Antología Literaria 2
Antología Literaria 2
Antología Literaria 2
Engstrand: ¡Jesús, cómo hablas, Regina! (da unos pasos cojeando) quería
decirte que...
Regina: Bueno, pero no hagas tanto ruido con tu pie, porque el señorito
está durmiendo arriba, precisamente encima de nosotros.
Engstrand: ¿Duerme aún a estas horas? ¡En pleno día!
Engstrand: ...y abundan las tentaciones en este bajo mundo. Sin embargo,
Dios sabe que estaba entregado a mi trabajo a las cinco de la mañana.
Engstrand: (dando unos pasos hacia ella) No, Dios mío, no me iré sin
haberte hablado. Esta tarde terminaré mi faena ahí, en la escuela que se
acaba de construir, y esta noche tomaré el vapor para regresar a mi casa
de la ciudad.
José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor que se vería
jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la posición de las casas,
que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual
esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía
más sol que otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue una
aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta
entonces por sus trescientos habitantes. Era en verdad una aldea feliz,
donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto.