Clinica Entre Varios
Clinica Entre Varios
Clinica Entre Varios
Alfredo Zenoni
Les agradezco la invitación para venir [*] a trabajar con ustedes una problemática clínica y práctica que ha
llegado a ser menos marginal en el campo freudiano ahora, desde hace algunos años, de lo que lo era hace diez
o veinte años. Mientras tanto, cierta idea del analista solitario, recogido, especialista de la desidentificación, que
no tiene ningún ideal y que no cree en nada, ha dejado, sin duda, lugar a otra idea, que Eric Laurent evocaba en
una conferencia: la del analista ciudadano.
Los analistas han comenzado, o deberían comenzar, a captar que su deber no es solamente el de escuchar,
encerrados en su reserva, sino el de saber transmitir, en lo que concierne a la condición humana, aquello que
de la particularidad de un sujeto, del caso por caso, puede ser útil para un mayor número. Para parafrasear lo
que dice Lacan a propósito del discurso capitalista, "que no constituirá un progreso, si es solamente para
algunos". [1] Hubo un tiempo en el que se pensaba que el analista tenía que manifestarse principalmente en el
campo de la cultura. Nosotros creemos que hemos de intervenir también en puntos más precisos de nuestras
sociedades, y en particular en las redes de redes de asistencia, en las prácticas institucionales y sociales, en la
política de la salud mental, con el fin de que el respeto de los "derechos del hombre" no sea amputado de la
dimensión del sujeto en la clínica, en el momento en que el discurso de la ciencia está apunto de fagocitar toda
la práctica psiquiátrica.
La antinomia psicoanálisis/institución
Lo que ha podido alejar a los practicantes del análisis de su intervención en el campo de la salud mental ha sido,
entre otras cosas, una formulación del problema en términos de relaciones de antinomia (o de compromiso)
entre dos prácticas, la práctica del análisis y la práctica institucional. De esta manera, se han casi término a
término, las metas de la institución de salud mental y las de la cura analítica, para resaltar que son inconciliables
y derivar de ello, como conclusión para el analista, la necesidad de una posición extra-institucional o anti-
institucional (eventualmente, y paradójicamente, en el interior de la institución misma). Recordemos algunos
de los términos de esta oposición. La institución apunta a reducir la pregnancia del síntoma, mientras que el
analista a hacer emerger sus significantes inconscientes y su vínculo pulsional. La institución quiere el bien y la
salud del individuo, le protege y le ayuda, mientras que el analista no apunta a ningún bien, sino solamente a la
emergencia del deseo, lo que no excluye el malestar ni la angustia. La institución responde a la demanda,
mientras que el analista, por su escucha radical, apunta a la raíz misma de la demanda. La institución, por último,
trata de reconstruir la unidad del sujeto, mientras que el analista apunta a su división.
La conclusión práctica que se deduce de esta confrontación, puede conducir así a algunos analistas a oscilar
entre una actitud de rechazo o de crítica de la institución -en tanto que lugar inapropiado para el
tratamiento psicoanalítico- una actitud de intervención, pero con la condición de no tomar parte en el
dispositivo institucional. Plantear el problema en estos términos comporta un doble inconveniente: ya el de
dejar a dicho analista en su exterioridad absoluta, ya el de incluirlo en la institución de un modo problemático,
pues al querer desmarcarse de todo criterio de funcionamiento institucional, termina por suscitar una aversión
hacia el psicoanálisis que conduce a su eyección. En ambos casos, el psicoanálisis termina por no tener ninguna
incidencia ni en la clínica ni en la práctica institucional.
El impasse de esta formulación se debe a que se traslada, de manera pura y simple, el esquema que representa
que representa el recorrido del analizante hacia el análisis al esquema de la institución, lo reduce la definición
de la orientación analítica de una institución al hecho de incluir en su seno una consulta de analista.
Ahora bien, lo que desconoce este esquema -que transforma la práctica de cuidados y asistencia en "el
ambiente" del consultorio del analista-, es la razón misma de la de la existencia de la institución. Criticar las
instituciones de cuidados y asistencia porque su marco sería desfavorable al discurso analítico, o no tolerar
trabajar en ellas más que con la condición de que sirvan de marco a la consulta analítica, es sencillamente no
tener en cuenta la clínica que acogen. Porque, antes incluso de afrontar el "tratar" al sujeto, la institución existe
para acogerlo ponerlo al abrigo o a distancia, ayudarlo, asistirlo: antes que tener un objetivo terapéutico, es una
necesidad social. Lo que motiva la creación de una institución es la necesidad de una respuesta a fenómenos
clínicos tales como ciertos estados de la psicosis, algunos pasajes al acto, a estados de la psicosis, algunos pasajes
al acto, algunos estados de deterioro físico que pueden conducir al sujeto hasta la exclusión social absoluta o
hasta la muerte. Es un "deber de humanidad". [2]
No se trata, entonces, de comparar la institución de cuidados a la psicoanalítica, para decir que la primera no
puede cumplir la función de la segunda o que no es compatible con ella más que si deviene la sala de espera. Se
trata de reconocer la diferencia entre dos aplicaciones del psicoanálisis.
La clínica puede permitir o motivar la entrada en la cura psicoanalítica; es incluso una condición necesaria,
aunque no suficiente. [3] Pero, a veces la clínica exige también la repuesta de una práctica social e institucional.
Más aún que por los fenómenos de delirio, dicha respuesta es exigida por aquello que, del goce, retorna en
torna en el cuerpo y en el actuar: pasaje al acto suicida o peligroso, automutilación, agresión; y también,
errancia, inmovilidad catatónica, estupor melancólico, pérdida de todo interés, ausencia de todo proyecto, uso
estragador de drogas o de alcohol. Ahora bien, no es porque esa respuesta se inscriba en el discurso del amo
que no pueda ser esclarecida u orientada por el psicoanálisis, ni por el hecho de que esté orientada por el
psicoanálisis que deba implicar la presencia de la sesión analítica. Porque esta última exige condiciones precisas
como lo recordaba recientemente A. Di Ciaccia, que son deducibles del matema del discurso del analista.
Cuando colocamos en la base de la existencia de la institución su motivación clínica, podemos pues proponer
una tercera vía, una manera distinta de plantear el problema que no sea la del eterno debate sobre la
compatibilidad del psicoanálisis y la institución. Puesto que la psicoterapia no existe y que no se reúnen las
condiciones de la sesión analítica, podemos entonces elegir una aplicación del discurso analítico a la práctica
institucional como tal -que es -que es una práctica colectiva "entre varios"- sin excluir por ello que pueda
aplicarse, por lo demás, a la entrevista individual. Nuestra opción es menos la de la integración del psicoanálisis
en un conjunto "interdisciplinario" de prácticas, que la de una práctica fundamentalmente una, incluso si es
ejercida entre varios, orientada por el psicoanálisis.
Consulta
La cuestión no es entonces ya la de saber si -y en qué medida-, la terapia analítica puede practicarse en medio
de otras prácticas sino si -y en qué medida- el psicoanálisis puede ser aplicado a una práctica institucional;
cuestión que concierne menos a la intervención de una persona "a título de psicoanalista" que a la política del
psicoanálisis, "el deber que le toca en nuestro mundo".
Clínica e institución
La práctica colectiva de la institución tiene lugar básicamente a causa de un insoportable clínico y no con miras
a un objetivo terapéutico. Es necesaria una práctica de asilo, de cuidados, de asistencia -y ocasionalmente de
encierro-, cuando las modalidades estragantes del "retorno en lo real" de la pulsión amenazan la supervivencia
o simplemente la vida social de la persona que las sufre. Con su carencia, dicha persona o su entorno corren el
riesgo de verse expuestos a consecuencias dramáticas. Una joven mujer, entrevistada en una presentación
clínica, y cuya posición subjetiva se traducía se traducía por la certeza de una fealdad y una monstruosidad
tales que no podía soportarse sin la presencia a su lado de alguien que la amase, nos decía, por ejemplo: "fuera
de aquí, voy a decir que sí a cualquiera y a cualquier cosa", tal como había ocurrido efectivamente antes de su
hospitalización. "Por eso quiero quedarme en el hospital".
Por una parte, el hecho de recordar la motivación clínica de la existencia de la institución tiene la ventaja de
evitar desconocer su función social irremplazable y evitar pues su supresión -como ocurrió en Italia, por ejemplo-
. La institución no debe ser mantenida por el hecho de que cure, ni debe ser suprimida porque no cure. Por qué,
en el primer caso, el riesgo de considerar como natural el hecho de permanecer en el hospital "con duración
indeterminada", es grande; y, en el segundo, es grande el riesgo de ver a los pacientes librados a las dificultades
de un retorno a la familia o en el medio natural que les exponen a la errancia y a nuevos pasos al acto. [4]
Mantener esta función "social" es precisamente lo que permite marcar un límite a una voluntad terapéutica
que, sin este límite, arriesga transformar la institución en un lugar de alienación y de experimentación a ultranza.
Quizás no se haya percibido que es a causa de esta confusión entre su función, hospitalaria, de "hospitalización"
(en el sentido etimológico del término) y sus objetivos terapéuticos, por lo que la institución ha podido ser objeto
de crítica y de medidas de abolición.
Por otra parte, hacer valer la necesidad social de una práctica institucional en respuesta a ciertas consecuencias
de la "forclusión de la pulsión" tiene la ventaja de desplazar el acento, en el seno del equipo de atención, de la
jerarquía de las competencias supuestas por los diplomas a lo real de una cuestión clínica compartida.
Cuando el estado clínico de la psicosis puede permitir el embrague de la transferencia sobre un analista, no es
necesario -ni siquiera deseable-, que el sujeto sea instalado en una institución o insertado en una red de
asistencia. El tratamiento de la psicosis no exige automáticamente una respuesta colectiva, como lo prueban los
numerosos testimonios de curas de sujetos psicóticos con analistas. Aunque el sujeto se las arregle a menudo
para crear a su alrededor una red de intervinientes (analista, psiquiatra, médico general, asistente social) que
equivale a una institución invisible.
Pero cuando no es practicable dicho embrague, la clínica exige también una respuesta que no puede ser ni la de
un solo practicante ni la de un único momento del día. La agitación, la injuria, la crisis "epileptiforme", la
camorra, la interpretación persecutoria de un gesto, no esperan a la entrevista de mañana para producirse. Y
una cierta manera una cierta manera de dirigirse al sujeto, una cierta manera de intervenir o de no intervenir,
un cálculo, en definitiva, de la posición que conviene ocupar, pueden ser requeridos de todo practicante o en
momentos de la jornada que no coinciden con la práctica o el momento de la consulta. Brevemente, la clínica
exige a veces una respuesta tipo "hospital". Toda la cuestión es entonces la de saber si el psicoanálisis puede
aclarar, guiar, orientar la práctica hospitalaria como tal; si el psicoanálisis puede permitir ejercer una acción
médica y una acción de asistencia, de ayuda, de albergue, que sean adecuadas para dar lugar a la clínica del
sujeto, tomando como referencia las diferentes modalidades del retorno en lo real de la pulsión, en el contexto
de una vida institucional. No se trata más de saber si y cómo el psicoanálisis puede tener "un lugar entre las
otras prácticas del campo médico-social", sino de establecer si estas otras prácticas pueden ejercerse -en su
motivación clínica y en su función social- teniendo en cuenta las hipótesis del psicoanálisis. Se trata de saber si
los discursos que atraviesan una institución inscrita en el campo médico-social pueden ser orientados por las
cuestiones del psicoanálisis, las cuestiones que la psicosis plantea al psicoanálisis, y no de saber si la práctica de
un psicoanalista puede llegar a inscribirse entra esas prácticas.
Cada practicante puede tener su estilo propio, su modo de estar presente "distraídamente" o atentamente, con
tono humorista o tono serio; cada práctico puede tener sus responsabilidades específicas, pero cada uno debe
contribuir a presentificar una figura del Otro que permita al sujeto tener un lugar sin la ruptura del paso al acto.
Se ve enseguida que presentificar una figura pacificante del Otro, promover una cierta "atmósfera" de vida en
común, que haga la estancia más vivible para todos, no es el patrimonio o el deber de un solo practicante, sino
que no puede proceder más que de una orientación de trabajo compartida por todos los practicantes, más allá
de las competencias de cada uno. Es la naturaleza de la clínica lo que exige en esto una respuesta "entre varios",
lo que exige la formación de un equipo. Así, la referencia tomada de lo real que motiva la existencia de la
institución, transforma la cuestión de la relación "psicoanálisis e institución" (que está finalmente motivada por
la preocupación identificatoria del practicante) en dos tipos de cuestiones más concretas: la de una aplicación
posible del psicoanálisis a otra práctica, por una parte, y la de la relación entre psicosis y psicoanálisis, por otra.
La renovación del interés por la clínica de las psicosis en el campo institucional, no va sin relación con una
modificación interna a la teoría misma de la clínica en la enseñanza de Lacan.
Ahí donde el primer tiempo de esta enseñanza puede conducir a concebir la psicosis en términos, podría decirse,
de déficit de neurosis, y llevar a aplicar la psicosis el psicoanálisis elaborado a partir de la clínica de la neurosis -
con todas las objeciones o reservas que esto ha podido suscitar desde Freud-, el momento ulterior de esta
enseñanza nos sitúa en el hilo de una abordaje en cierta medida inverso. Aquí se trata sobre todo de aplicar la
psicosis al psicoanálisis y de imponerle algunos vuelcos conceptuales, modificaciones teóricas y consecuencias
clínicas. La orientación de nuestra presencia en la institución, en relación a una orientación inicial quizás aún
demasiado influenciada por la aplicación de los conceptos pertinentes a la cura de las neurosis, se encuentra así
modificada.
Resulta posible pasar de una aproximación terapéutica que consiste en importar en el dispositivo institucional
la práctica del análisis, tal como se practica en la cura de las neurosis -sea para practicarla a solas, sea para
transplantar las categorías sobre el dispositivo institucional mismo-, a una aproximación que es más "didáctica"
para todos, si puedo decirlo puedo decirlo así. Porque, de esta de esta forma, es la psicosis la que enseña, que
enseña, sobre la estructura y enseña en cuanto a la solución o a la variedad de soluciones que es posible inventar,
al problema de la inconsistencia de esta estructura misma.
Se sigue de ello que el campo de nuestra posición en la práctica institucional está balizado por dos vectores: por
dos vectores: una confrontación con lo que lo real de la clínica entraña de irreductiblemente intratable,
confrontación con lo imposible que echa a perder lo que Lacan llama en su Seminario "La Ética del psicoanálisis"
la "pastoral analítica" [5], por una parte y la lección que podemos extraer de la lógica de las "soluciones", o de
las "invenciones" de la psicosis, por otra.
Esta posición de alumnos de la clínica en la que nos coloca la psicosis y su nueva ubicación en la enseñanza de
Lacan, entraña una doble modificación: en el plano del saber y en el plano del poder.
1) De cara a todo lo que hay que interrogar, aprender o reformular, los saberes constituidos, los títulos y los
diplomas -que se suponen fundar la especialidad terapéutica de cada uno- resultan fuertemente relativizados.
Se trata menos de un saber ya establecido, que de un saber a elaborar. Ahora bien, una posición de investigación,
de estudio, de cuestionamiento, tiene de entrada la inmensa ventaja de contribuir a disipar los efectos
imaginarios que comporta toda jerarquización de las formaciones diplomadas, en provecho de la creación de
una comunidad de trabajo entre practicantes que operan en un mismo campo. Estar entre practicantes en una
posición no jerarquizada a priori en cuanto al saber, repercute en un reparto de la misma responsabilidad: la de
la respuesta a inventar y la del tipo de acompañamiento a asegurar a un "trabajo de la psicosis" que corre el
riesgo siempre de encontrar el límite del paso al acto o de la transferencia erótico-agresiva. La libido del equipo
se inviste entonces en la puesta en común y la discusión de las hipótesis sobre lo que ha tenido un efecto y sobre
la estrategia a deducir.
Este vaciamiento del saber preestablecido redobla, de esta manera, la dispersión por así decir "natural" del
Sujeto-Supuesto-Saber que comporta el hecho de una presencia entre varios. Nos sitúa en una posición, más
bien de un sujeto-supuesto-no-saber, que no es demasiado desfavorable para encontrarse con un sujeto que
sabe lo que lo que le pasa o que es la significación de lo que se desarrolla en el lugar del Otro. No olvidemos que
si la significación del Sujeto-Supuesto-Saber puede tener una virtud de apaciguamiento para el sujeto neurótico,
enchufa directamente sobre la existencia misma del sujeto en la psicosis. Entonces el saber no es más "supuesto"
solamente, sino que está de alguna manera realizado por el sujeto mismo, como su referencia de goce.
Un hombre joven tiene una auténtica pasión por Pink Floyd, que verosimilmente le viene de su padre. Registra
los álbumes, imita los gestos del batería, etc., pero desarrolla también alrededor de todo esto una interpretación
delirante y una agitación invasora. ¿Hay que alentarle en esta vía, aumentando, por ejemplo, las ocasiones en
las que puede escuchar esta música, participar en conciertos, etc. o es mejor acompañarle en otra vía? pues
cuando se le plantea la pregunta: "¿hará música más adelante, profesionalmente por ejemplo?", responde:
"tengo que hacer mi sistema de autobús". En efecto, nos enteramos de que conoce toda la cartografía de la
región, las distancias en kilómetros, las carreteras, etc. Es él quien organiza los itinerarios de las excursiones. [6]
Esta vía más siones. [6] Esta vía literal, menos semántica, de la relación con el significante, ¿no es más bien la
que hay que estimular -por contraste con la dimensión de sentido del delirio-? He aquí un tipo de problema que
puede animar el trabajo en común de un equipo, y cuya orientación va a ser diferente según que el centro de
gravedad del saber sea situado del lado del sujeto o del lado de los cuidadores.
2) Seguidamente, la modificación de la relación con el saber que se produce así entre los practicantes va a tener
una repercusión sobre otra dimensión de la práctica institucional que es estrechamente dependiente de la
referencia clínica que la oriente. Pese a ser raramente evocada en los testimonios y las reseñas, no tiene menos
incidencia en los efectos de pacificación y de estabilización que pueden producirse para un sujeto en un contexto
de vida en común y cohabitación que, a no dudarlo, no está exenta de tensiones y enfrentamientos.
Sea cual sea la diversidad de las estructuras institucionales, afrontan siempre una misma dificultad: la de
conciliar las exigencias de una solución particular -la que cada sujeto ubica para tratar el retorno invasivo de la
pulsión en lo real-, con las exigencias de solución de cada uno de los demás. ¿Cómo intervenir, qué posición, o
qué decisión tomar? Es toda la dimensión del poder la que aquí está en juego.
A una chica que no dejaba de ir a la cocina de la institución para recoger y llevarse todo lo que pudiera entrar
en su boca, hasta el punto de hacerse un lío y gritar delante de la puerta de la cocina cuando está cerrada, el
colectivo de los practicantes puede decidir permitirle tener mermelada cada vez que la pide, pero "de poco en
poco". Esto le va a permitir circular en la institución, cierto que con un vaso más vacío que lleno, e interesarse
en otra cosa que en la comilona.
La cuestión es más compleja, y el debate sobre qué posición adoptar será quizás más vivo, cuando la bulimia
igualmente insaciable de un chico le empuje a vaciar de una vez todas las cajas de leche o los potes de ketchup
puestos a disposición de todos los residentes, llegando hasta utilizar el dinero que la institución tiene destinado
a los panecillos del domingo, para comprarse sus propias golosinas. La maniobra posible es aquí más estrecha,
porque no se trata solamente del goce que invade al sujeto, sino del goce cuya presentificación para los otros
puede ser él mismo. En el mismo instante en el que situamos la particularidad de un sufrimiento o de una
construcción, tenemos también en consideración las condiciones institucionales que pueden asegurar dicha
situación, o al menos hacerla posible entre otras.
La cohabitación entre varios -que es la otra cara de una práctica institucional- no se da sin plantear la cuestión
de una regulación mínima -sin el recurso masivo a la farmacología y a los medios de contención física-, que debe
a la vez permitir una vida en común y efectos de pacificación y estabilización para cada residente.
La cuestión de esta regulación se confunde a menudo de una manera reductora con el "marco" de un reglamento
que todo usuario de un servicio de medicina o de un lugar de albergue tendría que respetar, como si ese marco
no tuviera incidencia interna sobre la operación clínica o terapéutica que allí se despliega. Como consecuencia
de ello, se corre el riesgo de producir un clivaje entre los que se ocupan de dicho "marco" con una misión de
cuidado y disciplina -y por lo que se puede desde entonces echar mano de la práctica como puramente educativa
e insensible a e educativa e insensible a la voz del sujeto- y los que se ocupan, pongamos, de la "escucha". Ahora
bien, la cuestión de esta regulación tiene una incidencia directa no solamente sobre la condición básica de la
operación clínica y terapéutica, a saber, que el sujeto reside en la institución y no huye aterrorizado por lo que
pasa, sino también sobre la posibilidad misma de que en la relación al Otro encuentre un Otro que sea "regular",
separado del goce.
Por esto, una consideración de nuestra práctica colectiva será la de orientarnos sobre lo que la psicosis misma
nos enseña en cuanto a la posibilidad de pasarse del significante paterno para regular o localizar este goce.
"Decir no" al goce del Otro no implica ni suprimir toda regla o toda prohibición ni, al contrario, encarnar la ley o
la función paterna. Implica, antes bien, presentificar a un Otro que esté él mismo "reglado", enunciar o recordar
una regla que regula al Otro asimismo, sea el conjunto del equipo o un miembro del equipo, e incluso inventar
la "regla" que permite afrontar una excepción. Dimitri, un paciente de la institución, nos sugiere el mismo la
manera, cuando responde, a la acusación que le hacen otros residentes de pasearse desnudo por la planta de
las mujeres, diciendo que "son las enfermeras quienes quieren verle desnudo". "Nadie tiene aquí el derecho de
obligarte a pasear desnudo, hasta puedes llevar un calzoncillo, es más bonito" se le respondió en la reunión
comunitaria donde se le había cogido aparte violentamente, un poco de la misma manera en la que los colegas
que trabajan con niños psicóticos pueden, si es la ocasión, dirigirse para regañarle o echarle una bronca, a un
Otro embiste al sujeto o le obliga a hacer tal o cual cosa.
La maniobra es sin duda más escabrosa o azarosa cuando el Otro que amenaza al sujeto no es un cuidador sino
otro u otros pacientes. La regulación de la vida en común, que alcanza aquí formas menos simpáticas que la
desnudez o la exhibición, es decir la agresión, el robo, la injuria, el destrozo, sin olvidar el alcohol y la droga, no
tiene por objetivo, incluso en estos casos, el de disciplinar al sujeto, sino el de referirlo a un decir que dice "no"
al goce, más que a una regla que expresa la voluntad del Otro.
De ahí se deduce un modo de enunciación (o de recordatorio) de la interdicción que adopte lo más posible las
vías de lo que en el significante es del orden formal y literal -cierta solemnidad del tono, el recurso al escrito, la
remisión a una instancia colectiva, etc.- antes que de orden intersubjetivo o semántico. No se trata, aquí, de la
prueba de fuerza, el ultimátum o la intimidación a la otra persona, ni del razonamiento o la persuasión sino,
sobre todo, del procedimiento o la sobriedad de una formulación en términos de derecho, que se dirijan tanto
al equipo cuidador como al residente: "no podría ser que la vida en común autorice un lenguaje injurioso ni a
los miembros del equipo ni a los residentes", por ejemplo.
Para que la respuesta se oriente en el sentido de presentificar otra dimensión del Otro que la de su voluntad, es
decir una dimensión del ideal o del "orden del mundo", la política del equipo debe en esto precaverse de un
doble escollo: uno, el de la "regla por la regla", donde su carácter absoluto [7] tiene el riesgo de reintroducir una
forma de ferocidad del Otro que no deja ningún sitio a la particularidad de la defensa subjetiva; y otro, el de la
regla "terapéutica", es decir de la regla sin aplicación, de la regla que no es mantenida más que en función del
"estado de salud" del sujeto, ya que ello tiene el riesgo igualmente de equivaler a otra forma de capricho del
Otro que no deja de suscitar inquietud: "¿por qué no se me ha dicho nada? ¿Por qué se hace una excepción
conmigo?", nos puede decir en esa ocasión el sujeto.
Sobre este punto, la indicación que podemos extraer de la observación que Lacan formulaba en la época de su
tesis permanece siempre válida. [8] Transpuesta en nuestro contexto y en los términos del Lacan ulterior, viene
a decir que el tratamiento del goce, el tratamiento del goce superyoico, lejos de ser incompatible con la
responsabilidad del sujeto, no constituye, al contrario, más que su otra faz. [9] Decir No al goce que atraviesa al
sujeto, puede consistir en detener el gesto del individuo. Lo esencial, también aquí, es que el colectivo de los
practicantes no se encuentre enclaustrado entre los partidarios de lo "particular" y los partidarios de lo
"universal", entre partidarios del sujeto y partidarios del sujeto y partidarios de la institución, sino que sea el
lugar de una orientación de trabajo que pone en tensión unas exigencias a primera vista antagónicas, a partir
de lo real de la clínica.
Quizás encuentren que estas cuantas indicaciones conciernen más a una teoría de la institución o una teoría del
equipo que una teoría del tratamiento del psicosis. Mi meta aquí no era la de abordar la cuestión del tratamiento
de la psicosis como tal, sino la de la acogida de una diversidad de sujetos psicóticos en un marco institucional.
Únicamente, orientar la práctica de la institución según el principio de una comunidad de trabajo fundada en la
clínica, por el vaciamiento que comporta al nivel del saber y de la voluntad, parece también realizar una
condición propicia para el acompañamiento de los sujetos que acoge, que no es sin efectos sobre el tratamiento
de la psicosis.
Inscribirse en esta práctica entre varios puede ser, para un analista, una ocasión más eficaz de transmisión de la
operación freudiana en la clínica y un momento más favorable para su propia formación, que si pasa su tiempo
en reivindicar un sitio para su "especialidad".
NOTAS
[* ] Reescritura de un exposición en el Instituto Raul Suares, Belo Horizonte, octubre 1998, articulo publicado
en Cuadernos de Psicoanálisis
- Revista del Instituto del Campo Freudiano en España, nº 27. Ediciones Eolia, Bilbao 2003. Traducido por Luís
Alba.
[ 1] Lacan, J., Télévision Seuil, París, 1975, p.50. [Autres écrits, p.520. La traducción española en Anagrama,
Barcelona, 1977, p. 99 parece incorrecta: "-lo que constituirá un progreso-, si solamente es para algunos." NT]
[2] Según una formulación de J.-A. Miller, en una carta a D. Beregovoy, Nuncius, boletín de de la EEP.
[3] Lacan, J., Conférences et entretiens, Scilicet, nº 6/7, Seuil, Paris, 1976, p.32-33.
[4] Situación evocada durante un seminario con Danielle De Vroede por Jean-Claude Ducos, en la "Demilune"
(Burdeos)
[5] Lacan, J., El Seminario, Libro VII, Paidos, Buenos Aires, 1988, p. 232.
[7] "En el estado actual de las leyes, la represión penitencia, aplicada con el beneficio de la atenuación
máxima, posee, en opinión nuestra, un valor terapéutico igual a la profilaxia asegurada por el asilo, al mismo
tiempo que garantiza mejor los derechos del individuo, por una parte, y por otra las responsabilidades de la
sociedad". J. Lacan
[8] Lacan, J., De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, Siglo XXI, Madrid, 1976, p. 251.