometida a la extracción del dispositivo, me
encargué de hablar con Darius para comentarle de la llamada de Amelia y el
trato que me propuso, además de asegurarle que Serena estaría bien,
reiterándole que la tomaba bajo mi responsabilidad. Asimismo, lo puse al
tanto de Owen, con la intención de que se lo comunicara a los demás, y él
me informó que Lilith había comenzado su venganza en contra de los
malnacidos que torturaron a nuestro compañero, prometiendo que dejaría
algo para Lewis y para mí.
Cuando llegó el momento de la cirugía de Isabella, y Fabio aseguró que
la de Tess fue un éxito, él me avisó que yo sería el siguiente, pero le pedí
esperar un poco más, porque no quería que me hicieran dormir sin antes
comprobar con mis propios ojos que la Castaña estaría bien. Y lo cumplí,
sin importar las razones que tuviéramos para odiarnos y despreciarnos,
nadie me movió de mi lugar afuera del quirófano, tampoco me apartaron de
su camilla mientras la llevaban a su habitación para que se recuperara.
Ni siquiera la presencia de Elliot me hizo marcharme, por mucho que
odiara que él estuviera presente, para asegurarse de lo mismo que yo. No
me marché hasta que Fabio confirmó que todo había sido un éxito, y que
por fin ella y mi hermana dejaron de estar en un peligro constante.
—Elijah, es hora —comunicó padre. Estaba en ese momento solo en la
habitación de Isabella, viéndola dormir con placidez, volviendo a ser aquel
ángel que conocí en el pasado.
Era paz con los ojos cerrados, dormida. Pero tempestad cuando los abría.
—Cuídalos por mí, White. Y mientras, yo los cuidaré a los tres desde
aquí —susurré, sabedor de que, cuando yo saliera de mi cirugía y volviese a
reaccionar, ella se habría ido para encontrarse con nuestros hijos.
De nuevo existirían miles de millas de distancia entre nosotros. Una vez
más seríamos como el sol y la luna, y en esta ocasión, yo estaba de acuerdo
que algo entre nosotros era imposible.
Yo también dejé de creer en el eclipse.
Capítulo 31
Prueba defectuosa
Amelia

Respiré hondo el aire de Dublín y cerré los ojos, observando desde la


terraza del apartamento el cielo azul manchado con miles de nubes, viendo
que lo estaban despejando al fin, preguntándome si alguna vez mi vida
también lo haría.
F**k U, sonaba en mis oídos a través de los AirPods, que me había
negado a quitarme desde que me entregaron con los hombres de Cillian, y
uno de ellos me los proporcionó junto al móvil que me envió su jefe, pues
él me conocía y sabía que, en el estado que estaba, la música era la única
que acallaba mi cabeza, ya que ni ocupándome con algo conseguía
mantener en silencio a esas voces que me torturaban sin parar.
—No, yo no soy la luz más brillante que has conocido. Soy en realidad la
oscuridad más intensa y asfixiante con la que te atreviste a jugar —musité
por la letra de la canción, pensando en ese hombre que anhelaba encontrar,
para comenzar a cobrarle un par de deudas—. Atravesaste mi corazón de la
peor manera, así que ahora espera por tu muerte, sin un final feliz para ti y
para mí.
Salí de ese trance en el que entré en segundos, hasta que las uñas me
atravesaron las palmas de las manos y me di la vuelta, quedando de frente a
la sala del apartamento. Dasher se hallaba ahí, jugando con los miles de
juguetes que Cillian ordenó que le compraran, para que las niñeras no
pasaran tanto trabajo con él si el pequeño se aburría.
Lo había recuperado semanas atrás y nos aseguramos de que estuviera
bien, sin ningún rasguño, sin ningún daño. Y, para suerte de mi padre (en
ese momento), la familia con la que lo envió no eran unos enfermos, como
muchos de los otros con los que solía asociarse. Por eso los dejé vivir.
—¿Has conseguido la dirección? —preguntó Cillian llegando a mi lado.
No me había dejado sola desde que sus hombres me entregaron con él en
un hangar privado de Costa Rica, país a donde me trasladaron luego de que
Gibson me liberara, hasta llegar a Dublín, su tierra; a un apartamento de
lujo que adecuó con todas las necesidades tanto para mí como para Dasher
Spencer.
—Por supuesto —respondí en un tono que indicaba que siempre
conseguía lo que me proponía.
Minutos atrás había terminado de hablar con LuzBel. Hice mi
movimiento con él, luego de que uno de los hombres de mi élite en los
Vigilantes me informara que habían atacado el búnker de la organización y
lo hicieron explotar hasta dejarlo hecho polvo; destruyendo toda la
tecnología con la que tío David contaba, a parte de la información
importante en los ordenadores, la droga, las armas y el dinero.
LuzBel y su gente se deshicieron del único tesoro que mantendría en pie
a los Vigilantes. Él y Darius consiguieron dar un jaque mate del que David
Black no se recuperaría tan fácil. Al menos no durante un buen tiempo. Y
me regocijé con la noticia porque sentí que de alguna manera cortaron una
de las cadenas que me mantenía atrapada en un infierno.
Acabaron con años de torturas, abusos, desprecios, desestabilidad, dolor
y muerte.
Aunque eso no bastaría para borrar de mi cabeza aquellos recuerdos de
los toques ilícitos recibidos, disfrazados de caricias paternales. Del odio que
tuve que esconder, de la necesidad y conformidad que desarrollé, porque era
de la única manera que obtenía un buen trato; un poco de lo que creía que
era el amor que merecía.
El mismo trato que en su momento busqué en Darius, porque me dolía
que él quisiera cambiarme, que no me tolerara tal cual era, así como
pensaba que los demás sí me querían. Y supuse que de esa manera lo
convencería de amarme con mis demonios, de aceptarme con mi
desequilibrio.
Pero me equivoqué.
Y era muy consciente de que, aunque Darius nunca diría lo que sospechó
que en algún momento busqué de él, para que fuera feliz conmigo y me
amara como la vida decidió crearme, eso fue lo que lo llevó a abandonarme
cuando se rindió, pues entendió que yo jamás comprendería que, lo que veía
como bueno para mí, era lo que me destruía poco a poco en realidad.
Darius aceptó que yo viviría por siempre entre el abismo y el infierno.
Saltando en un trampolín que me mantenía girando en el aire, flotando sin
dejarme caer. Llevándome de un punto a otro, a través de lo malo a lo peor;
en una relación tóxica conmigo misma.
Enamorándome cada vez más de cuando soñaba con morir.
—¿Quieres que procedamos ya? —preguntó Cillian con su voz aguda,
cuando me saqué uno de los AirPods por primera vez desde que nos
reencontramos.
Me había sonreído de lado. Ese gesto sexi que le hacía ganar mucha
admiración y deseo por parte de las personas en general.
Era un hombre de treinta y cinco años, el heredero de un imperio
farmacéutico que le daría el poder y las comodidades para vivir esta vida y
cinco más. Su cabello rubio oscuro y su barba corta de un tono rojizo
dorado, junto a los ojos verdes esmeralda, le daban esos rasgos
característicos de su país. Pero el porte elegante, la estatura de casi metro
noventa, el cuerpo atlético y rasgos faciales duros, demostraban que con él
no solo se podía encontrar suerte u ollas de oro, sino también mucho
peligro, pasión y muerte.
En su momento fue un excelente amante, además de el mejor de mis
aliados, que esto último lo seguía siendo. Pero como ambos lo teníamos
claro, ni Cillian fue hecho para mí ni yo para él.
—Para ayer es tarde —le respondí, provocando que me alzara una ceja
con galantería.
—¿Qué quieres que hagamos con el niño?
—Ya he hecho sufrir demasiado a su padre, así que entréguenselo, pero
exijan que no diga nada hasta que yo tenga en mis manos a Dominik
D’angelo —sugerí.
—Como siempre, tus deseos son las únicas órdenes que acepto con
gusto, mo ghrá rúnda.[14]
Lo miré en ese instante, y me acerqué a él, alzando el rostro para mirarlo
a los ojos. Pensando en que, incluso con Sile en el medio (su esposa),
amarlo habría sido más fácil, porque al menos con Cillian estaba segura de
ser correspondida.
El hombre era capaz de seguir dando la vida por mí, pero bien decían que
en el corazón no se mandaba, y el mío ya tenía claro a quién le pertenecía,
incluso cuando por muchos años estuvo equivocado. Sin embargo, la vida
siempre encontraba las maneras de joderme, y yo no aprendía la lección,
pues tendía a amar a quien no me amaba. A quien únicamente me usaba.
Me lo comprobó mi madre, luego mi padre, seguido por Derek, y en la
fila estaba Elijah, para terminar con Dominik D’angelo. El tipo con el que
me estuve acostando por meses, quien creyó que me vería la cara de
estúpida por siempre, sin contar con que supe enseguida que él no era el
hombre que en ese momento quería, pero con quien me conformé porque
me gustó la mentira de sentirme deseada de verdad.
Hasta que lo vi con Isabella y entendí que era uno más de los que la
preferiría. Y mis demonios se aprovecharon de eso, susurrándome a cada
momento que él se acercó a mí por órdenes de ella. Y se lo haría pagar
antes de proceder con lo que quería de verdad.
—Gracias por ser la única persona en amarme de verdad.
—Por siempre y para siempre, mi hermosa Dahlia —susurró Cillian
cerca de mis labios. De él era el único que amaba que me llamara así,
porque lo hacía con adoración. Y en respuesta, terminé de cerrar la poca
distancia entre nosotros y lo besé.
No era un beso que nos llevaría a la cama, pero sí uno con el que me
estaba despidiendo de él, ya que después de ese día no estaba segura de que
nos volveríamos a ver.
Luego de eso se llevó a Dasher con él. Jarrel estaba en una ciudad
cercana, llegó siguiendo las indicaciones de Cillian para recuperar a su hijo.
Y pensaba entregárselo sin más, pero Dominik resultó ser un hombre difícil
de encontrar, por lo que tuve que ocupar al pequeño antes de deshacerme de
esa carta a mi favor.
Por la noche me fui a mi habitación para descansar, dándole todo el
volumen al reproductor para que Trampoline sonara en cada rincón del
lugar y no me permitiera escuchar a mi cabeza. Cillian me dejó a varios de
sus hombres porque así se lo pedí, pues tenía miedo de lo que podría hacer
contra mí misma estando sola, ya que mis momentos de lucidez estaban
siendo muy cortos y escasos desde que dejaron de darme aquella
medicación de la cual creyeron que nunca me di cuenta.
Y si no la busqué yo misma fue porque desde hace mucho me había
rendido, no quería seguir más con esa vida, prefería llegar de una maldita
vez al punto sin retorno en el que mis demonios terminarían de gobernarme
y haría lo que ellos deseaban, hasta acabar con mi tormento. Pero entonces
mi periodo se ausentó, por más tiempo del que solía desaparecer, y cuando
me hice esa prueba de embarazo y dio positiva, tuve miedo de morir.
No por mí, sino por la vida que ahora llevaba en mi vientre, ya que yo no
quería ser como la mujer que me llevó en el suyo y luego me abandonó en
ese infierno.
No obstante, los altibajos se hicieron más constantes y sabía que de un
momento a otro perdería la razón, por lo que necesitaba la ayuda de alguien
que, si bien no iba a luchar por mí, al menos esperaba que lo hiciera por la
personita en mi vientre.
¿Para qué quieres procrear a alguien que podría nacer con tu
maldición?
Deberías deshacerte de ella, sería el mejor regalo que le darías.
Estoy de acuerdo. ¿Para qué tener una madre que finalmente te matará
cuando nazcas?
Mejor hacerlo ya, ¿no?
Sí, ahora mismo no sentirá nada. Le ahorrarás el dolor de nacer
teniendo a una madre como tú.
Serás peor que ella, que tu madre.
—¡Ya! —supliqué cuando estaba en el baño, viéndome en el espejo.
Mi reflejo me decía todas esas cosas, hablando con sus múltiples yo,
cobrando vida. Eran mis demonios saliendo de mi cabeza como en otras
ocasiones.
Esos demonios a los que llegué a amar, porque para bien o para mal eran
los únicos que jamás me abandonaron. Ni cuando Lucius me sometió a los
electrochoques o me entregó al padre de Cillian para castigarme. Ellos
siempre estuvieron conmigo, los únicos fieles, por eso les obedecí cuando
me inducían a que me cortara, a que me dañara de alguna manera.
Ríndete. Quiebra el espejo, toma uno de sus pedazos e incrústalo con
fuerza en tu vientre. Será fácil y rápido, también muy doloroso.
¿Escuchaste bien? Dolor, pequeña y salvaje Dahlia. El dulce dolor que te
hace olvidar.
—¡Ah! —grité, y le di un puñetazo al espejo.
No porque quería obedecer, sino porque necesitaba borrar ese reflejo,
que en ese momento tenía los ojos más oscuros y una sonrisa malévola.
Pero cuando uno de los pedazos de vidrio roto cayó en el lavabo, me vi
tomándolo con la mano temblorosa y los nudillos sangrantes. El dolor en
ellos se había sentido dulce y silenció mi cabeza por un momento.
Hazlo, pequeña Dahlia. Termina de una vez con esto, evítale una tortura
a ese feto.
Me vi en el pedazo de espejo que yacía en mi mano, manchado con la
sangre de mis nudillos. Y derramé mis lágrimas porque esa vez escuché la
voz de mi madre. Aquella dulce voz con la que muchas veces aseguró que
me amaba, con la que juró que nunca me abandonó, cuando las dos
sabíamos que sí lo hizo.
Si yo no te quise y nadie más lo hace, ¿crees que ese bebé sí lo hará?
¿Crees que no se avergonzará de tener a una loca como madre? ¿A una
desquiciada que en un arranque de histeria la dañará?
Tu madre dice la verdad, es mejor ahora que es un bebé no nacido, que
apenas se está formando. Tú decides sobre él, nadie más tiene derecho, ni
él mismo porque no piensa, no razona, no siente.
—¡Oh, Dios! No, por favor —me supliqué a mí misma cuando alcé el
vidrio grande y puntiagudo en mi mano, dispuesta a obedecerle a mis voces.
Mi reflejo volvió a sonreírme, su gesto siendo más grande de lo normal,
demoniaco incluso—. Yo quiero a este bebé.
¡¿Para qué?! ¡¿Para darle lástima a un tipo que ni te quiere?! ¡¿Para al
fin retener a alguien a tu lado, ya que nunca pudiste hacerlo por tu
cuenta?!
¡Deja de ser tan estúpida! Podrás continuar con el embarazo, pero solo
serás una incubadora. En cuanto nazca ese bebé te separarán de él, porque
eres un peligro.
Acabaste con la vida de tu propia madre, perra asesina.
Ella fue una incubadora por tu culpa, te parió sin quererte, y mira la
vida que tuviste. ¿Acaso quieres eso también para el feto?
—Por favor —rogué al apretar mi agarre en el objeto filoso y sentir
cómo cortó mi palma—. ¡Por favor! —grité al prepararme con la fuerza y
distancia suficiente para que el apuñalamiento fuera limpio y certero.
El alma que no creí tener se me estaba partiendo, me estaba rompiendo
en pedazos. Mi mente ya se había desfragmentado, y perdí el dominio
propio y el control de mis movimientos.
Haces lo correcto, cariño.
—Júrame que lo es —supliqué.
Es lo correcto, dulce Dahlia. Hazlo, no te detengas.
Cedí.
Iba a hacerlo.
Era lo mejor.
El bebé no sentía, volvería al lugar de donde nunca debió salir.
Pero entonces, cuando empujé el brazo hacia mi abdomen, uno de los
hombres que Cillian dejó conmigo irrumpió en el baño y me detuvo a
centímetros de mi vientre, lanzando el vidrio lejos de mí. Y aquellos
demonios en mi cabeza chillaron de una manera que me erizó la piel, que
me provocó escalofríos y miedo de mí misma.
Porque yo era mi peor enemiga, mi mayor amenaza. El monstruo más
peligroso en mi vida.
El hombre pidió ayuda cuando me encerré en mí misma y me metí entre
sus brazos para que no me dejara ir y no permitiera que volviese a intentar
dañar a mi bebé. Escuché a lo lejos que llamó a un médico, y actué en
automático en cuanto me llevaron a la cama, revisaron el daño que me hice
y luego me dieron algo para que mi mente encontrara un poco de paz, sin
dañar al bebé que yo misma traté de asesinar.
Y antes de ceder a los brazos de Morfeo, pensé en las veces que Cillian
me quiso ayudar, pero yo no se lo permití por soberbia, porque no estaba
dispuesta a que me encerraran en un lugar en el que ya me habían hecho
daño.
Recordé además las cosas que hice y que siempre me hicieron ver como
el monstruo de la historia de los demás, y no solo como el de la mía. Por
ejemplo: cuando dejé que secuestraran a Dasher porque mi padre estuvo a
punto de descubrir la ubicación de los hijos de Isabella; y no porque supiera
de ellos, fue más una coincidencia que su buena suerte iba a proporcionarle.
Pero lo supe a tiempo y conseguí borrarlos de nuevo de su mapa. No
obstante, si quería proteger a los hijos de quien creí el amor de mi vida,
tenía que darle a mi padre a alguien que le satisficiera. Y Dasher fue la
mejor opción, por muy cruel que fuera.
Sonreí al pensar también en que le puse el dispositivo a Elijah porque mi
padre encontró la manera de bloquear el chip que él le colocó a Isabella, en
lugar de a Tess como sugerí. Lo haría acercando a ella un inhibidor militar,
por eso el día de la batalla la tipa sintió dolor cuando Lucius nos sorprendió
en aquel almacén.
Así que la única manera de que la dejara tranquila y que no me castigara
a mí por haberle entregado el chip a Elijah era que yo le colocara el último
dispositivo que quedaba a él. Pero antes me aseguré de que solo yo pudiera
torturarlo. Y tuve que hacerlo por un momento, únicamente para convencer
a mi padre y a Derek, rogando que con eso Elijah dejara de hacer
estupideces, ya que me estaba dejando sin opciones para protegerlos a
ambos, y de paso, a sus hijos.
Y de pronto recordé algo que creí haber olvidado por los electrochoques
a los que me sometieron. Un suceso que hizo que en ese momento volviera
a llorar: maté a Enoc por venganza, porque me regresó al infierno cuando
yo lo único que busqué fue escapar como lo hizo su esposa.
Pero a ella, a la mujer que me dio la vida, no la asesiné yo.
Simplemente la toqué para darle paz, en el momento que me suplicó que
yo me salvara, mientras ella, mi madre, aceptaba lo que mi padre y sus
hombres iban hacerle, luego de haber luchado juntas casi hasta la muerte,
para protegernos e intentar huir de las garras de ese engendro del infierno.
—Ahora entiendo que la he protegido por ti, mamá —susurré entre
sollozos.
Durante mucho tiempo creí que, a pesar de odiar a Isabella con todo mi
ser y querer matarla con mis propias manos (u ocasionarle dolor porque me
alimentaba de eso), terminaba por protegerla de lo que otras personas
intentaban a hacerle, simplemente porque deseaba que solo sufriera por mi
mano.
Incluso llegué a creer que la protegí porque después de todo ella era
como un reflejo de lo que yo anhelaba ser: fuerte, guerrera, aceptada y
amada.
Pero que jamás serías, porque a lo único que tú llegarías era a prueba
defectuosa. De esas que se desechaban en la basura. Que tenían que ser
eliminadas para no volver a cometer el mismo error.
Sollocé ante ese susurro.
—No me importa ya ser una prueba defectuosa. Porque incluso siéndolo,
aun cuando me obligaron a olvidar y creer que yo asesiné a mi madre, no
pudieron borrar que cuando hui de aquel lugar en el que me la arrebataron
le prometí por mi vida que protegería a su hija.
Y lo hice, a pesar de que yo misma pensaba en deshacerme de ella,
siempre hubo algo dentro de mí que me obligó a mantenerla con vida. Y
más cuando descubrí que estaba embarazada en un viaje que hice a Tokio.
La odiaba con todo mi ser, pero yo siempre cumplía mis promesas. Y la
que le hice a mi madre me llevó a convertirme en la torre que protegería a
una reina vapuleada.
Dos días después de superar mi estado esquizofrénico, me transportaba
hacia la fábrica en la que la gente de Cillian tenía a Dominik.
La manía estaba haciéndose cargo de mí, por eso me sentía reconfortada,
fuerte y poderosa. La venda en mi mano era negra, a juego con mi ropa. Y
ese día me maquillé y peiné para verme tan hermosa como me sentía.
Cillian me había explicado, por medio de una llamada telefónica, que no
se les complicó atrapar al tipo, que hasta parecía dispuesto a ir a donde le
pidieran, cosa que me extrañó. No obstante, lo trataron como lo que era: un
cautivo.
Dasher ya había sido entregado a su padre y Jarrel cumplió su palabra de
no decir nada, aunque era sabedora de que Darius o LuzBel lo buscarían al
ingresar a Estados Unidos para asegurarse de que el niño estuviera bien.
—Le dimos una suave bienvenida, como ordenaron.
—¿Ningún hueso roto? —inquirí yo para el hombre que anunció eso,
cuando llegué a la fábrica.
—Solo un poco de sangre.
—Perfecto —celebré.
Iba sola, Cillian no me acompañaría más, porque sabía que ese asunto
únicamente me concernía a mí.
El hombre que me recibió se encargó de guiarme hasta la planta
subterránea del lugar. La fábrica de la farmacéutica O’Connor, en la que
creaban los medicamentos que luego sacaban al mercado.
—¡Ya, joder! ¡Sei uno stronzo![15] —Escuché esa demanda y ofensa. Y a
lo lejos vi a mi invitado.
Se hallaba de pie, encadenado de las muñecas, con cadenas gruesas que
pendían de unas vigas en el techo, y abrían sus brazos para que recibiera los
golpes sin meter las manos o encorvarse. Tenía el torso desnudo, descalzo y
con un vaquero que caía bastante bajo en sus caderas. Y odié que mi
corazón se acelerara porque era la primera vez que veía aquellos músculos
que palpé con mis manos y adoré con mi lengua.
Lo había provocado meses atrás, cuando sorprendí a Elijah en el privado
de Vikings y él se encontraba allí con su hermano, pero, como el cabronazo
que era, simplemente me saludó como si hubiera visto a una mesera más del
club, la cual no le despertaba ni el más mínimo interés. Incluso decidió
concentrarse en Serena, importándole un carajo mi cercanía con LuzBel, o
Sombra en ese momento.
Y cuando me fui esa noche, no volví a verlo. Y me dolió que se marchara
dejándome atrás, demostrándome que no fui más que un favor que le hizo a
alguien. Luego me desesperó la idea de no estar con él de nuevo, por eso en
aquella borrachera de LuzBel terminé suplicándole que me devolviera a mi
Sombra, con la esperanza de que le pidiera a su amigo regresar para que
ocupara su lugar.
Y lo hizo tiempo después para dejarme un regalito. Uno del que deseé
que supiera por mi boca, por eso, en lugar de decírselo a LuzBel, se lo dije a
él mismo la última vez que estuvimos juntos. Pero el malnacido se mostró
furioso y luego me dejó sola, pensando en si se metió en el papel de Sombra
o si en realidad odió la idea de tener un hijo conmigo.
Fuera como fuera, él era la única esperanza de ese bebé en mi vientre,
por eso estaba ahí.
—Y aquí estás, ratoncito —hablé con malicia, llamándolo así por lo
difícil que me fue dar con él.
Los tacones de aguja de mis botas resonaron con cada paso que di más
cerca de él. Me buscó con la mirada, y noté sus ganas de asesinarme, por la
bienvenida que pedí que le dieran. Sus ojos eran grises, tenía una piel
bronceada que relucía con la luz del lugar y el cabello de dos tonos de
rubio, uno más oscuro que el otro. Labios carnosos, nariz perfilada y
mandíbula fuerte. Y unas cejas de cazador que hacían juego con su mirada,
a pesar de que en ese momento solo fuera mi presa.
La V en sus caderas era bastante pronunciada, y los tatuajes en sus
brazos y torso completo brillaban con el sudor que emanó. Era tan alto
como lo recordaba, aunque más musculoso en ese momento sin llegar a lo
exagerado, solo lo suficiente para querer morderme el labio e imaginarlo
desnudo y entre mis piernas.
Culparía a mi hipersexualidad y a las hormonas enloquecidas por el
embarazo.
—¿O prefieres que te llame Sombra? —pregunté, y sonreí de lado al ver
su sorpresa.
Tenía sangre en la comisura de su boca. Con la mirada le ordené al tipo
que había estado divirtiéndose con él que se fuera porque había llegado mi
turno.
—¿Lo sabes? —inquirió Dominik con su voz grave, y me acerqué más a
él, hasta que sentí la calidez que emanaba y su aroma corporal mezclado
con la de su fragancia.
Antes de responderle, alcé la mano y tracé sus pectorales con mi uña,
haciendo un círculo en sus tetillas y subiendo con lentitud a su mandíbula.
Su nuez de Adán subió y bajó al tragar en el instante que nuestras miradas
se alinearon.
—Desde que susurraste en mi oído que yo era un hermoso engaño —
aclaré, y eso lo sorprendió aún más, pues me lo dijo la quinta vez que
estuvimos juntos.
—Si es así, ¿por qué demonios lo aceptas hasta hoy? —indagó, y sus
celos y rabia me indicaron que estaba pensando en la ocasión en la que le
pedí a LuzBel que me follara sin la máscara.
O cuando lo provoqué en Vikings.
—Porque antes te demostraría que, en lugar de un hermoso engaño, soy
un dulce y perverso castigo —aseveré, y el cabrón sonrió de lado.
Furiosa por eso, lo cogí de la parte trasera de su cabello y estampé mi
boca con la suya.
Si pensaba matarlo, al menos lo disfrutaría una última vez.
Capítulo 32
Me matas
Isabella

Ver a Hanna después de encontrarla en el apartamento de LuzBel y saber


lo que ambos hicieron allí, jugaba con mi autocontrol tal cual un niño
encendiendo una cerilla cerca de la pólvora.
No la soportaba, a pesar de ser consciente de que ella no tenía la culpa de
nada. Pero no podía evitar el sentimiento enfermizo de celos y posesividad
que me embargaba al verla en esa habitación, al lado de LuzBel, tomándole
la mano, esperando que él reaccionara de la anestesia que le pusieron para
extraerle un dispositivo del que supe que tenía por medio de Caleb.
Él se enteró de ello en la reunión a la que yo evité asistir, y todavía me
tenía anonadada, sobre todo porque, además de eso, Caleb también averiguó
que el maldito dispositivo servía para castigar con dolor hasta el punto de
un derrame cerebral, o para premiar por medio del placer, uno que podía ser
capaz de provocar el fallo cardiaco.
Y, cuando supe todo eso, entendí mejor por qué mi cuerpo reaccionó
aquel día con Derek, a algo que ni mi mente ni mi corazón querían. Nunca
se trató de droga o un deseo enfermo por ese ser tan aberrante, siempre fue
porque manipularon mi cuerpo, y deseé revivir al malnacido, para volverlo
a torturar de una manera peor, por lo que nos hizo.
—Linda, el jet estará listo para que podamos irnos por la madrugada —
informó Caleb llegando a mi lado.
Estaba observando a LuzBel desde la ventana de su habitación. No quise
entrar porque, después de todo el odio que nos habíamos proclamado, me
parecía demasiado hipócrita de mi parte estar ahí con él, y que los demás
dijeran que ahora sí deseaba que estuviera bien, cuando antes lo quise
matar. Además de que Eleanor parecía sentirse a gusto con Hanna
acompañándola, por lo que no sería yo quien las incomodaría con mi
presencia, ya que con ella discutí antes por haberle dicho a su hijo sobre los
míos.
Y, aunque sé que ella confiaba ciegamente en LuzBel y solo defendió los
derechos de su primogénito, como aseguró, me molestó que faltara a su
promesa y que no hubiera tenido ni la decencia de ponerme en sobre aviso
para estar preparada en el momento que él me confesó que ya sabía de los
clones.
Demonios.
La estupidez que me embargó por haberlo visto de nuevo como Sombra,
aunque sin la máscara, hizo de ese momento más complicado. Y todavía al
recordarlo volvía a sentir aquellas mariposas idiotas en el estómago, y más
si pensaba en él cuando nos encontramos en el ascensor, siendo en ese
instante Sombra en todo el sentido de la palabra, incluso con su actitud
cabrona magnificada.
«Ahora que sabías quién estaba detrás de la máscara, te ponías más
nerviosa, ¿no?».
No me atrevería a negarlo.
Antes no me ponía así porque siempre lo vi como una pieza a la que
estaba utilizando, pero ahora, sabiendo que era el hombre que amaba y
odiaba con la misma intensidad, tendía a petrificarme y dificultarme la
respiración.
«Y también lo deseabas con la misma intensidad».
Hasta que recordaba lo que hizo con Hanna.
«¡Jesús!».
—Avísale a Fabio —le pedí a Caleb tras carraspear.
—Ya lo hice. Se fue a su hotel para descansar unas horas. Dejó todas sus
instrucciones a los neurólogos que lo asistieron, quienes también son
excelentes médicos. —Asentí en respuesta.
Fabio se regresaría con nosotros a Italia porque había surgido un asunto
familiar del cual quería mantenerse pendiente desde su país natal. Así que
me pidió que lo dejara acompañarnos, algo a lo que por supuesto no iba a
negarme.
—Estaré en mi habitación —anuncié.
—¿Quieres que te avisemos cuando se quede solo para que puedas verlo?
—preguntó.
Miré de nuevo a aquella camilla. Hanna le estaba apartando el cabello de
la frente a LuzBel en ese instante, y apreté los puños a la vez que tragué,
sintiendo cómo dolió pasarme ese trago amargo por el cogote, pues no era
fácil ver que otra lo procurara de esa manera y confirmar con ello que
nunca fue mío.
No lo fue antes, no lo era ahora y no lo sería nunca.
«Pero esa maldita se atribuía confianzas que no le correspondían».
Yo no estaba segura si de verdad no le correspondían, después de las
declaraciones de LuzBel cuando estuvimos en el apartamento.
«Pero tú eras la dueña de las palpitaciones de su corazón. Él te lo dijo».
Sí. Y antes de eso quiso hacerme sentir lo que le provocó a ella cuando
estuvo entre sus piernas, con la lengua y con la polla, Compañera. Por lo
que te recomendaba dejar de ilusionarte con las palabras dichas por
alguien drogado, y que no sabía ni en dónde estaba parado en ese
momento.
«¡Arg!».
—No sé si sea conveniente, pero hazlo. Quiero asegurarme por mi cuenta
de que respira —insté a Caleb luego de dejarle las cosas claras a mi
conciencia—. No me conformaré solo con que digan que ya no hay ningún
peligro —añadí.
Y con respecto a Hanna, de momento nadie corría ninguno con ella,
puesto que Caleb recibió el informe de la chica y todo indicaba que era una
ciudadana común y corriente. Nada resultó extraño, tenía algunas multas de
tránsito, pero esos eran todos los problemas en los que se había metido con
la ley.
—Está bien, linda. Ve y descansa un poco —me alentó él, y sonreí
mordaz.
¿Cómo se descansaba? Porque para los demás podía ser fácil y algo
natural, pero no para mí que, aunque me sentía exhausta y la cabeza me
dolía por los efectos de una operación, que así no haya sido delicada, dejó
sus estragos, también mantenía un caos en mi interior por las cosas que no
podía resolver con la rapidez que deseaba. Y eso aumentaba mi frustración
y ansiedad.
Fabio me había llamado la atención debido a eso, ya que me encontró
afuera del quirófano cuando yo no tenía mucho tiempo de haber
reaccionado de la anestesia. Y en lugar de descansar hasta recuperarme por
completo le pedí a Ronin que me llevara hacia ahí tras informarme que a
LuzBel lo estaban sometiendo a su operación, pues no soportaría quedarme
en mi habitación, postrada en una camilla, mientras esa presión horrible en
mi pecho, provocada por el miedo y la incertidumbre, me taladraba con
violencia.
—Entonces es verdad, te irás —confirmó Elliot al llegar a mi habitación
horas más tarde.
—No lo hice antes por lo que tenía en mi cabeza, pero, ahora que ese
peligro ha pasado, no me queda nada que hacer aquí, Elliot. —Lo escuché
suspirar con pesadez, y cerró la puerta detrás de él para que tuviéramos
privacidad—. Myles se ha recuperado, Grigori volvió a levantarse con más
fuerza, y LuzBel se encargó de darles una estocada final a los Vigilantes.
Así que ahora es tiempo de volver con mis hijos y concentrarme en ellos y
su bienestar.
—Comprendo eso, Isa, pero ¿qué pasará con la propuesta del gobierno
para que La Orden se integre a sus filas? ¿No vas a aceptar?
—Todavía faltan un par de semanas para esa reunión y no he estudiado la
propuesta con el maestro Cho y sensei Yusei —expliqué, recordando la
proposición que me hizo llegar Gibson por medio de Tess—. En este
instante, regresar con mis hijos es lo que más me importa, sobre todo con
Amelia libre —reiteré, y lo vi asentir.
—Está bien, pero antes de que te vayas me gustaría que tengas claro
algo. —Lo miré atenta para que dijera lo que quisiera—. Fuese cual fuese la
razón que tus padres tuvieron para ocultarte tantas verdades,
desencadenaron cosas terribles que se habrían podido evitar si hubieran sido
sinceros contigo. Si te hubiesen dicho que tenías otros hermanos y la
situación en la que estos crecieron. Sobre todo Amelia y Darius. —
Escucharlo me sentó mal al deducir a dónde quería llegar—. Al final,
pagaste por cosas que no debías, de las cuales no tenías culpa alguna,
porque ellos pretendieron protegerte con la ignorancia, Isa. —Tragué aire,
pues la saliva me abandonó cuando mi garganta estaba más seca—. Y como
tú, Aiden y Daemon tampoco tienen la culpa de nada, por lo tanto,
considero que tus hijos no merecen sufrir más la ausencia de su padre, ya
que, aunque él sea un cabronazo, tiene derecho a conocerlos y a convivir
con ambos.
—¿De verdad crees que él merece conocerlos después de dormir con el
enemigo? —inquirí indignada—. ¿Incluso con la posibilidad de que él se
los mencione a Amelia y ella quiera dañarlos para joderme a mí?
—Si lo que me dijeron mis padres es verdad, entonces dudo que haya
dormido con el enemigo de buena gana, cariño —admitió, y eso me
sobresaltó un poco, pues lo último que esperaba era que él se pusiera del
lado del tipo que intentó asesinarlo en varias ocasiones.
«Y estabas olvidando deliberadamente la promesa que te hizo el Tinieblo
sobre protegerlos».
¡Maldición! No lo olvidaba. Es solo que se sentía más fácil estar cegada
por la ira que vomitando los pedazos de mi corazón, por el dolor que me
provocaban esos recuerdos de nuestros fatídicos encuentros.
—Además, no olvido la carita de D cuando te dijo que quería a su papá,
y no consideró justo que yo sí lo haya conocido y ellos no, así que estoy
pensando en los clones cuando te digo que no merecen que les quites la
oportunidad de conocerlo solo porque tú estás herida. —Miré atónita a
Elliot porque eso fue golpe bajo—. No todos los niños tienen la oportunidad
de que sus papás regresen del cielo. Así que no les arrebates a tus hijos la
fortuna que ambos tienen, nena.
No pude responderle, e ignoré que volviera a llamarme con ese mote,
porque, a pesar de sentir que lo que me dijo, fue un golpe bajo, también
acepté que fue certero.
«Directo a la yugular, Colega».
—Ahora mismo deseo tocarte la frente para asegurarme de que no tengas
fiebre, porque en la vida esperé que tú intercedieras por LuzBel. —Él rio
por mi disparate, y negó con la cabeza—. Y, aunque no lo creas, sé que
tienes razón con lo que me has dicho, pero también sé que para dar ese paso
que sugieres, antes, debo poner distancia entre tu primo y yo, puesto que
necesito pensar bien las cosas sin que las discusiones que hemos tenido
últimamente me contaminen a cada momento.
Asintió de acuerdo.
—Por eso mismo no he dicho que cometes un error al irte. Todo lo
contrario, estás haciendo lo más inteligente en un momento como este.
Aunque igual debía decirte lo que pienso, porque sabes que te quiero, Isa. Y
no deseo verte en el futuro sufriendo porque caíste en el mismo error que
tus padres: ocultarte las cosas con el afán de protegerte.
—Yo también te quiero, Elliot. Y agradezco que veas por el bienestar de
mis hijos antes que por el mío.
—El bienestar de ellos también es el tuyo, así que veo por los tres —
aclaró, y puso sus manos en mis hombros.
Exhalé tremendo suspiro porque se sintió demasiado bien escuchar eso
de un hombre que me amó de manera incondicional y que, hoy en día,
seguía siendo capaz de hacerme sentir como la mujer más importante del
mundo.
—¿Y tú? ¿Ya has arreglado las cosas con tu fiera? —Sonrió por mi
pregunta.
No debía olvidar que estaba en algo con Alice y que, aunque la chica me
tuviera molesta por las cosas que me dijo, a él le importaba. Tal vez no la
amaba porque lo de ellos estaba comenzando, sin embargo, ella era la
primera mujer con la que lo veía encaminarse a algo serio, y noté que le
gustaba de verdad.
—Lo intenté, pero sigue sin querer escucharme.
—¿Son novios? —indagué, y negó con la cabeza.
—He estado solo con ella desde que dejó a su novio y LuzBel trató de
quemarme vivo, pero no le he pedido que formalicemos nada. —Me
estremecí ante el recordatorio de lo que pasó—. Y antes de que lo
preguntes, sí, Isa, Alice me gusta tanto como para no soportar la idea de que
otro la toque. Sin embargo, la conocí en un momento bastante complicado
de mi vida, por lo que no puedo darle lo que desea.
—Si es así, entonces aléjate de ella —pedí, sabiendo lo doloroso que era
para una mujer enamorarse de un tipo complicado que no pretendía sentar
cabeza. Y Elliot era alguien especial para mí, pero no por eso me cegaría
con él—. Hazlo ahora que Alice ha dado el primer paso por sentirse
traicionada por nosotros. Si no pretendes nada serio, no le des alas.
—No quiero que me odie si piensa que no la busco, porque no me
importa lo que esté pensando, o sintiendo, luego de enterarse de lo que tú y
yo hicimos —aceptó.
—Creo que superaría más fácil eso, a que la busques, la convenzas de
que no debe sentirse traicionada porque ustedes no tenían nada serio,
cuando tú y yo estuvimos en Newport Beach, ni lo tienen ahora, y terminen
en la cama de nuevo; para que una vez más se ilusione y luego sigas con
que no estás seguro de querer algo serio con ella, Elliot —zanjé—. No
juegues así, no destruyas a una buena chica, no la conviertas en una cabrona
a la que después señalarán de perra por querer proteger su corazón de
imbéciles como tú.
Alzó tanto las cejas que casi le llegaron al nacimiento de su cabello,
incrédulo por lo que le solté con tanto ahínco, porque le dije a él algo que
siempre deseé gritarle al mundo entero para que dejaran de mirarme como
la inmadura, o la exagerada, en la que me convertí con el regreso de
LuzBel.
—¿Quién te ha señalado así? —preguntó, y sacudí la cabeza para que él
le restara importancia.
No quería decirle que lo hizo Alice y LuzBel, o que sentía que Eleanor
me había mirado como una exagerada en la discusión que tuvimos. Incluso
Fabio me hizo sentir inmadura, también Myles y Darius.
Y respetaba que ellos vieran las cosas desde diferente perspectiva, pero
eso no significaba que mi dolor dejaría de ser menos, o que borraría el
infierno por el que tuve que pasar.
—Nadie, Elliot.
—Isa…
—Linda, es momento. —Nos interrumpió Caleb, y supe a qué se refería.
—Te veo pronto —me despedí de Elliot, y le di un beso en la mejilla—.
Gracias por tu consejo y toma el mío —lo insté al salir por la puerta, y él
sonrió de lado.
Las manos me sudaron y el corazón se me aceleró al encaminarme hacia
la habitación de LuzBel, incluso sabiendo que estaba dormido, porque
Caleb así lo aseguró al acompañarme. Pero supuse que era normal, que eso
no me hacía débil, simplemente era la reacción ante la expectativa de tener
frente a mí a alguien que, por muy jodido que fuera todo, me importaba su
bienestar.
«Bueno hubiera sido que pensaras así antes de apuñalarlo».
¡Por Dios! No tenías por qué recordármelo a cada momento.
—Te esperaré aquí —avisó Caleb, y ni siquiera asentí en respuesta,
porque iba muy absorta en lo que estaba a punto de hacer.
El rubio abrió la puerta para mí y sufrí una pequeña taquicardia al ver a
LuzBel de nuevo. De cerca notaba lo grande que era, a pesar de que la
camilla tenía el tamaño perfecto para su cuerpo. Y me fue increíble que,
incluso dormido, ese hombre me pusiera tan nerviosa. Inverosímil que
luciera en paz en ese estado, cuando despierto no solo ponía de cabeza mi
mundo, sino que también me hería aun con la mirada, pues notaba que nada
de lo que me dijo al enterarse de que me acosté con Elliot fue mentira.
Me tenía asco y seguía considerando imperdonable lo que hice, incluso
sabiendo que yo lo creí muerto.
—Ojalá que cuando nos volvamos a ver nuestras lenguas hayan perdido
filo, al menos entre nosotros, Tinieblo. Porque, así nos odiemos, nada
cambiará que por ti tengo lo mejor que la vida pudo darme. Y eso siempre
te hará una persona especial para mí —susurré.
Estaba vestido con una bata de hospital, la sábana le cubría hasta el
pecho, pero sus brazos y cuello quedaban al descubierto, lo que me permitió
admirar de nuevo sus tatuajes, esos que no había olvidado, que dibujé con
mi dedo y tracé con mi lengua luego de nuestras sesiones de sexo.
Su pecho subía y bajaba con lentitud, asegurándome que vivía, y la
garganta se me cerró por la emoción acumulada en ella. El esparadrapo con
el que aseguraron la gasa para proteger su pequeña operación sobresalía a
los lados de su cuello, igual que el mío. Una marca más que
compartiríamos.
—Isa, no sabía que estarías aquí. —Me limpié las mejillas al escuchar a
Eleanor.
Había dejado escapar unas lágrimas porque por primera vez me permití,
desde que volvió, disfrutar de la confirmación de que él vivía, que no era
una alucinación.
—Quería… —carraspeé para aclarar mi voz—, asegurarme de que está
bien por mi cuenta —le expliqué sin atreverme a mirarla para que no viera
mis ojos.
—Físicamente lo está —confirmó ella—. El médico aseguró que solo es
cuestión de que despierte de la anestesia. Además, le hicieron un estudio
completo y la lesión que dejó esa bala en su pecho está sanando bien,
también la puñalada en su abdomen.
La miré en ese instante, y negó de inmediato, dándome a entender que no
me estaba reclamando nada con lo último, simplemente era parte de la
información.
—No quiero volver a discutir contigo, Eleanor —aseguré—. Y puedo
ponerme en tus zapatos y entender por qué le dijiste algo que yo no quería
que supiera, al menos no de momento por el peligro que eso implica.
—Elijah no es un peligro para ellos, hija. Entiéndelo, por favor —suplicó
en voz baja, y alcé las manos en señal de que no íbamos a pelear por eso.
—Lo único que pretendo al decirte esto es que no sigas divulgando ese
secreto —enfaticé, y noté que le hirió mi desconfianza hacia ella, pero no
podía culparme luego de faltar a su promesa excusándose con que no me
prometió nada, que fue Myles quien lo hizo.
—Que me aleje de todo lo que tenga que ver con Grigori no significa que
sea tonta, Isabella. Además, jamás pondría en peligro a las personas que
amo —aseveró, y caminé hacia la salida, cerca de ella, porque mi tiempo en
esa habitación se había terminado, y no seguiría por ese rumbo con una
mujer a la cual quería y respetaba.
—Entiendo que se lo dijeras a tu hijo, pero no te pasaré algo como esto
de nuevo si te atreves a mencionarlo con alguien más —formulé, y su
mirada se tornó brillosa.
—¿Qué nos pasó, hija? —preguntó entre lágrimas, y sentí que las mías
volvieron a aflorar.
«Tu hijo pasó», deseé decirle, pero me mordí la lengua porque no iba a
lastimarla más con eso.
Además, a mí también me dolía que después de llevarnos tan bien, de
que ella y Myles fueran uno de mis mayores apoyos y en quienes más
confié, Eleanor se haya convertido en una extraña a la que toleraba por
compromiso, cuando su único pecado era que dejó de ser mi segunda madre
para volver a ser la de su propio hijo.
Y no podía culparla por amarlo por encima de todo, por confiar
ciegamente en él y estar de su lado.
—Pasó de todo, Eleanor —terminé diciendo, y solté una larga exhalación
—. Las aguas alrededor de nosotras están muy turbias, y ahora debemos
esperar a que se calmen.
—Te quiero, Isabella. Y amo a mi hijo, por eso me duele que las cosas
estén tan mal, cuando tú y él deberían estar más unidos y juntos para
enfrentar las tempestades. Y no solo por ustedes, sino también por eso tan
bello que procrearon.
—Como me lo dijo él, ahora mismo es preferible que libremos las
tempestades como antes. Yo por mi cuenta y LuzBel por la suya.
—Hija, por favor.
—Eleanor, entiende que las cosas en este momento no son las mejores,
así que no insistas —pedí con determinación.
Ella lloró más en ese momento, pero aceptó mi decisión, y luego se
despidió de mí con un abrazo. Un gesto que de verdad agradecí. Y cuando
estuvo más tranquila, me fui de la habitación dejándola con su hijo,
yéndome hacia la de Tess mientras esperaba la hora para que yo pudiera ir
en busca de los míos.
—Por tu bien, espero que hayas devuelto a esa chica con su gente, sana,
completa y salva. —Mi voz fue dura al dirigirme a Isamu cuando llegó al
hangar. Y el idiota tuvo el atrevimiento de sonreír de lado, con una vileza
que a cualquiera podía erizarle la piel.
Menos a mí porque me tenía furiosa.
No habíamos despegado por estarlo esperando a él, ya que no pensaba
devolverme a Italia sin un miembro tan valioso en mi equipo. Aunque las
ganas por matarlo hacían zumbar mi piel, pues era la primera vez que Isamu
osó jugar con mi tiempo, simplemente porque debía terminar con algo.
«Ojalá él sí hubiera tenido acción de la buena».
Por Dios.
—Isamu —advertí cuando pretendió subir al jet sin darme una respuesta
—, no estoy jugando. Si esa chica llega a tener un solo rasguño, a diferencia
de ti, yo misma voy a entregarte con LuzBel para que él y su gente te hagan
pedazos.
Había notado unos arañazos en la poca piel que le sobresalía del cuello
alto de nuestro uniforme de La Orden, por lo que imaginé que fue esa
Serena quien se los dejó. Y de verdad rogaba para que no se los hubiera
hecho por defenderse.
—No te preocupes, jefa. Solo la entregué exhausta y sin un poco de
estabilidad emocional.
Le di una mirada asesina a Ronin cuando lo vi con ganas de reírse, por la
declaración socarrona y sinvergüenza de Isamu.
—Eres un hijo de puta —replicó Caleb con tono divertido.
Los dos me habían seguido afuera del jet cuando decidí esperar a Isamu
ahí.
—¿Podemos subir ahora? —preguntó Isamu, y noté que había una
satisfacción en su rostro que no podía ocultar por completo.
—Vuelve a jugar con mi tiempo y te enviaré a descanso una buena
temporada —arremetí, y me subí al jet dejando a los tres atrás.
Escuché que Caleb y Ronin hicieron sonidos de advertencia y burla
porque todos éramos conscientes que para Isamu sería una deshonra que lo
sacara de La Orden a descansar de todas las misiones por haber faltado a las
reglas. Y él sabía que no se debía solo a que retrasara mi vuelo, sino a que
no nos diera respuesta a nosotros cuando le llamamos para saber por qué
carajos se llevó a esa chica.
Y sí, podía querer cobrarse lo que ella le hizo, pero para eso no eran
necesarios dos días.
—¿Está todo bien? —preguntó Fabio cuando llegué de nuevo al asiento
frente a él.
Tuve que pedirle que esperara por el atraso de Isamu y, antes de permitir
que él soportara mi enojo, preferí bajarme a esperar por mi compañero para
dejarle las cosas claras.
—¿Jefa?
—Ahora no, Isamu —advertí cuando él llegó a nuestros asientos con
Fabio.
—Me he dejado llevar por asuntos personales y eso es imperdonable, aun
así, te ofrezco una disculpa por faltarte el respeto de esta manera y te doy
mi palabra de que no se repetirá —siguió él sin importarle mi advertencia, y
se llevó el puño al corazón, como señal de que el honor que poseía me lo
estaba entregando en esas palabras.
Solté el aire con cansancio y me di dos golpes sobre el corazón,
diciéndole de esa manera que aceptaba sus disculpas.
Hizo una reverencia en agradecimiento y luego se fue a su lugar. Fabio
no se había perdido nuestra interacción, y noté que sus ojos brillaron, a lo
mejor con nostalgia, no podía estar segura de eso.
—Eres una gran líder, Isabella —aseguró.
La auxiliar de vuelo nos aconsejó ponernos los cinturones, porque ya
íbamos a despegar, y obedecimos.
—¿Cómo podrías saber tú eso? —sondeé.
—Por el respeto que te profesan tus guerreros y la honestidad con la que
te hablan. Como Isamu, por ejemplo, que te ha dicho que hará algo, dando
por sentado que ya está hecho.
—Tienes buen conocimiento de este mundo y sabes luchar muy bien.
¿Acaso eres un guerrero también?
—Dicen que soy un guerrero de la vida, supongo que eso cuenta. —Me
reí por su respuesta tan lista.
Nos quedamos en silencio luego de eso, sintiendo cómo el jet despegaba.
Miré por la ventanilla cuando comenzó a alzarse, y apreté los labios al
sentir la emoción embargándome porque muy pronto estaría con mis
gemelos. Las únicas personas que disiparían la tristeza, el dolor y la
decepción que me carcomía por dentro, que se devoraba mi alma.
Al estar en el aire y ver la ciudad abajo, tan pequeña, a miles de millas,
los recuerdos de todo lo que estaba dejando atrás me embargaron. Incluso la
mirada de LuzBel se reflejó en la ventanilla, esa tormentosa, llena de asco
por momentos, de decepción y furia en otros, o todo mezclado la mayoría
del tiempo.
La mirada que había tenido para mí en los últimos días.
Me torturé con los recuerdos de haberlo encontrado semidesnudo, igual
que Hanna, en un apartamento que me aseguró que era nuestro; volvió a
dolerme la imagen de nuestra cama deshecha, y agradecí no haber llegado
minutos antes, haberme evitado verlos mientras follaban, porque me temía
que entonces sí habría cometido una masacre.
«Debía ser lo mismo que él imaginaba contigo y Elliot».
Tal vez, pero yo no follé con Elliot para dañarlo a él, pues lo creía
muerto.
«Pero sí utilizaste esa información para lastimarlo».
Sí, lo hice porque me hirió con su traición y engaño.
«Después de todo, ambos daban y recibían puñaladas».
No más.
—Deberías hablar para evitar esto —recomendó Fabio, tomándose el
atrevimiento de coger mis manos para acariciarme los dedos.
Tenía los puños tan apretados que no me di cuenta de que me clavé las
uñas en las palmas. Además de que estaban blancos porque impedí que la
sangre me circulara como se debía. Él había abierto los muslos para poder
acercarse, y sus rodillas rozaron las mías, pues era un hombre alto, más
grande que LuzBel.
Y me escrutó con la mirada cuando obtuvo mi atención, y aflojé mis
manos, sus iris verdes fueron capaces de intimidarme lo suficiente como
para no reaccionar alejándome, pues poseía una manera de ver muy intensa,
e indescifrable a veces.
—No me apetece en este momento —expresé, y una leve sonrisa se
formó en su rostro.
Tenía los ojos más verdes y una barba rubia oscura, prominente y
arreglada, igual que el color de su cabello. Se veía descansado, a pesar de
las tres cirugías que realizó en los últimos dos días, sin contar con las
noches de desvelo porque se mantuvo pendiente de Tess hasta que la dejó
fuera de peligro y en manos de sus colegas.
No vestía como estaba acostumbrada a verlo, y de hecho me sorprendió
un poco cuando llegó al hangar luciendo como un modelo sexi con su
vaquero negro y desgastado, botas a juego y un blazzer del mismo color
junto a una playera blanca por dentro. Parecía que se peinó con los dedos,
pero eso le dio un toque rebelde que consiguió que mi mirada se prolongara
más tiempo del prudente en él. Y únicamente dejé de observarlo cuando
Ronin carraspeó a mi lado.
«¿Qué tendrán los italianos que me hacen babear, y no de la boca?».
Todavía me sonrojaba al recordar la pregunta descarada que ese tonto
susurró, antes de que Fabio llegara lo suficientemente cerca y lo escuchara.
—Ese es tu problema, Isabella —indicó él, acercándose un poco más,
provocando otro roce entre nuestras rodillas y muslos esa vez—. Te cierras
en ti misma, evitas hablar, escuchar, y al final deduces lo que quieres, o
crees que ha pasado —añadió en tono bajo, pero sin dejar de ser fuerte.
—No es lo que creo, Fabio, es lo que presencié y viví —repuse,
recordando aquella vez cuando encontré a Sombra follando con Amelia en
Karma, y a lo que vi días atrás entre él y Hanna—. Mierda.
Me mordí el labio inferior con frustración, odiando que, incluso lejos,
LuzBel siguiera dañándome. Aunque me puse inquieta y me alejé de Fabio
al ver el leve movimiento de su mano, como si su intención hubiera sido
tocarme el rostro. No nos dijimos nada por unos minutos, simplemente nos
miramos y, cuando no pude más con su intensidad, cogí una botella de agua
que antes dejaron para mí y le di un sorbo.
Puta madre.
De repente me sentí nerviosa con ese hombre. Y no me gustaba, pero
tampoco me disgustaba. Y nada tenía que ver que no fuera guapo, porque lo
era; y no solo eso, sino que también sexi. Fabio era ese tipo de hombre con
el que sabías que tu corazón y estabilidad emocional corrían un enorme
peligro. Sin embargo, lo conocí en un momento de mi vida donde ya
alguien más se había adueñado de esas dos cosas en mí. Y no solo una, sino
dos veces.
Lo hizo como LuzBel y luego como Sombra.
«Estabas bien jodida, Colega».
¡Puf! No tenía duda de eso.
—No siempre lo que ves es lo que parece —continuó Fabio luego de
reincorporarse en su asiento, volviendo a poner distancia entre nosotros.
—A menos que la vista ya me falle, sé que lo que vi es lo que parece —
refuté.
—No se trata de que la vista te falle, sino de lo que los demonios en tu
cabeza te hacen ver. Y créeme, ellos sí tienen el poder de empeorar la
situación —expresó con propiedad, y deduje que fue porque él tenía
experiencia con eso, pues sus demonios sí que podían ser jodidos.
—Dejemos de hablar de mí, ¿sí? —Mi voz llevaba una pizca de súplica,
y noté que eso lo hizo ceder—. Mejor cuéntame algo de ti, ¿qué te lleva así
tan pronto de regreso a tu país?
Ya me había dicho que era un asunto familiar, pero opté por probar si
añadiría algo más.
—Mi hermano ha tenido un percance y necesito saber que todo esté bien
con él —explicó.
—Si puedo ayudarte con eso, no dudes en decírmelo. —Sonrió divertido,
y eso me hizo fruncir el ceño.
—Gracias, pero no creo que sea necesario —comentó.
Tras eso tuvo la confianza de decirme que antes de viajar a Estados
Unidos para ayudarnos pasó por una crisis bastante fuerte que lo mantuvo
fuera de su trabajo por unos días, por lo que fue una suerte que pudiéramos
contar con él. Además, añadió que pensaba tomarse unas vacaciones al
solucionar lo de su hermano.
Me atreví a pedirle que me hablara de esa crisis y lo que la desencadenó
sin llegar a nada privado. Y fue muy amable, porque con su experiencia
personal también me instruyó y entendí por qué lo había visto un poco más
platicador e incluso atrevido: todavía estaba pasando por los últimos
estragos de la manía, y eso lo llevaba a ser un hombre más desenvuelto de
lo normal.
Entre la charla pensé en Daemon, en todo lo que mi bebé iba a pasar, y
tuve miedo de no ser el apoyo que él necesitaría, aunque no por eso lo
dejaría de intentar. Y mediante las horas pasaban, más ansiaba llegar a la
nueva casa y ver a mis pequeños para empaparme de esa felicidad que tanta
falta me hacía.
—Si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme —me recordó
Fabio luego de darme un beso en cada mejilla como despedida, cuando
llegamos al hangar en Florencia.
Arribamos en un jet diferente al que tomamos en Estados Unidos, ya que
en el primero viajamos hasta Londres, y ahí tomamos el siguiente para
Italia.
—Por supuesto. Y gracias por todo —ofrecí.
Me había propuesto que lo acompañáramos a una casa que tenía en la
playa, en la que él pasaría unos días. La invitación fue extendida para mis
hijos, mi élite y yo, asegurando que era una buena opción para que
descansáramos, nos distrajéramos y, de paso, le ayudáramos a él a no tener
tiempo para concentrarse en su condición.
—Es hora, jefa —anunció Ronin, y le sonreí a Fabio antes de darme la
vuelta para ir al coche donde ya Caleb me esperaba.
Isamu iría en otro y Ronin lo acompañaría a él.
Mi emoción por estar con los clones aumentó con cada kilómetro que
nos acercábamos a la casa de seguridad a la que fueron trasladados luego de
la batalla que libramos en Richmond, y por momentos sonreía al imaginar
sus caritas. Pensarlos tuvo el poder de que me olvidara de los demás,
incluso del cansancio por el viaje o la molestia de la pequeña incisión que
me hicieron en la nuca, muy cerca de la cabeza.
El vendaje que Fabio me colocó en el jet era más pequeño, y lo agradecí
porque sabía que mis hijos preguntarían por él, y con ellos no podía utilizar
explicaciones vagas que los hiciera querer marcas de fortaleza como las
mías.
—¡Papi llegó! —gritó Ronin cuando entramos al jardín delantero, y rodé
los ojos.
La casa era más pequeña, y esa era la única zona verde del lugar. No tan
acogedora como me hubiera gustado, pero sí segura, que era lo que más me
importaba en ese momento.
—Tus hijos están en la habitación con Maokko, Y debe tenerlos muy
entretenidos, porque no te han escuchado —informó Lee-Ang para Ronin,
hablando por supuesto en japonés, como siempre lo hacían entre ellos, y me
reí porque le siguiera el juego—. Chica americana, al fin en casa —me
recibió y, tras hacer una reverencia, se acercó para darme un abrazo.
—Por fin, amiga —musité, abrazándola con fuerza.
Nos preguntó por el viaje y todo lo que había pasado últimamente, pero
solo le dije lo más importante, y luego la dejé con los chicos para que la
pusieran al tanto, mientras yo subí a la segunda planta en busca de mis
clones.
La puerta estaba entreabierta al llegar a la habitación, con las
indicaciones de Lee, y sonreí feliz al ver a Daemon armando un
rompecabezas en su pequeña mesa de juegos, aunque fruncí el ceño cuando
noté a Aiden abrazando a Maokko, y seguido de eso le limpió las lágrimas.
«¿Maokko llorando?».
Me asusté por eso, pues ella no lloraba.
—No lloles, Mooco, no lloles —le repetía Aiden una y otra vez—. Él sí
la quiele.
—Se fue con otra —refutó ella, y me asusté en verdad, pues debió
pasarle algo demasiado jodido como para que estuviera desahogándose con
mis hijos.
Vi que se sorbió la nariz, y negué con la cabeza por lo orgullosa que era,
ya que teniendo a Lee prefirió mostrarse vulnerable ante mis hijos. Sin
embargo, solo Aiden pareció querer ayudarla de verdad, ya que Daemon la
miró y frunció el ceño, pero luego siguió con lo suyo.
—Ya, sigamos —se animó ella sola, y cogió entre sus manos un libro que
había tenido entre las piernas y que hasta ese momento noté—. A ver si el
malna.... si el chico vuelve en el siguiente capítulo.
«¡Vaya! Ya entendía por qué Daemon la ignoró».
¿Estaba llorando por un libro? ¡Un libro!
Deseé asesinarla por el susto que me dio y ¡todo por un libro! Aiden en
cambio asintió feliz, escuchando lo que Maokko comenzó a leer, y esperé
por el bien de ella que hubiera escogido una historia apta para que mi
pequeño la escuchara, o que al menos se saltara las partes eróticas de los
que solía leer.
—¡Mami! —gritó Daemon al descubrir mi presencia, y una enorme
sonrisa se dibujó en su rostro.
Corrió hasta mí, y Aiden lo siguió al percatarse de mi llegada. Yo me
puse de rodillas y abrí los brazos para recibirlos.
Los abracé a ambos con fuerza, y disfruté de ese reencuentro, aunque en
el proceso miré a Maokko y le prometí con ello que pronto hablaríamos de
sus reacciones cuando leía, pues no quería que mis pequeños se traumaran
porque yo sabía lo exagerada que era. Ella guardó el libro y sonrió,
encogiéndose de hombros.
Mis hijos consiguieron que regresara toda mi atención a ellos cuando me
llenaron el rostro de besos húmedos que amé con locura. Estaban recién
duchados y olían a esa fragancia de bebés que tanto me encantaba.
—¡Dios! ¿Pero a quién tenemos aquí? —indagué al ver a una pequeña
bola de pelos negros corriendo hacia nosotros. Movía la colita exigiendo
atención, y se paró en sus patitas traseras, apoyando las delanteras en mi
estómago con la intención de lamerme el rostro.
—¡Somba quiele a mami! —gritó Aiden entre carcajadas para Daemon,
contagiándonos.
Me reí a pesar de saber que después de todo se quedaron con ese nombre
para el cachorro.
«A alguien no le caería muy en gracia cuando lo supiera».
Ignoré eso.
—¡Sombra se quiere comer a mami! —gritó Maokko con voz cantarina,
imitando la de mis hijos, y la fulminé con la mirada—. Otra vez —agregó
con una sonrisa estúpida, en voz baja.
Come mierda, largué sin voz, solo para que ella me leyera los labios, y la
maldita soltó una sonora carcajada.
Los niños comenzaron a contarme sus aventuras, haciendo que me
olvidara de las bromas de Maokko, y descubrí que el cachorro había sido un
regalo del maestro Cho; los tres se habían vuelto inseparables, incluso
dormía en la habitación con ellos y, así no fuera una costumbre que quisiera
que conservaran, entendí que con el cambio de casa Lee había hecho la
excepción para que no se les complicara adaptarse.
Luego, confirmé ese hecho en un momento en el que los clones se
pusieron a jugar con Sombra… ¡Dios! Me era demasiado loco y raro
referirme así al perrito, pero, volviendo al punto, Maokko me explicó que,
en efecto, el maestro decidió darles al cachorro porque Daemon no tomó a
bien el cambio de casa y tuvo días en los que se comportó bastante
hiperactivo y hasta desesperado, rogando porque regresaran a su casita.
Al final, el perrito fue una excelente terapia, una decisión muy acertada
por mi maestro.
—¡Carajo! ¿Pero por qué tenía que ser negro? —inquirí, y Maokko rio.
El animalito era precioso, un labrador retriever totalmente negro, a
excepción de la lengua. Tenía cuatro meses y, al parecer, la energía de los
clones combinada.
—Supongo que el maestro se apegó al nombre que ya tenían los chicos
para él —explicó mi amiga, y negué riéndome.
—Por cierto, espero que ese libro que leías sea adecuado para Aiden.
—¡Uy! No te imaginas cómo se pone de sonrojado cuando le leo las
escenas de besos.
—Maokko —advertí, y volvió a carcajearse.
Me estaba tomando el pelo, pero con lo descarada que era no me podía
confiar.
Terminó por contarme que Aiden se había vuelto su compañero de
lecturas, descubriendo que a él le encantaba escucharla, por lo que terminó
optando por libros infantiles, aunque de la versión de Alicia en el país de
las maravillas se compró dos, uno para leérselo a mi hijo y un retelling que
denominó: para niñas grandes y sucias como yo.
—Tú y Ronin son cortados con la misma tijera —murmuré.
Acto seguido a eso nos fuimos a la planta baja, y aproveché para
ponerlas al día tanto a ella como a Lee. Además de que me seguí
empapando del amor de mis hijos, y poco a poco eso me fue reconfortando.
Aunque en los siguientes días comprobé por mi cuenta que, en efecto, a
Daemon no le hacía bien esa casa, y cada vez que había oportunidad me
pedía que regresáramos a su casita, incluso Aiden comenzó a apoyarlo
porque extrañaban su enorme jardín para jugar, y hasta alegaron que allí sí
podrían divertirse de verdad con el cachorro.
—Deberías aceptar la propuesta del doctor D’angelo —comentó Lee.
Ella y Maokko también sabían sobre eso, pues, cuando dije que les conté
todo, no dejé nada por fuera.
—Apoyo eso, los chicos pueden encargarse de la seguridad, y tú de
disfrutar con tus hijos del mar, de unos días relajantes, lejos de todo. Ya que
la casa de Florencia e incluso esta te recuerdan siempre que estás en alerta
—opinó Maokko
—Sí, el mar podría ser una excelente terapia para D. —prosiguió Lee.
—Y el doctor D’angelo una excelente terapia para ti —acotó Maokko
con una sonrisa maliciosa.
—No empieces —refunfuñé, y noté que Lee escondió una sonrisa.
—Está bien, pero solo, por si acaso, asegúrate de llevar condones.
Me atraganté con el sake que bebía al escuchar a esa maldita descarada.
—Y asegúrate de que sean extragrandes, porque el doctor es muy alto. —
Se le unió Lee-Ang.
—¡Por Dios! ¿Tú también? —Ella escondió su risa detrás de la palma de
su mano y se encogió de hombros.
—Sí, y tiene manos grandes, y ya he comprobado que, si ellas son así, lo
de abajo es así. —Señaló Maokko, siguiendo con el hilo de la conversación,
haciendo un ademán con sus dos índices para dejar claro el tamaño que
imaginaba.
—Par de zorras, necesitan parar de beber ya —demandé, y las dos
soltaron tremendas carcajadas.
Sin embargo, dejaron las bromas de lado minutos después y, al ponerse
todo lo serias que el sake les permitió, terminaron convenciéndome de
llamarle a Fabio, pues aseguraron que, a pesar de jugar conmigo, creían
seriamente que ir al mar le ayudaría a mis hijos, por lo que me lo planteé y
luego lo decidí.
Y Fabio se había mostrado encantado con la noticia cuando me
respondió, y muy dispuesto a que Caleb se encargara de asegurar su casa
para nosotros.
Decidido eso me fui a descansar, pasando antes por la habitación de mis
hijos para asegurarme de que estaban bien. Y tras darles un beso y sonreír al
ver al cachorro en una camita al lado de la de Aiden, me encaminé a mi
recámara, sorprendiéndome en el camino cuando recibí un mensaje de
LuzBel.
Se me aceleró el corazón, porque era su número antiguo, el que yo
mantuve con tal de llamarle en mis momentos más oscuros. Además de que
ya habían pasado dos semanas desde que lo vi por última vez y, aunque
pregunté por él solo una vez para reconfirmar que salió bien de la
operación, no volví a hacerlo más después de eso.

Al principio no comprendí por qué esa pregunta, pero tras unos minutos
imaginé que Eleanor debió hablarle también de mi embarazo y las cosas
que pasé en ese estado. De seguro ya le había dicho que incluso nacieron el
mismo día que él, y por un momento deseé haber podido ver su rostro al
enterarse.
Era obvio, pero no quise quedarme solo con la respuesta que di a su
pregunta. Y tampoco le mentí, con los niños preparamos un pie de limón
esa tarde y a todos nos encantó cómo quedó.

«Oh, padre».
La punzada de placer en mi entrepierna debió haber sido producto del
sake, porque me negaba a que fuera por esa respuesta que me dio. No
quería que él siguiera teniendo ese control sobre mi cuerpo y sensaciones
incluso estando lejos.

Tras digitar eso me quité la ropa porque el calor que sentía era
insoportable. Y pensé en quedarme en ropa interior, pero no confiaba en mi
autocontrol, así que me puse un pijama de pantaloncillo corto.

—No, LuzBel. No empieces de nuevo —musité tras ver ese mensaje, y


me restregué el rostro.
Tomé el móvil para exigirle que parara y comencé a escribir, pero me
detuve antes de enviar el mensaje y lancé el aparato sobre la cama,
tumbándome boca abajo al lado de él.
No caería. No más.

Puta madre.
Reviví esos momentos, recordé su sonrisa comemierda porque amaba
que lo retuviera. Lo imaginé cuando sacaba la punta de la lengua y la
arrastraba de abajo hacia arriba en mi raja sin dejar de mirarme, luciendo
ese piercing, jugueteando con él en mi capullo de nervios.

Aseguró, y pensé en que no solo recordaba y extrañaba eso, sino también


la forma en que sus caderas se empujaban entre mis piernas, empalándome
hasta que me hacía rezar su nombre.
Mi mano tembló cuando sostuve el móvil con más fuerza con su
siguiente mensaje.

Mierda.
Que me hiciera recordarlo como Sombra fue una jugada muy astuta de su
parte. Una en la que no pude evitar pensar en sus manos codiciosas
tocándome en aquel bosque, bañados por la lluvia, montándolo en su
motocicleta. Su boca fue demandante y sus palabras una promesa.
Sentí una gota de sudor recorriendo mi sien, y apreté los muslos ante el
recuerdo. También los dientes, porque odié no tener la capacidad de
bloquear su número, el móvil, para no seguir leyéndolo.

—No, LuzBel, por favor —rogué como en el pasado, entre respiraciones


cortas y rápidas, mirando la pantalla, siendo consciente de mi piel en
llamas, de sentir eso tan correcto cuando quería que fuera incorrecto porque
lo odiaba, ¿no?
Y si lo odiaba no tenía que permitirle que se adueñara de mi deseo. No
quería que de nuevo se convirtiera en mi calor y mi paz para que después
volviera a ser ese tormento que arrasaba con mi vida.
No quería que estar en su órbita se sintiera como regresar a casa.

Una lágrima corrió por el rabillo de mi ojo izquierdo cuando sentí que
comencé a mover con suavidad mis caderas en círculos, tocándome justo
donde lo quería a él, por encima del pantalón corto y de mis bragas.
Y luego me envió otro mensaje que me hizo jadear y rendirme.
—Oh, Dios —gemí al pasar la palma de mi mano sobre mi clítoris, a
través del pijama, pensando en ese día, imaginándonos de nuevo allí.

Deslicé el dedo entre mis pliegues al hacer a un lado el short y las


bragas, ansiando que fuera el suyo transportándome a ese estudio,
admirando su reflejo en el espejo, mirando también mis mejillas sonrojadas
y la boca entreabierta porque no quería gemir, y que él confirmara cuánto lo
deseaba.
Entendí su objetivo, me estaba haciendo recordar nuestros momentos con
él como LuzBel y luego como Sombra, para que quedara claro que siempre
respondí y me enloquecí por la misma persona. Y, aunque no lo viera, se lo
confirmé mientras rodaba mis caderas contra mi mano.

No le respondí porque ya él sabía que todo lo que decía era así. Cada
cosa que me escribió fue porque comprobó cuánto me encantó. Y mi
entrada ardió y dolió, caliente y dulce por la necesidad de volver a sentir sus
perlas.
La humedad de mi coño mojó mis muslos, el sudor recubría mi frente y
de nuevo, como tantas veces entre sus brazos, me volví salvaje. La
avalancha de necesidad me inundó y la protuberancia a la que le daba
fricción con mis dedos se volvió más dura.

—No. Puede. Ser —parafraseé con la voz entrecortada y la respiración


errática al excitarme más con la imagen que puso en mi cabeza.
Tragué saliva e intenté dejar de tocarme.
Volví a soltar otra lágrima y puse mi mano en puño, necesitando mi
liberación, pero negándome a darle la satisfacción de adueñarse de mi
orgasmo sin siquiera tocarme. Golpeé la cama porque su declaración me
hizo ser consciente de que incluso con todo eso, sabiendo que yo fui suya
como LuzBel y luego como Sombra, me dañó.
Y ni la necesidad o la atracción física cambiarían eso.

Sollocé y apreté los ojos cuando las lágrimas comenzaron a correrme


como cascadas, porque eso no lo preví. No predije que, después de
encenderme como el fuego, me apagaría con su hielo.
Capítulo 33
Te quemó
Elijah

Lancé el móvil lejos de mí, furioso, con el orgullo herido, maldiciendo


una y mil veces porque lo que comenzó como una conversación normal por
mensajes de texto, que luego se volvió caliente porque, por mucho que
quisiera odiar a esa mujer, la deseaba, terminó siendo una mierda.
Joder.
Detestaba con todo mi ser que ahora mis recuerdos con ella fueran
manchados con la imagen de Elliot tomando mi lugar. Maldecía que él me
usurpara en momentos que solo me pertenecían a mí y a ella.
—Debí matarte, hijo de puta —gruñí, yéndome hacia el cuarto de baño,
para tomar una ducha con agua fría.
No era mentira cuando dije que tenía una jodida barra de acero en mi
pantalón, pero esa vez me la bajaría con el agua de la ducha antes de
correrme pensando en ella. No me arriesgaría a que de nuevo la imagen de
Elliot tocándola se colara en mi cabeza para burlarse de mí.
Tendría una reunión con Perseo y Bartholome a las seis de la tarde, pero
todavía faltaban dos horas para eso. Y, mientras llegaba el momento, tuve la
brillante idea de torturarme con todo lo que había descubierto en esas dos
semanas, viendo de nuevo aquel vídeo que me dio madre, de Isabella
embarazada.
Cuando salí de la ducha y llegué al tocador del lavabo para tomar los
relicarios, miré de nuevo la imagen de los clones, como madre me dijo que
les llamaban, porque había dejado abierto el de Isabella. Contemplé sus
rostros inocentes, esos que me habían hecho sentir más miserable por todas
las cosas que hice en mi tiempo con los Vigilantes.
—No merecías que el karma te tocara a ti para darnos una lección,
pequeño —murmuré al concentrarme en Daemon.
Cada vez que recordaba el día que mis padres me confesaron que lo
diagnosticaron con bipolaridad, volvía a sentir la necesidad de despedazar
todo a mi alrededor, porque no era justo que esa pequeña cosa hubiera
heredado la maldición de Amelia. Era una mierda que, hasta con eso, esa
mujer haya conseguido darnos una cruel estocada.
Porque, si bien la bipolaridad podía ser una condición que se desarrollaba
al azar, era más fácil que lo hiciera en personas donde ya hubiera un
historial clínico de la enfermedad, por eso estábamos seguros de que mi hijo
lo heredó de Amelia.
—¿Por qué, si lo sabías, me lo ocultaste? —le pregunté a Fabio cuando
tomó mi llamada.
Mis padres me dijeron que él era uno de los médicos de cabecera de mi
hijo, y que no habían descubierto su condición desde hace mucho. Sucedió
luego de que recibí aquella bala por Isabella, por eso ella se ausentó por
mucho tiempo, porque voló a Italia para estar pendiente de lo que sucedía
con Daemon.
También añadieron que Elliot había estado con ella en esa ocasión, mis
padres por supuesto estaban agradecidos de que él los apoyara de esa
manera, yo en cambio lo odié más porque hasta en eso me usurpó.
—Te lo dije antes, LuzBel: todo lo que sé es de manera profesional. Y mi
ética no me permite divulgar los secretos de mis pacientes.
—Ahora sí puedes, porque sabes que son mis hijos y necesito saber qué
está pasando con ellos —demandé desesperado.
Mis padres sabían muy poco luego de que Isabella regresara a Italia para
protegerlos, y yo no le pregunté nada sobre ellos porque ese día fue la
primera vez que le escribí, tanteando la situación, queriendo medir si
podríamos mantener una conversación sin pelear. No obstante, verla tan
atractiva estando embarazada hizo que comenzara un juego, en el que
ambos terminamos perdiendo al final.
—He visto su evolución, aunque, como hemos descubierto su condición
hace muy poco, todavía tenemos que luchar con sus constantes cambios.
Sin embargo, todo el equipo médico que trabajamos con él hemos notado
que Aiden es un apoyo primordial para D.
—Son almas gemelas después de todo —señalé con una sonrisa amarga.
—Y vaya que lo son —coincidió—. Por esa razón tomamos a bien tratar
psicológicamente a Aiden, debido a que el estado de uno afecta al otro. Y
de esa manera, también lo instruimos para que sepa cómo auxiliar a D, si
alguna vez se presenta la necesidad con alguno de sus episodios.
—Me cago en la puta, Fabio —me quejé al pensar en los altibajos de
Amelia.
Reviví su agonía cuando no sabía cómo sobrellevar ese dolor en su
pecho, que no era físico. Sus momentos de manía, esos que la hacían sentir
poderosa, pero que luego la enviaban directo a la depresión, su estado más
patético como ella misma solía llamarle.
—Mi hijo no merecía esto —espeté. Viví esa enfermedad de primera
mano con Amelia, vi en sus ojos cuando se rendía y no quería seguir más. Y
me negaba a que Daemon también tuviera que pasar por todo eso—. ¿Dime,
por favor, que su condición es más leve, que no pasará por lo mismo que
Amelia?
Lo escuché exhalar, y me preparé para lo que diría.
—Tiene tendencia a ser maniaco depresivo, LuzBel.
Puta madre. Mi corazón estaba acelerado para ese momento.
Me había vestido únicamente con mi bóxer y unos vaqueros, y busqué
sentarme en el borde de la cama al escuchar a Fabio, porque estaba siendo
demasiado para procesar.
—Estamos haciendo todo lo que sea posible para que él enfrente el
trastorno de personalidad con la mayor naturalidad que sea posible. Y que
haya presentado los síntomas siendo un niño aún puede ser una ventaja y
no solo una condena a mayor tiempo con esta maldición, LuzBel. Pero no
voy a mentirte, no será fácil, y habrá días en los que se pondrá peor, sin
embargo, Isabella está moviendo el mundo para que su pequeño no sufra lo
inevitable.
Noté la pizca de tristeza en su voz, e imaginé que fue porque él sabía, por
experiencia propia, que hiciera lo que hiciera la Castaña, la manía y la
depresión llegarían como unas putas a joder a un ser inocente que no
merecía ser condenado así.
Apoyé los codos en mis rodillas y me sostuve la cabeza con ambas
manos, poniendo la llamada en altavoz, sintiéndome más derrotado que
cuando me encontré en un callejón sin salida, al saber que las chicas tenían
un dispositivo en la cabeza y dependía de mí que no las jodieran, pues esta
vez no estaba en mis manos evitar que a mi hijo lo jodieran sus propios
demonios.
«También tengo un dispositivo con el que me controlan, LuzBel, pero el
mío viene de fábrica. Un regalo de la jodida vida».
Tragué fuerte y duro cuando las palabras de Amelia me encontraron de
nuevo. Odiándome porque, en mi furia por lo que me hacía, llegué a
desearle lo peor con su enfermedad. Y la vida me lo estaba cobrando como
una jodida perra vengativa.
—¿Puedo saber por qué trabajas tan de cerca con ellos?
Mi pregunta no fue estúpida, él era neurólogo, y uno muy bueno, pero
tenía conocimiento de que quienes trabajaban más de cerca con personas
que padecían condiciones mentales eran los psiquiatras, psicólogos o
psicoanalistas.
—El postdoctorado que cursé fue en neuropsicología —explicó—.
Irónico, ¿no?
—¿Qué?
—Que me apasione tanto la mente, el cerebro humano, pero que no
pueda entender mi propia cabeza.
Estaba odiando al hijo de puta por sus intenciones con Isabella, pero…,
joder. En ese momento sentí tanta empatía por Fabio que no me atreví
siquiera a reírme, como escuché que lo hizo él.
—¿Cómo son? Y no hablo de nada físico —pregunté, sintiéndome
patético al recurrir a una tercera persona para conocer más de mis hijos.
—Daemon es como tú: reservado y muchas veces indescifrable. Los
psicólogos han pasado bastante trabajo con él por eso, razón que me llevó
a pedirle a Dominik que tomara el reto.
—No me jodas —satiricé.
Me había enterado que Amelia hizo lo suyo con Dominik, lo desapareció
una semana, pero luego el imbécil volvió a casa, sano al parecer, a
excepción de unos moratones en el rostro. Y, cuando le llamé para
preguntarle qué había sucedido, me respondió que ella ya no era mi asunto
y que la dejara en paz. Le dejé claro que lo único que me importaba de la
chica es que ya no me siguiera jodiendo, y me sobresaltó que él me diera su
palabra de que no sucedería de nuevo.
—Aiden en cambio tiene la curiosidad de su madre, es muy listo y, si
sabes cómo llegarle, habla hasta por los oídos —prosiguió Fabio, y sonreí
al recordar al pequeño adueñándose de mi oso, y cómo consiguió el otro
para su hermano—. Y te sentirías orgulloso al ver cómo ambos la protegen.
En eso los dos salieron a ti.
—Vaya, ojalá te aparten de ella entonces —satiricé, y el hijo de puta
soltó una carcajada—. Lo digo en serio, cabrón.
—Siguiendo con el tema de Dominik, Isabella no sabe que él cubrió el
cargo de psicólogo de tus hijos porque sucedió cuando ella estaba en
Richmond —fue inteligente de su parte regresarme al hilo de la
conversación que manteníamos—, pero se enterará pronto, ya que la
siguiente cita se acerca y es obvio que los acompañará.
Una idea suicida llegó a mi cabeza en ese momento. Isabella no quería
que yo viera a mis hijos, pero me había hartado de ser solo espectador, así
que haría lo que estuviera en mis manos para verlos por mi cuenta.
—¿Me ayudarías a poder verlos? —pregunté.
—Lo haría, pero Isabella está con ellos ahora, LuzBel. Así que me pides
imposibles. Te aconsejo que mejor vuelvas a buscarla, a lo mejor está más
calmada y llegan a un acuerdo.
Me reí sin gracia al recordar lo que había pasado horas atrás. Obviamente
no me dejaría acercarme ni a diez metros de ellos.
—Créeme, no es buen momento para ir por ese camino —repliqué.
—No te prometo nada, pero trataré de hablar con ella y convencerla
para que te deje verlos.
—¿Por qué te escucharía? —urdí en tono duro, pues habló en ese
momento como si ellos fueran más cercanos de lo que yo vi.
—Ella y los niños me acompañarán unos días en mi casa de playa,
LuzBel. —Tomé el móvil en ese momento y lo apreté entre mi mano,
deseando que fuera su cabeza.
—Estás pisando terrenos peligrosos y lo sabes, Fabio —gruñí entre
dientes, sintiendo la respiración acelerada.
—Tienes mi palabra de que no intentaré nada, a menos que ella también
lo quiera.
—Eres un hijo de puta —largué.
Y luego tiré el móvil en el suelo con la misma furia que lo quería
estrellar a él contra una superficie dura, hasta explotarle las jodidas
neuronas.

—Ha pasado tanto tiempo. Creí que ya me había resignado, ¿sabes?


Que al fin estaba aceptando que no podrías coger más mis llamadas, pero
mi corazón sigue reacio a dejar de latir por ti, aunque mi cerebro me grita
que es momento de que te deje descansar como me lo recomendó Dylan.
Cumpliste tu promesa, Elijah, y mejor de lo que esperabas. Ya que no solo
te tatuaste en mi piel, sino también en mi alma, y no ha sido fácil seguir sin
ti.
—Daría todo por volver a verte, mataría por un beso tuyo, por una
caricia, o por una de tus miradas, aunque fuera fría. Pero, a pesar de que
me niegue a dejarte ir, sé que no es posible y solo tengo que conformarme
con amarte y extrañarte cada día más. Sin embargo, Dylan tiene razón,
tengo que dejarte ir, y creo que por eso el destino me trajo aquí, para que
viviera nuestros recuerdos una vez más y te llamara por última vez. Nunca
olvides que, aunque no estés aquí conmigo, yo sigo quemándome a mitad
del camino.
Perdí la cuenta de las veces que había escuchado ese correo de voz que
encontré en mi móvil, era el que usé antes de que la mierda nos hundiera.
Lo había guardado porque en él tenía mis últimas conversaciones con Elsa
y no me arriesgaría a perderlas, así que opté por usar otro, con el mismo
número, que fue el que se perdió cuando fuimos emboscados por Derek y
su gente.
Había encontrado el antiguo cuando llegué del hospital después de mi
cirugía. Y, en cuanto lo encendí y se desplegaron las notificaciones de los
correos de voz, me sorprendí porque no creí encontrarme con nada, aunque
no llegué a ese que volví a escuchar en ese instante, hasta una semana
después de mi último contacto con Isabella y mi llamada con Fabio.
—¡Jesucristo! ¿Qué te ha sucedido? —exclamó Serena al entrar en mi
estudio de tatuajes. Algunos implementos estaban destrozados. Evan me
había explicado que fue obra de Isabella, en su arranque de furia al
enterarse de que era yo detrás de la máscara de Sombra—. Parece que viste
algo que te ha dejado pálido.
Miré a la chica y respiré hondo.
—No lo vi, lo escuché —admití.
En ese correo, Isabella se había despedido de mí de verdad, me dejó ir, o
a mi recuerdo, justo antes de entregarse a Sombra en aquella cabaña. Por
primera vez sentí lo que ella aseguró antes: me creyó muerto, por eso se
acostó con alguien a quien ella creía otro.
«Por la misma razón se entregó a Elliot».
—¿Quieres hablar de eso? —Serena me sacó de mis pensamientos, y
negué con la cabeza.
Ella había llegado al cuartel de Grigori cuando yo todavía estaba
recuperándome de la anestesia, por lo que no vi en qué estado la entregó el
infeliz de Isamu, aunque Lilith me aseguró que, a pesar de que se mostró
furiosa y con el ego herido, físicamente lucía sana.
¿Mentalmente? No podía asegurarlo.
Sin embargo, cuando tuvimos la oportunidad de vernos, me aseguró que
estaba bien y que evitáramos tocar el tema, porque hablar de sus días con el
asiático no era algo que la hiciera sentirse orgullosa. Zanjó el tema con esas
palabras y luego se dedicó a ponerse al día, aunque la había descubierto en
algunas discusiones con Lewis porque, al parecer, él sí quería saber lo que
había pasado entre ella e Isamu.
—No. Mejor dime si ya has decidido hacer el juramento, o si prefieres
retirarte. —Cambié a ese tema porque me importaba y era menos dañino.
Me había reunido con ellos cuando Owen salió del hospital, y se sintió
tan bien como para querer integrarse al grupo. Invité a mi élite en Grigori
también en esa ocasión, porque estuve deliberando con padre el destino de
mi equipo cuando fui Sombra. Y, al llegar a un acuerdo que favoreciera a
ambos grupos y sobre todo a mí, se los comuniqué.
Padre les ofrecía la oportunidad de hacer un juramento de lealtad y
honor, pero para mí y para él, ya que Perseo y Bartholome no estaban de
acuerdo con integrarlos a las filas de Grigori debido a que eran Vigilantes, y
no porque los obligaron a serlo, sino porque querían, a excepción de Darius.
A él le tenían cierta consideración por haber sido hijo de Leah Miller, y
porque estaba claro que nunca quiso pertenecer al lado oscuro de nuestro
mundo.
Se los expliqué a todos y lo entendieron, no obstante, les di la
oportunidad de que lo pensaran bien y, si no querían, pues retirarse era una
opción con la que contaban, con la promesa de que Grigori jamás se iría en
contra de ellos, ya que después de todo me ayudaron a mí en lo que les fue
posible.
Y el día anterior, Gabriel, Miguel y Rafael me habían comunicado que
optarían por retirarse, pues huir de ese mundo era algo que ya deseaban,
aunque no podían hacerlo porque de los Vigilantes solo se retiraba al morir.
Y, ya que nosotros les brindaríamos la oportunidad, iban a aprovecharla,
algo que por supuesto era totalmente aceptable.
Mi padre incluso les ofreció sacarlos del país para que no vivieran con
miedo, y los tres tomaron, con gusto y agradecimiento, el ofrecimiento.
—Retirarse suena bien, pero no veo una vida sin esta adrenalina que dan
las organizaciones —admitió Serena—. Y, con lo suicida que eres, voy a
tener mucho de eso. Además, Darius se quedará, y aprovechará los
privilegios que le dan por ser el hijo de Leah y el hermano de una líder, y ya
sabes que ese tonto sin mí pierde el rumbo —bromeó, y solté una carcajada.
Al hacer el juramento, yo me quedaría con lo mejor de los mundos en los
que me moví, uno por deseo y el otro por obligación, y trabajaría con las
élites por individual, ya que, después de analizarlo bien con padre, él me
sugirió no despedirme de Sombra porque había misiones en las que me
convenía más usar la máscara. Sin embargo, eso no significaba que los
equipos no trabajarían juntos, lo harían cuando fuera necesario.
—LuzBel, tu padre pide que hagas acto de presencia de una buena vez.
Makris y Kontos han llegado junto a Gibson —avisó Cameron, y asentí.
Esa era la segunda vez que me reuniría con esos tres hombres de nuevo.
—Marcus también hará el juramento, así que solo esperaré por la
decisión de los mellizos y la de Belial y Lilith —le comenté a Serena al
ponerme de pie y encaminarme a la salida—. Te veo después.
—Así será, Sombra—se despidió—. Y por cierto, iremos a uno de tus
clubes el viernes, deberías unirte. Hanna irá.
—Veré si puedo, si no, diviértanse por mí —recomendé, y rodó los ojos.
Serena y Hanna ya se habían conocido, pues la rubia no se separó de
Owen desde que supo que estaba en el hospital. Y por lo visto, ellas se
llevaban bien, o eso escuché, ya que no me había reunido con ellos en plan
de pasar el rato, todas las veces que estuvimos juntos fue en el cuartel, y
Hanna no tenía nada que hacer ahí.
Aunque a la rubia sí la había visto por mi cuenta, a veces en casa de mis
padres, pues la amistad entre ella y madre fue creciendo, y de vez en
cuando la invitaba a comer, incluso Eleanor la había llevado a los clubes de
beneficencia a los que pertenecía, ya que Hanna resultó ser afín a esos
lugares. Sin embargo, en ninguno de nuestros encuentros hubo
acercamientos que le dieran a entender algo equivocado.
—No luces feliz de vernos, muchacho —señaló Gibson cuando entré a la
sala de juntas donde me esperaban, y los saludé.
Dio golpecitos en mi hombro como saludo, y le di un amago de sonrisa.
—Es porque ustedes no tienen tetas ni buen trasero —bromeé, y todos
rieron, a excepción del tipo por el cual Gibson señaló mi infelicidad—.
Nadie me avisó que vendrías. —Traté de que mi voz no sonara dura cuando
me dirigí a él.
Isamu.
—No lo sabíamos —explicó padre.
—Gibson le llamó a Isabella hace unos días para recordarle de esta
reunión y, entre los tres líderes de La Orden, decidieron enviarme a mí
como su vocero —explicó para todos.
De eso se trataba la junta, pronto se haría oficial que Grigori pasaría a
formar parte de las filas del gobierno y, después del desempeño de La
Orden del Silencio, varios gobiernos querían a la organización japonesa
como aliada, pero Estados Unidos tenía una ventaja y querían aprovecharla.
—Espero que vengas con buenas noticias, hombre —deseó Bartholome,
e Isamu se limitó a darle una sonrisa seca.
Padre inició la reunión cuando Dylan se nos unió también, pues como
Grigori seguía siendo el representante de su hermana, así que los siete nos
concentramos en hablar, deliberar y aclarar todo con respecto a lo que
implicaba dejar de ser una organización que comenzó como privada, para
convertirse en gubernamental, que fue algo con lo que Enoc soñó desde el
día en que fundó una de las élites más poderosas, incluso a nivel mundial.
Y sonreí con un puto orgullo que no me cabía en el pecho, cuando
Gibson dejó claro que, aunque Grigori se llevaría el mérito total como
organización, fueron los herederos de los fundadores quienes por fin
consiguieron que el presidente se diera cuenta del papel fundamental que
siempre jugamos en el país.
Los logros más importantes y los golpes más fuertes que el crimen
organizado recibió nunca llegaron por parte de la fuerza armada, naval o
aérea, Grigori siempre estuvo detrás limpiándoles el camino, o el culo,
cuando ellos la cagaban.
—Las ironías de la vida, ¿no? —señaló Perseo, y todos lo miramos—.
Después de que Sombra fue un grano en el culo para nosotros, ahora es
nuestra mejor pieza.
Bufé una risa por el señalamiento. Ya sabían todo con respecto a mí y
mis años como Sombra, también por qué me vi obligado a serlo. Sin
embargo, ahora que era libre, junto a Darius trabajamos durante días para
poder resarcir el daño que provocamos, entregándoles información sobre
los socios de los Vigilantes, los aliados y los lugares claves donde operaban;
lo que desencadenó una ola de arrestos y confiscaciones de propiedades,
cuentas bancarias, dinero en efectivo y drogas.
Pero sobre todo nos concentramos en las bandas de secuestradores.
—Has sido el villano de la historia, visto desde otra perspectiva —
comentó Dylan.
—Puede ser, pero ahora volvamos al punto —los animé.
—Isamu, ¿qué ha decidido La Orden? —le preguntó padre.
—Para aceptar, tienen condiciones —aclaró.
—Eso ya lo suponía, así que adelante. Dinos cuáles son para hacérselas
llegar al presidente —habló Gibson.
—La más importante es que no cederán a un trato exclusivo. Eso no es
negociable —dejó en claro el asiático, utilizando un tono que indicó que a
él tampoco debían intentar convencerlo de lo contrario—. Y operarán en el
anonimato como ha venido siendo.
Todos escuchamos atentos las condiciones y estuvimos de acuerdo con
que La Orden aceptaría por hacerle un favor al gobierno, e Isamu no lo
negó cuando Gibson se lo dijo en son de broma. Incluso tuvo la osadía de
aclararle que no eran los Sigilosos quienes necesitaban al gobierno, sino al
contrario.
En ese momento recordé por qué odiaba y respetaba al hijo de puta en
partes iguales.
—La Orden del Silencio se rige por la enseñanza de nuestros
antepasados, por eso nuestro mayor honor reside en la palabra. Así que, si
Estados Unidos acepta un trato como el que nosotros proponemos, hacemos
la promesa de que nos convertiremos en sus mejores aliados —finalizó
Isamu, y a mí no me quedaron dudas de que lo que dijo ya estaba hecho en
realidad.
—He trabajado de la mano con aliados japoneses, así que no dudo de tu
palabra —aseguró Gibson.
—Y no dejes de lado que una de sus líderes es también líder de Grigori,
así que obvio que serán nuestros mejores aliados —acotó Dylan con
orgullo.
Cuando la reunión llegó a su final horas más tarde, luego de tocar otros
temas ajenos a la unión de Grigoris y Sigilosos con el gobierno, pero que
tenían que ver con los Vigilantes, Isamu avisó que no se marcharía hasta la
siguiente semana, para esperar a que Gibson le diera una respuesta, pues
estaba autorizado para firmar el trato en nombre de La Orden.
—Vaya descaro el que tienes para venir como si nada —señalé cuando
salimos de la sala de juntas, él, Dylan y yo, y comenzamos a caminar hacia
la salida del cuartel.
Dylan se estaba quedando en casa de mis padres, ellos le ofrecieron una
habitación allí cuando notaron que no lo separarían de Tess, quien estaba
teniendo muy buenos avances y ya comenzaba a tener movilidad en el lado
izquierdo de su cuerpo. Y, como tenía rehabilitación a diario, él siempre la
acompañaba, así que le urgía irse para no perderse la de ese día.
—Podría señalar lo mismo de ti, por todas las veces que actuaste como si
nada con Isabella, pero tienes suerte de que no me meto en lo que no me
importa —se defendió él, y Dylan alzó una ceja y apretó los labios para no
reírse.
—No vayas a pedir que escoja un lado, porque definitivamente me
pondré en el de él, si defiende así a mi hermana —advirtió cuando lo miré
con los ojos entrecerrados.
—¡Sombra! Antes de que… —Serena se quedó en silencio, y perdió todo
el color cuando se dio cuenta de la presencia de Isamu a mi lado. Me alerté
por su reacción, aunque en minutos carraspeó y alzó la barbilla con
altanería, ignorándolo. Él no logró contener a tiempo una sonrisa de medio
lado que se esfumó igual que como llegó—. Darius necesita hablar contigo,
te espera en la sala de vigilancia.
Acto seguido, caminó hacia nosotros para ir en dirección a la sala. Al
pasar al lado de Isamu, lo golpeó en el hombro con el suyo, y siguió
adelante como si simplemente hubiera chocado con algo sin importancia,
aunque la tensión en su cuerpo la delató.
Ese encuentro imprevisto le afectó demasiado.
—Diablos, hasta a mí me dio calor —comentó Dylan.
Isamu se mantuvo mirando al frente todo el tiempo, como reviviendo
algo. Y se mordió el interior de las mejillas para no reír, pero, cuando notó
que no iba a conseguirlo, apretó los labios.
—Hijo de puta, disimula un poco la satisfacción —desdeñé.
—Vaya descaro el que tienes al pedirme algo que sabes cómo se siente y
que no se puede esconder —devolvió.
—Con razón no se toleran, si los dos son unos cabronazos —opinó
Dylan, y luego siguió su camino.
Tras eso me devolví por el lugar que antes se marchó Serena, y al entrar
a la sala de vigilancia encontré a todo mi equipo, aparte de Darius, Evan y
Connor, estos dos últimos como los únicos representantes de mi élite en
Grigori.
—¿Qué demonios está pasando? —indagué al ver a Serena y a Lilith
llorando, abrazadas a Owen que las acompañaba con las lágrimas.
—¿Crees en los milagros? —me preguntó Marcus.
—Sabes que no, solo en los hechos —reiteré.
—Pues disfruta este, hombre —me animó Belial, quien estaba a su lado.
Di un paso más dentro de la sala y vi a Evan y Connor tecleando como
locos en sus laptops. Lewis les ayudaba con algunos monitores,
acomodando quién sabía qué. Y Darius estaba frente a una pantalla que
parecía ser la principal, riendo y limpiándose disimuladamente sus
lágrimas.
—¡Somba!
Me congelé en mi lugar y vi cómo en todas las pantallas comenzó a
aparecer el rostro sonriente de Dasher.
—¿Qué demo…? —No terminé la palabra, no pude.
—¡Tío Oven!
Owen rio acongojado al escuchar al pequeño llamándolo, luego lo hizo
cada uno de los miembros de mi equipo porque Dasher gritó sus nombres,
reconociéndolos, mostrándose feliz de volver a verlos. Jarrel sonreía al ver
a su hijo así, y cada vez que tenía la oportunidad lo besaba en la cabeza.
El niño era una fotocopia de él.
—Lo conseguiste —murmuré para Darius.
—Lo hice, hermano —aseguró, y su labio tembló cuando no soportó más
contener las lágrimas.
Serena corrió hacia él para abrazarlo, aprovechando que Lilith hablaba
con Dash en ese momento, haciéndole preguntas triviales al pequeño para
que no se aburriera de vernos. Darius no se rindió, día y noche buscó a ese
pequeño, y luego a su padre, por cielo mar y tierra, pues quería confirmar
por su cuenta que estaban bien, que Amelia cumplió con su palabra.
Y ahí estaban, detrás de una pantalla, pero luciendo una felicidad que la
traspasó y nos embargó.
—Gracias a todos por haber cuidado de mi hijo, y de mi esposa, en su
momento —ofreció el hombre en tono agridulce—. No me alcanzará la
vida para pagarles lo que hicieron para que no dañaran a mi pequeño. A ti
y a ti sobre todos. —Nos señaló a Darius y a mí.
—A mí no tienes que agradecerme, yo solo hice lo que tu hijo se merecía
y yo le debía —zanjé.
—Aun así, gracias, Sombra. Cuando seas padre, entenderás por qué
ahora soy capaz de ofrecerte mi vida en pago —insistió, y me tensé.
Lo hice porque a penas me había dado cuenta de que lo era y ni siquiera
me permitían ver a mis hijos, pero no dudaba en que, si alguien hubiera
hecho por ellos lo mismo que Darius y yo hicimos por Dasher, aun porque
se lo debíamos, también le ofrecería mi vida como pago.
—Y créanme que quisiera que nos reuniéramos en persona, pero no
estoy dispuesto a arriesgarlo hasta estar seguro de que no corre más
peligro —añadió, y asentí en comprensión.
—Hazle galletas con chispitas de colores —recomendó Owen con la voz
entrecortada—, y mira junto a él la película de los bichos, ama la escena de
cuando el gusano se convierte en mariposa.
Las risas que resonaron en la sala fueron acongojadas. Y Lilith abrazó
con más fuerza a Owen, tratándolo como el oso que estaba demostrando ser.
Éramos pocos los que nos manteníamos enteros, o escondíamos en realidad
lo que estábamos sintiendo.
Y tras unos minutos, salimos de la sala, dejando solo a Darius
despidiéndose de Dasher y su padre, ya que al final era quien más merecía
un tiempo a solas con el pequeño. Yo opté por encerrarme de nuevo en mi
estudio de tatuajes y me dediqué a diseñar, recordando lo mucho que me
relajaba eso, lo bien que se sentía olvidar por un rato los celos, la ira, la
decepción, el miedo, la tristeza y el sabor agridulce de la felicidad, al saber
a salvo a un pequeño por el cual acepté hacer atrocidades.

—¿Estás seguro de esto? —me preguntó Belial, y me limité a mirarlo.


Estaba seguro, pero que él me lo preguntara de esa manera me hacía
pensar que a lo mejor no era lo correcto. Aun así, le di llamar al número que
ya tenía marcado y esperé a que me respondieran. Belial maldijo porque
con eso obtuvo su respuesta.
—No reconozco el número, pero, si tienes el mío, es porque me conoces y
debo considerarte alguien a quien tolero. —Sonreí de lado al escuchar la
respuesta de Andru, cuando respondió luego de tres tonos.
—De hecho, me temo que era tu Vigilante favorito —satiricé.
—¡¿Sombra?! ¡No lo puedo creer! —exclamó. Escuchaba mi voz
robotizada, por eso me identificó de inmediato.
—Joder, chico. Parece que nos has extrañado —se unió Aris, y supuse
que Andru me puso en altavoz.
—Para nada, simplemente soy un hombre al que no le gusta deber
favores, así que les llamé para pagar los que me hicieron. —Los escuché
reír, pero cautelosos esa vez.
Por eso Belial se había mostrado inseguro de lo que haría, ya que, si me
escuchaba alguien de Grigori, tomaría mi acto como traición. Sin embargo,
yo lo veía como asegurar alianzas con el bajo mundo, de las cuales podría
beneficiarme en el futuro. Además, esos griegos se lucraban con los
secretos de personas asquerosas de la clase alta, políticos, gente del medio
del entretenimiento, inversionistas y otros más. Y lo más importante, no
dañaban a niños, la razón que me llevó a devolverles los favores dándoles el
aviso de que el gobierno de Estados Unidos pensaba colaborar con los de
otros países, para deshacerse de los Vigilantes que quedaban a nivel
mundial.
Y todavía no sabían nada de ellos, lo que les daba la oportunidad de
blindarse de alguna manera para que no se vieran implicados.
—Nos llegó la información de que eras el hijo de Pride en realidad, pero
no lo creímos porque Lucius supo mantener ese secreto y, David y fantasma
desaparecieron del mapa para confirmarlo —comentó Aris.
—Y confirmarlo por tu boca no era algo que esperábamos. Y menos que,
siendo quién eres, nos des esta información con la que nos pagas los
favores, y de paso te deberemos unos cuantos —acotó Andru.
—Prefiero que me deban a deber. Aunque espero no tener que
cobrárselos —aclaré, sin afirmarles con palabras quién era yo en realidad.
—Sabes jugar, Sombra —señaló Aris con cierto orgullo, llamándome así,
aunque ya supieran mi identidad—. Buena movida —añadió, entendiendo
que no les di información por buena gente y mucho menos solté nada que
me comprometiera a mí directamente.
Sonreí y corté la llamada tras eso, satisfecho por lo que conseguí,
consciente de que ellos no me delatarían y, si intentaban hacerlo, podía
desmentirme porque una voz robotizada podría usarla cualquiera, fingiendo
que eran yo.
—Ahora entiendo por qué Cameron asegura que la única diferencia entre
Sombra y LuzBel es el lado en el que juegan —razonó Belial, y solté una
carcajada.
Él y Lilith iban a quedarse conmigo, harían el juramento en una semana
junto a Serena, los mellizos y Marcus.
Después de hacer esa llamada, y que él me dijera que por la noche irían a
Grig junto a los demás, me fui para el salón de entrenamientos del cuartel.
Quería distraerme un poco porque estaba a punto de volverme loco, pues le
había estado escribiendo a Isabella, esa vez haciéndole preguntas sobre mis
hijos, y no me respondió ningún mensaje.
Lo único que sabía era lo poco que mis padres se seguían enterando
sobre ellos, y el malnacido de Fabio no volvió a responder mis llamadas
tras mis amenazas sobre matarlo.
Por lo que solo me quedó como opción Dominik, quien únicamente pudo
hablarme sobre lo que llevaba del caso de Daemon antes de que la Castaña
regresara a Italia, ya que ni siquiera Isamu se dignó a responderme algo
sobre ellos cuando lo abordé.
Serena había insistido que hablara con ella sobre lo que me pasaba,
porque me veía muy ansioso, pero no podía explicarle la razón de mi
desesperación, ya que eran muy pocos los que sabían sobre los niños. Y
ninguno de la élite Pride, ni mi hermana, ni Jane, y mucho menos Dylan,
estaban incluidos en esa lista tan corta.
Y quien sí me sorprendió que los supiera fue Laurel Stone, mi mejor
amiga, la mujer por la que la Castaña me hizo un pequeño espectáculo, pues
le hice creer que estuve en un trío con ella.
Madre me explicó que recurrieron a la pelinegra para hacerle saber a
Isabella de que estaba embarazada, porque estaban cansados de intentar
sacarla del estado en el que cayó al perderme. Baek Cho se mostró reacio a
confiarle ese secreto, pero mis padres conocían a Laurel y siempre me
escucharon decir que era la única mujer en la cual confiaba, por eso le
pidieron al maestro que él también lo hiciera, aprovechando que mi amiga
se empecinó en entregar ella misma los regalos que yo dejé para White.
Y hasta ese preciso instante la pelinegra no había dicho nada sobre mis
hijos, confirmándoles a todos por qué yo confiaba en ella. Y también
Isabella, ya que, cuando le llamé a Laurel luego de saber todo eso (y que la
chica superara el shock se saberme vivo y comprobar que no era una
llamada del más allá, como me confesó que creyó), me comentó que la
Castaña le había presentado a los gemelos por medio de la foto en su
relicario.
Y quedamos de vernos para charlar más a fondo de todo, pero le pedí un
poco de tiempo porque antes necesitaba resolver los asuntos más delicados
con Grigori y mis dos élites.
—Vaya, nunca esperé verte por aquí —comenté tajante al llegar al salón
de entrenamientos y encontrar a Jane practicando con un bokken.
Se tensó al escucharme y luego observarme, pero no huyó como antes.
—Ahora también soy parte de esta organización, aunque en el área
administrativa.
Alcé levemente la ceja porque tampoco hablaba bajo, o con miedo.
Había escuchado a padre hablar sobre ella, él la estimaba porque fue su
contacto con Cameron cuando este estuvo infiltrado con los Vigilantes, por
eso la tomó como parte de Grigori sin que hiciera el juramento. Además,
era buena con la contabilidad, así que deduje que a eso se refirió con área
administrativa.
—¿Quieres enseñarme lo que sabes hacer con ese bokken? —la
provoqué, solo por el gusto de comprobar si me seguía teniendo miedo.
Estaba claro que continuaba sin soportarme, ni siquiera haber tenido que
meternos a una cama juntos, consiguió mermar lo que había pasado entre
nosotros. Pero no la culpaba.
—No sé qué pretendes con esa propuesta, LuzBel, pero, lo que sea, no
vas a conseguirlo —soltó.
No imaginó nada sexual, podía jurarlo, ya que nunca le mostré interés de
esa manera, y ella no era de las mujeres que entendían las cosas que no
eran.
—Connor no tiene por qué pagar mis errores, Jane —aclaré, y bebió agua
de una botella que mantenía cerca, antes de responderme.
—Claro que no. Pagará los de él. —Quiso sonar fuerte, pero noté en sus
ojos que ese era un tema que le dolía.
Y Connor estaba hecho mierda por eso, me lo dijo cuando hablamos días
atrás, pues él no se había ido del cuartel durante días, buscó ocupar su
mente resolviendo cosas, creando otras, todo con tal de no pensar en lo que
pasaba con ella. Hasta que le puse un alto y lo obligué a descansar.
—¿Sabes por qué él y yo somos amigos? —cuestioné, y negó—. A su
madre le diagnosticaron cáncer hace algunos años y su padre los había
abandonado. Connor era un adolescente como yo en ese momento —
comencé a narrar, y me miró con atención—. Había oportunidad de que su
madre se salvara, pero el tratamiento era muy costoso. Entonces llegó a uno
de nuestros clubes a pedir trabajo así fuese de limpiar, ya que era muy
joven. No iban a dárselo porque era ilegal que un chico de su edad trabajara
en un lugar como ese, así que comenzó a llorar desesperado.
Ella se llevó las manos hacia la boca sin poder creer lo que yo decía.
—Fui frío desde pequeño, pero ese día yo estaba en el club con padre por
casualidad y, cuando lo vi llorando con tanta amargura y decepción, le
pregunté qué le sucedía simplemente para valorar si valía la pena, o no, que
fuera tan débil, según mi manera de pensar —aclaré al verla reaccionar mal
por mi declaración—. Connor me lo contó todo, sin tener idea de quién era
yo, y consiguió que pudiera ponerme en su lugar. Así que hablé con Myles
y le dije que me hiciera un préstamo, explicándole para qué lo quería.
Yo reí, y ella comenzó a llorar. Padre se había quedado de piedra al
verme reaccionar con empatía por alguien más que no fuera Tess, él o
mamá, pues en ese momento ni los abuelos me importaban como para
tomarlos en cuenta.
—Accedió de inmediato, Jane. Pagó todo el tratamiento de la madre de
Connor y por supuesto que yo le reintegré ese dinero cuando comencé a
ganar por mi cuenta, siendo parte de Grigori. Myles no necesitaba que se lo
devolviera, así que lo doné a una fundación contra el cáncer. —No añadí
nada de eso para jactarme, era parte de la historia y ya—. El día del
enfrentamiento con Isabella, tu chico me apoyó no solo por amistad, sino
porque él se siente en deuda conmigo. —Ella sollozó sin poder contenerse
—. No lo castigues por eso, porque, aunque él asegure que me debe la vida,
está hecho un imbécil por ti —agregué.
Noté que no iba a poder decirme nada por el llanto, por lo que me di la
vuelta para marcharme.
—¿Por qué haces esto? —preguntó con su voz gangosa.
—Porque ya me aburrí de verlo aquí —mentí sin voltear a verla.
—Responde con la franqueza de la que te mofas —me chinchó, y eso me
hizo reír.
—Porque estás loca por Connor y él por ti, así que no vale la pena que lo
arruines —concedí—. Y porque no sé cómo pedirte disculpas por lo imbécil
que fui contigo —finalicé, y me marché.
Tal vez Connor luego me enfrentaría por haber revelado su secreto, pero
al menos estaría feliz de volver a ser el idiota de la Miedosa.

Por la noche decidí unirme a los chicos en Grig, Dylan terminó


convenciéndome de ir, pidiéndome que me divirtiera por él, pues, aunque
extrañara las noches de fiesta, prefería quedarse con Tess viendo una
película.
Y me sorprendí cuando, al llegar al privado en el que me indicó Belial
que estaban, me encontré a mis dos élites divirtiéndose juntos (a excepción
de Dylan), incluso Hanna, Alice y Janne los acompañaban, y esta última
parecía estar en mejores términos con Connor.
—Dios, me encanta que hayas venido —exclamó Hanna, medio
hablando, medio gritando para que la escuchara por encima de la música.
Jane me regaló una sonrisa tímida al percatarse de mi presencia, y le
respondí con un asentimiento. Connor a su lado me miraba serio y me
encogí de hombros en respuesta, porque sabía a qué se debía que quisiera
asesinarme, y negó con la cabeza para luego levantar su cerveza en señal de
agradecimiento. Usaba una bota ortopédica, y en el cuartel los mellizos le
jugaron un par de bromas, al decir que se la robó a Belial, porque este ya no
la necesitaba.
—Chica, donde te le cuelgues más vas a terminar enseñando el culo —
sermoneó Alice a Hanna cuando esta me sorprendió envolviendo los brazos
en mi cuello.
Alice se veía más animada, y que estuviera ahí lo comprobaba.
Habíamos hablado hace una semana, pero ambos evitamos el tema que
teníamos en común y que tanto nos jodía la cabeza.
—No me regañes, porque estoy feliz de verlo.
—Y también un poco achispada —le dije yo luego de la respuesta que le
dio a Alice.
Sonrió tímida, y se apartó de mí. No sentí malicia en su gesto,
simplemente actuó feliz, movida por las copas que de seguro ya habían
ingerido, o por lo que fuera.
Me acerqué a los demás para saludarlos, y cogí un botellín de cerveza
que Lewis llevó para mí. Serena sacó a bailar a Evan y Alice a Owen. Y por
un buen rato me divertí y relajé. La noche no era como en los viejos
tiempos, porque nos faltaban personas importantes, pero se sentía bien
compartir con mis dos élites sin temor a que debía esconderme, pues el
peligro al fin había pasado.
—¡Oh, Dios! ¿Pero qué hace él aquí? —indagó Hanna a nadie en
especial, y miré a donde ella lo hacía.
Me tensé al ver en el primer piso a Elliot acompañado por Isamu.
Detestando tener que cruzármelo una vez más, ya que desde la cirugía de
Isabella no se había aparecido por el cuartel, aunque sabía que seguía en la
ciudad.
—¡Hey, no! Espera —suplicó Hanna al tomarme del brazo, cuando vio
mi intención de bajar para sacarlo del club—. Por primera vez, creo que en
mucho tiempo, todos la están pasando bien. No les arruines la noche, por
favor.
—No me hace una puta gracia verlo aquí, pero Hanna tiene razón —se le
unió Marcus, llegando a mi lado y observando a donde yo no podía dejar de
ver.
El recuerdo de mis mensajes con la Castaña me encontró, incrementando
mi odio porque Elliot tuvo la capacidad de joderme ese momento.
—¡Carajo! —Escuché a Serena exclamar, y vi que desde su lugar en el
privado ella también se dio cuenta de la presencia de esos dos. O de Isamu
para ser más específico.
Y este también pareció sentir su presencia, ya que la encontró con la
mirada, la observó con frialdad y sonrió con satisfacción al notar desde la
distancia que ella se puso nerviosa.
—¡Bien! Esta noche es nuestra, para divertirnos. Así que nada ni nadie la
joderá —gritó Alice, y alzó su cóctel.
Supuse que ella también notó la presencia de Elliot y decidió ignorarlo.
—Ves, sigamos su ejemplo —me animó Hanna—. Que nada ni nadie nos
amargue la noche.
Me alejó de donde estaba para que dejara de mirar hacia el primer piso, y
me bebí la cerveza de un sorbo. Owen me ofreció otra, y Darius terminó por
advertirles que no pretendieran emborracharme con la intención de hacerme
ignorar, porque lo único que conseguirían es que hiciera una masacre, y me
reí por lo bien que me conocía.
Varias cervezas después, la tensión nos había abandonado a todos. Alice
y Serena disfrutaban juntas, Hanna se les unía cuando se aburría de intentar
llevarme a bailar con ella. Connor, Cameron y Evan apostaban por cuál de
las chicas caería desmayada por tanto alcohol, excluyendo a Jane, que era la
única sobria del privado.
Belial y Lilith charlaban algo con Darius, y los mellizos se quedaron
conmigo junto a Marcus.
—Ya, tontos, dejen de estar cuidando el culo de Sombra y vengan a
bailar —exhortó Serena, tomando de la mano a los mellizos.
Los arrastró a la pista del privado, quedándose ella con Lewis y Owen
con Alice.
—Toma el ejemplo y sal a buscar alguna chica para bailar. O hazlo con
Hanna que se ha quedado sola —demandé para Marcus, y negó con la
cabeza.
—Prefiero asegurar la diversión de los demás —declaró él, y rodé los
ojos.
Ya no tenía ganas de asesinar a nadie, el alcohol estaba haciendo su
efecto y me sentía más relajado. Incluso me reí con las locuras de Hanna
cuando regresó con nosotros y comenzó a bailarme.
—Ya tienes que estar más allá de borracha para que no te importe que
Marcus esté aquí también —señalé, mordiéndome la sonrisa porque, en
lugar de sonrojarse como siempre, siguió moviendo sus caderas con
sensualidad.
—Bien, es hora de ir en busca de más cervezas —avisó Marcus al notar
que Hanna no se detendría.
Ella se inclinó hacia mí en ese momento, dejándome ver el pronunciado
escote de su vestido, dándome una buena vista de sus pechos, y luego
susurró en mi oído:
—¿Y si me llevas a un lugar más privado y me cuentas una historia?
Pero que esta vez llegue a su fin.
—Al único lugar que podría llevarte es a la cama. —La sonrisa que me
regaló fue sensual, y negué—. Para que duermas, Hanna.
—Ya, LuzBel. No seas aburrido. Quiero que vivas y goces, ¡por Dios! —
se quejó, y solté una carcajada porque estaba arrastrando las palabras.
—Estoy viviendo y gozando.
—Pero hazlo conmigo —suplicó, acercando su boca carnosa a la mía.
La miré por unos segundos.
Era bella, pero no mi Bella.
—No…
—Bip, bip, bip, bip… ¡Jesucristo! Mi detector de zorras ha llegado a su
nivel más alto —exclamó alguien luego de quitar a Hanna de encima de mí,
cortando lo que yo le diría. Un vestido rojo sangre envolviendo un cuerpo
lleno de curvas sensuales apareció en mi visión, su trasero casi quedó cerca
de mi cara al darme la espalda y enfrentarse a la chica que pretendía que me
la llevara a la cama—. Y me temo que es por ti, rubia de bote —espetó
aquella voz que tanto conocía, y sonreí.
Todos pusieron su atención en la escena, pero Darius reaccionó
realmente sorprendido al ver a la Venus hecha mujer y convertida en una
fiera, protagonizando el momento.
—¿Y lo asegura quién? ¿La Madre Teresa? —se defendió Hanna
mirándola de arriba abajo.
—No, cariño. Te lo asegura la reina de las zorras —le respondió ella con
orgullo, y no pude evitar reírme. Siempre era así de descarada—. ¿Y tú solo
vas a reírte, cabrón sinvergüenza? —siguió despotricando, y se giró hacia a
mí, dejándome ver su cabellera negra como la noche, enmarcando su
delgado rostro.
—Solo tú eres capaz de hacer una entrada tan magistral, Laurel —
exclamé con una sonrisa ladina, y me puse de pie.
—¡Demonios, LuzBel! Tú vuelves y pones todo patas arriba —reclamó
con enojo, y abrí los brazos para abrazarla.
No se negó.
Se aferró a mi cuerpo con fuerza, con miedo de soltarme y que volviera a
desaparecer. Ella era de esas amigas con las que no era necesario hablar a
diario, o reunirse a charlar al menos los fines de semanas. Bastaba con
verse, así fuera a los años, y sentir como si lo supiéramos todo el uno del
otro.
—No tienes idea de cuánto te lloré y extrañé —informó con la voz
ahogada por mi cuello.
Me separé de ella y limpié una lágrima que había derramado.
—Laurel Stone llorando, ¿en serio? —me burlé, y me golpeó.
Habíamos hablado esa tarde y la invité a llegar al club, pero me dijo que
no podría. Por eso me desanimé a acompañar a los chicos en un principio.
Razón por la cual, verla después de todo, esa estaba siendo una grata
sorpresa.
—Gracias —musité de pronto, y sonrió, ella sabía que le agradecía por
haber protegido mi secreto.
—Muero por conocerlos, y no solo por una foto —confesó con ilusión.
—Yo también —acepté, y me miró con comprensión—. Ven, vamos a la
oficina —pedí echándole el brazo sobre los hombros para que no fuera a
concentrarse en Hanna de nuevo.
La rubia estaba con Alice en ese instante. Y Laurel, desde donde
estábamos, les avisó a los demás que luego los saludaría como se debía,
concentrándose en Connor y Jane, y ambos le sonrieron, felices de verla.
—Estaré con Laurel en la oficina —le avisé a Darius al encontrarlo en el
camino, él me miró serio, y la pelinegra a mi lado se puso un poco nerviosa.
Y al saber lo gustosa que era, imaginé que quería conocer al idiota frente a
nosotros—. Darius, ella es Laurel, Laurel, él es Darius —los presenté, y
ambos se dieron la mano.
—Es un gusto conocerte, Darius. Soy amante del medio ambiente y me
encanta reciclar. —Fruncí el ceño por la presentación que ella hizo de sí
misma.
¿Qué demonios había sido eso?
A Darius lo abandonó la seriedad con las palabras de mi amiga, y sonrió
en plan de galán.
—Vaya suerte la mía. A mí me encanta colaborar con el reciclaje —soltó
él, y no pude evitar rodar los ojos y caí.
El cabrón pronto me pagaría unas cuantas. Después de que me explicara
cómo se conocieron.
—Ya se conocían y, si no me equivoco, te lo llevaste a la cama —
aseguré, mirando a Laurel, y ella me sonrió queriendo parecer inocente.
—Fue divertido que nos presentaras —respondió, y negué.
—Bien, luego se ponen al día —recomendé, y arrastré a Laurel hacia la
oficina.
—Eres un maleducado —refunfuñó ella.
No quise perder más tiempo, así que al entrar a la oficina le serví un
trago de bourbon y comenzamos a hablar de todo lo sucedido.
Como siempre, me escuchó con atención y casi se fue de culo cuando le
conté la historia entre Isabella y Elliot, pues ni ella podía creer tal cosa,
aunque en ningún momento habló en mal de White; solo calló y analizó
todo. Y por mi parte, no dejé de lado ningún detalle tampoco, incluso le
hablé sobre lo sucedido con Hanna y Amelia, y todas las cosas que le
permití creer a Isabella por sentirme herido.
—No puedo creer que la llamaras zorra, o que le dijeras que sentías asco
de ella —aseveró.
—Lo hice porque me volví loco por los celos y la ira —recalqué—.
Sabes a la perfección lo que Elliot hizo antes con la chica de la que creí
haberme enamorado, y que luego lo hiciera con Isabella fue el detonante de
mi bomba interior. —Frunció el ceño al escucharme.
—Pues igual cometiste un grave error —señaló, eso ya lo sabía—.
Incluso a mí, que toda la vida he sido una zorra y lo acepto sin problema,
me dolería que el hombre que amo me llamase así, y sobre todo cuando no
tiene derecho a referirse de esa manera a mí.
La miré incrédulo, no porque me sentía con derecho de llamar así a
nadie, sino porque creía haber tenido justificación para hacerlo.
—Ni me mires así, LuzBel, porque sabes que tengo razón —alegó, y
negué en desacuerdo—. Y si yo no te perdonaría algo así, peor Isa.
—¿Escuchaste la parte en la que te dije que ella me traicionó con Elliot?
—largué—. Isabella se acostó con el hombre que más he odiado en este
mundo.
—Lo escuché perfectamente y he sido capaz de sentir tu dolor en cada
palabra —bramó—. Lo que me recuerda también que eso que te corroe por
dentro y te hace sentir tan miserable es lo mismo que a Isabella le desgarró
el alma y le rompió el corazón la noche en la que fingiste que harías un trío
conmigo y la española. Lo mismo que debió sentir cuando te vio entre las
piernas de Amelia, lo que repitió el día que se quedó creyendo que te ibas a
acostar de nuevo con ella, la mujer que más odia, para salvar al papacito de
su hermano. —Bien, lo estaba entendiendo—. Y no quiero ni imaginarme
lo que le causaste cuando te encontró con Hanna y le dejaste creer que la
follaste en su cama. Suya, no tuya.
Estaba demasiado cegado por mi ira y dolor, tanto que no analicé lo que
le devolví a Isabella y lo que antes ya le había provocado. Sin embargo, lo
mío fue fingido, y lo que pasó con Hanna en Vikings ni siquiera lo
recordaba. De lo que sí debía responsabilizarme fue de lo que intenté hacer
con la rubia en mi apartamento.
—Yo puedo borrarle todo ese dolor el día que le diga mi verdad, Laurel
—murmuré—, pero ella no podrá borrar el mío.
—No te equivoques, amigo. Borrarle ese dolor porque crees que tienes
justificación es igual a que quieras unir los pedazos de una vasija, luego de
tirarla al suelo porque te viste en la obligación de hacerlo. Podrá seguir
siendo valiosa, pero el daño estará ahí y lo notarás.
Mierda.
Confirmé en ese momento por qué esa chica era mi mejor amiga, pues la
odiaba por no ponerse de mi lado, sin embargo, valoraba que me dijera las
cosas en la cara.
—Y no se trata de esto, pero, si ponemos lo tuyo y lo de Isabella en una
balanza, ¿qué lado crees que pesaría más? —preguntó, y no respondí de
inmediato.
—Es claro, ¿no? —Bufé al rendirme con su mirada acusadora.
—Es gracioso que ahora te quejes de la diabla que tú mismo creaste,
cariño. —Sonrió al decir eso—. Porque bien sabías que Isabella no era
como las tipas a las que estabas acostumbrado, por eso le tuviste miedo en
un principio, pero supongo que cuando fue más vulnerable te confiaste —
reflexionó.
—Justo en este momento, no sé si eres mi amiga o la de ella —
dramaticé.
—De ninguno, LuzBel. En este momento estoy siendo objetiva, viendo
las cosas desde ambos puntos —aclaró, y exhalé un suspiro—. Tú no tienes
idea de cuánto sufrió Isabella, y ella desconoce lo que tú sufriste, porque
ambos son obstinados y orgullosos. Por eso está siendo difícil que se
escuchen, sin embargo, créelo de mí, amigo: ella no te engañó. Incluso
siendo tú Sombra, no te falló. Y lo comprobaste por tu cuenta cuando la
tuviste a través de la máscara y te creyó otro, y aun entregándote su cuerpo,
no te dio su corazón porque ese se lo obsequió a Elijah sin importarle que
no le correspondiera. E hizo lo mismo con Elliot.
—Entiendo eso, Laurel. Pero entiende tú que ella sabe cuánto odio a
Elliot y aun así folló con él —escupí.
No mentí, pues, si bien comprendía todo lo que me había dicho, Laurel
todavía no miraba mi punto.
—Pero tú estabas muerto —largó haciendo comillas con sus dedos—.
¿En verdad sientes asco por ella? —cuestionó de pronto, y negué sin
pensarlo.
—Lo dije por la ira del momento, y pensé en desmentirme luego, pero
ella se cegó por la rabia también, y al final ninguno quiso escuchar nada
más. Después terminó yéndose lejos de mí y, de paso, ha salido con otro.
—¡Dios! Eres idiota, LuzBel. —se quejó hastiada—. Isabella no salió
con otro, aceptó una invitación y ya. No tienes que crucificarla ni tacharla
de nada solo porque estás herido.
—Si se acostó con Elliot por creerme muerto. ¿Qué le impide no hacerlo
también con Fabio porque está herida? —inquirí con amargura, y rio.
—Nada —zanjó—. De hecho, la felicitaría si lo hiciera en lugar de estar
sufriendo por un cabrón como tú. —Apreté los puños—. Sin embargo, sé
que ella te ama demasiado por muy jodida que quiera ser, y ahora sabe que
tú estás vivo, por lo que no se acostará con otro a menos que tú la hartes e
incites a hacerlo —apostilló tan segura de cómo era Isabella que hasta la
envidié.
—Ahora resulta que será mi culpa —repliqué.
—¡Ya! Deja de estar a la defensiva, por el amor de Dios. —Noté que
tenía ganas de golpearme al decir eso—. Olvida las malditas advertencias,
los celos, la desconfianza, y búscala. Recupérala a ella y a tus hijos —
aconsejó.
—Se dice fácil.
—Cariño, es fácil porque te conozco y sé que en tu interior sigues seguro
de que esa mujer es tan tuya como tú eres suyo. —Su confianza al decir eso
consiguió que retuviera el aire—. Lo supe desde aquella noche en esta
misma oficina, y lo confirmé ahora cuando esa rubia estúpida quería
comerte la boca, y tú la mirabas deseando que fuera Isabella. La amas,
LuzBel —sentenció, y me tensé—, la amas como jamás en la vida has
amado a nadie. Por eso te aterra, porque no sabes cómo manejar el
sentimiento, porque lo desconoces, pero, aun así, no puedes ni quieres dejar
de sentirlo.
Le quité la bebida de las manos y me la tragué de un sorbo,
comprobando que sus palabras me quemaron más que el alcohol.
—El amor siempre me ha parecido un sentimiento patético —bufé, y
negó con la cabeza—. He visto como debilita a las personas y yo, así esté
furioso y herido, no me siento débil con Isabella. Todo lo contrario —
sentencié, sintiendo que las palabras que diría a continuación se grabarían
en mis huesos—. Con, y por esa Castaña, siempre me sentido capaz de
quemar el mundo y congelar el infierno —afirmé, y sonrió complacida.
—Si algún día alguien es capaz de eso por mí, también creeré que el
amor es patético —admitió, y entonces fui yo quien sonrió—. Pero no seas
tan cabrón y dame el gusto de escucharte decir que la amas, así esas
palabras sean insignificantes para ti.
—Estás loca —solté riendo.
Ella me imitó y luego se puso de pie para llegar a mi silla. Alcé la ceja
cuando se inclinó agarrando los apoyabrazos, dejando expuesto su escote,
pero ni siquiera le di importancia, y Laurel lo notó.
La hija de puta me estaba probando.
—Te quemó, te hizo cenizas y luego te reconstruyó a su manera —habló
con regocijo, y me miró con intensidad. En ese instante le sostuve la mirada
—. ¿La amas? Recupérala, demuéstrale que solo tú eres su cielo y su
infierno, hazle ver que ella es tu ángel y tú su demonio. Ve tras tu reina, tras
tu luz y sus frutos.
Me mantuve en silencio un par de minutos, y luego tomé la decisión más
importante de mi vida.
—Irás conmigo a Italia —demandé, y sus ojos se abrieron con sorpresa
—. Necesitaré ayuda con esa diabla —añadí, y su carcajada fue
escandalosa.
Ella lo hacía broma, yo no.
Iría tras una diabla enfurecida, pero esa vez, pasara lo que pasara, la haría
escucharme hasta que le quedara claro que, si bien no congelé el infierno, lo
libré para volver con ella.
Capítulo 34
Ya no hay vuelta atrás
Isabella

Acompañar a Fabio a su casa de playa fue la decisión más acertada que


pude haber tomado, pues mis hijos amaban el mar, les encantaba que
fuéramos todas las mañanas a caminar en la arena y jugar con su cachorro.
Los cuatro nos habíamos vuelto inseparables, y Fabio se nos unía
siempre que el ánimo se lo permitía, aunque también aseguró que a veces se
abstenía porque era consciente de que esas dos semanas eran para mis hijos
y para mí, para reconectarme con ellos, llenarme de su amor y recordar que
ahí solo era madre, nada más.
Por eso le tomé la palabra cuando me aconsejó que me desconectara y
desintoxicara de la tecnología. Dejé el móvil a un lado, e incluso mi élite
colaboró a no mencionarme nada del mundo fuera de esa casa; y confié en
ellos, en que se encargarían de lo importante y que solo si pasaba algo
realmente malo, o urgente, iban a decírmelo.
—Gracias por este detalle. —Miré a Fabio al decirle eso, estaba sentado
a mi lado, ambos sobre el suelo.
Esa mañana había llevado un par de caballos y mis hijos se emocionaron
al verlos. Fabio tuvo la amabilidad de enseñarles a montar, y por la tarde
nos invitó a dar un paseo. Él había llevado a D, mientras que Aiden me
acompañó a mí, y sus risas contagiosas cada vez que apresurábamos el
galope terminaron haciendo que me doliera el rostro.
—¿Por esto? —Señaló nuestro alrededor. Nos encontrábamos en un
espacio abierto, con mantas y cojines sobre el suelo para mayor comodidad,
incluso teníamos comida y bebidas—. ¿O por los caballos? —Miró a los
animales en los que nos conducimos, descansando a lo lejos para que Aiden
y Daemon pudieran jugar sin exponerse a un accidente.
—Por todo, Fabio. Has sido un anfitrión excelente, y nos has hecho
sentir en casa, nos has acogido como tu familia —acepté, y lo vi sonreír de
lado.
Estaba medio recostado, sosteniéndose con el codo en un cojín, con una
pierna flexionada y la otra encogida (el muslo de esta apoyado en el suelo).
Y vestía con ropa blanca igual que yo. Ambos nos manteníamos descalzos,
esperando por el eclipse que se pronosticó para ese día, por eso llevábamos
gafas especiales, aunque estas descansaban en nuestras cabezas de
momento.
—A veces, cuando la compañía es correcta, se siente bien no estar solo
—admitió.
Coincidí con él en eso, aunque no lo vocalicé porque había notado que
era muy reservado con su vida personal y no me gustaba ser imprudente, o
incomodarlo de alguna manera. Por lo que decidí unirme a los juegos de
mis hijos, quienes hacían formas en la arena con sus deditos; y solo volví al
lado de Fabio cuando el eclipse comenzó a hacerse más evidente.
Me recosté sobre los cojines, mirando al cielo, contemplando que
después de años la naturaleza se apiadaría, así fuera por un momento, de
aquellos amantes, y les permitiría volver a estar juntos: el sol y la luna. Y
sonreí mediante el eclipse fue avanzando, porque las palabras que Sombra
me dijo en el apartamento antes de ir a rescatar a Darius me encontraron,
suspirando a la vez al darme cuenta de que lo extrañaba, pues esa fue una
versión de LuzBel que jamás creí tener para mí.
Una con menos miedo a demostrar que, así fuera un psicópata, tenía
sentimientos.
—Intuyo, por ese suspiro, que son buenos recuerdos —murmuró Fabio, y
sentí su mirada en mí.
Sonreí antes de responderle.
—No estoy segura de que sea bueno —acepté, pensando en que, cuando
Sombra me dijo esas palabras, antes había estado follando con Amelia.
—Estos días te has relajado tanto con tus hijos que hasta pareces un
ángel —musitó de pronto, y eso me hizo sonreír aún más.
—¿Tratas de decir que antes lucía como una bruja amargada? —bromeé
y, por primera vez desde que lo conocía, me regaló una sonrisa de verdad,
amplia y divertida.
—Un pequeño demonio enfurecido, tal vez —Me siguió la broma, y
volví a reír, un poco avergonzada por el comportamiento que tuve frente a
él cuando estuvimos en Richmond.
—¿Te usta mami, Falio? —Abrí los ojos desmesuradamente al escuchar
a Aiden haciendo esa pregunta.
Él y Daemon se unieron a nosotros, y no entendí de dónde sacó Aiden
eso, o qué lo llevó a cuestionar tal cosa.
—¿Por qué preguntas si me gusta tu madre? —indagó Fabio.
«Porque todos lo notábamos, adonis sexi. Solo mi Colega no lo veía».
Dios.
—Poque Jacco sonríe tuando mila a Danna —explicó Aiden,
encogiéndose de hombros con cada palabra, casi como queriendo que
entendiéramos que la respuesta era fácil—. Y tía Mooco dice que lo hace
poque le usta.
¡Oh, Dios! Estaba hablando de un libro.
Me cubrí la boca al comenzar a reírme más, queriendo matar a Maokko a
la vez porque le pedí que le leyera libros sobre aventuras infantiles, no de
Jacco sonriéndole a Danna.
—¿En serio? —continuó Fabio, volviendo a reírse, y me miró—.
Entonces sí, Aiden, me gusta tu mami.
«¡Jesús! Caí rendida, de rodillas frente a la pelvis de ese adonis».
Puta madre.
La sonrisa se me borró, y sentí que me sonrojé, porque no esperaba esa
respuesta de su parte. Daemon se tiró a mis brazos, envolviendo sus
bracitos en mi cuello como si hubiera sentido algún tipo de peligro y
quisiera protegerme. Devolví el gesto para transmitirle seguridad, y seguí
escuchando atenta la conversación que Fabio y Aiden siguieron, sobre la
historia de Jacco y Danna. Y por supuesto que mi pequeño aseguró que el
chico le sonreía mucho a la chica, lo que me hizo suponer que sonreír era la
palabra clave que Maokko utilizaba para los besos.
Ella y yo tendríamos una charla seria.
—También luces inocente cuando te ruborizas con mis palabras, Danna
—declaró Fabio en cuanto volvimos a los caballos.
No le respondí, pero me vi obligada a apretar los labios para no sonreír,
porque utilizara ese nombre.
—Tú eles Jacco, Falio —gritó Aiden dando saltitos sin soltarse de mi
mano, riendo feliz de que los personajes del libro se hicieran reales, según
él.
«¡Uh! Ya sabía quién, no sería el favorito de papá».
—No, papi es Jacco —replicó Daemon al lado de Fabio.
«¡Vaya! Encontré al favorito de papá».
—También lo es, D. Pero mamá puede tener a dos Jacco —aceptó y
explicó Fabio, consiguiendo que de nuevo me sonrojara.
«Santa mierda, el adonis sabía jugar sucio».
—¿Pueles, mami? —inquirió Daemon.
Fabio me miró con intensidad, atento a mi respuesta. Aiden lo hizo con
curiosidad igual que su gemelo. Y ante la pregunta de D, pensé enseguida
en LuzBel y Sombra, dos Jacco en la misma persona.
—Bien, es hora de volver para jugar con Sombra —animó Fabio a los
chicos, refiriéndose al cachorro, que por cierto, él se rio cuando supo el
nombre.
Y agradecí que, así como me metió en ese embrollo, también me sacara.
Al llegar a su casa no volvimos a tocar ese tema, tampoco me hizo sentir
incómoda. Seguimos actuando como dos personas alimentando una amistad
y, cuando llegó el día de despedirnos, únicamente sugirió que lo
extrañáramos. Y, aunque no le respondí, yo sabía que sí lo haría, porque
esas semanas con él y mis hijos me recompusieron en sobremanera. No
obstante, volver a encender el móvil por poco arrasa con la tranquilidad que
conseguí, pues encontré miles de mensajes, y hasta llamadas, de LuzBel.
Todos eran preguntando sobre nuestros hijos, y sabía que debía
responderle, pero los borré antes de hacerlo, por la necesidad de alargar un
poco la paz que había obtenido esos días.
—Pareces otra —señaló Lee-Ang.
Los niños ya se habían dormido y Maokko estaba en algo con Ronin y
Caleb. Isamu partió hacia Estados Unidos, ya que antes de irme con Fabio
deliberamos con el maestro Cho y sensei Yusei sobre la propuesta de
Gibson, llegando a un acuerdo y escogiendo a mi compañero como vocero,
para que se encargara de eso.
—Me siento como otra —acepté, y ella sonrió.
Me encontró sentada en la isla de la cocina, y ella se fue a la estufa para
prepararnos un té.
—Cuéntamelo todo —pidió.
Ni ella ni Maokko me acompañaron, tampoco Caleb o Ronin.
Simplemente se encargaron de desplegar seguridad en la casa de Fabio, ya
que analizamos que nuestros enemigos se acostumbraron a vernos juntos,
por lo que, que también fueran a la casa de Fabio, sería como ponerlos
sobre aviso de mi presencia ahí.
Lee-Ang rio cuando llegué al tema de Aiden y el libro, coincidiendo las
dos que Maokko tenía mucha astucia al leer algo que le gustara tanto a ella
como a mi hijo sin saltarse las partes románticas.
Tras esa noche con Lee, continué con mi vida. LuzBel había dejado de
escribirme, contribuyendo a que mi paz mental se alargara. Me dediqué de
lleno a mis hijos, dejé La Orden en manos del maestro Cho y sensei Yusei,
disfruté de la tranquilidad que por primera vez me rodeaba, y hasta me dejé
convencer por Maokko de hacerme una renovación física, según ella, para
cerrar ciclo. Así que una tarde terminamos metidas en una peluquería, no
para raparme, sino para despedirme de mi color natural de cabello, optando
por un balayage[16] rubio cenizo que me asustó al principio, pero luego me
gustó.
«Dejaste de ser castaña».
Y acentué lo que Lee señaló dos semanas atrás: era otra.
Con mis hijos, retomamos sus consultas semanales con el psicólogo, y
casi mato a Fabio al enterarme de que era Dominik quien atendía a los
clones. Y no solo eso, pues, además de haber sido el doble de Sombra, el
tipo era su hermano.
—Me aseguraste que ser el médico de D, y encima amigo de Sombra, fue
una coincidencia, pero, con esto, estoy comenzando a dudarlo —me quejé.
Fabio y Dominik estaban reunidos conmigo en la oficina de este último,
mientras los niños jugaban en una sala aledaña.
—No tendríamos por qué mentirte, Isabella —apostilló él.
—Nunca tocamos temas tan personales con Sombra —añadió Dominik
—. Además, yo supe que eran tus hijos hasta después de lo sucedido con
Darius. Y somos profesionales con ética, así que no divulgamos
información de los pacientes ni con nuestra familia.
—Estás siguiendo adelante, Isabella. Así que deja de incomodarte por
esto —sugirió Fabio, y puso las manos en mis hombros.
Los dos estábamos de pie, y en ese instante, frente a frente.
La clínica les pertenecía a ellos, especializada en la salud mental y
equipada perfectamente con un área de pediatría y otra para adolescentes,
adicional a la general. Fabio era el director además de médico, por ello
usaba su saco (o bata) blanco, y por dentro una camisa morado lila a juego
con su pantalón beige.
—Aquí soy Dominik D’angelo, el psicólogo de tus hijos. No el doble de
Sombra, y menos su amigo —zanjó, él se hallaba sentado detrás de su
escritorio, utilizando también su saco blanco, con una camisa azul por
dentro.
—Está bien, tienes razón —admití.
—No toques a mami, dotor —advirtió Daemon con su vocecita
cantarina, mientras llegaba corriendo al despacho de Dominik junto a
Aiden.
Y no le dijo tal cosa molesto, simplemente fue como un recordatorio que
tanto a Fabio como a mí nos hizo reír.
—Lo siento, D. Solo aprovechaba que tú no estabas cerca para impedirlo
—respondió Fabio alejándose de mí.
Me reí porque en eso los dos eran iguales, muy sinceros y directos.
Dominik alzó una ceja al ver nuestra interacción, pero no hizo ningún
comentario.
—Hola, Domilik —lo saludó Aiden.
Daemon solo le regaló un hola como saludo, porque a él se le dificultaba
más pronunciar los nombres, pero lo recompensó con un choque de puños
que me indicó que entre ellos existía cierta camaradería.
—Perfecto, ahora estamos completos —festejó Dominik.
—Los veo luego —se despidió Fabio dándome un beso en cada mejilla,
y después se fue.
Dominik inició su sesión con los clones, y yo me quedé en silencio,
atenta a todo lo que se decían, riendo de vez en cuando, porque ambos
chicos tenían unas ocurrencias tremendas. Daemon se mostraba muy
participativo, en comparación a como fue con los otros psicólogos, y deduje
que Dominik debía tener algún tipo de don con los niños, pues interactuaba
de una manera fácil y amena con los míos, llevándolos a un ritmo en el que
ellos no se aburrieran.
Y me seguí uniendo a las siguientes sesiones que tuvieron, incluso
participé en ellas, y aprendí muchísimo más de mis pequeños, tanto que
pude aplicar varios de los métodos de Dominik en casa para que los clones,
además de aprender cosas cotidianas como ducharse, comer, ir al baño,
lavarse los dientes, también siguieran divirtiéndose.
Con las horas de lectura de Aiden, tuve que seguir recurriendo a Maokko
porque, cuando yo intenté leerle un libro infantil, descubrí que no le
gustaban, pues prefería los libros de mi amiga. Y al escucharla entendí la
razón: ella no leía, narraba, y le transmitía los sentimientos de las letras con
su voz e interpretación.
Con el pasatiempo de Daemon pude desenvolverme mejor, pues los
rompecabezas también me encantaban, aunque me sorprendí porque a él no
le gustaban esos con piezas grandes y escasas, prefería las pequeñas y que
fueran muchas.
No obstante, esa mañana, mientras íbamos a la sesión correspondiente
con Dominik, algo en mi interior me gritaba que la calma que había estado
viviendo pronto llegaría a su fin, ya que Daemon estaba muy ansioso, y
esos rompecabezas que tanto amaba lo estaban desesperando. Incluso los
dejaba a medio ensamblaje y terminaba tirando las piezas, lleno de
frustración.
—No lo entiendo, Dominik. —Me froté el rostro con ambas manos al
decir eso.
Él había terminado la sesión, y luego le pidió a los clones que fueran a
jugar a la sala aledaña, con los otros niños que trataban, como parte de las
actividades de integración. Y al verme tan angustiada porque Daemon se
comportó muy cerrado y poco participativo, incluso irritado, a diferencia de
otras veces, me pidió que me quedara un momento con él.
—No perdemos las sesiones contigo, sigue con la medicación que le
recetan, trato de que el ambiente en el que los estoy criando sea ameno.
Hago todo por educarlos sin malcriarlos para no influir mal en la condición
de Daemon, y a pesar de eso llegamos de nuevo a este punto.
—Respira, Isabella —pidió él al ver que estaba a punto de colapsar.
Pero respirar no era fácil cuando me la había pasado años intentando ser
una buena madre, a pesar de que debía alejarme de mis hijos por
temporadas. Sin embargo, lo hice por seguridad de ellos, porque tenía
enemigos que no dudarían en dañarlos para destruirme. Esa fue la principal
razón (además de lo sucedido con LuzBel) por la que me marché de Estados
Unidos al enterarme de mi embarazo, dejando mi vida, amigos y familia
atrás; por la que escogí Italia para que los clones crecieran, ya que mis
rivales no ignoraban que Japón era uno de mis refugios.
Por protegerlos los oculté, incluso de las personas en las que confié años
atrás. Pero en ese momento me di cuenta de que nada de todo eso que hice
me servía para evitarle a Daemon una caída, pues no tenía el poder para
resguardarlo de su propia mente.
Y eso dolía más que todo el infierno por el que atravesé.
Eso no me dejaba respirar.
—Sé lo que sientes en este momento. Sé que piensas que nada de lo que
has hecho vale la pena, que fue en vano. Sé tu terror por lo que tu hijo va a
experimentar de nuevo —continuó Dominik, y sacudí la cabeza para
espantar mis lágrimas—. Lo sé porque lo he vivido con Fabio, y porque
ahora me aterra la idea de que mi propio hijo, o hija, herede el trastorno de
personalidad.
Lo miré sobresaltada porque desconocía que tuviera novia. Aunque
tampoco debía extrañarme, ya que, a diferencia de su hermano, a Dominik
lo estaba conociendo exclusivamente como el psicólogo de mis hijos.
—Pero se supone que la bipolaridad puede heredarse por la línea
genética de la madre, no del padre. —Eso fue lo único que se me ocurrió
decirle para animarlo.
—La madre de mi bebé es bipolar, Isabella —confesó, y tragué,
comprendiéndolo—. Y no me aterra únicamente eso, sino también el hecho
de que ella nunca fue tratada, no a tiempo, lo que la ha convertido en
alguien peligrosa para sí misma, y sobre todo para nuestro hijo.
La tristeza que oscureció sus ojos grises me abrumó y comprendí su
sentir.
—Pero te tienen a ti, Dominik. Y no dudo ni un solo segundo que tu
apoyo, tu conocimiento, y sobre todo el amor que demuestras que sientes
por ella, ayudará a que juntos superen esto.
Sonrió con tristeza e ironía, y eso me hizo suponer que toqué un tema
delicado.
—Me enamoré en circunstancias equivocadas —confesó.
A veces uno olvidaba que esos profesionales que tanto ayudan a las
personas también necesitaban ayuda, o al menos ser escuchados.
—Y la amo a pesar de que ella a mí no, porque llegué a su vida fingiendo
ser alguien más y no me lo perdonará, porque además cree que lo hice por
mi preferencia a otra mujer. —El dolor en su voz fue muy palpable, pero,
después de lo vivido, en ese momento me puse en los zapatos de la madre
de su bebé—. Y ahora, en su peor momento, cuando está perdida, debo
fingir ser otro hombre para poder estar cerca de nuestro hijo.
Dominik siempre me pareció un chico rudo con sus tatuajes y esa mirada
peligrosa, sobre todo cuando se metió en el papel de Sombra, pero, tras ver
su faceta como psicólogo de mis hijos, descubrí que era un buen hombre, de
esos que no temían admitir, o mostrar, sus sentimientos. Y, con las palabras
que usó en su confesión, me demostró que, a pesar de su error, él estaba
loco de amor por su chica.
—No la dejes sola en este momento, aunque te crea otro —aconsejé, y
me atreví a tomarle la mano por encima del escritorio que nos separaba—.
Sé esa luz que la guie y ayude a encontrar de nuevo su camino, para que
salga del estado en el que ha caído.
Sentí empatía por la chica porque supuse que no tuvo el apoyo de sus
padres, por eso no fue tratada debidamente con su condición. Y con
Daemon, yo había descubierto lo importante que era tener a alguien que te
amara y procurara en los altibajos.
—Lo estoy intentando, Isabella, pero créeme cuando te digo que está
realmente perdida —recalcó—. Y no es fácil fingir ser Sombra, cuando
quiero que Amelia Black me tenga a mí como Dominik. —soltó y, como si
su mano me hubiese quemado, me aparté de él y lo miré en shock.
«Jodida mierda».
—¡¿Qué?! —exclamé, y me puse de pie.
—Cubrí a LuzBel como Sombra para que él no tuviera que acostarse con
Amelia —respondió, y lo miré estupefacta—. Y me enamoré de tu hermana
en el proceso, así que no, Isabella, el hijo que ella espera no es de él, es mío
—zanjó, y sentí que iba a desmayarme.
Los recuerdos de las veces en las que supe que Sombra se acostó, o se
acostaría con Amelia, me inundaron, llenándome de más preguntas. Hasta
que llegué al momento en el que los encontré en la oficina de Karma y los
vi follando con mis propios ojos.
—¿Fuiste tú con ella en Karma? —pregunté entre titubeos.
Estaba segura de que no, pero también tuve la esperanza de que haya
sido Dominik con ella en la oficina y LuzBel quien me siguió.
—No, fue LuzBel en ese momento.
Maldición.
Era una estúpida por ilusionarme y herirme una segunda vez con algo
que ya estaba claro. Pero por unos segundos me permití creer que LuzBel
no había sido capaz de dañarme con la única mujer que él sabía que me
destruiría. Incluso más que Hanna.
—Entiendo lo que sientes, porque a mí también me destrozó saberlo
cuando LuzBel me confesó lo que pasó entre ellos, pero yo fui testigo de
que él siempre la ha detestado, así que creo ciegamente que no quiso hacer
lo que hizo. Se vio obligado, Isabella.
—¿Hablas en serio? —pregunté.
No quería lastimarlo ni tratarlo de estúpido, porque en efecto él conoció
a Sombra en ese entorno de los Vigilantes, convivieron en una zona en la
que yo ignoraba quién fue Sombra en realidad.
—Muy en serio. Él nunca estuvo con Amelia a excepción de esa vez.
Me volví a sentar, porque la información estaba siendo mucho más
impactante de lo que esperaba.
—Cuando pasó lo de Darius…
—Fui yo, Isabella —me cortó—. En cada una de las ocasiones que
Amelia estuvo con Sombra, yo estaba detrás de la máscara.
—Oh, Dios —musité, poniendo la mano en mi frente, aunque de pronto
analicé lo que él me habló sobre Amelia y su embarazo, y me alerté—.
Sabes dónde está ella —afirmé—. ¿Está en Italia?
La tensión lo embargó dándose cuenta de su error, pero no pudo decir
nada porque escuchamos un escándalo en la sala aledaña, y reconocí los
gritos de mis hijos. Los dos corrimos de inmediato hacia ahí y el corazón se
me detuvo un instante, al ver a Aiden llorar asustado, y a Daemon sobre
otro niño, golpeándolo con demasiada ira.
¡Jesús!
No era normal que un niño de su edad agrediera a otro de esa manera.
—¡Papi es un ángel! ¡Papi no está muelto! —gritaba dándole golpes al
otro niño con los puños cerrados, utilizando las técnicas de artes marciales
que había aprendido.
Corrí para apartarlo del niño, y lo tomé entre mis brazos, pero él se aferró
a la camisa del pequeño, con su rostro inocente desfigurado por la furia
contenida y frustrada, y tuve mucho miedo.
—¡Amor! ¡Cálmate! —pedí en vano.
Daemon estaba tan descontrolado que me cogió del cabello, tirando de él
con fuerza con toda la intención de hacerme daño.
—¡Papi no está muelto! —me gritó con dolor.
Eso me hizo pedazos.
—Soy yo, Daemon. Soy mami —vociferé tomándolo del rostro.
Me soltó al reconocerme al fin, asustado por lo que hizo, con la
respiración acelerada. Y cuando la culpa suplantó a la ira, su mirada, oscura
en ese instante, se volvió acuosa.
—¡Mami! —El miedo en su grito me templó la piel, sus párpados
estaban abiertos de una forma anormal, y me aferré a él en el instante que
sus brazos y piernas se tensaron hasta colapsar.
—¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! —grité con horror.
—¡Coge su cabeza y cuida que su lengua no se enrolle! —gritó Dominik.
Todo se volvió un caos. Mi pequeño estaba sin reaccionar.
Dominik lo puso de lado y yo le abrí la boca, comprobando que su
lengua ya estaba enrollándose. Se la tomé con los dedos y no entiendo si fue
mi instinto de madre, pero incluso en esos momentos busqué a Aiden con la
mirada al escucharlo gritar aterrorizado. Lee-Ang lo había tomado en
brazos, las otras madres la imitaron al llegar por sus hijos, y las enfermeras
abrieron el camino para que Fabio junto a otro médico entraran sin ningún
impedimento.
Regresé la atención a Daemon cuando él apretó los dientes,
clavándomelos con fuerza hasta hacerme sangrar, pero eso no me hizo
soltar su lengua. La mantuve extendida hasta que Fabio se tiró a mi lado y
Dominik se apartó dejándole su lugar al otro médico, justo cuando mi
pequeño volvió a gritar, reaccionando y llorando con un desconsuelo que
me partió en mil pedazos.
—Vamos, Daemon. Eso es —lo animó Fabio, sentándolo.
Daemon comenzó a abrir y cerrar las manitas sin dejar de llorar y, al
darse cuenta de que seguía a su lado, se aferró a mí. Lo recibí con un solo
brazo porque una enfermera se estaba encargando de cubrir la herida en mi
mano para que mi pequeño no viese la sangre.
—Peldón, mamita —suplicó con la voz estrangulada y amortiguada por
mi cuerpo.
No pude responder, simplemente lo abracé y me aferré a él, llorando de
impotencia, de dolor al no poder evitarle aquel estado.
—Ya pasó, D. Has vencido. —Fabio le sobó la cabeza al decir eso.
Vi en su mirada atormentada que odiaba ver a alguien más pasando por
eso, sobre todo a un niño. Y Dominik reflejaba en su rostro el terror de lo
que él podía llegar a vivir con su propio hijo, o hija.
—¿Crees que… —me aclaré la garganta antes de seguir porque soné
acongojada—, sea conveniente que se lo diga?
Dominik asintió sabiendo a lo que me refería.
—Tú tienes razón, mi vida —hablé para D, y lo tomé del rostro con una
sola mano—. Papito no está muerto, está vivo, y tiene muchísimas ganas de
verte —añadí, recordando los mensajes de LuzBel.
La enfermera terminó de cubrir las heridas que me hicieron sus dientes, y
lo tomé también con esa mano.
—Lo pometes, mami —rogó.
—Sí, mi amor —aseguré sonriéndole.
Entendiendo en ese momento que, así tratara de ser una buena mamá,
cometí el error de privar a mis hijos de una verdad que merecían saber. Y, si
LuzBel quería verlos, no se lo impediría como le aseguré a él, un mes atrás.
—Él está acá —admitió Dominik, y lo miré con los ojos demasiados
abiertos—. Esperando poder verlos —añadió, y entendí lo que no vocalizó.
LuzBel estaba en Italia esperando que yo le permitiera ver a nuestros
hijos.
—¿Velemos a papi? —preguntó Aiden con esperanza, y lo capté detrás
de Dominik, corriendo hacia mí.
—Sí, mi vida —le aseguré, y se lanzó a mis brazos.
Lee-Ang le había permitido llegar a nosotros, y lo besé en la frente, al
escucharlo hipar, todavía tenía el rostro mojado por sus lágrimas.
—¿Ves, D? Tenes que ponelte ben —animó a su hermano con una ilusión
que me dolió más que una estocada en el corazón.
—Ven, Daemon. Vamos a revisarte —pidió el otro médico que llegó con
Fabio.
—Yo voy con él —avisó Lee, y asentí agradecida.
Aiden estaba aferrado a mí y, aunque quería ir con Daemon, confiaba en
Lee-Ang para que tomara mi lugar, así yo me quedaba con mi otro pequeño
y no lo exponía a más emociones.
—Ven conmigo —animó Dominik.
Me ayudó a ponerme en pie con Aiden en mis brazos y me encaminó de
nuevo a su consultorio. Mi hijo estaba tan exhausto de lo vivido que se
durmió entre sollozos y suspiros que me rompían más el corazón.
Dominik se había ido a conseguir agua para mí, así que en los minutos
que me quedé solo con Aiden entre mis brazos lloré en silencio, dejando
aflorar el terror, la tristeza y la preocupación a la que me enfrenté minutos
atrás.
—¿Desde cuándo está aquí? —enfrenté a Dominik en cuanto regresó, y
me limpié las lágrimas—. ¿Cuándo me lo ibas a decir? —añadí en un
susurro severo.
—Desde hace dos días, pero no me correspondía a mí decirte nada —se
defendió, y negué—. Está en un hotel de la ciudad, habla con él y planeen
el encuentro con los niños, porque ya no hay vuelta atrás, Isabella. LuzBel
llegó decidido a ver a sus hijos y lo haría quisieras tú o no.
Apreté los labios ante mi frustración. Debí suponer que su silencio esas
semanas no se debió solo a que yo no le respondí los mensajes, sino porque
lo obligué a actuar en contra de mi voluntad. Pero ya no sería el caso, pues
la vida tenía sus propios planes.
—Supongo que sabes en qué hotel —sondeé.
Lo vi garabatear algo en un bloc de notas, y luego me la tendió.
—Hablen, Isabella —recomendó—. Como dos adultos, porque lo que yo
te dije antes de todo esto es verdad —reiteró. En ese momento no le
pregunté nada de ese tema porque mis hijos importaban más—. Y, antes de
que te lleves una sorpresa, déjame decirte que vino con una amiga.
«Eso debía ser una jodida broma».
No debía importarme con quién llegó, pero también rogaba que fuera
una broma. O al menos que no se tratara de Hanna.

Fue un ataque de epilepsia...


Esa había sido la explicación del neuropediatra luego de hablar conmigo,
al acabar de revisar a Daemon. Mi pequeño estaba bajo un ataque de
ansiedad y el niño al que golpeó... le había dicho que un ángel era una
persona muerta; y D sabía lo que significaba morir, por eso reaccionó con
tanta violencia y perdió el control hasta el punto de no reconocerme a mí.
Y ya no tenía caso, pero…, ¡maldición! Culpaba a LuzBel de lo que pasó
porque, si él no se hubiera hecho pasar por muerto, yo no me habría visto en
la necesidad de decirles a mis hijos que su padre era un ángel.
—Si ese niño no le hubiera dicho nada, habría existido otra razón para
que Daemon explotara, Isabella. —Fabio dejó por sentado tal cosa como si
me hubiese leído la mente.
Estábamos en su consultorio y el neuropediatra acababa de irse.
—Le mentí a mis hijos por su culpa.
—Si con mentirles te refieres a que les dijiste que su padre es un ángel,
cuando da más para que sea un demonio, entonces sí, les mentiste. —Sonreí
sin gracia por su señalamiento—. Nunca les dijiste que estaba muerto.
—Ya. Eso ya no importa, ahora es momento de buscar soluciones —
reflexioné, y él asintió de acuerdo.
«¡Aleluya!».
Mi hijo estaba en sus días oscuros una vez más, y le aumentarían la
medicación para que consiguiera salir de ellos pronto. Fabio me reiteró que
la edad era una ventaja en este caso y que, así fuera duro, Daemon tendría
que pasar por eso muchas veces más hasta aprender a reconocer sus
altibajos y buscar ayuda inmediata, por su cuenta, cuando no pudiera solo.
Y, aunque me aseguraron que no era mi culpa, no podía evitar sentirme
frustrada por no poder hacer más y evitarle el tormento.
—Esta vida puede ser un infierno si no cuentas con las personas
correctas —explicó Fabio—. Daemon tiene la suerte de tenerte como madre
y, pienses lo que pienses, lo estás haciendo bien, Isabella. —Se acercó a mí
y limpió mis lágrimas.
—¿Por qué no fui yo? ¿Por qué él? —me quejé.
Fabio me abrazó y se lo permití; también le correspondí porque lo
necesitaba, no a él, sino el gesto, pues en momentos como ese me cansaba
de ser fuerte, de vivir una vida tan llena de mentiras, traiciones, confusiones
y de dolor.
—Se necesita fuerza para sobrellevar esta enfermedad. Y esa la
obtenemos de personas como tú. —Sobó mi espalda mientras decía tal cosa
—. Daemon debe tener a sus padres para lograrlo, para vivir su vida siendo
feliz —recalcó, y supuse que él también había sabido de la presencia de
LuzBel—. Ahora tu hijo recuerda todo, pero dentro de unos años solo
recordará la mitad de su vida. La otra mitad, los días oscuros, los olvidará; y
si quieres que sea feliz, tienes que hacer de sus días cuerdos los mejores.
Sollocé ante lo que previó, porque ninguna madre debía pasar por una
situación como la mía. Y ningún hijo merecía vivir una vida llena de tantos
altibajos.
Me fui a casa cuando me calmé, y pasé el resto del día acompañada de
mis hijos, monitoreando los estados de D y cuidando de que Aiden no se
viera afectado por ellos. Mi élite ya sabía lo sucedido, también que
pretendía ir a buscar a LuzBel a su hotel, por lo que Caleb y Ronin se
encargaron de ir a los alrededores para asegurarse de que no hubiese ningún
peligro.
Maokko había mencionado que el maestro Cho llamó para avisar que
Isamu se encontraba en Japón, luego de firmar el trato con Estados Unidos,
pues ellos aceptaron nuestras condiciones. Así que en un mes alguno de
nosotros tendría que viajar para representar a La Orden, en la cena de
bienvenida que el presidente estadounidense ofrecería para recibirnos junto
a Grigori.

Demonios.
El latir acelerado de mi corazón parecía el galope de aquellos caballos en
la casa de playa de Fabio, cuando leí el mensaje de Caleb.
Le avisé a las chicas que pronto me marcharía, ellas ya estaban listas
para sus rondas nocturnas, pues era la manera en la que operábamos, para
que una cuidara la espalda de las otras en los descansos, mientras que Caleb
y Ronin se encargaban del exterior de la casa.
Había tomado una ducha antes, y me vestí con lo primero que encontré,
sin empeñarme en nada más que peinar mi cabello, ya que no tenía cabeza
para lucir especialmente bonita. Además de que mi intención no era
impresionar a nadie, sino buscar una solución que favoreciera a mis hijos.
Aunque, cuando me subí al coche con Ronin y viajamos en silencio a
nuestro destino, los nervios y mi ansiedad fueron incrementando, pues en
ese momento sí temía lo que iba a pasar con aquel hombre de lengua filosa
y mirada de hielo.
Pero tal cual aseguró Dominik: ya no había vuelta atrás.
«Volvería a suceder, Compañera. Como la catástrofe que eran juntos».
Capítulo 35
¿Quieres que me arrodille frente a
ti?
Isabella

Cuando Dominik me avisó que LuzBel había llegado a Italia con una
amiga, jamás esperé que fuera una pelinegra con el cabello enrollado en un
moño flojo y enfundada en una cortísima bata de seda blanca la que me
abriera la puerta.
—¡Al fin! —gritó al verme, y me abrazó, metiéndome a la habitación
como si temiera que volviera a irme.
—¡¿Laurel?! —entoné, pasmada de que fuera ella y no Hanna la que
hubiera llegado con LuzBel.
«Y también aliviada».
No lo podía negar.
Le devolví el abrazo a Laurel, dejando escapar el aire que contuve
cuando me dirigí a la habitación, imaginándome muchos escenarios. Incluso
había ido dispuesta a cortarle el polvo a LuzBel si hubiera sido Hanna la
que llegó con él.
Ronin intentó subir conmigo debido a eso, queriendo evitar una masacre.
Y no me dejó meterme al ascensor hasta que le prometí por mi vida que no
mataría a nadie.
—¡Dios, mujer! Has tardado demasiado —se quejó Laurel al apartarse de
mí.
En ese momento confirmé que ya no sentía celos de ella, ni desconfianza,
a pesar de que en el pasado se acostó con LuzBel. Y no era estupidez de mi
parte, más bien se trataba de la seguridad de que me podrían fallar los
planes, o las estrategias, pero jamás la intuición.
Y ya lo había confirmado cuando la vi meses atrás en el cementerio, pero
en ese momento creía que LuzBel estaba muerto, y eso podía influir.
—¿Sabías que vendría? —indagué.
—Dominik le envió un mensaje a LuzBel para avisarle que te dijo que él
estaba aquí, y que te dio la dirección del hotel. Pero no aseguró si vendrías
hoy, lo que puso a ese odioso realmente impaciente e insoportable —se
quejó—. Así que salió a despejarse porque aseguró que se sentía como un
león enjaulado y muy hambriento.
Me reí.
—¿Dominik solo dijo eso?
Hice la pregunta para tantear si mencionó lo que pasó con Daemon.
—Sí, no añadió más —confirmó, y exhalé un suspiro—. Por cierto, estás
guapa así, eh. Me encanta lo que hiciste con tu cabello y la moda italiana te
sienta bien. —Sonreí en agradecimiento.
Usé un vestido de algodón gris, largo, de tirantes finos y pegado al
cuerpo, y me calcé con unas zapatillas All Star blancas. No era nada del
otro mundo, simplemente ropa cómoda del día a día.
Me invitó a sentarme y me ofreció un poco de vino local, que acepté
porque necesitaba calmar los nervios. Observé el lugar descubriendo que
era una suite de dos habitaciones; y comprendí por qué la encontré ahí
vestida como si acababa de levantarse de la cama.
Al ir a servir el vino en las copas, noté que tecleó algo en el móvil, y
supuse que le estaba avisando a LuzBel que yo me encontraba con ella. Lo
que no ayudó con mi nerviosismo. Sin embargo, su compañía me era de
mucha ayuda y me fui sintiendo más relajada con la conversación que
entablamos, aunque también celosa y molesta, pues Laurel, además de
explicar la razón para viajar con LuzBel, añadió que días atrás encontró a
Hanna casi en el regazo del Tinieblo, pero juró que ella se la sacó de encima
y notó que él no tenía intenciones de nada con la rubia.
Cosa que me costó creer, pero no lo discutí porque no llegué ahí para
resolver nuestros asuntos como pareja, sino como padres.
«Tenías que repetir eso hasta que te lo creyeras».
—Eres una picarona, se te dio comerte a Elliot, ¿eh? —Casi le escupo el
vino en el rostro cuando soltó eso entre sonrisas—. No le digas a LuzBel
que dije eso —añadió, comportándose como una hermana rebelde que
apoyaba a su cuñada en las fechorías.
Y eso me hizo reír después de la impresión. Luego le expliqué mi verdad
sobre ese hecho, sorprendiéndome una vez más porque ella lo sabía todo, e
incluso me comprendía a mí tanto como a LuzBel. Y según sus palabras: no
estaba en Italia para ser juez, sino mediadora.
—Oh, Dios —susurré cuando escuché que estaban abriendo la puerta.
Laurel se mordió el labio, pero no escondió su sonrisa, aunque tuvo la
amabilidad de poner su mano sobre la mía como señal de apoyo.
—Tranquila —musitó.
En lugar de hacer eso, mi corazón comenzó a sufrir una taquicardia, y
temí que se me escapara por la garganta. Aun así, tuve la capacidad de
ponerme de pie junto a Laurel y me giré hacia la puerta. LuzBel entró en
ese instante, y dejé de respirar cuando sus ojos grises encontraron los míos.
Vestía todo de negro, vaquero y playera lisa, usaba botas, y llevaba la
parte delantera, y larga de su cabello, peinada hacia atrás, el de los lados se
lo había recortado. Los tatuajes de su cuello y brazos de nuevo estaban
expuestos para mí, y me obligué a tragar porque, así lo haya visto antes, esa
era la primera vez que volvía verlo como LuzBel.
Como mi Elijah.
—Okey, dejen de mirarse así porque hasta yo comienzo a excitarme —
susurró Laurel a mi lado.
No le hice caso, no podía hacerlo, no con LuzBel escaneándome de
arriba abajo, observándome como si quería comerme y matarme al mismo
tiempo.
—Debo sentirme afortunado porque la reina no me haya hecho esperar
más —ironizó con la voz ronca y fría.
«Y aquí íbamos».
Casi escuché que mi conciencia exhaló un largo suspiro, conformándose
con el filo que la lengua de ese hombre no había perdido. Y ni la mía al
parecer, ya que sus palabras barrieron con el nerviosismo y la tensión que
verlo de nuevo me provocó.
—Pues demuestra tu agradecimiento con una reverencia, lacayo —
aconsejé con veneno.
Él sonrió de lado, con vileza.
«¡Jesucristo! Con lo que extrañé ese gesto».
Yo también, Colega. Yo también.
—¿Quieres que me arrodille frente a ti, Pequeña?
Jodida mierda.
¿Por qué demonios tuve que sentir el tono de esa pregunta entre mis
piernas?
«Porque te hizo pensar en las veces que se arrodilló para comerte hasta el
alma, Compañera».
Me sonrojé, pero, a pesar de eso, agradecí sonar fuerte con mi siguiente
declaración, justo cuando él se acercó a mí.
—No lo necesito.
—Sé que no. Tú siempre tienes a alguien más dispuesto a hacerlo.
—LuzBel —advirtió Laurel.
Pero fue muy tarde, porque las palabras de ese idiota se sintieron como
un balde de agua con hielo sobre mi cuerpo, que en lugar de dejarme sin
aire hicieron bullir una ira en mi interior que ya había conseguido
apaciguar.
—Sí, LuzBel. No te equivocas. Y no solo se arrodillan frente a mí,
también lo hacen por detrás y entre medio de mis piernas cuando les monto
el rostro.
Lo vi perder la cordura en ese instante, y sonreí satisfecha cuando
caminó hasta quedar a unos pasos de mí.
—¡Diablos! Ustedes son como dos cables de electricidad pelados, —
interrumpió Laurel, y se paró en el medio de ambos—, los juntan y hacen
cortocircuito —añadió exasperada—. Vinimos aquí con un objetivo, no lo
olvides —le recordó a LuzBel, él la miró reacio, pero me sorprendió que
diera un paso atrás—. Y tú, por una vez en tu vida deja de echarle gasolina
al fuego —demandó para mí—. No sean orgullosos y hablen de una puta
vez. Explíquense lo que sea necesario, escúchense, fóllense antes si eso les
ayudará a sacar esa ira reprimida, pero arreglen esta situación porque yo no
me iré de aquí sin conocer a mis sobrinos —zanjó sin perder el aire—, y tal
vez a algún italiano bueno al que me pueda tirar —finalizó con picardía.
«Por fin alguien les daba un buen consejo».
Laurel no era la primera en hacer eso.
«Pero sí la única que se atrevía a decírselo a los dos juntos».
Laurel soltó el aire por la boca con dramatismo e hizo un sonido que
indicaba que se hartó de nosotros, así que se fue, dejándonos a LuzBel y a
mí en una guerra de miradas, y se encerró en su recámara.
—¿Me honraría la reina al acompañarme a mi habitación? —urdió él sin
romper el contacto visual conmigo, y apreté los puños.
—No es necesario ir ahí para lo que tenemos que hablar —zanjé—.
¡Joder, LuzBel! —chillé en el instante que gruñó y sin preverlo me tomó de
los muslos y me echó sobre su hombro.
«Al lacayo le importó una mierda el deseo de la reina».
Ignoré a mi conciencia porque sentí las manos de LuzBel en mis caderas,
muy cerca de mis nalgas, y me estremeció ese contacto. Aunque espabilé en
el instante que me lanzó sobre la cama haciéndome rebotar y él cerró la
puerta.
—¡Maldito imbécil! —largué poniéndome de pie.
Y ni siquiera intenté salirme porque él se quedó frente a la puerta como
un jodido matón, por lo que opté por acercarme a la ventana y gruñí,
observando la ciudad abajo, queriendo calmarme para no ser gasolina como
aconsejó Laurel.
—Ya hice las cosas como tú querías, White. Ahora serán cómo yo quiero
—aseveró, y controlé el respingo cuando sentí que llegó detrás de mí.
El calor que emanaba lamió mi espalda y, aun así, mi piel se erizó como
si en lugar de calidez me hubiera transmitido su frialdad, haciéndome sentir
por un momento como la vieja Isabella, la inocente, la que se cohibía con su
presencia y enmudecía por su aura oscura.
—He venido para que hablemos de mis hijos —desdeñé, y el leve roce
de su pecho en mi espalda y de mis nalgas con su pelvis casi consiguen que
se me entrecortara la voz.
—Nuestros hijos, Pequeña —susurró cerca de mi oído, y tuve que cerrar
los ojos.
Sentí mi pecho subir y bajar con intensidad, y empuñé las manos cuando
estas comenzaron a temblarme. Su voz había descendido un tono y el mote
me recordó que, detrás de mí, no solo tenía a LuzBel, sino también a
Sombra.
—¿Qué te pasó?
—LuzBel —advertí porque me tomó la mano vendada al hacer esa
pregunta, y la alzó a la altura de mi hombro, y en cuanto me quise alejar de
él me retuvo por la cintura.
—Te hice una pregunta, responde —exigió, y giré levemente el rostro
para encararlo.
«Santa mierda, Colega».
Me fue imposible no tragar con su rostro tan cerca del mío. Su mirada
grisácea bajó a mis labios y luego a mis ojos.
«Tenías que hacerle caso a esa ninfómana y follar de una vez por todas».
—No. —Bufé para mi conciencia.
—¿No? —satirizó él con tono amenazante.
Carraspeé antes de decir:
—Hablemos de nuestros hijos —quise demandar, pero sonó a súplica.
Sus ojos brillaron con satisfacción.
—Lo haremos —aseguró, y me soltó la mano para apartarme el cabello
del hombro. Su fragancia me estaba volviendo loca, combinada con su
cercanía y cabronería—. Dejaste de ser castaña. —En ese momento no pude
descifrar el tono de su voz.
Lo que sí pude fue encontrar mi dominio propio, y me aparté de él,
poniendo una distancia suficiente para poder respirar sin dificultad. Y juro
que sentí como si acabara de salir de debajo del agua, después de que me
tuvieran sumergida hasta que mis pulmones ardieron.
—¿Recuerdas cuando le dijiste a Sombra que no querías a un hombre
capaz de morir para salvarte, sino a uno que tuviera la fortaleza de vivir por
ti? —preguntó, y el privilegio de respirar me duró poco—. ¿O cuando
Elijah te aseguró que sería capaz de recibir una bala por ti? —Entendí que
hablaba en tercera persona porque en aquel edificio, más de tres años atrás,
me aseguró que nunca fue LuzBel conmigo, pero en ese momento sí lo era.
Y no le respondí, porque ya su presencia me había afectado demasiado.
Y porque así quisiera actuar con dureza y exigirle que habláramos solo de
nuestros hijos, como pretendí que fuera, admitía, únicamente para mí, que
ya estaba lista para escucharlo, para entender por qué me engañó como lo
hizo.
—¿Qué crees que hacía cuando me metieron en una puta cloaca?
Castigándome porque tras hacer una promesa a cambio de que te dejaran
vivir intenté ir contigo; como si no hubiera sido suficiente castigo que me
obligaran a ver cómo te torturaban, y encima aceptara que te hicieran creer
que me asesinaron de una manera sádica frente a tus ojos.
Estábamos lado a lado, él mirando hacia la ventana y yo a la puerta de su
habitación. Y, cuando escuché su declaración, no pude más que echarme el
cabello sobre uno de mis hombros y cruzar los brazos, porque comencé a
temblar.
—Sobrevivía, Isabella —se respondió a sí mismo, y me lamí el labio
inferior, mordiéndomelo en el proceso sin poder ocultar mi gesto de
angustia—. Resistía porque necesitaba mantenerte a salvo, porque debía ser
ese compañero para ti, aunque tuviéramos que luchar por separado en esa
batalla. Sobrevivía porque quería volver a verte y, cuando te tuve de nuevo
frente a mí, no me reconociste, no lo hiciste incluso suplicándote, sin
pretenderlo ni preverlo, en aquel estudio de ballet, que me reconocieras aun
si yo te decía que era otro.
Oh, mi Dios.
Escucharlo me llevó al pasado en un santiamén, reviviendo nuestros
momentos con él como Elijah y como Sombra, esa vez no en una
conversación sexual, sino dolorosa, pues sentía en su voz el calvario que
vivió.
—La última noche que estuvimos juntos, antes de que descubrieras que
yo estaba detrás de la máscara, me odiaste porque te dije que te escogí a ti,
Isabella, porque lo hice por encima de LuzBel, el hijo de puta orgulloso que
solo pensaba en sí mismo, pero quien dejó de lado su ego y posesividad
para que tú salieras de aquel edificio, junto al hombre que más he odiado en
mi puta vida. —Junté las manos y me las llevé a la boca, rogándole que
parara sin atreverme a hacerlo de verdad—. Te preferí, White, viva y cerca
de Elliot, antes que muerta.
Dejé escapar las lágrimas, y jadeé, porque me concentré tanto en mi
dolor, me cegué tanto por el infierno que yo viví, que nunca imaginé que él
también vivió en uno. Sollocé al darme cuenta de que, mientras yo lo
imaginaba muerto, LuzBel sobrevivía por mí.
—Cuando me aseguraste que podías ayudarme a enmendar mi error, con
tal de sacarme de las garras de los Vigilantes y yo te dije que no podías, no
fue porque no te creyera capaz, o porque quería seguir al lado de Amelia.
Fue porque… —Se detuvo en ese momento, la voz se le quebró y carraspeó
para poder continuar—. Se llama Dasher, tiene la edad de nuestros hijos, o
un poco más. Lucius lo secuestró junto a su madre para castigar al padre,
los mantuvieron en el mismo búnker que me dieron a mí.
—No, LuzBel —rogué, y comencé a llorar sin poder detenerme, porque
con el cambio de explicación tan repentino me hizo suponer lo que seguiría.
Las manos me estaban temblando y me giré de nuevo hacia la ventana.
—Me negué a traficar con niños —aclaró al ver mi terror—, Lucius
intentó obligarme amenazándote a ti y a Tess con ese dispositivo, pero yo
ya te había protegido con el inhibidor, así que sacrifiqué a mi hermana
porque de ninguna manera haría eso.
—Dios —exclamé, pegando la frente en la ventana.
Los sollozos sacudieron mi cuerpo, viviendo un dolor que no era mío,
pero que se debió a mí.
—Lucius se dio cuenta de que no podría obligarme más con ustedes, y le
mencionaron de mi cercanía con ese niño, así que una noche me ordenó
hacer un envío de armas, las cajas de madera en las que las transportaban
eran grandes y pesadas, por eso no me di cuenta de que en una de ellas
habían metido a Dasher, sedado. Y cuando me enteré de ello, el barco había
zarpado, por mi maldita orden, a un destino que desconocía.
Los clones llegaron a mi mente y el horror me revolvió el estómago,
porque no quería ni imaginarme el dolor de esa madre, cuando le
arrebataron a su bebé para que fuera dañado de maneras tan atroces.
—Mataron a la madre y a uno de mis hombres para secuestrarlo de
nuevo. Y me hicieron a mí que lo traficara, White. Para castigarme y
obligarme a que formara parte de esos envíos si lo quería recuperar. —Giré
el cuello con tanta rapidez para mirarlo que fue un milagro no provocarme
una tortícolis—. No preguntes lo que no quieres escuchar —advirtió, y el
labio me tembló por lo que eso significaba—. Porque por eso es que no te
pedí antes que me permitieras ver a nuestros hijos, pues no tengo cara para
mirarlos a los ojos, sabiendo lo que he hecho.
No contuve el sonido de mi llanto porque la rabia, el dolor y la tristeza se
intensificaron de una manera que el pecho me dolió y el corazón iba a
explotarme.
—Amaste a un imbécil y luego te enamoraste de un monstruo, Isabella
—soltó con sarcasmo—. ¿Pero sabes qué tienen en común ellos dos? —No
me dejó responder—. Que siempre te elegirán a ti, aun cuando eso
signifique condenarse al infierno.
Negué con la cabeza y me llevé las manos a la nuca, pues esa declaración
para muchos podría ser retorcidamente romántica, pero el peso que asentó
en mis hombros no lo era, ya que, en efecto, Elijah Pride era el villano
egoísta que quemaría el mundo y congelaría el infierno por la mujer que…
«Eres la dueña de las putas palpitaciones de mi corazón».
Sus palabras cobraron sentido.
«¡Jesús! Yo lo sabía».
—Die for you. —Me sobresalté porque no lo sentí llegar detrás de mí, de
nuevo—. Moriría por ti —repitió, y la piel de todo mi cuello se erizó,
cuando acarició con la parte de arriba de sus dedos, el tatuaje que me hizo
en la nuca—. Eso significan las iniciales.
Incluso el llanto cesó, porque me quedé petrificada.
«¿Desde cuándo eras la dueña de sus palpitaciones, Colega? Porque esas
iniciales no se inmortalizaban en la piel solo por hacerlo».
No pensé en la respuesta a esa pregunta, porque LuzBel dejó de
acariciarme con los dedos y me tomó de la nuca, obligándome a que me
girara y, cuando consiguió su cometido, presionó su frente a la mía.
Fue un gesto lleno de cansancio y alivio; de desesperación y
tranquilidad; de frustración y triunfo; de aversión y afecto; de herido e
indemne; de lucha y paz; de traición y lealtad.
Un gesto que me dejó claro que, con la misma intensidad que me quería
cerca de él, también me deseaba muy lejos de su vida. Pero no encontraba
el valor para decidirse ni por una cosa ni por la otra. Y quedarse en el medio
no me lastimaba solo a mí, sino también a él.
—Me impactó saber que Amelia vivía —prosiguió cuando encontró su
voz—, pero no la protegí porque la preferí por encima de ti. Callé en
realidad que era ella, para escucharla antes de que le hicieras pagar por lo
que te hizo, entonces me enteré que tu padre la regresó con Lucius, aun
sabiendo que era hija de Leah, y que a él no le importó que ella volviera a
un infierno, con tal de salvarte a ti.
—No, Elijah —jadeé llamándolo por su nombre.
Alejó el rostro del mío y me miró a los ojos, para que leyera en ellos que
nada de lo que me decía era un invento para convencerme.
—No sabía cómo decirte la verdad sin ensuciar la memoria de tu padre,
White, porque no quería romperte de nuevo cuando tú apenas estabas
atravesando por su pérdida. Pero luego me decidí a hacerlo sin importarme
eso, ya que me mataba ocultarte algo tan delicado, sin embargo, no conté
con la traición de Jacob. Mi mejor amigo, mi hermano, truncó mis planes de
sacarte del país para confesártelo. Y con eso todo se fue a la mierda.
Bajó el rostro y lo vi tan destruido que olvidé mi propio dolor y me
quebré aún más por el suyo.
«Ese Tinieblo no era de hielo».
—Elijah —susurré, y lo tomé del rostro.
Él negó y me cogió de las muñecas para que lo soltara. Me dolió el
desprecio, porque sentí que se debió a lo que hice con Elliot.
—No recuerdo haberme acostado con Hanna hace más de un año, porque
esa noche estaba borracho, pero sé que desperté en una cama con ella,
desnudos —admitió, y apreté los puños—. Lo que sí puedo asegurarte es
que no pasó nada entre nosotros el día que nos encontraste en mi
apartamento.
Me solté de su agarre y él me dejó ir.
—Estaban semidesnudos y vi la cama deshecha —le recordé—. Tú
mismo me restregaste en la cara lo que le hiciste, incluso tuviste el descaro
de proponerme una demostración, usándome a mí —desdeñé.
—¡Porque lo intenté, White! —Alzó la voz, y me puse rígida—. Quise
borrar tu imagen con la de ella, deseé que tus recuerdos conmigo se
mancharan con Hanna usurpando tu lugar, así como tú has hecho que ese
hijo de puta se apropie de los míos.
Sus últimas palabras fueron dichas con tanto odio que terminó poniendo
una buena distancia entre nosotros. Y en ese momento, en lugar de actuar a
la defensiva, me puse en sus zapatos porque lo comprendía, lo hice de la
misma manera que deseaba que él me entendiera y creyera que, a pesar de
lo que pasó con Elliot, mi corazón siempre fue y era suyo.
—Pero no pude —siguió en el instante que yo pretendí decirle algo—. Y
nada de lo que viste fue lo que parecía. No nos bañamos juntos, y la cama
fue deshecha por mí, cuando busqué estar solo, cuando me di cuenta de que
ningún placer que pueda proporcionarme otra se compara al que me has
dado tú.
No sé cómo podía decir que yo era la dueña de sus palpitaciones, cuando
él manejaba las mías a su antojo al actuar de esa manera, al decirme esas
cosas incluso cuando me miraba con odio.
—Es irónico y decepcionante que tuviéramos que pasar por todo esto
para que me demuestres tus sentimientos —señalé, y caminé cerca de la
cama, dándole la espalda de nuevo—. Pero más que eso, es doloroso que,
incluso sufriendo el uno por el otro como lo hicimos, lo que yo hice
creyendo que tú estabas muerto, pese más entre nosotros. Y que sea lo que
nos impida que este encuentro llegue a otros términos.
—Aun así, White, no deja de doler porque lo hiciste por placer.
—¡Ya basta! —grité girándome, y él alzó una ceja—. Basta, LuzBel.
Porque así lo tuyo con Amelia haya sido obligado o no recuerdes lo que
hiciste con Hanna, en su momento me dolió. Así como dolió que me
follaras la primera vez por vengarte de Elliot, como dolió, y sigue doliendo,
recordar que te confesé que te amaba en un momento tan vulnerable para mí
y me miraras como si estaba loca.
»Como dolió que, aunque no me pudieras decir que era importante para
ti, no pudiste dejar de hacerme sentir como un trofeo que no querías perder
por orgullo. Dejaste que me conformara con que me poseyeras como un
objeto porque sabías que te necesitaba.
Me miró con arrepentimiento y se mantuvo en silencio.
—Incluso Sombra, esa versión tan diferente a ti, me hizo sentir de esa
manera. Siempre como un trofeo en tus manos —lamenté, y vi sus ojos
rojos y brillosos.
—Perdóname —pidió de manera repentina, y me dejó anonadada que
esas palabras se hubieran deslizado tan fácil de su lengua—. Lamento
mucho que mi forma de hacerte el amor se sienta más como posesión.
Perdí la capacidad de respirar, porque cambiara la palabra follar por
hacer el amor. Y él aprovechó mi estupefacción para acercarse a mí.
—Perdón por no haberte devuelto la sonrisa la primera vez que nos
vimos en la cafetería de la universidad, simplemente porque te tuve miedo.
—Di un paso hacia atrás, pero él no dejó que aumentara la distancia—.
Miedo de que mis demonios cedieran ante ti, que quisieran dejar de ser de
todas con tal de pertenecerte.
La intensidad de su mirada me estaba quemando y, cuando volví a dar
otro paso hacia atrás, sentí la cama impidiéndome más distancia entre
nosotros.
—Me quemaste con una simple mirada y quise odiarte por eso, porque
con solo mirarme me tuviste.
Caí sentada sobre la cama, y él me tomó de la barbilla, para que no se me
ocurriera dejar de mirarlo, demostrándome con eso que ya no tenía miedo
de que yo lo tuviera solo con mirarlo.
—¿Cómo puedes ser un trofeo para mí, si tú eres la dueña de mis besos,
de mi cuerpo? ¿Cómo, si yo soy tuyo?
«Puta madre, ese hombre llegó dispuesto a matarte».
—Para un momento, por favor —supliqué, y bajé la mirada.
No podía con eso, pero él no estaba dispuesto a dejarme vivir un poco
más, así que se puso de rodillas frente a mí y alzó mi rostro poniendo dos
dedos debajo de mi barbilla.
—Mírame a los ojos, meree raanee —exigió, y me negué porque tenía
miedo—. Mírame cuando te pido que me perdones por haberte hecho el
amor, desde el primer día que dejé que probaras mis labios y yo saboreé los
tuyos, y luego te permití creer que solo fuiste mi venganza.
Me estremecí en el momento que se acercó a mí y comenzó a besar mi
barbilla, recorriéndome la mandíbula de esa manera hasta llegar a mí oído.
—Perdóname por haberme atrevido a decir jaque mate en Elite, en un
juego que siempre lo has ganado tú —susurró, y mis ojos se desorbitaron—.
Porque yo también ya me había quemado a mitad del camino, Bonita. Yo
también siempre te he correspondido en todo.
El mundo cayó a mis pies tras esa declaración que fue capaz de eliminar
toda agonía y dolor. Y que me dio el valor y la potestad para tomarlo del
rostro y verlo a los ojos.
Sin temor.
Sin resentimientos.
Sin agonía.
Sin odio.
Dispuesta a dar el paso que ambos queríamos, pero que él no se atrevía a
dar aún.
—¿Ves el humo, Elijah? —pregunté, y sonrió como un cazador
encantado de ser cazado.
—No más, Pequeña. Porque contigo todo es fuego.
Y, tras decir eso, nuestras bocas se encontraron a mitad del camino.
Capítulo 36
Caímos
Elijah

Había descubierto lo fácil que era sentirse poderoso, cuando optabas por
estar enojado y juzgar, antes que correr el riesgo. Sin embargo, al tener a
Isabella frente a mí, diciéndole tantas verdades que callé por orgullo,
descubrí que rendirse con la persona correcta también era ganar.
Y eso no solo te daba más poder, sino también te hacía sentir invencible.
—Perdóname tú también —susurró sobre mis labios, no había dejado de
cogerme del rostro ni yo de aferrarme a sus caderas—. Lamento no
escucharte cuando quisiste explicarte —siguió, y me miró a los ojos. Sus
iris miel brillaban, siendo un poco más claros, dejándome ver en ellos las
motitas marrones—. Siento tanto haber creído que vivías un paraíso con
ella, cuando en realidad resistías en el infierno por mí.
—No es necesario que pidas perdón.
—Sí lo es, Elijah. Necesito hacerlo, quiero pedirte perdón por haber
querido odiarte con todo mi ser, porque se sentía más fácil que aceptar que
no fui la única víctima. —Le acaricié el rostro y limpié el rezago de
lágrimas sobre sus mejillas—. Perdóname por haberte herido con mis
palabras, por pretender prohibirte que veas a nuestros hijos, por…
—Shss —Puse el pulgar sobre sus labios, y negué con la cabeza cuando
su voz se quebró—. Solo dime una cosa y sé sincera. —Su expresión fue
atormentada, sus ojos estaban llenos de expectativa y nerviosismo, e
imaginé que esperaba que de alguna manera yo siguiera con mis reclamos y
señalamientos, incluso después de todo lo que le confesé—. ¿Todavía me
amas?
Se lamió los labios antes de responder.
—Nunca he dejado de hacerlo. —No hubo dudas en sus palabras.
—¿Con rojo fuego?
Sonrió de lado, y luego se mordió el labio inferior.
—Y ardiente —reiteró.
No hubo más qué decir ni discutir. Y lo que había por resolver lo
veríamos en el camino. En ese momento simplemente disfruté de la tensión
acumulada en mis nervios, disminuyendo. Me deleité de cómo el dolor por
todas esas noches, de todo el tiempo en el que parecía que ella se movía
cada vez más lejos de mí, me abandonó.
—Te amo, Elijah Pride.
Olvidé con esas palabras que todos los días fingiendo ser otro hicieron
que cada uno de mis recuerdos con ella parecieran sueños irreales,
provocándome miedo e incertidumbre.
Pero ahí estábamos. Isabella White confirmándome que fuimos reales,
que me amaba, que cada centímetro de su ser era mío, y no estaba dispuesto
a dejarla ir otra vez, porque me enfermé de vivir sin ella.
—Vivo en tu dimensión y moriré en ella, White. No hay otra elección
posible para mí.
Eso era todo.
Caímos.
Llevé la mano a la parte posterior de su cabeza y enrosqué los dedos en
su cabello, cerniéndome a la vez sobre su boca. Dejando claro que no habría
más conversación, que no me negaría más a lo evidente, a lo que no podía
ser cambiado, simplemente porque no quería que fuera de otra manera.
Me fundí en sus labios, y su gemido conmocionado vibró en mi lengua,
succioné la suya cuando apenas la dejé tomar aire, sosteniéndola con
firmeza para hacer con ella lo que yo quisiera.
Y no lo negaré, tuve miedo de volver a tomarla de esa manera, porque
creía que los monstruos en mi cabeza me jugarían una mala pasada,
haciendo que la imaginara con él, pero no sucedió. Y, sin embargo, estaba
seguro de que, si hubiera pasado, habría seguido el consejo que Laurel me
dio cuando admití que me aterrorizaba pensar a Isabella con Elliot, al
tenerla frente a mí.
«Borra sus huellas y vuelve a marcar las tuyas, pero no la pierdas por
eso. Deja el pasado atrás, vive el presente y te aseguro que la tendrás en el
futuro».
«¿Desde cuándo te volviste tan sabia?».
«No, amigo mío. No soy más sabia, solo tengo más experiencia de la que
imaginas».
Me moví sobre la boca de Isabella y mordí su labio inferior, tirando de
él, provocándole otro gemido, rindiéndose a mi arrebato, dejando que fuera
yo quien controlara el beso.
—Estoy harto de extrañarte, meree raanee —declaré sobre sus labios, los
míos cosquilleaban todavía sintiéndola en ellos.
Su pecho subía y bajaba con intensidad, sin embargo, abrió la boca y me
buscó queriendo más de mis besos, pero me aparté y negué con una sonrisa
ladina en el rostro, provocándola, incitándola a que luchara por lo suyo.
—¿Qué significa? —preguntó en cambio, presionando su frente a la mía,
bebiéndose y bebiéndome su aliento.
Acarició mi pómulo con la punta de su nariz, y llevó una mano hacia mi
nuca, enterrando los dedos en mi cabello y consiguiendo que le diera acceso
a mi cuello, donde respiró hondo para embriagarse con mi aroma.
—Mi reina —respondí, sabiendo a qué se había referido con su pregunta
—. Joder —gemí al sentir sus dientes mordisqueando mi oreja.
La acción consiguió que la sangre recorriera con furia mis venas y se
concentrara en mi pene. Mi erección dolió y palpitó a tal punto que me vi
obligado a soltarla a ella para coger mi falo y apretarlo, y de paso restregar
mi palma en él, con la intención de obtener un poco de alivio.
—Más tuya que mía —afirmó, y lamió el lóbulo de mi oreja.
Demonios.
Estuve a nada de cerrar los ojos por el placer que su voz y boca me
provocaban. La mujer sabía lo que hacía conmigo cuando sacó la lengua y
con suavidad comenzó a lamer y besar mi cuello, arrastrando esos besos
húmedos a través de mi mejilla, saboreándome como si fuera su postre
favorito.
Inhalé y exhalé, llevando las manos a sus pantorrillas para arrastrar mis
dedos en ellas, subiendo ese maldito vestido en el proceso, una prenda que
me puso loco de celos cuando la vi al llegar a la suite, pues tocaba cada una
de sus curvas como yo añoraba hacerlo.
—Elijah —susurró en mi oreja, y sonreí, porque ambos nos estábamos
probando, queriendo confirmar quién soportaría por más tiempo esa dulce
tortura.
—¿Qué quieres, Pequeña? —pregunté, mirándola con desafío,
sonriéndole con vileza y, sin más, tirando del tirante fino del vestido hasta
romperlo.
Lo bajé junto a la copa del sostén y dejé expuesto su pecho, entendiendo
por qué estaban más grandes.
—¿Tengo que pedirlo? —provocó, y me mordí el labio con tanta fuerza,
que no me hubiera extrañado hacerlo sangrar, negando con la cabeza.
—No, pero quiero escucharlo —demandé.
La sangre en mi pene se aceleró cuando se sentó más al borde de la cama
y abrió las piernas. Enganché el vestido entre el espacio de mi dedo pulgar e
índice y lo subí hasta la mitad de sus muslos.
—Puedo sentir tu enorme deseo tocando mi pierna —dijo, y la levantó
para acariciar mi falo, este luchaba por salir de mi pantalón—. Y he
comenzado a babear por el deseo de sentirlo. —Frotó la nariz contra mi
mejilla y yo subí más el vestido hasta obtener un vistazo de su coño
desnudo y brillante.
—Sí, supuse que no te referías a la boca —la chinché. En lugar de
sonrojarse me sonrió, sus ojos derramando fuego, luciendo hambrienta—.
Maldición, White. Me matas.
Tomé sus labios de nuevo y la besé, reclamándola tal cual ella hizo
conmigo al corresponderme, sujetando su cabello de la parte posterior para
tirar su cuello hacia atrás. Arrastré mi lengua y dientes por su barbilla antes
de capturar su pezón en mi boca y chuparlo. Tembló, y la euforia me
embargó al darme cuenta de cómo se derretía entre mis brazos, incrédulo
además por el control que tuve al no haberla tomado ya, con la dolorosa
excitación que también sacudía mi cuerpo.
Mi puto pene mendingaba su calor, con ese placer natural que no me
hacía sentir culpable ni mucho menos como si yo no tenía el control. Todo
lo contrario, era tan correcto que me provocaba fortaleza y un descontrol
adictivo.
Mordí y chupé ese capullo endurecido, lo lamí mientras arrastraba las
manos por sus muslos, llevé una mano a su cadera y la otra la dirigí a su
sexo, hundiendo un dedo entre sus pliegues, gimiendo los dos, ella por el
placer que yo le provoqué, y yo porque eso también era mío.
—Me pone enfermo que babees así por mí —señalé, y se mordió el labio
cuando jugué con su clítoris.
Era seda en mis dedos, tan suave y resbaladiza.
—No voy a soportar más —avisó, blanqueando los ojos antes de
cerrarlos. Pero el placer de su primer orgasmo no se lo daría a mis dedos,
quería bebérmelo hasta embriagarme de ella. Isabella era la única droga de
la cual no quería rehabilitarme—. No, Elijah, no pares —rogó.
Le respondí con una sonrisa comemierda, y la tomé de las caderas hasta
casi sacarla de la cama, con arrebato subí el vestido a su cintura y le cogí las
piernas, consiguiendo que sus rodillas le llegaran al pecho.
—Joder —gruñí al extender sus piernas lado a lado y ver su coño
expuesto para mí.
Enseguida me agaché para presionar mi lengua en su húmedo clítoris, y
gritó, echando la cabeza hacia atrás, inclinando más su espalda a la cama
mientras se apoyaba en ella con los codos.
La sostuve de la parte de atrás de los muslos para que no perdiera esa
posición, y moví la lengua en círculos rápidos, llevándola también de arriba
abajo para no perder ni una sola gota de su dulce excitación. Estaba
comiéndole el coño porque sabía que le encantaba y, sin embargo, lo hacía
más por mí. Porque su placer era el mío.
Noche tras noche soñé con un momento como este. Me mantuve vivo no
solo para protegerla, sino también para volver a tenerla, como chocolate
fundiéndose en mi lengua.
Maldición.
¿Cómo llegué siquiera imaginar que ya no era mía? Si pudo haber estado
con otro, pero como el infierno sabía que nadie la tendría como yo lo hacía.
Ni siquiera Sombra consiguió tener a esa reina en sus manos, con esa
combinación de mente, cuerpo, alma y corazón que solo me dio a mí.
A Elijah jodido Pride.
Su dueño.
Su rey.
Suyo.
Arrastré la lengua por los lados de sus pliegues y luego la chupé donde
tanto necesitaba. Gritó y me tomó del cabello, pero esa vez no para
retenerme, sino para apartarme.
—Te quiero dentro de mí —demandó.
Con esa orden me reclamó y, como el psicópata que había caído a sus
pies, sonreí.
Rápido tomó los bordes de mi playera y me la sacó, le ayudé con mi
vaquero, desabrochándolo y dejando que colgara en mis caderas lo
suficiente para exponer mi polla, en cuanto me puse de pie. Sonrió con
malicia al ver que yo también babeaba por ella, y negué con la cabeza,
prometiéndole que le cobraría esa osadía.
—Espero que te estés tomando la píldora, porque no hay tiempo para
condones —advertí, y la tomé por debajo de los muslos, mi polla tan dura
como un mástil de hierro siendo tirado por la gravedad del imán que tenía
su coño para mí.
—Oh, Dios.
—Demonios —jadeé al unísono con ella.
Me empujé más adentro y la besé, sus gemidos eran el canto que
acompañaba ese rito de placer.
Envolvió sus brazos en mi cuello cuando apoyé las manos en la cama y
propicié que sus pechos se frotaran en el mío. Bombeé duro y rápido,
desatando más de tres años de deseo contenido, ya que en ese instante, con
ella consciente de que era yo, sin secretos en el medio, sin fingir, sentí que
la estaba tomando por primera vez.
—Nada será tan perfecto como tú y yo juntos, Bella —sentencié, dándole
a Sombra para que confirmara que esa vez nos tendría a ambos—. Nunca,
Bonita —reiteré.
Me respondió con las caderas, moviéndolas una y otra vez, mis empujes
constantes resonaron entre sus muslos en cuanto añadí más fuerza y la follé
profundamente, sintiendo sus músculos tensarse alrededor de mi polla, con
su orgasmo construyéndose, cuando encontré el punto perfecto y friccioné
hasta que su cuerpo se tensó y sus gemidos se volvieron descontrolados, en
el instante que colapsó y la cúspide máxima de su placer la atravesó como
un rayo.
Gritó mi nombre, lo repitió como esa oración con la que me adoraba, y
sonreí con un puto orgullo al verla deshacerse de gozo y satisfacción. Mis
músculos ardieron al tratar de no correrme, y fue una maldita suerte que
consiguiera contenerme.
—Te extrañé —susurró con la voz queda.
Su respiración se estaba relajando. Tomé su boca besándola duro para
consumir su ambrosía, confirmándome a mí mismo lo que le aseguré a
Laurel: yo no era débil con Isabella, ella no era mi kriptonita. Todo lo
contrario, era la fuente de mi poder, y juntos éramos invencibles.
—¿Quieres saber cuánto te extrañé? —preguntó, su tono cambiando de
quedo a malicioso.
—Por supuesto —dije, y me incitó a tumbarme en la cama.
Se sacó los zapatos y se puso de rodillas entre mis muslos. Me deleité
con sus movimientos sensuales al quitarse el vestido y lucir su traje de Eva
para mí, tuve que morderme el labio, y mi polla se alzó más con la imagen
de esa reina. Como Sombra, nunca estuvimos juntos a la luz del día, y las
lentillas me privaron de su piel tersa y bronceada, de esas rayitas
blanquecinas que le adornaban el abdomen bajo.
Inclinó su pecho hacia mí cuando notó que mi mirada se detuvo en la
marca de la V en su vientre.
—Es increíble cómo nuestros hijos sacaron esto de mí —hablé, y ella me
miró sin entender—. Te marcaron como suya tal cual yo lo hice. —Sonrió
de lado al comprender que me refería a las rayitas blanquecinas.
—¿De verdad te gusté embarazada?
Mi polla reaccionó antes que yo por la imagen que puso en mi cabeza: el
recuerdo de cómo la vi en ese vídeo. Usaba un pantaloncillo corto que
apenas cubría su culo. La playera la había cortado para que le quedara como
top, exponiendo su abultado vientre con orgullo y… joder, las fantasías que
me provocó no eran sanas.
—Quien ha dicho que una mujer embarazada pierde su atractivo es
porque jamás tuvo la oportunidad de verte a ti en ese estado —ratifiqué y,
después de todo lo que habíamos hecho, sus mejillas se sonrojaron por esa
declaración—. Aunque es una suerte para él, ya que de atreverse a mirarte
se condenaría solo a vivir en la oscuridad.
—¿Por qué, Sombra? —cuestionó con picardía, y alcé una ceja.
¿Y yo era el enfermo?
Puta madre, sí lo era porque, escucharla incitándome a decir lo que diría,
me llevó al borde del orgasmo.
—Porque perdería los ojos, Pequeña. Y te los daría a ti como regalo.
—Maldito enfermo —susurró mientras besaba mi cuello, escondiendo
ahí su sonrisa.
Pero no dijimos nada más, opté por deleitarme con el placer de su lengua
lamiéndome el torso, esa punta rosada jugando con los piercings en mis
tetillas, trazando mis tatuajes, besando cada uno. Me mataba ver su culo en
pompa, su cabello alborotado que, aunque ya no era castaño, no le restaba
belleza, todo lo contrario, acentuaba su poder y madurez. Aunque igual lo
extrañaría, echaría de menos a mi Castaña, así siguiera teniendo a la terca,
curiosa, gruñona y provocadora.
Me lamí los labios cuando dejó besos húmedos sobre los músculos de mi
abdomen, tentándome al retrasar su descenso. Mis pantalones seguían
cayendo bajo, y mi polla parecía rogarle por atención a su lengua. Sin
embargo, esperé con paciencia porque con ese ritual parecía que ella me
estaba adorando.
—Ya te adoré, ahora te poseeré.
El sobre aviso llegó justo cuando agarró mi polla y se la tragó, gimiendo
ella como si en verdad estuviera penetrando su coño. La sensación de su
lengua caliente fue demasiado, pero no insoportable o algo que me asustara,
todo lo contrario, gruñí deseando jamás dejar de sentir ese placer.
—Joder, Isabella.
La tomé del cabello en cuanto llegó a la mitad de mi falo, sin saber si
quería apartarla u obligarla a que llegara más profundo. Respiré hondo en
cuanto ella volvió a tragarse mi erección tras un impulso de cabeza,
lamiendo a la vez mi carne y recorriendo con la lengua lo largo de mis
venas hasta llegar a mi corona.
Sentí que iba a ahogarme cuando me miró fijamente, recibiéndome más
adentro. La contemplé un poco asombrado, también con intensidad,
dejándole ver la locura que estaba desatando en mí.
Puta madre.
Gruñí y le cogí el cabello con tanta fuerza que supe que le arrancaría un
par de hebras, pero en lugar de mostrar dolor o incomodidad me dejó ver su
deleite por tenerme al borde de lo insano.
Ahuecó las mejillas al chuparme más fuerte, y juro que esa imagen de
ella dándome ese nivel de placer con la boca marcaría más cada parte de mí,
se tatuaría en mi memoria. Utilizó la mano que no tenía vendada para
rodear el extremo al que no lograba llegar, tratando de ir más profundo,
pero no consiguiendo cubrir mi longitud por completo.
No obstante, su ingenio la llevó a retorcer la mano y deslizar los labios a
lo largo de toda mi polla, logrando que gimiera con intensidad, sintiendo el
fuego incendiando mi pelvis y el ardor en mis músculos, por el placer
queriendo hacerme explotar.
—Mierda —solté con un gruñido profundo.
Ella acababa de poner los ojos en blanco y gimió alrededor de mi polla,
confirmándome que sí, yo era su postre favorito, emitiendo vibraciones que
recorrieron toda mi extensión hasta llegar a mis bolas.
Le cogí el cabello con una mano, enrollándolo alrededor de ella como
una coleta, había soltado un par de lágrimas al tratar de tragarse mi falo más
allá de sus límites, y solté una maldición, un sonido feroz que le demostró
que tenía en sus manos al depredador.
—Nunca dejarás de adorarme así —sentencié, mordiéndome el labio.
Y cuando supe que no podría más, la retuve, obligándola a llegar más
profundo hasta conseguir que diera una arcada, entonces la aparté,
escuchando su fuerte jadeo al recuperar el aire que contuvo.
—Luego voy a ser que te tragues mi semen, Pequeña —advertí.
Tras eso la tumbé en la cama, me coloqué entre sus piernas y la penetré,
clavando mi mástil tan profundo que mis testículos golpearon su montículo
sensible, dejándola incluso sin poder gemir o gritar. Lo que sí consiguió fue
arquear la espalda y clavar las uñas en la cama, arañando la sábana hasta
casi romperla porque la embestí sin descanso.
La cogí de nuevo del pelo, siendo rudo pero no brusco, y levanté su
cabeza obligándola a que me mirara a los ojos.
—Oh, Dios —gimió, abrazando mi cintura con sus piernas, dándome
más acceso para llegar incluso más profundo.
—¿Tanto así me adoras que me has hecho tu dios? —no pudo responder,
se mordió el labio para soltar el fuerte grito que tenía atorado en la garganta
—. Es una suerte que tu dulce coño pueda recibirme completo a diferencia
de tu boca —señalé sobre sus labios.
Asintió, mostrándose tan perdida que no podía sentir, o razonar, más allá
de la lujuria cegadora que nos anulaba a ambos.
Acoplé mi cuerpo al suyo y me clavé más hondo en su coño, soltando su
cabello para llevar mi mano a su garganta, rodeándole el cuello con ella
mientras que la otra la coloqué en su vientre plano, presionando la palma
deliberadamente, sonriendo cuando Isabella maldijo porque de esa manera
sintió más cada empuje que le obsequié con ahínco.
La cama chirrió en cuanto me impulsé más fuerte con mis rodillas,
bombeando con potencia, dejando la delicadeza a un lado, follándola duro
sin dejar de hacerle el amor. Blanqueó los ojos, arqueó más la espalda, y
apretó la sábana entre sus manos hasta que sus nudillos se volvieron
blancos, y entonces lo sentí, sus músculos apretando mi polla como si
quisiera estrangularme, el grito tembloroso escapando al fin de su garganta,
y con él, mi nombre.
Me nombró como si estuviera en trance, proclamándome como su dios
en el instante que su mundo se estrelló en mil pedazos.
—Maldición, eso es.
Terminé esa oración con un gruñido gutural al sentir mi polla
sacudiéndose dentro de ella, el cuerpo se me estremeció de pies a cabeza,
los músculos de la pelvis me ardieron, y el saco de mis testículos se
contrajo al empotrarla una última vez, antes de correrme, de llenarla con mi
semen hasta que no cupo una gota más, y sentir nuestros fluidos
rebalsándose de su vagina.
—Puta madre —jadeé al colapsar sobre ella, apoyándome en los codos
para no lastimarla.
Los muslos le temblaron igual que mis piernas, y me reí en su boca,
jadeando sin aliento, percibiendo que ella seguía sintiendo espasmos de
placer, junto a las leves sacudidas que mi polla continuó dando en su
interior.
Ese había sido uno de los orgasmos más intensos que mi reina me había
provocado.
—Te amo en todas tus versiones, Elijah —musitó, mirándome con amor
e ilusión.
Con alivio y satisfacción.
Con incredulidad y felicidad.
Abandonando el pasado y dándome la bienvenida a su presente.

Convencí a Isabella para que se quedara esa noche conmigo, pero no


dormimos nada; nos dedicamos a conversar entre los descansos de nuestros
polvos, y luego seguíamos follándonos, como dos amantes que tenían el
tiempo contado, necesitando recuperar esos tres años que nos mantuvieron
separados en una sola noche.
En ese instante, Isabella se encontraba retozando en mi costado
izquierdo, trazando con su uña pintada de negro aquel tatuaje que nunca
pudo ver. Parecía anonadada aún con la reina del ajedrez en color blanco,
sosteniendo aquellos demonios con sus cadenas. Y, aunque me preguntó qué
significaba, en sus ojos vi el anhelo por escuchar lo que ya había
imaginado.
Era ella.
Siempre llevé a mi reina, y ella siempre llevó a su rey.
—Tienes los ojos más hermosos después de follar —dije cuando me
miró, y sonrió porque no esperaba que le señalara eso.
No le mentía, la miel en ellos parecía más clara y limpia, además de que
brillaban de una manera que nunca vi en el pasado, y menos cuando volvió
como la reina Sigilosa. Se había hecho el cabello en una coleta floja y pasó
de la ropa, ya que cuando intentó cubrirse con mi playera tardó más en
ponérsela que yo en quitársela para volver a follarla.
La tomé con suavidad en algunas ocasiones, pero la mayoría fueron con
dureza.
—¿Sabes qué más tengo? —Me reí con su pregunta.
—También lo sé, ya he pedido comida a recepción. —Me miró con
sorpresa porque no había olvidado que después de nuestras largas horas de
sexo terminaba con un ataque de hambre—. ¿Qué? ¿No me crees capaz de
cuidar bien de mi reina?
—Tienes que, después de agotarme de esta manera.
—No te vi quejándote por eso hace unos minutos, cuando engullías mi
polla queriendo llevarla hasta tu garganta.
—¡Dios! Eres un patán —se quejó, y le di un azote en el culo cuando
salió de la cama para buscar de nuevo mi playera y vestirse con ella.
Media hora después estábamos saliendo de mi habitación, eran las siete
de la mañana, y tanto Isabella como yo nos sorprendimos de encontrar a
Laurel sentada en una chaise lounge, cerca de la ventana de la suite; tenía
las rodillas encogidas, abrazando sus piernas con una mano mientras que
con la otra sostenía una taza con un líquido humeante.
Nos miramos con Isabella, y ella contuvo una sonrisa, porque la
pelinegra nos estaba observando como si quisiera atravesarnos con algo
muy filoso.
—Uno actuando de buena fe, y ustedes no tienen ni una pizca de
consideración —se quejó y, aunque Isabella se sonrojó, yo me reí.
—¿Recuerdas que tú lo sugeriste? —inquirí cuando me miró indignada
—. Además, no hicimos nada que tú no hubieras hecho —recalqué, y
Laurel apretó los labios, conteniendo una sonrisa cínica.
—Ven que el sexo sí ayuda —señaló, retomando su actitud de celestina,
esa que había tenido desde que llegó a Grig—. Y no dejemos de lado el
amor —añadió con malicia, y negué.
No le dije nada porque en ese instante tocaron la puerta y fui a abrir de
inmediato, sabiendo que era uno de los escoltas (que viajaron conmigo y
Laurel), llevando la comida que pedí a recepción.
—¿Te dijo que te ama? —Alcancé a escuchar a Laurel preguntándole eso
Isabella, y rodé los ojos, sabedor de que no me veían.
Esa maldita chismosa no pararía con eso.
Menos mal Isabella no le dio alas y, cuando regresé con la comida,
Laurel nos acompañó, asegurando que era lo menos que le debíamos
después de no dejarla dormir por nuestro escándalo. Me gustó que White le
tuviera tanta confianza como yo, y no se cortó al hablar de nuestros hijos.
Las sorprendí a ambas cuando les hablé de la misión que hice para los
griegos meses atrás, en la que, por razones que solo el destino sabía, me
crucé con esos pequeños roba osos, a los cuales nunca pude sacar del todo
de mi cabeza porque, así yo no supiera de ellos, mi ser los reconoció como
parte de mí. Tras eso fue el turno de Isabella de dejarme sin palabras, en
cuanto aseguró que las copias conservaban esos juguetes, que eran sus
compañeros para dormir, además de añadir que Aiden siempre los llamó
tuti.
Pero ese momento no fue del todo ameno, cuando tocamos el tema de
Daemon y su condición. Laurel se mostró triste, Isabella frustrada y herida,
yo en cambio, me llené de ira porque me seguía pareciendo injusto que el
karma se ensañara así conmigo.
Ya Isabella me había explicado en la habitación la razón de su mano
vendada, y todo lo que sucedió con Daemon en la clínica, antes de que me
buscara. Dominik me avisó que él le dio la dirección del hotel, pero no
mencionó nada del percance con mi hijo. Y, para ser sincero, no estaba
seguro de si se lo guardó por ética, o porque se sentía reacio conmigo, ahora
que tenía a Amelia literalmente en sus manos.
Porque sí, él mismo me confesó dos días atrás que Amelia lo había
mandado a capturar por irlandeses, que lo llevaron a Dublín y se encontró
con ella creyendo que la tipa lo asesinaría, sin embargo, se arriesgó porque
necesitaba saber de su hijo, pero más de ella.
Y, aunque Amelia sí intentó matarlo porque estaba convencida de que
Dominik la engañó haciéndose pasar por mí, por órdenes de Isabella, e
incluso lo acusó de que él era otro que escogería a White por encima de
ella, la chica terminó por rogarle que salvara a su bebé.
Me pareció increíble el giro que dio esa historia entre ellos, pero
mientras Dominik siguió hablándome de lo sucedido, entendí que era cierto.
Amelia en verdad quería que protegieran a su bebé de ella misma, y él llegó
justo a tiempo, ya que, después de ese primer encuentro sin que fingiera ser
Sombra, la chica terminó por perderse en su propia mente, y ahora se
encontraba en alguna clínica psiquiátrica del mundo, tratando de ser salvada
de sus propios demonios.
Dominik creyó que iba regocijarme con esa noticia, pero no sucedió. Y
no por la situación con Daemon, sino más por él y su hijo.
—Se refugió en el único sentimiento que conoce —murmuré cuando
Isabella terminó de contarle a Laurel lo que pasó con Daemon el día
anterior—. La ira es el único sentimiento que saben reconocer al principio,
y en el que se refugian por ser lo más familiar y menos complicado de
demostrar y aceptar —expliqué, recordando todo lo que vi en Amelia, y lo
que Darius me informó sobre la bipolaridad.
Isabella se llevó una mano a la nuca, incómoda al entender por qué yo
sabía eso. Y no la culpaba, porque, así supiera la verdad, había odiado con
intensidad a Amelia por muchos años y eso no cambiaría de la noche a la
mañana.
—Esto es demasiado duro —comentó lo evidente, al sentir mi mirada en
ella.
La tomé de la mano y agradecí que no me rechazara, que me confirmara
con esa aceptación que ella también lucharía contra sus miedos, tal cual yo
pensaba luchar contra los míos.
—Ahora lo es, pero al aprender sobre la enfermedad podrán lidiar mejor
con ella —la animó Laurel tomándola de la otra mano—. Y ya no estarán
solos, Isa. LuzBel los protegerá de cerca esta vez, será el apoyo que siempre
debiste tener.
Isabella asintió, yo me puse nervioso porque, seguido de eso, ella nos
informó que los niños ya sabían de mí y estaban realmente emocionados
por verme.
Seguía pensando que no los merecía, era así de hecho. Y, siendo franco
conmigo mismo, no sabía cómo demonios haría para verlos a la cara, sin
recordar a todos aquellos rostros inocentes y llenos de miedo a los que
condené. Ya que, ni siquiera con lo que estaba haciendo con mis élites para
rescatar a tantos niños que sufrieron el mismo destino, me hacía sentir
menos mierda.
—Iré a tomar una ducha, los veo en un rato —avisó Laurel, y se condujo
a su habitación.
Yo me encerré con Isabella en la mía, la llevé a la ducha también para
tratar de que se olvidara por unos minutos de todo lo que nos seguía
atormentando, mientras la limpiaba y a la vez la ensuciaba, repitiendo el
proceso en tres ocasiones antes de conseguir salir del cuarto de baño.
—Dime.
Isabella se veía cansada cuando respondió el móvil, aunque muy
satisfecha, y eso me hizo sonreír.
—Los niños despertaron y preguntaron por ti. —Reconocí la voz de
Maokko. White tenía la llamada en altavoz—. Creyeron que habías ido al
trabajo sin despedirte de ellos, así que tuve que decirles que estabas con su
padre —informó, y supuse que por trabajo se referían a las misiones con La
Orden—. Ahora preguntan que si les darás una hermanita.
Mi sonrisa se ensanchó al ver lo roja que se puso la Castaña, bueno, ex
Castaña.
Demonios, extrañaría verla así.
—Diles que aún no habrá hermanita, pero sí mucha práctica —respondí
yo por White, y ella me fulminó con la mirada.
—¡Hola, Chico oscuro! —me saludó con emoción.
En ese momento, Isabella también se rio por recordar ese mote con el
que me bautizaron.
Cuando finalizaron la llamada, ya habíamos descubierto que, aunque
esas copias sí preguntaron por su madre, no mencionaron nada sobre una
hermanita. El comentario fue una broma en clave porque, al parecer,
Maokko era tan chismosa como Laurel, y quería confirmar si hubo sexo
entre nosotros o no, así que mi respuesta le satisfizo.
—Gracias, Fabio.
Esa segunda llamada que White recibió sí que barrió con la diversión que
me dio Maokko, pues no me hacía ni puta gracia que Fabio se comunicara
con Isabella. Sin embargo, me controlé porque él era uno de los médicos de
Daemon, y le llamó para informarle sobre los resultados de los exámenes
que le practicaron a nuestro hijo el día anterior.
Isabella volvió a poner la llamada en altavoz porque se estaba vistiendo
con ropa que le prestó Laurel.
—¿Estás con él? —cuestionó Fabio de pronto, y fruncí el ceño.
—Sí, Fabio. Estoy con ella —no me contuve, y terminé por responderle
yo—, pasamos la noche juntos. ¿Quieres saber más? —lo provoqué.
—No viejo, puedo imaginarme lo demás —respondió él, e Isabella me
miró incrédula por haberme entrometido. Me encogí de hombros, como un
jodido inmaduro diciéndole que él comenzó—. Es más, me alegro por ti. Y
por mí además, así dejas de amenazarme.
Los ojos de Isabella se desorbitaron al saber eso, y la vi con ganas de
bufarme.
—En mi defensa, fue hace un par de semanas. —Fabio rio cuando
escuchó mi explicación para White.
—Perdón por eso, Fabio —pidió ella exasperada, al ver que yo no me
arrepentía ni un poco por haberlo amenazado con llegar a Italia para
despedazarlo.
Era posible que ignorara las intenciones que yo sí sabía que Fabio tenía
con ella.
—No te preocupes. Te escucho feliz y eso sí que es importante. —Bufé
una risa por su treta de galán de una puta novela—. Y Luzbel, he mantenido
mi palabra, así que deja el drama.
Dicho eso, cortó la llamada, dejando a Isabella con el ceño fruncido.
—¿Qué quiso decir con eso? —inquirió.
—Que eres mía —zanjé yo, y rodó los ojos.
Sonreí llegando a ella, y le di un beso casto en los labios, consciente de
que, si no era mientras la follaba, no aceptaba esa verdad. Y no le mentí,
pues con su declaración Fabio me reconfirmó que Isabella era mía.
Por eso mantenía su palabra, ya que me aseguró que solo si ella quería
seguiría adelante con sus intenciones. Y que Isabella estuviera ahí,
respondiendo a mis besos castos, confirmaba que, por más hijo de puta que
fui, nunca quiso a nadie más.

—Cálmate —pidió Laurel exasperada.


—No puedo —acepté, y la vi reír a través del retrovisor.
Estábamos en la casa de seguridad en la que actualmente estaban Isabella
y mis hijos. Habíamos llegado hacía menos de media hora.
Cuando salimos del hotel, Caleb y Ronin todavía seguían abajo
esperándola, y nos escoltaron hasta ahí porque, por supuesto, no permití que
Isabella viajara de regreso con ellos. No pensaba separarme más de ella, y
menos mal que White quería lo mismo conmigo, por lo que me evitó una
discusión con sus compañeros de haber insistido que se devolviera con
ellos.
Laurel se había quedado en el asiento trasero del coche, mientras Isabella
se fue al interior de la casa, porque creímos que era mejor que ella se
adelantara, para asegurarse de que las copias seguían con la emoción de
verme, pues, de no ser así, yo estaba dispuesto a dar un paso atrás, por
mucho que me afectara que después de todo la vida utilizara medios
naturales para dejar por sentado que esos niños no merecían estar cerca de
un tipo como yo.
—¿Por qué no hay un manual para esto? —me quejé, dándole golpes
insistentes y constantes al volante con mi pulgar, mientras aferraba con
ímpetu los otros cuatro dedos a él.
—Porque la idea es que aprendas a ser un buen padre, al igual que uno
aprende a ser un buen hijo —respondió la pelinegra—. O eso dicen, pero ya
sabes, mis padres no aprendieron ni una mierda —desdeñó—, y no me
dejaron aprender a mí —susurró con una pizca de tristeza que no pudo
esconder.
La mayoría únicamente vería en ella lo que era ahora, no obstante, yo
que la conocí en su peor momento, era consciente de todo lo que esa chica
atravesó, las veces que la cagó y cómo se superó. No para enorgullecer a
otros, sino porque deseó ser una mejor versión, aunque más cabrona, de sí
misma.
—Puedes aprender a ser una buena tía —le recordé cuando noté que su
cabeza se había perdido con sus malos recuerdos—. Y deja de ponerte así,
que ahora mismo te necesito fuerte y dándome ánimos, porque yo no tengo
ni puta idea de cómo actuar —amonesté, y soltó una pequeña carcajada.
Ambos nos conocíamos muy bien, por eso sabía que ella no necesitaba
que la hundieran más recordándole lo fuerte que era por lo que superó. En
momentos como ese, prefería que la sacara de golpe de sus recuerdos para
que estos no le robaran la poca paz.
—No actúes, solo sé tú mismo —aconsejó.
—Mierda.
Maldije al ver a una asiática saliendo de la casa, y la reconocí en el
instante: era la misma chica que estuvo con mis hijos en el parque, la que
no quería que ellos tomaran los osos. Y no me preocupó que ella también
me recordara, porque no me vio el rostro en su totalidad, y tampoco era
algo que debía ocultar.
Lo que sí lo hizo fue la incertidumbre de saber por qué era ella la que se
encaminaba hacia el coche y no Isabella.
—Tranquilo, hombre.
—Temo que no quieren verme —supuse para Laurel.
Ya no dijimos nada porque la chica hizo un asentimiento hacia nosotros,
al percatarse de que la mirábamos, y salimos del coche.
—Hola, soy Lee-Ang —se presentó, su acento japonés era más marcado
que el de Maokko o Isamu—. He escuchado que le llaman LuzBel, pero, si
me lo permite, me dirigiré a usted por su apellido, ya que no me gustaría
utilizar su apodo frente a los gemelos —avisó, y asentí de acuerdo.
Puta madre.
La chica parecía menor que Isabella, e incluso dulce e inocente, pero
había algo en su tono de voz y la educación con la que se dirigía a nosotros
que intimidaba un poco y… mierda, a mí nada me intimidaba a excepción
del momento al que estaba a punto de enfrentarme.
—Ella es Laurel. Supongo que Isabella te avisó que estaba con nosotros
y que le tenemos confianza —la presenté al notar que Lee-Ang la miró,
esperando porque yo tuviera educación.
—Por supuesto que lo hizo —afirmó, e hizo una reverencia tipo
eshaku[17] para mi amiga.
Laurel se limitó a sonreírle un poco tímida, y comprendí que a ella
también la estaba intimidando Lee-Ang, y con lo cabrona que era, además
de extrovertida, me sorprendió más que la asiática consiguiera eso con su
simple presencia.
—Es un placer conocerlos. Ahora, síganme, por favor —animó, y
comenzó a caminar adelante de nosotros—. Isabella se quedó con los niños,
ellos están en su entrenamiento diario con Maokko. Y, como ya saben,
Daemon no se encuentra dispuesto a colaborar en este momento, así que Isa
intenta controlar ese aspecto todo lo que sea posible. —Me sentí impotente
y muy frustrado con ese recordatorio.
Maldita enfermedad.
—Pero… ¿no se han negado a verme? —pregunté, dejando entrever un
poco del temor que trataba de contener.
—Han estado esperando este momento desde ayer —confirmó ella sin
mirarme.
Joder.
Tomé un largo suspiro. La casa era amplia, aunque, según la explicación
de Isabella, más pequeña que la otra en la que estuvo viviendo desde que las
copias nacieron. En esta se encontraban de manera provisional, y confesó
que a nuestros hijos no les gustaba, pero se las apañaban hasta que pudieran
regresar a la vivienda original.
Lee-Ang nos condujo por un pasillo en el interior de la casa y, mientras
más nos acercábamos a la habitación, que adecuaron como estudio de artes
marciales, escuchábamos los Kiai de un niño y el ladrar emocionado de un
cachorro.
Me obligué a tragar cuando mi corazón comenzó a latir de una manera
muy extraña y ralenticé el paso, sintiendo que la respiración comenzó a
faltarme.
Puta madre. Solo eso me faltaba.
—Esto es demasiado —murmuré cuando Laurel me tomó de la mano al
darse cuenta de mi reacción.
Ella me miró preocupada, Lee-Ang en cambio no perdió la paciencia ni
el control, reconociendo quizá que lo único que me pasaba es que no tenía
ni puta idea de cómo proseguir.
—Mi padre siempre dice: aquel que piensa mucho antes de dar un paso,
se pasará toda la vida en un solo pie. —Dicho eso, la asiática se acercó a mí
y me miró a los ojos—. Los niños no juzgan ni señalan, ellos solo reciben,
dan y perdonan con la bondad y el amor que poseen en el corazón. —Sus
palabras fueron tan seguras que, así no me sintiera merecedor de esa
oportunidad, me animé a seguir adelante.
Lo hice porque no era de los que se pasaría toda la vida en un pie, no
obstante, por primera vez estaba caminando con miedo, algo que sí me
sorprendió, pues yo era de los que no le temían ni a la muerte, de quienes
no se ponían nerviosos ante nadie, y mucho menos le huía a los peligros.
Hasta que me obligué a caminar a una habitación en la que se
encontraban las únicas tres personas que tenían la capacidad de hacerme
titubear, por las únicas que estaba dispuesto a dejar el orgullo y el ego a un
lado, las únicas que lograban que yo me pusiera nervioso.
Y lo reafirmé en cuanto puse un pie dentro de esa habitación y escuché
algo para lo que nadie jamás me preparó.
—¡Sí! ¡Papito!
«Los niños no juzgan ni señalan».
Las palabras de Lee-Ang resonaron en mi cabeza cuando caí de rodillas y
mis brazos se abrieron por sí solos, esperando por el pequeño tornado,
vestido con uniforme de artes marciales en color blanco, que se dirigía
hacia mí. El impacto de su cuerpecito, y la manera en la que aferró sus
brazos alrededor de mi cuello, me cortó la respiración como si en realidad
hubiese recibido una bola enorme de acero.
Me cago en la puta.
¿Cómo demonios se respiraba?
—¡Etás aquí! —entonó con la voz amortiguada en el hueco de mi cuello,
y me rompí en pedazos.
Lo hice por la incredulidad y el anhelo en su voz, porque corrió hacia mí
lleno de euforia, pero en cuanto estuvo entre mis brazos soltó pequeños
sollozos que me hicieron abrazarlo con un poco más de fuerza, sentir el
sudor en su frente y respirar el aroma a frutas que su cabello castaño
despedía.
Todo eso, junto al latido acelerado de su corazón que se acompasó con el
mío.
Él era la cosa más diminuta y perfecta que alguna vez sostuve en mis
brazos. Un ser pequeño e indefenso que consiguió que olvidara cómo se
formulaba palabra alguna y que temiera siquiera intentarlo.
—Yo soy...
—Sé quién eres —lo corté cuando se separó de mí.
Miré sus ojos grises que ahora sabía que no era una coincidencia que
fueran idénticos a los míos. Los tenía rojos y brillosos por las lágrimas. Sus
mejillas también estaban sonrojadas, y grabé para siempre en mi memoria
la sonrisa que me regaló.
Jamás desconocería al más curioso de mis copias. El niño con una
capacidad innata de congelarme en mi lugar, como en ese momento, cuando
llevó su manita a mi mejilla y limpió lo que yo creía que era el sudor que él
me dejó.
—Te extañé mucho —aseguró.
—Y yo a ti, Aiden —dije, intentando formular las frases sin quebrarme.
Besé su frente y volví a abrazarlo, se sentía tan bien. Me sentí tan
poderoso, dichoso y feliz en aquel momento, que supe que, si me tocaba
morir en ese instante, lo habría hecho siendo el maldito cabrón más feliz del
universo.
—No puedo lespiral —susurró, y reí.
Al alzar la mirada, encontré a Isabella a unos pasos de nosotros. Tenía a
Daemon en brazos, y él mantenía el rostro metido en el cuello de ella. Mi
reina lloraba en silencio, sobando la espalda de nuestro otro pequeño.
Tragué con dificultad porque ya había dado un paso, pero me hacía falta
otro, y volvió a sentirse igual de aterrador, sin embargo, cuando me puse de
pie y sentí a Aiden tomándome la mano, supe que no necesitaba a nadie
más que me guiara hacia Isabella y Daemon.
—Es real, mi vida —susurró White cuando estuvimos frente a frente,
pero no para mí. Me atreví a estirar el brazo libre y acaricié la cabecita de
mi otro pequeño, él se estremeció ante mi contacto, reconociendo que no
era la mano de su madre quien lo tocaba—. Te lo prometo —añadió ella.
Daemon negó con la cabeza, vestía con un uniforme igual al de su
hermano.
—¡Sí, D! Mílalo, no tene alas —lo animó Aiden, y volvió a negar.
—¿Puedo? —inquirí para Isabella, pidiéndole permiso para cargarlo. Ella
dudó, pero no se negó—. Voy a sostenerte un momento —susurré al
acercarme a ellos.
Tomé al pequeño de la cintura, tanteando su reacción, y en cuanto noté
que no rechazó mi toque, lo agarré con más firmeza, viendo cómo apretó
sus párpados con fuerzas. Un gesto que me indicaba que él tenía más miedo
que yo en ese instante, sin embargo, en cuanto lo sostuve en la misma
posición que lo había mantenido Isabella, se aferró a mi cuello tal cual lo
hizo Aiden minutos atrás, y comenzó a llorar.
Los niños no señalaban ni juzgaban, pero… mierda, que capacidad la que
tenían para romperte y reconstruirte en un santiamén.
—Siento mucho no haber estado aquí antes —musité en su oído. Mis
palabras fueron como un interruptor en él, y comenzó a llorar con más
intensidad, aunque siendo silencioso—. Pero ahora he vuelto y no volveré a
dejarte —aseguré.
Lo alejé de mí para que me mirase, aunque no tuve éxito porque sus ojos
seguían cerrados. Y me dio miedo que él, a diferencia de su hermano,
sintiera que yo no merecía estar ahí con ellos y por eso me rechazaba.
—¿Por qué no quieres verme? —me atreví a preguntarle.
—Poque no quielo despeltar —susurró, y no lo comprendí.
—No, D. No es un sueño —le explicó Aiden, iluminándome sobre la
verdadera razón para que su hermano se negara a mirarme.
—Oh, Dios —soltó Isabella en un gemido de lamento, entendiendo
también la negatividad de nuestro hijo.
Yo me quedé sin palabras, sintiendo cómo esa copia entre mis brazos me
lanzó desde lo más alto, hasta lo más profundo. Entendiendo mejor el odio
de Isabella hacia nuestros enemigos, comprendiendo la sed de venganza que
durante mucho tiempo la convirtió en un monstruo insaciable, que no estaba
dispuesta a perdonar a nadie por mucha justificación que tuvieran.
—Mírame, por favor —supliqué cuando tuve la capacidad—. Soy real,
Daemon, y quiero que me veas y te asegures de que estoy aquí, cargándote
y deseando ver tus bonitos ojos —pedí.
—Papito etá llolando, D —añadió un pequeño entrometido.
Eso sirvió para que su hermano abriera los ojos de golpe, y entonces los
vi.
Admiré con vehemencia aquellos ojos grises consumidos por la miel del
medio; esos iris lograron atravesarme el alma y hacer que me estremeciera
hasta los huesos. Eran extrañamente hermosos e intimidantes, pero verme
reflejado con tanta claridad en ellos me hizo sentir al fin en casa.
—Etás aquí, papito. Eles tú y no tenes alas.
El dolor, la felicidad, la tristeza y la emoción se sintieron en sus palabras
a tal punto que fui yo el que tuvo que cerrar los ojos, porque no quería que
las personas que siempre deseé que me vieran fuerte, en ese momento
fueran testigos de mi vulnerabilidad y culpa porque estaba pasando, ¡joder!
Tenía a la inocencia en mis manos, esa misma que destruí antes y me
avergoncé de que ellos me hayan creído un ángel, cuando no fui más que el
peor de los demonios.
—Perdón —rogué con la voz gangosa, y atraje a Isabella a mi costado,
ella ya cargaba a Aiden en sus brazos—. Perdón por todo lo que tuve que
hacer para poder regresar con ustedes —seguí—. Perdónenme por no
merecerlos.
—No, Elijah, no digas eso —suplicó Isabella comprendiendo lo que me
pasaba.
—No soy digno de ustedes, amor. Pero te prometo por mi vida que
siempre daré todo por ti y nuestros hijos —aseguré.
Ella vio en mis ojos que lo que salió de mi boca lo sentía y sostenía con
el corazón.
Nada ni nadie me iba a hacer faltar a la promesa de vida que estaba
haciendo frente a las personas que se convirtieron en mi mundo, en mi todo.
Capítulo 37
Ahora la recuerdo
Isabella

Lo conocí siendo un arrogante, traté de alejarme de él por ser un déspota,


pero caí a sus pies por su astucia y me dejó conocerlo en una faceta fría,
manipuladora, aunque también leal. Sin embargo, lo que jamás preví, es que
después de tantas tormentas, Elijah Pride me permitiría verlo cediendo,
rompiéndose, siendo humano.
«Perdónenme por no merecerlos».
Esas palabras me marcaron más que aquel hierro mi piel, porque sentí su
dolor, su agonía, su tormento. Elijah de verdad creía desmerecer a mis hijos
y, aunque lo comprendía después de todo lo que tuvo que hacer, no aceptaba
que él pensara de esa manera, pues ahora yo también sabía que, así hubiese
hecho atrocidades imperdonables, ninguna fue por su voluntad.
Lo obligaron.
Lucius y Amelia consiguieron hacerlo caer, lo convirtieron en un villano.
Y con eso aprendí que, a veces, los que estábamos del lado de la justicia
éramos quienes más injusticias cometíamos al juzgar a las personas
equivocadas, dejándonos llevar por lo que veíamos o creíamos que pasaba,
sin investigar hasta lo más recóndito de los victimarios.
—¡Sí! —gritó Aiden, por algo que Elijah les dijo.
Daemon se limitó a sonreír, todavía aferrado al cuerpo de su padre, pues
no quiso que dejara de cargarlo.
En ese instante, el pecho se me hinchó de felicidad, y por primera vez en
muchos años sentía que cada grieta que quedó en mi corazón, tras romperse
en muchas ocasiones, estaban comenzando a sellarse. Empezaron a hacerlo
desde la noche anterior, cuando, después de escucharlo y enterarme de su
verdad, me hizo el amor, dándome lo mejor de las dos versiones en las que
me enamoré de él.
Tuve a Sombra y a Elijah en partes iguales.
«Tan perfecto como el chocolate: lo dulce y lo amargo en un solo
paquete».
Me mordí el labio porque por primera vez fui mi conciencia: pensé en un
paquete muy distinto al que ella se refería.
«¡Jesucristo!».
Culparía a mi dicha. A esa satisfacción que barrió con tres años de dolor,
muerte, mentiras y traiciones. Pues ahí, en esa pequeña órbita conformada
por los cuatro, el pasado quedó atrás e incluso el presente se congeló,
dejándonos vivir y respirar con tranquilidad. Y ya eso se había vuelto tan
escaso en nuestras vidas que incluso llegué a pensar que estaba borracha, o
drogada, porque ese momento se sintió como los efectos fugaces de los
estupefacientes. Y lo único que rogué al cielo fue que no me estuviera
dando algo momentáneo.
Porque era tan perfecto que incluso daba miedo.
—Mila, papito. Somba te quiele.
Mis ojos se ensancharon al escuchar a Daemon y de la felicidad pasé a la
aflicción cuando el cachorro llegó a nosotros y se paró en sus dos patitas,
pidiéndole un poco de cariño a Elijah.
—¿Sombra? —preguntó él con una ceja alzada, acompañada de esa
media sonrisa mojabragas.
«La que se le iba a borrar cuando supiera la razón detrás del nombre del
cachorro».
Carajo.
—Sí, es nuesto cacholo —respondió Aiden con orgullo, dándole a su
amigo canino la atención que Elijah todavía no le daba.
Se había bajado de mis brazos desde hace un rato, pues él, aunque le
encantaban los mimos, también le gustaba ser independiente, por eso
prefería caminar antes de que lo cargara. Aprendió a comer solo muy
rápido, porque así escogía del plato lo que más le gustaba, e incluso ya
comenzaba a ducharse solo, aunque siempre con la supervisión de las
chicas, o la mía.
Y Daemon le seguía los pasos, pero, cuando se encontraba en días
oscuros, optaba por depender de nosotros.
—¿Por qué se llama Sombra? —preguntó Elijah entre divertido y
curioso.
Di un paso hacia atrás, sin que él me viese, y llamé la atención de Aiden,
negando con la cabeza para que no respondiera la pregunta de su padre.
—Eteee… —En otro momento me hubiera reído al ver el gesto de Aiden
al decir eso, sus ojos bailaron de un lado a otro, queriendo mirarme, pero
sin que nadie más se diera cuenta, a pesar de que estaba siendo el niño más
obvio del mundo—. No, papito, mami no quele que te diga. —Con la
inocencia que lo caracterizaba, Aiden decidió decir la verdad.
La puta madre.
Me llevé una mano a la frente, apretando los labios para no reírme y
rindiéndome porque la cagué monumentalmente.
«¡Mierda! Teníamos que enseñarles a mentir».
Vaya consejo.
—¿En serio, mami? —preguntó Elijah con burla—. ¿Por qué, eh?
—Sinceramente, es una plática para otro momento —solté, imitando la
inocencia de Aiden, y volviendo a cagarla con eso.
—¡Yo te digo, papito! —gritó Daemon con emoción, todavía en los
brazos de su papá, alzando los bracitos para que él le diera atención.
Me rasqué la nuca, luego la cabeza, sintiendo que la comezón me estaba
recorriendo por todo el cuerpo.
¿Por qué nadie me dijo que los hijos podían ponerte en situaciones tan
embarazosas?
«¡Ahhh! La dulce maternidad».
—Anda, campeón, dime todo lo que quieras —lo animó Elijah—.
Enséñale a mami a no ser una pequeña cobarde —añadió, y exhalé un
suspiro.
—Poque mami tene un pejro y tabén se llama Somba.
Elijah frunció el ceño.
—¿Y dónde está ese perro? —inquirió.
«Cargando a su cachorro».
Hija de puta.
Me dio un poco de vergüenza ver que Elijah miró al cachorrito canino, a
lo mejor suponiendo que el padre de este era el perro del que nuestros hijos
hablaban.
—No, no tengo perro —me vi en la obligación de aclarar, deseando que
la tierra me tragara.
—Mami, pelo tío Ellio dijió que sí tenías uno —contradijo el pequeño
traidor de Aiden.
«Me cago en la puta, Colega. Bien decían que después del gustazo
llegaba el trancazo».
¡Puf! No había necesidad del recordatorio.
—No es dijió, Aiden, es: dijo —corregí nerviosa al sentir la mirada de
Elijah quemándome.
—¿Tío Elliot? —Bufó tratando de controlarse al comprender todo—.
Creo que ese hijo... —olvidé el nerviosismo y lo miré con dureza para que
no fuera a soltar esa palabrota frente a los niños—, de su madre —se
corrigió—. Merece unas caricias muy duras por meterse donde no lo
llaman. —Negué al escucharlo, y solté el aire por la boca.
Y anoté mentalmente que debía enseñarle a los clones a no hablar demás.
«Les enseñarías a mentir».
¡No! Solo iba a enseñarles a ser prudentes.
Fue un alivio que el tema del nombre del cachorro quedara zanjado (de
momento) cuando las chicas volvieron, pues se habían ido de la habitación
para darnos privacidad en un encuentro tan emotivo y especial. Aunque las
miradas que Elijah me dedicó me prometieron que pronto íbamos a
retomarlo cuando estuviéramos solos.
Los niños conocieron a Laurel, y por primera vez disfruté de sus celos,
ya que en cuanto vieron que ella abrazó a Elijah, emocionada por el
momento que su amigo estaba atravesando, ellos le cuestionaron que por
qué hacía eso. Mi Tinieblo se rio al ver la reacción cómica de la pelinegra, y
juntos le jugamos un par de bromas. Y, tras eso, seguí disfrutando del día.
El cansancio se esfumó y yo, a diferencia de D, me negaba a cerrar los
ojos para no dejar de ver esa realidad tan hermosa. Mis pequeños no se
apartaron de Elijah en ningún momento y fueron capaces de arrancarle
sonrisas grandes, hermosas y verdaderas. Incluso lo hicieron esconder esa
dureza que lo caracterizaba para que acogiera con naturalidad su faceta de
padre. Y, aunque por momentos noté que los miró atormentado porque
seguía creyendo que no merecía tenerlos, nuestros hijos se encargaron de
confirmarle que sí lo hacía.
—¿Vas a quedalte ton nosotos? —le preguntó D con ilusión, cuando la
noche llegó.
Elliot había tenido razón, a Elijah le encantaba jugar a la pelota, así que
en cuanto tuvo la oportunidad se los llevó al pequeño jardín de la casa y los
mantuvo anonadados al mostrarles los trucos que sabía hacer. Daemon
incluso se atrevió a tratar de ejecutar algunos, Aiden parecía más interesado
en verlos y reírse cuando su gemelo fallaba.
Observarlos en ese momento me recordó cómo se respiraba, sobre todo
porque Daemon, a pesar de su estado, consiguió gastar toda esa energía
extra y pidió irse temprano a la cama, pero por supuesto que su papito lo
llevara a ella.
Elijah me miró ante la pregunta de nuestro hijo y eso me hizo sonreír, ya
que, al parecer, con ellos en nuestra órbita, se le olvidaba lo mucho que
disfrutaba demandando e imponiendo.
—Sí, amor. Papito se va a quedar, no se irá más —aseguré.
Aunque miré a mis hijos, sentí de nuevo su mirada quemándome. Y
cuando me acerqué a Aiden para acomodar su manta, Elijah se acercó para
hacer lo mismo, simplemente por el placer de hacerme sentir su cercanía y
rozar mi mano de una manera que parecía simple, pero que sentí en todas
partes.
«¡Jesús! Esperaba que no estuvieras cansada para otra sesión de sexo».
—¿Polemos pintal tus dibujos mañana? —le preguntó Aiden, sacándonos
de ese trance en el que nos metimos.
Antes de responderle, Elijah me dio un beso casto en el cuello, y miré a
Daemon cubriéndose la boquita, al reír tímido por el gesto de su papá
conmigo. Ellos conocían a su padre por la foto que tenía de él, pero en ella
Elijah solo mostraba su rostro, por lo que los clones se sorprendieron al ver
el cuerpo lleno de dibujos de su padre.
«Él era el lienzo perfecto para cualquier mujer, pero un cuaderno de
dibujos andante para sus pequeños».
—Claro que sí. Mañana me darán la excusa perfecta para que su madre
me limpie después. —Tragué con dificultad, porque no era correcto
imaginar mi lengua trazando sus tatuajes, en presencia de nuestros hijos,
luego de su respuesta descarada.
«Debías dejar de lado si eso era correcto o incorrecto. Y mejor rogar para
que a tu pequeño entrometido no se le ocurriera preguntarle al Tinieblo si él
era Jacco, porque no quería imaginar lo que seguía después».
Demonios.
Todavía teníamos pendiente la charla de Sombra, así que no quería
pensar en dar otras explicaciones. Y menos después de comprobar que
Elijah creía que Fabio buscaba algo conmigo.
«Bueno, tan equivocado no estaba, eh».
No me ayudabas.
—Gacias, mami —susurró Daemon cuando le di su beso de buenas
noches, y sonreí.
—Te amamos, papito —aseguró Aiden, y vi un brillo especial en los ojos
de Elijah.
Pero no les respondió, o yo no lo escuché, ya que se inclinó para darles
un beso en la frente, y ellos sonrieron tras el susurro que les ofreció.
«Amaba y odiaba que no fuera un hombre de expresarse con palabras».
Yo también, pero siempre preferiría que fuera de acciones.
Cuando salimos de la habitación y caminamos por el pasillo hacia la sala,
lo hicimos en silencio, porque en ese momento no había nada qué decir,
simplemente era de disfrutar incluso de eso, y dejar asentar todo lo
maravilloso que nos estaba sucediendo desde el día anterior.
No obstante, quise tener el detalle de avisarle que ya habíamos preparado
una habitación de invitados, pero, antes de aclarar que era para Laurel, su
rostro fue un poema, porque lo primero que se le ocurrió es que lo enviaría
a dormir lejos de mí.
—¿Me harás dormir en una habitación de huéspedes? —preguntó
indignado, y oculté mi sonrisa.
—Si lo prefieres, puedes quedarte en el sofá de la sala —seguí
tomándole el pelo, y alzó una ceja.
—¡Perfecto! Si es lo que quieres —ironizó y, sin poder soportarlo más,
reí.
Él no lo hizo.
Me tomó del brazo para detener mi paso y me empotró a la pared,
cogiéndome con firmeza del cuello, sin dañarme. Únicamente se metió en el
papel de cabrón que él ya había descubierto que me volvía loca. Y cuando
vio que me mordí el labio y escuchó mi suave jadeo, sus ojos derramaron
fuego, y la curva de su boca se alzó hacia arriba con lujuria, incitándome a
quemarme.
—¿Quieres perderte de esto, Pequeña? —susurró cerca de mis labios, y
su sonrisa se ensanchó cuando sintió con su mano que tragué con dificultad.
—Si me lo preguntas mientras presionas así mi collar favorito, pues
resulta difícil negarse —lo provoqué, y se mordió el labio, poniendo un
gesto lascivo que estaba a punto de llevarme a la locura.
—Mi mano en tu garganta te gusta, eh —confirmó.
—Tanto como a ti mi daga en tu cuello.
—Puta madre, White —susurró, y presionó su frente a la mía, dejándome
sentir su respiración acelerada.
Con la otra mano se aferró a mi cintura y rozó su pelvis en mi vientre.
Maokko iba a tener un espectáculo de los que le encantaba leer, en vivo y
en directo, si llegaba a aparecer por ese pasillo en su ronda de vigilancia.
—Jamás te alejaría de mi cama de nuevo, Elijah —resollé, rozando
nuestros labios al hablar, sin hacer más que ese contacto.
—Entonces llévame a ella ahora mismo —demandó.
No tuvo que repetirlo, porque él sabía que esas eran sus únicas órdenes
que yo obedecía sin rechistar.

Elijah no había olvidado el tema del cachorro y su nombre. De hecho, lo


sacó a relucir mientras me empalaba hasta la empuñadura, haciéndome
gemir su nombre, logrando que le rogara por no parar cuando me negaba a
responder las preguntas qué me hacía.
Entendí entonces que no quería follarme únicamente por placer, sino
también para llevarme a un punto vulnerable en el que yo le dijera todo lo
que quería escuchar. Y, aunque luego discutimos porque el tema de Elliot
seguía siendo delicado, volvimos a reconciliarnos en unos instantes, ya que
ni él ni yo estábamos dispuestos a perder el tiempo molestándonos.
En los días siguientes nos dedicamos a aclarar todo lo que todavía estaba
pendiente entre nosotros, sin dejar de disfrutar juntos de nuestros hijos.
Incluso me convenció de que regresáramos a la casa de Florencia luego de
encargarse, junto a Caleb y Ronin, de doblar la seguridad en los anillos. Y
no era necesario recalcar lo felices que fueron los clones con esa decisión.
Los momentos incómodos también llegaron cuando él quiso hablarme
sobre Hanna y lo que sucedió con ella, lo que los llevó a tener sexo; y
volvió a reiterarme que no lo recordaba, cosa que me extrañó demasiado. Y
por supuesto que lamenté que la chica pasara por una violación, sin
importar los celos que me despertara; jamás me alegraría de la desdicha de
una mujer.
Ni siquiera me alegré por la de Amelia, así la siguiera odiando con todo
mi ser, cuando me mencionó que estaba en una clínica psiquiátrica siendo
tratada para que no se dañara ella, y menos al bebé que esperaba. Un tema
que por supuesto nos llevó a otro más complicado y doloroso, pues tuve que
enfrentarme a una verdad que no era fácil de digerir.
Mi padre la regresó, sin importarle nada, a un infierno del que ella
intentó escapar al igual que mi madre.
—Cuando recién descubrí que Amelia vivía y ella me dijo esto, no te lo
negaré, aunque entendí a Enoc también lo juzgué porque él ya sabía lo que
tu madre había vivido en manos de Lucius, e incluso así, no se tocó el
corazón y la condenó a un infierno peor —admitió Elijah.
Me estaba abrazando por la espalda, seguíamos desnudos en la cama
luego de hacer el amor, antes de levantarnos ese nuevo día. Exhalé un
suspiro tembloroso, y tragué, porque, visto de esa manera, mi padre fue un
monstruo.
—Pero luego ella misma me llevó a su infierno, Bonita. Entonces mis
señalamientos hacia tu padre se esfumaron, porque si cometí atrocidades,
peores que las de Enoc, por Dasher; no quiero ni pensar lo que sería capaz
de hacer si alguien pretendiera tocar a uno de mis hijos.
Mis ojos ardieron, y me di la vuelta para que quedáramos frente a frente,
ya que con eso yo también comprendí que habría actuado igual o peor que
papá. Y así Amelia no tuviera la culpa de nada, como todos esos niños que
ahora eran parte de las pesadillas de Elijah, no podía señalar a mi padre de
monstruo por lo que le hizo, ya que, después de todo, John White primero
fue padre y puso mi bienestar por encima de lo que fuera.
—Siempre habrá mal para conseguir el bien. Y, por mucho que queramos
evitarlo, el bien será tocado por el mal —susurré acariciándole el rostro—.
Nunca serás un monstruo para nuestros hijos, amor. —Sus ojos se abrieron
un poco más al escucharme llamarlo así, pues era la primera vez que lo
hacía en persona. Y sé que le causé la misma impresión que él a mí cuando
usó ese mote cariñoso días atrás, como Elijah y no como Sombra—. Y,
aunque sí lo seas para el resto del mundo, no dudes que para ese niño, para
Dasher, serás el ángel que lo protegió de un destino tan atroz.
No me dijo nada, su reacción fue besarme tan profundamente hasta que
me extrajo el alma y la hizo suya.
«Una vez más».
Exacto.
Los días siguieron pasando, y con ellos Daemon logró salir de su estado
oscuro. El gris en sus ojos volvió a extenderse hasta la mitad del miel, y a
Elijah le fascinó descubrir que ese pequeño tenía la combinación de
nuestros colores.
Ellos consiguieron su cometido al colorear los tatuajes de su padre y, tras
haber hecho un trabajo magistral con mi lengua, luego de descubrir que
alguien les proporcionó tinta comestible a mis pequeños, volvió a incitarlos
para que lo tomaran como lienzo, y esa vez pasé toda la noche limpiándolo,
incluso de las partes a las que mis hijos no llegaron a colorear.
Pero no todo fue placer y felicidad, también resolvimos algunas cosas de
las organizaciones, él sobre todo, ya que había dejado a sus dos élites
sacando adelante las misiones para continuar desmantelando grupos
criminales que se dedicaban al secuestro de personas, que es en lo que
Elijah estaba enfocando toda su atención.
Nos enteramos además que Tess estaba consiguiendo una recuperación
rápida, y sus padres, igual que mi hermano, confiaban en que volvería a ser
la pelirroja de siempre muy pronto. Sobre la existencia de nuestros hijos,
habíamos decidido seguir manteniéndola en secreto, al menos un poco más
de tiempo, porque en eso los dos estábamos siendo muy sobreprotectores.
—¿De verdad crees que se quedará tan tranquilo? —murmuró Laurel
refiriéndose a Elijah, y me reí.
Estábamos en el jardín, ella, Maokko, Lee-Ang y yo en ese instante.
Habíamos terminado de desayunar minutos atrás y las dos asiáticas, tras
haber conectado muy bien con la pelinegra, planeaban una salida de chicas,
ahora que las cosas estaban más tranquilas, y me incluyeron a mí.
Y Laurel estaba sorprendida de que su amigo no pusiera peros con el
hecho de que me fuera de fiesta sin él, con lo celoso que era. Simplemente
dijo que se aseguraría de que al club que iríamos fuera seguro.
—Pues eso espero —murmuré.
—¿Por qué te extraña tanto su actitud? —le cuestionó Lee-Ang.
—Si conocieras a ese tipo como yo, te asustarías de que se quede tan
tranquilo, como un padre responsable, cuidando de sus pequeños mientras
su chica se va de fiesta —explicó Laurel, y yo me reí porque para Maokko
y Lee eso era algo muy normal, sin embargo, entendía el punto de la
pelinegra—. Hasta quiero tocarle la frente y ver si no tiene fiebre, porque de
estar sano, entonces, significa que ahora es un demonio bendecido.
Las tres nos reímos de sus ocurrencias y de los disparates que soltaba.
—Dale mérito, lo conocimos en su etapa de cabrón, no en la de padre —
lo defendió Maokko teniendo con eso un buen punto.
Ella conoció una versión posesiva con Sombra y, aunque en un momento
a mí también me extrañara que Elijah no utilizara excusas para que yo no
saliera sin él, intuí que en realidad estaba siendo considerado conmigo,
dejando a un lado sus celos y posesividad, para que yo volviese a tener una
noche normal, con mis amigas, de fiesta, después de tantas en las que tuve
que ser una máquina asesina con sed de venganza.
—Puede ser —murmuró Laurel, y le dio un sorbo a su café.
Vi jugar a Elijah con los niños mientras ellas seguían planeando la salida,
descubriendo que las tres en un mismo paquete se convertían en una bomba
de tiempo andante, Lee-Ang sobre todo, pues era seria la mayor parte del
tiempo, pero cuando ingería alcohol se convertía en una versión alterna de
ella misma.
—¿En serio te vas? —le preguntó Elijah a Aiden, y sonreí por lo
incrédulo que lucía.
Maokko se había ido de la mesa porque ya era la hora de su lectura diaria
(la que se dedicaba a ella misma), sin embargo, cuando Aiden la vio
cogiendo un libro y yéndose a su rincón de paz, como ella lo llamaba, mi
pequeño no dudó en seguirla para escucharla.
—Es el libo de Jacco y Danna, papito —le explicó Aiden, y el corazón se
me aceleró.
«Ay mierda».
Maokko se rio a lo lejos, orgullosa de que Aiden reconociera ese libro y
se lo comentara a su papá como un pequeño lector empedernido, que le
indignaba que no tomaran en serio la lectura. Cosa que me hizo pensar que
en realidad, haberlo hecho adicto a los libros, fue una venganza de la
asiática hacia mí, por todas las veces que me burlé de ella y sus dramas
lectorales.
Elijah se rascó la cabeza y frunció el ceño al no entender ni un carajo. Y
yo rogué para que Aiden no añadiera nada más, y menos lo de las sonrisas
y que Fabio dijera en la playa que era mi Jacco.
—¿Por qué no conformarte con enseñarle artes marciales? —le preguntó
él a Maokko, y con Laurel soltamos una carcajada.
—Cuando sea grande, ese pequeño me pondrá en un altar, porque no solo
lo convertiré en un guerrero de honor, sino también en un galán caliente que
tendrá a todas las chicas a sus pies —declaró ella.
Noté la sonrisa socarrona de Elijah tras escuchar a Maokko, y entrecerré
los ojos, esperando a comprobar si se atrevería a decir lo que juraba que
estaba pensando.
«¿Qué él no había necesitado de los libros para ser un galán caliente?».
—Bien, campeón, ve a instruirte con tu sensei —animó él a nuestro hijo,
y Maokko sonrió con arrogancia por el honor que le dio al llamarla así.
—¡Diablos! Es inteligente.
—Lo sé —concordé con Laurel tras bufar una sonrisa.
En ese momento, Elijah me miró y me guiñó un ojo.
«Tinieblo astuto».

—¡Yo sabía! Yo. Sabía —parafraseó Laurel bastante molesta.


Yo me limité a sonreír, mirando el VIP solo, a excepción de una mesera y
la bartender. El administrador del club nos recibió personalmente y nos
condujo hacia ahí por una entrada privada, alegando que nos quería dar un
trato especial. Tras eso nos explicó que esa zona fue reservada únicamente
para nosotras y que nadie estaba autorizado para subir o bajar.
Ni siquiera nosotras.
Y no lo negaría, la vista hacia la pista era excelente, la música era alta sin
llegar a ser molesta y el privado tenía todas las comodidades para montar
nuestra propia fiesta, a como se nos diera la gana, eso sí, sin chicos en el
medio.
«Una vez más, Tinieblo astuto».
—Ahora entiendo por qué te extrañó su tranquilidad —comentó Lee-
Ang.
—No sé ustedes, pero aquí me siento como uno de esos gánsteres que les
encanta darse estos lujos y ver desde aquí a los demás, como dioses
revolcándose en su arrogancia —señaló Maokko, viendo hacia la pista con
una sonrisa en el rostro.
—Pero ellos vienen aquí con mujeres. Y nosotras no podemos traer
chicos —refunfuñó Laurel, haciéndonos reír.
Le escribí a Elijah cuando me acomodé en el sofá de cuero.
Una de las meseras llegó con una bandeja de bebidas y otra con frutas,
semillas y quesos, y la dejó en la mesa frente a mí, y luego de agradecerle
tomé una, dándole un sorbo y sintiendo el sabor de la fruta y el alcohol
explotando en mi lengua. Maokko y Lee-Ang intentaban animar a Laurel,
asegurándole que para divertirse no eran necesario los chicos, pero la
pelinegra no pensaba lo mismo.

Me mordí el labio por su provocación descarada.


Resalté la palabra solo con chicas, para que comprendiera el doble
sentido, y esperé impaciente por su respuesta, mientras veía a Maokko
moviendo las caderas cerca de Laurel. Lee-Ang le daba un sorbo a su
bebida.

Imaginé al hijo de puta sonriendo tras escribirme eso. La mesera se


acercó para llevarse la bandeja vacía y se me ocurrió una idea, al verla
vestida de una manera muy provocativa.
—¿Me ayudarías con algo?
—Por supuesto —respondió amable y dispuesta.
Tenía el cabello cobrizo y el cuerpo voluptuoso. Sus cejas eran perfiladas
y gruesas, y los labios carnosos le aportaban un toque sensual a sus
facciones de muñequita de porcelana.
—Mi chico me cree incapaz de poder divertirme solo con chicas —
expliqué, y ella sonrió con picardía—. ¿Te molestaría si te tomo una foto
mientras recoges la bandeja?
—¿Quieres que actúe normal o un poco insinuante? —inquirió.
—Hazlo como si de verdad quieres divertirte conmigo —la animé, y su
sonrisa se ensanchó.
—Mujer, ese hombre va a follarte esta noche hasta que se te quiten las
ganas de estar con chicas —advirtió con emoción, y me reí.
Tras eso se colocó frente a mí, dándome una vista excelente de su
trasero, y se inclinó para tomar la bandeja. Y bueno, me sonrojé por lo
sugerente que fue al poner el culo en pompa sin llegar a lo vulgar.
La falda plisada que usaba se subió lo suficiente para que los cachetes
del trasero se le vieran, cubiertos por las medias de malla.
—¿Pero qué diablos? —escuché a Laurel exclamar cuando me vio
tomándole la foto a la chica, esta me había mirado por sobre su hombro y
me regaló una sonrisa traviesa.
—Gracias —le dije al terminar.
—Si quieres hacerlo real, me tendrás a unos pasos.
«La puta madre, Compañera».
El rostro me ardió ante el ofrecimiento de la mesera y me quedé sin
palabras. Ella comprendió que en ese ámbito era una puritana jugando a la
pecadora, así que se marchó para darme mi espacio.
—¿Qué carajos hice? —me pregunté, y noté que las manos me temblaron
cuando le di enviar a la fotografía.

Seguí adelante con mi juego, a pesar de mi nerviosismo.


—Dime, por favor, que lo estás castigando por lo que hizo —suplicó
Laurel llegando a mi lado.
Maokko y Lee-Ang la imitaron. La primera sonreía, y la segunda no
podía creer lo que vio.
—¿Castigando? No. Solo le estoy demostrando que las chicas también
sabemos divertirnos sin hombres en el medio —respondí, dejando claro el
doble sentido.
Lee-Ang fue la primera en reír en ese momento, las otras dos la
acompañaron, orgullosas de lo que hice. Me terminaron contagiando y
haciéndome olvidar el nerviosismo, hasta que el siguiente mensaje de Elijah
llegó.

«¡Jesucristo! Eso se leyó a castigo».


No quise darle importancia, así que me dediqué a disfrutar de la noche
como recomendó, y al final Laurel dejó de refunfuñar.
Lo que Elijah había hecho no iba a aplaudírselo, porque eso era un nivel
de celos y posesividad insano. No obstante, tampoco sería hipócrita, me
excitaba cuando se ponía así, y disfrutaba provocándolo, sobre todo si luego
de esos ataques me follaba con intensidad para que entendiera que yo era
solo suya.
Sin embargo, no era algo que le diría, ya que la idea era trabajar en
mejorar.
Cuando salimos de ese club, las cuatro íbamos lo suficientemente
borrachas como para joder demás a Caleb y Ronin, los encargados de
nuestro cuidado. Laurel incluso se atrevió a provocar al rubio y le propuso
un trío a él y a Ronin, prometiéndole a este último que le ayudaría a que
Caleb dejara los tabúes de lado.
Ronin sonrió al ver que Caleb se sonrojó por lo descarada que era la
pelinegra, y los ojos le brillaron al asiático, queriendo comprobar si Laurel
era capaz de cumplir lo que prometía.
—Encárgate tú de Isabella y Laurel. Yo me llevo a Maokko y Lee-Ang
—ordenó Caleb a Ronin.
—Me tienes miedo, rubito —entonó Laurel, y las tres nos reímos cuando
Caleb negó.
—Cuando estés sobria, búscame. Porque no me gustaría que olvidaras
una noche conmigo —recomendó él, y nos callamos de golpe.
Aunque Laurel siguió sonriendo con malicia porque el tono de voz que
Caleb utilizó hizo que el pantalón de Ronin se le levantara de la pelvis. Y
Maokko constató que el rubio no estaba alardeando, pues ella fue testigo de
lo formidable que era con sus dotes de amante.
Yo no iba tan borracha como Laurel, todavía era capaz de subir los
escalones por mi cuenta, aunque sin odiarlos como cuando estaba sobria, así
que le ayudé a Ronin a llevar a la pelinegra a su habitación, y me burlé un
poco de él porque lucía más excitado que yo con mis provocaciones a
Elijah.
—¿Dónde carajos está el Tinieblo? —le pregunté a Ronin al salir de la
habitación de Laurel.
—Supongo que intentando calmarse antes de matarte por cómo lo
provocaste —informó él, y sonreí.
Tanto él como Caleb sabían lo que pasó porque con las chicas se los
comentamos en el camino y, a pesar de que aseguraron que se le había
pasado la mano, también aceptaron que se lo agradecían porque les aligeró
el trabajo, ya que así no debieron encargarse de algunos intensos que no
entendían un no, cuando una chica se negaba a bailar con ellos.
Y como dije antes, no estaba tan borracha como para perder el
conocimiento, pero sí para que no me importara si quería matarme cuando
me encontrara dormida plácidamente en la cama.
Ronin me acompañó cuando fui a la habitación de mis hijos para darles
un beso, dormían en paz, por lo que hice todo lo posible para no
despertarlos. Teníamos a más Sigilosas esa vez para cuidarlos, pues a ellas
sí les confiamos sus existencias para que nos ayudaran con la seguridad
dentro de la casa. Y supuse que Elijah debió salir a calmarse justo cuando le
notificaron, desde los anillos de seguridad, que ya estábamos llegando, pues
era de la única manera que se atrevería a dejar a los clones.
Me despedí de Ronin y me metí a mi habitación de una buena vez al
llegar ahí; tras eso, tomé una playera de Elijah del clóset y fui hacia el baño
para lavarme el rostro y los dientes. Me saqué el vestido, dejándome la
braga que usé esa noche, porque era de las que al Tinieblo le gustaban.
—No te la pongas. —Pegué un respingo cuando escuché su voz gutural
ordenando que no me cubriera con la playera, al ver mi intención de hacerlo
en ese instante.
Giré un poco el rostro y lo encontré debajo del marco de la puerta de
nuestro baño. Llevaba una playera blanca de algodón y un pantalón de
chándal con cuadros grises y negros. Me lamí los labios al ver su polla semi
erecta, e imaginé que la vista que obtenía de mí lo tenía excitado, pues me
encontró semidesnuda, únicamente con la tanga roja que se metía entre mis
nalgas.
—¿Te has calmado ya?
—¿Me ves calmado? —inquirió él, y caminó hacia mí.
Se colocó a mi espalda y con la nariz acarició desde mi hombro hasta
llegar a mi cuello, inspirando hondo detrás de mi oreja. Mi piel se erizó y
los pezones se me endurecieron, sintiendo calor y frío con su cercanía.
—¿Qué tal tu noche de chicas, Pequeña? —preguntó.
Tenía los ojos cerrados y, guiándose por su instinto y por cómo conocía
mi cuerpo, arrastró los dedos por mi clavícula, y tras eso llevó la mano a mi
cuello, siendo advertencia y provocación en medidas iguales.
—Bastante fructífera, gracias por haber cuidado los detalles. —Se
mordió el labio, y gruñó en mi oído.
La vibración, provocada por su garganta, descendió a mi centro, y apretó
su agarre en mi cuello cuando intenté buscarlo.
—¿Te sonrojaste así cuando le pediste a esa chica que posara para ti? —
indagó.
Miré nuestro reflejo en el espejo, mis mejillas parecían arder. Y no
imaginé que me tenía el móvil pinchado ni nada de eso cuando hizo esa
pregunta, pues él me conocía y era consciente de que nunca había estado
con una chica y que jamás se me pasó por la cabeza la posibilidad.
Por lo mismo intuyó que solo busqué provocarlo.
—Me sonrojé más cuando ella se arrodilló delante de mí… ¡Ah! —grité
en el instante que llevó la mano a mi coño, haciendo la braga a un lado,
para hundir los dedos en mi raja.
—Te excita provocarme así, ¿no, Pequeña enferma?
Puse los ojos en blanco cuando deslizó mi clítoris, entre sus dos dedos, y
luego hundió las puntas en mi vagina. Era demasiado bueno, y me vi
buscando más fricción en el instante que mi humedad lo recubrió.
—¿Te olvidaste de mi polla cuando ella estaba chupándote el coño? —
urdió, y apretó más mi garganta.
—Y sigo sin recordarla.
—Hija de puta —bramó.
No pasó mucho tiempo antes de bajarse el pantalón, coger la tira fina del
tanga que se metía en mi trasero, haciéndola a un lado, hundiéndose en mí
con furia, sabedor de que estaba lista para recibirlo porque con sus dedos
comprobó que chorreaba por él.
—¡Dios, sí! —gemí cuando salió un poco de mi interior y volvió a
hundirse.
Mi coño palpitante apretó con vehemencia su longitud rígida, y gruñó de
placer absoluto, mezclado con enojo, porque eso no lo estaba fingiendo. Lo
sentí en su manera de apretar mi cuello y luego cuando lo abandonó para
coger el cabello de la parte de atrás de mi cabeza, con la otra mano me
sostenía de la cadera para equilibrarnos.
Volví a verlo por el espejo, se mordía el labio con ferocidad y no paraba
de gruñir al sentir mi calor envolviéndolo. Enroscó los dedos en mi cabello
en el instante que molí mis caderas y unté más su polla con mi esencia.
Jadeé cuando tiró de él con fuerza, y eché la cabeza hacia atrás por la
presión.
—¿Sigues sin recordarla? —bramó profundamente.
Subí la pierna al lavabo, apoyando mi rodilla en él, para darle más
acceso, y grité en cuanto me penetró más profundo, casi destrozándome por
la fuerza, tocando ese punto que me llevaría al nirvana.
Confirmé en ese instante por qué me encantaba provocarlo. Y no es que
estando bien no me tomara con esa locura, se trataba más de la adrenalina
que aportaba su furia a nuestros encuentros sexuales.
—Elijah —rogué cuando dejó mi cadera y cogió con ímpetu el cachete
de mi culo, llevando a la vez su pulgar a mi orificio virgen.
Empujó más adentro de mí, acompasando la penetración de su dedo con
el vaivén de sus caderas, llegando un poco más allá de lo que podía tomarse
como roce, y apreté los párpados, gritando porque el placer que me daba me
estaba consumiendo.
—Recuerda esto, Pequeña —gruñó, y estuve a punto de correrme porque
su voz de pronto era robotizada, dándome a Sombra sin la máscara. Sonrió
cuando lo miré por el espejo y sacó su polla casi por completo, para
embestir enseguida hasta que sus testículos golpearon mi coño, y su dedo en
mi ano entró completo—. Voy a estar aquí, con mi verga —juró.
—¡Sí! —grité, lo hice sin medirme, sin importar si nos escuchaban
afuera.
Moví las caderas con frenetismo, porque mi cuerpo para ese momento
cobró vida propia, y él no paró de penetrarme por ambos orificios. Sentí el
orgasmo contrayéndose en mi abdomen, demasiado poderoso, a tal punto
que no estaba consiguiendo respirar.
—Si así me demuestras que no recuerdas mi polla, no quiero imaginar
cómo serás cuando sí lo hagas —zanjó.
No pude más, dejé que la oscuridad me encontrara por el placer cegador
cuando el orgasmo me atravesó y destrozó cada célula de mi cuerpo. Chillé
tan fuerte que mi garganta enronqueció, y sentí que mis fluidos mojaron
incluso su pelvis.
—Joder, Isabella —gritó él, y su polla se ensanchó dentro de mí,
sujetando mis caderas con ambas manos, para controlar mis movimientos
irregulares, en el momento que comenzó a derramarse en mi interior—.
Mierda, mierda, mierda —dijo entre dientes, embistiéndome con cada
palabra, dándome hasta la última gota.
Sus sacudidas fueron capaces de convertir mis espasmos en réplicas de
mi orgasmo. Y nos detuvimos hasta que sentí su semen espeso bajando por
mi pierna temblorosa, que todavía tenía apoyada en el piso.
—Ahora la recuerdo —susurré cuando pegó su pecho a mi espalda
desnuda y besó mi tatuaje.
Lo escuché reír. Nuestras respiraciones eran pesadas y el latido de mi
corazón lo sentía en mi coño.
—Eres pecado y muerte, Isabella White —siseó entre dientes cerca de mi
oído, pero sonreí consciente de que ya no estaba molesto.
—Y la dueña de tu cordura —añadí yo, amando verlo sonreír cuando
respiró el aroma de mi cabello y depositó un beso en mi sien.
—¿Y si vuelves a ser castaña? —propuso, apenas recuperando el aliento
sin salirse de mi interior.
—Solo si tú vuelves a tener perlas. —Lancé la contrapropuesta, y rio
complacido.
—Hecho —cedió, y cerró el trato tomando por fin mis labios.
«Me encantaban las propuestas donde los resultados serían ganar y ganar
en partes iguales».
Capítulo 38
Mi momento ha llegado
Elijah
Meses después...

—¡Guau! Serán unos excelentes guerreros. —La risa de Isabella resonó


al escuchar a Lee-Ang diciendo eso—. ¡Mira esas patadas! ¿En serio no te
duele?
—¡Puf! Lo hace, pero ya me he acostumbrado y lo disfruto, no del dolor,
sino el saber que serán unos chicos energéticos —explicó White.
Sonreí al ver cómo, después de que dijo eso, Lee-Ang enfocó más el
vientre abultado de mi chica y los movimientos de nuestros hijos quedaron
inmortalizados en ese vídeo que conservaba como uno de mis tesoros,
desde que mis padres me lo compartieron meses atrás.
Isabella se reía con verdadera felicidad en él, sus ojos brillaban de una
manera que transmitía ilusión, a pesar de la pizca de tristeza que seguía
llevando con ella. Estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas en
posición india, tenía el cabello más corto y las mejillas rojas; vestía ese
short de mezclilla y la camisa cortada por debajo de los pechos (que me
ponía enfermo de deseo, como se lo dije en mensajes, meses atrás), para
lucir las cuatro huellas plantares que alguien le dibujó en el vientre junto a
la leyenda: somos clones.
—Por Dios, chicos. ¿Qué tienen con el pie de limón que hacen que
mamá lo desee tanto? —les habló, acariciándose los lados del estómago,
demostrando el amor inmenso que ya tenía por esos pequeños.
—No los culpes a ellos, Chica americana —se burló Lee, mientras
seguía grabándola.
Isabella volvió a reírse y se puso de pie con la ayuda de su amiga, tras
eso caminó hacia un refrigerador y lo abrió. El vídeo se detuvo justo cuando
se inclinó para tomar algo, dándome una bonita vista de su culo.
—¡Jesús! Sigo sin poder creer que te gusté en ese estado. —Isabella
acababa de entrar a la habitación, luego de dejar a nuestros hijos en la de
ellos. Se subió a la cama, donde yo me encontraba, y se colocó a horcajadas
en mi regazo vistiendo únicamente una de mis playeras—. Estaba hinchada,
mi vientre se abultó demasiado y había perdido mucho peso, por eso ese
pantaloncillo se veía demasiado flojo de mis nalgas. Me sentía muy fea,
Elijah —siguió explicando, y la tomé de sus, ahora, grandes nalgas.
Sonrió en mi boca cuando le di un beso, y me tomó del rostro.
Había vuelto a ser mi Castaña, y por supuesto yo cumplí mi parte del
trato al ponerme las perlas, aunque con un diseño diferente, pues en esta
ocasión una línea vertical de cuatro bolitas adornaba la parte de encima de
mi falo, y la otra línea la dejé por el lado de abajo, para que de esa manera,
ella sintiera toda mi extensión rozando con más intensidad el cúmulo de
nervios vaginales que ya la habían llevado a experimentar el squirting.
—Grande o pequeño, tu culo me vuelve loco, Bonita —reiteré, y me
mordió el labio inferior, tirando de él para luego chuparlo.
Sin embargo, no reproducía ese vídeo cada vez que podía únicamente
con fines morbosos. Lo hacía también porque, a pesar de tenerla para mí y
disfrutar de nuestros hijos cada día, desde que nos reconciliamos,
convirtiéndome en el cabrón más afortunado del universo por tener a mi
lado a las personas más importantes de mi vida; seguía lamentándome por
no haber estado con ella en una etapa tan especial, deseando con mi ser una
oportunidad para volver al pasado, así fuera solo por ese día en el que Lee
la grabó, y poner mis manos en su vientre para sentir los golpecitos de mis
copias.
Anhelaba haberla adorado así y que viviera en carne propia que en mis
ojos no era la chica que ella describió.
—¿Pusiste el seguro esta vez? —inquirí, y sonrió, recordando que días
atrás nuestros hijos entraron a la habitación mientras le comía el coño por
debajo de las sábanas.
Podíamos ser unos jodidos enfermos, manejar organizaciones poderosas,
enfrentarnos a verdaderos peligros, y salir bien librados de ellos, porque nos
convertimos en unos hijos de putas letales, pero eso no significaba que nos
libraríamos de momentos inoportunos como padres, sobre todo con unos
hijos energéticos y bastante curiosos.
Lo último al menos por parte de Aiden, quien quiso saber ese día por qué
su madre estaba tan roja y si yo tenía miedo de algún monstruo, y por eso
me encontró debajo de las sábanas.
Puta madre.
Debía haber existido un manual para ser padres.
—¿Qué tienes en mente? —me provocó, y con las manos en su culo la
insté a que se moliera en mi pene semi erecto.
—Conseguir que duermas como una bebé luego de dejarte exhausta y
satisfecha —aseveré.
A continuación, le saqué la playera y comencé a adorarla con mi boca,
cumpliéndole mi palabra horas más tarde, cuando cayó rendida y durmió tal
cual le prometí.
Yo no lo hice de inmediato, preferí contemplarla, pensando a la vez en lo
caóticos y perfectos que nos habíamos vuelto juntos, ya que, a pesar de
todo, seguíamos sin ser la pareja rutinaria. Nada entre nosotros era color de
rosa, ni lo sería jamás; nacimos destinados a vivir entre el negro, gris y rojo.
Letales si lo ameritaba, bailando todo el tiempo entre la línea que no se
podía cruzar (sin inclinar la balanza hacia lo correcto e incorrecto) y
apasionados y ardientes al discutir, y más cuando nos reconciliábamos.
Porque el habernos recuperado no significó ponerle fin a nuestras
discusiones, eso jamás pasaría, ya que éramos dos líderes poderosos y
orgullosos. Sin embargo, existía una regla entre nosotros que nunca
pactamos, pero aun así respetábamos: nunca nos íbamos a dormir molestos,
y siempre nos sacábamos la furia en la cama.
Nuestra habitación se había convertido en una especie de santuario, en la
que solucionábamos las cosas a nuestra manera, como lo creíamos correcto,
y nos hacíamos sentir vivos y dichosos.
—Prepárate, porque Lee-Ang, Maokko y Laurel van a organizar la fiesta
de cumpleaños de los clones y la tuya —avisó Isabella días después, y
negué con la cabeza, riéndome a la vez.
Había sido una sorpresa y una dicha para mí que, además de la Castaña,
compartiéramos con mis hijos la fecha de nacimiento.
El veinte de noviembre sería en tres días, el día en que ellos cumplirían
tres años y yo veintiséis. Y, aunque pensar en mi edad hacía que me diera
cuenta de que todavía era joven, no me sentía de esa edad, pues pasé por
situaciones que me hicieron madurar de cierta manera, tal cual le sucedió a
la Castaña, que a sus veintidós (veintitrés en unos meses), tenía la vida, los
golpes y la experiencia de alguien muchísimo mayor.
Y con respecto a la fiesta, esas tres chicas no la organizarían únicamente
para mis hijos y yo, tendríamos la casa llena en realidad, pues meses atrás,
cuando la tranquilidad siguió encontrándonos, dándonos un descanso,
decidimos hacer partícipes a toda nuestra familia y amigos de la existencia
de nuestros hijos.
Mis padres, Tess, Dylan y Darius habían viajado a Italia cuando
tomamos la decisión, pues a ellos quisimos contárselos de manera personal,
excluyendo a mis progenitores, porque ellos ya conocían a sus nietos desde
que nacieron. Mi hermana, y los de Isabella, no tomaron a mal que les
hayamos ocultado durante tanto tiempo (la Castaña más que yo) ese secreto,
es más, admiraron a mi chica por la capacidad innata que poseía de
protegerlos de nuestros enemigos.
Tess ya estaba totalmente recuperada para ese momento y con Dylan
también nos dieron la sorpresa de que se habían comprometido y, al parecer,
buscaban casarse muy pronto. Isabella, por su parte, se dio la oportunidad
de aclarar las cosas con Darius, de arreglarlas sobre todo; y juntos hicieron
un viaje exprés a Tokio para obtener un diario que su madre le dejó a mi
chica, en donde ella comprendió, por medio de Leah, la razón de tantas
verdades ocultas, de las decisiones que tomó junto a Enoc y que
desencadenaron tantos desastres.
Darius y ese diario incluso lograron lo impensable con Isabella: ver a
Amelia desde un punto donde no permitió que el odio hacia ella la cegara.
Mis élites también conocieron a nuestros hijos. Belial y Lilith fueron los
primeros en viajar a Italia por una misión que les encargué. Así que
aproveché ese momento para presentárselos, aunque cometí el error de
olvidar la presencia de Caleb en casa, y los tres casi se matan al encontrarse
en uno de los anillos de seguridad.
El rubio había olvidado lo que le hizo a Belial, pero, como era obvio, ni
él ni Lilith lo hicieron y quisieron devolverle cada golpe y disparo. Menos
mal Isamu estaba presente ese día y se encargó de controlar la situación.
Isabella tuvo la consideración de enviar a Caleb hacia Tokio luego de
eso, para que Belial y Lilith no se sintieran amenazados ni con ganas de
seguir con esa venganza. Eso sí, no conocieron a los clones hasta que
volvieron a estar presentables, sin sangre en el rostro.
Tras ese altercado y días después, fueron los mellizos y Serena quienes
nos visitaron. Y de nuevo volví a cometer otra cagada, porque olvidaba a
cada momento que mi equipo (como Sombra) se enfrentó a la élite de
Isabella cuando estuvimos con los Vigilantes; y, ya que Caleb seguía en
Tokio, Isamu era el encargado de la seguridad y, por lo visto, también de
poner nerviosa a Serena con su presencia (aunque la chica tratara de
ignorarlo), y de tensar a Lewis.
Menos mal, Owen estuvo en el medio para convertir esa visita en amena,
ya que el tipo conectó con los clones como si hubiera sido un niño más.
Maokko incluso se puso celosa porque, durante esos días que ellos
estuvieron en casa, Aiden no la siguió para escuchar sus lecturas.

—Bien, no soy de meterme en estas cosas, pero Isabella y Aiden me han


contagiado con su curiosidad. Así que ahora quiero saber ¿por qué
demonios le acabas de guiñar un ojo a Ronin mientras le sonreías como un
cabronazo? Y sobre todo, ¿por qué carajos un tipo duro como él se pone
nervioso al verte?
Owen sonrió como un pervertido cuando le hice esa pregunta.
Estábamos en el jardín trasero de la casa, bebiendo unas cervezas mientras
Lewis jugaba con los clones y el cachorro. Serena se encontraba en algún
lado, aunque desconocía dónde. Se había perdido de nuestra vista desde
hace mucho, de hecho.
—Porque los chicos duros como él se jactan de saber jugar con fuego,
hasta que encuentran uno que los quema de verdad —respondió al fin.
Admito que me quedé sin palabras en ese instante, pues esa respuesta
llevó implícita una connotación sexual, que creía que únicamente le
dedicaba a las chicas, ya que lo vi solo con mujeres en el pasado.
—¿Desde cuándo te gustan los hombres?
—Vaya, tu reina y su príncipe, en realidad, te han contagiado de su
curiosidad, Sombra —se burló—. No, cachorrito, no te hablo a ti —añadió
más burlón cuando el perro detuvo el juego que mantenía con mis hijos y
Lewis, creyendo que Owen acababa de llamarlo.
Y claro que fui el centro de muchas bromas cuando se enteraron del
nombre del perro. Las cuales avivaron mis ganas de matar a Elliot porque
fue el causante de que mis hijos se decantaran por llamar así a su amigo
canino. No obstante, cuando recordaba que yo era ese Sombra por el que la
Castaña babeaba entre las piernas, lo dejaba pasar.
—Y respondiendo a tu pregunta, no son los hombres quienes me gustan,
me atraen las personas, y la mayoría son mujeres, no voy a negarlo. Pero,
cuando la atracción viene en un envase igual al mío, no me lo niego. Lo
disfruto sin límites —explicó.

No tocamos más el tema luego de esa conversación, simplemente le


advertí que no fuera hacer nada que complicara más las cosas entre los
Sigilosos y ellos, los Oscuros, que es como se habían autonombrado para
diferenciarse de mi élite Grigori.
Marcus y Cameron se quedaron más tiempo en Italia cuando nos
visitaron, con ellos recibí también a mi élite Grigori (Jane incluida). A la
única que no vi, a pesar de que sí hablamos, fue a Alice, pues las cosas
entre ella y la Castaña seguían siendo complicadas, algo que, aunque no se
lo dejara ver a nadie más, me incomodaba por la razón que las llevó a
pelearse.
Con quien sí evité todo tipo de contacto fue con Hanna, ella seguía
visitándose con madre y yendo juntas a los centros de beneficencia, porque
la rubia comenzó a trabajar en uno de ellos. Pero yo tomé la decisión de
poner distancia entre nosotros porque noté que Isabella sentía mucho celos
y, aunque no nos prohibiéramos ni impusiéramos nada en el ámbito de
nuestra relación, quise que todo fuera recíproco.
Sobre todo al darme cuenta de que la Castaña hizo lo mismo con Elliot,
porque ella sabía que él siempre sería un tema sensible entre nosotros. Y ya
no se debía a la desconfianza, sino a que, por mucho que yo hubiera
cambiado en varios aspectos de mi vida, la posesividad y los celos parecían
ser sentimientos bien enraizados en mi interior, que me tocaría moldear un
poco más lento que todos los demás.
—¿Qué es eso? —le pregunté a un Sigiloso que llevaba varias tiras que
parecían ser de velcro en una caja.
—Son collares de electricidad —respondió Laurel, quien llegó detrás de
él.
Ella llevaba otra caja con controles.
—¿A quién quieres entrenar? —me burlé, y alzó una hoja de papel que
parecía ser una lista.
—Belial, Lilith y Caleb —leyó.
—¿Estás bromeando? —pregunté, y me reí.
—No iba a arriesgarme a que jodieran la fiesta de mis sobrinos, luego de
que Maokko me dijera que no pueden verse ni en pintura —explicó, y solté
una carcajada—. Así que les di dos opciones, o se quedaban fuera de la lista
de invitados, o usaban esto para que yo pueda controlar que no la caguen,
ya que no confío en que lo hagan por su propia voluntad.
—¿Y aceptaron? —indagué incrédulo.
—¿Dudas de mi poder de convencimiento? —devolvió, y alcé una ceja
—. Por cierto, tengo uno para ti también, ya que Isabella incluyó en la lista
a Fabio.
—Vete a la mierda —desdeñé, y ella comenzó a reírse—. Además,
confío en que tú estés haciendo un excelente trabajo con él y lo mantengas
alejado de mi chica —añadí, y su risa se convirtió en una sonrisa pícara.
No ignoraba que meses atrás, cuando viajó conmigo para recuperar a
Isabella, se conoció con Fabio de las maneras en las que a ella le encantaba
conocer a un hombre, y que en esa semana que tenía de estar de regreso en
casa ya se había encontrado con él en dos ocasiones.
—Mejor ofrécele ese collar a Darius, porque estoy seguro que a él sí que
le incomodará la presencia de Falio —aconsejé, utilizando el nombre como
se lo decían las copias.
Y por supuesto que Laurel se puso nerviosa ante mi consejo, porque yo,
que la conocía tanto como me conocía a mí mismo, sabía que, por más que
lo negara y por muchos hombres con los que tuviera sus aventuras,
únicamente Darius conseguía afectarla con su presencia, cada vez que se
habían encontrado en esa misma casa.
Me fui hacia el jardín trasero tras decirle eso, sonriendo por haber sido
yo quien la dejó sin palabras esa vez. Y horas más tarde nos hallábamos
disfrutando de una fiesta de cumpleaños para los clones, en los que ellos
eran los únicos niños, pero con Owen, Cameron y Darius no les hizo falta la
presencia de más infantes, ya que esos tres pasaban por unos cuando se
juntaban. Incluso Lewis y Ronin se unieron a ellos, dándoles a mis hijos
una velada divertida.
Y por fortuna, esa casa que Isabella construyó especialmente para ellos,
contaba con espacio de sobra para recibir a nuestra familia, los amigos y las
élites, todos reunidos por primera vez, celebrando la vida de los pequeños
que, por siempre y para siempre, serían esa conexión que consiguió lo
impensable (sin necesidad de collares eléctricos): que Belial, Lilith y Caleb
hicieran las paces, que Serena e Isamu dejaran la tensión (al menos por ese
día), que Ronin no se comportara nervioso en presencia de Owen y que
Darius no quisiera matar a nadie porque miraban demás lo que solo él
quería mirar (o eso pensé en ese momento).
Incluso consiguieron que yo actuara como en los viejos tiempos con
Fabio, cuando el bastardo no había puesto los ojos en mi chica. Y que
Maokko dejara de mirar a Marcus con ganas de asesinarlo, por infiel (como
lo había acusado cuando él le mintió con eso de que tenía novia) y volviera
a ser esa bocazas por la cual el moreno tenía cierta debilidad.
Él, por cierto, ya era padre de un niño que parecía su fotocopia y, aunque
no lo veía como quería, sí comenzó a disfrutar de su paternidad tal cual
estaba aprendiendo a hacerlo yo, dejando de lado las culpas que nos
atormentaban.
—¿Cuándo vuelve Dominik? —le pregunté a Fabio.
Su hermano no estaba en la fiesta porque ya tenía varias semanas de
haberse ido a la clínica en la que ingresó a Amelia, pues la chica estaba
cerca de sus días para dar a luz.
—Se fue por tiempo indefinido —respondió Fabio, y sonrió de lado
cuando notó que Laurel, a varios metros de distancia, se agachó a recoger
algo del suelo.
Para cualquiera hubiera sido algo normal, pero yo noté cuando ella lo
miró y sonrió antes de hacer tal cosa, por lo que también me percaté de la
posición sugerente que utilizó. Y podía jurar por mis bolas que Fabio se dio
cuenta de que Darius a lo lejos lo observaba con ganas de asesinarlo a él, o
de follar a la pelinegra frente a sus ojos para marcarla como suya.
Sin embargo, tanto Darius como yo éramos conscientes de que Fabio, en
lugar de entender que Laurel era de otro (y eso no estaba dado por sentado,
porque mi amiga moriría siendo una mujer libre, según ella), disfrutaría de
verlos y hasta pediría que lo invitaran a la fiesta.
—Espero que todo salga bien con el bebé —deseé, y no mentí.
—Yo igual, porque, si algo le pasa, no solo perderé a mi hermano, sino
también a mi sobrina —declaró él, y alcé una ceja con sorpresa.
—¿Es niña? —Fabio sonrió como un tío feliz al escuchar mi pregunta.
—Lo es —confirmó.
No le dije nada, pero en mi interior seguía deseando que todo saliera bien
con el parto, ya que Dominik merecía a tener a su hija en brazos y verla
crecer. Y no sería hipócrita, no le deseaba el mal a Amelia, aunque de
momento seguía sin importarme lo que sucediera con ella.
Miré a Daemon al pensar en eso, y sentí una presión en el pecho. El
pequeño había tenido meses sin recaídas y, en conjunto con Isabella,
seguíamos haciendo todo lo posible para retrasarlas. No perdíamos las
sesiones con el psicólogo (ni con Dominik ni su sustituto) y también me uní
a las clases de artes marciales con él y Aiden, en algunas ocasiones, aunque
a Lee-Ang y a Maokko no les agradaba tenerme en ellas, porque no
aceptaban que yo quisiera enseñarles a mis hijos ciertas técnicas que para
ambas no eran honorables.
Oficialmente, yo era una persona no grata para los Sigilosos, a excepción
de Ronin. Él era quien mejor me toleraba.
—Voy a enviarlos a tu habitación mañana muy temprano —le advirtió
Isabella a Tess.
Se lo dijo porque mi hermana era igual a madre, les encantaba consentir
a nuestros hijos, cediendo a sus ojitos de cachorro cuando ellos querían más
dulces. Lee-Ang había asegurado que esa técnica de convencimiento se la
habían aprendido a su amigo canino.
—Ya, Isa. Déjame consentir a mis sobrinos favoritos —rogó ella,
pellizcando con cuidado las mejillas de Aiden, y él sonrió, luego hizo lo
mismo con Daemon.
Escuché a la Castaña bufar, y se fue, dejando a mi hermana con nuestros
hijos.
—Mi momento ha llegado —le avisé a Fabio, y este soltó una carcajada
cuando entendió a lo que me refería.
Me fui detrás de Isabella al ver que se metió a la casa y la sorprendí de
camino hacia la cocina, arrastrándola dentro de una pequeña habitación
donde guardaban los artículos de limpieza, para bajarle la frustración que
llevaba.
Y por la noche fue el turno de mi celebración, Laurel había reservado el
mismo club al que yo las envié meses atrás, pues este pertenecía a un colega
de Fabio, razón por la cual pude hacer todo lo que hice para darles esa
noche de chicas que tanto deseaban.
En ese momento solo mis padres y los clones faltaban, pues ellos se
quedaron en casa (resguardados) para descansar, mientras nosotros
disfrutábamos de una noche entre amigos. Aunque, después de recibir los
obsequios que me dieron, me llevé a Isabella de ahí, ya que ella era el único
regalo que quería desenvolver. Sin embargo, mi reina me tenía preparada
una sorpresa, consciente de mis deseos, por lo que me condujo a aquel hotel
donde nos reconciliamos, y me guio a la misma suite y habitación.
Ahí me regaló un baile erótico y luego me folló, porque sí, fue esa
Castaña de ojos miel quien me hizo suyo durante toda la noche.
Convirtiendo mi cumpleaños veintiséis en el único que había disfrutado
realmente en toda mi vida. Y no solo por ese momento, sino también por el
que viví con nuestros hijos.
Sin embargo, días después, la realidad volvió a encontrarnos,
demostrándonos que todo lo bueno llegaba a su final.
—¡Esto tiene que ser una maldita broma! —espeté, lanzando el móvil a
lo lejos.
Isabella se hallaba sin palabras, tratando de controlarse más que yo.
Isamu se encontraba en la oficina con nosotros, junto a Marcus y Cameron,
quienes representaban a mis dos élites ahí en Italia.
Acababa de terminar mi llamada con Aris y Andru, ellos me la
solicitaron un día antes, explicando que lo que tenían que decirme era
importante, por esa razón le pedí a mi gente que me acompañara. Por eso
ellos escucharon el momento en el que los griegos me devolvieron el favor
que les hice meses atrás.
—Es que… no entiendo cómo —habló Isabella al fin—. ¿Confías en
ellos?
Yo estaba en ese instante con las palmas sobre el escritorio, viendo la
madera, queriendo lanzar todo lo que tenía a mi alrededor.
Aris y Andru me informaron que David Black había conseguido reactivar
a los Vigilantes con el apoyo de Alonzo Gambino, un don de la mafia
italiana con mucho poder en el país donde radicábamos en ese momento,
por lo que dejamos de estar seguros ahí. También volvió a recuperar su
alianza con la Yakuza, y los griegos me aseguraron que iban a por los rusos
y que, hasta el momento, solo los irlandeses cerraron sus puertas con ellos
sin posibilidad de renegociar, aunque ellos sospechaban que David tenía un
as bajo la manga para hacer que Cillian se arrepintiera de darles la espalda,
pero todavía no sabían de qué se trataba.
—¡LuzBel! —Alcé la mirada hacia la puerta, antes de responder la
pregunta de Isabella, cuando Dominik entró como un alma en pena y, en
cuanto me miró, supe a qué había llegado.
—También lo sabes —afirmé.
Isamu, Marcus y Cameron estaban tensos, la noticia nos había dejado en
jaque.
—Han atacado a Cillian —soltó él—. Hicieron explotar todas sus
farmacéuticas para debilitarlo.
—Me cago en la puta —gruñí pasándome las manos por el cabello. E
Isabella comprobó con eso que los griegos no me habían mentido.
Y no me importaba el irlandés, pero sí lo que el ataque perpetrado hacia
él significaba: David iba detrás de Amelia para hacerle pagar por su
traición, pues yo podía jurar que no atacaron a Cillian únicamente por
darles la espalda con una asociación.
—Envía una alerta a Tokio —le ordenó Isabella a Isamu,
recomponiéndose como la fiera que era porque ese no era momento para
quedarnos a esperar—. Refuerza todos los anillos de seguridad y pídele a
La Orden que se preparen.
Sentí que el cuerpo se me sacudió, y aquel frío intenso me recorrió de
pies a cabeza, por la ira y la adrenalina mezcladas.
—Ayúdenme a mantenerlas a salvo —pidió Dominik de pronto. Amelia
había dado a luz dos días atrás—. Con Cillian debilitado me están dejando
en un callejón sin salida y, sin él, no voy a poder enfrentarme a los
Vigilantes, porque no vienen solos esta vez.
No vi a un amigo en ese momento, tampoco al psicólogo de mis hijos.
Era un hombre enamorado y un padre. Por eso mi decisión no fue difícil de
tomar.
—Pídele al equipo que preparen una extracción inmediata para ellos y
dile a Darius que los comande. Él sabrá mantener a salvo a su familia —
demandé para Marcus, y este asintió, yéndose enseguida a cumplir mi orden
—. Y tú, alerta a los Grigori que ha llegado la hora de trabajar juntos. —
Miré a Cameron al decir eso.
Isabella estaba observando por la ventana en ese momento, Dominik me
miró a mí agradecido porque no lo dejara solo, aunque también
atormentado, e intuí que sucedía algo más.
—Suéltalo, Dominik —pedí.
Él respiró hondo antes de hablar.
—Está vivo. —Isabella se giró para mirarnos cuando dijo eso, y yo
negué con la cabeza—. Lucius no murió como aseguraron.
—¡No! —largó Isabella—. La CIA confirmó su muerte.
—Pero no la gente de Gibson —razoné yo—. Y los Vigilantes siempre
tuvieron sociedad con la CIA, por eso Jarrel no pudo hacer nada en contra
de ellos.
—No puede ser, Elijah —gruñó ella entre dientes.
Habría dado todo de mí por no despertarla del sueño en el que estuvimos
metidos durante meses, porque no soportaba verla así.
—Cillian recibió una llamada del mismo Lucius en el momento que
hacían explotar todas sus farmacéuticas —explicó Dominik—. Él consiguió
salir de su casa a tiempo, pero no su esposa ni sus padres —añadió—.
Lucius le dijo que ese sería su castigo por haberle dado la espalda, el mismo
que correrían todos los que lo traicionaron.
Nos miramos con Isabella en ese momento, fuimos determinantes. Y,
aunque no siempre opinábamos igual, supe por su mirada que estábamos
pensando lo mismo en ese instante: volveríamos a Estados Unidos para
poder contar con su sede Grigori y la mía, además de las de Perseo Kontos
y Bartholome Makris. Asimismo tendríamos a La Orden y el apoyo del
gobierno y la fuerza militar.
Todos unidos para proteger a nuestros hijos, porque irían detrás de ellos.
No teníamos prueba de eso, pero tampoco dudas, sabiendo la calaña de
malnacidos que eran.
—Volveremos a casa, Bonita. Pelearemos esta guerra en tierra conocida
—avisé, y ella asintió—. Esta vez quemaremos el mundo de la mano —
puntualicé.
Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad.
Diario de Leah
5 de agosto de un año lejano.

¿Cómo se le hace entender a una madre que se olvide de sus hijos?


¿Cómo siquiera pueden creer que con una hija se puede olvidar a los
otros? ¿Cómo son capaces de pensar que seguiré adelante sabiendo que me
falta parte de mi alma?
No he tenido años fáciles y, a veces, he llegado a cuestionarme el haber
escapado del dominio de Lucius, porque, aunque me estaba matando poco
a poco, al menos me encontraba allí, tratando de hacer algo para que no
dañara a mis pequeños.
Sin embargo, cuando recuerdo que en realidad los lastimaba para
controlarme a mí, vuelvo a reafirmar que huir fue lo mejor. No para mí. Sí
para mis hijos, quienes eran el medio de ese malnacido para torturarme y
matarme lentamente, porque él sabía que a mí ya no me importaba que me
violara, me cortara o me golpeara a como se le diera la gana. Lucius
entendió que el dolor físico y psicológico, ya no eran medios con los que
me obligaría hacer todas las aberraciones que me ordenaba.
Porque ya no quería condenarme más.
Hasta que descubrió que tocar a mis pequeños angelitos, era la única
tortura con la que me haría sucumbir a todo lo que él quisiera que yo
hiciera.
«No más, Leah. Vete, tienes la oportunidad de escapar de sus garras. No
la desaproveches».
Todavía no sacaba de mi cabeza el ruego de Jarrel, cuando él me auxilió
afuera de la habitación del club Vikings.
Mi amigo me tomó del rostro al ver mi vergüenza y la impotencia que no
me abandonaba, porque yo era una guerrera… ¡Maldición!
Yo era una luchadora que siempre se defendió, que jamás permitió que le
levantaran una mano, pero ahí estaba, follada por cinco hombres de
maneras que me seguían revolviendo el estómago; degradada a menos que
un pedazo de carne, que ese malnacido comenzó a utilizar, para cerrar
alianzas que le darían el poder que tanto añoraba.
«Si me voy va a dañarlos».
Jarrel me miró estupefacto al escuchar mi respuesta. No le mentía. Ya
Lucius lo había hecho para probarme de lo que era capaz. Encerró a
Darius y a Dahlia en una jaula de perros entrenados para ser asesinos (mis
pequeños de dos y un año), llorando porque los acababan de alejar de mí,
mientras yo lo hacía de terror, suplicando para que esos animales no se les
acercaran y los dañaran.
Por eso, después de esa noche, Jarrel me siguió encontrando en ese
mismo lugar. A veces solo asqueada, en algunas ocasiones también
golpeada porque yo sabía defenderme, pero jamás levantaría una sola
mano para hacerlo si eso significaba que mis bebés lo pagarían. Así que
me convertí en la moneda de cambio con la que “mi marido” cerraba sus
grandes tratos.
“Mi marido”. ¡Puf!
El hombre que una vez me amó y adoró, como si de verdad hubiera sido
el tesoro más valioso en sus manos. El tipo que me demostró que sería
capaz de dar la vida por mí, hasta que fue perdiendo su poder y se dejó
cegar por la ambición, y esa sed insaciable de ser el malnacido más temido
de todos los tiempos. Y lo irónico de todo, es que conmigo sí lo consiguió.
Me doblegó.
Me hizo temerle con el simple hecho de pensarlo.
Y como lo veía en su rostro, ese era el logro que más extasiado lo ponía:
haber conseguido que una mujer como yo le temiera, pues él sabía que
nunca me doblegué ante nadie.
Dejé escapar todas y cada una de las oportunidades que se me
presentaron para escapar, porque no pensaba hacerlo sola. De ninguna
manera dejaría a mis hijos atrás ni permitiría que Lucius los lastimara,
hasta que Jarrel me hizo entender que, era yo la que los dañaba en
realidad.
«Lucius se ensaña con ellos porque es de la única manera que consigue
doblegarte a ti, Leah, entiéndelo. Si tú no estás él no los lastimará».
Siseé cuando puso una venda limpia en mi abdomen. Me estaba curando
las heridas que los tres tipos de esa noche me dejaron. Los bastardos casi
me matan asfixiada y me provocaba arcadas seguir sintiendo sus sabores
en mi garganta.
«¿Y si lo hace para hacerme regresar? ¿Si los mata para castigarme?»
Jarrel escuchó el terror en mi voz ronca y negó con la cabeza.
«Te ha ganado el valor, cariño. Ha hecho que le temas a tal punto, que
has olvidado que él jamás asesinaría a alguien de su sangre, o que lleve su
apellido, porque esa mierda es lo único que respeta. Por eso nunca se casó
contigo, por esa razón oficialmente jamás te dio el apellido Black, aunque
ante el mundo seas su esposa».
Esa verdad se asentó en mí como una puñalada.
Estuve demasiado ciega cuando me enamoré de él, por eso no le di
importancia a que jamás me propusiera matrimonio, aunque muchos
llegaron a verme como la señora Black. Sin embargo, estaba segura de que
incluso si lo hubiéramos hecho, me habría ofrecido como un pedazo de
carne para sus nuevos socios, con la única condición de que no me
mataran.
Pues Jarrel tenía razón: lo único que Lucius respetaba como un pacto
sagrado, era que alguien llevara su apellido de manera legal.
Y, aunque no estaba dispuesta a dejar a mis hijos, dos noches después de
esa, sus nuevos socios estuvieron a nada de matarme, entonces comprendí
que no podía seguir así. No me permitiría morir sin antes hacer algo para
rescatar a mis hijos, pero para eso debía huir del lado de ese engendro, ya
que no le daría más la oportunidad de que los dañara para obligarme a mí
a mantenerme en su infierno.
Por esa razón, al siguiente día, aproveché mi oportunidad de escaparme
del hospital al que me llevaron, luego de la golpiza que me dieron sus
socios. Lo hice destruyendo mi corazón por las personas que dejaría atrás,
rogando para que Jarrel tuviera razón, haciendo la promesa de que
volvería por mis pequeños, pero para eso primero tenía que recuperarme.
Capítulo 39
Imperfectos
Isabella

Los días estaban siendo una locura, yendo y viniendo de reuniones,


trazando planes, creando estrategias, haciendo llamadas, cobrando favores y
cerrando nuevas alianzas. Apenas estábamos durmiendo, y ese estrés y
preocupación ya comenzaba a pasarnos la factura a Elijah y a mí como
pareja, pues habíamos estado discutiendo más de la cuenta, y debido a que
nos íbamos a la cama a diferentes horas, o a veces ni llegábamos, no
teníamos tiempo para reconciliarnos.
Y emocionalmente, eso me estaba haciendo trizas.
Pero no había tiempo para sentimentalismos, ¿no?
Había llegado el momento de volver a ser una guerrera, una líder que sí o
sí, debía mantenerse entera y con la cabeza en alto para que nadie se
aprovechara de nuestras debilidades.
Teníamos una semana de haber vuelto a Richmond, a la mansión Pride,
pues era el lugar más seguro en el que podíamos tener a nuestros hijos, ya
que Myles se encargó de hacer de ella una fortaleza casi impenetrable por
nuestros enemigos.
La construyó como eso en realidad, un fuerte en el que protegió siempre
a su mujer e hijos, en el que creó un mundo donde el mal no pudiera llegar
a ellos, como lo relató mamá en su diario, ese que me había dejado en una
caja de seguridad en Tokio. El que obtuve luego de arreglar las cosas con
Darius y que juntos fuéramos en busca de él, sabedores de que la fecha que
nuestra madre me dejó, en aquella carta que encontré en Newport Beach,
significaba algo.
Y no nos equivocamos.
Tuvimos en nuestras manos su vida, narrada por ella misma, en un
cuaderno no solo manchado por la tinta, sino también por sus lágrimas.
Descubrimos el infierno por el que atravesó, por qué decidió escapar de él,
dejando a sus hijos atrás, y todo lo que intentó hacer luego para
recuperarlos.
Y nos dolió.
A Darius y a mí nos desgarró sentir su amor, tristeza, frustración, ilusión,
esperanza e impotencia. Y a él le afectó más que a mí, pues me confesó que
hubo un momento en el que sí llegó a sentir rencor por ella, porque pensó
que se había ido sin más, sin darse cuenta de que Leah Miller, en realidad
dejó lo que más le importaba porque sabía que era su presencia la que los
ponía en peligro.
Y mamá quiso recuperarlos cuando tuvo su propio poder, pero para ese
momento, Amelia ya había sido manipulada por Lucius y la odiaba por
creer que la abandonó, por esa razón nuestra madre no podía arriesgarse a
hacer algo (no contra la voluntad de su hija) y menos si eso pondría en
peligro a Darius, porque cabía la posibilidad de que Amelia lo delatara, si se
enteraba de que él sí se estaba viendo con mamá por consentimiento propio.
Aun así, la verdadera reina Sigilosa no se dio por vencida y consiguió
acercarse poco a poco a su hija, a escondidas, arriesgándose a que algo
malo pasara, pero sin perder la esperanza de que si la hacía entender que
Lucius la mantuvo en una mentira, Amelia decidiría irse con ella por
voluntad.
Y lo consiguió, logró sacarla de la red de manipulaciones de Lucius y la
convenció para que huyera con ella, pero cometieron el error de confiar en
Charlotte Sellers para eso y entonces cayeron en una trampa en donde
mamá murió y Amelia perdió los recuerdos, pues una vez más, su padre la
sometió a electrochoques, que era su manera favorita de hacer que su hija
olvidara todos los buenos recuerdos que la harían querer buscar un futuro
lejos de él.
Mamá sabía a lo que iba a enfrentarse ese día, ya que antes de
encontrarse con Amelia en donde habían acordado, envió ese diario directo
a su caja de seguridad en Tokio con una nota para mí.
Le creía, la entendía y no la juzgaba más (ni a ella ni a papá) por
haberme ocultado todo, puesto que a través de cada página de su diario
sentí el miedo que ambos vivieron, las inseguridades, el amor y la fortaleza.
Me puse en los zapatos de mamá cuando se enteró de que Amelia era
bipolar y que Lucius se negó a tratarla; y viví su dolor por querer estar con
su hermosa Dahlia (como la llamaba) y no poder hacerlo, debido a que
acercarse a ella, era provocar a Lucius para que la sometiera a
electrochoques.
Lloré con el dolor de mi reina porque no podía acercarse a su pequeño
ángel, como nombró a Darius en muchas ocasiones, ya que entonces, a él lo
castigaban viendo cómo sometían a Amelia a los electrochoques.
«Viviste su dolor como madre, no como hija».
Y también descubrí algo para lo que no estaba preparada.
Todos aseguraban que fue Amelia la que asesinó a nuestra madre, incluso
ella me lo restregó en la cara como Fantasma, pero junto a Darius
reflexionamos que había algo más detrás de todo eso, ya que su hermana
fue sometida a los electrochoques luego de ese día, pero en las pocas
ocasiones que Darius tuvo la oportunidad de hablar (con Amelia lúcida),
ella le dijo que no recordaba nada de ese día y que lo prefería así, sin
embargo, repetía como una grabación todo lo que supuestamente le hizo.
Lo conversamos con Elijah incluso, porque meses después de lo de
mamá, Amelia se escapó con él, sin embargo, él nos aseguró que ella nunca
habló de su madre, simplemente le había dicho que murió de cáncer. Y,
como tampoco se comportó extraño al tocar ese tema, le creyeron sin la
curiosidad de indagar más sobre eso.
—¡Tío Ellio! —El grito emocionado de Aiden me hizo mirar hacia
donde él lo hacía.
Elliot acababa de salir de la oficina de Myles y sonrió al ver a mis hijos,
sobre todo cuando luego de que Aiden lo llamó, tanto él como Daemon
salieron corriendo hacia el ojiazul con el cachorrito siguiéndoles los pasos.
Los llevaba al jardín con la intención de jugar un rato con ellos, antes de
tener que ocuparme con las reuniones que ya tenía agendadas para ese día.
—Mila a Somba —Daemon señaló a su amigo canino, presentándoselo a
Elliot y vi la sorpresa de este.
—Así que lo consiguieron, tener a su propio perro —Rodé los ojos por lo
que él les dijo y luego me reí.
No nos habíamos visto en meses, ni siquiera hablamos, pero sabía que
con la alerta que teníamos, él estaría en Richmond de nuevo para
apoyarnos. Aunque tampoco se había ido del todo, se mantenía viajando
entre esta ciudad y Newport Beach para atender tanto las cuestiones de
Grigori como las de mis empresas, trabajando en conjunto con Dylan.
Además, supe por Marcus que su hermana volvió a darle una
oportunidad al ojiazul y, aunque al moreno no le caía bien, respetaba que
Alice quisiera intentar algo serio con Elliot.
—¿Y el tuyo?
—No comiences —advertí cuando llegó hacia mí y sonrió como un
cabronazo tras hacerme esa pregunta.
Me sentí feliz al verlo y el brillo en sus ojos me indicó que él también, al
verme a mí, pero ya no era nada con malicia, aunque seguía siendo algo
inexplicable. Nuestro amor se convirtió en un sentimiento bonito y sano, iba
más allá de la amistad o lo fraternal.
—Ven aquí —me animó abriendo los brazos y me metí entre ellos sin
poder resistirme, porque necesitaba un gesto de apoyo como ese y, al
parecer, él lo notó—. Todo va a estar bien, te lo prometo —aseguró.
Y antes de que yo tuviera tiempo de quebrarme con esas palabras porque
quería creerlas, me abrazó más fuerte y con los chicos nos reímos en cuanto
me alzó del suelo; tras eso los cogió a ellos para abrazarlos en combo, como
él les decía, los levantó en el aire y se giró haciéndolos reír, recordándoles
ese juego que tenían entre los tres en los días que Elliot nos acompañó en
Italia, aunque en ese momento el cachorro también quería ser parte de la
diversión.
—¿Qué haces aquí? —Me puse rígida al escuchar la voz gélida de Elijah
a espaldas de mí.
No lo había visto desde el día anterior porque no llegó a casa a dormir, y
cuando le llamé para saber si todo estaba bien, me pidió que descansara
tranquila y que no me preocupara por nada, porque él no permitiría que nos
dañaran.
Sin embargo, yo lo quería a mi lado así fuera un momento, puesto que
estaba odiando esa distancia entre nosotros, mas no quise ser egoísta, ni
mucho menos desconsiderada, al ponerlo en una situación como esa cuando
lo que más necesitábamos es que uno de nosotros se mantuviera fuerte, en
cuanto el otro se debilitara, así no pudiéramos estar juntos siempre.
Pero, cuando me giré hacia él y le sonreí feliz y aliviada de que volviera
a casa sano y salvo, lo encontré con la mandíbula tensa y los puños
demasiado apretados.
«Al parecer, la distancia seguiría aumentando».
Gracias por la aclaración.
—Papito, tío Ellio va a jugar a la pelota con nosotos, ¿cielto, tío? —
informó Aiden, emocionado e ilusionado.
«¡Ja! Quería ver si esos chicos lograban lo imposible».
Vi que Elijah sonrió para Aiden, pero no fue esa sonrisa paternal que
siempre le dedicaba, fue una llena de ironía, aunque no destinada a nuestro
hijo, sino que a la situación en la que Aiden pretendía ponerlo.
—Supongo que ha venido a la reunión que tendremos —me animé a
explicar yo, tratando de suavizar un poco la situación.
Para ese momento ya había caminado hacia él y me puse en su periferia,
con la intención de que se concentrara solo en mí.
—Sí, he venido a eso —confirmó Elliot detrás de nosotros, fingiendo con
nuestros hijos que no estaba pasando nada extraño.
—¿Una hora antes? —indagó Elijah con tono gélido, mirándome con
molestia.
—Sí, sabes la situación que se ha presentado con los Wallace, así que
vine a hablarlo con tío antes de que nos reunamos.
Con los Wallace se refería a Marcus y Alice.
Yo no sabía a ciencia cierta lo que sucedía, ya que Marcus únicamente le
llamó a Elijah el día anterior y le pidió que se reunieran en el cuartel. Y si
no lo acompañé (ya que me lo propuso) fue porque no me sentía segura de
dejar los terrenos de la casa, con mis hijos ahí, a pesar de que tenía a toda
mi élite de La Orden a cargo de la seguridad.
En ese momento solo las tierras de la mansión eran cien por ciento
seguras para nosotros, y por la misma razón, la reunión que teníamos dentro
de una hora, se llevaría a cabo en un búnker que Myles ya tenía destinado
para eso, dentro del mismo territorio.
—Chicos, vamos afuera —Lee-Ang llegó en ese instante al recibidor en
el que nos encontrábamos y agradecí que se llevara a los clones, al darse
cuenta de la situación.
—Elijah —lo llamé al darme cuenta de que su enojo iba en aumento con
la presencia de Elliot y por haberlo encontrado jugando con nuestros hijos.
Algo que, aunque no pensaba tolerar, tampoco se lo juzgaría.
—Te quiero lejos de mis hijos, pero sobre todo, de Isabella —bramó
cuando los niños se fueron con Lee y me esquivó para caminar hacia Elliot.
—Elijah, por favor —pedí.
—Vuelve a abrazarla, vuelve a tocar a mis hijos y te cortaré las manos,
hijo de puta —gruñó en cuanto estuvo con el pecho al ras de el de Elliot.
«Santa mierda. El Tinieblo vio más de lo que debía, Colega».
¡No hice nada malo!
Elliot no se inmutó ante la amenaza de Elijah por lo mismo, porque no
estábamos haciendo nada indebido. E imaginé que por la misma razón, no
tomó una postura invasiva con él.
—Isabella es mi amiga y tus hijos mis sobrinos. No he hecho nada para
faltarte el respeto.
—Que respires me falta el respeto, maldita mierda —largó Elijah con los
dientes apretados y noté cuánto se estaba conteniendo.
Dios.
Me dolió verlo así, me decepcionó una vez más haber despertado del
sueño tan hermoso que estuvimos viviendo durante meses en Italia. Me
hería haber regresado a Richmond por la razón que lo hicimos y
reconfirmar, en ese instante, que la tensión que estábamos viviendo por la
reactivación de los Vigilantes y que Lucius estuviera vivo, pusiera esa
distancia entre nosotros.
Eso era lo que más me atemorizaba.
—Estoy con Alice ahora, tenemos algo serio que respeto y no voy a
joderlo con nada, LuzBel. Además, Isabella te ama a ti, te eligió a ti desde
hace años por encima de todo. Mató por ti y volvería a hacerlo. Te elegiría
una y mil veces por encima de quien sea, así que ¿qué más pruebas
necesitas para que estés seguro de ella?
¡Dios! Fue triste que Elliot sí viera todo eso, y no el hombre que yo
necesitaba que estuviera seguro de mi amor por él.
—Que se deshaga de ti, si no quiere que lo haga yo —le respondió Elijah
y fue muy contundente.
No había dudas, no lo dijo solo por decirlo. Él deseaba con todas sus
fuerzas que Elliot dejara de existir y me lastimó, pero no más porque
quisiera proteger al ojiazul, sino porque con esa declaración, Elijah estaba
dando por sentado que jamás confiaría en mí.
Y reflexionar eso me sentó tan mal, que ni siquiera tuve la capacidad de
continuar ahí con ellos, observando, o escuchando, si seguían discutiendo o
llegaban a los golpes. Opté por darme la vuelta y fui en busca de mis hijos,
ya que no quería estar sola, no me apetecía pensar en lo que acababa de
descubrir y menos tener tiempo para que los monstruos en mi cabeza me
hicieran tener ideas que en ese momento no tenían por qué importar.
Lo que de verdad importaba era esa reunión que tendríamos en el búnker
con todos los líderes de Grigori, con el maestro Cho y sensei Yusei (ellos
por videollamada), Gibson y el primer teniente de la fuerza armada.
Y mientras la hora para eso llegaba, decidí llamar a Dominik y a Darius
para confirmar nuestro encuentro, ya que esa mañana, después de haber
leído una página más del diario de mamá, tomé la decisión de hacer algo
que ella siempre deseó, tanto como añoró recuperar a Amelia y a Darius,
pero que no pudo porque murió antes de conseguirlo.
Que sus tres hijos se reunieran y se reconocieran como lo que éramos:
hermanos. Y que le entregara a Amelia ese regalo que dejó para ella.
Y, aunque pasé años odiando a esa chica y todavía no podía perdonarle
todo lo que me hizo, ver a Elijah frente a Elliot, sin la intención de dejar el
pasado atrás, me hizo darme cuenta de lo que dolía que alguien importante
en tu vida, se quedara estancado y no viera más que tus errores, a pesar de
que yo seguía pensando que lo que hice con el ojiazul no fue un error como
tal, y menos una traición.
Y no deseaba que fuera donde fuera que estuviera mamá, se sintiera tan
herida como yo en ese momento, porque no le podían perdonar de corazón
lo que ella hizo creyendo que era lo correcto.
«Por fin darías ese paso».
Lo haría por mamá. Y porque no quería vivir toda mi vida en un pie.
De mi élite, únicamente Caleb me acompañó cuando la hora de la
reunión llegó, los demás se quedaron cerca de mis hijos porque no los
quería en ningún otro lado que no fuera cuidándolos a ellos. Elijah también
había dejado a parte de sus Oscuros, como se autonombró el equipo que
formó siendo Sombra, ya que la élite Grigori se encargaba de los asuntos
que tenían que monitorear en el cuartel, para mantenernos protegidos.
Evan y Connor estaban trabajando con sus drones para proteger los
puntos ciegos, a la vista del ojo humano, dentro del territorio de la mansión
Pride. Ellos habían integrado a sus filas a Belial y Lewis, quienes resultaron
ser bastante buenos con la tecnología.
Dylan y Tess unieron sus habilidades y conocimientos en armas de
fuego, con las de Lilith. Y mi hermano estaba encantado con la chica como
compañera, ya que era tan desquiciada como él cuando se trataba de dar
batalla, conformando entre los tres, un trío al cual debíamos ponerle un alto
a cada momento, ya que sus ideas tendían a ser sucias y no en el sentido
sexual.
Era más del estilo sádico, con planes en los que la sangre y vísceras, eran
el tema y objetivo principal. Y había que recalcar que, desde que Tess
volvió al juego y se recuperó por completo, lo hizo siendo una mujer sin
miedo a la muerte y con muchas ganas de complementarse a su prometido
en cada uno de los sentidos.
Cameron en cambio, se unió (junto a los mellizos), a Ronin e Isamu para
proteger el primer anillo de seguridad en la mansión, mientras que Serena
estaba apoyando a Maokko y a Lee-Ang con el cuidado de los clones.
Por eso, cuando se trataba de la seguridad personal de nosotros, Caleb
siempre se mantenía a mi lado junto a Dom y Max, mientras que Elijah era
escoltado por Marcus, Roman e Isaac, este último había sido el escolta de
Tess por un buen tiempo.
—¿Dónde está Elijah? —preguntó Myles al verme entrar al búnker solo
con Caleb.
No volví a verlo desde que pasó lo de Elliot, tampoco lo busqué, ni él a
mí, porque al menos eso era algo que estábamos aprendiendo mejor que
todo lo demás: darnos espacio antes que ofendernos por lo molestos que nos
sentíamos.
—Estoy aquí, padre —avisó él y miré sobre mi hombro cuando entró al
búnker junto a Marcus.
Me sentí un poco nerviosa, pero sin dejar de estar decepcionada, cuando
llegó cerca de mí.
—¿Todo bien? —cuestionó Myles al notar la tensión entre su hijo y yo.
—Sí.
—No —respondió él, al unísono conmigo y sentí un poco de vergüenza
cuando Myles nos miró con una ceja alzada.
Dios.
—¿Los demás ya están acá? —inquirí para Myles con la intención de que
no se concentrara más en lo que pasaba entre su hijo y yo.
—Sí, síganme por favor —nos alentó y obedecimos.
Caminé delante de Elijah y me di cuenta de mi error al sentir su mirada
en mí. Esa con la que tenía la capacidad de enfriarme la piel cuando
estábamos molestos, o hacer arder mis entrañas en los días que todo
marchaba de maravilla.
Solo cuando entramos a la sala de juntas me distraje de su presencia, al
saludar a los hombres que ya nos esperaban, aunque cuando vi que Elliot
también estaba ahí, me tensé un poco y rogué para que Elijah no siguiera
más con sus dramas.
Menos mal fui escuchada, ya que conseguimos darle importancia a lo
importante y cuando el maestro y sensei Yusei se conectaron en
videollamada, comenzamos a deliberar sobre cómo procederíamos para
enfrentarnos en conjunto a los Vigilantes. Gibson también nos explicó que
ellos ya estaban investigando qué había sucedido con respecto a la supuesta
muerte de Lucius, ya que él confirmó el deceso por medio de su gente, sin
embargo, Elijah se encargó de aclarar ese punto.
—Sé de buena fuente que la CIA logró chantajear al forense de tu
nómina, por eso él confirmó la muerte.
Todos miraron a Elijah, esperando a que aportara quién era esa fuente,
pero yo sabía que no lo haría, aunque era consciente de que se trataba de
esos griegos con los que tenía una especie de alianza como Sombra.
«Al Tinieblo le encantaba seguir jugando sucio».
—Al parecer, la daga que le lanzaste no cortó su yugular —explicó para
mí y luego siguió haciéndolo para los demás—, pero él fue astuto al
quedarse en el suelo y fingir que sí, dándole tiempo a dos de sus hombres
para que se intercambiaran los uniformes con el de unos militares caídos en
la batalla.
De esa manera el malnacido consiguió llegar a la morgue, dejando que la
CIA se encargara de montar todo el espectáculo, para escapar de las
autoridades. Aunque sí le ocasioné un buen daño, por eso se tardó en
aparecer, pues se había mantenido en recuperación.
Con todo lo que discutimos en esa reunión, nos dimos cuenta de que
David Black siempre fue la pieza clave en ese dúo, ya que como dijo Elijah,
él era como un agua mansa que se mantuvo dañando con lentitud. Siempre
a la sombra de su hermano, simplemente para salir bien librado y ser el
salvador cuando fuera el momento.
No obstante, gracias a esa alianza que Elijah consiguió hacer con los
griegos, tuvimos la oportunidad de salir de Italia antes de que perpetraran
un ataque hacia nosotros, que llevaban planeando desde hace meses, pero
que se les dificultó ejecutar porque la ubicación de mi casa no era algo con
lo que darían con facilidad, puesto que Caleb se encargó de cuidar todos
esos detalles.
Y en Estados Unidos se les dificultaría un poco más, porque como
aseguró el Tinieblo, pelearíamos en terreno conocido.
—Estamos juntos en esto, así que no duden en disponer de nuestros
ejércitos —reiteró el primer teniente de las fuerzas armadas, cuando se
despidió de nosotros.
—Gracias —Elijah le ofreció la mano al decir eso.
Tras eso vimos que todos se marchaban bajo un régimen de seguridad en
el que Caleb estuvo trabajando junto a la élite de Myles. Por eso, para los
ajenos a nuestra sede, nos encontrábamos en un lugar alejado de la ciudad.
—Mientras logramos controlar la situación, tú y Alice pueden quedarse
en casa o en el cuartel —Escuché a Elijah decirle a Marcus.
Cuando Perseo y Bartholome se fueron, junto a Gibson y el primer
teniente. El moreno y Elliot nos informaron la situación que estaban
atravesando.
Los señores Wallace, padres de Alice y Marcus, permitirían que los
Vigilantes les dieran caza a sus hijos para que fueran castigados por su
traición, todo con tal de que no les hicieran nada ellos. Y noté en el rostro
del moreno cuánto le afectaba la situación, sobre todo porque tenía un hijo
con su ex novia y al parecer, sus padres sabían de la existencia del pequeño
y temía que irían detrás de ellos.
Esa fue la razón de que Elijah se mantuviera fuera de casa toda la noche:
le ayudó a Marcus a sacar a la chica y a su hijo del país, antes de que los
Vigilantes intentaran ir por ambos.
—Alice se quedará conmigo —zanjó Elliot—. Ya hemos tomado la
decisión con ella.
Noté que a Elijah no le agradó escuchar eso, no porque no quisiera que
Alice se quedara con Elliot, sino porque odiaba la presencia del ojiazul. Al
menos esa vez, Marcus estaba del lado de su cuñado porque él ya tenía
suficiente con lo de su hijo y encima, nos ayudaba a nosotros con todo lo
demás.
—Sé que cuentas con el apoyo de Elijah para lo que sea, pero si puedo
ayudarte en algo, solo pídelo —le ofrecí a Marcus y él asintió agradecido.
—Ya sabes, muchacho. No estás solo, ni tú ni tu familia —reiteró Myles.
Dicho eso, me puse de pie para marcharme, ya que todavía debía
reunirme con Darius para ir al lugar en el que tenían a Amelia.
—Dispón de todo lo que sea necesario para que protejas a tu novia, tú
también cuentas conmigo —le recordé a Elliot y él me sonrió.
—Lo sé, Isa, gracias. —respondió y sentí que Elijah me miraba con
ganas de arrancarme la cabeza, sintiendo que lo que le dije a Elliot fue un
ataque, pero qué equivocado estaba.
—Me reuniré con Darius —avisé, buscando su mirada—. Te veo luego.
—Gracias por informarme. —No sé si los demás lo notaron, pero yo sí
escuché la ironía en su respuesta, lo que me hizo exhalar fuerte y con
mucho cansancio.
Salí de la sala de juntas acompañada por Caleb y agradecí que mi amigo
no hiciera ningún comentario, con respecto a lo que estaba viendo entre el
Tinieblo y yo. Simplemente me acompañó hasta que llegamos a la casa y le
pedí que esperara por mí, mientras yo subía a mi habitación por algo que
necesitaba.
Era hora del entrenamiento de mis hijos, ya debían encontrarse en el
gimnasio de la casa que se adecuó para ellos y sus clases de artes marciales,
por lo que no quise ir a interrumpirlos, ya que la hora de verme con Darius
llegaría pronto.
Sin embargo, cuando me dispuse a regresar con Caleb para marcharnos y
abrí la puerta, me encontré con Elijah a punto de entrar a la habitación. El
corazón se me aceleró, él siempre me provocaba ese estado cuando
discutíamos por algo, sin embargo, en ese momento yo sabía que no sería
como las otras veces en las que nos reconciliaríamos haciendo el amor,
porque esa vez, la razón por la que nos molestamos nos dolía demasiado a
ambos.
—¿Tienes idea de lo celoso que estoy? —preguntó, pero no me dejó
responder—. Odié ver a mis hijos cerca de él —señaló, haciéndome
retroceder al interior de la habitación—, odié ver cómo te abrazó y que tú lo
disfrutaras. —Dio un paso hacia mí, tras cerrar la puerta, y lo miré a los
ojos—. Odio que quiera estar cerca de ti y que tú no te niegues.
—Y yo odio que Elliot tenga más claro que tú, lo que siento por ti —lo
encaré—. Odio que no entiendas que él es solo mi amigo.
—Un amigo que te folló —espetó con los dientes muy apretados—. Y
que estoy seguro que volvería a hacerlo si tú le dieras la oportunidad.
Cerré los ojos solo un momento y negué con la cabeza, respirando hondo
para no permitir que sus palabras llegaran a herirme de una manera que me
haría decir cosas que no quería, pues, aunque estaba teniendo una reacción
que me destrozaba, me puse en sus zapatos porque sabía que si algo pasaba
entre él y Hanna, yo iba a enloquecer.
—Que duro es despertar de un sueño tan hermoso, ¿no? —Vi en sus ojos
que le afectó lo que dije—. Y decepcionante, darse cuenta de que solo fuiste
feliz conmigo porque estábamos en otro país, que únicamente fingiste
confiar en mí porque sabías que Elliot no se hallaba cerca, pero ahora la
realidad nos está golpeando peor de lo que imaginé.
—No es fácil verlos juntos, Isabella. No creas que me siento así porque
me hace feliz. Simplemente no puedo evitar odiarlo por haberte tocado, por
haber estado contigo y mis hijos, ocupando mi lugar incluso en eso.
—No puedes evitar odiarme a mí por haber permitido que me tocara,
¿no? —añadí por él y reí con amargura cuando no lo negó—. Que
decepcionante es ver que no confías en mí ni en el amor que siento por ti,
Elijah.
—No, no confío en él —espetó.
—A mí no me des esa excusa. No te ciegues por los celos y no pretendas
verme la cara de estúpida porque sí has podido confiar en mí cuando se
trata de Fabio —le recordé, sabiendo que, aunque no confiaba en él, no
actuaba de esa manera conmigo—. Así que no, Elijah, ahora mismo no
estás confiando en mí.
—Porque con él no… ¡Joder! —gritó al darse cuenta de lo que iba a
decir y yo me reí cuando me dio la espalda.
«Con Fabio no follaste».
Exacto.
—Creo que lo mejor es que dejemos esta discusión para después —avisé
—, pero antes voy a aclararte algo por última vez, Elijah. —No me miró,
siguió dándome la espalda y negando con la cabeza—. Jamás voy a poner a
Elliot por encima de ti. Él es solo mi amigo, una persona que me ha
apoyado en las buenas y en las malas, incluso cuando yo le fallé, porque
sabes perfectamente que a él sí lo traicioné contigo —aclaré—. E incluso
así, él estuvo para mí. —Tragué antes de seguir porque lo que diría a
continuación no era fácil—. Puedo asegurarte que si ahora mismo tú te
atrevieras a pedirme que deje de hablarle, que termine mi amistad con él, lo
haría porque no pretendo dañarte, pero créeme que tú sí me dañarías con
ese ultimátum por hacerme perderme a mí misma al actuar así, ya que con
eso aceptaría que no confíes en mí jamás. Y no quiero estar en una relación
llena de inseguridades —expresé más tranquila.
Él me miró en ese instante con los ojos entrecerrados.
—Yo puedo ser ególatra, posesivo, celoso y todo lo que quieras, Isabella,
pero nunca te impondría nada. —soltó indignado.
—¿Y qué crees que haces con esa actitud? —indagué y alzó las cejas—.
Que no lo vocalices no significa que no lo estás haciendo. —Caminó hacia
mí cuando dije eso, pero todavía dejó una distancia prudente—. No quiero
estar con alguien que me haga sentir que voy a perderme a mí misma y tú
no mereces estar con una mujer en la que no confíes.
—¿Qué estás tratando de decirme, White? —resolló.
—Está claro, no vamos a seguir así. Estamos en un momento en el que
debemos estar más atentos a nuestros enemigos, concentrados en eso. Y
tener este tipo de problemas entre nosotros nos distrae de lo primordial que
es cuidar de nuestros hijos. Así que tomémonos un tiempo, sobre todo para
que tú analices si de verdad puedes dejar el pasado atrás, porque yo solo
podré seguir adelante contigo si estás dispuesto a confiar en mí, en la
Isabella White que yo quiero ser, la que te respeta y te ama con su vida.
Noté que lo que dije lo sobresaltó, pero no replicó nada, así que supuse
que él sabía que yo tenía razón, y entendió que no merecía estar en una
relación donde no pudiera confiar en la mujer que tenía a su lado.
—Nos vemos más tarde —me despedí y pasé por su lado.
Sin embargo, cuando llegué a la puerta, puso la mano en ella, justo a la
altura de mi cabeza y la otra la colocó en mi cintura, haciendo que el
corazón se me desbocara.
—Soy posesivo y celoso porque lo que me haces sentir me supera —
susurró y dejé de respirar—. Y un egoísta porque no soporto que nadie te
vea como yo te veo. No quiero que sientas por alguien más ni siquiera una
milésima de lo que sientes por mí. —gruñó con frustración, pero más por lo
que él estaba sintiendo que por lo que yo hice—. Y sé que no es justo para
ti, que no es lo que mereces, pero compréndeme un poco, Bonita. —El
ruego fue tan claro en su voz, que mi corazón enloqueció.
Y, aunque me sentía congelada, tuve la capacidad de girarme para que
quedáramos frente a frente, y al alinear nuestras miradas encontré la súplica
en sus ojos. Ese deseo de querer decirme mucho, pero no encontrar la
manera de que su lengua obedeciera.
—Nunca quise darle explicaciones a nadie, tampoco quería que me las
dieran porque pensaba que eran complicaciones que no necesitaba en mi
vida y…, me acostumbré a ser ese tipo con el que solo te vas una vez a la
cama, White. Por eso ahora, me cuesta creer que tú ya no quieras irte de la
mía, para buscar a un hombre como Elliot que te dé lo que mereces.
«¡Jesucristo! Eso no me lo esperaba de un hombre tan seguro de sí
mismo».
Lo que yo no me esperaba, es que con todo el esfuerzo que él había
estado haciendo en esos meses para darme mi propio cuento de hadas,
siguiera creyendo que no era suficiente para que yo quisiera estar a su
lado, cuando primero, lo amé siendo un hombre con desapego emocional.
—Y…, no está siendo fácil —rio al seguir, a mí se me llenaron los ojos
de lágrimas—, pero estoy tratando de ser el hombre que quieres, sin que tú
pierdas esa esencia de la que yo… —Calló y vi el tormento en sus ojos.
En ese instante pensé en la canción por la que puso esas iniciales en mi
tatuaje y comprendí que no la escogió solo porque era capaz de morir por
mí, sino también porque en ella se decía lo que él no podía vocalizar aún, a
pesar de sentirlo y pensarlo.
Elijah no encontraba la manera de darle voz a sus pensamientos y, a
pesar de lo que estábamos atravesando, me causó ternura.
—No quieres esta sensación —musité y puse una mano en su corazón—.
No querías ni podías enamorarte de mí y por eso buscaste razones para que
yo tampoco sintiera más por ti, aunque…, nada funcionó, ¿cierto? —Sus
latidos acelerados comenzaron a golpear mi palma de una manera que me
hizo sonreír—. Ahora comprendo mejor por qué afuera de aquel ascensor,
me dijiste que yo no valía la pena, pero sí tu vida. Y es por la misma razón
que no puedes alejarte de mí, porque, así no puedas decir que me amas, lo
haces.
Sus ojos se abrieron de más al escucharme y por unos largos segundos,
únicamente me sostuvo la mirada.
—No, White, no la quiero —aceptó al fin con la voz ronca—, pero eres
tan perfecta, que me haces imposible evitarlo —Presionó su frente a la mía
y dejé salir un par de lágrimas—. No sé lo que siento, solo estoy seguro de
que moriría por ti —puntualizó.
Y de pronto, sus labios estaban sobre los míos.
En un momento me estaba ahogando por lo que nos pasaba, y al
siguiente, no podía respirar porque él bebía de mi boca todas las dudas e
incertidumbres, los miedos y las inseguridades. Me estaba inyectando con
sus labios la certeza de que así no fuera el hombre perfecto, sí era único
para mí, el que quería en mi presente y en mi futuro.
Elijah Pride era ese hombre con corazón de hielo, capaz de hacerme
sentir calor con su frío. Y si él estaba dispuesto a ser el hombre que yo
merecía, yo quería ser la mujer que lo mereciera, imperfectos y sin
embargo, perfectos.
Capítulo 40
Tan fuerte y frágil
Isabella
Julio 18, años de redención.

Hoy mi Dahlia cumple dieciocho años. Se ha convertido en una mujer


hermosa, aunque también en una guerrera despiadada en las filas de su
padre, sin embargo, cuando vuelve a mis brazos, es una princesa que se
convierte en una niña dulce. Mi chica perfectamente imperfecta, una
Dahlia negra y delicada que sabe dar suaves caricias en las manos
correctas, pero que atraviesa con sus espinas a las equivocadas.
Esas espinas que solo su tallo posee, porque la obligaron, porque tuvo
que crear su propia autodefensa.
«¿Por qué una Dahlia?»
Esa había sido la pregunta de John, cuando vio el emblema de la Dahlia
negra, en el tahalí que Baek me hizo llegar esa semana. El logo de La
Orden era una flor de cerezo, por eso le extrañó que ese fuera distinto.
Como respuesta, saqué otro tahalí, este tenía el cerezo. Lo puse al lado
del que él ya había visto y sobre cada uno de ellos coloqué una cajita de
gamuza, ambas abiertas. Me alzó una ceja y sonrió de lado.
«¿Crees que solo tú tendrías dos herederos?», dije con malicia y su
sonrisa creció.
Yo tenía tres a diferencia de John, pero Darius nunca quiso ser parte de
las organizaciones. Mi chico prefería manejar su poder como la cara
buena, un pequeño lobo vestido de oveja, como me gustaba llamarlo
siempre que me aseguraba que un día, él me defendería en los lugares
donde yo no pudiera mostrarme.
«Me vuelve loco verte así».
Dicho eso, John llegó a mí y me demostró cuán loco y feliz se sentía por
mí. Ese hombre era un regalo que no esperaba que la vida me diera, luego
de que encontré la luz por mi cuenta.
En aquella mesa tenía los tahalíes y dijes que un día mis guerreras
portarían. Una Dahlia negra para mi primogénita y una rosa de fuego,
combinada con un cerezo, para la niña que terminó de restaurar mis alas
cuando nació: Isabella.
Mi sueño más grande, la promesa que añoraba cumplirme a mí misma
era esa, que mis amadas guerreras un día lideraran La Orden del Silencio,
esa organización con la que me redimí durante todos esos años, la misma
con la que añoraba que Dahlia se redimiera y con la que Isabella
terminaría de poner el mundo a sus pies, pues no solo sería una líder
Grigori sino también una reina Sigilosa como su hermana.
Y mi sueño estaba cada vez más cerca de ser cumplido, porque conseguí
recuperar a mi primogénita, logré sacarla de las garras de Lucius, pude,
con mi amor por ella, restaurar lo que ese engendro corrompió.
Huiría conmigo, me había llamado esa mañana para decírmelo. Era su
cumpleaños, pero ella me dio el regalo a mí, al asegurar que me elegía, tal
cual lo hizo su hermano. Lo haría por voluntad, porque me amaba, porque
me perdonó, porque entendió que nunca quise abandonarla.
Al fin la vida me premiaría, después de años en penitencia, yo tendría a
mi lado a mis tres hijos, mis ángeles, mi razón de vivir.

Carraspeé al volver a leer esa página del diario de mamá, el nudo en mi


garganta dolía porque era capaz de sentir la ilusión y la esperanza con la
que plasmó esas palabras. Su añoranza y el amor que sentía hacia sus hijos
y marido, porque mi padre sí le dio el lugar que ella merecía y la convirtió
en su esposa oficial, aunque ella utilizó su apellido de soltera porque eso le
recordaba que fue ella la que salió de aquel infierno: Leah Miller.
A mis pies llevaba el bolso, y desde mi lugar, vislumbré aquella cajita de
gamuza que mencionó en su diario (la tenía en su caja de seguridad junto a
la mía). Los dijes emblemas que jamás llegó a darnos. También encontré el
tahalí de Amelia, así que lo llevé junto a la Dahlia para entregarlos si la
oportunidad se daba.
—Tal cual como peinarte deshace los nudos de tu cabello, llorar deshace
los de tu garganta —dijo Darius a mi lado y lo miré.
Eso era lo mismo que mamá me aseguró muchas veces.
—¿También te lo decía a ti? —Asintió con una sonrisa triste.
—Pero le sacaba la vuelta, porque mi cabello corto no me dejaba tener
nudos —aseguró y solté una risa gangosa.
Él me había confesado que fue quien encontró a mamá aquel día, que ella
murió en sus brazos porque no descubrió a tiempo lo que estaba pasando, y
cuando lo hizo y le avisó a papá, ya era muy tarde.
Su pequeño ángel la había sostenido en brazos en sus últimos minutos.
—Ahora entiendo por qué te mantenías alejado de todo lo que tenía que
ver con los Vigilantes —comenté.
—Muchos pueden defenderse en el campo de batalla, Pequeña dinamita,
pero pocos sabemos hacerlo en mesas ejecutivas rodeados de tiburones —
explicó.
—¡Dios! Tienes tanta razón. Por eso Dylan odia representarme —recordé
y él rio.
Íbamos rumbo a la clínica St. James, aquella casa de reposo que un
tiempo me acogió a mí y que ahora lo hacía con Amelia. Myles y Darius se
encargaron de que fuera un lugar seguro tanto para el personal de trabajo y
para los otros pacientes, así como para ella.
Me había retrasado un poco porque Elijah no se conformó únicamente
con besarme, también me hizo el amor. Nos reconciliamos como tantas
veces lo hicimos en Italia, cuando discutíamos por cosas vanas, y mientras
me hacía suya, me prometió entre sus embistes que trabajaría para vencer a
sus demonios internos y que estos no dañaran lo que teníamos.
Y le creí.
«Por supuesto que lo hiciste».
No entendí si mi conciencia se estaba burlando de mí o constatando ese
hecho, tampoco le di importancia. A lo que sí se lo di fue a que, era
consciente de que no solo Elijah tenía que trabajar duro para ser mejor, yo
también debía ayudarle, sin perder mi esencia, esa de la que él se enamoró.
«Maldito Tinieblo. Lo que no podía decir, lo hacía sentir de una manera
formidable».
Concordaba con eso.
—¿Por qué estás sonriendo como si vas pensando en cosas sucias? —
preguntó Darius de pronto y me reí.
—Si fuesen sucias, pondría cara de asco, no sonreiría —repliqué.
—Si es como lo que vi cuando LuzBel fue a dejarte conmigo, sí es sucio
—debatió él, fingiendo cara de asco—. ¡Jesucristo! Parecían dos
adolescentes hormonados que no pueden evitar meterse mano en cualquier
lugar.
Elijah me había ido a dejar al punto en donde me reuniría con Darius, por
eso fue testigo de nuestra despedida, esa en la que el Tinieblo me prometió
que esa noche no faltaría a dormir a casa, porque quería que nos
siguiéramos reconciliando.
Y, aunque iba con Darius en su coche, Caleb se conducía en otro junto
Max y Dom.
—Así te ves tú con Laurel, Darius. Aunque al parecer, te toca meterte
mano solo, porque ella no te da ni la hora —lo chinché y rodó los ojos—. Y
luego te bajas el desprecio con alcohol.
—O con el jugo de manzana de Aiden —añadió y me reí.
Lo estaba chinchando con Laurel porque me di cuenta de que la chica
trataba de poner distancia entre ellos, a pesar de que supe que ya se habían
acostado antes. Elijah incluso lo jodía con eso de que no la folló bien, por
eso su amiga le rehuía. Darius, sin embargo, se regodeaba con que le hizo
cosas que mantendrían a la pelinegra en el cielo siempre que lo recordara.
Y, aunque yo sospechaba que el Tinieblo sí sabía la verdadera razón de que
Laurel rechazara a Darius, no se la decía porque era consciente de que eso
no le correspondía a él.
«Aunque tú sí te morías de curiosidad por saber, por qué esa chica
desaprovechaba la oportunidad de masajearse la pelvis con tu hermano».
Me reí por el señalamiento, pero porque mi conciencia solo repitió las
palabras de Laurel con las que indicaba cuánto le encantaba el aparato
reproductor de los hombres, dentro de ella.
—Te gusta mucho, ¿cierto? —quise confirmar.
Cuando estuvimos en Italia, noté que a él le brillaban los ojos siempre
que la veía. Escuché incluso cuando se le insinuó y Laurel lo rechazó sin
tapujos, y como para ese momento Darius ya había ingerido algunos tragos
con los demás, intentó seguirse emborrachando, pero al no encontrar más
alcohol, se bebió todo el jugo de manzana de Aiden.
Cometió ese error justo cuando mi pequeño buscó un poco de su bebida
favorita y no encontró nada. Laurel le dijo que había sido su tío Darius
quien se lo bebió todo, así que Aiden se metió en una pelea con él, que nos
hizo reír a todos, porque mi hermano adoptivo volvió a ser un niño en ese
instante.
Aunque al siguiente día recompensó a sus sobrino con tres cajas del jugo
de manzana, ignorando que el que Aiden bebía era natural y no artificial.
—Solo a mí se me ocurrió poner los ojos en una cabrona —satirizó y reí.
Darius no era como Elijah, o Dylan, quienes se negaban siempre a los
sentimientos. Como mamá lo describió en su diario: él era un chico dulce
con fachada de malo. Y sí, tuvo la brillante idea de poner los ojos en la
chica mala. Porque ellos claramente, eran lo inverso a las historias entre el
bad boy y la chica dulce que a Maokko le encantaba leer.
—Y LuzBel disfruta burlándose de mí con eso, olvidando que él también
tiene a una cabrona en sus manos.
—No me tiene en sus manos —chillé y me miró con ironía.
—Déjame dudarlo un momento —ironizó y rodé los ojos.
—Y si crees que él me tiene en sus manos, ¿qué te detiene a ti para
tenerla a ella? —inquirí y me miró con sorpresa—. Eres capaz de enamorar
a la mujer que quieras, no veo por qué Laurel sería la excepción.
—¿Crees que vale la pena? —cuestionó inseguro y me encogí de
hombros.
—Solo si lo intentas lo sabrás. No temas dar ese paso, no seas de los que
se arrepiente por lo que no hizo —aconsejé segura.
Con dulzura y para mi sorpresa, me cogió la mano y besó el dorso de
ella.
—Gracias, Pequeña dinamita. Al final, sirves más como hermana que
como abusadora. —Mis mejillas se pusieron rojas cuando recordó aquello.
—No empieces —advertí.
—Besas rico —siguió y me solté de su mano.
—¡Ya para, tonto! —me quejé y comenzó a reírse.
—Casi me violas y ahora te quejas... ¡Auch! —chilló cuando golpeé su
brazo. Sus carcajadas inundaron todo el coche y al final me contagió y
terminé riéndome con él.
Dios.
No volvería a esa etapa de mi vida jamás. Prefería drogarme con los
momentos felices que estaba teniendo.
«Y ojalá esos no fueran pasajeros».

Los nervios que intenté controlar volvieron a encontrarme cuando Darius


estacionó en un lugar libre de la clínica St. James, veinte minutos más tarde.
Y no era únicamente porque por primera vez estaría frente a Amelia sin
querer matarla, sino también porque reviví mis días en ese lugar.
Cuando salí del coche incluso observé el edificio donde recordaba que
me habían tenido, y clavé mi mirada en la ventana que me mantenía,
observando el bosque, viviendo en mi propio mundo gracias a la mujer que
ahora ocupaba mi lugar de una peor manera.
Pero no me regocijé con ese hecho, porque mamá me estaba enseñando a
ver las cosas desde diferente perspectiva.
—¿Estás lista? —preguntó Darius al llegar a mi lado y respiré hondo.
—Te doy el derecho a noquearme si intento matarla —traté de bromear.
—Sé que no lo harás.
—No tengas tanta fe en mí —aconsejé y lo escuché reír.
Caleb, Max y Dom ya se habían bajado del coche, pues no me dejarían
sola, a pesar de que noté el lugar rodeado por Grigoris, quienes
resguardaban la zona por si Lucius descubría que Amelia estaba en la
clínica e intentaba raptarla.
Dominik nos estaría esperando adentro. Darius me había informado que
Fabio estaba tramitando su incorporación al equipo médico, a cargo de
Amelia. Y, al parecer, Elijah le ayudaba con eso para agilizarlo, pues
preferían que todo lo que se trataba de ella, se manejara con la mayor
discreción posible y que estuviera en manos de personas en las cuales
confiábamos.
—Lo siento, es algo que debemos hacer con todos los visitantes —
explicó uno de los Grigoris que me sometió a una revisión muy estricta.
«Y con las ganas que habías profesado de matarla, era obvio que debían
revisarte bien».
Maldita entrometida.
—La cuidan de mí, pero…
—Isa, por favor —pidió Dominik cuando nos recibió al otro lado de
donde nos revisaron.
Él tenía razón, no podía seguir pensando en lo que pasó. Pero no pude
evitarlo y hasta me sentí incapaz de llegar al final de ese camino, luego de
terminar de entender que daría ese paso, la vería.
A una paciente considerada peligrosa, pero a la cual protegían de mí.
—¿Quieres verla antes? —preguntó Dominik sacándome de mi enojo.
Él vestía todo de negro e imaginé la razón: todavía fingía que era Sombra
con ella.
—Yo sí quiero verla —aseguró Darius, respondiendo por mí, al ver mi
inseguridad cuando me di cuenta de que Dominik me ofrecía conocer a esa
niña que también llevaba mi sangre.
—Es hermosa —aseguró Dominik y sus ojos brillaron al pensar en su
pequeña.
Nos desvió por otro camino, llevándonos al área de neonato, ya que
Amelia no era la única paciente que daba a luz en su estado. El corazón se
me aceleró cuando me acerqué a una cuna transparente (tras ponerme una
bata esterilizada) y vi dentro de ella a una recién nacida, envuelta en
sábanas blancas.
—Oh, Dios —musité sin poder apartar mis ojos de esa pequeña, tenía
abundante cabello oscuro, los cachetitos eran rechonchos y tiernos, la boca
demasiado diminuta, roja y hermosa.
Era la cosita más linda que vi después de mis clones.
«Y dormía plácidamente, algo que por supuesto, tus clones nunca
hicieron».
Me reí de esa verdad.
—Es hermosa, ¿cierto? —La voz de Dominik estaba cargada de amor
puro y sus ojos lucían con ternura y orgullo.
—No tengo palabras —acepté sinceramente, estaba deslumbrada por lo
que la pequeña me estaba haciendo sentir.
—Esa preciosura será la causa de nuestras muertes —previó Darius,
embobado con nuestra sobrina.
Porque eso era: mi sobrina.
Los tres nos reímos al pensar tan pronto en el futuro, y en lo que esa
pequeña causaría a su padre y sus tíos. Dom nos ofreció cargarla luego de
que él lo hiciera y en cuanto la sostuve, la calidez y el amor que sentí fue
inexplicable, algo que únicamente consiguieron mis clones años atrás.
Pensé en lo feliz que habría sido mamá con sus nietos y podía asegurar
que si papá no hubiese tenido que protegerme a mí, hubiera aceptado a
Amelia como su hija y a la bebé como nieta, si su esposa hubiese logrado
cumplir su sueño.
«La vida era injusta a veces».
Lo era.
—¿Cómo se llama? —le pregunté a Dominik, con la nena todavía en mis
brazos, luego de acariciar su mejilla con la punta de mi nariz, e inhalar
hondo su aroma.
—Aún no la bautizamos con un nombre, Amelia no está en condiciones
y quiero dejarle eso a ella cuando esté mejor —La tristeza surcó sus ojos
grises y me dolió—. Ni siquiera la ha amamantado —Miré a la nena cuando
hizo un sonido parecido a un gemido y lamenté la situación.
A pesar de que para mí fue un poco difícil, sí amamanté a aquellos
clones succionadores y les di las vitaminas necesarias para que crecieran
fuertes. La pequeña D'angelo no tendría la misma suerte, pero contaba con
un padre que la procuraría y le daría lo necesario para que creciera sana, eso
era seguro.
—Cuando Lía esté lúcida, hará todo por su hija —aseguró Darius con
mucha confianza en su hermana.
—Creo que estoy lista para verla —anuncié y ambos me miraron.
Yo sabía que Dominik me ofreció conocerla para apaciguar el odio que
volvió a despertar en mí, y fue una buena estrategia de su parte.
Besé por última vez a la nena en mis brazos y la volví a poner en su
cuna, y luego de que Dominik se cerciorara de que quedara segura y al
cuidado de las enfermeras, nos fuimos hacia la habitación de Amelia, la
cual era custodiada por más Grigoris.
—Aquí vamos —susurró antes de abrir y se colocó la máscara de
Sombra, activando a la vez el cambiador de voz.
Sentí celos al recordar que ella seguía creyendo suyo a mi Sombra, pero
sacudí la cabeza porque no me fijaría en eso a estas alturas del partido.
Respiré profundo antes de que la puerta fuese abierta y cuando vi el
interior de la habitación, dudé en dar el siguiente paso, pero Darius puso su
mano en mi espalda y me animó a seguir; tenía el corazón acelerado y
cuando sentí que de nuevo mi ira amenazaba con ganarle a mi cordura y
madurez, pensé en mamá, en su sueño, en cuanto amó a su Dahlia.
«Era tu hermana, no la asesina».
Tragué al verla.
Amelia estaba sentada en una cama pegada a la ventana, lo que le
permitía ver el paisaje exterior, tenía el cabello suelto y vestía el atuendo de
los pacientes. Y podía asegurar que escuchó la puerta abrirse, pero no se
giró para vernos.
Era tan fácil deshacerme de ella en ese momento.
«Al fin la vida me premiaría, después de años en penitencia, yo tendría a
mi lado a mis tres hijos, mis ángeles, mi razón de vivir».
Llené mis pulmones de todo el aire que me fue posible, cuando las
palabras de mamá me encontraron como un cántico durmiendo a mis
demonios.
—Vaya, hermanita. Luces en toda tu gloria.
La voz de Darius me devolvió a la realidad y vi a Amelia tensarse.
—No la provoques —advirtió Dominik con aquella voz robotizada.
En ese momento, Amelia por fin se giró hacia nosotros.
—Darius, ya te extrañaba —murmuró con la voz apagada. Se veía
perdida, demacrada y pálida.
La ira que experimenté antes desapareció, dándole paso a la lástima, en
el momento que su mirada se conectó a la mía al percatarse de mi presencia,
y sus ojos se agrandaron.
—¡Mamá! —El corazón casi se me detuvo al escucharla.
«Joder».
Ya me habían dicho que me parecía a mi madre, sobre todo cuando nos
vieron juntas en el pasado, pero jamás noté ese parecido, aunque en ese
momento, al ver la confusión de Amelia, confirmé que los demás tuvieron
razón.
—¡Mamita!
Me preparé para defenderme cuando la vi correr hacia mí tras su
siguiente grito, pero en el instante que se arrodilló, llorando como una
pecadora ante su santo, me petrifiqué y perdí la capacidad de respirar.
«¿Pero qué carajos?»
Estaba totalmente perdida.
Escuché a Darius maldecir y apenas me di cuenta de la tensión de
Dominik, al ver esa escena desarrollándose ante ellos.
—Corrí como me lo pediste, mamá, pero me atormenta saber lo que
pasaste —siguió Amelia y se me formó un nudo en la garganta cuando me
rodeó la cintura con sus brazos—. Perdóname, mamita, por favor. Te juro
que yo no sabía que me seguían.
Jadeé cuando el aire me faltó. El dolor en su llanto era palpable hasta
para nosotros, lo supe al ver a Darius, en su rostro desencajado por el
tormento de aquellos recuerdos y podía asegurar que detrás de esa máscara,
Dominik estaba igual.
—Dime que no sufriste, mamá. Dime que mi toque funcionó para que no
sintieras el daño de esos bastardos, para que no volvieran a romperte. —El
desconsuelo en sus ruegos me estaba rompiendo a mí.
Esa agonía que transmitía comenzaba a asfixiarme.
—Isabella —rogó Darius entre lágrimas.
Lo miré y con sus gestos me suplicó que le diera un poco de alivio a su
hermana. Dominik lo estaba conteniendo y admiré su fortaleza, porque,
aunque sabía que él también se estaba rompiendo, no se atrevió a robarle
ese momento a su chica.
—Iba a huir contigo, mamita. Yo no quería que te dañaran, tú sabes que
no —Levantó la mirada hacia la mía, sus ojos estaban más oscuros y la
imagen de Daemon en sus episodios depresivos me golpeó—. Por eso peleé
a tu lado hasta que casi nos matan, porque yo te necesitaba a ti, mamá,
porque te amo, no mentí cuando te lo dije por primera vez.
—Isabella, por favor —volvió a suplicar Darius.
Fueron años permitiendo que ese odio me pudriera el alma, días y noches
llenos de agonía por lo que ella me arrebató, consciente o
inconscientemente. A mí también me enseñaron a odiarla y ahora, yo
tendría que aprender a perdonarla por mi cuenta.
—Perdóname —musitó y su labio tembló, el llanto salía como cascadas
de sus ojos, que parecían que cada vez se volvían más oscuros.
A mí me tembló la mano cuando la alcé y rocé su mejilla.
—Hija del corazón, deja ya de llorar —comencé a cantar, o al menos
eso intenté—. Junto a ti yo voy a estar y nunca más te han de hacer mal.
Vi en sus ojos el reconocimiento. Era la canción que mamá siempre me
cantó, incluso cuando ya era adolescente y me enfermaba de gripe o fiebre.
E intuí que si la usó conmigo, también lo hizo con ellos.
—Mamita —lloró y se aferró más a mí.
—Tus ojitos de luz, el llanto no han de nublar. Ven aquí, mi dulce amor,
nadie nos va a separar.
Para ese momento mi voz era gangosa porque yo también estaba
llorando. No por Amelia, pero sí por mi madre, porque la separaron de sus
hijos, porque ese malnacido de mierda los arrancó de su lado luego de que
la degradó a una piltrafa.
¡Joder!
Mi madre no merecía pasar por lo que pasó. Ella debió haber cumplido
sus sueños, tenía que estar ahí en mi lugar, cantándole esa canción a su
primogénita, su Dahlia, su guerrera. No yo, maldición.
No, después de que por mucho tiempo, quise matarla.
—Hija mía, mi amor, no me importa el sufrir. Como un sol tú me das luz
y das calor a mi vivir… ven mi amor, ven…
No pude más.
Cerré los ojos y apreté los dientes, llorando junto a Amelia, ambas por
nuestra madre, porque nos la arrebataron con crueldad cuando ya antes la
habían tenido en un infierno. Y Darius tampoco soportó la escena, llegó a
nosotras y nos abrazó, aunque Amelia no quiso dejar mi cintura ni ponerse
de pie.
—Gracias —susurró Darius en mi oído, con la voz ronca por su llanto.
No pude decirle nada.
—Papá me hizo olvidar, pero ¿sabes lo que no olvidó mi corazón, a pesar
de que mi cabeza sí lo hizo? —habló Amelia de nuevo—. La promesa que
te hice, mamá.
Esperé a que siguiera hablando, pero no lo hizo, así que carraspeé antes
de animarla a seguir.
—¿Qué promesa?
Volvió a mirarme desde su posición y sonrió, lo hizo con amor en ese
momento.
—Cuando me hiciste huir, antes de que me atraparan, juré que cuidaría a
tu hija por ti —Los ojos se me ensancharon al escucharla y Darius a mi lado
tensó el brazo con el que todavía me abrazaba—. Mi cabeza lo olvidó, pero
no mi corazón, porque las promesas no se rompen, ¿cierto? —No me dejó
responder—. Cubrí su ubicación siempre, desde que la encontré en Tokio y
la vi embarazada.
«Oh. Santa. Mierda».
Volví a quedarme sin poder respirar.
—¿Lía! ¿De qué hablas? —preguntó Darius por mí, sonando igual de
estupefacto como yo me sentía.
—¿Sabes por qué quise castigarte cuando la ayudaste a entrar a Karma?
—le cuestionó a él y de soslayo vi que Darius se sobresaltó.
—Porque te traicioné —respondió él y ella negó.
—Porque no fue LuzBel quien protegía su ubicación, fui yo, Darius. Yo
evitaba que papá supiera de ella y arruinaste todo mi esfuerzo cuando la
llevaste al club para que ellos supieran que había vuelto.
«Me cago. En la puta… Madre».
Casi me ahogo al oír tal cosa, eso no podía ser posible. Miré a Dominik
queriendo comprobar si lo que ella decía era porque él pudo decir algo, pero
negó con la cabeza.
—Lía —susurró Darius.
—Le puse el dispositivo a LuzBel para que papá no bloqueara el
inhibidor de ella, porque mi corazón me rogaba que la cuidara, cuando mi
cabeza me ordenaba matarla.
—¡Dios! —jadeé.
Dominik se acercó para que ella se apartara de mí, cuando notó que yo
estaba a punto de colapsar, pues no esperaba escuchar esas verdades, porque
sabía que no mentía. Su mente desfragmentada la estaba haciendo ir al
pasado, a recuperar aquellos recuerdos que Lucius trató de borrar, pero que
no consiguió del todo.
Y continuó hablándome como si yo fuera mamá, diciéndome cada una de
las cosas que hizo para protegerme, expresando cuanto odió que Elijah me
prefiriera antes que a ella, porque le hicieron creer que todos siempre me
elegían, comenzando por nuestra madre. Esa era la manera en la que la
manipulaban, sembrándole envidia hacia mí.
Incluso nos confesó que sabía que era Dominik quien estaba detrás de la
máscara, algo que por supuesto a él le tomó por sorpresa, pero no porque no
lo supiera ya sino porque supuso que cuando ella volvió a perderse en su
mente, creyó que de nuevo era LuzBel como Sombra.
Las miles de preguntas que me embargaron hicieron que la cabeza me
doliera, aunque no la detuve para hacerlas, ya que ella fue encargándose de
resolverlas sin que yo las formulara. Incluso me pidió perdón (a mamá en
realidad) por haber asesinado a mi padre, asegurando que se dejó ganar por
el odio y resentimiento que le nació por él, luego de que la entregara con
Lucius cuando papá sabía al infierno que la regresaría.
—Enoc sabía lo que tú viviste con papá, le confesaste todo lo que me
estaba haciendo a mí y prometió que te ayudaría, juró que me protegería y
no lo hizo. ¡No lo hizo, mamá! —desdeñó y yo jadeé, haciendo que ella
volviera a arrodillarse frente a mí—. Perdóname por favor, yo sé que lo
amas porque te devolvió la felicidad que Lucius te arrebató, pero no
cumplió, mamita y…, por su culpa yo viví en un infierno peor.
«Joder, Colega».
Ya había entendido a papá, pero en ese momento me puse en los zapatos
de ella, porque me había hablado de todo lo que vivió, siendo el conejillo de
indias de aquellos malnacidos, entrando y saliendo de las drogas, de los
electrochoques para que superara la abstinencia… ¡Dios mío!
Entendía su agonía y el dolor que nublaba sus ojos, los celos que sentía
por mí, porque yo sí tuve la mejor versión de nuestra madre y, aun así,
también vi su lucha porque quería ser una buena chica para enorgullecer a
mamá y a Darius, aunque Lucius haya conseguido manipularla.
—Mi hermosa Dahlia, mi guerrera —musité, repitiendo las palabras de
mamá en su diario, y Amelia me miró—. Tan fuerte y frágil. Tan llena de
bondad, escondida dentro de la maldad. Ocultando su astucia debajo de la
ingenuidad. Siempre tan llena de luz, a pesar de estar rodeada de oscuridad,
Mi ángel de alas rotas, creyéndose un demonio, Mi hija, mi primogénita, mi
primer amor.
Tomó la cajita de gamuza que coloqué en sus manos, junto a esa página
del diario que antes había arrancado para ella. Sonrió entre las lágrimas que
derramaba y por primera vez desde que llegué, noté que el tormento en sus
ojos comenzó a calmarse.
Y yo, en ese instante, tomé el lugar de mamá porque quería hablarle a
través de ella. Y nada de lo que repetí era mentira. Amelia creció
creyéndose nada cuando en realidad era una luchadora, una guerrera en
todo el sentido de la palabra. Era una villana en mi cuento de hadas, hasta
que la vi desde los ojos de nuestra madre.
—Una Dahlia negra capaz de dar suaves caricias en las manos correctas,
pero que atraviesa con sus[18] espinas las incorrectas.
Me alejé de ella luego de eso y fui testigo de cómo comenzó a perderse
de una manera diferente, era como si estuviera inmersa en un viaje astral, su
cuerpo estaba con nosotros, pero no su espíritu ni su mente. Entonces decidí
marcharme porque ese día, la chica me dio más de lo que esperaba, sin
embargo, las palabras que susurró antes de que saliera de la habitación, me
marcaron.
—Dile a tu rosa de fuego que no se deje tocar, que no se pierda, mami,
porque entonces harán de ella lo que él quiera.
Nos dio la espalda enseguida de eso y comenzó a tararear la canción que
yo le canté antes. Mi piel se erizó al escucharla y sentí una sensación de
miedo en el pecho, a pesar de la tranquilidad que me había embargado
antes.
No pudimos hablar nada con Darius, cuando salimos de aquella
habitación, porque ambos estábamos absortos por lo que presenciamos,
demasiado afectados por ver a Amelia perdida de esa manera y sobre todo,
sin saber cómo procesar lo que nos confesó.
—Linda, ha sucedido algo que debes saber —me avisó Caleb cuando
salimos al estacionamiento, y el terror por pensar que dañaron a mis hijos, o
a Elijah, acabó con el ensimismamiento que me tenía en jaque—. Todavía
no tengo la información completa, pero al parecer, todo indica que sucedió
algo entre Myles y Hanna.
—¿Hanna? —dijimos al unísono con Darius.
—Sí, pero ninguno de los de las élites en el cuartel me responde, así que
no sé a ciencia cierta lo que pasó. Me comuniqué con Maokko, pero ella
solo sabe que Eleanor se ha encerrado en su habitación a llorar
desconsolada y cuando le preguntaron qué sucedía, pidió que la dejaran
sola.
—¡Jesús, Caleb! —exclamé preocupada por Myles.
Comencé a marcarle a Elijah y me desesperó que no me respondiera. Vi
que Darius sacó también su móvil y empezó a hacer algunas llamadas.
—Dime por favor que no ha sido un ataque de los Vigilantes —le
supliqué al rubio.
—No, aunque hay policías en el cuartel.
—¡¿Policías?! ¡Mierda! —espeté con el móvil en mi oreja, pues volví a
marcarle a Elijah.
Los policías no llegaban al cuartel, así que eso me resultó más confuso.
—LuzBel iba camino al cuartel cuando me avisaron que algo pasaba, así
que supongo que por eso no responde —añadió el rubio y maldije.
Vi que Darius tampoco estaba teniendo suerte con las llamadas y
mientras yo optaba por marcarle a Tess, le avisé que me iría con Caleb y
mis escoltas, él asintió asegurando que nos seguiría al cuartel intuyendo que
era nuestro destino.
—¿Los niños están bien?
—Sí, linda. Sea lo que sea que está pasando, es en el cuartel.
—¡Tess! Por Dios, ¿qué ha sucedido? —entoné cuando la pelirroja cogió
mi llamada.
—Eso mismo me pregunto yo, Isa —se quejó ella con la voz gangosa y la
imaginé llorando con frustración.
—¡No encontramos a Myles! —Escuché a Dylan gritar al fondo.
—¡Que alguien me diga de una vez qué pasa! —grité desesperada—.
¿Sabes dónde está Elijah? —añadí asustada por él.
—Se fue hace unos minutos con Hanna —informó Tess y sentí que perdí
el color del rostro—. Pasó algo con ella y Myles, Isa —siguió—. Mi padre
trató... —en ese momento ella sollozó y el alma me abandonó—, de abusar
de ella. —finalizó.
—¡¿Qué?! —exclamé con los ojos desorbitados.
Caleb me tomó del brazo cuando me notó afectada y me ayudó a subir al
coche.
«¡Eso no podía ser cierto!»
¡No, por Dios! Me rehusaba a creerlo.
—¿Dime que esto es una broma de mal gusto de tu parte? —inquirí y
Tess rio sin gracia.
—¿Crees que precisamente yo, que he atravesado por eso, voy a jugar
con algo así? —Sonó tan indignada como dolida—. Y lo peor es que mi
padre huyó, Isa. Lo que confirma que esto es cierto.
Yo también había atravesado por eso, pero me negaba a creer que Myles
hubiese hecho tal cosa. No podía ser cierto, ¡por Dios!
Puse la llamada en altavoz y le pedí a Max que condujera mientras Tess
seguía narrándome lo que pasó. Según ella, Hanna había obtenido
autorización de Myles para quedarse en el cuartel, luego de darse a conocer
la noticia de que Lucius estaba vivo; y debido a lo que la rubia pasó en
manos de ese engendro, pues era obvio que tuviera miedo de lo que podían
hacerle.
No me hizo gracia enterarme por Tess de esa decisión, hasta en ese
instante, pero lo dejé de lado porque no era lo que importaba, lo que sí lo
hizo fue lo que la pelirroja añadió a continuación: esa mañana hubo un fallo
eléctrico en el cuartel y todos estaban concentrados en solucionarlo. Evan le
pidió a Hanna que se lo comunicara a Myles cuando él llegó al lugar, luego
de la reunión que tuvimos en el búnker, debido a que la chica insistió en
colaborar en algo para no sentirse inútil allí.
Y después de eso, lo único que supieron fue el escándalo que Elijah
estaba haciendo porque llegó al cuartel para hablar con su padre, referente a
un movimiento de los Vigilantes que Cameron le informó. Un Grigori le
había dicho a Tess que su hermano entró por la fuerza a la oficina de Myles,
al escuchar los gritos aterradores de Hanna pidiendo ayuda, justo en el
momento que él se acercó al lugar.
Al abrir encontró a la chica hecha un ovillo en un rincón de la oficina,
con la ropa desgarrada, Myles estaba retirado de ella, pero lucía estupefacto
y asustado; y todo indicaba que Hanna también logró llamar a la policía y
estúpidamente Myles huyó del lugar, algo que solo lo catapultó como el
culpable de los hechos.
Y sí, parecía lógico, pero… me cegué, me negué a creer que él hubiera
sido capaz de algo así.
—¿Tienes idea de dónde pueda estar Elijah con ella? —le pregunté
cuando terminó de informarme todo lo que sabía.
—Evan escuchó que Elijah la llevaría a su apartamento, cuando ella
aseguró que papá no alcanzó a dañarla —Carraspeó antes de seguir—. Ya
sabes en qué sentido.
—Sí, lo sé —afirmé con la voz un poco temblorosa.
Le agradecí a Tess por haberme respondido y a continuación le pedí a
Max que nos llevara al apartamento. Llamé a Elijah una última vez para
confirmar si estaban allí, pero no me respondió y eso me frustró en
sobremanera.
—¡Demonios! —bufé, soltando el aire por la boca con mucha pesadez.
Ese día estaba resultando peor de lo que imaginé, cuando añoré que
mejorara, luego de haberme reconciliado con Elijah antes de ir a la clínica
St. James.
—Tengo en este coche la llave de repuesto por si no quieres tocar la
puerta —avisó Caleb y asentí, mirando por la ventana.
—Estoy harta de todo esto —admití para mi amigo y él me tomó de la
mano.
—Todo apunta a Myles y no hay suficientes pruebas a su favor para
defenderlo, pero te prometo que me encargaré de llegar al fondo de esto. —
Exhalé un largo suspiro al escucharlo.
—Sé que lo harás, confío en ti —dejé por sentado—. Pídele a Isamu que
se encargue de buscar a Myles —solicité.
—Ya está hecho —confirmó y asentí.
Me recosté en su hombro tras eso.
No me apetecía hablar de nada, pero sí quería su cercanía, demostrarle de
esa manera que valoraba que me apoyara, que me facilitara la vida en
momentos tan miserables porque Caleb tenía un don para eso. En días
normales me dejaba ordenar y manejar las cosas por mi cuenta, sin
embargo, cuando aparecían los problemas, se convertía casi como en mi
segundo cerebro.
Me sentí nerviosa cuando llegamos al apartamento y encontré afuera a
Roman e Isaac. El primero me informó que Marcus estaba adentro junto a
Elijah y Hanna y no tuve necesidad de utilizar la llave de repuesto, porque
la puerta estaba sin seguro. Caleb entró conmigo, el moreno estaba en la
sala, revisando algo en una laptop y en cuanto me vio, con la barbilla me
señaló hacia la habitación de invitados.
—Espérame aquí —le pedí a Caleb y este asintió.
Escuché los sollozos de Hanna y la voz de Elijah al llegar al pasillo, la
puerta estaba abierta, lo que me permitió verla con el cabello húmedo,
vestida únicamente con una bata de baño. Elijah la consolaba, abrazándola
mientras la chica lloraba sobre su pecho.
«Increíble como la vida trataba de darte una cucharada de tu propia
medicina».
Odié el señalamiento de mi conciencia, pero también le di la razón. Esa
mañana Elijah había visto cómo me abrazaba con Elliot y en ese momento
él lo hacía con Hanna, como si de nuevo estuviera devolviéndome la
estocada.
Sacudí la cabeza cuando comencé a pensar a través de los celos y tuve
que hacer acopio de mi madurez, pensando en que él solo actuaba así por lo
que la chica acababa de pasar.
—White —me llamó Elijah al darse cuenta de mi presencia.
Hanna se separó de él en un santiamén, asustada al verme, actuando
como si acabara de encontrarla en una situación infraganti. Tenía los ojos
rojos, la nariz hinchada y golpes visibles en el rostro y cuello, además del
labio inferior partido.
Tragué con dificultad y sentí una presión horrible en el pecho, porque yo
también estaba viendo el estado en el que, supuestamente, Myles la dejó.
—Así esto me haga quedar como una perra ante ti, debo decirlo —
comencé a decir y Elijah se puso de pie, pero no me estaba dirigiendo a él
—. Quiero creerte, pero me cuesta porque conozco demasiado al hombre
que acusas y me niego a aceptar que te haya hecho esto.
—Estás jodidamente bromeando, ¿cierto? —gruñó Elijah por ella y alcé
la barbilla, mirándolos a los dos—. Puedo entender que estés celosa, White,
pero ¿llegar a este punto?
Reí sin gracia por hacer esa declaración ante ella, sin embargo, entendía
su punto.
«Todo apuntaba a Myles».
Y comencé a temer que yo fuera la única ciega.
—No dañes a un buen hombre por obtener su atención —le pedí a
Hanna, refiriéndome a Elijah.
—Isabella…
—Me sorprende que precisamente tú, me estés diciendo esto. ¡Tú, que
deberías comprenderme más que los demás! —El valor que Hanna tomó en
segundos, al cortar lo que sea que Elijah iba a decirme, me sorprendió, pero
más lo hizo su señalamiento.
Y lo miré a él con decepción, al intuir por qué ella habló como si
conociera esa parte de mi pasado.
—Vamos afuera —me pidió y caminó hacia mí e intentó tomarme del
brazo, pero no se lo permití.
Aun así, salí de ahí con él siguiéndome los pasos y me encaminé a la que
fue nuestra habitación.
—Dime que no le hablaste de mi vida —exigí en cuanto entramos y él
cerró la puerta.
—Por supuesto que no, Isabella. Simplemente le dije que tú la
comprenderías porque te has dedicado a salvar a mujeres que sufren ese
tipo de abusos —explicó, refiriéndose a nuestra mayor labor en La Orden
—. Se lo dije porque ella tenía miedo de tu reacción.
—Claro, porque soy el monstruo, ¿no? —satiricé y negó con la cabeza.
—No, Isabella. Eres una víctima como ella, por eso me sorprende que
estés actuando así cuando estás viendo lo que ha pasado en manos de mi
maldito padre —espetó entre dientes.
—¡No, Elijah! No soy ninguna víctima, no quiero que me sigas viendo
así —largué—. Y porque Myles es tu padre es que actúo de esta manera,
porque también es como un padre para mí, porque lo conocemos… ¡Joder!
Tú y yo sabemos que él no haría esto y me enerva que tengas tan poca fe,
que ni siquiera le des el beneficio de la duda.
Bufó exasperado, decepcionado y muy furioso.
—Porque fui quien lo encontró en esa oficina es que dejé de darle el
beneficio de la duda, Isabella —gruñó con dolor—. Vi a mi maldito orgullo,
mi ejemplo a seguir, tratando de abusar de alguien y cuando se vio
expuesto, huyó como un vil cobarde.
—¿Lo viste? —inquirí y me miró incrédulo—. ¿Entraste justo cuando la
tenía entre sus brazos a punto de dañarla?
—¿Pero quién putas eres tú? —Me alzó la voz, incrédulo porque le
hiciera esas preguntas y cerré las manos, clavándome las uñas en las palmas
—. ¿En serio te atreves a dudar de lo que pasó cuando estás escuchando que
Myles huyó? ¿Crees que si él fuera el hombre honorable que ha demostrado
ser, se habría ido antes de dar la cara para aclarar que esto ha sido un
malentendido? ¡Mierda! ¿Por qué demonios te estás poniendo del lado del
victimario antes que de la víctima?
Me limpié una lágrima con brusquedad para después responderle.
—Porque contigo y con Amelia he aprendido que el villano de la historia
no siempre lo es —espeté—. He aprendido de mis errores, la juzgué a ella
durante años, la he odiado por todo lo que me hizo, porque todas las
pruebas la apuntaban como la victimaria. Creí a Sombra la peor mierda en
su momento y mira cómo resultó todo, Elijah.
Negó con la cabeza y me dio la espalda, tratando de controlarse.
—No te ciegues por eso, White —recomendó sin mirarme—. Porque te
dolerá darte cuenta de que esta vez, estás defendiendo a la persona
equivocada.
—Lamento si yo tengo más fe en tu padre que en una recién aparecida en
la cual no confío —zanjé y entonces se giró para enfrentarme una vez más.
—Te estás dejando cegar por tus celos hacia ella… ¡Escúchame! —
exigió cuando vio que iba a replicar—. Para ti es una recién aparecida, pero
no para mí. La conozco desde hace un par de años, ya se ensañaron con ella
antes por mi culpa, sé lo que vi hace unas horas en aquella oficina, así que
no me salgas con que estoy defendiendo a la persona equivocada, porque a
diferencia de ti, no voy a creer más en Myles por ser mi padre.
Tragué y apreté los dientes, llena de miedo, frustración e inseguridad. Y
no por lo que la chica podía representar en mi relación con él, sino porque
de verdad estaba teniendo más fe en Myles y no quería equivocarme.
—A ella la conoces desde hace un par de años, a tu padre de toda la vida
—le recordé—. Y sí, todo apunta a Myles y siento celos de ella porque la
tratas con una delicadeza que no tuviste conmigo cuando recién me
conociste. —Alcé la mano en ese momento cuando fue él quien quiso
replicar—. Pero no me estoy dejando llevar por ellos sino por mi intuición,
y algo en mi interior me grita que le dé el beneficio de la duda a tu padre, ya
que no solo por ser un hombre y Hanna una chica indefensa, significa que
no puede ser tu amiga la loba vestida de oveja.
—No estoy confiando en Hanna por ser mi amiga. Confío en lo que vi —
desdeñó, mirándome desafiante.
—Y yo confío en que conozco a tu padre.
—¡Joder, Isabella! Me cuesta creer que tú, después de lo que pasaste, te
pongas en este plan. —Bufó frustrado—. ¿Te habría gustado que yo pusiera
en dudas lo que…?
—No, Elijah, no uses mi experiencia para que acepte lo que tú quieres
que acepte —lo corté—. Eso es un golpe muy bajo de tu parte.
Él se dio cuenta de su error e intentó acercarse a mí, pero me alejé
porque eso no lo íbamos a resolver de esa manera y menos en ese momento.
—Está bien, White. Tienes razón, la he cagado con eso —admitió—. Y
no quiero que tú y yo nos peleemos de nuevo cuando debemos estar más
unidos.
Lo miré cansada, cerré los párpados durante un instante y lo sentí
tomarme de las manos. Negué con la cabeza porque el nudo en mi garganta
creció y los ojos me ardieron, pero no estaba dispuesta a llorar más. Así que
solté el aire que retenía y tomé por él la mejor decisión para ambos.
—Apóyala si eso te hará sentir mejor contigo mismo —lo animé con la
voz gélida—. Solo aléjala de nuestros hijos porque hasta que se demuestre
lo contrario con Myles, para mí tu amiga será alguien que únicamente busca
tu atención.
—Ya, Bonita. No más —pidió y ambos nos miramos con desafío.
—Respeto tu manera de pensar, respeta tú la mía —recomendé.
Zanjado eso, me fui de la habitación, dejándolo con ella, sintiendo en ese
instante que retrocedimos el doble de pasos, que antes dimos al
reconciliarnos.
«De corazón esperaba que tu intuición no te estuviera fallando por
primera vez, Colega».
Yo también.
Capítulo 41
El maldito soy yo
Elijah

Aprender a dar espacio no estaba siendo fácil, pero me obligaba porque


de verdad quería hacer todo lo que estuviera en mis manos, para que mi
relación con Isabella siguiera adelante. Una relación que se mantenía sin
etiquetas, ya que nunca le pedí que fuera mi novia, aunque eso no impidiera
que la sintiera mía.
—Owen y Cameron ya vienen hacia acá —me avisó Marcus cuando salí
de mi habitación, luego de que Isabella se marchara, y asentí.
No era mi intención quedarme en el apartamento con Hanna, por eso le
había pedido a él que llamara a los chicos para que se hicieran cargo de la
seguridad de la rubia. Y si dejé marchar a Isabella sin mí, fue porque noté
que, aunque no era lo que yo quería, a ella sí le urgía poner distancia entre
nosotros.
Mierda.
Seguía sin saber cómo tomar el que ella defendiera a Myles, que no le
importara lo que le aseguré que vi, que no le prestara atención a que yo, que
había considerado a mi progenitor como el mejor de los hombres, estuviera
tan decepcionado de él, pues nadie me dijo lo que pasó y seguía repitiendo
en mi cabeza los momentos vividos en aquella oficina.

—¡Joder! ¡¿Pero qué has hecho?! —espeté tras abrir la puerta y


encontrarlo hecho una furia, mirando a Hanna con frustración y enojo,
porque ella de alguna manera, consiguió defenderse de lo que él pretendió
hacerle.
La rubia estaba retirada de él en ese momento, en una esquina, hecha un
ovillo, temblando de terror, con la ropa destrozada, golpeada, despeinada y
el maquillaje corrido.
El semblante de padre cambió al darse cuenta de mi presencia, al verse
pillado cometiendo la peor canallada.
—Ni yo sé lo que he hecho, pero… creo que no ha sido solo por gusto.
—¡¿Qué mierdas te pasa?! —espeté y lo cogí de la camisa por su
respuesta tan cínica.
Sus ojos se volvieron brillosos y la respiración se le aceleró. Y lo solté
únicamente porque escuché sollozar a Hanna, así que me fui hacia ella de
inmediato para asegurarme de que él no la dañó más de lo que podía ver.
—Hanna, tú… yo…
—¡No más, por favor! —gritó ella en el momento que padre también
intentó volver a acercársele.
—¡Aléjate! —le exigí yo.
Detuvo sus pasos, luciendo más furioso, pero no seguí poniéndole
atención porque Hanna corrió a mis brazos y la sentí temblando y sudando
helado.
—Quiso abusar de mí —sollozó ella—. Conseguí golpearlo y llamé a la
policía desde su teléfono mientras estaba aturdido, ya que cerró la puerta
con seguro y nadie escuchaba mis gritos de auxilio.
La puerta de esa oficina únicamente se desbloqueaba con la llave (una
que yo también poseía), así que comprendí que ella no hubiera podido salir,
además de que tenía un nivel intermedio de insonorización, para que nadie
escuchara las conversaciones que padre llevaba a cabo dentro.
Por esa razón yo solo la escuché hasta que estuve cerca y porque de
verdad gritó con terror.
—Zorra mentirosa, ahora es mi culpa —gruñó padre.
—¡Aléjate, joder! —espeté cuando Hanna gritó porque él trató de
arrebatarla de mis brazos. Estaba desconociendo a ese hombre que distaba
mucho de ser mi progenitor—. ¡Demonios, padre! ¡¿Por qué tú?! —
indagué, queriendo que eso fuera una mentira.
Pero al ver que su enojo solo iba en aumento, me di cuenta que estaba
haciendo preguntas estúpidas.
—Aléjate de ella, Elijah. Y no… —sacudió la cabeza antes de seguir
hablando y yo me quedé sin palabras—, no vuelvas a meterte en mi camino
otra vez.
—¿Otra vez? —preguntó Tess sorprendiéndonos.
Estaba llorando, mirando a nuestro padre dolida, traicionada,
aterrorizada y decepcionada porque su héroe, de un momento a otro, se
convirtió en uno de sus peores monstruos.
—Cariño, yo solo…
—¡No! No me toques, aléjate de mí —exigió Tess con aversión y por
primera vez padre se mostró asustado—. ¿Cómo pudiste, papá? —lloró
ella.
—Solo hice lo que ella quería que hiciera —se defendió sin darse cuenta
de que lo único que conseguía era hundirse más.
—¡Oh, Dios! Sácame de aquí —rogó Hanna, comenzando a temblar
más.

Puta madre.
Seguía sin poder creer lo que viví en esa oficina con él, pero no podía
cegarme como lo estaba haciendo Isabella, porque ella no se hallaba
conmigo cuando lo encontré con Hanna. Y temía que si yo no hubiera
llegado a tiempo a esa oficina, ahora mismo estaría lamentándome de que
de nuevo dañaran a una persona por mi culpa.
Y habría dolido más, porque esa vez, el violador era mi jodido padre.
Pensé en la reacción y dolor de Tess al revivir lo que pasó en manos de
aquellas escorias. Por ella es que no concebía que Isabella defendiera a
padre; me parecía estúpido que los celos que le provocaba Hanna, la
hicieran estar de parte del culpable y no de la víctima. Aunque, aun así, yo
sabía que fui un imbécil por decir lo que le dije, en mi desesperación porque
entendiera que no estaba dándole la espalda a Myles por ser un mal hijo.
Demonios.
Ella tuvo razón de acusarme de haberle dado un golpe bajo, pues eso
hice. Y me frustraba, ya que nunca se trató de eso, simplemente busqué su
apoyo y comprensión, que estuviera de mi lado y no que me hiciera sentir
más mierda de lo que ya me sentía.
—Owen y Cameron estarán a tu disposición en lo que sea que necesites.
Marcus se quedará aquí mientras ellos llegan —le avisé a Hanna en cuanto
regresé a la habitación de invitados.
La encontré sentada en la cama, abrazándose las piernas, con la frente
presionada en sus rodillas mientras seguía llorando.
—No, Ángel. No me dejes sola por favor, no puedo confiar en nadie más
que no seas tú —rogó saliendo de la cama y negué en cuanto me abrazó.
«Siento celos de ella porque la tratas con una delicadeza que no tuviste
conmigo, cuando recién me conociste».
Las palabras de Isabella me asestaron de golpe, y apreté los puños, a los
lados de mi cuerpo, sin corresponderle a Hanna. No era delicado con ella,
simplemente me sentí culpable porque ya había sufrido una violación por
mi culpa, y de nuevo estuvo a punto de sufrir otra a manos de mi jodido
progenitor.
Y si la consolé cuando White llegó al apartamento, y nos encontró, fue
solo porque Hanna buscó en mí, lo que hubiera deseado que mi reina
buscara conmigo cuando atravesó lo de Derek.
Por un momento quise resarcir con la rubia, un poco de todo aquello que
le hubiese dado a Isabella, si en lugar de creer que sentiría asco por ella,
hubiera buscado mi consuelo para superarlo. Sin embargo, al darme cuenta
de que la Castaña en lugar de comprender eso, le dolió lo que vio, me hizo
ser reacio al toque de Hanna en ese instante.
—Owen es tu amigo, no va a dañarte —aclaré para ella y la separé de mí.
—Tu padre también lo era —me recordó y sentí una punzada en el pecho
—. Y no solo eso, Ángel, él me demostró que quería ayudarme cuando tu
madre le habló de mi terror, por la noticia del regreso de Lucius. Me hizo
sentir protegida, al ofrecerme que me quedara en el cuartel con los demás
chicos, y mira lo que trató de hacerme hoy.
Maldije en mi interior.
Antes de que Isabella llegara al apartamento, Hanna tuvo el valor de
hablarme de lo que sucedió en realidad, la razón por la cual mi padre la
trató de zorra mentirosa y aseguró que solo hizo lo que ella quería.
La rubia se había seguido viendo con mamá, entablaron una amistad
debido a las fundaciones y eso la llevó a tener más contacto con padre, por
eso él se atrevió a ofrecerle protección sin consultármelo antes. Lo único
que respetó, fue no llevarla a casa porque no iba a incomodar a Isabella,
además de que Hanna desconocía la existencia de los clones, pues ni Alice
ni Owen se lo mencionaron, por lo que no la pondrían al tanto sin que
nosotros lo autorizáramos.
Mi padre, al parecer, confundió el trato amable de Hanna con
provocación, por esa razón quiso sobrepasarse con ella, aprovechando el
maldito fallo eléctrico del cual la rubia le informó por orden de Evan.
Y juro que si yo no hubiera visto a Myles como lo vi en la oficina, habría
dudado de eso, o buscado otra explicación, pero todo concordaba con la
historia de Hanna y los demás, para que él quedara como el malnacido de la
situación.
Él ya había planeado todo, simplemente esperó su mejor oportunidad,
por lo mismo no le importó tenerla en el cuartel siendo alguien ajena a la
organización. Por su deseo de mantenerla cerca se excusó con que Hanna
era alguien de confianza y que si madre confiaba en ella, pues nosotros
debíamos hacer lo mismo.
—Quiero ayudarte, Hanna. Me siento en deuda contigo por lo que has
tenido que pasar, pero entiéndeme. Estamos pasando por una situación
demasiado delicada y necesito a Isabella conmigo, no contra mí.
Fui sincero porque así deseara ayudarle para resarcir lo que antes no
pude (con la mujer que me importaba), eso no significaba que en el proceso,
la cagaría más con Isabella. Además, Hanna tenía conocimiento de la alerta
en la que estábamos y lo sucedido con padre acababa de complicarnos más
las cosas, por lo que debía lidiar con eso sin descuidarme de la protección
de mis hijos.
—Lo siento —susurró abrazándose a sí misma—, no pretendo ser una
carga más para ti, por eso cometí el error de aceptar la ayuda de tu padre,
porque no quería buscarte sabiendo que estás de nuevo con ella.
Negué con la cabeza.
Ella no había vuelto con su familia creyendo que podría seguir con una
vida normal, en la ciudad en la cual creció. Y ahora, con el regreso de
Lucius menos los buscaría, pues le aterraba la idea de que la siguieran y los
dañaran a ellos para hacerle pagar por huir. Esa fue la razón por la que no
discutí con padre, por haberla acogido en el cuartel, pues él hizo lo que yo
no podría.
Y no porque no podía, nadie me lo habría impedido de haber querido
tomar su protección por mi cuenta, pero, de nuevo, no le hice una promesa
vana a Isabella de intentar ser mejor; aunque, cuando yo la encontré en
casa, abrazándose con Elliot, llevándome una vez más al borde de la locura,
estuve a punto de enviar todo a la mierda, ya que así ella no lo supiera aún,
estaba tratando de alejar de nosotros a las personas que dañaban, o influían
para mal, en nuestra relación.
Y antes de irse, la Castaña me confirmó cuánto le afectaba la presencia
de Hanna en nuestras vidas. Y yo sabía lo mierda que se sentía, aunque a
diferencia de lo que yo hice con Elliot, ella me estaba demostrando que
confiaba en mí, aunque no lo hiciera en la rubia.
—Gracias por entenderlo —le dije a Hanna, decidiendo que no le daría
largas al asunto—. Y estaré pendiente de ti, aunque no nos veamos. Te
prometo que nadie más volverá a dañarte —aseguré y me di la vuelta para
marcharme.
Ella no me detuvo ni insistió, supo respetar mi punto de vista y me ayudó
no complicándome más las cosas.
Necesitaba ir a casa y hablar con Isabella, pero presentía que no era el
momento, por lo que le pedí a Roman que me llevara al cuartel. Tess y
Dylan ya no se encontraban ahí, los demás de mis élites sí, y se encargaron
de ponerme al tanto sobre lo que aconteció luego de que me marché con
Hanna.
El departamento policial iba a dejar que nosotros nos encargáramos de
padre, aunque ninguno de los chicos tenía idea de adónde se había metido,
luego de huir como un cobarde, pues desactivó su rastreador, consciente de
que lo buscaríamos.
Y cuando por fin volví a casa, las cosas no estaban mejores, puesto que
encontré a madre devastada con lo que su marido hizo (Tess se lo informó)
y cuando hablé con ella queriendo consolarla, me sorprendió al confesarme
que se sentía culpable con Hanna, ya que aseguró que pudo haber evitado
ese desenlace, pero confió demasiado en Myles.
—¿De qué estás hablando, mamá? ¿Cómo podías evitarlo? —le preguntó
Tess, quien se encontraba ahí con nosotros.
Madre le había pedido que hablaran, aterrada de que Myles le hubiera
hecho algo a ella también en algún momento. Mi hermana lloró al ver hasta
el punto que llegamos y aseguró que nuestro padre jamás la abusó de
ninguna manera. Y yo lo maldije en esos instantes porque jodió más
nuestras vidas, lo hizo en un momento crítico, donde debíamos estar unidos.
—Vi el trato que Myles le estaba dando a Hanna, pero lo dejé pasar
porque era el mismo que le da a Isabella —admitió entre lágrimas y yo me
tensé con la mención de la Castaña. Tess lo notó y me miró con los ojos
muy abiertos.
—Papá trata a Isa como si fuera su hija —señaló la pelirroja y madre rio
con amargura.
—Sí, tal cual lo estaba haciendo con Hanna, y mira cómo terminaron las
cosas —largó satírica.
—¿Viste algo fuera de lugar entre él e Isabella? —inquirí, temiendo un
poco por su respuesta, pero madre negó con la cabeza.
—No, sin embargo, ahora mismo no sé si se debe a que Isabella siempre
le ha correspondido porque lo ve como un segundo padre —explicó.
«Aléjate de ella, Elijah. Y no…, no vuelvas a meterte en mi camino otra
vez».
Respiré hondo, queriendo alejar los monstruos en mi cabeza, pensando lo
peor de padre en ese momento, tras recordar su advertencia. Lo odié por
haberme fallado como ejemplo y, aunque quería llegar al fondo de todo, mi
desconfianza por ese hombre ya no tenía retorno.
Y no sé ni cómo aguanté hasta terminar la conversación con madre, para
buscar a Isabella. Iba desesperado al salir de la habitación de Eleanor,
directo a la oficina de casa luego de que uno de los Sigilosos, que encontré
en el camino, me avisara que ella estaba allí con algunos de su élite.
Entré sin llamar a la puerta, encontrándome con Caleb, Maokko, Ronin e
Isamu acompañándola, y todos me miraron serios por la interrupción.
—¿Podemos hablar? —inquirí mirándola solo a ella, la vi asentir, seguía
seria, incluso atormentada.
Me restregué el rostro, esperando a que los demás abandonaran la
oficina, sintiéndome demasiado exhausto.
—Te advierto que no pienso discutir más contigo —habló cuando
estuvimos solos. Caminé hacia ella sin decir nada, estaba de pie detrás del
escritorio, con las palmas apoyadas en este, como si buscara un alivio para
todo el peso que ya tenía acumulado en los hombros—. Elijah —advirtió
con la voz entrecortada.
Me llamaba todavía por mi nombre. Eso fue todo lo que necesité para
cogerla del rostro y antes de que soltara otra advertencia, tomé sus labios
entre los míos, besándola profundo y duro. A duras penas cogió aire por mi
arrebato, pero incluso con la sorpresa que eso le provocó, su lengua rozó la
mía, enviando una sacudida directo a mi corazón, como si se tratara de un
desfibrilador, dándome el choque eléctrico que necesitaba para que mi ritmo
cardiaco volviera a ser normal.
O lo que yo consideraba normal con ella en mi órbita.
Gruñí y arrastré las manos a su cuello y me aferré a ahí sin dañarla,
simplemente sosteniéndola, consiguiendo que echara la cabeza hacia atrás
para que me diera más acceso a su boca. Me moví sobre sus labios
haciéndola mía con mi lengua, deleitándome con sus gemidos; luego hundí
mis dientes en su labio inferior y tiré de él, zambulléndome una vez más,
repitiendo el proceso anterior, jugando con su lengua hasta que ella se
rindió y se aferró a mi cintura.
—Dime que no intentó nada contigo —supliqué tras cogerla de los
muslos, para sentarla sobre el escritorio y meterme en medio de ellos.
—¿De qué hablas? —quiso saber, rozando sus labios sobre los míos y
volví a besarla.
Mierda.
No quería cagarla de nuevo, no podía darle poder a mis demonios de esa
manera, pero luego de lo que señaló madre, incluso cuando ella descartó
que padre tuviera otras intenciones con Isabella, no podía sacármelo de la
cabeza.
—Nunca se propasó contigo, ¿cierto? —volví a decir y la tomé del rostro
para que me mirara a los ojos. Ambos teníamos las respiraciones aceleradas
por el beso que seguimos dándonos—. Myles, Bonita… ¿nunca intentó
nada contigo?
Sus ojos casi se desorbitaron al comprender mi pregunta.
—¡Por Dios, Elijah! ¡¿Cómo se te ocurre?! —inquirió indignada y el
alivio que sentí por poco hace que mis piernas flaquearan.
—Puta madre —jadeé.
La abracé luego de eso, diciéndole con ese gesto que no quería discutir
más, simplemente necesitaba verla a los ojos y que sus labios me sacaran
esa maldita desconfianza de la cabeza, porque no podía fiarme más de
Myles luego de lo que hizo.
—Voy a llegar al fondo de esto, me dedicaré a resolver esta situación,
pero no te quiero cerca de él —dije y se separó de mí.
Le estaba pidiendo eso porque ya sabía que ella estaba movilizando a su
gente para encontrar a Myles, y podían hacerlo antes que nosotros.
—Deja de hablar de él como si fuera el peor de los canallas.
—Por favor, Isabella. No te quiero cerca de él, al menos hasta que todo
esto se resuelva —Mi voz fue dura, pero ella vio la súplica en mis ojos—.
No te expongas.
—No puedes hablar así de tu padre —se quejó con la voz lastimera.
Detestaba que lo defendiera tan ciegamente, pero no podía solo
molestarme cuando ella no vio cómo lo encontré.
—No hablo mal de él, lo estoy haciendo del bastardo que encontré en esa
oficina, furioso porque Hanna se defendió —Quiso apartarse de mí, pero no
se lo permití—. ¿Quieres saber lo que vi? ¿Por qué estoy así? Escúchame
—demandé y se mordió el labio con enojo. Pero calló y no intentó apartarse
más.
Lo tomé como una señal y comencé a narrarle todo desde que llegué al
cuartel. Le expliqué incluso por qué Hanna estaba allí, la razón de que no se
lo dijéramos antes, que se debió únicamente a que estábamos ensimismados
en lo que sucedía con los Vigilantes, y nos ocupamos tanto con eso, que no
habíamos hablado como se debía.
Joder.
Ni siquiera nos habíamos visto como queríamos, llevaba días sin jugar
con mis hijos. A ella la follé hasta ese día y me enervaba que tuvo que pasar
lo de Elliot para darme cuenta de que la estaba descuidando. Y como si no
tuviéramos suficiente, Myles terminó de cagarse en todo y nos añadió otro
problema a la lista.
—¡Jesús! —exclamó ella cuando finalicé.
—¿Entiendes ahora porqué te quiero lejos de él? —pregunté.
La tenía sobre mi regazo, ella a horcajadas de mí, mientras yo me
encontraba sentado en la silla detrás del escritorio. Terminamos en esa
posición en un momento dado de mi relato y bajó la mirada en cuanto me
escuchó.
—Sí —respondió cuando la tomé de la barbilla y la hice mirarme—.
Entiendo que todo apunta a que él es el culpable, pero no quiero que
desconfíes del trato que siempre ha tenido conmigo, porque Myles ha sido
como mi padre, Elijah.
—Yo sé eso, Bonita —aseguré y le planté un beso casto—. ¿Qué más
piensas? —indagué al ver su mirada atormentada.
Se restregó el rostro y soltó el aire por la boca con pesadez, quedándose
en silencio por unos segundos, y tras eso, envolvió los brazos en mi cuello y
me abrazó, escondiendo el rostro de mí.
—¿Podemos ponerle un paro a todo, así sea solo por hoy, y fingir que
nada malo está pasando? —suplicó con la voz ahogada.
Le rodeé la cintura, dejándome consumir por su calidez, y la apreté a mi
cuerpo, necesitando fusionarla conmigo de alguna manera, queriendo que
nos convirtiéramos en uno solo para que ninguno tirara en dirección
contraria.
—Hagámoslo —susurré en su oído y la escuché suspirar aliviada y
agradecida.
Las pocas horas que quedaban de ese día se las dedicamos a nuestros
hijos, jugamos con ellos, cenamos juntos, siendo solo los cuatro. Y, a pesar
de que creí que no iba a conseguirlo, porque las aguas a nuestro alrededor
eran turbulentas, esas copias lograron meterme en su burbuja con todas sus
ocurrencias.
Por la noche me dediqué únicamente a Isabella, incluso apagamos los
móviles, confiando en que dejaríamos la realidad en manos de personas en
quienes confiábamos. Y cuando terminamos desnudos, sudorosos y
exhaustos, pensé en que después de todo, ese día no había sido tan mierda.
—Tenías razón —musitó ella metida en mi costado—. Nada será tan
perfecto como tú y yo juntos.
—Nada —confirmé besando sus labios y sonreí por su costumbre de
quedarse dormida tan pronto, después de nuestras sesiones de sexo.

Una semana transcurrió después de esa noche con ella, y para mi jodida
suerte las cosas no habían mejorado, aunque los Vigilantes todavía no se
atrevían a hacer nada en nuestra contra. Todo indicaba que nuestro peor
enemigo siempre estuvo en casa y se encargó de jodernos de una peor
manera.
Aún no habíamos conseguido dar con Myles. Madre se negaba a salir de
su habitación y según Owen, le llamaba a Hanna para estar pendiente de
ella, aunque él escuchaba que ambas siempre terminaban llorando.
La Castaña me habló de lo que sucedió con su visita a Amelia y todavía
me parecía inaudito lo que escuché de su boca. Aunque también entendí que
incluso con la justificación que tenía la chica para haber sido un monstruo,
Isabella siguiera reacia a verla como hermana, tratarla como tal, a pesar de
que hacía lo que podía para no odiarla más.
Fabio había llegado al país luego de que consiguiéramos los permisos
para su integración a la clínica St. James, y ya se estaba encargando
personalmente de todo lo que tenía que ver con su cuñada, pues al parecer,
Amelia siempre supo que era Dominik quien estuvo detrás de la máscara y
lo convirtió en su nueva obsesión.
Este último decidió retomar las sesiones semanales con las copias, ya
que no quería que Daemon retrocediera por tener que cambiar de psicólogo,
y le agradecimos que incluso con la situación de Amelia y con su hija
recién nacida, se preocupara por el bienestar de mis hijos.
Fabio también se estaba encargando de monitorear a Daemon en lo que
fuera necesario, porque todavía no estábamos preparados para sacarlos de la
mansión y mucho menos, de meter a médicos extraños que delataran la
existencia de ellos.
—Mami, pol favol —Escuché a Aiden decir cuando me acerqué a mi
habitación.
Abrí la puerta y los encontré en la cama, rogando a su madre por algo.
—¿Por qué ruegan a mamá, pequeños invasores? —inquirí
observándolos a los tres en la cama.
Les sonreí, aunque no conseguí respuesta de ninguno y fruncí el ceño.
—Papito, quelemos una hemanita, así como la de Domilik —explicó
Daemon con emoción y vi a Isabella blanquear los ojos.
Dominik les había presentado a su hija por medio de un vídeo.
—Pelo mami no quiele —se quejó Aiden haciendo un puchero.
Apreté los labios para no reír, porque noté que en serio estaba a punto de
llorar.
—Si me dejan a solas con ella, yo podría convencerla de que les dé una
hermana —propuse.
—¡Para ahí! —advirtió la Castaña y sonreí—. La hija de Dominik es su
primita, como una hermanita para ustedes. Así que no hay necesidad de otra
—les explicó e intuí que no era la primera vez que lo estaba haciendo.
—Quelemos una he-ma-na —fraseó Aiden molesto—. No pima —zanjó
cruzando los brazos a la altura de su pecho, haciendo un gesto gracioso con
los labios, enfurruñado.
Alcé una ceja.
—Hazme los pucheros que quieras, pero igual tendrás que conformarte
con tu prima —replicó Isabella, comportándose como una niña al igual que
ellos.
—¡Papito! ¡Pol favol! —chilló Daemon, sus ojos ya estaban rojos y
reteniendo las lágrimas.
¡Diablos! Estaban hablando en serio.
—A ver, paren ya, chiquillos —pedí para los tres—. Y no lloren por eso,
porque, aunque mamá les diga que sí, para hacer una hermanita se necesita
mucho trabajo —expliqué con malicia y noté que Isabella escondió una
sonrisa.
No estábamos en nuestro mejor momento aún, ya que el estrés por lo de
Myles, lo sucedido con Hanna, la situación de Amelia y encima el silencio
de Lucius, nos mantenía con los nervios de punta y, aunque tratábamos de
apoyarnos, no siempre lo conseguíamos del todo. Y eso no nos permitía
cerrar esa brecha que se creó entre nosotros, al regresar a la ciudad.
—Papá tiene razón, es muchooo tiempo —acotó ella alargando la frase
—, pero prometo que pensaremos en lo de la hermanita. Aunque, no
olviden que la bebé de Dominik es una hermana para ustedes. —El rostro
de esas copias se iluminó cuando la escucharon decir eso.
Y bueno, tenía que admitir que a mí no me disgustaba la idea de hacerles
realidad ese sueño a mis hijos.
—Yo prometo que a partir de ahora comenzaré a hacerles una pequeña y
hermosa castaña —dije subiéndome a la cama con ellos.
De nuevo Isabella quiso evitar la sonrisa, fallando en el intento.
—¿Cómo halás a mi hemanita? —preguntó Daemon con emoción al
llegar a mí y me quedé pasmado.
¿Cómo mierdas le iba explicar eso?
—La va dibujal, tonto —respondió Aiden, haciendo un gracioso gesto
sabiondo.
Ni la Castaña ni yo pudimos evitar reírnos. Nuestras copias eran muy
inocentes y listos a la vez, también tenían el poder de hacernos olvidar, en
un instante, el mal que vivíamos, consiguiendo (con solo un segundo) lo
que yo no pude en una jodida semana.
Ver sonreír de verdad a mi Bonita. No de manera forzada, como cuando
intentaba meterse en la cabeza (por la fuerza) que todo iba a estar bien, que
la tormenta que vivíamos pronto iba a cesar.
Con nuestros hijos vi la esperanza brillando en sus ojos y la certeza de
que no se daría por vencida porque igual que yo, ella buscaba un mundo
seguro para ellos y juntos lo conseguiríamos.
—Bien, pequeños sabiondos, es hora de ir a la cama, así que deséenle
buena noche a papá —los animó Isabella.
—Deseen que mamá me dé una buena noche —pedí yo y ella negó con
la cabeza, haciéndose la seria.
Las copias por supuesto que no entendieron a qué me refería, así que se
limitaron a darme un beso, repitieron el buenas noches, papito, añadiendo
que me amaban. Ellos siempre se reían cuando les susurraba al oído y les
devolvía sus besos.
Tras verlos irse me fui hacia la oficina un momento para hacer algunas
llamadas, mientras Isabella regresaba y tomaba una ducha, como era su
costumbre.
Debía comunicarme con Cameron para que me informara cómo estaba
Hanna, ya que mantuve mi promesa de estar pendiente de ella; él me
mencionó que esa tarde la rubia había estado un poco inquieta, pero que
Owen se encargó de animarla, siendo la primera vez que lo dejaba
acercarse, ya que tras lo que sucedió, se mantuvo reacia a interactuar con
otras personas y era raro que saliera de la habitación.
Luego le pedí a Tess y a Dylan que charláramos, porque ellos se estaban
haciendo cargo (por parte de mi élite) de la búsqueda de padre, algo que
estaba resultando complicado; y si no recurríamos a Kontos y Makris, era
únicamente porque queríamos mantener eso con la mayor discreción que
nos fuera posible.
Antes de volver a mi habitación pasé a saludar a madre, a cerciorarme de
que estuviera bien y como todas las otras noches, seguía dolida y
decepcionada, aunque me confesó que esa tarde padre le llamó, siendo el
primer contacto que tenían desde que sucedió lo de Hanna y le prometió
que arreglaría todo, que volvería pronto y le daría la cara para que
solucionaran las cosas de frente.
Y no me agradó que madre no nos avisara nada, sabiendo la búsqueda
que habíamos montado, pero me pidió comprensión, ya que ese momento
era algo que solo quería para ella.
—¿Te dijo que no hizo nada? —cuestioné y ella respiró hondo.
—Simplemente aseguró que le dejaría todo al tiempo —respondió ella y
resoplé.
Era increíble que con esa situación, pensara en dejar las malditas cosas al
tiempo.
Pero no le di más largas y me despedí de ella minutos después de eso,
yéndome por fin a mi habitación, encontrándome todo a oscuras cuando
entré. Isabella estaba metida entre las sábanas y maldije, ya que esperaba
encontrarla despierta, pero tampoco podía quejarme, pues me tardé más de
lo que pretendía.
Decidí tomar una ducha para bajarme un poco el deseo que sentía y tras
vestirme solo con un bóxer al salir, me metí debajo de las sábanas con la
idea de descansar y dejarla descansar a ella, aunque no soporté quedarme
sin tocarla, fui egoísta con su sueño y con cuidado le acaricié el hombro
desnudo con el dorso de mi índice, descubriendo que no estaba dormida
como pensaba, ya que la luz que se filtraba por la ventana me permitió ver
cuando su piel se erizó.
Me hirió un poco el orgullo que se hiciera la dormida para evitarme.
—¿Por qué me evitas? —le susurré en el oído y sentí que se tensó. La
cogí de la cintura y pegué su espalda a mi pecho, estaba cálida y el
contraste con mi piel fresca, por la ducha reciente, nos estremeció a ambos.
—Todo se ha sentido demasiado en estos días —habló justo cuando besé
el espacio entre su cuello y hombro—. Odio esta distancia entre nosotros y
tengo miedo —confesó, poniendo la mano en mi brazo rodeando su cintura.
—¿Miedo de qué, Bonita? Si estamos juntos —le aseguré y la sentí hacer
un movimiento que me indicaba que estaba llorando.
La giré haciéndola quedar sobre su espalda y me coloqué sobre ella.
—¿Lo estamos? —inquirió.
La luz exterior me permitió ver sus rasgos y noté el brillo de las lágrimas
en los rabillos de sus ojos.
—¿En serio lo dudas? —devolví y ella se mordió el labio—. ¡Háblame!
Dime qué piensas —supliqué.
Yo también odiaba esa distancia. No estar bien ni tampoco mal, porque
ese nivel intermedio en el que nos manteníamos, se sentía demasiado
peligroso, pues nos volvíamos más frágiles e ir al extremo malo era más
fácil y constante.
—Odio sentir que, aunque estemos trabajando para proteger a nuestros
hijos, vayamos por caminos distintos —admitió y entendí a qué se refería.
El día anterior tuvimos una pequeña discusión porque ella, a pesar de
saber lo que sucedió con padre, seguía reacia a creerlo culpable y me
recriminó que yo no lo estaba buscando para aclarar lo sucedido, sino para
acusarlo, y aseguró que por esa razón Myles se escondía.
No quise alimentar esa discusión entre nosotros y le pedí que no se
metiera en el asunto de padre, que lo dejara en mis manos, pues no
permitiría que aparte de lo que le hizo a Hanna, también jodiera mi relación
con ella y, aunque la Castaña calló y se marchó de la oficina, donde
habíamos estado, supuse que tarde o temprano volvería al asunto y no me
equivoqué.
Ahí estábamos, pero yo no quería que padre volviese a ser nuestro tema
de conversación. No con la desconfianza y los celos que me embargaron,
luego de aquel comentario de madre, con respecto a haber evitado que
Myles agrediera a Hanna.
—Yo no quiero proteger únicamente a las copias, Bonita. Te protejo
también a ti sin importar que seas una guerrera que sabe cuidarse sola —
susurré y le di un beso casto en los labios—. Por eso sientes que a veces
puedo desviarme, pero no tomo otro camino distinto al tuyo —aseguré.
La escuché respirar profundo y me apoyé en un solo brazo para
acariciarle el rostro.
—Júrame que es así —suplicó acariciándome el torso y sonreí,
sintiéndome un poco más liviano de pronto.
—Te lo prometo, meree raanee —puntualicé.
En un momento la sentí lejos de mí y en un segundo ella hizo
desaparecer todo tipo de distancia entre nosotros.
Estampó su boca a la mía, tomando de mí lo que ella sabía que era solo
suyo. Me volvió loco con su lengua, con sus mordiscos y esos gemidos que
se le escaparon cuando me acomodé mejor entre sus piernas y la hice sentir
mi erección.
Tomé el control de ese momento porque necesitaba demostrarle de todas
las maneras que fueran posible, que seguíamos en la misma sintonía. Besé
cada centímetro de su piel, la desnudé con paciencia porque no quería que
nada fuera rápido entre nosotros, por desearnos como deseábamos. Me
deleité con sus pechos y estuve a punto de perder el control cuando llegué a
su vientre tibio y terso, y luego saboreé su intimidad.
Ese lugar que poseía el elíxir que me mantenía adicto.
Isabella se estremeció de pies a cabeza con mi lengua torturándola de esa
manera, se volvió salvaje en mis manos, tomando un poco de control al
enredar los dedos en mi cabello para sostener mi cabeza y marcar su propio
ritmo, pero ni aun así consiguió retrasar su clímax. Explotó de placer en mi
boca, dándome más de esa droga hasta que me bebí la última gota.
Pronto ella se hizo del control total, volviéndose insaciable luego de su
primer orgasmo. Se adueñó de mi erección como tantas veces lo había
hecho, e hizo estragos con su boca, llevándome a su paraíso cuando me hizo
correrme y se bebió mi simiente, demostrándome con eso que yo también
era su droga, una adicción que no quería dejar.
Me lo confirmó cuando minutos después de haberme hecho correr, se
montó en mi regazo, penetrándose sola, afirmando lo salvaje que era
conmigo, usándome para su placer, llevándome a otro tipo de éxtasis por
verla haciéndose de todo el control.
Mis manos recorrieron su cintura, asentándose en sus nalgas para instarla
a moverse a mi ritmo. Sus pezones endurecidos se rozaban a mi pecho,
suplicando por mi atención y, mientras marcaba mi propio vaivén, besé y
chupé esos montículos de tamaño perfecto, jugué con mi lengua en sus
capullos y gocé de sus jadeos y gemidos de placer.
—Eres hermosa cuando intentas dominarme en la cama —declaré sobre
sus labios.
Su rostro se desformó en sexis gestos de placer. Nuestras bocas se
tentaron al acercarnos sin hacer contacto, simplemente tragándonos
nuestros gemidos. Me apoyé con un codo en la cama para medio inclinarme
y la tomé de la parte de atrás del cabello con la otra mano, mordisqueando
su barbilla en cuanto echó la cabeza hacia atrás. Isabella se mordió el labio
para no gritar y yo sonreí como el cabrón que era, porque a pesar de que
ella me montaba a mí, era yo quien marcaba el ritmo y la llevé hasta la cima
de un nuevo orgasmo.
—¡Mierda! —gimió cuando bajé la mano a su cadera y la hice moverse
de adelante hacia atrás, tocando ese punto que fácilmente la mantenía en un
éxtasis constante.
Yo también maldije al sentir su interior más apretado y la manera en que
sus movimientos cambiaron, haciéndome saber que no soportaría más, pero
en esa ocasión me llevaría con ella, ya que también sentí el placer
concentrándose en mi estómago, bajando enseguida a mis testículos, por lo
que terminé por sentarme en la cama y la cogí de las nalgas, llegando cerca
de esa parte suya que también haría mía.
—Me vuelves loco, Pequeña —susurré en su oído, con la voz ronca y
plagada de éxtasis.
—Tú a mí… más —consiguió decir y antes de que su grito resonara más
allá de la habitación, la besé.
Ambos nos corrimos al mismo tiempo, me vacié en su interior y me bebí
cada uno de sus gemidos, gruñendo a la vez por mi propio placer,
disfrutando de los espasmos de su orgasmo con cada sacudida de mi polla
dentro de ella.
—Te amo —susurró con la voz débil, demostrándome que no solo
acababa de liberarse sexualmente sino también que dejó ir un poco de sus
cargas.
La tomé del rostro y la hice mirarme, nuestros ojos ya estaban adaptados
al entorno que, aunque oscuro, era iluminado tenuemente por la suave luz
del exterior.
—Seguiré quemando el mundo por ti, Bonita —reiteré y en respuesta
recibí una sonrisa tímida de su parte, seguida de un beso tierno.
Nuestros hijos podían hacernos olvidar lo mierda que era el mundo
afuera de esa casa, pero solo ella conseguía darme la seguridad de que
seguía siendo poderoso, siempre que se mantuviera a mi lado.

—Deberías vender ese apartamento, creo que está maldito —recomendó


Elliot sentándose a mi lado.
Al hijo de puta le gustaba jugar a tentarme, sin tomar en cuenta que,
llegaría un día en el que enviaría todo a la mierda y lo mataría de una buena
vez.
—O el maldito soy yo —solté sin pensarlo y él rio.
Estábamos en el hospital, todavía no amanecía y tuve que salir de casa
dejándole una nota a Isabella, luego de que Owen me llamara a las tres de la
madrugada, para avisarme que acababan de encontrar a Hanna inconsciente.
La rubia había ingerido casi un bote entero de unos medicamentos que
estuvieron a nada de llevarla a la muerte, si él no se hubiera dado cuenta de
lo que sucedía.
Elliot había llegado para acompañar a Alice, luego de que Cameron la
llamó a ella para informarle lo que pasaba, previendo que Hanna necesitaría
algún tipo de apoyo si llegaba a sobrevivir. Que por fortuna sí lo haría, el
médico ya había informado que le practicaron un lavado estomacal para
deshacerse de todo el medicamento que ingirió.
Por eso había sido el comentario de mi primo, porque una vez más, mi
apartamento era el epicentro de una tragedia. Primero con Isabella y ahora
con Hanna.
—Buen punto —aceptó y lo ignoré—, pero igual, prueba con deshacerte
de ese lugar. —No dije nada, pues no estaba para perder mi tiempo en una
conversación con él. Y menos con mi cabeza llena de pensamientos acerca
de Isabella intentando quitarse la vida, que me estremecieron.
Luego imaginé a Hanna en el estado que Owen me la describió y me
sentí hecho mierda, ya que había sabido que la chica no estaba bien tras lo
que le pasó con padre. Madre incluso me pidió que fuera a verla porque
presentía que me necesitaba, y cuando le sugerí que fuera ella, con la
intención de que saliera de casa y espabilara un poco, me amonestó,
diciéndome que no era justo que yo dejara de lado a una amiga de esa
manera.
Y no la dejé de lado, traté de estar pendiente de Hanna lo mejor que
pude, pero yo no era una máquina que podía hacer todo en automático. Me
cansaba mentalmente al tener que ocuparme de tantas cosas y al final del
día, cuando de verdad tenía un final, lo único que me apetecía era pasar un
rato con mis hijos y luego ir a la cama con Isabella, para dormir o follar,
aunque demostrándole con ambas cosas, que a su lado era donde recargaba
mis energías.
—¿Has sabido algo de Myles? —le pregunté a Elliot minutos después,
sabiendo que él también estaba en eso.
Era la primera ocasión que hablábamos de una manera medio educada,
después de que dejé de ser Sombra.
Y el otro día, luego de que Isabella se marchara sin importarle si nos
matábamos o no, fue la primera ocasión en la que él no cayó en mis
provocaciones, y se atrevió a prometerme que la Castaña era una mujer a la
cual no volvería a tocar, porque ella me amaba a mí y porque juró que no
estaba dispuesto a joder esa amistad entre ellos, que valoraba igual que su
propia vida.
Y siendo sincero, no le creí porque estaba cegado por los celos. Sin
embargo, luego me enfrenté con White y me quedó claro que no podía
seguir por ese camino.
—Estuvimos cerca de encontrarlo en un hotel cerca de Tennessee, pero
tío sabe cuidarse y es experto en escabullirse, así que nos descubrió antes de
que llegáramos —explicó y negué con la cabeza—. Estoy trabajando en su
búsqueda con Isamu, Lewis, Serena y Evan, y siendo sincero contigo,
comenzamos a sospechar que no está huyendo en realidad.
—¿Ah no? ¿Y qué hace? ¿Aclararse la mente? —satiricé—. ¿O todavía
está buscándose las bolas para aceptar la mierda que quiso hacer?
—Es tu padre, el hermano de mi madre, mi sangre y creo en él, LuzBel
—zanjó—. Deberías hacerlo también.
—Creo en lo que veo, Elliot —largué y me puse de pie al ver que Alice
salió de la habitación en la que tenían a Hanna—. Y lo que vi en esa oficina
me está haciendo odiar a padre.
—Hay algo que se llama intuición, no sé si la conozcas —aseveró él y se
puso de pie también—. Isabella la maneja a la perfección, siempre ha
confiado en eso porque asegura que nunca le falla.
—¿Qué pretendes conseguir al señalar que conoces tanto a mi chica? —
gruñí, haciendo acopio de mi autocontrol para no meterme en una pelea con
él.
—Isa no solo está celosa de Hanna, LuzBel. Desconfía de ella en
realidad porque intuye algo que nosotros ignoramos. Y que ahora la tipa
esté aquí, recuperándose de lo que intentó hacer, me hace pensar que tu
chica está acertando una vez más.
—No sé qué demonios tiene que ver eso con intentar suicidarse.
Elliot sonrió irónico al escucharme.
—No te di mi palabra de que no intentaré nada con Isabella porque estoy
en algo con Alice, lo hice porque respeto que ella te ame y quiero verla
feliz. Y sé que tú le das la felicidad que merece. A Hanna en cambio le está
costando aceptar que tú elijas a Isabella, por eso está donde está.
—Sugieres que lo hizo para manipularme —deduje.
—Y confío en que eres lo suficientemente inteligente para darte cuenta
también —satirizó y se acercó a mí antes de que Alice llegara, pues se había
quedado hablando algo con una enfermera—. No vuelvas a despertar a la
diabla que tu Castaña ya ha conseguido dormir, primo. Y si lo haces, que
sea para despedazar a nuestros enemigos, no a ti mismo.
Acto seguido, pasó por mi lado y se marchó.
Y sus palabras se quedaron resonando en mi cabeza, haciéndome
considerar ciertas cosas, logrando que viera la situación desde diferente
perspectiva.
Capítulo 42
Un pez en medio de tiburones
Isabella

—¿Dime que esto es una broma de tu parte, Eleanor? —exigí y ella negó
con la cabeza.
Acababa de llegar del hospital. Se había ido luego de que yo misma le
informé lo que Hanna intentó hacer, gracias a la nota que me dejó Elijah,
porque aseguró que no quiso despertarme y molestarme con esa noticia,
luego de la noche que habíamos tenido.
Le llamé en cuanto la leí y me informó que la chica ya estaba fuera de
peligro tras el lavado estomacal que le hicieron. Dejé de lado los celos y
desconfianza hacia ella porque quise ser empática, sin juzgarla por la
decisión que tomó, ya que yo estuve en su lugar y viví en carne propia lo
que rendirte contigo mismo te obligaba a hacer.
Por eso, en lugar de actuar como la novia celosa, posesiva e intensa con
Elijah, quise ser un apoyo para él y demostrarle que podía contar conmigo y
quedarse con ella el tiempo que fuera necesario, si así lo consideraba
prudente. Se lo dejé claro el día que la llevó a ese apartamento tras lo de
Myles y luego con nuestra llamada, pues no quería que retrocediéramos de
nuevo con lo que ya habíamos avanzado.
No obstante, jamás esperé que con mi buena voluntad de avisarle a
Eleanor lo que pasó, sabiendo que ella y Hanna se habían vuelto cercanas,
consiguiera como premio, el que la mujer que veía como una madre más, no
solo le hiciera saber inconscientemente a la chica sobre mis hijos, sino que
además, pretendiera meterla en esa casa, en una fortaleza que Myles puso a
mi disposición para que protegiera a sus nietos.
Eleanor pretendía hacer lo que le pedí a su hijo que evitara.
—Broma sería que yo le diera la espalda a Hanna, así como tú hiciste
que Elijah se la diera.
—¡¿Qué?! —espeté incrédula.
«¡Diablos, Colega! Esa mujer necesitaba ir a hacerle compañía a tu
hermana a la clínica St. James».
Ignoré ese susurro interior cuando Eleanor se puso de pie, ya que se
había mantenido sentada en una chaise lounge de su habitación, y miró por
la ventana.
Podía comprender que lo de Myles la tuviera mal y, además, la hiciera
sentir culpable por lo que pasó entre él y Hanna, pero de ahí a que
desvariara de esa manera, me era inconcebible, porque yo no hice que
Elijah le diera la espalda a nadie, todo lo contrario, me tragué mis celos esa
semana y lo dejé que hiciera todo lo que creyó que debía, para apoyar a la
chica de alguna manera.
—Yo comprendo que hayas sentido celos por lo que pasó entre ella y mi
hijo, Isabella, pero me parece inaudito que luego de que tú te has
empecinado en proteger y apoyar a Elliot, sabiendo lo que Elijah siente por
tu cercanía con él, no puedas soportar que mi hijo esté cerca de Hanna, para
apoyarla en un mal momento que atraviesa por culpa de Myles, de mi
marido —soltó con la voz entrecortada.
—Por Dios, Eleanor, juro que te desconozco —resollé y ella se giró para
mirarme de nuevo.
Ya estaba llorando.
—Así como yo te desconocí a ti el día que apuñalaste a mi hijo —
entonó, haciendo énfasis en las últimas palabras, golpeándose el pecho con
la yema del dedo índice para recalcar su resentimiento contra mí—. Y como
volví a desconocerte cuando me amenazaste con no permitir que saliera de
Florencia, para venir a verlo, si no hacíamos lo que tú querías.
Tragué sin dejar de mirarla, porque no podía rebatir sus reclamos, a pesar
de sentirme indignada por sus acusaciones.
—¿Entonces haces esto para darme una lección? —inquirí y ella se
limpió las lágrimas.
—No, cariño, porque yo sí traté de ponerme en tu lugar y te entendí, te
he comprendido en cada decisión que tomas por mucho que a mí me duela.
—Bufé una risa—. Si te lo he hecho ver es solo para que ahora seas tú la
que se ponga en mi lugar, ya que yo sí me siento culpable de lo que Myles
le hizo a esa niña.
Me mordí la lengua para no decirle que yo no creía que Myles le hubiera
hecho nada, pues preferí guardarme mi opinión luego de que Elijah me
hablara, con tanto dolor y enojo, de lo que vio en aquella oficina, pues
admitía que en efecto, su padre parecía ser el culpable.
«Pero la clave estaba en eso: parecía».
Exacto.
Por eso yo había decidido trabajar por mi cuenta en su búsqueda.
Necesitaba encontrarlo y verlo a los ojos para comprobar que no me
equivocaba con mi fe en él. Pero si resultaba ser culpable, me hice la
promesa de no encubrirlo y dejar que fuera juzgado por sus actos, sin
embargo, hasta que eso pasara, seguía dándole el beneficio de la duda
porque no cometería el mismo error que cometí con Amelia.
A quien no podía perdonar porque no era fácil, pues me arrebató a mi
padre, no obstante, ahora comprendía las razones que tuvo para hacerlo.
—Está bien, Eleanor. Tu casa, tus reglas —cedí al darme cuenta de que
no llegaríamos a nada—. Sin embargo, no voy a perdonarte que la hayas
puesto al tanto de mis hijos —aclaré y me miró con sorpresa.
—Ya te expliqué que fue un accidente. Discutía con Elijah porque no
quería permitirme que la trajera aquí y nos escuchó hablar sobre los niños.
—Pero se lo confirmaste cuando Hana te preguntó si teníamos hijos —
recalqué, guiándome por lo que ella misma me explicó.
Elijah se negó a que su madre llevara a cabo esa locura de traer a Hanna
a la mansión, alegando que no solo pondría en riesgo a los clones sino
también nuestra relación, por eso ella me acusó de que él le diera la espalda
a su amiga, sin darse cuenta de que no era por mí que no quería cerca a esa
chica, sino por mis hijos.
—¡Porque no tenía caso negárselo más! ¡Por el amor de Dios, Isabella!
—insistió.
—Podrías haberle dicho que eso era algo que no te correspondía a ti
decírselo, porque me importa un carajo que tú confíes en ella, Eleanor. Yo
no —zanjé perdiendo los estribos—. E hiciste la única cosa que te pedí que
no hicieras.
—Tarde o temprano se daría cuenta al venir aquí.
—¡Pero no por ti! —grité haciendo que diera un respingo. Me miró con
dolor porque era la primera vez que le levantaba la voz, y yo supe que ese
momento fue un quiebre inevitable en nuestra relación—. Haz lo que
quieras y ruega para que no estés cometiendo un error, Eleanor Pride, ni con
Hanna ni con tu marido —advertí y rompió en llanto—. Y te equivocas con
respecto a que yo alejé a Elijah de su amiga. No lo hice, todo lo contrario,
me mantuve al margen para que hiciera lo que quisiera con ella, porque yo
confío en él.
Dicho esto me di la vuelta y la dejé ahí, en medio de su habitación. Y
escuché cuando sollozó con más intensidad, pero no sentí remordimiento de
lo que hice porque me estaba dejando llevar por mi intuición y algo en mi
interior me gritaba que siguiera así.
Sin embargo, al alejarme también dejé escapar mis lágrimas porque
nunca pretendí terminar así con ella, cuando ya habíamos conseguido
superar nuestras diferencias. Elijah me llamó en ese instante y decliné su
llamada, enviándole un mensaje de texto para pedirle que habláramos
después, pues me sentía demasiado molesta y no quería explotar con él lo
que no pude terminar de detonar con su madre.
«Y después de todo, él hizo lo que estuvo en sus manos para respetar lo
que tú querías».
Al menos con Hanna lo intentó.
Cuando llegué a la planta baja de la casa le pedí a mi élite que nos
reuniéramos en la oficina, ya que no iba a tirarme a llorar por lo que
sucedía. Era una suerte que estuvieran todos en casa, y de paso también
Serena (la chica había resultado alguien de fiar y le confiaba el cuidado de
mis hijos), así que le pedí que se quedara con Lewis cuidando de los clones
mientras yo hablaba con los Sigilosos.
—Si quieres una casa segura, sabes que puedo encargarme de ello, pero
por muy cabrón que me crea en lo que hago, ahora mismo ni yo te
recomendaría salir de aquí con tus hijos —dijo Caleb luego de explicarles
lo que pasó y mis intenciones de irme.
—Lo apoyo en eso. Hemos montado guardias y recorrido todo el
territorio de la casa, descubriendo que no le llaman fortaleza solo por mote
—acotó Ronin—. Está protegida encima de sus tierras por Grigoris y por
nosotros, en el cielo por medio de los drones que operan Evan, Connor y
todo su equipo técnico; y por debajo de la tierra, en sus túneles, por más
miembros de las organizaciones, además de las bombas.
—Myles se tardó cinco años en construir esta mansión y todo lo que hay
a sus alrededores, porque la equipó como un búnker de seguridad que
podría protegerte incluso en una guerra nuclear, jefa —añadió Isamu—. Así
que por muchos esfuerzos que hagamos para recrear algo similar para ti y
los niños, nos tardaríamos el mismo tiempo y no cuentas con eso.
Chasqueé con la lengua, maldiciendo.
—No pienses con la cabeza nublada por el enojo, Chica americana,
porque ahora mismo tus decisiones serán los errores de mañana —aconsejó
Lee-Ang acercándose a mí.
—Además de todo esto que te han dicho nuestros hermanos, piensa en
que si esa rubia ya sabe de los clones, la mejor manera de controlar que no
se lo diga a nadie más, es teniéndola aquí —aportó Maokko.
Suspiré entrecortado cuando me fue inevitable no pensar en Salike, pues
era la primera vez en una reunión de ese tipo, que solo tenía cinco consejos
y no seis, como cuando ella estaba viva.
—Elijah me dijo que le darán el alta médica a Hanna hoy mismo —
informé, sabedora de que ellos a diferencia de mí, estaban siendo objetivos
—. Ve tú con Ronin por ella al hospital —solicité para Maokko y ambos
asintieron—. Tú encárgate de estar pendiente de todo lo que Eleanor ordene
para que reciban a su invitada —pedí a Lee-Ang, pues de nuestro equipo
era la más sigilosa—. Y ustedes sigan en lo de Myles, me urge dar con él —
avisé para Isamu y Caleb.
Este último se encargaría además de la seguridad sin que tuviera que
pedírselo.
—Los hermanos D’angelo vendrán en una hora, para el control médico
de Daemon —me avisó Lee y asentí.
Acto seguido todos salieron de la oficina, para darme privacidad y
tiempo de calmarme, y revisé mi móvil al darme cuenta de la notificación
del mensaje de Elijah, la respuesta al que yo le envié antes.

Había sonreído sin gracia al leer su mensaje y cuando digité el mío, sentí
que presionaba la pantalla con más fuerza de la que era necesaria.
Pensé en eso cuando Eleanor me informó lo que haría y, aunque no me
dijo si Hanna aceptó la propuesta, las órdenes que giró con su personal de
servicio para que tuvieran lista una recámara de huéspedes, me hizo saber
que ya estaba decidido que ella llegaría, algo que me llevó a pensar, de
nuevo, que esa tipa hacía cosas para llamar la atención de Elijah.

Mi móvil se iluminó con una llamada suya que no quise responder,


porque mientras nos escribíamos, volví a sentir la furia que me provocó
Eleanor y Elijah no merecía que me desquitara con él, pues estaba
consciente de su esfuerzo por respetar lo que yo quise.

Volvió a insistir con la llamada y de nuevo pasé de ella, ya que si


hablábamos, con él molesto en ese momento, nos diríamos cosas hirientes y
no me permitiría añadir más a nuestra lista.
No quería volver a retroceder con él a pesar de que ya lo estábamos
haciendo.

Me había integrado a la sesión semanal con mis hijos y Dominik porque


no me descuidaría de eso por más estresada que estuviera, aunque admito
que durante toda la hora estuve pensando en mi discusión con Eleanor, y de
paso, en la que tuve con Elijah por medio de mensajes de textos.
Ronin y Maokko ya habían partido hacia el hospital y les pedí que le
informaran al Tinieblo por qué llegamos a esa decisión, esperando que eso
sirviera para apaciguar las cosas entre nosotros, pues tuve esperanzas de
que si lo escuchaba de alguien más, entendería que no decidí por mi cuenta
porque no me importaba lo que él opinara, sino porque debíamos actuar
rápido.
Fabio también había llegado a casa, media hora después de su hermano,
para tomar el control semanal de Daemon. Él se encargaba de eso porque
todavía no buscábamos a un neuropediatra y debido al monitoreo hacia mi
pequeño, para ver cómo se estaba adaptando al cambio de ambiente que,
aunque tratábamos de que fuera familiar, no dejaba de ser tenso gracias a la
situación.
Ambos D’angelo habían notado que no me encontraba en mi mejor
momento anímicamente, por lo que Dominik se ofreció a escucharme como
mi psicólogo y Fabio me propuso una lucha más intensa que la que tuvimos
en el estacionamiento del hospital meses atrás. Su hermano nos había
observado con sorpresa por ese recordatorio, pero no preguntó nada.
Y al final, terminé por aceptar el ofrecimiento de Fabio, ya que solía
sacar mejor mi frustración luchando que hablando.
Maokko se había encargado de conseguirle algo de ropa de entreno (que
pertenecía a Isamu), ya que ella todavía estaba en casa cuando Fabio me
hizo el ofrecimiento de la lucha, añadiendo además que con un hombre
como él, ni ella se negaría a su propuesta.
Todo porque el tipo pidió que me preparara, pues me haría sudar.
«De nuevo».
No olvidé eso, simplemente no era necesario recalcarlo.
«¿Tampoco olvidabas la mirada intensa del doctor adonis cuando te dijo
eso? ¿O la manera en la que se acercó a ti? ¿O que sus palabras fueron
crudas y atrevidas? Y por eso Maokko entendió la propuesta como algo
sexual».
No, maldición. Tampoco olvidaba que lucía más emocionado con todo y
demasiado positivo.
«Bien, solo quería comprobar».
Rodé los ojos.
Estaba en el gimnasio de la casa, los clones y Lee-Ang también se
encontraban ahí (porque pronto iniciarían su entreno), junto a Dominik,
quien hacía sonreír a mi amiga con un vídeo de su nena, pues él no se
cansaba de mostrar las nuevas cosas que descubría en ella.
—¿Qué? —le preguntó Dominik a ella cuando mi amiga le dijo que su
pequeña sería el kintsukuroi en la vida de Amelia.
Yo lo comprendí a la perfección, y me estremecí, ya que Lee no pudo
utilizar algo más magnífico y esperanzador, para referirse a mi sobrina.
—Kintsukuroi, en nuestra cultura, es el arte de la reparación —le explicó
Lee y Dominik la siguió viendo sin comprender—. Cuando algo ha sufrido
algún daño y tiene una historia, o es invaluable, se vuelve más hermoso ante
nuestros ojos. Por eso, si esto se rompe, lo reparamos con oro o plata en
lugar de tratar de ocultar sus defectos o grietas. Preferimos acentuar y
celebrar las imperfecciones y la fragilidad, porque también son una prueba
de la resiliencia y la capacidad de recuperarse y hacerse más fuerte.
Sonreí al recordar cuando llegué a Tokio después de lo que intenté, y
quise esconder mis cicatrices de ella. Me había dicho lo mismo que a
Dominik, y luego me abrazó, asegurando que mis hijos me harían más
hermosa por haber sido rota, pues ellos serían el oro que uniría mis pedazos.
—Tu hija es eso, el arte de reparar cada pedazo y grieta de tu chica, y
resaltará que Amelia es más hermosa por haber sido rota —puntualizó y se
quedó de piedra cuando Dominik la abrazó.
Sonreí igual que los clones al ver esa escena. Lee-Ang con los brazos
rígidos porque no iba a corresponder ese abrazo, ya que rara vez
demostraba su afecto con gestos físicos, pues ella prefería hacerlo con
palabras. Dominik en cambio, prefirió meterla entre sus brazos, porque no
podría formular una frase sin que la voz le sonara entrecortada.
—¿Es la hora de los abrazos? Si es así, exijo el mío —demandó Fabio y,
aunque me reí, me extrañó que dijera eso, porque de nuevo, él no era de
actuar así.
«¿Y si estaba en sus días de manía?»
Sospeché que sí.
Lee-Ang carraspeó cuando Dominik la soltó al fin. Él le susurró un lo
siento por el arrebato y detuvo a Fabio cuando este iba con los brazos
abiertos para abrazar a mi amiga, así que lo terminó abrazando a él.
Noté que Dominik le susurró algo y Fabio sonrió restándole importancia.
—¿Quieren ver cómo pateo el trasero de mamá? —les preguntó a los
clones, emocionado por lo que pasaría.
—¡Sí! —respondieron mis chicos al unísono y eso me hizo reír.
«A su papito no le gustaría eso».
Nos fuimos hacia la lona, tras tomar unas armas de madera, y mis
pequeños espectadores esperaron con ansias para verme en acción. No sería
la primera vez que presenciarían mis entrenos, ya que en Italia siempre
estuvieron en primera fila cuando luchaba con alguno de mis hermanos de
élite. Y Lee, o Maokko, se encargaban de explicarles cada movimiento que
nos veían hacer.
—¿Estás bien? —le pregunté a Fabio, cuando estuvimos frente a frente,
y sonrió de lado.
—No lo sé, dímelo tú —me provocó—. ¿Me ves bien?
«Bien bueno, doctor adonis».
Negué con la cabeza por los susurros de mi conciencia.
La ropa de Isamu le ajustaba bien, a pesar de que era más alto que mi
compañero. Incluso los zapatos de deporte le calzaban a la perfección.
Usaba un jogger negro y una playera de algodón lisa y blanca, las mangas
cortas de esta se aferraban a los músculos de sus bíceps como si fueran de
lycra, dejándome ver los tatuajes esparcidos que tenía a lo largo de su brazo
izquierdo.
Llevaba el cabello un poco desordenado y giró su cuello de un lado a
otro, preparándose para dar batalla, mostrándose como un tipo extrovertido,
un cabronazo que sabía de la belleza que era dueño, y también de su
capacidad como luchador.
Y ahora ya entendía la razón de sus habilidades. Fabio fue entrenado por
Aki Cho, el hermano de mi maestro. Lo supe por Elijah, aunque me aseguró
que no fue parte de los Vigilantes, solo un alumno de aquel hombre que le
enseñó casi todo (en cuestión de las artes marciales) a su hermano Baek.
Por esa razón la técnica de pelea de Fabio era diferente a la mía, aunque
similar en algunas cosas.
—Te veo bastante activo, así que vamos a hacerte quemar un poco de esa
energía extra —lo animé y tomé posición de ataque.
—Te necesitaría a ti y dos más, para conseguir un poco de eso —declaró
y alcé una ceja.
«¡Mmmm! Eso sonaba atrevido».
Volvió a sonreír al darse cuenta de que me sonrojé un poco, pero no me
dio chance a pensar demás en lo que dijo y me imitó en la posición de
ataque, incitándome a dar el primer golpe. Tomé su caballerosidad y me
lancé sobre él, aunque me esquivó con facilidad, regresándome algunos
asaltos que logré quitarme por muy poco, confirmando que no solo su
técnica era distinta sino también que era más letal.
Tres veces me tiró a la lona, haciendo que golpeara mi espalda y que el
aire se escapara de mis pulmones. Y por primera vez estaba comenzando a
sentirme desesperada al no lograr golpearlo como yo quería.
—¡Mami, el dotor etá ganando! —se quejó Aiden y Fabio rio, también se
descuidó y aproveché para golpearlo y hacerlo caer a la lona.
No me fue difícil, por lo tanto, deduje que lo hizo a propósito.
—No te dejes —exigí y él se encogió de hombros.
«¡Hmm! Relajado, divertido, inquieto y atrevido. Confirmado, estaba
maniaco».
Pues todo se magnificaba en él en ese estado, porque también era más
rudo en la lucha y comencé a frustrarme, ya que, o Fabio era demasiado
bueno, o yo muy mala, sobre todo ese día.
—¡Jesús! Ahora entiendo por qué yo y dos más —exclamé cuando
paramos para tomar aire y un sorbo de agua.
Los niños se habían aburrido y creo que hasta decepcionado de mí, así
que se fueron del gimnasio minutos antes de que cogiéramos ese descanso.
—No te desamines, igual eres buena.
—¡Joder! No sé si me estás halagando o consolando —satiricé y rio.
—Supongo que ya sabes que fui alumno de Aki —Asentí en respuesta—.
Sus métodos eran más duros que los de Baek, algunos de mis compañeros
los consideraban hasta crueles, pero cuando llegué a su academia, yo estaba
en un punto de mi vida en el que me nutría de la crueldad, por lo que me
acoplé fácilmente —explicó.
—¿Qué edad tenías?
—Quince —respondió—. Fui su alumno perfecto, ya que me moldeó a
su antojo. Sin embargo, me veía como un hijo, por eso jamás me involucró
en nada que tuviera que ver con los Vigilantes, aunque me hablaba sobre
ellos. Incluso lo acompañé a algunos de sus viajes cuando sabía que no me
expondría.
Me quedé en silencio porque respetaba su opinión y que él le tuviera
aprecio a ese tipo, aunque yo solo quisiera revivirlo para volverlo a matar,
pues no olvidaba que Aki Cho le dio el primer golpe mortal a mi padre.
—Comprendo que lo odies —aseguró.
—Así como yo, que lo respetes y aprecies —repliqué.
Tuvo la amabilidad de cambiar de tema y me enseñó nuevas técnicas de
combate, también me señaló mis errores y la razón por la cual fallé en mis
ataques hacia él, demostrándome con eso que si hubiera nacido, o elegido,
el lado equivocado de la vida, habría sido un excelente asesino, una
máquina ejecutora imparable en las filas de los Vigilantes.
Al final de su clase volvimos a luchar para que pusiera en práctica lo
aprendido, y yo misma me sorprendí de lo mucho que mejoré. Incluso lo
llevé varias veces a la lona sin que él se dejara o me lo hiciera fácil. Y en la
última ronda cumplió su palabra una vez más, pues terminé exhausta,
relajada e incluso nos gastamos algunas bromas entre nuestros ataques.
—Estás muerto —jadeé con una enorme sonrisa de victoria en el rostro,
cuando quedé a horcajadas sobre él y puse una daga de madera en su
garganta.
Fabio me sonrió con orgullo porque lo vencí en juego limpio.
—Contigo así, moriré feliz —declaró y puso las manos en mis caderas.
—Fabio, no hagas...
—Y yo con gusto te mataré, hijo de puta —La frialdad en la voz de
Elijah me congeló hasta la médula.
«¡Mierda!»
Como una chiquilla descubierta en alguna travesura, me quité de encima
de Fabio y con horror y vergüenza miré al dueño de aquella voz cargada de
ira.
Puta madre.
¿Por qué no apareció luego de que yo le pidiera a Fabio que no me
tomara así? Porque estuve a punto de hacer eso, de apartarme incluso, pero
Elijah entró en el momento menos oportuno.
«Y por supuesto que el Tinieblo iba a malinterpretar todo».
¡Carajo!
—Porque con eso también me haré muy feliz —aseguró Elijah y tragué
al ver lo aterrador que lucía en ese instante.
Era como Sombra en la casa de Caron, pero sin la máscara.
«Me cago en la puta, Compañera».
—Elijah —lo llamé y me ignoró.
—Adelante —lo animó Fabio tras ponerse de pie.
Joder.
Vi con incredulidad cuando el Tinieblo se fue sobre Fabio y lo golpeó en
el rostro, haciéndole un corte inmediato en el labio. Y me embargó el terror
al presenciar el momento justo en que Fabio terminó de descontrolarse y
atacó a Elijah como un verdadero enemigo.
¡Dios mío! Mi Tinieblo era un maldito destructor y no me equivoqué al
decir que era Sombra desquiciado sin la máscara, sin embargo, a diferencia
de aquella vez en el hospital, Fabio en ese instante se convirtió en el rey del
cuadrilátero de la MMA.
—¡Oh, Dios! ¡Paren! —grité cuando Elijah golpeó con el codo a Fabio,
la ceja de este se abrió manchando su rostro de sangre.
Pero entonces, como un psicópata sádico, Fabio le dio un cabezazo a
Elijah, utilizando el mismo lado de su ceja sangrante e impactó en la nariz
del Tinieblo.
—¡Mierda! —gritó Marcus, llegando al gimnasio seguido de Ronin y
Lewis.
Dominik también apareció detrás de ellos, vociferando maldiciones por
la escena frente a él.
—¡Hagan algo! —rogué, ya que por mucho que yo supiera defenderme,
debía estar loca para meterme entre esos dos demonios, dispuestos a parar
solo hasta que uno de ellos muriera.
—¡Ponte a rezar, cuñado! —le recomendó Ronin a Lewis, subiéndose las
mangas de la camisa, como si con eso estaba cogiendo valor.
Elijah se hallaba en esos momentos sobre Fabio, asestándole puñetazos
en el rostro y me quedé estupefacta porque este último únicamente sonreía,
no se defendía de ninguna manera, pero cuando al fin lo hizo y lanzó al
Tinieblo por debajo de su cuerpo, mi demonio tuvo dificultad para esquivar
los golpes que ese hombre le asestó.
—¡No, Isabella! —me gritó Dominik al ver que corrí hacia su hermano
cuando Marcus intentó contenerlo, luego de que Ronin consiguiera apartar a
Elijah, ayudado por Lewis e Isamu, este último debió entrar en algún
momento de la pelea, pero no lo noté hasta en ese instante.
Y no me detuve, seguí mi camino junto a él, porque Dominik también
iba sobre su hermano para contenerlo.
«Estabas estúpida, Colega».
A situaciones desesperadas, medidas suicidas.
Llegué a Fabio antes de que Dominik lo hiciera y Marcus alcanzara a
contenerlo de nuevo. Y, poniendo en práctica lo que él acababa de
enseñarme, logré coger con las manos uno de los puñetazos que iba a
conectar en el rostro de Elijah, utilizándolo de palanca para saltar y darle un
rodillazo en la mandíbula, golpeando su pecho con mi otro pie, obligándolo
a retroceder y desestabilizarse.
Marcus aprovechó el aturdimiento que le provoqué a Fabio y volvió a
cogerlo con la ayuda de Dominik, pero los tres cayeron al suelo y me
anonadé, aunque no me congelé, al ver que ese demonio bendecido, como
dijo Laurel, no estaba dispuesto a parar, por lo que me subí sobre él y lo
tomé del rostro con brusquedad.
—¡No más! —grité y él gruñó, estaba fuera de sí—. ¡Para, Fabio! —
demandé y entré en pánico al ver que sus ojos estaban perdidos.
Había estado maniaco, pero en ese momento parecía más desquiciado
por la ira.
—¡Es Isabella, hermano! ¡Para ya! —espetó Dominik.
Marcus gruñó cuando Fabio lanzó la cabeza hacia atrás, golpeándolo,
pues era el más cercano a él.
—¡Fabio! —grité de nuevo y sentí que enterré mis uñas en su piel, sin
querer, por cogerlo del rostro con más fuerza—. ¡Reacciona, por Dios! —
rogué.
—Isa-bella —me llamó con los dientes muy apretados.
—¡Apártate de él, Isabella! —exigió Elijah.
Lo hice justo cuando Fabio se sacudió, en el instante que Dominik sacó,
de quién sabía dónde, una inyección y se la aplicó a su hermano en el
cuello, con una habilidad que me dijo que no era la primera vez que hacía
eso.
Las respiraciones de todos eran rápidas, la de Fabio todavía más, pero
comenzó a calmarse con lo que sea que Dominik le inyectó y me fue
inevitable no dejar salir un par de lágrimas, por la adrenalina que
comenzaba a abandonar mi cuerpo y porque sentí que ese era un reflejo de
lo que posiblemente me esperaba en el futuro. Y no es que estuviera siendo
pesimista sino más bien realista.
Mi corazón se aceleró un poco más al pensar en mi Daemon, al ser
consciente de que él también se enfrentaría a esos episodios, por una razón
u otra, sin importar cuánto yo hiciera para retrasar lo inevitable.
Elijah gruñó regresándome a la realidad y vi de soslayo que intentaba
zafarse del agarre de Ronin e Isamu, puteando a Lewis porque en lugar de
apoyarlo, lo retenía junto a mis hombres. Yo comencé a sentirme más
asfixiada, con la necesidad de correr hacia Daemon y prometerle que pasara
lo que pasara, estaría ahí con él. Por lo que sin decir, o analizar nada, me
marché del gimnasio.
«No era prudente que fueras con tus hijos en ese estado».
Lo sabía, pero quería, así fuera solo verlos.
Se sintió demasiado duro presenciar un ataque como el de Fabio. Ese
golpe de realidad fue como si el mundo se me hubiera caído encima, no a la
mujer, menos a la guerrera, se trataba de la madre en mí, esa que no quería
que nada malo tocara a mis bebés, a pesar de que sabía que debía
prepararlos para la vida, incluso para lo más duro y difícil.
Y cuando comencé a subir los escalones, dispuesta a ver a mis hijos de
lejos para no asustarlos con mi estado, sentí que me tomaron con
brusquedad del brazo, haciéndome girar en mi eje y que mi pecho impactara
con uno más duro.
—¡Se te olvida que es de cobardes abandonar la partida! —espetó Elijah
y gemí de dolor, pero no era físico.
—No he estado jugando ningún juego —rebatí.
—¡LuzBel, suéltala! —exigió Isamu, Ronin estaba a su lado, ambos
listos para la batalla, para defenderme, y comprendí que Elijah en realidad
consiguió deshacerse de ellos y de Lewis, no lo dejaron ir.
—¡¿Qué está sucediendo?! —gritó Eleanor desde la segunda planta y
vislumbré a Hanna a su lado.
—Vamos a nuestra habitación —pedí tomando a Elijah del brazo, porque
no permitiría que nadie ajeno a nosotros nos viese en ese estado.
Odiando a la vez que esa casa ya no se sintiera ni íntima ni segura, sin
importar lo equipada que estuviera para una guerra nuclear.
—¿Ahora sí estás dispuesta a que hablemos? —preguntó Elijah con furia
y sarcasmo.
El maldito notó que quería irme por Hanna y lo usó contra mí.
—No —espeté entre dientes y me zafé de su agarre.
Me lo permitió en ese momento, aunque me miró con la burla y la
decepción mezcladas. Negué con la cabeza, demostrándole que yo también
me sentía decepcionada y luego seguí con mi camino.
—¡Isabella! —me llamó Eleanor, en cuanto subí y llegué a la planta en la
que ella y Hanna se encontraban.
—Estaré bien, como siempre —aseveré y seguí mi camino hacia la
tercera planta, en donde estaba mi habitación con Elijah, la de Tess y ahora
la de mis hijos, esa que antes ocupó Elliot.
Sentía el corazón desbocado por todo lo sucedido, necesitaba salir de esa
casa lo antes posible porque dejó de sentirse segura para mi estabilidad
emocional, y no quería que eso llegara a afectar a mis hijos.
Y, aunque había decidido únicamente ver a los clones de lejos, en ese
momento al percibir que después de todo, Elijah me siguió, me adentré a la
habitación de ellos para intentar calmarme un poco con la presencia de
ambos, antes de volver a meterme en una pelea con su padre de la cual no
saldríamos bien parados.
Y por supuesto que Elijah no me siguió ahí, debido a su estado físico
luego de la pelea.
—¡Mamita! —gritó Aiden al verme, emocionado igual que Daemon.
Lee-Ang los mantuvo en su burbuja perfecta, por eso ellos se mostraron
felices, como si unos pisos abajo no se hubiera desatado el infierno.
—¿Tén ganó? —quiso saber D y les sonreí con tristeza, aunque ellos no
lo notaron.
«La desconfianza, los celos y las confusiones».
Respondió mi conciencia lo que yo no vocalizaría.
—No hubo ganador, solo enseñanza —musité. Lee-Ang me observó con
comprensión y me sonrió queriendo asegurarme que todo estaría bien. Sin
embargo, no lo creí esa vez.
Abracé a mis pequeños para reconfortarme con sus presencias y respiré
hondo sus aromas, sintiendo que los ojos me ardieron y el nudo en mi
garganta me hizo más difícil tragar. Pero no me quebré, porque los clones
no lo merecían.
Y únicamente cuando me hube calmado, decidí ir a mi habitación,
respirando y exhalando con cada paso que me acercaba a ella. Al entrar lo
primero que vi fue la ropa de Elijah tirada en el piso, sentí el frío
erizándome la piel y noté que la puerta de la terraza estaba abierta. Él se
encontraba ahí, con tan solo una toalla envuelta en su delgada cintura y un
vaso de whisky en la mano, observando el horizonte, o perdido en sus
pensamientos.
Me estremecí porque el clima del invierno distaba mucho de ser cálido,
pero ese Tinieblo lucía tan entero afuera, que hasta parecía que hubiese
tenido calor y por lo mismo disfrutaba de los vientos congelantes
refrescándole la piel.
«O todavía seguía furioso e intentaba que el frío lo apaciguara».
¡Jesús!
Mis nervios se acrecentaron en cuanto estuve más cerca de su órbita,
sintiendo que en ese momento me asfixiaba porque la tensión de su enojo
era espesa, por lo que decidí retrasar un tanto más lo inevitable y meterme
al cuarto de baño, para tomar una ducha con agua caliente que me relajara
así fuera un poco.
Y cuando salí de ella, noté los medicamentos desperdigados por el
lavabo y las bolitas de algodón manchadas de su sangre, en el basurero. El
recordatorio de la pelea en la que se metió con Fabio porque la necesitaba o
porque según él, yo la provoqué. Ya no lo entendía, lo único que sí tenía
claro es que no hice nada para desafiarlo, simplemente no estuvo en mis
manos evitar la última acción de ese hombre, así como no estaba en las de
Elijah impedir cuando Hanna lo abrazaba sin que se lo esperara.
Respiré hondo al salir del cuarto de baño y me di cuenta de que él seguía
en la terraza, así que me vestí ansiosa, queriendo dejar de alargar más el
momento de nuestro enfrentamiento, porque sería eso, no una conversación
entre dos personas civilizadas.
—¡Dios! —musité al salir a la terraza y que el frío impactara más mi
cuerpo.
Pero también me impactó su aspecto. Tenía el labio partido y la nariz roja
e hinchada igual que el pómulo derecho. Noté otro corte cerca de su barbilla
y algunos magullones en su torso.
—Ignoras mis llamadas, tomas decisiones sin mí y luego me las
comunicas a medias por mensajes de texto. Me envías recados con tu gente
como si yo debería conformarme con eso y al llegar a casa, te encuentro
sobre ese imbécil; y en lugar de enfrentarme, huyes como una cobarde. Y
ahora te sorprende verme así —espetó y me miró con dureza.
Estaba apretando demasiado el vaso en su mano, que al parecer había
vuelto a rellenar porque lucía con un poco más de licor, que el que
vislumbré al llegar.
—Tuve una discusión con tu madre y no quería desquitarme contigo la
rabia que me provocó ella. Y no decidí sin ti, simplemente no hubo tiempo
y debíamos actuar con rapidez, ya que créeme, mi primera opción fue irme
de esta casa con mis hijos porque sucedió lo que te pedí a ti que evitaras.
No te estoy culpando —aclaré al ver que quiso defenderse—. Y no le pedí a
mi gente que te informara las cosas porque debas conformarte con eso, sino
porque tuve la esperanza de que así como yo, tú también entendieras las
razones viniendo de personas que piensan con más objetividad que nosotros
ahora mismo.
—¿Y qué razón tienes para haber estado con Fabio? ¿Pretendías sacarte
con él la rabia que sientes hacia madre? —satirizó con la voz rasposa.
—¿Por qué lo haces ver como si nos hubieras encontrado en la cama? —
desdeñé—. Estábamos luchando, Elijah. Yo lo hacía tal cual entreno con
Caleb, Isamu o Ronin.
Soltó una risa llena de amargura y se lamió los labios, mordiéndose parte
del inferior, del lado que no tenía cortado.
—¿Eres tonta o de verdad me crees a mí tan estúpido? —gruñó entre
dientes.
—Pues tal parece que la estúpida soy yo, por confiar en alguien que
jamás confiará en mí —respondí y escuché mi voz ahogada por ese maldito
nudo en mi garganta.
—¡Le gustas, Isabella! —declaró alzando la voz—. Fabio ha querido
llevarte a la cama desde hace mucho, me lo dijo a mí —Apretó tanto los
dientes al decir eso, que ni siquiera noté que sus labios se movieran.
—¿Y por qué no lo ha conseguido? —pregunté—. ¿Por respeto a ti? —lo
provoqué, sintiéndome molesta y decepcionada también, aunque sonreí
cuando él entendió a lo que me estaba refiriendo—. Esto no va a funcionar,
Elijah. No quiero a mi lado a alguien que no confíe en mí, que piense que
porque le gusto a alguien más, me voy a abrir de piernas, olvidándome
fácilmente del amor que siento por él.
Di un paso hacia atrás, demostrándole que me retiraba de esa guerra
porque ya no quería ganarla.
—¡Mierda! —gritó él y pegué un respingo cuando estrelló el vaso contra
el suelo, los trozos de cristal se esparcieron por toda la terraza y con más
fuerza de la necesaria, me cogió del brazo y me hizo caminar hacia adentro
de la habitación, al percatarse de que me encontraba descalza.
—¡Suéltame! —exigí.
—¡Esto no te está superando solo a ti, Isabella! —rugió en cuanto
estuvimos dentro y me soltó—. ¡¿Crees que no siento que me ahogo con
todo lo que está pasando?! ¡¿Piensas que porque me obligo a ser fuerte no
me afecta saber que nuestros enemigos están afuera esperando a que demos
un paso en falso?! ¡¿Que encima de todo esto debo buscar a Myles para
resolver lo que hizo?! Sin contar con que quiero mantener a salvo a nuestros
hijos y a ti. Y que, como si eso no fuera nada, hago todo lo que está en mis
manos, pongo mi esfuerzo máximo para que mi chica no se aleje de mí,
para que no sienta que estamos en direcciones contrarias, pero que no sea
suficiente para ella.
Había notado todo lo que recalcó, pero él dejó pasar lo más importante.
—¿Sabes qué pasa? —No lo dejé responder—. Que te preocupas por
todo eso cuando solo debiste hacer una única cosa, Elijah —Odié soltar las
lágrimas, pero no pude contenerme más—. Confiar en mí.
Recalqué eso porque fue lo que lo llevó a esa pelea con Fabio. Y estuvo a
punto de replicar algo, pero justo en ese momento mi móvil, que dejé en la
cama desde antes de irme a entrenar con Fabio, comenzó a vibrar e
iluminarse con el nombre de Myles. Lo tomé enseguida y respondí en
altavoz, viendo la sorpresa de Elijah grabada en sus gestos porque después
de días, sabríamos de su padre.
—¿Myles?
—Isa, cariño. Creí que no me responderías. —Su voz sonó aliviada al
decir eso, yo también me sentí así.
—¿Dónde estás? ¿Te encuentras bien? —pregunté y lo escuchamos
soltar el aire.
—¿Estás sola? —quiso saber y estuve a punto de decirle que Elijah se
encontraba conmigo, pero este negó con la cabeza, animándome a que lo
negara.
—Sí, Myles. Estoy sola en mi habitación —mentí.
—Confías en mí, ¿cierto? —Tragué con dificultad al escucharlo
desesperanzado—. Dime por favor que no crees que te fallé, que no me ves
como un monstruo.
Elijah tenía el ceño fruncido al escucharlo y yo comencé a sufrir una
taquicardia.
—Creo en ti —aseguré y sé que el hombre frente a mí notó que no
mentía, porque no lo hacía.
Callé por respeto al dolor y decepción de Elijah, pero yo confiaba en
Myles a pesar de que todo apuntaba a que era culpable.
—¿Recuerdas cuando te visité en Tokio? ¿La ocasión en la que Eleanor
se molestó con nosotros porque no la incluí? —Los ojos de Elijah se
agrandaron y su respiración se volvió errática al escuchar las preguntas de
su padre—. ¿Recuerdas todo lo que hicimos? ¿Cada promesa que te hice?
—Sí, Myles. Recuerdo todo, pero ¿a qué viene eso? ¿Por qué hablas de
esa visita justo en este momento? ¿Por qué no me dices dónde estás? Yo te
prometo que voy a ayudarte a solucionar todo, a que digas tu verdad —juré,
nerviosa porque lo estaba escuchando como si se estuviera rindiendo.
—Isa, confía en el hombre que te mostré en ese viaje, no en el que soy en
este momento.
—¡¿Myles?! —lo llamé cuando solo quedó el silencio al otro lado del
móvil.
Me aterró la idea de que cometiera una locura, pero más la manera en la
que me estaba viendo Elijah.
—¿Qué pasó entre ustedes en ese viaje? —masculló y lo miré incrédula
por la acusación implícita.
—¿Es en serio? ¿Vas a seguir por este camino? —refuté yo.
—¡¿Qué mierdas pasó en ese viaje?! —gritó perdiendo el control y alcé
la barbilla, herida pero también orgullosa.
—Era la primera vez que nos veíamos después de que yo me marchara
—empecé a narrarle porque así me doliera ver lo que veía en sus ojos, no lo
dejaría pensar mal—. Tenía seis meses de embarazo y él viajó a Corea del
sur por algo de Grigori, por eso no llevó a Eleanor. Y, ya que estaba cerca
de Japón, decidió visitarme, quedándose en mi casa dos días, mismos en los
que aprovechó para quebrarse conmigo, pues admitió que estaba cansado de
ser fuerte frente a su mujer y a Tess.
»Se había desesperado de no poder llorar tu muerte como un padre que
amaba a su hijo y cuando me vio llevando a los tuyos en mi vientre, se
rompió, lo hizo porque recordó todo lo que él vivió cuando Eleanor te
llevaba a ti en el suyo.
Carraspeé en el momento que las lágrimas me cerraron la garganta al
recordar ese día.
—Me confesó que nunca se había sentido tan vulnerable como en ese
momento y me pidió disculpas por eso. Le dije que no tenía por qué sentirse
mal conmigo y le agradecí por la confianza de mostrarme a mí, esa parte tan
humana suya. Entonces me prometió que sería el padre que yo necesitaba,
sin usurpar el lugar de papá; me juró por su vida que nos protegería a mí y a
mis hijos tal cual lo hubieses hecho tú. Y sobre todo, recalcó que si en algún
momento él se convertía en una debilidad o peligro para nosotros, se
alejaría. Porque prefería morir antes de ponernos en riesgo. A nosotros, a tu
madre y a Tess.
—¿Y por qué te dijo sobre las cosas que hicieron? Si me estás
mencionando solo lo que él hizo —recalcó.
Respiré tan profundamente, que cuando solté el aire, deseé dejar ir mi
dolor y amor por él, ya que, aunque me ponía en sus zapatos, ver esa
desconfianza en sus ojos me mató.
—El maestro Cho, sensei Yusei, él y yo, Elijah. No solo Myles y yo —
aclaré—. Sensei Yusei es experta en rituales de su cultura, y ya antes había
hecho uno conmigo para que encontrara un poco de paz mental, en medio
de mi tormento. Así que, cuando vi a tu padre tan mal, le propuse que
hiciéramos uno juntos, y me refiero a los cuatro —puntualicé—, para que
pudiera liberarse de todo eso que lo había hecho quebrarse, pues quería que
volviera a casa, con su esposa y su hija, esas mujeres a las que tanto adora,
renovado. Eleanor se enteró de todo porque nosotros mismos se lo
comentamos y se molestó únicamente porque aseguró que ella también
necesitaba un ritual de esos. No porque Myles haya estado conmigo.
—Puta madre —susurró Elijah, restregándose el rostro, gruñendo de
dolor por lastimarse los golpes, y sentándose en la cama, luciendo
agobiado.
Yo lo miré con tristeza por unos segundos.
—Comprendo tu punto por lo que viste, pero yo sigo creyendo en ese
hombre que estuvo conmigo en las buenas, en las malas y en las peores —
declaré y me miró desde su posición. Tenía el cabello revuelto y los ojos
rojos y acuosos—. Me niego a creer más en una mujer que para mí es una
recién aparecida, Elijah. Y me niego a seguir al lado de alguien que con la
primera malinterpretación, ponga en duda lo que yo siento y le he dado.
—Isabella… —Le alcé la mano cuando se puso de pie e intentó acercarse
a mí.
—Tú y yo somos como el sol y la luna, amor —musité—. Separados
funcionamos mejor.
Dicho esto me di la vuelta para ir al cuarto de baño, sintiéndome una
mierda porque necesitaba estar sola, pero no tenía a donde ir, ya que esa
casa dejó de ser una zona segura para mí.
Me estaba sintiendo una intrusa donde antes fui parte de la familia.
Un pez en medio de tiburones.
Capítulo 43
Tomando lo que me pertenece
Elijah

«Tú y yo somos como el sol y la luna, amor. Separados funcionamos


mejor».
No sacaba esas malditas palabras de mi cabeza, no podía. Así como
tampoco lo aceptaba, pero…, mierda. Yo sabía muy dentro de mí que no
podíamos seguir juntos si no era capaz de confiar en ella. Isabella no se lo
merecía. Y tampoco me era fácil cambiar de la noche a la mañana por
mucho que me importara, y menos cuando las situaciones a nuestro
alrededor se prestaban para aumentar mis inseguridades.
Eso había dicho Serena que eran, inseguridades, no celos o posesividad.
Desconfiaba de Isabella porque no era capaz de confiar en mí mismo. Pero
con padre era distinto, pues ya no se trataba solo de lo que vi con Hanna
sino también de su manera de hablarle a mi chica, de la forma en la que le
recordó las promesas que le hizo, o cómo entonó eso que hicieron.
No deseaba ser un enfermo inseguro porque se sentía una mierda. Y
quería que otro estuviera en mi lugar, escuchando a su propio padre decirle
todas esas cosas a su novia, luego de haber intentado abusar de otra chica,
para comprobar si no actuaría igual que yo por mucho que confiara en la
mujer que tenía al lado.
Podía jurar que no sería el único con inseguridades, ya que una situación
como esa se las despertaba a cualquiera.
—¡Mierda! Isa cada vez golpea más fuerte —se burló Elliot al entrar a la
sala de planeación del cuartel y verme. Le saqué el dedo medio como
respuesta.
Perfecto. Inseguro e inmaduro.
Lo escuché reírse de mi reacción y noté a Evan y Connor con ganas de
hacerlo también, pero se contuvieron, porque ellos llegaron antes y notaron
que mi humor no era para soportar bromas de ningún tipo. Apreté el puño
que tenía cerca de mi rostro, para sentir el escozor de mis nudillos partidos
y que eso me distrajera.
Necesitaba del ardor, incluso cuando cada vez que respiraba, el costado
derecho me punzaba, haciéndome pensar que tenía alguna costilla
fracturada, regalo de Fabio. El rostro se me veía más hecho mierda porque
los golpes se me inflamaron y no me soportaba ni yo mismo en ese instante.
—Fabio tiene por excusa su condición, pero tú… ¡Demonios! Acentúas
que tu psicopatía es innata.
—Y aun así, eres tan imbécil como para provocarme —desdeñé para
Elliot cuando siguió jodiendo—. ¿Crees que porque me ves así, Fabio
quedó mejor?
El italiano hijo de puta podía ser un psicópata cuando estaba maniaco,
pero yo lo era la mayor parte del tiempo, sobre todo en cuanto veía que
tocaban a mi chica. Porque eso fue lo que me enloqueció, presenciar su
manera de poner las manos en las caderas de Isabella, casi como si anhelaba
haberla tenido desnuda sobre él. Y las imágenes que se formaron en mi
cabeza con esa acción suya, fueron suficientes para ver el mundo en color
rojo.
—Ya, hombres. Este no es momento para esto —intervino Dylan,
entrando a la sala con Tess.
Ya todos sabían lo que había sucedido en casa, porque según descubrí,
mis élites eran leales, pero no por eso dejaban de ser chismosos. Y Lewis
era el abanderado, pues fue el encargado de comunicarle a Belial lo que
pasó y este, a su vez, se los hizo saber a los demás en el cuartel.
—Comencemos ya —animó Tess a Connor y Evan.
Mi hermana había estado concentrándose más en la búsqueda de padre,
incluso con el dolor que eso le provocaba. Y yo terminé en el cuartel luego
de que Isabella se encerrara en el cuarto de baño, para comentarles sobre la
llamada que ella recibió de Myles y la que antes él le hizo a madre.
Escuché que Evan comenzó a explicar lo que estaban haciendo en
conjunto con Isamu, Lewis y Serena, pero por más que intentaba
concentrarme en ellos, mi cabeza abandonaba ese entorno para recordar mi
enfrentamiento con White. El dolor que vi en sus ojos antes de encerrarse
en el baño volvía hacer que me costara respirar, y por momentos quería
regresar a la casa y buscarla, sin embargo, yo no merecía reconciliarme con
esa mujer hasta que consiguiera comprobarle que no volvería a actuar como
lo hice, y menos, a dudar de lo que ella sentía por mí.
Miré como imbécil el móvil tras escribirle, esperando a que me
respondiera. Tomé esa decisión no solo para buscar algo con qué iniciar una
conversación con ella, sino porque noté su desesperación por no tener a
donde más irse, luego de nuestra pelea, pues dejó de sentir comodidad,
tranquilidad y privacidad, en un lugar que antes hizo suyo.
—¿Elijah? —Miré a Tess cuando me llamó—. Hemos cuadrado la
llamada que recibió mamá, pero papá se mantiene en movimiento, así que
ya no nos funciona. Ahora necesitamos acceder al móvil de Isa para cuadrar
la que ella recibió, ya que es reciente, pero nos negó el acceso, asegurando
que hará el seguimiento con su gente.
—Es porque presiente que ustedes, sus hijos, no piensan darle el
beneficio de la duda a tío. Y que en lugar de ayudarlo a esclarecer todo, van
a juzgarlo —explicó Elliot, antes de que yo comenzara con mis jodidas
suposiciones por la negatividad de la Castaña, y Tess negó con fastidio.
—Me duele haber visto lo que vi y lo que escuché, pero estoy tratando de
confiar en mi padre, no en ese hombre que vi días atrás en la oficina —se
defendió Tess por la acusación de Elliot.
—Seré sincero, Tess. Que apoyes a tu madre con esa decisión absurda de
haber metido a Hanna en su casa, dista mucho de que trates de confiar en tu
padre.
—Madre tuvo la idea absurda, pero yo me negué rotundamente, Elliot —
me entrometí—. Fue Isabella quien tomó la última decisión y la llevó a
casa.
—¿Pero luego de qué, LuzBel? —ironizó— ¿Acaso crees que no
manipularon la situación al hacerle saber a esa rubia sobre los clones?
—Fue inconscientemente, Elliot —zanjó Tess—. Mamá y Elijah
discutían y salió el tema de los niños, Hanna alcanzó a escucharlos y se
enteró de ellos de esa manera, no porque se lo hayan dicho, fue indirecto.
—Exacto, prima. Fue indirecto.
—¡Arg! —gritó Tess perdiendo la paciencia.
—Fue muy conveniente que discutieran, sacaran a colación a mis
sobrinos, y ella escuchara. Todo se prestó muy bien para que los Sigilosos
le recomendaran a Isa llevarla a la mansión Pride —puntualizó y noté que
tanto Dylan, Evan y Connor lo miraron con sus ceños fruncidos, un
indicador de que les resonó lo que él dijo.
—Bella siempre ha sido muy intuitiva —comentó Evan segundos
después—. Por eso descubrió que tú estabas detrás de Sombra, sin importar
todo lo que hiciste para cubrir tus rasgos. —Se dirigió a mí al decir eso.
—Le pidió a Caleb un informe completo sobre Hanna, desde que la
conoció en el hospital, yo le ayudé a él con eso —aportó Connor—. Pero no
encontramos nada extraño y tampoco impecable. Ha tenido algunos
problemas leves con la ley, infracciones de tránsito, multas sin pagar, cortes
en el juzgado por conducir sin licencia, todo dentro de lo normal. Por eso la
descartaron como un peligro.
No me sorprendió que Isabella hiciera eso, estaba en nuestra naturaleza
ser desconfiados; lo que sí lo hizo fue que nunca me lo haya mencionado,
pero bueno, Hanna no era tema de conversación entre nosotros como para
llegar a eso.
—Porque no lo es —aseveró Tess—. La chica solo ha sido una víctima
de los Vigilantes y que se enterara de nuestros sobrinos, un lamentable
descuido. Y que Isabella desconfíe así de ella es tu culpa, Elijah —Alcé una
ceja por la acusación—. Está celosa por lo que sabe que pasó entre tu amiga
y tú.
—Difiero en eso —Todos miramos a Dylan cuando habló—. Vi a mi
hermana celosa de Elsa años atrás, pero jamás actuó así con ella. Y antes de
que digan que en ese momento Isa no era la mujer que es hoy, y tampoco
tenía que proteger a sus hijos, hay cosas innatas en uno como la lealtad, la
confianza y el respeto. Y así ellas se demostraran aversión y discutieran
cada dos por tres, en las misiones se cubrieron las espaldas en lugar de
apuñalarse.
Mi mente voló a la noche en que las secuestraron. Elsa no se negó a ir
con nosotros cuando Cameron me avisó de la emboscada que le hicieron a
Dylan con Isabella. Y estaba seguro que no fue solo por nuestro amigo, ya
que antes, ella y yo habíamos tenido esa charla en la que me demostró que
así no fuera amiga con la Castaña, la respetaba.
—Bien, me alegra saber que no todos en esta sala ignoran que Isa
además de ser intuitiva, está siendo precavida, incluso cuando la han
obligado a actuar en contra de lo que quería —celebró Elliot con sarcasmo,
mirando a Tess y luego a mí.
—Habla con Owen y vuelve a hacer otra investigación sobre Hanna —le
exhorté a Connor—. Él ha estado más cerca de ella y puede conocer nuevos
detalles —Asintió de acuerdo y luego me puse de pie, haciendo una mueca
de dolor—. No cuenten conmigo para nada más en este momento.
No esperé a que me dijeran algo, me marché de esa sala queriendo huir a
algún lugar en el que pudiera olvidarme de todo, con ganas de ir a casa,
coger a mis hijos e Isabella y llevármelos a un país lejano donde
volviéramos a ser solo los cuatro, donde nadie amenazara nuestra seguridad
y menos nuestra estabilidad emocional. Pero ver mi móvil y no encontrar
respuesta de su parte, aunque leyó mi mensaje, me hizo poner los pies sobre
la tierra.
El cuento entre nosotros ya había terminado y era momento de
solucionar el mierdero a nuestro alrededor. Y, aunque no creía que Hanna
fuera un peligro porque sabía cómo y dónde la conocí, además de todo lo
que atravesó por su cercanía conmigo, no me cegaría. Pues no solo Elliot
insinuó que podía querer manipularme, sino que los demás estaban
creyendo en la intuición de Isabella.
Por lo que yo no sería la excepción.
—Unos tragos te caerían bien —señaló Belial al verme, cuando él salió
de la cafetería y yo iba hacia afuera del cuartel.
—Mejor una botella —debatí.
—Ven, hemos descubierto un lugar más privado aquí —me animó y lo
seguí.
Reconocí que me llevó por los pasillos cercanos a las bartolinas que
poseía el cuartel, y sonreí al descubrir que habían convertido la pequeña
sala, en donde los Grigoris custodiaban a los reos (cuando teníamos), en un
lugar de ocio bastante ameno.
En cuanto sacó la botella de licor, le pedí que no fuera a preguntarme
nada, ya que solo me apetecía beber hasta emborracharme. Y me lo
concedió. Lilith se unió a nosotros rato después y así como ella, cada uno
de los chicos de mis élites fueron llegando poco a poco, los Oscuros y los
Grigoris que se encontraban en el cuartel, incluso Tess lo hizo.
Y lo que creí que sería una noche de mierda bebiendo como un borracho,
se convirtió en un rato con mis amigos, porque… joder. Eso eran todos
ellos, no súbditos como antes los llamé.
—Cuando estábamos del otro lado y escuchábamos hablar de ti, siempre
te imaginamos como un hijo de puta desgraciado que por ser el hijo de papi,
se comportaba como un cabrón con su gente —admitió Owen y me reí por
lo que dijo y por referirse a los Vigilantes como el otro lado.
Él, Lewis y Serena habían llegado también, teniendo completas a mis
élites en ese instante.
—¿Ahora es el momento en que dices que te equivocaste y me amas? —
lo chinché y bufó.
—En que es un egocéntrico sí acertaste —le dijo a Lewis y este rio.
—Y vaya que lo es —coincidió Connor.
Todos rieron y miré a cada uno. Noté que Tess y Dylan se llevaban muy
bien con Belial y Lilith. Owen, Connor y Lewis se gastaban bromas entre
ellos; y Evan, Cameron y Marcus parecían tener temas importantes y
entretenidos de comunicación. Medio sonreí al percatarme de mi entorno,
sintiéndome un poco nostálgico de pronto al darme cuenta de las cosas que
hacía el tiempo, pues me quitó a Elsa y a Jacob, pero luego me dio a cinco
amigos más con los que estaba dejando mi mierda, así fuera por un
momento, de lado.
Me quitó un hijo, pero con Isabella me dio dos.
Y siendo totalmente sincero conmigo mismo en ese instante, no quería
que me quitara a esa Castaña, porque con nadie que pretendiera darme
luego de ella, sería suficiente. No lo aceptaría, sin importar que en ese
instante fuéramos como el sol y la luna.

Tres días pasaron luego de esa noche con mis élites y, aunque seguí sin
recibir respuesta de parte de la Castaña, al mensaje que le envié, igual le
cumplí y tomé una habitación del segundo piso, era en la que ella estuvo en
el pasado, tras la muerte de su padre.
No la había visto, tampoco a mis hijos, pues no pretendía que ellos
notaran mi rostro golpeado. Así que siempre trataba la manera de salir muy
temprano de casa y regresar ya bien entrada la noche, aunque me mantenía
pendientes de ellos por medio de Lewis o Serena. Owen seguía
encargándose de Hanna, Belial y Lilith trabajaban de la mano con Connor,
Evan y Dylan, mientras que Marcus y Cameron me acompañaban a mí.
—Hola, extraño —me saludó Hanna cuando salí de mi habitación y ella
lo hizo de la suya, la cual estaba al lado.
—Hanna —la nombré a manera de saludo—. ¿Cómo te sientes?
—Todavía un poco extraña aquí, pero ya mejor —Asentí en respuesta.
Cuando entré a su habitación en el hospital, luego de que despertara tras
lo que intentó, me pidió perdón por dejarse ganar por la depresión en la que
cayó luego de lo de padre, y por no ser fuerte como Isabella, algo que me
sacó de mis casillas. Y le dejé muy claro que eso no era ninguna
competencia, pues yo no buscaba quién de ellas era mejor, simplemente
porque no la escogería jamás por encima de la Castaña. Y, aunque tal vez no
fue el mejor momento para decírselo, preferí que sucediera en el hospital
solo por si acaso intentaba otra locura.
Como dije antes, las palabras de Elliot esa madrugada resonaron en mi
cabeza de una manera molesta y, por si acaso tenía razón, decidí cortar de
raíz cualquier manipulación que Hanna pretendiera conmigo, dejándole
claro que el hecho de que la ayudara, o estuviera pendiente de ella, no era
sinónimo de que le correspondía en su enamoramiento absurdo hacia mí.
Y me demostró que lo tenía claro, incluso aseguró que jamás haría nada
para dañar mi relación con Isabella. Hasta que madre llegó con su idea
absurda (y no dejó que Hanna se negara), pues juró que no volvería a
cometer el error de dejarla sola. Sin embargo, yo no estaba dispuesto a dar
mi brazo a torcer en eso y noté que a la rubia le dolió mi negativa,
sintiéndolo como un desprecio que aceptó, e incluso quiso poner resistencia
cuando Maokko y Ronin llegaron a recogerla al hospital, más que nada por
indignación.
Desde ese día no habíamos vuelto a hablar ni vernos, a pesar de que
dormía al lado de mi habitación.
—¡Hijo! Qué bueno es verte.
—Madre —la saludé y le di un beso en la mejilla cuando llegó con
nosotros.
Su habitación estaba a tres de la mía y la de Hanna. Y debía admitir que
lucía un poco más animada desde que la rubia se hallaba en casa haciéndole
compañía, ya que por primera vez, había una chica en su entorno que no
estaba inmiscuida en nada de la organización, pero sí en las fundaciones
junto a ella.
—Desayuna con nosotros —pidió y enganchó su brazo con el mío.
—Debo ocuparme de algunas cosas, Eleanor —decliné su petición con
un poco de sutileza.
—Desayuna antes, cariño. Además, aunque me encanta la compañía de
Hanna, extraño tenerte a ti o a Tess en la mesa, ya que ni Isa ni los niños
nos han estado acompañando.
No quería discutir, así que evité decirle que cómo demonios esperaba que
la Castaña se uniera a ellas, luego de la discusión que ambas tuvieron, y con
la aversión de Isabella declarada hacia la rubia.
—Ya voy tarde, madre. Desayunen ustedes.
—Por favor, hijo. Tómate, así sea, un café con nosotras, no me
desprecies ahora que empiezo a sentirme yo misma de nuevo —La miré con
los ojos entrecerrados.
—¿Es así? —inquirí y me sonrió, aunque vislumbré la tristeza en sus
ojos.
—Paso a paso, hijo —me recordó.
Exhalé un suspiro.
—Solo un café, andando —la animé.
Sonrió más enardecida esa vez y con el otro brazo cogió el de Hanna,
caminando con ambos a cada uno de sus lados. Comenzó a platicarme que
había retomado su voluntariado con las fundaciones, aunque lo estaban
haciendo en línea junto a la rubia, debido a que no tenían permitido salir de
territorio Pride. Y escondí una sonrisa porque madre sí podía ir a donde
quisiera, pero supuse que Hanna no, y en lugar de incomodarla con eso,
Eleanor decidió decir que tampoco a ella se le permitía.
—¡Por Dios! Mis amores, al fin los veo —exclamó madre cuando
llegamos cerca del comedor y encontramos a Isabella saliendo de ahí junto
a las copias, Lee-Ang y Serena.
—¡Abolita! —gritó Aiden y corrió a abrazar a madre.
Daemon se quedó al lado de la Castaña, agarrado de su mano y, aunque
extrañé a mis hijos, mis ojos se conectaron con los de su madre.
¡Maldición!
Su mirada orgullosa pero también llena de anhelo, hizo cosas en mi
interior de las que antes me quejé.
Estaba vestida con un vaquero azul, desgastado y roto de algunas partes
de sus piernas, que se pegaba a sus caderas y muslos de una manera que los
moldeaba a la perfección. La playera negra que usaba era mía (lo que hizo
crecer mi ego) y la anudó justo arriba de su abdomen, luciendo esa piel
tersa y tonificada de la que era dueña. Y, aunque la prenda le quedaba floja
de los pechos, noté cómo sus pezones se endurecieron y marcaron,
haciéndome salivar como un jodido perro.
Tenía el cabello en una coleta alta y calzaba sus botas de combate,
dejando claro que podía ser madre, pero eso no le impedía ser sexi y a la
vez una amazona.
—¡Papito! —gritó Daemon, soltando a su madre para llegar a mí. Lo
cogí en brazos y reí cuando me dio un beso atronador en la mejilla.
—Me has extrañado, eh —señalé y él rio, asintiendo con la cabeza.
—Yo tabén, papito —aseguró Aiden, corriendo hacia mí y dando saltitos
para que quedara más claro que no mentía.
—Y yo a ustedes, pequeños revoltosos. A los tres —aclaré, observando a
la Castaña y desde la distancia noté que tragó con dificultad.
Le sonreí de lado, aunque ella apenas hizo un amago del gesto en
respuesta.
—Tienen unos ositos hermosos —halagó Hanna, recordándome que
seguía a mi lado.
Con lo de ositos se refirió a las copias, pues todavía iban con sus pijamas
peludas que los hacían parecer osos de felpa. Yo mismo se las conseguí
luego de que me hicieron ver con ellos esa película que tanto les fascinaba,
«Valiente».
Incluso le habían pedido pie a su madre, con la esperanza de convertirse
en osos por unos momentos, para hacer más travesuras.
—Y revoltosos —le respondí a Hanna, desordenando el cabello de
Aiden.
—¿Tén eles tú? —le preguntó él a la rubia.
—Ella es Hanna, una amiga de papá y mía, chicos —la presentó madre,
sonriendo con más felicidad al ver a nuestros hijos después de días.
—No abaces a papito —le advirtió Daemon y la pobre chica abrió los
ojos demás.
Me reí porque supuse que la advertencia se debió a que Laurel me había
abrazado cuando la conocieron en Italia. Busqué a Isabella con la mirada
tras eso y le alcé una ceja, retándola a que ella también defendiera lo suyo,
pero su mirada asesina me indicó que no estaba para bromas.
—Daemon —Madre lo amonestó por lo que dijo.
—No, abolita. Ella no me usta —Todos se sorprendieron por la
sinceridad del pequeño gruñón en mis brazos.
Noté a Lee-Ang un poco desconcertada porque su alumno no tenía
filtros, Serena en cambio frunció el ceño e imaginé que estaba estudiando
las actitudes de mis hijos. En ese momento Isabella sí que alzó una ceja
para mí y, aunque no sonrió, el gesto orgulloso en su rostro me indicó que
por dentro sí lo hacía.
Me cago en la puta.
No era correcto, pero ese gesto suyo me hizo pensarla en la cama,
cuando sabía que me haría correr a pesar de que yo pretendiera hacerme el
duro.
—A mí sí me ustas, Hanna —la animó Aiden sacándome de esa
cavilación, llegando frente a la rubia para tocarla y que ella le pusiera
atención—, pelo no abaces a papito —advirtió con una sonrisa enorme en
cuanto ella lo miró.
Mierda.
Uno era directo y el otro muy sutil y labioso a la hora de hacer sus
advertencias.
—¡Jesucristo! —murmuró madre, avergonzada con Hanna.
—Hanna no me abrazará, osos revoltosos —interferí para que dejaran de
intimidarla—. Eso únicamente lo hace mamá y ustedes —Ambos asintieron
satisfechos por mi aclaración—. Ella solo es una amiga y estará aquí por
unos días. Así que sean amables —recomendé y Daemon recostó su cabeza
en mi hombro mientras que Aiden sonrió de acuerdo.
—Gracias —musitó Hanna y noté que estaba un poco tensa.
—¿Po qué no duelmes con mami? —preguntó Daemon de pronto.
—Ven, vamos a comer algo —ofreció madre a Hanna cuando escuchó a
mi hijo y agradecí que nos diera esa privacidad.
—Amor, ya te he explicado que papá se sentía un poco enfermo, por eso
tuvo que utilizar otra habitación —dijo Isabella llegando a nosotros.
Lee-Ang y Serena también se retiraron para darnos espacio. Daemon en
ese momento volvió a erguirse y me miró, como si deseaba que yo también
le confirmara eso.
—En cuanto me sienta mejor, voy a regresar a la habitación con mamá,
te lo prometo. —Él asintió más satisfecho.
—¿Polemos visitalte donde duelmes? —inquirió Aiden e Isabella lo
cargó, cuando este se lo pidió alzando los brazos—. ¿Polemos, mamita?
—Claro, amor. Cuando averigüemos dónde está la nueva habitación de
papá.
—En la que fue tuya —aclaré y me observó un tanto sorprendida.
—Al lado de la de tu amiga. Qué sorpresa —satirizó y maldije.
No pensé en eso cuando me fui hacia allí, simplemente opté por un lugar
que antes fue suyo, dándome cuenta de mi error en ese momento.
—Isabella —dije queriendo que entendiera que nada, de lo que sea que
fuera que estaba pensando, era así.
—¡Bonita! —exclamó Daemon, llamando a su madre igual que yo lo
hacía.
—¡Tastaña telca! —gritó Aiden y me restregué el rostro con una mano,
negando con la cabeza.
Pero la intromisión de nuestros hijos liberó un poco la tensión que se
creó entre nosotros, ya que Isabella no aguantó las ganas de reírse por lo
que ellos dijeron.
Tras eso los acompañé a su habitación porque las copias me invitaron. Y
le ayudé a Isabella a ducharlos y prepararlos porque pronto sería la hora de
su entrenamiento con Lee-Ang. Y me reconfortó de una manera increíble
hacer algo tan cotidiano con ella, así no habláramos de nada y nos
limitáramos a interactuar con nuestros hijos. Sufriendo además la maldita
tensión sexual que me despertaba esa mujer cuando se inclinaba para
alcanzar algo, o se rozaba accidentalmente conmigo.
Y fue tan insoportable, que cuando Lee-Ang llegó por los clones y
salimos de la recámara, arrastré a Isabella a la nuestra, aprovechando que
ella no protestaría, pues no lo hacía con nuestros hijos alrededor.
—¿Qué crees que estás haciendo, Elijah? —espetó en cuanto estuvimos
dentro.
—Tomando lo que me pertenece —aseveré y tras eso fundí mi boca en la
suya.
Ella gimió y yo gruñí porque estar de nuevo de esa manera, era como
explotar en miles de sensaciones que, aunque me abrumaban, no quería
dejar de sentirlas. Y sí, podía estar molesta y decepcionada de mí, pero
Isabella tampoco pudo resistirse a mi lengua invadiendo su boca, dejando
salir la suya para darme batalla.
Nos movimos juntos, reclamándonos, mordiendo nuestros labios y
chupándolos para aliviar el dolor provocado. Era demasiado fácil olvidar
toda la mierda cuando me encontraba en su dimensión, embriagarme de ella
y dejar que lo demás se fuera al carajo. Sus gemidos me hipnotizaban,
despertando a la vez en mí, a esa bestia que la añoraba a cada momento.
Y antes de que los dos supiéramos en realidad lo que estábamos
haciendo, la llevé hasta la cama, dejando ir su boca únicamente para
tomarla de los muslos y tirar de sus caderas hasta el borde de esta. La
escuché gimotear y sentí que quiso apartarse al verme caer de rodillas en el
suelo, pero antes de darle oportunidad de erguirse del todo, me incliné
bajando los labios a la piel de su abdomen expuesto mientras ella se
sostenía con las palmas apoyadas en el colchón.
—Ah —gimió y ese sonido envió una sacudida a mi polla.
Su pecho se levantó y cayó con rapidez por su respiración errática,
mientras yo la besaba con mis labios y lengua, mordisqueando a la vez,
trabajando su cuerpo, provocándola hasta que me pidiera que la desnudara y
la hiciera mía.
Sonreí cuando se rindió por un instante y cayó en la cama, incapaz de
detenerme. La escuché susurrar muy bajo un «oh, Dios mío» en cuanto tiré
de su piel con mis dientes y luego chupé. Me agarró de la parte de atrás de
mi cabello, arqueando su cuerpo hacia mí en el instante que arrastré la
lengua cerca de la cinturilla de su vaquero.
—No, Elijah. Apártate —se quejó y no le obedecí—, por favor.
De nuevo estaba en ese momento contradictorio con ella misma, pues,
aunque rogó, no dejó de retenerme justo donde hundí mis dientes, en esa
parte sensible de su piel cerca de la cadera.
—¡Ya, Elijah! —gritó y sentí la excitación goteando de mi polla porque
no me quería, pero tampoco me dejaba ir.
—Maldición —gruñí dejando su piel al notar que en el arrebato, uno de
sus pechos quedó expuesto.
Juro que solo iba a tentarla hasta que ella misma me rogara por tomarla,
pero su pezón endurecido mostrándose ante mí y no solo a través de la tela
de mi playera, mandó a la mierda mis planes.
—No, Elijah —amenazó ella, irguiéndose un poco y sacudiendo la
cabeza para darle énfasis a la demanda cuando me elevé hasta su pecho.
Dejé salir una respiración baja y le sonreí un segundo antes de cubrir
toda la piel de su montículo, tomando su pezón en mi boca.
Soltamos un gemido al unísono.
Arremoliné la lengua en torno a su capullo endurecido, cogiendo el
pezón entre mis dientes y succionándolo, jugando con él como sabía que a
ella le volvía loca. No fui arrebatado, lo hice lento, hundiéndome ahí y
chupando dolorosamente fuerte, haciéndole recordar que solía hacer lo
mismo con su clítoris.
—Dime que valen la pena los eclipses entre nosotros —la incité, viendo
que tenía los ojos cerrados y se mordía el labio inferior—. Tengo más
defectos que virtudes, Pequeña, pero si me lo permites, te adoraré con cada
uno de ellos.
Tragó con dificultad y cuando abrió los ojos, noté su mirada acuosa.
Apretó su agarre en la parte de atrás de mi cabello y presencié el momento
en que su placer se convirtió en tormento duro y frío. Y negué con la cabeza
cuando acarició mi rostro con su pulgar.
—Así te ame con locura, esta vez me elijo —aseguró con una respiración
temblorosa—. No merezco menos que un hombre que confíe en mí.
En ese instante sí se apartó, dejándome congelado en mi lugar. Y cuando
las palabras que me dedicó se asentaron en mi interior, me di cuenta de que
esa vez, nada de lo que hiciera la haría cambiar de opinión.
—Isabella —la llamé, pero no se detuvo.
Siguió su camino, acomodándose la ropa antes de salir, sin siquiera mirar
atrás.
Capítulo 44
LuzBel para ti
Isabella

Había estado a punto de caer de nuevo en ese círculo vicioso y tóxico


que me succionaba como un caleidoscopio, cuando me encontraba en la
órbita de Elijah, porque me gustaba lo que éramos en el momento que nos
hallábamos solos. Amaba los instantes en que todo a nuestro alrededor se
esfumaba, siempre que nuestras bocas se encontraban y la ropa desaparecía.
Pero esa vez, por mucho que ese bucle de placer me hubiera consumido,
conseguí que mi raciocinio se hiciera cargo. Logré que la realidad estuviera
presente y no me dejé embaucar, recordando que al salir de esa habitación,
de nuevo nos recibiría la desconfianza, los celos y las inseguridades,
abriendo incluso más, esa brecha entre nosotros.
Y una semana después de ese momento, seguíamos cada quien por
nuestro lado, viéndonos solo cuando la situación lo ameritaba, en reuniones
con las élites o incluso en algunas comidas o actividades con nuestros hijos,
en las que tratábamos de ser lo más maduros que nos fuera posible.
Aunque el día anterior tuvimos una discusión muy fuerte frente a
nuestras élites, pues me había exigido que le diera los avances sobre la
búsqueda de Myles, las que mi equipo ya había conseguido, porque
obtuvimos un vídeo de una estación de gas en la que se veía a su padre
tratando de agredir a otra chica. Y acepto que si alguien me lo hubiera
dicho, no lo habría creído, pero lo presencié yo misma.
«Confía en el hombre que te mostré en ese viaje, no en el que soy en este
momento».
El recuerdo de las palabras de Myles fue lo que me detuvo de darle a
Elijah esos avances. Y me dolió verlo devastado a él y a Tess por lo que
vimos, pero seguí aferrándome a eso en mi interior que me pedía que no me
diera por vencida, e incluso les rogué a ambos que no desistieran, sin
embargo, lo único que conseguí fue que me trataran de ingenua.
«Yo también comenzaba a creer que lo eras, Compañera. Porque las
pruebas cada vez eran más en su contra».
—¡Hey! Respira.
—¿Cómo demonios se hace eso, Hanna? —Me detuve al escuchar a
Elijah y su amiga hablando.
Iba bajando de mi habitación y vislumbré que ellos estaban afuera de las
suyas, Elijah apoyaba los codos y antebrazos en el barandal que protegía el
segundo piso del vacío, yo me quedé escondida en el pasillo de los
escalones.
—Te prometo que quiero ayudarte, decirte algo que te anime, pero no sé
cómo hacerlo porque… tú sabes lo que viví con él —aclaró ella.
Sentí la garganta reseca y el corazón acelerado al entender que hablaban
de Myles. Y no dejé que mi cabeza me jugara una mala pasada al suponer
que él corrió a contarle a la tipa lo que vimos de su padre, ya que ella pudo
haberlo sabido por medio de Eleanor, puesto que era obvio que Tess, o
incluso Elijah, le habían informado a su madre lo acontecido.
—No la entiendo, ¿sabes? —soltó de pronto el Tinieblo con cansancio y
frustración—. Lo está comprobando con sus propios ojos y aun así me sigue
viendo a mí como el ingrato, como el mal hijo que no valora a su sangre y
mucho menos lo apoya.
«¡Hmm! Me parecía que estaba hablando de ti».
La sangre se me heló como si fuera agua nieve, aunque mi piel ardía
como si estuviera frente a un horno caliente, quemándome.
—Supongo que a ella le ha mostrado otra versión de él, por eso está
cegada —comentó Hanna y apreté los puños—, pero no me hagas decir
nada que luego pueda ser tomado en mi contra, por favor —suplicó y negué
con la cabeza, sonriendo de lado.
«Bien, Colega, debía decirlo: o tú estabas siendo una ciega ingenua, o
Hanna era demasiado astuta».
Me gustaba más creer lo último.
—Está bien, mejor cambiemos de tema —concedió él.
—Tu madre me comentó que a Aiden le encanta escuchar que le lean,
¿quieres que vayamos con él y D para que le leamos esa historia de la que
te hablé?
De ninguna manera.
—Sinceramente, te meterías en más problemas tratando de hacer eso, que
opinando sobre White —declaró él y fue lo único que me contuvo de salir
del pasillo.
—¡Dios! ¿Pero por qué esa mujer se ha ensañado así conmigo? —chilló.
«Porque has puesto en entredicho a alguien importante para mí», pensé.
—Está en nuestra naturaleza desconfiar de las personas ajenas a nosotros
—le explicó él.
—No soy ajena para ti, Ángel.
—Deja de llamarme así —solicitó él y tensé la mandíbula.
Hanna carraspeó y se quedaron en silencio unos segundos.
—¿Lo soy? —cuestionó la tipa de pronto y no obtuvo una respuesta
inmediata—. ¿Soy una persona ajena a ti?
—No empieces —advirtió LuzBel y sentí que las manos me sudaban.
—No empiezo, únicamente busco tener las cosas claras —puntualizó ella
y escuché el enojo en su voz—. Responde, LuzBel. ¿Fui ajena para ti todas
esas noches que pasamos en aquella habitación? ¿Todas las ocasiones en las
que hablamos durante horas por teléfono, luego de que me rescataras? ¿Fui
ajena para ti cuando me llevaste a tu apartamento y me narraste tu propia
historia, provocándome hasta que terminé con tu pene en mi boca?
«Me cago en todo».
Apreté los párpados cuando sentí que me ardieron igual que mi garganta,
el corazón lo tenía desbocado y me sorprendió que no me hubieran
descubierto con lo estrepitosa que estaba siendo mi respiración.
Carajo.
¿Qué necesidad tenía de escucharlos? ¿Que acaso quería que doliera para
que fuera más fácil la decisión que había tomado? ¿De verdad deseaba que
él respondiera de una manera satisfactoria para ella, con la que me
traicionaría a mí?
Dios mío.
Las lágrimas se asomaron con violencia a mis ojos al darme cuenta de
que sí. Quería que le dijera que no era ajena para él, necesitaba que la
metiera a su habitación y la tocara, que la follara así fuera por despecho
para que su traición fuera imperdonable, para que me doliera a tal extremo
que obligaría a mi corazón a endurecerse, porque de esa manera yo volvería
a ser de acero.
Regresaría de nuevo la reina Sigilosa, la ejecutora letal de La Orden, la
mujer implacable que haría que todos sus enemigos temblaran. Volvería a
sentirme poderosa y me enfocaría únicamente en lo que importaba, ya que
durante todos esos días lejos de él, me sentí tan vulnerable, que llegué a
pensar que todo lo que nos estaba sucediendo era mi culpa, pues bajé la
guardia al vivir en aquel cuento de hadas durante meses en Italia, por eso no
me di cuenta a tiempo de lo que harían los Vigilantes.
Yo los dejé regresar porque igual que con la droga, me hice adicta a algo
que solo me dio una felicidad momentánea.
«¡Por Dios, Colega!».
Estaba mal, era consciente de ello, por eso, antes de que LuzBel le
respondiera algo a Hanna, respiré hondo y terminé de bajar los escalones,
pasando a unos metros de donde ellos se encontraban y ni siquiera me giré
para verlos.
Prácticamente corrí los escalones que me llevarían al primer piso, a la
salida. Necesitando huir, queriendo escapar de mí misma porque me di
cuenta de que en ese instante yo era mi peor enemiga.
—¡¿White?! —lo escuché llamándome cuando el frío del exterior me
golpeó—. ¡Detente!
—¡No, LuzBel! —espeté cuando me tomó del brazo.
—¡Ya basta, Isabella! —exigió.
—¡Ya basta tú! ¡Deja de hacer que me sienta más débil! ¡Deja que me
duela, por favor! —supliqué, conteniendo las lágrimas todo lo que me fue
posible—. ¡Déjame volver a ser fuerte! ¡Déjame odiarte al imaginar las
cosas que no le has hecho! Porque solo así me sentiré tan poderosa como
necesito serlo en este momento. Y contigo en mi órbita me debilito.
Nunca había visto que mis palabras le dolieran tanto como en ese
instante, y eso me destrozó a mí, pero no retrocedí en lo que le pedí.
Entonces me soltó, dándome lo que le estaba rogando.
—Me matas, Isabella —musitó con la voz ronca—. Realmente me matas
de una manera que solo tú lo has conseguido.
Seguido a esas palabras que me mataron a mí, se dio la vuelta y se
marchó, se alejó sin mirar atrás, concediendo mi deseo. Y sentí que ese
instante destruyó todos nuestros mejores momentos.

Caleb e Isamu debatían, señalando varios puntos en el mapa, cuadrando


todas las ubicaciones que habían obtenido de Myles a lo largo de esos días.
Yo les daba la espalda en ese momento, observando en la vitrina una
estatuilla de Atlas sosteniendo el mundo en sus hombros. Suspiré
profundamente al identificarme tanto con su expresión de cansancio y
sufrimiento, pensando en que el peso sobre mi espalda estaba siendo más
del que jamás creí soportar.
«Tú siempre saldrás adelante, cariño. No importa qué, no importa nada,
yo creo en ti y sé que, aunque el peso que cargues sobre tus hombros sea
demasiado pesado, vas a arrastrarlo si es necesario, porque igual que tu
madre, no eres una mujer que se da por vencida».
Solté todo el aire por la boca, ese que retuve al recordar las palabras de
papá y esa fe que mostró tener en mí, temiendo fallarle, pues había
momentos en los que quería dejar tirado ese peso. Sin embargo, recordaba
que tenía a dos personitas que dependían de mí y por ellas no podía
rendirme, por más que lo deseara.
Estábamos en el búnker dentro del territorio de la mansión, había llegado
ahí horas atrás, después de lo que nos dijimos con Elijah. Y así haya tratado
de concentrarme al cien por ciento en lo que mis compañeros decían, no lo
conseguía del todo porque seguía repitiendo en mi cabeza lo que viví con el
Tinieblo, y lo que escuché entre él y Hanna.
«Te torturabas suponiendo lo que él le hubiese respondido a la chica, si
tú no hubieras salido de donde estabas».
Y los monstruos en mi cabeza estaban siendo bien cabrones, pero eso era
lo que quería, ¿no?
«Sí, lastimarte tú misma».
—¡Joder! Siempre llegamos cerca de él y luego volvemos a perderlo. —
Escuché a Caleb quejarse.
—Hay algo que estamos dejando escapar —dijo Isamu con frustración.
—Tomen un descanso —los animé, girándome hacia ellos.
—¿Estás segura? —preguntó Caleb y sentí la mirada de Isamu en mí.
Asentí para ambos y luego les pedí que me dejaran sola.
Cuando se fueron, me acerqué a la mesa en donde estaba el mapa y
recargué las manos en ella, mirando las líneas que habían trazado, uniendo
los puntos. Alice le estaba ayudando a Elliot a hacer el seguimiento,
utilizando un programa del C3, la institución con la que trabajaba, por eso
teníamos más pistas que el equipo de Elijah.
El ojiazul me había explicado que fue el mismo programa con el que su
novia le ayudó al Tinieblo a encontrarme y, aunque muy efectivo, nos
quedamos en un callejón sin salida luego de que Myles dejara de frecuentar
lugares públicos con cámaras.
«El día que yo sea una debilidad para ustedes, o un peligro. Me alejaré,
Isabella, porque prefiero morir antes de que los dañen por mi culpa».
Fruncí el ceño cuando recordé esas palabras de Myles, la ocasión en la
que estuvo en Tokio, la misma que recalcó en la llamada que me hizo.
«No parece que esté huyendo. Es más como si se estuviera alejando,
porque lo conozco y sé que no se quedaría en silencio si lo están culpando
de algo tan grave».
«A menos que sea culpable y no tenga cómo defenderse».
«O porque lo están haciendo parecer culpable».
Esa conversación entre Elliot y Caleb también llegó a mi cabeza. El
ojiazul defendía a su tío a capa y espada, algo que me hacía sentir menos
loca y ciega porque yo también creyera en la inocencia de Myles, a pesar de
que todo estuviera en su contra.
«Es el señor Pride, pero no actúa como él. Lo hace más como si
estuviera borracho», le había dicho Serena a Elijah cuando vimos el vídeo
de la estación de gas.
«Por supuesto que está borracho», reprochó Tess en ese momento.
—¿Por qué no vuelves a comunicarte conmigo, Myles? ¿Por qué no
respondes mis llamadas? —musité sin dejar de ver el mapa, pensando en
que no volvió a llamarme y cuando yo lo hice, su móvil estaba muerto.
Tomé el relicario entre mi mano, lo había recuperado luego de
reconciliarme con Elijah y en ese momento tuve la necesidad de abrirlo,
pensando en que todo sería más fácil si Myles no hubiera apagado su
rastreador, o si hubiese tenido también un relicario que se conectara a los
nuestros.
Miré con tristeza la imagen que tenía con el Tinieblo, pensando en ese
baile, en lo mágico que fue. Luego me concentré en la foto de mis hijos, ya
estaba digitalizada, Elijah se encargó de eso.

—¿Qué son? Además de brazaletes —le pregunté a Myles cuando le


obsequió a mis clones, para su cumpleaños número dos, dos hermosos
brazaletes de oro blanco.
—Su conexión conmigo —respondió él y me mostró que tenía uno igual.
—¿No me digas que son de los que presionas para enviarle un “te
extraño” a la otra persona? —me burlé y Myles soltó una carcajada.
—Casi, hija. Estos en realidad envían una señal de auxilio y la ubicación
de la persona que la solicita, a un programa especial que deberás tener en
tu móvil. Y no es un rastreador, por eso no se detecta como tal.

—¡Carajo! —exclamé ante el recuerdo de ese momento con él y mis


hijos.
Myles había apagado su rastreador, pero nunca se quitaba ese brazalete.
Y la adrenalina que invadió mi cuerpo me hizo olvidar la nostalgia y la
tristeza.
Salí del búnker enseguida, no vi ni a Caleb ni a Isamu, así que no les dije
nada. Max me había llevado hasta ahí, por lo que se mantuvo esperándome
y me regresó a la casa en cuanto se lo pedí. Al llegar rogué para no
cruzarme con Elijah, o alguien más, y corrí escaleras arriba, directo a la
recámara de mis hijos.
En el trayecto le había enviado un mensaje a Lee-Ang y me aseguró que
dejaría el brazalete de Daemon mientras ella se unía con los clones a la
lectura diaria de Maokko.
Iba jadeando cuando llegué a la habitación, con el corazón desbocado,
pero no le di importancia al cansancio. Tomé el brazalete de D y busqué la
ranura en la parte interior de la plaquita con su nombre, al abrirla miré el
botón titilando en color verde y los dedos me temblaron cuando presioné
con el pulgar.
—Funciona —rogué.
Lo mantuve presionado por cinco segundos, según cómo Myles me
explicó en su momento y vi cuando la luz verde titiló con más celeridad.
Mientras hacía algún tipo de conexión, abrí la aplicación con la cual
funcionaba la ubicación y busqué el nombre de D y el de Myles, esperando
que hubiera alguna respuesta.
—¡Demonios! —me quejé cuando pasaron dos minutos.
Tenía el brazalete y el móvil sobre la cama de Aiden, sin dejar de
observarlos, ni siquiera parpadeé porque no quería perderme ningún detalle.
Y cuando la luz de la joya cambió a color azul y dejó de titilar, sentí que mi
corazón también se detuvo, viendo cómo la aplicación comenzó a buscar la
ubicación.
—¡Oh, Dios! ¡Sí! —exclamé cuando el nombre Great Wolf Lodge
apareció.
Era de un hotel a la salida de Richmond, en los límites con Williamsburg.
Y teniendo en cuenta que Myles se mantenía en movimiento, tomé la
decisión más estúpida de mi vida: ir sin avisarle a mi élite, aunque me
llevaría a Max.
—Vamos a esta dirección —le avisé a mi escolta cuando regresé
corriendo al coche.
—¿Iremos solos? —cuestionó.
—Sí, en cuanto lleguemos allí y me asegure de que no me he
equivocado, vamos a avisarle a los demás —informé y asintió.
«Y ahí ibas como siempre, Colega, pisándole la cola al diablo».
No iba a perder tiempo.
Además, no quería que Myles huyera si nos veía llegar, necesitaba que él
confiara en que iba para ayudarle, porque yo creía en su inocencia, o al
menos en que tenía un explicación para lo que estaba pasando.
Analizando eso, le pedí a Max que se detuviera en un centro comercial
cuando llegamos cerca del hotel, y desde ahí solicitamos un Uber para que
nos llevara a nuestro destino, ya que era obvio que Myles reconocería el
coche.
—Revisa los alrededores, yo iré adentro —le pedí a Max cuando
llegamos al hotel.
—Señorita, no creo que esto sea conveniente —vaciló él.
—Avísale a mi élite dónde estamos si eso te hace sentir más seguro —
exhorté—. Y has lo que te ordené antes, revisa los alrededores mientras voy
a dentro a preguntar por él.
En el camino le comenté lo que sucedía, por eso lucía más inseguro. Y
menos mal no siguió insistiendo e hizo lo que le pedí mientras yo me
conduje a recepción.
El hotel no era cinco estrellas, pero lucía muy ejecutivo, adecuado para
las personas que viajaban por negocios. La recepcionista que me atendió
tenía alrededor de sesenta años, una señora muy amable, aunque demasiado
adicta a las fragancias florales.
«Y esa tarde pareció haberse bañado con ellas».
Me reí por el señalamiento, escondiendo el gesto con mi mano cuando
me rasqué la nariz porque de verdad parecía que la señora se duchó con la
esencia de las rosas.
—Sí, cariño. La persona que buscas está hospedada aquí. Llegó hace
media hora de una junta, o eso fue lo que me dijo cuando pasó a saludarme.
Es un caballero muy galante —explicó y me pareció un poco extraño que
Myles actuara así si se estaba escondiendo.
«O como dijo Elliot: no se escondía en realidad».
Eso comenzó a cobrar más sentido para mí.
—¿Puede indicarme en qué habitación está? —pregunté e hice un gesto
con la nariz, arrugándola un poco y rascándome de nuevo porque la
fragancia de la señora se me impregnó horrible.
También me quité el abrigo, ya que el lugar parecía un horno a diferencia
del frío congelante del exterior.
—Por políticas del hotel debo anunciarte, o si lo prefieres, puedes
dejarme tu identificación y firmar este documento de visitas —informó.
—Firmaré —dije y saqué mi identificación.
No quería que me anunciara y que Myles le pidiera no dejarme pasar.
—Ten, cariño. —Puso el documento de visitas en el mostrador y me
entregó un bolígrafo.
¡Eeww!
No era asquerosa, pero cuando sentí el bolígrafo un poco húmedo deseé
que no fuera la fragancia que de seguro ya exudaba, porque ese olor me
estaba mareando.
—Piso seis, habitación 11B —indicó y me limpié en el abrigo—. Puedes
tomar los escalones o el ascensor, encontrarás ambos a la par. —Me señaló
con la mano a su izquierda y asentí.
Iba a optar por los escalones, aunque los odiara, pero en ese instante dos
personas esperaban por el ascensor y este abrió justo cuando me acerqué,
así que me metí con ellas en él. Una de las mujeres era más joven que la
otra y la mayor reprendía a la menor por algo, así que supuse que eran
madre e hija.
—Ya, ma. Era solo una fiesta con mis amigas —se quejó la chica,
confirmándome lo que pensé.
—Ten un poco de educación—la amonestó la madre en voz baja, ya que
cuando el ascensor se cerró y comenzó a subir, su hija sacó un vapeador e
inhaló y exhaló sin importarle que yo fuera con ellas—. Lo siento —dijo la
mujer mayor y me tocó el brazo para que la mirara.
Asentí restándole importancia, aunque quise darle una lección a su hija,
porque la pequeña cabrona volvió a llevarse el cigarrillo electrónico a la
boca, e inhaló una buena bocanada de humo, llenando el espacio con el
aroma mentolado y afrutado.
«Por lo menos ya no olías las flores».
—Hija de puta —susurré cuando salí del ascensor y me sentí un poco
mareada por todo el humo que tuve que inhalar gracias a esa maleducada.
Aunque dejé de darle importancia a eso justo cuando llegué a la
habitación 11B. Y sacudí la cabeza, respirando hondo porque la adrenalina
me estaba haciendo sentir extraña.
«Había sido demasiado fácil dar con Myles luego de todos los esfuerzos
de las élites».
Concordé con mi perra interior, en ese instante incluso pensé en que si
Myles se hubiera estado escondiendo, no se habría registrado en ese hotel
con su nombre real, por lo que terminé de darle la razón a Elliot. El abuelo
de mis hijos nunca estuvo huyendo por lo que supuestamente le hizo a
Hanna.
—¡Demonios! —exclamé, presionando la frente en la puerta antes de
tocar, porque estaba sintiendo un hormigueo en el cuerpo y la respiración se
me aceleró.
Y cuando alcé el brazo para llamar, lo sentí pesado.
—¿Isa? —habló Myles incrédulo cuando abrió la puerta.
—¡Sí! Eres tú —exclamé y lo abracé.
—Cariño, no debiste haber venido —se quejó él, pero devolvió el abrazo,
dejando sus manos muy cerca de mis caderas cuando me separó de él.
—Sí debía. Tenía que verte a los ojos y asegurar que no me equivoqué al
confiar en ti —refuté y me tomó del rostro.
Tenía la mirada atormentada y me sonrió con tristeza.
—Eres hermosa, Isabella —susurró acercándose más a mí, acariciando
mis mejillas.
Mis piernas flaquearon por su toque y cerré los ojos al sentirlos más
pesados.
—Myles —jadeé cuando sentí sus labios sobre los míos.
«¡¿Pero qué mierda?!»

—¡Cálmate!
Desperté de golpe al escuchar ese grito y cuando alcé la cabeza de donde
la tenía, descubrí que se trataba del brazo de Myles.
«¡Dios mío!»
Salí de la cama al reflexionar que estuve dormida, metida entre su
costado, con él abrazándome. Y me giré hacia la puerta al escuchar de
nuevo aquellos gritos, encontrando a Elijah siendo retenido por Marcus y
Darius.
—¡Isabella, estás desnuda! —gritó este último.
Me cubrí por inercia con los brazos y sentí que los ojos se me
desorbitaron al palpar mi piel sin ningún tipo de tela en el medio.
—Oh, Dios —musité y tomé la sábana de la cama, maldiciendo por mi
error, ya que al buscar cubrirme dejé expuesto a Myles.
Santa mierda.
Él también estaba desnudo y tan aturdido como yo por aquellos gritos
aterradores.
—¿Qué hicimos, Myles? —pregunté con horror, sintiendo que ya estaba
llorando por la confusión y el miedo.
Él negó con tristeza, observando nuestro entorno, asustado y mirando
entre Elijah y yo, procesando todo.
—Lo siento, cariño. Nunca quise que esto pasara.
—¡Hijo de la gran puta!
Jadeé aterrorizada cuando escuché a Elijah y di un paso atrás, pisando
algo resbaladizo. Vislumbré a unos pasos de mí, un condón anudado y
usado y supuse que fue lo mismo que toqué con mi pie.
—No, no, no —susurré.
«La habíamos cagado, Colega».
El infierno se desató en esa habitación de un segundo a otro.
Elijah había logrado zafarse del agarre de Marcus y Darius, y se lanzó a
su padre, golpeándolo como si nunca hubiera sido ese hijo que siempre lo
respetó. Y Myles ni siquiera se defendió, se limitó a aceptar el castigo que
él quisiera darle, rindiéndose, asustado, dolido y decepcionado consigo
mismo.
Comencé a temblar viendo que nadie podía hacer nada y apreté la sábana
a mi cuerpo, llorando, petrificada, con los ojos cerrados y recibiendo las
imágenes que comenzaron a llegar a mi cabeza, de cuando llegué al hotel.
—¡Ya! ¡Para! —gritó Tess, entrando a la habitación con Dylan.
Vi a Isamu y a Caleb llegando con ellos, Elliot también irrumpió
corriendo hacia mí.
—¡Mierda, nena! ¿Qué hiciste? —Su pregunta únicamente me hizo negar
y llorar más.
Se sacó la playera, quedándose solo con su chaleco antibalas, y me la
colocó por encima de mi cabeza, pero aun así no solté la sábana.
Caleb e Isamu se habían quedado en posición de ataque frente a mí,
mientras Elliot me auxiliaba. Tess, Dylan, Marcus y Darius trataban de
contener a Elijah hasta que este último desenfundó un arma y su hermana
interfirió colocándose frente a su padre.
—¡No! —rogó ella—. No logro entender lo que sientes en este momento,
pero no lo hagas.
A Elijah ya no le quedaba una pizca de cordura, pero incluso así se giró
hacia mí y sentí a Elliot meterme entre sus brazos para protegerme, aunque
no consiguió cubrirme de la mirada tormentosa de su primo, esa con la que
me estaba congelando, quemando, hiriendo y matando a la vez.
—Quítate —exigió y mi cuerpo se sacudió con espasmos más intensos.
«¡Oh, mi Dios! Esa voz».
Nadie podía salvarme del remolino de sentimientos que sentí al
escucharlo.
—Retrocede, LuzBel —advirtió Caleb.
Todo pasó realmente rápido, Elijah alzó el arma para apuntarme a mí o a
Elliot, no lo sé. Grité al escuchar la detonación, el proyectil impactó en el
techo porque Isamu lo desvió, sacando a la vez una de sus dagas con
veneno y poniéndola en la garganta del Tinieblo.
—Vuelve a atentar contra su vida y no te concederé ni cinco minutos,
hijo de puta —gruñó mi compañero.
—¿Qué? ¿A ti también te premia follándote? ¿Por eso la proteges tanto?
Jadeé al escuchar sus preguntas que, aunque fueron dichas con ironía y
asco, también con dolor.
—¡Saquen a tío de aquí! —demandó Elliot para los demás.
Elijah se giró queriendo impedirlo, pero de nuevo, Isamu con agilidad lo
desarmó, empotrándolo a la vez a una pared cercana, los dos se metieron a
una pelea, aunque mi compañero (actuando con la cabeza más fría) solo
atacó con técnicas de Taijutsu, protegiéndose e intentando cansar a ese
demonio.
Dylan, Tess y Darius aprovecharon para sacar a Myles de la habitación.
Elliot intentó llevarme a mí también, pero negué con la cabeza, porque no
tenía el valor suficiente para dar esos pasos de la vergüenza, en los que
permitiría que las organizaciones me vieran desfilando luego de haber
estado en la cama con el padre de mi chico.
—¡Ya, LuzBel! —gritó Caleb, apuntándolo con su arma.
Isamu había terminado de desarmarlo, pero en ese momento creí que el
Tinieblo se lo permitió, porque él sabía que era de la única manera que mis
hombres le permitirían estar en mi espacio.
—¡Salgan de aquí! ¡Quiero hablar con ella a solas! —les exigió
caminando de un lado a otro cuando se apartó de Isamu.
Parecía desquiciado, negando y riéndose. Y ninguno de mis chicos hizo
ademán de obedecerle, pues en ese momento ni siquiera me obedecerían a
mí si les pedía que se fueran.
—¡Vete de aquí! —espetó para Marcus, el único de su élite que no lo
dejó solo.
Caleb le asintió al moreno, asegurándole que no dañarían a Elijah, pero
eso solo pasaría si él no me lastimaba físicamente a mí.
—Déjame con ellos, por favor —le supliqué a Elliot y él me miró
inseguro.
—Va a herirte, nena.
—Lo sé —admití, sabiendo a lo que se refería.
Elliot al verme dispuesta a enfrentarme a eso, negó con la cabeza, pero
me dejó con Caleb e Isamu.
—¡Salgan! —les gritó desesperado a mis compañeros.
—No lo harán —musité yo—. No insistas, porque en este momento ni
siquiera van a obedecerme a mí.
El temblor en mi cuerpo en lugar de cesar, iba en aumento y, con su
mirada empeoró a tal punto, que tuve que abrazarme a mí misma para sentir
un poco de alivio ante ese frío interior que me estaba destruyendo más.
—Supongo que están acostumbrados a verte revolcándote con Myles.
—Eli… por favor —supliqué, evitando llamarlo de ninguna manera.
Caleb e Isamu retrocedieron para no estar frente a nosotros, uno se fue al
extremo derecho y el otro hacia el izquierdo, dándonos toda la privacidad
que se podría en ese momento, sin descuidarse de mí
—Dime que esto es una maldita ilusión, White —suplicó Elijah de
pronto—. Dame una razón para haberte encontrado en esa cama con Myles,
desnudos y abrazados, que no sea solo porque han estado follando. Con mi
padre, Isabella. ¡Mi maldito padre! —recalcó y mi corazón se destruyó al
verlo caminar hacia mí con las lágrimas mojándole las mejillas.
Negué con la cabeza cuando me tomó del rostro y cerré los ojos,
viéndome de nuevo cuando llegué al hotel, recordando a Myles besándome
y a esa voz en mi cabeza pidiéndome que le respondiera. Me vi cooperando
en el instante que el padre de ese hombre frente a mí, comenzó a sacarme la
ropa.
Me volví sumisa en las manos del mayor de los Pride hasta que
terminamos en esa cama y…
—¡Habla de una puta vez! —gritó sacándome de mis pensamientos y
negué, dando un paso atrás para alejarme de él—. Mátame con la verdad y
dime que fuiste una hija de puta ambiciosa que cuando perdió al líder en
ciernes de los Grigoris, decidió tirarse al padre de este, pensando en que un
Pride es un Pride y era lo único que te importaba. El poder que obtendrías al
revolcarte con uno de nosotros.
El labio me tembló al llorar con más intensidad y no pude verlo a los
ojos, porque me sentía aturdida y confundida. No sabía cómo justificarme.
—Por eso lo defendiste como una perra fiel, ¿cierto? Porque te lo has
estado tirando desde que llevabas a mis hijos en tu vientre.
—No —susurré, ahogándome con mi propio llanto.
—Te importó una mierda que dañara a Hanna. Te sentías celosa de ella,
pero no por lo que pasó conmigo sino porque se estaba metiendo entre tú y
Myles —Sentí ganas de vomitar y me senté en la cama cuando un mareo
me atacó por sus acusaciones—. Por eso evitaste estar conmigo el otro día,
ahora lo entiendo, querías guardar todas tus ganas de follar para desfogarlas
con él.
—No, nada de eso pasó por esto.
—¿Y pretendes que te crea? —desdeñó, limpiándose las lágrimas con
brusquedad—. Te la diste de digna, acusándome de no confiar en ti, cuando
no eras más que una zorra jugando bien su papel de víctima.
—Retrocede —advirtió Isamu cuando Elijah dio un paso hacia mí.
Alcé la mirada para Elijah y lo encontré observándome con repulsión,
apretando los puños, con la mandíbula tensa, sin detener sus siguientes
lágrimas.
—Por eso ansiaste que cayera con Hanna esta mañana, ¿no? —Negué
con la cabeza—. Para tener una excusa perfecta con la cual defenderte si yo
llegaba a enterarme de esta mierda. Por eso dejaste de ser unida con madre.
¿Fue por remordimiento o por celos? Porque así seas la reina Sigilosa, una
líder Grigori, Myles no te daba el lugar que querías como su mujer, pero sí
te mantuvo como su amante.
—Suficiente, hijo de puta —largó Caleb—. Has tenido tu momento de
desahogo, así que ahora vete de aquí.
Elijah rio con amargura, disfrutando que por primera vez debían
defenderme de sus acusaciones porque yo no podía hacerlo.
—Jamás en la vida conocí a alguien como tú —masculló con veneno. Su
rostro cada vez se deformaba más por el dolor—. Y mira que he estado con
todo tipo de mierdas.
Grité cuando escuché una detonación, Elijah no se inmutó a pesar de que
aquel proyectil cayó por sus pies, simplemente sonrió con alevosía y odio
puro para mí y para Isamu, quien fue el que disparó su arma.
—Sigue por ese camino y la siguiente irá a tu sien —le advirtió—. Solo
aviso una vez, LuzBel.
—No se te ocurra poner un pie en la mansión, porque de ahora en
adelante, a mis hijos los protejo solo yo. —amenazó y me mordí el labio
para controlar mi llanto por la oscuridad de su voz—. Vete a donde sea que
yo no te encuentre, porque te juro por mi sangre que si vuelvo a tenerte
frente a mí, te mato —Mis ojos se desorbitaron al verlo sacar una navaja
(que ni Isamu encontró antes) y cortarse la palma de la mano, presionando
la herida con el mismo metal para que el líquido carmesí cayera al suelo,
cerca de mis pies descalzos—. Juro que te mato —desdeñó sellando su
juramento.
Negué frenética al oírlo y ver que comenzó a caminar hacia la puerta,
con Caleb e Isamu siguiéndolo para que no se le ocurriera hacer alguna
locura con la navaja que llevaba en la mano.
—Elijah —susurré y se detuvo de golpe, observándome sobre su hombro
con odio y asco.
—LuzBel para ti, zorra de… —Me paralicé al ver que Caleb e Isamu lo
encañonaron con sus armas.
Uno la colocó en el cuello de LuzBel y el otro en su sien, antes de que él
terminara esa ofensa. Pero yo la escuché en mi cabeza y terminé de
morirme.
«Acabábamos de perderlo, Colega».
Y ni cuando lo creí muerto lo sentí tan perdido como en esos instantes.
Mi Demonio.
Mi Tinieblo.
Mi Chico oscuro.
Mi Sombra.
El amor de mi vida.
«Se había ido».
Capítulo 45
Déjame ir
Isabella

Al momento en que me quedé solo con Caleb e Isamu en la habitación,


dejé salir todos los sollozos que tenía acumulados, sintiendo que se me
atoraron en el estómago y se me anudaban con más violencia en la garganta,
a tal punto, que las náuseas me provocaban arcadas entre el llanto.
—Joder, linda —espetó Caleb llegando y sentándose a mi lado,
abrazándome con fuerza para que no siguiera cayéndome en pedazos,
queriendo sostener entre sus manos lo que todavía quedaba de mí.
—Yo…, yo —No pude seguir hablando, me ahogaba con mis lágrimas,
con el dolor y la vergüenza de que me hubieran encontrado en una situación
como esa.
—Evan y Connor se están encargando de conseguir los vídeos de
vigilancia —avisó Isamu.
No podía verlos a la cara, no después de lo que escucharon, de lo que
presenciaron con Elijah ahí.
—Dile que nosotros vamos a revisar todo, nadie de las élites de LuzBel
va a inmiscuirse más en esto. —No supe si Isamu hizo algún gesto en
respuesta, únicamente escuché sus pasos alejándose por encima de mi llanto
—. Vinimos en cuanto Max nos avisó que estaban aquí, él nos explicó lo
que sucedía, pero te juro que si yo hubiera sabido que pasaría esto, jamás le
habría dado el aviso a LuzBel y a su gente.
—Es que yo no venía con la intención de que pasara esto, Caleb —
conseguí decir y me puse de pie, sin soltar la sábana a pesar de que la
playera de Elliot me cubría.
Me llevé una mano a la cabeza, confundida, queriendo hilar todo, pero la
niebla en la que todavía estaba consumida no me dejó obtener nada. Lo
único que sí tenía presente era la mirada oscura de LuzBel, la manera en la
que el odio le dilató las pupilas; cómo su pecho bajó y subió con celeridad
ante su respiración brusca; las ganas de matarme que me demostró y su
frustración por no poder hacerlo.
Recordar sus lágrimas volvió a matarme.
—Linda. —Caleb llegó a mí cuando presioné mi frente en la pared más
cercana.
Comencé a negar varias veces, odiando que mi cabeza volviese a
reconectarse con los recuerdos que parecían un sueño, o pesadilla en
realidad, de las manos de Myles sobre mi cuerpo, de sus gruñidos.
—Dios mío —lloré al caer en ese bucle.
Me di la vuelta, pegando la espalda a la pared, con los ojos muy abiertos.
Caleb me estaba hablando, pero yo no podía escucharlo gracias a la
secuencia de los sonidos en mi cabeza, sobre esos recuerdos borrosos.
—¡Isabella! —gritó tomándome del rostro.
—Sácame de aquí —rogué entre jadeos, sintiéndome como si acabaran
de extraerme del fondo del agua.
Él me tomó entre sus brazos, yo envolví los míos en su cuello y escondí
el rostro en el hueco de este porque no quería ver a nadie. No tenía el valor
para hacerlo con esa humillación pública que viví. No quería que mi gente
me viese con decepción por haber caído tan bajo.
¡Dios! ¿Cómo les iba a explicar a mis hijos que no iban a verme por un
tiempo? ¿Cómo les mentiría en la cara? ¿Cómo fingiría que todo estaba
bien?
Si no pude responderle nada a su padre, mucho menos a ellos.
«¿Cómo cubríamos semejante mierda, Colega? Imposible».
El temblor de mi cuerpo volvió a encontrarme al entrar en un ataque de
pánico. Y sé que me auxiliaron, pero ni siquiera supe si fue solo Caleb o
alguien más, no me di cuenta de lo que sucedió después, ya que me
desconecté por completo de mi entorno y cuando volví a reaccionar, me
encontré en el apartamento de Elliot, con Alice ayudándome a tomar una
ducha y luego vistiéndome con su ropa.
No supe qué había sucedido con Myles, me concentré en seguir
reviviendo todo lo que viví desde que me desperté desnuda entre sus brazos.
La manera en la que Elijah lo golpeó sin importarle que fuera su padre,
todavía me seguía torturando, aunque no cómo lo hacía el recordar esas
palabras tan crudas que me dedicó a mí.
«Jamás en la vida conocí a alguien como tú. Y mira que he estado con
todo tipo de mierdas».
Corrí de nuevo al baño para vomitar, aferrándome al váter como si se
tratara de mi vida.
—Bebe un poco de esto —pidió Alice, acercando a mi boca una taza con
líquido caliente, minutos después de que regresé a la cama.
Me temblaron las manos al tomarla. La porcelana estaba muy caliente,
pero la frialdad de mi piel lo agradeció.
—Lo siento —susurré para ella y me miró sin entender—. Sé que me
odias por lo que pasó con Elliot, pero te juro que yo no haré nada para
separarlo de ti.
—Isa, no…
—Sé que lo que pasó con Myles no habla bien de mí, pero te prometo
que yo no soy así, Alice. Nunca he querido ser la amante de nadie, jamás he
pretendido hacer pasar a alguien por el dolor de la traición, yo…
Volví a romperme, odiándome a mí misma por no entender por qué hice
eso.
¿Cómo caí con un hombre al que siempre vi como mi padre?
«Yo también quería entender eso».
—Ya, Isa. Tú sabes que yo te comprendo —me consoló, poniendo sus
manos en mis muñecas para que dejara de temblar y la taza se estabilizara
—. Soy la menos indicada para juzgarte después de lo que pasó con mi ex,
pero incluso si no hubiera hecho nada de eso, no soy nadie para señalarte.
Ella se quedó conmigo hasta que me terminé el té que me había llevado,
luego me pidió que descansara un poco y, aunque no lo haría, asentí para
que me dejara sola, pues no soportaba tener a nadie a mi alrededor y sentir
que me miraban con repulsión o crítica.
—Sé que no quieres hablar con nadie, pero odio verte así —me dijo
Elliot, entrando a la habitación horas más tarde.
Había escuchado a Caleb y a Isamu en la sala, girando órdenes por el
teléfono. El rubio incluso habló con Lee y Maokko para ponerlas al tanto de
la situación y pedirles que estuvieran más pendientes de mis hijos, y que
por ningún motivo se alejaran de ellos. Eso también se lo solicitaron a
Ronin y agradecí que ambos se ocuparan de todo sabiendo que yo no estaba
en condiciones de pedir nada.
—Necesito saber qué pasó.
—Sabes lo que pasó, lo viste —solté con la voz gangosa y con odio hacia
mí misma, en respuesta a Elliot cuando irrumpió en la habitación.
—Solo te vi desnuda, compartiendo la cama con mi tío —aseveró él,
como si eso no hubiese sido nada, y me reí con ironía, tratando de ocultar la
vergüenza que me ocasionó escucharlo.
—¿Quieres que te dé detalles de cómo follé con el padre de mi chico? —
pregunté sarcástica.
—Sí, eso quiero —habló fuerte y me tomó del rostro en cuanto llegó a la
cama. Yo estaba sentada al borde de ella—. Quiero que me mires a los ojos
y me digas paso a paso todo lo que hiciste con él —reafirmó con
determinación y me zafé de su agarre.
«¿Qué pretendía con hacerte revivir eso de nuevo?»
Esperaba que no fuese humillarme más.
—No es necesario que tú también me hagas pasar por esto, Elliot —
largué.
—¡Habla, Isabella! Dime cómo lo hiciste, cómo te quitó la ropa, quiero
hasta el más mínimo detalle.
—¡Ya para! —exigí—. Este no es un buen momento para esto y si me
trajiste aquí para humillarme más, pues mejor me voy. —Negó frustrado y
maldijo.
—Elliot, no lo compliques más —advirtió Isamu al entrar a la habitación.
—No quiero humillarte, Isa —aseguró el ojiazul—. Simplemente me
estoy aferrando a la mujer que yo conozco, porque así haya cometido
errores años atrás, sé quién es ahora, y ella jamás haría algo como lo que se
supone que hizo en ese hotel.
Apreté los labios para no volver a llorar, entendiendo que para él era fácil
verlo de esa manera porque ya no me amaba, no como pareja. Así que lo
que hice con Myles no le afectaba como a su primo.
—Yo también, jefa —lo apoyó Isamu—. Sigo y seguiré creyendo en la
reina Sigilosa a la cual le he entregado mi honor y lealtad. Y así como yo,
lo cree toda La Orden. Lo que hace Isabella es algo que ni a mí ni a nadie le
importa.
Elliot se acercó para abrazarme antes de que volviese a romperme, por
escucharlo a él y a Isamu, y me aferré a su cintura, sintiendo que de nuevo
era mi cable a tierra.
—Haya sido como haya sido, no te dejes vencer por esto, nena. Porque
ahora mismo nuestros enemigos pueden aprovechar para atacarnos. Ahora
es cuando más necesitas demostrar de lo que estás hecha.
Dicho eso los dos se marcharon, aunque antes de que Isamu lo hiciera,
me aseguró que habían tomado bajo custodia el hotel porque querían
descartar cualquier tipo de cosa que se les haya podido escapar antes.
No tenía idea qué pretendían descartar, pero tampoco dije nada porque en
ese momento mi cabeza no estaba funcionando como debía.
En cuanto estuve sola miré mi móvil, alguien lo había dejado en la
mesita de noche. Mi intención era llamar a las chicas para que me
informaran sobre mis hijos, pero mi masoquismo me llevó a abrir los
mensajes, yéndome directamente al chat con LuzBel.
Su último mensaje fue de cuando me avisó que tomaría otra habitación y
me dolió tanto recordar lo mal que ya estábamos entonces, y lo muy en
contra que me jugó haber querido darle valor a mi dignidad, pues horas
atrás él lo utilizó en mi contra, asegurando que todo lo que hice fue para
poder excusarme.
—Solo quería ser más fuerte y terminé convirtiéndome en la peor de las
mujeres. —susurré.
El corazón se me aceleró al verlo en línea de pronto y pensé en escribirle,
en pedirle perdón. No obstante, el valor me abandonó por completo, ya que
me petrifiqué y no dejé de mirar su ícono activo hasta que se desconectó
minutos más tarde.
Joder.
Cómo dolía tener la seguridad de que lo había perdido. Me ardía el alma
porque por primera vez dejé de sentirlo mío. Y era consciente de que este
solo era el principio de mi calvario, porque lo conocía y sabía que desde ese
día me haría la vida imposible. Debía prepararme, ya que era un hombre
vengativo y de una u otra manera me querría hacer pagar, e hiciera lo que
hiciera para tratar de evitarlo, nada sería suficiente.
Esta vez sí me daría a LuzBel, el demonio al que siempre debí temer.

Una semana después…


Mis amigas no me habían hecho preguntas sobre lo que pasó con Myles
en aquel hotel (en cuanto hablé con ellas), ya que no era un tema que yo
quisiera volver a tocar, aunque por las noches en lugar de dormir, optaba
por revivir todo lo que hice ese día, desde el momento en que decidí espiar
la conversación entre LuzBel y Hanna, hasta que terminé entre los brazos
de su padre.
Y seguí sin comprender lo que hice.
Hablaba todos los días con mis clones, a veces hasta tres veces al día. Al
final opté por decirles que tuve que ir a un viaje de trabajo y les pedí perdón
por no haberme despedido como siempre lo hacía. Por ese lado no me
compliqué, ya que no era la primera vez que me ausentaba, sin embargo,
LuzBel se estaba descuidando de ellos incluso teniéndolos cerca y odié que
por mi culpa, mis niños estuvieran comenzando a sentirse inquietos y muy
tristes porque él ya no los llevaba a la cama como yo les prometí que lo
haría.
Lee-Ang trataba de mantenerlos distraídos, aunque a mí me comentó que
le preocupaba que eso fuera afectarles más de lo que imaginábamos, sobre
todo a D, puesto que en las pocas veces que habían visto a su padre esa
semana (porque se la pasaba afuera de la mansión todo el día), LuzBel
llegaba oliendo a alcohol y, a pesar de que no iba borracho, ese hedor le
molestaba a Daemon.

—Cuando papito ole así, no juga con nosotos, mamita. —me dijo
Daemon en una de nuestras llamadas.
—Y tabén se enoja si le peguntamos pol ti y el abolito. Y mi hemano llola
mucho —acotó Aiden.
Mi corazón volvió a romperse.

Odiaba que mis hijos pasaran por esa situación y detestaba que LuzBel se
comportara tan irresponsable, pero no podía juzgarlo solo a él, porque todo
era mi maldita culpa en realidad. Así que lo único que pude hacer, fue
pedirle a las chicas que cuidaran mejor de mis hijos y que trataran de
llevarlos a la cama antes de que su padre llegara, para que no estuvieran
pasando por eso.
Y únicamente me detenía a ir por ellos porque ningún otro lugar era tan
seguro como la mansión Pride, y por orgullo no expondría a mis hijos de
ninguna manera, a pesar de que las ganas de sacarlos de allí me sobraban. Y
más, después de que Maokko me asegurara que el Tinieblo volvió a ser un
completo hijo de puta, pues a ellas no les dirigía la palabra a menos que
fuera necesario por los niños.
Y ambas juraban que si él no las sacó de la casa junto a Ronin, fue
debido a que todavía era consciente de que nadie cuidaría a nuestros hijos
de la manera en que ellos lo hacían, ya que no se trataba de ser niñeros sino
protectores de los clones. Y ese papel, ningún otro lo desempeñaría como
mi élite.
Maokko también había añadido que Eleanor se limitaba a saludarlas,
pues ella las creía mis cómplices en lo que Myles y yo le hicimos, y me
sentó pésimo que la mujer que una vez creí como mi segunda madre, se
sintiera traicionada de esa manera por mí.

—Hanna es inteligente, porque se mantiene alejada de los niños, pero no


puedo asegurar si también del padre. Aunque nunca los he visto juntos en
una situación que se pueda malinterpretar —me dijo y sonreí con
amargura.
—Es un hombre libre, puede acostarse con la que quiera —musité.
—Bueno, al menos tiene la decencia de no hacerlo en una casa donde
también viven sus hijos.

Le cambié de tema luego de eso, porque no era sano para mí. Aunque
cortamos la llamada enseguida debido a que Dylan llegó a visitarme, para
asegurarse por su cuenta de que estaba bien. Y como el hermano que era,
reiteró que quería apoyarme en todo lo que necesitara y que por ningún
motivo quería que yo creyera que él me juzgaba. Incluso propuso que me
fuera a su apartamento por si no me sentía cómoda en el de Elliot, pero le
pedí que no se preocupara por eso, puesto que ya Caleb se estaba
encargando de buscarme un lugar propio y adecuado con respecto a la
seguridad.
Antes de irse sí que me advirtió que evitara cruzarme con Tess, porque a
diferencia de él, ella era como su hermano y no entendía razones. Incluso
me confesó que estaban separados en ese momento porque no aceptó que la
pelirroja me culpara de la desintegración de su familia. Y me odié por haber
ocasionado ese daño colateral.
—Han entregado a tío con la policía esta mañana. —Alice jadeó con la
noticia que Elliot nos dio en ese momento después de recibir una llamada,
yo me quedé congelada en mi lugar—. Él se negó a dar explicación de lo
que hizo con Hanna y con la otra chica del estacionamiento. Y debido a lo
que pasó en el hotel, ni Tess ni LuzBel están dispuestos a hacer nada por él.
Me puse de pie, porque había estado sentada al lado de Alice, y caminé
de un lado a otro sobándome la nuca con una mano, sintiéndome una
cobarde porque no había sido capaz de preguntar por él, ya que hacerlo me
hacía recordar mi ruina.
Aunque Darius me había llamado esa mañana para comunicarme que
esperaban la resolución del destino de Myles ese día. Además de avisar que
estuvo en la clínica St. James, con la esperanza de que Amelia estuviera
mejor, y pudiera decirle si sabía en dónde podía estar escondido Lucius (ya
que Alice no había conseguido rastrearlo, incluso uniendo sus
conocimientos con Connor y Evan), pero la chica seguía perdida en algún
lugar de su mente, así que por ese lado perdimos las esperanzas; y el
silencio de los Vigilantes ya nos comenzaba a desesperar.
Y con lo que Elliot acababa de decirnos, me sentí desesperanzada
también con respecto a Myles.
—Estaré en mi habitación —les avisé a ambos.
No esperé a que me dijeran nada, me fui hacia la habitación que me
habían dado y me encerré a llorar durante horas. Caleb e Isamu no estaban
ese día conmigo en el apartamento, únicamente Max y Dom, quienes
custodiaban afuera. Mis compañeros fueron a la mansión para asegurarse
por su cuenta de que todo estuviera bien, además de que querían darle la
oportunidad a Ronin y a Maokko de acompañarme porque ellos así lo
solicitaron.
Entre mi rato comemierda recibí una llamada del maestro Cho y sensei
Yusei, ambos me habían dado espacio luego de lo que pasó con Myles, pero
sabía que tarde o temprano ese momento llegaría y no lo seguiría retrasando
más, por lo que les respondí y les hablé de todo lo sucedido, de cómo me
estaba sintiendo, lo poco que pensaba y mi resignación a no ver a mis hijos
hasta que las cosas se calmaran un poco, ya que no iba desestabilizar más a
LuzBel al presentarme a su casa tras lo que hice.
«Y menos debías hacerlo con la promesa que te hizo».
Se me erizaba la piel al recordarlo cortándose la mano para sellar el
juramento.
—Los errores no se lloran, Isabella, se asumen y se enfrentan con la
cara en alto —me dijo sensei Yusei con su voz dura—. Así que deja de
pensar lo peor de ti porque estás debilitando a tu guerrera interior. Mejor
demuéstrale que aprenderá más de esta derrota que de la victoria.
Respiré hondo al darme cuenta de que ella tenía razón, no podía ni debía
echarme a llorar a diario por lo que pasó, ya que de esa manera no
resolvería nada y únicamente estaba consiguiendo que la guerrera en mi
interior también se sintiera una mierda. Y donde la dejara debilitarse de esa
manera, entonces estaría perdida y me convertiría en el blanco perfecto para
mis enemigos.
—La lluvia solo es un problema para aquel que no quiere mojarse,
Chica americana. Y a ti siempre te ha gustado bailar debajo de ella, ¿no?
—acotó el maestro Cho y les sonreí.
—Gracias por sostener mi mano cuando me siento perdida —les dije a
ambos en japonés y me regalaron una leve inclinación de sus cuerpos como
respuesta.
Dicho eso finalicé mi llamada con ellos y tomé una ducha. Y justo
cuando había terminado y ya me encontraba vestida y peinada, sintiéndome
más liviana, recibí a Maokko y a Ronin en la sala. Me dieron una reverencia
saikeirei en cuanto me vieron, mostrándome con ello el gran respeto que
seguían sintiendo hacia mí.
Este acto, en su cultura, no se le otorgaba a cualquiera, ni siquiera para
hacer sentir bien a alguien más, porque entonces le estarían irrespetando al
mentir. Razón que consiguió que aquel peso en mis hombros se sintiera un
poco ligero, aunque fuera solo por unos minutos, pues mis amigos, mi
familia, sin palabras me estaban diciendo que no me miraban ni me medían
por mis errores.
—Ahora necesito un saludo occidental —musité cuando volvieron a
erguirse.
Ambos rieron, y Maokko fue la primera en llegar para abrazarme,
añadiendo a la vez que se sentía orgullosa de mí, pues notaba en mi rostro
las ganas que tenía de volver a levantarme y esa era la líder a la cual
respetaría siempre.
Ronin también me dio ese abrazo que les pedí, él incluso me alzó del
suelo, diciendo lo feliz que se sentía de verme de nuevo y encontrarme
entera, ya que por un momento temió que llegaría al apartamento a recoger
mis pedazos.
Tras ese saludo nos pusimos al día con respecto a mis hijos y a las
organizaciones; y cuando la noche entró, Alice y Elliot se unieron a
nosotros, esta última con la noticia de que había conseguido información
por parte del C3, sobre ciertos movimientos del jefe de una banda delictiva,
que ya antes había estado coludido con los Vigilantes.
—Esta es la tercera ocasión en la que se le ve con este personaje, al cual
no logramos identificarle el rostro porque siempre consigue la manera de
cubrirse frente a las cámaras —explicó Alice, señalando las imágenes en su
laptop.
—Trata de enfocarle el cuello, justo del lado derecho —pedí y ella
obedeció.
Estuvo varios minutos tratando de conseguir una imagen clara, ya que el
hombre utilizaba camisas formales con el cuello abotonado hasta arriba.
—Enfócate en esta, que es la más antigua —recomendó Elliot.
En efecto, era de varios meses atrás.
—¿Es lo que creo que es? —preguntó Alice al conseguir enfocar el
cuello y notar una parte en color blanco que sobresalía de la camisa.
—Sí es —aseguró Ronin por nosotros.
—La fecha de la imagen es tres meses después de la batalla y se ve que
el tipo está más delgado. Y, si tuvo que pasar por algún proceso para poder
recuperarse del daño recibido, entonces es lógico que en ese momento
todavía usara vendaje sobre la herida de tu daga —reflexionó Maokko y
sentí la adrenalina invadiendo mi cuerpo.
—Hazle un seguimiento a su socio y a las personas más cercanas a él,
porque si los encontramos a ellos, daremos con Lucius con más facilidad —
solicité a Alice y ella asintió.
Al fin habíamos dado con una pista más certera para encontrar a esa rata
y sonreí ante la expectativa. Y porque se sintió bien regresar al juego.
—¡Dios mío! Los cinco hombres de más confianza de él están cerca —
avisó Alice de pronto y miramos la laptop, viendo las últimas imágenes
captadas en diferentes puntos de la ciudad.
—Cuadra las direcciones —pedí.
La miré mover los dedos sobre las teclas y sentí a todos nuestros
acompañantes tensarse, yo incluida. Y cuando reconocí varias de esas
direcciones, supe que lo que se avecinaba era una batalla dividida.
—La empresa de Connor y Evan, el departamento policial, Grig y Rouge
—señalé, mencionando este último club que LuzBel había tomado,
arrebatándoselo a los Vigilantes luego de hacerlos perder varios de sus
inmuebles.
—Van a atacar —sentenció Elliot lo que ya suponíamos.
—Averigua quiénes de los equipos se encuentran en esos lugares y
alértalos —demandé para Maokko.
Vi a Elliot sacar su móvil para averiguar por su lado y yo decidí llamar a
Caleb.
—¿Está todo bien?
—Mueve a toda La Orden y alértalos de una posible amenaza —ordené
—. Hemos descubierto movimientos cercanos de los Vigilantes y sus
aliados y creemos que van a atacarnos en simultáneo. Y, aunque parece que
no son tan suicidas como para acercarse a la mansión, prefiero prevenir.
—Está hecho —aseguró él y lo escuché girando órdenes.
—Pase lo que pase, ni tú ni Lee, o Isamu, se alejan de mis hijos —
sentencié, aunque sabía que no lo harían.
—Evan y Connor están en su empresa con Lewis y Jane. —comenzó a
avisar Elliot—. Dylan y Cameron han ido al departamento policial con
Serena porque es donde tienen a tío. Tess se encuentra en Grig con Belial y
Lilith.
—¿Qué pasa con Rouge? —inquirí, manteniendo en la línea a Caleb.
—LuzBel, Marcus y Owen están allí —informó Maokko.
—Joder —espeté al ser consciente de la situación—. ¿Cuentan con más
Grigoris?
—Únicamente con los escoltas —Maokko asintió a lo que dijo Elliot
para afirmar que con LuzBel sucedía lo mismo.
—Llámale a Darius y pídele que nos apoye con Connor, Evan y los
demás —ordené—. Tú moviliza a nuestros Grigoris californianos para que
vayan al departamento policial por si el ataque de allí es el más grande, ya
que supongo que quieren secuestrar a Myles.
—Estoy enviando a un grupo de Sigilosos hacia Grig, tengo cubierta esa
parte —avisó Caleb.
—Chicos, la concentración más grande de esos hombres es en Rouge —
corrigió Alice para mí.
Elliot y los demás me miraron, sabiendo que la zona todavía era
vulnerable porque se seguía arrebatando de las manos de los Vigilantes, Y
si pensaban atacar con más rotundidad era porque los hijos de puta sabían
que LuzBel se encontraba en el lugar e iban detrás de él.
—Yo voy hacia allí —zanjé, sabiendo que conmigo también irían Ronin
y Maokko.
—No, Isabella, Recuerda la promesa que LuzBel te hizo —espetó Caleb
y escuché su impotencia porque no era él ni Isamu quienes estaban
conmigo.
—Que me mate luego si quiere, pero por esa promesa no voy a dejar que
lo dañen a él.
—Mierda, Isa —gritó.
—Concéntrate en proteger a mis hijos, esa es tu misión más importante
ahora mismo.
Corté la llamada tras decir eso y miré a las personas ahí conmigo.
—Iré contigo —avisó Elliot.
—Encárgate de tu chica, yo me encargaré del mío —zanjé sin darle
oportunidad a que rebatiera.
Además, él sabía que no lo estaba haciendo por capricho, ya que si esos
malnacidos planearon moverse así, fue porque nos estudiaron. Lo que
significaba que bien podrían saber que yo estaba en el apartamento con
ellos y era probable un ataque también ahí.
Y decidido cómo nos distribuiríamos, fui a la habitación por mi tahalí y
cinturones con armas, agradecida de haberme vestido y calzado con lo
necesario para estar preparada ante algo como esto. Al salir le ordené a
Dom y Max que se quedaran con Elliot por si llegaba a necesitarlos,
mientras que yo me marché con Ronin y Maokko, siendo seguidos por otro
grupo de cinco Sigilosos que se mantenían en la zona para mi protección.
Rouge quedaba a veinte minutos de donde nos hallábamos y mientras
llegábamos allí, la noche se hizo más oscura y Elliot se mantuvo
informándome de cualquier cosa que sucediera. Y cuando estábamos a nada
de llegar a nuestro destino, recibí la alerta de que Connor y Evan, junto a
los demás que los acompañaban, ya habían sido atacados, en simultáneo
con Tess, Lilith y Belial.
—El departamento policial está bajo ataque —avisó Maokko y no tuvo
que decirme lo que posiblemente ya estaba sucediendo en Rouge.
—Para aquí —le ordené a Ronin justo cuando llegamos detrás del
pequeño bosque que rodeaba el club.
Él ya había apagado las luces a dos millas de la zona para no delatarnos,
descubriendo que la carretera era poco transitada a esa hora de la noche.
—Los hijos de puta ya están aquí —largó mi compañero al ver tres
camionetas que escondieron entre los árboles.
—Entonces disfruta de la matanza, cielo —recomendé y salí del coche
luego de asegurarme de no ser sorprendida por mis enemigos en lugar de
sorprender.
Nos metimos en el bosque tras eso, siendo esos Sigilosos a los que tanto
temían en Japón, matando en silencio a los enemigos que encontramos
inmersos entre la arboleda, descubriendo más camionetas escondidas dentro
de la zona protegida de la luz de la luna, gracias a las ramas frondosas.
—¡Carajo! Como me alimenta esto —celebró Maokko mientras clavaba
sus dos tantos en el cuello de un Vigilante.
—Siento asco de mí mismo al excitarme por verte siendo una sádica —
Me reí al escuchar a Ronin por mi intercomunicador, diciéndole tal cosa a
Maokko.
Él se había alejado de nosotras, pero todavía se mantenía en nuestra
periferia.
Salté sobre la espalda de un tipo al cual sorprendí mientras escuchaba la
interacción de mis compañeros, y segué su cuello, amortiguando el golpe de
su cuerpo inerte con mis pies para no alertar a los demás. Seguimos
avanzando de esa manera, dejando un rastro mortal hasta que llegamos al
claro del estacionamiento, observando cómo LuzBel, Owen, Marcus,
Roman, Isaac y otros Grigoris libraban su propia batalla.
—Parece que llegamos cuando la fiesta está en su máximo apogeo —
comenté.
—Por si acaso, defiende al Tinieblo desde las sombras, jefa —
recomendó Ronin. Ya no lo veía, pero sí lo escuchaba por mi
intercomunicador.
—Ayudemos a neutralizar a estos bastardos y luego marchémonos de
aquí, Isa. Será lo mejor —lo apoyó Maokko.
Yo también lo sabía, pues no era tan estúpida como para subestimar la
promesa que me hizo LuzBel, puesto que esa vez era consciente de que lo
cumpliría. Él no prometía en vano y me selló el juramento con su sangre, lo
que significaba que si se contuvo de matarme en aquel hotel fue solo porque
mis hombres no se lo permitieron.
—Bien, hagámoslo así —acepté.
«Por fin estabas siendo la mujer inteligente, Colega».
Ignoré a mi conciencia y por unos minutos me embobé viendo a aquel
demonio de ojos color tormenta, que repartía la muerte como si se tratara de
un Santa Claus sádico. Alimentándose de ella tal cual lo hacía Maokko,
gozando de cada vida que le arrancaba a nuestros enemigos. Era enfermo de
mi parte, pero después de días sin verlo, su rostro manchado de sangre y su
sonrisa comemierda me parecieron lo más sexi que mi mirada adoró.
—Mierda —bufé cuando esquivé a un tipo que me sorprendió admirando
como idiota a mi crush.
Me metí en una pelea con él y luego con dos más, hasta que la cuenta
aumentó. Siempre tratando de mantenerme en las sombras como Ronin
recomendó, ya que el crush que yo adoraba también iba a matarme donde
me viera cerca de su espacio.
Y, cuando los Vigilantes fueron disminuyendo y los Grigoris nos
convertimos en mayoría, supe que era el momento perfecto para retirarme
con mis Sigilosos, o al menos con Ronin y Maokko. Sin embargo, me
asusté al no ver por ningún lado a LuzBel, pues lo perdí de vista mientras
libraba mi propia batalla.
—Están neutralizados, jefa. Hora de retirarnos —avisó Ronin.
—No veo a LuzBel por ningún lado —dije preocupada.
—Lo vi correr al otro lado del estacionamiento con Owen y Marcus.
Supongo que van a retirarse porque Roman e Isaac los cubrían —me
tranquilizó Maokko.
Comencé a caminar hacia atrás, sumergiéndome de nuevo entre los
árboles, un poco más tranquila de que él escapara.
—Los espero en el coche. Llama a Marcus y asegúrate de que LuzBel
esté bien —avisé y pedí.
Y justo cuando la escuché responder con un de acuerdo, oí que pisaron
las hojas detrás de mí, pero no me dieron tiempo de girarme y defenderme.
—Sí, White, estoy bien —susurró él con voz mortal.
«¡Santa mierda!»
Abrí la boca, no sé si para gritar de la impresión o nombrarlo, pero igual
no tuve tiempo de hacer ninguna de las dos cosas, porque él me tomó del
cuello con brusquedad y me estampó contra el árbol más cercano,
acercando su rostro al mío, viendo la sangre que lo salpicó gracias a la luz
de la luna que lo bañaba.
—Sigues cometiendo el error de subestimarme —desdeñó alzando las
comisuras de su boca con vileza.
—Solo… solo —gemí por la falta de aire y arañé sus brazos con la
intención de que me liberara. Por supuesto que él no me lo permitió, en
cambio, apoyó la otra mano en el tronco del árbol para inmovilizarme mejor
—. Déjame ir.
Negó con una pequeña sonrisa cruel que indicaba toda la maldad que
contenía en su rostro iracundo.
—Si quisieras eso, tú misma te habrías liberado ya. Pero de nuevo, estás
siendo una estúpida que me subestima —largó con la voz más oscura—. Y
ahora que también he conseguido neutralizar a tus perros, voy a demostrarte
por qué en Mónaco te aseguré que yo no juro, yo actúo.
Supe en ese instante que también Ronin y Maokko estaban siendo
contenidos por sus hombres, pero no pude exigirle que no los dañaran
porque antes de que yo hiciera mi movimiento para zafarme de su agarre, él
hizo el suyo, apretando más fuerte mi cuello hasta que la inconsciencia
oscureció mis ojos y las piernas se me aflojaron.
Mi cuerpo chocando con el suyo se convirtió en mi último recuerdo.
Capítulo 46
Paz
Isabella

«Cabalgo por el borde. Mi velocidad está en rojo».


«Sangre caliente. Mis venas. Su placer es mi dolor».
«Me encanta ver los castillos arder. Estas cenizas doradas se convierten
en tierra».
«Siempre me ha gustado jugar con fuego».
Me moví incómoda cuando un latigazo de dolor atravesó mis brazos,
mientras mis oídos reconocían la canción que sonaba de fondo. Intenté
removerme, queriendo encontrar una mejor posición porque mis
extremidades estaban entumecidas, pero entonces, la música cesó de golpe
y yo abrí los ojos, asustada, con el corazón acelerado y la garganta seca,
encontrándome todo a oscuras, a excepción de la puerta abierta que me dejó
ver la luz del lugar, más allá de la habitación en la que me hallaba.
«Me cago en la puta, Compañera».
Me estremecí al reconocer la sala de aquella cabaña en la que estuve
meses atrás con Sombra, y de paso, mi respiración se descontroló cuando
encontré la causa de mi incomodidad anterior: mis brazos eran aprisionados
con esposas de cuero en cada una de mis muñecas. Las largas y gruesas
cuerdas (que palpé con las manos) que dependían de estas iban hacia al
techo, lo supuse por la posición de mis extremidades superiores. Sentí que
mis tobillos también fueron inmovilizados de la misma manera, aunque con
la posibilidad de moverlos lo suficiente como para flexionar las rodillas.
Lo supe porque lo probé.
—Mierda —me quejé cuando encendieron las luces de la habitación,
lastimando mis retinas por el cambio brusco.
Y volví a vociferar otra maldición al verme únicamente con la ropa
interior cubriéndome el cuerpo, cuando incliné la cabeza para proteger un
poco mis ojos de la luz de la habitación en la que me tenía. La misma en la
que follamos.
—Espero que estés cómoda —se burló mi castigador y todos los vellos
de mi cuerpo se pusieron en punta al escuchar su voz robotizada.
Dios.
Estaba dándome una parte de Sombra mezclada con LuzBel, pero temí
que ambas serían las versiones más malas que poseía. Aun así, alcé la
cabeza y lo busqué con la mirada, encontrándolo de brazos cruzados,
apoyado con el hombro en el umbral de la puerta; observándome con el
rostro imperturbable y la mirada calculadora, midiendo mi reacción.
—¿Esta es tu manera de cumplir tu promesa? —espeté con la voz
pastosa, entrecerrando los ojos por la luz tan brillante.
Me había inmutado su actitud, lo hizo todavía más en ese momento, al
verlo torcer la boca en una sonrisa despiadada, pero no estaba dispuesta a
demostrárselo. Sin embargo, me lo puso difícil en cuanto descruzó los
brazos y comenzó a caminar hacia mí, dejándome vislumbrar la daga que
llevaba en una mano.
—Siempre me ha fascinado tenerte desnuda en mi entorno, así que, ¿por
qué no matarte mientras veo esas curvas con las cuales me volviste loco en
su momento?
La avalancha de sentimientos guardados en mi interior, hicieron su
aparición con cada paso que dio hacia mí. Y fue tan impactante, que me
obligué a dar un paso atrás aun sabiendo que no llegaría lejos porque me
tenía aprisionada.
—La reconoces, ¿no? —dedujo al alzar la daga en su mano y ponerla
frente a mi rostro.
Sentí una pared detrás de mí en cuanto quise retroceder un paso más y
me relamí los labios secos, sin poder sostener su mirada oscura.
«El maldito Tinieblo guardó la daga con la que lo apuñalaste».
Lo hizo.
—Ojo por ojo, puñalada por puñalada —musité con un poco de ironía.
Asintió mordiéndose el labio inferior y recorrió mi rostro con su mirada.
—Me gusta que ahora sí tengas la capacidad de procesar lo que pasa a tu
alrededor —halagó e incliné la cabeza a un lado, dejando un poco más
expuesto mi cuello para que la piel de ahí se tensara, pues comenzó a
arrastrar la daga por toda esa longitud, arañándome en el proceso—. Es
justo que quien me infligió daño, sufra lo mismo.
—LuzBel —susurré cuando llevó la daga por encima de mi corazón.
—Pero no será puñalada por puñalada, White —Contuve la respiración
cuando presionó la punta filosa—. Contigo es justo que sea corazón por
corazón. —Hice una mueca de dolor cuando comenzó a cortarme la piel al
hundir un poco la daga—. Es así como yo castigo a los que me traicionan.
Fue así como hice pagar a Jacob.
Lo miré con los ojos muy abiertos, sin tener idea de a qué se refería.
—Pero yo…
—Pero tú flaqueaste, reina Sigilosa —me silenció y respiré profundo
porque no me llamó así por admiración o respeto, lo hizo con burla—. Y a
mí, tu perro fiel me concedió cinco minutos para que diera la puñalada
final.
Jadeé al entender de lo que hablaba, las dagas de Isamu poseían un
veneno letal, aunque él siempre mantenía un antídoto que únicamente
concedía cinco minutos para traer a su víctima de la muerte. Y tenía leves
recuerdos de mi compañero amenazando a LuzBel en el hotel con eso.
—Tú lo mataste —dije con la voz ahogada.
—Di el golpe final que tú no pudiste dar. Se lo di a un traidor y estoy a
nada de asestarle otro a la peor de todas las traidoras. —Sentí las lágrimas
corriendo por mis mejillas debido al matiz más oscuro en su voz robotizada,
por el odio que dilataba sus pupilas grises, por el desprecio con el que me
miraba—. Finges muy bien, tengo que aplaudírtelo.
—LuzBel, no. —No quería suplicar, pero lo hice cuando hundió más la
daga y sentí el hormigueo en mi piel por el hilo de sangre corriendo por mi
pecho.
—Por eso tú no pudiste con Jacob, porque eras una Judas peor que él. —
Gemí de dolor y sentí terror porque no lo vi con intenciones de detenerse.
Confirmé que su promesa no fue vana y, a pesar de saber que moriría en sus
manos, no tuve la fuerza para defenderme—. Por eso te tembló la mano, tu
conciencia no te dejó ser tan hipócrita como para querer cobrarle a alguien
que fuera una rata desleal como tú.
—Por favor, no lo hagas.
Grité en cuanto me tomó del mentón con una mano y presionó mi cabeza
en la pared, sin dejar de sostener el puñal de la daga y sintiendo, con el
movimiento brusco, que llegó un poco más profundo en mi carne.
—Convénceme de no matarte —exigió con los dientes apretados y los
ojos brillosos.
—¿Cómo? —titubeé y los labios me temblaron por el llanto que me
negaba a soltar, a pesar de las lágrimas necias que ya me habían
abandonado.
—Dime por qué, White —Parpadeé al saber a lo que se refería—. ¿Por
qué con mi padre? ¿Desde cuándo me han visto la cara de estúpido? —
Negué con la cabeza, haciendo un sonido estrangulado con la garganta por
el llanto, queriendo abrirse camino—. ¡¿Por qué, Isabella?! —gritó—. ¿Por
qué destruirme así? ¿Por qué tú, joder? ¡¿Por qué?!
—¡No lo sé, LuzBel! —grité yo, desesperada, rompiéndome una vez más
al verlo destruido—. ¡Te juro por mi vida que no lo sé! ¡No sé por qué lo
hice! ¡No sé cómo…!
—¡Ah! —gritó él y con horror sentí cómo sacó la daga de mi pecho y
volvió a impulsarla con todo el odio que me profesaba.
Pero en lugar de volver a clavarla en mi cuerpo, lo hizo en la pared, a un
lado de mi cabeza, apuñalando el yeso con toda la furia y el resentimiento
que tenía hacia mí.
El polvo blanco comenzó a flotar a nuestro alrededor y dejé salir mi
llanto al darme cuenta de que sostenía el filo de la daga con su mano
desnuda, acribillando algo inanimado e hiriéndose a la vez, como si
necesitara dañarse a sí mismo para no perder el control.
—Te odio, Isabella White —gruñó y no me quedó ni un poco de duda—.
Te repudio de una manera que me destruye a mí mismo —aceptó, dejando
la daga clavada en el yeso, tomándome el rostro con ambas manos,
untándome de su sangre—. Condeno la hora en la que te conocí —Jadeé
con desconsuelo mientras él me cogía del cuello—. Aborrezco todo lo que
fui capaz de hacer por ti. —Sus pupilas terminaron de tragarse el poco gris
que aún le quedaba—. Maldigo querer matarte con todo mi ser y no poder
hacerlo.
Me sacudí en espasmos cuando presionó su frente a la mía y lo escuché
sollozar, sus hombros también temblaron en el momento que se rompió y
sentí por mí misma todo lo que él me había declarado.
—Me mataste —sentenció con la voz ahogada—. Y lo sigues haciendo
cada noche cuando te recuerdo en esa cama con él, abrazados, desnudos.
—No sigas —imploré.
—¿Era suave contigo? —preguntó de pronto, su voz robotizada volvió a
cobrar dureza—. ¿Te tomó con la tranquilidad de un viejo o con el vigor de
un hombre de verdad? —Me congelé al entender lo que preguntaba—. ¿Te
tocó así?
No pude reaccionar cuando apretó mi pecho herido con su mano
sangrante, a la vez que llevaba la otra a mi coño, cubierto por las bragas.
—No, LuzBel. No hagas esto.
No me escuchó, al contrario, hizo la tela a un lado y deslizó un dedo
entre mi raja.
—¿Por qué, reina Sigilosa? ¿No quieres que sienta que te humedeces al
pensar en Myles? —Siseé por la intromisión—. ¿Él sabe que te vuelve loca
esto? —Metió un segundo dedo, llevando las yemas a la entrada de mi
vagina y luego esparciendo la humedad natural que mantenía ahí, hacia mi
clítoris.
Un gemido traicionó mi subconsciente en el instante que deslizó ambos
dedos, dejando ese manojo de nervios entre las uniones de ellos, para
presionar lo justo y friccionar hasta el punto exacto.
—Imbécil —gruñí, mordiéndome el labio para no demostrarle que fuera
la situación que fuera, mi cuerpo reaccionaba a su toque porque lo
reconocía como mi dueño.
—¿Lo has hecho usar una máscara para imaginarte con Sombra? —
Chillé cuando torció mi pezón entre sus dedos húmedos por su sangre y la
mía.
Mi piel comenzó a sentirse febril, e intenté cerrar las piernas para
impedir que me tocara, pero los amarres en mis tobillos me imposibilitaron,
dejándome a su merced.
—Responde, hija de puta. ¿Él te toca así?
Me mordí el labio, hasta que me hice sangrar, cuando hundió ambos
dedos en mi vagina, sintiendo como si hubiera tenido un globo en mi
interior que él explotó, consiguiendo que la humedad me bañara los muslos.
—Mierda —gruñó—. Chorreas por él, ¿no?
—¡No! —grité y tomé una bocanada de aire, odiando sentir tanto placer,
con él tomándome como un completo cabrón.
Las lágrimas corrieron por mis mejillas sin parar, consciente de que
conmigo no era el hijo de puta que le entregó a las otras mujeres, pues a mí
me estaba dando placer y odio en partes iguales. Tomándome como la
mierda que aseguró que era.
—Maldita mentirosa, tu cuerpo no canta la misma canción que tu boca
—aseveró y me estacó con los dedos de nuevo, haciéndome gritar al
curvarlos y acariciar ese punto que logró que me convulsionara con la
sensación de estarme corriendo, sin llegar al orgasmo aún, mientras que con
la palma le dio fricción a ese capullo endurecido entre mis piernas—.
¿Tanto te excita pensar en el padre mientras montas los dedos del hijo?
Reprimí un gemido de placer, soportando su intromisión, sus bombeos
faltos de delicadeza y su agarre cruel en mi cadera, con el que impedía que
me apartara de él.
—¡Joder, LuzBel! ¡Para! —pedí en cuanto me tuvo al borde del orgasmo.
Lo hizo, se detuvo justo cuando mis caderas buscaron sus embistes,
dejándome vacía, no solo por sus dedos sino también por sus palabras. Él se
quedó rígido, como un animal planeando de qué otra manera se comería a
su presa.
—¿Te ha comido el coño con la misma voracidad que lo he hecho yo?
—No más, LuzBel —demandé sintiendo las piernas temblorosas y el
vientre doloroso.
Me cogió de la parte de atrás del cabello con más fuerza de la necesaria y
metió en mi boca los dedos que antes tuvo en mi interior, haciéndome
saborear mi propia excitación.
—¿Él también ha tenido tu paraíso y tu infierno? —continuó con sus
preguntas retóricas.
Y antes de que supiera lo que iba a suceder, me soltó con brusquedad y
se puso de rodillas, enganchando mi pierna en su hombro, tomando mi coño
con su boca en un asalto rápido y fuerte, utilizando la lengua y los dientes.
Grité.
LuzBel podía estarme humillando, su intención era lastimarme con todo
lo que ya me había dicho y hecho. Deseó matarme de una manera distinta al
no poder hacerlo físicamente y con esa acción me dio la oportunidad de
atacarlo, de dejarlo inconsciente o asesinarlo si yo quería, pero no le mentí
cuando aseguré que era débil con él en mi órbita.
Y en ese instante, sin importarme lo que pensara, me rendí al placer que
únicamente ese hijo de puta me daba y me ahogué con mis lágrimas y
gemidos.
—¡Maldición! —chillé cuando succionó mi clítoris y luego lo soltó,
frotando la lengua a lo largo de este una y otra vez.
Eché la cabeza hacia atrás por su manera de sumergirse entre mis
piernas, dejando claro que era aquel depredador hambriento,
mordisqueando, yendo alrededor de mi manojo de nervios, haciendo
círculos y luego hundiéndose de nuevo para reclamarme con fuerzas.
—Sí, odio que él haya tenido esto —gruñó contra mi piel, rompiendo el
encanto, alzando la mirada hacia arriba, aferrándose con la mano
ensangrentada a mi muslo cuando intenté quitarlo de su hombro,
embadurnándome del líquido carmesí mientras volvía a lamer mi clítoris
con la lengua, dejándome ver el piercing en ella.
Negué con la cabeza, suplicándole así que no siguiera por ese camino,
presionándome a su boca, mirando que a pesar de su odio, lamía mi raja con
adoración, sin dejar de verme a los ojos. Luego volvió a zambullirse,
deslizando ese músculo dentro de mí, provocándome un gemido lleno de
lamento.
—¿Quieres mi polla en este momento? —preguntó, regresando a aquel
juego que llevó a cabo en la casa de Caron.
Me mordí la lengua para no responder ni suplicar en cuanto arrastró mi
clítoris entre sus dientes, haciendo que me doliera con la misma
profundidad que me dio placer.
—¿Mi polla o la de Myles?
—¡Por Dios, LuzBel! —mi lamento fue acompañado de un gemido
porque frotó mi capullo con su lengua a la vez que embistió con los dedos,
consiguiendo que mi orgasmo se anudara en lo más bajo de mi vientre.
—Te conformarás con mi polla esta vez —amenazó.
Ni siquiera me di cuenta de que ya se había desabrochado el pantalón, lo
supe hasta que me tomó de los muslos y posicionó sus caderas
perfectamente con las mías, empujándose en mi interior sin delicadeza
alguna, haciéndome gritar en el instante que su gruesa polla se enterró en
mi coño empapado.
—¡Mierda! —jadeé en cuanto estiró más mi vagina, haciendo que doliera
un poco, aunque sin dejar de ser la sensación más malditamente buena del
mundo.
La corona de su polla llegó tan dentro de mí, que incluso sentí la punta
golpeando mi estómago; las líneas de perlas me frotaron por arriba y por
abajo, sus manos iban a magullar mis nalgas por la brutalidad con la que me
sostenía, pero no le pedí que parara. En lugar de eso, hundí mis talones en
su espalda y me apreté más a su cuerpo, sosteniéndolo mientras yo también
comenzaba a montarlo, encontrando sus embistes una y otra vez.
—¿Esto le hacías también a él?
Escuché su respiración pesada y por un momento creí que iba a
detenerse, pero lo que hizo fue empotrarme más a la pared y yo aflojé las
muñecas para agarrarme de las gruesas cuerdas y hacerme de un mejor
apoyo.
—Deja de dañarte así —demandé, presionando mi frente a la suya,
bebiendo de nuestros jadeos sin atreverme a besarlo por más que lo deseaba
en ese momento—. Porque para mí solo eres tú.
—No te creo más, pequeña zorra —gruñó, cogiéndome del rostro con
una mano, empujando sus caderas, forzando mi espalda en la pared una y
otra vez.
Me aferré a mis agarres en las cuerdas y lloriqueé cuando mis músculos
comenzaron a arder y el fuego se reunió en mi vientre. Mi orgasmo llegó al
extremo y lo miré a los ojos. Él se mordía el labio, odiándome y
adorándome con la misma intensidad. Y, a pesar del placer, también me
dolió que me estuviera haciendo suya mientras me imaginaba con otro.
—No más, amor —rogué—, perdóname por favor.
El valor que antes no encontré para decirle esas palabras, regresó a mí en
ese instante, pero en lugar de responderme, siguió bombeando en mi
interior, soltando mi rostro, rodeando el puñal de la daga en su lugar,
apretando su mano en mi cadera justo cuando sentí que se derramó en mi
interior, gruñendo y maldiciendo, moviéndose lento pero fuerte.
Y cuando sacó hasta la última gota, se detuvo, apartándose de mí y
arrancando la daga de la pared.
—Que te perdone tu Dios, reina Sigilosa —sentenció y puso el filo de la
daga en mi boca, sin lastimarme, solo haciendo que la apretara entre mis
labios—. Y de paso, que te ayude encontrar tu propia liberación.
Acto seguido se metió la polla dentro del pantalón y comenzó a caminar
hacia atrás, sonriendo como un completo hijo de puta, dejando claro que a
la hora de matar, él sabía hacerlo de muchas maneras. Y en algunas, sin
necesidad de arrebatar la vida.
—LuzBel, no te atrevas —pedí al entender lo que pretendía hacer,
apretando la daga entre mis dientes, mirándolo con odio por lo que me
estaba haciendo—. No lo hagas, hijo de puta, o te prometo por mi vida que
haré que llores a mis pies —solté con furia y su maldita carcajada resonó en
toda la habitación.
—Aférrate a ese odio porque así no haya podido matarte, voy a destruirte
de maneras que no te imaginas —recomendó y sacudí mis brazos, deseando
llegar a él—. Te lo dije, Pequeña, yo no juro, yo actúo—repitió, soltando
una nueva risa cruel y tras eso se marchó.
«Hijo de la gran puta».

No viví la humillación de LuzBel mientras él estuvo conmigo, lo hice


cuando dos horas después, Maokko llegó a la cabaña echa una furia y me
encontró todavía amarrada de pies y manos, con las piernas chorreadas con
el semen de ese hijo de puta y el cuerpo manchado con su sangre y la mía.
Y traté de liberarme yo misma, pero por mucha agilidad que tuviera,
había situaciones de las que solo se conseguía salir bien librado, por cuenta
propia, en las películas.
Maokko se asustó. Y esa escena conmigo como protagonista tuvo que
haber sido la más aterradora que la asiática presenció en su vida, ya que
nada conseguía que palideciera, hasta que entró a la habitación y me liberó.
Y gracias a la poca buena suerte que tenía, Ronin se quedó esperando
afuera mientras ella me ayudaba, lo que me hizo saber que el maldito
Tinieblo debió advertirle lo que encontraría, para que tuvieran esa
precaución.
—Dime que no te forzó —suplicó ella tras ayudarme a vestirme, luego
de que yo me limpiara lo mejor que pude y desinfectara la herida en mi
pecho.
Necesitaría puntos de sutura para que la piel cerrara como se debía.
—Nunca ha tenido necesidad de forzarme, Maokko —desdeñé con
amargura—. Pero sí abusó de mi voluntad, del amor que siento por él —
gruñí—. Le dejé ver mi debilidad y ahora el hijo de puta me golpea ahí. Lo
convirtió en su lugar favorito para dañarme.
Solté una risa amarga, dándome cuenta de que como Sombra lo hice
comer mierda en su momento, pero en esa fusión de LuzBel y Sombra a la
vez que me estaba dando, él me la estaba haciendo tragar a mí.
—Isa —susurró ella y noté la decepción de sí misma por no haber podido
defenderme, o evitar lo que viví.
Negué con la cabeza, ya que ella no llegó en buen estado y supuse que
también la doblegaron como a mí. Marcus se había encargado de ella y
Owen de Ronin según lo que me explicó mientras me auxiliaba.
—No, Maokko. No te sientas mal por mí, ya que sensei Yusei tuvo razón
al decirme que la derrota me enseñaría más que la victoria. Y te juro por mi
vida que en este momento, me siento como la tierra que se endurece
después de la lluvia.
Acto seguido a eso salí a la sala de la cabaña, Ronin estaba esperando ahí
por nosotras y me sorprendió cuando se postró en el suelo, poniéndose de
rodillas y luego inclinándose hasta que su frente tocó el piso en una
reverencia dogeza. Ellos la utilizaban únicamente cuando la situación era
tan difícil de solucionar, y no había palabras ni hechos para redimirse.
Una circunstancia que cuyo desenlace pudo haberse evitado o
minimizado.
Maokko lo imitó enseguida y negué con la cabeza, porque no me debían
nada. No cuando yo sola me hubiese podido ahorrar esa situación, si en
lugar de caer como lo hice, hubiera dejado inconsciente a LuzBel cuando
me dio la oportunidad.
«Pero bien decían que el hubiera no existía, Colega».
Exacto. Y lamentarme no me llevaría a nada.
—Levántense los dos y dejen de sentirse culpables, porque estas son las
consecuencias de mis debilidades, no de la suyas —ordené con la voz dura
y ambos me obedecieron.
Noté que Ronin tenía el labio inferior partido y las muñecas magulladas
igual que las mías, cuando se irguió en toda su estatura. Y al percatarse de
mi mirada, las llevó hacia atrás, parándose en posición de descanso.
—Vamos al apartamento de Elliot para informarnos de todo lo que pasó.
Es momento de hacernos cargo de lo único que tiene que importar, así que
no digan ni una sola palabra de lo que sucedió luego de ayudar a esos
bastardos.
—Entendido —respondieron al unísono en japonés.
Salimos de la cabaña tras eso. Varios de nuestros hermanos Sigilosos nos
esperaban, así que les pedí que la hicieran explotar para que a LuzBel le
quedara claro el mensaje que le envié cuando me subí al coche.
«¡Jesucristo! Definitivamente te prefería como una cabrona».
Nunca debí dejar de serlo.
Al llegar al apartamento de Elliot, él se asustó al notar algunas manchas
de sangre seca que no había visto antes y por lo tanto no limpié, pero le
aseguré que estaba bien, que no se preocupara. En su botiquín tenía bandas
de sutura, por lo que me evitó ir al hospital para que atendieran el corte en
mi pecho. Maokko se encargó de colocármelas luego de que yo tomara una
ducha para deshacerme de los restos del amor (de mi parte) y la
humillación, ya que no los quería más en mi cuerpo.
Y cuando estuve presentable de nuevo, hablamos para informarnos de
todo lo que pasó (dejando de lado la emboscada que nos hicieron). Darius,
Isamu, Caleb y Lee-Ang se unieron por videollamada, estos últimos
aseguraron que en los terrenos de la mansión no hubo ninguna amenaza.
Connor y los demás salieron bien librados de su ataque. Tess y sus
acompañantes consiguieron algunos golpes, pero nada grave. Dylan,
Cameron y Serena tuvieron el apoyo de todos los agentes policiales y luego
de neutralizar la situación, trasladaron a Myles a una prisión para tratar de
protegerlo de otro ataque.
De LuzBel me limité a decir que salió victorioso y con eso dejé zanjado
el tema para todos.
—Necesito al mejor bufete de abogados que pueda existir —avisé a
todos y tanto los presentes como los que estaban en línea, me miraron
esperando más explicación—. Si tengo que pactar con el abogado del diablo
para que Myles salga libre, lo haré, pero de ninguna manera permitiré que
esté en un lugar rodeado de enemigos.
Vi a Elliot celebrar mi decisión y esa vez, evité dar explicaciones
innecesarias, importándome un carajo si Alice, o alguien más, pensaba que
haría tal cosa por haberme acostado con Myles. Yo sabía que no era así.
Cometí un error al acostarme con él, pero no cometería uno mayor
dándole la espalda.
—No será fácil con todas las pruebas que tiene encima —advirtió
Darius.
—Entonces, además de conseguirme a los mejores abogados, asegúrense
de que sean de moral gris para que compren a quien tengan que comprar,
pero quiero fuera de esa cárcel a Myles sí o sí —demandé y noté a Isamu
sonreír de lado.
Mi hermano adoptivo me miró con sorpresa, aunque no dijo nada más.
—Debo decirte algo —habló Alice dirigiéndose a mí y la animé a que lo
hiciera, pues las personas con las que estábamos eran de mi entera
confianza—. Esta mañana LuzBel también inició la búsqueda de los
mejores abogados, para quedarse con la custodia total de los niños.
La ira se me acumuló en la boca del estómago y me hizo temblar, cuando
recordé al maldito prometiendo que me destruiría de maneras que no
imaginaba, comprendiendo a lo que se refirió. Pero en ese instante no me
dejaría vencer por la furia, así que apreté los puños para controlarme.
—Te hubiera agradecido que me lo dijeras antes de ir a apoyarlo en el
ataque —satiricé y todos sonrieron, menos ella—. Perfecto, entonces ya
saben qué más van a añadir a mi lista de peticiones.
—¿Un abogado de familia? —inquirió Darius.
—No, hermanito. De verdad quiero al abogado del diablo, para dejarle
claro a ese simple mortal con ínfulas de Dios, que no soy la reina a la que
manejan a su antojo. Soy la jugadora que ya aprendió cómo mover las
piezas a su favor.
Acto seguido a eso, di por finalizada la reunión, quedándome en
conversación virtual solo con mi élite (Elliot y Alice me otorgaron la
privacidad que necesitábamos), avisándoles que al siguiente día iría a la
mansión para ver a mis hijos y sacar algunas de mis cosas, escuchando sus
consejos porque no quería ocasionar ningún altercado innecesario.
Isamu avisó que LuzBel llevaría a su madre a la prisión en la que tenían
a Myles, así que aprovecharía a llegar cuando ellos no estuvieran, y no
porque les temiera. De hecho, enfrentarme a ese maldito era lo que más
deseaba, pero no expondría a mis hijos a una situación que los traumara, ya
que al menos en eso, él y yo estábamos siendo maduros, manteniendo a
nuestros clones al margen de lo que sucedía entre nosotros.
—Comienza la preparación de una casa en la que mis hijos puedan estar
tan seguros como en la mansión, ya que en cuanto pase este peligro y
sepulte a los Vigilantes de una buena vez, voy a llevármelos conmigo —
solicité a Caleb y él asintió.
De momento le dejaría a LuzBel disfrutar de su ventaja y trabajaría en mi
tiempo, lento pero seguro.
—Me alegra que estés de regreso, linda —comentó el rubio y noté que
todos los demás pensaban lo mismo.
—He entendido que para vencer a los monstruos, debo convertirme en
uno, hermanos. Y es lo que estoy haciendo.
—Por siempre y para siempre, la reina Sigilosa —declaró Ronin feliz y
satisfecho de mi declaración, dándose dos golpes en el corazón y sonreí en
cuanto los demás lo imitaron.
«Ellos sí te nombraban con respeto y orgullo».
No me importaba más que otras personas me llamaran así con burla,
porque las palabras dañaban, únicamente si uno mismo les daba el poder
de dañar.
Y desde que salí de aquella cabaña, arrebaté el poder que antes entregué
para que me lastimaran.

Cuando llegué a la mansión al siguiente día, los niños me recibieron


felices y hasta prepararon una noche loca, así le llamaban a las noches en
las que nos quedábamos en la sala de entretenimiento, viendo caricaturas,
comiendo golosinas y durmiéndonos hasta altas horas de la noche.
Y casi me echo a llorar al verlos tan emocionados, pues nos habían
incluido a su padre y a mí, y no tuve el valor para decirles que esas noches
habían llegado a su fin.
—Olvidaste que donde hay mucho amor, también hay mucho odio. Y no
te cuidaste de eso —musitó Lee, luego de comentarle lo que viví la noche
anterior en la cabaña.
No se lo dije porque quisiera seguir recordando lo sucedido, sino porque
Maokko le había contado lo que ella vivió y lo frustrada que se sentía al no
haber podido evitar lo mío, a pesar de que yo le pedí que dejara de sentirse
culpable.
Y en el camino hacia la mansión, tanto Maokko como Ronin decidieron
contarme lo que vivieron, pues al parecer, Marcus y Owen los llevaron a
ellos a otra cabaña cercana a la que yo estuve con LuzBel. Y a ambos los
torturaron sin infligirles daño físico, lo que les hicieron fue mental, aunque
no estaban preparados para profundizar el tema y se los respeté.
—No quielo que te vayas —admitió D con su vocecita triste y sentí que
me estrujaron el corazón.
Había tenido que mentirles al explicarles que el maestro Cho me
necesitaba, por lo que estaría fuera del país por un tiempo. Lo hice para que
ellos no me pidieran llegar a verlos, ya que era consciente de que no me lo
permitirían y tampoco me gustaba estar ahí a escondidas, puesto que
después de quedar frente a los dueños de la casa como una destruye
hogares, no era mi intención que también creyeran que quería faltarles el
respeto.
—Les prometo que voy a volver pronto, amores. Mientras, quiero que se
porten bien, que entrenen mucho y obedezcan a Lee, a Maokko y sobre todo
a papá y a la abuela —pedí abrazándolos a ambos.
—Te voy a estañal mucho, Tastaña telca —Los abracé con fuerza antes
de ponerme a llorar cuando Aiden me llamó así.
Ambos habían adquirido la costumbre de llamarme por los motes que
escucharon a su padre utilizar conmigo. Y no estaba siendo fácil en ese
momento, pues sentía esa despedida como si de verdad fuese a dejarlos por
demasiado tiempo.
—Siempre tengan presente que los amo con mi vida entera, mis amores
chiquitos —les recordé y los dos me dieron un beso.
Aiden en mi mejilla derecha y Daemon en la izquierda.
—¡Hasta el infinito!
—¡Y másh allá! —terminó Daemon la frase de Aiden y solté una risa
gangosa.
Tras eso los dejé a ambos en sus respectivas camas (porque ya era noche)
con Lee-Ang y acaricié al cachorro, que seguía durmiendo con ellos, ya que
no aceptaban que no me despidiera de él.
Les di un último beso y respiré hondo antes de dejarlos. Era momento de
irme, pues mi tiempo de gracia (regalo de la tardanza de LuzBel y su madre
porque luego de ver a Myles, fueron al doctor según me avisó Caleb), había
terminado.
Salí limpiándome las lágrimas y tomé la maleta que ya había encontrado
preparada por órdenes de LuzBel. Lee-Ang se encargó de eso luego de que
él le exigiera que sacara todo lo mío de la que antes fue nuestra habitación,
pues regresó a ella un día después de lo que pasó en el hotel.
—¡Isabella!
Miré a Hanna cuando bajé al segundo piso y la vi saliendo de su
habitación.
Maokko y Ronin me esperaban afuera, pues se mantendrían conmigo un
tiempo, ya que ninguno quería estar en la mansión, pues lo vivido en las
cabañas estaba muy reciente y ellos también querían evitar un altercado que
únicamente me perjudicaría a mí, si LuzBel ordenaba echarlos.
—Creí que tenías prohibido venir aquí —comentó y apreté entre mi
mano el mango sujetador de la maleta.
«Lo que nos faltaba».
—Creíste mal —mentí con la voz fría.
—LuzBel me lo mencionó anoche —rebatió.
«Hija de puta».
Iba a matarla.
—¡¿Qué demonios haces aquí?!
Miré a Tess en cuanto gritó eso, salió de la habitación de su madre y
maldije en mi interior porque creí que iba a alcanzar a irme antes de
encontrármela a ella, a su hermano o a su madre, pero me tomé más tiempo
con los niños y eso me saldría caro, según sospeché.
—No es necesario que armes un escándalo, Tess. Me voy ahora mismo
—avisé.
No iba a darle tiempo a discutir, así que caminé hacia los escalones
sabiendo que debía pasar por su lado, cosa que ella aprovechó.
—¡Eras como mi hermana, maldita traidora! —espetó y me hizo
retroceder tomándome del brazo.
Su agilidad había mejorado, ya que antes de darme tiempo a reaccionar,
me estampó tremenda bofetada con la que me hizo saborear mi propia
sangre. Y, a pesar del aturdimiento, logré detener su mano en cuanto quiso
darme otra.
—No más, pequeña mierda —siseé.
—Mierda tú, que no te bastó solo con dañar a mi madre sino que también
jodiste a mi hermano —vociferó y se zafó de mi agarre—. ¡Destruiste esta
familia, zorra malnacida!
Se fue contra mí, pero ya me encontraba preparada para esquivar sus
golpes. Sin embargo, ella estaba dispuesta a acabar conmigo, por lo que
siguió insistiendo.
—¡Tess! ¡Déjala! —le gritó Hanna.
—¡No! ¡Esta puta es una traidora! ¡Y ella misma dio el ejemplo de cómo
se castiga a los de su calaña! —rugió con tanto odio, que llegó a calarme.
—¡Joder, no me compliques más las cosas! —pedí.
Y claro que no entendió, me asestó otro golpe que esquivé, sin la
intención de dañarla. Simplemente pretendía que ella se desahogara sin
llegar a nada más grave.
—¡Te vas a arrepentir de haber dañado a mi familia! ¡Puta de mierda!
Bien. Escuchar eso me dolió, pero seguí defendiéndome y también opté
por devolverle los golpes, ya que no estaba dispuesta a que esa familia
pretendiera hacerme pagar mi error a como se les diera la gana.
Y el escándalo de nuestra pelea se hizo tan fuerte, que incluso escuché a
Maokko vociferando maldiciones. Aunque nada de eso nos detuvo, esquivé
y golpeé y en uno de nuestros movimientos violentos, alcancé a ver a
Eleanor y a LuzBel entrando a la casa, seguidos de Ronin, Caleb e Isamu.
Le lancé un cabezazo a Tess en el instante que consiguió empotrarme en
la pared y siseó de dolor, la sangre de su ceja manchándole el rostro y
aturdiéndola. Supe que era mi momento para dar mi golpe final y terminar
de una buena vez con nuestro espectáculo, pero entonces vi Aiden bajando
de los escalones de la tercera planta y me aterré de que fuera a caerse.
—¡Aiden, no! —grité.
Me rompió el alma al notar que lloraba, asustado de lo que veía. Lee-
Ang alcanzó a contenerlo antes de que algo pasara y lo aferró a sus brazos,
sosteniendo su cabecita entre su cuello para que no viera más lo que
sucedía.
No obstante, mi error me costó muy caro, ya que me descuidé de Tess y
no vi a tiempo cuando sacó su arma y sin titubear la disparó. Inhalé una
respiración corta al escuchar la detonación, justo en el mismo segundo que
sentí el impacto del proyectil en mi pecho.
Fue extraño no sentir dolor, simplemente experimenté cierta resignación
y sonreí consciente de lo que acababa de pasar. La debilidad en mi cuerpo
fue inmediata, seguido de un frío que se impregnó hasta en la médula de
mis huesos. Miré hacia donde mi blusa blanca comenzó a mancharse de
carmesí y el olor a óxido me inundó las fosas nasales.
—Mierda, Tess. Mis clones —me escuché decir.
En ese instante el frío se convirtió en miedo y lágrimas, las piernas me
flaquearon y no conseguí tomar otra bocanada de aire. Busqué algo de
donde apoyarme y únicamente encontré aire.
«Mi Aiden», pensé siendo presa del terror por no volver a verlo y
escucharlo hablando de sus lecturas.
Luego llegó Daemon a mi cabeza y me preocupé porque no estaría con
él, cuando otro de sus episodios lo encontrara. Ellos no me tendrían para
que no tuvieran miedo, no los vería crecer. No les cumpliría mi promesa de
volver pronto.
—No… no los dejes solos, Elijah —rogué.
Pero dejé de percibir mi entorno y lo último que logré ver antes de
perderme por completo, fue a Maokko llegando a Tess y golpeándola. Sin
embargo, yo quería regresar con mis hijos, así que di un paso hacia los
escalones que me llevarían a su habitación, aunque mis extremidades ya no
me obedecían y en lugar de ir al frente, lo hice hacia atrás y encontré la
escalinata equivocada. El aire volvió a recibirme y segundos después me
sentí rodar.
Mi oído volvió a aclararse en el último segundo consciente y escuché los
gritos de horror. El llanto de mi pequeño. Palabras ininteligibles. Y luego…
Dolor.
Frío.
Calor.
Oscuridad.
Paz.
¿Eso había sido todo? ¿De esa manera acabaría mi vida?
«Así parecía, Colega».
Capítulo 47
Código azul
Elijah

Luego de que aquella tarde Isabella me dijera que era débil conmigo,
terminé en una conversación telefónica con Laurel, porque era con la única
persona que me sentía capaz de hablar abiertamente sobre lo que me
sucedía.
Admití con la pelinegra lo mal que me sentó el desprecio de White
cuando la tuve en la que se había convertido nuestra habitación, porque ella
jamás se negó a mí. No lo hizo ni en nuestros peores momentos, hasta que,
al parecer, llegaron situaciones que lo superaron todo.
«¿Cómo puede decir que me ama, pero que es débil conmigo a su lado?»
Le hice esa pregunta a Laurel, ya que me parecía inaudito que mientras
yo me sentía poderoso teniendo a Isabella en mi dimensión, ella se
debilitara. Eso no era amor, razón por la cual yo jamás creí en ello.
Para mí no tenía lógica que un sentimiento que se suponía que era
poderoso, debilitara a las personas.
Laurel a su manera quiso hacerme entender que cada persona vivía el
amor de forma distinta, incluso me pidió que no perdiera la paciencia y
dejara que Isabella reflexionara y viviera su dolor sola. Sin embargo, ni mi
amiga ni nadie me preparó para lo que viviría horas más tarde.
Puta madre.
Si la traición de Jacob acabó con mi corazón, no podía explicar lo que
me hizo encontrar a la mujer por la cual era capaz de dar mi jodida vida,
desnuda y entre los brazos de mi propio padre.
—¿Qué pasó conmigo, hermano? —le pregunté a Evan con la voz
ahogada, cuando él y Lewis me sacaron de la sala de interrogación, tras
dejar inconsciente a Myles—. ¿En qué momento me volví tan ciego? ¿En
qué puto momento me convertí en un estúpido que no pudo ver más allá de
su nariz?
Me sentía borracho de la rabia, de la incredulidad, de los celos, del dolor
de la traición.
Pegué la espalda a la pared y me deslicé hasta sentarme en el suelo,
negando con la cabeza, con los ojos muy abiertos, pero sin ver mi entorno
porque lo único que mi cabeza reproducía, era la imagen de mi chica recién
follada por el hijo de la gran puta que me engendró.
—Te juro que quisiera tener las respuestas que quieres escuchar, pero en
este momento nadie entiende lo que ha sucedido —admitió él.
Respiré hondo cuando sentí que el cuerpo se me comenzó a sacudir y
encogí las piernas, apoyando los codos en mis rodillas, viendo mis nudillos
ensangrentados y el vendaje en mi mano más empapado de rojo por el corte
en mi palma.
Nadie había esperado que llegara al cuartel para buscar a Myles, por eso
cuando me detuvieron fue tarde, ya que tras pedirle una explicación que no
consiguió darme, quise matarlo como no pude con Isabella. Y él ni siquiera
se protegió.
El hijo de la gran puta no pudo defenderse de lo indefendible.
—¡Elijah! —No miré a Tess cuando me llamó, solo me fijé en sus botas
al momento en que llegó frente a mí y se puso en cuclillas—. Joder,
hermanito.
Estaba tan perdido por toda la mierda que me pasaba, que simplemente
sonreí y tragué con dificultad ese nudo en mi garganta.
—No sé cómo me siento, Tess —comencé a decirle sin que me lo
preguntara—. Me encuentro en un punto en el que no entiendo si me rompe
la tristeza, el enojo o la decepción. —Mi voz sonaba estrangulada y
comencé a ahogarme con cada palabra—. De lo único que tengo certeza es
de que estoy mal, que me han arrancado algo que no voy a volver a
recuperar, que me estoy muriendo por dentro.
Perdí la voz al decir lo último y ella me abrazó, sollozando junto a mí,
quedándonos de esa manera por un buen rato. Y no me enteré si estuvimos
solos o si Evan seguía ahí, de lo que sí me di cuenta fue de que después de
ese momento sintiéndome en un infierno diferente y más doloroso,
resurgiría para destruir a los que me enviaron ahí.
Y no me equivoqué, pues días después me desconocí a mí mismo cuando
vi a la culpable de que me convirtiera en el peor de los monstruos, luchando
contra aquellos malnacidos que pretendieron emboscarnos. Me enloqueció
la ira, me desquició volver a tenerla en mi espacio, me dejé consumir
totalmente por mis deseos de venganza y en lo único que pensé fue en
matarla ahí mismo, pero merecía algo peor que una muerte fácil.
Por eso la llevé a la cabaña y le pedí a Owen y a Marcus que contuvieran
a sus perros asiáticos, no me importaba cómo, lo dejé a la imaginación de
ambos. Lo único que necesitaba es que me dieran el tiempo suficiente para
destrozarla con mis propias manos, para devolverle cada puñalada que antes
me dio.
Y estuve a punto de hacerlo, por unos minutos me regocijé al sentir su
miedo porque ella sabía que no estaba jugando, era consciente de que la
asesinaría, que le cumpliría mi promesa. Pero… cometí el error de mirarla a
los ojos por demasiado tiempo, la cagué cuando me embobé una vez más
con su mirada color miel.
Y flaqueé exactamente igual que como ella vaciló con Jacob. Así que
decidí destruirnos de otra manera.
Sí, destruirnos. Porque mientras ambos nos quemábamos con el fuego
que creábamos juntos, yo me hacía mierda al imaginarla con Myles, y la
rompí a ella con mis humillaciones. La hice pedazos tal cual Isabella a mí,
el día que me dejó encontrarla en aquel hotel, frente a nuestras élites.
Mi hermosa Castaña, mi Bonita, la mujer por la cual iba a quemar el
mundo, me humilló públicamente como si yo solo hubiera sido ese eslabón
que pisaba a su antojo, las veces que quería. Y pensé en devolverle el golpe
con la misma magnitud, pero yo era más imbécil que ella, ya que incluso
sabiendo que le pertenecía a otro, la seguía creyendo mía. Y por ningún
motivo permitiría que nadie más la viera gozando de mis toques, de mi
polla, mientras pensaba en mi padre.
—¿Por qué sonríes como un maldito idiota, si está claro que te acaba de
declarar la guerra? Y sin tregua esta vez —inquirió Marcus.
La sonrisa se hizo más grande en mi rostro tras leer el mensaje que
Isabella me envió, mientras observábamos desde la distancia aquella cabaña
incendiándose.
—Porque no esperaba menos de ella —admití.
En mi cabeza continuaba grabada la mirada llena de odio que me dedicó,
y su imagen gloriosa, recién follada por mí, atada de pies y manos.
Me cago en la puta.
Seguía deseando a esa diabla traidora con la misma intensidad que la
repudiaba en ese momento.
—¿No esperabas nada menos que el que te haga comer mierda? —
sondeó Owen incrédulo.
—Y prepárense, hijos de puta, porque ustedes comerán también conmigo
—les advertí.
Noté de soslayo que los dos sonrieron, satisfechos y conscientes de que
aquellos asiáticos también se vengarían de ellos, puesto que no creí posible
que Maokko se conformara con enviar a Marcus con el labio mordido. Y
por lo poco que había visto en Ronin, dudaba que fuera un hombre al que le
encantara ser sometido sin someter.
Así que sí, tendríamos una guerra más que librar.
Y por más que odiara admitirlo, esa noche volví a sentirme poderoso,
pero no por lo que le hice a Isabella sino por haberla tenido de nuevo para
mí. Después de todo, seguía siendo un imbécil con ella.
Uno que la quería muerta, pero que no tenía el valor de arrebatarle la
vida cuando se encontraba en mi espacio, nublándome la cabeza,
haciéndome perder el raciocinio.

Cuando llegué esa madrugada a la mansión, y me dirigí a la habitación


del segundo piso que todavía ocupaba (porque intenté regresar a la que
utilicé con Isabella, pero no me sentí capaz de estar en un espacio donde
todo me recordaba a ella), me encontré a Hanna saliendo de la suya,
vistiendo únicamente con una bata de seda en color rosa palo que la cubría
hasta la mitad de los muslos. Calzaba unas pantuflas a juego y tenía el
cabello rubio en un moño flojo.
—¡Dios, LuzBel! ¿Estás bien? —Me reí cuando hizo esa exclamación.
Llevaba la ropa manchada con mi sangre y la de Isabella, pues me
cambié y me lavé antes de que ella despertara en la cabaña, para no tocarla
con la mierda de los Vigilantes y sus aliados, pero terminé ensuciándome
una vez más; también me había tenido que vendar la mano, luego de
cortarme a mí mismo para no perderme por completo, en la oscuridad que
me embargó con esa traidora en mi territorio.
—No es solo mi sangre, pero dentro de todo, estoy bien físicamente —Vi
el alivio en sus ojos ante mi explicación.
Me fui a mi habitación enseguida y ella me siguió.
—¿Está todo bien ya? Escuché a la gente de Isabella hablando sobre una
alerta y movilizando a los demás.
—Sufrimos un ataque, pero ya está todo controlado —dije a la vez que
me sacaba la camisa y luego la lancé al suelo.
Me habían informado que fue Isabella, junto a Elliot y Alice, los que
descubrieron los movimientos de los Vigilantes a tiempo, por eso pudimos
prepararnos antes de que fuera muy tarde.
Por ellos salimos bien librados.
Los ataques fueron simultáneos, quisieron cogernos con la guardia baja
sin darnos oportunidad para que nos defendiéramos, pero la reina Sigilosa
actuó como la mujer implacable que era y movilizó a nuestra gente,
consiguiendo advertirnos sin descuidar la seguridad de la mansión, por si
acaso esos hijos de puta eran tan imbéciles como para atreverse a morir
dentro de la fortaleza.
—Es bueno saber eso —musitó y miré sobre mi hombro que estaba
observando mi torso desnudo, lo que me hizo sonreír con vileza—. Voy a
meterme en algo que no debería importarme porque es tu vida personal,
pero como tu amiga considero que es necesario —Alcé una ceja, aunque no
la detuve—. He visto a tus hijos muy tristes porque desde que pasó lo de
Isabella, tú ya no estás para ellos como antes.
—Tienes razón, no te metas en lo que no te importa —aconsejé haciendo
una mueca de fastidio y la enfrenté.
Me enervó que quisiera recalcar algo de lo que era consciente, pero
tampoco me gustaba estar cerca de mis hijos sabiendo que me preguntarían
por su madre o por su abuelo. Y antes de responderles mal de nuevo,
prefería evitarlos hasta que consiguiera calmarme y dejar de odiar un poco
la situación.
—Los gemelos no tienen la culpa de nada. Y como se lo dije a tu madre,
si ni tú ni ella van a estar para ellos, deberían permitir que Isabella venga a
verlos.
Chilló cuando cerré la puerta de la habitación y la empotré en la pared.
—¿Crees que después de lo que esa ramera me hizo merece pisar esta
casa? —susurré en su oído con la necesidad de hacer con ella lo que no
pude con White.
—Son sus hijos, LuzBel —me recordó, como si fuera fácil de olvidarlo.
Se removió para alejarse de mí, pero la cogí de ambas manos, con una
sola de las mías, y se las retuve por encima de su cabeza.
—Isabella tiene prohibido poner un pie en esta casa. Y si no quieres que
te lo prohíba también a ti, deja de interceder por ella.
—No intercedo por ella, tonto. Estoy viendo por el bienestar de tus hijos.
—Pues no pierdas el tiempo, porque nadie te lo agradecerá —aseveré.
—Realmente eres un idiota cuando estás dolido —desdeñó y sonreí de
lado.
—Un idiota dolido por otra, aunque igual me deseas tú, ¿no? —me burlé,
dándole razones para que me siguiera viendo de esa manera.
Hanna no merecía mi trato, pero yo no estaba para razonar en ese
instante.
—No te aproveches de lo que siento por ti —pidió.
—¿Qué sientes por mí, Hanna? —la provoqué, acariciando su mejilla
con mi nariz.
Jadeó como un pez fuera del agua ante mi pregunta y mi acción. Me
aparté un poco para mirar su rostro y la encontré con las mejillas
sonrojadas. No había pensado en seducirla, pero al tenerla así, se sintió bien
dejar de pensar en lo que le hice a Isabella.
Me gustó ver a Hanna y no imaginarla con otro.
—¿Qué pensarías de mí si te digo que con estas manos que te estoy
tocando ahora mismo, he tocado a otra hace unas horas? —inquirí.
Acaricié su nariz con la mía esa vez, y de paso llevé la mano libre a su
muslo y comencé a arrastrarla hacia arriba, metiéndome por debajo de la
bata. Se mordió el labio para no gemir y yo me lamí el mío.
Joder.
Ni siquiera estaba sintiendo placer, simplemente quería demostrarme a
mí mismo que nada me importaba ya, que podía volver a ser el hijo de puta
que se quitaba los sentimientos junto con la ropa, sin ningún remordimiento
o culpa.
—Que…, que eres un imbécil —titubeó y también dejó escapar un leve
gemido en cuanto llegué a su entrepierna. La braga que cubría su coño
también se sentía de seda, y la acaricié por encima de ella.
—Soy el peor de todos, Hanna —aseguré—. Porque he tocado a otra y
en este instante te estoy haciendo gemir a ti.
Volvió a soltar un quejido de placer cuando moví el dedo medio en su
sexo y vi cómo sus pezones se endurecieron, mostrándose a través de la tela
de la bata.
—Idiota —gimió y reí como un cabrón—. Idiota, idiota, idiota —repitió
cuando intensifiqué la fricción.
—¿Qué buscas? ¿Que te bese para callarte o que te folle para hacerte
gritar? —Sus ojos se abrieron incrédulos al escucharme—. Responde bien
—exigí sin dejar de tocarla.
Su respiración se aceleró, su pecho rozaba el mío ante el movimiento
brusco. Era tan fácil hacer su braga a un lado y hundirme en ella si hubiera
estado duro, pero no era el caso.
«¿Cómo fue tan fácil para ti, White?»
«¿Por qué demonios ya no era fácil para mí?»
—Bésame —jadeó Hanna de pronto, sacándome de mis pensamientos.
—Joder, acabas de cagarla —informé y liberé sus manos, alejándome a
la vez de ella porque no tenía ningún caso seguir por ese camino—. Si me
conocieras de verdad, sabrías que yo no beso en la boca a quien solo quiero
follar.
Jadeó incrédula por lo que acababa de hacerle y me miró con dolor, pero
no me importó.
—Es injusto que me hagas pagar a mí lo que ella te hizo, maldito idiota
—masculló con el enojo y la vergüenza bañando su bonito rostro.
Y sí, tenía claro eso. Que estaba haciéndole pagar a Hanna lo que solo
debía cobrarle a una cabrona de ojos miel, que no salía de mi cabeza por
más que quisiera olvidarla entre las piernas de otra.
Maldición.
—Cierra la puerta cuando te vayas —pedí dándome la vuelta para
meterme al cuarto de baño.
—Espero que no te arrepientas luego de lo que me has hecho —sentenció
Hanna antes de marcharse.
Segundos después escuché el portazo que dio.
Y no, no tuve tiempo de arrepentirme por lo que le hice a ella, sin
embargo, sí me arrepentí de haber querido con todo mi ser matar a Isabella.
Me arrepentí de haberle deseado la muerte cuando llegué a la mansión al
siguiente día, luego de llevar a madre a que se enfrentara con Myles (y tras
eso tener que pasar con un médico por lo mal que salió de ese encuentro
con él), y encontrarnos con Tess y la Castaña peleándose a muerte.
Me arrepentí (y lo haría por el resto de mis días) haber deseado que
desapareciera para siempre de mi vida, cuando en el instante de verla rodar
por los escalones con un disparo en el pecho, mi jodido mundo se paralizó.
—¡Isabella! —Escuché a Caleb llamarla.
Mi corazón dejó de latir, los gritos se volvieron ininteligibles. Madre se
congeló a mi lado. Hanna bajó los escalones queriendo llegar a Caleb e
Isabella, pidiendo ayuda, pero Ronin la hizo retroceder sacando sus armas.
Maokko estaba moliendo a golpes a Tess y cuando yo conseguí respirar y
quise correr hacia la Castaña, me vi siendo encañonado por varios
Sigilosos.
—Maten a esa hija de puta —ordenó Isamu, refiriéndose a mi hermana.
No sé en qué momento el infierno se desató dentro de la casa,
únicamente fui consciente de la élite de los Oscuros enfrentándose a los
Sigilosos. Hanna había tenido que buscar donde protegerse, mientras Ronin
hacía mierda a Owen cuando este quiso correr junto a Dylan (él y Cameron
eran los únicos de mi equipo Grigori) para auxiliar a Tess. Marcus acababa
de conseguir llegar a Maokko. Serena con Lewis intentaban contener a
Isamu.
Y a mí, en ese instante me retenían entre varios Sigilosos, mientras
trataba de llegar a Isabella y Caleb.
—¡Isabella! —la llamé, pero no hubo respuesta—. ¡Mierda, White!
¡Déjenme pasar! —exigí y ninguno cedió.
Cameron, Belial, Lilith, Roman e Isaac estaban queriéndome ayudar sin
éxito alguno, porque toda La Orden presente tomó el control como si ellos
hubieran sido siempre los dueños del lugar.
—¡No dejen que los niños vean esto! —gritó Caleb, pero yo estaba
seguro de que Lee-Ang no lo permitiría—. Traigan a los malditos médicos
y la jodida ambulancia —ordenó enseguida, desesperado por lo que sea que
estaba viendo.
Mi élite consiguió abrirme espacio en ese momento y corrí hacia ellos,
observando con pavor a Isabella en el regazo de su compañero, inerte,
pálida, con un charco de sangre a su alrededor.
—¡No, maldita mierda! —amenazó Maokko, sorprendiéndome al llegar a
mí, cogiéndome del cuello.
Tenía los ojos llenos de lágrimas por la furia y el terror que la
embargaba.
—No quiero dañarte, Maokko. Así que déjame pasar —exigí.
—¿Más de lo que me has dañado ya, bastardo hijo de puta? —inquirió
entre dientes y me clavó uno de sus tantos en el cuello sin llegar a cortarme
—. ¡Es tu culpa! ¡Todo esto es tu maldita culpa! ¡Me estás arrebatando a mi
amiga! ¡A mi líder! ¡A mi hermana!
Lloró al decir eso y me afectó tanto, que flaqueé y ella me obligó a
retroceder con un golpe de rodilla en mi estómago. Me lanzó dos escalones
abajo aprovechándose de mi pánico y desesperación; y desde esa posición
vi a Isamu a punto de asesinar a Tess y a madre alcanzando a cubrirla con
su propio cuerpo, suplicándole por la vida de su hija.
Fuimos totalmente sometidos por unos guerreros sufriendo la angustia de
perder a su líder. Y no porque éramos débiles, sino porque tanto mi gente
como yo, también temíamos por lo que estaba pasando.
De pronto vi pasar a mi lado al grupo de paramédicos que teníamos en la
mansión. Solo así los Sigilosos dejaron la pelea, pero para cuidar cada
franco alrededor de Isabella, con sus armas alzadas en advertencia de que
no dudarían en atacar si alguien se acercaba.
—¡No te puedes ir todavía, Isabella! —grité, viendo cómo los
paramédicos le rompieron la blusa, desnudándola del torso para saber qué
tan grave había sido herida.
Vi con horror cómo la sangre burbujeó de su pecho.
—Su pulso es débil —avisó uno de los paramédicos.
Me puse de pie con la intención de volver a avanzar, pero fue en vano.
—¡Tienen todo el derecho de protegerla, pero no me impidas esto! —le
grité a Caleb, quien estaba manchado de la sangre de su líder y amiga.
Nunca pensé que estaría en esa posición, pero en ese momento no me
importó.
—¡No! ¡Él no merece respirar el mismo aire que ahora nuestra líder está
perdiendo por culpa suya y de su maldita hermana! —rugió Maokko.
Nunca me llevé bien con Caleb, pero de todos, yo sabía que por mucho
que no me tolerara, era el más coherente de ellos.
—¡Tenemos que llevarla a un hospital antes de perderla! —gritó el
paramédico.
En ese momento ya estaban montando a Isabella en una camilla para
llevársela.
Miré a Caleb, rogándole con la mirada que contuviera a su gente, porque
si yo mismo me estaba controlando, era solo porque razoné que en ese
momento no valía la pena demostrar el poder del que siempre me regodeé.
Yo, el imbécil más vengativo y orgulloso, solo quería estar cerca de la
única mujer que me destruía en todos los sentidos.
—Le daremos una tregua por hoy, pero tomen a Tess en nuestra custodia
—cedió y asentí en agradecimiento.
—¡No, Elijah! ¡No puedes permitir eso! —rogó madre desde donde
estaba aún, protegiendo a mi hermana.
—Ha atentado contra una líder Grigori, madre. Reglas son reglas —le
recordé, sin una pizca de remordimiento.
Había protegido a Tess cuando estuve con los Vigilantes, pero no
movería ni un dedo por ella luego de lo que me hizo.
—¡Es tu hermana, Elijah! —gritó Eleanor cuando Maokko volvió a
llegar a ellas y cogió a Tess del cabello, haciéndola gritar.
—Retroceda, señora Pride, porque no la perdonaré dos veces —le
advirtió Isamu a madre.
Miré a Dylan con los puños apretados observando el trato que le daban a
su chica, e imaginé lo difícil que estaba siendo para él permitir que la
trataran como una traidora, querer defenderla y a la vez matarla con sus
propias manos, porque ella acababa de atentar contra la vida de su hermana.
—¡Elijah! —suplicó Eleanor de nuevo—. ¡No lo permitas! ¡Tess es tu
hermana!
—Isabella es la madre de mis hijos. Tess jamás debió ponerle un dedo
encima —desdeñé yo.
Me fui detrás de los paramédicos luego de decir eso. Y no mentí ni
declaré nada por quedar bien con nadie. Era mi puta verdad. Isabella y yo
podíamos hacernos mierda entre nosotros mismos, intentar matarnos a
puñaladas, con palabras o como quisiéramos.
Me había traicionado de la peor manera. La humillé como jamás debí
hacerlo. Pero incluso con todo eso, no perdonaría a nadie que la dañara y
juraba que ella tampoco perdonaría a alguien que me pusiera un dedo
encima.
Así de jodidos y tóxicos éramos.
En cuanto me subí a la ambulancia y se pusieron en movimiento, vi a los
paramédicos inyectarle cosas a la Castaña. Tragué con dificultad al ver que
también le estaba saliendo sangre de la cabeza, empapándole el cabello.
Una mano le colgaba inerte de la camilla y sus uñas estaban llenas de
líquido carmesí.
Nunca experimenté tanto miedo como en ese momento, al darme cuenta
de lo que podía significar su estado. Ni siquiera podía respirar o parpadear,
tampoco pensar en nada más que no fueran nuestros hijos, en lo que iba a
decirles si ella no salía de eso.
Comencé a temblar y a duras penas noté que uno de los paramédicos
movía los labios diciendo algo, pero no lo escuché. Me concentré en
Isabella, en el lento movimiento de su pecho y me obligué a creer en que
ella no se daría por vencida. Superaría esa prueba cómo superó muchas
otras.
—Esto no es nada para ti, White —le dije, aunque no me escuchara—.
No puedes morir, reina Sigilosa. Este no debe ser el último jaque mate que
me darás. Me niego.
—¡Código azul! —gritó el paramédico. Y miré perplejo el momento en
que comenzó a hacerle una reanimación cardiovascular—. ¡No tiene pulso!
¡La estamos perdiendo! —avisó y mi mundo volvió a congelarse porque por
primera vez me tocó ser solo espectador.
Y nadie me preparó para sentirme tan malditamente impotente. Sin poder
exigirles que la salvaran, porque yo era testigo de todo lo que estaban
haciendo para mantenerla con vida.
De pronto la ambulancia se detuvo y abrieron las puertas de golpe.
Algunos de los Sigilosos, y de mi élite, nos habían seguido y se
esparcieron afuera para asegurarse de que no existiera otro tipo de peligro.
Yo bajé junto a los paramédicos y desenfundé mi arma preparado para
defender si era necesario.
Me obligué a ser fuerte mientras corría al lado de la camilla de White,
escuchando a los paramédicos informarles a los médicos y enfermeras el
estado de ella. Y supe que todo era peor de lo que imaginaba porque ni
siquiera me sacaron de la sala en la que la metieron. Por lo que vi cuando
terminaron de cortarle la ropa, notando en ese momento que el medio de su
pantalón también iba manchado de sangre.
De un momento a otro todo se volvió más lento. Yo estaba ahí, pero era
como si estuviera siendo el espectador al que nadie notaba. Las enfermeras
corrían de un lado a otro, conectando máquinas al cuerpo de Isabella,
limpiando su cuerpo con un líquido amarillo, entubándola de la boca.
El miedo me impregnó los huesos y el frío abrasador se apoderó de mi
piel, cuando uno de los médicos le inyectó algo a Isabella en el pecho. Tras
eso gritaron códigos que no comprendí, mientras el monitor cardiaco
comenzaba a soltar un bip demasiado acelerado.
—¡Preparen el desfibrilador! —gritó el doctor.
—No, Isabella. —Me escuché decir y di un paso hacia ellos.
Dos enfermeras y uno de los médicos auxiliares llegaron a mí y rugí con
impotencia al ver que el que se quedó con Isabella pidió un nivel de voltaje.
Segundos después impactó las planchas en el pecho de ella y yo volví a
gritar su nombre.
—¡No, Bonita! —supliqué.
La línea cardiaca en la máquina comenzó a ponerse recta en lugar de
zigzaguear. Caí al suelo sin darme cuenta porque el médico consiguió
derribarme, en el instante que intenté llegar otra vez a la Castaña para
ponerle esas planchas yo mismo y ordenarle que reaccionara.
—¡No puedes dejarte vencer por la muerte, Isabella! —demandé cuando
volvieron a darle un choque de electricidad en el pecho, con más intensidad,
pues hicieron que el torso se le despegara de la camilla—. ¡Joder, Pequeña!
—supliqué, viendo sus brazos salir de lado a lado y la línea cardiaca
volverse cada vez más recta.
El médico negó y pidió más potencia, frotando las planchas entre sí para
luego golpearlas contra el pecho de la chica que, de nuevo, me estaba
destruyendo.
—Es para que estés tranquilo —dijo una de las enfermeras que
aprovechó mi distracción y me inyectó algo en el cuello.
Negué con la cabeza, mi cuerpo comenzando a sentirse pesado en
segundos. Y no hubo tranquilidad, solo un dolor profundo cuando un último
choque de electricidad levantó el pecho de Isabella, pero la línea cardiaca
no volvió a zigzaguear y el sonido del bip dejó de ser pausado para
convertirse en continuo.
—Tienes que dar el jaque mate, Isabella, por favor —susurré, el médico
me miró con impotencia.
La línea siguió recta y mis ojos se cerraron sin que lo pudiera evitar. Y
deseé no volverlos a abrir nunca si ella ya no estaría en mi órbita.
Capítulo 48
Hazme olvidar
Elijah

Merecía que ella me castigara así, de eso ni yo ni nadie tenía duda. Lo


que estaba viviendo era poco para todo lo que me había ganado, pero no lo
aceptaba. No quería una vida en la que Isabella no estuviera. No me
importaba saber lo que era el otro lado del mundo si esa Castaña de ojos
miel no estaría allí conmigo.
No quería saber quién sería sin la mujer que me hizo creer en lo
increíble.
No quería perder esa parte de mí que solo le pertenecía a ella, y que
pensé que había destruido con su traición.
Maldición.
Estábamos hasta el fondo de la mierda, pero…, joder, incluso odiándola
la prefería viva. Me negaba a que se fuera de esa manera, a que no
cumpliera su promesa conmigo. Esa de tomar mi vida entre sus manos.
—Tic tac, tic tac, es tu hora de jugar, Isabella White, ¿lo recuerdas? —
susurré con la voz débil, pues el tranquilizante no había conseguido
doblegar mi miedo—. ¡Despierta, maldita Castaña provocadora!
¡Demuestra lo terca que eres!
—¡Carguen al máximo!
—¡Doctor, ya no reacciona!
—¡Carga máxima! —exigió el médico.
—¡Carga a 360 lista!
—¡Despejen!
Me aferré por primera vez a la esperanza. A la de ese doctor y a la mía.
Y mientras aquel auxiliar me arrastraba fuera de la sala, vi cómo el médico
impactó el desfibrilador en el pecho de Isabella y al terminar de darle la
descarga, se quedó esperando igual que los que estaban a su alrededor.
—¡Hay pulso!
Jadeé, mi corazón volviendo a latir justo como el de ella. Regresé a la
vida cuando Isabella lo hizo y al cerrar aquellas puertas e impedir que
siguiera viéndola, comencé a reír entre los sollozos que solté sin poder
contenerlos más. Solo entonces la adrenalina me abandonó y el
tranquilizante hizo su efecto.
Únicamente en ese instante volví a cerrar los ojos y dejé que la oscuridad
me consumiera, sabiendo que volvería del otro lado, con la esperanza de
que ella me estaría esperando para hacerme comer mierda como Owen
aseguró.
Y no erré.
Cuando desperté en una camilla horas, o minutos más tarde, confirmé
por mi cuenta que nada sería tan fácil, y nunca lo había sido en realidad. No
obstante, al llegar a la sala de espera, donde Caleb, Ronin, Maokko e Isamu
estaban esperando por noticias, vi al médico hablando con el rubio.
—¿Qué ha sucedido? —pregunté.
El doctor me reconoció, pues era el mismo que atendió la emergencia de
la Castaña.
—Ya la hemos estabilizado, pero no pudimos hacer nada con el feto.
—¡¿Qué?! —exclamé.
Vislumbré a Ronin conteniendo a Maokko. Caleb se llevó las manos a la
cabeza e Isamu apretó los puños.
—Estaba embarazada, tenía aproximadamente ocho semanas. Pero el
impacto de bala rozó su pulmón derecho y tuvo una fractura en el cráneo.
Debíamos operarla luego de estabilizarla, sin embargo, ya venía perdiendo
el embrión cuando la trajeron.
Di un paso hacia atrás, recordando haber visto la sangre entre sus
piernas. El doctor siguió explicando el estado de la Castaña, yo únicamente
pude pensar en que ese bebé era mío. Ni siquiera cruzó por mi cabeza que
pudo haber sido de Myles porque mi interior gritaba que ese hijo lo puse yo
en su vientre.
El deseo más grande de nuestras copias y secretamente también el mío.
Y lo habíamos perdido, de nuevo me estaban arrebatando un hijo y esa vez
no podía culpar solo a Tess.
No.
—¿Te das cuenta por qué ella quería alejarse de ti? —Maokko golpeó sus
palmas en mi pecho haciéndome retroceder—. Esa malnacida de tu
hermana no le arrebató la vida, pero sí un hijo, maldita mierda —Dio otro
golpe en mi pecho y me limité a mirarla—. Pero no es culpa de ella sino
tuya.
—¡Maokko! —la amonestó Caleb, queriendo tomarla del brazo.
—¡No, Caleb! Tú no la encontraste como lo hice yo en esa cabaña —
logré entender que le dijo en japonés, y tanto el rubio como Isamu la
miraron, queriendo comprender lo que decía—. Si no la hubieras atacado de
esa manera ella no se habría debilitado —Volvió a utilizar el inglés para mí
y noté de soslayo a Ronin intentando sacar un arma, para hacer lo que
Maokko no hacía aún.
Estaba seguro de que él no la vio, porque cuando les dije en donde estaba
Isabella, les advertí que solo Maokko podría auxiliarla, ya que no permitiría
que el asiático la viera semidesnuda, atada y marcada por mí.
—No mereces estar aquí, hijo de tu puta madre. No mereces ser el padre
de los clones ni de ese bebé que ha perdido Isabella. Y si no te he matado
ya es porque no voy a arrebatarle esa dicha a mi líder. A la reina Sigilosa
que yo sí honro y respeto —Me propinó una bofetada tras decir eso y me
limité a cerrar los ojos, sintiendo aquellas lágrimas recorrer mis mejillas.
Y no por el dolor del golpe sino por el de sus verdades.
—¿En dónde tienen a Tess? —le pregunté a Caleb con la voz ronca.
—Ella ya no es tu problema. Nosotros vamos a cobrar su traición —
aseveró él.
—No voy a matarla.
—Tampoco vamos a concederte el desahogo —declaró Isamu al intuir
que quería ver a mi maldita hermana, para hacerle pagar a mi manera por lo
que hizo.
—Ahógate con tu propia mierda, LuzBel. Porque eso es lo único que
mereces —aseveró Ronin.
Miré a cada uno, asintiendo y a la vez sonriendo, entendiendo por qué
Isabella se refirió a ellos como los ángeles que su madre le dejó. Me había
dicho que Leah los nombró así en el diario donde le narró su vida. Y en ese
instante yo también le di la razón.
Eso eran los Sigilosos, esa élite en especial.
—¿Tuándo vene mami? —me preguntó Aiden cuando los llevaba a su
habitación.
Había pasado una semana, y me hacían esa pregunta cada noche.
Volví a la habitación que ocupé con Isabella porque quería estar cerca de
ellos, sobre todo luego de descubrir que Aiden había estado teniendo
pesadillas, después de haber presenciado la pelea entre su madre y su tía. Y
estaba muy agradecido con Lee-Ang, por haber actuado con rapidez y evitar
que mi hijo viese el desenlace fatal de esa noche.
—La estaño mucho —acotó Daemon al entrar a la habitación.
—¿Quieren ir a la cama conmigo un momento? —ofrecí para distraerlos.
Ambos gritaron un sí y supe que no se quedarían solo un momento en mi
cama cuando corrieron por sus osos. Sonreí por eso, por lo listos que eran
para hacer cumplir sus deseos con sutileza.
Dominik me recomendó seguir manejando lo que Isabella les dijo esa
noche que llegó para despedirse de ellos: que iría a Japón para ayudarle a
Baek con algo. También se encargó de explicarle a Aiden lo que pasó entre
la Castaña y la pelirroja, pues a mí no se me daba bien mentirles y en
muchas ocasiones, cuando mi pequeño preguntó por esa pelea, opté por
quedarme callado.
—¿Hoy sí merezco un abrazo? —inquirí con tono de broma cuando
Daemon se subió a la cama junto a su hermano y a mí, y buscó meterse en
mi costado.
Me recosté en el respaldo de la cama y ellos se colocaron uno a cada lado
de mi cuerpo. La última vez que estuve con ambos así, antes de que pasara
lo de Isabella y Tess, Daemon me había demostrado que era tan orgulloso
como yo al negarse a darme un abrazo porque olía a licor, luego de haberme
bebido solo tres tragos, una hora antes.
—Ahola no oles feo, papito —explicó Aiden y, aunque me reí, también
sentí vergüenza.
—Y tapoco etás enojalo y no glitas —acotó Daemon y me encogí en mi
lugar, tragando fuerte y sintiendo cómo me doblegaron en segundos—. Pol
eso no tendo ganas de llolal.
Mierda.
Nunca les grité, pero sí les hablé fuerte en una ocasión que me
preguntaron, en su inocencia, si el abuelo estaba con su madre. Algo que en
ese momento aumentó mi locura porque solo habían pasado tres días desde
que encontré a Isabella con Myles en aquel hotel, por lo que no estaba en
mi mejor momento y exploté con las personas que menos merecían que
fuera un imbécil con ellos.
Con recuerdos como ese, aceptaba más el odio, y las ganas de
asesinarme, que Maokko me demostraba cada vez que me tenía cerca.
—Lo siento mucho, pequeños —pedí y Aiden se puso de rodillas para
mirarme a los ojos. No entendí la razón de su acción, lo que sí sentí fue que
me intimidó con esa mirada gris que, aunque fuera idéntica a la mía,
brillaba más en ese instante—. Perdónenme por haberles hablado así, no lo
merecen. Y si olía feo, era porque necesitaba ponerme alcohol en una
herida que me está costando sanar.
—¿Dónde etá tu helida? —quiso saber cómo el curioso que era.
Sonreí antes de responder.
—No podrás verla, está aquí, adentro de mi piel —expliqué y puse una
mano en mi corazón.
Me quedé de piedra cuando Daemon se acercó a darme un beso justo
donde dije que estaba herido.
—Sana, sana, tulito de lana —cantó Aiden—. Toma un beshito pala que
etés muy bien mañana.
Él también imitó a su hermano al darme un beso sobre el corazón y seguí
sin reaccionar.
«No mereces ser el padre de los clones ni de ese bebé que ha perdido
Isabella».
Maokko no erró, no merecía a esas copias. Nunca lo hice de hecho,
siempre fui consciente de ello y ahora más, pero no solo por lo que hice
antes, sino también por lo que estaba haciendo en ese momento.
«Los niños no juzgan ni señalan».
Lee-Ang seguía confirmándome lo sabia que era, pues esos niños a los
que ella cuidaba incluso con su propia vida, no me estaban señalando ni
buscando mis errores, todo lo contrario, inconscientemente aliviaban mi
alma podrida así fuera un poco.
—… Y D se peleó con la niña —explicó Aiden.
Teníamos un rato conversando luego de que reaccioné y los animé a
cambiar de tema. Esa mañana habían ido a conocer la clínica que Dominik
nos recomendó para que pudieran seguir con sus sesiones y aprendieran, a
la vez, a socializar con otros niños de sus edades. Aiden ya no acompañaba
a su hermano solo como apoyo sino también para que superara sus
pesadillas, e intentara olvidar lo que vio entre su tía y su madre.
Yo no pude acompañarlos, pues me la vivía todo el día en el hospital con
Isabella y por las noches únicamente llegaba a la mansión para llevarlos a
ellos a la cama, tomar una ducha y luego volver al lado de la Castaña sin
importar que Maokko y Ronin odiaran mi presencia, pues eran los Sigilosos
que juraron que no se despegarían de ella por ningún motivo.
Caleb e Isamu se encargaban de la seguridad de la mansión y, además, se
ocupaban de las cosas que Isabella les ordenó hacer antes de la tragedia.
Entre ellas, sacar a Myles de la cárcel a como diera lugar. Y no negaré lo
que odié saber eso, pero no le di importancia, no seguiría cometiendo los
mismos errores.
Eleanor seguía en la mansión y no tenía que decir lo indignada que
estaba conmigo por lo que permití, pero no se atrevió a recriminarme nada
porque no echó en saco roto lo que le dije antes de meterme en aquella
ambulancia: Tess jamás debió tocar a la madre de mis hijos. Y, a pesar del
dolor por su hija, se puso en mis zapatos, ya que ella incluso traicionada
(como yo por su marido) lo defendía e intercedía por él, para que recibiera
un trato diferente en la prisión que lo tenían.
—¿Qué te hizo esa niña para que te pelearas con ella? —le pregunté a
Daemon.
—Me dijió tonto.
Solté una risa, por sus palabras y por el orgullo herido que mostró al
decir eso.
—¿Y te dijo tonto solo porque tenía ganas de llamarte así?
—No, papito. Ella le dijió que le ustan las maliposas —explicó Aiden,
quien sabía expresarse más que su hermano, aunque con palabras mal
dichas aún.
—Y vimos una pupa, tonces le dije que ela ella, pelo no le ustó.
Apreté los labios para no reírme, porque parecía que para él era algo
serio. Una confusión tan inocente que me hizo darme cuenta de la manera
en la que escalaban, a medida que uno crecía, pues las que yo había tenido
con su madre nos llevó incluso a que me apuñalara.
Mierda.
—Creo que esa niña no sabe aún que esa pupa luego será una bonita
mariposa —traté de defenderla para que él también comprendiera que solo
fue una confusión.
—Ves, D. Ella es la tonta —acotó Aiden y abrí demás los ojos.
—No —me apresuré a decir, pero en ese momento no aguanté la risa—.
Ni ella ni tú son tontos. Solo ha sido una confusión, pequeños revoltosos.
—¿Té es eso?
—¿Una confusión? —indagué luego de que D me hiciera esa pregunta y
él asintió con la cabeza—. Es cuando alguien cree algo que no es y por eso
acusa de tonto a la otra persona —expliqué.
No era el mejor para responder sus preguntas, pues ambos eran muy
listos y de una explicación sacaban más cuestionamientos, hasta que
conseguían tener todo más claro. Aunque para mi suerte, esa noche ya
estaban más cansados, por lo que luego de unos minutos más charlando, se
quedaron dormidos, acurrucados en mis brazos. Sanando mis heridas, así
fuera poco a poco, con sus presencias.
—¡Hey! Al fin te veo —Encontré a Hanna saliendo de la habitación de
madre cuando yo bajé al segundo piso, listo para regresar al hospital.
—¿Está todo bien con ella? —inquirí, señalando con la barbilla hacia la
habitación de madre.
—Dentro de lo que puede estarse luego de todo, sí —explicó y me regaló
una sonrisa de labios cerrados—. Su doctor le aumentó la dosis de
medicamento para que pueda dormir más tiempo —añadió.
Eleanor había caído en depresión con la traición de Myles e Isabella, por
lo que la estaban medicando, sobre todo después de enfrentarse al destino
incierto de Tess, al haber presenciado el ataque a la Castaña, y tener que
aceptar que yo no haría nada ni por mi hermana ni por el tipo que me
engendró.
Y Hanna se ofreció a estar más al pendiente de madre para que yo me
dedicara únicamente a los niños y a Isabella. Lo hizo incluso después de
que yo fui un imbécil con ella, aquella noche.
—¿Me acompañas con un té antes de que te marches? —propuso y,
aunque pensé en negarme, terminé por aceptar.
Bajamos juntos hasta la cocina, en el trayecto me preguntó sobre el
estado de Isabella y mientras la veía preparando todo para el té, también me
habló más de madre y cómo la veía. Me preguntó por Tess y noté su
incertidumbre cuando aseguré que no sabía nada de ella y tampoco me
importaba.
Hanna se mantenía alejada de mis hijos por respeto a la decisión de
Isabella, aunque también porque ni Lee-Ang ni los otros Sigilosos le daban
pie para que entablara algún tipo de relación con ambos. Los únicos
momentos en los que compartían el mismo espacio, era cuando madre se
hallaba en el medio, interactuando con sus nietos.
—Acompáñame un momento —pidió Caleb llegando a la cocina y se
marchó sin esperar respuesta.
—Gracias por el té. Te veo luego —me despedí de Hanna y sin esperar
respuesta de su parte seguí el camino por el que aquel rubio se marchó.
Evitábamos interactuar a menos que fuera necesario, y yo tuve que evitar
estar en compañía de Marcus y Owen siempre que sabía que podría
encontrarme con Maokko y Ronin, ya que ellos también le declararon una
guerra sin cuartel a mis compañeros. Y me enteré que en más de una
ocasión, Lewis tuvo que interferir para que su mellizo no terminara muerto
a manos del asiático, que al parecer, perdió el encanto que antes tuvo por mi
amigo.
O por lo menos eso aparentaba.
«Tú, Marcus y Serena son unos jodidos suicidas. Peores o igual que
Sombra».
Le había reclamado Lewis a Owen en una ocasión. El susodicho se
encogió de hombros y sonrió con maldad, lo que le confirmó a su hermano
que no se había equivocado.
—¿Qué está pasando? —pregunté cuando entré a la sala de vigilancia de
la casa, a la cual Caleb me guio.
Dylan, Darius y Connor estaban ahí.
—Alice me permitió su acceso al programa de seguimiento del C3 —
explicó este último e hizo algo en su laptop para desplegar una imagen en el
monitor grande, al lado del que mostraba las imágenes en tiempo real de las
cámaras de seguridad—. He descubierto esto hace unos minutos.
Le dio reproducir a un vídeo y por poco me voy de culo. Lo único que
me detuvo fue ver a Caleb de brazos cruzados, de pie a unos pasos de mí,
con un gesto imperturbable.
—Esto tiene que ser una maldita broma —largué.
—He hablado con Dominik y dijo exactamente lo mismo —puntualizó
Darius—. Amelia no ha salido ni pretende salir de la clínica, ahora que está
mostrando avances.
Seguí observando el vídeo, era uno de vigilancia cerca del hospital y
mostraba a una persona vestida igual que Fantasma, merodeando por los
alrededores, acompañada de un hombre alto y corpulento que utilizaba una
de las máscaras de Sombra.
—Estoy descartando que se trate de algunos aficionados queriendo jugar
a Sombra y a Fantasma, pero sería demasiada coincidencia que, justo los
identifiquemos a muy pocas millas del hospital en el que está Isabella —
aportó Connor de nuevo.
—Ya he movilizado a los Grigoris y Sigilosos que tenemos en la zona
para que les den caza, aficionados o no, van a lamentar utilizar esos
disfraces —habló Caleb—. Ronin y Maokko están protegiendo a Isabella,
sin embargo, Isamu ha partido para apoyarlos.
—Hablé con Belial y Lilith para que ellos también movilicen a nuestros
equipos —informó Dylan, hablando por primera vez desde que llegué—. Y
Evan está en el cuartel, continuando el seguimiento del aliado de Lucius
para descubrir en dónde se esconde esa mierda.
—Bien. Partiré al hospital para encargarme por mi cuenta de que todo
esté bien con la Castaña —declaré yo.
No me daba miedo dejar a las copias ahí, pues no por nada Myles
construyó la casa como una fortaleza, así que sabía que ellos estarían bien
resguardados.
—Iré contigo —avisó Dylan.
Supe que él ya había visto a Tess. Caleb y los demás Sigilosos le tenían
consideración por ser el hermano de Isabella, así que no le negaron la
oportunidad de visitarla, aunque el encuentro no terminó bien, pues ambos
discutieron fuerte porque Dylan le reclamó a la pelirroja haber atentado
contra su hermana y ella lo acusó de traidor, por apoyar a una mujer que
destruyó su familia.
Antes de que Dylan se marchara, consciente de que no tenía caso seguir
con mi hermana allí, le terminó confesando que no logró matar a Isabella,
pero que tuvo éxito al acabar con la vida de mi hijo, el sobrino de ambos.
Únicamente él conocía ese hecho a parte de la élite de la Castaña y yo, se
lo dije porque en su momento también me pidió que hiciera algo para que
no le cobraran esa traición a Tess, igual que como se las cobraban a los
demás.
—¿Revisaste los vídeos de vigilancia de aquel hotel? —Sentí la mirada
de Dylan en mí en cuanto le hice esa pregunta.
Era la primera vez que yo hablaba sobre el tema, pues me cerré a todo lo
que tuviera que ver con eso, ya que me parecía absurdo seguirme haciendo
mierda. Sin embargo, aceptaría para mí mismo que después de lo que pasó
con Isabella, del miedo que viví al creer que la perdería, quise encontrar una
excusa para ella.
Necesitaba algo que me ayudara a sacarme de la cabeza su imagen con
Myles en la cama.
—Antes de responder a eso, quiero hacerte una pregunta —Asentí para
que siguiera, pues yo conducía. Isaac y Roman me seguían en otro coche
junto a Cameron y Lewis—. ¿Por qué diste por sentado lo que pasó entre
ella y tu padre, pero a Hanna no la juzgaste?
Fruncí el ceño porque me pareció estúpida la comparación.
—¿En serio crees que tiene lógica lo que preguntas?
—Por algo lo pregunto, ¿no?
Bufé una risa irónica y negué con la cabeza.
—A Hanna la encontré aterrorizada, golpeada, tratando de protegerse de
la agresión de Myles. A tu hermana en cambio la hallé en una maldita
cama, acurrucada al lado de él, desnuda, luciendo recién follada. —Intenté
hablar tranquilo, pero en cuanto las imágenes se reprodujeron en mi cabeza
me fue imposible—. Al principio creí que también había abusado de ella,
Dylan —Apreté el volante entre mi mano con demasiada fuerza, sintiendo
la ira, los celos y el dolor embargándome—. Entonces Isabella despertó,
asustada porque la descubrí y cuando los enfrenté, ninguno negó lo que
hicieron. No pudieron verme a los ojos para decirme que lo que estaba
presenciando era una puta confusión, y te juro que deseé que White me
mintiera por primera vez, diciéndome que no pasó nada con mi jodido
padre.
A pesar de que la radio iba encendida, mi respiración acelerada resonó
por encima de la música. Reviví el ataque que perpetré contra Isabella en la
cabaña, las preguntas que le hice mientras amenazaba con apuñalarla. Justo
en ese instante rogué en mi fuero interno para que me dijera que no hizo
nada, deseé que mintiera culpando a Myles de haber abusado de ella,
porque era más fácil creerlo a él un malnacido violador, que a White una
traidora.
Sin embargo, ni siquiera para impedir que la apuñalara me mintió,
prefirió que siguiera adelante con mi cometido antes que culparlo solo a él.
Entonces, en lugar de yo matarla, ella volvió a matarme a mí.
Y sí, joder. Experimenté el terror más horrible al creer que la muerte iba
a arrebatármela, luego viví el alivio de que la maldita se arrepintiera y la
dejara más tiempo con nosotros, no importaba que no hubiera reaccionado
aún porque el atentado que sufrió fue grave. Incluso, como el jodido egoísta
que era, acepté que a cambio de Isabella, se llevara a ese hijo no nacido.
No obstante, eso no significaba que olvidé lo que me hizo, porque no era
fácil ignorar que no solo me traicionó cuando juró que me amaba, sino que
además, escogió a mi padre para eso. Al hombre que me engendró y trató
de educarme con valores, aquel que siempre me exigió que fuera fiel a mí
mismo, pero más a la persona que tendría a mi lado, poniéndose como
ejemplo al fingir a la perfección que madre lo era todo para él. Y que
moriría antes de hacerla pasar por una infidelidad.
Hasta que conoció a la madre de mis hijos.
Y únicamente por ser eso, la mujer que me dio lo invaluable, lo que no
merecía, es que no iba a darle la espalda. Además de que le hice una
promesa que pensaba cumplir incluso si ya no estábamos juntos.
—He visto los vídeos —dijo Dylan, omitiendo su opinión referente a lo
que le respondí—. Y, aunque todo se ve dentro de lo normal, Caleb ha
ordenado conseguir la lista de huéspedes y trabajadores del hotel, de los
últimos seis meses. También están investigando quiénes son los dueños o
los socios.
—¿Qué pretende?
Dudaba que solo estuviera empecinado en buscar una excusa para su
jefa.
—Los Sigilosos aseguran que conocen a Isabella más de lo que se
conoce ella misma, más de lo que la puedes conocer tú —declaró—. Por lo
que presienten que hay algo detrás de lo que viste, algo que descartamos
enseguida solo porque mi hermana no puede negar lo que hizo con Myles.
—Admiro la fe que tienen —satiricé.
—Más vale encender una vela que maldecir la oscuridad —musitó él y lo
miré por un par de segundos—. Se están basando en ese proverbio, buscan
sus propias respuestas en lugar de aceptar las que otros les imponen. Los
apoyo en eso, deberías hacer lo mismo —aconsejó y zanjó el tema.

Cuando llegamos al hospital, Fabio me estaba esperando para


informarme sobre los avances de Isabella, con respecto al traumatismo que
sufrió en la cabeza tras rodar por los escalones, que era la causa principal
por la que ella todavía no había reaccionado, pues a pesar de la sangre que
derramó, la fractura en el cráneo le ocasionó un coágulo en el cerebro que
podría generar daños graves, si no se desinflamaba con el tratamiento que
ya él estaba haciéndole. Y de no conseguirlo, tendrían que someterla a otra
cirugía.
Del roce de bala en su pulmón estaba recuperándose mejor, por fortuna.
—Es desesperante verla así —me quejé con él, mientras ambos nos
encontrábamos en la habitación con ella.
La expresión de Isabella era tranquila y daba la impresión de que
únicamente estaba durmiendo con placidez, pero esa no era la chica que
yo… Mierda, ella no era la mujer que me acostumbré a ver. Distaba mucho
de ser la guerrera que me daba batalla en todos los sentidos.
Me desesperaba no tener su tempestad.
Maokko había ido a la cafetería para comer algo, pues, a pesar de que
dejé de ser el Chico oscuro que le caía bien, y amenazar con asesinarme,
volvió a confiar en que protegería a su líder en lugar de intentar matarla. Sin
embargo, no soportaba mi presencia.
—Esta no es mi opinión como médico sino como persona —empezó a
comentar él.
Las cosas entre nosotros no eran las mejores después de habernos metido
en aquella pelea, pero luego de que salió de su estado de hipomanía, como
el tipo de huevos que era, me pidió disculpas por lo que hizo y sé que
también le ofreció una a Isabella.
Igualmente, yo saqué a relucir la poca madurez que me caracterizaba al
ofrecerle una disculpa, pues se suponía que era mentalmente más sano que
él, pero aun así me dejé dominar por mis instintos y posesividad al
pelearnos. Y, aunque no era mi persona favorita, sí que confiaba en sus
conocimientos médicos, por eso sabía que Isabella no podía estar en
mejores manos que en las de ese bastardo.
—Mira su gesto tranquilo y en paz —prosiguió—. A veces pienso que
por eso se niega a reaccionar, porque solo en este momento tiene la
serenidad que se le ha robado.
Respiré hondo al admirar a esa amazona dormida, consciente de que
Fabio tenía razón. Pero aun así, deseé que en ese momento ella solo fuera la
calma antes de la tempestad.
Minutos después de eso se marchó, asegurándome que volvería al
siguiente día temprano, antes de ir a la clínica St. James para la revisión de
rutina que hacía en Amelia. Él también me había asegurado que la chica
seguía internada, por lo que descarté por completo que ella estuviera
intentando hacer sus fechorías como Fantasma, lo que me dejaba la
incógnita de quién carajos podía estarla usurpando, y de paso también a mí.
—Se han borrado de su piel, pero no lo harán de sus recuerdos —espetó
Maokko en un susurro, cuando regresó a la habitación y me encontró
acariciando las muñecas de Isabella.
Las marcas que le dejaron las esposas de cuero que utilicé para apresarla
en la cabaña, ya no estaban, pero yo todavía las veía. Y me torturaba a mí
mismo al pensar en que convertí, lo que pudo ser nuestro mejor sexo
oscuro, en una sesión de castigo placentero físicamente, pero en la que
también me aproveché de su manera de reaccionar a mí, para humillarla.
—Jamás voy a pedirte que te pongas en mis zapatos y mucho menos me
justificaré, pero te aseguro que si yo hubiera estado en el lugar de ella esa
noche, le habrías celebrado que me hiciera lo mismo, jurando que me lo
merecía. Así que deja de ser una hipócrita solo porque estás dolida conmigo
—demandé.
Sentí su mirada acribillándome, pero no siguió discutiendo, optó por
callar y deduje que no fue porque no tuviera cómo defenderse sino porque
ya estaba cansada, igual que yo, de pelear y acusarme.
En silencio la apoyé en sus guardias y ella en las mías, cediéndonos ese
sofá en el que dormitábamos cuando tomábamos nuestros descansos. Y
cuando la mañana llegó, decidí ir a la cafetería por una bebida energizante
para espabilar, cruzándome con Elliot en el camino.
Él no faltaba ni un solo día a visitar a la Castaña y por increíble que
pareciera, dejé de preocuparme por su cercanía con ella luego de saber que
al hijo de puta también lo cambiaron por Myles.
«¿Qué se podía esperar de una niña que primero dejó a tu primo por ti?
¡Dios! Ahora te cambia por Myles, como si su único objetivo siempre
hubiera sido llegar a conseguir más poder por estar con otro líder».
Esas habían sido las palabras de madre cuando se enteró de que esa tarde,
encontramos a su marido con mi chica en la cama. Y en su dolor, terminó
de hacerme mierda, tanto, que mi única escapatoria para no cometer otra
locura, fue emborracharme hasta perder el conocimiento.
—Mierda.
Maldije al regresar al piso en donde tenían a Isabella y visualicé a
Maokko saliendo de la habitación con una enfermera. La asiática lucía
pálida y verla así me hizo presentir que algo no estaba bien.
—¿Qué sucede? —le pregunté.
La enfermera pasó a mi lado, apurada en busca de algo, o alguien.
—Sucede que tienes más suerte de la que mereces, pero espero que esto
también sea tu castigo, jodido imbécil —espetó y fruncí el ceño.
—¿Qué demonios está pasando? —exigí saber al verla sacando el móvil.
—Lee, se acaba de ir todo a la mierda para los Sigilosos —le dijo a su
compañera en japonés, cuando esta le respondió la llamada—. Tienes que
venir ahora mismo, Ronin te explicará lo que pasa.
—Joder, Maokko. ¿Qué está sucediendo?
Iba a responderme, pero en ese momento Fabio pasó a nuestro lado,
corriendo, sin saludar. Entró a la habitación de Isabella seguido de otros
médicos y me apresuré para saber qué sucedía, entrando en pánico al
imaginarme lo peor.
—Retrocede, LuzBel. Necesitamos espacio —pidió él, cerrando la puerta
en mi cara.
La frustración me embargó de pies a cabeza y durante casi veinte
minutos, tuve que ver entrar y salir a médicos y enfermeras, hasta que Lee-
Ang llegó acompañada de Elliot; y tras anunciarlos, pretendieron dejarlos
pasar, pero de ninguna manera permitiría que ese imbécil volviese a tomar
un lugar que no le correspondía, así que me adelanté para colarme detrás de
la asiática que mejor me caía.
—¡Dios! ¡Lee!
Me congelé en mi lugar al escuchar a Isabella, al verla despierta.
—¿Pero qué putas? —gruñí entre dientes al darme cuenta de que me
estaban impidiendo verla.
Hicieron que durante veinte jodidos minutos me imaginara lo peor,
preocupándome cuando ella al fin había reaccionado.
Y les habría dicho mierda y media porque me privaron de algo que quise
presenciar desde el primer momento, sin embargo, lo que experimenté al
ver que Isabella abrazó a Lee-Ang cuando esta se acercó a ella, me hizo
olvidarme de todo lo demás.
Joder.
Me sentí vivo de nuevo al ver sus ojos abiertos, bien dentro de lo que
cabía. Con la cabeza vendada, un poco pálida y con ojeras por el tiempo
inconsciente, pero hermosa.
Demonios. Mi corazón se aceleró cuando fui más consciente de que no
estaba viendo una alucinación.
—Chica americana, que susto nos has dado —exclamó Lee-Ang.
Fabio se percató de mi presencia en ese instante y se acercó a mí.
—Escuches lo que escuches, contrólate y luego hablaremos —pidió y lo
miré sin comprender.
Isabella no se había percatado de mí todavía.
—Los clones están desesperados por ti, te extrañan mucho. Así que
debes recuperarte para salir pronto de aquí —le comentó la asiática dos, con
la voz llena de emoción.
—¿Los clones? —preguntó la Castaña y tanto Lee-Ang como yo nos
quedamos estupefactos—. ¿Qué clones?
—Isabella, tienes que descansar —pidió Fabio, tratando de evitar que la
asiática hiciera preguntas sobre la ignorancia de su amiga.
Solo en ese instante White se fijó en mí y el déjà vu que experimenté me
secó la garganta, pues incluso desde la distancia y por lo pálida que había
estado, noté sus mejillas sonrojarse y que me sonrió más por educación que
por otra cosa. Aun así, esa vez sí correspondí su gesto, aunque por dentro
estaba aterrado por la razón de que actuara de esa manera en lugar de querer
matarme, de cumplirme la promesa que dejó implícita en el último mensaje
que me envió.
Me cago en la puta.
Eso no podía estar pasando.
—¿Cómo te sientes, White? —me obligué a preguntar para enfrentarme
de una buena vez a la realidad.
Necesitaba comprobar si no me equivocaba con lo que estaba
imaginando, deseando que esa fuera una broma de su parte para castigarme.
—Bien, supongo. Gracias por preguntar —ofreció amable, mirándome
sin aquel brillo que antes tuvo para mí y extrañada porque utilicé su
apellido—. Lo siento, pero ¿te conozco? —preguntó.
Experimenté lo mismo que cuando vi a Tess disparándole y luego
rodando por los escalones. Reviví el pavor porque no reaccionara al
desfibrilador, pero en ese momento, en lugar de gritarle para que no se diera
por vencida, quise hacerlo para reclamarle por haberse atrevido a
olvidarme. Sin embargo, mi voz se perdió entre el asombro, la ira y la
tristeza.
«Tienes más suerte de la que mereces, pero espero que esto también sea
tu castigo, jodido imbécil».
Reí sin gracia al comprender a Maokko.
Habría preferido una bala y no el olvido.
—Dime que esto es una jodida broma —exigí con la voz amortiguada
por el enojo y la incredulidad.
—Esto es de lo que quería hablarte —se apresuró a decir Fabio,
interrumpiendo la respuesta que aquella extraña frente a mí iba a darme.
Me acerqué a ella con la intención de zarandearla o tomarla del rostro, lo
que me saliera primero, para hacerla reaccionar y exigirle que no jugara con
eso, pero me contuve porque me miró un poco tímida, recordándome a la
Castaña que conocí cinco años atrás.
—Recuerdas a Lee-Ang, pero no a mí —bufé indignado, molesto y
frustrado, aunque más que eso, triste y dolido.
—Somos compañeras de academia y su padre es mi maestro. No sé si
eso responde a tu pregunta —satirizó y por un momento vislumbré a mi
Isabella—. ¿De dónde debería conocerte a ti?
Me reí sardónico, controlándome porque no era su culpa lo que estaba
pasando.
—¿Isabella?
La voz asombrada de Elliot nos interrumpió, pues al final, él no entró
luego de que yo me adelantara.
—¡Elliot! —exclamó ella, tomándome del brazo para quitarme de su
camino porque le impedía que lo viese.
Hizo una mueca de dolor por el movimiento brusco, pero no se detuvo y
lo que vislumbré en su mirada fue otro golpe para el que no estaba listo.
Amor.
El brillo en sus ojos que antes fue para mí, se lo estaba dedicando a él. Y
si verla con Myles me mató, con eso me remató.
—¡Madre mía! ¡Estás aquí, cariño! —gritó al comprobar que sí era él.
Elliot se quedó estupefacto, aunque reaccionó cuando vio que ella se bajó
de la camilla para ir a su encuentro. Tuve que presenciar cómo esa maldita
Castaña lo abrazó y él lo permitió, mirándome con cara de qué mierda pasa.
Y únicamente fui capaz de apretar los puños, negando con la cabeza,
diciéndole que no era algo que podía decirle en ese momento.
—No sabes cuánto te he extrañado —siguió White con la voz
amortiguada por su cuello—. Pero papá me dijo que no podías hablar
conmigo, aunque en cuanto pudieras vendrías a verme.
Se apartó de él para mirarlo a los ojos y noté claramente sus intenciones
de besarlo, algo que por mucho que quisiera controlarme no pensaba
permitir. No obstante, no tuve que hacer nada porque esa vez fue Elliot
quien la detuvo y ella lo miró con sorpresa, aunque también dolida.
—Elliot —dijo con la voz lastimera. Él puso las manos en los hombros
de ella y negó con la cabeza—. ¿Qué hice para que no…?
—Él ya no es tu jodido novio —me entrometí yo y no pude contener la
ira, así que ella se encogió con miedo.
—¿Por qué? —le cuestionó a él, ignorándome a mí.
—Isa… yo.
El hijo de puta no pudo seguir y presentí que en ese momento deseó que
Alice no estuviera en el medio para no negarse a Isabella. Para no perder
esa oportunidad que la maldita vida le estaba dando.
—Isabella, hay mucho que tienes que procesar, pero iremos poco a poco
como te lo dije antes —La Castaña tragó con dificultad y miró a Fabio con
miedo cuando él le dijo eso, sus ojos llenándose de lágrimas.
—Necesito saber ya qué me ha pasado —exigió, tomándose la cabeza y
haciendo una mueca de dolor porque alzó la voz—. Siento que… me va a
explotar.
Conseguí cogerla antes de que se desvaneciera y junto a Elliot la
subimos a la camilla de nuevo. Fabio se apresuró a revisar sus signos vitales
y tras eso nos pidió que saliéramos de la habitación, asegurando que,
aunque no estaba pasando nada grave, necesitaba hacerle unos estudios
junto a otros médicos.
Minutos después él y sus colegas la sacaron de la habitación para llevarla
a la sala de tomografía, yo me quedé esperando ahí, con Elliot todavía
estupefacto por lo que estaba pasando, Lee-Ang consolando a Maokko y
conteniéndola, ya que era oficial que Isabella no solo me había olvidado a
mí sino también a ella y a todos los demás Sigilosos, por lo que la asiática
bocazas deseaba hacerme pagar.
Rato después Fabio junto a tres auxiliares regresaron, llevando a Isabella
todavía inconsciente en la camilla. Tras dejarla acomodada me pidió que
habláramos en un consultorio que le habían prestado, y ahí me confirmó
que ella había perdido la memoria debido al coágulo en su cerebro, siendo
una suerte que no olvidara su vida por completo.
Sin embargo, la suerte solo fue para Lee, Elliot y todos los demás que
ella todavía recordaba.
—Es peligroso operarla, la estaríamos exponiendo mucho, así que hemos
decidido continuar con el tratamiento que ya llevamos, para bajar el tamaño
del coágulo —siguió explicando—. Y tendrá que ser tratada con cuidado,
LuzBel, porque si la forzamos todavía podría caer con otras complicaciones
debido a su lesión en el pulmón.
—¿Qué me quieres decir? —pregunté exhausto.
—Ella reconoce a Lee-Ang y a Elliot, lo que significa que sus recuerdos
llegan hasta cuando estuvo en Tokio —Cerré los ojos con fuerza e
impotencia—. Dejáremos que su amiga le hable de lo que ha vivido luego
de eso, pero nada que sea grave ni muy difícil de procesar, pues su cerebro
está demasiado dañado y si la bala y el traumatismo craneal no la mataron,
ese coágulo sí, si sigue creciendo.
—¡Mierda! —me quejé molesto con la vida—. Fabio, los niños están
locos por verla y ella ni siquiera sabe que tiene hijos —espeté.
—Cuando despierte le administraremos un medicamento para mantenerla
tranquila, eso nos dará la brecha para que Lee le hable de los niños sin que
se altere. Estoy consciente de la importancia que tiene para todos que ella
sepa esto, así que tomaremos ese riesgo, aunque debo pedirte que no te
metas. Deja que Lee-Ang y Elliot vuelvan a introducirla a su nueva
realidad, ya que influirá mucho que sean personas de su confianza quienes
lo hagan.
—¿Ella recordará en un futuro? —inquirí.
—Todo dependerá de cómo reaccione al tratamiento, pero no te mentiré,
el proceso podría tardar días, meses o incluso años.
No pregunté ni reproché nada más, pues tenía mucho que procesar.
Y estaba demás aclarar lo pésimo que nos sentaría a todos el hecho de
que Isabella volviese a ser la chica ignorante de su mundo, cuando
necesitábamos a la femme fatale en la que se convirtió después de todos los
golpes recibidos.
Maldición.
Pensar en que tendría que vivir una vez más el dolor de todos esos golpes
que ya había conseguido superar, era una mierda, puesto que le dirían que
su padre también murió y estaba seguro de que la destrozaría de nuevo y,
por muy estúpido que fuera de mi parte, deseé estar con ella cuando eso
pasara, pero obedecería las recomendaciones porque no influiría, ni me
arriesgaría a que eso le afectara en lugar de ayudarle.
Y siendo consciente de que en ese momento quedarme con ella me
afectaba más de lo que me ayudaba, me fui a casa para estar un rato con las
copias y tuve que fingir con ellos que todo estaba bien, aunque en mi mente
solo maquinaba cómo les diría que su madre los olvidó, sin que eso los
dañara.
Menos mal ese día se encontraban exhaustos y se durmieron temprano,
aunque en mi cama de nuevo; y como yo no tenía sueño y mucho menos
deseaba seguir pensando en lo jodido que se puso todo, opté irme para la
habitación que estuve ocupando antes
Estando ahí tomé una ducha y al terminar me sequé y vestí únicamente
con un pantalón de chándal. Tras eso encendí mi reproductor para silenciar
mi cabeza con la música y dejé sonar Kill our way to Heaven.
Respiré hondo y luego me serví un poco de whisky, dándole un buen
sorbo al vaso para rellenarlo de nuevo. Caminé hacia la ventana para que mi
mirada se perdiera en el exterior, pero en cuanto llegué ahí, escuché unos
suaves toques en la puerta.
—Adelante —invité, esperando que no fuera madre con la intención de
joderme la noche al pedirme una vez más que hiciera algo por Tess, pues en
ese momento por cómo me sentía de frustrado, todo lo que le respondería
era que lo único que haría por esa maldita pelirroja, era matarla con mis
propias manos, ya que por su culpa Isabella me olvidó a mí y a nuestros
hijos.
No obstante, no fue a Eleanor a quien vi entrar a la habitación. Se trataba
de Hanna en realidad, vestida con un pijama demasiado corto que me
dejaba ver sus largas piernas; su cabello cayendo sobre sus hombros y, a
pesar de la poca luz, noté que su piel brillaba.
Sin decir nada cerró la puerta y llegó a mi lado, observándome con
cautela y miedo a la vez, algo que me hizo reír.
—¿Y si esta vez escojo ser follada hasta gritar una y otra vez tu nombre?
—Me sorprendió escucharla haciendo esa pregunta—. Y tal vez entre
gemidos te convenzo de ser callada con un beso, demostrándote que no es
malo sentir los labios de alguien que te ama y está dispuesta a todo con tal
de hacerte feliz, incluso a olvidar… —Poco a poco se fue acercando a mi
boca, puso las manos en mi torso desnudo, aferrándose con nerviosismo a
tal punto que me enterró un poco las uñas sin lastimarme, y se inclinó para
alcanzarme, sacando la punta de la lengua y lamiendo mis labios para
probar el whisky de ellos—. Sabe mejor así —susurró.
La canción todavía seguía sonando y de un momento a otro reflexioné
que con ella, la letra tenía más sentido. Respiré hondo al sentir que el licor
comenzó a hacer su efecto relajante y agradecí que todo lo que me
agobiaba, desapareciera un rato de mi cabeza.
Se sentía demasiado bien ignorar la mierda en la que estaba hundido.
—¿Harías todo por hacerme feliz? —susurré cerca de sus labios y gimió
cuando besé la comisura de ellos.
No sé por qué lo hice, ni siquiera lo pensé. Me acerqué y ya.
—Todo por mi Ángel —aseguró.
Ella había sido solo mía, ¿no? Pero incluso si no lo era, no me importaba.
Con Hanna no involucraba sentimientos, solo desahogo.
—Entonces saca los malos recuerdos de mi cabeza, hazme olvidar y
jamás recordar lo que me daña —le pedí con ironía—. ¿Puedes hacerme
feliz con eso?
—Puedo intentarlo —replicó con una sonrisa sensual.
Eso fue todo lo que la escuché decir y tras eso, solo recordaba haber
amanecido en mi cama con una rubia desnuda y acurrucada a mi lado, con
un terrible dolor de cabeza y sin tener ni puta idea de lo que sucedió una
noche antes.
Capítulo 49
¿Y qué pasa con los eclipses?
Elijah

Salí de la cama, maldiciéndome por mi jodida manía de cometer cagadas


en los peores momentos. Sentía que la cabeza iba explotarme por el estrés
acumulado y los tragos de whisky que ingerí, antes de que Hanna llegara,
por lo que decidí regresarme a mi habitación de siempre y tomar una ducha
con agua fría para espabilar.
No obstante, ese día desde las primeras horas estaba pintando que no
sería el mejor, puesto que Maokko volvió a la mansión (imaginé que porque
sería el relevo de Lee-Ang tras la pérdida de memoria de Isabella) y me
encontró saliendo de esa habitación únicamente vestido con mi bóxer,
luciendo recién despierto, y al parecer, también follado.
—¿Isabella está bien? —pregunté con la voz pastosa, cerré un ojo e hice
un gesto de dolor al sentir que mis sienes pulsaron al escucharme a mí
mismo.
—No mejor que tú —desdeñó y vi cómo la furia deformó sus bonitos
rasgos orientales al mirar detrás de mí.
Me giré un poco y vi sobre mi hombro a Hanna saliendo de la habitación.
Todavía se iba acomodando la ropa y tenía el cabello revuelto. Parecía
como si ella también buscaba huir y esconderse en su recámara, siendo
sorprendida al encontrarnos cerca de la entrada a los escalones que me
llevarían al tercer piso.
—Eh…, yo —Negué con la cabeza e hice un gesto para que siguiera su
camino sin dar explicaciones.
Asintió y luego bajó la mirada al suelo, actuando con vergüenza, como si
hubiese sido pillada en algo malo.
—No sé ni por qué me sorprendo —Maokko volvió a llamar mi atención
cuando habló con tanta ironía.
Solo le dediqué una mirada de me importa un carajo lo que opines y tras
eso seguí mi camino, yéndome directo al cuarto del baño de mi habitación,
para ducharme antes de que las copias en mi cama despertaran y quisieran
saludarme.
Mientras me encontraba debajo de la lluvia artificial pensé en todo lo que
había pasado el día anterior, hasta que llegué al momento en que Hanna me
buscó, siendo ese hecho algo demasiado confuso, pues recordaba que me
acerqué a su rostro y la reté a que me hiciera olvidar, pero sabía con
seguridad que nunca quise volver a acostarme con ella.
Mierda.
No recordaba el deseo que se suponía que tuve que sentir, y tampoco el
placer que ella debió darme.

Le envié ese mensaje a Serena sabiendo que se encontraba en los


terrenos de la casa, lo hice al salir del cuarto de baño y luego me vestí,
terminando justo cuando Daemon abrió los ojos y me regaló una enorme
sonrisa al verme.
—Buenos días —susurré para no despertar a su hermano y le di un beso
en la frente.
—Giorno, papà —saludó él, y sonreí porque le costaba mucho la
pronunciación de las palabras en inglés, pero el italiano lo manejaba mejor
que Aiden, incluso cuando crecieron escuchando mi idioma.
Dominik de hecho usaba mucho su lengua natal en las sesiones que tenía
con él, porque había descubierto que era más expresivo vocalmente si las
conversaciones las llevaban a cabo en italiano.
Una hora más tarde bajé con ellos al comedor para tomar el desayuno.
Serena había aceptado mi invitación y se unió a nosotros, riéndose cada dos
por tres de las ocurrencias de Aiden.
—A ver, pequeños maleducados, nosotros también queremos saber qué
tanto cuchichean —les repliqué a ambos cuando Aiden le dijo algo en el
oído a Daemon y luego rieron, mirando a Serena en el proceso.
Ella los observaba con los ojos entrecerrados, aunque divertida a la vez.
—Isamu y Selena se sonlielon —explicó Aiden, riendo tímido y
encogiéndose de hombros como siempre hacía cuando quería que le
pusieran atención, o estaba nervioso. Lo miré sin comprender, mientras
bebía mi agua.
Esa era la tercera botella que ingería en menos de media hora, pues me
desperté demasiado sediento.
—El día que yo le sonría a ese… hombre, el cielo va a caérseme encima
—bufó ella, escondiendo su desagrado con una sonrisa para mis hijos y,
corrigiéndose antes de llamar a Isamu con otros apelativos que nada tenían
que ver con hombre.
—Pelo, pelo, yo te vi —refutó Aiden gritando un poco y sentí que mis
sienes punzaron con más fuerza, pues el dolor no mermó ni con el
analgésico que bebí—. Isamu te tomó de atí y luego te sonlió.
Escupí el sorbo de agua que me metí a la boca, al ver que Aiden se tomó
a sí mismo del cuello para dejar claro de dónde Isamu cogió a Serena,
entendiendo a la vez que con sonreír se refería a besar.
—¡Oh, Jesucristo! —exclamó Serena con la vergüenza tiñendo sus
mejillas morenas—. Si hubiera sabido que me invitaste para que tus
diablillos me hicieran pasar por esto, no acepto —sentenció y comencé a
reírme.
—¿Por qué carajo dejas que Isamu te sonría dentro de la casa? —inquirí
yo y ella apretó los labios.
—No, papito, no fue atí —explicó Aiden.
—Gracias por eso, cariño —satirizó Serena y la copia curiosa y
entrometida le sonrió, contento porque creyó que de verdad hizo algo
superbueno con ella.
Y rogué para que solo hubieran visto una sonrisa entre esos dos.
La conversación no se detuvo ahí, ambos chicos dijeron que estaban
jugando con su perro, en el jardín, y fue cuando vieron a Isamu y Serena
cerca de los árboles de melocotones que teníamos en la mansión,
sonriéndose sin que ellos notaran a los entrometidos que estaban
espiándolos.
Y tras hacerla pasar por esa vergüenza, Serena se mostró muy aliviada
cuando Maokko llegó por las copias y se las llevó, dejándonos solos.
—Demuestras tanta repulsión por él, pero aun así dejas que te empotre
en el primer lugar donde creen que nadie los verá —señalé.
—Solo sucedió esa vez.
—Que los vieron las copias, querrás decir —ironicé y ella rodó los ojos
—. Serena, si el tipo te gusta no tiene nada de malo —comencé a decir.
—No, no me gusta. Y la repulsión que demuestro por él no es fingida —
largó a la defensiva.
—¿Debo entender con eso que ese hijo de puta está abusando de ti? —
inquirí y ella me miró asustada.
No lo dije por provocarla sino por cómo la veía actuar siempre que él
estaba cerca, pues la chica era una guerrera, pero cuando Isamu se
encontraba en su espacio, vacilaba en muchas cosas y por mucho tiempo
creí que eso era lo que ella más odiaba, la inseguridad que el asiático le
despertaba.
—No vine para que hablemos de mí —zanjó.
—Serena, si Isamu te está dañando de alguna manera, dímelo —exigí al
pensar en que a lo mejor yo confundí lo que vi y en realidad él sí la estaba
lastimando.
—No, Sombra. Me daño yo misma al permitirle a él que se acerque a mí.
Y es todo lo que diré —Negué con la cabeza, dispuesto a hacer que ella se
explicara, pero me miró suplicante y comprendí que no era un tema fácil—.
Mejor dime, ¿qué carajos ingeriste que ahora no paras de beber agua?
Respiré hondo cuando me devolvió al punto y negué con la cabeza.
—Solo unos tragos de whisky.
—Para bajarte algún tipo de droga, querrás decir —me devolvió mis
palabras y fruncí el ceño.
—No me he drogado, a menos que el whisky haya tenido algo que yo no
supiera —reflexioné y sentí su mirada en mí. Mi cabeza comenzó a doler
más por todas las cosas que estaba pensando.
—¿Qué sospechas?
—¿Alguna vez has estudiado a Hanna? Así sea solo por curiosidad. —
Mi pregunta la tomó por sorpresa.
No tenía nada en contra de la rubia, pero tal cual mencioné antes,
tampoco me haría el imbécil. Elliot había insinuado que quería
manipularme, Isabella jamás confió en ella y, aunque a mí nunca me dio
motivos para verla como un peligro, prefería descartar cualquier cosa sin
buscar excusas para lo que hicimos la noche anterior.
—Lo hice cuando tus hijos la conocieron y Daemon demostró cierta
aversión por ella —admitió y la miré para que siguiera—. Es normal que
los niños demuestren desagrado, pero lo de él fue diferente, como si tuviera
algún tipo de don para leer el aura de las personas y por eso la quiere lejos
de ti.
La recordé ese día, yo también noté que ella estudió la interacción entre
mis hijos y la rubia, aunque nunca me mencionó nada. Y en ese instante me
explicó que fue porque no notó nada extraño, incluso cuando Hanna se
mostró nerviosa, o que vaciló en algunas ocasiones luego de eso, todo lo
que vio era dentro del rango normal en las actitudes de una persona común
y corriente. Así que aludió a que la actitud de Daemon se debió más a su
condición, que lo hacía magnificar sus emociones.
—Vuelve a ponerle atención, estudia hasta el más mínimo detalle por
muy insignificante que sea —la alenté y asintió.
—¿Puedo saber qué ha pasado con Hanna para que me solicites esto?
—Me acosté con ella anoche —confesé y la vi alzar una ceja—, pero
como la primera vez que lo hicimos, no recuerdo nada más que cómo
llegamos a eso y luego cuando despierto.
—¿Te sucedió lo mismo cuando la llevaste a tu apartamento? —indagó y
negué con la cabeza.
—Esa ha sido la única vez en la que, aunque no pasamos a más, recuerdo
incluso el deseo y el placer que ella me provocó.
—Y ese día sí estabas drogado —recalcó y no supe a qué quería llegar—.
Voy hacer lo que me pides, pero de momento puedo decirte que a lo mejor
las situaciones por las que atraviesas, obligan a tu cerebro a que olvides
siempre cuando llegas a más con ella, para no sentirte culpable por ceder.
Me reí porque nunca me vi en la necesidad de buscar excusas u obligar a
mi cerebro a que olvidara nada, pero callé cualquier opinión porque
tampoco era algo imposible de que sucediera.
—¿Qué haces? —le pregunté al verla escribir algo en su móvil.
—Pedir que estudien el whisky de tu habitación y el de toda la casa para
descartar que tenga algo extraño. Además, le solicité a Lewis que me traiga
una píldora del día después que quiero que hagas que Hanna beba frente a
mí.
—Joder, nunca imaginé que me apoyaras en una humillación —señalé.
—No tienes idea de todo lo que uno puede mostrar en un momento tan
vulnerable —replicó—. Y lo siento por ella, pero si queremos conseguir
algo rápido, tendrá que ser así.
—Adelante entonces —la animé.
Se marchó tras eso para encargarse de hacer que estudiaran el whisky de
mi habitación antes que los demás. Yo me quedé todavía en el comedor,
sentado en el mismo lugar, con los codos apoyados en la mesa y
masajeando mis sienes para aliviar un poco el dolor; aunque no
consiguiendo mucho porque no dejaba de analizar lo que haría, sabedor de
que me metería (incluso más) en mi papel de hijo de puta, con una chica
que a lo mejor no se lo merecía. Pero no había otra opción, ya que aprendí
por las malas que aun amenazando de muerte a las personas, no siempre te
decían lo que querías escuchar.
Fuesen mentiras o verdades.
—¿Tan mortal es esa chica en la cama, que te ha dejado como un zombi?
—inquirió Maokko con desdén.
Tomé la botella de agua frente a mí y terminé de bebérmela antes de
mirarla, notando el desafío en sus ojos rasgados y oscuros.
—Eso parece, ¿no? —satiricé y cruzó los brazos a la altura de su pecho,
indignada por mi respuesta. Estaba descubriendo que esa asiática bocazas
era de las que no perdonaban las cagadas del chico de su mejor amiga, sin
importar que ella sí lo hiciera, que no era mi caso—. Si sirve de algo, no
tengo ni puta idea de lo que pasó —traté de defenderme para que no iniciara
una discusión innecesaria.
—Yo sí, LuzBel Estúpido Pride —largó y exhalé un suspiro de
resignación—. Te follaste a tu amiga justo cuando Isabella, hasta hace poco
tu chica, está convaleciente en un maldito hospital —espetó con furia y bufé
una risa burlona que claramente a ella le molestó—. Me alegra que te haya
olvidado.
Mierda.
Esa cabrona se estaba pasando de la raya.
—¿Hablas de mi chica, la misma que se acostó con mi padre? —inquirí
con amargura y ella tensó la mandíbula—. Joder, Maokko, eres excelente
para recalcar mis errores, pero por qué demonios no hiciste lo mismo con
Isabella, ¿eh? —la provoqué—. Que me haya olvidado tanto como a ti —
enfaticé para enfurecerla—, no es solo mi culpa o de Tess, también es tuya
porque si fueras tan buena amiga, entonces en lugar de solaparla con su
traición, le hubieras aconsejado que tuviera los ovarios para decidirse por
uno solo de los Pride. Por lo que White es tan culpable de este maldito
desenlace como nosotros —espeté.
Vi que sus ojos brillaban por las lágrimas que intentaba retener, por furia
o frustración, no tenía idea. Bufé exasperado por lo difícil que estaba siendo
vivir enfrentado con ella y me restregué el rostro con ambas manos, porque
los ojos me punzaron cuando el dolor de cabeza aumentó.
—Mira, chica, así creas todo lo contrario, estoy cansado de pelear
contigo —admití, intentando conseguir algún tipo de tregua con ella—. Y
sé que por mucho que me odies, no ignoras cuánto me afecta que White,
después de todo lo que me hizo, también se atreviera a olvidarme.
—¿Por eso te acostaste con esa zorra vestida de oveja? —espetó entre
dientes—. ¿Lo hiciste porque estás dolido con Isa? Incluso cuando tienes la
oportunidad de comenzar de cero con ella, de resarcir tus errores, de olvidar
los suyos para que, aunque no estén juntos, al menos sí unidos, sin darles el
gusto a nuestros enemigos de verlos destruidos.
La miré con sorpresa, porque después del odio que me mostró, no
esperaba que sugiriera eso de comenzar de cero.
—¿Crees que sería así de fácil? E incluso si yo aceptara esa locura,
¿piensas que Isabella lo hará? Porque estás olvidando lo más importante,
Maokko: tu amiga se derrite de amor por ese otro bastardo hijo de puta de
mi primo —refuté, lleno de ira y celos.
—Quiero creer que lo que ha pasado es una manera de revertir todo el
daño que ella sufrió —confesó, mostrándose vulnerable—. Por eso hice a
un lado el odio que siento ahora mismo por ti, LuzBel, para hablar de esto
contigo, para que encendamos una jodida vela en lugar de maldecir la
oscuridad como tanto nos insiste Lee —repitió las palabras de Dylan a su
manera y seguí sin creer que estuviera cediendo con lo orgullosa que era—.
Porque me niego rotundamente a que los Vigilantes ganen esta guerra
debido a que entre nosotros mismos nos estamos destruyendo.
Tragué al reflexionar sus palabras, pensando a la vez en que si lo que nos
estaba sucediendo era obra de los Vigilantes, pues habría sido un plan
maestro y perfecto de ellos, ya que consiguieron acabar con los pilares más
fuertes de la organización en una sola movida.
Si todo fuera una jugada de ellos, entonces iban directos a ganar la
partida, porque le dieron jaque a la reina y el mate se aproximaba.
—Y eres libre para acostarte con quien desees, admito eso, pero me dolió
por la Isabella que perdí, que lo hayas hecho con una tipa que ella detestó
—declaró y suspiré con cansancio, entendiendo lo unidas que fueron y lo
mucho que le estaba doliendo también, el olvido de su líder.
—Entiendo tu punto, Maokko, pero has olvidado algo fundamental —
musité, esperando que también me entendiera—. White fue quien olvidó, no
yo. Y por mucho que me importe su bienestar y me enerve lo que está
pasando, no saco de mi cabeza lo que vi en aquel hotel.
—Por Dios, LuzBel…
—Si te hace sentir más tranquila —la corté—, lo que pasó entre Hanna y
yo no volverá a ocurrir. Ni siquiera entiendo cómo cedí y sé que no me
crees, tampoco me importa, pero no recuerdo nada de anoche.
Frunció su entrecejo cuando dije eso e iba a decirme algo, pero fuimos
interrumpidos.
—Gracias por eso. —Ambos miramos a Hanna, quien entró al comedor
luciendo dolida y dándonos a entender que escuchó lo que hablábamos—.
Y sí, ya sé que me usas, pero no es necesario que lo ventiles, LuzBel.
Demonios.
Mi cabeza iba a explotar en cualquier momento si seguía por ese camino
de reclamos. Y menos mal que Serena llegó detrás de la rubia y me mostró
lo que llevaba en la mano: la píldora del día después.
—Puta madre —susurré, rascándome la nuca, ya que humillaría a Hanna
en el peor momento—. Justo iba a buscarte —le dije tras carraspear y tanto
ella como Maokko me observaron.
—¿Para qué? ¿Para volver a usarme y luego venir a decirle a ella que no
te acuerdas de nada y que no volverá a pasar? —satirizó y sonreí,
respirando hondo.
Extendí el brazo para Serena y ella puso la caja del medicamento en mi
mano. Maokko ya había notado su presencia, pero no la rubia.
—No, Hanna. Para asegurarme que mi descuido de anoche no traiga
consecuencias —aclaré, poniendo sobre la mesa la caja con la píldora.
Maokko abrió más los ojos ante la sorpresa de verme superar mi
cabronería, a Hanna se le llenaron de lágrimas, roja por la vergüenza e
incrédula por lo que estaba haciéndole. Serena se mantuvo pendiente de no
perderse ningún detalle.
—¿Cómo eres capaz de humillarme así? Cuando anoche me prometiste
muchas cosas mientras me besabas y hacías tuya —siseó con indignación.
Puta madre. Si hice todo eso, pues mi cagada fue mayor de lo que
supuse.
—Dejaré claro algo por si no lo hice anoche —continué con mi
espectáculo—. Me hago responsable de lo que hago consciente y recuerdo
luego, no de lo que supuestamente hice. Así que ni te follé ni te besé, pero
si tu aseguras que te hice todas esas cosas, vamos a asegurarnos de que la
cagada no traiga consecuencias.
Las tres se quedaron estupefactas por mi actitud. Hanna incluso dejó
rodar sus lágrimas y noté el leve temblor en su cuerpo por el dolor y la furia
que la estaba haciendo vivir. Me levanté de la silla y me acerqué al
contenedor del agua por otra botella.
—Adelante —la animé entregándole la píldora y el agua, me arrebató
ambas cosas, dispuesta a marcharse, pero la tomé del brazo y negué con la
cabeza—. Bébetela aquí.
—¿Qué te hice yo para que me trates así? —preguntó con la voz ahogada
por las lágrimas—. ¿Por qué me haces pagar a mí lo que esa zo…?
—Termina esa frase y me aseguraré de que no haya sorpresas futuras de
una manera más dolorosa y sangrienta para ti, pero satisfactoria para mí —
amenazó Maokko, poniendo uno de esos tantos que no dejaba, en el vientre
de la rubia.
—Trágate esa píldora frente a mí —la animé, utilizando una voz mortal.
Se la metió a la boca y luego bebió agua, sacando la lengua enseguida
para que viera que la había tragado. A continuación, se soltó de mi agarre
con brusquedad y presionó la botella en mi pecho, haciendo que el agua se
derramara y me mojara.
—Gracias por olvidar que cuando ella no estuvo contigo, yo sí —espetó
y tras eso se marchó.
Serena la siguió, aunque en ese momento no supe si para estudiarla o
consolarla, ya que yo mismo era consciente de que se me pasó la mano.
—Qué pedazo de hijo de puta eres —puntualizó Maokko, incrédula
porque me superé con creces en lo cabronazo.
—¿Todavía te sorprendes? —satiricé, pero no esperé respuesta.
Me fui del comedor en busca de las copias para despedirme de ellos, ya
que iría al hospital con la intención de ver a Isabella, aunque también para
buscar a Fabio, pues ese maldito dolor de cabeza empeoró con lo que le
hice a Hanna. Y lo admitía, sentía cierta incomodidad con ella porque la
lastimé sin merecerlo, cuando lo único que había hecho hasta ese momento
era estar en el lugar equivocado.
Y esperaba que solo fuera eso.

Serena me escribió justo cuando entré al hospital y sentí una punzada de


culpabilidad por lo que hice, ya que, descartado que el licor tuviera algo que
pudo haberme hecho perder la consciencia, mi canallada con Hanna no
tenía justificación.

—Vaya consuelo —musité tras leer su respuesta.


Fabio estaba charlando con una enfermera cuando llegué al piso en el
que tenían a White y le pedí que habláramos en cuanto me vio. Al llegar al
consultorio que ocupaba, le expliqué lo de mi dolor de cabeza y me hizo un
par de preguntas, tras eso me inyectó un medicamento y tomó algunas
muestras de mi sangre.
Y fue un alivió sentir que el dolor mermó casi de inmediato con lo que
sea que me administró.
—¿Qué? —sondeé cuando me observó ceñudo y pensativo.
—¿Esto te ha pasado solo con ella, o también con otras mujeres? —
cuestionó.
No había estado con nadie más, aunque lo intenté luego de lo de Isabella
y Myles, pero decidí concentrarme en otras cosas, por lo que lo fui dejando
de lado. Además, en mi furia y decepción no sentí el deseo de follar, ni
siquiera por despecho. Hasta que estuve en aquella cabaña con White.
—¿Por qué intuyes que he estado con otras mujeres aparte de ella? —
inquirí y se encogió de hombros.
—Únicamente quería asegurarme —explicó.
—Sí, Fabio. Me ha pasado solo con Hanna, aunque no siempre. La
segunda vez que casi llegué a algo con ella, la tengo muy presente en mi
cabeza.
Y no porque haya sido increíble, sino porque el placer que experimenté
en esa ocasión, era algo que no quería volver a repetir.
Cambiamos de tema luego de eso.
Y después de que me aseguró que me avisaría cuando estuvieran listos
los resultados de mis análisis, decidí ir a la habitación de la Castaña, puesto
que él me informó que Lee-Ang ya estaba con ella para comenzar a decirle
sobre los niños y si se daba la oportunidad, también le confesaría sobre la
muerte de Enoc antes de tener que mentirle con respecto a eso.
Y yo quería estar presente cuando pasara para apoyarla si llegaba a
necesitarlo.
Al llegar cerca me crucé con Elliot y Alice, estaban un tanto alejados de
la habitación y discutiendo; él se veía frustrado, la rubia triste y
decepcionada, lo que me hizo suponer que no me equivoqué al pensar, el
día anterior, que el idiota deseó no tener ningún impedimento con Isabella,
tras saber que ella lo seguía creyendo su novio y que lo amaba igual que
antes.
«Solo esto me falta», pensé con ironía.
Sin embargo, pasé de largo de la pareja, concentrándome a lo que iba y
entrando a la habitación luego de avisar que lo haría, con unos golpes
suaves en la puerta. Encontré a Lee consolando a Isabella, esta última
lloraba con amargura y eso me hizo mierda porque imaginé la razón de su
dolor: ya sabía lo de su padre y de nuevo estaba siendo devastada por su
pérdida.
Me quedé en la puerta sin estar seguro de seguir o no, visualizando a una
enfermera inyectando algo en su suero para mantenerla tranquila. O eso
supuse por lo que Fabio me explicó que harían.
—Por favor, Lee, dime que es mentira —suplicó la Castaña con su voz
gangosa, la asiática dos se separó de ella y limpió sus lágrimas. No pudo
hablar, solo negó sintiendo el dolor de su amiga.
Isabella no merecía pasar por lo mismo de nuevo, ya había sufrido
demasiado, pero la vida no se cansaba de seguirla jodiendo.
—Si nota que se sigue alterando, hágamelo saber de inmediato —pidió la
enfermera cuando se dispuso a salir y asentí.
La Castaña me miró en ese momento y se intimidó, esa fue la única
reacción que tuvo con mi presencia. Luego se recostó en la cama, que ya
estaba reclinada para darle comodidad, cerró los ojos y se cubrió el rostro
con ambas manos sin parar de llorar. Me adentré más en la habitación y
tuve ganas de abrazarla y consolarla, sin embargo, me contuve sabiendo que
no era correcto porque yo era un extraño en su nuevo despertar.
—Le he hablado de los niños, es lo único que le he dicho de ustedes —
aclaró Lee cuando se percató de mi presencia y llegó a mí. Le asentí en
respuesta y tras eso me dejó a solas con su amiga.
Me acerqué a la camilla, riéndome de mí mismo porque estaba
descubriendo que encontrarme de nuevo frente a esa Isabella, me ponía más
nervioso de lo que pensaba admitir en voz alta algún día.
—Lo siento —susurré, creyendo que era lo correcto.
Noté que su pecho subía y bajaba con rapidez, luego arrastré la mirada a
su vientre y quise acariciarlo. Ahí aún tendría que haber estado nuestro bebé
y me dolió pensar que no pudo sobrevivir.
—Hace un día me desperté creyendo que había tenido un accidente en
los entrenamientos —comenzó a decir al sentirme tan cerca. Y siguió con
las manos en el rostro, escondiendo sus lágrimas—. Hasta ayer creí estar en
Tokio, con mi padre en otro país y un novio que me extrañaba tanto, o más
que yo a él —Me miró con enojo, haciéndome sentir como si era el culpable
de su olvido—. Ahora me entero que no estoy allí, que han pasado cinco
años desde esa vida que recuerdo, que mi novio ya no es mi novio y que
está con una rubia a la que odio en estos momentos —soltó con los celos
más amargos que alguna vez vi en ella, consiguiendo que yo me pusiera
peor—, que mi padre ha muerto y que tengo dos hijos con un hombre que
para mí es un desconocido y me mata no recordar a esos niños.
Para ese momento mi corazón luchaba por salir de mi pecho y mi
respiración competía con los latidos acelerados.
—¿Qué te mata más? ¿No recordar a nuestros hijos? ¿O que los hayas
tenido conmigo y no con Elliot? —pregunté con amargura, dejando de lado
su dolor porque noté su rabia cuando mencionó que las copias eran de un
hombre desconocido.
Ella me miró, siendo por un instante la Isabella que yo recordaba. La
gruñona, la que no tenía miedo, la que no callaba nada.
—No recordarlos y que no sean de Elliot, el hombre que amo con todas
mis fuerzas —aceptó y apreté mis molares con tanta furia, que fue un
milagro que no se me rompieran—. Y lo siento si te lastimo con esto,
LuzBel, pero míranos —Abrió los brazos para señalarnos—. No sé qué
pasó para que me fijara en ti o tú en mí, ya que es obvio que no eres mi tipo
ni yo el tuyo. —La frustración e indignación que me demostró, destruyó mi
orgullo.
Me reí con ironía y conseguí controlarme únicamente porque podía ser
un imbécil la mayoría del tiempo, pero entendía que para ella estaba siendo
un golpe muy duro que de la noche a la mañana, tuviera que adaptarse a una
nueva realidad.
—Voy a darte una solución que nos beneficie a ambos —avisé con la voz
ronca—. Le diré a mis hijos que estás muerta y así tú puedes arreglar las
cosas con Elliot y tener todos los que quieras con él, con el amor de tu vida
—mascullé y sus ojos se abrieron con sorpresa.
Entendía su actitud, pero eso no significaba que no me afectaría lo perra
que estaba siendo conmigo, cuando esa situación no solo le afectaba a ella.
—¡Oye no! —se quejó y me tomó del brazo cuando se percató de que iba
a marcharme. Su tacto me quemó y me enfrió a la vez al darme cuenta de
que ella no sintió lo mismo—. ¡Dios! Lo siento, de verdad que sí... Y no te
confundas, por favor. Yo deseo conocer a mis hijos, no me importa que tú
seas el padre.
¡Demonios! ¿Y pretendía mejorar algo con eso?
Al parecer, ella creía que sí.
—Digo... ¡Madre mía! Ahora mismo no sé ni cómo actuar —prosiguió
—. Veo que tú me conoces tanto y yo te desconozco por completo y eso me
duele, LuzBel, no pienses que no —Bufé una risa sarcástica—. Me acabo
de enterar de que mi padre murió hace cuatro años y me destroza como si
acabara de suceder, porque en realidad para mí es así. Tengo dos hijos a los
cuales no recuerdo, un novio al cual no recuerdo... Espera, ¿éramos novios
o esposos?
Definitivamente esa era la chica que conocí en la universidad, curiosa y
parlanchina, ya no más la Isabella White de la cual yo estaba... Mierda,
mierda, mierda y más mierda.
¡Todo se había jodido!
—No éramos nada —espeté con furia, frustrado y dolido—, jamás
debimos ser nada, yo solo te dañé y tú supiste vengarte, así que supongo
que este es tu nuevo comienzo. Recompensa de todo el daño que sufriste —
hablé fuerte y volvió a intimidarse.
Era una mierda haber luchado tanto para nada, pero en esos momentos
comprendí que ella merecía ser feliz de verdad.
—¿Qué pasó entre nosotros? Porque supongo que sucedió algo, ya que
me miras con resentimiento —dedujo, dándome la oportunidad para
restregarle en la cara lo que hizo con Myles.
—Pasó que nos dimos cuenta de que solo fuimos dos personas correctas
en un momento incorrecto. —Me dio la oportunidad, pero no iba a tomarla
—. Pasó que me diste lo mejor de la vida, aunque no lo merezca. Pasó que
me equivoqué contigo y te hice sufrir sin pretenderlo —Se acercó un poco
más a mí al escucharme, aún no soltaba mi brazo y su agarre me seguía
quemando—. Pasó que quise hacerte feliz, te juro que lo intenté, sin
embargo, la vida nos demostró, otra vez, que tú no eras para mí ni yo para
ti.
Sin poder contenerme, acaricié su rostro, Isabella no se apartó y por
primera vez desde el día anterior, vi una reacción en ella al tenerme cerca.
—LuzBel —susurró y noté cómo se le enrojecieron las mejillas.
—Una vez te pregunté si algo entre nosotros podía ser posible y me
respondiste que no, porque tú y yo somos como el sol y la luna —proseguí,
recordando nuestro encuentro en el apartamento, cuando ella no sabía que
yo era Sombra.
—¿Y… —Carraspeó para aclararse la voz— qué pasa con los eclipses?
—señaló y el corazón se me aceleró cuando miró mis labios.
«Tienes la oportunidad de comenzar de cero con ella, de resarcir tus
errores, de olvidar los suyos para que, aunque no estén juntos, al menos sí
unidos, sin darle el gusto a nuestros enemigos de verlos destruidos».
Cuando las palabras de Maokko me encontraron, confirmé que no me
equivoqué al decirle que no era fácil. Y no solo porque yo no podía olvidar,
sino también porque, aunque Isabella hubiese hecho esa pregunta, dándome
a entender que podría existir una oportunidad entre nosotros, sus ojos
brillaban por Elliot de nuevo, no por mí.
Y ya estaba harto de que él estuviera en el medio. Así que no repetiría la
historia.
—Funcionamos mejor por separado, amor —susurré, entendiendo al fin
que al menos en esa declaración, ella tuvo razón, aunque me lo haya dicho
como excusa antes de acostarse con Myles—. Y esto que te pasó es la
prueba más grande de eso. Ahora estás donde perteneces y te prometo que
si quieres estar con Elliot, yo no voy a entrometerme.
Por primera vez estaba siendo totalmente sincero, dejaría de ser egoísta
con ella.
Por primera vez tenía clara nuestra realidad y, aunque Isabella me falló,
también reconocía que ella merecía algo que yo jamás logré darle.
—Elliot ya no me ama —susurró con dolor y sus ojos se llenaron de
lágrimas. Eso era todo lo que le importaba, no lo que le dije.
Puta madre.
Sin duda alguna esa mujer sabía cómo destruirme en cuestión de
segundos.
—Y no tienes idea de lo doloroso que es ver que ya no me mira con el
mismo amor que antes me miraba. —Sonreí sarcástico, le acuné el rostro y
le di un beso casto en los labios.
No se alejó, sencillamente me dejó darle aquel beso, un gesto que me
mató.
—Créeme, Bonita, sí sé de lo que hablas —susurré en cuanto nuestras
miradas se alinearon.
No dijo nada y tampoco esperé a que lo hiciera, me di la vuelta y salí de
esa habitación, pues no tenía nada más que hacer ahí.
Ese ya no era mi lugar. Y al salir, le dije a Elliot que tomara el suyo,
porque era lo que deseaba la chica que se moría de amor por él. Y…, joder,
jamás me consideré tan perdedor como en ese instante.
Dos días después, Fabio y sus colegas le dieron el alta médica a Isabella,
pues ya estaba mejor y preferimos llevarla a un lugar más seguro.
Y, ya que madre había viajado a Tokio (lo que permití porque Baek me
aseguró que la cuidaría) cuando se enteró de que los Sigilosos trasladaron a
Tess hacia allá (dándole tiempo de gracia porque ellos confiaban en que
White se recuperaría, así que dejarían que fuera ella quien decidiera el
castigo de mi hermana), decidimos que la mansión era la mejor opción para
la Castaña, puesto que en su estado tan vulnerable, era el único lugar en el
que podríamos protegerla sin descuidarnos de lo demás.
Y antes de llevarla hacia ahí, acordamos que no se les diría a los niños
que no los recordaba, por petición de ella, ya que se sentía culpable por
haber olvidado algo tan importante en su vida.
Con Dominik hablamos con las copias y les explicamos que su madre
tuvo un accidente y por lo tanto, su mente estaba como nueva y tendría que
aprender muchas cosas. Él se los hizo ver como un juego donde ambos
serían los maestros de White y los dos se emocionaron con la idea, no solo
porque la verían de nuevo, sino porque esa vez, ellos le enseñarían todo lo
que un día la Castaña les enseñó.
Al menos eso había salido bien.
Instalamos a Isabella en la habitación que antes compartimos y se la
pasaba ahí casi todo el día con Lee-Ang, los niños, aunque también había
recibido a cada uno de los chicos de su élite para conocerlos personalmente
y volver a crear un vínculo con ellos.
Elliot por su parte, hizo su trabajo al hablarle de Amelia, de Dylan y
Darius; de La Orden y de los Grigoris. No le ocultó absolutamente nada
para que todo fuese un poco más claro para ella y, por fortuna, lo tomó con
calma.
Yo en cambio, traté de no cruzarme en su camino las pocas veces que
deambuló por la casa y dejé que Elliot pasara en la mansión el tiempo que
quisiera, pues lo que le dije a Isabella fue en serio: si ellos querían estar
juntos no me iba a entrometer, la dejaría ser feliz con quien quisiera.
—Caleb consiguió sacar a Myles de la prisión luego de lo que le sucedió.
Lo han trasladado al búnker que tenemos aquí —me informó Dylan,
entrando a la habitación de control y cámaras que teníamos en la mansión.
Me reí de que Caleb decidiera llevarlo tan cerca de mí, pero guardé mis
opiniones porque ya había decidido no darle importancia a nada de lo que
tuviera que ver con Myles. Aunque confieso que, así yo quisiera matarlo
por lo que me hizo, no me sentó bien saber que unos hijos de putas dentro
de la prisión en la que lo tuvieron, consiguieron llegar a su celda y casi lo
asesinan ahogado en un retrete.
—¿Cómo va Evan con su investigación? —cuestioné sin darle largas a
ese tema.
Dylan se sentó en la silla que estaba a mi lado.
—Descubriendo sorpresas que nos dará pronto.
Evan continuaba con el seguimiento del escondite de Lucius, además de
mantenerse trabajando de la mano con Caleb y su élite, con sus propias
investigaciones, sin contar con el hecho de que apoyaba a Connor y Alice
con la búsqueda de quienes usurpaban a Fantasma y Sombra.
—¿Por qué no ya? —inquirí, pues odiaba la espera.
—Según dijo, esta vez los Vigilantes están mejor preparados porque ya
saben nuestra manera de operar, así que tomaron más medidas para no ser
descubiertos. Pero no todo es incierto, ya que al fin descubrieron quién está
detrás del nuevo Fantasma. —Lo miré expectante—. Se trata de Brianna
Less, la tipa está buscando venganza por lo que Isa le hizo a Derek.
—¡Demonios! —me quejé y golpeé el escritorio con furia.
Tuve la oportunidad de matar en dos ocasiones a esa tipa, pero en la
primera me lo impidió White y luego Isamu. Así que por obvias razones me
molestaba que por culpa de ellos, teníamos un problema más con el que
lidiar.
—No se sabe quién es Sombra, pero ahora, conociendo la identidad de
Fantasma, sabemos por dónde ir, LuzBel —aseguró Dylan—. Sigilosos y
Grigoris estamos unidos, así que eliminaremos ese problema pronto.
—Eso espero —refuté.
Acto seguido, ambos nos quedamos en silencio un rato, pensando en lo
mierda que seguían estando algunas cosas, aunque otras se estuvieran
resolviendo, o fueran más fáciles de hacerlo.
—¿Cómo estás? —le pregunté cambiando de tema cuando mis
pensamientos quisieron volver a ese lugar del que quería escapar.
—Como puede estarse luego de perder a la única persona que me hizo
creer en algo que por mucho tiempo pensé que no existía. Al menos no para
mí —respondió y exhalé un suspiro—. Tess se aprovechó de eso, viejo, y
cometió errores que aún no le puedo perdonar —susurró y lo comprendí—.
Me arrebató el vínculo con mi hermana, uno que sabes que no fue fácil de
conseguir. Me quitó la oportunidad de ser tío de nuevo, dañó a mis sobrinos
en su arranque de furia, así que sé que merece lo que le está pasando, pero a
pesar de eso, estoy haciendo todo lo que me sea posible para que no la
hagan pagar como Isa…
Tragó con dificultad y entendí lo que quiso decir. No quería que Tess
pagara como White le hizo pagar a Jacob.
—Mi única esperanza es que ella regrese para que lo evite —Señaló al
monitor frente a nosotros y miré el que nos mostraba a la Castaña y a Elliot,
riendo de algo que Aiden dijo.
Puta madre.
—Ojalá que sí regrese —deseé sin apartar mi mirada de ella, pues los
celos estaban siendo una mierda.
Cuando la noche llegó, decidí ir a mi habitación en el segundo piso y en
el camino me crucé con Hanna. Era la primera vez que nos veíamos desde
lo que le hice y noté en su mirada que seguía dolida conmigo.
—¿Podemos hablar? —preguntó y asentí.
Sospechaba que me pediría ayuda para que la dejaran irse de la mansión,
ya que sin madre ahí, la rubia comenzaba a sentirse secuestrada. Lo supe
porque se lo dijo a Serena, quien se estaba haciendo más cercana a ella para
seguir analizándola.
—Vamos a la oficina —propuse, pues ya había sido lo suficientemente
mierda con ella como para negarle eso.
—¡Papito! —gritó Aiden de pronto y miré hacia los escalones. Le sonreí
al encontrarlo dando saltos sin soltarse de la mano de su madre—. Velemos
una pelícala con mami, ¿quieles venil?
Posé mi mirada en Isabella, ella me sonrió, divertida con las palabras mal
dichas de su clon curioso, como solía llamarlo.
Usaba ropa deportiva, el cabello lo tenía agarrado en una coleta alta y
aquella venda todavía adornaba su cabeza.
—¿LuzBel? —susurró Hanna y me tomó de la mano para llamar mi
atención.
—¡No lo agales! —le gritó Daemon e Isabella miró nuestras manos
entrelazadas, entendiendo lo que exigía su pequeño gruñón.
—Vale, lo siento, cariño —ofreció la rubia de forma amable y me soltó.
—No sabía que tenías novia.
Cómo me habría gustado que Isabella dijese eso con celos, pero no, fue
solo un comentario curioso, sin una pizca de sentimiento de por medio.
—No mamita, tú eles su nova —le aclaró Aiden, sacudiendo sus manos
entrelazadas para llamar su atención.
Noté que ella se puso nerviosa al escucharlo y evitó mi mirada.
—Hanna no me usta —agregó Daemon, cruzando los brazos y haciendo
un puchero.
Fruncí el entrecejo. No quería que se molestara porque noté un cambio
en su conducta en los últimos días, lo que me indicó que otro de sus
episodios de hipomanía se acercaba, así que no forzaría la situación.
—A ver, ven con papá y dime qué película quieres ver —lo animé
caminando hacia ellos y extendí los brazos hacia Daemon, cuando estuve
dos escalones abajo de donde los tres se encontraban.
—Mi favolita —me respondió en cuanto lo tuve en mis brazos y rio por
el beso juguetón que le di en el cuello.
—Mmmm. ¿Cuál será? —indagué, fingiendo que no sabía.
—LuzBel —me llamó Hanna, recordándome que estaba aguardando por
mí.
—Te busco luego —le dije, esperando que comprendiera la situación.
—Está bien —cedió con una sonrisa forzada y tras eso se marchó hacia
algún lugar de la casa.
Imaginaba que esa era la primera vez que se cruzaba con Isabella, porque
la Castaña se sorprendió al creer que era mi novia.
—¿Qué me darás si adivino qué película verán? —pregunté, regresando
mi atención a Daemon y me regaló una enorme sonrisa.
Su madre lo había olvidado, pero las copias miraban a diario Valiente,
sobre todo por esos trillizos traviesos igual que ellos.
—¡Yo te digo! —gritó y saltó Aiden, algo que hizo reír a la Castaña. La
chica estaba redescubriendo a sus hijos y fue admirable ver el amor con el
que ya los miraba.
—Vamos, sorpréndeme —lo animé.
—¡Un beso de mami!
Me cago en la puta. Eso sí que era sorprender.
La sonrisa se nos borró a Isabella y a mí. Ella me miró horrorizada luego
de escuchar a su hijo y eso bastó para acabar con mi ego (de nuevo).
—Cars —Fingí emoción, dándoles una respuesta incorrecta porque
quería.
—Peldiste, papito —se quejó D y le sonreí—, velemos Valente —
confirmó.
—Perfecto, los acompaño a su cine personal —ofrecí.
Lo bajé de mis brazos y los acompañé a la sala de entretenimiento para
colocarles la película en la tele. Luego los dejé acomodados y tras darles un
beso a ambos en la frente, me despedí y decidí no interrumpir más ese
momento con su madre.
Aunque no esperé que ella me siguiera fuera de la sala tras darle las
buenas noches.
—Tú sabías qué película verían —aseguró y me encogí de hombros
cuando la miré.
—Me la sé de memoria, pero quise salvarte de dar una recompensa
obligada —respondí y sus mejillas se pusieron rojas—. Nunca has sabido
ocultar tus emociones y tu cara de horror es lo más difícil de disimular para
ti —añadí.
Abrió y cerró la boca para decir algo, sin embargo, las palabras no
salieron hasta que de nuevo intenté marcharme.
—Siento mucho que hayamos arruinado tu noche. O lo que sea que
harías con tu amiga.
Me reí por cómo trató de defenderse al verse descubierta.
—No te preocupes, White, habrá más noches para Hanna —solté.
Lo hice por cabrón, por hijo de puta, porque quería verla celosa.
Pero nada de eso pasó.
¡Jodida mierda!
Capítulo 50
No voy a dañarlo
Elijah

El día siguiente, las copias me convencieron para que esa vez los
acompañara a ver una película con ellos y su madre, en la habitación que
compartimos juntos, luego de haber comido los cuatro como en los viejos
tiempos.
Así que ahí estábamos, los niños recostados sobre las piernas de la
Castaña, disfrutando de las caricias que ella les daba en sus cabecitas; los
tres tumbados en la cama, conversando más de lo que ponían atención a la
película, ya que tenían la costumbre de narrarnos lo que ya se sabían de
memoria.
Yo también había estado en la cama con ellos, conversando y fingiendo
que todo estaba bien, aunque llegó un momento en que no fui capaz de
soportar esa nueva realidad, en la que ella era una extraña para mí, así que
opté por salir a la terraza para que los chicos no se pusieran tristes al creer
que me marcharía.
El frío estaba aún es su apogeo y habían pronosticado algunas nevadas
para los siguientes días, pero no me importó el clima, ni no haberme
protegido los suficiente; me quedé ahí, observando el horizonte, recordando
el pasado, mis días siendo Sombra y en lo difícil que me fue llegar a la
Castaña sentimentalmente porque ella se aferraba a mi recuerdo como
Elijah, hasta que recibí aquel disparo para protegerla.
—Siempre pensaste en mí, Bonita. Lo noté, sentí que no podría tenerte
como Sombra tal cual deseaba porque el recuerdo de Elijah lo impedía,
porque demostrabas que me seguías amando. Entonces, ¿por qué no sucedió
lo mismo con Myles? —pregunté a la nada.
Nunca había analizado eso hasta ese momento. O no quise hacerlo en
realidad, porque me encerré en el dolor que me provocó su traición.
—Oye, está frío acá afuera, deberías entrar. —La voz de Isabella me sacó
de mis cavilaciones y la miré sintiendo unas ganas repentinas e
insoportables de abrazarla.
Ya no estaba viendo a la mujer que se acostó con mi padre, sino que a la
chica que en su momento me hizo titubear, la que creí que me haría débil,
pero que cuando llegó el día de demostrar de qué estaba hecho, me dio la
valentía y el poder que necesitaba únicamente con su recuerdo
—Luego iré —susurré y dejé de observarla, apretando mi agarre en la
madera del barandal de la terraza para no ceder a mis deseos, porque por
mucho que ansiara meterla entre mis brazos, ella no lo tomaría a bien.
La escuché susurrar un «como quieras» antes de volver a adentrarse en la
habitación, y seguí en la misma posición, notando que mi piel se estaba
tornando púrpura por el frío y deseé que eso me ayudara a calmar todos los
sentimientos que se arremolinaban en mi interior.
—Toma —ofreció rato después.
Supuse que ya no volvería, pero lo hizo llevando con ella un vaso de
whisky y dos mantas de terciopelo. Mi estómago se estremeció al ver el
licor y esperé que Hanna no se fuera a cruzar en mi camino después de
beberlo, puesto que no quería volver a olvidar nada de lo que
supuestamente sucedía entre nosotros.
Serena me había dicho esa mañana que, aunque seguía analizándola, sí
podía asegurarme desde ya que la rubia juraba estar enamorada de mí, pero
mi compañera nombró ese absurdo enamoramiento como obsesión y que,
aunque de momento eso parecía inofensivo, seguiría con su estudio por si
algo se le estaba escapando, puesto que ella estaba bastante estresada y no
quería que su cansancio mental influyera, u obstruyera, su capacidad para
leer a las personas.
—Esta casa es enorme. —Isabella rompió nuestro silencio, ya le había
aceptado el vaso con whisky y tras darle un sorbo lo dejé en la madera del
balcón, tomando a la vez la manta para envolverme con ella.
La Castaña me imitó con la otra y noté su piel chinita por el frío. Podía
volver con los niños, pero optó por quedarse ahí conmigo y no supe cómo
tomarlo.
—¿Cómo vas con Elliot? —pregunté en lugar de decirle algo sobre su
señalamiento anterior y me miró incrédula.
Hablar de eso no era lo mejor, pero necesitaba saber lo que estaba
pasando entre ellos.
—¿Alguna vez fui intensa contigo? —indagó y fruncí el ceño—. Sé
sincero, por favor —pidió y bufé una risa que no formé en mi boca.
—¿A qué te refieres con intensa? —devolví solo por provocarla un poco,
ya que entendí lo que quería saber—. ¿Piensas que me rogaste que
estuviéramos juntos? ¿Imaginas que eras de esas chicas que hacían
cualquier cosa para llamar mi atención?
Contuve una sonrisa al ver que comenzó a sonrojarse.
—Sinceramente, no creo que haya sido difícil llamar tu atención —
musitó y alcé una ceja, puesto que, aunque su voz fue tímida, no careció de
fuerza.
—¿Porque sabes que puedes tener a cualquier hombre a tus pies, o
porque yo sí me veo como un tipo fácil? —inquirí y ella se mordió el labio
para no reír.
Me cago en la puta.
Mi cuerpo estaba reaccionando de maneras que la asustarían en ese
instante, al verla interactuando así conmigo.
—Ya, deja ese tema y responde lo que te pregunté —me incitó y deduje
que no supo más cómo seguir por esa línea, así que le di una tregua.
—Nunca fuiste intensa conmigo porque a pesar de todo, jamás buscaste
mi atención, White —respondí sincero—. Las cosas entre nosotros se
dieron y ya. Y cuando estuvimos en un punto en el que tú querías más, pero
yo no te lo daba, intentaste hacerte a un lado.
—En otras palabras, eras un cabrón conmigo —replicó e hice un amago
de sonrisa.
«Y vaya que lo fui», pensé.
—No porque lo haya querido siempre —admití—, pero ese no es tema
para este momento.
Asintió de acuerdo y la escuché soltar el aire por la boca, escondiendo la
mitad de su rostro entre la manta.
—Elliot está enamorado de su novia —soltó con amargura—. Y, a pesar
de lo que siento por él, no voy a mendigar su amor —Me encogí en mi sitio,
el frío ya me estaba afectando—. Supe que estuviste con Amelia, mi
hermana, y te enamoraste de ella —Cambió radicalmente de tema y no supe
si agradecer o lamentarlo.
—No, White —zanjé—. Te aclaré en su momento que sí hubo un tiempo
en el que creí estar enamorado de ella, pero luego descubrí que no. En
realidad, nunca experimenté nada de eso con Amelia —aseveré y me
observó con detenimiento.
—¿Por qué lo descubriste?
¡Joder! La curiosa había vuelto.
—¿Crees que mi respuesta cambiaría algo de lo que está sucediendo
ahora? Me refiero a ti y a mí —Negó de inmediato. Claro que no lo haría,
así que no iba a responderle y ella lo comprendió sin que tuviera que
recalcarlo. No obstante, se quedó conmigo a pesar de que callamos.
Los niños seguían viendo la película y escuchábamos cuando se reían de
las travesuras que hacían los trillizos pelirrojos, para después imitarlas.
—Lo siento —susurró de pronto. La miré sin saber a qué se refería—,
siento mucho haber olvidado todo.
—No es tu culpa —la corté.
—¿Siempre fuiste así de frío conmigo? —Se acercó un poco a mí tras
hacer esa pregunta—. Digo, todo el tiempo te la pasas con esa cara de culo
y a veces me intimidas, jamás sonríes y… no sé —Suspiró resignada antes
de seguir—. Yo estoy acostumbrada, o lo estaba, a un hombre cariñoso y
detallista y tú no eres nada de eso.
—Supongo que con el tiempo te aburriste de ese tipo de hombre —
expliqué yéndome por lo más sencillo—. Y no, Isabella. No siempre fui frío
ni tampoco pasaba con cara de culo todo el tiempo —Lo último volvió a
hacer que ella contuviera una sonrisa.
Yo no pude.
—Encontré esto —dijo de pronto y me mostró su cámara, la había
mantenido oculta con su manta—. ¿Es tuya?
—No, tuya —confirmé y eso la hizo atreverse a activarla para ver las
fotografías.
Había muchas imágenes de las copias cuando jugaban, vídeos que
también reprodujo; fotos de ella y los clones que yo tomé, otras mías con
los niños que captó siempre que creía que no la veíamos, además de las que
teníamos juntos, de cuando salimos a comer en Italia, en aquellos meses
donde vivimos una vida alterna a la que siempre tuvimos.
De pronto llegó a aquellas imágenes más íntimas entre nosotros, cuando
nos quedábamos conversando durante horas en la cama y me hacía reír con
sus tonterías, con el único objetivo de captarme, asegurando que de esa
manera obtendría pruebas de que yo era capaz de hacer un gesto genuino,
para comprobárselo a quienes dudaban de mi capacidad para sonreír, sin
saber que en un futuro, esas evidencias servirían para confirmarse a sí
misma de que no siempre tuve una cara de culo con ella.
—Es hermosa —susurró.
—¿Esa Isabella? —inquirí, a pesar de que sabía a lo que se refería—.
También la de ahora. Has sido hermosa siempre, en realidad —halagué sin
pensarlo y sonrió de lado.
—Tu sonrisa —aclaró, pero sabía que ella era consciente de que no
confundí nada.
—Gracias —musité.
Asintió y volvió a poner su atención en la cámara, pasando de las
imágenes íntimas a las privadas. Cerré la distancia entre nosotros y puse la
mano sobre la pantalla antes de que viera lo que seguía.
—No creo que sea el momento adecuado para que continúes —advertí.
Buscó mi mirada y el éxtasis que experimenté con eso fue increíble.
—¿Hay algo que no quieres que vea? —preguntó traviesa y vi el desafío
en sus ojos—. ¿De lo que te avergüences?
Entrecerré los ojos, sonriéndole de esa manera porque lo que me provocó
estaba muy lejos de ser nerviosismo, se parecía más a unas ganas
incontrolables de demostrarle que no había nada en mí que me avergonzara,
porque en su momento, ella lo adoró.
—Compruébalo tú misma —la animé con la voz oscura y sus mejillas se
pusieron más rojas, aunque no supe si era por el frío o porque no me inmuté
ante su desafío.
Aparté la mano tras eso, retándola a seguir cuando noté que vaciló, pero
nunca fue una cobarde, así que volvió a concentrarse en las fotografías y
vídeos, abriendo demás los ojos al encontrarse con una en la que ella estaba
desnuda sobre la cama, mientras que mis piernas tatuadas se reflejaban en el
medio de las suyas, porque fui quien la inmortalizó luego de follarla hasta
que quedara exhausta.
En la siguiente aparecí solo yo, dándole la espalda, desnudo por
completo. Acababa de terminar de ducharme y ella me fotografió, fingiendo
ser una acosadora obsesionada. Me mordí el labio al recordar cómo la follé,
asegurándole que le daría más motivos para que se mantuviera obsesionada
conmigo.
—¡Jesús! Tienes muchos tatuajes —señaló con la voz torpe.
Sus ojos no estaban solo en mis tatuajes. Y me reí porque se vio en la
necesidad de decir algo únicamente para que yo no notara que sus manos
estaban temblando, sin embargo, volvió a quedarse sin palabras en cuanto le
dio reproducir a un vídeo que creí que ella ya había borrado, pero descubrí
en ese instante que lo conservó.
—Mírate, pequeño infierno. Cómo puedes lucir tan gloriosa mientras
pecas, ¿eh? —Mi voz estaba plagada de placer y descontrol cuando
declaraba tal cosa.
—¡Oh, Dios! —Cerré los ojos al escucharla gemir en aquel vídeo.
La había tenido tumbada sobre su estómago en la cama, mientras que ella
se apoyaba con los pies en el suelo y encontraba cada uno de mis embistes
cuando la penetraba desde atrás. Con una mano me aferraba a su cadera y
con la otra sostenía la cámara para grabarla.
—¿Todavía crees que me avergüenzo de algo? —murmuré y tomé la
cámara, apagándola justo cuando mi mano en su cadera había buscado sus
nalgas para introducirme en otro lugar.
Isabella no se movió por un momento, ni siquiera respiraba, sorprendida
por lo que acababa de ver y también apenada.
—Yo… ¡Dios! No sé ni qué decir. —Jadeó al reaccionar.
—No es necesario —la tranquilicé.
—LuzBel, en mi mente yo todavía soy virgen. —Me reí al escucharla—.
¡Madre mía! En ese vídeo parezco más una actriz porno.
—¿Cómo las que solías ver? —la chinché y sus ojos se desorbitaron, su
rostro se enrojeció más de lo que ya estaba—. Sí, Isabella, sé que hubo un
tiempo que tuviste una pequeña obsesión con esas producciones, tú misma
me lo dijiste.
—¡Oh, por Dios! —entonó y se cubrió la cara haciéndome difícil no reír.
—¿Sabes qué más sé?
—Espero que no sea vergonzoso —musitó y no se atrevió a mirarme.
—Hablas con tu voz interior, la llamas tu perra conciencia porque me
aseguraste que siempre te daba los peores consejos, por eso jamás le
obedecías.
—¡Carajo! ¿Por qué tenía que decirte todos mis secretos? —se quejó,
pero rio en ese instante y, además, me miró y noté que sus ojos estaban
brillosos.
¿Me los dijo todos?
Joder.
En ese momento me embargó la seguridad de que sí lo hizo, y no sé si
tener esa versión de ella estaba influyendo a que olvidara lo que pasó entre
nosotros. Lo que nos separó de verdad.
—¿Mi…, mi primera vez fue contigo? —continuó con las preguntas y
noté los nervios implícitos en esa.
—Sí, Bonita —respondí seguro—. Y desde ese momento solo fuiste mía.
No dijo nada más, simplemente miró al horizonte, como antes lo hice yo,
y se quedó pensando en quién sabía qué. Observé su perfil, estaba más
delgada debido al coma en el que estuvo, pero igual de hermosa.
Isabella era una mujer fuerte y estar ahí a mi lado lo demostraba, pues
sobrevivió a una herida de bala y a una terrible caída; antes ya había
sobrevivido al dolor de perder a seres que amaba y de nuevo estaba
atravesando por lo mismo. Pasó por torturas que nadie merecía, pero seguía
malditamente de pie, saliendo adelante a pesar de haber perdido la memoria
porque no iba darse por vencida ante nada.
Había salido de aquel hospital decidida a comenzar de nuevo y juro que
yo no conocía a nadie más fuerte que ella. A pesar de sus errores era
imperfectamente perfecta y entendí lo que no quise entender antes.
La mujer que yo tuve conmigo, esa que se hallaba en ese momento a mi
lado, nunca habría sido capaz de acostarse con mi padre.
La Isabella White por la cual yo era capaz de dar la vida, me fortalecía,
no me destruía. Y sí, la encontré acurrucada al lado de Myles, desnuda y en
una situación comprometedora, pero…

—¡¿Desde cuándo esa puta y tú me están viendo la cara?! ¡¿Desde


cuándo, Myles?!
—¡Jamás pasó! ¡Y no entiendo cómo es que llegamos a lo que viste hoy!
¡Este no soy yo, hijo!
—¡No me llames hijo, malnacido! ¡Porque mi padre jamás me habría
hecho esto! ¡Nunca, Myles Traidor Pride!

—¡LuzBel! ¿Estás bien? —Isabella puso una mano en mi hombro para


llamar mi atención.
Tenía la respiración acelerada y tomaba con demasiada fuerza la cámara
en mi mano.
La miré y tragué con dificultad, recordando lo poco que nos dijimos con
Myles después de llegar al cuartel y buscarlo con la intención de matarlo
por lo que me hizo. Él había lucido totalmente perdido y en ese momento
supuse que fue por los golpes que ya le había propinado en el hotel. Pero
también lució de esa manera cuando lo encontré con Hanna y luego en el
vídeo con la chica a la que intentó abusar.
Mierda.
—Necesito que entres a la habitación —le dije y frunció el ceño—. Está
muy frío y todavía te encuentras en recuperación.
—¿Pero está todo bien contigo? —insistió y asentí.
—Tengo que hacer algo, volveré para la cena si quieres que me una a
ustedes —avisé y asintió, caminando a mi lado, permitiéndome que la
tomara del brazo para guiarla de nuevo adentro, como si no conociera el
camino.
Sin embargo, disfruté de ese leve acercamiento y más de que ella lo
permitiera.
—Ya ela tempo que vinielan —se quejó Aiden. Esa copia a veces parecía
demasiado maduro para su edad.
Isabella rio al escucharlo.
—Tengo que hacer algo, chicos. ¿Pueden cuidar a mamá por mí? —
propuse y ambos asintieron. A ellos les encantaba cuando les pedía que me
cubrieran, se sentían mayores y orgullosos.
Isabella observó nuestra interacción como si fuera lo mejor del mundo,
tal cual lo había hecho las pocas veces en que nos vimos. Cuando la busqué
con la mirada le asentí a manera de despedida y me sonrió.
Al salir de la habitación, lo hice decidido a enfrentarme a alguien a quien
creí que no podría volver a tener frente a mí, sin embargo, encontrarme con
la Isabella de nuestros inicios, la chica que conocí cinco años atrás, me hizo
recordar todo lo que ella me había demostrado ser.
Recordé a la mujer que hacía lo que quería sin temor a ser juzgada. A la
guerrera que hablaba de frente y no ocultaba nada ni por miedo a ser
señalada, pues me dijo en la cara que se acostó con Elliot y no le importó lo
que desencadenaría con ello. Luego se encargó de dejarme claro que los
errores que pudo haber cometido jamás opacarían sus virtudes.
Entonces comprendí que Maokko siempre tuvo razón, lo que estaba
pasando con la memoria de la Castaña era un nuevo comienzo, la
oportunidad de reivindicarnos. Y no la desperdiciaría.
—¿A qué has venido? —preguntó Isamu con dureza cuando me bajé del
coche y me acerqué a la entrada del búnker, donde él y Ronin se
encontraban.
—A encender una jodida vela —les dije a ambos y me miraron sin
comprender—. Voy a hablar con Myles sobre lo que sucedió. —Una de las
comisuras de la boca de Isamu se alzó con burla y vileza.
Fue fugaz, pero lo vi.
—¿Qué tuviste que ver para comprender lo imbécil que has estado
siendo? —inquirió y le di un gesto igual al que él tuvo antes.
—A tu jefa —admití y alzó una ceja—, pero no a la que tú conoces sino
a la que yo conocí hace cinco años.
No dijo nada por unos segundos, simplemente me estudió y cuando se
convenció de que no estaba ahí para hacer una locura, pidió por el
intercomunicador en su oído que abrieran la puerta.
—Adelante —me animó y asentí.
—¿Cómo es? —Miré a Ronin sin comprender cuando preguntó eso—.
¿La Isabella de hace cinco años?
Bufé una risa.
—Igual de cabrona a la que tú conoces, pero más sutil y tímida.
—¿La prefieres así?
—¿Por qué debería preferir una versión cuando puedo tenerlas todas? —
devolví y noté que no esperaba esa respuesta.
Pero le satisfizo, ya que se hizo a un lado y me dejó seguir con mi
camino.
En el pasillo del recibidor me encontré con Connor, ya me esperaba, así
que imaginé que vio mi llegada por las cámaras. Él había estado en el
búnker desde que llevaron a Myles. Evan seguía operando desde el cuartel
con otros miembros de mis élites.
—¿Él ya sabe que estoy aquí? —inquirí y asintió.
—¿Vienes en son de paz? —Me reí.
—¿Crees que los asiáticos afuera me habrían dejado pasar si no?
—Buen punto —reflexionó y me saludó con un golpe firme en la espalda
—. Por cierto, Jane quiere ir a la mansión mañana para ver a Isa, supongo
que no hay problema.
—Solo pídele que no le hable de cómo entró a la organización, eso me
corresponde a mí. —Rio al escucharme.
—Quiero estar allí cuando eso pase.
—Prefiero que no —admití y soltó una carcajada.
Seguimos caminando hacia una oficina y él se detuvo antes de que
abriera.
—Te guste o no, voy a revisarte —advirtió.
—No voy a dañarlo. —Bufé.
—¿Sabes que muchas veces antes de los asesinatos, el asesino dice esas
mismas palabras? —satirizó y rodé los ojos.
Alcé los brazos y dejé que me revisara para que se quedara más
tranquilo. Y cuando terminó, me dio dos palmadas en el hombro y me
animó a seguir. Respiré hondo antes de hacerlo y no me inmuté cuando abrí
la puerta, pues no llegué ahí para titubear sino para enfrentarme de una
buena vez a la realidad.
—Vaya, vaya. He tenido que verte entrar para creerlo. —La voz de
Myles sonó fuerte cuando me vio atravesar la puerta. Estaba barbado,
aunque limpio y con la ropa impoluta, luciendo recuperado e imponente; no
más como el hombre perdido que recordaba de la última vez que estuvimos
frente a frente—. Y por tu bien, espero que no estés aquí para discutir,
porque como verás, estoy cansado de lidiar con tanta mierda —bufó.
—Solo quiero hablar, Myles —solté con frialdad.
—¿De qué? ¿De nuevo quieres que te diga cómo follé a Isabella? ¿O
vienes a pegarme otra vez? —La ironía en su voz me hizo tensar la
mandíbula—. Porque ya me dijeron que te atreviste a golpearme y deseo
que vuelvas a intentarlo ahora mismo —se mofó.
Era tan yo en esos momentos. Estaba de pie y con las manos cruzadas en
la espalda, mirándome con ganas de desquitarse conmigo lo que le hicieron
en la prisión.
—¿Lo hiciste? —exigí saber y rio con indignación y amargura. Segundos
después lo tenía frente a mí, mirándome a los ojos.
El gris de sus iris competía con el mío.
—¡Mírame, muchacho imbécil! —demandó y me tomó de la nuca—.
Soy yo, Myles Pride, el hombre que te engendró y crio, el mismo que con
su ejemplo te enseñó a tratar a una mujer como una reina, tal cual nos
instruyó Levi, a pesar de que no hayas aprendido un carajo —espetó,
mencionando al abuelo—. Pero viste cómo traté a tu madre siempre. —Mi
respiración estaba acelerada para ese momento, igual que mi corazón,
porque ese era el tipo que yo conocía. Y sentí algo oprimiendo mi pecho al
volver a encontrarlo—. ¿En verdad me crees capaz de tocar sexualmente a
una mujer que para mí es como mi hija? —preguntó y me limité a mirarlo
—. Jamás le he sido infiel a Eleanor y si quisiera serlo, ¿crees que lo haría
con la mujer que no solo es como mi hija sino también la novia de mi hijo,
mi heredero y hasta hace muy poco mi orgullo?
—¿Por qué no te defendiste así hace unas semanas? —desdeñé y lo tomé
de los antebrazos sin apartarlo de mí.
—Porque no era yo mismo, Elijah —largó—. Y me decepciona que tú,
habiendo estado a mi lado siempre, me desconocieras, cuando has sido
testigo de que jamás he visto a otra mujer con morbosidad
—¿Qué pasó con Hanna entonces? —le cuestioné porque, aunque
aceptaba que tenía razón en reclamar todo lo demás, fui testigo de lo que vi
en el cuartel entre él y la rubia.
—No recuerdo nada de mi vida desde que ella entró a mi oficina —
aseguró y me estremecí.
Lo hice porque yo tampoco recordaba nada de lo que hice con ella la
noche en la que estuvo en mi habitación.
Puta mierda, todo comenzaba a encajar.
Capítulo 51
Tic tac
Elijah

Nuevas dudas llegaron a mi cabeza, pero sentí tremendo alivio cuando


Myles dijo que no recordaba nada, porque eso me estaba dando excusas
para no verlo como el peor de los canallas y traidores, ya que era más fácil
imaginar a otra persona como culpable y no a él o a Isabella.
—Dime qué es lo que recuerdas —le pedí tras separarme de él.
Noté el recelo en sus ojos porque era obvio que estaba molesto e
indignado conmigo, pero también vi que me comprendía.
—Avísale a los demás que iremos a junta urgente en un momento, los
quiero a todos disponibles —le dijo a alguien por el teléfono de esa oficina
—. Toma asiento —sugirió tras eso.
Supuse que Myles estaba aguardando por este momento, pero en lugar de
buscarme él, esperó a que yo lo hiciera.
Tal cual me aconsejó con la Castaña, cuando yo insistía en buscarla para
aclararle mi verdad, él aplicó lo mismo conmigo, por eso aseguró que le
dejaría todo al tiempo y, aunque a mí me pareció una cobardía de su parte,
en ese instante supe que si me hubiera buscado en su momento y no en el
mío, yo no habría aceptado escucharlo.
Respiró hondo y me miró con tristeza y decepción en cuanto tomé
asiento, él se quedó de pie y segundos después comenzó a explicarme que
antes de lo que pasó en el cuartel con Hanna, ya había comenzado a sentirse
extraño, aunque culpó al estrés por lo que estábamos atravesando, así que
no le dio importancia y en su lugar, optó por hacer más ejercicios, ya que
siempre sacó su tensión de esa manera.
Y en efecto, no recordaba nada de lo que pasó en aquella oficina, aunque
sí aseguró que cuando entró a ella con Hanna no hubo ningún acercamiento
entre ambos, por lo que tampoco podía culparla de lo que había pasado.
—No te voy a ocultar nada ahora y tampoco tendré filtros por
considerarte, Elijah —advirtió y presentí que lo que diría a continuación no
me agradaría—. No sé si llegamos a tener relaciones sexuales con Isabella,
lo que sí te aseguro es que eso jamás hubiera pasado con el consentimiento
de ambos —Maldije en mi interior, porque no era fácil escucharlo—. Y es
una mierda que esa chica a la cual he visto como una hija, haya perdido la
memoria, pues era mi única esperanza para aclarar lo sucedido.
—¿Cómo iba hacer eso, Myles? Si cuando yo la confronté no pudo
negarme nada —espeté entre dientes, pero ya no estaba molesto con él—. Y
créeme cuando te digo que estuve a punto de matarla con tal de que me
dijera la verdad, y ni aun así me dijo que no.
Las imágenes de cómo la tuve en aquella cabaña me golpearon como
unas perras y negué al mismo tiempo que solté el aire por la boca.
—Nos drogaron, hijo —aseguró y bufé, negando con la cabeza, pero no
porque no le creyera—. Y en ese estado, fue más fácil que ella misma
creyera que lo que pasó fue porque lo consintió y sobre todo, si estás en un
ambiente en donde cada persona cercana a ti, consciente o
inconscientemente te señalan de haber hecho algo. Sin embargo, a
diferencia de mí, ella tenía la posibilidad de recuperar sus recuerdos una
semana después, que es el tiempo que tarda el narcótico en salir del sistema.
Yo en cambio tengo frito el cerebro porque me mantuvieron drogado por
demasiados días.
—¿Por qué aseguras que los drogaron a ambos? —cuestioné.
—Caleb consiguió que uno de los médicos de Grigori entrara a la prisión
a la que me llevaron, allí tomaron análisis de mi sangre para estudiarlos y
encontraron restos de una droga que todavía no sale al mercado negro, pero
ellos la reconocieron porque es japonesa y los Sigilosos han estado detrás
de eso luego de varias muertes en Tokio, en las que las víctimas han
presentado los mismos síntomas.
—Me cago en la puta —largué y me puse de pie.
—Voy a explicarte esto con los equipos presentes, pero antes quiero que
me mires a la cara para lo que voy a decirte —pidió y lo hice de inmediato
—. Eleanor ha sido mi todo siempre y no sabes la decepción que siento
ahora mismo con ella, porque dudó de mí cuando jamás le he dado un solo
motivo, en nuestros años juntos, para que lo haga. Aun así, comprendo que
en su caso haya sido fácil caer en la trampa porque este es un plan perfecto
de nuestros enemigos y tu madre se ha mantenido alejada de Grigori, por lo
que desconoce los alcances de la maldad.
Me restregué el rostro al comprender su punto, pero no iba a
interrumpirlo.
Madre tenía por excusa el no haberse inmiscuido en nada de la
organización porque ella prefería combatir el mal con paz y ayudas, no con
guerras y muertes. Y padre la mantenía en la ignorancia para protegerla, y
porque conocía lo nerviosa que se ponía su mujer siempre que sabía sobre
los peligros a los que nos exponíamos.
—Tú y Tess en cambio, se mueven en este mundo, Elijah, pero aun así se
dejan ganar por la estupidez —prosiguió y no rebatí—. Me avergüenza que
sean mis sucesores —añadió con enojo y tragué con dificultad—. Me
decepciona que tú, que tanto querías pertenecer a la élite más alta de
Grigori y que después de que hayas luchado para conseguir tu lugar en ella,
actuaras como un súbdito inexperto que no sabe ni dónde está parado.
—No fue fácil verte con ella en la cama, Myles —repliqué, porque,
aunque entendía su punto, él se estaba olvidando del mío.
—¡¿Y acaso te eduqué para que seas un mediocre?! —inquirió, dando un
golpe sobre el escritorio con la palma de su mano—. Porque solo ellos son
incapaces de estar a la altura de una mujer segura e independiente, Elijah. Y
ese está siendo tu maldito problema, Isabella White es tu inseguridad más
grande porque no eres capaz de manejar su seguridad y lealtad.
Apreté uno de mis puños y con la otra mano me restregué la nariz y la
boca, con la necesidad de liberar la tensión, ya que las palabras de ese tipo
me estaban calando de una manera que no soportaba, simplemente por ser
verdaderas.
—Espero que cuando ella recupere la memoria, sepa que merece a su
lado a un hombre que esté a su altura, hijo —deseó—. Y ojalá que tú
aprendas a ser ese hombre, o tengas las bolas para no estorbar en su camino.
A continuación, salió de la oficina dejándome a mí en ella con una
impotencia que me estaba revolviendo el estómago. Dando por sentado que
ese hijo de puta fue el que me crio y educó. Myles Pride estaba de regreso y
dispuesto no solo a hacer pagar a sus enemigos sino también a nosotros, su
familia, por no haber creído en él.
Y tuve que morderme la lengua para no refutar, ya que merecía su
revancha por todo lo que le hice.
Y únicamente cuando me hube calmado, salí de la oficina para llegar a la
sala de juntas del búnker donde sabía que él y los demás me estarían
esperando. Al entrar en ella encontré a Caleb, Isamu, Connor, Evan y
Serena , junto a padre y dos hombres más de su élite.
—Perfecto, ahora estamos completos —dijo él cuando tomé asiento.
Seguido a eso comenzó a hablarme una vez más de cómo se enteró de
que había sido drogado y lo poco que recordaba de sus días sumido en una
oscuridad total, de aquellas voces en su cabeza que le ordenaban lo que
tenía que hacer y cómo no podía evitar obedecer, razón por la cual se alejó,
para no dañarnos a nosotros, hasta que Isabella lo buscó por medio del
brazalete que él y mis hijos compartían.
—Yo no tengo el brazalete, así que intuimos que quién me lo robó hizo
conexión con el de Daemon para que Isabella supiera dónde encontrarme.
Ya Connor y Evan se han encargado de desactivar los tres para evitar
cualquier otro contacto —aseguró al ver mi preocupación porque rastrearan
a las copias, a pesar de que morirían antes de llegar a ellos.
—¿Por qué tomaste la decisión de hacerle análisis? —inquirí a Caleb.
—Isabella ordenó que lo liberáramos a cómo diera lugar, por lo que tuve
que buscar motivos de peso para que no me negaran una libertad bajo
fianza. Así que conseguimos que un médico de Grigori entrara a la prisión
gracias a los contactos de Gibson. Tras obtener los resultados y que el
doctor nos mencionara todo lo que vio en él, acotamos las pruebas con las
de las víctimas mortales en Tokio, que el maestro Cho nos proporcionó.
La droga era conocida como Mahō ni kakatta, que significa hechizado.
Las personas fallecidas en el país oriental eran mendigos e incluso adictos
de la calle a los que tomaron como chivos expiatorios, pues la Yakuza
quería asegurarse de que su producto funcionara de la mejor manera posible
para sus futuros clientes.
—Pero White no mostró esos síntomas —señalé.
—Nosotros hemos sido entrenados para reconocer drogas o venenos —
explicó Isamu—. Atravesamos por una fase en la que nos drogan o
envenenan con el objetivo de hacernos reconocer cualquier peligro de esa
índole tanto en bebidas, comidas o el aire; y a la misma vez desarrollamos
cierta inmunidad. Eso convirtió a Isabella en un blanco difícil y por lo
mismo la drogaron con dosis pequeñas en diferentes maneras, hasta que
consiguieron tenerla en el punto que la querían.
—Revisamos los vídeos de seguridad del hotel y hemos detectado cómo
lo consiguieron —siguió Evan y se acercó a mí junto a su laptop—. Serena
leyó sus expresiones para comprender lo que no se dijo, así que mira aquí
—Señaló el vídeo al que le dio reproducir y vi a la Castaña entrando al
hotel—. De entrada muestra incomodidad y la manera en la que mueve su
cabello es un indicador de calor, así que el hotel debió tener el aire caliente
a máxima temperatura, para obligarla a que se quitara el abrigo y que con
eso expusiera su piel.
—En cuanto llega a recepción hace una leve mueca con la nariz, pudo
picarle por el clima o por algún aroma fuerte que no le agradó —acotó
Serena. Estaba a mi lado, así que miraba el vídeo conmigo—. Justo ahí,
nota su desagrado y cómo se limpia la mano tras devolver el bolígrafo.
Mi respiración se estaba volviendo errática cuando más avanzaba el
vídeo.
—Entra al ascensor con estas dos mujeres y mira a la más joven —
prosiguió Evan, cambiando de cámara.
La chica inhalaba un vapeador y la mujer mayor se acercó a White,
tocándole el brazo desnudo.
—Montaron una escena para distraer a Isabella, por eso la mujer la toca
con la intención de disculparse con ella por la mala educación de la otra —
aportó Connor lo que yo estaba viendo—. Pon atención a lo que sigue —
sugirió.
Isabella salió del ascensor y se tomó la cabeza, comenzando a mostrar
malestares y cuando llegó a la habitación en la que la encontré con mi
padre, presionó su frente en la puerta y noté cuánto le costó alzar el brazo
para tocar. Enseguida de eso Myles salió y la miró realmente asustado y
triste.
—No recuerdo nada de eso —rebatió él en el momento que lo vi en el
vídeo sacudiendo la cabeza, a White abrazándolo y tras eso la besó.
—Primera dosis, inhalación con lo que sea que tenían en la recepción —
volvió a hablar Caleb, yo tenía los puños apretados y el corazón acelerado
—. Segunda, cuando le dan el bolígrafo. Tercera y cuarta, las mujeres en el
ascensor, una con el cigarrillo electrónico y la otra con el toque en el brazo
de Isa.
—Cuatro dosis pequeñas, aparentemente inofensivas, pero que a una
persona común le hubieran provocado una sobredosis —largó Isamu y sentí
que los ojos comenzaron a arderme.
—Sin embargo, fueron esas dosis las que casi la matan, porque todavía
se mantenían en su cuerpo el día del atentado de Tess —añadió Caleb y lo
miré sin comprender—. Esa noche confirmamos que la drogaron, LuzBel,
ya que los efectos del hechizo fueron letales al mezclarlos con el
reanimador que le pusieron en la sala de urgencias, por eso sufrió un paro
cardiaco que casi la mata.
—Joder —espeté y me puse de pie, ya que me estaba asfixiando.
Les di la espalda, sintiéndome el peor de los bastardos, comprendiendo
más las palabras que padre me dijo, pues tenía razón. Yo no estaba a la
altura de White y menos después de cómo la traté por no haber confiado,
por cegarme y olvidarme de quiénes eran Myles y ella.
—¿Por qué no me dijeron antes? —pregunté, aunque imaginaba la
respuesta.
—No íbamos a decírtelo en realidad, pero cedimos por tu padre —
admitió Caleb y bufé una risa amarga.
—No te creemos digno para que seas el compañero de nuestra líder —
aseveró Isamu y cuando lo miré, noté que Serena le estaba sonriendo con
incredulidad y sarcasmo.
Él también la vio y le hizo un gesto de luego arreglo esto contigo, que a
mi compañera le importó un carajo.
—Pero esa es nuestra opinión. Al final, la decisión la tomará ella —se
entrometió Caleb, dándose cuenta del reto entre esos dos.
—Volviendo al punto —habló Connor—. Fabio nos hizo llegar los
estudios que te hizo a ti, el día que lo buscaste, y están limpios, lo que nos
hace descartar a Hanna al menos como sospechosa de que los haya drogado.
No supe cómo tomar eso, así que opté por quedarme callado y seguirlos
escuchando.
Connor añadió que había vuelto a investigar a la rubia tal cual se lo pedí,
con la ayuda de Owen, aunque lo único nuevo que consiguió fue que ella le
confesó al mellizo (en una de sus charlas en la habitación de Vikings) que
tuvo un hermano, pero que había fallecido tiempo atrás a causa de la
violencia en las calles.
—Sin embargo —acotó Serena y la miré—, Caleb me confesó que
instaló cámaras en toda la mansión, a excepción de las habitaciones
principales de la familia.
Miré al rubio con los ojos entrecerrados porque no me pidió autorización.
—Sabes que tomamos el derecho de la casa y sus terrenos luego de lo
sucedido con Tess, así que no te sorprendas —se excusó.
—A dónde quiero llegar es —prosiguió Serena antes de que me metiera
en alguna discusión con el rubio, que no era mi intención—, que he visto el
vídeo de tu noche con Hanna, porque esa habitación sí tiene cámara igual
que la de ella.
—¿Viste todo? —pregunté y asintió.
—No hay rastros de droga en tu sistema, Sombra, pero sí actúas como
drogado esa noche —admitió, ella y los demás Oscuros me seguían
llamando de esa manera a pesar que escuchaban a los Grigoris utilizando mi
apodo original.
—¿Qué significa eso? —cuestioné, ya que sabía que había algo más.
—Que sabemos cómo drogaron a Isabella, pero aún no descubrimos qué
método utilizaron con tu padre o cómo llegaron a drogarlo. Y podría estar
sucediendo lo mismo contigo, aunque han optado por utilizar algo
indetectable.
—Por esa razón tu padre se mantendrá aquí en el búnker y Hanna en la
mansión —informó Caleb—. Y te pedimos que continúes actuando con la
rubia como si no sabes nada, y sigues odiándolo a él. De esa manera ella
seguirá confiándose y nosotros tendremos la oportunidad de investigarla
más a fondo, puesto que ha sido descartada como la culpable de drogar a Isa
y a Myles, pero algo nos dice que insistamos contigo.
—De acuerdo —acepté sin rechistar.
Seguimos hablando, padre también me pidió que no le mencionara nada
a madre y cuando por fin salí de ese búnker, lo hice teniendo más claro que
me merecía a pulso que Isabella me haya olvidado. Me gané con creces que
su corazón volviese a latir por un tipo que siempre creyó en ella, que jamás
se dejó llevar por nada ni por nadie, cuando de la Castaña se trataba.
Y era lo suficientemente hombre para aceptar que Elliot siempre fue el
único que la merecía de los dos.

Durante la siguiente semana, me mantuve alejado de Isabella por


vergüenza, porque quería castigarme a mí mismo al haberle fallado y
tratado como lo hice, luego de caer en la trampa de nuestros enemigos. Y
verla sonreírle a Elliot como antes me sonreía a mí, me mantuvo en el
infierno.
Las copias, ella y hasta el puñetero perro lo preferían a él. Y si aguanté
mis deseos de replicar y de mandarlo a la mierda fuera de mi casa, fue
únicamente porque estaba cosechando lo que sembré.
—¿Podemos hablar? —Miré hacia la puerta de mi habitación y me saqué
los audífonos de los oídos, sorprendido al encontrarla en la puerta, cuando
media hora atrás la visualicé en el jardín con los chicos y mi jodido primo.
Por eso me había ido a mi habitación, para controlarme un poco. Así que
en ese momento estaba recostado en la cama y debido a que mantuve los
ojos cerrados y la música a todo volumen, ni siquiera la sentí entrar.
—Lo siento. Toqué algunas veces, pero no respondiste. Hanna me dijo
que no te molestarías si entraba.
Puta madre. Definitivamente estaba viviendo en un mundo alterno si
Isabella seguía los consejos de Hanna.
—Claro, pasa —la animé tras mi reflexión.
Le sonreí cuando ella lo hizo. Ya no usaba la venda en la cabeza, el color
había vuelto a su rostro y recuperó las libras perdidas. Ese día vestía con un
vestido corto de botones al frente e iba descalza, dejándome ver las uñas de
sus pies pintadas de rojo. El cabello lo tenía agarrado en un moño
desordenado y… mierda.
Era mi bonita castaña. La chica de dieciocho años en el cuerpo de una
mujer próxima a cumplir veintitrés. Con más curvas que antes, pero con la
inocencia que me entregó en el pasado.
—Te he buscado toda esta semana, pero sabes cómo esconderte en esta
enorme casa —recalcó tras carraspear, con las mejillas sonrojadas porque
literalmente me la comí con la mirada sin vergüenza alguna. Juntó las
manos frente a ella y jugó con sus dedos, malditamente tímida.
Y ya sabía que me había buscado, de hecho, le preguntó a Lewis y a
Serena por mí, pero no me sentía preparado para verla a la cara después de
lo que le hice. Sin embargo, si ella acababa de dar ese paso, no me
comportaría como un cobarde.
—Entra —la animé y escuché mi voz más ronca luego de imaginar todas
las cosas que deseaba hacerle a esa inocencia.
Se había quedado cerca de la puerta y cuando caminó hacia la cama, me
senté y con disimulo acomodé la erección que experimenté solo con verla.
—¿Para qué soy bueno? —pregunté y palmeé la parte de la cama frente a
mí, invitándola a sentarse, probando si quería esa cercanía conmigo.
Dudó un segundo, pero al siguiente se acomodó cerca de mí.
Era increíble cómo la vida sabía jugar con nosotros, pues habíamos
vivido tantas cosas juntos y de pronto estábamos ahí, sintiéndonos como si
apenas nos estuviéramos conociendo, aunque en su caso era así.
—Espero que para mucho —murmuró distraída y la miré con una
sonrisa.
—¿Perdón? —Sus mejillas se sonrojaron más que con mi mirada.
—¡Oh, Dios! Dije eso en voz alta —se reprochó y reí.
—Soy bueno para mucho, White —le aseguré tomándole el pelo—. No
me retes si no quieres que te lo compruebe —añadí, recordándole lo que
hizo cuando estuvimos en la terraza e insistió en ver nuestras fotos.
—No te burles —pidió conteniendo una sonrisa, denegándome ese
privilegio—. ¿Por qué te has escondido de mí? —soltó antes de perder el
valor y me tensé.
—Quería castigarme, privándome de verte —confesé y me miró sin
comprender—. Pero no creo que hayas venido a averiguar sobre eso —
señalé, animándola a que hablara de lo que sea que quería.
—¿Cuándo vas a hablarme de nosotros? —preguntó y perdí toda la
diversión que me provocó su timidez—. Entiendo que tú y yo no estábamos
en buenos términos y a lo mejor por eso lo has evitado, pero yo necesito
saber cómo nos conocimos o llegamos a tener una relación, porque me está
matando no recordarte —Su voz se ahogó con lo último y a mí me dejó sin
palabras que admitiera eso.
Lo hizo porque yo veía el amor que sentía por Elliot, así que nunca
esperé que le afectara tanto no recordarme. Digo, podía entender que se
sintiera así por nuestros hijos, pero no por nosotros.
—Isabella, nuestra historia no es la mejor —acepté, mirándola a los ojos.
—¿Siempre me has llamado por mi nombre completo, o por mi apellido?
—indagó y asentí.
—También por Bonita, Castaña, Pequeña, Meree raanee y a veces hasta
hija de puta cuando me sacabas de mis casillas, aunque eso último lo
tomabas como halago —añadí y, aunque sonrió, vi en sus ojos una añoranza
enorme.
—¿Qué significa meree raanee?
—Mi reina —respondí y la vi tragar con dificultad—. Es hindi, el idioma
del país en donde nació el ajedrez.
—¿Mi tatuaje te representa a ti? —Asentí en respuesta—. Lee me
explicó que me lo hiciste tú. Este y el que tengo aquí —Se tocó la nuca y
luego el costado izquierdo.
—También te hice otros tatuajes que no se ven —reiteré, recordando
cada caricia y beso que dejé en su piel.
Ella no me pudo sostener la mirada en ese instante y calló por unos
segundos.
—Cuéntame todo, por favor —pidió cuando volvió a encontrar el valor
—. Quiero las rosas junto a las espinas —aseguró—. Porque si llegamos a
tener dos hijos tan hermosos, entonces nuestra historia no fue tan mala.
Sus ojos estaban llenos de lágrimas cuando me miró de nuevo y me odié,
porque ella no merecía eso.
—Fuimos hielo y fuego, Isabella. Y cuando nuestros caminos se
cruzaron, ambos tuvimos que atravesar la oscuridad —Le limpié una
lágrima que rodó por su mejilla y cuando bajé la mano, ella me la tomó—.
Te convertiste en tempestad y yo en caos y creamos una catástrofe juntos.
Un desastre que se nos salió de las manos, por eso ahora estamos así.
—¿Así cómo?
—Como el sol y la luna, Bonita. Tan lejos el uno del otro.
Sentí su agarre más fuerte en mi mano y también el leve temblor, pero en
ese instante no supe si era suyo o mío.
—No te detengas —suplicó e imaginé que creyó que no seguiría más.
—¿Tienes toda la noche para mí? —pregunté.
—Todas las que sean necesarias —No hubo inseguridad o titubeos en su
respuesta.
Entonces decidí que era el momento correcto para hacer eso, porque
Isabella ya estaba preparada. Así que la llevé a su habitación (antes nuestra)
y puse música en el reproductor con la intención de que ella se calmara un
poco y para hacerlo yo también.
Empecé a contarle lo que ya sabía y lo que no, le dije todo desde el día
en que quiso estacionarse en mi lugar en la universidad. Cómo deseé odiarla
y me fue imposible, lo que hice para tenerla cerca de mí cuando comencé a
necesitarla; fui muy sincero y le hablé de mis miedos, de lo que ella sufrió;
le expliqué cada cicatriz que había en su cuerpo, incluso aquella maldita V
que tanto me mataba ver y de las que llevaba en sus muñecas. Hablamos de
la miserable violación a la que tuvo que enfrentarse, de la muerte de Jacob,
de su interacción con Sombra.
Lloró y la consolé, esperé a que me odiara en cada momento donde todo
se iba tornando más oscuro. No obstante, el odio no llegó, pero sí el dolor
en cuanto le hablé de lo último que habíamos vivido, de cómo la traté, de
las mierdas que llevé a cabo para que me pagara por algo de lo que no tenía
culpa; de la herida que todavía estaba sanando en su pecho, la que yo le
hice.
Aunque el dolor más desgarrador fue cuando le confesé la pérdida de
nuestro bebé. Solo en ese momento viví ese dolor como tenía que vivirlo y
para mi sorpresa, ambos nos consolamos.
—Sé que no lo merezco, pero perdóname, Bonita —pedí con lágrimas en
los ojos—. Tú realmente eres mi todo y no he sabido cuidarte.
—Sabes que es muy pronto para perdonar —puntualizó dolida—. Es
que… si todo esto me afecta aun cuando te he olvidado, ¿te imaginas cómo
estaría si te recordara? ¿Si te amara como ahora sé que te amé?
No pude responderle, porque en el fondo sabía que ella tenía razón. Si
hubiese sido la Isabella de antes no me habría perdonado, pero sí matado.
—No lo merezco, no te merezco —acepté rendido.
—No, LuzBel, no lo haces…
Se quedó en silencio de pronto y cuando yo quise decirle algo, alzó la
mano para que hiciera silencio. Había dejado la música a un volumen bajo,
pero alcancé a reconocer las notas de la canción que comenzó a sonar en
ese instante.
Isabella me miró con sorpresa y el corazón se me aceleró ante la
expectativa.
—Esa canción —susurró y se puso de pie, yéndose hacia el reproductor
para darle volumen—, he soñado con ella y te veo a ti y a mí con máscaras
—confesó y sonreí.
Se trataba de Apologize. Ella la había incluido en esa lista de
reproducción una noche en la que me pidió que bailáramos porque quería
recordar nuestro baile en Inferno, volviéndolo a vivir.
—¿Estás bien?
Llegué a ella cuando la vi sufrir un mareo y se cogió la cabeza con
ambas manos. La tomé del brazo para sostenerla, tenía los ojos cerrados y
una mueca de dolor, pero segundos después asintió y me miró a los ojos.
—Háblame de la canción —pidió dando un paso hacia atrás para que
hubiera distancia entre nosotros.
—Ven aquí —pedí y a pesar de su reticencia la tomé de la cintura y
comencé a moverme con suavidad, incitándola a que bailáramos—. Cuando
añadiste la canción a esa lista, me dijiste que a veces la mejor manera de
recordar, era volver a vivir las cosas buenas que nos habían marcado.
La pegué un poco más a mi cuerpo y agradecí en mi interior que llevara
sus manos a mis hombros y con voluntad siguiera mi ritmo. Mirándola a los
ojos comencé a relatarle la mascarada en la que estuvimos, el momento que
estábamos atravesando y porqué elegí esa canción, asegurándole que ese
baile no solo fue especial para ella sino también para mí, pues era la
primera vez que me atrevía a hablarle por medio de la música sin necesidad
de ser un cantante.
—Siempre te he necesitado como un corazón necesita latir, Pequeña —
susurré y me miró a los ojos—. Y tú me amaste con un rojo fuego que de
pronto, como un latido, se volvió azul —Presioné mi frente a la suya,
dándome cuenta de cómo el karma, el destino, me estaba castigando—.
Nunca quise que te dieras la vuelta y me dijeras que era tarde para
disculparse, pero tampoco hice lo necesario para no obligarte a hacerlo.
Bajó su mirada, ya que en ese momento nos habíamos separado unos
centímetros, y sus pestañas hicieron sombras sobre sus mejillas. Estaban
húmedas y lucían más espesas, enmarcando aquellos ojos miel que me
congelaban o derretían, según lo que ella quisiera.
—Mírame a los ojos, Isabella —pedí subiendo una mano a su espalda
hasta llegar a su nuca, tomándola de ahí para que me enfrentara. Sus uñas se
enterraron en mis hombros y noté la piel de su cuello erizándose. Al fin
estaba reaccionando a mí—. ¿No sientes nada ahora que te tengo entre mis
brazos? —Tragó con dificultad y se mordió el labio inferior, haciéndome
más difícil no besarla—. Porque puedo entender que tu cerebro me haya
olvidado, pero no acepto que tu corazón lo hiciera también.
—Me gustas —admitió—, eres peligroso y oscuro, y eso me está
atrayendo demasiado —Mi corazón se aceleró al oírla—. Y sé que me tengo
que alejar de ti, pero no puedo.
Su mano derecha hizo un recorrido por mi cuello hasta llegar a mi
mejilla, su caricia me congeló y más cuando, sin esperarlo, besó la comisura
de mis labios.
Había dejado la timidez a un lado y no supe cómo tomarlo.
—Tampoco pudiste en el pasado —susurré cerca de sus labios y luego
acaricié su mejilla con la mía.
—¿Y en el pasado también quise usarte? —indagó con cinismo y la miré
a los ojos. El brillo salvaje en ellos era como el que siempre tuvo para mí,
cuando fui solo Sombra para ella—. Porque eso me pasa en este momento,
no te amo, pero te deseo. —siguió, dejándome sin palabras—. Y la primera
vez que me di cuenta de ello, después de haber visto cada uno de los vídeos
de nosotros en la cama, me avergoncé, sin embargo, ahora no lo hago.
—¿Hablas en serio, White? —cuestioné incrédulo.
Alzó la barbilla con orgullo y mi respiración se volvió errática.
—Sí, LuzBel. Y lamento mucho si esperabas más de este momento.
Discúlpame por no poder sentir más de lo que deseas de mí. —Intentó
alejarse, pero la retuve.
—Yo puedo sentir por ambos —solté aferrándola más a mi cuerpo.
Esas palabras salieron solas de mi boca, sin pensarlas y sin arrepentirme;
provocando con ellas que los ojos de Isabella se desorbitaran y por unos
minutos ni siquiera respiró. Y cuando volvió a hacerlo, tomó una gran
bocanada de aire y sin decir nada me abrazó, escondiendo su rostro en el
hueco de mi cuello.
—No quiero decir las palabras equivocadas —Su voz fue amortiguada
por mi piel y me estremecí al sentirla tan cerca, sobre todo porque esa
declaración fue demasiado familiar para mí—. Sin embargo, deseo pedirte
algo y siéntete libre de hacerlo o no.
—Hazlo —la animé.
—Ya me mostraste por qué reconocí esa canción, ahora quiero que me
hagas revivir nuestra primera vez.
Puta mierda.
Admito que eso era lo último que esperaba, sin embargo, recordé que
conmigo ella siempre fue paraíso e infierno desde un principio. En mis
brazos nunca tuvo inhibiciones incluso cuando su experiencia no era
mucha, y me estaba volviendo a dar esa parte que escondía ante todos, pero
que no le avergonzaba mostrar en mi presencia.
Así que lo tomaría. No despreciaría nada de lo que quisiera entregarme,
aunque fuera solo para usarme.
—Ven conmigo entonces —demandé, siendo frío y seguro.
Volviendo a ser el hijo de puta ególatra que conoció.
La tomé de la mano y la llevé hacia el clóset de la habitación, que ella
misma redecoró. Este parecía otra recámara en la cual puso espejos por
doquier, demostrándome que, aunque fuera una mujer fuerte y letal, seguía
siendo femenina y vanidosa, además de astuta y sensual; pues no sería la
primera vez que estaríamos juntos en ese espacio.
Ya nos habíamos encontrado ahí en muchas ocasiones, follándonos
mientras nos veíamos en los espejos porque a ella le provocaba cierta
morbosidad de la cual se había hecho adicta.
—¿Qué haces? ¿Por qué aquí? —cuestionó en cuanto la coloqué de
frente al espejo y yo me quedé detrás de ella.
—Demostrarte por qué siempre viste el humo cuando este hijo de puta
con corazón de hielo estaba cerca de ti —respondí tal cual lo hice años
atrás, en aquel estudio de ballet—. Y porque aquí verás el fuego que
provocamos cuando estamos juntos —Ella se mordió el labio en cuanto
respiré en su cuello, arrastrando la nariz por toda la longitud de su piel,
embriagándome con su aroma corporal y el de la fragancia a vainilla—.
Eres ambrosía para mí, Bonita —susurré y lamí el lóbulo de su oreja.
Escuché su respiración acelerada y vi cómo tragó con dificultad.
—LuzBel —gimió y cerró los ojos.
Noté por el espejo que apretó la tela del vestido entre sus manos y sentí
mi erección crecer ante la imagen sexi e inocente que me regalaba.
—Abre tu vestido —ordené y me miró.
—¿Será sin sentimientos de por medio? —deseó aclarar y curvé mis
labios con perfidia, porque esa era una jodida diabla mezclada con el ángel
que antes tuve.
—Claro que sí, Pequeña —confirmé sin inmutarme—. Ábrete el jodido
vestido y quítatelo junto a los sentimientos —aconsejé y noté en su reflejo
que escondió una sonrisa.
—¿Siempre me ordenaste hacer todo? —inquirió, llevándose las manos a
los botones para comenzar a zafarlos de los ojales.
—No, hubo muchas ocasiones en las que hiciste lo mismo que estás
haciendo ahora, como una orden sin vocalizar para mí —confesé y noté que
eso le satisfizo.
Acaricié su brazo con dos de mis dedos y me deleité, una vez más, con la
combinación tan perfecta que su piel perlada hacía con mi piel tatuada.
Enseguida de eso lamí su cuello y la miré por el espejo, ella se mordió el
labio y detuvo lo que hacía, abriendo el vestido hasta la mitad.
—¿Y te hacía ver el humo? —Detuve mis caricias al escucharla,
sintiendo cómo mi corazón comenzó a golpear en mi pecho como un loco,
quedándome petrificado al reconocer ese brillo en sus ojos—. Responde,
Tinieblo —exigió—. ¿Lo veías? ¿Lo sigues viendo ahora?
La giré en su eje para que nos miráramos de frente y le acuné el rostro,
queriendo asegurarme que no estaba alucinando.
—¿Lo ves tú? —pregunté con la voz ronca, temiendo estar
equivocándome, ilusionándome con algo que necesitaba tanto como
respirar.
Y el desafío y desdén que oscurecieron su mirada consiguieron que
flaqueara.
—Tic tac —entonó con tanta vileza, que la piel se me erizó y temblé
cuando arrastró la mano hacia mi cuello—. Tic tac —siguió y apretó su
agarre ahí—. El reloj ha marcado que es mi turno para jugar, Luzbel.
—Puta. Madre —fraseé, titubeando, llevando mis manos hacia su nuca
para aferrarla a mí, presionando mi frente en la suya cuando terminó con
palabras, aquel último mensaje que me envió.
La piel se me había enfriado y jodidamente volví a estremecerme porque
con eso terminé de confirmar que era ella de nuevo.
Mi maldita reina.
La mujer que me hacía sentir poderoso ante el mundo, incluso cuando
me postraba a sus pies para adorarla.
Había vuelto, joder. Y no me importaba que fuera para hacerme comer
mierda.
—Entonces... ¿Habrá muchas noches para Hanna?
Me reí con su pregunta, porque era obvio que mi intento por hacerla
sentir celosa me saldría caro.
Capítulo 52
Corazón de hielo
Isabella

Me congelaron en el tiempo.
Me mantuvieron sumergida en la oscuridad.
Me hicieron retroceder y revivir dolores insoportables.
Me llevaron a un punto muy vulnerable en mi vida en el que fui blanco
fácil para mis enemigos.
Me arrebataron un hijo y consiguieron que olvidara a mis clones. A mi
tesoro más valioso.
Trataron de destruirme una vez más, pero de nuevo yo me estaba
reconstruyendo.
Resurgí, lo hice por medio de aquella canción que me marcó en el
pasado, pero también gracias a sus palabras. Esas que fueron mías y que él
hizo suyas sin vergüenza esa vez. Sin titubear ni dudar. Sin embargo, como
en cada tormenta a la que tuve que entrar antes, no salí siendo la misma
mujer que LuzBel tuvo a su merced en aquella cabaña.
Ya no era más la Isabella que por amarlo se sintió débil, todo lo
contrario, me sentí como la mujer más poderosa, a pesar de mi luto, porque
me estaba demostrando a mí misma que así me rompieran siete veces, yo
me reconstruiría ocho.
Volví dispuesta a proteger a los hijos que me quedaban, y esa vez sería
implacable, incluso con el hombre que amaba como jamás volvería a amar.
Al que seguiría amando con un corazón de hielo.
—Lo dije para provocarte —respondió LuzBel a mi pregunta sobre
Hanna, cuando me alejé de él.
Había llevado el juego de revivir nuestra primera vez hasta ese punto,
únicamente para darle una lección, pues quería devolverle la frialdad que yo
obtuve de él en el pasado, pero no lo culminaríamos, ya que como dije
antes: así lo siguiera amando con rojo fuego y ardiente, le mostraría uno
azul para que entendiera que no le perdonaría lo que me hizo en la cabaña.
Al menos no en ese momento, porque me sentía herida y quería sanar
sola antes de seguir lastimándonos.
—Debo suponer que has descubierto que sucedió algo más en mi
encuentro con tu padre, si no aprovechaste para asesinarme al tenerme
como la inocente White —repliqué y noté que se tensó—. Porque dudo
mucho que estuvieras actuando así únicamente por considerarme.
—Isabella, yo…
—Ve al grano, LuzBel —exigí al notar que aprovecharía para excusarse
y comencé a quitarme el vestido frente a él.
Fui capaz de sentir su mirada lamiendo cada centímetro de mi piel y mi
vientre se calentó, pues mi cuerpo también lo añoraba tanto como mi
corazón, pero él era consciente de que mi acción no era para provocarlo y
yo tenía los pies sobre la tierra, dispuesta a no dejarme llevar por mi deseo.
—Los drogaron —Carraspeó antes de seguir, en el momento que le di la
espalda y abrí la puerta de uno de los armarios, inclinándome para sacar
otro cambio de ropa—. A ti y a padre.
Me erguí con la espalda bien recta, apretando el vaquero en mi mano,
sintiendo la furia embargándome.
—Déjame adivinar —repliqué y me giré para enfrentarlo de nuevo—. La
recepcionista usaba una fragancia floral demasiado fuerte, tanto, que me
marea incluso recordarla —Él asintió y bufé una risa que no formé en mi
rostro.
Comenzó a decirme todo lo que mi élite le informó una semana atrás,
cuando me dejó en la habitación con mis clones y se marchó sin decir a
dónde. Y, aunque no teníamos la seguridad de si tuve relaciones sexuales
con Myles o no, al menos fue un alivio saber que nada pasó porque nosotros
queríamos.
Y vi en los ojos de LuzBel cuánto le mortificaba todo lo que me hizo por
creerme una traidora y, a pesar de que me sentía herida por ello, tampoco
me haría la víctima, pues sin justificarlo era consciente de que si yo lo
hubiese encontrado, con alguien de mi entera confianza, en la situación que
él nos encontró con su padre, posiblemente hubiera actuado igual o peor.
—¿Puedes organizar una reunión solo con mi élite y Myles? —pregunté
cuando estuve vestida de nuevo.
Opté por ropa cómoda, aunque sin perder la apariencia de chica tímida
que había estado teniendo esos días. Y ya antes habíamos acordado que de
momento no le haríamos saber a todos que recuperé la memoria para poder
contar con el factor sorpresa. Sin embargo, a mi élite no le ocultaría nada
porque eran los únicos en los que confiaba ciegamente.
—Antes quiero que Fabio te revise —puntualizó y alcé una ceja,
incrédula de que estuviera tomando las decisiones por mí—. Ódiame si es
lo que quieres, porque estás en todo tu derecho, White, pero eso no significa
que vas a alejarme de ti.
La determinación que utilizó me erizó la piel, pero no iba inmutarme.
—¿Y qué pasa si yo no te quiero cerca de mí? —indagué.
—¿Lo haces? —inquirió con recelo—. ¿No me quieres más cerca de ti?
—No, LuzBel —respondí sin vacilar—. Lo que ha sucedido entre
nosotros ha sido demasiado jodido, así que no te quiero en mi órbita, al
menos no como mi pareja sentimental, ya que como compañero de batalla
admito que eres excelente, sobre todo sabiendo que protegerás a nuestros
hijos incluso con tu vida —zanjé y vislumbré en su mirada el dolor que le
provocó mi frialdad, el mismo que yo escondí—. Y siendo sincera, te ves
mejor con Hanna —mentí y bufó.
En su relato, no dejó de lado que se acostó con esa maldita rubia y las
sospechas que tenían sobre ella. Algo que por supuesto me lastimó e
indignó; y más por el hecho de que yo les advertí de mi desconfianza, pero
prefirieron creerme una celosa. Aunque tampoco me equivoqué con eso, ya
que al final la hija de puta consiguió de nuevo lo que deseaba con él.
Lo recordara LuzBel o no.
—Esa mujer te calza a la perfección —añadí y sonrió con perfidia.
Podía jurar que se estaba mordiendo la lengua para no rebatirme y,
aunque no era lo que quería de él porque me acostumbré a que ambos nos
diéramos guerra incluso con palabras, disfruté de que en ese instante fuera
su turno para no defenderse.
—Como sea, White. Voy a convocar esa reunión, pero antes le pediré a
Fabio que te revise —dejó por sentado y me mordí la sonrisa, aunque la
borré cuando en dos pasos llegó hacia mí y me acunó el rostro—. Y me
calce quién me calce según tu opinión, nadie que no seas tú estará a mi lado
—aseguró y mi corazón aumentó los latidos en el instante que él presionó
su boca a la mía, dándome un beso seco y apretado.
¡Jesús!
Como una imbécil seguí su boca en cuanto se apartó, no porque quisiera
seguir besándolo, sino porque el impulso que tomó para alejarse de mí
provocó esa inercia en mi cuerpo. Aunque a él le satisfizo mi reacción y
sonrió de lado antes de marcharse del clóset, demostrándome cuánto gozaba
siendo ese cabronazo.
«Sinceramente, iba a ser muy difícil que te mantuvieras lejos de ese
Tinieblo de la manera que pretendías».
Joder. Ahí estabas de nuevo, maldita arpía.
Le reñí a mi conciencia porque en esas semanas no la escuché ni una sola
vez en mi cabeza. Ni siquiera al rogárselo siempre que LuzBel estuvo cerca
de mí, pues tenía la esperanza de que ella sí lo reconociera; pero no pasó, la
cabrona me abandonó igual que él, cuando más los necesité.
Y, aunque con mi memoria de regreso también hayan vuelto el dolor y el
resentimiento que sentía hacia LuzBel, no sería hipócrita al negar lo mucho
que me atrajo ese hombre cuando volví a conocerlo. Era como si la vida me
estuviera comprobando, de esa manera, que en esta y en las que me
quedaban por vivir, Elijah Pride sería mi único amor.
Pero eso no significaba que aceptaría la toxicidad que estuvimos
teniendo antes del ataque de Tess.
Ni él ni yo nos merecíamos eso, así que fuera como fuera, ambos íbamos
a tener que hacernos a la idea de que esa vez, sanaríamos por separado. No
más con sexo salvaje y apasionado, tampoco con nuestra guerra de palabras
y mucho menos con el poder que los dos teníamos.
Haríamos acopio de nuestra madurez nos gustara o no.
—Isa, qué bien te ves así —Detuve mi paso cuando escuché a Hanna.
Iba bajando de los escalones y ella saliendo de su habitación y…, mierda.
Fingir amabilidad con ella no sería fácil, pero tenía que dar mi mejor
actuación, ya que la tipa estaba demostrando ser inteligente, actuando como
una agua mansa esperando por el mejor momento para dañar. Sin embargo,
yo iba a demostrarle que en el arte del engaño, también podía salir bien
librada si me lo proponía.
«No recuerdo nada, White. Me pasó lo mismo la primera vez que estuve
con ella y, aunque han descartado que yo haya sido drogado, Serena
asegura que actúo como si lo estuviera en ese vídeo».
La confesión de LuzBel me encontró y evité entrecerrar los ojos al ver a
Hanna sonriéndome como si de verdad quisiera ser mi nueva mejor amiga.
«De hecho, ella ya creía que lo era».
Y una mierda que lo era.
Fingía muy bien, le daría ese mérito, ya que nadie podía ser tan buena
con la mujer que tenía la atención total de la persona que quería solo para
ella. Y, aunque la traté con educación cuando consiguió acercarse a mí
(porque Lee-Ang se lo permitió, una mañana que me encontró jugando con
los clones en el jardín), debido a que no la recordaba, llegué a sentir un
poco de recelo incluso desconociendo muchas cosas sobre la tipa.
Y no estaba celosa en ese instante, ya que LuzBel no me interesaba como
hombre por mucho que me atrajera, así que con certeza podía asegurar que
mi aversión por ella nada tenía que ver con él.
—¿Tú crees? —pregunté con voz amable y chillona como la suya—. Me
siento un poco insegura con este estilo, ¿sabes? —añadí y vislumbré a
LuzBel saliendo de su habitación.
Él se quedó de pie cerca de la puerta, entrecerrando los ojos al ver mi
interacción con su amiga.
—Te queda perfecto —halagó Hanna sin darse cuenta de nuestro
espectador.
—Gracias —musité con un poco de timidez y podía jurar que el Tinieblo
estaba sonriendo como un cabrón por eso—. Por cierto, tienes que darme el
secreto para que tu cabello brille tanto. Es muy bonito.
«Cuídate de no dar un paso en falso si no quieres quedarte calva».
Por fin tú y yo éramos una sola.
—Gracias —ofreció ella y me sonrió, entrelazando sus dedos, dejándome
ver esa manicura perfecta que siempre llevaba.
—Isabella, ¿estás lista? —preguntó LuzBel acercándose a nosotras.
Hanna lo miró cuando él llegó a mi lado y le sonrió ilusionada.
—¿Van a salir? —preguntó ella, actuando desinteresada.
—White tiene su cita médica semanal —explicó LuzBel por mí,
utilizando un tono de voz neutro.
—¿Esta vez no viene el doctor D’angelo aquí?
—No, él ha recomendado que la lleve al hospital para hacerle algunos
análisis de sangre.
Hanna asintió tras la respuesta que le dio LuzBel y después de eso deseó
que todo me saliera bien.
—LuzBel, no olvides lo que me prometiste —pidió la hija de puta con
tono amable, antes de que nos marcháramos, metiendo la cizaña con
sutileza.
—Yo cumplo lo que prometo, Hanna. Así que no te preocupes —le
aseguró él, regalándole una sonrisa.
Bufé sarcástica sin que ella me viera, aunque el cabrón sí que me
escuchó, pero no nos dijimos nada y seguí fingiendo que eso no me
importó; sin embargo, en mi cabeza iba imaginando todas las maneras en
las que quería dañar a esos dos.
—Tuve que ver para creer que sabes ser una hipócrita cuando te lo
propones —comentó cuando nos subimos a su coche.
—Yo en cambio no necesito ver nada para tener claro lo hijo de puta que
eres —largué y vi que se mordió el labio para no reír.
—Serena, Owen y Lewis van a encargarse de las copias mientras
nosotros nos reunimos con tu élite, padre y además Fabio —avisó,
cambiando de tema.
Me sentía más segura si mis hijos estaban siendo cuidados por uno de los
miembros de mi élite, pero no le quitaría mérito a los compañeros de él,
pues ya había comprobado que manejaban el nivel de mi gente a la hora de
proteger a nuestros hijos.
—¿Es tarde para incluir a Dylan y Darius? —sondeé y lo vi negar con la
cabeza.
—De hecho, ellos están aquí porque padre sugirió que los incluyéramos
—explicó y asentí.
Y no es que no confiara en mis hermanos, pero no negaría que después
de todo lo que pasé, tenía más conexión con los Sigilosos, por esa razón al
principio solo pensé en hacerle saber a ellos que volví a ser la mujer que
conocían. Sin embargo, en ese momento sentí la necesidad de incluir a
Darius y Dylan, y que Myles hubiera pensado también en eso me dio más
tranquilidad.
A Elliot se lo informaría luego de asegurarme de que Alice no era un
peligro, ya que con todo lo que supe, quería reconfirmar la lealtad de las
personas ajenas a mí.
—¿Fabio me revisará a donde me llevas? —quise saber.
—Entre otras cosas —Fruncí el ceño por su respuesta.
—¿Qué quieres decir?
—Pronto lo sabrás —dijo con tanta rotundidad, que no quise insistir.
Y me picaba la lengua por preguntarle qué carajos le había prometido a
Hanna y en qué momento, pero me tragué las palabras porque eso era algo
que ya no me importaba.
«No te sentía convencida de eso, Colega».
Pues me convencería a cómo diera lugar.
Nos quedamos en un silencio incómodo lo que duró el trayecto hacia el
búnker dentro del territorio de la mansión, pues reconocí el camino, así que
imaginé que nos dirigíamos hacia allí. Y no fue fácil, ni lo sería por un buen
tiempo y podía jurar que tampoco para LuzBel, puesto que era un hombre
que no callaba nada con respecto a nosotros, sin embargo, me estaba
demostrando que me daría el espacio que yo quería así le costara un
infierno.
—¡Dios! Al fin te dignas a llegar —largó Maokko, en el momento que
LuzBel entró a la sala de juntas donde nos esperaban, y sonreí.
Ella y Ronin habían demostrado más cuánto les afectó que los olvidara.
Y sabía que Caleb e Isamu estaban iguales, pero ellos siempre fueron los
serenos del grupo, así que escondieron su sentir cuando me reuní con cada
uno para conocerlos de nuevo, siendo Lee la que se encargó de llevar esos
encuentros.
—¿Por qué has pedido que nos reunamos con tanta urgencia? ¿Y por qué
no están los demás? —inquirió Dylan y supuse que se refería a los otros
Grigoris y los Oscuros.
—Porque yo así se lo pedí —respondí para ellos cuando entré a la sala de
juntas.
Todos los Sigilosos se pusieron de pie al verme y Dylan junto a Darius (a
quien vi hasta que entré) los imitaron, haciéndome sonreír por la acción.
Myles estaba sentado a la cabeza de la mesa y cuando mis ojos se
conectaron con los suyos, sentí el mismo alivio que sé que él experimentó.
—Estás de regreso —afirmé y solo en ese momento él se puso de pie.
—Como tú, hija —confirmó.
—Oh, por Dios —exclamó Maokko al darse cuenta de lo que ese cruce
de palabras entre Myles y yo significaba, y llegó a mí de inmediato.
Correspondí a su abrazo en cuanto ella me aferró a sus brazos y reí al
escucharla agradeciéndole a Kikuri-Hime, la diosa de la protección de la
cual decían que los Sigilosos éramos hijos. Y mientras Maokko me
mantenía ahí, miré a mis hermanos de La Orden.
Lee-Ang se cubría la boca con ambas manos, escondiendo su sonrisa.
Isamu y Caleb, aunque estaban serios, tenían gestos de felicidad. Y Ronin
dejó escapar una lágrima, queriendo parecer tan imperturbable como ellos.
Tras eso miré a Dylan y Darius, el primero se sostenía la cabeza,
sorprendido, mientras que el segundo sonreía aliviado.
—Por siempre y para siempre —exclamó Ronin con la voz ahogada.
—Nuestra reina Sigilosa. —Se le unieron los demás en japonés.
Incluso Maokko, quien me soltó hasta ese momento y me dejó ver sus
lágrimas. Y lo que me hicieron sentir con ese recibimiento fue como volver
a casa, a ese hogar con una familia unida que era capaz de dar la vida por
mí, tanto como yo por ellos.
Mis ángeles Sigilosos.
El regalo de mamá.
—Gracias —les dije con la voz ronca y miré a cada uno—. Por creer en
mí, más de lo que yo misma llegué a creer. Por no desistir sin importar lo
que los demás dijeran, sin señalarme por lo que vieron. Gracias por
respetarme a tal punto, que hicieron posible lo imposible.
También miré a Dylan cuando dije eso, porque LuzBel me había dicho
que él se unió a ellos.
—Tus ángeles, Pequeña dinamita —reconfirmó Darius, pues él leyó la
carta que mamá me dejó y la parte del diario en la que ella reiteró que los
Sigilosos serían eso para mí.
Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando le quitó el lugar a Maokko para
abrazarme, Dylan se le unió enseguida y solté un pequeño sollozo al
sentirme protegida entre ellos, al tener la certeza de que, aunque no crecí
con ninguno y no supe de sus existencias por mucho tiempo, el lazo que nos
unía era demasiado fuerte.
Cuando se apartaron de mí aproveché para saludar a mis demás
hermanos, dándoles un enorme abrazo a cada uno porque, aunque respetaba
sus reverencias, yo quería demostrarles lo agradecida que estaba con ellos
con mi demostración de afecto occidental.
—No vuelvas a ser la chica tímida, por favor —rogó Ronin cuando me
alzó del suelo con su abrazo—. Porque me intimidas más así, jefa.
Todos reímos al escucharlo. Y no decía mentiras, pues noté que cuando
estuvo frente a mí una semana atrás, no supo cómo interactuar conmigo y
pareció más tímido que yo.
—Creo que el Tinieblo también opina lo mismo —susurré en su oído y
rio cómplice, aunque su mirada hacia el tipo que decidió hacerse a un lado
para dejarme interactuar con ellos, delató que estábamos hablando de él.
—Gracias por creer en mí cuando nadie más lo hizo —dijo Myles en
cuánto me acerqué para abrazarlo—. Por ordenar que me sacaran de ese
infierno, por no darte por vencida incluso cuando eso te afectó más a ti.
—Y lo volvería hacer, aunque no espero que la historia se repita —
confesé y ambos nos reímos.
Tras eso tomamos asiento para hablar de lo que acontecía y, aunque
LuzBel se hizo a un lado para que mi gente me recibiera, regresó conmigo y
ocupó la silla a mi izquierda, mientras que Isamu se quedó a mi derecha.
Empecé a hablarles de lo que me llevó a recuperar los recuerdos y ellos
me pusieron al día de lo que estaba sucediendo. Tocaron el tema de Brianna
Less usurpando el lugar de Amelia como Fantasma y todas las dudas que
aún no habían conseguido resolver, hasta que fuimos interrumpidos con la
llegada de Fabio.
—Me alegra mucho tenerte de regreso —aseguró y me dio un abrazo.
Noté la tensión de LuzBel cuando vio eso, pero no dijo nada ni mostró
una mala reacción, todo lo contrario, saludó a Fabio fingiendo muy bien
que no le afectaba que el doctor de nuestro hijo se acercara de esa manera a
mí.
—Voy a revisarte y hacerte algunos análisis luego —avisó Fabio y asentí
—. Por ahora necesito ponerlos al tanto de ciertas cosas que he averiguado.
Le pusimos atención cuando comenzó a decirnos que lo desconcertó
mucho que los análisis de sangre de LuzBel no hayan arrojado ningún
rastro de droga, por lo que decidió recurrir a todo lo que estaba en sus
manos para descubrir qué le ocasionó al Tinieblo ese olvido, además de la
sed insaciable y el dolor de cabeza. Y, aunque todavía no podía asegurarlo
al cien por ciento, sí nos dijo que sus sospechas cada vez crecían con
respecto a que tanto Elijah como Myles pudieron haber tenido contacto con
un químico llamado Hypnosis.
—¿Qué es eso exactamente? —le preguntó LuzBel.
—Algo parecido a una droga que las élites de los gobiernos más
poderosos utilizan para doblegar a sus víctimas sin necesidad de emplear la
violencia —explicó Fabio—. Como el nombre lo indica, hipnotiza al
objetivo para hacerlo actuar exactamente como desea quien lo posee. Y no
cualquiera obtiene el químico, pues es algo altamente poderoso y reservado
para ciertas personas.
—¿Cómo sabes todo eso? —le preguntó Darius.
Fabio miró a Myles antes de responder y este asintió dándole su
autorización. Miré a LuzBel para saber si él sabía algo y con un leve
asentimiento de cabeza me indicó que sí, pero no tuve oportunidad de
indagar más porque el mayor de los D’angelo se puso de pie, y fue hacia la
puerta para abrirla.
—Pasen —pidió.
Segundos después vi entrar a Dominik junto a Amelia.
«¡Jesús! La reunión de hermanos estaba completa».
Carajo.
Miré a Amelia, lúcida luego de tanto tiempo. Y, aunque quise ponerme
de pie como lo hicieron LuzBel y los demás, no pude. Sin embargo, desde
mi lugar la miré seria y con un poco de aversión, ya que a pesar de lo que
vivimos en la clínica tiempo atrás, todavía seguía sintiéndome recelosa con
ella en mi entorno.
—Lía, Dominik, ¿qué hacen aquí? —preguntó Darius.
—Por ella he sabido todo lo que les he comentado hace un momento —
informó Fabio.
—Jefa —me llamó Isamu, queriendo confirmar si estaba de acuerdo con
la presencia de esa chica en la sala.
—Hija, deberías escucharla —recomendó Myles al darse cuenta de mi
actitud.
—¿Ahora sí sabes quién soy? —le cuestioné a ella.
«Perra».
No habíamos dejado de mirarnos y en ese momento Amelia alzó
levemente la barbilla, mostrando una sonrisa fantasma y tomando una
actitud que indicaba que a pesar de estar rodeada de mis Sigilosos, no se
inmutaría.
«Una actitud demasiado familiar para mí».
—La hermanita estúpida que no sabe escuchar consejos —desdeñó en
respuesta a mi pregunta.
«Oh, mierda. Otra perra».
Curvé mi boca con mezquindad y luego extendí el brazo, haciéndole un
gesto con la mano para que tomara asiento. Isamu acogió mi gesto como
respuesta y, aunque cedió, se mantuvo alerta a mi lado.
—¿No te parece que es de familia? —inquirí a Amelia.
Cada uno de los Sigilosos dio un paso hacia atrás, dejando la mesa libre
para Dylan, Darius, Myles, LuzBel, Fabio, Dominik y ella; colocándose en
lugares estratégicos que les permitirían actuar de ser necesario. Amelia notó
las posiciones de cada uno antes de sentarse y sonrió de manera más abierta
en ese momento, como un indicador de que no ignoraba lo que ellos estaban
haciendo.
«Cuidar tu espalda».
Como siempre.
—Qué sería de ti sin ellos —satirizó.
—Mírate en el espejo para que tengas una idea —devolví.
—Ya, chicas —pidió Dominik.
Él se había mantenido pendiente de lo que su novia hacía y cómo
actuaba. Además, noté que Fabio estaba en guardia, dispuesto a ser referí o
defensor, lo que se diera primero. Sobre todo con LuzBel a mi lado, quien
parecía ser otro Sigiloso más, cuidando mi espalda, desconfiando de la
presencia de Amelia.
—Sé que para ambas es difícil estar frente a frente después de todo lo
que han pasado, pero confío en que tienen la madurez para dejar de lado sus
resentimientos así sea por un momento —comentó Myles llamando nuestra
atención—. Isabella, ella está aquí porque yo lo solicité, ya que en estos
días ha sido una aliada para Fabio.
—También lo fue para mí, padre —le recordó LuzBel—, pero me hizo
aprender por las malas que no es de esas aliadas que siempre buscan
ayudarte sino más bien usarte.
Vi cómo a ella le dolieron las palabras del Tinieblo, aunque fue algo de
lo que solo me percaté yo además de Dominik. Y él iba a rebatir, pero
Amelia lo tomó de la mano pidiéndole de esa manera que se calmara, ya
que al parecer comprendía la actitud de LuzBel.
—Háblanos de Hypnosis —le pedí.
Myles tenía razón, no era fácil tenerla en mi entorno sin querer matarnos,
pues a ella le enseñaron a odiarme e hizo lo que estuvo en sus manos para
que yo la odiara, pero confiaría en mamá y en lo que vio en su hija.
Además, conocía a la perfección el trabajo de los D’angelo y su manera tan
apasionada de ayudar a sus pacientes, por lo que no dudaba que Dominik
había puesto todo su empeño para sacar a su chica de ese pozo oscuro en el
que la mantuvo su propia mente.
—Las pocas personas que saben sobre él lo consideran una droga, pero
en realidad es un componente altamente poderoso, que la élite más
peligrosa de este país ha estado utilizando durante años, para manejar a su
antojo a aquellas personalidades difíciles de comprar con dinero o incluso
poder —comenzó a explicar ella—. Lucius llegó a obtenerlo gracias a
Lujuria, uno de sus aliados de esa élite. Y fue el que yo utilicé en nuestra
madre el día que la asesinaron.
LuzBel había vuelto a sentarse a mi lado y en ese instante se atrevió a
entrelazar su mano con la mía en cuanto vio que apreté los puños,
enterrando las uñas en mi palma porque, aunque Amelia comentó sobre eso
el día que la visité en la clínica, no fue fácil que estando lúcida lo repitiera.
Sin embargo, la acción del Tinieblo sirvió para distraerme y dejé que ella
se siguiera explicando, descubriendo que no hipnotizó a mamá con ese
componente para dañarla, sino más bien para evitarle un sufrimiento más
grande.
—Por eso te dije que no te dejaras tocar —reprochó Amelia y recordé
sus palabras cuando me marché de su habitación en la clínica—. Cuando
Lucius descubrió que eres parte de La Orden y que esa organización fue
creada por mamá, supo de inmediato que ella entrenó a sus súbditos para
que no cayeran en las trampas que sabía que su ex marido utilizaba contra
sus enemigos, así que era obvio que estarías muy bien entrenada y no serías
un blanco fácil. Por lo que se dedicó a estudiarte por medio de tu gente
hasta saber exactamente cómo podría doblegarte. A ti y a los líderes más
importantes de Grigori —Miró a Myles y LuzBel tras eso.
Hypnosis era peligroso y poderoso por lo fácil y sutil de administrar en
las víctimas, pues bastaba con olerlo o tocarlo para que cayeran en una
hipnosis, a veces profunda y en otros casos ligera. También podía ser
ingerido por medio de comidas o bebidas, lo que nos puso alerta a todos, ya
que nos estábamos enfrentando a un enemigo invisible.
—Lucius tenía claro que no sería fácil llegar a ustedes si perdía a Jacob
como aliado, así que le ordenó hacer algo, pero desconozco el qué, para
conseguir que tú cayeras en la hipnosis con la cual te manejarían a su antojo
—explicó para Myles y el entendimientos surcó su rostro.
—Por eso él se mantuvo a mi lado antes de la emboscada en la que me
hirieron —dedujo.
Ya me había soltado del agarre de LuzBel, pero en ese instante deseé
tomarle la mano al ver lo mucho que le estaba afectando saber los alcances
de, a quien consideró su hermano, para jodernos de todas las maneras que le
fue posible.
—Joder, ha sido un estudio de mucho tiempo —comentó Dylan y supe
que a él también le estaba doliendo seguir descubriendo que Jacob incluso
muerto, siguió dañándonos.
—Llevado a cabo por David —aclaró Amelia—. Ya que solo él y Derek
tenían conocimiento de que Jacob era el traidor de Grigori, Lucius dejó todo
en manos de ellos, así que, aunque se lleve el mérito de la hazaña, tengan
claro que fue su hermano la mente maestra.
David Black nos estaba confirmando que siempre había sido el más
peligroso de los hermanos, pero lo dejamos a un lado por creer que
únicamente era un lamebotas, cuando en realidad fue esa vocecita que guio
a Lucius en sus atrocidades.
—Ahora sé que David y Derek siempre maquinaron todo a su favor,
hipnotizaron al poseedor de Hypnosis, sin que él se diera cuenta, y lo
manejaron a su antojo. Pero de una manera retorcida yo siempre fui la
debilidad de mi padre y, cuando ellos se dieron cuenta de que ni esa droga
haría que Lucius se deshiciera de mí, decidieron sacarme del juego y
hacerme quedar como la traidora más grande de los Vigilantes, porque
sabían que era de la única manera que él dejaría de considerarme como lo
más especial de su vida.
«¡Jesús! Si así trataba a quien consideraba especial, no quería imaginar
cómo era con quién le importaba un carajo».
Amelia siguió hablando sin ser interrumpida por ninguno de nosotros,
dejándonos cada vez más pasmados con todo lo que consiguió saber por su
cuenta en esos momentos que la creyeron más manipulable. Incluso se
atrevió a mirarme a los ojos y de esa manera me narró todo lo que
recordaba de aquel día en el que asesinaron a mamá. Y no puedo explicar lo
duro que fue saber que ambas pelearon a muerte contra un ejército para
poder escapar juntas, pero cuando se dieron cuenta de que solo una de ellas
tendría la oportunidad de huir si la otra se sacrificaba, nuestra madre no
dudó en hacerla correr.
—La habían acuchillado de muerte, así que ella sabía que por más que
corriera no alcanzaría a esperar por la ayuda. Y yo… —La voz se le quebró
ante el recuerdo que tuvo y tragué con dificultad el nudo en mi garganta—.
Yo no estaba dispuesta a dejarla atrás, no me importaba morir protegiéndola
hasta el último momento, pero mamá no lo aceptó y me obligó a huir, me
hizo prometerle que saldría viva de ese lugar y que no dejaría que mi padre
me destruyera. Me rogó que viviera por ambas y cuando me vio un poco
convencida me pidió que la tocara con lo último que me quedaba de
Hypnosis.
—Mierda —musitó Darius y se puso de pie, dándonos la espalda y
negando con la cabeza, porque él sí encontró a nuestra madre en su último
momento de vida y era consciente que la confesión de Amelia le dolía igual
que a mí.
—Creí que lo hice por mi cuenta, pero ahora que mi cabeza está un poco
más clara, he recordado que en realidad fue ella la que me pidió
hipnotizarla, porque sabíamos las atrocidades que le harían y no quería
darle el gusto a mi padre de escucharla gritar, o hacerla rogar.
Vi a Myles escuchando atento, con los ojos brillosos. Yo en cambio sentí
mis lágrimas rodar.
—Mamá sabía que el mayor deleite de ese malnacido era doblegarla con
violencia —musité con la voz gangosa.
—Y decidió morir a su manera, sin darle a él la oportunidad de
escucharla lamentarse —aportó Amelia y me di cuenta de que ella también
estaba llorando—. No busco tu perdón, Isabella —soltó de pronto—. No lo
merezco después de todo lo que te quité, pero sí quiero reivindicarme, con
los dos.
Miró a LuzBel tras decir eso y noté la tensión en la que él se había
mantenido.
—No puedo volver a confiar en ti —aclaró él y ella asintió, pues lo
comprendía después de todo lo que vivieron juntos.
—Confía en mí entonces —le pidió Dominik.
—Y en mí —habló Fabio.
—Tú sabes que ambos hemos tenido dos versiones diferentes de ella, así
que te pido que confíes en la que yo conozco y a la que me he aferrado
desde que ocupé tu lugar como Sombra —añadió Dominik.
—Y te doy mi palabra de que yo me encargaré personalmente de que no
vuelva a caer en la que tú conociste —aportó Fabio.
Amelia sonrió con burla, pero sentí en mi interior que fue hacia ella
misma porque estaba necesitando que esos dos hermanos intercedieran por
su persona, ya que perdió la credibilidad ante los demás gracias al
malnacido que la engendró.
—Yo no voy a confiar ni en ti ni en ellos —aclaré llamando su atención
—, pero lo haré en mi madre —Ella asintió de acuerdo e imaginé que era lo
que ya esperaba de mí—. Y sé que no será fácil ni para ti ni para mí,
Amelia, pero de mi parte estoy dispuesta a hacer lo que esté mis manos para
cerrar este ciclo contigo.
—Yo también, Isabella, por eso estoy aquí —señaló—. Para mí sería
fácil mantenerme en esa clínica y dejar que otros peleen la batalla por mí,
pero crecí luchando por mi cuenta y si debo morir, será de esa manera —
zanjó y sentí las miradas de todos puestas en nosotras—. Sin embargo, soy
capaz de admitir que no quiero pelear sola esta vez, por lo que deseo confiar
en las personas que mamá confiaba. Busco la oportunidad de contar con
ustedes —Miró a Darius tras decir eso y luego regresó a mí.
—Siempre he esperado por este momento, Lía —admitió Darius—. Por
el día en que te dieras cuenta de que tienes a un hermano dispuesto a
apoyarte en lo que sea necesario, para que consigas destruir las cadenas
invisibles que te mantienen atada a ese hijo de puta.
—Perdón por verlo hasta ahora —ofreció ella y a Darius le sorprendió, lo
que me dio a entender que Amelia jamás se mostró tan dispuesta y lúcida
como en ese momento.
—Si estás presta a ayudarme, yo también te ayudaré —acepté y entre su
mirada orgullosa vislumbré un poco de alivio.
—Elijah —lo llamó y me tensé por el tono de súplica en su voz.
Pero la tranquilidad y la confianza que Dominik demostraba en ella, me
hizo darme cuenta que él entendía que lo que Amelia sentía por el Tinieblo
ya no era amor ni obsesión. Al contrario, lo llamó y miró con la esperanza
de que LuzBel le diera la oportunidad de reivindicarse y resarcir el daño
que le hizo cuando estuvo sumida en su peor momento.
No obstante, Elijah era el más reacio de nosotros y no iba a culparlo ni a
juzgarlo porque así me haya hablado de lo que vivió con ella, solo él sabía a
la perfección lo que sintió y atravesó en sus días como Sombra viviendo en
aquel infierno.
—Te veo más lúcida de lo que alguna vez te vi, Amelia. Y soy capaz de
admitirlo, pero manipulada o no, me hiciste mierda y eso no me deja creer
en ti.
—LuzBel…
—No, por favor —le pidió Amelia a Dominik cuando él quiso decir algo.
—Sin embargo, he aprendido por las malas que no debo de creer siempre
en lo que veo —siguió LuzBel y, aunque no miró ni a su padre ni a mí,
comprendí que era por nosotros que llegó a ese entendimiento—. Así que
voy a darte el beneficio de la duda y si vas a luchar con nosotros y no contra
nosotros, entonces cuenta conmigo.
—Gracias. —El alivio en su voz al agradecerle al Tinieblo lo sentí
incluso yo, y me atrevía a decir que toda la sala también.
Dominik igual asintió en agradecimiento por lo que LuzBel estaba
haciendo y pensé en que a lo mejor, él y Fabio creyeron que la negatividad
de alguno de nosotros le afectaría a ella, por lo que los alivió que el
Tinieblo cediera, fuera por el motivo que fuera.
—A todos —reiteró Amelia y asentí en respuesta.
Acto seguido, ella siguió dándonos la información que poseía,
asegurando que Lucius y David estaban preparándose para darnos un golpe
mortal ahora que creían que yo estaba débil y Myles todavía encerrado. Y
esta vez utilizarían a todos los Vigilantes que antes fueron parte de la sede
de Aki Cho, pues eran considerados los más letales de la organización por
el entrenamiento riguroso al que el japonés los sometió durante años.
—Ninguno de ellos le teme a la muerte y eso los hace más letales y
peligrosos —constató y vi que LuzBel miró a Fabio, este le asintió,
confirmando que ella no mentía, pues él, así no fuera un Vigilante, sí fue
alumno de ese hombre.
«Y ya habíamos confirmado lo sádico que era».
Me estremecí al recordar la pelea entre él y el Tinieblo y, aunque esa solo
fue una demostración, salieron bien librados dentro de lo que cabía porque a
Fabio tuvieron que sedarlo.
—¿Sabes cuál es el denominador común que tienen los Vigilantes de
Aki? —le preguntó Amelia a LuzBel y este negó—. Que todos tienen
condiciones mentales que los hacen ser personas peligrosas para el mundo
—respondió.
Mi mirada buscó a Fabio sin poderlo evitar y él sonrió de lado.
—Luchadores letales y suicidas —comentó Dylan y ella asintió.
—Yo entrené durante una buena temporada con Aki Cho, así que sé
cómo lucha su gente —siguió Amelia—. Fabio tiene más conocimiento en
eso porque fue alumno de él durante muchos años, por lo que podemos
enseñarles lo que sabemos para que sepan a qué vamos a enfrentarnos —
ofreció.
—¿Crees que nuestras élites no van a poder con esos tipos? —sondeó
LuzBel.
—Terminaríamos sin la mitad de la gente si vamos a esa guerra sin
prepararnos —replicó ella—. Sinceramente, creo que tú acabarías sin élites,
ya que los únicos más capacitados para un enfrentamiento con ellos, son
estas gárgolas que nos rodean ahora mismo —Señaló a mis Sigilosos tras
decir eso y noté que a Maokko no le agradó el mote.
Isamu en cambio sonrió con desdén y Ronin alzó una ceja. Caleb y Lee-
Ang estaban detrás de mí, por lo que no los vi.
—Pero para una batalla como esa, no debemos contar solo con La Orden
del Silencio —dedujo Darius.
—No, necesitamos a Grigoris mejor preparados —respondió Myles.
—Y Oscuros —aportó LuzBel.
—¿Y tú? ¿Tienes una élite aún? —le cuestioné a Amelia y alzó la
barbilla con obstinación.
—No eran de mi total confianza, así que no —admitió—. Y tuve que
rescindir de los irlandeses luego del atentado perpetrado contra Cillian.
—Bien, entonces vas a unirte a la mía —puntualicé y ella alzó una ceja,
sorprendida de la decisión que estaba tomando.
—Dudo que sea porque confías en mí a ese punto —reflexionó y sonreí
con orgullo.
—Ya sabes lo que dicen, mantén a tus amigos cerca —Abrí los brazos
señalando nuestro entorno—. Y a tus enemigos más cerca —reiteré
mirándola.
Ella sonrió sin tomar mi declaración como ofensa.
—Voy a cuidar tu espalda, reina Sigilosa —aseguró sin apartar su mirada
de mí—. Voy a cumplirle mi promesa a mamá.
Me estremecí con sus palabras porque le creí.
Malditamente creí que no me estaba manipulando.
Capítulo 53
Un rayito de luz
Isabella

Cuando dimos por finalizada esa reunión, Myles le ofreció a Dominik y a


Amelia que se mudaran a una casa que tenía dentro de los terrenos de la
mansión. Era pequeña, pero contaba con un granero en el cual podríamos
entrenar para aprender esas nuevas técnicas que ella y Fabio manejaban
mejor que nosotros.
Y la noté un poco reacia ante el ofrecimiento, o más que eso,
avergonzada de tener que recurrir a quienes fueron sus enemigos para que la
protegieran; y podía jurar que si hubiese sido solo por ella no habría
aceptado, pero tenía una hija y por esa niña cedió a la ayuda de Myles.
—He estudiado muy bien a tus élites —dijo Caleb para LuzBel antes de
que nos marcháramos—. Y podemos confiar en ellos, linda —Me miró tras
la declaración—. Sin embargo, aunque lo recomendable es que todos nos
entrenemos, yo sugeriría no decirles la nueva razón para hacerlo y seguir
manteniendo en secreto la recuperación de tus recuerdos. De esa manera
evitaremos fugas de información y que algún Grigori u Oscuro muera.
LuzBel curvó la boca con sarcasmo por lo que la declaración de Caleb
significaba, pero no rebatió porque estaba de acuerdo con él por mucho que
confiáramos en su gente.
—¿Has debatido con los demás lo que te comenté? —le preguntó el
Tinieblo al rubio y me sentí un poco fuera de lugar al no saber de lo que
hablaban.
—Hanna buscó anoche a LuzBel para pedirle que la saque de la mansión,
ya que sin Eleanor allí se siente secuestrada —explicó Caleb para mí.
—¿Por eso te pidió que no olvides tu promesa? —sondeé para el
Tinieblo.
—Sí y supuse que no te importaba, por eso no me preguntaste nada —
rebatió él y lo miré con los ojos entrecerrados.
—Lo hablamos con Myles —comentó Caleb, previniendo una discusión
entre LuzBel y yo—. Él quiere regresar a su casa y si ahora vas ocultar lo
de tus recuerdos, pues consideramos que es buen momento para darle a la
chica una libertad fingida.
—No le daré la oportunidad para que le comente a nadie más sobre mis
hijos —zanjé.
—Sugieres entonces que la asesinemos —indagó Caleb, pero no
consiguió esconder la sonrisa de mí, lo que me indicó que estaba
bromeando.
—Si a su chico no le afecta —satiricé mirando a LuzBel.
—No, Pequeña cabrona, no me afecta —aseguró él con un gesto siniestro
y sensual. Y sin esperármelo se acercó más a mí para susurrar en mi oído—.
Me excita la idea de que le cortes la garganta y luego me folles sobre su
sangre para dejar claro que soy tuyo.
«Puta madre, Colega».
El maldito sonrió de lado cuando se separó de mí y se dio cuenta de que
me había dejado sin poder respirar, pues por muy hija de puta que me
considerara yo misma, imaginarme haciendo algo tan retorcido como lo que
él hizo con Caron, para luego reclamarme como suya, seguía siendo
enfermo.
«Pero aun así te excitaste».
Mierda.
—¿Qué… —carraspeé antes de terminar la pregunta—, qué sugieres? —
me dirigí a Caleb y sentí la mirada divertida de Elijah en mí.
—Preparar el apartamento de LuzBel para que regrese allí —respondió
mi compañero y por su gesto de no querer sonreír, supuse que imaginó la
índole de lo que el susodicho me susurró—. Hasta el momento la chica ha
demostrado que únicamente ha estado en el lugar equivocado, o en el
correcto según quien lo vea —El Tinieblo bufó al escuchar a Caleb.
Lo que sugerían no era del todo malo, pues yo quería a la tipa lejos de
mis hijos sin descuidarme de ella, ya que así fuera solo una sospechosa y no
existieran pruebas en su contra de nada, porque lo sucedido con Myles sí
pudo haber sido una agresión debido a que lo manipularon, prefería no bajar
la guardia.
Y al parecer, LuzBel opinaba lo mismo.
Y no me dejé cegar por los celos, vi más allá de ellos sin pensar en que él
buscaba un lugar en el que solo pudieran ser los dos con la privacidad para
hacer lo que se les diera la gana. Ya que al final también aseguró que dejaría
que Cameron y Owen siguieran encargándose de vigilarla, aunque según
Hanna únicamente la protegerían de la furia de Lucius.
—¿Quieres regresar ya a la mansión? —me preguntó cuando nos
quedamos solos.
Amelia, Dominik y Fabio charlaban algo con Darius, Myles y Dylan.
Lee-Ang había regresado a la casa con Ronin. Y Maokko me esperaba con
Isamu.
—Volveré con ellos —avisé, señalando con la barbilla a mis compañeros
—. Adelántate si deseas para que te encargues de tu amiga.
—White —Su tono de advertencia fue claro y negué con la cabeza.
—Lo digo en serio, LuzBel. No pretendo provocarte —aclaré—.
Encárgate de ella para que crea que le cumpliste tu promesa, será más
creíble si se lo dices tú.
—Perfecto, te veo luego —aceptó.
Se marchó sin más tras eso y yo sentí una opresión en el pecho.
«Y si no pensabas dar marcha atrás con tu decisión de alejarte de él, eso
solo empeoraría, Compañera».
Sí, era consciente de eso.
—Se llama Leah —me giré para ver a Amelia cuando la escuché y fruncí
el ceño al no comprender—, mi hija. La bautizamos con el nombre de
mamá.
La sensación que experimenté fue agridulce, pues me dio tristeza que
mamá no estuviera presente para conocer a sus nietos.
—Es hermosa —dije, pensando en cuando cargué a la nena en mis
brazos y en todos los vídeos que Dominik nos había mostrado de ella.
—Como tus hijos —aseguró y no supe qué decir, pues seguía siendo
extraño tener una conversación medianamente normal con ella—. Dominik
me mostró el vídeo que ellos le enviaron a mi pequeña —confesó. Él me
había pedido autorización para hacer eso, pues los clones se morían de
ganas por saludar a la bebé creyendo que podría responderles—. Ambos,
pero sobre todo Daemon, tiene suerte de tener a una madre como tú.
Comprendí que se refería a la condición que ella y mi hijo compartían, a
la diferencia que se marcaría porque nosotros lo tratábamos lo mejor que
nos fuera posible, para que la bipolaridad no afectara la vida de mi bebé.
—Sabes bien que mamá habría hecho todo por ti si…
—Lo hizo, Isabella. Dentro de lo que estuvo en sus posibilidades ella me
ayudó y estoy segura de que si no hubiese muerto, habría seguido luchando
hasta rescatarme de las garras de ese demonio maldito que me tocó como
padre —aseguró y sentí una punzada en el pecho—. Pero, para mi mala
suerte, tengo más recuerdos tuyos como madre que de mamá conmigo —
Tragué al saber que se refería a que siempre supo dónde estaba y me
protegió en la misma medida que me dañó—. Eres todo lo que quiero ser y
no puedo, lo que una vez quise y Lucius me negó, pues no solo te pareces a
Leah Miller en lo físico, también heredaste su fortaleza y valentía.
Me reí cuando dijo eso, puesto que a pesar de que fue mi verdugo y mi
Némesis, yo también sabía que ella era una mujer valiente, fuerte y
resiliente. Lo comprobé por nuestra madre, por lo que Darius me habló de
Amelia y por las cosas que Dominik también me confió.
—No me adules tanto, Amelia, porque tú también eres una Miller y lo
has dejado claro en muchas ocasiones —zanjé—. Ni ella ni nosotras fuimos
víctimas, hemos sido guerreras forjadas con fuego y sangre, así que hay que
dejarlo claro —recomendé.
Se irguió en toda su estatura y alzó más la barbilla, aceptando mis
palabras de una manera que quizá nunca lo hizo, porque jamás se las dijo la
persona a la que de manera retorcida siempre admiró.
«Vaya ironía. Cómo la admiración se escondió detrás de la envidia».

Había visto a Elijah únicamente en los entrenos que teníamos en el


granero de la casa en la que se instalaron Amelia, Dominik y su hija. Luego
de eso cada uno tomaba su camino y por Lee-Ang me enteré de que veía a
los niños siempre que yo no estaba cerca, algo que no sabía cómo tomar,
aunque agradecía el espacio.
Hanna ya estaba instalada de nuevo en el apartamento y me enteré que
los Oscuros hacían rotaciones para acompañarla, protegerla y vigilarla. Sin
embargo, el Tinieblo mantenía su distancia con ella.
«Y eso también lo agradecías».
No sería hipócrita al negarlo.
—¡Mierda! —chillé cuando caí sobre la estera, luego de que Amelia me
tumbara con su jyo[19].
Teníamos una semana de estar entrenando arduamente y los cardenales
en todo mi cuerpo daban fe de ello.
Ese día habíamos pasado a la fase más importante y por fin nos
enfrentaríamos a uno de los guerreros más letales que tuvo Aki Cho: Fabio
D’angelo. El maestro Baek nos acompañaría ese día (aunque todavía no
llegaba al granero), pues arribó al país luego de que le comentara sobre lo
que estaba pasando con Amelia y toda la información que ella nos dio, tras
recuperar mis recuerdos.
—En lugar de estarte comiendo a LuzBel con la mirada cada dos por
tres, concéntrate en cuidar tu jodida espalda —me amonestó Amelia y
negué con la cabeza, frustrada porque esa técnica que me enseñaba me
estaba costando más de lo que imaginé.
—No me lo estoy comiendo con la mirada —reproché.
«Sí lo hacías».
No seas metida.
—Claro, tampoco yo me como con la mirada a Dominik —satirizó ella y
negué, aunque no pude ocultar un amago de sonrisa—. Tú también, china,
deja de embobarte con Marcus.
—No me llames china, hija de puta —espetó Maokko. Amelia rio y
aprovechó el enojo de mi amiga para atacarla también.
Había notado que le gustaba llevarnos al límite y arremetía contra
nosotras para ver qué tal funcionábamos bajo esa presión.
—Tu nombre es muy feo y además, ¿qué diferencia hay entre un país y
otro? —la siguió chinchando Amelia.
Maokko consiguió hacer un movimiento que la otra chica no esperaba y
la hizo caer a la lona, poniendo el bokken sobre la garganta de esta.
—Mucha cultura, creencias, idioma, comida…, así que mejor edúcate,
maldita provocadora —largó Maokko, orgullosa por esa pequeña victoria.
—Vaya que eres de humor frágil —siguió Amelia, poniéndose de pie de
nuevo.
Seguimos entrenando con la música de Believer de fondo. La canción
parecía ser la favorita de Fabio, ya que no faltaba en nuestros días de
entrenamiento. Él en ese momento se enfrentaba a Dominik y Elijah y
admito que varias de mis distracciones se debieron a este último, pues me
era imposible no admirar la gracia y letalidad con la que se movía en cada
ataque.
Caleb, Dylan y Marcus luchaban entre ellos, igual que Isamu con Darius
y Lee-Ang con Ronin.
Las otras élites también habían estado teniendo sus entrenamientos,
aunque con Dylan, Isamu, Marcus y el Tinieblo como instructores, para
enseñarles las nuevas técnicas que ellos aprendían en ese granero.
—En el caso que debamos enfrentarnos a una batalla como la que
tuvimos hace más de un año, debemos tener presente que esta vez no será
tan fácil, ya que la gente de Aki es la más letal. Y puedo asegurar que estos
ya enseñaron sus técnicas a los Vigilantes de David y Lucius —explicó
Amelia para todos en uno de los descansos que tomamos.
Siguió diciendo que entre las filas de esos tipos había tres que eran
considerados los más peligrosos de todos, y estaba segura de que Lucius
nos los enviaría a ella y a mí sin dudar, para acabarnos lo antes posible, por
lo que debíamos prepararnos para eso.
—¿Alguna vez han escuchado hablar de los tridentes dentro de las
peleas? —preguntó a nuestra élite y negamos—. Es simple, se trata de
luchar en tríos contra un oponente, pero tratando de ser sincronizados como
en un baile.
—La danza de la muerte —comentó Lee, recordando las enseñanzas de
sensei Yusei.
Ella, Maokko y yo ya habíamos luchado de esa manera en varias
misiones, en algunas ocasiones también lo hicimos con Salike incluida.
—Exacto —le respondió Amelia a Lee—. ¿Debo suponer que ya han
luchado así?
—Lo hicimos también en cuartetos, cuando nuestra compañera Salike
vivía —informé yo.
—¿Tú ya has peleado así? —le preguntó Isamu y Amelia negó.
—Para eso debe existir demasiada confianza, pues la persona que te
cuida la espalda también puede apuñalarte —explicó ella, dejando claro que
jamás tuvo a alguien en quien confiara de esa manera—. Sin embargo,
debido a que Lee-Ang es la encargada de proteger lo único con lo que nos
podrían doblegar, pienso que podría unirme a ustedes.
—¿Eres tan suicida de arriesgarte de esa manera? —ironicé yo cuando
me señaló a mí y a Maokko.
—Me pregunto lo mismo, porque esta china tiene ganas de meterte este
bokken por el…
—¡Joder! Si se tratara de pelear con palabras, con ustedes tres estaríamos
bien protegidos —se burló Darius, cortando lo que Maokko diría.
—Te apoyo totalmente —acotó Dylan.
Vi a los demás sonriendo, a excepción de Elijah. Él simplemente
estudiaba nuestras interacciones sin perderse ni un detalle y siendo sincera,
me ponía nerviosa que fuera así.
—Volviendo al punto, sí. Soy ese tipo de suicida, así que andando. Es
hora de que mi cuñado demuestre lo que sabe hacer con tres mujeres.
—Che cazzo, cuore mio?![20] Harás que mate a mi propio hermano —se
quejó Dominik por la sonrisa comemierda que Fabio nos dio cuando
Amelia dijo tal cosa.
Amelia le guiñó un ojo con malicia a su chico y este negó divertido. Por
inercia yo busqué con la mirada a Elijah y lo encontré todavía serio, con
una expresión asesina porque era obvio que vio la reacción de Fabio.
«Parecía que quería llevarte a algún lugar donde solo fueran ustedes dos,
para demostrarte lo que él sabía hacer contigo».
Puta madre.
Sentí calor con las cosas que imaginé. Parecía que mi abstinencia
comenzaba a pasarme la factura.
Menos mal el maestro Cho entró al granero en ese instante, acompañado
de un súbdito de su confianza, ganándose mi atención, aunque no lo
saludamos porque Maokko y Amelia llegaron a mi lado, preparadas para la
batalla que se avecinaba cuando Fabio se posicionó frente a nosotras,
dispuesto a demostrarnos lo que sabía hacer con tres mujeres.
—¿Listas? —preguntó él.
Amelia estaba a mi lado izquierdo y Maokko al derecho, un paso atrás de
mí, formando de esa manera las puntas del tridente.
—No te prives de nada —le sugerí a Fabio.
—Ataca como si nos quisieras hacer pedazos.
—A ella sobre todo —recomendó Maokko tras lo que Amelia pidió y me
reí.
Darius hizo sonar una corneta, porque sí, nuestro querido hermano
comportándose como uno de mis clones, había llevado dicho objeto para
según él, darle emoción al entrenamiento. Ante el sonido estridente Amelia
fue la primera en irse sobre su cuñado y atacarlo con potencia. Sin embargo,
Maokko al percatarse de que Fabio estaba atento al ataque, y que se preparó
para derribar a la chica, fue la siguiente en arremeter y evitó que tuviera
éxito con su cometido.
La forma en la que el hombre peleaba era sucia, sin honor, pero eficaz
para detener a su objetivo.
Me uní a ellas, tras un breve análisis, para vencerlo con las técnicas que
habíamos aprendido (algo que no iba a ser fácil) y Amelia me gritaba a cada
momento que me cuidara la espalda y el pecho debido a la lesión de bala.
—¡Vamos, White! —escuché a Elijah gritándome en un momento que
Fabio me lanzó a varios pies de distancia.
Marcus y Dylan trataban de contenerlo para que no se metiera a
defenderme y eso me causó un poco de gracia, aunque no me reí porque
sentía la comisura de mi labio partida, obsequio de un cabezazo que Fabio
me dio, pero no porque quiso sino por los movimientos violentos de la
batalla.
—¡Hijo de puta! —gritó Maokko en japonés cuando a ella también la
lanzaron.
Pero, a pesar de sentirnos cansadas y adoloridas por los golpes recibidos,
no nos dábamos por vencidas. Y, en cuanto Amelia logró encaramarse en el
cuello de Fabio para hacerle una llave de sumisión, Maokko y yo vimos
nuestra oportunidad. La asiática lo golpeó en el estómago y yo me lancé a
sus tobillos, consiguiendo que el enorme guerrero cayera de bruces.
Amelia tuvo el tiempo suficiente para bajarse de él, amortiguando el
aterrizaje con sus dos pies y antes de que Fabio consiguiera sacarnos la
vuelta una vez más, las tres pusimos nuestras armas de madera en diferentes
partes vitales de su cuerpo.
Demonios.
Era la primera vez que a Maokko y a mí nos costaba derribar tanto a un
oponente. Y no me daba vergüenza admitir que sin Amelia no lo habríamos
conseguido, ya que fue su manera de pelear, igual a la de Fabio, la que nos
dio la ventaja.
—¡Mierda! —Ese quejido ahogado y muchas maldiciones más, salieron
del letal guerrero que yacía en la lona.
Jadeando y agitadas como nunca, escuchamos que una persona atrás de
nosotras aplaudía, y en cuanto nos giramos en busca del causante del
sonido, encontramos al maestro Cho celebrando nuestro triunfo. Pronto
cada uno de los presentes se fue uniendo y sentí mis mejillas calentarse
porque no esperábamos eso.
—Poseidón jamás imaginó que un día, habría un tridente más letal y
poderoso que el suyo —alabó y como siempre lo hacíamos con Maokko,
nos inclinamos hacia él con respeto, Amelia se nos unió sin dudar y la
miramos un tanto sorprendidas—. Fabio es uno de los guerreros más
mortales que mi hermano tuvo y las tres lograron derribarlo, no solo con
fuerza y agilidad, sino también con inteligencia y unidad. Y para destruir a
un enemigo de esa índole, se necesitan guerreros poderosos.
—Gracias —respondimos las tres al unísono.
Para ese momento, Fabio se había puesto de pie con la ayuda de
Dominik y nos miraba con orgullo, y muy adolorido.
—Dahlia Amelia Miller, tu madre nunca dudó de que eras una guerrera
auténtica y leal —prosiguió el maestro observándola—. Mi querida amiga y
compañera líder soñó con verlas luchando como las Sigilosas que ambas
son, pero los planes de la vida no siempre se alinean con los nuestros —Le
hizo una señal de mano a su súbdito y vimos a este acercarse con algo en
las manos—. Sin embargo, yo le prometí que si ella no podía, yo haría esto
para honrarla.
Me tensé cuando reconocí lo que tomó de las manos de su hombre de
confianza. No fue una tensión mala sino todo lo contrario. Y recordé lo que
leí en el diario de mamá.
Y no sabía si Amelia también se dio cuenta de lo que el maestro tenía ya
en sus manos, pero sí noté que tragó con dificultad cuando él se acercó a
ella.
—Leah creó La Orden como una organización para redimirse, creyendo
fervientemente en lo lejos que llegaríamos —siguió el maestro cuando
estuvo frente a Amelia—. Y en varias ocasiones usó estás palabras: Un día,
Dahlia también se redimirá con los Sigilosos e Isabella terminará de poner
el mundo a sus pies, porque creo en ellas y sé que juntas liderarán mi
legado como las reinas guerreras que son.
Alcé la barbilla para clavar mi vista al frente, mi mirada volviéndose
borrosa al escuchar a mi maestro repitiendo las palabras de mamá. Noté de
soslayo a todos los Sigilosos en posición de descanso, pero con el puño
sobre el corazón y los imité. No lo hice solo por hacerlo, fue por aceptación
y respeto, y Maokko a mi lado actuó igual.
—Maestro —susurró Amelia con la voz ahogada cuando él puso el
uniforme negro y el tahalí del mismo color en sus manos—, yo no lo
merezco.
—Tu madre tampoco lo hacía, pero luchó para merecer todo lo que
consiguió —reiteró él—. Honra de ahora en adelante el legado que la reina
Sigilosa original te dejó, porque tú siempre has pertenecido aquí, Dahlia,
solo tenías que encontrar el camino de regreso.
Dejé rodar un par de lágrimas cuando la escuché romperse y abrazar el
uniforme en su pecho, imaginando que para ella no era fácil que le dieran
un lugar de esa manera, después de luchar durante toda su vida para ganarse
uno con el malnacido de su padre.
—Honra a tu madre, rosa de fuego —me pidió el maestro en japonés,
utilizando por primera vez ese mote.
No lo dudé en ese momento.
Me coloqué frente a Amelia en cuanto el maestro se hizo a un lado y
tomé el tahalí que ella abrazaba. Me miró estupefacta, pero ninguna de las
dos dijimos nada hasta que se lo coloqué sobre la cabeza como símbolo de
aceptación.
—Sigilo —empecé a recitar—, justicia —seguí cuando pasé una parte
del tahalí por su brazo derecho— y piedad… —añadí al cruzarlo del otro
lado, en su brazo izquierdo.
—Hacen a una silenciosa de verdad —terminó ella con la voz más entera
que su estado.
Ambas tragamos con dificultad cuando escuchamos a todos los Sigilosos
golpeándose el pecho con sus puños. Y el brillo en sus ojos me indicó que
por primera vez, ella se estaba sintiendo en casa.
—Por siempre y para siempre —entonó el maestro Cho.
—Las reinas Sigilosas —añadieron los demás.
—Bienvenida a La Orden del Silencio, Dahlia negra —expresé yo.
Por eso su uniforme era negro, y el emblema de su tahalí una flor de
Dahlia, porque mamá la bautizó así.
«Su Dahlia negra junto a su rosa de fuego, al fin juntas como ella soñó».
Dispuestas además, a ser un auténtico yin-yang.
Mis clones continuaban enseñándome muchas cosas, a pesar de que a
ellos les mostré que los recordaba, y era hermoso verlos comportarse como
chicos grandes.
Aiden todas las tardes me leía su preciado libro de figuras (que Maokko
le regaló en su cumpleaños) y me sorprendí cuando entendí que la historia
trataba sobre una bonita relación de amor. Mi curioso la comprendía a la
perfección guiándose por los dibujos bien detallados, e incluso usaba
diferentes interpretaciones cuando me narraba lo que veía, demostrando con
eso que sería un lector empedernido igual que su maestra.
Daemon por su lado disfrutaba enseñándome a armar rompecabezas,
constatando que cada vez se volvía más diestro con eso, mientras que yo
apestaba y me desesperaba cuando las piezas no encajaban, por más que
parecieran ser las correctas. Sin embargo él, en sus días buenos era muy
paciente e insistía conmigo hasta que juntos conseguíamos armar enormes
paisajes, gozando de la satisfacción de haberlo conseguido.
Había días en los que solo los observaba, recordando lo mucho que me
dolió haberlos olvidado cuando reaccioné de aquel coma; lo que me frustró
escucharlos llamándome mamá y que yo no pudiera recordar sus pataditas
en mi vientre y todo el proceso de mi embarazo. Y cuando eso pasaba,
terminaba con una mano sobre mi abdomen, sufriendo el luto por ese bebé
que perdí, ya que, aunque no supe de mi estado hasta que fue tarde, igual
me lastimaba saber que tuve la oportunidad de ser madre de nuevo y me la
arrebataron.
Tess seguía pagando por eso en Tokio, pasando sus días en el monasterio
que manejaba el hermano de sensei Yusei. La habían trasladado hacia allí
por petición de Myles, quien por supuesto intercedió por su hija. Y yo
acepté porque ya habíamos sufrido lo suficiente como para ser la causante
de provocarle más dolor a él.
Y tenía conocimiento de que todavía no hablaba con Eleanor para aclarar
las cosas, pues igual que yo, Myles había decidido concentrarse en lo que
sucedía en la organización y la amenaza de un nuevo ataque de Lucius,
antes que las situaciones sentimentales.
—Envidio a ese perro. —No tenía que girarme para reconocer al dueño
de esa voz.
Yo estaba en ese momento en la habitación con mis hijos, viendo a cada
uno hacer lo que más le gustaba, con el cachorro a mi lado. Este tenía la
cabeza en mis piernas, disfrutando de las caricias que le hacía por las orejas
peludas.
—No tendrías por qué —satiricé y Elijah comprendió el sentido de mis
palabras.
Me fulminó con la mirada y antes de reírme, me concentré en ver cómo
el cachorro alzó la cabeza para mirarlo y le movió la cola, yendo hacia él
enseguida para que también le diera una dosis de cariño.
—Papito, ven a leel tonmigo —lo invitó Aiden al verlo. Daemon también
se acercó a él y alzó sus brazos para que Elijah lo cargara.
El cachorro regresó conmigo para que siguiera acariciándolo y mientras
volvía a consentirlo con eso, miré al Tinieblo interactuar con nuestros hijos.
En mis días sin reconocerlo, viéndolo actuar con los clones, me di cuenta
de que nuestra historia no pudo haber sido tan mala como él aseguró, si era
capaz de cambiar tanto cuando estaba a nuestro alrededor, pues seguía
mostrándose implacable con el mundo, no obstante, en cuanto entraba a la
órbita que creábamos los cuatro, era un hombre totalmente distinto. Sin
miedo a mostrar sus sentimientos.
—¿Quieren ir a visitar a una princesa? —preguntó y ambos chicos se
emocionaron, gritando un fuerte «sí» al unísono.
Los animó a que fueran por sus abrigos y botas, ya que la noche anterior
había nevado, y lo vi sonreír mientras veía a nuestros hijos eufóricos por
volver a ver a la pequeña Leah, a quien habían conocido personalmente esa
semana.
—Quisiera que tú también cedieras así de fácil —soltó en cuanto nos
quedamos solos y quise matarlo porque se refirió al cachorro de nuevo en
mis piernas.
«Mentiras no decía, eh».
Metida.
—No soy una perra —repliqué sin alzar la voz para que los niños no me
escucharan.
«Sí lo eras, pero en otro sentido».
—Yo tampoco soy uno —se defendió.
Punto para él.
—Bien, lo siento —ofrecí, sabiendo que también me pasé al compararlo
con un perro.
Disimulé mi nerviosismo cuando llegó cerca de mí y se sentó a mi lado
para acariciar al cachorro.
—Yo también —murmuró él—. Lo siento por todo, White.
Me miró a los ojos y me estremecí.
Seguíamos sin interactuar a menos que fuera en los entrenamientos, o en
las juntas que teníamos con parte de nuestras élites, y en lugar de ser más
fácil se tornaba cada vez más difícil tenerlo cerca y sentirlo tan lejos.
Pero continuaba creyendo que era lo mejor y dispuesta a sanar por mi
cuenta, sin embargo, cuando rara vez existían momentos como ese, en el
que la distancia entre nosotros era tan escasa y su fragancia me embriagaba
igual que su presencia, me preguntaba si podríamos volver a intentarlo,
porque, aunque él no insistiera y respetara mi espacio, sabía que seguía
deseando estar conmigo, que se moría de ganas por ir a mi habitación y
hacerme suya para que entendiera que nada volvería a ser tan perfecto como
cuando estábamos juntos.
Lo sabía porque lo escuché hablando con Laurel por teléfono, sin que él
se diera cuenta, y a ella le confesó todo eso, pero además añadió que si
respetaba mi decisión era porque también seguía siendo consciente de que
el daño entre nosotros de momento era irreparable, por eso se castigaba a sí
mismo estando cada vez más lejos de mí.
—Estás preciosa hoy —halagó y apreté los labios para no sonreír porque
todavía me encontraba en pijama, así que no le creí.
—Eres tan mentiroso —acusé—. Estoy en pijama y ni siquiera me he
peinado; me lavé el rostro y con ello corrí más los restos de maquillaje, por
lo que luzco ojeras exageradas. Así que no, no estoy preciosa, LuzBel —
señalé.
—Luces como lo haces después de que te hago el amor, cuando provoco
que tu maquillaje se corra por el sudor y te despeino con mis manos.
«¡Mierda!»
Con disimulo cerré las piernas y me hice presión a mí misma por las
imágenes que puso en mi cabeza con esa declaración. Después de que
recuperé mis recuerdos y tras lo que me susurró en el oído cuando
estuvimos en el búnker, con Caleb frente a nosotros, era la primera vez que
interactuábamos así, pues nos habíamos tenido que conformar con
comernos con la mirada en cada instante que creíamos que el otro no nos
veía, olvidando que éramos capaces de sentirnos.
—Esa para mí es la imagen perfecta, así que sí, estás preciosa.
Tragué con dificultad y me lamí los labios al sentirlos secos, sin poder
decirle nada.
—¿Llevarás a los niños con Leah solo para que la vean? —indagué y él
me regaló una media sonrisa, satisfecho por lo que consiguió.
—No, así que prepárate porque tú también nos acompañarás —demandó
y tras eso se puso de pie—. Los espero abajo.
Me mordí el labio al verlo salir, maldiciendo y agradeciendo en partes
iguales que cortara de golpe esa interacción que tuvimos, sin insistir más.
Tras eso me preparé junto a los niños porque imaginé que había algo
urgente por lo cual quería que fuéramos a visitar a la pequeña Leah, puesto
que no nos acercábamos por esa casa a menos que fuera en los
entrenamientos, ya que a pesar de los pequeños avances que yo estaba
teniendo con Amelia, seguía sin ser fácil que ambas dejáramos todo en el
olvido.
Iríamos paso a paso para hacerlo bien.
En esos días había tenido la visita de Jane. Y fingí con ella más por su
protección que por desconfianza y, aunque no fue fácil, disfruté del
momento porque volvimos a ser aquellas chicas de dieciocho, las de cinco
años atrás. Reviví las locuras que cometimos con sus anécdotas, me
reconecté con mi amiga y pasamos un día entero entre risas y comodidad,
tanto así, que volví a intimidar a Ronin (ya que se mantuvo a mi lado
escoltándome) pues él volvió a desconocerme.
También me vi con Elliot y le confesé que era yo de nuevo, porque no
quería fingir que seguía enamorada de él y que con eso Elijah se sintiera
celoso. Lo hice debido a que valoraba el respeto que ese Tinieblo tenía por
mí en ese sentido, al alejarse de Hanna. Y por supuesto que el ojiazul se
mostró feliz y me aseguró, sin tener que pedírselo, que no le comentaría a
Alice sobre eso.
Los Grigoris y Sigilosos también aprovecharon los días para revisar
hasta el último rincón de la mansión y todos los coches, pues con la salida
de Hanna queríamos asegurarnos que no hubiera micrófonos, cámaras o
algún tipo de dispositivo con el que pudieran estar espiándonos, todo esto
siendo parte de la desconfianza que la chica nos continuaba generando, al
menos a mí.
No importaba que no hubiese pruebas en su contra, yo seguía insistiendo
con mi recelo hacia ella a pesar de que ya la teníamos lejos.
«Siempre previniendo antes que lamentar de nuevo, Compañera».
—¿A pincesa no duelme hoy, papito? —le preguntó D a Elijah cuando
este último lo sacó del coche.
Mi pequeño gruñón siempre se quejaba porque cada vez que había visto
a Leah, ella dormía.
Hubo un día en el que Aiden trató de abrirle los ojos porque ambos
insistían en querer saber del color que eran, y estaban aburridos de esperar a
que la pequeña lo hiciera por su cuenta. Y la vergüenza que pasé por eso no
quería repetirla, así que no me despegaba de ellos ni un solo segundo para
que no volviesen a intentarlo.
—Esperemos que no —deseó Elijah y supe que él tampoco quería evitar
cada dos por tres que sus hijos cometieran travesuras que podían terminar
en accidentes.
—Y pensar que unos chiquillos inocentes pueden dejarte ciego por el
resto de tu vida —murmuró Caleb en son de broma, desordenando el
cabello de Aiden cuando lo bajó del coche, y me reí consciente de que no
era mentira.
Él era el único de mi élite que nos acompañaba.
Cuando entramos a la casa, luego de que Dominik nos recibió,
encontramos dentro a Darius y Fabio, los tíos locamente enamorados de la
princesa del hogar, tanto o más que mis clones. Elijah por su parte siempre
mantenía su distancia con ella cuando los demás la cargaban y hubo un
momento en el que imaginé que no se debía solo a la tensión entre él y
Amelia, sino más al recuerdo y al dolor por la pérdida de nuestro bebé.
Aunque cuando me atreví a preguntarle si se trataba de eso, añadió que
también era porque no le gustaba encariñarse con niños que no fueran
suyos, puesto que cuando los alejaban de él dolía. Y no quería volver a
sufrir por alguien que no le pertenecía, después de lo que pasó con el
pequeño Dasher, algo que me dejó anonadada porque por momentos
olvidaba (debido a la dureza que siempre mostraba con los demás) que era
capaz de sentir igual que nosotros.
Y de sufrir sobre todo, y no únicamente por los tormentos provocados
por lo que le obligaron hacer en el pasado, cosa que hasta la fecha no
superaba por más buen padre que intentaba ser. De hecho, yo sabía que
secretamente él seguía creyendo que no merecía a nuestros hijos.
—¿Crees que los griegos podrían confirmarte esa información? —le
cuestionó Darius a Elijah.
Tal cual lo imaginé antes, el motivo para que saliéramos de la mansión
en un día tan frío sí era urgente.
A Amelia le había informado uno de los aliados con los que todavía
contaba, que Lucius ya sabía que ella se encontraba en los terrenos de la
mansión y que además tenía una hija, por lo que el malnacido estaba
preparando un ataque para recuperarlas a ambas o para asesinarlas, lo que le
saliera más fácil.
—Puedo intentarlo —respondió Elijah.
La tensión en todos era palpable. Los niños eran los únicos que
ignoraban lo que significaba que ese malnacido pretendiera atacarnos en la
mansión.
—Sé que se sienten confiados porque la mansión es impenetrable, pero
no subestimen a Lucius, ya que él es guiado por David y créanme, ese
malnacido cuando ataca, lo hace para destruir sin dar oportunidad de que
sus víctimas se recuperen —siguió Amelia.
Ella estaba consciente de que la cazarían tal cual lo estaban haciendo con
todos los que traicionaron a los Vigilantes. Marcus había vuelto a movilizar
a su hijo y a la madre de este por la misma razón; y por el terror que vi en
Amelia en ese momento, entendí que tenía motivos suficientes para temer.
—Ayúdenme a sacar a mi hija de aquí y les prometo por ella que voy a
pagarles con mi vida —continuó y la vi sacar una daga, queriendo sellar su
juramento.
—Calma, cuore mio —pidió Dominik llegando a ella.
Él tenía tanto miedo como su chica por lo que podía pasar, pero se
obligaba a ser fuerte.
—No es necesario un juramento para esto, Amelia —zanjó Elijah.
—Leah es mi sangre y yo soy capaz de dar la vida tanto por ella como
por mis hijos —le aseguré yo.
—Sáquenlos de aquí, por favor —me rogó y con eso me dejó ver que
únicamente ella sabía los alcances de su padre y tío, por lo que vivió
personalmente.
—Vamos a hacerlo —aseguré yo y miré a Elijah—. ¿Estás de acuerdo?
—le pregunté a él, ya que no decidiría algo tan delicado sola, cuando los
clones también eran suyos.
Asintió en respuesta.
—¿Puedes manejarlo? —le cuestionó él a Caleb.
—Por supuesto, sé a dónde los enviaré y cómo los sacaré de este
territorio. Sin embargo, van a tener que confiar ciegamente en mí porque ni
ustedes sabrán a dónde los llevaré —advirtió él y me quedé sin poder
respirar. Mirando a mis hijos hablar con su primita, aunque ella no les
entendiera, mientras Fabio los vigilaba sin dejar de poner atención a lo que
nosotros hablábamos.
El cuerpo se me enfrió y sentí que comencé a temblar por dentro, ya que
confiaba en Caleb ciegamente, pero nunca me vi en la necesidad de ignorar
por completo lo que él pretendía hacer con mi tesoro más grande.
—Isabella —me llamó Amelia y la miré—, solo confiaré si tú confías.
Guíame, por favor.
Sentí la mirada de todos en mí y únicamente me concentré en Elijah. Y él
también me dijo sin vocalizar, que se dejaría guiar por mí. Tras eso observé
a Caleb y volví a respirar hondo, pues yo confiaría en mamá en ese
momento.
—Tendrás en tus manos a lo único que puede destruir este imperio,
Caleb Brown —declaré.
—Y sabré honrar el honor que me das, Isabella White Miller —aseguró,
haciendo una reverencia—. Y el que tú me estás dando por medio de tu
hermana, Dahlia Amelia Miller —A ella también le ofreció una reverencia
y vislumbré la esperanza brillando en los ojos de la chica.
La esperanza y la seguridad de que su hija estaría en buenas manos.
Acto seguido a eso, Caleb se encargó de dejarle claro a los padres y tíos
de nuestros hijos que tendrían que matarlo antes de que alguien dañara a los
pequeños de la familia. Y cuando todos se empaparon de la seguridad que
nos transmitió, seguimos uniendo puntos, trazando líneas y dándole vida a
un plan para prepararnos, y de paso, tener claro el contrataque.
Elijah pactó una llamada con Andru Vlachos y Aris Raptis. Y la
adrenalina que me embargó casi me hizo vomitar porque mis nervios
estaban a flor de piel con lo que se avecinaba.
—¿Tú eles hemana de mami? —Escuché a Daemon preguntarle a
Amelia.
Él y Aiden la habían seguido a la habitación de Leah cuando la nena
tomó una de sus tantas siestas. Y yo fui en busca de ellos porque ya era hora
de marcharnos, aunque me acerqué con más sigilo a la puerta al escuchar la
conversación que iniciaron.
—Lo soy, pequeño.
—¿Y eles nuesta tía? —quiso saber Aiden.
—¡Ajá! Qué inteligentes que son —halagó ella.
Me parecía inverosímil que esa mujer amable y la desquiciada asesina
del pasado, fueran la misma persona.
—Tú me ustas, tía —confesó Daemon.
Él había reaccionado bien a ella desde que la conoció.
—Por eso eres mi chico favorito —Hubo silencio luego de que ella dijera
tal cosa—. ¿O lo eres tú? —Me asomé a la rendija de la puerta y vi que
señalaba a Aiden—. ¡Oh, Dios! No sé quién es mi chico favorito. ¿Por qué
son idénticos? —Fingió idiotez.
«No le costaba tanto».
Reí porque mi conciencia no dejaba las malas costumbres.
—¡Polque somos copias, tía! —Mi pequeño sabelotodo habló entre risas,
contagiando a D—. Papito nos dice así —le informó y ella despeinó sus
cabecitas, sonriendo al oírlos.
—Ya que son mis chicos favoritos, quiero que me hagan una promesa.
¿Saben lo que son las promesas? —Sentí mi corazón quemarse al verlos
asentir.
—Una pueba de honol y nosotos somos hololables —explicó D.
—Ho-no-la-bles, D.
Yo, al igual que Amelia, también me reí al escuchar a Aiden corrigiendo
a su hermano.
—Sí eso, tía —aceptó D, seguí escondida, escuchando.
—Entonces prométanme que van a cuidar de Leah siempre, que ella será
su princesa y la amarán como a una hermana —Levantó sus dedos
meñiques hacia ellos—. Júrenme que siempre le harán saber que tiene a una
mamá que la ama, aun cuando está perdida.
Como si D supiese de lo que hablaba, fue el primero en unir su pequeño
dedo al de ella.
—Lo pometo, sempe la cuidalé —le aseguró, mezclando palabras
italianas con el inglés.
—Y yo siempe la amalé, es una pomesa de vida —añadió Aiden.
Amelia sonrió satisfecha ante aquella promesa inocente.
Mis niños aún no sabían los alcances de eso, sin embargo, los estaba
educando bajo los mismos códigos que fui educada; y en cuanto tuviesen la
edad adecuada, sabrían que una promesa de vida comprometía el honor y la
dignidad. Y únicamente podía hacerse luego de realizar una de sangre y
haber creado un vínculo con la persona a comprometerse.
Y el no cumplirla podía conllevar a perder una vida a cambio, y no
precisamente la del que faltó a su palabra, sino una a la que a esa persona en
verdad le dolería perder.
La promesa de sangre podía romperse, aunque eso deshonrara a quien
incumplió. La de vida en cambio era irrompible y se cobraría de una u otra
manera si se faltaba a ella.
Y, aunque la promesa de mis chicos fue inocente, la que yo hice ahí,
mientras los veía, sí era en serio. Juré por mi vida no solo cuidar a mis hijos
sino también a la pequeña Leah D'angelo.
«Un rayito de luz nacida de la oscuridad, como aseguró Dominik».
Capítulo 54
Corazón oscuro
Isabella

Traitor se reproducía en el interior de la habitación mientras yo me


encontraba en la terraza, envuelta en una manta para protegerme del frío,
deseando a la vez que mi corazón se congelara más, hasta que volviese a ser
oscuro.
Los niños ya estaban dormidos en su habitación y todo estaba listo para
que Caleb los sacara de la mansión al día siguiente, lo que me tenía peor en
ese momento.
«Necesitabas serenidad, Colega».
No, lo que necesitaba era encontrar a esos malnacidos para hacerlos
pedazos.
Ese día había sido lleno de caos total, pues por la mañana Elijah habló
con los griegos y ellos, aunque no le dieron detalles de nada, sí le
confirmaron que Lucius planeaba atacar la mansión no solo para recuperar a
Amelia y a su hija, sino también para demostrarnos a nosotros que
únicamente había sido un gigante dormido. Tras eso, Vlachos y Raptis le
dijeron que estuviera pendiente de su correo electrónico porque le harían
llegar algo que le interesaría ver, pero antes de eso, tuvimos que movilizar a
nuestra gente porque Jarrel Spencer buscó desesperadamente la ayuda de
Darius.
Al hombre lo habían atacado (ya que Lucius le haría pagar como a todos
los demás que le dieron la espalda) donde se escondía con su pequeño y
estuvieron a nada de acabar con ellos, pero Jarrel había asegurado todo el
terreno del lugar donde se encontraba, por lo que pudo huir antes de que
fuera tarde, sin embargo, él sabía que no podría solo.
Elijah no dudó en ir a su rescate junto a Darius y los Oscuros, yo por mi
parte envié a Isamu, Ronin y Maokko para que los apoyaran, ya que no
podía dejar solo a mis hijos. Pero tampoco me quedaría sin hacer nada
luego de saber que ese niño era importante para el Tinieblo y que el padre
fue un gran amigo de mamá.

—Les entrego mi vida en pago, solo les pido que me prometan que pase
lo que pase, van a cuidar a mi muchacho —rogó Jarrel cuando llegó a la
mansión con su hijo.
El pequeño era unos meses mayor que mis clones, un poco tímido,
aunque Daemon y Aiden pronto lo hicieron tener confianza y conectaron de
una manera increíble, tanto, que Dasher se olvidó de Sombra, tío Darius y
tío Owen, como se había referido a aquellos hombres.
—No te preocupes, Jarrel. Tu hijo será un miembro más en nuestra
familia, pero pensemos en que pronto acabaremos con esto y tú volverás a
ser feliz con él —lo animó Darius, aunque el hombre siguió reacio.
—Si te hace sentir mejor, te hacemos la promesa de que pase lo que
pase, Dasher estará seguro y rodeado de personas que lo querrán siempre
—habló Elijah y vi que eso tranquilizó a Jarrel.
—Gracias —nos dijo a todos. Amelia, Darius, Elijah, Myles y yo éramos
los que estábamos ahí con él—. Y ahora que estoy aquí, puedo ayudarles en
lo que se necesite.
—Vas a unirte al equipo de Connor y Evan para apoyarlos en todo lo
que sea necesario con respecto al área tecnológica —avisó Myles y Jarrel
asintió.
Había notado que el hombre me miraba más de la cuenta desde que
llegó a casa con su hijo, pero casi no cruzamos palabras debido a la
situación, aunque le dejé claro, siempre que pude, que estaría seguro con
nosotros.
—Te pareces mucho a ella —comentó para mí antes de irse con Myles
rumbo al cuartel—. Incluso el brillo de sus ojos es igual —Entendí que se
refería a mi madre—. Y tú… —Amelia se tensó cuando Jarrel la miró—,
ahora sí eres digna de ser hija de Leah, mantente así, pequeña Miller —
recomendó y noté que la chica asintió levemente.

Esa misión con ellos había salido bien, a pesar de que nos obligó a
adelantar el viaje de los niños, incluyendo al pequeño Dash en el itinerario
de vuelo. Incluso Caleb tuvo que apoyarse con Elliot para eso, ya que se
vería en la necesidad de hacer una parada en Newport Beach para despistar
a nuestros enemigos.
Sin embargo, lo peor de ese día sucedió una hora atrás, cuando Elijah
decidió abrir el correo de los griegos con el asunto: IBAN A UTILIZAR
ESTE VÍDEO COMO PRUEBA, PERO NO FUE NECESARIO.
Él, Myles y yo habíamos sido los únicos en la oficina cuando le dio
reproducir a uno de los vídeos adjuntos (porque eran dos) y me quedé
estupefacta, viéndome junto al abuelo de mis hijos en aquella habitación de
hotel. Una mujer, con rasgos similares a los míos, y dos hombres más
estuvieron con nosotros, demandándonos hacer cosas a las que yo me negué
porque, a pesar de estar drogada, no cedía.
Uno de los hombres grababa y el otro optó por dormirme y desnudarme
cuando entendió que hiciera lo que hiciera, no colaboraría. A Myles en
cambio lo violó la mujer en la misma cama donde yo estaba, por eso hubo
condones usados en la escena. Nos abusaron a ambos y las imágenes que
tuvimos que ver fueron tan grotescas que al finalizar, ya no fui capaz de ver
el segundo vídeo editado (ese en el que sí parecía que era yo, follando con
el padre de quien era mi chico en ese momento), corrí hacia el baño a
vomitar y luego me quedé ahí, llorando de rabia, impotencia y vergüenza,
comprobando que mi corazón no se oscureció injustificadamente en el
pasado.
Me convirtieron en un monstruo y quería demostrarles hasta donde
llegaban los alcances de mi rabia.
—¿Te has dado cuenta de lo fácil que es ser la villana de una historia,
cuando solo te leen el capítulo en donde haces atrocidades?
—Isabella…
—Pero no cuentan el capítulo en el que te crean a imagen y semejanza de
un monstruo —corté a Elijah en cuanto llegó a mi lado.
Le había pedido que no me siguiera a la habitación cuando salí del baño
en el que me encerré, porque en ese momento me odié incluso yo misma
por permitir que me abusaran de nuevo. Y lo intentó igual, pero Myles lo
detuvo, sugiriéndole que me diera tiempo, ya que lo que estaba pasándonos
no era fácil de digerir.
—Dime qué debo hacer para que me perdones —pidió y lo miré.
Estaba sumida en tanto resentimiento, que solo podía pensar en lo que
me hizo en aquella cabaña por creerme una traidora. Justificado o no, dolía
tal cual a él le dolió cuando lo apuñalé sin darle una oportunidad de que se
explicara.
«Y él podía explicarse, Colega. Tú en cambio actuaste como si lo
hubieras traicionado sin poder evitarlo».
Por eso trataba de entender sus acciones.
Pero en cuanto me di cuenta de todo lo que hicieron los Sigilosos para
descubrir una verdad que era más probable no conseguir, entendí que Elijah
sí pudo haber actuado como ellos si hubiese confiado en mí.
Eso era lo que más dolía.
—Aléjate de mí —le respondí y negó con la cabeza—. Necesito sanar
sola, Elijah. No deseo seguirte señalando, pensando en que pudiste haber
confiado más en mí, cada vez que te veo. No quiero odiarte por lo que
pudiste haber hecho y no hiciste. No quiero repudiarte porque no me amaste
cuando más lo necesité, no…
Tiró de mí hacia él y me abrazó con tanta firmeza, que me hizo dudar de
lo que le pedía, porque ahí entre sus brazos me sentí segura. Y entendí que
no se equivocaron cuando dijeron que: la misma persona capaz de dañarte
era la misma que te daba felicidad. Que quien te destruía también podía
reconstruirte.
Sin embargo, aun amándolo como lo amaba, tal cual un jardinero a sus
rosas, que sin importar las espinas de estas seguía ahí, creyendo
fervientemente en la belleza de ese amor; igual que un desahuciado a la
vida que, a pesar de que pronto la perdería, continuaba luchando por vivirla
lo mejor que le fuera posible; así lo amara con sus demonios, sus defectos y
su oscuridad, era consciente de que primero debía ser yo.
Y no por egoísmo sino porque era necesario aprender a ser feliz conmigo
misma para que nadie me dañara. Tenía que reconstruirme por mi cuenta
para que no supieran cómo destruirme. Debía perdonarme para poder
perdonarlo sin que luego existieran resentimientos entre nosotros.
Quería volver a ser mía y después darme otra oportunidad de ser suya.
—Mi pequeño infierno —susurró dándome un beso en la cabeza—, pase
lo que pase y decidas lo que decidas, quiero que tengas claro que siempre
podrás contar conmigo —Me tomó del rostro y me hizo verlo a los ojos,
noté en ellos la aceptación de lo que le pedí antes—. Bajo un cielo de hielo
o en la peor de las oscuridades, a través del fuego ardiente o en la
circunstancias que sean, estaré para ti, Bonita. En la vida, o en la muerte, tú
y nuestros hijos serán lo más importante para mí, meree raanee.
—No hagas que esto parezca una despedida, por favor —rogué—. No en
este momento tan crítico —Sonrió de lado y me dio un beso en la frente.
—No es una despedida, amor. Simplemente estoy tomando la
oportunidad que la vida me da para dejarte claro, antes de que te alejes de
mí, que si hay algo que nunca te dije, no fue porque no lo sintiera.
—Elijah…
—Por ti he llegado a desear que mi alma se acaricie con la tuya, tal cual
lo hacen nuestras sombras cuando estamos juntos, Isabella. Contigo creí en
el destino, en las oportunidades y en los nuevos comienzos y únicamente
por ti, creeré que la distancia no siempre separa, pero sí repara.
«¡Jesús! ¿Ese era el chico con corazón de hielo?»
No, ese era el hombre con corazón de fuego.
«¿Enfrentándose a la mujer con corazón oscuro?»
La misma que deseó que dijera esas palabras antes.
Sin embargo, era sabedora de que antes no habrían tenido el mismo
significado, porque para llegar a creer y entender ese momento, era
necesario atravesar por lo que atravesamos.

—¡Qué hija de puta! —espetó Myles, tirando lo que estaba frente a él en


la mesa de la sala de juntas.
Yo me encontraba de pie como los demás, observando la pantalla sin
perder detalle y Elijah a mi lado, aunque parecía imperturbable, podía jurar
que en su cabeza estaba imaginando todas las cosas que le haría a esa rubia
maldita.
«Volviste a acertar con tu intuición, Compañera».
Sonreí sin gracia ante el señalamiento de mi conciencia.
—Llama a Cameron y pídele que por ningún motivo se descuide de ella
—le ordenó a Dylan con la voz ronca por la furia—. Y ustedes vayan a
buscarla —demandó para Belial y Lilith.
El día anterior, Elijah se fue de la habitación tras decirme aquellas
palabras que me marcaron como el fuego en la piel. Y esa mañana, Connor,
Evan y Jarrel nos solicitaron reunirnos con ellos por algo urgente; por eso
estábamos en el búnker, viendo las imágenes de Hanna y Myles en aquella
oficina, confirmando que este último jamás la tocó y mucho menos la
agredió.
—¿Cómo obtuvieron el vídeo? —les pregunté.
Para ese momento ellos ya sabían que recuperé los recuerdos, pues no
tenía caso ocultárselos.
—Cuando Dylan mencionó lo que Amelia confesó sobre que utilizaron a
Jacob para preparar el camino con el que llegarían a Myles, decidimos
volver a revisar sus computadoras —empezó a explicar Evan—. Las que
tenía en el cuartel quedaron descartadas porque ya las habíamos
desencriptado y no encontramos nada, así que fuimos por las que dejó en la
empresa.
—Todas tenían únicamente archivos sobre los programas que
desarrollábamos juntos —acotó Connor—, sin embargo, Jarrel nos solicitó
revisarlas e instaló su propio programa de rastreo y seguridad cibernética,
descubriendo con él todo lo que siempre estuvo en nuestras narices.
—El tipo era un excelente ingeniero, voy a darle ese mérito —comentó
Jarrel—, así que era difícil ver lo que estaba a simple vista.
Los tres descubrieron que el fallo eléctrico que sufrieron en el cuartel fue
algo que el mismo Jacob dejó preparado. David únicamente debía seguir las
instrucciones que él le dio en su momento, desde una computadora
cualquiera, así que decidieron ejecutar su plan en el instante que más les
convino.
Uno de los programas encriptados de Jacob mostró las grabaciones de
una cámara en la oficina de Myles que funcionaba incluso apagada, así que
recuperaron los vídeos en los que se mostraba a Hanna sin su maldita
máscara.
—No, no, no.
El vídeo seguía reproduciéndose, en ese momento mostrando a Myles en
un estado sumiso, aunque reacio.
—Eso es, tócame de esa manera —lo incitaba Hanna.
Myles se negó hasta donde pudo, pero cada vez se perdía más.
—No vas a hacerlo tú, perfecto. Será a mi manera, bebé… ¡Oh, Dios!
¡No, Myles! ¡Ah! ¡No me dañes por favor!
La maldita hija de puta comenzó a golpearse ella misma y a desgarrarse
la ropa, Myles la miraba asustado, sobre todo cuando, como una
desquiciada, se dio contra la pared para que el daño fuera mayor y se
creyera que fue hecho por un hombre. Tras eso volvió a llegar a él y lo
incitó a que la tocara.
—¡Joder! Ni yo me atrevo a tanto. Y con eso ya estoy diciendo mucho
—largó Amelia.
—¿Cómo demonios lo drogó? Si nunca le encontramos nada —indagó
Marcus.
Amelia se acercó a Evan y le pidió autorización para tocar la laptop, tras
eso comenzó a pausar y reproducir el vídeo, estudiando lo que veía.
—¡Mierda! —bufó de pronto, acercando una toma lo más que pudo sin
distorsionar la imagen—. Usa Hypnosis en las uñas.
—¿Qué? —inquirí.
—Por eso su manicura siempre ha sido en stiletto, tiene las putas agujas
en las puntas de estas. Miren cómo acaricia a Myles, la manera en la que las
presiona —Hicimos lo que pidió y notamos el señalamiento—. Inyecta el
componente, por eso hace efecto más rápido, debió estártelo poniendo en
dosis pequeñas para llegar a manipularte como quería —le dijo a él.
—¿Estás segura de lo que dices? —le preguntó Elijah.
—La Bratva le prometió esa tecnología a Myles antes de que
perdiéramos la alianza con ellos. Deduzco que David logró recuperarla y
por eso la tienen. Encapsularon el componente en sus uñas y de seguro
posee otro tipo de droga.
—Quiere decir que esa puta ha sido parte de los Vigilantes siempre —
rugió Elijah.
—No, ella llegó a Vikings como una trabajadora más —aseguró Amelia.
—Demonios —exclamó Connor, observando algo en su propia laptop—.
No era trabajadora sino más bien una infiltrada de la Bratva.
—No me jodas —escupió Myles.
Connor giró la pantalla de la laptop para que viéramos lo mismo que él.
Había metido una imagen de Hanna en el programa del C3 y este nos
mostró varias fotografías en diferentes países. Tenía otra ventana abierta al
lado y ahí estaba una foto más grande de ella con información recabada por
el gobierno estadounidense.
—Vanka Morozova, llamada por su padre, princesa Khamaleon —leyó
Evan.
—Ahora entiendo por qué Serena no consiguió leer nada en ella —
comentó Marcus.
—Atrapen a esa hija de puta antes de que sea tarde —ordené yo.
Elijah movilizó a su gente y yo envié a mis Grigoris con ellos luego de
eso, y pusimos en marcha el plan de sacar a los niños de Virginia para que
estuvieran a salvo, antes de que nos truncaran los planes, puesto que
habíamos tenido el enemigo metido en casa durante mucho tiempo, el
suficiente para que estudiara a la perfección cada rincón.
—¡Me cago en la puta que parió a esa mierda! —gritó Elijah cuando
llegamos a los coches.
—Esto tuvo que ser plan de David, porque Lucius no es tan buen actor
como para haberme burlado de esa manera el día que decidió dañarla, para
obligarte a que volvieras de Grecia —le dijo Amelia.
—O lo fue porque ya David lo estaba manipulando con el Hypnosis —
opiné yo y la escuché maldecir.
—Saquemos a los niños de aquí ya —demandó Elijah.
Hanna, o Vanka, como se llamaba en realidad, era una experta kinésica,
por eso consiguió burlar a Serena siempre que esta la quiso leer, pues ella
conocía a la perfección ese estudio de la comunicación corporal.
Hija de Anton Morozov, el sovetnik de la Bratva, una de las mujeres más
peligrosas dentro de la mafia roja por su habilidad para camuflarse entre sus
enemigos, ya que no solo sabía leer el lenguaje corporal sino que también
imitaba a la perfección los de su víctima.
Por ella habían caído grandes criminales y rivales de los rusos, pues era
el camaleón que su padre utilizaba. Una mujer paciente en lo que hacía,
yendo a paso lento pero letal.
«Entonces sí que dominaba el arte del engaño».
Gracias por el recordatorio.
Como el plan ya estaba trazado, Caleb utilizó a todas las élites para que
algunos de sus miembros viajaran a diferentes puntos del país. Jane y
Connor se irían enseguida hacia Seattle. Lee-Ang y el maestro Cho
acompañarían a los niños hasta Newport Beach, pero solo mi amiga
continuaría el viaje con ellos. Dominik y Elliot se les unirían en otro punto.
Los demás de mi élite se quedarían a mi lado (Amelia incluida), igual
que los Oscuros, quienes apoyarían a Elijah en lo que fuera necesario, así
como Dylan, Darius, Cameron y Fabio. Jarrel y Evan se mantendrían en el
cuartel para guiarnos y ser nuestros ojos en los puntos ciegos.
Nuestra demás gente fue desplegada en diferentes zonas de la ciudad,
guiados por Jarrel, ya que conocía puntos ciegos que deberían ser cubiertos
para que estuviéramos preparados. Y escoltados por mi élite hicimos un
recorrido hasta perdernos de cualquiera que pudiera seguirnos, llegando al
lugar en donde nos separaríamos de los clones, Dasher y Leah.
—¿Pol qué no vienes, mami? —preguntó Aiden cuando me despedí de
ellos y me obligué a ser fuerte—. ¿O tú, papito?
—Nosotros llegaremos pronto, mientras tanto, quiero que sean buenos
chicos y cuiden a la princesa y a su nuevo amiguito —respondió Elijah,
señalando al chiquillo que aún estaba tímido y reacio en nuestra presencia.
El Tinieblo se había puesto en cuclillas en el pasillo de un Seven Eleven
retirado de Richmond, cerca del hangar en dónde el jet esperaba.
—No se talden, pol favol —pidió D y respiré profundo.
Vi a Amelia entregándole su pequeña a Lee-Ang, con dolor y miedo,
obligándose a entender que era lo mejor. Y notaba que Dominik estaba peor
que ella.
—Cuídala por favor —le suplicó Amelia a Lee—. Te estoy dando todo lo
que la vida me ha dado, protégela como si fuera tuya. A Leah y a los niños
—añadió, reteniendo sus lágrimas.
—Pronto estaremos con ustedes —aseguró Dominik y me obligué a
creerlo.
—Les prometo por mi vida que los mantendré sanos y salvos —les
aseguró Lee-Ang.
Y no mentía, yo confiaba mucho en mi amiga porque cuando se trataba
de mis hijos, ella era aún más letal que Maokko.
—Te amo mucho, mamita —La vocecita de Aiden me quebró en el
interior.
—Eles mi vida, Bonita —añadió Daemon y los abracé sin poder hablar.
«Jamás una despedida me dolió tanto como esa».
—Yo también los amo, mis pequeños clones —titubeé—. Ustedes son mi
vida, no lo olviden nunca, eh. Y les prometo que cerca o lejos, los cuidaré
como si fuera su ángel —aseguré y los dos me besaron.
Me separé de ellos para que se despidieran de Elijah. Él, como siempre,
les susurró algo en el oído y ambos sonrieron, luego lo besaron.
—Ya sabes qué hacer —dije llegando a Lee-Ang y asintió.
Sin esperar más, besé la frente de la chiquilla en sus brazos y salí por la
puerta trasera del establecimiento, ya que si seguía un segundo más ahí no
sería capaz de dejarlos, pues desde que vi a Jarrel despidiéndose de su hijo
me quebré y, cuando tuve que hacer lo mismo con los míos, me rompí en
mil pedazos.
La garganta me ardía y con cada paso que daba, rogaba para volver a ver
a mis clones.
—Esto debió sentir mamá, ¿no? —preguntó Amelia, en cuanto me
alcanzó, y la miré—. Cuando escapó de aquel hospital y tuvo que dejarnos
atrás a Darius y a mí porque entendió que estar en su presencia era lo que
nos ponía en peligro.
«Me cago en la puta».
Ella y yo también poníamos en peligro a nuestros hijos si estaban cerca
de nosotros.
No obstante, me quedé sin saber qué decirle a Amelia, pues ambas
estábamos viviendo lo mismo que mamá, de manera distinta, pero dolía
igual. Experimentábamos en carne propia lo que leímos de su vida, pues le
di el diario de ella días atrás para que supiera todo por nuestra madre y no
por mí.
—Nosotras vamos a volver a verlos, Amelia —musité, queriendo creerlo
también.
—¿Puedes prometerlo? —cuestionó esperanzada.
No me atreví a mentirle.
—Juguemos la partida juntas y consigamos volver con ellos —ofrecí y
ella asintió, agradecida quizá porque no le di falsas esperanzas.
Nos fuimos hacia el coche en donde nos esperaban Caleb, Ronin,
Maokko e Isamu. Dominik y Elijah llegaron minutos después, pues se
quedaron adentro del Seven Eleven para asegurarse de que Lee y los niños
se fueran sin ningún inconveniente.
Desde lo lejos vimos partir a las únicas personas por las cuales éramos
capaces de doblegarnos, pero también por las que nos convertiríamos en
monstruos y quemaríamos el mundo.
—Confíen en mí, esos niños están seguros —quiso calmarnos Caleb al
ver nuestros rostros y nos obligamos a creerle—. Ahora activen sus
intercomunicadores y marchémonos de aquí.
—White… —Elijah se quedó en silencio luego de llamarme y vi que
sacó su móvil, frunciendo el ceño. Respondió la llamada que estaba
recibiendo y la puso en altavoz—. Dime.
—¡Esta rubia y puta rusa ha escapado, Sombra! —gritó Lilith cabreada
y me tensé.
—¡Me estás jodiendo! ¡¿Cómo que ha escapado?! —espetó él.
—Encontramos a Owen y a Cameron inconscientes y cuando los hicimos
reaccionar, nos dijeron que Elliot llegó por ella y la sacó del apartamento.
Sentí que me dieron una estocada en el corazón cuando Lilith dijo eso y
comencé a negar con la cabeza.
«Nuestro ángel».
No, maldición. Él no pudo haberme traicionado de esa manera.
—Esta vez nadie librará a ese hijo de puta de lo que voy a hacerle —
rugió Elijah, mirándome con frialdad.
No pude debatir nada, simplemente me subí a la Hummer con Caleb,
Isamu y Amelia, mientras que él se fue a su Todoterreno, acompañado de
Dominik. Ronin y Maokko partieron sobre la misma ruta de Lee y los niños
para asegurarse de que avanzaran sin problema, igual que Fabio y Lewis,
quienes estuvieron aguardando, en su respectivo coche (idéntico al de Lee),
al otro lado de la carretera en la que nosotros nos hallábamos.
—Hemos visto pasar el coche del tesoro, avanzan sin problema —nos
avisó Dylan, él estaba junto a Max y Dom en un punto clave.
El desconcierto que sentí al darme cuenta de lo que Elliot hizo, no me
había dejado analizar, hasta ese momento, que él viajaría a Newport Beach
con Dominik para apoyar a Lee y al maestro Cho.
—¡Joder! Elliot sabe el primer destino de los niños —espeté y vi a
Amelia reaccionar con terror.
—Calma, linda. Elliot cree que los niños irán allá, pero jamás estuvo en
mis planes que eso pasara —confesó Caleb y tanto Amelia como yo lo
miramos desde nuestros asientos—. Les dije que solo yo sabría la verdad y
eso no ha cambiado ni cambiará —zanjó.
El leve alivio que nos embargó por eso fue momentáneo, ya que cuando
llegamos a la mansión Belial y Lilith ya se encontraban ahí junto a
Cameron y Owen, ellos todavía lucían aturdidos, sobre todo el mellizo.
Cam actuaba raro y Marcus se veía desesperado.
—¿Fue Elliot quien le avisó a la hija de puta que la descubrieron? —le
pregunté a Owen y él negó con la cabeza sin poder formular palabra.
—Los leyó, Isabella —respondió Marcus por su compañero—. La
maldita puta supo que algo pasaba por más que ellos quisieron disimular,
así que le avisó a sus aliados y estos secuestraron a mi hermana.
—¡¿Qué?! —chillé.
Escuché a Amelia maldecir y de soslayo noté que se bebió una píldora, a
lo mejor para conseguir controlarse, pues su cordura estaba al límite.
—Elliot no te traicionó, lo obligaron a sacar a Hanna del apartamento
para que no dañaran a Alice —prosiguió Marcus, dejándome entrever el
miedo por su hermana y, aunque sentí cierta tranquilidad porque el ojiazul
no actuara en mi contra adrede, seguí manteniéndome alerta por lo que
podía pasar.
—Suponemos que Elliot se fue con ella para entregarla por su cuenta y
que de esa manera le devuelvan a Alice —acotó Belial y me tomé la cabeza,
tratando de mantener mi propia cordura.
—¡Estamos bajo ataque! —avisó Isamu de pronto y me puse alerta,
desenfundando mi arma enseguida—. Han mantenido vigilados los
alrededores de la mansión.
—¡El coche en el que se conducían LuzBel y Dominik fue emboscado!
—Fabio entró hecho una furia a la casa, avisando tal cosa y el corazón por
poco se me detuvo al escucharlo.
—Nos quieren drogar, jefa. Los hijos de puta saben que con nosotros
lúcidos no van a poder —añadió Isamu y lo miré.
—¿Dónde está LuzBel? ¿Cómo saben esto? —grité. Antes de que
respondiera vi a Max y Dom entrando a la mansión, llevando a uno de mis
hermanos totalmente inconsciente—. ¡Mierda! ¡Dylan!
—Lo han drogado —avisó Darius yendo detrás de ellos.
El horror me embargó al saber eso porque Dylan ya estaba rehabilitado y
no quería ni imaginar lo que eso podría perjudicarle.
—¡Joder! El malnacido sabe cómo va a controlarnos —espetó Amelia,
mostrándose tan desesperada como yo me sentía.
—Se han llevado a LuzBel y a Dominik antes de que consiguiéramos
auxiliarlos —nos dijo Maokko por el intercomunicador y negué con la
cabeza—. También atraparon a Jarrel, Evan consiguió escapar.
—Mierda, mierda, mierda —grité. No quería dejarme controlar por el
terror, pero no estaba teniendo éxito con eso.
—Los ataques de hace semanas no eran para dañarnos en realidad —
comentó Caleb de pronto—. Esos hijos de putas nos estudiaron bien, linda.
Las emboscadas que llevaron a cabo en ese momento debieron ser para
saber cómo íbamos a reaccionar ante una amenaza de esa índole, por eso
nos están drogando.
—Tiene lógica, Isa. Nos atacaron en simultáneo para entender cómo
operaríamos, por eso optaron por otros métodos —lo apoyó Darius.
—Atraparon a LuzBel y a Dominik porque es una manera efectiva de
controlarnos a nosotras y a Myles —mencionó Amelia.
—Y sabían que con Alice nos controlarían a Elliot y a mí, pero sobre
todo a él, porque saben que tú le tienes absoluta confianza y que maneja a
los Grigoris californianos —aportó Marcus.
—Dylan mueve a la gente de Tess en este momento, junto a la suya. Y
por medio de él también te controlan a ti —Me llevé las manos a la cabeza
e hice presión en ella por lo que dijo Isamu.
—Y Jarrel ha obtenido información importante sobre nosotros —se unió
Lilith.
—Hanna ya estaba tratando de seducir a Cameron para que él le dijera
todo lo que sabíamos, desde antes que nos avisaran que debíamos retenerla
y no descuidarnos de ella —comenzó a decir Owen. Lewis había llegado a
su lado minutos atrás y le inyectó algo. Hizo lo mismo con Dylan, lo que
me hizo suponer que se trataba del medicamento para contrarrestar los
efectos de la droga—. Cuando yo la descubrí me clavó una de sus uñas en
la garganta y me sacó del juego.
—Suponemos que lo de Owen sí fue droga, pero con Cameron se trata de
Hypnosis, por eso a él no le hace efecto el medicamento para contrarrestar
los efectos de los narcóticos y evitar los que podrían llevarlos a adicción —
explicó Belial.
Mi respiración estaba tan agitada como mi corazón, porque nos habían
jodido los planes en cuestión de segundos y porque no teníamos idea de lo
que podía estar sucediendo con Elijah y Dominik, tampoco con Elliot, Jarrel
y Alice.
—Lo único bueno de todo esto es que los niños siguen a salvo —avisó
Caleb y asentí agradecida.
—Bien, entonces respiremos hondo y continuemos con el juego, porque
ya movieron ellos y ahora nos toca a nosotros —nos animó Darius.
Sabía lo que estaba intentando y supe que tenía razón, por mucho que
nos hayan jodido al atrapar a personas con las que obviamente podían
controlarnos, seguíamos en el maldito juego y era momento de tratar de
tener la cabeza fría, porque nuestro próximo movimiento decidiría al
ganador y yo no estaba dispuesta a perder.
«Teníamos que ser las dueñas del jaque mate, Compañera».
No aceptaría menos esa vez.
—Ahora estamos bajo tus órdenes —me dijo Belial de pronto y lo miré
sin comprender.
—Sombra siempre nos dejó claro que el día que él no estuviera para
liderarnos, tú lo harías en su lugar —explicó Lilith.
—Somos tus Oscuros en este momento, así que dinos qué hacer —pidió
Owen y respiré hondo.
—Necesito que tú descanses hasta que estés al cien por ciento —
demandé para él y, aunque no le gustó, tampoco debatió—. Ustedes vayan
hacia el primer anillo de seguridad y apoyen a Myles y su gente —le ordené
a Belial y Lilith, pues al entrar al territorio de la mansión vi al mayor de los
Pride allí—. Tú y tú únanse a Isamu —Marcus y Lewis asintieron—. Vayan
al segundo anillo de seguridad, Maokko, Ronin y Serena se les unirán.
—Señorita White, ¿qué haremos nosotros? —Miré a Max tras la
pregunta.
—Acomoden a Dylan en una de las habitaciones, lleven a Cameron
también. Tras eso vayan a la bodega por todo el medicamento para
contrarrestar los efectos de la droga y denle un vial a cada miembro de
nuestras organizaciones.
—Entendido —respondió él y Dom al unísono.
—Enviaré refuerzos para Evan —avisó Caleb y asentí.
Me quedé únicamente con Amelia, Darius y Fabio en ese instante y sentí
sus miradas en mí.
—¿Cómo haces para no perder el control? —me preguntó ella y reí sin
gracia.
—Me estoy muriendo de miedo por dentro, porque no soportaré que
dañen a Elijah —admití para ellos—, pero no voy a dejarme vencer por eso,
ya que si quiero traerlo de regreso, tengo que ser la calma antes de soltar mi
puta tempestad.
Dicho eso nos fuimos a la sala de control para monitorear desde ahí lo
que pasaba, pues tampoco debíamos exponernos de esa manera sabiendo
que Amelia y yo éramos el objetivo principal de los Vigilantes. Aproveché
el momento para hablar con Perseo y Bartholome y ponerlos al tanto de lo
que sucedía y que nos dieran apoyo, agradecida de que me respondieran de
forma positiva y rápida, pues me enviaron a toda la gente que necesitaba.
Darius se comunicó con Gibson en mi nombre, Fabio buscó a sus
contactos dentro de la élite de Aki Cho y Amelia optó por buscar apoyo con
Frank Rothstein, el líder de una élite poderosa en el país. Él ya la había
apoyado con Cillian O’Connor cuando el irlandés fue atacado por Lucius,
consiguiendo por medio de Frank que Cillian recuperara parte del poder que
le arrebataron en su país.
Era irónico cómo en ese momento, mientras ella movía sus piezas en el
bajo mundo, yo lo hacía en el lado bueno, dejando más claro con eso el
balance que haríamos entre el bien y el mal para recuperar lo que nos
arrebataron.
«Tú y ella siempre fueron el yin-yang de la reina Sigilosa original,
Colega».
No me quedaba ninguna duda al respecto.
—Hay un buen grupo de Vigilantes concentrados cerca de los límites
con Carolina del norte y Pungo, Elliot lleva un rastreador incrustado en el
brazo y nos tira esta ubicación —comunicó Evan rato más tarde,
mostrándome un mapa en la pantalla—. Si tenemos suerte, LuzBel, Dominik
y Alice también estarán allí.
Lamentablemente, él nos había explicado que en la emboscada que les
hicieron hirieron a Jarrel de gravedad y luego se lo llevaron, lo que nos
mantenía en vilo, además de lo otro a lo que nos enfrentábamos, pues era
muy posible que ya hubiera muerto, o que los Vigilantes lo hubiesen
terminado de matar.
Evan consiguió librarse por poco gracias a la ayuda de sus drones, Isaac
y Roman; y Caleb había logrado que lo llevaran al búnker a unas millas de
la mansión, pues el cuartel se convirtió en un blanco fácil. Por eso nos
estábamos comunicando por videollamada.
—En mi apartamento anterior tengo algunas insignias de los Vigilantes
—avisó Amelia, nos había confesado que estas tenían un chip con el que
ellos se aseguraban que fueran originales, para así evitar más infiltrados—.
He averiguado y no está bajo vigilancia, así que podríamos ir a por ellas,
vestirnos de negro y llegar al lugar haciéndonos pasar por su gente —
propuso y le tomé la palabra.
No podríamos ir todos al lugar que indicaba el mapa porque los
pondríamos en sobre aviso, así que deberíamos dividirnos en grupos para
limpiar un poco el camino, antes de que la mayoría de nuestra gente se nos
uniera. Por lo que ella, mi élite y yo, nos encargaríamos de eso.
—A veces, los planes de última hora son certeros —opinó Caleb.
«Esperaba que esa fuese una de esas veces».
¡Dios! Yo también, Compañera.
—Sin embargo, no irás tú a ese apartamento, Dahlia —zanjó Caleb. La
llamaban por el nombre que siempre utilizó nuestra madre para que de
alguna manera, Amelia sintiera que la veían a través de los ojos de Leah, no
por lo que hizo cuando estuvo bajo la manipulación de Lucius—;
enviaremos a otros Sigilosos, ya que es suficiente con lo que se expondrán
ustedes dos al ir con nosotros a limpiar el camino.
Había notado la intención de Caleb de sugerirme que me quedara, pero
bastó una mirada de mi parte para que no se atreviera, ya que de ninguna
manera me quedaría de brazos cruzados, esperando a que otros hicieran por
mí, lo que necesitaba hacer por mi cuenta.
Myles llegó a la mansión minutos después, para unirse a nosotros tras
saber lo que sucedió con su hijo, asegurándonos a la vez que de momento
todo estaba controlado en los alrededores, suponiendo con eso que Lucius y
David únicamente buscaron despistarnos para coger a Elijah y Dominik.
—He hablado con Tess luego de lo que descubrimos de Hanna y según
ciertos síntomas que ella atravesó, en los últimos días que estuvo aquí,
suponemos que la maldita rusa también la drogó junto a Eleanor, de esa
manera las puso en contra de ti para que le limpiaran el camino —informó
Myles y negué con la cabeza.
—Demonios, la tipa está demostrando que es un mito eso de que las
rubias son tontas —satirizó Darius.
—Por eso yo tengo que demostrarle que jamás debió subestimar a una
castaña —desdeñé.
Y no volvería a cometer el error de dejar que otros se encargaran de ella,
pues deseaba con todo mi corazón recuperar a Elijah y los demás, para
luego cortar la cabeza de ese camaleón, porque juraba por mi vida que no
permitiría que siguiera con su red de engaño.
Me desharía de las cabezas de los Vigilantes y de paso, dejaría a la mafia
roja sin su princesa Khamaleon.
—Las insignias han llegado —avisó Isamu de pronto y nos miramos con
Amelia.
—Hora de ir por nuestros reyes, reina Sigilosa —me animó ella y sonreí
de lado.
—Es hora de quemar el mundo y congelar el infierno —aseguré yo.
Porque eso haría.
Terminaríamos de una buena vez con el juego.
Capítulo 55
Golpe letal
Elijah

Tenía la visión nublada y las sacudidas de mi cuerpo cada vez iban en


aumento. Sentía dolor en cada uno de mis huesos y músculos; y mover un
dedo por mi cuenta se convirtió en un verdadero milagro en las últimas
horas.
Acababa de despertarme una vez más, descubriendo que me mantenían
en la misma posición y lugar: colgado de una viga con las manos amarradas
a unas cadenas con púas que se me enterraban en la carne de las muñecas y,
con cada movimiento que hacía por los espasmos de mi cuerpo, que ya me
eran imposibles de controlar, los hilos de sangre que me corrían en los
brazos se estaban haciendo más gruesos, provocándome una debilidad de la
que odiaba ser preso.
Tenía la ropa hecha jirones, tal cual sentía el rostro, y los pies descalzos
metidos en una cubeta con agua fría, en donde habían sumergido una pinza
de electricidad.
—Y aquí sigues —musité al verla, bufando una risa burlona porque sabía
que pronto volverían a activarla para seguirme torturando con ella.
Busqué a Dominik con la mirada cuando lo escuché soltar un leve
gemido de dolor, y maldije al darme cuenta de que no estaba mejor que yo.
Le habían quebrado la pierna derecha y el brazo izquierdo, luego de
jugar con él con una máquina para doblar hierro, creyendo que sería más
débil que yo. Y era una jodida suerte que se haya desmayado por el dolor
que le infligieron, ya que me torturaban más al hacerme ver lo que le
hacían, que con la tortura física que me aplicaron a mí.
Jarrel corrió con peor suerte (si es que la mía y la de Dominik era mejor),
pues a él, tras reanimarlo porque lo llevaron casi muerto, a donde sea que
nos tenían, lo desmembraron hasta matarlo, dándole una muerte lenta
porque no quiso decir lo que esos malnacidos exigían saber.
Pobres mierdas.
Estaban más imbéciles de lo que imaginé, si creían que íbamos a darles
la ubicación de los niños, que es lo que pretendían, pues Lucius estaba
convencido de que si lograba tener a su nieta en su poder, recuperaría el
control sobre Amelia. Además de que juró que por ningún motivo
permitiría que nuestra descendencia viviera, luego de matarnos a nosotros.
Y, aunque Caleb se aseguró de que no supiéramos el destino de los niños,
esas mierdas jamás habrían obtenido nada incluso si lo hubiésemos sabido,
pues no solo no éramos unos soplones sino que además, eran nuestros hijos
a los que nos pedía delatar. Y únicamente un completo estúpido como él
creía que los entregaríamos.
No importaba que nos llevaran al limbo entre la vida y la muerte y nos
volvieran a reanimar para repetir el proceso. Podrían hacerlo las veces que
quisieran, ni aun así nos harían soltar una sola palabra.
—Luces maquiavélicamente hermoso en esa pose, Ángel —La voz de
Hanna inundó el lugar putrefacto que hacía una combinación perfecta con
ella—. Podríamos aprovechar para jugar un rato, ¿no? —Estaba detrás de
mí y colocó una de sus manos en mi abdomen, dejándome ver la aguja fina
y diminuta que sobresalía de su uña del dedo índice.
A simple vista era imperceptible, por eso jamás la notamos, hasta que
supimos cómo es que mantuvo la droga y el componente de hipnosis con
ella.
Con eso fue que nos hicieron ir por nuestra cuenta a un lugar en donde
pudieran emboscarnos, ya que lo último que recordaba antes de despertar en
sus manos, era que nos dispararon algo en el coche cuando nos detuvimos
en un alto. El humo que inundó el interior nos obligó a salir de él y
aprovecharon ese momento para dispararnos la Hypnosis en el cuello,
segundos después escuché la voz de Isabella guiándonos por otro camino
hasta que perdimos a los demás Grigoris que nos seguían.
Hasta ahí llegaban mis recuerdos, pues luego de eso me encontré en ese
lugar, con Dominik y Jarrel, junto a Elliot. Y ya había entendido que no fue
la voz de Isabella la que escuché en realidad.

—O entregaba sus rutas o la de los niños, LuzBel —me dijo Elliot


cuando notó que incluso en mi posición, quería matarlo—. Secuestraron a
Alice para manipularme y solo si ayudaba a Hanna a escapar, no la
dañarían. Y sé que mi chica es tu amiga, por lo que espero que comprendas
que necesito salvarla, incluso si eso signifique entregarte a ti.
Reí sin gracia, pero entendí al hijo de puta, ya que yo tampoco habría
dudado en entregarlo a él si hubiese estado en su lugar.
—Solo por esta vez aplaudo tu astucia, cabrón —aseveré y él asintió.
No le mentí, pues agradecí que me sacrificara a mí antes que a los niños
o a Isabella. Y si lo estaba haciendo para salvar a su novia, pues se lo
respetaba.

—¿Lo conseguiste las otras veces? —le pregunté a Hanna y ella caminó
hasta quedar frente a mí—. Porque nunca tuve una erección contigo estando
lúcido, así que mi amigo también te considera una rubia aburrida.
Me tomó del rostro y presionó mis mejillas con brusquedad, sonriendo
de lado por mi declaración.
—¿Olvidas cuando estuvimos en tu apartamento? —satirizó.
—No estaba pensando en ti —desdeñé—. Tampoco la primera vez en
donde supuestamente te desfloré.
Volvió a reír, esa vez con más burla.
—En tu apartamento no estabas pensando en mí, pero sí fui yo quien te
provocó la erección y ese placer desmesurado que tanto te asustó, Ángel —
satirizó, soltándome con brusquedad.
Fruncí el ceño y cuando comprendí que en ese momento yo todavía tenía
el dispositivo en mi cabeza, la hija de puta se carcajeó.
—Amo estos momentos, cuando mis víctimas no ven venir nada de lo
que he hecho —se jactó y apreté la mandíbula—. Amelia siempre ha sido
una estúpida que nunca vio más allá de su nariz por estar detrás de ti como
la perra que es —siguió—. Ella pudo asegurar un mando para controlar el
dispositivo en tu cabeza, pero ¿quién crees que los desarrolló, LuzBel?
—Anton, tu jodido padre —supuse y su sonrisa llena de satisfacción me
lo confirmó.
Mierda.
La hija de puta manipuló mi placer, por eso yo presentí que no era
normal, pero me confié porque Amelia estaba recluida en ese momento, sin
tener una puta idea de a quién había dejado volver a mi vida.
—¿Te follé alguna vez? —le pregunté y bufó.
Había visto el vídeo de la noche en mi recámara y, aunque parecía
drogado, ella sobre mí y sus gestos de placer me hicieron creer que sí
follamos.
—No —aceptó y como era una experta en leer las reacciones de los
demás, supuse que también controlaba las suyas, así que no supe si mi gesto
de alivio le molestó—. Pero yo fingí muy bien el placer, ¿cierto? —celebró
—. No solo soy kinésica, como sé que ya lo averiguaste, también soy
kinestésica, LuzBel. Por eso sé manipular mis gestos y emociones, razón
por la cual Serena jamás descubrió que en lugar de leerme, yo la
manipulaba —se regodeó.
Solo en ese momento comprendí demasiadas cosas y me maldije,
sabiendo que White tenía razones suficientes para alejarse de mí, pues no le
hice caso a su intuición creyendo que estaba celosa, cuando ella y Elliot
fueron los únicos en sospechar en esa perra frente a mí.
—Entiendo que hayas interpretado un papel a la perfección, Vanka, pero
si te soy sincero, presiento que lo que has hecho con nosotros va más allá de
una misión que te encomendaron —sondeé.
—A veces hay dolores que no se pueden esconder del todo —admitió y
la miré, esperando a que siguiera hablando—. Tú y Amelia asesinaron a la
única persona que me ha importado en la vida, por eso yo voy a cobrarles
arrebatándoles lo que más les importa.
—Demonios, he asesinado a tantas mierdas, que no sé a cuál de todas te
refieres. Así que se más específica.
Me giró el rostro de una bofetada y de paso me incrustó una de las agujas
de sus uñas. Cerré los ojos con fuerza y me tragué las ganas de gritar al
sentir que las venas me ardieron, como si me hubiera inyectado ácido y no
droga.
—¿Ahora sí recuerdas a Fred, pajarito? —preguntó y abrí los ojos,
aguantando el gesto de dolor al saber que me hablaba de Imbécil.
—No me jodas —gruñí y traté de alejarme de ella cuando volvió a
tomarme del rostro, temiendo que volviese a inyectarme lo que fuera que ya
me estaba incendiando las venas.
—Veo que se te aclararon los recuerdos —satirizó—. Así entenderás por
qué yo también te meteré una manguera por el culo.
—Le hice a esa mierda lo que merecía —escupí con ira—. Y lo volvería
hacer si tuviese la oportunidad de revivirlo.
Gemí cuando me asestó un puñetazo en la boca del estómago y me hizo
perder todo el aire.
—Todo lo que Fred te hizo fue porque se lo ordenaron, hijo de puta.
—¿Cómo… cómo es posible que el hijo de un sovetnik fuera el
lamebotas de Fantasma y luego de Lucius? —conseguí decir sin ahogarme.
—Fred era mi hermano solo por mi madre —explicó—. Pero crecimos
juntos y fuimos muy unidos hasta que papá me llevó con él a Rusia.
Por eso su acento no era marcado.
—Entonces por buscar venganza también viniste a lamerle las bolas a
Lucius, aunque fingiste que te tomó por la fuerza —me burlé.
—Lucius solo ha sido el títere hipnotizado de su hermano, David es el
del verdadero poder, imbécil —susurró con una voz tan baja, que me costó
escucharla—. El viejo estúpido jamás me puso una mano encima, la habría
perdido antes de conseguirlo —aseguró.
Isabella también tuvo razón en eso, Amelia no sospechó que su padre
fingió porque él en realidad creía que dañó a Hanna.
—¿Él sabe quién eres? —Negó con la cabeza, sonriendo con una vileza
que daba asco.
Y que me estuviera respondiendo tan fácil me indicó que no pensaban
dejarme vivo.
—Soy una puta más de Vikings —Entendí que ese era el papel que vino
a interpretar—. Una chica ardida que él manipula, porque no acepto que no
me amaras como tanto he deseado. Una mujer frágil a la que despreciaste
en el pasado y hago esto porque merecía más que me desfloraras.
Me cago en la puta madre que la parió.
Hasta sentí miedo de lo que dijo, aunque no lo admitiera, porque de
verdad actuó como si sintiera todo eso, metiéndose perfectamente en su
papel de mujer ardida.
—¿Qué pretenden tú y David? Porque ahora tengo claro que estás aliada
con él —cuestioné.
—Deshacernos de la descendencia de Lucius y que de paso, lo asesinen a
él en esta batalla, así su hermano tomará el lugar como líder sin que los
otros aliados crean que lo traicionó. Ya sabes, el honor, la lealtad, bla, bla,
bla —se burló—. David ni siquiera está aquí, dejó todo en mis manos para
luego disfrutar de la victoria.
—Dejó a su perra roja —Gruñí cuando me asestó otra bofetada y saboreé
mi sangre—. Ruega para que no te ponga las manos encima, yo o Isabella
—aconsejé y le escupí la cara.
Sentí un puto asco cuando se limpió con la palma y luego lamió mi
saliva, demostrándome sus jodidos alcances psicópatas.
—¡Isabella, Isabella, Isabella y más puta Isabella! —entonó—. Todos
tienen a esa maldita como la reina y señora del mundo, cuando no es más
que una huérfana ilusa buscando venganza. Y lo único que obtiene es
sumergirse en más miseria —Quise alcanzarla y estrangularla.
Y me tocó quedarme con las jodidas ganas en ese momento porque me
tenían imposibilitado.
—¿Acaso tú no estás buscando venganza? —le recordé.
—Y ya la conseguí, Ángel —se regocijó—. Manipulé a tu madre y
hermana para que se deshicieran de una líder, ella te ha hecho mierda a ti. Y
con eso te quité un hijo por el hermano que me arrebataste. Todo lo demás,
está siendo algo extra —Abrió los brazos con satisfacción tras la
declaración.
—Maldita hija de puta —espeté y soltó una carcajada.
—Mmmm, yo me llamaría una excelente jugadora. ¿Acaso no lo has
comprobado ya por tu cuenta? —No me dejó responder—. Ya me deshice
de los peones, de los alfiles, de las torres, de los caballos y heme aquí,
teniendo en mis manos al rey para que caiga la reina y dar el jaque mate.
—No nos subestimes, Vanka, porque el juego no termina hasta que digas
esas palabras. Y así hagas caer al rey, no podrás jamás con la reina —
aseguré sin una pizca de dudas y ella rio.
—¿Te diviertes, princesa? —La voz de Lucius nos interrumpió y llegó de
inmediato detrás de la puta rubia.
Hanna me guiñó un ojo antes de responderle.
—Mucho, bebé.
¿Era puto en serio lo de bebé? Quise reírme, ya que el viejo ya estaba
camino a caducar, pero me contuve porque necesitaba sobrevivir.
Me aferraría a la vida hasta donde pudiera, pues nunca había sido fácil
deshacerse de mí y debía confirmárselos.

Nos tenían a Elliot y a mí de rodillas, apresados con las manos en la


espalda. A Dominik lo sentaron y amarraron a un pilar de madera. Los hijos
de puta lo despertaron por el dolor que le provocaron al ponerlo en esa
posición, importándoles un carajo que tuviera el brazo y la pierna
quebrados.
A Elliot también lo torturaron, según lo que veía, ya que al no conseguir
nada con nosotros quisieron seguir jodiéndolo a él, pero el tipo había
seguido negándose a darles la información que buscaban y temíamos que la
cosa no pararía ahí, pues la hija de puta rusa estaba demostrando por qué
pertenecía a una de las mafias más sangrientas.
—¡No por favor!
Aquel grito nos alertó a los tres, y vimos a Alice siendo arrastrada del
cabello, pataleando sin éxito para escaparse.
—¡Cumplí! ¡Maldita sea! Hice lo que querías —le gritó Elliot a Hanna.
Ella únicamente rio satisfecha por lo que estaba provocando—. ¡Déjala! —
exigió, consciente de que no serviría de nada.
Me sentí impotente al ver cómo trataban a mi amiga, pues le estaba
fallando a ella y a Marcus, pero así confirmaran lo maldito egoísta que era,
jamás entregaría a los niños por salvarla. Y no solo porque se trataban de
mis hijos, sino también porque le fallé a muchos infantes en el pasado por
culpa de esos malnacidos, y no estaba dispuesto a condenarme más.
—¿La seguirías protegiendo si te confirmo que ella me ayudó a joderlos?
¿Que lo hizo porque estaba celosa de Isabella cuando la reina Grigori de
mierda perdió la memoria y volvió a estar enamorada de ti?
—¿Qué? —Me hice la misma pregunta que Elliot en ese momento.
—¡No! ¡Yo jamás te ayu…! ¡Ah! —gritó Alice cuando el hijo de puta
que la sostenía la zarandeó al tirar más de su cabello.
—Tiene razón, no lo hizo —desdeñó Hanna. La hija de puta únicamente
buscaba meter cizaña para llevarnos al límite—. No consciente, sin
embargo. Simplemente fue una buena amiga y llevó mi maquillaje a tu
apartamento cuando se lo pedí, sin saber que en ellos escondía los repuestos
de mis drogas.
—¡Oh, por Dios! —se lamentó Alice, dándose cuenta por primera vez de
lo que hizo.
¡Maldita mierda!
—Ahora le daré la oportunidad de que compruebe cuánto te importa —
siguió mofándose Hanna con una sonrisa siniestra.
—¡Elliot! ¡Nooo! —Alice gritó al ver que él quiso ir hacia ella y un
imbécil con arma taser lo contuvo dándole una descarga eléctrica y, aún sin
recuperarse, lo hicieron ponerse de rodillas de nuevo—. Amor, perdóname
—suplicó por algo que no tuvo culpa en realidad.
—Una última oportunidad, Elliot. Dime dónde están esos niños.
Bufé una risa en cuanto Lucius volvió a llegar comportándose como el
rey del lugar, cuando no era más que un títere de su hermano y de esa
víbora que tenía al lado. Ella le hizo un gesto de cabeza a tres tipos y estos
tumbaron de espaldas a Alice en una mesa y la contuvieron.
Joder.
Vi el miedo de Elliot en cuanto comprendimos el plan que tenían.
—¡Dios! ¡Nooo! —La voz aterrorizada de Alice me rompió por dentro e
hice lo mismo que Elliot anteriormente: corrí hacia ellos sin llegar lejos, ya
que una maldita descarga me atravesó el cuerpo.
Puta madre.
Era una suerte que mi corazón siguiera soportando tantos choques de
electricidad.
—Dejen el espectáculo y hágannos esto más fácil —demandó Hanna.
—Es fácil, Elliot: solo dime a dónde llevaron a los niños y ya —lo animó
Lucius.
—Mierda —gruñí. No quería estar en su lugar.
Elliot me miró con dolor y miedo. Dejó rodar las lágrimas al ver a Alice
luchar contra aquellos tipos, uno ya estaba entre sus piernas y desgarraba su
ropa.
—Solo tú puedes evitar el cruel destino de tu novia —le recordó Hanna
con tono burlón.
—¡No! ¡Déjala! —le gritó él al tipo que ya estaba bajando el pantalón de
Alice.
Ambos fuimos contenidos cuando de nuevo intentamos movernos, y
sentí que me fracturaron las costillas al recibir las patadas de dos
malnacidos, alcanzándome a cubrir a duras penas el rostro con el hombro,
haciéndome un ovillo.
Escuché a Elliot gemir de dolor, Alice gritaba horrorizada y Dominik
estaba comenzando a reaccionar luego de haberse desmayado por el dolor
una vez más.
—¡¿Dónde están?! —gritó Lucius.
Ambos estábamos tumbados boca abajo en ese momento, los amarres en
nuestras manos se tensaron más y con brusquedad nos levantaron para ver
lo que seguía.
—¡Elliot! —Alice nos miró a ambos, sus ojos inundados de lágrimas y
terror—. No se lo digas —suplicó y aceptó su destino para liberarlo a él del
cargo de consciencia.
Sus pechos ya estaban de fuera, sus piernas desnudas y sus bragas en las
rodillas. Era ella o mis hijos, Leah y Dasher. Y Alice escogió a los niños.
—¡Perfecto! ¡Partan a esta puta en dos! —ordenó Hanna.
—¡Noooo! —rogó Elliot.
Escuchamos a Alice gritar con horror y vimos cuando el tipo entre sus
piernas cayó sobre ella, empapándola de sangre después de que una katana
que reconocía a la perfección, lo partió a él en dos.
Me cago en la puta.
El maldito infierno se desató en un santiamén. Los otros dos tipos que
retenían a Alice corrieron la misma suerte al ser atravesados por armas
blancas. Y bañadas en sus jodidas sangres aparecieron en aquel tridente,
Amelia, Maokko e Isabella. La primera vestía de negro y las dos últimas de
vinotinto, portando con letalidad el uniforme de La Orden del Silencio.
—¡Mierda! ¡Sí! —gritó Elliot realmente agradecido.
Los tipos a nuestro lado también cayeron al suelo sin vida cuando otro
tridente los sorprendió, este conformado por Fabio, Ronin e Isamu. El
último asiático cortó el amarre de mis manos con su daga, como si el
material hubiera sido de mantequilla.
—¡Ponte esto! —me gritó Darius, lanzándome su chaleco antibalas. Él
apareció con Marcus y Lewis—. Póntelo, maldición. Vas a necesitarlo más
que yo en este momento —exigió cuando notó que no lo aceptaría.
Pero lo dejó para mí sin dejarme replicar y siguió luchando.
Belial, Lilith y Owen me rodearon para darme tiempo de colocármelo,
impidiendo que algún Vigilante quisiera aprovechar el momento para
deshacerse de mí. Los disparos, gritos y el hedor a sangre me embargó,
haciendo que la adrenalina mermara un poco el dolor en mi cuerpo tras la
tortura recibida.
—Ten, cielo —Lilith me ofreció un arma que tomé enseguida.
Ellos se movían a mi alrededor, peleando y deshaciéndose de los
malnacidos tratando de llegar a mí. Y… joder, me sentí estúpidamente inútil
al moverme con torpeza por el dolor en mis extremidades en cuanto intenté
ponerme en pie. Aun así, busqué a Isabella con la mirada, encontrando solo
a Maokko luchando con dos Vigilantes.
—¡Arriba, hijo! —me animó padre, llegó junto a Caleb y Serena justo
cuando nuestros malditos enemigos consiguieron alejar al tridente que me
protegía antes.
Él y el rubio me ayudaron a ponerme de pie y gruñí, convirtiendo la
maldita frustración en orgullo, colocándome espalda contra espalda con
ellos para unirme a la batalla, siendo cubiertos por Serena que llegó como
parte del tridente de padre, además de Roman, Max y Dom, quienes
formaban otro.
—¡Demonios! Esa zorra dista mucho de ser la dulce Hanna —espetó
Serena al ver a la rubia luchando como una auténtica guerrera.
Se estaba enfrentando con una agilidad innata a Belial, Lilith y Owen,
siendo apoyada por dos hombres de Aki Cho.
—¡Perfecto! Evan y Connor han sacado a jugar a sus creaciones —avisó
padre en cuanto varios drones entraron al lugar.
Supuse que Connor los controlaba desde donde se encontraba con Jane.
—Pelea con las glocks esta vez, Sombra —aconsejó Serena al darse
cuenta de que no estaba en las mejores condiciones para luchar a golpes.
Le tomé la palabra y comencé a disparar, haciéndolo directo a las
cabezas de dos hijos de putas que atacaban a Isabella en ese momento. Ella
se movió con la gracia de una ninja sádica con otro par, asesinando como si
tuviera la cordura de una psicópata, recordándome a Dylan, confirmándome
que heredaron eso de Enoc.
Sin embargo, le hice el trabajo más fácil al deshacerme también de esos
malditos con una bala en la sien de cada uno. Ella me miró y sonrió,
confirmándome el ángel de la muerte que también era y enseguida corrió
hacia mí.
—Pregunta estúpida —avisó—. ¿Estás bien? —Sonreí antes de
responder.
—Respuesta estúpida. Ahora lo estoy, pequeño infierno —Vi el alivio en
sus ojos.
Me moría de ganas por abrazarla, pero en lugar de eso la tomé de la nuca
y la agaché, protegiendo su cabeza de esa manera cuando le disparé a un
hijo de puta que pretendió atacarla por la espalda.
—Te debo una —avisó antes de seguir con la lucha y me reí.
La batalla siguió. Darius me había dejado muchos cargadores llenos de
balas en el chaleco, así que los cambié en varias ocasiones. La muerte se
convirtió en el platillo más servido de esa velada y los gruñidos de dolor en
una grotesca melodía.
Los tridentes de Belial y el de padre se mantuvieron cerca de mí para
ocuparse de la lucha cuerpo a cuerpo, mientras que yo me convertí en una
especie de dron terrestre, ya que lo que Evan y Connor hacían desde el aire,
yo lo ejecutaba desde el suelo.
Reconocí a gente de Makris y Kontos en el lugar, además de la fuerza
militar de Gibson, incluso escuché a algunos hablando en irlandés, por lo
que imaginé que Cillian decidió enviar a su gente para apoyar a Amelia.
Elliot y Marcus peleaban lado a lado en ese instante para proteger a
Alice; Fabio, Isamu y Amelia se movían juntos cubriendo a Dominik,
mientras Maokko y Darius lo liberaban. Myles peleaba con Lucius y vi a
Ronin y Lewis correr detrás de Hanna cuando esta se les quiso escapar.
Mierda.
Quería meterme en una lucha cuerpo a cuerpo, pero no podía ser imbécil,
así que me conformé con seguir deshaciéndome de los demás con las balas,
liberando el camino de mis compañeros.
—¡Todos los tridentes atentos! —grité en cuanto vi entrar a varios
asiáticos, a quienes reconocí como los tipos de Aki Cho que Amelia
mencionó.
Dos de ellos se fueron directo a enfrentar a Maokko, Fabio e Isamu,
dándome cuenta de que algunos de los tridentes se rotaban los miembros
según la batalla lo dictaba. Darius y Amelia luchaban para sacar a Dominik
del lugar.
Avancé al mismo tiempo que Isabella en cuanto la vi correr a donde
estaba padre, luchando en el camino contra nuestros contrincantes. Ella lo
hacía con lucha de cuerpo a cuerpo, o utilizando su katana, mientras yo la
protegía con mi arma, teniendo el apoyo de Serena enseguida.
—¡Ayuden a Fabio, Isamu y Maokko! —gritó Isabella para Belial, Lilith
y Owen.
—¡Y ustedes cubran a Amelia y a Darius! —demandé a Roman, Max y
Dom.
Nos acercamos a padre, quien estaba doblegando a Lucius, e Isabella
asintió hacia él, diciéndole de esa manera que desde ese momento se
encargaría ella de esa mierda.
—Eres el reemplazo de la puta de tu madre —escupió Lucius al verla y
rio mostrando los dientes manchados de sangre.
—No, malnacido, soy el reemplazo que la reina Sigilosa dejó para
mandarte al infierno —aseveró ella.
Sonreí con orgullo al escucharla, siendo más consciente de que mi chica
no necesitaba a nadie para que la defendiera, pues con ella bastaba y
sobraba. Yo simplemente estaba ahí, cuidando su espalda y siendo ese
compañero de batalla que me pidió ser. Comenzando desde cero esa vez,
aprendiendo a confiar en esa reina en todos los sentidos, queriendo
merecerla como padre me lo sugirió.
—Tu puta madre rogó para que la matara —Esas palabras de Lucius
serían su peor castigo—. Rogó para que no la violaran.
—Eso deseaste, maldita mierda, pero no lo conseguiste —zanjó Isabella,
recordando lo que Amelia le confesó—. Hasta en eso te superó Leah Miller,
porque escogió cómo morir, no lo dejó en tus manos.
Acto seguido, se lanzó contra él. Con padre y Serena cuidamos que nadie
la interrumpiera, matando en un santiamén a los imbéciles que pretendieron
correr para defender a su jefe, encontrando la muerte como recompensa.
White en serio disfrutaba haciendo mierda a ese hijo de puta,
demostrando que Myles únicamente lo acarició. Le cortó los tendones y
acuchilló su polla, subiendo incluso al abdomen, bañándose con su sangre,
moviéndose como si se trataba de una asesina en un juego virtual,
haciéndolo ver fácil. Hasta que se cansó y la vi girar los anillos en sus
dedos medios; eran los que usó en Karma tiempo atrás.
—Esta vez voy asegurarme de que mueras, maldito engendro —rugió,
clavando las agujas de los anillos tres veces.
Se alejó de él en cuanto la mierda comenzó a retorcerse como el parásito
que era y la vi sonreír satisfecha, disfrutando de la escena.
—Ya sé cuál será tu final si te atreves a serle infiel algún día —comentó
Serena con cara de horror, padre a su lado sonrió divertido.
Lo imité mientras le disparaba a un par de tipos y luego me giré en mi
eje, disparándole a otros.
—No dejen que nadie se le acerque hasta que muera. No tardará mucho
—le ordenó Isabella a Roman, Max y Dom, quienes se encontraban cerca
de nosotros.
Nuestras miradas se conectaron en ese instante, se había perdido por
unos segundos en sus ansias de venganza y regresó a ser la Isabella oscura,
la chica que no descansaría hasta acabar con los que le jodieron la vida.
Asintió y me sonrió.
—Es el turno de tu chica —avisó y negué con la cabeza, sonriendo y
maldiciendo porque sabía que se refería a Hanna.
—Sí, sé cuál será tu final —se burló Serena.
La Castaña estaba en su derecho de joderme con esa puta, pero…,
mierda, odiaba que la llamara mi chica cuando la única en mi vida era ella.
No obstante, no era el momento para discutirlo, por lo que opté por seguirla
y vi a padre y Serena yendo detrás de mí.
—¡Ronin! —gritó de pronto Owen con desesperación.
—¡Mierda, no! —se le unió Isabella.
Vimos cómo el asiático trató de proteger a Lewis cuando este estuvo a
punto de ser herido por Hanna, recibiendo él, el ataque, pues ambos habían
seguido en la lucha con ella.
Owen corrió queriendo atrapar a Ronin cuando este cayó desde el
segundo piso, Isabella trató de hacer lo mismo. Hanna aprovechó el golpe
que dio y se lanzó también desde donde estaba como si hubiese sido una
jodida Gatúbela.
Entonces nos asestó un nuevo golpe letal.
Darius se hallaba desprotegido y cargaba a Dominik, sirviéndole como
apoyo para que él lograra avanzar con su pierna buena; Amelia le había
dado su chaleco antibalas a este último y Hanna lo notó, así que obviando
con agilidad a Lilith, Maokko y Belial, con la misma arma que antes le
disparó a Ronin le apuntó a Darius.
Amelia se puso frente a su hermano sin dudar, recibiendo los tres
impactos de bala.
—¡Jaque mate para la primera reina! —gritó la hija de puta.
—¡Nooo! —Fue el desabrido y doloroso grito de Dominik al ver lo que
pasaba, cayendo al suelo junto con Amelia en brazos cuando intentó
cogerla, antes de que ella impactara en el suelo.
Todos se fueron en contra de Hanna, ella rio como la vil maniaca que era
y se giró para dispararme también a mí, apuntando directo a mi cabeza,
percatándose del chaleco que usaba. Yo alcé mi arma para contratacar, pero
Isabella se puso frente a ella creyendo que no tendría tiempo de defenderme
a mí mismo.
Entonces escuché una nueva detonación del arma de Hanna y mi mundo
se paralizó.
Capítulo 56
Dahlia negra
Isabella

Tuvimos que transportarnos a una ciudad cercana a Pungo en


helicóptero, ya que en coche nos llevaría mucho tiempo y eso era con lo que
menos contábamos. Al llegar ahí, Gibson ya tenía a un equipo de la fuerza
armada esperando por nosotros, para llevarnos a nuestro destino.
La adrenalina y la furia que me recorrían de pies a cabeza eran el
combustible que me hizo moverme como una máquina asesina. Junto a mi
élite de Sigilosos y Oscuros nos convertimos en uno solo, matando a todo
Vigilante y ruso que se cruzaba en nuestro camino, porque en efecto,
hombres de la Bratva apoyaban a nuestros enemigos.
La misión principal era deshacernos de la mayor cantidad de gente con la
que contaban Lucius y David, antes de que los pusieran en sobre aviso de
nuestra presencia, así que no nos detuvimos a preguntar nada y mucho
menos amenazar, limpiamos el camino y ya.
—Mira lo que me encontré, jefa —dijo Isamu cuando estábamos cerca
del granero en donde tenían a los chicos y a Alice.
Acabábamos de quitarnos los uniformes e insignias Vigilantes porque ya
no era necesario tener esas mierdas sobre nuestro cuerpo (Darius, Fabio y
los Oscuros únicamente se quitaron las insignias). Todos los Sigilosos
llevábamos el uniforme vinotinto de La Orden, Amelia utilizó el de la
Dahlia negra que le dejó mamá.
—Sabíamos que la traidora volvería —espetó Brianna Less al ver a
Amelia.
Isamu la tenía del cabello y ella luchaba sin éxito por soltarse del agarre
de mi compañero.
—Vaya ovarios los que tienes para llamarme así, mientras ese hombre
que te coge del pelo, podría arrancarte la lengua en cuestión de segundos —
señaló Amelia con una sonrisa socarrona en el rostro—. O terminar de
hacerte lo que no pudo la otra vez.
Isamu sonrió como un completo cabrón ante la declaración de Amelia.
Brianna se asustó al recordar de lo que hablaba e hizo un movimiento muy
ágil para zafarse de él. Mi compañero se lo permitió porque era de los que
disfrutaba cazando a su presa, sin embargo, la chica no llegó muy lejos, ya
que Caleb la detuvo al sorprenderla saliendo detrás de un árbol.
—Shss, calma, bonita y salvaje liebre —recomendó el rubio,
presionando la espalda de Brianna en su pecho, cogiéndola del cuello y
hablándole en el oído.
Fuera la perspectiva que fuera, en esos momentos mis compañeros se
habían convertido en unos cabrones. Isamu y él sobre todo. Y que fuéramos
con los rostros manchados de sangre, Caleb incluso del cabello rubio, nos
daba un aspecto macabro.
—¿Cómo está tu bebé, Bri? —le preguntó Amelia de pronto, sonriendo
como una cabrona—. ¡Ups! Lo siento, ahora recuerdo que lo perdiste.
«Mierda. A veces olvidaba lo hija de puta que era».
Yo también.
Sentí un poco de remordimiento al enterarme que Brianna perdió a su
bebé, lo que supuse que fue por mi culpa. También imaginé que por eso el
karma me cobró caro al arrebatarme un hijo, pues fui una perra con la chica
y eso no lo discutiría y mucho menos me excusaría.
—¡Hija de…! —Brianna gimió cuando Caleb apretó más su agarre en
ella y la calló de golpe.
Isamu caminó hacia ellos, sus pasos siendo los de un verdadero hijo de
puta, sonriendo con alevosía.
—También te gusta la bonita liebre, ¿no? —inquirió Caleb para él,
sonriendo con perfidia.
Sabía que ambos querían asustarla para no tener que dañarla físicamente,
prefiriendo hacerlo a lo psicológico, ya que a veces era más efectivo de esa
manera.
«Y el daño perduraba por más tiempo».
Daba fe de ello.
—No te imaginas todo lo que estas bonitas e inocentes liebres hacen
contigo en situaciones más… ¿íntimas? —le dijo Isamu y acarició un
mechón de cabello de Brianna.
Ella lo miró aterrada y se sacudió, pero Caleb la sostuvo de la cintura,
apretando a la vez el cuello.
—Debo decirlo… me encantan cuando son así de hijos de putas —
comentó Amelia a mi lado y negué con la cabeza.
—Y luego dices que la perra soy yo —se quejó Maokko.
—Cuñado, ¿por qué no le demuestras a esos dos el nivel que tú manejas?
—provocó Amelia a Fabio y él se limitó a sonreír de lado y negar con la
cabeza.
—Amelia —la amonestó Darius y ella se encogió de hombros.
—Es solo para que vea lo que se perdía al estar con un imbécil como
Derek —se excusó.
—Bien, dejemos de perder más tiempo —los animé a todos.
—¿Qué quieres que hagamos con ella, linda? —me preguntó Caleb.
Miré a Brianna, ella también lo hacía, y noté la súplica en sus ojos.
La chica solo estaba siendo usada por su propio suegro y no se daba
cuenta, o no le importaba, en su necesidad de vengarse de mí por lo que le
hice a su marido. Pero tenía suerte de que yo no estuviera para perder
tiempo en ese momento.
—Desaparécela de mi vista, a ella y a su hija —le ordené a Caleb y él
asintió—. Y asegúrate de que jamás se vuelva a cruzar en mi camino,
porque si lo hace, no seré benevolente —advertí.
Dicho eso, le ordené a los demás que continuáramos con nuestro camino,
sabiendo que Caleb sabría encargarse de la tipa. Y si no la maté yo misma,
fue porque no era capaz de dejar a su hija sin madre cuando ya le había
arrebatado al padre.
En el trayecto hacia el granero seguimos matando a más Vigilantes,
Darius me avisó que Myles y Serena también nos seguían de cerca junto a
otro grupo conformado por unos irlandeses que Cillian envió para que
apoyaran a Amelia con lo que fuera necesario. Asimismo, la gente de
Perseo y Bartholome cuidaban nuestras espaldas.
—No olvides lo que dejé en el coche —me pidió Amelia y negué con
fastidio.
—Yo no soy tu mandadera, así que preocúpate por tus asuntos tú misma
—demandé.
—Eres una cabrona insufrible, ¿sabes?
—Dijo la maniática intensa —satiricé y la vi esconder una sonrisa.
No estaba siendo despreciable con la chica porque quería, sino más bien
porque odiaba ese presentimiento en mi pecho de que las cosas no saldrían
exactamente como lo deseaba. Y era consciente de que a Amelia le pasaba
lo mismo, por eso me pidió que guardara por ella una cajita de terciopelo
que trató de darme en el coche, pero me negué y le ordené que no llamara la
desgracia con esas cosas.
—Mis reinas, ha sido un placer cuidar sus bonitos culos en esta vida —
dijo Ronin acercándose a nosotras y maldije en mi interior porque odiaba
que hiciera eso en cada misión que teníamos, pero él siempre aseguraba que
le gustaba aprovechar hasta el último minuto consciente para decir lo que
quería—. Espero que nuestros caminos vuelvan a cruzarse en la siguiente,
jefa —Me limité a asentir sintiendo la presión en mi pecho cortándome la
respiración—. Y no me escucharás decirlo de nuevo, Dahlia, así que
aprovéchalo: también quiero volver a coincidir contigo, porque igual que tu
hermana, eres una gran reina oscura.
Se adelantó tras decir eso para ir con Maokko y luego con Isamu y
Caleb, aprovechando su último minuto consciente, como solía llamarlo,
para no quedarse con nada que hubiera querido decir y no pudo.
Vi a Amelia tragar con dificultad y tras eso carraspeó.
—Shouganai, Amelia —musité para ella, utilizando una frase japonesa
que sensei Yusei siempre nos repetía. Me miró con los ojos acuosos y le
sonreí—. Acepta las cosas que están fuera de tu control, acoge lo que el
destino te da y deja de culparte por lo que no pudiste evitar.
«También decidiste aprovechar hasta tu último minuto, eh».
Y continué mi camino dispuesta a que no fuera el último.
No obstante, mis planes y los de la vida no se alinearon, una vez más. Y
aquel presentimiento con el que entré al granero se volvió oscuro y con
sabor metálico en cuanto Hanna arremetió contra Ronin, sintiendo que
rompió una parte de mi alma al ver a mi hermano y compañero caer del
segundo piso.
Y lo que hizo a continuación me demostró que sí podían romperme más,
lo confirmé al ver a Amelia recibiendo los impactos de bala en lugar de
nuestro hermano.
«¡Oh, Dios mío!».
Eso no podía estar pasando, de ninguna manera aceptaría ese
shouganai.
—¡Jaque mate para la primera reina! —celebró.
—¡Nooo! —gritó Dominik.
—¡Y ahora voy con la segunda! —avisó Hanna.
¡No!
Reaccioné al ver que la malnacida le apuntó a Elijah y no dudé ni un
segundo en ponerme frente a ella para impedir que también lo hiriera. Sin
embargo, el disparo nunca llegó a mí porque Isamu actuó con la rapidez que
lo caracterizaba y le lanzó una estrella shuriken, consiguiendo que la pistola
cayera de su mano y que el proyectil impactara en el suelo.
Maokko fue la siguiente en atacar, ambas arremetimos al mismo tiempo,
pero mientras ella golpeó los tobillos de Hanna, yo impacté la rodilla en la
mandíbula de esta. No obstante, la hija de puta consiguió reaccionar a pesar
del aturdimiento de nuestros golpes y esquivó los siguientes, viéndose
rodeada en un santiamén por mi amiga, Lilith, Serena y yo.
Parecíamos unas leonas rodeando a la hiena, turnándonos cada una para
asestar nuestros ataques mientras los demás hombres de mi élite peleaban
contra los rusos que intentaban defenderla. Los Oscuros auxiliaban a Ronin,
Amelia y Dominik. Los Grigoris, irlandeses y los militares se encargaban
de los Vigilantes. Y yo, así llorara por dentro por lo que estaba pasando con
dos de mis hermanos, solo ansiaba despedazar a la hija de puta que
consiguió ponernos en jaque.
—¡Buh! Puta camaleón rojo —gritó Lilith, riendo como una desquiciada
cuando le dio un cabezazo a Hanna, consiguiendo que la cascada de sangre
en la nariz de esta aumentara.
La tipa trastabilló hacia atrás y estuvo a punto de caer al suelo, pero la
cogí del cabello con tremenda fuerza brutal, a tal punto, que le arranqué
varios mechones con piel incluida.
—No dejes que la toque el diablo, reina Sigilosa —sugirió Lilith con voz
cantarina y sonreí, entendiendo por qué Dylan amaba tenerla a ella y a
Belial como compañeros.
—Y quién crees que la está sosteniendo —se mofó Maokko refiriéndose
a mí, golpeando la parte trasera de las rodillas de Hanna para que esta se
doblara.
—Ahora entiendo por qué Sombra está loco por ella —comentó Serena,
impactando el talón de su pie con tanta fuerza sobre los dedos de Hanna,
que la tipa aulló de dolor.
Le destruyó las uñas junto a la carne y huesos en cuanto la rubia trató de
apoyarse con las palmas en el suelo, y juro que eso me dolió incluso a mí.
—Y yo estoy viendo por qué Isamu tiene una obsesión contigo —declaré
y, a pesar de lo que hacíamos, la morena se sonrojó.
Continuamos con nuestros ataques grupales con la tipa, aunque mis
compañeras permitieron que fuera yo la que más la castigara. Al principio
se había defendido muy bien, incluso llegó a asestarnos un par de golpes,
pero en ese momento sus fuerzas ya la estaban abandonando.
—Voy a darte un poco de tu propia medicina —le dije y tras girar la
aguja de mi anillo, la cogí de la mandíbula y la clavé en su piel.
Comenzó a maldecir en ruso, retorciéndose cuando el fuego líquido le
incendió las venas, sin embargo, la desquiciada también se reía.
—No tienes idea… de lo que mi padre te hará —me dijo entre titubeos.
—Que venga él y el puto Pakham, toda la mafia roja si lo desea —
desdeñé, dándole un golpe en el abdomen. Gritó porque el veneno en sus
venas la hacía más sensible y aumentaba el dolor—. Encontrarán lo mismo
que tú, malnacida: la muerte en manos de la puta reina Sigilosa.
El caos a mi alrededor había sido controlado por mi gente y amigos, así
que sentí sus miradas en mí. Lilith, Maokko y Serena se hicieron a un lado
cuando Elijah llegó y nuestros ojos se conectaron.
—Hallarán la muerte en manos de mi jodido rey Grigori —aseveré
porque incluso queriéndolo lejos de mí, no negaría quién era en mi vida—.
Y les demostraremos que del lado bueno, también se puede encontrar una
organización de miembros más sanguinarios que ellos.
—Ángel —suplicó la cínica y como pudo se arrastró a los pies de Elijah
cuando lo vio.
Él me sonrió de lado con perversidad y se puso en cuclillas frente a ella,
tomándola de la barbilla con una mano y del brazo con la otra para que se
pusiera de pie.
—Eres excelente fingiendo —musitó él, cogiéndola del rostro con tanta
delicadeza, que no soporté no tener nada en las manos, así que zafé de
nuevo la katana de mi tahalí.
—No, Ángel, jamás fingí contigo. Me enamoré de ti, te amo —siguió
ella con su jodido espectáculo—. Perdóname por lo que te hice.
«Debiste haberle cortado la lengua a esa hija de puta».
Buen punto.
—Pero sabes para qué no fuiste excelente —urdió él, hablándole en el
oído, pero con el tono exacto para que los demás lo escucháramos—. Para
rogar por no caer en nuestras manos, en las de ella sobre todo. —Sin que
Hanna lo previera la empujó con más fuerza de la que era necesaria,
consiguiendo que volara hasta caer a mis pies—. Ahí tienes a mi chica,
meree raanee —satirizó y me fue inevitable no sonreír.
—¿No te da vergüenza? —inquirió Hanna para él—. Te crees el jodido
rey de tu mundo, pero estas a los pies de esta perra, te arrastras por ella
como el pusilánime que eres —lo provocó, sin embargo, Elijah únicamente
sonrió de lado y me miró.
—Sí, Vanka Morozova, soy un pusilánime que, incluso siendo capaz de
poner el mundo a mis pies, únicamente me siento poderoso estando
postrado de rodillas frente a ella.
«Oh. Santo. Padre».
Me mordí el labio cuando entendí la referencia sexual implícita en su
declaración, aunque el corazón se me aceleró por lo que sus palabras
significaban en realidad.
De soslayo vislumbré a Lilith dándole un codazo a Belial mientras este
se reía de algo. Los demás se mostraron imperturbables y expectantes por lo
que sucedería. Y debido a que mi adrenalina aumentó tras las palabras de
ese Tinieblo, arremetí contra Hanna antes de que siguiera soltando su
veneno y le demostré a ella y a nuestros espectadores, por qué las mafias
debían temernos.
La cogí del cabello para alzarla del suelo, hundí mis dedos en el lado
izquierdo de sus costillas y le retorcí una, haciéndola gritar hasta que mis
tímpanos se sintieron como que sangraban. Cayó de nuevo al piso, repetí el
proceso de levantarla y volver a arremeter, hasta que no pudo ni cubrirse el
rostro, demostrándome que, así pudiera defenderse, sus fuerzas la
abandonaron por completo mientras el veneno la seguía quemando desde
adentro.
—Te concedo el jaque mate —le dije a Elijah, mientras Hanna se retorcía
en el suelo como una lombriz.
La rubia ya no podía parar de gemir por el dolor y cuando él la tomó del
cabello y se puso detrás de ella para cogerla del cuello, sus ojos se abrieron
con verdadero temor, dejando de ser la experta en manipular sus emociones
y mostrándonos que le daba pavor morir.
—¡Shhh! Calma, princesa —ronroneó Elijah en su oído, fingiendo ser el
príncipe que llegó en su ayuda para apaciguar su tormento, aunque
sonriendo con maldad sin esconder su verdadera intención.
—Ángel, por favor —musitó ella con dificultad, pues había perdido un
par de dientes en la pelea.
—Yo te saqué de un infierno, y yo mismo te devolveré a otro —entonó él
con vileza y comenzó a apretar su cuello para estrangularla.
Sin embargo, a último minuto me di cuenta que entre la pelea, Hanna me
había quitado los anillos y se los puso ella. La hija de puta me sonrió de
lado dejándome clara su intención.
—Pero te arrastraré conmigo —sentenció con dificultad y se aferró a los
antebrazos de Elijah.
Él gruñó de dolor, aunque no la soltó, todo lo contrario, apretó con más
fuerza sin importarle que ella alzara la mano para tocarlo una tercera vez e
inyectarle el veneno. No obstante, yo me moví con más rapidez y siendo la
katana una extensión más de mi cuerpo, la blandí cortándole la mano y de
paso, parte de la boca, borrándole la sonrisa victoriosa que pretendió darme.
Gritó de dolor, lo hizo sin dejar de ahogarse por el agarre de Elijah. Y
cuando a él le afectó más el veneno que tenía en las venas, decidió terminar
pronto con lo que hacía, torciendo el cuello de la tipa hasta que la dejó
viendo hacia atrás.
—Jaque mate —gruñó, pero cayó al suelo comenzando a retorcerse de
dolor.
Estaba muriendo también, aun así no dejó de mirarme a los ojos,
diciéndome sin palabras lo que no podía con la voz, destruyéndome con la
idea de que iba volver a perderlo. Sonriéndome para tranquilizarme.
—Die for you, meree raanee —susurró entre quejidos.
—Pero no hoy, hijo de puta —espetó Isamu llegando a su lado e
inyectándole algo en el cuello. Elijah jadeó y sentí que yo lo hice junto a él
al ser consciente de lo que mi compañero acababa de hacer—. No hagas
que me arrepienta de volverte a dar otros cinco minutos —sentenció.
Me lancé sobre el cuerpo de Elijah tras eso, riendo entre el llanto cuando
él comenzó a respirar con más tranquilidad, pues el antídoto de Isamu
comenzó a combatir los efectos del veneno.
«Me cago en la puta».
Había demasiadas cosas entre nosotros sin resolver, podía convertirme de
un suspiro a otro en una mujer letal e implacable, pero sin ese hombre, sin
mi rey, yo no era nada.
Lucius y Hanna estaban muertos, lo comprobé yo misma. E incluso
acepté que Isamu utilizara sus propios métodos para asegurarnos de que
nadie pudiera regresarlos de la muerte. Y, aunque nunca quise ser la mujer
en la que me convertí, lo que le dije a Elijah cuando estuvimos en la terraza
era verdad.
Yo podía ser la villana en un capítulo, hasta que leían en el que me
formaron a imagen y semejanza de esos monstruos que un día pretendieron
acabar con una chica de dieciocho años, que únicamente regresó a su país
con deseos de recuperar la vida que le arrebataron.
Esa era la Isabella White que llegó a Virginia con ganas de convertirse en
la mejor fotógrafa. Aquella joven enamorada de su príncipe azul, la que
siempre vivió en una burbuja porque su padre la amó tanto, que no le
importó crear para ella un mundo de ilusión, aunque él se convirtiera en el
peor monstruo con tal de mantenerla a salvo.
Pero la vida, con sus propios planes, me llevó a atravesar la peor de las
tormentas, una de la que salí convertida en una mujer vapuleada, con sed de
venganza, ansiando ganar su propio juego. Siendo a veces jugadora y en
otras, la pieza que movieron a su antojo. Sin embargo, al final de la partida,
conseguí coronarme como la ganadora.
No obstante, Perseo fue sabio al decirme que solo las personas más rotas
podrían llegar a ser grandes líderes. Y el señor Levi Pride tuvo razón al
asegurarle a su nieto que con el poder, también llegaban grandes pérdidas.
Lo estaba viviendo en carne propia en ese instante, viendo ir y venir a
doctores y médicos de una sala a otra. En una intentaban regresar de la
muerte a Ronin, en la otra trataban de que Amelia no cruzara el limbo; en la
tercera sometían a Elijah a una transfusión de sangre para sacarle el veneno
del cuerpo y en la cuarta operaban a Dominik.
Esa era la batalla en la cual no importaba mi fuerza física o mi destreza,
ni siquiera la voluntad indomable que había venido manejando en los
últimos años. Nadie podía consolar a nadie y lo único que logré hacer fue
sentarme en el suelo del medio del pasillo, con las manos apoyadas en mis
rodillas flexionadas, sosteniéndome la cabeza, sin poder respirar, sufriendo
taquicardias por el terror de que los médicos nos dieran noticias fatales,
odiando no tener la capacidad de regresar el tiempo para asesinar a esa
malnacida antes de haberle permitido llegar tan lejos.
—Jefa, Dominik ha salido de la operación y LuzBel está fuera de peligro.
—Pegué un respingo cuando Isamu puso sus manos en mis hombros y me
ayudó a ponerme de pie.
Me había congelado en mi lugar, viajando en mi mente hacia los peores
escenarios. Dominik seguía inconsciente por la anestesia y Elijah terminó
dormido por la debilidad que le provocó la transfusión de sangre. Ambos
tenían el cuerpo magullado e inflamado por la tortura a la que los
sometieron, pero estaban vivos.
¡Dios!
Estaban vivos y fuera de peligro. Y pronto volverían a estar bien, al
menos de salud.
—Isa… —Miré a Maokko cuando llegó a la habitación de Elijah a
buscarme, me encontró abrazándolo y llorando entre su cuello, amando
sentir su pulso y reviviendo el miedo que experimenté cuando lo
secuestraron y luego porque Hanna lo envenenó.
—Por favor, Maokko. No me des una mala noticia —supliqué al verla
llorando.
Me parecía inverosímil perder a otro hermano Sigiloso.
—No, no —se apresuró a decir—. Ronin ha superado la peor crisis.
—Joder —exclamé sintiendo tremendo alivio.
Me senté de nuevo en el sofá que estaba en la habitación y me cubrí el
rostro, comenzando a llorar, soltando sollozos agridulces.
«Puta madre, Colega. Bien decían que el hecho de que pudieras llevar la
carga en tus hombros, no significaba que no fuera pesada».
Y la mía pesaba tanto, que ya comenzaba a ir de rodillas con ella.
Tenían a Ronin en coma inducido, pero el doctor le aseguró a mis
hermanos que el mayor peligro ya había pasado, por lo que lo despertarían
cuando lo consideraran prudente. Él había usado chaleco antibalas como
todos los demás, sin embargo, Hanna sabía lo que hacía, así que disparó
justo cuando mi compañero alzó un brazo para apartar a Lewis,
consiguiendo darle en la axila. El proyectil cruzó todo el interior de su
pecho, provocándole una hemorragia interna que lo llevó a encontrar la
muerte por unos segundos cuando lo operaban.
Con Amelia todavía no se sabía nada, ya que los doctores seguían con
ella en la sala de operación.
Esa noche nadie durmió. Yo deambulé entre las habitaciones de Dominik
y Elijah, además de ir a la sala de cuidados intensivos en la que tenían a
Ronin, para verlo siquiera de lejos. Isamu y Caleb se encargaban de atender
las cuestiones que debían comenzar a solucionarse sobre las organizaciones.
Los Oscuros los apoyaron en recuperar a nuestros muertos y se ocuparon de
los Vigilantes y rusos que quedaron vivos, pues la orden directa fue que
nadie de los enemigos quedara en pie para seguir reproduciendo su maldad.
Íbamos a ser implacables esta vez y les enviaríamos un mensaje claro a
todas las organizaciones criminales para que no se atrevieran a volver a
jodernos.
Myles se estaba ocupando de recibir a Eleanor y a Tess, quienes
regresarían al país, Dylan había llegado a acompañarme cuando se sintió
mejor y Cameron apoyaba a Evan en lo que fuera necesario, junto a Connor
desde Seattle. Y Elliot no se apartaba del lado de Alice, aunque hubo un
momento entre la noche que me buscó para agradecerme por haber
impedido que dañaran más a su chica.
—Toma —me ofreció Maokko.
Llevaba para mí un té y analgésico, pues me escuchó comentar que
sentía que la cabeza iba a explotarme. Caleb me había llamado para
asegurarme que el tesoro seguía protegido y con eso mi adrenalina se fue a
tope, aunque bajó de golpe, lo que me provocó una migraña.
Elijah se despertó en medio de mi llamada con Caleb y el alivio en sus
ojos fue tremendo al escuchar lo mismo que yo, y entender con eso que los
niños estaban seguros.
—Dominik ha despertado y pidió que lo llevaran a la sala de cuidados
intensivos para esperar allí por noticias. Darius se encargó de eso —avisó
mi amiga y me preocupé.
El italiano tenía el brazo y la pierna con férulas, además de barras de
titanio incrustadas para conseguir que sus huesos sanaran lo mejor que fuera
posible.
—¿Quieres ir allí? —me preguntó Elijah y no supe responder, porque sí
quería, pero no si eso significaba dejarlo solo a él—. Vamos, White. Yo
también quiero estar cerca de Dominik en este momento.
—¿Te sientes bien para caminar?
—Por supuesto, la debilidad ya pasó —aseguró.
Le tomé la palabra y junto a Maokko nos fuimos hacia la sala, ya que ella
también quería estar allí para mantenerse pendiente de Ronin.
La espera era insoportable y el olor a antiséptico comenzaba a
revolverme el estómago por la manera en que mis nervios se alborotaban.
Dominik se mantuvo callado, aunque el gesto angustiado en su rostro
indicaba que por dentro vivía un tormento. Darius no estaba mejor, a pesar
de que intentaba parecer optimista.
—¡Fabio! ¡¿Qué está pasando?! —Todos miramos al susodicho cuando
salió de la habitación en donde tenían a Amelia y Dominik le preguntó tal
cosa, con la agonía siendo palpable en su voz.
Maokko me había dicho antes que el mayor de los D’angelo entró de
auxiliar a la sala de operación, como un favor personal que le hizo el
médico que se encargaba de su cuñada y no se apartó de ella hasta que la
llevaron a cuidados intensivos.
—Los tres impactos de bala los recibió en órganos vitales —comenzó a
explicar Fabio que lejos de ser un médico en ese momento, estaba siendo el
hermano que no le mentiría a Dominik para darle falsas esperanzas.
El otro médico salió segundos después de la sala, luciendo cansado, pero
también frustrado. Eso consiguió que mi garganta se secara y el corazón se
me acelerara por lo que temí que podía significar su actitud.
—Hicimos todo lo que estaba en nuestras manos. Ocho horas intentando
darle una oportunidad, pero el bazo se rompió ante el impacto de bala y la
hemorragia ocasionada comprometió varios de sus órganos, sin incluir los
que fueron dañados con los otros proyectiles —informó ese médico, que fue
quien atendió a Amelia.
—No, por favor. Debe haber algo más que se pueda hacer. ¡Tienen que
intentarlo, Fabio! —Me aferré a la mano de Elijah al escuchar a Dominik.
Fabio había intentado mantenerse en calma, pero su dureza y serenidad
tambaleó al escuchar a su hermano. Maokko se hizo varios pasos atrás y la
vi llevarse las manos a la cabeza.
—Lo siento, viejo —musitó Fabio derrotado.
—Dios mío —murmuré con la voz quebrada.
—¡No, Fabio! Yo confié en ti —le reclamó Dominik con dolor y yo no
pude seguir siendo fuerte—. ¡Dios, no!
—Dominik —Él se sacudió del agarre de Darius, sin importarle el dolor
físico, cuando este lo llamó y puso las manos en sus hombros, mostrándose
más derrotado que yo.
—¡Me niego, joder! ¡Me niego a que me la quiten cuando apenas la
tengo! ¡Me niego a que no hagas nada para que mi hija no se quede sin su
madre! —siguió espetando.
Elijah me tomó de la cintura en cuanto mis piernas flaquearon y vi a
Fabio apretando su mandíbula con impotencia, porque entendía el dolor de
su hermano, aunque lo rompía que él creyera que pudo haber hecho más,
pero decidió no hacerlo.
—Dominik, ella está luchando para darte el tiempo de que te despidas —
avisó el doctor—. Agoniza, pero no quiere irse así, por lo que les
recomiendo que cumplan su último deseo.
—Puta madre —susurró Elijah en mi sien, abrazándome más a él.
—No me sueltes —le rogué entre lágrimas.
—Jamás, amor —juró dándome un beso en la sien que me estremeció.
Vimos al médico irse y a Fabio de pie frente a Dominik, su hermano
pequeño rompiéndose cada vez más y nosotros sin poder sostener sus
pedazos porque no era posible. Darius detrás de él lloraba en silencio,
Maokko terminó de apartarse, pero la vislumbré llorando, presionando su
espalda a una pared; y yo abracé a Elijah, rogando por despertarme de esa
pesadilla.
«Pudimos ganarle la partida a nuestros enemigos».
Pero la vida seguía confirmándome que ella seguía siendo la maestra del
ajedrez.
«Joder, Colega».
Minutos después acompañamos a Dominik porque él me lo pidió a mí, a
Darius y a Elijah. Mi hermano empujó la silla de ruedas de él y mi Tinieblo
me guio a mí, sintiendo que cada paso se hacía más pesado que el otro y,
cuando abrieron la puerta de la sala me congelé.
Dios.
Diez o doce horas atrás estaba viva, dispuesta a luchar a mi lado para
salvar a nuestros reyes y mantener a salvo a nuestros hijos. Peleó junto a mí
como una Sigilosa más, mi gente la llamó su reina, la Dahlia negra de la
que mamá siempre se enorgulleció. Y en ese momento la encontré pálida,
perdiendo la batalla con la vida, como una flor vulnerable en las manos del
destino. Había muchas máquinas conectadas a su cuerpo para darle cinco
minutos más, pero esos serían exactos, no como los que Isamu le otorgó a
Elijah.
El respirador artificial hacía un sonido escalofriante que me erizó la piel
y el bip lento de su corazón, se convirtió en una especie de marcha fúnebre
anticipada, comprobándonos con eso que el médico no nos mintió.
Ella estaba muriendo.
«Y aun así, la Dahlia negra le daba batalla a la vida para irse bajo sus
propios términos».
—¡Per Dio, amore mio[21]! —exclamó Dominik en su idioma con el
dolor más cruel en su voz y le tomó la mano—. Finché c’è vita c’è
speranza[22]. Así que no me dejes aferrarme solo a ella, por favor —rogó—.
No te puedes ir cuando apenas eres mía. Ti prego, non lasciarmi[23]. Tu
rayito de luz te necesita, yo te necesito.
Nos miramos con Elijah luego de ver esa escena frente a nosotros, yo
tenía las mejillas mojadas por las lágrimas, mi Tinieblo en cambio lucía el
agradecimiento y la adoración a fuego vivo en sus ojos grises. Lamentando
lo que le sucedía a Dominik, pero aliviado de que no fuera él en su lugar.
—Lo siento si esto me hace egoísta —susurró al darse cuenta de lo que
vi en sus orbes tormentosas—. Pero si tú eres la que está aquí, no me
importa quién esté ahí.
Lloré a mares, porque sí, podía ser egoísta de su parte, pero no lo
culparía cuando yo pensaría igual si el caso con Dominik y Amelia fuera lo
contrario, por mucho que apreciara al padre de mi sobrina.
También entendí que nada del sentir de Elijah era por lo que Amelia hizo
en el pasado, ya no importaba el daño que ocasionó, pues en esas semanas
aprendí a perdonarla y, aunque nos faltó tiempo como hermanas para sanar
las heridas entre nosotras, eso no mermaba mi dolor por ella, por su hija y
por el hombre que se aferraba a la poca vida que aún le quedaba a su reina.
Me dolía también Darius, ese hermano que cuidó de ella todo lo que
pudo y que se encontraba ahí a su lado también, lamentando quizá lo que
deseó hacer, pero que Lucius le impidió.
—Te amo, mi reina oscura y no quiero seguir adelante sin ti —siguió
Dominik y me atreví a llegar cerca de la camilla.
Amelia tenía los ojos medio abiertos, inundados de lágrimas, queriendo
hablar sin poder. Me dolió el corazón por su despedida silenciosa, Darius
me abrazó al verme cerca, consolándonos como los hermanos que éramos,
ahogándonos con nuestro llanto.
Vi el movimiento de su mano al apretar la de Dominik y él la miró,
sonriéndole y mirándonos a nosotros al darse cuenta de que ella también lo
hacía.
—Sí, cuore mio, están aquí para ti —le dijo, entendiendo lo que nosotros
no—. Viste que tenía razón, que has sido amada incluso cuando creíste que
no. —Amelia intentó sonreír al escucharlo y joder, ese hombre me estaba
haciendo más pedazos con sus palabras y ruegos.
—Per…perdónenme —consiguió decir para Darius y para mí.
Le tomé la mano libre en ese momento y solté un sollozo.
—Ya lo he hecho, Dahlia —susurré—. Lo hice desde el día en que te di
la bienvenida en La Orden y te dejé luchar a mi lado como la reina que
mamá siempre vio en ti.
Me apretó la mano en agradecimiento y luego miró a Darius.
—Te amo, hermanita. Siempre lo he hecho, incluso cuando creí que te
odiaba —le aseguró él—. Te amo y lo haré siempre.
Ella sonrió y jadeó al querer respirar por su cuenta, tras eso dio un
suspiro que demostró el alivio que sentía.
—Cuiden… —Lloró al no poder seguir.
—La promesa de mis hijos la hago mía, Dahlia Amelia Miller —juré al
saber lo que quería—. Tu hija será mi hija.
Las lágrimas corrieron de los rabillos de sus ojos.
—Cie-cierra el juego —suplicó y negué con la cabeza, llorando más en
ese instante. Miré a Elijah y él asintió, pidiéndome que lo hiciera—. Po-por
favor, rosa de fuego.
—No, Dahlia negra —sollocé—. No se gana cuando duele tanto terminar
una partida.
—Cie-ciérralo —rogó y el bip de su ritmo cardiaco se aceleró.
—No, amor —suplicó Dominik.
—Hazlo, Isa —pidió Darius entre lágrimas.
—Jaque mate, hermanita —solté entre lágrimas amargas y ella sonrió.
—Te amo, luz de mi vida —Alcanzó a decir con claridad para Dominik
antes de que su corazón sufriera un paro.
—¡No, Amelia! ¡Nooo!
Me sacudí en espasmos ante ese grito desgarrador de un hombre
enamorado, torturándome y sintiendo que me desgarraban en carne viva, al
ser testigo de cómo la vida podía ser tan cruel con algunas personas, con
Dominik sobre todo, quien luchó contra la oscuridad de un corazón dañado
por la crueldad, hasta que lo hizo relucir con luz propia y sin embargo, se lo
arrebataron de las manos.
Se lo quitaron como si nunca lo hubiera merecido, demostrándome con
eso lo injusto que era el amor.
Capítulo 57
Estoy lista para volar

Darius, Elijah, Dominik e Isabella.


»Ruego a Dios para que jamás vean este vídeo, y si lo hacen, es porque
mi lucha no logró llegar hasta el final. Sé que tampoco esperaban saber de
mí tan pronto, no obstante..., los quería fastidiar una vez más.
Amelia rio divertida.
»No es fácil, ¿saben? Mi vida jamás lo fue, sin embargo, tengo que
agradecerte a ti, Elijah, porque, a pesar de que tus motivos fueron otros,
llevaste luz a mi oscuridad. Y no tomes esto como un reproche, acepto que
merecía que fueras tan cabrón conmigo, sin embargo, gracias a tus ganas
por deshacerte de mí, me diste la oportunidad de experimentar el verdadero
amor. En tu afán por castigarme terminaste premiándome con un hombre
que iluminó mis días más oscuros, que me hizo inmensamente feliz, y por el
cual obtuve el mejor regalo que alguna vez me dieron: a mi rayito de luz.
En ese instante ya no contuvo sus sollozos y su risa fue gangosa.
»No dejen que me extrañe y tampoco que sepa lo peor de mí. Mi pequeña
no se lo merece y confío en que la dejaré en las mejores manos.
Suspiró fuerte antes de seguir.
»Darius, perdóname por haber sido una mala hermana cuando tú
buscaste ser el mejor hermano conmigo, por haberme perdido en las
mentiras de Lucius y casi haberte matado. Ahora sé que tú solo buscabas
mi bien y, aunque lo olvidé por mucho tiempo, ese italiano insufrible de
ojos grises me hizo recordar, con sus métodos odiosos, las veces que me
consolaste y me salvaste de las voces que me susurraban que me hiciera
cosas feas. Recordé también el amor con el que me protegías, el mismo que
en muchas ocasiones vi en los ojos de mamá... Gracias de corazón, mi
pequeño ángel.
Tragó con dificultad y exhaló un largo suspiro.
»Isabella, no sé ni por dónde empezar contigo… Fuiste la persona que
más dañé y me arrepiento tanto… ¡Dios! Mamá me hablaba de ti, ¿sabes?
Decía que tenía una pequeña hermana a la cual yo iba a proteger y a la
que amaría, me aseguraba que serías mi mejor amiga cuando al fin
lográramos estar juntas y que formaríamos una familia con tu padre,
Darius, tú, ella y yo. Y fue lindo soñar con eso, porque al final fue solo un
sueño.
»Nací destinada a la oscuridad, a viajar a la velocidad de la luz de un
extremo a otro de mis sentimientos; fui fácil de manipular y sufrí cosas
horribles, pero volvería a vivir todo eso con tal de conocer a Dominik de
nuevo y procrear a mi pequeña. Reviviría el proceso sin cambiar nada, si
los resultados fueran los mismos. Y si ahora ya no estoy con ustedes, pues
no pasa nada, yo comprendo que tengo que recibir mi merecido por el daño
que causé, consciente o no, debo pagar y es algo que de verdad acepto. Sin
embargo, no quiero irme sin asegurarles que fui feliz en mis últimos días,
ya que así haya vivido en un verdadero infierno desde que tengo uso de
razón, conocí el cielo y disfruté de él. Y todo gracias a ustedes.
Se limpió las lágrimas y la nariz antes de continuar.
»Sé que estás mal con Elijah, que se han dañado mutuamente y que él
cometió algo imperdonable y, aunque no soy la más indicada, quiero darte
un consejo: venzan los miedos y luchen por lo que poseen, ya que es único.
Ustedes tienen la oportunidad de hacerlo, yo ya no. Y el solo hecho de
pensarlo duele… Pero, volviendo al punto, tú y tu rey sí que pueden ser
felices. Así que no busques las miles de razones que tienes para dejarlo,
mejor aférrate a esa única para quedarte.
»Síganse amando tal cual lo hacen, Isabella. Entréguense el uno al otro
como siempre lo han hecho, porque te puedo dar fe de esto: ese hombre
imbécil e imperfecto, atravesó lo inimaginable para regresar a tu lado. Yo
misma quise impedírselo y no me enorgullece aceptarlo, pero lo torturé con
la intención de que te sacara de su cabeza. Lo mantuve en el infierno para
que te olvidara, no obstante, él siguió aferrándose a tu recuerdo. Se
convirtió en un monstruo con la esperanza de mantener a salvo a su reina.
Hasta que me convencí de que hiciera lo que hiciera, Elijah jamás dejaría
de sentir por ti lo que en realidad siente y no es capaz de vocalizar. Por
todo eso de lo que fui testigo, creo que vale la pena seguir adelante cuando
se ama como ustedes lo hacen.
Rio y negó con la cabeza, decepcionada quizá de ella misma, aunque
también con un gesto incrédulo.
»Y, por favor, pase lo que pase, cuiden de esos pequeños clones que la
vida les dio, sobre todo de Daemon, con quien me llevo una deuda, pues
lamento de corazón haberle heredado mi castigo, ya que sé lo que es cargar
con tal desgracia… Y vendrán momentos duros para él, Isabella, por más
buenos padres que sean, hay episodios que no van a poder impedir, sin
embargo, no tengo duda de que, así no sean los mejores como pareja, si lo
son como padres; y confío en que ese pequeño tendrá la felicidad, el apoyo
y la ayuda que a mí se me negó.
Se sorbió la nariz, respiró hondo y cerró los ojos un instante para luego
poder seguir. Aunque antes rio burlona. Y cuando volvió a hablar entendí la
razón.
»Dominik D'angelo, sabes que te amo con la misma intensidad que esos
dos idiotas se aman... Y no puedo más que agradecerte por haberme dado
tu cielo, tu luz. Gracias, mi amor, porque me hiciste tan feliz, porque amaste
mis demonios tanto como a mí, por creer que yo sí podía y…, pude, cariño.
Lo conseguí porque tú estabas a mi lado y ni la vida ni la muerte me
alcanzarán para pagarte todo lo que me diste.
»Y sí, cuore mio, nuestra historia no fue tan larga como la de muchas
otras parejas, pero eso no significa que no haya tenido la calidad y la
intensidad de ellas. Caminé durante mucho tiempo a través de la oscuridad,
sola y vacía, hasta que llegaste tú y me tomaste de la mano. Me hiciste
arder, me incendiaste con las chispas de tu amor que me mantuvieron viva
cuando yo misma me creí muerta. Me aseguraste que el sol brillaría sobre
nosotros mientras cruzábamos por la noche más negra y no te equivocaste,
lo hiciste posible, me diste un final feliz y ahora…, estoy lista para volar
después de sobrevivir a tormentas de lluvia y arena. Luché mi propia
guerra y ahora es tiempo de que vuelva a casa como triunfadora, sin
miedo. Así que no lo tengas tú, por favor.
Sollozó, pero aun así, supe que creyó en lo que dijo, no fue solo para que
Dominik se sintiera un poco mejor por lo que pasaba.
»Isabella White, Elijah Pride, perdón y gracias otra vez. Darius Black,
por favor dale otro significado a ese apellido y no olvides que te quiero.
Saludaré a mamá por ustedes y me voy feliz porque la tendré solo para mí.
Su voz fue gangosa y divertida
»Mi felicidad tuvo nombre y apellido: Dominik y Leah D'angelo, jamás
lo olviden y…, hasta pronto.
Capítulo 58
Corazón de fuego
Isabella

Aquella cajita de terciopelo que Amelia insistió que recordara dónde la


había dejado, contenía dos USB, uno con los nombres de Darius, Dominik,
Elijah y el mío; y otro con el de Leah D’angelo, junto a una carta dirigida
para ese hombre que volvió a destruirse cuando vimos el vídeo que ella dejó
para poder despedirse, ya que en efecto, ella presintió que algo iba a pasarle
y decidió aprovechar hasta su último minuto consciente.
Grigoris, Sigilosos, Oscuros e incluso Cillian O’Connor, nos
encontrábamos en el cementerio, una semana después de aquella batalla en
la que ganamos, pero que a la vez perdimos. Journey se reproducía desde
un pequeño altoparlante (luego de que el maestro Cho y Darius ofrecieran
unas palabras), haciéndonos trizas cuando la intención de Amelia fue
hablarnos a través de la canción, para que celebráramos su viaje de regreso
a casa.
Maldición.
Era duro darnos cuenta de lo corta que podía ser la vida, y de cómo en un
respiro teníamos todo y en el siguiente nada.
«En un momento podías alegrar a muchos con tu presencia y al otro los
destruías con tu ausencia».
—Si hace unos meses me hubiesen dicho que ahora estaría aquí,
hablando frente a ustedes, ofreciéndoles unas palabras en honor a Amelia,
me habría reído por tremenda locura —comencé a decir cuando fue mi
momento.
Miré a mi élite de Sigilosos (únicamente faltaba Ronin porque se seguía
recuperando en el hospital), vistiendo con honor el uniforme vinotinto,
aunque llevando todos un emblema en forma de Dahlia negra. El maestro
Cho usaba su kimono negro y todos los demás presentes eran un mar de
vestimentas de luto.
El ataúd de Amelia estaba abierto y ella lucía en toda su gloria con el
uniforme de la Dahlia negra.
—Pero ahora estoy aquí, una vez más, en pie como un roble, echando
raíces profundas, viendo cómo la vida me arrebata a un miembro más de mi
familia —Elijah se mostraba imperturbable, pero las gafas de sol que usaba
en ese momento, no me hacían dudar que su mirada estaba puesta en mí—.
Las enseñanzas que recibimos no siempre vienen a través de métodos
fáciles de tolerar y menos de aceptar, pero nacimos guerreros y por lo tanto,
nuestra valía será probada una y otra vez.
Miré a Fabio detrás de la silla de ruedas de su hermano. Dominik
también usaba gafas de sol, pero las lágrimas corrían por sus mejillas.
Darius estaba al lado de ellos en el mismo estado que su cuñado.
—No estoy aquí para decirle adiós a mi hermana, sino un hasta pronto
como ella me lo dio a mí —proseguí y tras eso me acerqué al ataúd y puse
una mano en mi corazón—. Guerrera de corazón oscuro, tan fuerte y frágil.
Llena de bondad, escondida dentro de la maldad. Ocultando su astucia
debajo de la ingenuidad. Siempre tan llena de luz, a pesar de haber sido
rodeada por mortandad. Un ángel de alas rotas creyéndose un demonio; mi
contraparte, mi hermana, una villana en una historia mal contada. Por
siempre y para siempre la Dahlia negra. ¡Por siempre y para siempre…!
—¡La reina Sigilosa! —gritaron los Sigilosos golpeándose el corazón.
—¡Por siempre y para siempre!
—¡La Dahlia negra!
—¡Por siempre y para siempre!
—¡Amelia Miller!
—¡Por siempre y para siempre!
—¡La reina oscura!
«Por siempre y para siempre una guerrera».
—Vuelve a casa guerrera y gracias por haber estado a mi lado —añadí
con la voz quebrada—. Gracias por haber compartido conmigo este jaque
mate y por haber sido esa torre que siempre cuidó de mí.
Un canto de «por siempre y para siempre» siguió luego de mi despedida.
Y mientras bajaban el féretro, justo al lado del de mis padres, hubo una
lluvia de dalias negras, celebrando el regreso de mi hermana con mamá.
Y únicamente en ese momento volví a aceptar el shouganai.
Los niños habían vuelto felices de su viaje dos meses atrás, contándonos
todas las aventuras que vivieron junto a Lee, Connor y Jane (estos últimos
se unieron a ellos una semana después de la batalla que libramos). Y tener a
la pequeña Leah de nuevo con nosotros no fue fácil, pues era el recordatorio
de una parte de nuestras almas que jamás podríamos recuperar, sin
embargo, ella sería el kintsukuroi que nos repararía con su oro.
Dominik la había dejado a mi cargo mientras él se recuperaba tanto de
sus lesiones físicas como del alma, pues cayó en una depresión profunda de
la que iba saliendo poco a poco. Lee-Ang me ayudaba mucho con ella,
puesto que se encariñó con la nena y la cuidaba como si fuera suya.
Los clones eran los más felices con esa situación, porque después de ser
solo ellos dos y su cachorro, se convirtieron en cuatro, ya que el pequeño
Dasher Spencer también se volvió parte de nuestra familia al perder a su
padre.
Y por supuesto que no estaba siendo fácil, ya que la vida lo sometió a un
cambio demasiado brusco tras arrebatarle a sus padres siendo un bebé aún,
no obstante, Belial, Lilith, Owen, Darius y Elijah, trataban la manera de que
se acoplara a su nueva realidad, lo que resultó conveniente, ya que él
convivió con ellos en el pasado.
Gibson nos estaba ayudando a que Darius pudiese obtener la custodia del
niño, aunque ese era un largo camino por recorrer.
—¿Mamita, ónde etá tía Lía?
Estaba con mis pequeños, preparándolos para ir a la cama, y Daemon
preguntó lo que más temía, después de tanto tiempo obviando ese tema.
—Ella tuvo que irse a un largo viaje —respondí tratando de que mi voz
sonara normal.
—¿Volvelá? —Aiden, mi curioso no podía quedarse callado.
Suspiré fuerte.
—No en mucho tiempo... —¿Cómo les iba a explicar eso?—. Ella ahora
está con los abuelos, mis padres —aclaré—, y no creo que la dejen venir
pronto, la extrañaron mucho y quieren tenerla con ellos un largo rato.
Tal vez no era la mejor explicación, pero no sabía qué más decir.
—¿Extañas a tus papitos, mami? —Miré a D cuando me hizo esa
pregunta, luego a Aiden, y asentí.
Era la primera vez que alguien me preguntaba eso.
Extrañaba a mis padres cada día, pues me dejaron demasiado pronto; me
los quitaron cuando más los necesitaba y me tocó avanzar por mi cuenta a
prueba y error, sin haber aprendido lo suficiente para sobrevivir. Viéndome
obligada a caer y a levantarme en incontables ocasiones.
Me hice a base de sufrimiento y lucha, sin embargo, había algo en lo que
opinaba igual que Amelia: yo también sería capaz de repetir el proceso si el
resultado fuese el mismo, porque tener a mis pequeños, verlos crecer y ser
felices, valía cada dolor y pérdida, cada bala y traición, cada lágrima y cada
una de las tormentas que me tocó vivir.
—Sí, mucho, pero los tengo a ustedes, a Leah y ahora al pequeño Dasher
—les aseguré con una sonrisa.
—Y a papito, mami —añadió Aiden con emoción.
—Y a Somba —agregó Daemon y reí junto a ellos.
«Bien decían que las pequeñas cosas eran las que te hacían disfrutar la
vida».
Y por fin podía comenzar a respirar y vivir en paz.
Esos meses me lo confirmaron, pues tras acabar por fin con los
Vigilantes, las cosas estaban volviendo a su auge natural.
Nuestra gente había acabado con cada enemigo, no les dimos tregua ni
derecho a cárcel, puesto que ya no creíamos en ese tipo de justicia. David
Black huyó con su familia y por supuesto que la Bratva intentó cobrarnos la
muerte de Hanna, o Vanka. No obstante, Elijah se encargó de hacer una
tregua con los griegos, en la que les prometió cierta inmunidad si ellos se
ocupaban de hacerles entender a los rusos que, los únicos culpables de que
asesináramos a esa tipa fueron Lucius y su hermano, ya que ellos jamás le
dieron la protección que le prometieron al sovetnik de la mafia roja.
Además de eso, cerró el trato con la promesa por parte de los griegos, de
que le quitarían todo el apoyo a David para que no volviese a levantarse ni a
reactivar a los Vigilantes en Estados Unidos, si él llegaba a buscarlos. Y con
tal de conseguir que no se fueran a echar a atrás, tuvimos que ayudarle a
Cillian O’Connor a que recuperara su poder total y que de esa manera se
convirtiera en el aliado más fuerte de Andru y Raptis.
El irlandés estaba de nuestro lado más por honrar a Amelia, y porque le
convino el apoyo que le dimos para que levantara su imperio farmacéutico.
Tres semanas atrás nos habíamos reunido con el presidente del país, pues
por una u otra razón nunca llegamos a hacerlo en el pasado tras cerrar el
trato con ellos, así que en ese momento aprovechamos para mover nuestras
fichas y que con eso Elijah (como Sombra), cerrara alianzas con los
irlandeses y griegos, ya que tampoco íbamos a ofrecer algo que se nos
saliera de las manos.
Durante todo ese tiempo, él y yo nos habíamos mantenido separados, de
hecho, se fue a su apartamento para dejarme sanar por mi cuenta como se lo
solicité, quedándome en compañía de los niños, puesto que Myles se fue de
viaje con Eleanor y Tess se mudó con Dylan luego de que mi hermano la
perdonara.
Solo nos habíamos visto en tres ocasiones, en la reunión con el
presidente, en una junta con las élites y cuando sus padres y Tess solicitaron
hablar con nosotros, y esos encuentros fueron suficientes para sentir la
intensidad con la que me seguía adorando, a pesar de que yo no le diera
oportunidad de acercarse a mí, con la intención de hablar sobre lo nuestro.
Eso me convirtió en el blanco favorito de las bromas de Ronin, quien a
pesar de haberse recuperado por completo de su lesión, todavía no salía a
misiones en las que tuviera que luchar por su vida de nuevo, por lo que se
mantenía como mi escolta personal.
El maldito irrespetuoso aseguraba que yo me encerraba en la habitación,
a llorar por Elijah, y no por los ojos, luego de que nos veíamos, alegando
que incluso él sufría de erecciones por la tensión sexual que el Tinieblo y yo
exudábamos. Y, aunque quisiera matarlo por eso, también agradecía
seguirlo teniendo en mi vida, así fuera un insufrible.
Quién sí había salido a misiones peligrosas, era Isamu, debido a que
Esfir volvió a necesitar de nosotros, esa vez para que la sacáramos a ella del
Líbano, ya que su país le puso una diana en la espalda y no descansarían
hasta matarla. Así que mi compañero se mantenía viajando entre Estados
Unidos, Japón y el Medio Oriente; situación que me había dado cuenta que
ponía a Serena con los nervios de punta, aunque la morena se mostrara
como si no le importara el Sigiloso.
—Llegaste antes —le dije a Caleb cuando llegó a la mansión.
—Gibson me facilitó las cosas —comentó.
Ese día él se había encargado de sacar a Brianna y a su hija del país,
aunque antes le colocaron un rastreador a la mujer (sin que ella se diera
cuenta) para asegurarnos de que no volviese ni se acercara a nosotros. Y
como mencioné antes, la única razón que evitó que la asesinara fue que me
di cuenta que solo fue una víctima más de las escorias que la rodearon,
además de que no dejaría a su hija huérfana.
—Por cierto, linda. Elliot me llamó para avisar que ya está todo listo para
recibirte en la sede de California.
—Vale —murmuré.
Elliot se había regresado a Newport Beach un mes atrás, se llevó a Alice
con él. Y, aunque no me lo debían, ambos me pidieron una disculpa. El
ojiazul por haber liberado a Hanna y ella porque nunca se dio cuenta de que
le facilitó la droga a la rusa loca.
«Ya, cambia de trabajo porque ser camello no te llevará a nada bueno».
Le había hecho esa broma para liberar la tensión y que ella dejara de
sentirse culpable por algo que yo entendí que no hizo por dañarme.
Tal vez no nos habíamos llevado bien por todas las cosas que se dieron
entre nosotras, pero me sentía feliz porque notaba que amaba a Elliot como
siempre deseé que lo amaran, pues mi ojiazul se merecía una mujer que
también lo mereciera a él.
«El hombre que te dio más rosas que espinas».
Sí, aunque a mí me gustaran más las espinas.
«Estabas defectuosa, Colega».
Me reí de eso.
Debido a que yo pretendía tomarme unas largas vacaciones, Elliot
seguiría encargándose de mi empresa en California, así como de la sede
Grigori, sin embargo, les haría una visita para solucionar problemas
menores. Dylan continuaría ocupándose del estado de Virginia, en mi
nombre y en el suyo.
Por fortuna, el medicamento que Lewis le aplicó el día que lo drogaron,
contrarrestó cualquier recaída que pudiese tener, así que mi hermano seguía
manteniendo su locura orgánica. Un poco elevada por las mieles de la
reconciliación con Tess.
La pelirroja nos había pedido perdón a Elijah y a mí, yo se lo otorgué
porque no quería cargar con más odio en mi vida luego de mi última
pérdida. Sin embargo, fui clara con que no la quería cerca de mí ni de los
niños al menos por un tiempo.
Con Eleanor sucedió lo mismo, hubo perdón, pero también habría
distancia, por eso Myles decidió irse de viaje con ella, además de que como
pareja querían resolver muchas cosas. Y si dejaron la mansión a mi total
disposición, fue porque ellos igual buscaban que mis hijos siempre
estuvieran protegidos.
—Conque me tocará viajar a Italia muy seguido, eh.
Mi cuerpo entró en tensión al escuchar la voz de Elijah.
Me hallaba en la terraza de la que fue nuestra habitación. Decidí
aguardar ahí mientras él se encontraba con los niños, aunque no esperé a
que me buscara, ya que nunca lo hizo en otras ocasiones.
—¿Quién fue el pequeño chismoso? —pregunté sin atreverme a mirarlo.
«Ni siquiera te atrevías a respirar, Compañera».
Tragué con un poco de dificultad, escondiendo la mitad de mi rostro
entre la manta con la que me cubría porque mi conciencia como la metida
que era, hizo un señalamientos certero. No quería respirar porque su
fragancia parecía tener feromonas para mí.
—Ni tan pequeña —aceptó y negué con la cabeza, suponiendo que la
chismosa fue Maokko.
Había decidido regresar a Italia dentro de dos días, saldría desde
California luego de la reunión con los Grigoris.
Dominik ya se había recuperado de su tercera operación en la pierna y él
quería volver a su país natal, pues consideraba que seguir en la ciudad que
se lo arrebató todo le impedía superar por completo su depresión. Por lo que
tomé a bien acompañarlo para continuar ayudándole con Leah, además de
que extrañaba el lugar donde más feliz fui, a pesar de que dejaría atrás a
quien contribuyó a que fuera plena en su momento.
—¿Ibas a decírmelo? —preguntó, pero no hubo molestia en su tono,
aunque sí tristeza.
—Sí, pero no sabía cómo hacerlo —admití.
Había intentado hablarle en muchas ocasiones desde que tomé la
decisión, pero siendo sincera conmigo, sentí temor de hacer más real
nuestra separación. Algo tonto, ya que él ni siquiera me buscaba cuando
llegaba a la mansión para ver a los niños, tampoco me escribió o llamó por
error.
«El Tinieblo se tomó muy a pecho lo de darte espacio».
Pues sí.
Y se lo agradecí el primer mes, aunque en el segundo comencé a
desesperarme por tenerlo tan cerca pero tan lejos a la vez.
«Los dos eran unos idiotas».
O más bien estábamos aprendiendo a respetar nuestros espacios.
—Aquí estoy ahora y te lo he hecho fácil, porque ya sé que te irás con
los niños —señaló y sentí que el corazón comenzó a golpear mi pecho con
brusquedad—. Mírame, Bonita —pidió y la respiración se me aceleró
cuando me tomó del brazo—. Dime, viéndome a los ojos, que quieres más
distancia entre nosotros para que yo siga arrepintiéndome doblemente en
cada segundo, por haberte dañado.
Apreté los labios cuando me atreví a alinear nuestras miradas.
Su manera de verme había cambiado tanto, que era capaz de leer en ellos
lo que nunca vocalizó en nuestro tiempo juntos. Por eso terminé encerrada
en mi habitación las veces que lo vi, y no para hacer lo que Ronin suponía,
sino porque me era difícil soportar las ganas de correr hacia mi Tinieblo y
pedirle que no me dejara de amar como lo hacía.
—¿Es eso lo que buscas? —preguntó.
Veía sus iris grises incendiándose de deseo y añoranza, lo mismo que yo
experimentaba por dentro.
«¿Veías también lo hermoso y majestuosamente oscuro que se veía ante
el paisaje de nieve impoluta que los rodeaba».
Estaría ciega si no.
Vestía todo de negro, queriendo reafirmar con eso el aura de peligro que
siempre lo envolvía. Sus labios y mejillas estaban rojas por el frío y cometí
el error de respirar, inhalando su aroma corporal y artificial, recordando con
eso todas las veces que estuvimos juntos, desnudos, y respiraba de su cuello
para embriagarme de él.
—¿Lo aceptarías si te digo que sí? —murmuré y me regaló un amago de
sonrisa.
—¿Acaso no he aceptado el infierno por ti? —devolvió y me mordí el
labio—. ¿Acaso no dejé de ver el humo porque todo contigo se convirtió en
fuego? ¿No significa nada que incluso acepte la muerte? —No sé ni cómo
soporté las ganas de llorar—. ¿Qué es un poco más de espacio entonces?
Alzó la mano para acariciarme el rostro, pero me alejé de él.
Caminé hacia el interior de la habitación porque mis sentimientos
revolucionados, los nervios y adrenalina de esa batalla consiguieron que el
frío fuera insoportable. Elijah me siguió, indispuesto a darme una tregua,
volviendo a ser el hombre obstinado que, así me concediera más espacio, no
me lo daría sin antes luchar una vez más.
Y jamás lo justifiqué por lo que me hizo, tampoco busqué excusas para
el daño que yo le ocasioné al juzgarlo sin darle una oportunidad de
explicarse, e incluso apuñalarlo sin remordimiento porque muriera.
Me creí dueña de su vida, también me equivoqué. Ambos fuimos
retorcidos y tóxicos porque fue la manera en la que nuestro mundo nos
enseñó a amarnos. Pero no negaría jamás que, así otro llegara a amarme,
nunca se igualaría a la forma en la que me amaba mi villano. Con egoísmo
o lo que fuera, él ya había quemado el mundo por mí y congeló ese infierno
terrenal que quiso mantenernos separados.
Y ese tiempo alejados me hizo darme cuenta de que no podía amarme a
mí sin amarlo. Y lo que deseaba que aprendiera, podíamos hacerlo juntos.
«Aleluya».
—¿Quieres más espacio? Concedido, Pequeña —zanjó y me tomó de la
cintura para que no siguiera caminando lejos de él—. Pero te irás sabiendo
todo de mí, ya no quiero que supongas nada, necesito que cuando estés lejos
de mi órbita pienses en lo que me hiciste.
Me había mantenido de espaldas, pero me giré cuando dijo eso.
—¡Yo no te hice nada! —aseveré y rio con ironía.
—Aseguraste que nuestros enemigos te crearon a su imagen y
semejanza, pero no te diste cuenta de que tú también me deshiciste y luego
me volviste hacer a la tuya —Lo miré sin saber qué decir—. Te convertiste
en pecado y muerte, y a mí en un pecador adicto a esa mortandad.
«Bendito Dios».
—Elijah —susurré.
Mi sangre se sentía como aguanieve recorriendo mis venas, haciendo que
dolieran. Y el corazón ya me había subido a la garganta.
—Llegaste a mi vida hace más de cinco años como una inocente chica
que se adueñó de ella con una sola mirada, Isabella White. Hiciste tuyo a
este hijo de puta que jamás quiso pertenecer a nadie más que a sí mismo —
Di un paso hacia atrás cuando él lo dio hacia adelante—. La primera vez
que estuviste en mi cama la llevo tatuada en mi memoria, ¿sabes por qué?
No me dejó responder. Y no lo habría hecho igual porque las lágrimas se
atoraron en mi garganta junto a mi corazón.
—No porque te hice mía, sino porque te vestiste con mi camisa y luego
te sentaste sobre tus rodillas, viendo aquel cuadro de las piezas de ajedrez y,
cuando giraste el rostro con inocencia para mirarme, me diste el jaque mate,
meree raanee.
Jadeé y apreté los labios al sentir que estos me temblaban. Intenté decirle
algo, pero él me tomó del rostro y puso sus pulgares sobre mi boca.
—Desde entonces te he adorado con mis defectos, Castaña hermosa y…,
siempre que he tratado de decirte todo esto que me haces sentir, las palabras
que llegan a mi cabeza no son suficientes.
—Dios —murmuré ahogándome porque ya no podía respirar.
—Me estremeces con solo mirarme, me derrites únicamente tocándome.
Me quemas, Pequeña, pero a la vez me haces sentir el hijo de puta más
poderoso del mundo. Y sé que solo te he dañado con esto tan inexplicable
que me despiertas.
No pude moverme, simplemente lo miré, lloré y traté de no morir por no
respirar.
—Pero, no sé adorarte de otra manera. Yo soy esto, pequeño infierno.
Acéptame, por favor —suplicó y ni morderme el labio bastó para contener
el temblor de mis sollozos—. Acéptame con mis demonios, defectos y
oscuridad y te prometo por mi vida que haré cualquier cosa para seguir
siendo tu amor o tu sacrificio.
«Ahora comprendía por qué te gustaban más las espinas».
—Quiero que nuestras almas se acaricien igual que nuestras sombras,
Elijah —acepté.
Noté el tremendo alivio en sus ojos y rio, pero segundos después cerró la
distancia entre nosotros y me besó.
Al principio me quedé inerte, con los labios cerrados porque olvidé cómo
moverlos; me congelé de miedo y emoción al sentirlo después de tanto
tiempo negándome a él. Sin embargo, Elijah no desistió y exigió una
respuesta.
Lo hizo tan severamente que me obligué a corresponderle y pronto ese
beso se ahondó más. De lánguido a devastador en un solo segundo, era
como un fósforo encendido y arrojado a un cuerpo empapado de gasolina.
Fuimos en cuestión de minutos un infierno rugiente; los pensamientos
comenzaron a descarrilarse, nada importaba salvo el ahí y el momento
exacto; el hombre, mujer y pasión. El pasado se fugó, nuestras bocas
exigían, festejaban. El aliento se entremezclaba, tibio, luego caliente,
después abrasador.
La pasión comenzó a desgarrarse hacia abajo, construyéndose de nuevo
hacia arriba y pronto la ropa se esfumó, dejando de ser un estorbo entre
nuestros cuerpos que ardían y se aclamaban; las manos alabaron nuestra
piel en una perfecta sintonía y cuando caímos a la cama, ninguno de los dos
supo más donde comenzaba uno y terminaba el otro. Me adoró de pies a
cabeza con su boca y sus tatuajes fueron trazados completamente con mi
lengua, avivando el color de la tinta y añadiendo el brillo que necesitaban.
Nuestros gemidos y jadeos se convirtieron en un coro divino. El miedo
que el pasado creó quedó en el olvido, el dolor del daño infligido consciente
o inconscientemente desapareció, el vacío inmenso en nuestros pechos se
llenó, la oscuridad de nuestras almas comenzó a colmarse de luz y con la
luz, se borró el odio del ayer y el miedo del mañana, quedando solo el amor
y la pasión del ahora.
Y al fin éramos solo él y yo, demostrándonos que había valido la pena
haber luchado contra el hielo, contra la oscuridad y ser pasados por el fuego
más abrasador.
«Convirtiéndose en ese instante, en uno solo... Un solo corazón de
fuego».
Elijah tocó el punto exacto de mi núcleo con sus dedos, con la lengua,
con su pene. El primer orgasmo llegó mientras yo estaba acostada de
espaldas en la cama, el segundo tumbada sobre mi estómago, el tercero
sobre mis manos y rodillas, el cuarto mientras hacíamos una unión perfecta
entre el seis y el nueve; el quinto estaba a punto de lograrse con él sentado y
yo sobre su regazo, meneando mis caderas, penetrándome a mí misma y él
siguiendo mi ritmo.
Nuestras bocas no se abandonaban, sus manos se turnaban entre acariciar
mis nalgas, mi espalda, subía a mi cuello, tomaban mi cabello y luego
bajaban a mis pechos; el sudor nos había bañado, las sábanas fueron
empapadas, mis rodillas se impulsaban en el colchón y mis pies se anclaban
a sus piernas para hacer de aquel movimiento balanceado; arriba, abajo,
arriba de nuevo y otra vez abajo, cada vez golpeando con más intensidad,
cada embestida siendo más fuerte que la otra y mis uñas haciendo un nuevo
tatuaje en sus hombros, así como sus manos trabajaban duro para tatuar sus
caricias en mi cuerpo.
Las promesas hechas antes, de nuevo estaban siendo cumplidas.
—Eres fascinante —susurró en mi oído—, eres mi paraíso, Bonita —
siguió y eso aumentó mi libido—. Y hacer el amor contigo es la bendición
más grande que obtengo a pesar de ser un vil pecador.
Ambos gemimos cuando mis movimientos se intensificaron, abrazó mi
cintura con fuerza y comenzó a marcar su ritmo.
—Y aquí, mientras te hago mía vuelvo a pedirte perdón por todo el daño
que te hice —Me penetró con más fuerza al decir todo eso—. Solo
confírmame que no es tarde para nuestro eclipse —suplicó.
Lo hizo sin dejar de hacerme el amor, porque sí, estábamos haciendo el
amor.
Tres penetraciones más y miles de sensaciones comenzaron a agruparse
en mi vientre.
—No, no es tarde para nosotros —afirmé segura, sin titubear— porque te
amo, Elijah Pride —dije mientras mi quinto orgasmo me arrasaba por
completo, haciendo de ese último y con su declaración, el más perfecto de
todos.
—Y yo a ti, amor —respondió lo que jamás esperé—. Te amo como te
aman cada uno de mis demonios —Las lágrimas de felicidad pura salieron
de mis ojos mientras me corría y sentí cuando él también comenzó a
correrse dentro de mí—. Tú eres y siempre serás el amor de mi vida,
Castaña terca. Y voy hacer que esto dure para siempre, que cada día desees
ser más mía que tuya.
—Nunca he dejado de desearlo.
—Por eso te amo, Pequeña. Te amo con rojo fuego.
«Te amo».
Palabras dichas por muchos y sentidas por pocos. Y ahí estaba él, un
hombre que jamás utilizó esas frases en vano, un cabrón que demostraba el
valor verdadero de aquella declaración tan añorada.
Ese te amo era el más real que escuché en la vida porque sabía que fue
solo dicho por primera vez, única y exclusivamente para mí.
Y luego de aquel momento la magia siguió, Elijah se quedó a mi lado,
disfrutando de la noche de invierno, susurrando en mi oído cosas hermosas,
dándome motivos para seguir adelante y yo riéndome de sus intentos para
que no me arrepintiera y le daba la razón en algo: a veces las palabras no
eran necesarias para explicar lo que en verdad se sentía, pero oírlas de un
hombre como él, fue, era y siempre sería mágico.
«La historia de Isabella White y Elijah Pride seguiría».
Dándole final a una etapa oscura y comenzando una de luz».
Epílogo
Elijah

Las élites no eran únicamente personas que se encargaban de cuidar


nuestras espaldas, también eran compañeros, amigos, gente en la que
sabíamos que podíamos confiar a ojos cerrados. Por eso, merecían estar con
nosotros tanto en las buenas como en las malas. Razón por la cual nos
acompañaban esa noche.
Isabella había cumplido sus veintitrés años meses atrás, pero debido a
que la muerte de Amelia era muy reciente y, a que acabábamos de
mudarnos de regreso a Florencia, evadimos la celebración con los amigos.
Sin embargo, hace dos semanas conseguimos superar una crisis con
Daemon, lo que nos hizo terminar agotados y realmente necesitados de una
noche en la que pudiésemos distraernos y relajarnos.
Yo le propuse un encuentro sexual a la Castaña, en una cabaña cerca de
nuestra casa, pero la entrometida y bocazas de Maokko nos escuchó y me
juró que si volvía a llevarme a mi chica a un lugar como ese, me arrancaría
las bolas con las uñas.
Me reí de la amenaza, aunque era consciente de que la cabrona lo
cumpliría.
Ella había terminado proponiendo una noche entre amigos y en cuanto
aceptamos sin rechistar, se puso en contacto con Laurel y ambas prepararon
una pequeña fiesta sorpresa para Isabella, sin muertes esta vez, sin temor a
los enemigos, sin nada malo que se interpusiera y sobre todo, sin novios
queriendo lucirse como príncipes, viajando desde lejos para dar una
sorpresa.
Vaya días aquellos.
Fabio les había ayudado a Maokko y Laurel con el plan, de nuevo
utilizando su cercanía con el dueño del club, así que reservaron todo el
segundo piso del local, conscientes de que un privado no sería suficiente
para los Grigori, Sigilosos y Oscuros.
Mis padres también llegaron a visitarnos, así que ellos se encargaban de
cuidar a los niños (ya que Lee-Ang se había ido a vivir con Dominik para
hacerse cargo de Leah, por orden de Isabella, aunque intuía que también
porque la asiática dos se encariñó demasiado con la niña), las élites de
padre los resguardaban sanos y salvos en el lugar, pues, a pesar de que todo
era tranquilidad desde que nos deshicimos de nuestros mayores enemigos,
no pretendíamos confiarnos de nada.
—¡En lugar de que nos tortures así, te llevaré a mi casa a ver Netflix! —
gritó un tipo en la primera planta—. ¡Así ocupo tu boca para algo más
placentero!
—Vaya hijo de puta —comentó Lewis a mi lado.
Apreté los puños al ver al malnacido riéndose con su grupo de imbéciles,
celebrando lo que le gritó a White, pues ella era la que cantaba en ese
momento, en el karaoke del cual se adueñó junto a las demás mujeres de
nuestras élites.
—Vayan por esa mierda y córtenle la lengua —demandé para él y Belial.
—¡¿Hablas en serio?! —inquirió Darius, incrédulo por lo que pedí—. Ha
sido solo un juego entre chicos jóvenes e imbéciles.
—¿Siquiera sabes lo que propone con eso? —le preguntó Dylan con una
risa burlona.
—Pues eso, que vean alguna película, serie o algo —respondió Darius y
bufé, negando con la cabeza. Los demás soltaron algunas carcajadas porque
el idiota solo tenía la apariencia de chico malo, por lo demás, seguía siendo
demasiado inocente—. ¿Cuál es el chiste? —se quejó.
—Tú lo eres —le dijo Evan.
—Quiere llevar a la reina a que se la chupe, idiota. Mientras él ve
Netflix… ¡Puta madre! —se quejó Owen cuando Connor le dio un golpe en
la cabeza, tras explicarle a Darius por qué era un chiste.
—No era necesario que fueras tan específico —le dijo Connor y me
señaló con la barbilla para que Owen se diera cuenta de lo mucho que me
molestó su aclaración.
—¿En qué momento piensan ir a ejecutar lo que les pedí? —espeté para
Lewis y Belial.
—Creo que es mucho lo que quieres, basta con darles una advertencia —
comentó Marcus.
Caleb, Ronin e Isamu se mantenían como espectadores, riéndose con
Fabio por lo que veían.
—Por menos ha matado, viejo. ¿Qué esperabas? —murmuró Belial,
dándole una palmada a Lewis en el hombro para que se pusieran en marcha.
—Voy a unirme a ustedes esta vez. Me hace falta un poco de acción —
avisó Isamu yéndose detrás de ellos.
—Procuren alejarlo lo suficiente de aquí, porque no quiero problemas
con Jeff —recomendó Fabio, refiriéndose a su amigo dueño del club.
—¿De verdad harán lo que les pides? —cuestionó Ronin, incrédulo de
que aquellos tres se fueran por el hijo de puta que quiso pasarse de listo con
mi chica.
—Si no lo hacen, ellos terminarán sin lengua, kanmi[24] —respondió
Owen por mí.
Vi a Ronin medio sonreír, al asiático le gustaba más de lo que admitiría
en voz alta, que el mellizo lo tratara de esa manera. Con Isabella
sospechábamos que esos dos ya tenían algo serio, pero ninguno lo aceptaba.
White se había indignado con su amigo por no decirle la verdad con
respecto a ello y hasta quiso convencerme de que lo averiguara yo por mi
cuenta.
Sin embargo, le dejé claro que haría todo por ella. Incluso volver a
quemar el mundo de ser necesario, pero no sería un cotilla, pues había
límites que no cruzaría. Y por supuesto que también terminó indignada
conmigo por eso.
—Isa va a matarte si se entera de lo que has ordenado —advirtió Caleb y
me encogí de hombros.
—Nadie va a decírselo —zanjé y lo miré con advertencia.
—Estoy tentado a hacerlo yo únicamente para que te quede claro que
jamás seguiré una orden tuya —admitió y bufé una risa.
Definitivamente ese rubio jamás sería mi favorito de La Orden.
Y menos mal Belial, Lewis e Isamu regresaron antes de que las chicas
decidieran dejar lugar para alguien más en el karaoke. Laurel y Serena eran
las más sedientas, pues se adueñaron de aquel micrófono como si su
intención hubiera sido en realidad gritar un par de cosas a través de las
canciones, que no podían decir con palabras.
Jane, Tess y Lilith se la habían pasado más riendo en el escenario. Y
Maokko con Isabella nos sorprendieron en su momento porque hicieron un
dúo, cada una cantando en su propio idioma.
—¿Acaso quieres que te meta en el baño para recordarte cuánto te
encanta mi polla? —le susurré a Isabella en el oído, justo cuando aquella
mesera que utilizó meses atrás para darme celos, llegó con más bebidas y le
sonrió al reconocerla.
Vi a mi pequeño infierno morderse el labio antes de sonreír con picardía,
pues entendió por qué dije lo que dije. Y, aunque no negaría que me
provocaba celos que alguien más la mirara con malicia, había muchos
aspectos en nuestra relación en los que trabajábamos juntos, y ciertas cosas
que ya tomábamos como juegos de provocación para terminar follando a lo
bestia.
Sin embargo, Isabella llegó a comprender que, aunque confiara en ella
(porque lo hacía), mi posesividad era algo innato en mí y moldearme me
tomaría más tiempo del que se suponía. Por eso pedí que le dieran un
escarmiento a aquel hijo de puta que le gritó antes. Ya que incluso ni
volviendo a nacer, sería el príncipe azul con el que muchas soñaban.
Yo era el villano, el rey oscuro de mi reina.
—¿Y vamos a invitarla a ella? —Alcé una ceja cuando me hizo esa
pregunta, viendo el brillo divertido en sus ojos miel.
—Joder, Pequeña. Así sea la fantasía de muchos, no soportaría ver que
ella te pusiera las manos encima —acepté y soltó una carcajada.
—Ni yo, tonto. La pobre terminaría sin manos si llegara a acariciarte así
fuera por descuido —confesó y sus palabras consiguieron que la sangre se
concentrara en mi polla.
—Ahora quiero hacerlo únicamente para verte en modo sádica —musité
en su cuello.
—¡Ya! Compórtense —nos regañó Laurel haciéndonos reír a ambos.
—Muero de hambre —gruñó Lilith, ella estaba sentada sobre el regazo
de Belial.
—Hay un restaurante 24/7 cerca de aquí, podríamos ir, ya que yo
también tengo mucha hambre —propuso mi hermana y todos asintieron.
Con ella las cosas iban mejorando poco a poco. Dylan había influido
mucho en eso, siendo sincero, ya que por muchos meses guardé
resentimiento por la pelirroja, a pesar de saber que lo que me arrebató no
fue porque quiso, sino porque Hanna la manipuló igual que a madre. No
obstante, para mí no era fácil olvidar de la noche a la mañana que me
asesinó un hijo y por poco me quitó a Isabella.
Pero como madre sugirió: íbamos paso a paso. Y que estuviera ahí
demostraba mi buena voluntad de seguir andando por ese camino.
—¿Es en el que sirven esos mojitos deliciosos? —preguntó Serena con
emoción.
—Los favoritos de Isa —recordó Jane tras el asentimiento de Tess en
respuesta a Serena.
—Vamos y disfrútenlos por mí —las animó White.
—¡Aguafiestas! No has querido beber nada de licor esta noche —se
quejó Maokko.
—Pero sí que se ríe de nosotras —añadió Laurel, refiriéndose a las
tonterías que hacían por estar achispadas.
Abracé a la Castaña y la atraje hacia mi cuerpo. Yo también me di cuenta
de que rechazó todas las bebidas y se la pasó a base de agua, pero cuando le
pregunté qué le sucedía, se limitó a responder con que no le apetecía
emborracharse.
—¿Entonces? ¿Vamos a comer algo? —preguntó Caleb y se puso de pie.
—Yo paso, debo volver y descansar un poco antes de mi viaje —declinó
Isamu.
Serena evitó mirarlo, se habían estado ignorando más de lo normal en las
últimas semanas, aunque no sabía si era porque entendieron que jamás
podrían llevarse bien, o porque el asiático se estaba dedicando
personalmente, y concentrando, en la chica libanesa a la que sacaron de su
país tiempo atrás.
A Lewis le había caído de maravilla esa situación.
—Yo también paso, debo estar mañana temprano en la clínica, así que
necesito dormir un par de horas —replicó Fabio.
Todos los demás aceptamos ir a comer, agradecidos de que el restaurante
estuviera poco concurrido, pues nosotros llenamos casi la mitad del espacio.
—Es increíble estar todos juntos en un momento como este, y no porque
exista una misión de por medio —celebró Jane. Ella y Connor se casaron
meses atrás, sin fiesta ni invitados, solo ellos dos en un viaje que hicieron a
las Vegas; y me alegraba por ellos, pues cumplieron su mayor sueño y se les
veía felices.
Y tal cual comentó: estábamos todos juntos, aunque no se negaba el
vacío de aquellos que la vida nos quitó. Incluso dolía la ausencia de Jacob,
a pesar de que él nos había traicionado.
Visité su tumba el día que sepultamos a Amelia y seguí el ejemplo de la
Castaña con su hermana, pues decidí comenzar a otorgarle mi perdón,
pensando en él como el hermano que lo consideré, recordando los buenos
momentos que pasamos juntos, las incontables veces que me ayudó, que
estuvo para mí; reconociendo que su error más grande fue amar hasta el
punto de cegarse y dejarse engañar por un malnacido.
Sin embargo, los nuevos inicios tenían que comenzar por dejar el pasado
a donde pertenecía.
—¿Por qué tu hermano no vino? —le preguntó Ronin.
—De seguro porque te tiene miedo —se burló Maokko de él.
Isabella le tradujo a Jane la pregunta de su compañero y ella rio al
entender mejor la respuesta de Maokko, pues para nadie era desconocido
que a ese asiático le divertía seducir a Cameron, aunque a Owen eso no le
hiciera ni puta gracia.
—Se está haciendo cargo de la apertura de nuestra nueva tienda, aunque
estuvo a punto de venir él y dejarme a mí con eso. Pero ya antes se había
tomado unas vacaciones, por lo que le tocó quedarse con las ganas de estar
aquí —explicó Jane.
Me había sorprendido demasiado el día que Isabella me comentó que su
amiga y Cam abrirían un sex-shop, ya que podía imaginar al último en un
negocio como ese, pero no a la miedosa. Sin embargo, la Castaña me
recordó que aquellos juguetes con los que un día me provocó, fueron
regalos de Jane, por lo que mi sorpresa era injustificada.
—Han sido solo unos meses, pero siento que demasiadas cosas han
cambiado en este tiempo, ¿no les parece? —indagó Evan.
Con la tranquilidad y la paz del momento, llegaron los avances a nivel
personal para todos. Evan por ejemplo, aparte de ser socio con Connor en la
empresa que ya poseían, decidió comprar el gimnasio de Bob cuando el
viejo lo puso a la venta, alegando que ya quería jubilarse. La nostalgia por
nuestros días vividos allí hizo que mi amigo lo adquiriera, y de paso,
pensaba abrir otros para inmiscuirse también en el negocio del fitness.
—¿Han cambiado también en el amor? —le preguntó Serena, pues él
seguía soltero.
La chica con la que lo vi en algunas ocasiones había sido algo pasajero
según noté.
—Sinceramente, me siento bien con el momento que estoy viviendo, así
que no me hace falta —respondió y vi a Isabella darle un codazo a Ronin,
antes de que este fuera a soltar algunas de sus guarradas e impertinencias.
—¿Y qué pasa contigo, cariño? —le preguntó Caleb a Laurel. Ellos se
hablaban de esa manera luego de aquella noche de chicas en la que la
pelinegra quiso flirtear con él—. ¿Qué harás ahora que te has graduado?
Se había titulado hace una semana de hecho.
—Pretendo ser como una estrella fugaz y viajar a distintas partes del
mundo por un tiempo —explicó con orgullo, haciéndonos reír—. El estudio
me agotó, tengo mis ahorros y antes de esclavizarme con un trabajo, voy a
conocer nuevos rumbos y a disfrutar —añadió.
Noté que Darius la miraba como un idiota embobado y, aunque no me
convenía burlarme, tampoco desaprovecharía mi momento para vengarme
de él, por todas las veces en las que pretendió tomarme de su payaso.
—¿Y tú qué piensas hacer? —lo chinché y sonrió.
Fue una de esas sonrisas que siempre tenía cuando estaba a punto de
soltar alguna idiotez.
—Me metí hace poco a la universidad.
Eso nos sorprendió a todos.
—¡Felicidades! ¿Qué estudias? —halagó Tess para luego preguntar.
Nos intrigaba su respuesta.
—Astronomía —soltó con orgullo.
Sabía que no podía dejar de ser un imbécil.
Isabella rio al comprender la tontería de su hermano, Laurel, por
increíble que fuera, se puso nerviosa y todos los demás se quedaron con la
lucha interna entre creerle o no, al adolescente de Darius Black.
—Seguro te encanta esa carrera —se burló Lilith, ella también entendió
la tontería del tipo.
—Claro, sobre todo porque mi primera tarea es estudiar a una estrella
fugaz e intentar atraparla.
Todos nos reímos, incluso Laurel, después de fulminarlo con la mirada.
Ella se había resistido a él durante un buen tiempo y cuando me acerqué
para hablar de lo que pasaba, su única respuesta fue que los demonios de su
pasado estaban persiguiéndola.
Estuve allí para mi amiga, le hablé por mis propias experiencias y la
animé a seguir, por eso fui el único que comprendió su decisión de viajar,
siendo testigo de lo que sufrió, sabiendo su verdadera historia.
Laurel no solo quería descansar, también necesitaba escapar.
Pedimos nuestra comida después de reírnos por las cosas que a Darius se
le ocurrían, Isabella optó por una porción de pie de limón, y entre risas,
bromas y pláticas, pasamos la madrugada en aquel lugar hasta que la
mañana llegó y el sueño amenazó con dejarnos tirados en cualquier
momento.
—Iré por un café, ¿quieres uno? —le pregunté a Isabella dirigiéndome a
la cocina, cuando llegamos a casa.
—Mejor me llevas agua, por favor. Necesito ir al baño —respondió y
asentí.
Se fue corriendo escalones arriba, con sus zapatillas en la mano. Incliné
un poco mi torso cuando subió un poco más, para tener una mejor vista de
sus piernas, y comprobar si... Mierda. Estaba en lo correcto, no usaba
bragas.
Sonreí y fui rápido por la botella de agua que me pidió, dejando de lado
el café en el momento que el demonio entre mis piernas reaccionó ante tal
maravillosa vista.
Corrí detrás de mi hermosa pantera tras eso, con la intención de
demostrarle cuánto la necesitaba, pero me preocupé cuando entré a la
recámara y escuché sus arcadas en el baño.
—¡White! ¿Estás bien? —inquirí entrando al cuarto de baño, cogí su
cabello y la ayudé mientras se doblaba en el váter, vaciando su estómago.
Ella ni siquiera había bebido para que estuviera en ese estado—. ¿Será que
el pie estaba en mal estado?
—Sal de aquí, por favor —pidió con dificultad en lugar de responder y
negué.
De ninguna manera la dejaría sola.
—¿Qué sucede, Bonita? —cuestioné de nuevo. No respondió, en lugar
de eso se puso de pie con mi ayuda, notando que estaba actuando extraña.
Llegó al lavabo y tras abrir la llave del agua se mojó el rostro y luego se
lo lavó con agua y jabón, cepilló sus dientes y casi se acabó el enjuague
bucal.
—Ya, deja eso —pedí—. Y no le des más largas al asunto porque no
desistiré hasta que me respondas.
La tomé de la cintura y comencé a besar su mejilla hasta llegar a su boca,
sin que ella pudiese evitar tal cosa por la incomodidad que le provocó haber
vomitado. No sentía asco de absolutamente nada con White y bien sabía
que era capaz de besarla aun así no se hubiese cepillado antes.
¿Asqueroso? Tal vez si fuese otra persona, pero era Isabella, mi Castaña,
la mujer que logró acabar con mis miedos y a la que decidí entregarme en
cuerpo y alma.
—¿Qué pasa, White? —susurré y aparté el cabello que se pegó en su
frente—. Sé que algo te sucede, no digas que nada —advertí—. No estás
comiendo bien, has perdido peso y ahora vomitas. Me estoy preocupando
—admití y besé su frente—. ¿Dime qué tienes? —pedí de nuevo.
—Tengo... —Inhaló aire profundamente y comencé a asustarme—.
Tengo a un nuevo bebé en mi vientre —confesó asustada y exhalé un
suspiro lleno de alivio.
—¡Demonios! Me habías asustado —solté sacando el aire retenido y reí.
Me miró frunciendo el ceño, separándose un poco de mí.
—¿Sólo dirás eso? —preguntó y me descolocó.
¿Qué le iba a decir? Dijo que tenía un nuevo bebé en su... ¡Un nuevo
bebé!
—¡Mierda! —exclamé— ¡¿No me estás mintiendo?! ¿White, estás
embarazada? —Estaba soltando preguntas casi sin respirar porque, en
cuanto caí en la cuenta de lo que me dijo, sentí que mi mundo giró a mil por
hora.
—Tengo ocho semanas —añadió y reí con nerviosismo.
Mi pecho se hinchó de emoción y orgullo. Reía y no sabía si hasta estaba
llorando, todo era demasiado para mí y sin esperármelo yo mismo, caí de
rodillas.
—¡Joder! —clamé agradecido, viendo su vientre todavía plano—. ¡Al
fin, meree raanee! —susurré y cuando miré hacia arriba, ella estaba
llorando y acarició mi rostro—. No sabes lo feliz que me haces, Isabella —
aseguré lo que no me cansaba de decirle—. Me harás papá de nuevo.
Comencé a besar su abdomen tras mis palabras llenas de una emoción
inefable, y subí hasta sus pechos cubiertos por el vestido que usaba,
llegando a su boca.
—Gracias —murmuré entre besos.
—Gracias a ti por estar aquí, para mí —Negué con la cabeza.
El único que tenía que agradecer era yo. Y no me cansaría de hacerlo
jamás, sobre todo porque al fin me daría la oportunidad de verla con su
vientre abultado, de estar con ella en ese proceso, disfrutando juntos de una
etapa que se nos negó con las copias. Y juré que iba a consentirla en cada
jodido antojo que tuviera.
—Tenemos que festejar esta noticia —aseguré, besándola luego de que
ella alzara los brazos para que le sacara el vestido, adorando su cuerpo tal
cual lo merecía, llevándola a la cama y recostándola en el colchón con
cuidado—. Le daremos la noticia a los niños y a todos los presentes en esta
casa.
—¿Por qué también a ellos? —preguntó y jadeó cuando lamí uno de sus
pechos.
—Quiero que todo el mundo sepa que de nuevo seré padre, que mi
preciosa Castaña por fin me lucirá su hermosa barriga —aseveré y rio.
Y luego de las risas llegaron los gemidos y jadeos, esos que me volvían
loco y más aún, con la felicidad que hinchaba mi pecho en aquel instante,
con el nuevo ser que sería parte de nuestras vidas.

Siete meses después...

—¡Eres un idiota, Elijah! —Me alejé el móvil de la oreja luego de aquel


grito que casi destroza mi tímpano— ¡Y Dylan igual! Díselo.
—Te escucho, nena —señaló él a mi lado, mientras conducía.
—Ya, Tess. Ahora mismo vamos hacia allá, dile a Isabella que me espere
—pedí preocupado.
—¡Imbécil! Como si eso fuera fácil —se siguió quejando y colgó.
—¡Mierda, viejo! Tienes que acelerar —le insté a Dylan y asintió.
Salimos temprano, le pedí a él que me acompañara a algo realmente
importante, que era de vida o muerte para mí.
Para el siguiente día había preparado una cena especial en donde estaría
toda la familia reunida (incluido los amigos) y necesitaba recoger lo que me
hacía falta para que fuese perfecta, pero quería una última opinión y Dylan
podía ayudarme. Sin embargo, no contaba con que Isabella decidiría
adelantarse, o más bien, que mi pequeña decidiera fastidiar la sorpresa de su
padre, demostrándome así que al igual que su madre, venía decidida a poner
mi mundo patas arriba.
Porque sí, íbamos a tener una niña, mi propia princesa.
Y cuando decía «íbamos», hablaba de ya, lo que me tenía muy asustado.
Por error dejé el móvil en el coche, Dylan lo olvidó en casa y casi se nos
fue toda la mañana en aquel centro comercial, ya que mi cuñado, al saber de
qué se trataba en realidad aquella cena, decidió buscarse una mejor
vestimenta.
Al llegar al coche encontré muchas llamadas de Isabella y luego más de
Tess; y cuando devolví las de la Castaña y no me respondió, imaginé que
estaba molesta porque odiaba siempre que no respondía. Tras eso le marqué
a mi hermana y me puteó antes para después decirme que mi chica había
entrado en labor de parto y la llevaron al hospital.
Miedo, nervios, culpa, felicidad, ilusión y muchas cosas más se formaron
en mi interior, dándome así un cóctel de emociones que me idiotizaban.
Era la primera vez para mí, estaría en el parto y recibiría a mi pequeña,
esa chiquilla que jodió mi cena, mis planes y se impuso con sus deseos de
conocer el mundo, a mis deseos de cambiar mi vida, de dar un paso más en
mi relación con su madre.
Isabella White.
Había comenzado a odiar su apellido.
—Así que la más pequeña de los Pride también quería estar presente en
uno de tus grandes días —se burló Dylan, manejando y comiéndose algunas
señales.
Las multas llegarían a casa por docena y no me importaba.
—Ves lo parecida que será a su madre —respondí con una sonrisa—. No
ha llegado y ya puso mi mundo a sus pies, cumpliendo sus caprichos antes
que los míos —añadí con cierto orgullo.
—Espero que mi hermana no te mate mientras esté dando a luz —deseó.
—Yo también, viejo, yo también.
Las copias se pusieron felices el día que les dijimos que tendrían a su
hermana, Daemon fue el más eufórico y tuvimos que tratarlo con
precaución, ya que noticias como esas no siempre eran saludables para él,
pero por fortuna supo manejarlo bien. Luego le dimos la noticia a los demás
y celebramos doble, dándome cuenta de que nuestros hijos eran los niños
que más tíos tendrían, pues cada miembro de las élites se proclamaron
como tal.
Y tal cual se lo prometí a la Castaña el día que me dio una de las mejores
noticias de mi vida, cumplí cada deseo y antojo que tuvo, incluso dejé que
me arrastrara a una sesión de fotos en la que quería que nos inmortalizaran
juntos, con ella luciendo su barriga, ambos con los torsos desnudos. Una
idea que por supuesto no me causó ni puta gracia, y no por mí, sino porque
odié la idea de que le vieran los pechos.
Y por el bienestar del mundo, fue bueno que le pidiera a Jane que nos
fotografiara.
Algunos de sus antojos fueron un tanto complicados, sobre todo ese que
le dio a los seis meses de embarazo, en plena madrugada, de una pasta con
camarones y salsa Alfredo. Los restaurantes ya estaban cerrados y en los
supermercados únicamente encontré los ingredientes, por lo que me
convertí en el hazmerreír de Belial y Lilith, ya que tuve que pedirles ayuda
para que me prepararan la comida, pero la chica como la pequeña cabrona
que era, en lugar de cocinarla por mí, me guio para que la hiciera por mi
cuenta.
Ese día les juré a esos dos que los mataría si llegaban a decirle a alguien
más por lo que me hicieron pasar, sin embargo, Isabella se encargó de
hacerle saber a todo el mundo que su chico le cocinó, ya que ese hecho, al
parecer, fue algo que le tocó ese corazón sensible que tuvo durante todo el
embarazo.
Incluso lloró cuando le llevé el plato de pasta y le dije que lo había
cocinado yo, sacándome un jodido susto porque creí que no le había
gustado.
—No te pierdas, viejo. Ya estamos cerca.
Dylan me sacó de mis pensamientos y los nervios volvieron.
Madre me llamó justo cuando entramos a la calle del hospital, para
decirme que pronto llegaría con los niños, puesto que ellos estaban muy
emocionados e inquietos; y necesitaban estar con su hermana.
Padre y Tess estaban en la sala de espera y ellos me avisaron que
Maokko y Lee-Ang se encontraban con Isabella en la habitación, así que me
fui directo ahí, asustado al ver a unas enfermeras entrando.
—¡Hey, Bonita! Ya estoy aquí —Ella tenía los ojos cerrados,
conteniendo una mueca de dolor—. Siento mucho no haberte respondido.
Negó con la cabeza, aliviada de verme, aunque enseguida ese gesto
instantáneo se convirtió de nuevo en uno de dolor.
Mierda.
No sabía si era ella la que tenía que respirar profundo, o yo.
—Perfecto, cariño. El momento ha llegado —avisó una de las
enfermeras.
—¡Oh, Dios! —se quejó la Castaña cuando tuvo una contracción más
fuerte.
Maokko y Lee-Ang habían salido de la habitación para dejarme solo con
ella y el personal médico.
—¿Qué hago para calmarte? —pregunté, pues la manera en la que sufría
me estaba haciendo sentir impotente.
Porque era pésimo que una guerrera como ella demostrara lo
insoportable, que supuse que era, lo que experimentaba.
—¿No pueden ponerle algo para el dolor? —indagué a una de las
enfermeras y ella rio.
—Tu chica no quiso nada, cielo.
Miré incrédulo a Isabella.
—Ya… no lo entenderías —me dijo.
—Entiendo que eres una masoquista —señalé y ella rio, después gruñó
—. ¡Demonios, Pequeña! —espeté y la cogí de la mano al verla retorcerse
—. No volveré a embarazarte —juré y las enfermeras cabronas se rieron de
mí.
—¡Aaah! —Ese fue el primer grito que le escuché y contuve mi dolor
por la manera en la que apretó mi mano.
Un médico entró a la sala y casi me volví loco al verle abriéndole las
piernas después de avisar que la revisaría. Definitivamente no volvería a
embarazar a mi chica. Me negaba a que tuviéramos que pasar por eso de
nuevo, por el dolor de ella sobre todo.
—Bien, Isabella. Tu pequeña está impaciente por salir, así que necesito
que pujes más fuerte —pidió el doctor, metiendo más el rostro entre sus
piernas.
Mierda, mierda y más mierda.
Gruñí, los demás creyeron que fue de dolor por el agarre de la Castaña,
pero se debió en realidad a que me estaba conteniendo para no sacar a ese
tipo del lugar donde solo yo podía estar. Sin embargo, tuve que hacer
acopio de todo mi autocontrol y madurez, ya que era consciente de que el
hombre únicamente hacía su trabajo.
—¡Aaah! —gruñó Isabella.
—Tú puedes, meree raanee —la alabé, besando su coronilla.
Puse el brazo en sus hombros e hice que me sostuviera de ambas manos.
Su fuerza fue brutal en el momento que me tomó y supe que el agarre le
ayudaba para impulsarse más.
Su gemido fue aún más fuerte, estaba empapada de sudor, sufriendo el
dolor sin quejarse, sabiendo que con eso traería al mundo a nuestra
princesa. Y… joder, no sé cómo demonios las mujeres se sometían a tal
tortura con tanto amor y entrega.
Puta madre.
¿Cómo demonios nos atrevíamos a llamarlas el sexo débil? Si estaba más
que claro que si ellas eran las que parían vida, es porque eran más fuertes
que nosotros, ya que yo, un jodido orgulloso, en ese momento flaqueé
únicamente con ver a mi reina en esa labor de parto.
Y entendí por qué la adoré con tanta facilidad.
—¿Cómo mierdas pasaste por esto con las copias? —me atreví a
preguntar y ambos gruñimos esa vez, ella por la siguiente contracción y yo
porque sentí que me quebraría los huesos de los dedos.
—Bien, ya está aquí, puja una vez más y esta vez que sea largo, Isabella
—habló el doctor.
—Una vez más y te prometo que ya no te haré pasar por esto —la animé
y a pesar de la bruma de su dolor y cansancio, sonrió.
—¡Oh, Dios! ¡Aaah! —gritó al pujar.
Mi corazón estaba tan acelerado, que no sé ni cómo no se me detuvo, o
cómo conseguí seguir murmurándole palabras de aliento hasta que su fuerza
cedió, su dolor se calmó y un pequeño llanto nos interrumpió.
Y dejé de respirar.
—Eso es, cariño. Miren qué hermosa niña.
El doctor tenía en sus manos a una pequeña cosa de piel oscura, en esos
instantes, y cabello negro; la ahuecó en su pecho y me hizo llegar a ellos
para cortar el cordón umbilical.
Las manos me temblaban, no solo por el dolor que el agarre de Isabella
me provocó, sino también de nervios. Y no me dieron tiempo de ver a mi
bebé, la enfermera se la llevó de inmediato para limpiarla. El llanto que
seguía soltando estaba lleno de vida y a mí me embargó de felicidad.
—Ahora entiendes que hay dolores que valen la pena atravesar —musitó
Isabella con la voz débil.
Me había estado observando, pero cuando yo lo hice ella cerró los ojos,
echó la cabeza hacia atrás y vi su pecho subiendo y bajando con celeridad.
Me acerqué para besarla y acaricié su rostro, notándola realmente agotada.
—Eres una cabrona, Pequeña —musité, halagándola en lugar de
ofenderla con esa frase.
Era una hija de puta en todos los sentidos. Una reina capaz de ponerme a
sus pies de muchas maneras.
—Hola, papito —La voz de la enfermera fingiendo ser una niña me
interrumpió, llevaba en sus brazos a un pequeño paquete envuelto en
mantas blancas—. ¿Quieres cargarla? —preguntó y asentí, pero no sabía
cómo hacerlo.
Me sentía torpe y ella lo notó, sonriendo con comprensión e
instruyéndome con amabilidad a cómo poner mis brazos para depositar en
ellos, una pequeña cosa que me mostró lo que jamás imaginé.
¿Quién dijo que un hombre no podía enamorarse de dos mujeres a la
vez?
¿Quién aseguró que no se podía amar a dos mujeres?
¿Quién era el que aborrecía que un hombre fuera capaz de dar su corazón
a dos mujeres?
Quien lo hizo jamás estuvo en los zapatos de un hombre como yo que,
amando como amaba a la mujer en esa camilla, fui capaz de enamorarme de
nuevo de una chica diferente a ella. Porque ahí, en el instante mismo que
cogí a mi pequeño tesoro en brazos, me di cuenta de que Isabella tendría
competencia.
Porque me había enamorado otra vez, porque estaba amando con locura a
otra mujer, una que en realidad tenía la piel blanca como la leche, el cabello
color cobrizo y unos ojos verdes grisáceos que hipnotizaban como la luna
llena a un lobo.
—Gracias —le dije a Isabella.
Ella me había estado observando de nuevo, aunque con los ojos cargados
de lágrimas esa vez.
—Te amo —susurró y sonreí.
—Lo sé —le aseguré y fue su turno de sonreír.
—¿Cómo se llamará? —preguntó.
Ella me había dado a mí el honor de escoger el nombre.
—Abigail, la nueva luz en mi vida —informé.
—Abigail, la luz del padre, me gusta —estuvo de acuerdo, al saber el
significado del nombre.
—¿Quieres cargarla? —pregunté y asintió.
Se la di, no sin antes besar la frente de mi hija y pedirle un enorme favor,
ya que se había adelantado. Tras eso la puse en brazos de su madre y ella
admiró la perfección que creamos. La acarició dejando salir sus lágrimas
hasta que un bulto entre su manta captó su atención.
—¿Elijah? —susurró y me miró luego de sacar la cajita de terciopelo que
puse ahí y la abrió, descubriendo el anillo con diamante negro en forma de
rosa.
—Iba a hacerlo mañana, pero ya que ella quiso estar presente, qué mejor
momento y testigo que nuestra pequeña —admití y la cogí de la barbilla
para que me mirara a los ojos sin perderse un solo detalle—. Hoy, ocho de
febrero, la misma fecha en la que te conocí hace más de seis años en la
universidad, en la que nuestra hija decidió nacer. La fecha en la que ambas
han puesto mi mundo de cabeza, quiero pedirte que aceptes unir tu alma a la
mía en todos los sentidos, Isabella White —La vi tomar el anillo y procesar
mis palabras—. Cásate conmigo, Bonita.
Alternó la mirada entre nuestra hija y yo, se mordió el labio y sonrió a la
vez.
—¿Por siempre y para siempre? —musitó con la voz entrecortada.
Presioné mi frente a la suya y le di un beso casto.
—Serás mi reina Sigilosa —aseguré sobre sus labios y soltó una risa
gangosa—. Mi reina Pride, mi reina Grigori, mi maldita reina de fuego…
Mi esposa.
—Acepto, amor —respondió sin una pizca de duda, volviéndome a
confirmar lo poderoso que ella me hacía.
Esa mujer me debilitó con su inocencia, derritió mi corazón de hielo con
su astucia, me puso a sus pies con su corazón oscuro y me convirtió en su
jodido rey. Me reconstruyó, me quemó y me otorgó un maldito corazón de
fuego que solo fulguraba por ella.
Por mi Castaña.
Mi Bonita.
El centro de mi tierra.
Mi paraíso personal.
Mi pequeño infierno.
Meree raanee.

Fin.
Música Utilizada:

1- Love into a weapon


2- Down
3- When I was your man
4- Talking to the moon
5- Recover
6- Born Alone Die Alone
7- Ghost
8- Die Trying
9- Love is the Devil
10- Porcelain
11- Lost the game
12- F**k U
13- Trampoline
14- Play with Fire
15- Apologize
16- Believer
17- Journey
18- Apologize (instrumental)
Por siempre y para siempre
Isabella
Dos años después.

Grigori y La Orden del Silencio dejaron de ser un secreto a voces, para


convertirse en dos organizaciones mundialmente conocidas por su justicia
implacable. Y, aunque la criminalidad era algo que no se erradicaría por
completo, al menos sí teníamos a todos nuestros enemigos pensándose más
de dos veces el seguir contaminando nuestros territorios.
David Black se había atrevido a buscar a Andru Vlachos y a Aris Raptis
un año atrás, exigiéndole a los griegos que se comportaran como los
Vigilantes que eran y apoyaran a uno de los fundadores de la organización,
pero el trato de ellos con Sombra se había fortalecido (igual que el de
Cillian O’Connor), así que los hombres lo enviaron a la mierda, y de paso,
le dieron su ubicación a Anton Morozov, ya que el ruso ansiaba el día en
que pudiera cobrar la muerte de su hija al verdadero culpable de que
nosotros la hayamos asesinado.
Elijah también se había ocupado de seguir luchando por rescatar a
aquellos niños que caían en manos de secuestradores o pedófilos, por eso se
la vivía viajando entre un país y otro. Una lucha en la que yo también me
incluí, en la que creíamos fervientemente, aunque a veces hubiese días en
los que todo se ponía oscuro por la maldad que cada vez crecía más. Sin
embargo, éramos unos obstinados y continuaríamos aportando nuestro
granito de arena, sin importar que para algunas personas fuera como echarlo
en saco roto.
—Mira lo que llegó —avisó Maokko con emoción, arrastrando con ella
un perchero lleno de ropa perfectamente organizada.
Eran los nuevos uniformes de La Orden, hechos con una nueva
nanotecnología que el gobierno estadounidense nos otorgó, para que nos
protegiéramos mejor. También se mandaron a fabricar para los Grigoris y
los Oscuros.
—¿Y esos? —le pregunté a Lee cuando llegó con otro perchero más
pequeño y vi seis uniformes en color negro.
—Papá ordenó que los fabricaran, un pedido especial para tu gran día,
aunque tú no lo usarás —me recordó y sonreí.
—Pero son seis, así que supongo que uno es mío —indiqué.
Me acerqué al perchero de ella y admiré la tela suave de esos. Era casi
como sentir los pétalos de las rosas, de hecho, el diseño entretejido parecían
pétalos negros y delgados, aunque no por eso dejaba de ser un material
fuerte. Y supuse que se debía a que era el mismo con el que se crearon los
otros uniformes.
—Jesucristo —musité al detallar el emblema del tahalí y luego el dije a
un lado del uniforme.
Miré a Lee-Ang y ella sonrió, asintiendo a la vez.
—Será un uniforme de gala solo para nosotros —explicó—, para que
ellas te acompañen en tu boda. La Dahlia negra y la flor de cerezo unidas en
un diseño especial.
Respiré hondo, sintiendo orgullo y nostalgia.
Hace dos años, el maestro Cho me había confesado que la flor de cerezo
que nos identificaba como Sigilosos, era la representación de mamá, no de
la cultura donde nació la organización tal cual creí siempre. Y en ese
momento, Lee me dijo que los pétalos que formaron con la tela de ese
uniforme, eran los de una dalia negra.
El dije emblema lo habían diseñado de una manera formidable, pues
fusionaron el cerezo en color blanco, con matices rosas, y en medio de él
añadieron una dalia negra. Y al observarlo detenidamente, daba la
sensación de que el cerezo protegía a la dalia, como una confirmación de lo
que mamá siempre hizo con su primogénita.
—Estarán contigo, protegiéndote como siempre lo han hecho —aseguró
Lee y puso un dije en mi mano, sonreí y exhalé un largo suspiro.
Las dos me cuidaron en vida, incluso cuando quisieron impedírselos,
ellas siguieron haciéndolo, mamá como una reina o un alfil, Amelia como
una torre impenetrable, por lo que le agradecí al maestro que tuviera ese
detalle tan especial conmigo.
—¿Saben si Elijah ya aterrizó? —les pregunté por quinta vez ese día.
Nos casaríamos en dos días, Laurel era la madrina de honor oficial y se
estaba ocupando hasta del detalle más mínimo de la boda, apoyada por
Serena, Tess y Jane. Pero mi Tinieblo había estado fuera de Florencia desde
hace dos semanas, ocupándose de unas misiones junto a sus Oscuros y me
preocupaba que no llegara, pues ya había retrasado su regreso en dos
ocasiones.
—¿No me digas que te da miedo que cancele la boda? —se burló
Maokko y la fulminé con la mirada.
—Antes se congelaría el infierno para que él se atreviera a hacer eso —lo
defendió Lee y la miré con agradecimiento.
—Por supuesto que sí, pero parece que Isa olvida por momentos que su
Tinieblo, incluso está dispuesto a aceptar a Dios con tal de que él una sus
almas para siempre.
—Eres una perra —solté entre risas.
«Una perra sabia».
Declaró mi conciencia.
Lee-Ang también se rio al escucharla. Y el comentario de Maokko fue
hecho porque Elijah me dejó claro que si quería una boda con un reverendo,
él estaba dispuesto a aceptarla, algo que me conmovió, pues todos sabíamos
que mi Tinieblo creía solo en lo que veía, como repetía siempre, pero con
tal de unirse a mí, aceptaría que lo hiciéramos con la bendición de mi Dios.
Y gracias al cielo, él llegó a casa dos horas después de que yo hubiera
estado con mis amigas. Los niños lo recibieron mostrándose felices, incluso
su princesa, quien era muy apegada a su papá a pesar de que a veces se iba
por varios días, eso no impedía que para ella siguiera siendo su favorito.
Y… Dios, era todo un espectáculo mágico ver a mi villano comportándose
como un auténtico príncipe azul con Abigail, la niña de sus ojos.
Mi relación con él avanzó de una manera maravillosa. Y por supuesto
que seguíamos discutiendo, pues ambos éramos dominantes en muchos
sentidos, así que había momentos en los que no nos era fácil llegar a un
acuerdo, sin embargo, no volvimos a separarnos y mucho menos a alejarnos
sentimentalmente, todo lo contrario, podíamos quemar el mundo con
nuestras peleas, pero en cuanto estábamos solos, nos incendiábamos uno al
otro, amándonos como solo nosotros sabíamos.
Elijah se había encargado de darme mi propio cuento de hadas, aunque
en ese, la princesa era feliz con el villano.
—Dios, Isa. Dime por favor que no te estás arrepintiendo de esto —rogó
Laurel, llegando a la habitación en donde me habían preparado para mi gran
día.
Al último minuto, sentí que el aire comenzó a faltarme e incluso traté de
quitarme ese hermoso vestido que confeccionaron para mí. No lo escogí
ostentoso ni mucho menos de princesa. Era sencillo, largo y con vuelo,
elaborado en satén perlado y sobre este, encaje con hilos de seda en forma
de rosas, dalias y cerezos entrelazados con hojas.
Tenía un escote que me llegaba hasta el ombligo, el satén únicamente
cubría mis pechos, pero la demás piel de mi torso quedaba expuesta, aunque
protegida en algunas partes con el diseño del encaje. Era manga larga y de
la parte de atrás, también mostraba toda mi espalda desnuda.
—Por supuesto que no, tonta. Solo necesito respirar un poco —le
aseguré a Laurel y vi el alivio en su rostro.
Me habían hecho un moño alto y sobre este acomodaron un velo largo
hecho con el mismo encaje del vestido, pero en ese instante lo tenía hecho
puño, abrazado a mi pecho porque pesaba.
—Tenemos media hora aún, pero LuzBel está como loco allá abajo —
avisó y sonreí.
Habíamos esperado dos años para casarnos porque antes teníamos que
resolver muchas cosas con respecto a las organizaciones, además, quise
darle a mi hija el tiempo necesario solo para ella y sus hermanos, luego de
haberme mantenido alejada de mis clones por un largo periodo debido a
todo lo que atravesé después de darlos a luz.
Quería ser mamá a tiempo completo, por lo que dejé a un lado a la
guerrera y no me arrepentía de la decisión que tomé.
—¿Puedes dejarme sola? —le pedí a Laurel con amabilidad,
demostrándole que no me molestaba su presencia, únicamente necesitaba
esa media hora para mí.
—Claro, cielo. Solo quería asegurarme de que todo estaba bien.
—Lo está, es solo que… —Me quedé en silencio por un momento—.
Tengo miedo de que sea un sueño —acepté y ella me miró con ternura—.
Me da pavor salir y darme cuenta de que todo ha sido parte de mi
imaginación. Y sé que es tonto porque ese hombre que me espera allá abajo
me ha dado los mejores dos años, sin contar que por él tengo el mayor
tesoro que la vida me obsequió, pero… no quiero que sea una ilusión,
Laurel.
—No, Isabella, créeme que no lo es —aseguró llegando a mí y me tomó
de las manos—. Nunca nada ha sido tan real como la tormenta que crearon
ustedes dos. Y puedo jurarte que en esta vida y en las que siguen, ese
demonio volverá a ti para congelarte y quemarte en partes iguales. Para
crear una catástrofe juntos —Apreté los labios, tratando de contener las
lágrimas porque no quería estropear mi maquillaje.
—Gracias —musité y ella sonrió, dándome un beso en la frente,
comportándose como una hermana más para mí.
—Voy a dejarte sola para que respires hondo y te deshagas de esas
lágrimas, pero quiero que tengas claro que allá afuera, te espera la realidad,
Isabella White, así que aprovecha tus últimos minutos con ese apellido —
Me reí de eso y luego la vi irse.
Acto seguido me fui al tocador y me limpié la línea debajo de los ojos
porque las lágrimas alcanzaron a humedecerme, tras eso me miré en el
espejo y me sonreí a mí misma porque Laurel tenía razón, afuera me
esperaba mi hermosa realidad.
Así que respiré hondo y apreté fuerte los párpados solo un instante, el
suficiente para que escuchara la puerta abrirse de nuevo. Mi cuerpo entró en
tensión porque reconocí su presencia oscura, esa que tenía la capacidad de
erizarme la piel y de estremecerme hasta la médula.
—Viste que no era imposible un eclipse entre tú y yo.
«Bendito padre».
Cada uno de mis vellos se puso en punta al escuchar su voz robotizada y,
aunque mi corazón comenzó a desbocarse, no me atreví a abrir los ojos,
incluso cuando lo sentí llegar detrás de mí. Mi piel vibró en el instante que
acarició mi espalda con el dorso de sus dedos, cubiertos por unos guantes, y
su fragancia me golpeó, haciéndome viajar a la velocidad de la luz entre
mis recuerdos.
—¿Te das cuenta de cómo sucedimos, Bella? —susurró en mi oído y abrí
los ojos de golpe al sentir un material diferente rozándome la piel.
Mi respiración se volvió errática, el corazón me latió con más locura, mis
pezones se endurecieron y el vientre se me calentó ante esa imagen
hermosamente oscura en el reflejo del espejo.
—Sombra —jadeé.
Tenía puesta aquella máscara negra sin expresión, la que parecía que se
había quebrado y luego unieron con oro. Llevaba las lentillas de iris
doradas, tal cual nos vimos en la gala de Nauticus. Su esmoquin era negro,
toda la ropa lo era. Desde la camisa hasta el chaleco, la corbata y el
pantalón.
Me miró a través del espejo y supe que estaba sonriendo con chulería, lo
que me llevó a morderme el labio y sentir que mi excitación aumentó.
Dios.
Hace unos minutos estaba aterrorizada de que esto fuera un sueño, pero
en ese instante me sentí poderosa y dueña de mi realidad, porque él estaba
ahí conmigo.
—¿Creíste que te dejaría casarte con Elijah sin antes recordarte que una
parte tuya seguirá perteneciéndole a Sombra, Pequeña?
Sonreí de lado cuando comenzó a sacar las pinzas con las que aseguraron
mi velo y no se lo impedí.
—Eres un enfermo al presentarte aquí el día de mi boda —susurré
siguiéndole el juego, jadeando de gusto en el instante que con habilidad
sacó también las pinzas de mi cabello, para soltar mi moño apretado.
—Y más enfermo voy a parecerte cuando te penetre hasta la
empuñadura, porque te enviaré bien follada a ese altar.
—Mierda —me quejé en el instante que cogió un puñado de mi cabello
ya suelto y me giró hacia él.
Sin embargo, yo también actué y le subí la máscara para encontrarme
con su boca, cubriéndome con su sabor y calor. Su lengua se deslizó dentro,
moviéndose fuerte y poderoso sobre la mía, devorándome de la manera en
la que solo él sabía hacerlo.
—Te lo dije, Pequeña, tú y yo somos una catástrofe —jadeó, alejándose
una pulgada—. Somos y seremos un pecado que sabe a cielo. —Mis ojos
ardieron por la emoción y la excitación que estaba provocándome, por la
certeza y la felicidad de que ese hombre era mío.
Me tomó de los muslos y me sostuve de sus hombros cuando me cargó,
apoderándome de su boca, besándonos con vehemencia, mordiendo y
jugando con nuestros labios. La máscara cayó de su cabeza en el instante
que se sentó en un sofá de la habitación, dejándome en su regazo, sintiendo
la tela de su pantalón con mis pies, pues todavía no me había puesto los
zapatos.
Se sacó los guantes sin dejar de besarme y luego metió las manos por
debajo de mi vestido, cubriendo la piel de mis piernas, subiendo a mis
muslos y luego ahuecando mi culo desnudo, tirando de mis caderas a su
pelvis.
Sentí su cresta rígida empujando en mi clítoris y gemí presa del deseo
que ya estaba haciendo que mi piel vibrara más.
—¿Eres consciente de que no puedes ver a la novia hasta que estemos en
el altar? —susurré contra sus labios mientras le desabrochaba el cinturón
del pantalón y él se encargaba de subir la falda de mi vestido.
—Si no pudo separarnos el infierno, ¿crees que lo hará una superstición?
—gruñó por lo bajo y sonreí porque siempre tenía las palabras correctas.
Sus manos codiciosas volvieron a mi culo y me acarició mientras besaba
mi cuello, mi mandíbula y luego mis labios. Me eché el cabello a un lado
para darle todo el acceso que fuera necesario, sintiendo el aire alrededor de
nosotros volviéndose más pesado, por el humo que provocaban nuestros
cuerpos siempre que estábamos juntos, quemándonos con el fuego interior
que creábamos al estar en la misma órbita.
Mi piel parecía incendiarse con su contacto, mientras echaba la cabeza
hacia atrás, sintiendo el placer construyéndose en mi pecho y bajando hacia
mi abdomen.
—Bella —jadeó contra mi cuello—, cómo me gustaría que te vieras a
través de mis ojos, para que te dieras cuenta que incluso pareciendo un
sueño, lo que siento por ti es lo más real que el mundo pudo crear.
Enderecé la cabeza, abrazándolo y enterrando los dedos en la parte de
atrás de su cabello para no dejar de mirarnos a los ojos, estremeciéndome
por cómo era capaz de adorarme con su mirada, deseando que el tiempo se
congelara.
Dios mío.
Él lo era todo para mí. Mi pasado, presente y futuro. Mi rey y mi villano.
El único hombre que me hacía sentir completamente viva siempre que se
encontraba en mi espacio e incluso cuando no. Con Elijah nada era fácil,
pero sin él, lo imperfecto jamás sería perfecto.
—Te amo, Sombra —susurré, cerrando los ojos y presionando mi frente
a la suya—. Amo a cada uno de tus demonios. Te amo en todas tus
versiones.
Permaneció quieto un momento, su agarre en mí se hizo más fuerte, pero
sentí como si hubiera dejado de respirar. Las lágrimas volvieron a brotar de
mis ojos, aunque esa vez no eran de miedo sino más bien de seguridad,
gratitud y felicidad.
—Jamás me sueltes, LuzBel —seguí—. Nunca dejes de ver el humo
conmigo, Elijah.
Se zambulló en mi boca y gemí, sintiéndome mareada por el éxtasis de
esa felicidad. Encontré sus labios para profundizar el beso y nuestras
lenguas volvieron a acariciarse, consciente del fuego creándose en mi
vientre.
—Eres mi pecado, Bonita —aseguró entre jadeos—. Mi muerte, Bella —
añadió y apretó la carne de mis nalgas, volviendo a hacerme sentir la cresta
de su polla, esta vez sin la tela del vestido de por medio—, pero también mi
salvación, Isabella.
Nuestras respiraciones se aceleraron más, acaricié su rostro y
profundizamos el beso de nuevo, sintiendo su mano ir más allá de mis
nalgas, encontrando mi coño empapado por él.
Oh, Dios.
Esparció la humedad y gemí sobre su boca, amando que jugara con mi
clítoris, perineo y más allá. El placer me atravesó como un ciclón, siendo
demasiado. Sus labios jamás dejaron de chuparme codiciosamente y cuando
introdujo los dedos en mi vagina solté un grito ahogado, sintiendo cómo
empapé su mano. Mi cabeza se nubló, actuando por instinto, aunque mi
cuerpo definitivamente sabía lo que quería.
—Mírate, Pequeña —demandó, sonriendo con lascivia—, siendo paraíso
e infierno en mis manos.
—Dios —gruñí, palpando cómo el pulso entre mis piernas era más
rápido y fuerte.
La manera en la que los músculos en mi coño se endurecieron fue
increíble y supe que no soportaría más, en cuanto mi clítoris zumbó con
necesidad.
—Toma lo que es tuyo, meree raanee —me incitó con una respiración
risueña.
Sacó la lengua para lamerme el cuello y yo abrí su pantalón, liberando su
polla, sintiendo el líquido preseminal en la punta. Lo posicioné en mi
entrada y él me tomó de las caderas en cuanto comencé a penetrarme,
controlando conmigo el momento, siendo lento y amable al deslizar su
corona adentro.
Gemí de gozo absoluto.
Había echado todo mi cabello un poco hacia el frente, por eso este
también estaba sobre su cabeza, siendo el velo natural que nos cubría a los
dos. Sus manos se asieron a mi trasero con ímpetu, sosteniéndome apretada
sobre él.
—¿Cómo lo haces? —pregunté—. ¿Cómo puedes follarme con el
cuerpo, pero hacerme el amor con la mirada? —seguí.
No estaba loca, mi pregunta fue hecha porque él me estaba adorando con
los ojos de una forma que me estremecía, pues siempre me decía de esa
manera lo que no vocalizaba.
—Porque te amo de todas las maneras que me es posible, amor —
sentenció y mi corazón se saltó un latido.
Tras eso, ambos gemimos porque llegó profundo dentro de mí y
únicamente se detuvo un segundo para luego salir y volverse a introducir.
Ese baile entre nosotros que nos salía a la perfección dio inicio,
moviéndonos en sintonía, siendo una danza del amor en lugar de la muerte.
Empujó con fuerza, lo encontré de la misma manera, ambos llevándonos
al limbo del placer. Bebimos nuestros jadeos y no dejamos de mirarnos a
los ojos, grabando cada uno de los gestos de gozo que nos provocábamos.
—Voy a hacer que esto dure para siempre, Isabella —juró.
El orgasmo había comenzado a volcarse en mí, llenándome de un placer
que me atormentaba a través de cada nervio y pulgada de mi piel. Mi
corazón seguía latiendo como loco mientras me llenaba con anhelo y lujuria
en partes iguales.
—Voy a entregarte mi alma y corazón con cada respiro.
—¡Elijah! —aclamé.
Sus manos apretaron mis caderas, embistiéndome con más fuerza y tomé
todo lo que me estaba dando, rogando por más fricción en mi útero,
sabiendo que esa vez mi orgasmo llegaría de diez lugares diferentes, todos
dirigiéndose a un punto donde se fusionarían y me harían explotar.
—Voy a volverme loco por tus caricias cada día —siguió y respiré duro,
sus embestidas volviéndose más poderosas con los votos de amor que me
estaba diciendo sin estar en el altar aún—. Y seguiré haciendo cualquier
cosa que sea necesaria, para ser por siempre tu amor o tu sacrificio.
Dicho eso capturó mi boca y tuve que forzarme para no perder la razón,
porque me besó con tal fuerza, que lo sentí hasta en mis pies. Luego se alejó
y me cogió del cabello, embistiendo su pene dentro de mí, preso del placer.
Gemí sin control alguno, nuestras respiraciones calientes mezclándose.
Enganché un brazo alrededor de su cuello, sintiendo que me llenó más
profundo, golpeándome por dentro.
Me mordí el labio inferior, apretando los ojos igual que mi vagina lo
hacía alrededor de su pene. Mi vientre y mis muslos comenzaron a arder
con el orgasmo llegando a la cima y entonces explotó, recorriéndome desde
la cabeza hasta los pies, subiendo y bajando como fuego en mis venas.
—Te amo, meree raanee —zanjó Elijah, embistiendo dentro de mí unas
cuantas veces más, clavando sus dedos en mi carne hasta que me punzó la
piel.
Luego estalló y jadeó, tratando de respirar. Su cuerpo se sacudió y tensó,
y yo volví arder con su placer, recibiendo hasta la última gota de su
simiente dentro de mí, llenando la habitación con la melodía que creamos.
—Te amo, mi rey —devolví, besando sus labios mientras ambos
tratábamos de recuperar el aliento.
—Te ves hermosa vestida de novia —declaró tras unos minutos y sonreí,
ya que creí que no se había fijado en mi apariencia cuando entró.
—Estropeaste mi peinado —reclamé dándole besos castos.
—No, simplemente busqué que no me prives de ver tu cabello en este día
tan especial para ambos —aclaró—. Quiero a mi Castaña hermosa dándome
el sí.
«Por Dios, Colega. Nuevamente confirmaba por qué siempre preferiste
las espinas».
Me reí por la declaración de mi conciencia.
Y luego de ese encuentro, el amor de mi vida me ayudó a volver a estar
lista para él. Incluso pintó mis labios y me llevó hasta el lugar en donde
nuestros clones me esperaban para llevarme directo al altar.
Caminé con ellos tomados de mis manos, siendo guiados por la melodía
de Apologize en versión instrumental, sintiéndome poderosa al ver a mi
villano, con Abigail en sus brazos en ese momento, esperando por mí.
Mis Sigilosos vestían el uniforme de la Dahlia negra y aquel dije relucía
del lado de sus corazones como sabía que lo hacían los míos, pues usé el
que representaba a mi madre y hermana y otro en forma de pirámide con
estrellas en representación de papá.
Los Oscuros y los Grigoris vistieron de gala, ellos llevaban el dije en
honor a mi padre.
Todas las élites ocuparon cada lado del altar junto a nuestros amigos y
hermanos. Y lo que minutos atrás creí que era un sueño, en ese momento
fue la más hermosa realidad que la vida me obsequió. Y con cada paso que
daba hacia ella me sentía más poderosa.
No como una reina Sigilosa ni como Grigori, pero sí como la mujer que
amó la frialdad, acogió la oscuridad y se unió al fuego de un amor
interminable.
«Por siempre y para siempre, Compañera».
Agradecimientos

Esta es la nueva edición del tercer libro de una trilogía que ha marcado
mi vida antes y después, desde que comencé en el mundo de la escritura en
plataformas como Wattpad, Booknet y Amazon (Kindle).
Ha sido una aventura llena de desafíos y, llegar a donde estoy ahora ha
supuesto aún mayores dificultades. Sin embargo, siempre he contado con la
presencia de Dios a mi lado, y por esa razón, mi mayor agradecimiento es
para Él.
Le doy las gracias por abrir mi camino y poner en él a personas que me
han ayudado a crecer como escritora. Me ha dado amigas que me apoyan
incondicionalmente y, sobre todo, una familia comprensiva que siempre
está ahí para mí.
Pero lo que más agradezco es que me ha dado la capacidad de luchar por
mis sueños y no rendirme ante las adversidades que se me han presentado
en este mundo literario.
En todos mis libros siempre dejo una parte de mi corazón, pero trabajar
en estas nuevas ediciones me hace darlo todo, no solo porque los publico de
manera independiente, sino también porque ha sido un reto para mí
superarme.
Y me siento satisfecha de haberlo logrado.
Y sin dejar de lado a nadie, quiero agradecer a todos mis lectores, tanto a
los nuevos como a los antiguos, personas especiales que me ayudan a
crecer, a superarme y a seguir soñando para crear nuevos mundos.
Dios, mi capacidad y mis lectores me han creado y no pienso detenerme
mientras tenga vida.
Gracias a todos.
Biografía

Jasmín Martínez, escritora de novela romántica y


del subgénero Dark Romance. Nació en El Salvador
un 31 de octubre de 1988.
Comenzó su aventura en el mundo literario a través
de la plataforma de lectura y escritura Wattpad,
donde actualmente cuenta con más de 149,000
seguidores. Luego se unió a Booknet, otra plataforma
que también permite escribir y leer, pero, sobre todo,
vender libros en formato digital únicamente. Ahí ha
conseguido llegar a más de 16,000 lectores del
mismo género que le apasiona escribir.
Emigró a Estados Unidos en el año 2016 con su
esposo e hijos, y en el 2018 tuvo la oportunidad de
publicar de manera independiente el primer libro de
la trilogía Corazón, trilogía que le ha dado
reconocimiento en varios países: tanto de América
como Europa, conquistando así a más de 200,000
lectores que le ayudaron a posicionarse en el año
2021 como una de las autoras más vendidas de
Amazon, KDP, lo cual le otorgó la oportunidad en el
recién pasado año 2022, de vivir la experiencia única
de las firmas y presentaciones de sus libros en ferias
internacionales tales como:
─En la Feria Internacional del Libro de Bogotá,
Colombia.
─En la Feria Internacional del Libro de Lima, Perú.
─En la Feria Internacional del Libro de Guayaquil,
Ecuador.
─En la Feria Internacional del Libro de
Guadalajara, México.
Actualmente, cuenta con nueve títulos publicados
en papel de manera independiente en Amazon, KDP
(De ellos, tres traducciones al inglés), uno con un
contrato editorial con Cosmo Editorial, así como
cuatro novelas publicadas en las plataformas
anteriormente mencionadas, plataformas que le
ayudaron y siguen ayudándole a darse a conocer en el
mundo literario con un número de historias que
promete ir en ascenso con la ayuda de su imaginación
y la de sus lectores que la siguen apoyando en cada
proyecto al que le da vida.
Ha fijado su residencia en Portsmouth, Virginia,
ciudad del país que le ha dado la oportunidad de
dedicarse por completo a sus letras y familia. Espera,
poco a poco, ir sumando más logros con su gran
pasión y escape.
Es la mayor de tres hermanos y se siente feliz de
enorgullecer a su familia con cada meta que se
propone y consigue, siempre con el apoyo de los que
ama. Se define como una escritora aficionada: ama
leer un buen libro y escribe para describir los mundos
que imagina en su cabeza. Pero, sobre todo, creé
fervientemente que los sueños se cumplen cuando
luchas por ellos, cuando no te rindes.
Sigue escribiendo cada día y promete no parar
mientras Dios le de vida e imaginación.
Contenido

Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Diario de Leah
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Epílogo
Música Utilizada:
Agradecimientos
Biografía
Contenido
[1]
Es la señal internacional de socorro.
[2]
Según la historia, el ajedrez se originó en la India, por eso Elijah
señala la enseñanza de su abuelo, aunque esta pieza tiene otro nombre en el
juego, pero que aquí se adapta para darle un significado más valioso.
[3]
Siglas en inglés de Centro contra Delitos Cibernéticos de HSI.
[4]
Significa jefe. En este caso, jefe del clan de la Yakuza.
[5]
Diosa de la protección para los sintoístas japoneses.
[6]
Sintoístas son las personas creyentes del sintoísmo, la religión
tradicional de Japón.
[7]
United Parcel Service, Inc. es una empresa de transporte de paquetes.
Su sede está en Atlanta, Georgia, Estados Unidos. La sede de Bienne, en
Suiza, se encarga de las operaciones en Europa, Oriente Medio y África.
[8]
Siglas en inglés de Estados Unidos (United State of Ameria)
[9]
Bienvenido, hermano.
[10]
Tienda de licores, popular en el estado de Virginia, Estados Unidos.
[11]
Villana en el universo Batman de DC Comics, relacionada con el
Joker y llamada su nueva novia luego de la emancipación de Harley Quinn.
[12]
Ataque isquémico transitorio. Tiene los mismos síntomas que un
derrame cerebral, pero solo dura varios minutos o puede alargarse hasta 24
horas.
[13]
En esta parte, Isabella se refiere a que Pride (que es el apellido de Elijah) significa orgullo en
español.
[14]
Mi amor secreto en idioma irlandés.
[15]
Eres un cabrón, en idioma italiano.
[16]
Técnica de coloración francesa, que toma su nombre del verbo balayer, que significa barrer.
La técnica crea un cabello ligeramente aclarado, que luce con un aspecto natural, como aclarado por
el sol, con tonos más claros en las puntas.
[17]
Es un tipo de reverencia japonesa, se realiza con una inclinación del torso hacia el frente, de
quince grados, y se utiliza para saludos sencillos hacia alguien de tu mismo rango o estatus social.
[18]
El tallo de la flor de Dahlia no posee espinas en la realidad, aquí se una la metáfora por la
vida que ha tenido Amelia.
[19]
Bastón de madera japonés, utilizado para los entrenamientos igual que el bokken.
[20]
¡¿Qué demonios, corazón mío?!
[21]
¡Por Dios, mi amor!
[22]
Donde hay vida, hay esperanza.
[23]
No me dejes, por favor.
[24]
Dulzura.

También podría gustarte