Las Poquianchis

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Título:

Las Hermanas González Valenzuela, un caso de corrupción y


explotación sexual

Introducción:

Los tres nombres probablemente más sonados de asesinas seriales en


México, probablemente son Delfina, María de Jesús y María Luisa González
Valenzuela mejor conocidas como "Las poquianchis", hermanas dedicadas a lo
que ahora conocemos como trata de blancas, ya que su principal negocio era
la explotación de jovencitas menores de edad en su mayoría, de quienes
podían deshacerse sin remordimiento alguno al dejarles de servir, cuando sus
servicios sexuales ya no les generaban recursos económicos o ganancias, por
lo cual las asesinaban.
Durante más de 20 años las hermanas González Valenzuela, con
engaños reclutaban jovencitas desde los 13 años en adelante, en los poblados
pobres de Guanajuato y Jalisco, prometiéndoles trabajo como sirvientas, pero
la realidad para estas jovencitas que por necesidad salían y dejaban a sus
familias con la idea de lograr un bienestar económico, distaba mucho, ya que
eran trasladadas a una “cantina” que además operaba como prostíbulo y la
cual era conocida como "La Barca de Oro", propiedad de “las poquianchis”,
lugar donde operaban dichas hermanas y donde fueron encontrados los restos
de cerca de 80 mujeres, 11 hombres y varios fetos, fueron condenadas a 40
años de prisión y a pagar 700 mil dólares como indemnización.
Narrativa de Hechos

Las “Poquianchis” es el sobrenombre con el que se conoció a un grupo


de asesinas seriales mexicanas activas entre 1954 y 1964, principalmente en la
ciudad de San Francisco del Rincón, Guanajuato, México. El grupo estaba
conformado por las 4 hermanas de la familia González Valenzuela; Delfina
González Valenzuela era la líder. Las otras tres mujeres que formaban el grupo
criminal eran: María de Jesús González Valenzuela, María del Carmen
González Valenzuela y María Luisa “Eva” González Valenzuela. Las cuatro
mujeres eran dueñas de varios burdeles en Guanajuato y Jalisco, sus víctimas
fueron en su mayoría sexoservidoras a su servicio aunque también asesinaron
a clientes y bebés de las mujeres esclavizadas. Su número confirmado de
víctimas son 91, pero se cree pudieron matar a más de 150 personas
convirtiéndolas en las asesinas seriales más prolíficas registradas en la historia
de México, aún más que cualquier asesino serial varón mexicano, y unas de las
más prolíficas asesinas o asesinos en serie del mundo. Las hermanas
González nacieron bajo el apellido de “Torres Valenzuela”, fueron hijas del
matrimonio conformado por Isidro Torres y Bernardina Valenzuela, oriundos de
El Salto, Jalisco. La familia González era una familia muy disfuncional, él
Padre- que trabajaba como policía para el gobierno porfirista, tenía el cargo de
alguacil, se mantuvo en el puesto aun después de la Revolución mexicana- era
un hombre violento, prepotente y autoritario que con frecuencia golpeaba a su
esposa e hijos, se cuenta que desde pequeñas obligaba a sus hijas a ver las
ejecuciones de los presos. Por su parte su madre era una fanática religiosa.
Los maltratos en la casa González llegaron a tal punto que en cierta ocasión
Carmen González, siendo una adolescente, se fugó de casa con en ese tiempo
su novio, varios años mayor que ella,- llamado Luis Jasso.- Su padre la buscó,
tras encontrarla la golpeó y la encarceló de manera arbitraria en la prisión
municipal (sin ninguna causal u orden de aprehensión), la mantuvo bajo arraigo
por un número indeterminado de tiempo que se extendió por varios meses. Ese
mismo día Isidro Torres se convierte en prófugo de la justicia al asesinar a un
presunto delincuente, llamado Félix Ornelas, el finado era un hacendado
sospechoso de varios delitos, murió durante el intento de arresto al recibir
varios tiros por la espalda por parte de Isidro Torres. Este último huyó de la
justicia dejando a su hija encarcelada or 14 meses. Carmen salió de prisión
gracias a un hombre cincuentón dueño de una tienda de abarrotes con quien
Carmen había entablado una relación amorosa; fruto de esta relación
procrearía un hijo. La familia Torres Valenzuela, se vio forzada a cambiar su
apellido por el de González para evitar posibles represalias y a huir del pueblo.
Su padre se separó de su familia para vivir una vida de fugitivo. Para 1935, la
familia vivía en un estado de pobreza lamentable, las hermanas habían
conseguido empleo en una fábrica textil, pero los miserables salarios que se
pagaban apenas le servían para subsistir. En 1938, Carmen conoce a un
hombre llamado Jesús Vargas alías “El Gato”, este hombre era un vividor y
criminal de poca monta; con él Carmen entabla una relación, ese mismo año se
va a vivir con él. Juntos abren una pequeña cantina en El Salto. Vargas dilapidó
todas las ganancias del establecimiento hasta llevarlo a la ruina, después de
esto Carmen abandonó a Jesús Vargas y regresó a vivir con su familia. Para
ese momento los padres de las hermanas González habían muerto dejándoles
una modesta herencia, con esta capital Delfina González abrió su primer burdel
ubicado en El Salto, Jalisco. La prostitución era ilegal en Jalisco, pero la
vigilancia para combatir esa práctica era pobre. El prostíbulo estuvo activo por
mucho tiempo, hasta que una riña suscitada en el lugar llamó la atención de las
autoridades, que cerraron el establecimiento. En 1954, Delfina muda el
establecimiento a San Juan de los Lagos, Jalisco, durante las festividades de la
feria anual celebrada en el pueblo. Para establecer el negocio las mujeres
contaron con el apoyo de varias autoridades corruptas. El propio alcalde
concedió los permisos para que el negocio operara como bar a cambio de
favores sexuales. Las mujeres eran engañadas o compradas a tratantes, el
sistema con el que operaba el burdel era semejante al peonaje empleado
durante el Porfiriato, las mujeres cautivas estaban obligadas a comprarle a las
madrotas suministros, como ropa y comida, a precios arbitrarios, acumulando
así inmensas deudas. Las mujeres entonces eran forzadas a prostituirse para
poder pagarle. Según el relato de las hermanas González Valenzuela, las
técnicas que usaban para instalar un prostíbulo consistían primeramente en
hacer amistad con las autoridades para estar protegidas. En muchas ocasiones
se hicieron amantes y proporcionaron dinero a funcionarios locales para
asegurar que su negocio no fuera cerrado. Ya instaladas en sus cabarets, “Las
Poquianchis” contrataban personas que recorrieran la República para buscar
adolescentes de entre 13 y 15 años de edad, para que por medio del engaño y
la extorsión las condujeran a sus negocios, donde una vez que entraban eran
mantenidas en cautiverio para prostituirlas. La Secretaría de Salud emitía
tarjetas de control falsas, que “Las Poquianchis” utilizaban para presumir que
sus muchachas estaban sanas. Estas tarjetas costaban mucho dinero, pero
servían para que los clientes estuvieran tranquilos. Por supuesto, muchas de
las prostitutas estaban enfermas. En 1964 Catalina Ortega, una de las más
recientes muchachas en llegar al prostíbulo, logró escapar y se presentó en la
comandancia de la Policía Judicial en León, Guanajuato. Las autoridades
giraron una orden de aprehensión y se dirigieron a San Francisco del Rincón.
Ahí detuvieron a Delfina y a María de Jesús. María Luisa logró escapar al
último momento. El caso fue ampliamente difundido por la revista Alarma!
Muchas de las mujeres fueron rescatadas y narraron los horrores que vivían en
ese lugar. La historia que las mujeres contaron a los judiciales les erizó los
cabellos a los agentes policíacos, pues ellas narraron cómo algunas de sus
compañeras fueron golpeadas y torturadas por sus patronas e incluso varias
fueron asesinadas y enterradas dentro del mismo predio donde eran
explotadas. Las víctimas relataron a las autoridades que nunca las dejaban
salir de las casas de citas, y que cuando resultaban embarazadas les
practicaban abortos y en caso de nacer los niños, éstos eran asesinados.
Según el relato de las rescatadas, “Las Poquianchis” también asesinaban a
aquellas prostitutas que “ya no les servían” a quienes sepultaban vivas en un
panteón clandestino ubicado en el poblado de Los Ángeles, en San Francisco
del Rincón. Este “trabajo” era realizado por el capitán del Ejército,
Hermenegildo Zúñiga Maldonado, conocido como “El Capitán Águila Negra”,
quien fue amante de Delfina y protector de las lenonas. Delfina desarrolló un
método de reclutamiento que dejaba mayores ganancias: acudían a rancherías
o pueblos cercanos, donde buscaban a las niñas más bonitas. No importaba si
tenían doce, trece o catorce años de edad; llevaban cómplices masculinos que,
si las sorprendían solas, simplemente se las robaban. O si estaban
acompañadas de sus padres, generalmente campesinos, se les acercaban y
les ofrecían darles trabajo a las hijas como sirvientas. Los padres accedían,
“Las Poquianchis” se llevaban a las niñas y de inmediato empezaba su
tormento. Apenas llegaban al burdel, “Las Poquianchis” procedían a desnudar
a las niñas por completo y examinarlas. Si consideraban que tenían “suficiente
carne”, los ayudantes que habían contratado se encargaban de violarlas, uno
tras otro, vaginal y analmente. También las obligaban a practicarles sexo oral y
si lloraban o se resistían, las golpeaban. Después, “Las Poquianchis” las
bañaban con cubetadas de agua helada, les daban vestidos y las sacaban por
la noche a que comenzaran a atender a la clientela del bar, bajo amenazas de
muerte. Los clientes se mostraban siempre encantados de que les
proporcionaran niñas de tan corta edad para que los atendieran, así que el
negocio iba viento en popa. Las Hermanas alimentaban a sus esclavas
sexuales solamente con cinco tortillas duras y un plato de frijoles al día.
Cuando una de las prostitutas llegaba a cumplir veinticinco años, “Las
Poquianchis” ya la consideraban “vieja”. Procedían entonces a entregársela a
Salvador Estrada Bocanegra “El Verdugo”, quien la encerraba en uno de los
cuartos del rancho, sin darle de comer ni beber por varios días, y entrando
constantemente para patearla y golpearla con una tabla de madera en cuyo
extremo había un clavo afilado. Una vez que la mujer estaba tan débil que ya
no podía ni siquiera intentar defenderse, “El Verdugo” la llevaba a la parte de
afuera del rancho y, tras cavar una zanja profunda, la enterraba viva. A otras
les aplicaban planchas calientes sobre la piel, las arrojaban desde la azotea
para que murieran al caer, les destrozaban la cabeza a golpes. Si una de las
muchachas se embarazaba, si padecía anemia y estaba demasiado débil para
atender a sus clientes, o si se atrevía a no sonreírle a los parroquianos, era
asesinada. Los bebés que llegaron a nacer fueron muertos y enterrados, con
excepción de un niño, al que guardaron para vendérselo a un cliente que
quería experimentar con él. También practicaban abortos clandestinos si alguna
de las prostitutas más populares quedaba embarazada, con tal de no perder
esa fuente de ingresos. Las mujeres además eran obligadas a limpiar el lugar,
a cocinar y a atender a “Las Poquianchis”. “Las Poquianchis” habían reclutado
a varios ayudantes que las auxiliaban en sus labores. Uno era Francisco
Camarena García, el chofer que se encargaba de transportar a las jovencitas
reclutadas, junto con Enrique Rodríguez Ramírez; otro era Hermenegildo
Zúñiga, ex capitán del ejército, conocido como “El Águila Negra”, quien fungía
como su guardaespaldas y cuidador del burdel. José Facio Santos, velador y
cuidador del rancho; y Salvador Estrada Bocanegra, “El Verdugo”, quien
golpeaba a las prostitutas que protestaban por algo y, cuando alguna
amenazaba con marcharse o denunciar los maltratos a los que era sometida,
se encargaba de asesinarla y enterrarla. También policías y militares utilizaban
los servicios de las niñas esclavas, todo gratis a cambio de protección para el
burdel. María Auxiliadora Gómez, Lucila Martínez del Campo, Guadalupe
Moreno Quiroz, Ramona Gutiérrez Torres, Adela Mancilla Alcalá y Esther
Muñoz “La Pico Chulo” eran prostitutas que se convirtieron en celadoras y
castigadoras a cambio de que “Las Poquianchis” respetaran sus vidas. Cuando
alguna de las niñas nuevas no quería ceder ante el capricho de algún cliente,
ellas se encargaban de arrastrarla de los cabellos por todo el burdel, llevarla a
un cuarto y darle de palazos hasta dejarla inconsciente. “La Pico Chulo”
también gustaba de matar a palazos a las muchachas, destrozándoles la cara y
el cráneo con una tranca de madera. Para 1963, “Las Poquianchis”
incursionaron en el satanismo. Alguien les dijo que si ofrecían sacrificios al
Diablo, ganarían más dinero y tendrían protección. Desde ese momento, cada
vez que llegaban nuevas niñas reclutadas, eran iniciadas en un extraño ritual.
Primero las hermanas Valenzuela encendían velas y veladoras, formando una
estrella de cinco puntas. Luego llevaban un gallo, el cual era sacrificado.
Entonces Delfina y sus hermanas se desnudaban para untarse la sangre del
animal. Desnudaban además a las niñas nuevas, quienes eran violadas y
sodomizadas por los cuidadores, mientras “Las Poquianchis” contemplaban la
escena y se reían. Semanas después, comenzarían otro negocio: le quitaban la
carne a los cadáveres de las prostitutas que iban asesinando, para venderla
por kilo en el mercado. Luego de varios meses que duró el proceso que
consistió en careos e interrogatorios, finalmente Delfina, María de Jesús y
María Luisa González Valenzuela, fueron acusadas de lenocinio, secuestro y
homicidio calificado y recibieron la pena máxima de 40 años de prisión, sin
embargo dos de ellas murieron tras las rejas antes de poder obtener su
libertad. Delfina, conocida como La Poquianchis Mayor, falleció a los 56 años
en la cárcel de Irapuato, el 17 de octubre de 1968; María Luisa, apodada “Eva
La Piernuda”, perdió la vida en su celda de la cárcel municipal de Irapuato en
noviembre de 1984 luego de ser consumida por un cáncer hepático y María de
Jesús fue la única que falleció en libertad.

Escena del crimen


Análisis Victimológico

En este caso, la victimas podrían encajar en tres diferentes tipos, dado


su relación con los victimarios, eran en su mayoría jovencitas menores de edad
reclutadas para trabajar como sirvientas, el consentimiento de sus padres,
otras simplemente era privadas de su libertad al verlas solas he indefensas,
eran utilizadas para trabajos sexuales y pocas oponían resistencia.

Víctimas con resistencia reducida: Personas que están en ciertas


situaciones que los hacen propensos a ser victimizados.

Víctima por estados emocionales: Personas con ciertos sentimientos


que interfieren o perjudican sus funciones psíquicas. La esperanza, la
compasión, la devoción, el miedo, el odio, etc. Son estados emocionales
propicios a la victimización. Personas que tienen un familiar secuestrado

Víctima voluntaria: es aquella que permite que se cometa el ilícito, o


que por lo menos no ofrece ninguna resistencia. Se dan casos principalmente
en materia sexual

Análisis criminológico

Las hermanas González Valenzuela, conocidas como “las


poquianchis”, por su manera de actuar se puede decir que presentan una
conducta antisocial ya que no les importaba ir en contra de las reglas
sociales afectando a quienes se interpusieran a su paso.

Entran en la clasificación de Asesinos Organizados, Muestran


cierta lógica en lo que hacen, no sufren trastornos mentales que puedan
explicar en parte lo que hace, planifican sus asesinatos, son premeditados y
nada espontáneos, suelen tener inteligencia normal o superior, eligen a sus
víctimas y las personaliza para que exista una relación entre él y su presa.

Análisis de Caso

Un caso donde un grupo de hermanas se dedicaban a lo que ahora


conocemos con “trata de blancas” , ya que reclutaban a jovencitas menores de
edad engañándolas con la promesa de llevarlas a trabajar como sirvientas,
aprovechándose de su necesidad e inmadurez, haciéndolas presa fácil, en
otras ocasiones ya evolucionando en su modus operandi comenzaron a privar
de la libertad a menores que encontraban en los pequeños pueblos y las
llevaban hasta un bar de su propiedad donde las mantenían encerradas,
explotándolas sexualmente, dándoles apenas de comer, amenazándolas de
muerte constantemente y haciendo con ellas todo tipo de actos en contra de su
dignidad, llegando al grado de practicarles abortos, enterrarlas vivas “cuando
ya no les servían” y aun después de muertas, les quitaban trozos de carne
para venderlos en el mercado, esta situación pudo verse descubierta poco
después de que una de las victimas logro escapar y acudir a la policía para
denunciar estos hechos.

Conclusiones y recomendaciones

Este caso es realmente alarmante y trágico, la trata de blancas es un


delito muy grave ya que atenta completamente contra la dignidad de las
personas, tanto de la víctima como de las familias y deja grandes
consecuencias psicológicas, a pesar de la gravedad de esta situación lo que lo
hace aun peor es que para poder consumarse estos actos se vieron
involucradas las autoridades, quienes tienen la obligación de velar y proteger a
los ciudadanos, fueron quienes proporcionaron todas las facilidades para que
este delito pudiera consumarse. Es claro que para un delito como este no se
puede actuar solo, de manera fortuita, las investigaciones deben ir mas alla de
los autores materiales, los casos deben investigarse a fondo, a través de la
historia podemos darnos cuenta que siempre existes actos de corrupción y
para poder poner un alto a esto se deben crear mecanismo más afectivos y que
protejan menos a los delincuentes y sirvan más a las víctimas.

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