CSJN, Mouviel

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836 FALLOS DE LA CORTE SUPREMA

RAUL OSCAR MOUVÍEL Y OTROS

CONSTITUCION N A CIO N A L: Derechos y garantías. Defensa en


juicio. Ley anterior y jueces naturales.

La “ ley anterior” del art. 18 de la Constitución Nacio­


nal y del principio “ nullnm crimen, nulla poena sine
lege ’ exige indisolublemente la doble precisión por Ia
ley de los hechos punibles y de las penas a aplicar.

CONSTITUCION N A CIO N A L: Principios generales.

En el sistema representativo republicano de gobierno


adoptado por la Constitución y que se basa en el W
DE JUSTICIA DE LA NACIÓN 637

. cípio de la división de los poderes, el legislador no puede


delegar en el Poder Ejecutivo o en reparticiones adminis­
trativas la total configuración de los delitos ni la libre
elección de las penas, pues ello importaría la delegación
de facultades que son por esencia indelegables. Tampoco
puede el Poder Ejecutivo, so pretexto de facultad regla­
mentaría, sustituirse al legislador y dictar, en rigor, la
ley previa que requiere el art. 18 de la Constitución.

FA L TA S Y CONTRAVENCIONES.

El art. 27 del Código de Procedimientos en lo Criminal


sólo ha conferido a las autoridades municipales y policiales
la facultad de juzgar las faltas y contravenciones y no la
de configurarlas o definirlas, facultad esta última de
estricto carácter legislativo y ajena a los órganos de apli­
cación o juzgamiento.

CONSTITUCION NACIONALr ConstitucionalicUid e incomtítucio-


nalidad. Leyes nacionales. Administrativas.

Es contrario al art. 18 de la Constitución Nacional y al


sistema de gobierno establecido por ella, el precepto del
art. 7Q, inc. a), del decreto 33.265/44, ratificado por la
ley 13.030, que faculta a la Policía Federal a emitir y
aplicar edictos dentro de la competencia asignada por el
Código de Procedimientos en lo Criminal. La atribución
de emitir edictos para reprimir actos no previstos por
las leyes excede la facultad simplemente ‘ ' reglamenta­
ria” del Poder Ejecutivo o de las reparticiones adminis­
trativas e importa la de legislar en materia exclusiva­
mente reservada al Congreso.

D ic ta m e n del P rocurador G eneral

Suprema Corte
Raúl Oscar Mouvíel y otros han sido condenados
en estos autos a sufrir penas de arresto por infracción
a los edictos policiales sobre “ Desórdenes” (art. I9,
inc. c) y “ Escándalo” (art. t Qf inc. a), agraviándose
la defensa del fallo' respectivo por considerarlo viola-
torio de los arts. 29; 68, incs. 11, 26 y 27; 83, inc. 39; y 90
de la Constitución Nacional.
*’Ab.U>S DE LA CORTE BTIPR'BW«

El tema « o os novedoso, ni incierta la jurispru­


dencia existente al respecto. La validez de los edictos
emanados del Jefe de Policía ha sido reconocida inva­
riablemente a partir del caso de Fallos: 155: 178 (ver
también: 169: 209; 175: 311; 191: 388; 192: 81; 193:
244; 199: 395; 208: 253).
Sin embargo, tan autorizadas han sido las obje­
ciones levantadas contra este criterio (J im én ez de A su a ;
Tratado de Derecho Penal, t. II, p. 325.; R icardo O.
Núkez: La ley, única fuente del Derecho Penal A rgen­
tino), tal es el gradó de amplitud que ha llegado a co­
brar en la actualidad el conjunto de las normas así
dictadas, y tan fresco permanece todavía en la memo­
ria el recuerdo de las funestas consecuencias que para
el ejercicio legítimo de la libertad tuvo su aplicación
en los últimos años, que considero necesario examinar
nuevamente la cuestión con la amplitud que su impor­
tancia exige.
El sistema constitucional argentino se afirma en
el principio de la división de poderes. De acuerdo a
este principio, el poder legislativo dicta las leyes; el
poder ejecutivo las ejecuta y hace cum plir; el poder
judicial las interpreta y aplica cuando se suscitan con­
troversias.
Nuestra Carta Fundamental, a diferencia de la de
los Estados Unidos de América, que no contempló el
punto en forma expresa, previo la necesidad de que la
rama ejecutiva colaborara con el Congreso para la
m ejor ejecución de las leyes, estableciendo en su art. 83,
inc. 29, que el Presidente de la Nación “ expide las
instrucciones y reglamentos que sean necesarios para
la ejecución de las leyes de la Nación, cuidando de no
alterar su espíritu con excepciones reglamentarias. . .
No es, pues, por delegación legislativa sino éri uso de
una atribución que le pertenece de modo exclusivo qué
■ 03®

el poder ejecutivo reglamenta, en este país, las leyes


dictadas'por el Congreso, ■
Sin -embargo, la ■existencia de esta atribución re­
glamentaria no debe inducir a la errónea creencia de
que en algún modo él poder ejecutivo tiene facultades
concurrentes con las que son propias del poder legisla­
tivo. Ya estableció Y. E., en el tomo 1, pág. 32, de su
colección de Fallos, que ‘ ‘ siendo un principio funda­
mental de nuestro sistema político la división del go­
bierno en tres grandes departamentos, el Legislativo,
el Ejecutivo y el Judicial, independientes y soberanos
en su esfera, se sigue forzosamente que las atribucio­
nes de cada uno le son peculiares y exclusivas; pues el
uso concurrente o común de ellas haría necesariamente
desaparecer la línea de separación entre los tres altos
poderes políticos, y destruiría la base de nuestra forma,
de gobierno n.
Es preciso, por lo tanto, ser muy cautos en la apre­
ciación de los límites de la facultad reglamentaria con­
ferida por el art. 83, inc. 29, y sobre todo no olvidar
jamás que su correcto ejercicio presupone el contenido
de una ley necesariamente preexistente. Reglamentar
es tornaf explícita una norma que ya existe y a la que el
poder legislativo le ha dado una substancia y contor­
nos definidos; y ello, sólo en la medida que sea necesario
para su ejecución, cuidando siempre de no alterar su
espíritu con excepciones reglamentarias.
“ Para establecer las cosas en un terreno firme
que impida al Poder Ejecutivo arrogarse atribuciones
legislativas al tiempo de dictar decretos, ■ — dice Hxj-
NETJUs comentando un precepto similar al nuestro— ,
sólo se necesita vigilancia activa de parte del Congreso
y de parte de los tribunales, cada uno en su esfera de
acción. . . Ejecutar las leyes no es dictarlas” (Obras,
2? edic., Santiago de Chile, 1891, t. II, pág. 48). E fec­
tivamente, el poder reglamentario se da para hacer
640 FALLOS DE LA CORTE SUPREMA

posible la ejecución de la ley, por donde resulta evi­


dente que todo intento de reglamentar lo que no ha
sido materia de ley constituye una pura y simple usur­
pación de atribuciones legislativas, y no ejercicio le­
gítimo de la facultad conferida en el art. 83, ine, 29,
de la Constitución.
Es preciso agregar también que lo que no puede
hacer el poder ejecutivo por sí solo, tampoco lo puede
aunque cuente para ello con una autorización legal,
porque de acuerdo con el art. 41 de la Constitución el
Congreso está investido del poder legislativo y no
puede delegarlo sin violar la prohibición del art. 20.
‘ ‘ Ciertamente — dijo V. E. en F a llos: 148: 430— el
Congreso no puede delegar en el Poder Ejecutivo o. en .
o t r o ' departamento de la administración, ninguna de
las atribuciones o poderes que le han sido expresa o
implícitamente conferidos. Es ese un principio unifor­
memente admitido como esencial para el mantenimiento
e integridad del sistema de gobierno adoptado por la
Constitución y proclamado enfáticamente por ésta en
el art. 29 (actual art. 20). W i ll o u g h b y , pág. 1317.
C o o le y , C. L., 73 ed., pág. 1.63 ■
La diferencia entre una indebida delegación de
atribuciones legislativas y una simple remisión al po­
der reglamentario del Presidente de la República para
reglar pormenores y cuestiones de detalle, se estable­
ció con toda claridad en el recién citado caso de Fa­
llos: 148: 430, al expresarse: “ Existe una distinción
fundamental entre la delegación de poder para hacer
la ley y la de conferir cierta autoridad al Poder E je­
cutivo o a un cuerpo administrativo a fin de reglar ios
pormenores y detalles necesarios para la ejecución, de
aquélla. Lo primero no puede hacerse, lo segundo es
admitido aún en aquellos países en que, como los Es­
tados Unidos de América, el poder reglamentario so
halla fuera de la letra de la Constitución” .
DE JUSTICIA DE LA NACION 64]

Precisamente, el recuerdo de dos fallos célebres en


los anales de la jurisprudencia de la Corte Suprema
de los Estados Unidos, creo que contribuirá a precisas’
cuál es el límite de validez del ejercicio del poder regla­
mentario acordado a la rama ejecutiva.
El primero es el caso Panamá Refinm g Co.
Byan fallado el 7 de enero de 1935 ( 293 U. S. 388, ver
traduc. en J. A .f t. 49, secc. jur. extr., pág*. 6), en el que
se declaró inconstitucional la sección 9*, párrafo c),
del título I de la ley de reconstrucción de la industria
nacional (N. I. E. A .) de junio 16 de 1933, que autori­
zaba al Presidente de los Estados Unidos a prohibir
el transporte interestadual y con el extranjero del pe­
tróleo producido o retirado de depósito en exceso de la
cantidad permitida por la legislación de los estados
particulares y establecía, al propio tiempo, que toda
violación a una orden del Presidente en tal sentido se­
ría castigada con una multa no mayor de mil dólares
o con prisión que no excediera de seis meses, o con am­
bas conjuntamente.
El chief justice H ughes expuso la opinión de la
mayoría del tribunal y merecen destacarse, entre otros,
los siguientes párrafos de su exposición.: “ la sección
9-, c) no establece si, o en qué circunstancias, o bajo
qué condiciones, el Presidente deba prohibir el trans­
porte de la cantidad de petróleo y sus derivados pro­
ducida excediendo la permitida por el Estado. No es­
tablece criterio alguno que gobierne el rumbo del P re­
sidente. No exige fundamento alguno por parte del
Presidente como condición de su acción. El Congreso
en la sección 9% c), no proclama, pues, política alguna
acerca del transporte de la producción excedente. En
cuanto a esta sección se refiere, confiere al Presidente
una autoridad ilimitada para determinar la política y
para hacer efectiva o no la prohibición, como lo crea
conveniente. Y la desobediencia a sus órdenes es cali-
FALLOS DE I jÁ COR'l'B fcJUPÍlEMÁ

fieada de delito castigado con multa y prisión . .


E l Congreso dejó el asunto al Presidente, sin normas
ni reglas, para que lo manejara a su placer. E l esfuerzo
de proporcionar un criterio mediante una ingeniosa y
diligente interpretación permite aún tal amplitud auto
rizada de acción que equivale en esencia a conferir al
Presidente las funciones de una legislatura, más bien
que las de un funcionario ejecutivo o administrativo
que lleva a cabo una política legislativa declarada.
Nada hallamos en la sección !■, que limite o controle la
autoridad conferida por la sección 9% c ) . . . ’ \ “ Mu
todos los casos en que la cuestión ha sido planteada, la
Corte ha reconocido que existen límites de delegación
que no pueden constitucionalmente ser excedidos. Cree­
mos que la sección 9% c), va más allá de dichos límites.
En lo que se refiere al transporte de la producción de
petróleo excedente del permiso del Estado, el Congreso
no ha hecho declaración de política alguna, no ha es­
tablecido norma alguna, nó ha sentado regia alguna,
No existe ningún requisito, definición de circunstan­
cias o condiciones conforme a lo que el transporte debe
prohibirse o permitirse” .
El segundo de los fallos a que he hecho alusión
recayó en el llamado 11caso de las aves de corral
(Schechter Poultry Corp. v: United States, 295 U. S.
495, ver traduc. en J. A., t. 50, seee. jur. extr., pág. 37)
y siguió de cerca al anterior, como que fue dictado el
27 de mayo de 1935. También se trataba de una de las
leyes integrantes del plan de la N. I. E. A., la cual auto­
rizaba al Presidente a aprobar ‘ ‘ códigos de competen­
cia leal” para las diversas ramas de la producción, a
solicitud de una o más asociaciones o grupos represen­
tantes de uña industria o comercio. '
La sentencia que declaró inconstitucional: la dis­
posición respectiva fue dictada por unanimidad, pero
con la disidencia parcial de fundamentos del ¿ustice
DE JU STICIA. rACIÓN 643

Caedozo a los que adhirió el justice B to n e . El ehíef ju s -


tíee H u gh .es expresó también en este caso la opinión
de la Corte, resumiendo el punto relativo a la delega­
ción de las facultades legislativas en los siguientes
términos: “ la sección 3 de la ley de reconstrucción 110
tiene precedentes. No proporciona norma alguna res­
pecto de ningún comercio,, industria o actividad. No
contempla la imposición de regias de conducta para ser
aplicadas a situaciones de hecho dadas, determinadas
mediante los procedimientos administrativos adecua­
dos. En lugar de prescribir reglas de conducta, auto­
riza la redacción de códigos que las establezcan. Para
tal -empresa legislativa, la sección 3 no sienta normas,
fuera de la expresión de los propósitos generales de
rehabilitación, corrección y expansión señalados en la
sección 1. En vista del alcance de esa amplia declara­
ción y de la naturaleza de las pocas restricciones que
se le imponen, el arbitrio del Presidente para aprobar
o prescribir Códigos y sancionar así leyes para el go­
bierno del comercio e industria en todo el país carece
virtualmente de toda traba. Creemos que la autoridad
para dictar códigos así conferida importa una delega­
ción inconstitucional de facultades legislativas” .
El justice Cardozo, que había votado en disidencia
en el caso Panamá Refining Co. v. Rym , por conside­
rar que no mediaba allí una delegación indefinida que
permitiera al Presidente “ vagar a voluntad entre to­
das las materias posibles del transporte interestadual,
tomando y eligiendo a su placer” , fue categórico al ex­
poner su opinión en este segundo asunto: “ el poder
delegado para legislar que ha encontrado expresión
■en este código — dijo— no ha sido canalizado entre
taludes que le impidan su desborde. Es ilimitado e im­
preciso, sí se me permite repetir mis propias palabras
de una sentencia anterior (Panamá Refining Co. v.
Ryan, 293 U.S. 388, e t c . . . . ) ” ,
644 FALLOS DE LA CORTE SUPREMA

Podrá ser objeto de duda actualmente, basta qué


punto se aceptan en todo su rigor las consecuencias qiie
derivan de la doctrina establecida-en estas decisiones,
pero me parece indudable que los principios en que
ella se asienta deben considerarse inconmovibles en
materia penal, y constituyen, por lo tanto, una guía se­
gura para orientarse en la cuestión de autos.
4Qué otra cosa, en efecto, que una verdadera auto­
rización para dictar un código de faltas implica la fa­
cultad reconocida al Jefe de Policía, primero, por la
jurisprudencia sentada a partir de F a llos: 155: 178 y,
posteriormente, mediante la sanción del art. 79,
inc. a), del Estatuto de la Policía Federal (decreto nv
33.265/44) ratificado por la ley 13.030“?
Confieso que no alcanzo a comprender cómo, pre­
cisamente a través de la clara doctrina establecida en
F a llos: 148: 430 ha podido llegarse a declarar la vali­
dez de los edictos policiales en 155: 178. Prescindo
de que el art. 27 del Código de Procedimientos en lo Cri­
minal, invocado entonces corno fuente de la facultad de
emitir estos edictos, no es más que una norma atribu­
tiva de competencia; y prescindo también de que el Jefe
de Policía no es el titular del poder reglamentario acor­
dado por la Constitución al Poder Ejecutivo. Pero, no
encuentro explicación para la afirmación, contenida en
el 79 considerando, de “ que cuando el P. E. es llamado
a ejercer sus poderes reglamentarios en materia de po­
licía de seguridad a mérito de una ley que lo ba auto­
rizado para ello lo bace no en virtud de- una delegación
de atribuciones legislativas, sino a título de una facul­
tad propia consagrada por el art. 86, .inc. 2, de la Cons­
titución y cuya mayor o menor extensión queda deter­
minada por el uso que de la misma facultad haya hecho
el Poder Legislativo” .
Y bien: si ello es así, preciso será reconocer q
el Congreso podría autorizar al Poder Ejecutivo, rio
VE JUSTICIA DE LA NACIÓN 645

digo ya al Jefe de Policía, a dictar también un Código


Penal, sin otra cortapisa que la fijación del máximo de
las penas aplicables ; y que, en tal caso, dada la existen­
cia de una autorización legal, el Presidente no usurpa­
ría atribuciones legislativas sino que procedería en ejer­
cicio del poder reglamentario.
Evidentemente no se ha reparado en que la facul­
tad genérica de reglamentar las leyes acordada por el
art. 83, inc. 29t exige algo más que una simple autori­
zación legislativa para que su ejercicio resulte válido;
que es necesaria la existencia de leyes dictadas por el
Congreso lo suficientemente definidas y precisas, como
para que ese ejercicio no sé tra d u zca — empleando la
expresión del justice Oarbozo— en un “ vagar a volun­
tad entre todas las materias posibles” de lo que cons­
tituye el objeto de la autorización. .
En el caso que se examina, ese objeto es la policía
de seguridad, como lo señaló V. E. on F a llo s: 155: 178,
y tal cual resulta ahora del texto expreso del art. 79,
inc.' a), del Estatuto de la Policía Federal, que entre
las facultades de la misma, o m ejor dicho de su Jefe,
prevé la de “ emitir y aplicar edictos, dentro de la com­
petencia asignada por el Código de Procedimientos en
■lo Criminal (ley 2372), para reprimir actos no previstos
por las leyes, en materia de policía de seguridad ; y dic­
tar las regías de procedimiento para su aplicación” .
|Puede darse algo más indefinido que esta vaga re­
ferencia a la policía de seguridad? La medida de sus
posibilidades la da, en todo caso, el número actual de
edictos: veinticuatro, es decir exactamente el doble de
los títulos que integran el Libro II del Código Penal
dedicado a la consideración de los delitos en particular.
Parecería que en una correcta interpretación cons­
titucional la facultad de dictar el Código de Faltas de­
biera. considerarse exclusiva de la rama legislativa, y,
sin embargo, la Capital Federal cuenta en la actualidad
V Á h lJ M m ÍJÁ. OOETE SüPBEM A

con un auténtico Código contraveneional dictado por la


- sola voluntad del Jefe de Policía. Lo que no hubiera"
podido hacer el Presidente de la República, ni por su­
puesto los Ministros del Poder Ejecutivo,, a, quienes la
Constitución prohíbe tomar resoluciones que no concier­
nan al régimen económico y administrativo de sus res­
pectivos departamentos, lo ha venido haciendo en cam­
bio un funcionario administrativo que, además, reúne
los poderes de -ejecutar y juzgar en los mismos casos
que legisla. . . . . .
He dicho, que la Capital Federal cuenta en la ac­
tualidad con un verdadero Código de Faltas como pro­
ducto de la actividad legislativa que en forma discrecio­
nal le ha sido reconocida al Jefe de Policía, y no he
exagerado por cierto al afirmarlo a s i ' .
E l conjunto de los edictos contenidos en el R.R.P.F.
6 de la Policía Federal constituye, en efecto, un cuerpo
legal orgánico que hasta cuenta con un parte general
y otra dedicada al procedimiento. .
La ‘ 1parte general?f consta de ochenta y cinco ar­
tículos y de los diversos capítulos que la componen cabe
mencionar, a título de ejemplo, los que corresponden a
imputabilidad, tentativa, complicidad y encubrimiento,
diversas clases de penas, reincidencia, condena condi­
cional, ejercicio y extinción de las acciones, resultando
interesante destacar que, de acuerdo al art. 10, en Jas
contravenciones se aplican, además de las penas de mul­
ta y arresto, previstas en el art. 27 del Código de Proce­
dimientos en lo Criminal, las de amonestación e inha­
bilitación.
En cuanto a los veinticuatro edictos a que antes
hice referencia versan sobre los más variados tópicos,
e integran lo que con propiedad podría llamarse “ par­
te especial” de este verdadero código de faltas. Largo
sería enumerarlos, por lo que baste señalar que en ellos
se legisla toda suerte de materias, desde la referente a
JUSTICIA DE LA NACIÓN 04?

asilados políticos hasta la relativa a seguridad econó­


mica y reuniones deportivas, pasando por turismo, jue­
gos de naipes y seguridad públicas, en un total de 148
artículos. •
Sea, pues, por su metodología, o por la variedad y
extensión de los temas contemplados, pienso que no es
una hipérbole la afirmación de que el R.R.P.F. 6 confi­
gura un código. Hiperbólica sí me resulta, en cambio,
la pretensión de que todo ese amplio cuerpo de dispo­
siciones es consecuencia legítima del poder reglamen­
tario ejercido en torno a las escuetas e imprecisas dis­
posiciones del art. 27 del Código de Procedimientos en
lo Criminal o del art. 79, inc. a) del Estatuto de la P o­
licía Federal.
Puede aquí repetirse una vez más, con el justice
Cabdozo, que “ el poder delegado para legislar que ha
encontrado expresión en este código, no ha sido cana­
lizado entre taludes que le impidan su desborde” ,
y aún agregar con las mismas palabras empleadas por
este gran jurista en el ya citado caso de Schechter
Poultry Corp. v. United States que “ esto importa una
delegación desenfrenada” . ...
Pero, no solamente desde el punto de vista del
juego correcto del principio de la división de poderes
son objetables los edictos policiales.
Está de por medio el significado que tiene en
nuestra Constitución la garantía de que nadie puede
ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior
al hecho del proceso. En este sentido, y refiriéndose
precisamente a una pena de $ 100 de multa impuesta
por una contravención policial, ha dicho Y . E. con pa­
labras señeras que nunca serán recordadas lo bastante
y que resultan totalmente contradictorias con el cri­
terio seguido en F a llos: 155: 178 que “ la configuración
de un delito por leve que sea, así como su represión,
es materia que hace a la esencia del Poder Legislativo
643 FALLOS DE LA COSTE SUPREMA

y escapa de la órbita de las facultades ejecutivas. Na­


die está obligado a hacer lo que la ley no manda ni
privado de lo que ella no prohíbe (art. 19 de la Cons*
titución). De ahí nace la necesidad de que haya wm ley
que mande ú prohíba una cosa, para que una persona
pueda incurrir en falta p or haber obrado u omitido
obrar en determinado sentido. Y es necesario que haya,
al mismo tiempo, una sanción legal que reprima la con­
travención para que esa persona deba ser condenada
por tal hecho (a r t 18). Estos dos principios fnnd^
mentales y correlativos en el orden penal, imponen lá
necesidad de que sea el Poder Legislativo quien esta­
blézca las condiciones en que una falta sé produce f
la sanción que le corresponde, ya que el Poder Ejecu­
tivo sotemente puede reglamentar la ley, proveyendo a
su ejecución, pero cuidando siempre de no alterar su
sentido (árt. 86, iric. 29). A sí, en el caso del t. 178,
p. 355, coii motivo de una sanción penal creada por el
Poder Ejecutivo Nacional de orden pecuniario, esta
Corte d ijo : Toda nuestra organización política y ci­
vil reposa en la ley. Los derechos y obligaciones de los
habitantes así como las penas de cualquier clase que
sean, sólo existen en virtud de sanciones legislativas y
el Poder Ejecutivo no puede crearlas ni el Poder Ju­
dicial aplicarlas si falta la ley que las establezca”
(P alios: 191: 245).
No se diga, pues, que la circunstancia de no ha­
berse ultrapasado en los edictos el límite de las sancio­
nes mencionadas en el art. 27 del Código de Procedi­
mientos, basta para validarlos, porque tan inconstitu­
cional resulta la delegación del poder para fijar penas
como la del de definir acciones a los efectos de imponer
esas penas. El precepto penal es inescindiblé y se in­
tegra con ambos elementos, uno y otro del exclusivo
resorte del Poder Legislativo, comò lo ha destacado
V. E. en el fallo que acabo de'citar.
DÉ JUSTICIA DE LA NACIÓN .640

P or otra parte, la garantía dePart. 29 asegura que


^ningún habitante de la Nación puede ser condenado
juicio previo fundado en ley anterior al hecho del
proceso” , y en el texto constitucional el término “ le y ”
Be puede tener más que un sentido: el de ley formal, o
sea de acto emanado de la rama del gobierno que está
investida del Poder Legislativo (art. 41), en el modo
establecido por el art. 69 y sigs. para la “ formación y
sanción de las leyes” . P or ello, no creo posible soste­
ner que una disposición emanada de una simple auto­
ridad administrativa o de un poder que no detenta la
atribución de legislar, sea la “ ley” que la Constitu­
ción ha exigido en algunos casos especiales como con­
dición necesaria para autorizar, en homenaje al inte­
rés general, el menoscabo de algún derecho funda­
mental de los individuos.
; Cuando el art. 38 de la Constitución dice que la
expropiación por causa de utilidad pública o interés
general debe ser calificada por “ le y ” y previamente
indemnizada, me parece evidente que se ha referido
a una ley del Congreso y no sé que se haya sostenido o
resuelto lo contrario (eonf. J. V. G o n z á le z , Manual de
la Constitución Argentina, 9? ed., p. 127; M o n te s de
O ca, Lecciones dé Derecho Constitucional, año 1917,
t. I, p. 389; A. de Vei>ia, Constitución Atgenthm , año
1907, p. 88).
¿Habrá de concluirse entonces que la Constitución
ha protegido con mayor vigor la propiedad que la li­
bertad y que, si es necesaria una “ ley” para privar a
una persona del goce de sus bienes, no lo es en cambio
para encarcelarla; que a este último efecto basta con
una disposición dictada por el Jefe de Policía? No ha
sido éste, en todo caso, el criterio que informó lo re­
suelto en Fallos t 136': 200, donde V. E. sentó los si­
guientes principios: “ Que es una de las más preciosas
garantías consagradas por la Constitución la de qué
§ 50 . FALLOS . DE L A COETE SOFREIDA.

ningún. habitante de la .Nación puede ser penado sin


juicio previo fundado en ley anterior al hecho del pro­
ceso. Que en el presente caso ha sido violada dicha
garantía desde que se han aplicado penas fundadas en
simples decretos del Poder Ejecutivo provincial, que
no tienen fuerza de ley dentro de nuestro régimen cons­
titucional. Que no cabe admitir que la legislatura da
Mendoza haya podido confiar , o delegar en. el Poder
Ejecutivo la facultad de establecer sanciones penales
por vía de reglamentación de las leyes dictadas por
aquélla, dado lo que al respecto dispone el art. 19 de
la Constitución” . ■
Desde otro punto de vista sería erróneo pretender
que son aplicables al problema de que vengo tratando
los principios que justifican la validez de las que en
doctrina se denominan leyes penales en blanco. En esta
categoría encuadran algunas disposiciones como la del
art. 6, 1? parte, de la ley 12.830 o la de los arts. 205 y
206 del Código Penal, en los que las conductas punibles
sólo resultan genéricamente determinadas, remitién­
dose la ley para su especificación a la instancia legis­
lativa o bien a la administrativa. . .
P or supuesto, no existe problema cuando la ley
penal en blanco se remite a otra ley. Pero, cuando la.
remisión es a la instancia administrativa conviene dis­
tinguir dos situaciones: una, en la que la conducta pu­
nible está descripta en la ley penal, pero la figura debe
ser integrada con un elemento de hecho cuya especi­
ficación se defiere al Poder Administrador, como ocu­
rre en el caso de la infracción a la ley de precios má­
ximos (art. 2, inc. c, de la ley 12.830); y otra, en la
cual la conducta punible no se especifica sino por re­
ferencia a normas dictadas por el Poder Ejecutivo.
La primera de estas formas de legislar no puede,
en principio, dar lugar a objeciones de carácter cons­
titucional. Pero, importa dejar bien sentado respecto
DE JUSTICIA DE' L A NACIÓN 65!

de la segunda, que ella sólo es admisible si el Poder


Ejecutivo lia dictado la norma a eme la ley se remite
en ejercicio legítimo de la atribución reglamentaria
qne le confiere el art. 83, inc. 2°, de la Constitución,
porque en tal caso dicha norma es como si fuera la mis­
ma ley reglamentada puesto que la integra.
De otro modo, no se respetaría la garantía del
art. 29 de la Constitución ya que, en definitiva, aunque
por vía indirecta, resultaría que la descripción de la
conducta punible no estaría hecha en la “ le y ” sino en
una disposición autónoma del Poder Ejecutivo.
Superfino es observar a esta altura del dictamen
que ni el art. 27 del Código de Procedimientos en lo
Criminal, tal como ha sido interpretado en F a llo s:
155: 178, ni el art. 7“, inc. a) del Estatuto de la Policía
Federal satisfacen las exigencias apuntadas. .
No se argumente, por último, que la materia le­
gislada en los edictos policiales es de menor cuantía
porque el monto de las sanciones resulta pequeño.
Aparte de que ello no bastaría para despojarles de su
auténtico carácter de disposiciones penales, es un he-
3ho comprobado, del cual conservamos desgraciada­
mente muy recientes recuerdos, que cuando se quiere
subvertir el régimen republicano y democrático, cuando
se pretende coartar el libre ejercicio de los más ele­
mentales derechos individuales, las simples contraven­
ciones resultan ser uno de los principales instrumentos
de que se valen los gobiernos dictatoriales para sofocar
[a libertad. Sirva esta reflexión para reafirmar que,
lentro del marco constitucional* sólo la prudencia del
legislador, nunca la voluntad de un funcionario ejecu­
tivo, puede asumir la delicada y trascendente función
ele describir acciones a los fines de imponer penas.
L a jurisprudencia sentada, entre otros, en F a llos:
210: 554; 215: 159 y 257; 217 : 689, me obliga a abor­
dar la cuestión de si el cumplimiento de la pena con-
ti52 FALLOS DE LA CORTE SUPREMA

vierte en abstracto el caso, determinando la iinproee


deneia del recurso extraordinario. n
Disiento en forma absoluta con este criterio.
condena es un acto jurídico que sobrevive a la ejecu­
ción de la pena, acarreando una serie de consecuencias
que impiden sostener con fundamento que no haya jiü
teres en 1a. decisión. Basta señalar los efectos que ella
tiene en materia de reincidencia y condena de ejecu­
ción condicional, aun en el actual régimen de edictos
(ver arts. 54 y 58 de las Disposiciones Generales del
R.R.P.F. 6), para comprender que existe un real inte­
rés jurídico en el fallo, aunque la pena esté cumplida.
Los excesos a que puede llevar la tesis contraria
los patentiza el caso de Fallos: 231: 35 en e] que se;
llegó hasta negar la procedencia de un recurso extra­
ordinario tendiente a establecer el alcance de una ley
de amnistía, so pretexto de que el cumplimiento de la
pena tornaba irrelevante para el beneficiario la de­
claración de que la ley era aplicable a. su situación. En
otras palabras, el hecho de haber cumplido la pena se
consideró obstáculo para que se alcanzara, el fin pri­
mordial de la ley que no era otro que el de desincri­
minar la conducta que motivó la condena.
En el mismo orden de ideas, no debe olvidarse
tampoco, el sonado caso Grondona Sáens Valiente y
otras, resuelto por la Corte Suprema el 8 de octubre
de 1948, que no he podido encontrar en la colección
de Fallos. Los apelantes pretendían la revisión do la
sentencia de un J uez de Faltas de la Municipalidad
de Buenos Aires que se decía dictada con violación de
la garantía de la defensa en juicio. Pero» habiendo
enviado el inferior una comunicación en la que infor­
maba haber sido puestas en libertad las interesadas
por haber cumplido la condena impuesta, fue decidido
que en tales condiciones carecía de objeto y resultaba
abstracto todo pronunciamiento sobre las cuestiones
DE JUSTICIA DE LA NACIÓN 653

planteadas en el recurso extraordinario, invocándose


al efecto como fundamento lo resuelto en F a llos: 197:
321 y los allí citados.
Pues bien: basta leer este fallo y los que en ól se
citan (F allos: 5: 316; 155: 248; 193: 260) para per­
cibir que se refirieron a una situación totalmente di­
versa, como que en ellos no se trataba de condenas
definitivas sino de recursos de liábeas corpus caren­
tes de todo objeto por haber sido el detenido puesto
en libertad o hallarse fuera de la jurisdicción argenti­
na la persona de cuyo amparo se trataba.
En cuanto al primero de los casos que cité al co­
mienzo, o sea el de Fallos: 210: 554, se apoya en 209:
337 y el sumario de éste remite a su vez a 203: 312.
Pero, también aquí la situación resulta distinta de la
que se plantea en caso de condena, puesto que Y. E. se
limitó a declarar improcedente el recurso extraordina­
rio interpuesto contra una resolución de la Dirección
General de Espectáculos Públicos que dispuso clausu­
rar durante dos días un cinematógrafo por haberse
cumplido efectivamente la medida y no tener en conse­
cuencia objeto su revocatoria. Como se observa, se ha
ido extendiendo en form a que estimo indebida la apli­
cación de un principio que si resulta razonable en los
casos de medidas que no acarrean por su naturaleza
modificaciones en el estado jurídico de las personas,
aparece como notoriamente injusto cuando se trata de
decisiones judiciales que declaran a alguien responsa­
ble de una infracción penal, resultando contrario in­
cluso a la garantía de la defensa en juicio.
Que subsiste un interés jurídico digno de protec­
ción, aunque la pena se haya cumplido, lo demuestra
la disposición del art. 552 del Código de Procedimien­
tos en lo Criminal, cuyo espíritu es evidentemente
opuesto al que inspira la jurisprudencia a que me he
referido: “ E l recurso de revisión — dice este texto—
65«
A CORTE SIJPB1SMA

podrá promover so poi ci condenado o por su c '


descendientes, ascendientes o hermano s*y por
terío Fiscal. La muerte del condenado no imiriíri
se deduzca para rehabilitar su memoria o procr ^
castigo del verdadero culpable” .
P or lo expuesto, opino que los edictos p o l i »
sobre “ desórdenes” y “ escándalo” sobre cuya M
se han dictado las condenas de autos son viüluiorW
de la garantía establecida en el art. 29 de la Cons*'
ción Nacional y del principio de la separación c$É
deres en que se funda el régimen republicano
bierno. Correspondería, en consecuencia, revoeSji
sentencia apelada en cuanto pudo ser materia di *
curso extraordinario. Buenos Aires, 25 de abi
1956. — Sebastián Soler.

FALLO DE LA CORTE SUPREMA

. Buenos Aires, 17 de mayo d^ lllfi


Vistos los autos: “ Raúl Oscar Mouviel y.
s ./ Desórdenes, art. I 9 inc. c) — Escándalo,
inc. a) ” , en los que a fs. 52 vta. se ha con cedí^ ®
recurso extraordinario contra la sentencia delJ^M
Nacional en lo Penal Correccional letra N de fecha
noviembre de 1955.

Y Considerando:
Que consta de autos que el Jefe de Policía,
Capital, por resolución del 12 de noviembre de
impuso a los acusados “ la pena única e individua^^
30 días de arresto no redimibles por multa,
“ desórdenes” , art. I 9, inc. c) y “ Escándalo” , ^ S¡g
inc. a) y aplicación n9 36 del ¿.R .P .F . 6
cía agravante establecida en el art. 39 del iíjdioM
lado en primer término, faltas de distinta natura^
IMS JU STICIA DE L A NACIÓN 855

^jjO X3 del Reglamento c ita d o )” (fs. 28/ 29) ; resolu-


, fjue fué posteriormente confirm ada en lo princi-
por sentencia del Juez en lo Penal Correccional
I1/ 45). o #
Que contra esta sentencia el defensor de los impu­
tas interpuso recurso extraordinario para ante esta
te, sosteniendo que “ el régimen de faltas vigente
l8 sentencias de prim era y segunda instancias son
itorias de los arts. I 9, 29, 68, incs. 11, 26 y 27; 83,
3 y 90” de la reforma de 1949 ( l 9, 18, 67, incs. 11,
§y 28; 86, inc. 3; y 95 de la Constitución vigente),
Jo que la concentración de las facultades judicial,
itiva y legislativa en materia de faltas por parte
Jefe de Policía, violaría el principio de la división
los poderes establecido por la Constitución (fs. 48).
Que esta Corte, en decisiones anteriores, lia do­
rado la constitucionalidad de los edictos policiales
el fundamento de que “ no hay delegación de fun­
tes legislativas al conferir al Poder Administrador
ciertas reparticiones, la facultad de fija r espeeífi-
normas de policía, crear infracciones y fija r las san­
ies correspondientes, dentro de límites establecidos
la misma ley, sino ejercicio de la facultad regla-
sntaria que preceptúa el inc. 29, del art. 86 de la Cons-
ición Nacional conformada, es claro, al espíritu y
de la ley reglamentada” y de que el edicto policial
vulnera la garantía establecida por el art. 18 de la
institución, que requiere para la validez de una san-
on penal la existencia de una ley anterior, pues cons-
s Te una simple consecuencia de la autorización legis-
fctiva contenida en el art. 27 del Código de Procedi­
lentos en lo Criminal, y es tan obligatorio, por con­
iente, como la ley misma (F a llo s: 155: 178 y 185;
^•'-323; 169: 209; 175: 311; 191: 388 y 497; 192: 81;
244; 199: 395; 206: 293; 208: 253, entre otros).
Que, sin embargo, este Corte ha establecido tam-
ién en causas que versaban sobre materias análogas,
656 FALLOS DE LA CORTK SUPREMA

que “ es una de las más preciosas garantías consagra­


das por la Constitución la de que ningún- habitante de
la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado
en ley anterior al hecho del proceso” (F a llos: 136 : 200) *
que: “ Toda nuestra organización política y civil repo­
sa en la ley. Los derechos y obligaciones de los habi­
tantes así como las penas de cualquier clase que sean,
sólo existen en virtud de sanciones legislativas y el Po­
der Ejecutivo no puede crearlas ni el Poder Judicial
aplicarlas si falta la ley que las establezca” (Fallos:
178: 355); y que “ La configuración de un delito por
leve que sea, así como su represión, es materia que hace
a la esencia del Poder Legislativo y escapa de la órbi­
ta de las facultades ejecutivas. Nadie está obligado a
hacer lo que la ley no manda ni privado de lo que ella
no prohíbe (art. 19 de la Constitución). Be ahí nace la
necesidad de que haya una ley que mande o prohíba
una cosa, para que una persona pueda incurrir en falta
por haber obrado u omitido obrar en determinado sen­
tido. Y es necesario que haya, al mismo tiempo, una
sanción legal que reprima la contravención para que esa
persona deba ser condenada por tal hecho (art. 18).
Estos dos principios fundamentales y correlativos en
el orden penal, imponen la necesidad de que sea el Po­
der Legislativo quien establezca las condiciones en que
una falta se produce y la sanción que le corresponde,
ya que el P, E, solamente puede reglamentar la ley, pro­
veyendo a su ejecución, pero cuidando siempre de no
alterar su sentido (art. 86, inc. 29) ” (F a llos: 191: 245).
Qne la necesidad de que el régimen de faltas tenga
carácter legislativo y emane, por consiguiente, del Con­
greso como legislatura local para la Capital y T errito ­
rios Nacionales, y de las Legislaturas provinciales para
sus respectivas jurisdicciones,, fuá asimismo reconocida
y destacada en los antecedentes del Código Penal en
vigor (Confr., R o d o lfo M o r e n o , h ijo , El Código Panal
y sus antecedentes, t. I , núms. 93 y siguientes).
DE JUSTICIA DE LA NACIÓN 657

Que, conforme a esta doctrina, la 1‘ lev anterior”


de la garantía constitucional citada y del principio
“ nullum crimen, nulla poena sine lege” , exige indi solu­
blemente la doble precisión por la ley de los hechos pu­
nibles y de las penas a aplicar, sin perjuicio de que el
legislador deje a los órganos ejecutivos la reglamenta­
ción de las circunstancias o condiciones concretas de las
acciones reprimidas y de los montos de las penas dentro
de un mínimo y máximo (F a llo s: 148: 430). En el sis­
tema representativo republicano de gobierno adoptado
por la Constitución (art. .1°) y que se apoya fundamen­
talmente en el principio de la división de los poderes, el
legislador no puede simplemente delegar en el Poder
Ejecutivo o en reparticiones administrativas la total
configuración de los delitos ni la libre elección de las
penas, pues ello importaría la delegación de facultades
que son por esencia indelegables. Tampoco al Poder
Ejecutivo le es lícito, so pretexto de las facultades regla­
mentarias que le concede el art. 86, inc. 2?, de la Consti­
tución, sustituirse al legislador y por supuesta vía regla­
mentaria dictar, en rigor, la ley previa que requiere la
garantía constitucional del art. 18.
Que el art. 27 del Código de Procedimientos en lo
Crimina], en cuanto dice: “ El juzgamiento de las faltas
o contravenciones a las ordenanzas municipales o de po­
licía, corresponde, respectivamente, a cada una de estas
administraciones, cuando la pena no exceda de un mes
de arresto o cien pesos de multa” , sólo ha concedido a
esas administraciones la facultad de juzgar las faltas o
contravenciones, como surge de su propio texto, y no
la de configurarlas o definirlas, facultad esta última de
estricto carácter legislativo, como ya se ha dicho, ajena
a los órganos de aplicación o de juzgamiento.
Que, en consecuencia, es también claramente con­
trario a la garantía constitucional antes aludida y al
sistema, de gobierno establecido por la Constitución, el
precepto del art. 7°, inc, a), del decreto 33.265/44, ratifi-
658 FALLOS DiS LA COSTE SUPREMA

cacto por la ley 13.080, que faculta a la Policía Federal


con exclusión del territorio de las provincias, para
“ Emitir y aplicar edictos, dentro de la competencia
asignada por el código de procedimientos en lo criminal
(ley 2372), para reprimir actos no previstos por las
leyes, en materia de policía de seguridad; y dieta,? las
reglas de procedimiento para su aplicación’ desde que
tal facultad de emitir edictos para reprimir actos no
previstos por las leyes va mucho más allá de la facultad
simplemente ‘ 1reglamentaria ’ ’ que corresponde al Poder
Ejecutivo o a las reparticiones administrativas, en su
caso, e importa la de legislar en materia exclusivamente
reservada al Congreso (art. 67, inc. 11).
Que es innegable la necesidad de mantener estric­
tamente la vigencia del principio “ nullum crimen, milla
poena sine lego” , contenido en la garantía consagrada
por el art. 18 de la Constitución, no sólo porque se trata
de un principio constitucional — y esta única conside­
ración bastaría para aquel efecto— sino, también, por­
que es notorio que las modernas formas-de autoritaris­
mo o despotismo utilizan los edictos policiales como uno
de los instrumentos más eficaces para la opresión de
los ciudadanos y la restricción de las libertades pú­
blicas.
Que en atención a los fundamentos precedentes,
carece de interés examinar los demás agravios invoca­
dos por los apelantes.
P or ello y las consideraciones concordantes del me­
ditado dictamen del Sr. Procurador General, se revoca
la sentencia apelada en cuanto ha sido materia del re­
curso.
A lfredo O rgaz — M anuel J-
A bgañarás — E nrique V.
G alli — C ablos H errera —
B e n j a m ín V illegas B asavil -
BASO.

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