Las hermanas González Valenzuela operaban varios prostíbulos en Guanajuato y Jalisco en la década de 1950 y 1960, donde explotaban sexualmente y asesinaban a decenas de mujeres jóvenes. Reclutaban a niñas de 13 años en adelante con engaños y las mantenían como esclavas sexuales. Más de 90 víctimas fueron encontradas en sus prostíbulos antes de que fueran arrestadas y condenadas a 40 años de prisión por sus crímenes.
Las hermanas González Valenzuela operaban varios prostíbulos en Guanajuato y Jalisco en la década de 1950 y 1960, donde explotaban sexualmente y asesinaban a decenas de mujeres jóvenes. Reclutaban a niñas de 13 años en adelante con engaños y las mantenían como esclavas sexuales. Más de 90 víctimas fueron encontradas en sus prostíbulos antes de que fueran arrestadas y condenadas a 40 años de prisión por sus crímenes.
Las hermanas González Valenzuela operaban varios prostíbulos en Guanajuato y Jalisco en la década de 1950 y 1960, donde explotaban sexualmente y asesinaban a decenas de mujeres jóvenes. Reclutaban a niñas de 13 años en adelante con engaños y las mantenían como esclavas sexuales. Más de 90 víctimas fueron encontradas en sus prostíbulos antes de que fueran arrestadas y condenadas a 40 años de prisión por sus crímenes.
Las hermanas González Valenzuela operaban varios prostíbulos en Guanajuato y Jalisco en la década de 1950 y 1960, donde explotaban sexualmente y asesinaban a decenas de mujeres jóvenes. Reclutaban a niñas de 13 años en adelante con engaños y las mantenían como esclavas sexuales. Más de 90 víctimas fueron encontradas en sus prostíbulos antes de que fueran arrestadas y condenadas a 40 años de prisión por sus crímenes.
Descargue como PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 7
Título:
Las Hermanas González Valenzuela, un caso de corrupción y
explotación sexual
Introducción:
Los tres nombres probablemente más sonados de asesinas seriales en
México, probablemente son Delfina, María de Jesús y María Luisa González Valenzuela mejor conocidas como "Las poquianchis", hermanas dedicadas a lo que ahora conocemos como trata de blancas, ya que su principal negocio era la explotación de jovencitas menores de edad en su mayoría, de quienes podían deshacerse sin remordimiento alguno al dejarles de servir, cuando sus servicios sexuales ya no les generaban recursos económicos o ganancias, por lo cual las asesinaban. Durante más de 20 años las hermanas González Valenzuela, con engaños reclutaban jovencitas desde los 13 años en adelante, en los poblados pobres de Guanajuato y Jalisco, prometiéndoles trabajo como sirvientas, pero la realidad para estas jovencitas que por necesidad salían y dejaban a sus familias con la idea de lograr un bienestar económico, distaba mucho, ya que eran trasladadas a una “cantina” que además operaba como prostíbulo y la cual era conocida como "La Barca de Oro", propiedad de “las poquianchis”, lugar donde operaban dichas hermanas y donde fueron encontrados los restos de cerca de 80 mujeres, 11 hombres y varios fetos, fueron condenadas a 40 años de prisión y a pagar 700 mil dólares como indemnización. Narrativa de Hechos
Las “Poquianchis” es el sobrenombre con el que se conoció a un grupo
de asesinas seriales mexicanas activas entre 1954 y 1964, principalmente en la ciudad de San Francisco del Rincón, Guanajuato, México. El grupo estaba conformado por las 4 hermanas de la familia González Valenzuela; Delfina González Valenzuela era la líder. Las otras tres mujeres que formaban el grupo criminal eran: María de Jesús González Valenzuela, María del Carmen González Valenzuela y María Luisa “Eva” González Valenzuela. Las cuatro mujeres eran dueñas de varios burdeles en Guanajuato y Jalisco, sus víctimas fueron en su mayoría sexoservidoras a su servicio aunque también asesinaron a clientes y bebés de las mujeres esclavizadas. Su número confirmado de víctimas son 91, pero se cree pudieron matar a más de 150 personas convirtiéndolas en las asesinas seriales más prolíficas registradas en la historia de México, aún más que cualquier asesino serial varón mexicano, y unas de las más prolíficas asesinas o asesinos en serie del mundo. Las hermanas González nacieron bajo el apellido de “Torres Valenzuela”, fueron hijas del matrimonio conformado por Isidro Torres y Bernardina Valenzuela, oriundos de El Salto, Jalisco. La familia González era una familia muy disfuncional, él Padre- que trabajaba como policía para el gobierno porfirista, tenía el cargo de alguacil, se mantuvo en el puesto aun después de la Revolución mexicana- era un hombre violento, prepotente y autoritario que con frecuencia golpeaba a su esposa e hijos, se cuenta que desde pequeñas obligaba a sus hijas a ver las ejecuciones de los presos. Por su parte su madre era una fanática religiosa. Los maltratos en la casa González llegaron a tal punto que en cierta ocasión Carmen González, siendo una adolescente, se fugó de casa con en ese tiempo su novio, varios años mayor que ella,- llamado Luis Jasso.- Su padre la buscó, tras encontrarla la golpeó y la encarceló de manera arbitraria en la prisión municipal (sin ninguna causal u orden de aprehensión), la mantuvo bajo arraigo por un número indeterminado de tiempo que se extendió por varios meses. Ese mismo día Isidro Torres se convierte en prófugo de la justicia al asesinar a un presunto delincuente, llamado Félix Ornelas, el finado era un hacendado sospechoso de varios delitos, murió durante el intento de arresto al recibir varios tiros por la espalda por parte de Isidro Torres. Este último huyó de la justicia dejando a su hija encarcelada or 14 meses. Carmen salió de prisión gracias a un hombre cincuentón dueño de una tienda de abarrotes con quien Carmen había entablado una relación amorosa; fruto de esta relación procrearía un hijo. La familia Torres Valenzuela, se vio forzada a cambiar su apellido por el de González para evitar posibles represalias y a huir del pueblo. Su padre se separó de su familia para vivir una vida de fugitivo. Para 1935, la familia vivía en un estado de pobreza lamentable, las hermanas habían conseguido empleo en una fábrica textil, pero los miserables salarios que se pagaban apenas le servían para subsistir. En 1938, Carmen conoce a un hombre llamado Jesús Vargas alías “El Gato”, este hombre era un vividor y criminal de poca monta; con él Carmen entabla una relación, ese mismo año se va a vivir con él. Juntos abren una pequeña cantina en El Salto. Vargas dilapidó todas las ganancias del establecimiento hasta llevarlo a la ruina, después de esto Carmen abandonó a Jesús Vargas y regresó a vivir con su familia. Para ese momento los padres de las hermanas González habían muerto dejándoles una modesta herencia, con esta capital Delfina González abrió su primer burdel ubicado en El Salto, Jalisco. La prostitución era ilegal en Jalisco, pero la vigilancia para combatir esa práctica era pobre. El prostíbulo estuvo activo por mucho tiempo, hasta que una riña suscitada en el lugar llamó la atención de las autoridades, que cerraron el establecimiento. En 1954, Delfina muda el establecimiento a San Juan de los Lagos, Jalisco, durante las festividades de la feria anual celebrada en el pueblo. Para establecer el negocio las mujeres contaron con el apoyo de varias autoridades corruptas. El propio alcalde concedió los permisos para que el negocio operara como bar a cambio de favores sexuales. Las mujeres eran engañadas o compradas a tratantes, el sistema con el que operaba el burdel era semejante al peonaje empleado durante el Porfiriato, las mujeres cautivas estaban obligadas a comprarle a las madrotas suministros, como ropa y comida, a precios arbitrarios, acumulando así inmensas deudas. Las mujeres entonces eran forzadas a prostituirse para poder pagarle. Según el relato de las hermanas González Valenzuela, las técnicas que usaban para instalar un prostíbulo consistían primeramente en hacer amistad con las autoridades para estar protegidas. En muchas ocasiones se hicieron amantes y proporcionaron dinero a funcionarios locales para asegurar que su negocio no fuera cerrado. Ya instaladas en sus cabarets, “Las Poquianchis” contrataban personas que recorrieran la República para buscar adolescentes de entre 13 y 15 años de edad, para que por medio del engaño y la extorsión las condujeran a sus negocios, donde una vez que entraban eran mantenidas en cautiverio para prostituirlas. La Secretaría de Salud emitía tarjetas de control falsas, que “Las Poquianchis” utilizaban para presumir que sus muchachas estaban sanas. Estas tarjetas costaban mucho dinero, pero servían para que los clientes estuvieran tranquilos. Por supuesto, muchas de las prostitutas estaban enfermas. En 1964 Catalina Ortega, una de las más recientes muchachas en llegar al prostíbulo, logró escapar y se presentó en la comandancia de la Policía Judicial en León, Guanajuato. Las autoridades giraron una orden de aprehensión y se dirigieron a San Francisco del Rincón. Ahí detuvieron a Delfina y a María de Jesús. María Luisa logró escapar al último momento. El caso fue ampliamente difundido por la revista Alarma! Muchas de las mujeres fueron rescatadas y narraron los horrores que vivían en ese lugar. La historia que las mujeres contaron a los judiciales les erizó los cabellos a los agentes policíacos, pues ellas narraron cómo algunas de sus compañeras fueron golpeadas y torturadas por sus patronas e incluso varias fueron asesinadas y enterradas dentro del mismo predio donde eran explotadas. Las víctimas relataron a las autoridades que nunca las dejaban salir de las casas de citas, y que cuando resultaban embarazadas les practicaban abortos y en caso de nacer los niños, éstos eran asesinados. Según el relato de las rescatadas, “Las Poquianchis” también asesinaban a aquellas prostitutas que “ya no les servían” a quienes sepultaban vivas en un panteón clandestino ubicado en el poblado de Los Ángeles, en San Francisco del Rincón. Este “trabajo” era realizado por el capitán del Ejército, Hermenegildo Zúñiga Maldonado, conocido como “El Capitán Águila Negra”, quien fue amante de Delfina y protector de las lenonas. Delfina desarrolló un método de reclutamiento que dejaba mayores ganancias: acudían a rancherías o pueblos cercanos, donde buscaban a las niñas más bonitas. No importaba si tenían doce, trece o catorce años de edad; llevaban cómplices masculinos que, si las sorprendían solas, simplemente se las robaban. O si estaban acompañadas de sus padres, generalmente campesinos, se les acercaban y les ofrecían darles trabajo a las hijas como sirvientas. Los padres accedían, “Las Poquianchis” se llevaban a las niñas y de inmediato empezaba su tormento. Apenas llegaban al burdel, “Las Poquianchis” procedían a desnudar a las niñas por completo y examinarlas. Si consideraban que tenían “suficiente carne”, los ayudantes que habían contratado se encargaban de violarlas, uno tras otro, vaginal y analmente. También las obligaban a practicarles sexo oral y si lloraban o se resistían, las golpeaban. Después, “Las Poquianchis” las bañaban con cubetadas de agua helada, les daban vestidos y las sacaban por la noche a que comenzaran a atender a la clientela del bar, bajo amenazas de muerte. Los clientes se mostraban siempre encantados de que les proporcionaran niñas de tan corta edad para que los atendieran, así que el negocio iba viento en popa. Las Hermanas alimentaban a sus esclavas sexuales solamente con cinco tortillas duras y un plato de frijoles al día. Cuando una de las prostitutas llegaba a cumplir veinticinco años, “Las Poquianchis” ya la consideraban “vieja”. Procedían entonces a entregársela a Salvador Estrada Bocanegra “El Verdugo”, quien la encerraba en uno de los cuartos del rancho, sin darle de comer ni beber por varios días, y entrando constantemente para patearla y golpearla con una tabla de madera en cuyo extremo había un clavo afilado. Una vez que la mujer estaba tan débil que ya no podía ni siquiera intentar defenderse, “El Verdugo” la llevaba a la parte de afuera del rancho y, tras cavar una zanja profunda, la enterraba viva. A otras les aplicaban planchas calientes sobre la piel, las arrojaban desde la azotea para que murieran al caer, les destrozaban la cabeza a golpes. Si una de las muchachas se embarazaba, si padecía anemia y estaba demasiado débil para atender a sus clientes, o si se atrevía a no sonreírle a los parroquianos, era asesinada. Los bebés que llegaron a nacer fueron muertos y enterrados, con excepción de un niño, al que guardaron para vendérselo a un cliente que quería experimentar con él. También practicaban abortos clandestinos si alguna de las prostitutas más populares quedaba embarazada, con tal de no perder esa fuente de ingresos. Las mujeres además eran obligadas a limpiar el lugar, a cocinar y a atender a “Las Poquianchis”. “Las Poquianchis” habían reclutado a varios ayudantes que las auxiliaban en sus labores. Uno era Francisco Camarena García, el chofer que se encargaba de transportar a las jovencitas reclutadas, junto con Enrique Rodríguez Ramírez; otro era Hermenegildo Zúñiga, ex capitán del ejército, conocido como “El Águila Negra”, quien fungía como su guardaespaldas y cuidador del burdel. José Facio Santos, velador y cuidador del rancho; y Salvador Estrada Bocanegra, “El Verdugo”, quien golpeaba a las prostitutas que protestaban por algo y, cuando alguna amenazaba con marcharse o denunciar los maltratos a los que era sometida, se encargaba de asesinarla y enterrarla. También policías y militares utilizaban los servicios de las niñas esclavas, todo gratis a cambio de protección para el burdel. María Auxiliadora Gómez, Lucila Martínez del Campo, Guadalupe Moreno Quiroz, Ramona Gutiérrez Torres, Adela Mancilla Alcalá y Esther Muñoz “La Pico Chulo” eran prostitutas que se convirtieron en celadoras y castigadoras a cambio de que “Las Poquianchis” respetaran sus vidas. Cuando alguna de las niñas nuevas no quería ceder ante el capricho de algún cliente, ellas se encargaban de arrastrarla de los cabellos por todo el burdel, llevarla a un cuarto y darle de palazos hasta dejarla inconsciente. “La Pico Chulo” también gustaba de matar a palazos a las muchachas, destrozándoles la cara y el cráneo con una tranca de madera. Para 1963, “Las Poquianchis” incursionaron en el satanismo. Alguien les dijo que si ofrecían sacrificios al Diablo, ganarían más dinero y tendrían protección. Desde ese momento, cada vez que llegaban nuevas niñas reclutadas, eran iniciadas en un extraño ritual. Primero las hermanas Valenzuela encendían velas y veladoras, formando una estrella de cinco puntas. Luego llevaban un gallo, el cual era sacrificado. Entonces Delfina y sus hermanas se desnudaban para untarse la sangre del animal. Desnudaban además a las niñas nuevas, quienes eran violadas y sodomizadas por los cuidadores, mientras “Las Poquianchis” contemplaban la escena y se reían. Semanas después, comenzarían otro negocio: le quitaban la carne a los cadáveres de las prostitutas que iban asesinando, para venderla por kilo en el mercado. Luego de varios meses que duró el proceso que consistió en careos e interrogatorios, finalmente Delfina, María de Jesús y María Luisa González Valenzuela, fueron acusadas de lenocinio, secuestro y homicidio calificado y recibieron la pena máxima de 40 años de prisión, sin embargo dos de ellas murieron tras las rejas antes de poder obtener su libertad. Delfina, conocida como La Poquianchis Mayor, falleció a los 56 años en la cárcel de Irapuato, el 17 de octubre de 1968; María Luisa, apodada “Eva La Piernuda”, perdió la vida en su celda de la cárcel municipal de Irapuato en noviembre de 1984 luego de ser consumida por un cáncer hepático y María de Jesús fue la única que falleció en libertad.
Escena del crimen
Análisis Victimológico
En este caso, la victimas podrían encajar en tres diferentes tipos, dado
su relación con los victimarios, eran en su mayoría jovencitas menores de edad reclutadas para trabajar como sirvientas, el consentimiento de sus padres, otras simplemente era privadas de su libertad al verlas solas he indefensas, eran utilizadas para trabajos sexuales y pocas oponían resistencia.
Víctimas con resistencia reducida: Personas que están en ciertas
situaciones que los hacen propensos a ser victimizados.
Víctima por estados emocionales: Personas con ciertos sentimientos
que interfieren o perjudican sus funciones psíquicas. La esperanza, la compasión, la devoción, el miedo, el odio, etc. Son estados emocionales propicios a la victimización. Personas que tienen un familiar secuestrado
Víctima voluntaria: es aquella que permite que se cometa el ilícito, o
que por lo menos no ofrece ninguna resistencia. Se dan casos principalmente en materia sexual
Análisis criminológico
Las hermanas González Valenzuela, conocidas como “las
poquianchis”, por su manera de actuar se puede decir que presentan una conducta antisocial ya que no les importaba ir en contra de las reglas sociales afectando a quienes se interpusieran a su paso.
Entran en la clasificación de Asesinos Organizados, Muestran
cierta lógica en lo que hacen, no sufren trastornos mentales que puedan explicar en parte lo que hace, planifican sus asesinatos, son premeditados y nada espontáneos, suelen tener inteligencia normal o superior, eligen a sus víctimas y las personaliza para que exista una relación entre él y su presa.
Análisis de Caso
Un caso donde un grupo de hermanas se dedicaban a lo que ahora
conocemos con “trata de blancas” , ya que reclutaban a jovencitas menores de edad engañándolas con la promesa de llevarlas a trabajar como sirvientas, aprovechándose de su necesidad e inmadurez, haciéndolas presa fácil, en otras ocasiones ya evolucionando en su modus operandi comenzaron a privar de la libertad a menores que encontraban en los pequeños pueblos y las llevaban hasta un bar de su propiedad donde las mantenían encerradas, explotándolas sexualmente, dándoles apenas de comer, amenazándolas de muerte constantemente y haciendo con ellas todo tipo de actos en contra de su dignidad, llegando al grado de practicarles abortos, enterrarlas vivas “cuando ya no les servían” y aun después de muertas, les quitaban trozos de carne para venderlos en el mercado, esta situación pudo verse descubierta poco después de que una de las victimas logro escapar y acudir a la policía para denunciar estos hechos.
Conclusiones y recomendaciones
Este caso es realmente alarmante y trágico, la trata de blancas es un
delito muy grave ya que atenta completamente contra la dignidad de las personas, tanto de la víctima como de las familias y deja grandes consecuencias psicológicas, a pesar de la gravedad de esta situación lo que lo hace aun peor es que para poder consumarse estos actos se vieron involucradas las autoridades, quienes tienen la obligación de velar y proteger a los ciudadanos, fueron quienes proporcionaron todas las facilidades para que este delito pudiera consumarse. Es claro que para un delito como este no se puede actuar solo, de manera fortuita, las investigaciones deben ir mas alla de los autores materiales, los casos deben investigarse a fondo, a través de la historia podemos darnos cuenta que siempre existes actos de corrupción y para poder poner un alto a esto se deben crear mecanismo más afectivos y que protejan menos a los delincuentes y sirvan más a las víctimas.