(1library - Co) Hechizo de Amor Alice Hoffman

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SUPERSTICION

Por más de doscientos años, las mujeres Owens han


sido culpadas por todo lo que ha sucedido en el pueblo. Si
una primavera húmeda llegara, si las vacas en la pastura
dieran leche que estuviera aguada, si un potro se muriera
de cólico o si un bebé nacía con una mancha roja en su
mejilla, todo el mundo creía que el destino podía torcerse
al menos un poco por aquellas mujeres que vivían en la
calle Magnolia. No importaba que el problema fueran los
truenos, o las langostas, o una muerte por inmersión. No
le importaba si la situación pudiera explicarse por la lógi-
ca, o ciencia, o simplemente por la mala suerte. En cuanto
hubiera un pequeño indicio de problema o el infortunio
más ligero, la gente comenzaba apuntarlas con el dedo.
Hace poco tiempo ellos se habían convencido que no era
seguro caminar cerca de la casa de las Owens cuando
oscurecía, y sólo los vecinos más tontos osarían espiar
por el gran portón de acero negro que lo rodeaba como si
fuese una serpiente.
Dentro de la casa no había relojes ni espejos y cada
puerta tenía tres cerraduras. Los ratones vivían bajo el
sótano y en sus paredes podrían verse los cajones de la
cómoda dónde ellos comían los manteles bordados, así
como los bordes de encaje de los mantelillos de lino.

Quince clases de madera diferentes se habían utilizado


para los descansos en la ventanas y el frente de la chime-
nea, que incluían el roble dorado, el ceniza de plata, y la
fragancia particular del cerezo que despedía un olor a
fruta madura aun en un árido invierno, cuando cualquier
árbol de afuera no era más que un tronco sin hojas. No
importaba cuan polvorienta la casa podría estar, ninguno
de los muebles necesitaban ser lustrados. Si uno se acer-

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caba, podría ver su reflejo a través de los zócalos del
comedor o el pasamanos que tan rápido te hace correr
esas escaleras. Cada cuarto era oscuro aun al mediodía,
en la calurosa brisa de julio. Cualquiera que se animaba a
pararse frente al porche dónde la hiedra crecía salvaje,
podría contar las horas observando a través de las venta-
nas y nunca ver nada. Lo mismo si uno miraba hacia
afuera; el vidrio teñido de verde era tan viejo y tan espeso
que el otro lado parecía un sueño, incluso el cielo y los
árboles.

Las niñas que dormían en el ático eran hermanas, con


sólo trece meses de diferencia. Nunca les decían que se
acostaran antes de medianoche o les recordarles de cepi-
llar sus dientes. Nadie cuidó si su ropa estuviera arrugada
o si ellas escupían en la calle. Mientras tanto al crecer
estas niñas crecían, se les permitía dormir con los zapatos
puestos y dibujar las caras cómicas en sus paredes de la
alcoba con sus crayones. También podían beber Dr. Pep-
pers frío en el desayuno, si eso fuera lo que deseaban, o
comer pasteles en la cena. Al atardecer, subían al tejado y
permanecían sentadas, observando cuidadosamente por lo
lejos con la intención de mirar la primera estrella. Allí
permanecerían en las ventosas noches de marzo o en el
susurro de las húmedas tardes de agosto, discutiendo so-
bre si el deseo más pequeño podría hacerse realidad.

Las jóvenes fueron criadas por sus tías que, por mucho
hubiesen querido no pudieron rechazarlas. Después de
todo, las niñas, eran huérfanas cuyos descuidados padres
estaban tan enamorados que no notaron humo que ema-
naba de las paredes del bungalow dónde ellos disfrutaban
una segunda luna de miel, después de dejar a las niñas
con una niñera. Nadie se preguntaba la razón del porque
las hermanas compartían la cama durante

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las tormentas; ya que a ambas les aterrorizaba los true-
nos y nunca podían hablar ni siquiera cuando el cielo
comenzaba a temblar. Cuando ellas finalmente se dorm-
ían, sus brazos envolvían una a la otra y a menudo tenían
los mismos sueños. Hubieron veces que una podía com-
pletar la frase de la otra; o tal vez cerrar sus ojos y adivi-
nar lo que la otra quería para postre el día siguiente

Pero a pesar de su cercanía, las dos hermanas eran


completamente diferentes en apariencia y carácter. Aparte
de sus ojos grises bonitos las mujeres de Owens eran co-
nocidas porque nadie hubiese adivinado en la manera en
cómo se relacionaban. Gillian era rubia, mientras que el
cabello de Sally era tan negro como el pelaje de los gatos
caprichosos que las tías permitían deslizarse por el jardín
y arañar las cortinas del salón. Gillian era perezosa y le
gustaba dormir hasta el mediodía. Ella tenía sus propios
ahorros, para así pagarle a Sally por hacer su tarea de
matemática y planchar sus vestidos de fiesta. Ella bebía
botellas de Yoo-Hoo mientras comía las barras Hershey
tirada en el fresco suelo del sótano, entretenida observan-
do a Sally como desempolvaba los estantes de metal
dónde las tías guardaban las conservas. Lo que más le
gustaba a Gillian hacer en el mundo era sentarse en un
almohadón de terciopelo en el descanso, dónde las corti-
nas eran de color damasco y un retrato de María Owens
que había construido esa casa hace bastante tiempo junta-
ba polvo en ese rincón de la casa.

Ahí era donde ella podía ser encontrada en tardes de


verano, tan relajada y tranquila que las polillas la comer-
ían confundiéndola con un cojín para continuar haciéndo-
le pequeños agujeros en sus camisetas y pantalones.

Sally, era trescientos noventa y siete días mayor que su


hermana, y lo suficiente consciente que Gillian era una

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perezosa. Ella nunca creyó que eso podía ser probado con
hechos y figuras.
Cuando Gillian apuntó a una estrella fugaz, Sally le re-
cordó que lo que estaba cayéndose a la tierra era sólo una
piedra vieja, calentada por su descenso a través de la
atmósfera. Sally era una persona que se hacía cargo de
algo desde el principio, no le gustaba la confusión y el
desorden, ambas cosas que ocupaban espacio en la casa
de las tías desde el ático hasta el sótano.

Desde el tiempo en que ella estaba en tercer año, y Gi-


llian en segundo, Sally era la que cocinaba cenas saluda-
bles como ser carne y frijoles verdes frescos y sopa de
cebada, usando las recetas de una copia de La alegría de
Cocinar que ella las había arreglado en pasar de contra-
bando en la casa. Ella organizaba sus almuerzos cada
mañana, empaquetando el pavo-y-tomate mezclado con
en el pan integral, agregando los bastones de zanahoria y
las galletas de harina de avena heladas las cuales Gillian
echaba a la basura una vez que Sally la acompañaba a su
aula, desde luego ella prefería los brownies comprados en
la cafetería escolar, para los que a menudo conseguía
cuartos y diez centavos del bolsillo de sus tías para com-
prarse cualquier cosa que le gustara.

Noche y Día, las tías las bautizaron, y aunque a ningu-


na les causaba gracia esa pequeña broma, ellas reconoc-
ían que eso era verdad, y que lo podían entender con más
facilidad que la mayoría de las hermanas, la luna siempre
tiene celos del calor del día, así como el sol siempre an-
hela algo oscuro y profundo. Ellas guardaban muy bien
sus secretos; e intercambiaron sus corazones y esperaban
morir si alguna se le escapaba algo y lo contaba, aun si el
secreto era que alguien tiro de la cola al gato o algún
guante robado enterrado en el jardín de las tías.

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Las hermanas podrían haber criticadas por sus diferen-
cias, haber crecido de una manera poco convencional y
para luego separarse, si ellas hubieran tenido algún ami-
go todo hubiera sido distinto, pero los demás niños del
pueblo las evitaban. Nadie quería jugar con ellas, y la
mayoría de los niños cruzaban sus dedos cuando Sally y
Gillian dibujaban algo, como si eso fuera alguna clase de
protección. Los niños más valientes y salvajes seguían a
las hermanas a la escuela, pero solo a una determinada
distancia que les permitía volverse y correr si eso fuera
necesario. A estos muchachos les gustaba tirar manzanas
o piedras a las niñas, pero aun los mejores atletas, que
eran estrellas de las Ligas Pequeñas, nunca conseguían
dar un golpe si el objetivo eran las hermanas Owens.
Cada piedra, cada manzana, siempre aterrizada a los pies
de ellas.

Para Sally y Gillian los días estaban llenos de pequeñas


mortificaciones: Ningún niño usaría un lápiz o un crayón
si antes hubiera sido tocado por una de las hermanas
Owens. Nadie se sentaría al lado de ellas en la cafetería o
durante las reuniones, y algunas muchachas gritaban
cuando alguna de ellas se acercaba al cuarto para espiar
como orinaban, cepillarse el cabello o escuchar algún
chisme en el baño de niñas, si se tropezaban con alguna
de ellas. Sally y Gillian nunca eran escogidas para hacer
equipos en los juegos de deportes, aunque Gillian era la
corredora más rápida en el pueblo y podría arrojar una
bola de béisbol por encima del tejado de la escuela, hacia
la Calle Endicott. Ellas nunca eran invitadas a fiestas o
reuniones de niñas exploradoras, o a jugar a la rayuela o
subir a un árbol.

―Al diablo todos ellos", Gillian diría, con su pequeña


nariz en alto mientras los muchachos hacían ruidos de
fantasmas cuando las hermanas pasaban por los pasillos
de la escuela, o camino a la clase de música o arte. ―De-

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jemos que se coman sus palabras. Espera y veras. Un día
ellos nos rogaran que los invitemos a nuestra casa, y no-
sotras nos reiremos en sus caras."

A veces, cuando ella se portaba mal, Gillian giraba de


repente y gritaba Buuuuuuu, y siempre había algún mu-
chacho se hacía pis en sus pantalones y era más humilla-
do de lo que Gillian había sido alguna vez. Pero Sally no
tenía corazón para continuar con la pelea. Ella usaba
ropa oscura y procuraba no ser vista. Fingía que no era
inteligente y nunca levantaba la mano en clase. Ella dis-
frazaba muy bien su propia naturaleza y creció sin saber
de sus propias habilidades. Desde luego, ella era tan ca-
llada como un ratón. Cuando ella abría su boca en el aula
sólo era para balbucear malas respuestas; a tiempo ella
aseguró ubicarse en el fondo del aula, y asegurar que su
boca se encuentre firmemente cerrada.

Todavía ellos no la dejaban ser ella misma. Alguien pu-


so un hormiguero en el casillero de Sally cuando estaba
en cuarto grado, así fue que durante semanas ella en-
contró hormigas aplastadas entre las páginas de sus li-
bros.

En quinto grado un grupito de muchachos dejo un


ratón muerto en su escritorio. Uno de los niños más rudos
había pegado el nombre del ratón en su espalda. Sali hab-
ía sido garabateado con una terrible letra, pero Sally no
tuvo el más mínimo placer deletreando su nombre. Ella
lloró por ese cuerpecito rizado, con sus bigotes diminutos
y patas perfectas, pero cuando su maestro le pregunto lo
que le estaba pasando, ella sólo encogió de hombros, co-
mo si hubiera perdido el poder del habla.

Un hermoso día de abril, cuando Sally estaba en sexto


grado, los gatos de las tías la siguieron a la escuela. Des-
pués de eso, los maestros aun no la dejarían pasar por el

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vestíbulo vacío y encontrar una excusa para llevarla hacia
otra dirección. Cuando los gatitos se alejaron de esa dis-
tancia, los maestros le sonrieron extrañamente a ella, y
quizás no tuvieron miedo. Los gatos negros hacen eso
con algunas personas; hacen que tiemblen, tengan miedo
y también les recuerda a la oscuridad, y las pesadillas. Sin
embargo, los gatos de las tías, no daban miedo en particu-
lar. A ellos les gustaba estirarse durmiendo en sus camas
y todo ellos tenían nombre de pájaros: ellos eran Cardi-
nal, Raven, Crow y Goose. También había un gatito torpe
llamado Dove, y uno de mal genio llamado Magpie que
mantenía el orden. Era difícil creer que un manojo sarno-
so de criaturas tenía como plan avergonzar a Sally, pero
eso era lo que parecía por lo que sucedió, aunque ellos la
pudieron haber seguido ese día simplemente porque su
almuerzo era un sándwich de atún, para ella sola, ya que
Gillian pretendía estar enferma y así se aseguraría que-
darse la mayor parte de la semana, leyendo revistas y
comiendo dulces y barras de chocolate sin pensar que
pudieran caer restos de estos, ya que era responsabilidad
de Sally el lavado.
Esa mañana, Sally aun no sabía que los gatos estaban
tras de ella, hasta que se sentó en su escritorio. Algunos
de sus compañeros de clase estaban riéndose, pero tres
muchachas habían saltado hacia la estufa y estaban gri-
tando. Cualquiera habría pensado que una banda de de-
monios había entrado en el cuarto, pero solo eran ese ma-
nojo de pulgas que habían seguido a Sally a la escuela.
Ellos desfilaban por las sillas y escritorios, negros como
la noche y aullando como las hadas que anuncian la
muerte. Mientras que Sally los espantaba, los gatos ven-
ían cada vez más cerca.
Ellos caminaban de un lado a otro frente a ella, con sus
colas en el aire, maullando con un horrible sonido podr-
ían cortar la leche de una taza.

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"Fuera", Sally susurró cuando Magpie se metió en su
regazo y empezó a estirar sus garras en su vestido azul.
"Vete‖, ella le pidió.

Sin embargo, cuando la Srta. Mullins golpeo en su es-


critorio con una regla y usó su voz más autoritaria para
sugerir que Sally se libre de esos gatos—tout del suite—o
que se abstenga de la detención, las bestias indignadas se
negaron a ir. El pánico se había extendido y hasta el más
nervioso de los compañeros de su clase ya había susurra-
do la palabra brujería. Una bruja, después de todo, era
acompañada a menudo por un familiar su más entera
maldad. Los más familiares eran, los que estaban al servi-
cio, y eran una tropa entera de criaturas repugnantes. Va-
rios niños se habían desmayado; algunos serían fóbicos a
los gatos por el resto de sus vidas. También fue convoca-
do el profesor de gimnasia que llego con una escoba
para echar a los gatos, pero estos no se iban.

Un niño, que se sentaba en un rincón del aula, había


robado una caja de fósforos a su padre esa misma maña-
na, y aprovechando el caos del salón aprovecho la opor-
tunidad de prenderle fuego a la piel de Magpie. El olor de
su piel ardiendo impregno rápidamente el salón, incluso
antes de que Magpie comenzara a gritar. De repente,
Sally corría a su gato; sin pensar, arrodillándose y sofo-
cando las llamas con su vestido azul favorito.

―Espero que algo horrible te pase", ella le dijo al chico


mientras que su gato continuaba quemándose. Y así fue
que Sally se puso de pie, y acuno al gato en sus brazos
como si fuera un bebe, con su cara y su vestido sucio por
el hollín. "Ya verás que lo que sigue te va a gustar", ella
al chico. Y agrego, ya sabrás lo que se siente."
Luego del incidente, los niños se dirigieron al frente
del salón, sin un indicio de alegría, debido a que se sabr-

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ían los resultados de la prueba de ortografía que el maes-
tro de ingles con cara de perro bulldog se había comido.
Fue una teja que colgaba del techo, cayó sobre la cabeza
de ese niño. Él se derrumbó al suelo y cayo como algo sin
vida, con su rostro lleno de polvillo y su cutis pecoso.

"¡Ella lo hizo! " algunos de los chicos gritaron, y los


que no hablaban muy fuerte abrieron sus bocas de una
manera descomunal que sus ojos se hicieron más anchos.

Sally salió del salón corriendo con Magpie en brazos y


los demás gatos detrás. Camino a casa, los gatos zigza-
gueaban entre sus pies por las calles Endicott y Peabody,
también al cruzar la puerta de entrada y los escalones,
toda la tarde arañaron a la puerta de la alcoba de Sally,
incluso después de que ella se había cerrado con llave.

Sally lloró durante casi dos horas. La cosa que ella ado-
raba a esos gatos. Ella sacaba sus platos de leche y los
llevaba al veterinario de la Calle Endicott en una bolsa
tejida en donde ellos se peleaban a pesar de sus heridas.
Ella adoraba a esos gatos horribles, sobre todo a Magpie,
aun sentada en su aula, avergonzada más de lo que uno
podría soportar, el gatito la miraría alegremente como se
inunda un cubo de agua helada o tiro con un arma de BB.
Sin embargo, ella se dispuso a cuidar a Magpie, tan
pronto como salió del colegio, limpiando su cola y envol-
viéndola en gasa, sabía que lo había traicionado en lo más
profundo de su corazón. A partir de ese día, Sally pensó
menos en ella misma. Ella no le pedía favores especiales
a las tías, o incluso no pedía esos premios pequeños que
merecía. Ella no podría ser una jueza más rebelde e in-
flexible; puesto que se había encontrado con falta de
compasión y fortaleza, desde ese momento su castigo era
la abnegación.

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Después del incidente del gato, Sally y Gillian eran más
temidas de que ignoradas. Las otras muchachas en escue-
la ya no las fastidiaban; en cambio, se alejaban rápida-
mente cuando las hermanas de Owens pasaban, con sus
ojos mirando al piso. Los rumores de brujería pasaban de
escritorio a escritorio; las acusaciones se escuchaban
desde los vestíbulos hasta los baños. Aquellos niños que
tenían un gato negro rogaban a sus padres que le compren
una mascota diferente, un perro labrador, un hurón o in-
cluso un pez dorado. Cuando el equipo del fútbol perdía,
o si explotaba el horno en el salón de arte, todo el mundo
apuntaba a las chicas Owens. Ni siquiera los chicos más
rudos se atrevían a pegarles con sus pelotas durante los
recreos o apuntar hacia su dirección con manzanas o pie-
dras.

En las fiestas de fin de semana y reuniones de boy


scout se comentaba que Sally y Gillian te podrían inducir
a un trance hipnótico que te haría ladrar como un perro o
saltar desde un precipicio si eso era lo que ellas deseaban.
También podrían hechizarte con solo mover sus cabezas.
Y si alguna de las hermanas se encontraba verdaderamen-
te enojada, todo lo que necesitaba era decir un par de pa-
labras mágicas a espaldas de la persona y eso sería su
final. Sus ojos se derretirían y su piel y huesos se volver-
ían platillo para el almuerzo. Culminando que te servirían
al día siguiente en la cafetería escolar y nadie se daría
cuenta.

Los chicos del pueblo podían murmurar toda clase de


rumores, pero la verdad era que la mayoría de sus madres
alguna vez en su vida fueron a consultar a las tías de las
hermanas Owens.
Por casualidad, alguna podría querer, pimienta roja o
algún antiácido para el estomago, o sentir mareos por los
nervios, pero cada mujer del pueblo sabia cual era el ver-
dadero negocio de las tías: su especialidad era el amor.

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Las tías no eran invitadas a los almuerzos de sus vecinas
o a la apertura de alguna biblioteca, pero cuando una de
ellas se peleaba con su amante, o descubría estar emba-
razada por alguien que no era su esposo, o descubría que
su esposo le era infiel, después del crepúsculo; recurrían a
las Owens, en la hora cuando las sombras podían escon-
der sus formas, para que nadie pudiera reconocerlas. Se
pararían bajo una enredadera de uvas que colgaba cerca
de la puerta.

No importaba si era si era la maestra de quinto año o si


era la esposa del pastor, o quizás la novia desde hacía
años del ortodoncista de la calle Peabody. No importaba
lo que la gente decía: si jurabas ver cuervos revoloteando
en el cielo, listos para picarte los ojos era porque uno se
acercaba a la casa de las Owens que vivían por el lado
este.

El hecho de desear algo hacia que una persona se sienta


extrañamente valiente. En lo que se refiere a la opinión de
las tías. Eso podía cambiar a una mujer madura e inteli-
gente a algo tonto como una pulga que tiempo después
perseguiría a un perro sin cesar. Una vez tomada la deci-
sión de venir a la puerta de atrás de la tienda, y tomar la
infusión, preparada con ingredientes que no podían ser
revelados, vendría el ritual con la sangre esa misma no-
che. Una vez tomada la decisión, una de las tías pincharía
el tercer dedo de la mano izquierda de alguna de ellas con
un aguja de plata, si la voluntad de alguna sea que su
amado regresara a ella.

Las tías cacareaban como pollos cuando una mujer se


acercaba por la vereda. Ellas podían leer la desesperación
a media milla de distancia. Una mujer que perdía la cabe-
za por amor, y quería que este volviera le entregó un ca-
mafeo que había sido de su familia por generaciones. Una
que hubiera cometido adulterio pagaría aun más. Aunque

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las mujeres que querían el esposo ajeno eran las peores.
Ellas harían absolutamente todo por amor. Ellas se pegar-
ían como banditas elásticas así como el calor de su deseo,
y no lo dejarían en paz ni por los buenos modales.

En cuanto las tías veían a una de esas mujeres cami-


nando por la vereda, enviaban a las muchachas directa-
mente al ático, incluso en noches del diciembre, cuando
el crepúsculo aparecía después de las cuatro y media.

En esas oscuras tardes, las hermanas nunca se quejaban


sobre si era demasiado temprano o si todavía no estaban
cansadas. Ellas caminaban de puntillas por los escalones,
tomadas de la mano. Desde el descanso de la escalera,
bajo el retrato viejo polvoriento de María Owens, las mu-
chachas decían sus buenas noches; se marchaban a sus
cuartos, deslizándose en sus ropas de dormir, y luego se
dirigían hacia a la escalera, en donde podían escuchar lo
que sucedía abajo, a veces podrían apretar sus orejas
contra la puerta, y escuchar cada palabra. A veces,
cuando la tarde era sumamente oscura y en especial Gi-
llian se sentía muy valiente, empujaba la puerta entre-
abierta con su pie, mientras que Sally no se animaba a
cerrarla de nuevo, con el temor de hacerla crujir y ser
descubiertas.

"Esto es tan tonto", murmuró Sally. "no tiene sentido


en lo absoluto", ella decretaría. "

Entonces ve a la cama, Gillian le diría a continuación.


"Vamos‖, ella le sugería, a sabiendas que Sally no querría
saber lo que ocurriría a continuación.

Desde el ángulo de los primeros escalones, las mucha-


chas podían ver la estufa negra antigua, la mesa y la al-
fombra arrugada dónde los clientes de las tías a menudo
se paseaban de un lado a otro. Ellas podían ver como el

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amor podría controlarte desde la cabeza a los pies, sin
mencionar lo que se tiene en medio de las piernas.

A raíz de esto, Sally y Gillian habían aprendido muchas


cosas que la mayoría de los niños de su edad no sabían:
siempre era útil recoger los recortes de la uña que habían
sido de algún ser querido, una mujer podría amar a un
hombre tanto que ella podría vomitar en el fregadero de
la cocina o llorar con tanta furia que la sangre le saldría
de las curvas de sus ojos.

En las tardes, cuando la luna hacia su primera aparición


en el cielo, y alguna mujer estaba llorando en su cocina,
Sally y Gillian se tomaron de los dedos meñiques y jura-
ron que jamás iban a ser gobernadas por sus bajas pasio-
nes.

"Puaj", las niñas se dirían una a la otra cuando un


cliente de sus tías lloraba o se levantaba la blusa para
mostrar las crudas marcas dónde ella marco el nombre de
su amado con una navaja de afeitar.
"No nosotras", las hermanas jurarían, mientras cerraban
herméticamente sus dedos como si fueran una llave.

Durante el invierno cuando Sally tenía doce y Gillian


casi once, ellas aprendieron que a veces la cosa más peli-
grosa en los asuntos del amor, es hacerle caso a los dese-
os del corazón. Eso sucedió un invierno cuando una jo-
ven que trabajaba en la tienda del pueblo vino a ver a las
tías.

Durante varios días la temperatura había descendido. El


motor de la vieja furgoneta Ford las tías hizo un cortocir-
cuito y se negó a funcionar, mientras que los neumáticos
se congelaron tanto que se fijaron al suelo del garaje. Los

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ratones no se aventurarían a salir del agradable calor de
las paredes de la alcoba; y los cisnes en el parque se ali-
mentarían de las hiedras heladas si todavía se encontra-
ban hambrientos. La temporada era fría y el cielo parecía
no tener corazón y su color era tan púrpura que hacía a
las muchachas se estremecieran cuando miraban hacia
arriba.

La cliente que llegó en esa tarde oscura no era bonita,


pero era conocida por su bondad y su dulce predisposi-
ción. Ella les entregaba comida a los ancianos, también
cantaba en el coro con una voz de ángel, y por supuesto
siempre ponía un chorro extra de jarabe en el vaso cuan-
do los niños pedían bastones de vainilla en la fuente de
refrescos.
Pero cuando ella llegó en la hora del crepúsculo, está
tranquila, y apacible joven se encontraba en tal agonía
que arrugo todo un mantelito; sus puños estaban tan ce-
rrados herméticamente que eran como las garras de un
gato. Al tirar su cabeza atrás y su cabello lacio cayó en-
cima de su rostro como una cortina; de los nervios, mor-
dió su labio hasta que su piel sangró. Todos esos indicios
demostraban que era un ser devorado por el amor y ya
había perdido treinta libras. Debido a lo que vieron, las
tías sintieron lastima por ella, algo que raramente sentían.
Aunque la muchacha no tenía mucho dinero, ellas le die-
ron la poción más fuerte que pudieron, con las instruccio-
nes exactas de cómo hacer que el marido de otra mujer se
enamore de ella. Luego le advirtieron que eso jamás
podría deshacerse, y que ella debería estar segura de que
eso era lo que verdaderamente quería.

"Estoy segura", la muchacha dijo, con su tranquila y


bonita voz, con eso las tías quedaron satisfechas, puesto
que le entregaron el corazón de una paloma, una de sus
mejores pociones, con una mezcla de sauces azules y un
río de lágrimas.

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Sally y Gillian se sentaban en los últimos escalones en
la completa oscuridad, rozando sus rodillas, y con sus
pies sucios y descalzos. Estaban temblando de miedo,
pero aun se sonreían una a la otra y murmurando la frase
al mismo tiempo que las tías lo hacían: ―El corazón de mi
amante sentirá este alfiler, y su devoción yo ganaré‖. No
habrá manera en la que él pueda descansar o dormir,
hasta que venga a mí. Sólo cuando él me ame, encontrara
la paz, y con la paz descansara." Al decir esas palabras,
Gillian hacia pequeños movimientos con una navaja co-
mo los que la joven debía hacerle al corazón de la paloma
cuando repita esas palabras durante siete noches seguidas
antes de acostarse.

"Nunca funcionará", Sally murmuró por lo bajo, si-


guiendo su propio camino desde la oscuridad, por los
escalones y a lo largo del vestíbulo hacia sus cuartos.

"Podría funcionar", Gillian agregó. "Aunque ella no es


bonita, todavía está en el plano de la posibilidad."

Sally se vistió; ella era la mayor y la más alta y siem-


pre sabía lo que ocurriría después. "Veamos lo que su-
cede."

Durante casi dos semanas, Sally y Gillian observaron a


la joven enamorada. Como los detectives contratados, se
sentaban durante horas en un lugar en donde podían ver
la tienda, gastaban todo su dinero en chispas y papas fri-
tas y así podían vigilarla. Para luego seguirla hasta al
apartamento que compartía con otra muchacha que traba-
jaba en una lavandería.

En el tiempo que siguieron su cronograma, Sally se


comenzó a preguntar si ellas estarían invadiendo la priva-
cidad de la chica, pero las hermanas continuaron creyen-
do que estaban haciendo una investigación importante,

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aunque ahora Gillian era la que estaba muy desconcertada
al no saber cuál era su meta.

"Es simple", Sally le dijo. "Necesitamos demostrar que


las tías no tienen ningún poder."

"Sí, las tías están llenas de mentiras"—Gillian sonrió


—" después de que descubramos esto seremos como todo
el mundo."

Sally asintió. Ella no sabía cómo expresarse acerca de


ese asunto. Desde luego, ese era el deseo personal que
cada una tenía en su corazón.
Esa noche Sally soñó con un rancho con cercas blancas,
y cuando despertó por la mañana le pareció ver púas
negras de metal que la rodeaban, haciéndola llorar des-
consoladamente.

Mientras que las demás chicas se lavaban con barras de


jabón esencias perfumadas; Gillian y ella eran obligadas a
usar jabón negro dos veces al año hecho por las tías con
cenizas y restos que quedaban en la chimenea.
Las otras jóvenes tenían mamá y papá que no hablaban
todo el tiempo del deseo y el destino. En ninguna otra
casa de su calle o en su pueblo había un cajón lleno de
camafeos, cedidos como parte de pago por los deseos
cumplidos.

Sally tenía la total esperanza que su vida no era tan


anormal como parecía. Si el hechizo de amor no funciono
en la joven de la tienda, quizás las tías sólo estaban fin-
giendo tener poderes. Así que las hermanas esperaron y
rezaron para que nada sucediera. Y eso pareció ser cierto,
hasta que el director de su escuela, Sr. Halliwell, esta-
cionó su auto frente apartamento de la joven de la tienda,
cuando la luz del día se desvanecía. Y Casualmente en-

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tro, pero Sally notó mirando de reojo; que sus ojos esta-
ban nublados, como si él no hubiera dormido durante
siete noches. Esa noche las chicas no fueron a cenar, a
pesar que Sally les prometió a las tías que ella condimen-
taría las chuletas de cordero y cocinaría los frijoles.

El viento comenzó a golpear y la helada lluvia a caer;


las jóvenes aun se encontraban paradas frente al aparta-
mento de la joven de la tienda. El Sr. Halliwell no salió
hasta después de las nueve, y tenía una extraña expresión
en su rostro, como si realmente no supiera donde estaba.
Cruzo frente a su automóvil, sin reconocerlo, y hasta la
mitad de camino hacia su casa no recordó donde lo había
estacionado aunque él recuerda que lo había estacionado
en alguna parte, después de una hora de localizar el rum-
bo perdido. A partir de ese momento, él aparecía todas las
tardes en la hora exacta. Hubo una vez que tuvo el valor
de ir hacia la tienda para pedir una hamburguesa con que-
so y un refresco, aunque él no dio ni un mordisco miraba
fijamente a la muchacha que lo hechizo con mucho an-
helo.
Él se acomodaba en el primer taburete, tan ardiente y
amoroso que los paños llenos de linóleo en el que apoya-
ba sus codos comenzaban a burbujear.
Cuando finalmente se dio cuenta que Sally y Gillian lo
estudiaban cuidadosamente, les ordeno que regresen a la
escuela, y mientras que él seguía sosteniendo su hambur-
guesa, sin sacar los ojos de encima de la muchacha. Él
había sido tocado por algo, muy bien; las tías lo habían
conseguido, era como si hubiera sido atravesado por un
arco y flecha.

"Coincidencia", Sally insistió.

"No sé nada acerca de eso." Gillian se encogió de hom-


bros. Cualquiera podía darse cuenta que la joven de la
tienda tenía una expresión encendida al momento que

~ 19 ~
preparaba los sundaes de dulce de chocolate caliente y
alcanzaba las prescripciones para antibióticos y jarabe de
la tos.

"Ella consiguió lo que quiso. Esto resultó."

Pero en la manera que sucedió, la joven no tenía lo que


había querido exactamente. Ella regresó a la casa de las
tías, mas angustiada que antes. El amor era una cosa, pero
el matrimonio era otra. El Sr. Halliwell, no parecía dis-
puesto en dejar a su esposa.

―No creo que quieras presenciar esto", Gillian le susu-


rro a Sally.

"¿Cómo lo sabes?‖

Las muchachas se decían frases como esa una a la otra.


En ese momento tenían una sensación de temor que gene-
ralmente no la tenían cuando espiaban secretamente por
las escaleras.
"Vi eso una vez." Gillian estaba relativamente pálida;
su cabello ondeaba en su cabeza como una nube.

Sally se alejó de su hermana. Ahora entendía porque


las personas decían cosas que a uno le podían helar la
sangre. "¿Sin mí?‖

Gillian iba a menudo a asomarse por las escaleras sin


su hermana para probarse, cuan intrépida ella podía ser.
"No creí que hubieras querido ir‖. Algunas de las cosas
que harán no serán del todo agradables. No podrás sopor-
tarlo."
A raíz de eso, Sally tuvo que permanecer al lado de su
hermana menor en las escaleras, si sólo probaba lo que

~ 20 ~
quería. "Veamos lo que podemos tomar y lo que no‖, ella
murmuró.

Pero Sally nunca se hubiera quedado, ella correría a su


cuarto y se encerraría con llave, el hecho de saber que
alguien obligaría a un hombre a casarse con una persona
que no deseaba, era algo desagradable lo que iba a suce-
der.
Ella cerró sus ojos, en el momento que trajeron a la pa-
loma. Luego, cubrió sus oídos con sus manos así no escu-
charía el alarido del ave, que se encontraba tapada por un
paño.
Se repetía a si misma que debía cocinar las costillas de
cordero, que debía preparar un pollo al horno, pero esto
no era muy diferente.

Las consecuencias fueron funestas, Sally decidió con-


vertirse en vegetariana, es mas comenzaba a tener miedo
de la bandada de gorriones y pajaritos que se asomaban
en el árbol de la casa. Por un largo rato, se aferro de la
mano de su hermana Gillian cuando el cielo comenzó a
oscurecer.
Aquel invierno, Sally y Gillian se cruzaron con la chica
de la tienda y el Sr. Halliwell. Y ese mismo enero el dejó
a su esposa para casarse, y se mudaron a una casa peque-
ña en la esquina de la tercera y Endicott. Una vez marido
y mujer raramente se separaban. Donde quiera que la chi-
ca fuera, al mercado o a la clase de gimnasia, el Sr.
Halliwell la seguía, como un perro entrenado sin necesi-
dad de una correa.
En cuanto el salía del colegio, se dirigía a la tienda,
donde se pasaba largas horas contemplándola, con un
ramo de violetas o con una caja de bombones, y más de
una oportunidad las hermanas podían oír como la nueva
esposa lo maltrataba tirando esos regalos.

~ 21 ~
¿Puedes sacarme los ojos de encima al menos por un
minuto? eso era lo que le decía a su amado. ¿No puedes
darme un minuto de paz?

En la temporada en que la enredadera comenzaba a flo-


recer. La chica regresó.

A la hora del crepúsculo, Gillian y Sally se encontraban


trabajando en el jardín, juntando las cebollas de primave-
ra para un estofado. El limonero que se encontraba en la
parte trasera del jardín, despedía ese delicioso aroma una
vez al año, y el romero era menos blanquecino y quebra-
dizo esta vez. La estación era tan húmeda y los mosquitos
salían con más fuerza que antes, Gillian se disponía a
matar los grillos que se posaban sobre su piel. Mientras
Sally se remangaba los puños, se dio cuenta que alguien
se estaba asomando por la vereda.

"Uh-oh", Gillian dijo. Ella dejó de lastimarse a sí mis-


ma. ―Lucia fatal‖. Aquella chica que trabajaba en la tien-
da del pueblo no parecía la misma. Su pelo no tenía brillo
y su boca tenía una forma graciosa, como si hubiera mor-
dido algo agrio. Se frotaba las manos con su piel resque-
brajada, pero quizás era porque estaba terriblemente ner-
viosa.
Sally recogió el cesto tejido y miro al cliente de las tías
como golpeaba la puerta trasera. Nadie contesto, por lo
tanto ella golpeo la puerta frenéticamente y muy enfada-
da.

¡Abra! gritó de nuevo. Golpeó una y otra vez pero na-


die contestó. Cuando la muchacha vio a las hermanas se
dirigió hacia el jardín. Gillian se puso blanca como un
fantasma y se aferró a su hermana. Sally se quedo donde
estaba, de todos modos no tenía lugar a donde escaparse.
Las tías habían clavado un cráneo de caballo en el cerco,

~ 22 ~
para mantener alejados a los niños del vecindario con
gusto a fresa y a menta.

En ese momento, Sally se sentía con la esperanza que


alejaría a esos espíritus, porque eso era exactamente lo
que parecía la muchacha, cuando se acercó a ellas, en ese
jardín donde la lavanda, el romero y el ajo crecían en
abundancia. Ya que en la mayoría de los patios de los
demás vecinos sucedía todo lo contrario.

"Miren lo que ellas me hicieron‖ la chica gritó, ―el no


me deja sola ni por un minuto. No se mueve de las cerra-
duras incluso cuando me estoy bañando. No puedo dor-
mir ni comer porque el siempre me está espiando‖ agregó

―Quiere hacer el amor todos los días, doy lastima por


dentro y por fuera.‖

Sally dio retrocedió dos pasos, y casi se tropieza


cayéndose encima de Gillian a la cual seguía tomada de
la mano. Esta no es la manera más correcta en la que se le
habla a los niños, pero a aquella le importaba muy poco
lo que estaba bien y lo que estaba mal.

Ella pudo notar que los ojos de la muchacha estaban ro-


jos de tanto llorar y que de su boca solo podían salir in-
sultos.

¿Dónde están las brujas que me hicieron esto? Gritó la


chica. Mientras tanto las tías estaban contemplando la
escena desde la ventana, observaban como la avaricia y la
estupidez podía afectar a una persona.

Hicieron un gesto triste con la cabeza cuando Sally se


dio cuenta de que sus tías estaban observando ese es-
pectáculo desde la ventana.

~ 23 ~
Ellas no deseaban verse involucradas por ningún moti-
vo con esa muchacha. A algunas personas se les puede
advertir sobre el desastre que se les puede venir. Lo pue-
des intentar, pelear contra aquello, con cada advertencia
dada, pero al final siempre se hará la voluntad del involu-
crado.

Nuestras tías se fueron de vacaciones, Sally dijo con


una frágil y poco confiable voz. Nunca antes había dicho
una mentira, y eso le dejó un gusto amargo en la boca.
―Ve a buscarlas‖ la chica le gritó. En ese momento ella
no era la persona que solía ser.

En la práctica del coro ella lloro durante dos solos, y


tuvo que ser llevada al estacionamiento para no interrum-
pir el programa entero.

―Hazlo ahora o te daré una bofetada‖

―Déjenos sola‖ Gillian le dijo asegurándose de escon-


der a Sally.
Si usted no se va, nosotras le pondremos una maldi-
ción a usted. Ella agrego

La muchacha temblaba en el momento que escucho


esas palabras. De repente empujo a Gillian hacia delante.
Pero fue Sally quien la sostuvo y la tomó tan fuerte que
Sally casi se cae pisoteando el romero y la verbena.

Detrás de la ventana, las tías recitaban las palabras que


le habían enseñado a las pequeñas para espantar a los
pollos. Hubo un tiempo que tuvieron una clase entera de
especímenes de color castaño y blanco pero cuando las
tías se encargaron de ellos, jamás volvieron a piar. De
hecho, era su silencio que permitió que los perros se los
comieran en el medio de la noche. ¡Oh! Gillian exclamó

~ 24 ~
cuando se dio cuenta lo que le había sucedido a su her-
mana.

¡Tu fenómeno! le dijo la chica. ¡Eres detestable! ¿No


me oíste? ¡Llama a tus tías! O al menos era lo que esa
muchacha intentaba decir, pero nadie oyó decir ni siquie-
ra una palabra. Nada salió de su boca. Ni un alarido, grito
o siquiera una disculpa. En ese preciso momento fue
cuando puso la mano sobre su garganta y fue como si
algo o alguien la estuviese ahorcando, pero realmente lo
que la estaba ahogando era todo ese amor que le estaba
haciendo mal. Sally miro a la chica, su rostro estaba blan-
co de miedo.

Finalmente el resultado fue, que la chica de la tienda


jamás volvió a hablar. Aunque a veces hacia pequeños
ruidos como el sonido de una paloma. O si estaba verda-
deramente furiosa, era un chillido bastante áspero no tan
diferente al de los pollos aterrados cuando son cazados y
llevados directo a la parrilla.

Sus amigos del coro lloraron la pérdida de su bonita


voz, pero al poco tiempo comenzaron a evitarla.
Su cuerpo sufrió una metamorfosis, la espalda se le
había arqueado como la espina dorsal de un gato cami-
nando por carbones ardiendo. Ella no era capaz de oír ni
siquiera una palabra amable ya que se cubría las orejas
con las manos y caminaba como un niño cojo.

Por el resto de su vida ella seguiría con el hombre que


la amó demasiado y aun ella no le podría decir que se
marche.
Sally sabia sus tías no le abrirían la puerta a esa clase
de cliente, aun si viniera miles de veces. La chica no pod-
ía pedir más de lo que obtuvo. ¿Que había pensado? ¿Que
el amor era un juego, algo fácil y dulce de manejar?

~ 25 ~
El amor verdadero era algo peligroso, lo consiguió con
su firmeza, y si no haces que se vaya tan rápido puede ser
algo muy inteligente para mantenerte a salvo. Si la chica
de la tienda hubiera sido inteligente, hubiera pedido un
antídoto no un hechizo. Al final, ella había conseguido lo
que quería y aún no había aprendido una lección sobre lo
que le sucedió. Había una persona en el jardín que si lo
había hecho. Había una muchacha que conocía muy bien
como entrar y salir tantas veces que no derramo una la-
grima cuando pico las cebollas. Que le podrían haber
hecho más que llorar esa noche.

UNA VEZ POR AÑO en vísperas de las medianoches


de verano, un gorrión hacía su nido en la casa de las
Owens. No importaba
Cuanto intentaban impedirlo, el pájaro siempre se las
arreglaba para entrar.
Ellas podían poner platos con sal o contratar a alguien
que repare las tuberías o que arregle el techo y aún el
pájaro aparecía. Entraría a la casa a la hora de ponerse el
so, la hora del dolor, en donde venia el silencio. Con una
extraña sagacidad evito los platos con sal y los ladrillos,
como si el pobre no tuviera derecho a elegir a colgarse de
las cortinas o del candelabro polvoriento. O de tomar las
gotas de agua que caían del florero como lagrimas. Las
tías ya tenían listas sus escobas, para sacar al pájaro por
la ventana, pero el gorrión voló tan alto que no pudo ser
alcanzado.

Al dar vueltas por el comedor, las hermanas empezaron


a contar, ellas sabían que tres veces significaba problema
y tres veces fueron las vueltas que contaron. La palabra
problema no era nada nuevo para las hermanas Owens,
especialmente ahora que ellas crecieron.
En el momento en que las chicas comenzaron la secun-
daria, los muchachos que alguna vez las habían evitado

~ 26 ~
no podían mantenerse alejados de ellas, especialmente de
Gillian. Ella no podía ir al mercado a comprar una lata de
arvejas sin toparse con algún muchacho en la sección de
congelados. Para que al final en vez de comida ella se
lleve helado, dinero que salía del bolsillo del muchacho.
Quizás el jabón negro con el que ella se higienizaba hacia
que su piel estuviera más iluminada cualquiera sea la
razón. Ella era tan impulsiva y pasional que su simple
roce era imposible de ignorar. Los muchachos que la mi-
raban se sentían tan mareados al contemplarla que era
necesarios llevarlos a un doctor para que les de oxigeno o
sangre. Por otro lado, se encontraban los hombres feliz-
mente casados y lo bastante mayores para ser su padre.
De repente, la volteaban a ver y le proponían ofrecerle el
mundo, o por lo menos una versión de él.

Cuando Gillian usaba mini faldas, causaba accidentes


de tránsito en la calle Endicott. Cuando paseaba, los pe-
rros atados en las perreras con cadenas de metal se olvi-
daban de gruñir y de morder.
En un día feriado de mucho calor Gillian se cortó casi
todo su cabello, casi tan corto como un muchacho, y no
hubo chica en el pueblo que no estuviera dispuesto a imi-
tarla con su corte de cabello.
Pero ninguna de ellas podría detener el tráfico revelan-
do su cuello bonito. Ninguna de ellas podría usar su son-
risa inteligente para pasar biología y estudios sociales sin
tomar un solo examen o hacer la tarea de una noche en la
vida.

Durante el verano cuando Gillian tenía dieciséis años,


el equipo del fútbol universitario entero pasó cada sábado
del año en el jardín de las tías. Allí podrían encontrarse
todo ellos, en fila, torpes y silenciosos y además locamen-
te enamorados, tirando las flores entre las filas de bella-

~ 27 ~
dona y verbena, cuidadosos de no pisar los cebollines los
cuales eran absolutamente fuertes para poner entre los
dedos de cualquier muchacho si este no prestara atención.

Gillian rompía corazones como la gente rompía varitas


para la chimenea. En el tiempo que finalizaban la escuela
secundaria, era tan rápida y experta en lo que hacía que
algunos chicos no sabían lo que sucedía hasta que ella los
dejaba hechos añicos.

Si uno tomara el problema como lo hacían la mayoría


de los adolescentes, lo solucionaría en veinticuatro horas,
como si te fueras riendo a comprar una barra de dulce a
un kiosco.
Pero todo cambiaria si uno viera a Gillian Owens apa-
recerse por la puerta, sin mencionar la confusión que ella
hubiera ocasionado o provocado u desorden tan grande
como el congreso de Boston.

Las tías no se preocupaban en lo más mínimo sobre la


reputación de Gillian. Jamás pensaron en ponerle un lími-
te de horario o darle un buen sermón. Cuando Sally sacó
su licencia, ella usaba su auto para comprar golosinas o
para sacar algo de la basura. Pero tan pronto que Guillan
aprendió a conducir, ella sacaba el auto todos los sábados
a la noche y ella no venía a la casa hasta el amanecer. Las
tías oían a Gillian abrir la puerta principal, una vez en-
contraron botellas de cerveza escondidas en la guantera
del ford.

Las chicas eran chicas, esa era la manera en que las tías
pensaban, y eso era especialmente una verdad para las
Owens. Eso también lo pensaban para Sally.

Ella cocinaba nutritivas comidas cada noche y luego


lavaba los platos, hacia las compras los martes y jueves,

~ 28 ~
así los pañuelos y toallas olían de manera fresca y dulce.
Las tías trataban de animarla a que nos sea tan buena. La
bondad, en su opinión no era una virtud, sino una falta de
determinación.
Y el temor se disfrazaba de humildad. Las tías pensa-
ban en que había cosas más importantes en que preocu-
parse que sacarle polvo a los conejitos que se encontraban
bajo de las camas o recoger las hojas que se caen del por-
che. Las mujeres Owens ignoraban esas actitudes; eran
inteligentes y pensantes, siempre fueron así. Aquellos
primos que se habían casado siempre habían insistido en
mantener su apellido, y sus hijas también fueron Owens.
La madre de Gillian y Sally, Regina había sido muy difí-
cil de controlar. A las tías siempre se les llenaban los ojos
de lágrimas al recordar como Regina caminaba con sus
pies descalzos por el borde del Porche a las noches, cuan-
do ella bebía demasiado whisky, con sus brazos fuera de
equilibrio.

Ella pudo haber sido algo tonta, pero Regina supo co-
mo divertirse, una habilidad que las mujeres Owens esta-
ban absolutamente orgullosas. Gillian había heredado de
su madre su aspecto salvaje, mientras que Sally no reco-
nocería esos buenos momentos ni aunque estuvieran sen-
tados frente a ella.

―Sal un poco‖ las tías le pedían eso todos los sábados


cuando Sally agarraba un libro de la biblioteca. ―Diviérte-
te‖ ellas sugerían con sus pequeñas y agudas voces que
podían asustar hasta los caracoles del jardín, pero no con-
seguían sacar a Sally de la cama. Las tías intentaban ayu-
dar a Sally para que se convirtiera un poco más sociable.
Ellas empezaron a buscarle jovencitos para que saliera,
como lo harían las viejas damas en búsqueda de gatitos.
Todos los domingos, celebraban fiestas en el jardín, serv-
ían sándwiches de carne fría y botellas de cerveza negra,
sin embargo Sally se sentaba en su silla de metal, con las

~ 29 ~
piernas cruzadas y con su mente vagando por cualquier
lugar.
Sus tías le compraban lápiz labial y le traían sales de
baño de España. También le ordenaron por correo vesti-
dos de fiesta, cintas para el cabello y botas de cuero, pero
Sally le regalaba todo eso a Gillian, que podría usar todos
esos objetos. En cambio, Sally leía libros los sábados a la
noche, así como iba a la lavandería los jueves. No era que
Sally no hacia su intento para enamorarse. Era pensante y
reflexiva con sorprendentes poderes de concentración.

Hubieron veces de que ella aceptaba propuestas de mu-


chachos que la invitaban al cine o a bailar e incluso a rea-
lizar paseos por el lago cerca del parque.
Los chicos que salían con Sally en secundaria, se sor-
prendían de cuanto tenía que concentrarse a la hora de dar
un simple beso, y como no podían ayudarla se pregunta-
ban qué es lo que ella sería capaz de hacer.

Veinte años más tarde, muchos de ellos aún pensaban


en ella cuando no debían, pero a ella no le había importa-
do ni siquiera uno de ellos, tampoco recordaba sus nom-
bres. Tampoco saldría con el mismo muchacho dos veces,
según ella no sería justo, y creía como cosas como la leal-
tad y en asuntos más extraños e inusuales como ser el
amor.
Mirar a Gillian de que manera atravesaba el pueblo, le
hacía preguntar a Sally si quizás ella tenía granito en vez
de corazón.

Tiempo después que las hermanas terminaron la escue-


la secundaria, se hizo eso más evidente que aunque Gi-
llian pudiera enamorarse, no se quedaría allí por más de
dos semanas. A raíz de su educación, Sally comenzó a
pensar que ellas se encontraban malditas, y no era nove-
dad de que las hermanas debían tener mala suerte. Des-
pués de todo, las tías todavía conservaban las fotografías

~ 30 ~
de sus antiguos novios, hermanos que poseían demasiado
orgulloso para refugiarse durante un picnic tormentoso.

Los muchachos fueron alcanzados por un rayo, sobre el


campo verde, en el cual hoy se encuentran enterrados,
bajo las piedras, donde las palomas se reunían desde el
amanecer hasta el crepúsculo.
Cada agosto, el rayo se encontraba allí otra vez, y los
amantes se animaban a correr por el verde campo cuando
las nubes negras aparecían. Los novios de Gillian eran
aquellos que tomaban todos los riesgos para que un rayo
los alcance, como por ejemplo, dos novios que ella tuvo
se encontraron en el hospital, después de escaparse por
ese campo, con su cabello lacio hasta el espanto y sus
ojos abiertos de par en par, incluso cuando dormían.

Al cumplir Gillian dieciocho, tuvo un romance durante


tres meses, fue tan fuerte que decidió escaparse a Mary-
land y casarse. Ella debía escapar porque las tías se rehu-
saban de darle la bendición. Según ellas, Gillian era tan
joven y tonta que podía quedar embarazada en tiempo
record – todos los prerrequisitos para una vida común y
miserable.

Todo eso llevaba a pensar, que las tías tenían razón


acerca de su estupidez y juventud. Gillian no tuvo tiempo
en quedarse embarazada- ya que dos semanas después del
casamiento, abandono a su esposo por un mecánico que
arreglaba su Toyota. Ese fue el primero de los tantos de-
sastres maritales, aunque la noche que escapó algo parec-
ía posible incluso la felicidad. Sally le ayudo a atar una
fila de trapos juntos para que Gillian pudiera escapar.

Sally consideraba que su hermana era ambiciosa y


egoísta. En cambio el pensamiento de Gillian era que su
hermana era una moralista y prudente, pero todavía eran

~ 31 ~
hermanas y estaban a punto de separarse. Se pararon en
frente de la ventana abierta abrazándose una a la otra llo-
rando para luego jurar que solo seria por un tiempo.

―Deseo que vengas con nosotros‖ Gillian dijo con su


susurrante voz que usaba los días de tormenta.

―No tienes que hacer esto‖ Sally respondió ―si no estás


segura‖

―Lo he tenido todo con las tías. Quiero tener una vida
real. Quiero ir a algún lugar donde nadie haya oído algo
acerca de los Owens‖. Gillian decía eso vistiendo un ves-
tidito blanco que lo quería seguir estirando para no mos-
trar sus muslos.

En lugar de sollozar, ella buscó intensamente en su bol-


so hasta encontrar un paquete arrugado de cigarrillos.
Ambas se hicieron un guiño cuando Gillian encendió el
fósforo. Ellas estaban en medio de la oscuridad mientras
miraban la luz anaranjada del cigarrillo cada vez que Gi-
llian inhalaba, y ni siquiera Sally se molestó a sacar las
cenizas que caían al piso que había barrido esa mañana.

"Prométeme que no te quedaras aquí", Gillian dijo. "Te


arrugaras como un pedazo de papel. Vas a arruinar tu
vida."

Abajo en el patio, el muchacho con el que Gillian esta-


ba a punto de escapar estaba demasiado nervioso. Gillian
era conocida por arrepentirse a último momento. Este año
solo, tres muchachos de la universidad habían sido con-
vencidos que eran los adecuados para casarse con ella, y
cada uno le trajo un anillo de diamante. Durante un tiem-
po, Gillian llevaba los tres anillos en una cadena de oro,
pero a fin de cuentas ella se hecho atrás, rompiendo los

~ 32 ~
corazones de los chicos de Princeton, Providence y Cam-
bridge esa misma semana.

Los demás estudiantes de su clase apostaron que ella


seria la que tuviera la mayor cantidad de citas para el bai-
le de gala, desde luego ella había aceptado y rechazado
las invitaciones de varios aspirantes durante varios meses.
El muchacho que se encontraba en ese momento en el
patio sería el primer marido de Gillian, el cual la llamaba
tirando piedras por el tejado, con un eco que se parecía al
granizo. Las hermanas siempre dormían abrazadas una a
la otra, como si el destino fuera a sorprenderlas, y sacu-
dirlas para llevarlas a un futuro completamente alternado.

Pasarían años antes que ellas se vieran de nuevo. Ellas


se convertirían en mujeres adultas, demasiado maduras
para susurrarse secretos o para subir al tejado en media
noche.

―Ven con nosotros‖, Gillian dijo.

Sally respondió ―no, imposible‖. Ciertos hechos del


amor conocía con exactitud. Solo dos personas podían
escaparse.
Y en ese momento había docenas de piedras cayéndose
sobre el techo, miles de estrellas en el cielo también.

―Te extrañare‖ le dijo Gillian.

―Vamos‖ Sally le respondió. Esa sería la última opor-


tunidad de detener a su hermana.

―Bueno ahora vete‖. Gillian beso a Sally por última vez


y luego desapareció por la ventana. Ellas le dieron de
cenar a las tías sopa con cebada con una generosa canti-
dad de whisky, para que ellas queden dormidas. Con la
intención que no oyeran nada. Pero Sally pudo oír a su

~ 33 ~
hermana correr por la vereda, y lloro toda la noche e ima-
gino oír sus pasos cuando nada se movía allí afuera.

La mañana siguiente Sally salió a recoger los trapos


blancos en los que Gillian había escapado detrás de la
enredadera. De repente una pregunta le vino a la mente,
¿por qué ella tenía que ir siempre a la lavandería? ¿Por
qué ella tenía que estar pendiente si las ropas tenían man-
chas o si necesitaban un blanqueamiento? Ella nunca an-
tes se había sentido tan sola. Si solo pudiera creer que el
amor pudiera ser su salvación, pero el deseo la había
arruinado.

En ese momento deseo nunca haber bajado cuando era


niña para escuchar a los clientes de las tías llorar y rogar
y convertirlos a ellos en unos tontos sin voluntad. Todo
eso le había servido a ella para convertirse en una resis-
tente al amor y francamente ella pensaba que jamás iba a
cambiar.

Los dos años siguientes llegarían casualmente con be-


sos y abrazos y un ―desearías que estuvieras aquí‖ pero
sin remitir dirección.

Durante ese tiempo Sally tenía menos esperanza en su


vida futura, ya que esta se limitaría a abrir latas y a coci-
nar comidas que las tías no querían y limpiar una casa
cuyos muebles no necesitaban ser lustrados.

Cuando cumplió veintiuno años y la mayoría de las


muchachas de su edad se encontraban terminando la uni-
versidad o consiguiendo un aumento de sueldo para así
poder tener su propio departamento, pero la cosa más
excitante que Sally realizaba era ir a la ferretería.
A veces le tomaba una hora a ella elegir escoger entre
los limpiadores.

~ 34 ~
¿Y usted qué piensa? ¿Cuál es mejor para el suelo de
la cocina? ―ella le preguntaría al empleado, un joven gua-
po que estaba tan desconcertado por su pregunta que sim-
plemente le apuntaría, al Lysol.

El empleado estaba tan cerca que, Sally nunca podía


ver la expresión en su rostro cuando le señalaba el pro-
ducto de limpieza requerido. Si ella hubiera sido más alta,
o si se hubiese trepado a la escalera para poder abastecer-
se. Sally habría notado que el empleado siempre la mira-
ba con la boca abierta, como si hubieran palabras que él
quisiera decir, pero que su timidez se lo impedía.

De la casa a la ferretería, Sally pateaba las piedras que


se encontraban en su camino.
Mientras una bandada de pájaros negros la seguía,
graznando y gritando lo graciosa que era, aunque se co-
rriera cada vez que los pájaros sobrevolaban sobre su
cabeza. Pero de una cosa Sally estaba de acuerdo con
ellos, su destino ya estaba sellado. Ella se encontraría
limpiando pisos por siempre, y llamaría a las tías por las
tardes las cuales eran demasiado calurosas y húmedas
para ellas para estar con las manos y rodillas sucias.

De hecho, los días se estaban pareciendo cada vez más


similares, incluso intercambiables, ella apenas notaba la
diferencia entre el invierno y la primavera. Pero en vera-
no la casa de las Owens tenía su propio programa- el
horrible pájaro que invadía su paz- y cuando fue la si-
guiente medianoche de verano, Sally y las tías estaban
listas para recibir a su invitado no deseado, como todos
los años. Ellas estaban esperando que el gorrión aparecie-
ra, pero nada pasó.

Las horas pasaron, ellas pudieron oír al reloj en la sala


de estar y, ninguna llegada, ningún revoloteo, ninguna
pluma.

~ 35 ~
Sally, con su miedo de mirar a los pájaros en vuelo, se
había atado una bufanda alrededor de su cabeza, pero
ahora vio que no había necesidad. Ningún pájaro había
entrado por la ventana o a través del agujero del tejado
que el reparador no había podido encontrar. No voló tres
veces para anunciar infortunio. Ni siquiera taladró a la
ventana con su pequeño pico afilado.
Las tías se miraban azoradas. Pero Sally se rió ruido-
samente.
Ella, con su insistencia de una prueba, se había asegu-
rado la más poderosa: Las cosas cambiaron. Ellas cam-
biaron. Un año no era como el siguiente y así fueron los
otros.

Sally corrió a la casa y siguió a hasta llegar al frente


de la ferretería donde se chocaría con el hombre que sería
su esposo. En cuanto lo miro, Sally se sintió mareada y
tuvo que sentarse cabeza abajo para no desmayarse, y el
empleado que sabia tanto sobre los limpiadores de cocina,
se había sentado junto a ella, aunque su jefe le gritaba que
volviera a trabajar, ya que una cola se había formado
detrás de la caja registradora.
El hombre del cual Sally se había enamorado se llama-
ba Michael. Él era reflexivo y amable que al saludar a las
tías la primera vez que las había visto inmediatamente
preguntó si necesitaban que alguien sacara la basura, con
lo cual se las gano y ellas no fueron capaces de realizar
ninguna pregunta más.

Sally se caso con el rápidamente, y se mudaron al ático


que de repente parecía el único lugar en el mundo donde
Sally deseaba estar. Dejaron a Gillian viajar de California
a Memphis. La dejaron casarse y divorciarse tres veces.
La dejaron que se besase con cualquier hombre que se le
cruzara por el camino y romper con cada promesa hecha
cuando venía a la casa de vacaciones. Dejaron que le tu-

~ 36 ~
viera lastima a su hermana que permanecía en aquella
casa vieja. Pero a Sally no le importaba.

La opinión de Sally era, que su existencia en el mundo


sería imposible sin estar enamorada de Michael.
Incluso las tías habían empezado a escuchar el sonido
de sus silbidos cuando el llegaba de la ferretería por las
tardes. En otoño, el ayudaba en el jardín a las tías. En el
invierno, aseguraba las ventanas por las tormentas y lleno
los crujidos de esas ventanas con masilla.

El se hizo cargo del viejo ford y lo separo parte por par-


te, las tías estaban tan impresionadas que le dieron ese
auto y su afecto permanente.

También sabía cómo salirse de la cocina, especialmen-


te a la hora del crepúsculo, y si se daba cuenta que una
mujer golpeaba la puerta de atrás, el jamás le preguntaba
a Sally por eso. Sus besos eran lentos y profundos y lo
que más le gustaba era sacarle a Sally la ropa con la luz
encendida, y finalmente sabía cuando iba a perder al
rummy cuando jugaba con las tías.
Cuando Michael se mudo las cosas en la casa comenza-
ron a cambiar, incluso los murciélagos del ático lo conoc-
ían y comenzaron hacer sus nidos fuera del cobertizo.
En el junio siguiente, las rosas habían empezado a cre-
cer a lo largo del porche. En enero, ese proyecto del salón
desapareció y los hielos no se formarían en la vereda. La
casa era alegre y acogedora, y cuando Antonia nació en
una horrible tormenta de nieve se estaba preparando, y el
candelabro se movía de un lado al otro.

Durante la noche, parecía como si un río fluyera a lo


largo de la casa, el sonido era tan bonito y real que los
ratones salieron de las paredes para saber si la casa estu-
viera en silencio y que en su lugar hubiera un prado. An-

~ 37 ~
tonia tuvo el apellido Owens por insistencia de las tías y
en acuerdo con la tradición familiar.

Inmediatamente las tías le dieron lo que la niña quería,


agregaban jarabe de chocolate a sus mamaderas, se le
permitía jugar con las perlas de las tías, agarrándolas para
hacer pasteles de barro tan pronto como ella aprendió a
gatear.

Antonia hubiera sido perfectamente feliz de ser única


hija, pero tres años y medio más tarde, en una mediano-
che llego Kylie y todos se dieron cuenta lo extraordinaria
que ella era. Incluso las tías que no podrían amar a otro
bebe más que Antonia, predijeron que Kylie vería lo que
otros no podían. Ella se movía la lluvia antes de que ca-
yera. Apuntaba al techo momentos antes que una libélula
apareciese. Después de todo, Kylie era una bebe tan bue-
na que las personas que movían el coche de la niña se
quedaban viéndola tranquilos y con mucha paz. Los mos-
quitos nunca la picaban, los gatos negros de las tías jamás
la arañaban, incluso cuando ella los agarraba de sus colas.
Kylie era un melocotón de infante, tan dulce y apacible al
contrario de Antonia que al crecer se volvió más ambicio-
sa y egoísta cada día.

"¡Mírenme! " ella gritaría, cuando ella se vestía con los


viejos vestidos viejos de chifon de la tía o cuando ella
terminaba de comer.

Sally y Michael turnaban con señas para cuidar a la ni-


ña, pero las tías sabían lo que Antonia quería oír. Ellas la
llevaron al jardín a la medianoche, una hora bastante in-
apropiada para una pequeña niña, y le mostraron como la
belladona florecía en la oscuridad, como si escuchara
cuidadosamente con los oídos de una niña mayor los cua-
les eran mucho más sensibles que el oído de su hermana,
ya que ella podía oír las lombrices moverse por la tierra.

~ 38 ~
Para celebrar la llegada del bebe, Michael había invita-
do a todo el mundo que concurría a la tienda y a toda la
gente que vivía en la cuadra para la fiesta. Para sorpresa
de Sally todos vinieron. Cada uno de esos invitados que
habían tenido miedo alguna vez de cruzarse por su cami-
no en las noches oscuras parecían ansiosos en asistir.
Mientras ellos bebían cerveza helada comían torta y bai-
laban en la vereda. Antonia estaba usando un vestido de
hilo, y con un círculo de admiradores a su alrededor la
aplaudieron cuando Michael la levanto sobre una vieja
mesa de picnic para poder cantar ―The old Gray Mare‖ y
―Yankee Doodle.‖

Al principio las tías se negaron a participar e insistie-


ron al mirar las festividades a través de la ventana de la
cocina, como los pedazos negros de papel, pegados con-
tra el vidrio.

Ellas eran damas viejas antisociales que tenían cosas


mejores para hacer con su tiempo, o eso era lo que ellas
decían. Pero no pudieron resistirse, y cuando por fin to-
dos levantaron las copas de champagne en tributo al nue-
vo bebé, las tías sorprendieron a todo el mundo entrando
al jardín. Para los buenos deseos, ellos tiraron los vasos
por el camino, que no fue cuidado durante las largas se-
manas, ya que después los fragmentos aparecerían entre
las filas de las berenjenas.

No creerás como todo ha cambiado, Sally le confió a su


hermana. Ella le escribía a Gillian al menos dos veces al
mes con un papel azul pálido. A veces se sentía comple-
tamente desorientada enviando las cartas a San Luís o por
ejemplo descubrir que su hermana se había mudado a
Texas. Parecemos tan normales, Sally escribió. Creo que
te desmayarías si nos vieras.

~ 39 ~
Ellos cenaban juntos todas las noches, cuando Michael
llegaba de trabajar, y las tías no hacían gestos con su ca-
beza cuando veían los sanos platillos de vegetales que
Sally insistía en servirles a sus hijas. Aunque ellas hacían
todo el trabajo en la casa, no mostraron ningún desagrado
cuando Antonia limpio la mesa. No se quejaron cuando
Sally inscribió a Antonia al jardín maternal del pueblo, a
donde ella le enseñaron a decir ―por favor‖ y ―gracias‖
cuando quería galletitas y cuando se le pedía que sería
mejor que no lleve lombrices en el bolsillo si quería que
otras niñas jugaran con ella.

Las tías, sin embargo, pusieron sus pies en otras fiestas


de niños, que serian alegres monstruos caminando por la
casa, riéndose y bebiendo limonada rosada y sacando
pilas de caramelos de gelatina entre los cojines de la ca-
ma.

Para los cumpleaños y las vacaciones, Sally daba sus


fiestas en la parte de atrás de la ferretería, donde había
una maquina de dulces y un potro de metal que daría pa-
seos libres si sabias como darle de puntapiés. La invita-
ción a una de sus fiestas era codiciada por cada niño en el
pueblo. ―No te olvides de mí‖ las niñas de la clase de
Antonia le recordarían cuando el día de su cumpleaños se
acercaba. ―Yo soy su mejor amiga‖ eso decían así tam-
bién en la víspera de noche de brujas y el cuatro de julio.

Cuando Sally y Michael llevaban a las niñas de paseo,


los vecinos la saludaban en vez de cruzar rápidamente la
calle. Tiempo antes eran invitados a cenas de gente que
no conocía y a fiestas de Navidad, incluso hubo un año en
que Sally estuvo a cargo del pastel en la fiesta de la justa
cosecha.
Esto es justo lo que quería, Sally escribió. Cada cosa
es tan simple. Ven a visitarnos, le rogó, pero conocía a

~ 40 ~
Gillian que no volvería si no fuera por su propia voluntad.
Gillian había confesado que cuando pensaba en el nom-
bre de su pueblo, le daba urticaria. El solo ver el mapa de
Massachusetts hacía que se revolviera el estomago.
El pasado era tan desagradable que se rehusaba pensar
en eso; ella aún se despertaba por las noches recordando
cuan patéticas habían sido como huérfanas. Olvidar una
visita. Olvidar cualquier tipo de relación con las tías que
nunca entendieron lo que significo para las hermanas sen-
tirse forasteras.
Alguien le tendría que pagar a Gillian un cuarto de
millón para que viniese o que cruce a nado el Mississippi,
no importaba cuanto ellas amaba a sus sobrinas que por
supuesto, siempre estaban en sus pensamientos.

La lección aprendida por Sally hace tiempo atrás en la


cocina de ser cuidadoso con lo que uno deseaba, era tan
lejana que desaparecía como el polvo. Pero era la clase de
polvo que nunca puede barrerse, en vez de eso te espera
en una esquina y se mete en los ojos de aquellos a quien
tú amas. Antonia tenía casi cuatro, y Kylie había comen-
zado a dormir toda la noche, y la vida parecía maravillosa
en todos los sentidos, hasta que un escarabajo venenoso
fue encontrado en la silla donde Michael se sentaba a
menudo en la cena. Este insecto hacia un sonido como
fuera de tiempo, al hacer clic como un reloj, era la clase
de sonido que nadie quería oír al lado de su amado.
La permanencia del hombre en la tierra es bastante li-
mitada pero una vez que el escarabajo empezó hacer tic
tac no hay manera de detenerlo, no hay ningún botón para
apagarlo, ningún péndulo para detener, no hay nada que
cambie el tiempo una vez que pensabas que lo tenías to-
do.

Las tías escucharon al hacer tictac durante varias sema-


nas y finalmente le lanzaron a Sally una advertencia, pero
Sally no prestaría la atención.

~ 41 ~
"Tonterías", ella dijo, y se rió ruidosamente. Todavía
toleraba a las clientes que todavía venían de vez en cuan-
do a la puerta trasera en el crepúsculo, y ahora no permi-
tiría que la estupidez de las tías afectara a su familia.
La práctica de las tías era basura y nada más, una espe-
cie de avena que alimentaba los engaños de los desespe-
rados. Sally no oiría ni una palabra más sobre eso. No
miraría cuando las tías insistían en señalar a un perro ne-
gro que había tomado por costumbre sentarse fuera en la
acera cada tarde. Ella no escucharía cuando ellas juraron
que el perro siempre apuntaba su cara al cielo siempre
que Michael se acercaba, y aullaba alejándose de él rápi-
damente con la cola entre las patas.

A pesar de la reprensión de Sally, las tías pusieron un


trébol bajo la almohada de Michael y le obligaron a que
se bañara con acebo y con su jabón negro. En el bolsillo
de su camisa ellas pusieron una pata de conejo que habían
cazado entre las lechugas. Mezclaron el romero en el ce-
real del desayuno, lavanda en su taza nocturna de té. To-
davía ellas oían al escarabajo en el comedor. Y por ultimo
rezaron una plegaria al revés, pero por supuesto eso tuvo
consecuencias: todo el mundo contrajo gripe, insomnio
incluso picazón que no se iría por semanas, aunque la
mezcla de calamina y bálsamo fueran aplicadas en la piel.
Al terminar el invierno, Kylie y Antonia habían comen-
zado a llorar cada vez que su padre salía del cuarto. Las
tías le explicaron a Sally que nadie que estuviera conde-
nado podía oír el sonido de ese escarabajo venenoso, y
por esto era la razón que Michael insistía que nada malo
podía suceder. De todos modos, el debía saber algo: el
dejó de usar su reloj y lo guardo con todos los demás. Y
cuando el sonido fue más alto, le ganó a todas las som-
bras de la casa y las mantuvo alejadas del sol y la luna
como pudiese parar el tiempo. Como si pudiera…

~ 42 ~
Sally no creyó ni una sola palabra de lo que las tías le
decían. Aun ella se ponía nerviosa al mencionar la pala-
bra muerte. Su piel se lleno de manchas, su pelo perdió
brillo, perdió el apetito y no podía dormir, sin mencionar
que odiaba el hecho de dejar a Michael lejos de su vista.
Ahora cada vez que el la besaba, ella lloraba y deseaba no
haberse enamorado de él a primera vista. Eso la hizo sen-
tir sin esperanzas. Porque eso era lo que el amor hacía.
No hay manera ni forma de pelear contra eso. Ahora si
ella perdía, lo perdía todo. No era eso lo que decían las
tías. Ellas eran unas charlatanas de hecho. Sally había ido
a una librería pública y había examinado cada capítulo de
referencia un libro de etimología. El escarabajo venenoso
comía madera y nada más. ¡Como las tías hacían eso! Los
muebles y los adornos de madera podían estar en peligro,
pero la carne y los huesos estaban a salvo o eso era lo que
Sally creía.

Una tarde lluviosa, ella estaba doblando un mantel y


Sally pensó que había oído algo. El comedor estaba vacío
y no había nadie más en la casa, pero así fue. Como un
golpe, un sonido algo así como el latido de un reloj. Se
cubrió sus orejas, dejando que el mantel se cayera en una
pila de ropa limpia. Se rehusaba en creer en supersticio-
nes, aun cuando eso estuviera pidiendo por ella cuando de
repente vio algo lanzarse detrás de la silla de Michael.
Una criatura sombría, tan veloz y astuta para ser atrapada.

Aquella noche, en el crepúsculo Sally encontró a las


tías en la cocina. Ella se puso de rodillas y rogó para que
la ayudasen, así como aquellas mujeres desesperadas lo
habían hecho. Ella ofreció todo lo que tenía de valor: sus
anillos, sus dos hijas, su sangre, pero las tías se negaron
tristemente.
―Lo haré todo‖ Sally suplicó. ―Creeré en todo así pues
díganme lo que puedo hacer‖

~ 43 ~
Pero las tías lo habían intentado todo, y aun el escara-
bajo seguía al lado de la silla de Michael. Algunos desti-
nos están garantizados, no importa quién intervenga. Una
noche de primavera, la cual era placentera y templada,
Michael salió camino a la ferretería y fue arrollado por un
auto lleno de adolescentes que celebrando de su coraje y
juventud habían bebido demasiado.

Después de lo sucedido, Sally no habló por un año en-


tero. Simplemente no tenía nada que decir. Ella no podía
mirar a la cara a las tías; para su criterio eran unas lasti-
mosas charlatanas, que tenían menos poder que las mos-
cas que quedan pegadas en las ventanas con sus alas débi-
les transluciéndose. Déjenme salir. Déjenme salir. Y si
ella oía el movimiento de las polleras de las tías anun-
ciando su entrada al cuarto Sally salía. Si ella reconocía
sus pasos por las escaleras para darle como siempre a
ella el beso de las buenas noches, ella se levantaba a
tiempo de su silla para cerrar la puerta con llave, nunca
las oía golpear, solo se tapaba los oídos.

Cada vez que Sally iba a la farmacia por crema dental o


crema para la alergia, ella vería a la chica de la farmacia
detrás de la caja y sus ojos se cerraban.

Ahora Sally comprendía lo que el amor le puede hacer


a una persona. Lo comprendía tan bien que no podía dejar
que eso sucediera otra vez. La pobre chica de la farmacia
no tenía más de treinta, pero su apariencia era la de una
mujer mayor, su cabello totalmente cubierto de canas, y si
ella necesitaba decirte algo como ser el precio o el helado
de esa semana ---tenia que escribirlo en un pedazo de
papel. Su esposo sentado en la última banqueta cerca de
la caja, cuidaba por horas de una taza de café. Pero Sally
apenas lo conocía, esa era la chica de la que no podía
sacar sus ojos de encima; ella estaba buscando a la perso-

~ 44 ~
na que había aparecido en la cocina de las tías aquella
tarde, la rozagante chica llena de esperanza.

Un sábado, cuando Sally estaba comprando vitamina C,


la muchacha le entregó un pedazo de papel con el cam-
bio. Ayúdeme, ella había escrito. Pero Sally no podía
ayudarse a sí misma. Ella no podía ayudar a las niñas, a
su esposo o la manera en la cual el mundo había girado
fuera de control. Desde aquel momento Sally no iría de
compras a la farmacia. A cambio mandaría a un jovenci-
to, que le dejaría su orden en la vereda, llueva, haga gra-
nizo o nevara---rehusando ir hasta la puerta incluso si eso
significaba no tener propina.

Durante aquel año, Sally permitió que las tías se hagan


cargo de Antonia y Kylie. Ella dejó los nidos de abejas
sobre las vigas en julio y permitió que el camino se llene
de nieve en enero para que el cartero, siempre tuviera
miedo de romperse su cuello cada vez que le entregaba
una carta o alguna otra cosa a las Owens, lo cual no se
arriesgaba a pasar por su entrada.
Ella no se molestaba en hacer cenas ni almuerzos salu-
dables, ella esperaba para estar hambrienta para comer
lentejas de la misma lata parada cerca del fregadero. Su
pelo vivía enredado, sus medias y guantes tenían aguje-
ros. Ella raramente salía y cuando lo hacía, la gente se
aseguraba en evitarla. Los chicos le tenían miedo a su
mirada vacía. Los vecinos que solían invitar a Sally a
tomar café, ahora cruzaban cuando la veían llegar y mur-
murando rezaban, ellos preferían mirar directamente al
sol, y quedar ciegos temporariamente, que ver lo que a
ella le había sucedido.

Gillian telefoneaba una vez por semana, siempre los


martes a las diez de la noche, era el único cronograma
que había mantenido en años. Sally se pondría el receptor
en la oreja, pero aun no hablaba.

~ 45 ~
―No te hagas pedazos‖ Gillian le insistiría con su ur-
gente voz.

―Ese es mi trabajo‖ ella respondería.

Seguía todo igual, Sally no se bañaba, no comía, ni ju-


gaba con su niña. Sally era la única que lloro tanto que
había mañanas que no podía abrir los ojos. Cada noche,
buscaba en el comedor, aquel escarabajo venenoso que
había sido el causante de su pena. Por supuesto, nunca lo
encontró y la causa fue porque no creyó en la historia.

Pero aquellas cosas podían esconderse en los dobladi-


llos de las polleras de las viudas, bajo las sabanas donde
una persona duerme, tranquilamente soñando lo que nun-
ca ella tendrá. Al tiempo. Sally dejó de creer en todo y en
todos luego que el mundo se volviera gris. Ella no podía
distinguir lo naranja de lo rojo o ciertos tonos de verde---
su sweater favorito y las hojas de los narcisos nuevos
estaban completa y enteramente perdidos.
―Despierta‖ Gillian le diría cuando la llamaba en la no-
che señalada. ¿Tendré que abofetearte para que lo hagas?
Realmente no había nada que Gillian pudiera decir, aun-
que siempre escuchaba cuando llamaba su hermana. Ella
reflexionaba acerca del consejo dado por su hermana
porque últimamente la voz de Gillian era la única cosa
que quería oír, eso le trajo una comodidad que nadie pu-
do, y Sally siempre se encontraba en la misma posición
todos los martes, esperando la llamada de su hermana.

―La vida es para vivirla‖ Gillian le había dicho.‖La vi-


da es todo lo que tú haces‖ Por favor, escucha lo que di-
go.‖

~ 46 ~
Sally se quedaba pensando durante horas cada vez que
terminaba de hablar con su hermana por teléfono. Ella
pensaba en la chica de la farmacia y el sonido de los pa-
sos de Antonia por las escaleras cuando se iba a la cama
sin su beso de las buenas noches. Ella pensó en la vida
con Michael, su muerte y en cada segundo que pasaron
juntos.

Ella pensó en cada uno de sus besos y de todas las pa-


labras que había dicho. Todo era gris—los dibujos que
Antonia traía hechos de la escuela eran deslizados bajo la
puerta, el pijama de franela de Kylie que usaba todas las
mañanas, las cortinas de terciopelo que la mantenían ale-
jada del mundo.

Pero ahora Sally comenzaba a ordenar las cosas en su


mente, la alegría y la pena, los dólares y los centavos, el
llanto de un bebé y su mirada cuando le tiraban un beso
desde la ventana. Algunas cosas podían tener valor, una
mirada, un guiño. Y cuando un año paso desde el día que
Michael perdió la vida. Sally vio hojas caer del árbol bajo
su ventana. Eso era de una delicada parra que siempre
tapaba la cañería del bosque, pero ese día Sally se había
dado cuenta cuan delicada esa hoja podía ser, absoluta-
mente nuevas, las verdes que estaban casi amarillas, y las
amarillas tan ricas como la manteca.

Sally paso una importante cantidad de días en cama, y


en una tarde, vio la dorada luz filtrando por las cortinas, y
de cómo se desparramaban formando barras en la pared.
Rápidamente, salió de su cama, cepilló su negro y largo
cabello. Se puso un vestido que no había usado en la pri-
mavera anterior, agarró su saco que estaba colgado en un
gancho en la puerta de atrás y salió a caminar.

~ 47 ~
Otra vez era primavera, y el cielo era tan azul que podía
quitarte la respiración. Era tan azul y ella podía verlo, el
color de los ojos de él, las venas bajo su piel y la esperan-
za de ver las camisas sujetadas para la lavandería. Sally
podía ver cada sombra y matiz que se había perdido todo
el año, aunque todavía no podía distinguir el naranja, el
cual era el color más cercano al color del signo de stop
que los adolescentes no vieron el día que atropellaron a
Michael, y no lo vería nunca más. Pero el naranja nunca
fue el color favorito de Sally, una pequeña perdida consi-
derada por otros.

Ella caminaba por el centro del pueblo, usando su viejo


saco de lana y sus largas botas de cuero.
Era un día calido y fresco, demasiado calido para las
ropas frescas de Sally, ya que ella ya llevaba su saco en la
mano. El sol se metía entre medio del vestido, eso era
como una mano rozando la piel y huesos. Sally se sentía
como si hubiera estado muerta, ahora que había regresado
estaba totalmente sensible con el mundo donde ella vive:
el roce del viento contra su piel, los mosquitos en el aire,
el olor de la tierra y las hojas, la dulzura de los azules y
los verdes.

Por primera vez en años, Sally pensó en lo agradable


que sería en volver a hablar de nuevo, leerle cuentos a sus
hijas antes de dormir y recitar un poema en el que nombra
rodas las flores que florecieron en esa temporada, las
azucenas del valle y el Jacinto púrpura.
Pensaba en las flores, las blancas que parecían campa-
nillas, y sin razón aparente, doblo hacia la calle Endicott
y se dirigió al parque.

En ese parque, había un lago, donde una pareja horrible


de cisnes reinaban, una plaza con un tobogán y una

~ 48 ~
hamaca, y un campo donde los jóvenes realizaban juegos
de soccer y baseball hasta el atardecer.

Sally podía oír las voces de los niños jugando, y así fue
que ella entro al parque ansiosamente. Sus mejillas eran
rosadas, y su largo cabello negro volaba como si fuera
una cinta, sorprendentemente, ella había descubierto que
aun era joven.

Sally planeaba a dar un paseo cerca del lago, pero lue-


go se detuvo cuando vio unos asientos. Sentadas allí, co-
mo lo hacían todos los días, estaban las tías, Sally nunca
se detenido a pensar que ellas hacían con las niñas cuan-
do se encontraba en cama, incapaz de arrastrarse bajo las
cobijas hasta que las largas sombras de la tarde caían so-
bre su almohada. Ese día, las tías habían llevado su tejido.
Ellas estaban trabajando en una manta para la cunita de
Kirie, hecha de la más fina lana, de modo que Kylie dur-
miese como si estuviera soñando con pequeñas ovejas
negras y con campos verdes.

Antonia, se encontraba al lado de las tías, con sus pier-


nas correctamente cruzadas. Kylie se había caído al
césped, donde después ella se quedó inmóvil. Todas ellas
usaban sacos negros de pana y sus complexiones parecían
amarillentas esa tarde. El pelo de Antonia lucía especial-
mente brillante, un color profundo y sorprendente que no
parecía natural al sol.

Las tías no hablaban, y las niñas no jugaban. Las niñas


miraban sin apuntar como jugaban a la soga o como se
arrojaban pelotas y así sucesivamente. Para su opinión,
esas cosas eran una pérdida de tiempo. Mejor observar lo
que está cerca de uno. Mejor observar los cisnes y el cielo
azul y a los otros niños que jugaban y reían durante aque-
llos juegos bruscos como ser a los encantados o al soccer.

~ 49 ~
Aprender a ser silencioso como un ratón. Concentrarte
hasta estar tranquilo como una araña en el césped.

Una pelota que era golpeada fuertemente por un grupo


de niños, uno de ellos la lanzo tan fuerte que fue a parar
al brillante cielo azul. Luego rodó por el césped, pasando
por un membrillo en flor. Antonia se estaba imaginando
que era una clase de cuervo azul, libre entre las ramas de
un sauce llorón. Y ahora felizmente saltaba fuera del
banco lanzando la pelota, después corrió hacia al chico
que la había lanzado y que esperaba recuperarla. El chico
no tenía más de diez años. Ella agarro la pelota y se la
lanzó.

―Aquí va‖ Antonia dijo

Después de todo, los chicos en el parque habían parado


de jugar. Los cisnes batieron sus grandes alas, un macho
y una hembra que custodiaban el lago ferozmente, como
si fueran dobermans. Ella imaginaba como las tías mov-
ían sus bocas, sabiendo lo que iba a pasar.
La pobre de Antonia miraba al chico que aun no se
había movido ni respiraba. Ella inclinó su cabeza tratando
de imaginar si era algo estúpido o simplemente cortes.

¿Quieres la pelota? Ella le pregunto.

Los cisnes volaron lentamente cuando el chico corrió


hacia Antonia, el cual agarró la pelota para después em-
pujarla. Su saco negro se acampano tras de ella, sus zapa-
tos volaron de sus pies.

―Detente‖ Sally gritó. Fueron sus primeras palabras en


un año.
Todos los chicos la oyeron. Se alejaron lo mas que pu-
dieron de Antonia Owens, ya que podría maldecirte si le

~ 50 ~
hacías daño, sus tías que podían hacer explotar a un sapo
de jardín y después cocinarlo en una cacerola para servir-
lo a la hora de la cena, y su madre Sally, que estaba tan
enojada y protectora que podría congelarte en ese preciso
momento, asegurándose de que estarías atrapado en ese
césped con la edad de diez u once años.

Sally empaco sus ropas esa misma noche. Ella amaba a


las tías y las conocía muy bien, pero quería para sus hijas
algo que las tías no pudieron darle nunca. Quería estar en
una ciudad que no la señalara a ella y a sus hijas cuando
iban por la calle. También quería su propia casa, donde
los cumpleaños podían hacerse en el living, con serpenti-
nas y un payaso contratado, un pastel y un vecindario
donde una casa era igual y no otra con el techo color pi-
zarra, donde las ardillas podían hacer su nido, o los mur-
ciélagos en el jardín o los muebles que no necesitaban ser
lustrados.

Por la mañana, Sally telefoneó a un corredor inmobilia-


rio de New York, luego saco sus maletas al porche. Las
tías insistían que no importaba como, pero el pasado la
seguiría. Ella se volvería como Gillian, un alma en pena,
que solo se volvía más dura en cada ciudad. No podía
escapar de lo que las tías le habían dicho. Pero a su modo
de ver, no había prueba de eso.

Nadie había conducido a vieja furgoneta, pero comenzó


a funcionar tan bien que parecía una tetera hirviendo
cuando Sally puso a las niñas en el asiento trasero. Las
tías le juraron que ella sería miserable y luego se cruzaron
sus dedos. Pero tan pronto que Sally se fue, las tías co-
menzaron a encogerse, como si fueran pequeños hongos
negros diciendo adiós al final de la calle, donde Sally y
Gillian jugaban a la rayuela en los días calurosos, cuando
solo tenían la única compañía que el asfalto derritiéndose
en medio de ellas.

~ 51 ~
Sally tomo la ruta 95 y se dirigió al sur y no se detuvo
hasta que Kylie se despertó adorable, a la vez algo con-
fundida y extremadamente acalorada bajo su manta negra
de hilo que olía a lavanda, la fragancia que las tías rocia-
ban en las ropas. Kylie había soñado que era hechizada
por un rebaño de ovejas, ella gritaba baaa baaa con una
voz temible, para luego saltar de su asiento y acercarse a
su madre.

Sally la alivió con un abrazo y la promesa de helado,


pero no era tan fácil tratar con Antonia.

Antonia que amaba tanto a sus tías, y había sido su fa-


vorita, rehusaba a ser consolada. Ella estaba usando uno
de los vestidos negros que le habían cosido en la modista
de la calle Peabody, con su pelo rojo atado y sus lágrimas
de ira. Despedía un olor amargo, un olor a limón que era
una mezcla de rabia y desesperación. ―Te desprecio‖ le
informó a Sally en cuanto se sentaron en la cabina del
ferri que las llevaba a Long Island.
Esa fue una de las primaveras más cambiantes, que de
repente se volvieron tan calurosas como el verano. Sally
y las niñas comían pedazos de mandarina y bebían refres-
co que habían comprado en el bar, pero las olas eran más
salvajes y sus estómagos estaban revueltos. Sally había
terminado de escribir una postal que planeaba enviarle a
Gillian, aunque no estaba segura si su hermana seguía
permaneciendo en su última dirección. Finalmente lo he
hecho, ella garabateó en la letra más ilegible que una per-
sona podía tener.

―¡Atare mis sabanas y saltaré!‖ ―te odiare por el resto


de mi vida‖ Antonia salió con los puños cerrados.

~ 52 ~
Esa es tu opinión, Sally dijo inteligentemente, aunque
en el fondo la había herido. Mientras movía la postal en
frente suyo con el propósito de refrescarse.

Antonia siempre se salía con la suya, pero esta vez Sa-


lly no dejaría que eso pase. ―Yo creo que cambiaras de
opinión‖

No, Antonia dijo. ―No lo haré‖ jamás te perdonaré.

Las tías adoraban a Antonia porque era astuta y hermo-


sa. Ellas la animaron a ser arrogante y autosuficiente.
Durante aquel año, cuando Sally había estado tan triste y
deprimida para hablar con las niñas que Antonia se pasa-
ba todo el día con adultos a su alrededor.
Ella comía bastoncitos para la cena mientras que le da-
ba de palmadas a su hermana con un periódico envuelto,
solo para divertirse. Solo lo hacía para pasar el tiempo, y
era lo bastante inteligente para darse cuenta de que todo
había cambiado.

Ella arrojo la mandarina a la cubierta y cayó sobre su


pie, y eso no le dio gracia, rompió en lágrimas y pidió ser
llevada a la casa. ―Por favor‖ ella le rogó a su madre.
―Quiero a las tías‖ ―Sáquenme de aquí‖ ―Seré una buena
niña‖ prometió.

Desde luego, Sally estaba llorando también. Cuando


ella era niña, las tías la cuidaban toda la noche, le conta-
ban todo tipo de historias, como cuando tenían tenia in-
fección en el oído o c gripe, le hacían caldo y té caliente.
Ellas eran quienes acunaban a Gillian cuando no podía
dormir, especialmente al principio cuando las niñas co-
menzaron a vivir en la calle Magnolia y Gillian no podía
siquiera dormir.

~ 53 ~
Hubo una tormenta aquella noche cuando Gillian y Sa-
lly hablaron con sus padres y estos no regresaron, y fue
su mala suerte que una tormenta atrapó al avión en su
camino a Massachusetts.

Sally tenía cuatro años pero aun recuerda el relámpago


que golpeó al avión, cerró sus ojos y quiso imaginar que
no había ningún problema. Ellos estaban en el cielo, en
medio de esas líneas blancas, sin lugar para esconderse.
Gillian había vomitado tantas veces que cuando el avión
intentó aterrizar comenzó a gritar. Sally había puesto su
mano en la boca de su hermana prometiéndole dulces y
bombones su solo permanecía quieta por unos minutos.

Sally había escogido sus mejores vestidos de fiesta para


usar en el viaje. Mientras que el vestido de Gillian era un
violeta pálido, Sally y su vestido rosa con cordones de
marfil. Ellas estaban tomadas de las manos cuando atra-
vesaron la Terminal del aeropuerto. Escuchando el cómi-
co sonido de su cabello cada vez que daban un paso,
cuando vieron a las tías que esperaban por ellas.
Las tías estaban de puntas de pie, la mejor opción para
ver entre las barricadas, ellas tenían globos atados a sus
mangas, para que las niñas pudieran reconocerlas. Des-
pués besaron a las niñas y llevaron sus pequeños equipa-
jes de cuero, y envolvieron a Sally y a Gillian en dos sa-
cos negros de pana, luego metieron la mano en su bolso y
sacaron dulces y bombones de licor, como si supieran lo
que las niñas necesitaban, o exactamente lo que podían
querer.

Sally estaba agradecida por todo lo que las tías habían


hecho, realmente lo estaba. Igual había tomado una de-
terminación. Ella buscaría la llave en la oficina del agente
luego compraría la casa, y conseguiría algunos muebles.

~ 54 ~
Eventualmente tendría que buscar algún trabajo, pero
tenía algo de dinero ahorrado de la póliza de seguro de
Michael y francamente ella no pensaba en el pasado o el
futuro.

Pensaba en la carretera en frente de ella. Pensaba en las


señales de tránsito y los giros, y no podía darse el lujo de
escuchar cuanto Antonia comenzó a gritar, y Kylie tam-
bién. En cambio, ella encendió la radio y cantó tanto que
se decía a si misma que a veces lo correcto podía herir a
uno.

En el momento que doblaron a su nueva casa, estaba


atardeciendo. Un grupo de niños, estaba jugando a la pe-
lota en la calle, y cuando a Sally descendió del auto, ella
los saludos y a su sorpresa los niños las saludaron tam-
bién. Un petirrojo se hallaba sobre el césped, mientras
picoteaba las hojas de los sauces que caían. Las luces
estaban encendidas y las mesas puestas para la cena. El
aroma a pollo al horno, páprika y lasagna se deslizaba en
el aire. Las hijas de Sally se habían quedado dormidas en
el asiento de atrás con sus rostros completamente cubier-
tos de lágrimas.

En el camino, ella les había comprado conos de helado


y chupetines. Pero aun bastarían años para que ellas la
perdonaran. Ellas se rieron de la pequeña cerca blanca
que había colocado Sally en frente del césped. Antonia le
pidió pintar de negro las paredes de su cuarto, mientras
que Kylie le suplicó por tener un gato negro. Ambos de-
seos fueron denegados. El cuarto de Antonia fue pintado
de amarillo, y a Kylie le dieron un pez llamado Sunshine,
pero eso no significaba que las chicas hubieran olvidado
de donde provenían o que ellas lo harían a lo largo del
tiempo.

~ 55 ~
Cada verano, exactamente en agosto, ellas visitaban a
las tías. Ellas contenían la respiración cada vez que do-
blaban en la esquina de la calle Magnolia y podían espiar
la antigua casa con su cerco negro y sus ventanas verdes.
Las tías siempre les hacían tortas de chocolate y llenaban
a Antonia de una pila de regalos. Por supuesto, no había
historias antes de dormir, y no había comidas nutritivas y
balanceadas. No había reglas de no dibujar, el papel tapiz,
o que la bañera estuviera tan llena de burbujas que las
mismas llegarían hasta el techo de la sala.

Cada año, las niñas crecían un poco más, y en momento


que llegaban a la casa de las tías se daban cuenta de esto,
ya que a sus tías las veían cada vez más pequeñas---y
cada año se volvían más salvajes: bailaban en el jardín de
hierbas y jugaban softball en el césped hasta la mediano-
che. Había veces que no comían nada, salvo barras de
chocolate y dulces toda la semana entera, hasta que em-
pezaba a dolerles el estomago en lo que finalmente ped-
ían ensalada y un vaso de leche.

Durante sus vacaciones de agosto, Sally insistía en lle-


var a las niñas de paseo, al menos por las tardes. Ella las
llevaba a viajes cortos a la playa de Plum Island o a los
botes en forma de cisne en Boston, o salir a navegar a la
bahía Gloucester. Pero las chicas siempre le pedían vol-
ver a la casa de las tías. Con esa petición le hacían a Sally
la vida un poco desdichada, hasta que ella accedía final-
mente.

No era el mal carácter de las chicas lo que la convencía


a regresar a la casa de las tías, la razón era porque en ese
momento sus hijas se unían en todo. Era tan poco común
y a la vez tan agradable para ella, que le era muy difícil
decir que no.

~ 56 ~
Sally había esperado que Antonia sea una gran hermana
mayor de la misma manera que lo había sido ella, pero no
era el estilo de Antonia. Ella no sentía responsabilidad
alguna, no era niñera de nadie. Desde el comienzo, mo-
lestaba a Kylie sin piedad y podía hacer que su hermana
rompiera a llorar con solo una mirada. En el único lugar
en donde se convertían en aliadas, era en la casa de las
tías, incluso amigas se podría decir. Allí donde todo era
viejo y usado, excepto los muebles siempre lustrados, las
chicas siempre pasaban horas juntas. Recogían la lavanda
y tenían picnics bajo la sombra del jardín. Luego se sen-
taban en una salita fresca el resto del día o descansaban
en el segundo piso, el cual estaba decorado con finas
líneas color limón, mientras jugaban interminables parti-
dos de rummy.

Su cercanía pudo haber sido el resultado de compartir


el ático, o solo porque las niñas no tenían oportunidad de
tener otro compañero de juegos, todavía los niños acos-
tumbraban a cruzarse al otro lado de la calle cuando pa-
saban por la casa de las Owens.
Cualquiera sea la razón, a Sally le produjo un cierto re-
gocijo ver a sus hijas juntas en la mesa de la cocina, con
sus cabezas inclinadas como para darles una caricia al
verlas trabajar en su rompecabezas o cuando le hacían
una postal a Gillian a su nueva dirección en Iowa o New
México. Pronto tendrían otros intereses, discutían por
pequeños privilegios o sobre alguna astuta broma hecha
por Antonia---un papito de piernas largas dejado en la
manta de Kylie, la cual continuaba siendo atacada a la
edad de once o doce años como ser de dejarle piedras en
sus zapatos o ensuciarlos con solo el placer de incomodar
a su hermana. Igualmente Sally les permitía a las niñas
hacer todo lo que ellas querían, por lo menos una semana
de agosto, sin embargo, en el fondo sabía que eso no las
beneficiaba.

~ 57 ~
Cada año, sus vacaciones pasaban lentamente, las mu-
chachas dormían muy tarde, que círculos negros aparecie-
ron alrededor de sus ojos. Ellas comenzaron a quejarse
sobre el calor, lo cual hacia que se cansasen tanto. Incluso
caminar hasta la farmacia por un helado o por un refres-
co, aunque ellas entraron a la vieja mujer que aun traba-
jaba allí, era fascinante verla, aunque ella no hablaba ni
una sola palabra, podía prepara una torre banana split en
segundos, pelar la banana, verter el jarabe para luego co-
locar los malvaviscos en un abrir y cerrar de ojos.

Después de un rato, Kylie y Antonia pasaron la mayor


parte de su tiempo en el jardín, donde la belladona siem-
pre creció al lado de la menta, y los gatos que las tías
amaban tanto—incluidas las dos mascotas irritables de
Sally en su niñez Magpie y Raven que simplemente se
rehusaban a morir---y aun buscaban en el bote de basura
las cabezas de pescado y los huesos.

Hubo un tiempo cuando Sally supo que ellas tenían que


dejar que ir. Cada noche de agosto, cuando se despertaba
de su sueño profundo, ella se dirigía hacia la ventana para
ver si sus hijas estarían afuera contemplando la luz de la
luna.

Había ranas entre las berenjenas y los zapallos. Había


orugas verdes comiéndose las hojas, preparándose para
convertirse en polillas blancas que se quedaran pegadas
en las pantallas de las ventanas y las luces las quemen
lentamente. Allí se encontraba el mismo cráneo de caba-
llo clavado en el cerco, más blanco ahora y lleno de pol-
vo, pero todavía suficiente para mantener lejos a las per-
sonas.

~ 58 ~
Sally siempre las esperaba hasta que lleguen a la casa,
antes de ir a la cama. La mañana siguiente, ella le daría
sus excusas y se las llevaría dos días antes de lo acorda-
do. Ella despertaría a sus hijas y aunque se quejaban por
haberse levantado temprano y por el calor estarían mal-
humoradas todo el día por estar amontonadas en el auto.

Antes de irse, Sally les dará un beso a las tías y les


prometerá telefonear seguido. A veces se le hacía un nu-
do en la garganta al notar como las tías estaban enveje-
ciendo, al ver toda la hierba en el jardín y la manera en
que la glicina se inclinaba, desde luego nadie pensaba en
regarla a lo que quedaba de paja. Aun ella no siente co-
mo si hubiera cometido un error después de bajar de la
calle Magnolia, ella no se permitía ni siquiera una pena
aun cuando sus hijas lloraban y se quejaban por esto. Ella
sabe a dónde se dirige y lo que tiene que hacer. Después
de todo, ella podía encontrar su dirección hacia la ruta 95
con los ojos cerrados. Lo podía hacer en la oscuridad, con
el clima bueno o malo, ella lo podría hacer aun cuando le
faltara combustible. No importa lo que la gente te diga.
No importa lo que puedan decir.
A veces tienes que ir a casa.
A veces, escapar significa ir en la dirección correcta.

~ 59 ~
PREMONICIONES

Los CUCHILLOS CRUZADOS puestos en la mesa para


la cena significaba que allí iba haber una riña, pero es así
cuando dos hermanas viven bajo el mismo techo, particu-
larmente cuando uno de ellas es Antonia Owens. A la
edad de dieciséis, Antonia está tan bonita que era imposi-
ble para cualquier extraño que la viera por primera vez
que adivine cuan desdichado ella lo podría hacer. Ella
era más astuta cuando niña, con su cabello tan atractivo
que a la sombra parecía una red y su sonrisa tan gloriosa
que los muchachos en la escuela secundaria querían sen-
tarse al lado de ella en la clase, aunque una vez que lo
hacían, esos muchachos se quedaban helados completa-
mente, simplemente porque estaban tan cerca de ella, y
no podían ayudarla al avergonzarse por mirarla fijamen-
te, con sus ojos observadores y su cara de luna llena mas
allá de toda creencia.

Eso que hacía que la hermana pequeña de Antonia, Kylie


que muy pronto tendría trece pasara largas horas encerra-
da en el baño, llorando cuan fea ella era. Kylie era muy
alta, un gigante, según ella como en su libro. Ella era tan
flaca como una cigüeña, con rodillas que pegaban una a
la otra cuando ella caminaba. Su nariz y ojos generalmen-
te sonrosados como un conejo por sollozar lo que ella
hacia últimamente, también perdió su interés por su pelo
erizado por la humedad.

~ 60 ~
Tener una hermana perfecta, por lo menos en su exterior,
era bastante malo. Tener a alguien así te hace sentir co-
mo una pequeña mota de polvo unas palabras bien-
escogidas que Kylie solía utilizar.

Parte del problema era que Kylie nunca pudo pensar en


un revés inteligente cuando Antonia la interrogaba dul-
cemente si ella dormía sobre ladrillo cabeza o si conside-
raba hacerse una peluca para ocultar su pelo no muy bo-
nito. Ella lo intentaba, y practicaba sus bromas con su
único amigo, un muchacho de trece años llamado Gideon
Barnes que era un amo en el arte de enojar a las personas
fuera y aun ella no podía hacerlo. Kylie era la clase de
espíritu tierno que llora cuando alguien pisa a una araña;
en su universo, herir a otra criatura era un acto antinatu-
ral.

Cuando Antonia la fastidiaba, todo lo que Kylie podía


hacer era abrir y cerrar su boca como un pez que se lo ha
tirado hacia la tierra seca, para encerrarse en el baño a
llorar una vez más. En las noches silenciosas, ella se en-
rollaría en su cama, acariciando su manta vieja de bebé, la
manta de lana negra que ni siquiera tenía un solo agujero,
ya que parece que las polillas la rechazaban de algún mo-
do. Desde el comienzo y final de la calle los vecinos pod-
ían oírle llorar. Ellos movían sus cabezas sintiendo lasti-
ma por ella, y algunas de las mujeres de la cuadra, sobre
todo las que crecieron con hermanas mayores, le llevaban
brownies caseros y galletitas de chocolate, olvidándose
de lo que un plato de dulces puede hacerle a la piel de una
muchacha joven, pensando en solo aliviar mientras sólo
~ 61 ~
pensando en su propio alivio del sonido de su llanto
aquellos ecos sobrepasaban los cercos de las casas.

Aquellas mujeres en el vecindario respetaban a Sally


Owens, y además, ellos realmente la apreciaban ella. Ella
tenía siempre una expresión seria incluso cuando se reía,
y su cabello largo oscuro, y no tenía idea de cuan bonita
era ella.

Sally siempre era el primer padre en el listado de la cade-


na de nieve, era mejor tener alguien responsable a cargo
de dejar que otros padres sepan cuando la escuela cerrará
en tiempo de tormenta, en lugar de uno de esas tontas
madres sufren por creer que la vida se funciona simple-
mente bien, sin la intervención de alguien sensato. En el
vecindario, Sally era bien conocida por su bondad y sus
maneras prudentes. Si realmente la necesitabas, ella cui-
daría a un niño pequeño en una tarde del sábado; reco-
gerá a tus niños en la escuela secundaria o te prestará
azúcar o huevos. Además se sentaría contigo en su porche
y si encontraras en un pedazo de papel el teléfono de una
mujer en el cajón del noche-mesa de tu marido, también
sería lo suficiente inteligente para escucharte y darte un
buen consejo. Lo más importante, ella nunca mencionará
de nuevo las dificultades de los demás o repetirá una pa-
labra de lo que le digas.

Cuando alguien le pregunta por su propio matrimonio,


ella con una mirada soñadora en su rostro que es al con-
trario que su expresión habitual. "Eso fue hace años", eso
es lo que le diría a todo el que pregunte. "Eso fue en otro
tiempo."

~ 62 ~
Después de dejar Massachusetts Sally había trabajado
como asistente del vice director en la preparatoria.
En todo este tiempo, ella había tenido al menos una doce-
na de citas, y algunos intentos de romance fallidos por
algunos de los vecinos, arreglos que nunca se concretaban
ya que ellos jamás volvían a cruzar por su puerta. Ahora
Sally se sentía cansada y con mala predisposición, y aun-
que su aspecto no era fatal, ella no se consideraba tan
joven.

Últimamente, ella estaba tan tensa que los músculos en su


cuello eran como los filamentos de un alambre como algo
que se ha estado torciendo. Cuando su cuello comienza a
molestar, ella se despertaba de un sueño profundo con
pánico, y ella es tan agradable que hasta el cuidador más
antiguo en la escuela secundaria comenzaba a caerle bien,
Sally se recordaba así misma cuan duro había trabajado
para que sus hijas tuvieran una vida buena.

Antonia era tan popular que durante tres años fue esco-
gida para protagonizar la obra escolar. Kylie, aunque ella
parecía no tener ningún amigo íntimo que Gideon Barnes,
fuera campeona en el concurso de ortografía en el Con-
dado de Nassau y el presidente del club de ajedrez. Las
muchachas de Sally siempre han ido a fiestas de cum-
pleaños y han tomado lecciones del ballet. Ella tenía la
absoluta certeza que nunca perderían sus citas del dentista
y que siempre llegarían a tiempo en la escuela todas las
mañanas de cada día de la semana. Ellas hacían su tarea
antes de mirar la televisión y no se les permitía quedarse
hasta pasada la medianoche holgazaneando o quedarse
colgadas en el portón o ir al centro comercial. Las hijas
~ 63 ~
de Sally habían hecho raíces allí; ellas eran tratadas como
cualquiera, simplemente como niños normales, como
cualquier niño de la cuadra.

Por esta razón Sally abandonó Massachusetts y las tías


en el primer lugar. Fue por esto qué ella se negaba a pen-
sar sobre lo que podría estar extrañando de su vida. Nun-
ca mirar hacia atrás, eso era lo que se decía así misma.
No pensar en los cisnes o estar solo en la oscuridad. No
pensar en tormentas, o relámpago o los truenos, o el ver-
dadero amor que nunca tuvo.

La vida era cepillarse los dientes y hacer el desayuno para


sus hijas y no pensar en las cosas, que no vuelven, Sally
era la primera que pensaba en todo esto. Ella hacía que
las cosas estén hechas a tiempo. Aún, soñaba con el
jardín de las tías. En la esquina más lejana se encontraba
la verbena del limón, tomillo del limón, y bálsamo del
limón. Cuando se sentaba con las piernas cruzadas, y ce-
rraba sus ojos, el olor del cítrico era tan rico que ella a
veces le hacía perder el equilibrio. Todo en el jardín tenía
un propósito, incluso las lujuriosas peonías que protegían
contra el mal tiempo y de la enfermedad del movimiento
que era conocida por alejarte del mal. Sally no estaba
segura de todas las variedades de hierbas que crecían allí,
aunque ella cree que podía reconocer las colas de caballo
a simple vista, la lavanda y el romero por sus olores dis-
tintivos. Su propio jardín era simple y sin mucho esfuerzo
que era de la forma en que a ella le gustaba.

Había un sector de lilas apáticas, y plantitas muy simples,


y un pequeño parche de verdura dónde había sólo toma-
~ 64 ~
tes amarillos y unos pepinos largos que aun crecían. La
cosecha de pepino parecía hecha polvo con el calor de
esta última tarde de junio.

Era grandioso estar en los veranos fuera. Valía la pena


todo lo que hacía en el colegio donde trabajaba ya que
siempre debía mantener una sonrisa en su cara.

Ed Borelli, el vice director y superior inmediato de Sally,


había sugerido que todos los que trabajaran en la oficina
tenían que tener una mueca quirúrgica incorporada siem-
pre lista cuando los padres entran y se quejan. La amabi-
lidad cuenta, Ed Borelli les recordaba a sus secretarias en
esos días desagradables, cuando suspendían a los estu-
diantes desobedientes y las reuniones pospuestas y la pi-
zarra escolar amenazaba extender el año escolar debido a
los días de nieve.

Pero esa alegría falsa se estaba agotando, y si pretendías


fingir por mucho tiempo existía la posibilidad que te vol-
vieras en un autómata. A finales del año escolar, Sally se
encontraba generalmente diciendo al "Sr. Borelli usted
tiene razón" en su sueño. Eso era cuando ella empezaba a
contar los días que faltaban hasta el verano; y porque no
podía esperar hasta que el ultimo timbre.

Desde que terminó el semestre veinticuatro horas antes,


Sally debería sentirse genial, pero en realidad no. Todo lo
que podía hacer era sentir el latido de su propio pulso y el
volumen de la radio que sonaba arriba en la alcoba de
Antonia.

~ 65 ~
Algo no andaba bien. No era nada aparente, nadie vendría
y le daría una bofetada en la cara; era menos que un agu-
jero en un suéter, que un dobladillo raído colgado de un
hilo. El aire en la casa se sentía cargado, como para que
el vello en el cuello de Sally erice, y su camisa blanca
comience a dar chispas.
Toda la tarde, Sally se encontró esperando el desastre.
Ella se decía así misma que era con un chasquido de de-
dos había que sacarlo; ni siquiera creía en predecir el fu-
turo, desde luego nunca ha habido documentación cientí-
fica que esos fenómenos visionarios existen. Pero cuando
hizo la prueba, agarró una docena de limones y antes de
que pudiera detenerse empezó a llorar, como si ella se
sintiera repentinamente nostálgica por esa antigua casa en
la Calle de Magnolia, a lo largo de todos esos años.

Cuando ella fue a tienda por comestibles, Sally conducía


hacia YMCA dónde Kylie y su amigo Gideon se encon-
traban jugando soccer. Gideon era el vicepresidente del
club de ajedrez, y Kylie sospechaba que él podía haber
puesto el juego a su favor para que ella pudiera ser presi-
dente. Kylie era la única persona en tierra que parecía
capaz de tolerar Gideon. Su madre, Jeannie Bames, con-
curría a terapia dos semanas después de que él nació; eso
era tan difícil como él y continuaba siendo. Simplemente
porque él se negaba a estar con alguien más. Ni siquiera
lo permitía. Ahora, por ejemplo, él se había rapado todo
su cabello y usaba botas de combate y una chaqueta de
cuero negra, aunque haga noventa grados a la sombra.
Sally nunca estaba con Gideon alrededor; ella lo encon-
traba rudo y ofensivo, es mas siempre lo había considera-
do una mala influencia.

~ 66 ~
Pero viendo como Kylie y el jugaban ajedrez, sentía una
ola de alivio. Kylie se reía de los tropiezos de Gideon con
semejantes botas puestas cuando hacia juegos con la pe-
lota. Ella no estaba ni herida ni secuestrada, estaba en ese
campo, corriendo tan rápido como podía. Era una tarde
calurosa, y pesada, un día como cualquier otro, y a Sally
le haría bien un descanso. Ella era tan tonta por haber
creído que algo malo iba a suceder. Eso era lo que se de-
cía a sí misma, pero no era lo que pensaba. Cuando Anto-
nia regresaba a la casa, asombrada por haber conseguido
un trabajo de verano en el local del helado cerca de los
portales, Sally tenía tantas sospechas que insistía en lla-
mar al dueño y averiguar las horas y responsabilidades de
Antonia. Ella lo interrogaría pidiendo la historia personal
del dueño, incluso la dirección, estado civil, y número de
personas a cargo, también.

"Gracias por avergonzarme", Antonia le decía fríamente a


su madre cuando colgaba el teléfono. "Mi jefe pensará
que yo soy realmente madura, teniendo a mi madre que
revise mis cosas.

Esos días Antonia usaba sólo el color negro para que su


cabello rojo parezca más brillante aun. Con el propósito
de probar su lealtad hacia la ropa negra, Sally le compró
un suéter de algodón blanco adornado con una cinta solo
porque ella supo que un grupo de chicas hubieran muerto
por eso. Antonia echó el suéter en el lavarropas con un
paquete de tinte, después arrojo un pequeño carboncito en
el secador. El resultado fue un artículo de vestir tan pe-
queño que nadie podría usarlo.

~ 67 ~
Pero a Sally lo que le preocupaba es Antonia terminará
escapándose con alguien, así como Gillian lo hizo. Tam-
bién la mortificaba pensar que una de sus hijas podría
seguir en los pasos de su hermana, un sendero que ha
llevado a sólo autodestrucción y la pérdida de tiempo,
que incluían tres matrimonios fugaces los cuales ninguno
rindieron un centavo de pensión.

Ciertamente, Antonia era bastante pretensiosa como son


la mayoría de las muchachas bonitas de su edad, y siem-
pre pensaba solo en ella. Pero ahora, en ese día caluroso
de junio, repentinamente se llenó con la duda. ¿Qué tal si
ella no era tan especial como pensaba? Qué tal si su be-
lleza se marchitaba al cumplir los dieciocho, de la misma
forma que les sucedió a algunas muchachas que no tenían
la menor idea que habían alcanzado lo máximo que hab-
ían esperado, hasta que un día se miraban al espejo y des-
cubrían que eran totalmente irreconocibles.

Ella siempre había asumido que sería una gran actriz


algún día, se iría a Manhattan o a los Ángeles después de
su día de su graduación y le darían el rol principal, de la
misma forma que había sucedido en el secundario. Ahora
no estaba segura. No sabe si tiene algún talento o aun si
eso le importa. Aunque
Francamente no le hacía mucha gracia el asunto de la
actuación, el hecho de que alguien se le quede observan-
do por minutos le resultaba algo excitante.

Después que Kylie regresó a la casa, toda sudada y con la


cara sucia por el césped Antonia ni siquiera se molestó en
insultarla.

~ 68 ~
¿Quieres decirme algo? , Kylie le preguntó al propósito
cuando se cruzo con ella por el vestíbulo. Su pelo castaño
se le había pegado en el rostro y sus mejillas color car-
mesí estaban sonrojadas por el calor. Ella era un blanco
perfecto y lo sabía muy bien. Te puedes duchar primero
Antonia le respondió con una voz tan triste que no se pa-
recía en lo absoluto a ella.

¿Qué significa esto? Kylie le pregunto extrañada por su


reacción, pero Antonia ya había bajado al vestíbulo, para
pintar sus uñas de rojo y pensar sobre su futuro, algo que
jamás había hecho. En la hora de la cena Sally había ol-
vidado el motivo por el cual había llegado temprano ese
día. ―Nunca creas lo que no puedes ver‖, había sido la
frase de Sally. ―A nada debes temer solo al temor mis-
mo‖, citaba esa frase una y otra vez cuando sus hijas pe-
queñas estaban convencidas de que los monstruos vivían
en el segundo cajón del lavadero.

Pero fue justo, cuando se disponía a descansar tomando


una cerveza, las sombras de la cocina aparecían una vez
más, como si las paredes aumentaran su energía.

Sally había cocinado frijoles y ensalada de tofu, bastones


de zanahoria, brócoli marinado frío, y un pastel delicioso
para el postre. Ese pastel, sin embargo, ahora era sospe-
choso, como las sombras que lo envolvían, primero de un
lado, luego del otro, tan liso como un plato.

―No es nada‖ Sally le decía a sus hijas acerca de las for-


mas que parecían estar impulsadas por una extraña fuer-
za, pero su voz sonaba denotaba cierta inseguridad, inclu-
so para ella misma. La noche era tan húmeda, y la densi-
~ 69 ~
dad que había, formaban en el lavadero una línea que solo
conseguía mojar mas al lugar.

El cielo era tan azul, una cortina de calor. ―Eso es algo‖


Antonia decía, ya que un extraño viento había comenzado
a soplar.

Eso venia por la puerta principal, abriendo las ventabas,


rozando los cubiertos y los platos. Mientras tanto, Kylie
corría para ponerse un sweater. Sin embargo, la tempera-
tura aun seguía subiendo, el viento te daba escalofríos
como si te pusiera la piel de gallina. Afuera en los patios
vecinos, las hamacas se movían sin cesar y los gatos ara-
ñaban las puertas traseras desesperados por entrar. A mi-
tad de cuadra, se escuchó el crujido de un álamo aferran-
do sus raíces a la tierra el cual había chocado a un camión
hidrante que también había golpeado a la ventana de un
Honda Civic estacionado.

Eso fue cuando Sally y sus hijas escucharon el golpe. Las


chicas miraron al techo para luego observar a su madre.

―Ardillas‖ Sally les aseguro.

Seguro que estaban haciendo un nido en el ático, pero ese


martilleo seguía, el viento también sin mencionar que la
temperatura iba en aumento. Finalmente casi a la media-
noche, el vecindario se tranquilizó. Todo el mundo se
había ido a dormir. Sally era la única que se quedaba has-
ta tarde para cocinar una tarta con sus ingredientes secre-
tos, pimienta negra y nueces, la cual ella tendría lista para
servir en la fiesta del cuatro de julio.

~ 70 ~
Igualmente, Sally poco antes se quedó dormida a pesar
del tiempo, ella se deslizo bajo una fina blanca sabana y
dejo todas las ventanas del cuarto abiertas para que se
ventilen un poco.

Los primeros grillos de la temporada estaban tan callados,


y los gorriones anidaban entre los arbustos seguramente
dentro de un montón de ramas lo suficientemente delica-
das como para soportar el peso de un gato.

Y fue justo cuando las personas habían empezado a so-


ñar, con el césped cortado y el pastel de arándano y con
leones que se acuestan al lado de los corderos, que un
anillo aparece alrededor de la luna.

Un halo alrededor de la luna siempre es una señal de rup-


tura, o un cambio en el tiempo, una fiebre por venir, o
una raya de mala fortuna que no se marchará.

Pero cuando es un anillo doble, todos se gritan y discuten,


como un arco iris agitado o una aventura amorosa que
pudo salir mal porque algo tuvo que pasar. A veces como
en esta ocasión, era de sabios no contestar el teléfono.
Las personas que conocen bastante, son lo muy cuidado-
sas en cerrar sus ventanas, cierran sus puertas y nunca se
atreverían a besar a sus novios en su entrada del jardín o
extender la mano para acariciar a un perro perdido. El
problema era el amor, que viene de forma inesperada y te
agarra de forma inesperada y no te da la oportunidad de
ni siquiera pensar en lo que haces.

~ 71 ~
Por encima del vecindario, el anillo había comenzado a
moverse sobre su propio eje, una serpiente iluminada de
posibilidad, dobló y quedó tensa y firme por la gravedad.

Si la gente no se hubiere dormido, hubieran observado


por sus ventanas aquel maravilloso espectáculo de luz,
pero en vez de eso se durmieron, sin darse cuenta de la
luna, o del silencio o el Oldsmobile que había estaciona-
do en frente de la casa de Sally Owens para estacionar
detrás del Honda que ella había comprado para reempla-
zar a la vieja furgoneta de las tías hace unos años.

En una noche como esa, era posible salir para una mujer
silenciosamente de su automóvil sin que ninguno de los
vecinos se dé cuenta. Cuando hace tanto calor, como en
junio cuando el cuelo está tan nuboso y espeso, que un
golpe en la puerta no se escucharía ni el eco. Entra en sus
sueños, como una piedra en el arroyo, hacen que uno se
despierte de repente, haciendo que su corazón comience a
latir como loco, hundiéndote en el mismo pánico.

Sally se sienta en la cama, sabiendo exactamente donde


se encuentra. Ha estado soñando con los cisnes otra vez,
mirando como tomaban vuelo. Durante once años, ella
había hecho las cosas correctamente, había sido tan ra-
cional y amable, pero eso no significaba que no era capaz
de reconocer el sulfuroso olor del problema. Eso era lo
que estaba frente a su puerta, el problema puro indisolu-
ble. La estaba llamando como una luciérnaga frente a una
pantalla, es algo que no lo puede ignorar.

Se vistió con unos jeans que tenia usando y una camiseta


blanca, luego frunció su pelo oscuro con una coleta. Sabe
~ 72 ~
perfectamente que va a darse de puntapiés después de
esto, lo sabe bien. No se puede preguntar por qué no pue-
de ignorar aquel nervioso sentimiento que viene hacia a
ella y la pone en la obligación de poner las cosas en or-
den. Esa gente que le advierte a uno que no puede esca-
parse del pasado, ya que este lo puede rastrear para ser
objeto de su blanco. Sally mira hacia la ventana.

Allí en el porche estaba la muchacha que podría tener


más problemas que nadie, ya crecida. Habían pasado mu-
chos años, quizás una eternidad, pero Gillian estaba más
hermosa que nunca, solo con un poco de polvo y sus rodi-
llas algo débiles que cuando Sally abrió la puerta, Gillian
tuvo que apoyarse contra la pared del descanso.

―Oh dios, eres tú‖ Gillian lanzo esa frase como si Sally
fuera la visitante inesperada. En dieciocho años, ellas
apenas se habían visto solo tres veces, cuando Sally se
fue al este. Gillian nunca cruzo el Mississippi, eso era lo
que había jurado en el momento de haberse marchado de
la casa de las tías.

―¡Realmente eres tú!‖ Gillian usaba el pelo más corto que


antes, y olía algo así como una mezcla de azúcar y calor.
Tenía algo de arena en los tobillos de sus botas rojas y
una serpiente verde tatuada en la muñeca.

La beso y abrazó tanto a Sally que no tuvo tiempo en


considerar lo tarde que era y el hecho que quizás Gillian
podría haber llamado, por lo menos para decir de que
estaba llegando en algún momento del último mes, solo
para que Sally supiera de que ella aun estaba con vida.

~ 73 ~
Hace dos días Sally le mando una carta a Gillian a su di-
rección más reciente en Tucson. Ella la mandaría al in-
fierno y le contaría sobre su vida, sus sueños rotos y las
oportunidades perdidas, ella sería tan brusca en esa carta
que se alegraba de que Gillian no recibiera esa carta. Pero
su alivio no duraría por mucho tiempo.

Tan pronto como Gillian comenzó a hablar. Sally se hab-


ía dado cuenta que algo no andaba bien. La voz de Gillian
sonaba algo ruidosa, no era común en ella que sonara así.
Gillian siempre era capaz de pensar una buena excusa o
una buena coartada con el fin de aliviar el ego de sus no-
vios, generalmente era agradable y con compostura, pero
ahora estaba fuera de sí. ―Tengo un problema‖ Gillian le
dijo. Ella miraba sobre su hombro, y luego se paso su
lengua por los labios. Estaba tan nerviosa como un insec-
to, aunque para ella tener un problema no era relativa-
mente una novedad.
Gillian podía crear problemas con solo caminar por la
calle. Ella aun era la clase de mujer que se cortaba el de-
do por cortar una rebanada de melón, para luego ser lle-
vada al hospital y ser atendida por el médico de guardia
que le curaba su dedo y cayera rendido ante ella para que
por último se terminen yendo juntos.

Gillian se detuvo para darle un buen vistazo a Sally. ―No


puedo creer cuanto te he extrañado‖ se había sorprendido
incluso así misma al oír esas palabras en sus boca. Se
había comido las uñas hasta las yemas de los dedos, es
más reaccionaba como si hubiera despertado de un mal
sueño.

~ 74 ~
Si no estuviera desesperada, no estaría allí, corriendo a su
hermana mayor por ayuda, cuando paso toda su vida
creyéndose autosuficiente como una piedra. Todos los
demás tenían familias, iban al este u oeste o bajaban a la
cuadra para pascuas o el día de acción de gracias pero no
Gillian. Ella siempre podía tomarse unas pequeñas vaca-
ciones y de repente encontrarse en el mejor bar de la ciu-
dad, donde había menues especiales para días festivos,
huevos pintados de rosa, pavos o burritos. En un día de
acción de gracias Gillian fue hacerse el tatuaje en la mu-
ñeca. Una tarde calurosa en Las Vegas, Nevada y el cielo
era de un color pastel mientras que su pareja que se en-
contraba en el salón de tatuajes le diría que no la lastimar-
ía pero finalmente lo hacía.

―Todo es un desorden‖ Gillian admitió. ¿Bueno adivina


que…? Sally le dijo a su hermana. Sé que no lo creerás y
que tampoco te importa pero últimamente también he
tenido mis problemas, la cuenta de luz, como por ejem-
plo, la cual empezó a aumentar por el uso de la radio de
Antonia, puesto que jamás la apagaba.

El hecho que Sally no había salido con nadie en casi dos


años, ni siquiera con un amigo, según su vecina de al lado
Linda Bennett, Sally no podía pensar en el amor como
una realidad, para ella era algo remoto, así como una po-
sibilidad.
Por el tiempo que habían vivido separadas, Gillian había
hecho lo que quería no importaba con quien se despertaba
al mediodía. Ella no tuvo que sentarse con las pequeñas
para cuidarlas de sarampión o negociar los horarios de
llegada, poner la alarma porque alguien debía despertarse
temprano o simplemente para charlar un poco.
~ 75 ~
Naturalmente Gillian lucia grandiosa. Ella pensaba que el
mundo giraba a su alrededor. ―Créeme tus problemas no
son nada al lado de los míos‖ ―En este tiempo estuve muy
mal, Sally‖, la voz de Gillian se hacía cada vez más pe-
queña, pero era la misma voz que Sally tuvo aquel año
horrible cuando apenas podía hablar. Era la voz que pedía
por su hermana todos los martes por la noche, no impor-
taba cómo pero como feroz devoción, esa clase que solo
uno adquiere cuando uno ha compartido el pasado. De
acuerdo Sally suspiró, déjame tenerlo. Gillian respiró
hondo, ―tengo a Jimmy en el auto‖.

―El problema es…‖ Esto es realmente duro, en verdad lo


es. Ella intento sacarlo y decirlo susurrarlo o no. ―El está
muerto‖. Inmediatamente Sally empujo a su hermana.
Esto no es algo que alguien quiere oír en una noche calu-
rosa de junio, cuando las luciérnagas se asoman por el
césped.
La noche era profunda y pensativa, pero ahora Sally se
sentía como si le hubieran derramado una taza de café, su
corazón latía como loco. Alguien más podría decir que
Gillian estaba mintiendo o exagerando la cuestión. Pero
Sally la conocía muy bien. La conocía mejor que nadie.
―Hay un hombre muerto en mi auto‖. Garantizó.

―No me hagas esto‖ Sally le dijo. ―Crees que lo planee‖.


Así que estabas conduciendo sin rumbo y te dirigiste a mi
casa, deliberando si nos teníamos que ver, ¿y justo en ese
momento el murió?

Sally nunca conoció a Jimmy ni cruzo palabra con él.


Cierta vez, respondió al teléfono cuando ella llamo a
~ 76 ~
Tucson, pero en realidad era hombre de pocas palabras.
Cuando de repente escuchó la voz de Sally le ordeno a
Gillian que viniera de inmediato. ―Ven aquí nena‖ eso fue
lo que dijo. ―Es tu maldita hermana al teléfono‖

Todo lo que Sally podía recordar de lo que le habían di-


cho sobre él, era que había pasado un tiempo en la peni-
tenciaría por un crimen que no cometió, y además el era
tan atractivo que con solo mirada podía sacar a alguien de
su sano juicio. O de la mala manera, dependiendo de
cómo se quiera evaluar las consecuencias, y si no se le
ocurría estar casado con esa mujer, de modo que Jimmy
le robaba antes de que tuviera alguna sospecha. ―Esto
pasó en New Jersey‖ Gillian con su intento de dejar de
fumar mascaba un chicle y lo movía sin cesar en su boca.
Ella tenía una boca angelical tan rozagante y dulce, pero
esa noche sus labios estaban sellados. ―El era una tre-
menda mierda‖ dijo impulsivamente, ―Dios no creerías
las cosas que hizo‖

―Una vez estábamos visitando a unos amigos en Phoenix


y ellos tenían a un gato que lo estaba molestando. Yo
creo que orino en el suelo. Él lo puso en el refrigerador‖
Sally se sentó

Ella se sentía un poco incomoda al oír toda esa informa-


ción sobre la vida de su hermana, pero el mover su cuer-
po un poco la hizo sentir mejor. Gillian siempre tuvo la
habilidad de involucrar a su hermana, aun cuando ella
intentaba pelear contra la corriente. Gillian se sentó al
lado de ella, con sus rodillas rozándose. ―Su piel era más
fría que el concreto‖

~ 77 ~
―Aun no puedo creer que haya hecho algo como esto‖
Gillian dijo. ―Tenía que haber salido de la cama a la mi-
tad de la noche y luego dejarlo que se congele hasta mo-
rir. Tenía cristales de hielo en su piel‖

―¿Por qué regresaste?‖ Sally le dijo tristemente, ―¿por


qué ahora?‖ Vas a arruinar todo. Y realmente he trabaja-
do muy duro por esto.
Gillian observo a la casa, poco sorprendida. En realidad,
odiaba estar en la costa oeste. Toda esa humedad y el
verde. Ella haría todo lo posible para olvidar el pasado.
Lo más probable que soñara con las tías esa misma no-
che. Aquella vieja casa de la calle Magnolia, con sus
muebles y sus gatos volverían a ella, y comenzaría a in-
tranquilizarse y lo muy probable el pánico la haría huir,
así fue como termino en el sudoeste en primer lugar.

Ella se tomó un autobús en cuanto dejo al mecánico de


Toyota para después abandonar a su primer esposo. Bus-
caría el calor para neutralizar su mohosa niñez, con sus
oscuras tardes llenas de verdes sombras y de mediano-
ches aun más oscuras. Su misión era irse muy lejos. Y si
hubiera tenido algo de dinero Gillian podría haberse ido
hacia otra parte de New Jersey y dirigirse al aeropuerto
de Netwark y después volar hacia un lugar mas cálido.
Nueva Orleáns, Los Ángeles, quizás.

Desafortunadamente, ellos se marcharon de Tucson,


Jimmy le informó que andaban en bancarrota. El había
gastado cada centavo que ella había ahorrado en cinco
años, era muy fácil cuando todo eso lo invertías en drogas
y alcohol o cualquier tipo de joya que sea de tu agrado,
incluyendo el anillo de plata que siempre usaba el cual
~ 78 ~
costaba casi una semana de salario para Gillian. En la
única cosa que después tenían para gastar era en el auto y
esto fue en su nombre. ¿Cómo podía ser que ella hubiera
aparecido en una noche tan negra como esta? ¿Quien más
la alojaría sin preguntarle nada a cambio? o al menos en
este momento ella no podía pensar siquiera en una res-
puesta hasta poner los pies en la tierra.
Gillian, pensativa lanzó un breve suspiro, por el momento
se rinde ante el encanto de la nicotina. Toma uno de los
luckies strikes de Jimmy del bolsillo de su camisa, la luz
del cigarrillo se enciende mientras que ella lo inhalo tan
profundo como pudo. Ella lo dejará mañana. ―Nosotros
estábamos a punto de comenzar una nueva vida, es por
eso que nos dirigíamos a Manhattan. Yo te iba a llamar
apenas nos hubiéramos instalado. Tu eras la primer per-
sona que planeaba que nos visite en nuestro apartamento‖

―Sí seguro‖, Sally le responde, pero efectivamente no le


cree una palabra. Cuando Gillian se libró de su pasado,
también se libró de Sally. La última vez que se suponía
que se iban a reunir fue antes de que se mudara con Jim-
my a Tucson.

Sally ya había comprado los boletos para que ella y las


niñas volaran hacia Austin dónde Gillian estaba trabajan-
do a prueba como conserje en el hotel Hilton. El plan
había sido pasar el día Acción de gracias juntas— lo cual
había sido al principio--- pero Gillian llamó a Sally dos
días antes del viaje para que olvidara el asunto del viaje.
En dos días, ya no se encontraría en Austin. Gillian nunca
le importó explicar cuando algo salía mal, si eso era en el
Hilton, o Austin, o simplemente buscaba alguna cosa para
mudarse. Cuando se trataba de Gillian; Sally se había
~ 79 ~
acostumbrado a la decepción. Ella se hubiera preocupado
si no hubiese algún problema que la involucre. "Bueno,
planeaba llamarte", Gillian le dice. "Aunque no lo creas.

Pero tuvimos que salir de Tucson muy rápido porque


Jimmy estaba vendiendo no se qué clase de basura a los
jóvenes en la universidad, diciéndoles que era peyote o
LSD, y luego hubieron una sucesión de misteriosas muer-
tes, en lo qué yo no tenía ninguna idea hasta que él dijo,
'empaca ya.' Yo habría llamado antes de llegar a tu puer-
ta.

Me asuste cuando se desmayó en el patio. No sabía a


dónde ir.

―Podrías haberlo llevado a un hospital. O... ¿qué tal a la


policía? Tú podrías haberlos llamado‖

Sally pudo ver en la oscuridad las azaleas que había plan-


tado recientemente y que ahora se estaban marchitando,
sus hojas tenían un color castaño. En su opinión todo iría
mal si le dabas el tiempo suficiente. Cierra tus ojos, cuen-
ta hasta tres, y las oportunidades son que tendrás alguna
clase de desastre ti. "Sí, seguro. Como si pudiera ir a la
policía." Gillian expulsó dos bocanadas de humo de su
cigarrillo. "Ellos me darían diez a veinte. Quizás perpe-
tua, considerando que esto ocurrió en New Jersey." Gi-
llian mirando fijamente las estrellas, sus ojos abrieron
extensamente. "Si pudiera tener el dinero suficiente, me
iría a California. Me iría antes de que vinieran tras de
mí."

~ 80 ~
No eran sólo las azaleas que Sally podría perder. Eran
once años de trabajo y sacrificio. Los anillos alrededor de
la luna eran ahora tan luminosos que Sally se había con-
vencido que todo el mundo en el vecindario se despertaría
a causa de esto. Ella tomó del brazo a su hermana y le
hundió sus uñas en la piel. Además tenía a dos niñas por
quien velar y las cuales se encontraban durmiendo en la
casa. Y por ultimo tenía una tarta de manzanas pendiente
para la fiesta del cuatro de julio que era la próxima sema-
na. ―¿Por qué ellos vendrían por ti?‖
De repente Gillian cambio su expresión y se intenta alejar
de Sally pero en este caso ella no la dejara ir.

Finalmente, Gillian se encoge de hombros y baja sus ojos,


y tal como Sally se lo suponía no estaba muy cómoda en
responder esa pregunta. ¿Estás tratando de decirme de
que eres responsable por la muerte de Jimmy? ―Fue un
accidente‖, Gillian insistió. ―Más o menos‖, agregó cuan-
do se comía nerviosamente las uñas. ―Está bien‖ final-
mente admitió al ver que su hermana comenzaba a enfu-
recerse. ―Yo lo maté.‖ Gillian se sentía algo débil al decir
esto. ―Ahora los sabes. ¿Satisfecha? Como de costumbre
todo es mi culpa‖

Quizás solo era la humedad, pero los anillos que rodea-


ban la luna se tornaron de un color verdoso. Algunas mu-
jeres creen que una luz verde puede revertir el proceso de
envejecimiento, y efectivamente Sally se sentía como si
ella tuviera catorce años. Ella tenía pensamientos que
ninguna mujer madura debe tener, en especial si supues-
tamente había tenido una vida buena. De pronto se dio
observó todos los moretones en los brazos de Gillian; en

~ 81 ~
la oscuridad ellos parecían algo así como mariposas
purpúreas, como si fuera algo bonito.
"Jamás estuve involucrada con otro hombre", Gillian con-
fesó. Cuando Sally le devolvió la mirada, Gillian le insis-
tiendo que había terminado con el amor. ― He aprendido
mi lección", dijo. ―maldita sea ahora ya es tarde‖. Agregó
finalizando su frase. Deseo siquiera tener solo esta noche,
y llamar a la policía mañana." Su voz sonaba más pre-
ocupada que antes, y más aguda aun. "Podría cubrir a
Jimmy con una manta y dejarlo en el auto. No sé si seré
capaz de hacerlo por mí misma. Creo que no podré hacer-
lo." Gillian sonaba como si se estuviera riendo. Tenía un
temblor en su mano que le hacía imposible encender otro
cigarro.

―Tienes que dejar de fumar", Sally le reprochó. Gillian


todavía era su hermana pequeña, aun ahora, ella era su
responsabilidad.

"Oh, al diablo con él." Gillian finalmente pudo encender


con un fósforo, su cigarrillo. "Probablemente obtendré
sentencia de por vida. Los cigarrillos solo acortarán el
tiempo que tengo que cumplir. Debería fumar dos por
vez."

Aunque ellas eran solo unas niñas cuando sus padres mu-
rieron, Sally tuvo que tomar decisiones precipitadas que
parecían sirvieron para fortalecerlas a ambas. Después
haber sido cuidadas por sus padres y al ser abandonadas
se encontraban en un estado histérico, por lo que Sally
tuvo que hablar por teléfono con el oficial de policía para
oír las noticias de la muerte de sus padres, ella le pidió a
Gillian que escogiera dos de sus animales favoritos y que
~ 82 ~
deshiciera de todos los demás, porque en aquel instante
viajarían hacia la luz, y así podrían cuidarse ellas mismas.
Ella fue la que le dijo a la tonta niñera que buscara el
número de teléfono de las tías en el agenda de su madre, e
insistió que le permitan llamar y anunciar que Gillian y
ella serian dadas a la guarda estatal si ningún pariente se
hacía cargo de ellas.
Esa expresión de determinación que la caracterizaba en
los momentos difíciles era la misma que ahora se encon-
traba en su rostro, una combinación improbable de al-
guien soñador y de un ser endurecido. "La policía no lo
tiene que saber", Sally le dijo. Su voz sonaba raramente
segura. "¿En verdad?‖

Gillian examinó el rostro de su hermana, pero había veces


que Sally no demostraba nada. Era imposible leer sus
pensamientos. "¿En serio?‖

Gillian se acerco a Sally, para contenerla. Ella examinó


el Oldsmobile. "¿Quieres verlo?"

Sally inclinó su cuello; había una sombra en el asiento del


pasajero, bien. "Él realmente era agradable."

Gillian aplasta fuera su cigarro y rompe en llanto. "Oh,


dios", suspiro.
Sally no puede creerlo, pero en verdad desea verlo. Ella
quería ver cómo era ese hombre. Quería saber si una mu-
jer tan racional como ella podía sentirse atraída hacia él,
siquiera un segundo. Gillian le señala a Sally el auto y
esta se acerca por la ventana del parabrisas para darle una
mirada buena a Jimmy. Alto, oscuro, guapo, y muerto.

~ 83 ~
"Tenías razón, Sally dice. ―Él era muy atractivo." Él era,
por lejos, el tipo mejor bien parecido que Sally ha visto
alguna vez, vivo o muerto. Ella podía asegurar, por el
arco de sus cejas y la sonrisa en sus labios que él ya co-
nocía como era el infierno. Sally puso su rostro frente al
vidrio. El brazo de Jimmy se encontraba estirado sobre el
asiento y Sally pudo ver el anillo en él su mano izquier-
da—era gigante: un cactus del saguaro grabado en el ta-
blero lateral, un crótalo enrollado en el otro, y en el cen-
tro había un vaquero a caballo. Incluso Sally comprendía
la razón del por que no querría golpear a un hombre ese
anillo puesto; la plata te lastimaría el labio, y eso te cor-
taría profundamente.

A Jimmy siempre le preocupó la manera en como lucia.


Aun de pasar varias horas en el auto, sus pantalones va-
queros estaban tan crespos como si alguien hubiera que-
rido plancharlos. Sus botas eran de piel de serpiente y
obviamente costaron una fortuna. Habían sido tan muy
bien cuidadas para; que alguien derramara cerveza en
esas botas por accidente, o diera puntapiés al polvo, al
hacer eso ya creabas un problema y en minutos uno estar-
ía mirando el cuero pulido desde el suelo.

Uno podría mirar a la cara a Jimmy. Muerto o vivo, él era


quien era: y era alguien con quien no querrías tener un
problema. Sally se alejó del auto. Se aterrorizaba con la
idea de quedarse a solas con él. Ella tenía miedo que una
sola mala palabra lo ponga a hablar y ella no sabría qué
hacer.

―Él era amable a medias‖ ―Oh dios, sí‖ ―Pero solo cuando
el bebía‖ Gillian confesó irónicamente. El resto del tiem-
~ 84 ~
po era grandioso. Era muy bueno para comer y no estoy
bromeando. Y creo que tengo una idea de porque era
amable, ya que comencé a ponerle belladona en su comi-
da todas las noches. Y en su bebida antes de que se pu-
siera violento. Todo ese tiempo estuvo perfectamente
bien, hasta que todo eso fue recorriendo su torrente san-
guíneo y fue ahí cuando se ―durmió.‖

Nos encontrábamos sentados en el patio, mientras que el


fue a buscar su encendedor en la guantera, eso le compré
en el mercado de pulgas el mes pasado y luego se inclino
tanto que era incapaz de ponerse en pie por si solo. Des-
pués dejó de respirar.‖

En el patio vecino, había un perro ladrando, era un sonido


muy alto y preocupante que había comenzado a filtrarse
en los sueños de las personas de los alrededores.

"Debiste haber telefoneado a las tías y preguntarles por la


dosis correcta‖, Sally le reprochó.
―Las tías me odian‖ Gillian se movía su cabello con la
intención de darle voluminosidad pero con la humedad
solo permanecía lacio. ―Las he defraudado en todos los
sentidos‖

―Yo también‖ Sally acordó con ella. Sally creyó que las
tías las juzgaron como algo demasiado ordinario para
cualquier interés real. Gillian se sentía segura de que algo
tenían en común. Aunque esto sea algo temporáneo. Ten-
ían la sensación de que sería mejor de ser cuidadosas
acerca de lo que decían y a quien se lo revelaban.

~ 85 ~
A decir verdad, ellas nunca compartieron su miedo a las
tormentas con las tías, aun sí las pesadillas, dolor de es-
tomago, fiebres y alergias a la comida, que podían ser el
último eslabón que las tías particularmente no querían
compartir en primer lugar.

Una queja mas podría ser, enviar a las tías a recoger el


equipaje de las hermanas, las cuales estaban guardadas en
el ático cubiertas de telarañas y polvo, pero hecho de cue-
ro italiano y todavía bastante acordes para ser puestas en
uso.

En vez de ir a hablar con las tías, Sally y Gillian se mira-


ba una a la otra. Ellas se decían que nada malo podría
suceder si solo contaban hasta treinta. Nada podía pasar si
solo permanecían bajo los cobertores y sino respiraban
cuando el trueno azotaba sobre sus cabezas. ―No quiero ir
a la cárcel‖ Gillian decía mientras encendía otro Lucky
Strike. A raíz de su historia familiar, ella tenía una verda-
dera ansiedad de abandono, lo cual era la razón, del por-
que era siempre la primera en marcharse de un lugar. Co-
nocía muy bien su situación, ya que había pasado tiempo
suficiente en terapia y había pagado una cantidad impor-
tante para discutir eso en profundidad, pero eso no signi-
ficaba que algo hubiera cambiado.

No hubo hombre que se abalanzara hacia ella y que des-


pués haya terminado con él‖ Esa era su fama.
Francamente, Jimmy era el que había llegado más lejos.
El se podía haber ido, y aun ella pensaría en él y pagaría
el precio por lo que hiciera. ―Si ellos me envían a la
cárcel, me volveré loca.‖

~ 86 ~
―Todavía no he vivido. En verdad no. Quiero conseguir
un trabajo y tener una vida normal. Quiero ir a las barba-
coas. Y también tener un bebé." "Bueno, eso lo deberías
haber pensado antes." Este es consejo que Sally le había
dado Gillian desde el principio ya que sus conversaciones
telefónicas habían transformado de breves a inexistentes
en los últimos años.
Esto fue lo que ella escribió en su más reciente carta, la
cual Gillian nunca recibió.

―Simplemente podías haberlo dejado."

Gillian movió su cabeza negativamente. ―Nunca debí ni


siquiera haberlo saludado. Ése fue mi primer error."

Sally cuidadosamente busco en la cara de su hermana la


luz verdosa de la luna. Gillian seguía siendo hermosa,
pero ya tenía treinta y seis años.

―¿Él te pegó? " Sally le preguntó de forma inquisidora.

Realmente "¿eso hace la diferencia?‖

Al acercarse, Gillian no parecía muy joven en verdad.


Ella vivió demasiado tiempo exponiéndose al sol de Ari-
zona y cerca de sus ojos aparecían las primeras arrugas,
aunque cuando estuvo mucho tiempo llorando.

"Sí", Sally le responde. ―Eso hace la diferencia para mí."


"Así es la cosa." Gillian se dio vuelta para mirar su
Oldsmobile, para hacer que ella no recuerde lo que Jim-
my estaba cantando hace unas horas atrás, era una cinta
de Dwight Yoakam. Esa canción la podría escuchar una y
~ 87 ~
otra vez, y, en su opinión era sobre un payaso, Jimmy
cantaba esa canción un millón de veces que Dwight podía
está diciendo que a ella le encantaba este cantante.

"Estaba realmente muy enamorada. Muy en lo profundo


de mi corazón. Eso era tan triste, en verdad. Era patético.
Lo quería todo el tiempo conmigo, como si estuviera loca
o algo así. Yo era como una de esas mujeres." En la coci-
na, al crepúsculo, esas mujeres se arrodillaban y suplica-
ban. Ellas jurarían que no querrían eso para sus vidas, si
podían tener lo que ahora ellas querían. Eso fue cuando
Sally y Gillian unieron sus dedos y juraron que ellas nos
serian ni infelices ni desdichadas en la vida.

Nada se podía hacer, eso era lo que se decían cuando se


sentaban al observar desde la escalera, como si el deseo
era una cuestión de elección personal.

En ese momento, Sally se puso frente a su césped para


observarlo y su vez sentir la noche calurosa. Su hermana
le da una palmada en su trasero, pero eso ya no la moles-
ta.

Al pasar el tiempo, te puedes acostumbrar a cualquier


cosa, inclusive al miedo. Después de todo ella era su
hermana, la niña que se negaba a dormir al menos que
Sally le cantara una canción de cuna o si le susurraba
alguno de los ingredientes o pociones secretas de las tías.
Ella era la mujer que telefoneaba todos los martes a la
noche, exactamente a las diez un año entero. Sally pensó
en la manera en que Gillian le sujeto de la mano la prime-
ra vez que siguieron a las tías a la puerta de atrás. Los
dedos de Gillian eran delgados como gomas de mascar y
~ 88 ~
helados por el temor. Ella se rehusaba en dejarla a ir, aun
cuando Sally le amenazaba en sujetarla con más fuerza.

Llevémoslo a la parte de atrás Sally le sugirió. Ellas lo


arrastraron donde las lilas crecían, y hacían lo posible
para no perturbar a los tallos tal como las tías les habían
enseñado. Ahora los pájaros que hacían nidos en los ar-
bustos estaban dormidos. Y Los escarabajos moviéndose
a través de las hojas de membrillo.

Cuando las hermanas trabajaban, el sonido de sus palas


tenían un ritmo fácil, como un aplauso del bebé da o la
caída de lágrimas. Solo hubo un mal movimiento. No
importa cuánto Sally lo intente, no puede cerrar los ojos
de Jimmy. Ella escucho que esto pasa cuando un hombre
muerto desea ver lo que sucede a continuación.

Debido a esto, Sally le insistió a Gillian que permaneciera


lo más lejos posible mientras ella comenzaba a taparlo
con la tierra.
Por lo menos de esta manera, la única que lo recordara
con su mirada fija será ella y en sus sueños.
Cuando ellas finalizaron su tarea, guardaron las palas en
el garaje, y allí revolvieron la tierra para refrescar a las
lilas, fue cuando Gillian tuvo que sentarse en el patio de
atrás con la cabeza entre sus piernas para así no desma-
yarse.

Él sabía cómo golpear a una mujer, como para que apenas


sus marcas sean divisadas. Él sabía cómo besarla también
para que su corazón comience a latir como loco y ella
comience a pedir perdón en cada respiración.

~ 89 ~
Era sorprendente, los lugares donde el amor te puede lle-
var. Era sorprendente cuán lejos podías llegar a ir.
En noches como estas, era mejor dejar de pensar en el
pasado, en todo lo que fue ganado y perdido. En noches
como esta te metes en la cama, y deslizarte a través de
sabanas limpias era un gran alivio. Era una noche de ju-
nio, como cualquier otra, salvo por el calor, lo verdoso en
el cielo y la luna. Y todavía faltaba lo que pasaba con las
lilas en el momento que dormimos era algo totalmente
extraordinario. En mayo había unos brotes lánguidos,
pero ahora las lilas florecían de nuevo, fuera de estación y
toda la noche, en un solo ramillete, las flores con una
esencia tan fragante que el propio aire se ponía dulce y
purpúreo. Antes de que las abejas crezcan sin control. Y
los pájaros no recordarán donde se encuentra el norte.

Por semanas la gente se sentirá atraída hacia la acera del


frente de la casa de Sally Owens y se encontrarán, arran-
cados de sus propias cocinas y comedores por el olor de
las lilas, recordando el deseo y el amor verdadero
además de otras mil otras cosas que ellos habían olvida-
do hace tiempo, y a veces aun deseaban haberlas olvida-
do.

EN LA MAÑANA del cumpleaños número trece de Ky-


lie Owens, el cielo era intensamente dulce y azul, pero
antes de que el sol aparezca, y que los despertadores sue-
nen, Kylie ya se encontraba despierta. Ella lo ha estado
desde hace varias horas. Era tan alta que podía aparentar
fácilmente tener dieciocho si pedía prestado la ropa de su
hermana y el lápiz de labios de la moka de su mamá y las
botas rojas de su tía Gillian. Kylie se da cuenta no debe ir
tan rápido, tiene su vida entera delante de ella, y viaja con
~ 90 ~
la velocidad exacta para doblar la duración de su existen-
cia, en lo que ha estado completamente enfocada en eso,
como si esa mañana de julio fuera el centro del universo.

En realidad para ella iba a ser un mucho mejor convertir-


se en adolescente en vez de ser una niña; ella creía a me-
dias en eso para su vida, y ahora su tía le había leído las
cartas del tarot a ella las cuales le predijeron una buena
fortuna. Después de todo, la estrella era su carta de desti-
no, y ese símbolo le aseguraba el éxito en cada empren-
dimiento. La tía Gillian y Kylie han estado compartiendo
la alcoba durante las últimas dos semanas, la cual Kylie
ahora sabía que Gillian duerme como un bebé, oculta
bajo una colcha pesada aunque la temperatura fue ascen-
diendo desde el momento en que ella llegó, como si ella
hubiera traído algo del Sudoeste en la parte atrás de su
auto. Ellas habían arreglado la habitación, como dos
compañeras de cuarto, todo el sector derecho y el medio,
pero Gillian necesitaban un espacio extra en el armario y
fue por eso que le pidió a Kylie hacer una pequeña rede-
coración.
La manta negra de bebé que siempre había permanecido
en el pie de la cama de Kylie ahora se encontraba exten-
dida y guardada en una caja en el sótano, junto al tablero
de ajedrez el cual Gillian agregó que ocupaba demasiado
espacio en la habitación. El jabón negro que las tías en-
viaban como todos los años en forma de presente, se hab-
ía sacado de la jabonera y reemplazada por una barra de
jabón rosado perfumado proveniente de Francia.

Gillian tenía unos gustos bastantes particulares, y opinaba


sobre todo. Ella le gusta dormir mucho, pide las cosas
prestado pero sin preguntar y cocina grandes tortas de
~ 91 ~
chocolate y nueces con M&M mezclado en el batido. Ella
es bonita y se ríe aproximadamente mil veces más que
Sally, y en efecto Kylie quería ser como ella.

Ella la seguía a Gillian por todas partes, estudiándola cui-


dadosamente y pensando en la manera que tenía su pelo y
si ella poseía de órganos vitales. Kylie solo quería que se
le concediese un deseo, despertarse y descubrir que su
cabello castaño color ratón se transforme en un rubio glo-
rioso que solo Gillian tenía la suerte de poseer, como el
heno puesto al sol o pedazos de oro.
Lo que hacía a Gillian aun más maravillosa, era que An-
tonia y ella no se llevaban bien. Bastante tiempo les fue
dado, para que ellas crezcan despreciándose una a la otra.

La semana pasada, Gillian le pidió prestado la minifalda


negra de Antonia para usarla el cuatro de julio, el resulta-
do fue que ella derramo accidentalmente un refresco de
dieta, en lo que ella dijo que Antonia era tan intolerante al
quejarse. A raíz de este episodio Antonia le pidió permiso
a su madre de cerrar con llave la puerta de su armario.
También le dijo a Kylie que su tía era una perdedora, una
criatura patética.

Gillian había comenzado a trabajar en el palacio de la


hamburguesa cerca de la barrera, donde los adolescentes
se habían enamorado locamente de ella, mientras pedían
hamburguesas con queso y litros de cerveza y refrescos
con tal de estar cerca de ella.

Trabajar es lo que la gente tiene que hacer para tener di-


nero para divertirse‖, Gillian anunció la última noche,
una actitud que le había impedido de concretar su plan de
~ 92 ~
irse a California, ya que las tiendas y zapaterías ejercían
un magnetismo hacia ella que hacían que no pudiese aho-
rrar un solo centavo.

Esa tarde, ellas estaban comiendo hot dogs hechos de


tofu, y con una clase de fríjol que es bueno para la salud,
aunque al saborearlo, eran como los neumáticos de un
camión, según la opinión de Kylie. En cuanto a Sally, ella
se rehusaba en poner en la mesa carne, pez, ave o cual-
quier animal a pesar de la quejas de sus hijas. Ella debía
cerrar los ojos cada vez, que pasaba por la sección de
congelados y sabia que allí se encontraban las piernas de
pollo empaquetadas, aun ella recordaba a aquella paloma
que usaron las tías para ese encantamiento.

―Díselo a un cirujano‖, Sally había respondido al comen-


tario de su hermana sobre el valor limitado de trabajo.
"Díselo a un físico nuclear o un poeta." De acuerdo. Gi-
llian todavía estaba fumando, aunque ella hacía planes en
dejarlo todas las mañanas, y era consciente que el humo
lo compartía con todos y con Kylie.

Ella inhalo el humo rápidamente, como si eso disminuye-


ra a cualquiera el hastío. ―Vamos y encuéntrame algún
poeta o un físico. ¿Hay alguno en este barrio?
Kylie estaba complacida por escuchar ese desagradable
informe acerca de su vecindario, un lugar que no tenía ni
principio ni fin, pero lleno de chismes.

Todo el mundo decía que su amigo Gideon estaba pasan-


do un momento difícil, incluso ahora que se había afeita-
do su cabeza.
~ 93 ~
El dijo que no le importaba un comino e insistió que la
mayoría de sus vecinos tenían sus mentes tan pequeñas
como comadrejas, pero en ese último tiempo, se daba
vuelta cuando escuchaba que cualquiera hablaba de él y
les respondía de una manera directa, y cuando caminaban
cerca de la barrera y alguien tocaba bocina él a veces
saltaba, como si de algún modo él hubiera sido insultado.

Las personas siempre iban a hablar, cualquiera sea la


razón. Si se hacía algo diferente o ligeramente inusual.
Ya, la mayoría de las personas en su calle habían comen-
tado el hecho que Gillian no llevaba la parte de arriba de
su traje de baño cuando ella tomaba sol en el patio tras-
ero. Ellos todos conocieron lo que el tatuaje en su muñeca
parecía exactamente, y que ella había tenido por lo menos
un par de seis para la fiesta de la cuadra—quizás más— y
luego se fueron y Ed Borelli quien la invitó a salir, aun-
que él era el vice-director del colegio y el jefe de su her-
mana también.

La vecina de las Owens Linda Bennett se rehusaba que el


optometrista que estaba saliendo con ella fuera a buscarla
venido a su casa antes de que la oscuridad se cayera, te-
ner a alguien como Gillian viviendo en la puerta vecina
hacia que ella se pusiera nerviosa ella. Todos estaban de
acuerdo que la hermana de esa Sally era algo confusa.

Había veces cuando alguien la encontraba comprando


comestibles, ella insistiría en decirle su buena fortuna
arrojándole las cartas de Tarot, y otras en donde solo diría
hola a ella en la calle con sólo la intención de parecer
correcta, y tal vez como si ella estuviera lejos un millón

~ 94 ~
de millas, por ejemplo en un lugar como Tucson dónde la
vida era mucho más interesante.

En lo que le concernía a Kylie, Gillian tenía la habilidad


de hacer cualquier lugar interesante; aun el basurero de la
cuadra podía lanzar destellos de luz. Las lilas habían
crecido completamente salvajes desde la llegada de Gi-
llian, como si eso fuera el homenaje provechoso a su be-
lleza y su gracia, y se habían desparramado desde el patio
de atrás hacia el frente, una glorieta purpúrea que colgaba
encima del cerco y el estacionamiento.

Se suponía que las lilas no tenían que florecer en julio,


esto era un hecho botánico al menos lo había sido hasta
ahora. Las muchachas en el barrio habían empezado a
cuchichear que si besabas al muchacho que te gustaba
bajo las lilas del Owens él sería tuyo para siempre, si él
quería o no. La Universidad Estatal, en Stony Brook,
había enviado a dos botánicos para que estudiaran las
formaciones del brote de esas asombrosas plantas que
florecían fuera de estación, mientras creciendo cada vez
más y de manera lujuriosa al pasar las horas.

Sally se había negado a que los botánicos ingresen al pa-


tio; ella los había mojado con la manguera del jardín para
que se marchen, pero de vez en cuando los científicos
estacionaban enfrente de la entrada de autos, pensando en
los especímenes que no podrían conseguir, y debatiendo
si era ético correr por el césped con alguna herramienta
de jardinería y toma cualquier muestra que ellos querían.
De algún modo, las lilas habían afectado a todos.

~ 95 ~
Era muy de noche, Kylie se despertó y oyó un grito. Ella
salió de cama y fue a su ventana. Allí, al lado de las lilas,
estaba su tía Guillan, llorando. Kylie la observo durante
unos minutos, hasta que Gillian se secó sus ojos y sacó
un cigarrillo de su bolsillo. Así como ella salió de la ca-
ma, Kylie estaba completamente segura que algún día
ella, también, estaría llorando en un jardín a medianoche,
diferente su madre que siempre estaba en la cama a las
once y quién parecía no tener algo en su vida que valga la
pena. Kylie se preguntó si su madre habría llorado alguna
vez por su padre, o si quizás el momento de su muerte
fuera cuando ella había perdido la habilidad de llorar.

Afuera en el patio, noche tras noche, Gillian todavía se-


guía llorando por Jimmy. Ella no parecía poder detenerse,
aun ahora. Ella, quién había jurado que nunca la pasión
controlaría, se había inclinado ante eso pero bueno. Había
estado intentando intentado de tener el coraje suficiente y
la templanza para salir de todo eso que paso casi un año.

También había escrito el nombre de Jimmy en un pedazo


de papel y lo quemaba el primer viernes de cada mes
cuando había cuarto de luna, para intentar de librarse de
su deseo por él. Pero eso no ayudó que ella siguiera que-
riéndolo.

Después de más de veinte años de flirteos y negarse a


comprometer su vida con alguien, ella iba a enamorarse
de alguien como él, alguien tan malo que el día que ellos
mudaron sus muebles de su casa alquilada en Tucson,
todos los ratones habían huido, porque incluso los ratones
del campo tenían más sentido común que ella. Ahora que
él estaba muerto, Jimmy parecía mucho más dulce. Gi-
~ 96 ~
llian seguía recordando cuan abrasador sus eran besos, y
que solo la memoria puede traerlo de vuelta. Él podía
excitarla fácilmente; podría hacerlo en un piso diminuto,
y eso no era fácil de olvidar. Ella esperaba que las conde-
nadas lilas dejarán de florecer, porque el olor se filtraba a
través de la casa y se dispersaba por toda la cuadra, y a
veces juraba podía sentirlo incluso trabajando en la casita
de la Hamburguesa, a media -milla de la casa.

La gente en el vecindario estaban muy entusiasmados con


el asunto de las lilas— y eso ya se había convertido en
fotografía en la tapa del Newsday—pero ese olor empa-
lagoso estaba volviendo loca a Gillian. Eso penetraba en
su ropa y su pelo, y quizá por eso fumaba tanto, reempla-
zar ese olor de lilas con uno que era más desagradable.
Ella no podía dejar de pensar en la manera que Jimmy
abría sus ojos cada vez que la besaba —eso la paralizaba
al darse cuenta de que él estaba mirándola.

Un hombre que no cierra sus ojos, ni siquiera para un


beso, es un hombre que quiere mantener el control en
todo momento. En los ojos de Jimmy aparecían peque-
ños destellos, y cada vez que lo besaba Gillian se pregun-
taba si ella no estaba haciendo un pacto con el diablo. Eso
era lo que a veces sentía, sobre todo cuando ella veía a
una mujer que podría mostrarse en público sin temer que
su marido o novio le diera una bofetada. ―Te dije que no
estacionaras ahí", alguna mujer le diría a su marido en la
entrada de un cine o teatro, y esas palabras harían que a
Gillian se le llenaran los ojos de lágrimas. Que maravillo-
so era decir lo que querías sin tener que revisarlo en tu
mente una y otra vez, para que eso no lo pusiera fuera de
sí. Ella podría darse el crédito por pelear la mejor batalla,
~ 97 ~
pero no podía pelear en contra de lo que no podía derro-
tar.

Ella intentó por todos los medios de que Jimmy dejara de


beber, las viejas sanaciones así como las nuevas. Los
huevos de búho mezclados en la salsa tabasco, y la pi-
mienta roja con los huevos rancheros.
El ajo bajo su almohada. Una pasta de semillas del gira-
sol en su cereal. Escondiendo las botellas, sugerirle a in-
gresar AA, arriesgándose a tener una pelea con él, sabía
que jamás podría ganar.
Ella había intentado el encantamiento favorito de las tías,
esperar que el estuviera bueno y bien ebrio, mientras de-
positaba un pececillo vivo en su botella de bourbon. Las
branquias del pez dejaron de funcionar en el momento
que el pobre golpeó su cuerpo contra el licor, Gillian se
sintió muy apesadumbrada por eso, aunque Jimmy no se
había dado cuenta de nada.
Él bebió ese pececillo de un solo sorbo, incluso pestañe-
ar, y el resto de la noche estuvo terriblemente violento
aunque después su gusto por el alcohol parecía haberse
duplicado.

Eso fue cuando a ella se le ocurrió la idea de la belladona


el cual parecía un plan modesto en el momento sólo para
sacarlo del precipicio y mandarlo a dormir antes de que él
estuviera muy ebrio.

Cuando ella se sentó al lado de las lilas esa noche, Gillian


estaba intentando en descifrar si ella había cometido un
homicidio. Bueno en realidad no. No hubo intento ni
premeditación. Si Gillian pudiera regresar el tiempo atrás,
cambiaría algunas cosas. Actualmente ella se sentía más
~ 98 ~
amistosa con Jimmy de lo que había sido en años, había
una intimidad y una ternura que antes no sentía.

Ella no quería dejarlo solo en la helada tierra. Lo quería


tenerlo cerca de ella, contarle de cómo le había ido duran-
te el día, y oír sus bromas que solía decir cuando se en-
contraba de buen humor.

Jimmy odiaba a los abogados, ya que ninguno lo había


salvado de pasar una temporada en la cárcel y por esto
coleccionaba chistes de abogados.
El tenia un millones de ellas y nadie podía detenerlo
cuando el empezaba a contarlas. Antes de que ellos se
mudaran al otro lado de New Jersey le había una adivi-
nanza, algo castaño y negro y parecía tan bueno como un
abogado. ―Un rottweiler‖ le dijo irónicamente. El parecía
tan feliz en ese momento como si tuviera toda la vida por
delante. ―Piensa en eso‖ le dijo, lo llegas a entender.

Hubo veces, donde Gillian se sentaba sobre el césped y


cerrando sus ojos podía imaginar que Jimmy estaba al
lado de ella. Casi podía sentir que la estaba persiguiendo,
como lo hacía cuando estaba ebrio y enfadado y quería
golpearla o acostarse con ella, en esos casos jamás sabía
cuál iba a ser su último momento.

Tan pronto que el comenzara a mover su anillo de plata,


ella debía saber que tenía que tener cuidado. Cuando él se
sentía demasiado sustancial en el patio y Gillian comen-
zaba a pensar en la manera que sucedieron las cosas y por
eso la presencia de Jimmy no era nada amigable. Por lo
tanto, Gillian corría hacia adentro y cerraba con llave la
puerta trasera, en lo que luego, segura ella se asomaba
~ 99 ~
tras del vidrio para observar las lilas en el patio. El la
atemorizaba con su bonita bondad, por lo que la obligaba
a hacer cosas que no podían repetirse en voz alta.

Francamente, ella se alegraba de compartir el cuarto con


su sobrina, le asustaba el hecho de dormir sola por lo que
también, le producía satisfacción el no tener privacidad.
Esa mañana por ejemplo, cuando Gillian abrió los ojos,
Kylie estaba sentada al borde de la cama, mirándola fija-
mente. Eran solo las siete y Gillian no se tenía que pre-
sentar a trabajar hasta el mediodía. Se queja y se tapa con
el cobertor hasta tapar su cabeza. ―Tengo trece años‖ Ky-
lie le dijo con sorpresa, como si hubiese estado involu-
crada en algo místico.
Esa era una de las cosas que quería en la vida, y ahora lo
tenía.

De inmediato, Gillian se levantó de la cama y besó a su


sobrina. Ella recordaba exactamente de lo que era crecer
y lo atemorizante e incomodo que podía volverse de un
momento a otro. ―Me siento diferente‖ Kylie confesó.
―Por supuesto‖ Gillian le aseguro ―Así lo es.‖

Su sobrina confiaba en ella cada día más, quizás porque


ellas compartían el mismo cuarto, también porque se
quedaban hasta largas horas de la noche charlando, des-
pués que las luces se apagaban. Gillian se encontraba
emocionada por la manera que Kylie la estudiaba, como
si ella fuera un libro de texto de cómo aprender a ser mu-
jer. Ella no podía recordar si alguien la habría mirado de
esa manera aunque la experiencia era intoxicante y confu-
sa al mismo tiempo.

~ 100 ~
―Feliz cumpleaños", Gillian le anunció. ―Este será el me-
jor de todos‖. La esencia de las condenadas lilas se estaba
mezclando con el desayuno que Sally había preparado en
la cocina.

Pero también había café, por lo tanto Gillian decide salir


de la cama para recoger sus ropas que había dejado tira-
das en el suelo.

―Espera hasta tarde‖, Gillian le dice a su sobrina. ―Cuan-


do recibas mi regalo, estarás completamente transforma-
do. En un ciento cincuenta por ciento. Los chicos te verán
en la calle y querrán coquetear contigo‖

En honor al cumpleaños de Kylie, Sally había preparado


panqueques y jugo de naranja fresco con una ensalada de
frutas cubierta de coco y pasas.

A la mañana temprano, antes que los pájaros estuvieran


despiertos, ella fue al patio trasero en donde corto algunas
lilas para ponerlas en el florero de cristal de la casa. Las
flores parecían tan brillantes, como si cada pétalo emitie-
ra un rayo de luz. Eran hipnotizantes si las mirabas fija-
mente. Sally se había sentado por un momento para ob-
servarlas y si se hubiera dado cuenta que tenia lágrimas
en sus ojos, hubiera dejado quemar a los panqueques que
se cocinaban en la cocina.

La noche anterior, Sally soñó que la tierra en la que crec-


ían las lilas se tornaba del color rojo como la sangre, y el
césped hacía un lastimoso sonido al roce del viento.
También había soñado que los cisnes, que solían visitarla
en sus intranquilas noches, se arrancaban sus blancas
~ 101 ~
plumas, una por una, con lo que estaban construyendo un
nido lo suficiente grande para que lo ocupara un hombre.

Anoche, Sally soñó la tierra bajo las lilas se puestas rojo


como sangre, y el césped hizo un sonido que grita cuando
la rosa del viento. Ella soñó que los cisnes que la frecuen-
tan en las noches inquietas estaban arrancando sus plu-
mas blancas, uno por uno; ellos estaban construyendo un
nido grande bastante para un hombre. Sally despertó al
darse cuenta que sus sabanas estaban completamente
húmedas por el sudor, su frente la sentía como si la ajus-
tado con una herramienta. Pero eso no era nada compara-
do a la noche anterior, cuando soñó que había un hombre
muerto sobre su mesa, y él no estaba contento con la cena
que ella le había servido que era lasagna vegetariana.

Con una respiración feroz él voló cada plato de la mesa;


en minutos toda la porcelana china estaba destrozada, y
una alfombra oscura y rustica tirada en el suelo.

Ella soñaba demasiado con Jimmy, mirando sus fríos ojos


claros por lo cual a veces no podía pensar en nada más.
Ella lo llevaría para siempre con ella, cuando en primer
lugar jamás lo había conocido y eso no era justo.

La cosa más terrible era que su relación con ese hombre


muerto era tan profunda, que cualquier relación que
hubiera tenido con cualquier hombre en los últimos diez
años, y eso la atemorizaba.

Esa mañana Sally no estaba segura si ella esta temerosa


acerca de sus sueños sobre Jimmy, si el café había co-
menzado a afectar su torrente sanguíneo o porque su bebé
~ 102 ~
cumplía trece años. Podía ser la potencia de esos tres fac-
tores combinados. Bueno, a los trece todavía es joven,
eso no significa que ella este del todo crecida. Al menos
eso era lo que Sally se decía a sí misma. Pero cuando
Kylie y Gillian bajaron para desayunar, lo hicieron abra-
zadas. Fue que por esto que Sally rompió en llanto. Había
un factor que había olvidado en esa inquietante ecuación,
y era el de los celos.

―Buen día para ti también‖ Gillian le dijo. ―Feliz cum-


pleaños‖ Sally le dice a Kylie con una voz que sonaba un
tanto melancólica. ―Intenta acentuar la parte de feliz‖,
Gillian le recordó a Sally cuando se servía una taza de
café.

Gillian espiaba su reflejo en la tostadora, no era una bue-


na hora para ella. En sus ojos había indicios de eso. De
hoy en adelante, ella no saldría de la cama hasta las nueve
o diez para decir temprano, aunque de vez en cuando
podría ser preferiblemente al mediodía.
Sally le entrega a Kylie una caja pequeña, envuelta con
una cinta rosa. Ella tuvo el absoluto cuidado de gastar lo
justo con los comestibles y evitar los restaurantes para así
poder comprar ese dije de oro en forma de corazón con su
cadena. Ella no la puede ayudar pero antes mira a Kylie
para observar su reacción, fue cuando examino a Gillian.

Ella dijo: ¿Qué lindo?‖ ―Oro verdadero‖, ella pregunta


inocentemente. En ese instante Sally pudo sentir como
sus mejillas cambiaban de color y que algo rojo se movía
en su pecho y su garganta. Eso fue como si Gillian hubie-
se dicho, que el medallón era un pedazo de basura, enton-
ces Kylie,
~ 103 ~
¿Que hubiera hecho?

―Muchas gracias mamá‖, Kylie le dijo. ―Es muy bonito‖

―Lo que sorprende realmente es que tu mamá tenga buen


gusto cuando va a la joyería. Pero en verdad es muy lin-
do‖

Gillian levanta la cadena del cuello de su sobrina, y deja


que el dije caiga levemente sobre sus pechos. Durante el
desayuno Kylie había comenzado a apilar un montón de
panqueques en su plato. ―Te vas a comer todo eso‖ Gi-
llian le pregunto sorprendida. ―¿Todos esos carbohidra-
tos?‖
"Ella tiene trece años. Un panqueque no la matará." A
Sally le hubiera gustado estrangular a su hermana. "Ella
es demasiado joven para andar pensando en esa cosas‖

―De acuerdo‖ Gillian responde ―Ella puede pensar en


esas cosas a partir de los treinta. Después será demasiado
tarde‖
Kylie se dispuso a servirse la ensalada de fruta. A menos
que Sally estuviera confundida, ella se había delineado
los ojos con el lápiz azul de Gillian. Kylie se sirve cuida-
dosamente dos cucharadas de en ensalada de fruta en un
cuenco pequeñito, y lo come en pequeños bocados, aun-
que ella era bastante alta y pesaba ciento dieciocho libras.
Gillian también agarra un cuenco de fruta para ella. Le
dice ―Ven al palacio de la hamburguesa a eso de las seis.
Eso nos dará tiempo para llegar antes de la cena‖

―Genial‖ Kylie le responde sonrientemente.

~ 104 ~
Sally que estaba de espaldas se voltea y le dice. ―Tiempo
para que?‖ ―Nada‖ Kylie le responde como cualquier
adolescente malhumorado. ―Charla de chicas‖ Gillian se
excusa por ambas ―Hey‖ dice, mientras metía la mano en
el bolsillo de su pantalón. ―Casi me olvido.‖

Gillian saca una pulsera de plata que ella había comprado


en una casa de empeños por solo doce dólares, a pesar de
su impresionante piedra turquesa en el centro. Alguien
debió estar muy desesperado para dejarlo allí muy fácil-
mente. Ella no había tenido la suerte suficiente para de-
jarlo del todo.

―Oh dios‖ Kylie exclamo al recibir la pulsera. ―Es total-


mente fabuloso‖ ―Jamás me la quitaré‖

―Necesito verte afuera,‖ Sally le informa a Gillian. El


rostro de Sally se estaba poniendo colorado en la línea de
sus cabellos, se retuerce de los celos, pero Gillian no se
da cuenta de que algo estaba mal. Lentamente vuelve a
llenar su taza de café por la mitad caminando relajada-
mente hacia el patio de atrás.

―Te quiero fuera de mi casa‖, Sally le dijo. ―Entiendes lo


que estoy diciendo‖ ―Esto ya ha terminado‖ La noche
anterior había llovido y el césped estaba demasiado fres-
co y se había llenado de gusanos. Ninguna de las herma-
nas estaba usando zapatos, pero era demasiado tarde para
retroceder y entrar a la casa.

―No me grites‖ Gillian le decía. ―No puedo hacerlo. No


puedo irme. Soy demasiado frágil para esto‖

~ 105 ~
―No te estoy gritando. ¿Satisfecha? Simplemente te estoy
diciendo que Kylie es mi hija‖

―¿Crees que no soy consciente de eso?‖ ahora Gillian


parecía de hielo, excepto por el temblor de su voz que la
delataba.

Por lo que a Sally le concierne, Gillian era en verdad muy


frágil, y eso era la peor parte. O al menos pensaba que lo
era, y eso era bastante condena.

―¿Piensas que puedo ser una mala influencia?‖ ―Quizás


esto soy a fin de cuentas‖

El temblor se ponía cada vez peor. Gillian sonaba como


cuando iba camino a casa hacia la escuela en una tarde de
noviembre. Ya estaría oscureciendo y Sally la esperaría
para que no se perdiese, de la misma forma que lo hizo en
el jardín de niños.

Esa vez ella camino tanto, que las tías no la encontraron


hasta pasada la medianoche, sentada en un banco de la
cerrada biblioteca, llorando tanto que le era difícil mante-
ner la respiración.

―Mira‖ no quiero pelear contigo. Sally aclaro.

―Si claro‖ Gillian bebía a sorbos su café. Ahora Sally se


da cuenta cuan delgada era delgada. ―Todo lo que hago
está mal. ¿Crees que no se eso?‖ He arruinado mi entera
existencia y todo el que estuvo a mi lado también se
arruino.‖

~ 106 ~
―Oh vamos no digas eso‖ la voz de Sally sonaba algo
apenada. Ella quería decir algo sobre la culpabilidad y
también de los hombres que se habían arruinado a lo lar-
go de los años, pero ella se calla cuando ve a Gillian
arrodillada en el césped y empieza a llorar.

Los parpados de Gillian siempre se volvían azul cada vez


que lloraba, lo cual parecía alguien frágil y perdida y hac-
ían que ella luciera más bonita que antes.

Sally se arrodillo frente a ella, ―Yo no pienso que arruines


todo‖ consolando a su hermana. Una mentira piadosa no
cuenta si uno cruza los dedos detrás de tu espalda, o si tu
le dices eso tu amor parara de gritar ―Ha‖ la voz de Gi-
llian se partía en dos como un pedazo duro de azúcar.

―No estoy muy contenta de que estés aquí‖ Esta no es una


mentira directa. ―Nadie te conoce, como la persona que
ha compartido contigo su niñez. Nadie te entenderá de la
misma manera.‖

―Oh sí claro‖ Gillian se sonaba la nariz con la manga de


la blusa blanca. Ella se la había pedido prestada el día
anterior, y le quedaba tan bien que Gillian ya había co-
menzado a sentirla propia.

―De en serio‖, Sally insiste. Yo quiero que estés aquí.


Solo que de ahora en adelante piensa antes de actuar.

Entendido, Gillian dice.

~ 107 ~
Las hermanas se abrazan y se levantan del césped. Ellas
quieren entrar a la casa pero su mirada va directamente al
seto de lilas.

―Esa es una cosa que no quiero ni pensar‖, cuchichea


Gillian por debajo.

Tenemos que sacarlo de nuestra mente, Sally le responde.

De acuerdo, agrega Gillian como si ella pudiera dejar de


pensar en el.

Las lilas han crecido demasiado que casi llegan a los ca-
bles del teléfono, con flores tan abundantes que algunas
de sus ramas comenzaron arquearse hacia la tierra.

―Él nunca ha estado aquí‖ Sally dice parecía muy segura


de sí misma aunque en el fondo no lo estaba, sino fuera
por todas sus pesadillas y por las línea de tierra que corre
bajo sus uñas y que se niegan a limpiarse. De hecho, ella
no puede dejar de pensar en la manera en la que él la mi-
raba bajo la tierra.
¿Jimmy quien? Gillian dice inteligentemente, aunque los
moretones que tenia sobre sus brazos todavía estaban allí,
como sombras.

Sally se dirige a despertar a Antonia, y a lavar las cosas


que se usaron durante el desayuno, pero Gillian permane-
ce donde está por un rato mas. Ella baja su cabeza y cie-
rra sus pálidos ojos al sol, además piensa cuan loco el
amor puede ser. Así es como ella esta, con sus pies des-
calzos tocando el césped con un sabor a sal de sus lagri-
mas que salían de sus mejillas, y con una graciosa sonrisa
~ 108 ~
en su rostro, fue cuando el maestro de biología de la se-
cundaria se acerco solo a la verja para comunicarle a Sa-
lly sobre la reunión en la cafetería el sábado a la noche.
El nunca conseguía ir más allá de la verja, se quedaba allí
inmóvil al momento que Gillian aparecía, oliendo las lilas
y pensando de cómo iba a ser ese momento. Como las
abejas lo rodeaban picándole, cuan púrpura podía ser esa
tinta impresa en aquellas flores, las que el distribuye de
repente y compara cuan hermosa podía ser una mujer.

Todos los muchachos en la casita de la hamburguesa,


dirían ―sin cebolla‖ cuando Gillian tomaba sus órdenes.
La salsa estaba bien como así lo era la mostaza y el con-
dimento. Los pickles de un lado de la hamburguesa tam-
bién. Pero cuando uno esta tan enamorado que ni siquiera
puede pestañear, no quiere cebollas en su hamburguesa,
solo para asegurar que el beso sea dulce. Las cebollas lo
despiertan inmediatamente y le dicen ―vamos consíguete
a alguien real‖ ―Vete de aquí y busca a alguien quien te
ame en verdad‖ ―Salga y baile toda la noche, camine por
la oscuridad y olvídese de quien se enamoro locamente.
Esos muchachitos eran demasiado soñadores para hacer
algo, como trabajar, lo único que hacían era babear cada
vez que Gillian se les acercaba.

Y para merito de ella, Gillian era muy gentil, incluso


cuando Ephraim, el cocinero, le sugería que los saque de
puntapiés del local. Ella entendía que esos podían ser los
últimos corazones que rompería. Cuando uno tiene treinta
y seis años, exhausta y ha vivido en lugares donde la
temperatura sube de cien y desciende a diez, donde el aire
es tan seco que tienes que usar galones de crema hidra-
tante, cuando has sido golpeada la noche anterior por un
~ 109 ~
hombre que ama al bourbon, empiezas a comprender que
todo es limitado, incluyendo tu propia imagen. Empiezas
a mirar a los jóvenes con ternura, ya que creen que saben
demasiado de la vida y apenas están comenzando a vivir-
la. Después miras a las jovencitas y sientes un escalofrío
que te estremece por esas pobres criaturas que no saben
lo que es el tiempos y la agonía o el precio que van a
tener que pagar por vivir todo eso.

Es por eso que Gillian tomo la decisión de rescatar a sus


sobrina de todo eso. Ella será la mentora de Kylie una vez
que deje atrás su niñez.

Gillian nunca ha sentido esto por nadie, ni siquiera por un


niño, para ser franco, nunca ha conocido a nadie por
quien interesarse de su futuro o destino. Pero Kylie le
saca ese extraño instinto que es el de proteger y guiar.

Hubo veces que Gillian pensó que si hubiera tenido una


hija, hubiese querido que fuera como Kylie. Solo un po-
co más intrépida y atrevida. Algo así como la misma Gi-
llian.

Aunque normalmente llega tarde a la casa, la noche del


cumpleaños de su sobrina tiene todo listo para salir antes
de que Kylie llegue a la casita de la hamburguesa, incluso
hablo con Ephraim para salir temprano, ya que la cena de
cumpleaños era en el restaurant Del Vecchio y debían ser
puntuales. Pero lo principal era el regalo de Gillian, que
tendría más importancia que la pulsera turquesa. Este
regalo tomara su tiempo, como la mayoría de las cosas en
que Gillian se ve involucrada, es decir un gran enredo.

~ 110 ~
Kylie usaba pantalones cortos, y una vieja camiseta de los
Knicks, la sigue a Gillian obedientemente al baño de da-
mas, aunque no tiene la más mínima idea de lo que está a
punto de transpirar.

Ella está usando la pulsera que Gillian le regalo, así como


el dije que su madre ahorro con tanto esfuerzo, tiene una
sensación rara entre sus piernas. En ese momento deseo
tener el tiempo suficiente para dar vuelta a la manzana
una y otra vez, también sentía como si estuviese a punto
de hacerse añicos.

Gillian enciende la luz y cierra la puerta y bajo el frega-


dero saca una bolsa de papel. ―Los ingredientes secretos‖
ella le dice a Kylie y ve que saca un par de tijeras, una
botella de champú y una caja de tinte para el cabello.
¿Qué dices? Le pregunta a Kylie cuando se le acerca.
―¿Quieres saber cuan hermosa eres? Kylie sabe que su
madre la matara. Le prohibirá salir por el resto de su vida,
y le sacara sus privilegios, no películas de fines de sema-
na, sin radio ni televisión. Y lo peor de todo, su mamá
tendrá esa horrible mirada de desaprobación por todo lo
que ha pasado, y eso es lo que diría su expresión. ―Des-
pués de todo lo que he trabajado para mantenerte a ti y a
Antonia‖ ―De acuerdo‖ Kylie le responde a su tía muy
segura de sí misma pero no se da cuenta que su corazón
esta latiendo a cien millas por hora.

―Hagámoslo‖ ella termina diciéndole como si en su vida


entera no fuese a cambiar de opinión. A ella le tomara un
tiempo largo para hacer algo que valga la pena con su
cabello, tan largo para un cambio tan radical como el que
iba a suceder, mientras tanto Sally, Antonia y Gideon
~ 111 ~
Barnes esperaban por casi una hora en una mesa del res-
taurant bebiendo refrescos de dieta y rezongando por la
tardanza.

―Perdí la práctica de fútbol por esto‖, Gideon fúnebre-


mente.

―Oh a quien le importa‖ Antonia le dice. Su día tampoco


fue muy bueno. Ella estuvo trabajando todo el día en la
heladería y a raíz de eso tiene un dolor constante en su
hombro derecho por servir tantos helados.

Ella no se siente muy bien esa tarde, aunque tampoco


tiene idea de lo que podría ser. Quizás porque no ha teni-
do una cita en semanas. De repente los muchachos que
estaban locos por ella parecían estar interesados en chicas
más jóvenes, que no podían ser más bonitas que Antonia,
pero que eran impresionados por la cosa más ligera, un
tonto premio en el club de computación, un trofeo de na-
tación para que todos queden embobados, si un chico le
decía un cumplido por pequeñito que fuera a una mujer
mayor como su tía Gillian que ha tenido más experiencias
sexuales que una muchacha de la edad de Antonia y que
un muchacho de la secundaria se esfuerce en conquistarla
solo por el hecho de lo que ella le podría enseñar en la
cama.

Ese verano no ha sido como Antonia lo había esperado,


Ella puede decir que esa noche es una causa totalmente
perdida. Para empezar, su madre la apuro para que pudie-
ran llegar puntuales a la cena, y fue por eso que Antonia
salió tan a prisa que agarro de su cajón de la cómoda sin
mirar lo que había pensado ser una camiseta negra y que
~ 112 ~
a fin de cuentas era una cosa horrible aceitunada, ella en
esas fachas no levantaría ni a un muerto.

Generalmente, los mozos del lugar le dedican guiños a


Antonia, le traen bollos extras de pan y cestas de pan de
ajo. Esa noche, ninguno de ellos había notado si ella esta-
ba viva, salvo un chico idiota que lavaba los platos en la
cocina, que le pregunto si ella quería cerveza inglesa o un
refresco de jengibre.

―Eso es tan típico de tía Gillian‖, ella le dice a su madre


cuando ellos estuvieron esperando algo parecido a la
eternidad.

―Es tan desconsiderado‖ Sally no estaba completamente


segura si Gillian había animado a Kylie a saltar de un tren
de carga o hacer dedo para que juntas vayan a la playa de
Virginia, por ninguna razón en particular, solo para pasar
un buen momento, todos esos pensamientos se le cruza-
ron mientras bebía un vaso de vino, algo que raramente
hace.

―Bueno al diablo con ambas‖ ella exclamo. ¡Madre! An-


tonia le dice shockeada por su expresión. Por favor orde-
nemos, Sally le sugiere a Gideon. Pidamos dos pizzas con
pepperoni.

―Madre tu no comes carne‖ Antonia le recuerda.

―Entonces tomare otro caso de Chianti‖ Sally dice. ―Y


algunos champiñones. Quizás algo de pasta también.‖

~ 113 ~
Antonia vuelve a llamar al mozo pero inmediatamente
retrocede. Sus mejillas son de color carmesí y está cubier-
ta de sudor.

Su maestro de biología, el Sr. Frye se encuentra en una de


las mesas pequeñas en el fondo del restaurant, mientras
bebe una cerveza discute sobre las virtudes de la berenje-
na con el mozo de ese sector.
Antonia esta locamente enamorada del Sr. Frye. Ella lo
consideraba tan inteligente que Antonia estaba meditando
reprobar biología solo para verlo de nuevo, hasta que ella
averiguo que él estaría a cargo de instrucción a la biolog-
ía II por el otoño. No importaba que él fuera demasiado
mayor para ella, era tan increíblemente guapo que si unie-
ran a todos los chicos del último año con una cinta no se
le acercarían ni un poco. El Sr. Frye se va todos los días a
la hora del crepúsculo y siempre da vueltas tres por el
depósito que se encuentra lejano a la escuela secundaria.
Antonia intenta estar allí hasta que el sol baje, pero él
nunca parece darse cuenta. El nunca la volteo a ver.

Por supuesto, ella tuvo que encontrarse con él, la noche


que ella no se molesto en maquillarse y ha estado usando
esa cosa verde aceitunada, y ahora se da cuenta que esa
blusa no le pertenecía a ella. Ella se siente tonta. Incluso
Gideon Barnes, se encuentra mirando fijamente su cami-
sa. ―¿Qué estas mirando? Antonia le pregunta tan salva-
jemente que Gideon retrocede como si esperara a ser gol-
peado. ―¿Cuál es tu problema?‖ ella le grita a Gideon que
la mira fijamente. Dios, ella no puede resistirlo. El se
parece a una paloma al pestañear y realiza un sonido raro
como si estuviera a punto de escupir.

~ 114 ~
―Creo que esa es mi camisa‖, Gideon le dice lastimosa-
mente, y de hecho lo era. El la compro en un viaje a St
Croix la última navidad y la dejo la semana pasada en la
casa de las Owens en el lavadero. Antonia estaba absolu-
tamente mortificada al saber que la camisa en la parte de
atrás decía SOY VIRGEN con letras negras.

Sally llama al mozo y le pide dos pizzas, ninguna de pep-


peroni—pide tres de champiñones, una orden de crostini,
un poco de pan de ajo, y dos ensaladas grandes. ―Genial‖
Gideon exclama hambriento como de costumbre. ―A
propósito, no tienes que devolverme la camisa hasta ma-
ñana‖

―Gracias eh‖. Antonia no puede decir mucho más que


eso.

―Es lo que primero voy hacer‖. Ella mira de reojo al Sr.


Frye como si fuera la cosa más fascinante sobre la tierra.
Antonia asume que debe ser alguna clase de estudio sobre
la velocidad, pero lo que sucede, se relaciona directamen-
te con las experiencias de juventud del Sr. Frye, cuando
el salió de San Francisco a visitar un amigo y permaneció
durante casi diez años, en ese tiempo trabajo para un fa-
bricante de LSD. Así fue su introducción a la ciencia.
Esta también es la razón porque a veces pone sus pies en
la tierra. El se detiene y mira las veletas que cuelgan en el
techo y las gotas de lluvia que caen en la ventana. Y ahí
es cuando se pregunta qué diablos estuvo haciendo de su
vida todo ese tiempo.

Ahora cuando ve la veleta girar, piensa en la mujer que


vio ese día en el patio de Sally Owens. El se retiro, de la
~ 115 ~
misma manera que lo hace habitualmente, pero no pasara
por segunda vez. Si la ve a ella de nuevo, ira directo hacia
ella y le pedirá que sea su esposa. El está cansado de oír
que el destino pasa por encima de él.

Durante años el ha sido asiduo a ese restaurante, girando


sobre su mismo eje y sin conseguir un rumbo fijo. Mien-
tras que el medita entre la diferencia entre su vida y la de
un mosquito ya que este último tiene una existencia vital
de veinticuatro horas.

En la manera que Ben lo observa, el ya está pasando en la


hora numero diecinueve, dada las características de la
longevidad de un hombre. Sin son cinco horas las que
tendría que renunciar, el podría vivir y mandar al infierno
a todo el mundo con el fin de hacer lo que el quisiera.

Ben Frye está considerando todo eso, así como decidir si


va a pedir un capuchino o no. Desde que estuvo parado a
la mitad de la noche y vio a Gillian cruzar por esa puerta.
Usando la mejor camisa unos jeans gastados y la mejor
sonrisa en su rostro. Esa sonrisa podría derribar a una
paloma de un árbol. Podría enloquecer a un hombre, de-
rramar su cerveza sin que se diera cuenta y haber hecho
una piscina en el medio del mantel.
―Están listos‖ Gillian dice en cuanto ella se acerca a ob-
servar a tres clientes muy infelices y sin ningún rastro de
paciencia.

―Nosotros hemos estado listos hace cuarenta y cinco mi-


nutos‖, Sally le recuerda a su hermana. ―Si tienes una
mejor excusa, espero que la digas de inmediato‖.

~ 116 ~
¿No lo ves? Gillian le dice.

―Nosotros nos dimos cuenta que solo piensas en ti mis-


ma‖, Antonia le dice con la intención de herirla.

A todo esto Gillian le responde irónicamente, ―¿oh de en


serio?‖ Bueno estas tan segura. Lo sabrías mejor.

―Santa mierda‖, Gideon Barnes exclama. En ese momen-


to, el se ha olvidado del vacío de su estomago. Ya no se
da cuenta que sus piernas le estuvieron dando calambres
por lo encogido que se encontraba en esa mesa. Alguien
que se parece mucho a Kylie está caminando hacia a
ellos, el solo ver esta persona es un knock-out. Esta joven
tiene el cabello rubio corto y es delgada, no de la manera
que lo son las cigüeñas, pero es un estilo de mujer que
resultaría fácil enamorarte de ella, aunque la hayas cono-
cido toda la vida y seas solo un niño.

―Maldición‖ Gideon dice cuando esa persona se acerca.


De hecho, es Kylie. Debe ser, porque cuando ella sonríe
él puede ver el diente que corto el verano pasado cuando
ella jugaba a la pelota en la práctica.

En cuanto ella note la manera en que la estaban mirando,


boquiabiertos como peces dorados nadando en una pece-
ra, Kylie se comenzó a sentir mareada y quizás se debió
por algo de vergüenza. Ella se sienta al lado de Gideon.
―Estoy hambrienta‖ dice como una manera de cortar el
silencio producido por su llegada.

―¿Estamos comiendo pizza?‖ Antonia tiene que tomar un


vaso de agua y siente como si estuviera a punto de des-
~ 117 ~
mayarse. Algo horrible tuvo que haber pasado. Algo ha
estado cambiando tan intensamente que el mundo parece
ya no estar hilando bajo su mismo eje.

Antonia puede sentirse marchitar en la iluminación ama-


rilla del restaurant, ella se convirtió en la hermana de Ky-
lie Owens, una con el pelo demasiado rojo que trabaja en
una heladería y le duele su hombro derecho con la prohi-
bición de no poder jugar al tenis. ―¿Y bien alguien no a
decir algo?‖ Gillian pregunta, ―no tienen nada que decirle
a Kylie!‖ ¡Luces increíble! ¡Muy hermosa! ¡Feliz cum-
pleaños!

―¿Cómo pudiste hacer esto?‖ Sally se pone de pie para


enfrentar a su hermana. Ella debió haber estado bebiendo
hace una hora y ahora sus efectos parecían haber despare-
cido ya que se encontraba sobria. ―¿Nunca pensaste en
pedirme permiso? ¿No pensaste que ella sería demasiado
joven para teñirse el cabello y usar maquillaje para hacer
que la dirijas por el mismo camino que tú recorriste la
vida entera? ¿Crees que yo quiero que ella sea como tú?
Y si tuvieras algo de inteligencia no querrías eso para ella
considerando todo lo que sucedió y sabes bien lo que
quiero decir‖

Ahora Sally esta histérica y no puede controlar su tono de


voz. ―¿Cómo pudiste?‖ ella le pregunta. ―¿Cómo te atre-
viste?‖ decía eso mientras lloraba furiosamente.

―No te enojes tanto‖ Definitivamente esta no es la reac-


ción que Gillian esperaba. Un aplauso quizás. Una pal-
madita cariñosa. Pero no esta clase de acusación. ―Po-
dremos ponerle un tinte castaño encima de él‖ ―un gran
~ 118 ~
arreglo‖. Sally respiraba con dificultad. Sally observa a la
joven que estaba sentada a la mesa que se suponía que era
Kylie y siente un agujero en su corazón. Respira por su
nariz e inhala por la boca, así como ellos le enseñaron en
la clase de Lamaze hace tiempo. ―Robando a alguien la
juventud y la inocencia, yo diría que eso es un buen arre-
glo‖

Mamá, Antonia suplica. Ella nunca ha experimentado esa


clase de humillación.
El Sr. Frye los estaba observando como si ellos estuvie-
sen ensayando una obra. Y no era el único, quizás la con-
versación se oía en el restaurant entero, era mejor oír a las
Owens. El mozo ha traído la orden y lo coloca con toda la
intención de oír en la mesa. Kylie está haciendo su mejor
intento en ignorar a los adultos. Ella se imagino que su
madre se enfadaría, pero esta reacción era de otra dimen-
sión. ¿No te mueres de hambre? Ella le susurra a Gideon.
Espera que su amigo sea la persona más sensata en la
mesa, pero en cuanto nota su expresión, se da cuenta que
él no está pensando exactamente en la comida.

¿Qué hay de malo contigo? Ella le pregunta. Eres tú, él le


dice como si fuera una acusación. Estás diferente, agregó.
Estás equivocado, es solo mi cabello. Gideon responde
NO y es rotundo. La sorpresa había terminado, y él se
siente estafado, ¿dónde estaba su compañera y amiga? A
lo que tristemente le dice, no eres la misma.

Como puedes ser tan estúpido? Ella le dice con el fin de


herir sus sentimientos. Vete al diablo.

~ 119 ~
Está bien, responde Gideon mientras retrocede. ¿No te
molestaría dejarme salir? Le pide irónicamente.

Kylie se mueve para que Gideon pueda salirse de la mesa.


Eres un idiota, ella le dice cuando abandona el lugar.
Suena tan natural que hasta ella misma se asombra al es-
cucharse. Hasta Antonia la mira con cierto respeto.

¿No se trata de tu mejor amigo? Sally le pregunta a Kylie.


¿Te das cuenta de lo que has hecho? Ella le dice a Gillian.

Es un idiota. Gillian dice. ¿Quien abandona una fiesta


antes que algo ocurra? Ya ha ocurrido y lo sabes bien. Y
ya ha terminado. Concluye diciendo Sally. Mientras tan-
to, ella busca con cierto afán su billetera con el propósito
de pagar la cuenta, de un tirón saco un montón de billetes
que se los entrego inmediatamente al mozo por la comida
sin comer. Kylie ha agarrado un pedazo de pizza que in-
mediatamente deja caer al notar la austera mirada de su
madre. Vamos, ella les dice a sus muchachas.

Eso le toma un tiempo para comprender que tiene otra


oportunidad. Sally y sus hijas se han levantado de sus
lugares dejando a Gillian sola en la mesa. Ben se dirige
disimuladamente hacia allí, con su sangre en estado de
ebullición.

Eh Sally el le dice, ¿qué está haciendo?

Ben era uno de los pocos maestros que trataban a Sally


como a un igual, aunque ella sea una secretaria. No todo
el mundo era amable, Paula Goodings, la profesora de
matemática le da órdenes a Sally como de que busque el
~ 120 ~
zumbido que hay detrás de su escritorio o que siempre
esté disponible para hacer algún mandado para cualquiera
que lo pidiera.

Ben y Sally se han conocido hace varios años y considero


salir con Ben cuando fue contratado para trabajar en la
escuela secundaria, antes de decidir de que podrían con-
vertirse en verdaderos amigos. Desde entonces, han al-
morzado juntos y han sido aliados en las reuniones esco-
lares, prefieren salir a tomar cerveza mientras hablan de
los chismes de la facultad y el personal.

Yo estoy haciendo muy poco, Sally le dice antes de que


ella note que él se movió sin esperar una respuesta.
Hola, Antonia le dice a Ben Frye cuando el pasó cerca de
ella. No muy brillante fue, pero es lo mejor que pudo
hacer en ese momento.

Ben le sonríe inexpresivamente, pero él se dirige sin dar-


se cuenta al lugar donde se encontraba Gillian, en el cual
ella miraba fijamente la comida sin comer.
¿Hay algo de malo en lo que ordenaste? Ben le pregunta,
¿qué puedo hacer por ti?
Gillian le dirige la mirada por unos segundos. Hay lágri-
mas en sus ojos grises claros. Ben da un paso hacia ella.
No hay nada de malo, Sally le asegura cuando ella busca
a sus hijas para marcharse y las empieza a amontonar
hacia la puerta para que salieran.

Si el corazón de Sally no se hubiera cerrado en ese mo-


mento, sentiría compasión por Ben. El ya se encontraba
sentado enfrente de Gillian. El sacaba los fósforos de su
mano, con ese maldito temblor, para encender su cigarri-
~ 121 ~
llo. En cuanto Sally dirige a sus hijas fuera del restauran-
te, ella creer lo que él va a decir a su hermana, por favor
no llore, susurra. Ella puede oírle incluso decir, cásese
conmigo podemos hacerlo esta noche, o quizás esta ima-
ginado lo que él dice. Desde que sabe donde está sentado.
Cada hombre que ha mirado a Gillian de una manera di-
ferente, de la misma forma que Ben lo hacía en ese mo-
mento, era para hacerle una propuesta de matrimonio.
Según Sally, Ben era un hombre maduro capaz de cuidar-
se a sí mismo o al menos ese era su intento. Sus mucha-
chas son otra cuestión. Sally no iba a permitir que Gillian
se salga con la suya, con tres divorcios, y un cuerpo
muerto en su reciente historia para juguetear con el bien-
estar de sus hijas. Jóvenes, como Kylie y Antonia son
demasiado vulnerables, se quebrarían en dos con un par
de palabras crueles, también se les puede hacer creer
fácilmente de que ellas no son lo suficientemente buenas.
El solo ver el cuello de Kylie dirigiéndose al estaciona-
miento a Sally le dan ganas de llorar. Pero no lo hace, es
lo que menos quiere.

Mi cabello no esta tan mal, Kylie le dice a su madre al


ingresar al Honda. No veo lo que es tan horrible que
hicimos, agrega.

Ella está sentada en el asiento trasero y se siente de lo


más extraña. No hay espacio en lo absoluto para sus pier-
nas, y tiene que encogerse para poder quedarse en ese
lugar. Además se siente como si quisiera brincar del auto
y dar un paseo. Así empezar una nueva vida y no mirar
hacia atrás. Quizás si lo pensaras me entenderías, Sally le
dice. Tú tienes más sentido común que tu tía, y una buena
oportunidad de remedar tu error. Piénsalo le dice su ma-
~ 122 ~
dre y eso es lo que Kylie hace y se le suma el pesar. Na-
die la quiere ver feliz, salvo Gillian.

Ellos se dirigen hacia su casa en silencio, pero después de


estacionar en la entrada se dirigen hacia la puerta trasera.
Fue cuando Antonia no pudo contenerse más y soltó su
veneno, pareces tan vulgar le dijo a su hermana. ¿Y sabes
cuál es la peor parte? Continuo, como si fuera a proferir
una maldición. Ambas se parecen. Los ojos de Kylie le
arden, pero ella no tiene miedo de seguir a su hermana.
¿Por qué debe ser? Antonia luce extrañadamente pálida
esa noche, su cabello está seco, como un bulto de paja
color sangre entre sus hebillas. Ella no es tan bonita. No
es tan superior a como ella se creía. Bueno, Kylie le dice
con su voz frágil y dulce. Si soy como la tía Gillian me
alegro mucho.

Sally oye algo peligroso en la voz de su hija, pero claro


los trece es una edad peligrosa. Es el momento en cuando
una joven se puede golpear, cuando uno de bueno puede a
pasar a malo sin ninguna razón clara, y por ultimo puede
perder a su propio hijo sino tiene el menor cuidado.
Nosotras iremos mañana a la farmacia, Sally le dice. Una
vez que consigamos el tinte castaño para tu cabello todo
volverá a la normalidad. Creo que esta es mi decisión,
madre. Kylie le explica. Ella se sorprende al escuchar
todo eso, pero no significa que este por rendirse. Bueno,
no estoy de acuerdo. Sally discrepa con ella. Le gustaría
resolver las cosas de otra manera sin golpearla quizás
abrazar a su niña, pero sabe que ninguna de esas dos co-
sas es posible.

~ 123 ~
Bueno es una pena, Kylie se lamenta. Porque es mi cabe-
llo. Mirando para todas partes, Antonia le hace una mo-
risqueta. No es de tu incumbencia, Sally le respondió
secamente, mientras espera que Antonia entre a la casa
seguida de Kylie.
Discutiremos esto mañana. Por favor entra a la casa.

El cielo era oscuro y profundo. Las estrellas habían em-


pezado a salir. Kylie agita su cabeza negándose a entrar y
le dice no quiero a su madre.

Hay un nudo en la garganta en su voz, pero su postura es


recta y tenaz. Durante semanas tuvo miedo de perder a su
hija, que Kylie estaría a favor de las descabelladas formas
de educar de Gillian que la harían crecer de pronto. Sally
había planeado entender a esto como una conducta pasa-
jera, pero ahora que realmente sucedió Sally está dema-
siado aturdida para saber cuan enfadada se encuentra.
Después de todo lo que ha hecho, ella es parte de su cere-
bro pero también de su corazón.
Si es la manera en que quieres pasar tu cumpleaños, está
bien, Sally le respondió secamente. Un golpe seco se es-
cucho cuando entro a la casa.

Kylie estuvo viviendo bajo ese cielo durante trece años, y


esa noche pareciera que las estrellas estuvieran sobre ella.
Luego se saca los zapatos y los deja en la entrada para
dirigirse al jardín trasero.

Las lilas nunca han florecido para su cumpleaños, y ella


lo toma como una señal de buena suerte. Los arbustos son
tan lujuriosos y anormalmente crecidos se da cuenta. To-
da su vida entera se ha estado comparando con su herma-
~ 124 ~
na y eso ya no lo hará más. Ese fue el regalo que le dio
Gillian esa noche y ella se lo agradecerá por siempre.

Algo puede pasar, ahora Kylie se da cuenta de eso. En el


césped hay luciérnagas y mucho calor. Kylie estira su
mano y una de las luciérnagas se posa en su palma.
Cuando ella agita su mano, las luciérnagas vuelan y se
pregunta si ella tiene algo que las demás personas care-
cen. Llámese intuición o esperanza. Quizás tiene la habi-
lidad de saber de que todo ha cambiado, y va a cambiar
bajo el cielo oscuro y estrellado.

Kylie siempre ha sido capaz de leer los pensamientos de


incluso aquellos que eran reservados. Pero ahora que
cumplió trece años, su magro talento se ha intensificado.
Toda la tarde ella estuvo observando los colores que ro-
dean a las personas, como si estuvieran iluminados como
luciérnagas. Como ser, el borde verde de los celos de su
hermana, el aura negra de miedo, cuando su madre se da
cuenta de que ella ya no es más una niña. Esas bandas de
color, son tan reales para Kylie que ella ha intentado to-
carlas con el roce de su mano, pero se dispersan en el aire
y desaparecen.

Y ahora que ella está en su jardín trasero, observa a las


lilas, esas cosas bonitas que tienen su propia aura y sor-
prendentemente oscuro. Es purpúreo y parece una reli-
quia ensangrentada y flota hacia arriba como el humo.

De repente Kylie no se siente bien como esta. Ella tiene


el deseo de estar en su propia cama, incluso desea que el
tiempo vuelva atrás, al menos un poco.

~ 125 ~
Pero eso no sucede. Las cosas no pueden ser deshechas.
Es ridículo, pero Kylie podría jurar que vio un extraño en
el patio. Ella se para en la puerta y aprieta el picaporte
con el propósito de entrar a la casa. El sujeto la ve y le
hace un guiño. Kylie no lo puede creer, ya que todavía se
encontraba allí bajo el arco de las lilas y él se parece a la
clase de hombre que nadie en su sano juicio querría en-
contrar en una noche oscura como esta. El tiene mucho
valor para estar en una propiedad privada, para tratar ese
patio como propio. Pero es claro que el no maldice ni el
decoro ni la buena conducta. El está sentado esperando, y
si Kylie lo aprueba o no. Le importa un comino. Él está
allí, admirando la noche a través de sus ojos fríos visto-
sos, listo para hacerle pagar a alguien.

CLARIVIDENCIA
SI UNA MUJER estuviera en problemas, debería usar
algo azul para protección. Sus zapatos o un vestido. El
suéter el color del huevo de un petirrojo o un echarpe
color cielo. Una cinta de raso delgada, cuidadosamente
enhebrada en el ruedo de la prenda. Algunas de esas co-
sas podrían hacerse. Pero si la llama de la vela es azul hay
algo más, que no especialmente suerte, significa que hay
un espíritu en la casa. Y si la llama está a punto de desva-
necerse, para luego crecer con más intensidad, significa
que el espíritu se encuentra establecido. Su ser envuelve
el mobiliario hasta el sótano, clamando en los armarios y
alacenas y pronto sacudiendo ventanas y puertas.

~ 126 ~
A veces tarda un rato darse cuenta de lo que está suce-
diendo. Las personas suelen ignorar lo que no pueden
entender. Ellos estarán buscando la lógica cueste lo que
cueste. Una mujer puede pensar fácilmente que es bastan-
te tonta como para extraviar sus aretes cada noche. Ella
puede convencerse que una cuchara de madera perdida es
la razón que el lavaplatos constantemente está bloquean-
do, y que el retrete sigue inundando debido a las cañerías
defectuosas.

Cuando la gente se pelea, cierran de golpe las puertas en


nuestras caras y nos llama por otros nombres, cuando
ellos no pueden dormir por la noche debido a la culpa y
las pesadillas, y el mismo acto de enamorarse les hace dar
dolor de estomago en vez de de mareado y dichoso, en-
tonces es mejor considerar esa causa como mala fortuna.

Si Sally y Gillian hubieran hablado, en vez de ignorarse


en el vestíbulo y en la mesa del comedor dónde ni siquie-
ra se pasaban la mantequilla o los rollos o los guisantes,
ellas hubieran sabido lo que se usaba en julio, con el calor
y el silencio, eran igualmente desafortunadas. Las herma-
nas podrían encender una lámpara, dejar el cuarto un
segundo, y volver en la completa oscuridad. Ellas podr-
ían utilizar sus automóviles, manejar una media cuadra, y
descubrir que se habían quedado sin nafta aun cuando
habían llenado un tanque sólo horas antes. Cuando alguna
de ellas tomaba una ducha, el agua caliente se convertía
en fría, como si alguien hubiera jugado con el grifo. La
leche se cuajaba cuando se la serbia del recipiente. Las
tostadas quemadas. Las cartas que el cartero había entre-
gado cuidadosamente se encontraban abiertas por la mi-
~ 127 ~
tad y con sus bordes ennegrecidos, como una rosa mar-
chita vieja.

Desde hace poco, cada hermana estaba perdiendo las co-


sas más importantes para ellas. Una mañana Sally des-
pertó para encontrar que la fotografía de sus hijas que
siempre guardaba en su escritorio, había desaparecido de
su marco de plata. Los aretes de diamante que las tías le
habían regalado en el día de su boda habían desaparecido
de su alhajero; ella revolvió su alcoba entera y todavía no
pudo encontrarlos. Las facturas se suponía que ella pagar-
ía antes del fin del mes, y que siempre estaban apiladas
en la mesada de la cocina, parecían haber desaparecido,
aunque ella estaba convencida de que había firmado to-
dos los cheques y sellado todos los sobres. Gillian podr-
ía ser acusada de ser olvidadiza y desordenada, y de ex-
traviar cosas que parecían casi imposibles perder, incluso
para ella.

Sus costosas botas rojas que siempre guardaba al lado de


la cama, simplemente no estaban allí cuando despertó una
mañana, como si ellas hubieran tomar un paseo. Sus car-
tas de tarot las que siempre ataba con un pañuelo de satén
y que la habían ayudado a salir de un apuro o dos, sobre
todo después de su segundo matrimonio, cuando no tenía
un centavo y preparaba una mesa en el centro comercial,
con el cartel de SEPA SU BUENA FORTUNA POR
$2.95 se habían evaporado como el humo, salvo el Hom-
bre Colgado que representa sabiduría o egoísmo depen-
diendo su posición. Las cosas pequeñas también fueron
desapareciendo, como ser las pinzas de Gillian y su reloj,
pero los artículos mayores no fueron la excepción.

~ 128 ~
Ayer, ella había salido la puerta principal medio dormida,
y cuando iba a entrar a su viejo Oldsmobile, se había es-
fumado de su vista. Ella llegaría tarde a trabajar y supuso
que algún que algún joven había robado su automóvil
entonces ella llamaría a la policía cuando ella llegue a la
Casita de la Hamburguesa. Pero cuando llegó allí, sus
pies estaban matando hace mucho tiempo que había per-
dido el significado de lo que era caminar, y allí se encon-
traba el Oldsmobile, estacionado al frente, como si la
estuviera esperando, incentivándola para hacer algo.

Cuando Gillian interrogó a Ephraim que había trabajado


en la parrilla desde temprano esa mañana, exigiendo sa-
ber si él había visto a alguien cerca de su automóvil, ella
sonaba un poco nerviosa, incluso histérica. "Es una bro-
ma", Ephraim supuso. "O alguien lo robó, y luego se
arrepintió. Bueno, arrepentirse era algo que Gillian co-
nocía últimamente. Cada vez el teléfono sonaba, en el
trabajo o en la casa de Sally, Gillian pensaba que era Ben
Frye.
Pensar en el solo le causaba escalofríos; de cómo él se
encontraba a sus pies. Ben le había enviado sus flores,
rosas rojas, la mañana siguiente que ellos se habían en-
contrado a Del Vecchio, pero cuando él llamó le dijo no
podría aceptar nada más algo que proviniera de él.‖No
me llames", le dijo. Ni siquiera piense en mí", ella le gri-
to. ¿Que había de malo en Ben Frye, no se daba cuenta lo
perdedora que era?

Últimamente, ella se alejaba de todo, lo que sea un ani-


mal, una verdura, o algún mineral, que no le importaba en
lo más mínimo. Todo lo que ella tocaba se rompía bajo
sus manos. Ella abría el armario de Kylie y a la puerta se
~ 129 ~
salieron sus bisagras. Ella abría una lata de sopa de toma-
te para cocinar en la hornalla trasera y las cortinas de la
cocina se prendieron fuego. Caminaba en el patio, en
busca de paz para fumarse un cigarrillo en paz, solo para
pisar un cuervo muerto que parecía haberse caído direc-
tamente del cielo en su camino. Ella era la mala suerte,
nefasta e infortunada como la plaga.

Cuando se atrevía a mirarse al espejo, solo veía la misma


imagen, sus anchos ojos grises, y una boca generosa todo
eso le era muy familiar y muchos dirían bonito. Una vez
o dos veces había observado su imagen tan rápidamente,
que encontró algo llamativo detrás de ella que no le
gustó. Desde ciertos ángulos, de luz, ella imaginó que
Jimmy la pudo haber observado esa noche, en el momen-
to que él estaba borracho y ella se alejaba de él, con las
manos cubriendo su rostro.

Esa mujer era una criatura tonta, vana que no detenía a


pensar antes de hablar. Esa mujer creyó que podía cam-
biar a Jimmy, o quizás si empeoraba de algún modo podr-
ía componerlo. Una necia en lo absoluto. No se pregunta-
ba el porqué ella no podía utilizar la cocina o quizás en-
contrar sus botas. No se preguntaba si ella había sido la
causante de la muerte de Jimmy, cuando lo único que ella
realmente había querido un poco de ternura.
En primer lugar, Gillian habría estado encantada en sen-
tarse en la mesa de Del Vecchio con Ben Frye, pero se
hubiera enfadado si se quedaba hasta la medianoche.

Al final de aquella noche, ellos habían comido parte de la


comida Sally que había ordenado y difícilmente se hubie-
ran dado cuenta si la cambiaban por otra, ellos no nota-
~ 130 ~
ron que habían consumido una pizza entera. Desde luego
eso no era para tanto. Ellos comieron si hubieran sufrido
una clase de hipnosis, no se molestaron en mirar la ensa-
lada y los hongos los cuales eran pinchados por sus cu-
biertos, mientras que el hecho de abandonar la mesa no
significara abandonar al otro.

Todavía Gillian no podía creer que Ben Frye era real. Él


era distinto a cualquier otro hombre que había conocido
alguna vez. En primer lugar, él la escuchaba y era muy
generoso con las personas. Ellos pensaban que era res-
ponsable y honesto; de modo que cuando el visitaba ciu-
dades que nunca había conocido primero él averiguaba
sus direcciones, por parte de los nativos del lugar. Él ten-
ía un titulo de biología en Berkeley, pero él también
shows de magia para los niños del hospital local todos los
sábados por la tarde. Los niños no eran los únicos que se
juntaban alrededor de Ben, con sus echarpes de seda y
cartón de huevos y su mesa de naipes.
Era imposible no llamar la atención de las enfermeras del
piso; algunos de ellas juraban que Ben Frye era el sujeto
mejor parecido en el Estado de Nueva York. A causa de
esto, Gillian Owens no era la única de tener a Ben en sus
pensamientos.

Había mujeres en el pueblo que han estado detrás de él


durante un largo tiempo, memorizado así su horario dia-
rio y todos los hechos de su vida, y tan obsesionadas es-
taban que cuando uno pedía su número de teléfono ellas
recitaban en cambio el numero de él. Maestras en la pre-
paratoria que le llevaban comida todos los viernes por la
noche, y las recientes divorciadas lo llamaban también
porque sus fusibles se habían quemado e insistían que
~ 131 ~
tenían miedo de electrocutarse sin su habilidad científica.
Estas mujeres lo hubieran dado todo por tener a Ben Frye
enviándole rosas. Ellas dirían que Gillian necesita a al-
guien que examine su cabeza. Usted tiene la suerte, que
es lo que ellos le dirían. Pero es una perversa clase de
suerte: El segundo Ben Frye se había enamoró de ella,
Gillian sabía que no podía permitirse a alguien tan mara-
villoso como él se involucrará con una mujer como ella.
Considerado los enredos que ella ha hecho, enamorarse
está afuera de su alcance. La única manera cualquiera
podría obligarle que se volviera su esposa sería encade-
narla a una pared de la capilla y apuntar una escopeta de
caza a su cabeza.

Cuando ella regreso a casa de Del Vecchio en la noche


ella se encontró a Ben, ella juro no volver a casarse otra
vez. Ella se encerró en el baño y encendió una vela negra
e intentó recordar algunos de los encantamientos de las
tías.

Como ella no pudo, repitió soltera por siempre durante


tres oportunidades, lo cual pareció que el truco fue efecti-
vo, ya que ella lo rechazaba a pesar de lo que siente por
él.
"Márchese, ella le dice a Ben cada vez que la llama Ella
no piensa en la manera de cómo luce, o el roce de los
callos en sus dedos, los que fueron causados practicando
los nudos para su acto mágico cada día. Busque a alguien
que lo haga feliz."

Pero eso no es lo que Ben quiere. Él la quiere. Él la llama


una y otra vez, hasta que todo el mundo sepa que es el
que llama una y otra vez. Ahora cuando el teléfono suena
~ 132 ~
en la casa Owens, quienquiera que agarre el receptor no
dice una palabra, ni siquiera un hola. Cada uno de ellas
sólo respira y espera. Tanto que Ben ha conseguido dis-
cernir sus estilos de respiración: La respiración entrecor-
tada de Sally. El resoplido de Kylie, como un caballo que
tiene ninguna paciencia para esperar al idiota que se en-
cuentra al otro lado del cerco. La inhalación triste, osci-
lante de Antonia. Y, claro, el sonido él siempre está dese-
ando oír—el exasperado y suspiro bonito que se escapa
de la boca de Gillian antes de que ella le diga que la deje
en paz, que se consiga una vida, o simplemente que des-
aparezca. Haz lo que quieras pero no me llames más. Aun
tenía la sensación de su voz, y Ben podía notar lo que
Gillian sentía cuando colgaba el teléfono, triste y desca-
rriada. En verdad el no podía pensar siquiera en la infeli-
cidad de ella. Simplemente la idea de lágrimas en sus ojos
lo hacían poner tan frenético que él doblaría las millas
que él normalmente ejecuta. El camina aburrido alrededor
del lago tan a menudo que hasta los patos han empezado
a reconocerlo y ya no vuelan cuando pasa.

Él está tan familiarizado como el crepúsculo y como un


pedazo de pan blanco. A veces canta el "Heartbreak
hotel" mientras corre, y sabe que tiene un serio problema.
Una adivinadora en una convención de magos en Atlantic
City le dijo que cuando él se enamorara sería para siem-
pre, y se rió de aquella lectura, pero ahora ve lo que pre-
dijo era totalmente cierto. Ben estaba tan confundido que
empezado a hacer sus trucos mágicos involuntariamente.
En la estación de servicio el saco la carta de reina de co-
razones en vez de su tarjeta de crédito. Él hizo desparecer
la factura de su electricidad desaparecer y prendió fuego
al rosal en su patio de atrás. Él tomó casi 15 minutos
~ 133 ~
hacer cruzar la calle a una mujer mayor y casi cuando
estaban llegando a esa mujer le dio un ataque cardíaco.
Lo peor de todo, no le permitían entrar en el Café del
Búho a un par de cuadras del centro dónde normalmente
desayunaba, ya que últimamente él lo hace con huevos
hervidos. Ben no puede pensar en nada más que no sea
Gillian. Él está empezando a sentir como si llevara una
soga en el cuello con el propósito de atar y desatar al
Tom tonto y Jacoby nudos, un hábito malo que regresa a
él siempre que está nervioso o cuando no puede conse-
guir lo que quiere. Pero ni siquiera la soga lo está ayu-
dando. La quiere demasiado para poder sacarla de su
mente, cuando él debería estar haciendo las cosas les
gustan poner los frenos a una luz de frenado o discutir
sobre el influjo de los escarabajos japoneses con su veci-
na, la Señora Fishman. Él esta tan acalorado que hasta se
le pegan las mangas de su camisa.

Él constantemente es duro, prepara las cosas como si


nunca fueran a pasar. Ben no tiene idea de cómo conven-
cer a Gillian, inclusive recurre a Sally, le ruega por su
ayuda. Pero Sally no abriría la puerta ni siquiera a él. Ella
habla a través de la pantalla, con un tono distante, como
si él hubiera aparecido en su portón para vender artículos
de limpieza, en lugar de llegar con su corazón en la mano.

"Toma mi consejo", Sally sugiere. "Olvídate de Gillian.


Ni siquiera pienses en ella. Cásate con alguna buena mu-
jer".

Pero Ben Frye tomó una determinación en el momento


que vio Gillian bajo esas lilas. O quizá no era su mente
que se afectó así intensamente, pero ahora cada pedazo de
~ 134 ~
él la quiere. Y para que cuando Sally le dice que vaya a
casa, Ben se rehúsa. Él se sienta en el porche como si él
tuviera algo que protestar o y alega que tiene todo el
tiempo en el mundo. Allí él estará todo el día, y cuando el
reloj de las seis en punto y la sirena de la estación de
bomberos de la calle del vecindario suene, y el aun no se
habrá movido.
Gillian ni siquiera le dirige la palabra cuando viene del
trabajo. En el día de hoy, ella ha perdido su reloj y su
lápiz de labios favorito. En el trabajo, ella dejó caer las
tantas hamburguesas en el suelo que podría jurar que
alguien estaba inclinando los platos directamente de sus
manos.

Ahora, Ben Frye estaba allí y enamorado con ella y no


puede besarlo ni siquiera o envolver sus brazos alrededor
de él, porque ella es el veneno y lo sabe así como su suer-
te. Ella pasa rápidamente y se encierra en el baño dónde
hace correr el agua para que nadie pueda oírla llorar. Ella
no vale tanto para su devoción. Ella deseaba que él se
evaporara en el aire. Quizá no debería tener ese senti-
miento adentro suyo, un sentimiento que ella que no pue-
de negar, pero que no dejara de sentir ese deseo.
A pesar de sus negativas constantes, ella no puede lo
puede ayudar pero lo espía en la ventana del baño, sólo
para conseguir una mirada. Y allí está, en la débil luz,
seguro de lo que quiere, y seguro de ella. Si Gillian
hubiera hablado con su hermana, o si Sally hubiera
hablado con Gillian, le pediría que se acerque a la venta-
na con tal de conseguir una mirada.

¿No es atractivo? Ése es lo que ella habría dicho si ella y


Sally hubieran hablado. Desearía decepcionarlo, no lo
~ 135 ~
merezco, ella le habría susurrado en la oreja de su herma-
na. Esto le da un escalofrío a Antonia que intenta espiar
al Sr. Frye en el porche delantero, tan evidentemente
enamorado que pareciera que pone su orgullo y amor
propio en un piso de hormigón para que cualquiera lo
pudiera pisotear. Antonia encuentra este despliegue de
devoción totalmente irritante.

Cuando pasaba frente a él, ella no se molestaba en decir


ni siquiera hola. Sus venas están llenas con agua helada
en lugar de sangre. Últimamente Antonia ni se molestaba
en escoger su ropa cuidadosamente. No cepillaba su pelo
por la noche como mil veces, depilar sus cejas, o enjuagar
su cabello con aceite de sésamo, y masajear su piel hasta
quedar totalmente humectada. ¿Cuál es el punto si en el
mundo no tenemos amor? Ella rompió su espejo y guardó
sus sandalias de tacones altos. A partir de ese día ella se
concentrará en las tantas horas de trabajo en la heladería.
Por lo menos allí las cosas son tangibles: Uno invierte su
tiempo y luego recoge su sueldo. Ninguna expectativa ni
decepciones, esto es lo que Antonia quiere.

"¿Tienes un colapso nervioso?" Scott Morrison le pre-


gunta cuando la ve en la heladería esa noche. Scott está
en la casa por las vacaciones de verano, estudia en Har-
vard y está sirviendo salsa de chocolate con cubierto con
malvaviscos, así como los rocíos, las cerezas de marras-
quino y las nueces mojadas. Él había sido el joven más
inteligente graduado en su escuela secundaria, y el único
a ser aceptado en Harvard.

¿Pero para qué? Todo el tiempo que ha crecido en el ve-


cindario, él era tan inteligente que nadie hablaba con él,
~ 136 ~
inclusive Antonia lo consideraba un lastimoso aburrido.
Antonia ha limpiando metódicamente los copos de hielo
formados en el helado los cuales ordeno en fila. Ella ni
siquiera se molesto en mirar a Scott mientras serbia la
salsa de chocolate. Ella luce diferente de lo que ella solía
ser—ella era bonita y algo snob, pero esa noche parecía
salida de una tormenta. Cuando él le hace la pregunta
inocente acerca del colapso nervioso, Antonia rompe en
lágrimas. Ella disuelve en ellas. Pero no es nada, solo
agua. Ella se deja caer al suelo, con su espalda contra el
congelador. Scott deja su cuchara de metal y se arrodilla
al lado de ella. "Un simple sí habría estado bien", él dice.
Antonia se suena su nariz en su delantal blanco. "Sí." "Yo
puedo notar eso", Scott le dice.

"Definitivamente eres material psiquiátrico.‖

"Pienso que estoy enamorada de alguien", Antonia expli-


ca.

Las lágrimas continúan goteando en sus ojos. "Amor",


Scott dice con el desprecio. Él agita su cabeza con cierto
hastío. El amor es la suma de la pena de uno mismo, y
nada más." Antonia deja de llorar y lo observa cuidado-
samente. "Exactamente", ella estaba de acuerdo.

En Harvard, Scott se había sido sorprendido en encontrar


que no había cientos, sino miles de personas que eran tan
inteligentes como él. Él había escapado de un asesinato
durante varios años, usando un décimo de su poder del
cerebro, y ahora él tenía que trabajar realmente. Él había
estado tan ocupado todo el año en las competencias que
no habría tenido tiempo para su vida diaria—él había
~ 137 ~
repudiado cosas como el desayuno y cortes de cabello, las
consecuencias de eso es que él había perdido veinte libras
tenía el cabello hasta los hombros, tanto que su jefe le
hace atar atrás con una cinta de cuero para que no inco-
mode a los clientes. Antonia lo mira fijamente, dura, y
descubre ese Scott parece completamente diferente pero
es exactamente el mismo. Fuera en el estacionamiento, el
compañero de verano de Scott quien ha estado condu-
ciendo por esa ruta de entrega durante veinte años y nun-
ca antes tuvo un ayudante que haya sacado 790 en su
examen SAT´S "Trabaja", Scott le dijo tristemente.

―Al diablo con el cheque. " Y eso hace. Antonia lo sigue


cuando él va a buscar su cuchara de metal. Siente el calor
en su rostro, aunque el aire acondicionado se encuentre
encendido. ―Te veré la próxima semana", Scott le dice.
"Tienes un problema bastante serio". "Podrías venir ante-
s", Antonia le dice.
Había algunas cosas que ella no había olvidado, el ren-
cor, su depresión y ese enredo con su tía Gillian y Sr.
Frye. "Yo podría", Scott le dice antes de meter su cabeza
en el camión, Antonia Owens era mucho más sensible de
lo que él habría imaginado alguna vez. Esa noche Anto-
nia, se va de su trabajo muy rápidamente. Vuelve a su
casa llena con la energía; algo había cambiado. Cuando
ella dobla la esquina de su calle ella puede oler las lilas, y
el olor le hace reír de las reacciones tontas que tienen
algunas personas por algunas flores que crecen fuera de
temporada. La mayoría de la gente del vecindario se ha
acostumbrado al tamaño increíble de las flores. Ellos no
se dan cuenta que durante horas enteras del día, la calle
entera se llena del eco de las abejas y la luz se vuelve
púrpura y dulce. Y todavía había algunas personas que
~ 138 ~
volvían allí una y otra vez. Había mujeres paradas en pie
en la acera y llorando al frente de las lilas sin ninguna
razón, y todavía otros no encuentran las razones suficien-
tes para llorar fuerte, aunque algunas lo admiten si lo son
cuestionadas.

Un viento cálido se mueve a través de los árboles, agi-


tando sus ramas, y el relámpago de calor había empezado
a aparecer por el este. Era una noche curiosa, tan calurosa
y pesada que parecía mejor adaptada al trópico, pero a
pesar del clima, Antonia ve a dos mujeres, una cuyo pelo
es blanco y el otro quién no más que de una jovencita,
ellas han venido a ver las lilas. Antonia corre de prisa
para espiar, puede oír las lágrimas de aquellas mujeres, y
apura su paso, y cierra la puerta detrás de ella. "Patético",
Antonia decreta cuando ella y Kylie se asoman a la ven-
tana delantera para mirar como lloran esas las mujeres en
la acera. Kylie ha estado más retraída desde la cena de su
cumpleaños. Ella extraña Gideon; se esfuerza para no
quebrarse y llamarlo. Ella se siente terrible, pero aun más
bonita. Su cabello rubio era deslumbrante. Ella había de-
jado de encorvarse y estaba adquiriendo su postura real,
su barbilla en alto que pareciera estar mirando al cielo
azul, o las grietas en el techo de la sala. Ella entornaba
con mucho esfuerzo sus ojos gris verdosos para ver a
través del vidrio. Tenía un interés particular en esas dos
mujeres, desde que ellas han venido a estar en el pie en la
acera cada noche durante semanas. La mujer más vieja
tenía un aura blanca alrededor de ella, como si la nieve
estuviera cayéndose sobre encima de ella. La muchacha
quien era su nieta y se había graduado en la universidad,
tenía chispas rosas pequeñas de confusión en su piel. Allí
estaban llorando por el mismo hombre, — el hijo de la
~ 139 ~
mujer mayor, el padre de la joven, alguien que desde su
niñez hasta su adultez estuvo sin cambiar de actitud, con-
vencido hasta lo último que el universo giraba a su al
redededor. Esas mujeres lo estropearon todo, las dos se
echaban la culpa cuando el descuidado sujeto sufrió un
accidente en lancha en Long Island, donde perdió la vi-
da. Ahora, ellas se encontraban frente a las lilas porque
las flores les recordaban esa noche de junio, hace años,
cuando aquella jovencita era todavía tierna y a la vez re-
belde y la mujer todavía tenía su cabello negro espeso.

Aquella noche había un vaso de sangría en la mesa, y las


lilas en el patio de la abuela habían florecido, y el hombre
que ellas amaban profundamente, y que tanto habían
arruinado, tomo a su hija en sus brazos y bailo con ella en
el césped. Aquel momento, bajo las lilas y el cielo azul,
era todo lo que quería tener, si ellas no lo hubieran dejado
salir esa noche, y si una vez le sugirieron que consiga un
trabajo como acto de bondad o pensar en alguien más que
en sí mismo. Ellas lloraron por lo que él pudo haber teni-
do, y que ellos podrían haberlo tenido a su lado. Mirándo-
las, dándose cuenta de su perdida y lo que tuvieron du-
rante un tiempo breve, Kylie llora con ellas. "Oh, por
favor", Antonia le dice. Desde su encuentro con Scott,
ella no puede ayudar pero siente un poco de compasión.
El amor no correspondido era tan aburrido. Llorar el os-
curo cielo azul era para idiotas o maníacos. "¿De verdad
que es real? " ella aconseja a su hermana. "Ellos son dos
extrañas totales que probablemente estén locas‖ Ignóra-
las. Cierra la ventana. Madura.

Pero ése es exactamente lo que ha pasado a Kylie. Desde


que comenzó a crecer descubrir que ella que era demasia-
~ 140 ~
do sensible. No importa donde ella fuera—al mercado o a
caminar, o en la pileta estatal durante una tarde—ella se
confronta con las más emociones más intensas de perso-
nas, las cuales fluyen sobre su piel y flota encima de ella
como una nube. Simplemente ayer, Kylie ayudo a cruzar
la calle a una anciana que paseaba con su perro poodle
que estaba lisiado por la artritis y apenas se podía mover.
El pesar de esta mujer era inmensa—ella llevaría al perro
al veterinario a finales de la semana para poner fin a su
sufrimiento— Kylie se dio cuenta que ella no podía tomar
dar otro paso a raíz de lo que estaba padeciendo. Ella se
sentó en el camino y permaneció allí hasta el crepúsculo,
y cuando finalmente llego a la casa, se sentía mareada y
débil.

Ella deseaba salir a jugar al soccer con Gideon y no sentir


el dolor de las otras personas. Ella deseaba tener de nuevo
doce años, y que los hombres no le gritaran cosas desde
las sus ventanas de los automóviles, siempre que ella pa-
seaba por Turnpike y los deseos que ellos tenían por
acostarse con ella. Ella deseaba tener una hermana que
actuara por lo menos una vez como un ser humano, y una
tía que no llorara dormida tan a menudo que su almohada
tuviera que ser retorcida cada mañana.

Y en especial, Kylie deseaba que el hombre que se en-


contraba en su patio se marchara. Ahora mismo él estaba
allí afuera, cuando Antonia se dirige a la cocina, en
búsqueda de un aperitivo. Kylie podía verlo de la ventana
que permite una vista del frente y los patios laterales. El
mal tiempo nunca lo afecta; si algo, él le agrada era el
viento fuerte y las nubes negras. La lluvia no lo molesta
en lo más mínimo. Eso va directamente hacia a él, ya que
~ 141 ~
cada gota se vuelve un azul luminoso. Sus botas lustradas
tenían una película ligera de suciedad. Su camisa blanca y
almidonada. De todos modos, él padecía diferentes des-
ordenes. Cada vez que él respiraba cosas horribles salían
de su boca: ranas verdes pequeñas, gotas de sangre. Los
chocolates que se envolvían en una lamina bonita, pero
con centros venenosos que emitían un olor nauseabundo
cada vez que vez que él lanzaba una bocanada de aire.
Desparramar cosas con el simple roce de sus dedos.
Hacer que las cosas se hagan pedazos sin ninguna expli-
cación. Dentro de las paredes, las cañerías estaban oxi-
dando. El suelo del azulejo en el sótano estaba cubierto
de polvo. El sistema de electricidad del refrigerador había
colapsado, y nada estaba fresco; los huevos se estropea-
ban dentro de sus cáscaras, los quesos se puso verde.

Este hombre en el jardín carecía de su propia aura, pero


con frecuencia él se zambullía bajo una sombra púrpura,
para luego marcar el aura de las lilas sobre si mismo. Na-
die podía verlo pero Kylie sí, pero él aun podía convocar
a todas estas mujeres fuera de sus casas. Les susurraba
por la noche mientras se encontraban durmiendo en sus
camas. Nena, él decía, las únicas que no podían pensar en
el, oirían hablar a un hombre con ellas de esa manera.
Él se mete en la mente de una mujer, y se queda allí, has-
ta que ella se encuentre llorando en la acera, enloquecida
por el aroma de las lilas, y el aun no iría a ninguna parte.
Al menos no pronto. Definitivamente no.

Kylie lo estuvo observando a partir su cumpleaños desde


entonces. Ella entiende que nadie más puede verlo, aun-
que los pájaros lo sienten y evitan acercarse a las lilas, y
~ 142 ~
las ardillas se detienen inertes en su camino cuando se
acercan demasiado. Las abejas, por otro lado, no le tienen
ningún miedo. Ellas parecen atraídas hacia él; ellas vue-
lan siempre cerca, y cualquiera que se acercara demasia-
do se arriesgaría a ser picado una o dos veces. El hombre
en el jardín era más fácil de ver en los días lluviosos, o
muy de noche, cuando él aparecía fuera como una estrella
que tú has estado esperando todo ese tiempo para verla
directo en el firmamento. Él no come, no duerme ni bebe,
pero eso no significa no hay cosas que él quisiera. Su
deseo era tan fuerte que incluso Kylie podía sentirlo,
como las ondas de electricidad alrededor de él. Reciente-
mente, él ha devuelto la mirada. Ella se sintió aterrorizada
cuando se dio cuenta que el la observaba, era como si
algo frío recorriera bajo su piel. Él lo hace con más fre-
cuencia, la mira fijamente. No le importa donde ella estu-
viera, detrás de la ventana de la cocina o en el camino a la
puerta trasera. Él puede mirarla veinticuatro horas por día
si quisiera, sin pestañear por un segundo.

Kylie empezó a poner platos de sal cerca de los ventana-


les. Ella salpica de romero todas las puertas. Él se las
arregla a entrar a la casa cuando están dormidas. Kylie se
queda despierta después que todo el mundo se fue a la
cama, pero ella no puede quedarse despierta para siempre,
aunque no es por falta de intento. A menudo ella se queda
dormida con la ropa puesta, con un libro abierto a su lado
de ella, o la luz encendida, desde que su tía Gillian com-
partía su cuarto se negaba a dormir en la oscuridad y hab-
ía insistido últimamente en que las ventanas se cierren
bien, incluso en las noches sofocantes, para mantener
alejado el aroma lilas.

~ 143 ~
Algunas noches todos los miembros de la casa tenían una
pesadilla al mismo tiempo. Otras noches dormían tan
profundamente que sus despertadores no podían sacarlas
de la cama. De cualquier modo, Kylie siempre sabe que
él esta tan cerca que cuando ella despierte encontrara a
Gillian llorando en sueños. Ella lo sabe cuando baja al
vestíbulo y se dirige al baño y ve que el retrete no funcio-
na y cuando el cuerpo de un pájaro muerto se desliza por
el agua. Hay gusanos en el jardín, insectos en el sótano, y
los ratones han empezado a hacer su nido en el par de
tacones altos que Gillian, compró en L.A. Mirar a un
espejo y que la imagen empiece a cambiar. Pasar por una
ventana y que el vidrio se moviese. Era el hombre en el
jardín el responsable de todo eso, cuando la mañana em-
pieza con una maldición murmurada en la respiración de
alguien, o un dedo del pie aplastó, o un vestido favorito
tan metódicamente desgarrado que uno pensaría alguien
lo habría rebanado a través del tejido con un par de tijeras
o un cuchillo de la caza.

Esa mañana, la mala fortuna se levantaba del jardín, y era


particularmente desagradable. No sólo Sally había descu-
bierto los aretes del diamante que le fueron regalados en
el día de su boda en el bolsillo de la chaqueta de Gillian,
sino que Gillian encontró su sueldo del Hamburger Shack
hecho trizas, desparramado por la mesita de café.

El silencio Sally y Gillian era de mutuo acuerdo desde la


cena del cumpleaños de Kylie, cuando ellas cerraron sus
bocas con furia y desesperación, ahora ese silencio había
terminado. Durante esos días, ambas hermanas habían
sufrido migraña. Ambas tenían los ojos hinchados, y hab-
ían perdido el peso, al desayunar ni siquiera se miraban a
~ 144 ~
la cara. Pero dos hermanas no pueden vivir en la misma
casa e ignorarse por mucho tiempo. Tarde o temprano ese
silencio se romperá y tendrán la pelea que deberán haber
tenido desde el principio. La impotencia y el enojo hacen
predecible el comportamiento: Los niños se tiran de los
cabellos, los adolescentes se llaman por otros nombres
para luego gritarse, y mujeres maduras que son las her-
manas dirían palabras tan crueles que cada sílaba tomaría
forma de una serpiente, aunque una serpiente a veces se
enrolla en su propio circulo, para comerse su propia cola,
como uno lo haría con las palabras.

"Tú pedazo de basura", Sally le dice a su hermana que ha


tropezado con ella en la cocina en busca de café.

"¿Oh, sí?" Gillian dice. Ella estaba más que lista para
pelear. Ella tomo el cheque en la palma de su mano y lo
arrojo al suelo como confetti. "Debajo de toda esa bonda-
dosa apariencia, eres una perra en primer grado"

"Eso es", Sally dice. "Te quiero afuera. Te quiero afuera


desde el primer día en que llegaste. Nunca te pedí que te
quedaras. Jamás te invité. Tomas lo que quieres en la ma-
nera que lo tienes."

"Estoy desesperada por irme. Y mira como cuento los


segundos. Pero sería más rápido si tu no hubieras roto mi
cheque."

"Escucha", Sally le pide. "No necesitabas robar mis are-


tes para pagar tu partida, bueno está bien.‖

~ 145 ~
Ella abre su puño y los diamantes se caen en la mesa de
la cocina. "No creo que me digas la verdad.", mencionó.

"¿Por qué diablos yo los querría?" Gillian dice. "¿Te cre-


es que puedo ser tan estúpida? Las tías te dio esos aretes
porque nadie usaría esas cosas horribles‖.

"Al diablo", Sally dice. Sacando esas palabras tan fácil-


mente, como si fuera mantequilla en su boca, pero de
hecho jamás ella había insultado a alguien de esa manera
en su propia casa.

"Al diablo tú", Gillian dice. "Necesitaras más que eso."

Ahí es cuando Kylie baja de su alcoba. Su cara está páli-


da y su cabello lo tenía peinado hacia atrás. Si Gillian
estuviera de pie antes de un espejo, su imagen se extendía
hacia alguien más joven alta y más bonita, desde luego
ella estaría mirando Kylie. Cuando tienes treinta y seis
años y te enfrentas a esto, así como cuando te levantas
muy temprano por la mañana, tu boca parece seca de re-
pente, y tu piel puede sentirse espinosa y cansada, no im-
porta cuánta crema hidratante has estado usando.

"Tienen que parar de pelear." La voz de Kylie era reali-


dad, mucho más grave que la mayoría de las muchachas
su edad. Ella solo pensaba en anotar goles y el ser de-
masiado alta; ahora estaba pensando sobre la vida y la
muerte y en un hombre que sería mejor no tenerlo ace-
chando en la casa‖.

~ 146 ~
"¿Quién dijo eso?" Gillian se opuso orgullosamente a esa
orden, después de haber decidido, quizás un poco tarde,
ya que hubiera sido mejor que Kylie siguiera siendo una
niña, al menos por un par de años más.

"No es de tu incumbencia", Sally le dice a su hija.

―¿No entiendes? Nosotras lo hacemos feliz cuando pe-


leamos. Eso es lo que quiere."

Sally y Gillian se callaron de inmediato. Ellas intercam-


bian una mirada de preocupación. Las ventanas de la co-
cina estuvieron abiertas toda la noche, y las cortinas vo-
laban de un lado a otro, cubiertos por la llovizna en la
noche anterior. "

¿Con quién estás hablando?" Sally preguntó en un tono


calmo pero firme, como si ella no pudiera hablar con un
hombre que estaba bajo tierra.

"El hombre bajo las lilas", Kylie dice.

Gillian la toca a Sally con su pie desnudo. A ella no le


gusto oír sobre eso. Además, Kylie tenía una mirada gra-
ciosa sobre ella, como si ella hubiese visto algo, y uno
tuviera que jugar a las adivinanzas hasta acertar.

"¿Este hombre quiere nos peleemos?— ¿es alguien ma-


lo?" Sally le pregunta.

Kylie soltó un suspiro, cafetera y el filtro. "Él es vil", ella


dice una palabra nueva en su vocabulario, aprendida en el
~ 147 ~
último semestre y que ella le está poniendo un muy buen
uso por primera vez.

Gillian se da vuelta para mirar a Sally. "Suena a alguien


que nosotros conocemos."

Sally no se molesta recordarle a su hermana que sólo Gi-


llian conoce a ese hombre. Ella es la única que lo arrastró
a sus vidas porque tenía a donde ir. Sally no pudo adivi-
nar cuán lejos desembocaba ir el mal juicio de su herma-
na. ¿Desde que ella estuvo compartiendo su cuarto con
Kylie quien sabe lo que ella le confió?

"¿Tu le hablaste sobre Jimmy no?" La piel de Sally estaba


ardiendo, poco antes que su rostro se pusiera completa-
mente rojo, mientras que su garganta estaba seca con la
furia. "No pudiste mantener tu boca cerrada."
"Gracias por lo que confías en mí." Gillian se siente re-
almente insultada. "Para tu información, yo no le dije
nada, ni una palabra", Gillian insistía, aunque en ese mo-
mento ella no estaba tan segura de eso. Ella no podía en-
colerizarse por las sospechas de Sally, ya que tampoco
tenía confianza en sí misma. Quizás estuvo hablando en
sueños, y contó lo que sucedió, mientras que al lado de la
cama Kylie escuchaba cada palabra.

"¿Estás hablando sobre un hombre real?" Sally le pre-


gunta a Kylie. "¿Alguien que merodea secretamente por
la casa?"

"Yo no sé si él es real o no. Él simplemente se encuentra


aquí." Sally mira a su hija como derrama una cucharada
de café descafeinado en el filtro del papel. En este mo-
~ 148 ~
mento, Kylie parecía como una extraña, una mujer madu-
ra con demasiados secretos por ocultar. En la oscuridad
de la luz matutina, sus ojos grisáceos parecían completa-
mente verdes, como si pertenecieran a un gato que puede
ver la oscuridad. Todo lo que Sally quería para ella, era
una vida común y se había desvanecido como el humo.
Kylie no era del todo común. No había manera de ocultar
eso. Ella no está como las otras jovencitas de la cuadra.

"Dime si ahora lo ves", Sally dice.

Kylie mira a su madre. Ella tiene miedo, pero él reconoce


el tono de voz de su madre en el que tiene que obedecer a
pesar del temor. Sally y Gillian se ponen de pie al lado de
ella. Ellas
Pueden ver sus reflejos en la ventana, y sobre el césped
mojado. Afuera se encontraban las lilas, tan altas y rebo-
santes de lujuria.

"Bajo las lilas." Pequeños trazos de temor se dispersaban


entre los brazos y piernas de Kylie. "Allí donde el césped
es más verde. Y tiene razón él está allí."

Ese es el lugar exactamente.


Gillian se para detrás de Kylie y se esfuerza para mirar,
pero todo que puede ver es las sombra de las lilas.
¿Alguien más puede verlo?

"Los pájaros." Kylie responde y hace un esfuerzo para no


llorar.
Hubiera dado todo lo que tenía para volver a mirar a ese
lugar y darse cuenta de que él se había marchado. ―las
abejas también‖
~ 149 ~
Gillian estaba pálida. Ella era la única que merecía ser
castigada. Ella lo tenía merecido. No Kylie. Jimmy tendr-
ía que estar atrás de ella, y cada vez que cierre sus ojos
debería ser su rostro lo que ella tendría que ver. ―Oh mal-
dición‖, ella exclama.

―¿Él era tu novio?‖ Kylie le pregunta a su tía

"Una vez", Gillian dice. "Si tú puedes creerlo."

"¿Es por eso que él nos odia tanto?" Kylie pregunta.

―Cariño, él nos odia por odiar‖, ―No importa si somos


nosotras o ellos. Me hubiese gustado aprender más de eso
cuando el aun estaba vivo‖

"Y ahora él no se marchará. Kylie comenzó a compren-


der. Incluso las jóvenes de trece años pueden deducir que
la sombra de un hombre refleja quién él era y todo lo que
hizo en la vida.
Había mucho rencor bajo esas lilas.

Gillian hace un gesto negativo con la cabeza ―él no se


ira‖ ella dice.

"Estás hablando sobre esto como si fuera real", Sally di-


ce. "¡Y no puede ser! Nadie está allí afuera‖

Kylie observa hacia fuera. Quería que su madre tenga la


razón. Sería una clase de alivio de ver sólo el césped y los
árboles, pero eso no ocurría. "Él está sentado encendien-
do un cigarrillo‖. Él arrojó el fósforo encendido en el
~ 150 ~
césped." La voz de Kylie parecía frágil, había lágrimas en
sus ojos. Sally ha estado muy fría y callada. Es Jimmy
con quien su hija está en contacto, bueno. De vez en
cuando, la propia Sally había sentido algo en ese patio,
pero ella despide esa forma oscura vista de reojo, se niega
a reconocer el frío en sus huesos cuando ella va a regar
los pepinos en el jardín. No es nada, es lo que se dice a si
misma. Es solo una sombra, una brisa fresca, nada más es
un hombre muerto que no puede herir a nadie.

Ahora ella piensa en su patio de atrás, Sally accidental-


mente se muerde su labio, pero no presta la atención a la
sangre que derrama. En el césped hay como un espiral de
humo, un olor a acre y algo ardiente, como si de hecho,
alguien hubiera echado descuidadamente un fósforo en el
césped mojado. Él podría incendiar la casa, si él quisiera.
También podría tomar el patio, y mientras asustarlas
cuando ellas se asomaban por la ventana. El césped esta-
ba tan largo con esa mala hierba y cizañas, puesto que no
se lo cortaba a menudo. Todavía, las luciérnagas se en-
contraban allí en pleno julio. Los petirrojos siempre bus-
caban gusanos después de una tormenta. Ese era el jardín
dónde sus hijas crecieron, y Sally se maldeciría así misma
si permitía que Jimmy la saque de ahí, considerando que
él no valía ni siquiera dos centavos cuando él estaba vi-
vo. Él iba a sentarse en su patio para amenazar a sus
hijas.

"No tienes por qué preocuparte", Sally dice a Kylie. "No-


sotras nos ocuparemos de él." Ella se dirige a la puerta
trasera y le hace un guiño a Gillian para que la siga.

~ 151 ~
"¿Yo?" Gillian había intentado sacar un cigarrillo del
paquete con sus manos temblorosas como las alas de un
pájaro. Ella no tiene ninguna intención de dirigirse hacia
allá. "Ahora", Sally dice, con esa extraña autoridad que
poseía algunas veces, en los momentos más difíciles,
momentos de pánico y confusión cuando el primer instin-
to de Gillian siempre era correr en la otra dirección, tan
rápido como le fuera posible.

Ellas se dirigen juntas hacia afuera, tan cerca de la otra


que ambas podían oír el latido de sus corazones. Llovió
toda la noche, y ahora el aire húmedo se mueve entre las
ondas las olas púrpura. Los pájaros no estaban cantando
esa mañana, era demasiado temprano. Pero la humedad
había hecho que los sapos se alejen del lago que se halla-
ba detrás de la escuela secundaria, y ellos tenían una clase
de canción, un zumbido profundo que despertaba al dor-
mido vecindario. A los sapos les encantaban las pastillas
de chocolate, las cuales los jóvenes a veces les arrojaban
en la hora del almuerzo. Ese dulce que ellos buscaban
cuando eran atraídos hacia el vecindario, brincando por el
césped húmedo y por las piscinas de repletas de agua de
lluvia que han juntado por los canales de agua. Hacia
menos de una hora, el muchacho que entrega el periódico
andará tan alegremente en su bicicleta, que no se dará
cuenta que terminara pisando a uno de los sapos más
grandes, solo para descubrir que su bicicleta se dirigía
directamente hacia un árbol, en donde chocó su rueda
delantera, para tener dos huesos rotos y su tobillo iz-
quierdo lastimado y así asegurarse de no entregar diarios
ese día.

~ 152 ~
Uno de los sapos de la laguna estaba en la mitad del
césped, en un camino hacia el seto vivo de lilas. Ahora
que están afuera, ambas hermanas sienten frío, como si
fuera un día de invierno cuando ellas se envolvían en una
colcha vieja en el cuarto de huésped de las tías y miraban
por la ventana como el hielo se formaba entre las ranuras
del vidrio. Al mirar las lilas, Sally se le escapa una frase.

"Ellas están más grandes que ayer. Él las está haciendo


crecer. Lo está haciendo con odio y pesar, pero es seguro
que él efectivamente lo está haciendo‖
"Dios te maldiga, Jimmy", murmura entre dientes Gi-
llian.
"Nunca maldigas a un muerto", Sally le dice. "Además,
nosotros somos las que lo pusimos ahí. A ese pedazo de
mierda‖

La garganta de Gillian se encontraba tan seca como el


polvo. "¿Crees que lo deberíamos desenterrar?"

"Oh, qué bien", Sally dice. "Eso es brillante. Y entonces


¿qué se supone haríamos con él?" Lo más probable, ellas
habían pasado por alto un millón de detalles. Un millón
de maneras en las que él les podía hacer pagar. ¿Qué tal si
viene alguien a buscarlo?

"Nadie lo quiere. Es la clase de tipo que tu quisieras evi-


tar. Nadie daría una mierda para buscar a Jimmy, créeme.
Nosotras estamos a salvo‖

"Tú lo buscaste", Sally le recuerda. "Tú lo encontraste."

~ 153 ~
En un patio vecino, una mujer estaba colgando sus saba-
nas y jeans en la soga de la ropa. ―No lloverá mas‖ eso
era lo que decían en la radio. Estará lindo y sólido toda la
semana, hasta fines de julio.

"Yo obtuve lo que merecía", Gillian dice.

Eso era una confesión tan profunda y verdadera que Sally


no podía creer que esas palabras habían salido de la des-
cuidada boca de Gillian. Ambas se cuidaban severamente,
y todavía lo hacían, como si ellas nunca hubieran sido
aquellas indefensas niñas pequeñas, esperando por al-
guien en el aeropuerto que fuera a buscarlas.

―No te preocupes por Jimmy", Sally le dice a su hermana.

Gillian quiere creer esto puede ser posible, ella pagaría un


buen dinero, si lo tuviera, pero ella agita su cabeza algo
escéptica.
"Él es tan bueno porque se habrá ido", Sally le asegura.
"Espera y veras."
El sapo en el medio del césped se ha acercado un poco
más. Con toda honestidad, es bastante bonito, con su piel
lisa y acuosa, y los ojos verdes. Es cuidadosa y paciente,
y es más de lo que se puede decir de la mayoría de los
seres humanos.
Hoy, Sally seguirá el ejemplo del sapo, usará paciencia
como su arma y su escudo. Ella empezará su trabajo; lim-
piará con aspiradora y cambiará las sabanas de las camas,
pero mientras tanto ella hará todas esas cosas, para espe-
rar que Gillian, Kylie y Antonia salgan durante el día.

~ 154 ~
En cuanto ella se encuentro finalmente sola, Sally se
dirigió hacia el patio. El sapo aún estaba allí; esperando
de frente a Sally. Se encuentra más acomodado en el
césped cuando Sally va al garaje por las tijeras de podar,
y está allí cuando ella las trae, junto con la escalera de
mano, que ella usa siempre para cambiar las bombillas o
investigar los cajones de la despensa.

Las tijeras de podar son viejas y mohosas, olvidadas por


los antiguos propietarios de la casa, pero ellas todavía
podrán hacer su labor. El día es muy caluroso y húmedo,
con ese vapor de la lluvia que se eleva lentamente. Sally
espera una interferencia. Ella nunca tuvo experiencia con
esa clase de espíritus inquietos, pero sostiene que ellos
quieren aferrarse al mundo real. Ella esperaba que Jimmy
salga del césped y le agarre de su tobillo; no se sorpren-
dería si ella sujetaba la punta de su dedo pulgar o que la
tire de la escalera. Pero su trabajo prosigue con una sor-
prendente facilidad. Después de todo, a un hombre como
Jimmy no le gustaba esta clase de clima. A él le agradaba
estar cerca de un aire acondicionado y de muchas cerve-
zas esperando llegar la noche. Si una mujer quería traba-
jar en el sol ardiente, él jamás la detendría; él estaría re-
costado en un rincón, relajado en la sombra, antes de que
ella tuviera tiempo de poner en el lugar.

Sin embargo, Sally está acostumbrada al trabajo duro,


sobre todo en el crudo invierno, cuando ella pone su
alarma para las cinco en punto, se levanta muy temprano
para sacar la nieve y para poner la ropa a lavar antes de
que ella y las niñas salgan.
~ 155 ~
Ella se consideraba bastante afortunada de tener un traba-
jo en la escuela secundaria y a la vez tener tiempo para
sus hijas. Ahora se da cuenta de que era inteligente. Los
veranos siempre le habían pertenecido y eso se sabía muy
bien. Era por eso ella que podía tomarse su tiempo en
cortar esos arbustos. Eso le podía tomar todo el día, si
fuera necesario, pero por el crepúsculo esas lilas ya se
habrían ido.

En el sector más lejano del patio sólo habían pequeños


agujeros, tan oscuros y cerrados no eran buenos para na-
da, solo servían de hogar para los sapos. El aire era tan
nítido que hasta era posible oír a un mosquito; la última
llamada del sinsonte cuyo eco, se desvanecería. Cuando
la noche caiga, las ramas de esos arbustos y sus flores
estarán tan rígidos, que servirán para juntar la basura a la
mañana siguiente. Las mujeres que eran llamadas por las
lilas verán que esos arbustos han sido removidos de la
tierra, y sus flores gloriosas convertidas en nada más que
basura a lo largo de la canaleta y la calle. Ése será el mo-
mento cuando ellas se abracen y alaben las cosas simples,
considerándose libres de todo aquello.

HACE DOSCIENTOS AÑOS, la gente creía que un cáli-


do y húmedo día de julio, significaba un frío y miserable
invierno. La sombra de una marmota era cuidadosamente
estudiada como un indicador para el mal tiempo. La piel
de una anguila era normalmente usada para prevenir el
reuma. Los gatos nunca se permitieron dentro de una ca-
sa, desde que se sabía que ellos podían chupar la respira-
ción de un infante, asesinando al pobre bebé en su cuna.
La gente creía que había razones para todo, y que algunas
podían
~ 156 ~
ser divinas. Y sino algo podía salir mal en el trabajo. Ya
que no solo era posible conversar con el diablo, y en la
mitad de la charla discutir algunos asuntos hechos por él.
Alguno que encontraba la solución al final, le exponía su
mala fortuna y la mala suerte que lo acechaba.

Cuando una pareja era incapaz de tener un niño, el mari-


do ponía una perla bajo la almohada de su esposa, y si
todavía era incapaz de concebir, se tendría una charla con
ella acerca de la verdadera naturaleza de su carácter.
Pero si de repente, todas las fresas fueran comidas por las
tijeretas al caer la noche, y la vieja mujer en el camino
bebía hasta quedarse dura como una piedra podría ser
llevada a la estación de policía para ser interrogada. In-
cluso cuando después que la mujer sea declarada inocente
de no haber hecho nada malo. Se tendría que averiguar si
ella no era capaz de caminar por el agua o no desparecer
entre las cenizas o indagar en ella sobre la desaparición
de las frutillas en Commonwealth. Eso no significaba que
ella sería bienvenida en el pueblo o que alguien la creyera
culpable de algo

Esas eran las actitudes que prevalecían cuando María


Owens llegó a Massachusetts con sólo un maletín peque-
ño con sus pertenencias, su niña recién nacida, y un pa-
quete de diamantes escondido en el dobladillo de su ves-
tido. María era joven y bonita, pero ella siempre se vestía
de negro y no tenía un marido. A pesar de esto, ella tenía
el dinero suficiente como para contratar a los doce carpin-
teros que construyeron la casa en Magnolia Street, y ella
estaba tan segura de lo que quería, que le aconsejo a
aquellos hombres en tales cosas como qué madera para
usar el comedor y cuántas ventanas se necesitaban para
~ 157 ~
tener una mejor vista presentar del jardín. Por lo tanto, la
gente comenzó a sospechar ¿y por qué no lo iban hacer?
La niña de María Owens nunca lloraba, aun cuando ella
fuera mordida por una araña o picada por una abeja. El
jardín de María nunca se infestó con tijeretas o ratones.
Cuando un huracán azotaba la región, cada casa de Mag-
nolia Street se veía afectada, salvo una que fue construida
por doce carpinteros; y que ninguno de sus precintos vo-
laron lejos, incluso la ropa lavada permanecía colgada en
su soga, jamás se perdía ni siquiera una media perdida.

Si María Owens elegía hablarle, lo hacía mirándote a los


ojos, aun si eras mayor o superior que ella. También fue
conocida por hacer lo que ella quería, sin detenerse para
reflexionar cuales podrían ser las consecuencias. Hom-
bres que no deberían haberse enamorado de ella, estaban
convencidos de que ella aparecía en el medio de la noche,
encendiendo sus apetitos carnales. Las mujeres que se
encontraban con ella le confesaban sus propios secretos
en las sombras de su porche dónde la glicina había empe-
zado a crecer y había estado enrollándose alrededor de los
portones pintados de negro.

María Owens no le hacía caso a nadie, salvo a su hija y


un hombre que vivía en Newburyport que ninguno de sus
vecinos conocía, aunque él era muy conocido y respetado
en su ciudad. Tres veces al mes, María preparaba a su
niña, la arropaba con su gran abrigo largo de lana larga
para caminar por los campos, más allá de los huertos y
los estanques llenados de los gansos. Ella viajaba rápi-
damente, arrastrada por el deseo en cual no importaba el
informe climático. Algunas noches, la gente creía verla
pasar, con su abrigo undulando detrás de ella, corriendo
~ 158 ~
tan rápido que parecía no estar tocando el suelo. Podría
haber hielo y nieve, podría haber aquella flores blancas
invernales en cada manzana que la obligarían refugiarse
en un árbol; era imposible decirlo cuando María atrave-
saba esos campos Todavía, había gente que no la conoc-
ían cuando la veían pasar; simplemente oirían algún soni-
do más allá del lugar donde vivían, dónde las frambuesas
crecían, y los caballos duermen, y un baño de deseo se
filtra bajo la piel, las mujeres en sus camisones, los hom-
bres exhaustos después de un largo día de trabajo y abu-
rrimiento en sus vidas. Siempre que ellos veían a María a
la luz del día, en el camino o en una tienda, la observaban
cuidadosamente, es por eso que no confiaban en lo que
veían— su lindo rostro, sus ojos grises frescos, el abrigo
negro, el aroma de alguna flor que nadie en el pueblo
podría nombrar.

Y entonces un día, un granjero echó a un cuervo de su


maizal, una criatura que le había estado robando descara-
damente durante meses. Fue cuando María Owens apare-
ció la mañana siguiente con su brazo vendado y su mano
derecha envuelta en una venda blanca, la gente presentía
que conocía la razón. Por lo tanto, ellos eran muy gentiles
cuando ella iba a sus tiendas, para comprar café o té,
pero en cuanto se daban vuelta, ellos levantaban el meñi-
que e índice, realizando la señal del zorro, muy conocida
para desenredar un hechizo. Ellos miraron el cielo noc-
turno por si ocurría algo extraño, colgaron las herraduras
encima de sus puertas, martilladas con tres uñas fuertes, y
algunas personas guardaban manojos de muérdago en sus
cocinas y salones, proteger sus amados del mal.

~ 159 ~
Cada mujer Owens había heredado esos ojos grises cla-
ros como María y el conocimiento que no había ninguna
defensa real contra el mal. María era ningún cuervo inte-
resado en atormentar a los granjeros y a sus campos. El
amor era que la había herido. El hombre que era el padre
de su niña quien María había seguido a Massachusetts en
primer lugar, había decidido que para él ya era suficiente.
Su pasión se había apagado, por lo menos hacia María,
era por eso que él le enviaba una suma grande de dinero
para que ella mantenga su boca callada y que se mantu-
viera al margen de su vida. María se negó a creer que él la
trataría esa manera; inclusive él se esquivo verla al menos
tres veces. Fue cuando ella no pudo más. Hubo un día que
fue a su casa en Newburyport, algo que él le había prohi-
bido absolutamente, y ella con su brazo vendado y su
mano derecha lastimada golpeaba a la puerta.
El hombre a quien ella amó no contestaría sus lamentos;
en cambio le gritó que se marchase, con una voz tan dis-
tante cualquiera que los hubiese visto podrían creer que
ellos eran nada menos que extraños. Pero María no se
marcharía, ella golpeó y ella golpeó, y ni siquiera notó
que sus nudillos sangraban; tanto que los ribetes habían
empezado a aparecer en su piel.

Finalmente, el hombre que María amó envío a su esposa a


la puerta, y cuando María vio a esa buena mujer en su
camisón de franela, ella se dio vuelta y corrió todo el ca-
mino a casa, por los campos a la luz de la luna, mas in-
cluso rápida que un ciervo, más rápida aun entrando en
los sueños de personas. La mañana siguiente la mayoría
de las personas en el pueblo despertó sin aliento, con sus
piernas cansadas por tanto ejercicio, tan exhaustos parec-
ían como si ellos no hubieran dormido. María no se dio
~ 160 ~
cuenta de lo que había hecho hasta que ella intento mover
su mano derecha y no pudo, fue por esto que ella pensó
que había sido marcada esta manera.
Desde ese momento, ella mantuvo sus manos ocultas.

Claro, la fortuna mala debe evitarse siempre que posible,


y María siempre era prudente cuando se trataba de asun-
tos concernientes a la suerte. Ella plantó árboles frutales
en la oscuridad de la luna, y algunas de las plantas más
robustas que ella cuidaba por ese entonces, hasta el día de
hoy continuaban creciendo en el jardín de las tías; todavía
las cebollas son tan ardientes y fuertes y era fácil enten-
der por qué se pensaba que eran la mejor cura para las
mordeduras del perro y dolores de muelas. María siempre
acostumbraba en llevar algo azul, incluso cuando era una
señora mayor y no podía salir de su cama. La mantilla
que cubría sus hombros era azul como el paraíso, y cuan-
do ella se sentaba en el porche con su mecedora que era
difícil saber donde ella acababa y el cielo empezaba.

Hasta el día en que murió María uso el zafiro del hombre


que había amado, sólo para recordarse lo que era impor-
tante lo que no era. Mucho tiempo después de su partida,
algunas personas podían aseverar que ellos veían una
figura azul helada en los campos al caer la noche, cuando
el aire todavía es fresco. Ellos juraron que ella caminaba
más allá de sus huertos, dirigiéndose al norte, y si uno
estaba muy callado, y no se movía en lo absoluto, pero si
te arrodillabas al viejo manzano, su vestido chocaría con-
tra ti, a partir de ese día, se tendría suerte en todos los
aspectos y los muchachos estarían rendidos a sus pies.

~ 161 ~
En el retrato pequeño que las tías le habían enviado a
Kylie para su cumpleaños llego con dos semanas de de-
mora. María lucia su vestido del azul favorito y su cabe-
llo oscuro tirado hacia atrás con una cinta de raso azul.
Esa pintura al óleo estuvo colgada en la escalera en la
casa de las Owens durante cien noventa y dos años, en la
esquina más sombría del descanso, al lado de las cortinas
de color damasco. Gillian y Sally lo cruzaron miles de
veces antes de irse a la cama manera, pero sin darle una
segunda mirada. Antonia y Kylie jugaban juegos de
Parchéese en el descanso durante el verano de agosto y
nunca notaron que había algo en la pared, más que arañas
y polvo.

Ahora ellas se dan cuenta de eso. El retrato de María


Owens estaba colgado encima de la cama de Kylie. Ella
estaba tan viva en la tela, era obvio que el pintor se ena-
moro de ella cuando termino de pintar su retrato. Cuando
era muy tarde y la noche tranquila, era casi posible ver su
respiración. Si un fantasma consideraba en treparse por la
ventana, o tomar una determinada forma a través del ye-
so, tenía que pensarlo dos veces como para enfrentar a
María. Uno podía decir con solo mirarla que ella nunca
cedió o puso la opinión de alguien más por encima de la
suya. Ella siempre creyó que la experiencia no era la me-
jor maestra, y eso era el motivo del por qué le insistía al
pintor que pinte su lastimada mano derecha que nunca
había sanado realmente.

El día que el cuadro llegó, Gillian llego del trabajo olien-


do a papas fritas y azúcar. Desde que Sally había cortado
las lilas, cada día era mejor que el otro. El cielo era más
azul, la mantequilla partida en la mesa era más dulce, y
~ 162 ~
era posible dormir de noche sin pesadillas o miedos de la
oscuridad. Gillian cantaba mientras ella limpiaba las me-
sas en Hamburger Shack; ella silbaba a su manera al co-
rreo o el banco. Pero cuando ella subió al cuarto de Kylie
y abrió la puerta para encontrarse cara a cara con María,
ella realizo un chillido que asustó a todos los gorriones en
los patios vecinos y puso a los perros a aullar.

―Que terrible sorpresa", ella le dijo a Kylie.

Gillian se acerco lo más que pudo a María Owens. Ella


tuvo el impulso de cubrir con algo el retrato, o reempla-
zarlo con algo alegre y ordinario, uno que tenga pintado
algunos cachorros cargados en un remolque de guerra, o a
un grupo de niños en la hora del té sirviendo pasteles a
sus ositos de felpa. ¿Quién necesitaba tener el pasado
colgado en la pared? Quién necesitaba tener algo que
había pertenecido a la casa de las tías y que colgaba en
aquel descanso sombrío al lado de una raída cortina. "Me
produce escalofríos tenerlo en la alcoba", Gillian le in-
formó a su sobrina. ―Sería mejor bajarlo de ahí‖. "María
no me produce escalofrío", Kylie dijo. El cabello de Kylie
estaba creciendo dejando entrever, una pequeña línea
castaña medio en el centro de su cabeza. Ella parecía algo
extraña; en vez de lucir aun más hermosa. De hecho, ella
se parecía a María; desde todos sus ángulos, incluso ellas
podrían haber sido gemelas. "Ella me agrada", Kylie le
dijo a su tía, que aun se encontraba en su dormitorio.

En lo que se refería a Gillian, le demasiado nerviosa dor-


mir con el cuadro de María encima de ella, tendría pesa-
dillas y quizás temblores, pero eso no fue lo que ocurrió.
Ella dejo de pensar en Jimmy completamente y ya no le
~ 163 ~
preocupaba si alguien venia a buscarlo, si debía dinero o
había hecho un trato malo, los hombres que mal comien-
zan, mal acaban, ellos podían haber venido para obtener
lo que querían para luego irse. Ahora que el retrato de
María se encontraba colgado en la pared, Gillian dormía
profundamente. Cada mañana, ella se despertaba con una
sonrisa en el rostro. A ella ya no le atemorizaba el patio
trasero, aunque de vez en cuando arrastraba a Kylie hacia
la ventana, sólo para cerciorarse que Jimmy no había re-
gresado. Kylie siempre insistía que no había nada de qué
preocuparse. El jardín era claro y verde. Las lilas habían
sido cortadas desde sus raíces, pasaran años antes de que
crezcan de nuevo. Luego que la sombra se trepe por el
césped, probablemente el sapo realizara su residencia en
las raíces de las lilas. ¿Ellos sabrían si él que se encontra-
ba ahí era Jimmy, no? Quizás se sentían más amenazados
y mucho más vulnerables.

"Nadie está allí afuera", Kylie le había ha prometido. "Él


se ha ido." Y quizá eso era verdad, porque Gillian ya no
gritaba en sus sueños, incluso esos cardenales que le sal-
ían en sus brazos habían desaparecido, y lo más impor-
tante, había comenzado a salir con Ben Frye.

La decisión de arriesgarse por Ben la descubrió de repen-


te, cuando ella se dirigía a casa en el Oldsmobile de Jim-
my, el cual todavía tenía latas de cerveza sacudiéndose de
un lado al otro del asiento. Ben continuó llamando varias
veces al día, aunque eso no podría continuar por más
tiempo, a pesar de que él tenía paciencia asombrosa. Co-
mo un jovencito, le había tomado ocho meses para ense-
ñarse a sí mismo como escapar de un par de esposas. An-
tes de que dominara el arte de prender un fósforo con la
~ 164 ~
lengua, él parte de su boca, una y otra vez, para que du-
rante semanas él solo pudiera consumir suero de manteca
y nada más que budín. Las ilusiones que duraban un sólo
segundo en el escenario le tomaba meses o incluso años
entender y ejecutar. Pero el amor no era sobre la práctica
y preparación, era la pura oportunidad; si te tomas el
tiempo de correr el riesgo de evaporarte antes de haber
empezado. Tarde o temprano, Ben iba a rendirse. Él se
pararía en su camino solo para verla, teniendo un libro
bajo el brazo, él tendría un libro bajo su brazo, con la
intención de pasar el tiempo mientras esperaba por ella en
el porche, y de repente pensaría, No, está fuera de mi al-
cance. Y todo lo que Gillian tendría que hacer era cerrar
sus ojos y los demás podrían ver esa expresión de duda
que se extendía lentamente por su rostro. No hoy, él deci-
diría en aquel momento y se daría la vuelta con la inten-
ción de dirigirse hacia casa para no regresar.

Especular sobre el momento en que Ben dejaría de perse-


guirla a Gillian le hacía sentir un enorme vacío en su
estómago. El mundo sin él, sin sus llamadas telefónicas y
su confianza, no le interesaba en lo más mínimo. ¿Y des-
pués a quien iba a proteger? Aquella joven descuidada
que rompía corazones solo para pasar un buen rato se
había ido. Jimmy había visto. Esa muchacha estaba tan
lejos que Gillian ni siquiera la podía recordar, fue la que
una vez creyó estar enamorada, o que podía conseguir
algo de aquellos hombres que nunca la conocieron en
realidad.

Esa noche cuando el cielo se vestía de un azul pálido y


las latas de cerveza rodaban de un lado al otro cada vez
que pisaba el freno, Gillian hizo un giro en U ilegal y se
~ 165 ~
dirigió hacia la casa de Ben Frye antes de que sus nervios
la traicionaran. Ella se dijo a si misma que ya era un adul-
ta y que podría ocuparse de ese asunto como un adulto.
No era necesario escapar, o proteger a alguien de su pro-
pio acecho, o caminar con pequeños pasos hacia la direc-
ción que ella escogió. De la misma manera, ella pensaba
que podría desmayarse cuando apareciera por esa puerta.
Ella había planeado decirle que no estaba buscando algo
serio— no estaba segura si ella fuera a besarlo, o pedir
que él la llevara a la cama —pero no diría una cosa como
esa, ella ya había puesto su pie en ese vestíbulo en donde
se encontraba Ben y este ya no sería capaz de esperar
más.

Él había tenido bastante paciencia, se dio cuenta, ahora


intentaba no pasarse más allá de lo que quería. En el mo-
mento que empezó a besar a Gillian antes de que pudiera
mencionar si lo iba a considerar. Sus besos le hicieron
sentir cosas que ella todavía no había sentido. Él la estre-
cho con sus brazos contra la pared y luego deslizo sus
manos bajo su blusa. Ella no dijo “detente”, tampoco le
dijo “espera”, ella lo beso tanto que considero de ir más
allá de lo que había pensado. Ben la volvía loca, y él la
estaba probando—cada vez que la excitaba, él detendría
para ver lo que ella haría, o cuanto era lo que quería de él.
Si él no la llevaba a la cama pronto, ella le rogaría que la
tomara a la fuerza. Comenzaría con un, por favor cariño,
eso era lo que le acostumbraba a decir a Jimmy. Aunque
nunca lo sintió de verdad. No hay que mirar al pasado. Es
imposible para una mujer concentrarse en hacer el amor
cuando ella está asustada. Asustada para respirar, asusta-
da para pensar en que decir, aunque eso disguste. Eso
hiere demasiado cuando usted lo hace así.
~ 166 ~
Ella le decía cosas sucias a Jimmy porque sabía que eso
lo ayudaba a excitarse. Si él hubiera estado bebiendo toda
la noche y no podía levantarse, él la encendería su tan
rápido que eso la confundiría. Durante un minuto todo
estaría bien, y al siguiente segundo el aire se prendería
fuego con la furia que había dentro de él. Cuando esto
sucedía, él comenzaba a golpearla sino le comenzaba a
decir cuánto deseaba poseerla.

Al menos, con esa situación tenía que lidiar ella cuando le


pedía tener sexo, lo deseaba tanto que estaba dispuesta
hacer cualquier cosa por él, para que accediera. ¿Y si no
tenía el derecho para enojarse cada vez que se le antoja-
ba? ¿Valía la pena que sea castigada, y sólo él podía
hacerlo, él podía corregirla?

Hablar y ser violento, eran las cosas que a Jimmy siempre


lo encendían, para que Gillian siempre le diga esas cosas
en voz alta. Ella era lo bastante ingeniosa para excitarlo
de manera rápida, diciéndole cosas indecentes y practicar-
le el mejor sexo oral de su vida, antes de que él comenza-
ra a enfadarse. Él tendría sexo con ella, pero también en
ese asunto era muy malo y egoísta, ya que la cosa que
más le gustaba era hacerla gritar al final del acto. Cuando
ella lloraba, él se daba como vencedor, y por alguna
razón eso era muy importante para él. Lo que parecía no
haberse dado cuenta, que él había ganado desde el princi-
pio, cuando ella lo vio por primera vez, y vio su reflejo en
sus ojos.

En cuanto tenían sexo, Jimmy era muy dulce con ella


nuevamente, y merecía casi la pena tenerlo cuando se
~ 167 ~
comportaba así. Cuando él se sentía bien y no tenía nada
que demostrar, era el hombre del cual se había enamora-
do profundamente, él era el único que podía hacerle creer
a cualquier mujer lo que él quería. Era fácil olvidarse de
lo que uno hace en la oscuridad, si era necesario. Gillian
conocía lo que otras mujeres pensaban de ella, que era
muy afortunada, y en cierto grado estuvo de acuerdo con
ellas.

Ella estaba confundida, eso era lo que había pasado. Ella


había empezado a aceptar que al amor se le debía temer
de la forma que ella le temía a Jimmy, y en cierto modo
tenía razón.

Gillian estaba tan acostumbrada en taparse su rostro con


las manos y rodillas, como si estuviera lista para ser gol-
peada; para que luego succionar el miembro de Jimmy,
fue que por esto no podía creer que Ben estuviera pa-
sando todo ese tiempo besándola. Todos sus besos la
hicieron desfallecer; haciéndole recordar lo que podría
sentir, si estaba con alguien a quien amaba. Ben muy di-
ferente a lo que Jimmy solía ser. Él no estaba interesado
en hacerla gritar, para luego hablarle dulcemente, tampo-
co necesitaba la clase de ayuda que Gillian le proporcio-
naba a Jimmy en momentos como esos. Cuando Ben le
sacó sus bragas, Gillian sintió un completo temblor en las
rodillas. A Ella no le importaba entrar en la alcoba, ella lo
quería ahí en el vestíbulo, y lo quería ahora. Ella ya no
tenía que debatir la posibilidad de estar con Ben Frye; eso
ya había pasado, ella había empezado a caminar directa-
mente hacia a él, y no pensaba alejarse.

~ 168 ~
Ellos hicieron el amor todo el tiempo que pudieron en
aquel vestíbulo, para que a continuación ellos se acosta-
sen en la alcoba y durmieran por varias horas, como si
ellos estuvieran narcotizados. Al momento de dormirse,
Gillian pudo haber jurado oír de la boca de Ben la palabra
destino —como si ellos debieron estar juntos desde un
comienzo y que cada sola cosa que alguna vez habían
hecho en sus vidas había llevado a este momento. Si lo
pensabas de esa forma, uno podía dormir sin culpa. Podr-
ías poner tu vida entera en el lugar, con toda la tristeza y
el dolor que se sintió alguna vez, pero al final obtendrás
lo que siempre quisiste. A pesar de las desigualdades y
las decisiones desacertadas, podrás descubrir realmente
que eres el único que ha ganado.

Cuando Gillian se despertó era de noche y el cuarto esta-


ba muy oscuro, excepto por algo que parecía ser una nube
blanca balanceándose al pie de la cama. Gillian se pre-
guntó si estaba soñando, quizás ella habría estado levi-
tando en la cama que estuvo compartiendo con Ben Frye.
Pero cuando ella se pellizco, eso le dolió. Aun estaba allí
y todo estaba bien. Ella puso su mano en la espalda de
Ben, para sentir si él también era real. De hecho, él era el
real que eso la paralizaba; sus músculos su piel y el calor
de su cuerpo adormecido hacia que ella lo quisiera tener
nuevamente entre sus brazos, se sentía algo tonta, como
una colegiala que no detiene a pensar en las consecuen-
cias.

Gillian se sentó sobre una sabana encima de ella, y en-


contró que la nube al pie de la cama era nada más que la
mascota de Ben su conejo Buddy, que brincó en su rega-
zo. Hace sólo unas semanas, Gillian había estado en el
~ 169 ~
desierto de Sonoran, con sus manos encima de sus orejas,
viendo como Jimmy y dos de sus amigos fueron de cacer-
ía de comadrejas. Ellos mataron trece de ellas, y Gillian
pensó que eso sería de muy mala suerte. Ella estaba tem-
blorosa y pálida, muy perturbada para disimularlo. Por
suerte, Jimmy estaba de gran humor, desde que él había
matado más comadrejas que sus compañeros, disparando
a ocho, si se incluye a los dos cachorros. Él llegó y puso
sus brazos alrededor de Gillian.

Cuando él la miraba de esta manera, ella entendía por qué


se sentía tan atraída hacia él, y por qué se quedaba tan
inmóvil. Él podía hacerle parecer como si fuera la única
persona en el universo; una bomba podría caer, el relám-
pago golpear, él te sacaría los ojos de encima.

"El único roedor bueno es un roedor muerto‖, Jimmy le


había dicho. Su aliento era el del cigarrillo y tenia tanto
calor como podría tener cualquier ser humano. "Confía en
mí. Cuando veas uno, dispara a matar."

Jimmy la hubiera hecho reír más, si le hubiera dicho que


la iba a llevar a la cama con un roedor. Gillian empujó al
conejo lejos, luego se levantó y encontró el camino para
ir a la cocina por un vaso de agua. Ella estaba desorienta-
da y desconcertada. Ella no sabía lo que estaba haciendo
en la casa de Ben, aunque estaba sorprendentemente
cómoda, con el mobiliario viejo de pino y estantes llenos
de libros. La mayoría de los hombres con los que Gillian
se había involucrado habían evitado la cocina, y aun no
parecían estar conscientes que sus propias casas tenían
esos cuartos para guardar, las estufas y fregaderos, pero
aquí en la cocina estaba equipada—con una mesa de pino
~ 170 ~
la cual amontonaba libros de ciencia y menús de los res-
taurantes chinos, y, cuando, Gillian descubrió que había
comida en el refrigerador: varias cacerolas de la cacerola
de lasagna y soufflé de brócoli con queso, un cartón de
leche, los cortes fríos de carne, una botella de agua y ma-
nojos de zanahorias. Antes de que ellos tuvieran que dejar
Tucson con tal rapidez, no había nada en su refrigerador
salvo seis botellas de Budweiser y refrescos de dieta.

Un paquete de burritos helados apilados en la parte de


atrás cerca de las bandejas de hielo, pero siempre que
algo se abandonaba en su refrigerador descongelado, lue-
go se lo congelaba, y era mejor dejarlo exclusivamente
ahí.

Gillian tomo una botella de agua, y cuando ella se dio


vuelta se dio cuenta que el conejo la había seguido.

"Márchate, ella le dijo, pero él no le hizo caso.

Buddy la había sujetado con mayor firmeza. Él se aferro a


su pierna, en la forma que los conejos enamorados lo
hacen. Él no le prestó la atención a su ceño, o el hecho
que ella ondeó sus manos, como si fuera un gato. Él la
siguió a ella por la sala. Cuando Gillian detuvo, Buddy se
sentó en la alfombra y la observo.

―Vete de aquí ahora mismo", Gillian dijo.

Ella movió su dedo y lo miro fijamente, pero Buddy se


quedó donde estaba. Él tenía unos ojos grandes y casta-
ños.
~ 171 ~
Parecía muy serio y seguro de sí mismo, aun cuando se
limpiaba sus patas con la lengua.

―Solo eres un roedor", Gillian le dijo. "Eso es lo que


eres."

¿Gillian sentía unas inmensas ganas de llorar, y por qué


no debería? Ella no podría seguir manteniendo una fa-
chada ante Ben, tenía un horrible pasado que esconder.
Ella le gustaba tener sexo en los asientos de atrás de los
automóviles, sin que eso le importara demasiado; contar
sus conquistas era algo que le daba gracia. Ella se encon-
traba sentada en el sillón que Ben había pedido por catá-
logo ya que el anterior era demasiado viejo. Ese sillón era
muy cómodo, hecho de pana y de un colorido color cirue-
la. La clase de sillón que Gillian hubiera mirado en una
revista y querer comprarlo para ella, si tuviera una casa o
dinero, o una dirección permanente en donde ella podría
recibir catálogos y revistas por correo. Ella ni siquiera
estaba segura si era capaz de tener una relación normal.
¿Qué tal si ella se cansaba de esa persona? ¿Qué tal si no
podía hacerlo feliz? Qué tal si Jimmy hubiera tenido
razón cuando ella le pedía que el golpe no fuera demasia-
do fuerte—, pero de alguna manera anónima para que ella
no fuera consciente. ¿Qué tal si él hubiera arreglado lo
que ella necesitaba en ese momento?

El conejo brincó y se sentó encima de sus pies.

"Estoy maldita", Gillian le dijo.

~ 172 ~
Ella se aovilló y comenzó a llorar, tampoco le importo
que el conejo este lejos. Buddy había pasado mucho
tiempo en la guardia de niños del Hospital cerca de Turn-
pike.
Durante el acto de magia de Ben, se sacaba un viejo
sombrero con olor a alfalfa y sudor todos los sábados.
Buddy estaba acostumbrado a las luces y ver a las perso-
nas llorar por eso cuando él veía eso, se comportaba muy
bien. El jamás mordió a un niño, incluso cuando alguno
de ellos lo haya maltratado. Ahora él se balanceaba con
sus piernas, así como le habían enseñado.

―No intentes animarme‖ Gillian le dijo, pero él no le hizo


caso. En el momento que un sonido salía de la alcoba de
Ben.

Gillian estaba sentada en el suelo, dándole de comer unas


pasas de uvas a Buddy.

"Tiene un carácter inteligente‖ Gillian decía. Ella estaba


tapada por una sabana, en la que se envolvió descuida-
damente alrededor de ella, su cabello resplandecía como
un halo de luz. Ahora, se sentía más tranquila, y algo ex-
citada por lo que había pasado hace un rato antes.

¿Por qué él no enciende la lámpara? El sujeto la botella


de agua con sus garras y bebió agua sin derramar siquiera
una gota.
Nadie que no lo hubiera visto lo creería. Lo próximo que
me dirá que él es un gato bien entrenado.

"Él es."

~ 173 ~
Ben estaba parado cerca de la ventana, y en la luz pálida
parecía como si hubiera dormido un sueño profundo con
ángeles; nadie supondría que él se había aterrado cuando
despertó y vio a Gillian en su cama. Él estaba listo para
escapar y llamar a la policía y pedir una patrulla.
En esos momentos, recostado en su cama, él se había
preguntado, que hubiese hecho al perderla, como lo todo
lo que había perdido a lo largo de su vida, pero ella estaba
allí, envuelta en una sabana a su lado. Si él fuera honesto
consigo mismo, el tenia que admitir que su miedo era que
las personas que él amaba desaparecieran, es por eso que
el recurrió a la magia en primer lugar. En su acto siempre
hacia aparecer a un anillo o a su mascota Buddy. A pesar
de eso, el se enamoro de la mujer más impredecible que
había conocido. Él no podía combatir contra eso, ni si-
quiera lo intentó.
El deseaba tenerla atada en su cuarto, con unas sogas de
seda. Luego se arrodillaría a su lado con la mayor con-
ciencia de que le iba a pedir matrimonio. Él quería casar-
se con ella, que nunca lo abandone, en vez de eso saco
bajo su almohada una delgada zanahoria. Por primera vez
en la vida, Buddy ignoro la comida, en cambio se acercó
aun mas a Gillian

―Me doy cuenta de que tengo un rival‖ ―Entonces tendré


que cocinarte‖ Ben mencionó.

Gillian envolvió al conejo en sus brazos. En el momento


que Ben había estado durmiendo, ella estaba enterrando
su pasado. Ahora ya había terminado. No iba a permitir
que esa pequeña niña que sentaba en el polvoriento patio
de las tías la controlara. Tampoco iba a permitir que esa
idiota que se enredo con Jimmy maneje su vida. ―Buddy
~ 174 ~
es el conejito más inteligente de toda esta ciudad‖ El era
tan inteligente que incluso podría ordenarme la cena para
mañana.

En lo que se refería a Ben, el tenia una deuda de gratitud


con el conejo. Si no fuese por Buddy Gillian se hubiera
marchado sin decir adiós, en cambio lloro reconsiderando
todo lo que sucedió.
Y en honor a Buddy, Ben preparado sopa de zanahoria la
noche siguiente, una ensalada de lechuga y un platillo
especial para el conejo, en el cual Gillian estaría comple-
tamente aliviada en oír que solo se le serviría queso fun-
dido y pan. Un plato para la ensalada se había puesto en
el suelo para Buddy. El conejito se encontraba muy satis-
fecho, después el fue metido en su canasta de viaje. La
razón era, que no lo querían rascando su puerta, tampoco
ser molestados, por Buddy o alguien más.

A partir de ese entonces, ellos han estado juntos todas las


noches. En el momento que Gillian salía de trabajar,
Buddy se dirigía hacia la puerta principal, muy agitado,
hasta ver a Gillian llegar, oliendo a papas fritas y a jabón
de hierbas. Los jóvenes del Hamburger Shack, pero se
detienen en el momento que ella llega a cercanías de la
casa de Ben. En el otoño, esos muchachos se inscribirán
en el curso de biología de Ben Frye, incluso los más pe-
rezosos y tontos que siempre han desaprobado ciencias.
Ellos figuran que Sr. Frye sabe algo, y que ellos apren-
derían mejor si lo aprenden rápidamente. Pero estos mu-
chachos podrán estudiar todo el semestre, podrán pasar su
tiempo en el laboratorio, pero todavía no aprenderán lo
que Ben sabe hasta que ellos caigan rendidos ante el
amor. Si no se cuidan eso los puede volver un poco ton-
~ 175 ~
tos. Cuando se toma un riesgo la cosa más segura por
hacer es, pasearse por la cuerda de un equilibrista o tirar-
se desde un gran precipicio a una tina de agua, eso es
como un niño en su primera obra en la escuela o se com-
para con un beso, al final ellos entenderán.

Pero por ahora, esos muchachos no saben lo que es el


amor, y tampoco conocen a las mujeres. Ellos nunca
hubieran imaginado que la razón por la cual Gillian había
dejado caer tazas humeantes de café caliente mientras ella
estaba atendiendo a los clientes de lugar, sea por que ella
no puede dejar de pensar en las cosas que hace con Ben
cuando están en la cama. Ella pierde el camino a casa
cada vez que piensa en la forma que él le habla al oído,
tan excitada y a la vez desconcertada como una adoles-
cente.

Gillian siempre se había considerado una forastera, era un


alivio tan grande descubrir que Ben que no era tan normal
como ella pensaba. Fácilmente, el podía pasar tres horas
en el Café del Búho en una mañana de domingo, pidiendo
panqueques y huevos, la mayoría de las camareras ya
habían salido con él, se ponían muy contentas cuando le
traían el desayuno, ignorando quien podría ser su com-
pañera.
Él pasaba ahí largas horas, debido a la práctica era lo su-
ficientemente rápido en el manejo de cartas, el podía
atrapar a un gorrión con su mano mientras que el pájaro
estuviera cerca.
Esas eran las facetas inesperadas de la personalidad de
Ben que habían sorprendido Gillian, nunca se habría ima-
ginado que un maestro de biología de escuela secundaria
sería un fanático sobre los nudos, y que él querría atarla a
~ 176 ~
la cama o que después de su experiencia anterior, ella lo
pensaría, luego estaría de acuerdo, y finalmente se encon-
traría rogando que lo haga. Siempre que ella vea un pa-
quete de cordones o una bola de estambre en la ferretería,
ella se excita completamente. Ella tiene que correr a la
casa de Sally para sacar algunos cubos de hielo del con-
gelador y así deslizarlos a largo de sus brazos y muslos
con el fin de apagar su deseo.

Después haber encontrado varias esposas en el armario


de Ben, los cuales utilizaba en sus trucos mágicos, los
cubos de hielo no eran suficiente. Gillian irse al patio,
encender la manguera de agua, y darse una ducha de agua
fría. Ella se quemaba por dentro al pensar lo que Ben
podría hacer con esas esposas. Ella deseaba poder ver su
sonrisa cuando él caminara hacia al cuarto para descubrir
que ella las había dejado en su escritorio, y él entendió la
indirecta. Aquella noche, le hizo creer que la llave estaba
lo bastante lejos para que ninguno pudiera alcanzarla.

Él le hizo el amor por tanto tiempo hasta que ambos sin-


tieron dolor, y aun ella no había pensado en decirle que se
detuviera.

Ella no quería que se detuviera, ésa era la cosa que la


hacía poner nerviosa. Aun con Jimmy, que era el hombre
a quien amaba, y ésa era la forma en que a ella le gustaba.
Cuando amas a alguien estás en su poder. Eso en verdad
se siente, Gillian se dirigió hacia la escuela secundaria
dónde Ben ha estado preparando su clase para el próxi-
mo, para pedirle que haga el amor allí mismo. Ella no
podía esperar que el llegara a la casa, no puede esperar
caer la noche, en su habitación y con las puertas cerra-
~ 177 ~
das. Ella puso sus brazos sobre él y le dijo que quería
hacerlo en ese momento. Él no era como Jimmy; quiso
decir. Ella lo sabía tan bien que no podía decirle esas pa-
labras a nadie más. Hasta donde ella estaba interesada,
jamás se atrevió.

Todos en el distrito escolar sabia lo de Ben y Gillian; las


noticias han pasado por el vecindario como un bosque en
llamas. Incluso el conserje de la escuela ha felicitado a
Ben por su buena fortuna. Ellos eran la pareja mas obser-
vada por los vecinos y las discusiones ocurrían en la fe-
rretería y en la barra de la Taberna de Bruno. Los perros
los seguían cuando tomaban para un paseo; los gatos
congregaban en el patio de Ben a medianoche. Cada vez
que Gillian se sentaba sobre una piedra cerca del estanque
con un cronómetro con la intención de controlar el ritmo
de Ben cuando corre, los sapos salían del fango para can-
tar una profunda canción, pálida, y en el momento que
Ben terminaba de correr, él tenía que caminar por encima
de una masa de cuerpos húmedos verdosos para ayudar a
Gillian salir de su piedra.

Si ellos salían juntos y Ben se encontraba por casualidad


con alguno de sus uno estudiantes, él se ponía serio de
repente y comenzaba a hablar sobre el último examen
del año o el nuevo equipo él pondrá en funcionamiento en
el laboratorio o la feria de ciencia estatal en octubre. Las
jóvenes que han presenciado sus clases lo hacían muy
atentas y sin decir una palabra; por otro lado los mucha-
chos estaban tan ocupados observando a Gillian que no
prestaban atención a ni una palabra de lo que él decía.
Pero Gillian lo escuchaba. A ella le encanta oír a Ben
hablar sobre ciencia. Eso hace que su estomago se llene
~ 178 ~
de deseo cuando el comienza a discutir sobre el origen de
las células. Pero si él mencionaba el páncreas o el hígado,
eso era todo lo que podía hacer para que ella sacara sus
manos encima de él. Él es tan inteligente, pero ésa no es
la única cosa que a Gillian le atrae—él la trata como ella
es. Él supone que ella puede entender todos los temas que
estuviera hablando, era como un milagro, lo que ella hac-
ía. Por primera vez reconoce la diferencia entre una vena
y una arteria. Ella conoce todos los órganos mayores, y
además, ella puede recitar la función de cada uno, sin
mencionar su ubicación en el cuerpo humano.

Un día, Gillian para sorpresa de ella, sin darse cuenta se


encontró hacia la universidad de la comunidad e inscri-
biéndose para dos clases para el comienzo del otoño. Ella
ni siquiera sabía si estará allí en septiembre, pero si eso
pasara y se quedara, estaría estudiando ciencia terrestre y
biología. A la noche, cuando ella llegaba de la casa de
Ben, Gillian iba al cuarto de Antonia para pedirle presta-
do su libro de biología. Ella leía sobre la sangre y los
huesos.

Luego comenzó a señalar el sistema digestivo con la pun-


ta de su dedo índice. Pero cuando llega al capítulo sobre
genética se queda despierta toda la noche. La noción en
que hay una progresión y una sucesión de posibilidades
para repartir una célula humana la hacen estremecer.
El retrato de María Owens colgado en la cabecera de la
cama de Kylie, ahora era tan claro como una ecuación
matemática, y algunas noches Gillian lo miraba por va-
rios minutos y tenía la sensación, como si estuviera mi-
rando a un espejo.

~ 179 ~
Está muy claro, ella expresa. La matemática mas el deseo
es el equivalente a lo que eres. Por primera vez, ella había
comenzado a apreciar sus ojos grises

Ahora cuando ve a Kylie, quien es muy parecida a ella,


entiende a la gente que las ve pasar y creen que son ma-
dre e hija, Gillian siente esa conexión en la sangre. Lo
que ella siente por Kylie se divide en partes iguales de
ciencia y afecto. Ella haría todo lo que sea por su sobrina.
Ella se pararía en frente de un camión y cambiaria varios
años de su vida para asegurar la felicidad de Kylie.
Y aunque Gillian está muy ocupada con Ben Frye, ni
siquiera nota que Kylie le está hablando a pesar de todo el
afecto que le tiene. Jamás adivinaría los pensamientos de
su sobrina, que se sentía utilizada por su tía, y desplazada
desde el momento que Ben entro en sus vidas, lo cual era
verdaderamente doloroso desde que se puso en contra de
su madre y a favor de su tía en el desastre de cena de
cumpleaños. Sin embargo, Gillian seguía estando de su
lado y era la única que trataba a Kylie como si fuera un
adulto y no como un bebe, y por esta razón Kylie se sent-
ía traicionada

En secreto, Kylie había hecho algunas cosas malas. Tru-


cos viles dignos de la malicia de Antonia. Ella puso las
cenizas en los zapatos de Gillian, para que los dedos de
los pies de su tía estuvieran sucios y manchados, e inclu-
so les agregaba una buena medida de pegamento. Ella
vertió una lata de atún en el desagüe de la bañera, y Gi-
llian se bañaría con el agua muy aceitosa teniendo un olor
tan fuerte que cuatro gatos vagabundos se meterían por la
ventana abierta.

~ 180 ~
¿Ocurre algo? Gillian le pregunto un día a su sobrina
cuando se dio cuenta que ella la estaba observando.

¿Si ocurre algo me preguntas? Kylie le respondió esqui-


va. Ella sabia cuan inocente podía parecer si ella quería.
Es que ella se suponía que era una niña muy buena por la
manera en que se comportaba. ¿Por qué preguntas eso?

La misma noche que Kylie ordeno cinco pizzas de ancho-


as para que sean entregadas en la casa de Ben Frye. Se
sentía muy mal y ese era un terrible sentimiento, ella
quería estar contenta por Gillian y realmente lo estaba,
pero no podía manejarlo. Hasta que un día ella la vio con
Ben caminando hacia la escuela.

Kylie se dirigía a la piscina del pueblo, con una toalla


sobre su hombro, pero en un momento se detuvo en la
acera de la casa de la señora Jerouche, aunque ella muy
conocida por perseguirte con una manguera si te encon-
traba caminando por su acera, a su lado siempre aparecía
su pequeño cocker spaniel malvado que comía a los go-
rriones y babeaba a los niños

Un pálido círculo de luz parecía cubrir a Ben y a Gillian,


para luego convertirse en un rosa luminoso que luego se
extendía por la calle y las azoteas. El aire se había torna-
do con un aroma a limón, y cuando Kylie cerraba sus ojos
sentía como si estuviera en el jardín de las tías. Si tú te
sentabas en la sombra durante el calor de agosto, el tomi-
llo del limón se metía entre sus dedos, el aire se ponía tan
amarillo jurarías que un enjambre de abejas estaba enci-
ma de ti, aun en esos días que no había nada, solo lluvia.
En aquel jardín, como el calor persistía en esos días, era
~ 181 ~
fácil pensar en las posibilidades que nunca te habían cru-
zado por la mente. Era como si de pronto la esperanza
hubiera aparecido en algún lugar, para quedarse al lado
tuyo, y jamás abandonarte.

Esa tarde cuando Kylie estaba parada en la acera de la


casa de Señora Jerouche, no era la única que se dio cuen-
ta que algo raro volaba en el aire. Un grupo de mucha-
chos jugando al baseball detuvieron su juego, sorprendi-
dos por el dulce aroma que se extendía por las azoteas y
les hacia frotar su nariz. Los más chicos, regresaron a sus
casas y les pidieron a sus madres que les preparen pastel
de limón con un poco de miel.

Las mujeres se asomaban a sus ventanas, apoyando los


codos en los umbrales, y respirando tan profundamente
como no lo habían hecho en años. Ellos no creían ya no
creían en la esperanza, pero ahí estaba en las copas de los
árboles y chimeneas. Cuando esas mujeres miraban hacia
la calle y veían a Gillian y Ben, muy abrazados, algo en
su interior les comenzaba a doler, y sus gargantas se se-
caban tanto que sólo la limonada podría apagar su sed,
incluso después de beber una jarra completa, todavía
querían más.

Después de todo era muy difícil estar enfadado con Gi-


llian, como era imposible ignorarla o incluso realizarle
algún desprecio. Los sentimientos de Gillian por Ben
Frye eran tan intensos que al regresar a la casa de Sally la
mantequilla se derretía, de la misma forma que el amor se
encontraba bajo los tejados. Incluso las barras de mante-
quilla que se encontraban en el refrigerador se derretían,

~ 182 ~
que tendrían que verterlo en un pedazo de tostada al día
siguiente o medirlo con una cuchara.

Una noche, Gillian se encontraba en su cama leyendo su


libro de biología, Kylie estaba tirada en su cama hojeando
algunas de sus revistas, pero lo que realmente está mi-
rando es a Gillian. Ella se siente afortunada de estar
aprendiendo sobre el amor con alguien como su tía. Ella
oye a la gente hablar; incluso la gente que alguna vez
señalo a Gillian con el dedo parecía estar envidiosa.

Gillian podía ser la camarera de The Hamburger Shack,


también pequeñas arrugas que le salieron cerca de la órbi-
ta de sus ojos y cerca de su boca por el fuerte sol de Ari-
zona, pero ella era la única que tenía el amor de Ben
Frye. Y por esa razón, lucía una gran sonrisa día y noche.

―¿Adivina cual es el órgano más grande en el cuerpo


humano?", Gillian le pregunta una noche a Kylie cuando
las dos leían en la cama.

"La piel", Kylie le dice.

"Niña inteligente", Gillian le dice. ―Una sabelotodo."


"Todo el mundo está celoso de lo que tienes con el Sr.
Frye", Kylie dice.

Gillian continúa leyendo su libro de Biología, pero eso no


significa que estuviera escuchando. Ella tiene la habilidad
de hablar de un tema en particular y concentrarse en otro.
Ella aprendió esa habilidad cuando estaba con Jimmy.

~ 183 ~
"Eso lo hace parecer que como si él fuera algo que recogí
en una tienda. Como si fuera una toronja, o algo a la ven-
ta, que yo conseguí." Gillian arruga su nariz. "De todos
modos, no fue la suerte que me trajo hacia a él."

En ese momento a Kylie se le hace un vacío en su estó-


mago pero puede estudiar la cara soñadora de su tía.
"¿Entonces qué es?"

―Es el destino." Gillian concluye su frase al cerrar su libro


de biología. Ella tiene la sonrisa mejor en el mundo, Ky-
lie lo puede asegurar mientras la observa cuidadosamen-
te."Destino."

Toda esa noche, Kylie piensa en las cosas del destino.


Piensa en su padre a quien recuerda en una pequeña foto-
grafía. Luego en Gideon Barnes, porque ella podía ena-
morarse de él si se lo permitía ella, y también sabe que él
podría enamorarse de ella. Pero eso no es exactamente lo
que Kylie quiere. Ella no está segura si está lista, o si
alguna vez lo estará.

Últimamente, se encontraba tan sensible que podía atra-


par los sueños de Gillian que dormía en la cama de al
lado, sueños tan escandalosos y ardientes que Kylie se
despertaba algo excitada, y a la vez mas confundida y
excitada que antes.

Tener trece no era lo que ella había esperado. Estaba solo


y sin nadie con quien divertirse. A veces sentía que des-
cubría un mundo tan secreto que le costaba trabajo com-
prender. Cuando se miraba al espejo no podía decidir
quién era ella en realidad. Si alguna vez pensó en teñir su
~ 184 ~
cabello de rubio o de castaño, pero ahora está en el me-
dio. Ella está a la mitad de todo. Ella extraña a Gideon;
baja al sótano y saca su tablero de ajedrez con el que
siempre lo recuerda pero ella no se atreve a llamarlo.
Cuando se encuentra con cualquiera de sus compañeras
de escuela y la invitan a ir a nadar o al centro comercial,
Kylie no está interesada. No es que ella los detesta; lo que
sucede es que ella no quiere que descubran quién real-
mente es, cuando ella todavía no lo sabe.

Lo que ella sabe es sobre las cosas horribles que puede


suceder si tienes cuidado. El hombre en el jardín le ha
enseñado todo eso, y es una lección de que será muy difí-
cil de olvidar. La pena se encuentra a su alrededor; y es
invisible a los ojos de las personas. La mayoría de la
gente piensa en la manera más fácil de detenerse a sí
mismos de esa agonía, como ser beber algo fuerte, nadar
un buen rato, o no comer nada durante todo el día, salvo
una manzana pequeña y una cabeza de lechuga—pero
Kylie no es así.

Ella era demasiado sensible, y su habilidad de sentir el


dolor ajeno se volvía cada día más fuerte. Si ella cruzaba
a un bebé en su carrito, y él lloraba de hambre y sed hasta
que su rostro se ponía rojo de rabia y frustración, que la
propia Kylie estaría de mal humor por el resto del día.
Si un perro cojea por con una piedra empotrada en su
pata, o una mujer que compra fruta en el supermercado
cierra sus ojos y detiene para recordar a ese muchacho
que se ahogó hace quince años, y al cual amó tanto, Kylie
comenzaba a sentir como si se fuera a desmayarse.

~ 185 ~
Sally mira a su hija y se preocupa. Ella sabe lo que suce-
de cuando uno se encierra en su dolor, ella lo sabe por-
que lo ha hecho con ella misma ella, las paredes que le-
vanto en su momento, la torre que había construido pie-
dra por piedra. Pero esas eran paredes de pena, y la torre
estaba cubierta por sus lágrimas, y eso no es de protec-
ción; te hará caer a la tierra con un solo golpe. Cuando
ella ve a Kylie subir los escalones hacia su alcoba Sally
se da cuenta que otra torre fue construida, y quizás con
una sola piedra, lo suficiente como para que a ella le pro-
duzca escalofríos. Ella intenta hablar con Kylie, pero ca-
da vez que se le acerca, Kylie corre a su cuarto, dando un
golpe seco a la puerta.

―¿Puedo tener algo de privacía? " es lo que Kylie le res-


ponde cada vez que su madre le realiza una pregunta.
"¿Me puedes dejar sola?"

Las madres de otras jóvenes de trece años le aseguraron a


Sally que esa conducta era normal en cualquier adoles-
cente. Linda Bennett, su vecina de al lado, insiste que esa
melancolía juvenil es temporal, aunque su hija, Jessie—
quien siempre hacia lo posible en evitar a Kylie, descri-
biéndola como una perdedora y una sabelotodo, recien-
temente cambió su nombre por el de Isabella y se ha
puesto un aro en su ombligo y nariz. Pero Sally no había
esperado experimentar eso con Kylie, quien había sido
tan abierta y de muy buen corazón. Los Trece de Antonia
no fueron un gran susto para ella, ya que siempre su hija
había sido algo egoísta y ruda. Ni siquiera Gillian que no
demostró su rebeldía hasta la escuela secundaria, cuando
los muchachos se dieron cuenta lo bonita que ella era, en
cuanto a Sally nunca se dio permiso para estar malhumo-
~ 186 ~
rada o ser irrespetuosa. Jamás pensó en hablar de alguien
a sus espaldas; hasta donde sabía que era legal. Las tías
no tenían que prohibirle cosas. Ellas tenían la razón en
obligarla a salir aunque no les diera motivo para hacerlo.
A los trece, Sally cocinaba la cena, lavaba la ropa y se
acostaba temprano. Ella nunca pensó si tenía derecho a la
felicidad o a la privacía. Jamás se le ocurrió pensarlo.

Ahora con Kylie, Sally debía tener cuidado, pero eso no


es tarea fácil. Ella mantenía su boca cerrada, y todas sus
opiniones y consejos se los guardaba para si misma.
Oculta su dolor cuando ve a su hija golpear la puerta de
su alcoba con tal firmeza, se da cuenta que su hija está
sufriendo. A veces, ella puede escuchar el llanto de su
hija que proviene de su habitación, que tampoco confiaba
en Gillian y eso tenía que ser un alivio para Sally. Pero
Kylie se estaba alejando de todo y de todos.

Lo único que Sally podía hacer era observar como el ais-


lamiento de su hija se convertía en un círculo vicioso,
cuanto más lejos estas, mas te alejas. Hasta los seres
humanos parecen una clase de raza diferente con costum-
bres e idioma muy difíciles de comprender. Y eso Sally lo
conoce perfectamente. Ella se dio cuenta esa noche,
cuando Gillian se encontraba con Ben Frye, y las polillas
se quedaban pegadas en el mosquitero de la ventana, por
lo tanto se sentía tan aislada de esas noches de verano,
que ese mosquitero en la ventana se convertía en piedra.

Parece que Kylie pasara todo su verano en su habitación,


cumpliendo una sentencia como si estuviera en prisión.
Julio está finalizando con temperaturas muy altas, y los
días pasan. Y el calor le ha causado a Kylie pequeñas
~ 187 ~
manchas blancas alrededor de los parpados. Las manchas
se han convertido en nubes, y las nubes ascienden lenta-
mente, y la única manera de deshacerte de ellas en
haciendo algo al respecto. Si ella no hace algo de inme-
diato, se quedara estancada definitivamente.
Las otras jóvenes de su edad, continuaran con su vida,
tendrán novios, cometerán errores, pero ella estará siem-
pre en el mismo lugar congelada. Si ella no hace pronto,
todas pasaran por su lado y se darán cuenta que todavía
ella seguía siendo una niña con el temor de salir de su
cuarto, con miedo de crecer.

Hacia el final de la semana, cuando el calor y la humedad


hacía imposible mantener la puerta cerrada. Kylie decide
preparar un pastel. Es una pequeña concesión, un peque-
ño paso hacia al mundo. Kylie sale para comprar los in-
gredientes, y cuando ella llega a su casa hace un calor
demasiado sofocante para la época, pero eso no la detie-
ne. Ella sigue a cabo con su proyecto e incluso se siente
salvada por un pastel.
De modo que, enciende el horno y comienza a trabajar,
pero hasta que la mezcla no estuvo lista y las bandejas
con mantequilla no se dio cuenta de que ella estaba pre-
parando el pastel favorito de Gideon.

Toda la tarde el pastel permanece en la mesada de la co-


cina, enfriándose y sumamente intacto, sobre una fuente
azul. Cuando cae la noche, Kylie todavía no sabe qué
hacer. Gillian está en la casa de Ben, pero nadie responde
al teléfono cuando Kylie la llama queriendo preguntarle
si era lo bastante tonto en ir hacia la casa de Gideon. ¿Por
qué ella lo quiere? ¿Por qué todavía le sigue importando a
pesar de lo que ocurrió? Él era tan rudo y ¿por qué no
~ 188 ~
podía ser el que diera el primer movimiento? De hecho, el
debería ser que le trajera esa condenada torta, una que
tuviera chocolate en rama o crema moca, ya que eso era
lo mejor que podía hacer.

Kylie se sentó en la ventana de su alcoba, en busca de un


poco de aire fresco, pero en vez de eso descubre un sapo
que se sienta en el umbral. Cerca de ahí, se puede ver a
un árbol de manzana que crece lentamente, un triste espé-
cimen que rara vez da flores. El sapo debe de haber en-
contrado su camino a lo largo del tronco y ramas, así fue
a parar hacia su ventana. Es más grande que la mayoría
de los sapos que pudo encontrar cerca del arroyo y se
encontraba sorprendentemente calmo. No parecía asusta-
do, incluso cuando Kylie lo sostuvo entre sus manos. Ese
sapo le recuerda a los que solía encontrar con Antonia en
el jardín de las tías o en la huerta cada verano. A los sa-
pos les gustaba estar entre las coles y la lechuga, después
de hacer pequeños trucos a las niñas en búsqueda de
algún premio.

A veces Kylie y Antonia se iban corriendo, para ver cuán


lejos los sapos podían llegar a ir, ellas correrían hasta no
aguantar más de la risa, cayéndose en el polvo o entre los
frijoles, no importando cuán lejos habían ido. Solo para
darse vuelta y darse cuenta que los sapos estaban detrás
de ellas pisándoles los talones con sus ojos muy atentos y
sin pestañear.
Kylie deja al sapo en su cama, luego saca su cabeza para
buscar una planta de lechuga. Ella se siente algo culpable
y tonta por haber escuchado a Antonia todas esas veces
cuando ellas se proponían a cazar a los sapos. Ella no es
tan tonta, tiene más sentido común y una total compasión.
~ 189 ~
Cada uno salió, y la casa está más tranquila que lo usual.
Sally se encuentra en una reunión con Ed Borelli, para
planificar la apertura de clases en septiembre, una reali-
dad que a ninguno de los que compone la oficina de per-
sonal le importa en reconocer como inevitable.
Antonia está en el trabajo, mientras mira el reloj y espera
que Scott Morrison aparezca.
La cocina de la casa, estaba tan silenciosa que podía oírse
el agua correr. El orgullo era algo tan gracioso, que puede
hacer que la cosa más corriente se convierta en un tesoro.
En ese momento que al orgullo lo dejas ir, se vuelve tan
pequeño como el tamaño de una mosca, pero una que no
tiene cabeza, cola, ni alas para poder despegar del suelo.

Parada en la cocina, Kylie apenas puede recordar lo que


le había importado hace unas horas atrás. También sabe
que si deja pasar demasiado tiempo, el pastel comenzara
a ponerse rancio o las hormigas vendrían por el, o alguien
rondara por la cocina y podría cortarle un pedazo. Ella irá
a Gideon ahora mismo, antes de que pueda cambiar de
opinión.

No hay ninguna lechuga en el refrigerador, entonces Ky-


lie agarra lo primero comestible que encuentra, la mitad
de una barra de chocolate que Gillian había dejado derre-
tirse en la mesada.
Kylie sube rápidamente por las escaleras, pero cuando se
da vuelta se da cuenta que el sapo la ha seguido.

―Demasiado hambriento para esperar‖ ella supuso.

Con buen ánimo ella pone el sapo en su mano y abre la


pequeña barra de dulce. Pero luego sucede la cosa más
~ 190 ~
extraña que había visto en su vida: cuando decide darle
de comer al sapo, este abre su boca este escupe un anillo
de su boca.

―Ja ja‖ Kylie se ríe. ―Gracias‖ le responde al sapo como


si este fuera capaz de entenderla.

El anillo es pesado y frío cuando lo sostuvo en su mano.


El sapo lo debió haber encontrado en el lodo; la tierra
húmeda se endureció tan densamente en la superficie que
le es imposible a Kylie ver lo que realmente este regalo
es. Si ella detuviera para examinarlo, si ella lo expusiera
hacia la luz y le echa una buena mirada buena, descubrir-
ía que la plata tiene un tinte purpúreo extraño. Las gotas
de sangre están ocultas bajo la pátina de suciedad. Si ella
no hubiera tenido prisa en ver a Gideon, si comprendiera
lo que era que tenía entre sus manos, ella habría sacado
ese anillo del patio para luego enterrarlo, bajo las lilas
dónde pertenece. En cambio, Kylie avanza y lo arroja en
una pequeña maceta, en donde su madre mantenía a un
patético cactus. Ella agarra el pastel y a empujones con su
cadera consigue abrir la puerta, cuando se encontró fuera
de la casa puso al sapo en el césped.

―Vete‖ ella le dice, pero el sapo todavía está allí inmóvil


en el césped, cuando Kylie doblo en la esquina hacia la
próxima cuadra.

Gideon vive al otro lado del pueblo, un sitio donde pre-


tende ser más elegante de lo que realmente es en realidad.
Las casas engalanan el lugar con sus sótanos terminados
y sus ventanas francesas que abren a majestuosos jardi-
nes.
~ 191 ~
Normalmente, a Kylie le tomaría doce minutos desde su
casa, pero eso sería si estuviera corriendo y no llevara un
pastel de chocolate. Esa noche, no quiere que su pastel se
arruine, por esa razón su paso es lento cuando ella cruza
la estación de servicio y el centro comercial donde hay un
supermercado, restaurant chino, una fiambrería, y por
supuesto la heladería donde trabaja Antonia. Es por esto
que tiene que decidir, caminar cruzando la taberna de
Bruno al final del centro comercial que resplandece bajo
una luz rosada de neón, o cruzar por un atajo donde hay
un campo anormalmente crecido, donde todo el mundo
dice que se construirá un club con una pileta olímpica.

En ese momento, dos tipos salen de la taberna de Bruno,


hablando con voz muy alta. Sin darse cuenta, Kylie opta
por el campo. Ella se ahorra dos cuadras para llegar a la
casa de Gideon. Las cizañas eran tan altas y puntiagudas
que Kylie deseaba estar usando jeans en vez de shorts.
Aun era una linda noche, y el olor penetrante de los char-
cos había quedado muy lejos del campo, donde los mos-
quitos se reproducían todo el verano, era reemplazado por
el aroma al chocolate que se enfriaba en el pastel de Ky-
lie. Ella se preguntaba si era demasiado tarde para que se
quedara a jugar al basketball. Gideon tiene un aro, puesto
en su garaje. Un regalo hecho a base de la culpa de su
padre, después del divorcio. De repente, nota que el aire
se torna frío y oscuro. Hay una línea negra que divide el
campo. Algo está mal. Kylie comienza a caminar más
rápido cuando se da cuenta de todo. Esto es cuando ellos
le gritan que espere.

~ 192 ~
Ella se da cuenta quiénes son y qué es lo que quieren
cuando los observa de reojo. Los hombres de la taberna
que la han cruzado, han estado siguiéndola. Ellos son tan
grandes y sus sombras tienen un color carmesí, la persi-
guen gritándole cosas como ―NENA‖ o frases como
―¿NO ENTIENDES INGLÉS?‖ ―¡ESPERA!‖

Kylie siente que su corazón comienza a latir a una velo-


cidad desconocida antes de empezar a correr. Ella sabe
qué tipo de hombres son. Ellos eran como el tipo que tu-
vieron que sacar del jardín. Ellos se enfadan de la misma
manera que él lo hacía, sin ninguna razón, excepto por el
dolor interno del cual ellos no eran conscientes, y por esa
razón necesitaban lastimar a alguien. Ellos lo quieren
hacer en ese preciso instante. Es por eso, que el pastel
golpea contra el pecho de Kylie y las cizañas son espino-
sas que comienzan a lastimarla. Aquellos hombres esta-
ban tan excitados que pegaban alaridos al perseguirla,
como si el hecho más gracioso para ellos era rastrearla a
través de sus huellas. Si ellos estuvieran borrachos, no se
molestarían en seguirla, pero no lo estaban. Kylie arrojo
la torta y eso se desparramo en el suelo donde se conver-
tirá en comida para los ratones y las hormigas. Después
de esto, ella podrá comer chocolate nunca más. El aroma
hace que corra más a prisa. Pero el sabor hace que se le
revuelva el estomago.

Ellos continuaron siguiéndola, obligándola a correr hacia


la parte más oscura del campo, donde nadie en el pueblo
podía verla. Uno de los hombres era gordo, y se queda
atrás.

~ 193 ~
El la estaba maldiciendo, y ¿Por qué razón lo debería
escuchar? Ahora sus largas piernas comenzaban a tener
valor para ella. En ese momento, ella ve las luces del cen-
tro comercial, ella se da cuenta que si continua en la
misma dirección, aquel hombre puede alcanzarla. Le dice
que cuando apenas la alcance, se va a aprovechar de ella
en todas sus formas. Además tiene la certeza que no se le
escapará. El la cuidara como si fuera una mascota, y ella
jamás lo olvidará.

Él le estuvo gritando cosas horribles todo el tiempo, pero


de repente paro de hablar, el ambiente estaba envuelto en
un silencio de muerte y Kylie de daba cuenta de eso. Él
estaba corriendo muy a prisa y está a punto de alcanzarla
pero no del todo. La respiración de Kylie es dificultosa y
con pánico. Continua corriendo muy a prisa aunque él
casi la alcanza, estirando sus brazos para atraparla, pero
ella adivina sus intenciones y dobla hacia un camino que
la lleva de nuevo hacia al pueblo. Sus piernas son tan
largas que podría esquivar muy fácilmente los estanques
y lagos del pueblo. Con un solo salto, ella podría saltar
hacia las estrellas donde el frío es claro y cortante. Y por
supuesto cosas como esta no sucedían.

Por un momento, el se encuentra tan cerca que inclusive


puede agarrarle la camisa, pero Kylie puede escapar y se
dirige al pueblo. Un hombre con su perro guía se encon-
traba en la calle. En la esquina un grupo de jóvenes de
dieciséis años se dirigían a la casa después de la práctica
de natación en la piscina del pueblo.

Seguramente, ellos podrían oír a Kylie gritar, pero no lo


hace. El hombre que la estuvo siguiendo permanece don-
~ 194 ~
de está y se queda detrás de las cizañas. El nunca podrá
alcanzarla, porque ella continua corriendo. Por lo tanto,
ella atraviesa el tráfico y cruza hacia el lado opuesto de la
calle en donde vuelve cruzarse con la taberna y el super-
mercado. Ella siente que no se puede detener o reducir la
velocidad, hasta que entra a la heladería y escucha a la
campanilla colgada cerca de la puerta, la cual indica que
la puerta se ha abierto.

Ella tiene lodo en sus piernas, su respiración es muy en-


trecortada y cada vez que inhala lo hace de manera limi-
tada, su respiración se parecía a la de los conejos cuando
presienten que hay un coyote o un perro en los alrededo-
res. Una pareja de ancianos que compartían un sundae la
saludan. Las cuatro mujeres divorciadas, ubicadas en una
mesa cerca de la ventana, evalúan la apariencia de Kylie,
luego reflexionan sobre las dificultades que ellas mismas
están atravesando con sus propios hijos en lo que de re-
pente deciden irse para sus casas.

Antonia no les presta mucha atención a los clientes. Ella


está sonriendo con los codos puestos en el mostrador, lo
mejor era observar fijamente a Scott Morrison cuando le
explicaba la diferencia entre el Nihilismo y el Pesimismo.
Todas las noches, el se reúne con ella en la heladería,
comiendo su helado con chispas y mas enamorado que
nunca.

Ellos han pasado horas en el asiento delantero y trasero


del auto de la madre de Scott, besándose hasta que sus
labios comenzaban a arder de fiebre, haciendo que sus
manos exploren por zonas que no lo habían hecho antes,
deseando al otro demasiado y no pensando en otra cosa.
~ 195 ~
La semana anterior, Scott y Antonia han sufrido inciden-
tes donde han cruzado la calle sin mirar a ambos lados y
fueron asustados por la horrible bocina de un auto. Ellos
estaban en su propio mundo, un lugar imaginado y tan
completo que no tenían que prestar atención al tráfico o si
existía el ser humano.
Esa noche, a Antonia le toma un buen rato en darse cuen-
ta que su hermana estaba allí parada en la heladería,
mientras goteaba lodo y cizañas en el piso limpio que
Antonia era responsable en limpiar.

¡Kylie! Su hermana la llama con firmeza.

En ese momento, Scott se da vuelta para mirar, y entiende


que el ruido extraño que oye detrás del él, y el cual creía
que era el aire acondicionado, seguía siendo la respira-
ción entrecortada de alguien. En cuanto los rasguños que
Kylie tenía en sus piernas comenzaron a sangrar. El cho-
colate helado se había desparramado por su camisa y por
sus manos.

―Jesús‖, Scott dice. Y justo cuando pensaba en salirse de


la escuela de medicina, pero cuando se acerca para exa-
minarla, no le gusto la sorpresa que el ser humano le pue-
de tener preparada. La ciencia pura es más que la veloci-
dad. Cuanto más seguro, es más exacto.

Antonia sale de atrás de ese mostrador. Y en ese momen-


to Kylie la mira fijamente y aquel instante Antonia sabe
exactamente lo que ha pasado.

~ 196 ~
―Vamos‖ Ella agarra la mano de Kylie y la lleva hacia el
cuarto donde se guardan los trapeadores, las escobas y las
salsas de jarabe. Scott las sigue.

y dice: ―¿No sería mejor en llevarla a una guardia?

Pero Antonia gentilmente le pidió un favor, ¿Por qué no


vas hacia el mostrador en caso de que vengan clientes? Se
lo dijo dulcemente.

Cuando Scott vacila, Antonia no tiene ninguna duda de


que él se ha enamorado de ella. Otro muchacho se daría
vuelta y escaparía corriendo. Él estaba agradecido de par-
ticipar en una escena como esa.

¿‖Estas segura?‖ Scott le pregunta.

―Oh sí‖, Antonia le hace un movimiento afirmativo con la


cabeza. ―Muy segura‖, mientras empuja a Kylie adentro
del almacén. ¿Quién fue? ¿Él te lastimo?

Kylie puede oler el chocolate, y eso la hace sentir tan


mareada que apenas se podía mantener en pie. ―Yo corrí‖
fue lo único que pudo decir. Su voz era graciosa, como si
fuera la voz de una niña de ocho años.

Antonia aun no había encendido la luz del cuarto de al-


macén. La luz de la luna se filtraba por las ventanas, de-
jando a las jóvenes con un color plateado como el de un
pez.

Kylie miro a su hermana y con nerviosos movimientos le


respondió que no. En ese momento, Antonia reflexiono
~ 197 ~
sobre las cosas que había dicho y hecho a lo largo de los
años, por razones que todavía no entiende y hacen que su
rostro y garganta se vuelvan de un rojo escarlata por la
vergüenza que siente. De modo que, a ella le gustaría
consolar a su hermana, darle un abrazo pero no puede.
También piensa que podría decirle algo agradable pero no
lo hace. Es como si tuviera un nudo en la garganta que le
impidiera hacer las cosas, ya que su deber como hermana
mayor era haberlo dicho hace varios años atrás.

De todos modos, Kylie entiende lo que su hermana quiere


decir, y esa es la razón por la que ella finalmente puede
llorar, cosa que quería hacer desde que estaba corriendo
en el campo.
Cuando ella comienza a llorar, Antonia cierra la heladería
sin importarle si hay algún cliente esperando. Scott, por
su parte ofrece a llevarlas a casa en esa oscura y húmeda
noche.

Los sapos deciden a salir de su pantano, y Scott al condu-


cir realiza bruscos movimientos al conducir, pro no puede
evitar golpear a alguna de esas criaturas. Scott sabe que lo
más grave ha pasado, pero en realidad no sabe exacta-
mente lo que es. Observa a Antonia y por primera vez se
da cuenta de que su nariz y mejillas están rellenas de pe-
cas. Si él la viera todos los días por el resto de su visa,
todavía se seguiría sorprendiendo cada vez que la mirase.

Cuando ellos llegaron a la casa, Scott tuvo el impulso de


ponerse de rodillas y pedirle que se casara con él, aunque
a ella le faltara para finalizar la escuela. Antonia no era la
joven que él pensaba que era, algo caprichosa y malcria-

~ 198 ~
da. En vez de eso, hacia que su pulso enloquezca con el
simple roce de su mano.

―Apaga la luces‖, Antonia le dice, cuando él estaciona su


auto. Kylie y ella intercambian miradas. Su madre ha
llegado a la casa y ha encendido las luces del porche, y no
tienen manera en saber si ella se había ido a la cama ex-
hausta. Lo que ellas suponen, que su madre las puede
estar esperando y no querían enfrentar a alguien cuyo
cuidado pesaba más que su propio miedo. Lo que menos
desean en ese momento, es dar explicaciones. ―Estamos
tratando de evitar a mamá‖, Antonia le dice a Scott, y lo
besa rápidamente cuando abre la puerta del auto, que no
rechina como generalmente lo hace.
Hay un sapo atrapado bajo uno de los neumáticos de
Scott, el aire se siente algo acuoso y verde, como las
hermanas corriendo furtivamente por el césped hacia la
casa. Ellas encuentran una forma de subir en la oscuridad,
luego se encierran en el baño donde Kylie puede librarse
del chocolate y lodo que cubren todo su cuerpo. Su cami-
sa esta arruinada, y Antonia la esconde en el cesto de la
basura, detrás de unos tejidos viejos y una botella de
champú. Aun Kylie respiraba con dificultad, todavía
existía una oleada de pánico cuando respiraba.

―¿Estás bien?‖ Antonia murmura.

―No‖, Kylie le susurra firmemente, pero eso hace que las


dos se rían muy alto. Tanto, que las muchachas tuvieron
que tapar sus bocas para asegurar que sus voces no llega-
ran hacia la alcoba de su madre, tanto que aguantan su
respiración con lagrimas en los ojos.

~ 199 ~
Ellas nunca pudieron hablar sobre esa noche, y por su-
puesto eso cambiara todo entre ellas. A partir de ese mo-
mento, ellas hablaran de cada noche oscura, se llamaran
sin ninguna razón en particular para luego no colgar
cuando no hay nada que decir.
Ellos no son las mismas personas que eran hace una hora
atrás, y nunca lo serán. Se conocen demasiado para re-
troceder.
Cuando amaneció, la delgada línea de celos que Antonia
había estado arrastrando sobre si misma, se había ido,
dejando un débil contorno verde en el lugar donde ella
descansa.

Los días siguientes, Kylie y Antonia se ríen cuando se


encuentran accidentalmente por el vestíbulo o en la coci-
na. No compiten por el baño ni se llaman por otros nom-
bres. Todas las noches, después de la cena, Kylie y Anto-
nia limpian la mesa, lavan los platos juntas sin que nadie
se los pida. En noches, cuando ambas se encuentran en la
casa, Sally puede oírlas conversar. Siempre que ellos su-
ponían que alguien las estaba escuchando, dejaban de
hablar de repente, y todavía parecería que se estuvieran
comunicando entre sí.
Casi de medianoche Sally podría jurar que taladraban sus
secretos en las paredes de la alcoba en código Morse.

¿Qué está ocurriendo? Sally le pregunta a Gillian.


―Algo extraño‖ Gillian le responde desconfiada.

Esa mañana, Gillian se dio cuenta que Kylie estaba usan-


do una de las camisas negras de Antonia. ―Si ella te sor-
prende usando una de sus remeras, se enfadara contigo‖
le advirtió su tía.
~ 200 ~
―No lo creo‖ Kylie se encogió de hombros. ―Ella tiene
demasiadas remeras negras. Aunque esta me la regalo a
mí.

¿Qué quieres decir que sucede algo extraño? Sally le pre-


gunto a Gillian. Ella estuvo despierta toda la noche,
haciendo una lista de lo que podría estar afectando a sus
hijas. Como ser, la religión, el sexo, la actividad delictiva
y la posibilidad de un embarazo en estas últimas horas.

―Quizás no es nada‖, Gillian le dice, queriendo no alar-


mar a su hermana. ―Quizás solo están creciendo‖

―¿Qué? Sally responde atónita a la reflexión de su herma-


na. La sugerencia que sus niñas estuvieran creciendo la
hacían poner nerviosa y preocupada, cosa que la religión
y el embarazo no pudieron. Esa era la posibilidad que ella
evitaba considerar. Ella no puede creer el talento de Gi-
llian en decir las cosas en el momento equivocado. ¿Qué
diablos se supone que dices? Ellas son solo unas niñas.

―Ellas están creciendo‖ Gillian le dice como si su inten-


ción fuera poner sal en una herida profunda. ―Antes de
que te des cuenta, ya se habrán marchado de aquí‖

―Bueno, gracias por tu consejo paternal‖

Gillian no entiende el sarcasmo, por lo que agrego otra


recomendación para su hermana. ―Necesitas dejar de en-
focarte para ser una mamá, antes de que te arrugues tanto
que te conviertas en polvo y nosotras tengamos que ba-

~ 201 ~
rrerte con la escoba. ¿Deberías salir? ¿Qué es lo que te
detiene? ¿Tus hijas salen, porque tu no?

―¿Alguna palabra más de sabiduría? Sally lo dijo tan


fríamente que Gillian no lo pudo notar.

―Ninguna palabra más‖ ―Ni siquiera una silaba‖ ella


mencionó.

De improviso, Gillian enciende un cigarrillo, y fue enton-


ces cuando se dio cuenta que no había encendido uno por
casi dos semanas. La cosa más graciosa es, que ella ha
intentado dejarlo. Estuvo mirando todas las ilustraciones
del cuerpo humano en donde se mencionaba la función de
los pulmones.

―Mis niñas son unas bebes, para tu información‖ Sally


acusó

Ella sonaba un poco histérica. Durante los últimos diecis-


éis años, excepto cundo Michael murió y estuvo sumergi-
da en su propio mundo. Todo el tiempo restante ella
pensó en sus hijas.
Generalmente, ella pensaba en las tormentas de nieve, el
costo del calor y la electricidad, el hecho que siempre
sufre de alergia cada vez que termina septiembre pero que
debe ir a trabajar. Pero principalmente, se preocupaba
cuando Antonia o Kylie tenían sarampión, o si sufrían de
fiebres o calambres, de los zapatos nuevos que debía
comprar cada seis meses y asegurarse en cocinar comidas
bien balanceadas, también asegurarse de que duerman al
mínimo ocho horas diarias. Sin esos pensamientos, ella
no estaba segura de poder existir.
~ 202 ~
Aquella noche, Sally fue a la cama temprano durmiendo
tan profundo como una piedra, lo que le impidió levantar-
se el día siguiente.

―Gripe‖ Gillian supuso.

Bajo los cobertores, Sally puede oír a Gillian preparar el


café. También oye como Antonia habla por teléfono con
Scott y a Kylie bajo la ducha. Todo ese día, Sally se que-
do en el cuarto. Esperando que alguien la necesite, o que
suceda alguna emergencia para que ella pueda intervenir.
Por la noche, lo único que hizo fue levantarse para usar el
retrete y lavarse el rostro con agua fría para seguir dur-
miendo hasta la mañana siguiente y si era posible hasta el
mediodía, cuando Kylie le trae su almuerzo en una ban-
deja de madera.

―Un virus en el estomago‖ Gillian supone cuando ella


regresa del trabajo y es informada que Sally no probo
bocado y ha pedido que corran las cortinas de su cuarto.

Aunque Sally podía oírlas muy bien. Como murmuran,


preparan la cena riendo, cortando zanahorias y apio con
los cuchillos afilados.

Lavando la ropa y que luego se seque en la delgada cuer-


da en el patio. Las siente cepillar sus dientes y su pelo
pero lo más triste era, que ellas continuaban sus vidas sin
su ayuda.

Al tercer día de estar en la cama, Sally no puede abrir los


ojos. Ella no piensa en las tostadas con la jalea de uva, el
~ 203 ~
tylenol o en almohadas extras. Su pelo negro esta enreda-
do, su piel pálida como un papel. Antonia y Kylie están
asustadas. Ellas se paran en el umbral de la puerta de la
alcoba y observan a su madre dormir. Ellas tienen miedo
que cualquier charla la perturbe, para que la casa se vuel-
va aun más tranquila. Las muchachas se culpan a sí mis-
mas, por no comportarse todos esos años como deberían,
por todos esos años de pelear y actuar como egoístas.
Antonia llama al doctor, pero él no hace visitas médicas
por lo que Sally se rehúsa vestirse para ir a su oficina.

Era casi las dos de la mañana, cuando Gillian regresaba


de la casa de Ben. Por ser la última noche del mes, la luna
era delgada y plateada, mientras que el aire se convertía
en llovizna. Gillian siempre regresaba con Sally, era su
modo de sentirse a salvo. Pero esa noche Ben, le dijo que
estaba cansado de la manera en que ella se escapaba cada
vez que terminaban de hacer el amor. El quería que am-
bos vivieran juntos.

Gillian pensó él estaba embromando. Ella se rió y le dijo,


―apuesto que le dices eso a todas las mujeres que se han
acostado contigo al menos veinte o treinta veces.‖

―No‖ Ben respondió rotundamente. Y en ese momento no


sonreía, ―nunca se lo he dicho a nadie‖

A lo largo del día, Ben tuvo el presentimiento de que él


estaba a punto de perder o ganar algo, no sabía con exac-
titud la razón. Esa mañana, él realizo un show en el hos-
pital y uno de los niños, uno que tenía ochos años, lloró
cuando Ben hizo desaparecer a Buddy en una caja gigante
de madera.
~ 204 ~
―Él regresara‖, Ben le aseguro al miembro más malhumo-
rado de su público.

Pero el niño estaba convencido que la reaparición de


Buddy era algo imposible. Una vez que alguien se ha ido,
él le dijo a él, ese sería su fin.
Y en ese caso la teoría de aquel niño era irrefutable. El
permanecido en el hospital casi la mitad de su vida, y a
estas alturas ya no podría ir más a su casa. El motivo era,
que el niño ya estaba abandonando su cuerpo, y Ben
podría notarlo con solo mirarlo. Él estaba desapareciendo
por pulgadas

A raíz de esto, Ben hizo algo que ningún mago hace, lle-
vo al niño a su lado y le revelo que Buddy estaba sentado
tranquilamente dentro de un fondo falso de la desapareci-
da caja. Pero el niño se rehusaba a ser consolado. Quizás
no era el mismo conejo, no había prueba de eso después
de todo. Un conejo blanco era una cosa cotidiana, uno
podría comprarse una docena en una tienda de mascotas.
Por lo que el niño continuo llorando y Ben podría haber
llorado junto a él, que no había tenido la suerte suficiente
de entender los trucos de su oficio. Rápidamente, él saco
una moneda de plata detrás de la oreja del niño.

―Ves‖ Ben le sonrió dulcemente. ―Presto‖, le anuncio. De


repente, el niño que había roto en llanto dejo de llorar.
Cuando Ben le dijo que a esa moneda de plata la podía
conservar, por un breve instante el niño pareció buscar la
vida que pudo haber tenido si cosas horribles no le hubie-
sen pasado. A mediodía, Ben dejó el hospital y se dirigió
al Café del Búho dónde él tomó tres tazas de café negro.
~ 205 ~
Él no almorzaba; tampoco pidió el picadillo y huevos que
tanto le gustaba, o el tocino, lechuga, mezclados con el
trigo. Las camareras lo miraron cuidadosamente, espe-
rando que él ponga en sus trucos viejos, que tiemble la sal
en el mostrador, encender el fuego con el simple chas-
quido de sus dedos, o sacar los manteles del lugar sin tirar
ningún elemento de encima de la mesa, pero Ben solo fue
a tomar café. Después de pagar y dejar una gran propina,
él condujo su auto por varias horas. Él reflexiono sobre el
tiempo de vida de una mosca y todo el tiempo que el
mismo había desperdiciado y francamente no lo quería
hacer más.

Ben ha pasado su vida entera temiendo que algún día el


amor de su vida pueda desaparecer y no la pueda encon-
trar por ningún lado, como ser bajo los velos de sus tru-
cos, en el fondo de la caja de madera que el utiliza para
los actos de desaparición o en la el estuche cubierto con
laca roja guardado en el sótano y el que contiene espadas
de madera que no ocasionan ninguna herida. Bueno, eso
había cambiado. Él quería una respuesta, antes de que ella
se vistiera y saliera corriendo a los brazos de su hermana.

―Es muy simple‖, él le dijo. ―Sí o no‖

―Esto no es cosa de un sí o no‖ Gillian alegó

―Oh sí‖, Ben le dijo con absoluta seguridad. Claro que lo


es.
―No‖, Gillian insistió. Mirando su cara solemne, deseaba
haberlo conocido desde siempre. Deseaba que él hubiese
sido el primero que la besara y el primero que le haga el

~ 206 ~
amor. Deseaba en lo más profundo de su ser decirle que
aceptaba mudarse con él.

Pero Gillian sabía muy bien a donde se dirigía esa pelea.


Empezar a vivir con alguien antes de casarse, era una
condición humana que Gillian planeaba no volver a repe-
tir. En aquel sitio, ella sentía un clima de embrujo. En el
momento que ella diga ―acepto‖ se dará cuenta que no
estaba segura del todo y que nunca lo estuvo y que lo
mejor sería escapar de allí.

―No lo entiendes‖ Gillian le dijo a Ben. ―Si no te amara


tanto, me mudaría hoy mismo, no lo pensaría dos veces‖

Pero lo que realmente pensaba era en abandonarlo, seguía


pensando si en verdad lo amaba o si solo era un capricho.
Ben no entiende cuan peligroso el amor puede ser, pero
Gillian lo aprendió hace bastante. Ella se sintió tan des-
orientada tantas veces que tuvo que detenerse a descan-
sar. Estar alerta con todo lo que sucedía a su alrededor.
Pero eso no lo quiere hacer más. Lo único que quiere es
un baño de agua caliente, paz y tranquilidad, pero cuando
ella se escurre por la puerta de atrás de la casa de su her-
mana, se encuentra a Kylie y a Antonia que la están espe-
rando.
Ellas están histéricas y listas para llamar a una ambulan-
cia. Ambas se muestran preocupadas, Algo le ha pasado a
su madre y no saben el porqué.

La alcoba es tan oscura que a Gillian le toma un rato en


darse cuenta que bajo las mantas hay alguien que supues-
tamente es un ser humano.

~ 207 ~
Si hay algo que Gillian sabía era la autocompasión y la
desesperación del individuo. Ella pudo hacer ese diagnos-
tico en apenas dos segundos, ya que ella sufrió de esa
enfermedad miles de veces y sabe muy bien qué tipo de
cura puede sanar. Ella ignora las protestas de sus sobrinas
y las envía a la cama, luego va a la cocina una jarra de
margaritas. Ella toma el jarrón, dos vasos con sal gruesa y
hojas que se encontraban desparramadas cerca del peque-
ño jardín donde los pepinos crecían con mayor vigor.

En ese momento, cuando ella esta parada bajo el umbral


de la puerta de Sally, la pila de mantas no la engaña. Hay
una persona escondida.

"Sal de la cama", Gillian dice.

Sally mantiene sus ojos cerrados. Ella estaba flotando por


algún lugar tranquila y sin nada en que pensar. También
deseaba no poder escuchar cuando Gillian se le acercaba.
En ese instante, Gillian tira con fuerza de la sabana y su-
jeta del brazo a Sally.

"Fuera", ella dice.

Sally se cae de la cama. Por lo que abre sus ojos y mur-


mura,

"Márchate no me molestes."

Gillian la ayuda a ponerse de pie y la guía para que baje


las escaleras. Llevar a Sally al vestíbulo era como arras-
trar una bolsa de ramitas, no se resiste, su peso es como el
de un muerto. Una vez que llegan a la puerta de atrás de
~ 208 ~
la casa, Gillian la conduce hacia fuera, en donde las olea-
das de aire fresco animan el rostro de Sally.

"Oh", ella dijo.

Ella se siente realmente muy débil, tanto que se deja hun-


dir en una silla en el césped. Apoyando su cabeza en el
respaldo y cerrando los ojos, pero antes de hacerlo se da
cuenta de la cantidad de estrellas que son visibles esa
noche. Hace tiempo atrás, ellas solían subir al tejado de la
casa de las tías en las noches de verano. Uno podía llegar
a través del ático sino tenía miedo a las alturas, o asustar-
se fácilmente por la nube de murciélagos que venían a
celebrar el banquete de mosquitos que sobrevolaban en el
aire.

Allí en ese lugar le pedían un deseo a la primera estrella,


siempre el mismo deseo, que por supuesto nunca lo reve-
laban.

―No te preocupes", Gillian dice. "Ellas aun te necesitarán


después que hayan crecido."
"Sí, claro."

"Yo todavía te necesito."

Sally mira a su hermana la forma que sirve las margaritas.


"¿Por qué?‖

―Si no hubieras estado conmigo cuando paso lo de Jimmy


ahora mismo estaría en la cárcel. Quería que lo sepas que
no podía haberlo hecho sin ti‖

~ 209 ~
―Eso fue porque él era muy pesado‖ Sally le dice. ―Si
hubieras tenido una carretilla a mi no me hubieras necesi-
tado‖

―Lo que quiero decir‖ Gillian insiste. ―Estoy en deuda


contigo para siempre‖

Gillian levanta su vaso en dirección a la tumba de Jimmy.

―Adiós cariño‖, ella le dice estremecida mientras toma un


sorbo de su bebida.

"Adiós y buen viaje", Sally le dice al húmedo y templado


aire.

Después de estar encerrada por tanto tiempo, es bueno


estar afuera. Es bueno estar juntas en el césped a esas
horas, cuando los grillos comenzaron su lento canto vera-
niego.

Gillian tiene sal en sus dedos por su margarita. Ella tiene


esa sonrisa bonita en su rostro, e inclusive esa noche pa-
rece un más joven. Quizá la humedad de Nueva York era
buena para su piel, o quizá era la luz de la luna, pero hay
algo en ella que parece nuevo. "Nunca creí en la felici-
dad. Jamás pensé que existía.

Ahora mírame. Estoy casi lista en creer en algo."

Sally desearía poder tocar la luna con el roce de su mano,


para saber si allí es tan fresco como parece. Últimamente
se ha preguntado si quizás el hecho de vivir te pueda de-
jar un espacio vacío, que nadie pueda llenar, algo así co-
~ 210 ~
mo estar muerto. Ella tuvo suerte, durante un tiempo bre-
ve. Quizás debería estar agradecida por eso.

―Ben me pidió que me mudara con él‖, Gillian le confesó.


―Y yo le respondí que no‖

"Hazlo", Sally le dice.

"¿Así de simple?‖ Gillian dice.

Sally hizo un gesto de seguridad.

"Tendría que considerarlo", Gillian admite. "Durante


algún tiempo. Con tal que no haya ningún compromiso."

"Tú te mudaras con él", Sally la asegura.

―Probablemente lo estás diciendo porque quieres librarte


de mí‖

―Yo no me libraría de ti. Estarás a tres cuadras. Si me


quisiera librar de ti, te diría que me regreso a Arizona‖
Gillian ironizo

Un círculo de polillas blancas se había reunido alrededor


de la luz del porche. Sus alas eran tan pesadas y húmedas
que las
las polillas parecían estar volando en cámara lenta. Ellas
son tan blancas como la luna, y cuando toman vuelo de
repente dejan como un sendero blanco en el aire.

~ 211 ~
―Al este de Mississippi‖ Gillian continua con la broma.
Mientras que la luz nocturna daba un reflejo increíble al
cabello de Gillian.

Perezosamente, Sally se estira en la silla del césped, y


mira al cielo diciendo: ―En verdad me alegro de que estés
aquí‖

Ambas deseaban lo mismo, cuando se sentaban en el te-


jado de la casa de las tías en aquellas noches solitarias de
calor. Algún día en el futuro, cuando ambas hayan creci-
do, mirarían a las estrellas y no tendrían miedo. Esta es la
noche que ellas deseaban. Este es el futuro, aquí y ahora.
Y pueden quedarse todo el tiempo que quisieran, sentadas
en el césped para ver la última estrella desvanecerse, y
todavía quedarse hasta el mediodía para mirar un cielo
azul perfecto.

~ 212 ~
LEVITACIÓN

SIEMPRE MANTEN puesto el mosquitero en agosto,


para asegurar que las moscas queden fuera, a donde per-
tenecen. No pienses que el verano ha terminado, aun
cuando las rosas se marchiten y se pongan de un color
castaño y las estrellas cambien de posición en el cielo.
Nunca presumas que agosto tenga el clima más confiable
del año. Ya que es la estación de las inversiones, cuando
los pájaros no cantan por la mañana y las noches se cu-
bren en partes iguales de luminosidad y nubes teñidas de
negro.
Lo confiable y lo dudoso puede cambiar tan fácilmente
de lugar, hacen que uno pueda cuestionarse cosas que
hasta en el momento creía seguras.

Evita que los hombres te llamen nena, a esas mujeres


que no tienen amigos, y a los perros que rascan sus barri-
gas y se niegan acostarse a sus pies. Además no uses len-
tes oscuros y en lo posible báñate con aceite de lavanda y
agua fresca. Por último busca refugiarte del sol del me-
diodía.

Esa es la intención de Gideon Barnes, ignorar por com-


pleto el mes de agosto y dormir las cuatro semanas ente-
ras, negándose despertar hasta septiembre cuando la es-
cuela haya empezado.

Pero en menos de una semana, este mes se ha converti-


do en el más difícil, su madre le informo que ella se casa-
ra con un sujeto que Gideon apenas conoce.
Ellos se mudaran a varias millas del pueblo, lo que sig-
nifica que Gideon irá a una nueva escuela, junto a sus tres

~ 213 ~
nuevos hermanos que encontrara en su madre estará or-
ganizando para el próximo fin de semana. Temerosa de la
reacción que su hijo podría tener, Jeannie Barnes había
aplazado ese anuncio durante algún tiempo, pero que aho-
ra ella se lo ha contado, Gideon reflexiona. Él lo piensa
cuidadosamente, mientras que su madre espera una res-
puesta y finalmente dice: ―Grandioso mamá‖ ―Estoy feliz
por ti‖

Jeannie Barnes no puede creer lo que está escuchando,


pero no tiene tiempo para pedirle a su hijo que repita la
frase, porque en treinta segundos se fue corriendo hacia
su cuarto. Él se fue de ahí, pero va a estar con ella por
casi cinco años. Después el ira a Berkeley o UCLA, en
lugar de hacer una desesperada carrera por abandonar al
pueblo.
Él se maneja por instinto; sin ninguna necesidad de
pensar, porque dentro de él sabe donde quiere estar. Es
por esto, que llega a la casa de Kylie en menos de diez
minutos empapado por el sudor. Ella se encuentra en el
jardín sentada bajo el viejo árbol de manzanas, bebiendo
té helado sobre la vieja cobija india. Ellos no se han visto
desde el cumpleaños de Kylie, y aun cuando Gideon la
mira la encuentra increíblemente familiar. La forma de su
cuello, sus hombros, sus labios, la forma de sus manos, al
ver todo eso hace que Gideon se le seque la garganta por
los nervios.

De esta forma, el se siente como un idiota, pero no hay


nada que pueda hacer. Ni siquiera sabe si será capaz de
hablarle.

Hace tanto calor que los pájaros no pueden volar, la


humedad es demasiada que hace que las abejas no puedan
despegar del suelo
Kylie se sobresalta al ver a Gideon, el hielo dentro de
su vaso hace que caigan pequeñas gotas que suavemente

~ 214 ~
se deslizan por su rodilla. Ella no presta atención en eso.
Tampoco presta atención de que hay un avión sobrevo-
lando encima de ella, o que su piel siente más calor que
hace un minuto atrás.

―Veamos cuán rápido puedo ponerte en jaque‖, Gideon


la desafía. El trae su viejo tablero de ajedrez con él, rega-
lo que su padre le dio en su octavo cumpleaños.

Kylie muerde el labio, mientras que considera el desa-


fió. ―Diez dólares al ganador‖, ella finaliza la apuesta.

―Seguro‖ Gideon sonríe abiertamente. El se afeito la


cabeza de nuevo y su cuero cabelludo era tan liso como
una roca. ―Pero que sea en efectivo‖

Gideon se pone de cuclillas al lado de Kylie, pero no


puede hacer que ella lo mire. Quizás ella piensa que es
solo un juego lo que van a jugar, pero es mucho más. Si
Kylie no iba a criticarlo, si ella no ejecutara sus mejores
movimientos, el se sabrá que no volverían a ser amigos.
Tampoco quería que sea de esa manera, pero tendrían que
aclarar sus diferencias, o alejarse definitivamente.

Esta clase de prueba puede poner a alguien nervioso, y


esto no pasa hasta que Kylie está pensando en su tercer
movimiento, en el que Gideon tiene el coraje de mirarla.
Su cabello no era tan rubio como antes, quizás lo tiño o el
tinte rubio se fue lavando, ahora su cabello era algo muy
colorido algo así como la miel. Gideon pensaba para sus
adentros.

―¿Pasa algo? Kylie le dice cuando lo sorprende mirán-


dola fijamente.
―Jaque‖, Gideon le dice, mientras mueve su alfil.

~ 215 ~
El levanta su vaso de té helado y bebe algunos sorbos,
de la misma forma que lo hacía cuando ellos eran amigos.

"Mis sentimientos son exactamente los mismos", Kylie


dice de repente.

Ella tiene una enorme sonrisa en el rostro, tanto es que


se le puede ver su diente cortado. En el fondo, sabe lo que
él está pensando, pero entonces ¿Por qué no lo hace? El
es tan transparente como un trozo de vidrio. Y quiere que
todo sea igual, pero algo ha cambiado. Bueno, ¿por qué
no lo hace? La diferencia entre Kylie y él, es que ella
sabe que ambos no pueden tener todo lo que desean, aun-
que Gideon todavía no se dio cuenta.

―Te extraño‖ se le escapa esa frase a Kylie.

―Si claro.‖ Gideon se da cuenta que ella lo está mirando


fijamente. Rápidamente, el dirige su mirada al lugar don-
de las lilas crecían. Hay solo unas pequeñas ramitas que
crecieron en la oscuridad del jardín. Y cada una de ellas
posee una fila de espinas diminutas que ni siquiera las
hormigas se atreven a acercarse.

―¿Qué diablos ocurrió con tu patio?‖ Gideon pregunta.

Kylie observa las ramas. Se da cuenta de que estarán


creciendo demasiado rápido y que muy pronto alcanzaran
la altura del árbol de manzanas.
Pero hasta ahora son inofensivas, simplemente son pe-
queños retoños. Es tan fácil ignorar lo que crece en tu
propio jardín, mirarlo a lo lejos, creyendo que es un viñe-
do en un huerto más que un seto lleno de espinas.

―Mi mamá corto las lilas. Demasiada sombra‖ Kylie al


decir eso, se muerde fuertemente el labio. ―Mira esto‖

~ 216 ~
Ella toma a Gideon por sorpresa, mientras mueve un
peón que él no había prestado atención. Ella lo tiene ro-
deado, mientras que le permite un último movimiento
como gesto de bondad, antes que él sea jaque mate.

―Vas a ganar‖, Gideon le dice.

―Tienes razón‖, Kylie asegura. La expresión en el ros-


tro de él hace que ella se ponga triste, pero no va a perder
su propósito. Ella no puede permitirse eso.

Gideon hace su último movimiento, él puede sacrificar


a su reina, pero no es suficiente para que salvarse, y
cuando ella le dice jaque mate, él la felicita por su buen
juego. Esto es lo que quería, pero de todos modos está
desconcertado.

―¿Tienes los diez contigo? Kylie se lo pregunta de una


forma distraída.

―En mi casa‖ Gideon le dice


―No tenemos que ir hasta allá‖

En eso ambos están de acuerdo. La madre de Gideon


nunca los dejaría solos, y constantemente les estaría pre-
guntando si ellos les gustaría algo de comer o de beber,
quizás ella suponía que si los dejaba solos por un breve
instante podrían meterse en serios problemas.

―Puedes pagarme mañana‖, Kylie le pide. ―Tráelo des-


pués‖

―Entonces demos un paseo‖, Gideon le sugiere. Mien-


tras la mira finalmente le dice: ―Salgamos un rato‖

~ 217 ~
Kylie derrama el resto del té helado en el césped y deja
el viejo cobertor donde está. A ella no le importa si Gide-
on está con alguien más. El tiene tanta energía que las
ideas fluyen de su cabeza que una línea naranja se dibuja
por encima de él. No tiene ningún temor de que la gente
vea lo que en realidad es, porque una vez que miras en el
interior de alguien como Gideon, la decepción y des-
honestidad son ajenas a él, tarde o temprano el tendrá que
tomar un cursillo en el ABC de las estupideces para no
ser devorado vivo en el mundo exterior, al cual está an-
sioso por entrar.

―Mi mamá se casa con un tipo, y nos estaremos mu-


dando al otro lado del pueblo‖ Gideon al decir esto fingió
toser como si tuviera pegado algo en la garganta. ―Me
tendré que cambiar de escuela. Soy muy afortunado.
Tendré que matricularme en un edificio lleno de imbéci-
les de mierda‖

―La escuela no importa‖ Kylie se asusta al decir estas


cosas de una manera tan segura. Ahora mismo, por ejem-
plo está totalmente convencida que Gideon no encontrara
un mejor amigo tan bueno como ella. Esta tan segura que
incluso apostaría todos sus ahorros, y todavía le quedar-
ían ganas de agregar su radio-despertador y la pulsera que
Gillian le obsequio para su cumpleaños.

Ellos han empezado a caminar calle abajo, en dirección


del campo de YMCA.

―¿No importa a que escuela vaya?‖ Gideon está conten-


to y el no sabe muy bien la razón. Quizás es porque Kylie
no parece creer que ellos se verán cada vez menos, eso es
lo que espera que ella crea. ―¿Estás segura de eso?
"Afirmativo", Kylie le dice. "Cien por ciento."

~ 218 ~
Cuando ellos llegan al campo se dan cuenta que la
sombra cubre al verde césped y que también tendrán
tiempo para pensar las cosas. Por un momento, cuando
doblan la esquina, Kylie tiene el presentimiento de que
ella debería quedarse en su patio. Ella deja la casa atrás.
Por la mañana ellas se habrán ido, hacia la casa de las
tías. De modo que han intentado que Gillian las acompa-
ñe, pero simplemente se rehúsa.

―Ustedes no pueden pagarme para que vaya, bueno lo


haría si me pagaran un millón de dólares al menos‖ Eso
es lo que ella les dice, ―incluso tendría que quebrar mis
rodillas para que no pueda brincar del automóvil y correr.
O sino anestesiarme para realizarme una lobotomía. Des-
pués de todos estos años, no creen que reconocería esa
calle y saltaría por la ventana del automóvil antes de que
golpeen la puerta‖ Gillian ironizo.

Aunque las tías no tienen idea de que Gillian se encon-


traba al seré de las rocosas, Kylie y Antonia le insisten
que ellas se sentirían desbastadas si las tías descubren
cuan cerca Gillian se encuentra y que ella no las fue a
visitar.

―Créanme‖, Gillian les dice a sus sobrinas, ―a las tías


no les importa si yo estoy aquí o no. Ellas no lo hicieron
antes y tampoco lo harán ahora. Ellas dirán, ―¿Gillian
qué? Si alguna de ustedes menciona mi nombre. Apuesto
que ellas ni siquiera recuerdan como soy. Probablemente
podríamos cruzarnos por la calle y ser completas extra-
ñas. No se preocupen por las tías y por mí. Nuestra rela-
ción es como nosotras quisimos que fuera un absoluto
cero, y de esa manera nos gusta‖
Y por eso esa mañana, ellas se estarán yendo de vaca-
ciones sin Gillian. Ellas llevaran su almuerzo, sándwiches
de aceituna con queso crema, ensalada, y termos repletos
de limonada y té helado.

~ 219 ~
Ellas se meterán en el automóvil, de la misma forma
que lo hacen cada agosto, y llegaran antes de las siete de
la tarde, así evitan el trafico. Solo ese año Antonia pro-
metió que lloraría todo el camino hacia Massachusetts. La
razón es que le confió a Kylie que no sabe lo que ella
hará cuando Scott regrese a Cambridge. Probablemente,
pasara la mayor parte de su tiempo estudiando, ya que su
meta es poder entrar a una escuela en el área de Boston, o
quizás poder levantar sus aspiraciones.
Durante el viaje hacia la casa de las tías, ella insistirá
en detenerse en todos los descansos recreativos para
comprar tarjetas postales, y luego de haberse acomodado
en la casa de las tías, ella planeaba pasar todas las maña-
nas descansando en sobre una manta de hilo en el jardín.

Luego frotara con protector solar, sus hombros y pier-


nas, después se pondrá a trabajar. Mientras tanto, Kylie
observara a su hermana como le escribe una declaración
de amor a Scott y la repite una docena de veces.

Este año, Gillian les dirá a ellas adiós en la puerta del


porche, y se mudara a la casa de Ben Frye. Pero se muda-
ra lentamente, temerosa que Ben entre en pánico cuando
se dé cuenta de que ella tiene un millón de malos hábitos,
no tomara tiempo para que el note que ella nunca lava sus
cuencos de cereal o que le fastidia hacer la cama. Tarde o
temprano, descubrirá que el helado está desapareciendo
de su freezer porque Gillian se lo está dando a Buddy
como premio especial.
A menudo encontrara los sweaters de Gillian tirados
bajo la cama o en el suelo del armario llenos de felpilla o
pelotitas de lana. Si él se cansa y la manda al diablo, para
considerar sus opciones se lo permitiría sin dudarlo. No
había licencia de matrimonio ni compromiso. Opciones
eso era lo que ella quería. Opciones.

~ 220 ~
―Yo quiero que entiendas una cosa‖ le dijo a Kylie.
―Todavía eres mi sobrina favorita. De hecho, si yo hubie-
ra tenido una hija hubiera querido que fuera como tú‖

Kylie se encontraba muy afectada por el amor y la ad-


miración que casi se sentía lo suficientemente culpable
para admitir que ella había sido la que había ordenado esa
cantidad de pizzas de anchoas a la casa de Ven, la res-
ponsable de haber puesto cenizas en los zapatos de Gi-
llian, cuando sintió que la habían traicionado. Pero algu-
nos secretos eran mejor ser guardados, particularmente
cuando encubren un acto tonto de resentimiento infantil.
De modo que Kylie no dijo nada, ni tampoco dijo lo mu-
cho que extrañaría a su tía. Solo le dio un gran abrazo y la
ayudo a cargar otra caja de ropa hacia la casa de Ben.

―Mas ropa‖ Ben exclamo poniendo una mano sobre su


frente como si sus armarios no pudieran resistir mas, pero
Kylie podía notar lo complacido que estaba al ver que
Gillian daba ese gran paso. El metió la mano en unas de
las cajas y saco una de las bragas de Gillian, y en un abrir
y cerrar de ojos lo convirtió en un perrito, improvisando
un pequeño show para Kylie. Ella estaba tan sorprendida
que no podía parar de aplaudir.

Gillian había llegado con otra caja, una repleta de zapa-


tos, la cual hacia equilibrio con su cadera para poder ella
aplaudir. ―Ahora ves lo que siento por el‖ ella le susurro a
Kylie. ―¿Cuántos hombres pueden hacer todo eso?‖

Cuando ellas salgan por la mañana, Gillian las saludara


hasta que el automóvil doble la esquina, por lo que Kylie
estará segura que luego ella se irá a la casa de Ben.

Durante su camino a Massachusetts, comenzaran a can-


tar canciones de la radio, cosa que hacen siempre. Pero
hay algo que nunca se preguntan acerca de cuánto van a

~ 221 ~
gastar en esas vacaciones de verano, o ¿Por qué de re-
pente Kylie le da esa sensación de no poder subir sus
maletas ni siquiera al automóvil?

Caminando en el campo con Gideon en ese día caluro-


so, Kylie se quiere imaginar dejando a las tías, pero no
puede.
Generalmente, ella puede imaginarse cada parte sus va-
caciones, de hacer su equipaje, mirar las tormentas en el
seguro porche de las tías, pero cuando ese día ella intenta
predecir cómo será su semana, su mente se vuelve en
blanco. Es por eso que necesita darle un vistazo a la casa
cuando la deja atrás. En ese momento un escozor recorrió
su cuerpo. En su camino, la casa parecía perdida, como si
ella la tuviera que buscar en su memoria, el lugar donde
solía vivir y que nunca olvidara, pero al que no podrá
regresar jamás.

Kylie se tropieza con una grieta en la vereda, por lo que


automáticamente Gideon la sujeta en caso que ella se
caiga.
―¿Estás bien? Él le pregunta.

Kylie piensa en su madre, cocinando en la cocina, con


su cabello negro atado hacia atrás para que nadie se dé
cuenta lo hermosa que es. Ella piensa en las noches cuan-
do tenía fiebre y su madre se encontraba a su lado en la
oscuridad, con sus manos frescas y sus vasos de agua
para que se sintiera mejor. También, sobre aquellas veces,
cuando se encerraba en el baño y se cuestionaba el hecho
de ser tan alta, su madre le hablaba en un tono conciliador
desde el otro lado de la puerta sin considerarla tonta o
vana por hacer esas cosas. Pero lo que más recuerda, era
el día que Antonia se cayó en el parque y los blancos cis-
nes asustados por la conmoción, extendieron sus alas y se
dirigieron hacia Kylie. Parecía como si eso hubiera sido

~ 222 ~
ayer cuando la vio corriendo por el parque, agitando los
brazos y gritando ferozmente que los cisnes ni siquiera se
atrevieron a acercarse. En vez de eso, levantaron un vue-
lo, pero eso era tan bajo, que sus alas tocaban el agua del
estanque, al cual no volvieron jamás.

Si Kylie continua caminando por esa calle frondosa, las


cosas no volverán a ser igual. Ella lo siente tan profun-
damente como nuca antes. Allí, caminando por ese piso
de concreto, siente que camina por su propio futuro, y
con eso no hay retorno. El cielo se encuentra sin nubes y
hace mucho calor. La mayoría de las personas están de-
ntro de sus casas, refrescándose y con el aire acondicio-
nado al máximo. También hace calor en la cocina de Sa-
lly, donde ella está preparando una cena especial para esa
noche. Lasagna vegetariana y ensalada de frijoles verdes
con almendras como plato principal y pastel de queso y
cerezas como poste, todo casero. En lo que se refiere a
Antonia ha invitado a su novio Scott para la comida de
despedida, ya que ella se irá por una semana completa.
Ben también será participe de la cena y por supuesto Ky-
lie podrá traer a su amigo Gideon.
Esos pensamientos la hacían poner un poco triste, no la
cena, era la imagen de su madre en la cocina. Su mama al
fruncir los labios cuando lee una receta, y la lee dos veces
en voz alta para asegurarse de no cometer errores. Lo más
angustiante para ella era, que estaba convencida que no
puede dar un paso atrás. Ella espero todo el verano por
este momento, y no está dispuesta a esperar un segundo
mas, no importa lo que deje atrás.

―Una carrera‖, Kylie lo desafió y salió corriendo y fue


tan rápida que le saco una cuadra de ventaja a Gideon
antes que se cuenta y alga detrás de ella. Kylie era sor-
prendentemente rápida, siempre lo había sido, aunque
ahora ella no parecía tocar el suelo. Al seguirla, Gideon

~ 223 ~
se pregunta si la podrá alcanzar, por supuesto que podrá
hacerlo, solo si Kylie se deja caer en el campo donde los
altos y frondosos árboles hacían sombra.

A Kylie estos árboles la confortan y le son familiares,


pero a alguien que está acostumbrado al desierto, un
hombre que solía ver por varias millas, más allá de los
cactus y el purpúreo crepúsculo, estos arces pueden pare-
cer un espejismo, ascendiendo por el verde campo dejan-
do de lado el calor y la oscura tierra.

Los nativos dicen que más de un relámpago suena en


Tucson, Arizona que cualquier otra parte de la tierra, si
has crecido en el desierto puedes trazar una tormenta
fácilmente de acuerdo a la locación del relámpago, tu lo
sabrás antes de que puedas llamar a tu perro, buscar tu
caballo y refugiarte en un sitio sano y salvo.

El relámpago, como el amor, nunca se gobierna por la


lógica. Los accidentes pasan, así habrá sido y así será.
Gary Hallet se ha encontrado personalmente con dos
hombres que fueron alcanzados por un relámpago y han
vivido para contar el cuento, y eso es lo que estuvo pen-
sando al navegar hacia Long Island viajando muy a prisa,
mientras que intenta encontrar su camino a través de un
laberinto de calles suburbanas en lo que cruza el campo y
hace un mal giro que lo lleva hacia Turnpike.
Gary fue a la escuela con uno de esos sobrevivientes,
un joven que solo tenía diecisiete años en el momento
que fue alcanzado por ese relámpago. A partir de ese
momento su vida cambio totalmente. Lo siguiente que
supo de él fue que salió de su casa y extendió sus manos
al cielo mientras que un auto le pasara por encima. De
repente, una fugaz bola de fuego recorrió sus manos que
quedaron tan carbonizadas como un bistec en la parrilla.
Pero también oyó un sonido, era similar al cencerro de
unas llaves o de alguien que se tambalea aunque tardo un

~ 224 ~
rato en darse cuenta que era el mismo el que se estaba
moviendo, y ese sonido era el de sus huesos que golpea-
ban contra el asfalto.

Ese chico se graduó en la escuela en el mismo año que


Gary lo hizo, solo porque sus maestros le permitieron
aprobar sus cursos fuera de su bondad. El había sido un
excelente tirador y esperaba entrar a las ligas menores,
pero ahora estaba nervioso por eso. Porque él no tardaría
de jugar baseball fuera de ese campo. Mucho espacio
abierto. Demasiada oportunidad para convertirse en lo
más grande pero si un relámpago decide golpearte dos
veces eso sería tu fin. El término trabajando en un cine,
vendiendo boletos, barriendo las palomitas de maíz y
negándose en devolver el dinero a los clientes que no le
gustaba la película.

El otro chico que fue alcanzado por el relámpago fue el


más afectado, eso le cambio su vida y cada cosa a su al-
rededor. Eso lo tomo y lo elevo de la superficie con vio-
lentos giros. Una vez que termino todo lo arrojo al suelo.
Ese hombre era el abuelo de Gary. Ambos tuvieron una
pequeña charla por lo que el abuelo explico aquel suceso
como ―la serpiente blanca‖ hasta el último día de su vida
en el que murió a la edad de noventa y tres años. Poco
antes Gary había ido a vivir con él, Sonny había salido al
patio donde los campos de algodón crecían y el estaba tan
borracho que no se había dado cuenta de que se avecina-
ba una tormenta. Beber era en ese punto, su estado natu-
ral. No podía recordar lo que sentía estar sobrio, y eso era
razón suficiente para que lo evitara, al menos hasta que su
familia lo ponga en la tumba. Entonces considero en la
abstinencia, pero si solo alguien con el pie puesto en una
pala estuviera dispuesto a enterrarlo y ponerlo bajo tierra.
―Y ahí estaba yo,‖ le dijo a Gary, ―pensando en mis
propios problemas cuando el cielo puso sus ojos en mi y
me palmoteo.‖

~ 225 ~
Eso lo golpeo y lo arrojo a las nubes. Por un segundo
pensó que jamás volvería a tocar tierra. El golpe tuvo
tanto voltaje que la ropa que usaba quedo hecha cenizas,
y si no hubiera tenido la idea de meterse en el estanque
con agua verdosa donde bebían sus patos, el se hubiese
quemado vivo. Las consecuencias fueron terribles, sus
cejas nunca volvieron a crecer, no necesito volver a afei-
tarse de nuevo. Pero a partir de ese día el no volvió a be-
ber. Ni un solo sorbo de whisky, tampoco una cerveza
fría. Sonny Hallet se apego al café, mínimo dos jarras de
café negro por día, y a raíz de lo que sucedió estuvo listo
para cuidar a Gary en el momento que sus padres no pu-
dieron hacerlo.

Los padres de Gary, eran de buen corazón, pero dema-


siado jóvenes y adictos a los problemas y al alcohol. Am-
bos terminaron muertos antes de tiempo. La madre de
Gary se había marchado al año que se cumplía el aniver-
sario de la muerte de su padre, y ese mismo día Sonny fue
hacia la corte y le anuncio al empleado del condado que
su hijo y nuera se habían suicidado, lo que más o menos
era verdad, si uno consideraba el hecho de beber como un
suicidio, por lo que deseo convertirse en el tutor legal de
Gary.

Como Gary paseaba por su vecindario, el había comen-


zado a pensar que a su abuelo no le gustaba demasiado
mucho en el área de New York. El relámpago podría re-
surgir y sorprenderlo. Habían demasiados edificios y eran
interminables, y te bloqueas cada vez que lo ves, en lo
que a Sonny y a Gary les concierne esos edificios culmi-
nan en el cielo.

Gary estuvo trabajando en la oficina preliminar de in-


vestigaciones, encabezado por un fiscal general, donde

~ 226 ~
fue investigador durante siete años. Antes de eso, tuvo un
trasfondo de malas decisiones.
Él era alto y larguirucho y pudo considerar al basket-
ball como una posibilidad, pero aunque él era bastante
obstinado, no tenía la suficiente agresividad necesitada
para los deportes profesionales. Al final, volvió a la uni-
versidad a la escuela de derecho, por ese entonces decidi-
do en no pasar todos esos años estudiando encerrado en
un cuarto cerrado. De todos modos, el resultado fue que
hizo lo mejor para él. Lo que lo separa del resto de sus
colegas es que a él le gusta el asesinato. Le apasiona tanto
ese tema que sus compañeros lo apodaron el buitre mexi-
cano, una criatura de carroña que caza a sus víctimas por
su aroma.
A Gary no le molesta bromear con eso, tampoco le mo-
lesta que la mayoría de la gente tenga la respuesta fácil
que les permita creer que han encontrado la razón del
porque él esta tan interesado en el homicidio. Ellos apun-
tan directamente a su historia familia---su madre murió
de una disfunción en el hígado, y probablemente a su
padre le hubiese pasado lo mismo, si él no hubiera sido
asesinado en Nuevo México. Su cuerpo nunca fue encon-
trado y francamente nadie parecía haber hecho el esfuer-
zo. Pero las hechos del paso no son los que Gary maneja
muy bien, no importa lo que sus amigos pienses. Siempre
esta deduciendo el porqué de las cosas, el factor final que
motiva a una persona en actuar de modo evasivo, y en lo
que siempre encuentra un estimulo para continuar estu-
diándolo detenidamente. La mala palabra dicha en un mal
momento, es un arma mala en la mano, la mujer equivo-
cada que te besa en el lugar justo.

El dinero, el amor o la furia son las causas de los males


de la mayoría. Generalmente se puede destapar la verdad,
o una ligera versión de ella, si uno hace bastantes pregun-
tas, o cierra los ojos se puede imaginar de la manera que

~ 227 ~
podría haber sido, como se hubiera reaccionado si se tu-
viera el tiempo suficiente.

El tema principal en el caso que está trabajando es el


dinero. Tres jóvenes de la universidad están muertos por-
que alguien quería algo de dinero de manera ilícita y les
vendió semillas venenosas y otras substancias sin medir
las consecuencias. Los chicos que lo tenían todo, espe-
cialmente los chicos de la costa este que no habían sido
prevenidos de lo que crece en el desierto. Una de esas
semillas te hacían sentir eufórico, era algo como el LSD
que crecía libremente. El problema es, que solo dos semi-
llas te pueden causar la muerte. Al menos, que la primera
haya hecho bien su trabajo, lo cual fue el caso de uno de
esos chicos, el hijo del profesor de historia muy conocido
en Philadelphia con solo diecinueve años.
Ese día Gary fue llamado muy temprano por su amigo
Jack Carrillo de homicidios. En cuanto llego, su mirada
fue hacia el piso del dormitorio. El muchacho había teni-
do horribles convulsiones antes de morir, y su lado iz-
quierdo del rostro era de un color azul oscuro, por lo que
Gary considero que sería mejor que alguien se haga cargo
de la evidencia y que le pongan algo de maquillaje antes
de que sus padres lleguen

Gary había leído el archivo de James Hawkins y el es


que estuvo vendiendo drogas durante veinte años. Gary
tiene treinta y dos y aun recuerda a Hawkins como el su-
jeto por lo que las muchachas suspiraban.

Después de abandonar el secundario, Hawkins se metió


en problemas en varios estados, Oklahoma durante algún
tiempo, luego en Tennessee, antes de regresar a su ciudad
natal y fue encerrado por cargos de asalto y drogas, que
parecieron ser su fuerte. Cuando el no podía enfrentar una
situación, Hawkins era conocido por mirar directamente a

~ 228 ~
su oponente, para luego golpearlo ferozmente con su ani-
llo de plata.
El actuaba como si nadie pudiera detenerlo, pero al-
guien debía ponerle un fin a la carrera del Sr. Hawkins.

El compañero de cuarto del hijo del profesor de historia


lo reconoció, por las botas de piel de serpiente, y el anillo
de plata decorado con un cactus. Y ellos no eran los úni-
cos que lo habían reconocido.
Otros siete estudiantes tuvieron la suerte suficiente de
no tomar las drogas que le habían comprado, y lo habían
identificado como un perdedor y lo debería ser, excepto
que nadie fue capaz de encontrar a Hawkins.
Ellos no pueden encontrar donde vivía con su novia,
todas las cuentas de esa mujer guapa tenia y que parecía
ser dueña de un restaurant de medio pelo.
Ellos han verificado los bares que Hawkins frecuentaba
e interrogaron a tres de sus supuestos amigos, en los que
todos coincidieron que no lo habían visto hasta finales de
junio, cuando fue descubierto por la universidad.

Gary había entrado a la vida de Hawkins, intentando de


imaginarlo. Él comenzó a frecuentar el bar Potro Rosa,
lugar favorito de Hawkins, o sentarse en el patio en la
última casa que Hawkins había alquilado, lo cual es la
razón que Gary estaba allí cuando la carta llego.

Él estaba sentado en una silla de metal, con sus largas


piernas estiradas, que él pudiera sostener sus pies en el
metal y poner la blanca barandilla en el patio, cuando el
cartero caminó en dirección hacia a él y dejo caer una
carta en su regazo, en lo que exigió la estampilla, aunque
quizás se habría caído por alguna parte.

La carta fue arrugada y rasgada en una esquina, y si el


ala flexible ya no hubiera estado abierta, Gary lo habría
tomado simplemente a la oficina. Pero es difícil resistirse

~ 229 ~
a una carta abierta, incluso para alguien como Gary, que
se ha resistido demasiado en su vida.
Sus amigos lo conocen suficiente para no ofrecerle una
cerveza, así también sabían que no debían preguntarle
sobre la joven que iba a casarse con él, pero de una mane-
ra fugaz, después del secundario. Ellos hacen todo esto
porque saben que su amistad vale la pena. Convencidos
que él jamás los engañara o los pueda defraudar, esa fue
la manera en la que fue educado, y todo se lo debe a su
abuelo.
Pero esta carta era algo más; que lo tentaba, y cedió an-
te eso, y, si él estaba siendo honrado, en ese momento
poco le importaba.

El verano en Tucson era muy caluroso, parecido al in-


fierno cuando Gary se sentó en el patio de la casa que
Hawkins alquilaba para leer una carta dirigida a Gillian
Owens. La planta de cactus que crecía en el patio estalla-
ba con el calor, pero todavía Gary estaba sentado allí le-
yendo la carta que Sally le había escrito a su hermana, y
fue cuando la leyó una y otra vez.
Finalmente cuando el calor de la tarde comenzó a ali-
viar, Gary se quito su sombrero y se saco sus botas para
dejarlas cerca de la barandilla de la casa. Él era un hom-
bre dispuesto a arriesgarse, pero que tiene el valor para
caminar con gente que no conoce. Él sabe cuándo retirar-
se y cuándo seguir intentando, pero él nunca se había
sentido así antes. Sentado en ese patio durante el purpú-
reo crepúsculo, paso mucho tiempo pensando en extra-
ños.

Hasta que Sonny murió, Gary solo había vivido en la


casa de su abuelo, excepto por su breve matrimonio y los
primeros ocho años con sus padres que él no recuerda
aunque ponga toda su voluntad. Pero el recuerda todo de
su abuelo. El sabía a qué hora Sonny saldría de la cama y

~ 230 ~
cuando se iría a dormir, lo que comería en el desayuno, lo
que invariablemente era barras de trigo los días de sema-
na y panqueques con mermelada de melaza los domingos.
Gary había estado cerca de tanta gente y había tantos
amigos, pero nunca sintió antes tuvo esa sensación de
percibir que a esa mujer la conocía desde siempre. Era
como si alguien hubiera metido en la cabeza y robado un
pedazo de su alma. El estaba tan involucrado con las pa-
labras que había escrito, que cualquiera podría haber pa-
sado y empujarlo de su silla con el dedo. Un buitre carro-
ñero podría aterrizar a sus espaldas, gritando en su oreja y
Gary no hubiese oído sonido alguno.

Entonces fue a su casa y empaco su maleta. Después


llamo a su compañero de la oficina, Arno para decirle que
había encontrado un gran indicio y que iba tras la novia
de Hawkins, pero claro esa no era la verdad entera.
La novia de Hawkins no era lo que estaba pensando
cuando le pidió a su vecino más cercano, doce años más
que el, que lo acompañara hacer la caminata diaria en
búsqueda de la comida para sus perros, para luego conti-
nuar llevando a sus caballos al rancho Mitchell.
Aquella tarde Gary se encontraba en el aeropuerto. Él
cogió el vuelo de las 7:17 a Chicago, y él se pasó la no-
che con sus piernas largas plegadas sobre un asiento hasta
O‗Hare dónde pensaba hacer escala hasta Chicago. Él
leyó una y otra vez la carta de Sally en medio del aire,
luego mientras comía huevos con salchichas Elmhurst,
Queens. Sin embargo, cuando él la guarda en lo más pro-
fundo en su sobre y la pone en el bolsillo de su chaqueta,
esa carta regresa a él. Frases enteras que han salido de la
cabeza de Sally, y por alguna razón se llena con el senti-
do más extraño de aceptación, no por algo él ha hecho
sino por lo que podría estar a punto de hacer.

~ 231 ~
Gary recogió varias direcciones y una lata de refresco
en la estación de servicio en Turnpike. A pesar de su mal
giro en el campo Y, el se las arregla para encontrar la
dirección correcta. Sally Owens se encontraba en la coci-
na cuando el llego con su automóvil alquilado.

Ella estaba revolviendo una olla con salsa de tomate en


la hornalla trasera cuando Gary estaciono su Honda en el
garaje, al bajar le echo un buen vistazo al Oldsmobile
estacionado al frente y anota la matricula que proviene
del estado de Arizona. Sally está vertiendo el agua calien-
te y los fideos dentro de un colador cuando el golpea a la
puerta.

―Espere‖ Sally le grita, sin mostrar ninguna emoción en


su camino. El sonido de su voz shockea a Gary en primer
lugar. Sin duda, sabe que podría meterse en problemas
estando aquí. El se está dirigiendo hacia algo que no
podrá controlar.

Cuando Sally abre la puerta, Gary parece como si estu-


viese mirando a su interior. Él se encuentra en una piscina
de luz gris, ahogándose por tercera vez y no hay nada que
se pueda hacer por él. Su abuelo le dijo una vez que las
brujas te atrapan en donde quiera que te encuentres. Ellas
sabían que cuantos más hombres las amaran, muchos más
serian deslumbrados por su propia imagen.
Si alguna vez te enfrentas a una mujer de esta clase, le
dijo su abuelo, mejor date vuelta y corre no pienses que
eres un cobarde. Si ella viene detrás de ti, si tiene un arma
o grita tu nombre como asesinato sangriento, agárrala
rápidamente por la garganta. Pero estaba muy claro, que
Gary no tenía intención de hacer algo así. El piensa seguir
ahogándose en esa piscina durante un largo tiempo.
El cabello de Sally está atado con una banda elástico.
Está usando unos shorts de Kylie y una camiseta negra

~ 232 ~
sin mangas de Antonia, su perfume es de tomate y cebo-
llas. Todo el día estuvo muy malhumorada e impaciente.
Porque como todos los veranos, ella tiene que organizar
el viaje hacia la casa de las tías.
Ella es bonita, bueno es al menos la estimación de Gary
Hallet. Ella es exactamente de la forma en que se la ima-
gino cuando leía su carta. Bueno ahora ella está ahí, y en
frente de él. A Gary se le hace un nudo en la garganta
cuando la mira. Él ya está pensando en las cosas que
podrían hacer si estuvieran solos en un cuarto. Pero no
puede olvidarse de la razón que lo ha traído hasta ese
lugar, y si no tenia cuidado. Podría cometer un error estú-
pido.

―¿Puedo ayudarlo?‖ Este hombre que había llegado a


su puerta, usaba botas texanas algo gastadas y cubiertas
de polvo, era alto y delgado, como un espantapájaros que
vuelve a la vida. Ella tiene que mover su cabeza para ver
los rasgos de su rostro. Una vez que ella vio como la mi-
raba, retrocedió dos pasos. ―¿Qué es lo que quiere? Sally
le dice.
―Trabajo en la oficina del fiscal general. Fuera de Ari-
zona. Recién llegue de mi vuelo. Tenía que haber sido
transferido a Chicago.‖ Gary sabe que esa excusa suena
terriblemente tonta, pero la mayoría de las cosas que el
diría en ese momento lo serian.

Gary no ha tenido una vida fácil, y eso se refleja en su


rostro, en donde hay demasiado líneas profundas a pesar
de lo joven que es. También se lleva muy bien con la so-
ledad cualquiera se da cuenta de eso. Él no es el tipo de
hombre que esconde las cosas, y tampoco esconderá su
interés por Sally. De hecho, ella no puede creer la manera
que él la está mirando. ¿Realmente alguien tendría el va-
lor para estar de pie en su puerta y que la miren de esa
forma?

~ 233 ~
―Yo creo que usted está en la dirección equivocada‖
ella le dice a él, algo perturbada por la forma que él la
mira. El problema son sus ojos oscuros. Esa misma sen-
sación es la que tiene el, cuando se siente reflejado en los
ojos de ella.

―Su carta llego ayer‖ Gary dice. Como si él fuera el


destinatario de la carta en vez de Gillian, tanto que puede
repetir el consejo que Sally le dio a su hermana, que acu-
so de no tener un gramo de cerebro en la cabeza, algo que
no presto demasiada atención.

―No sé lo que está hablando‖, Sally le dice. ―Nunca le


escribí a usted y ni siquiera sé quien es‖

―Gary Hallet‖, el se presenta. El mete la mano en su


bolsillo para alcanzarle la carta, aunque odia darse por
vencido. Si ellos examinaran esta carta en Forensics don-
de encontrarían todas las huellas digitales y todas las ve-
ces que la abrió para leerla.
―Hace meses que mande esta carta a mi hermana.‖ Sa-
lly observa detenidamente a la carta y luego a Gary. Esa
situación es un poco cómica para ella, más de lo que pue-
de manejar. ―Usted la abrió‖

―Ya estaba abierta. Se debe haber perdido en el correo‖

Mientras Sally decide si juzgarlo o no de mentiroso,


Gary puede sentir como su corazón sale de su pecho. El
oyó que esto le ocurrió a otros hombres. En el que en un
minuto estaban pensando en sus obligaciones y de repen-
te cuanto esto ocurría ya no había esperanza para ellos.
Estaban tan profundamente enamorados que les era difícil
mantenerse en pie.

~ 234 ~
Gary agita su cabeza, pero eso no aclara las cosas. To-
do lo que hace es que el vea doble.

Momentáneamente se presentan dos Sallys ante él, y


cada una lo hace desear que él no estuviera en calidad de
oficial. Pero él se esfuerza en pensar en aquel joven de la
universidad. El piensa en todos esos moretones en su ros-
tro, y de la forma que su cabeza fue golpeada contra los
barrotes de la cama de metal y el suelo de madera en
donde fue encontrado dándole las convulsiones. Si hay
una cosa en el mundo que Gary conoce muy bien, es que
sujetos como Jimmy Hawkins jamás eligen las peleas
justas.

―¿Usted sabe a dónde podría encontrar a su hermana?

"¿Mi hermana?" Sally al decir esto baja sus ojos; quizá


eso fue una de las cosas que rompió el corazón de Gillian,
suplicando por misericordia. Ella no se hubiera imagina-
do que su hermana tuviera de pareja esa clase de tonto.
Tampoco hubiera imaginado que él sea esa clase de hom-
bre que le guste a su hermana. "¿Usted está buscando
Gillian?"
―Como dije, estoy cumpliendo mi trabajo para la procu-
raduría fiscal. Es una investigación que involucra a uno
de los amigos de su hermana‖

Sally siente deslizarse algo malo entre sus dedos y que


llega hasta sus pies, algo parecido al pánico. ¿De dónde
me dijo que era usted?

―Bueno originalmente de Bisbee‖, Gary bromeo, pero


he crecido en Tucson por casi veinticinco años‖

Sally tiene razón, es pánico lo que siente, y se escurre


por su espina y se extiende en sus venas hacia sus órga-
nos vitales.

~ 235 ~
―Viví durante un largo tiempo en Tucson,‖ Gary conti-
nua diciendo. Apuesto que usted lo que voy a decir es
algo chauvinista, pero estoy convencido que es el lugar
más grandioso que existe sobre la tierra‖

―Y ¿Sobre qué es su investigación? Sally lo interrumpe


antes que Gary continúe diciendo algo más sobre su que-
rida Arizona.

―Bueno, hay un sospechoso al que estamos buscando‖


Gary odia hacer esto. La alegría que le surge cuando in-
vestiga un asesinato no corre por sus venas en ese mo-
mento. ―Siento informarle esto, pero su automóvil que
está estacionado ahí afuera tiene la matricula de Arizona‖

De repente, Sally sintió que su cabeza le comenzaba a


dar vueltas, como si todo a su alrededor se moviera lo que
la dejo a punto de desmayarse. De manera que, con mu-
cho esfuerzo tuvo que apoyarse sobre su puerta para po-
der respirar aunque con cierta dificultad. Ella está viendo
manchas ante sus ojos, y cada mancha es roja, caliente
como el carbón encendido. Ese maldito de Jimmy no las
dejaría en paz. El regresa y regresa como si quisiera
arruinar la vida de alguien.

Gary se inclina hacia Sally y le pregunta, ¿Está bien?,


aunque él sabe por la carta que ella escribió que no era la
clase de mujeres que te dirían si están bien cuando todo
estaba mal. Le tomo casi dieciocho años para acostum-
brarse que su hermana volviera a su vida, después de todo
eran familia.

"Yo voy a sentarme‖, Sally dice, por casualidad, como


si ella no estuviera a punto de derrumbarse.

~ 236 ~
Gary la sigue a la cocina, y observa como ella bebe un
vaso de agua. Él es tan alto que tiene que agacharse para
atravesar la puerta de la cocina, y cuando se sienta que
tiene que estirar sus piernas para que sus rodillas encajen
bajo la mesa. Su abuelo siempre le decía que él tenía
todas las características de una persona que se preocupa
por todo lo que sucede a su alrededor y en efecto tenia
razón.

―No quise incomodarla‖, el le dijo a Sally.

―Usted no me incomodo‖ Sally se abanica con su ma-


no, aunque todavía sus mejillas son de un color rojo car-
mesí. Gracias a dios que las niñas están fuera de casa, era
lo mínimo que se le ocurrió pensar. Si ellas son arrastra-
das en esto, Sally nunca se lo perdonara a Gillian, ni tam-
poco se lo perdonara a sí misma. ¿Cómo pensaron que
podían librarse de él? Qué idiotas, qué retrasadas menta-
les, qué necias autodestructivas. "Usted no me incomodo
en lo absoluto."

Todo lo que tiene que hacer es mantener el control y


mirar a Gary. Él le devuelve la mirada, por lo que ella
baja sus ojos al suelo. Debes ser extremadamente cuida-
doso cuando te encuentras unos ojos que te miran de esa
forma. Sally bebe más agua; mientras se sigue abanican-
do. En una dificultad como esta, es mejor parecer normal.

Sally lo sabe desde su niñez. No des nada a cambio.


No dejes que sepas lo que sientes en tu interior.

"¿Café?" Sally dice. "Todavía está caliente."

―Seguro‖, Gary le responde. ―El tiene que hablar con


ella, y no tiene ningún apuro. Quizás la hermana se esca-
po con el automóvil, pero probablemente sepa también

~ 237 ~
donde se esconde Hawkins y Gary puede esperar en tratar
con eso.

―¿Usted está buscando a uno de los amigos de Gillian?


¿Eso es lo que dijo? Sally le pregunta.

Ella tiene una voz tan dulce, como su acento de Nueva


Inglaterra que nunca perdió, la manera en que frunce sus
labios después de cada palabra como si saboreara hasta la
última silaba.

"James Hawkins." Gary asiente con la cabeza.

"Ah", Sally dice pensativamente, porque si ella dice al-


go más gritará, maldecirá a Jimmy y su hermana y a
todos los que viven en el estado de Arizona.

Ella sirvió el café, luego se sentó para comenzar a pen-


sar sobre cómo diablos va a salir de esto. Ella había
hecho el lavado para su viaje a Massachusetts; lleno de
gas el tanque del automóvil y había verificado el aceite.
Ella tenía que sacar a sus muchachas de ese problema y
además tenía que inventarle una buena historia a ese ofi-
cial. Como que ellas compraron el Oldsmobile en una
subasta, o que lo encontraron abandonado en un callejón,
o quizás que lo dejaron estacionado en su entrada en el
medio de la noche.

Sally lo mira, lista para comenzar a mentir, y esto es


cuando ella nota que el hombre que está sentado a su me-
sa está llorando. Gary es demasiado alto para ser algo
torpe en la mayoría de las situaciones, pero cuando llora
lo hace de una manera elegante. Eso se le va a pasar.

―¿Le pasa algo? Sally le dice. ―¿Qué le ocurre?‖


Gary mueve su cabeza, siempre toma un tiempo antes
de poder hablar. Su abuelo solía decir que soltar las

~ 238 ~
lágrimas hacia que se vacíen de a poco, hasta que un día
tu cabeza explota y no queda nada más. Gary ha llorado
más de lo que llora un hombre alguna vez. El lo ha hecho
en rodeos como en la corte, parado al costado de la ruta,
llorando a la vista de un halcón que fue disparado en el
cielo, o antes de recibir un golpe por la espalda para ser
llevado a la parte de atrás de un camión para que el pueda
ser enterrado como un cadáver.
Llorando en la cocina de esa mujer no lo avergüenza; él
ha visto los ojos de su abuelo llenarse de lágrimas cada
vez que miraba a un caballo bonito o una mujer con el
cabello oscuro.

Gary se limpia sus ojos con sus grandes manos. "Es el


café", él explica.

"¿Es tan malo?" Sally toma un sorbo. Es el mismo café


de siempre y no ha matado a nadie todavía.

"Oh, no", Gary dice. "El café está bien." Sus ojos son
tan oscuros como las plumas de un cuervo. Él tiene la
habilidad de atrapar a alguien cuando lo mira, y desear
que lo siga mirando. "Generalmente el café me provoca
esto. Me recuerda a mi abuelo que murió hace dos años.
Él era muy adicto al café. Él bebía tres tazas antes de que
abriera sus ojos por la mañana."

Hay algo verdaderamente malo en Sally. Ella puede


sentir una estrechez dentro de su garganta, barriga y su
pecho. Esto podía ser lo que se siente cuando a uno está a
punto de darle un ataque cardiaco, para así terminar en el
suelo con su sangre en ebullición y su cerebro frío.

―¿Me disculpa un minuto?" Sally dice. "Volveré en se-


guida."

~ 239 ~
Ella corrió hacia al cuarto de Kylie y encendió la luz.
Era casi el alba cuando Gillian llego de la casa de Ben,
donde la mitad de sus pertenencias ocupaban la mayor
parte de su armario. Desde que llego, su plan era dormir
lo más que podía, luego ir de compras y pasar por la bi-
blioteca por un libro de estructura celular. Pero en cam-
bio, las sombras se lanzaban abiertamente para que la luz
del sol divida al cuarto en espesas rayas amarillas. Gillian
se retuerce bajo los cobertores; está bastante tranquila,
quizá es porque todos se marcharan pronto.

―Despiértate‖, Sally le dice a Gillian mientras que le da


una buena sacudida. ―Alguien está buscando a Jimmy‖

Gillian se sienta a tan rápido que golpea su cabeza con


la columna de la cama. "¿tiene muchos tatuajes? " ella
pregunta, pensando en la última persona a quien Jimmy le
pidió prestado demasiado dinero, un tipo llamado Alex
Devine, que decía que la forma singular de convivencia
en la vida de un ser humano es existir sin un corazón.

"Deseo", dice Sally.


Las hermanas se miraron fijamente.

"Oh, dios." Ahora Gillian comenzó a murmurar. "¿Es la


policía, no? Oh, dios." Ella levanta del suelo la pila más
cercana de ropa.

"Él es un investigador de la procuraduría fiscal. En-


contró la última carta que te envié y nos rastreo hasta
aquí‖

"Eso es lo que pasa cuando escribes cartas." Gillian


ahora salió de su cama, mientras se pone unos jeans y una
blusa beige. Si te querías comunicar conmigo, ¿Por qué
no usaste el maldito teléfono?

~ 240 ~
"Le serví un poco de café", dice Sally. "Él está en la
cocina."

"A mí no me importa en qué cuarto se encuentra." Gi-


llian mira a su hermana. A veces Sally le cuesta com-
prender. Ciertamente, ella no parecía entender lo que sig-
nifica tener un cuerpo enterrado en el patio de atrás. ¿Qué
diablos vamos a decirle?

Sally se aprieta el pecho y le anuncia, ―Creo que puedo


estar teniendo un ataque al corazón‖

―Oh grandioso. Era lo que necesitábamos‖. Gillian es-


coge un par de sandalias y luego piensa en su hermana.
Sally podía estar hirviendo de fiebre antes de pensar en
quejarse.

También podía pasar toda la noche en el baño, de rodi-


llas a raíz de un virus en su estomago, y estar alegre con
la primera luz de la mañana preparando una ensalada de
fruta y waffles de arándano.
―Lo que estas teniendo es un ataque de pánico‖ Gillian
supone. ―Supéralo‖ ―Nosotras tenemos que convencer a
ese investigador que no sabemos nada‖

Gillian cepilla su cabello, al dirigirse hacia la puerta del


cuarto se da cuenta de que Sally no está siguiéndola.

"¿Y bien?" Gillian le dijo.

"Esta es la cuestión", Sally le responde. "No creo que


pueda mentirle."
Gillian camina en dirección a su hermana. "Claro que
vas a poder."

~ 241 ~
―No lo sé. No podré sentarme allí y solo mentir. Es por
la manera en que me mira…‖

―Escúchame.‖ La voz de Gillian era algo aguda. ―Noso-


tras iremos a la cárcel a menos que mientas, yo creo que
podrás hacerlo. Solo que cuando el hable no le dirijas la
mirada.‖ Ella sujeta las manos de Sally como si fueran
las suyas.

―Él hará algunas preguntas, luego regresara a Arizona y


todos felices‖

"Está bien", Sally dice.

"Recuerda. No lo mires."

―De acuerdo‖ Sally asiente con la cabeza. Ella piensa


que puede hacer esto o al menos que lo puede intentar

―Sigue mi consejo,‖ Gillian le dice

Ambas vuelven a realizar su voto de confianza y dese-


arían morir antes de traicionar a la otra. Y luego juraron
estar juntas hasta el final. Ellos le dirán a Gary hechos
concretos, no le dirán ni muy poco o demasiado.

En el momento que tuvieron su historia preparada baja-


ron las escaleras. Gary había terminado su tercer café y
había memorizado cada artículo de los estantes de la co-
cina. Cuando el oye las voces de aquellas mujeres, se
limpia los ojos con su mano y aleja lo mas que puede la
taza de café.

―Hey aquí‖ Gillian lo dice animosamente.


Ella es buena en esto, para su confianza. Cuando Gary
se pone de pie para saludarla, ella estira su mano como si

~ 242 ~
fuera a saludarlo en un evento social. Pero cuando lo mi-
ra, puede sentir esa firmeza en su mano. A Gillian eso la
pone nerviosa. Este sujeto no será tan fácil de engañar.
Ha oído demasiadas historias, visto otras y por supuesto
era demasiado astuto. Ella lo puede notar cuando lo mira.
Él es muy inteligente.

―Oí que usted quiere hablar conmigo sobre Jimmy‖ Gi-


llian le dice. Su corazón lo sentía a punto de estallar

―Me temo que sí‖ Gary la estudia rápidamente, el tatua-


je en su muñeca, la manera en que retrocede cuando el
avanza hacia a ella, como si esperara un golpe. ―¿Usted lo
ha visto recientemente?‖

―Huí en junio. Tome su automóvil y desde ahí no he


sabido nada mas de él‖

Gary al bajar su cabeza comienza tomar nota, pero las


mismas son garabatos sin sentido. Palabras como, nieve
de marfil, garras de lobo, tarta de manzana, dos más dos
es igual a cuatro y cariño, son los que completan su ano-
tador.
El está escribiendo todas esas ridiculeces con el propó-
sito de parecer un oficial concentrado en su trabajo. De
esta manera, Sally y su hermana no podrán investigar en
su mirada más de lo que lo habían hecho y así no creerá
en la historia de Gillian. Ella no hubiera tenido el coraje
suficiente para llevarse el auto de su novio, y Hawkins no
la hubiera dejado ir tan fácil. De ninguna manera. El la
hubiera atrapado antes que ella hubiera cruzado el límite
estatal.

―Un movimiento astuto‖ Gary le dice. Él lo ha hecho


antes, aplaca sus dudas para que no se refleje en su voz.
De modo que mete la mano en el bolsillo de su saco y

~ 243 ~
saca el registro legal de Jimmy para que Gillian lo pueda
ver.

Gillian se sienta para estudiarlo cuidadosamente.


―Wow‖ ella exclama.

El primer arresto de Jimmy por drogas fue hace tantos


años que él no podría tener menos de quince años. Aten-
tamente, Gillian señala con su dedo a la interminable lista
de crímenes, delitos menores que se volvían cada vez más
violentos con el paso de los años.

Parecía como si hubieran estado viviendo juntos cuan-


do fue atrapado por su último asalto agravado. A menos
que Gillian estuviera equivocada, Jimmy le había dicho
que él se había ido a Phoenix a ayudar a su primo a llevar
unos muebles en el día de su cita con la corte.
Ella no podía creer lo idiota que había sido en todos
esos años. Ella supo más de Ben Frye en dos horas que lo
que sabía sobre Jimmy en estos últimos cuatro años.
Jimmy era muy misterioso, con muchos secretos para
esconder. Ahora los hechos estaban a la vista, él era un
ladrón y un mentiroso, por lo que tuvo que quedarse sen-
tada por un buen rato para parecer lo más humana posi-
ble.

―No tengo idea,‖ Gillian aseguro. ―Se lo juro. Todo ese


tiempo nunca le pregunte sobre a donde iba y lo que hac-
ía.‖ Sus ojos le ardían, y cuando empieza a pestañear eso
no es bueno. ―No tengo excusa‖

―No tienes que dar ninguna excusa‖ Gary le dice. ―No


se disculpe‖

Gillian tendrá que prestar más atención a ese investiga-


dor. Él tiene una manera muy peculiar de ver las cosas.
Porque antes que el mencionara que el amor era algo sin

~ 244 ~
culpa, Gillian nunca se detuvo en considerar que ella no
era responsable de todo lo que iba mal. Por lo que obser-
va, puede apreciar la reacción de Sally, pero Sally está
mirando a Gary y ella tiene una graciosa expresión en su
rostro. Esa es una mirada que preocupa a Gillian, porque
Sally es totalmente diferente. Allí parada, recostada sobre
el refrigerador, ella parecía demasiado vulnerable.
¿Dónde estaba su armadura, donde estaba su guardián y
donde estaba la lógica que era algo que unía con todo lo
demás?

―La razón por la que estoy buscando al Sr. Hawkins,


―Gary le explica a Gillian, ―parece que el vendió una
planta venenosa a muchos estudiantes de la universidad
lo cual ha sido la causa de tres muertes. El les ofrecía
LSD, pero luego lo reemplazaba con unas semillas alta-
mente alucinógenas y mortales‖

―Tres muertes‖ Gillian baja la mirada como señal de


vergüenza. Jimmy le había dicho que habían sido dos. Le
aseguro que eso no fue su culpa, esos jóvenes eran muy
ambiciosos y muy estúpidos, además trataron de engañar-
lo con el dinero que según él fue legalmente ganado.
―Malditos mocosos‖ fue como los había llamado. ―Ne-
nes de universidad.‖ El podía mentir sobre todo, como si
fuera un deporte.

Gillian se sintió peor al pensar como ella automática-


mente se puso de su lado. Aquellos chicos se lo deben de
haber buscado. Ella recuerda pensar eso. ―Es terrible‖ le
dice a Gary Hallet acerca de las muertes en la universi-
dad. ―Eso es terrible. Volvió a repetir.
―Su amigo ha sido identificado por varios testigos, pero
el desapareció‖

~ 245 ~
Gillian está escuchando a Gary, pero también está pen-
sando en cómo las cosas solían ser. Agosto en el desierto
de Tucson podría ser sofocante.
En una semana ardiente, fue cuando Gillian y Jimmy se
habían visto por primera vez, para luego no salir de la
casa, prendieron el aire acondicionado, bebieron cerveza
y tuvieron sexo de la manera que a Jimmy le gustaba.

―No lo llame mi amigo,‖ Gillian le dijo

―Está bien‖ Gary estuvo de acuerdo. ―Pero me gustaría


atraparlo antes que siga vendiendo mas de esa basura.
Nosotros no queremos que eso vuelva a pasar‖

Gary mira a Gillian con sus ojos oscuros, lo cual le


hace difícil creerse una verdad a medias. Quizás esta mu-
jer, conocía acerca de la muerte de estos chicos, o quizás
no. Pero algo conocía con exactitud. Gary puede notar
eso dentro de ella, lo puede suponer por la manera que
baja la mirada. Había culpabilidad en su expresión, pero
eso podía ser porque era la única que vio a James Haw-
kins regresar a la casa la noche que aquel muchacho tuvo
esas convulsiones. Quizás ahora, se daba cuenta quien era
su hombre en realidad.
De alguna forma, Gary está esperando que Gillian diga
algo, pero Sally es la única que no puede mantener la
boca cerrada. Lo había intentado, se esforzó por no
hablar, siguiendo el consejo de Gillian pero no pudo.
¿Era posible que se sintiera obligada a hablar solo para
obtener la atención de Gary Hallet?

―No volverá a pasar‖ Sally le prometió

Y en ese momento se cruzan sus miradas. ―Suena muy


lindo usted dice esas cosas,‖ el sabe que la carta la mues-
tra tan segura de sí misma como se mostraba ante él. Algo
no está bien ahí, ella le había escrito a Gillian. Abandó-

~ 246 ~
nalo. Ven a tu lugar, una casa que se siente sola sin ti,
ven a casa, ven a casa pronto.

―Ella lo que quiere decir es que Jimmy nuca regresara


a Tucson‖ Gillian se apura a decir. ―Créame, si usted está
detrás de él, el ya lo sabe. Es estúpido, no idiota. Él no irá
a vender drogas a la misma ciudad donde su clientela está
muriendo‖

Gary saca su tarjeta y se la entrega a Gillian. ―No quie-


ro asustarla, pero con lo que estamos tratando es una per-
sona peligrosa. Apreciaría que me llame si él intenta con-
tactarse con usted‖

―Él no se contactara con ella,‖ Sally le dijo

Ella no podía mantener la boca cerrada. Eso era impo-


sible. ¿Qué le sucedía a ella? Eso es lo que Gillian se pre-
guntaba y lo que Sally se preguntaba a sí misma. Eso
hace que el investigador tenga esa mirada de preocupa-
ción cuando él se concentra en algo.
Él es un hombre muy responsable, ella se da cuenta. Es
la clase de hombre que no quisieras perder una vez que lo
encuentras.
―Jimmy sabe que lo estamos buscando‖, Gillian anun-
cia. Ella se sirve una taza de café, mientras que golpea
con su codo a una de las costillas de Sally. ―¿Qué pasa
contigo?‖ ella le susurra. ―¿Te puedes callar un instante?‖

Ella se gira en dirección a Gary. ―Le deje perfectamen-


te en claro a Jimmy que nuestra relación estaba termina-
da. Eso es porque no quiere llamarme. Ya somos historia.

―Tendré que confiscar el automóvil‖ Gary le dice se-


riamente.

~ 247 ~
―Naturalmente‖ Gillian dice eso mientras piensa. ―Si
somos afortunadas, este tipo se habrá ido en dos minu-
tos”. ―Adelante prosiga‖

Gary se pone de pie y con sus manos recorre su oscuro


cabello. Ahora se supone que se tiene que ir. Él lo sabe
bien. Pero hay algo que se lo impide. Quiere observarse
una vez más en los ojos de Sally, y que esa sensación lo
ahogue miles de veces al día. En vez de eso lleva su taza
de café al fregadero.

―No tiene que molestarse con eso‖ Gillian le dice aca-


loradamente desesperada por librarse de el

En cambio, Sally sonríe cuando ella observa la forma


en que deja la taza y la cuchara tan cuidadosamente en el
fregadero
―Si algo llegara a pasar, estaré en la ciudad hasta ma-
ñana a la mañana‖

―No pasara nada‖ Gillian le asegura. ―Confíe en mi‖


Gary saca su cuaderno en donde escribe hasta el más
mínimo detalle de su investigación y arranca una hoja
donde escribe. ―Estaré en el Hide-A-Way-Motel” le re-
cuerda. Él quiere mirar a Gillian pero solo encuentra los
ojos grises de Sally. ―Alguien en el local de autos renta-
dos me lo recomendó‖
Sally conoce el lugar, un desagradable lugar al otro la-
do del pueblo, cerca de una tienda de vegetales y un ne-
gocio que vende pollo frito y que es conocido por sus
excelentes anillos de cebolla.
Ella no podía dejar de pensar si él era capaz de quedar-
se en ese piojoso hotel. A ella no le tiene que importar si
él se va mañana.

~ 248 ~
De hecho, ella también se ira. Sus hijas y ella saldrán
de allí en cuestión de horas. Si ellas se iban temprano, y
no se detenían para tomar café, estarían llegando a Mas-
sachusetts casi al mediodía. Podrán estar abriendo las
cortinas en las habitaciones oscuras de las tías para que
entre la luz del sol después de almorzar

"Gracias por el café", Gary dice. Él espía el cactus me-


dio-muerto en el anaquel de la ventana. ―Definitivamente
este no es el más representativo de las especies. Tiene una
forma triste, yo le diré el porqué."

En el invierno pasado, Ed Borelli le dio a cada una de


las secretarias de la escuela un cactus para Navidad.
―Cuélguelo cerca de su ventana y olvídese de él.‖
Sally se lo había advertido cuando las quejas comenza-
ron a aparecer, sobre quién diablos querría una cosa así o
dichos como era muy fácil mantener una planta así, solo
había que ponerle lodo en una maceta y asunto arreglado
eso fue exactamente lo que había hecho. Aunque Gary le
estaba prestando demasiada atención, más de lo debido.
El tenía una expresión de preocupación cuando noto que
algo flotaba en la maceta del cactus. Al darse vuelta para
enfrentar a Sally a Gillian, una mueca de dolor ensom-
brecía su rostro como si se hubiera lastimado con el cac-
tus, eso fue lo que pensó Sally cuando lo vio a simple
vista.

―Maldita sea‖ Gillian murmuro.

Es el anillo de Jimmy lo que Gary sostiene en su mano,


y esa es la razón de su dolor. A continuación, ellas le
mentirán y él lo sabe. Le dirán que nunca habían visto ese
anillo, o que lo compraron en una tienda de antigüedades,
o tal vez que se ha caído del cielo.

~ 249 ~
―Lindo anillo‖ Gary les sugiere. ―Muy inusual‖

Ni Sally y Gillian se imaginan como pudo ser posible,


también saben que por algo que sucedió, el anillo debía
estar en el dedo de Jimmy, quien estaba enterrado en el
patio de atrás, y ahora qué casualidad el anillo estaba en
la mano del investigador. Dirige su mirada hacia Sally en
búsqueda de una explicación. ¿Y por qué no lo debería
tener…? Intenta descifrar el dibujo de ese anillo cubierto
de tanto lodo. Había un lodo de un lado, eso lo recuerda
bien. Y una serpiente enrollada, lo que exactamente le
parece tener frente a él.
Sally siente otra vez como si le fuese a dar un ataque al
corazón, hay algo que está mal, y lo siente en el centro de
su pecho, como algo removido en el fuego o un pedazo
de vidrio, y ella no puede hacer nada al respecto.

No le puede mentir a ese hombre aunque su vida de-


pendiera de ello---pero era su obligación---y esa era la
razón por la cual no decía una palabra.

―Bueno, mire eso‖ lo invito Gillian amablemente. Es


tan fácil para ella hacer esto, que no lo tenía que pensarlo
dos veces. ―Probablemente esa cosa habrá estado ahí hace
miles de años‖

Aun, Sally no pronunciaba palabra. Ella está apoyada


sobre el refrigerador, como si necesitara que alguien la
ayude a mantenerse en pie.

¿Está todo bien? Gary se siente algo incomodo.

―Permítame echarle un vistazo‖ Gillian se pone frente a


él y le saca el anillo de sus manos y lo estudia como si
jamás lo hubiera visto. ―Esta bueno‖ le dice cuando se lo
devuelve. ―Probablemente sería mejor que lo tenga con-
sigo.‖ Esta es la clase de actitud de la cual la hace sentir

~ 250 ~
orgullosa de sí misma. ―Es demasiado grande para cual-
quiera de nosotras‖

―Bueno, grandioso‖ La cabeza de Gary le dolía dema-


siado.

“Maldición, maldición” repite para sus adentros.


―Gracias‖

En el instante que mete el anillo en su bolsillo, comien-


za a pensar que la hermana de Sally es bastante buena en
el arte del engaño. Probablemente, ella era consciente del
paradero de James Hawkins a partir del primer segundo
de su desaparición. Sin embargo, Sally es otra historia.
Tal vez ella no sabía nada al respecto, y nunca había visto
ese anillo antes. Puede ser que su hermana la haya enga-
ñado completamente con el propósito de derrocharle su
dinero, sus alimentos etc. Hábitos que podría haber here-
dado de Jimmy.

Pero Sally no lo mira, esa es la cuestión. Su hermoso


rostro le ha bajado la mirada porque ella sabe algo. Gary
ha visto esto innumerables veces.

Las personas que son culpables de algo piensan que


pueden esconderlo al no mirarlo a los ojos, se presume
que uno puede leer su vergüenza al mirar su alma, y en
cierto modo es verdad.

―Supongo que hemos terminado‖ A menos que haya


algo que piensen que deba saber y que no me lo hayan
dicho‖

―Nada‖ Gillian sonríe muy sugestivamente y se encoge


de hombros. En cambio Sally respira con dudosa dificul-
tad que prácticamente Gary se podía dar cuenta cuan seca
estaba su garganta y como el pulso de su cuello latía a

~ 251 ~
gran velocidad. Él no estaba seguro cual era el límite que
podía llegar para cubrir a alguien. Nunca antes había es-
tado en esa posición y no le gustaba experimentarlo por
el momento. Y allí estaba parado en la cocina de una
completa desconocida en Nueva York, en un día de vera-
no. Preguntándose si esto podía ser de otra forma real-
mente.
Y luego piensa en su abuelo camino a la corte para pe-
dir legalmente su custodia en un día de calor tan sofocan-
te como ese día de agosto en la cocina de Sally Owens
Y entonces él piensa sobre su abuelo que camina al pa-
lacio de justicia para exigirlo legalmente en un día cuan-
do era cien y doce en la sombra. El aire comenzaba a so-
plar a chirriar; el mescal y el cardo ruso estaban en lla-
mas, pero Sonny Hallet había pensado en llevar una bote-
lla de agua fresca consigo, para así no estar tan cansado
cuando ingresara a la corte. Si te pones en contra de lo
que crees no eres nada, por lo tanto el mejor remedio es
pegarte un tiro con un arma.
Al día siguiente Gary volara a casa y le entregara el in-
forme del caso a Arno. Luego fingirá que todo estará
bien, que Hawkins se rendirá, y que las hermanas Owens
son declaradas inocentes de sospecha de asesinato, y el
mismo podrá contárselo a Sally. Si él lo hacía, tal vez ella
no sería capaz de tirar sus cartas, las leería una y otra vez,
de la misma forma que él lo hizo con la suya, antes que la
conociera.

Desde luego, eso no irá a pasar, Gary golpea la cabeza


contra la puerta. Siempre había sabido cuando dar un pa-
so al costado, para quedarse al costado del camino viendo
que sucedería a continuación. Una tarde, el vio a un gato
montés, porque a él se le ocurrió sentarse en el paracho-
ques de su camioneta a beber un poco de agua antes de
cambiar su neumático pinchado. De pronto, el gato
montés corría por el asfalto, como si fuera el amo del

~ 252 ~
camino, y le dio un gran empujón a Gary que nunca antes
estuvo tan agradecido por tener un neumático pinchado.

―El viernes vendré a recoger el Oldsmobile‖ Gary les


dice, pero no mira hacia atrás hasta que esta fuera del
porche. El no sabe que Sally fácilmente podía haberlo
seguido, si su hermana no la hubiera pellizcado y le
hubiera ordenado que se quedara donde estaba. Tampoco
sabía lo que le ocurría a Sally en la profundidad de su
alma. Pero eso pasa cuando eres un mentiroso y espe-
cialmente cuando te estás diciendo las peores mentiras a
ti mismo.

―Mil gracias‖ Gillian le dice muy alto, y en el momento


que Gary volteo para ver detrás de él no hay nadie. Solo
una puerta cerrada.

En lo que a Gillian le concierne, esto ya ha terminado.


―Aleluya‖ le dice cuando vuelve a la cocina. ―Finalmente
nos hemos librado de él.‖

Mientras tanto, Sally estaba sacando la lasagna del co-


lador. Intenta sacarla con su cucharón, pero es inútil la
lasagna se ha pegado. De modo que en un ataque de furia
tira el elemento al piso y comienza a llorar desconsola-
damente.

"¿Cuál es tu problema?" Gillian le pregunta. Son esas


veces como estas que le provoca que gente tan racional
pueda mandar al diablo las cosas y encender luego un
cigarrillo. Como un investigador profesional, comienza a
hurgar en el recipiente de la basura, esperando encontrar
algún paquete viejo, pero lo único que encuentra es una
caja de fósforos.
―Ya nos libramos de él. Parecíamos totalmente inocen-
tes. A pesar del condenado anillo. Te confieso que me
asuste un poco. Es más, me parecía como si el diablo nos

~ 253 ~
estuviese mirando a través de esa cosa. Pero cariño, a fin
de cuentas engañamos al investigador, hicimos un buen
trabajo no‖

"Oh", Sally dice, completamente enfadada. "Oh", mien-


tras sigue llorando desconsoladamente.

"¡Bueno, nosotras hicimos! Lo sacamos de nuestra vi-


da, debemos estar orgullosas de nosotras mismas."

―¿Por mentir?‖ le interroga y mientras lo hace se seca


sus húmedos ojos. Sus mejillas estaban rojas y bufaba
como loca, ya que ella no se podía librar de aquella terri-
ble sensación en el centro de su pecho. ¿Piensas que de-
bería estar orgullosa por lo que hice?

"Eh." Gillian se encoge de hombros. "Lo haces porque


lo tienes que hacer". Ella asoma a la mesada y ve la la-
sagna en la basura.

―¿Y ahora que cenaremos?‖ pregunta inocentemente


Esto fue cuando Sally tiro el colador por el cuarto.

―Estas muy mal‖ Gillian le sugiere. Será mejor que


llames a tu doctor o a tu ginecólogo para que te recete un
tranquilizante‖

―No lo estoy haciendo bien‖ Sally agarra la olla con


salsa de tomate, la cual agrego cebollas, hongos y pi-
mentón y lo tira al fregadero.

―Bien‖ Gillian estaba lista para pensar en un plan razo-


nable. ―No tienes que cocinar. Saldremos a comer afuera‖

~ 254 ~
―No me refiero a la cena‖ Sally se lo decía mientras
agarraba las llaves del auto y su cartera. ―Estoy hablando
de la verdad‖
―¿Estás loca?‖ Gillian la comienza a perseguir y cuan-
do Sally llega a la puerta, su hermana la sujeta del brazo.

―No tenias que pellizcarme‖ Sally le advierte desafian-


te.

Sally sale hacia el porche, pero Gillian todavía estaba


detrás de ella. Ella la sigue hasta la vereda.

"No iras a ver a ese investigador. Te prohíbo hablar con


él."

"Sin embargo él lo sabe", Sally dice. ¿No te diste cuen-


ta? ¿No te diste cuenta de la manera que él nos miraba?

El solo hecho de pensar en el rostro anguloso de Gary y


la preocupación que había en él, la hacía sentir peor. Era
como si estuviera padeciendo angina o el dolor de una
caída.
"No puedes ir detrás de ese tipo", Gillian le dice a Sa-
lly. No había nada de sensatez en su tono de voz. "Ambas
iremos a la cárcel si lo haces. No sé si te has puesto a
pensar en eso‖

―Ya lo he decidido‖ la determinación de Sally era defi-


nitiva.

―¿Hacer qué?‖ ¿Ir a su motel? ¿Ponerte de rodillas para


clamar misericordia?

―Si es necesario lo haré‖


―Tú no vas‖ la amenaza Gillian.

~ 255 ~
Sally mira a su hermana, imaginándose las consecuen-
cias. Mientras abre la puerta del auto.

―De ninguna manera‖ le dice Gillian, ―No iras detrás de


él‖

―¿Me estas amenazando?‖

―Quizás‖ Ella no dejara que su hermana arruine el futu-


ro de ambas solo porque se sentía culpable de lo que hab-
ía hecho.

―¿De en serio? Sally le dice. ―¿Qué planes tienes exac-


tamente para que no lo haga? ¿Piensas que puedes arrui-
nar mi vida más lo que lo has hecho?

Injurias, al decir esto Gillian retrocede.

―Trata de entender‖ Sally le pide. ―Quiero poner todo


esto en orden. No puedo vivir de esta manera‖
Una tormenta se ha predicho, y el viento ha empezado
a soplar; el cabello negro de Sally golpea su rostro. Sus
ojos irradiaban luz pero mucho más oscuros que usual; su
boca era tan roja como una rosa. Gillian nunca ha visto a
su hermana tan desarreglada, era algo muy inusual en
ella. En ese momento Sally parecía que se había escapado
de alguien, como esa vez en el río, cuando todavía no
había aprendido a nadar. Ella había saltado las ramas del
árbol más alto, convencida de que todos necesitaba un
lugar seguro para aterrizar con sus brazos extendidos y su
manta de seda.

―Quizás debas esperar‖ Gillian lo intenta decir con su


voz más dulce. Ese tono lo utilizaba cuando quería hablar
sobre multas y malas experiencias amorosas. ―Tenemos
que discutirlo.‖ ―Podemos decidirlo juntas‖

~ 256 ~
Pero Sally ha tomado su decisión. Se rehúsa a escuchar,
de manera que entra a su automóvil y se estaciona detrás
del Honda para bloquearla. Llena de impotencia, Gillian
se queda parada sin hacer nada y solo puede ver como su
hermana se aleja. Por varios minutos se queda mirando,
hasta que la calle se queda vacía.

Hay mucho por perder cuando se tiene algo, y cuando


es uno es tonto por no cuidarlo lo suficiente. Es por eso
que, Gillian estaba completamente enamorada de Ben
Frye y ahora su destino se le escapaba de sus manos. Se
imagina montada en un automóvil tras los pasos de su
hermana, pero todo lo que Gillian podía hacer es fingir
que todo estaba bien. Cuando las niñas regresan a la casa,
ella les dijo que Sally salió hacer mandados, luego ordeno
comida china y le pedirá a Ben que traiga la cena de ca-
mino a su casa.

―Yo pensé que comeríamos lasagna‖ Kylie comenta


cuando Gideon y ella ponen la mesa.
―Bueno en realidad no‖ le informa Gillian. ¿Por qué no
usamos los platos y los vasos de papel así no tenemos que
lavar los platos?

Cuando Ben llega con la cena, Kylie y Antonia sugie-


ren que ellas esperaran a su mamá, pero Gillian no oirá ni
una sola palabra. Comenzara sirviendo la gamba con los
anacardos y la carne de cerdo con arroz frito, la clase de
plato carnívoro que Sally nunca permitiría en su mesa. La
comida es buena, sin embargo es una cena terrible. Todo
el mundo está fuera de sí. Antonia y Kylie estaban angus-
tiadas, porque su madre nunca llegaba tarde, especial-
mente esa noche donde ellas tendrían que preparar sus
cosas para salir al día siguiente, y ambas se sienten cul-
pables al comer carne de cerdo en su mesa. Gideon no

~ 257 ~
está ayudando en lo absoluto; él está practicando sus
eructos lo cual está poniendo algo histérica a Kylie. Scott
Morrison es el peor, algo melancólico por pensar en la
perspectiva de una semana sin Antonia. "¿Cuál es el pun-
to? " era su contestación a casi todo esa noche, a pregun-
tas tales como "¿Te gusta el arrollado de huevo? " o si
"¿quieres refresco de naranja o Pepsi?"
De repente, Antonia rompe en lágrimas y corre a su
cuarto cuándo Scott no le responde con exactitud si le
escribirá mientras ella esté lejos en lo que solo puede
repetir su vieja pregunta ¿cuál es el punto?" Por esta
razón, Kylie y Gideon le suplican a Scott que vaya a bus-
carla a Antonia y si era necesario que le pida perdón en
caso que no abriera la puerta de su alcoba. La cena cul-
mino de una manera feliz, ya que Antonia y Scott se des-
pidieron con un beso apasionado en el vestíbulo. Por lo
que Gillian decide que esa noche fue suficiente para ella.

En este momento, Sally probablemente le habrá conta-


do todo al investigador. Por lo que Gillian sabe, Gary
Hallet ha ido al mini mercado que está abierto a toda
hora, y alquilar una grabadora para obtener la confesión
de la propia boca de Sally. Atrapada sin salida. Gillian
tiene una migraña tan grande que ni siquiera el Tylenol la
puede curar.
Cada voz se parece a las uñas de alguien contra una
pizarra, y ella no tiene la tolerancia absoluta ni por el pe-
dazo más pequeño de felicidad o alegría. Ella no puede
estar de pie para ver a Antonia y Scott besándose, u oír
como Gideon y Kylie se hacen bromas. Toda la noche
ella estuvo evitando a Ben, a causa de la filosofía de
Scott Morrison que a fin de cuentas tenía razón: ¿Cuál es
el punto? Todo estaba a punto de perderse, y ella no pod-
ía detener lo que estaba a punto de suceder; también
podría rendirse y llamarlo un día. También podría telefo-
near para un taxi y salir por la ventana, con sus pertenen-
cias más importantes envueltas una funda de almohada.

~ 258 ~
Ella conoce con exactitud que Kylie tenía suficiente dine-
ro ahorrado en su unicornio, y si Gillian le pediría presta-
do algunos billetes para así sacar un boleto de media cla-
se en autobús. El único problema que tenia, era que eso
ya no lo podía hacer más. Tenía otras prioridades, una
mejor o peor depende el punto de vista con el que se lo
mire: Ben Frye.

"Es hora que se vayan todos a casa", declara Gillian.

Scott y Gideon se alejan con promesas de llamadas te-


lefónicas y postales (para Scott) y sobres de sal (para Gi-
deon).Antonia llora un poco cuando observa a Scott en-
trar en el automóvil de su madre.

Kylie le saca la lengua a Gideon cuando la saluda, ella


se ríe cuando lo ve caminar por la húmeda noche, con
pasos largos con sus botas del ejército, y despertando a
las ardillas que anidan en los árboles. Una vez que se li-
bra de los muchachos, Gillian lo mira a Ben.

―Lo mismo va para ti‖ ella le dice. Mientras arroja los


platos de papel al cesto de basura. Luego, puso la vajilla
sucia y los platos en el agua jabonosa, demasiado orden
era poco probable en ella, y a raíz de esto Ben comenzó a
sospechar. ―Vamos‖ ella le dice a Ben. Ella odia que la
mire de esa manera, como si la conociera más que a ella
misma, ―Esas niñas tienen que terminar de empacar y
levantarse al día siguiente muy temprano.

―Algo está mal‖ Ben dice

―En lo absoluto‖ Gillian negó rotundamente, con un


pulso que estaba en las doscientas pulsaciones. ―No hay
nada de malo‖

~ 259 ~
Gillian se dirige al fregadero y pretende seguir lavando,
pero Ben pone sus manos en su cintura y la sujeta contra
él. Por lo tanto no se convencerá tan fácilmente, y dios
solo sabe cuán terco es cuando quiere algo.

―Vamos‖ Pero sus manos están mojadas y jabonosas y


a medida que se va acercando le es muy difícil apartarse
de él. Cuando comienza a besarla, ella se lo permite sin
ninguna objeción. Porque si la besa no podrá hacer pre-
guntas. Esas que a Ben tanto le gustaba hacer y que siem-
pre escarbaba en lo profundo para encontrar la explica-
ción. Por supuesto, el no entendería, y quizás esa sea la
razón por la cual ella se enamoro de él. El no podía ni
siquiera imaginar las cosas que había hecho. Y las que
hizo estando con él.

Afuera en el patio, el crepúsculo se llenaba de pequeñas


sombras púrpura. Pero la noche se había puesto más nu-
blada aun, en la cual los pájaros habían dejado de cantar.
Gillian debería de prestarle atención a los besos de Ben,
ya que eso iba a ser lo último que iban a compartir, pero
en cambio su actitud era otra porque no había dejado de
mirar por la ventana.
Ella está pensando en Sally y las cosas que ella le podr-
ía estar diciendo al investigador, lo que había en el patio
de atrás a donde nadie se atreve a mirar. Y eso es lo que
observa cuando Ben la esta besando, pone toda su aten-
ción en el seto vivo de espinas que sigue creciendo. Des-
de el momento que lo habían dejado de podar, no ha de-
jado de crecer y eso era lo más peculiar. Aquella mañana
había crecido lo suficiente como para sospechar que algo
andaba mal. Su alimento no era liquido sino el odio que
se desplazaba a través de esa noche oscura.

Abruptamente, Gillian lo empuja con la intención de


deshacerse de él. ―Te tienes que ir‖ le dice a Ben. ―Aho-
ra‖

~ 260 ~
Ella lo besa profundamente y le promete toda clase de
cosas, que ella no recordara hasta la próxima vez que
estén en la cama y él se lo recuerde.

―¿Estás segura de esto? Ben le dice algo confundido


por lo cambiante que ella estaba en ese momento, sin
embargo ella quería más de lo mismo. ―¿Quieres pasar la
noche en mi casa?

―Mañana‖ le promete Gillian. ―La noche próxima y las


venideras también‖

Finalmente cuando Ben se marcha, ella se queda mi-


rando por la ventana hasta asegurarse que él se ha ido,
por lo que Gillian va hacia el patio de atrás y se detiene
inmóvil bajo ese cielo oscuro.
Es la hora cuando los grillos comienzan a dar una ad-
vertencia, su canción vivificada por la humedad anuncia
una tormenta. En el patio trasero, el seto de espinas se
tuerce y la densidad en el ambiente crece.
Gillian se acerca a las plantas y observa a los nidos de
avispas cuelgan sobre las ramas; un zumbido constante
resuena, como una advertencia emitida, o una amenaza.
¿Cómo era posible que estas plantas hayan crecido sin
que nadie se diera cuenta? ¿Cómo pudo pasar? Ellas cre-
yeron que él se había ido, desearon que eso haya sido así,
pero algunos errores regresan para querer finalmente
atraparte, no importa cuán seguro estés de que lo hayas
puesto bajo tierra.

Estando ahí parada, una fina llovizna comienza, y eso


hace que Kylie busque a Gillian. Ya que su tía estaba
parada allí, sola y mojándose sin ningún motivo.

~ 261 ~
‖Oh no‖ Kylie dice cuando observa al alto seto de espi-
nas que ha crecido desde que Gideon y ella jugaban en el
césped.

―Las cortaremos otra vez‖ decreta Gillian. ―Eso es lo


que haremos‖

Pero Kylie se mostró negativa ante esa opción. No hab-


ían tijeras para cortar esas espinas, ni siquiera un hacha lo
podía hacer. ―Quiero que mamá venga a casa‖, ella le
menciono.

La ropa estaba colgada, y si se quedaba afuera se mo-


jaría, pero ese no era el único problema. El seto de espi-
nas comenzó a despedir un líquido desagradable, como si
fuera una pequeña llovizna que apenas podías ver, tanto
que los dobladillos de sabanas y camisas estaban llenos
de manchas y muy descoloridos.
Kylie puede ser la única que puede ver eso, pero cada
mancha en su ropa limpia recién lavada era demasiado
oscura. Ahora comprende por qué no ha podido imagi-
nar sus vacaciones, por qué eso era un espacio en blanco
dentro de su cabeza.

―Nosotras no iremos a lo de las tías‖ ella dice

Las ramas del seto eran negras, pero lo que mira cuida-
dosamente son las espinas que eran tan rojas como la
sangre.

Los charcos se están juntando en el patio cuando Anto-


nia abre la puerta trasera. "¿están locas? " ella les grita.
Cuando Gillian y Kylie no le contestan, saca su paraguas
negro de la percha y corre para estar con ellas.
Una tormenta con vientos huracanados ha sido pronos-
ticada para el día siguiente. La gente en el vecindario ha

~ 262 ~
oído eso en las noticias y han salido a comprar todo lo
necesario para que eso no los sorprenda desprevenidos.

―Linda forma de empezar unas vacaciones‖ ironiza An-


tonia.

―Nosotras no iremos‖ le dice Kylie

―Por supuesto que sí‖ insistió Antonia. ―Recién termine


de empacar‖

En lo que a ella le concierne, esa noche era bastante te-


nebrosa, no había sentido de quedarse allí afuera en la
absoluta oscuridad. Antonia se estremece al observar ese
cielo tan nublado, pero no lo suficiente para notar que su
tía tiene a Kylie sujetada del brazo de manera muy firme,
y si se atreviera a caminar sola por ese patio era muy po-
sible que no fuese capaz de mantenerse en pie. En ese
momento Antonia mira el fondo del patio y finalmente
comprende. Hay algo bajo esos horribles arbustos.

―¿Qué es?‖ pregunta Antonia.


Gillian y Kylie respiran con dificultad, dudosas de dar
una respuesta. Mientras que su temor iba en aumento al
correr los minutos. Era posible oler esta clase de temor,
era algo parecido al humo y las cenizas, como la carne
quemándose en el fuego.

―¿Qué?‖ Antonia exclama. Tan pronto cuando ella


avanza hacia los arbustos, pero Kylie la empuja hacia
atrás. Cuando Antonia se inclino para ver entre las som-
bras comienza a reírse. ―Solo es una bota‖ ―Eso es lo que
es‖
―No vayas para allá‖ Gillian le ordena a Antonia cuan-
do quiere recoger la bota.

~ 263 ~
Ahora la lluvia era muy intensa, era como una cortina
sobre ese patio, una manta llena de lágrimas. En el lugar
donde ellas lo habían enterrado la tierra parecía esponjo-
sa. Si no tenias cuidado podrías ser arrastrado en la pro-
fundidad del lodo y si tratabas de librarte de todo eso te
podías quedar sin aliento hasta perecer.

―¿Alguna ha encontrado algún anillo por aquí? les pre-


gunta Gillian

A ambas jóvenes les recorrió el mismo escalofrío por


todo el cuerpo. Por otra parte el paisaje en el jardín era
aterrador, el cielo estaba tan oscurecido que uno podía
pensar que era medianoche.

Era imposible imaginar que los cielos alguna vez hab-


ían sido de color azul, como la tinta o el color de los hue-
vos de perdiz o los listones que las niñas llevaban en su
cabello para la buena suerte.

―Un sapo lo trajo a la casa,‖ Kylie le dice. Me olvide de


decirte.

―Eso era de él‖ La voz de Gillian no sonaba como pro-


pia. Esa voz era muy grave, triste y demasiado distante.
El anillo es de Jimmy

―¿Quien es Jimmy?‖ Antonia pregunta. Al no escuchar


respuesta su mirada se centra al seto de espinas, y se da
cuenta de todo lo que está sucediendo. ―El está ahí‖ An-
tonia se apoya sobre su hermana.

Si la tormenta era tan mala como los meteorólogos hab-


ían pronosticado, el patio se podía inundar. ¿Y luego qué?
Gillian y las niñas estaban tan empapadas que el paraguas
de Antonia no podía resguardarlas de la lluvia y el viento.

~ 264 ~
El cabello se les había aplastado como un yeso, y sus ro-
pas tendrían que ser escurridas.

La superficie cerca del arbusto con espinas se encon-


traba lleno de marcas, como si algo se hubiese hundido o
peor como si Jimmy estuviese hundido allí. Y si él se
levantaba de esa superficie, tal como lo hizo su anillo de
plata, sería el fin para ellas.

―Quiero a mi mamá‖ Antonia suplica con un hilo de


voz.

Finalmente cuando regresaron a la casa, el césped


chasqueaba bajo sus pies. Ellas corrieron tan rápido como
si eso les permitiera dejar sus pesadillas en el césped. Una
vez adentro, Gillian cierra la puerta con llave e inclina
una silla con el propósito de trabar el picaporte.

Aquella noche de junio, cuando Gillian se estaciono en


la entrada de la casa de su hermana bajo ese luminoso
circulo de luz, parecía que había sucedido hace cien años
atrás. Gillian no era la misma persona que cuando llego.
Aquella mujer que llego de puntas de pie a la entrada en
búsqueda de ayuda y con demasiada desesperación la
cual podían obligarte a realizar cosas que no querías co-
mo robar un auto y escapar. Ella no se había imaginado
encontrarse con ese investigador y que el haga algo al
respecto.

Sally ya se lo había advertido. Si se lo hubiera imagi-


nado, no se hubiera quedado en la vecindad tanto tiempo
ni tampoco hubiera salido con Ben Frye.
Si hubiera sido en otro momento, ella estaría a mitad de
camino a Pennsylvania, con la radio a todo volumen y un
tanque lleno de nafta. Tampoco se molestaría en mirar en
su espejo retrovisor, para cerciorarse lo que abandonaba,
muy típico de ella. Por lo tanto, la diferencia era simple y

~ 265 ~
llana: la persona que estaba allí no iría a ninguna parte,
excepto a la cocina para preparar un poco de té de camo-
mila para calmar a sus sobrinas.

―Nosotras estamos absolutamente bien‖ ella les dice a


las niñas. Aunque su cabello era un desastre y su respira-
ción era entrecortada, el rímel se le había corrido di-
bujándole líneas vacilantes en su pálido rostro. Y aun
estaba ahí, no Sally, y estaba de pie para enviar a las ni-
ñas a la cama y prometerles que ella se iba hacer cargo de
todo. No necesitan preocuparse, eso fue lo que ella les
había dicho. Esa noche estaban a salvo. Mientras la lluvia
cae y el viento se dirige hacia al este, Gillian pensara en
un plan, tendrá que hacerlo, ya que su hermana no podía
imaginar que podían hacer.

Esa noche Sally parecía estar como si no estuviera ca-


minando en tierra firme sin lógica que la gobierne. Ella
que siempre había valorado y lo útil por sobre todas las
cosas, perdida en aquel camino. No era capaz de encon-
trar el Hide-A-Way Motel aunque hubiese pasado mil
veces por enfrente del lugar.
Tuvo que parar en la estación de servicio para pregun-
tar la dirección, para luego que a ella le de esa clase de
ataque cardiaco que la obligo a meterse a un sucio baño,
donde se lavaría su rostro con agua fría.
Miro su reflejo en el espejo manchado y respiro pro-
fundamente durante varios minutos hasta que repusiera
un poco su aspecto.

Pero de pronto descubrió que no estaba tan bien como


había pensado. Ya que no pudo ver frenar al automóvil
que estaba frente a ella, por esa razón tuvo que correrse
hacia la banquina. Gracias a esa maniobra, su parabrisas
se había roto, lo cual era digno de una infracción.
Además de la luz izquierda de su honda que estaba com-

~ 266 ~
pletamente dañado y en peligro de caerse cada vez que
apretaba el acelerador

En el momento que ella se detuvo, en el motel, su fami-


lia estaba a la mitad de la cena. El estacionamiento del
negocio del pollo frito estaba repleto de clientes. Pero
comer era la última cosa que Sally quería. Su estomago
estaba revuelto y sentía muy nerviosa, insanamente ner-
viosa, razón por la cual cepillaba su pelo tantas veces
antes de salir del auto antes de irse a la oficina del conser-
je.
Piscinas de aceite brillando sobre el asfalto, un solitario
árbol de manzanas, rodeado por algunos geranios rojos
hacían temblar el tráfico. Solo cuatro autos estaban esta-
cionados y tres eran verdaderas bombas. Si ella buscara el
auto de Gary, el más alejado de la oficina sería la mejor
opción, era algo así como un ford con mezcla de auto
rentado.

Pero era más que eso, había estado tan limpio y tan
bien cuidado, exactamente la manera que Sally se imagi-
naba a Gary manteniendo su automóvil.
Pensar en él y en su mirada angustiosa, ponían más
nerviosa a Sally. Una vez que ella entro al motel, acomo-
do la correa de su cartera encima de su hombro, y deslizo
su lengua por sus labios.
Ella se siente como si estuviese caminando por un bos-
que el cual ni conoce el camino a tomar. La mujer detrás
del escritorio, está en el teléfono, y parece que ella en el
medio de una conversación que podría haber durado va-
rias horas.

―Bueno, si tu no se lo dices, ¿cómo podrá saberlo?‖ ella


lo dice con un disgustado tono de voz. Al momento de
sacar su cigarrillo observa que hay alguien esperando, ese
alguien era Sally.

~ 267 ~
―Estoy buscando a Gary Hallet.‖ Una vez que Sally
hizo este anuncio pensó que iba a enloquecer. ¿Por qué
debería buscar a alguien cuya presencia era sinónimo de
calamidad? ¿Por qué condujo hasta allí toda la noche es-
tando tan confundida? No podía concentrarse en nada,
por más obvio que sea. Incluso no podía recordar la capi-
tal del estado de New York. Tampoco podía recordar que
lácteo era más calórico, si la manteca o la margarina o si
las abejas reinas invernan.

―El salió‖ La mujer en la oficina le respondió a ella.


―Una vez que te tomaron de idiota, siempre serás un idio-
ta‖ ella le dijo a la persona con la que estaba hablando
por teléfono. ―Por supuesto que lo sabes. Lo sé. Lo sé,
claro que lo sabes. La pregunta es, ¿Por qué no haces algo
al respecto? De pronto la mujer se puso de pie a espaldas
a Sally con intención de buscar más privacidad, pero lo
que ella buscaba era una llave que la descolgó de la pared
y se la entrego en propia mano diciendo, ―Cuarto diecis-
éis‖
Sally retrocede como si eso le quemara. ―Lo esperare
aquí‖

Ella toma asiento en un sillón de plástico azul y co-


mienza a leer una revista. Es la tapa de TIME y el titulo
de la historia principal es, “Crímenes de pasión” lo cual
era lo que menos quería escuchar en ese momento. Es por
eso, que arroja la revista a la mesita de café.
Volvió a mirar su aspecto y era terrible, hubiera desea-
do cambiar su ropa y no estar usando todavía una remera
vieja y los shorts de Kylie. Eso no importaba. A nadie le
importaba como lucia. Ella saca su cepillo dentro de su
bolso y se cepilla su cabello por última vez. De modo
que, hablara con él y le contara todo lo sucedido. ¿Que su
hermana era una idiota era un delito federal?

~ 268 ~
Había sido muy golpeada por las circunstancias de su
niñez, para luego salir y arruinar las cosas para ella mis-
ma como un adulto.

Sally piensa en lo que intentara explicar a Gary Hallet


mientras él la observa, y ahí ella se dará cuenta que se
está ventilando demasiado y respirando tan rápidamente
que la mujer de la oficina se mantendría alerta, en caso si
Sally se desmayara y tuviera que llamara al 911.

―Déjame preguntarte algo‖ la mujer en la oficina decía


al teléfono. ―¿Por qué me pides consejos sino vas a escu-
charme? ¿Por qué no tomas la iniciativa, tomas lo que
quieres y me
dejas afuera de esto? Por un momento sus ojos se en-
contraron con los de Sally. Eso era una conversación pri-
vada en medio de un lugar público. ―¿Está segura que no
quiere esperarlo en su habitación?

―Tal vez lo espere en mi auto,‖ Sally dice.


―Genial,‖ la mujer dijo, volviendo de inmediato a su
conversación.
―Déjeme adivinar‖ Sally señala al teléfono. ¿Es su
hermana, no?

Una hermana menor que vivía a las afueras de por Jef-


ferson, la cual necesito su consejo constante por los últi-
mos cuarenta y dos años. Por otro parte, ella solo tenía
una tarjeta de crédito la cual estaba cargada al máximo y
aun permanecía casada con su primer esposo.

―Ella es tan egoísta, que a veces me vuelve loca.‖ Esto


pasa cuando tienes una hermana menor y toda la respon-
sabilidad viene sobre ti‖ la mujer de la oficina le explica.
A modo de confidencia agrega, ―ellas quieren que cuides

~ 269 ~
de ellas que resuelvas todos sus problemas para nunca
darte el mínimo de crédito‖

―Tiene razón‖ Sally está de acuerdo. ―Siempre hacen


eso‖

―Ellas nunca parecen darse cuenta de nada‖

―No haga lo mismo que yo‖ la otra mujer le dijo

Y a que se dedica la hermana mayor, Sally se pregunta


cuando sale y se detiene al lado de la oficina para buscar
un refresco de dieta. Ella se para sobre los arco iris de
aceite desparramados en su camino al auto. ¿Qué pasaría
si usted está atrapada para siempre en decirle a alguien lo
que debe hacer, y ser la responsable en decir: ―te lo dije‖
una docena de veces al día? Y si ella lo quería admitir o
no, eso es lo que ha estado haciendo casi todo el tiempo
que pudo recordar.

Antes que Gillian se cortara su cabello, y que cada jo-


ven en el pueblo marchara a la peluquería, rogando por el
mismo estilo, su cabello estaba tan largo como el de Sa-
lly, quizás más. Era de color trigo, lo cual deslumbraba
ante el sol tan delgado como la seda, al menos en aquellas
raras ocasiones cuando Gillian elegía cepillarlo. Ahora
Sally se preguntaba si ella estaba celosa, y que esa fuera
la razón que ella fastidiaba a Gillian con que su cabello
siempre estaba enredado.

Y hubo un día, que Gillian llego a la casa con su cabe-


llo cortado, Sally la observo horrorizada. Tampoco le
había a consultado a Sally antes de tomar ese gran paso.
―¿Cómo pudiste hacerte eso? Ella exclamo.

~ 270 ~
―Tuve mis razones,‖ Gillian respondió. Ella estaba sen-
tada en frente del espejo, aplicando rubor en sus mejillas.
―Y ellas se deletrean de esta forma E-F-E-C-T-I-V-O‖

Gillian juro que una mujer la había estado siguiendo


por varios días, y que finalmente se acerco a ella esa tar-
de. Ella le había ofrecido a Gillian $2000 en efectivo, si
Gillian la acompañaba al salón de belleza para que ella
pudiera colocarse su cabello en forma de postizo y así
utilizarlo en fiestas.

―Seguro‖ Sally le respondí. ―Como si alguien en su sa-


no juicio quisiera hacer eso‖

―De en serio‖ Gillian le dijo. ¿O no crees que alguien lo


haría?

Ella metió la mano en el bolsillo delantero de sus jeans


y saco un rollo de billetes. Dos mil dólares, en efectivo.
En ese instante Gillian tenía una enorme sonrisa en su
rostro que Sally tenía ganas de limpiársela inmediatamen-
te.
―Y bien, te ves horrible‖ ella reprocho. ―Te pareces a
un chico‖

Sin embargo, aunque ella podía ver que Gillian tenía


un cuello increíble, era tan delgada y su simple dulzura
hacia que cualquier hombre suspire por ella.
―Oh a quien le importa‖ Gillian le respondió sin tabúes.
―Volverá a crecer‖

Pero su pelo nunca volvió a crecer otra vez, no le lle-


garía hasta los hombros. Gillian se lo lavo con romero,
con pétalos de violeta y de rosa, incluso con te de gin-
seng, pero ninguno de esos dio resultado.

~ 271 ~
―Te das cuenta lo que conseguiste‖ Sally le advirtió.
―Ahí es donde la codicia te ha llevado‖

Pero ¿a dónde la llevo a Sally comportarse moralmente


bien? Eso fue lo que la trajo a ella a ese estacionamiento
esa terrible noche húmeda. Eso la puso en su lugar, una
vez por todas.

¿Quién era ella, que se creía un ser virtuoso y sus deci-


siones las mejores? Si ella hubiera llamado en primer
lugar a la policía, cuando Gillian llego, si ella no se
hubiera hecho cargo de todo, si ella no hubiera creído que
la causa y el efecto eran de su entera responsabilidad.
Gillian y ella no se verían en ese apuro. Eso era como el
humo emanando de las paredes del bungalow de sus pa-
dres. También como los cisnes en el parque. Y finalmente
es la señal de alto que nadie nota antes de que sea dema-
siado tarde.

Sally ha pasado toda su vida, siendo la que estaba en


alerta, la que poseía cierta lógica y buen sentido común.
Si sus padres la hubieran llevado a su viaje, ella hubiera
sentido la acierta esencia del fuego. Hubiera sido capaz
de vez la chispa azul que caía en la alfombra, la primera
de muchas que relucía como una estrella, para luego con-
vertirse en miles de estrellas, brillantes y azules envol-
viendo a la alfombra en llamas. O aquel día cuando esos
adolescentes habían bebido demasiado antes de conducir
el auto de sus padres para así atropellar a Michael. ¿No
fue ella la que salvo a su niña cuando los cisnes intenta-
ron atacarla? ¿Acaso no fue ella la que se hizo cargo de
todo, de los niños, la casa, la cuenta de la luz, y la ropa
que colgaba en el tendero que era más blanca que la nie-
ve?
Desde el comienzo, Sally se ha mentido a sí misma, di-
ciendo que era capaz de hacerse cargo de todo, y ella no
quería mentirse más. Una mentira mas, y estaría total-

~ 272 ~
mente perdida. Una mas y jamás encontraría el camino
para salir de ese bosque.

Muerta de sed, Sally bebió su refresco hasta el hartaz-


go. En ese momento su garganta le dolía un poco a causa
de las mentiras que ella le dijo a Gary Hallet. De modo
que, ella quería blanquear las cosas, decirle todo. Ella
quería que alguien la escuche todo lo que tiene que decir
y que jamás se animo a contar. Cuando observa que la
persona que cruza la calle es Gary, quien lleva un paquete
con pollo frito. Es consciente que podría arrancar el auto
y escapar antes que él la reconozca. Pero permanece don-
de está. Al mirar que Gary camina hacia donde ella esta,
una línea de calor corre bajo su piel. Es invisible pero
esta allí. Ese es el camino del deseo, que te embosca en
un estacionamiento y te gana cuando quiere. Cuanto más
Gary se acerca, peor es, inclusive Sally tiene que meterse
la mano bajo su camisa para cerciorar que su corazón no
le salga del cuerpo.

El mundo parece gris, y los caminos algo difíciles, pero


a Gary no le importa nada de eso ni tampoco la noche
sombría. No ha habido cielos azules en Tucson por varios
meses, por lo tanto a él no le molesta un poco de lluvia.
Quizás eso cure lo que siente por dentro y lave sus pre-
ocupaciones. También que el sea capaz de tomar su vuelo
al día siguiente y sonreírle a la azafata. Y luego dormir un
par de horas para reportarse en la oficina
En su línea de trabajo, Gary está entrenado para darse
cuenta de muchas cosas, pero lo que no puede creer es lo
que está viendo ahora. Parte de la razón, es porque él ha
estado imaginando a Sally por donde quiera que vaya.
Incluso pensó en espiarla de camino a su casa, cuando él
estaba conduciendo hacia el negocio de venta de pollo
frito y ahora estaba allí parada en el estacionamiento.
Probablemente, era una ilusión óptica de lo que quería
ver, en lugar de pensar que lo que estaba en frente de él

~ 273 ~
era real. Gary se acerca más al Honda y encoge sus ojos.
Ese era el auto de Sally.

Con firme decisión, abre la puerta del automóvil y se


introduce al asiento del acompañante. Su cabello y su
ropa estaban húmedo, pero el paquete de pollo aun estaba
caliente y oliendo a aceite.

―Sabía que era usted‖ él le dijo.

Para poder entrar bien al auto tuvo que encoger las


piernas lo más que pudo, mientras que movía el paquete
de pollo en su regazo.

―Eso era el anillo de Jimmy‖ Sally le confesó.

Ella no planeaba contárselo inmediatamente, todo seria


de a poco. Observaría como sería la reacción de Gary,
pero él estaba en el asiento de atrás de modo que no podía
apreciar sus facciones. ¡Oh dios! Como deseaba beber
algo fuerte o fumar algo. La tensión en el auto era tan alta
que se sentía como si hubiera más de cien grados en el
auto. Sally se sorprendió que el auto no hubiera volado en
llamas.

―Bueno‖ ella le dijo para continuar la conversación.

―Nosotras te mentimos. Aquel anillo en mi cocina per-


teneció a James Hawkins.

―Lo sé‖ Gary sonaba más preocupado que antes. Ella


era la única y él lo sabe. Bajo esas ciertas circunstancias,
el hubiera dejado todo por Sally Owens. El hubiera esta-
do deseoso de brincar por un barranco, sin considerar lo
rápido que caería y cuan brutal seria el momento de la
caída. Reflexivo, Gary estira hacia atrás su cabello con
sus manos, y por un momento, todo el auto olía a lluvia.

~ 274 ~
―¿Has cenado?‖ él le pregunta levantando el paquete de
pollo. También había comprado anillos de cebolla y pa-
pas fritas.
―Yo no podría comer‖ Sally le dice.

De repente, Gary abre la puerta del auto y arroja el pa-


quete de pollo frito a la lluvia. Definitivamente ha perdi-
do su apetito.

―Me podría desmayar,‖ Sally le advierte. ―Siento como


si me hubieran dado un golpe‖

―¿Ahora entiende por qué debo preguntar si tu hermana


conoce el paradero de Hawkins?

Exactamente esa no era la razón. Por lo cual Sally co-


menzaba a sentir calor en la yema de sus dedos. Fuera de
sí, toma entre sus manos el volante y siente como el va-
por sube por sus cutículas y luego se dispersa por sus
manos. ―Yo le diré donde esta‖

Gary la está observando como si el Hide-A-Way Motel


y el resto del pueblo no existiera. ―El está muerto‖ Sally
confesó.

Gary reflexiona la confesión mientras observa como la


lluvia golpea contra el techo del automóvil. Tampoco
pueden ver por el parabrisas ya que las ventanas se llena-
ron de neblina.

―Fue un accidente‖ Sally prosigue. ―Pero tampoco digo


que no se lo merecía. No era más que el cerdo más grande
que conocí en mi vida‖

―El fue a mi preparatoria‖ Gary se lo cuenta lentamen-


te, con un dolor en la voz. ―El siempre era sinónimo de
malas noticias. La gente decía que el disparo a doce po-

~ 275 ~
tros por que el dueño del rancho se negó a contratarlo en
un trabajo de verano. A cada uno los disparo en la cabe-
za‖

―Ahí vas y allí lo tienes‖ Sally le dice.

―¿Quiere que me olvide él? ¿Eso quiere que haga?


―El no lastimara a nadie más‖ Sally le responde. ―Eso
es lo más importante.‖

La mujer que trabaja en la oficina del motel ha corrido


hacia afuera, usando un poncho de lluvia negro y llevan-
do una escoba que ella usará para intentar desatascar los
canales para la tormenta pronosticada al día siguiente. La
propia Sally no está pensando en sus cañerías. Tampoco
está preguntándose si sus muchachas se acordaron en
cerrar las ventanas, y en ese momento ni siquiera le im-
porta si su tejado vuele con los vientos huracanados.

"La única manera que él herirá a alguien si usted lo si-


gue buscando", Sally agrega. "Entonces mi hermana se
herirá, y yo también, y todo esto será para nada."
Ella tiene la clase de lógica con la que Gary no se pue-
de defender. El cielo se está poniendo cada vez más oscu-
ro, y cuando Gary observa a Sally sólo puede ver los ojos
de ella. Lo que es correcto y lo que está mal, de algún
modo él se siente confundido. ―No sé qué hacer", admi-
tió. ―En todos este asunto, parece que tengo un problema.
No soy imparcial. Puedo fingir serlo, pero no lo soy‖.

El la observa fijamente de la misma forma que lo hizo


cuando la vio por primera vez responder a la puerta. Por
otra parte, Sally puede darse cuenta de ambas cosas de
sus intenciones y sus tormentos, pero también era muy
consciente de lo que el quería.

~ 276 ~
Por momentos Gary Hallet sentía que sus piernas se
acalambraban dentro del Honda, pero estaba seguro que
no iría a ninguna parte. Su abuelo le decía que la mayoría
de los parientes tenían todo el mal. El verdadero asunto
era, tú podías dirigir a un caballo al agua, si el agua era
fresca y si era lo suficientemente clara y dulce, no podrías
obligar al caballo a beberla.
Esa noche Gary se siente más como un caballo que el
jinete. Él ha tropezado en el amor, y ahora está allí atas-
cado. Él no estaba acostumbrado a conseguir lo que quie-
re, y tratar con él, todavía no puede ayudar con eso pero
se pregunta si es porque él no quiso a nadie demasiado
como lo hizo ahora. Él observa el estacionamiento. Por la
tarde regresará donde pertenece; sus perros se volverán
locos cuando lo vean, su correo lo estará esperando en la
puerta principal, la leche en su refrigerador todavía estará
lo bastante fresca para usar en su café. El problema es,
que no se quiere ir. Él está muy bien allí, enrollado en ese
Honda diminuto, mientras su estómago le gruñe de ham-
bre, y su deseo es tan fuerte que no sabe si será capaz de
ponerse de pie. Sus ojos le arden y sabe que no podrá
detenerse cuando comience a llorar. Será mejor no inten-
tarlo.

―Oh no lo haga.‖ Sally le ruega. Ella se acerca a él, im-


pulsada por la gravedad e impulsada por fuerza que no
podría controlar.

―Creo que lo haré‖ Gary lo dijo en un triste tono de


voz. Moviendo su cabeza, disgustado consigo mismo.
Esta vez, el prefería hacer cualquier cosa, pero menos
llorar. ―No me haga caso‖

Pero lo hace. Lentamente se acerca hacia a él para secar


sus lagrimas, pero en vez de eso ella puso sus brazos al-
rededor de su cuello y una vez que hizo eso, el la apretó
con fuerza.

~ 277 ~
―Sally‖ le susurra.

La música suena, era un sonido absurdamente bonito


que provenía de la boca de él, pero que ella no le presta
atención. Desde el tiempo que pasaba sentada en las es-
caleras en la casa de las tías escuchaba que la mayoría de
los hombres decían mentiras. ―No la escuches,‖ se decía a
sí misma.
Nada de eso sería verdad y a nadie le importaba, por-
que Gary lo que le estaba susurrando en forma de canción
era que estarían juntos para siempre.

Estando a la mitad de camino de su casa, entre sus bra-


zos, contemplándolo, de manera que cuando él la tocaba
su piel estaba tan caliente que no lo podía creer. Desafor-
tunadamente, ella no quería escuchar nada de lo que él
decía, y realmente no podía pensar, porque si lo hacía
sería mejor detenerse.

―Esto es como estar ebrio‖ Sally se encontraba pensan-


do cuando Gary la sujetaba contra él. Sus manos estaban
sobre su piel y ella no quería que se detuviera. Luego
estuvieron bajo su remera y se deslizaron por sus shorts y
aun ella no quería que se detuviera. Sin embargo, le gus-
taba el calor que le estaba haciendo sentir, era como un
mapa sin dirección con intenciones de perderse ahí mis-
mo.
En ese momento podía darse cuenta como cedía ante
sus besos, esta lista para hacer casi todo. ―Esto era como
estar loco‖ ella supuso.
Todo lo que está haciendo era bastante inusual, tanto
que cuando se mira por el nublado espejo retrovisor se
sintió algo aturdida. Esa era una mujer que podía enamo-
rarse si ella se lo permitiese, una mujer que no detendría a
Gary cuando le alborote su cabello, y que luego presione
sus labios en su delicada garganta.

~ 278 ~
¿Qué bueno seria para ella involucrarse con un hombre
como él?
A ella le agradaba mucho esa idea, pero no era de esa
clase. Y ella sabía cuál.

Todavía tenía el amargo recuerdo de aquellas pobres e


incoherentes mujeres que iban a la puerta trasera de las
tías, y no podía soportar considerarse una de ellas, con
ese salvaje pesar que algunas personas lo llaman amor.

Minutos después, puede librarse de Gary, sin respira-


ción pero con su boca en llamas y su cuerpo ardiendo.
Tanto tiempo ella se las había arreglado para poder vivir
sin amor que podía continuar así. Se había vuelto tan fría
por dentro y por fuera, pensaba para sus adentros.
Por otro lado, la lluvia era menos severa, pero el cielo
se había puesto tan oscuro como un pote de tinta. Hacia el
este, los truenos suenan como una tormenta que se mueve
por el mar.

―Quizás estoy haciendo esto para que detengas la inves-


tigación‖ Sally le dijo. ¿Lo has considerado? Tal vez es-
toy tan desesperada que maldeciría a todo el mundo, in-
cluyéndote‖

Su voz sonaba amarga y cruel, pero a ella no le impor-


taba. Lo único que quería es ver aquella mirada de pre-
ocupación en su rostro. El punto era, que quería que no
siguiera porque entonces no habría opción para ella. An-
tes que se sintiera atrapada como aquellas mujeres en la
puerta de la casa de las tías.

―Sally‖ Gary le dice. ―Tú no eres así.‖


―Oh, ¿en verdad?‖ Sally le responde. ―Tú no me cono-
ces. Piensas que sí pero estas equivocado.‖

~ 279 ~
―Está bien. Sé que tengo razón,‖ él le dice, eso es un
argumento que Sally no podía soportar.
―Sal‖ Ella pide a Gary. ―Sal de mi auto‖

En ese momento, Gary deseaba poder sujetarla entre


sus brazos y forzarla, por lo menos hasta que cediera. Le
hubiese gustado hacerle el amor ahí mismo toda la noche
y que no le importara nada mas, ni tampoco escuchar si
ella le decía algo. Pero el no es esa clase de hombre, y
nunca lo será. El ha visto demasiadas vidas terminar mal
cuando un hombre se deja llevar por su miembro. Eso era
como ceder ante las drogas y el dinero rápido que cuando
lo tienes no realizas preguntas.
Gary siempre ha entendido por que la gente cede ante
lo que quiere sin importar las consecuencias de sus actos.
El no se comportara de esa manera, aunque eso signifique
que no pueda hacer lo que verdaderamente quiere.

―Sally‖ el murmuro. Su voz sonaba tan triste y angus-


tiosa más de lo que ella se hubiera podido imaginar. Era
su bondad que la hacía trizas.
―Te quiero fuera de mi auto‖ Sally le ordena. ―Esto es
un error. Todo esto está mal‖

―No lo es‖ De repente Gary abre la puerta y la vuelve a


cerrar. De modo que él se inclina para que Sally lo pueda
mirar directamente por el espejo. Ni siquiera se atreve a
mirarlo.

―Cierra la puerta‖ Sally le pidió. Su voz sonaba frágil,


hecha pedazos.

El cierra la puerta del automóvil, pero de todos modos


se quedo parado en ese lugar inmóvil, como si mirara a la
nada. Sally sabía que él no la abandonaría. Así debería

~ 280 ~
ser. Pero ella se mantendrá alejada de él para siempre,
distante como las estrellas, ilesa e intocable hasta el fin de
sus días.
Sally se dirige a la estación de servicio, sabiendo que si
se voltea a ver, se lo encontraría parado en el mismo lu-
gar en el estacionamiento. Pero ella no mira hacia atrás,
porque si lo hiciera también descubriría cuánto ella lo
quiere, y lo bueno que fue con ella.

Gary la observa alejarse, y todavía está mirando la ca-


lle cuando el primer crujido de un relámpago estremece el
cielo. Él estará allí cuando el árbol de manzana del otro
lado del estacionamiento se ponga blanco con el calor; el
siente demasiado la carga, y lo sentirá todo el camino a
casa, como si el cielo se le cayera encima.
Con una visita íntima como esa, le daba un sentido per-
fecto que él agitara sus llaves cuando se para en frente de
la puerta de su habitación. Así Gary lo entiende, era la
más gran porción de pena servida en un plato solo para
una persona. Sally y el se sirvieron del mismo plato esa
noche, la única diferencia que él sabe lo que está perdien-
do, pero ella no tiene idea la razón de sus lágrimas cuan-
do ella conduce hacia su casa.

Cuando Sally llega a la casa, tenía su pelo alborotado y


todavía sentía la huella de sus besos. Gillian la está espe-
rando. Ella está sentada en la cocina bebiendo te y escu-
chando los truenos.

―¿Lo has hecho con él, no? Gillian le pregunta inquisi-


doramente.
La pregunta era a la vez sorprendente y algo trivial por
lo que Gillian continuo preguntando. Sally tímidamente
se sonríe y le responde que no.

~ 281 ~
―Muy mal‖ Gillian le responde. ―Pensé que lo habías
hecho. Creí que lo habías pasado bien con él. Tenías esa
mirada en tu rostro.

―Estas equivocada‖ Sally dijo

―Al menos, ¿hiciste un trato con él? ¿Le dijiste que no-
sotras no somos sospechosas no?

"Él tendrá que pensar sobre eso." Sally se sienta a la


mesa. Ella se siente de la forma como si alguien le hubie-
ra dado una bofetada. El peso de no ver a Gary nunca más
descendía sobre ella como una capa de cenizas. Ella pien-
sa en sus besos y en la manera que él la tocó, luego se da
vuelta y le dice a su hermana. "Él tiene conciencia."

―Mas a nuestro favor. Si eso lo pone así‖

Esa noche el viento aumenta su intensidad, hasta no de-


jar en pie un solo cubo de basura en la calle. Las nubes
eran tan altas como negras montañas. En el patio de atrás,
bajo el seto de espinas, la tierra se volvía lodo, y luego
culminando en una pileta de decepción y pena.

―Jimmy no está enterrado. Primero el anillo, luego la


bota. Me temo lo que pueda venir a continuación. Em-
pecé a pensar sobre eso y creo que fue una especie de
inconsciencia. Eso lo escuche en las noticias. Pero la tor-
menta de esta noche pondrá todo peor.‖

Sally mueve su silla para estar más cerca de Gillian.


Sus rodillas se rozan. El pulso de ambas es exactamente
el mismo, de la misma forma que sucedía cuando ocurría
una tormenta. ¿Y ahora qué hacemos?
Es la primera vez que ella le pedía un consejo u opinión
a Gillian, y Gillian siguió el ejemplo de su hermana. Lo

~ 282 ~
que se tenía que decir y hacer en estos casos. Respiro
hondo y le dolió admitirlo en voz alta.

―Llama a las tías‖ Gillian le ordeno a Sally. ―Hazlo


ahora‖

EN EL OCTAVO DIA del octavo mes las tías llegaban


en un autobús. En el minuto que el conductor se detuvo
en la parada tuvo la seguridad que la primera cosa que
tendría que bajar del portaequipaje eran esas maletas ne-
gras tan grandes y pesadas que tenía que usar toda sus
fuerza para sacarlas afuera.

―Sostengan sus caballos‖ les aconsejo a los demás pa-


sajeros, que se estaban quejando por todavía llevar sus
maletas en la mano con el propósito de atrapar un autobús
o encontrarse con algún esposo o amigo. El conductor los
ignora y se dirige a las tías: no quisiera hacer esperar a las
damas.‖

Las tías eran tan viejas que era imposible predecir su


edad. Su cabello era tan blanco y sus columnas muy en-
corvadas. Ellas usaban largas faldas negras y botas de
cuero del mismo color. Aunque no habían dejado Massa-
chusetts por más de cuarenta años, realmente no se veían
intimidadas por el viaje. O por algo relacionado a la ma-
teria. Ellas saben lo que quieren y no tienen miedo de ser
honestas, por lo cual no le prestan ni la más mínima aten-
ción a las quejas de los pasajeros, y continúan indicándo-
le al conductor cual sería el mejor lugar para poner sus
maletas.

―¿Qué tienen ahí adentro?‖ el conductor bromea. ―¿Una


tonelada de ladrillos?‖
Las tías no se molestan en responder, todavía tienen al-
go de tolerancia por el humor inteligente y no están inte-

~ 283 ~
resadas en tener una cortes conversación con el chofer.
En la parada de autobuses, llamaron a un taxi, y tan pron-
to que llego le indicaron al conductor donde exactamente
querían ir.

Las tías olían a lavanda y a azufre, una mezcla inquie-


tante. Tal vez por esta razón, el conductor del taxi mantu-
vo la puerta abierta por un rato cuando llegaron a la casa
de Sally, sin embargo ellas ni se molestaron en dejarle
una propina. Las tías no creían en las propinas y jamás la
daban. Ellas creían que la ganancia se encontraba en el
trabajo bien hecho.

Sally se ofreció a recogerlas en la estación de autobu-


ses, pero las tías no quisieron nada de eso. Ellas quisieron
llegar por sus propios medios. Hacerlo lentamente, como
lo estaban haciendo ahora. El césped estaba húmedo y el
aire muy espeso de la misma manera que siempre sucedía
ante una tormenta. La niebla colgaba por las casa y por
los techos de las chimeneas. Las tías se pararon en el es-
tacionamiento de Sally, entre el Honda y el Oldmobile de
Jimmy, sus maletas negras estaban al lado de ellas.
Tan pronto llegaron cerraron sus ojos, para sentir el lu-
gar. Los álamos, y los gorriones que las observaban con
interés. Las arañas que no cesaban de tejer sus redes. Por
lo tanto, la lluvia comenzaría después de medianoche, y
en esto las tías estarían de acuerdo. Eso se desplomara
como un torrente de agua. Eso caerá hasta que todo el
mundo parezca de plata y las cosas se pongan al revés.
Esto pasa cuando tienes reumatismo o cuando has vivido
durante un largo tiempo con tus tías.

Dentro de la casa, Gillian se sentía algo nerviosa. De la


misma manera en que la gente se siente nerviosa antes de
escuchar a un trueno. Ella estaba usando unos viejos je-
ans, una remera de algodón negra y todavía no ha cepilla-

~ 284 ~
do su cabello. Ella era la clase de niña que se rehusaba a
vestirse cuando llegaban visitas. Pero de todos modos, la
visita había llegado. El aire era tan denso como una torta
de chocolate, la cual era hecha sin harina. La luz del te-
cho se balanceaba de un lado a otro, su cadena de metal
hacia un sonido constante, como si estuviera colgada de
un hilo. De pronto, Gillian dio un tirón a las cortinas en lo
que su mirada se dirigió hacia el estacionamiento.

―Oh, Dios‖ ella dijo. ―Las tías ya están aquí‖

Afuera, el aire se volvía cada vez más espeso, como la


sopa, y tenía un olor sulfuroso, lo cual alguna gente lo
encontraba agradable y otras personas cerraban sus ven-
tanas abruptamente para luego encender sus aires acondi-
cionados.
Por la noche el viento seria lo suficientemente fuerte
para llevarse a los perros pequeños y arrojar a los peque-
ños de sus hamacas, pero por ahora es una brisa ligera.
Linda Bennett se ha estacionado, y cuando baja de su
automóvil, tiene una bolsa repleta de comestibles que
balanceaba con su cadera y con su mano libre saluda a las
tías. Hace poco, Sally le había mencionado que unas pa-
rientes ancianas llegaban de visita.

―Ellas son un poco raras‖ Sally le advirtió a su vecina


de al lado, pero Linda al cruzarse con ellas en ese mo-
mento las observo como si parecieran unas dulces ancia-
nitas.

La hija de Linda, que antes era Jessie y ahora se llama-


ba Isabella, descendió del asiento del acompañante
tapándose la nariz y mostrando a su vez tres anillos de
plata que estaba usando. Ella sentía como si algo estuvie-
ra en descomposición. Luego miro a su alrededor y ob-
serva a las tías estudiar la casa de Sally.

~ 285 ~
―¿Quiénes son esos murciélagos? La rebautizada Isabe-
lla le pregunto a su madre.
Las palabras de aquella jovencita se dispersaron por el
césped, cada desagradable silaba caía en la entrada de
Sally con un martilleo. En ese momento, las tías se dieron
vuelta y observaron a Isabella con sus grises ojos claros,
ella sintió que algo extraño corría entre sus dedos, una
sensación tan atemorizante y extraña que tuvo que correr
hacia su casa y meterse a la cama tapándose completa-
mente. Pasaran semanas antes que la joven se queje con
su madre o con alguien más, e incluso si lo hace lo pensa-
ra dos veces, ella lo reflexionara con un ―por favor‖ y
―gracias.‖

―Háganme saber si necesitan algo durante su visita‖


Linda le grita a las tías de Sally, de repente ella se sentía
tan bien como no le sucedía durante años.

Sally se había parado al lado de su hermana con el


propósito de golpear la ventana y obtener la atención de
las tías. Pero cuando ellas se dieron cuenta que sus sobri-
nas estaban detrás de la ventana, comenzaron a saludarlas
tan emocionadas como la primera vez que se encontraron
en el aeropuerto de Boston. En lo que a Sally concierne,
ver a sus tías en su entrada era como ver a dos mundos
chocar.

Sería menos inusual que un meteorito aterrizara al lado


del Oldmobile o que una lluvia de estrellas cayera sobre
el césped, que tener a las tías allí mismo.

―Vamos‖ Sally le dice arrastrando a Gillian de la man-


ga, pero ella se rehúsa moviendo su cabeza como una
niña.
Gillian no ha visto a las tías durante dieciocho años, y
aunque no habían envejecido demasiado tanto como ella,

~ 286 ~
tampoco tenía la noción de cuantos años tenían. En su
recuerdo siempre las imaginaba unidas, y ahora ella ve
que tía Francés es un poco más alta que su hermana, y tía
Bridget, que también la llamaban tía Jet actualmente era
alegre y regordeta, como una gallina vestida con faldas y
botas negras.

"Necesito tiempo para procesar esto", Gillian dice.

"Dos minutos serán más que suficiente", Sally le in-


forma, en el momento que sale a dar la bienvenida a sus
invitadas.

―¡Las tías! Kylie grita cuando las ve llegar. Ella la lla-


ma a Antonia que estaba arriba en su cuarto y se apresura
para unirse a ella, bajando de a dos escalones a la vez.
Ambas hermanas se amontonan en la puerta abierta, hasta
que se dan cuenta que Gillian todavía está en la ventana.

―Ven con nosotras‖ Kylie la anima a reunirse con ellas.

―Vayan‖ Gillian les aconseja. ―Estaré bien aquí‖


Kylie y Antonia se apuran para llegar y arrojarse a los
brazos de sus tías. Ellas cantan y bailan alrededor de ellas
hasta quedarse sin respiración. Cuando Sally les telefoneo
y les explico lo que sucedía en el patio, las tías escucha-
ron cuidadosamente. Luego se aseguraron de tomar el
primer autobús a New York, tan pronto que le dieran de
comer al viejo Magpie el último gato que quedaba en la
casa. Las tías siempre mantenían sus promesas, y aun lo
hacían. Ellas creían que cada problema tenia solución,
aunque no sea el resultado que originalmente se había
esperado.
Por ejemplo, las tías nunca habían esperado que sus vi-
das se vean completamente alteradas por una simple lla-

~ 287 ~
mada por teléfono a mitad de la noche hace muchos años
atrás.

Era un día frío de Octubre, y la casa era tan grande que


entraba aire por todas partes, el cielo estaba tan oscuro
que nadie se animaba a estar fuera de casa. Pero las tías
tenían su rutina, no importara lo que sucediera. Por la
mañana, ellas tomaban un paseo, luego leían y escribían
en sus diarios. Al mediodía ellas almorzaban, el mismo
almuerzo todos los días patatas, budín del tallarín, y tarta
de la manzana para el postre. Por la tarde hacían una pe-
queña siesta, para luego estar repuestas a la hora al
crepúsculo momento que iniciaban su negocio, por si
acaso si alguien deseaba acercarse a la puerta trasera. Al
anochecer, siempre almorzaban en la cocina, frijoles, tos-
tadas y galletitas— también mantenían las luces bajas
para ahorrar electricidad. Cada noche, cuando enfrenta-
ban a la oscuridad, les tomaba trabajo conciliar el sueño.

Sus corazones se hicieron trizas una noche la cual dos


hermanos corrían por el verde césped. Se rompieron tan
profundamente que las tías nunca más se permitirían ser
tomadas por sorpresa, no por un rayo, ni siquiera por el
amor. Ellas creían en cronogramas, rutinas y algo más.
De vez en cuando asistían a reuniones en el pueblo cuya
presencia podría fácilmente oscilar un voto, o si visitaban
la biblioteca, donde la vista de sus faldas y botas negras
inducía al silencio a los presentes.

Las tías asumían que ellas conocían su vida y las con-


secuencias que eso le traería. Con exactitud, conocían el
origen de sus propios destinos, o al menos era eso lo que
ellas creían.

Estaban convencidas de que nada podía interponerse


entre su presente y el futuro de su muerte, en cama, por
supuesto.

~ 288 ~
Las causas podían ser neumonía, complicaciones por
gripe a la edad de noventa y dos o noventa y cuatro años.
Pero ellas pasaron por alto algo, o tal vez lo que no puede
predecir el destino. Las tías nunca hubieran imaginado
que una pequeña y seria voz telefonearía en el medio de
la noche, pidiendo que la pasen a buscar, interrumpiendo
todo. Ese era el fin de los frijoles y patatas a la hora del
almuerzo. En cambio las tías se tuvieron que acostumbrar
a la crema de cacahuate, a la mantequilla y la mermelada,
las galletitas con dulce y la sopa con letras que tanto les
gustaba a las niñas. Qué extraño era estar agradecidas por
tratar con dolores de garganta y con pesadillas. Sin esas
dos niñas, ellas no hubiesen nunca cruzado a mitad de la
noche por todo el vestíbulo con sus pies desnudos, para
ver cuál de ellas sufría dolor de estomago y cuál era la
que dormía bien.

Francés se acerca al porche para evaluar mejor a la casa


de su sobrina.

―Moderna, pero muy bonita‖ ella le anuncia


Sally se siente picada por el orgullo. Era el más alto
cumplido que Tía Francés le podía dar, eso significaba
que ella había hecho bien las cosas y las había hecho sola.
Sally estaba agradecida por cualquier palabra amable o
cumplido que su tía le podía dar.
Toda la noche permaneció despierta, porque cada vez
que cerraba los ojos podía ver a Gary tan claramente,
como si estuviera sentado al lado de ella en la mesa de la
cocina, en el living o en su cama. Ella tiene una cinta que
no dejaba de funcionar dentro de su cabeza, lo hacia una
y otra vez y ella parecía no poder detener. Al sujetar las
maletas de las tías, Sally siente como si Gary la estuviera
tocando. Cuando intenta en levantar aquel pesado equipa-
je, se da cuenta que no tiene la fuerza suficiente para
hacerlo sola.

~ 289 ~
―Por el problema en el patio,‖ Tía Francés explica.

―Ah,‖ dice Sally

Tía Jet se acerca para abrazar a Sally. Durante el vera-


no que Jet tenía dieciséis, dos jóvenes del pueblo se mata-
ron por su amor. Uno ato barras de hierro a sus tobillos y
se tiro por un acantilado. El otro fue embestido por el tren
de las 10:22 que salía hacia Boston. De todas las mujeres
Owens, Jet era la más hermosa, y nunca se había dado
cuenta. Ella prefería los gatos que a los seres humanos, y
rechazar cada oferta de cualquier hombre que se enamo-
rase de ella.

La única persona que a ella le importaba, era el joven


que había sido golpeado por el relámpago, cuando él y su
hermano fueron desparramados por el césped, por demos-
trar cuan valientes y osados eran. A veces, al anochecer,
Jet y Francés oían el sonido de aquellos jóvenes riéndose
y corriendo por la lluvia para luego tropezarse con la
completa oscuridad. Aun sus voces sonaban jóvenes y
llenas de esperanza, exactamente como sonaban en el
momento del accidente.

Últimamente, Tía Jet tenía que llevar un bastón negro


con la cabeza de un cuervo tallado; ya que vivía encorva-
da por su artritis, pero ella nunca se quejaba de como su
espalda se sentía cuando ella desataba sus botas al final
del día.
Todas las mañanas, ella se lavaba con jabón negro, el
cual Francis y ella preparaban dos veces al año, para que
su cutis sea casi perfecto. También trabajaba en el jardín
y podía recordar el nombre en latín de cada planta que
crecía allí. Pero no hubo un día que pasara que ella no
piense en ese joven a quien amo. No había momento que

~ 290 ~
no deseara que el tiempo fuera una entidad movible para
que ella volviera todo atrás y besar a ese joven otra vez.

―Estamos tan felices de estar aquí,‖ Jet anuncia

Sally sonríe, pero su sonrisa tiene trazos de tristeza.


―Debería haberte invitado hace bastante tiempo. Nunca
pensé que les agradaría estar aquí‖

―Nunca puedes adivinar lo que la otra persona está pen-


sando‖ Francés le informa a su sobrina. ―Por algo el
idioma fue inventado. De otra forma, seriamos como los
perros oliéndonos los unos a los otros para saber dónde
estamos parados‖

―Tienes absolutamente razón‖ Sally está de acuerdo


con ella.

Las maletas son llevadas hacia adentro de la casa y no


es trabajo fácil. Antonia y Kylie gritan, ―vamos " y traba-
jan juntas para levantar el equipaje de las tías. Esperando
en la ventana, Gillian ha pensado en escapar por la puerta
trasera para no tener que enfrentar la mirada crítica de las
tías y de cómo ella desarreglo su vida. Pero cuando Kylie
y Antonia llevan a las tías al interior de la casa, Gillian
estaba parada en el mismo lugar, con su pálido cabello
electrizado.

Algunas cosas, cuando cambian, nunca vuelven a ser de


la manera que eran. Las mariposas, por ejemplo y las mu-
jeres que se han enamorado con frecuencia del hombre
equivocado. Las tías chasquean sus lenguas tan pronto
cuando ven a esa mujer madura la que una vez fue una
niña. Quizás ellas no tenían horarios para la cena u obli-
gar que sus sobrinas guarden su ropa en su ropero, pero
las tías siempre estuvieron ahí. De manera que, ellas fue-
ron que buscaron a Gillian ese primer año, cuando los

~ 291 ~
otros chicos en el jardín de niños, le tiraban del cabello y
la llamaban niña-bruja. A Gillian jamás se le ocurrió con-
tarle a Sally lo terrible que eso fue, como la perseguían
con apenas tres años. Era tan vergonzante que ella no
tenía el valor de admitirlo.

Todos los días cuando Gillian regresaba a la casa, le ju-


raba a Sally que había tenido una tarde encantadora, que
había jugado con los bloques y pinturas, y alimentó al
conejito que miraba a los niños tristemente desde una
jaula cerca del armario. Pero Gillian no podía mentirles a
las tías cuando vinieron a buscarla. Puesto que al final
del día su cabello estaba enredado y su rostro y piernas
llenos de arañones. Las tías le aconsejaron que ignorara a
los demás chicos, que lea libros y que juegue consigo
misma y correr para informar a la maestra si cualquiera
de ellos era malo o rudo con ella. Desde luego, Gillian
creía que era digna de ese horrible tratamiento, y por esto
jamás fue corriendo a su maestra para contarle lo sucedi-
do. Ella hizo su mejor esfuerzo y lo guardo para sí mis-
ma.
Sin embargo las tías, podrían darse cuenta de lo que es-
taba pasando por los hombros caídos de Gillian, y porque
no podía dormir durante las noches. Finalmente la mayor-
ía de los niños dejaron de molestar a Gillian, pero algunos
de ellos continuaron atormentándola, murmurando la pa-
labra ―bruja‖ cada vez que la veían pasar. Le derramaban
jugo de uva en sus zapatos nuevos o le tiraban del cabello
todo el tiempo que querían, hasta que llego la fiesta de
navidad

Los padres de todos los niños asistieron a la fiesta, lle-


varon galletas, pasteles y fuentes de ponche de huevo
rociado con nuez moscada. Las tías llegaron tarde, siem-
pre usando sus negros abrigos. Gillian había esperado que
ellas pudieran recordar traer un paquete de galletitas con

~ 292 ~
chispas de chocolate, o quizás un pastel Sara Lee, pero
las tías no estaban interesadas en postres. Directamente se
ocuparon de lo peor de los niños, aquellos que tiraban a
Gillian de sus cabellos o que le ponían apodos. Las tías
no tuvieron que usar maldiciones o algunas hierbas, o
jurar alguna clase de castigo. Simplemente se sentaron
cerca de la mesa de bocadillos y cada niño que había hos-
tigado a Gillian inmediatamente comenzaba a sentir dolor
de estomago. A causa de esto, estos niños corrieron a sus
padres y les rogaron ser llevados a casa, en donde perma-
necerían por varios días, temblando bajo los cobertores de
lana, tan nauseabundos y llenos de remordimiento que el
cutis se había tornado de un tinte débil verdoso, y sus
pieles despedían un olor tan agrio, lo cual siempre acom-
pañaba a una culpable conciencia

Después de la fiesta de Navidad, las tías llevaron a Gi-


llian a casa y la sentaron en el sofá del salón, aquel ater-
ciopelado con un león de madera cuyas garras aterroriza-
ban a Gillian. Ellas le explicaron como los palos y las
piedras podrían quebrar huesos, pero mofarse y ponerle
apodos a la gente solo era para los necios. Gillian las es-
cucho, pero en realidad no les prestó atención.
Ella tenía demasiado en cuenta lo que las otras perso-
nas pensaban y no en su propia opinión. Las tías siempre
han sabido que Gillian a veces necesitaba ayuda extra
para defenderse a sí misma.
Al observarla detenidamente, las tías ponen énfasis en
la mirada de Gillian, sus ojos grises eran luminosos y
afilados. También pueden ver en las líneas de su rostro
algo que los demás no pueden notar, ellas pueden saber lo
que está sucediendo en su interior.

―¿Luzco horrible, no? Gillian les pregunta con una voz


entrecortada. Hace un minuto había volado hacia su al-
coba como una joven de dieciocho años, y ahora estaba
allí en frente de sus tías.

~ 293 ~
Con mucha emoción se acercaron a abrazar a su sobri-
na. Era tan poco común que en su estilo fresco y despre-
ocupado a Gillian se le escape un sollozo de su garganta.
Para crédito de ellas, las tías han aprendido una o dos
cosas desde que han emprendido la tarea de criar a esas
dos pequeñas niñas.

Alguna vez han mirado a Oprah y saben que sucede


cuando uno esconde el amor que siente. Hasta lo que a
ellas le concierne, Gillian lucia más bonita que nunca,
desde luego las mujeres Owens siempre han sido conoci-
das por su belleza, como por las tontas decisiones en las
que se vieron involucradas con el correr de los tiempos.
Por los años veinte su prima Jinx, cuyas pinturas podían
ser encontradas en el Museo de Bellas Artes, era tan tes-
taruda para escuchar los consejos que le decían los de-
más. A causa de esto se emborracho con champagne frío,
arrojo sus zapatos de raso por encima de una gran pared,
y luego bailo sobre los vidrios rotos hasta el amanecer
para luego no volver a caminar otra vez.
Pero la más querida de todas era Bárbara Owens, casa-
da con un sujeto cuya cabeza era más dura que la de una
mula, que se rehusaba tener electricidad o agua corriente
dentro de la casa, insistiendo que dichas cosas eran solo
vanidades.
Su prima favorita Abril Owens, vivió en el desierto de
Mojave por doce años, coleccionando arañas en frascos
de formol. En una década o dos, las rocas forman el
carácter de una persona. Aunque ella no lo creía, esas
líneas que surcaban en el rostro de Gillian era la parte
más hermosa de ella. Esas líneas revelaban lo que ella
tuvo que soportar y como ha sobrevivido siendo exacta-
mente como es, desde lo más profundo de su ser.
―¿Y bien?‖ es la frase que Gillian utiliza cuando termi-
na de llorar. Luego se limpia sus ojos con sus manos y

~ 294 ~
dice: ¿Quién habría pensado que me iba a poner tan sen-
timental?

Mientras que las tías toman asiento, Sally les sirve un


pequeño vaso de ginebra a cada una, lo cual aprecian
muchísimo, y lo que particularmente les dará valor para
iniciar la tarea próxima a realizar.

―Hablemos sobre el sujeto que está en el patio‖ Francés


dice. ―Jimmy‖

―¿Hablemos?‖ Gillian gimoteo

―Si tenemos que hablar,‖ la tía Jet era muy cuidadosa al


hablar. Hay algunas cosas que debemos saber sobre él,
como por ejemplo ¿Cómo murió?

Antonia y Kylie estaban sentadas bebiendo sus refres-


cos de dieta y escuchando como locas. Esto se ponía inte-
resante, se decían entre ellas.

Para continuar con la reunión, Sally había servido un


exquisito té de menta, sobre una vajilla de cristal cortado
que sus hijas le habían obsequiado para el día de las ma-
dres, la cual ha sido su favorita. Ya que nunca más podría
beber café, el aroma le hacía recordar completamente,
tanto que podía jurar que él estaba sentado a la mesa
cuando Gillian vertía agua en el filtro esa mañana.
Sally se decía a si misma que la falta de cafeína la hac-
ían poner perezosa. Sin embargo, no estaba equivocada.
Ese día estaba extraordinariamente callada, lo suficiente
malhumorada como para que Kylie y Antonia se den
cuenta. Las niñas tenían el presentimiento que la mujer
que alguna vez ha sido su madre se ha ido para siempre.
Y no es por su cabello suelto, que anteriormente estaba
cuidadosamente atado. Sino por la tristeza de su rostro
que se reflejaba a lo lejos.

~ 295 ~
―No creo que debamos discutir esto enfrente de las ni-
ñas‖ Sally exigió.

Pero ellas estaban allí como hipnotizadas, prestando


atención a cada palabra dicha por sus mayores. Además
morirían si no oían lo que sucedería a continuaron, sim-
plemente no serian capaces de resistirlo, el hecho que las
dejen al margen del asunto.

―¡Mama!‖ gritaron ellas

Ya casi eran unas mujeres. Por lo tanto Sally no puede


hacer nada al respecto. Así que ella se encoge de hom-
bros, como gesto de buena voluntad y le dice un poco a
regañadientes y a la vez resignada que estaba de acuerdo.

―Bueno…como empezar‖ ―Supongo que yo lo mate‖


Gillian les confiesa.

De repente las tías intercambiaron una mirada fugaz.


En lo que a ellas les concierne hay una sola cosa que Gi-
llian no era capaz de hacer. ―¿Qué? Ellas exclamaron.
Gillian era la clase de mujer que gritaría si ella pisa a una
araña con los pies descalzos. O tal vez si se pinchaba el
dedo con una aguja y luego derramaba sangre, ella anun-
ciaría que ella estaba lista para desmayarse y entonces
proceder a caerse al suelo.

Gillian admite que uso la belladona, una planta que


siempre había despreciado cuando era una niña, simulan-
do que era hierba buena, ella sacaba un gran manojo
cuando las tías le pedían que limpiara el jardín.
Cuando las tías le preguntaron por la dosis exacta que
ella utilizo, movieron la cabeza de un modo complacien-
te. Sucedió lo que ellas suponían. Si las tías conocen de

~ 296 ~
algo, saben de las consecuencias que puede traer la bella-
dona. Aquella dosis no podría matar a un fox terrier, pero
dejaría casi como muerto a un hombre de la contextura de
Jimmy.

―Pero el está muerto‖ Gillian les responde sorprendida


por oír que su remedio no pudo haberlo matado. Ella se
da vuelta para buscar respaldo en su hermana. ―Sé que
está muerto‖

―Definitivamente muerto‖ Sally estaba convencida de


eso.

―No por tu mano.‖ Francés no podía estar más segura


de eso. ―No al menos que el sea una ardilla‖

Al oír esto, Gillian se llena de alegría y se arroja a los


brazos de sus tías. El anuncio de la tía Francés la colmo
de expectativas.

Era algo ridículo comportarse de esa forma a su edad, y


en particular en esa noche terrible, pero a Gillian no le
importa eso en lo absoluto. Es mejor tarde que nunca, esa
es de la manera en la que piensa.

―Soy inocente‖ Gillian grita aliviada.

Sally y las tías intercambian miradas al observar esa


escena. Ellas no saben el motivo de tanta felicidad repen-
tina.

―En este caso,‖ Gillian agrega seriamente al ver sus ex-


presiones.

―¿Qué lo mato?‖ Sally les pregunto a las tías.

~ 297 ~
―Pudo haber sido cualquier cosa‖ Jet se encogió de
hombros

―Alcohol‖ Kylie propone. ―Años consumidos en la be-


bida‖

―Su corazón‖ Antonia sugiere.

Francés les pide que dejen de jugar al juego de las adi-


vinanzas. Ellas nunca sabrán que fue lo que lo mato, pero
todavía tenían que lidiar con un cuerpo enterrado en el
patio, por eso las tías habían traído su receta para librarse
de las cosas desagradables que uno puede encontrar en el
jardín como ser babosas o pulgones. La receta consiste en
la sangre que perteneció a un cuervo, destrozado por sus
rivales, o una clase de semillas que eran tan venenosas lo
cual era imposible tenerlas en la mano, sin usar unos
gruesos guantes de cuero.
Las tías conocían exactamente cuanta lejía tenían que
agregar a la lima para que el hechizo funcione, mucho
mas cuando incluían hervir su jabón negro que era bene-
ficioso para la piel de una mujer si ella se lavaba con eso
cada noche. Barras de ese jabón envueltos en papel ce-
lofán podían ser encontrados en las herboristerías de
Cambridge o en algunos especializados en la materia de
Newbury Street. Este suceso trajo consigo no solo la
compra de un nuevo tejado para la vieja casa sino tam-
bién un sistema séptico innovador.

En la casa, las tías siempre usaban el gran caldero de


hierro, que había estado primero en la cocina, desde que
Maria Owens construyo la casa, pero allí lo tendrán que
hacer en la olla mas grande que Sally tiene para hacer
pasta. Ellas tendrán que hervir los ingredientes por tres
horas y media. Sin embargo Kylie esta un poco nerviosa,
no por lo que sucede sino porque ella tiene que llamar a
Del Vecchio y tiene miedo que reconozcan su voz y se-

~ 298 ~
pan que ella fue quien ordeno aquellas pizzas a la casa del
Sr. Frye. Al final, se lleno de valor y marco al lugar, en lo
que ordeno dos pizzas grandes, una de anchoas, para las
tías y otra con queso y champiñones con salsa extra.

La mezcla en la cocina comienza a hervir, y en el mo-


mento que el jovencito del reparto llego, el cielo estaba
oscuro y tormentoso, aunque detrás de esa gruesa capa de
nubes había una perfecta luna. El jovencito golpeo tres
veces, esperanzado por ver a Antonia Owens, que una vez
se sentó a su lado en la clase de algebra. En vez de ella
apareció la Tía Francés que con un tirón abrió la puerta.
Los puños de sus mangas se encontraban humeantes por
toda la lejía que ha estado midiendo y sus ojos estaban
tan fríos como el hierro.
―¿Qué? Ella le pregunto al muchacho, que sostenía
herméticamente las pizzas contra su pecho, debido a la
impresión de verla.

―Entrego las pizzas‖ el se las arreglo en decir.

―¿Este es tu trabajo?‖ Francis quiere saber. ―¿Entregar


comida?‖

―Así es‖ El muchacho dice. El piensa que puede ver a


Antonia en la casa, de todos modos hay alguien dentro
con el cabello rojo muy bonita, piensa para sus adentros.
En cuanto Francis lo mira, él le responde: ―Gracias seño-
ra‖

En el momento de abonar, Francés saco del bolsillo de


su falda el cambio que tenía en su cartera, dieciocho dóla-
res con treinta y tres centavos, lo cual ella considera que
es un robo a mano armada.
―Bueno, si este es tu trabajo, no esperes propina.‖ Ella
le menciona al joven.

~ 299 ~
―Hey, Josh,‖ Antonia le grita cuando ella pasa a buscar
las pizzas. Ella estaba usando una bata vieja encima de su
camiseta negra y polainas. Su cabello se encontraba atado
por la humedad y su pálida piel lucia fresca y humectada.
Ese joven, era incapaz de hablar en su presencia, aunque
cuando regrese al restaurant hablara de ella por un buen
rato antes que los empleados de la cocina le ordenen que
se calle. Al cerrar la puerta, Antonia se ríe sin darse cuen-
ta que ha regresado algo que había perdido una vez.
Ahora entiende que la atracción es un estado en la men-
te del individuo.

―La pizza‖, Antonia anuncia, y todas se sientan a la


cena a pesar del olor horrible que proviene de la mezcla
de tías que hierve en la hornalla trasera de la cocina. La
tormenta estaba sacudiendo los vidrios y el trueno se
sentía tan cerca que podía agitar la tierra. De repente, un
gran relámpago azoto al cielo, por lo que medio barrio
quedo sin energía. En las principales casas de la calle, se
podían observar personas buscando linternas y velas para
conseguir algo de iluminación. Algunas otras se resigna-
ban yéndose a dormir.

―Esto es de buena suerte‖ Tía Jet dice cuando se va la


electricidad. ―Nosotras seremos la luz en la oscuridad‖
aseguro

―Busca una vela‖ Sally sugiere.

Kylie encontró una vela cerca de un estante del frega-


dero. Cuando ella pasó por la cocina, ella sujeto con fuer-
za su nariz para no oler el olor nauseabundo que provenía
de allí
―Chicas, eso apesta‖ ella dijo sobre la mezcla de las tías

~ 300 ~
―Se supone que tiene que ser así‖ Jet respondió com-
placida

―Siempre es así,‖ Su hermana está de acuerdo.

Kylie regresa y coloca la vela en el centro de la mesa,


para que ellas puedan continuar con su cena, la cual es
interrumpida porque alguien toco el timbre.

―Será mejor que no sea el joven de las pizzas‖ Francis


dice ahora. ―Porque le diré lo que pienso realmente de él‖

―Ya sabremos quién es‖ Gillian dice al dirigirse hacia


la puerta.

La persona que había tocado el timbre era Ben, usando


un impermeable amarillo, llevaba en su mano una caja de
velas y en la otra una linterna. El solo verlo vestido de esa
forma a Gillian le recorría un escalofrío en la espalda.
Desde el principio, se imaginaba que Ben ponía su vida
en sus manos cada vez que estaba con ella. A raíz de su
suerte y su historia en lo que algo podía salir mal. Estaba
absolutamente convencida de que ella traería el desastre
de quien amase, pero aquello fue en el pasado cuando ella
era la mujer que mato a su novio en un automóvil. Ahora
ella ha cambiado. Al salir se apoya en la puerta y lo besa
a Ben en la boca. Lo beso de una forma que probaba que
si él era la razón de su existencia, lo tendría que sacar de
todo eso. Y sería mejor hacerlo ahora mismo.

―¿Quién te invito? Gillian bromea, aunque sus brazos


alrededor de él, su aroma era tan dulce que cualquiera que
se acercara se podía dar cuenta.

―Estoy preocupado por ti‖ Ben le responde. ―Ellos di-


cen que lo que viene es una tormenta, pero me parece que
es un huracán‖

~ 301 ~
Esa noche, Ben lo ha dejado a Buddy solo entre las ve-
las, sin embargo sabe cuán ansioso esta el conejo cuando
escucha los truenos.
Esto sucede cuando Ben quiere ver a Gillian, el tiene
que ir sin importar las consecuencias. Todavía no se acos-
tumbra el ser tan espontáneo y cada vez que se le ocurre
hacer algo como esto, tiene una ligera picazón en las ore-
jas.
Cuando regresa a su casa, encuentra su guía telefónica
hecha pedazos y sus zapatos favoritos completamente
masticados, pero todo eso valió la pena, si estuvo con
Gillian.

―Vete antes que todo se complique‖ Gillian le dice a él.


―Mis tías llegaron de Massachusetts‖

―Grandioso,‖ Ben le dijo, y antes de que Gillian lo pu-


diera detener, el ya había ingresado a la casa. Gillian in-
tento sujetarlo por la manga de su impermeable, pero ya
estaba en camino de saludar a las tías.
De todas formas las tías estaban concentradas en un
problema bastante serio.
Si Ben corría hacia la cocina asumiendo que iba a en-
contrar a dos adorables ancianas, estaba totalmente equi-
vocado. Ellas se levantaron de sus sillas y se dirigieron
con un paso sereno hacia esa dirección.

―Llegaron esta tarde y están exhaustas.‖


―No es una buena idea. A ellas no les gusta la compañ-
ía. Además ellas son muy ancianas. Gillian las excuso.

Ben Frye no le presta atención, y ¿Por qué debería? Las


tías son la familia de Gillian, y eso es todo lo que necesita
saber. Con paso firme se dirige hacia la cocina, donde
Antonia, Kylie y Sally detienen su cena en el momento
que aparece en la cocina. De repente todas se dan vuelta

~ 302 ~
para observar la reacción de las tías. Ben no se dio cuenta
el clima de ansiedad que envolvía al ambiente lo que si
puede darse cuenta era ese aroma ardiente que se levanta-
ba de la olla en la cocina. El podía presumir que el aroma
emanaba de algún líquido especial de limpieza o algún
detergente, quizás de alguna pequeña criatura, una pe-
queña ardilla, o un sapo anciano que había quedado atra-
pado en la puerta de atrás.

Pero finalmente el se acerco a las tías, y dentro de la


manga de su impermeable saca un ramo de rosas. La tía
jet las acepta con gran placer. ―Encantador,‖ le dice gen-
tilmente

Por otra parte, Tía Francés saco un pétalo y lo puso en-


tre su pulgar y el índice para verificar que las rosas fueran
reales. Lo eran en verdad, pero eso no significa que Tía
Francés haya quedado realmente impresionada.

―¿Algún truco más?‖ ella lo dijo en un tono intimidan-


te de modo que a alguien se le podía helar la sangre.
Ben le sonrió con una sonrisa adorable, la misma que
utilizo cuando la vio a Gillian por primera vez. Esa mis-
ma situación a ella le recordó los rostros de aquellas tías
de esos jóvenes que alguna vez salieron con ella. Antes
de que Tía Francés se diera cuenta, Ben saca detrás de su
cabeza un delicado echarpe de chiffon color zafiro, el
cual orgullosamente presenta.

―No puedo aceptarlo‖ Francés le responde, pero su tono


de voz no era tan relajado como antes, pero en el momen-
to que nadie la miraba coloco el echarpe alrededor de su
cuello. Ese color era perfecto para ella, ya que sus ojos
parecían como la laguna de un lago, tan claros y grisáceos
a la vez. Hora más tarde, Ben se sentía de lo más cómodo,
tomo un pedazo de pizza y comenzó a preguntarle a la

~ 303 ~
Tía jet acerca de su viaje desde Massachusetts. Eso fue
hasta que Francés se dio cuenta que Gillian se acerca.

―No arruines el momento,‖ le dice a su sobrina.

―Ni lo iba a hacer‖ Gillian le aseguro.


Finalmente Ben se quedo hasta las once. El preparo
chocolate caliente y budín para el postre, luego le enseño
a Kylie, Antonia y a Tía Jet como construir una casa de
cartas y como hacerlas caer con un simple soplido.

―Esta vez tuviste suerte‖ Sally le dijo a su hermana.

―¿Crees que eso fue suerte?‖ Gillian le sonríe

―Si‖ Sally le responde.

―De ninguna manera‖, Gillian bromea. ―Fueron años de


práctica‖

Exactamente en se mismo momento, ambas tías movie-


ron su cabeza al mismo tiempo por lo que emitieron un
breve sonido desde su garganta, un tipo de clic que se
acercaba mas al silencio, cualquiera que no estuviera es-
cuchando cuidadosamente podría cometer el error de con-
fundirlo con la llamada de un grillo o el suspiro de un
ratón bajo el sótano.

―Es hora‖ La tía Francés dijo.

―Tenemos asuntos de familia para discutir,‖ Jet le dice


a Ben cuando ella lo acompaña hasta la puerta.

La voz de Tía Jet siempre era de lo más dulce, aunque


era el tono que a ninguno se atrevería a desobedecer. Por
último Ben toma su impermeable y saluda a Gillian.

~ 304 ~
―Te llamare en la mañana‖ promete. ―Vendré a la hora
del desayuno‖

―No arruines esto que te está sucediendo‖ La Tía jet le


pide a Gillian después de despedir a Ben

―No lo haré.‖ Gillian le aseguro. Mientras echaba un


vistazo al patio de atrás. ―Es una noche horrible‖
El viento está rasgando los guijarros de los tejados, y
cada gato en el vecindario ha exigido que lo dejen entrar
o tener un refugio en la ventana para estremecerse y au-
llar.

―Quizás deberíamos esperar‖ Sally se aventura en decir

―Trae la olla‖ La tía Jet le pide a Kylie y a Antonia

La vela en el centro de la mesa lanzaba un círculo débil


de luz. Por lo que Tía Jet tomo a Gillian de la mano.
―Ahora nosotras nos tenemos que encargar de esto, no
tienes la obligación de tratar con este fantasma.‖
―¿Qué quieres decir con fantasma? Gillian dijo. ―Pri-
mero nos tenemos que asegurar que el cuerpo pertenece
enterrado‖

―Está bien,‖ Tía Francés le respondió. Si eso es lo que


quieres.

Gillian deseaba estar tomando un trago de ginebra


cuando las tías le habían dicho tal cosa. En vez de eso,
terminaba de tomar su café frío, que estuvo reposando en
su tasa toda la tarde. Mañana por la mañana el arroyo
detrás de la preparatoria será más profundo que un río, y
los sapos tendrán que correrse a una superficie más alta.
Por otro lado los chicos no lo pensaran dos veces sobre

~ 305 ~
bucear en esa agua oscura y pantanosa, aun si ellos estu-
vieran vestidos con sus ropas de domingo.

―De acuerdo‖, Gillian dijo. Sabe perfectamente que sus


tías están hablando más que de un cuerpo; es sobre el
espíritu del hombre que las frecuenta. ―Está bien‖, ella
les dice a las tías al abrir la puerta trasera.

Antonia y Kylie llevan la olla hacia al patio. La lluvia,


estaba cerca, se la podía sentir en el aire. Por lo que las
tías les habían pedido a las niñas que traigan sus maletas
y que la dejen cerca del seto de espinas.
Estaban paradas tan juntas que cuando el viento co-
menzó a soplar bajo sus faldas hacia un sonido algo que-
jumbroso.

―Esto disuelve lo que una vez fue carne‖ La tía Francés


explico.

Por lo que señalo a Gillian

―¿Yo? Gillian retrocede un paso, pero se da cuenta que


no hay escapatoria. Porque Sally estaba detrás de ella.

―Vamos‖ Sally le dice.

Mientras que Antonia y Kylie sujetaban la pesada olla,


el viento era tan fuerte que el seto de espinas se movía
como dando latigazos, como si tratara de lastimarlas. Los
nidos de avispas que se posaban sobre la planta se mov-
ían de un lado a otro. Definitivamente ya era hora.

―Oh hermana,‖ Gillian le murmura a Sally. ―No sé si


seré capaz de hacer esto‖
Por otro parte, los dedos de Antonia se estaban vol-
viendo blancos por el esfuerzo que ella hacia al no querer

~ 306 ~
derramar la olla. ―Realmente esto es muy pesado,‖ lo dice
con una insegura voz.

―Créeme,‖ Sally le dice a Gillian. ―Podrás hacerlo‖

Si hay una cosa por la cual Sally ahora estaba segura,


era de cómo te podías asombrar de las cosas que serias
capaz de hacer. Aquellas eran sus hijas, las niñas que ella
quería que tuvieran una vida normal y ahora les permitía
que se paren sobre una pila de huesos con una olla llena
de lejía. ¿Qué le había pasado? ¿Algo la golpeo? ¿Dónde
está la mujer lógica con la que uno podía contar día tras
día?
Sin importar el duro esfuerzo que le costaba, tampoco
había dejado de pensar en Gary. Hubieron veces que ella
llamo al Hide-A-Way-Motel para saber si él se había ido,
y en efecto el se había ido. Y todavía ella seguía pensan-
do en el. La noche anterior, ella soñó con el desierto.
También soñó con las tías que le habían mandado que
corte un árbol de manzana de su patio ya que este había
florecido sin ser regado. Además, en su sueño había mu-
chos caballos y si comían de ese árbol de manzanas corr-
ían más rápido que los otros.
Para que al final aparezca un hombre detrás de ellos y
probara bocado del pastel de Sally que había preparado
con esas manzanas, con esto él estaría atado a ella por
siempre.

Sally y Gillian sujetan la olla que anteriormente la ten-


ían las muchachas, aunque Gillian mantiene los ojos ce-
rrados todo el tiempo, finalmente derraman toda la lejía
por la superficie. La húmeda tierra cruje y está ardiendo,
pero cuando la mezcla se asentó en el suelo, un débil llo-
vizna apareció. Era el color del pesar, el color de la an-
gustia, el color de las grises palomas y del principio de la
mañana.

~ 307 ~
―Retrocede‖ Las tías le dicen al a ellas, cuando la tierra
comenzó hacer burbujas. Las raíces de los espinos se
están disolviendo a causa de la mezcla. Pero ellas no se
alejan demasiado, aun hay algo que circula bajo los pies
de Kylie.

―Maldición‖ Sally grita

En ese momento Kylie siente que la tierra se desploma


bajo sus pies. Siente que está cayendo a un pozo sin fon-
do, está consciente de lo que sucede y eso la llena de
miedo. De pronto, Antonia con gran esfuerzo alcanza en
sujetar parte de su blusa y empieza a tirar con todas sus
fuerzas.

La empuja tan fuerte que al sacarla Antonia puede oír


como su codo se salía de lugar.

Las jóvenes seguían paradas allí, petrificadas y sin


aliento a raíz de lo ocurrido. Sin darse cuenta Gillian to-
mo del brazo tan fuerte que Sally tendrá las marcas de los
dedos en su piel por varios días. Ahora ellas retroceden,
lo hacen muy rápido y sin decir una palabra. Un hilo de
vapor color carmesí se eleva desde el lugar donde hubiera
estado el corazón de Jimmy, se convierte en un pequeño
tornado que a pesar que se desvanece se mezcla con el
aire.

―Ese era el,‖ Kylie les dijo cuando observaba el rojo


vapor ascender, eso olía a cerveza y a sus botas lustradas,
también podían sentir como el aire se tornaba candente
como los leños a punto de convertirse en cenizas. Y luego
nada. La nada absoluta. Gillian no estaba segura que si
ella estaba llorando o que ya había comenzado a llover.
―El realmente se ha ido‖ Kylie le asegura.

~ 308 ~
Pero las tías no se quieren arriesgar. Ellas han llevado
veinte piedras azules en su maleta más grande, piedras
que María Owens ha guardado en la casa de Magnolia
Street por más de doscientos años.

Dichas piedras formaban parte del sendero del jardín de


las tías, pero había extras guardadas al lado del galpón,
suficientes para adornar aquel patio donde las lilas crec-
ían. Ahora que el seto de espinas se volvió cenizas, era
fácil para las mujeres Owens realizar un círculo con todas
las piedras.
El patio no será elegante, pero era ampliamente cubier-
to por una mesa pequeña de hierro y por cuatro sillas.
Algunas de las niñas pequeñas del vecindario rogaban
tener sus reuniones allí, y cuando sus madres al reírse le
preguntaban por qué ese patio era mejor que el propio, las
niñas insistían que las piedras azules daban suerte.

―Esas cosas no dan suerte‖ sus madres les respondían.


Bebe tu jugo de naranja, ten tus pasteles, y organiza tu
fiesta en tu propio patio. Aunque de vez en cuando, si sus
madres no se daban cuenta, las niñas arrastraban sus mu-
ñecas y ositos Teddy para poner su vajilla de juguete en
el patio de las Owens. ―MUCHA SUERTE‖ murmuraban
cada vez que tintineaban sus tasas. ―MUCHA SUERTE‖
ellas decían cuando las estrellas brillaban en el cielo.

Algunas personas creen que cada pregunta tiene una


lógica respuesta; siempre hay un orden para todo, lo que
es puramente correcto y probado con una evidencia empí-
rica. Pero en verdad, lo qué podría ser suerte para las
Owens era que la lluvia no comenzó hasta que concluye-
ron el trabajo. Lucían fatales, tenían lodo bajo sus uñas, y
sus brazos les dolían como si hubiesen llevado piedras
pesadas. Por lo que se refiere a las niñas, Antonia y Kylie
durmieron bien esa noche, así como las tías, que desde

~ 309 ~
hace mucho tiempo sufrían de insomnio. Ellas durmieron
toda la noche.

A pesar que el relámpago comenzó a azotar el lugar an-


tes que la tormenta comience. Eso golpeo doce lugares
diferentes en Long Island. Como ser, una casa en el ala
este de la ciudad fue quemada hasta las cenizas. Un sur-
fista en Long Beach fue arrastrado por los huracanes. Y
por ultimo un árbol de arce de trescientos años de edad
fue partido en dos y tuvo que ser cortado por sierras para
que no colapsara encima del campo de deportes del cole-
gio.

Solo Sally y Gillian estaban despiertas para observar lo


peor de la tormenta. Aunque ellas no estaban preocupadas
por el reporte del tiempo. Al día siguiente habrá ramas
desparramadas por el césped, y los cubos de basura es-
tarán rodando por la calle, pero el aire será fragante y
sereno. Si lo desean podrán desayunar afuera. También
podrán escuchar la melodía de los gorriones cuando vie-
nen a la búsqueda de migas.
―Las tías no parecen estar decepcionadas de mi como
pensaba‖ Gillian dijo

La lluvia era cada vez más fuerte, eso era como si qui-
siera lavar esas piedras azules para dejarlas como nuevas.
―Serian muy estúpidas si estuvieran decepcionadas‖ Sa-
lly le respondió. Ella puso su brazo alrededor de su her-
mana. Ahora en verdad puede decir lo que está pensando
y dijo. ―Definitivamente las tías no son para nada estúpi-
das‖

Aquella noche Gillian y Sally estarán concentradas en


la lluvia, y a la mañana siguiente en el cielo azul. Ellas
harán lo mejor que pueden, serán las niñas que fueron

~ 310 ~
alguna vez, vestidas con sus negros abrigos, caminando
entre medio de hojas caídas hacia una casa donde nadie
podía ver por las ventanas, y nadie podía ver fueras. A la
hora del crepúsculo, pensaran en todas esas mujeres que
hicieron todo por amor. Y a pesar de eso, y por encima de
todas las cosas, descubrirán que esa es su hora favorita.
Esa es la hora cuando recuerden todo lo que las tías le
enseñaron. Era la hora en la que se sentían muy agradeci-
das

EN LAS AFUERAS de la ciudad, los campos se han


puesto de color rojo y todos los árboles se habían torcido.
La escarcha cubría las praderas y el humo se elevaba en
las chimeneas. Mientras que en el parque, en el centro
mismo de la ciudad, los cisnes descansaban sus cabezas
bajo sus alas para confortarse del calor. A todos los jardi-
nes del vecindario se les estaba haciendo pequeños arre-
glos a raíz de la lluvia, salvo el patio de las Owens. Allí
los repollos seguían creciendo, aunque algunos de ellos
fueron arrancados del suelo esa mañana con el propósito
de cocinar un caldo.
Las patatas ya estaban hervidas y hechas puré, las cua-
les condimentaron con sal, pimienta, y ramitas de romero
que crecían al lado de la verja.

―Estas usando mucha pimienta‖ Gillian le dice a su


hermana.

―Creo que me las puedo arreglar con ese puré de pata-


tas‖ Sally las ha preparado cada cena del día de acción de
gracias desde que ella abandono la casa de las tías. Ella
está completamente segura de lo que está haciendo aun-
que sus utensilios de cocina fueran anticuados y un poco
rústicos. Desde luego, ahora que Gillian es otra mujer, le
da ese tipo de consejos libremente, aunque en el fondo no
sepa de lo que está hablando.

~ 311 ~
―Conozco de pimienta‖ ―Demasiado diría yo‖ Gillian
insiste.

―Bueno yo conozco de patatas,‖ Sally le responde y


hasta donde a ella le concierne ellas querían que la cena
sea servida puntualmente.

La noche anterior Ben y Gillian regresaron muy tarde a


la casa, por esto tuvieron que dormir en el ático. Por otra
parte Kylie y Antonia estaban compartiendo lo que solía
ser el living, mientras que Sally se encontraba en su fría
alcoba, enrollada como un bebe. La calefacción no fun-
cionaba correctamente, puesto que todas las mujeres de la
casa habían sacado las viejas cobijas y habían puesto de-
masiados leños en la chimenea, de manera que se comu-
nicaron con el Sr., Jenkins para reparar el daño que
hubiera en la casa. Sin embargo, la mañana del día de
acción de gracias el Sr. Jenkins no quería abandonar la
comodidad de su sillón, pero cuando Francés lo llamo
todas sabían que él estaría allí antes del mediodía.
Las tías continúan quejándose acerca del alboroto que
se está haciendo, pero sonríen cuando Kylie y Antonia las
agarran de sus mejillas y les dicen cuanto las aman e in-
sisten que siempre será así. Las tías les dijeron algo que
habían pasado por alto. Scott Morrison estaba tomando
un autobús desde Cambridge, desde luego él se traerá su
bolsa de dormir y acampara en el living, y finalmente
ellas apenas se darán cuenta de su presencia, y eso va por
los dos compañeros de cuarto que también estará trayen-
do.

En lo que concierne a Magpie, quien era tan anciano


que solo se levantaba para buscar su plato de comida. El
resto del día, el se lo pasaba encima de un almohadón de
seda en una silla de la cocina.

~ 312 ~
Uno de los ojos de Magpie ya no se abrían, pero su ojo
sano lo tenía puesto en el pavo, el cual se estaba enfrian-
do en una fuente en el centro de la mesa de madera. Bud-
dy fue llevado al ático, Ben esta allí y lo alimenta con las
zanahorias del jardín de las tías, desde que Magpie fue
conocido como el cazador de conejos entre las hileras de
los repollos.
―Ni siquiera lo pienses‖ Gillian le decía al gato cuando
lo vio agazaparse contra el pavo, pero en cuanto se dio
vuelta Sally la sorprendió tomando un pedazo de carne
blanca, algo que nunca comía pero que alimentaba a
Magpie con la mano.

Normalmente las tías cenan pollo a la parrilla, por su-


puesto ordenado del mercado, en el día de acción de gra-
cias. Un año intentaron frisar un pavo, pero al año si-
guiente mandaron esa fiesta al diablo comiendo un rico
asado. Inclusive, estaban pensando hacer lo mismo ese
año cuando las niñas insistieron visitarlas para las fiestas.

―Oh que nos dejen cocinar‖ Jet le dijo a su hermana,


que no podía soportar el sonido de las ollas y cacerolas.
―Ellas se están divirtiendo‖

Sally está parada frente al fregadero, enjuagando el cor-


tador de patatas, eso era el mismo que usaba cuando era
niña e insistía en hacer nutritivas comidas. A través de la
ventana, se podía ver como Kylie y Antonia corrían de un
lado al otro persiguiendo a las ardillas. Antonia usaba uno
de los viejos sweaters de Scott Morrison, el cual ella lo
había teñido de negro, y era tan grande que cuando movía
los brazos, las ardillas pensaban de que ella tenía manos
de lana. Al otro lado del patio, se encontraba Kylie, que
no podía parar de reírse, y era tanto el esfuerzo, que tuvo
que sentarse en el suelo para dejar de reírse. Ya que ella
apuntaba a una ardilla que rehusaba moverse, un avaro

~ 313 ~
abuelito que le gritaba a Antonia, y la razón era que con-
sideraba que ese era su jardín, y que todos los repollos
que estuvieron recogiendo todo el verano y otoño tam-
bién.

"Esas niñas son bastante listas", Gillian dice cuando se


para al lado de Sally. Ella pensaba en discutir algo más
sobre la pimienta, pero cambio de tema cuando vio el
rostro de su hermana.

―Claro, han crecido‖ Sally le respondió con un tono pa-


sivo de voz.
―Sí, por supuesto,‖ Gillian murmura entre dientes.
Mientras tanto, las jóvenes seguían persiguiendo a la ardi-
lla anciana en un círculo. Ellas chillan y estiran sus bra-
zos para atraparlo cuando el salta hacia al jardín y las
mira desde allí. ―Realmente son muy maduras,‖ Gillian
aseguro.
A principios de octubre, Gillian finalmente recibió una
carta de la oficina del fiscal general en Tucson. Por más
de dos meses las hermanas habían esperando para ver lo
que Gary haría con la información que Sally le había su-
ministrado; ellas habían estado malhumoradas y distantes
hacia todo el mundo excepto con ellas mimas. Fue enton-
ces, que una carta llego al fin, registrada con el nombre
de Arno Williams. Fue por esto que el escribió que James
Hawkins, estaba muerto. El cuerpo se había sido encon-
trado en el desierto dónde él pudo haber sido escondido
durante varios meses, en el que estando ebrio se prendió
fuego y se calcino sin poder ser reconocido. De la única
manera que lo pudieron identificar, después que lo lleva-
ron a la morgue, fue a través de su anillo de plata, que se
encontraba un poco derretido y que de inmediato le sería
enviado a Gillian, con un cheque certificado por ocho-
cientos dólares por la venta del Oldmobile que ellos hab-
ían confiscado, desde que Jimmy la había escuchado y
reconocido como al único pariente en el Departamento

~ 314 ~
de Vehículos Automotores, lo cual era más o menos la
verdad.

―Gary Hallet‖ Gillian dijo en seguida. ―El se tomo


algún anillo de alguien que no pudo ser identificado.
―¿Sabes lo que significa eso no?‖
―Él quería que la justicia fuera hecha, y así ha sido‖

―El está completamente loco‖ A Gillian sin querer le


sale esta frase. ―Y tú también‖

―¿Por qué no te callas? Sally le había dicho

Ella se rehusaba en pensar en Gary. Pero no podía dejar


de hacerlo. Quería borrarlo de su corazón con el simple
roce de sus dos dedos pero era imposible. Para continuar
con su martirio, de vez en cuando controlaba su pulso con
su mano izquierda para cerciorarse si todo estaba en con-
diciones. Aunque a ella no le importaba lo que su herma-
na le diga, si había algo de malo en ella. Su corazón latía
tan rápido y tan lento a la vez que si de algo sufría ya se
estaba acostumbrando.
Gillian movió su cabeza quejándose por lo patética que
parecía su hermana. ―Me parece que no te has dado cuen-
ta. Aquel ataque de pánico que creías tener es amor‖ ella
le grito exasperada. ―Así es como se siente‖

―¡Estás loca!‖, Sally le respondió. ―Te crees que te lo


sabes todo, pero déjame decirte que estas equivocada.‖

Pero de una cosa Gillian está completamente segura. El


sábado de esa semana, Ben Frye y ella contraerán matri-
monio. Eso será una pequeña ceremonia en el parque cen-
tral del pueblo en donde no intercambiaran anillos de
boda, pero se besaran de una manera que todas las perso-
nas que se puedan reunir en ese momento les pedirán que

~ 315 ~
dejen de hacerlo, por lo menos por un rato. Esta vez ca-
sarse, tiene un significado diferente para ella.
―La cuarta vez tiene su encanto‖ ella le dice a la gente
que le pregunta cuál es el secreto de un feliz matrimonio,
pero esa no es la manera que lo siente por él. Sabe bien
que cuando estas a punto de perderte en la oscuridad,
puedes encontrar el amor en el lugar menos pensado, y
esa es la única receta que hasta ahora conoce.

Sally se dirige al refrigerador para agregar algo de le-


che al puré de patatas, aunque está segura que Gillian le
dirá que agregue un poco de agua en su lugar, desde que
últimamente ella se cree una sabelotodo. Luego se dispo-
ne a acomodar los platos a su alrededor cuando a ella se
le cae la tapa de una olla.‖

―Mira aquí‖ ella le dijo a Gillian. ―Eso aun está ahí‖

―En la olla estaba el corazón de la paloma, pinchado


por siete espinas.

Gillian se puso al lado de su hermana. ―Alguien que fue


embrujado, de eso estoy segura‖

Cuidadosamente, Sally saco la tapa del lugar. ―Me pre-


gunto qué fue lo que sucedió con ella‖

Gillian se dio cuenta de que ella estaba hablando de la


joven de la tienda. ―Solía pensar en ella cuando las cosas
me iban mal‖ Gillian admite. ―Quería escribirle, hacerle
saber que sentía mucho las cosas que le dije ese día‖

―Probablemente salto por la ventana,‖ Sally supuso.


―O tal vez se ahogo en la bañera‖
―Vayamos a buscarla‖ Gillian le propone. Primero pone
al pavo encima del refrigerador, donde Magpie no pudie-

~ 316 ~
ra alcanzarlo, y luego coloca el puré de patatas dentro del
horno para mantenerlo caliente, junto al budín de almen-
dras.

―No,‖ Sally le responde, ―Somos demasiado viejas.‖


Pero inmediatamente cambia de opinión y corre hacia su
alcoba para buscar su viejo abrigo, luego salen por la
puerta principal.
Ellas corren por toda Magnolia Street para luego doblar
en Peabody. Pasan por el parque, donde el relámpago
siempre se hace sentir y se dirigen directo a la tienda,
pero antes se cruzan con diversos negocios, la carnicería,
la panadería y la lavandería.

―Eso debe estar cerrado‖ Sally le dice

―De ninguna manera‖ Gillian le responde.

Pero cuando llegan hasta allí, toda la tienda esta oscura.


Ellas miraban a través de las filas de Shampoos, la hilera
de revistas, y al mostrador donde ellas bebían muchos
helados de vainilla. Ese día todo en la ciudad permanecía
cerrado. Pero cuando se disponían a irse, encontraron al
Sr. Watts cuya familia es dueña de esa tienda y que tam-
bién vivían en el mismo departamento en el piso de arriba
del negocio. El estaba acompañado de su esposa que lle-
vaba en sus manos dos tartas de patatas con la intención
de visitar a su hija.

―Las jovencitas Owens‖ el dice cuando les echa una


ojeada a Sally y a Gillian.

―Exacto‖ Gillian sonríe.

―Hoy está cerrado, no‖ Sally le comenta. Ellas agarran


al Sr. Watts aunque su esposa lo estaba esperando en el

~ 317 ~
auto con señales de apuro. ―¿Qué paso con aquella chi-
ca?‖ ―¿Esa que no podía hablar?‖

―¿Irene?‖ el les pregunta. ―Ella está en Florida. Se mu-


do una semana después que su esposo murió en la última
primavera. Creo que oí que se volvió a casar‖

―¿Está seguro de que hablamos de la misma persona?


Sally le pregunta.

―Irene,‖ El Sr. Watts les asegura. ―Ella puso una cafe-


tería en Highland Beach‖
Gillian y Sally corren todo el camino a casa. Ellas se
están riendo mientras corren, por lo que deberán detener-
se para recuperar el aliento. El cielo es gris y el aire frío,
aunque eso no les molesta en lo más mínimo. Todo per-
manece igual, cuando ellas cruzan por esas rejas negras,
de repente Sally se detiene.

¿Qué sucede? Gillian le pregunta.

Sally no puede creer lo que piensa. Lo que ella cree ver


es a Gary Hallet fuera del jardín arrancando los repollos y
eso es algo que no puede ser.

―Bueno, mira quien está aquí,‖ Gillian le dice satisfe-


cha.

―¿Ellas lo hicieron no?‖ Sally le pregunto. ―Con el co-


razón de esa paloma‖

En cuanto ve a Sally, Gary se pone de pie parecía un


espantapájaros dentro de un saco negro que no sabía
cómo comportarse ante esa situación.
―Ellas no lo hicieron‖ Gillian le confió a Sally. ―No tu-
vieron nada que ver con esto‖

~ 318 ~
Pero a Sally no le importa si fue Gillian quien telefoneo
a Gary la semana anterior y le pregunto que diablos esta-
ba esperando. No le importaba si el tenia la dirección de
las tías guardada en el bolsillo de su saco después de esa
llamada. En el momento que ella corría por ese sendero
de piedras azules, no le importaba la diferencia de lo que
la gente pensaba o creía. Después de todo, había muchas
cosas que Sally sabía con seguridad: Siempre arroja sal
por encima de tu hombro izquierdo. Mantén una planta de
romero en tu jardín. Agrega pimienta a tu puré de patatas.
Planta rosas y lavandas para tu buena suerte. Y siempre
enamórate cada vez que puedas.

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