Literatura Aura

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Carlos Fuentes

Keyla Vargas
Agustina Sierra
Ludmila Acuña
Castellano
Guadalupe Valdivia
Capítulo 1 : Los Ojos
Verdes

Lees ese anuncio: Una oferta de esa naturaleza no se hace todos los
días. “se solicita historiador joven. Ordenado. Escrupuloso. Conocedor
de la lengua francesa. Conocimiento perfecto, coloquial. Capaz de
desempeñar labores de secretario. Juventud, conocimiento del francés,
preferible si ha vivido en Francia. Tres mil pesos mensuales, comida y
recamara cómoda, asoleada, apropiada estudio.”
Tratas de olvidar mientras caminas a la esquina a esperar el autobús.
Al bajar descubres 815, antes 69. Tocas esa puerta que huele a pino
viejo y húmedo; buscas una manija; terminas por empujar.

La puerta cede al empuje levísimo, de tus dedos, y antes de entrar


miras por última vez sobre tu hombre, frunces el ceño porque la larga
fila detenida de camiones y autos gruñe, pita, suelta el humo insano
de su prisa.
Cierras el zaguán detrás de ti e
intentas penetrar la oscuridad de
ese callejón techado. El olor de la
humedad, de las plantas podridas,
te envolverá mientras marcas tus
pasos, primero sobre las baldosas
de piedra, enseguida sobre esa
madera crujiente, fofa por la
humedad y el encierro

Tocas una puerta que huele a


pino viejo y húmedo, buscas
una manija; terminas por
empujar y sentir, ahora, un
tapete bajo tus pies. Empujas y
las luces disparadas se trenzan
en tus pestañas, como si
atravesaras una tenue red de
seda.
Te tocan unos dedos sin temperatura que se detienen largo tiempo
sobre tu palma húmeda.
-Felipe Montero. Lei su anuncio.
-Claro. Lo leyó. ¿Se siente calificado?
-Si, por eso estoy aquí.
- Mis condiciones son que viva aquí. No queda mucho tiempo.

-Se trata de los papeles de mi marido, el general Llorente. Deben ser


ordenados antes de que muera. Deben ser publicados. Lo he decidido hace
poco.
-Y el propio general, ¿no se encuentra capacitado para…?
-Murió hace sesenta años, señor. Son sus memorias inconclusas. Deben ser
Completadas. Antes de yo muera.
Al extender su mano, tú sientes otra mano que toca los dedos de
la anciana

Miras a un lado y la muchacha está ahí


La anciana sonreirá, incluso reirá con su timbre agudo y dirá
que le agrada tu buena voluntad y que la joven te mostrará tu
recamara
- Aquí esta su cuarto. Lo esperamos para cenar en una hora

Levantas los ojos hacia el tragaluz inmenso que hace las veces de
techo. Sonríes al darte cuenta de que ha bastado la luz del
crepúsculo para cegarte y contrastar con la penumbra del resto
de la casa.
Capítulo 2 : Luz en Medio
de la Oscuridad

Consultas el reloj, después de haber fumado dos cigarrillos,


recostado en la cama. De pie, te pones el saco y pasas el peine
por el cabello
Aura te estará esperando con el candelabro en la mano.
- -¿Se encuentra cómodo?
- Entras, siempre detrás de ella, al comedor. Colocará cuatro
cubiertos y dos platones calientes bajo cacerolas de plata y
una botella vieja y brillante por el limo verdoso que la
cubre.
- La señora Consuelo le ruega que pase a verla después de la
cena
Has aprendido el camino. Tomas el candelabro y cruzas la
sala y el vestíbulo. La primera puerta, es la de la anciana.
Tocas con los nudillos, sin obtener respuesta. Tocas otra
vez. Empujas la puerta: ella te espera.
La ves de lejos hincada, cubierta por ese camisón de lana burda,
con la cabeza hundida en los hombros delgados. De repente,
levanta los puños y pega al aire sin fuerzas.

De rodillas, amenaza con los puños, balbucea las palabras que


solo cerca de ella pueden escucharse

“ Llega, ciudad de Dios; suena, trompeta de


Gabriel; ¡Ay, pero como tarda en morir el
mundo”
Se golpeara el pecho hasta derrumbarse, frente a las imágenes y
las veladoras, con un acceso de tos. Tú la tomas de los codos.
- Perdón, señor Montero… a las viejas solo nos queda el
placer de la devoción.
- Trate usted de descansar.

- En aquel rincón… abra ese baúl y traiga los papeles que


están a la derecha, encima de los demás… amarrados con
un cordón amarillo.
- Quédese la llave. Acéptela. Confío en usted
Lees esa misma noche los papeles amarillos, escritos con una
tinta color mostaza, a veces, horadados por el descuido de una
ceniza de tabaco, manchados por moscas. El francés del general
Llorente no goza de las excelencias de su mujer le habrá
atribuido. Te dices que tu puedes mejorar considerablemente el
estilo.
Caminas al baño cuando ese maullido implorante y doloroso
destruye el silencio de la mañana.

Esos maullidos se cuelan desde el tragaluz. Trepas a la silla, de la


silla a la mesa de trabajo y apoyándote en el librero puedes
alcanzar el tragaluz donde hay cinco o seis gatos.
Puedes alcanzar el tragaluz,
abrir uno de sus vidrios,
elevarte con esfuerzo y clavar
la mirada en ese jardín lateral,
ese cubo de tejos y zarzas
enmarañados donde cinco, seis,
siete gatos- no puedes
contarlos.
Te asomas al corredor; Aura
camina con esa campana en la
mano, te dice que el desayuno
está listo.

En el comedor, encuentras tu
desayuno servido: un solo
cubierto. Comes rápidamente,
regresas al vestíbulo, tocas a la
puerta de la señora Consuelo.
Revisas todo el día los papeles, pasando en limpio los
párrafos que piensas retener, redactando de nuevo.
Escuchas la campana.

Revisas todo el día los papeles, pasando en limpio los


párrafos que piensas retener, redactando de nuevo.
Escuchas la campana.
Aura ya estará sentada; la cabecera la ocupara la señora
Llorente, envuelta en su chal y su camisón, agachada sobre
el plato. Pero el cuarto cubierto también esta puesto.

Solo, te sirves cafe que también ha estado allí desde el


principio del almuerzo, el café frio que bebes a sorbos
mientras frunces el ceño y te preguntas si la señora no
poseerá una fuerza secreta sobre la muchacha, si la
muchacha, tu hermosa Aura vestida de verde, no estará
encerrada contra su voluntad en esta casa vieja, sombría.
Olvidando los papeles amarillos, de
tus propias cuartillas anotadas,
pensando solo en la belleza inasible
de Aura – mientras más piensas en
ella mas tuya la harás, no solo
porque piensas en su belleza y la
deseas, sino porque ahora la deseas
para liberarla.

Vuelves a tu cuarto y por primera vez


en muchos años sueñas, sueñas con
una sola cosa, sueñas con esa mano
descarnada que avanza hacia ti con la
campana en la mano, gritando que te
alejes, que se alejen todos, y cuando el
rostro de ojos vaciados se acerca al
tuyo, despiertas con un grito mudo,
sudando, y sientes esas manos que
acarician tu rostro y tu pelo, esos labios
que murmuran con la voz más baja, te
consuelan, te piden calma y cariño.
Alargas tus propias manos para
encontrar el otro cuerpo desnudo.
Cuesta trabajo despertar. Los
nudillos tocan varias veces y te
levantas de la cama
pesadamente, gruñendo: Aura,
del otro lado del a puerta, te
dará que no abras: la señora
Consuelo quiere hablar
contigo; te espera en su
recamara.

Diez minutos después entras al


santuario de la viuda.
- ¿ trae usted la llave?
- Si, aquí esta.
- Puede leer el segundo
folio. En el mismo lugar,
con la cinta azul.
Caminas hacia la puerta. En el vestíbulo aprietas los
dientes. ¿Por qué no tienes el valor de decirle que amas a la
joven? ¿Por qué no entras y le dices, de una vez, que
piensas llevarte a Aura contigo cuando termines el trabajo?
Sabes, al cerrar de nuevo el folio, que por eso vive Aura es
esta casa: para perpetuar la ilusión de juventud y belleza de
la pobre anciana enloquecida. Aura, encerrada como un
espejo, como un icono mas de ese muro religioso, cuajado
de milagros, corazones preservados, demonios y santos
imaginados.
Encuentras a Aura en la cocina,
en el momento en el que degüella
un macho cabrío, detrás de esa
imagen se pierde la de una Aura
mal vestida, con el pelo revuelto,
manchada de sangre.

Hablaras con la anciana. Al


abrir la puerta de un empujan
la ves, detrás del velo de luces,
de pie, cumpliendo su oficio de
aire habiendo los mismos
movimientos que hace Aura.
Subes lentamente lentamente
a tu recamara, entras, te
arrojas contra la puerta como
si temieras que alguien te
siguiera: jadeante, sudoroso,
presa de la importancia de tu
espina helada, de tu certeza: si
algo o alguien entrara, no
podrías resistir, te alejarías de
la puerta, lo dejarías hacer.

Tomas febrilmente la butaca,


la colocas contra esa puerta sin
cerradura, empujas la cama
hacia la puerta, hasta
atrancarla, y te arrojas
exhausto sobre ella, exhausto y
abúlico, con los ojos cerrados
y los brazos apretados
alrededor de tu almohada.
Tomas febrilmente la butaca, la colocas contra esa puerta sin cerradura,
empujas la cama hacia la puerta, hasta atrancarla, y te arrojas exhausto sobre
ella, exhausto y abúlico, con los ojos cerrados y los brazos apretados alrededor
de tu almohada.

Comes tu cena fría – riñones,


tomates, vino – con la mano
Derecha: detienes la muñeca
Entre los dedos de la Izquierda.
Decides bajar a ese patio techado, sin luz. El fosforo encendido
ilumina. El tercer fosforo se apaga, subes con pasos lentos al
vestibulo, sobre las puntas de los pies, a la de Aura: la empujas,
sin dar aviso; y entras a esa recamara desnuda.

Subes al vestíbulo. Aura vestía de


verde y te dice:

-Siéntate en la cama, Felipe.


Caes sobre el cuerpo desnudo de
Aura y escuchas su voz tibia en
tu oreja: ¿Me querrás siempre?
¿Me lo juras?; Tú le contestaras:
Te lo juro.

Al despertar, buscas la
espalda de Aura solo tocas
esa Almohada, caliente aun,
y las sábanas blancas que te
envuelven.
La señora Consuelo que esta sentada en ese sillón que tu notas por
primera vez: las dos sonrien, te agradecen. Recostado, piensas que
la vieja ha estado todo el tiempo en la recamara; recuerdas sus
movimientos, su voz, su danza, por mas que te digas que no ha
estado allí.
Las dos se levantaran al mismo tiempo, Consuelo de la silla, Aura
del piso. Las dos te darán la espalda, caminaran pausadamente
hacia la puerta que comunica con la recamara de la anciana,
pasaran juntas al cuarto donde tiemblan las luces colocadas frente a
las imágenes, cerraran la puerta detrás de ellas, te dejaran dormir en
la cama de Aura.
Al despertar, buscas otra presencia en el
cuarto y sabes que no es la de Aura la
que te inquieta. Te llevas las manos a a
las sienes, tratando de calmar tus
sentidos en desarreglo. Recordaras a la
vieja y a la joven que te sonrieron,
abrazadas antes de salir juntas: te repites
que siempre, cuando están juntadas,
hacen exactamente lo mismo: se
abrazan, sonrien, comen, hablan,
entran, salen, al mismo tiempo, como si
una imitara a la otra, como si de la
voluntad de una dependiese de la otra.

Se escucha el ritmo sordo de esa


campana que se pasea a lo largo
del corredor, advirtiéndote que
el desayuno está listo. Tomas
con la mano la muñeca de la
mujer, esa muñeca delgada, que
tiembla…
Apenas pruebas el café negro y frio que te espera en el comedor.
Caminas hasta el baúl colocado en el rincón.

Luego vas a la recamara de Doña consuelo y caminas hasta el baul


colocado en el rincón.
Sustraes el tercer folio de las memorias y al levantarlo encuentras
esas fotografias viejas, duras, comidas de los borde, que también
tomas, sin verlas, apretando todo el tesoro contra tu pecho,
huyendo sigilosamente sin cerrar el baúl. Cierras la puerta y subes a
tu cuarto.

Sustraes el tercer folio de cinta roja. En el leerás los nuevos papeles


la fecha 1876, escrita con tinta blanca y detrás veras a Aura en
compañía del viejo, ahora vestido de paisano. Aura no se verá tan
joven como en la primera fotografía, pero es ella, es el, es… eres tú.
La cabeza te da vueltas, inundada por el ritmo de ese vals lejano
que suple la vista, el tacto, el olor de las plantas húmedas y
perfumadas: caes agotado sobre la cama.
1876
Aura no se verá tan joven como la
Primera corografía, pero es ella, es
él, es… eres tú.
La cabeza te da vueltas, inundada
Por el ritmo de ese vals lejano que
suple la vista, el tacto, el olor de
Plantas humedas y perfumadas:
Caes agotado sobre la cama.

Descenderás rápidamente los


peldaños que te alejan de esa
celda
Escucharas el leve crujido de la
tafeta sobre los edredones,
alargaras la mano para tocar la
bata verde de Aura; escucharas
la voz de Aura. Querrás acercar
tu mano a los senos de Aura.
Ella te dará la espalda: lo sabrás
por la nueva distancia de su
voz.

Sin escuchar su queja aguda tocaras esos senos flácidos.


Ese ojo de la pared que deja filtrar la luz. Veras los labios sin carne
que has estado besando, de las encías sin dientes que se abren ante
ti: veras bajo la luz de la luna el cuerpo desnudo de la vieja, de la
señora Consuelo. Hundirás tu cabeza, tus ojos abiertos, en el pelo
plateado de Consuelo, la mujer que volverá a abrazarte cuando la
luna pase, tea tapada por las nubes, los oculte a ambos, se lleve en
el aire, por algún tiempo, la memoria de la juventud, la memoria
encarnada.

-Volverá, Felipe, la traeremos juntos. Deja que recupere fuerzas y la


hare regresar.

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