01 La Guerrilla Del Che en Salta

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LA GUERRILLA DEL CHE EN SALTA, 40 AÑOS

DESPUES

Testimonios, reflexiones y un debate inconcluso

137 - La carta abierta de Oscar del Barco por Tomás


Abraham - ABRIL 24, 2010 POR TALLER LA EMPRESA DE
VIVIR

142 - Murió Héctor Jouvé EL ÚLTIMO GUEVARISTA


Por Hernán Vaca Narvaja

164 - José Amorín: “Una guerrilla no puede subsistir sin


el apoyo irrestricto del pueblo”.

173 - Hombrecitos asustados. El problema de la violencia


en la Revolución. Por Fabián Harari

182 - Horacio Tarcus - Notas para una crítica de la razón


instrumental A propósito del debate en torno a la carta de
Oscar del Barco

200 – Jorge Masetti y el EGP


463 – Cristianismo y Revolución

520 - Diego Peller - Las vueltas de los 70

527 - Las primeras experiencias guerrilleras en la Argentina


La historia del «Vasco» Bengochea y las Fuerzas Armadas
de la Revolución Nacional Sergio M. Nicanoff y Axel
Castellano
LA GUERRILLA DEL CHE EN SALTA, 40
AÑOS DESPUES

Testimonios, reflexiones y un debate


inconcluso

En los números 15 y 16 (año 2004) de la revista mensual de política y cultura La Intemperie


(Sergio Schmucler, Emanuel Rodríguez, Cecilia Pernasetti y Luis Rodeiro) de Córdoba,
apareció el testimonio de Héctor Jouvé sobre la guerrilla del Ejército Guerrillero del Pueblo.
En respuesta a esa nota Oscar del Barco envió una carta a Intemperie con una autocrítica, a
partir de sus propias vivencias y experiencias. La nota a Jouvé y la carta de del Barco fueron
los disparadores de un debate ininterrumpido, mediatizado por cartas, reflexiones, mea
culpas y argumentaciones diversas, en la misma publicación y en otros medios.

NOTAS EN ESTA SECCION


Testimonio de Héctor Jouve, Primera parte: La guerrilla
| Testimonio de Héctor Jouve, segunda parte: Tiempo de
cárcel
Carta de Oscar del Barco | Carta de Christian Ferrer
| Carta de Carlos Keshishián | Carta de Héctor Schmucler
| Carta de Luis E. Rodeiro
Carta de Diego Tatián | Carta de Daniel Avalos | Carta de
Ricardo Panzetta | La década atragantada, Nicolás Casullo
La opinión de José Amorín | La historia como folletín
grotesco | Horacio Tarcus - Notas para una crítica de la
razón instrumental
ENLACE RELACIONADO
Murió Héctor Jouvé. El último guevarista. Por Hernán Vaca
Narvaja
NOTAS RELACIONADAS
Jorge Masetti y el EGP | Cristianismo y Revolución | José
Amorín: "Una guerrilla no puede sobrevivir sin apoyo del
pueblo" (entrevista 2008)

LECTURA RECOMENDADA
Polémica Intemperie | Critica al libro de Ricardo Rojo, Mi
amigo el Che, Punto Final, 1968 | La guerrila del Che en
Salta, testimonio de Héctor Jouve
Diego Peller - Las vueltas de los 70 | Hombrecitos
asustados, la violencia en la revolución, Fabián Harari
| Muertos de amor, Jorge Lanata
Sergio M. Nicanoff y Axel Castellano - La historia del
"Vasco" Bengochea y las Fuerzas Armadas de la
Revolución Nacional
Héctor Jouvé

Reportaje: Raúl Olcelli (El Diario del Centro del País,


Córdoba, 08/10/06)

El encargado de descifrar los mensajes en clave del Che


en el monte salteño

Nacido en Bell Ville, conocido como el "Cordobés" cuando


estaba en el monte boliviano-salteño y "San Francisco de
Asís" (por su resistencia física) cuando estuvo detenido, 65
años, casado con Clara Zentner (también detenida en su
momento), 3 hijos, médico psiquiatra, de altísima estatura y
de perfil muy bajo. Fue uno de los líderes del Ejército
Guerrillero del Pueblo creado por el mismo Che Guevara y
que tuviera a Jorge Masetti (el mítico comandante
"Segundo") al frente.

Detenido, desde la experiencia salteña, sale en libertad


recién con el armisticio (nota del editor: amnistía) del
presidente Cámpora en 1973, estuvo exiliado en Francia
hasta que retornó nuevamente al país para radicarse
definitivamente en la ciudad de Córdoba, donde ejerce su
profesión. El Diario habla con uno de los interlocutores de
Ernesto Guevara

¿Desde cuándo la militancia?

Militancia como tal se puede decir que del ‘55. Habíamos


conformado un grupo de jóvenes "la JP" en Bell Ville, pero lo
curioso es que yo no era peronista, en todo caso me
autodefinía "pero-comunista". Después del bombardeo a la
Plaza de Mayo en setiembre de aquel año, muchos
profesores de nuestro colegio que eran peronistas quedaron
cesantes, y nosotros decidimos tomar la escuela en
solidaridad. A la vez por aquellos tiempos leía muy mucho,
libros que en algunos casos no se conseguían fácilmente,
era la época de la guerra de Corea, y todavía estaba
bastante cercano todo lo de la Segunda Guerra Mundial y
sus consecuencias, libros como "Sin novedades en el
frente" y "La chispa de la
vida", me marcaron
enormemente.

Con el cerro San Bernardo


de fondo en la cárcel salteña:
Lerner, Jouvé, Alvarez y
Frontini

Junto a el resto de los


compañeros detenidos en la
cárcel de Salta, al centro el
abogado Gustavo Roca (el
Luego me puse del lado de
Frondizi, me fui a Córdoba hijo de Deodoro Roca, el de
en el ‘58 y simpaticé con la Reforma Universitaria del
este movimiento hasta que ‘18) a su lado a la izquierda,
llegó la época de los Jouvé. Los otros abogados
contratos petroleros y ahí defensores fueron Farat Sire
empecé a militar con la Salim (de Salta) y Norberto
Juventud Comunista y el Frontini cuyo hijo pertenecía
momento de las al grupo
proscripciones y mi primera
cana: me acuerdo que fue
justo el día de mi
cumpleaños.

Tenía mis diferencias con la


JC y en enero de 1959, cuando triunfa la Revolución
Cubana, yo militaba en el Movimiento por la Paz. Me había
conmovido mucho de más joven el horror de la guerra y todo
el asunto de las radiaciones y sus consecuencias, eso "me
rompió la cabeza" y empecé a pensar la mierda que era
todo... Fue ahí que lo conozco a Pancho Aricó.

¿Cómo y cuándo sube al monte boliviano-salteño para


unirse al resto del EGP?

En ese tiempo me voy a la colimba y cuando salí tenía


ganas de hacer otra cosa, ya había pasado Playa Girón y
empezamos a armar un grupo nosotros, y fue entonces que
aparece Ciro Bustos; era la época de la revista "Pasado y
presente". Bustos nos dice que tenían inspeccionada toda
aquella zona, que había muchos "fierros", y bueno, nos
preguntaba quién quería subir y subí yo, el resto quedaba
en relación con la gente que quedaba en la ciudad.

Fui el único que fue en ese momento. Era 21 de agosto de


1963, tomé el tren que va desde Córdoba al norte y quedé
en Oran; de ahí un colectivo a Aguas Blancas, de Aguas
Blancas cruzamos el Bermejo. Ahí fui con el "Surubí"
Stachioti, al que también le decían "el Correntino", amigo de
las cacerías por los montes del "Flaco" Federico Méndez,
muy buen chango pero que en realidad no le interesaba la
política. Luego de ahí pasa el cubano Hermes Peña y
vamos a Tarija.

¿Cómo era tu relación con "Segundo"?

En el arranque nos conocimos y yo simpaticé con él, pero él


no mucho conmigo. Yo tenía una buena relación con el
"Pelado" Bustos, con Hermes... recuerdo que en esos días
yo decía que la consistencia pacífica no era contradictoria
con la guerrilla, y ellos se enojaron y me dijeron de todo,
cualquier cosa, y la discusión se terminó de prepo, sin
resolverse, ahí entendí que era cuestión de "agachar la
cabeza" y continuar, aunque les decía que con una
coexistencia pacífica, podía seguir habiendo revoluciones en
el mundo, y lo peor que podía pasar era que hubiera una
guerra atómica, y ahí sí que ni siquiera podríamos ya hablar
de nada porque simplemente no podríamos hablar.

Luego vinieron los entrenamientos de día y de noche con


Hermes y con Masetti, y pasamos a tener una relación
normal, yo diría que buena aunque volvimos discutir
nuevamente con respecto a lo ideológico: yo decía que
había que prestar atención al movimiento de los curas del
Tercer Mundo, y él me decía que yo apoyaba al enemigo
estratégico, una cosa muy fea.

En ese tiempo deserta "el Surubí" Stachiotti y luego llegan el


Henry (Lerner), Enrique Bollini, del Hoyo, y luego el resto.
Fue la época de los fusilamientos. Ahí empecé a manejar
información, conocer las claves, seguimos avanzando y en
ese momento hicimos la primera propaganda armada en un
obraje, la gente del lugar (que había muy poca) se portaba
bien con nosotros.

¿Porqué no creció el Ejército Guerrillero del Pueblo como


grupo?

En realidad el EGP creció mucho en la ciudad, tenía muchos


adeptos, pero el problema estuvo en que se manejó mal la
relación del grupo (allá en Bolivia-Salta) con la ciudad,
quedarnos "fijos" en determinados lugares, quedarnos un
mes y pico en la pista de prueba, fue un error, y después la
relación en sí con la ciudad, los correos; aparte que había
que estar muy convencido con todo lo que significaba aquel
sacrificio, era muy duro todo, era mojarse, caminar y no ver
nada. Luego el grupo se infiltra por dos agentes de
inteligencia que llegaron de Buenos Aires, pero en realidad
el campamento cae porque Hermes Peña detiene a dos
campesinos del lugar, los interroga y luego los suelta y estos
cuentan lo sucedido a su patrón, quien advierte a las
autoridades del lugar.
Aquel hombre que avisa a las autoridades era el padre de la
"Negra" Ortiz, de "Las Voces Blancas", pensaba que eramos
contrabandistas. Antes se le había propuesto a Masetti crear
otro frente en Tucumán, con la gente del "Vasco"
Goicoechea, pero "Segundo" lo toma muy mal, dice que el
comandante era él, que las ordenes las daba él y todo eso.

En realidad el grupo no creció porque el lugar no daba para


ello. Crecer era hacer propaganda armada más cerca de los
lugares y no daba para crecer con la gente de la zona. En
una oportunidad también le sugerí a Masetti que bajara para
hacer contactos y el resto nos quedábamos en el
campamento ya que había compañeros del Peronismo
Revolucionario que a lo mejor se hubiesen enganchado
(aunque de eso me enteré después) pero no hubo caso,
tampoco quiso.

¿Cómo descifraba los mensajes en clave que mandaba


Che?

Era un sistema que habían inventado los rusos. Podían ser


escritos, por radio o por código Morse ya que eran
núméricos. Fueron realizados en dos o tres oportunidades;
el último contacto lo teníamos programado para el 18 de
marzo cuando tomáramos El Yuto, pero antes nos
detuvieron.
¿Cuál cree que fue el destino final de Masetti cuando cae el
grupo?

El desaparece en la zona del Río Piedras y cae el


campamento. Alrededor de los ‘70 se encuentran algunos
elementos pertenecientes a nosotros: platos de campaña
plegable, una bolsa con proyectiles y un maxilar humano, lo
que indica que algunos compañeros murieron en ese lugar.
Intentaron la búsqueda varias veces para dar con su cuerpo,
pero es muy difícil, inclusive el agua del río puede haber
llevado todo.
¿Cree que no fue en vano esa lucha?

5 de marzo de 1964: El día anterior, en el campamento La


Toma, Gendarmería Nacional detiene a los integrantes del
Ejército Guerrillero del Pueblo. Junto a los militantes caen
detenidos dos agentes de la DIPA infiltrados en el grupo.
Así, en estas fotografías de la rueda de presos puede verse
a Federico Frontini, el cubano Oscar del Hoyo, Alberto
Castellanos y el infiltrado Víctor Eduardo Fernández, cuya
identidad Gendarmería desconocía. Los tres primeros
cumplieron cuatro años de prisión.
Creo que todas las luchas desde los ‘60 en adelante fueron
en vano, que sirvieron para acelerar los procesos que luego
se dieron lugar en Argentina y que culminaron con Menem,
independientemente del valor de la entrega personal que
cada uno hizo en ese tiempo y de manera desinteresada y
despojada de egoísmo, que se hacía por el bien de todos.
Rescato de aquel tiempo la coherencia entre la palabra y su
acción como lo decía y hacía el Che, cosa que ahora no
ocurre, la entrega que ahora no se da y el hecho de estar
vivos de poderla contar...

¿Y cuál es la visión acerca del momento histórico que vive


"la región" con los actuales gobiernos?

Es más de lo mismo en cuestiones de fondo. Lo digo en el


plano de la economía; tengo más esperanza que el imperio
salga derrotado en medio oriente que lo que la región en sí
pueda llegar a hacer acá, pero no porque crea en el
fundamentalismo religioso, que sé que es tan malo como el
imperio sino porque éste se tiene que destruir por algún
lado. Cuestiono la idea del poder, la falta de democracia,
porque lo que hay, no es una democracia, es una
democracia mafiosa. La democracia a la que yo me refiero
es como la de diciembre del 2001 con la gente en la calle,
reclamando toda por igual, con asambleas populares, creo
que eso es posible, una democracia donde haya un bien
común donde juntarnos todos.
EGP: el grupo de avanzada que Guevara creó antes de
su llegada

El Ejército Guerrillero del Pueblo fue concebido en La


Habana para gestar lo que Che Guevara tenía como
objetivo: internacionalizar el movimiento revolucionario
nacido en Cuba y un sueño, el de ver a su propio país
motorizado como él quería.

Para ello algunos integrantes de su confianza como el


capitán Hermes Peña, Alberto Castellanos y luego el pintor
argentino Ciro Bustos y el mecánico luego convertido en
teniente, Federico Méndez, fueron quienes comenzaron la
acción. Alberto Granado, el inseparable amigo de Guevara y
su gran viaje, fue quien realizó los primeros contactos.
Luego con el paso del tiempo diversos jóvenes se sumaron
al grupo que había comenzado en la Habana, continuó en
Praga (ex Checoslovaquia), luego Argelia y por ultimo
ingresar a Bolivia vía Brasil.

Ingresaron a Argentina el 21 de setiembre de 1963 y luego


de un intensivo tiempo de entrenamiento sin
confrontamientos armados (por decisión del Che), el grupo
cae antes de intentar tomar su primer objetivo: un pueblito
jujeño llamado El Yuto, tropas de Gendarmería advertidas
por lugareños entran en contacto con los guerrilleros y los
detienen.

De ese encuentro el comandante de su grupo, Jorge


Masetti, desaparece y hasta aún hoy no se conoció su
destino; el capitán cubano Hermes Peña cae muerto y el
resto del grupo es encarcelado y senteciado a varios años
de prisión en Salta, entre ellos Héctor Jouvé, por haber sido
uno de sus líderes, recibió la condena máxima: cadena
perpetua, luego liberado en 1973 con el armisticio del
presidente Cámpora.
Fuente: www.eldiariocba.com.ar, 20/19/06
La guerrilla del Che en Salta, 40 años
después

Testimonio de Héctor Jouve(*)

Primera Parte: La guerrilla

Yo no amo la vida, sino la justicia, que


está por encima de la vida.
Albert Camus: Los Justos. Acto Primero

Lo primero que nos dijo fue, "Bueno, aquí están: ustedes


aceptaron unirse a esto y ahora tenemos que preparar todo,
pero a partir de ahora consideren que están muertos. Aquí
la única certeza es la muerte; tal vez algunos sobrevivan,
pero consideren que a partir de ahora viven de prestado."
Relato del primer encuentro del grupo inicial del EGP con el
Che Guevara, realizado por Ciro Bustos a Jon Lee Anderson

El testimonio, el relato del que vivió un acontecimiento, del


que comparte su vivencia aún sabiendo que puede ser
intransferible, suele ser un profundo gesto de generosidad y
de responsabilidad para con los otros: los contemporáneos
que no vivieron el suceso, o las generaciones siguientes,
que quieren saber, entender y reconocer lo que hicieron o
dejaron de hacer aquellos que los precedieron. En algunos
casos, ese gesto busca –quizás—darle sentido a una
experiencia tal que amenaza con no dejarse nombrar por las
palabras.

Una vez estabilizada la revolución Cubana, el Che Guevara


intenta crear un foco guerrillero en el norte argentino, con la
intención, una vez arraigado, de dirigirlo personalmente.
Durante poco más de medio año, el Ejército Guerrillero del
Pueblo (EGP) –un grupo de no más de 20 personas, entre
los que se incluían varios cordobeses—, sobrevivió con
extremas dificultades en el monte salteño. No llegaron a
realizar ningún operativo. Cuando la gendarmería lo
desarticuló, ya había varios muertos; algunos de ellos
producto de fusilamientos realizados por el propio grupo.

Publicamos en este número la primera parte del testimonio


de Héctor Jouvé, participante del EGP: desde que decide
integrarse hasta que cae preso. En el próximo número, el
tiempo de su larga prisión y sus reflexiones sobre lo vivido
que significan un aporte fundamental para el debate de la
izquierda en la Argentina.

Primera parte: la guerrilla


Héctor Jouve: A principios de los sesenta,
luego de una serie de golpes,
contragolpes, elecciones que se hacían y
después se borraban, y de pensar que no
se planteaba ninguna alternativa seria
para los cambios revolucionarios en la
Argentina, la revolución cubana nos
movió el piso a todos. Fue como aire
fresco, lejos de la cosa ritualizada al estilo soviet, lejos de la
imagen de los soldados rusos marchando con cara seria.
Fue otra cosa, la gente participaba con entusiasmo. Eso fue
–creo-, lo que más incidió en esos tiempos en nuestro país,
tiempos en los que de alguna manera nos preparábamos
para la guerra, influidos por el proceso internacional: Cuba,
Argelia, Indochina, Mozambique, Angola… Ahora ¿qué llevó
a cada uno a unirse a la guerrilla? No sé, a mí
personalmente me impactaron mucho algunas cosas de la
Segunda Guerra Mundial. No solamente la masacre
espantosa, sino particularmente los campos de
concentración, la matanza de judíos, y las bombas de
Hiroshima y Nagasaki. En aquellos años resultaba increíble
que en un minuto murieran más de doscientas mil personas.
No se había hablado nunca de esa bomba, no se sabía que
podía existir un artefacto tan infernal. Y por eso fue como un
despertar violento, que atropellaba cualquier esquema que
pudiera tener una persona en la cabeza. Por otro lado, yo
venía de una familia unida –éramos 5 hermanos- y en mi
casa por ahí no había zapatos pero siempre había libros; y
también había conocido a un viejo interesantísimo, yo lo
llamo mi abuelo postizo, porque me enseñó muchas cosas:
que había llegado en un barco a los 16 años, solo, que en la
época del peronismo venía a escuchar las informaciones de
Radio Porteña a mi casa -transmitía los precios del mercado
de Liniers- y debajo de los huevos que vendía llevaba el
Nuestra Palabra, el diario del Partido Comunista. Y bueno,
él me adoptó de algún modo… yo no era antiperonista, para
nada, tampoco era peronista… tiraba más bien para el
anarquismo, leía a Bakunin, Kropotkin, porque la biblioteca
del club del barrio tenía esos libros. De todas maneras en el
golpe del ’55, yo me definía como perocomunista. … y me
interesaba qué pasaba en Rusia, tiraban un discurso que
parecía el que uno quería… Y luego fue la militancia en el
Movimiento por La Paz, la Juventud Comunista, y todo ese
proceso que parecía abrumador – la revolución cubana, la
liberación de Argelia, etc-, como si realmente el mundo fuera
para ese lado. Incluso miraba el mapa y me decía "pucha,
voy a pintar de rojo los países que ‘ya están’ " y claro, la
mancha roja se había extendido un montón…

Bueno, eso me preparó a mí personalmente para ir… y


luego la militancia en el PC, donde creo que lo que más me
golpeaba era el esquematismo, la ausencia de discusión,
parecía que la diferencia era un desacato a la autoridad. Y
por otro lado algunas cosas que salieron en Nuestra Palabra
realmente lamentables: hablar de manifestaciones de masas
en el Día de la Paz en Córdoba en aquellos años, 62, 63…
cuando habíamos sido 5 los que estábamos en el acto… a
mí me parecía una cosa que no tenía sentido. Tal vez
porque pensaba que la política había que hacerla de cara a
la gente, que no había que mentirle. ¿Cómo les vamos a
mentir? Es lo mismo que torturar en nombre del socialismo,
me parece ridículo. Pero bueno, todo eso, nos llevó a
algunos a comenzar a pensar en otra cosa. Y comenzamos
a juntar dinero, a comprar armas y a planificar algunas
cosas. La idea nuestra era rural y había un muchacho que
tenía un Willy de la Segunda Guerra Mundial. Pensábamos
que lo primero que había que hacer era ir a ver qué había
en el norte, como el eslabón más débil del desarrollo social
y económico del país. Así que empezamos a preparar el
viaje, a preparar el Willy, y de pronto, aparece Ciro Bustos
que nos pregunta si alguno iba a subir: era para mañana,
para el día siguiente. Y nos contó que estaba todo
preparado, que había armamentos, comunicaciones, gente
entrenada, y que ellos estaban reclutando gente, que habían
explorado la zona del norte argentino, un poco más al norte
de adonde habíamos decidido ir nosotros. Y yo dije vamos,
y el grupo se acopló… Y partimos en un tren de esos que
iban al norte, lento, cargado de gente, y con todas las cosas
que podían cargar arriba… Y llegamos a Orán, ahí tuvimos
que esperar hasta el día siguiente para conseguir un
colectivo que cruzaba la frontera, por un lugar que se llama
Aguas Blancas. Esa noche pernoctamos en Bermejo y al día
siguiente seguimos viaje en un camión. Había otros tres
chicos que iban ya con sus atuendos de guerrilleros:
pantalón con bolsillos grandes tipo ranger, borceguíes.
Llegamos a Tarija. Ahí esperamos 3 o 4 días, hasta que una
tarde apareció Hermes Peña, que era el jefe de escoltas del
Che Guevara en Cuba, y Federico Méndez, un chaqueño
que falleció hará unos 5 o 6 años… y con ellos salimos para
una finca que quedaba a unos 60 u 80 kilómetros y ahí
empezamos a entrenar. Entrenamos desde el 25 o 28 de
agosto hasta el 21 de septiembre, que volvimos a entrar en
Argentina. Debemos haber sido 9 compañeros, y fuimos
subiendo hacia el lado de Orán. Ese primer tiempo, dentro
de todo, las cosas andaban bien. Por ahí alguno se cansaba
más que otro, pero nada más… en un momento nos
quedamos sin agua porque pensábamos que el río estaba
más cerca, y hubo un incidente con uno de los chicos que
venían de Bs. As., que se empezó a poner mal, muy mal, no
podía caminar. Al día siguiente fuimos a un lugar donde
había un depósito de YPF, nos juntamos con unos paisanos,
había gallinas, bananas –había un plantación de bananas- y
ese día comimos arroz con gallina. Después cruzamos el río
Pescado, que está en la provincia de Salta pero no lejos de
Humahuaca. En ese lugar tomamos un obraje. Había
algunas personas que estaban esperando que les dieran
coca y alcohol para irse, porque no les pagaban un peso, y
había una señora que estaba enferma, y la atendió uno de
los muchachos de Bs. As, Pirincho, y bueno, les hablamos a
la gente de lo que estábamos haciendo. Y de ahí salimos un
poco más arriba, siempre para Orán. Iba a llegar más gente
de Córdoba y había que esperarlos en la zona. Justo ese
día se hace el juicio a Pupi (Adolfo Rotblat), un juicio en el
que yo no participé. Cuando llegamos, Masetti, que era el
jefe, nos comunica que lo iban a fusilar. Yo le pregunto por
qué. Y me dice cosas como que el Pupi no andaba, que en
cualquier momento nos iba a traicionar, que andaba
haciendo ruido con la olla, que andaba desquiciado. Yo
pienso que estaba muy mal, que se había quebrado, pero
no vi que representara un peligro. Me dice "bueno, entonces
vas a ser vos el que le de un tiro en la frente". Yo les digo
que no le voy a dar un tiro en la frente a nadie y mi hermano
me dice que me calle la boca. Y la cosa quedó ahí… estaba
mi hermano y estaba un muchacho que está en Cuba ahora,
Canelo, así que… se hizo la ejecución. Yo no estaba,
porque salí con el grupo nuevo, que no sabía de esto, y los
llevé a caminar por la sierra. Cuando llegué, las cosas ya
habían pasado, todo seguía. Creo que algunas caras habían
cambiado.

De ahí seguimos, siempre hacia el norte, cruzando el río


Santa María, hasta que vimos una casa, que era de un
capataz del ingenio tabacal, de los Carro Costas, y de ahí
llegamos a un pueblito que se llama Aguas Negras.
Preguntamos quién era el intendente o encargado. Le
contamos lo que veníamos haciendo y nos dejó un poco de
dinero para comprar semillas, que nos iban a hacer falta en
el campamento. Esto debe haber sido a fines de octubre.
Nos señaló que siguiendo un sendero llegaríamos a la casa
de su cuñado. Ahí dejaron que nos quedemos. Fumamos y
todos se empezaron a acercar, así que convidábamos
cigarrillos a todos, chiquitos, grandes, todos fumábamos…
colgamos las hamacas, hicimos de comer y los invitamos.
Escuchamos una nena que lloraba y lloraba, le preguntamos
al padre qué le pasaba a la chica. El padre dice "y, la nena
está pa’l hoyo", ¿cómo pa’l hoyo? "y sí, ya enterramos dos".
Y nos cuenta: "la primera, la llevamos al médico porque
lloraba igual, y se nos murió en el hospital porque
esperamos mucho. La segunda se nos murió en el camino.
Y a ésta ¿para qué la vamos a llevar si igual se va a morir?".
Como nosotros llevábamos algunos antibióticos y esas
cosas la atendimos… al otro día estaba fenómena. Además
le dijimos que no le podían dar locro, que la nena era muy
chiquita. Como había una vaca, le dijimos que le dieran
leche. "no –nos dicen- esa vaca es muy mala". Así que
luchamos con la vaca hasta que le sacamos un poco de
leche. Les explicamos que haciendo eso todos los días iban
a poder darle leche a la nena, y le dimos algunas
indicaciones: que le dieran verdura pisada, etc. Y después
seguimos viaje y nos fuimos al primer campamento estable
que tuvimos, que duró dos meses y pico. En ese
campamento se hizo el primer refugio para guardar
armamentos, y sirvió también para base de exploraciones.
Había tres pibes de Córdoba, jovencitos, que se sintieron
mal. Se los acompañó hasta la ruta para que se fueran. A
ése lugar fue dónde llegó Pancho Aricó, porque formaba
parte de un grupo de apoyo que funcionaba, me parece,
como funcionó el grupo de apoyo en el gobierno de Alfonsín:
no para estar en el orden de los fierros sino para decir
políticamente algunas cosas. El primer número de Pasado y
Presente, el artículo editorial está de algún modo dedicado
al EGP. Evidentemente en ese artículo Pancho, evocando a
Gramsci, habla de la Voluntad Revolucionaria. Una
revolución no se hace sola, hace falta una voluntad para
hacerla. Un poco justificando el voluntarismo de esto que
era la idea foquista de la revolución. Discutieron bastante
con Masetti, yo no participé de esas discusiones, pero
supongo que acordaron algunas cosas.

En ese campamento había a veces discusiones políticas… a


mí me habían dado la responsabilidad sobre eso, era como
el "comisario político", y en cuanto al asunto de
informaciones, en la finca de Bolivia habíamos aprendido
Morse, a codificar mensajes... Así que, bueno, yo me
ocupaba de esas cosas.

P: ¿Cuántos eran?

H.J.: Y debemos haber sido alrededor de 20. Se iban,


llegaban nuevos… después no quedaron tantos. No me
acuerdo bien. También vinieron a ese campamento dos
muchachos que eran bancarios, otros que habían sido
delegados petroleros, gente que estuvo en el PC en el sur,
en Caleta Olivia, y vinieron otros chicos jóvenes, entre ellos
Álvarez, que también venía del PC, pero tenía una conducta
tan extraña... él es quien trae de la mano a los dos policías
que se incorporan al grupo en el momento de la caída del
campamento. Habían llegado, creo, el día anterior.
P: ¿Qué era exactamente lo que hacía Cuba?

H.J.: Bueno, todo el armamento, el apoyo financiero... más


que de Cuba era un operativo del Che… el Che estaba
interesado en que eso comenzara, que eso empezara a
moverse, El Che mandó a la Argentina a la misma gente con
la que quería estar luego en Bolivia, lo mandó a Hermes
Peña, a Castellanos, que era su chofer, a Papi Martínez
Tamayo…

Y en ese campamento uno de los muchachos bancarios,


que no sé cómo podía andar en la montaña, no tenía
ninguna habilidad, creo que nunca había salido de la oficina,
después se quebró … creo que a todos les hizo mal ese
quebrarse. Ya se había ido Pirincho, también. A Pirincho lo
habían mandado a pasar un cargamento de armas, desde
Uruguay a Bs. As, y como los padres tenían un yate, agarró
el yate y se fue para otro lado. Nunca más supe de él. Y
bueno, también se hace un juicio contra él, el muchacho
bancario (Bernardo Groswald). Ese juicio termina en un
fusilamiento. Estuvimos todos cuando se lo fusiló.
Realmente me pareció una cosa increíble. Yo creo que era
un crimen, porque estaba destruido, era como un paciente
psiquiátrico. Creo que de algún modo somos todos
responsables, porque todos estábamos en eso, en hacer la
revolución.

Al otro día, o a los dos días, salimos con los muchachos que
eran del sur, eran unos tipazos, salimos para Santa Cruz de
la Sierra, un pueblito que está sobre la montaña y al que se
llega por caminitos que se han ido haciendo canales por el
paso de la gente desde tiempos ancestrales, canales que
ahora tienen una profundidad de unos dos metros. Y nos
encontramos con un hombre que fue a buscarnos, le dije
que le mandaba muchos saludos el Comandante, que
quería saber cómo estaba, y nos trajo para comer una pata
charqueada, entera, hasta la pezuña, y traían cosas para
comer que se las llevamos de vuelta a los compañeros.

Ya de vuelta esquivamos la casa de la nenita que habíamos


curado porque vimos huellas. Yo estaba seguro de que el
campamento estaba perdido, estaba seguro y se lo dije a
Papi, y él me dijo que pensaba lo mismo, que teníamos que
levantarlo lo antes posible. Y seguimos hacia abajo, en una
disposición distinta, mirando para todos lados… y vimos las
huellas, que estaban frescas, habrían sido del día anterior,
huellas de alpargatas, y los gendarmes son los que andaban
de alpargatas, y en lugar de ir para el campamento, el
camino que hicieron ellos, fuimos para otro arroyo, y cuando
más avanzábamos fuimos encontrando mensajes: que
habían detenido a los paisanos, que después los habían
largado, que Diego estaba herido, y que habían metido dos
canas y que estaban presos Del Hoyo, Frontini,
Castellanos…

Llegamos al campamento donde estaban los que habían


sobrevivido, vimos a Diego herido, que estaban sin
comida… lo que traíamos nosotros duró lo que dura un
helado a la salida del colegio, como decía Castellanos. Ahí
se produce el derrumbe, se hace una reunión para ver hacia
dónde se iba, si hacia arriba, con el herido, o hacia la ciudad
de Yuco que era la que íbamos a tomar el 18 de marzo,
pero ya no para tomarla, sino para conseguir alimento. A mí
me pareció que podíamos ir hacia arriba dejando algunos
compañeros con Diego, y llegar a Pampichuelo, un pueblo
en las nacientes del río Piedras. Ése río es el único río en el
que no vi ningún pez… no había nada, y tampoco se veían
animales de caza. Y empezamos a subir, hasta un lugar en
el que nos separamos cuatro compañeros que empezamos
a trepar la montaña, para pasar un desfiladero, y fuimos
hacia la naciente del río. Ahí se nos perdieron una tres
pavas del monte que no pudimos cazar porque estábamos
mal. Tenía tanta bronca Masetti que después vio un pajarito
y le tiró y le sacó la cabeza… Ahí decidimos separarnos, me
ordenó que baje y que después suba a buscarlo con otros
compañeros, que él iba a seguir buscando comida. A todo
esto ya habían muerto Marcos, César… y Diego estaba muy
mal. Subimos por una grieta, y llegando casi a la punta
Antonio Paul se cae, y yo no lo pude alcanzar. Cayó en
caída libre… había lloviznado, estaba todo mojado. Alcancé
a agarrar la correa de su mochila, pero se me escapó. No
teníamos fuerzas, por el hambre terrible que pasábamos.
Antonio cayó unos 30 metros y yo me caigo hacia otro lado,
hacia una corriente de agua que me chupa, una playita que
mirábamos desde arriba y le llamábamos "el lugar de la
muerte" (yo le había dicho a Hermes, mirando desde arriba:
"mirá, tan bello, y sin embargo es el lugar de la muerte") y mi
caída fue de esas historias rarísimas, que uno cuenta y le
dicen qué estupidez… porque no me pasó nada
prácticamente, no me ahogué, casi no me golpeé, … no sé
cuánto estuve abajo del agua. Pero realmente era un
momento placentero, bien placentero, era una sensación de
no peso, como que nada pesaba, ni el cuerpo, ni las
piernas, ni los sentimientos, ni los pensamientos, nada,
nada… era un estado de… no sé qué cosa parecida… como
un estado de placer puro, un estado puro, sin sensación de
tiempo, de espacio… y no tragué agua. Yo tengo la
sensación de que respiraba, pero no estoy seguro, porque
¿cómo voy a respirar abajo del agua?, pero lo cierto es que
aparecí bastante más abajo y me sacó de ese estado
Alberto Castellanos… estaba cerca del campamento.
Entonces vuelvo, y lo encuentro a Antonio moribundo, y él
me dijo "bueno, de todas maneras, de acá o salimos
ganando o salimos con los pies para adelante, así que…no
te hagás problema, de todas manera vamos a ganar". Le
faltaban vértebras, por lo menos la quinta vértebra no
estaba… Antonio agonizó durante cuatro horas y yo, como
ya no tenía morfina, le metí una caja de supositorios de
Dolex. Estaba todo fracturado… tenía fracturas desde la
base del cráneo hasta… bueno, en todo el cuerpo. Estuvo
cuatro horas, con crisis convulsivas, y estuvimos hablando
hasta que murió.

Luego me junto con Jorge y con Alberto, y Dieguito estaba


muriéndose. Lo enterramos y la verdad que yo no estaba en
condiciones de volver a subir la montaña, estaba muy mal,
tenía un edema de hambre, se me había hecho un colapso
en el intestino, perdí mucha masa muscular.

- ¿Cuánto tiempo había pasado desde que subieron al


monte?

- Entramos en agosto y esto fue ya en abril. Mucho tiempo.


Y sin comer fue desde que yo los contacto a ellos, que fue
en los primeros días de marzo… y ya cuando vi la huella no
comimos más. Ya llevábamos 30 días sin comer, y
caminando sin parar. Y ya no podía caminar. Entonces
decidimos bajar a ver si encontrábamos a la otra gente… y
en la bajada, después de tanto tiempo, aparece un bicho en
el río y yo le pego en la columna, no sabíamos qué bicho
era… lo arrastramos como pudimos, y lo cuereé con un
cortaplumas de esos que tienen de todo, destornillador,
tijerita… Era un paquidermo, tenía un cuero gruesísimo.
Bueno, digo, "lo primero, las vísceras: comamos el hígado,
los riñones" mientras improvisábamos una parrilla con palos.
Y por fin comimos algo, pero lo mismo quedé mal, tenía los
intestinos a la miseria…

Cuando llegó Hermes, al tercer día, la carne no se podía


comer porque se había podrido. Hermes traía un poco de
yerba y preparó un mate cocido, que creo que fue la comida
más gloriosa que comí en mi vida. La cuestión es que con
Carlitos –que venía con Hermes- comenzamos a bajar para
ir al campamento que yo no conocía, donde habían estado
ellos antes, cuando fueron en el primer viaje. Y llegamos ahí
y estaban saliendo ya los compañeros, creo que era el 12
de abril, y pensaban volver en 2 días.

Y al segundo día de que habían salido, yo estaba casi sin


poder moverme ya, estaba tirado al pie de un reborde del
río, empiezo a escuchar voces que no me gustan, y me
acerco a un cinturón en el que tenía dos granadas y en ese
momento siento que me salpicaba barro en la cara y
manoteo una de las granadas y recibo un patadón en las
costillas… eran los gendarmes. Y me empezaron a golpear,
me desmayaron. Era imposible que no me desmayara, si
estaba hecho una piltrafa. Después hacen un simulacro de
fusilamiento. Y al día siguiente nos llevan.

Hay un gendarme que después fue guardia cárcel en Salta y


que renuncia a la gendarmería por lo que vio esa noche en
el campamento. Se impresionó mucho. Esa noche quedó de
guardia y nos vio tan mal que nos tiró un par de cigarrillos.
También nos trajo en una lata de duraznos una sopa de
tomate, otra comida gloriosa... ¡qué rica!. Estábamos
desnudos, con una manta arriba.

Al día siguiente salimos para Orán, ahí estuvimos varios


días: desde el 14 o 15 de abril hasta el 20 de junio. Después
nos trasladan a la cárcel de Tucumán.

(*)Versión reducida de la entrevista videograbada por Abril


Schmucler y Ciro Del Barco en Agosto de 2004.

________________________________________________
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La experiencia vivida por los hombres comandados por


Masetti, tal vez no sea comprendida cabalmente sin el
conocimiento de las ideas que circulaban en la época entre
los grupos revolucionares, y particularmente, la propuesta
guevarista. Para quienes estén interesados, sugerimos la
lectura del capítulo 25 "Vertiente guerrillera" del libro Che:
una vida revolucionaria de Jon Lee Anderson, editado por
Emecé, y Los orígenes perdidos de la guerrilla argentina, de
Gabriel Roth, Editorial El Cielo por Asalto sobre el Ejército
Guerrillero del Pueblo, así como Ideología y Mito en el EGP,
de Daniel Avalos, Ediciones Naño, Salta.

Empezar a vivir de otra manera


Segunda Parte: Tiempo de cárcel y
reflexiones posteriores
En la cárcel nos torturaron
bárbaramente, no de manera
científica, fue brutal. Culatazos en la
Masetti y el Che cabeza, patadas, muy cruel… no murió
ninguno de casualidad. Nos tenían
aislados en unas habitaciones que
estaban en la parte de delante de la guardia, y por ahí
cuando te llevaban te decían "tomá el fusil y andate".
Algunos eran muy nazis, pero otros eran buenos tipos. Y un
día, debe haber sido entre los primeros días de junio, cae el
General Alsogaray, Julio Argentino Alsogaray, que era, creo,
comandante en jefe de las fuerzas armadas. Aparece y me
pregunta qué cigarrillos fumo. Le digo "Máximos", que era
una marca del norte, y me dice "cómo vas a fumar esa
porquería". Y sí, le digo, fumo eso. Yo estaba desnudo, y
mandó a un cabo que me buscara ropa. Me hizo desatar,
estábamos solos. Manda traer un cartucho de particulares.
No, le digo, con dos cigarrillos me sobra. Salvo que le den
un paquete a cada uno. Después me pregunta qué tomo, si
tomo whisky o cognac… Yo pensaba que me iba a fusilar. Y
me trajeron cigarrillos y un cognac después de tantos días
en los que nos habían dado de comer sólo una cabeza de
vaca podrida, sopa llena de gorgojos, pan viejo… con
decirte que llegué a pesar 48 kilos. "¿Y cómo estás?" me
dice. Yo estaba azul, no había piel que no tuviera un color
azul, violeta. "No quiero saber nada de las actividades", me
dice, "no me interesa eso". "Usted Jouvé tiene un perfil muy
parecido al de mis hijos. Hemos hablado con sus profesores
de la secundaria, y sabemos que usted era muy buen
alumno, muy buena persona, que terminó el bachillerato a
los 16 años. Fuimos a la universidad, también sabemos que
hizo una carrera impresionante hasta que entró al servicio
militar y ahí paró, que su papá era un tipo muy respetado en
su pueblo, un tipo recto, laburante, muy estimado, honesto.
No me diga que esto es porque su mamá lava ropa"… "No,
no es por eso", le digo. "No es por ninguna de esas cosas".
"Bueno –me dice—, pero a mí me interesa saber por qué
entró a la guerrilla, porque mi hijo se parece mucho a usted".
Y yo le dije "mire, en un país donde se habla de democracia,
después de unas elecciones donde un tipo que puede ser
bueno o malo pero que ganó con la proscripción de la
mayoría, no entiendo de qué democracia hablamos. En la
escuela nos enseñan eso, nos hablan de libertad, nos
hablan de justicia, y viene la masacre de José León Suárez
¿qué quiere que piense?" Y le empecé a plantear un montón
de cosas, durante diez minutos, sobre la justicia, sobre la
libertad, sobre la igualdad de posibilidades, etc. Y me dice
"¿Y usted qué cree que puedo hacer con mi hijo?" "Y –le
digo— no lo mande a la escuela o prohíbale a los maestros
que le den Educación Cívica, porque si es una persona
decente, y estudia eso, no se va a quedar sin hacer nada".
Resultó después que el hijo de Alsogaray murió en
Tucumán. Lo mató Bussi. Estaba en Montoneros o en ERP.
Y el otro se exilió en México, fue el que le pegó a Astiz, en
un boliche de la costanera.

***

De Tucumán nos llevaron a Salta. Ahí ya podía hacer cosas,


hicimos juguetes en la carpintería, también hicimos
muebles. Yo le hice una cuna a mi hija, qué sé yo, hacíamos
cosas, teníamos la posibilidad de entretenernos, de leer un
poco el diario, de recibir discos y libros... Así que ahí fue
bastante bueno, digamos. Mi señora se había ido al
Uruguay, tenía orden de captura, pero va a la visita y no la
meten en cana, así que empieza a visitarme seguido. En el
68 queda embarazada, y nació Tania Camila, mi hija. Luego
se viene para Córdoba. En esa cárcel era otra cosa, tenías
tiempo de pensar, podías escribir, nos hacían reportajes…
Casi todas las entrevistas de esos años se caracterizan por
cierta soberbia, como que nos sentíamos dueños de todas
las verdades. Creo que eso nos caracterizó no sólo a
nosotros sino a todos los que apoyamos procesos
insurrecionales. Yo no estaba de acuerdo con eso, porque
Fidel había dicho que no podíamos convertir a la corriente
socialista en una iglesia con papas, popes, obispos y curas,
y yo pensaba lo mismo, que era muy parecido a una
religión, yo pensaba que lo que queríamos era un poco
como construir el paraíso en la tierra, esta Revolución que
era el punto de llegada, que era el lugar donde todos
íbamos a ser felices. Y además, que lo íbamos a hacer
nosotros. Después de un tiempo de estar adentro, esas
cosas me llamaban más a la reflexión. En realidad las
primeras críticas fueron al foco, concretamente a lo nuestro,
a la preparación de ese foco, ya después las críticas fueron
apuntando más para otras cosas: ¿era el camino armado el
camino correcto para construir una sociedad diferente?
Después, cuando nos juntamos con otra gente en la cárcel
de Resistencia también, veíamos lo que se venía, el
desarrollo de nuevas fuerzas sociales como el peronismo
del ’73, en donde Montoneros tenía una buena posibilidad
de avanzar un poco más de lo que avanzó. La llegada de
Perón, el acto eleccionario que lo confirma, desacomoda
bastante el panorama y yo opinaba que había que guardar
los fierros y hacer política. Y esperar. Pero bueno, se
hicieron varias operaciones grandes y eso fue complicando
todo. Es decir, los militares aprovechaban eso… yo creo que
la inteligencia militar siempre tentó al ala armada de los
grupos, siempre le regaló cosas para poder golpearla, no
sólo para poder golpearla sino para hacer que sea
hegemónica sobre la política. Y bueno, la política de alguna
manera fue desapareciendo. Mientras, nosotros estábamos
en la cárcel, rodeados de compañeros que iban
encarcelando en ese tiempo, con los que podíamos hablar
de esas cosas.

De resistencia nos mandaron a Rawson, ahí las


organizaciones armadas les prohibieron a algunos
compañeros hablar con nosotros, salvo los changos de La
Calera, Luis Rodeiro, Ignacio Vélez y algunos más, porque
estaban en disidencia. Teníamos mucha charla con la gente
del Peronismo de Base, de las FAR. Y nos mandaban
embajadores, para que los otros no se contaminaran,
mandaban a los más firmes.
En Rawson estábamos en pabellones celulares, y era todos
los días más o menos lo mismo: los presos se agrupaban de
acuerdo a las distintas agrupaciones de las que eran parte y
cantaban sus himnos y canciones cuando se leía en el diario
quién había hecho la última operación…. pero de política
casi no se hablaba. Para casi todos la política era algo del
otro lado, era de burgueses. Un solo preso leía los diarios y
los otros escuchaban, eso fue cuando vino Perón en
noviembre, y como era yo el que leía, y a mí me hartaban
con las canciones de victoria, entonces yo leía primero las
noticias políticas, después las económicas, después las
deportivas, después los avisos clasificados y recién al último
leía las operetas militares. Era mi pequeña venganza.
Fuimos a parar al pabellón de los quebrados, donde nos
encontramos con Rodeiro, con Vélez... y bueno, yo digo que
los últimos días tuvimos un pabellón tranquilo… y a la
semana salimos.

***

Todavía los primeros años de encierro seguía pensando que


la idea del foco guerrillero era una vía válida, durante el 66,
67. Pero ya cuando el Che estaba en Bolivia, Castellanos
me dijo "ahora vas a ver lo que es un Comandante" y yo le
dije "yo creo que el Che está perdido" porque estaba
aislado. "No, no", me dice, "vos no sabés los recursos que
tiene el Che".

Y cuando muere el Che ya tenía una cosa bastante


elaborada sobre la guerrilla, la lucha armada… yo la había
conocido desde adentro y los milicos habían aprendido tanto
como nosotros, y tal vez un poco más… sabíamos que ellos
podían llegar a las brutalidades más espantosas para
obtener información… Pero sobre todo criticaba la
concepción del foco como vía para la revolución en
cualquier lugar. En algunos lugares podría andar, como en
China, Vietnam y en Cuba… pero siempre contamos las
revoluciones que triunfan, ¿y las que no triunfan? hubo
muchas, claro… son muchísimas más las que no triunfaron
que las que triunfaron. Y muchísimas más las que
terminaron en masacre. Es decir que cuando empezamos a
contabilizar lo que había andado y lo que no había andado,
pensamos que tenían que darse condiciones sumamente
particulares para que se lograra el desarrollo de una lucha
política y social violenta que terminara en la toma del poder.
A esa altura del partido yo me preguntaba: ¿y después del
poder, qué? O sea, si tomamos el poder, si son algunos
compañeros que están acá con nosotros los que toman el
poder, nosotros nos vamos a tener que ir o nos van a fusilar.
Si ya nomás somos quebrados por pensar distinto. Después
llegamos a una charla, creo que estaba el Oscar (Del Barco)
y el Kichi (Samuel Kiczkowski), estaban muy en montos, me
acuerdo, y yo les decía que eso no era mejor, o estar en
cualquier organización armada, todo eso estaba invalidado,
que no era una guerra sino que era el juego del vigilante y el
ladrón… eso fue en el 73, 74… creo que habían pasado
suficientes cosas como para suponer que eso no era
posible; sí era posible lo que ocurrió en el Rodrigazo, es
decir, fijate que el golpe contra Isabel Perón no viene por las
acciones de la guerrilla, viene después del Rodrigazo,
cuando en Buenos Aires los trabajadores le pasan por
encima a la burocracia sindical, desconocen el mandato de
Lorenzo Miguel, de Isabel… bueno ahí se viene el Golpe,
porque hay un verdadero cuestionamiento del poder, es
decir, la gente en la calle. Después vienen los grupos de
militantes, como después de los hechos del 2001, donde las
asambleas populares primero fueron populares en serio, la
gente salía a la calle y no tenía una visión política, salía
desde la bronca, desde el rechazo de algo que le resultaba
insoportable. Pero luego vinieron los militantes, les tiraron
discursos, vinieron con las banderas y la gente se fue. Es
decir, todo eso me ha ido llevando, a mí por lo menos, y
coincidimos con bastantes compañeros, a otro tipo de ideas.
No sé cómo construiremos el socialismo, no sé. Tampoco sé
si hoy es posible, no sabemos para dónde vamos.

***

Y ahora hay una cantidad de cambios para que no cambie


nada. Porque este es un sistema que va cambiando cosas,
va revolucionando un montón de cosas todos los días para
que no cambie nada, para que la esencia misma del sistema
siga siendo igual. Por ejemplo: todas las grandes empresas,
tienen fundaciones, que hacen obras de caridad, que les
pagan a Greenpeace, a Médicos sin Fronteras, a un montón
de organizaciones donde trabaja gente sana, desinteresada,
que van para ayudar a gente que sufre… como nosotros
quisimos hacer la revolución nuestra, la íbamos a hacer
para que la gente viviera bien. Pero pienso que lo mejor de
la juventud estuvo también en las luchas obreras, que lo
hacían para que sus compañeros vivan mejor. Digo… la
gente que se puso a hacer algo por el otro… pero eso que
pasa hoy donde las grandes corporaciones multinacionales
están apoyando proyectos para los chicos de la calle, para
esto, para lo otro, estas cosas, antes no existían. Después
de haber desangrado pueblos enteros para hacerse
multimillonarios, te arman una fundación y parte de eso que
han saqueado a la gente lo devuelven en obras de caridad.
Estos son los cambios de los que hablo. Las ONG son
compradas por esos organismos, porque son los que les
tiran la guita para que hagan lo que hacen, entonces se
convierte en un negocio más ¿me entendés?, esto es lo que
ha logrado el capitalismo. Te dicen: "vos tenés todas las
libertades, podés optar por lo que vos quieras"… ¿te vas a
hacer feminista? sí, no hay problema, hacelo, te ponemos el
Banco Mundial y te pagamos. ¡El Banco Mundial les da guita
a los grupos feministas! ¿para los derechos humanos?
¿lucha contra el racismo? ¡Pero claro que sí!, acá hay guita:
se la pone el Banco Mundial o se la pone cualquier
fundación de las grandes corporaciones. Pero no te metas
con otras cosas. No vayas a querer demostrar que haría
falta vivir de otra manera, que no vamos a ningún lado sino
al que ellos quieren, que no podemos decidir hacia dónde
queremos ir. Esto de comenzar a pensarnos desde otro
lugar… de todas maneras no podemos evadir la alienación,
hasta nos han hecho creer que si no tenemos la
multiprocesadora Moulinex somos infelices, entonces, la
gente sufre por lo que no tiene. Y yo me pregunto ¿cómo
van a sufrir por lo que no tienen, si tienen un montón de
cosas de las que podrían disfrutar? Pero bueno, no importa,
lo que tenemos no lo disfrutamos y lloramos por lo que no
tenemos. Entonces ¿cuál es el placer más grande de la
gente, hoy? Ir al hiper, cargar los carros y salir con un
montón de cosas, ¿por qué? Porque nos hemos convertido
en "monos recolectores". Toda esta alienación, toda esta
segmentación social llevada casi al infinito, todo este
sistema alienado donde todo se mezcla en una cosa que es
insoportable: se mezcla el choro de la esquina con el
piquetero de cualquier corriente, se mezcla el secuestro con
los marginados, entonces ahora son todos delincuentes y
por portación de cara te llevan preso. Entonces hacé todo lo
que quieras con los derechos humanos, pero no te metás a
cuestionar el sistema porque ahí te cortamos las manos.

De todas maneras hay que hacer cosas. No creo que


vayamos a cambiar el mundo, a lo mejor esto se vuelve
absolutamente insoportable, a lo mejor esta irracionalidad
absoluta hace que se vuelva tan tan irracional a los ojos del
ciclón que provoque que las multitudes hagan otro tipo de
cosas y que podamos hacer algo, o podamos articular un
discurso que permita construir otro tipo de sociedad. Tal vez
como decía Oscar del Barco, que es lo que siempre intento,
tenemos que empezar a vivir de otra manera. Vivir de otra
manera y salir de este circuito que es absolutamente
perverso, donde todas las opciones que nos dan son falsas,
porque las opciones verdaderamente importantes, no están.
Las de adónde queremos ir, no están. Vamos a donde nos
llevan. Y yo creo que eso es lo terrible, pero no creo que
podamos hacer nada desde la guerrilla armada. Tal vez
haya algún momento en que se pueda dar una situación
como la de los bolcheviques en la Rusia de 1917. Tal vez se
dé ese momento en que todo es posible… yo creí que ese
momento era el 25 de mayo del ‘73, porque los canas nos
hacían la V de la victoria cuando íbamos en el colectivo
desde Ezeiza a Capital. Yo dije "pucha qué momento", me
acuerdo de la gente, de la cantidad de gente... cuando me
subieron al balcón para que hable, y yo miré y me asusté
tanto, tanto. Había tanta gente que no sabía dónde
terminaba esa multitud, así que dije cuatro pavadas y me
tiré para atrás. Era impresionante, nunca había visto tanta
gente junta. Pero bueno, era el momento, tal vez un Lenin
en ese momento hubiera hecho otra cosa, pero hay que ver,
si llega el momento, y estamos, tal vez podamos hacer algo
por el cambio. Si no, no sé cómo se irán articulando las
cosas. De todas maneras yo coincido con algunas cosas del
subcomandante Marcos, sobre todo en que la revolución no
es un punto de llegada, que es un camino, un modo de vivir.
Hoy pienso que es así, que la revolución es una manera de
estar en el mundo.

***

Yo creo que si estamos atentos a lo que pasa posiblemente


podamos hacer más cosas para que cambie el mundo. Creo
que sí, que se va a poder, que no termina acá la historia.
Pienso en el equipo de la revista, por ejemplo, están
haciendo algo, y no tanto por lo que dicen si no por el hecho
de estar juntos, de juntarnos para hablar, para pensar, para
ver si alguna vez logramos articular ese discurso que
permite otras cosas. Eso es lo único que hemos podido
mantener, eso de juntarnos para hablar, de encontrarnos,
con alegría. Eso es indispensable. Porque yo creo que
Descartes se equivocó cuando dijo "pienso, luego existo",
no es así el ser humano…el ser humano es un animal que
puede razonar, pero puede razonar porque es emocional, si
no hubiera emociones, no pasa un pito. Sería una roca.
Quiero decir que solamente a partir de la emoción pudimos
descubrir el lenguaje, la cultura, todo.

Cuando nos han invitado a hablar sobre estas cosas que


hemos vivido, por ejemplo los de hijos nos han invitado
varias veces, y fuimos con Rodeiro, Losada, Vélez, y otra
gente también, he escuchado hablar de heroísmo y de un
montón de cosas y eso siempre me pone mal. Porque esos
chicos que perdieron a sus padres, si tratan de emular ese
camino... pienso que eso está agotado, que no anduvo bien,
que no salió bien. Y me dicen que fue porque se hicieron
mal las cosas, y yo digo que no, mira, 70 años de socialismo
en la Unión soviética, desde el 47 en China, pregunto: ¿eso
era el socialismo? "Bueno, porque lo hicieron mal", me
dicen. ¿y vos creés que lo vas a hacer bien? ¿vos creés que
la gente que lo hizo mal era gente malintencionada? ¿o sale
mal por otra cosa, porque directamente eso no era
socialismo? entonces ¿qué es el socialismo? porque eso no
fue, y Lenin mismo lo dijo antes de morir en 1920 –en esos
escritos que casi nadie pudo leer porque estaban
secuestrados—, que tendremos que conformarnos con un
capitalismo de estado para desarrollar la cultura... ahí es
cuando le escribe cartas a los intelectuales de Europa
occidental y les escribe para que fueran a ayudar a
desarrollar la cultura del pueblo ruso. Dice "éste es un
pueblo asiático, qué socialismo se va a desarrollar en un
pueblo asiático", su planteo era la posibilidad de que fueran
los obreros los que dirigieran este proceso de
modernización. Eso fue, un proceso de modernización. Pero
desde ahí, se tomó el poder, con las ideas que muchos
todavía hoy creen que son las únicas posibles. Y yo decía
que no, que al poder no lo tenemos que raptar porque va a
ser una dictadura de nuevo, porque es calcada de lo otro, es
la misma ideología. Entonces, no sé cómo se hará, no tengo
ni idea.

AS: Dijiste "existir" de otra manera...

HJ: Sí, asociarnos de otra manera, ¿cómo puede ser que


nos asociamos sólo para negociar, cómo puede ser que no
nos podamos asociar para otras cosas, para compartir otro
tipo de cosas? Digo, reconstruir los vínculos sociales, la red
social que está destruida.

AS: Empezar en cada individuo...

HJ: Sí, en cada individuo, pero hasta abrir el diálogo con el


otro, articulando las experiencias, me parece que eso es
importante. Dice Maturana que una cultura es una red de
conversaciones. Y yo creo que podemos ayudar a instalar
otra red de conversaciones. Y dentro del marco del
progresismo, yo creo que más que definiciones, podemos
empezar a hacer buenas preguntas. Para ver qué estamos
haciendo, y si hacemos buenas preguntas posiblemente
logremos instalar una nueva red de conversaciones. Pero si
no, vamos a seguir repitiendo lo mismo. Aún se escuchan
comentarios, ideas, discursos de los años ‘60: no puede ser
que no se den cuenta de que ya cayó el muro de Berlín, que
China es un país capitalista de primera línea, que Vietnam
se fue a los caños, no puede ser que no hayan tomado nota
de lo que pasó en el mundo. Que vivimos en un mundo
globalizado, pero lógicamente globalizado, porque el
capitalismo tiende a la globalización. Yo creo que recién
ahora está empantanado porque no tiene donde seguir
haciendo sus beneficios, salvo concentrarse, concentrarse y
volverse fascismo. También hay bastantes reservas no
fascistas en el mundo, pero siguen pensando lo mismo, yo
veo que siguen pensando que la única salida es la toma del
poder, y a cada movimiento social se le cuelgan atrás los
grupos revolucionarios para indicarles el camino de la toma
del poder y de la revolución. Ésta es la cultura que estamos
viviendo. Pero ¿será posible guiar a los que puedan instalar
una nueva red de conversación haciendo nuevas
preguntas? A mí por lo pronto me parece importante que la
gente se junte, que podamos preguntarnos cosas.

(Ver Parte 1: La guerrilla)

(*)Versión reducida de la entrevista videograbada por Abril


Schmucler y Ciro Del Barco en Agosto de 2004
Carta de Oscar del Barco

Señor Sergio Schmucler:

Al leer la entrevista con Héctor


Jouvé, cuya transcripción ustedes
publican en los dos últimos
números de La Intemperie, sentí
algo que me conmovió, como si no hubiera transcurrido el
tiempo, haciéndome tomar conciencia (muy tarde, es cierto)
de la gravedad trágica de lo ocurrido durante la breve
experiencia del movimiento que se autodenominó "ejército
guerrillero del pueblo". Al leer cómo Jouvé relata suscinta y
claramente el asesinato de Adolfo Rotblat (al que llamaban
Pupi) y de Bernardo Groswald, tuve la sensación de que
habían matado a mi hijo y que quien lloraba preguntando
por qué, cómo y dónde lo habían matado, era yo mismo. En
ese momento me di cuenta clara de que yo, por haber
apoyado las actividades de ese grupo, era tan responsable
como los que lo habían asesinado. Pero no se trata sólo de
asumirme como responsable en general sino de asumirme
como responsable de un asesinato de dos seres humanos
que tienen nombre y apellido: todo ese grupo y todos los
que de alguna manera lo apoyamos, ya sea desde dentro o
desde fuera, somos responsables del asesinato del Pupi y
de Bernardo.

Ningun justificativo nos vuelve inocentes. No hay "causas" ni


"ideales" que sirvan para eximirnos de culpa. Se trata, por lo
tanto, de asumir ese acto esencialmente irredimible, la
responsabilidad inaudita de haber causado intencionalmente
la muerte de un ser humano. Responsabilidad ante los seres
queridos, responsabilidad ante los otros hombres,
responsabilidad sin sentido y sin concepto ante lo que
titubeantes podríamos llamar "absolutamente otro". Más allá
de todo y de todos, incluso hasta de un posible dios, hay el
no matarás. Frente a una sociedad que asesina a millones
de seres humanos mediante guerras, genocidios,
hambrunas, enfermedades y toda clase de suplicios, en el
fondo de cada uno se oye débil o imperioso el no matarás.
Un mandato que no puede fundarse o explicarse, y que sin
embargo está aquí, en mí y en todos, como presencia sin
presencia, como fuerza sin fuerza, como ser sin ser. No un
mandato que viene de afuera, desde otra parte, sino que
constituye nuestra inconcebible e inaudita inmanencia.

Este reconocimiento me lleva a plantear otras


consecuencias que no son menos graves: a reconocer que
todos los que de alguna manera simpatizamos o
participamos, directa o indirectamente, en el movimiento
Montoneros, en el ERP, en la FAR o en cualquier otra
organización armada, somos responsables de sus acciones.
Repito, no existe ningún "ideal" que justifique la muerte de
un hombre, ya sea del general Aramburu, de un militante o
de un policía. El principio que funda toda comunidad es el
no matarás. No matarás al hombre porque todo hombre es
sagrado y cada hombre es todos los hombres. La maldad,
como dice Levinas, consiste en excluirse de las
consecuencias de los razonamientos, el decir una cosa y
hacer otra, el apoyar la muerte de los hijos de los otros y
levantar el no matarás cuando se trata de nuestros propios
hijos.
En este sentido podría reconsiderarse la llamada teoría de
los "dos demonios", si por "demonio" entendemos al que
mata, al que tortura, al que hace sufrir intencionalmente. Si
no existen "buenos" que sí pueden asesinar y "malos" que
no pueden asesinar, ¿en qué se funda el presunto "derecho"
a matar? ¿Qué diferencia hay entre Santucho, Firmenich,
Quieto y Galimberti, por una parte, y Menéndez, Videla o
Massera, por la otra? Si uno mata el otro también mata.
Esta es la lógica criminal de la violencia. Siempre los
asesinos, tanto de un lado como del otro, se declaran justos,
buenos y salvadores. Pero si no se debe matar y se mata, el
que mata es un asesino, el que participa es un asesino, el
que apoya aunque sólo sea con su simpatía, es un asesino.
Y mientras no asumamos la responsabilidad de reconocer el
crimen, el crimen sigue vigente.

Más aun. Creo que parte del fracaso de los movimientos


"revolucionarios" que produjeron cientos de millones de
muertos en Rusia, Rumania, Yugoeslavia, China, Corea,
Cuba, etc., se debió principalmente al crimen. Los llamados
revolucionarios se convirtieron en asesinos seriales, desde
Lenin, Trotzky, Stalin y Mao, hasta Fidel Castro y Ernesto
Guevara. No sé si es posible construir una nueva sociedad,
pero sé que no es posible construirla sobre el crimen y los
campos de exterminio. Por eso las "revoluciones" fracasaron
y al ideal de una sociedad libre lo ahogaron en sangre. Es
cierto que el capitalismo, como dijo Marx, desde su
nacimiento chorrea sangre por todos los poros. Lo que
ahora sabemos es que también al menos ese "comunismo"
nació y se hundió chorreando sangre por todos sus poros.
Al decir esto no pretendo justificar nada ni decir que todo es
lo mismo. El asesinato, lo haga quien lo haga, es siempre lo
mismo. Lo que no es lo mismo es la muerte ocasionada por
la tortura, el dolor intencional, la sevicia. Estas son formas
de maldad suprema e incomparable. Sé, por otra parte, que
el principio de no matar, así como el de amar al prójimo, son
principios imposibles. Sé que la historia es en gran parte
historia de dolor y muerte. Pero también sé que sostener
ese principio imposible es lo único posible. Sin él no podría
existir la sociedad humana. Asumir lo imposible como
posible es sostener lo absoluto de cada hombre, desde el
primero al último.

Aunque pueda sonar a extemporáneo corresponde hacer un


acto de constrición y pedir perdón. El camino no es el de
"tapar" como dice Juan Gelman, porque eso -agrega- "es un
cáncer que late constantemente debajo de la memoria cívica
e impide construir de modo sano". Es cierto. Pero para
comenzar él mismo (que padece el dolor insondable de
tener un hijo muerto, el cual, debemos reconocerlo, también
se preparaba para matar) tiene que abandonar su postura
de poeta-mártir y asumir su responsabilidad como uno de
los principales dirigentes de la dirección del movimiento
armado Montoneros. Su responsabilidad fue directa en el
asesinato de policías y militares, a veces de algunos
familiares de los militares, e incluso de algunos militantes
montoneros que fueron "condenados" a muerte. Debe
confesar esos crímenes y pedir perdón por lo menos a la
sociedad. No un perdón verbal sino el perdón real que
implica la supresión de uno mismo. Es hora, como él dice,
de que digamos la verdad. Pero no sólo la verdad de los
otros sino ante todo la verdad "nuestra". Según él pareciera
que los únicos asesinos fueron los militares, y no el EGP, el
ERP y los Montoneros. ¿Por qué se excluye y nos excluye,
no se da cuenta de que así "tapa" la realidad?

Gelman y yo fuimos partidarios del comunimo ruso, después


del chino, después del cubano, y como tal callamos el
exterminio de millones de seres humanos que murieron en
los diversos gulags del mal llamado "socialismo real". ¿No
sabíamos? El no saber, el hecho de creer, de tener una
presunta buena fe o buena conciencia, no es un argumento,
o es un argumento bastardo. No sabíamos porque de
alguna manera no queríamos saber. Los informes eran
públicos. ¿O no existió Gide, Koestler, Víctor Serge e
incluso Trotsky, entre tantos otros? Nosotros seguimos en el
Partido Comunista hasta muchos años después que el
Informe-Krutschev denunciara los "crímenes de Stalin". Esto
implica responsabilidades. También implica responsabilidad
haber estado en la dirección de Montoneros (Gelman dirá,
por supuesto que él no estuvo en la Dirección, que él era un
simple militante, que se fue, que lo persiguieron, que lo
intentaron matar, etc., lo cual, aun en el caso de que fuera
cierto, no lo exime de su responsabilidad como dirigente e,
incluso como simple miembro de la organización armada).
Los otros mataban, pero los "nuestros" también mataban.
Hay que denunciar con todas nuestras fuerzas el terrorismo
de Estado, pero sin callar nuestro propio terrorismo. Así de
dolorosa es lo que Gelman llama la "verdad" y la "justicia".
Pero la verdad y la justicia deben ser para todos.
Habrá quienes digan que mi razonamiento, pero este no es
un razonamiento sino una constrición, es el mismo que el de
la derecha, que el de los Neustad y los Grondona. No creo
que ese sea un argumento. Es otra manera de "tapar" lo que
pasó. Muchas veces nos callamos para no decir lo mismo
que el "imperialismo". Ahora se trata, y es lo único en que
coincido con Gelman, de la verdad, la diga quien la diga. Yo
parto del principio del "no matar" y trato de sacar las
conclusiones que ese principio implica. No puedo ponerme
al margen y ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el
propio, o a la inversa. Yo culpo a los militares y los acuso
porque secuestraron, torturaron y mataron. Pero también los
"nuestros" secuestraron y mataron. Menéndez es
responsable de inmensos crímenes, no sólo por la cantidad
sino por la forma monstruosa de sus crímenes. Pero
Santucho, Firmenich, Gelman, Gorriarán Merlo y todos los
militantes y yo mismo también lo somos. De otra manera,
también nosotros somos responsables de lo que sucedió.

Esta es la base, dice Gelman, de la salvación. Yo también lo


creo.

Lo saludo.

Oscar del Barco

Carta de Christian Ferrer

Señor Director:
No es tan fácil matar. La inmensa mayoría de las personas
que viven en el mundo jamás lo ha hecho y probablemente
nunca lo hará. Por otra parte, esos millones de personas no
suelen pasar sus días discurriendo sobre la "fatalidad
histórica" de arrancarle la vida a otros seres humanos.
Milagrosamente, y desde un principio, la necesidad
imperiosa de conservación de la propia vida no condujo a la
extinción de la especie sino a la comprensión y aceptación
de la simétrica necesidad de autoconservación ajena, y es
por eso que la historia humana no puede ser relatada
únicamente como la crónica de un matadero. Para poder
matar, primero es preciso estar enrolado en profesiones
legitimadas o especializadas en el arte de matar: se debe
ser verdugo, policía, militar, mercenario, linchador, sicario,
terrorista, torturador, o bien revolucionario –según se
desprende de ciertos argumentos enviados a La Intemperie
a modo de contestación a Oscar del Barco. Y cada una de
esas profesiones viene pertrechada con su correspondiente
preámbulo justificativo. Pero, sobre todo, a fin de erradicar a
un ser humano de este mundo es preciso disponer de
permiso para matar, es decir de una venia para hacerlo. Así,
hay quienes matan en representación de un partido o de
una nación; y otros en nombre de una religión o de una
ideología; y aún otros en nombre del Estado o de una etnia;
y no faltan quienes matan en nombre de la raza o del
"contexto histórico de la lucha de clases". Unos matan para
mantener el viejo orden y otros con el objetivo de conquistar
y luego salvaguardar un orden nuevo. En cambio, las
personas que deben darse permiso a sí mismas para matar,
raramente se lo conceden. Casi nunca.
Sin embargo, en varias de las respuestas a la carta de
Oscar del Barco publicada a fines del año pasado en La
Intemperie no sólo se evoca a las muertes causadas en el
pasado en nombre de ideas de izquierda como
"históricamente necesarias" sino que, además, se legitiman
en forma antedatada a las ejecuciones que pudieran ocurrir
en el camino a un porvenir redimido, y eso porque las
"leyes" de la historia así lo reclamarían. Esta pretensión no
transmite solamente una filosofía de la historia; mucho más
alarmante es esta sombría prédica de la muerte ajena para
el futuro, acto que solo a las víctimas, o a sus
representantes, les sería lícito cometer. Como ese
acontecimiento es de concreción improbable en la
Argentina, la discusión concierne, más bien, a la historia y la
ética de la izquierda. Se diría que los millones y millones de
asesinados en los campos de concentración soviéticos, bajo
Lenin y bajo Stalin, habrían bastado para exigir de quienes
difundieron esas ideas, o que aún las difunden, un acto de
contrición del pensamiento; o bien el millón y medio de
sacrificados por el comunismo camboyano hace apenas tres
décadas; o bien los cientos y cientos de fusilados y
torturados en las cárceles de Albania o de Cuba en nombre
de la inmunización de sus respectivos regímenes; o al
menos habría bastado el asesinato de esos dos muchachos
del Ejército Guerrillero del Pueblo en el norte argentino.
Pero no. Aparentemente "la historia" requiere más. ¿Qué
más? ¿Acaso la toma de partido por las víctimas es el
principio ético innegociable que habilita el derramamiento de
sangre? El apotegma "Yo, por haber optado por los
oprimidos, soy bueno, y por lo tanto mi contrario es malo",
es una presunción infantil.

Se dice en una de las réplicas que la "toma del poder" es la


bisagra necesaria que posibilitará cambiar la historia. Pero
entiendo que la carta de Oscar del Barco supone poner en
cuestión el hecho mismo de la "acumulación y toma del
poder", por causa de sus consecuencias fratricidas. La
experiencia histórica conocida permite pronosticar que los
muertos eventuales de ese futuro redimido no serán
únicamente aquellos en quienes se exterminaría, además,
"el emblema y la función del poder" del antiguo régimen,
sino también los propios, cuando sus actos resulten
impropios. Así, quienes alguna vez liquidaron a un zar se la
tomaron inmediatamente contra el ala izquierda de su
bando, y la exterminaron; enseguida la guadaña se
descargó contra los antiguos miembros de la propia facción,
que fueron despanzurrados; y al fin siguió el turno de
cualquiera que tuviera cara de contrarrevolucionario, y
entonces se colmaron las cárceles, pues a esos siempre se
los encuentra por miles, incluso por millones. Son escenas
que suceden una y otra vez en los vértices de las pirámides,
señaladas a veces por el recurso a la zancadilla y otras por
el del puñal. Se dice también en esas contestaciones que no
existen valores fuera de la historia. Cabe agregar que
tampoco existen fuera del cuerpo y el alma de quienes los
encarnan. En otras palabras, cada uno es responsable del
daño hecho a otros, y aquel que diluye esa responsabilidad
en la "historia" se está amnistiando a sí mismo por
adelantado así como también indulta a quienes debería
concernirle la inevitable deliberación ética posterior a los
hechos sucedidos. Caín se andaba con menos vueltas a la
hora de dar la cara: "¿Acaso mi hermano está a mi
cuidado?".

Esas respuestas evidencian un pobre aprendizaje de la


experiencia revolucionaria, como si las erratas históricas
cometidas en las diversas "tomas de poder" sucedidas en el
siglo XX solo interesaran a modo de correctivos, en función
de serles restadas sus "ineficacias" –sectarismos, errores,
voluntarismos, excesos, reduccionismos, vanguardismos–
para la próxima vez. Eso se desprende de los calificativos
con que se interpreta lo ocurrido al proyecto de las
organizaciones de izquierda en los años setenta: "derrota" y
"fracaso", que se oponen necesariamente a su triunfo y éxito
no logrados: ¿Y si se hubiese triunfado? ¿Habría valido ese
acontecimiento como prueba de la bondad del proyecto y de
los medios a los que se recurrió para llevarlo a cabo?
¿Firmenich habría terminado siendo el mandamás del país y
Galimberti su jefe de policía? Era una de las posibilidades
que traía aparejada la "victoria". ¿Tan defendible era ese
proyecto? En caso de victoria, los propios refutadores de
Oscar del Barco podrían haber tenido que optar por el
bando de los asesinos o el de los asesinados, si es que su
edad se los hubiera exigido. León Trotsky, Ahmed Ben Bella
y Camilo Cienfuegos así lo supieron. En fin, lo que está en
discusión es la legitimidad de la existencia de la izquierda si
es que sus predicadores no remueven las viejas certezas,
una de las cuales supone que hay personas en el mundo a
las que es lícito matar, sean ellos enemigos, subordinados,
antiguos aliados, descontentos y así hasta llegar a los
indiferentes y los tibios.
Los autores de esas respuestas no parecen haber
reflexionado mucho acerca del fundamentalismo historicista
que oponen al así llamado "fundamentalismo místico" que
estaría implícito en la carta de Oscar del Barco. Abundan –y
abultan– los dogmas de fe sociológicos: "la complejidad de
las contingencias históricas", "el marco ideológico, político,
social", "las lógicas concretas de la historia humana", "los
procesos históricos concretos", y en alguna respuesta
incluso se explica a la violencia humana como "una
situación social de causa-efecto", rebajando de este modo a
la ética al rango de perro de Pavlov. Pocas veces he leído
justificaciones más jergosas del acto de matar, declamadas
como si fueran hechos positivistas y no posibles
supersticiones modernas, al igual que lo son las
concepciones de historia y tiempo que parecen estar
implícitas en las objeciones antepuestas a Oscar del Barco.
Son, por repetidas, trivialidades sociológicas aprendidas en
segundo año de humanidades o en manuales ideológicos,
difícilmente en la confrontación con las "condiciones reales
de existencia humana" pues en ellas esos conceptos
repetidos como si fuesen verdades autoevidentes, y no
demasiado distintas de las reveladas, deberían ser
confrontados contra sí mismos, o bien ser aceptados como
lo que son, mitos conceptuales que, en tanto justifican el
asesinato, revelan su uso bestial. La guerra –el medio
ambiente de la "acumulación de poder"– fanatiza y
embrutece el alma, sin exceptuar el alma y la conciencia de
los más esclarecidos. Ojalá que a los hombres del futuro
todo esto les resulte poco menos que jeroglíficos, solo
pertinentes para los académicos que se interesen por la
historia de estas ideas, así como hoy ya hay quienes se
ocupan de descifrar, analizar y disecar las siglas que las
promovieron.

Por cierto, existe gente que disfruta de matar, así como hay
otros que sólo gustan de mostrarse violentos, y en los
momentos febriles de la historia ambos tipos de personajes
suelen acoplarse a los procesos acelerados de cambio
social, sin excluir las revoluciones. Son personas que, en el
fondo, no necesitan manifestar que han ejecutado
"trágicamente" a alguien en nombre de una idea o de la
"historia". En cambio, en una respuesta a Oscar del Barco
se dice que, para un revolucionario, la ejercitación de
violencia fatal sobre otro supone la asunción de una
"conciencia trágica". Presuponemos que se refiere a la
tragedia del ejecutador, no a la del ejecutado. Pero,
justamente, quien asume la condición trágica del acto de
matar a otro no puede escudarse en los dioses, la historia,
la familia o lo que sea: esa persona está absolutamente sola
junto al acto cometido y no puede hacer conciencia de lo
ocurrido más que desde sí mismo, bien para justificarse,
bien para incomprender lo hecho, bien para realizar un acto
de contrición. En cambio la muerte ajena provocada por
motivos de fundamentalismo historicista sólo admite esta
pequeña queja: "¡qué lástima que sea históricamente
necesario hacer algo tan feo!". Es curiosa la ausencia total
de la palabra asesinato en las refutaciones enviadas –
abundante en cambio en la carta de Oscar del Barco– como
si el exterminio de otro pudiera ser amortizado a título de
equivocación funesta o de efecto no-querido de la lógica
social. Pero las ejecuciones no son errores. Suelen estar
precedidas de una larga premeditación.
En vista de la gravedad de estos temas, no es comprensible
que algunos se lamenten por el lenguaje a que recurrió
Oscar del Barco. En ese tono de furia santa está contenida
la voz tronante de los viejos profetas revolucionarios, que
solían llamar a las cosas por su nombre. A lo largo de la
historia humana ya demasiada gente ha sido pasada a
degüello, y no hay disculpa legítima para una redención de
los sufrientes si se pretende, por anticipado, justificar unas
cuantas muertes más. Porque nunca le llega el turno al
último. Siempre hay uno más.

Lo saluda a usted,

Christian Ferrer
15 de abril de 2005

Carta de Carlos Keshishián

No existen valores fuera de la Historia

Dos días después de la aparición de La Intemperie


(conteniendo la carta de Oscar del Barco, en la que
proclama el carácter sagrado del hombre a través una
axiología formal y ahistórica, pletórica de enunciados
prescriptivos, abstractos y generales), Mariano Grondona en
su programa dominical invitaba a la viuda del capitán Viola
para que relatara con qué crueldad guerrilleros del ERP
ultimaron a su esposo. Naturalmente olvidó preguntar que
hacía el capitán Viola en Tucumán y naturalmente no se
olvidó de remarcar la existencia de dos demonios, utilizando
sin eufemismos reiteradamente esa figura.

El tratamiento del tema de la muerte, en el marco de la


lucha entre concepciones antagónicas, no puede ignorar
que cuando se enfrentan intereses irreconciliables, la lucha
política es de alguna manera una guerra. Lo es hoy cuando
a pesar del crecimiento de la explotación y la exclusión
social, no abundan los signos de rebeldía organizada. Lo
era mucho más en los años setenta cuando crecía en los
pueblos la esperanza de una sociedad diferente, cuando las
llamas de sudeste asiático alumbraban un camino de
revolución y estimulaban a una generación de jóvenes y a
pueblos enteros, que en Asia, África y América, concebían
una sociedad en la que hallarían su definitiva manumisión
social.

Las diferentes experiencias no estuvieron exentas de


errores, los que en muchos casos las condenaron al
fracaso. En Argentina los grupos que asumieron posiciones
combativas pecaron por voluntaristas y sectarios. El
voluntarismo indujo a una percepción de la realidad no como
ella era sino como querían que fuese y el sectarismo los
condujo al aislamiento no solo del resto de las militancias
sino del pueblo mismo. Pero sus errores no habilitan a
demonizarlos del modo que lo hace Del Barco. Es por lo
menos una inmoralidad política poner en la misma categoría
a los asesinos al servicio del imperialismo y movilizados por
los Estados opresores y a los miles de torturados,
humillados y asesinados, que en el mundo sufrieron y sufren
por su anhelo de un mundo mejor.
Hoy es más evidente que entonces que al enemigo no se lo
combate con resistencias ghandianas ni con pasos tibios y
dubitativos. La firmeza con que la revolución cubana se
defiende de las permanentes acechanzas a la que es
sometida, indica el camino. Aunque para evitar las
tentaciones de emprender atajos históricos es preciso saber
que la única forma de tomar el poder es construyéndolo con
la solidez que le proporciona el protagonismo popular. Esa
es la diferencia entre el terrorismo y la acción revolucionaria:
La toma del poder supone la construcción de poder.

En el número 11 de La Intemperie se publicó una entrevista


al académico chileno Carlos Pérez Soto, en ella expone con
claridad una visión dialéctica de la realidad, basada en una
lógica en la que las relaciones son más reales que los
términos relacionados. Bajo la denominación de "relaciones
constituyentes" alude al antagonismo entre clases opresoras
y oprimidas. La existencia de ambas surge de una relación
que las constituyen: la relación de explotación. Por
plantearse en términos antagónicos, la resolución de sus
contradicciones no puede prescindir de la violencia: "…si la
explotación es una relación constituyente, y lo constituido
como universo social, lo está de manera antagó-nica, arribo
a la conclusión: la única manera de salir de esa situación es
una revolución." Agrega luego "Los marxistas
revolucionarios lo que es-tamos proponiendo no es iniciar
una guerra sencillamente porque ya estamos en guerra. Las
clases dominantes llaman paz a los momentos en que van
ganando la guerra. La paz de las clases dominantes es esa
guerra que constituye la lucha de clase y la única salida a la
lucha de clases es la revolución".

El enunciado "la violencia es siempre igual a la violencia",


visto desde la Lógica constituye una identidad formal pre y
anti dialéctica (A es igual a A); visto desde la Ética se
inscribe en el más vulgar neokantismo, que antepone los
valores abstractos a las leyes históricas. Pero no es mi
intención ingresar en un debate filosófico sino señalar las
imputaciones injustas y reaccionarias que conlleva el
mensaje epistolar que nos ocupa.

Expresiones como las usadas por Del Barco me hacen


recordar a Saramago que escribía: "Una de las lecciones
políticas más instructivas, sería saber lo que piensan de sí
mismos esos millares de individuos que en todo el mundo
tuvieron algún día el retrato de Che Guevara a la cabecera
de la cama o en la sala donde recibían a los amigos.
Algunos dirían que la vida cambió, que Che Guevara, al
perder su guerra, nos hizo perder la nuestra. Otros
confesarían que se dejaron envolver por una moda del
tiempo y sonreirían por haber creído. Los más honestos
reconocerían que el corazón les duele, que sienten el
movimiento perpetuo de un remordimiento, como si su
verdadera vida hubiese suspendido el curso y ahora les
preguntase, obsesivamente, adonde piensan ir sin ideales ni
esperanza, sin una idea de futuro que dé algún sentido al
presente".

Personalmente me siento identificado con los últimos, pero


con la esperanza de un futuro menos sombrío, aún en el
terreno empantanado de incertidumbres en el que nos
movemos. Y agrego la convicción de que las condiciones
objetivas, la crisis irremediable del sistema, se reflejarán
mas temprano que tarde en la conciencia de los pueblos.

Carlos Keshishián

Carta de Héctor Schmucler

Queridos Oscar, Nicolás, Alejandro,

los relámpagos iluminan la noche. Escribo la frase anterior,


que sin duda he leído muchas veces en otros lugares, y me
sorprende empezar con una descripción tan inmediata sobre
lo que veo a través de mi ventana. Pero ahora la releo
buscando las próximas palabras y creo reconocer los signos
de otro mensaje. No me apresuro porque, efectivamente, es
la noche, y los relámpagos en la noche, de este sábado 29
de enero. La tormenta me rodea mientras pienso en
ustedes, mientras escribo esta carta que existe porque
ustedes escribieron otras que he leído y me han inquietado.
¿Signos de otro mensaje? La noche, afuera, se fragmenta.
Los relámpagos persisten y descubren rugosidades que la
oscuridad antes suavizaba. Sé, sin embargo, que no intento
describir el encanto de la naturaleza; sé que los relámpagos
son metáforas. Imperiosas iluminaciones que admiten y
concentran sentidos insospechados; la luz construye –o
convoca- esos sentidos. El cielo y la tierra reconocen su
distancia mientras mi mirada los unifica. Describo lo que
creo ver, aunque también es cierto que al comienzo, apenas
había anotado el vocativo con el que los llamaba a ustedes
a leer, tuve la percepción de que la carta de Oscar del Barco
enviada al director de La intemperie había sido como un
relámpago estallado no en medio de un cielo luminoso sino
en un espacio donde transitaban nuestros espíritus y que
mostraba preocupantes nubarrones.

Allí están las cartas de ustedes a las que ahora se agrega la


mía. Hablan del mundo pero no vacilan en exponer nuestras
intimidades; un gesto que privilegia la amistad sobre
cualquier diferencia en el tratamiento de las ideas. No es
sólo la convicción compartida de que las biografías importan
como documento de fidelidad al pensamiento, sino que la
vida, nuestras precisas vidas, han cruzado con más
intensidad la experiencia de existir que la búsqueda de
ordenadas especulaciones. El "director" de La intemperie, a
quién Oscar dirige su carta, lleva mi apellido y Nicolás lo
recuerda explícitamente, lo nombra como mi hijo, como el
hermano de Pablo, desaparecido, seguramente asesinado
hace 25 años. La de Oscar era una carta en la intemperie,
sin protección, sin reaseguro, en un acto similar al que había
realizado enfrentándose cara a cara con el general
Menéndez para increparlo por sus crímenes, para mostrarle
su repudio a compartir con él un mismo espacio. Un
relámpago desamparado en la intemperie: desnudez
repetida, apertura multiplicada. El relámpago, fugaz y
perfecto, como forma de verdad que sorprendía a Walter
Benjamin: la vida, la muerte, la revelación amorosa y
también la revelación divina, aparecen como relámpagos;
una luminosidad imprevisible e irrefrenable. La oscuridad ha
quedado quebrada y la noche, cuando regresa a su maciza
oscuridad, sabe que ha sido herida. La memoria retendrá la
luz y las consecuencias son incalculables.

El escenario que se extiende más allá de la ventana se me


impuso sin duda porque la idea de relámpago, la idea de
que la carta de Oscar fue como un relámpago, me ronda
desde que la conocí en una primera versión que su amistad
me quiso confiar y que a mí me pareció oportuno compartir
con Nicolás, Ricardo y Alejandro porque hace tiempo que
los temas que recorren la carta salen y entran en nuestras
conversaciones. A veces –lo veo ahora- quedaban
agazapados, postergaban los nombres buscando el
momento adecuado para que sean pronunciados. Sobre mi
mesa están las copias de las cartas de Nicolás y Alejandro y
las que Oscar les escribió luego de recibirlas. Sé que hay
otras cartas derivadas de la publicación de la de Oscar, que
casi no conozco. Las de ustedes, Nicolás y Alejandro, son
las que me importan, las que me interrogan, las que me
quitan el sueño llamándome a un estado de vigilia que ojalá
sea de lucidez. Nada de lo que se dice me es nuevo; pero
tienen una intensidad inusitada. Mi vida ha sido ya larga y
en su transcurso más de una vez tuve la convicción de que
había senderos que ya no quería transitar. A veces me
pregunto porqué, además, no estuve en condiciones de
arrepentirme. En ese caso, me digo, tal vez hubiera podido
optar por caminos que no llevaran necesariamente a
multiplicar las equivocaciones. A esta altura no puedo evitar
cierto tono confesional y lo que escribo da cuenta,
seguramente, de ese tipo de verdades que nos invade sin
demostraciones previas y de las que resulta imposible
renegar. Abrirse a los otros, a ustedes, incluye el pequeño
escándalo de mostrar cicatrices, marcas que no tienen
porqué ser jubilosas ni invitar a la jactancia.

En la carta a Alejandro, Oscar le sugiere que sus líneas tal


vez sólo sean un eco de "El grito" de Munch. Me contagia el
desgarro y la abrumadora claridad de las preguntas que se
agolpan en ese grito cuya sorda estridencia es un llamado
que clama por nuestra respuesta. Todo depende de nuestra
voluntad de escucharlo. El Ulises de la gesta homérica
señaló el camino más frecuentado por una humanidad que
(la cita es lugar común entre nosotros) ha ido acumulando
ruinas a sus espaldas desde un tiempo ilimitable aunque,
para los que no nos hemos despojado del mito judaico, en el
principio pueda reconocerse la marca de Caín cuyo acto
asesino se repite sin tregua en la historia. El consejo de
Circe a Ulises tiende evitar cualquier respuesta a la voz
verdadera de las Sirenas: o no escucharlas o tramar las
condiciones para imposibilitar la respuesta. Ulises tapona
los oídos de sus remeros y él mismo se hace amarrar a un
mástil para evitar toda tentación. La sentencia bíblica que
aconseja "tener oídos para oír" no es muy distinta a la fábula
de La Odisea. Tal vez la pobreza de nuestras vidas cuando
sólo procuran escapar a la tragedia que inevitablemente nos
envuelve, se sintetice en esta incapacidad de oír. Pero
Ulises, antes de escuchar las indicaciones de Circe, ya
había decidido seguir adelante. Hemos optado por no
escuchar, por separar el arte del conocimiento, por no
dejarnos arrastrar por las preguntas; hemos optado por
creer que la política puede prescindir de una ética que
trasciende el vivir calculante y que nos coloca en las huellas
de lo absoluto, de lo infinitamente riesgoso. La fatiga tapona
nuestros oídos y nos atamos a un vivir, a un decir que
detestamos en el hablar pero que, como Ulises, ya tenemos
resuelto no abandonar.

Amigos míos, ¿qué no supimos escuchar en nuestras


vidas? Estamos en el límite de descubrir que el no haber
escuchado no nos hace inocentes y nos obliga a desechar
el repetido ejercicio de apiadarnos de nosotros mismos o al
revés: apiadarnos profundamente por la pérdida de nuestras
vidas entretenidas en murmullos tranquilizantes, discursos
armoniosos que nos impidieron ver. Cuando tantas veces
nos hemos preguntado por el misterio que nos rodea y que
con frecuencia se nos presenta como un peso insoportable y
al mismo tiempo bienvenido; cuando el dolor abandona las
estadísticas y nos atraviesa como puro dolor, cuando
celebramos la palabra porque nos abre a lo
inconmensurable, lo indecible, ¿de qué hablábamos? No
puedo leer nada sino a través de mi vida. Sé que exagero al
destacarlo porque puede resultar obvio, repetido: la
memoria de la vida de cada uno, lo sepamos o no, está
presente en cada acto. Visto así, y lejos de aceptar algún
determinismo que cancele la idea de libertad, no puedo
evitar preguntarme qué ha sido mi vida (¿"dónde está la vida
que hemos perdido en vivir"?, interroga Eliot); a qué debo
responder, es decir, de qué soy responsable, a qué me
obligan - sí, me obligan- los poemas que he leído y repetido,
los dolores que he padecido, los entusiasmos que me
exaltaron, los amores que triunfaron sobre la nada y las
esperanzas que no pudimos evitar que se murieran.

Las cartas de ustedes hablan de mí tanto como ésta; me


interrogan y son exigentes en una respuesta que va mucho
más allá de cualquier argumentación. ¿Fue puro ruido lo
que escribí hace 25 años, cuando quería entender la suerte
de mi hijo desaparecido – entender, digo, y no sólo saber
cómo fue, cuándo, dónde, quién, aunque me desesperaba
por conocer todo esto, porque tal vez hubiera sido el
comienzo de algún consuelo que nunca llegó? Ya entonces
se abrió en mí, a través del relato de los que convivieron con
la muerte en los centros clandestinos de reclusión y habían
seguido vivos, un mundo de verdades más intensas que las
clasificaciones estereotipadas, esas que nos permite juzgar
sin riesgo y reposar como víctimas en las páginas de la
historia. El orden de los héroes y cobardes, de leales y
traidores, de víctimas y victimarios, de justos y réprobos, se
diluía ante una realidad en la que existían culpables sin
matices pero resultaba confuso hablar de inocencia, donde
las responsabilidades compartidas no disminuía ni un ápice
la criminalidad innombrable. En mi impotencia por salvar a
mi hijo se me reveló el peso de una carga de la que hasta
entonces no era conciente y supe de las responsabilidades
de quienes me acompañaban así como de las infinitas
maneras con que se intentaba eludirlas. Seamos claros: yo
(no sólo yo por supuesto) había intentado que Pablo, mi hijo
guerrillero, probablemente buen tirador y riguroso en los
duros principios de la organización Montoneros, desertara
de una guerra que a mí me parecía inútil y que él la sabía
perdida. Su deserción era mi forma de salvarlo. En mi vida
nunca había deseado algo con tanta vehemencia. Los que
continuaban ofuscados en el color de la sangre y en la razón
de la muerte preferían incorporarlo en el triste listado de los
héroes sacrificados; Pablo optó por este camino. Por pensar
de esta manera, por escribirlo para que la desesperación
pudiera ayudar al entendimiento, algunos amigos y yo
fuimos acusados, ya entonces, de habernos pasado al
bando enemigo. Ahora las cartas están sobre la mesa y no
comprendo que aquel momento pueda ser tocado por el
olvido. En mí memoria aquella guerra llena de crueldades es
la infame muerte de Pablo, para la cual no hay
compensación posible; es el fracaso en mi intento de que
desertara. Pienso en mis corresponsales de hace 25 años y
me pregunto qué fibras tocaban mis escritos que los
obligaba a taponar sus oídos para no oír argumentos que
ahora resultan banales. ¿Qué cuerdas, ahora, ha puesto a
vibrar la carta de Oscar que resultan mortificantes? ¿El
correr de los años facilitará la aceptación de que el
asesinato como tal es repudiable e incomprensible para
quienes aspiran a un mundo en el que la vida humana sea
irremplazable? ¿Es tan difícil comprender que condenar el
asesinato porque ningún ser humano debería creerse con
derecho a negar la vida de otro, no significa aceptar las
ideas del otro y claudicar en la lucha por establecer otras
condiciones de existencia? Estamos atravesados por todos
los derrumbes de los que fuimos testigos. Vivimos con ellos
y no a su margen. No existen, por lo tanto, excusas para los
ocultamientos. Aunque la verdad, antes y ahora, sea un
prejuicio, no tenemos otra posibilidad que correr en su
búsqueda ignorando el cálculo instrumental que pretende
reemplazarla. La verdad está cerca de la estéril felicidad del
conocer, lejos de esa instrumentalidad que desde hace años
hemos colocado en la mira principal de nuestra crítica.

Así, amigos, fueron siempre nuestros encuentros:


pensábamos la política desde la ética aunque el sistema
(dentro del cual ahora reconocemos rostros familiares) se
mofara de nuestra inadecuación con la época. La política
siempre fue para nosotros una manera de pensar el mundo
y por eso renegamos del saber como camino al poder.
Habíamos puesto en cuestión, justamente, el poder, el
sistema de dominación, porque veíamos que allí los
hombres se volvían cosas. No sabíamos (y el no saberlo
debería llamarnos al arrepentimiento) que trabajábamos
para que todas las cosas (los hombres entre ellas)
simplemente pasaran al servicio de otro poder. Hoy lo
sabemos y podríamos pensar que hemos avanzado en la
verdad. También que se acrecienta nuestra
responsabilidad.¿Cuándo, entonces, resulta conveniente o
inconveniente expresar los pensamientos? Siempre hicimos
nuestro el "pensar a contrapelo" benjaminiano y afrontamos,
casi orgullosamente, el malestar de lo inconveniente. Lo
correcto políticamente evita el peligro del descalabro pero
nos inunda de gris. Si todo está marcado por el cálculo (es
sugerente la resonancia mercantil de la acumulación de
fuerzas como principio rector de la política) cualquier idea de
iluminación es irrisoria. El misterio no tiene cabida en la
diagramación de lo conveniente. Pero sin el misterio,
querido Nicolás, querido Alejandro, nuestras manos, por
decir nuestras almas, quedarían vacías, no sabríamos qué
hacer con ellas.

Justamente Oscar comienza su carta con un relato que sólo


entiendo en el espacio de la iluminación: otra manera de
conocer lo ya conocido. Cuarenta años antes Oscar daba
clases en un colegio de Bell Ville y allí, en la casa de un
común amigo, conoció a Ciro Bustos, integrante de un grupo
guerrillero inspirado por el Ché y que se proponía instalar un
foco insurreccional al norte del país. Ernesto Guevara
pensaba en el mundo, en una especie de final batalla en la
que el bien socialista derrotaría al mal capitalista aunque
fuera al precio de un cataclismo nuclear. Orán, casi al límite
entre Salta y Bolivia, sería uno de los puntos de arranque.
Oscar y sus amigos de la revista Pasado y presente éramos
convocados al comienzo de la historia. Mi memoria no se
abre con facilidad a las evocaciones de esos días y me
pongo en guardia contra la tentación de inventar recuerdos.
Está Oscar, de regreso a Córdoba, contándonos su
encuentro con Ciro Bustos; está después el propio Ciro, su
fragmentario relato, mi escucha cargada de interés y
escepticismo; está nuestro pasado reciente en el Partido
Comunista de donde fuimos expulsados por publicar Pasado
y presente; está nuestra admiración por Cuba, nuestra
convicción de que la Revolución era posible y que los
partidos comunistas prosoviéticos la frenaban con su
reformismo. Está la casa de Oscar, donde se alojaba Ciro
Bustos y una despedida en el aeropuerto (Ciro viajaba a
Salta porque era inminente el comienzo de las acciones)
donde tuve la sensación de que el avión que se perdía entre
las nubes era portador de la Historia. Y poco más. Salvo
que, por nuestra mediación, se habían incorporado al foco
guerrillero un grupo de jóvenes de Córdoba. Luego la
historia fue una burla. Un juego sin grandeza con la muerte,
hueco e intrascendente. Ustedes conocen algunos detalles.
La memoria colectiva argentina no se detiene en el Ejército
Guerrillero del Pueblo que se empezó a desintegrar tras
algunos meses de andar a los tumbos, dolorosa parodia de
sí mismo, sin un solo enfrentamiento con las fuerzas que
pretendía derrotar y con tres condenas a muerte a
integrantes del propio grupo: una en Argelia y dos en el
campamento salteño. A estos últimos se refiere Héctor
Jouvé en la entrevista publicada por La Intemperie. El
asesinato de Adolfo Rotblat por sus propios compañeros es
el momento consternante que inspira la carta de Oscar;
seguramente merecía una atención raigal en las cartas de
Nicolás y Alejandro. El asesinato (¿de qué otro modo
llamarlo?) del Pupi Rotblat impide hacer cálculos, sumas de
datos positivos y negativos. Cualquier argumentación
justificatoria asentada en principios de dignidad y justicia
queda deshecha frente al crimen absurdo que sirve como
instrumento de cohesión (¿en qué se diferencia del terror?)
al grupo de hombres que sostienen la voluntad de llevar
adelante esos principios. Casi un siglo antes lo había
descrito Dostoievski en Los endemoniados: Rotblat es
Shatov, asesinado por abstractas razones en la que la
sangre hermana a los "revolucionarios". Cuando "todo es
posible", incluida la decisión sobre la vida de los otros, la
ignominia pierde el nombre, el desamparo es infinito porque
la omnipotencia desplaza el amor que nos hace
responsables de los otros. Kirilov, que en el drama
dostoievskiano se suicida para demostrar la inexistencia de
Dios y el poder soberano de los hombres, ofrece el razonar
desnudo: "Todo hombre es su propio dios; yo soy dios y no
hay más dios que yo". Jouvé recuerda: "También se hace un
juicio contra el muchacho bancario (Bernardo Gronwald).
Ese juicio termina en un fusilamiento. Estuvimos todos
cuando se lo fusiló. Realmente me pareció una cosa
increíble. Yo creo que era un crimen, porque estaba
destruído, era como un paciente psiquiátrico. Creo que de
algún modo somos todos responsables, porque todos
estábamos en eso, en hacer la revolución". El peso de la
muerte, de lo absurdo, de lo inmisericorde, del hundimiento
en la nada, es el grito de Oscar desde un dolor inenarrable
(¿quién, mis amigos, no ha sentido alguna vez que todo su
cuerpo se transformaba en un dolor inenarrable?) que clama
por ser escuchado, porque el grito contiene el silencio del
asesinado, porque sus manos se han vuelto sospechosas
de haber empuñado el arma que remató a quien podría
haber sido su hijo.

Sin embargo, queridos amigos, no es sólo el registro de las


interminables muertes, aunque repugne hasta el martirio, lo
que toca nuestras fibras. No es sólo la contemplación de
nuestras vidas gastadas con generosidad en construir
campos de muerte mientras proclamábamos (porque lo
creíamos) que estábamos trabajando para que la vida fuera
posible en todo su esplendor. No es sólo un fracaso lo que
ahora reconocemos con mirada perpleja. Tanto como la
contemplación de la muerte, me consterna nuestra
responsabilidad por ella y permítanme la evidencia de
señalar que esta responsabilidad nada tiene que ver con los
encuadres jurídicos que legitiman una pena. Se trata, y no
puedo dejar de repetirme, de una obligación de responder,
de un sentirse responsable que sólo corresponde a cada
uno, que ningún igual puede enjuiciar, que ningún castigo
puede saldar. Hablo (y el eco de Levinas es evidente) de
una responsabilidad primordial, previa a todo acto, que
acompaña nuestra condición humana y que deriva de la
fundante responsabilidad por el otro tanto como de la
libertad que nos permite decidir y sin la cual la idea misma
de lo humano se desvanece.

Por condenable que sea, insisto, no es sólo la multiplicación


de la muerte lo que empaña la acción revolucionaria; no es
el costo en vidas lo que hace titubear la idea de revolución,
en cuyo nombre se actúa, cuya búsqueda justifica todos los
caminos y cuya presencia impregna de verdad los actos de
quienes actúan en su nombre. Es duro el desafío para
quienes sabemos que el ciclo de nuestras existencias ya
puede presentir su final, pero si no nos atrevemos a poner
en duda la idea de revolución el espíritu confundido de
nuestra época terminará de morir en un extenso gemido. Y
se entiende que no se trata solamente de los caminos a
seguir para alcanzarla. La bienvenida discusión sobre la
lucha armada corre el riesgo de llevar a la creencia (como
ocurre en la ciencia) de que hay métodos independientes de
los fines. Como en la ficción de Dostoievski, cuando la
revolución ocupa el lugar de Dios, los hombres (que son
quienes piensan la revolución) se encuentran habilitados a
actuar como dioses, la "razón revolucionaria" se
autojustifica, no hay otra libertad que la que se deriva del
reconocimiento de la "necesidad" revolucionaria. Entiendo tu
incomodidad, Nicolás, cuando no compartís el texto de
Oscar porque abre una polémica "sobre una extensa
generación de sobrevivientes de la lucha armada". Pero
¿quiénes son –o somos- los sobrevivientes de la lucha
armada? ¿Aquellos que estaban en condiciones inmediatas
de morir, como los pocos (es pequeñísimo el número si se lo
compara con los que murieron) que salieron con vida de los
centros clandestinos de detención? ¿Los que eludimos el
riesgo de la muerte exiliándonos, es decir abandonando el
campo de una batalla en la que decidimos dejar de
participar porque ya no nos interesaba, porque se nos
impuso el miedo o porque se nos hizo evidente un error que
sólo viviendo podríamos redimir? ¿Los que permaneciendo
en la Argentina pudieron sortear el riesgo a que los exponía
el haber participado, directa o indirectamente, en las
acciones que la dictadura buscaba suprimir? ¿O
sobrevivientes somos todos porque todos estuvimos en
peligro, los nacidos y los no nacidos, los de un bando y los
del otro, todos los que sin saberlo plenamente llevamos la
marca de una época de oprobio de la que yo no puedo
despegarme porque las cicatrices me marcan y no quiero
disimularlas aunque se hundan en mi propia responsabilidad
por lo ocurrido? Estar vivo, creo interpretar a Oscar, obliga a
hacernos responsables hasta por los muertos.

Si alentáramos reflexionar sobre todo esto desaparecería el


riesgo de caer en los frívolos remedos que constituyen los
"debates" periodísticos sobre lo que con tanta razón alerta
Nicolás. Sólo arriesgando ser "inconvenientes" sortearemos
el chantaje –de derecha y de izquierda- que quiere
obligarnos a reconocer como realidad sólo el pragmatismo
de los triunfadores. Vivimos en el irresuelto enigma del
lenguaje por el cual la palabra "crimen", utilizada por
Shakespeare, nos coloca en el límite donde la claridad se
separa de las sombras, y la misma palabra, en boca de
algún conductor televisivo se vuelve desperdicio del que se
alimenta la infamia humana. No es menor el tema, aunque
no sea puntualmente el de esta carta. Pero si no es éste, si
el sentido, la responsabilidad a que nos obligan las palabras
deja de ser nuestro tema, ¿cómo podemos seguir
hablando? ¿Cómo abandonar aquellos interrogantes si
nosotros venimos de un largo, incesante repudio a la
vacuidad del charlatanismo, si no hacemos otra cosa que
espantarnos ante la insignificancia que crece en el mundo,
si todavía creemos que la filosofía, el arte y el amor (todas
presencias de Eros) no son meros adornos de nuestra
impotencia ni sólo ocurrencias de precisas exposiciones
académicas o de escritos que nos recortan un lugar (y a
veces una paga) en las instituciones que enfrían el mundo?
¿ cómo marginarlas si sentimos que están en la raiz de
nuestras angustias pero también en nuestros estallidos de
felicidad? Ninguna ética que merezca ser considerada -lo
hemos insinuado cien veces- desprecia el ámbito de lo
cotidiano. Ninguna abstracción debería tolerar un actuar que
contradiga lo que dictan nuestras teorías. Estamos
obligados, atados a un contrato primordial, ligados -también
en la vislumbre religiosa del término- a hacernos
responsables de cada sí y de cada no que pronunciamos,
porque sabemos que para cada sí hay un no disponible.
Porque nos hemos escuchado afirmar en repetidos diálogos
que la renuncia es nuestra última e inexpugnable garantía.

Los abrazo, Toto

Carta de Luis E. Rodeiro

En torno a Del Barco, Keshishián y La Intemperie

La dificultad del diálogo y algunas precisiones


El número con que La Intemperie cerró el año 2004 estaba
lleno de debates potenciales, que ojalá puedan darse
porque de esta manera la revista habrá cumplido su
principal objetivo. Y he escrito la palabra debates, aunque
lamentándolo, porque como dice un amigo sabio, quizá no
hayamos alcanzado en el amplio campo de la izquierda la
madurez para el diálogo, que es mucho más rico que el
debate. Por cierto, me incluyo en la primera fila de los
inmaduros. El debate es una confrontación, que muchas
veces es saludable y necesario brindar. El diálogo es un
intento de construcción. El debate supone un adversario; el
diálogo, requiere un compañero con el que tenemos un
"algo", pequeño o grande, en común. Ciertamente, no
somos ángeles –tampoco demonios- y nuestras vidas están
atravesadas por la historia personal y colectiva de cada uno,
de sus opciones, de sus aciertos o desaciertos y ello
siempre pone algo de pasión en lo que pensamos, decimos,
justificamos, planteamos, defendemos. Sin duda, un intento
de diálogo puede concluir en un debate, a pesar de todo,
pero siempre requiere –creo- de una actitud inicial de cierta
complicidad y apertura. Diálogo y debate son instrumentos
con consecuencias distintas. En la última revista, por
ejemplo, el excelente artículo de Diego Tatián sobre La
Reforma Universitaria, no se propone un diálogo con
Prudencio Bustos Argañaraz, sino lisa y llanamente una
confrontación, porque parten de visiones distintas. Tatián
denuncia el modo de razonar de esa derecha que reivindica
la jerarquía, la tradición, la autoridad, la herencia, la religión
y el conservadurismo moral. Es un objetivo distinto al
diálogo. Y está bien que así sea.
Héctor Jouvé, el amigo sabio (por intensidad de vida) que
cito al comienzo, durante dos números consecutivos de La
Intemperie, nos ha relatado en una larga entrevista la
experiencia, por momentos desoladora, por momentos
desgarradora, siempre valiente, honesta, transparente, del
EGP, el Ejército Guerrillero del Pueblo, la patrulla de
Massetti y del Ché en Salta. Sus temas nos deberían haber
convocados al diálogo, nos deberían haber exigido un
ejercicio de pensamiento crítico. Cada palabra de Jouvé
está cargada de temas que la izquierda debe asumir y
reflexionar. Sin embargo, produce la reacción de Oscar del
Barco, a quien tanto debemos precisamente en esos
menesteres del ejercicio del pensamiento crítico, para
plantear ahora desde un fundamentalismo místico, desde
fuera del mundo, del tiempo, de la historia, pero
recuperando la palabra como puñal, la exigencia de una
suerte de "harakiri" previo, que cierra con su condena toda
posibilidad de diálogo. No se puede, no hay posibilidades de
diálogo, cuando lo que expresa no es un razonamiento,
como él mismo lo reconoce, sino un acto de contrición, que
es una experiencia personal e intransferible de un particular
estado espiritual, respetable como acto humano, pero que
además se lo exige con desbordada violencia verbal a todos
los protagonistas y no sé por qué razones no reveladas en
especial al poeta Juan Gelman. El relato de Jouvé hubiera
merecido mejor destino. El tema central de la violencia en la
teoría y en la práctica de la izquierda merecía un marco de
análisis más sereno, menos retórico. Tengo esperanzas
todavía que nos animemos.

Pero no es todo. Porque a su vez, la decisión de la dirección


de La Intemperie de publicar la carta de Del Barco, como un
hecho natural de una línea editorial, pero cuyo texto circuló
antes de la edición de la revista en ciertos medios
intelectuales y de la militancia, principalmente porteños, que
provocó una reacción de algunos compañeros y amigos que
exigían censura real y hablaban de tratamientos
psiquiátricos, como las de aquellos hospitales –digo yo- de
triste memoria en la historia del socialismo. Actitud que en
algunos incluía la amenaza –luego concretadas- de quita de
apoyo publicitario y de distribución. Reaccionaban así, con
fundamentalismo "militante" al fundamentalismo "místico" de
Del Barco. El relato de Jouvé, que merecía el diálogo,
quedaba otra vez a la vera del camino, provocando el
"debate" airado: los "harakiris" versus los " tratamientos
psiquiátricos".

Luis E. Rodeiro

Carta de Diego Tatián

Pensar más allá de la guerra

Sr. Director:

En una línea casi inadvertida de su carta publicada por La


intemperie del último diciembre, sobre el final, dice Oscar
del Barco: "este no es un razonamiento". ¿Qué significa que
no es un razonamiento? ¿Qué es, si no un razonamiento?
Esta pregunta me parece central para saber ante qué
estamos. Si de repente nos encontramos frente al mingitorio
invertido y firmado en su base con el que en 1917 Marcel
Duchamp dejó una de las marcas decisivas de la historia del
arte, sería desacertado querer orinar en él, pues lo que ese
objeto está diciendo es, precisamente, "esto no es un
urinario". Tengo la impresión de que la carta de Oscar del
Barco es como un urinario invertido en el que, por
desconcierto, sólo se ve un lugar donde orinar.

"Este no es un razonamiento". A lo mejor, por eso mismo, se


sustrae a las dinámicas más corrientes de la vida intelectual
como el debate, la discusión y la crítica –que sin embargo,
como es obvio por el último número de LI, ha tenido la virtud
de promover. Según creo se trata de un texto que se presta
más bien a un diálogo –como Luis Rodeiro, también yo
entiendo que es la manera mejor, si no única, de
aproximarse a ciertas cosas que sólo dejan decirse por el
balbuceo y la media voz. Porque el pensamiento no admite
ser reducido a la argumentación, ni a la comunicación, ni
siquiera a la inteligencia, por eso mismo no siempre el
debate es su mejor formato. En el sentido que confirma
nuestra condición de hombres, el pensamiento no está
exclusivamente reservado a los locuaces, ni a los
inteligentes, ni a los expertos, ni a los intelectuales; pensar
puede cualquiera. Propongo que prendamos un fuego para
continuar la conversación en torno a él, como si se tratara
de una escena arquetípica en la que un conjunto de seres
humanos a la intemperie buscan desentrañar el sentido de
las cosas y procuran construir una lucidez que ayude a
enfrentar lo que consterna.

Desde hace treinta años, una minoría decisiva de argentinos


no ha dejado de repetir: "aparición con vida".

Hace tres años y medio, una mayoría de argentinos se


pronunció en la expresión: "que se vayan todos".

El año pasado, el mismo en el que el Estado argentino


reconoció por primera vez haber sido terrorista –y esta
coincidencia, o más bien esta oportunidad, no es
insignificante-, Oscar del Barco arroja en una revista de
izquierda, como si fuera una piedra en un estanque
demasiado tranquilo, la frase "no matarás".

No se trata de forzar aproximaciones ni, por eso mismo, de


salvar distancias. Pero se impone una primera evidencia:
"aparición con vida", "que se vayan todos", "no matarás", no
son razonamientos. Pero no por ello "reducen" (como
erróneamente dice Hernán Tejerina en su carta) sino más
bien expresan lo imposible, lo inexpresable y lo inaccesible
para el léxico científico-social, la fraseología periodística o
los debates. Por eso mismo se trata de sintagmas que no
resisten la literalidad; quien los somete a ella simplemente
no los pone a foco. En su imposibilidad, en su puro estado
contrafáctico, en su simplicidad, "aparición con vida" y "no
matarás" a mi modo de ver dicen lo mismo; no sólo no son
enunciaciones reductivas sino que logran presentar lo
impresentable, designar la decantación de un dolor común
que de ninguna manera puede decirse si no así. Más aún,
"no matarás" denota exactamente el significado último de
todo lo que, en su fragilidad, desde hace ya varios decenios
es protegido por los organismos de los derechos humanos
en la Argentina y en el mundo.
Resulta curioso que el problema más importante planteado
por la carta de Oscar del Barco, haya sido casi pasado por
alto en los textos que le contestaron -me refiero al problema
de la "responsabilidad": abandonar la coartada de la
Historia, asumir la primera persona y hablar en primera
persona. La discusión se concentró casi exclusivamente en
el mandamiento de no matar y su pertinencia o no. El núcleo
–insisto: más allá de toda literalidad- al que apunta la
expresión "no matarás", tal vez no es aprehensible
empíricamente ni políticamente, ni, en efecto, se verifica en
lo real –aunque sin embargo quizás ilumina los hechos, la
política y la realidad en la que interviene. ¿Es por ello una
posición "fundamentalista", "mística" o "histérica", como se
repite con insistencia en algunas de las respuestas que
obtuvo? ¿Ayuda en algo, en orden a la comprensión, esa
adjudicación de términos? A mi modo de ver el interrogante
correcto frente a esa carta es: ¿piensa o cierra? ¿Produce
pensamiento –lo que no quiere decir acuerdo- o sólo tiene
voluntad de efecto y expresa un interés privado? ¿Anula el
deseo de igualdad y de libertad o es capaz de componerse
positivamente con él? ¿Bloquea la comprensión o la
enriquece agregándole una dimensión imprescindible de
aquí en más?

Entiendo que no se trata –ni es el sentido de la carta de


Oscar- de condenar anacrónicamente a quienes en los años
setenta se vieron envueltos en la lógica de la violencia o
creyeron que la vía armada era la mejor, sino de contribuir
para que el relato actual que seamos capaces de forjar
sobre todo ello no sucumba a la mentira, la deshonestidad,
la autocomplacencia, el (auto) engaño o la simple
ingenuidad. No creo que el Che haya sido un "asesino
serial" –sí me parece que en tanto manera de entender la
política y la acción política el guevarismo ha tenido efectos
desastrosos, aún no adecuadamente revisados por la
izquierda. Por muchas razones no comparto la "teoría de los
dos demonios" –aunque tampoco la que presenta las cosas
como si hubiera habido demonios de una parte y ángeles de
la otra.

Habrá un momento, tal vez, en el que el urgente y necesario


reclamo de justicia (o más bien de castigo, pues ¿qué
podría significar hacer justicia?) ceda terreno a la posibilidad
de pensar por fuera de esa urgencia. Probablemente lo
único que puede producir ese momento liberador es,
precisamente, el castigo. Y entonces, a lo mejor, seremos
capaces de plantear interrogantes nuevos. ¿Es posible
sustraerse a la guerra de las interpretaciones –que es
potencialmente infinita, por más que como en cualquier
guerra haya vencedores y vencidos? ¿Hay manera de salir
de la guerra? De la respuesta a esta pregunta –que no es
epistemológica, ni tampoco solamente teórica- depende la
posibilidad de producir una comprensión más extensa y más
intensa de las implicancias que reviste actuar con otros y
contra otros –eso que llamamos política. Tal vez ese tránsito
ha comenzado, muy lentamente, a tener lugar. Si no me
equivoco, la carta de Oscar del Barco –con idependencia de
si acordamos o no con ella- se orienta en esa dirección.
Otras cuestiones, tal vez indecidibles en lo profundo, son
convocadas aquí ¿Es posible la transmisión en política? ¿Es
posible la experiencia y una acumulación de la experiencia?
¿Afecta la voluntad de quienes repiten el anhelo de cambiar
el mundo la palabra decantada y desencantada de los que
la han malogrado –o la historia ha malogrado- y sólo
disponen de su lucidez? Las respuestas no son obvias. Lo
que se halla en juego es el problema del legado y su
posibilidad. Ese legado, si es posible, deberá estar a la
altura del deseo, la experiencia y la derrota de lo que tal vez
haya sido la mayor y más extraordinaria voluntad de justicia
vivida por la historia.

Quizás la expresión "no matarás" sea el legado paradójico


de ese tesoro perdido.

Diego Tatián

Carta de Daniel Avalos*

Sorpresas, intemperies y debate necesario

1.- Marzo del 2004. Sergio Schmucler reseña el documental


"Los Rubios". La hija de una pareja de desaparecidos inicia,
cámara en mano, la búsqueda de los padres ausentes en el
recuerdo de vecinos, militantes, escenarios. Una historia
más de nuestra trágica historia. Pero el que reseña festeja
una novedad: "la mirada desprejuiciada de una joven que no
está dispuesta a rendirle homenaje a sus padres
desaparecidos, ni a reivindicar (ni reclamar) a la generación
a la que pertenecieron (…) El film representa una ruptura en
el sentido que no está al servicio del revisionismo que
enaltece los setenta sin mediar reflexión". Sin conocer más
que la reseña, ésta puso palabras a la percepción que
poseo de mi trabajo de historiador. Un "no" testigo que
intenta clarificarse y aportar a la clarificación de la rica,
compleja, heroica, aventurera y trágica décadas de los 60 y
70.

Tenía muy pocos años en marzo de 1976 y nula conciencia


de lo que ocurría. Cuando la adolescencia, un poco la
escuela y, sobre todo, cierta militancia política me acercaron
al pasado próximo y macabro, me invadió el interés por esos
tiempos y la intuición que tamaña crueldad podía explicarse,
también, por la naturaleza humana y política de los que ya
no estaban. El interés sólo se sistematizó hace unos años.
Pero aun antes, ya percibía que la sociedad y la universidad
contradecían, en ciertos casos, una máxima de todos
nosotros: la última no siempre era la burbuja autista, por el
contrario en esos ciertos casos se correspondía
absolutamente con los sentires y las actitudes de la
sociedad toda.

No se podía hablar del demonio Videla sin recurrir a la figura


demoníaca de Firmenich que englobaba a tantos otros. Pero
como el todo sonaba a injusto y contradecía ciertas posturas
estéticas del momento, empezamos a consumir la imagen
del desaparecido como un ser que mientras miraba
televisión desapareció… sin que nunca sepamos las
razones que lo convirtieron en blanco de los grupos de
tareas. Los muy demócratas maestros (profesores o simples
ciudadanos) reivindicaban al desaparecido negándoles una
parte importante de su identidad, de sus luchas, de sus
elecciones, de sus apuestas. Rodolfo Walsh no era un oficial
de inteligencia Montonero, era solo el brillante intelectual
que fue.

No entendía a la muy demócrata, pero nunca casta,


sociedad argentina y su necesidad de parcializar la mirada.
No entendía el miedo al debate "siempre postergado,
siempre temido" (Osvaldo Bayer) de ese periodo de nuestra
historia. Tal vez por ello en nuestros libros abundan
dictadores y dictaduras y escasean revolucionarios y
revoluciones. Tal vez por ello esa obsesión por la muerte y
la derrota de una generación más no con la vida de la
misma. Mi hipótesis inicial consistía en que dicha situación
era el fruto de una tarea intelectual militante contra el olvido
y la impunidad. Lo sigo creyendo, pero sin dudas algo más
debe haber.

Por ello mi interés se dirigió a la historia de los hombres y


mujeres que aterrorizaron a los jefes económicos y a los
militares. Mi situación era y es la del ignorante que intenta
comprender un periodo que para nosotros no está del todo
esclarecido. Me refiero a un nosotros generacional, porque
para muchos que nos anteceden las cosas parecen estar
más claras bajo el argumento, inapelable, de la partida de
nacimiento. Esa que nos informa que dichos años los
encontraron con la edad suficiente para conocer la realidad
de nuestro país. Es raro, muchos de ellos nos dicen que no
sabían que la gente estaba desapareciendo. Tal vez por
ello, aunque respetaba la condición de testigo y/o
protagonista, me oponía en silencio al autoritarismo del "yo
lo viví".
Después de leer la carta de Oscar del Barco creo que debo
ser más audaz. Un intelectual brillante, involucrado en la
discusión y los movimientos de esos años, declara que los
testimonios de Héctor Jouvé sobre hechos acaecidos al
interior del EGP (fusilamientos de guerrilleros por parte de
sus compañeros) lo hicieron tomar conciencia de la tragedia
que apoyó, en donde la muerte era un elemento de la
ecuación. Y me pregunto cuanto influye este temor (que sin
dudas trasciende a la persona del intelectual mencionado) y
el éxito de la prédica alfonsinista de los dos demonios en el
"debate postergado y temido".

Pero estos descubrimientos se dan hoy y no en los 80, tal


vez porque el debate abierto amenaza con entrar. Los
testimonios de Jouvé son un ejemplo, pero no el único. Se
empiezan a reeditar trabajos que tienen ese objeto o
aparecen otros con similares intenciones. Valga recordar los
3 tomos de Anguita y Caparrós sobre la militancia
revolucionaria de los 60 y 70 en donde podemos leer no
sólo por qué se estaba dispuesto a morir, sino también a
matar. El marco ideológico, político, social y los escenarios
vendrían bien, de una buena vez, conocerlos mejor para
rescatar "experiencias y paradigmas que han dejado un
legado imperecedero".

2.- La frase corresponde a otro artículo: "Construir poder o


sucumbir a la intemperie". Adhiero a la intención. La apuesta
no es menor en tanto supone trascender la, también
legitima, curiosidad histórica. No es menor porque el
postulado parte de algo muy distinto a la historización
absoluta que entiende los conceptos y las afirmaciones de
un periodo como válidas para el periodo que les dio origen.
Rescatar experiencias y paradigmas supone no creer que
los conceptos y afirmaciones sólo sean productos singulares
de una ensalada irrepetible de hechos humanos.

Esta convicción, creo, forma parte del artículo que polemiza


con Rodeiro y su metáfora a la "intemperie". Nos alerta
sobre los peligros de asumir ese espacio libre de dogmas y
teorías como punto de llegada y no de partida. Nos alerta
sobre rasgos anarco-liberales de Luis, lo cual deberíamos
precisar. El anarquista francés Jean Grave escribió en 1896
"puesto que los años de nuestra vida están contados y la
experiencia del pasado nos muestra que la humanidad
pierde milenios en tales experiencias (se refiere al
reformismo) nosotros queremos demoler para reconstruir
según planes enteramente nuevos". La impaciencia
anarquista está muy lejos del Rodeiro que apuesta a los
cambios culturales.

Por el contrario, si nos acercamos al neoanarquismo francés


de los 60 y sus reivindicaciones de "alternativas particulares
de existencia" en contra del partido propietario de la teoría,
tal vez el alerta tenga más sentido. Adhiero plenamente al
rechazo de esos tipos de partidos, pero me preocupa que en
nombre del antiautoritarismo desemboquemos en
encuentros espontáneos, asambleísmo vulgar o divisiones
absurdas ante cualquier pluralidad teórica que no suelen ser
más que diferencias de opinión. Me preocupa que el
estallido rápido reemplace a la organización, que no es
incompatible con la más directa de las democracias. Pero
los textos de Luis también me recuerdan otros conceptos,
no precisamente anárquicos: el doble poder que defendiera
Santucho en los 70. Luis Mattini lo definía como una disputa
contra el poder burgués "palmo a palmo". No en un sentido
territorial sino político y de gobierno paralelo a partir del
surgimiento de órganos sociales a nivel local. Claro que
Santucho creía imposible la supervivencia de esos órganos
sin la vanguardia revolucionaria, que con su fuerza militar
los custodiara y les imponga conciencia revolucionaria.

En este sentido creo que el reclamo de precisión del autor


es válido. Fundamentalmente porque las experiencias que a
Rodeiro entusiasman son reales y protagonizan las luchas
del presente. Son los grupos que se organizan a partir de
demandas concretas. Que al reclamo acompañan una
gestión increíble. Los que empiezan a producir
(insularmente, es cierto) nuevos tipos de relaciones sociales
y valores olvidados por la cultura del capital. El Movimiento
Territorial de Liberación gestiona créditos y construye su
centro habitacional. Las mujeres ocupan puestos antes
monopolizados por hombres. Legalizan a inmigrantes
llamados ilegales. Discuten criterios de adjudicación de
viviendas en donde se excluye el tema dinero. Consideran la
lucha cotidiana (en la calle) no solo una necesidad, sino
también un deber ciudadano. Las experiencias son
múltiples. Bien resume el sentido de muchas Ángel Lazo,
vocero del Movimiento Campesino de Santiago del Estero
(MOCASE), que declara que no es cuestión única la
redistribución de la riqueza sino también de "quitarle espacio
al capitalismo sin pedirle permiso" (Intemperie Nº 8 pp 6).
Las precisiones de Luis ayudaran a todos.
El artículo reclama también el cobijo de un proyecto político
y solicita que desconfiemos de Hollaway (¿única fuente de
Rodeiro?) y sus promesas de un paraíso que no precisa de
la desagradable lucha por el poder. Sospecha de quien
pregona que el sujeto revolucionario ya no es el proletariado
sino la multitud, "un contrapoder indefinido". Y yo desconfío
de Hollaway por todo esto, pero no puedo dejar de
preguntarme si el mesianismo obrero tiene vigencia y
exclusividad, si nuestras incertidumbres no se relacionan
con el hecho de que nuevos sujetos no terminan de
mostrarse, si no es un reduccionismo ver en los excluidos a
los viejos obreros por el hecho que muchos son ex
trabajadores, sin observar que en la actualidad miles de
excluidos nunca conocieron la condición de trabajador.

Supongo, entonces, que la preocupación por el proyecto


político proviene de la actitud de intelectuales y movimientos
sociales que parecen no tener como prioridad la discusión
sobre la política y el poder. Pero la política también es
resistir y organizarse para sobrevivir a un orden que se
empeña en negar esa posibilidad. También es elaborar una
comprensión sobre las razones que explican la desesperada
situación. Esas actividades se dan en muchas de las
organizaciones que se declaran apolíticas y que ocupan un
espacio público: la calle.

Si estas actividades políticas primarias, si es que


pretendemos calificarlas, no parecen empeñadas en la
elaboración de un proyecto colectivo que trascienda y
englobe a las organizaciones puede deberse a la falta de
puentes que articulen las luchas de los muchos que se
lanzan contra lo mismo y por algo parecido, aun cuando
parecieran no saberlo. Esos puentes en donde los
intelectuales deberían jugar un rol importante todavía no
aparecen o están escasamente desarrollados.

Por esto la propuesta de hegemonía gramsciana es


seductora: la cultura que "ese grupo logra generalizar para
otros segmentos sociales". Esa dirección cultural, como diría
Gramsci, es una tarea monumental y no excluye el tema del
poder y del Estado, pero tampoco es sólo eso. No se trata
solamente de dar a luz una voluntad colectiva capaz de
crear un nuevo aparato estatal, sino la elaboración de una
concepción nueva del mundo.

Esa tarea no compete solamente a las vanguardias.


Compete a todos los que apuestan a transformar la realidad.
Gramsci lo planteo. La cuestión de la hegemonía no está
reducida al partido sino a "todas las instituciones de la
sociedad civil que tienen algún nexo con la elaboración y la
difusión de cultura". Tampoco compete sólo a las
tradicionales concepciones, sino a las nuevas: las que
organizadas a partir de demandas no tienen prejuicios de
alianzas con las clases medias y reivindican autonomía y
horizontalidad. Son concepciones con una lógica distinta a
las viejas y de allí la importancia del lugar sin techo, el cielo
descubierto. De allí la necesidad de cuadros políticos,
sindicales, intelectuales que se vuelquen a la construcción
colectiva y no a la catequización en masa.

Héctor Jouvé, en una larga entrevista que le realicé en


octubre del 2002 sobre la experiencia del EGP, me decía
cuando hablábamos del presente que no se trata de esto o
aquello, sino de esto y aquello para volver a pensarnos,
para redefinir los caminos, los objetivos. Creo que tiene
razón, aun cuando el método represente un inconveniente:
ponernos de acuerdo.

3.- Pero mientras pienso en el hoy apelando al pasado, a


nuestro pasado, vuelven al pensamiento las ideas y
palabras de Oscar del Barco en su carta al director. Su
desencanto y culpa con una experiencia y un periodo que no
respetó el mandato "no matarás" trasciende a la crítica
puntual y se convierte en una acusación de asesinos
seriales a Lenin, Trostky, Stalin, Mao, Castro, Guevara que
explicarían en parte el fracaso de los movimientos
"revolucionarios" (entre comillas). La lógica del
razonamiento (aunque Oscar del Barco niega que lo suyo
sea un razonamiento) es extensiva al EGP, Montoneros, el
ERP, Jouvé o Juan Gelman. Pero no en el sentido de que
compartían concepciones, sino una moral distorsionada.

Oscar del Barco disocia la moral de las concepciones


porque la primera es inmanente, es decir está siempre
presente aunque se complete en los sujetos. Por ello puede
excluirla del proceso de construcción social. Tal vez por ello
las concepciones que generaron y desarrollaron un
determinado tipo de moral terminen mejor parada entre las
causas de la derrota. Esas concepciones en donde el
revolucionario esclarecido se siente facultado y lo facultan
para decidir que es lo que está dentro o fuera de la
revolución, sin que nos preguntemos los contextos y los
hombres que generaron y mantuvieron esas concepciones.
Pero lo dicho no invalida tratar los hechos del EGP que
consternaron a quien apoyó la experiencia. No es la primera
vez que se valoran esos fusilamientos desde el mandato
divino e inmanente del "no matarás". Gabriel Roth desarrolla
estas explicaciones en su trabajo sobre el EGP. También se
explicaron los mismos desde una postura instrumentalista:
los males de la guerrilla (involución de los guerrilleros Pupi y
Nardo) amenazaban el objetivo de la empresa guerrillera: la
lucha por el poder. Roth lo explica apelando a las
características conspirativas, cerradas, marginal de la
guerrilla que aleja a sus miembros del debate obrero y las
dirigencias abiertas, confinándolos al sectarismo y la
intolerancia en donde el valor de las leyes disciplinarias
tiene el poder de lo divino. Por mi parte, prefiero reducir,
aquí, mi crítica a un elemento: la organización y las reglas
del EGP se contradecían con el proyecto de sociedad que
prometían.

Comprender por qué el camino fue tan distinto a los


objetivos, en el EGP y en otros grupos, es parte de la tarea
pendiente, del debate postergado y temido. Sumemos a
esto los descubrimientos tardíos de errores y la siempre
vigente teoría de los dos demonios y tal vez concluyamos
que el debate es urgente, por simple curiosidad, pero
también para rescatar lo imperecedero. Aprovechar el
momento, los testimonios, los análisis, los sentires es
imprescindible. Para enterrar lo que no sirvió y lo que hoy no
serviría, para resucitar ideas y también para inventar otras.

Daniel Ávalos
*Daniel Ávalos vive en Salta, es historiador y director de la
revista Cultura y Política.

Carta de Ricardo Panzetta

A propósito del testimonio de Héctor Jouvé

Sr. Director de La Intemperie:

En todo relato de un pasado que se ha experimentado, hay


un recorte, una selección: cada relato aparece como el
dibujo de un mapa con su mayor o menor valor, tanto para
aludir al territorio real que describe, como para orientar
alguna acción presente. El testimonio de Héctor Jouvé sobre
la guerrilla en Salta (La Intemperie, 15 y 16) es un relato
descarnado, en el que resulta evidente su voluntad de ser
útil.

Mi primera afirmación ante este texto fue un gesto íntimo de


gratitud. Había leído antes el libro de Daniel Ábalos,
Ideología y mito del EGP, que consiste en una larga -a mi
entender muy buena- y contextualizada entrevista a Jouvé.
Ambos textos, el libro y el artículo, son versiones
cartográficas. No deseo extenderme en el análisis
comparativo, sino en el hecho de que el relato de la revista
es posterior y más sucinto, por lo que es posible,
conociendo ambos, comprender más fácilmente qué clase
de alquimia aún ocurre en Jouvé.
El relato de "La guerrilla del Che en Salta" es el relato de un
gran fracaso presentado sin eufemismos. Mucho del análisis
que aún debemos sobre el foquismo en América Latina, está
ahí: que la candidez y la emoción sincera no alcanzan a
cubrir -y no es bueno que pretendieran seguir cubriendo- el
desastre y la derrota, no debida sólo al accionar de los
enemigos.

Luis Rodeiro ha hecho una impresionante constatación: "...la


‘inversión’ de nuestras luchas, de nuestros muertos, de
nuestros torturados, de nuestros mutilados, de nuestros
desaparecidos, tiene resultados demasiado módicos, en
cuanto a ensanchar la justicia, en ampliar la libertad, en
forjar una cultura solidaria. Demasiada sangre para tan poca
revolución." y se pregunta luego "¿Sólo en nuestras
debilidades humanas, está el fracaso? ¿Los desvíos
permanentes al autoritarismo, al totalitarismo, son sólo
consecuencia de líderes perversos? ¿O hay algo en
nuestras concepciones (en un nosotros histórico), en
nuestros dogmas, en nuestra propia estructura organizativa
que conlleva a la asfixia de nuestras ‘revoluciones’?" (La
Intemperie, 2)

Pero la entrega total de ayer es recuperada en el relato de


Jouvé en cuanto tuvo de gesto amoroso. En efecto, sin
aquella honda sinceridad habría vinagre y comparaciones
enojosas en vez de tanto deseo de seguir construyendo...

La alquimia es valiente, serena, esperanzada, y aún -40


años después- dolida. No reclama nada para sí, no es
moralista en ninguna atribución a terceros: el mapa presenta
las marchas en la montaña, hacia arriba y hacia abajo,
acercándose o alejándose de la gente; las contradicciones
sobre la elección del sendero; y lo que resulta más visible:
los dos fusilados, los muertos de hambre y el amigo que se
le escapa de las manos dejándole la correa y cayendo 30
metros al vacío. También está su propia caída al agua y su
inmersión en un mundo ingrávido, que parece ser, sin
embargo, poderoso como una bisagra. Es una alquimia
dolida para quien su muerte no es ya un problema, sino su
sobrevida a las muertes absurdas que l de alguna manera
intenta convertir en muertes con sentido.

¿Cómo reconocer hoy las voces que sostienen el espíritu


fraterno sin repicar idénticas al momento en que fuimos
derrotados? Creo que son aquellas que no sólo afirman, o
dudan, sino aquellas que -con respeto y generosidad, pero
nítidamente- niegan. No basta con afirmar el socialismo, no
basta con afirmar nada; hay que señalar concretamente las
formas de sometimiento que desean superarse.

¿Cuáles son ahora las voces que pronuncian más


certeramente que antes la negación del capitalismo y
abominan con mayor eficacia toda dominación? Las de los
náufragos y los que están en las fronteras, y hacen de su
cuerpo el territorio de sus victorias.

"En la intemperie están los que dudan de viejas certezas..." -


decía Rodeiro en el artículo citado. Y también: "Los nombres
ya no nos alcanzan, si no somos capaces de redefinir sus
significados [...]Estamos a la intemperie, y quizá sea bueno
para recuperar la templanza, para recuperar la historia y
nuestra historia, sin techos que nos aprisionen"

"Nos hemos convertido en monos recolectores" dice Jouvé y


describe los límites eventualmente permitidos haciéndole
decir al poder: "hacé lo que quieras con los derechos
humanos, pero no te metás a cuestionar al sistema, porque
ahí te cortamos las manos". Pero él quiere cuestionarlo
todo, y "construir nuevas redes de conversaciones", grupos
de amigos hoy, no después de la toma del poder, sino
ahora, en medio de la derrota formulando nuevas y más
hondas preguntas, y construyendo una nueva cultura... No
es un ingenuo, y sin embargo, propone algo simple.

Pareciera desear que la sociedad se contamine de ácratas y


que la libertad sea contagiosa. Quiere una nueva cultura.
¿No es esta una desmesura, a tenor de la intemperie?
Puede que lo sea; pero seguramente sería un despropósito
si no fuese, precisamente, planteado desde allí. Bajo techo,
‘nueva cultura’, sería una más o menos seductora vuelta de
tuerca de la modernización; es decir, una actualización, no
un cambio.

La conciencia de la condición humana se parece bastante a


la del exilio radical. Es la intemperie. Pero también el lugar
donde aparece -o no- la dignidad de la cual la vida se hace
subsidiaria.

Reflexionando el testimonio de Jouvé, recordé la Oración


por la dignidad del hombre, de Pico della Mirandola (s.XV):
"... Te puse en el centro del mundo con el fin de que
pudieras observar desde allí todo lo que existe en el mundo.
No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, a fin
de que -casi libre y soberano artífice de ti mismo- te
plasmaras y te esculpieras en la forma en que te hubieras
elegido..."

¿Será posible reiterarnos después de las derrotas? Sí, "...


podrás degenerar hacia las cosas inferiores que son los
brutos..." . No existe ninguna garantía. En el centro del
hombre hay sólo indeterminación. No es posible apelar a
ningún mandato último-genético. Ni siquiera el ‘no matarás’
que pretende Oscar del Barco como central (La Intemperie,
17). Si así fuera, habría un punto de apoyo seguro, final y
originario a la vez, que daría el poder de contemplar y
juzgarlo todo ahistóricamente. "... La naturaleza limitada de
los otros se halla determinada por leyes que yo he dictado.
La tuya, tú mismo la determinarás sin estar limitado por
barrera ninguna...’

En efecto, es posible reiterarnos históricamente. Pero


también es posible la utopía. Por fin hemos dado la vuelta al
mundo. En la época globalizada, sabemos que el único
territorio solidario que existe es el que inventemos. Nunca la
vigencia de la utopía ha sido tan absoluta como hoy.

Ricardo Panzetta
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Todas las notas de esta sección han sido publicadas


originalmente en la Revista mensual La Intemperie Córdoba
Política Cultura; directores: Sergio Schmucler, Cecilia
Pernasetti, Luis Rodeiro y Emanuel Rodríguez.
TE: 0351-4683720; E-mail: [email protected]

Una refflexión sobre los '70, el "peronismo


de liberación" y lo que siguió

La década atragantada

Los setenta son una época fijada en el


imaginario político, unos años tenaces sobre
los que se sigue opinando con pasión y violencia. Así,
"setentista" es un insulto o una definición peculiar del
compromiso. Un recorrido sobre cosas imaginadas y cosas
reales de esos años, y de éstos.

Por Nicolás Casullo *


Ilustración. El Tomi

Jeringoza

¿Qué fueron en realidad los primeros ’70? ¿Qué contuvo el


’73? La revisión de esos años necesita ahora un debate más
arduo que lo testimonial, lo denunciativo o la información
sobre sus violencias organizadas. Representa una época
cultural y mítica mucho más telarañosa, dentro del argentino
de estos días, que el repetido dato de Firmenich, López
Rega, Videla y las balas. Nos muestra un tiempo carente de
ensayos que analicen los imaginarios sociales que su sola
mención todavía activa. Esos iniciales ’70 reptan en
nuestras almas.

Si a vuelo de pájaro uno toma nota de lo que lee y escucha


en la actualidad, detecta ese latido de lo aún no situado: de
qué forma tenaz resuenan esos años en el presente. Para el
ex presidente Menem los ’70 son hoy su reaparición como el
comunismo siempre disfrazado. Para la extrema izquierda
son la retórica gubernamental evocante de una política
engañosa. Para el intendente Patti resultan el regreso
victorioso de los derrotados. De acuerdo con el presidente
Kirchner representan en parte un fondo histórico para una
política nacional pacífica y democrática. Según una derecha
expresa como la de Mariano Grondona, los ’70 significan el
montonerismo otra vez, ahora en términos de farsa. Para la
investigación académica pasaron a ser una sumatoria de
datos de la que casi siempre se fuga la clave secreta. Para
el negocio editorial son una cantera de escrituras que rinde
beneficios. Para la moral de Carrió exponen la cuota
revivida de provocación populista contra la Iglesia, los
militares y los agroexportadores objeto de "retenciones".
Para el diario La Nación personifican el populismo en sus
rasgos más potencialmente totalitarios. Para los sectores de
la izquierda nacional radiografían el peronismo más
genuino. Para el progresismo antiperonista, los ’70
representan lo insoportable de tener que volver a vivir un
tiempo de "izquierda peronista autoritaria". Para los
transversales constituyen el retomar un proceso,
tergiversado otrora por el vanguardismo militarista.

Historia y tragedia
En el debatir nuestros ’70 durante estos últimos dos años y
medio se puso de manifiesto, desde la primera evocación
fuerte hecha por el presidente Kirchner antes de asumir, que
en aquel pasado nacional de hace tres décadas quedó, mal
acumulada, la mayor carga de sentido histórico que planteó
la biografía de la Argentina moderna.

Ese cúmulo de significación no sólo se expresó en las


muertes cuantiosas, en la experiencia de una edad aciaga.
Tal desdicha dibujó sin duda el drama mayor del siglo
pasado. Aunque probablemente también este dato de lo
infausto obligó a que los ’70 fueran hablados sobremanera
como denuncia de unos y cinismo de otros, demasiado en
las figuras del guerrillero, el torturador y el desaparecido,
para dejar todavía desguarnecida la real comprensión de
esa Argentina –de nuestra historia en sí– y dentro de ella la
dimensión del peronismo y de la cultura política general de
la sociedad.

Tiempo pasado sin embargo que aún está ahí, se lo acepte


o rechace: tanteado en la penumbra de lo que nos pasa.
Tiempos que yace en su furia y dolor como una presencia
en claroscuro, callada, en un rincón de la misma habitación
donde ahora ejercemos nuestras discusiones y retóricas:
algo que no alcanza a discernirse todavía con el rango de
figura dibujada.

El proceso militar, la democracia alfonsinista, la escuálida


renovación del PJ, el extenso menemato y la fallida Alianza
son períodos complejos pero hablados, y por ende bastante
saldados interpretativamente por el imaginario social. En
cambio aquel corto 73-76 del "peronismo de la liberación", el
de los últimos años de Perón, el del auge de las
vanguardias de izquierda –aquel país que quedaría como
una oscura cifra situado antes y después entre dictaduras–
permanece en la ambigüedad interpretativa, en la
indecibilidad de lo que configura filosóficamente un destino.
Entendiendo por esto último: el mutismo con que se reviste
a veces lo que signa.

Destino. ¿Qué se busca decir? El camino de lo que


contradictoriamente hace y deshace una historia social, en
este caso la argentina. El acontecer como verdad y a la vez
como enigma de esa misma historia. Como huella indeleble
y a la vez desmemoria recurrente. Como punto ciego –la
guerra– y a la vez como clave de bóveda –mundo fuerte de
ideas– en un único y mismo rostro. Esto es, el sentido de lo
humano en tanto redención y a la vez catástrofe. Tal cual
sabía enunciarlo de manera incomparable y por vía poética
el pueblo griego: lo efectivamente trágico en tanto punto
cumbre para pensar y preguntarse por la condición del
hombre y su comunidad.

Trágica sería la visión, según el filosofar del alemán Frideric


Schelling, de la trama de una historia en el momento del
conflicto que jamás se resolverá tal cual lo sueñan las
voluntades en acción. ¿Qué interpretación sobre lo cultural y
los mundos colectivos –más apta aún que la crítica
materialista o moralista– que entender los ’70 desde la idea
de un tiempo de liberación mutado y concluido en opresión
extrema como el Prometeo Encadenado de Esquilo? O
desde la búsqueda de un bien común, que obliga al mal, al
ritual de la violencia como en Agamenón. O el proyecto de
un país pensado en términos de mancomunión y justicia,
que en realidad quiebra en profundis las comuniones como
en la Tebas de Penteo. O un itinerario que busca poner fin a
los velos y mentiras de una historia, y termina cegando las
miradas igual que en Edipo.

El reconocimiento de la tragicidad no es un juicio negativo,


una descalificación historiográfica ni una mitificación a la
memoria de los ’70, sino el fondo indeleble que expone una
determinada escena nacional. En esa escena los hombres,
amigos y enemigos, están a la altura del ephos, de la pasión
identitaria que los enviste como tales, pero las fuerzas
provenientes y las desatadas desintegran a los propios
protagonistas.

Trágica es la conciencia de la condición trágica de la historia


desde la temeridad de los hombres. Es el poeta Holderlin,
cuando su héroe Hiperión rememora el fracaso de su lucha
por la libertad griega, debido a los desbordes de la misma
historia desaforada. El recuerdo neblinoso de Hiperión
descifra lo diáfano y lo fúnebre en las mismas imágenes.

La gimnasia de sepultar un tiempo

Las argumentaciones que produce hoy el fuerte reaparecer


de los años ’70 no tienen que ver sólo con la sangre y la
muerte, sino con una marca profunda de la memoria en lo
que hace a una época que expuso lo nacional indeleble: una
dramática viga maestra que explicaría nuestras claves
históricas, entonces y ahora.
Un país, aquél, más desnudo que nunca en su confrontación
entre intereses en pugna. La actualización discursiva de la
veracidad que expuso aquella historia remite hoy a todos los
fantasmas del lenguaje que portamos. Es que no hay nada
más drástico, inclemente, a veces intolerable, que aquello
que impide instrumentar las ideologías conciliadoras, que
quiebra el mito o baba del diablo de la supuesta unanimidad
de intereses sociales.

En la primera mitad de los ’70 no primaron tales dispositivos


mediadores, consoladores, a cargo de una dominación
simbolizadora de las cuestiones: de un poder liberal que por
último siempre se reservó definir "el todo" argentino. Por el
contrario, lo que se litigó y confrontó en aquel entonces
fueron, precisamente, las representaciones del mundo
nacional. También las del pasado, y las de la propia cultura
argumentativa en cuanto a legítimo/ilegítimo, legal/ilegal,
democrático/ no democrático, bajo la hipótesis de una lucha
que adquiría para sus actores la dimensión de "histórica". Es
por eso que en realidad aquel tiempo, en su sonoridad y
violento derrumbe sigue sin ser hablado hoy. Apenas
fantasmáticamente aludido.

Como un fetiche entonces que esconde su propia biografía,


ese tiempo hasta el ’76 sería, desde esta perspectiva, años
argentinos que componen una estructura profunda de la
memoria social colectiva: una suerte de sociedad
transparentada y en drástico litigio. Y a la vez, esos años
resultan la narración peronismo/antiperonismo por largos
años obturada. Un relato que por la dramaticidad del fracaso
"de la liberación" expuso luego los mayores disfraces,
eufemismos, hipocresías y máscaras linguísticas –desde
uno y otro bando– en cuanto a de qué se trataron y tratan
las cosas nacionales, la violencia y las calidades
institucionales.

Distintos lemas y paradigmas que impregnaron los años


posteriores a esa escena de los primeros ’70, buscaron de
manera diversa dejar atrás aquella Argentina setentera con
su disputa de clases sociales, desgarrada entre un proyecto
popular con su caudillo y plagado de esperpentos, y una
tradicional dominación cívico-militar del país, disfrazada de
palabras altisonantes y antipopulistas por derecha y por
izquierda marxista.

En esas secuencias posteriores se tienen la promesa de la


dictadura militar de un orden higienizado con "nuevos"
partidos, la democracia que daría de comer junto con el
preámbulos de la constitución y el equivoco histórico
padecido, slogans del gobierno radical triunfante. El
menemato como peronismo en sus despojos, tránsfuga,
entusiastamente delictivo y comprado por la edad de las
mieses neoliberales del primer mundo. Luego la fallida
"moralización del modelo" del uno a uno a cargo de la
Alianza. Y la protesta de cacerolas defraudadas y piqueteros
rebeldes desde diciembre del 2001 clamando por una
intempestiva renovación de todos los políticos.

Estos horizontes propositivos desde el ’76 para acá pueden


ser leídos –en relación con lo que nos preocupa pensar–
como napas recientes que se agolparon, que hundieron y
distanciaron, en cada ocasión, aquel relato vertebral que
habían protagonizado los ’70 como resolución de una
áspera modernidad capitalista del país. Fueron renovados y
sucesivos horizontes ideológicos y políticos que en su
intención abarcadora de una nueva verdad explicativa de lo
nacional, alejaban de aquellos fallidos ’70. Apartaban de
aquella escena incandescente y violenta protagonizada por
la sociedad, que en su querer consumar popularmente un
largo período inscripto en la inteligibilidad de nuestro siglo
XX (con sus actores, versiones y tiempos progresivamente
enfrentados) habían por el contrario concluido con la muerte
de su líder histórico, con feroces luchas internas peronistas,
con el delirio del izquierdismo guerrillero y el cálculo
exterminador de las fuerzas armadas poniéndole fin a una
Argentina histórica.

La lejana cercanía

Pero ninguna de estas divisas epocales de nuestra crónica


reciente, que ejercieron ya sea la demonización de aquellas
posiciones irreconciliable, luego la abstracción democrática,
la promesa del fin de las corporaciones, el "derrame inversor
para todos", el privilegio del país privatizado, la "autonomía
de la política" con respecto al dato social en crudo, el fin de
las ideologías, el republicanismo de mercado, en definitiva
ningún armado de esta serie durante tres décadas logró, sin
embargo, instalar una nueva lógica substituta que quebrase
el fondo de la escena de los ’70. Que disolviese lo esencial
de aquella escena sobreviviente en nuestros imaginarios y
mentalidades. Sobreviviente en credos, reacciones,
tipologías, antinomias, inconscientes, mundos simbólicos
prepolíticos, memorias ancladas en archivos ideológicos,
simbologías del "otro". Escena sobreviviente en lo que hace
a ideas claramente divergentes con respecto a lo
democrático, a las nociones de poder, de pueblo, de justicia,
de sociedad nacional: sin lograr disolver por lo tanto
aquellas formas endisputa –que se heredan a sí mismas–
sobre las posibles y enemistadas historias a postular para el
país.

De ahí la intensidad de sesgos que provoca hoy, en los ríos


subterráneos de la sociedad argentina media, el regreso de
esos ’70 en tanto cita y referencia fuerte desde el gobierno y
las oposiciones. Tensión manifiesta no en términos de
reacción contra algo que ya estaría superado, y retornaría
desde la lejanía como criatura intrusa y "extranjera". No en
tanto rechazo a una violencia guerrillera por renacer, porque
tal tesis no tiene asideros en el presente. No por recelo a
aquellas banderas "socialistas" (como muerto viviente
resucitado) porque tal objetivo no está en el orden del día de
ninguna agenda. Por cierto, en el presente la disparidad
ideológica y política se vuelve más áspera y virulenta en sus
enunciaciones no por la ajenidad que aparta a una y otra
época, sino por lo contrario: por lo que permanece inscripto
hoy de aquellos ’70 en la narración sobre y en nosotros
mismos, como sociedad siempre descuajada y renacida.

En la comprensión de nuestra actualidad con sus disputas


políticas diarias, se debe reconocer lo que se decía al
principio del texto: la condición de tragicidad en que quedó
anidada la crónica argentina desde aquellos años duros.
Esto es, tragedia que expone una verdad ambivalente,
abierta, incierta, incompleta, fracasada, y que por eso
mismo toca las identificaciones más hondas de un ser
comunitario. Nos obliga a un logos nacional que desafía las
simplificaciones, los esquematismos, el blanco o negro, la
simple condena o el panegírico de aquellos años.

Desde este ensayístico punto de vista, nuestros ’70 no son


buenos o malos. No deberían llevar a melancolía o
satanización. No han muerto ni volverán. Remiten al humus
societal cuando riega y abreva lo trágico: al entusiasmo y el
duelo de las causas humanas llevadas a cultura. Razón y
mito en cruce: las narraciones que siguen calladamente
hablando.

Constelación ‘70: cinco aproximaciones

La primera mitad de los ’70 fija varios puntos cardinales


como dimensiones contradictorias, ambiguas, de
encontrados valores en lo social, y que se esparcen hoy por
detrás de las tan mentadas figuras de la violencia, la mesa
de tortura y la muerte. En principio, el peronismo emergió
entonces con el máximo punto de autoconciencia de su
propia biografía en tanto proyecto movimientista-frentista-
populista, y como la amenaza más concreta de todo el siglo
XX a la dominación económica e ideológica liberal histórica.
Esto es, en el ’73 una contradictoria izquierda real de masas
populares adquiere su fisonomía y triunfa democráticamente
en el marco de una sociedad de inclinación en buena
medida conservadora.

Segundo, el peronismo suma en aquella encrucijada al


campo intelectual, universitario, estético y de juventud
burguesa de origen marxista, cristiano, nacionalista,
humanista, campo que le había sido siempre adverso, el
cual se hace cargo de algo decisivo y ausente en 1955: de
otra lectura y comprensión de la índole de lo argentino. Por
lo que, a la tradicional disputa en fábricas se agrega la otra
gran disputa decisiva para la legitimidad de gobierno de un
bloque histórico democrático: la cultural, dentro de la
pluralidad del universo de libros, textos, ideas, valores,
medios de masas, docentes, comunicadores y mentores. En
los ’70 puede decirse se instituye el debate político-
intelectual, informativo-mediático y teórico-conceptual que
redefine y encauza la comprensión de las cosas del país.
Queda trazado un surco profundo de lectura desde lo
nacional, aun por encima de posteriores gestiones,
gobiernos y programas y de las propias defecciones
peronistas.

Tercero: el costo de aquella nueva articulación


socioideológica en el peronismo setentero devendrá en un
estigma que sobrevuela y legan los ’70: descomposición
identitaria del movimiento, contradicciones
intestinasviolentas, habilitación de intereses y políticas
golpistas, indefensión, derrota, caída y fracaso. Desde el ’73
el peronismo hace notorio que precisa, cuando domina en
su cuadrante el centroizquierda, "desclasar" la composición
de sus bases, ampliarse políticamente, redesplegarse y
coherentizarse con la propia escena política histórica
trastornada. En aquel ’73 remociona, dinamiza y
hegemoniza de manera frentista un embrionario
posperonismo que conmueve al campo político, que altera al
propio justicialismo y que actualizó la discusión sobre qué es
"progresismo" en el país.

En cuarto lugar: la secuencia nacional que desemboca en


aquellos ’70 ratificó de manera elocuente que el eje cultural
y político de enfrentamiento peronismo/antiperonismo es el
que le da forma, cuerpo y voz genuina a la crónica de los
conflictos argentinos contemporáneos. Básicamente cuando
dicha crónica se vuelve realmente confrontativa a partir de
determinados lapsos políticos de un peronismo corrido a
izquierda. En tales circunstancias dicho eje de discordia
emerge de manera natural, espontánea, atávica, ciega,
ideologizando desde esta oposición de manera negativa,
inconveniente y hasta inoportuna el conjunto de la escena
social. Esto es: esencialmente el eje de tensión
peronismo/antiperonismo hace legible todos los trasfondos
societales y culturales en sus distintos tiempos históricos,
más allá de las máscaras, lenguajes o ropajes políticos que
pretendan suplantarlo.

Finalmente, también los años del ’70 al ’76, en las


ambiciones transformadoras que el movimiento popular
contuvo y en el categórico naufragio que protagonizó,
confirmaron de manera traumática que el plexo de "la
cuestión nacional" efectivamente a resolver, y la
representación popular de ser el piso o termómetro de
justicia social intransferible, son dos temas cruciales en
claras manos de la capacidad o incapacidad del peronismo
ayer y hoy. Temas, ambos, que el justicialismo expresó,
llevó a corrupción o abandono, y que invariablemente busca
reponer como extraña memoria de sí mismo en situaciones
de crisis o esperanza nacional. De esto se puede deducir,
desde los ’70, una suerte de permanente suma cero en la
historia larga de un movimiento popular con una indefinición
política permanente, donde lo que no logra solucionar en
dichos planos fundamentales se convierten en el gran
alimento de su propia sobrevivencia y nuevas apuestas.

Fuente: Página/12, enero 2006


* Nació en Buenos Aires el 10 de septiembre de 1944.
Filósofo, novelista, ensayista y docente universitario,
fundador y director de la revista Pensamiento de los
confines, promotor y principal animador del nucleamiento de
intelectuales autodenominado Carta Abierta, fue autor entre
otras valiosas obras de "París 68, las escrituras, el recuerdo
y el olvido", "El debate modernidad-posmodernidad",
"Pensar entre épocas", "Peronismo. Militancia y crítica" y de
las novelas "Para hacer el amor en los parques", "La
cátedra" y "El frutero de los ojos radiantes". Falleció el 9 de
octubre de 2008.

La opinión de José Amorín

Montoneros: "Cuando estás metido en esa


historia, te toca apretar el gatillo para
salvar tu vida"

Luego del debate comenzado en la revista La Intemperie, de


la ciudad de Córdoba, acerca de la metodología utilizada por
los grupos revolucionarios en los años '70, se entrevistó
a José Amorín, uno de los cuadros más antiguos de
Montoneros.
Para él, la vía armada no estaba en cuestión sino el divorcio
de la conducción montonera de las bases peronistas.
Además, Amorín es médico, autor de un muy ilustrativo
relato de los '70, `Montoneros, la Buena Historia', y reflexivo
autodidacta.
Amorin discrepa con el filósofo cordobés, Oscar del Barco,
quien acusó a los líderes de Montoneros, y a él mismo, de
criminales.
Amorín dice que el error fue escindirse de las bases
peronistas, pero no el impulso inicial de pasar a la lucha
armada. "La revolución fue derrotada, pero comenzarla fue
una decisión correcta en ese momento histórico, que es muy
distinto al de hoy. Es imposible meterle la mano en el bolsillo
a un rico sin previamente ponerle una pistola en la nuca. Y
el rico jamás va a ceder espontáneamente, por el contrario
te va poner una pistola en la nuca a vos para incrementar su
beneficio", le dijo a Lucas Lanusse, autor de `Montoneros, el
mito de los 12 fundadores'.
-¿Qué fue lo
primero que le
provocó la carta de Entrevista al
Del Barco? poeta Alberto
Szpunberg, que
acaba de publicar
"Notas al pie de
nada ni de nadie"
"Tuve que ajustar cuentas con la
nostalgia"

En su nuevo libro regresa,


autocríticamente, sobre un poema que
escribió en los años ’60, Marquitos,
inspirado en un militante del Ejército
Guerrillero del Pueblo, grupo armado
al que perteneció. "Aquello era
reivindicable como intento de asalto al
cielo, pero el cielo no se tomó por
asalto", sostiene.

La Ficha

Szpunberg vive seis meses en


Buenos Aires y seis en Barcelona,
donde se exilió a partir de 1977.

Alberto Szpunberg nació en 1940 en


Buenos Aires, Argentina. En 1973 se
desempeñó como director de la
carrera de Lenguas y Literaturas
Clásicas y profesor de Literatura
argentina y Medios de comunicación y
literatura en la Universidad de Buenos
Aires. Dirigió el suplemento cultural
del diario La Opinión hasta el golpe
militar de marzo de 1976, que lo
obligó a exiliarse, un año después, en
Barcelona. Es autor de Poemas de la
mano mayor (1962), Juego limpio
(1963), El che amor (1966, Mención
Casa de las Américas, Cuba), Su
fuego en la tibieza (1981), Apuntes
(1986) y La encendida calma (2002),
entre otros. En 1993 ganó el Premio
Internacional de Poesía Antonio
Machado 1993/94 por Luces que a lo
lejos.

Por Silvina Friera

¿De dónde viene esa llamita de la


poesía?, se pregunta Alberto
Szpunberg, que empezó a escribir de
muy chico y a los 22 años publicó su
primer libro, Poemas de la mano
mayor. "Vaya uno a saber por qué –
dice, alzando los hombros– la
conciencia se ilumina con la poesía, el
conocimiento de uno mismo también
se ensancha. Esa llamita es una
manera de ser, de vivir", señala el
poeta, que vive seis meses en Buenos
Aires y seis en Barcelona, donde se
exilió en 1977. Le molesta que los
críticos, con ese afán de catalogar y
domesticar, le coloquen tan
cómodamente la etiqueta de "poeta de
la generación del sesenta", que lo
metan en ese "depósito" donde se
intentan cohesionar apuestas tan
heterogéneas como las de Juana
Bignozzi, Roberto Santoro o Miguel
Angel Bustos. Szpunberg acaba de
publicar Notas al pie de nada ni de
nadie en la colección Poesía en obra
de la editorial Bajo la luna. En este
nuevo poemario, primera parte de un
proyecto mayor, utilizó como epígrafe
un fragmento de su poema Marquitos,
incluido en El che amor, que refiere a
alguien que literalmente se arma, un
compañero del Ejército Guerrillero del
Pueblo (EGP) –al que el poeta
perteneció–, que murió en el monte
salteño en 1964. Pero los poemas
suponen, también, una corrección,
una autocrítica, un ajuste de cuentas
con un "exceso" que lo incomodaba.

En la entrevista con Página/12,


Szpunberg plantea que se hartó de la
nostalgia y del extrañamiento, tan
frecuentes entre los exiliados,
confiesa que le gustaría imaginar un
poema que sea como un sistema
solar, advierte que la gran deuda de la
izquierda es la autocrítica y se indigna
por el uso que hace el periodista
Jorge Lanata en Muertos de amor de
un verso suyo que tomó prestado para
titular la novela.

"Las notas al pie son poemas, pero la


verdad que no sé por qué no se
suelen usar en la poesía", subraya
Szpunberg sobre la estructura de su
nuevo poemario. "Hacía mucho
tiempo que quería volver sobre el
poema Marquitos, incluido en El che
amor, inspirado en un compañero con
el que hice la secundaria y la facultad.
Con ese compañero nos unimos a la
juventud comunista y después nos
fuimos a la fracción guevarista. El,
que fue mi contacto con el Ejército
Guerrillero del Pueblo, subió al monte
salteño y murió. Yo no alcancé a
hacerlo: cuando faltaban pocas
semanas para la reunión, en marzo
del ’64, el campamento cayó".
Marquitos fue muy reproducido en
antologías de poesía y revistas
latinoamericanas militantes que
estaban en la línea guerrillera
foquista. "Ese poema siempre me
quedó rondando; nadie se mete en
una lucha por un poema, ¿no?, pero
un poema te puede dar un ligero
empujoncito porque la poesía es parte
de la realidad –explica el poeta–.
Pensé que ese poema habría
terminado de convencer a alguien de
que el camino era tomar las armas e
irse al monte. Y ese poema volvía y
me rondaba con más fuerza. Más de
una vez me puse a escribir y me
salían cosas horribles; me esforzaba
por dar explicaciones políticas".

–¿Qué quería explicar?

–Sentía que algo tenía que decir de


ese poema, de ese mundo, de esa
historia que habíamos vivido. Pero de
repente empecé a escribir poemas de
amor y uno de los poemas se
transformó en esta primera parte.
Para mí la gran deuda de la izquierda
es la autocrítica. Creo que la izquierda
no termina de hacer esa autocrítica
tan necesaria porque la derrota no es
sólo argentina sino que es mundial, es
la derrota del proyecto que nació en la
Comuna y que se vino a pique. Pero
no me lo planteé como una autocrítica
política sino como algo poético.
–¿Sería, entonces, una autocrítica
poética?

–No sé si se puede hablar de


autocrítica poética, pero veía en ese
poema, Marquitos, una estructura
foquista, como si el foquismo y el
voluntarismo estuvieran en la
estructura misma del poema. Previo a
la conciencia de la derrota, para mí
hubo un momento anterior importante
que fue ajustar cuentas con la
nostalgia. Me harté de la nostalgia y
empecé a buscar caminos nuevos.
Sobre todo me harté de la nostalgia
cuando vine por primera vez al país,
después del exilio, y me di cuenta de
que volver es imposible. Eso de que
siempre se vuelve al primer amor es
un tango, pero no es cierto. Uno tiene
muchos amores, incluso si uno sigue
amando a la misma persona, esa
persona nunca es la misma. Ninguno
es el mismo. Me cansé de esa
nostalgia y del extrañamiento, tan
comunes entre los exiliados, y escribí
Luces que a lo lejos.

–¿Por qué a la izquierda le cuesta


tanto revisar el propio pasado?
¿Usted cree que de ese modo se le
deja espacio a la derecha, que
continúa metiendo cizaña?

–La derecha siempre mete cizaña, lo


preocupante es cuando la cizaña
crece en la izquierda... y hay mucha
cizaña y parcelitas de poder. La
dificultad para hacer la autocrítica
desde la izquierda se debe a que
parece difícil renunciar a esas
parcelitas de poder. Tengo más fe en
la poesía, en lo que descubre un
poema, porque no hay poesía sin
descubrimiento. Y este
descubrimiento poético me inspira
más confianza que todos estos
análisis sesudos, doctrinarios y
principistas. La verdad de la milanesa
es que nos ganaron y no basta con la
derrota, hay que borrar y lo que no se
puede borrar hay que tergiversarlo.

–¿La poesía puede ser un puente


hacia esa autocrítica que usted
reclama?

–La poesía es siempre iluminadora


porque trabaja con la palabra y la
palabra es la conciencia. Si un
marciano llegase a la Tierra y volviese
a rendir un informe sobre lo que
encontró en nuestro planeta,
seguramente diría que hay animales
que hablan. La poesía hace más
fluido el lenguaje.

–Calificó de "foquista" la estructura del


poema Marquitos; ¿cómo definiría la
estructura de Notas al pie de nada ni
de nadie?

–Me gustaría imaginar un poema que


sea como un sistema solar, como una
galaxia, con un centro que irradia
unidades y que cada unidad va
irradiando nuevas, y que está siempre
en expansión. El cuerpo central de
Notas al pie... es más épico, para usar
conceptos tradicionales, y las notas al
pie son más líricas, pero me gustaría
que hubiera un ir y venir, que uno no
pudiera existir sin el otro.

–Jorge Lanata tituló su último libro con


un verso suyo, "Muertos de amor".
¿Qué opina usted de esa novela?

–Lanata no me consultó... mi primera


reacción fue de una indignación total.
Puteé mucho, me dije que lo iba a
demandar, pero él reproduce el
poema, Egepé, de donde toma el
título. Legalmente es irreprochable,
pero mi indignación es ética. Después
de esa indignación vino la reflexión.
Para mí es algo doloroso, lo siento
como una grosería, como alguien que
en medio de una música hermosa se
tiró un pedo. Pero es un signo de los
tiempos, como dice El Che en el
Diario de Bolivia, cuando se le acaba
la tinta. El libro de Lanata es
insostenible: no es novela ni ensayo ni
crónica ni investigación ni nada. No
creo que quede en la literatura.

–Quizá, para los lectores más


jóvenes, se imponga como válida,
como historia y no como ficción, lo
que cuenta Lanata del Ejército
Guerrillero del Pueblo.

–Creo que no va a quedar nada de


todo esto. Si confiamos en que la
gente volverá a leer buena literatura y
sabrá distinguir una buena novela de
un mamotreto, entonces Lanata
estará perdido. Esperemos que sea
así...
–Pero cuando un libro se vende bien y
se lee mucho, suele cristalizar una
versión de los hechos, aunque sea
ficción.

–En nuestro país durante décadas


rigió una versión de la historia, la
famosa historia oficial, mitrista, pero
¿por qué se empezaron a revisar los
hechos? Porque los indios no eran
salvajes, los gauchos no eran brutos,
Rosas al fin y al cabo no era sólo la
barbarie, la barbarie no era solamente
algo que se contraponía a la
civilización, que también es
cuestionable. ¿Cómo avanza la
historia si no es así? Y cuando digo
avanza la historia, no estoy en una
visión progresista porque no me gusta
la visión progresista, sino que estoy
hablando de una transformación de la
conciencia, de las relaciones entre la
gente. El problema no es si Lanata va
a quedar o no, el problema es qué
pasa con la humanidad, con nuestro
país, con nuestra cultura. Si uno se
imagina un pueblo libre, culto, con
acceso a los libros, alfabetizado, no
me puedo imaginar que en la literatura
quede Lanata.

–¿Qué opina de la autocrítica que


hizo Oscar del Barco, cuando señaló
que todos los que de alguna manera
participaron, directa o indirectamente,
en el movimiento Montoneros, en el
ERP, en las FAR o en cualquier otra
organización armada, son
responsables de las muertes de sus
compañeros?

–Oscar era un compañero del EGP y


siento por él un gran cariño. Rescato
su honestidad y su atrevimiento como
intelectual para decir lo que piensa,
pero no comparto lo que plantea. Me
parece que es una revisión de la
historia al margen de la historia.
Porque no es responsabilidad ni de
Oscar ni de Masetti ni del Che; eran
determinados tiempos y pasaban
determinadas cosas en el mundo y
hoy de todo eso queda muy poco.
Aquello era reivindicable como intento
de asalto al cielo, pero el cielo no se
tomó por asalto.

Textual
Vuelven, se van pero vuelven, caen al
mar pero se elevan por los
cielos, son nuestra sombra, y se
expanden de noche pero, al
mediodía, se agazapan bajo nuestros
pies y, cuanto más los
pisoteamos, más se aferran a nuestro
desprecio y por la noche
vuelven:
a qué, me pregunto, si el cielo,
desencajado, se detiene en esos ojos
que, abiertos para siempre, lo
contemplan desde abajo:
ni él ni nadie entiende qué son esos
cuencos vacíos, abandonados
por la marea en la playa con todo un
gesto de puntual
desmesura,
extrañas caracolas orladas de
espumas y arenas y algas y rumores
en las que anida el rocío y crece la
niebla y se cuela la lluvia
pero donde, vaya a saber por qué,
nunca se detienen a beber
los cormoranes:
espanta que no cese el murmullo de
chillidos salobres y grazni-
dos caídos de un vuelo salvaje y
gritos ahogados y llantos de
madre, que nunca, allá lejos, "¿lejos
-La impresión de
que hay una de dónde?", terminan de
especie de vuelta saciar la sed.
hacia un pacifismo
extremo, del cual * Fragmento de Notas al pie de nada
es bastante ni de nadie (Bajo la luna).
representativo
también José Pablo Fuente: Página/12, 10/07
Feinmann, más allá
de mis respetos hacia él como periodista, como escritor y
como filósofo.
Pero creo que es un pacifismo extremo que se da de
patadas con la realidad. Lo cierto es que si nosotros
queremos un cambio social, una inversión de las relaciones
de poder, si queremos que tengan prioridad los intereses de
los desposeídos y no los intereses de los poseedores, eso
implica siempre la violencia, y no necesariamente por parte
de los desposeídos.
En nuestro caso concreto, el peronismo desde 1945 avanzó
pacíficamente, hasta 1955, sobre los intereses de los
poseedores.
Si querés en un marco autoritario, que era muy propio de la
época, si uno se fija en otras partes del mundo, había una
especie de cultura autoritaria, aun dentro de las
democracias más representativas, el macarthismo dentro de
la democracia de USA.
Entonces más allá de los pecados autoritarios del peronismo
y más allá de sus errores políticos, lo cierto que aquí se
inaugura la violencia con las bombas que estallan en Plaza
de Mayo en 1953, con el bombardeo a la misma plaza de
julio de 1955, con 300 muertos reconocidos, aunque se
calcula que fueron 600, y después el golpe de Estado de
septiembre de ese mismo año, que generó miles y miles de
muertos.
Y no sólo por los fusilamientos y desapariciones sino por el
empeoramiento de las condiciones de vida, y eso es
también una forma de violencia, tal vez la peor porque es la
más masiva.
En este caso cuando los poderosos avanzan siempre
violentamente sobre los derechos populares y no ahorran
sangre en ningún caso, por eso se justifica la rebelión
armada.
De hecho es un derecho constitucional, creo que es el
artículo 36, que marca el derecho a la rebelión en caso de
una dictadura.
Ahora bien, cuando hay una rebelión, la violencia es
inevitable también, es inevitable que existan heridos y que
existan muertos, son, de alguna manera, batallas que se
dan.
Y por lo tanto llevar el pacifismo a sus últimas
consecuencias… yo no soy partidario que uno tenga que
lograr los cambios a través de la violencia. Pero esto
muchas veces se hace inevitable.
Cuando los cambios, en un marco pacífico, se van haciendo
cada vez más serios, pues, la violencia con la cual
reacciona el establishment es mucho más jodida y no queda
alternativa, cuando se te agotan todos los caminos
democráticos, que el ejercicio de la violencia. Y esto fue lo
que nos sucedió a nosotros de desde 1955.
Sobre la carta de Oscar del Barco… lo que yo pienso es que
son compañeros que, después de muchas experiencias han
llegado a la convicción de interpretar gandhianamente el
tema del cambio y lo cierto es que ni Gandhi tuvo éxito.
Creo que están bien inspirados, creo que son teóricos
excelentes, tanto él como Feinmann, pero considero que
están equivocados en ese sentido. Creo que recurrir a la
violencia es el último extremo, pero que muchas veces es
inevitable.
Por ejemplo en este momento no. Si en este momento
alguien recurre a la violencia yo le digo "sos un tarado",
primero porque hay una democracia bastante plena y
segundo porque de alguna manera se están intentando
cambios.

-En este momento hay libertades, pero esa violencia del


estado, o del establishment, de la que usted hablaba, que se
formaliza en la pobreza, en la exclusión social, en la
desocupación, es hoy mucho mayor que la que se vivía en
las décadas del ´60 y ´70.

-En ese sentido sí, después del ´76 empeoró el panorama


notoriamente, antes de ese año la desocupación era
desconocida en la Argentina, sacando algún período de la
dictadura de Juan Carlos Onganía, donde se incrementó,
aunque poco.

-Sacando de lado el tema de la dictadura militar, las causas


que a personas como usted las llevaron a tomar la decisión
de la lucha armada siguen vigentes. ¿Entonces esto
podría..?

-(Interrumpe) Es que no lo podés sacar de tema, los


panoramas siempre son integrales.
Hacer cortes en la historia para sacar un elemento y analizar
aisladamente ese elemento siempre va a llevar al error y a
la confusión, porque todo fenómeno es producto de una red
de causalidades que se imbrican para dar un solo resultado.
El mecanicismo pasó de moda ya hace como 100 años.
No hay una causa efecto, hay miles de causas que
interactúan para lograr un efecto principal y también miles
de efectos secundarios.
Cortar un pedazo de fenómeno para analizarlo
aisladamente, puede ser en química, pero no en las ciencias
sociales.

-Una de las respuestas más recurrentes que se dieron a la


carta de Oscar del Barco con su "no matarás" universal, es
que este es un precepto ideal y extemporáneo, en lo cual,
creo, que subyace la concepción de que nada puede ser
analizado fuera de su tiempo.
Ahora, en esta posición ¿no se diluyen los absolutos? ¿Y
con ese relativismo no se podría justificar el genocidio de
Hitler?

-Creo que hay que diferenciar la violencia revolucionaria al


genocidio que se hace desde el poder. El genocidio del
pueblo armenio fue hecho desde el poder, en este caso del
gobierno de los turcos.
Y en la época del proceso, en el ´76 sucedió exactamente lo
mismo, es un genocidio hecho desde el poder, con todo el
poder del Estado a su servicio. Y que además fue más allá
de lo que se decía que pretendía, se decía que se luchaba
contra la guerrilla cuando la guerrilla era inexistente, ya en
1975 la guerrilla estaba totalmente derrotada, tanto en
términos políticos como en términos militares.
En términos políticos, porque la guerrilla se había alejado
totalmente del pueblo, y una guerrilla no puede subsistir sin
el apoyo irrestricto del pueblo.
Un panorama totalmente distinto al que existió entre 1955 y
1973, donde había apoyo popular a la lucha armada.

-Viéndolo en retrospectiva, ¿La guerrilla debería haberse


disuelto con la vuelta de la democracia?

-Debería haberse disuelto como organización armada, no


como corriente política.
Montoneros surge como parte de la estrategia de Juan
Perón, que era la llamada "lucha integral", donde se
consideraba que todas las tácticas de lucha eran válidas
contra la realidad de la dictadura.
Dentro de ellas, la lucha armada.
Pero hay que entender algo, la lucha armada en ese
momento no pretendía derrotar al ejército por las armas.
Pretendía crear condiciones psicológicas, de ánimo popular
que permitieran vislumbrar una esperanza de victoria.

-Entonces, ¿no era un plan como de Castro y Ernesto


Guevara en Sierra Maestra?

-Es que hay un error, todo el mundo piensa que la


revolución cubana fue un hecho estratégicamente foquista.
Y nadie analiza que el foquismo por un lado puede ser
estratégico y por el otro puede ser táctico.
La revolución cubana no fue un hecho foquista, primero que
nace allá por 1940, con un movimiento popular muy
importante, que después se llamó 26 de julio.
Y esa lucha se dio fundamentalmente en las ciudades.
La lucha en el campo, el foco guerrillero, lo que hizo fue
crear condiciones subjetivas para la revolución.
La gente decía "ahí están los muchachos en el monte
hostigando al Ejército", y se empezaba a sumar porque
vislumbraba la posibilidad de una victoria.
El foquismo es en realidad una táctica, aunque el Che lo
tomó como estrategia y de ahí vienen sus fracasos.
Para Montoneros, por ejemplo, el hecho de la muerte del
Gral. Pedro Eugenio Aramburu, fue una táctica foquista.
Yo no participé de la operación personalmente, pero si
estaba dentro de la organización en el momento en que se
llevó a cabo.
Y la principal causa de esa decisión fue actuar sobre la
subjetividad del movimiento peronista, el hito de Aramburu
fue eso, fue, simbólicamente, pasar a la ofensiva, fue
quemar las naves al estilo de Hernán Cortés, sabíamos que
después de eso no había retorno.
Fue un hecho proyectado hacia la subjetividad del
peronismo, que en ese momento solo estaba unido por
algunos mitos, que eran básicamente el recuerdo de Evita,
el recuerdo de la justicia social del primer gobierno de Perón
y el retorno de Perón al poder.
En ese sentido, la reacción del pueblo cuando liquidamos a
Aramburu fue "Ah, por fin".
Y ahí es donde está el secreto de la masividad de
Montoneros, el fenómeno político-cultural de la Juventud
Peronista no hubiera sido posible sin el ajusticiamiento
previo de Aramburu.
De hecho la FAP venía operando antes que Montoneros y
nunca logró tener apoyo como tuvimos nosotros. Y el ERP
tampoco.
Nuestros operativos eran político-militares, o semi militares.
O sea crear las condiciones de conciencia revolucionaria
que podían desembocar en una insurrección general, de
provocar un proceso electoral, a partir de que el gobierno se
sintiera hostigado por esta rebelión popular… Ese fue el
sentido del asesinato de Aramburu.
Y si nos dicen que lo asesinamos, fuimos asesinos políticos
en este caso.
Pero yo personalmente lo sigo reivindicando como parte de
la estrategia de ese momento.
Y creo que el retorno de Perón fue posible en gran medida
porque sucedió esto.
Parapoliciales de la derecha peronista, celebran la masacre
de Ezeiza (junio de 1973)
-Pero saliendo del caso de Aramburu, con la masificación de
Montoneros, con la generalización de las operaciones
armadas… ¿No hubo muertes que podrían haber sido
evitadas, o que usted puede ver como injustificadas?

-En una parte de mi libro, yo reconozco haber matado un


policía en la quinta presidencial de Olivos.
Nuestra política en ese momento era producir la menor
cantidad de bajas posibles.
Y si no se producía el tiroteo, infinitamente mejor. Y por eso
se planificaba de una manera super estricta, para poder
evitar el tiroteo, y el acto de violencia extrema, esto se
buscó siempre.
En el caso de que te enfrentabas con policías y soldados.
A veces las cosas se te van de las manos y de repente pasa
por una vida u otra vida, y cuando estás metido en esa
historia, te toca apretar el gatillo para poder salvar tu propia
vida.
Esto no significa que pase sin consecuencias, al menos
para la mayor parte de los compañeros. Yo es el día de hoy
que sigo sufriendo las muertes que produje, que nunca las
pude olvidar, durante años y años soñé con estos episodios.
Y sobre todo teniendo en cuenta que con quien nosotros
nos enfrentábamos no era con el establishment
directamente, no era con (José) Martínez de Hoz, era con el
policía que cuidaba una esquina, que cuidaba una quinta, un
cuartel.
Era un pobre tipo que vivía en una villa de emergencia, que
tenía siete pibes y que no sabés que fue de la vida de esos
pibes sin el padre… Y eso genera una culpa infinita.
Y nos generaban también contradicciones terribles, porque
nosotros decíamos "bueno, nuestra lucha es por los pobres"
y terminamos matando pobres.
Era una situación que te generaba grandísimas
contradicciones y culpas que no se te borran ni el día de tu
muerte.
Por más de que lo hayas sacado afuera, de que lo hayas
exonerado, hayas hecho psicoanálisis, que razones que en
esa determinada situación histórica, era necesario…
siempre queda la culpa.

-¿Hasta cuando tiene que seguir debatiendo la sociedad


argentina sobre la lucha armada de la década del ´70? ¿Va
a llegar un momento en que toda la sociedad tenga una
visión consensuada y mesurada sobre esto?
-Hasta que encontremos las soluciones finales. Pero acá
hay algo anterior, y es que la Argentina no ha resuelto su
dependencia, seguimos siendo un país dependiente.
Y hasta que no logremos la liberación, no vamos a poder
articular políticas de estado, que terminen con las injusticias.

-Pero Francia nunca terminó de resolver su guerra sucia en


Argelia, España nunca terminó de cerrar las heridas del
franquismo...

-Francia resolvió su `guerra sucia', condenó a la gente de la


OAS, que hizo una guerrilla en contra de Charles De Gaulle,
muchos tipos de la OAS fueron fusilados por los servicios de
inteligencia franceses… a la puta que no lo resolvió.
Abrió las puertas a la inmigración argelina… después los
tipos siguieron siendo pobres y segregados, pero esa es
otra historia.
España no resolvió el tema del franquismo… es un país que
tiene ciertas políticas de estado, pero todavía no es unívoco
al respecto.
Ellos tuvieron asonadas militares hasta los años ´80.
Y todavía están las contradicciones en la política sobre el
ETA.
España lo que ha tenido es el beneficio de haberse
integrado a la UE y haber logrado un desarrollo asombroso
que pone ciego a todo el mundo, porque todos tienen dinero
para gastar.
Además han pasado muchos años, desde el ´39 hasta el
2000 pasaron muchos años, las generaciones ya están
muertas.
Acá pasaron muchos menos años. Y tampoco se resolvió la
contradicción, por eso es que sigue despertando pasiones.
Para que se resuelva esa contradicción ¿que podría haber
sucedido? Si los militares en ese momento hubieran
asumido autocríticamente, no `pour la gallerie', al `estilo
Balza' (Martín), y hubieran dicho:
"Bueno, desaparecimos a todos estos, nos equivocamos,
tendríamos que haberlos fusilado legalmente, haber sacado
una ley marcial, juicio militar, 48 horas, paredón", hoy en día
no estarían pagando las consecuencias. Debería haber sido
transparente, "Nosotros decimos que este país no avanza si
esta gente está viva, juicio y se acabó".

-¿Y eso hubiera estado bien?

-Mirá, desde mi punto de vista no, pero hubiera sido mucho


mejor, peor fue que hicieran desaparecer a 30.000, que se
hayan robado pibes, que se hayan llevado botines de
guerra.
Si los milicos mañana dicen "Aquí están todas las listas de
desaparecidos, los tiramos en tal lugar, de estos no
podemos decir porque se murieron los tipos que lo hicieron,
pero lo hicieron fulano y mengano".
Si lograran hacer esto, se estaría en camino de resolver
esta contradicción y empezar a lograr una conciliación.
De lo contrario es imposible.

Fuente: @DIN - Agencia Digital Independiente de Noticias

La historia como folletín grotesco


Sobre Muertos de Amor, de Jorge Lanata

Por Hugo Montero

"Todo escritor es un ratero", se atajó alguna vez Bruce


Chatwin. El británico intentaba justificar con esa sentencia
su trabajo para el libro. En Patagonia, donde en vez de
profundizar una investigación propia se había dedicado a
usufructuar el trabajo de historiadores de la zona y a
manipular sus conclusiones, sin siquiera preocuparse por
citarlos. "En la jerga periodística, Chatwin era un
extraordinario cocinero. Es decir, alguien que toma las
crónicas de otros, picotea un poco aquí, un poco allá, toma
el jamón del sándwich y eureka: ya está listo el best-seller",
aseguró Osvaldo Bayer acerca del "trabajo" del británico en
el sur argentino.
Las similitudes entre Chatwin y Lanata sorprenden, pero con
una salvedad. Chatwin escribía bien. Lo de Lanata es mala
literatura. Muy mala. Y poca, por cierto. Es curioso: el libro
parece apurado. Indudablemente urgido por la cercanía de
la Feria del Libro, Lanata se apresura en armar un desprolijo
collage de documentos y testimonios (recogidos por otros
historiadores, previamente), páginas enteras robadas del
buscador de internet Google como relleno (de la 48 a la 52,
basta con ingresar a la web www.fullaventura.com.ar,
www.galeon.com/armasonline, o a
www.forosegundaguerra.com para observar que la
transcripción es textual), y todo mechado con breves
interrupciones donde "el autor" irrumpe en el relato desde la
primera persona para dejar sus impresiones.
"Muertos de
amor", Jorge
Lanata, 2007

"Oportunismo
y amarillismo político-
literario". definió a este libro
el investigador Gabriel Rot
(revista Eñe, 13/05/07).

Publicado por Alfaguara, la


pretendida novela histórica
fue presentada en la Feria
del libro de Buenos Aires,
en mayo de 2007, donde el
autor dijo frases como
éstas:

"El Che, a nivel humano fue


un tipo generoso. En lo que
hace a la política fue
realmente un desastre. Lo
popular de su figura es la
remera pero esa misma
está vacía de contenido".
"Ningún gobierno respetó la
libertad de prensa. Siempre
hubo aprietes, amenazas y
boicots"
Lanata no cita investigaciones
ni referencias previas; "Valoro la postura
tampoco advierte que las independiente de Chávez.
entrevistas que publica no De cualquier manera, sé
fueron realizadas por él: hay que si fuera periodista en
dos extensos fragmentos de Venezuela estaría preso".
un reportaje de la revista La
Intemperie a Héctor Jouvé que él no realizó porque, según
comenta el propio Jouvé en Sudestada, Lanata apenas tuvo
una charla de 10 minutos con él. Pero eso no importa.

Es curioso: Lanata se aprovecha del archivo del historiador


Gabriel Rot para manipular la crónica; se apropia de un
verso del poeta Alberto Szpunberg para titular su libro,
tergiversando el sentido original; y manosea el testimonio de
Jouvé para narrar la historia. Los tres, únicas fuentes fiables
a nivel documental de la experiencia del EGP, rechazan la
novela de Lanata: la consideran oportunista, marketinera,
nada ética. Muertos de amor se inscribe dentro del género
"novela histórica", y todas las licencias son válidas. Aún la
licencia para robar. Muertos de amor no aporta un solo dato
nuevo sobre la experiencia del EGP en Salta. Pero eso
tampoco es grave, lo extraño es que con tan poca
intervención creativa del autor se puedan cometer tantas
fallas documentales y se pretenda manipular la historia de
forma tan descarada. Pero vayamos por partes, y
señalemos primero los groseros yerros documentales.

En la página 34, Lanata bate un récord: se equivoca (¿se


equivoca?) dos veces en tres líneas. Escribe: "(Masetti)
Participó del grupo fundador de la agencia Prensa Latina y
terminó cercado por las autoridades del Partido Comunista
cubano". Primero, el Partido Comunista cubano no existía
como tal en ese tiempo, ya que recién fue fundado el 3 de
octubre de 1965. Para esa fecha, hacía tiempo que Masetti
había desaparecido en el monte salteño. La referencia
válida a la que alude Lanata es al Partido Socialista Popular,
la organización que respondía directamente a las órdenes
de Moscú y que protagonizó la disputa interna contra
Masetti en Prensa Latina. Se trata de un anacronismo, hijo
de una escasa lectura de la crónica historiográfica. Ahora
bien, decir que Masetti "participó del grupo fundador de la
agencia", es minimizar el papel real que cumplió el
periodista argentino en la organización y la puesta en
marcha de Prensa Latina. Masetti no sólo fue fundador y su
primer director: fue el hombre que se encargó de cada
detalle interno, desde redactar las recomendaciones para
los redactores hasta impulsar la apertura de oficinas en toda
América Latina. No es lo mismo "fundar" que "participar del
grupo fundador". Si no, basta con revisar la solapa del libro y
detenerse en el apartado de los datos profesionales del
autor: allí, en cambio, se afirma que Lanata "fundó el diario
Página/12" y no que "participó del grupo fundador". Esta
negación injustificada de los méritos de Masetti oculta, en
realidad, una intencionalidad concreta: Lanata necesita
dibujar un perfil autoritario, ciclotímico, "paranoico", "cazador
de jóvenes comunistas" (un absurdo sin fundamentación) y
soberbio del personaje. Por eso, el trabajo de Masetti carece
de méritos. Por eso, escribe, "encontrar al Che Guevara en
medio de la Sierra Maestra era igual a encontrar la tumba de
Jim Morrison en Pere-Lachaise: todo el mundo conoce el
lugar". Esta afirmación es ridícula, más allá del nulo valor
literario de la comparación. Es, una vez más, un intento por
empequeñecer el trabajo de Masetti cuando viaja a Cuba y
obtiene los testimonios, en exclusiva y en las peores
condiciones posibles, del Che y Fidel. Nadie conocía el lugar
donde se escondía la comandancia rebelde en la Sierra, y el
libro Los que luchan y los que lloran da cuenta del enorme
esfuerzo que le significó a Masetti sortear la represión de
Batista y la desconfianza de la gente del Movimiento 26 de
Julio, para llegar hasta Guevara y grabar su palabra. "Este
reportaje es, en mi opinión, la mayor hazaña individual del
periodismo argentino", escribió Rodolfo Walsh. Pero para
Lanata, el detalle no tiene mérito: era tan fácil encontrar a
Guevara como a la tumba de Morrison en el cementerio
parisino.

Otro error documental se advierte en la página 136, cuando


el autor afirma: "El hijo del General Alsogaray, guerrillero del
ERP, fue asesinado algunos años después en Tucumán".
No, Alsogaray era oficial de una escuadra de Montoneros
que desarrollaba tareas de relevamiento en la zona norte de
Tucumán, cuando fue asesinado, junto con sus
compañeros, por una patrulla del ejército de Bussi. Parece
extraño que en un libro que se monta sobre investigaciones
ajenas y que se apropia de testimonios registrados por otros
historiadores, se puedan cometer fallas tan agudas.

Pero lo peor no son los errores, sino las intenciones. Lanata


intenta, al parecer, establecer un vínculo entre la
experiencia del EGP en los 60 y la de las organizaciones
armadas en los 70, pero no lo logra. La relación es forzada,
la creatividad mínima (apela a un fragmento del documento
del PRT-ERP, "Moral y proletarización", que irrumpe
descontextualizado y sin nexo con lo que se cuenta). Lanata
intenta, al parecer, saldar alguna vieja cuenta con el Che (y
tampoco lo logra), al esbozar en él una suerte de
Maquiavelo socialista, que juega al ajedrez con la vida de
sus hombres mientras camina a su derrota inexorable y
predecible, según la luminaria inteligencia del autor. Lo que
sucede es que el Che no sabe lo que sí conoce Lanata: "El
Che fue lo que los demás quisieron ver en él. (...) Ya no
eligió: fue elegido, el Che era más grande que él, y
terminaría devorando su vida y la de los demás", escribe.
Lanata propone (y esto sí lo consigue) establecer en la
relación entre los compañeros del EGP un clima sostenido
de desprecio, de insultos repetidos, de vulgaridades.
Sobrevuelan los personajes como asesinos morbosos que
se ríen a carcajadas cuando tienen a un gendarme a su
merced (página 120), como arrepentidos para quienes
siempre es demasiado tarde para retroceder, como
espectros derrotados aún antes de lanzarse al monte y
como homofóbicos suicidas, fascinados por la muerte ("Nos
sucede algo raro con la Muerte. A veces pensamos que
purifica", escribe).

Eso son los combatientes del EGP, para Lanata. Los


gendarmes, en cambio, para Lanata, son casi niños,
inocentes de toda ingenuidad ("era un chico cobrizo,
nervioso, con uniforme de gendarme desaliñado,
encañonándome con su fusil", escribe), vestidos con
harapos y mal armados, en comparación con la
indumentaria y el armamento de los guerrilleros. Los
gendarmes son las víctimas en el relato ("la cara del cholito
vuelve, redonda, ojos chinitos, miedo", escribe). ¿Son los
mismos gendarmes que después torturan salvajemente a
los prisioneros? ¿En qué parte de la historia se queda
Lanata, que "elige" olvidarse de los gendarmes sembrando
el terror en los poblados cercanos, simulando fusilamientos,
golpeando a los prisioneros y obligándolos a meter sus
cabezas en el cadáver desviscerado de uno de ellos como
represalia? ¿Eran los mismos "chicos cobrizos", "cholitos"
con miedo, entonces, los gendarmes? Para Lanata, está
claro, no hay dos demonios. Hay uno solo. ¿Novela
histórica? ¿Caricatura? No, menos. Un pálido grotesco, un
folletín de cuarta, una historia que no puede ser más lejana
a la realidad, aún en los hechos más intrascendentes. Eso
sí, hay una revolución que se muerde la cola, hay suicidas
asesinos con sed de sangre enviados por el Che a una
muerte segura. ¿Hay compañeros que comparten el
hambre, la soledad, el sacrificio, un sueño, algo? No, en la
novela hay mercenarios que se insultan entre sí, que se
mueren de ganas de matar porque es muy fácil,
revolucionarios sin revolución que se mofan con soberbia de
los pobladores locales ("Esperan un par de zapatos nuevos;
yo les ofrezco la inmortalidad. No la quieren, no la
necesitan, no la entienden", escribe). Pero hay un párrafo
valioso entre tanta basura marketinera. Un párrafo que,
extrañamente, se filtra entre el folletín patético y la
documentación manipulada. Algo para rescatar. El
fragmento dice así: "Es curioso: somos capaces de las
actitudes más miserables, egoístas y elementales en
búsqueda de recompensas concretas, y a la vez podemos
dar la vida por cosas abstractas: la felicidad, la patria, la fe,
el amor, la dignidad". No hace falta mencionar qué parte de
este fragmento se ajusta mejor a la intención de Lanata con
su Muertos de amor.

Miserable, egoísta y elemental, lo espera, claro, su


recompensa concreta.

Hugo Montero, periodista, Buenos Aires, junio de 2007


Fuente:www.rodolfowalsh.org
VOLVER A CUADERNOS DEL PENSAMIENTO
La carta abierta de Oscar del Barco por Tomás Abraham
ABRIL 24, 2010 POR TALLER LA EMPRESA DE VIVIR
Hace unos meses se publicó en la revista “La intemperie” de
Córdoba, una carta abierta del filósofo Oscar del Barco, en
la que se mostraba compungido por sus actos y posiciones
políticas en la década del 70, y pedía a los intelectuales de
su generación una reflexión sobre las relaciones entre la
violencia y la política. Su pensamiento no vacila en definir
asesinato a todos los actos que en nombre de la revolución,
la justicia y la igualdad, se cobran la vida de las personas.
Señala que en la actualidad la actitud de la izquierda
respecto de lo que sucedió en el 70 es incompleta y falsa,
porque pide el juicio de los criminales del Estado y evita
pensar sobre las acciones de la guerrilla y las víctimas que
dejó en campo enemigo a las que sumó el del propio por
irresponsabilidad, ejecuciones, transas macabras, etcétera.

Desde aquel momento las palabras de Del Barco dieron


lugar a una polémica que apenas se difundió
(ver www.elinterpretador.net– Nº 15 junio 2005) hubo
algunas menciones y alusiones, cartas personales, y un
férreo intento para no involucrar a intelectuales no
pertenecientes a la izquierda. Debía quedar en familia,
familia siniestra pero familia al fin.
La reacción en general, con la salvedad de muy pocos, fue
de condena. La saña de algunos refleja el odio que los
habita. En otros no se ofrece nada mejor, expresan
frivolidad y cobardía. Algunos dicen que sin una remisión al
contexto histórico de los 70 es imposible juzgar lo que
sucedió en aquellos años. Otros se esconden en el silencio
para no favorecer a la derecha, aunque es fácil verlos
retirarse detrás de su mascarada progresista con el único fin
de no quedar mal ante la pequeña cofradía que los ampara.
Una forma deleznable del negocio moral.
Hay quienes consideran que Del Barco es un pelafustán. En
este último sentido vale la pena tomarse el trabajo de leer
los artículos de la revista de psicoanálisis “Conjetural” para
ver el espectáculo que dan los lacanostalinistas cuando
atacan la posición de Del Barco. No se trata de seguirlos en
su defensa de la lucha armada y la necesidad de la guerra
en ciertas ocasiones históricas, ni vale la pena seguirlos en
sus referencias a la historia de la lucha de clases mundial,
en realidad, no importa qué posición política tienen porque
sólo vierten su decadencia moral.
Hacen lo mismo que los intelectuales hitlerianos en la
década del treinta cuando usaban la ontología griega, la
mitología germana, y la filosofía nietzscheana, para barnizar
el genocidio. Aunque no son skin heads del nuevo milenio,
sino intelectuales argentinos del pasado que han usado las
palabras para incitar la muerte de otros a cambio de
prestigios morales y ventajas económicas. Estos
intelectuales se relamen en su Lacan de topologías, en sus
discurso elíptico hipererudito para humillar. Son los grandes
pretendientes a la humillación de los lectores. Como lo que
dicen en su tropezada prosa apenas se entiende porque el
envés y el revés de la trama obliga a una lectura sintomática
y a reculones, el lector cuando logra descifrar algo se le cae
otro trozo, con lo que supone que siempre algo le falta o
perdió algo, que el otro tiene algo valioso casi intransmisible
y se convierte así en un deudor infinito de un histérico de
salón.
Este tipo de intelectual burgués que lucra durante décadas
con grupos de estudio y desdichados pacientes con la
publicidad de poseer la cifra de un saber secreto, hace del
psicoanálisis y del saber un instrumento del goce, de
gozarlo al otro. Se ponen en una actitud de sabihondos,
citan para atrás y para adelante, usan la palabra Teoría
como un sopapo bien dado, y justifican la lucha armada y
las muertes con la habitual seguridad de los tribunales de la
Inquisición.
Lo que dice Oscar del Barco es que la lucha armada de los
70 fue una locura homicida. Y no se trata de apelar a
supuestos análisis de la historia y del contexto social y
político. Para quien no formó parte de la militarización de la
sociedad, el contexto histórico de la vuelta de Perón con
López Rega e Isabel, era el fin de la proscripción, el inicio de
una necesaria recomposición del dispositivo institucional de
una república que debía inventarse casi desde cero, la
puesta en marcha de una población -que no era
anticapitalista ni pro castrista ni maoísta salvo en los sueños
y delirios de la vanguardias iluminadas- hacia nuevas
formas de democracia republicana. Ese contexto requería
una estrategia de largo plazo, prudencia, alianza de clases,
compartir el poder, mejorar gradualmente el sistema de
distribución de las riquezas, no mandar el acelerador al
fondo, sobre todo si lo que se pretende no es un Estado
policial con buchones en cada esquina y el aislamiento y
derrota de los siniestros criminales de anteojos ahumados y
Falcon verdes. Esto no es lucidez recurrente, es más que
sentido común, es política democrática.
Los que optaron por la guerra no lo hicieron por contexto
histórico, sino por lavado de cerebro y por difundir
ideologías de la muerte. Eso es lo que inquieta a Del Barco,
el haber sido responsable de adoctrinar a jóvenes que no
tenían salvación. El también tuvo que ir al exilio, padeció lo
que sufrieron otros intelectuales que debieron irse, amigos
suyos perdieron a sus hijos -algunos de ellos son de los
pocos que defendieron su escrito y se consustanciaron con
su actitud- pero no se siente víctima sino responsable de lo
acaecido.
No es por una persecutoria teoría de los dos demonios que
se dicen estas cosas porque hay uno solo, siamés con dos
cabezas, que ha destruido a nuestro país. Las palabras de
Del Barco no importan por su referencia al pasado. Como
toda situación política en momentos de crisis, múltiples
factores han intervenido en aquella tragedia. Le habla al
presente porque considera que nada tiene que conservar
como trofeo en su vida de intelectual comprometido. Siente
vergüenza. La intensidad de la misma no la sabemos ni creo
que importa la factura de su sinceridad. Se expone al decir
lo que dice en voz alta y hace circular la bilis que exudan
portavoces y hacedores de una faceta de la cultura
argentina. Estos últimos no son gente con poder pero sí con
autoridad, les provenga de Lacan, de frases escogidas de
Walter Benjamin, de la epistemología neoestructural, de los
homenajes a Rodolfo Walsh, de las genuflexiones al Che, o
de cualesquiera de los pergaminos que se subastan en el
mercado de las frivolidades.
Es bueno que al menos uno de nuestros intelectuales de
izquierda haya ventilado el gabinete sofocante que han
destilado ciertos personajes que impiden evocar de otro
modo aquel dolor.
Murió Héctor Jouvé
EL ÚLTIMO GUEVARISTA
Por Hernán Vaca Narvaja
Foto: Héctor Jouvé, el \"teniente cordobés\" que participó de
la guerrilla guevarista en Salta.

El reconocido médico psiquiatra integró la guerrilla del


Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) en la década del
´60. Tenía a su cargo las comunicaciones con el Che
Guevara desde las montañas de Orán, en Salta. Sus
declaraciones periodísticas sobre el fusilamiento de dos
guerrilleros desataron un profundo debate sobre la
violencia.
Publicada el 21/11/2015 en Entrevistas

El viernes 20 de noviembre, tras resistir una larga


enfermedad, murió Héctor Jouvé, el “teniente cordobés” del
Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP). En los primeros años
de la década del ´60, cuando la revolución cubana irradiaba
su magnetismo a los jóvenes de toda América, fue uno de
los primeros en enrolarse bajo el mando del periodista Jorge
Ricardo Masetti -el “Comandante Segundo”- con la misión
de crear un foco guerrillero en las montañas de Orán, Salta.
La consigna era crear las bases para preparar la llegada del
“Comandante Primero”, que no era otro que el Che
Guevara.
Jouvé se destacó en el grupo guerrillero por sus
convicciones y fue uno de los primeros “promocionados”,
primero de aspirante a combatiente y luego a teniente. Su
carácter, fortaleza y habilidad para desplazarse en el monte
sólo era equiparable a la destreza demostrada por el capitán
Hermes Peña, un guajiro cubano que conocía la Sierra
Maestra como la palma de su mano y había sido enviado
por el Che –de quien era uno de sus escoltas- para
acompañar a Masetti en Argentina. Hermes morirá
combatiendo a la Gendarmería Nacional tras caer en una
emboscada, en tanto que Jouvé será apresado por los
gendarmes sin oponer resistencia: cuando lo encontraron,
yacía casi inerme junto al cadáver de Jorge Paul, otro
combatiente que se había desbarrancado y al que había
acompañado en su agonía hasta la muerte.
Condenado a cadena perpetua por su supuesta
participación en el fusilamiento de los guerrilleros “Pupi”
Roblat y “Nardo” Grosswald -sometidos a juicio
revolucionario en el campamento del EGP y sentenciados a
muerte-, Jouvé fue condenado a prisión perpetua. Desde la
cárcel polemizó públicamente con el intelectual Ricardo
Rojo, a quien acusó de haber desnaturalizado la lucha del
EGP en su libro “Mi amigo el Che”.
La coherencia, dignidad y las profundas reflexiones de
Jouvé durante los años que pasó en prisión fueron
documentadas por los periodistas Eduardo Anguita y Martín
Caparrós en los tres tomos de su obra “La Voluntad”, donde
contaron la historia de la militancia revolucionaria desde los
años ´60 hasta la última dictadura cívico militar.
Casi diez años después de caer preso, Jouvé recuperó su
libertad gracias a la amnistía decretada por el gobierno
popular de Héctor Cámpora, pero tuvo que exiliarse en
Europa para salvar su vida y la de su familia tras el cruento
golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Regresó a
Córdoba con la vuelta de la democracia y se dedicó a
atender su consultorio psiquiátrico. En los años ´80 concedió
un reportaje al periodista Luis Rodeiro para la revista
cordobesa La Intemperie, donde contó cómo fueron los
fusilamientos de “Pupi” y “Nardo”. El reportaje disparó un
apasionado debate sobre la violencia política, del que
participaron filósofos como Oscar Del Barco y León
Rozitchner, entre muchos otros, y que luego fue compilado
en formato de libro con el título “No matarás” por la editorial
de la Universidad Nacional de Córdoba.
El periodista Jorge Lanata visitó a Jouvé en los años ’90.
Fue una mañana, en su consultorio, pero el psiquiatra le
pidió que volviera a la tarde porque estaba atendiendo a un
paciente. Lanata nunca regresó, pero igual publicó su libro
“Muertos de amor”, una pésima versión novelada sobre la
experiencia del EGP en Salta, totalmente
descontextualizada y carente de rigor histórico. Cuando leyó
el libro, además de indignarse, Jouvé se alegró de que la
entrevista con Lanata finalmente no se hubiera concretado.
Visité a Héctor Jouvé en su casa de barrio de la ciudad de
Córdoba el 17 de septiembre de 2011. Me acompañó mi
gran amigo Gustavo Coria, que fue quien hizo las gestiones
para que yo pudiera acceder a ese valioso testimonio. Alto,
imponente, de movimientos lentos, siempre calmo, Jouvé
hablaba bajito y pausado, sin disimular su inconfundible
tonada cordobesa. Me sorprendió su humildad y la precisión
de sus recuerdos.
-¿Cómo fue su incorporación al EGP?
-En ese tiempo estábamos organizando algo acá en
Córdoba, éramos un grupo sobre todo de disidentes del
Partido Comunista. Habíamos empezado a tener reuniones,
organizar algunas cosas, juntar fondos, algún fierro. Había
un chango que tenía un jeep de la Segunda Guerra Mundial
y me regaló un laboratorio fotográfico. Yo estaba estudiando
quinto año de Medicina, estamos hablando del año 1963, en
la Universidad Nacional de Córdoba. Pensábamos que el
norte era el eslabón más débil de la cadena del capitalismo
en Argentina.
- ¿Eran un grupo inorgánico o tenían algún referente
nacional?
-Éramos disidentes de la Fede (Federacón Juvenil
Comunista) había estudiantes y otros que no eran
estudiantes. El grupo se fue formando a partir de las
discusiones que había dentro de la Juventud Comunista y
de lo que pasaba en el mundo, sobre todo a partir de la
Revolución Cubana. El proyecto nuestro era irnos al norte
con ese jeep. Yo pensaba que teníamos que ir no más de
dos para hacer un relevamiento de gente y organizaciones
políticas en el norte. Teníamos una excusa magnífica que
era ir con la cámara de fotos, sacarles fotos a la gente,
regalárselas o cobrarles un precio íntimo y así poder charlar
con ellos. El objetivo era Salta y Jujuy. Estábamos buscando
financiamiento. Las fotos nos iban a permitir tener algún
ingreso como para desplazarnos y así contactar
organizaciones que ni sabíamos que existían. En eso
estábamos, yo trabajaba en la escuela Sagrada Familia
como preceptor, cuando Ciro Bustos se puso en contacto
con un bioquímico de Bell Ville que era del PC y que yo
conocía.
- Hubo varias personas de Bell Ville que se incorporaron
a la guerrilla
- Si, algunos subieron, pero bajaron al poco tiempo, eran
muy jovencitos. Uno ya murió. El “chiquito” Sosa. Los otros
eran el colorado Clerk y el “fatiga” Moyano. Ciro Bustos
hace este contacto y le dice que si estábamos interesados
fuéramos a ver a la gente de la revista Pasado y Presente.
Yo estaba muy cerca del Pancho Aricó y Oscar Del Barco.
Armamos una reunión con Ciro, que estaba apurado porque
había un grupo chico en Bolivia y quería incorporar gente
rápido. Preguntó “quién sube” y le dije que yo, los otros no
quisieron. Fui el único que decidió subir (al monte) en esa
reunión.
- ¿Cómo presentaban Bustos el proyecto? ¿Decía que
detrás estaba el Che Guevara?
- Sí, lo presentaba como un proyecto del Che. Y nos contó
del armamento que tenían, las bazookas chinas, esas
livianitas que parecen cañas de bambú.
-¿Usted tenía instrucción militar?
-Yo había hecho la colimba. Tiraba bien.
- ¿Se sabía que Masetti estaba al frente del grupo?
- Yo no lo sabía.
- ¿Masetti era conocido en Argentina?
- Sí, porque había hecho el famoso reportaje a Fidel y al
Che en Sierra Maestra y había publicado el libro “Los que
luchan y los que lloran”. Masetti estaba en Bolivia con Furry
(Colomé Ibarra), venía “Papi” (Serguera) muy seguido. Con
él coincidíamos en casi todo e hicimos muy buenas migas.
- ¿Usted fue uno de los primeros en sumarse al grupo
que venía de Argelia?
- Claro. Estaba el flaco Méndez, Ciro Bustos, Hermes Peña,
un médico que después dijo que no podía seguir porque
tenía una enfermedad, Leonardo Werstein, aunque no
parecía tener nada. Estaba el “surubí” Stachiotti, que era
mecánico. Al día siguiente establecimos una contraseña: me
dijo lo que esperaba que me dijera y partimos. Pasamos a
Bermejo.
- ¿Su hermano Emilio estaba en el mismo grupo?
- Sí. De ahí conseguí un camión para viajar al día siguiente
y venían tres muchachos de Buenos Aires con el uniforme.
Como el chofer desvió para ir a Tarija y la gente quería ir a
Chaguaya, el tipo agarró para el otro lado. Nos bajamos y
quedamos varados. Conseguimos un vehículo y seguimos
viaje. Pasamos por unos precipicios tremendos hasta llegar.
Bordeábamos el Bermejo y no veíamos el borde, porque la
rueda pasaba justo por el borde. Llegamos a Palcai y desde
ahí viajamos a Tarija. Estuvimos como tres días en distintos
hoteles el “petiso” Bellomo, “Pupi”, Bengoechea y Stachiolli.
Vino Hermes y nos buscó, subimos a una Toyota y el flaco
Méndez iba manejando. Y así fuimos a Aguas Blancas, que
estaba a unos 20 kilómetros de Tarija, a la finca que había
alquilado la gente del PC.
-¿Cómo fue el recibimiento en la finca?
- Empezamos a charlar. Contamos un poco la historia de
cada uno, cómo veíamos la cosa. No se planteaban muchas
discusiones, aunque algunas hubo. Con Masetti tuvimos
diferencias porque yo apoyaba el movimiento de curas del
Tercer Mundo y él les tenía desconfianza. Me acuerdo que
yo plantee el tema de la coexistencia pacífica y él me dijo
que me callara la boca porque estaba alentando posiciones
estratégicas de los otros. “Pero entonces vos no sabés lo
que son los curas del Tercer Mundo”, le dije. “Sin son curas
son de otro mundo, no del tercer mundo”, me contestó. Y no
discutimos más. Todos estaban de acuerdo con Masetti.
Después tuvimos otras diferencias, pero no me acuerdo por
qué tema era… Era raro Masetti en algunos casos…
- Hay muchos retratos de Masetti: que era autoritario,
carismático, temperamental, ciclotímico, inteligente,
caprichoso…
- Era ciclotímico, sí. Y era muy inteligente. Tenía muchas
relaciones en Argentina, sobre todo en los medios (de
comunicación), porque había trabajado en radio El Mundo.
Pero sí, era ciclotímico: de pronto estaba eufórico y era
bárbaro y podías hablar en serio de todos los temas, y de
pronto estaba ensimismado o discutía en malos términos.
-¿Cuánto tiempo estuvo en la hacienda de Aguas
Blancas?
-Yo salí de Córdoba el 21 de agosto y el 23 o 24 ya estaba
en la hacienda. Empezamos haciendo guardias. Éramos
cuatro que llegamos, había un boliviano, los cinco que
venían de Argelia y de vez en cuando llegaban “Papi” y
“Furry”.
- ¿A Masetti se lo presentan como Masetti o como el
Comandante Segundo?
- Como Segundo.
- ¿Y cuándo se enteró que era Masetti?
- Al poco tiempo. Escuchaba las noticias de radio El Mundo.
- ¿Usted se encargaba de las comunicaciones con el
Che?
- Cuando Ciro Bustos baja a la ciudad, me transfieren la
función de claves para comunicarme con Cuba. Era con
sobres cifrados, una técnica soviética que no la habían
descubierto ellos. Estos sobres viajaban con emisarios. Eran
más del Che que de Barbarroja, que mandó algunos, pero
sobre todo eran del Che.
- ¿Con que periodicidad llegaban?
- No eran tan seguidos.
- ¿Qué contenido tenían?
- Había pedidos de informes, dónde estábamos, cómo
estábamos…el Che empieza a apurar un poco las cosas en
sus últimas cartas, pero no habíamos hecho nada como
para estar en condiciones de apurar tanto. Habíamos
andado, habíamos permanecido. Si vos lees el libro del Che
“Guerra de guerrillas”, nada que ver con lo que estábamos
haciendo nosotros. Íbamos a lugares imposibles. Los
voluntarios que llegaban de Buenos Aires esperaban en el
hotel vestidos de guerrilleros a que los fuéramos a buscar.
-¿Cuándo deciden entrar a la Argentina?
- El 21 de septiembre. Entramos y empezamos a buscar la
zona del ingenio tabacal, que era la más promisoria para
hacer algo. El “pelado” Bustos había trabajado en esa
empresa. Era una zona de difícil acceso que estaba cerca
de Salta y Jujuy. No estaba mal la elección de la zona, pero
todo se hacía de un modo incorrecto. Un campamento duró
tres meses, en un lugar donde no había nada, “la pista de
pruebas” le llamábamos.
- No cumplir con la movilidad exigida por la guerrilla,
¿era decisión de Masetti?
- Hablaba mucho con Hermes. Yo le decía que había que
ayudar a los chicos a que pisaran las piedras, no el barro,
porque el barro deja huellas. “Si, si, pero vamos a explorar”,
me decía Hermes. Así que en el campamento estábamos
muy poco. Hermes era muy rápido, muy tenaz. Era muy
buen tipo. Pero tenía toda esa formación verticalista y el
Comandante era el Comandante.
- ¿Serguera discutió con Masetti por la posibilidad de
abrir un frente guerrillero en Tucumán?
- Si, Papi había entrenado a la gente del vasco Bengoechea,
que después les explotó una bomba en un departamento de
Buenos Aires. Papi le dijo a Masetti que él iría como jefe del
grupo y me ofreció a mí ir como responsable político. “Acá el
único comandante soy yo”, le contestó Masetti. Eso sucedió
cuando estábamos en Colonia Santa Rosa, más o menos el
20 de octubre, que ya estábamos en la zona de Aguas
Negras.
- ¿Cuál era el plan de operaciones de la guerrilla?
- No había un plan concreto, había que hacer contacto con
la gente del lugar para facilitar el aprovisionamiento de
víveres.
- ¿Cómo era el aprovisionamiento?
- Llevábamos cosas en la mochila. Latas, granos. Hicimos
un pozo en el primer campamento y ahí dejamos víveres y
fierros (armas). También venía la camioneta de la ciudad
con víveres. Teníamos puntos de contacto que siempre eran
extraordinariamente fáciles de detectar por cualquiera.
- ¿Cómo era la convivencia del grupo en el monte?
- En general era buena. Cuando alguno se caía un poco yo
me acercaba a hablar con él, a levantarle el ánimo.
- ¿Qué funciones cumplía cada uno?
- Yo era el comisario político. Traducía y emitía mensajes,
hablaba con los compañeros. Era de alguna forma el nexo
de Masetti con el resto. Él se enamoraba de alguno y lo
tenía en lo más alto. Y yo que bajé 20 veces del monte, con
40 grados de calor, era el que me iba a escapar en cualquier
momento, el posible desertor. En cambio el “Pirincho”
(Bengochea), como el padre tenía un velero en Buenos
Aires y había un depósito de armas en Uruguay, dijo que lo
iría a buscar y aprovechó el viaje para irse a la mierda, para
desertar.
- ¿Preveían acciones coordinadas entre el monte y las
ciudades?
- Había relaciones, no sé hasta qué punto coordinadas. Pero
lo nuestro era el inicio. Si eso se asentaba podría haber sido
el inicio de algo importante, sobre todo porque era un
período de crisis.
- ¿Dónde eran los contactos urbanos?
- Básicamente en Córdoba y en Mendoza. Y en Orán
tuvimos uno con un escribano, pero se pudo hacer poco. Y
en Buenos Aires, de gente que se había abierto del PC.
- ¿El contacto más fuerte era la gente de Pasado y
Presente en Córdoba?
- Sí.
- Eran intelectuales. No hubo contacto con dirigentes
obreros.
- Con Armando Coria hubo contactos. Eran las cosas que yo
cuestionaba. Yo le dije a Masetti que podía cumplir una
función muy importante en la ciudad por sus contactos
políticos y me contestó “ah lo que pasa es que vos te querés
rajar”. Era muy terco. Y no escuchaba a nadie. A la sierra
subió Del Barco y Pancho Aricó y discutieron con Masetti.
Esto fue antes de diciembre, estábamos todavía en la “pista
de pruebas”. Yo le plantee a Masetti que bajara y que
nosotros haríamos cosas como civiles para relacionarnos
con la gente. Yo veía que lo que estábamos haciendo era
absolutamente inviable. No habíamos hecho prácticamente
nada en la zona. El único tipo al que le dimos un revolver,
Wenceslao, tenía ascendiente sobre la gente de esa
pequeña comunidad. Fue un contacto importante, pero era
minúsculo. Con eso no se podía hacer nada. No había un
trabajo previo para vincularse con grupos más numerosos
para hacer cosas.
-¿Por qué siguió si veía que la guerrilla no iba a
funcionar?
- ¿Y qué otra cosa podía hacer? Yo había asumido una
responsabilidad y la tenía que cumplir hasta el final.
- Cuando cae el grupo, ¿estaban próximos a entrar en
combate?
- El 18 de marzo, a un año de que Framini ganara las
elecciones en la provincia de Buenos Aires y se las robaran,
íbamos a hacer una operación militar en Yuto, que era una
población chica pero que seguramente iba a tener
repercusión nacional. Pero no se pudo.
- ¿Qué cree que pasó con Masetti?
- Masetti tenía una lesión en la columna lumbar, creo que
producto de un rebote de bala en Argelia. Y quedó medio
jodido. Por eso llevaba una mochila mucho más liviana. Y se
empezó a poner mal. Por eso nos mandó a bajar a nosotros
y él se quedó con el chico Altamira, que también estaba muy
mal. Mirá, Masetti estaba tan mal que cuando íbamos
subiendo sentimos que había dos pavas del monte en un
árbol. Las fuimos siguiendo. Masetti le erró dos tiros. Las
seguimos a otro árbol y volvió a errar. “Dejame que le tiro
yo”, le dije. “No, no, no, yo les tiro”, insistió. Era así Masetti.
Era un tipo brillante, pero tenía sus momentos. Brillante en
el sentido de sus discursos políticos, contaba anécdotas,
cantaba tangos. Por momentos era fantástico, era un jefe en
serio. Pero por momentos se le salía la cadena y era otra
cosa.
- ¿Tenía una buena formación militar?
- No. A tal punto que yo no lo vi nunca como comandante.
Aceptó por ejemplo que no hubiera disciplina para caminar
en lugares donde no hay que dejar huella.
- ¿Por qué era tan estricto el código militar del EGP?
- Porque en Cuba decían que había que galvanizar a los
combatientes. Si había algún homosexual creo que también
había que fusilarlo. Era calcado del código que usaba la
guerrilla en Cuba. Camilos Cienfuegos y el Che fusilaron a
unos cuantos.
- ¿Qué cambió después del fusilamiento de “Pupi”?
- Yo me opuse. Estaban mi hermano y el Gringo Canelo. Yo
no participé del tribunal y me negué a darle el tiro de gracia.
“Si desobedecés te voy a fusilar a vos también”, me dijo
Masetti. “Hacé lo que quieras”, le contesté.
- ¿Hubo un pacto de silencio en torno a los
fusilamientos?
- Yo no vi ninguna mejora en el grupo. Eso llevó a “Pirincho”
también a desertar. Los que estábamos sabíamos lo que
había pasado. Igual que en el segundo fusilamiento, donde
yo oficio de defensor de Grosswald. Lo matan al pedo,
porque no había ningún elemento para fusilarlo. Se
masturbaba y hacía retrasar la columna. Es cierto que la
elección de ese muchacho fue una estupidez supina. Un
chango que era miope, ¡pero miope miope! Y que tenía pie
plano.
- ¿Quién seleccionaba la gente que subía al monte?
- Canelo, Bustos…, mi hermano era uno de los que
seleccionaban y lo llevó a Grosswald. Casi lo mandan al
rengo (Benjamín) Elkin. Hacían subir gente al pedo.
- ¿Después de los fusilamientos cambió el criterio?
- Dejaron ir mucha gente.
- ¿Por qué entonces fueron tan rigurosos con “Pupi” y
“Nardo”?
- Fue caprichoso. Era como que si hacías eso el grupo iba a
funcionar mejor. No porque el otro afectara al grupo, sino
porque había que cuidarse de eso también. Era mandar un
mensaje para un lado y para el otro, se tenía la idea de que
si fusilabas a uno, el resto cambiaría y le pondría más pilas
a la cosa. Ninguno de los que fusilaron era combatiente,
eran aspirantes. Y tenían dificultades físicas para
desplazarse al ritmo de la columna.
- ¿Masetti escribía en el monte?
- Si, cartas. Y creo que tenía un diario.
EL GENERAL EN SU LABERINTO
Martín Malharro, mi entrañable profesor de Periodismo de
Investigación en la Maestría de la Universidad Nacional de
La Plata, me comentó que había escuchado una anécdota
impresionante sobre una conversación entre Jouvé y el
General Julio Alsogaray, que era una metáfora anticipatoria
de lo que después ocurriría en el país. El hijo del General
Julio Alsogaray, Juan Carlos, sería asesinado tiempo
después en Tucumán por los militares del mal llamado
“Proceso de Reorganización Nacional”. Jouvé se acordaba
perfectamente de aquella conversación.
- ¿Cómo fue su encuentro con el General Alsogaray?
- Fue entre el 12 y el 14 de abril. Unos quince días antes
que nos trasladaran a Tucumán. Cuando llegó yo estaba
descalzo, en calzoncillos. El General dice “traigan rápido
pantalón, calzado y una camisa”. Era en un despacho. Se
presenta: “soy el general Alsogaray y quiero hablar con
usted”.
- Hay una denuncia por apremios ilegales. ¿A usted lo han
tratado mal?-, preguntó.
- Y… mire como estoy.
- Eso no es nada…
- Tómelo como quiera. Yo lo veo como apremios ilegales.
- Pero no es por eso que vine a hablar con usted. Conozco
todo sobre usted y no vengo a hacer un nuevo sumario,
porque para eso está el sumariante. ¿Qué toma usted?
- Agua
- ¿No quiere un cognac, un whisky?
- Primero me trae ropa, después me quiere comprar
cigarrillos. Si yo le convido después un cigarrillo a uno de
mis compañeros me los van a quitar porque no nos dejan
fumar.
- Yo voy a dar la orden de que lo dejen fumar.
“Empezamos a hablar y él me contó todo lo que había
averiguado de mí, de mis compañeros de la Facultad, de
algunos profesores, del director de la escuela de Bell Ville.
Realmente tenía muy buena información”, recordaba Jouvé.
-Todo el mundo habla muy bien de usted. Pero su perfil me
recuerda mucho a uno de mis hijos.
- No sé cómo es su hijo.
- Se parece mucho a usted en lo que estamos hablando. Yo
quiero saber por qué usted se metió en esto. No me diga
que su mamá lavaba ropa para otra gente, etétera, etcétera,
porque todo eso lo sé.
- Me metí porque creo que la Constitución dice que el
gobierno debe ser elegido por el pueblo, habla de los
derechos civiles de la gente, habla del derecho a vivir un
poco mejor, y como no se cumple nada dije “bueno, algo
tenemos que hacer”. Cuando voltearon al gobierno de
Perón, era un gobierno constitucional, elegido por la
mayoría de la gente, que lo siguió apoyando incluso estando
fuera del país. Y me parece que eso no forma parte ni de la
libertad ni de la democracia.
- Bueno, veo que usted opina como mi hijo.
- Puede ser… pero eso es lo que yo pienso.
- ¿Y qué puedo hacer para que mi hijo no haga lo mismo
que usted?
- No lo mande a la escuela, porque ahí enseñan educación
cívica y por ahí se entera de lo que es un gobierno
constitucional.
“Hizo cuatro o cinco preguntas más, me agradeció y me
mandó al calabozo. Y fíjate lo que le pasó al hijo después: lo
reventó Videla”, recordaba Jouvé.
- Usted quiso hablar con él mucho tiempo después.
- Sí, cuando volví del exilio en Francia, pero no pude.
- ¿Y por qué quería hablar con él?
- Para revivir ese momento, donde tuvimos esa charla, para
que tomara nota de lo que él me había dicho y de las
semejanzas. Lo que pasa es que cuando caímos nosotros
estaba Illia en el gobierno y no nos amasijaron a todos. Pero
bueno, cuando gobernó otro comandante del Ejército le
mataron a su hijo. Siempre me acuerdo de lo que le dije:
“No lo mande a la escuela”.
EL FUSILADO QUE VIVE
“A Miguel, que estuvo con Hermes y (Federico) Méndez en
Argelia, lo dejaron preso para que después lo fusilaran por
orden de Masetti. Los argelinos lo tuvieron en una cárcel
subterránea, porque viven debajo de la arena. Cuando
caemos nosotros lo sacan de la cárcel y él pide volver a
Cuba, donde se entrenó en el manejo de helicópteros y
avionetas, porque el Che quería que nos escapáramos para
ir con él a Bolivia. Habíamos quedado presos solamente el
flaco y yo, que teníamos las condenas más gravosas por el
fusilamiento de Nardo y la supuesta asociación ilícita. Miguel
nos visitó en la cárcel y nos dijo que el Che nos quería con
él. Esbozó un plan de fuga y yo le dije que no, porque tenía
la seguridad de que habría elecciones y nos iban a dejar
libres.
-¿Tenías ganas de incorporarte a la guerrilla del Che?
-Con el Che a lo mejor habría ido.
- ¿Tuvo algún contacto con el Che, además de las cartas
que tenía que traducir?
- No lo conocí al Che.
- ¿Fue a Cuba?
- “Barbarroja” Piñeyro nos había invitado, a mí y a Henry
Lerner, pero se murió antes de que pudiéramos ir.
- ¿La experiencia del EGP fue borrada de la historia?
- A veces aparece algún flash en algún programa
periodístico o está mencionada en algún libro de historia.
Tampoco fue una experiencia tan trascendente. No creo que
haya sido borrada.
-Pero sí distorsionada. La primera versión de los hechos
fue la de Rojo…
- Lo de Rojo fue muy idiota, imbécil.
- ¿Cuánto se le puede atribuir a Masetti la
responsabilidad del fracaso del EGP?
- Yo le decía: a vos te necesitan en la ciudad, porque tenía
un buen discurso y tenía ideas claras respecto de un
montón de cosas. Y dejanos a nosotros acá que vamos
haciendo las cosas.
- ¿Masetti estaba convencido de lo que estaba haciendo
o no quería contradecir al Che?
- No sé si era por no contradecirlo al Che. Pero le costaba
dar marcha atrás. No tenía sentido.
-¿Cuál era el Masetti real? ¿El que hacía bromas porque
Alberto Castellanos traía agua sucia del río o el que
fusilaba gente y desconfiaba de todos?
- Yo creo que era muy contradictorio y ciclotímico. Tenía
cosas muy lindas, era capaz de levantarle el ánimo a un
muerto si él estaba bien. La otra parte no me gustaba,
porque era una imitación grotesca de lo que pasó en Cuba.
Pero yo lo respeto mucho porque fue leal a sí mismo. No
quiso bajar. Un tipo que fue un combatiente en serio fue
Hermes. Herido en la rodilla y hambriento se cargó un
gendarme e hirió a otro antes de morir. Era un tipo
espectacular, que me producía una gran ternura, yo
charlaba mucho con él. Era un enamorado de la revolución
cubana. Él vivía en un bohío y de pronto su hija estaba en la
universidad. Fue el jefe de la escolta del Che, viajó por
China, Egipto…Y el Che lo quiso muchísimo, lo alfabetizó.
Entonces era un devoto del Che. Hermes era un tipo tan
simple pero al mismo tiempo tan profundo, de un
compromiso claro, transparente.
- En algún momento fueron más de 30 combatientes y
tenían redes urbanas. ¿Esperaban la llegada de más
combatientes que se estaban entrenando en Cuba?
- Si, eran 20 o 30 combatientes. Y el Che iba a quedar al
frente, por supuesto. El nombre del Comandante Segundo
tenía que ver con el Comandante Primero, que era el Che.
- Durante mucho tiempo Ciro Bustos fue una especie de
Judas, acusado injustamente de haber traicionado al
Che en Bolivia. Que haya salido a hablar ¿lo reivindica a
él o a la experiencia del EGP?
- Reivindica las dos.
- ¿Cree que la figura de Masetti debería ser rescatada
por su experiencia guerrillera o por su labor
periodística?
- Yo lo rescataría más por su experiencia periodística,
porque lo de Salta fue un sacrificio inútil.
- ¿Pero el fracaso del EGP eclipsa la importancia del
Masetti periodista?
- Es probable. Y es una pena, porque su experiencia en
Cuba fue espectacular.
- De todas formas, hoy parece indiscutido que la
experiencia del EGP fue el preámbulo del fracaso del
Che en Bolivia.
- Sin duda.

Hernán Vaca Narvaja


- Director -

http://revistaelsur.com.ar/nota/130/El-ultimo-guevarista
José Amorín: “Una guerrilla no puede subsistir sin el
apoyo irrestricto del pueblo”

Mayo 29, 2008

Luego del debate comenzado en la revista La Intemperie, de


la ciudad de Córdoba, acerca de la metodología utilizada por
los grupos revolucionarios en los años ‘70, se entrevistó a
José Amorín, uno de los cuadros más antiguos de
Montoneros.Para él, la vía armada no estaba en cuestión
sino el divorcio de la conducción montonera de las bases
peronistas.

Además, Amorín es médico, autor de un muy ilustrativo


relato de los ‘70, `Montoneros, la Buena Historia’, y reflexivo
autodidacta. Amorín discrepa con el filósofo cordobés,
Oscar del Barco, quien acusó a los líderes de Montoneros, y
a él mismo, de criminales.

Amorín dice que el error fue escindirse de las bases


peronistas, pero no el impulso inicial de pasar a la lucha
armada. “La revolución fue derrotada, pero comenzarla fue
una decisión correcta en ese momento histórico que es muy
distinto al de hoy. Es imposible meterle la mano en el bolsillo
a un rico sin previamente ponerle una pistola en la nuca. Y
el rico jamás va a ceder espontáneamente, por el contrario
te va poner una pistola en la nuca a vos para incrementar su
beneficio”, le dijo a Lucas Lanusse, autor de `Montoneros, el
mito de los 12 fundadores’.

-¿Qué fue lo primero que le provocó la carta de Del Barco?

-La impresión de que hay una especie de vuelta hacia un


pacifismo extremo, del cual es bastante representativo
también José Pablo Feinmann, más allá de mis respetos
hacia él como periodista, como escritor y como filósofo.

Pero creo que es un pacifismo extremo que se da de


patadas con la realidad. Lo cierto es que si nosotros
queremos un cambio social, una inversión de las relaciones
de poder, si queremos que tengan prioridad los intereses de
los desposeídos y no los intereses de los poseedores, eso
implica siempre la violencia, y no necesariamente por parte
de los desposeídos.
En nuestro caso concreto, el peronismo desde 1945 avanzó
pacíficamente, hasta 1955, sobre los intereses de los
poseedores.

Si querés en un marco autoritario, que era muy propio de la


época, si uno se fija en otras partes del mundo, había una
especie de cultura autoritaria, aun dentro de las
democracias más representativas, el macarthismo dentro de
la democracia de USA.
Entonces más allá de los pecados autoritarios del peronismo
y más allá de sus errores políticos, lo cierto que aquí se
inaugura la violencia con las bombas que estallan en Plaza
de Mayo en 1953, con el bombardeo a la misma plaza en
julio de 1955, con 300 muertos reconocidos, aunque se
calcula que fueron 600, y después el golpe de Estado de
septiembre de ese mismo año, que generó miles y miles de
muertos.
Y no sólo por los fusilamientos y desapariciones sino por el
empeoramiento de las condiciones de vida, y eso es
también una forma de violencia, tal vez la peor porque es la
más masiva.

En este caso cuando los poderosos avanzan siempre


violentamente sobre los derechos populares y no ahorran
sangre en ningún caso, por eso se justifica la rebelión
armada.
De hecho es un derecho constitucional, creo que es el
artículo 36, que marca el derecho a la rebelión en caso de
una dictadura.
Ahora bien, cuando hay una rebelión, la violencia es
inevitable también, es inevitable que existan heridos y que
existan muertos, son, de alguna manera, batallas que se
dan.

Y por lo tanto llevar el pacifismo a sus últimas


consecuencias… yo no soy partidario que uno tenga que
lograr los cambios a través de la violencia. Pero esto
muchas veces se hace inevitable.
Cuando los cambios, en un marco pacífico, se van haciendo
cada vez más serios, pues, la violencia con la cual
reacciona el establishment es mucho más jodida y no queda
alternativa, cuando se te agotan todos los caminos
democráticos, que el ejercicio de la violencia. Y esto fue lo
que nos sucedió a nosotros de desde 1955.

Sobre la carta de Oscar del Barco… lo que yo pienso es que


son compañeros que, después de muchas experiencias han
llegado a la convicción de interpretar gandhianamente el
tema del cambio y lo cierto es que ni Gandhi tuvo éxito.
Creo que están bien inspirados, creo que son teóricos
excelentes, tanto él como Feinmann, pero considero que
están equivocados en ese sentido. Creo que recurrir a la
violencia es el último extremo, pero que muchas veces es
inevitable.
Por ejemplo en este momento no. Si en este momento
alguien recurre a la violencia yo le digo “sos un tarado”,
primero porque hay una democracia bastante plena y
segundo porque de alguna manera se están intentando
cambios.

-En este momento hay libertades, pero esa violencia del


estado, o del establishment, de la que usted hablaba, que se
formaliza en la pobreza, en la exclusión social, en la
desocupación, es hoy mucho mayor que la que se que se
vivía en las décadas del ´60 y ´70.
-En ese sentido sí, después del ´76 empeoró el panorama
notoriamente, antes de ese año la desocupación era
desconocida en la Argentina, sacando algún período de la
dictadura de Juan Carlos Onganía, donde se incrementó,
aunque poco.

-Sacando de lado el tema de la dictadura militar, las causas


que a personas como usted las llevaron a tomar la decisión
de la lucha armada siguen vigentes. ¿Entonces esto
podría…?

-(Interrumpe) Es que no lo podés sacar de tema, los


panoramas siempre son integrales.
Hacer cortes en la historia para sacar un elemento y analizar
aisladamente ese elemento siempre va a llevar al error y a
la confusión, porque todo fenómeno es producto de una red
de causalidades que se imbrican para dar un solo resultado.
El mecanicismo pasó de moda ya hace como 100 años.
No hay una causa efecto, hay miles de causas que
interactúan para lograr un efecto principal y también miles
de efectos secundarios.
Cortar un pedazo de fenómeno para analizarlo
aisladamente, puede ser en química, pero no en las ciencias
sociales.
-Una de las respuestas más recurrentes que se dieron a la
carta de Oscar del Barco con su “no matarás” universal, es
que este es un precepto ideal y extemporáneo, en lo cual,
creo, que subyace la concepción de que nada puede ser
analizado fuera de su tiempo.
Ahora, en esta posición ¿no se diluyen los absolutos? ¿Y
con ese relativismo no se podría justificar el genocidio de
Hitler?

-Creo que hay que diferenciar la violencia revolucionaria al


genocidio que se hace desde el poder. El genocidio del
pueblo armenio fue hecho desde el poder, en este caso del
gobierno de los turcos.
Y en la época del proceso, en el ´76 sucedió exactamente lo
mismo, es un genocidio hecho desde el poder, con todo el
poder del Estado a su servicio.
Y que además fue más allá de lo que se decía que
pretendía, se decía que se luchaba contra la guerrilla
cuando la guerrilla era inexistente, ya en 1975 la guerrilla
estaba totalmente derrotada, tanto en términos políticos
como en términos militares.
En términos políticos, porque la guerrilla se había alejado
totalmente del pueblo, y una guerrilla no puede subsistir sin
el apoyo irrestricto del pueblo.
Un panorama totalmente distinto al que existió entre 1955 y
1973, donde había apoyo popular a la lucha armada.
-Viéndolo en retrospectiva, ¿La guerrilla debería haberse
disuelto con la vuelta de la democracia?

-Debería haberse disuelto como organización armada, no


como corriente política.
Montoneros surge como parte de la estrategia de Juan
Perón, que era la llamada “lucha integral”, donde se
consideraba que todas las tácticas de lucha eran válidas
contra la realidad de la dictadura.
Dentro de ellas, la lucha armada.
Pero hay que entender algo, la lucha armada en ese
momento no pretendía derrotar al ejército por las armas.
Pretendía crear condiciones psicológicas, de ánimo popular
que permitieran vislumbrar una esperanza de victoria.

-Entonces, ¿no era un plan como de Castro y Ernesto


Guevara en Sierra Maestra?
-Es que hay un error, todo el mundo piensa que la
revolución cubana fue un hecho es-tratégicamente foquista.
Y nadie analiza que el foquismo por un lado puede ser
estratégico y por el otro puede ser táctico.
La revolución cubana no fue un hecho foquista, primero que
nace allá por 1940, con un movimiento popular muy
importante, que después se llamó 26 de julio. Y esa lucha se
dio fundamentalmente en las ciudades. La lucha en el
campo, el foco guerrillero, lo que hizo fue crear condiciones
subjetivas para la revolución.
La gente decía “ahí están los muchachos en el monte
hostigando al Ejército”, y se empezaba a sumar porque
vislumbraba la posibilidad de una victoria.

El foquismo es en realidad una táctica, aunque el Che lo


tomó como estrategia y de ahí vienen sus fracasos.
Para Montoneros, por ejemplo, el hecho de la muerte del
Gral. Pedro Eugenio Aramburu, fue una táctica foquista. Yo
no participé de la operación personalmente, pero si estaba
dentro de la organización en el momento en que se llevó a
cabo. Y la principal causa de esa decisión fue actuar sobre
la subjetividad del movimiento peronista, el hito de
Aramburu fue eso, fue, simbólicamente, pasar a la ofensiva,
fue quemar las naves al estilo de Hernán Cortés, sabíamos
que después de eso no había retorno.
Fue un hecho proyectado hacia la subjetividad del
peronismo, que en ese momento solo estaba unido por
algunos mitos, que eran básicamente el recuerdo de Evita,
el recuerdo de la justicia social del primer gobierno de Perón
y el retorno de Perón al poder.

En ese sentido, la reacción del pueblo cuando liquidamos a


Aramburu fue “Ah, por fin”. Y ahí es donde está el secreto
de la masividad de Montoneros, el fenómeno político-cultural
de la Juventud Peronista no hubiera sido posible sin el
ajusticiamiento previo de Aramburu.
De hecho la FAP venía operando antes que Montoneros y
nunca logró tener apoyo como tuvimos nosotros. Y el ERP
tampoco.
Nuestros operativos eran político-militares, o semi militares.
O sea, crear las condiciones de conciencia revolucionaria
que podían desembocar en una insurrección general, de
provocar un proceso electoral, a partir de que el gobierno se
sintiera hostigado por esta rebelión popular… Ese fue el
sentido del asesinato de Aramburu.
Y si nos dicen que lo asesinamos, fuimos asesinos políticos
en este caso.
Pero yo personalmente lo sigo reivindicando como par-te de
la estrategia de ese momento. Y creo que el retorno de
Perón fue posible en gran medida porque sucedió esto.

@DIN

Funte: http://www.vivalavida.org.ar/jose-amorin-una-
guerrilla-no-puede-subsistir-sin-el-apoyo-irrestricto-del-
pueblo
Hombrecitos asustados – Fabián Harari
10/07/2016
Hombrecitos asustados. El problema de la violencia en la
Revolución.
Por Fabián Harari
Grupo de Investigación de la Revolución de Mayo – CEICS
“Se podrían hacer una infinidad de cosas… sin matar. En
cuanto a las revoluciones, mire en qué terminaron: en
masacres, en campos de exterminios, en nuevos y feroces
capitalismos… Tanta sangre, tanto sufrimiento y espanto,
¡Para terminar en lo mismo!”
Oscar del Barco, en Ñ, nº 107, 15/10/05.
“El campo de batalla está cubierto de 2.000 cadáveres. Su
artillería toda, sus parques, sus hospitales con facultativos,
su casa militar con todos sus dependientes, en una palabra:
todo, todo cuanto componía el ejército real es muerto,
prisionero o está en nuestro poder. Nuestra pérdida la
regulo en mil hombres, entre muertos y heridos.”
José de San Martín, al director de las Provincias Unidas,
dándole cuenta detallada de la batalla de Maipú. Santiago,
19 de abril de 1818.
Del Barco es un revolucionario arrepentido que salió a
denunciar a sus ex compañeros en nombre del derecho
universal a la vida. Su primer razonamiento parece sencillo:
¿Quién está a favor de matar a otro ser humano? Nadie, es
la respuesta más obvia. El segundo, es un juicio sobre la
historia: a pesar de tantas convulsiones, nada ha cambiado
demasiado. Entonces, ¿por qué mejor no dejar todo como
está y evitar pesares mayores? Elemental, tal vez
demasiado, viniendo de un intelectual con una larga
trayectoria y extensos estudios sobre el tema. El primer
argumento resume la bandera con la cual la burguesía
intenta encapsular los reclamos populares: los derechos
humanos. Estos derechos, sin embargo, no son universales
ni naturales. Tienen apenas algo más de 200 años. Durante
siglos, comprar otro ser humano y hacerlo trabajar gratis fue
la operación más cotidiana y a nadie se le ocurrió pensar
que se trataba de una aberración. ¿Y cómo fue que las
reivindicaciones igualitarias lograron imponerse? ¿Acaso
brotaron del mutuo acuerdo de caballeros, de golpe
avergonzados por sus crueles prácticas? La Declaración de
los Derechos del Hombre, vale recordarlo, es una creación
del terror jacobino. En nuestro país, la abolición de la
esclavitud, la educación laica, la supresión de la
servidumbre, los ferrocarriles y todos los avances
tecnológicos que hoy debería (y podría) gozar la población
entera, costaron ríos de sangre. En cuanto al juicio de la
Historia, Del Barco hubiera aprovechado la oportunidad de
evitar el ridículo echando mano a un manual escolar de
historia argentina. Hace poco (200 años no es mucho en
términos históricos) este territorio, la Argentina, era una
aldea cuya gran capital contaba con apenas 20.000
habitantes. Su comercio consistía en plata extraída con
trabajo servil, cueros y esclavos. La educación y la vida
social estaban en manos de la Iglesia. Las mujeres no
tenían ningún derecho. Una mala cosecha podía devastar
poblaciones enteras.
La partera de la historia

La transformación completa de la sociedad colonial fue una


monumental obra que requirió el arrojado esfuerzo de la
población toda pero, sobre todo, de una organización
política firme y una dirección lúcida y decidida a ir hasta el
final. La revolución no se agotó en aquel Cabildo
Abierto de mayo de 1810. Por el contrario, allí es
precisamente cuando comenzó. El gobierno revolucionario
aún estaba confinado en una capital asediada. Para salir del
aislamiento, debió enviar tres expediciones militares. Sí,
soldados con armas dispuestos a derramar sangre (ajena y
propia). Una historia clásica hizo hincapié en las
“espontáneas adhesiones” de los cabildos del interior. Con
un ejército de 3.000 hombres armados en la plaza principal
de la ciudad, ninguna decisión puede atribuirse a la libre
meditación, mucho menos a la “espontaneidad”. Aún así, la
revolución no se fió de ninguna proclamación. El ejército
llevaba consigo una Junta de Observación, que tomó el
gobierno de las provincias (sin consultas, claro) en nombre
del nuevo gobierno. Su misión fue asegurar autoridades
locales confiables, nativas o traídas de Buenos Aires. No
todas las autoridades se quebraron sólo con la amenaza de
violencia. En ciertos lugares la contrarrevolución se había
preparado mejor. Es el caso de Córdoba, la Banda Oriental
y el Alto Perú. En la ciudad mediterránea, Liniers había
organizado un movimiento con sede en Lima, que incluía a
Goyeneche en el Alto Perú, a Elío en la Banda Oriental y a
Cisneros en Buenos Aires. Por eso, la Junta confió a la
expedición al norte que “sean arcabuceados don Santiago
de Liniers, Don Juan Gutiérrez de la Concha… [siguen los
nombres], en el momento que todos o cada uno de ellos
sean pillados. Sean cuales fueran las circunstancias, se
ejecutará esta resolución sin dar lugar a minutos que
proporcionen ruegos…”1. ¿Por qué semejante saña de
nuestra Primera Junta? Porque Liniers era un personaje
sumamente popular. Había hecho carrera política
coqueteando con los revolucionarios. No podía
encarcelársele y mucho menos llevarlo a Buenos Aires. El
ex virrey y otros dirigentes fueron apresados en Alta Gracia,
pero Ortiz de Ocampo no se animó a fusilarlos. El Secretario
de la Junta, como corresponde, escribió:

“Después de tantas ofertas de energía y firmeza, pillaron


nuestros hombres a los malvados. Pero, cagándose en las
estrechísimas órdenes de la Junta, nos los remiten presos a
esta ciudad. No puede usted figurarse el compromiso en
que nos han puesto. Y si la fortuna no nos ayuda, veo
vacilante nuestra fortuna por este solo hecho. ¿Con qué
confianza encargaremos obras grandes a hombres que se
asustan de su ejecución?”2.

Castelli fue enviado para enmendar la situación.


Efectivamente, se hizo cargo y fusiló a Liniers y a tres
dirigentes más. Él, personalmente. Con la misma
determinación, partió al Alto Perú para acabar con la
servidumbre indígena. Para lograrlo, tuvo que fusilar a
Vicente Nieto, a Francisco de Paula Sanz y a José de
Córdoba y Roxas. ¿Acaso a alguien se le ocurre que los
corregidores de indios y los propietarios de minas iban a
aceptar de buena gana los argumentos igualitarios? La
revolución también tuvo que cuidarse en la capital. En 1811
se creó un Comité de Seguridad para vigilar actividades
contrarrevolucionarias. Las ejecuciones comenzaron en
1812, cuando se descubrió una conspiración
contrarrevolucionaria liderada por Martín de Álzaga. Éste fue
fusilado y luego colgado en la Plaza de Mayo durante casi
un mes. Una práctica que comenzó a ser habitual. Tanto fue
así que, en 1815, el gobierno decretó que los reos fusilados
se cuelguen en el Retiro, debido a los malos olores en un
lugar tan concurrido.
La revolución suele consumir a más de un carácter. Pero un
movimiento de esa envergadura, una vez lanzado, no puede
permitirse retroceder. Será la fuerza que tenga a los
elementos más decididos la que venza. La otra, será
liquidada. En esa instancia, una revolución tiene que ser
muy dura con sus propios partidarios. No puede permitirse
la vacilación. Así lo entendió la Junta, quien ordenó que todo
comandante: “Tendrá especial cuidado en precaver las
deserciones, publicando un bando en que se intime pena de
vida a los desertores, y ejercitando irremisiblemente este
castigo, en el primero que se aprehenda en este delito”3.
Asimismo, el código de conducta que elaboró San Martín
proscribía el castigo, en primer lugar, “Por cobardía en
acción de guerra, en la que aún el agachar la cabeza será
reputado de tal”4. Los desertores eran enviados a Buenos
Aires. Allí se los fusilaba y su cuerpo era colgado en público,
para ofensa de sus allegados. La sociedad en que vivimos
fue, alguna vez, una vida nueva que se abrió paso a los
golpes. Nadie iba a regalarle su derecho a nacer. Como hoy,
en aquella época hubo muchos Del Barco que se opusieron
al cambio y, como pregona el susodicho, mostraban su
solidaridad con los “perdedores”, señores de las minas,
inquisidores y esclavistas.

¿Muertes, para qué?

La pregunta del millón: ¿valió la pena tanta sangre? Como


dijimos arriba, antes de la revolución este territorio se
encontraba en el atraso más absoluto. En treinta años, se
transformó en uno de los más importantes productores de
alimentos del mundo. La esclavitud fue abolida. El trabajo
obligatorio de los indígenas, también. La revolución
burguesa dio paso al monumental desarrollo de las
comunicaciones. Se podrá objetar que gran parte de la
población sigue en la indigencia y ve aplastados sus
derechos políticos. Es cierto, la sociedad burguesa instauró
otro sistema de explotación. Pero igualar el trabajo esclavo
al asalariado es despreciar todos los derechos de
organización sindical. Por otro lado, si puede plantearse la
alimentación de millones de personas es porque, primero
que nada, la Revolución de Mayo extendió la producción
agraria. Intelectuales como Mariano Grondona reivindican la
acción militar revolucionaria de Mayo, pero se oponen a que
se altere esa sociedad que la revolución burguesa
construyó. Del Barco es más reaccionario aún: quiere
condenarnos a la Edad de Piedra, por la vía de censurar
toda transformación violenta.
La revolución no se circunscribió a logros materiales. La
vida cultural sufrió un florecimiento sin igual. En primer
lugar, las publicaciones. Frente al único periódico permitido,
la revolución dio rienda suelta a una decena de periódicos.
La Lira Argentina, La Gazeta de Buenos Aires, El Correo de
Comercio, Mártir o Libre, El Censor de la Revolución, El
Independiente, El Grito del Sud. Lo mismo puede decirse de
las expresiones literarias. Surgen poetas revolucionarios
como Bartolomé Hidalgo, Vicente López y Planes y Esteban
de Luca:

“Eso que los reyes son/ imagen del Ser Divino/ es (con
perdón de la gente)/ el más grande desatino…Cielito, cielo
que sí/ el Evangelio yo escribo,/ y quien tenga desconfianza/
venga le daré recibo… Ya se acabaron los tiempos/ en que
seres racionales,/ adentro de aquellas minas/
morían como animales… Y luego nos enseñaban/ a rezar
con grande esmero/ por la interesante vida/ de cualquiera
tigre overo”.

Estos versos de Hidalgo fueron cantados por mulatos e


indios. Nuestro Himno Nacional, un grito de guerra hoy
amputado, fue compuesto por aquellos años para dar fuerza
moral a los combatientes:
“¡El valiente argentino a las armas/ corre, ardiendo con brío
y valor!/ El clarín de la guerra, cual trueno,/ en los campos
del Sud resonó./ Buenos Aires se pone a la frente/ de los
pueblos de la ínclita Unión,/ y con brazos robustos
desgarran/ al ibérico altivo León.”

Las ideas de derechos universales son impuestas en


Sudamérica por uno de los dirigentes más duros: Bernardo
Monteagudo. Y hay algunos intelectuales que asocian la
acción revolucionaria con la barbarie… Como después de
1976, en la década de 1840, una vez cerrado el proceso
revolucionario, se encuentran arrepentidos por doquier y la
burguesía censura los métodos revolucionarios. Sin
embargo, en medio de las incriminaciones, surgió la voz
íntegra de Nicolás
Rodríguez Peña:

“Castelli no era feroz ni cruel. Castelli obraba así porque así


estamos comprometidos a obrar todos. Cualquiera otro,
debiéndole a la patria lo que nos habíamos comprometido a
darle, habría obrado como él. Lo habíamos jurado todos, y
hombres de nuestro temple no podían echarse atrás.
Repróchennos ustedes, que no han tenido que obrar en el
mismo terreno. ¿Que fuimos crueles?, ¡Vaya con el cargo!
Mientras tanto, ahí tienen ustedes una patria que ya no está
en el compromiso de serlo”5.
Esa voz, es nuestra voz.

Notas
1
“Instrucciones de la Junta Provisional Gubernativa al
Comandante de la expedición al Alto Perú”, citado en
Serrano, Mario Arturo, Cómo fue la revolución de los
orilleros porteños, Plus Ultra, Buenos Aires, 1972, p. 31.
2“Carta de Mariano Moreno a Feliciano Chiclana, Buenos
Aires, 17 de agosto de 1810”, en Ruiz Guiñazú, Enrique:
Epifanía de la libertad, Nova, Buenos Aires, 1952, pp. 377-
378 (la bastardilla es nuestra).
3Instrucciones
de la Junta Gubernativa al Comandante de la
expedición de Alto Perú, 18 de agosto de 1810, en
Biblioteca de Mayo, t. XIV.
4
“Código de honor del Regimiento de Granaderos a
Caballo, Artículo 1º”, citado en Luna, Félix (dir.), José de
San Martín, Planeta, 2004, p. 59.
5Carta
a Vicente Fidel López, Buenos Aires, 1843, en López,
Vicente Fidel, Historia de la República Argentina, Buenos
Aires, 1970, p. 141.

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