Historia 5
Historia 5
Historia 5
El carácter más trascendental que posee la Edad Moderna es lo que Ruggiero Romano y Alberto
Tenenti denominan «la primera unidad del mundo»:
En 1531, al abrirse la nueva Bolsa de Amberes, una inscripción advertía que era in usum negotiatorum
cuiuscumque nationis ac linguae: para uso de los hombres de negocios de cualquier nación y lengua. Es en un
hecho como éste y en muchos otros de naturaleza semejante, más todavía que en los aspectos externos del
gigantismo político o económico, donde nos parece que debe buscarse el sentido profundo del período... Se
creaba una primera unidad del mundo: las técnicas circulan velozmente; los productos y los tipos de alimentación se difunden; la cocina
española, el trigo, el carnero, se introducen los bovinos en América; a más o menos largo plazo, el maíz, la patata, el chocolate, los pavos
llegan a Europa. En los Balcanes, las pesadas confituras turcas van penetrando lentamente; las bebidas turcas –o la manera turca de
prepararlas– se consolidan. Por todas partes, los paisajes cambian: los templos de las religiones de la América precolombina derribadosy
en su lugar se construyen iglesias católicas, y en las encrucijadas de los caminos de América se colocaban cruces; en los Balcanes, los
alminares se alzan al lado de las iglesias ortodoxas. Intercambios de técnicas, de culturas, de civilizaciones, de formas artísticas: la rueda –
desconocida en América– se introduce en el nuevo mundo; los pintores italianos llegan a las cortes de los sultanes (así, Gentile Bellini
termina, en 1480, el finísimo retrato de Mohamed el Conquistador). Una vasta economía mundial extiende sus hilos alrededor del globo: el
camino de las monedas del Imperio español, los famosos «reales de a ocho», acuñadas en las casas de moneda americanas, se hace cada
vez más largo y, tras el viaje tras atlántico, llegan en pequeñas o grandes etapas hasta el Extremo Oriente, para ser cambiadas por
especias, sedas, porcelanas, perlas ... El trigo del Báltico llega hasta la región atlántica de la península ibérica, y hacia 1590 entrará
masivamente hasta el Mediterráneo; el azúcar, de las islas atlánticas o del Brasil, empieza a llegar en grandes cantidades a los mercados
europeos; se democratizan algunos productos –como la pimienta– considerados hasta entonces de lujo o, por lo menos, privilegiados. La
modernidad de esta época, en torno a la cual generaciones enteras de historiadores han discutido para captar su presencia en mil aspectos,
en mil ideas, se afirma, precisamente, en esta primera unidad del mundo. Pero ésta es todavía demasiado frágil: si las líneas de navegación
enlazan ya con gran regularidad los distintos continentes, la piratería o las dificultades técnicas de la navegación rompen aquella
regularidad; si los anhelos imperiales –y unificadores– de un Carlos V parecían, por momentos, hacerse realidad a raíz de las victorias, se
descartaban muy fácilmente con las derrotas… y en las grandes escisiones internas que aparecen en Europa en el plano religioso, o en los
gérmenes de… la conciencia nacional que ahora empieza a desarrollarse. 8
Desde una perspectiva materialista, se entiende que este proceso de transformación empezó con el
desarrollo de las fuerzas productivas, en un contexto de aumento de la población (con altibajos,
desigual en cada continente y con existencia de índice de mortalidad catastrófica propia del
el Antiguo Régimen demográfico, por lo que no puede compararse a la explosión demográfica de la
Edad Contemporánea). Se produce el paso de una economía abrumadoramente agraria y rural,
base de un sistema social y político feudal, a otra que sin dejar de serlo mayoritariamente, añadía
una nueva dimensión comercial y urbana, base de un sistema político que se va articulando
en estados-nación (la monarquía en sus variantes autoritaria, absoluta y en algunos
casos parlamentaria); cambio cuyo inicio puede detectarse desde fechas tan tempranas como las
de la llamada revolución del siglo XII y que se precipitó con la crisis del siglo XIV, cuando se abre
la transición del feudalismo al capitalismo que finalizó en el siglo XIX.nota 8
Mientras en Europa se desarrollaba este conflicto secular, la totalidad del mundo, conscientemente
o no, fue afectada por la expansión europea. Como se ha visto en Secuenciación, para el mundo
extraeuropeo la Edad Moderna significa la irrupción de Europa, en mayor o menor medida según el
continente y la civilización, a excepción de una vieja conocida, la islámica, cuyo campeón, el
Imperio Turco, se mantuvo durante todo el periodo como su rival geoestratégico. Según la
perspectiva de América, la Edad Moderna significa tanto la irrupción de Europa como la gesta de la
independencia que dio origen a los nuevos estados nacionales americanos.
El rol de la burguesía[editar]
Los burgueses, nombre que se dio en la Edad Media en Europa a los habitantes de los burgos (los
barrios nuevos de las ciudades en expansión), tenían una posición ambigua en la Edad Moderna.
Una visión lineal, que le interese los hechos hasta la Revolución Burguesa, les buscará
emplazándose a sí mismos fuera del sistema feudal, como hombres libres que, en Europa, se
hicieron poderosos gracias a la creación de redes comerciales que la abarcaban de norte a sur.
Ciudades que habían conseguido una existencia libre entre el imperio y el papado,
como Venecia y Génova, crearon verdaderos imperios comerciales. Por su parte, la Hansa dominó
la vida económica del Mar Báltico hasta el siglo XVIII. Las ciudades eran islas en el océano feudal,
pero el que la burguesía fuera realmente un factor que disolviera el sistema feudal, o más bien un
testimonio de su dinamismo, al expandirse con el excedente que los señores extraen en sus feudos,
es un tema que ha discutido extensamente la historiografía.10 El mismo papel de la ciudad europea
durante la Edad Moderna puede considerarse un proceso de larga duración dentro del
milenario proceso de urbanización: la creación de una red urbana, preparación necesaria para el
cumplimiento de las funciones sociales del mundo industrial moderno. A la línea de meta llegaron
con ventaja metrópolis como Londres y París en el siglo XVIII; por el camino quedaron rezagadas,
sin capacidad de articular una economía nacional de dimensiones suficientes para el despegue
industrial, ciudades relegadas a la condición
de semiperiféricas: Lisboa, Sevilla, Madrid, Nápoles, Roma o Viena; o, con otras características
funcionales, independientemente de su tamaño, las de la periferia euro-mediterránea: Moscú o San
Petersburgo, Estambul, Alejandría o El Cairo; y las de la arena exterior, tanto en espacios ajenos a
la colonización europea (Pekín) como las ciudades coloniales.11
Aunque fue enorme la diferencia de posición económica entre alta burguesía, baja
burguesía y plebe empobrecida, no lo estaba en muchos extremos por su condición social: todas
eran pueblo llano. La diferenciación entre burguesía y campesinado todavía era más significativa,
pues fuera de las ciudades es donde vivía la inmensa mayoría de la población, dedicándose a
actividades agropecuarias de muy escasa productividad, lo que las condenaba al anonimato
histórico: la producción documental, que se desarrolla de forma extraordinaria en la Edad Moderna
(no solo con la imprenta, sino con el auge burocrático del estado y de los particulares: registros
económicos, protocolos notariales...) es esencialmente urbano. Los fondos de los archivos
europeos empiezan ya a competir en densidad de fuentes documentales con enorme ventaja frente
a los chinos, de milenaria continuidad.
También puede verse a la burguesía como un aliado del absolutismo, o como un agregado social
sin verdadera conciencia de clase, cuyos individuos prefieren la "traición" que les permite el
ennoblecimiento por compra o matrimonio, sobre todo cuando la ideología dominante persigue el
lucro y santifica la renta de la tierra.12 Su papel como agente revolucionario había ocasionado
las revueltas populares urbanas de la Edad Media, y continuará vivo pero errático en las de la Edad
Moderna, algunas teñidas de ideología religiosa, otras de revuelta antifiscal o incluso de motines de
subsistencia.13 Dentro de la Monarquía Hispánica, se estableció todo un complejo sistema de
dinámica social, lo que dentro de la historiografía se ha establecido como el Cambio Inmóvil. Este
se desarrolla, con base en el servicio de la corona, los matrimonios mixtos, como en el resto de
Europa. No obstante, lo más relevante será la suplantación de la nobleza, a través de asimilar las
distintas formalidades, modos de vida de las clases nobiliarias. Pasando en cuestión de una o dos
generaciones a considerarse tanto ellos mismos como el resto de su comunidad.14 Con base en
estos movimientos y la necesidad de la financiación por parte de la Monarquía Hispánica, dio pie a
una continua venta tanto de cargos como de títulos nobiliarios en contra de los propios territorios de
la corona.
En otros continentes, la caracterización social de una clase definida por su actividad urbana, su
identificación con el capital y la condición de no privilegiada, es mucho más problemática. No
obstante, se ha aplicado el término en Japón, cuya formación económico-social ha sido asimilada al
feudalismo, y con muchas más dificultades en China, aunque las interpretaciones de su
historia están muy vinculadas a posiciones ideológicas. En el caso concreto de Japón, debemos de
destacar la constitución de una sociedad estamental completamente estanca, mantenida por parte
del Shogunato Tokugawa. En ella la casta militar mantuvo su importancia a pesar de ir tendiendo a
la pobreza, manteniéndose hasta el siglo XIX15
El mundo islámico tenía desde sus orígenes una fuerte componente comercial, con un desarrollo
impresionante de las rutas a larga distancia (navieras y caravaneras), y una artesanía superior a la
europea en muchos aspectos, pero el desarrollo de las fuerzas productivas demostró ser menos
dinámico, y con éstas la dinámica social. Los mercaderes árabes o el zoco, sin dejar de ser
bullicioso y reflejar el descontento popular en periodos de crisis, no estuvieron nunca en
condiciones de significar un desafío a las estructuras.
América fue, desde el comienzo de su colonización, una tierra de promisión donde se hacían
experiencias de ingeniería social. Las reducciones jesuíticas o los peregrinos del Mayflower son
casos extremos, siendo el fenómeno más importante la ciudad colonial hispánica, con su urbanismo
trazado a cordel a partir de una amplia Plaza Mayor sobre tierras vírgenes o ciudades
precolombinas, a veces incluso convirtiéndose en ciudad peregrina, cambiando su emplazamiento
por terremotos o condiciones sanitarias. Es posible encontrar la formación de una burguesía en
América durante la Edad Moderna, en las colonias británicas del norte, y en
los criollos hispanoamericanos, que impulsarán los procesos de independencia y contribuirán
decisivamente al final del Antiguo Régimen y la plasmación de los valores de la Edad
Contemporánea.
Las exploraciones financiadas por las monarquías europeas (en Portugal, el caso precoz de Enrique
el Navegante), y llevadas a cabo por personajes como Cristóbal Colón, Juan Caboto, Vasco de
Gama o Hernando de Magallanes, surcaron mares hasta ese momento inexplorados y llegaron a
tierras que eran desconocidas por los europeos, posibilitados gracias a una serie de adelantos en
materia de náutica: la brújula y la carabela. La relación que el espíritu individualista y la búsqueda
de prestigio pudieran tener con los valores burgueses no es tan clara: no supone ninguna variación
desde tiempos de Marco Polo y tiene posiblemente más relación con el espíritu caballeresco y los
valores nobiliarios de la Baja Edad Media.16 Aprovechando sus
descubrimientos, España, Portugal y Holanda primero, y Francia e Inglaterra después,
construyeron imperios coloniales, cuyas riquezas, sobre todo la extracción de oro y plata de
América, estimularon todavía más la acumulación de capital y el desarrollo de la industria y el
comercio, aunque a veces más fuera del propio país que dentro, como fue el caso de la castellana,
que sufrió las consecuencias de la Revolución de los Precios y una política económica,
el mercantilismo paternalista que busca más la protección del consumidor (y de los privilegiados)
que la del productor.
Fuera de Inglaterra y Holanda, en el siglo XVII, la burguesía tenía un poder económico relativo, y
ningún poder político. No sería propio decir que llegó a sus manos ni siquiera cuando reyes
como Luis XIV empezaron a llamar a burgueses como ministros de estado, en vez de la vieja
aristocracia.
Este proceso no fue ni continuo ni sin altibajos, y no estaba claro en sus comienzos si habría de
prevalecer la Idea Imperial de Carlos V, el mosaico multinacional dinástico de los Habsburgo o la
expansión europea del Imperio otomano. Si en el siglo XVIII parecían fuertemente establecidos los
actuales Estados de España, Portugal, Francia, Inglaterra, Suecia, Holanda o Dinamarca, nadie
podía haber previsto el destino de Polonia, repartido entre sus vecinos. Los intereses dinásticos de
las monarquías eran cambiantes y produjeron a lo largo de la Edad Moderna inacabables
intercambios de territorios, por razones bélicas, matrimoniales, sucesorias y diplomáticas, que
hacían que las fronteras fueran cambiantes, y con ellas los súbditos.
El aumento del poder de los reyes se centró en tres direcciones: eliminación de todo contrapoder
dentro del Estado, expansión y simplificación de las fronteras políticas (el concepto de fronteras
naturales) en competencia con los demás reyes, y eliminación de estructuras feudales
supranacionales (las dos espadas: el papa y el emperador).