CDSI 04 - Non Abbiamo Bisogno - Pío XI - 29 de Junio de 1931

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04

CARTA ENCÍCLICA

NON ABBIAMO BISOGNO

DEL SUMO PONTÍFICE


PÍO XI

Sobre el fascismo y la acción católica

29 de junio de 1931

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA


CARTA ENCÍCLICA
NON ABBIAMO BISOGNO
DEL SUMO PONTÍFICE
PÍO XI
ACERCA DEL FASCISMO Y LA ACCIÓN CATÓLICA

A LOS VENERABLES HERMANOS PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS,


OBISPOS
Y DEMÁS ORDINARIOS
EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA

Venerables hermanos: salud y bendición apostólica

1. No tenemos necesidad de anunciaros, venerables hermanos, de los


acontecimientos que en estos últimos tiempos se han desarrollado en esta ciudad
de Roma, Nuestra Sede Episcopal, y en toda Italia, es decir, precisamente en
Nuestra circunscripción primacial; acontecimientos que han tenido tan larga y
profunda repercusión en el mundo entero y más particularmente en todas y en
cada una de las diócesis de Italia y del mundo católico. Se resumen en estas
breves y tristes palabras: Se ha intentado herir de muerte todo lo que era y lo
que será siempre lo más querido por Nuestro corazón de Padre y Pastor de
almas... y Nos podemos y debemos incluso añadir: «y aún me ofende el
modo»[*]

En presencia y bajo la presión de estos acontecimientos hemos sentido Nosotros


la necesidad y el deber de dirigirnos a vosotros, y por decirlo así, llegar en
espíritu a cada uno de vosotros, venerables hermanos, en primer lugar, para
cumplir un grave y urgente deber de reconocimiento fraternal; en segundo lugar,
para satisfacer un deber, no menos grave y no menos urgente, de defender la
verdad y la justicia en una materia que, como se refiere a los intereses y a los
derechos vitales de la Iglesia, os interesa también a todos y cada uno de
vosotros en particular en todas las partes en que el Espíritu Santo os ha colocado
para gobernarla en unión con Nosotros; en tercer lugar, Nos queremos
exponeros las conclusiones y reflexiones que los acontecimientos parecen
imponer; en cuarto lugar, confiaros Nuestras preocupaciones para el porvenir; y,
finalmente, os invitaremos a compartir Nuestras esperanzas y a rogar con Nos y
con el mundo católico por su realización.

I
2. La paz interior, esta paz que nace de la plena y clara conciencia que tiene uno
de estar en el bando de la verdad y de la justicia y de combatir y sufrir por ellas,
esta paz que solamente puede darla el Rey divino y que el mundo es
completamente incapaz de dar y quitar, esta paz bendita y bienhechora, gracias a
la bondad y la misericordia de Dios, no Nos ha abandonado un solo instante, y
abrigamos la firme esperanza de que, suceda lo que suceda, no Nos abandonará
jamás; pero, bien sabéis vosotros, venerables hermanos, que esta paz deja libre
acceso a los más amargos sinsabores: así lo experimentó el Sagrado Corazón de
Jesús durante su Pasión; lo mismo experimentan los corazones de los fieles
servidores, y Nos también hemos experimentado la verdad de esta misteriosa
palabra: «He aquí que en la paz (me sobrevino) amargura grandísima»[1].
Vuestra intervención rápida, extensa, afectuosa, que no ha cesado todavía;
vuestros sentimientos fraternos y filiales, y por encima de todo, ese sentimiento
de alta y sobrenatural solidaridad, de íntima unión de pensamientos y de
sentimientos, de inteligencias y de voluntades que respiran vuestras
comunicaciones llenas de amor, Nos han llenado el alma de consuelos indecibles
y muchas veces han hecho subir de Nuestro corazón a Nuestros labios las
palabras del salmo: «En las grandes angustias de mi corazón, tus consuelos
alegraban mi alma»[2]. De todos estos consuelos, después de Dios, os damos
gracias de todo Nuestro corazón, venerables hermanos, vosotros a quienes Nos
podemos repetir la palabra de Jesús a los Apóstoles vuestros predecesores:
«Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas» [3].

3. Sentimos también y queremos también cumplir el deber tan dulce al corazón


paternal de dar gracias con vosotros, venerables hermanos, a tantos de vuestros
buenos y dignos hijos que, individual y colectivamente, en su nombre propio y de
parte de las diversas organizaciones y asociaciones consagradas al bien, y con
más amplitud de parte de las asociaciones de Acción Católica y de Juventud
Católica, nos han enviado expresiones de condolencia, de devoción y de
generosa y activa conformidad a Nuestras normas directivas y a Nuestros
deseos. Fue para Nos especialmente bello y consolador ver a las Acciones
Católicas de todos los países, desde los más cercanos hasta los más lejanos,
encontrarse reunidas alrededor del Padre común, animadas y como impulsadas
por un mismo espíritu de fe, de piedad filial, de propósitos generosos en los que
se expresa unánimemente la sorpresa penosa de ver perseguida y herida la
Acción Católica allí, en el centro del apostolado jerárquico, donde tiene, más que
en ninguna otra parte, su razón de ser, la Acción Católica, que en Italia, como en
todas las partes del mundo, siguiendo su auténtica y esencial definición y según
Nuestras vigilantes y asiduas direcciones, tan generosamente secundadas por
vosotros, venerables hermanos, ni quiere ni puede ser otra cosa que la
participación y la colaboración del laicado en el apostolado jerárquico.

Llevaréis, venerables hermanos, la expresión de Nuestro paternal reconocimiento


a todos vuestros hijos e hijas Nuestros en Jesucristo, que se han mostrado tan
bien formados en vuestra escuela, tan buenos y tan piadosos hacia su Padre
común al punto de hacernos decir: «Reboso de gozo en todas nuestras
tribulaciones» [4].

4. En cuanto a vosotros, Obispos de todas y cada una de las diócesis de esta


querida Italia, debemos no solamente la expresión de Nuestro reconocimiento
por los consuelos que con tan noble y santa emulación Nos habéis prodigado con
vuestras cartas durante todo el mes último y especialmente el día mismo de los
Santos Apóstoles, con vuestros afectuosos y elocuentes telegramas; pero
debemos también dirigiros a Nuestra vez el pésame por lo que cada uno de
vosotros ha sufrido, viendo repentinamente abatirse la tempestad devastadora
sobre los vergeles tan ricamente florecidos y llenos de promesas de vuestros
jardines espirituales, que el Espíritu Santo ha confiado a vuestra solicitud y que
cultivabais con tanto celo y con tan gran bien para las almas. Vuestro corazón,
venerables hermanos, se ha vuelto en seguida hacia el Nuestro para compartir
Nuestra pena, en la cual sentíais reunirse como en un centro y multiplicarse y
encontrarse todas las vuestras. Nos habéis dado la más clara y afectuosa
demostración y con todo el corazón os damos las gracias. Particularmente os
agradecemos el unánime y verdaderamente grandioso testimonio que habéis
dado a la docilidad con que la Acción Católica italiana y precisamente las
Asociaciones de Juventudes han permanecido fieles a Nuestras normas directivas
y a las vuestras, que excluyen toda actividad política de partido. Al mismo tiempo
damos gracias también a todos vuestros sacerdotes y fieles, a vuestros religiosos
y religiosas, que se han unido a vosotros con tan gran impulso de fe y de piedad
filial. Damos gracias especialmente a vuestras Asociaciones de Acción Católica y
en primer lugar a las de las Juventudes de todas las categorías, hasta a los más
pequeños benjamines y a los niños, que Nos son tanto más queridos cuanto más
pequeños son y en cuyas plegarias tenemos especial confianza.

Vosotros habéis comprendido, venerables hermanos, que Nuestro corazón estaba


y está con vosotros, con cada uno de vosotros, sufriendo con vosotros, rogando
por vosotros y con vosotros, a fin de que Dios, en su infinita misericordia, nos
socorra y haga salir de este gran mal desencadenado por el antiguo enemigo del
bien una nueva floración de bienes, y de grandes bienes.

II

5. Después de haber satisfecho la deuda de gratitud por los consuelos que


hemos recibido en tan grande dolor, debemos satisfacer las obligaciones que el
ministerio apostólico Nos impone para con la verdad y la justicia.

Ya muchas veces, venerables hermanos, de la manera más explícita y asumiendo


toda la responsabilidad de lo que decíamos, Nos hemos explicado la campaña de
falsas e injustas acusaciones que precedió a la disolución de las Asociaciones de
Juventudes y Asociaciones universitarias dependientes de la Acción Católica y
hemos protestado contra ellas. Disolución ejecutada por vías de hecho y por
procedimientos que daban la impresión de que se perseguía una vasta y
peligrosa asociación criminal. Y sin embargo, se trataba de jóvenes y de niños
que son ciertamente los mejores entre los buenos y a los cuales tenemos la
satisfacción y el orgullo de poder una vez más dar este testimonio. Los
ejecutores de este procedimiento, no todos, pero muchos de ellos, tuvieron
asimismo esta impresión y no la ocultaron, procurando templar el cumplimiento
de su consigna con palabras y miramientos por medio de los cuales parecían
presentar excusas y querer obtener el perdón de lo que se les obligaba a hacer.
Nos lo hemos tenido en cuenta y les reservamos especiales bendiciones.

6. Pero por una dolorosa compensación, ¡cuántas brutalidades y violencias, que


llegaron hasta los golpes y a la sangre, cuántas irreverencias de prensa, de
palabras y de hechos contra las cosas y contra las personas, incluso la Nuestra,
han precedido, acompañado y seguido la ejecución de la inopinada medida de
policía! Y ésta con frecuencia se ha extendido, por ignorancia o por un celo
maligno, a ciertas asociaciones e instituciones que ni siquiera estaban
comprendidas en las órdenes superiores, como los oratorios de los niños y las
piadosas congregaciones de Hijas de María.

Todo este lamentable conjunto de irreverencias y de violencias se verificaron con


una tal intervención de miembros e insignias de partido, con tal unanimidad de
un cabo a otro de Italia, y con tal condescendencia de las autoridades y de las
fuerzas de seguridad pública, que era ya preciso pensar necesariamente en
disposiciones venidas de arriba. Fácilmente admitimos, como era fácil de prever,
que estas disposiciones podían y hasta debían ser necesariamente exageradas.
Hemos debido recordar estas cosas antipáticas y penosas, porque se ha
intentado hacer creer al público y al mundo que la deplorable disolución de las
Asociaciones, que Nos son tan queridas, se ha efectuado sin incidentes y casi
como una cosa normal.

7. Pero en realidad se ha intentado faltar en mayor escala a la verdad y a la


justicia. Si no todas las invenciones y todas las mentiras y las verdaderas
calumnias esparcidas por la prensa hostil de partido, la única libre y
acostumbrada, por decirlo así, a hablarlo todo y atreverse a todo, han sido
acogidas en un mensaje, no oficial sin duda alguna (por prudente calificación), la
mayor parte han sido realmente entregadas al público en los más poderosos
medios de difusión que conoce la hora presente. La historia de los documentos
redactados, no para servir a la verdad y a la justicia, sino para ofenderlas, es
bien larga y triste, y Nos debemos decir con la más profunda amargura, que en
los muchos años de Nuestra actividad de bibliotecario rara vez hemos encontrado
en Nuestro camino un documento tan tendencioso y tan contrario a la verdad y a
la justicia con relación a la Santa Sede, a la Acción Católica y más
particularmente a las Asociaciones católicas tan duramente castigadas. Si
calláramos, si dejáramos pasar, es decir, si permitiéramos creer todas esas cosas,
vendríamos a ser más indignos de lo que somos de ocupar esta augusta Sede
Apostólica, indignos del filial y generoso sacrificio por el cual Nos han siempre
consolado, y Nos consuelan hoy más que nunca, Nuestros queridos hijos de la
Acción Católica y particularmente aquellos de Nuestros hijos e hijas, tan
numerosos gracias a Dios, que por su religioso respeto a Nuestros mandatos y
direcciones tanto han sufrido y tanto sufren, honrando en la escuela donde han
sido formados, tanto al Divino Maestro, como a su indigno Vicario, al demostrar
luminosamente con su cristiana actitud aun ante las amenazas y las violencias,
de qué lado se encuentra la verdadera dignidad, la verdadera fuerza del alma, el
verdadero valor y la verdadera civilización.

8. Procuraremos ser breves al rectificar las fáciles afirmaciones del mensaje de


que hemos hablado. Y decimos fáciles, por no calificarlas de audaces, ya que el
público, se sabía, se encontraba en la casi imposibilidad de verificarlas de
ninguna manera. Seremos breves, tanto más cuanto que muchas veces, sobre
todo en los últimos tiempos, hemos tratado asuntos que vuelven a presentarse
hoy, y Nuestra palabra, venerables hermanos, ha podido llegar hasta vosotros y
por vosotros a Nuestros queridos hijos en Jesucristo, y esperamos que lo mismo
sucederá con las presentes letras.

El mensaje en cuestión decía, entre otras cosas, que las revelaciones de la


prensa hostil de partido habían sido confirmadas en casi su totalidad, en su
sustancia, por lo menos, precisamente por L'Osservatore Romano. La verdad es
que L'Osservatore Romano ha demostrado, de vez en cuando, que las
pretendidas revelaciones eran otras tantas invenciones, o totalmente, o por lo
menos en la interpretación dada a los hechos. Basta leer sin mala fe y con la más
modesta capacidad de comprensión.

El mensaje decía también que era una tentativa ridícula la de hacer pasar a la
Santa Sede como víctima en un país donde miles de viajeros pueden dar
testimonio del respeto con que se trata a los sacerdotes, a los prelados, a la
Iglesia y a las ceremonias religiosas. Sí, venerables hermanos, sería una tentativa
harto ridícula, como sería ridículo querer derribar una puerta abierta. Porque los
viajeros extranjeros, que no faltan nunca en Italia y en Roma, han podido,
desgraciadamente, ver con sus propios ojos las irreverencias impías y
difamatorias, las violencias, los ultrajes, los vandalismos cometidos contra los
lugares, las cosas y las personas en todo el país y en esta misma Sede episcopal
Nuestra, cosas todas ellas deploradas por Nos varias veces, después de una
información cierta y precisa.

9. El mensaje denuncia la "negra ingratitud" de los sacerdotes que hostilizan el


partido, el cual ha sido, como se dice, en toda Italia la garantía de la libertad
religiosa. El clero, el Episcopado y la Santa Sede no han dejado de apreciar la
importancia de lo que se ha hecho en estos años en beneficio de la Religión, y
frecuentemente han manifestado un vivo y sincero reconocimiento. Pero con
Nos, el Episcopado, el clero y todos los verdaderos fieles, y hasta los ciudadanos
amantes del orden y de la paz, se han llenado de pena y preocupación ante los
atentados cometidos rápidamente contra las más sanas y preciosas libertades de
la Religión y de las conciencias, a saber, todos los atentados contra la Acción
Católica, sobre todo contra las asociaciones de juventudes, atentados que han
llegado al colmo en las medidas policíacas tomadas contra ellas de la manera
indicada, atentados y medidas que hacen dudar seriamente si las primeras
actitudes benévolas y bienhechoras provenían de un amor sincero y de un
sincero celo por la Religión. Si se quiere hablar de ingratitud ha sido y sigue
siendo para con la Santa Sede la obra de un régimen, que a juicio del mundo
entero ha sacado de sus relaciones amistosas con la Santa Sede, en la nación y
fuera de ella, un aumento de prestigio y de crédito, que a muchos en Italia y en
el extranjero les ha parecido excesivo el favor y la confianza de Nuestra parte.

10. Cuando se consumaron las medidas de policía, acompañadas de violencias,


irreverencias, de aquiescencia y connivencia de las autoridades de seguridad
pública, Nos suspendimos el envío de un Cardenal legado a las fiestas
centenarias de Padua y, al mismo tiempo, las procesiones solemnes en Roma y
en Italia. Las disposiciones eran evidentemente de Nuestra competencia y
teníamos motivos tan graves y urgentes, que Nos creaban el deber de
adoptarlas, aun sabiendo los grandes sacrificios que con ellas imponíamos a los
fieles y la molestia que Nos experimentábamos más que nadie. Pero ¿cómo se
hubieran desarrollado normalmente estas alegres solemnidades entre el duelo y
la pena en que estaban sumergidos el corazón del Padre común de todos los
fieles y el corazón maternal de nuestra Santa Madre la Iglesia, en Roma, en
Italia, en todo el mundo católico, como se ha demostrado luego, por la
participación verdaderamente mundial de todos Nuestros hijos, y vosotros,
venerables hermanos, a la cabeza de ellos? ¿Cómo no habíamos de temer Nos
también por el respeto y la seguridad misma de las personas y de las cosas más
sagradas, dada la actitud de las autoridades y de la fuerza pública, y ante tantas
irreverencias y violencias?

En todas partes donde Nuestras decisiones han sido conocidas, los buenos
sacerdotes y los buenos fieles tuvieron la misma impresión y los mismos
sentimientos, y allí donde no fueron intimidados, amenazados, o peor todavía,
dieron pruebas magníficas y muy consoladoras para Nos, reemplazando las
celebraciones solemnes por horas de oración, adoración y reparación, uniéndose
en el pesar y en la intención con el Sumo Pontífice, en medio de un maravilloso
concurso del pueblo.

11. Sabemos cómo han sucedido las cosas allí donde Nuestras instrucciones no
pudieron llegar a tiempo, y cuál fue la intervención de las autoridades que
subraya el mensaje, de aquellas mismas autoridades que habían asistido, o que
poco después habían de asistir mudas y pasivas a la realización de actos
netamente anticatólicos y antirreligiosos, cosa que el mensaje no dice en manera
alguna. Pero dice, por el contrario, que hubo autoridades eclesiásticas locales
que se creyeron en el caso de no tener en cuenta Nuestra prohibición. No
conocemos una sola autoridad eclesiástica local que haya merecido la ofensa que
implican estas palabras. Sabemos, por el contrario, y deploramos vivamente, las
imposiciones con frecuencia amenazadoras y violentas infligidas o que se ha
dejado infligir a las autoridades eclesiásticas locales. Estamos informados de
impías parodias de cánticos sagrados y de cortejos religiosos, tolerados con
profunda molestia para los verdaderos fieles y la emoción real de todos los
ciudadanos amantes de la paz y del orden, que veían no defendidos el orden ni
la paz, y, lo que es peor, precisamente por aquellos que tienen el gravísimo deber
de defenderlos y un interés vital en cumplir este deber.

El mensaje repite la tan reiterada comparación entre Italia y otros Estados en los
que la Iglesia está realmente perseguida, y contra los cuales no se han oído
palabras como las pronunciadas contra Italia, donde —dice— la religión ha sido
restaurada. Ya hemos dicho que guardamos y guardaremos perenne gratitud y
recuerdo por todo cuanto se ha hecho en Italia en beneficio de la religión,
aunque también en beneficio simultáneo no menor, y tal vez mayor, del partido y
del régimen. Hemos dicho y repetido también que no es necesario (con
frecuencia sería muy nocivo a los fines pretendidos) que todo el mundo sepa y
conozca lo que Nos y esta Santa Sede, por medio de nuestros representantes, de
nuestros hermanos en el episcopado, debemos decir y las advertencias que Nos
hacemos allí donde los intereses de la religión lo requieren y en la medida que la
necesidad requiere, sobre todo allí donde la Iglesia se halla realmente
perseguida.

12. Pero con indecible dolor vemos desencadenarse en nuestra Italia y en


nuestra Roma una verdadera y real persecución contra lo que la Iglesia y su jefe
querido en punto a su libertad y a sus derechos, libertad y derechos que son los
de las almas, y más particularmente, de las almas de los jóvenes, a quienes de
un modo particular ha confiado a la Iglesia el Divino Creador y Redentor.

Como es notorio, hemos afirmado y protestado en varias ocasiones con toda


solemnidad de que la Acción Católica, tanto por su naturaleza y su esencia
misma (participación y colaboración del Estado seglar en el Apostolado
jerárquico), como por Nuestras precisas y categóricas normas y prescripciones,
está fuera y por encima de toda política de partido. Al mismo tiempo hemos
afirmado y protestado que sabíamos de ciencia cierta que Nuestras normas y
prescripciones habían sido fielmente obedecidas en Italia. El mensaje dice que la
afirmación de que la Acción Católica no ha tenido un verdadero carácter político,
es completamente falsa. No queremos revelar todo lo que hay de irrespetuoso en
esta acusación; los motivos que el mensaje alega demuestran toda su falsedad y
una ligereza que tacharíamos de ridículas, si no fueran lamentables.

La Acción Católica tenía, dice el mensaje, banderas, insignias, listas de adheridos


y todas las otras apariencias exteriores de un partido político. Como si las
banderas, las insignias, las listas de adheridos y otras parecidas formalidades
exteriores no fuesen hoy día comunes en todos los países del mundo a las
Asociaciones más diversas, y a actividades que no tienen nada que ver con la
política: deportivas y profesionales, comerciales e industriales, escolares,
religiosas del más piadoso carácter y, a veces, casi infantiles, como la de los
Cruzados eucarísticos.

13. El mensaje no puede menos de sentir la debilidad del motivo alegado, y


como para salvar su argumentación, aduce otras tres razones.

La primera es que los jefes de la Acción Católica eran casi todos miembros o
jefes del Partido Popular, que ha sido (dice) uno de los más acérrimos enemigos
del partido fascista. Esta acusación ha sido lanzada más de una vez contra la
Acción Católica; pero siempre en términos generales y sin precisar nombre
ninguno. En vano hemos pedido cada vez nombres y datos precisos. Solamente
un poco antes de las medidas de policía tomadas contra la Acción Católica, y con
el fin evidente de prepararlas y justificarlas, la prensa enemiga ha publicado
algunos hechos y algunos nombres, utilizando no menos evidente las partes de
la policía: tales son las pretendidas revelaciones a que alude el mensaje en su
preámbulo y que L'Osservatore Romano ha desmentido y rectificado plenamente,
lejos de confirmarlas, como afirma el mensaje, engañando lastimosamente al
gran público.

Por lo que a Nos toca, venerables hermanos, además de las informaciones


reunidas hace tiempo, y de la encuesta personal hecha de antemano hemos
creído que era Nuestro deber el procurarnos nuevas informaciones y proceder a
una nueva indagación, y he aquí, venerables hermanos, los resultados positivos
de Nuestra investigación. Ante todo hemos comprobado que en el tiempo en que
subsistía aún el Partido Popular y en que el nuevo partido no se había afirmado
todavía, varias disposiciones publicadas en 1919 prohibían ejercer las funciones
de director de la Acción Católica a cualquiera que al mismo tiempo ocupase
cargos directivos en el Partido Popular.

Hemos visto también, venerables hermanos, que los casos de ex directores


locales del Partido Popular, convertidos en directores locales de Acción Católica,
se reducen a cuatro; y hacemos notar la insignificancia de esta cifra frente a las
250 Juntas Diocesanas, 4.000 secciones de hombres católicos y más de 5.000
Círculos de Juventudes Católicas. Y debemos añadir que en los cuatro casos en
cuestión se trataba de individuos que jamás dieron lugar a dificultad alguna, y de
los que algunos simpatizan francamente con el actual régimen y con el partido
fascista, por el que son bien mirados.

14. No queremos omitir esta otra garantía de la religiosidad apolítica de la Acción


Católica, religiosidad bien conocida de vosotros, venerables hermanos, Obispos
de Italia: la garantía consiste y consistirá siempre en la absoluta dependencia de
la Acción Católica del Episcopado, al cual pertenece siempre la elección de
sacerdotes asistentes y el nombramiento de los Presidentes de las Juntas
diocesanas; de donde claramente se deduce que al poner en vuestras manos y al
recomendaros las Asociaciones indicadas, Nos no hemos ordenado ni dispuesto
nada nuevo substancialmente. Después de la disolución y desaparición del
Partido Popular, los que pertenecían ya a la Acción Católica, continuarían
perteneciendo a ella, sometiéndose con perfecta disciplina a su ley fundamental,
es decir, absteniéndose de toda actividad política; y esto es lo que hicieron
también los que entonces solicitaron su admisión.

¿Con qué justicia y con qué caridad hubiéramos podido excluirlos, ya que se
presentaban con las cualidades referidas, sometiéndose voluntariamente a esta
ley de apoliticidad? El régimen y el partido, que parecen atribuir una fuerza tan
temible y tan temida a los miembros del Partido Popular en el terreno político,
deberían mostrarse agradecidos a la Acción Católica, que ha sabido retirarlos de
este terreno y los ha obligado a prometer no ejercitar ninguna actividad política,
sino exclusivamente una actividad religiosa.

Nosotros, por el contrario, Nosotros, la Iglesia, la religión, los fieles católicos (y


no solamente el Romano Pontífice), no podemos estar agradecidos a quien
después de haber disuelto el socialismo y la masonería, nuestros enemigos
declarados (pero no sólo de Nosotros), les ha abierto una amplia entrada, como
todo el mundo lo ve y lo deplora, y ha permitido que lleguen a ser tanto más
fuertes y peligrosos cuanto más disimulados y más favorecidos por el nuevo
uniforme.

15.Con gran empeño, y no raras veces, se Nos ha hablado, segundo, de


infracciones; hemos siempre pedido nombres y hechos concretos, siempre
dispuestos a intervenir y a proveer; jamás se ha dado respuesta a Nuestras
preguntas.

El mensaje denuncia que una parte considerable de los actos de organización en


la Acción Católica eran de naturaleza política, y no tenían nada que ver con la
Educación religiosa y la propagación de la fe. Sin detenernos en la manera
incompetente y confusa con la que se indican los objetivos de la Acción Católica,
notemos simplemente que todos cuantos conocen y viven la vida
contemporánea, saben que no existe iniciativa ni actividad, desde las más
científicas y espirituales hasta las más materiales y mecánicas, que no tengan
necesidad de organización y de actos encaminados a ella, y que ni estos actos ni
la organización misma se identifican con las finalidades de las iniciativas diversas,
sino que son simples medios para mejor atender los fines que cada cual se
propone.

16. Sin embargo (continúa el mensaje), el argumento más fuerte que puede
emplearse para justificar la destrucción de los círculos y Juventudes Católicas, es
la defensa del Estado, la cual es más que un simple deber para cualquier clase
de Gobierno. Nadie duda de la solemnidad y de la importancia vital de semejante
deber y semejante derecho, añadimos Nosotros, puesto que (y queremos poner
en práctica esta convicción, de acuerdo con todas las personas honradas y
juiciosas) estimamos que el primero de los derechos es el de ejecutar el deber.
Ninguno de cuantos hayan recibido el mensaje y lo hayan leído habrá podido
reprimir cierta sonrisa de incredulidad, ni se habría visto libre de un verdadero
estupor si el mensaje hubiese añadido que de los círculos católicos cerrados
10.000 eran, o por mejor decir, son, círculos de juventud femenina, con un total
de 500.000 jóvenes y niñas; ¿quién puede ver con ello un serio peligro o una
amenaza real para la seguridad del Estado? Y es preciso considerar que tan sólo
220.000 jóvenes son miembros "efectivos", más de 100.000 son pequeñas
"aspirantes", y más de 150.000 son "benjaminas" aún más pequeñas...

Además existen los círculos de la Juventud Católica masculina, esta misma


Juventud Católica, que en las publicaciones juveniles del partido y en los
discursos y circulares de los jerarcas —así los llaman— son expuestos y
señalados al desprecio y a los ultrajes {cualquiera podrá juzgar con qué sentido
de responsabilidad pedagógica), como un grupo de haraganes y de individuos
capaces tan sólo de llevar cirios y rezar rosarios en las procesiones; puede ser
que por este motivo hayan sido en los últimos tiempos tan frecuentemente y con
valor tan poco noble asaltados, maltratados hasta hacerles derramar sangre,
abandonados sin defensa por aquellos que debían y podían protegerlos, mientras
que nuestros jóvenes desarmados e indefensos se veían atacados por gentes
violentas y frecuentemente armadas.

17. Si hay que buscar aquí el argumento más fuerte para justificar la
"destrucción" (esta palabra no deja duda ninguna sobre las intenciones que se
abrigan) de Nuestras queridas y heroicas Asociaciones juveniles de Acción
Católica, bien veis, venerables hermanos, que tenemos sobrados motivos para
regocijarnos; ya que el argumento demuestra hasta la evidencia, que es increíble
e inconsistente. Pero, ¡ay!, que debemos repetir mentita est iniquitas sibi [5], y
que el argumento más fuerte en favor de la destrucción deseada debe buscarse
en otro terreno. La batalla que hoy se libra no es política, sino moral y religiosa;
esencialmente moral y religiosa.

Hay que cerrar los ojos a esta verdad y ver o, por mejor decir, inventar pretextos
políticos allí donde no hay más que moral y Religión, para concluir, como lo hace
el mensaje, que se había creado la situación absurda de una fuerte organización
a las órdenes de un Poder "extranjero", el "Vaticano", cosa que ningún país del
mundo hubiera permitido.

18. Se han secuestrado en masa los documentos de todas las oficinas de la


Acción Católica; se continúa (hasta este punto hemos llegado) interceptando y
secuestrando toda la correspondencia de la que se sospecha que tiene alguna
relación con las Asociaciones perseguidas, y aun con aquellas que no lo son,
como los Patronatos. Pues bien, que se nos diga a Nos, a Italia y al mundo
cuáles y cuántos son los documentos de política tramada por la Acción Católica
con peligro del Estado. Nos atrevemos a decir que no se encontrará ninguno, a
menos de leer o interpretar conforme a las ideas preconcebidas injustas y en
plena contradicción con los hechos y con la evidencia de pruebas y testimonios
innumerables. Que si se descubrieran documentos auténticos y dignos de
consideración, Nos seríamos el primero en reconocerlos y tenerlos en cuenta. ¿
Pero quién querrá, por ejemplo, tachar de política, y de política peligrosa para el
Estado, alguna indicación, alguna desaprobación de los odiosos tratamientos tan
frecuentemente infligidos ya en tantas partes a la Acción Católica, aun antes de
los últimos acontecimientos?

19. Por el contrario, se encontrarán entre los documentos secuestrados pruebas


y testimonios sin número del profundo y constante espíritu de religión y de la
religiosa actividad de toda la Acción Católica, y particularmente de las
Asociaciones juveniles y universitarias. Bastará saber leer y apreciar, como lo
hemos hecho Nosotros un incalculable número de veces, los programas y las
memorias, los procesos verbales de Congresos, de semanas de estudios
religiosos, de oraciones, de ejercicios espirituales, de frecuencia de Sacramentos
practicada y suscitada, de conferencias apologéticas, de estudios y de actividad
catequística, de corporación y de iniciativa de verdadera y pura caridad cristiana
en las Conferencias de San Vicente y en otras formas de actividad y de
cooperación misionera.

En presencia de semejantes hechos y de semejante documentación, o sea, en


presencia de la realidad hemos dicho siempre y lo volvemos a repetir, que el
acusar a la Acción Católica italiana de hacer política, era y es una verdadera y
pura calumnia. Los hechos han demostrado lo que se pretendía y preparaba con
semejante procedimiento: se ha verificado una vez más en grandes proporciones
la fábula del lobo y el cordero; y la Historia no podrá menos de recordarlo.

20. Por lo que toca a Nos, ciertos hasta la evidencia de estar y mantenernos en
el terreno religioso, jamás hemos creído que pudiéramos ser considerados como
un "Poder extranjero", sobre todo, por los católicos, y por los católicos italianos.

Precisamente por razón del Poder apostólico que a pesar de Nuestra indignidad
Nos ha sido conferido por Dios, todos los católicos del mundo consideran a Roma
como a la segunda patria de todos y cada uno de ellos. No hace muchos años
que un hombre de Estado, uno de los más célebres, ciertamente, y no católico ni
amigo del catolicismo, declaraba en plena Asamblea política que no podía
considerar como extranjero a un Poder al que obedecían veinte millones de
alemanes.

Para afirmar que ningún Gobierno del mundo hubiera dejado subsistir la situación
creada en Italia por la Acción Católica, es necesario ignorar u olvidar que la
Acción Católica existe y se desarrolla en todos los Estados del mundo, incluso en
China; que todos esos países imitan frecuentemente en sus líneas generales y
hasta en sus detalles íntimos a la Acción Católica italiana, y que frecuentemente
también se presentan en otros países formas de organización aún más
acentuadas que en Italia. En ningún país del mundo ha sido considerada la
Acción Católica como un peligro para el Estado; en ningún país del mundo la
Acción Católica ha sido tan odiosamente tratada, tan verdaderamente perseguida
(no encontramos otra palabra que responda mejor a la realidad y a la verdad de
los hechos) como en Nuestra Italia y en Nuestra Sede episcopal de Roma; y esta
es verdaderamente una situación absurda, que no ha sido creada por Nos, sino
contra Nos.

Nos nos hemos impuesto un grave y penoso deber, pero Nos ha parecido un
deber ineludible de caridad y de justicia paternal; y en este espíritu hemos
cumplido Nuestro deber, a fin de poner a la justa luz de los hechos y de la
realidad todo cuanto algunos hijos Nuestros, acaso inconscientemente, han
iluminado con luz artificiosa en detrimento de otros hijos también Nuestros.

III

21. Y ahora una primera reflexión y conclusión: De todo cuanto hemos expuesto,
sobre todo de los acontecimientos mismos tal como se han desarrollado, resulta
que la actividad política de la Acción Católica, la hostilidad abierta o enmascarada
de algunos de sus sectores contra el régimen y el partido, así como también el
refugio eventual que constituye la Acción Católica para adversarios del fascismo
desorganizados hasta hoy día [6], no son más que un pretexto o una
acumulación de pretextos; más aún Nos atrevemos a decir que la misma Acción
Católica es un pretexto; lo que se ha querido hacer ha sido arrancar de la Iglesia
la juventud, toda la juventud. Esto es tan cierto, que después de haber hablado
tanto de la Acción Católica, se han dirigido contra las asociaciones juveniles, y no
se han detenido en las asociaciones de juventud de Acción Católica, sino que se
han precipitado tumultuosamente contra Asociaciones y obras de pura piedad e
instrucción primaria y religiosa, como las congregaciones de Hijas de María y los
Oratorios; tan tumultuosamente, que con frecuencia han tenido que reconocer su
grosero error.

Este punto esencial ha sido abundantemente confirmado por otra parte. Ha sido
confirmado, sobre todo, por las numerosas afirmaciones anteriores de elementos
más o menos responsables, y también por las de los hombres más
representativos del régimen y del partido fascista, a las cuales afirmaciones han
traído los últimos acontecimientos el más significativo de los comentarios.

La confirmación ha sido aún más explícita y categórica, estamos por decir,


solemne al par que violenta, de parte de quien no solamente lo representa todo,
sino que todo lo puede en una publicación oficial o poco menos. dedicada a la
juventud, y en conversaciones destinadas a ser publicadas en el extranjero antes
que en el país, y también, recientemente, en los mensajes y comunicaciones a
los periodistas.
22. Otra reflexión se impone inmediata e inevitablemente. No se han tenido en
cuenta Nuestras afirmaciones y protestas tantas veces repetidas, vuestras
mismas afirmaciones y protestas, venerables hermanos, sobre la verdadera
naturaleza y sobre la actividad real de la Acción Católica, y sobre los derechos
sagrados e inviolables de las almas y de la Iglesia, representados por ella e
incorporados a ella.

Decimos, venerables hermanos, derechos sagrados e inviolables de las almas y


de la Iglesia, y esta es la reflexión y conclusión que se impone sobre cualquiera
otra, porque es también la más grave de cuantas se pueden formular. En muchas
ocasiones, como es notorio, hemos expresado Nuestro pensamiento o, por mejor
decir, el pensamiento de la Iglesia sobre esos temas tan importantes y tan
esenciales, y no es a vosotros, venerables hermanos, maestros fieles en Israel, a
quienes conviene que se lo expliquemos más en detalle; pero no podemos
menos de añadir unas palabras para esos queridos pueblos que os rodean, a los
cuales apacentáis y gobernáis por mandato Divino y que no pueden conocer sino
por mediación vuestra el pensamiento del Padre común de sus almas.

23. Decíamos los derechos sagrados e inviolables de las almas y de la Iglesia. Se


trata del derecho que tienen las almas a procurarse el mayor bien espiritual bajo
el magisterio y la obra formadora de la Iglesia, divinamente constituida, única
mandataria de este magisterio y de esta obra, en el orden sobrenatural, fundado
por la sangre de Dios Redentor, necesario y obligatorio para todos a fin de
participar de la Redención divina. Se trata del derecho de las almas así formadas
a comunicar los tesoros de la redención a otras almas y a participar bajo este
respecto en la actividad del apostolado jerárquico.

En consideración a este doble derecho de las almas, decíamos recientemente


que Nos consideramos felices y orgullosos de combatir el buen combate por la
libertad de las conciencias, no (como tal vez por inadvertencia nos han hecho
decir algunos) por la libertad de conciencia, frase equívoca y frecuentemente
utilizada para significar la absoluta independencia de la conciencia, cosa absurda
en un alma creada y redimida por Dios.

Se trata, por otra parte, del derecho no menos inviolable que tiene la Iglesia de
cumplir el divino mandato de su Divino fundador, de llevar a las almas, a todas
las almas, todos los tesoros de verdad y de bien, doctrinales y prácticos, que Él
había traído al mundo. «Id y enseñad a todas las naciones, enseñándoles a
guardar todo lo que os he confiado» [7]. Ahora bien; el Divino Maestro Creador y
Redentor de las almas ha mostrado por Sí mismo, por su ejemplo y por sus
palabras, qué lugar debía ocupar la infancia y la juventud en este mandato
absoluto y universal: «Dejad a los niños que vengan a mí, y guardaos muy bien
de impedírselo... Estos niños que (como por divino instinto) creen en Mí, a los
cuales está reservado el reino de los Cielos; cuyos ángeles de la Guarda, sus
defensores, ven constantemente el rostro del Padre celestial; ¡ay de aquel
hombre que escandalice a uno de estos pequeñuelos!» [8]. Henos aquí en
presencia de un conjunto de auténticas afirmaciones y de hechos no menos
auténticos, que ponen fuera de duda el propósito ya ejecutado en gran parte, de
monopolizar enteramente la juventud desde la primera infancia hasta la edad viril
para la plena y exclusiva ventaja de un partido, de un régimen, sobre la base de
una ideología que explícitamente se resuelve en una verdadera estatolatría
pagana, en abierta contradicción, tanto con los derechos naturales de la familia,
como con los derechos sobrenaturales de la Iglesia. Proponerse y promover
semejante monopolio; perseguir como se ha venido haciendo, con esta intención,
de manera más o menos disimulada, a la Acción Católica; deshacer con este fin,
como se ha hecho recientemente, las Asociaciones de Juventud, equivale al pie
de la letra a impedir que la juventud vaya hacia Jesucristo, puesto que es
impedirle que vaya a la Iglesia, y allí donde está la Iglesia está Cristo. Y se ha
llegado al extremo de arrancar violentamente esta juventud del seno de la una y
del Otro.

24. La Iglesia de Jesucristo no ha desconocido jamás los derechos y los deberes


del Estado en cuanto a la educación de los súbditos, Nos mismos lo hemos
proclamado en Nuestra reciente Encíclica sobre la "Educación Cristiana de la
Juventud". Estos derechos y estos deberes son incontestables mientras
permanezcan dentro de los límites de la competencia propia del Estado,
competencia que a su vez está claramente fijada por las finalidades mismas del
Estado, las cuales no son solamente corporales y materiales, pero sí están
necesariamente contenidas dentro de las fronteras de lo natural, de lo terrestre,
de lo temporal. El divino mandato universal que ha recibido la Iglesia del mismo
Jesucristo de una manera incomunicable y exclusiva, se extiende a lo eterno, a lo
celestial, a lo sobrenatural, orden de cosas que por una parte es estrechamente
obligatorio para toda criatura racional y al que por otra parte, por su esencia,
deben subordinarse y coordinarse todos los demás órdenes.

La Iglesia de Jesucristo se desenvuelve ciertamente dentro de los límites de su


mandato, no solamente cuando deposita en las almas los principios y elementos
indispensables de la vida sobrenatural, sino también cuando desarrolla esta vida
conforme a la oportunidad y a las capacidades, cuando la despierta y por las
maneras que juzga más apropiadas aún con la intención de preparar al
apostolado jerárquico cooperaciones esclarecidas y valiosas. Es de Jesucristo la
solemne declaración de que Él ha venido precisamente a fin de que las almas no
sólo tengan un cierto principio, ciertos rudimentos de la vida sobrenatural, sino
que posean esta vida en gran abundancia: «Yo he venido para que tengan la
vida y la tengan en abundancia»[9]. Y Jesucristo mismo ha establecido las bases
de la Acción Católica, escogiendo y formando entre sus discípulos y apóstoles los
colaboradores de su apostolado divino, ejemplo imitado por los primeros
apóstoles, como lo atestigua el sagrado texto.
25. Es, por consiguiente, una pretensión injustificable e incompatible con el
nombre y la profesión de católico el pretender que los simples fieles vengan a
enseñar a la Iglesia y a su Jefe lo que basta y debe bastar para la educación y la
formación cristiana de las almas, y para salvar, para hacer fructificar en la
sociedad, principalmente en la juventud, los principios de la fe y su plena eficacia
en la vida.

A la injustificable pretensión acompaña una revelación clarísima de absoluta


incompetencia y de ignorancia completa en las materias que tratamos. Los
últimos acontecimientos deben abrir los ojos a todo el mundo. Efectivamente,
han mostrado hasta la evidencia cuánto se ha perdido en pocos años y cuánto se
ha destruido en punto a verdadera religiosidad y educación cristiana y cívica.
Sabéis por experiencia, venerables hermanos, obispos de Italia, cuán grave y
funesto error es el de creer y hacer que la labor desarrollada por la Iglesia en la
Acción Católica ha sido reemplazada hasta resultar superflua por la instrucción
religiosa en las escuelas y por la presencia de capellanes en las asociaciones de
juventud del partido y del régimen. Tanto la una como la otra son ciertamente
necesarias: sin ellas, la escuela y las asociaciones en cuestión llegarían
inevitablemente y bien pronto, por fatal necesidad lógica y psicológica, a ser
instituciones puramente paganas. Aquellas dos cosas son, pues, necesarias, pero
no bastan: por la instrucción religiosa y por la acción de los capellanes la Iglesia
no puede realizar más que un minimum de su eficacia espiritual y sobrenatural, y
esto en un terreno y en un ambiente que no dependen de ella, en donde se está
preocupado por muchas otras materias de enseñanza y otra clase de ejercicios,
bajo el mando inmediato de autoridades que a menudo son poco o nada
favorables, y que no es raro que en ese medio se ejerza una influencia en
sentido contrario, tanto por la palabra como por el ejemplo de la vida.

26. Decíamos que los últimos acontecimientos han acabado de demostrar, sin
duda alguna, todo cuanto ha sido imposible salvar, y se ha perdido y destruido
en pocos años en materia de religiosidad y de educación. No decimos solamente
de educación cristiana, sino sencillamente moral y cívica.

Efectivamente: hemos visto en acción una religiosidad que se rebela contra las
disposiciones de las superiores autoridades religiosas, y que impone o alienta la
rebeldía; hemos visto una religiosidad que se convierte en persecución y que
pretende destruir lo que el Jefe supremo de la religión aprecia más íntimamente
y tiene más en el corazón; una religiosidad que permite y que deja estallar
insultos de palabras y acciones contra la persona del Padre de todos los fieles
hasta lanzar contra él los gritos de "abajo" y "muera", verdadero aprendizaje de
parricidio. Semejante religiosidad no puede conciliarse de ninguna manera con la
doctrina y con las prácticas católicas; mejor pudiéramos decir que es lo más
contrario a la una y a la otra.
27. La oposición es tanto más grave en sí misma y más funesta en sus efectos,
cuanto que no se traduce solamente en hechos exteriormente perpetrados y
consumados, sino también abarca los principios y las máximas proclamadas
como constitutivos esenciales de un programa.

Una concepción que hace pertenecer al Estado las generaciones juveniles


enteramente y sin excepción, desde la edad primera hasta la edad adulta, es
inconciliable para un católico con la verdadera doctrina católica; y no es menos
inconciliable con el derecho natural de la familia; para un católico es inconciliable
con la doctrina católica el pretender que la Iglesia, el Papa, deban limitarse a las
prácticas exteriores de la religión (la Misa y los Sacramentos) y todo lo restante
de la educación pertenezca al Estado...

28. Las doctrinas erróneas que acabamos de señalar y deplorar se han


presentado más de una vez durante los últimos años, y como es notorio Nos no
hemos faltado jamás, con la ayuda de Dios, a Nuestro deber apostólico de
examinarlas y oponer las debidas observaciones y llamamientos a las verdaderas
doctrinas católicas y a los inviolables derechos de la Iglesia de Jesucristo y de las
almas redimidas con su sangre divina.

Pero no obstante los juicios, las previsiones y sugestiones que de diversas partes
y muy dignas de consideración llegaban a Nos, siempre Nos abstuvimos de llegar
a condenaciones formales y explícitas; hasta hemos llegado a creer posible y a
favorecer por Nuestra parte compatibilidades y cooperaciones que a otros
parecieron inadmisibles. Hemos obrado de este modo porque pensamos, o más
bien, porque deseamos que hubiese siempre una posibilidad de poder a lo
menos dudar de que Nos teníamos que vernos con afirmaciones y acciones
exageradas, esporádicas, de elementos insuficientemente representativos, en
suma, con informaciones y acciones imputables, en sus partes censurables, más
a las personas y a las circunstancias que a un programa propiamente dicho.

29. Los últimos acontecimientos y las afirmaciones que los han precedido,
acompañado y comentado, Nos quitan la posibilidad que habíamos deseado, y
debemos decir y decimos que esos católicos solamente lo son por el bautismo y
por el nombre, en contradicción con las exigencias del nombre y las mismas
promesas del bautismo, puesto que adoptan y desenvuelven un programa que
hace suyas doctrinas y máximas tan contrarias a los derechos de la Iglesia de
Jesucristo y de las almas, que desconocen, combaten y persiguen a la Acción
Católica, es decir, todo lo que la Iglesia y su Jefe tienen notoriamente de más
querido y precioso. Nos preguntáis, venerables hermanos, lo que se debe pensar
a la luz de lo que precede, de una fórmula de juramento que impone a los niños
mismos ejecutar sin discusión órdenes que, como hemos visto, pueden mandar
contra toda verdad y toda justicia la violación de los derechos de la Iglesia y de
las almas, por sí mismos sagrados e inviolables, y servir con todas sus fuerzas,
hasta con su sangre, a la causa de una revolución que arranca a la Iglesia las
almas de la juventud, que inculca a sus fuerzas jóvenes el odio, las violencias, las
irreverencias, sin excluir la persona misma del Papa, como los últimos sucesos lo
han abundantemente demostrado.

Cuando la pregunta debe ponerse en estos términos, la respuesta, desde el


punto de vista católico y aun puramente humano, es única y Nos no hacemos
otra cosa, Venerables Hermanos, que confirmar la respuesta que vosotros habéis
dado ya: Tal juramento, en cuanto tal, no es lícito.

IV

30. Y henos aquí ante muy graves preocupaciones. Comprendemos que son las
vuestras, venerables hermanos, las vuestras especialmente, obispos de Italia.
Nos nos preocupamos sobre todo de un gran número de Nuestros hijos jóvenes
de ambos sexos inscritos como miembros efectivos con ese juramento. Nos
compadecemos profundamente de tantas conciencias atormentadas por dudas,
tormentos y dudas de las cuales llegan a Nos indudables testimonios,
precisamente respecto a este juramento, y sobre todo, después de los hechos
sucedidos.

Conociendo las múltiples dificultades de la hora presente y sabiendo que la


inscripción en el partido y el juramento son para un gran número la condición
misma de su carrera, de su pan y de su sustento, Nos hemos buscado un medio
que diese la paz a las conciencias, reduciendo al minimum posible las dificultades
exteriores. os parece que este medio para los que están ya inscritos en el partido
podría ser hacer delante de Dios y de su propia conciencia esta reserva: Salvo las
leyes de Dios y de la Iglesia, o también: Salvo los deberes del buen cristiano, con
el firme propósito de declarar exteriormente esta reserva si la necesidad se
presentase.

Quisiéramos, además, hacer llegar Nuestro ruego al lugar de donde parten las
disposiciones y las órdenes, ruego de un Padre que quiere cuidar las conciencias
de tan gran número de hijos suyos en Jesucristo, a fin de que esta reserva fuese
introducida en la fórmula del juramento, a no ser que se haga todavía cosa
mejor, mucho mejor, es decir, que se omita el juramento, que es siempre un acto
de religión y que no está ciertamente en su lugar, en la cédula de inscripción de
un partido.

31. Hemos procurado hablar con calma y serenidad y al mismo tiempo con
claridad total. Sin embargo, no podemos menos de preocuparnos de las
incomprensiones posibles. No Nos referimos, venerables hermanos, a vosotros,
unidos siempre y ahora más que nunca a Nos por el pensamiento y el
sentimiento, sino a quienquiera que sea. Por todo lo que acabamos de decir, Nos
no entendemos condenar el partido y el régimen como tales.
Hemos querido señalar y condenar todo lo que en el programa y acción del
partido hemos visto y comprobado ser contrario a la doctrina y a la práctica
católica, y, por lo tanto, inconciliable con el nombre y la profesión de católicos.
Nos hemos cumplido un deber preciso del ministerio apostólico para con todos
aquellos de Nuestros hijos que pertenecen al partido, a fin de que puedan
ponerse en regla con su conciencia de católicos.

32. Nos creemos, por otra parte, que hemos hecho una obra útil a la vez al
partido mismo y al régimen. ¿Qué interés puede tener, en efecto, el partido en
un país católico como Italia en mantener en su programa ideas, máximas y
prácticas inconciliables con la conciencia católica? La conciencia de los pueblos,
como la de los individuos, acaba siempre por volver a sí misma y buscar las vías
perdidas de vista y abandonadas por un tiempo más o menos largo.

Y que no se diga que Italia es católica, pero anticlerical, aunque lo entendemos


solamente en una medida digna de particular atención. Vosotros, venerables
hermanos, que vivís en las grandes y pequeñas diócesis de Italia en contacto
continuo con las buenas poblaciones de todo el país, sabéis y veis todos los días
de qué manera son, si no se las engaña y no se las extravía, y cuán lejos están
de todo anticlericalismo. Todo el que conoce un poco íntimamente la historia de
la Nación sabe que el anticlericalismo ha tenido en Italia la importancia y la
fuerza que le confirieron la masonería y el liberalismo que la gobernaban. En
nuestros días, por lo demás, el entusiasmo unánime que unió y transportó de
alegría a todo el país hasta un extremo jamás conocido en los días de los
convenios de Letrán, no hubiera dejado al anticlericalismo medios de levantar la
cabeza, si al día siguiente de estos convenios no se le hubiera evocado y
alentado. En los últimos acontecimientos, disposiciones y órdenes se le ha hecho
entrar en acción y se le ha hecho cesar, como todos han podido ver y comprobar.
Y sin duda alguna hubiera bastado y bastaría siempre para conservarle la
centésima o la milésima parte de las medidas aplicadas a la Acción Católica y
coronadas recientemente de la manera que todo el mundo sabe.

33. Más graves preocupaciones nos inspira el porvenir próximo. En una asamblea
oficial y solemne, después de los últimos acontecimientos tan dolorosos para Nos
y para los católicos de toda Italia y del mundo entero, se hizo oír esta protesta:
«Respeto inalterado para la Religión, su Jefe supremo, etc.». ¡Respeto inalterado,
ese mismo respeto sin cambio que hemos experimentado!, es decir, ese respeto
que se manifestaba por medidas de policía aplicadas de una manera tan
fulminante, precisamente la víspera de Nuestro cumpleaños, ocasión de grandes
manifestaciones de simpatía por parte del mundo católico y también del mundo
no católico; es decir, ese mismo respeto que se traía por violencias e
irreverencias que se perpetraban sin dificultad alguna! ¿Qué podemos, pues,
esperar o, mejor dicho, que es lo que no hemos de temer? Algunos se han
preguntado si esa extraña manera de hablar y de escribir en tales circunstancias,
inmediatamente después de tales hechos, ha estado enteramente exenta de
ironía, de una bien triste ironía; por lo que a Nos toca, preferimos excluir esta
hipótesis.

En el mismo contexto y en inmediata relación con el respeto inalterado, por


consiguiente dirigido a la misma persona, se hacía alusión a refugios y
protecciones otorgadas al resto de los adversarios del partido y se ordenaba a los
dirigentes de los 9.000 fascios de Italia que se inspirasen para su acción en estas
normas directivas. Más de uno de vosotros ha experimentado ya, y de ello Nos
ha enviado lamentables noticias, el efecto de tales insinuaciones y de tales
órdenes en la reincidencia de odiosas vigilancias, delaciones, amenazas y
vejámenes. ¿Qué nos prepara, pues, el porvenir? ¿Qué es lo que Nos no hemos
de esperar (y no decimos temer, porque el temor de Dios elimina el temor de los
hombres), si, como tenemos motivo para creerlo, existe el designio de no
permitir que nuestros jóvenes católicos se reúnan, ni aun silenciosamente, bajo
pena de severas sanciones para los que los dirigen?

¿Que nos prepara y con qué nos amenaza el porvenir, Nos preguntamos de
nuevo?

34.En este extremo de dudas y de previsiones, a las cuales los hombres Nos han
reducido, es precisamente donde toda preocupación se desvanece y Nuestro
espíritu se abre a las más confiadas y consoladoras esperanzas, porque el
porvenir está en las manos de Dios, y Dios está con nosotros. Si Dios está con
nosotros ¿quién estará contra nosotros? [10].

Un signo y una prueba sensible de la asistencia y el favor divino lo vemos ya y lo


experimentamos en vuestra asistencia y vuestra cooperación, Venerables
Hermanos. Si estamos bien informados, se ha dicho recientemente que ahora
que la Acción Católica está en manos de los obispos, no hay nada que temer. Y
hasta aquí todo va bien, muy bien, como si antes hubiera alguna cosa que temer
y como si antes, desde el principio, no hubiese sido la Acción Católica
esencialmente diocesana y dependiente de los obispos, como lo hemos indicado
más arriba. También por esto principalmente. Nos hemos tenido siempre la más
absoluta confianza de que Nuestras normas directivas se seguían y se
secundaban. Por este motivo, además de la promesa infalible del socorro divino,
estamos y estaremos siempre confiados y tranquilos aun cuando la tribulación, y
digamos la verdadera palabra: la persecución, deba continuar e intensificarse.
Sabemos que vosotros sois, y vosotros lo sabéis también, hermanos nuestros en
el episcopado y en el apostolado. Nos sabemos, y vosotros sabéis, venerables
hermanos, que sois los sucesores de los apóstoles, que San Pablo llamaba en
términos de una vertiginosa sublimidad, "gloria Christi" la gloria de Cristo [11],
vosotros sabéis que no ha sido un hombre mortal, ni siquiera un jefe de Estado o
de un Gobierno, sino el Espíritu Santo quien os ha colocado entre la porción del
rebaño que Pedro os asigna para que le dirijáis la Iglesia de Dios. Estas santas y
sublimes cosas y otras más que a vosotros se refieren, Venerables Hermanos,
evidentemente las ignora o las olvida el que os llama a vosotros, obispos de
Italia, funcionarios del Estado; porque de los funcionarios del Estado os distinguís
claramente y separáis por la fórmula del juramento que debéis prestar al
Monarca y que se precisa previamente con estas palabras: Como corresponde a
un obispo católico.

35. Y es también para Nos un grande, un infinito motivo de esperanza que el


inmenso coro de plegarias que la Iglesia de Cristo eleva desde todos los puntos
del mundo hacia su Divino Fundador y hacia su Santa Madre por su Jefe visible,
el sucesor de los Apóstoles, exactamente como cuando hace veinte siglos la
persecución hería la persona misma de Pedro, oraciones de pastores y de
pueblos, del Clero y de los fieles, de los religiosos y de las religiosas, de los
adultos y de los jóvenes, de los niños y de las niñas, oraciones en todas las
formas más perfectas y eficaces, santos sacrificios y comuniones eucarísticas,
súplicas, adoraciones, reparaciones, inmolaciones espontáneas, sufrimientos
cristianamente padecidos de los cuales todos estos días e inmediatamente
después de los tristes acontecimientos Nos llegaban los ecos consoladores de
todas partes, nunca tan consoladores como en este día solemne consagrado a la
memoria de los Príncipes de los Apóstoles, en que la divina bondad ha querido
que pudiésemos acabar esta Encíclica.

36. A la oración todo le es divinamente prometido; si ella no Nos obtiene la


serenidad y la tranquilidad del orden, obtendrá para todos la paciencia cristiana,
el valor santo, la alegría inefable de sufrir algo con Jesús y por Jesús, con la
juventud y por la juventud que le es tan querida, hasta la hora oculta en el
misterio del Corazón divino, infaliblemente la más oportuna para la causa de la
verdad y del bien. Y puesto que de tantas oraciones debemos esperarlo todo, y
puesto que todo es posible a este Dios que todo ha prometido a la oración, Nos
tenemos la segura esperanza que Él iluminará a los espíritus con la luz de la
verdad y volverá las voluntades hacia el bien. Y así a la Iglesia de Dios, que no
disputa nada al Estado de lo que al Estado pertenece, se le dejará de discutir lo
que le corresponde, la educación y la formación cristiana de la juventud, no por
concesión humana, sino por mandato divino, y que ella, por consiguiente, debe
siempre reclamar y reclamará siempre con una insistencia y una intransigencia
que no pueden cesar ni doblarse, porque no proviene de ninguna concesión,
porque no proviene de un concepto humano o de un cálculo humano o de
humanas ideologías, que cambian con los tiempos y los lugares, sino de una
disposición divina e inviolable.

37. Lo que también Nos inspira gran confianza es el bien que provendrá
incontestablemente del reconocimiento de esta verdad y de este derecho. Padre
de todos los hombres redimidos con la sangre de Cristo, el Vicario de este
Redentor que después de haber enseñado y ordenado a todos el amor de los
enemigos moría perdonando a los que le crucificaban, no es ni será jamás
enemigo de nadie; así harán sus verdaderos hijos los católicos que quieran
permanecer dignos de tan grande nombre; pero no podrán jamás adoptar o
favorecer máximas y reglas de pensamiento y de acción contrarias a los derechos
de la Iglesia y al bien de las almas, y por el mismo hecho contrarias a los
derechos de Dios.

¡Cuán preferible sería en vez de esta irreducible división de los espíritus y de las
voluntades, la pacífica y tranquila unión de las ideas y de los sentimientos! Esta
no podría menos de traducirse en una fecunda cooperación de todos para el
verdadero bien a todos común; sería acogida con el aplauso simpático de los
católicos del mundo entero, en lugar de su censura y del descontento universal
que ahora se manifiesta. Nos pedimos al Dios de las misericordias, por
intercesión de su Santa Madre, que recientemente nos sonreía entre los
esplendores de su conmemoración muchas veces centenaria, y de los santos
Apóstoles San Pedro y San Pablo, que Nos conceda a todos ver lo que Nos
conviene hacer y que a todos Nos dé la fuerza para ejecutarlo.

Roma, en el Vaticano, en la solemnidad de los Santos Apóstoles San Pedro y San


Pablo, 29 de junio de 1931.

PÍO PP. XI

Notas

[*] Dante Alighieri, La Divina Comedia, Infierno, Canto V, v. 102

[1] Is 38, 17.

[2] Sal 93, 19.

[3] Lc 22, 28.

[4] 2 Cor 7, 4.

[5] Sal 26, 12.

[6] Cf. el Comunicado del Directorio del 4 de junio de 1931

[7] Mt 28, 19-20.

[8] Mt 19, 13 ss.; 18, 1 ss.

[9] Jn 10, 10.

[10] Rom 8, 31.


[11] 2Cor, 8, 23.

Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana

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