Copia de ESU - Módulo 4
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Módulo 4
De la Edad de Oro al Cordobazo: la Universidad entre la democracia y el
autoritarismo
Introducción
Se abrió así una fase de nuestra república identificada como una democracia débil o
incluso “semidemocracia”, caracterizada por su inestabilidad y alta conflictividad política
y social. La legitimidad de los gobiernos que sí eran electos era poca y cuestionable, ya
que las elecciones se llevaban a cabo sin el principal partido político popular, y porque los
militares ejercían un constante control sobre aquellos. Esta “tutela militar” que presionaba
su accionar e intervenía estableciendo presidentes de facto se volvió un elemento
fundamental del escenario político, en conjunto con la noción de un “juego imposible” para
los gobiernos de Frondizi (1958-1962) e Illia (1963-1966). Éstos por sí solos no tenían una
base de poder suficiente, necesitaban conseguir el apoyo peronista al mismo tiempo que
contentar al Ejército que ordenaba esa proscripción.
Asimismo, dividimos esta lectura en dos partes. La primera abarca la llamada Edad
de Oro más el debate Laica-Libre, pasando por el desarrollismo frondizista. La segunda,
analizará la Revolución Argentina en conjunto con la “politización” de las universidades. Un
hilo conductor de todo el período bien podría ser la creciente activación del estudiantado y
la transformación del marco interpretativo de su acción colectiva (Gordillo, 2003). Con ello,
el nuevo paradigma para comprender el papel de la universidad como centro de
pensamiento crítico e impulsor del cambio social a la par de las demás luchas de la época.
Parte 1:
Universidad Reformista y el proyecto desarrollista – El debate Laica o Libre
La “Revolución Libertadora”
¿En qué sentido los partícipes del golpe querían realizar una gran transformación?
Pretendían terminar con una forma de hacer política y diseñar un nuevo modelo de
“república posible” basada en la participación de todos los partidos y grupos de interés
menos del que había sido – y todavía era– la fuerza mayoritaria (Gordillo, 2003). El
peronismo fue proscripto, perseguido e intentado borrar de la política desde el principio. Es
así que por parte del peronismo, se nombró a esta “Revolución” como “Fusiladora”, debido a
los asesinatos perpetrados contra varios de sus referentes y la feroz represión desatada.
La presidencia fue primero ocupada por Eduardo Lonardi y luego Pedro Eugenio
Aramburu. Estos dos generales presentaron los aspectos que caracterizaron los tres años
de autoritarismo: el fuerte nacionalismo y clericalismo y, particularmente el segundo, el
propósito de “desperonizar” la política y la sociedad argentinas. Mientras que el primero
había intentando una propuesta más conciliadora y pretendía que el nuevo régimen
instaurado durase lo mínimo necesario para reorganizar el país (“ni vencedores ni vencidos”
exclamó al principio), Aramburu disolvió el partido peronista, inhabilitó a sus integrantes a
trabajar en el Estado, a quienes habían ocupado cargos sindicales los excluyó de su
representación gremial e intervino por decreto la CGT (Confederación General del Trabajo),
además de prohibir el uso de todos sus símbolos (Tcach, 2002). Recordemos que ésta
había entablado una estrecha y simbólica relación con el gobierno de Perón y
especialmente con Evita, por eso constituyó uno de los principales blancos. El objetivo era
el de “reeducar a las masas” para que esa identidad construida alrededor del peronismo se
diluyera hasta desaparecer.
Ahora que conocemos un poco mejor qué ocurrió en 1955, tenemos presente el
contexto en el cual inicia, según la historiografía clásica de la universidad, la conocida Edad
de Oro que ésta tuvo en nuestro país. Comprendió un período de gran desarrollo del
sistema universitario y científico; fue la época dorada de la enseñanza, investigación y
producción de conocimiento; con reconocimiento nacional e internacional; con la
expansión de la matrícula y de la creación de nuevas instituciones.
Que la Edad de Oro se inaugure con este proceso puede llegar a sugerir cierto sesgo
en la lectura historiográfica como “desconfiado” del peronismo. Al menos, de su vínculo con
la universidad. Nosotros, a 20, 30 años de los aportes de esa perspectiva, contamos con
otras herramientas para revisar esa relación, sobre todo en clave del derecho a la
universidad, concepción a la cual el peronismo aportó. De hecho, la expansión de la
matrícula universitaria que ocurrió antes y durante este período bajo análisis tiene que ver
con sus políticas.
Por otra parte, entonces, tenemos la cuestión de cuándo termina esta Edad de Oro.
1966 es el año en que ocurre la “Revolución Argentina” y con ella, un gran atropello contra
el mundo del pensamiento a través de la represión e intervención sobre las
universidades. Lo trabajaremos más adelante en este módulo, sólo vamos a adelantar que
esto despertó un nuevo proceso de subjetivación política en el movimiento estudiantil
que desplazó la identificación reformista. En otras palabras, las nuevas condiciones llevaron
a los estudiantes a repensar su rol como tales, sus valores, motivos por los cuales luchar,
mucho más allá de la universidad en sí, entendiéndose como protagonistas de un cambio
social. Esta radicalización política del estudiantado, en conjunto con el deterioro de la
situación académica por las medidas autoritarias, marcaron una nueva etapa en la historia.
Ciertamente, esta Edad de Oro tuvo su correlato nacional y global. Los niveles de
empleo, mejor distribución de la riqueza, menor grado de desigualdad, daban los mejores
indicadores en este momento acá y en el mundo. El capitalismo se hallaba en una fase
exitosa en occidente, por y gracias a esta integración de todas las clases sociales en el
desarrollo económico. A su vez, este período conllevó una alta conflictividad política, hecho
que a simple vista parece contradictorio. De acuerdo con algunos análisis de las ciencias
sociales, la mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora preparó el terreno
para agendas más ambiciosas o más reivindicaciones. Cuando se empezaron a percibir
obstáculos en esa mejoría, se volvió propicio incluso para radicalizar esas posturas. La
universidad, por lo tanto, representó tanto ese éxito del modo de producción capitalista
trasladado a la ciencia – también su complementariedad – como el campo donde se
gestaron importantes cuestionamientos a su capacidad de perdurar con esos estándares.
Ubicar el fin de esta época en un nuevo gobierno autoritario que anuló la estructura de
autogobierno tripartito, al igual que identificar su inicio con la instalación de ésta, señala que
se entienden a las condiciones democráticas como fundamentales para la libre producción
de conocimiento. En la mirada de nuestra tradición universitaria, la política, el activismo, la
asamblea, no son obstáculos a la universidad sino características que la posibilitan. Las
banderas reformistas y luego la efervescencia política de los 60, expresan una marca de
identidad, la democracia puertas adentro y afuera es una garantía para hacer ciencia en
libertad: poder leer, criticar, discutir de manera colectiva todo tipo de fuentes y aportar a la
sociedad. Vemos que el producto de un período que se valió de ello fue distintivo y exitoso.
Según lo relata César Tcach (2002) el nuevo presidente despertó un gran entusiasmo
entre diversos sectores sociales por su retórica catch all – amplia e inclusiva– que exaltaba
a trabajadores y a empresarios, causaba simpatía entre los universitarios e intelectuales y
no ofendía a la Iglesia Católica. En sus primeros cuatro meses de gobierno, se aprobó una
ley de amnistía y derogación de las inhabilitaciones gremiales, anuló las prohibiciones de
simbología peronista y aprobó un aumento salarial del 60%; se sancionó la ley 14.455 de
asociaciones profesionales (basado en un viejo decreto de 1945 derogado por la
Revolución Libertadora); dio paso a la negociación laboral por industria a través de sus
mayorías que eran peronistas y autorizó su control de las obras sociales. Sin embargo, el
camino que le abrió al peronismo obstruyó el de las FFAA: éstas realizaron más de 30
“planteos” o intervenciones de presión a lo largo de su gobierno.
En ese sentido, Frondizi sancionó una normativa que no estuvo exenta de críticas y
polémica. Para poder alcanzar el autoabastecimiento energético – y dejar de importarlo–
se le permitió al capital extranjero la exploración y explotación de las reservas
petrolíferas. La ley de su radicación, y también la de promoción industrial, disponían un
tratamiento impositivo preferencial y la repatriación de capitales y ganancias. Si bien el
objetivo era concebido como nacionalista –no depender de las importaciones sino generar
acá los recursos– los medios adoptados fueron percibidos como una traición (Tcach, 2002).
Además, por otro lado, para su segundo año de gobierno Frondizi lanzó un plan de
estabilización económica y de austeridad que provocó protestas entre los sectores obreros y
populares. Éste incluía la reducción del gasto público, liberación de precios y limitación de
los aumentos salariales (ídem). Las huelgas y otras formas se volvieron más frecuentes e
intensas, al igual que el accionar represivo sobre ellas. En los conflictos intervenían las FF.
AA. en el marco del llamado Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado): se les otorgó
jurisdicción para la represión de las protestas y para juzgar y encarcelar dirigentes. Aunque
su función constitucional comprende la defensa del territorio y la garantía de seguridad
frente a ataques extranjeros, pudo basarse formalmente en la Ley N° 13.234 de
Organización de la Nación para Tiempos de Guerra aprobada por la Cámara de Diputados
en 1948 (sin debates previos) la cual otorgaba facultades judiciales al Poder Ejecutivo
Nacional y permitía a las FFAA reprimir en asuntos internos (Tcach, 2002).
La cuestión universitaria fue otro de los elementos en los cuales Frondizi tomó un
camino inesperado, o mejor dicho, contradictorio con todo el apoyo que ese sector le había
brindado. El proyecto de la Revolución Libertadora, por su afinidad con la Iglesia Católica,
había sido el de formalizar las universidades privadas y otorgarles la potestad de emitir
títulos profesionales. No obstante, no llegó nunca a reglamentar el decreto que lo disponía,
por lo que el tema quedó pendiente y fue algo de lo que el nuevo gobierno radical debió
hacerse cargo, y/o le convenía hacerlo para evitar conflictos con el actor poderoso que era
en ese entonces la Iglesia. Así fue que propuso la legislación de todo lo referido al
funcionamiento de las universidades privadas. Esto causó la indignación hasta del
hermano del presidente, Risieri Frondizi, rector en ese momento de la mismísima UBA. De
esa forma se disparó la pugna que da título a este módulo. De acuerdo con César Tcach
(2002), este acuerdo con los defensores de la educación privada es una muestra más de
una política de “atracción a los factores de poder” que el presidente procuró hacer;
podríamos pensar, dentro de un complejo escenario siempre al borde de desmoronarse por
un nuevo golpe de Estado.
Al fin y al cabo, en 1962 Frondizi fue depuesto y en su lugar fue colocado José María
Guido. Las causales más directas de esa decisión están relacionadas con el mencionado
contexto internacional: desde el éxito de la Revolución en Cuba y su ruptura con Estados
Unidos la llamada “lucha antisubversiva” se intensificó en todos los países
latinoamericanos. Por eso, el principio de no intervención en la política interna de otros
Estados defendido por Frondizi, la oposición a expulsar a Cuba de la OEA (Organización de
Estados Americanos) y su entrevista con el Che Guevara fueron detonantes para su
remoción del cargo; todas posturas que iban a contracorriente de lo que los demás países
estaban haciendo por la influencia de la potencia occidental. Antes también se había
reunido con los otros exponentes del desarrollismo brasileño, los presidentes Juscelino
Kubitschek y Jânio Quadros, con la intención de mejorar esa relación bilateral y emprender
políticas comunes (conversaciones en la Conferencia de Uruguayana, 1961). Quadros se
había entrevistado recientemente con el Che Guevara también, lo que fue visto con malos
ojos por los militares.
Las Fuerzas Armadas realizaron entonces un “planteo” que esta vez tenía tres
posibilidades de salida: renunciar, aplicar la ley de acefalía, deponer al presidente. Los
militares para este momento se habían empezado a dividir entre antiperonistas e
institucionalistas, siendo las FFAA las que adoptaron la primera postura y aceleraron el
derrocamiento de Frondizi, quien recientemente le había permitido al peronismo presentarse
a elecciones provinciales bajo otro nombre. El breve período a cargo de Guido (hasta ese
entonces presidente del Senado) estuvo entonces marcado por una reafirmación de la
tradición liberal en lo económico y el conservadurismo político (Tcach, 2022). Los miembros
del gabinete representaron esa ortodoxia: contó con Álvaro Alsogaray y José Alfredo
Martínez de Hoz. Las provincias fueron intervenidas y desconocidos los resultados de las
últimas elecciones.
Hecho este repaso histórico, queda más claro cuál era el contexto en el cual se
desenvolvió uno de los más apasionantes debates de nuestra sociedad. “Laica o Libre” es el
nombre con el que quedó registrado en la historia argentina la discusión política sobre la
posibilidad de habilitar la existencia de universidades privadas, que tuvo lugar en 1958.
Fue significativo para el escenario de ese entonces pero también implicó un punto de
inflexión en la trayectoria de la educación superior en el país, ya que hasta ese momento,
las únicas universidades con potestad de emisión de títulos profesionales eran aquellas
financiadas por el presupuesto público.
Simbólicamente, esto representaba que era una función específica del Estado la
formación y autorización de personas capacitadas para desempeñar las diversas
ocupaciones que la sociedad requería. No podemos pasar por alto que una cuestión que el
peronismo, la Revolución Libertadora y el desarrollismo frondizista compartieron fue la
centralidad del rol del Estado para reordenar la sociedad, no obstante cada uno le
atribuyó propósitos diferentes. Bueno, la visión que cada uno tenía del aspecto educativo
también difería (recordemos el módulo anterior sobre la ley de Perón), aunque todos
coinciden en que se necesitan ciertas políticas estatales para regularla.
Como adelantamos, el conflicto se remontaba al artículo 28 del decreto 6403/1955
de la descrita Revolución Libertadora, el cual facultaba a “la iniciativa privada a crear
universidades libres, que estarán capacitadas para expedir diplomas y títulos habilitantes,
siempre que se sometan a las reglamentaciones que se dictarán oportunamente”. El decreto
en sí iba más allá: consagraba la autonomía universitaria y el gobierno tripartito con
participación estudiantil, que eran las causas del reformismo; llevaba al terreno universitario
las políticas de “desperonización” impulsadas por Aramburu, ya que eliminaba la estructura
impuesta por las leyes peronistas; respondía, por último, a los intereses de quienes querían
quebrar el monopolio estatal. El punto es que se permitió la creación de universidades
privadas pero no se reglamentó. Varias se fueron conformando, ideando, pero sin saber
todavía si iban a poder expedir los títulos de sus graduados. Cabe destacar que el ministro
de Educación que lo suscribió, Atilio dell´Oro Maini, estaba vinculado a la Iglesia Católica, al
igual que una gran parte de los impulsores del golpe.
1 Refiere a la enseñanza social de la Iglesia y a lo que todo cristiano católico debe abocarse en su accionar, por
lo cual, es un posicionamiento político frente a la realidad. Sus principios son: la Dignidad de la persona, la
defensa de la vida humana, los Derechos Humanos, el Bien común, la lucha por la justicia, el Destino universal
de los bienes, el trabajo, la propiedad privada, la subsidiariedad, la Participación en la vida social, la Solidaridad,
la opción preferencial por los pobres. Tomado de: Escobar Delgado, R. A. (2012) LA DOCTRINA SOCIAL DE LA
IGLESIA: FUENTES Y PRINCIPIOS DE LOS DERECHOS HUMANOS. Prolegómenos. Derechos y Valores, vol.
XV, núm. 30, pp. 99-117 Universidad Militar Nueva Granada, Bogotá, Colombia.
Primer Consejo administrativo de la UCA participaban algunos de los más poderosos
industriales del país y de familias tradicionales latifundistas.
El debate
El paradigma moderno sostenía que para que un conocimiento fuera científico tenía
que generarse a través de un proceso sistemático, objetivo y contrastable, poder
someterse a pruebas y discusión entre pares para avanzar en un mayor y mejor
acercamiento a la realidad. Lo verdadero es lo que resulta del proceso científico y su
esencia es que puede ser revisado y reformulado. Las creencias religiosas, en cambio,
se derivan de dogmas, de postulados sobre una Verdad revelada al ser humano por una
Divinidad, y dictan valores y formas de vivir que se suponen, por ende, buenas e
incuestionables. La ciencia es un ámbito de preguntas, la religión lo es de respuestas. Al
menos así lo discernían los laicos y por eso consideraban problemático que un espacio de
generación de saberes fuera ocupado por otro de espiritualidad.
El presidente Frondizi había contado con el apoyo electoral de los sectores laicos y
reformistas, al mismo tiempo que había estado evaluando la posibilidad de convivencia de
un sistema público con uno privado. Una vez más, no nos olvidemos de su política de
atracción a los factores de poder que tuvo que poner en práctica en un escenario de
democracia frágil. A pocos meses de asumir, puso en marcha el trabajo sobre una ley
universitaria. El 15 de septiembre de 1958, ocurrió la manifestación de los defensores de la
educación “libre”, en la cual Frondizi hizo su aparición y se reunió con dos autoridades
sacerdotales. Se calcula que hubo sesenta mil personas en la Plaza del Congreso: alumnos
de colegios religiosos, sacerdotes católicos, monjas, fieles convocados en misas o grupos
parroquiales, familias tradicionales y/o acomodadas de la sociedad porteña. El 19 tuvo lugar
la movilización en favor de la educación “laica”, con el doble de participantes: entre ellos
estudiantes universitarios reformistas, alumnos de colegios estatales, familias de clase
media y de barrios populares, profesionales, docentes y trabajadores. Así, a la Federación
Universitaria Argentina (FUA) se la vio acompañada de varios sindicatos, incluso con los
que antes de 1955 se había enfrentado, como los petroleros, carne, bancarios, portuarios,
de la construcción. Las razones de su anterior oposición tenían que ver con su afinidad
peronista. Ahora, se encontraban en la misma vereda, ya que el peronismo defendía, en su
esencia estatista e interventora, el monopolio del Estado sobre todas los niveles de
enseñanza (La Ménsula, 2009).
¿Qué interrogantes abrió la experiencia de “Laica o libre”? ¿Qué nos resuena hoy en
día? En primer lugar, está la cuestión del monopolio estatal de la educación superior. Si
así lo tuviera, ¿sería en función de su carácter de derecho de los ciudadanos y/o de una
obligación más del Estado? Hemos visto en el primer módulo que su consideración como
derecho inmediatamente abre la pregunta a cómo puede garantizarse su goce, en términos
prácticos, por las medidas reglamentarias, presupuestarias, etc…Si esa garantía es algo
obligatorio para el Estado, lo es porque éste tiene determinadas atribuciones que los
organismos del ámbito privado no, y la sociedad también se forma expectativas de eso y
demanda cierto accionar. En segundo lugar, si efectivamente tuviese ese monopolio, es
decir, si fuera el único que conforma y lleva adelante instituciones de educación superior,
habría que ver si realmente tendría la posibilidad de cubrir a toda la población y de forma
gratuita. Asimismo, podríamos pensar si eso implica ofrecer formación en todas las áreas
del conocimiento o algunas.
En octubre de 1963 asumió Arturo Illia, luego de unas elecciones nuevamente poco
representativas, con el peronismo proscripto, una gran cantidad de votos en blanco,
abstenciones y una mayoría sólo del 25,2%. En el Congreso, sólo contaba con un tercio de
los escaños. Citando a Breslin (2021), en lo institucional procuró respetar la independencia
del poder judicial y las autonomías provinciales; en lo económico intentó aumentar la
exportación agrícola a través de la tecnificación del campo y facilitando el acceso a la
propiedad de quienes lo trabajaban. Trató de fomentar también el desarrollo industrial a la
par que eliminaba restricciones sobre el peronismo y el Partido Comunista.
Por otra parte, Illia lanzó un decreto con el objetivo de atenuar el poder de la
“burocracia sindical”. Éste otorgaba representación a las minorías en las conducciones de
esas organizaciones, en los convenios colectivos de trabajo, también en el manejo de los
fondos que antes solo manejaban las altas conducciones. Esta decisión despertó la
oposición de esos sectores afectados, básicamente el sindicalismo peronista, al mismo
tiempo que su expresión política volvía a triunfar en comicios mediante el partido Unión
Popular. Todo ello acentuó la desaprobación de la gestión de Illia y su soledad política.
Toda esta conflictividad mantuvo a las FF.AA. en una vigilia constante, de la mano de
la prensa, que caracterizaba al presidente como lento e ineficaz. Asimismo, de manera
similar a lo ocurrido con Frondizi, las coordenadas impuestas por la política internacional,
combinadas con el fortalecimiento del sector militar antiperonista, dieron pie al nuevo golpe
en 1966.
Juan Carlos Onganía, que representaba este grupo, había logrado ascender a
Teniente General. Se alineaba, al igual que otras figuras del continente, con la Doctrina de
la Seguridad Nacional, que se enseñaba a los militares en la Escuela de las Américas
(Panamá). La misma los instruía respecto a la “guerra contra la subversión”, tanto en
concepciones como estrategias y técnicas. Propiciaba la instalación de dictaduras en la
región y justamente funcionó como marco teórico al próximo gobierno dictatorial que
Onganía encabezaría. Sus principales ideas incluían la noción de una guerra contra un
enemigo interno, el comunismo, que se manifestaba en toda expresión crítica de la
ciudadanía aunque fuera de forma germinal, y cuya frontera a defender y expandir no era
territorial sino ideológica. Es decir, el tradicional rol militar de defender contra ataques
externos y extranjeros quedaba desplazado por una nueva noción de seguridad en la que
había que detectar y aniquilar todo aquello entendido como subversivo frente al orden.
Vamos a ver que este paradigma tuvo duras consecuencias en torno al tratamiento de la
cuestión social y particularmente, universitaria, durante más de una década.
Parte 2
La noche de los bastones largos y la irrupción de las contradicciones políticas
en el seno de la universidad
La Revolución Argentina
A finales de junio de 1966 fue finalmente derrocado el presidente Arturo Illia por la
autodenominada “Revolución Argentina”. Ésta disolvió todos los poderes republicanos,
el Congreso, la Corte Suprema de Justicia, los partidos políticos, hasta la misma
Constitución Nacional, que reemplazó por un Estatuto propio. Pretendían instaurar un
nuevo régimen, casi “antipolítico”, en el que primaran la eficacia y la técnica a la hora de
gobernar. La forma de Estado que impusieron sería conceptualizada como “burocrático-
autoritario” (O’Donnell, 1975), al caracterizarse por la exclusión de los tradicionales
actores políticos, reemplazándola por miembros de corporaciones jerárquicas como las
industriales, FFAA, grandes empresas en general. Todos los mecanismos de
representación y participación democráticos fueron anulados en pós de reestablecer un
orden social y económico determinado, el capitalismo de libre mercado (Iriarte, s/f)
Empezó así una fase convulsionada para las universidades argentinas. Si la década
iniciada en 1955 había traído, a pesar de los problemas a nivel nacional, una etapa de
crecimiento y prestigio científico-académico, de la mano de la consolidación del
autogobierno y la política interna estudiantil, la siguiente iniciada en 1966 sería de grandes
transformaciones en torno al paradigma del ser y hacer universitario. La influencia de las
luchas por la independencia y liberación nacional en Asia y África, los movimientos
en EE.UU por los derechos de las mujeres y los afrodescendientes, y por el fin de la
Guerra de Vietnam; luego en 1968, las rebeliones estudiantiles del mayo francés y
Tlatelollco, México; las incesantes protestas obreras en nuestro país, unidas a la
represión y accionar del gobierno de la Revolución Argentina; todo ese contexto fue
delineando una cosmovisión en la cual era la totalidad del sistema lo que estaba en crisis y
debía cambiarse.
Según lo relata Buchbinder (2005), la institución universitaria era vista como funcional
a los sectores dominantes, por lo que había que transformarla totalmente, pero ello debería
ir acompañado de la lucha por cambiar ese sistema que mantenía a algunos como tales y
otros oprimidos de diversas formas. No eran entonces movimientos de mera resistencia al
avasallamiento de las universidades por parte del gobierno, éstas fueron “el escenario de un
nuevo proyecto de país y de enseñanza superior congruente con el primero.” (ídem, p. 3).
En esa línea de cosmovisión integral de la acción política que describimos, otra novedad fue
la articulación con la militancia obrera. Las agrupaciones estudiantiles y los sindicatos se
apoyaban en sus causas y se los veía marchando en conjunto. En este marco de profunda
politización mencionado, el rol distintivo del universitario a finales de los ‘60 y principios de
los ‘70 era el del compromiso político y la militancia en movimientos que buscaban
transformaciones. Una parte, no todos, creía incluso que debía ser por la vía radical,
revolucionaria.
Uno de los procesos que tuvo lugar en paralelo a todas las cuestiones que venimos
describiendo (y que enfatizamos en el apartado sobre la Edad de Oro) fue la expansión de
la matrícula universitaria nacional, es decir, de la cantidad de inscriptos año a año. Entre
1960 y 1972, se pasó de 159 mil a 333 mil estudiantes (Buchbinder, 2005), es decir, más
del doble. Claramente, la absorción y asimilación de este crecimiento fue dificultosa, sobre
todo porque los recursos presupuestarios no aumentaron en la misma proporción, lo
hicieron mucho menos. Así, las condiciones materiales, la ayuda recibida, se fueron
deteriorando, al igual que lo hizo la imagen de la universidad pública para la sociedad. Los
títulos emitidos por el Estado ya no significaban una inmediata y segura inserción laboral,
menos la garantía de un ascenso social como lo había sido treinta años atrás, quizás debido
al nuevo paradigma tecnocrático-empresarial-autoritario, y quizás también debido a esa
misma expansión que desdibujó el carácter prestigioso de su acceso.
Bibliografía:
La Ménsula N°7. Laica o Libre. Abril 2009. Año 3. FCEyN UBA. Disponible en:
http://digital.bl.fcen.uba.ar/Download/002_LaMensula/002_LaMensula_007.pdf