El Adivino
El Adivino
El Adivino
Acto 1
Había una vez en un pueblo lejano, un campesino pobre pero astuto apodado
como Escarabajo, que quería adquirir fama de adivino. Un día robó una sábana a
una mujer, la escondió en un de paja y se empezó a alabar diciendo que estaba
en su poder adivinarlo todo. La mujer lo oyó y vino a él pidiéndole que adivinara
dónde estaba su sábana. El campesino preguntó:
Se puso a hacer como meditaba, y luego le indicó el sitio donde estaba escondida
la sábana. Dos o tres días después desapareció un caballo que pertenecía a uno
de los más ricos propietarios del pueblo. Era Escarabajo quien había robado y
conducido al bosque, donde lo había atado a un árbol. El señor mandó llamar a
adivino y este, imitando los gestos y procedimientos de un verdadero mago, le
dijo:
Escarabajo: Envía a tus criados al bosque; allí está tu caballo atado a un árbol.
Y ordenó que lo encierren en una habitación separada y les ordenó que le dijeran
que tenía que meditar la noche para que al otro día le conteste.
Pero el adivino al no saber que contestarle al zar ideó un plan para escapar
cuando los tres gallos canten.
El anillo del zar había sido robado por tres servidores. Un lacayo, un cocinero y un
cochero.
Los servidores al no querer ser denunciados fueron de uno por uno a ver al
adivino.
Pero cuando el primero se acercó a la puerta del adivino cantó el primer gallo.
Y el adivino exclamó:
Escarabajo: ¡Gracias a Dios! Ya está uno; hay que esperar a los otros dos.
El lacayo al escuchar esto se llenó de miedo y les dijo a los otros dos que el
adivino lo descubrió.
Después fue a checar el cocinero, pero al llegar a la puerta cantó el segundo gallo
y el adivino exclamó:
El cocinero al escuchar esto se llenó de miedo y les fue a decir a los otros dos que
lo descubrió a él también.
Después el cochero fue a checar, pero al llegar a la puerta cantó el tercer gallo y el
adivino exclamó:
Y se lanzó hacia la puerta con la intención de huir del palacio; pero los ladrones
salieron a su encuentro y se echaron a sus plantas suplicándole:
3 servidores: Nuestras vidas están en tus manos. No nos pierdas; no nos
denuncies con el zar. Aquí tienes el anillo.
Tomó el anillo, levantó una plancha del suelo y lo escondió debajo. Por la mañana
el zar, despertándose, hizo venir al adivino y le preguntó: