Marcar y Catigar, Revisado

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Marcar y Castigar

Wenn es einen Gott gibt, dann muss er mich um Verzeichnung bitten!1

Mateo A. Rodríguez

§ 1. Formas morales arcaicas

En el segundo capítulo de su libro La memoria y el perdón (2010), Valcárcel examina lo que ella
denomina la historia de las formas morales arcaicas además del objetivismo moral presente en
estas figuras. Así pues, la autora hace un recuento de diferentes nociones en las morales arcaicas
tales como: el bien, el mal, la pena, la justicia y el perdón. Es, pues, necesario reparar de forma
breve un poco en estas nociones, entendiéndolas desde dicha perspectiva arcaica.

Entrando en materia: por bien y mal, se entiende calificativos no morales, sino, más bien,
descriptivos. Es decir, que una persona es buena o mala sin importar sus acciones, pues estos son
calificativos inherentes al sujeto, son descripciones de éste. Pena o culpa, es necesario entender,
no arrepentimiento, sino carga o penalidad por haber sido responsable de un crimen u ofensa. Es
necesario aclarar estas definiciones en virtud de un buen entendimiento de la cuestión.

Una crítica a la moral arcaica puede calificarse, con justa razón, de anacrónica. Tal como
la autora lo hace con las críticas presentadas por Ferlosio en el artículo la señal de Caín2. Sin
embargo, considero necesario y un ejercicio muy fructífero el analizar cuanto de los rasgos de
las formas morales arcaicas están presentes activamente aún entre nosotros. O, en términos de
Valcárcel, “resaltar ese punto en común entre las ‘culturas primitivas’ y nuestra propia
tradición”3. Pues, de esta forma, podemos dar un mayor análisis a lo que podemos denominar
formas morales contemporáneas, valorar su peso operativo y, especialmente, reconocernos en
estas formas arcaicas. Esto con miras a una crítica y más justo análisis de las formas
contemporáneas.
1
Si Dios existe, tendrá que rogar mi perdón. Frase encontrada tallada en Auschwitz, 1945.
2
Cf. La memoria y el perdón, Barcelona, Herder, 2010, págs. 27 y 28.
3
Ibid. Pág. 29.

1
§ 2. Penalidad y marca: una moral estética

Es natural inclinarse a pensar los términos de bien y mal como calificativos descriptivos,
a saber, el calificar personas o cosas en buenas o malas. Esta inclinación está presente desde los
tiempos arcaicos. Por ejemplo, en el caso griego entre areté o kakós, a saber, virtud y maldad
respectivamente; a su vez, hal-al o haram, puro4 o impuro. Múltiples serían los ejemplos de esta
dicotomía. Sin embargo, se esencialmente apunta a ser una división tajante y dicotómica.

Pondremos inicial atención a la valuación griega, en la cual estos calificativos no


dependen, en el periodo arcaico, de los actos, sino que es algo vitalicio e innato. Es decir, se nace
y se es bueno o malo. Por otro lado, el uso de areté, por parte de la autora, no refleja del todo el
carácter de esta dicotomía, ya que no es un término propio de la época arcaica y no significa
bueno directamente. Así pues, debemos cambiarlo por kalós, término que expresa bello y bueno
como adjetivo al mismo tiempo. Este cambio nos enfrenta con el hecho que el ser bueno-bello
infiere un juicio tanto moral como eminentemente estético. En otros términos, cuando se indica
que alguien es bueno, hace igual referencia a que es bello. Esta unión entre belleza y bien es un
rasgo palpable en toda la cultura helénica, pues quien es bueno siempre es bello. Este asunto de
belleza y bien sigue presente en nuestras descripciones, sin embargo, no se hace referencia a
personas, sino, más bien, a acciones. Este rasgo estético será crucial para la formación no solo de
la graduación de nuestras formas contemporáneas, lo que nos permite atisbar el eminente
carácter eminentemente estético de nuestra moral.

Por otro lado, la noción de penalidad está atravesada por la ontología de la deuda5, en la
cual debemos reparar especialmente. Esta ontología se compone básicamente de la relación entre
penalidad y deuda, conceptos íntimamente unidos. Para ejemplificar esta unión podemos hacer
referencia al término Schuld, que significa, al mismo tiempo, deuda y culpa. Por ejemplo, en
alemán es imposible no decir en la misma oración que alguien que debe -el deber de préstamos y
deudas- también tiene una culpa o pena. Esta relación se expresa constantemente en nuestro
hablar cotidiano, pues siempre que alguien comete alguna falta se dice que éste debe pagar por
sus actos.

4
Debe notarse la partícula al, que indica referencia a Allah
5
Noción de Valcárcel, véase Ibid. pág. 32.

2
Ahora bien, lo anterior significa siempre que se cometa un agravio se hace, el culpable,
acreedor de una deuda. Es decir, responsable de un pago que restituya o resarza el daño
cometido. Este pago es lo que verdaderamente finiquita el problema, resuelve las calamidades; es
decir, pone fin al asunto. El mal no cesará hasta que estos actos sean reparados 6. Así, que el mal
cometido debe ser equiparado con otro mal, por uno que haga valer la equivalencia. Esta noción
de equivalencia nos permite evidenciar, junto con la terminología discutida anteriormente, que el
tratamiento de estos asuntos es equiparable al de valores comerciales. En otros términos, todos
los actos tienen un precio que debe ser pagado por aquel que “se dio el lujo” de cometerlos.

Por tanto, es necesario reparar en la noción de marca. Esta es la primera manifestación de


castigo y de justicia. Pues, es común en el texto bíblico, en el mundo griego y egipcio, condenar
a penas físicas: marcar a aquellos que han cometido un crimen. Por lo tanto, marcar significa
siempre amputaciones, marcas al hierro vivo, latigazos y demás. Está noción de marca física es
transversal a toda la antigüedad, pues no solo está presente en las múltiples culturas
mencionadas, sino que hace clara referencia a lo que podemos denominar el primer modelo de
justicia, a saber, el talión. El ojo por ojo y diente por diente anuda no solo la pena física, sino
también la noción de equivalencia mencionada más arriba.

La marca está inseparablemente unida a una mala acción. En otras palabras, todo acto
malo siempre es cobrado por una marca. Este último punto nos indica no solo particularmente
como se han entendido todo tipo de calamidades mediante las formas arcaicas, sino también a
través de nuestras formas contemporáneas. Enfermedades, calamidades, pestes, todas son marcas
que llevan a la pregunta común: ¿qué estará pagando? ¿qué habrá hecho para merecer eso? Por
lo tanto, la marca aún es señal ineludible de castigo por una mala acción incluso cuando el
marcado no sabe que mal ha cometido. En una breve formulación lógica del asunto: Todo mal
acto tiene un castigo, todo castigo tiene una marca. Por lo tanto, si hay un acto malo, hay una
marca.

Además, es necesario mencionar que estas marcas tienen como propósito resultar poco
estéticas. En otras palabras, las marcas siempre buscan ser feas, afear a aquel que las llevara,
estas no pueden quitarse, son imborrables. Así pues, todo lo que es tenido por feo, puede
considerarse como una marca divina de la maldad del individuo, en una clara referencia al

6
Ilíada, Canto I, 68 y sigs. También el ejemplo es citado por Valcárcel, Ibid. pág. 33.

3
carácter descriptivo ya mencionado. Las marcas cumplen así con su cometido de señalar al
marcado como malo. Esto último nos revela una tensión crucial en las morales arcaicas, a saber,
qué pasa si alguien bello, cuyo rasgo es innato, está marcado.

§ 3. Justicia y Estado: entidades suprahumanas

El rol fundamental desempeñado por la justicia se ve expresado de dos maneras: la


reparación y la equivalencia entre males. A este último aspecto se debe, principalmente, que la
justicia siempre haya estado representada con la balanza, pues es la que sopesa los actos y da una
equivalencia entre ellos. Por tanto, dicta cuanto se debe para saldar el daño que se ha hecho. Así
pues, la justicia juega un rol de mediador entre aquellos que han cometido un crimen y lo han
sufrido, además de buscar la reparación, la manera de enmendar la injusticia y de resarcir el
daño. Este rol que la balanza juega es esencial, pues el juez es aquel que sopesa cual castigo se
aproxima más en correspondencia al mal cometido: Al mal ha de seguirse otro mal7, una
consigna de naturaleza taliónica, como lo manifiesta Valcárcel, del código de Hammurabi. Los
males se siguen uno al otro, la violencia solo clama más violencia. Así pues, la labor de la
justicia es detener la secuencia infinita de violencias y venganzas; decidir cuál es el castigo al
que es equivalente el mal cometido, que ponga fin a los males. Pues, de lo contrario, las
venganzas y los cobros son desmesurados y dicha secuencia no tendrá fin.

No se puede ejercer venganza sobre la justicia. 8 Pues, ésta ya en su expresión humana o


divina es una entidad suprahumana. Así pues, el mal final que pone fin a las venganzas es
avalado por esta entidad. Por tanto, lo que le da validez a esta venganza es que esta entidad
supraindividual no tiene intereses implicados en el proceso que le impidan emitir un juicio
ecuánime más allá de poner fin al ciclo de violencias, esto último a causa de esta naturaleza
suprahumana que la hace ajena a las implicaciones humanas: la justicia no siente odio, tristeza o
colera. Esto último nos permite entrever uno de los factores ya característicos del Estado en la
era arcaica, a saber, que el poder se reserva la capacidad de juzgar y castigar. Por eso el rey
también despeñaba un rol en distintas disputas legales. Por lo demás, podemos entrever que este

7
Valcárcel, Ibid. pág. 37.
8
Cf. Valcárcel, Ibid. Pág. 38.

4
uso legítimo y privado de la fuerza, junto con la aplicación de la justicia, siguen siendo factores
claves de todo Estado y justicia comunitaria.

Por otro lado, los cobros de males, el pago de la deuda puede darse incluso en aquellos
que no tienen nada que ver con los hechos de forma directa. Pues, lo que se busca es que el mal
final sea equiparable al original; el ejemplo de Valcárcel nos es muy útil: un albañil ha edificado
una casa, esta se cae y mata al hijo del dueño de la casa; la justicia ordeno matar al hijo del
albañil. Lo anterior no solo nos ejemplifica la búsqueda de ecuanimidad entre los males, sino
también que el arrepentimiento no juega ningún papel en las formas arcaicas. El arrepentimiento
no afecta en nada el castigo, el daño está hecho y tiene un peso que no se ve ni afectado ni
aminorado por el arrepentimiento o la ausencia de este. Por lo demás, la falta de papel del
arrepentimiento nos muestra que las intenciones no son relevenates en los hechos. Es decir, que
la marca personal del acto es borrada por completo. En otras palabras, el individuo, representado
en las intenciones con las que se comete una acción, es del todo irrelevante.

Un caso particular es la divinidad, pues sea en la cultura que se escoja, siempre juega un
rol inicial de Estado. Es decir, la divinidad es gobernador sobre la naturaleza y los hombres, con
leyes morales para con él y entre ellos. La divinidad, asimismo, castiga con marcas:
enfermedades, calamidades, torturas y plagas a las comunidades o individuos que hayan
cometido algún mal, incluso cuando estos sean conscientes o no de la acción. Pues, aunque el
Estado no haya visto el mal, Dios sí, y lo ha castigado. La divinidad siempre está observando y
juzgando los actos de los hombres. Esta noción de una entidad observadora y “vengadora” se
manifiesta a través de variadas formas, a saber, el karma, la mala suerte, el mal de ojo. Creencias
populares fuertemente arraigadas en nuestras figuras contemporáneas.

Podemos encontrar castigos divinos en Prometeo y Sísifo, los cuales son condenados a un
mal que se considera es equiparable al que cometieron. Múltiples son los ejemplos de este tipo
en el periodo arcaico, sin embargo, el dios hebreo es la única divinidad que perdona. Por tanto,
podemos concluir que la justicia, dado su carácter suprahumano, es la única que cuenta con la
capacidad de castigar y perdonar.

§ 4. El perdón y lo social

5
Para llegar a este punto, es claro que el pago de la deuda es el fin de la acción de la
justicia. Cuando se ha pagado la pena se está nuevamente “limpio”. Es claro, que en este punto
se ha dejado una marca, pero la línea de venganzas se ha culminado y regresa la paz. El perdón
es la paz del agraviante, pues ha pagado sus culpas. Por otro lado, como ya mencionamos, el
poder se arroga en solitario la posibilidad de perdonar. Es decir, tanto Estado como Dios, es el
único que puede perdonar realmente. En otra formulación, el perdón tanto divino como humano,
es lo que pone fin a los castigos y marcas impuestos previamente.

Un caso llamativo de análisis es el caso de Job, pues éste exige saber de qué es culpable
para poder pedir perdón por sus pecados. En este caso, podemos observar que las penas pueden
darse, como mencionamos, incluso si no hay conciencia del mal cometido. Asimismo, se puede
pedir perdón por un acto que no se está arrepentido de cometer. Pues ¿cómo podría estar
realmente arrepentido Job de un acto que no sabe que cometió?

“Ningún hombre puede por medio alguno redimir a su hermano, ni dar a Dios un rescate
por él.”9 Cuando alguien es marcado es aquel el que debe pagar. Nadie puede pedir perdón por
otro, es decir, el perdón no puede consederse a cualquiera y no cualquiera puede consederlo. Por
tanto, es del todo equivocado, perodonar en nombre de otro. Dios castiga de forma específica, así
como un juez, y solo perdona cuando se ha finiquitado aquella culpa-deuda que se adquirio a
causa del mal.

En virtud de lo anterior cabe hablar, de lo que la autora denomina perdones


fundacionales, a saber, aquellos actos que son perdonados en función de los bienes que estos
generaron. Por ejemplo, el caso de Caín, que a pesar de que Dios marca a Caín, éste decide no
matarle, lo que sería equivalente a su crimen. Por el contrario, le perdona, le deja vivo. Pues la
muerte de Caín es la muerte de la humanidad. Este mismo caso se ve con la familia de Noé.
Entonces, así como los actos son repudiables en función de los males que generaron, pues es en
virtud de esto es que son valorados y castigados; de la misma manera, los actos pueden ser
perdonados en función de los buenos hechos que tenga por resultado. Esto último no significa
que se busque lo bueno en el acto cometido en un intento ciego y terco de ver “con buena luz”
todas las acciones, sino que se hace un calculo moral y se perdona en función de los resultados
de dicho calculo.

9
Salmos. 48-8.

6
Finalmente, podemos evidenciar que solo Dios o la justicia pueden perdonar. Dicho
perdón solo puede darse por medio de una marca-castigo con la cual se haya pagado la mala
acción, siempre y cuando, estos tengan como resultado mayores bienes que los males que
causaron. Por lo tanto, es necesario delimitar en que marco se desarrolla dicho calculo. En otros
términos, si Dios perdona hechos fundacionales, cabe preguntarse ¿qué se funda con su perdón?
A esta pregunta pueden dársele dos respuestas; la primera, se funda el perdón como tal, es decir,
Dios perdona por vez primera; segundo, estos perdones son un punto de quiebre histórico, se
perdona no solo al que ha cometido un mal, sino todos aquellos que se existirán a causa del
perdonado. Esta segunda respuesta se enfoca directamente en que se funda la sociedad, se funda
la comunidad. Cuando Dios perdona a Caín también perdona a los que vienen de él, es decir, a
los hombres. Por tanto, podemos establecer que el bien función del cual se perdona se entiende
como un bien comunitario.

§ 5. Recapitulación y conclusiones

A modo de conclusión podemos resaltar las nociones que no solo están presentes en las
formas arcaicas, sino que también son fundamentales en nuestras figuras morales
contemporáneas.

La pena siempre significa deuda, lo cual nos lleva a la segunda nocion; todo mal acto
siempre lleva consigo un castigo y, por ende, una marca. Esta última parte, a saber, la marca, nos
remite al carácter estético de la moral y del juicio. La justicia debe sopesar y poner fin al ciclo de
venganzas, pues ésta es la única que cuenta con la acción violenta legítima. Por otro lado, un
problema latenete es identificar que rol juega el perdón en nuestros días. En otras palabras, si el
perdón social es algo activo en nuestra forma de perdón contemporánea es la cuestión central.
Esta cuestión puede inicialmente abordarse desde la mirada al pasado en busca desde nuestro
propio reflejo. Así pues, el perdón, como vimos, está basado en el bien comunitario y es
competencia exclusiva del poder, en cualquiera de sus expresiones suprahumanas, decidir que se
perdona. Por lo tanto, el perdón es algo que se da en función colectiva, nunca individual. Así
pues, la primera forma de perdón tiene carácter social. Por otro lado, es necesario recordar que el
perdón no significa absolución, siempre hay una marca que permite recordar lo sucedido, sino
que este significa que no se paga el verdadero valor equivalente del acto en cuestión.

7
Cabe contemplar, desde la perspectiva de los tiempos hipermodernos y la tiranía del
individuo, si el perdón social se ve como una noción lejana en el tiempo o es posible en nuestras
sociedades. Sin embargo, su noción primera, a saber, de perdón fundacional puede ser la clave
para determinar que tanto se puede perdonar de forma colectiva. Cúanto está dispuesta una
sociedad a perdonar está en directa relación de su valuación de los hechos tanto en provechosos
como repudiables. Así como puede darse el juicio y la condena social, sería posible admitir que
se de el perdón social, aunque éste se vea frente a la dura situación de ser reconocido por cada
individuo. Esto último nos arroja a la problemática de dar cuenta de quien efectúa o sopesa la
necesidad de dicho perdón social, en el casi arcaico era competencia de la entidad suprahumana.
Este perdón debía ser aceptado unánimemente por la comunidad incluso si no comprendía
porqué.

Finalmente, podemos preguntarnos si es factible que una sociedad, a través de sus


órganos representativos, pueda perdonar con base a un calculo moral de los beneficios que se
tendría como resultado de dicha decisión. Aunque aquello nos deja frente al infranqueable
problema de como se podría reconocer tal perdón, pues la democratización hace imperante que
las decisiones que se lleven a cabo por cualquier órgano representativo o institucional deban ser
legítimamente reconocidas por el individuo. Así que, ¿Es necesario, entonces, una suerte de
Sittlichkeit que acobije dichas decisiones y que permita entre ver la necesidad de dicho perdón
como un primer paso de reparación social a cada individuo desde su posición particular?

Bibliografía

1) Valcárcel, A. (2010) La memoria y el perdón. Barcelona: Herder.

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