Freud. Tomo 19. La Negación
Freud. Tomo 19. La Negación
Freud. Tomo 19. La Negación
Sigmund Freud
Ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey
con la colaboración de Anna Freud,
asistidos por Alix Strachey y Alan Tyson
Traducción directa del alemán de José L. Etcheverry
Volumen 19 (1923-25)
El yo y el ello
y otras obras
Amorrortu editores
La negación
(1925)
EI modo en que nuestros pacientes producen sus ocu-
rrencias durante el trabajo analítico nos da ocasión de hacer
algunas interesantes observaciones. «Ahora usted pensará
que quiero decir algo ofensivo, pero realmente no tengo ese
propósito». Lo comprendemos: es el rechazo, por proyec-
ción, de una ocurrencia que acaba de aflorar. O bien: «Usted
pregunta quién puede ser la persona del sueño. Mi madre
no es». Nosotros rectificamos: Entonces es su madre. Nos
tomamos la libertad, para interpretar, de prescindir de la
negación y extraer el contenido puro de la ocurrencia. Es
como si el paciente hubiera dicho en realidad: «Con respec-
to a esa persona se me ocurrió, es cierto, que era mí ma-
dre; pero no tengo ninguna gana de considerar esa ocu-
rrencia».^
A veces es dable procurarse de manera muy cómoda el
esclarecimiento buscado acerca de lo reprimido inconciente.
Uno pregunta: «¿Qué considera usted lo más inverosímil de
todo en aquella situación?». Si el paciente cae en la trampa
y nombra aquello en que menos puede creer, casi siempre
ha confesado lo correcto. Una neta contrapartida de ese expe-
rimento se produce a menudo en el neurótico obsesivo que
ya ha sido iniciado en la inteligencia de sus síntomas. «He
tenido una nueva representación obsesiva. Al punto se me
ocurrió que podría significar esto en particular. Pero no, no
puede ser cierto, pues de lo contrario no se me habría podido
ocurrir». Desde luego, lo que él desestima con este funda-
mento, espiado en la cura, es el sentido correcto de la nueva
representación obsesiva.
Por tanto, un contenido de representación o de pensa-
miento reprimido puede irrumpir en la conciencia a condi-
ción de que se deje negar. La negación es un modo de tomar
noticia de lo reprimido; en verdad, es ya una cancelación
de la represión, aunque no, claro está, una aceptación de lo
1 [Freud ya había llamado la atención sobre esto en otros lugares;
por ejemplo, tn e! análisis del «Hombre de las Ratas» (1909¡/), AE.
10, páp. 14'5, /;. 20,1
253
reprimido. Se ve cómo la función intelectual se separa aquí
del proceso afectivo. Con ayuda de la negación es enderezada
sólo una de las consecuencias del proceso represivo, a saber,
la de que su contenido de representación no llegue a la con-
ciencia. De ahí resulta una suerte de aceptación intelectual
de lo reprimido con persistencia de lo esencial de la repre-
sión.^ En el curso del trabajo analítico producimos a menudo
otra variante, muy importante y bastante llamativa, de esa
misma situación. Logramos triunfar también sobre la nega-
ción y establecer la plena aceptación intelectual de lo re-
primido, a pesar de lo cual el proceso represivo mismo no
queda todavía cancelado.
Puesto que es tarea de la función intelectual del juicio
afirmar o negar contenidos de pensamiento, las consideracio-
nes anteriores nos han llevado al origen psicológico de esa
función. Negar algo en el juicio quiere decir, en el fondo,
«Eso es algo que yo preferiría reprimir». El juicio adverso
{Verurteilung} es el sustituto intelectual de la represión,^ su
«no» es una marca de ella, su certificado de origen; digamos,
como el «Made in Germany». Por medio del símbolo de la
negación, el pensar se libera de las restricciones de la repre-
sión y se enriquece con contenidos indispensables para su
operación.
La función del juicio tiene, en lo esencial, dos decisiones
que adoptar. Debe atribuir o desatribuir una propiedad a
una cosa, y debe admitir o impugnar la existencia de una
representación en la realidad. La propiedad sobre la cual se
debe decidir pudo haber sido originariamente buena o mala,
útil o dañina. Expresado en el lenguaje de las mociones pul-
sionales orales, las más antiguas: «Quiero comer o quiero
escupir esto». Y en una traducción más amplia: «Quiero in-
troducir esto en mí o quiero excluir esto de mí». Vale decir:
«Eso debe estar en mí o fuera de mí». El yo-placer origi-
nario quiere, como lo he expuesto en otro lugar, introyectarse
todo lo bueno, arrojar de sí todo lo malo. Al comienzo son
254
para él idénticos lo malo, lo ajeno al yo, lo que se encuentra
afuera.''
La otra de las decisiones de la función del juicio, la que
recae sobre la existencia real de una cosa del mundo repre-
sentada, es un interés del yo-realidad definitivo, que se desa-
rrolla desde el yo-placer inicial (examen de realidad). Ahora
ya no se trata de si algo percibido (una cosa del mundo)
debe ser acogido o no en el interior del yo, sino de si algo
presente como representación dentro del yo puede ser reen-
contrado también en la percepción (realidad). De nuevo,
como se ve, estamos frente a una cuestión de afuera y aden-
tro. Lo no real, lo meramente representado, lo subjetivo, es
sólo interior; lo otro, lo real, está presente también ahí
afuera. En este desarrollo se deja de lado el miramiento por
el principio de placer. La experiencia ha enseñado que no
sólo es importante que una cosa del mundo (objeto de satis-
facción) posea la propiedad «buena», y por tanto merezca
ser acogida en el yo, sino también que se encuentre ahí, en
el mundo exterior, de modo que uno pueda apoderarse de ella
si lo necesita.
Para comprender este progreso es preciso recordar que
todas las representaciones provienen de percepciones, son
repeticiones de estas. Por lo tanto, originariamente ya la
existencia misma de la representación es una carta de ciuda-
danía que acredita la realidad de lo representado. La oposi-
ción entre subjetivo y objetivo no se da desde el comienzo.
Sólo se establece porque el pensar posee la capacidad de vol-
ver a hacer presente, reproduciéndolo en la representación,
algo que una vez fue percibido, para lo cual no hace falta
que el objeto siga estando ahí afuera. El fin primero y más
inmediato del examen de realidad (de objetividad} no es,
por tanto, hallar en la percepción objetiva {real} un objeto
que corresponda a lo representado, sino reencontrarlo, con-
vencerse de que todavía está ahí.^ Otra contribución al di-
vorcio entre lo subjetivo y lo objetivo es prestada por una
diversa capacidad de la facultad de pensar. No siempre, al
reproducirse la percepción en la representación, se la repite
255
con fidelidad; puede resultar modificada por omisiones, alte-
rada por contaminaciones de diferentes elementos. El examen
de realidad tiene que controlar entonces el alcance de tales
desfiguraciones. Ahora bien, discernimos una condición para
que se instituya el examen de realidad: tienen que haberse
perdido objetos que antaño procuraron una satisfacción obje-
tiva {real}.
El juzgar es la acción intelectual que elige la acción motriz,
que pone fin a la dilación que significa el pensamiento mis-
mo, y conduce del pensar al actuar. También en otro sitio
he tratado ya esa dilación del pensamiento." Ha de conside-
rársela como una acción tentativa, como un tantear motor
con mínimos gastos de descarga. Reflexionemos: ^;Dónde
había practicado antes el yo un tanteo así, en qué lugar
aprendió la técnica que ahora aplica a los procesos de pen-
samiento? Ello ocurrió en el extremo sensorial del aparato
anímico, a raíz de las percepciones de los sentidos. En efecto,
de acuerdo con nuestro supuesto la percepción no es un pro-
ceso puramente pasivo, sino que el yo envía de manera pe-
riódica al sistema percepción pequeños volúmenes de inves-
tidura por medio de los cuales toma muestras de los estímu-
los externos, para volver a retirarse tras cada uno de estos
avances tentaleantes.^
El estudio del juicio nos abre acaso, por primera vez, la
intelección de la génesis de una función intelectual a partir
del juego de las mociones pulsionales primarias. El juzgar
es el ulterior desarrollo, acorde a fines, de la inclusión
{Einbeziehung] dentro del yo o la expulsión de él, que ori-
ginariamente se rigieron por el principio de placer. Su pola-
ridad parece corresponder a la oposición de los dos grupos
pulsionales que hemos supuesto. La afirmación —como sus-
tituto de la unión— pertenece al Eros, y la negación —suce-
sora de la expulsión—, a la pulsión de destrucción. El gusto
de negarlo todo, el negativismo de muchos psicóticos, debe
comprenderse probablemente como indicio de la desmezcla
* [Cf. El yo y el ello (1923¿), supra, pág. 56. Pero tsto fue soste-
nido repetidas veces por Freud, a partir del «Proyecto» de 1895
(1950ij), AE, 1, págs. 376-7. Se hallará una lista de referencias en la
32' de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a).
Digamos de paso que el tema del juicio es tratado en su totalidad,
siguiendo lineamientos similares a los que aquí se advierten, en las
secciones 16, 17 y 18 de la parte I del «Proyecto».]
" [Cf. Más allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs. 27-8,
y «Nota sobre la "pizarra mágica"» (1925a), supra, pág. 247, aunque
en el último de los pasajes citados Freud dice que no es el yo sino
el inconciente el que extiende las antenas al encuentro del mundo
exterior.]
256