CDSI 04 - Non Abbiamo Bisogno - Pío XI - 29 de Junio de 1931
CDSI 04 - Non Abbiamo Bisogno - Pío XI - 29 de Junio de 1931
CDSI 04 - Non Abbiamo Bisogno - Pío XI - 29 de Junio de 1931
CARTA ENCÍCLICA
29 de junio de 1931
I
2. La paz interior, esta paz que nace de la plena y clara conciencia que tiene uno
de estar en el bando de la verdad y de la justicia y de combatir y sufrir por ellas,
esta paz que solamente puede darla el Rey divino y que el mundo es
completamente incapaz de dar y quitar, esta paz bendita y bienhechora, gracias a
la bondad y la misericordia de Dios, no Nos ha abandonado un solo instante, y
abrigamos la firme esperanza de que, suceda lo que suceda, no Nos abandonará
jamás; pero, bien sabéis vosotros, venerables hermanos, que esta paz deja libre
acceso a los más amargos sinsabores: así lo experimentó el Sagrado Corazón de
Jesús durante su Pasión; lo mismo experimentan los corazones de los fieles
servidores, y Nos también hemos experimentado la verdad de esta misteriosa
palabra: «He aquí que en la paz (me sobrevino) amargura grandísima»[1].
Vuestra intervención rápida, extensa, afectuosa, que no ha cesado todavía;
vuestros sentimientos fraternos y filiales, y por encima de todo, ese sentimiento
de alta y sobrenatural solidaridad, de íntima unión de pensamientos y de
sentimientos, de inteligencias y de voluntades que respiran vuestras
comunicaciones llenas de amor, Nos han llenado el alma de consuelos indecibles
y muchas veces han hecho subir de Nuestro corazón a Nuestros labios las
palabras del salmo: «En las grandes angustias de mi corazón, tus consuelos
alegraban mi alma»[2]. De todos estos consuelos, después de Dios, os damos
gracias de todo Nuestro corazón, venerables hermanos, vosotros a quienes Nos
podemos repetir la palabra de Jesús a los Apóstoles vuestros predecesores:
«Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas» [3].
II
El mensaje decía también que era una tentativa ridícula la de hacer pasar a la
Santa Sede como víctima en un país donde miles de viajeros pueden dar
testimonio del respeto con que se trata a los sacerdotes, a los prelados, a la
Iglesia y a las ceremonias religiosas. Sí, venerables hermanos, sería una tentativa
harto ridícula, como sería ridículo querer derribar una puerta abierta. Porque los
viajeros extranjeros, que no faltan nunca en Italia y en Roma, han podido,
desgraciadamente, ver con sus propios ojos las irreverencias impías y
difamatorias, las violencias, los ultrajes, los vandalismos cometidos contra los
lugares, las cosas y las personas en todo el país y en esta misma Sede episcopal
Nuestra, cosas todas ellas deploradas por Nos varias veces, después de una
información cierta y precisa.
En todas partes donde Nuestras decisiones han sido conocidas, los buenos
sacerdotes y los buenos fieles tuvieron la misma impresión y los mismos
sentimientos, y allí donde no fueron intimidados, amenazados, o peor todavía,
dieron pruebas magníficas y muy consoladoras para Nos, reemplazando las
celebraciones solemnes por horas de oración, adoración y reparación, uniéndose
en el pesar y en la intención con el Sumo Pontífice, en medio de un maravilloso
concurso del pueblo.
11. Sabemos cómo han sucedido las cosas allí donde Nuestras instrucciones no
pudieron llegar a tiempo, y cuál fue la intervención de las autoridades que
subraya el mensaje, de aquellas mismas autoridades que habían asistido, o que
poco después habían de asistir mudas y pasivas a la realización de actos
netamente anticatólicos y antirreligiosos, cosa que el mensaje no dice en manera
alguna. Pero dice, por el contrario, que hubo autoridades eclesiásticas locales
que se creyeron en el caso de no tener en cuenta Nuestra prohibición. No
conocemos una sola autoridad eclesiástica local que haya merecido la ofensa que
implican estas palabras. Sabemos, por el contrario, y deploramos vivamente, las
imposiciones con frecuencia amenazadoras y violentas infligidas o que se ha
dejado infligir a las autoridades eclesiásticas locales. Estamos informados de
impías parodias de cánticos sagrados y de cortejos religiosos, tolerados con
profunda molestia para los verdaderos fieles y la emoción real de todos los
ciudadanos amantes de la paz y del orden, que veían no defendidos el orden ni
la paz, y, lo que es peor, precisamente por aquellos que tienen el gravísimo deber
de defenderlos y un interés vital en cumplir este deber.
El mensaje repite la tan reiterada comparación entre Italia y otros Estados en los
que la Iglesia está realmente perseguida, y contra los cuales no se han oído
palabras como las pronunciadas contra Italia, donde —dice— la religión ha sido
restaurada. Ya hemos dicho que guardamos y guardaremos perenne gratitud y
recuerdo por todo cuanto se ha hecho en Italia en beneficio de la religión,
aunque también en beneficio simultáneo no menor, y tal vez mayor, del partido y
del régimen. Hemos dicho y repetido también que no es necesario (con
frecuencia sería muy nocivo a los fines pretendidos) que todo el mundo sepa y
conozca lo que Nos y esta Santa Sede, por medio de nuestros representantes, de
nuestros hermanos en el episcopado, debemos decir y las advertencias que Nos
hacemos allí donde los intereses de la religión lo requieren y en la medida que la
necesidad requiere, sobre todo allí donde la Iglesia se halla realmente
perseguida.
La primera es que los jefes de la Acción Católica eran casi todos miembros o
jefes del Partido Popular, que ha sido (dice) uno de los más acérrimos enemigos
del partido fascista. Esta acusación ha sido lanzada más de una vez contra la
Acción Católica; pero siempre en términos generales y sin precisar nombre
ninguno. En vano hemos pedido cada vez nombres y datos precisos. Solamente
un poco antes de las medidas de policía tomadas contra la Acción Católica, y con
el fin evidente de prepararlas y justificarlas, la prensa enemiga ha publicado
algunos hechos y algunos nombres, utilizando no menos evidente las partes de
la policía: tales son las pretendidas revelaciones a que alude el mensaje en su
preámbulo y que L'Osservatore Romano ha desmentido y rectificado plenamente,
lejos de confirmarlas, como afirma el mensaje, engañando lastimosamente al
gran público.
¿Con qué justicia y con qué caridad hubiéramos podido excluirlos, ya que se
presentaban con las cualidades referidas, sometiéndose voluntariamente a esta
ley de apoliticidad? El régimen y el partido, que parecen atribuir una fuerza tan
temible y tan temida a los miembros del Partido Popular en el terreno político,
deberían mostrarse agradecidos a la Acción Católica, que ha sabido retirarlos de
este terreno y los ha obligado a prometer no ejercitar ninguna actividad política,
sino exclusivamente una actividad religiosa.
16. Sin embargo (continúa el mensaje), el argumento más fuerte que puede
emplearse para justificar la destrucción de los círculos y Juventudes Católicas, es
la defensa del Estado, la cual es más que un simple deber para cualquier clase
de Gobierno. Nadie duda de la solemnidad y de la importancia vital de semejante
deber y semejante derecho, añadimos Nosotros, puesto que (y queremos poner
en práctica esta convicción, de acuerdo con todas las personas honradas y
juiciosas) estimamos que el primero de los derechos es el de ejecutar el deber.
Ninguno de cuantos hayan recibido el mensaje y lo hayan leído habrá podido
reprimir cierta sonrisa de incredulidad, ni se habría visto libre de un verdadero
estupor si el mensaje hubiese añadido que de los círculos católicos cerrados
10.000 eran, o por mejor decir, son, círculos de juventud femenina, con un total
de 500.000 jóvenes y niñas; ¿quién puede ver con ello un serio peligro o una
amenaza real para la seguridad del Estado? Y es preciso considerar que tan sólo
220.000 jóvenes son miembros "efectivos", más de 100.000 son pequeñas
"aspirantes", y más de 150.000 son "benjaminas" aún más pequeñas...
17. Si hay que buscar aquí el argumento más fuerte para justificar la
"destrucción" (esta palabra no deja duda ninguna sobre las intenciones que se
abrigan) de Nuestras queridas y heroicas Asociaciones juveniles de Acción
Católica, bien veis, venerables hermanos, que tenemos sobrados motivos para
regocijarnos; ya que el argumento demuestra hasta la evidencia, que es increíble
e inconsistente. Pero, ¡ay!, que debemos repetir mentita est iniquitas sibi [5], y
que el argumento más fuerte en favor de la destrucción deseada debe buscarse
en otro terreno. La batalla que hoy se libra no es política, sino moral y religiosa;
esencialmente moral y religiosa.
Hay que cerrar los ojos a esta verdad y ver o, por mejor decir, inventar pretextos
políticos allí donde no hay más que moral y Religión, para concluir, como lo hace
el mensaje, que se había creado la situación absurda de una fuerte organización
a las órdenes de un Poder "extranjero", el "Vaticano", cosa que ningún país del
mundo hubiera permitido.
20. Por lo que toca a Nos, ciertos hasta la evidencia de estar y mantenernos en
el terreno religioso, jamás hemos creído que pudiéramos ser considerados como
un "Poder extranjero", sobre todo, por los católicos, y por los católicos italianos.
Precisamente por razón del Poder apostólico que a pesar de Nuestra indignidad
Nos ha sido conferido por Dios, todos los católicos del mundo consideran a Roma
como a la segunda patria de todos y cada uno de ellos. No hace muchos años
que un hombre de Estado, uno de los más célebres, ciertamente, y no católico ni
amigo del catolicismo, declaraba en plena Asamblea política que no podía
considerar como extranjero a un Poder al que obedecían veinte millones de
alemanes.
Para afirmar que ningún Gobierno del mundo hubiera dejado subsistir la situación
creada en Italia por la Acción Católica, es necesario ignorar u olvidar que la
Acción Católica existe y se desarrolla en todos los Estados del mundo, incluso en
China; que todos esos países imitan frecuentemente en sus líneas generales y
hasta en sus detalles íntimos a la Acción Católica italiana, y que frecuentemente
también se presentan en otros países formas de organización aún más
acentuadas que en Italia. En ningún país del mundo ha sido considerada la
Acción Católica como un peligro para el Estado; en ningún país del mundo la
Acción Católica ha sido tan odiosamente tratada, tan verdaderamente perseguida
(no encontramos otra palabra que responda mejor a la realidad y a la verdad de
los hechos) como en Nuestra Italia y en Nuestra Sede episcopal de Roma; y esta
es verdaderamente una situación absurda, que no ha sido creada por Nos, sino
contra Nos.
Nos nos hemos impuesto un grave y penoso deber, pero Nos ha parecido un
deber ineludible de caridad y de justicia paternal; y en este espíritu hemos
cumplido Nuestro deber, a fin de poner a la justa luz de los hechos y de la
realidad todo cuanto algunos hijos Nuestros, acaso inconscientemente, han
iluminado con luz artificiosa en detrimento de otros hijos también Nuestros.
III
21. Y ahora una primera reflexión y conclusión: De todo cuanto hemos expuesto,
sobre todo de los acontecimientos mismos tal como se han desarrollado, resulta
que la actividad política de la Acción Católica, la hostilidad abierta o enmascarada
de algunos de sus sectores contra el régimen y el partido, así como también el
refugio eventual que constituye la Acción Católica para adversarios del fascismo
desorganizados hasta hoy día [6], no son más que un pretexto o una
acumulación de pretextos; más aún Nos atrevemos a decir que la misma Acción
Católica es un pretexto; lo que se ha querido hacer ha sido arrancar de la Iglesia
la juventud, toda la juventud. Esto es tan cierto, que después de haber hablado
tanto de la Acción Católica, se han dirigido contra las asociaciones juveniles, y no
se han detenido en las asociaciones de juventud de Acción Católica, sino que se
han precipitado tumultuosamente contra Asociaciones y obras de pura piedad e
instrucción primaria y religiosa, como las congregaciones de Hijas de María y los
Oratorios; tan tumultuosamente, que con frecuencia han tenido que reconocer su
grosero error.
Este punto esencial ha sido abundantemente confirmado por otra parte. Ha sido
confirmado, sobre todo, por las numerosas afirmaciones anteriores de elementos
más o menos responsables, y también por las de los hombres más
representativos del régimen y del partido fascista, a las cuales afirmaciones han
traído los últimos acontecimientos el más significativo de los comentarios.
Se trata, por otra parte, del derecho no menos inviolable que tiene la Iglesia de
cumplir el divino mandato de su Divino fundador, de llevar a las almas, a todas
las almas, todos los tesoros de verdad y de bien, doctrinales y prácticos, que Él
había traído al mundo. «Id y enseñad a todas las naciones, enseñándoles a
guardar todo lo que os he confiado» [7]. Ahora bien; el Divino Maestro Creador y
Redentor de las almas ha mostrado por Sí mismo, por su ejemplo y por sus
palabras, qué lugar debía ocupar la infancia y la juventud en este mandato
absoluto y universal: «Dejad a los niños que vengan a mí, y guardaos muy bien
de impedírselo... Estos niños que (como por divino instinto) creen en Mí, a los
cuales está reservado el reino de los Cielos; cuyos ángeles de la Guarda, sus
defensores, ven constantemente el rostro del Padre celestial; ¡ay de aquel
hombre que escandalice a uno de estos pequeñuelos!» [8]. Henos aquí en
presencia de un conjunto de auténticas afirmaciones y de hechos no menos
auténticos, que ponen fuera de duda el propósito ya ejecutado en gran parte, de
monopolizar enteramente la juventud desde la primera infancia hasta la edad viril
para la plena y exclusiva ventaja de un partido, de un régimen, sobre la base de
una ideología que explícitamente se resuelve en una verdadera estatolatría
pagana, en abierta contradicción, tanto con los derechos naturales de la familia,
como con los derechos sobrenaturales de la Iglesia. Proponerse y promover
semejante monopolio; perseguir como se ha venido haciendo, con esta intención,
de manera más o menos disimulada, a la Acción Católica; deshacer con este fin,
como se ha hecho recientemente, las Asociaciones de Juventud, equivale al pie
de la letra a impedir que la juventud vaya hacia Jesucristo, puesto que es
impedirle que vaya a la Iglesia, y allí donde está la Iglesia está Cristo. Y se ha
llegado al extremo de arrancar violentamente esta juventud del seno de la una y
del Otro.
26. Decíamos que los últimos acontecimientos han acabado de demostrar, sin
duda alguna, todo cuanto ha sido imposible salvar, y se ha perdido y destruido
en pocos años en materia de religiosidad y de educación. No decimos solamente
de educación cristiana, sino sencillamente moral y cívica.
Efectivamente: hemos visto en acción una religiosidad que se rebela contra las
disposiciones de las superiores autoridades religiosas, y que impone o alienta la
rebeldía; hemos visto una religiosidad que se convierte en persecución y que
pretende destruir lo que el Jefe supremo de la religión aprecia más íntimamente
y tiene más en el corazón; una religiosidad que permite y que deja estallar
insultos de palabras y acciones contra la persona del Padre de todos los fieles
hasta lanzar contra él los gritos de "abajo" y "muera", verdadero aprendizaje de
parricidio. Semejante religiosidad no puede conciliarse de ninguna manera con la
doctrina y con las prácticas católicas; mejor pudiéramos decir que es lo más
contrario a la una y a la otra.
27. La oposición es tanto más grave en sí misma y más funesta en sus efectos,
cuanto que no se traduce solamente en hechos exteriormente perpetrados y
consumados, sino también abarca los principios y las máximas proclamadas
como constitutivos esenciales de un programa.
Pero no obstante los juicios, las previsiones y sugestiones que de diversas partes
y muy dignas de consideración llegaban a Nos, siempre Nos abstuvimos de llegar
a condenaciones formales y explícitas; hasta hemos llegado a creer posible y a
favorecer por Nuestra parte compatibilidades y cooperaciones que a otros
parecieron inadmisibles. Hemos obrado de este modo porque pensamos, o más
bien, porque deseamos que hubiese siempre una posibilidad de poder a lo
menos dudar de que Nos teníamos que vernos con afirmaciones y acciones
exageradas, esporádicas, de elementos insuficientemente representativos, en
suma, con informaciones y acciones imputables, en sus partes censurables, más
a las personas y a las circunstancias que a un programa propiamente dicho.
29. Los últimos acontecimientos y las afirmaciones que los han precedido,
acompañado y comentado, Nos quitan la posibilidad que habíamos deseado, y
debemos decir y decimos que esos católicos solamente lo son por el bautismo y
por el nombre, en contradicción con las exigencias del nombre y las mismas
promesas del bautismo, puesto que adoptan y desenvuelven un programa que
hace suyas doctrinas y máximas tan contrarias a los derechos de la Iglesia de
Jesucristo y de las almas, que desconocen, combaten y persiguen a la Acción
Católica, es decir, todo lo que la Iglesia y su Jefe tienen notoriamente de más
querido y precioso. Nos preguntáis, venerables hermanos, lo que se debe pensar
a la luz de lo que precede, de una fórmula de juramento que impone a los niños
mismos ejecutar sin discusión órdenes que, como hemos visto, pueden mandar
contra toda verdad y toda justicia la violación de los derechos de la Iglesia y de
las almas, por sí mismos sagrados e inviolables, y servir con todas sus fuerzas,
hasta con su sangre, a la causa de una revolución que arranca a la Iglesia las
almas de la juventud, que inculca a sus fuerzas jóvenes el odio, las violencias, las
irreverencias, sin excluir la persona misma del Papa, como los últimos sucesos lo
han abundantemente demostrado.
IV
30. Y henos aquí ante muy graves preocupaciones. Comprendemos que son las
vuestras, venerables hermanos, las vuestras especialmente, obispos de Italia.
Nos nos preocupamos sobre todo de un gran número de Nuestros hijos jóvenes
de ambos sexos inscritos como miembros efectivos con ese juramento. Nos
compadecemos profundamente de tantas conciencias atormentadas por dudas,
tormentos y dudas de las cuales llegan a Nos indudables testimonios,
precisamente respecto a este juramento, y sobre todo, después de los hechos
sucedidos.
Quisiéramos, además, hacer llegar Nuestro ruego al lugar de donde parten las
disposiciones y las órdenes, ruego de un Padre que quiere cuidar las conciencias
de tan gran número de hijos suyos en Jesucristo, a fin de que esta reserva fuese
introducida en la fórmula del juramento, a no ser que se haga todavía cosa
mejor, mucho mejor, es decir, que se omita el juramento, que es siempre un acto
de religión y que no está ciertamente en su lugar, en la cédula de inscripción de
un partido.
31. Hemos procurado hablar con calma y serenidad y al mismo tiempo con
claridad total. Sin embargo, no podemos menos de preocuparnos de las
incomprensiones posibles. No Nos referimos, venerables hermanos, a vosotros,
unidos siempre y ahora más que nunca a Nos por el pensamiento y el
sentimiento, sino a quienquiera que sea. Por todo lo que acabamos de decir, Nos
no entendemos condenar el partido y el régimen como tales.
Hemos querido señalar y condenar todo lo que en el programa y acción del
partido hemos visto y comprobado ser contrario a la doctrina y a la práctica
católica, y, por lo tanto, inconciliable con el nombre y la profesión de católicos.
Nos hemos cumplido un deber preciso del ministerio apostólico para con todos
aquellos de Nuestros hijos que pertenecen al partido, a fin de que puedan
ponerse en regla con su conciencia de católicos.
32. Nos creemos, por otra parte, que hemos hecho una obra útil a la vez al
partido mismo y al régimen. ¿Qué interés puede tener, en efecto, el partido en
un país católico como Italia en mantener en su programa ideas, máximas y
prácticas inconciliables con la conciencia católica? La conciencia de los pueblos,
como la de los individuos, acaba siempre por volver a sí misma y buscar las vías
perdidas de vista y abandonadas por un tiempo más o menos largo.
33. Más graves preocupaciones nos inspira el porvenir próximo. En una asamblea
oficial y solemne, después de los últimos acontecimientos tan dolorosos para Nos
y para los católicos de toda Italia y del mundo entero, se hizo oír esta protesta:
«Respeto inalterado para la Religión, su Jefe supremo, etc.». ¡Respeto inalterado,
ese mismo respeto sin cambio que hemos experimentado!, es decir, ese respeto
que se manifestaba por medidas de policía aplicadas de una manera tan
fulminante, precisamente la víspera de Nuestro cumpleaños, ocasión de grandes
manifestaciones de simpatía por parte del mundo católico y también del mundo
no católico; es decir, ese mismo respeto que se traía por violencias e
irreverencias que se perpetraban sin dificultad alguna! ¿Qué podemos, pues,
esperar o, mejor dicho, que es lo que no hemos de temer? Algunos se han
preguntado si esa extraña manera de hablar y de escribir en tales circunstancias,
inmediatamente después de tales hechos, ha estado enteramente exenta de
ironía, de una bien triste ironía; por lo que a Nos toca, preferimos excluir esta
hipótesis.
¿Que nos prepara y con qué nos amenaza el porvenir, Nos preguntamos de
nuevo?
34.En este extremo de dudas y de previsiones, a las cuales los hombres Nos han
reducido, es precisamente donde toda preocupación se desvanece y Nuestro
espíritu se abre a las más confiadas y consoladoras esperanzas, porque el
porvenir está en las manos de Dios, y Dios está con nosotros. Si Dios está con
nosotros ¿quién estará contra nosotros? [10].
37. Lo que también Nos inspira gran confianza es el bien que provendrá
incontestablemente del reconocimiento de esta verdad y de este derecho. Padre
de todos los hombres redimidos con la sangre de Cristo, el Vicario de este
Redentor que después de haber enseñado y ordenado a todos el amor de los
enemigos moría perdonando a los que le crucificaban, no es ni será jamás
enemigo de nadie; así harán sus verdaderos hijos los católicos que quieran
permanecer dignos de tan grande nombre; pero no podrán jamás adoptar o
favorecer máximas y reglas de pensamiento y de acción contrarias a los derechos
de la Iglesia y al bien de las almas, y por el mismo hecho contrarias a los
derechos de Dios.
¡Cuán preferible sería en vez de esta irreducible división de los espíritus y de las
voluntades, la pacífica y tranquila unión de las ideas y de los sentimientos! Esta
no podría menos de traducirse en una fecunda cooperación de todos para el
verdadero bien a todos común; sería acogida con el aplauso simpático de los
católicos del mundo entero, en lugar de su censura y del descontento universal
que ahora se manifiesta. Nos pedimos al Dios de las misericordias, por
intercesión de su Santa Madre, que recientemente nos sonreía entre los
esplendores de su conmemoración muchas veces centenaria, y de los santos
Apóstoles San Pedro y San Pablo, que Nos conceda a todos ver lo que Nos
conviene hacer y que a todos Nos dé la fuerza para ejecutarlo.
PÍO PP. XI
Notas
[4] 2 Cor 7, 4.