1 El Heredero de Bermont - Sofia Duran
1 El Heredero de Bermont - Sofia Duran
1 El Heredero de Bermont - Sofia Duran
Sofía Durán
Que el amor esté lleno de verdades y limpio de mentiras y temores.
Contents
Title Page
Dedication
Prólogo
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
Epílogo
Prólogo
6 de marzo de 1899
Se decía que las personas que vivían en castillos, no podrían sufrir por
nada. Literalmente, lo tenían todo en sus vidas, dinero, posición, respeto,
derechos, voz. ¿Qué clase de problemas podrían tener los nobles?
—¡Adam! ¡Dime que no es cierto! ¡Dímelo!
—Tranquilízate Katherine, por favor.
Adam sostenía a su mujer como podía, sentía que, de un momento a
otro, ella se desmayaría o peor, le daría un ataque.
—No ella, no mi hija, ella no pudo hacernos esto…
—Mi amor, te prometo que lo solucionaré.
—¡¿Cómo?! —lloró la madre— ¿Cómo la traerás de regreso?
—Lo mataré si es necesario.
En ese momento, la puerta se abrió de par en par, llamando la atención
de la pareja que caía en lamentos.
—No Adam, no lo hagas, ni siquiera te atrevas a retarlo.
—¿Qué dices? ¡No me vengas con estupideces, Thomas!
—No lo son, lo conozco. Es un tipo con el que no hay que jugar, lo
siento Adam, sé lo que es capaz de hacer.
—¿Qué quieres decir? —le dijo Katherine, limpiándose las lágrimas
—, nosotros también lo conocemos.
Thomas miró a su amigo, no quería explicar en qué forma conocía a
Calder, era mejor seguir ocultando ese tipo de cosas. Gracias al cielo que
Adam entendió y abrazó a su esposa.
—Entonces, ¿Qué quieres que haga? —dijo el duque—. No pensarás
que dejaré todo como está.
—Tiene que haber un trasfondo.
—¡El trasfondo es arruinar a la familia!
—No lo creo, ¿Por qué Blake cedería?
Ambos padres se miraron.
—En eso tienes razón —asintió Adam.
—Hay algo extraño y, conociendo a Calder, no puede ser bueno.
—¡Entonces, hay que ir a hablar con él!
—Sí, probablemente tampoco sea buena idea.
—Tampoco esperes que nos quedemos aquí sin hacer nada —dijo
Adam con molestia.
—No puedo pedir eso, pero lo haré, dejen que yo resuelva esto.
—No.
—Adam, te lo pido como uno de tus mejores amigos.
—¡Se trata de mi hija!
—Lo sé. Pero es lo único que se me ocurre para que nadie salga herido
y dadas las circunstancias, sé que él estará feliz de la vida.
—Dime la verdad, Thomas —se adelantó Kathe—. ¿Qué clase de
hombre es él?
Adam miró a su amigo, quién permaneció en silencio por un largo
momento.
—Uno de los peores, no es bueno que lo tengan de enemigo.
CAPÍTULO 1
1 de marzo de 1899
Una joven mujer teniendo que acudir al último hombre que pensó. El
ser al que menos quisiera pedir ayuda, el hombre que haría que se le
partiera el orgullo en mil pedazos. Sólo él parecía ser la única opción de
salvación tras su estúpida equivocación.
Eran las doce de la noche de aquél jueves. Un día que Blake jamás
olvidaría, estaba volviendo a pisar las baldosas del imperioso castillo
Bermont, pero no como lo había hecho cuando niña, sino como toda una
mujer. Además, esa ya no era propiedad de su familia, sino del nuevo
conde, Calder Hillenburg o el demonio encarnado, lo que se desee pensar.
La pobre chica, elevó la mano con lentitud pasmosa y tocó sólo dos
veces a la puerta, como si esperase que nadie abriera. La opción de lanzarse
por un puente le parecía tentadora cuando el mismo dueño de la casa abrió
las grandes puertas.
—¿Qué diablos?
—Necesito tu ayuda.
Calder colocó una expresión sonriente sin dejar de parecer malvado. Él
esperaba ese resultado, en varias ocasiones en el pasado se lo había echado
en cara.
—Te dije que cuando vinieras a mí, las cosas no serían sencillas.
—Sí —sucumbió ella—, dijiste que tendría que rogar. Estoy dispuesta
a ello.
—En ese caso, pasa.
Blake descubrió su cabeza, apartando la capa que llevaba encima y
mostrando su cabellera tan negra como la misma noche. Su tez pálida
mostraba la rojez que uno tiene cuando llora en demasía.
—Así que, vienes a rogar, ¿Cómo piensas hacerlo?
—¿No vas a preguntar por qué estoy aquí?
—Es irrelevante, sé la respuesta.
—¿Cómo es que lo sabías?
—Te lo dije hace ya mucho tiempo, era una obviedad.
—Sólo dime que es lo que quieres que haga y lo haré.
—Pídemelo.
—¡Yo…! —intentó, pero rápidamente calló y suspiró—. Calder
Hillenburg, te pido por favor… no, te suplico, que te cases conmigo.
El hombre mostró una sonrisa perversa, sus ojos brillaron como el
mismo sol, ya que ese era el color que tenían, se acercó a ella y lentamente
se inclinó hasta alcanzar su oído.
—No.
—¡Pero…!
—Te dije que aceptaras cuando te lo pedí —se inclinó de hombros—,
te mostraste orgullosa y dijiste que jamás pasaría. Ahí están tus
consecuencias.
—¿Es usted tan cruel? ¿Qué quiere? ¿Qué me incline ante usted? ¿Qué
me arrodille? —inquirió—. Lo haré, sólo diga lo que quiere.
—Estás pidiéndome algo grande, por lo tanto, tienes que darme algo
grande y no creo que tengas algo convincente.
—Te ofrezco todo lo que tengo...
—Que será nada, puesto que tus padres seguramente te desheredan
cuando sepan que te casarás conmigo.
—¡A mí misma!
—Puedo tener a cualquier mujer, no eres relevante para mí —sonrió—,
dime algo que haga que ceda, ¡Vamos prodigiosa hija de los Collingwood!
Dime algo que me convenza de casarme contigo y borrar tu terrible error.
Blake ya no sabía que más ofrecer, se había dado a sí misma ¿Qué más
podía pedir?, pero entonces, lo comprendió. Calder Hillenburg era un
hombre calculador y dominante. No importaba que se ofreciera a sí misma,
puesto que, aun así, ella podría ser como su madre: rebelde, atrabancada,
imperiosa y testaruda.
—Seré y haré… —Blake casi mordía su lengua para no decir lo que
seguía—: todo lo que tú digas.
La respuesta había sido la correcta, puesto que Calder sonrió.
—¿Cuándo será la boda, mi cielo?
—Lo más pronto posible.
—Supongo que será a escondidas —asintió Calder—, tenemos que
irnos esta misma noche, porque mañana temprano, todos te estarán
buscando.
—Mi padre querrá matarlo.
—Lo sé, será divertido —Blake lo miró aterrada—. Lo siento querida,
pero te has prometido con el mismo demonio.
—No le hará nada, ¿verdad?
—Tienen un arma fuerte de su lado señorita, seguramente intentará
evitar que yo asesine a alguien de su familia.
—¿De quién habla?
—Nadie. ¿Nos vamos?
—Sí.
Blake sabía que sus padres la odiarían por el resto de su vida. Se estaba
por casar con el hombre que la familia Bermont odiaba por sobre todas las
personas del mundo. Pero no había opción alguna. Diría que sí ante ese
altar, donde solo estaría Calder Hillenburg.
Siempre pensó que su vida sería diferente, que se casaría con el
hombre que amaba, frente a toda su familia, apoyándola y dándole soporte
en ese momento en el que se desprendería de ellos. Sin embargo, estaba a
punto de cercenarse de ellos de la forma más cruel que hubiera podido
imaginar.
Puesto que Calder se había dedicado en cuerpo y alma en hacer sufrir a
cada integrante de la familia Bermont a su forma única y particular. Ya
fuera sólo dándoles la contraria en la cámara de lores, como obstruyendo
sus negocios o coqueteando sin piedad con sus hijas, incluso había logrado
provocar que varios de sus primos se pelearan… sí, en definitiva, sería
despreciada por todos.
CAPÍTULO 2
Blake estaba recostada en la cama del hostal que Calder había
alquilado para ellos. Para ese momento, la ceremonia ya había pasado, ni
siquiera recordaba lo que le habían dicho, incluso no comprendía como era
que Calder había logrado conseguir a un sacerdote y todo lo necesario en
tan poco tiempo, sobre todo, tomando en cuenta que ella era una jovencita y
él, un hombre tan importante para la sociedad inglesa.
En ese momento, la puerta se abrió, dando paso a su nuevo marido,
quién, a pesar de haberse casado con una mujer que ciertamente no amaba,
mostraba en su rostro aquella sonrisa de suficiencia y una mirada
abrazadora.
—Hola querida, ¿Sigues lamentándote?
—No —Blake se sentó en la cama y lo miró—. ¿Qué sigue?
—Nada. Volveremos a Londres en tres días, tómatelo como nuestra
pequeña luna de miel.
Blake se puso en pie.
—¿Volver a Londres?
—Claro, ahí vivo, ¿Qué no?
—Yo pensé… no sé, que nos iríamos de ahí.
—¿Ah sí? —se quitó las botas— ¿Por qué habría de ser así?
—Bueno, mi familia no lo tomará muy bien que digamos.
—Eso lo sé, ¿Y qué?
—¿No comprende? —le dijo extrañada—, enfrentamientos, peleas,
retos… todo empeorará en cuestión de segundos.
—Puedo asesinar a quién se postre ante mí, además, siempre me han
gustado los conflictos, aunque… —levantó una ceja hacia ella— también
puedo negarme o decir la verdad.
—¡No!
—Ah, entonces tendrá que solucionar eso usted misma. Digamos que
soy de mecha muy pequeña, cualquier cosa logra encenderme, entonces, si
no quiere que pase nada, tendrá que ser usted quién actué antes que yo,
¿entendido?
—¿Pide que me enfrente a mis familiares después de lo que hice?
—¿No haría lo mismo al haberse fugado con Marco?
—Yo…
—Bueno, tiene su respuesta. Como le dije, si usted no hace nada, lo
haré yo, pero tenga en cuenta las posibles consecuencias.
—¡Es usted todo un demonio!
—Ah, podría verlo de esa forma, pero este demonio, le ha salvado el
pellejo.
Blake se quedó callada. Era verdad. No podía decir que no agradecía
estar casada con él, era preferible al menos a tener que afrontar una vida
entera de soltería y repulsión, de no haberse casado, habría pasado justo
eso.
—Haré que mi familia no se meta con usted —asintió— ¿Feliz?
—¿Y yo por qué habría de estar feliz? La que se beneficia de todo es
usted. Ahora comparte mi inquebrantable riqueza, mi título y la casa donde
creció. Así que felicidades a usted.
Blake rodó los ojos y bajó la cabeza.
—Todo perfecto menos el hombre que lo acompaña —susurró.
—Bueno, podría ser peor —respondió él—. Al menos no soy viejo,
feo o un abusador.
—No se jacte tan rápido de tantas cosas.
Calder entrecerró los ojos. La intensidad de la mirada logró intimidar a
Blake, no podía creer que existiera un hombre con una mirada más fuerte
que su padre, su tío William y su tío Thomas. Las superaba con creces.
Quizá fuera la forma en la que parecía que los ojos del duque de Bermont
ardían como el mismo infierno.
—Así qué, querida esposa, ¿Es nuestra noche de bodas?
Blake lo miró con miedo. Ojalá hubiera pensado eso antes, había
tenido unos días terribles, si mencionar que casarse con ese hombre no
mejoraba en nada su vida. Le sería imposible pensar en cumplir con ese
hombre, lo que era más, le parecía imposible hacerlo con cualquier hombre;
quizá jamás podría estar cerca de un hombre sin sentirse intimidada o
aterrada, el hecho de que él lo mencionara de esa forma tan tranquila, la
ponía nerviosa.
—¿Me vas a decir que no te acostaste con tu noviecito cobarde?
—¡No hable así de él… ni de nadie!
—Ajá, entonces no lo has hecho.
Blake sintió que se atragantaba con su propia saliva, pasó con fuerza y
prosiguió.
—No hablemos de eso.
—Ah, claro, si es más fácil evadirlo, está bien.
—Por favor, no sea cruel con el tema —pidió—, me siento lo
suficientemente avergonzada por lo que he hecho, si es posible, no quiero
hablar de ello jamás.
—Por supuesto, pero volviendo al tema…
—Usted… por favor, podría tener más consideración conmigo.
—Esa es la razón por la que pregunto. Si eres virgen, tengo que tomar
algunas precauciones, seré un maldito, pero no un bruto, puedo lastimarla si
acaso no tengo cuidado.
Blake lo miró fijamente, ojalá alguien le hubiera preguntado aquello
antes, recordando el episodio que había tenido que vivir.
—No me esperaba eso.
—Qué estupidez creer que no soy un caballero.
—No le gusta mostrar esa faceta.
—Como sea, venga, siéntate conmigo.
Blake caminó recelosa hacía la mesa con dos sillas y se sentó en una,
mirando fijamente a su marido, quien tomaba lugar en la otra.
—Tenemos que hablar de algunas cosas —comenzó él—. Un ejemplo
claro sería la necesidad de tener un hijo.
—Busca un heredero.
—Yo no quiero herederos, quiero hijos, tan simple y tan llano como
eso —dijo con disgusto ante su pensar.
—No lo veo como un padre.
—Y yo no la veo como una madre, ¿Proseguimos?
—Si no me ve como una madre, entonces, ¿por qué quiere tener hijos
conmigo? —preguntó ofendida.
—¿Qué sugiere? ¿Qué lo tenga con una mujer que me encuentre por
ahí? ¿Alguna empleada de la casa?
—No, no me refiero a eso.
—No tendré bastardos; es una vida bastante dura como para que un
niño tenga que soportarla.
—Comprendo.
Blake pudo captar el resentimiento que él tenía. Parecía decirlo por
una razón, lo cual la llevaba a pensar si era el legítimo heredero del ducado
de sus abuelos o no.
—Sé lo que piensas —le dijo él—, pero creme cuando te digo que he
visto mucho más que tú. He visto las inmundicias del mundo, cosa que
dudo que hayas visto alguna vez.
—Puede que así sea, pero entiendo lo que dice, nunca sugerí que
tuviera un hijo con otra mujer.
—Ese es otro punto, no tolero las infidelidades, si quieres acostarte
con un hombre, tu única alternativa soy yo; no cuidaré al engendro de otro
imbécil.
—¿Y al revés?
Calder sonrió y continuó con las estipulaciones.
—Tienes que hacer lo que te diga, como quedamos cuando me pediste
matrimonio.
—Lo sé —le dijo ella con molestia.
—Y espero que sepas comportante con la gente.
—¡Claro que sé! —recriminó— ¡Toda mi vida he tenido excelentes
institutrices!
—No me refiero a los modales, me refiero a humanamente. Pero ese es
otro tema.
—Como que otro tema, ¿Qué quiere decir?
—Lo primero que quiero que hagas es tutearme.
—Eso me costará trabajo —le hizo ver—, yo no lo conozco.
—Mi vida, después de esta noche, te aseguro que me conocerás más de
lo que quisieras.
Blake bajó la cabeza y tomó aire.
—¿No podría esperar a que me acostumbre más a su presencia?
—¿Para qué necesitas eso? —elevó la ceja—, el cuerpo es cuerpo,
sabe que hacer, aunque sea un desconocido, lo cual no es así.
—Bueno, no es como que pensara en entregarme a cualquier hombre
que pasara por ahí. Tengo que hacerme a la idea de que… bueno, que debo
entregarme a usted.
—¿A la idea? —Calder soltó una risotada—, muchas mujeres ruegan
para que me acuesta con ellas ¿Y tú me pides tiempo?
—No sea grosero.
—¿Y qué esperabas? —se puso en pie—, tengo una bella mujer frente
a mí que, además, es mi esposa ¿por qué habría esperar?
—Es lo único que le pido, nunca pediré nada más.
Calder se puso en pie, caminó de un lado a otro y la miró con enojo,
parecía totalmente fuera de sí, pero al final aceptó, tomó sus cosas, se las
colocó y salió del lugar.
Blake quedó hecha un manojo de nervios, ¿la habría dejado ahí para
morir? ¿Sería acaso que lo había ofendido y no planeaba volver? La cabeza
le daba vueltas y el corazón le palpitaba con fuerza en su pecho, tenía que
disculparse.
Blake salió de la habitación del hostal para perseguir a su marido, bajó
las escaleras rápidamente, nada recomendable por el ruidoso proceder y la
mala hora que era. Como en cada lugar, el hostal tenía un comedor central,
donde los hombres, ya pasadas las horas del buen juicio, se sentaban a
charlar y beber, lo cual era peligroso para cualquier mujer, casta o no.
—¡Un primor bajando! —gritó un borracho que Blake ignoró.
No le importaba que le gritaran ese tipo de cosas, era muy consciente
de su belleza, todo quién la conocía le remarcaba ese hecho. Así que una
persona más que se lo dijera no hacía mella en ella, al menos, no lo hacía
con anterioridad.
—¡Ven! ¡Siéntate aquí!
—¡Vean esas curvas! ¡Ven aquí preciosa!
—Yo sabré complacer tu cuerpo.
Mientras más se le gritaban, Blake consideraba peor la idea estar en
ese lugar, sus nervios comenzaron a hacerla sudar y cuando estaba a punto
de volver corriendo a la habitación para llorar, localizó a Calder. Se veía
galante, sentado en la barra con aquel vaso de cerveza en su mano fuerte,
parecía charlar con alguien, por lo cual no notaba la novedad que los
hombres disfrutaban.
—Así que ahora esté casado, capitán —sonrió un hombre.
—Sí, bueno, iba a pasar.
—Nunca imaginé que mi capitán se fuera a casar con una dama de
sociedad como lo es su esposa.
—Sinceramente, ni yo.
El hombre desvió la vista del intimidante duque y alzó ambas cejas,
mostrando su impacto.
—Capitán, creo que querrá poner una solución a eso.
—¿De qué hablas?
—Pues… miré hacia allá.
Calder se volvió, topándose con la sorpresa de que Blake se
encontraba en ese lugar de mala muerte; no era un lugar para que una mujer
estuviera sola, había escuchado la horda repentina, pero jamás pensó que la
causa fuera su recién adquirida esposa.
—¡Pero qué demonios!
—Hasta pronto, capitán —sonrió el hombre, quien permaneció sentado
mientras Calder se marchaba.
—¡Blake…! ¡Blake!
—Ah, por fin, ahí estás.
No lo quería demostrar, pero el alivio que sintió al verlo era casi
desmedido. Calder era un maldito, pero sabía que, llegado el caso, él la
defendería de cualquiera, dadas las circunstancias, eso se mostraba ante
Blake como un ángel salvador, en vez del demonio que todos reconocían al
verle.
—¿ESTÁS LOCA?
—¿Por qué razón? —se sorprendió la mujer.
—¿No te das cuenta que estás en una cantina abarrotada de hombres
en un completo estado de ebriedad?
Sabía que él tenía razón, pero era terca y así lo demostraría.
—Es el comedor, no una cantina.
Calder la tomó del brazo y la llevó de esa forma hasta las escaleras que
conducían a las habitaciones.
—Sí no quieres que yo te tome ahora, entiendo, pero ningún idiota lo
hará antes que yo.
—¡Ey! —le llamó mientras la jalaba— ¡Suélteme!
—No pararé hasta que estés en la recámara.
—¡Me lástima!
—Entonces deberías caminar más rápido.
—¡Puedo caminar sola, libere mi brazo!
Él lo hizo hasta la introdujo de un aventón a la habitación.
—Explícame a qué demonios bajaste.
—Te buscaba.
—¿Para qué? —le dijo con molestia—, si no es para decirme que has
cambiado de opinión, no quiero escuchar nada.
—Pensé que me dejaría aquí —se explicó—. Me dio miedo.
El duque la miró.
—¿Por qué habría de dejarte aquí?
—Lo vi salir muy molesto.
—¿Y eso qué?
—Bueno, pensé que…
—Así, que creíste que era buena idea ir tras de mí, suponiendo que me
encontrara ahí, claro.
—Bueno, admito que no fue una de mis ideas más grandiosas.
—No, no sólo fue pésima —se acercó—. Fue estúpida.
Blake no se dio cuenta que había dado pasos hacia atrás, hasta que su
espalda se topó con la pared, notando los fuertes brazos de Calder a cada
lado, acorralándola por completo.
—¿P-Podría moverse?
—¿Qué hubiera pasado si no me encontrara ahí?
Él ladeó la cabeza y sonrió. El desconcierto que ella mostraba era
gratificante para él, que le temiera le daba satisfacción.
—S-Supongo… q-que nada.
—¿Nada? —susurró, acercándose a ella.
Blake se quedó sin aliento cuando de pronto sintió sus labios sobre los
de ella, robándole hasta el alma. Aquel beso era diferente a todos los que
había tenido con Marco. Era fuerte y pasional, arrebatado y demandante,
todo lo que era Calder estaba puesto en aquel desplante cariñoso que se
afanaba con su boca y le exigía más.
Su presencia y magnetismo varonil era tal, que no podía evitar querer
más de él. Pero cuando apenas iba a hacer un movimiento para acercarse,
Calder se hizo hacia atrás, la confusión en la faz de Blake lo hizo sonreír
torcidamente.
—Aprende tu lección —dijo a unos centímetros de su boca, rozándola
con cada palabra hasta que de pronto, se apartó—. Ve a dormir, llegaré en
un momento, si no te diste cuenta, estaba hablando con alguien. Haz el
favor, y quédate aquí.
Blake no respondió, no podía. Lo observó tomar camino a la salida y
cuando la puerta se cerró por completo, suspiró. No se había dado cuenta
que había retenido el aire. Calder era peligroso, casi la mata de asfixia y ella
apenas y se daba cuenta, tenía que tener cuidado. No confiaba en los
hombres, nunca más lo haría.
CAPÍTULO 3
Blake despertó sin saber cómo, dónde o por qué. Sus ojos se
enfocaron lentamente en la habitación del hostal donde sabía que se
quedaban, se levantó un poco, dejando caer la mano que descansaba en su
cintura y miró a Calder dormido a su lado. No había sentido cuando llegó y
extrañamente, no le incomodaba su presencia.
—Vuelve a dormir, nos vamos en unas horas —gruñó Calder a su lado,
dándose la vuelta para no verla.
—No es como que quisiera despertar.
—No me contestes, sólo hazlo y deja de molestar.
Blake rodó los ojos.
—¿Eres tan gruñón todas las mañanas?
Calder, como toda respuesta, tapó su cabeza con la almohada.
Definitivamente no era hombre que le gustase ser despertado y eso le daba a
Blake una ventaja; tanto su madre como su padre eran de costumbres
mañaneras y ella era igual, su hora de despertar era máximo las ocho de la
mañana.
—Hay un cielo muy hermoso el día de hoy —siguió en voz alta, quizá
más alta de lo normal—, me gustaría dar una vuelta antes de irnos. ¿Crees
que pueda caminar sola? ¿Habrá algún lago cerca? Me encanta montar,
podría ir a caballo…
—¡Bien, ya basta! —Calder se levantó de forma abrupta y la miró de
mala gana— ¿Qué quieres?
—Lo siento, despierto temprano.
—Eso me da gusto, pero no tienes derecho a despertarme.
—No tengo más sueño.
Calder arqueó una ceja y se acercó.
—Si hubieras dejado que actuara como marido, te aseguro que estarías
exhausta. Si no te callas, te prometo que lo haré ahora sólo para que no
sigas hablando.
—Grosero.
Calder se dejó caer en la almohada y volvió a dormir al instante. Blake
suspiró y tomó sus rodillas, miró por la ventana, dándose cuenta que aún
tenía sueño, pero no tenía ganas de recostarse de nuevo. Quizá sería buena
idea comenzar a cambiarse, si no entendía mal, en cuanto él se despertará,
se irían. Estaba nerviosa por ese hecho. Su familia ya se estaría imaginando
lo peor, pero seguro no pensarían que el hombre con el que se escapó era
precisamente Calder Hillenburg.
Apenas terminó de hacerse una larga y lustrosa trenza de cabello
negro, cuando Calder se levantó sin decir nada, quitándose la ropa
despreocupadamente a pesar de estar ella ahí. El rubor en las mejillas de
Blake era perceptible, pero no dijo nada y él tampoco la tomaba en cuenta.
Era bochornoso y para ella, casi asfixiante, se sentía incomoda y le daban
ganas de llorar.
—Vámonos.
Blake volvió la vista. Él estaba totalmente cambiado y la miraba
fijamente, esperando que ella también estuviera lista.
—Me falta el vestido.
—¿Cómo es posible que tardes tanto?
—Usted sólo se ha puesto unos pantalones y una camisa holgada —
señaló— yo tengo mucho más proceso, a no ser que no quiera que me
ponga la indumentaria correcta.
—Haz lo que sea que te haga salir más rápido.
—No ponerme corsee.
—Bien, no te lo pongas.
—¿Está loco? —se puso en pie—, sabe que así estoy…
—El cuerpo de una mujer es mucho más bello sin todas esas
estupideces. Así que, si quiere despedirse de por vida de esa cosa, por mí
mejor —dijo mientras se revisaba la barba en el espejo.
Blake se volvió hacia su vestido y se lo colocó rápidamente, no era
para nada uno de los elaborados vestuarios que ella solía tener, los cuales
eran traídos desde París, diseñados por su tía Giorgiana. Sin embargo, era
cómodo y hasta fácil de poner.
—¿Lista? —preguntó desesperado al ver que ella abrochaba el ultimo
botón de una larga fila.
—Sí.
—Vámonos.
—¿Por qué tiene tanta prisa? Le apura llegar a los problemas.
—Mira Blake, sé que, en tu pequeño mundo, todo gira alrededor de ti
y tu fantástica familia —ironizó—, pero soy dueño de muchas cosas ahora,
tengo tierras y tengo gente que depende de mis decisiones, no me puedo
tomar los días, así como así.
—¿Las tierras de Bermont?
—No sólo tengo eso —por el tono en el que lo decía, casi escupía en el
suelo—. Gracias al diablo me hice rico mucho antes de que la estupidez del
título llegara a mí. Así que, mejor dejemos de hablar y vayamos a donde
quiero.
Blake no se atrevió a decir nada más. No sabía nada de Calder, no
podía decir si lo que decía era cierto o no, pero con la seguridad con la que
hablaba, era imposible dudar de algo que saliera de su boca, por alguna
razón, todo parecía ser verdad.
El viaje a Londres era pesado, sobre todo porque ella iba sola en la
carroza; Calder iba a caballo junto con otros dos hombres que ella apenas
veía, parecían hablar amenamente, aunque había ocasiones en las que
parecían susurrar y, en cuanto ella asomaba su cabeza, se apartaban unos de
otros y Calder se acercaba hasta ella para preguntarle si necesitaba algo. La
respuesta era la misma, no necesitaba nada además de saber de qué
hablaban.
Llegaron a Londres entrada la madrugada. El sentimiento de llegar a
su hogar era abrumador y nada placentero, sabía que Calder estaba
tranquilo, pero ella no podía estar más nerviosa. Y las cosas sólo se
complicaron cuando llegaron a Bermont y vio a su tío Thomas sentado en
las escaleras, mirando su llegada con tranquilidad.
Calder sonrió, esperaba ese recibimiento, había sido él quién mandó la
carta avisándole al magnifico Thomas Hamilton de lo sucedido y de su
pronta llegada. Adelantó el caballo a la carroza donde viajaba Blake y se
plantó ante el demonio que sabía que era ese hombre.
—Hamilton.
—Hillenburg.
La tensión en el ambiente era tal que se podía cortar con un cuchillo.
Las miradas azuladas y miel se entremezclaban formando intimidación y
miedo.
—¿Qué crees que haces? —preguntó Thomas Hamilton.
—Nada en realidad, las cosas simplemente llegan a mí.
—No te metas en esto, sabes que puede salir mal.
—No estoy haciendo nada que ella no quiera.
En ese momento, Blake se acercaba corriendo hacia ellos. Se colocó
junto a Calder quien sonriente regresó la mirada a Thomas.
—Blake, ¿sabes lo que estás haciendo?
—Yo… —la joven bajó la mirada, tomó aire y se abrazó a Calder— le
quiero tío, en serio lo amo.
Calder pasó su brazo alrededor de los hombros de la mujer y ladeó la
cabeza tranquilamente, esperando a que el dialogo siguiera.
—¿Y esa es razón suficiente para deshonrar tu casa?
—Nunca me lo hubieran permitido —explicó—, lo sabes tío.
—Tú no sabes quién es él.
Blake volvió la mirada hacia Calder y cerró los ojos.
—Es lord Hillenburg, duque de Bermont.
—Te hará daño, lo conozco, cree lo que te digo, aún puedo hacer algo
para salvarte de todo esto.
—No se puede tío —decayó la joven—. Estoy casada con él.
La expresión de Thomas Hamilton nunca cambiaba, era costumbre que
no se supiera lo que ese hombre pensaba, pero en esa ocasión, su faz
expresó horror y hasta decepción.
—Espero que no te arrepientas de esto —no la miró—, has destrozado
el corazón de tu madre y el honor de tu padre. Arruinaste la reputación de
tus hermanas y el de tu hermano.
Blake lloró con esas palabras tan duras, se refugió en el abrazo que no
sentía ni cálido, ni acogedor.
—Deja de conflictuarla —pidió Calder con tranquilidad.
—Sé que no te importa Calder, tu cabeza funciona diferente, eres
maquiavélico y calculador. ¿A dónde quieres llegar con esto?
—No sé, a tener hijos y una familia, no sabía que en los últimos
tiempos eso se había hecho pecado.
—Tú no crees en nada.
—Bueno, seguro no lo es —se inclinó de hombros—, pero, será mejor
que te vayas Thomas, tenemos cosas que hacer.
El doble sentido de la oración hizo que Calder sonriera, Thomas
frunciera el ceño y Blake se sonrojara. Pero no se dio tiempo de nada más,
el duque de Bermont tomó a su nueva adquisición y la introdujo a la casa
donde ella había pasado toda su infancia.
Y en cuanto la puerta se cerró, Blake corrió sin parar hacia una
habitación incierta, conocía la casa como la palma de su mano, no
necesitaba ayuda de nadie para decirle donde podía instalarse, su respuesta
fue rápida, iría a la habitación que fuera de su madre, quizá, de alguna
forma le recordara a ella y la fuerza y el cariño que de ella desprendían
cuando la abrazaba y la consolaba.
Calder no hizo nada por seguirla, sabía que el hombre siniestro era
astuto, sabía herir y moldear a la gente como más le convenía, tendría que
mantener vigilada a su esposa, era capaz de escapar para pedir perdón a sus
padres después de lo sucedido.
—Capitán, ¿ese era…?
—Sí, es familiar de mi mujer.
—¡El hombre siniestro! —se exaltó— ¿¡El sin nombre!?
—Así es, digamos que los Bermont tienen familiares influyentes.
—Capitán, sin ánimos de ofender, pero si el hombre siniestro está
implicado, tienen mucho a su favor.
—Pero yo la tengo a ella —sonrió Calder—, llegó por sí misma, sin
que yo moviera ni un dedo, no pueden venir a decirme nada.
—Creo capitán, que es terreno peligroso.
—Y eso lo hace mucho más excitante ¿No lo creen?
Los tres hombres que estaban en el recibidor de la hermosa casa, se
miraron con interés. Ellos le temían lo suficiente a ese hombre como para
no actuar en su contra, pero sabían que el capitán, el hombre que tenían
delante, no le temía a nada, lo habían visto enfrentarse a miles de
adversarios, algunos mucho peores que el hombre siniestro, esto en cuanto a
maldad.
Era verdad que Thomas Hamilton era temible, pero un buen tipo el
final de cuentas, no hacía daño si no se le provocaba, sin embargo, existía
gente, que no necesitaba un motivo para aniquilar. Incluso ir contra seres
queridos. Calder lo sabía mejor que nadie.
El hombre dio un largo suspiro y miró fijamente a uno de sus hombres
de confianza, pidiéndole con la mirada que se acercara para que sólo él lo
escuchara.
—Vigila a mi mujer, sé que en esta casa hay adeptos de la familia
Bermont, tratan de mantener a raya mis movimientos.
—Ingenuos —sonrió el moreno—. ¿Qué quieres que haga si algo se
sale de control? Supongo que piensas que puede escapar.
—Haz lo necesario para que mis planes sigan su curso.
—¿Aún no te cansas de hacerlos sufrir? —negó—. Te acabas de llevar
a la cama a una de las hijas de los Wellington, es un problema grave en el
que estás.
—¿Te lo parece? —dijo aburrido—. Seguro que se soluciona rápido, al
final, no querrán que ella se quede sin marido. No harán nada que en
realidad termine afectándola.
El moreno negó con una sonrisa y lo miró curioso.
—¿Cómo sabías que terminaría rogándote?
—No lo sabía —se cruzó de brazos con suficiencia—. Pero hable
varias veces con el idiota de su novio… era de esperarse lo que querían
hacer y, era de esperarse que él se acobardara al final.
—¿Por el poder de los Wellington?
—Sí… pero siento que hay algo más. ¿No has sabido nada?
—Es como si jamás hubiese existido, Calder, desapareció.
Calder apretó fuertemente los labios y miró hacia la escalera, por
donde su esposa se había perdido de vista hecha un mar de lágrimas. Debía
aceptar que tenía curiosidad, pero no la suficiente como para enfocarse en
ello.
—¿Piensas seguir con tu atentado contra los Seymour?
El duque sonrió y lo miró divertido.
—Creo que he atormentado lo suficiente a esa familia, mira que lo que
les espera por delante con la hija no les será agradable.
—Es una muchacha… extraña.
—Las Bermont se empeñan en serlo, parece que compiten entre ellas
para llamar la atención, resulta algo infantil.
—No creo que lo hagan adrede.
—Quizá no —miró hacia el segundo piso.
—Aunque creo que a ti te ha logrado cautivar la que tienes allá arriba
desde que la viste por primera vez.
Calder volvió la vista con molestia.
—Sabes que es de las pocas cosas que he podido hacer contra los
Wellington, habían sido intocables hasta ahora.
—¿Por qué la sed de venganza?
—Ellos empezaron —sonrió—. Además, no me estoy vengando, sólo
jugueteo con ellos, merecen algo de penurias en una vida de perfección, ¿no
lo crees?
—Deberías dejar que el destino haga eso.
—El destino no existe, nosotros formamos todo el camino.
—Bueno, te has formado un camino hacia la preciosa joven que está
esperando en tu habitación.
Calder lo miró mal, pero luego sonrió sádico y se inclinó de hombros
con satisfacción.
—Sabes que siempre me han gustado las mujeres de cabello negro…
aunque nunca tan largo, quizá necesite un corte —bromeó.
CAPÍTULO 4
Blake durmió sola esa noche, cosa que agradeció, no supo de su
marido y, en realidad, no quería saberlo, su tío Thomas había sido siempre
tan dulce y bueno con ella… y que de pronto le dijera todo eso, la había
herido en lo más profundo. Sabía que todo Londres le temía a Thomas
Hamilton, pero ella nunca lo había visto actuar de manera agresiva, ni
intimídate, mucho menos hablar mal.
Se levantó de la cama con pesadez, sintiéndose desamparada y
decepcionada de sí misma, era una carga enorme lo que venía, sabía que de
un momento a otro llegaría la hora de hablar con su propio padre. No
toleraría que él la mirara mal, sabía que lo haría, pero jamás le había pasado
en su vida que se mostrara decepcionado de ella, ahora lo estaría.
—Mi lady —dijeron desde fuera de la puerta—, el duque pide que baje
a desayunar.
—Ah… ¿le puede decir que me encuentro indispuesta?
—No —respondió la voz del mismo Calder, quién pasaba por ahí en
ese momento—, baja a desayunar.
—Estoy indispuesta —repitió.
—El sentirse decepcionado de uno mismo no es una enfermedad, es
sólo un sentimiento, baja a desayunar. Y no le digan mi lady y a mi duque.
Tenemos nombres.
—Pero señor…
—Nada Laura, dígame Calder y a ella, Blake.
Blake escuchó como los fuertes pasos del hombre se alejaban de la
puerta y bajaban rápidamente las escaleras. No podía creer que no la
comprendiera un momento como ese, pero así sería su vida junto a Calder,
no podía pedir sensibilidad a un hombre que, a todas leguas, no tenía
sentimientos por nada ni por nadie.
Ella bajó las escaleras después de colocarse un vestido pertinente y se
introdujo al comedor con tristeza, sin tomar en cuenta al hombre que se
encontraba en la cabecera, mirándola fijamente.
—Quita esa cara —pidió—, no todos tienen que saber que la señora de
esta casa es desdichada.
—No puedo sentirme bien únicamente porque me lo ordena —
respondió—, seguramente se me irá pasando.
—Tienes que corregir esas actitudes, al fin de cuentas, la que quiso
casarse conmigo, fuiste tú.
—¿Qué actitudes?
—El no dormir con tu marido, no querer bajar a desayunar, esa cara de
tristeza. Eres una mujer recién casada y, en lo que a mi concierne, la más
feliz del mundo, comienza a hacerlo notar.
—Como ordene su majestad —tomó asiento a su lado.
—Y déjate de sarcasmos, jamás me han gustado.
—No te gustan demasiadas cosas.
—Será mejor que las vayas aprendiendo, no soy de los que perdona
con rapidez, es más, no recuerdo haber perdonado a nadie en mi vida.
—¿Se ha perdonado a sí mismo alguna vez?
—No he tenido razón de hacerlo.
—He ahí el por qué no perdona a los demás, si no comienza
disculpándose a sí mismo, el perdón nunca tomará sentido. Y para que lo
sepa, el perdón no sana sólo a la otra persona, sino que se sana el alma de
uno mismo, porque se olvida el rencor —soltó una risita— ¿Qué digo? Si lo
único que usted tiene es rencor. Sin eso, usted ya no tendría nada que hacer
en esta vida.
—Vaya, parece que me conoces de toda la vida, ojalá no juzgaras con
tanta rapidez. No conoces a las personas, pero crees que sí.
—Mi padre…
—Adam Collingwood se hace una idea de lo que son las demás
personas, pero no se limita a juzgarlas, sino a conocerlas para ver si su
pensamiento inicial era verídico o una falacia —Blake lo miró fijamente—.
Te falta mucho para ser como tu padre.
—No me conoce.
—Ni usted tampoco.
Ambos se quedaron callados, Blake sin saber que decir, Calder sin
ganas de hablar, eso hasta que se escuchó una fuerte discusión en la entrada
de la casa. El duque rápidamente se levantó de su asiento y miró con ceño
fruncido hacia las puertas cerradas del comedor.
—¡Mi señor! —llegó un hombre corriendo— ¡Hay un caballero en
medio de la histeria en…!
—Déjenlo pasar.
—Pero señor… tiene un arma.
—Sí, como sea, dejen que haga lo que quiera.
Blake se puso en pie con nerviosismo.
—Siéntate —ordenó Calder, haciendo eso mismo.
—Pero…
—Dije, que te sentaras.
Blake lo hizo, pero no comió otro bocado, ¿cómo podría hacerlo
cuando los pasos y gritos se escuchaban cada vez más cercanos? Esperó
ansiosa hasta que la puerta del comedor azotó gracias a una fuerte patada.
Calder ni siquiera volvió la vista, siguió tomando su café tranquilamente.
—¡Tú! ¡Maldito bastardo!
—¡Adrien! —gritó Blake al ver a su hermano gemelo.
No podía creer que esa escena pudiera estar pasando. Ver a su
hermano, quién normalmente era tranquilo y juguetón, con esa expresión de
rabia y disgusto. El brillo amenazador en sus ojos verdes no tenía
comparación, estaba cegado por la ira y la repulsión que sentía hacia el
asunto.
—¡Cállate! —le gritó a su hermana— ¡No te atrevas a hablarme!
Blake tapó su propia boca ante el grito de su hermano y lloró un poco,
pero no había tiempo para ello, puesto que Adrien tenía el arma en resiste,
apuntando a Calder, quién miraba todo con una sonrisa.
—Hola, cuñadito —le dijo con marcado cinismo.
—¡IMBÉCIL! —gritó Adrien— ¡TE MATARÉ!
Blake vio esa amenaza tan factible que se colocó frente a la silla donde
Calder se encontraba sentado y estiró los brazos a los lados.
—No lo harás —aseguró—, no irás a la cárcel por esto y tampoco
mataras… al hombre que amo.
Adrien la miró sorprendido.
—No puedo creer que dijeras eso —negó su hermano—, me dijiste
que amabas a Marco, algo hizo este bastardo para que cambiaras de
opinión, dime la verdad Blake, ¿qué paso?
—Nada, siempre quise… a Calder, pero sabía que ustedes nunca lo
permitirían —bajó la cabeza.
—No te creo —negó el pelinegro—, no te creo. Blake, te vi suspirar
por Marco… no, no te creo.
—Estaba intentando enamorarme de él, pero no pude. Amo a Calder,
no hay salida.
—Aún puedes volver a casa con nosotros, lo solucionaremos, te lo
prometo, jamás dejaré que te dañen.
—Sabes que para este tipo de cosas no hay solución —recordó Blake
—, me he casado con él.
Por primera vez, Blake vio llorar a su hermano. Le había destrozado el
alma con lo que le estaba diciendo, no sólo por haberse escapado, sino
porque ahora, él pensaría que jamás la conoció, cuando eso era mentira,
ellos eran como una sola persona, no había quién la conociera más que él.
—Bien —dijo molesto—, la única solución por un acto tan cobarde
sigue siendo la muerte.
Adrien volvió a levantar el arma, pero Blake seguía interponiéndose en
el camino de esa bala.
—Entonces, tendrás que matarme a mí también —le dijo.
—¡Hazte a un lado Blake!
—No.
—¡Apártate!
—¡Adrien! —gritó una voz potente a las espaldas del chico— Baja el
arma, ahora.
Adam Collingwood, totalmente calmado, con una cara impenetrable y
un semblante desmejorado, se hizo presente en el comedor. Y no sólo
estaba él, había una hermosa pelirroja parada a su lado, sosteniéndose de su
brazo.
—¡Pero padre!
—Sé lo que sientes hijo, te lo estoy pidiendo, baja el arma.
Adrien obedeció y se apartó para darle paso a sus padres. Los duques
de Wellington se adelantaron lentamente, viendo directamente a su hija,
protegiendo al hombre que la había deshonrado a ella y a toda la familia.
—Espero que pueda darme la cara, señor Hillenburg —pidió Adam
con autoridad.
—Nunca he tenido problema en ello —Calder se puso en pie y movió
a Blake con cuidado para quedar de frente a sus suegros.
—¿Le costaba trabajo ir a mi casa a pedirla, si era su deseo casarse con
ella?
Calder elevó una ceja, abrió la boca para contestar, pero no fue su voz
la que respondió.
—Yo lo propuse —dijo Blake—, no le permití ir.
—No hablo contigo.
—Aun así —dijo Calder—, esa es la respuesta.
—Que cobarde, mangoneado por una mujer —se burló Adrien.
Blake pudo ver la mirada amenazante de Calder, los ojos miel claro de
ese hombre eran demasiado reveladores como para no comprender que lo
estaban provocando y, a lo que sabía, eso era peligroso para todos, incluida
ella misma.
—Adrien, controla tu boca —pidió Adam.
—En todo caso, ¿nos lo hubieran permitido? —preguntó Blake
directamente—, sé que lo odian, seguramente me habrían obligado a
casarme con otro, con quién fuese.
—Eso no lo sabías —dijo de pronto su madre.
—Mamá, claro que lo sabía, lo odiaban aún sin conocerlo.
—¡Pero si tú lo querías, nos habríamos hecho a la idea! —gritó
Katherine—, pero lo que hiciste es imperdonable, ¿Cómo pudiste?
—Hice lo que tenía que hacer para ser feliz, ¿no es lo que siempre me
dices?
—No a costa de otros, hija, no te equivoques —le hizo ver la pelirroja
—, dañaste todos a quienes te querían, ¿te hace feliz eso?
Blake no podía sentirse más destrozada, preferiría que sus padres
fueran más explosivos, que la agresividad fuera tal, que sólo tuviera que
hacer lo que hizo con Adrien, colocarse frente a Calder; pero no, sus padres
eran controlados, dominaban sus emociones con tal habilidad que, en un
momento tan crucial y difícil, eran capaces de hablar con normalidad.
—Entenderá usted, que esto se eleva mucho más que el simple robo de
mi hija —habló Adam—, se ha llevado el honor de mi casa y la reputación
del resto de mis hijas.
—Con el debido respeto —sonrió Calder—, eso lo ha decidido ella, no
yo. No es como que la obligara a casarse conmigo.
—¡Bastardo! —gritó Adam en esa ocasión.
Blake vio como su padre se acercaba al que ahora era su marido.
Ambos parecían convencidos de su propia realidad. Calder parecía seguro
de lo que sucedería y su padre estaba determinado a matarlo. Se interpuso
en el camino de ambos, abrazándose fuertemente a su marido, cubriendo su
rostro lloroso en el pecho del mismo.
—Basta —pidió ella—, basta, he dicho que lo amo, me he casado con
él. No hay nada más por hacer.
Katherine se adelantó dos pasos y tomó el brazo de su marido con
determinación. El enfurecido hombre miró a su mujer. En aquel intercambio
decían las palabras que sus bocas callaban, era el suplicio del corazón
herido de ambos padres.
—Vámonos —dijo Adam. Pero antes, levantó la vista y miró a Blake
—, no vuelvas a pensar en nosotros como tu familia. Olvídate que tienes
padres, hermanos y, desde ahora y para siempre, nunca serás recibida en
casa de ningún Collingwood. ¿Escuchaste Adrien?
Blake sintió que el alma se caía a sus pies cuando vio a su hermano y
compañero de vida asentir con determinación y sin ningún titubeo. Adam
tomó con fuerza la cintura de su esposa para sostenerla y salió del comedor
sin volver a ver los ojos de su hija, aquellos ojos tan parecidos a los suyos,
pero que nunca volverían a ser los mismos para él, ni para nadie.
Blake sintió que sus piernas fallaban de un momento a otro,
provocando que Calder la sostuviera en su lugar. Por un momento no le
importó quién era él y se quebró entre sus brazos, dejando que sus lágrimas
salieran y su rostro se viera recostado en el hombro fuerte de aquel horrible
hombre.
—Calder… oh, lo siento —el hombre dio unos pasos hacia atrás al ver
a su capitán abrazando a su mujer, quién lloraba.
—No está bien, dime lo que has venido a decir.
—Bueno, lo necesitan.
—Claro, en cuanto esta mujer me suelte sin caerse —Blake se apartó
en seguida y limpió sus lágrimas con presura—. Bien, todo controlado,
entonces. ¿Dónde dices que me necesitan?
—En su despacho lo esperan.
Calder salió del lugar con aires renovados, casi pareciera que no había
estado en medio de una discusión. Sin embargo, el marinero que había dado
el aviso se mostró en verdad abatido por el sufrir de aquella hermosa dama.
—¿Necesita algo, señora?
—Oh —ella se limpió las lágrimas y compuso una sonrisa, por un
momento pensó que se había quedado sola—. No, se lo agradezco… será
mejor que vaya con mi esposo, seguro que se molesta si se da cuenta que no
lo ha seguido.
El hombre sonrió de lado, parecía un alma buena y blanda.
—El capitán no es tan malo como lo parece —ella levantó la mirada
—. Sé que parece osco y sin sentimientos, pero se dará cuenta con el tiempo
de que es una coraza que quiere tener, sin mucho éxito, a decir verdad.
La mujer vio como el hombre se marchaba del lugar y lo juzgó de
loco. ¿Cómo alguien podía pensar que Calder tenía corazón? Era malvado y
lo odiaba, lo odiaría siempre.
CAPÍTULO 5
Blake no pudo volver a ser la misma después de que su familia saliera
por la puerta de la antigua casa. En el momento en que sus padres dejaron el
recinto, ella había dejado de ser una Collingwood, había dejado de ser
familiar de cualquier persona que ella hubiese conocido, la habían
repudiado.
Estaba destrozada y toda ella lo demostraba. No importaba cuántos
días pasaran, que cambios climáticos se presentaran, o personas la visitaran.
Porque sí, la visitaban, más de un chismoso iba a casa del nuevo duque de
Bermont para ver a la Collingwood exiliada de su casa, a la mujer que
traicionó todos sus principios para casarse con el adinerado caballero,
dueño de todas esas tierras.
Para colmo, Calder no ayudaba en nada. Sí, no la había tocado desde
que se lo pidió hace ya un mes, dormían juntos y caminaban una vez al día
por los jardines, pero no se decían nada, no se prestaban atención y ni
siquiera se interesaban por saber lo que al otro le pasaba o preocupaba. Eran
dos extraños que no se conocían, ni tampoco querían hacerlo.
Debía aceptar que su esposo era un hombre increíblemente atractivo,
su voz era como un imán para su cuerpo y sus vellos del cuerpo se erizaban
con una mirada de sus flamantes ojos miel. Pero era eso: atracción,
ferocidad, deseo.
Esa mañana al despertar, Blake se sitió tan mal como todas las
anteriores, apenas comía y ni que decir de sonreír, ver a Calder junto a ella
tampoco fue reconfortante. Era hermoso, sí, pero no lo amaba. Cuando
pensaba que haría esa locura con Marco, por lo menos tenía el consuelo de
que despertaría y lo vería amándola como nunca, que toda duda o penuria
se esfumaría con ver aquellos ojos cafés.
—¿Qué tanto me observas? —preguntó la fuerte voz de Calder.
Blake no se inmutó en lo más mínimo.
—Tienes un lunar ahí —apuntó una parte sobre su clavícula.
Calder instintivamente volvió la vista hacia el lugar, lo cual se le
conflictuaba un poco y le daba la apariencia de un niño.
—Ah, ya lo veo —asintió—, no lo había notado.
—Es bastante grande, ¿cómo no lo has notado?
—No pongo tanta atención a mi cuerpo, sino al de otros.
—¿Mujeres?
—Por supuesto. Como el tuyo, aunque no me facilitas las cosas.
—Lamento ser la única mujer que te hace un desplante.
—Te dije que no me agrada el sarcasmo —Calder se puso en pie,
haciendo notar que había dormido desnudo.
Y eso lo hacía siempre que podía, sabía que a ella le conflictuaba, que
la incomodaba al límite de no poder dormir; pero al menos la estaba
acostumbrando al cuerpo varonil. Y ella podía asegurar, que le encantaba el
cuerpo grande y trabajado de Calder, aunque le apenaba sobremanera
verlo… todo.
—¿Podría taparse? —se volvió.
—No hay nada aquí que no tenga otro hombre.
—Aun así, no es algo que aprecie ver a primera hora del día.
—Lo siento por ti. Porque yo duermo desnudo y siempre lo haré.
Blake rodó los ojos y se puso en pie al igual que él. La rutina era la
misma, llegaba una doncella para ella y un ayuda de cámara para él; se
vestían, desayunaban, caminaban por el jardín un rato, se daban un beso de
despedida. Calder hacía sus cosas y Blake las suyas, se veían en la comida,
charlaban un rato y así hasta la cena.
Monótono, ensayado, obligado.
Eso hasta esa mañana, cuando de pronto se escuchó un pequeño
desastre que hizo que la nueva pareja se volteara a ver con extrañeza.
—Quédate aquí —ordenó Calder.
—No, creo que conozco ese tipo de grito.
—¿De qué hablas?
En ese preciso instante, una hermosa chica de cabellos cafés y ojos
azules se introdujo en la habitación. Sí, en la habitación donde también
estaba el duque y dueño de ese lugar. Era su prima Sophia, con ojos
desencajados y rubor en las mejillas.
—¿Por qué no me lo dijiste a mí? —dijo furiosa.
Blake debió esperar esa reacción, su prima no era de seguir la
corriente, el simple hecho de que estuviera ahí parada, en esa casa que ya
había quedado renegada era la prueba de ello.
—Emm… Sophia, estás en nuestra habitación.
La chica pasó sus ojos de su prima, a el marido de esta. Calder se
encontraba sin camisa, únicamente con un pantalón, lo cual logró
avergonzar a Sophia, pero no lo demostró.
—Hola, lord Hillenburg, lamento irrumpir tan extrañamente en su
hogar, pero necesito hablar con mi prima.
—No me sorprende, señorita Pemberton, que sea usted tan atrabancada
como su madre.
—No me ofenda, yo soy aún más atrabancada que ella, pero agradezco
que recuerde mi nombre. Ahora, debo decir que me altera un poco los
nervios verlo sin camisa, a pesar de que me resulta agradable, no deja de ser
el marido de mi prima, ¿me haría el favor de ponerse algo?
—Si me hace el favor de salir de la habitación, por supuesto.
—Vale, Blake, te veo en el salón azul, ya sabes, el que le gustaba a la
abuela, iré pidiendo el té.
—Sí, está bien, por favor Sophia, sal de aquí ahora.
—¡Dios! No seas celosa, ya te has casado con él.
—¡No lo digo por…! —la frase se quedó interrumpida por el fuerte
portazo que Sophia había dado a la puerta— ¡Dios!
—Tu prima es bastante particular —dijo Calder, colocando su camisa
—. Me agrada.
Blake volvió la cara hacía él, notando la sonrisa retorcida que se
posaba en su semblante.
—Sí, suele ser así.
—Parece que ella no te odia, ¿Te sientes mejor?
—No, en realidad, mi familia me odia, seguro le prohibirán volver a
venir a verme.
—Sí lo hizo hoy, lo hará cada que quiera.
—No, Sophia viene de un viaje de Francia, estaba de vacaciones con
mi tía Giorgiana.
—Por esa razón llegó directa aquí —asintió—, sabes, ahora que
mencionas a Giorgiana, ella es la única que tiene mi respeto.
Blake regresó la cabeza con fuerza que casi la desnuca.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Hay historias de ella de dónde vengo. Demasiadas.
—No lo entiendo.
—Como sabes, soy de Estados Unidos, al menos, viví demasiado
tiempo allá, tu tía es famosa por esas tierras.
—Sé que ella vivió allá mucho tiempo, pero, la verdad, no sé qué pasó
en ese lapso de su vida.
—Que desperdicio de tiempo, ella es una persona asombrosa, para mí,
la única que vale la pena, una mujer excepcional.
—¿Por qué?
—Porque persiguió sus sueños a pesar de todo, no le importó iniciar de
cero, ser lo más bajo siendo que ella lo era todo, luchó, perdió y ganó. Eso
es una mujer verdadera.
Blake se sorprendió por la forma en la que él hablaba de su tía, era de
su conocimiento que Calder odiaba a su familia, pero al parecer había
alguien al que admiraba, nada más y nada menos que Giorgiana, la mujer
que construyó un imperio con sus propias manos.
Blake no tardó en bajar las escaleras para ir con su prima, Calder
seguro iría a desayunar y después desaparecería durante todo el día hasta la
comida. Lo que le daba la oportunidad de desahogarse.
—…yo le dije a Blake que bajara aquél arco, pero ella…
La nueva dueña de la casa Bermont entró en medio de esa frase de su
prima. Sophia, como era de esperarse, había comenzado a socializar con
quién tuviera oportunidad, en esa ocasión, era uno de los hombres de
Calder. Lo veía con bastante regularidad, pero siempre que ella entraba a
algún lugar, el hombre salía, por no decir que desaparecía. Parecía que
Calder tenía prohibido que le hablaran, quizá su marido se hubiese enterado
de alguna forma de las palabras que le dirigió ese mismo hombre en una
ocasión.
—¡Blake! —sonrió Sophia— ¡Al fin bajas!
—No he tardado tanto —dijo con desgana.
—Vaya actitud para una mujer recién casada —sonrió su prima.
—Me retiro lady Pemberton.
—¡Oh! No se vaya señor Loren, me agrada sobremanera.
—Lo lamento, pero tengo algunas cosas que hacer, aunque ha sido un
placer conocerla —el hombre miró a Blake con respeto e inclinó la cabeza
—: señora.
La dama asintió con la cabeza también y sonrió hasta que el hombre se
fue. Después de eso, su rostro hermoso se ensombreció y la tristeza se
remarcó en sus ojos verdosos.
—¿Blake? ¿Qué pasa?
—Es todo un desastre.
—¡Me lo imagino! —dijo con emoción— ¡Si has puesto a la familia
de cabeza! Pero por amor todo lo vale.
—Yo no lo amo.
—¿Cómo? No entiendo —frunció el ceño su prima.
—Nada es cómo crees —los ojos de Blake se llenaron de lágrimas—,
nada salió como yo lo esperaba.
—Blake, ¿Por qué lloras? ¿Qué ha pasado? —la abrazó—. Por Dios,
me estás asustando.
—No quiero hablar de eso, en realidad, quisiera olvidarlo todo.
—Ven, sentémonos —pidió Sophia—, dime todo lo que pasó.
—No sé cómo pude ser tan estúpida —Blake se tapó la cara con ambas
manos y lloró con soltura.
Su prima Sophia había sido su confidente desde siempre, ahora, se
sentía conflictuada de hablar del tema, aún con ella.
—Tranquila, no eres estúpida, eres todo menos eso. Dímelo, veremos
qué hacer.
—¡No hay solución alguna! —negó—, estoy atrapada dentro de la fosa
que yo misma cavé.
—Siempre he estado ahí para ayudarte a cavar, seguro puedo ayudar a
salir de ahí en esta ocasión.
—No Sophia, no esta vez.
Blake comenzó a relatarle la historia desde el principio. La hermosa
hija de Katherine Collingwood lloraba continuamente mientras lo contaba
paso a paso, cada palabra le hacía resaltar más su idiotez al actuar, había
tantos indicios que no notaba y ahora eran tan nítidos. Las expresiones
doloridas de su prima tampoco lograban reconfortarla, pero comprendía que
se exaltara con lo que le contaba, cualquiera lo haría.
—Entonces, por eso has pedido al duque que se casara contigo.
—Él lo había pedido antes, además, conocía parte de lo que pasaba, en
mi cabeza parecía ser la opción más fácil, sabía que él me aceptaría pese a
todo, incluso que no preguntaría nada, puesto que no le importaría. A lord
Hillenburg sólo le importa ganar y ganó, no sabe por qué lo hizo, pero
venció.
—Pero Blake, has hecho la promesa de que harás lo que diga, él no es
hombre que se clasifique como… bueno. Ahora, con todo lo que pasaste
él…
—Ha sido un caballero, Sophi, te lo aseguro.
—¿Él? —sonrió la joven—. No te ofendas, pero yo me lo imagino
como un animal salvaje, un hombre que no se detiene con nada, un demonio
al que hay que temerle.
—Y así es, pero no ha intentado nada… no desde que se lo pedí.
—Eventualmente lo hará.
—Espero estar lista para ese momento, día con día lo intento, sus
acercamientos, aunque mínimos, no logran incomodarme.
—No creo que sea lo más importante esa parte en específico.
—¿Qué puedo hacer? ¿Contarle? —negó—, no le tengo la confianza,
conociéndolo, quizá lo usara en mi contra. No le puedo dar más armas de
las que ya tiene.
La puerta se abrió en ese momento, dando paso al mismísimo
demonio, quizá hablar de él lo invocara de alguna forma.
—Blake —la llamó distraído, viendo algunas cartas—, tengo que salir
de la ciudad por unos días.
—Está bien —asintió la joven.
Calder levantó la vista y sonrió coquetamente hacia Sophia, quién
rápidamente se sonrojó y bajó la mirada cuando él fue a depositar un beso
en la frente de su prima.
—Volveré en una semana.
—Qué tengas un buen viaje —Blake intentó sonreír, cosa que para
Calder fue suficiente.
—Adiós, lady Pemberton —tomó su mano y la besó galantemente,
mirándola con esos ojos profunda y penetrantes.
—Hasta luego, lord Hillenburg —suspiró Sophia.
En cuanto el hombre salió de la habitación, su prima comenzó a gritar
y hacer un dramático flechazo de amor.
—¡Dios mío! ¿Cómo puede haber un hombre tan perfecto? ¡Viste sus
ojos! ¡Son tan hermosos! Y malvados y profundos, es como ver el sol, es
como el fuego de una fogata, ¡Eres afortunada!
—No creo lo mismo, pero bueno.
—Lo siento —se sentó correctamente—, lapsus de estupidez.
—No importa, sé que es apuesto, pero no era lo que quería, yo no lo
amo y él tampoco siente ningún afecto por mí.
—Lo sé. Pero podría hacerlo ¿no crees?
—No creo que sea su intención, remarca mucho que quiere un hijo,
pero nada más. Lo entiendo, él tampoco me ama, así que lo único que puede
obtener de mí, es eso.
—Eso te deja en el lugar de una yegua —le hizo ver— ¿No cabe la
posibilidad…?
Blake la miró con mala cara.
—¿De qué?
—¿De qué lo enamores? —se inclinó de hombros—, imagina el poder
que tendrías si acaso él te amara. Es un hombre influyente, rico y respetado.
Qué él te amara no sería malo, además de que te dejaría de tratar como si no
fueras nada.
—Dudo que tenga sentimientos, no sé si tenga corazón.
—Lo tiene, sólo que no lo demuestra, a lo que veo, está herido por
algo, me gustaría saber por qué —la miró con ojos entrecerrados—. Y sé
que a ti también te interesa.
—Es un hombre enigmático, pero no me despierta curiosidad alguna,
alguien que sólo actúa para lastimar no puede interesarme.
—No lo hagas para amarlo, no dije enamórate de él, dije: “enamóralo”
—dijo con suficiencia.
Blake pensó unos momentos en aquello.
—No sabría cómo hacerlo y, sinceramente, sigo sin ganas de hacerlo,
siento que me costaría la vida tan sólo intentarlo.
—Lo entiendo, pero piénsalo.
Sophia se fue después de una hora y fue en ese momento que Blake se
dio cuenta que estaba sola. Calder le había dicho que regresaba en una
semana y estuvo de acuerdo, pero no recordó que mientras él estuviera
lejos, ella no podía hacer nada, no podía salir, ni ir con su familia, ni
siquiera organizar algo. Ahora era una mujer despreciada por la sociedad.
—¡MALDITA SEA LOREN! —gritó de pronto Calder.
Blake se puso en pie, ella ya lo hacía a kilómetros de ahí. Salió
corriendo hacia el pasillo para verlo hecho una furia encarnada mientras le
gritaba… no, despotricaba contra el pobre hombre con el que Sophia había
estado hablando, el tal Loren.
—¿Calder? —llamó Blake, caminando hacia él— ¿Qué ocurre? Pensé
que estaría de camino.
—¡Y así debería ser! —gritó de nuevo— ¡Si cierto inútil…!
—¡Lo lamento capitán! —Loren parecía querer desaparecer de la faz
de la tierra— ¡Iré en seguida por ello!
—¡Muévete!
—¿Podría dejar de gritar? —pidió ella—, seguro que Loren no es
sordo, pero si sigue así, el resto de los empleados lo serán.
—Odio la incompetencia, todo por platicar con tu prima.
—Es muy hermosa, es entendible que lo distrajera un poco.
—Trabajo es trabajo —la miró de arriba a abajo—, este o no una mujer
hermosa presente.
—No todos tienen su temple, mi lord.
—Ya veo —miró furioso al pasillo por donde había desaparecido su
hombre—. Tienes algo que decirme, supongo ¿O por qué razón mi esposa
salió a recibirme?
—Quiero acompañarlo —exigió.
—Estás loca.
—No me quiero quedar aquí sola, me aburriría y entraría en depresión,
moriría.
—¿Me chantajeas? ¿A mí?
—Sí es necesario mi lord, sí.
—No.
Blake colocó en su semblante una mueca de asombro, nadie le negaba
nada desde que recordaba.
—¿Por qué no?
—Es un viaje de negocios, no puedo estar velando por tu seguridad
todo el tiempo, tengo cosas que hacer.
—No es necesario, estaré pegada a usted todo el tiempo.
—No te voy a llevar a donde hay hombres extraños que puedan
hacerte alguna barbarie o insinuación.
—Por favor, no deseo quedarme aquí, haré lo que diga.
—Lo que digo es que te quedes aquí.
—En realidad, Calder —dijo un hombre grande y rudo detrás del
duque—, sería más fácil llevárnosla.
—¿Disculpa? —le dijo molesto por ser contradicho.
—Estoy seguro que el sin nombre querrá maniobrar mientras nosotros
estamos fuera. Preferiría tener que cuidarla allá, que enfrentarme a ese y los
suyos.
—No creo que haga nada, sabe que la buscaría por cielo, mar y tierra.
Ella me pertenece, nadie puede quitármela.
—¿No lo crees capaz? —elevó una torcida ceja con una cicatriz.
—Puede que tengas razón, seria tedioso ir a buscarla donde sea que
quisiera esconderla —suspiró— ¡Bien, maldita sea! ¡Trae algo para que te
cambies!
Blake sonrió. No conocía a aquel hombre y no sabía por qué debía
cuidarla, pero le agradecía haber intercedido por ella.
—Vuelvo en un momento.
—¡Sólo nos vamos unos días! ¡No exageres con tonterías! —le gritó
Calder desde el inicio de las escaleras. Farfulló unas palabras y volvió la
vista hacia su hombre—: ¿Por qué hablaste a su favor? Sabes que puedes
con eso y más.
—Sí, pero te hice un favor. La mujer es preciosa, única en su clase y te
quiere acompañar, ¿Qué más explicación quieres?
—¿El no entrometerte te sería mucha molestia?
—Hablando de entrometerse en la vida de otros, tus encargos ya han
sido hechos, hay gente molesta y —lo miró—, una cosa más.
—Supongo que es relacionado a mi mujer.
—Parece que estuvo en un lugar que una mujer de su clase no debió
conocer nunca —elevó una ceja—. Hasta el momento no han querido
hablar, pero puedo sacarlo a la fuerza.
Calder apretó los labios y rascó su barba un poco.
—No. Deja todo como está, la verdad saldrá a su tiempo.
—¿Vivirás en la duda?
—Hasta el momento no es de mi interés, quiero forzarla a que ella
misma me lo cuente —miró hacia el segundo piso—. Aunque dudo que lo
haga, me tiene miedo.
—No es que le permitas confiar, cuando te la pasas haciendo maldades
a toda su familia y a ella misma.
—Lo hará, eventualmente me dirá por qué necesita de mi ayuda.
—¿Qué tal que no necesite tu ayuda como tal?
Calder lo miró pensativo, pero no le dio tiempo de decir nada, puesto
que, en ese momento, Blake bajaba las escaleras con una pequeña maleta
que Calder se apuró a quitar de sus manos y la escoltó hasta la carroza.
—¿Irás conmigo? —preguntó ella, pensaba aplicar en cierta parte el
plan de Sophia, tal vez si lo enamorara de ella, la vida entre ellos sería más
llevadera.
Calder la miró con extrañeza.
—No, prefiero cabalgar, a decir verdad.
—Quisiera que fueras conmigo.
—¿Tomaste algo? ¿Tú prima te dio algo que trajo de Francia?
—No —frunció el ceño, sin entender.
—Entonces no comprendo tu comportamiento.
—Dijiste que querías que pareciera una esposa amorosa y feliz —
elevó una ceja—. Eso hago.
—Qué considerada —sonrió con ironía—, pero no me gustan las
carrozas, iré a caballo, como toda la vida.
—Idiota.
—Mentirosa.
—Ideático.
—Malcriada.
—Grosero.
—¡Basta! —pidió el hombre que Blake no conocía—, sólo, suban a
esa carroza para que podamos marcharnos de una vez.
—¿Cómo dijiste?
—Vamos Calder, necesitamos irnos, lo sabes bien, tu mujer quiere
pasar tiempo contigo, si no aceptas tú, aceptaré yo.
—De hecho, te prefiero a ti —dijo Blake en un impulso— sube mejor
tú a la carroza, me serás una mejor compañía.
El hombre se quedó sin habla, incluso palideció.
—¡No digas tonterías! —gruñó Calder— ¿Cómo te atreves a hablarle
así a un hombre que ni siquiera conoces?
—Entonces, me presento: soy Blake Collingwood, un placer.
—De hecho, mi cielo —la interrumpió Calder—, eres Blake
Hillenburg, ¿acaso lo olvidas?
—Por favor, a los dos —se frotó la cara el hombre de color—, sólo
suban al carruaje.
La pareja se miró con desagrado. Blake fue la primera en entrar a la
carroza e incluso cerró la puerta para que Calder no subiera. El hombre que
acompañaba a Calder sonrió con gracia ante la acción de la mujer y miró a
su amigo, señalando el lugar a donde tenía que ir.
—Estás loco si piensas que la complaceré en esto.
—Vamos amigo, ella te lo pidió.
—Y yo recuerdo haber dicho que no.
—Por todos los demonios Calder, sube al maldito carruaje junto con tu
mujer y vámonos de una vez, en serio hay problemas.
—Lo sé. ¡Bien! Con un demonio, si asesino a mi esposa en el camino,
será tu maldita culpa.
El hombre dejó salir una carcajada rotunda y asintió. Calder abrió de
mala gana la puerta del carruaje y la cerró de golpe, alterando a Blake,
quién inmediatamente se volvió hacia la ventana.
—Creí decir que quería a tu amigo.
—No digas tonterías, no eres del estilo de Víctor.
—Así que al fin tengo el honor de saber su nombre.
—Nunca lo preguntaste, incluso no se lo preguntaste a él.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Nada, ahora tendremos que pasar todo el camino juntos, trata de no
decir algo que haga que te aviente de la carroza.
—Quiero ver que lo haga, en serio lo ansío.
—No me tientes demasiado, no quiero reclamos después.
—No hice nada para molestarle —se cruzó de brazos—, sólo quería
estar más tiempo con usted, no le veo el mal.
—Algo tramas, en realidad no me interesa y preferiría que dejaras de
hacerlo, pero algo te traes entre manos.
—Como dije, estoy actuando tal y como me indicó, como una mujer
enamorada de su esposo, ¿no era eso lo que quería?
—No quería que te impusieras en viajes que son meramente de trabajo,
ni tampoco que obligaras a mis hombres a entrar en dilemas.
—Lo siento en ese caso.
Calder miró hacia su mujer, quién lo ignoraba magistralmente. La
hermosa dama sonreía a pesar del ambiente tenso en el carruaje, sabía que
lo había hecho enojar y eso la divertía sobre manera.
—No te hagas la lista Blake, sabes que tienes todo para perder.
—Intento cumplir tus estipulaciones —lo miró con inocencia— ¿Tiene
algo de malo?
—No me molestes mientras intentas cumplir “mis estipulaciones” que,
si fuera el caso, cumplirías como mi esposa, en lugar de pedirme tiempo
para acostumbrarte a mí.
—¿Sigue molesto por eso? —le dijo nerviosa—, no pensé que me
deseara tanto como para permanecer colérico.
—Deseo a cualquier mujer hermosa —se excusó al hacer notorio su
predilección por ella.
Tenía razón esa mujer, la deseaba como al vino más exquisito o el
postre más delicioso, el hecho de que no le permitiera acercarse a ella, lo
volvía loco, lo hacía ponerse furioso al tiempo que le encantaba el juego.
Nadie nunca había impedido que hiciese lo que quisiese, las mujeres
prácticamente rogaban por sus servicios; en cambio Blake, parecía más que
contenta de que no la tocara, no parecía desearlo a pesar de las muchas
formas en las que él había intentado perturbarla con el tema.
—¿Puede dejar de verme como un bocadillo? —lo sacó de sus
pensamientos—, soy una mujer.
Calder no contestó, simplemente volvió la cabeza hacia otro lado y se
dejó llevar por un sueño profundo. Blake aprovechó ese momento para
relajarse. Siempre que estaba en presencia de su marido, la tensión subía
por sus venas. Era un hombre impredecible y le temía por ello, en un
momento él se podía comportar como si ella no existiese en el mundo, para
al siguiente, quererla devorar de un beso que la hacía temblar de pies a
cabeza.
No sabía sí era lo correcto ir con él, pero en definitiva quedarse a
esperarlo no era una opción, no una que quisiera. Al menos, cuando él
estaba cerca, las cosas parecían no ser tan monótonas. Calder, con sus
gritos, enojos y explosiones, hacían su vida llevadera y hasta divertida -si es
que ella provocaba su furia-, además de que nunca le faltaba el respeto.
—Blake, ya llegamos al hostal, baja de una buena vez —pidió de
pronto Calder.
Ella no se había dado cuenta que se durmió prácticamente todo el
camino, y no era lo peor, sino que el pecho de Calder le había servido como
almohada y esa era la razón principal por la que él no podía bajar de la
carroza.
—Lo siento, no me di cuenta que me dormí.
—¿En serio? Te dormiste todo el viaje hasta aquí —le dijo furioso—,
ahora estoy adolorido por tu culpa.
—Me hubiera quitado.
—Venía dormido también.
—¡Bien tortolos! —gritó Víctor, el bello marinero con buenas
intenciones—. ¡Bajen ya! Tengo la llave de vuestra habitación.
—A veces te pasas de buena gente Víctor, en serio, gracias —
refunfuñó Calder, arrebatando la llave que le tendía su hombre y ayudando
a Blake a bajar de la carroza.
—¡Diviértanse!
—No lo haremos —la pareja respondió al mismo tiempo.
Víctor sonrió ante la contestación, la pareja no parecía nada
complacida por ello, así que no mencionó nada más. Sabía que Calder, su
jefe y amigo, deseaba a esa mujer, pero algo tenía aquella chica, algo la
hacía reservada y hasta temerosa de su capitán. No la podía investigar,
puesto que el capitán no lo había ordenado, pero la curiosidad lo asaltaba.
—¿Puedes subir un poco más aprisa? Estoy cansado —apuró Calder,
subiendo escaleras detrás de su esposa.
—Si no ves, estoy subiendo lo más rápido que puedo.
—A mi ver, lo haces cada vez más lento.
—Ah, lo siento, ojalá estuviera cargando mi valija, así todo sería más
fácil y seguro ya estaría en la habitación.
—Tú puedes hacerlo sola.
Blake terminó de subir las escaleras y caminó hacia la habitación
veinticuatro, que sería la que ocuparían por esa noche. Lastimosamente, a
pesar de estar actuando con todo el orgullo que le era posible, al abrir la
puerta, cayó al suelo debido a una estorbosa alfombra que casualmente
estaba levantada.
Calder se rio un poco de ella, pero fue a buscarla enseguida.
—¡Déjame! —le dijo furiosa y avergonzada— ¡Puedo sola!
—No puedes ni caminar, dudo que puedas ponerte de pie.
Calder apartó la maleta y tomó en brazos a su mujer. Para el momento
en que la sentó sobre la cama, la chica lloraba de furia y vergüenza.
Detestaba haberse caído frente a él.
—Dije que podía.
—Sí claro. ¿Te has torcido algo?
—No.
Irrespetuosamente, Calder tocó el tobillo de su esposa, haciéndola
sacar un grito dolorido.
—Sí, me lo imaginé —sonrió el hombre—, pero que torpe eres.
—¡No soy torpe! —exclamó—, ¿No ha visto esa alfombra? Podría
matar a cualquiera.
—Ajá, claro, si te gusta pensar eso, entonces está bien. Ahora, deja que
te ponga algo en el tobillo y te lo vendaré.
—¿Eres doctor?
—No, claro que no. Pero sé tratar algunas cosas, esto es una tontería,
cualquiera puede poner un ungüento y vendarlo.
—Pensé que como está tan obsesionado con mi tío Thomas, quizá
también sería médico, como él —Calder apretó el tobillo de su esposa,
haciéndola gritar—. ¡Lo ha hecho apropósito!
—No te metas en mis cosas, o ese dolor será el comienzo.
—Cobarde.
—¿Cobarde? —sonrió torcidamente, sus ojos llamearon como el
infierno—. Sí, me considero así por no haberte tomado aún, por no poder
sentir tu cuerpo y no sabes cómo me gustaría oírte gritar y suplicar por más,
porque lo disfrutarías, eso lo sé bien.
Blake sentía su corazón palpitar con fuerza. Él se acercaba cada vez
más, haciendo que se recostara en la cama mientras él quedaba sobre ella,
sin tocarla, pero intimidándola lo suficiente como para que volviera la cara
hacia otro lado.
—P-Podría…
—¿Por qué le da tanto miedo? —inquirió—, no parece ser una dama
de las que tema al acto sexual, así que explíqueme, ¿Alguien la tocó como
no le gustaba?
—¡No sea grosero! —negó ella, queriendo apartar el cuerpo grande
que se cernía sobre ella.
—¿Qué pasa si me acerco un poco más? ¿A caso llorará?
El cuerpo grande de Calder bajó unos centímetros, haciendo la
distancia entre los pechos de ambos, mínima. Blake sintió como la mano
fuerte del hombre sobre ella bajaba hasta su tobillo y comenzaba a subir el
holgado vestido hasta casi descubrir su muslo por completo, aquella mano
tocaba su piel y la hacía arder, era grande y cálida, le excitaba pensar lo que
podría hacer con ella.
—Por favor… déjeme en paz.
—¿Por qué? ¿Me va a revelar que no es virgen? —levantó la ceja—,
en realidad me lo imaginaba, pero no me interesa en lo más mínimo, la
mujer es mujer, todas esas estupideces que son requerimiento para un
matrimonio son estúpidas. Para mí, una mujer que sabe lo que quiere, que
sepan lo que les gusta y lo que no… sí, esas son con las que valen la pena
estar en la cama.
Blake lloró, desconcertando por completo al hombre sobre ella.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—No pensé que en serio quisieras llorar. Si es por algo de lo que dije,
lo siento, no quería ser tan brusco.
—No es lo que dijo —se limpió las lágrimas—. Sino lo que me hace
sentir cuando lo dice.
—¿De qué hablas?
—Estoy agotada —dijo de pronto—, iré a dormir.
Sin esperar a que él se apartara, Blake hizo ademán de ponerse en pie,
lo cual Calder permitió, mirándola con intensidad y hasta curiosidad. La
observó cambiarse, sabía que ella estaría incomoda por ello, pero en esa
ocasión, no dijo nada para que él apartara su mirada de su cuerpo mientras
ella intentaba no revelarle nada.
El hombre se desvistió de prisa cuando la vio meterse en la cama y la
siguió en la acción, en realidad, estaba cansado, viajar en carroza era un
calvario para él, pero, por alguna razón, no podía conciliar el sueño como
normalmente lo lograba.
Quizá fuera que tenía demasiadas cosas en la cabeza o, tal vez la razón
de su insomnio fuera que su esposa no dejaba de llorar en silencio,
intentaba no hacer ruidos, pero él escuchaba perfectamente sus lamentos,
¿qué había dicho para hacerla llorar de esa forma? Debía aceptar que en
ocasiones era un barbaján cuando hablaba de hacerle el amor, pero
normalmente ella no lloraba por aquellas insinuaciones, había algo más.
—¿Blake? ¿Estás bien?
Ella fingió dormir y él dio por terminado el tema, tampoco era que se
quisiera desvelar por el llanto de una caprichosa mujer, él era un hombre
ocupado y en lo último que debía pensar era en el remordimiento o dolor
que su esposa sintiera gracias a su pasado.
CAPÍTULO 6
Calder abrió los ojos sintiéndose acosado por unos brazos que no se
despegaban de su cuello. Normalmente había reaccionado mal si alguna
mujer se aferrara a él de esa forma, pero a la única que le permitiría tales
acciones, sería a su esposa y era ella la que lo tenía abrazado de tal forma
que sentía que lo asfixiaría.
Blake era una mujer preciosa, en definitiva, una de las pocas que le
llamaban la atención más que para sólo tomarla una noche. Era verdad que
tenía una belleza poco común, lo hipnotizaban sus ojos verdes centellantes
como el rocío en el pasto y sus cabellos negros parecían robar la noche,
además de su hermoso cuerpo; pechos insinuantes, grandes como el tamaño
de su mano, caderas generosas y curvas, cintura pequeña como avispa y
piernas largas y trabajadas.
Qué no daría para ponerla bajo él y hacerle el amor por horas, por días,
sin límite, haciéndola gritar, retorcerse y aferrarse a él como única palanca a
la realidad y a la vida, ansiaba verla desnuda y que el rubor coloreara sus
mejillas.
—¡Capitán! —dos fuertes toques a la puerta habían venido
acompañados de ese grito— ¡Nos esperan en el puerto!
—Vale, voy en seguida.
Blake despertó en ese momento, Calder la miraba con una ceja
levantada, burlándose de ella y de la forma peligrosamente sensual en la
que sus curvas se pegaban a su cuerpo varonil.
—Por qué no me ha quitado —se apartó de un brinco.
—Es obvio, no quería, ni tampoco era como si pudiera; eres más fuerte
que un pulpo cuando se trata de abrazarme —Calder se sentó en la cama—.
¿Acaso salen tus deseos ocultos cuando duermes?
—¡No! Por supuesto que no es así.
—¿En serio? —sonrió—, comienzo a dudarlo mucho.
—¿No tiene algo que hacer? —la joven imploraba su partida.
—Puedo posponerlo si tu deseo no lo tolera.
—No se preocupe por mí, no hay nada por lo cual detenerse.
—Es una lástima.
Calder dejó caer la sabana que cubría la mitad de su cuerpo, dejando a
la vista su cuerpo fornido que quitaría el aliento de cualquiera, menos el de
Blake, a ella sólo le quitaba la paz.
—¡Dios mío! ¡Usted y su tendencia exhibicionista!
—Y tú siempre tan puritana —ella frunció el ceño y volvió la vista
hacia otro lado, evitando verlo pasearse por la habitación a sus anchas—.
Será mejor que te cambies, ahora que hiciste que te trajera conmigo, tienes
que acompañarme a esos lugares donde una dama no debería ir. Pero es más
peligroso que te deje aquí, donde todos saben que estás y seguramente serás
una tentación agradable.
—Iré gustosa, así, si alguna vez hace falta su presencia, sabré que
hacer con sus posesiones.
—¿Estás intentando decir que es por si muero?
—O si es envenenado, todo puede pasar.
Calder dejó salir una varonil y estruendosa risa que descolocó a la
joven y la obligó a ponerse de pie con ojos volteados.
—Quiero ver tu intento de asesinarme, antes mueres tú.
—No lo dudo ni un poco.
—Me alegra que sea así. Cámbiate ya.
Nuevamente ella se colocó un simple vestido y se trenzó el cabello,
pese a que no era lo que acostumbraba a usar, ella seguía viéndose hermosa
y resaltando más que ninguna mujer.
—Bien, vamos de una vez.
Calder por su parte, no había colocado nada de su indumentaria de
caballero. No portaba saco ni chaleco, mucho menos un reloj de bolsillo o
mancuernas en las muñecas. En lugar de todo aquello, él tenía una camisa
holgada de algodón, pantalón y botas.
—¿Por qué se ha vestido así?
—Es mucho más cómodo, de hecho, prefiero vestirme así.
—¿En serio? Pero si siempre lo veo tan elegante.
—Depende de dónde me encuentre. Ahora voy a otro tipo de ambiente
y tú, no debes separarte de mí, ¿Comprendido?
—Supongo.
Ambos salieron de ahí pasado el desayuno y montaron a caballo hasta
el muelle, no irían en carroza, era estorboso y no funcionaba en ese lugar
abarrotado de cargadores, navegantes y bandidos.
—Bonito ¿no?
—Lo dice en broma —insinuó ella, cubriendo su boca y nariz, lo cual
no ayudaba en nada para el olor nauseabundo.
—No, en realidad me encanta este lugar.
—¿A qué hemos venido?
—Parece ser que uno de mis barcos está teniendo problemas de carga.
Tengo aviso de que es probable que nos robaran mercancía, si es así,
asesinaré al ladrón.
—¿No cabe la posibilidad de que se perdiera algo?
—No, yo mismo estaba presente cuando estaban cargando el barco, no
puede haber error.
Calder espolió al caballo y se posó junto a un grupo de marineros
sucios y enormes que parecían discutir todo con gritos y empujones. Ahora
entendía por qué no debía estar ahí, pero ya que estaba, era su tarea
comportarse a la altura.
Blake notó a Víctor junto a ellos, tomando las riendas del caballo para
serenarlo y ayudarles a bajar de la montura. Ella bajó primero con ayuda del
fuerte hombre moreno y su marido dio un brinco prodigioso desde la
montura.
—Muy bien, ¿Qué sucede aquí? —Calder habló fuerte y claro.
Los hombres callaron ante su presencia, parecía que le tuvieran
verdadero terror.
—¡Capitán! —se adelantó un chico de no más de quince años— ¡Le
juro que vigilé mi turno! ¡Se lo juro!
—Está bien Rick, díganme qué demonios pasó y dónde está mi
mercancía ahora, ¿tienen algún sospechoso?
—Capitán, cargamos todo bajo su mando, no pudo haber desaparecido
media tonelada de lana, así como si nada.
—Eso lo sé, algo pasó mientras era la fecha de salida.
—Los Sorts han estado vagando mucho por aquí, capitán, sabe que
nunca lo han querido por ser de tierras nuevas.
—Así que, los Sorts de nuevo.
—¿Quiénes son los Sorts? —preguntó de pronto la hermosa mujer que
había estado en el círculo de dialogo desde el principio, pero en un total
mutismo.
Todos habían notado con prontitud su presencia, su belleza era fuente
de distracción, pero el problema era más grande que sus impulsos de
hombre. Además, había llegado con Calder, su capitán, por lo cual, era
intocable. Pero, el hecho de que hablara con normalidad frente a ellos,
preguntando algo, era extraño, Calder no era de los que permitía esa clase
de intervención. Ya estaban esperando el posible regaño que pondría su
Capitán a la mujer.
—Son algunos marines que siempre causan problemas, hemos tenido
varios enfrentamientos con ellos por lo mismo.
—Ah, entiendo, ¿Entonces qué se hará con la situación?
Los marines quedaron sorprendidos por la normalidad con la que el
capitán había resuelto la duda. ¿Sería que acaso la belleza de la mujer había
logrado encantarlo?
—Tenemos que recuperar lo que es nuestro, pero el cómo hacerlo, aún
no lo sé.
—Podrías meter a un infiltrado a la nave —sugirió la chica, dejando
cada vez más boquiabiertos a los marineros que seguían las órdenes del
Capitán del infierno.
—No es tan fácil, nos conocen demasiado, hemos sido adversarios
desde hace mucho tiempo ya.
—Sí, pero a mí no me conocen.
Los hombres miraron a la hermosa joven con impresión.
—No estás sugiriendo…
—Sí, claro que lo sugiero —sonrió la mujer, mostrándose más bella
que antes—, no iría sola, por supuesto, pero podemos hacer algo al
respecto, creo que si yo fuera esos hombres…
—Blake, no.
—Vamos Calder, sé que puedo desarrollar una idea perfecta…
—No.
—Al menos deja que te lo explique.
—No.
Los hombres del Capitán miraban de uno a otro, como si se tratara de
un partido de bádminton el cual parecía ser dirigido por la mujer, por muy
impresionante que eso sonara.
—¿Quién es ella? —interrumpió de pronto el chico de quince años,
llamado Rick.
Calder y Blake dejaron de alegar por un momento para mirar al
muchachito con seriedad.
—Es mi esposa —dijo el capitán sin más.
Era por demás decir que nadie se esperaba eso.
—¡Ves! Ni siquiera ellos saben quién soy, puede funcionar.
—No. No irás a ese lugar, te matarán o algo peor.
—No sé qué podría ser peor que la muerte, pero…
—Nada, hablaremos de eso luego, por el momento quiero que todos se
pongan a buscar esa carga perdida, hagamos un último intento, quiero las
cuentas en mi escritorio en media hora.
Los hombres se esparcieron por el lugar, dejando a la pareja sola en
medio del mugriento muelle.
—Ven, vamos a mi camarote —pidió Calder.
—No entiendo por qué no me dejas siquiera explicarte —se cruzó de
brazos.
—Es peligroso, tú no sabes cómo es esta gente, te ultrajarían en la
primera oportunidad.
—No con lo que tengo en mente.
—Vamos al camarote —exigió.
—Vale, vamos, pero ahí me dejarás que te diga el plan.
—Si insistes, pero la decisión es mía.
Blake rodó los ojos y tomó la mano de Calder con fuerza, entrelazando
los dedos para no perderse. El hombre no reaccionó ante tal acción, le
pareció extraño, pero ella se mostraba tan tranquila y segura de esa forma,
que logró infundir lo mismo en él, Calder apretó el agarre y la dirigió al
enorme barco que era de su propiedad.
Ella había visto muchas veces barcos en las lejanías, pero jamás había
tenido uno tan cerca como en esa ocasión. No podía decir que nunca viajó
en uno, porque sí lo hacía, pero ese barco era diferente, había hombres
fornidos y gritando por doquier, cajas y cosas sin guardar, cargadores
moviéndose de un lado a otro, refunfuñando y maldiciendo. El olor a
pescado y la brisa marina eran una combinación nauseabunda.
—¡Capitán! —le gritaban con respeto a su marido cada que un
marinero o cargador lo veía pasar.
—Parece que te respetan.
—Soy quién les paga, no pueden hacer otra cosa —asintió, atrayendo a
su mujer hasta lograr pasarle un brazo por la cintura.
—No sólo es eso, en serio parece que son felices de trabajar aquí.
No respondió, sólo hizo ademan para abrir las puertas que se posaban
al fondo del barco, donde se separaban las cámaras del capitán del alta
cubierta del barco.
—Pasa de una vez —pidió al ver que su esposa no caminaba.
La verdad era que estaba bastante impresionada con el lujo que había
en las cámaras personales de Calder en el barco. Era espacioso, bastante
hermoso, muebles de madera, botellas de vino, una cama grande. No
pareciese que se pudiera sufrir ahí dentro.
—Es bonito —dijo mientras recorría el lugar.
—Pasé mucho tiempo de mi vida aquí, tenía que ser cómodo o
posiblemente no lo resistiría durante todos los meses en alta mar.
—Sí claro, entiendo —dijo ella distraída.
Había tantas cosas asombrosas ahí, que simplemente no podía
quedarse quieta. Mapas, artilugios, libros, pinturas y otras cosas que le
daban gran curiosidad.
—Como sea, puedes quedarte aquí mientras yo voy a hacer algunas
cosas, no quiero que salgas, estos hombres, aunque sean los míos, no
pueden resistirse a la carne, por lo cual te pido que hagas caso en esta
ocasión.
—¿Quedarme aquí no es peligroso?
—Nadie entra a mis cámaras sin permiso.
—Pero…
—De todas formas, dejaré a Víctor cuidando.
—No, no era sobre eso —se acercó a él—, quiero decirte lo que tengo
en mente para ayudar.
—Creía haber dicho que no.
—Dijiste que me escucharás cuando llegáramos aquí.
—Mentí —sonrió y le besó los labios—, soy un gran mentiroso.
Blake se apartó con fuerza, mostrando su molestia que él tomó a
broma y se fue del lugar, gritando algunas cosas en el camino. Resopló con
fuerza al escuchar cómo era encerrada ahí, pero no había opción, prefería
estar ahí, encerrada, pero a salvo.
Calder había intentado todo el día no salirse de sus casillas, pero en ese
momento, simplemente no podía mantener a raya su temperamento
explosivo. Estaba furioso ¡No podía creer que le hubiesen robado!, no
comprendía como nadie se había percatado hasta ahora, no había tiempo, la
embarcación saldría en menos de dos semanas.
—No sé qué más decir Calder, creo que si han sido los Sorts —dijo
Loren, otro de sus más allegados amigos.
—Sí, creo lo mismo, ¡Esos malditos bastardos!
—Creo que la idea que tu esposa podría funcionar.
La mirada que Calder lanzó a su amigo, hizo que aquél valiente
marinero diera un paso atrás.
—No sugerirás que las locuras de Blake tienen sentido, no la meteré en
las garras del tigre, la violarían y asesinarían, más si supieran de quién es
mujer.
—Sólo es una idea, puede que tenga algún sentido, sugiero que la
escuches, parece ser más lista de lo que piensas.
—No la creo una idiota.
—Y no lo es, recuerda que él que la vigila soy yo —Víctor le tocó el
hombro—, inténtalo amigo ¿vale?
Calder no respondió, se quedó en la popa, mirando el horizonte otro
buen rato hasta que consideró adecuado regresar a su camarote, junto a su
mujer. La noche era fresca e insinuante, parecía ser perfecta para que algo
malo sucediese, sin embargo, el capitán del infierno caminaba
tranquilamente, bajando escaleras y escuchado el crujir del barco que le era
tan familiar.
Antes de abrir las puertas de su camarote, Calder no pudo dejar de
notar las risas que se escuchaban desde el interior. Los nervios se le
encresparon de inmediato, según él, la única en el interior debía ser su
esposa, pero esa voz era de hombre y lo peor, reconocía la voz de aquel
muchacho.
—¿Se puede saber qué haces en mi camarote, con mi mujer?
El pobre Rick, con sus quince años apenas cumplidos, sintió que
habían acabado sus días. Había escuchado rumores de como el capitán de
ese barco parecía lograr encender sus ojos como fuego de la inquisición,
pero nunca lo había visto en persona.
—¡Calder! —su esposa corrió de forma extraña hacia él, abrazándolo
con fuerza y casi cayendo en el intento.
—¿Blake? ¿Qué demonios?
—Capitán, la señora se ha puesto borracha con las botellas de vino —
explicó Rick—, Víctor me ha dejado entrar para que revisara como estaba o
si necesitaba algo.
—Que se ha puesto ¿qué? —Calder revisó el semblante de la chica en
sus brazos.
¡Era verdad, estaba hecha una cuba! La hermosa muchacha
prácticamente se aferraba a él para mantenerse en pie, sus ojos
entrecerrados luchaban por verlo a la cara, sonreía como atontada y su
aliento tenía el dulce aroma traicionero del elixir carmesí.
—Mi capitán, será mejor que yo me vaya —escapó el muchacho al ver
la cara cada vez más enfurecida de su señor.
—¡Largo! ¡Y dile a ese idiota de Víctor que se las verá conmigo!
El muchacho salió corriendo del lugar, agradecido de no ser él quien
recibiera la furia del capitán.
—Ven Blake, vamos a la cama.
—¿Piensa violarme? —le dijo divertida— ¿Por qué todos quieren eso?
Soy una chica lista, no sólo tengo un cuerpo bonito.
—¿Qué dices? Te voy a recostar.
—No quiero recostarme, me das miedo.
—Créeme que, si no me haces caso, haré que me tengas miedo en
verdad —la ayudó a mantenerse en pie.
—Uy, ¿el gran capitán me va a tomar a la fuerza?
—No pienso tomarte, cállate y deja que te lleve.
—Nop —tronó ella, intentado estar de pie sola—, puedo hacerlo.
Al verla tambalear, Calder resopló, caminó hasta ella y la colocó en su
hombro para después irla a recostar en la cama. Blake se dejó caer
abruptamente, provocando que su cabeza diera vueltas.
—¿Vendrás a la cama conmigo?
—Sí, espero que estés dormida para entonces.
—Pensé que ibas a querer que hiciéramos el amor —ella se quedó
callada y miró hacia el techo, preguntándose algo— ¿Tú haces el amor? ¿O
eres más de los que dicen que intiman o tienen sexo?
—Cállate Blake.
—¿Qué? Son simples preguntas, es bueno saber que tan salvaje eres
¿Me vas a lastimar cuando lo hagas?
—No, ahora, ve a dormir.
Calder se quitó la camisa y comenzó a labrase el cuerpo, estar sudado
a la hora de ir a dormir era algo que detestaba, a menos que fuera después
de yacer con una mujer.
—Tienes un cuerpo muy hermoso —le dijo Blake, quién se había
levantado un poco para verlo.
—Recuéstate ya Blake.
—No, quiero seguir viéndote, normalmente me da vergüenza, pero
ahora no la siento.
—Porque estás ebria.
—Sí, quizá, por esa razón tenemos que acostarnos hoy.
—¿Qué?
—Sí, suena lógico, si estoy ebria, no me va a doler tanto como si
estuviera sobria.
—No te tomaré en ese estado —se acercó a la cama—, vete de tu lado,
no me dejas recostar.
—¿Tengo un lado?
—No me importa cual quieras, sólo hazte a un lado.
—Vale, acuéstate tú primero —pidió ella.
Calder rodó los ojos y lo hizo, levantó las sabanas y se echó a la cama.
Blake inmediatamente se acercó a gatas y se sentó sobre el abdomen fuerte
de su marido.
—¿Ahora escucharás mi plan?
—No, dije que no se haría ningún plan.
—Pero no me has escuchado siquiera.
—¿Crees que justo ahora tienes credibilidad ante mis ojos? —negó—,
estas demasiado borracha.
—Te aseguro que es inteligente, incluso tú me vas a cuidar, porque al
menos sé que no quieres que nadie me tome antes que tú.
Calder cerró los ojos y comenzó a ignorarla magistralmente,
eventualmente se casaría de hablar y se quedaría dormida. Abrió los ojos de
forma abrupta cuando de pronto sintió los labios de Blake sobre los suyos.
—¿Qué crees que haces? —le preguntó, apartándola de sí.
—Te beso, ¿qué más?
—Blake, baja de mí y ve a dormir.
—¿Escucharás mi plan?
—No —Calder colocó sus manos en la cintura de su esposa para
bajarla de su cuerpo, pero ella se empecinó, inclinándose de nuevo para
besarlo y acariciarlo— ¿Es un intento de seducirme y hacer que haga lo que
quieres?
—¿Funciona?
—No, la verdad es que no.
—Pensé que querías tomarme, que querías hacerlo conmigo.
—Sí, pero cuando estés consciente, ahora estás siendo incentivada por
el alcohol, así que baja ya y ve a dormir.
—No —lo besó de nuevo.
—¡Con un demonio! —él se sentó con ella a cuestas y la pegó a su
pecho— ¿Quieres que te haga el amor ahora?
La consciencia de Blake de pronto volvió a la normalidad, el miedo, la
agitación y el nerviosismo lograron colocarla nuevamente en la tierra y el
miedo se instaló en ella.
—Pensé que eras más un hombre de tomar lo que venía, no
precisamente de hacer el amor.
—Que tonta —la besó por encima del vestido—, sólo puedo hacer el
amor, nunca me meto con alguien a satisfacer un impulso, soy lo suficiente
hombre como para saber controlarme.
Blake bajó la cabeza y lo besó.
—¿Por eso te controlas conmigo?
—Me controlo porque me lo pediste ¿recuerdas?
Ella asintió.
—La verdad, es que una parte de mi quiere que lo hagas y la otra, está
aterrada por completo.
—Es normal —la bajó de sí y la recostó en la cama—, toda mujer
siente eso cuando va a entregarse a un hombre. Pero relájate, no es tu caso
en este momento.
Blake regresó la vista hacia él, se había recostado de lado para vigilarla
si fuera necesario, pero tenía los ojos cerrados, permitiéndole a ella verlo a
sus anchas.
—Tienes labios bonitos —se los tocó— y besas muy bien.
Calder sonrió y abrió los ojos.
—No piensas quedarte dormida ¿Verdad?
—No por el momento —se inclinó de hombros—, me siento extraña
junto a ti.
—Blake, ¿Qué diablos te pasa? ¿Por qué decidiste venir?
—No lo sé, quería no estar sola, allá en casa estoy sola.
—¿Cuál es la razón por la que decidiste casarte conmigo?
Ella se quedó callada por largo rato, lo miraba atentamente, como si
buscara la respuesta.
—¿Me besarías?
—No.
—Por favor Calder, bésame. Te diré la respuesta.
Calder, tentado por saber la respuesta, se levantó de la cama y la miró
por un rato. Mejillas sonrojadas, boca rojiza, mirada dulce y atenta, cuerpo
precioso. Se inclinó lentamente hasta que tocó finamente sus labios,
después, tomando con firmeza sus comisuras hasta que se convirtió en un
beso apasionado que ella intentó corresponder e incluso, hizo que él se
volviera a recostar y se posó sobre él nuevamente.
—Esta es la respuesta —le dijo entre besos—, a pesar de que te temo y
quiero correr lejos de ti, hay algo que me atrae y me hace querer hacer todo
contigo, a pesar de mis miedos y mis traumas.
—¿Traumas? —le tocó la pierna— ¿De qué hablas?
Ella sonrió y se recostó a su lado.
—Nada capitán, buenas noches.
Después de unos minutos, Blake quedó completamente dormida,
mientras Calder ardía de deseo a su lado, la hubiera tomado cuando se lo
ofreció, quizá fuera de cobardes, pero al menos ya no tendría esa maldita
tortura sobre su ser. Al menos tenía la tranquilidad de que ella también lo
deseaba, tan era así, que se lo estaba proponiendo hacer todo el tiempo.
Dejó salir un quejido y miró hacia el techo, tratando de distraerse del
cuerpo tendido a su lado, pero esto no le fue posible, puesto que ella se
acercó y posó su cabeza sobre el hombro de Calder, permitiendo que él
alcanzara a oler sus cabellos y el aliento que provenía de sus labios.
El hombre tomó una fuerte respiración y la abrazó a su cuerpo, al
menos se deleitaría con sentirla cerca de él, al menos le había confesado
que lo deseaba, de alguna forma lo hacía, pero entonces, ¿por qué se
limitaba? ¿Por qué no le permitía que la tocara? ¿Era acaso por el tema del
miedo que le temía o sería otra cosa?
—Qué demonios me estás escondiendo, Blake —la miró por largo
rato, pero ella estaba inconsciente.
—¿Capitán? —Calder levantó la vista y frunció el ceño.
—En un momento.
El hombre intentó levantarse, pero eso sólo provocó que su
intransigente esposa despertara con malhumor.
—¿A dónde vas? —atrapó su mano—. No te marches, es noche.
—Regresaré en seguida, abriré la puerta.
—Calder, no me gusta quedarme sola.
Ella seguía ebria, lo notaba por como hablaba, pero estaba seguro que
decía en serio aquello.
—No tardaré.
—¿Me besarías? —sonrió embobada.
Calder rodó los ojos y presionó sus labios sólo por unos segundos
sobre la mejilla de su esposa, la cual se dio por bien servida y lo dejó
marchar. Calder miró a su esposa con una sonrisa y salió del camarote,
sintiéndose un idiota por haberla complacido.
CAPÍTULO 7
—¡Dios mío! —despertó Blake— Mi cabeza va a explotar.
Calder no estaba a su lado, ella sabía que se encontraba a salvo en el
camarote, pero justo en ese momento, no recordaba si en algún momento de
la noche había llegado su marido. No podía creer lo mal que se sentía y
peor, no recordaba nada en lo absoluto.
—Sí, es normal que duela cuando uno se toma casi dos botellas de
vino tinto en soledad.
—No hables tan fuerte —pidió a su marido.
—Lo siento, pero es mi tono normal de voz.
—Eres un dolor de cabeza… literalmente.
Calder sonrió y se acercó a ella con un vaso de líquido sospechoso en
él.
—Tómatelo todo, te ayudará.
—¿Qué es esta cosa?
—Un tónico para cuando uno se pasa de copas, es para las resacas —
sonrió con suficiencia.
—¿Dónde lo conseguiste?
—Bueno, tengo mis contactos, anda bebe un poco.
Blake lo hizo, comprobando lo asqueroso que podía ser la salvación a
su mal despertar. Se lo empinó de una vez, luchando un poco por no
devolverlo todo.
—Es horrible.
—Sí, es la consecuencia por divertirte de más anoche.
La joven mujer se sonrojó y mirando de soslayo a su marido, preguntó
lo que rondaba su corazón.
—¿Acaso nosotros…?
—No —tranquilizó—, aunque lo sugerías.
—Lo siento, en serio agradezco que… que me cuidara en ese sentido
—ella agachó la cabeza, avergonzada de ella misma.
—Cuando te haga el amor, lo vas a recordar, mi cielo.
Blake parecía demasiado interesada en el vaso vació que Calder le
había entregado, ansiando no mirar a su marido a los ojos.
—Ahora que estoy sobria, ¿Puedes escuchar mi plan?
—Con un demonio —se puso en pie—, en serio que no te das por
vencida, ¿Qué no entendiste que no lo harás?
—Al menos deja que te lo platique.
—Bien, si con eso lograré que se te salga de la cabeza.
—¡Al fin! —expiró ella—, mira, si dicen que esos hombres te robaron,
seguramente lo tienen en su propio barco, ¿no es así?
—Sí, pero no dejarán que nadie suba ahí si no es de los mismos
marineros de los Sorts.
—Bueno, es ahí donde intervengo yo, aparentaremos que soy una de
esas mujeres de la que ustedes se aprovechan.
—¿Disculpa?
—¿Qué? Es la verdad, ellas no tienen como ayudarse en la vida, y
ustedes sólo las incitan a seguir ahí.
Calder levantó la ceja, pero al final, sólo le quedaba escuchar su plan,
ya luego le daría su opinión sobre el asunto.
—Bien, continua.
—Sí yo los acuso de que los vi robando, estoy dejándolos en
evidencia, pero salimos ganando de las dos formas. Aunque digan que no es
cierto, nada les cuesta demostrarlo y si no quieren hacerlo, entonces puedes
estar seguro que lo tienen y hacer lo que quieras.
—Es un plan astuto, de todas formas, la respuesta es no.
—¿Qué?
—Al menos, no contigo.
—No puedes dejarme fuera, nadie te ayudará, sé que ninguna de esas
mujeres se arriesgará a tener problemas con nadie y lo sabes.
—No haré que mi mujer quede en medio de una pelea de hombres, no
te expondré a tales conflictos.
—Sé defenderme, dame algo con lo que pueda disparar y lo haré bien
—le suplicó, persiguiéndolo con la mirada.
—¿Sabes disparar?
—Soy hija de Katherine Collingwood, por supuesto que sé.
—Aun así, la respuesta sigue siendo no.
—Calder —se levantó de golpe de la cama para seguirlo, provocando
un fuerte mareo que hizo que cayera al suelo.
—Maldita sea —la tomó en brazos y la llevó a la cama—, no puedes
andar como si no trajeras la resaca encima.
Ella se tocó la cabeza y tapó su boca para evitar el vómito.
—Estoy bien. Ahora, déjame ayudar.
—¿Por qué estás tan afanada en meterte en líos? ¿Quieres morir?
—Quiero ayudar… aunque quizá esté en mi sangre.
—¿El qué?
—Meterme en líos.
—Es peligroso.
—Lo sé.
—Quizá no te pueda proteger.
—No lo necesito.
—Puede que te hagan daño o quieran propasarse contigo.
Fue con esa última frase, que Calder la vio dudar por primera vez.
Sabía que algo le ocultaba, pero jamás pensó que fuera a ser de esa índole,
quizá alguien hubiese abusado de ella.
—Lo sé… —dijo ella en una pequeña voz.
—Blake, ¿Hay algo que quieras contarme?
—¿Sobre qué? ¿Del plan?
—No, alguna otra cosa.
Blake frunció el ceño y negó rápidamente con la cabeza.
—Si no es del plan, no tengo idea de que me hablas.
Ambos sabían que mentía, pero Calder no era de los que presionaba y
Blake no contaría nada que no quisiera decir.
—Vale. Haremos lo que dices, pero si algo sale mal, te vienes junto a
mí y haces justo lo que diga.
—Como digas, ¿me darás un arma?
—No lo creo princesa, podrías usarla en mi contra.
—Vamos, necesito con qué defenderme, la mía la perdí… hace tiempo
—dijo con melancolía.
Calder se impresionó aún más, ¿Ella tenía pistola personal?
—Vale, pero si te atreves a levantarla contra mi alguna vez, ten por
seguro que será lo último que hagas en tu vida.
—Sí, sí, dame ya el arma.
Calder rodó los ojos y fue hacia una bonita puerta de madera que
estaba incrustada en la pared del camarote, de ahí saco una caja alargada.
Blake las conocía muy bien, tanto su madre como su padre tenían de esas en
su casa, en el interior siempre había dos armas gemelas, normalmente
grabadas y diseñadas para el dueño.
—Toma, úsala con cuidado.
—Lo haré —Blake la tomó y miró el grabado: CH, Calder Hillenburg
—. Tenemos que buscar un atuendo adecuado para la ocasión, nadie me
creerá que soy una de esas chicas con esta ropa.
—Sé dónde encontrar algo.
—Lo imaginé.
—¿Son acaso celos conyugales?
—Eso quisieras.
Cuando Calder contó el plan al resto de la tripulación -los cuales eran
amigos del capitán- se sorprendieron sombre manera de que fuera a poner
en riesgo a su esposa. Aunque Calder era despiadado, jamás pondría en
peligro a alguien, mucho menos a una mujer y menos aun siendo esa su
mujer. Pero la chica se veía determinada y contenta de estar dentro del
alboroto, así que nadie dijo nada, ni se atrevió a darle la contraria al dueño
del barco.
—Víctor, iremos con Madame Claudia, veré que encuentro para que se
ponga, algo más adecuado —sonrió malvado.
—Vale, creo que es el mejor lugar.
—Cuida todo por mí y busca a ese maldito de Loren.
—Seguramente en la cantina, o con una mujer.
—Tráelo desnudo si es necesario, infórmale de todo.
—Bien —sonrió Víctor, disculpándose ante la dama presente.
Calder notó aquella acción y miró a su esposa, quién no parecía
alterada ni ofendida por lo dicho.
—No le tengas tantas consideraciones —le recomendó el capitán—, el
plan es de ella, seguramente su cabeza puede tener ideas maquiavélicas para
todo.
—Ojalá funcionaran contigo —gruñó ella.
—Ni en tus sueños, preciosa.
Víctor rodó los ojos y sonrió.
—Vale, no comiencen a pelearse de nuevo frente a mí o los mataré a
ambos. Será mejor que vayan con Madame y hagan lo necesario antes de
iniciar el plan.
—Bien —gruñó Calder—, anda, trae una capa, que nadie te vea.
La chica sonrió y fue corriendo hacía el camarote, no sin antes desviar
todas las miradas de los marineros que la veían pasar.
—Es una chica hermosa y valiente —dijo de pronto Víctor—, seguro
termina enamorándote.
—Es una Bermont, ni vagando en opio lograría conquistarme.
—No necesita drogas para lograrlo —le dijo su amigo—, veo como la
miras y lo mucho que te molesta que todos la miren.
—Es mía y no me gusta compartir.
—Como digas.
Blake llegó con la capa puesta y una sonrisa saliendo de su boca.
—Lista.
—Parece que te agrada la idea de poder morir.
—¿Qué? Pensé que era más diestro para que eso no sucediera —se
inclinó de hombros— que poca fe se tiene.
La joven caminó hacia la rampa para bajar del barco, mientras Calder,
detrás de ella, refunfuñaba como toro encerrado.
—¿Qué es este lugar? —preguntó Blake, bastante impresionada.
—Una modista. Sshh, ahí viene, te advierto que finge ser francesa, sé
que por tu madre dominas el idioma, así que haz favor de aparentar no
saberlo.
—¡Oh, mon cher! —sonrió la dama de labios grandes y pintados de un
fuerte rojo.
—Madame, es un gusto verla de nuevo.
—¡El gusto es mío, claro está! ¡Siempre que viene es satisfactorio para
mi economía!
Blake sonrió hacia su marido.
—Me agrada saber que conozcas tanto el lugar, querido.
—Cállate Blake —susurró el hombre, al igual que lo había hecho ella,
para después dirigirse a la mujer que seguía hablando en un francés precario
—. Madame, quisiera comprar a esta dama algo de sus magníficos vestidos.
—Oh, mon cher, será un placer —la mujer miró a Blake de arriba
abajo—, es una mujer muy bien dotada. Mucho mejor que cualquiera que
haya pisado este lugar.
—Se lo agradezco.
—¡Y además habla! —sonrió Madame—, normalmente no saben ni
decir pio.
—A ella le sale más que un pio, madame, se lo aseguro.
Blake entrecerró los ojos hacia su marido por la insinuación, pero
regresó la mirada con rapidez al sentir la mano de Madame estrujando uno
de sus pechos.
—Más busto del que pensaba.
Calder comenzó a reír ante el rojizo tono de las mejillas de Blake. Ella
sólo pudo mirarlo mal, dejando en su cabeza toda la sarta de groserías que
deseaba decirle a aquella “madame”, ¿Qué no sabía tomar medidas de
manera normal?
—Sí, Madame Claudia, esta chiquilla esconde muchas cosas.
—Ya lo veo, ya lo veo —asintió la mujer—, belle, elle est belle.
La mujer siguió tocando el cuerpo de Blake de manera profesional que
comenzaba a enloquecer a la joven de alta sociedad. ¡Por todos los santos!
¡Ella era sobrina de Giorgiana Charpentier!
—Bon, quítate el vestido.
—¿Qué quiere qué?
—Anda, el vestido, querida —sonrió Calder.
—¡Mon Dieu! Si no es nada que él no te haya visto —le guiñó el ojo
—. No te preocupes por eso, las costureras lo sabemos todo.
—Pero…
—Anda cariño, no tenemos todo el día.
Blake estaba a dos segundos de matar a su marido, pero la mujer
apremiaba con la mirada, se veía ansiosa por ponerle algunas telas encima.
La joven mujer tapó su cuerpo con su capa, la cual Calder le tendió al
recordar que ella no traía corsee, ni nada que la protegiera del exterior, sólo
un fino camisón que dejaba poco a la imaginación.
—Oh, ya la llamáis cariño, nunca había pasado capitán.
—Resulta que es una mujer diferente.
—Sí, se ve hermosa y… ¡Oh, mon Dieu! ¡Este es un diseño de
Giorgiana Charpentier!
—Eh… —Blake no lo pensó, debió saber que tendría etiqueta.
—Sí, pero es tan viejo y lo trae tan raído, no sé de donde lo ha sacado
—explicó Calder con tranquilidad.
—Oh, de todas formas, la tela de los vestidos de Giorgiana Charpentier
siempre son una ganancia.
—Puede quedárselo si lo desea —concluyó Calder.
Blake volvió la faz con rapidez, pero al ver la mirada que él le lanzaba,
tuvo aceptar lo que decía, debía seguirle el juego.
—¿Quién es Giorgiana Charpentier? —se hizo la tonta.
—¡Sólo la mejor diseñadora del momento, chamaca! Deberías saber lo
que portas, es lo menos que puedes hacer.
—Me lo han regalado —dijo Blake como si no le importara.
—Vale, vale —negó Madame Claudia—, estas niñas ya no saben nada,
ven algo bonito y lo usan.
La mujer se fue hacia una puerta y desapareció por ella, apuntando
varias cosas en su libretita. Blake miró a su esposo, sintiéndose cohibida
por la casi desnudez en la que se encontraba.
—Deje de mirarme de esa forma —pidió ella—, haga, por lo menos,
que me sienta más cómoda.
—Te aseguro mon amour, que estás más cubierta ahora, que cuando te
pongan el vestido.
—¿Qué clase de vestidos hace? —Blake arqueó la ceja.
—Bueno, unos bastante vistosos y que los hombres agradecen.
—Con vistosos quiere decir…
—¡He encontrado el diseño perfecto para ella, mon capitaine! —salió
de pronto la mujer, con unos bocetos en las manos.
Calder pasó una mano por la cintura de Blake para hacerla a un lado e
ir a ver aquel dibujo que seguro infartaría a su elegante esposa. En cuanto lo
miró, supo que no habría hombre que se le resistiera, incluyéndose a sí
mismo. El vestido era rojo y con un escote tan pronunciado, que quería
caérsele el alma al suelo, pero sonrió, lo hizo porque sabía que a su mujer le
daría un paro cardiaco sólo verlo.
—Está perfecto —aprobó el hombre, dejando que la mujer se fuera a
cocer con rapidez mientras ellos se quedaban en la pequeñísima salita de
espera.
—¿Por qué no me ha dejado verlo siquiera? —preguntó la joven,
acercándose tímidamente a Calder.
—Quiero ver tu cara cuando te lo pongas.
—No piense que me pondré cualquier barbaridad que se le haya
ocurrido, ¿Al menos recuerda que soy su esposa?
—Eres tú la que está terca con el plan, ahora no puedes retractarte, eso
es lo que debes usar si quieres encajar.
Blake cruzó los brazos por debajo de la capa, provocando que esta, a
pesar de seguir cerrada, dejara a la vista una buena parte de los pechos de la
mujer que lo portaba, fue tanta la atracción que él sintió, que, en menos de
dos segundos, tenía los brazos alrededor de ella, apretándola contra sí. La
joven, por su parte, protegía su cuerpo con sus manos, colocándolas
ansiosamente sobre aquel pecho cubierto por la camisa de algodón que él
portaba.
—¿Q-Qué hace?
—Pienso que tengo derecho a algunas cosas, digo, por si alguien
quiere adelantarse, por lo menos tendré ventaja sobre sus labios.
—No entiendo lo que dice.
Calder contestó con el beso fogoso que incrementaba el ardor en su
cuerpo, la apretó contra sí, sintiendo los relieves de su cuerpo y apretando
con intensidad aquella entrada carnosa que eran sus labios. Jugó con ella
por un rato hasta que decidió que la superficie no era suficiente para
zacearlo, abriendo la dulce boca con un experto movimiento que le dio paso
al interior tibio que ella le ofrecía.
—¡Santo cielo! —se sonrojó Madame Claudia—, niños, para eso hay
lugares, les aseguro que en un taller de modistas no lo es.
—Lo siento madame. Pero, dígame, ¿Cuándo tiene el vestido?
—Sí gusta esperar, lo tendré en media hora.
—Lo esperaremos.
Madame Claudia entrecerró los ojos y apuntó con el dedo.
—Nada de cariños, capitán, esta es una tienda decente.
Calder le guiñó un uno y sonrió torcidamente, sacándole una sonrisa
inevitable a la pobre Madame Claudia, quien se fue muy sonrojada y
bastante volada por aquel gesto. Blake sin embargo ni siquiera se percató,
estaba mucho más enfocada en las emociones que Calder le provocaba. Si
bien no era nada parecido al amor, el deseo era mucho más grande que con
cualquier otro hombre que le hubiese gustado en su vida.
—Eso es una probada de lo bien que te puedo hacer sentir —dijo él
mientras se dejaba caer en un sofá— ¿Podemos consumar el matrimonio
ahora?
—Es usted un patán.
—Sí —aceptó—, uno que sabe lo que hace.
—Su maestría con las mujeres no me impresiona —le dijo caprichosa
—, será usted muy diestro en el arte de la intimidad, aun así, no cederé sólo
por deseo.
—Eso quiere decir que me desea.
Blake se quedó sin habla, era justo lo que había dicho, ¡Pero ni
siquiera lo había pensado! Ahora él sabría que lo deseaba… aunque creía
recordar que la noche pasada ya lo había dejado bastante claro.
—Como cualquier mujer lo haría con un hombre. Como dijo, el cuerpo
es cuerpo, no se sienta tan especial.
La mirada de Calder era siempre intimidante y preciosa, era como un
abrumador fuego que se extendía hasta carcomer todo tu cuerpo. En esa
ocasión, una sonrisa perversa y una postura intimidante lo acompañaron
hasta que decidió ponerse en pie y caminar lentamente hacia ella.
—No princesa, no sólo se trata de sexos, tiene que haber una atracción
casi bestial, esta no permite pensar, sólo actuar —se acercó a ella hasta
hacerla quedar contra la pared—, para que cada toque, cada beso, cada
caricia, se convierta en un simple acto que llevará al placer más puro que el
cuerpo humano puede experimentar.
Calder había dicho todo aquello pegado al cuello de Blake, quién se
había quedado estática, escuchado a medias las palabras y sintiendo las
manos y los labios que recorrían su piel para seducirla.
—Apártese… —susurró ella sin ganas de que él lo cumpliera.
—Como diga —se alejó un poco.
Después de lo que fue más de una hora, madame salió por aquella
puertilla, trayendo consigo el vestido que Blake usaría para engañar a esos
sucios marineros.
—Ven niña, vamos a que te cambies.
Blake miró una última vez a su marido antes de seguir a madame,
quien gustosa iba platicándole sobre las andanzas conocidas del capitán que
la acompañaba. A ella en serio no le importaba, pero parecía que Madame
estaba enamorada de Calder, así que la dejó.
Calder esperaba en la habitación contigua, preguntándose si estaba
tomando la decisión adecuada al meter a su esposa en una situación tan
complicada como la que se planeaba. Sabía que era lista, pero no por eso
tenía que ser diestra, cualquiera podría buscar abusar de ella y él no podía
garantizar su seguridad.
Dio una vuelta más sobre la habitación de espera, cuando la puerta se
abrió, dando paso primero a Madame, quien parecía entrar sola y sin que
nadie la siguiera. La mujer, al darse cuenta de ello, volvió la vista y
chasqueó la lengua.
—¡Anda ya, chiquilla! —llamó hacia la puerta. Después susurró hacia
Calder—: no sabes el trabajo que me ha costado ponérselo y más aún que
viniera a mostrárselo.
—¡No saldré! —gritó Blake escondida tras la puerta.
—¡Anda! ¡Te ves preciosa! —gritó madame—, no se puede rechazar
un regalo como ese.
—¡No lo haré!
Calder sonrió para sus adentros, dejó salir un suspiro pesado y caminó
al interior de la puertecilla. Pegada junto a la pared, Blake se encontraba
sonrojada y tapando el escote con ambas manos.
—Si no puedes dejar que te vea yo, ¿Cómo piensas hacerlo con todos
esos marineros?
—Ellos no me importan, usted por otro lado…
—No me vayas a decir que yo te importo.
—No, pero sé que se burlará eternamente de mí.
—Es probable, pero es algo que quisiste hacer, al menos ten el coraje
para seguir adelante.
Blake destapó su cuerpo y mostró una faz decidida al hombre que ya
no la miraba a la cara, ¡Era imposible que lo hiciera! Ese vestido rojo
realzaba cualquier atributo que Blake poseyera y lo multiplicaba al millón.
El escote de la parte de adelante era abrumador, apretaba los pechos de
forma escandalosa, el vestido se ajustaba a la cintura como si deseara
asfixiarla y aumentarle las caderas y las nalgas.
—Mis ojos están acá —apuntó la joven.
—Lo sé, pero no quiero ver tus ojos.
—Grosero.
—Sincero —contrapuso—, lo siento, pero sí que has quedado como
una de esas mujeres de la vida alegre.
—Idiota.
—¡Bien Madame Claudia! ¿Cuánto le debo por este bello deleite para
mis ojos?
Blake le pellizcó el brazo, Calder chistó y se apartó, pero todo con una
sonrisa coqueta en los labios. Cuando la deuda estuvo pagada y fue
momento de salir a la calle, la chica entró en un nuevo conflicto, ella jamás
saldría con algo parecido, la mataría cualquiera de sus tíos, primos o su
padre y hermano.
—¿Vamos? —se paró junto a su conflictuada esposa.
—Sí…
Como toda respuesta, Calder pasó la capa que Blake traía en un inicio
y se la pasó por los hombros.
—Gracias —asintió la joven—, pero creo que me deben de comenzar a
ver como lo que queremos que se piense.
—¿Piensas caminar por el muelle con ese vestido?
—Está usted conmigo, a lo que veo, le tienen algo de respeto.
—Sí, pero… ¡Bah! Da igual, como quieras.
Blake suspiró fuertemente y caminó altiva por esos horribles caminos
apestosos y llenos de gente aún más apestosa. No había ojos que no se
desviaran hacia ella, pero nadie se le acercaba, quizá era por la forma en la
que Calder caminaba junto a ella. Por alguna razón, al tener esas ropas y
estar fingiendo ser una de esas mujeres, la libertad invadió el cuerpo de
Blake, nunca se había sentido así, era como traer otra piel que no fuera la
suya.
Ya no tenía que aparentar modales, ni hablar refinada, podía caminar
como quisiera, es más, si quería, podía brincar y cantar, dar vueltas sobre sí
misma. Y lo hizo. Tomó la mano de Calder despreocupada, lo abrazó y rio
con fuerza. Corrió lejos de él, sonrió a un marinero que rápidamente quiso
acercarse a ella, regresó junto a Calder, quien frenó de golpe toda
insinuación de aquél hombre y continuaron caminando.
—Blake, ¿quieres calmarte?
—¡No! —le dijo sonriente, fuera de sí— ¡Jamás en mi vida me había
sentido tan libre! ¡Tan yo! ¿No lo ves? ¡Nadie me va a reñir por estar
gritando, o por que corra, o me insinúe a un hombre!
—Quizá yo te riña.
—Pero usted no me importa —respiró con fuerza aquel hedor a
pescado y suspiró—, me siento tan extraña.
—Eso pasa cuando uno te aleja de la aristocracia por un rato.
—¿Por eso a usted le disgusta? Ahora lo entiendo. Siempre ha
disfrutado de la vida como ha querido. Eso es magnífico.
—No lo es, al menos no todo el tiempo —la miró por un momento y
suspiró al ver su ceño fruncido—, ven, vamos a esa cantina para que te
vean.
—¡Vale! —sonrió— ¡Nunca he entrado a una cantina!
—Ni lo harás nunca más.
—Como sea.
Calder la tomó fuertemente de la cintura y de esa forma entraron a la
taberna, donde los hombres apestaban a alcohol, mar y tabaco. Dentro era
un ambiente oscuro, con poca luz, mesas redondas por doquier, los hombres
jugaban cartas mientras las meretrices se les sentaban en las piernas y
besaban sus labios cuando ganaban. Había meseros que llevaban tarros de
cerveza o ron a los que de repente comenzaban a gritar por ello.
—¡Miren! ¡Es el capitán Satán! —gritó un borracho— ¡Y parece que
ha encontrado a un ángel!
—Hola, Barry —saludó Calder.
—¡Capitán! ¿El Satán se ha encontrado con un ángel?
—No digas tonterías, Josh.
Calder no soltaba la cintura de Blake, quién miraba con atención a
cada hombre que se acercaba a su marido y gritaba cosas como aquellas.
Parecía ser que el capitán Satán era bastante famoso por esos rumbos, no
había quién no lo saludara o le gritara. Incluso las mujeres que estaban
sentadas en otros regazos lo saludaban y miraban pesimamente a Blake.
—¡Eh! ¡Calder! —Víctor levantaba la mano en una mesa.
El capitán rápidamente tomó lugar en la única silla disponible, dejando
a Blake de pie a su lado. Normalmente eso no debía suceder, pero estando
en ese lugar, las reglas cambiaban, los hombres tenían prioridad para
absolutamente todo, si ella quería sentarse, tendría que hacerlo como las
demás cortesanas, en el regazo de su hombre.
Blake no lo hizo, admiró por un rato más a las mujeres que se
paseaban con tranquilidad por esa zona. Tenía que aprender a imitarlas, las
observó con atención; movimientos, sonrisas, sentados, pláticas. Todo tenía
su ciencia. Mostraban una seguridad en lo que hacían, que no tenía precio,
era un espectáculo, era como hacer teatro. Porque estaba segura que, a
ninguna de esas guapas muchachas les gustaba ninguno de esos robustos,
velludos y sucios marineros. Los únicos aceptables eran los de la mesa de
Calder y por el momento no había entrada para ellas, puesto que, a pesar de
que Blake estaba de pie, el capitán jamás dejó de abrazar su cintura,
mostrando que era su dueño por decirlo de alguna forma.
Pasó media hora en lo que Blake consideró que había aprendido todo
lo necesario, sonrió y volvió la vista hacia la mesa donde se encontraba
Calder, Víctor y Loren. Hacía rato que oía que los murmullos de esos tres,
diciendo que los Sorts estaban en la cantina también, por lo que el plan
debía comenzar en ese momento.
—¿Quiénes son los Sorts? —interrumpió.
—Dos están en la barra —indicó Víctor.
—Y otros tres están en las mesas de por allá —apuntó Loren.
Blake memorizó los rostros, miró a su esposo y sonrió tranquilamente
mientras se alejaba de su fuerte y asfixiante abrazo.
—¿Qué haces?
—Imito a las demás cortesanas —levantó una ceja de forma atractiva y
se fue de la mesa.
—¡Blake! —intentó tomarla, pero ella logró escaparse.
—¡Por los diablos! —sonrió Loren—, harán que la maten.
—No la pierdan de vista —indicó Víctor.
—¡Maldición! —se quejó Calder a lo bajo.
Calder nunca pensó que su mujer fuera tan aventada, le costaba trabajo
mantenerse sentado en esa silla mientras la veía caminar airadamente hacía
la barra, donde las miradas y sonrisas la esperaban. Estaba decidido, jamás
le volvería a hacer caso a su mujer, si acaso alguien se le insinuaba, él no se
creía capaz de limitarse, mataría al bastardo y sería fin de la discusión.
—Parece que lo hace bien —dijo Loren.
—Estén atentos.
—La estamos vigilando, Calder —asintió Víctor.
—No, atentos de mi —dijo furioso—. Estoy a punto de traerla de
regreso por los pelos. No debí aceptar.
Víctor dejó salir una leve risita y Loren simplemente sonrió, era de lo
más normal que el capitán tuviera una reacción como esa, sin embargo, era
la primera vez que en verdad se mostraba enfurecido.
—Lo logrará, es una chica lista, se nota a leguas —dijo Víctor.
—Sí, pero es atrabancada e ingenua.
Calder cerró los ojos e intentó relajarse cuando vio a su esposa
coquetear con un hombre que ni siquiera era un Sorts, entendía que debía
aparentar, pero lo hacía demasiado bien para ser su primera vez, lo volvería
loco, quizá fuera su objetivo.
CAPÍTULO 8
Blake caminó tranquilamente hasta llegar a la barra, sintiéndose
segura de lo que hacía, colocó los codos sobre la larga mesa y dejó que sus
pechos tocaran la superficie, llamando la atención del mesero y de todos los
hombres presentes.
—¿Qué quieres damita? —preguntó el hombre grande del bar.
—Quiero tres jarras de ron —sonrió Blake—, quiero tener una buena
paga y eso sale después de que logro emborrachar a mi presa.
—No creo que necesites emborrachar a nadie preciosa —dijo un
hombre sentado a unas sillas de ella—, eres lo suficiente embriagante como
para no necesitar ni una gota de alcohol.
—¿Eso cree? —ladeó la cabeza la joven, era uno de los Sorts.
—Estoy más que seguro.
—Bueno, al fin y al cabo, sólo busco la mejor paga —se inclinó de
hombros—, no me importa llevar unos tragos.
—¡Soy de los más ricos de aquí! —se puso en pie otro de los Sorts—
¿Por qué no estás trayendo mis tragos?
—¿Quiénes sois vos? —se extrañó la joven.
—Jorge y Michael Sorts —apuntó el primero—, nosotros tenemos un
barco cargado en dirección a Estados Unidos.
—Ah, igual que el Capitán Satán.
—¡El capitán Satán! —se burló Michael Sorts— ¡No me digas que a él
llevas las bebidas!
—Sí, es un hombre muy rico.
—¡Mis polainas! —gritó Jorge Sorts— ¡Nosotros tenemos más
cargamento que él en esta ocasión! ¡Ven siéntate, bebe esto!
—¿En serio? —ella se inclinó de hombros, tomando la jarra que le
tendían y empinando el contenido—. A mí me dijeron que el cargamento
que él tiene es el más basto de todos los barcos.
—¡Cuenta! ¡Cuenta muchacha! ¡Nosotros tenemos más! —gritó
Michael— ¡Bríndanos tus placeres a nosotros!
Blake se sintió asqueada por esas palabras. No podía creer que
existiera hombres tan repugnantes como ellos. Pero los había y ella los
conocía más que bien, no por nada había terminado casada con el último
hombre que pensó.
—No lo sé, como me podéis comprobar que sois más ricos. No iré con
ustedes si no me convienen.
—Muchacha interesada —sonrió Jorge—, pero es válido, es válido.
Digamos, que bajamos cuantiosamente el capital de vuestro amado Capitán.
—Pero ojo, muchacha, si decís una palabra, te dejamos sin lengua —
advirtió Michael.
—Lo que no comprendo, es como lo lograron. Me han dicho que nadie
entra a ese barco sin ser de la tripulación. Son estrictos, os los digo porque
quise entrar en varias ocasiones y me lo negaron.
—Ahí tienes tu respuesta muchacha, la falla está en el interior.
—¡Eso quiere decir que hay uno de ustedes en la tripulación del
capitán Satán!
—¡Bingo!
—Toma, bebe esto —Blake miró el vaso, deseaba rechazarlo, pero
tenía que seguir la conversación.
—Sois muy listos, más listos que ese imbécil del capitán.
—¡Al fin comienzas a comprender muchacha!
—Por el momento, tomate esto y puedes seguir meneándole el culo a
ese imbécil, pero en la noche, te vas con nosotros.
—¡Vosotros sois muy buenos! —sonrió Blake con encanto— ¡Así
podré sacarle más dinero!
—Anda, anda —pidió Jorge—, ve a que te den dinero, eres hermosa,
por eso te quiero en mi lecho.
—Bébete esto te digo —dijo Michael—, anda, bebe, para que
entiendas quién te trata mejor.
Blake no quería hacerlo, pero al final de cuentas, agarró la jarra con
ron y lo empinó, a lo que todos los marineros aplaudieron y ovacionaron.
Casi al instante ella se sintió mareada, pero logró tomar las tres jaras de ron
que llevaba para la mesa de su marido y las colocó fuertemente sobre la
mesa, sentándose en el regazo de Calder.
—¡Por todos los diablos! —expiró Loren.
—¿Qué te dieron? —dijo tranquilamente Calder, apartando el cabello
de la boca de Blake.
Ella rio un poco y se recostó en el hombro fuerte del capitán.
—No sé —se inclinó de hombros— ¡Pero me lo he bebido todo!
—Eso lo notamos —sonrió Víctor.
—¡Deja de reír idiota y pide un vaso con agua! —ordenó Calder.
—Calder…
—¿Qué quieres?
—Ellos confesaron que tienen vuestra carga —le dijo contra su
hombro—. Me dijeron que bajaron cuantiosamente vuestro capital.
—Eso ya lo sabía.
—Pero, la forma de hacerlo, fue porque alguien os traicionó.
—¿Cómo dices? —Calder la intentó sentar para verle la cara, pero
Blake no quería y no podía mantenerse erguida.
—Hay alguien los está traicionando —sonrió— ¿Quedó claro?
—Estás hecha una cuba —negó Calder—, no puedo creer que te
pusieras así, ni has bebido tanto.
—¡No tomo! ¡Nunca he tomado!
—Que recuerde, lo has hecho apenas ayer.
—Pero no lo hago con frecuencia, en casa sólo me dejaban beber una
copa de vino tinto.
—Así que el vino tinto siempre te ha gustado —sonrió Calder.
—El tuyo era bastante bueno.
—Sí que lo era —Blake se acomodó sobre el hombro de su marido,
preparándose para dormir—. Loren, dile a Víctor que prepara todo para el
ataque de esta noche. Quiero a ese bastardo traicionero fuera del barco
cuanto antes, llevaré a mi mujer a un lugar seguro ¿entendido?
—Sí, mí capitán.
—Te veré en el barco a media noche, espero que ya hayan ideado un
plan para traer mi maldita carga de regreso.
—Sí, capitán.
Calder tomó a Blake del brazo y la ayudó a ponerse de pie mientras
ella desvariaba continuamente sobre temas teatrales. A decir verdad, había
hecho bien su trabajo, aunque el ser extremadamente hermosa la ayudaba
sobremanera a sobrevivir entre esos bastardos, había imitado a la perfección
a una cortesana.
En cuanto salieron del bar, Calder la tomó en brazos y la llevó a un
hostal cercano. No quería que estuviera involucrada en nada de lo que
pasara de ahí en adelante, se podían las cosas bastante feas y, por alguna
razón, el que perdiera la vida le causaba mella, quizá era porque aún no la
tomaba o porque dejaría de fastidiar a los Bermont.
—¡Mi lord! —se inclinó la mujer encargada del hostal— ¿Qué hace
por aquí? Hace mucho que no necesitaba…
—Una habitación, Mariana —pidió—, cuanto antes mejor. Que sea la
más alejada de todo y quiero que tengas a alguien vigilando a las
veinticuatro horas, esta mujer no puede salir, por más que berree y se
moleste.
—Lo que quiera, capitán, gracias a usted tenemos esta posada.
—Te lo agradezco. Por favor, que sea alguno de tus hermanos quién
esté al pendiente.
—Sí, capitán.
Calder siguió a Mariana hasta la última habitación del pasillo, la más
desolada y por consecuente, la más grande. Tuvo que llevarse a su mujer en
brazos, prácticamente había quedado inconsciente.
—Es esta, capitán ¿quiere algo más?
—Sube agua y algo de comer para cuando despierte.
La mujer despareció, permitiendo a Calder colocar el cuerpo de Blake
sobre la cama. Hermosa, condenadamente hermosa.
—¿Quiere tomarme capitán? —dijo de pronto la ebria mujer.
—No.
—Eso es mentira, lo veo en sus ojos —sonrió—, todos los hombres
quieren tomarme, por eso logro hacer lo que quiero.
—Te equivocas, no quiero tomarte, mucho menos en esas condiciones
—la acomodó.
—¿Por qué? ¿Piensa que soy desagradable bebida?
—Comienzo a pensar que tienes problemas con la misma.
—No… pero me agrada el sabor —suspiró— y lo mucho que me dejo
de preocupar y comenzó a hablar con facilidad.
—Yo no entiendo nada de lo que dices.
—Vamos —se levantó y caminó a trompicones hacía él— ¿Por qué se
resiste? ¿Por qué no me besa?
—Si te hago mía ahora, mañana no aguantaré tus gritos y quejidos
durante todo el día.
—¿Es que acaso es poco hombre? —entrecerró los ojos impregnados
en ebriedad— ¿Cree que no me pueda satisfacer?
—Estás loca.
—Quizá sea eso, si no me satisface, entonces su portada de hombre
pudiente, fuerte y viril se borra de la lista.
—Cállate ya.
—Entonces…
Calder, completamente desesperado, la tomó de los hombros y la
levantó de la cama, zarandeándola un poco al momento de gritarle.
—¡No comprendo! ¿Acaso quieres que te viole mientras estás a media
conciencia? ¿Tan poco te respetas? ¿Tan poco te quieres?
—¡No! ¡Suélteme!
—En verdad que estás demente —expiró Calder—, no sé por qué
actúas así cuando tomas, pero quisiera que me lo dijeras.
—Sólo quiero comprender por qué no es igual que el resto.
—¿A qué te refieres?
—Sí, me estás viendo indefensa, incluso ofreciéndome ¿Por qué no
actúas como lo haría cualquier otro?
—Porque soy un caballero y lo suficiente hombre como para
contenerme —la miró extrañado— ¿Qué demonios pretendes? ¿Con quién
has convivido que tiene esos instintos tan primitivos?
—Yo… —Blake comenzó a llorar y tapó su rostro.
—¿Qué? Tiene que ver con la noche que llegaste a mi casa ¿verdad?
¿Te hicieron algo?
—¡No! —gritó con fuerza.
—Blake, sé que no me tienes confianza, pero al menos quisiera saber
si estás bien.
—Estoy perfecta, gracias.
—Yo puedo ayudar si gustas…
—¿Ayudar? —se burló ella— ¿Cómo alguien puede ayudar?
—Mataría a quién fuera.
—¿Puede usted matar a un muerto?
—¿Muerto?
—Mi capitán —interrumpió en la habitación una mujer con la comida
y el agua que había encargado—, nosotros la cuidaremos, no se preocupe
por ella.
—Sí… —Calder miró a la mujer que ya se había vuelto a dejar caer en
la cama— regresaré lo antes posible.
—No se preocupe. La cuidaremos bien.
El hombre asintió y salió del lugar, aún había muchas cosas que
resolver con la actitud de su mujer, pero por el momento, pasaba a segundo
plano.
La miró una última vez antes de salir por completo de la habitación,
esperaba que estuviera bien ahí, sabía que en cuanto atacaran a los Sorts,
ellos sabrían que había sido Blake quién les informó sobre la movida,
podrían arremeter contra ella y eso, no lo podía permitir.
CAPÍTULO 9
Blake había caído dormida casi al instante en el que Calder se
marchó. No comió ni bebió nada, simplemente se desmayó en la cama
donde la pobre Mariana luchó por meterla. Lastimosamente para ella, no
sintió alivio alguno al estar dormida, puesto que, de las dos formas, su
pasado la atacaba.
Era normal que tuviera pesadillas, pero desde que Calder dormía con
ella, de alguna forma se sentía protegida. Y de eso se trataban las pesadillas.
Persecuciones, ella corriendo en soledad, nadie protegiéndola, alguien
queriendo raptarla, la sensación de no tener oportunidad, de pensar que iba
a morir o algo peor que la muerte.
Despertó con un pequeño grito contendido, estaba bañada en sudor, su
larga cabellera negra estaba pegada a su cabeza y su pecho subía y bajaba
con irregularidad. Miró desubicada hacia todas partes. No reconocía el
lugar, últimamente eso le pasaba, no recordaba nada, no veía a Calder por
ninguna parte… ¿Había sido un sueño? ¿No se había escapado de su casa?
¿No se había casado con Calder?
Se puso en pie de un brinco y corrió las cortinas que tapaban la
ventana. La calle estaba oscura y solitaria, no había ruidos, tan sólo el
sonido del mar. Suspiró, su consciencia poco a poco iba tomando lugar y
recordando cosas, como el hecho innegable de que estaba casada. Lo
importante era, ¿Dónde estaba en ese momento?
De pronto, escuchó voces y golpes en la lejanía de la calle. Por más
que Blake intentó pegarse al cristal no logró ver nada. Algunos gritos y
chiflidos, ordenes lanzadas de algún lado, pero lo que en verdad la alteró,
fueron los disparos que cortaban el silencio de la noche con un sonido
escalofriante. Eran terroríficos, pero lo fueron aún más cuando de pronto se
escuchó un disparo seguido de un grito atronador. Se escucharon más
disparos, gritos y gente corriendo, después, una calma pasmosa.
El corazón le latía con prisa, los oídos de Blake tenían un sonido sordo
que la mareaba, tenía nauseas -quizá por el alcohol- y no parecía tener plena
consciencia de lo que pasaba hasta que la puerta de la taberna donde se
encontraba se abrió estruendosamente. Se escuchaban pasos y gritos por
doquier, pero al igual que ella, nadie parecía salir a revisar lo que pasaba.
Hasta que de pronto, se abrió la puerta de la recámara y ella misma se vio
envuelta en el desastre. Se habían internado a la habitación una manada de
personas sucias y aparentemente alteradas.
—¡Traigan vendas, agua tibia y una aguja! —gritó alguien,
descolocando a Blake desde el momento en el que entraron.
—¡Donde está Richard! —gritó otra voz— ¡Traedlo ahora que se
desangra!
—¡Qué pasa con las vendas! —gritó alguien más.
—¿Q-Qué pasa? —preguntó Blake en medio del susto.
—Señora —se acercó Loren—, han herido a alguien.
—¿Calder? ¿Dónde está Calder? —se asustó por un momento.
—Él está bien —aseguró Víctor, quién dejaba al individuo en manos
de alguien menos herido—, pero regresará después.
—¿Dónde está?
Los más allegados a su marido se miraron entre sí y juntaron la boca
en una fina línea.
—Está arreglando algunos asuntos, estará bien —aseguró Loren.
Blake asintió, confiando en la palabra de esos dos.
—¿Qué pasa? ¿Quién es el herido?
—Se llama Luisa, señora, es una de las nuestras.
—¿Una chica?
—Sí, señora.
Los hombres alrededor de la mujer parecían demasiado alterados como
para hacer nada de provecho. Todos gritaban y nadie se atrevía a tocarla,
por alguna razón, la respetaban sobremanera, pero eso no ayudaba por el
momento.
—¡Callaos todos! —gritó de pronto Blake.
Inesperadamente, todos hicieron caso.
—No necesito a tanta gente por aquí ¿vale? —continuó—, sólo quiero
a Víctor, a Loren y posiblemente a ese tal Richard, que algo de medicina ha
de saber.
—¿Quién es usted? —preguntó uno a la defensiva.
Nadie se atrevió a ser grosero con tan hermosa dama, quién incluso
lucía aún más tentadora en aquel vestido que portaba.
—Por el momento, que te baste saber que soy la persona que alquiló
esta habitación y a la cual levantaron con todo el alboroto.
—¿Alguien reservó esta habitación? —preguntó otro hombre con
incredulidad.
—Es la habitación del capitán —dijo otro marinero.
—En serio no hay tiempo para esto —Blake se tocó la frente.
—¿Por qué habríamos dejarle a Luisa? ¿Qué puede saber usted de
curar a la gente?
—Bueno, tuve lecciones bastante largas e interesantes con mi tío,
créame que sé lo que hago, no soy una novata.
—¿Quién es su tío?
—Thomas Hamilton.
Instantáneamente, un murmullo unánime se instaló entre los diez
hombres que estaban en la habitación. Todos miraban de forma extraña a la
chica, como si dijera mentiras.
—¿Thomas Hamilton? ¿El hombre oscuro? ¿El siniestro?
—¿Disculpe? ¿De qué demonios habla?
—¡Todos! —gritó Víctor—, la chica dice la verdad. Ella es quién dice
ser y si no quieren doble problema, ¡largo todos!
Los marineros, bastante conflictuados con la noticia, salieron de la
habitación en medio de especulaciones y admiración por la sobrina de aquél
hombre.
—¿A qué iban con eso del hombre oscuro? —preguntó Blake.
—Nada, será mejor que ayude a Luisa.
—Ah, sí —la chica remangó el vestido increíblemente escotado que
aún portaba y se acercó a la jovencísima muchacha que descasaba en la
cama— ¿Qué pasó?
—Creemos que tiene la bala enterrada ahí —apuntó Loren.
—¿En el muslo? —observó la mujer—. Esperemos que no tenga daños
en el fémur.
—¿Qué quiere decir? —se alteró Loren.
—Nada —negó la joven—, necesito el agua y las vendas, además de
unas pinzas para sacar la bala, pero primero veamos si hay orificio de
salida, ayudadme a quitar el vestido, no me deja trabajar. Víctor, quítaselo,
mientras Loren me ayuda a revisar la pierna, ¿Eres Richard? Vale, tú ve
mojando esas toallas y trata de limpiar la herida.
Los hombres no dijeron nada, atendieron las ordenes de aquella
muchacha como si se tratara del mismo Calder, se veía que esa sabía lo que
hacía, así que no la cuestionarían ni un poco, de hecho, debían agradecer
que estuviera presente y actuara con la cabeza tan fría.
Las luces de día comenzaban a verse por las ventanas de la posada, los
hombres de que habían entrado descuidadamente en la madrugada,
esperaban en el pasillo central, todos sentados en el suelo, con caras
descompuestas, algunos durmiendo y otros, bastante atentos. Hacía rato que
les habían dicho que Luisa estaba bien, pero ninguno había partido de ahí
por mera preocupación.
Fue en ese momento, pasadas las seis de la mañana, que Calder
Hillenburg entró por la puerta principal de la posada. Su cara llena de rabia
y sus ropas manchadas de sangre. Los hombres se pusieron en pie casi al
instante de verlo entrar.
—Capitán, ¿Qué ha pasado?
—Capitán ¿se encuentra bien?
—Capitán…
—¡Callaos todos! —ordenó el hombre—, todo está arreglado ahora.
¿Qué hacen aquí afuera?
—¡Una mujer nos ha sacado! —acusó uno de los hombres.
—¿Una mujer?
—Sí capitán, se puso a gritar bastante altanera y dijo ser sobrina del
hombre oscuro.
—Blake —Calder rechinó los dientes con enojo— ¿No dejó que
ayudarán a Luisa?
—No mi capitán, ella dijo que…
—¡Calder! —gritó Víctor desde la puerta de la habitación.
El magnífico hombre, apodado el Capitán Satán, caminó con orgullo y
fuerza hasta la puerta de la habitación. Tenía el ceño fruncido y un gruñido
atorado en la garganta.
—¡No grites! —pidió Loren—, apenas se ha dormido.
—¿Quién? ¿Luisa?
—Yo estoy despierta —dijo una bonita muchacha de cabellos rubios,
quien desayunaba en la cama como si nada hubiese pasado.
—Luisa, ¿Cómo te encuentras?
Calder dio dos pasos hacia ella y tomó su mano, plantándole un beso
en la frente y mirándola meterse la cuchara con sopa a la boca.
—Bien, creo. Me duele la pierna, pero nada del otro mundo.
—Me da gusto, espero que te recuperes pronto.
—Sí, mi capitán —sonrió la muchacha ante la preocupación.
—Tú mujer es quién la ha salvado —dijo Víctor.
—¿Estás casado? —frunció el ceño Luisa.
—Sí, tu esposa ha permanecido despierta hasta ahora, le ha salvado la
vida a Luisa —aseguró Loren con una sonrisa.
—¿Blake?
Calder la buscó con la mirada, encontrándola recostada en un sillón,
parecía exhausta, tenía en sus manos una venda ensangrentada y toda ella
estaba en las mismas condiciones que la venda.
—Ha sido de gran ayuda que sepa medicina —dijo Víctor—, pero ha
de estar exhausta, fue la única que no durmió ni un momento.
—Entiendo —asintió el hombre—, bueno, dejémosla dormir.
—¿Cómo piensas dejarla ahí? —se quejó Richard—, se ve incomoda,
deberías llevarla a una cama.
—Yo la veo bastante cómoda —dijo Luisa entre dientes.
—No —la miró Víctor—, ¿Por qué no la llevas a otra habitación?
Seguro que lo agradecerá.
Calder rodó los ojos y asintió.
—Díganle a Mariana que me dé la llave de la habitación más próxima
a esta.
—Como ordene capitán —salió corriendo Loren.
—No pensé que fueran a ser tan solícitos con otra mujer, además de
Luisa —negó Calder.
—Bueno —dijo Richard—, ella se ha ganado nuestro respeto.
—¿Porque sabe de medicina? —inquirió Calder.
—No, por la forma en la que tomó el mando y el control del asunto, si
nosotros hubiéramos seguido como llegamos, seguramente Luisa estuviera
muerta.
—¡Tome Capitán! —le tendieron la llave— ¡Lleve a la señora!
—Sí, sí —rodó los ojos—. Gracias Loren.
Calder fue hacia su esposa e intentó cargarla, pero ella despertó por el
movimiento, miró extraño al hombre frente a él y se puso en pie, corriendo
a revisar a Luisa, quien seguía despierta y con un semblante menos pálido
que hace unas horas.
—No tienes fiebre —sonrió Blake.
La chica tomó la muñeca de Luisa y sacó el reloj de bolsillo que
Calder siempre llevaba encima.
—¡Ey! —gritó el hombre.
—Sshh —pidió la joven, tomando el pulso—, todo parece estar bien,
parece ser que no tienes infección, lo cual es muy bueno. Te recomiendo
mucho descanso, nada de apoyar la pierna por un mes y estarás como
nueva.
—Eh… gracias.
—De nada —Blake miró a Calder y frunció el ceño— ¿Por qué no
volviste en toda la noche?
—¿Qué? ¿Me cuestionas?
—Sí, te cuestiono —arremedó— esta pobre chiquilla se la pasó
delirando por ti.
—¿Qué?
—¿Como que qué?, todo hubiera sido mucho más fácil si hubiese
escuchado su voz, ¡ah! pero el señor quiere arreglar todo por sus propios
medios.
—Blake, era eso o seguir en las mismas.
—¡Además! No me dice nada, sólo manda a una manada de hombres a
irrumpir en la habitación y hacer un desorden, ¿Sabe lo desorientada que
estaba? ¿El miedo que me dio?
—Eso es por beber de más.
—¡Lo hice para ayudarlo! ¡No me venga a echar la culpa!
—¡Ey! —interrumpió Richard— ¿En serio tenéis que gritar?
La pareja miró con ojos de muerte al pobre hombre, quién retrocedió
instintivamente.
—Vamos a la otra habitación para que duermas —pidió Calder—, eres
insoportable cuando no duermes.
—Miren quién lo dice, ha de ser una ternura andando —se quejó la
joven, saliendo de la habitación.
—¡Al menos no grito a cuanto se me pone en frente!
—Yo estoy enfrente de usted ¿No se da cuenta?
—¡Deja de hablarme de usted! ¡Estás casada conmigo!
—Déjeme en paz.
—¡Blake! ¡Blake! ¿A dónde demonios vas? ¡Es para este lado!
—Quiero una habitación de este lado.
—Nos han asignado esta, así que deja de quejarte.
Víctor sonrió cuando al fin dejó de escuchar las disputas de la pareja
Hillenburg. Eran toda una calamidad, dos fuertes personalidades unidas por
casualidad. Estaba seguro que su amigo no podía estar más fascinado y
divertido con esa mujer. Era justo lo que necesitaba para enamorarse,
aunque no lo quisiera aceptar.
—¿Qué es eso de que están casados? —preguntó Luisa.
—Así es y parecen ser el uno para el otro —sonrió Loren.
—¿Qué dices? ¿No los oíste pelear?
—Sí, pero, ¿A quién habías oído decir, que Calder le permitiera una
discusión? ¿Alguna vez te ha permitido hablarle así?
—No.
—Ahí está tu respuesta. Le gusta —dijo Víctor.
—Pues, cómo no —se quejó Luisa—, con ese vestido como no lo va a
conquistar.
—Ella es una dama fina —explicó Loren—, se vistió así para ayudar al
capitán, una idea de la señora.
Blake se sentó en la cama de la más pequeña y nueva habitación que
les habían dado. Estaba tan cansada, pero no soportaba dormir estando sucia
y, en ese momento, tenía sangre hasta en la cara.
—Quisiera bañarme —pidió la joven a su marido, quién al igual que
ella, estaba lleno de sangre.
—Pediré la tina.
—Vale —asintió, dejando salir un bostezo— ¿Estás herido?
Calder volvió la vista, ella estaba recostada en el dosel de la cama, con
los ojos cerrados y la voz relajada, se le había pasado la adrenalina y ahora
estaría exhausta.
—No, estoy bien.
—Tienes mucha sangre por todos lados.
—Al igual que tú, pero no es mi sangre.
—Vale.
—Estás realmente cansada ¿cierto?
—Puedo con estas cosas —le dijo con los ojos cerrados—, he llevado
horarios más difíciles con tío Thomas en el hospital.
—¿Trabajaste con él?
Ella asintió con la cabeza.
—Quería aprender todo lo que pudiera y él fue tan bueno, aprendí
rápido y del mejor.
—Sí, bueno… gracias por lo de Luisa.
Blake abrió los ojos, impactada.
—Debe ser importante si estás dispuesto a agradecerme.
—Se retribuir cuando alguien se lo merece.
Tres toques en la puerta indicaron que traían el agua para la tina de
porcelana que se encontraba en la habitación, cubierta por un bonito
biombo. Sólo hizo falta que pasaran diez empleados con cubetas grandes y
calientes para que la tina estuviera llena y lista.
—¿Te bañas tú o me baño yo? —inquirió la joven.
—Como gustes.
—Me baño yo.
Blake se puso en pie, sintiendo de pronto tanto sueño y hasta un
pequeño mareo, todo por no dormir bien y, claro, el tomar el día anterior
tampoco ayudaba.
—¿Quieres ayuda?
—No, gracias, pero que amable.
—Te dije que no me agradan los sarcasmos.
—No puedo dejar de hacerlos, lo siento.
Blake se metió en la tina caliente, sintiéndose repentinamente relajada.
Sabía que toda la sangre de Luisa comenzaba a desprenderse de su piel,
pero ni siquiera hacía intento por lavarse, estaba tan cansada que recostó su
cabeza en la tina y comenzó a quedarse dormida. Eso hasta que escuchó el
chasquido del agua y la sensación de invasión.
—¿Pero…? ¿qué hace?
—Me doy una ducha, te estás quedando dormida y, de ser así, no
pienso bañarme con agua fría, lo siento.
—¡Pero…! ¡Yo! ¡Usted…!
—Sí, sí, invasivo y todo eso, relájese, trae puesta esa cosa para baño,
no me puede tentar… aunque se le pega con bastante exactitud al cuerpo,
pero no deja de ser fea y rara.
—¡Grosero! ¡Salga de aquí!
—No, estoy cansado y mugroso, prefiero bañarme cuanto antes.
Blake dejó salir un alarido y salpicó con el agua la cara de su marido,
sacando una expresión bastante divertida que hizo que ella riera sin poder
evitarlo.
—¿Cómo te atreves a hacer eso?
—¿Por qué no lo haría? —lo salpicó de nuevo— ¿A caso el capitán irá
a matarme?
Calder devolvió la salpicadura a su esposa, comenzando sin querer una
guerra de agua que estaba mojando toda la habitación. Blake sintió de
pronto como él tomaba su muñeca y la jalaba sin miramientos hacía él,
quedando totalmente pegada a su pecho, siendo besada en los labios, cuello
y hombros.
—Calder… espera.
—¿A qué quieres que espere?
—Por favor…
Contra todo pronóstico, él se detuvo, la miró por largo rato a los ojos,
descubriendo lo que había en ellos: miedo. Estaba tan aterrada que incluso
el increíble color verde de sus ojos se nublaba.
—¿Qué es lo que pasa contigo? Y dime la verdad de una vez.
—Calder…
—Abusaron de ti ¿cierto? —el corazón de Blake dio un salto que
Calder percibió—. ¡Maldita sea! ¿Quién fue el bastardo?
—No —lloró—, no es así, en serio.
—Mientes, estás mintiendo ¿Quién fue?
—Calder, no es así, juro que será el primer hombre en mi vida.
—Deja de decir tonterías, esas cosas se saben cuando intimas con una
mujer, no hay forma de ocultarlo.
—Digo la verdad.
—No porque algo así te haya pasado opino diferente de ti.
—¡Te digo que no es así!
Calder cerró los ojos, se apartó de ella y salió de la tina. Blake se sintió
prontamente abandonada y desprotegida, no podía creer que un hombre
como él le brindara tanta seguridad, pero así era.
—No te vayas… —susurró—, no te vayas…
Blake salió de la tina sin cubrirse con ninguna toalla, chorreó toda la
habitación hasta llegar a él y abrazarlo. Sólo traía puesto aquella fina tela
con la que se bañaban las mujeres decentes, la cual se pegaba al cuerpo,
como había mencionado Calder.
—Hazme el amor si con eso te quitaré la idea —le suplicó—, en serio,
hazlo, no lo impediré, soy tu esposa después de todo… yo…
—No estaba pidiéndote nada más que la verdad. Quiero saber por qué
de esos cambios de humor, en momentos, te muestras ansiosa y deseosa,
después, parece que me temieras, que te da repulsión que te toque ¿A qué
juegas?
—A nada, en serio —se aferró a él—, hazme el amor. Quiero que lo
hagas, no deseo que pienses que alguien me ha tomado… porque no ha sido
así.
—Vamos a dormir Blake. Estoy cansado y creo que tú también lo
estás. Ve a secarte y ponte algo encima.
—No tengo ropas.
—He mandado traer algunas cosas para ti. Así que relájate.
Blake observó el fuerte cuerpo de su marido meterse en la cama sin
ningún tipo de tapujo, él cerró los ojos y pareció quedarse profundamente
dormido, eso parecía. Incluso cuando la puerta tuvo dos toques y Loren le
entregó un montón de ropa, Calder apenas y se inmutó. Sin dejar de
mirarlo, Blake soltó la toalla que había sostenido contra su cuerpo y colocó
encima el camisón blanco que le habían llevado, se metió a la cama junto a
su marido, pero a comparación de él, no podía conciliar el sueño.
Ya era de día, el sol entraba alegre por entre las cortinas cerradas,
Blake lograba ver a la perfección el perfil fuerte de su marido y el poderoso
pecho que subía y bajaba con regularidad. Alargó un poco la mano y tocó el
fino vello que crecía como césped en aquel cuerpo fortalecido. Colocar su
blanca mano sobre aquel pecho bronceado, provocaba en ella una
excitación de la que se vio tentada a correr.
—¿Deseas algo? —dijo con una sonrisa torcida y ojos cerrados.
—Yo sólo…
—Me tocabas y querías excitarme, es de mala educación cuando no
me dejarás quitarme las ansias ya que, por el momento, tu cuerpo es
prohibido.
—Si tanto deseo se ha visto acumulado en su cuerpo, ¿por qué no ha
exigido tenerme?
—No lo sé, supongo que por el hecho de que las mujeres tienden a
enamorarse después de intimar con ellas.
—Es un engreído, habla como si conociera a todas las mujeres.
—Es la verdad, la mujer se ilusiona más rápido que un hombre.
—¿Dice que somos más débiles y terminamos enamoradas?
—Sí, esa es una realidad.
—Es usted idiota.
—Digas lo que digas, tengo razón, si te llego a tomar, aunque ahora no
me ames, el sentimiento irá creciendo dentro de ti.
—Le aseguro que no será así.
—¿Por qué? ¿Deseas comprobarlo ahora?
—Sería usted afortunado, pero como dijo, estamos agotados los dos,
así que lo mejor sería ir a dormir.
Calder soltó una sonora carcajada y asintió, al fin de cuentas, había
sido un día bastante difícil para todos, necesitaban recobrar fuerzas, sobre
todo su mujer, quién próximamente se llevaría una sorpresa no tan grata,
puesto que le tenía una noticia, la cual no había cabida a una apelación y,
aunque la tuviera, él no le haría caso, lamentaba mucho si le dolía, pero él
era un hombre ocupado y sus intereses eran variados.
CAPÍTULO 10
Calder y Blake habían regresado a su casa hace ya dos semanas, todo
había estado moderadamente normal, hasta ese lunes en la mañana, cuando
de pronto él había dicho algo que detonó el nerviosismo de la joven
pelinegra.
—¿Cómo dices?
—Que empaques tus cosas, nos vamos en tres semanas.
—¿Todas ellas? —frunció el ceño y lo siguió por la habitación— ¿Por
cuánto tiempo nos iremos?
—El que sea necesario.
—Pero, pensé que habías dicho que nos quedaríamos aquí.
—Y yo pensé que estarías más que feliz de que nos fuéramos, fuiste la
primera en reaccionar mal cuando dije de regresar a Londres.
—Bueno, eso era antes de que todo fluyera tan normal. Es verdad que
mi familia no me habla, pero siempre me gustó Londres.
—Lo lamento, pero tenemos que irnos cuanto antes. Ya establecí la
fecha de salida así que será mejor que empieces a empacar de nuevo toda la
ropa que te han mandado tus parientes.
—Pero… ¿Estados Unidos? Eso está al otro lado del mundo, si me
voy, significaría que jamás volvería a ver a mi familia.
—Tengo cosas que hacer allá, es mejor que mi presencia esté donde
me necesitan, ¿no lo crees?
—Supongo, pero…
—En realidad no hay ningún pero que te acepte. Será mejor que hagas
los preparativos.
Calder salió de la habitación, no era que en Londres fuera muy feliz,
en realidad, ella no era invitada a ninguna fiesta de mujeres, a pesar de estar
casada, ella era repudiada, era requerida en bailes exclusivamente por ser la
mujer del último Hillenburg y sería una grosería no invitar a la esposa del
duque.
Pero todos la veían mal, no había nadie que le dirigiera una sonrisa
sincera y sus primos y primas, a pesar de que siempre la trataban
dulcemente y estaban con ella, no eran bien vistos al hacerlo, cosa que les
importaba menos que poco, pero no dejaba de ser injusto, incluso sus tías
eran dulces y la acogían con el mismo aprecio que siempre le tuvieron
desde que nació. Pero era una peste para los londinenses y comprendía a la
perfección eso, pero la hacía sentir solitaria… quizá si fuera mejor irse de
ahí, ¿por qué tenía tanto miedo? Sólo quería quedarse ahí porque le era
conocido ¿qué tenía de malo lo desconocido? Además, iba con Calder
quién, a pesar de ser tosco, frío y muchas veces un imbécil, nunca la trataba
mal y la defendía cuando era necesario.
Estaba decidida, comenzaría su vida desde cero en esas tierras lejanas,
en América, donde Calder había crecido y, según decían, se había vuelto
millonario. No sabía que tanto recaía en mentira o en realidad, pero estaría a
punto de descubrirlo por ella misma.
—¡Rosita! —gritó Blake— ¡Rosita!
—Si señora, dígame.
—Rosita, quiero que traigas baúles, muchos, necesitamos guardar
todas mis ropas.
—¿¡Todas sus ropas señora!?
—Sí, todas, el señor ha dicho que nos iremos de aquí en poco tiempo,
así que empaquen todo.
—Sí, mi señora.
—Gracias, dile a Matilde y Rosario que te ayuden.
La mujer sonrió con una marcada cara de tristeza. Lastimosamente, la
señora tenía demasiada ropa y sería un trabajo exhaustivo. Aun así, salió a
atender lo que le habían mandado. Al tiempo, una mujer entraba con
altiveza a la habitación, mirando de un lado a otro, buscando algo o alguien.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó Blake, un tanto distraída y sin ver
bien a la intrusa.
—No, yo no necesito tu ayuda para nada.
—En ese caso, puedes retirarte de mi habitación.
—¿Tú? ¿Pidiéndome algo así? ¿A mí? ¡Ja! Deja que me burle.
—¿Disculpa? ¿Quién eres?
—Tú eres la fachada que Calder puso para ser bienvenido en esta
sociedad, no me puedes venir a dar órdenes a mí.
—No creo que eso le interese —arqueó la ceja—, no suelo reiterar lo
que digo, pero ¿Quién demonios eres?
—Yo soy la mujer de Calder —le dijo animosa—. La verdadera mujer
de Calder.
—Ah, dirás su amante, o más bien, su querida.
—Así es, porque a la que ama, es a mí.
—No digas tonterías, si tanto te amara, se habría casado contigo a
pesar de todo, pero no lo hizo y en tu lugar, estoy yo. Lamento decirte que
no tienes cabida aquí.
—Eres una repulsiva interesada. Ahora resulta que, porque es rico, a la
gentuza como tú les llama la atención.
—No me interesa su dinero.
—Sí claro y toda esa ropa y esas joyas a las que estás acostumbrada se
seguirán comprando solas.
—En todo caso, no es tu problema.
—Sí que lo es, mi vida y la de él están ligadas por siempre.
—Bueno, entonces ve a sacarle el dinero que le quieras sacar, yo no lo
necesito, con lo que tengo soy más que feliz.
—Mira niña, no vengas conmigo a hacerte la inteligente, sé lo que
hiciste, no sólo por los chismes que hay en la ciudad, sino porque él mismo
me lo dijo.
—Vale —la ignoró.
Blake caminó hacia uno de los roperos de la habitación y comenzó a
sacar vestidos y los dobló.
—Te estoy hablando.
—Ajá.
La mujer se interpuso en su camino y la miró con repulsión.
—No eres más que una estúpida aristocrática.
—Claro.
Blake la evitó y siguió haciendo sus cosas, eso hasta que de pronto la
mujer la tomó con fuerza del brazo y la volvió hacía ella.
—Cuando te hable, escuchas.
Blake intentó quitar su brazo, pero este fue apretado con más fuerza y
hasta logró sentir que sus uñas le hincaban la piel.
—Suéltala, Megan —pidió una voz relajada.
—Calder —la soltó rápidamente al escuchar esa voz.
El duque caminó por la habitación con tranquilidad, sacando de una
gaveta su reloj, razón por la que había regresado a casa, Blake sonrió ante la
oportunidad y fue hacia su marido, asestándole un beso que él no rechazó,
pero tampoco profundizó.
—¿Qué sucede? —Calder puso ambas manos en la cintura de su
esposa, alejándola de esa forma.
—Nada —sonrió—, nada en lo absoluto.
El hombre arqueó una ceja y miró el brazo de Blake, el cual seguía
rojo por el apretón y las uñas de Megan. Le tocó la zona levemente y negó
con la cabeza, mirando a la mujer que había provocado eso en su esposa.
—Calder, te aseguro que ella…
—No es importante ahora —silenció el duque—, mejor ayuda a mi
esposa a guardar sus cosas. Haz lo que te diga.
—¡No pensarás que lo haré!
—Sí, ¿Por qué no habrías de hacerlo?
Los ojos de Megan chisporrotearon con odio y un profundo dolor, pero
no dijo nada que contradijera al dueño de la casa, por otra parte, Blake sabía
que había ganado una nueva enemiga y, si era lo que decía ser, una muy
poderosa. Cuando la chica hubo abandonado la habitación, la pareja se
deshizo del abrazo en el que se habían reunido y se miraron con desprecio.
—Linda sirvienta —sonrió Blake—, no sabía que contratabas gente
tan altanera.
—No es una sirvienta.
—Lo es, aunque de otras cosas —levantó ambas cejas—, digamos que
sirve a ti, de una forma muy íntima.
—Deja de decir estupideces.
—¿Lo niegas?
—No, pero fue antes.
—¡Oh! ¡Qué consuelo!
—No acepto que digas sandeces, a menos que me digas que es porque
estás celosa.
—¿Celosa? —se rio con fuerza— ¡Por favor! Lo único que me
molesta, es su fuerza brutal, ¿Qué le sucede? Me duele el brazo.
Calder dejó salir una masculina carcajada y se acercó a ver el daño,
que era mínimo y se estaba quitando en seguida.
—Cariño —sonrió—, si te hiciera el amor, estarías más dañada.
—¿Qué eres? ¿Un animal?
—A muchas les encanta.
—Eres un grosero.
—Puede ser, pero por lo menos sé lo que hago cuando se trata de
complacer a una mujer.
—Uy, no sabes cuánto me entusiasma, es más, iré a hablar con cada
mujer de la zona para pedir indicaciones de como complacerte.
—Harías bien, así no tendré que enseñarte con santo y seña lo que es
intimar con un hombre.
—Idiota.
—Santurrona.
—Hablador.
—Hipócrita.
—Narcisista.
Ambos se miraron y rodaron los ojos, siguiendo con lo que cada cual
iba a hacer, ignorándose por completo el uno al otro. Pero ambos sonreían
por su lado, no se querían, eso era más que obvio, pero a ella le encantaba
fastidiarlo y a él le encantaba que tuviera el valor para hacerlo.
—Se supone que creciste en América, ¿verdad?
—¿De pronto estás interesada, mi amor?
—Al menos quiero saber a qué me atengo al ir allá.
—Bueno, sí, crecí allá.
—Y… ¿Tienes tierras?
Calder la miró.
—Sí, tengo algunas hectáreas.
—¿Normalmente en qué ciudad vives?
—Nueva York.
—¿Y es bonito?
—Es… rápido. El mundo es diferente por allá.
—Ajá, aquí es Londres.
—Creme cuando te digo que tu capital no tiene nada que ver con lo
que es Nueva York.
—Que presumido eres.
—Sólo digo la verdad.
—¿Por qué volviste? —inquirió ella, notando que no se iba.
—Olvidé mi reloj, la parte positiva fue que pude presenciar los celos
de mi esposa, no es algo que se vea todos los días.
—No sentí celos, lo más probable es que nunca los sienta.
—Bien. En realidad, no me importa, lo prefiero. Adiós cariño.
—No me llames así.
—Como digas mi amor.
—Tampoco me digas así.
Calder sonrió y salió de la habitación, anunciándolo con un fuerte
portazo que exaltó un poco a la servidumbre que no estaba nada
acostumbrada al inexplicablemente variado temperamento del nuevo amo
de Bermont. Blake solo pudo seguir con lo suyo.
—Lady Hillenburg —tardaría en acostumbrarse a ello.
—Dime Rosita.
—Ha llegado carta.
—¿De quién? —dijo poco interesada.
—No tiene nombre señora.
Blake volvió la vista y tomó con rapidez la nota.
—Gracias Rosita, ve con Matilde y Rosario, que aún no las veo aquí y
hay muchas cosas que hacer.
—Están terminando con el salón mi lady, pero nos pondremos todas a
hacer lo que nos ha dicho.
—Bien, puedes irte.
Blake comenzó a abrir el sobre con interés, ¿Quién le mandaría una
nota tan extraña? En ella sólo ponía: “En el parque, a las cuatro, en la banca
de siempre”. No había remitente, y no lo necesitaba, la única persona que
sabía de aquella banca era Marco, sus venas torrearon sangre y sus vellos se
pusieron en fila, no lo había visto desde... miró al reloj que colgaba de uno
de las paredes, eran las tres y media, tenía que darse prisa si quería llegar,
sí, iría, porque cobarde no era, el cobarde había sido él y no le temía.
—¡Matilde! —gritó— ¡Matilde!
—Dígame señora —llegó la mujer corriendo.
—Un sombrero y dispón un coche para mí.
—¿Saldrá señora?
—Sí —la miró—, si mi marido llega antes que yo… sólo dígale que
salí de urgencia y volveré pronto.
—Mi señora, al amo no le gustará.
—Probablemente no lo note, ahora corre Matilde, que no tengo nada
de tiempo.
La mujer salió a la carrera y Blake se apuró a dejar aquella nota bajo
su almohada. Estaba segura que regresaría antes que Calder, aunque no le
importaba llegar después, no era que le debiera alguna consideración
cuando él ciertamente no se las daba, pero siendo él tan impredecible como
lo era, probablemente explotaría sólo por el placer de hacerlo.
—El coche la espera señora.
—¿A dónde vas? —sonrió desde el umbral una hermosa Megan.
—Como no te debo explicaciones, sólo pasaré de ti.
Megan la tomó con fuerza del brazo.
—No creas que Calder te favorece, es mera apariencia.
—Pues, mientras la apariencia perdure —sonrió Blake—, ve a guardar
mis cosas.
Se soltó y bajó las escaleras de la casa, no podía creer que había dejado
de ser de su familia directa, pero ahora ella era dueña, de alguna forma
seguía en manos de los Bermont.
Llegó al parque y, a las cuatro en punto, se encontraba sentada en
aquella banca donde se había enamorado perdidamente de un idiota. Le
parecían milenios desde que sentía aquello, incluso temía que nunca pudiera
llegar a sentir algo parecido y, ciertamente, las cosas se complicaban dado
el hecho de que estaba casada con una persona que apenas toleraba y eran
más discusiones que cualquier otra cosa. Esperó por cinco minutos, no
pensaba otorgarle más de diez, estaba ahí con la única intensión de decirle
lo que pensaba.
—No esperaba que vinieras.
Blake se puso en pie y dio inmediatamente la vuelta para encarar a
Marco con la pistola de Calder apretada y escondida, encontrándose con la
sorpresa más grande de la vida: su hermano.
—Adrien.
—Hola otra mitad.
Ella no pudo evitar soltar unas cuantas lágrimas, pensó que jamás
volvería a escuchar eso, menos de él, considerando lo furioso que estaba la
última vez que lo vio.
—No llores tontuela —le limpió las lágrimas con cariño—, yo también
te he echado de menos.
—Pensé que jamás te volvería a ver, al menos no de esta forma.
—Bueno, admito que me sobrepasé un poco, estaba tan molesto…
sobre todo porque no me lo dijiste.
—Lo sé.
—Aun así, acudiste aquí pensando que era Marco ¿Estás loca? Sabes
que el tipo con el que te casaste te mataría ¿no?
—Calder no es tan loco como piensas.
Adrien tomó asiento en la banca y dejó caer la cabeza en el respaldo,
viendo el baile de los árboles.
—No comprendo porque lo hiciste, pero no lo preguntaré más, sólo
quería ver a mi hermana antes de que se fuera para siempre.
—¿Cómo…?
—¿Me enteré? —él sonrió—. Vamos, no pensarás que papá te dejaría
sin protección, tiene a sus infiltrados que nos pasan información, mamá está
desquiciándose porque te vas.
—¿Papá hace eso?
—No te odia Blaiky, sólo está decepcionado.
—Jamás quise eso.
—Lo sé, pero eras su mundo y de repente, el mundo se derrumbó. Pero
te ama, igual que lo hace mamá —la miró—, por cierto, que Ashlyn y
Briseida te mandan muchos abrazos y besos.
—¡Dios! Como las extraño.
—Querían venir cuando supieron que te vería, pero no lo quise hacer
tan obvio, claro que papá sospecha, pero aun así no le jalo demasiado la
cuerda.
—Entiendo —decayó.
Por un momento permanecieron callados, dos mitades de un mismo
parto sentados uno junto al otro, «como debía ser» pensó. En esos
segundos, eran Adrien y Blake, los inseparables gemelos idénticos, sólo
distinguidos por ser hombre y mujer.
—Y… ¿América?
Blake sonrió.
—Vive en Nueva York.
—Es lejos.
—Sí…
—Supongo que algún día conoceré esos lugares.
—¿Piensas visitarme?
—Oye, alguien tiene que ver que Satanás no te lastime.
—Lo haces por las mujeres, ¿Carne fresca?
—Bah, una cosa por la otra, tengo que tener una recompensa por
cuidarte ¿no?
—Claro, tendrás mercancía nueva por allá —Blake dejó salir una
carcajada corta— ¡Quizá hasta te cases!
—¡Ni lo digas! —sonrió el hermano—, al menos, no por ahora.
Ambos rieron como hacía mucho no lo hacían: juntos.
—Bien hermana, sabes que te amo, pero tengo que volver.
—Lo sé —Blake inclinó la cabeza—, ojalá volviera contigo.
—No eres feliz ¿verdad?
—Estoy bien.
—No pregunté eso.
—Adrien, algún día lo diré, por ahora, es mejor para todos que sea así
—lo abrazó—, gracias por todo lo que me dijiste, no sabes el bien que me
hace saberlo.
—Le diré a mamá que no tienes moretes, ni mejillas rojas; estaba
aterrada de que te hiciera daño, ¿Cómo es que dice? Ah sí: “¡si ese bastardo
toca a mi hija, yo misma le pondré una bala entre las cejas!”
—Suenas tan ella.
—Bueno, lo dice las suficientes veces al día como para aprenderlo —
Adrien la recostó en su pecho—: sólo una carta Blaiky y corro a Nueva
York por ti ¿Entiendes? No aguantes nada, si algo, cualquier cosa sucede,
me dices y yo me encargo del resto.
—Te amo, Adrien.
—También te amo —le besó la mejilla y la miró por un largo rato—,
ten un buen viaje y una buena vida.
—Igual, trata de no volver loco a papá.
—Lo intentaré lo mejor que pueda —sonrió.
Por alguna razón, parecía ser una despedida para siempre. No quería
pensarlo así, pero se iba tan lejos, que era buena idea desearse lo mejor y,
mientras lo veía alejarse, pudo notar como la mitad de su alma se iba con él,
porque siempre le pertenecería, siempre sería su otra mitad, su gemelo y su
hermano.
Blake limpió sus lágrimas con una sonrisa y tomó aire, mirando hacia
el cielo nublado de un ordinario Londres, quizá sería la última vez en
mucho tiempo que viera ese cielo al que estaba tan acostumbrada, tenía la
sensación que jamás volvería a Londres para quedarse a vivir, quizá de
visita, si es que Calder se lo permitía.
CAPÍTULO 11
Calder se levantó temprano aquella mañana en el que comenzaría su
viaje hacía su hogar, iba directo hacía las tierras que lo vieron crecer y
madurar. No todo había sido bueno, no es como que uno logre cosas allá de
la noche a la mañana, fue ahí donde conoció al famoso y temido Thomas
Hamilton, quién lo recogió como a cualquier desvalido que vagaba por la
calle y malgastaba sus talentos en robar y tergiversar a la gente.
Recordaba bien aquél día. Él, como siempre, estaba en los mercados
de baja categoría, viendo qué comer y cómo robar a los mercaderes. Calder
se había convertido en un experto en poco tiempo, aprendía rápido y los
niños con los que siempre estaba contaban con él para la comida de ese día.
Aquel soleado martes de verano se había topado con la sorpresa de
encontrarse a alguien de categoría, con el tiempo aprendió a distinguir el
andar y el porte con el que se manejaba esa gente y, a pesar de que aquél
sujeto estuviera vestido como cualquier otro mercader, no era de por ahí.
No tuvo que pensárselo demasiado, le robaría a él, sería una presa
fácil, puesto que, como cualquier hombre de clase alta, no pensaría que un
chaval de diez años pudiera quitarle ni una basura de su saco. Ideo un plan
para que otro de los niños lo distrajera mientras él sacaba algunas monedas
de su bolsillo. Lastimosamente para todos, nadie engañaba a ese hombre y,
en cuanto sintió su mano meramente cerca de su saquillo, le tomó la mano y
lo levantó hasta la altura de su pecho como si fuera él un mero papiro.
—¿Qué quieres muchacho? Estoy seguro que anhelas más que cinco
monedas de mi bolsillo —había dicho con una mirada intensa.
Él Calder de diez años se había puesto tan lívido que se compararía
con cualquier vela, por un segundo pensó que aquél magnate lo mandaría
rápidamente con las autoridades, sin embargo, el hombre lo soltó y se
inclinó hasta ponerse a su altura.
—No tengas miedo, tienes potencial, pero no para robar —por alguna
razón, Calder no contestó, la mirada de aquel hombre era tan imponente que
apenas y logró asentir—. ¿Por qué robas?
Calder volvió la cabeza hacía el resto de sus amigos, quienes se
escondían detrás de un puesto, con la cara asustada.
—Porque me gusta —mintió.
Thomas volvió la mirada hacia donde el niño había dirigido la cabeza
hacía unos segundos.
—¿En serio? ¿Te gusta más la idea de ir a la cárcel o ser azotado?
—Me gusta la idea de pensar que soy más listo que alguien y que
nadie puede capturarme… bueno, hasta usted.
Thomas Hamilton sonrió y levantó las cejas.
—Eres orgulloso, te gusta sentir que tienes poder, aunque no lo tengas
—lo escaneó— Aún no tienes ambición, pero la tendrás. Siendo así, te
propongo que vengas conmigo, te enseñaré a manejar todo eso de otra
forma, una forma sana, donde robar no sea el medio.
—¿Por qué haría eso? Es uno de los ricos.
—¿Cómo lo sabes?
—Los puedo distinguir, aunque use esas ropas.
—¿En serio? Que observador eres.
—Aprendo rápido.
—En ese caso, ¿qué dices a lo que te propuse?
—Pero tengo que... —el niño volvió la mirada a sus amigos.
—Yo protegeré a tus amigos, ¿eso es lo que te preocupa?
—Sí.
—Bueno, te aseguro que todos tendrán comida.
—¿Por qué nos quiere ayudar?
—Porque yo veo potencial en todas partes y si lo encuentro, no me
gusta desperdiciarlo, tienes cabeza, así que te ayudaré.
Desde ese momento, Calder jamás se separaba del hombre sin nombre,
le debía mucho y le encantaba aprender de él, podría decir que, sin aquel
caballero, sus amigos y él habrían muerto de hambre tarde o temprano, o
peor, azotados o en algún reclusorio.
—¿Calder?
El hombre volvió la vista hacía la mujer que recién despertaba.
—Dime.
—¿Ya es hora de irnos?
—No, duerme otro rato si gustas.
Blake frunció el ceño y negó, apartando las sabanas.
—Sí tú te has levantado, entonces lo haré también.
—¿Cómo buena esposa que eres? —se bufó.
—Como buena madrugadora que soy.
—Como quieras, pero la partida es hasta las diez, apenas son las cinco
y media.
—¿Qué harás ahora?
—Iré a montar un rato.
Blake ahogó un suspiro y lo miró con duda.
—¿Te importa que te acompañe?
—¿A montar?
—Sí.
—Si puedes seguirme el paso…
—Puedo superarlo —aseguró con vanidad—, seguro eres un abuelo
montando.
—Quisieras, mi cielo.
—No me llames así.
—Como digas, mi amor.
Blake rodó los ojos y se apuró a colocarse algo para ir a montar con su
marido. Calder la esperó sentado en uno de los sofás de la recámara, en sus
manos, un libro. La joven tuvo que luchar para no caerse de la impresión, se
notaba que Calder era instruido, pero de eso, a verlo con un libro… no se lo
imaginó.
—¿Qué lees? —Blake se colocaba un arete cuando lo preguntó.
—Nada —dejó el libro de lado—. ¿Estás lista?
—Sí.
—Entonces vamos, tardas una eternidad.
—Una siempre se debe ver bien, en cualquier momento.
—Tonterías.
—No pensarías lo mismo si no lo hiciera.
—Me daría igual.
—¿Nos vamos? —le dijo molesta— ¿Por qué todo ha de ser una
discusión contigo?
—Porque dices estupideces todo el tiempo.
—Eres un grosero y un idiota.
—Te va gustando lo de decirme grosero, pero eres tú la que aumenta el
número de blasfemias.
La pareja bajó las escaleras metidos en una nueva discusión que
incluso derivaba a leves empujones por parte de ella, provocando la risa del
hombre que apenas se movía con el ataque.
—¡Calder! —sonrió Megan desde la puerta de salida hacia el jardín—
¡Pensé que no montaríamos hoy!
Blake rodó los ojos y volvió la cara hacia su marido, quién sonreía
hacia la mujer que lo esperaba.
—Claro que iré, me queda poco de esto.
—Ya mandé ensillar nuestros caballos.
—Entonces manda ensillar otro —dijo Blake—, iré también.
—¿Sabes montar?
—Por supuesto —ladeó la cabeza—, don de mi madre.
—No nos seguirá el paso a mí y a Calder.
—“A Calder y a mi” —corrigió la joven—, y pienso dejarlos muy
atrás, no te preocupes.
Blake se volvió un poco y tomó el brazo de su marido con aprensión,
Calder sonrió y dobló su brazo para aceptar el gesto.
—Ella sabrá que hacer Megan, no te preocupes.
—No me preocupo, por mí que se caiga del caballo.
—Lastimosamente para ti, eso no va a pasar —contestó Blake—
¿Cierto cariño? Tú sabes que mi familia siempre ha montado.
—¿En serio? —sonrió el hombre con maldad—, no lo recuerdo.
La mujer casi explota cuando escuchó la carcajada que lanzó Megan y
salió hacia los establos, Blake se soltó del brazo de aquel idiota y caminó un
poco, eso hasta que sintió como la abrazaban por la cintura y la pegaban a
un pecho fuerte.
—Lo siento gatita, no lo vas a tener fácil conmigo.
—No necesito nada de ti, si tú no me vas a dar el lugar que tengo,
entonces me lo sabré otorgar.
—¡Ja! ¿Con Megan? No creo que lo logres.
—¿Ves que me interese? —se apuntó la cara—: no, la fastidiaré por el
simple placer de hacerlo.
Se deshizo de sus brazos.
—Y tú sufrirás las consecuencias, porque ahora no tendrán las
libertades que pensaba darles —Blake sonrió con satisfacción.
—¿Me ibas a dejar acostarme con ella?
—Digamos que me iba a hacer de la vista gorda, pero ahora, seré un
buitre que no te dejará respirar, ¿querías una esposa ejemplar y que sintiera
amor por ti? Bueno, multiplicaré eso por un millón, seré tan irritante que
querrás matarme.
—Es un juego de dos mi cielo, si me irritas en un ámbito, yo sabré
hacerlo en otro.
—Me da igual, lo disfrutaré mientras pueda hacerlo, después veré
como lidiar contigo.
La joven salió airosa de la casa, no viendo la sonrisa que Calder tenía
en el semblante.
—Es una chica interesante —dijo la voz de Loren a sus espaldas.
—Sí, bueno, es interesantemente irritante.
—Y eso te encanta —intervino Víctor.
—A nadie le gusta la gente irritante —los miró Calder—, vayan a ver
que todo transcurra con orden, nos vamos en unas horas.
Blake llegó al establo, donde Megan seguía burlándose de ella y de la
poca consideración que Calder tenía para con su persona. Era obvio que
Megan no mandaría ensillar ningún caballo para ella, por lo cual, se vio en
la necesidad de hacerlo por sí misma, no le molestaba, lo que le irritaba era
la presencia de aquella mujer.
—¿Se te perdió algo por aquí? —Blake inquirió molesta.
—No, sólo admiro a la que acepta despojos de cariño.
—No sabía que había un espejo por donde te estuvieras viendo.
—No soy yo a quién mi marido no protege, ni da su lugar.
—Que poco valor te tienes, yo no necesito que nadie me de mi lugar,
soy lo suficientemente confiada que sé cuál es y me lo sé ganar.
—Eso no se gana, se brinda.
—Deja de hablarme, eres una simple mujerzuela que está de momento
con mi marido, es una lástima, porque mientras tú eres pasajera, yo estaré
ahí siempre, toda la vida. Y te aseguro que mientras tus hijos sean bastardos
despreciados por él, los míos serán sus herederos, ¿quién pierde aquí?
—¡Eres una idiota aristocrática! ¡No sabes nada de él!
—¿Y qué me importa? —sonrió Blake— No deja de ser verdad.
Blake en ese momento buscaba el caballo perfecto para ella, los
conocía, a pesar de que el nuevo dueño adquiriera diferentes sementales,
aún conservaba los eternos de Bermont, los que fueran de su abuela o
madre.
—Agarra a la pinta —dijo la voz de Calder—, es una yegua que
amanse hace poco.
—No gracias, quiero a Moldred.
—Ese caballo murió hace poco —dijo él sin darle importancia.
—¿Qué? —los ojos de Blake se llenaron de lágrimas— ¿Murió?
—Sí —Calder la miró con el ceño fruncido—. Era sólo un caballo.
—No, no lo era —Blake negó y limpió sus lágrimas—. Disculpen, me
retiro.
—¿Así que al final no vas con nosotros? —sonrió Megan.
—No, pueden ir ustedes.
Para ese momento ella no podía retener las lágrimas en sus ojos y estas
fluían libremente por sus mejillas.
—¿Blake? ¿Qué demonios…?
—Nos vemos luego.
Calder siguió con la mirada la rápida huida de su esposa.
—¿Qué demonios?
—¿Por qué finges que te importa? —se molestó Megan.
—No me importa —aseguró—, pero me interesa saber el porqué del
dolor.
—¿Quieres saber dónde apuntar cuando discutan de nuevo?
—Todo lo contrario. Que bajo sería lastimar a alguien a sabiendas que
es donde hay una herida.
—¿Qué no es lo que se hace para lastimar?
—No, se puede lastimar de muchas formas, pero nunca usaría un
recuerdo doloroso para hacerlo, menos aún si no comprendo.
—Pero…
—¡Ey tú! —gritó de pronto Calder, interrumpiendo las palabras de
Megan, el mozo se acercó—. El caballo Moldred, ¿De quién era?
—Mi señor, era de la madre de su señora esposa, ella solía montarlo
desde que era muy chica y antes fue de lord Richard Hillenburg, bisabuelo
de la joven.
—Entiendo, gracias.
El muchacho corrió fuera de la vista de aquél energúmeno, dejándolo
en soledad con sus pensamientos y aquella mujer que tanto mandaba dentro
de la casa.
—¿Por qué le lloraría a un caballo de alguien que ella no conoció? —
preguntó Megan.
—No tengo idea, quisiera saberlo.
—¿A dónde vas? ¿No iremos a montar?
—No por ahora, si gustas ve tú —Calder se detuvo antes de abandonar
el establo—. No la molestes Megan, estoy de acuerdo en que no la amo y
me gusta hacerla enervar, pero yo soy una cosa y tú eres otra, si algún día
ella se sale de sus casillas, la defenderé a ella.
—¿Por qué? Ella no te importa.
—Puede que no, pero al ser mi mujer, nos volvimos uno, quien le falte
a ella, me falta a mí, ¿por qué crees que nos batimos a duelos?
—Por despecho.
—No, por honor, porque cuando una mujer es de uno, no se permite
que otros la toquen.
—Eso pasaría si la amaras.
—No, no sea tan corta de pensamiento, si Blake siquiera engañarme, la
mataría a ella, pero despedazaría al bastardo con el que lo hizo.
—En ese caso, te interesará esta nota que me encontré debajo de la
almohada de tu mujer.
Calder la miró mal, pero estiró la mano para recibir la nota, la leyó con
rapidez y miró a Megan con interés.
—¿Acudió?
—Salió volando para llegar.
Uno de los ojos de Calder se achicó de forma extraña, como cuando
uno come limón y la acidez saca un gesto de desagrado. Salió del lugar
hecho una furia, como era de esperarse, llegó a la casa en tres zancadas y
gritó con furia:
—¡BLAKE! ¡BLAKE!
—Está arriba, mi señor —contestó una asustada mujer.
Calder subió de dos los escalones y abrió la puerta donde su mujer se
escondía, sentada en el diván junto a la ventana, mirando melancólica a
través de ella.
—¡Con un demonio! ¡¿No escuchas que te estoy hablando?!
—Si me levantas la voz, te ignoraré siempre.
—¡Maldita sea! ¿Por qué asististe? —continuó vociferando.
Calder fue hacía ella y la tomó de los hombros, levantándola del diván
y zarandeándola un poco; no aplicaba fuerza, no le hacía daño, pero se veía
tan molesto y sus ojos tan abrazadores, que era como si le dieran una
bofetada.
—¿De qué hablas? Por Dios, estás loco.
—No estoy loco —le dijo en voz baja y amenazadora—. Explícame,
¿Por qué motivo irías a encontrarte con ese bastardo?
—¿Qué bastardo? ¡No te entiendo! —lo empujó— ¡Suéltame! ¡Estás
demente!
Calder sacó la nota de su saco y la aventó hacia ella.
—¿Me seguirás llamando demente?
—¿Dónde la encontraste? —dijo confusa, volviendo la cara hacia la
almohada— ¿Revisando la cama? Ni siquiera la tiendes.
—No importa como la encontré.
—Ah, te la dio tu estúpida meretriz.
—¡Cállate! ¡Cállate o juro que te mato ahora mismo! —la volvió a
tomar por los hombros.
—¡¿Qué te importa a quién haya ido a ver?!
—Lo primero que te dije, no soy el idiota de nadie, nadie dirá que mi
maldita mujer me pone los cuernos.
—¡Lo que deberías hacer es preguntar! —le dijo con fuerza— ¡En vez
de llegar inculpando!
—¡Por favor! —la aventó ligeramente al soltarla—. Si yo mismo te
llegué a ver varias veces en esa estúpida banca con aquel idiota.
—Deja de decir maldiciones.
—¡Diré lo que quiera!
—¡No, no lo harás! ¡Soy tu esposa, no una de esas rameras que te
sacas de la calle!
—Con las actitudes que acostumbras, pronto serás una, pero de alta
categoría.
Blake sintió la ira recorrer cada una de sus venas, por lo cual no pudo
evitar levantar la mano y golpear con fuerza la mejilla del hombre que
blasfemaba contra ella y lloró, porque nunca nadie la había rebajado tanto.
—¡Eres un imbécil! —le gritó cuando él volvió la cabeza después del
impacto—, no sabes los hechos y vienes a gritarme como desquiciado. Si
me lo hubieras preguntado en lugar de acusarme, te hubiera dicho que esa
nota era de mi hermano, Adrien. Y si tanto dudas de tu ramera mujer,
entonces ve a preguntárselo tú mismo, ¡Es más! Ve con la gente del parque
y pregunta, seguro alguien nos vio.
—Mientes.
—Sí, seguramente fui a revolcarme con quién me encuentre primero,
¿qué más da? Todos son iguales, al final de cuentas todos tienen lo mismo
¿no?
—Eres una cínica.
—Sí, me encanta meterme con quién sea, embarazarme y hacerte
quedar en ridículo, ¿sabes que es lo mejor? Que tú, ni me has tocado.
—Eso puede cambiar —se acercó a ella de forma intimidante.
—¿En serio? ¿Cómo lo harás mientras te retuerces en el suelo?
—¿Qué?
Blake levantó la rodilla y le pegó justo en la entrepierna.
—¡Maldita sea! ¡Blake…! ¡Blake! ¡Regresa de una vez!
—Idiota.
Blake salió de la habitación hecha una carcajada. A pesar de que todos
habían escuchado la pelea, ella se manejó con total entereza y subió
tranquilamente a la carroza que los llevaría al puerto donde el barco de
Calder estaba anclado. Sabía que había despertado al demonio que Calder
guardaba en su interior, pero no le podía interesar menos, si él pensaba que
tenía un carácter del infierno, no la conocía, ella podía ser el peor desastre
natural que pudiera encontrarse y en ese momento, ella estaba tan molesta
como probablemente lo estaba él.
CAPÍTULO 12
Calder se levantó del suelo con un genio de los mil demonios. Miró
hacia todas partes con ganas de tomarla contra alguien, pero sabía que la
culpable de todo estaría metida triunfalmente en la carroza, tenía ganas de
tomarla de la garganta y despescuezarla.
—Mi señor ¿se encuentra bien?
—Perfectamente. ¿Mi mujer?
—Lo está esperando en la carroza, mi lord.
—Claro que lo está.
—¿Mi señor?
—Tú eres el espía que tiene mi suegro aquí, ¿cierto?
—¿M-Mi lord?
—No temas, lo sé desde que empezaste.
—S-Sí, mi lord, soy yo.
—Bien, ¿Acaso dijiste que nos íbamos a Estados unidos?
El hombre, bajó la cabeza y asintió con vergüenza.
—¿Alguien reaccionó a ello?
—Todos reaccionaron mal, excelencia, nadie parecía muy contento,
pero creo que el amo joven fue quién quería ver a la señora.
—¿Adrien Collingwood?
—Sí, el amo joven.
—Entiendo, ¿trajiste una nota para mi mujer?
—Sí milord.
Calder suspiró.
—Bien, retírate.
Ahora que sabía la verdad, sentía que si merecía los golpes de su
esposa. No podía creer que lo golpeara en la entrepierna, sin dudas era una
mujer con agallas, estaría furiosa con él, pero era algo que no podía
controlar, su temperamento era terrible y todo mundo lo sabía y lo respetaba
por lo mismo.
Blake esperaba pacientemente en la carroza, disfrutando de los
minutos que su marido tardaba para volver a recuperar la compostura tras la
estocada que ella le había dado. No podía evitar sonreír cuando recordaba el
rostro de sorpresa y dolor que él había lanzado. Ojalá le doliera por mucho
tiempo. Cuando lo vio venir, quitó la sonrisa y se enfocó en volverse hacia
el otro lado, mirando por la ventana.
—Vámonos Loren —dijo él sin ninguna expresión en el rostro.
Megan subió después de él, sentándose junto a su marido quién iba tan
malhumorado como ella misma. Duraron más de tres horas en completo
silencio, la tarde comenzaba a caer lentamente y el hambre se establecía
sobre el estómago de todos. Parecía que nadie iba hablar hasta que de
pronto Calder hizo un movimiento, como si se encontrara incomodo, lo cual
provocó que Blake soltara una risita que la delató frente a los que iban
sentados frente a ella.
—¿Te parece gracioso? —le preguntó él con molestia.
—Sobremanera.
—Es de clase muy baja lo que hiciste —le dijo.
—No me interesa, de hecho, rezaré porque te siga doliendo hasta la
siguiente semana.
Él simplemente negó con la cabeza y miró hacia otro lado, dejando a
Megan con la incógnita en la mirada.
—¿Qué se supone que pasó?
—Lo que sucede es que, gracias tu intervención con mi carta, ahora
Calder tiene un dolor muy fuerte.
—¿Qué?
—Se expresa: ¿Cómo dices? —corrigió ella, porque sabía que a
Megan le irritaba, la hacía sentir tonta e inadecuada para Calder— y lo que
digo es que puede que tenga problemas para… jugar contigo.
—Cállate, Blake —exigió Calder.
—¿Qué quieres decir?
—Qué lo lastimé un poco —Blake sonrió—, al menos que quieras
ayudarlo a que se mejore, quizá con algún tipo de caricia…
—¡Blake!
—¿Sí, dime?
—Por favor, cállate ahora o te juro que te aventaré de la carroza.
—Quiero verte intentarlo, te vas conmigo.
—¿Quieres probarlo?
Blake se cruzó de brazos y rodó los ojos.
—Bruto.
—Habladora.
—Perverso.
—Cínica.
—Berrinchuda.
—Poco hombre.
Megan abrió los ojos y miró a Calder.
—¿Lo probamos?
—¿Ahora? —sonrió ella.
—Donde quieras.
—Lastimarás a tu amante particular.
—Cállate ya Blake.
Ella soltó una risa y se inclinó hacia Megan.
—Lo siento cariño, no es mi culpa que me desee tanto, eso pasa
cuando las cosas son más difíciles de lo acostumbrado.
Megan abrió la boca y levantó la mano, la había herido, pero Calder le
tomó la muñeca al ver que iba a golpearla.
—Basta, a las dos.
—¿Y qué esperabas al traernos a las dos en la misma carroza?
—Blake, en serio me estás desesperando.
—Lo siento tanto en verdad.
—Maldita sea, ¡Váyanse las dos del mismo lado! —exigió— No
quiero a ninguna de las dos.
—Eso dolió ¿no Megan? —continuó Blake—, pero ven, te haré
espacio, así al menos lo verás dormir, seguramente te despide antes de que
se quede dormido ¿no? Digo, conmigo nunca falta a dormir, así que
supongo…
—¡Para el carro Loren! —exigió Calder por la ventana.
El pobre hombre jaló con fuerza las riendas y miró hacia todos lados
con temor. Calder abrió la puerta de la carroza.
—¡Fuera! —le gritó a Blake.
—¿Me corres a mí?
—¡Fuera Blake! ¡Bájate!
—¡Eres un idiota! ¡Un miserable, poco hombre, idiota! —Blake se
bajó de la carroza y cerró la puerta con fuerza— ¡Lárgate! ¡Vete!
Calder se bajó de la carroza y cerró con fuerza la puerta, tanto, que el
coche entero se movió y Megan dio un brinco.
—¿Qué quieres?
—Ven conmigo.
—No.
—Dije, que vengas conmigo.
—Y yo dije que no.
Calder lanzó un gruñido brutal y la tomó de la cintura, colocándosela
en el hombro.
—¡Bájame! ¡Bruto! ¡Idiota, bueno para nada!
Él no le hizo caso y se la llevó en medio del bosque. Megan vio
aquella escena con el dolor y los celos correspondientes de una amante que
está siendo olvidada. La verdad era, que desde que desde hacía un tiempo
que Calder no la llamaba, ni un beso, ni una caricia.
—Megan —le dijo Loren, recargándose en la ventana—, sé que lo
quieres, pero creo que no deberías hacer que la señora se moleste, llegará el
momento donde el capitán vaya contra ti por algo que le hagas a ella.
—¿No ves que se llevan de la fregada? —se burló—, es cuestión de
tiempo para que se dejen.
—No te equivoques, siempre será su mujer y la madre de sus hijos, él
siempre la procurará.
—No lo creo.
—No te lastimes, tienes gente que daría todo para estar contigo.
—¿Gente como tú? —se burló—, por favor, no estás a mi nivel.
El hombre bajó la cabeza y sonrió con tristeza.
—Temo decirte, que tú dejaste de estar a la altura del capitán desde
hace mucho tiempo, por no decir que nunca.
Calder provocaba que Blake se golpeara con las ramas y cualquier
cosa que se interpusiera en su camino. Ella seguía quejándose y lo
golpeaba, pero nada con lo que él no pudiera lidiar.
—¡Calder! ¡Bájame de una buena vez! —le gritó—, si me quieres tirar
por algún lago, te informo que estás lejos, gran tonto.
—Ojalá pudiera tirarte al mar para no volverte a ver, pero no puedo
hacer nada como eso, quédate quieta.
—¿A dónde me llevas? ¡Déjame ya!
Calder de pronto la dejó caer sobre sus pies, logrando que la pobre
mujer se tambaleara descontrolada.
—Bien, ahora es cuando comienza tu segunda etapa de vida.
—¿Ah sí? ¿De qué demonios hablas?
—Fácil. Ahora que nos alejamos de la protección de tu familia,
empezarás a actuar como mi mujer.
—¿Qué? ¿Piensas tomarme aquí o algo por el estilo?
—Para nada, irás viendo lo que es en verdad ser la mujer de Calder
Hillenburg, “el capitán Satán”.
—No sabes cuánto miedo te tengo.
—De ahora en adelante, dejarás de decir maldiciones y mucho menos
las dirás contra mi persona.
—Ajá, ¿después qué?
—Ya verás lo que es una vida real.
—¿Cómo que una vida real?
—Su alteza, nunca ha vivido nada de lo que el resto de la gente tiene
que pasar a lo largo de su existencia, así que seré tu mentor.
—¿Esperaste a salir de Londres para tratarme mal?
—Digamos, que fue una precaución, no soy idiota, era bastante
consciente de que tu padre tenía espías por todos lados.
Blake abrió los ojos.
—¿Lo sabías?
—Por supuesto y con ello, estamos a punto de comenzar.
—¿Qué quiere decir eso?
—Si quieres vivir, tendrás que ganártelo.
—Temo que balbuceas.
—No lo hago, ¿tienes hambre? Te lo ganas, ¿Quieres ropa limpia? Las
lavas, ¿Quieres dormir en una cama? La tiendes.
—Quiere decir que, de ahora en adelante, ¿seré parte de la
servidumbre de su casa?
—Serás parte de la vida normal de cualquier persona.
—Pero no la tuya, eres rico, poderoso y respetado. No necesitas que tu
mujer haga nada de eso.
—Sí, es verdad, pero necesito quitarte lo mimada que estás, porque a
mi lado, no tendrás nada parecido.
—¡No soy mimada!
—¿En serio? El que te exaltaras porque te lo dije demuestra que, si lo
estás, te ofende y eso pasa cuando sabes que es verdad.
—Sólo se me hizo anormal tu petición.
—No tendría por qué serlo.
—Es falta de costumbre en nuestra sociedad.
—Lástima.
Calder de pronto sacó una pistola y la miró.
—Dijiste que sabes usarlas, ¿no?
Blake levantó la ceja y sonrió, sacando la que él le había prestado
desde hacía un tiempo, allá en su barco.
—Claro que sé —lo miró desdeñosa—, pero no me gustan.
—Raro, puesto que tu madre hasta ha concursado en tiro.
—Con arco, como deporte, algo me dice que no haremos eso en este
momento —sonrió— aunque si es para matarte, estaría perfecto.
Calder soltó una carcajada brutal, se acercó a ella y colocó la pistola
que le había dado en su pecho.
—Dispara —la retó.
—¿Qué?
—Dispara, hablas mucho, pero no lo harías —sonrió—. Dispara.
Blake jaló el martillo para posicionar la bala en su sitio y lo miró a los
ojos. Él sabía que no podía hacerlo y ella también, pero el orgullo
desmedido que tenía la obligó a tirar del gatillo, hacia otra dirección, lejos
del cuerpo de Calder.
—No tenía balas —lo miró sorprendida.
—Tienes agallas —asintió Calder, quién no se había movido ni un
ápice—, vamos, tenemos que cazar algo.
—¿Por qué cazar, cuando podríamos llegar a una posada?
—Digamos que soy hombre desconfiado, prefiero estar seguro de
donde como y donde duermo.
—Sí, y comer animales silvestres y dormir en la intemperie es la cosa
más segura que hay —lo siguió a través del bosque.
—Bueno, estás conmigo, nada malo puede pasar.
—Las cosas son malas sólo por estar tú.
Megan sentía que el corazón se le salía de su posición. No comprendía
por qué tenían que tardar tanto, llevaban más de dos horas metidos en el
bosque, no quería imaginar que ellos… ¡No! Calder la quería a ella, estaba
segura de que lo hacía, él siempre la procuraba y nunca la descuidaba. No
podía creer que le gustar asa restirada y estúpida aristócrata, siempre le
había dicho que odiaba a los de su clase, ¿Por qué se había casado con una
de ellas si las odiaba? ¿Qué había hecho esa mujer para que él aceptara?
—Sigues torturándote por lo mismo —dijo de nuevo aquel estúpido de
Loren, logrando desquiciar la mente de Megan.
—¡Deja de inmiscuirte donde no te importa! —le exigió.
—Megan, estoy preocupado por ti, eso es todo.
—No necesito que nadie se preocupe por mí, Calder siempre se ha
ocupado de eso.
—Quizá ya no tenga tiempo, si no te das cuenta, llevamos mucho
tiempo aquí, no creo que ellos estén sólo charlando.
—¡Cállate ya Loren!
—Sólo digo lo que es obvio, si te molesta, lo siento en verdad.
—Es en serio, sé que te puedo gustar, es obvio, pero no estamos en
sintonía con eso, tengo a alguien y por el momento, no hay más.
—Entonces, lo siento por lo que estás a punto de ver.
—¿Qué?
Megan volvió la vista justo en el momento en el que se veía a la pareja
regresar de entre el bosque, riendo y empujándose como dos tortolos que no
deseaban separarse el uno del otro. Le dolió el alma, no pudo evitar sentirse
celosa y eso la hacía impulsiva, tenía ganas de tirarse encima de esa maldita
zorra y dejarla tan deforme que sería aceptada en cualquier circo de
fenómenos.
—¡Ey! ¡Megan! ¡Regresa! —gritó Loren cuando la vio correr.
La pareja, por su lado, venía tranquilamente hablando, riendo por las
hazañas y la buena caza que habían logrado. Blake se sentía una salvaje,
pero tan libre y feliz, que no podía estar molesta por haber roto su vestido y
estar arañada por todas partes.
—¿Me viste verdad? —dijo contenta— ¡Incluso te he superado!
El hombre sonrió y la miró.
—Lo has hecho mejor de lo que imaginaba.
—Incluso lo logré a pesar de que me tembló la mano —bajó la cabeza
—, es una lástima porque ese conejo era muy lindo.
—Es más una liebre.
Ella lo abrazó inesperadamente, presa de toda la excitación que sentía
en su ser y sonrió.
—Gracias por llevarme, me divertí más de lo que pensaba.
Calder la abrazó con la mano que no cargaba criaturas inertes y reposó
ligeramente su barbilla en la cabeza de su esposa. En ese momento, se
habían sentido en sintonía, no necesitaban palabras para entenderse en el
silencio que era necesario para cazar. Una simple mirada, un movimiento y
sabían lo que tenían que hacer, parecían conocerse de toda la vida, cuando
no era así.
—¡Tú! —gritó Megan— ¡Basta ya! ¡Sé que lo haces adrede!
Blake sintió como de pronto el césped acariciaba sus mejillas y le
picaba en los brazos y piernas. No comprendía del todo lo que estaba
pasando, pero lo que si sabía era que la habían tumbado.
—¡Basta Megan! ¡¿Qué demonios?!
Calder tomó a Megan de un brazo y la separó con fuerza de Blake, una
fuerza que quizá la lastimó; estaba furioso, quizá más de lo que nunca había
logrado enfurecerlo Blake, parecía fuera de sí y eso espantó a las dos
mujeres que estaban con él.
—¡Calder! —gritó Loren, tomándolo con fuerza de los hombros—,
cálmate.
Blake miró aquello con miedo, los ojos del que era su esposo se habían
vuelto tan ardientes que parecía que incineraría a alguien y temía ser ella,
aunque sabía que no había hecho nada, temió por todos. Así que, sin
pensarlo, se puso en pie y se colocó frente a él. No la veía, estaba enfocado
en Megan y en las formas de matarla.
—Calder —le habló suavemente—, mírame… ¡Qué me veas!
Lentamente, los ojos miel se volvieron a ella, con la misma intensidad
y furia con la que veían a Megan.
—Estoy bien —le dijo con determinación—, me tropecé, ¿no viste?
Me caí sola.
—No es verdad.
—Sí lo es —sonrió—, soy torpe, intenté evitarla y me caí.
—¡No quieras hacerme tonto! ¡Yo también estaba ahí!
Blake levantó lentamente la mano, rozó la mejilla rasposa de Calder y
levantó la ceja.
—¿No me digas que estás preocupado por mí?
—No es por ti —le dijo con la mandíbula apretada—, no me gustan
que pasen por alto mi autoridad, ¡Estaba justo aquí, demonios!
—No seas terco —le colocó una mano en el pecho para detener su
caminar siniestro hacia Megan—, que tonto, ella sólo quiso ver lo que
traíamos de comida.
—¡Deja de defenderla!
—¿Crees en serio que yo lo haría?
Calder la miró.
—No.
—¿Entonces? ¿No crees que pudiste haber visto mal?
—No.
—Calder, no pasó nada, déjalo pasar ¿vale? —repitió— ¡Ahora, hazme
de comer! ¡Me muero de hambre! Y parece que quieres que acampemos
aquí, así que será mejor que me pongas una tienda o algo, ¡No pienso
dormir incomoda!
—Dormirás en el suelo, como todos —dijo, ya más tranquilo.
La joven se alejó de la escena, actuando como si esta no hubiera
pasado, relajando el ambiente con aquella actitud tranquila y certera,
dejando anonadados a Loren y Megan.
—¡Ni loca, no dormiré en el suelo!
—Lo harás, no seas presuntuosa —la comenzó a seguir.
—Lo soy, lo sabías cuando te cásate conmigo.
—Por eso planeo quitártelo.
—¡Ja! ¡Quiero ver que lo intentes!
Loren volvió la vista hacia Megan, seguía estática en el lugar donde
Calder la había dejado. Estaba asustada, el mundo entero sabía que nadie
debía meterse con ese hombre, puesto que cuando se enojaba, jamás podía
contenerse, de hecho, había resultado ser una sorpresa el que no la intentara
asesinar en ese momento.
—Estuviste muy cerca —advirtió Loren—, ojalá no vuelvas a ser tan
imprudente.
—Yo… no sé qué pasó.
—Por ahora, le debes un favor a lady Blake.
Megan volvió la cabeza rápidamente hacia él.
—No le debo nada en lo absoluto.
—¿Estas de broma? —negó Loren—, si ella no hubiera intervenido,
seguramente ese moretón en el brazo sería lo menos de lo que tendríamos
que preocuparnos.
—Calder jamás golpearía a una mujer.
—No, pero las palabras pueden ser como látigos afilados que cortan
más que la piel, cortan el alma.
—No digas sandeces —la chica caminó hacia donde la pareja
comenzaba a recolectar algunas ramas para encender fuego.
—No te sugiero que te acerques ahora, deja que su esposa lo calme, ha
sido la única que lo ha logrado hasta ahora.
—Por favor, no le des tanto crédito —se volvió hacia él—, tú y Víctor
lo han hecho muchas veces.
—Se dice: Víctor y tú —corrigió la conocida voz de Blake, quién se
había acercado en ese momento—, vengo a decirte, que no vuelvas a hacer
algo como eso o a la próxima, no lo detendré.
—No me haría daño.
—Parecía dispuesto a hacerlo, pero lo conoces más que yo, no lo hagas
salirse de sus casillas.
—¡Eres tú la que lo haces!
—Hasta ahora, jamás me ha dirigido una mirada como la que te lanzó
a ti.
Megan se quedó callada.
—Piénsalo y no vuelvas a tocarme, o seré yo la que haga algo, no lo
necesito para defenderme, pero no me rebajaré a ti, sé quién soy, es tiempo
de que vayas entendiendo tu lugar también.
—¡Blake! —le gritó Calder— ¡Si piensas que te haré de comer, estás
equivocada!
—¿Qué no te dejé haciendo algo? —le regresó el grito la joven.
—¡Será mejor que vengas acá y lo hagas tú misma!
—¡Ni loca! —Blake regresó la mirada a Megan y agregó—: ten más
cuidado la próxima vez.
Blake dio media vuelta y se dirigió hacia su esposo, dejando a una
enervada Megan en compañía de Loren, quién miraba a la pobre mujer con
el amor desmedido, seguramente cualquier mujer desearía tener una mirada
como aquella.
Comieron en silencio, tratando de no revivir los eventos pasados y
entablando conversaciones tranquilas que los hacían reír, sobre todo a
Loren, a quién Blake tenía completamente cautivado, cosa que no
molestaba a Calder, quién tenía a su esposa ligeramente presionada sobre su
costado para sostenerla mientras comía.
—Bien, caballeros, me iré a la cama —Blake miró a la tienda que
habían elevado junto con Calder—. ¿en serio estarás bien sin un techo
donde dormir, Loren?
—No debe preocuparse, señora, estoy bien curtido en esto.
—Iré con ella —se levantó Calder—. Avísame cuando sea mi turno de
cuidar del campamento.
—¿Cuidar? —Blake se volvió hacia su marido.
—Hay bandoleros aquí, seguro agradecerían llevarse algunos de tus
baúles, querida —sonrió perversamente.
Blake caminó hacia la tienda, dejando que Calder siguiera lanzando
una mirada amenazadora hacia Megan, quién no levantaba la mirada por
temor a lo que pudiera suceder.
—Que no vuelva a ocurrir, ¿entendiste?
—Sí —dijo en una pequeña voz.
Calder fue a la tienda y miró a su esposa terminarse de poner el
camisón, cosa que la avergonzó y la hizo cubrirse y mirarlo mal.
—Pudo haber esperado.
—¿Por qué? Me habría perdido algo bastante satisfactorio.
—Pensé que no podría pensar en barbaridades con el dolor que seguro
ha de seguir teniendo.
—Para tu desgracia, estoy bien ahora.
—Es una lástima —lo miró recostarse en las cobijas y mirar hacia el
techo con una sonrisa—. ¿Qué piensas?
—Que tienes un trasero asombroso.
—¡Ugh! ¡Eres una horrible persona! —se acercó para golpearlo.
Calder le sostuvo las muñecas y la tiró al sueño, presionándose contra
ella, haciéndola participe de su deseo.
—¿Qué harás muñequita? ¿Gritarás?
—Por favor, deje de molestarme —susurró—. Se podría mal pensar
con facilidad y Loren está muy cerca.
—Oh, ya se ha malpensado, ¿Crees que pensaron que sólo cazamos
allá en el bosque? —negó—. Seguro que no.
Las mejillas de Blake se encendieron en un carmesí, lo cual provocó
que Calder se inclinara y tomara sus labios con desesperación, agarrándola
de la cintura y apretándola contra su cuerpo mientras con la otra mano
tomaba una de sus piernas y la enrollarla en su cadera para acercarse a ella.
Blake gimió en los labios de su marido cuando este la mordió
desprevenidamente, incitándola y excitándola, ella al fin comenzaba a
moverse conforme su cuerpo le dictaba, pero Calder sabía que no era
momento para hacerle el amor, así que se separó de ella en medio de
fugaces besos que ella parecía querer alargar.
—Duérmete, mañana podremos seguir con esto.
—Yo… no quiero —dijo apenada por su comportamiento.
—A mí me parece que sí.
Sonrió y se recostó a su lado, durmiendo en seguida.
CAPÍTULO 13
Calder no volvió a dirigirse hacia Megan por el resto del viaje, ni
siquiera aceptó que viajara a su lado, pero tampoco lo hizo Blake, tomó uno
de los caballos de la carroza y cabalgó junto a su amigo quién dirigía el
coche. Calder había mandado colocar a Magno entre los caballos, sobrando
este para jalar las riendas y poderlo tomar por si se hartaba de su esposa o
de ambas, lo cual había sido una buena decisión, cuando estaba de malas,
era mejor dejarlo solo, alejarlo un poco de la gente hasta que se relajara.
—No puedo creer que te controlaras —dijo de pronto Loren.
—¿De qué hablas?
—Estaba seguro que gritarías hasta quedar afónico.
—Ah, bueno, para que veas que no me descontrolo como aseguran
Víctor y tú.
—Por favor Calder, te hemos tenido que detener en más de cien
ocasiones y con mucho trabajo.
—No sé, suerte quizá.
—Yo tengo otra teoría.
—Claro, y estoy seguro que me la dirás, aunque te diga que no quiero
escucharla porque seguramente será una estupidez.
—Fue por la señora Blake.
—¡Ves! Una estupidez.
—Graciosamente, cuando ella te habló y se puso frente a ti, lograste
calmarte.
—En realidad, logró irritarme más ella que Megan.
—Claro, si gustas pensar eso.
—No “gusto pensarlo”, eso es lo que pasó.
—Ajá, como digas.
En realidad, Calder tampoco sabía bien que había pasado, pero al ver a
su propia mujer frente a él, hablándole con esa determinación y sin un ápice
de miedo, lo habían dejado anonadado, tanto, que al intentar descifrar por
qué no le temía, se distrajo de su ira y logró controlarla.
—¡Mi cielo! —canturreó Blake desde la ventana del carruaje—
¡Necesito una parada técnica! ¡Esta mujer me va a desquiciar! ¡Eres un
maldito por encerrarme aquí con tu amante!
Loren miró a Calder con una sonrisa que él correspondió.
—¡Tendrás que aguantarte más! ¡Casi llegamos!
—¡Eres un maldito! ¡Places en hacerme rabiar!
—Sí, la verdad es que sí —dijo en voz baja.
—Si gustas, podemos parar aquí, servirá para que los caballos tomen
agua y tu mujer se despeje.
—Si es por ella, que se aguante un rato más.
—¡Te escuché! —gritó ella desde el interior— ¡Para ya Loren! ¡Te lo
suplico!
—Se hará lo que yo diga.
—¡Entonces saltaré!
—Quiero verte hacerlo.
Calder volvió la vista hacia atrás cuando de pronto escuchó el ruido de
la puerta azotándose por la velocidad que llevaban, no lo podía creer, la
alocada mujer estaba parada en la entrada y miraba donde caer.
—¡Ey! —le gritó, haciendo que el caballo se frenara para alcanzar la
altura donde pudiera hablar con ella— ¿Estás acaso loca?
—Sí, eso ya lo sabíamos ¿qué no?
—Demonios —masculló—, ven acá.
—¿A dónde?
—Al caballo.
—¿Qué? No.
—Pensabas saltar ¿No? Pues lo mismo.
—No lo pensaba hacer, sólo quería que pararas la carroza.
—Si quieres salir de ahí, entonces esta es tu única solución.
El corazón de Blake se aceleró, miró el pasar de los árboles y respiró
con fuerza.
—¿Me atraparás?
—Claro.
—¿Me lo prometes?
—Te digo que sí.
—¡Júramelo!
—¡Sí, con un demonio, lo juro!
Blake cerró los ojos y se aventó de esa forma, siendo recibida por el
brazo fuerte de Calder, quien se detuvo lentamente y la colocó
adecuadamente sobre el semental.
—¿Lo logré? —Blake abrió un ojo—. ¿No morí?
Calder dejó salir una risilla que quedó contendida en su boca.
—Sí, lo lograste.
La joven abrió los ojos y se acomodó sobre el caballo, mirando
rozagante hacia todos lados.
—¡No lo puedo creer! —gritó extasiada— ¡Nunca hubiera hecho algo
así en mi vida! Me siento tan… no lo sé, tan…
—Libre —terminó él—, te comienzas a sentir libre.
—Sí. Creo que es eso.
Blake volvió un poco la cara para verlo de reojo, él no tenía expresión
alguna, pero ella no pudo evitar sonreír, acercarse a él y besarlo como pudo
hacerlo.
—¿Por qué fue eso? —inquirió él.
—Bueno, no lo sé tampoco, quería hacerlo.
—Siéntate bien —pidió Calder.
—¿Cómo? Estoy sentada bien.
—A horcajadas.
—¿Cómo hombre?
—Sí, es mucho más fácil.
—Pero…
—Anda, pasa esa pierna… sí, mucho mejor.
—Vaya, es raro, mi padre jamás me lo permitió.
—Bueno, no es nada femenino, pero es útil —la rodeó por la cintura
para tomar las riendas y espoleó al caballo.
El rápido avance helaba las mejillas y nariz de Blake, pero por alguna
razón, no quería parar, ni siquiera se había percatado del momento en el que
dejaron atrás el coche.
—No pares —pidió ella—, que vaya mucho más rápido.
—Puede encabritarse.
—No lo hará.
—Blake, cálmate.
—¡Nunca me había sentido así, es magnífico!
—Es adrenalina.
—No me importa, no quiero dejar de sentirla.
—Vale, dejemos que Magno descanse un poco —Calder se detuvo y la
puso en el suelo—, necesitas relajarte.
—No quiero hacerlo, me siento tan, no sé, ¿feliz?
Calder la tomó de las mejillas y le plantó un beso que le alejó todo
pensamiento, sólo hubo cabida para él y sus labios moviéndose sobre los
suyos de manera rítmica y tierna. Ahora la velocidad del caballo y el miedo
de saltar de la carroza eran cosas del pasado, ese hombre era mucho más
excitante que cualquier cosa arriesgada que la pusieran a hacer.
—¿Por qué fue eso? —sonrió en cuanto Calder juntó sus frentes.
—Quería hacerlo.
Ella dejó salir una pequeña risa y lo miró a los ojos. Sus pupilas
abarcaban la totalidad de sus iris, provocando que aquel color dorado de sus
ojos quedara ligeramente opacado, era como ver la luna colocarse frente al
sol.
—Vamos, falta poco para llegar a Brighton.
—Sí —ella contestó sin aliento.
La ayudó a subir al caballo y fueron hasta el pueblo que ella había
conocido con anterioridad, puesto que ahí fue donde todo salió mal y se
había llevado la tarea de curar a Luisa, una chica que al parecer estaba
metida en las travesías de Calder, al igual que Megan. Era el mismo hostal
que esa vez e incluso la misma habitación.
—Trata de no traerme a nadie en mal estado en esta ocasión —Blake
se tumbó en la cama.
—Hoy no habrá averías.
—Eso espero.
—Yo también, juro que no te volveré a dar alcohol nunca.
—Que exagerado eres.
—Pero servía, porque te pones demasiado excitada —se acercó a ella
—. Y justo ahora, me gustaría que lo estuvieras.
—Yo…
—¿Qué? ¿Más tiempo?
—Es que, no sé, en realidad…
—Solo tienes miedo, es normal en una mujer virgen.
—¡No lo digas como si nada! —se cubrió el rostro.
—Es algo natural, por favor, hasta la iglesia pide que tengas relaciones
para que puedas dar hijos a la parroquia.
—No seas grosero y no juegues con Dios.
—¡Dios! —se burló, alejándose de ella—, no me hagas reír.
Ella se sentó en la cama y lo miró.
—¿Qué tienes contra eso?
—No existe, punto.
—¿De qué hablas?
—Digo, que es ficticio, una simple idea que se le inculca al ser
humano para tener temor y rogar a alguien que nunca va a contestar. Las
cosas se logran porque uno las hace.
—Creo que más bien estás herido, no crees en Dios porque sientes que
nunca contestó a tus plegarias.
Calder la miró mal.
—Tú no sabes nada de mí.
—Puede que no, pero esas palabras sólo las dice alguien herido.
—O racional, hay demasiados lugares donde Dios ha dejado de ser un
todo y se habla de ciencia, biología y matemáticas. Evolución.
—Siempre es bueno creer en algo, ¿no lo crees?
—Creo en mí.
—Vale, no me meteré más en eso, cada quién decide eso.
—Exactamente, lo menos que quiero es un discurso de religión. Menos
cuando te estaba pidiendo que lo hiciéramos.
—Y volvemos al tema de que eres un grosero y falto de tacto —Blake
le dio la espalda en la cama—, buenas noches.
—Apenas son las siete.
—Yo iré a dormir, tu puedes ir a… lo que sea que quieras hacer, pero
no te me acerques si vas a meterte en la cama de Megan u otra.
—¿Te darían celos?
—Me darías repulsión.
—Sí un hombre no recibe algo tan vital como el sexo, ¿qué esperas
que pase?
Blake se levantó de la cama y en tres zancadas estaba frente a él con la
mano levantada, pero sin poder impulsarla hacia su mejilla y ambos
descubrieron al mismo tiempo el por qué. Le temía, lo había visto tan
irritado con Megan que la frenaba el hecho de que le fuera a hacer algo.
—¡Maldita sea! —gritó él, provocando que Blake diera un salto—.
¡Que no se te vuelva a cruzar por la cabeza!
Y, sin dejarla contestar, la besó con furia, porque le irritaba el hecho de
que ella, la única persona que se atrevía a enfrentarlo como si no fuera el
mismo diablo quién le hablaba, de pronto se había refrenado, aunque sea
para golpearlo, antes del altercado, ella probablemente lo hubiera hecho.
—¿Qué haces? ¡Calder!
—Me gusta que me teman, no te lo voy a negar, pero nunca he
golpeado a una mujer, ni siquiera en uno de mis arranques.
—¡No pensé eso!
La recostó en la cama y se colocó sobre ella.
—No me golpeaste, ¿Cuándo te habías limitado?
—Simplemente no pensé que fuera correcto.
—No, pensaste en tu seguridad.
—¡Lo estoy pensando ahora! —lo apartó—, ¿Qué demonios? ¿Quieres
violarme?
—¿Se le llama así cuando un marido toma a su mujer?
—Cuando lo hace a la fuerza sí.
Calder dejó de besarla y se recostó en su cuello, dejando que todo su
peso quedara sobre el de ella.
—No pensaba violarte —se levantó rápidamente de la cama y fue
hacia la puerta—, tampoco pensé en golpearte… nunca.
—¡Calder!
—Dime —le dijo con tranquilidad.
—¿A dónde vas?
—Saldré un rato, quédate aquí.
—Quiero acompañarte.
—No, quédate.
—Pero…
—Dije que te quedaras.
—¿Por qué? ¿Irás a visitar a Megan?
Calder volteó con ojos llameantes que lograron acallantar de momento
a la joven.
—¿Me vas a decir que no?
—No diré nada.
—¿Lo cual concede lo que digo?
—Volvemos al tema de los celos ¿acaso los tienes?
—Es mero respeto por mí misma, al menos, si estamos aquí los dos,
deberías de respetarme como mujer, como tu esposa —Blake abrió los ojos
y sonrió, tenía una idea—, a menos que tengamos las mismas condiciones,
claro. Si tú puedes y yo puedo, entonces estoy de acuerdo en que te veas
con quién quieras.
Calder apretó fuertemente la mandíbula y caminó amenazador hacia
ella hasta tomarla ligeramente del cabello y recostarla.
—Atrévete, solo inténtalo y verás que es verme molesto.
—No me interesa en lo más mínimo —levantó la ceja—, que te
moleste o no me da exactamente lo mismo.
—¿En serio? Hace un momento pensé que estabas temblando por esa
razón —elevó una ceja.
—Fue un lapsus, no me volverá a pasar.
—¿Estas seguras?
—Más que segura.
—¡Maldita sea mujer! —se tiró a reír Calder— ¡Me excitas y no me
dejas tocarte! Deberías tener un castigo por ello.
—¡Te equivocas! —se lo quitó de encima—, no te dejo violarme, pero
nadie ha dicho que no puedes…
Calder levantó la ceja.
—¿Qué quieres decir?
—¡Nada! ¡Largo! ¡Fuera de aquí!
—Me deseas también.
—¡Nunca he dicho eso! No seas descarado.
Calder sonrió complacido, a pesar de lo que decía, notaba en ella la
excitación de cualquier mujer que deseaba a un hombre, se acercó a ella y la
besó apasionadamente, esperando pacientemente a que ella dejara de poner
resistencia y lo abrazara, la acarició dulcemente hasta que la hizo expirar de
placer y, en cuanto escuchó el dulce sonido de su voz atragantada por el
deseo, se separó de ella, Blake se levantó de la cama con ayuda de sus
codos, mirándolo interrogante cuando él caminó tranquilamente hacia la
puerta.
—Adiós, mi cielo.
Blake abrió los ojos, la furia recorrió cada pedazo de su cuerpo, se
puso en pie y tomó un jarrón cercano que aventó contra él, quién logró
cerrar la puerta a tiempo para que la porcelana se rompiera contra la madera
y no su cabeza. Calder sonrió cuando la escuchó gritar enojada y seguir
aventando cosas por doquier.
—¡Eres un idiota! —gritó, aunque él ya no estaba ahí— ¡Imbécil! ¡A
ver cuando vuelve a pasarte esto! ¡Poco hombre!
Calder soltó una carcajada y caminó solo dos pasos cuando se encontró
con Víctor, quién con brazos cruzados y una mirada incriminatoria, lo
esperaba al final del pasillo.
—¿Qué? —sonrió el capitán.
—No deberías ser así con ella, no sé qué le has hecho, pero parece
furiosa y no lo merece.
—Digamos, que la dejé con las ganas.
—¿Seguro? Creo que tú tampoco estás muy tranquilo.
—Sí, bueno, eso pasaría con cualquier mujer.
—No seas hablador, eres demasiado quisquilloso con eso.
—Sí, sólo lo mejor.
—¿Y ella no es de lo mejor?
Calder volvió la vista hacia la recámara que iba terminar siendo un
desastre y sonrió complacido.
—Ella es lo mejor de lo mejor —levantó las cejas—, pero no debe
saberlo por el momento.
—Te gusta ¿cierto?
—Me agrada saber que sí me desea.
—Al igual que tú, pero con lo que seguramente hiciste, ella no va a
volver a ceder ante ti.
Calder levantó una ceja, mostrándose vanidoso, acompañado por una
sonrisa torcida y un guiño en el ojo.
—Por favor, soy yo.
—No seas demasiado petulante, te podrían salir las cosas como no te
las imaginas.
—Hasta ahora eso no ha pasado.
—Ella es diferente a todas con las que has estado.
—Si te refieres a la clase social, déjame decirte que…
—No me refería a eso —lo miró mal—. Y lo sabes bien.
—Lo sé, es diferente, pero no extraordinaria, mujer es mujer.
—Claro.
Calder le tomó un hombro con fuerza y señaló hacia abajo, donde se
encontraba la cantina, a donde pensaba dirigirse desde el inicio. Víctor lo
siguió con mala cara, pero al fin de cuentas, era el capitán, no podía
desobedecerle, además de que había jurado lealtad completa hacia él desde
hacía mucho tiempo.
Blake caminaba de un lado al otro en la recámara, había tirado
suficientes cosas como para que Calder tuviera que pagar una buena suma
por ello. Eso la hacía feliz, pero no lo suficiente, tenía que hacerlo enojar
mucho más, era lo que se merecía por sinvergüenza, nadie debería tener
tanto poder sobre el cuerpo de otra persona.
Así que lo decidió, si él podía salir ¿por qué ella no?, se cambió
rápidamente a un vestido mucho más ligero y bajó las escaleras, sabía
dónde encontraría a Calder. Y así fue, no supo por qué, pero cuando lo vio
hablando con Megan y Luisa, su estómago le mandó una sensación de
desagrado y su garganta tenía un nudo bastante peculiar. Y quiso hacerlo
sentir lo mismo, no sería la única perdedora en todo el asunto. Rápidamente
encontró a Víctor y a Loren sentados en una mesa con otros muchos
hombres que ella conocía de vista, era gente de Calder.
—Hola, espero que pueda hacerles compañía —dijo cuando estuvo
sentada entre Loren y Víctor, los que más conocía.
—¡Señora! —escupió la cerveza Loren— ¿¡Qué hace aquí!?
—Nada, me aburrí en la habitación, ¿puedo quedarme aquí?
—Claro —sonrió Víctor, al corriente de la situación.
—Gracias Víctor, te diré Vic ¿te molesta?
—Para nada, señora.
—Bueno, si me dejas decirte Vic, puedes decirme Blake.
—No sería capaz —sinceró el hombre.
—¿Por qué razón? —sonrió—. Es más, estoy interesada en saber los
nombres de todos, así que, por favor, enlístense.
Los hombres, impresionados por la actitud y reconociéndola como la
mujer que había salvado a Luisa, sonrieron apenados y no dijeron palabra.
—Soy Roshell —dijo el primer valiente—, un placer, señora.
—Gracias Roshell, igualmente, tengo la sensación de que nos veremos
bastante seguido, así que es mejor conocernos.
—En ese caso, soy Lucio.
Y así, se presentaron otros cinco hombres grandes, fuertes y con una
cara bastante peculiar, como si conocieran la maldad en persona o, quizá, lo
fueran ellos. Como fuera, a los quince minutos de conocer a la afamada
mujer de Calder Hillenburg, los hombres la encontraron de lo más
inteligente, divertida y bastante culta, podía hablar con ellos de cualquier
cosa, lo cual creó un ambiente de lo más cómodo.
—¡Entonces, señora! —gritó Josh— ¿Qué opina de la piratería?
—¡La piratería! —se exaltó Blake, dejando su tarro de cerveza, al
parecer, de las pocas cosas que vendían en la taberna esa—, no por favor,
no me digáis que son piratas.
—¡No! —se exaltó Freddy—. Nosotros siempre tenemos problemas
con ellos, el capitán es bueno resolviendo eso, pero no hay día en que no
pensemos en un ataque.
—Entiendo, entonces, ¿en el viaje que pretendemos emprender, hay
ese peligro?
—Siempre hay ese peligro —asintió Víctor.
—Vaya, será una experiencia nueva para mí, será interesante.
—¡Nosotros la protegeremos señora! —se levantó Rafael.
—Gracias, sé que sí.
La plática prosiguió por largo y tendido, Blake incluso comenzaba a
sentirse en confianza y no deseaba irse, era como estar con sus primos,
todos eran bobos e intentaban impresionarla, por alguna razón las personas
sentían que debían hacer eso, tratar de caerle bien, hablarle de cosas que le
gustaban y en menos de lo que pensaba, todo giraba en torno a su persona,
sin siquiera pedirlo.
Había pasado más o menos una hora con esa gente, cuando de pronto,
todos los hombres, de estar riendo desmedidamente por alguna aventura que
Blake había contado, se habían petrificado, sus caras desencajadas, con
temor.
—Veo que se divierten sobre manera.
Todos, sin excepción, se pusieron en pie, mirando con nerviosismo al
grupo recién llegado: Calder, Luisa y Megan. Se escucharon balbuceos de
disculpas y varios de los hombres se fueron. Blake por su lado, se quedó
sentada, terminando la cerveza que ya había logrado quitarle
preocupaciones de la cabeza. Para ese momento, era como si nada le
importara.
—Capitán —saludó tranquilamente Víctor.
—Veo que mi mujer los mantiene de los más entretenidos, la pregunta
es: ¿por qué la dejaron?
—Bueno, capitán, la señora se sentó y se paseó delante de usted, así
que pensamos que la había dejado.
—No necesito su permiso —susurró Blake.
—Vamos, te acompañaré a la habitación.
Calder intentó tomarla del brazo para levantarla, pero ella terminó con
fuerza el agarre y lo miró ceñuda.
—No veo porque irnos, si estamos tan entretenidos.
—Blake, no me rezongues ahora.
—¿Qué? ¿Por qué te es de urgencia? —levantó una ceja y se levantó
del asiento para susurrarle—, no es que vayas a obtener nada allá arriba
conmigo, así que mejor ve a divertirte con alguna de las señoritas que te
acompañan.
—Estás tomada —señaló Calder.
—¡Pero qué observador! —le pegó ligeramente en el pecho—, pero ve
sin cuidado, que Vic o Loren me pueden subir.
El capitán miró con furia a los dos aludidos, quienes tranquilamente
alzaron su tarro de cerveza hacia él y sonrieron. No podían hacer otra cosa,
no cuando la dama era tan animosa y dulce, los podía hechizar con una sola
sonrisa y, para ese momento, ellos estaban a sus pies.
—No lo harán, te subiré yo ahora mismo.
Blake se cruzó de brazos y se alejó de él, escondiéndose detrás de la
fuerte espalda de Víctor.
—No deje que me lleve —pidió—, es un salvaje.
—¿Salvaje yo? —se acercó Calder, provocando que ella diera un paso
para atrás— ¿Fui yo quién tiró todo en la habitación?
—Yo no he tirado nada, creí ver una rata —le dijo sarcástica—, pero
esta salió por la puerta tranquilamente y no fue necesario matarla… aunque
ahora lo estoy reconsiderando.
—¡Ven aquí!
—¡Ay! —sonrió la joven—, ¡Es un bruto! ¡No me agarre con tanta
fuerza!
Blake intentaba zafarse del agarre que Calder tenía en su muñeca, pero
teste era mucho más fuerte que ella y, probablemente, que cualquier hombre
que estuviera en el lugar. A pesar de no tener una apariencia
extremadamente musculosa ni enorme, Calder era un hombre fuerte,
demasiado.
—Ustedes dos —apuntó a Luisa y Megan—, vayan a la habitación
también.
—¡Pero querido marido! —sonrió Blake en estado de ebriedad— ¡No
aceptaré esa clase de fetiches en nuestra recámara! Si estás acostumbrado a
estar con dos mujeres, allá tú, pero tres es demasiado, salgo sobrando.
—¡Cállate por favor Blake! —pidió Calder, apretándole más.
—¡Ay! ¡Ay! —lloriqueó ella— ¡Víctor! ¡Ayuda!
—Señora, será mejor que no haga escandalo —dijo Loren—, podría
ser perjudicial para nosotros, estos marineros buscan oportunidad para
comenzar una pelea y no quisiera que estuviera envuelta en algo como eso.
—Deja de protegerla Loren traidor —escupió Calder—, lo que esta
mujer necesita es que alguien le dé con una botella, a ver si así se le
acomodan los tornillos que se le zafaron de la cabeza.
—Grosero —masculló ella, ya sin forcejear.
—Nos vamos ahora —Calder miró a sus dos compañeros—, hablaré
con ustedes por la mañana.
—No quiero irme —se molestó.
—Estás borracha, cosa que comienza a hacerse normal en ti.
—¡No estoy ebria! Sólo… un poco feliz —sonrió y se recostó un poco
en su pecho, no siendo capaz de sostenerse del todo.
—Calder, si tu mujer quiere quedarse, entonces tú también tienes el
derecho a divertirte.
El hombre miró a Megan con la mandíbula apretada, estaba molesto y
ella incrementaba ese sentir.
—¡Sí! —dijo una alegre Blake— ¡Tú te quedas con ella y yo me busco
a alguien!
Calder, fuera de todo pronóstico, la tomó en brazos y la llevó de esa
forma hacia las escaleras. Blake pataleaba e intentaba bajarse, pero sin
mucho éxito y no era que pusiera especial esfuerzo. Al final, rendida ante el
cansancio y la ebriedad, se dejó llevar, pasando un brazo por el cuello
varonil y recostando la cabeza en el hombro que se le ofrecía.
—¿Por qué haces cosas como estas? ¿Crees que es la forma de
llamarme la atención?
—No hago nada por nadie. Siempre actuó a lo que me conviene y lo
que quiero.
—Estás loca, si algo te pasara…
—¿Qué? ¿Te preocupa? —lo miró interesada.
—No, pero no dejas de ser mi esposa, así que intenta que no te violen
o algo parecido, no quiero tener que batirme a duelo por el honor de una
borracha.
—No necesito tu protección, hombre inservible.
—Así que sigues molesta porque te dejé allá arriba cuando al fin tenías
ganas de que…
—¡Cállate! No seas grosero, decaes en lo inhumano, ¿Cómo puede
decir tantas cosas sin sentirse miserable consigo mismo?
—Estoy diciendo la verdad ¿Qué no?, no veo el problema.
—No estás diciendo la verdad, dices lo que te conviene más.
—Puede ser, pero acaso me vas a negar el hecho de que estabas ahí
tendida en la cama, con la agonía de que alguien te tocara y te besara hasta
hacerte llegar a el éxtasis del que seguramente has escuchado hablar entre
tus amigas.
—Es un cerdo, un idiota, morboso, poco hombre.
—¿Poco hombre? —Calder hizo que Blake se golpeara la cabeza en
una pared— ¿Te lo demuestro?
—¡Ay! —se tocó la zona afectada— ¡Me duele, tarado!
—Pues lo siento, no es mi culpa que no controles tu cuerpo.
—Al menos, si estás teniendo la caballerosidad de llevarme, deberías
hacerlo bien.
—No lo creo, no es por caballerosidad, es por simple vergüenza, a
nadie le gusta que se den cuenta de que se casó con una perdida.
Blake abrió los ojos al darse cuenta que ese insulto en verdad le dolía,
porque seguramente todos pensarían eso. Londres compadecía al pobre
duque que se casó con la perdida de Blake Collingwood, el chisme de que
era una cubierta había surgido de alguna parte y ahora Calder Hillenburg
había era el alma buena que la había salvado.
—Suéltame Calder —pidió sin fuerza— ¡Suéltame! ¡Suéltame!
—¿Por qué? ¿Quieres vomitar?
—¡Sí! ¡Suéltame!
Calder la puso sobre sus pies con cuidado y dejó que ella se tambaleara
hasta tocar una de las paredes cercanas, donde se mantuvo por un rato, pero
no la vio arquear. Se mantenía ahí, con la frente sobre la pared, meditando
algo.
—¿Te encuentras bien, tesoro?
—Cállate —respiró profundo—, solo estoy mareada.
—Te revolvió el estómago el comentario ¿cierto?
Blake lo miró malhumorada, debía comprender que nada que viniera
de ese hombre era sin una intención, sabía perfectamente lo que la
lastimaba, era consciente de cada cosa que hacía, debía dejar de pensar que
se le salían las cosas, porque Calder Hillenburg no era así, él procesaba
información relevante y la usaba a su conveniencia.
—No me importa eso.
—¿En serio? —sonrió él—, ¿no te lastima pensar que todos te ven
como una cualquiera que logró casarse con un duque?
—Eres un…
—Sí, un idiota —le tomó una muñeca y la volvió para con él—, pero
te lo advertí una vez, no me molestes, no me hagas enojar que sabré como
regresártelo. Deja de quererme dar la contraria, olvida el tema de dejarme
en ridículo o cualquier otro plan que haga tu cabecita, si no quieres que las
cosas entre nosotros vayan mal, compórtate cómo has prometido cuando me
pediste casarte conmigo.
—¿Cuándo ha ido algo bien entre nosotros?
—En ese caso, peor.
—Puedo preguntar ¿qué te molestó de lo que hice? —le dijo mareada
— ¿Qué fue lo que te desquició de esa manera?
—¿Desquiciarme? No querida, para nada.
—Entonces ¿por qué buscaste lastimarme? No lo hiciste sin intención
—lo miró recelosa.
—No me gusta la desobediencia, eso es todo, según recuerdo, te dije
que te quedaras en la habitación.
—¿Mientras tú te divertías? No me pareció justo.
—Parece que la que se divirtió fuiste tú, por si no sabes, yo estoy
trabajando, si no lo notas, yo no tengo ni una gota de alcohol encima.
—Sí claro, en acostarte con Megan, es un trabajo duro porque de
seguro te ha de costar complacerla, se nota que es mujer de mundo.
—No hables de lo que no sabes —le dijo con desagrado—, no hay
nada peor que una mujer que habla de más.
—Lastima, así soy.
—Me doy cuenta, haces mucho más notorio tu falta de intelecto.
Blake rodó los ojos y comenzó a caminar el resto de pasillo, tenía que
recostarse cuanto antes o la amenaza del vomito se haría realidad. No sabía
porque últimamente disfrutaba tanto emborracharse, le gustaba sentirse
libre y que se le olvidara todo a excepción de lo que pasaba en el momento,
pero tampoco quería hacerse una alcohólica, tenía que comenzar a medir lo
que hacía.
Calder se acercó a ella y la cargó como costal hasta la habitación
donde la tiró sin cuidado a la tina con agua que ya estaba helada, la había
pedido para ella hacía un rato, casi en cuanto la vio bajar.
—¡AY! —gritó— ¡Está helada! ¡Por Dios!
La chica intentó salir de la tina, pero el cuerpo de Calder estaba para
impedirlo.
—Al menos intenta lavarte la cara.
—¡E-E-Estás l-loco! —titiritó, abrazándose a sí misma en un intento
inútil de darse calor.
—Así se te bajará la embriaguez en la que estás.
—N-No te-tenías q-que t-tirarme —ella salió del agua helada y lo miró
con furia.
—Sí que tenía, al menos ahora estás cuerda, aunque no creo que el
malestar estomacal se haya pasado.
—No tengo nada, me siento p-perfectamente—Blake ya estaba
envuelta en una toalla e intentaba quitarse la ropa mojada.
—Claro. Bueno querida, cuando estés lista, te metes a la cama.
—Prefiero do-dormir en la tina helada.
—Bien puedes hacerlo, sirve que no me molestas con tus brazos que
siempre terminan acosándome en la noche.
—¡No hago tal cosa!
—Me asfixias, no acostumbro abrazar a nadie mientras duermo, me da
calor, me pongo de malas y no me gusta la cercanía de las personas, pero tú
no me das cabida a discusión.
—Eres un idiota, yo no te abrazo.
—¿Que te dije de maldecir?
—Ahora te digo que me importa un comino lo que digas.
—Vete a dormir, no quiero que me estés volviendo loco, necesito estar
descansado para mañana.
—¿Qué pasa mañana?
—Iré a revisar la mercancía que llevaremos, nada importante.
—Quiero ir.
—No.
—¿Por qué no?
—No es lugar para ti.
—Bueno, no es como que esta taberna lo sea tampoco.
—¿Qué dices? Sí pareces una experta estando en estos lugares.
—Gracioso.
—Como sea, mi barco, es mi barco, no quiero mujeres ahí, al menos
no más del tiempo necesario.
—¿Lo cual quiere decir que te acuestas con ellas y las corres?
—Como siempre, no es asunto tuyo.
—Pero bueno, yo voy a estar ahí por varios meses ¿qué no? ¿no
tendría que irme acostumbrando?
—No.
—¡Vamos! ¡Quiero ir! —lo miró—, seguramente vas a llevar contigo a
Luisa y a Megan.
—Ellas son encargadas de diferentes cosas.
—¿Ah sí? —se cruzó de brazos— ¿Cómo cuáles?
—Cuentas y almacén. Tienen obligaciones.
—Ponme a hacer algo, si ese es el problema.
—Creí decirte que no Blake —levantó una ceja—. No creo cambiar de
opinión, además, ¿Cuándo demonios te piensas poner algo de ropa?
—¿Te incomoda que esté semidesnuda? —sonrió malévola.
—Para nada, no tienes nada que no haya visto en otras partes, no eres
nada del otro mundo.
Blake sintió una punzada de ¿ira? ¿en verdad se podía clasificar como
ira? No tenía ni la menor idea, pero la realidad era que el comentario la
molestaba, la hacía sentir denigrada y débil, jamás le había gustado sentirse
así, decidió contraatacar.
—Bueno, sabemos que los cuerpos que han visto tus ojos no han sido
sólo tuyos y, ciertamente, que repugnante tu situación, sin embargo, lo que
yo tengo, nadie lo tiene y date por seguro que nadie lo ha visto y cada vez
estoy más segura de que tú no serás el primero que lo vea y probablemente
no lo hagas nunca.
—¿Tan rápido piensas en el adulterio?
—Cada vez lo considero con más intensidad.
Calder se acercó a ella con un caminar felino, intimidante, pero Blake
no retrocedió ni un paso, sus manos sostenían la toalla que cubría su cuerpo
y la limitaba en movimientos.
—Quítate la toalla.
—¿Ah sí? ¿Qué más quieres? ¿Me abro de piernas para ti? —negó con
la cabeza—. Aléjate de mí.
—Vamos, sé que lo quieres también.
Los ojos de Blake mostraron un brillo intenso y pareció intensificarse
cuando se acercó hasta casi tocar sus labios y sonrió cuando él se inclinó
para tomarlos entre los suyos.
—Ni en tus sueños —susurró.
Calder dejó salir una risa ante la acción de su esposa y la observó
atento cuando se colocó un camisón y, él por su parte, comenzó a cambiarse
también, más bien, a desnudarse.
—¿Qué haces? —se atragantó la mujer.
—Dormir —la miró—, deberías estar acostumbrada.
—Nunca me ha parecido una conducta agradable, es poco respetuoso
para mí.
—Si quieres hacer lo mismo, adelante.
—Muy simpático.
—Ojalá supieras de lo que te pierdes, estoy seguro que en cuanto me
dejes entrar en ti, no querrás que salga jamás.
—¡Eres el hombre más grosero y repugnante que conozco!
—Linda, considerando a tu antiguo noviecillo, soy el único hombre
que conoces.
—Por favor, crecí entre hombres increíbles, mi padre y hermano, mis
tíos y primos, son de honor y respeto.
—Es diferente, espero que me digas que con ninguno de ellos pensaste
compartir la cama, sino, mi perspectiva de ti será diferente.
—De verdad que eres asqueroso.
—Lo siento mi amor, pero estás divagando en el tema, no dijimos
familia, aquí hablamos de amantes.
—Hablábamos de hombres en general.
—Cuando estás devorando mi cuerpo con la mirada, estoy seguro de
que hablábamos de amantes.
—¡Yo no…! ¡Agh! ¡No tiene sentido! —la chica fue a la cama hecha
una furia.
—Ese es mi lado primor.
—Vete del otro.
—No, quiero dormir de mi lado, quizá así no te me acerques en la
noche y me dejes descansar en paz.
—Yo no me acercaría a ti, aunque me pagaran.
—Ah, puedo hacerlo.
Blake se sentó furiosa y lo miró con fiereza.
—¡No me compares con tus mujeres! —le gritó totalmente fuera de sí
— ¡No lo vuelvas a hacer!
—¿Por qué razón? La que lo sugirió fuiste tú.
—Comienzo a pensar que en verdad eres idiota. Dime genio, ¿a qué
dama le gusta ser comparada con una meretriz?
—Las denigras demasiado ¿no crees? Que yo recuerde, una dama no
se escapa de su casa para irse con un hombre.
Blake no soportó aquel insulto y, al no haber contestación valida,
comenzó a llorar. No lo podía creer, ella, llorando. Era algo que no pasaba,
nunca dejaba que sus emociones la dominaran de tal forma que alguien la
viera en ese estado débil. Al menos intentaba controlarse, pero en ese
momento no lo logró.
—¿Por qué siempre hablas sin medirte? —le recriminó ella.
—Porque haces lo mismo.
Blake asintió. Al final, ambos se la pasaban insultándose y tirando a lo
más bajo para lastimarse entre sí. Pero ella siempre era la que salía herida,
Calder sabía dónde golpear y cuando lo hacía, lo hacía bien. Era un idiota si
creía que lo iba a poder hacer eternamente, estaba equivocado. Ahora estaba
decidida, dejaría de actuar como su competencia directa, lo enamoraría,
intentaría hacerlo y cuando estuviera completamente prendado de ella, lo
haría sufrir.
Blake limpió las lágrimas que le quedaban, sintiéndose de pronto
bastante tranquila. No lo miró cuando se quitó del supuesto lugar que él
ocupaba y se durmió. Solo le quedaba el sueño para comenzar a maquilar su
plan para enamorarlo. La hacía sonreír imaginárselo en el suelo, pidiendo
por ella.
CAPÍTULO 14
Al día siguiente, tal y como Calder había recriminado, ella estaba
abrazándolo como si se tratara de su oso de felpa. No podía creer que lo que
decía era verdad, intentó apartarse, pero él despertó.
—Te dije, siempre lo haces, tienes tendencia a acercarte a mí.
Blake se apartó de él, fingiendo somnolencia y sonrió, cosa que a logró
descolocarlo completamente.
—¿Por qué sonríes?
—¿No puedo hacerlo?
—Normalmente a mí me diriges miradas de odio o de lascivia.
—Eso es mentira.
—Sí tú lo dices, entonces bien.
Blake se puso en pie en cuanto él lo hizo y se apuró a alistarse al
mismo tiempo, Calder no dejaba de mirarla con intriga, pero no decía nada
en lo absoluto, estaba acostumbrado a discutir con ella cada mañana, sin
embargo, Blake estaba tranquila mientras se peinaba el largo y lustroso
cabello negro.
—Te recuerdo que no irás conmigo, no pienses que por estarte
arreglando te llevaré.
—No pensaba ir, ayer me dijiste que no querías que fuera, entonces lo
comprendo.
—¿Tú? ¿Comprender algo?
—Sí, supongo que me estás cuidando de algo.
—Me alejo de ti —intentó molestarla.
Sin embargo, ella sonrió y rodó los ojos con coquetería.
—Ay tontito.
—¿Tontito?
—¿Qué pasa? ¿Algún problema?
—¿Qué sucede con ese tono tan consecuente? ¿Y por qué diablos no
estás peleando o berreando por algo?
—No tengo que pelear a cada instante, amanecí de buenas.
Calder arqueó lentamente una ceja y asintió. Su esposa estaba
demente, si apenas el día anterior lo había insultado de todas las formas
imaginables, ahora ella parecía hasta feliz de estar a su lado. Decidió no
moverle demasiado al asunto, quizá luego todo volviera a la normalidad y él
dejara de sentirse tan extraño a su lado.
—¿Ya te vas? —le preguntó dulcemente cuando abrió la puerta.
—Sí, ¿no estás viendo?
—Bueno, que tengas un buen día.
Calder entrecerró los ojos.
—No hagas tonterías, no sé qué te pasa, pero te mataré si estás
maquilando algo.
—¿Por qué siempre tengo que estar pensando en algo?
—Porque eres tú, sé con quién me casé.
—¿Seguro? —sonrió, acercándose tranquilamente—. Podría darte una
sorpresa.
Calder dio un paso atrás con el ceño fruncido y ladeó la cabeza. Ella
sonrió, le tomó de las solapas del saco de gala y lo jaló hasta sus labios, él
no se negó.
—¿Qué significa esto? —preguntó.
—Nada, sólo que mi esposo es atractivo y quería besarlo.
—Estás verdaderamente rara.
—¿Te disgusta?
—No tengo idea Blake, adiós.
Ella sonrió todo el tiempo hasta que él salió por completo de la
habitación, cuando pasaron tres segundos, comenzó a gritar de coraje. No
podía creer que hubiera podido aguantarse las ganas de lanzarle uno que
otro insulto cuando él elocuentemente se los lanzaba a cada instante.
—¡Agh! ¡Lo mataré algún día! ¡Cómo es posible que…!
—Señora —Blake se asustó por un momento—. Tiene una nota.
—¿Nota?
Blake abrió la puerta y vio a la mujer menuda con la carta en la mano.
La mujer parecía mirarla intensamente, abría la boca como si quisiera
decirle algo, pero al mismo tiempo, no lo hacía. La mujer del duque tomó la
carta, pero no cerró la puerta.
—Mi señora, ¿es usted esposa del capitán?
Blake levantó la mirada de forma distraída y sonrió.
—Sí.
—Cuídese mucho de él, es usted una joven hermosa, pero el capitán es
peligroso.
—¿En qué sentido?
—¡Martha! —le gritó una mujer desde las escaleras—. Sí ya has
entregado la carta, entonces puedes seguir con tu trabajo.
—Sí señora, lo siento.
Blake miró a la otra mujer, de cuerpo grande, mirada dura y
penetrante. Seguro era alguien importante del lugar, eso a juzgar el cinturón
del cual colgaba un manojo de llaves.
—No estaba haciendo nada malo.
—No señora, pero sí logró su cometido, entonces, tiene más
obligaciones, no tiene por qué hablar de más.
—Estaba interesada en lo que decía.
—Eso lo sé —se acercó la mujer con paso trémulo, tenía mal la pierna
derecha—, pero al capitán no le gusta que nadie hable de él.
—Soy su esposa, no hay problema.
—A lo que sé, usted no es su mujer en toda la extensión de la palabra,
lo cual quiere decir que el matrimonio o tambalea, o es simplemente una
fachada.
—¿Quién la ha informado tanto? —le dijo segura, haciendo una clara
burla a las palabras.
—Mi señora, no es necesario que nadie me lo diga, los hombres hablan
y hablan más cuando toman, tengo la gracia y la maldición de siempre estar
presente.
—¿Ha escuchado a mi esposo decir algo sobre eso?
—No directamente, el capitán es muy reservado. Pero sus amigos,
Megan y Luisa hablan mucho.
—Ah, entonces se basa en chismes, ¡Por favor! No vuelva a
abrumarme con cosas sin sentido.
—Megan y Luisa son mis sobrinas.
—Ah, ahora encuentro el parecido, son iguales, defienden algo que no
tienen.
—Le agradezco haber salvado a Luisa, ciertamente le debo mucho por
ello, pero todo el mundo sabe que Megan es perfecta para el capitán,
siempre han estado juntos y siempre lo estarán.
—Hasta ahora —sonrió—, si no lo sabe, Calder se ha casado conmigo,
sus hijos saldrán de mi vientre y serán ellos quienes hereden su dinero y su
título.
—Como todos los de tu clase, sólo piensan en dinero.
—No necesito dinero, puntualizo algo importante, yo soy su esposa, la
mujer que dará vida a sus hijos, punto, hasta ahí tiene permitido abrir la
boca, sino, tendrá que afrontar que se lo diga a él para que resuelva esto.
—Él no haría nada.
—¿Eso cree? —Blake salió decidida del lugar y levantó los brazos—
¿Se lo preguntamos?
—Señora, deje de actuar de esa forma.
—En ese caso, deje de hacerme enojar, no se meta en mi camino de
nuevo o verá quién es Blake Collingwood.
—Pensé que estaba orgullosa de su nuevo apellido.
—Ah, querida, jamás dejaré de ser yo misma, Blake Collingwood no
va a morir nunca.
—Y eso me da mucho orgullo.
Blake se giró sobre sus talones y se encontró con la faz sonriente de su
prima Sophia, quien también era su mejor amiga y la única que sabía la
verdad sobre el matrimonio que ella había provocado con Calder
Hillenburg. No lo pensó ni dos segundos, salió disparada para llegar a los
brazos abiertos de Sophi y lloró un poco.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le dijo cuándo se apartaron.
—Me enteré que se van —dijo Sophia con tristeza—, no podías irte sin
despedirte de tu prima favorita.
—No —sonrió la joven—, no podía.
—Siento que nadie más viniera, seguramente lo hubieran querido, pero
ya sabes, son más chicos y no pueden escaparse con tanta facilidad —la
cara de Blake decayó—, pero, tengo algo para ti.
—¿Cartas? —Blake levantó una ceja inquisidora.
—Sí, me las dieron.
—Gracias Sophia, no sabes cuánto te agradezco.
—Siempre —Sophia hizo un mohín, intentaba aguantar las lágrimas
—, sabes que cuentas conmigo siempre, aunque te vayas a kilómetros y un
mar de distancia ¿cierto?
—Sí, espero que algún día puedas ir o nosotros regresemos —sinceró,
quién siempre había logrado manejar sus emociones.
—Verás que sí —Sophi se quitó una lagrima y tomó a su prima de las
manos—, pero dime, ¿Cómo se ha comportado el demonio?
—Es… complicado, no es como que yo facilite las cosas, pero él tiene
un carácter tan… no sé, difícil.
—Quiere decir que no se llevan bien.
—No sabría decirte si lo odio al límite de lo posible, o me divierto con
él más que con nadie.
Sophia dejó salir una risita divertida.
—Comienzas a enamorarte.
—Eso no —dijo Blake son seguridad—, pero no sé qué tipo de
relación tenemos.
—Bueno, ¿ya se acostaron por fin?
—¡Sophia!
—Eso quiere decir que no —comprendió la hija de Elizabeth, quien
era tan alcahueta como su madre—, eso es un problema Blake, los hombres
necesitan el acercamiento carnal.
—¿Qué sabrás tú? —recriminó la mayor.
—Al parecer más que tú y eso que tú estás casada.
—No vengas a burlarte —Blake se tocó el cabello con nerviosismo—,
siento que a veces se me va de las manos y llegará el momento en el que ni
siquiera le interese.
—Eso no lo creo —sonrió Sophi—, a los hombres les encanta el reto.
El que no te hayas acostado con él está remarcando las ansias que siente por
tenerte.
—Ni siquiera quiero saber cómo es que estás tan instruida.
—Sí, mejor que no sepas.
—Sophi, quiero enamorarlo al límite de volverlo loco.
La menor sonrió con maldad, en sus ojos no se veía la inocencia que
debería de haber en una jovencita soltera y de familia. Sophia siempre se
salió del lineamiento establecido, pero parecía que se había volado una
barrera aún más grande en esa ocasión y, si Blake no se equivocaba, le
importaba poco haberlo hecho.
—Entonces prima, creo que seré tu maestra por un día o dos.
—Nos vamos en cuatro días.
—¡Perfecto! —aplaudió—, tendremos tiempo. Te aseguro que con lo
que aprendas, lo volverás loco. Los hombres son más fáciles de lo que
piensas, sólo hace falta conocerlos un poco.
—Sophia, en verdad me sorprendes.
—Sí, sí, gracias —sonrió—, ¿comenzamos?
—Por favor.
Calder llegó entradas las cuatro de la tarde. Sabía que, por lo menos,
tenía que regresar a comer con Blake, sobre todo si le había prohibido bajar
esas escaleras nuevamente, aunque, conociéndola, seguramente esa mujer
habría hecho lo que le dio la gana y hasta quizá estuviera raptada por algún
marinero tozudo al cual tendría que matar por la ofensa.
Cuando la vio tranquilamente sentada en su tocador, cepillando su
hermoso cabello con movimientos sedantes, no pudo más que
impresionarse y hasta parpadeó un par de veces para enfocar y descifrar si
de verdad su mujer había hecho lo que le pidió o sólo estaba soñando.
—Hola —sonrió ella dulcemente—, ¿viniste a comer?
—Sí.
—Pedí algo para mí, no sabía que vendrías, pero haré que suban una
porción para ti también.
—Gracias.
En cuanto Calder pronunció el agradecimiento, se sintió extraño, era
como si no pudiera evitar ser amable cuando ella lo estaba siendo. La miró
con ojos entrecerrados cuando salió de la habitación, algo tramaba,
seguramente habría hecho algo por lo cual estaba comportándose de esa
forma tan… ¿agradable?
Blake regresó con una mujer menuda pisándole los talones. La
cocinera dejó en la pequeña mesa de la habitación dos platos con frutos
secos, una buena porción de pato asado, un poco de puré de patatas y algo
de lechuga con verduras hervidas. Blake se sentó a la mesa cuando la mujer
salió y comenzó a comer en silencio total, al igual que él. Ninguno de los
dos sabía que decir. Ella por el hecho de que sabía que, si abría la boca,
pelearía con él y Calder, estaba tan metido en deducir lo que su mujer
escondía que tampoco abrió la boca en un buen rato.
—¿Cómo va lo de la mercancía? —preguntó ella después de que casi
acababa con su pato asado.
—Bien.
—Tus hombres mencionaron piratas la última vez, ¿tienen muchos
problemas con ellos?
—Normalmente.
—Eso me aterra.
—¿A ti? —sonrió su marido con una copa de vino en la mano— ¿Algo
te aterra?
—No dejo de ser mujer y he escuchado y leído muchas historias de
piratas, no son nada agradables.
—Claro, aunque no son como te los imaginas.
—Puede ser, pero siguen siendo peligrosos.
—Sí, pero sé cómo lidiar con ellos. Ahora lo que me tiene mucho más
intrigado es tu actitud —la miró—, ¿qué hiciste?
—¿Hacer de qué? —lo miró ceñuda—. No he salido de aquí.
—No te creo nada.
—Bueno, bien le puedes preguntar a la tía de Megan y Luisa, quién
parece pensar que no soy tu esposa de verdad.
—No comprendo.
—Parece ser que Luisa y Megan hablan mucho, ellas aseguran que no
somos un matrimonio debido a que no se ha consumado —lo miró de lado
—, supongo que son las conversaciones que tienes con ellas en su cama.
Blake se reprochó a sí misma, no había podido evitar dejar salir el
comentario venenoso.
—No tengo conversaciones de cama —explicó él, metiéndose un
bocado de puré en la boca y sonriendo—, aunque tienen razón, un
matrimonio no es matrimonio hasta que este se consuma.
—Así que sí lo has dicho.
—Mira Blake, yo no tiendo a hablar con mujeres más de lo necesario,
créeme cuando te digo que son irritantes —sonrió.
—¿Así que sólo les dices “acostémonos” y ellas atienden?
—Al parecer no todas, no mi mujer.
—¿Tantos deseos tienes de acostarme conmigo? —sonrió ella.
—Simple honor, mi esposa debe ser a la vez mi mujer ¿no crees?
Ella rodó los ojos y se ocultó detrás de su comida. Se suponía que ella
no tenía que ponerse a pelear con él cada vez que hubiera oportunidad, al
menos eso dijo Sophia.
—Bueno —expiró Blake—, al parecer es tema de debate.
—Tiene solución.
Ella tuvo que morderse la lengua para no decirle una injuria, tomó un
poco de vino y prosiguió en silencio. Calder la seguía con la mirada,
normalmente, esa pelea derivaría a algunos gritos e incluso ella podría
llegar a darle una palmada en el hombro, sin embargo, parecía que se medía
en sus palabras, de hecho, había notado como se mordía el interior de la
mejilla para no decir nada más a sus muchas tentativas de peleas.
—¿A qué hora regresarás? —preguntó ella cuando lo vio recostarse en
la cama.
—¿Ves acaso que me estoy marchando?
—No, pero sé que lo harás.
Blake apiló los platos y vasos usados y los dejó en la bandeja a las
afueras de la habitación para que las recogieran. Cuando regresó, notó que
Calder tenía sus penetrantes ojos cerrados, estaba dormitando. Hubiera
querido huir, pero en su cabeza resonó la vocecilla chillona de su prima,
diciéndole que fuera hacia la cama y se acurrucara junto a él.
Calder no se movió de la mitad de la cama, a pesar de que sintió
cuando ella se recostó a su lado, en un espacio mucho más pequeño del que
le correspondía, haciendo casi inevitable que se tocaran. Ella le daba la
espalda, logrando que Calder sintiera partes de su cuerpo tocando
ligeramente su costado.
—¿Qué haces Blake?
—Me recuesto, igual que tú.
Él asintió, le hizo más espacio y suspiró.
—Tengo frío —dijo ella— ¿puedes ponerme una frazada?
—O bien puedo abrazarte —bromeó él.
Pero ella lo tomó literal, se volvió hacia su marido y se acurrucó en su
pecho, subiendo a él una pierna para estar mucho más cómoda, ocasionado
todo lo contrario en él. Blake no pudo evitar sonreír cuando lo escuchó
tragar con fuerza cuando bajó su mano hacia la rodilla de ella y con la otra
abrazó su espalda.
—¿Estás de broma cierto? —preguntó él con voz enronquecida.
—¿A qué te refieres? —dijo adormilada.
—No creí que quisieras acercarte a mí, ¿acaso ya estás sucumbiendo a
mis encantos, mi amor?
Blake ignoró el sarcasmo en las últimas palabras y se removió sobre el
pecho de su esposo quién en lugar de parecer satisfecho, estaba más que
incómodo. Ella se dio cuenta de cuando había anhelado estar así con la
persona que se casara, el acercamiento cotidiano era lo que más deseaba,
por eso era tan fundamental casarse con alguien a quién amara, incluso en
ese momento, cuando estaba con alguien al que ciertamente no amaba ni
viceversa, se sentía cálida, protegida. Prontamente cayó dormida. Calder no
se dio cuenta del paso del tiempo, con los brazos de esa preciosa mujer
alrededor de él, su acompasado respirar y la paz que emanaba de cada poro
al estar relajada, logrando que él sucumbiera a la pesadez de sus parpados y
cayera igualmente dormido. Eso hasta que alguien tocó a la puerta y, al no
recibir contestación, la abrió.
—Oh, Calder, no pensé que…
—No, está bien Luisa —dijo él, desperezándose—, me había quedado
dormido.
Calder intentó mover a Blake con amabilidad, pero la mujer estaba
aferrada a su cuerpo como si su vida dependiera de ello.
—Mi amor, me tengo que ir —le dijo dulcemente, como jamás se lo
había dicho, pareciera que fuera de verdad.
—¿Qué? —inspiró ella sin fuerzas, aún recostada en el fuerte pecho de
su esposo.
—Tengo que irme, sigue durmiendo —le dijo mientras se deshacía de
sus brazos con lentitud.
—No te vayas —le dijo adormilada.
—Regresaré a las ocho.
—Vale —suspiró.
Blake no ayudando ni un poco en lo que dejar libre a su marido se
refería, se recostó en la almohada cuando él logró depositarla ahí. Calder le
dio un beso en la frente y fue al espejo donde su esposa se peinaba por
horas, arregló un poco sus ropas y dejó a su esposa completamente
dormida.
—Veo que le tomas cariño —dijo Luisa mientras caminaban en el
puerto.
—Por supuesto, es mi mujer.
—Pensé que apenas la soportabas.
—Ella es peculiar, pero eso no hace que la quiera menos.
—¿La quieres?
—Sí, ¿por qué otra razón me casaría con ella?
Luisa asintió. Había escuchado de Megan que el capitán no quería
nada a la nueva mujer, es más, que apenas la toleraba, pero no podía opinar
lo mismo, los había visto al entrar en la habitación, estaban abrazados como
cualquier pareja enamorada e, inclusive cuando el capitán había tenido que
partir, la mujer le había pedido su permanencia y él se había despedido de
una forma tan… tierna.
—Espero que hayas prestado atención a lo que te dije, Luisa —
recriminó Calder al verla distraída.
—Yo…
—Deberías dejar de pensar en mi matrimonio y enfocarte en tus tareas
que para eso estás contratada.
—Sí, capitán. Es sólo que no me acostumbro a que se haya casado, ya
sabe, siempre pensé que usted sería un hombre libre para toda la vida,
lamento haberme distraído.
—Ya ves que no, ahora Luisa, por favor.
—Sí, lo sé, iré abajo.
Luisa tomó camino rápido por las escaleras empinadas del barco y fue
hacia el lugar donde se almacenaba todo lo referente a la mercancía que se
llevaría a América. Ahí se encontraba también Megan, quién al verla sonrió
y siguió haciendo cuentas sentada en una caja con los papeles en las
piernas.
—¿Dónde estaba el capitán? —preguntó la mujer mientras seguía
anotando números.
—Con su mujer —explicó Luisa.
Megan levantó los lentes que llevaba puestos y miró a Luisa.
—¿Peleaban de nuevo?
—No, todo lo contrario, estaban dormidos… bastante abrazados —
terminó la chica, moviendo una caja de un lado a otro.
—¿Abrazados?
—Sí, el capitán fue muy dulce al despedirse de ella —Luisa miró a su
hermana y suspiró—. Megan, no creo que haya oportunidad ahí.
—¡Te equivocas! Él no la quiere, yo lo sé, los he visto.
—No me lo parecía.
—Está fingiendo, no quiere que nadie sepa que es un matrimonio
arreglado, demostrará que la quiere, pero no es así.
—¿No será que te estás engañando?
—No. Nunca me equivoco, se odian.
—Como digas —se inclinó de hombros la menor—¸ pero no digas
después que no te lo advertí.
—No necesito tus sermones.
—Te lo digo porque te ha pasado, incluso cuando el capitán llega a
Estados Unidos, no es el mismo, no te hace caso, tiene sus propias
amistades y… amantes.
—Sí, pero siempre he sido su confidente, en la que puede confiar,
siempre regresa a mí.
—Quizá en esta ocasión, no sea así.
—Cállate ya Luisa, ¿no tienes cosas que hacer
Tenía que ser mentira, Calder no se enamoraría, menos de alguien
como ella. Era demasiado estirada y al capitán jamás le gustaron de esas,
Megan lo sabía bien, llevaba muchos años junto a ese hombre como para no
conocerlo a la perfección.
—Chicas, tienen dos horas antes de que oscurezca, no quiero que se
queden más de la cuenta de nuevo —se asomó Calder.
—¿Tú a dónde vas? —preguntó Megan.
—Tengo algunas cosas que hacer, ¿necesitas algo?
—No, ¿quieres que te acompañe?
—Iré con Blake, en realidad, fue ella quien me mandó una nota.
—¿Qué? —Megan se puso en pie—, ¿no te parece realmente extraño
que haga cosas como esas?
—La verdad es que sí —sinceró—, por esa misma razón quiero ver
que trama. Hasta luego, se quedan al cuidado de Loren y Víctor.
—Adiós capitán —se despidió Luisa.
—No lo puedo creer —susurró Megan, dejándose caer sobre la caja—,
no sé qué está pasando ¿por qué acude? Normalmente no lo haría, la
ignoraría.
—Tal vez es como dijo —se inclinó de hombros Luisa—: quiere saber
qué trama.
Calder pensaba introducirse al hostal para recoger a su esposa, cuando
de pronto sintió que alguien le tocaba ligeramente el hombro.
—Hola —sonrió ella.
Estaba vestida de forma sencilla, sin corsee, con una larga trenza sobre
su hombro derecho. Por alguna razón, verla tan relajada la hacía lucir aún
más despampanante, Blake de por sí llamaba la atención, pero cuando se
enfundaba en ropas no tan arbitrarias, era mucho más hermosa.
—No entiendo por qué de la nota, ¿qué pasa?
—Nada, sólo necesitaba un poco de tu ayuda —sonrió de lado.
—Ah sí, ¿para qué?
—Bueno, como no sé a dónde voy, quiero saber qué puedo comprarme
de vestidos.
—Allá comprarás, ahora estás bien con lo que llevas.
—De todas formas, quisiera llevar algunas cosas que necesitaré para tu
casa de allá, seguramente será una casa bastante masculina.
—Te equivocas, pero si quieres comprar algo, está bien.
Blake respiró profundamente para no exasperarse y se lo llevó de
compras, alejándose un poco del mal olor del puerto y caminando más por
las calles comerciales, donde las telas, los libros, verduras y todas las
personas en general, parecían más salubres. Mientras caminaban,
comprando muebles y eligiendo telas, Blake notaba lo mucho que su
marido llamaba la atención, de hombres y mujeres. Quizá las miradas que
dirigían hacia él eran diferentes, pero no había quién no volviera la mirada
para rectificar si acababan de ver pasar a Calder Hillenburg, el capitán
Satán.
—¿Por qué parece que todos tienen interés en ti? —preguntó.
—Las personas siempre necesitan cosas —dijo él con simpleza—,
normalmente, yo puedo subyugar cualquiera de ellas.
—¿Qué cosas pueden necesitar todas estas personas? Más importante
aún ¿qué se supone que tú les puedes dar?
—Dinero, trabajo, posición, mujeres —enlistó rápidamente.
—Y en el caso de las chicas, en vez de mujeres, eres tú.
—No, no todas las veces —explicó—, de cuando en cuando, en verdad
desean casarse.
—Y tú no deseabas casarte.
—No —la miró—, pero resulta que me convencieron.
Blake sonrió triunfal y pasó su mano por el brazo de él, obligándolo a
escoltarla.
—Aún hay mucho que comprar.
—Me imaginé.
Para cuando llegaron al hostal, todos los marineros habían regresado y
sólo algunos estaban trabajando, precisamente los que estaban subiendo las
cosas que la esposa del capitán había comprado. Los demás estaban en la
taberna, bebiendo un merecido tarro de cerveza, incluso Megan y Luisa,
quienes desentonaban entre ese grupo de rudos hombres.
—¡Capitán! —lo llamarón cuando lo vieron entrar.
Calder decidió acercarse a la mesa de sus hombres, atrayendo hacia su
cuerpo a su mujer para dejar en claro con quién venía.
—Veo que han terminado con la faena y han venido a relajarse —
sonrió el capitán.
Blake por su parte, se colocó muy cerca de su esposo, colando una
mano bajo su chaleco elegante, sintiendo sobre la camisa, el constante
palpitar de su corazón. Calder parecía más que encantado en poder alardear
de ella. No había hombre que no mirara a la mujer del capitán, su belleza
resaltaba sobre la de cualquier otra. Sus labios gruesos, facciones finas, piel
blanca y cabellos negros eran la combinación perfecta con los ojos verdes
que brillaban con intensidad ante las velas de la taberna.
—Capitán, merecemos una ronda por tan buenos servicios —se atrevió
a decir uno, envalentonado por el alcohol.
Blake miró impresionada como veinte bocas se cerraban de un instante
a otro y miraban con ojos enervados al hombre que se atrevió a pedir
aquello. Al parecer, el temor que se le tenía a su marido era suficiente como
para no hacer esa clase de comentarios. Y al mirar el rostro de Calder,
denotaba que no estaba nada contento por haberlo oído en ese momento.
Ella no pudo más que sentirse mal por aquel joven, no tendría más de
diecisiete años, quizá por eso trastabilló.
—Sí tantos deseos tenéis por beber, quizá su capitán podría invitarles
una ronda —Blake miró a Calder y agregó—: en mi honor.
Los ojos color fuego del capitán se enfocaron por un largo rato en los
de su esposa, parecía querer intimidarla, como lo haría con el resto. Sin
embargo, ella seguía sonriéndole y con la mirada pedía perdón por aquel
muchacho boca suelta.
—Bien, ¿Cómo decirle que no a mi propia mujer? —dijo después de
un medido silencio.
Los gritos victoriosos por parte de los hombres fueron tales, que el
resto de la caverna se unió, pensando que se trataba de un brindis por lo
cual azar los tarros de cerveza.
—¡Por la señora del capitán! —gritó un hombre.
—¡Por ella! —sonrieron y empinaron.
Blake sonrió y tapó su boca apenada al ver como todos terminaban el
tarro completo. Miró a su marido quién también parecía contento y se
acercó para susurrarle al oído.
—Ahora no sé cómo los despertaremos mañana.
Blake dejó salir una risita y susurró algo al oído de él, todo bajo la
atenta mirada de Megan, quién ni brindó ni aceptó la ronda, al igual que su
hermana Luisa. Ambas miraban a la pareja quién parecía más que
complacida de estar junta, incluso tomaron asiento en la mesa. Todos
trataban a aquella mujer con un respeto y una gracia que las enfurecía.
Además de que Calder no le quitaba las manos de encima, era como si
necesitara tener siempre en su poder una parte de ella, ya fuera su hombro,
mano o rodilla.
—Parece que se gustan —sinceró Luisa.
—No, sólo fingen, los he visto pelear.
Luisa asintió, no quería contrariar más a su hermana.
—Nosotros nos despedimos —anunció Calder—, los veo mañana
temprano a todos, no quiero excusas, partimos en tres días.
—¡Sí, capitán!
Calder asintió, tomó a su mujer y la encaminó a las escaleras,
deteniéndose en algunas partes para saludar a una que otra persona, pero sin
quitarle la vista a Blake, ni tampoco soltando su mano, que parecía pegada a
la de él.
Blake por su parte, se dijo que quizá el tratar de enamorar a Calder no
sería del todo malo, al menos hizo ese día más llevadero y él parecía un
poco feliz y ella estaba por las mismas. En ese momento, su esposo se
volvió hacia ella con una sonrisa y le besó la mejilla frente a una pareja con
la que hablaba, Blake se sorprendió un poco, pero aceptó ser abrazada con
más fuerza por su marido.
Sí, en definitiva, el plan de Sophia parecía funcionar, trataría de
seguirlo aplicado el tiempo que le fuera posible y Calder se lo permitiera,
pero todo derivaba a sus respuestas.
CAPÍTULO 15
Blake se despertó abruptamente en la última noche que pasarían en
ese lugar. Faltaban tres horas para el amanecer y dos, para que Calder
despertara. Con cuidado de no perturbarlo, Blake se soltó de abrazo en el
que su marido la mantenía y salió de la habitación, corrió escaleras arriba
para tocar en la recámara donde se quedaba su escandalosa prima y por la
cual no la había pasado nada mal en sus últimos días en Inglaterra.
Sophia abrió la puerta adormilada, con los cabellos cafés hechos un lío
y el camisón muy mal acomodado.
—Es demasiado temprano.
—Lo sé —sonrió Blake y la abrazó—, vengo a despedirme.
—¿Qué? —abrió los ojos— ¿Ya han pasado cuatro días?
—Sí, Calder despertará en una o dos horas y nos marcharemos, no me
quería ir sin antes darte las gracias por todo y darte un abrazo.
—Vale, ven aquí —abrió los brazos y envolvió a su prima con calidez
—: espero que pongas en práctica lo que te he enseñado.
—Voy por partes —sonrió Blake.
—Bien, te echaré de menos ¿has leído las cartas? —inquirió.
—No, pero lo haré en el camino, tendré demasiado tiempo libre en ese
barco —rodó los ojos, a sabiendas que Calder se ocuparía.
—Eso crees —Sophia sonrió pícaramente.
—Basta Sophi —se avergonzó.
—Bueno, sólo decía, pero léelas y danos respuesta ¿vale? —ella le dio
otro abrazo a Blake—, no puedo creer que nos separaremos.
—No hagas travesuras Sophia.
—Jamás prometeré eso —sonrió la menor y se desprendió de los
brazos de su prima—, vete anda, no es como que estés muriendo. Prometo
que iré a Nueva York pronto.
Blake asintió, le dio un último abrazo y corrió de nuevo a su
habitación. Cuando lo hizo, sintió que el único lazo que tenía con su familia
se rompía, se iría muy lejos y era probable que no los vería a todos en
muchísimo tiempo. Entró a la recámara, maldiciendo su mala suerte al ver a
Calder levantado, acomodándose la barba frente al espejo.
—¿Dónde estabas, a estas horas y vestida de esa forma?
—Yo… —no sabía mentir, más bien, estaba demasiado asustada como
para poder hacerlo.
—¿Fuiste a despedirte de tu alocada prima Sophia?
—¿Lo sabías?
—Por supuesto que lo sabía, desde el día en que llegó me enteré.
¡Esa maldita mujer! Negó Blake, seguramente la tía de Megan y Luisa
le había informado todo a Calder. No podía creer que no lo hubiera pensado
ella misma, era más que obvio que su marido se iba a enterar, él casi era el
dueño del hostal.
—Bueno, sí, he ido a despedirme de ella.
—Y supongo que es el motivo por el cual te has portado tan
condescendiente conmigo ¿Te ha estado enseñando a ser una mujer
atractiva para los hombres?
Era vergonzoso decir que sí.
—Por supuesto que no —dijo con rapidez—, ella sólo estuvo aquí para
aligerarme el golpe de que me iré de Londres.
—Por favor, no es como que en la capital te dieran el visto bueno —
minimizó Calder—, Nueva York te abrirá nuevos horizontes.
Blake se quedó de pie en su lugar, sin hacer nada, en realidad se quedó
pensando en todas las posibilidades que se le abrían al ir a un nuevo lugar,
donde nadie la conocía, donde no tenían el prejuicio y ni siquiera le darían
importancia a su apellido, puesto que no significaba nada.
—¿Qué haces? —riñó su marido—, tienes que estar lista en menos de
una hora.
—Lo sé —aceptó ella con más entusiasmo.
Estuvieron desayunados y listos para irse en menos de dos horas.
Blake miraba hacia todas partes mientras iba del brazo de su marido, quién
no dejaba de hablar de trabajo con cuanto hombre se le acercara, pero jamás
permitía que ella se alejara de su persona, ni siquiera para preguntar el
precio de algo.
—Blake, no te alejes de mí —pidió Calder cuando ella trató de
apartarse por cuarta vez seguida—, las personas aquí me conocen, por ende,
a ti. No nos conviene que te pierdas entre ellos.
—No pensaba hacerlo, quería comparar unas cuantas cerezas.
—Cariño, llevé todo lo que quisiste el otro día, entre esas monerías,
llevaste cerezas —le recordó.
—Sí, pero quisiera comer unas ahora —suplicó la joven.
—Entonces ve a comprarlas —concedió él.
Blake sonrió, cualquiera que los viera pensaría que son una pareja
feliz, que nada les causa problemas, incluso que Calder es un marido de lo
más consentidor. Pero las cosas no eran así, disimulaban, ambos lo hacían
por el bien del otro, era un acuerdo entre ellos y este, se cumplía al pie de la
letra.
—Vaya capitán, si su mujer tiene antojos, quizá sea que viene un niño
en camino —dijo uno de los hombres de Calder.
—No es lo que deseamos por ahora, pero un niño nos vendría bastante
bien después.
En ese momento Blake regresaba con una cereza en la boca y una
sonrisa luminosa. Duraron todavía unas horas en partir, Blake se encontraba
en cubierta, admirando el horizonte; uno, en el que le mostraba su nuevo
destino y otro, que era el que dejaba atrás. Su corazón palpitó desbocado
cuando de pronto escuchó de la voz de su marido el: ¡Leven ancla!
El barco crujió y resonó. Los hombres iban y venían de un lado a otro,
gritaban cosas, alzaban velas, anudaban cuerdas, todo bajo las ordenes de
Calder, quién iba al timón como si ahí hubiese nacido. Mientras todo eso
pasaba, Blake estaba aferrada al barandal, despidiéndose con la mirada del
puerto y, a su vez, de Inglaterra.
Si había sentido anteriormente que el corazón le latía desbocado,
entonces, en ese momento, seguramente se detuvo, puesto que, en la lejanía
del puerto, Blake logró ver dos melenas pelirrojas, una perteneciente a su
madre y otra a su hermana Ashlyn, parados junto a ellas, su hermano y
padre, quiénes ahora se parecían mucho más y, por último, la pequeña
Briseida, agitando su mano en despedida.
—¡Blake! ¡Buen viaje! —gritaba su hermanita—. ¡Llévame contigo un
día!
Sintió un nudo en la garganta y las lágrimas comenzaban a salir de sus
ojos. No podía emitir ningún sonido, pero sintió en su interior como se
desgarraba su alma. Alzó la mano en despedida y se dio media vuelta para
no verlos más, cubrió su boca y posteriormente toda su cara, no quería que
nadie la viera llorar, así que corrió al camarote del capitán y se encerró ahí
por casi una semana.
Calder entraba y salía de ahí, no se quedaba por demasiado tiempo,
normalmente llegaba a dormir y salía muy temprano. No comía con ella y
en realidad, Blake apenas e ingería algo. Al quinceavo día en altamar,
entradas las seis de la tarde, con el barco en ruta, todo despejado y en curso,
Calder fue a su camarote a descansar. Blake no estaba de humor desde hacía
días, lo sabía bien, él había visto lo mismo que ella a la hora de partir, razón
por la que le había concedido su espacio.
—No he tomado, si es lo que te preocupa —dijo ella en la oscuridad
del camarote.
—Sí claro, vine a ver si mi reserva sigue intacta, llevas demasiados
días sin supervisión —ella dejó salir un sonido parecido a la risa—
Entonces, ¿todo bien? ¿No estás ebria o algo parecido?
—Estoy perfectamente lucida, aunque bien, lo que se dice bien, no lo
estoy —ella hablaba desde alguna parte en la oscuridad.
—Vi a tu familia cuando zarpamos —recordó él.
—Sí bueno, estoy más preocupada ahora por no vomitar mis intestinos
—le dijo la verdadera razón de su malestar.
Calder encendió una de las lámparas de gas y observó el mal estado en
el que se encontraba: piel verdosa, parecía tener arcadas y no había comido
nada en lo que parecía mucho tiempo.
—Parece tu primer viaje en barco, lo cual no puedo creer.
—Sí bueno, nunca me ha gustado.
—Venga, súbete a la cama.
—No creo que sea buena idea moverme.
Calder la recostó sobre la cama y fue rápidamente por un trapo mojado
y se lo colocó en la cabeza, eso la relajó un poco.
—Te acostumbrarás.
—En serio lo deseo, si no es así, moriré en el intento.
Blake tomó mucho aire y lo dejó salir por la boca, intentando controlar
su mareo, buscó la mirada de su marido y sonrió al verlo enfocado en ella,
con una mano en su cabello, acariciándolo suavemente para relajarla un
poco.
—Parece que no eres tan despiadado como dicen.
—No te confíes demasiado, suelo dar sorpresas poco gratas.
—Sí —ella volvió a hacer su respiración y continuó—, te creo.
—¿Quieres que te traiga algo?
—No, estaré bien, intentaré dormir un poco.
—Bien.
Calder comenzó a desnudarse, la empujó para que le hiciera espacio y
se metió en las sabanas. Blake suspiró, ese hombre siempre igual, miró
hacia el techo para no marearse cuando comenzó a desvestirse, no creía
tener la suficiente fuerza como para ponerse un camisón, así que se
quedaría con las enaguas sobre su ropa íntima y la camisa de día.
—¿Quieres que te deje desnuda? —jugó él con ojos cerrados,
dibujando una sonrisa mucho antes de que ella le contestara.
—Eres un idiota.
—Hacía demasiado tiempo que no me decías así —se acomodó en la
cama—, comenzaba a extrañarlo.
—De vez en cuando te recordaré tu verdadera naturaleza.
Calder soltó una pequeña risilla por la nariz y le dio la espalda. Blake
no pudo evitar mirarlo. Una espalda grande y fuerte, la musculatura bien
marcada, con un tono de piel más blanco que el de su rostro y brazos, y
pecas, tenía muchísimas pecas en la espalda que sirvieron como distracción
de su mareo, las comenzó a contar.
—¿Te diviertes? —inquirió él cuando de pronto sentía sus dedos fríos
tocando alguna que otra mancha en su espalda.
—Sí, me distrae de los mareos —asintió—, tienes muchas pecas.
—Salen por el sol.
—¿En serio?
—Sí —se dio la vuelta, quedando frente a ella—, tu piel blanca es muy
propensa a ello, aunque se ve que tú nunca te expusiste más de lo necesario.
Él estiró la mano y tocó la suavidad del rostro de su esposa, sus
hombros, su pecho y el inicio de sus senos. Blake sintió un tirón fuerte en el
vientre, nada relacionado con los mareos y en realidad, una sensación
placentera que sabía que podía incrementar. Ella se acercó un poco,
intentando tocar sus labios con los de él, pero se frenó por el simple miedo
a ser rechazada, como en otras ocasiones, en las que él jugaba con su
candidez.
—Venga, prometo no hacerlo de nuevo —le dijo él, como si entendiera
lo que pasaba por la cabeza de su esposa.
Ella, por toda respuesta, se acercó hasta tomar los labios de Calder e
incluso colocó medio cuerpo sobre él. Sabía que tenía que evitar la zona
baja de su persona, aún no estaba lista para siquiera rozar el miembro
masculino de su marido. Se avergonzó, no podía creer que Sophia supiera
de esas cosas. Calder, más que complacido por la vivacidad de su mujer, la
abrazó con fuerza, deseando juntar sus pechos para sentir los senos que
desde hacía tanto deseaba, al igual que toda la mujer que lo besaba con
audacia.
Calder bajó una larga y varonil mano hacia una de las piernas
formadas de su esposa y la pasó sobre él, poniéndola a horcajadas. Ella se
desajustó sólo un segundo, pero retomó la compostura y se inclinó,
continuando con los besos. De pronto, Blake se encontró de cara con el
pánico, sobre todo cuando sintió que él se excitaba cada vez más y eso, a su
vez, tenía repercusiones físicas que eran bastante palpables, puesto que él
estaba desnudo.
—Eh, no pasa nada.
Calder tomó su cara cuando ella se alejó, se levantó para darle un beso
y se recostó nuevamente, dejándola sentada sobre él mientras se relajaba. Él
acariciaba dulcemente sus muslos, para ese momento las enaguas se habían
subido hasta la pequeña cintura de su esposa. No pudo más que sonreír
cuando la vio tan indecisa, acarició una de sus piernas y la hizo recostarse
en la cama con dulzura. Ella lo miraba con interés, con expectativa y una
picardía que lo volvía loco.
—¡Capitán! —aporrearon la puerta—, ¡Despierte, capitán!
—¡Agh! ¡Con un demonio! ¿Qué sucede?
—¡Parece que viene una tormenta, capitán! —anunció Loren.
—Maldita sea —masculló él.
Alejó suavemente de sí a su esposa, dispuesto a salir a atender su
barco. Blake se levantó también, no se sentía mareada por primera vez en
un rato, miró a Calder colocarse ropa con rapidez y planeó hacer lo mismo.
—No salgas —exigió—, quédate aquí.
—Pero…
Calder la miró a los ojos, haciéndola sentir vulnerable frente a esos dos
soles que amenazaban con consumirla.
—No lo pienso repetir.
—Puedo ayudar.
—Tú solo saldrías volando por la borda, eso no me ayudará en nada,
quédate aquí donde te sé segura.
—¿No te sería más fácil decir que me perdí en el mar? ¡Quiero ir! ¿O
es que acaso te preocupas por mí?
—Sí.
Se abrochó el pantalón y salió.
—¿Sí a qué? —masculló ella.
Había sido un sí a “Ojalá te pierdas en el mar” o “Me preocupo por
ti”. Fuese lo que fuese, él se había ido y el barco se zangoloteaba y crujía
con fuerza, se volvió a marear. Fue a recostarse en una esquina del camarote
y tapó su boca con fuerza. Vomitaría, Calder ser reiría de ella toda la vida.
No lo podía permitir.
Duró tres días sin ver a Calder más de cinco minutos, él llegaba, se
cambiaba las ropas mojadas, engullía algo y salía de nuevo, el episodio de
pasión que habían tenido, había quedado totalmente olvidado por ambos, el
frío y los reclamos del barco eran suficientes para que ninguno se acordara
del otro. Pero se ayudaban, cuando Calder iba al camarote, ella se mostraba
servicial. Siempre tenía agua calentándose para tener algo que ofrecerle, le
tenía un cambio preparado y una toalla seca cerca de la estufa para que
tuviera una temperatura agradable.
Al cuarto día, a eso de las cinco de la mañana, Calder abrió la puerta
del camarote, estaba empapado de pies a cabeza, parecía congelarse y no
era para menos, Blake moría de frío y eso que estaba hasta el cuello de
cobijas. Salió de la cama y lo ayudó a recoger sus ropas mojadas cuando él
se las tendía. Parecía exhausto, no hablaba y apenas y se mantenía
despierto. Blake fue corriendo por la toalla y comenzó a pasarla con lentitud
por el cuerpo empapado, evitando completamente la zona donde había
dejado su ropa íntima que lastimosamente chorreaba agua helada y no le
permitía secarlo correctamente.
—Deja, lo hago yo —exigió el hombre, quitando la toalla de las manos
de ella y quitándose la prenda faltante.
Blake inmediatamente se dio la vuelta y buscó qué hacer. Quizá
reavivar el fuego de la estufa de hierro sería buena idea. Se dedicó a eso
mientras él terminaba de secarse y se metía a las mantas, cayó
instantáneamente dormido. Blake se acercó lentamente, no parecía que
fuera a volver a salir, prosiguió secándole el pelo empapado y cerró la
puerta con seguro. Lentamente se metió a la cama con su marido y, en
cuanto este sintió el calor corporal de ella, la abrazó contra su piel helada,
ella titiritó ante el contacto, pero lo abrazó.
Al día siguiente, a las nueve de la mañana, Calder estaba despierto, al
igual que Blake, quién le servía una taza de té y lo obligaba a tomarse uno
de los tónicos para la garganta que había comprado antes de irse de
Londres.
—Vamos Calder, no seas cabezota.
—He dicho que no estoy enfermo.
—Es por prevención.
—No lo estoy, no tomo nada —prosiguió tomándose el té.
—Testarudo.
—Enfadosa.
—Berrinchudo.
—Exagerada.
—Bien los dos —pidió Víctor, que en ese momento entraba en la
habitación—, siempre que los veo están discutiendo por algo.
—Esta vez llevo la razón yo —se cruzó de brazos Blake, pasando una
taza caliente al recién llegado.
—Gracias Blake —sonrió Víctor—, ¿qué te pide tu mujer ahora?
—Quiere que tome medicina.
Víctor miró impresionado a la esposa de su amigo, quién parecía
seguir furiosa mientras quitaba la cascara de sus huevos hervidos.
—Con todo respeto mi lady —le dijo el marinero—, Calder jamás ha
necesitado medicinas, nunca lo he visto enfermo.
—Ayer llegó empapado de pies a cabeza, congelándose, es normal que
pesque un resfriado, lo mejor es que lo prevenga.
—¡Que no, mujer, entiende! —repitió el marido.
Víctor soltó una risa varonil y miró a su amigo con interés.
—Supongo que ha de ser agradable que una damita como tu esposa
esté tan preocupada por ti.
—Es un dolor de cabeza, si gustas, te puedes quedar con ella y sus
preocupaciones.
Blake se mostró molesta, dejó su taza aún con agua hirviente en ella y
salió del camarote. Calder masajeó su frete con fuerza y apuntó hacia la
puerta, por donde había salido su mujer.
—¿Puedes ver que no se tire de la borda? —pidió el hombre—, la creo
bastante capaz en este momento.
—Parece que se preocupa por ti, eso es un avance.
Calder negó con la cabeza.
—Encontró otra forma de hacerme rabiar, que es intentar cuidarme —
dejó salir una risilla burlesca—, nadie me ha cuidado desde los diez años.
—Entonces, creo que estás desperdiciando una buena oportunidad,
capitán.
Dicho eso, Víctor salió del camarote, dejándolo meditabundo entre su
dolor de cuerpo y ganas de devorar una vaca entera. Blake había salido casi
corriendo del camarote, estaba tan disgustada que había pasado por alto las
muchas miradas masculinas que se fijaban en ella, especialmente en su
esbelta figura. No era nada nuevo que los hombres en altamar se volvieran
poco caballerosos al ansiar la carne de una mujer, las ansias por yacer con
una, provocaban que esos barbajanes cometieran idioteces. Pero esa era la
esposa de su capitán, nadie en su sano juicio haría algo contra ella, pero no
debía ser tan poco cautelosa, alguno fuera de toda cordura y cegado por los
impulsos, podría aprovecharse.
—¡Ah! ¡Señora, que bueno que la veo por aquí! —dijo entonces una
voz femenina.
—¿Luisa? —escaneó Blake— ¿Qué pasa? ¿Por qué me buscas?
—Mi hermana, Megan, está enferma y con fiebre —dijo preocupada—
¸ no quería que la llamara, pero sé que sabe de estas cosas, sé que puede
ayudarla como con mi pierna.
—Llévame con ella.
Luisa la atrapó en una descuidada y apresurada conversación en la que
enlistaba los síntomas de su hermana y su empeoramiento a lo largo de los
días. La pobre muchacha no respiraba con tal de contarle a la mujer del
capitán lo que sucedía, parecía asustada y a como se lo pintaba, no era para
menos.
Entraron a una pequeña habitación antes de las hamacas donde
dormitaban todos los marineros. Estaba cerrado con llave, puesto que al
igual que ella, el ser mujeres, las ponía en un peligro inminente, era sabio
estar escondidas y tras una cerradura.
En cuanto Luisa le dio paso, pudo notar el mal estado de la mujer
recostada en la cama baja de una litera. Megan estaba muy pálida, sus
labios estaban resecos, ojos inyectados en lágrimas de enfermedad y nariz
congestionada. Era un milagro que Luisa no estuviera enferma también.
—Venga Luisa, tráeme ese palanganero y coloca agua, tenemos que
hacer que se le baje esa fiebre, está sudando mucho, lo cual es bueno ¿qué
le has dado?
—Sólo algunos remedios que traía, pero parecen no quitarle la
enfermedad.
—Es porque ha estado expuesta, seguramente salió después de tomarse
el medicamento, hace un frío del demonio.
—Sí, ¿Cómo se ha enterado?
—Me pareció lo lógico —asintió Blake, sintiéndose satisfecha.
—Ve al camarote y pídele al capitán mi botiquín, si es posible, tráeme
también más mantas y un camisón.
—¿Camisón? ¿Suyo?
—Sí, mío, son más frescos que los que está usando ella y al parecer
todos los que traen son iguales —Luisa se quedó parada, sin saber que
hacer— ¡Anda niña!
La joven marchó después de esa riña, corriendo por los pasillos hasta
llegar a la parte superior, donde se encontraba el camarote del capitán.
Nunca había entrado, ni siquiera su hermana Megan lo había hecho jamás,
tocar la puerta le costaba y le causaba mucha incomodidad, pero al recordar
la urgencia con la que la mujer del capitán había pedido las cosas y la forma
en la que su hermana no reaccionaba, la hizo dar dos leves golpes.
—¡Quién! ¡Con un demonio! ¡Dije que no se me molestara!
—C-Capitán, soy Luisa.
—¿Luisa? —Calder abrió la puerta e inspeccionó la cara de la mujer
en el umbral de su puerta—. ¿Qué ocurre?
—Es Megan, está enferma. La señora me ha pedido…
—¿Señora? ¿Te refieres a mi mujer?
—S-Sí, mi capitán.
—¡Maldita sea! ¡Loren! ¡Víctor! —gritó a lo alto, sacando un brinco
de la muchacha— ¡La he encontrado!
—¿Qué? —se asomó Loren por el barandal del timón.
—¿Dónde estaba? —sonrió Víctor.
—Con Megan, parece que enfermó —explicó rápidamente el capitán
—, así que pediste ayuda a mi mujer, ¿a qué te ha mandado?
—Q-Quiere su botiquín mi señor y un camisón.
—¿Camisón? —Loren levantó la ceja.
—Dice que los suyos… son más frescos.
—Sí que lo son —negó Calder con molestia, recordando los hermosos
ejemplares de seda que su esposa gozaba en ponerse, sobre todo cuando no
lo dejaba tocarla—, pasa, sus cosas están por ahí.
Al entrar, Luisa notó de inmediato que el capitán había sido invadido.
En la varonil habitación, las cosas de mujer resaltaban por doquier;
vestidos, alhajas, porcelana y camisones. Incluso, frente la estufa, se
estaban secado algunas medias y enaguas.
—Creo que sus camisones están por ahí —apuntó el hombre, tomando
algunas cosas que seguro Blake necesitaría.
Luisa asintió y levantó la tapa de aquel enorme baúl, encontrándose
con preciosas telas, muchas de ellas eran vestidos elaborados que jamás le
había visto usar a la esposa del capitán, algunas más sencillas de su uso
diario y, ahí en un apartado, camisones de colores pastel, todas en seda.
Con todo lo necesario y el capitán pisándole los talones, bajaron hacia
la habitación donde su hermana ya era atendida por la mujer que tanto
odiaba, daba gracias a Dios que Megan apenas fuera capaz de balbucear
palabras sin sentido, si tuviera plena consciencia, seguramente la asesinaría
por pedir ayuda a Blake Collingwood.
—Así que aquí te escondías, mi amor.
Blake apenas se volvió.
—Está muy mal, Calder —estiró la mano hacia su botiquín y sacó de
ahí algunas cosas que rápidamente colocó en la paciente—, respira muy
mal.
—Sí, lo he notado —dijo la hermana intranquila.
—Calder, saca a Luisa de aquí, sólo se va a preocupar más.
El hombre miró a Loren y Víctor.
—Llévenla a mi camarote, que se tome un té.
—Y que le den esto —estiró la mano Blake—, es preventiva.
Loren la tomó y asintió, viendo con preocupación a la chica en cama,
la mujer de la cual estaba enamorado. En cuanto salieron de la recámara,
Blake miró de reojo, esperando que Calder también se hubiese marchado.
—No me iré, si es lo que quieres.
—Es lo recomendable, seguro tus defensas están bajas y estoy más que
segura que te andarás resfriando también.
—Nunca me enfermo, pero tú, yo creo que tú estás más expuesta.
—Estoy bien.
—No… no quiero… deja, lo haré yo… —balbuceó Megan.
—Es por la fiebre —explicó Blake, colocando un pedazo de manta
mojada en la frente de su paciente—. Creo que la inyectaré.
—Así que vienes preparada.
—Sí, por supuesto, también traigo veneno, para que cuides lo que
tomas.
—Graciosa —se sentó en la cama de la chica.
—Calder… —suspiró la enferma.
—Te llama tú querida —ironizó Blake.
—Ni siquiera cuando muere puedes dejarte de tonterías.
—No está muriendo —corrigió Blake rápidamente.
—Y aunque la odias, le estás salvando la vida —hizo ver Calder.
—No la odio. Además, mi tío siempre me dijo que un médico no le
niega la ayuda a nadie.
—¿Ni a un asesino, un bandido o un violador?
Blake tragó con fuerza, sintiéndose nerviosa.
—A nadie.
Calder asintió y tocó la frente de Megan.
—Está ardiendo.
—Por eso las toallas, intento que se le baje la fiebre, la hice tomarse a
fuerza un tónico, pero no sé si sea lo más rápido.
—¿En qué ayudo?
—Me serviría mucho que te fueras.
—¿Te pongo nerviosa?
—La verdad, a la que pones de nervios es a ella —dirigió una mirada
hacia Megan, quién en medio de su enfermedad, daba fuertes movidas de
cabeza e intentaba incorporarse.
Calder asintió un par de veces y sonrió, su esposa siempre sabía que
decir, la dejó haciendo su trabajo y salió de la recámara de su amiga. Mandó
a Luisa para que ayudara a Blake y se dedicó a su propio trabajo en el
barco.
Pasaron muchas horas en las que no vio a su esposa, no es como si
tuviera tiempo o en otra ocasión fuera diferente, pero no se la podía sacar de
la cabeza. El saber que se ocupaba de alguien medicamente lo hacía pensar
en una posible epidemia, lo cual sería malo para todos. Esperaba que ella
tuviera la capacidad para curarla y Megan, de salir adelante, nunca la había
visto tan enferma como ese día.
—¿Preocupado? —inquirió Víctor.
—Una epidemia no estaba presente en mis contratiempos.
—No es una epidemia —tranquilizó Víctor, Luisa no se ha enfermado
y ha estado en la misma recámara de Megan.
Calder asintió.
—Llevan muchas horas ahí abajo —se mostró nervioso Loren.
—Si tienes tantas ganas de verla, entonces te lo permito.
—¿Ver? ¿A quién? —Loren intentó ocultar sus sentimientos.
—Vamos viejo —sonrió Víctor—, es bastante evidente que estás
enamorado de Megan.
—No es verdad.
—Vi tu preocupación impresa en cada arruga de tu fea cara —bromeó
Calder, puesto que Loren era joven aún.
—No tiene razón lo que dicen, estoy interesado por saber cómo está,
como lo estaría con cualquier otro miembro de la tripulación.
—Si tú lo dices —se inclinó Calder.
Los tres hombres bebían un poco de vino para calmar las ansias, había
sido un viaje un poco más pesado de lo que pensaron, la tormenta, la
enfermedad de Megan. No eran buenos augurios y eso que no eran
supersticiosos.
—Ya es de madrugada y ninguna da aviso —profirió Loren.
—Será mejor que vayan a descansar, sus habitaciones quedan cerca de
las de Megan, hagan favor de estar al pendiente y, sobre todo, no dejen que
mi mujer se regrese sola.
—¿Qué me regrese sola a dónde? —interrumpió Blake, quién entraba
en ese instante a la habitación.
Calder gruñó.
—No puedes vagar sola por este barco como si fuera tu casa —riñó—,
estos hombres no ven a mujeres durante mucho tiempo y se convierten en
barbaros.
—Nada fuera de lo que acostumbro —lo miró.
Víctor soltó una risilla al tiempo que Loren atravesaba la habitación y
tomaba a la mujer del capitán por los hombros, zarandeándola, en busca de
respuestas.
—¿Cómo está ella?
—Loren —se puso en pie Víctor al ver el ultraje hacia la esposa del
hombre al mando de la nave.
—Está bien Vic —Blake levantó la palma hacia el otro hombre de
confianza de Calder y tocó el hombro de Loren—. Ella está bien, la fiebre
ya bajó y Luisa tiene que procurar mantenerla así. La inyecté, lo más seguro
es que mañana abra los ojos.
—Gracias —reclinó la cabeza hacia adelante—, muchas gracias.
—No hay problema —sonrió—, mañana la podrás ver.
Víctor tomó a Loren por un hombro y lo invitó a salir de ahí, pero
Calder, como se lo esperaba el primero, habló: —Te lo permitiré por esta
ocasión Loren, ni una vez más.
El hombre pareció entender la advertencia y se marchó junto a su
amigo, mucho más tranquilo al escuchar las palabras de Blake.
—No tenías por qué regañarlo —se molestó la joven—, es normal que
los amigos y familiares se pongan de ese modo.
—Tengo que marcar siempre una línea Blake —explicó Calder—, sino
todos se toman atribuciones.
—No creo que…
—Sé lo que hago —la interrumpió—. Al igual que tú, gracias por
ayudar a Megan.
—Estará bien para mañana —asintió la joven, comenzando a
desabrochar su vestido.
Estaba tan cansada que le daban ganas de recostarse en la cama aún
vestida. Sus ojos se cerraban y su estómago se quejaba por todas las
comidas que se había saltado, no sabía que quería, comer o dormir ¿Por qué
no podía hacer ambas?
—No has comido nada ¿verdad?
—No.
—¿Quieres que te traiga algo?
—Estoy tan cansada que no podría ni abrir la boca.
—El cocinero hizo un caldo el día de hoy, te traeré un poco.
Ella asintió, cuando él abandonó la habitación, relajó su cuerpo
dejándose caer en la cama, durmiéndose inmediatamente, sin terminar de
desabrochar el vestido, sin comer y sin poderse siquiera acomodar bien.
—Venga Blake, come algo —pidió su esposo, quién regresó
enseguida, la había sentado con el cuerpo recostado en él.
—Mejor mañana.
—Come ahora, abre la boca.
Lo hizo, dejó que él la alimentara y volvió a dormir.
A las pocas horas, Blake despertó de golpe cuando escuchó los toques
suaves en la puerta del camarote, estaba siendo abrazada por Calder, quien
seguía profundamente dormido y parecía no querer despertar, ni tampoco
soltarla. Pensó que podría evitar un rato más el llamado a la puerta, pero fue
Calder quien escuchó en esa ocasión.
—¿¡Qué!? —gritó molesto.
—Capitán —pronunció la voz de Víctor—, sólo le informo que Megan
ha despertado.
—Me da gusto —dijo él, volviendo a cerrar los ojos y acercando el
cuerpo de su esposa a sí.
—Calder —lo zarandeó ella—, parece que ha despertado.
—Escuché, eso quiere decir que está mejor, dejémosla en paz.
—Tengo que ir a verla.
Calder abrió un ojo con pereza y la enfocó con desagrado.
—Justo ahora eres una manta extra para mí. Gracias a tu generosidad,
Megan tiene todas nuestras mantas y cobertores, mientras nosotros nos
apañamos con estas telas que no calientan.
—Vamos —sonrió la joven—, estaba enferma, no puedes decirme que
he actuado mal.
—Mmm… —gruñó su marido.
Ante la negativa de Calder a levantarse, Blake no vio más opción que
volver a dormir a su lado, de todas formas, si habían dicho que Megan
estaba bien y que incluso había despertado, ya no la necesitaban. Se
acurrucó en el abrazo fuerte de su marido y cerró los ojos. No supieron
mediar el tiempo que pasó, cuando abrieron los ojos de nuevo, la ventana
posterior del camarote mostraba destellos rojizos del sol, indicando que
estaba a punto de meterse.
—¡Me muero de hambre! —se levantó Calder, casi tirándola.
—¡Ay! ¡Me has jalado el cabello! —dijo ella con molestia.
La miró con fastidio.
—Es demasiado largo, se enreda por todas partes.
—No es mi culpa que estés molesto —Blake se cruzó de brazos—, no
tienes que criticar mi cabello.
—Es estorboso, demasiado negro, demasiado largo, demasiado
ondulado, demasiado enredado.
—¿Ahora hasta el color te molesta?
—Con su permiso —se introdujo Loren en la habitación sin tocar ni
ser llamado.
Blake se vio obligada a cubrirse con la manta, sólo tenía encima el
camisón con el que dormía y, como había dicho anteriormente, eran
bastante ligeros. Calder iba a protestar contra su amigo, sería la segunda vez
que lo enfureciera con referencia a su esposa, pero entonces vio la bandeja
con comida y olvidó el incidente.
—Les traje algo, sabía que el capitán se pondría de malas al no haber
comido nada en todo el día —sonrió el marinero—. Señora Blake, muchas
gracias por lo que ha hecho por Megan, ella se encuentra ahora muy bien,
incluso ha estado de pie.
—No hay de qué, dile que no se sobre esfuerce.
—Todos le dijimos eso, pero es testaruda —el hombre parecía sacado
de una caricatura de los periódicos, sus ojos deslumbraban y su sonrisa era
tan grande como la que describían en el gato de Alicia en el país de las
maravillas.
—Loren —dijo Calder con la boca llena de pan—, agradezco el gesto,
pero mi mujer está en camisón y ni siquiera se puede levantar de la cama
para comer algo de lo que le has traído con tanto empeño.
—¡Oh! ¡Dios Santo! —el hombre enrojeció notoriamente y apartó la
mirada de las hermosas facciones de la mujer de su capitán—. Lo siento
señora, lo lamento tanto yo…
Loren ya sólo balbuceaba, parecía no poder terminar una frase y
tampoco lograba levantar la mirada del suelo, caminó de esa forma hacia la
salida y cerró la puerta. Ya en muchas ocasiones había faltado el respeto de
esa joven señora, no intencionalmente, pero no deseaba tentar el humor del
capitán.
Blake dejó salir una risilla, dejó caer las cobijas sobre el lecho y
caminó descalza por la madera del camarote hasta sentarse a la mesa junto a
su marido quién parecía más relajado después de engullir la mitad del
enorme caldo de verduras y pollo que le habían traído.
—Parece que Loren no puede contener su alegría —dijo Blake.
—Siempre ha sido así, se preocupa por todos.
—En especial por Megan —resaltó la mujer, tomando la primera
cucharada caliente, el caldo no era tan bueno, pero no importaba, quitaba el
frío y llenaba el estómago.
—Puede ser.
—¿Te molesta acaso? —ella arqueó una negra ceja—: ella necesita
casarse, independientemente de su aventura contigo y creo que, si Loren le
tiene afecto a pesar de eso, es alguien de valor.
—¿Cuántas veces tendré que decirte que no hables sin saber? —la
miró—. Poco me importa lo que pase con esos dos.
—Entonces por qué niegas que Loren le tiene afecto a Megan.
—Porque él lo niega.
—Ah, y vas a decirme que tú no lo notas también.
—Sé que a él le gusta, pero no voy a expandir un rumor que pueda
avergonzar a alguien de mi confianza.
—No creo que sea vergonzoso.
—Como sea, mi amor, ¿me puedes explicar que haces comiendo con
esa tranquilidad cuando sólo traes puesto un camisón? El cual, por cierto,
me deja a la vista una agradable visión de tus senos.
Blake colocó una mano sobre su escote y lo miró avergonzada.
—Eres un hombre terrible —se puso en pie y colocó una bata sobre
sus hombros.
—Sólo digo lo que pienso.
—Deberías a prender a guardarte algunas cosas.
—¿Por qué lo haría? —se puso en pie y caminó amenazadoramente
hacia ella—, tu escote y toda tú hacen que recuerde cuando estabas sobre
mí, besándome y…
—¡Cállate! —se avergonzó la joven—, no tienes por qué ofuscarme
así.
—No recuerdo que estuvieras ofuscada en ese momento, al menos, no
como ahora.
Blake iba a responder, pero entonces, las puertas se volvieron a abrir
sin toque ni permiso, los hombres de confianza de Calder estaban
acostumbrados a esas formas, no era normal que el capitán tuviera féminas
en sus cámaras y olvidaban por completo que estaba casado y ciertamente
le debían respeto a ella.
—Oh, lo siento —salió Víctor sin cerrar la puerta—, capitán, lo
necesitan al timón.
—Sí, sí —asintió Calder con fastidio por dejar una conversación tan
interesante a la mitad—, voy.
Blake observó a su marido ponerse botas altas y fajarse a medias la
camisa de lana, miró una vez más hacia su mujer y salió del lugar. En
cuanto lo hizo la joven pudo respirar nuevamente y acabar de comer su
caldo con tranquilidad. Estaba volviéndosele costumbre andar como
quisiera en presencia de su esposo, lo cual sería una situación más normal si
acaso ellos actuaran como marido y mujer, pero no era así, no consumaban
su matrimonio y a como ella lo veía, para eso faltaba todavía mucho.
Apenas había comenzado a relajarse a falta de la presencia de Calder,
cuando de pronto este entró, sacándole un alarido al encontrarse ella
cambiándose.
—¡Te quejas de tus hombres, pero haces lo mismo! —dijo intentando
cubrir su desnudez.
—Bueno —cerró la puerta—, esta es mi habitación y tú, eres mi mujer,
que yo recuerde, ¿Por qué te cubres?
—Calder… ¿Qué haces?
—No te preocupes —dijo mientras se acercaba—. Tengo que irme,
pero antes…
La tomó con fuerza de la cintura, pegando su cuerpo casi desnudo a él,
sintiendo la barrera de sus brazos contra su pecho.
—Calder, por favor… —suplicó avergonzada.
—Quizá sólo un beso, ¿no te parece? Uno y me iré.
Ella suspiró y cerró los ojos, permitiéndole con ello que la besara y
Calder lo aprovechó, devorado los labios de su esposa con ansias,
acariciando su cuerpo desnudo y ovacionando su fortuna por tener que
volver y no haber tocado antes.
—Bien, me doy por bien servido —dicho eso, se marchó.
CAPÍTULO 16
Llevaban un mes navegando, para ese entonces, Blake ya se había
acostumbrado al constante movimiento de la embarcación, a los chirridos
nocturnos, las tormentas ocasionales y el frío implacable. También
comenzaba a conocer más los hábitos de su marido, al menos, los que tenía
cuando estaba en medio del mar.
Calder era conciso en su hacer. Despertaba muy temprano, se aseaba y
salía rápidamente junto a su tripulación, regresaba con ella a eso de las
once, comía un ligero desayuno que se basaba en pan, queso y vino;
después, volvía a salir, ella podía escucharlo por horas gritando a sus
empleados, era normal que se juntara a la hora de la comida con ella y otros
cuantos marinos de confianza, para después, en la cena, pasarla haciendo
cuentas, revisando el mapa, bebiendo con Loren, Víctor y, en ocasiones, con
Luisa y Megan, con las cuales también hablaba de trabajo.
Blake era una compañía hermosa, que ocasionalmente intervenía con
opiniones sabias que eran tomadas en cuenta por su marido y el resto de los
visitantes. No había nadie que no quedara encantado con su presencia, entre
la tripulación se había dispersado el rumor de que el capitán se había casado
con una sirena, puesto que la señora era hermosa, su voz angelical
encantaba a cuanto hablara y, muchos decían que con un simple roce de sus
dedos podían quedar prendados de ella para toda la vida. Todo lo anterior
complacía al hombre dueño de aquella mujer, además de que atemorizaba a
los hombres quienes nada más verla, le sacaban la vuelta para no agredir al
capitán al observarla en demasía.
Faltaba menos de un mes para arribar a Nueva York, o eso era lo que
había escuchado Blake de los labios de Víctor, quién en esa ocasión había
llegado antes de lo acordado y se había sentado junto a ella, bebiendo
largamente mientras esperaban a Loren y Calder.
—Mi señora, ahora puedo decirle sin temor que aprecio lo que ha
hecho por los tripulantes de este barco —dijo el gran hombre de piel
morena—, gracias a que la traemos abordo, no hemos sufrido ninguna baja.
—No debes acreditarlo todo a mi persona Víctor —negó Blake,
dejando su copa de vino a un lado—, agradezcamos a la medicina y las
buenas enseñanzas de mi tío.
—Vuestro tío —profundizó su voz el hombre—, habla usted de
Thomas Hamilton.
—El mismo —asintió—, veo que ustedes hablan de él con respeto
¿por qué lo hacen?
—Bueno, vuestro tío ha sido un ejemplo a seguir de muchos de
nosotros —concedió el hombre—, incluso del capitán.
—¿Mí marido? —sonrió la joven— ¿Admira a alguien además de a sí
mismo?
Víctor dejó salir una carcajada estridente y sonrío cuando su cabeza
volvió a la posición ordinaria.
—Por supuesto, cuando era chiquillo, claramente admiraba a alguien y
ese alguien era Thomas Hamilton.
—No lo sabía.
—Y no tendrías por qué saberlo —dijo la voz del aludido—, veo que
el vino te suelta la lengua Víctor, habrá que tomarlo en cuenta.
—Vuestra señora es alguien de confianza, capitán.
—Seguro que sí —su marido la miró.
—Le decía a la señora de lo mucho que agradecíamos su presencia —
Víctor recobró el hilo de la conversación pasada—, puesto que ella ha
hecho que nadie muera durante el trayecto.
—¿Es así? —preguntó, dejando su saco sobre la cama.
—Iré a preguntar por la comida —Blake se apresuró a salir.
Víctor miró a su capitán y amigo con una sonrisa amarga.
—¿Por qué eres así con ella?
—Así ¿cómo?
—Pareciera que no te dieras cuenta del potencial de mujer que tienes a
tu lado, todos tus hombres la admiran y la respetan, pero tú… —Vic negó
con la cabeza.
—Ya bastante se cree como para que yo le agregue fundamentos, con
su admiración basta, no necesita la mía también.
—El reconocimiento también es bueno y da honor a quién lo da.
—No quiero ni necesito honor —dijo malhumorado.
Víctor suspiró y asintió. No discutiría con su capitán, era lo menos que
podía hacer por alguien al que le debía la vida.
—¿Quién vendrá en esta ocasión?
—Solo nosotros, Loren argumentó una falsa tos para faltar e ir a cenar
con Megan y Luisa.
—No todos pueden ser tan fríos con la mujer que les gusta.
Calder le echó una mirada severa que Víctor aceptó y gravó en su
memoria, no debía atosigarlo mucho con el tema.
—Me ha dicho Claudio que sólo seremos nosotros —dijo Blake con
tristeza, portando una olla con la cena de esa noche— ¿Qué ha pasado con
Loren?
—Ha dicho que tiene tos —explicó Calder.
—¿En serio? ¿Debo ir a verle?
—No lo creo señora, no es esa clase de tos.
Blake frunció el ceño.
—No comprendo.
—¡Fue a ver a Megan, mujer, por el gran Poseidón! —se exasperó
Calder.
—Oh —Blake se sentó en el comedor de caoba con una sonrisa
juguetona—, parece que está teniendo avances.
—Me ha dicho que usted le ha dado varios consejos —Víctor recibió
el plato de porcelana que Blake le tendía.
—No he sido yo, él es bastante listo.
—¿Consejos de amor? —sonrió Calder, tomando su plato—, no
debería seguir los de mi mujer.
Blake entrecerró los ojos hacia su marido y se sentó lentamente,
tomando su comida y bebiendo un poco de vino.
—Yo creo que le ha ido bastante bien con lo que le ha dicho —
prosiguió Víctor, acostumbrado a las peleas de la pareja.
—¿En serio? ¿Por qué no aplicas algo de lo que enseñas, amor?
—Con gusto lo haría, si tuviera el interés de hacerlo.
Calder asintió ante el insulto y permitió que se estableciera un silencio
y, a continuación, una conversación trivial, pero no por mucho tiempo. Al
parecer, su esposa gustaba en ponerle todo en bandeja de plata.
—Me imagino los bebés que tendrían —dijo de pronto—, serían
bellísimos, ¿no lo creen?
—Yo no diría que bellísimos, Loren tiene una nariz bastante fea —rio
Víctor.
—Oh, señor, eso no es verdad —defendió la joven.
—Sí, es cierto que Loren tiene nariz fea. Pero el que tenga hijos me
hace preguntarme cuando los tendré yo —la mirada de Calder cargaba la
más pura maldad— Dime querida, ¿Cuándo esperas encargar? Seguro que
habrá que trabajar en ello.
El pecho de Blake subió y bajó en un suspiro herido. Se puso en pie y
comenzó a recoger las copas, platos y ollas que había a lo largo de la mesa
dispuesta para los banquetes del capitán, ella salió con rapidez del lugar y
no volvió.
—Amigo —Víctor se puso en pie con seriedad—, esta es únicamente
tuya, puedes llegar a ser bastante idiota a veces.
Calder chasqueó la boca y aventó la servilleta que tenía en su regazo,
sabía perfectamente que había sido ofensivo, pero no podía controlarse
demasiado últimamente. El saber que todos la admiraban y lo envidiaban a
él por tenerla, sólo lo hacía recordar sus ansias por tomarla, siempre
infructuosas por alguna u otra cosa.
Pasada una hora sin su retorno, Calder consideró irla a buscar, sabía
dónde estaría, siempre que se molestaba con él, iba a refugiarse en la proa,
donde podía ver el extenso venir del mar. Y ahí estaba, el sol dando sus
últimos destellos del día, el frío atosigando el alrededor y la figura esbelta
de su esposa parada a unos metros del barandal que la defendía de caer al
mar.
—Mis hombres pensarán que sus historias son verdaderas si te ven con
esa decisión de saltar hacia el océano —dijo él—, pensarán que te rapté de
Neptuno y ahora extrañas tu hogar.
—No estoy para juegos —contestó con voz quebrada, volviendo la
cara hacia otro lado, él sabía que la había hecho llorar.
—Es hermoso aquí afuera —se paró junto a ella—, cuando era más
niño, siempre venía aquí y pensaba que el barco, de un momento a otro, me
llevaría a mi destino.
—No quiero ser grosera, pero no me importa lo que pensabas o piensas
ahora —ella no volvía la cara para verlo.
Calder sonrió y asintió un par de veces. Sí que la había molestado en
esa ocasión, merecía que le hablara de esa forma.
—Vamos al camarote, te vas a congelar, ese vestido no parece muy
abrigador.
—¿Qué te importa?
—Blake.
—En serio —se volvió hacia él—, no creo que te importe en lo más
mínimo y ciertamente no quiero que te importe, pero en verdad, no creo que
haya hecho nada para que me hablaras así, me avergonzaste frente a Víctor.
No he sido nada más que una buena esposa, incluso he ayudado a tus
hombres y a Megan y…
—Lo sé.
Ella lo miró con desagrado y se volvió hacia el horizonte. Tomó aire
hasta que sus pulmones se llenaron por completo, lo soltó lentamente en un
suspiro y se alejó de la proa, caminó directa al camarote y cerró la puerta
antes de que Calder pasara.
—Blake, abre la puerta.
—No. Permíteme un momento.
—Blake, es en serio.
—Yo también hablo en serio.
Blake abrió la puerta después de quince minutos. Estaba
completamente cambiada con su camisón, zapatillas de noche y bata. Tenía
una almohada y una frazada en la mano y parecía decidida.
—¿Qué haces?
—Me voy, le cambiaré a Megan por esta noche, no creo que tengas
inconveniente.
—¿Qué?
—Adiós.
Calder tardó en reaccionar una fracción de segundo que le permitió a
esa mujer dar dos pasos lejos de él.
—Estás loca —la alzó al vilo—, no te irás, no cambiarás a nadie.
—¡Suelta! ¡Suéltame!
—Deja de gritar, lo hombres están descansando.
—Entonces bájame —le dijo en un susurro.
—No.
La introdujo de nuevo al camarote y la soltó en la cama. Tenía el
cabello revuelto porque no se lo había amarrado, había soltado la almohada
y la cobija, ahora sólo lo miraba enfadada. Sus ojos verdes chipaban con el
enojo acentuado en ellos. Era preciosa, más que eso. Ella, además de su
belleza física, había demostrado tener un corazón puro y una cabeza de
respeto.
—¿Qué quieres?
—No puedo más con esto.
Ella apenas iba a preguntar a lo que se refería cuando de pronto sintió
los labios de Calder sobre los de ella, tumbándola sobre la cama por el
impulso. Blake no comprendió que sucedía hasta que tocó con manos frías
el pecho caliente de su esposo, quién gimió en su boca por el contacto
helado, pero prosiguió devorándola.
—Calder…
—No me detendré ahora, Blake.
Ella alzó la mirada, queriendo verlo a los ojos, sus pupilas estaban
dilatadas, enormes, cubriendo su hermoso color ambarino. La deseaba, eso
lo sabía muy bien, pero tenía miedo, terror a que la lastimara como lo hacía
normalmente durante el día. Su corazón palpitó muy rápidamente y sentía
extrañas revolturas en su vientre, ella también lo deseaba.
—No tengas miedo —la besó delicadamente en los labios, los hombros
y el cuello—, sé que eres virgen, lo sé, seré cuidadoso, yo...
—Bien —aceptó ella rápidamente, le tomó la cara y lo obligó a mirarla
—, bien.
Calder sonrió cuando ella alzó la cabeza para alcanzar sus labios,
comenzando de esa forma a jugar entre ellos, no podía creer lo mucho que
la deseaba, las ansias que tenía por al fin sentirla su mujer. Había esperado
todo lo posible por ella, porque se sintiera cómoda, incluso porque ella lo
deseara también. Había valido la pena, Blake se mostraba apasionada y
dulce, parecía perder el control en ocasiones, cuando se retorcía o emitía
sonidos de placer, nada parecía azorarla y más bien se mostraba curiosa con
todo lo que el acto amoroso se refería. No preguntaba nada, pero sus toques
y movimientos eran experimentales, como si alguien le hubiese dicho que
hacer y por los dioses, claro que él lo agradecía.
Se perdieron entre besos y caricias, el tiempo se detuvo a su alrededor,
sus pieles proporcionaban el calor necesario para calentar toda una
mansión, sobre todo cuando estas se tocaron por primera vez sin ningún
estorbo, eran una combinación perfecta, poco frecuente y adictiva.
Blake sentía que Calder le proporcionaba la confianza para que hiciese
lo que quisiera, no le imponía nada, era dulce en su toque, tierno en sus
besos y cuidadoso al momento de unirse a ella. Estaba claro que sabía qué
hacer y ella lo agradecía. No podía creer que hubiesen tardado tanto en
hacer el amor, ahora que ella lo había probado por primera vez, sentía que
nunca se saciaría, eso a pesar de que él logró llevarla en varias ocasiones a
ese mundo desconocido donde el placer se desataba de manera estruendosa
e irreal.
Calder cayó rendido sobre ella, dejando que su cabeza encontrar el
hueco del cuello de su esposa, depositando varios besos por la zona hasta
que logró acumular fuerzas y apartarse de ella. Blake se quedó un momento
más tumbada boca arriba sobre la cama, con una sonrisa placida en la cara y
los ojos iluminados con el descubrimiento que había hecho.
—¿Estás bien? —preguntó él después de un rato en el que permaneció
mirándola y acariciándole el cabello.
—Sí —sonrió, volviéndose hacia él—… no lo puedo creer.
—Ven —Calder la acomodó sobre su pecho antes de seguir
escuchándola—, ¿qué cosa no puedes creer?
—Qué sea así —le acarició el abdomen—, tan… no sé. Ni siquiera
dolió, me dijeron que dolería. Digo, si era incomodo en un principio, pero
nada que me hiciese llorar.
—Hacer el amor no tiene que ser doloroso, ni siquiera en tu primera
vez —le acarició la espalda y la acercó a sí.
—Gracias, sé que fuiste muy paciente para no lastimarme.
—No seas tonta, no agradezcas como si me debieras algo, ningún
hombre debe lastimar a una mujer, mucho menos cuando es pura.
—Bueno, entonces agradezco a tu experiencia —sonrió ella—, no me
tocó ser de las que lastimabas cuando no te controlabas.
Calder sonrió perversamente y se colocó sobre ella.
—No me tientes, que puede que la segunda ocasión no sea tan
indulgente como esta vez.
—¿Tan rápido te has recuperado?
—Soy incansable.
—Lo lamento por ti, yo soy nueva en esto y justo ahora siento que
moriré de cansancio.
—Es normal —le besó los labios y se acostó a su lado, acariciándola y
desperdigando besos por su rostro—, te acostumbrarás y disfrutarás tanto
como yo.
—Ya he disfrutado, pero no creo acostumbrarme a tu apetito.
—No es que tu fueras muy sumisa, estabas más ansiosa.
Blake le dio una palmada en el hombro y dejó que él la abrazara
juguetón. Se abrazaron por otro rato más y entre besos y caricias, Calder se
quedó dormido y se apartó de ella, como acostumbraba, no dormía pegado a
nadie a no ser que algo extraordinario ocurriese. Por tal razón, la joven
mujer pudo sentarse sobre la cama y colocarse nuevamente su camisón, no
podía dormir desnuda como lo hacía él, le resultaba incómodo y
bochornoso.
Se colocó una bata y se acercó a la ventana del camarote, abrazándose
a sí misma. Ahora que toda la excitación había pasado, las piernas le dolían,
al igual que algunas otras partes que no mencionaría. Estaba feliz haber
consumado su matrimonio, estaba agradecida de que hubiese sido él quién
le enseñara el arte de amar, la visión que había tenido de intimar no estaba
nada relacionada con lo que acababa de pasar en el lecho con Calder. Lo
miró. Había sido tan… no lo sabía, le había hecho el amor como si en
verdad la quisiera o, al menos, le tuviera aprecio. Se mantuvo alejada de ahí
por un rato, sentada frente a la gran ventana, limpiando el vidrio empañado
por el frío, para poder ver el exterior.
—¿Qué haces fuera de la cama? —dijo la voz somnolienta de Calder
— ¿Te sientes mal?
—No —sonrió la joven—, no podía dormir.
—Venga, vuelve aquí —Calder abrió las mantas para ella.
Blake no lo dudó y fue hacia él y se acurrucó entre el calor del lecho.
No quiso perturbarlo con un abrazo que seguro lo incomodaría, así que le
dio la espalda y se preparó para dormir el resto de la madrugada. Sin
embargo, fue él quien se acercó y la abrazó por detrás, sumiendo la cara
entre su cuello y cabello.
—Tienes el cabello demasiado largo.
—¿Es en serio? —reprochó ella.
Calder soltó una risa burlesca y cayó dormido de inmediato, al parecer
sólo había despertado al no sentirla en la cama. Ella se acomodó entre sus
brazos y sonrió, no era nada malo sentirse querida y hasta deseada, le
gustaba esa cercanía con su marido.
CAPÍTULO 17
A la mañana siguiente, ninguno tenía demasiado entusiasmo por abrir
los ojos, se quedaron en cama hasta las diez, hasta que tocaron para levarles
el desayuno. Increíblemente, Calder había permanecido abrazado a ella
durante toda la noche, Blake se dio la vuelta para verlo, su cara apacible era
perfecta; tenía una nariz muy bonita, larga y recta, sus labios eran suaves y
masculinos, sus cejas eran gruesas y negras, tan negras como sus largas
pestañas. Sin poder evitarlo, un fino y blanco dedo paseó por todas aquellas
facciones, despertando al hombre que se negaba a abrir los ojos.
—Bueno días —dijo somnoliento—, ¿qué hacías?
—Nada —se sonrojó la joven—, traerán el desayuno.
—¿Qué hora es?
—Pasan de las diez.
—¿¡Qué dices!?
Calder prácticamente brincó de la cama y comenzó a recoger sus ropas
con presura. Blake se sentó y se tapó con las sabanas, no estaba desnuda,
aun así, no le gustaba mostrarse tan poco pudorosa.
—¿Qué pasa? ¿Por qué la prisa?
—Tendrás que desayunar sola —dijo colocándose las botas—, tengo
que hacer algo.
—Sí, pero…
—No tengo tiempo Blake —se acercó a ella y susurró a su oído—: no
hay necesidad de cubrirse, he visto todo lo que podía ver.
La joven lo miró ofuscada e hizo un mohín cuando le besó la frente de
forma dulce. Sabía que los días no podrían ser así siempre, Calder era
demasiado voluble a su humor, como podía amanecer de buenas, podía
hacerlo de malas y si era lo segundo, mejor alejarse.
Blake se colocó con presura algo cómodo y salió del camarote, justo
detrás de su marido. En cubierta los hombres se remolineaban por todas
partes, nadie la tomaba muy en cuenta, sobre todo porque se había colocado
una de las prendas más extrañas que tenía en su poder, regalo de su tía
Giorgiana a petición especial suya.
—¡Ey! ¿Por qué aún no te mueves? —le gritó Víctor de forma ruda,
eso, hasta que ella se dio la vuelta y sus facciones femeninas la delataron—,
oh cielos, no es buena idea señora, se lo aseguro.
—¿Qué pasa? ¿Por qué todos están tan alterados?
—Es la zona.
—¿La zona?
—¡Víctor! ¿Qué hacen charlando? ¡Muévanse! —gritó Calder desde el
timón.
El marinero lo hizo, dejando a Blake bajo la feroz mirada ambarina. El
hombre no podía creer lo que veía, su mujer, vestida como un caballero; con
las botas altas, el pantalón a la medida, la camisa y el chaleco
correspondientes. Incluso tenía el cabello hecho una coleta baja y metida
bajo la camisa.
—Demonios contigo mujer —negó el hombre, quién estaba
acompañado por Luisa y Megan, quienes intentaban averiguar porque había
dicho eso— ¡Ven aquí!
Blake sonrió y subió las escaleras hasta colarse en el castillo de popa,
junto a su marido, quién apuntaba a lo lejos, dando indicaciones al timonero
quién no despegaba las manos de aquella rueda gigante.
—¿Qué sucede? —preguntó Blake en general.
—Es zona de piratas —explicó Luisa—, en estas aguas hay que estar
muy al pendiente.
—Entiendo —miró mal a su marido— ¿Por qué no me lo dijiste?
—No quería asustarte —respondió sin mirarle, apuntando algo en el
mapa posado en una mesita junto al timón.
—¿Me ves asustada?
—Te veo vestida de hombre —se irguió a su altura y la miró—,
bastante seductora mi amor, pero justo ahora no tengo tiempo.
Megan dejó salir una risita que enervó a Blake, pero la ignoró
profundamente cuando Calder pasó de largo y bajó las escaleras, ella lo
siguió y lo tomó del brazo para detenerlo.
—¿Puedo ayudar en algo?
—Sí, enciérrate en el camarote hasta que yo lo indique.
—No haré eso —Blake frunció el ceño—, ellas no están escondidas,
¿Por qué he de hacerlo yo?
—Han estado en otros ataques, son más diestras en esto.
—Te aseguro que yo te sirvo mucho más que ellas —arqueó una altiva
ceja.
—¿En serio querida? —se acercó y la miró de arriba abajo—: mejor te
sacamos el cabello del escondite o mis hombres pensarán que coqueteo con
otro marinero.
Blake dejó que él sacara de la camisa el largo cabello negro que le caía
hasta la cintura y lo miró petulante.
—¿Ya podemos hablar? ¿Se siente salvaguardada tu hombría?
—Sí, de hecho, ahora quiero besarte y posiblemente acabar haciéndote
el amor, pero no tengo tiempo, no me distraigas más.
—¡Calder!
Pero él no hizo caso alguno y trepó por el palo mayor. Ella lo miró
impresionada, se requería bastante fuerza y buen estomago para poder subir
hasta allá y estar como si nada. No pudo evitar dar una fuerte patada en el
suelo y lanzar un injurio cuando supo que había perdido. Bueno, no del
todo, sí que podía ayudar.
—¡Tú! —gritó ella con autoridad a un hombre— ¿Qué haces?
—Yo… ¿Señora?
—Sí, pregunté qué haces.
—Tengo que atar bien estas cuerdas o todo se saldrá de control.
—Bien te ayudaré.
El hombre asintió sin poder contradecir a la hermosa mujer vestida de
hombre y se dedicó a explicar y observar si ella hacía bien el trabajo.
Sorprendentemente ella sabía trabajar y aprendía aprisa.
—Mire capitán, vuestra señora está ayudando a los demás.
Calder asomó su cabeza hacia su barco, despegando por unos segundos
sus ojos del horizonte. Como había dicho aquel hombre, era bastante fácil
saber dónde se encontraba su esposa, parecía una hormiga trabajadora que
corría de un lado a otro. Nunca lo obedecía, era tan testaruda que algún día
la matarían.
—Ha encontrado usted una joya mi señor.
—Sí por joya te refieres a una mujer que no hace caso y se pone en
peligro, pues sí, esa es mi mujer.
El capitán se deslizó con facilidad por el poste, ayudado siempre por
una fiel soga que evitaba cualquier tipo de caída peligrosa y se dejó caer
sobre sus pies justo frente a su esposa, qué en ese momento tenía un fusil en
la mano, como si le fuera de lo más normal tenerlo.
—¿Se puede saber qué haces?
—Te dije que podía ser útil.
—Sí, pero te indiqué que te pusieras a salvo —le quitó la pistola.
—¡Ey! —se quejó ella.
—¡Capitán! —gritaron de pronto desde lo alto— ¡Velas negras
capitán! ¡Son piratas!
—¡Todos a sus puestos! —gritó Víctor.
Blake vio como todos los hombres corrían de un lado a otro, tomando
armas y escondiéndose en lugares. Luisa y Megan habían desaparecido en
cuestión de segundos y ella era la única que parecía fuera de lugar.
—Ve al camarote —indicó Calder seriamente.
—Bien.
—Blake —ella lo miró acercarse y aceptó el beso que le plantó en los
labios antes de comenzar a susurrar—: escóndete, bajo la cama hay una
trampilla, te quiero ahí y no saldrás hasta que yo te lo diga.
—Dame mi arma —extendió la mano, recibiéndola rápidamente—, y
no tenías que besarme para disimular, tus hombres piensan que me aprecias
sobremanera.
—¿Quién quiso disimular? —sonrió petulante—: vete.
Blake corrió como si algo la persiguiera, entró al camarote y fue
debajo de la cama, como había dicho Calder, había una trampilla donde
perfectamente cabía ella. Hizo a un lado todos los papeles que estaban
atiborrados en el lugar y cerró la escotilla de madera, sintiendo su corazón
al tope y los oídos tapados. Estaba asustada, posiblemente más de lo que
nunca estaría.
Pasaron varios minutos en los que no parecía ocurrir nada, todo estaba
tranquilo, una pasmosa calma que le ponía los pelos de punta a todos, era
asfixiante. De pronto, Blake escuchó un fuerte sonido, estaban subiendo al
barco. Reconoció las fuertes pisadas y lo gritos de lucha. Se mantuvo
callada, rezando, normalizando su respiración.
Pasaron lo que parecieron horas, cuando de pronto, la puerta del
camarote se abrió de forma estridente, tuvo que ahogar un grito, colocando
una mano sobre su boca y nariz. Pasos firmes por la habitación y una
conversación que no debía escuchar.
—Siempre es un placer negociar contigo Felipe.
—El maldito capitán Satán, deberías poner una advertencia para que
no te asalten los piratas.
—¿Yo? ¿Por qué habría de poner advertencias? Si ustedes quieren
contrabandear, por lo menos háganlo bien.
—No tenías que matar a sangre fría a mis marineros, me dejarás sin
personal —se quejó el pirata.
—Como dije, no me gustan que intenten robarme, además, mancharon
la pintura de mi barco al momento en que abordaron.
—Y lo cobraste con dos vidas.
—Digamos que fue una advertencia —Calder arrastró su silla frente al
escritorio de cedro y subió ambos pies a la lujosa madera— ¿Y bien?
¿Cómo harás para pagarme?
—¿Qué quieres, capitán Satán?
—Un cuarto de tu botín.
—Demasiado.
—Sí bueno, no es que tengas demasiada opción.
—Me enteré que estás casado ahora —sonrió aquel pirata—, me
gustaría conocer a la damita.
—No viene a bordo.
—¿En serio? Los rumores dicen…
—En todo caso de que viniera conmigo, ¿por qué habría de enseñarte a
mi mujer? No es un cuadro en un museo.
—Es por simple curiosidad, ¿Qué clase de mujer querría estar con un
demonio despiadado como tú?
—Tienes una lengua muy larga Felipe.
—Y muy sincera. Yo soy un cabrón, pero soy soltero y lo seré siempre
¿Cómo te excusarás tú?
—Un cuarto de tu botín Felipe —le recordó el tema a tratar—, es eso,
o toda tu tripulación muere a manos de mis hombres.
El pirata, calvo y de piel morena tocó su barba de forma nerviosa,
parecía dudar, pero al final, asintió.
—Muy bien, se hará lo que tu gustes —aceptó el hombre—, aunque
debo decirte que no era necesario el golpe que me has dado.
—Siempre es necesario todo cuando se trata de salvar el pellejo propio
y el de los tuyos.
—Bien, bien —asintió el hombre—, quien fuese que te educó, lo hizo
bien, al menos al tratar con un contrabandista como yo. Me quedaré con las
ganas de ver a tu mujer, sé que está escondida en alguna parte, pero
aguardaré, quizá el pueblo o el muelle revele su identidad, ahora has hecho
que me imagine a un adefesio.
—Felipe, deberías concentrarte en tu vida en lugar de tus deseos
carnales —aconsejó.
—¡Deseo es todo lo que tengo! —aseguró el hombre—, aunque aún no
sé si la muchacha que elegiste los despierte, quizá por eso no la has
pavoneado frente a nosotros.
—Te quedarás con la duda, lárgate de una buena vez, mis hombres
revisarán que no hagas nada inadecuado y te lo digo, un movimiento en
falso, y matamos a todos.
—Sí, sí, te escuché la primera vez.
Reinó el silencio, por un momento, Blake pensó que Calder se había
marchado también, pero entonces, lo escuchó aclararse la garganta y
comenzar a limpiarse en el palanganero de la habitación.
—Ya puedes salir —anunció. Blake no obedeció por un buen rato
hasta que él repitió la orden—: dije que ya puedes salir.
—Te escuché la primera vez.
—No te veo afuera.
Ella lo hizo lentamente, ignorando por completo que su marido no
tenía camisa y tomando mayor interés en el agua rojiza que caía de sus
brazos en dirección a la jofaina.
—¿Te asusta ver la sangre?
—No, trato constantemente con ella.
—Pero no te agrada que sea yo quién provoque que salga de un cuerpo
—elevó una ceja mientras sonreía.
—Estoy en contra de ello, pero no puedo decir nada al respecto.
—¿Te repugna? —dijo el con tranquilidad, secándose los brazos y
pidiéndole con la mirada que retirara la jofaina y vertiera el agua sucia por
la ventana.
Ella obedeció y regresó con la bandeja de porcelana vacía, la colocó
sobre su lugar y lo miró.
—No lo sé.
Calder sonrió.
—Aquí las cosas funcionan así, querida. Si no matas, te matan. Si no
impones respeto, se aprovechan de ti. Las vidas humanas poco importan a
estas personas, ¿crees que ese maldito pirata se hubiera pensado hacer un
trato si la situación fuera al revés? —soltó una risa mordaz—, ese bárbaro
nos hubiera matado a todos, te hubiera encontrado a ti y al resto de las
mujeres abordo y ahora serían cortesanas forzadas. Violadas y ultrajadas.
Quizá muertas.
Blake cerró los ojos, tratando de digerir aquello.
—Comprendo.
—No, no lo haces —la miró frenético—, me juzgas justo ahora,
piensas que debo arrepentirme por asesinar a esos hombres, que debería
pedir perdón a Dios en el cual jamás creeré.
Ella lo miró con miedo, no se atrevía a decir palabra, puesto que
parecía que cualquier cosa que salía de su boca empeoraba las cosas.
—No pienso nada de eso, cada quién sabe qué hacer con su vida.
—Sin embargo, tú vas a misa y estás destinada al cielo.
—¿Por qué la tomas contra mí? —inquirió—, no he dicho o hecho
nada para molestarte.
—Veo en tu mirar que me repudias.
—¿Ahora resulta que te importa?
Calder apretó la quijada y comenzó a colocarse una camisa limpia. No
dijo nada más y ella hizo lo mismo. Se sentó sobre el escritorio y leyó las
notas que su marido había garabateado a lo largo del mapa. Ambos estaban
tan metidos en sus asuntos y cavilaciones personales, que no se dieron
cuenta que alguien había entrado.
—Vaya, vaya, vaya —dijo la voz—, pero si es una preciosidad.
Blake alzó la mirada y se puso en pie cuando vio a un hombre grande y
fuerte, de piel morena y ojos negros, calvo y con marcas en su piel. Lo
importante era la forma en la que la miraba, como si de un tesoro se tratase.
—Supuse que no te irías sin intentar verla —dijo Calder—¸ pero no
pensé que serías capaz de entrar a mi camarote sin tocar.
—Es una muchacha preciosa —ignoró el pirata, en su mirada la
lascivia que todo hombre tenía al ver a la esposa del capitán.
—Lárgate Felipe, si no quieres que te haga una marca en medio de tus
cejas —Calder parecía más que tranquilo.
—Normal tener celos cuando se tiene una mujer así —se acercó el
hombre, registrando con la mirada las facciones hermosas, los pechos
voluminosos y cintura escasa que la muchacha tenía como inicio de sus
muchos atributos—, dime querida, tu nombre.
Blake sintió como lentamente la ira subía desde su estómago hasta su
garganta.
—No tengo por qué decirle nada y le pido que deje de mirarme.
—¡Pero si es brava!
—Le aseguro que no soy ningún animal, pero por la forma primitiva
en la que ve a una mujer, podría decir que usted tiene los instintos
primitivos de un perro de la calle.
—Me gusta —sonrió el pirata, mostrando su larga hilera de dientes
amarillentos—, son las que más tardas en gobernar.
Blake abrió los ojos con fastidio, dio un paso hacia el pirata, pero ahí
estaba su marido para detenerla, abrazándola por la cintura y elevándola
para que volviera sobre sus pasos.
—No repetiré de nuevo, lárgate Felipe.
El pirata levantó las manos y salió del camarote con una sonrisa
marcada en sus labios, sabía que el capitán Satán no le haría nada en ese
momento, pero seguro se cobraba allá afuera con otra cosa, valía la pena,
había visto a una preciosa muchacha, hacía mucho que no veía una belleza
como la de esa mujer.
—Sí, ha valido la pena —repetía el pirata mientras veía como el
capitán del navío hablaba a uno de sus hombres de confianza.
Esperó a que el hombre conocido como “Víctor el sanguinario” se
terminara de acercar y le dijera el último mandato de su capitán.
—Te ha salido mal Felipe, ¿te has metido con el demonio?
—Sí, supongo que uno no aprende con rapidez.
—Quiere que le des aquel cuchillo que fuera del hombre sin nombre, el
cual le quitaste cuando tuvo su primer barco y lo asaltaste por primera vez.
El pirata sonrió con aquel recuerdo. Aquel cuchillo era el único
recuerdo que le quedaba a los piratas de las pocas veces que habían podido
abordar y subyugar al famoso capitán Satán, era bastante listo, quitarle el
único artilugio que representaba ese honor.
El pirata Felipe buscó entre sus ropas y sacó la preciosa funda que
escondía la daga de plata que fuera del hombre siniestro, la cual había
estado bajo el poder del capitán Satán hasta que él se la había llevado junto
con el resto del botín.
—Dile a tu capitán, que ha escogido bien su castigo.
—Como siempre, Felipe, a él no se le va ni una.
—No —el pirata se quitó el sobrero en forma de respeto y cogió una
cuerda para regresar a su propio barco.
—Mandaremos al resto de tu tripulación cuando nos hayamos alejado
lo suficiente.
—Sí, lo supuse, no me puedo mover sin hombres ¿Cierto?
Víctor asintió y gritó de un barco a otro, poniendo todo en marcha.
Como habían estipulado, tenían buena cantidad de oro de aquel pirata, los
hombres del barco demonio ya lo estaban poniendo a salvo en sus arcas,
contabilizando la parte que les tocaría al tocar puerto, siempre era felicidad
cuando algún pirata inepto pensaba que podría hacer que el capitán Satán
cediera algo, salían más beneficiados que perjudicados.
Antes de seguir vigilando a los hombres, dejó de momento todo a
mando de Loren y fue a entregar el ultimo obsequio del barco Filipo a su
capitán, pero mucho antes de abrir la puerta, Víctor escuchó la pelea que
Calder tenía con su mujer, quién parecía fuera de sí, enervada como nunca y
al parecer, tirando cosas por doquier.
—Capitán —abrió la puerta Víctor—, le traigo esto.
Calder despegó la vista de su esposa, quién en ese momento lanzaba
otra taza de porcelana, la cual fue fácilmente evadida.
—Gracias Víctor.
—Mi señora, con todo respeto que merece su furia, necesitamos su
ayuda para algunos lesionados, ¿tendrá usted tiempo?
Blake tomó la compostura y ajustó el cinto que rodeaba su cintura y
sostenía sus pantalones. La chica rehízo su coleta de largos rizos negros y
tomó su botiquín con gracia y elegancia.
—Por supuesto Víctor, llévame hasta ellos.
—¿Tengo permiso capitán? —el hombre miró a Calder.
—Llévatela por el amor al mar.
—No necesito su permiso —se indignó la joven, tomando sus cosas y
saliendo del lugar con aire pomposo.
—Vaya, parece que ahora sí se ha molestado —Víctor miró a su
capitán cuando este chasqueó la lengua.
—Se le pasará, déjala que atienda a cuanto quiera, eso siempre la pone
feliz, pero tenla vigilada, no quiero que nadie…
—No se preocupe capitán —le guiñó un ojo aquel hombre—, nadie se
atrevería a tanto. La tripulación la respeta y la admira.
—Lo sé —asintió Calder.
—Por cierto, creo que Megan quiere hablar contigo.
El capitán sobó con fuerza su frente y apretó el puente de su nariz, no
parecía tener ganas de hablar con otra mujer, pero al final asintió e hizo una
invitación con la mano para que dejaran pasar a la muchacha que alguna
vez fue su amante, hacía demasiado tiempo.
—Capitán —sonrió Megan—, hace demasiado que no lo veía.
—Estaba ocupado —sinceró el hombre, acomodándose sobre su silla,
detrás del escritorio— ¿De qué querías hablar conmigo?
—Quería avisar sobre algunos daños en almacén y te traía el registro
de los suministros —dijo Megan, pasando la mirada por toda la habitación
—, pero veo que Blake no está por ningún lado.
—Víctor se la ha llevado, está atendiendo a los heridos.
—Eso te impresiona de ella ¿Cierto? —la voz de Megan denotaba
celos—: el que sepa algo de medicina y ayude.
—Deberías estar agradecida, te salvó la vida en una ocasión.
—¡Habría estado perfecta sin su ayuda! —chistó la chica, dejando sus
notas con enojo sobre el escritorio.
—No lo creo.
—¿Te has acostado con ella? —lo miró inquisidora—. Es eso ¿verdad?
Sentiste su cuerpo y ahora te sientes atraído carnalmente, ¡Siempre te pasa
lo mismo! ¡Un cuerpo nuevo y te vuelves loco!
—Al final, no es asunto tuyo. Es mi mujer y claro que intimo con ella,
no le veo el problema —la cara de Calder había cambiado, no parecía haber
perdido la paciencia, pero estaba serio y poco amable.
Megan calló por unos segundos. Las lágrimas querían salir de sus ojos,
no sentía que fuera como otras veces, quizá porque no lo era. Nunca pensó
que Calder se casaría, el que tuviera amantes no le molestaba, pero cuando
se enteró que tenía mujer… era diferente, incluso él estaba distinto. Calder
la miraba sin decir nada, esperó hasta que ella volvió a entornar la mirada,
pero no se esperaba lo que hizo a continuación.
La muchacha, insensata y herida, tomó las mangas de su vestido y
como arte de magia, hizo desaparecer la tela que había sobre su cuerpo,
había caído todo al suelo y ante los ojos de Calder se encontraba la preciosa
figura de una muchacha desesperada.
—Vístete Megan —ordenó el hombre.
—Será la última vez —suplicó.
—No. Coloca tus ropas.
—Calder, sé que me deseas, todos en este barco lo hacen, pero saben
que sólo podría ser tuya —la mujer caminó con zapatos hacia el otro lado
del escritorio, donde se encontraba la silla del capitán.
—Deberías dejarte de hacer ideas —propició Calder—, no volveré a
decirte que te coloques la ropa.
En ese momento, la puerta se abrió y un grito de sorpresa se vio
ahogado. Blake abrió los ojos con impresión, sobre todo al ver la anatomía
femenina en otro cuerpo que no fuera el suyo mismo. Se avergonzó
notoriamente y agachó la mirada.
—Yo… —Blake iba a salir, pero en su nerviosismo, dejó caer el
botiquín y este se abrió, escupiendo gazas, tónicos y ungüentos por doquier
—. Demonios.
—Deja amor, ven aquí —le habló Calder.
—No creo que sea lo mejor —negó la joven esposa, recogiendo con
rapidez los frascos y metiéndolos en desorden al maletín.
—Megan se estaba yendo —el hombre miró a aquella mujer con
fiereza y esta, colocó sus ropas con presura.
—No lo parecía, no quería interrumpir, tengo cosas que hacer —
balbuceó Blake, no parecía responder como normalmente lo haría, no
estaba molesta, solo avergonzada, tal vez un poco herida por la falta de
respeto—, solo venía por algo, pero vendré después… quizá mande a
alguien a que venga, eso sería mejor.
Megan se deslizó por la puerta, evitando en todo lo posible a la mujer
que estaba agachada, recogiendo utensilios de medicina. Calder se acercó a
ella y le pasó un frasco, el cual Blake arrebató y metió con fuerza.
—Escucha.
—No tengo nada que escuchar, estás en todo tu… ¿Qué digo? —lo
miró—, eres un imbécil ¡No hace tanto te acostaste conmigo! ¿Cómo
puedes querer otros brazos con tanta rapidez? ¡Eres un bruto!
—Esto es más normal —asintió él, levantándola del suelo mientras
recibía patadas y golpes.
—Suéltame, ve con ella, no me necesitas, me iré si gustas, aún hay
cosas que debo hacer, gente a la que salvar mientras tú te puedes dar un
revolcón…
Calder la besó.
—No es necesario sentir celos.
Blake iba a escupirle en la cara, pero él logró notar la acción y se quitó
justo a tiempo, la chica se encogió de brazos y chistó.
—Idiota.
—La chica estaba parada junto a mí ¿qué no viste?
—¿Cómo no verlo? ¡Estaba desnuda!
—¿Y viste que yo prestara atención? ¿Me viste haciendo algún
movimiento hacía ella o en ella?
—Y yo que voy a saber.
—Vamos Blake, incluso tú hubieras escuchado si estuviéramos
haciendo algo, has comprobado que las mujeres no son muy calladas
cuando hacen el amor.
La joven se avergonzó notoriamente al recordar lo mucho que ella
gemía y hasta gritaba cuando estaban juntos en la cama.
—No puedo creer que me eches eso en cara.
—No lo hago —se acercó a su oído—: a mí me encanta que expreses
de esa forma que estás sintiendo placer.
Ella lo empujó y lo miró resentida.
—¡Deja de decir eso!
—Además, estoy completamente vestido.
—Eso no evita que toques.
—Claro, pero actualmente estoy fascinado con el cuerpo de mi esposa,
no deseo otro y, ahora que lo tengo enfrente, no veo la hora de quitarte esa
estúpida vestimenta y hacerte el amor hasta que grites como loca y te
retuerzas en mis brazos.
—Mala suerte galán —se alejó de él—, no era mentira que tengo cosas
que hacer.
Calder sonrió y asintió gravemente.
—Te estaré esperando.
—Te recomiendo que descanses, no me tendrás esta noche.
—Sería una lástima desperdiciar placer ¿no crees?
—No para mí.
—Entonces, te esperaré para dormir.
—Que amable, pero no gracias.
Calder asestó otro beso en la boca de su esposa y la dejó salir. Tenía
que dejarle en claro a Megan que las cosas habían cambiado en su relación,
justo ahora, acababa de arruinar una noche de placer junto al cuerpo
hermoso de su mujer, no debía ser tan atrabancada, podría causar un
verdadero problema en otra ocasión y, lo que menos quería era tener a
Blake molesta, por alguna razón, ahora eso resultaba ser una prioridad.
Dejó salir un fuerte suspiro y salió de la habitación, cuanto antes
arreglara el asunto con su antigua amante, mejor. Sabía que no sería fácil
hacer que Megan comprendiera, por mucho tiempo pensó que se casaría
con él, quizá debió frenarla en su ilusión cuando se dio cuenta que
comenzaba a subírsele a la cabeza y a tener aires de grandeza frente al resto
de su personal.
Cerró los ojos, había actuado demasiado lento.
CAPÍTULO 18
Estaban a punto de llegar a su nuevo hogar, tras un tortuoso viaje en
el que Blake aprendió lo que era ser un tripulante más en el barco, al fin
llegaban a Nueva York, la ciudad de Calder, las tierras donde había crecido
y se convirtió en el hombre que era.
Blake se movió sobre la cama aún en medio de la pereza y las muchas
ganas que tenía de quedarse ahí, acogida entre las cobijas y los brazos que
no disponían a soltarla. Abrió los ojos con pesadez, sonriendo hacia la faz
que descansaba a unos centímetros de ella, se acercó y le plantó un beso que
no logró despertarlo. Se acomodó sobre sus brazos y continuó metida en sus
pensamientos por un rato.
—Buenos días —Calder le besó la mejilla, él siempre era así cuando
estaban en la cama, sobre todo cuando despertaban de hacer el amor—.
Despertaste temprano.
—Sí, aunque no quisiera levantarme.
Calder la jaló hacía sí y se acomodó como si fuera a dormir
nuevamente, ambos sabían que eso no pasaría, él tenía tareas, al igual que
ella, pero el hecho de que hiciera el intento por complacerla, al menos en
cierta medida, le gustaba. De hecho, aún recordaba el día que la había
llevado a hablar con Megan, la pobre muchacha parecía devastada después
de que Calder le dijera que tendría que respetar el hecho de que estaba
casado. No creía que ella lo fuera a entender jamás, pero que hiciera el
esfuerzo por dejarlo en claro le agradaba.
—¿Cuándo llegaremos? —preguntó ella cuando ambos se colocaban
algo de ropa.
—En un par de días.
—¿Estás emocionado?
—¿Debería? Es ir de una casa a otra, no es la gran cosa.
—¿Estás demente? Es algo enorme, una ciudad completamente
diferente, además, que yo sepa, no les agradan los ingleses y yo tengo el
acento demasiado marcado, no habrá como ocultarme.
—No pasará nada, la gente de ahí me conoce.
—Eso no me deja más tranquila.
—Vaya, vaya, Blake Collingwood con miedo.
—No me molestes —indicó ella—, estoy nerviosa.
Calder se acercó y la tomó en sus brazos.
—¿Qué te da nervios si será lo mismo que aquí? —le asestó un beso
—, bueno, algo parecido.
—Lo único que te interesa y a lo que encuentras semejante, es que
seguiremos haciendo el amor por las noches —rodó los ojos.
—¿Sólo por las noches? —negó él—, tendré más tiempo libre, o eso
espero yo.
—Por las noches —reafirmó ella.
Calder dejó salir una risotada justo en el momento en el que entraba
Víctor, hecho una sonrisa.
—Capitán, señora —saludó—, me da gusto verlos de buen humor para
variar las cosas.
—¿Qué quieres Víctor? —Calder se separó de su mujer y siguió
poniéndose la camisa.
—Vengo a avisar que se planea que lleguemos a puerto en dos días,
quizá uno y medio si seguimos con el buen tiempo.
—¿Tan poco? —se asustó la joven.
—Está algo intimidada por llegar —explicó Calder a su amigo.
—¡No es verdad!
—Lo es —confirmó el capitán—, le digo que estará bien, pero no hace
caso, es como hablar con un mástil.
—Yo escucho —susurró la joven—, a veces.
—Más bien nunca —dijo Calder, tomando un trozo de pan.
—Como sea, tengo cosas que hacer —dijo resuelta la joven—, nos
vemos luego. Adiós Vic… oh, por cierto ¿Dónde está ese condenado de
Loren? Lo veo cada vez más poco.
—Sigue haciendo sus intentos —Víctor miró a Calder—, desde que
hablaste con Meg, ella apenas come y no sale de su camarote.
El hombre suspiró.
—Iré a verla —aseguró, mirando a su mujer quién dio una
confirmación con la cabeza.
—Será lo mejor, tampoco queremos que muera de inanición —asintió
Blake, acercándose a Calder y plantándole un beso casto en los labios—,
con su permiso.
—Propio —contestó Víctor en medio de una sonrisa—. Es una damita
de lo más comprensiva.
—Es el acuerdo —aleccionó Calder—, ella debe hacer lo que yo le
diga, comportarse como una mujer enamorada y darme hijos.
—No pareces contento cuando lo dices.
—¿Por qué no habría de estarlo?
—Quizá, porque te comienza a gustar de verdad y no tienes idea si a
ella le gustas también o sólo está fingiendo, como has dicho.
—Hablas demasiado y no piensas demasiado. Son una mala
combinación Víctor, deberías aprender a enjuiciar mejor.
—Lo hago, siempre he sido bueno haciéndolo.
—Vamos con Megan.
—Bien —Víctor fue junto a su amigo.
Mientras cruzaban el barco, Calder tuvo una buena visión de su mujer
haciendo lo que parecía habérsele encomendado desde que subió a bordo:
cuidar de los enfermos. Cosa que, además, a ella parecía facilitársele y
lograba, además, que todos los hombres estuvieran prendados de ella de una
forma muy alejada de lo que el cuerpo se refiere. La cuidaban como si se
tratara de un tesoro.
La joven levantó la mirada, enfocándolos por un segundo y saludando
con una mano amistosa a su marido y al amigo de este. Los hombres a su
alrededor también saludaron a su capitán, pero en seguida volvieron la vista
hacia la mujer que algo les explicaba.
—Los tiene fascinados.
—Ni me lo digas, por favor, que ella no deja de hablar de eso.
—¿Molesto, Romeo?
—No fastidies, Víctor.
Calder dio dos toques a la puerta constantemente cerrada y dejó que
Luisa mostrara la impresión que quisiera cuando los dejó pasar.
—Capitán —dijo con alegría—, que bueno que viene, ella…
—¡Luisa! —regañó la mayor.
—No quiere comer, se pone enferma a cada rato y no deja que le hable
a la señora Blake para que la ayude.
—Estoy bien, no necesito de ella.
—Te ves horrible —dijo Víctor sin tapujos.
—Gracias —sonrió ella con ironía.
—Luisa, habla a mi esposa ahora.
—¡He dicho que…!
—Hazme caso Luisa.
La muchacha salió corriendo, agradecida de que alguien con mayor
autoridad la mandara a hacer precisamente eso, quería a su hermana, y la
quería viva.
—Víctor, deja que hable con ella.
—Claro capitán, yo iré a ver dónde está Loren.
—No quiero a ese hombre aquí —dijo Megan con repugna—, estoy
harta de que venga a verme.
—Espero no te arrepientas de despreciar a un hombre que te quiere,
como lo hace él —Víctor cerró la puerta tras decir eso.
Megan se cruzó de brazos y se afanaba en mirar hacia otro lado que no
fuera el hombre apuesto que estaba sentado sobre su cama, muy cerca de
ella.
—No es la forma de llamar mi atención.
—¿De qué hablas? No lo hacía.
—Por favor, Megan. Te conozco desde que éramos niños, siempre
haces lo mismo.
—Es lo que no entiendo, si nos conocemos tan bien, si comprendemos
lo peor del otro y si siempre estuvimos juntos ¿por qué la escogiste a ella?
Calder cerró los ojos.
—¿Qué quieres que te diga? Eso no importa ya, el hecho es que ella
está conmigo y lo estará a partir de ahora. Sería sano pensar en rehacer tu
vida.
—Yo tenía mi vida planeada, contigo.
—Eso no pasó y no pasará.
—Siempre has vuelto a mí, puedo seguir estándolo siempre.
—¿Cómo una amante?
—Sí.
—No seas ilusa, ni tampoco me gusta que demuestres que te quieres
tan poco, ¿por qué esperar a recibir las migajas de un hombre cuando otro te
puede dar el pan entero?
—No me hables en metáforas.
—Lo que quiero decir, es que no es posible.
—¿Dices que amas a tu esposa y por eso no planeas engañarla?
—No dije eso, sólo que tú y yo —negó—, no se puede.
—Entonces, planeas engañarla.
—No está en mis planes, en serio Megan, no te desvías del tema.
—¿Calder? —Blake abría la puerta— ¿Me mandaste llamar?
—Pasa.
Su esposa lo hizo, viendo el deterioro en el semblante de la bien
conocida amante de su esposo. Intentó ir hacia ella, pero Megan levantó su
palma, frenando todo intento por ayudarla.
—No te necesito para que me digas lo que sé que tengo que hacer —le
dijo la enferma—, sé que dirás.
—Que necesitas comer, para empezar —asintió Blake—, pero quisiera
ver que tal van tus pulsos y…
—En serio que me enfurece bastante que estés aquí, sobre todo cuando
están ambos. Haré lo que todos dicen, pero creo que puedes comprender
cuando se habla de una recaída sentimental.
—Depresión —asintió Blake—, lo sé.
—Entonces, lo mejor que pueden hacer ambos, es dejarme tranquila,
yo sola sabré salir de esto.
Blake miró el perfil de su esposo.
—No precisamente, puedes llegar a pensar cosas que no van acorde
con la vida.
—¿Suicidio? —Megan se burló—, por favor, no moriré por un
hombre. Sal de aquí.
—Ven Blake, dejémosla tranquila.
Calder pasó suavemente la mano por las caderas de su esposa y la
obligó a salir de la habitación. Notaba las ganas que ella tenía por ayudar,
pero en ese caso y conociendo de sobra a la paciente, estaba más que seguro
que no llegarían a ningún lado, es más, Megan podía reaccionar peor si la
obligaban a algo, en eso se parecían.
—No creo que sea lo mejor que se quede sin compañía —dijo Blake,
estando en cubierta.
—Loren está con ella y su hermana Luisa también.
—Es que la veo tan mal.
—¿Mi esposa tiene compasión de mi antigua amante?
¿Por qué tenía que ser siempre tan ofensivo? Incluso había sentido
como lentamente su estómago se apretaba ante aquella pregunta y le daban
ganas profusas de vomitar, lo miró fastidiada y se alejó de él, o al menos lo
intentó.
—Suéltame, Calder.
—No —sonrió este—. Como dejé en claro, no es mi amante.
—Pero lo fue y no me cae en gracia que lo menciones como si no
tuviera peso alguno.
—¿Te pone celosa? —la volvió para mirarla— Oh, sí que te pone los
pelos de punta.
—Idiota.
—No me molestan tus celos, pero sólo si estos son controlados, me
volvería loco que mi mujer fuera tan insegura que deseara que ninguna
fémina se me acercara.
—Te dejaré algo bien claro, querido —le dijo con voz melódica,
puntualizando con sus dedos en alto—: primero, yo no tengo celos; y en
segundo, soy demasiado segura. Es más, soy muy consciente de que no me
mereces y ¿sabes de que otra cosa soy consciente?
—Ilumíname, mi cielo, a estas alturas yo pensaba que no tenías
consciencia.
—Que todos los hombres a mi alrededor quisieran estar conmigo, por
una u otra razón, soy deseada, simplemente ve ahora a tu tripulación,
¿Cuántos no me ven con esos ojos de ilusión? Así que, si te crees
encantador y el único hombre que podría amarme, te equivocas. Sólo hace
falta que chasquee los dedos, para que alguien se ponga a mis pies.
—Eres bastante pretenciosa. Pero te tengo otra noticia —la tomó con
fuerza de la cintura y la pegó a su pecho—: ninguno de estos barbaros se
atrevería a siquiera sostenerte la mirada por el simple hecho de que fuiste
mía. Lo mismo te pasará en cualquier lugar al que vayas. Lastimosamente
para ti, soy importante y bastante temido, el simple hecho de que has estado
en mi cama te deja vetada de las demás.
—No seas engreído, eso no tiene que ser así, no todos los hombres te
han de temer.
—Ya veremos las palabras de quién tienen veracidad, recuerda que a
donde vamos, fue mi casa, la gente me conoce y me estima.
—¿Pero que no lo dijiste tú mismo? —ella se alzó con los dedos de sus
pies para alcanzar el oído de su marido—: cuerpo es cuero, mujer es mujer.
El deseo por ello siempre es más fuerte que todo temor, que todo castigo.
Ella se alejó, levantó ambas cejas y se alejó de él con una sonrisa
triunfal que Calder correspondió.
—Ya te enseñaré a respetarme —negó el hombre.
—¿A quién debes enseñarle? —le tocó el hombro Loren—, pensé que
todos lo hacían.
—Mi mujer no es como todos —sonrió Calder, colocando una mano
en el hombro de su amigo—, es testaruda, alocada y no mide el peligro al
que se atiene al molestarme.
—Ah, la señora Blake es bastante diferente a las mujeres que conozco.
—Sí, mucho más ingenua y piensa que yo valoraré su bravura.
—Y no lo hace ¿capitán?
—A veces me desquicia —Calder miró de reojo a su amigo—,
venimos de ver a Megan.
Loren decayó notoriamente.
—No deja que nadie la ayude.
—Sí, lo notamos, no dejó que Blake se acercara ni dos pasos.
—Sobre todo se niega a que la señora vaya a verla, aun sabiendo que
es la más indicada para ayudarla.
—Se pondrá bien, sólo es de momento —aseguró Calder, aunque no
estaba nada seguro de ello.
—Sí, eso espero también.
—¿No has hecho ningún avance con ella?
—Días en que parece que sí, otros en que no. No lo sé.
—Lo siento amigo, sé que te agrada la muchacha.
—No es culpa del capitán que esté enamorada de usted.
—Tampoco es que me sea agradable —aseguró Calder—, ayudé a las
hermanas a salir de la calle, pero nunca…
—Sí, lo sé.
Los hombres se quedaron mirando por largo rato, ambos sintiéndose
mal por el otro. A Calder le carcomía el interior saber que uno de sus
hombres estuviera enamorado de la que fuera en algún momento su amante.
Y Loren, en lo profundo de su alma, sentía molestia por la buena fortuna
del capitán, no había mujer que no se pusiera a sus pies. Incluso su actual
esposa, quién era hermosa e inteligente y todos la adoraban.
—¡Capitán! ¡Capitán!
—¿Qué sucede?
—¡Es la señora! ¡La señora!
—¡¿Qué pasa?! ¡¿Qué tiene?!
—Ha caído por la borda señor, más bien ella…
Loren logró capturar la imagen de la faz de su amigo, probablemente
un semblante que jamás había puesto y jamás volvería a poner. Estaba
furioso, quizá fuera de sí, al mismo tiempo preocupado y con el ansia en
cada poro. Calder no volvió a mirar a su amigo y fue corriendo hacia
estribor, intentado ver a su esposa por algún lado, sobre todo, esperando no
verla muerta.
Lograron localizar a Víctor, quién se había lanzado tras ella y ahora la
traía casi como muerta mientras el resto de la tripulación se encargaba de
jalar una cuerda que los traía de regreso. Calder llegó al lugar, recibiendo
primero a su mujer y después a su amigo.
—¡¿Qué demonios…?!
—No es momento Calder, está inconsciente.
Y, además, le había quitado el vestido para poderla llevar con mayor
facilidad, por lo cual la mujer estaba casi desnuda frente a los ojos de sus
hombres, que la miraban con impacto.
—¡Vamos! ¡Largo todos de aquí! —Calder tomó con fuerza a su
esposa y la cubrió— ¿Qué demonios sucedió?
—Sí, luego te explico todo —asintió Víctor.
Calder miró hacía el timón, desde donde pudo por acto reflejo como
una figura femenina se escondía. Sintió su sangre hervir, pero como había
dicho su mano derecha, no era el momento. Tomó a su esposa y la llevó
rápidamente al camarote donde le cambió las ropas y la metió en las
cobijas, justo en el momento en el que Blake despertaba de golpe,
sentándose en la cama.
—¡Calder! —gritó desesperada
—Eh, aquí estoy —dijo Calder tranquilamente—, estás bien.
Blake se recostó sobre las almohadas y estiró los brazos, esperando a
que su marido acudiera a ella, y lo hizo, Calder la acogió en un abrazo que
casi la asfixia, demostrando el nerviosismo en el que se encontraba al verla
inconsciente.
—¿Qué fue lo que sucedió?
—Yo… no lo sé, vi esa embarcación destruida —dijo llorosa,
escondida en su pecho—. Había un bebé, llorando, lo escuché.
—Lo siento, no debiste ver algo así, a veces los accidentes pasan.
—¿Crees en serio que fue un accidente?
—Sí, lo que no creo que fuera un accidente es tu caída al mar.
—No importa ahora, estoy bien, al menos me han recatado.
—Entonces lo que dices es que te tiraron.
—Me caí Calder —lo miró—. No debes afanarte con ello, ¿vale?
Calder se recostó en la cama y besó la frente de su esposa con ternura,
había sentido pánico cuando estuvo desmayada en sus brazos, le alegraba
que estuviera bien, pero si pensaba que perdonaría lo que sucedió, estaba
muy equivocada.
—¿Crees que el bebé pueda sobrevivir?
—Quizá lo imaginaste —dijo Calder, tratando de tranquilizarla—, a
veces el mar resguarda ecos del pasado.
—Pero… —ella bajó la mirada—. Quiero que me prometas algo.
—Dime.
—Si llegamos a tener un hijo —se atragantó con sus palabras, pero
prosiguió—: que siempre tenga el consuelo de que su madre y padre estén
ahí, no importa lo mucho que suframos o las adversidades que tengamos,
¿lo prometes?
—No hace falta que lo prometa—le tomó la barbilla y la levantó para
besarla—: nuestros hijos siempre me tendrán.
Blake sonrió, se abrazó con fuerza a su marido y se vio tentada a
dormir, había sido una caída fuerte y le dolía el cuerpo, no lo quería admitir
ante Calder, porque seguro enloquecería, pero incluso creía haberse torcido
algo y seguro que se enfermaba de un día a otro.
Ella no tuvo la fuerza para estar presente cuando la tripulación trató de
encontrar sobrevivientes del navío, se dedicó a estar en el camarote de su
esposo, tocando levemente su vientre. No lo sabía con certeza, pero tenía
miedo de pensar que quizá, sólo quizá, ella tuviera en el vientre el hijo del
capitán. Estaba segura que sabría notarlo con rapidez, hasta ahora todo
proseguía normal y su regla llegaría hasta dentro otras tres semanas, pero…
¿Y si no llegaba?
Calder se encontraba sentado en las escaleras que dirigían al timón.
Nunca había visto a su mujer tan decaída, ni siquiera cuando tuvo que
enfrentarse a su familia o despedirse de ella sólo con un gesto de mano.
Víctor se acercó y se sentó junto a él.
—Sé que no es momento, pero tú mujer no cayó por que sí.
—Lo sé, vi a Luisa —asintió Calder—, pero si Blake no la quiere
acusar, es porque no desea que la riñe.
—Seguramente la señora Blake lo ve como destino, intercesión del
divino o algo por el estilo.
—Sí —sonrió el capitán—, ella es de ese estilo. Pero la veo asustada,
le hizo mal ver esa nave, a esa gente y… el llanto.
—Entiendo —Víctor lo miró—, ¿crees que haga mella en ella?
—Es una suposición, pero creo que cuando quede en cinta…
—Ah, por la muerte del niño.
—Sí, está muy afectada.
—Entonces, amigo, ¿qué demonios haces aquí? ¿Cuando tienes una
mujer hermosa a la cual consolar?
—No sé cómo lidiar con sentimentalismos, hace mucho que no siento
remordimiento, amor o fervor hacia algo o alguien. No sé qué decir o que
hacer para que ella se sienta mejor.
—Si no te das cuenta, lo que me dices es un gran comienzo. Dices que
no sentías nada por nadie y que apenas te interesaba la vida de los demás
¿cierto? —Calder asintió—, lo que sientes ahora es preocupación y eso,
amigo mío, es interés por otra persona, asombroso ¿no?
Víctor se puso de pie y se marchó del lugar, dejando a Calder con sus
pensamientos. ¿Sería verdad? ¿Blake estaba provocando en él sentimientos
que creía enterrados? No le gustaba pensarlo, el que no tuviera sentimientos
o al menos, que los ocultara bien, lo habían hecho invulnerable, temido y
respetado. No sería una mujer quién lo hiciera pedazos, eso no sucedería
jamás, al menos, no de nuevo.
—Blake —se oyó una voz susurrante—, en serio lo lamento, no sé qué
sucedió.
—No pasa nada Luisa —dijo la joven sin volver la cara a la puerta—,
estoy bien y al menos intentamos buscar sobrevivientes.
—De todas formas, sé que el capitán me vio y si él…
—No hará nada, le dije que caí, te recomiendo que actúes como si así
fuera.
—¿Por qué me protege?
—Porque comprendo la rabia que sientes al pensar que soy la culpable
de las desgracias de tu hermana.
—Sé que no es la culpable.
—De todas formas, soy el blanco fácil, no se van a poner así con
Calder, así que lo hacen conmigo, está bien, ahora puedes irte.
—Sí… lo siento, prometo que no volverá a pasar.
—De hecho, si lo vuelves a intentar, entonces responderé, tampoco soy
un alma tan piadosa.
—Comprendo.
En ese instante, Calder entraba, viendo a las dos mujeres con el ceño
fruncido.
—¿Qué haces aquí Luisa?
—Nada —dijo ella con nerviosismo—, quería saber cómo estaba la
señora Blake.
—Está bien, ahora sal.
—Sí capitán.
Blake lo miró con extrañeza.
—No tenías por qué hablarle así.
—¿Así como? —le dijo con enojo.
—Nada —ella se recostó de nuevo y le dio la espalda.
—¿Puedes hacerme un espacio, mi cielo? Quiero descansar también,
digo, si es posible.
Blake suspiró y se movió para dejarlo entrar. Estaba extraño, pero no
preguntaría, no tenía ánimos de pelear y era justo lo que parcia buscar él.
No hicieron el amor esa noche, tampoco se hablaron a la mañana siguiente
ni el resto del día, sabían que algo andaba mal, pero ninguno se atrevía a
mediar palabra entre ellos.
Era un mal momento para que se pusieran a la defensiva, puesto que
justo llegaban a puerto, a su nueva vida, era mala idea empezarla con ellos
enojados, pero Blake no sería quién iría a arreglarlo, Calder se había
enojado solo y de la nada, de hecho, se había comportado bastante cariñoso
unos momentos antes, no lo entendía.
Calder, por su parte, se sentía conflictuado consigo mismo, lo que le
había dicho Víctor lo había hecho darse cuenta que se estaba ablandando
con su mujer, cuando en un principio su plan era convertirla en una mujer
que respetara y aprendiera la vida de los menos privilegiados… sin
embargo, ella había demostrado ser capaz de empatizar y era agradable y
atenta con todos.
De todas formas, tenía que seguir con su plan inicial, que le gustara en
ciertos aspectos no quería decir que estuviera enamorado de ella ¿Cierto?
Quería decir que la admiraba, así como ella lo admiraba en algunas cosas.
Sí, debía creer eso, lo necesitaba, sino, estaría metido en un gran
aprieto y no se lo podía permitir.
CAPÍTULO 19
El bullicio del puerto era extremoso, las personas iban y veían de un
lado a otro. Los cargamentos y los equipajes se veían a la par. Uno podía
ver a la más estirada mujer enjoyada y revestida en galas, caminando al
tiempo del más pobre y vagabundo hombre. Blake lo observaba todo desde
la ventana del camarote, de donde ya se habían sacado todas sus posesiones
y ahora sólo faltaba que ella se animara a bajar. Calder había ido primero,
estaba asegurándose de que la mercancía estuviera completa y fuera llevada
al mejor postor, como había deseado, llegó primero que nadie y era el
momento en el que más beneficiado se vería.
—Señora —Loren se introdujo al camarote—, creo que es momento de
que baje, el capitán me mandó a escoltarla.
—Gracias —sonrió con nerviosismo—, siento que moriré en cuestión
de segundos ahí abajo.
—No debe preocuparse, todos estamos al pendiente de usted.
—Lo sé, lo sé —aceptó la joven—, bueno, será mejor bajar ahora o no
lo haré nunca.
Blake tenía puesto uno de los elegantes ejemplares de su tía Giorgiana,
al ser la primera vez que estaría ante los ojos de los americanos, quería dar
su mejor impresión. Se había hecho trenzas en su largo cabello y las
acomodó magistralmente alrededor de su cabeza, resaltando sus grandes e
increíbles ojos verdes.
La joven se percató de lo fácil que era llamar la atención en aquel
lugar, ella era desconocida y era obvio que sabían de qué embarcación
estaba bajando, nada más y nada menos que la nave del capitán Satán, no
era para menos creer que ella era otra de sus muchas queridas, pero se
corría el rumor y se sembraba la duda, puesto que aquella dama no lucía
como las otras, no parecía cualquier muchacha sacada de un burdel.
—Todos hablan de tu mujer —sonrió Víctor hacia la rampa del barco,
por donde descendía la imperiosa figura de Blake.
—Sí, es normal, un bocadillo más para la sociedad, ¡Eh, esas cajas van
para el otro lado! —Calder estaba distraído y no podía atender a su mujer
en ese preciso momento. Aun así, contestó a su amigo viéndolo a los ojos
—: será mejor que se vaya acostumbrado.
—Sí, aunque creo que a lo que se va a acostumbrar es a la atención
masculina —sonrió Víctor—, mira nada más cuantos intentan ayudarla a
bajar.
Calder volvió la mirada en ese momento, encontrándose con la imagen
descrita por su amigo: su mujer, siendo acosada por una docena de hombres
que intentaban a toda costa tomarle la mano o llevarle el equipaje. No le
importó, sabía que Loren estaba con ella, se la había encargado y era un
hombre de confianza, nadie le haría daño y nadie la tocaría sin que Loren
les lanzara una amenazadora mirada y un gruñido animal.
—Démonos prisa —dijo Calder como toda respuesta.
—Sí, mi capitán —sonrió Víctor.
Blake se sentía hostigada, eran demasiadas personas, muchos
hablándole, otros preguntándose cosas entre sí, pero todos hablaban de un
tema en común: ella. No podía decir por qué razón, pero las mujeres
murmuraban, los hombres la miraban y los ancianos carraspeaban, incluso
los indigentes la veían mal. Quizá no había sido tan buena idea acicalarse
de esa manera.
—Venga señora, su carruaje la espera.
—¿Y Calder? —frunció el ceño la joven.
—Irá detrás de usted, señora, se lo aseguro.
—No me deja más tranquila Loren, pero gracias, ¿me acompañarás tú?
—Temo decir que no. El capitán me ha puesto mis propios deberes,
pero me ha dispuesto para escoltarla sana y salva a su carro.
Blake asintió, no le gustaba para nada llegar sola a casa de su marido,
pero no había opción, sabría sobrellevar el asunto, como lo hacía siempre.
Permitió que Loren le abriera paso hasta el vehículo y le abrió la puerta
como cualquier mozo. Al momento en el que ella estuvo sana en el interior,
el hombre lanzó una sarta de disculpas y se marchó a cumplir sus propios
deberes.
La carroza se puso en movimiento, sin saber siquiera el destino, pero
supuso que sería hombre de confianza de Calder, eso quería pensar, sino,
sería muy descuidado. El miedo que sentía de saber si llegaría o no al hogar
de su marido se esfumó con rapidez al ver la ciudad en su esplendor. Como
había mencionado Calder, Nueva York marchaba a su ritmo, bastante
diferente a Londres, las construcciones, aunque con toques ingleses, se
seguían desarrollando a su forma, edificaciones, casas y tiendas. Las
personas se abarrotaban por las calles, charlando, entrando y saliendo de las
dependencias. Mujeres con hermosos sombreros y vestidos caros, hombres
elegantes, con sacos y bastones.
Estaba sorprendida y por demás, encantada.
Pasando la ciudad y la excitación por lo nuevo, Blake se vio atrapada
en la monotonía de ver hectáreas y hectáreas de lo que parecían sembradíos
de viñedos, trigo, avena y maíz. Eso era aburrido, sobre todo si se veía por
más de media hora, era como si todo aquello no se fuera a terminar nunca.
—Disculpe —Blake sacó la cabeza hacia el mozo de cuadra—
¿Cuánto falta para llegar a la propiedad de mi esposo?
—Señora, llevamos más de media hora en ellas.
La joven se mostró avergonzada e impresionada. Era increíble la
cantidad de tierras que eran posesión de Calder. Vagamente recordaba haber
entablado una conversación con él acerca de su posición económica en su
país natal, él había mencionado algo como: “tengo algunas hectáreas”, pero
jamás dijo que era extremadamente rico. Eso no eran sólo unas hectáreas y
seguro que no necesitaba el título que se le había brindado en Londres,
mucho menos las tierras y propiedades que venían con él.
Pronto, después de otros tantos minutos recorriendo las tierras de su
marido, comenzó a verse una hermosa propiedad, escondida entre grandes
árboles y custodiada por dos enormes escaleras que llevarían a una fachada
blanquecina. Toda la parte frontal de la casa tenía ventanales que daban una
perfecta vista al jardín cuidado y bardeado por roca.
—Mi señora, ¿puedo ayúdala a bajar?
Blake asintió, dando la mano al mozo mientras seguía impresionada
por lo que tenía enfrente. La verdad era, que ella siempre pensó que su
marido preferiría lo rustico, lo simple y hogareño. Aquella propiedad
distaba de todo aquello.
—¡Oh! ¡Mi querido Calder! ¿Dónde está ese chiquillo?
Una mujer pálida bajaba las escaleras con los brazos abiertos. Tenía los
cabellos rizados y muy cortos, tanto, que se le pegaban al cráneo. Sus ojos
eran pequeños o quizá los achicaba demasiado, se notaba que ocupaba
lentes -que no traía consigo-, su vestido era hermoso, pero le quedaba
bastante grande, por tal motivo lo arrastraba y hasta pisada.
—Tú no eres mi Calder, ¿quién eres? —dijo la mujer cuando estuvo lo
suficientemente cerca.
—Ella es la esposa del capitán, señora Minerva.
—¿Esposa? ¡Válgame! Un milagro —la mujer seguía frunciendo los
ojos con fuerza— ¿Eres acaso Megan o Luisa?
—No, señora. Mi nombre es Blake.
—¡Oh! Que indiscreta soy, ando abriendo la boca.
—No se preocupe señora, esos nombres no me son ajenos.
—Pareces no mostrar ni una pisca de celos o de resentimiento —se dio
cuenta la ciega mujer— ¿Acaso no quieres a Calder?
—Soy bastante confiada, sé que mi marido me aprecia.
—Ya decía yo. Pero esas chiquillas siguen a mi niño desde que era más
niño, siempre pensé que terminaría quedando con una de ellas —chasqueó
la lengua— ¡Qué se le va a hacer! Pasa.
Calder llegó a su hogar pasadas las seis de la tarde. Había tenido un día
difícil y lo único que buscaba era el consuelo de una buena comida, un buen
leño y hasta tendría fuerza para yacer con su mujer.
—Está demasiado silencioso para ser verdad —dijo Víctor,
introduciéndose a la casa detrás de Calder.
—Sí, me parece extraño —asintió Loren y miró a su amigo—: ¿Se
quedarán aquí Megan y Luisa?
—Como siempre Loren, no veo razón a tu pregunta.
—Sí que la hay —Víctor se adelantó con una mirada adusta—, tu
mujer vivirá en esta misma casa.
—Eso no tiene nada de importancia, jamás he despreciado a mi gente,
ustedes comen en mi mesa, duermen en mi casa y caminan por los pasillos,
al igual que siempre.
—No lo sé —Loren tocó su barba—, las cosas han cambiado.
—En mi casa nada cambia —reiteró—, espero que siga así.
Víctor y Loren se miraron entre sí, no dijeron nada, apreciaban que
Calder fuera de esa manera, pero su mujer era un peso nuevo que él no
quería afrontar. Hasta el momento, la señora de la casa se había mostrado
solicita y dulce para con ellos y en general, con todos, pero, ahora que se
instalaría ahí, como su hogar permanente, las cosas podrían cambiar.
—Vamos a cenar —ordenó el hombre sin más, caminando hacia el
comedor con los dos marineros pisándole los talones.
—La mercancía será entregada mañana a las diez —Loren habló de
trabajo para armonizar la incomodidad.
—Quiero que estén al pendiente de que ese idiota de Bladimir Agreste,
no quiero que vaya a resultar que se perdió alguna parte de la mercancía.
—No debes preocuparte Calder, ahí estaremos —asintió Víctor.
—Bien, maldita sea, necesito vino —gruñó el dueño, entrando al
comedor donde se encontraba Minerva, sin rastros de su esposa.
—Siempre pidiendo vino —negó la mujer mayor—, y ni siquiera
haces por buscar y saludar a tu querida instructora.
—Hola Minerva —saludaron los otros dos con un tanto de reservas
hacia la mujer.
—Víctor y Loren —negó la mujer—, jamás se separaron de mi Calder,
no sé si agradecer o lamentar.
—Lamentar —Calder le dio un beso en la mejilla.
—Siéntense, les he pedido la cena.
Los hombres tomaron asiento y la servidumbre se puso a trabajar y
colocó frente a ellos una buena porción de vino, quesos frescos y frutos
secos para que menguaran un poco el apetito en lo que se servían los platos.
—Dime, Minerva, ¿Dónde está mi mujer?
—Oh, esa muchachita —la anciana frunció la nariz—, es obstinada,
tiene un carácter difícil, de los mil demonios.
—Sí, esa es Blake, ¿done está?
—La he mandado a su habitación —se cruzó de brazos—, no podía
permitir que siguiera actuando de esa manera.
—¿Has castigado a mi esposa? —Calder enarcó la ceja.
Los dos amigos del hombre dejaron salir una pequeña risa que se vio
oculta tras su copa de vino, muy favorecedor tomando en cuenta la mirada
furiosa de su capitán.
—Sí, no la entiendo. Dice ser de alcurnia, ¡Incluso mencionó a los
Bermont! —negó la mujer—. Qué Dios le tenga piedad por profanar un
nombre tan loable como ese. Si no fuera por Frederick, seguramente tú
serías tan salvaje como esos niños de la calle.
—Minerva, no puedes mandar a mi esposa a su habitación como si
fuera una niña, estará furiosa y, sólo para decirte, que ella es hija de una de
las nietas directas de tu alabado Frederick, así que, acabas de reñir a una
chica con la sangre noble de los Bermont.
—¡No mientas Calder Maximilian! —lo riñó la mujer con nerviosismo
— ¡No se comportaba como una noble!
—¿Qué hizo tan espantoso?
—Cuando la estaba presentando con los sirvientes, notó que había uno
de esos chiquillos negros que tosía con demasiada fuerza, vuestra querida
esposa se agachó y tocó al niño que después cargó e hizo llevar a una de las
habitaciones principales —la mujer negó con horror— ¡Y lo comenzó a
atender! Como si ella supiera que hacer ¡Ensuciándose las manos y…!
—¿Eso lo ve como malo, Minerva? —Víctor frunció el ceño— ¿Qué a
los nobles no se les enseña la caridad y la bondad?
—En una cierta medida, señor Víctor, nunca nos vamos a ensuciar las
manos con cosas que no tienen sentido.
Calder apretó la mandíbula.
—No son cosas, son personas —el hombre se puso de pie, aventando
la servilleta a la mesa—, no la vuelvas a reñir por algo así.
—Vaya, sí que hace falta aquí la presencia de doña Romelia ¿Dónde
está? —dijo Loren.
—¡Esa mujer! ¡Ni la menciones!
Esas fueron las últimas palabras que Calder escuchó antes de subir las
escaleras. Era por demás decir que detestaba a la señora Minerva, la
enviada por su tío Frederick para cuidarlo y hacerlo un hombre que pudiera
estar en la más alta sociedad londinense. Había llegado junto a la carta que
lo hacía el heredero del ducado Bermont, hace ya muchos años.
Conociendo a su antigua tutora, estaba por demás preguntar dónde
sería la estancia donde ocultaron a su insensata mujer. Seguramente si
hubiera alguna torre en la mansión, allá estaría, castigada, pero al no poseer
algo como eso, era indudable que la mandó a la habitación más fría y
alejada que pudiese encontrar. Calder abrió la puerta, encontrándose con su
mujer en camisón, con la chimenea encendida y una vela junto a su cama,
iluminando el libro en el cual se escondían sus hermosos ojos verdes.
—Hola cariño —le habló, sacándole un buen susto que perdió la
página de su libro. La muchacha frunció el ceño y miró con enojo a su
marido quién le sonreía.
—Muy agradable la mujer esa —le hizo notar su molestia—, me
mandó a esta habitación casi desde que llegué.
—Lo siento —se acercó tendiéndose sobre el hermoso cuerpecito de
Blake, recostando su cabeza sobre el pecho de su esposa—, debí advertirte
de ella.
Blake respiró profundamente, notando como la cabeza de Calder subía
y bajaba con la acción. Dejó su libro sobre la cama y tocó dulcemente la
cabellera negra que reposaba sobre ella.
—Pareces cansado.
—No lo suficiente como para no hacerte el amor.
—¡Calder! —le golpeó el hombro.
—¿Qué? Sólo digo la verdad —levantó su cabeza y besó la zona de
sus senos—, te deseo.
—Me doy cuenta —sonrió ella, dejando salir una risita.
—Vamos mujer, ayúdame y quítate ese maldito camisón de una vez —
Calder se levantó y sacó su camisa, dejándose expuesto para después volver
a ella, quién no se había movido.
La besó pasionalmente, moviendo su lengua hasta sacarle un suspiro y
estremecerla cuando masajeó uno de sus senos con la mano. Blake no pudo
evitar arquearse ante los toques intensos de su marido. Cada vez que
intimaban, ella se iba dando cuenta que él se volvía más exigente, le tocaba
con menos restricciones y su boca era tan curiosa que vagaba con libertad
de una parte a otra de su cuerpo. La hacía suspirar y gritar, le encantaba
hacerla sufrir y, que le rogara, le causaba una excitación que ella no
alcanzaba a comprender. Pero cuando entraba en ella, siempre era tierno,
cuidadoso, comprendía que no debía recaer en brusquedades puesto que ella
no dejaba de ser nueva en todo aquello, no quería lastimarla y nunca lo
hacía.
—Debe ser una tortura tener a esa mujer aquí —dijo Blake de pronto,
acostada sobre el pecho de su esposo quién masajeaba su espalda con
tranquilidad.
—A veces lo es, pero sé lidiar con ella y el resto de los trabajadores y
amigos también.
—Ya veo.
Blake no pudo evitar pensar en Megan y Luisa, quienes seguro estaban
incluidas en la categoría de “amigas” de Calder, lo cual la molestaba, pero
decirlo sería aceptar que en realidad le daban celos.
—¿Qué pasa?
—Nada, tengo sueño —mintió.
—Duerme entonces —aceptó el hombre.
—¿Esta en verdad es mi habitación?
Calder dejó salir una risa por la nariz y negó en la oscuridad de la
habitación.
—Por supuesto que no, mañana pediré que te indiquen donde debes
dormir.
—Es un alivio —le dijo somnolienta.
Calder dejó sobre la cama aquél cuerpo tibio y dormido que le
calentaba el alma. Le acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja y se
levantó hacía el ventanal que mostraba el jardín de su casa. No había luz
más que la de la luna, le gustaba estar en casa, pero el traer a Blake le
causaba cierta incertidumbre. Por mucho tiempo, todo aquel esfuerzo, toda
aquella mansión, todo lo que había logrado a lo largo de su vida, siempre
había sido compartido con sus amigos de la infancia, gente que lo conocía y
lo apreciaba por lo que era.
Ahora tenía una mujer con él, una que no sabía lo que había sufrido, lo
que era en realidad. Era verdad que lo satisfacía, era una muchacha hermosa
que, además, resultaba ser inteligente y bastante humana, pero no quitaba la
sensación que tenía, sentía que era mala idea haberla traído.
La miró sobre su hombro, su piel de porcelana iluminada por los
tenues colores de la luna. Caderas anchas, senos generosos, piernas fuertes
y faz de muñeca; una mujer que muchos quisieran conquistar o, por lo
menos, tener en su cama, aunque fuera por una noche.
—¿Calder? —despertó de pronto, cubriendo su cuerpo desnudo con las
sabanas—. ¿Qué pasa? ¿Hay alguien afuera?
—No, vuelve a dormir.
—¿Me pasarías mi camisón?
—No es necesario que te cubras, te conozco a la perfección.
—Por favor Calder, el camisón.
El hombre rodó los ojos y buscó en la oscuridad aquella tela que había
salido disparada hacia algún lado. Cuando lo encontró, se lo tendió y la
observó detenidamente mientras se lo colocaba.
—¿Qué pasa? —Blake se acercó a su marido y le acarició tiernamente
la mejilla—, te noto preocupado.
—No lo estoy.
—¿Seguro? —Blake ladeó la cabeza— ¿Es por el cargamento? ¿La
señora Minerva? O quizá… ¿Por mi entrada en tu vida aquí?
—No —lo alteraba la forma rápida en la que lo comprendía.
—Bueno, entonces…
—Si tienes tanta energía para hablar, entonces quizá deba volver a
hacerte el amor.
Blake cerró la boca y lo miró con desagrado.
—Buenas noches —ella tiró de la manta y se cubrió hasta los hombros,
nada complacida con la forma en la que le había hablado.
Calder no pasó por alto aquella actitud, pero no podía hacer nada para
contentarla, quizá sí, pero no lo quería hacer, le gustaba hacerla enojar, pero
esa ocasión era diferente, en realidad no quería que volviera a preguntar
aquello, sobre todo, porque ni siquiera él sabía del todo la respuesta.
Fue a la cama y se metió bajo las mantas, notando como ella casi caía
con el fin de no tocarlo. Calder sonrió y se vio en la necesidad de molestarla
un poco más, moviéndose hacia ella, a lo que respondió con un nuevo
alejamiento.
—Ya déjame tranquila —se quejó Blake cuando se dio cuenta que si él
hacía otro movimiento hacía ella, caería de la cama.
—¿Qué se supone que estoy haciendo?
—No te me acerques.
—¿Por qué no?
—Porque no lo deseo, bien puedes tomar otra habitación y dormir a tus
anchas.
—Esta habitación me gusta.
—Es la de castigos, no creo que a nadie le guste.
—Está mi esposa aquí, así que sí, me gusta.
Blake no contestó, se acomodó para dormir, aun imponiendo la
distancia entre ellos y, en poco rato que él la dejó de molestar, logró
conciliar el sueño. Cuando Calder lo notó, pasó uno de sus brazos por la
cintura de su esposa y la acercó al centro de la cama, conocía bien las
mañas de Blake, se caería si la dejaba al borde. Ella no despertó, pero sí que
se quejó mientras era movida para después quedarse cómoda en medio de
los brazos de su marido.
CAPÍTULO 20
Blake despertó sola en la habitación de castigo, se sintió desorientada,
le pasaba seguido debido a los constantes cambios de locación, su cerebro
apenas y lo podía procesar correctamente.
Eran las seis de la mañana, al menos eso indicaba el reloj que colgaba
en la pared, miró de un lado a otro, sintiéndose indefensa, ¿qué se suponía
que debía hacer? No conocía la casa, no tenía sus cosas y tampoco sabía
dónde podían estar, no estaba Calder y no quería encontrarse con la señora
Minerva.
Suspiró.
Parecía que su primer día como señora de la casa iba a ser mucho más
complejo de lo que jamás imaginó. Sí, sabía que llevaba casada con Calder
mucho más tiempo, pero allá en Londres, cuando llegó a Bermont, todos los
empleados respondieron a ella con conocimiento y orgullo. Ahí sería
diferente, era una extraña y su marido tampoco llegaba para darle el lugar
que le correspondía.
Se puso en pie y se colocó el vestido que portaba el día anterior, la
única posición que la señora Minerva no pudo quitarle; se peinó el cabello y
salió, asomando primero su cabeza hacia el pasillo.
Nada.
No había nadie, sólo las velas le hacían compañía y muchas, ya se
habían consumido casi por completo por el pasar de la noche. En las
paredes de los grandes muros de la mansión, había pinturas, ninguna que
pareciera familiar, más bien eran cuadros de famosos pintores, todos
firmados y elevados por marcos de oro o plata.
—Señora.
—¿Sí? —se asustó Blake.
—Mi lady, el señor ha dicho que en cuanto se levantara, bajara al
comedor —la muchacha se mostraba tímida ante ella—: dijo que tenía que
darle… indicaciones.
—Indica... —dudó la mujer, pero rápidamente se corrigió—. Sí,
gracias, está bien.
La muchacha asintió feliz al dar por terminada su tarea, pero Blake la
detuvo.
—No tengo idea donde es el comedor.
—Ah, lo siento mi lady —se inclinó la muchacha—, la llevaré.
La muchacha se llamaba Helen, al parecer, había crecido dentro de las
propiedades de su marido y ahora trabajaba ahí como criada. Era una
jovencita preciosa, de piel oscura y ojos de un azul impactante, sus
facciones eran de una hermosa princesa y los cabellos largos y lacios
parecían ser irreales.
—Un gusto conocerte Helen.
—Igual señora, igual —la muchacha parecía fascinada con su nueva
señora y su sonrisa de oreja a oreja lo demostraba con claridad.
Blake entró en el afanado comedor con todo el aplomo que pudo sacar,
no le importaba llevar el mismo vestido o que sus cabellos no estuvieran
correctamente amarrados. Miró con disgusto a la señora Minerva, quien
descalificaba toda su imagen y tampoco estaba demasiado contenta de ver a
su marido, el cual sonreía alegre al verla tan molesta.
—Cariño —se levantó Calder—, me da gusto que nos acompañes, ¿te
encontró Helen a tiempo?
—Justo a tiempo —sonrió falsamente—, no tenías por qué hacer que
esa jovencita se quedara en el frío pasillo a esperarme, bien podías haberme
despertado o en su defecto, dejarme una nota.
—Lo tomaré en cuenta —asintió el hombre asestándole un beso que
sacó un sonoro carraspeo por parte de Minerva—. Esta casa despierta muy
temprano, a eso estamos acostumbrados.
—Era cuestión de decirlo.
—¡No debes contestarle así a tu marido chiquilla! —regañó Minerva—
¿Acaso no tuviste tutores?
Blake dirigió una mirada enervada hacia el feliz semblante de su
marido y contestó:
—Los tuve señora, pero no creo haberle contestado mal.
—¡Insolente!
—Ven mi amor —incitó Calder a su esposa, llevándola a la silla a su
mano derecha, recorriéndola para que se sentara.
Blake lo hizo con fastidio, tomó la copa de vino que Calder tenía junto
a su plato y empinó un poco. En el tiempo que llevaban juntos, era normal
que alguno de los dos hiciera aquello, sobre todo con el agua o el vino.
—¡Santo Dios! —se persignó la anciana.
—Vamos, vamos señora Minerva —Calder tomó la copa de las manos
de su esposa—, no ha hecho nada malo, yo se lo permito así.
—En ese caso, querido niño, deja de maleducar y encaprichar a tu
esposa, después no habrá quién la aguante y desearás divorciarte.
—Oh, señora Minerva, desde hoy no la aguanto, pero, ¿divorcio? ¿No
causaría eso un infarto en su corazón?
—Ciertamente.
—Entonces vayámoslo descartando.
Blake estaba comenzando a servirse algo del cuantioso festín cuando
de pronto llegaron ahí Megan y Luisa junto con Loren y Víctor. Los últimos
no la molestaban, pero las primeras ciertamente no eran de su agrado.
—Veo que sigues con las mismas costumbres, Calder.
—Y así se mantendrán —Blake notó la mirada que le dirigía su
esposo, pero ella ni siquiera se volvió.
La comida prosiguió como si nada sucediera, incluso Blake fingió lo
mejor que pudo para que todo saliera como Calder quería, no le daría el
gusto de saber que no le agradaba que ellas se sentaran a la mesa, sabía que
caerían en una discusión que al final él ganaría. En cambio, se enfrascó en
conversaciones inteligentes con Víctor, simpáticas con Loren y amenas con
la señora Minerva, que al final prefería a la noble que al rebaño de
zarrapastrosas.
A las ocho en punto, los hombres y mujeres que habían tomado el
desayuno con los Hillenburg, comenzaron a ponerse de pie e irse a hacer
sus labores, todos a excepción de Minerva y Megan, quienes parecían
pegadas a sus sillas.
—Bueno, me retiro —dijo Blake.
—Espera —ordenó Calder, dejando de lado su café—, necesito hablar
contigo, ¿Nos permiten?
Megan y la señora Minerva se vieron obligadas a abandonar su lugar
preferencial en la mesa, desde hacía tiempo que las dos primeras peleaban
por ser las ultimas en quedarse a la mesa con el hombre de la casa, puesto
que era el momento en el que se decretaba a la ganadora del lugar después
de Calder dentro de la mansión, sin embargo, Blake se había ganado el
derecho sin siquiera intentarlo.
—¿Entonces? —cuestionó ella con ironía.
—Quiero dejarte en claro algunos puntos.
—¿Más?
—Sí —decretó él—: en primer lugar, tendrás que acostumbrarte a que
las personas que viste en la mesa el día de hoy, lo estén siempre.
—Un placer —le dijo con mofa.
—No estoy de juego Blake.
—¿Y qué importa si yo sí? —le dijo, caminando por el comedor—
¿Acaso hará alguna diferencia el que de mi opinión?
—Ciertamente no.
—Entonces, creo que puedo hablar como se me plazca.
—Querida, no estires tanto la cuerda, recuerda que tú hiciste un trato,
ahora es momento de cumplirlo.
—Sí, y que recuerde, no he dejado de hacer lo que me pides.
—No lo cumples al completo, pero vas avanzando —Calder sonrió—¸
lo que me lleva al segundo punto. En esta casa nada es gratis, como te dije
en un principio, si quieres comer, te lo ganas, si quieres ropas limpias, las
lavas.
—No entiendo.
—Bueno, habrás visto que todos aquí se han ido a hacer alguna tarea,
no veo por qué ha de ser diferente contigo.
Blake lo siguió con la mirada cuando él comenzó a caminar.
—Sigo sin seguirte la pista.
—Bueno, como verás, mi casa funciona a la perfección, estés tu o no
lo estés, entonces, te propongo que vayas a buscar la manera de ganarte ese
tocino que te has comido.
—¿Quieres que trabaje?
—¿Y por qué lo dices con ese tono asustado? —sonrió él—, puedes
encontrar muchas labores aquí dentro, de hecho, ya le dije a la señora
Romelia que te de tus primeras tareas.
—Calder, ¿Qué…?
—Será mejor que comiences si quieres estar a tiempo para la comida,
claro, para ese entonces deberás el desayuno, pero tendrás un avance ¿No te
parece?
—¡Estás demente! ¿Quieres dar una imagen de feliz matrimonio, pero
me vas a poner a trabajar?
—Bueno, ambos sabemos que no somos nada de eso y también está el
hecho de que nadie te verá realizándolo, sólo los de la casa.
—Los empleados hablan.
—Los míos no, son de máxima confianza.
—Pero…
—No habrá quién te salve, primor, tú me elegiste como marido, ahora
comienza tu verdadero suplicio.
Calder se acercó a ella para darle un beso en la mejilla, pero ella lo
quitó con fuerza, sacando una risa brutal de su garganta. No debió pensar
que, en alguna parte del alma de ese hombre, había comenzado a tenerle
algún afecto, era una tontería, sólo había esperado el momento correcto para
continuar con su estúpida venganza hacia los Bermont.
—Será mejor que no te pongas ropas tan finas, el trabajo es pesado en
el campo y las puedes romper o ensuciar.
—Imbécil —susurró ella.
—Te escuché y que yo recuerde, había dejado en claro que no quería
más blasfemias en mi contra —Blake se mordió el labio con fuerza—. Feliz
primer día, señora Hillenburg.
Calder tomó camino hacia la salida, dejando salir una carcajada por la
faz que su esposa había mostrado en su contra, estaba furiosa, le encantaba
ponerla furiosa.
—Señora —la llamaron con sutileza—, la señora Romelia la espera en
la cocina.
Blake tomó aire y asintió con ganas. No había otra opción, había dado
su palabra a ese idiota con el que se casó y sólo le quedaba esa alternativa,
sabía que Calder no se limitaría en su castigo, no dudaría en darle el
divorcio y ni siquiera proporcionarle una forma de volver a su casa. Quería
llorar, pero respiró con fuerza y caminó con temple hacías las cocinas de
aquella enorme mansión.
—¡Tú, ve por más comino! ¡Tú, trae la masa! ¡Y tú, no le pongas tanto
limón! ¿Quieres amargarnos la vida entera?
Blake observó a las muchachas que iban y venían entre diferentes
labores que aquella enorme mujer de color gritaba sin más.
—Disculpen…
—¿¡Qué sucede ahora!? ¡Estoy muy ocupada!
—Señora Romelia —dijo Helen—, es lady Hillenburg.
Las cocineras y doncellas se inclinaron con presura, bastante
anonadadas de ver a la señora de la casa en ese lugar que ciertamente no le
correspondía.
—Así que, si viniste, el menso de tu marido apostó que no vendrías el
primer día, yo sabía qué si lo harías, te ves con temple y determinación.
Eres demasiado orgullosa —levantó la mano para cerrarle la boca—. No
digas nada muchacha, te llevo una vida y veo como caminas, no te pareces
a otras mujeres, me gustas, vamos, tenemos que cambiarte cuanto antes.
Blake asintió sin poder decir nada. Aquella mujer parecía tener plena
confianza de la casa, puesto que había recorrido los pasillos con
normalidad, daba órdenes por todas partes y no se detuvo hasta introducirse
por una lujosa puerta.
—¿A qué esperas?
—Lo siento.
Blake entró en la hermosa habitación con cama de dosel, hermosas
cortinas, escritorio, tocador y otras cuantas monadas que le fueron de lo
más satisfactorias, tanto en color, como en modelo.
—Bonito ¿eh?
—Sí.
—El muchacho lo mandó hacer hace tiempo, no pensamos que pudiera
ser para su futura mujer, pero parece que así es.
Ella dudaba que lo hubiera preparado para ella, ¿Por quién si lo haría?
Sería interesante saber del pasado de su marido, quizá pudiera utilizarlo en
su beneficio en algún momento.
—Tus cosas ya están en los closets, colócate algo cómodo, no sé por
qué santos me ha mandado a que te ponga a hacer cosas tan pesadas, pero
no seré yo quien le dé la contraria. Dime muchacha, ¿lo has hecho enojar?
—En innumerables ocasiones —aceptó con orgullo.
—Me gustas, me gustas cada vez más. Cámbiate, te esperaré aquí
fuera, te perderás si te dejo, sí, mejor te espero, cámbiate aprisa, que
tenemos muchas cosas que hacer.
Blake asintió y esperó a que saliera aquella mujer. Observó por un
momento el detalle manejado en la habitación. Adornos de oro, colores
blancos y pastel, instrumentos de mujer; tales como peines de marfil,
tocador, palanganero con su respectivo aguamanil de porcelana, varios
pomos con diferentes olores y un biombo con diseños de flores.
Fue a cambiarse con prontitud, colocándose unos pantalones y camisa
de algodón, un sombrero de paja femenino y unas botas a la medida. Tenía
varios pares de aquello gracias a su tía que en todo la complacía, puesto que
además era su madrina. Se trenzó el largo cabello y salió al encuentro de
Romelia.
—¡Por todos los dioses, niña! —sonrió la mujer morena—, casi haces
que me dé un infarto al verte con esas ropas.
—Bueno, estoy lista para lo que sea que mi esposito quiera verme
hacer —dio una vuelta.
—No lo creo —sonrió la mujer morena y comenzó a caminar.
Calder cabalgaba junto con su amigo Víctor, sus tierras prosperaban
como de costumbre, le era satisfactorio pasearse por los cultivos y las
cosechas, visitando a los agricultores y aceptando que platicaran por horas
con él, diciéndole sus penas y angustias que normalmente Calder hacía
desaparecer en cuestión de días. Nadie debía trabajar en malas condiciones,
le gustaba que la gente que estuviera laborando para él se sintiera a gusto y
sin deseos de partir.
—¡Capitán! —gritó Loren en otro caballo— ¡Mi capitán! ¡Creo que
hay una equivocación!
Calder se volvió el caballo con fiereza hacia su amigo, pensando que
algo andaba realmente mal.
—¿Qué pasa Loren?
—La señora Blake, la señora está trabajando ¡En el campo!
Calder soltó una risotada y se volvió hacia Víctor con ojos brillantes y
divertidos.
—Demonios, acabo de perder contra esa maldita de Romelia.
—¿Qué dice capitán? ¿Ha entendido lo que he dicho?
—Sí, ni que estuviera sordo, lo gritaste como si fuera algo alucinante
—dijo Calder.
—Lo es mi capitán.
—No lo es —dijo Víctor con molestia—, el capitán piensa que es
buena idea que la señora se instruya en el arte de ser trabajadora.
—¿Qué?
—Bueno, es bastante caprichosa, de alguna forma se le ha de quitar
¿no creen? —sonrió Calder.
—Capitán —lo miró Loren con desconfianza— ¿está loco? Esa
muchacha no podrá ni dos horas bajo el sol, creo que ni una.
—Se acostumbrará.
—Si claro, una muchacha de sociedad en el campo, se ve eso todos los
días —Víctor bufó con fastidio.
—Muy bien ustedes dos, se lo que hago con mi propia esposa —dijo
Calder, sin perder su sonrisa y negó—, parece que los ha encantado o algo
similar.
—Ha ganado nuestro respeto —convino Loren.
—Si tantas ganas tienen de verla, entonces será mejor que vayamos —
Calder espoleó su caballo y fue hacía los sembradíos.
—¿Soy yo o parece más feliz que nunca? —dijo Loren.
—No sé qué trama, ni por qué le hace eso a su mujer, pero será mejor
que alguno de nosotros se mantenga atento.
Cuando los tres caballos estuvieron parados en el mismo lugar, los
hombres lograron ver a una preciosa dama con vestimentas de caballero,
riendo feliz con el resto de las chiquillas que se dedicaban a tirar maíz por
el suelo recién arado. Iba descalza, se había sacado las botas y su cabello
estaba libre.
—Parece gustarle —sonrió Víctor.
—Sí, desde hace rato que está así —asintió Loren.
Calder no decía nada, estaba hipnotizado al verla danzar y las ropas de
hombre hacían que algo en él quisiera sacárselas de encima. Pero de un
momento a otro, Blake trastabilló un poco y cayó de rodillas en el suelo,
parecía un tanto descolocada. Las niñas se juntaron a su alrededor después
de dar un grito que llamó la atención de la señora Romelia y el resto de las
mujeres de más edad.
—¿Qué demonios pasó? —se preguntó Loren.
Pero la pregunta quedó sin oyente, Calder y Víctor habían salido
disparados hacía la escena.
—Estoy bien, estoy bien —decía Blake, aún sin levantarse.
—No te ves nada bien —acusó la señora Romelia—. ¿Has tomado
agua? Me parece que te has deshidratado.
—Yo no la he visto tomar agua —dijo preocupada una chica.
Blake no contestó, estaba mareada, lo suficiente para mantener su boca
cerrada por temor a expulsar su desayuno.
—¡Es el patrón! —gritó de pronto una chiquilla.
Los ojos de todos se volvieron hacia los tres hombres que cabalgaban
pomposos y con dirección hacia ellas. Las chicas se hicieron hacia atrás y
las madres se inclinaron con respeto al ver que el dueño del lugar
desmontaba.
—¿Qué pasa aquí?
—Es ella —apuntó una de las jóvenes—, está enferma.
—¿Enferma dices?
—No lo estoy —Blake se intentó poner en pie, pero un mareo la hizo
quedarse en el suelo.
Calder se acercó a su esposa, al igual que los otros dos hombres.
—¿Qué trae puesto, señora? —sonrió Víctor, quién en otra ocasión ya
la había visto así.
—¡Es ropa de hombre! —acusó otra chiquilla—, pero ella dice que es
cómoda, señor Víctor.
—Sí que lo es.
Blake rechazó las manos de Calder, quien intentaba ayudarla a ponerse
de pie. Ella mantenía la cabeza gacha con una mano en la boca, negaba con
constancia cuando él hacía ademan de estrecharla.
—Estoy bien señor, en serio —dijo, dirigiéndose a su marido.
—¿Señor? —entrecerró los ojos el hombre.
—Sí, mi señor —y mostró una cara de susto—. Lo lamento, soy
nueva, ¿Debo llamarlo de otra forma? ¿Lo he molestado?
Los ojos ámbar de Calder relampaguearon con el juego que ella
aplicaba, en su interior sintió el conocido deseo de arrancarle la boca a
besos y hacerla tragarse todas esas palabras. Pero justo en ese momento,
ella estaba en el lodo, pálida y sin poderse poner en pie.
—Con todo respeto muchacho —se metió Romelia—, la chica ha
estado del tingo al tango, sin tomar agua y bajo el sol por largas horas. Creo
que se ha deshidratado.
—Bien, entonces que la revise un médico.
—Yo lo soy —se jactó la mujer en el suelo.
—Me refiero a uno que no esté a punto de devolver el estómago —
indicó Calder.
Romelia miró con impresión a la muchacha tirada en el suelo, le
sorprendía que estuviera instruida en medicina, normalmente, las mujeres
no tenían permiso de aprenderlo, seguramente era alguien influyente para
poder hacer su voluntad en ese ámbito.
—Estaré bien con algo de sombra y agua.
—Llévala Romelia, que no se muera.
—¿Para qué me puedas seguir haciendo sufrir? —susurró, pero lo
suficientemente alto para que él la escuchara.
—Que larga lengua tienes, sería bueno que midieras tus palabras.
Ella le dirigió una mirada asesina, aceptó la mano que Loren le tendía
para levantarla y se fue abrazada por Romelia, quién le contaba alguna
historia sobre ella y el sol.
—¿No podías ponerla a hacer algo más sencillo? —acusó Víctor.
—No.
—Sería bueno que estuviera con Luisa o Megan.
—No se necesita más gente ahí.
—Tú afán la va a matar un día —Víctor lo tomó del brazo—, esta vez
puede ser la enfermedad del sol, pero ¿qué me dices si estuviera en cinta?
¿No lo habías pensado?
—No sería diferente a todas las mujeres que trabajan en el campo y
esperan un niño.
—Esas mujeres —dijo Loren—, están en el campo desde su niñez,
saben cómo manejarse, están acostumbradas a él, pero tu mujer capitán…
—¡Al diablo su amor por mi mujer! —espetó el hombre—, si creen
que le hago tanto mal, entonces ráptenla y pónganla a salvo de mis garras,
pero déjenme tranquilo.
Los amigos se miraron y se echaron a reír al mismo tiempo.
—Vamos, ¡a trabajar!
Cuando Romelia le anunció que era la hora de la comida, Blake fue
corriendo a su habitación y permitió que todo saliera de su ser. Estaba
enferma. Definitivamente el sol la había afectado, apenas llevaba un día en
el campo y sentía el escozor en su piel, los labios resecos y claro, tenía que
tener la enfermedad del sol, no había tomado suficiente agua y ahora su
cuerpo lo reclamaba. Tenía que hidratarse, pero nada parecía funcionar, se
fue a la cama y no aceptó bajar a comer ni tampoco a cenar.
Cuando su marido entró, ella seguía sin sentir mejoría, recostada boca
arriba, esperando a que los mareos pasaran. Calder le llevaba algunas cosas
que Romelia dijo que le servirían.
—¿Cómo te sientes? —Blake miró hacia otro lado—. ¿Tan molesta
estás? Te han mandado cosas que puede que te ayuden.
—Gracias —dijo con desazón, sentándose en la cama.
—No has comido nada, ¿quieres que mande pedir algo?
—Bien puedo ir yo —le dijo entre dientes.
—Sí, pero te encuentras mal.
—No hagas como si te importara, vi cuanto disfrutabas el verme en el
suelo, es lo que quieres ¿no? Ver a los Bermont ensuciándose las manos,
arrodillados en el lodo ¿fue satisfactoria la imagen? ¿Una noble tirada en el
suelo, revolcándose en mareos porque no sabe estar bajo el sol?
—No pensé eso.
—Por favor —chasqueó la lengua, metiéndose una y otra cosa en la
boca, lo que fuera para que se sintiera mejor—, no te preocupes, mañana iré
de nuevo y haré las cosas bien, si lo que te da satisfacción es ver a una chica
de alcurnia ensuciándose las manos, no me molesta, jamás me molestó.
Ahora sal de aquí, quiero descansar.
—Mañana no estarás en el campo.
—Ya me lo dirá Romelia, por el momento no necesito instrucciones de
tu parte. Cierra la puerta al salir.
Blake suspiró cuando él se marchó. Necesitaba un baño con urgencia,
pero sabía que no sería lo mejor en ese momento. Quizá mañana se
encontrará mejor y las tareas del campo se le facilitarían mucho más que
ese día.
CAPÍTULO 21
La vida que llevaba era simple y le gustaba.
Blake se levantaba sagradamente a las cinco y media de la mañana,
bajaba a desayunar a las seis y media junto con el resto de los huéspedes de
la casa, los cuales eran variados y muchas veces desconocidos para ella. No
era de su interés conocerlos, pero era amable y cortés con todos, sonreía,
hablaba y mayormente, callaba.
No había quién no le dijera al dueño de la casa que su mujer era
preciosa, una joven única que, además, disfrutaba del campo y el trabajo
duro con los animales de las granjas. Para ese momento, Blake era
reconocida entre los empleados, aunque muy pocos de los del campo y
granjas sabían que era la esposa del dueño; había la tenue sospecha de que
era su amante, puesto que de repente, el amo la visitaba y ella hablaba con
él como si lo conociera íntimamente.
Por las noches, Calder se acercaba a ella, normalmente estaba tan
cansada que intimar era un esfuerzo monumental, pero era fácil seguir el
ritmo de la pasión de su marido, sin embargo, no estaba acostumbrada a
tener tantas labores y apenas estaba tomando el ritmo de lo que era ser una
campesina.
—Tengo pecas —susurró ella al mirar su cara.
—Es normal, mi señora, por el sol —dijo Helen con una sonrisa.
—En ti no —Blake la miró—, tienes una piel preciosa.
—De color, no es muy querido mi color de piel.
—¡¿Qué dices?! —se puso en pie, dejando de lado la elaboración de su
peinado—, eres increíblemente hermosa, nunca había visto cara y ojos más
hermosos.
—¿En serio? —sonrió la chamaca.
—Es en serio.
—Tengo los ojos azules por mi padre. No lo conocí y no quisiera
hacerlo, él abusó de mi madre y ella murió cuando nací.
Blake sintió un peso caer en su corazón, era triste como los
terratenientes abusaban de sus empleados, seguramente la desdichada
madre de Helen apenas tuvo oportunidad de escapar.
—¿Cómo llegaste aquí?
—El capitán, mi señora. Él me recogió de pequeña y me trajo aquí,
crecí con la señora Romelia y su marido.
—Eso me da gusto.
—A mí también, me gusta estar aquí, el amo es bueno y todos se
portan bien conmigo.
—Blake —Calder entraba por la puerta que conectaba sus habitaciones
—, déjanos Helen.
—Sí amo.
Blake se vio en la necesidad de acabar por si misma de peinar su
cabello y colocar la falda y la blusa que usaría durante el día. Lo comenzó a
hacer detrás del biombo para que Calder no la viera mientras lo hacía.
—Tengo poco tiempo para escucharte —le dijo ella—, iré a los
corrales, creo que la oveja Petssy va a dar a luz hoy.
—Lo escuché de Romelia —asintió él—, pero hoy tenemos cosas
diferentes que hacer.
—¿Diferentes? —se asomó un poco.
—Sí, no te he presentado en sociedad y ya no puedo evadirlo.
—Evádelo por otro día, hoy estoy ocupada.
—Iremos a la fiesta de la señora Williams.
—No me resulta interesante.
—Vaya, me parece gracioso, porque antes, era todo lo que hacías —se
mofó el hombre.
Blake salió detrás del biombo, completamente cambiada en una larga
falda guinda hasta la cintura y una blusa de algodón fajada. Había levantado
su cabello en un moño y lo miraba sin interés alguno, fue hacia la cama y la
comenzó a tender.
—Pero te empeñaste en mostrarme otras cosas, lo cual resulta una
lástima ¿no?
Calder se acercó a ella de forma intimidante, Blake le mantuvo la
mirada y no se movió ni un ápice, tampoco lo hizo cuando él la pegó a su
pecho y comenzó a besarle el cuello tiernamente.
—Hace mucho que no permites que esté en tu habitación.
—Termino agotada —justificó ella—. Pensé que era lo que deseabas,
¿por qué otra razón me harías a hacer lo que hago?
—Lo que deseo es una esposa que sepa hacer diferentes cosas, pero,
que me siga complaciendo en la cama.
Ella lo empujó rabiosa.
—Entonces consíguete a otra, a Megan o Luisa que tan instruidas están
en tus deseos —lo miró—, yo no soy tu mujerzuela Calder, no vine a este
mundo para complacerte en la cama.
Calder la tomó del brazo cuando ella se dio media vuelta y la giró con
fuerza que la hizo tener que sostenerse de él. Tomando eso como ventaja, el
hombre la tumbó sobre la cama y comenzó a besarla con determinación,
levantando la larga falda y desabrochando sus propios pantalones. Ella
tardó sólo dos minutos en ser reciproca y contestar al apasionado
comportamiento de su marido, subió sus piernas, envolviéndolo para
acercarlo más a ella.
Hicieron el amor con ropa, fiereza y deseo desmedido. Habían pasado
días desde que intimaban, ambos con las suficientes ocupaciones para no
verse y terminar agotados. Era un reencuentro pasional y sin toques de
ternura, simple necesidad corporal. En lo que ambos recuperaban el aliento,
Blake permaneció recostada boca arriba, dejando que Calder contara las
pecas en su rostro.
—Te ves más hermosa con pecas sobre la cara.
Ella frunció el ceño.
—Se supone que la piel debe ser perfecta para ser hermosa.
—Sí ese es el caso, entonces, yo adoro las imperfecciones.
Blake dejó salir una risa pequeña y se puso en pie, tenía que volverse a
cambiar, no podría salir de esa forma.
—Seguramente nos perdimos el desayuno.
—Es lo más probable, seguro habrán entendido.
—No me complace, tu querida Minerva me lo lanzará en la cara
cuando tenga oportunidad.
—Quiere que tengamos hijos —Calder también se ponía de pie—, para
eso se necesita intimar.
—La hora correcta de hacerlo es en la noche, cuando nadie se puede
percatar de lo que se está haciendo.
—Pero es más excitante si se hace de día… y, aunque fuera de noche,
con tus gritos cualquiera sabría lo que estamos haciendo.
—De verdad que no puedes dejar de molestarme —recriminó.
Calder sonrió y se acercó a su enfurecida esposa, tomándola de la
cintura y besándole el cuello lentamente, intentando contentarla, pero
fracasando, puesto que ella se movía, tratando de apartarse.
—Quisiera que por las noches no te durmieras tan aprisa para poder
desnudarte tranquilamente y besarte —la miró de arriba abajo—, esto de
hacerlo rápido no me agrada en demasía.
—¿Podemos dejar de hablar del tema?
—¿Por qué? ¿Te incomoda?
—Sí, lo hace.
Calder dejó salir una carcajada.
—No tiene lógica, mujer. Intimamos constantemente, te conozco y me
conoces ¿Cuál es el problema?
—Simplemente no es un tema del cual se deba discutir ¿vale? Así que
déjalo estar.
—¿No te gusta que te diga que me gusta tu cuerpo? ¿Qué me excita
pensar en llegar a casa y verte tendida en la cama preparada para que te
desnude y te haga el amor?
—Calder, por favor…
—Me gustaría hacerlo de nuevo, te he descuidado bastante.
—Estoy bien.
—Yo no.
Calder volvía a besar sus hombros y recorrer su cuerpo, pero en esa
ocasión, Blake daba pasos hacia atrás, temiendo que su marido, preso de la
pasión, quisiera volver a tomarla, no le molestaba, pero ciertamente tenía
cosas que hacer, sobre todo si Calder quería ir a esa reunión social. Blake
colocó ambas manos sobre el pecho que se cernía sobre ella, intentando
frenar el avance de su marido, pero esa restricción parecía hacer que pusiera
más empeño en lo que hacía.
—Amo —dijeron desde el pasillo—, lo buscan.
—¿Quién? —preguntó Calder, inclinando la cabeza para besar el
cuello de su esposa.
—Un caballero, ha dicho que su apellido era Brown.
—Vaya, vaya —Calder se alejó de su mujer—, con que ese bastardo ha
venido.
—¿Quién es él?
—Cámbiate, seguro quiere ser el primero en conocerte.
Blake frunció el ceño.
—¿Te parece que soy un animal de espectáculo?
—Eres mi esposa, te corresponde estar ahí —le dijo.
Calder dejó a su esposa cambiándose contra tiempo record mientras él
recibía a las visitas que seguro tenían otra intensión. Sonrió cuando vio a un
caballero escudriñando un reloj de mesa colocado sobre la chimenea de
mármol.
—Howard Brown —saludó—. Qué sorpresa verte en mi casa.
El hombre tomó la compostura después de aquella intervención y
limpió sus manos del sudor que seguro las acosaba.
—Calder Hillenburg, pensamos que no regresarías jamás.
—Me gusta este lugar —sentenció el capitán.
—Nos enteramos que heredaste tu título —dijo el hombre alto y
fornido de mirada aguileña y nariz recta—, ahora eres un inglés hecho y
derecho, con todo y alcurnia.
—Siempre lo fui Howard. Cuando un noble no lleva el título tiene
otros, pero no nos meteremos en el tema, sé que has venido por algo y estoy
más interesado que nunca en escucharte.
El hombre asintió un par de veces y dejó de lado los guantes negros
que llevaba estrujando media hora.
—Venía a hablar de negocios.
—¿Tú? ¿Conmigo? —sonrió Calder, sentándose en un sofá—. Pensé
que ustedes los americanos habían jurado jamás involucrarse en negocios
con los ingleses, menos conmigo.
—Eso fue hace tiempo, no nos gustaba la invasión, apenas nos
libramos de ustedes cuando vuelven aquí.
—En Londres hay americanos también Howard, pero no importa,
amigo mío, dime ¿qué necesitas?
El pobre señor Howard parecía complicado en su hacer, veía una silla
imperial con anhelo, pero al mismo tiempo quería estar de pie para mostrar
seguridad. Miraba a aquel duque de Inglaterra, sentado tranquilamente en el
sofá, a sus anchas, con las piernas cruzadas y mirada victoriosa que no
intentaba ocultar. Muchos le advirtieron de ese hombre, nadie debía tomar a
juego ir a su casa y mucho menos, mostrarse nervioso ante él, pues lo
aprovecharía, como en ese momento que parecía burlarse de él.
—Buenos días.
Howard Brown se puso lívido. En sus cuarenta y ocho años de vida, no
había visto mujer más hermosa que la que se presentaba en el salón en ese
momento. Su corazón palpitó después de veinticinco años. Desde que se
casó, no había tenido una reacción tan poderosa como aquella, sus ansias
carnales sobrepasaron los limites.
—Señor Brown, mi esposa.
—N-No sabía que se hubiera casado, lord Hillenburg —miró a la
mujer—, un placer señora.
La muchacha sonrió con encanto y se paseó insinuante por el salón
hasta plantarse frente al nervioso hombre. Ella parecía divertida, incluso
encantada con la enajenación del caballero, lo disfrutó mucho más cuando
elevó la mano y esperó a que esta fuera besada. El señor Howard sintió que
sus labios deseaban quedarse pegados a esa preciosa y blanca mano que
seguía siendo suave y tersa gracias a los esfuerzos de Blake por mantenerlas
así a pesar de los trabajos que realizaba.
—El placer es todo mío señor Brown —dijo con voz modulada.
—Querida, el señor Brown viene a hablar de negocios.
—Oh, y yo que pensaba que sufriríamos aversión cuando llegáramos
aquí —Blake se acercó a donde su esposo se encontraba y se sentó en el
sillón junto a él.
—No somos villanos, señora —medió el hombre—, le aseguro que
estará encantada de este país.
Blake asintió.
—Es lo que espero en verdad. Pero bueno, los dejo hablar de sus
negocios —ella miró a Calder quién asintió levemente—, ¿se irá a quedar a
comer el señor Brown?
—No, no. Lo siento señora, pero no venía para una invitación.
—Comprendo, será en otra ocasión —la mujer se inclinó un poco
hacia su marido y besó suavemente sus labios como despedida.
Quizá en Inglaterra eso fuera muy mal visto, pero por alguna razón,
Blake sintió la libertad de hacerlo ahí, además, cuando se separó, notó que
Calder estaba más que complacido, lo que quería decir que actuó a la
perfección. El señor Howard se dejó caer en el asiento, notando que no
había respirado en todo el rato que la mujer de aquel hombre estuvo en la
habitación.
—Tiene usted una mujer encantadora.
—Le fascinará saber que fue de su agrado, es verdad que tiene temor
de esta sociedad, piensa que la odiarán por ser inglesa.
—No creo que sea posible odiar a una criatura como aquella.
El hombre notó que habló en voz alta y fue a disculparse.
—No hay necesidad de que se retracte —sonrió Calder—, es un halago
que se piense así de mi mujer. Pero hablemos del tema al que ha venido.
—Sí, sí —asintió el hombre—, por supuesto.
Blake salió disparada hacia su recámara. Se quitó las ropas ostentosas
que Calder solicitó para que hiciera acto de presencia y colocó una nueva
falda y blusa ligera para trabajar. A lo largo de los días, había notado que
los empleados eran mucho más respetuosos con ella al irse enterando que
era la señora de la casa, pero al mismo tiempo, trabajaba al igual que ellos,
preocupándose por establos, ganado y sembradíos. Al parecer, en esas
tierras, lo que importaba para ganar respeto, era el trabajo duro, no una
presencia de princesa y ordenes de reina. Quizá esa fuera la razón por la
cual su marido la había internado en ese mundo, para ser aceptada en su
casa con mayor rapidez, le gustaría pensar que esa era la razón, pero la
verdad era incierta, como todo lo que representaba a Calder.
Salió en dirección a donde se encontraban las ovejas, tenía enormes
deseos de ver a esa pequeña que seguro había nacido hace unas horas, le
entristecía no haber estado presente pero tampoco le habían dejado otra
opción. Trotó el resto del camino, sintiendo la brisa contra su cara y la tierra
sobre sus botas.
—¿Qué ha pasado? ¿Lo ha tenido? —preguntó en cuanto pudo saltar la
valla que mantenía a las ovejas juntas y a salvo.
—Sí —sonrió emocionada una de las muchachas—, lo llamaremos
Pinplin.
—¿Pinplin? —sonrió Blake—, lindo nombre, me agrada.
Una de las muchas chiquillas traía al pequeño cordero recién nacido,
mientras el resto de las mujeres ayudaba a la oveja madre a recomponerse.
—Será mejor que regreses a esa cría con su madre, que seguro te viene
a morder por llevártela —aconsejó Romelia.
—Sí señora —asintió la chamaca, corriendo hacia su madre y la del
cordero también.
Romelia sonrió y miró de soslayo a la hermosa mujer del patrón. No
muchos sabían quién era en realidad, a la señora le gustaba mantener su
identidad oculta y no sería ella quién le diera la contraria. Pero a veces la
notaba tan desolada, pareciese que ocultara un oscuro secreto y ella,
chismosa como era, quería averiguarlo.
—Dime Blake, ¿por qué la cara larga?
—No hay cual —negó—, estoy bien, de hecho, me siento alegre.
—¿En serio? Se te ve una cara tan larga como la de Minerva.
—¡Qué ni Dios lo quiera!
Romelia sonrió.
—Bueno, no tan larga, no hay que ser exageradas.
Ambas se echaron a reír y caminaron hacia el pozo más cercano. El sol
estaba implacable y sería bueno llevar de beber a todas esas jóvenes y
madres que se apañaban con los animales y la siembra. Blake colocaba
vasos sobre una charola de madera, cuando las preguntas de la señora
Romelia volvieron.
—¿Todo bien con el chamaco?
—Sí, se lo aseguro señora Romelia —Blake miró extrañada a la mujer
—, sé que se preocupa por mi marido, pero creo que es demasiado interés
en mi persona.
—Bueno, no hay mejor forma de saber de un hombre que viendo a su
mujer —se justificó, limpiando sus grandes manos en su mandil—, ya
sabrás que ese chamaco no cuenta nada. Era así desde que me llegaba a la
barriga.
—¿Usted lo cuidó desde niño?
—Uy sí, chamaco, cuando ni él, ni ninguno de sus amigos podía
subsistir sin robar. Yo trabajaba en una posada, donde también había noches
de juego, pero no podía ayudar a todos esos niños, no señor. Pero llegó un
alma buena y ayudó, sí que lo hizo.
—¿Quién?
—No sé muchacha, nunca lo supe, siempre le decían de formas
diferentes. Algunos decían que era malo, otros que era bueno. Para nosotros
fue un ángel. Por mucho tiempo él ayudó a mantener a los chamacos, a
todos los que ves con el amo y a mí, a mí me puso a ser la nana de todos
¡Una mujer negra! No le importaba, ciertamente no lo hacía, jamás me trató
mal, no trataba mal a nadie.
—Parece un caballero ejemplar.
—Lo era, sí que lo era. Alto, gallardo, buen mozo, precioso, era un
joven precioso.
—Parece que te enamoraste de él, Romelia.
—¿Quién no lo haría? —se justificó—, además, era bueno, amable y
bondadoso.
—Me hubiera gustado conocerlo —asintió la joven—, es el hombre al
que mi esposo admira.
—Sí, Calder lo idolatraba. No sé qué pasó después, pero las cosas
cambiaron mucho, demasiado, llegó Minerva, lo cual fue un dolor de
cabeza, tendía a Calder, veía por él y le enseñaba a él. Uy, eso molestaba
mucho al chamaco, lo enfurecía, pero Minerva siempre alegaba que había
sido contratada para enseñarle al noble —se inclinó de hombros—, nadie
sabía que el chamaco era noble, vivía en las calles ¿Cómo iba uno a
saberlo?
—Usted sabe mucho de mi marido ¿verdad?
Romelia la miró.
—No puedo contarte nada chamaca, son cosas de él, me arrancaría el
pescuezo si cuento algo que no quería que supieras.
—Me has contado mucho justo ahora —Blake arqueó una ceja.
—Hablar es mi debilidad, no deberías aprovecharte de una anciana,
eres una mala chamaca, lista y abusiva, vamos a trabajar.
Blake asintió y cargó con la charola para llevar agua a las chicas.
Quería seguir hablando con Romelia, ella era sin dudas una de las pocas
personas que conocía bien a Calder, que sabía del pasado del cual él
hablaba tan poco, por no decir que nada. Le podía sacar la información, a
esa mujer mulata le encantaba hablar, pero como había mencionado, quizá
Calder en verdad se enfurecería con ella, tampoco quería eso.
—Blake.
—Ah, miren quién llegó, el chamaco en persona —la mujer colocó sus
brazos en jarras y miró mal al hombre a caballo.
—Hola Romelia ¿Cómo se porta mi mujer?
—Mejor, aunque debo decirte que es mala y se aprovecha de las
debilidades de los demás, es calculadora y abusiva.
—Vamos, no ha sido para tanto —se justificó la aludida.
—Condenada chamaca, vete ya con tu marido, mal harías si no lo
hicieras, yo inventaré una excusa a las muchachas —la empujó hacia el
caballo— aunque para este momento todos piensan que eres la amante del
amo ¡Dios santo! ¿Por qué quieres mantener todo en secreto? Ah, no
importa, no debo preguntar, mejor me voy.
Blake sonrió hacia la mujer que caminaba hablando consigo misma y
negó con la cabeza.
—A veces entiendo la mitad de lo que dice.
—Así es ella —asintió Calder—, ven, vamos para que comas y te
arregles cuanto antes.
—Puedo ir sola.
—Qué, ¿No quieres estar cerca de mí?
—Preferiría que fuera así.
—No me lo pareció en la mañana, el señor Brown quedó hechizado
por ti, comienzo a creerme lo de sirena, quizá lo eres—Calder se agachó y
la tomó de la cintura, subiéndola al caballo—. Y bien princesa ¿Me irás a
dar un beso?
—¡Calder! Estamos en público, la gente nos mira.
—¿Y qué me importa? —la apretó contra sí—. Eres mi esposa, puedo
besarte cuando quiera y en frente de quién sea.
—Calder, en serio que… —él la besó, interrumpiendo sus palabas. Fue
un beso tan intenso que Blake olvidó por un segundo dónde estaban y pasó
sus manos por el cabello de su marido, atrayéndolo a su cuerpo.
—¿Y decías que no querías? —se burló, asestándole pequeños besos
alrededor de todo su rostro—. ¿Estás dispuesta a llegar un poco tarde? No
creo soportar toda la noche sin hacerte el amor.
Blake rodó los ojos y lo besó de nuevo, todo bajo la atenta mirada y
los muchos cuchicheos que la gente del campo hacía, no tenían nada contra
la muchacha, era una buena persona, pero que el capitán la quisiera tanto,
les parecía extraño, él no se había comportado así ni con la mandona de
Megan, quién se sentía la dueña de la casa, ¿acaso la habían destronado?
CAPÍTULO 22
Pasaban de las seis de la tarde, Blake había intentado comer y
arreglarse en un tiempo record, pero su marido era más rápido en cambiarse
que un toro enojado y ahora sólo servía para molestarla y apresurarla, cosa
que la ponía de nervios y de malas. Había sido su culpa que tardara más de
la cuenta, si acaso él hubiera logrado medir su deseo, llevaría una ventaja
sobre su cabello.
—Vamos, vamos Blake —apuraba su marido, caminando de un lado a
otro en la habitación mientras miraba su reloj de bolsillo.
—¿Sabes? Si en verdad quieres que todos queden prendados de mí,
entonces deja de apresurarme.
—¿Quién dijo que eso quiero?
—Se nota por lo orgulloso que estaban cuando el señor Brown apenas
pudo hablar en mi presencia.
Calder sonrió, Blake lo pudo notar debido a que se había parado detrás
de ella, viendo hacia el espejo donde ella se reflejaba.
—¿No será que a la que le agradó, fue a ti?
—No voy a negar que me complace que los hombres se atonten en mi
presencia —se puso en pie—, pero te agradó, no sé qué ventaja le sacaste,
pero estoy segura que estabas satisfecho.
—¿A qué hombre no le gusta que todo el mundo admire a su mujer?
Justo ahora eres como un premio para mí.
Blake negó con fastidio y un mohín en la cara.
—Eres un verdadero retrógrado.
—¿Eso crees? Por favor, no seas ingenua, los tiempos podrán avanzar,
pero los hombres siempre buscan la belleza y la inteligencia en una mujer,
no sólo porque le fascine a él, sino para que el mundo lo avale como
alguien que la consiguió. Tal vez algunos callen de ese hecho, pero siguen
pensándolo.
—Entonces deberías callarlo, como los demás.
—¿Por qué he de hacerlo? Es más divertido ser honesto y hacer que la
sociedad trastabillé un poco.
—De verdad que te gusta vivir en conflictos, algún día sucederá algo
lo suficientemente malo como para que busques la paz en lugar de la
hostilidad.
—Hasta que ese día llegue, tendrás que aguantar mi hostilidad.
—Quizá te mate antes de que aprendas la lección.
—Quisiera verte intentarlo.
—Cada día me das más material para querer hacerlo.
—¿Quieres por favor colocarte el vestido? Se nos hace tarde.
—Sí, sí. Vaya, que mal humor —se quejó ella.
Blake había visto pasar a Helen en medio de una corrida para no ser
vista por el dueño de la casa, así que ella caminó al biombo donde su
vestido la esperaba, al igual que la doncella.
—¿Es en serio mujer? —dijo exasperado— ¿Vas detrás del biombo
cuando hace sólo nos momentos nosotros…?
—Calla —pidió Blake al notar lo avergonzada que estaba Helen.
—Oh, lo siento Helen, no sabía que estabas ahí, te quedas tan callada
y, además, escondida ¿pretendes sacarme un infarto?
La joven mulata bajó la cabeza y sonrió apenada, dejando pasar el
anterior altercado al ser tomada en cuenta por el amo.
—No mi señor, lo siento.
—Debes sentirlo jovencita, no quiero que a la próxima estés bajo la
cama y te pise una zanca.
—¡No, mi señor! —le dijo la joven sonriente y divertida—, nunca me
escondería bajo la cama, señor.
—Más te vale —asintió, dejándose caer sobre la cama—, te pido que
aprietes bien el vestido de la señora, a ver si de milagro se queda callada
por la falta de aire.
Helen dejó salir una risita dulce y miró a su señora con disculpa.
—Lo siento mi señor, pero el ama tiene un cuerpo precioso, me parece
que por mucho que apriete, el corsee no hará más que intentar acoger su
cintura.
—Es una verdadera lástima —sonrió Calder sin que ninguna de las dos
mujeres lo vieran.
—Oh, Calder, deja de bromear —Blake salió totalmente vestida—,
esta niña pensará que no me quieres ni un poco.
—Claro que te quiero —se levantó sobre sus codos—, pero siempre
me has gustado más callada.
La chamaca se estaba divirtiendo, cosa que Blake disfrutaba, nunca
pensó que Calder pudiera tener esa faceta relajada y tierna que hacía sentir
cómoda a una muchacha de la servidumbre. La pobre Helen había recurrido
a cubrir su boca con una bonita mano mulata, dejando a la vista el perfecto
azul de sus ojos. Calder le sacudió el pelo a la chiquilla para después
acercarse lentamente hasta su esposa y depositar un beso en sus labios.
—Te ves preciosa, mi amor.
Blake sonrió, como si estuviera acostumbrada a esa clase de
situaciones en las que su marido bromeaba y después actuaba tierno y
cortés para con ella. Nada más fuera de la realidad, pero como él podía
actuar, ella lo podía hacer también.
—Vamos Helen, ve a pedir el coche o el señor inventará una nueva
idea para hacerme rabiar y me quedaré en casa.
Era obvio que estaba enamorada de su señor, pero eso a Blake no le
molestaba, era una chiquilla de catorce años, inocente como ninguna y
dulce como un pastelillo. Tendrían que buscarle una pareja aceptable, la
niña era preciosa, debía casarse bien, podía casarse bien.
—¿En qué piensas? —Calder colocó sus manos en la estrecha cintura
de su esposa, llamándole la atención.
—En Helen.
—¿Qué tiene ella?
—Es hermosa —dijo la mujer sin más.
—¿Qué con eso?
—Bueno, ahora es una niña, pero pronto será una mujer muy
codiciada, tenemos que ver con quién sería adecuado desposarla.
Calder dejó salir una risa.
—Hablas como si fuera tu hija, es diferente a lo que piensas.
—¿Cómo?
—No quiero hablar así, pero es una mujer de color.
—¿Y qué? Es hermosa.
—Lo es, pero nadie querrá casarse con ella.
—Pero qué tontería ¿Me vas a decir que no te gusta?
—No podría gustarme, la cargué cuando era una niña, pero sé que hay
otros a los que sí les llama la atención.
—¿Entonces?
—Es complicado Blake, además, no es algo que esté pasando, ella es
joven aún.
Su esposa pareció concederle la razón de momento.
—¿Por qué de repente te llegó miedo por ella?
—Se hace grande —suspiró Blake—, cada día llama más la atención.
—No pensé que eso fuera malo.
—Para una mujer y de su condición, lo es.
Calder entrecerró los ojos.
—¿A qué te refieres? —inquirió.
—Nada —sonrió Blake—, será mejor que bajemos a la carroza, ¿No
decías que era tarde?
—Sí —contestó Calder con voz lenta y turbulenta—¸ hablaremos de
esto en otro momento.
Ella no contestó, dio media vuelta y se dedicó a salir de la habitación
seguida por los pasos de su marido quién, además, había tomado el abrigo
que ella había olvidado y se lo iba colocando mientras bajaban las escaleras.
—No puedes seguirme diciendo que vamos tarde —reprochaba la
mujer—, si estoy bajando las escaleras ahora.
—El hecho de que lo estés haciendo no indica que no nos retrasamos
por ti.
Al pie de las escaleras se encontraban los amigos más cercanos de
Calder, incluyendo a Megan y a Luisa, por supuesto. Blake se vio tentada a
volver a subir a su habitación, no habían pasado inadvertidas las muchas
burlas que ese par le hacían por el hecho de que Calder la pusiera a trabajar
en el campo, cosa que no le importaba, pero tampoco le agradaba que esas
dos tuvieran material para molestarla y ella ninguno para defenderse.
—Calder, tu coche espera —dijo Loren—, no sabes cómo me aterra
que vayas en esa cosa.
—Gracias por el interés Loren, pero no pasará nada, estamos en 1899,
las cosas deben ir cambiando de poco a poco.
—¿De qué hablan? —inquirió Blake.
—Nada querida, lo verás cuando salgamos —él acogió la mano de ella
para escoltarla.
—Vaya, ahora la querida campesina ha vuelto a las telas de seda y
fiestas importantes —se burló Megan.
Blake sonrió despampanante y asintió.
—Y tú sigues siendo tan maleducada como de costumbre, no puedo
creer que hables tan despectivamente de las personas por las cuales te
alimentas.
—Yo no…
—Pero está bien, se dice que el pez muere por su propia boca,
aguardaré impaciente tu hora.
Dicho eso, Blake se deslindó del brazo de su marido y salió primero
por las enormes puertas de la mansión Hillenburg en Nueva York. Calder
esperó a que su mujer saliera para mirar a Megan.
—¿Qué? —inquirió ella.
—Te lo dije una vez, como sabes, no repito las cosas —fue lo único
que le dirigió—. Loren y Víctor, empaquen sus cosas, lo más seguro es que
mañana temprano tengamos que salir ¿entendido?
—¿Con dirección a dónde? —Loren frunció el ceño.
—Aún no lo sé con exactitud, pero te lo diré cuando vuelva. Víctor,
dile a la señora Romelia que se ocupará en esta empresa, por lo cual debe
estar lista también.
El hombre asintió.
—¿Irá ella con nosotros? —preguntó Megan airosa.
—No lo creo —gruñó Calder—, preferiría que se quedara aquí.
—¿Sola? —se sorprendió Loren.
—Vaya Loren, no sabía que te interesara alguien además de mi
hermana —sonrió Luisa con impresión.
—La señora siempre ha sido alguien de quién guste cuidar —
respondió el hombre y miró a su capitán—, no se me hace la mejor idea
dejarla, es peligroso.
—Demos gracias al demonio que no necesito de tu opinión —dijo
Calder—, vamos, hagan lo que he dicho.
Víctor tomó el hombro de Calder cuando él pensaba salir y todos se
dispersaban a hacer alguna tarea faltante antes de la partida.
—Pienso igual que Loren.
—Otro que se mete en mis asuntos, se les comienza a hacer costumbre
—lo miró—. Se quedará aquí, Víctor.
—Eres un inútil en cuanto al trato de tu esposa se refiere —Víctor
arqueó la ceja—, sabes que Loren tiene razón.
—Está en mi casa, los empleados la aprecian y no dejarán que le pase
nada, no la llevaré conmigo donde estará expuesta, estará a salvo en este
lugar, la sé bien aquí.
—Como digas, aun así, pienso que sería buena idea dejar a alguien
echándole un ojo.
Calder lanzó un gruñido cuando su amigo comenzó a alejarse de él,
dejándole paso libre para salir de la casa. Pensaba que Blake estaría
histérica para ese momento, en cambio, parecía más que feliz al estar
sentada en su carro, moviendo el volante de su Mercedes Benz 1896*, el
cual adquirió de la primera fabricación de la cual sólo hubo veinticinco
ejemplares, el primer vehículo de combustión interna. Tenía modelos más
innovadores, pero ese era su predilecto, le recordaba que había sido de los
primeros en tener un carro sin caballos, lo cual fue una completa locura.
—¿Dices que se muevo solo? —le preguntaba a su chofer.
—Sí mi señora.
—Magnifico, ¿Cuántos de estos tenemos?
—Cuatro —respondió Calder, colocando sus guantes y despidiendo al
chofer con la mirada—, todos diferentes modelos y diferentes años, pero
este me gusta demasiado.
—¿Puedo aprender? —sonrió la joven con entusiasmo—¸ de verdad
quiero aprender.
—Lo harás después. Justo ahora tenemos que llegar y creo que si me
pusiera a enseñarte tardaría una eternidad.
—Soy rápida aprendiendo —se molestó la joven, dejándole el lado del
conductor a su marido.
—Y no lo dudo, pero será mejor en otro momento, es más, te dejaré
uno de mis carros. Creo que irá contigo el Fiat 4 Hp, es italiano, bastante
bonito.
—¿En serio? ¿Me lo darás?
—Sí, ¿por qué no?, pero ahora callada y sentada, no quiero que te
mates de camino.
La muchacha lo hizo, atenta a los movimientos que su marido hacía
para encender el auto y ponerlo en marcha. Hacía muchísimo ruido, era
extraño que no hubiera caballos halándolo y no comprendía mucho el
mecanismo del volante y como este movía las ruedas de un lado a otro. Pero
le fascinaba, tanto, que se asomaba para ver las llantas, se levantaba para
observar el motor que gruñía y miraba interesada la palanca y el volante.
—Parece magia —dijo ella.
—No lo es, luego lo entenderás, pero siéntate ya.
—Es que no lo entiendo —sinceró conmocionada.
—Así es al principio.
—Lo conduces con demasiada facilidad —le hizo ver— ¿Cómo
aprendes a hacer todo al mismo tiempo?
—Práctica.
El resto del camino prosiguió igual, ella llena de preguntas y él
contestándolas pacientemente, en verdad le impresionaba lo mucho que
Blake estaba interesada en el funcionamiento mecánico del auto. Era
normal las preguntas de la falta de corceles, pero ella era mucho más lista,
elaboraba preguntas en referencia a las cadenas, la complejidad del
funcionamiento de la marcha y otras tantas cosas que despertarían el interés
de otro varón, no de una dama.
Llegaron a la mansión Williams, el pobre mozo sufrió a lo grande
cuando vio al conocido inglés llegando en esos carros motorizados que
nadie sabía usar a excepción del mismo duque que los compró y los
hombres que los fabricaron. Calder no le complicó la vida al hombrecillo y
estacionó él mismo.
—Ah, señor Hillenburg, siempre haciendo ruido.
—Siempre, señora Williams —sonrió Calder cuando estuvieron en la
entrada de la casa—, le presento a mi esposa: Blake Hillenburg.
—¡Pero que preciosa! —la miró de arriba abajo—, trae un diseño de
Giorgiana Charpentier, es muy hermoso, no he visto ese diseño en la tienda
¿es una nueva temporada?
—Sí, señora Williams, ha de estar por llegar.
—¡Eso espero! Ya me hacen falta algunas cosas —sonrió—, de hecho,
está presente la señora Candice, una de sus socias.
—Ya veo, ha de ser usted alguien de importancia.
—Sí, sí, pero seguro ella ha aceptado sólo por saber que vendría el
Lord —la anfitriona miró a Calder—, las mujeres como ella siempre
piensan en sus socios.
—¿Cómo dice? —Blake frunció el ceño y miró a su marido.
—¿Es que no lo sabía? —la señora Williams hinchó su pecho al
saberse más informada que la misma mujer de aquel hombre—, su marido
es socio importante de la cadena de Giorgiana Charpentier. Ha invertido
millones en sus tiendas por todo el mundo.
—Gracias por esa introducción señora Williams —dijo la voz seria de
una mujer—, pero no hacía falta que se lo echara en cara a…
Blake miró de lado a la mujer que había quedado sin voz.
—¿Quién eres? —preguntó entonces.
—Soy Blake Hillenburg, esposa de…
—No, no. Antes de casarte, ¿Cuál era tu nombre?
—Collingwood, de los duques de Wellington.
—No entiendo, eres muy parecida —decía la mujer mayor—, eres
tan… ¿Acaso, eres algo de los Charpentier?
—Ese es el apellido de soltera de mi madre y actual nombre de su
hermano, mi tío.
—Eres sobrina de Giorgiana ¿cierto? —sonrió la mujer— ¡Por Dios!
¡Se parecen tanto!
—Sí, es mi tía y madrina.
—Lo sabía —la miró con ternura y la abrazó—. Eres el espejismo de
ella, hace tanto que no la veo, yo soy Candice, llegué aquí junto con tu tía
hace ya muchos años.
—¿Eres sobrina de la mismísima Giorgiana Charpentier? —la señora
Williams tenía los ojos muy abiertos.
—Sí.
—Oh, señor Hillenburg, ha tenido una ganga al casarse con esta
muchacha.
—Por favor señora Williams, no sea habladora —dijo Candice con
seriedad y miró al caballero que sonreía petulante—. Calder, siempre tan
elocuente y con sorpresas cada vez que vuelves.
—Candice, me alegra que te cause felicidad mi esposa, pero si me la
permites de regreso, la seguiré presentando a la sociedad.
—Nadie mejor que yo para hacerlo.
—Yo soy mejor para hacerlo —sonrió el hombre—, así que por favor.
Candice lo miró con desagrado y sonrió hacia Blake.
—Habrá tiempo para hablar, ve con tu marido.
—Un gusto conocerla Candice, estoy interesada en saber la vida de mi
tía por aquí.
—Oh, niña. Esa historia es famosa, cualquiera te la puede contar.
—Pero nada mejor que de una de sus amigas.
Candice asistió con orgullo.
—Ten cuidado, por aquí siempre hay serpientes venenosas —miró
hacia su alrededor—, seguro la tendrás difícil.
—Sí, ya me lo imaginaba, pero no se preocupe Candice, me se
defender muy bien.
Calder apartó a su mujer de la señora Pinglett y la inmiscuyó en un
grupo social completamente diferente. Blake hizo una evaluación rápida de
las personalidades con las que estaba a punto de codearse. Todos parecían
arrogantes, ricos y poco humanos, lo último era lo que más le aterraba de la
situación.
—¡Pero si es el inglés! —sonrió uno de ellos—, ha vuelto para torturar
nuestras cabezas con lecciones que no queremos entender.
—Señor Rocher, sería para mí un placer instruirlo en filosofía, política,
el arte y la literatura. Pero justo ahora estoy de visita.
—¡Este chico siempre sabe que decir! —aplaudió el señor Williams,
anfitrión de la fiesta—, díganos señor Hillenburg ¿es acaso esa mujer hija
de Afrodita?
—Mi esposa señor, Blake Hillenburg.
El señor Williams tomó la mano de Blake y la besó con afán.
—Sí, algo había escuchado del atontado Brown. Aunque él la llamó
“una creación del señor”. Pero al verla, parece más bien la tentación del
demonio hecha carne —algunos de los hombres ahí presentes rieron—, lo
cual es perfecto, ya que lo nombran a usted el mismo Satanás, ¿ha venido a
tentarnos con su esposa?
—Disculpe Monsieur, pero no creo que sea la encarnación de un
pecado como tal —Blake habló seductoramente. La maldad y la dulzura se
mezclaban perfectamente en su voz, paseándose alrededor de los hombres
en cuestión. Sus movimientos eran suaves, como seda al caer; su mirada era
fría y rozagante; su sonrisa poseía aquella combinación de seducción e
ironía—, pero puedo admitir que nací con dotes que me hacen bastante
atractiva, pero no sólo físicamente, no es tan simple. Lastimosamente para
ustedes caballeros, no he venido con la intensión de encantar a nadie, adoro
a mi marido y pretendo serle fiel, con su permiso.
Blake se inclinó ante los estupefactos hombres y besó dulcemente a su
marido en los labios, sintiendo la sonrisa que él le regalaban en el intimo
contacto de sus bocas.
—Por el amor a todo lo vivo —expiró uno de los caballeros cuando la
mujer dejó de estar cerca—, esa mujer tiene encanto bucal o algo parecido.
Señor Hillenburg, está usted perdido.
—¿Eso cree señor Bramson?
—Sí, no había conocido tal encanto desde… —el hombre bajó la
mirada—, desde hace mucho tiempo.
—Supongo que se referirá a su esposa —Calder alzó una ceja,
sabiendo muy bien lo que hacía y con quién se metía.
—Sí claro, por supuesto así es.
—¿A quién más podría referirse? La señora Bramson es preciosa —
dijo el teniente Preston con molestia, defendiendo a su cuñado.
—Por supuesto. Es verdad que vuestra esposa es hermosa también. No
la he visto, ¿Dónde está la señora Preston?
—Anica ha de estar paseándose por el lugar, como siempre. Oh, pero
si está con vuestra esposa.
Calder sonrió hacia el lugar, Blake había sido rápidamente aceptada
entre el más alto circulo de la sociedad neoyorquina, estaba seguro que de
un momento a otro se enteraría, pero la dejaría hacerlo sola. Sobre todo, al
ver a Candice en el lugar y seguro que por ahí andaban Julia y Dulce,
quienes eran tan respetadas como la misma Giorgiana Charpentier.
—Es un gusto conocerla señora Hillenburg, aunque lamento que se
sienta tan fuera de lugar, supongo que ha de ser incomodo llegar desde
tierras tan lejanas donde ciertamente la sociedad es diferente.
—No es tan diferente —afirmó Blake con una sonrisa—, pero
agradezco su preocupación, es muy amable.
—Puedes llamarme Anica, no tengas cuidado.
—Muchas gracias —sonrió la joven—, veo que ustedes son de respeto
por aquí.
—En realidad somos de Lexington, pero venimos con frecuencia a
Nueva York. Mi marido le tiene gran respeto al tuyo, por cierto.
—No conozco a las amistades de mi marido, pero parece ser bien
recibido en la sociedad.
—Oh, pero claro, ¿por qué no habría de serlo?
—Lo dice porque es inglés —se inmiscuyó una mujer con mirada
altanera y una ceja elevada—, a los estadounidenses no nos agradan los
ingleses.
—Por favor, Drizella, ustedes tampoco son de por estas tierras y aun
así son bien recibidas.
—Así que, esposa de Calder Hillenburg, el heredero del ducado
Bermont —la hermosa mujer de unos treinta y ocho o cuarenta años, miró a
Blake con desdén—, conocí a varios de su familia.
—¿Es acaso que vivió en Londres?
—París.
—Entonces conocerá a mi tío William y a mi tía Giorgiana.
—¿Cómo dices? —exclamó de pronto la señora Preston.
Blake miró con aún más extrañeza a sus dos acompañantes ¿qué le
sucedía a todo el mundo?
—Giorgiana, ¿qué? —preguntó mordaz la señora o señorita Quilet,
Blake no tenía ni siquiera el placer de saberlo.
—Charpentier, mi familia de Francia, hermanos de mi madre.
—Eres sobrina de Giorgiana —se acercó la señora Preston con ojos
iluminados y una sonrisa que parecía añorar algo—, yo conocía tu tía muy
bien, de hecho, Sara estará por aquí, querrá verte.
—Sara está con mi hermana Marcela.
—La iré a llamar —Anica Preston salió corriendo como quién huye un
incendio, dejando en soledad a Blake y a la tal Drizella.
La mujer lanzaba una ponzoñosa mirada hacia la hermosa Blake, quién
parecía entender la mitad de lo que pasaba a su alrededor. Se adelantó hacia
ella y estiró su mano de forma agradable.
—Drizella Quilet, creo que nunca me presenté.
—Creo que no —le tomó la mano en un saludo más bien masculino—,
Blake Hillenburg.
—Y dígame, señora Hillenburg, ¿Cómo le va a su tía?
—Bastante bien —dijo cándida—, tiene tres hijos y mi tío es un
encanto, no sé si sepa que se casó.
—Oh, lo sé muy bien.
—Claro, vivió por allá.
—Así es.
Drizella no sentía que esa muchachita se pareciese nada a su tía, quizá
tuviera la cabellera negra y algunos rasgos eran semejantes, pero el carácter
de su contrincante en aquellos días era mucho más fuerte. El rencor nunca
había dejado de existir en su interior, el hecho de que se casó sin amor y con
un imbécil, la amargó, llevándola a una vida de promiscuidad donde en
alguna ocasión se topó con el guapo Calder Hillenburg. Jamás logró
acostarse con él, pero se decía que era un amante apasionado y bastante
distante, por lo que no ocasionaba problemas.
—Mira Sara, ella es la señora Hillenburg, es sobrina de Gigi.
La mujer abrió los ojos con impresión y sonrió.
—No lo puedo creer, sí que tienen un parecido, aunque no demasiado
—la preciosa mujer miraba con detenimiento a Blake, como si se tratara de
una pintura que debía contemplar por horas para entenderla—, sí, tienen
mucho parecido, sobre todo en los ojos.
—Lo siento —dijo Blake—, pero mi tía tiene los ojos azules.
—Se refiere a tu mirada —esclareció Anica—, tienen esa fuerza que
no se ve muy a menudo.
La joven estuvo a punto de contestar, pero en eso llegó su marido,
posando una mano en su cintura.
—Tenemos que irnos.
—¿Irse? —inquirió Anica—, no hace tanto que llegaron.
—Lo siento señora Preston, pero resulta que me ha salido una
oportunidad de negocios que no puedo rechazar. Tengo que partir.
—¿A dónde, si se puede saber? —preguntó Drizella Quilet.
—No se puede saber, pero gracias por el interés —Calder miró a su
esposa—, ¿Nos vamos?
—Como tú digas —asintió.
—En ese caso, nos retiramos —Calder se inclinó ante las mujeres
presentes y escoltó a su esposa hacia la salida.
Blake se despidió con una sonrisa y cuando vio a Candice levantó una
mano y se despidió de esa forma de ella. La amiga de Gigi miró con interés
a la pareja, algo no le cuadraba en todo aquello, si no recordaba bien, la
familia Bermont no era muy afecta al nombramiento de Calder Hillenburg
como el heredero del ducado de su abuelo. La mujer volvió la cara hacia
Julia y Dulce, quienes llegaban en ese momento.
—No tengo idea de que pasa, pero no será nada bueno.
—Si Gigi supiera que el señor Hillenburg es uno de los inversionistas
mayoritarios —negó Dulce—, le daría un infarto.
—Probablemente, pero él es el hombre con más influencia en el
mercado —Julia se inclinó de hombros—, fue una buena estrategia.
—¿De qué creen que estuvo hablando con Preston y Bramson?
—No sé, pero seguro que encuentra una forma de torturar a Gigi.
—No ha hecho tal cosa —frunció el ceño Julia—, desde que estamos
de socias con él, GICH ha crecido con mucha más rapidez.
—Pero seguro sabrás que no lo hace por el buen corazón que tiene —
hizo ver Candice—, algo quiere.
La pareja Hillenburg entró a su casa, Blake se sorprendió notoriamente
al encontrarse con el sequito de su marido despierto y con maletas postradas
en el hall. Miró inquisidora a su marido.
—Tendré que salir.
—¿En serio? ¿A dónde irás? —miró a todos los hombres y mujeres
presentes— ¿A la guerra?
—No querida, pero si muero te mandaré avisar.
Ella sonrió con ironía y negó.
—Supongo que quieres decir que me quedaré aquí —miró a Luisa y a
Megan, listas para partir—, parece que llevas lo necesario.
—Es por trabajo, así que sí, llevo lo necesario.
Blake sintió arder su estómago, estaba confirmando que ella no tenía
cabeza para sus negocios, mientras que esas dos si lo tenían. Sabía que tanto
Luisa como Megan lo habían entendido igual, puesto que sonrieron y
tomaron sus valijas para salir junto con Víctor y Loren, inclusive se iba la
señora Romelia.
—Adiós muchacha —dijo la mujer—, te quedas al mando de la casa,
no dejes que la señora Minerva se te imponga.
—No se preocupe señora Romelia, sabré resolver eso.
—Bien, bien muchacha, ten cuidado, no te metas en problemas, nos
veremos en unos días.
—Hasta pronto.
Blake iba a dar media vuelta para alejarse de la entrada, cuando sintió
que Calder la tomaba del brazo y la acercaba a él.
—¿Qué quieres? —le dijo con desagrado.
—Despedirme de mi esposa, claro está.
—Ah, dirás de tu tonta, eso hiciste parecer entre toda tu gente. Ve a
despedirte de alguien que te extrañe.
—Eso hago —le dijo con una sonrisa malvada y divertida, besándole a
fuerzas la comisura de sus labios—, ten cuidado, trata de no meterte en
problemas, quédate dentro de casa, no vayas a trabajar.
Calder la besó una última vez y salió de la mansión, dejando a su
esposa en medio de una sensación de soledad, instintivamente se abrazó a
su misma y miró a su alrededor, no se había dado cuenta de cuanto se había
acostumbrado a la presencia de su marido y de sus muchos amigos que
solían recorrer la casa y llenarla de sonido.
CAPÍTULO 23
Blake llevaba seis días en soledad, para ese momento había aprendido
a sobrellevar los altaneros comentarios de Minerva y controlaba la casa con
los ojos cerrados. Ahora que no estaba la señora Romelia, era su tarea que
todo continuara con orden, que los empleados hicieran sus tareas y en sí,
que nada se saliera del molde que se había creado desde hacía mucho
tiempo.
Ella siguió yendo al campo con regularidad, su atuendo de hombre y
sus muchas ganas de pasársela entre los animales le habían ganado el favor
de los empleados, que gustosos la rodeaban y la ayudaban en cuanta
petición tuviese. Para ese momento, la refinada y pomposa Blake
Collingwood había quedado guardada junto a sus elegantes vestidos. La
mujer que era en ese momento, le fascinaba. Le encantaba liderar en el
campo y estar cerca del ganado, montar a caballo y estar más bien cómoda
por el resto del día.
Esa mañana, después de tomar el desayuno con los despectivos
comentarios de Minerva, salió directa hacia donde estaban las vacas. Le
agradaba darles de comer y estar presente mientras las ordeñaban. Era su
tarea contabilizar los tarros de leche que se debían llevar y vender al
pueblo, descubriendo que era realmente buena bajo la influencia numérica y
sabía sacar provecho de los productos que salían de sus cosechas y
animales. Incluso había comenzado a hacer mermeladas de arándanos y
fresa.
—Señorita Blake —sonrió una chiquilla—, la vaca Bessy ha sacado
tres tarros de leche esta mañana.
—Me alegra Grecia, ahora ve y diles a las demás que comiencen a
contabilizar y lo vayan poniendo en las rejas.
—¡Sí señorita!
Blake sonrió, miró hacia los lados y sacó un cigarrillo de entre sus
ropas, estando junto a esas chicas y otros tantos muchachos, la costumbre
de fumar se le había desarrollado con prontitud, cosa que su marido no
sabía y ciertamente no le diría. Se sentó sobre una paca de alfalfa y subió su
bota cómodamente hacia un gran tambo de agua. Fumaba su cigarrillo
mientras veía a las muchachas trabajar y ella elaboraba cuerdas resistentes
que fueran de ayuda al momento de ordeñar a las vacas.
De pronto, irrumpiendo su pacifico proceder y el del resto de los
empleados, un grito atronador despertó el interés de Blake, quién dejó de
lado su cigarro y la cuerda en la que se afanaba. Se acercó a paso decidido
hacia un hombre en montura, que golpeaba a una muchacha con un látigo.
¡Ni siquiera permitía que golpearan a los animales! Mucho menos a las
personas.
Blake se adelantó rápidamente, pese a que muchas manos intentaron
evitar que lo hiciese y alzó el brazo para recibir el latigazo, provocando que
la cuerda de cuero se enredara en su muñeca causando dolor, pero evitando
que le despellejara la piel a esa pobre muchacha. La jovencita en cuestión
lloriqueaba en el suelo, cubriéndose con una mano el seno expuesto.
—¿Qué crees que haces maldito estúpido? —gritó el hombre barbudo,
con un diente negro y ojos azules claro.
—¿Qué hace en estas tierras? Nunca lo había visto.
—Pero si eres mujer, ¡Válgame! Uno no se lo imaginaría con esa
vestimenta —el hombre limpió su diente delantero y escupió—, quítate
estúpida, la he elegido a ella, ya otro día te tocará la suerte.
—¿Elegido? —los ojos de Blake chisporrotearon cual incendio—
¿Elegido para qué?
—Ah, en serio chamaca, para yacer, coger o como sea que le digas a
meter el pene en una vagina.
—Es el ser más repulsivo que puede existir en esta tierra.
—Quítate ya muchacha o te llevaré a ti, aunque no te ves muy
tentativa con esas ropas y ese gorro te cubre la cara.
—Es un imbécil, váyase de aquí ahora mismo.
—Señorita Blake —susurró la dama en el suelo—, no se meta con él
señorita, le hará daño.
—Como a ti —negó la joven—, no lo permitiré.
—Pero que valor —se quejó el hombre, bajando del caballo—, hazte a
un lado de una vez.
Al momento de empujar a Blake a un lado, el sombrero vaquero que
traía puesto cayó al suelo con estiércol, revelando las hermosas facciones de
mujer, los preciosos ojos verdes y la larga melena amarrada en una única
trenza.
—Vaya, parece que cambiaré de opinión.
—Haga el favor de irse de aquí ¿quién cree que es?
—Soy el capataz.
—¿Capataz de qué? No lo había visto.
—El señor me había mandado a algunas compras de tierras, pero he
vuelto y creo que muy a tiempo.
—Ojalá que no, ahora márchese de aquí.
El hombre la tomó, sintiendo la pequeña cintura, los grandiosos pechos
y el bonito trasero de aquella muchacha. Era una mujer preciosa, sobre todo
por la forma desesperada en la que se intentaba de librar de él.
—Eres una muchacha sin igual, no te había visto.
—¡Suélteme! —Blake levantó la rodilla, buscando golpear al hombre
que, previendo el ataque, la soltó y le dio una bofetada tal, que la mandó al
suelo.
Blake tomó su mejilla con fuerza, el dolor era punzante y su labio dejó
salir unas gotas de sangre. No satisfecho con ello, el hombre lanzó una
patada en el estómago de la chica, con la suficiente fuerza como para
asfixiarla y dejarla tendida en el suelo.
—¿Qué opinas ahora, puta?
—¡Dios santo! —gritaron las muchachas, cubriéndose la boca con la
mano, algunas corriendo a buscar ayuda, aunque sabían perfecto que no lo
harían, nadie se enfrentaría al capataz.
Blake, sin aire y con el dolor latente, aventó la acumulación de sangre
por la boca y miró al hombre con resentimiento y odio.
—¿Qué dices? —le dijo sonriente— ¿Aún no entiendes tu lugar?
¿Tienes tiempo para mirarme de forma altanera?
El hombre asestó otra patada en el vientre de la joven, haciéndola toser
y posteriormente, le jaló el cabello, haciéndola levantarse en un quejido y
lágrimas silenciosas.
—¡Qué pasa aquí! —gritó entonces Romelia, la mujer de color venía a
marchas forzadas con aquel vestido y mandil blanco hecho un desastre por
su rápido proceder— ¡Dios santo! ¡Es Blake!
—No se meta Romelia, ya sabe cómo son las cosas por aquí.
—Te acabas de meter en un problema grave Edgardo, esa mujer no es
como cualquiera.
—Es una mujer —la jaló del cabello—, una bastante altanera.
—Suéltala ahora —pidió la mujer con determinación.
—Pienso tomarla antes.
—No te conviene seguir, sé lo que te digo y te advierto que es mejor
que desaparezcas del aquí cuanto antes, si el patrón se entera...
—Sí el patrón se entera, sabes lo que le puede pasar a Helen u otra de
tus protegidas, irán al burdel, donde los hombres las violarán hasta que
mueran o queden embarazadas.
—Depravado ¡Te digo que la sueltes! —exigió Romelia con más
fuerza y enojo que antes, pero con el mismo temor que las demás, no dejaba
de ser mujer y ese, un hombre que, si bien no la violaba, la golpearía hasta
la muerte.
—Romelia —dijo Víctor, quién había sido atraído por el tumulto de
gente que se remolinaba y cuchicheaba— ¿Qué sucede?
—Señor Víctor —se arrodilló la mujer semidesnuda, atacada por ese
tal Edgardo—. La señorita Blake me intentó defender, la ha golpeado y está
ahí, inconsciente.
Víctor miró primero a la valiente muchacha quién se había arrastrado
hacia él y luego al hombre que infringía el castigo hacia la mujer del dueño
de la casa, lo cual seguramente pasaría inadvertido por aquel idiota que
tenía la sentencia de muerte entre los ojos.
—¡Suéltala idiota!
—Víctor, no me digas que la quieres para ti. Que yo sepa, tu gozas de
las mujeres del capitán, las que desprecia después de días.
—Te aseguro que esta le gusta más que las demás —dijo Víctor,
tomando a una inconsciente Blake en brazos.
El hombre, enervado y tozudo, montó de nuevo y chasqueó con la
boca, se fue sin saber quién era la mujer y sin poder predecir el posible
futuro que Calder le impondría.
—Romelia, mande una nota a Calder, infórmale que… —Víctor miró a
la mujer en sus brazos—, ¡Maldición! Dígale que regrese de urgencia, ¡Y
mande llamar a un médico!
La mujer corrió hacia la casa grande mientras Víctor llevaba el cuerpo
inerte de Blake en dirección a su recámara. No quería ni pensar que pasaría
cuando Calder se diera cuenta de lo ocurrido, no quería imaginar la forma
en la que castigaría a Edgardo, quién seguramente se lo tendría merecido.
Pero no era buena idea enemistarse con ese hombre, traicionero y
embustero, podría ocasionar más daño. La solución sería matarle, pero eso
se llevaría a un juicio que Calder seguramente perdería por asesinato.
Pasó una hora hasta que Calder entró por aquellas puertas hecho un
demonio. El mensajero había tardado en encontrar al capitán y justo en ese
momento había dado con él y entregado la misiva. El hombre entró
pensando que los habían atacado, o que había un incendio, o que les
robaron ganado. Sin embargo, la casa estaba en un silencio sepulcral. Los
sirvientes se escondieron en cuanto lo vieron, dejándolo con la misma duda
que cuando llegó.
—¡Víctor! —vociferó.
Su hombre se asomó por el barandal del segundo piso, extrañamente,
puesto que esas eran las recámaras que ocupaban él y su esposa, a sus
amigos les daba siempre habitaciones en el primer o el tercer piso, jamás en
el segundo.
—¿Qué ocurre? ¿Por qué esa forma desesperada de mandarme misivas
sin información?
—Será mejor que subas y lo veas tú mismo.
—¿Subir? ¿A ver qué?
—Es tu esposa —bajó la mirada.
—¿Blake? —lo miró extrañado— ¿Qué sucedió?
Víctor negó con la cabeza repetidas veces y bajó la mirada. Calder
subió las escaleras de dos en dos, pasando de largo a su amigo y entrando
en la habitación donde Helen tomaba la mano de su esposa y le limpiaba
lagrimas que derramaba sin parar.
—Blake, ¿qué pasa?
La mujer chistó ante la intromisión y negó con la cabeza, mirando
hacia otro lado, tosiendo con dolor. Calder no pasó por alto la mejilla
morada, el labio partido y mucho menos la forma protectora en la que se
tomaba las costillas.
—¿Qué pasó?
—Señor —lloró Helen—, la señora fue atacada por ese vil del capataz
Edgardo, intentó defender a María y mire como la dejó.
—La pateó hasta que… —Víctor bajó la mirada—, el médico dijo que
era de esperarse Calder, lo siento muchísimo.
—¿Era de esperarse qué?
—Que perdiera al niño —se explicó el hombre, provocando el llanto
de la mujer en la cama—, le dieron varios golpes en el vientre.
—El niño… —susurró el capitán— ¿Un hijo?
Víctor asintió.
—Ella apenas se enteró hasta que lo perdió.
Helen seguía enjuagando las lágrimas que Blake derramaba sin cesar,
tosía a causa de los golpes y continuaba llorando. Calder apretó fuertemente
su mandíbula y miró a su amigo con una mirada indescriptible, casi
inhumana. En ellos había carencia de piedad, sólo se denotaba unas fuertes
ganas de venganza y una mortífera sed de sangre que Víctor había visto en
contadas ocasiones.
—Busca a ese imbécil y tráiganlo ante mí —la voz de Calder era fría,
presa de odio y una tranquilidad abrumadora.
—Sí, Calder.
—Salgan todos de aquí —dijo con enojo— ¡Ahora!
Las sirvientas y gente del campo que había acompañado hasta la casa a
Blake salieron corriendo ante el alarido. Blake chistó y lloró un poco más,
sorbiéndose la nariz y limpiando sus lágrimas por sí misma. La faz
enfurecida de Calder cedió y una tristeza y comprensión desmedida acosó el
cuerpo normalmente maligno y frívolo del capitán.
—Blake.
—No lo sabía —dijo ella con voz trémula y entrecortada—, si hubiera
sabido que tenía un bebé jamás me habría arriesgado. Lo perdí, sentí como
su vida se desprendía de mi.
—Esto no es culpa tuya —la tomó en brazos con cuidado—,
encontraré a ese desgraciado y lo haré pagar por todo esto.
—Perdí al bebé —balbuceaba ella—. ¿Cómo no me di cuenta? Era
pequeño, supongo que lo era ¿lo viste acaso? ¿Dónde está? Quizá tuviera un
mes, tal vez un poco más …
—Blake.
—Ese hombre hizo que perdiera a mi hijo, a tu hijo —lo miró— pero
eso a ti que te va a importar. Estaría siendo engendrado en mi seno, el de
una Bermont y tú nos odias.
—La vida de un niño jamás ha sido despreciada por mí. Menos un hijo
mío, el que viniera de mi esposa lo hace aún más importante.
Blake volvió a llorar.
—Lo perdí, lo perdí, lo perdí.
—Eh —le tomó la cara—, todo está bien, apenas y sintió dolor.
—¿Crees? ¿En serio lo crees?
—Sí —le besó la frente—, ese bebé ahora descansa.
Ella asintió y se recostó en él, en su pecho fuerte y protector.
—Quiero que se bautice y lo entierren adecuadamente —dijo
somnolienta, cansada por los golpes, por llorar y por el aborto.
—Se hará lo que tú digas.
Su mujer se durmió hecha un nido de emociones, se aferraba a él como
si de ello dependiera su vida. Calder la acariciaba, le besaba las mejillas y
los labios, la calmaba cuando parecía soñar mal y no la dejó de abrazar, aun
cuando Víctor entró en la habitación con sumo cuidado y silencio.
—Lo hemos puesto en una de las recámaras de abajo Calder, estará
esperando su castigo.
—¿Castigo? —negó y dejó salir un resoplido—: morirá.
—Calder, creo que debes de medir las consecuencias que puede atraer
que tomes una vida. Existen leyes, debes exponer el caso a las autoridades.
Tienes a tu mujer y a… tu hijo fallecido como prueba suficiente de su
abuso.
Blake se removió, provocando el silencio de ambos hombres.
—Manda a Loren a la jefatura, pero mañana, ya veré como despierta
mi genio mañana y depende de ella también.
—Bien. Con tu permiso Calder.
El hombre no respondió, siguió acariciando a su esposa y cuando se
vio en soledad, se permitió llorar. Se abrazó con fuerza al cuerpo herido de
su mujer y se disculpó en silencio por no haber estado presente para
defenderla, para salvar a su hijo, para ahorrarle esa pena. El mundo sabía
que ninguna madre merecía semejante dolor.
—Lo siento Blake… —le susurró al oído—. Jamás quise hacerte este
daño, prometo que lo remediaré.
Su esposa se removió en sus brazos y estrujó en su mano la camisa de
su marido, ansiando sentirlo cerca en esos momentos en los que el dolor la
acosaba incluso en medio de los sueños.
CAPÍTULO 24
Blake miraba desde lejos a su marido mientras trabajaba en los
campos, acompañado del resto de sus ayudantes quienes lo admiraban y lo
imitaban lo mejor que podían. El cuerpo fuerte de Calder estaba siendo
mostrado ante el público gracias a que se había despojado de su camisa y
trabajaba cómodamente sin ella. Las jovencitas que se paseaban por el lugar
no podían quitar la expresión de impacto e ilusión que les hacía ver al
apuesto amo trabajando.
Ella, por su parte, sólo estaba ahí para hacer cosas sencillas, como lo
era traer agua, hablar a la hora de la comida y tirar semilla en los campos
labrados. Había perdido a su bebé hace tres meses y sus heridas del cuerpo
no eran tan severas como las de su alma y corazón. Pero al final de cuentas,
el niño tendría apenas un mes de vida en su interior, nada se podía hacer, ni
siquiera el intento de que viviera. Tendría que seguir adelante.
Aún recordaba el día que Calder la hizo bajar con el afán de por fin
decidir qué hacer con el hombre que la había golpeado hasta asesinar a una
vida. Le hubiese gustado decir que permitió que su marido lo matara, era lo
que quería seguramente, pero no lo hizo. Al ver a ese hombre, golpeado
hasta la deformación, llorando y suplicando piedad, no pudo más que
otorgársela. Ellos no eran nadie para quitar una vida, como había dicho en
algún momento, las vidas estaban para preservarse, por eso había estudiado
medicina.
Eso sí, pidió que dijera donde estaban todas las chiquillas que había
vendido para prostituirlas, les dijo nombre por nombre a las mujeres que
había deshonrado y fue despedido de la hacienda junto con los oficiales que
habían mandado llamar. Calder aseguraba que no le harían nada, puesto que
ellos eran extranjeros y al final de cuentas, nada se podía demostrar, lo
escoltarían lejos de la mansión Hillenburg, pero nada más.
—¡Blake! —le gritaron de pronto.
—¿Qué?
—Llevo horas hablándote mujer, ¿acaso estás sorda?
Ella sonrió.
—Sólo para tu voz, querido, ¿qué ocurre?
—Vamos adentro, parece que tienes visitas.
—¿Yo?
—Pensé lo mismo —se inclinó de hombros.
—Tendrás que cambiarte, estás tan sucio como los cerdos.
—Quizá. Pero no estás para mejor, mira nada más esas botas.
Blake sonrió y asintió. Trabajar en el campo era tarea dura que a
ambos fascinaba. Sobre todo, a su esposo, quién no desperdiciaba momento
para andar con ropas cómodas, a caballo o trabajando bajo el duro sol. Si
uno deseaba encontrarse con el capitán, era lo más recomendable que lo
buscara entre sus tierras, establos o corrales.
Entraron por la puerta posterior, evitando los salones principales para
que nadie los viese de esa forma y subieron a ponerse ropa adecuada para
un caballero y una dama de alcurnia con desmedida fortuna. Blake bajó
junto con su marido hasta toparse con el mayordomo que la señora Minerva
había pedido como indispensable. Anteriormente, todos atendían a la
puerta, incluso Blake abrió una que otra vez, pero era todo tan relajado
porque nadie se atrevía a ir a la casa del Satán y ella, apenas tenía
amistades.
—Oh, señora Hillenburg —sonrió una mujer que era totalmente ajena
a Blake—, es un placer, debo decir que es bastante maleducado que viniera
sin anunciarme antes, pero supe que me perdí de su visita a los Williams y
me urgía conocerla.
—Señora Simoneta —Calder sonrió a la hermosa mujer—, es un
placer verla de nuevo.
—Oh, que descarado —sonrió la criatura de ojos azules y cabellos
largos y rubios.
—Cariño —Calder sonrió hacia su esposa—, ella es Simoneta Davids.
—Es un placer —asintió Blake.
—Todo mío querida, todo mío —se puso en pie y caminó hacia ella—,
creo que es momento de que las más jóvenes de la sociedad nos unamos
¿opinas lo mismo? Yo creo que sí, sé que no ha de ser sencillo llegar a un
lugar nuevo y yo te facilitaré las cosas.
—Simoneta es de tu edad Blake.
—Me di cuenta en el discurso —sonrió, desprendiéndose de los brazos
de su marido para tomarle la mano a la entusiasta muchacha— me da gusto
que esté tan alegre de conocerme.
—Claro, todas aquellas viejas son muy aburridas ¿no lo crees?
—Aún no las conozco lo suficiente, pero si usted lo dice.
—Lo digo y lo afirmo —asintió—, así que debe creerme, pero ahora
me gustaría conocerla más, por favor señor Hillenburg, prometo que no
haré nada contra ella, no la perturbaré ni diré cosas malas de usted.
—Eso espero, señora Simoneta —Calder fue hacia su esposa y besó
sus labios fugazmente antes de irse.
—Es muy buen marido, parece ser.
Blake asintió.
—Llevamos poco de casados, ¿no son así todos?
La sonrisa de la bella Simoneta se congeló por uno instantes, sus ojos
se clavaron a lo lejos, como si pensara lo cierto de aquella frase.
—Por supuesto —dijo en un susurro—, claro que sí.
Blake ladeó la cabeza, a punto de preguntar si había algún problema,
pero entonces, Simoneta volvió a hablar con alegría y la pregunta quedó
olvidada entre la plática amena de la mujer que se proponía ser su amiga. Se
despidió de ella después de haber pasado tres horas “conociéndose”. Todo
en medio de preguntas incomodas y que resultaban bastante divertidas
puesto que Simoneta no podía dejar de reír ante los sonrojos y las muchas
veces que Blake desvió el tema para no contestar a las insensateces de la
joven rubia.
—Es una calamidad esa tal Simoneta Davids —le dijo a su esposo
cuando comenzó a quitarse el vestido, Calder estaba en su alcoba por lo
cual debía suponer que deseaba yacer con ella.
—Me alegra que te encuentre tan entretenida, su marido sería un
beneficioso aliado.
—¿Son muy ricos?
—Sí, bastante, aunque el hombre en cuestión tiene fama de ser déspota
y avaro.
—Que tristeza, su esposa es un encanto.
—Sí, la bella Simoneta —miró a su esposa desde la cama—, muchos
hombres deseaban casarse con ella. Decían que era la más hermosa de las
creaciones de Dios.
Blake terminó de deshacer su peinado y se puso en pie con su camisón
largo hasta los tobillos. Miró a su esposo quién la esperaba en la cama,
recostado en la cabecera, con los brazos detrás de su cabeza, mirándola con
una sonrisa y ojos de deseo.
—¿A qué esperas? —le dijo divertido.
—¿Esperas que yazca contigo?
—Por supuesto, ¿qué otra razón me haría estar aquí?
Blake dejó salir el aire, bajó la cabeza y asintió.
—Lo supuse.
Calder se sentó en la cama y sonrió malévolo, acercándola.
—Lo dices como si fuera una condena, pero cuando te tengo debajo,
mientras te hago el amor, no recuerdo haber recibido ninguna queja, es más,
que recuerde, siempre me pides por más, te revuelves, te quejas y hasta
gritas…
—¡Cállate! —le dijo enrojecida—, no tienes por qué ser grosero.
—Y tú no tienes por qué hacerte la victima cada vez que vengo.
Comienza a cansarme tu actitud.
—¿¡Qué actitud!?
—No recuerdo forzarte en ninguna de las ocasiones en las que hemos
estado juntos ¿o me equivoco?
—¡Basta! —se enfadó ella— ¡Fuera de aquí!
—No vas a correrme Blake, no en mi propia casa.
—Esta es mi habitación.
—Es la habitación de mi esposa, puedo estar en ella cuanto me plazca
y eso lo sabes perfectamente.
—¡Eres un tirano!
—Te encanta tu papel de mártir.
—¡Abusador!
—Habladora.
—¡Chantajista!
—Patética.
Ambos se miraron con desdén.
—Si lo que quieres en tomarme, entonces perfecto —ella se subió el
camisón y se acostó en la cama.
Calder se acercó y la miró amenazante.
—Prefiero que te quites por completo la ropa, no me sirve de nada ver
tus muslos —dijo tranquilo, pero ella sabía estaba enojado.
—Bien, entonces.
Se puso en pie y sacó la prenda con furia, quedando expuesta ante él.
Una fría corriente erizó su cuerpo, los ojos de Calder llameaban con
intensidad mientras las pupilas se engrandecían y se acercaba al cuerpo de
su esposa, quién se posaba altanera ante él, orgullosa con sus pechos erectos
apuntándolo. No parecía sentir vergüenza, sería una idiotez, ya que hacer el
amor no era algo nuevo entre ellos, pero parecía tan vulnerable, tan frágil y
cálida.
—Perfecta —susurró entonces, pasando suavemente su mano por en
medio de los pechos redondos.
Blake sintió un estremecimiento en todo su ser, en ese instante en el
que la mano cálida de su esposo la tocó, todas sus defensas cayeron de
golpe. Él sabía manejar su deseo, la controlaba como quería y llegaba el
punto en el que Blake reconocía que no le importaba que así fuera. Calder
era bueno haciendo el amor, eso no se le podía negar, Blake cerró los ojos al
momento en que las manos de su marido fueron remplazadas por sus labios,
tan expertos y precisos a la hora de hacerla disfrutar y ceder ante él.
—¿Decías?
Blake apretó los labios y frunció el ceño.
—Oh, cállate —pidió ella, enrollando sus brazos alrededor del cuello
de su marido y obligándolo a tumbarse en la cama.
Calder sonrió contra los labios de su esposa y siguió besándola por
doquier, tocándola como si fuera un tesoro y susurrando palabras que ella
ciertamente no escuchaba, estaba enfocada en sentir y responder a las
caricias que le propiciaba. Y cuando se unían de la forma más íntima, Blake
pensaba que quizá todo fuera verdad, que ellos podrían amarse, que las
discusiones y los arrebatos que normalmente tenían el uno contra el otro no
eran más que excusas para justificar el amor. Le gustaría pensar eso, pero
todo aquello terminaba cuando el acto llegaba a su clímax. En cuanto la
pasión se esfumaba y volvían a la realidad, seguían siendo aquellos que se
odiaban y gustaban de hacerse enojar a cualquier provocación.
¿Qué se sentiría hacer el amor con la persona que se ama?
—Calder —susurró ella en medio de la oscuridad.
—¿Qué pasa? —dijo somnoliento.
—¿A dónde fuiste después de la fiesta de los Williams?
—Lexington. Adquirí unas tierras allá.
Blake se acercó a su marido, acomodó una mano en su pecho desnudo
y sobre su propio dorso, colocó su barbilla, mirándolo mientras hablaba.
Sabía que a él le disgustaba ese tipo de cercanía, pero tampoco recordaba
alguna vez en la que la hubiera quitado o hecho algún ademán para
apartarse.
—¿Por qué ir allá? —inquirió—, me enteré por Candice que los
Bramson y los Johnson son de esas tierras.
—¿Y qué tiene?
—Candice dice que son malas personas —Blake recostó su mejilla en
el pecho—. Sinceramente no me lo parecieron, Anica y Sara son
estupendas, quieren mucho a mi tía.
—Giorgiana es una celebridad por aquí, todos la quieren, sobre todo
por sus broches, que son una leyenda.
—Lo sé —sonrió la joven— ¿Tú tienes?
Calder soltó una risilla por la nariz.
—Soy socio, por supuesto que tengo.
—¿Mi tía sabe que lo eres? —inquirió la joven—, no creo que sea la
más feliz por ello.
—Sinceramente no creo que lo sepa, lo cual me inquieta.
—¿Por qué?
—Porque deseo decírselo yo mismo para que se retuerza en su cama,
quizá hasta le dé un infarto.
Blake se sentó sobre la cama, cubriendo su cuerpo con la sabana y
haciéndose un ovillo al mantener sus rodillas cerca de su pecho.
—Una vez dijiste que la admirabas —le recordó—, ¿por qué le deseas
la muerte?
—La admiro, pero no deja de ser parte de los Bermont.
Blake calló por un momento y suspiró antes de iniciar esa
conversación que seguro se volvería escabrosa y, probablemente, le
provocara una noche durmiendo a solas.
—¿Por qué eres tan desgraciado? ¿Por qué odias a nuestra familia? —
lo miró—. ¿Te das cuenta que formo parte de ello? ¿Qué tus hijos llevarán
esa sangre?
Calder suspiró y se acomodó en la cama.
—No es sólo tu familia, es toda tu clase social.
Blake lo miró impresionada.
—¿Por qué?
Calder se puso en pie, desnudo como estaba y se burló de ella.
—Yo no nací en un pedestal como lo has hecho tú, cada paso que he
dado por esta vida me ha costado trabajo.
—Eres hijo del hermano de mi bisabuelo, un marqués, no creo que te
hayas tenido que preocupar de mucho.
Calder volvió a reír cínicamente mirando a su esposa con
desesperación. Encendió algunas velas, revelando la hermosa figura de
Blake, su preciosa cara y la forma en la que sus ojos se iluminaban al saber
que le contarían algo interesante, todo le provocaba ganas de volver a
tomarla y ahorrarse todo aquello. Pero prosiguió.
—El hijo bastardo de un marqués, querrás decir —ella se mostró
impresionada—. No lo sabías, lo supuse, no creo que nadie hubiera querido
revelar que el nuevo duque de Bermont era en realidad un bastardo mal
nacido de la calle.
—Aunque así sea, no tienes de qué quejarte, te has hecho duque, ¿Qué
enojo puedes tener?
—No entiendes nada. Eres tan patética y cándida ante el mundo, que
se te hace fácil decir que soy afortunado, que de ser el hijo bastardo de un
marqués fui seleccionado honorablemente como duque. Sí que eres
ingenua, la vida no es así de simple.
—Entonces, cuéntame, quisiera entenderte.
—No.
—¡Vamos! No seas cobarde, ¿es que vas a llorar mientras lo cuentas?
—sabía que no era buena idea hacerlo enojar, pero era la forma en la que lo
podía orillar a hablar.
—No he llorado desde que tenía diez años —era mentira, puesto que
había llorado en otra ocasión, de hecho, aferrado al cuerpo de ella, cuando
había perdido a su bebé.
Blake sabía que Calder era un hueso duro de roer, pero ahora que le
había dicho aquello, no había forma de que se lo sacara de la cabeza. Tenía
que saberlo.
—Vamos, cuéntamelo.
—Sí tanto te interesa.
—Si no te afecta.
—No lo hace. Vale, resulta ser, que a los de tu clase social les gusta
tomar lo que está a su alcance, y lo que no lo está también. Mi madre era
una doncella de la casa de mi padre, una mujer bonita pero humilde y
comprometida. Aunque eso es irrelevante para todos ustedes, así que
tómalo como un dato añadido.
Blake bajó la mirada. No todos eran así, pero debía aceptar que había
varios nobles que, de nobles, no tenían más que el apellido.
—Como te esperarás —continuó él—, mi madre fue ultrajada por el
bastardo con título. Y de ahí nací yo. Para colmo de los males, me parezco
con demonios a él, lo cual a su señora esposa no le gustó, para ese entonces
mis medio hermanos estaban vivitos y coleando, pero ninguno parecía un
verdadero Hillenburg y yo parecía ser el reflejo de mi padre. Viví junto a mi
madre por varios años en esa casa, recibía educación al igual que los otros
idiotas que no se retenían en recordarme que era bastardo, vivía escuchando
como el mi padre iba a casa y violaba a mi madre. Hasta que un día, paró de
hacerlo y nosotros fuimos echados de la casa. Había muerto.
—Quedaron desprotegidos.
—Si es que se puede pensar que estábamos protegidos con un violador
y golpeador siempre al acecho.
Blake bajó la cabeza y presionó la sabana contra su pecho.
—Claro que sentí un gran alivio —ironizó— no volvería a escuchar a
mi madre gritar y suplicar, pero ahora no teníamos donde vivir. Fue
entonces cuando fuimos acogidos por un viejo amigo del bastardo de mi
padre, Trevor Mclean duque de Abercorn, y crecí junto con Amber. Viví un
tiempo ahí hasta que la esposa de mi padre se enteró y nos mandó a Estados
Unidos, demostrando que era una vergüenza que viviésemos en suelos
británicos.
—¿Cómo es posible que pudiera hacer eso?
—Los Hillenburg tienen más poder del que crees, mi amor, esa maldita
mujer haría lo imposible por no volvernos a ver ni escuchar de nosotros.
Quería que desapareciéramos por completo, ella sabía que tu abuelo no
tenía herederos y los únicos posibles, eran sus hijos.
—Pero no tenía derecho…
—¿Derechos? En esas tierras ¿quién tiene derecho? A nadie le importa
si no tienes riqueza para protegerte.
—Calder…
—A los nueve llegué a América y a los diez perdí a mi madre. Crecí
en las calles, comía lo que podía y como podía. Vivía debajo de puentes o
colado en pórticos. Trabajé en muchos lugares hasta que conocí al mal de
Europa —la miró—. Thomas fue una salvación para mí, me enseñó todo lo
que sé. Para ese momento yo ya odiaba a los de su clase, pero él siempre
fue diferente. Lo ayudaba en todo lo que podía y yo era su mano de
confianza en América hasta que se casó. Para ese momento yo ya tenía mis
propios negocios, barcos, tierras, empresas, granjas. Todo hecho con
esfuerzo y gracias a las conexiones de mis trabajos anteriores. Me deslindé
por completo de Thomas, dejé de seguir sus intereses y me dediqué a los
míos.
—Sentiste que te había traicionado al desposarse con mi tía.
—Él había jurado jamás casarse con una Bermont.
—Se enamoró.
Calder apretó los labios.
—Después de muchos años, me llegó una carta, era de Frederick
Hillenburg, quién me hacía su heredero. Un bastardo sin apellido ahora era
un futuro duque de Inglaterra. Era gracioso. Resultaba que todos los
varoncitos de mi padre habían muerto y tu bisabuelo tuvo hijas. Así que lo
que quedaba era yo.
—Supongo que no te hizo feliz.
—¿Feliz? —se burló— ¿Yo para qué los necesitaba en ese momento?
Ya había crecido, no era un niño desvalido, sabía cómo mantenerme con
vida y lo hacía bastante mejor de lo se pensaría.
—Entonces, ¿qué te propones?
—Al inicio, quería destruirlos a todos, tengo las formas y la
información para hacerlo, tu familia se ha forjado a base de engaños y estos
dejan manchas, yo soy experto en exponer esas manchas.
—¿Y sientes que eso te da satisfacción? ¿Destruir familias?
—Quizá —asintió—, sólo podré saberlo si lo hago.
—¿En serio crees que esa es la respuesta? —Blake se levantó con las
sabanas alrededor de su cuerpo—, además, ¿Por qué contra la familia de mi
bisabuelo? ¿Qué no fue él quién te acogió?
—Hasta que no tuvo otro remedio, si fuera por su buen corazón, lo
hubiese hecho desde que supo que el maldito de su hermano dejó a un
bastardo a la deriva. Pero no, lo hizo hasta que sus intereses se vieron
perjudicados.
—¿Qué hiciste cuando heredaste el marquesado de tu padre?
—¿Qué piensas que pasó? —sonrió—, les quité todo. Casa, tierras,
dotes. Quedaron en la ruina.
—Es terrible.
—¿Sabes lo que es más gracioso? —dijo, sin prestarle atención—.
Tuvieron que venirse a vivir aquí, a Estados Unidos, por la vergüenza de no
poder codearse con todos aquellos de la alta sociedad. ¿Sabes dónde viven
ahora?
—Lexington.
—Sí. Justo ahí.
—Por eso tu empeño de ir, quieres seguir haciéndoles la vida
imposible —entendió la joven.
—Mi madre sufrió horrores por su causa, murió por una enfermedad
intratable, quedé huérfano y desprotegido a los diez años. Merecen lo que
les está pasando.
—¿Quiénes quedan de la familia?
—La madre y dos mujeres —respondió con desgana.
—¿No crees que ha sido suficiente venganza?
—Ni siquiera se acerca a lo que soy capaz.
—Calder, no dejes que tu odio te consuma —le dijo asustada por la
forma en la que los ojos de su marido no expresaban piedad.
—Ya me consumió hace mucho. Que duermas bien, espero que no te
de repulsión saber que te has casado con un bastardo.
—No hace ningún estrago en mí.
—¿Ah sí? —sonrió y salió de la habitación.
Blake se sentó en el sofá, respiraba irregularmente y miraba impactada
hacia la puerta por donde su marido había desaparecido. Era un monstro, se
había casado con un ser totalmente consumido por el rencor y el odio. No
tenía corazón y en él no cabía el perdón, no sabía de qué tenía conocimiento
aquél hombre de su familia, pero le creía. Le aterraba que, en alguna de sus
rabietas, actuara en contra de sus seres amados.
Era verdad que parecía haber llevado una vida dura, pero no justificaba
el que quisiera hacerles daño a todos, no sabía que podía estar sufriendo en
su interior, o cuantas heridas tuviera ocultas, pero podía ayudarlo, si tan
sólo la dejara acercarse, sin embargo, parecía que prefería seguir sólo, yacía
con ella, pero hasta ahí acababa la intimidad entre maridos, no se contaban
secretos o se hablaban de temas relevantes, no sabían mucho el uno del
otro. ¿Qué sería de aquella familia? La que su esposo se había esforzado
por destruir al punto de hacerlas huir a Estados Unidos.
Blake lloró un poco, por alguna razón, sabía que Calder no quería
hacerle daño, estaba tan herido y necesitado de cariño, que simplemente no
sabía y no podía reaccionar correctamente ante su dolor. Se sentía mal de
ser un bastardo, creía que a ella podía causarle repulsión, ¿lo habría
pensado siempre? Por qué se lo dijo en esta ocasión, ¿Qué deseaba que
hiciera?
La joven levantó la cabeza y miró la puerta que conectaba las
habitaciones, pensó un largo rato y, al final, se puso en pie. Calder
necesitaba cariño, lo pedía con gritos de niño berrinchudo, pero al final,
eran gritos de auxilio, quería sentirse querido a pesar de lo que era, de lo
que sufrió y vivió. Al menos, eso quería pensar.
Blake caminó por la oscura habitación de su marido y tanteó la cama,
donde logró sentir el bulto que era el cuerpo de Calder.
—¿Qué demonios haces aquí? —despertó de pronto.
La joven no respondió, subió encima de su marido y se sentó sobre él,
dejando caer la sabana que la había protegido y se agachó para besarlo
insinuantemente.
—¿Qué haces? —le dijo en medio de besos.
—No me importa nada de lo que has dicho —le besó el pecho, el
cuello y los hombros—. Sé que no harás nada contra mí, sé que eres un
hombre bueno.
Él se sentó con ella a cuestas y apartó su cabello de la cara.
—¿Y si no? —la miró preso del deseo—. ¿Y si te daño?
Ella negó con determinación y lo besó pasionalmente.
—Hazme el amor, Calder y quédate conmigo siempre.
Su marido la recostó sobre la cama y sonrió con ternura, era imposible
sacarse de la cabeza a esa mujer, lo fascinaba, si acaso se atrevía a dudar de
haberse casado, ella iba y hacía algo como aquello. Le hizo el amor con
devoción, con cariño y reverencia, Blake se lo merecía y él lo sabía, la
adoraba, quizá hasta algo más.
CAPÍTULO 25
Habían pasado los meses de lluvias y era el momento de comenzar a
recolectar los frutos de lo cosechado. Los agricultores hacían una gran
festividad por la ocasión, se elevaban cartelones y se hacían juegos, había
comida por todas partes y vino en cada esquina. Se podían escuchar a los
hombres cantar y las mujeres bailar por cada rincón de la mansión
Hillenburg.
Blake sonreía, estaba contenta al ver la algarabía de sus amigos, tenía
puesto un precioso vestido de campo que reducía su cintura y exaltaba su
busto, su cabello negro caía suelto sobre su espalda, enmarcando sus
facciones y resaltando su mirar verdoso. Ella se paseaba del brazo de su
marido, quién la encaminaba hacia la mesa donde se dispondrían a los
elegantes señores que estarían siendo invitados para el festejo.
—¡Blake! ¡Blake! —sonrió Simoneta con alegría—, me alegro que me
hayas invitado.
—Por supuesto —Blake miró a su marido—, es para nosotros un
honor tenerlos con nosotros.
—Él es mi marido, Elvin Davids.
—Es un placer tenerlo aquí, señor Davids —Calder alargó la mano—,
es usted bienvenido cuando quiera.
—Tiene unas tierras espectaculares, señor Hillenburg, su extensión
llega a rozar a la obscenidad.
—Lo tomaré como un cumplido.
—Oh, lo es —afirmó el hombre—, me agradan los hombres que gastan
el dinero para obtener más dinero.
Calder sonrió y tomó a su mujer por la cintura, al igual que hizo el
señor Davids. Ambos parecían evaluarse detenidamente, proporcionando
incomodidad a las dos chicas que se miraban intrigantes entre ellas. El
señor Davids tenía cuarenta y cinco años, ganándole por mucho a su joven
esposa, era de carácter sombrío, taciturno y nada amable. Además de su
falta de virtud, estaba también el hecho de que era muy poco agraciado,
narizón, orejas grandes y ojos pequeños. Tenía una estructura física grande,
alta y corpulenta. Daba bastante miedo.
—Su mujer es bastante hermosa —dijo el hombre sin mirar a Blake—
¿Dónde la ha conseguido?
—Es originaria de Londres, pero tiene raíces francesas.
—Sí que lo parece. Lo felicito por su adquisición.
Blake sintió arder el estómago, pero la mano de Calder propiciaba la
presión adecuada para hacerla saber que no debía interrumpir a ese hombre
que parecía tener a las mujeres en tan bajo rango. Las trataba como objetos
y eso le hizo fácil sentir tristeza por su amiga quién parecía siempre tan
alegre, quizá era una máscara.
—Se lo agradezco.
—Dígame —caminó el hombre, llevándose con él a su esposa,
esperando que la otra pareja los siguiera—: ¿Qué espera de su mujer?
—Creo que no comprendo, ¿Podría ser más específico?
—Es fácil, yo de mi esposa espero poco, puesto que es mujer, sólo
quiero que me respete, me dé hijos y claro, que me complazca en la cama.
Una mujer sólo se puede dar a valer por esas cosas.
—Creo que, en ese aspecto señor, somos diferentes —expresó Calder
con tiento—, no deseo que mi mujer sólo aguarde por mí para que deposite
mi semilla en su seno. Me aburriría de ella.
—Para eso hay más.
Simoneta bajó la mirada, apenada por la conversación de su marido,
por la falta de respeto que le mostraba al estar ella presente. Lloraría si no
fuera porque estaba en público y sentía la mirada de su amiga Blake sobre
ella.
—Por eso elegí a una mujer que me hiciera no querer más —dijo
Calder—, Blake me satisface en cuerpo, alma y mente.
—¿Mente?
—Sí señor, es una muchacha lista, como estoy seguro que lo es vuestra
esposa.
—Simoneta es vacía como un coco —el hombre miró a su esposa—¸
pero hermosa como la misma Afrodita, eso la compensa.
—Calder —llamó Blake, sorprendiendo al señor Davids quién parecía
no estar acostumbrado a que una mujer irrumpiera—, iré a ver cómo estás
los demás invitados ¿me disculpas?
—Claro —se inclinó y dio un beso en sus labios—, ¿por qué no llevas
a la señora Davids contigo?
Blake sonrió a su esposo, era justo lo que quería que dijera.
—Sí, con el permiso de su esposo, claro está.
—Por supuesto —el hombre miro a Blake—, ve querida.
Simoneta asintió hacia su marido y agradeció con la mirada a Calder.
La joven mujer tomó la mano estirada de su buena amiga Blake y
prácticamente se desvanecieron entre la servidumbre que se divertía a todas
luces y las saludaba con alegría.
—Lamento lo que ha dicho mi esposo —dijo Simoneta—, no sabe
medir sus palabras.
—Es un hombre… diferente.
—Horroroso —asintió Simoneta—, de haberlo sabido, no hubiese
dejado… pero eso no importa ya. Estoy casada con él y no hay vuelta atrás.
—Lo siento, no me agradaría pensar que es malo contigo.
—No pasa nada. Él… como se ha molestado en decir, sólo necesita
que no le cuestione, que le abra las piernas y produzca varones. Mientras lo
haga, todo estará bien.
—¿Y si no lo hicieras?
Simoneta apretó los labios y miró hacia otro lado.
—No creo que esté dispuesto a negativas Blake, envidio mucho tu
matrimonio, se nota que Calder te tiene en gran estima.
Blake sonrió. Parecía ser que todos opinaban eso, los Hillenburg se
aman, parece que se adoran. La verdad era que deberían hacer una obra de
teatro, ellos serían unos actores extraordinarios, quizá hasta ganaran
premios por ello.
—Bueno, vayamos a disfrutar un poco ¿te parece?
—Sí, me han dicho que vendrían Candice, Julia y Dulce —la miró—,
las de GICH, son extraordinarias, me caen en gracia.
—Hemos invitado a los Bramson y a los Preston.
—¿Anica y Sara? —asintió Simoneta—, se me hace raro que las
tengas en estima siendo lo que pasó con tu tía. Pero bueno, me alegra que
no seas rencorosa, como sea, vamos a bailar un poco.
Blake bailó junto con Simoneta, pero en su cabeza se quedó
impregnada la pregunta. ¿qué había pasado con su tía Giorgiana?, parecía
ser que algo muy malo, pero nadie tenía tener el entusiasmo de contarle.
Quizá porque debía ser algo que quedara en el pasado, pero Candice y las
demás chicas GICH nunca parecían contentas cuando estaban Sara y Anica
cerca.
—Gracias por invitarnos Blake, me parece que tu casa es
extraordinaria —dijo Sara.
—Se lo agradezco, señora Bramson, pero me han dicho que su casa en
Lexington es bastante acogedora.
—Lo era en algún tiempo, la casa de Anica es mejor.
—Mi marido lo ha decorado con muchas cosas de cacería —negó la
joven—, ahora que no tiene guerra, se empeña en la cacería, es toda una
tortura.
Las chicas rieron, pero callaron al instante cuando de pronto un
invitado algo retrasado salió de la casa grande y caminó seguro por los
pastizales de los jardines Hillenburg.
—¿Quién es él? —preguntó Anica con interés.
—No se me hace nada conocido —aseguró Sara.
—Parece que no es de por aquí —dijo Simoneta.
—¿Lo conoces Blake? —dijo Candice al ver la cara de la joven.
—Ojalá que no —dijo antes de caer desmayada.
Blake despertó media hora más tarde, en los brazos de su esposo,
quién le acariciaba la frente con dulzura, aunque no la enfocaba a ella, de
hecho, lo escuchaba hablar tranquilamente con varias personas, de las
cuales reconocía a Simoneta, Anica y Sara. No deseaba abrir los ojos, le
causaba gran conflicto aceptar la bochornosa situación de haberse
desmayado.
—Creo que ha despertado —acusó Simoneta.
Calder bajó la mirada y sonrió hacia los verdosos ojos de su esposa,
quién lentamente se sentó sobre la cama y tocó su cabeza.
—¿Qué ha pasado?
—Os dejaremos solos —invitó Sara, empujando a Anica y Simoneta
lejos de ahí.
Blake regresó la mirada a su marido quién a su tiempo permanecía
callado. No era buena señal, para nada que lo era. Su corazón latía
desbocado y ni siquiera mostraba agallas para hablar. ¿lo sabría? ¿Estaría
enterado?
—¿Calder?
El hombre se puso en pie y caminó por la habitación que era de su
esposa. Se tocaba la barba, parecía pensar en algo, lo cual era inquietante
para la pobre muchacha.
—¿Por qué te has desmayado?
—Me he sentido mal.
—¿De la nada? —le dijo extrañado.
—Sí, sentí como el cuerpo se me aflojaba y caía al suelo.
—Pues todo eso tiene un significado —la miró y sonrió—: haz
quedado embarazada nuevamente.
—¿Cómo dices?
—Sí, el doctor lo ha confirmado, estás embarazada.
—Pero… yo, no entiendo, lo del bebé fue…
—Ya ha pasado mucho tiempo de eso.
—Sí, pero no pensé que fuera a quedar embarazada tan pronto —bajó
la cabeza— ¿Crees que esté bien?
—¿Tener hijos? Por supuesto —Calder fue a sentarse a su lado y le
besó la frente—, no tienes que castigarte por lo que pasó.
Ella asintió.
—Así que un bebé —se tocó el vientre.
—Sí —el hombre se puso en pie y la miró—, ahora me gustaría que
me dijeras la causa de tu desmayo.
Blake sintió un vuelco en el corazón.
—L-Los desmayos son síntomas normales de embarazo.
—Puede ser, pero no en ti.
—Cada embarazo es diferente.
—¿En serio? —Calder caminó—, el doctor dice que tienes dos meses,
así que, si fueras una mujer con desmayos, seguramente los habrías sufrido
antes ¿No crees?
—No tiene que ser así.
—Simoneta me dijo que te desmayaste después de decir que esperabas
no conocer al hombre que entraba por nuestra puerta, ¿Por qué dijiste eso?
—¿Yo? —ella negó—. Ya me sentía mal, no lo recuerdo.
—¿En serio?
Blake sabía que él dudaba de todo lo que estaba diciendo. Calder era
un hombre inteligente que por alguna razón siempre sabía ver a través de
sus mentiras y muchas artimañas para engañarlo. Aunque de vez en cuando
le permitía ganar, parecía ser una de las ocasiones en las que no daría su
brazo a torcer, buscaba descubrirla y lo sabía.
—Calder ¿qué es esto? Me pones de nervios.
—Sí, yo también me pongo de nervios cuando digo mentiras.
—¿Qué quieres que te diga?
—La verdad estaría bien.
—Te la estoy diciendo.
Calder suspiró y asintió.
—Será mejor que descanses, te disculparé con los invitados. Espero
que no te moleste que de las buenas nuevas.
—No, está bien, prefiero que tú lo digas.
Blake bajó la mirada, sintiéndose un poco ofuscada por todas las
noticias que tenía que procesar, pero entonces, Calder la abrazó, despejando
su mente en cuestión de segundos.
—Estarás bien, cuidaré de ti, nada pasará a este bebé.
Blake sonrió y regresó el abrazo en el que su marido la fundía, una
calidez inundó su alma y estremeció su cuerpo, él nunca era tan afectuoso,
pero comprendía la razón de que lo fuera, ambos habían perdido un bebé, él
tenía tanto miedo como ella.
—Gracias Calder —dijo contra su hombro.
—¿Qué agradeces? —se separó para mirarla.
—Que me abrazaras —dijo obvia—. Me siento bien cuando lo haces.
Sé que te sonará un poco tonto, pero…
—No me suena tonto —le acarició la mejilla—. Lamento no haberlo
hecho antes, en verdad estoy feliz con la noticia.
Ella sonrió y cerró los ojos, esperando a que él la besara, lo cual hizo,
la besó con detenimiento, con cariño y demasiada ternura, haciendo que un
suspiro saliera desde el pecho de Blake.
—Volveré en un rato, ¿vale? Trata de descansar un poco.
Ella asintió y lo observó salir de la habitación, pudiendo suspirar al fin,
no comprendía que hacía ese hombre ahí. Cerró los ojos e intentó no pensar
en ello, le daba miedo sólo imaginar en que alguien se enterara de la
monstruosidad que había hecho y por la cual se vio forzada a casarse con su
marido. Al inicio pensó que lo único que le importaba era que su familia
nunca supiera lo ocurrido, pero ahora se daba cuenta que tampoco deseaba
que Calder se enterase nunca, no quería que él la viera con otros ojos y no
sabía por qué le interesaba, pero lo hacía.
CAPÍTULO 26
Blake caminaba por el jardín con sus ropas de trabajo, su pancita era
más evidente debido a las faldas acinturadas que usaba, Calder no le
permitía hacer esfuerzos como lo era ir al campo y alimentar a los animales,
pero tampoco le negaba que se pusiera hacer una que otra cosa para
ayudarle a él o al resto de los empleados.
—¡Señora Blake! ¡Por Dios Santo, señora Blake! Siempre haciendo lo
mismo, el amo dice que no debe esforzarse.
—Helen, te he dicho que puedes llamarme Blake.
—El amo se molestará si lo hago.
—No lo hará, te aprecia mucho —le acarició la mejilla— ¿Qué
sucede? ¿A qué debo ese griterío?
—Buscan al amo, es un hombre que asegura tener información que le
interesará ¡Pero no lo encuentro por ningún lado! ¿Sabe usted dónde está?
Blake frunció el ceño.
—¿Ha dicho quién es?
—No, no lo ha querido decir.
—Ya voy yo —aseguró la joven—¸ sigue buscando al señor.
—Sí —sonrió la joven, echándose a correr de nuevo.
Blake tomó sus faldas y caminó de regreso a la casa, no le dio tiempo
de cambiarse puesto que aquél hombre no se había pasado a ninguno de los
salones de visita y se encontraba observando una pintura que a Calder le
fascinaba.
—Muy hermoso en verdad —dijo el hombre dándole la espalda—,
pero seguro la mejor posesión del capitán es su mujer.
La garganta de Blake se cerró por un momento al reconocer al hombre,
no se desmayaría en esa ocasión, pero lo sentía cerca.
—¿Qué hace aquí?
—Vine a verla, sabía que la encontrarían primero, he visto a su marido
cabalgando por las tierras antes de llegar, es afortunada, es un hombre muy
rico.
—¿Qué quiere?
—Por ahora, deseaba perturbarla, el día de la fiesta no me dejó
siquiera acercarme a usted, cayó desmayada tan sólo verme.
—No se debía a usted —mintió.
—Claro, claro. Me he enterado, felicidades —Blake no respondió,
seguía mirándolo de manera ponzoñosa—. Pero qué callada la encuentro.
—No tengo nada que decir. Sólo espero que se marche y nunca vuelva
a molestarme.
—No creo que sea posible, pienso sacarle mucho provecho al asunto,
me costó bastante saber a dónde se había ido, pero ahora que la encontré, no
le será fácil deshacerse de mí.
—Diga lo que quiere y se lo daré.
—Venganza, es obvio.
—Márchese o me veré en la necesidad de hablarle a mi esposo de
usted, le aseguro que no estará feliz.
—¿Por qué no lo ha hecho? —sonrió—, la respuesta es simple, no
quiere hacerlo, no quiere decirle.
—Blake —entró Calder—, Helen me ha dicho que…
—¡Capitán! —sonrió el hombre—, al fin puedo dar con usted.
Calder dirigió una mirada extrañada hacia el hombrecillo.
—¿Lo conozco?
—Aún no —aseguró el hombre con confianza—, pero vengo a
postrarme ante usted para pedirle trabajo.
—¿Trabajo?
—Mi señor, sé por el pueblo que es un hombre bueno con la gente
pobre, sufro necesidad, por favor.
—Calder —Blake tomó el hombro de su esposo con nerviosismo—,
me siento un poco mareada, ¿podrías acompañarme a la habitación?
—Sí —Calder seguía con el ceño fruncido—, te llevaré. Usted puede
esperar en mi despacho, hablaré con usted en un momento.
—Gracias mi señor, muchas gracias.
Blake volvió la cabeza hacia el hombre que sonreía victorioso. Tenía
que hacer algo para que Calder se negara a darle trabajo, pero no podía
levantar sospechas ¿Por qué razón ella se negaría a que un hombre saliera
de la pobreza?
—¿Te encuentras bien? Te veo muy pálida.
—Sí, sí. Me he cansado.
—Me ha dicho Helen que andabas vagando sola. Sabes que…
—¿Podrías quedarte conmigo?
—¿Ahora? —Calder la recostó en la cama—, estoy ocupado y tengo
un hombre esperándome abajo.
—Por favor —imploró.
—Cariño —le dijo socarrón—, ¿planeas que deje a ese desvalido
esperando eternamente?
Como hubiera querido gritar que sí, pero negó con la cabeza y fingió
una tristeza que no sentía. Pánico, eso era lo que tenía.
—Tienes razón, atiende a ese hombre.
Calder asintió.
—Me parece extraño, nadie se atrevería a pedir trabajo en mi casa,
saben que no contrato a gente extraña, no debe ser de por aquí.
—¿Te da desconfianza? —dijo ilusionada.
—Sí, algo. No me parece normal que algo así suceda.
—Entonces, ¿qué harás?
—Aún no lo sé —caminó por la alcoba de su mujer—, quizá le dé un
tiempo límite hasta qué descubra quién es y por qué quiere entrar a mi casa.
—¿Investigar?
—Sí, Loren o Víctor se encargarán de ello con facilidad —asintió sin
notar que su mujer sufría un ataque de nerviosismo—, lo dejaré quedarse
por ahora.
—Sí es tu deseo.
—Estás extraña hoy —le dijo divertido—, ¿desde cuándo es lo que yo
deseo?
—Nunca me he metido con tus empleados, si así fuera, Luisa y Megan
estarían fuera de la casa hace mucho.
Calder sonrió y se acercó al cuerpo de su esposa.
—No sigas con tus celos mi cielo, tienes un hijo mío en el vientre, por
ahora me tienes en el bolsillo.
—No por las noches.
—Ya veremos cómo resolver eso, no te preocupes.
—Estoy embarazada.
—¿Y? —Blake rodó los ojos. Calder simplemente sonrió ante el
mohín y besó los labios de su esposa con lentitud y cariño—. Vendré en un
rato, descansa un poco.
Ella asintió un par de veces, pero en cuanto salió de la habitación, se
puso en pie y comenzó a dar vueltas con aún más nerviosismo. No podía
permitirlo, dejar que ese hombre se acercara a su esposo ponía en peligro su
secreto y su seguridad, no le gustaba para nada.
—¿Señora?
—Helen, que bueno que vienes, ve a pedir un té para mí, me estoy
muriendo de nervios justo ahora. ¿Dónde está el señor?
—Lo vi irse a su despacho —contestó extrañada la muchacha.
—Bien, sí, claro que iría ahí.
—¿Se siente bien señora?
—No, corre, pide el té.
Blake tenía que escuchar la conversación que su esposo y ese hombre
tuvieran. Sí, esa era la solución para que no terminara colapsada. Abrió la
puerta de su recámara y salió a todas prisas, yendo hacia el despacho y
colocando un oído sobre la puerta de madera. Era una lástima que apenas y
escuchara algo.
—¿Se puede saber qué haces, niña?
—Romelia, nada, sólo…
—Si quieres escuchar lo que pasa, entonces te mostraré un escondite
genial —Blake pestañó un par de veces y asintió—. Es un secreto que sólo
el señor y yo sabemos, así que, le pido que siga igual.
—Lo será Romelia, lo será.
La mujer mulata la encaminó por los pasillos, mirando hacia todos
lados para asegurarse de que nadie las estuviera siguiendo. De pronto,
jalando un tapiz, una pequeña puertecilla se abrió y la mujer le hizo ojos a
Blake para que se metiera.
—Yo no entro niña, es demasiado pequeño.
—Entiendo, gracias Romelia, le deberé un favor.
—Sí, sí, me lo supuse, si nada es gratis, ahora vaya, sino se acabará la
conversación.
Blake recorrió un sucio pasillo oscuro, iluminado por algunas rejillas
que daban al exterior de la casa, eran las ventilaciones. El tope era otra
pared con una abertura, otra rejilla que pasaría como parte fundamental para
la respiración de la casa, pero que en ese momento serviría como parte de
su espionaje.
—¿Quién le habló sobre esta casa y sobre mí? —decía su marido.
—En el pueblo usted es muy famoso, señor Hillenburg, le aseguro que
no hay boca que no hable del loable capitán.
—Entonces sabrá qué otros apodos se me acuñan.
—Sí, pero se dice que con la gente humilde usted es bueno.
—Debo decir que me da desconfianza, yo no acepto personal que no
sea de mi entero conocimiento.
—Le aseguro que le puedo ser de mucha ayuda. Sé cómo hacer que la
producción rinda al doble, además, se ha quedado sin capataz.
—¿Cómo lo sabe?
—Lo he escuchado hablando en un bar, diciendo que lo habían corrido
por hacer que la señora perdiera a su niño.
Calder se recostó en el asiento y lo miró con más dudas.
—Sí, así fue. No permito esa clase de errores, por lo general lo hubiese
matado, pero mi esposa insistió en que se le dejara libre.
—Es una mujer compasiva.
—Quizá demasiado.
Se hizo un silencio denso.
—Podría ponerme a prueba, sé que mi señor no confiará en mí en
seguida, pero puedo intentar obtener su visto bueno.
—Podría. Pero qué garantías habría, estaría en contacto con mis
tierras, con mis empleados y mi casa.
—Mi señor sigue necesitando un capataz, le aseguro que seré el mejor
que se encuentre, en dos meses puedo demostrarle eso.
—Es poco tiempo.
—Sí mi señor, pero sé cómo hacer rendir las cosas.
—Bien. Tiene dos meses para demostrarme que debería contratarle
¿Os parece?
—Perfecto mi señor, estoy más que agradecido y mi familia lo estará
también.
Blake frunció el ceño, ¿Familia? ¿Ese desgraciado tenía familia?
—Pueden vivir en la casa del capataz, después de las tierras junto con
el resto de los empleados.
—Gracias mi señor, gracias.
Blake salió corriendo del escondite y suspiró con susto cuando
Minerva la vio recostada en la pared que ocultaba del ojo el pasadizo.
—¿Qué haces muchacha? Pensé que estabas descansando.
—Sí, pero me sentí mejor, decidí dar un paseo.
—Ya has perdido una criatura, ¿es que deseas perder otra?
Blake cerró los ojos, intentando hacerse de paciencia, impidiendo que
las lágrimas no salieran por el comentario hiriente.
—No ha sido algo que quisiera.
—Lo dudo. He oído como os pelean mi Calder y vos.
—Es asunto nuestro —recalcó—, pero de discutir, a desear la muerte
de su hijo, mi hijo. Jamás.
—Eres voluntariosa, mimada y bastante atolondrada. No me gustas
para mi Calder, pero ahora que tienes un hijo, no hay más que hacer. Habría
que corregirte, pero el chiquillo ese me lo niega.
—Será mejor que le haga caso, con su permiso señora Minerva.
—Esta muchacha —renegó—, tan falta de educación, mala elección
para mi Calder, muy mala.
Blake caminó con presura para regresar a su recámara sin ser vista por
su esposo u ese hombre, pero la intervención inesperada de Megan arruinó
todos sus planes. La había visto de poco a nada en cuestión de meses, sabía
que su marido la mandaba con normalidad a asuntos fuera de Nueva York,
aunque nunca hondaba con ella en el tema, en realidad no le decía nada
sobre su trabajo.
—Pero miren a quién trajo el ratón —dijo Megan con una sonrisa—.
Me enteré de su embarazo señora. Felicidades.
—No entiendo por qué de tu felicidad.
—Oh, ¿No ha pensado en las posibles consecuencias?
—¿Qué consecuencias?
—Bueno, dando por sentado que usted engendre un hijo varón, la
obsesión de Calder para con usted se irá. Incluso ahora con su tiempo de
embarazo tendrá que recurrir a otras escapatorias.
—Y supongo que estarás disponible —Blake habló con tristeza—,
lástima que te conformes con ser la segunda en todo.
—¿Todo? —negó Megan—. Soy la mujer a la que más confía, me
habla de sus intereses, me manda personalmente a velar por ellos, sabe que
tengo el cerebro suficiente para entender de política, de oportunidades y
dinero. Mientras que usted sólo es el contenedor de su hijo. Una simple
yegua. La ve tan hueca que ni siquiera le ha platicado sobre sus inversiones
o sus problemas ¿Me equivoco?
No. No lo hacía. Calder en realidad no hablaba con ella sobre nada en
especial. Sí, podían estar juntos en las noches, él podía estar contento con
su estado, pero no le confiaba nada. Era verdad, la trataba como un
contendor, como un vientre al cual fertilizar.
—Megan, ven al despacho, quiero que me digas como te fue con los
Danglers —dijo de pronto Calder, antes de darse cuenta que su esposa
estaba en el lugar— ¿Blake? ¿Ocurre algo?
—No —dijo en una pequeña voz—. Sólo quise… pasear.
Calder fue hasta ella y le tomó la cara, observando sus ojos con
detenimiento, Blake trató de evitar la mirada, pero él lo impedía.
—¿Qué tienes?
—Nada, en serio.
—Mientes.
—Calder —Megan le llamó—, de hecho, son buenas noticias.
—Ve —aconsejó la esposa—, creo que los asuntos importantes te
necesitan ahora.
Él frunció el ceño y ella, al notar que Calder no reaccionaba, quitó las
manos que él mantenía sobre su cara y se apartó, dando media vuelta para
continuar con su camino y no mirar hacia atrás.
—¿Qué le has dicho Megan?
—Algunas verdades. Pero no creo que sean tan importante como el
trato con los Danglers.
—Ella es más importante que cualquier cosa.
Los ojos de Megan chispearon.
—¿Eso qué quiere decir?
—Megan, por favor, no creo que me conozcas tan poco como para no
adivinarlo por ti misma.
—¿El qué? —le dijo nerviosa, sin aceptar la verdad.
—Ten cuidado, sé que comprendes todo y sabes lo que puede pasar si
siento que ella pasa un mal rato, seré incontrolable.
Megan bajó la mirada y removió impaciente una pierna.
—¿La amas? —cuestionó con el corazón en la boca.
—Vamos a hablar de los negocios que te encargué.
Blake salió al jardín presa de una tristeza a la cual no quería encontrar
explicación. ¿Por qué le afectaban las palabras de la arpía de Megan? Ese
había sido el trato con Calder desde el inicio, tenía que darle hijos y bien
sabía que él no la amaba, ¿Por qué hacer tanto drama porque alguien se lo
echara en cara? Quizá fuera su orgullo desmedido o la molestia de saber
que su marido la creía una tonta como para no hablarle de temas
importantes.
—Por ahora serán dos meses de prueba, pero me quedaré.
Blake cerró los ojos.
—¿Qué quiere? Yo no he hecho nada contra usted, en realidad, ha sido
al revés.
—Bueno, debió pensarlo antes de hacer lo que hizo. Ahora me tendrá
aquí día y noche, sabiéndose observada, preocupada eternamente porque yo
abra la boca.
—No podrá amenazarme ni chantajearme.
—¿Segura? Entonces vayamos a decírselo ahora al capitán.
—¡No!
El hombre sonrió.
—Sí, supuse que esa sería su reacción —se inclinó ante ella con mofa
—, lady Hillenburg, será un placer trabajar para vuestro esposo.
El hombre se retiró hecho una sonrisa.
Blake tomó con fuerza su vientre, preocupada por la seguridad de su
bebé, de su marido, de ella y de todos ahí. No conocía del todo a aquel
hombre, pero era peligroso y no podía advertirle a su marido sin indicarle
por qué sabía que era peligroso.
Dio dos pasos hacia atrás, y pasó una mano por sus cabellos negros,
tenía demasiado miedo, como aquella noche, quizá más.
CAPÍTULO 27
Blake estaba recostada en su alcoba, serían las once de la noche y no
tenía ni el más mínimo amago de sueño, había escuchado a su marido llegar
hacía mucho rato, pero no había ido a su habitación, no es como que
compartieran cama todos los días, pero llevaban varias noches sin verse, ni
siquiera para dormir.
Desde que ese hombre regresó a su vida, Blake no dormía
apaciblemente, tenía insomnios y pesadillas todas las noches, a pesar de no
haberlo visto ni una vez después del día en el que fue contratado. Cerró
lentamente su libro y se puso en pie para ir a la habitación contigua.
Calder estaría dormido, en esos días se le veía más ocupado que de
costumbre, salía mucho y regresaba a casa usualmente hasta en la noche,
sólo para cenar y caer dormido sin que nadie pudiera evitarlo. Le daba la
impresión que la evitaba, pero lo dudaba, quizá sólo fueran las palabras de
Megan recalando en su corazón.
Como había imaginado, las velas estaban apagadas y el calor de la
habitación era a causa de la chimenea que se mantenía encendida. Caminó
hasta la cama y abrió las mantas para ella, recostándose junto a su marido
sin pretender despertarlo, pero aun así lo hizo.
—¿Qué? ¿Qué ocurre?
—Lo siento.
—¿Blake? —se sentó y encendió una vela— ¿Qué pasa?
—Nada —y entonces lloró.
No sabía bien por qué lo hacía, pero en cuento él mostró preocupación
por ella, un cálido sentir en su corazón le hizo sacar las gotas saladas que
ella almacenaba como tesoros.
—¿Qué pasa? —la abrazó—. ¿El bebé…?
—Está bien —se apuró a balbucear entre el llanto descontrolado—, no
sé qué me sucede.
—¿No lo sabes? ¿a pesar de saber medicina? —le tomó la barbilla—,
es normal, son las hormonas.
—Pero con el primer bebé…
—Es diferente —se puso serio—, el embarazo ha progresado.
Ella asintió y lo abrazó con más fuerza.
—¿Por qué no has ido a mi habitación? —dijo avergonzada.
—Pensé que estarías más cómoda durmiendo sola.
—No lo estoy, últimamente tengo demasiadas pesadillas, quisiera
sentir que hay alguien conmigo cuando me levanto de una.
—¿Por qué me lo dices hasta ahora?
— Te veo poco últimamente.
—Lo siento —le besó la frente—, he estado ocupado.
—¿Con qué? ¿Qué pasa?
—Nada, asuntos del trabajo —zanjó.
Pero ella volvió a llorar con más intensidad que antes.
—¿Ahora qué pasa? ¿Por qué lloras de nuevo?
—¡Me crees una idiota!
—¿Qué?
—¡Sí! Nunca me cuentas de tu trabajo, jamás me haces participe de
nada. Me dejas atrás y prefieres contarles a Megan y a Luisa ¿Piensas que
sólo sirvo para cargar con tu hijo? —Calder la miró unos segundos, para
después soltar una carcajada que la hizo rabiar—. ¡No te rías de mí!
Ella tomó una almohada y comenzó a golpearlo con ella.
—¡Espera, espera! —le quitó el arma emplumada—. Lo siento, no
quería reírme de ti.
—Lo hiciste, te burlas.
—No lo hago, es que es una estupidez.
—¿Qué no me incluyas en tu vida te parece una estupidez?
—¿Qué no estas inclu…? —sonrió y negó— Creo que el que estés en
mi recámara, el que lleves a mi hijo, el que te contara que soy bastardo es
incluirte en mi vida. Pero no sólo eso, te permito que opines, que trabajes
conmigo, incluso te he complacido en mantener a Megan alejada de la casa.
—¿Cómo dices?
—Sí, ¿pensabas que era por obra de magia que ya no la veías? La
mandaba de viaje junto con Loren. A ver si así pegaban un poco, pero creo
que no lo he... —Calder calló debido a que ella se había echado en sus
brazos— ¿Ahora qué, señora hormonal?
—No piensas que soy una idiota ¿cierto?
—Por supuesto que no —la acogió— ¿Por qué pensaría eso?
—Nada —se abrazó a él, respirando su perfume masculino y sonriendo
— ¿Puedo dormir aquí?
—No deberías ni preguntarlo.
Ella esperó a que su marido se recostara sobre las almohadas antes de
hacer lo mismo, pero sobre su pecho, se abrazó con tanta fuerza que pensó
que Calder la quitaría. No lo hizo. En cambio, la abrazó con fuerza y besó
su frente, soltando un suspiro cómodo antes de comenzar a dormir de
nuevo.
—¿Calder?
—¿Mmm? —él no abrió los ojos.
—¿Te arrepientes?
—¿De qué?
—De casarte conmigo.
Hubo un silencio en el que Blake pensó que se había dormido, sin
embargo, respondió:
—Nunca me he arrepentido de ninguna de mis decisiones.
Ella sonrió y se acurrucó contra él, besando el pecho descubierto y
cálido que utilizaba como almohada.
—No hagas eso si no quieres que te haga el amor en este mismo
instante, no debes ser tan descuidada conmigo.
—Pensé que estabas cansado —sonrió ella.
—Nunca lo suficiente.
Calder sonrió y la besó, pero no la tomó, sólo provocó que ella se
recostara y la abrazó dulcemente para ayudarla adormir. Blake lo echaba de
menos, porque le gustaba sentir su cercanía y recostarse juntos. Era en esos
momentos en los que sentía que su marido la amaba sin límites y le
entregaba su alma, sólo a ella. Era sólo de ella.
A la mañana siguiente, Blake despertó por el movimiento que hacía su
esposo al intentar separarse sin despertarla.
—Hola —se volvió ella con voz ronca y ojos somnolientos.
—No quería despertarte —le besó la mejilla—, tuviste una mala
noche, ¿no estás cansada?
—¿En serio? —se sentó en la cama—, pensé que había dormido de
corrido, ni siquiera me di cuenta.
—Sí, lo hiciste, pero parecías no tener buenos sueños.
—¿No te dejé dormir?
—No pasa nada, estoy más inquieto por lo que murmurabas.
—¿Qué decía? —inquirió nerviosa.
—Mencionabas mucho mi nombre, el de Marco y el bebé —ella se
sorprendió—. No te haré lo mismo que él y nuestro bebé estará bien, no
debes preocuparte tanto por ello.
—¿Recuerdas tu promesa verdad?
—Sí.
—No importa qué, este bebé debe tener a sus padres con él.
—Tranquila, vuelve a dormir —le besó los labios—, es muy temprano
y quiero que tanto la madre como mi hijo tengan perfecta salud a la hora del
parto.
—¿Tú que harás?
Calder la miró y comenzó a vestirse.
—Guillermo me ha pedido recorrer unas tierras con él, parece que
tiene una nueva idea.
—Guillermo… ¿El nuevo capataz?
—Sí, ha resultado ser bastante bueno.
—Te agrada.
—Creo que podrá quedarse, es muy listo, hace bien su trabajo y no
parece mala persona.
—No lo conozco en demasía —se excusó de dar su opinión.
—Desde el inicio sentí que no te agradaba —la miró— ¿Por qué?
—No sé —alisó la sabana—, no me cae en gracia.
—Prejuiciosa —le dijo con una sonrisa mientras se acercaba a sus
labios y los comía en un beso—, te veré en el desayuno.
Ella asintió un par de veces y se recostó en la cama. Hasta ese
momento, Guillermo Marfet no había hecho nada en su contra, ni una carta,
ni una mirada, ni un soborno. Temía lo peor, el que estuviera en tanta calma
la ponía más nerviosa.
Eran las diez cuando bajó las escaleras, topándose rápidamente con
Helen quién justo iba a llevarle una nota.
—Mi señora, de la señora Simoneta.
Blake leyó rápidamente la carta, poniéndole los pelos de punta al
momento de pasar de una línea a otra, la furia dominaba cada parte de su
ser y no se limitó en mostrarlo. Arrugó con fuerza la carta y fue hacia el
despacho donde seguramente estaría su marido.
—¡Calder! —abrió la puerta.
Su marido alzó la vista hacia ella.
—Bien señores, nada más por ahora —despidió a Loren y Víctor—
¿Qué pasa?
—Es Simoneta, creo que algo le ha pasado.
—¿Cómo lo sabes?
—Me ha mandado esta carta —se la tendió a su marido—, creo que la
ha golpeado.
—Eso no lo sabemos —dijo al terminar de leerla.
—¿Piensas quedarte así? —negó la joven con fastidio—, no me
quedaré sin hacer nada.
—Blake —fue hacía ella y le tocó el vientre, recordándole de esa
forma que ella no se movería riesgosamente.
Ella colocó una mano sobre la de él.
—Estaré perfecta, iré a ver qué razón me da de ella y así podré saber lo
que sucede.
—No irás a ningún lado, no te meterás en problemas.
—Calder, no me puedes pedir que no la ayude, me lo pidió.
—He dicho que no Blake.
—Iré.
—No.
—¿¡Por qué no!?
—¿Qué quieres que haga si te pasa algo a ti?
—Estaré bien —le tocó la mejilla—, ese hombre no se atreverá a
hacerle nada a la esposa del inglés, tienen intereses en común.
—Sí, pero los negocios y los asuntos familiares son cosas distintas —
le tomó la cintura y la acercó hasta chocar sus frentes.
Blake entrecerró los ojos.
—¿Sabías algo sobre la situación de Simoneta?
—Puede que tuviera la leve sensación de que algo así ocurría.
—¡Y no me dijiste nada! —se alejó.
—¿Qué podías hacer?
—Estar más cerca de ella —le dijo con obviedad—, así el menos
sabría que alguien la frecuenta y la aprecia.
—No lo hagas.
—¿Pero de qué hablas? ¡Por Dios Calder!
—¡Está bien, mujer! Si quieres ir a la casa de los Davids, te
acompañaré, pero no creas que vayamos a hacer alguna diferencia si es que
a ella le sucedió algo.
—Al menos quiero verla —sonrió complacida, yendo hacia él para
darle un beso en los labios— ¿Por qué te has opuesto tanto a ayudar?
Pensaba que siempre estabas preparado para hacerlo.
—En cuanto a las mujeres de otros se refiere, no puedo hacer mucho
—la abrazó y acarició su espalda.
—¿Incluso cuando este es un barbaján?
—Incluso ahí —afirmó.
—Es una lástima que tengamos que soportar tales cosas. No es justo
que tengamos que vivir junto a alguien que nos haga infelices porque es mal
visto que se acuda al divorcio.
—¿Lo dices por algo, mi cielo?
Blake ladeó la cara y frunció el ceño.
—Por Simoneta —contestó sin entender, para luego rodar los ojos y
sonreír—, no me quiero divorciar de ti, si es lo que piensas. Al menos no
sin que me des mucho dinero como para no sufrir.
—Eso no sucederá mientras lleves a mi hijo en tu vientre —sonrió
Calder, yendo a sentarse a su escritorio—, ¿A qué hora quieres ir a la casa
de los Davids?
—En cuanto estés desocupado.
—Bien. A las cuatro, después de la comida. Manda aviso.
Los Hillenburg estaban de pie frente a la mansión de los Davids. Una
bonita propiedad que era gobernada por un hombre horrible. El mayordomo
que abrió la puerta se mostraba herido, en muy mal estado, Blake lo notó
rápidamente con sólo ver sus movimientos.
—¿Te han golpeado? —acudió Blake con presura.
—¿Mi señora? —dijo el mayordomo con horror.
—No te asustes, sé de medicina, dime que te han hecho y sabré que
darte como remedio, incluso te lo traeré.
—Latigazos —dijo con sufrimiento—, veinte.
—¡Es una barbaridad!
—Blake —Calder le tomó el brazo, acercándola a su cuerpo y
alejándola del mayordomo para no levantar sospechas.
—¡Ah, los Hillenburg! —abrió los brazos el señor Davids—, me da
gusto que nos visiten.
—Insistencia de mi esposa, me temo —dijo Calder—¸ ha querido
visitar a vuestra esposa después de mucho tiempo sin verla.
—Claro, claro —asintió el hombre—¸ pero me temo que Simoneta está
indispuesta hoy.
—¿En serio? ¿Qué le sucede?
—El médico ha venido a verla ya.
—Yo lo soy también, puedo ayudar sí desea…
—¿Una mujer? —sonrió con desdén—, no quiero ser grosero señora
Hillenburg, pero no confiaría en ustedes, aunque me pagaran.
—Señor Davids, aprovechando que estoy aquí, sería bueno hablar de
negocios, ¿tiene tiempo?
—Claro, claro, pero ¿Su mujer?
—Ella podría ver vuestros jardines en compañía de alguna doncella —
Calder le advirtió con la mirada que tenía poco tiempo.
—Buena idea, Clotilde servirá.
—Gracias señor Davids, por su generosa oferta.
—De nada linda, eres un encanto.
Blake esperó a que el hombre desapareciera para ir a buscar a su
amiga. Había visto bajar al señor Davids, quizá las habitaciones de los
dueños estuvieran en el segundo piso. Recorrió las escaleras a todas prisas,
abriendo puertas y escuchando cualquier sonido que hiciera que reconociera
a Simoneta. Y así fue. Un fuerte quejido llamó su atención.
—¿Simoneta? —abrió la puerta.
—¡Blake! Por Dios, ¿Cómo lograste subir a verme?
—Calder distrae a tu marido. ¿Qué ha sucedido?
—¿Tú esposo está aquí?
—Sí, pero tenemos poco tiempo.
—Lo sé —se tocó el vientre—, es sólo que estoy impresionada de que
alguien se arriesgue así por mí.
—¿Te ha golpeado?
—Como si eso fuera lo peor que hace —negó Simoneta—, al menos
no me golpea en el rostro, no tengo que avergonzarme en público por el
bruto de mi marido.
—¿Por qué lo ha hecho?
—No quedo en cinta, Blake, por más que él… —Simoneta bajó la
mirada con asco— lo intenta.
—¿Te lastima cuando…?
—Blake, por favor. No te comiences a apiadar de mí, solo te llamé
porque sabía que me haría bien verte, me hace sentir más feliz.
—¿Cómo puedo ayudar?
—Estaré bien, en serio. No es la primera vez que pasa.
—¡Que no es la primera vez!
—Sí bueno, es un tanto desesperado.
—Te matará algún día.
—No —Simoneta miró el vientre de Blake—, ya se te nota.
Blake sobó con ternura el lugar y sonrió.
—Sí, Calder dice que no sabrá que hacer conmigo cuando me crezca
más el vientre.
—Supongo que has de ser bastante demandante.
—No lo creo, se enfada con cosas triviales.
—Quizá —se quejó y volvió a sentarse en la cama—, bueno Blake,
gracias por venir, pero creo que debes irte, no queremos que mi marido
descubra que te he mandado una carta. Ahora que estás aquí, puedo decirte
que los empleados en los que confío son los que ahora están golpeados. El
mayordomo Misael y mi doncella Clotilde.
—Les mandaré remedios a todos, no te preocupes.
—Gracias, eres muy amable.
—Recupérate Simoneta, espero verte pronto.
—Tranquila, estaré bien.
Simoneta sonrió hasta que Blake salió de la habitación, se tomó con
fuerza el abdomen y gimió dolorida, su marido podía ser un bastardo
cuando quería y eso lo confirmó cuando de pronto lo vio entrar, mirándola
de arriba abajo, inspeccionando su mente.
—¿Cómo has hecho para llamar a los Hillenburg a casa?
—Yo no los he llamado —dijo con dolor.
—¿Ah sí? —le dijo sin creerle—, me parece de lo más extraño que de
pronto aparecieran.
—Son amigos.
—No seas estúpida, sé que ese tal Calder era mucho más que solo un
amigo hace algunos años.
—Fue antes de conocerte siquiera Elvin.
—Sea como sea, acudiste a él, esperanzada de que te pudiera salvar de
mí, ¿en serio creíste que podrías escapar?
—Nadie puede salvarme —recalcó—, soy tu esposa, no hay vuelta
atrás para eso.
—Tienes razón, eres mía y sólo para recordártelo y hacerte entender
que no tienes que llamar a extraños a esta casa —se acercó a ella—, quítate
la ropa.
—Elvin… —susurró—, por favor…
—Quítate la ropa.
Simoneta apartó las mangas de su vestido con lentitud, lloró en
silencio cada segundo que su marido la penetraba brutalmente hasta hacerla
gritar de dolor. A él no le importaba su bienestar, era el objeto que le
quitaba el ansia de un cuerpo femenino. A veces se preguntaba qué sería de
ella si hubiera ignorado a todos y se hubiera casado con quién su corazón
demandaba.
CAPÍTULO 28
Blake se removió incomoda en su cama. Tenía poco más de cuatro
meses de embarazo y todo estaba resultando perfecto, hasta ese momento,
en el que ella parecía experimentar un deseo que no podía controlar.
—¡Calder! —gritó desde la cama— ¡Calder!
No obtuvo contestación, por lo que se puso en pie y con bastante
molestia fue a la habitación de su marido. No había nadie, las velas seguían
encendidas y la cama estaba tendida.
—¿Qué ocurre? —el hombre abrió la puerta que se comunicaba con el
pasillo.
—¿Vendrás a dormir hoy?
—Creo que bajaré de nuevo al despacho, se me ha pasado revisar
algunos papeles para...
—¡Al diablo con eso! —dijo desesperada—, quiero que te quedes
aquí, no necesitas resolver todo hoy.
Calder sonrió desde el umbral de la puerta y arqueó una ceja.
—¿Algo de lo que quieras hablar, mi amor?
—Sí, me estoy volviendo loca —se tocó el cabello.
—Ya estás loca, ¿qué te motiva a admitirlo?
—Te necesito.
—Bien, ¿para qué? —le contestó sin comprender.
—Para que me hagas el amor gran tonto —le dijo como si nada
sentándose en la cama de su marido—, en serio te necesito.
Calder abrió los ojos con impresión y se echó a reír. Jamás pensó que
su esposa le pediría algo semejante, debía ser algo implacable como para
que se lo pidiera de esa forma.
—Ahora sí creo que te he perdido, ¿Acaso cambiaron a mi esposa y
me pusieron a otra?
—Cállate —lo miró recelosa—, si pudiera pedírselo a alguien más, lo
haría, pero creo que sólo el padre de mi hijo tiene el derecho a entrar en mi
cuando este sigue en mi vientre.
—¿El bebé estará bien?
—Sí, sí. Sé que durante este maldito mes suele pasar esto, no le
sucederá nada —ella hacía movimientos con las manos, pidiéndole que se
acercara.
—Estás bastante deseosa, ¿Qué debería hacer?
—Calder, no es momento de juegos, en serio.
El hombre se acercó lentamente hacia el lecho donde ella se
encontraba sentada y sonrió cuando la piel de Blake se erizó con el sólo
hecho de pasear su mano por sus pechos, dejó salir un suspiró y los ojos
verdes se incendiaron, tomándolo en un beso que lo tomó por sorpresa, pero
se vio complacido por lo mismo. La tumbó sobre la cama y le quitó el
camisón con lentitud, tocando lentamente sus largas piernas, acariciando su
vientre ligeramente abultado y sus pechos tersos.
—Calder… —lo miró a los ojos y sonrió—, gracias.
—Es un placer cariño —la besó—¸ lo digo en serio y eso que todavía
no comenzamos.
El hombre besó dulcemente los labios entreabiertos de su esposa y
esperó a que ella sola abriera sus piernas, dándole permiso de colocarse en
medio. Le tocó su intimidad con la rodilla, excitándola y provocándole un
fuerte gemido que se apagó entre los labios de ambos, compartiendo un
beso frenético que después él soltó y espació por todo el cuerpo. Los senos,
su vientre, muslos y muy cerca de su entrepierna.
Ella gritaba y sonreía complacida con cada uno de sus toques, siempre
nuevos, siempre placenteros, Calder experimentaba con ella, pero siempre
lo hacía mirándola, analizando si era adecuado o no que hiciera una u otra
cosa, no quería perturbarla, sólo hacerla disfrutar. Después de lo que
pareció una tortura con sus manos, Blake se mostraba lista para que su
marido por fin entrase en ella, pero este no se veía dispuesto a ello, por más
que lo invitara, por más que estuviera lista, él no hacía amago siquiera de
posicionarse entre sus piernas.
—Calder… —le tomó la cara y le plantó un beso—, por favor.
Entendía perfectamente lo que pasaba. Su marido se mostraba reticente
a entrar en ella por el hecho de que ya había una vida en ese vientre. No era
nada nuevo que las embarazadas fueran tomadas, sobre todo las mujeres
que se dedicaban a complacer a los hombres, pero para Calder era algo que
no se debía hacer, menos cuando su panza era ya tan notoria.
—¿Estás segura?
—Sí, segura. Demasiado segura. Por favor, no me hagas pedírtelo de
nuevo, es bochornoso.
—No lo hago para avergonzarte —la besó—, quiero que todo esté
bien, no sería capaz de soportar verte llorar por otro bebé.
El corazón de Blake se derritió, no podía creer que le hubiese dicho
algo tan dulce como aquello.
—Mi amor, sé de esto, nuestro bebé estará bien —le tocó la mejilla—,
lo haremos con cuidado.
—Si algo te incomoda, si sientes el más mínimo…
—Te detendré —aseguró ella.
—Eso... ¿Y si no pudiera detenerme?
—Lo harías, pero no será necesario.
Calder asintió sin mucho convencimiento, la insistencia de su esposa
era tal que no pudo negarle un placer que él también deseaba. No podía
decir que se sintiera cómodo al ver su abultado vientre mientras lentamente
la penetraba, pero sí que agradecía la insistencia de su mujer, su interior era
diferente a otras veces, quizá por su estado, quizá fuera otra cosa, pero le
era placentero y parecía ser que para ella también lo era.
Le hizo el amor con extremo cuidado, la besaba y la acariciaba
constantemente. Permitía que ella indicara el ritmo, le encantaba ver como
sus hermosos ojos verdes se clavaban en los suyos mientras salía y entraba
de su interior. Cuando ella llegó a su cumbre, sintió que lo apretaba cada
vez más, permitiéndole a él llegar a su propia felicidad y tumbarse junto a
ella, exhausto, satisfecho y hechizado por ella, aún más si era posible.
—¿Todo bien? —inquirió con la respiración entrecortada.
—Perfecto —sonrió Blake, colocando su cabeza sobre el pecho de su
esposo—, creo que al fin podré dormir.
—A mí me has quitado el poco sueño que tenía —le dijo en broma,
acariciándole la espalda.
—Lo siento —dijo entre un bostezo—, has sido muy dulce, te aseguro
que lo necesitaba.
—Me doy cuenta.
—¿Me besarías? —pidió ella con los ojos cerrados.
—Como ordene —sonrió y se inclinó para alcanzar sus labios, ella no
respondió, se había dormido, aferrándolo con sus brazos para que no la
dejara—: cariño, me quedaré, no iré a ningún lado.
Como si lo escuchara, soltó levemente el agarre de sus brazos y se
acomodó en el pecho fornido, subiendo una suave pierna sobre una
musculosa de él. Calder la admiró por un rato, era increíble la forma en la
que ella lo convencía de hacer cualquier cosa, es más, parecía que apenas lo
intentase. Bajó su mano hasta el vientre de ella y masajeó aquella parte de
su esposa, el hijo de ambos descansaba ahí. Se sentía nervioso por ello, ya
habían perdido en una ocasión un bebé y Blake lo había sufrido bastante,
por eso la protegía y la complacía en todo lo que quería.
A la mañana siguiente, Blake despertó de buen humor, sintiendo a su
lado a su durmiente esposo. Él descansaba su brazo en ella y abarcaba su
vientre con su mano, sonrió y entrelazó su mano con la de él y Calder
apretó el agarre y suspiró pesadamente al momento de ir desperezándose.
—Buenos días —sonrió él— ¿Estás bien?
—Mejor que nunca —asintió la joven, acariciando el brazo de su
esposo—. Simoneta ha dicho que iría con su esposo al circo, ¿Qué es eso
del circo?
Calder suspiró.
—No creo que te agrade.
—¿De qué hablas?
—¿Nunca has ido a un circo? —ella negó con la cabeza—, me temo
que es lo mejor que pudieron hacer tus padres.
—Hablas como si fuera algo terrible.
—Lo es —se separó de ella y colocó una bata sobre su cuerpo— pero
creo que debemos acudir por el señor Davids, es necesario.
—Y por Simoneta, quero saber cómo sigue —Blake se había sentado
en la cama, cubriendo sus pechos con la manta—, tengo miedo de que la
siga tratando mal.
—Es posible —dijo él como si nada—, pero ella ha decidido casarse
con ese hombre.
—Quizá no tuviera otra opción.
—Creí haberte dicho que Simoneta era la mujer más deseada de por
aquí, podría haberse casado con quién quisiera. Si eligió a Davids, fue
porque lo quiso así.
Blake frunció el ceño y ladeó la cabeza.
—Aún recuerdo como reaccionaste cuando me pasó a mí, no veo por
qué actúas tan diferente cuando se trata de otra persona.
—No tiene nada que ver con eso, sólo expongo mi punto de vista.
—Independientemente de todo —se puso en pie con las sabanas —, es
mi amiga, me preocupo por ella ¿Tiene eso algo de malo?
—No —le tocó la mejilla—, pero tienes suficientes cosas en esa
cabecita tuya, no quiero que te preocupes por nada.
—Que un hombre golpee a una mujer no es cosa de nada ¿Qué te
sucede Calder? Tú no eres así.
—Calder…
Megan había abierto la puerta de par en par, la joven en realidad no
pensaba toparse con esa imagen que para ella era más que dolorosa, sobre
todo cuando notó el estado de la que se decía la mujer de Calder, ni siquiera
estando ella en cinta le dejaba de hacer el amor. Blake seguía mirando a su
marido con reproche por la conversación pasada, había aferrado con más
fuerza la sabana para no mostrar partes de su cuerpo, pero al final era
bastante notorio lo que había sucedido entre ellos.
—Megan, déjame a solas con mi esposa.
—Sí, lo siento, esperaré en tu despacho.
Calder asintió.
—Me da gusto ver que ella entra como si nada en tu habitación —le
reprochó—, eso quiere decir que mientras te negabas a yacer conmigo, ibas
con disposición a ella.
—No digas tonterías Blake, estás embarazada, esa es la única razón
por la que no te había tomado hasta anoche, y no acudí a ningunos brazos.
—Si tú lo dices.
—Anda, ponte algo encima —recomendó—, te esperaré para bajar a
desayunar.
—Bien —le dijo con fastidio.
—Celosa —le gritó por mera diversión.
—Libertino.
—Extremista.
—Infiel.
—Nunca te sería infiel, te lo dije, no quiero bastardos.
Blake se asomó por la puerta que los comunicaba y sonrió.
—Lo sé, te tengo en la palma de mi mano.
—Ahora que lo pienso, el adulterio me suena de maravilla.
—¡Quiero verlo, será divertidísimo poner en tu contra al bebé!
—¿En mi contra?
—Sí, porque le haré evidente que su padre es un malvado.
—¿Ah sí? —se acercó a ella.
—Sí —sonrió sin retroceder ni un paso.
—¿Qué más harás cuando nuestro hijo nazca?
—Llevármelo dejos de ti.
—Uy, eso será difícil, ¿A dónde te irías?
—No sé, seguramente me refugiaría en Lexington, con Candice.
—¿Candice? —la soltó— ¿Ahora resulta que son amigas?
—Sí, parece que me tiene aprecio por lo de mi tía.
—Supongo que sí.
—Creo que debería ir a cambiarme y tú —le tomó la cara con una
sonrisa—, te esperan en tú despacho.
—Supongo —le dio un beso—, nos vemos luego.
Blake esperó a que Helen llegara a la habitación, seguramente estaría
esperando a que Calder saliera para poder ayudarla a cambiarse. Eso le
recordaba la importancia de un asunto, el hecho de mantener protegida a
Helen. Era una muchacha preciosa y ella había notado el incremento de
admiradores que tenía entre los trabajadores de la casa, lo último que quería
era que alguien se aprovechara.
Sonaron dos toques a su puerta, avisando que la muchacha había
llegado. Blake no hizo el amago ni de voltear, en cambio, comenzó a
rebuscar entre sus ropas y quitó el camisón, yendo detrás del biombo para
ser ayudada.
—Debería ser más cuidadosa cuando aceptas que alguien pase a tu
habitación, querida Blake.
Ella no pudo evitar gritar con fuerza y cubrirse con su bata, la cual
colgaba cercanamente.
—¿Qué hace aquí? —dijo asustada, cerrando la bata con fuerza en la
zona de sus pechos.
—Nada, creo que perturbarla un poco.
—Calder…
—Ha salido, lastimosamente para usted.
—¡Salga o gritaré!
—¿Segura? —el hombre caminaba por la habitación de la duquesa de
Bermont, tocando con delicadeza las ropas femeninas— ¿No quiere hablar
conmigo o mis condiciones?
—He dicho que salga.
—Blake, Blake —negó con la cabeza— ¿No ha entendido que soy yo
quien dice que hacer?
—No en mi casa, mucho menos en mi alcoba, no lo repetiré ¡Salga de
aquí!
—Bien, si es lo que quiere. Pero espero que recuerde que, a partir de
ahora, Guillermo Marfet la estará rondando y sabe lo persistente que puedo
ser.
Blake escuchó el abrir y cerrar de la puerta. Asomó su cabeza
lentamente para cerciorarse de que el hombre no la hubiese engañado y
suspiró. La había dejado en paz por un buen rato, pero ahora, hacía acto de
presencia, como el gusano rastrero que era.
—Señora Blake.
—¡Ah! ¡Dios, Helen! —gritó—, ¿Por qué no has tocado?
—Lo hice señora —la mujer frunció el ceño—, ¿Se encuentra usted
bien? ¿Es necesario que le hable al señor Calder?
—¡No! —gritó—, digo, no. Es normal en las mañanas, no me siento
del todo bien. No le digas nada al señor ¿Guardarás el secreto?
—Sí, por supuesto.
—Anda, ayúdame a colocarme el vestido.
—Bien.
La joven mulata se apresuró a su señora, quién parecía nerviosa y
asustadiza, miraba con constancia hacia la puerta y parecía impaciente.
—¿Dijo el señor a dónde iba?
—Mi señora, el señor está en su despacho, como siempre.
—Pero…
Le había mentido. Tenía que aprender eso, no podía confiar en
Guillermo, lo había hecho en el pasado y todo había salido terriblemente
mal, tenía que ser más cuidadosa e inteligente para no caer en sus trampas.
Blake bajó las escaleras casi corriendo, entrando de forma inapropiada al
despacho de su marido quién estaba acompañado en ese momento.
—¿Blake? —La mujer miró fijamente hacía Megan y Luisa,
despidiéndolas con la mirada. Por supuesto, ellas no hacían caso alguno a
las amenazas plantadas en los ojos verdosos de la joven, pero el duque hizo
lo propio y les ordenó salir, enfocándose nuevamente en sus papeles—
¿Qué ocurre? No sueles…
Calder se interrumpió al sentir los brazos de su esposa alrededor de su
cuello. Ella había roto a llorar de un momento a otro mientras escondía su
cara en el hueco del cuello masculino de su marido.
—¿Qué diablos? ¿Qué pasa?
—Yo… —se separó del agarre y se sentó correctamente en el regazo
de su marido, limpiándose—, no sé qué ocurre.
—¿Alguien te ha molestado? ¿Minerva?
—No, no. Ninguna de ellas.
—¿Quién entonces?
Blake dudó un segundo. Sentía de pronto que no soportaría seguir
ocultando aquello que ocurrió la noche del primero de marzo del noventa y
nueve. Los acontecimientos que la habían llevado a postrarse ante su
marido y pedirle de favor que se casara con ella. Debía aceptar que no sólo
lo había hecho porque era lo más conveniente para su estúpido escape, sino
que dentro de todos los males que podía tener ese hombre, era bien
conocido que nadie se metía con él.
Era temido, peligroso y sabía cómo destruir. Si llegaba a presentarse el
caso, ella necesitaría a alguien como él. Pero las cosas habían cambiado.
Ahora que tenía su protección y su admiración, no quería ponerlo en riesgo,
no quería inmiscuirlo en algo como su pasado. Deseaba que él la siguiera
viendo como hasta ahora.
—¿Blake?
—Nada, lo has dicho, es el embarazo, seguramente…
—No. Esto es algo más grave.
—Te digo que no —hizo un amago de sonrisa y se puso de pie— creo
que daré un paseo por los jardines ¿Me acompañas?
—Te alcanzaré en un momento —ella hizo por levantarse de su regazo,
pero Calder la frenó—. Sabes que puedes confiar en mí, ¿verdad, Blake? Si
tienes algún problema, puedes decírmelo.
—¿Por qué piensas eso? —dijo nerviosa—. Sólo me dieron ganas de
llorar, te eché de menos.
—No tienes por qué mentirme.
—No te miento —dijo al borde de las lágrimas.
—Está bien, está bien —la abrazó de nuevo—. Tranquila, no llores,
todo está bien.
—¿Por qué me cuestionas así? —le dijo llorosa.
—Siento que algo te pasa, pero si no quieres decírmelo ahora, esperaré
pacientemente, no te presionaré más.
—¡Te digo que no sucede nada!
—Está bien —le acarició el cabello.
Su actitud sólo hacía más notorio su estado de ansiedad.
—Calder… quiero que me acompañes, en serio.
—Te veré en el jardín de rosas.
Blake asintió, plantó un beso de despedida en los labios de su marido y
salió de la habitación. El hombre miró con ojos entrecerrados el camino que
hizo su mujer, ya hacía días que la notaba extraña, pero no había puesto
demasiada atención pues lo atribuyó a su estado.
—Víctor —llamó a su amigo al verlo pasar.
—Dime.
—¿Recuerdas que te dije que te lo pediría cuando tuviera más interés?
—lo miró fijamente—, investígalo todo.
—O podrías preguntarle.
—No me dirá nada. Algo esconde.
—Como digas.
—Víctor —lo detuvo cuando se dio cuenta que se marchaba—, que
sea lo más pronto posible.
CAPÍTULO 29
Calder sonreía junto a su esposa, seguramente no sabía lo que le
esperaba al ir a un circo, no era un entretenimiento común, la popularidad
del circo se debía a los fenómenos, a la gente le entretenía sobremanera ver
extrañezas, burlarse de lo que no comprendían e incluso insultar y lanzar
cosas contra ellos. Era por demás decir que Calder lo odiaba y estaba
seguro que su esposa lo repudiaría igualmente.
Se encontraron con los Davids a las afueras, ambos sonrientes y
tomados del brazo, como la pareja más feliz y normal de la tierra, los
Hillenburg sabían que esa no era la realidad, pero en la sociedad todo sería
apariencias, incluso ellos lo hacían.
—¡Me alegro tanto de verte Blake! —Simoneta fue corriendo a darle
un fuerte abrazo, después se inclinó ante Calder con respeto.
—Señor Hillenburg, debo decir que ha sido un placer hacer negocios
con usted —el señor David estrechó la mano de Calder y sonrió—, además,
parece que, a partir de mi asociación con usted, todo ha ido para mejor
¿cierto querida?
Simoneta sonrió.
—Estoy en cinta también.
—¡Muchas felicidades! —Blake la abrazó.
En el interior sentía el horror. No podía dejar de pensar en el peligro
que la madre y la criatura que creía en su vientre enfrentaban. Quizá el
matrimonio de ella con Calder fuera una falacia, al igual que la de ellos,
pero por lo menos, su marido jamás se había comportado como un cobarde.
—Es bueno oírlo —asintió Calder.
—Tu heredero le llevará sólo unos meses de ventaja al mío —dijo
sonriente y seguro el señor Davids.
—Quizá sea niña, señor —dijo Blake, pero al ver la faz desfigurada
del hombre se corrigió en seguida—: el de nosotros.
—Sería una desgracia —suspiró el señor Davids—, seguramente que
el señor Hillenburg anhela tener a su heredero en sus brazos.
—En realidad, una niña me vendría muy bien también —abrazó a
Blake un poco y sonrió—, me recordaría a su madre por siempre.
—Claro, aunque si tuviera esa desdicha, una unión entre nuestros hijos
sería favorable igualmente.
—Eso lo veremos, cuando nazcan —dijo Blake nerviosa— ¿Les
parece caballeros?
—Por supuesto —la mirada del señor Davids relampagueó al notar que
esa mujer se volvía a meter, pero su esposo no parecía decirle nada por ello
y él no se metería en asuntos de otras parejas.
Simoneta pasó el brazo por el de Blake y la incitó a entrar en la carpa
donde se escondían los fenómenos de los que hablaba todo el pueblo. En
cuanto entró, el semblante de la joven esposa se desfiguró y sintió una
profunda opresión en el corazón por el deterioro de la humanidad. No
entendía cómo era posible que la gente disfrutara de aquello, de reírse y
burlarse de los que nacieron diferentes.
—Mira Blake, allá está la mujer con barba —Simoneta apuntó
descaradamente—, es horrible ¿a que sí?
—Tiene un cabello precioso —le dijo Blake, mirando tristemente a la
mujer que peinaba su barba frente al público.
Calder veía con un semblante sabiondo la faz de su mujer. Estaba
disgustada, pero no podía hacer nada puesto que Simoneta estaba
emocionada, apunando y enlistando los sobrenombres que tenían todos
aquellos hombres que habían nacido con alguna extrañeza.
—Parece señor, que se encuentra encantado con su mujer.
—Lo estoy.
—Al principio yo tenía mis dudas con Simoneta —le dijo sin mirarlo
—, ya sabe, no es nada lista, bastante superflua y acostumbrada a berrinches
y caprichos.
—Espero que haya un pero ahí.
—Sí, ahora que está embarazada, no puedo evitar verla más preciosa
que nunca.
—Señor, con todo respeto, su esposa era la mujer más deseada de estas
tierras. Creo que debería sentirse feliz de estar a su lado.
—Se casó por interés. Estoy enterado de que estaba enamorada antes
de aceptar, lo cual quiere decir que dejó el amor por dinero.
—No tengo conocimiento de ello.
—Lo entero ahora. Se lo digo para abrirle los ojos, las mujeres son así,
lo serán siempre, así que le aconsejo que mejor se haga a la idea de que
vuestra señora quedó impresionada por su fortuna.
—Es una forma bastante depresiva de pensar, prefiero creer que mi
mujer me admira y me adora, sería una mejor vida, ¿no cree?
—Si fuera verdad…
—Al menos de esa forma disfrutaría más de la mujer que tiene.
—La disfruto, prácticamente la compré ¿qué no?
—Calder —susurró de pronto Blake, tomando el brazo de su marido
con timidez—, no me siento bien.
—Salgamos, quizá te ha dado calor —Calder miró al hombre con el
que había tenido una conversación terrible—, señor Davids.
—Hillenburg.
Calder guío a su esposa hacia la salida, sabía que no tenía nada, y lo
demostró cuando de pronto lo soltó y comenzó a gritar histérica, caminando
de un lado al otro.
—¡No es posible que se diviertan con esto! —no lo miraba— ¡Es tan
grotesco e inhumano!
—Lo sé.
—No puedo creer que Simoneta incluso haya venido tres veces.
—Hay personas que se sienten bien viendo la desgracia ajena, los hace
sentirse menos perdidos en su propia vida.
—Es una locura —susurró enfadada, roja de la ira.
—Doy gracias a todos los demonios que me trajeron hasta aquí que me
casé con una mujer como tú.
Blake volvió la cara con fuerza, enfocándolo.
—¿Hay sarcasmo en tus palabras?
—¿Lo hay? —sonrió—, ¿Quieres irte?
—Sí, pero quisiera saber que has hablado con el señor Davids.
—De su esposa.
—¿Simoneta? —frunció el ceño— ¿Qué te ha dicho?
—Bueno, nada que te agrade saber —le tocó la mejilla—, pero parece
que mientras esté en cinta, las cosas entre ellos estarán bien.
—Me alegro —ella inconscientemente tocó su vientre y masajeó con
ternura—. Ahí dentro había niños. ¡Niños!
—Creo que estás demasiado alterada, será mejor irnos.
—¡Oh! ¡Calder! —sonrió Megan y se acercó junto con Loren y su
hermana Luisa—. No pensé que te gustara venir a estas cosas.
—No me gusta.
—Nosotros hemos venido por curiosidad —explicó Luisa—, dicen que
hay cosas asombrosas.
—De pende de cómo lo tomes —asintió Calder.
—Espero que no te moleste que haya dejado todo en manos de Víctor
y Guillermo—se disculpó Loren.
—En realidad, Víctor no está, lo mandé a… hacer algo —Blake lo
miró—, pero creo que Guillermo podrá con lo demás, diviértanse.
—¿Se van? —preguntó Megan con desilusión.
—Sólo quiero despedirme de los Davids —pidió Blake.
—¿Los Davids?
Loren abrió los ojos al igual que las dos mujeres, parecían
impresionados por algo y Blake comprendió que tenía todo que ver con el
nombre mencionado, miró ceñuda al grupo y se despegó de ellos yendo
hacia la pareja que seguiría metida en aquella carpa.
—Ni una palabra —advirtió Calder— ¿Oyeron?
Cuando ya iban de regreso, Blake se atrevió a preguntar a su marido,
quién le acariciaba la mano mientras mantenía los ojos cerrados.
—¿Por qué la reacción ante la mención de los Davids?
—Nunca les ha caído bien el señor Davids.
—A nadie. Pero creo que había algo más.
—¿Cómo qué? —la enfocó.
—No sé, parecía que guardarán un secreto —entrecerró sus parpados
— ¿Algo que deba saber?
—No.
—Parece que eso es un sí, no te preocupes, ya lo investigaré.
—¿Ah sí? como yo lo hago sobre el señor Guillermo Marfet.
Blake volvió la vista con nerviosismo.
—¿Sigues en eso? —intentó sonar normal.
—Había desistido hasta que noté el inconveniente que te causaba,
pareces tener una aberración hacia él y quiero saber por qué —lo último lo
había pronunciado a unos centímetros de distancia de la cara de Blake,
acentuando la amenaza latente en sus palabras. Después bajó de la carroza,
habían llegado.
—No tienes de qué preocuparte —le dijo mientras aceptaba la mano
que le tendía para ayudarla a bajar—, no siempre me ha de caer un
empleado tuyo.
—Es diferente, lo hiciste instantáneamente.
—Bien, hazlo, así verás que no hay nada que saber.
—¿Segura? ¿Segura que no prefieres decírmelo tu misma y evitarte la
vergüenza de que te tenga que confrontar después?
—No tengo nada que temer.
Eran mentiras tras mentiras, pero Blake no podía evitarlo. Era la forma
en la que lo protegía. Sí, buscaba protegerlo de ese hombre que en
determinado momento le había hecho tanto daño.
—Parece que has quedado tranquila con el tema de Simoneta —dijo de
pronto Calder.
—Sí, mientras esté en cinta, él no se arriesgará a perder al niño. Pero
temo por el resultado del parto, sí acaso diera a luz un varón —miró a su
marido—, creo que podría matarla.
—O algo peor.
—Sí… tomarla hasta dejarla embarazada. No puedo pensar en castigo
más repugnante que ser tomada a la fuerza por un bárbaro.
—Esperemos que su hijo sea varón y todo quede resuelto.
Blake sonrió y tomó las solapas del saco de su marido, acercándolo a
ella con una sonrisa.
—¿Qué pasará si mi bebé es niña?
—Creí habértelo explicado la primera vez —le dijo serio a pesar de
saber que ella jugaba—, no importa, sólo quiero hijos.
—Lo sé. Siempre te pones tan sobrio con estos temas.
—¿Eso piensas? —él la tomó y le dio una vuelta para después
plantarle un beso en los labios.
Blake reía y aceptaba las pequeñas y furtivas caricias que su esposo
daba por su rostro, se mantenían ocupados en ello cuando de pronto se
escuchó un carraspeo que detuvo la jugarreta y los hizo volver la mirada.
—Perdone señor, pero deseaba mostrarle algo.
—Guillermo —Calder sonrió hacia su esposa y le besó la punta de la
nariz antes de separarse de ella—, justo al hombre que necesitaba, de hecho,
también quiero hablar contigo.
—Por supuesto señor —Guillermo volvió la vista hacia la mujer del
Capitán e inclinó su cabeza con sorna—, lady Hillenburg.
Calder colocó una mano en el hombro menudo de Guillermo y se lo
llevó en dirección al despacho. Blake suspiró en ese momento, sintiendo el
alivio llegar a su cuerpo en cuanto ese hombre desapareció de su vista. Se
tocó el vientre con dulzura y miró escaleras arriba, pensando en lo cansada
que se sentía.
—Tranquila niña, tranquila —escuchó de pronto que Romelia decía
conciliadora.
Blake frunció el ceño y caminó con dirección a las voces y el pequeño
llanto que hacía eco por las paredes de la mansión. La joven esposa
encontró a Romelia inclinada sobre el suelo, su enorme cuerpo cubría a la
persona en llanto, pero Blake no necesitaba verla para saber de quién se
trataba.
—¿Helen? —se agachó— ¿Helen que pasó?
—Señora Blake, no debiera agacharse así, ¿Sabe lo que haría Calder si
la viera? ¿Sabe lo que haría a nosotras? ¡Dios me guarde!
—Señora Romelia, yo me encargaré, ¿Le ha dicho que sucede?
—No, la terca no suelta palabra, sólo llora y llora.
—Bien, yo estaré con ella.
—Sí señora. Si no supiera yo, esas muchachas lloran por todo. ¡Me
duele la panza! ¡Tengo hambre! ¡Me gusta ese muchacho!
Blake sonrió hacia la mujer que se marchaba y volvió la vista hacia
Helen, quién se mantenía con la cabeza entre las rodillas, sin esperanzas a
que levantara la cabeza.
—Ven Helen, vamos a mis habitaciones.
—No —susurró la joven.
—Quiero saber por qué lloras, ¿me lo dirás aquí donde alguien puede
escuchar? O lo prefieres en la intimidad de mi recámara.
—No lo diré.
—Pero qué pasa Helen, jamás me habías contestado así.
—Lo siento señora, pero no le diré —dijo en un sollozo.
—¿Es acaso…? —Blake suspiró— ¿Qué alguien te hizo algo?
Helen levantó la cabeza con rapidez, inspeccionando la faz relajada de
Blake, pensando que alguien le había revelado lo que llevaba tanto tiempo
escondiendo.
—¿Quién le dijo?
Blake cerró los ojos y se sentó a su lado en el suelo.
—Nadie. Lo supuse por la forma en la que llorabas. Pero no parece
haber pasado hace poco, ¿Por qué lloras entonces?
La chiquilla bajó la cabeza y negó con rotundidad.
—Me da vergüenza, señora.
—No pasa nada Helen, te aseguro que puedo ayudar.
—No es lo mismo —negaba—, el señor Calder la ama mucho…
—¿De qué hablas? Por Dios Helen, habla claro.
—Me metí con un hombre malo…
Blake sintió que el corazón se le partía a la mitad, Helen era sólo una
chiquilla.
—Y este hombre malo ¿Qué te hizo?
—¡Él me dijo que me quería! ¡En serio!
—Lo sé, lo sé. No dudo que así fuera.
—Pero fue malo, me lastimó y luego dijo que ya no me quería.
—Bien… ¿Lloras por eso? —dudó la joven.
—No —suspiró—, lloro porque al igual que usted, yo también llevo
algo dentro de mí, pero no habrá nadie que me ayude a cuidarlo. ¡Yo no lo
quiero! ¡No lo quiero!
—¡No digas eso! —le tomó los hombros y la miró con enojo—, Helen,
la decisión de estar con ese hombre fue tuya, sé que ahora parece que todo
va mal, pero ese pequeño ser que está dentro de ti, te ama por el simple
hecho de concebirlo, entonces, tú debes sentir lo mismo. No sabes el horror
que se siente perder un hijo Helen, pero lo has visto en mí ¿Quieres lo
mismo?
—Pero soy joven, más joven que la ama —le dijo—, tengo amigas,
que dicen que hay formas de sacármelo.
—¿Aborto? —se escandalizó—, no puedes pensarlo en serio, es
riesgoso, podrías morir.
—No quiero este bebé, yo no lo pedí, no lo quiero.
—Pero ya lo tienes, no hay vuelta atrás.
—Sí que la hay.
—Por favor Helen, yo estaré contigo —Blake estaba desesperada,
Helen era tan joven que iría por la salida más fácil, pero eso no sólo mataría
una vida, sino que podría matarlos a los dos— ¿Quién es el padre?
—No lo diré —dijo con resentimiento.
—Helen…
—¡Dije que no lo diré!
—Bien —le tocó los hombros—, tranquilízate. ¿Hace cuánto?
—Mucho más que usted —le dijo ella.
—¿Por eso te ausentabas? ¿Cómo has hecho para ocultarlo?
—No tengo mucha panza, pero me vendo de todas formas.
—¡Dios santo! —negó—, en este instante vamos a quitarte eso.
Blake se puso en pie con dificultad y prestó su mano a Helen para
ayudarla. Cuando la muchacha se sostuvo en sus piernas, Blake pudo notar
la no tan disimulada pancita que ella cubría con un vestido bastante más
grande. Había escuchado casos en los que el bebé, al sentir la repulsión de
la madre, no crecía, además de que Helen se vendaba para frenar el
crecimiento de la panza materna.
—No lo quiero.
—Helen, no puedes ser tan despiadada, puede que ese bebé está casi
completamente formado.
—¿Qué ocurre? —llegó Calder, acompañado de Guillermo.
—¡Nada! —contestaron las dos mujeres al mismo tiempo.
—Vaya —sonrió el señor Marfet—, eso no parece nada.
—Concuerdo —asintió Calder y miró a su mujer— ¿Blake?
—En otro momento querido —le tocó el pecho—, ahora lo mejor es
que lleve a Helen a comer un pan, le han dado un susto de muerte.
—¿Qué ha pasado?
—Nada, amor, nada —sonrió—, cosas de chicas.
Calder se inclinó hacia su capataz y sonrió cuando empezó a caminar
hacia las tierras, alejándose de su mujer y la chiquilla. Ya luego le
preguntaría a su esposa lo que ocurría.
Blake no había podido evadir la mirada del señor Marfet. Pareciese
que sabía lo que pasaba con Helen y eso le hizo sentir nauseas, ¿sería que
ese terrible hombre había abusado de esa pobre niña? No quería creerlo, no
podía, porque no había forma de protegerla y no tenía el valor de decirle a
su marido.
CAPÍTULO 30
Blake estaba completamente dormida en los brazos de su marido.
Había ido a buscarlo hacía más de una hora, encontrándolo leyendo
tranquilamente en uno de los cómodos sofás del despacho, aprovechó la
oportunidad de sentarse en su regazo y dormir una pequeña siesta. Después
de media hora más, ella se removió perezosa y sonrió cuando abrió los ojos
y se topó con la intensa mirada ambarina de su marido.
—¿Una buena siesta?
—Sí, deberías ser más tranquilo y dejarme dormir en ti.
—Claro, parece buena idea —dijo irónico, regresando a su libro.
Blake se sentó correctamente en las piernas de Calder y miró hacia la
ventana recordando que Helen ya cumplía los nueve meses, la había visto
justo antes de ir con su marido.
—¿Estás preocupada por ella?
—Sí —suspiró, recostándose en si hombro—, es tan joven.
—Estaremos ahí para ella.
—Lo sé, pero ni siquiera deseaba tener ese bebé, la obligamos.
—Tampoco íbamos a permitir que perdiera su vida con la mujer que se
encargaría de sacarle al niño del vientre.
—No, tienes razón, pero no siente el instinto materno.
—¿Qué sugieres entonces?
—No lo sé, quizá cambie de parecer cuando lo tenga en brazos.
—Puede ser, por ahora de la que estoy al pendiente, es de ti.
—Bueno, gracias, pero yo estoy perfecta.
—Espero que…
—¡Capitán! ¡Capitán! —gritó de pronto una doncella— ¡Mi lady!
¡Lady Blake!
Blake se puso de pie en seguida, al igual que su marido.
—¿Qué ocurre? —salió Blake a todas prisas.
—¡Señora Blake! ¡Helen está dando a luz!
Blake volvió una mirada preocupada a su marido y salió corriendo
detrás de la doncella.
—Blake —la tomó del brazo su marido—, es demasiado para ti, estas
embarazada también.
—Tengo seis meses, puedo con un parto.
—Por favor, deja que llamemos a una partera.
—Puedo hacerlo Calder, no me ofendas.
—No lo hago, amor —le tomó el rostro—, compláceme.
Blake se quedó anonadada por la forma cariñosa en la que le habló. Él
jamás empleaba la palabra “Amor” si no iba remarcada con un sarcasmo
profundo, en esa ocasión no había sonado así y en sus ojos color miel, la
preocupación era imposible de ocultar.
—Bien.
—Gracias —le tocó la mejilla y vociferó—: ¡Loren! ¡La partera!
—Sí Calder, la he mandado llamar en cuanto supe.
El hombrecillo asintió y se colocó junto a la pareja, Blake miró al
hombre de su marido, recordándole de pronto que Víctor seguía sin volver a
casa, su ausencia era notoria, sobre todo porque era preocupante que su
marido lo mandara a tan larga travesía.
—Hace demasiado que no veo a Víctor —Blake miraba a su marido,
pero este tuvo el escape perfecto para no contestar a ello.
—Señor, mi señor, Helen pide que esté presente Romelia —dijo la
doncella— ¡Pero no la encontramos por ningún lado!
—Ya entraré yo —dijo entonces Minerva, empujando a quién le
estorbara—, de todas formas, esa chiquilla siempre me rondaba con esa taza
de té. Debo aceptar que en algún momento pensé que estaba envenenada,
pero nada de lo cual preocuparse.
—Mejor entraré yo —dijo Blake al notar el horrible suplanto.
—No, muchacha, no. Eres débil, ya has perdido a un niño de Calder,
no hagas cosas para que pierdas a otro.
Blake sintió que el corazón se le estrujaba con esas palabras crueles.
Sabía que Minerva era una mujer anciana, pero nada la excusaba para ser
tan cruel. Calder, notando lo afectada que estaba, la tomó de los hombros y
la acercó a él, pegándola a su pecho.
—No le hagas ningún caso —aconsejó—, es una mujer amargada que
dice cosas sin pensar.
—¿Por qué con eso? Tiene mucho con lo qué lastimar.
—Sabe que te duele —la estrechó—, ven, vamos a que te sientes.
—No quiero sentarme.
—Oh, por favor señora Hillenburg, estas cosas son tardadas —dijo el
señor Marfet, llegando de pronto—, será mejor que no se sobre esfuerce en
su condición delicada.
—Soy de una buena constitución física, señor Marfet, no hay de qué
preocuparse.
—Seguro que así es —sonrió Megan, caminando junto a su hermana y
posándose junto a Loren.
—¿Qué hacen ustedes aquí? —se quejó Blake.
—Nos enteramos del parto, queríamos estar presente en el nacimiento
del bebé —dijo Luisa—, tenemos las apuestas al alza.
—¿Apuestas? —inquirió Blake.
—Sí, queremos descubrir si el bebé será blanco o negro —dijo Megan
como si fuera cualquier cosa.
—¿Qué has dicho? —Blake se puso en pie enfurecida.
—Ven Blake, vamos a la habitación por un segundo —Calder tomó a
su esposa del brazo para guiarla y miró con fastidio a sus colaboradoras—.
Hablaré con ustedes después.
—¿Qué hemos dicho? —se inclinó de hombros Luisa.
Loren sólo negaba con la cabeza y el señor Marfet estaba demasiado
concentrado en la copa de vino en su mano.
—¡¿Cómo pueden decir eso?! —se quejó Blake en cuanto su marido
cerró las puertas de su habitación— ¡¿Cómo pueden ser tan huecas e
inhumanas?!
—Son jóvenes y tontas, no debes darles importancia, les llamaré la
atención —La tomó de la cintura y le dio un pequeño beso—. Estas a punto
de tener una nueva vida en tus brazos.
—¿No es raro? —sonrió Blake—, pronto tendremos al nuestro.
—Sí, no sé cómo lo lograré con ambos acosándome noche y día.
—¿Ambos?
—Sí, tú y nuestro bebé.
—¡Oh! ¡No me molestes Calder!
Calder rio un poco y la besó tiernamente, con la clara intención de
relajarla. Blake debía admitir que su marido se había vuelto bastante bueno
cuando se trataba de calmarla, pero en ese momento, unos gritos sacaron a
la pareja de su estupor.
—¡Señor Calder! ¡Señora Bake!
—¿Qué pasa? —salieron de la habitación.
—Es Helen —dijo una doncella—, no está bien.
Blake fue la primera en reaccionar, dejando a su esposo con los brazos
estirados, intentando detenerla y fracasando.
—Dime lo que dice la matrona —dijo Calder, tomando compostura y
seriedad que Blake ignoró.
—Dice que el niño viene mal, parece ser que tienen que abrirle la
panza.
—¿Una cesárea? —negó Calder—. No, morirán.
Calder entró a la habitación donde Helen pujaba y gritaba en dolor. Su
esposa ya se había colocado algunos artefactos médicos y estaba a los pies
de la cama junto con la matrona quién le explicaba rápidamente la
situación.
—Blake…
—Ahora no Calder, puedo con esto, sólo —lo miró, notando su
preocupación—, ten fe en mí.
—Temo decir que no se trata de fe —negó la matrona—, tenemos que
escoger, o la madre o el bebé. No hay opciones, de hecho, ambos corren
riesgo, pero de ser el caso…
—¿Calder? —Blake no decidiría tal cosa, jamás lo haría.
El hombre se puso lívido por primera vez desde que Blake lo conocía,
no era para menos, era una decisión complicada, una vida nueva, o Helen.
—Llamen a un doctor —dijo Calder, retomando la compostura—, no
lo harás tú.
—¡Calder!
—¿¡Alguien escuchó lo que dije!?
—Lo mandaron llamar hace un rato, mi señor, viene en camino.
—Bien —Calder fue hacia su fastidiada esposa y la sacó de la
habitación—, puedes esperar ahí hasta que el médico llegue.
—¿Qué? ¡Calder! —su esposo le cerró la puerta— ¡Ábreme!
—Parece que nos hemos quedado solos —sonrió Guillermo.
Blake suspiró.
—¿Los demás?
—Tu marido los corrió y a Loren lo mandaron por el médico.
—Entiendo.
—Veo que la dejaron fuera de la ecuación —sonrió el hombre desde su
asiento—, nada extraño a mi parecer. Creo que el capitán la cuida
demasiado.
—Le pido de favor que no me hable.
—El que la echará de la habitación deja a relucir que habrá una
perdida y no quiere que usted se sienta culpable.
—¿Pr qué sigue aquí?
—Bueno, creo que tengo que estar presente en el nacimiento de mi
propio hijo.
Blake abrió los ojos como platos y dio dos pasos hacia atrás, ¡Debió
pensarlo! ¡Era un sin vergüenza! Siempre lo supo, pero era más de lo que
había imaginado, Helen era tan sólo una niña.
—Fue usted.
—No me dirá que la obligué
—La engañó.
—Bueno, ¿Qué irá a pasar? Se salvará ella o la criatura.
—Es un ser despreciable, de verdad.
—Quizá, pero soy realista ¿No lo cree?
—Lo único que creo es que debe marcharse de aquí.
—Gracias, pero no. Cualquiera puede estar al pendiente de este
nacimiento. Digo, cuando sea su turno, el capitán podrá elegir su compañía,
aunque creo que le agrado mucho, quizá esté presente.
—Sólo lárguese ahora, no quiero que esté cerca, ni siquiera quiero oír
su voz.
—Como ordene, lady Hillenburg.
Blake caminó de un lado a otro, respirando profusamente antes de ver
a Loren con el médico, quién le dirigieron una rápida mirada y entraron a la
habitación. Blake se quedó sola con sus pensamientos. A lo que entendía, sí
el señor Marfet había estado con Helen, había sido mucho tiempo antes de
siquiera venir a pedir trabajo, quizá por eso se había enterado del capitán y
su nueva mujer. ¿Qué tanto habrá contado Helen estando con él? Ella sabía
que una mujer enamorada podría ser una boca suelta, tenía experiencia de
sobra con eso, al fin de cuentas, Blake había contado demasiadas cosas a
Marco y no había salido nada bien.
—Ven Blake, siéntate en lo que esperamos —la joven dio un salto al
sentir la mano de su esposo sobre su espalda— ¿Estás bien?
—Sí, no esperaba verte, digo… no te escuché —Blake apretó los
labios— ¿Cómo va todo?
—No lo sé, me han sacado en cuanto llegó el médico.
La joven asintió y permitió que la llevara a un sofá, Calder la jaló
hacia su pecho y masajeó su cabello hasta que se durmió. No supo cuánto
tiempo había pasado, pero cuando despertó, su marido no estaba con ella, la
había dejado recostada a lo largo del sillón, la casa se había sumido en un
mortal mutismo y no había velas encendidas además de la que tenía frente a
ella, en la mesa. Miró desubicada hacía los lados, intentando saber hacia
dónde caminar, pero entonces, unas voces llamaron su atención. Eran
susurrantes y dolorosas. Algo había salido mal.
—¿Calder? —llamó al ver su fuerte espalda a unos metros de ella,
hablando con el doctor quién negaba una y otra vez.
—Blake —suspiró— ¿Por qué no vas a la recámara?
—¿Qué sucedió? ¿Qué pasó con Helen y el bebé?
El doctor volvió la mirada hacia Calder, Blake interpretó que alguien
había muerto o quizá ambos.
—Ven mi amor —en ese preciso instante, Calder se dio la vuelta y la
miró con tristeza infinita.
Blake abrió los ojos como platos, su corazón saltó y sus ojos se
llenaron de lágrimas. En los brazos de su marido había un pequeño bebé
envuelto en una hermosa mantita color crema. En resumidas cuentas, Helen
había muerto.
—Oh, Dios mío —se tocó el vientre—, ¿Murió?
—Sí, lo siento —Calder dio el bebé al médico y tomó a su esposa en
brazos—, mi amor, todo va a estar bien.
—No, no, ¿Murió? Era tan joven, tan niña.
—Blake —le habló con dureza—, sé que te afecta, pero contrólate,
piensa en nuestro hijo.
Ella asintió descolocada.
—Estoy bien —dijo en un suspiro— ¿Lo nombró? ¿Alcanzó a
nombrarlo?
—Lo tomó en brazos —le sonrió—¸ parecía muy feliz por ello. Sí lo
nombró, se llama Kenia.
—Es un lindo… ¿En una niña?
—Sí —sonrió su marido, plantándole un beso en la mejilla—, y es
muy hermosa.
—Quiero verla —se inquietó entre sus brazos.
—Bien —el hombre volvió a tomar a la niña de los brazos del médico
y la pasó a su esposa.
—Vaya, es tan hermosa —sonrió—, demasiado parecida a Helen, es
igualita.
—Sí, lo es.
—Kenia —Blake rozó la nariz de la bebé con la suya—, te amaremos
mucho, no te preocupes ¿Ya encontraron nodriza?
—Está todo preparado para ella, tranquila.
Blake alzó la mirada y besó los labios de su marido con
agradecimiento. En definitiva, era un hombre fantástico cuando quería
serlo. No dudaba que Calder cuidara de esa pequeña durante toda su vida.
—Señor, creo que hay unas cosas que… —el señor Marfet se
interrumpió—, lo lamento capitán, no pensé…
—No hay problema, Guillermo —Calder besó a su mujer y fue hacía
su capataz.
—Veo que ha nacido —apuntó el hombre— ¿Qué fue?
—Es una niña —dijo Blake, notando el desagrado del hombre.
—¿Y la muchacha?
—Falleció, una perdida terrible —contestó Calder y miró a su mujer
—: hablando de ello Blake, Romelia está destrozada y Minerva lo intenta,
pero quizá deberías…
—Iré en seguida — Blake arrulló a la niña—, no te preocupes.
Blake observó cómo su marido se iba entre una plática con su peor
enemigo. Sabía que siendo el señor Marfet como era, despreciaría a Kenia
solo por ser mujer, ni mencionar que, además, la niña tenía la hermosa tez
de su madre y posiblemente los ojos azules que ya jamás podrían ver en
Helen.
Esa noche, Blake decidió ir directa a la habitación de su marido y
esperarlo despierta. Con ambas piernas cruzadas y un libro en la cama,
intentaba sobrellevar el tiempo que él tardaba en volver. Blake había
intentado lo mejor posible consolar a Romelia, pero la gran mujer apenas y
hablaba entre sollozos lastimeros y por extraño que pareciera, a la única que
permitía permanecer con ella era a la señora Minerva. Romelia no quería
saber nada de la pobre Kenia, quién se había llevado la vida de su madre,
por tanto, la nena se la pasó el día entero en brazos de Blake, quién sentía
un extraño anhelo por su propio bebé por llegar.
—¿Blake? —sonrió Calder al entrar— ¿Qué pasa?
—Te esperaba —cerró el libro—, hay cosas de las qué hablar.
—Me imagino —suspiró el hombre, quitándose la ropa y colocándose
un pantalón de noche— ¿Cómo está Romelia?
—Incontenible, sólo quiere a Minerva con ella.
—¿En serio? —dejó salir una pequeña risa—, no lo vi venir.
—Ni yo. Pero, no es lo más importante. Parece que ninguna de las dos
quiere ver a Kenia ni a cinco metros.
—Se les pasará.
—Quizá, pero de mientras…
—Oh no, Blake dime que no lo hiciste.
—Sshh, la vas a despertar.
Calder volvió la mirada hacia la cuna en su habitación. Jamás pensó
ver ese artefacto ahí, menos con un hijo de alguien más.
—Blake, en serio que me gusta tu parte caritativa, pero nuestro propio
bebé viene en camino, ¿No crees que sería demasiado para ti? No puedes
desvelarte antes de tiempo.
Blake se puso en pie y fue hacia él, mostrando su pequeña pancita
sobresaliendo del camisón de seda.
—No lo cuidaré yo, estará con su niñera y tiene nodriza, pero…
—Ese, pero es el que me aterra.
—¿No quisieras tener una bebé?
—¡Oh! Lo sabía. Cielo santo lo sabía.
—Vamos Calder, la vas a cuidar ¿Por qué no como una hija?
—Esto nos sobre pasa, no será una vida nada fácil para ella.
—¿Eso es un sí?
—Tendrás que hacerla entender por qué es diferente a sus hermanos.
—En definitiva, es un sí.
—Y hacerla tan segura para que nadie la haga sentir mal.
—¡Sí! —se echó a sus brazos—, ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Te…! —el
corazón se le paralizó— Te adoro.
—Bien, bien —rodó los ojos—, hablando de temas más tristes, el
funeral de Helen será mañana.
—Lo sé. Al menos se irá tranquila al saber que su bebé estará en
buenas manos.
—Sí —le tocó la mejilla y fue a sentarse en la cama—, no pensé que
tuvieras el corazón tan grande.
—Sorpresa —caminó hacia él y se sentó en su regazo— ¿Te habían
dicho que eres un buen hombre?
—No en esta vida —sonrió Calder.
—Lo eres —le dijo antes de besarlo dulcemente.
Blake permitió que la nodriza se llevara a la bebé a la habitación
contigua y ella se acostó a dormir con su marido, quién después de una
prolongada sesión de besos, se recostó junto a ella, abrazándola con fuerza
antes de caer plenamente dormido. Su esposa lo siguió pasados unos
minutos en sus brazos y la noche avanzó tranquilamente. Eso hasta que
Calder se sentó sobre la cama. Estaba sudado, su pecho latía desbocado y
sentía pánico. Miró hacia los lados, continuaba siendo muy tarde, la luna
entraba por las ventanas iluminando el hermoso cuerpo de su mujer,
dormida junto a él.
—Por todos los demonios —levantó el cuerpo de su esposa y la abrazó
—, estás bien.
—¿Calder?
—Vuelve a dormir —le dijo aún sin soltarla.
—Ojalá pudiera —sonrió contra su pecho—, pero me sofocas.
—Lo siento —la soltó, acomodándola sobre la cama.
—¿Pasa algo? —alargó su mano para tocar su mejilla— ¿Tuviste un
mal sueño?
—No soy un niño, mujer —se dejó caer sobre la almohada.
—Eso pareces —sonrió Blake, besando su pecho antes de recostarse
sobre él.
—Supongo que fue un mal sueño.
—¿De qué iba?
La miró unos segundos y negó con la cabeza.
—Una tontería, vuelve a dormir.
—Me abrazaste —pensó—, ¿Era de mí?
—No.
—Sí que lo era —sonrió—, estoy bien, nada pasará conmigo.
—Te he dicho que no era sobre ti.
—Claro —dijo irónica, volviéndose a recostar—, puedes abrazarme,
gran mentiroso, a ver si así recuerdas que todo está bien.
Calder dejó que ella se recostara, pero no la abrazó, Blake cayó
dormida casi al instante, desde su embarazo que era bastante dormilona,
pero no le molestaba, nada de lo que ella hacía le molestaba. Se puso de pie
y fue a la recámara que sería de su esposa, la cual casi no era utilizada por
el hecho de que Blake prefería dormir con él. Miró a la nodriza, revisando
la cuna de la pequeña Kenia.
—¡Mi señor!
—No te preocupes —la tranquilizó—, ¿Cómo está ella?
—Creo que bien, apenas y da problemas —Calder asintió— ¿Quiere
cargarla, mi señor?
—No —suspiró—, sólo… ¿Usted es madre, cierto?
—Sí, mi señor.
—Cuando su hijo iba a nacer… ¿Hubo complicaciones?
La mujer frunció el ceño.
—No mi señor, fue largo, pero todo salió bien.
—¿Conoces mucha gente que murió en partos? ¿Cómo la madre de esa
niña?
La nodriza al fin comprendió hacia donde iba la conversación del
señor y sonrió con ternura.
—Creo, mi señor, que lady Blake es muy fuerte. Ella podrá con el
parto. Estoy segura que el hijo de ambos estará mejor que bien.
—Sí, pienso lo mismo… aunque no preguntaba por eso.
—Claro que no señor —sonrió la mujer.
Calder hizo lo mismo, mostrándose avergonzado.
—No se lo diga a ella, por favor.
—Es agradable saber que un esposo está preocupado por una, mi
señor, la haría feliz.
—Buenas noches.
La nodriza se inclinó ante él y volvió la vista hacia la muñeca que
dormía apaciblemente en su cunita. Calder volvió a su alcoba, se recostó
junto a su mujer y la abrazó con fuerza. Ella estaría bien, se aseguraría de
que así fuera, no podía perderla, simplemente no se imaginaba el mundo sin
ella.
Recordaba el momento en el que lo habían hecho decidir por el bebé o
Helen. En ese momento había puesto la situación como si se tratase de su
esposa, el corazón se le había partido, pero no había dudado ni un segundo
en salvar a Blake.
CAPÍTULO 31
Los días de espera para que el bebé de los Hillenburg naciera habían
terminado. Kenia tendría ahora sus tres meses bien cumplidos y la casa del
duque estaba en la espera de un grito de la señora para correr a atenderla.
Calder no permitía que hiciese nada para ese momento, apenas la dejaba
levantarse y eso porque ella se quejaba hasta lograrlo. Recibía visitas en
uno de los salones de arriba, para que ni siquiera se viera en la necesidad de
bajar las escaleras.
—¡Dios! —sonrió Simoneta—, tu marido está loco ¿Sabes? También
estoy embarazada, no me falta mucho al igual que a ti.
—Lo sé, es demasiado protector —sonrió Blake.
—Pero es agradable, incluso Elvin se puede portar como hombre
cuando sabe que su mujer está embarazada.
—¿Él… te trata bien?
—Por ahora, no se arriesgaría a perder este bebé, con lo mucho que le
costó dejarme en cinta.
—Lo lamento.
—Oh, no te entristezcas por tonterías. A cada quién nos toca lo que
merecemos ¿No?
—No creo que merezcas esto.
—A veces creo que sí —sonrió la bella mujer, tocando su vientre—,
aunque agradezco estar embarazada, al fin tendré al amor de mi vida.
—Sí —Blake acarició su propio abdomen—, la verdad que espero que
sea niña, Calder dice que no hay problema, pero quiero ver su cara cuando
se haga realidad.
—Pero que mala —negó Simoneta—, yo en serio rezo por que sea
varón, no sé qué dirá Elvin si es niña, en mi vida no hay opción. Además,
creo haber escuchado que obligaste a Calder a adoptar a la hija de una
sirvienta ¿Es verdad?
—Se llamaba Helen, era mucho más que una doncella de esta casa. Era
mi amiga y Calder la cuidó desde que era una niña.
—No te exaltes, mira, no me malentiendas, pero he escuchado que…
—se acercó y susurró—: que es negra.
—Simoneta, no permitiré que insultes a mi propia hija.
—¡No lo hago! Pero no me imagino a tu marido aceptando eso.
—Ha estado de acuerdo.
—¿Segura? ¿No será que lo has obligado de alguna forma?
—No sé cómo podría obligarlo a hacer algo que no quiere.
—Vamos Blake ¿me vas a decir que no sabes que lo tienes comiendo
de tu mano?
—¿Qué yo…? —ella sonrió—, estás loca.
—No lo estoy, todo el mundo piensa lo mismo. Domaste lo indomable,
créeme que muchas mujeres lo intentaron, pero él no se dejó con nadie.
Bueno, hubo alguien, pero no es más que un mito.
—Sí hay alguien, no soy yo.
—Blake —entró Calder al saloncito, con Kenia en brazos—, me han
dicho que no has querido tu licuado esta mañana, ¿Alguna razón?
—Creo que lo rechazó por mí —dijo Simoneta—, debo disculpas, le
he traído uno especial de casa.
—Señora Davids, lo siento, no la he visto.
—Me doy cuenta —se puso en pie y miró hacía los brazos de Calder
—, así que esta es la niña de la que todos hablan.
Blake se puso en pie con incomodidad. No le gustaba que extraños
vieran a Kenia y a su marido tampoco le agradaba.
—Las dejo para que hablen cómodamente —se disculpó, aún con la
niña en brazos, dormida y bastante tapada.
—Vamos Blake, quiero ver a la bebé.
—Está dormida —se disculpó la madre—, será mejor que te la lleves,
¿verdad, amor?
—Sí, de todas formas, tengo que salir y es mejor que se quede con su
niñera.
—¿A dónde se va el futuro padre? —inquirió Simoneta— No deberías
dejar a tu esposa sola, está a punto de dar a luz, en cualquier momento
podría…
—Simoneta —sonrió Blake—, Calder sigue teniendo cosas que hacer,
sería ridículo que se quedara en casa sólo por eso. Cualquier cosa mando un
telegrama y volverá.
Blake lo dijo para tranquilizar a su marido, lo notó inquieto en cuanto
Simoneta había dicho aquello.
—Claro —fue hacia ella y la besó—, volveré cuanto antes.
—Lo sé.
Calder salió de la habitación con Kenia en brazos, dejando sola a
Blake con Simoneta, quién se volvió a sentar de golpe y chistó.
—No me has dejado ver a la niña.
—Sin ofender Simoneta, pero no creo que estés lista para aceptar algo
así. Tanto a Calder como a mí nos molestan los comentarios despectivos.
—No pensaba hacerlos —se excusó—, pero debes comprender que no
es algo común. Como sea, no nos enfrasquemos en eso ¿A dónde va
Calder?
Blake frunció el ceño.
—Tiene unas cosas que hacer en unas tierras cerca de aquí.
—Ah, vale —se inclinó de hombros—, todo lo que hace Elvin es estar
en ese estúpido despacho, ni siquiera me puede dar la libertad de largarse
por un rato para no verle la cara.
—Lo lamentó, Simoneta.
—Sí, sí. Bueno, creo que sería mejor que me fuera ¿Cierto? Seguro te
urge ir a ver a esa niña mulata.
Blake apretó la mandíbula.
—Sí, quizá sería mejor que te fueras.
—¿Hiciste que Calder aceptara a la niña por temor a que tu hijo vuelva
a morir?
—Dime Simoneta, ¿Desde cuando eres tan cínica y grosera?
—No lo sé, quizá desde que me viola mi marido, o me golpea, o me
amenaza diariamente. Blake, no todas tenemos tanta suerte.
Cuando Simoneta se marchó, Blake logró suspirar nuevamente, la
notaba cada día más extraña, no podía imaginar lo complicada de su
situación, de hecho, no podía hacerse una idea de lo que era tener un marido
como el de ella. Debía dar gracias a Dios por tener a Calder a su lado, pese
a que ella había insistido en casarse con él, todo resultaba mejor de lo que
nunca pensó viviendo a su lado.
****
Simoneta llegó a su casa, cerrando la puerta con delicadeza para
intentar no ser escuchada. Lastimosamente, su marido la esperaba sentado
en una silla cercana a la puerta, con esa mirada amenazadora y sonrisa
siniestra.
—Veo que has escapado de nuevo.
—Sólo fui a dar un paseo.
—¿A casa de los Hillenburg?
—Coincidencia.
—Claro, será curiosidad, te interesa esa mocosa negra que se han
empeñado a adoptar ese par de idiotas ¿cierto?
—Pues sí, mera curiosidad.
—¿Qué tal?
—No lo sé —le dijo con enojo—, Calder no me ha dejado verla.
—“Calder” mencionas su nombre como si fuera una poesía.
—Por favor Elvin, ya te he dicho esto mil veces, no me interesa en lo
más mínimo.
—¿Sabes qué pienso? —se puso en pie.
—Seguro algo que me hará daño.
—No. Deberíamos asegurarnos de que el niño que tengas sea en
realidad varón ¿Sabes lo mucho que me disgustaría si no fuera así?
—Sí —dijo con miedo.
—Entonces, ¿Hacemos que sea más hombre?
—¿Me tomarás de nuevo? —bajó la cabeza, con ganas de llorar—,
sabes que me haces daño y podría dañar al bebé.
—Desvístete de una vez, espero que esta vez no llores, me cuesta
trabajo llegar cuando estás lloriqueando todo el tiempo.
—Pues lo siento —dijo quitándose sus ropas—, no sé qué más hacer
cuando alguien me lastima.
Él la tomó del cuello con fuerza y la recostó en el suelo.
—No vuelvas a decir algo así.
—No aquí, todos nos pueden ver.
—Mejor. Que me vean dominando a mi esposa, como debe ser. No
como ese idiota de tu Calder quién permite que su mujer decida.
Simoneta cerró los ojos y pensó en aquellos años en los que era feliz,
con sus padres, siendo amada por muchos y sobre todo por uno.
****
Calder entró tarde a su recámara, ya no era una sorpresa ver a su mujer
recostada sobre la cama, la pequeña Kenia se quedaba dormida mientras su
madre le leía un cuento. Blake sonrió a su marido cuando se recostó junto a
su hija y cerró los ojos para seguir escuchando la dulce voz de su esposa
mientras terminaba el cuento.
—¿Cómo te ha ido? —susurró mientras recostaba a la bebé en su cuna.
—Bien, supongo —se inclinó de hombros, recostado en el umbral de
la puerta que conectaba las habitaciones—, no sé, la verdad tuve la
sensación todo el día de que algo sucedería.
—No pasó nada, has estado alterado durante todo este mes.
—Tengo demasiadas cosas, además de la llegada del bebé.
Ella se acercó a donde estaba y lo abrazó.
—¿Quieres hablar de ello?
—No, sólo quiero dormir.
—Bien.
Después de la partida de Simoneta, Blake no había podido evitar
pensar en la suerte que tenía de que Calder fuera su marido. Quizá no fuera
el hombre más cariñoso y complaciente que existiera, pero sí que se
preocupaba por ella, la cuidaba y estaba al pendiente de cualquier cosa. Se
recostaron en la cama, ella acercándose lentamente para quedar junto a su
esposo y suspiró cuando este la abrazó y acarició su vientre.
—¿Por qué siento que me ocultas algo? —inquirió Blake.
—Porque estás loca —sonrió—, anda ve a dormir.
—¿Víctor aún no vuelve?
—No, creo que está haciendo algunas cosas por su parte, pero me urge
que regrese.
—¿Por qué? ¿Hay problemas con el capataz?
—¿Qué?
—Dijiste que lo investigarías —dijo nerviosa—¸ pensé que habría
algún problema.
—No, no es eso. De hecho, Guillermo ha resultado ser un empleado
ejemplar.
—Oh…
—Sí, oh. Eso es lo que quiero saber.
—¿Cuántas veces he de repetirte que…?
—Sé qué algo me escondes.
—Buenas noches —se recostó en la almohada y se dedicó a intentar
dormir.
—Esa actitud es la que me lo asegura, no entiendo por qué, pero aún
no he puesto el empeño suficiente en descubrirte.
Ella no contestó, pero mientras quedaba dormida, la preocupación le
brindó intranquilidad. Y cuando despertó alterada, lo atribuyó a ello, se
había deshecho de los brazos de su esposo durante la noche, lo cual
explicaba las pesadillas. Miró la habitación a oscuras, sintiéndose extraña y
se recostó de nuevo, nada parecía fuera de lugar. Cerró los ojos y se
reacomodó entre los brazos de Calder, quién la aceptó rápidamente y se
acomodó entre su cuello. Pero nuevamente una incomodidad la acosó y
tuvo que volver a sentarse, ahora con un pujido contenido en su garganta.
—¿Blake? ¿Qué ocurre?
—Yo… —pujó—, Dios, creo… creo que el bebé ya viene.
—¿Estás segura? —se sentó en la cama.
—Considerando que te quiero arrancar la cabeza por preguntar —dijo
enojada— Sí, muy segura.
—Llamaré a Romelia y pediré al médico que venga.
Blake asintió, sentándose adecuadamente sobre el centro de la cama y
respiró con fuerza al acomodar las almohadas. Calder volvió con un sequito
entero de doncellas y Romelia quién se debatía junto con Minerva para
llegar antes. Las dos mujeres se habían hecho muy amigas a lo largo de los
días de pena por Helen.
—Blake, respira —dijo Romelia, llegado al lugar.
—No, mejor póngase de lado, dolerá menos —dijo Minerva.
—¡Claro que no! ¡Debe abrir las piernas para que se prepare para la
posición! —dijo Romelia.
Las mujeres comenzaron a discutir sobre ello, avergonzando
notoriamente a Blake y sacando la risita de las doncellas que ponían paños
calientes sobre la parturienta. La madre volvió la cabeza hacia su esposo y
estiró la mano con tranquilidad, no parecía alterada ni nerviosa, estaba
controlada y segura de qué hacer. Calder tomó la mano de su mujer y la
besó antes de sentarse junto a ella.
—¿Estás bien?
—Se preocupan más de lo que deben —apuntó a Romelia y Minerva
—, sé que hacer.
Calder besó su frente y asintió.
—Lo sé, pero la preocupación no viene de más.
—Calder —le tocó la mejilla—, sudas frío.
—Sí —suspiró—, siento que el aire se me va de los pulmones.
—Se le llaman nervios —negó—, no hay razón.
—Por supuesto que no —le dijo poco convencido—¸ sé que la hierba
mala nunca muere, y si de hierbas hablamos, tú eres una venenosa.
Blake rio un poco y asintió.
—Así es. No moriré.
—Tienes que prometérmelo Blake.
—¿Importaría si eso pasara? —lo miró extrañada.
—¡Bien todos salgan! —dijo el doctor, llegando a escena—, ¡No
quiero a nadie que no sea fundamental para el parto! Y consta de seis
personas: la madre, mis tres ayudantes, el médico y el padre.
Incluso Blake se sorprendió al escuchar que Calder se podía quedar.
En Londres siempre hacían que el hombre saliera, pues distraía a la mujer
de su trabajo.
—¿Él puede quedarse? —apuntó Minerva.
—Si es el padre sí.
—Lo soy —asintió Calder.
—Bueno, ¿Entonces por qué cuestionan de nuevo, carajo? —se sobó
las manos—, tengo trabajo que hacer.
Blake sonrió por el entusiasmo de aquel médico y miró a su esposo
con la ceja levantada, Calder fue a sentarse con ella y sonrió.
—Creo que mataré a Loren, ¿Qué diantres de médico ha traído?
—Parece que uno muy alegre —dijo Blake—, creo que… ¡Uf! Me
agrada.
—¿Duele mucho?
—Más de lo que jamás entenderá señor Hillenburg —contestó el
médico—, el dolor de parto es el más abrumador que he visto jamás. Es
emocionante ver a una madre en esa tranquilidad cuando tiene… cinco de
dilatación.
Blake se sonrojó por la familiaridad del hombre al tocar e invadir su
privacidad, pero no podía evitar reír a causa de su marido quién parecía a
punto de desmayarse al ver la intromisión donde en el pasado sólo había
estado él.
—Soy médico también —dijo la joven, apretando con fuerza la pierna
de su marido al sentir una contracción—… sé a qué vamos.
—Claro, es interesante ver a una mujer médico —se sentó a sus pies
—, si no le importa, me gustaría preguntar si es su primer hijo.
—Sí… al menos que nace a los nueve meses.
—Lo lamento —dijo el hombre—, verá que todo saldrá bien. Se lo
digo a usted señor Hillenburg, parece más preocupado que ella.
—¿Por qué ha dejado que él se quede? —curioseó Blake—,
normalmente los sacan.
—Si quiere que se salga, se sale —se inclinó de hombros el médico—,
pero para mí, el soporte y la seguridad que el marido brinda a la madre es
extraordinaria, los partos son más rápidos y ellas parecen sentirse mucho
más cómodas con alguien que las conoce.
—Entiendo yo… ¡Ah, DIOS!
—Sí, cada vez estamos más cerca.
Pasadas horas en las que Blake gritó, se quejó y apretó con fuerza la
mano de su marido hasta que resonó el llanto incontenible de un varón, los
Hillenburg habían engendrado al futuro dueño y duque. Blake se encontraba
exhausta con su bebé en brazos y su marido abrazándola con fuerza,
desperdigando besos por todo su rostro, nunca había visto a Calder tan feliz.
—Bueno parejita —dijo el médico—, fue todo un placer, me dijo ese
tal Loren que él me pagaría así que quedamos hasta aquí, bueno, al menos
hasta que vuelvan a tener un bebé. Felicidades.
—Gracias doctor —sonrió Blake.
El médico salió de la habitación, dejando a la pareja en una
tranquilidad total, el bebé se encontraba dormido después de recibir su
primer alimento y nadie se había atrevido a abrir esa puerta desde que el
médico salió, dejando a la pareja en la intimidad necesaria.
La joven madre se ocupaba de acomodar su camisón y mirar a su
marido palmear la espalda del bebé cuando entonces decidió comenzar a
hablar, sabía que era tarde, pero tenía más energías que nunca en su vida.
—Me ha gustado el doctor Robín, es divertido.
—Supuse que para ti sería divertido.
—Sí tenemos otro bebé, quiero que sea él quién lo traiga al mundo de
nuevo.
—¿Tan pronto piensas en otro bebé?
—¡No! Yo… —se sonrojó—, fue un comentario al aire.
—Claro.
—¿No te parece precioso Calder?
—Es perfecto —le besó la mejilla—, más que perfecto.
—Lo eres, mi amor —dijo la madre hacía su hijo—, eres el bebé más
perfecto, tendrás todo el amor que te mereces y, una hermanita que es casi
de tu edad.
—Ambos serán felices —asintió Calder, rodeándola con cariño.
—¡Oh! ¡Entraré ahora! —se quejó Romelia, abriendo la puerta para
ver al bebé en brazos— ¡Es divino! ¡Un pequeño Calder!
—¡Ey! ¡Romelia puede parecerse a mí! —se quejó Blake.
—No lo creo, es Calder vuelto a nacer —refutó la mujer.
—Señora Romelia, usted no me conoció de bebé.
—Pero supongo que así eras —dijo testaruda.
—¡Oh trae acá! —exigió Minerva—, es tan hermoso. ¿Tienen un
nombre para él?
La pareja se miró por un segundo y sonrió.
—Maximilian.
La madre sonrió.
—Max.
CAPÍTULO 32
Max tenía tres meses de nacido y Kenia seis, decir que Blake se
volvía loca, era poco. Intentaba lo mejor que podía lidiar con ambos niños,
pero había ocasiones en que sentía que se salía de control y se enojaba con
quién pasara a su lado, sobre todo con Calder, quien, a pesar del humor de
su esposa, parecía alegre y con más paciencia de la que nadie había visto en
su vida.
Ese día, después de haber tomado una pequeña siesta, Blake se sentía
mucho mejor y por tal razón, decidió salir a dar un paseo, dejando a sus dos
hijos a cargo de sus respectivas niñeras. No quería compañía de nadie, pero
esta llegó sin invitación alguna. Simoneta había corrido hacia ella hecha un
mar de lágrimas.
—¿Qué pasa? —la abrazó— ¿Por qué lloras?
—Nos matará Blake, si continuó ahí, nos matará.
—¿De quién hablas? ¿Qué pasa?
—Mi marido —se alejó de ella envuelta en lágrimas— ¡Tuve una hija!
Dios, tuve una niña, se me hace extraño que no me matara en cuanto nació.
—Eso no es tu culpa.
—Vamos Blake, si una mujer no puede darle un varón a su marido ¿De
quién es la culpa?
—Simoneta, relájate ¿Dónde está tu hija?
—Se la di a una de tus doncellas —negó la joven—, pero no puedo
volver ahí, no puedo ¿entiendes?
—Sí, lo comprendo, pero Calder…
—No querrá ¿verdad? Pensará que es meterse en la casa de otros. Y es
verdad ¿sabes? Ningún hombre se metería en eso. Pero mi hija, mi pequeña
Sarah.
—Hablaré con él, entenderá, al menos unos días.
Simoneta negó.
—Me golpea a diario —dijo—, hace que esté nerviosa todo el tiempo
¡Ni siquiera puedo alimentar a mi propia hija!
—Relájate, estás a salvo aquí.
—Por ahora, cuando sepa que vine corriendo a ti, me matará.
—Simoneta, por favor. Ven, vamos a que tomes un té.
Iban entrando a la casa, cuando de pronto la puerta se abrió de par en
par, mostrando a un disgustado Elvin Davids, enfocando con rabia a su
mujer quién dio un brinco y ahogó un sollozo. Blake se hizo de todo el
valor que pudo para hablar con tranquilidad.
—Señor Davids, un placer verlo, perdone haber robado a Simoneta,
me urgía verla.
—¿Usted ha ido por ella? —dijo incrédulo.
—Sí, tenía algunos tratos que hacer con ella.
—¿Ah sí? ¿Qué tratos?
—Bueno…
—¡No me mienta! ¡Sólo está queriéndola proteger! —tomó con fuerza
a la joven rubia y la jaló hacia él— ¡Nos vamos a casa! ¿Dónde está la
bastarda que tienes como hija?
—Yo…
—Señor Davids —entró Calder a escena, tomando a Blake de la
cintura y acercándola a él, cerciorándose de que estuviera bien—, un gusto
verlo de nuevo.
—No se meta Hillenburg, no le conviene enemistarse conmigo.
—¿Por qué haría eso? De hecho, todo lo contrario. ¿No le ha dicho mi
esposa para qué fue que mandamos llamar a Simoneta?
—¿De qué habla?
—Bueno, queremos aprovechar los nacimientos de nuestros hijos para
elaborar una unión. ¿Sería ventajosa, no cree usted?
—Lo sería… —aceptó el hombre—, su hijo es demasiado joven para
prospectar una unión ¿No cree?
—Bueno, quizá, pero estoy seguro que su hija crecerá en belleza y
gracia, sería bueno forjar enlaces ahora.
EL hombre entrecerró sus ojos de águila.
—¿Qué ganaría yo?
—Bueno, para eso es que los mandamos llamar, aunque su esposa nos
dijo que no se encontraba en casa y decidió atender ella. Esperamos no
haber obrado mal.
—No —soltó el brazo de su mujer—, por supuesto que no.
—Bien, si ese es el caso, ¿Por qué no pasa a mi despacho?
—Sí, claro, será un placer.
Calder besó la frente de su esposa y caminó junto con el hombre.
Simoneta se desplomó en el suelo y lloró asustada.
—Gracias, ustedes son tan buenos, tienen toda mi gratitud.
—Esperemos a ver qué sucede.
Los ojos de una mujer, atentos a cualquier cosa, observaron aquella
escena con una sonrisa. Era verdad que el capitán mostraba una devoción
asombrosa hacia su esposa, pero no había sido la única mujer que recibió
tales honores. ¿Qué pasaría si de alguna forma, se enteraba del pasado?
¿Sería el fin de un matrimonio perfecto?
Calder y el señor Davids se unieron a sus esposas pasadas dos horas.
Parecían cansados y frustrados el uno con el otro, pero Calder había logrado
el objetivo.
—Vamos Simoneta.
—Yo…
—He dicho, vámonos.
—Señor —Blake se puso en pie y fue hacia el hombre sin que Calder
pudiera evitarlo— Quiero pedirle un gran favor.
El hombre miró a Calder y asintió.
—Habla.
—Me he sentido extremadamente sola, mi marido tiene que salir
constantemente…
—Blake —intentó Calder.
—¿Sería posible que Simoneta se quedara unos días aquí conmigo? Sé
que es abusar de usted, pero en serio quisiera…
—Bien, de todas formas, tengo algo por lo que salir de la ciudad.
—¿Saldrás? —se extrañó Simoneta.
—Así es, el señor Hillenburg en persona me ha pedido algo.
Blake miró a su esposo quién no le dirigió ni una mirada.
—En ese caso —intercedió Blake—, ¿No le parece una idea genial que
se quede?
—Claro, que haga lo que desee.
Simoneta sonrió y en cuanto su marido se marchó, no pudo evitar
abrazar a Blake e inclusive a Calder. El hombre la apartó con prontitud y
fue hacia su esposa con una cara que hacía muchos días no veía, estaba
enfadado.
—Hablaré contigo después.
Blake le tomó la mano antes de que se alejara por completo de ella,
pero Calder se la besó y se marchó.
—Parece que te has metido en problemas por mi culpa.
—No, él estará bien, por ahora estás a salvo.
Blake fue a su habitación después de alimentar a Max y ver que Kenia
estuviera perfecta para ir a dormir. Los niños dormían en una habitación
cercana a las de ellos, pero no en la de su madre y padre. La joven entró a
donde pensó que estaría Calder, pero no lo encontró.
—¿Calder?
—¿Qué sucede? —le dijo, entrando a su recámara.
—Ah, pensé que estarías en tu despacho.
—Ahí estaba.
—¿Estás molesto conmigo?
—Sí.
—Pero…
—No hables Blake, logré salvar a tu amiga, pero de eso a permitir que
se quede, no, hay una línea, no quiero intervenir en ese matrimonio.
—Lo sé, sabía que era eso, pero Calder, al menos estará tranquila por
unas semanas, lleva años temiendo, se merece estar bien.
—Deberías haberlo consultado conmigo antes de pedirlo directamente
al hombre.
—Lo lamento —le tocó la mejilla—. No estés molesto conmigo…
¿Qué puedo hacer?
—Nada.
Ella lo empujó lentamente hacia la cama y sonrió.
—¿Nada en lo absoluto?
—Blake, estoy cansado.
—No tienes que hacer nada —sonrió picara.
Calder levantó la ceja.
—¿Los niños?
Blake lo terminó de empujar, haciéndolo caer en el lecho y subiendo a
su regazo seductoramente.
—Dormidos.
Calder dejó de poner oposición y besó a su esposa. En esos tres meses
no habían hecho el amor debido a que su mujer terminaba exhausta tras
noches sin dormir y días enteros junto a los niños quienes no le daban
tregua. Ella se mostraba especialmente entusiasta con estar junto a su
marido. Hicieron el amor tranquilamente, sabiéndose juntos y disfrutando
cada instante de paz que sus hijos les concedieron. Calder disfrutó aún más
cuando la tuvo presa entre sus brazos, dormida en medio de una hermosa
sonrisa.
Pero él no compartía aquella tranquilidad y sonrisa en la que su esposa
se mantenía, sabía que tener a Simoneta en el lugar no le beneficiaría para
nada, sus empleados podrían guardar silencio, pero era totalmente
consciente que en algún momento alguien diría a Blake algo, sobre todo por
el cariño que le tenían, su esposa se había hecho con el corazón de toda la
servidumbre y verla sufrir no era una opción para ellos. La abrazó con
fuerza causando su pronto despertar.
—¿Calder?
—Vuelve a dormir.
—Me abrazaste con mucha fuerza —le hizo ver, deshaciéndose de sus
brazos— parece que quieres asesinarme.
—A veces me dan ganas, pero justo ahora estoy bien contigo.
Blake sonrió y se acostó sobre la almohada, lejos de sus brazos.
—Claro, asesinarme. Ya te veré con Kenia y Max un día a solas.
Su esposa suspiró y cayó dormida nuevamente, mientras él se quedó
mirando el techo de sus cámaras, sintiéndose aplastado por una
incertidumbre que venía precisamente de la mujer que tenía a su lado. Blake
era una mujer que lo había cautivado desde el primer momento en el que la
vio. Y como su esposa, lo enamoró.
No podía seguir negando ese hecho, de verdad no sabía cómo lo había
logrado, pero estaba total y locamente prendado por ella. El problema era,
que Blake había mostrado ser una actriz ejemplar, al punto en el que no
sabía discernir cuando fingía y cuando sentía una plena felicidad o amor
hacía él, eso lo conflictuaba, lo volvía loco y le provocaba las inmensas
ganas de preguntárselo y hacerla decir lo que deseaba escuchar.
Pero no lo haría. Su honor se lo impedía, su orgullo o el miedo de que
ella le asegurara que era un trato. Porque era verdad, había sido un trato,
uno hecho bajo los fines que él había estipulado al verla a ella desesperada
por alguna razón aparente que aún no descubría, y esa era otra cuestión que
lo enloquecía, ¿Qué era eso tan grave que la había hecho recurrir a él como
única opción?
Blake despertó temprano ese día. Los brazos de su esposo seguían
intentando estrangularla y se vio en la necesidad de quitárselos de encima.
Salió de la habitación después de ponerse un vestido cómodo y fue directa a
la recámara de sus dos pequeños, quiénes seguían tranquilamente dormidos,
como si nada les afectara. No quiso despertarlos, así como tampoco lo hizo
con la pobre nana quién yacía exhausta en la cama predispuesta para ella.
Decidió ir al jardín, apenas iría a salir el sol, pero Simoneta ya se
encontraba ahí, completamente vestida y enjoyada, con su pequeña hija en
brazos, seguramente congelándose por el venir del sol. Blake caminó aprisa
hacia ellas y tocó el hombro de su amiga quién se mostró sorprendida e
intentó ocultar las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.
—¿Simoneta? ¿Qué ocurre?
—Oh, Blake, nada —le quitó importancia—, son cosas tontas.
—Si te hacen llorar, no creo que lo sean.
—Me gusta mucho este lugar, ver el alba, estar tranquila —la miró—,
aquí se disfruta de una felicidad que hace mucho no sentía.
Blake junto sus labios en una fina línea y se posó frente a ella.
—Encontraremos la forma de librarte —aseguró—, mi marido…
—Calder no intervendrá en estos asuntos —negó Simoneta— estoy
seguro que estaba furioso por tenerme aquí.
—No —mintió—, te aseguro que no.
Simoneta chasqueó la boca y sorbió un poco su nariz.
—Eres muy dulce, pero yo lo conozco también —miró a la nada—,
estaba furioso ¿Acaso te gritó?
—No lo hizo.
—Qué extraño, normalmente no sabe medir sus disgustos.
Blake asintió, recordando la vez en la que sintió que de pronto
asesinaría a Megan por haberla tirado. No quería revivir aquello. Pero
entonces, Blake frunció el ceño y miró a Simoneta.
—Simoneta, ¿Cómo es que sabes eso de mi marido?
La rubia la miró con tristeza y sonrió.
—Pues, verás, nosotros nos…
—¡Blake! —gritó el susodicho—, llevo buscándote horas.
La joven volvió la mirada a su marido y rodó los ojos.
—Tengo como máximo, media hora despierta —lo saludó de beso y se
posó junto a él.
—¿Interrumpo algo? —Calder miró intensamente a Simoneta.
—No —sonrió la rubia—, por supuesto que no. Será mejor que lleve a
Sarah adentro, está haciendo mucho frío.
La pareja vio desaparecer a la hermosa rubia, pero Blake no dejaría
pasar la situación como si nada.
—Simoneta me decía cosas interesantes de tu carácter —miró a su
esposo—, es como si se conocieran de mucho tiempo.
—Bueno, vivimos en el mismo lugar, nos conocemos de fiestas.
—Pero, no sé, parece que fue algo mucho más íntimo que eso.
—¿Acaso escucho celos?
—No —sonrió Blake—, lo que escuchas es curiosidad.
—Si bueno, ambos vivimos dentro de curiosidades, ¿verdad?
Calder notó como su esposa se mordía la lengua y miraba hacia otro
lado. Llevaba razón, ambos se escondían cosas. Quizá fueran tonterías, pero
el no tenerse la confianza para contárselas, abría una brecha enorme entre
ellos. La pareja reflexionaba sobre la anterior conversación, quizá se
hubieran quedado de esa forma otro buen rato de no ser porque un grito
inesperado salió de la nada.
—¡CALDER HILENBURG! ¡CON QUE MALDITO DERECHO
COMPRAS ACCIONES DE MI COMPAÑÍA!
Blake abrió los ojos cuando de pronto se escuchó un disparo que rozó
a su marido, quién no se movió ni un centímetro o hizo ademán de susto.
Miraba a aquella mujer con una sonrisa placentera y se tiró a reír de ella.
—¡NO TE BURLES! ¡NO TE BURLES!
—Pero… ¿qué? —suspiró Blake.
—Mi peor pesadilla —sonrió—, además de ti, claro está.
—¡VEN AQUÍ! ¡QUIÉN TE CREES QUE ERES!
—Trae a Max y a Kenia, tienen que conocer a tu tía.
Blake bajó las escaleras cargando a Kenia mientras una doncella hacía
lo propio con Max. No podía creer que estuviera ahí, era una locura,
simplemente una…
—¡Tía Giorgiana!
—Oh, mi preciosa Blake —la abrazó— pero ¿qué…?
—Mi hija Kenia y él es Max.
—Tú, sin vergüenza, de verdad que no perdiste el tiempo para
embarazarla —miró a la niña—, aunque debo decir que ella no se parece a
ninguno de los dos. Aunque es preciosa, de verdad hermosa.
—Kenia es huérfana —dijo Blake—. Nosotros la adoptamos.
—Vaya —miró al hombre— parece que tienes algún remedio.
—Tía ¿Qué haces aquí?
—¿Qué hago? —le jaló la oreja al hombre—, vengo a poner en su
lugar a este idiota.
—Tía…
—Lo sé, lo sé —lo soltó—¸ lo amas y todo eso.
—Vaya Giorgiana, te has vuelto cada vez más madura —se sobó la
oreja el hombre—, aunque debes aceptar que comprar parte de las acciones
les han convenido a ustedes.
—Quizá, pero no estoy feliz por ello —miró a su sobrina—, no por ti
princesa, estoy feliz de que este hombre te pueda mantener tan bien, pero…
¡Demonios! ¡Es una maldita dualidad!
—Tía, al menos podrías intentar conocerlo —pidió Blake.
—¡Bien! Diantres, toda la familia me odiará por aliarme con él.
—¿Cómo me odian a mí? —se entristeció.
—No, no —Giorgiana se tocó las sienes—, tú lo hiciste por amor, es
diferente si lo haces por dinero.
—¿En serio? —sonrió con tristeza, Calder en ese momento la abrazó y
besó su mejilla para hacerla sentir mejor.
—Giorgiana, si quieres hablar de negocios, entonces podemos ir al
despacho, quizá de esa forma no hagas llorar a mi esposa.
—¡No digas cosas como esas! —le tomó las manos a su sobrina—, de
verdad no lo hago con intensión.
—Lo sé tía —Max empezó a llorar—: iré a darle de comer.
Blake pasó junto a Calder, dándole un beso en la mejilla y desapareció
de ahí.
—No lo hago con esa intensión —lo apuntó Giorgiana.
—Espero eso en verdad.
—¿La amas?
Calder sonrió y abrió su brazo hacia el pasillo.
—¿Vamos?
Blake estaba recostada en la cama junto con los dos bebés cuando de
pronto la puerta de su recámara cedió. Pensó que sería su esposo, pero
entonces la voz de Guillermo Marfet se escuchó.
—¿Qué hará ahora la preciosa Blake? A lo que veo, parece que ya no
quieres la protección de tu marido ¿Te aterra verdad? ¿El que le pase algo?
—¿Qué quiere?
—Nada en particular, hacerla sufrir un poco.
—¿Por qué?
—Bueno, quitó algo de mi vida, merece lo mismo.
—Yo… no lo hice con esa intensión.
—¡No!
—Por favor…
—Me agrada mi hija, se ve bastante bonita en esa colcha de seda.
Mucho más de lo que hubiera obtenido de esa hija de criados.
—Cállese, Helen está muerta, y se lo debe a usted.
—Ese no es el punto aquí —se inclinó de hombros—, sabe muy bien
lo que puedo llegar a hacer si me provocan lo suficiente. No tengo miedo a
la cárcel y mucho menos al capitán, la muerte ya no me interesa.
—Yo no quise matarlo, jamás lo pensé, sólo me defendí.
—Ahora yo me estoy defendiendo. Si no quiere que le quite algo de
más importancia —miró a los niños—, será mejor que sacrifique otra cosa.
—¿Dejar a mi esposo?
—Iniciemos por ahí. Sabe que no solo usted sale perdiendo, sino toda
la familia.
—Si le dijera a mi esposo, lo mataría y se acabaría todo.
—Sí eso pasa, entonces, todo sale a la luz y su padre va a la cárcel.
Estoy preparado para todo mi querida Blake, se lo aseguro, tengo gente que
vigila y hará lo que diga en este mundo o aquel.
—¿Quiere dinero, título, viajes, casas? Le daré lo que quiera.
—Por ahora, puede darme dinero, necesito hacer algunas cosas.
—¿Cuánto es lo que necesita?
El hombre sonrió.
—Sólo, sea generosa, entre más generosa sea, más tiempo me
mantendrá tranquilo y sin perturbaciones.
—Bien —rechistó la joven, respirando profusamente—, le daré todo lo
que tengo ahora.
—Genial, puede traerlo a mi cabaña ¿O prefiere que venga yo?
—Jamás iría a ningún lugar donde esté usted en soledad.
—Bien pensado, princesa.
El hombre se marchó, dejándola sola y nerviosa. Tenía que terminar
con todo eso y tenía algo en mente. Dudaba que fuera fácil y mucho menos
algo barato, pero tenía que buscar a una tal águila americana. Según la
cháchara de Simoneta, era parte de una organización que ayudaba a gente
que lo necesitaba.
Todos a cuantos preguntaba solo le decían divagaciones, nadie sabía
cómo encontrar a la tal águila o si había una forma de contactarlo, pero le
aseguraron que era normal que esas personas encontraran a quién preguntó
por ellas, por muy extraño que pareciera.
CAPÍTULO 33
Calder era consciente de lo mucho que Blake se esforzaba por
permanecer constantemente a su lado, fuera a donde fuera, e hiciera lo que
hiciera, su esposa prefería perseguirlo, acompañada siempre por sus dos
hijos y sus correspondientes nanas.
Ya habían pasado dos semanas desde que Giorgiana había partido
hacia Lexington, pidiendo a su sobrina que la acompañara, pero Blake se
había negado argumentando la temprana edad de sus hijos y prefirió sugerir
a Simoneta como compañía, pero en esa ocasión, Calder se negó. No sabría
cómo darle aquella explicación al señor Davids si es que acaso regresaba
antes.
Así que Giorgiana partió y Simoneta se quedó, sin embargo, su esposa
no se encontraba tan contenta con su presencia como en un inicio. De
hecho, apenas y pasaban tiempo juntas y si se podía, Blake la evitaba todo
lo posible.
—Dime Blake, ¿Hay algún problema con Simoneta?
—¿Qué? —su esposa se encontraba en el despacho, junto a sus dos
hijos quienes estaban tirados sobre mantas en el suelo—. No, para nada
¿Por qué lo dices?
—Te noto extraña, ¿Es que acaso deseas que la mandemos de regreso a
casa? El señor Davids no ha de tardar en regresar y creo…
—No le haría tal cosa —se negó la joven—, se ve tan tranquila y
despreocupada, volverá a esa miseria eventualmente.
Calder asintió.
—Entonces, ¿Cuál es la razón para que estés conmigo todo el tiempo y
no con ella?
—¿Razón? —sonrió—. ¿Qué tiene de malo que una esposa quiera
estar junto a su esposo?
—En una mujer normal, nada. En ti, todo.
—Vamos, vamos. Soy una mujer normal —dijo Blake, tomando en
brazos a su bebé y sonriéndole.
En ese momento, la puerta del despacho se abría, dando paso a
Guillermo Marfet, la razón por la que Blake no se separaba de Calder. Era
una forma de asegurar dos frentes. El capataz no podría hacerle daño a su
esposo o decirle algo si ella estaba cerca, al mismo tiempo no podía
intimidarla estando su marido con ella.
—Señora —sonrió Marfet—, mi señor, me temo que lo necesitan, hay
unos problemas con los arrendatarios.
—¿De nuevo?
—Eso me temo.
—Bien, iré en seguida —aseguró Calder, firmando algunos papeles
para después ponerse en pie.
—Calder —Blake hizo lo mismo— ¿Puedo ir?
Su esposo frunció el ceño y negó.
—Me temo que no, será un viaje tedioso e iré a discutir temas que
pueden pasarse de las palabras que una dama deba escuchar.
—Puedo ayudar, tengo dones diplomáticos.
—Lo sé —le tomó la cara—, pero querrás ir con los niños y no será un
buen lugar para tenerlos. Regresaré pronto.
Calder besó la nariz de su esposa y colocó su chaqueta de gala,
inclinándose ante sus hijos en el suelo para darles un beso de despedida y
salir de la habitación, dejando a la nerviosa mujer con su constante
acosador.
—Lo has pensado bien Blake, debo admitir que me costó trabajo.
—Déjeme tranquila o gritaré.
—Claro, claro que lo harás. Pero si tú hablas yo hablo y sabemos lo
mal que puede ir si yo lo hago.
—¿Qué quiere ahora?
—Bueno, ya hacía falta una intervención —se acercó—¸veo que sus
niños crecen rápido, es una lástima que no los verá crecer más.
—¿Qué dice? —dijo asustada, poniéndose delante de ellos.
—No tema por esa parte, la que lo hará serás tú misma, ya te irás
enterando —el hombre hizo ademán de salir— ¿Sabes cuál es el dolor más
grande de una madre?
Blake abrió los ojos.
—No se atrevas a tocarlos.
—Te he dicho que yo no haré nada. Tu misma lo harás. Y será de una
forma que lo pierdas todo, a ellos y a él.
—No lo comprendo.
—No, sé que no —sonrió—, pero ya lo hará.
El hombre salió del despacho y Blake fue corriendo a donde sus hijos,
tomándolos de forma protectora y besando sus cabezas.
—¿Blake? —entró entonces Simoneta— ¿Todo bien?
La pelinegra lloró y negó varias veces.
—A veces pienso que todo está de mal en peor.
—¿Qué es lo que sucede? —se sentó junto a ella en el suelo—, te noto
cada día más extraña, en un inicio pensé que era para conmigo, pero no es
así ¿verdad?
Blake negó con la cabeza.
—No te puedo decir Simoneta, no puedo.
—Entiendo —le tocó la mejilla—, quiero que sepas, que somos
amigas. Así como me has ayudado a mí, puedo ayudarte a ti.
Blake lo pensó un segundo y entonces la miró con determinación.
—Una vez me hablaste de un águila americana.
Simoneta abrió los ojos.
—Sí —dijo con recelo—, pero son hombres peligrosos, todos le
temen, además de que son una leyenda en realidad no se sabe si es…
—Dime como encontrarlos.
—No creo que alguien puede hacerlo, más bien, al contrario.
—Entonces, Simoneta, si dices que quieres ayudarme y somos amigas.
Ayúdame a encontrarlo.
La rubia abrió los ojos y asintió. Nunca había visto a Blake de esa
forma. Ella tampoco tenía idea de cómo encontrar a alguien que nadie ha
encontrado, pero encontraría la forma, quizá tuviera un contacto lo
suficientemente leal como para poder encontrar al misterioso hombre con el
apodo de águila americana.
—Lo haré, te ayudaré a encontrarlo.
Blake sonrió y algo en su corazón se tranquilizó. Al menos, tenía un
avance, aunque Simoneta no fuera la persona más confiable, era la única a
la que podía acudir para tal empresa, si había alguien chismosa y porta
voces, era ella, así que, ya fuera por habladuría o porque diera con él de
llano, de algo serviría.
A los quince días, Blake supo que su amiga había cumplido con su
promesa. Iba caminando a solas por el jardín de la casa de su marido,
cuando de pronto se sintió observada. En un inicio, Blake lo atribuyó al
constante acoso del capataz de las tierras, pero conforme los minutos
pasaban, se dio cuenta que en realidad era una presencia muy diferente a la
que representaba Guillermo Marfet.
—¿Quién anda ahí? —preguntó con el corazón en la boca, pero no
hubo respuesta.
La joven siguió caminando lentamente, mirando intermitentemente
hacia sus lados y su espalda, sentía que alguien la perseguía y la sensación
comenzaba a resultarle aplastante. Se detuvo y miró detenidamente su
alrededor, pero no veía nada.
—No se asuste —dijo de pronto una voz profunda.
Blake por supuesto dio un grito desgarrador que en seguida fue
acallantado por una mano rápida y varonil.
—Me nombran el águila americana, oí decir me buscaba.
—¿Cómo es que dio conmigo?
—Estoy especializado en la tarea —dijo el hombre de cabellos rubios
como paja y ojos claros como la luna—, dígame lady Hillenburg, ¿Qué
puede atosigar a una dama tan acomodada?
—Tengo un problema con algo de mi pasado… me persigue y parece
que ahora intenta crucificarme.
—Sé de su problema.
—¿En serio?
—Normalmente, cuando alguien pregunta por mí, suelo recaudar algo
de información.
—Entonces sabrá…
—Este hombre —miró a su alrededor— ¿Qué le está pidiendo?
—¡Todo! Quiere destruir mi vida.
—Entiendo, no es que quiera perturbarla, pero, ¿Por qué se siente
atada a hacerlo?
Blake bajó la cabeza.
—Si acaso desobedeciera… mi padre iría a la cárcel o, por lo menos,
estaría inmiscuido en algo que no le concierne.
—Lo cual quiere decir que, si solucionamos el problema de Londres,
el de aquí también quedaría resuelto —dijo el hombre—, el mejor hombre
está en Londres, pero tendría que saber la situación.
—¡Sí! Lo que sea necesario con tal de que todo se resuelva.
—Señorita, el jefe de esta congregación, el hombre del que le hablo, es
su tío: Thomas Hamilton.
Blake sintió de pronto que su cabeza caía en un colapso. No
comprendía bien lo que ese hombre le decía, ¿Su tío Thomas, metido en
algo como eso? Era imposible, siempre pensó que era misterioso y
reservado, pero estar inmiscuido en algo como lo que el águila americana
hacía era demasiado hasta para él. Aunque eso no era lo más importante, en
realidad, el problema era que se enteraría de todo y, por consiguiente, su
familia entera también.
—Es preciso… ¿Qué él lo sepa?
—Es el mejor, además que cualquier caso debe pasar primero por su
aprobación.
Blake cerró los ojos. Al parecer, su tío no sólo era parte del equipo, era
el líder. No le quedaban más opciones, ya no sólo era la seguridad de su
marido y la de ella, tenía dos hijos de los cuales preocuparse y eran los
vulnerables a toda la situación.
—Por favor, lo que sea necesario para que esto termine.
—Bien, mandaré algunas misivas. No debe preocuparse, la dejaré
cuidada por algunos compañeros, pero por ahora le aconsejo que guarde un
perfil bajo, intente que no se levante sospecha o nuestra rata puede correr de
la trampa.
—¿Disculpe?
—Actué como si siguiera todo bajo el control del hombre, así no
moverá sus cartas, o las cartas que cree tener.
—Me pide que cumpla con… ¿Todo?
—Nada que le haga daño.
—Todo lo que hago a petición suya me hace daño.
—Lo siento señora, pero por el momento, debe mantenerse como si no
tuviera el control.
Blake asintió. Sólo le quedaba confiar en ese hombre, no había más
opciones y por mucho que le doliera, tendría que actuar sumisa ante un
perturbado y enloquecido hombre.
—¿Cómo me podré contactar con usted?
—No se preocupe —dijo— nosotros la encontraremos.
El hombre desapareció y Blake miró hacia su casa con el corazón en la
boca, deseaba con todas sus fuerzas que esa tortura terminase.
Calder, muy a pesar de lo que la gente dijese, era un hombre cauto en
cuanto a las personas que le importaban se refería. Por tal motivo, no pudo
evitar notar el cambio de su mujer. Blake, a pesar de ser su esposa, nunca se
comportó como tal, al menos no una que lo amara o deseara su compañía,
pero llevaba algunas semanas aparentando ser la esposa más ejemplar y
amorosa que él hubiera visto, lo cual lo descolocaba lo suficiente como para
hacer gestos frente a otras personas. No es que ella fuera fría, puesto que
fingía bien su papel desde antes, pero últimamente era mucho más
aprensiva con él, parecía quererlo proteger de alguien y eso comenzaba a
desquiciarlo. Además de eso, el tema de las noches con ella era otro caso,
Blake apenas y dormía, tenía malos sueños y era normal que se levantara en
medio de un grito.
Por más que preguntara o le hiciera ver la situación, ella se comportaba
extraña y hasta alterada, se alejaba de él como si tuviera la peste y se
mantenía de esa forma hasta que se acababa el día. Se lo dejaba pasar casi
todo el tiempo, le permitía estar con Simoneta y sus hijos para que estuviera
distraída, sobre todo cuando estaba tomando la iniciativa de investigar todo
cuanto su pasado se refería, evitando por completo la intervención de
Víctor.
Esa mañana, al despertar, notó el cuerpo de su esposa pegado al de él,
Blake era preciosa incluso cuando dormía, lastimosamente para ambos, el
bebé Max comenzó a llorar, no permitiéndoles tregua a sus padres. Su
esposa abrió los ojos en seguida, sonrió cansada y masajeó sus ojos
mientras se levantaba de aquél pecho.
—Buenos días —se estiró la madre, saliendo a prisa de la cama.
—¿Lo son? Casi no dormiste.
—¿En serio? Dormí más de lo que pensé —se inclinó de hombros y se
colocó la bata para ir por su hijo quién la esperaba en brazos de una
doncella.
—Entonces tienes la idea de dormir bastante mal razonada —Calder se
sentó en la cama, dejándole espacio a su esposa para que se sentara de
nuevo y alimentara a su hijo.
—No me comiences tan temprano Calder —dijo como si nada,
sonriendo hacia el pequeño en sus brazos—. Mira que grande está.
Calder dio un beso en la cabecita de su hijo e iba a cambiarse cuando
de pronto una persona tocó frenéticamente a la puerta de la pareja. Los
esposos se miraron con extrañeza y Calder fue a abrir, encontrándose con
Luisa, quien parecía cansada y estiraba la mano con una carta hacia él.
—Es de Víctor, parece que son las noticias que esperabas.
Blake se puso en pie en seguida y miró a su marido intrigada.
—Gracias Luisa, la veré después.
Calder cerró la puerta, notando en seguida que se esposa estaba parada
detrás de él.
—¿Algo pasó?
—No lo creo, son noticias.
—¿Noticias? ¿De qué? No me digas que es de lo que me neceas, que
sientes que oculto algo.
—Pareces alterada —la miró—, puede que sea de otra cosa.
—No estoy alterada, me molesta que investigues de mi vida privada —
le dijo enojada.
—Somos esposos, no debería haber cosas privadas.
—No lo son, solo… ¡Calder deberías confiar en mí!
—Lo hacía hasta ahora, que te veo como loca.
Blake dejó salir aire con un resoplido y fue hacia la cama nuevamente,
intentando relajarse, ¿Qué diría la carta de Víctor? ¿Habría descubierto
algo? ¿Serían ellos tan espectaculares como las águilas de su tío Thomas?
Ahora que lo pensaba, el hecho de que se conocieran y que fueran tan
cercanos en la infancia y adolescencia de su esposo era sospechoso, quizá
estuvieran involucrados en lo mismo, quizá Calder ya lo supiera.
—¿Saldrás hoy? —inquirió, intentando mostrarse serena.
—No, pero mañana parto junto con Guillermo, tenemos que ver a
algunos proveedores —la miró—, siempre que salgo con él te pone feliz,
me pregunto por qué.
—Claro que no —mintió—, te aseguro que no tiene que ver con tu
capataz.
—Entonces te alegra que me vaya yo.
Blake sonrió de lado y rodó los ojos.
—Sí.
—Mentirosa.
—Tonto.
Calder sonrió y siguió vistiéndose.
—Tu tía me ha dicho que quiere hablar contigo “seriamente”, lo cual
quizá quiera decir que intentará que me dejes.
—Lo dudo. Quizá quiere que te robe información o los papeles en los
que te hiciste socio de GICH, pero de ahí en fuera, no creo que sea otra
cosa.
Su tía había regresado de Lexington más furiosa de como se había ido,
Blake suponía que no sólo era por la cuestión en la que Calder compró parte
de las acciones, sino porque se tuvo que reencontrar con amistades o más
bien, enemistades pasadas. Según Blake, todos aquellos a los cuales su tía
no toleraba vivían en Lexington, donde vivía Candice.
—De verdad que le ha molestado que sea socio.
—Lo cual esperabas —ella bajó su mirada con tristeza.
—Quizá en un inicio así era —aseguró el hombre, acercándose a ella,
quién permanecía sentada en la cama—, pero ahora mis prioridades han
cambiado y esas cosas me tienen sin cuidado.
—¿Ah sí? ¿Quién es tu prioridad ahora?
—Kenia, Max y mi testaruda esposa.
Blake le dio un manotazo y sonrió de lado.
—Tarado.
Calder salió de la habitación, dejándola sola con el bebé. Los
pensamientos de Blake siempre eran turbulentos, pero eran precisos en ese
momento, cuando se enteró que su marido saldría junto con su capataz, no
se le pudo ocurrir mejor idea que la de irse de esa casa. De esa forma, ni el
capataz ni nadie sabría a donde iría, estaría protegida el tiempo que el
águila americana demandara como adecuada. Era lo mejor que podía hacer,
no podía seguir ahí bajo la presión de aquel hombre, temiendo por su
marido o cualquiera de la casa, sacando dinero hasta por debajo de las rocas
y sintiendo las ganas de lanzarse por una ventana.
Ahora se le había presentado la ocasión, necesitaba una buena excusa
para irse sin que Calder se opusiera o deseara seguirla, lo cual sería
complicado porque pensaba llevarse a sus hijos y seguramente él pondría el
grito en el cielo antes de dejar que lo separaran de ellos. Tendría que
encontrar la forma, al menos sabía quién la ayudaría, su tía Giorgiana
seguía ahí y aunque se llevara de pesadilla con Calder, sabía que, si le pedía
irse de ahí, la cuestionaría por horas.
Bajó al comedor, encontrándose rápidamente con su despampanante tía
quién ya pedía a la cocinera su desayuno equilibrado para que todo su día
fluyera a la perfección. Luisa y Megan estaban en el lugar, poco interesadas
con el asunto de las curiosidades de la prestigiosa mujer sentada en la mesa.
Blake entró y se sentó en su lugar acostumbrado, a la derecha de la silla
vacía de su marido, quién seguramente ya habría salido. Comenzaban a
tomar el desayuno cuando de pronto entró Simoneta hecha una risa junto a
Calder quién le apartó una silla y fue a sentarse junto a su mujer.
—Pensé que ya estarías en el campo —hizo ver Blake.
—Oh, lo siento querida, me interpuse en el camino —sonrió Simoneta
—, el pobre me atrapó mientras quería subirme a un caballo. Te seré
sincera, en mi vida lo había hecho.
—Vaya señora Davids, que ocurrente está esta mañana, sobretodo
tomando en cuenta la hora en la que mi querido sobrino sale a montar,
seguro no es más que una coincidencia —dijo de pronto Giorgiana, dejando
de lado su extraño jugo verde.
—Es una mera casualidad —Simoneta miró fijamente a la hermosa
mujer con mirada de asesina.
Simoneta intentó desviar la mirada en dirección a Calder, pensando
que encontraría un secuaz o al menos una mirada cómplice, encontrándose
infructuosamente con que él se encontraba totalmente distraído y
embelesado con la presencia de su esposa, a quién le robaba un poco de
jugo y metía un pedazo de manzana a la boca.
—Sí, supongo yo que así es —sonrió Giorgiana, dejando caer su
espalda en su silla, complacida por la actuación de su sobrino, aunque este
apenas lo notara.
Calder se despidió de su esposa con un beso en la frente, indicándole
que no hiciera averías mientras salía por unas horas. Simoneta no podía más
que estar incomoda con la situación, sabía que, de un momento a otro, su
marido regresaría y tanto ella como su pequeña hija Sarah regresarían a sus
garras, soportaría que a ella la golpeara y la abusara, pero que quisiera tocar
a su pequeña hija, no. Eso sí que no lo soportaría. Se encontraba
desesperada y por esa razón, actuó de forma arrebatada.
Siguió a Calder por el pasillo, dejando el comedor y a sus comensales
en medio de la extrañeza. Bajó las escaleras de la entrada y gritó un par de
veces el nombre del dueño de la casa, pidiéndole que detuviera su
convencido caminar hacia el corcel que lo esperaba.
—¿Sí? ¿Qué sucede señora Davids?
—Vamos Calder —suspiró la rubia—, nunca me llamabas así.
El duque apretó la mandíbula y miró hacia otro lado.
—Ahora lo encuentro pertinente ¿Qué quieres?
—Quiero saber sí… lo que sentías por mí ha desparecido.
Calder la miró con intensidad.
—No —dijo, pero cuando ella le quiso echar los brazos encima, él la
detuvo—, me quedó un gran aprecio, como una amiga.
Simoneta bajó la cabeza.
—Eso… no puede ser cierto. Sé que la recámara que ella ocupa la
hiciste pensando en mí, en que nos casaríamos, en nuestra vida juntos. Si en
realidad te hubieras olvidado de mí, la cambiarías, borrarías cualquier
recuerdo que…
—¡Por favor Simoneta! —sonrió Calder— ¿Una recámara? La dejé así
porque creí que a Blake le agradaría, además, no es muy fijada en esas
cosas y no es como que ella pase en ese lugar en algún momento, ella
prefiere estar en mi recámara.
—Pero…
—Si dejé que te quedaras en esta casa, es porque ella te considera su
amiga. No hagas cosas que la hagan pensar lo contrario, si eso pasa,
entonces sí estarás desvalida.
—¿A qué te refieres?
—Es verdad que actué para ayudarte, pero jamás hubiera pedido que te
quedaras aquí, tampoco iría a tu casa a ver si seguías viva. Me apena
muchísimo tu situación, pero es ajena a mí, si han pasado todas estas cosas,
es gracias a mi esposa, no a mí.
—Pensé que tu…
—Tú tomaste tu decisión y yo la acepté.
—Lo sé, es sólo que… bueno, yo jamás dejé de quererte.
—Entonces no lo hubieras escogido a él —se inclinó de hombros—,
ahora es tarde, ambos estamos casados, tenemos hijos con nuestras parejas
y hemos crecido en un ambiente diferente.
—Todo eso no implica amor en ningún lado, si tú y yo…
—¿Quién dijo que no?
Simoneta abrió los ojos y tapó su boca.
—¿Estás aceptando que la amas? —le dijo sorprendida— ¿En voz alta
y sin sentirte extraño?
—¿Quién lo diría de mí, cierto? —el hombre la dejó ahí, mientras se
montaba en su caballo—, adiós señora Davids, espero que cuando vuelva ya
no tenga esas ideas en su cabeza.
Calder espoleó su caballo y salió de la propiedad hecho un rayo.
Simoneta sopesó las palabras del caballero y las entendió, se había
enamorado de su esposa y no era para menos, Blake era una persona
asombrosa, era imposible que alguien no la quisiera, incluso ella, no
entendía por qué actuaba en su contra, como había dicho Calder, era la
razón por la cual estaba a salvo, lejos de su marido. Regresó la mirada hacia
la casa, sintiéndose una estúpida y pensando en la manera de mantener eso
oculto. Pero se topó de frente con su ruina. Con una sonrisa placentera,
Luisa se introdujo de nuevo a la casa, cerrando la puerta a pensar que sabía
que Simoneta entraría por ella.
—¡Ey! ¡Niña! ¡Espera ahí!
—¿Sí señora? —sonrió Luisa.
—Lo que pasó allá afuera… fue un error.
—Sí que lo fue señora, espero que lady Blake lo vea igual.
—¿Qué vea igual qué cosa? —dijo la aludida.
—Ah, lady Blake, quisiera hablar con usted de algunas cosas.
—Pero antes —Simoneta tomó las manos de su amiga y la jaló hacia
ella—, creo que deberíamos darles un paseo a los niños.
—Claro —aceptó la joven—¸ aunque si Luisa tiene algo importante
que decir, en realidad postergaré un poco eso.
—Es en realidad algo de su interés, Lady Blake —sonrió la joven—,
pero si desea, puede ir a pasear a los niños.
Blake miró con recelo hacia la hermana de Megan, pero asintió y salió
al paseo junto con Simoneta. Luisa sonrió, al final de cuentas, las malas
noticias podían ser recibidas en cualquier momento.
CAPÍTULO 34
Blake no pudo hablar con Luisa el resto de ese día, puesto que
primero fue Simoneta, luego salieron algunos inconvenientes con cosas de
la casa, llegaron algunas visitas y finalmente, regresó su marido, lo cual
trajo a Blake de un lado a otro, sin tomar en cuenta las atenciones que sus
hijos le pedían.
—¿Cómo fue tu día? —sonrió la joven cuando su marido comenzaba a
desvestirse en su habitación.
—Bien, supongo —suspiró—, estoy agotado.
—¿Tan mal?
—Bueno, hubo algunos problemas, nada que no pueda resolver.
—Entiendo.
La joven no perdió de vista la carta que continuaba sellada por Víctor,
lo cual quería decir que no la había leído, no había tenido tiempo y eso la
dejaba tranquila, por lo menos esa noche. Su marido no parecía darle mayor
importancia a la constante atención que su esposa le puso al pedazo de
papel y se metió en la cama desnudo, agotado y sin ganas de nada más que
dormir.
—Quizá quieras que te masajeé los hombros, es bueno para quitar
tensiones.
Calder alzó la mirada.
—¿Tú brindándome ayuda sin que la pida? ¿Qué sucede?
—Bueno, te noto cansado, quizá desborde mis dotes de doctora.
—Claro —dijo sarcástico—, mejor dime lo que quieres.
—No quiero nada.
—Entonces no mujer, no necesito nada además de mi esposa dormida
a mi lado, es lo único que necesito.
Blake sonrió.
—Eres fácil de complacer.
—Soy hombre de necesidades básicas, en serio soy simple.
—Yo también.
—Seguro que sí.
Blake lo golpeó.
—No me hables como si fuera alguien complicado o caprichosa.
—Ven ya —le estiró el brazo para que se acostara sobre él—, en serio
que todo lo que necesito ahora es tenerte cerca.
EL corazón de Blake sintió una extraña sensación ante esas palabras.
Parecía ser sincero, pero dudaba que Calder pudiera demostrar un cariño
como aquel, seguramente había hecho algo que la lastimaría después y era
la forma en la que buscaba redimirse. En realidad, no importaba, era mejor
ir a descansar y si su esposo estaba tan condescendiente, mejor
aprovecharlo.
Blake notó como su marido se quedó dormido casi en seguida, Calder
normalmente caía después de ella, pero en esa ocasión, de verdad parecía
cansado y con eso a favor, Blake pensó que podría hacer una artimaña para
deshacerse de la carta o al menos leer su contenido antes que él. Intentó
levantarse del pecho de su esposo, pero este la tenía presa en un agarre
sumamente poderoso que la dejaba sin movimientos. Los ojos de Blake se
fijaron en la carta que descansaba en la mesa de noche de su marido,
imperiosa sin que ella pudiera tocarla. Le daban ganas de llorar, si tan sólo
pudiera…
—¿Qué crees que haces cariño?
Blake dio un salto en la cama y alejó la mano de la nota.
—Nada. Intentaba encender la lámpara.
—¿En serio? —Calder se sentó en la cama— ¿Por qué razón?
—Quería ir a revisar a Max y Kenia.
—No los he escuchado llorar.
—Eso se me hace aún más extraño, me inquieta —mintió.
Calder encendió la lámpara y la miró por largo y tendido. Al final le
pareció una excusa creíble y suspiró. Blake era una madre ejemplar siempre
preocupada por el bienestar de ambos, no se le haría raro que esa fuera la
verdad.
—Ve si quieres, te esperaré aquí.
—No hace falta que estés despierto, dijiste que estabas cansado.
—Tal vez, pero tengo curiosidad de saber si todo está bien.
Blake se puso en pie y apretó los labios antes de salir de la habitación
en dirección a la de los niños. Cuando volvió, notó en seguida que su
esposo había guardado la carta, no parecía haberla leído porque estaba
recostado sobre la cama, con los ojos cerrados, pero ella sabía que no estaba
dormido.
—Están bien, parece ser que están aprendiendo a dormir.
—Me da gusto, ahora, si no te molesta, durmamos un poco más.
Mañana tengo que salir muy temprano.
—Sí, lo siento.
A la mañana siguiente, cuando Blake despertó, Calder ya se había
marchado, recordaba haber sentido en medio de su estupor como él la
besaba en la mejilla, pero pudo haber sido un sueño, no le veía sentido a
que él se despidiera de ella aun estando dormida y sin nadie cerca. Se sentó
en la cama, y dejó salir un grito al notar que alguien la esperaba dentro de la
habitación con una bandeja de plata con su desayuno.
—Lo siento señora, el capitán pidió que le subieran el desayuno a la
cama a las diez y que, si era preciso, la despertáramos.
—Ah, gracias Luisa.
La joven sonrió y colocó la bandeja sobre las piernas de su señora,
haciéndose la inocente cuando Blake le dirigió una mirada.
—Creo que teníamos una conversación pendiente ¿No es así?
Luisa levantó la mirada y se paró muy recta junto a la cama.
—Mi señora, no creo que sea un tema que le agrade.
—No tiene relevancia ahora Luisa, por favor, si tienes algo que decir,
dilo ya.
—Es sobre la relación del capitán y la señora Simoneta.
—¿Relación?
—Mi señora… temo por lo que pueda decir el capitán, nos prohibió
decir palabra de esto.
—¿Lo prohibió? —Blake frunció el ceño—, dímelo.
—Pero…
—Luisa, si he dicho que me lo digas, es que me lo digas.
La joven asintió y bajó la cabeza.
—Fue hace mucho tiempo que se supo que la señora Simoneta era la
mujer predilecta del capitán, según muchas lenguas, se amaban e incluso
hubo rumores de que deseaban casarse e incluso que estaban prometidos. El
capitán era pura felicidad, mandó a hacer esta casa y compró muchas
tierras, la hermosa habitación que ahora es de usted la construyó para ella.
Blake cerró los ojos, en realidad, imaginaba que esa recámara había
sido preparada para alguien más. Aunque era hermosa, no era del gusto
predilecto de ella, era mucho más femenino.
—Eso fue hace tiempo, ¿por qué me lo dices ahora? ¿Qué relevancia le
has visto?
—No me había nacido decirlo porque no le veía el caso, pero fue hasta
hace unos días, cuando los vi hablando… muy íntimamente, no lo vi justo
para con usted. Sé que piensa que no me agrada, pero salvó a mi hermana
en aquella enfermedad y me perdonó en muchas ocasiones a mí también.
Por eso se lo digo. Creo que el capitán aún experimenta sentimientos por
ella, esa es la razón por la que se muestra tan solicito en complacerla en
cuanto a la señora Simoneta se refiere. No es la primera vez que los veo
juntos y….
—¿Y?
—En más de una ocasión los vi besándose y abrazándose, no sé decir
nada más, pero el capitán es un hombre apuesto y…
—No hace falta que digas nada más —detuvo Blake, sintiendo
vergüenza de que siquiera le insinuara que le había sido infiel.
Blake asintió. La verdad era que había notado con anterioridad la
familiaridad con la que ellos se llevaban, la forma despreocupada en la que
Simoneta decía el nombre de su esposo, la manera en la que Calder en
realidad no ponía oposiciones en ayudarla o incluso si lo hacía, podría ser
por lo mismo. ¡Qué tonta! Había metido a la perfecta amante a la casa de su
marido, parecía que la había dispuesto para él ¿Por qué la dejó hacer tal
cosa? ¿Por qué no decirle? Todos la debían considerar una idiota e ilusa por
dejarla quedar, por empecinarse en que Calder la ayudara ¡Dios! Incluso
habían hablado “íntimamente” del asunto.
—Muchas gracias Luisa, puedes retirarte.
—De nada señora —la mujer la miró asustada—, espero que no diga al
capitán quién le ha dicho esto, seguramente me matará si…
—Se mantendrá el secreto Luisa —dijo fríamente—, tal como el
capitán quería.
—Seguro que no guarda sentimientos por ella.
Blake lo dudaba, si así fuera, no hubiese prohibido a todos de decirle
aquello.
—Seguro que sí.
La muchacha salió de la habitación con una inclinación y dejó a la
señora de la casa en soledad. Blake se cruzó de brazos y analizó la situación
una y otra vez. Calder y ella no tenían sentimientos por el otro, al final de
cuentas, él la había salvado y no podía limitarlo en cuanto a sentimientos se
tratará, si en verdad adoraba a Simoneta como Luisa sugería ¿Quién era ella
para apartarlos? Sí su marido quería enfrentar las represalias que vendrían
por meterse con una mujer casada, era su problema y ella no estaría para
verlo.
—¡Romelia! —gritó— ¡Minerva!
Ambas mujeres atendieron después de otros tres alaridos, peleándose
por entrar en la habitación de la joven mujer quién ya se afanaba en aventar
cosas a un baúl.
—¿Blake? ¿Qué haces? —se extrañó Romelia.
—Digan a mi tía Giorgiana que nos vamos.
—¿Disculpa? —se adelantó Minerva— ¿Cómo que se van?
—Romelia, manda a alguien por una carroza, pero la quiero rentada,
no de las de mi marido.
—Muchacha, no entiendo que dices, de vedad que no ¿El chamaco
sabe esto?
—Sí —mintió—, claro que lo sabe, se lo he dicho antes de que se
fuera, nos encontraremos.
—Mi niño Calder no permitiría que viajaras sin él —frunció el ceño
Minerva.
—Sí que lo permitió, que preparen las cosas de los niños.
—¿Irás con Max y Kenia? —dijeron a la vez.
—Sí, será un viaje familiar, algo así como unas vacaciones.
—Pero… —Romelia se adelantó—, Max es demasiado pequeño.
—No lo es, estará bien.
Blake siguió haciendo sus maletas y las de sus hijos muy a pesar de
que las mujeres mayores la acosaran constantemente para detenerla. Ella
sonreía y explicaba nuevamente su mentira. Su tía llegó pasada una hora,
puesto que parecía ser que estaba algo ocupada en verificar las tiendas
GICH y se mostró más que sorprendida cuando Blake le dijo que se
marchaban.
—No es que me moleste irme —dijo su tía Georgina, guardando
algunas ropas de bebé—, pero me parece extraño que lo hagas unas horas
después de la partida de tu marido. Me lo encontré en la mañana y él no dijo
nada de que fueras a viajar tras él.
—Se le habrá pasado.
—No lo creo, sea como sea, debo admitir que el hombre es meticuloso
con su hacer ¡Qué si lo sabremos en nosotros!
Blake no le tomó más importancia a la conversación y esperó a que
todo estuviera listo y en las carrozas para marcharse. Estaba parada a las
afueras de la casa, con el pequeño Max en brazos, cuando de pronto llegó
Simoneta hecha un lio, corriendo hacia ella con una mirada extrañada.
—¿A dónde vas?
—Daré un viaje con mi tía, me ha pedido que la acompañe en una ruta
que necesita hacer.
Giorgiana, notando la nueva mentira, volvió la mirada a su sobrina y
bajó el escalón que había subido en la carroza.
—Es precipitado —Simoneta miró a la famosa Giorgiana Charpentier,
quién parecía tan extrañada como ella.
—Lo sé, pero así es mi tía, nunca para —sonrió—, bueno Simoneta,
nos vemos luego.
—¡Espera! —la tomó del brazo—, ¿Sucede algo?
—¿Suceder? No, para nada. Vuelve a casa y cuando llegue mi marido,
me harías el favor de decirle que he ido con mi tía a Nueva Jersey a ver otra
de sus tiendas.
—Le diré, pero ¿Por qué irte así? ¿No prefieres dejarle una nota?
—No, creo que lo tomará mejor de ti.
Simoneta frunció el ceño, pero cuando lo entendió, Blake había subido
a la carroza y dado la orden de que se marcharan. La joven rubia abrió los
ojos y respiró entrecortadamente, parecía ser que se había metido en un
problema enorme, si era así, tenía que irse, lo cual no le parecía una idea
alentadora, su marido estaría por volver y tan sólo pensarlo, le causaba
nauseas.
—Blake, espero que haya una explicación detrás de todo esto.
—La hay, pero no deseo contártelo.
—¡Ah! A veces se me olvida que eres hija de mi hermana —refunfuñó
la mujer con Kenia en brazos.
—Lo soy, a veces se me olvida parecerme un poco más a ella.
Blake sacó un enorme bonche de cartas de su bolsa de mano y
desanudó el listón que las mantenía unidas. Desde que llegó a Estados
Unidos, no se había atrevido a abrir ni una de las cartas que sus hermanos y
primos le habían mandado. La mayoría eran de Sophia y Adrien.
—¿Qué haces? —Blake notó como su tía intentaba mirar por encima
de su hombro, pero ella lo evitó—, a veces, es mejor no ir hacia el pasado
querida, el que busca encuentra.
—Deseo encontrar eso justo ahora.
—¿Acabamos de huir de tu casa?
—Sí.
—¿Con los niños?
—Ajá.
—Desafiando a ese hombre al que todos dicen temer y al parecer es
colérico y peligroso.
—Sí, pero tía, no me preguntes más, todo lo que digas será positivo.
Además, que no creí que tú le fueras a temer.
—¡Dios! Yo no le temo, pero no creo que estés haciendo lo correcto.
—Giorgiana tomó a los niños en brazos—. Vengan criaturas, parece ser que
su madre ha enloquecido.
Blake rodó los ojos y continuó leyendo la carta que tenía en manos.
Dejaría que su tía se quejara todo lo que quisiera, sabía exactamente lo que
hacía y ahora que leía esas cartas, estaba mucho más segura que antes.
Las cartas que sus hermanos y demás familiares le mandaban no eran
cosa del otro mundo, algunos se quejaban por la intromisión de Calder en
asuntos y demás, pero parecía que poco a poco, las quejas paraban y
simplemente preguntaban por ella, lo cual le pareció extraño, era como si de
repente, Calder hubiese dejado a su familia en paz, lo cual era algo
inesperado, puesto que desde que ella estaba en Londres, escuchaba de boca
de sus padres las jugarretas que placía en hacer su marido en su contra.
Pero lo realmente importante veía en las cartas de su prima Sophia,
quién se encargaba de informarle cosas referentes a ese penoso día en el que
escapó con el que creía que era el amor de su vida. ¿Cuánto se habría
ahorrado si acaso no lo hubiera hecho?
Su marido incluso lo sospechó antes de que todo pasara, no sabía cómo
y sí había tenido algo que ver… pero lo dudaba, puesto que, en reiteradas
ocasiones, Marco le había recalcado el temor que le tenía a Calder, lo
mucho que lo respetaba y aconsejaba que lo mejor era no involucrarse en su
vida y no meterse en su camino.
Esa había sido una de las razones por las cuales lo había seleccionado
como el hombre con el que se casaría, simplemente era perfecto y Marco le
había dado la clave para salvarse… al menos por un tiempo, eso hasta que
Marfet llegó nuevamente a su vida.
CAPÍTULO 35
Había pasado una semana desde que Calder se había ido y justo en
ese momento, cuando su caballo comenzaba a llegar a los conocidos
senderos de su casa, el corazón se le aceleraba con ansias de ver a sus
amigos, a sus hijos y a su mujer. El sólo imaginar dormir con su esposa y
abrazar a sus hijos le causaba una sonrisa bobalicona que Guillermo Marfet
intentó ignorar, puesto que no aceptaba que un hombre fuera tan feliz
cuando él no lo era.
—Lo veo alegre mi capitán.
—Volver a casa siempre da alegría Marfet.
—Claro, cuando se tiene toda la felicidad en ella, lo que uno más desea
es volver.
—Así es —Calder lo miró de reojo—. Perdona que pregunte, pero
nunca he sabido de tu familia, no sé si tienes hijo o mujer.
—Tengo un poco de todo y mucho de nada señor, lo cual concluye en
una vida solitaria.
Calder frunció el ceño y asintió. Él recordaba el día en el que contrató
a ese hombre, donde elocuentemente alegó que tenía una familia a la cual
mantener. Ahora parecía negarlo, era extraño, pero no lo exteriorizo,
parecía ser que Guillermo no había notado el error.
Ambos desmontaron y se separaron con un movimiento de cabeza
como despedida. Calder se sacudió las prendas del polvo del camino y
caminó directo hacia las puertas de su casa, esperando ser recibido por su
esposa quién seguro había escuchado el ajetreo de los caballos al entrar a
galope. Sin embargo, abrió la puerta por su propia mano y el interior de la
casa estaba tan callado que incluso escuchaba su respiración. No había
ningún sirviente merodeando, ni siquiera Romelia y Minerva habían salido
para recibirlo.
—¿Hay alguien en casa? —gritó un poco, tomando las cartas que
estaban dispuestas en una bandeja de planta en una mesita.
Calder miró hacia todos lados al notar que había cartas para su esposa
con demasiada antigüedad. No sólo de Simoneta y el resto de sus amigos de
los alrededores, sino de su familia e incluso había una de su padre, era raro
que ella no quisiese leerlas, lo cual lo preocupó.
—¿Dónde están todos? —gritó, pero nuevamente no encontró quién le
contestara.
El hombre, un poco cansado de no ser atendido ni en su propia casa,
caminó con disgusto, escuchando como los empleados hacían carrera para
salir de su camino e incluso había escuchado un gritito de sorpresa cuando
alguien iba a caer.
—Mi niño Calder —saludó Minerva con nerviosismo—, que bueno
verte.
—¡Por todos los diablos, Minerva! ¿Dónde están todos?
—Creo que… eh, ¡Romelia!
—¿Qué ocurre? Minerva, me estás desquiciando.
—¡Ah! ¡Mi muchacho! —lo abrazó la enorme mujer mulata— ¡Has
vuelto!
—Sí —se separó de ella— estoy intrigado en saber qué demonios
ocurre aquí.
Las mujeres se miraron entre sí y entre interrupciones y algunos
tartamudeos, explicaron al hombre frente a ellas que su mujer había dejado
la casa desde el día que él se había marchado.
—¿¡QUÉ ELLA HIZO QUÉ!?
—Cálmate Calder, por favor —pidió Romelia.
—¿POR QUÉ DEMONIOS LA DEJARÓN IR?
—En realidad nos mintió —explicó Minerva—, nos dijo que iría
contigo y al parecer a la señora Davids le dijo que iría con su tía a Nueva
Jersey.
Calder tomó el puente de su nariz con dos dedos y suspiró.
—¿Dónde está la señora Davids?
—Partió en cuanto Blake lo hizo —explicó Romelia.
—Iré a verla.
—¿Por qué no descansas un poco?
—No —dijo con la quijada apretada—, me voy ahora.
—Calder, quizá el que llegues de esta forma no será la manera de saber
dónde está tu mujer —dijo Minerva, tanteando el camino ante la cara
molesta de su pupilo.
—Justo en este momento Minerva, me importa poco lo que piense
todo el mundo —dijo Calder con molestia, subiendo las escaleras hecho un
demonio.
Las dos mujeres se miraron entre sí y sonrieron.
—Nunca lo había visto así por una mujer —dijo Romelia.
—Creo que no es cualquier mujer —sonrió Minerva.
—No deberíamos estar tan alegres con su dolor ¿No crees?
—En realidad —dijo Minerva—, me alegra ver que tiene corazón y
que este, además, ya tiene dueña.
Calder entró a su habitación, notando la ausencia de las cosas de su
esposa. Blake era dada a dejar por doquier sus perfumes, los zapatos y sus
libros. No era desorganizada, pero con las prisas, no se preocupaba por
poner en orden todo. Sintió un dolor dentro de sí al entender que se había
marchado y creía saber el porqué, el que Simoneta partiera al tiempo que
ella, lo preocupaba.
—Calder…
El hombre volvió la vista hacia Megan, quién lo miraba interrogante.
—Dime —prosiguió buscando algunas cosas.
—¿Irás tras ella?
—Sí.
La joven bajó la mirada y suspiró.
—Dijiste que nunca volverías a perseguir a una mujer. Me aseguraste
que nunca caerías en las redes de una princesa de nuevo.
Calder dejó sobre la cama su reloj de bolsillo y se sentó para poner sus
botas.
—Ella es diferente, es la madre de mis hijos y mi esposa.
—Pero…
—Y es la mujer que amo —la miró con fuerza—, sé lo que dije, pero
jamás pensé que alguien lograría enamorarme, pero sin darme cuenta esta
en cada pensamiento que tengo, sólo puedo hacer planes si ella está
presente en todos ellos, sin ella, todo perdería sentido.
Megan derramó unas lágrimas lastimeras y volvió su cara hacia otro
lado que no fueran los vibrantes ojos ambarinos de Calder.
—Ella vale la pena —aceptó la joven—, es extraordinaria, no había
conocido mujer como la señora Blake.
Calder sonrió, caminó hacia su amiga y besó su frente cariñosamente.
—Algún día Megan, encontrarás a un hombre para ti, yo no lo era,
posiblemente nunca te hubiera hecho tan feliz.
—¿Y tú? ¿Haces feliz a la señora Blake? —contraatacó.
—El problema es, que ella me hace feliz a mí —suspiró—, y no dejaré
ir algo que me llene de esa forma.
Calder salió de la habitación, sin escuchar el sollozo que Megan dejó
salir de su interior. Loren, quién había escuchado todo, se acercó lentamente
a la figura encogida en el suelo y la abrazó con ternura.
—Lo siento Megan.
La joven se aferró a él y lloró sobre su hombro, sintiendo la protección
que Loren siempre le había brindado.
En la casa de los Davids, se desarrollaba la peor locura que los
neoyorquinos hubiesen visto en décadas. Parecía que Irvin Davids no había
regresado de humor de aquel viaje y su esposa no estaba más satisfecha,
menos aún si se tomaba en cuenta que el señor Davids había vuelto con una
amante, a la cual mantenía en la casa como parte de la familia.
—¡Aléjate de mí! —escuchó Calder decir a Simoneta desde el exterior
de la puerta— ¡No te atrevas a ponerme una mano encima de nuevo!
¡Mucho menos a mi hija!
El duque, preocupado por la seguridad de quién estuviera en el interior,
empujó al mayordomo que se disponía a decirle que no podía ser atendido
en ese momento y vio la escena que esperaba. Simoneta en el suelo, con
una mano sobre su mejilla y lágrimas en los ojos. El señor Davids estaba
hecho una furia mientras una bella y demasiado joven muchacha detenía la
mano con la que golpeaba.
—Lord Hillenburg, que coincidencia que esté aquí ¿Acaso mi mujer lo
mandó llamar?
—No. Vengo a buscarla a ella —dijo seriamente—, pero veo que está
ocupado maltratándola.
—No se atreva a abrir la boca en mi casa Hillenburg, que no es nadie.
Es mi mujer y puedo hacer con ella lo que me plazca, sé lo mucho que le
gustaría decir que es suya, pero permítame recordarle que le ganó la
avaricia al amor que sentía por usted.
Simoneta sollozó en el suelo y tapó su cara.
—Jamás alegaría que es mía, puesto que no lo es y nunca lo fue, ni
tampoco quiero que lo sea —aclaró Calder—. Vengo a hacerle una
pregunta, pero definitivamente, como caballero, no permitiré un abuso
hacia ella en mi presencia.
—Haga lo que quiera con ella Hillenburg, poca importancia me tiene,
lo único que deseo de ella no me lo puede dar —el señor Davids tomó la
cintura de la criatura a su lado y la pegó a su cuerpo— quizá deba
divorciarme y casarme con un cuerpo más joven, alguien que pueda cumplir
como mujer.
La nueva amante, temerosa de su futuro, miró al caballero quién
parecía querer rescatar a la mujer del terrible hombre con el que había
tenido la desdicha de involucrarse.
—¿Planea casarse con ella?
El hombre miró a la muchacha.
—¡Qué dice! ¡Por supuesto que no! ¡Es una puta! ¡La hija de nadie! —
el hombre se tiró a reír—, sería un desastre que pariera un hijo mío. No, ella
sólo me complacerá el tiempo que dure.
Calder cerró los ojos con fastidio. Estaba a dos palabras de ponerle una
bala a ese idiota entre las cejas, pero justo en ese momento, tenía cosas más
importantes que hacer, sabía que Simoneta y su hija corrían peligro, haría
algo al respecto, pero Blake… su esposa también estaba en problemas.
—Señora Davids —Calder ayudó a Simoneta a ponerse en pie—
necesito cruzar unas palabras con usted.
La rubia asintió un par de veces, aun tomándose la mejilla con la mano
y miró hacia el pasillo.
—Me acompañará para colocarme algo en este cardenal.
—¡Como si te fuera a funcionar! —se burló el señor Davids—,
siempre quedas tan morada que me da asco tomarte por las noches.
Calder volvió el cuerpo hacia el hombre, pero Simoneta lo tomó del
brazo con fuerza y lo miró a los ojos. En ellos se podía leer la orden de que
no quería que hiciese nada, si acaso Calder lo hería, el señor Davids saldría
victorioso, puesto que Calder ni siquiera era de ese país y no había ofensa
en contra de él. Defender a una mujer no se categorizaba como algo
honorable cuando era el propio esposo el que hacía el daño.
—Acompáñeme lord Hillenburg —suplicó.
Con paso lento, Simoneta pudo bajar hacia la cocina y se sentó en un
banquillo, dejando salir un gemido de dolor. Se tomó las costillas y dejó que
le colocaran un paño fresco en su nuevo cardenal.
—Sé a qué has venido —dijo ella—, no sé dónde se encuentra, pero
estoy segura que se fue por mentiras dichas por esa muchacha de tu casa.
—¿Qué muchacha?
—No sé cómo se llama —chistó la mujer—, pero nos vio cuando te
perseguí, antes de que te fueras de viaje.
—¿Entonces crees que le haya contado que estuvimos
comprometidos?
—Seguramente pensó de más y creyó que intimábamos cuando me
acogieron en su casa. Se habrá sentido usada y denigrada.
—¡Con un demonio! —Calder se tomó el pelo—, jamás le haría eso,
¿cómo pudo siquiera pensar que era verdad?
—Lo sé —sonrió Simoneta—, la amas.
—Más que a nada en el mundo, a ella y a mis hijos.
—Entonces búscala y explícale, seguro entenderá.
Calder asintió un par de veces y se dispuso a partir, pero volvió sobre
sus pasos y la miró con preocupación.
—¿Por qué no te marchas? Podría ayudarte para…
—Nunca me dejará —negó Simoneta— y tiene toda la autoridad sobre
mi Sarah, jamás la dejaría a la deriva con él.
—Lo resolveremos —le tocó el hombro—, te lo juro.
Simoneta pareció tener un segundo de esperanza, pero en seguida negó
con la cabeza.
—Ve, seguro Blake está muy molesta.
—Te lo juro —reiteró el hombre y salió de aquella casa.
Calder volvió a su casa y mandó llamar a su despacho a Megan, si
alguien quisiera hacer enojar a Blake, seguramente sería ella. También
mandó llamar a Loren, pero a él lo necesitaba para resolver el asunto de
Simoneta. Llegó primero su hombre de confianza.
—¿Capitán?
—Sí, Loren, necesito que vayas a buscar a Fred Johnson.
Loren abrió los ojos.
—¿Al águila americana?
—Sí —Calder escribía rápidamente y metió la nota en un sobre sellado
—, le entregarás esto y dile que es a mi nombre.
—Sí capitán, pero… si lo está buscando es que es algo grave.
—Lo es, así que date prisa Loren.
El hombre salió, dejando paso a Megan quién parecía asustada de ser
llamada al despacho cuando no tenían nada de lo cual hablar.
—¿Me mandaste llamar?
—Entra y cierra la puerta.
La joven lo hizo y caminó hasta centrarse en el despacho.
—¿Qué le dijiste a ella?
—¿Qué?
—Por favor Megan, he ido a la casa de los Davids y me dijo Simoneta
que una mujer había dicho algo a Blake.
—No he sido yo.
—¿Quién entonces?
—No lo sé, pero no he hablado con la señora Blake, si puedo, la evito
todo el día —Calder la miró sin creerle— ¡Te digo la verdad!
El duque abrió la boca para dar una sentencia a la chica, pero entonces
la puerta se abrió de par en par, dando paso a una Romelia alterada y una
Minerva enfurecida.
—¡Chamaco! ¡Chamaco! —la mulata agitaba una carta.
—¡Yo la recibí! ¡Yo debía dársela! —se quejaba Minerva.
Calder se puso en pie, tomó la nota, leyó las líneas rápidamente y soltó
un grito.
—¡Esa mujer me sacará canas verdes un día de estos!
—¿Qué? —se adelantó Romelia— ¿Qué sucede?
—Está en Lexington —negó Calder—¸ en un inicio se quedó con
Giorgiana, pero ahora se encuentra hospedada en una maldita casa donde
también están las Hillenburg.
Megan se adelantó con ojos abiertos.
—¿Te refieres…?
—Sí —sonrió Calder, notando el cinismo con el que su esposa se
manejaba—, la esposa de mi difunto padre.
—Sí que desea vengarse —sonrió Romelia—, eso es demasiado.
—Sabía que no debía contarle eso —dijo Calder tomando algunas
cosas del despacho y murmurando para sí— ¡Romelia! Ve que todas mis
cosas estén listas, me voy para Lexington.
—¿Irás a pelear con tu mujer?
—Para nada —contestó a Minerva—, voy a traerla de vuelta.
Megan se adelantó y tomó el brazo fuerte del duque, deteniéndolo en
su hacer.
—Hace demasiado tiempo que no ves a esas mujeres ¿Estás seguro de
poderte controlar? La última vez…
—Sé lo que pasó la última vez —la cortó, quitando su brazo de la
mano de Megan—, pero no hay opción.
—¡Pero…!
—No creo que sea lo mejor que me retes ahora Megan, aún tengo una
conversación pendiente contigo.
—No he sido yo —reafirmó.
—Ya lo veremos.
Calder salió del despacho con Romelia y Minerva pisándole los
talones. Tenía que encontrar a su esposa.
CAPÍTULO 36
Blake jamás pensó que vivir en un lugar como Lexington le fuera a
ser agradable. Durante toda su vida había transitado entre grandes ciudades,
vivió casi toda su vida en Londres, siempre que viajaba a visitar a sus tíos
eran capitales, al igual que cuando se casó. Lexington era un pueblo con las
necesidades básicas, sin el ajetreo usual de una gran ciudad, como lo era
Nueva York.
Le gustaba salir a comprar las verduras y las frutas que comerían en el
día, regresar a la casa donde rentaba su habitación y cocinar aquello para
alimentarse a ella y a sus dos pequeños. Su tía Giorgiana le rogó por dos
semanas que se mudara a la casa que tenía ahí, que estaba bajo el cuidado
de Candice, Julia y Dulce. Pero Blake se había negado rotundamente.
Tampoco era como que su tía fuera a quedarse, odiaba demasiado
Lexington como para quedarse por más de una semana, según le había
contado a lo largo de todo el viaje, tenía algunos malos recuerdos con
familias del lugar. Blake sabía que hablaba de Sara y Anica, a pesar de que
a ella le parecieran excelentes personas, pero no contradiría a su tía.
—Buenos días señora Collingwood ¿Cómo han amanecido? —sonrió
la señora Hillenburg.
Y ese era otro motivo por el cual había seleccionado rentar en esa casa.
La señora Hillenburg era una mujer delgada, infinitamente delgadas,
siempre bien peinada y con la cara de porcelana, sus cabellos castaños
tenían varios mechones canosos a pesar de que se notaba que se lo pintaba,
sus labios siempre tenían un color carmesí y sus ropas siempre tenían el
color del luto.
—Bien señora, ¿Ustedes?
—Tan bien como puedo despertar en Lexington —se quejó Teresa, la
hija de mayor edad.
—Yo he amanecido mejor que una rosa —sonrió Petunia—, el día está
maravilloso.
Blake sonrió, tenía a Max sentado en su regazo y a Kenia en una
pequeña sillita de bebé. Cuando llegó a pedir ayuda a esa casa, en realidad
pensó que habría problema con el tema del color de piel de Kenia, por la
historia que su esposo le había contado, imaginó que la mujer del padre de
su marido sería terrible y no admitiría a la pequeña bebé en su casa. Sin
embargo, la señora Hillenburg había sonreído hacia la niña y los acogió en
seguida.
—¿Piensas ir hoy al mercado Blake? —inquirió la señora.
—Sí, ¿desea que le traiga algo?
—Me harías un gran favor —la mujer rebuscó en su bolso y tendió a
Blake unas monedas—, me hacen falta patatas para el caldo.
—No se preocupe.
—¿Nos dejarías a Kenia y Max? —rogó Petunia— Es tan aburrido
aquí.
Blake miró con interrogación a la madre de las chicas y esta a su vez
asintió.
—Seríamos felices de cuidarlos por ti, allá afuera hay mucho polvo y
hasta daño puede hacerles.
—Bien, se los agradecería.
Blake colocó sobre su cuerpo una falda y una blusa ligeras para tolerar
el calor de Lexington, tomó un sobrero de paja y caminó en dirección al
mercado. La casa de las Hillenburg estaba ubicada a unas cuadras del
mercado, por lo cual no era riesgoso caminar y menos a esa hora del día,
que era cuando todas las muchachas salían a hacer su mandado. Para ese
momento, con dos semanas ahí, conocía bien los lugares donde eran
mejores los precios y las verduras.
Llegó al puesto del amable señor Klee y se estiró para poner en su
sesta algunos tomates maduros y rojizos, estaba a punto de tomar uno de los
más alejados, cuando de pronto se lo quitaron de las manos. Blake volvió la
cara con molestia y miró con sorpresa y algo de miedo al hombre que
lanzaba hacia el cielo el tomate.
—Mi amor, pero que escurridiza te has vuelto en estos días —levantó
la ceja— ¿Quieres explicarme por qué te has ido de casa y, además, te
llevaste a mis hijos?
Blake se estiró y quitó el tomate de las manos de Calder.
—No hay nada que explicar —le dio la espalda—, de esta forma nos
facilitamos las cosas. Yo vuelvo a Londres con mi familia y tú te quedas
con la mujer que amas.
—No veo cómo estás solucionando las cosas, si te vas a Londres,
entonces tendría que ir allá para estar con la mujer que amo.
Blake soltó la cebolla que estaba por meter y se volvió hacia él.
—¿Qué dijiste?
—Que te amo —se inclinó de hombros—, te amo más que a nadie en
este maldito mundo y si te vas, iré tras de ti.
La chica comenzó a reír, volviendo a la tarea de elegir verduras.
—No digas tonterías Calder, tú no me amas —lo miró—, resolveremos
el asunto de los niños si eso es lo que te causa angustia.
—Sí, me es angustioso, pero no sólo por ellos.
—No me estés molestando —lo apuntó—, no tengo tiempo para
discutir contigo ahora, no es gracioso lo que haces.
—¿Ves acaso que me estoy riendo?
Blake entrecerró los ojos para después rodarlos.
—Nunca he sabido lo que es verdad o no para ti. Me voy.
—Blake —le tomó el brazo y la jaló hacia sí—. Deja que te explique,
estás molesta por lo que te han dicho de Simoneta, te aseguro que no es lo
que estás pensando.
—Suéltame Calder o juro que gritaré.
—Y qué podrían hacer contra un hombre —se acercó a ella—, que
echa de menos a su mujer.
—Ellos no saben que eres mi esposo.
—Lo soy y sólo hace falta que lo diga para que lo crean.
Blake frunció el ceño y aceptó que llevaba razón. No importaba que no
fuera cierto, si Calder osaba decir que ella era su esposa, nadie se metería.
Era estúpido, pero eran las costumbres.
—Eso no importa porque de todas formas…
Calder la besó, no recordaba cuando la había echado de menos.
Llevaba más de una semana en Lexington, tratando de encontrarla. Blake se
sorprendió de sí misma al darse cuenta que no podía evitar devolver el beso
a su esposo, abrazarse a su cuerpo y enredar sus dedos en los cabellos
negros de Calder.
—No… —se apartó de él, pero Calder la volvió a besar—, no Calder.
Espera…
—No puedo hacer eso —rozó su nariz con la de ella—, extraño tanto
estar contigo, despertar y verte acostada sobre mí o a mi lado, tu sonrisa, tu
forma de pelear conmigo ¡Por todos los diablos! Extraño todo.
Blake cerró los ojos, colocando su fina mano en el pecho de Calder y
alejándolo lentamente.
—Vete Calder, por favor.
—No me iré.
La mujer levantó la mirada.
—¿Por qué?
—Ya te lo he dicho, no abandonaré estas tierras si no es contigo.
Blake se mordió los labios con aprensión, bajó la mirada y se alejó de
él. No podía decir que le estuviera resultando sencillo, pero deseaba
acentuar su punto de vista. Simoneta… era preciosa, en más de una ocasión
su marido le había hecho mención de aquello y todas esas conversaciones
taladraban el cerebro de la joven esposa, quién entró a la casa Hillenburg
hecha un nudo de sentimientos.
—¿Blake? ¿Te encuentras bien? —preguntó Teresa, quién cargaba a la
pequeña Kenia.
—Sí —soltó de golpe la madre, estirando los brazos a la bebé que
rápidamente la había buscado con afán—, subiré un rato a mi habitación,
¿Dónde está Max?
—Salió a dar un paseo con Petunia, el bebé estaba inquieto.
—¿Qué dices? ¿Salieron?
—Sí, ¿algún problema?
—¡Sí! —Blake salió de la casa con Kenia en brazos.
—¡Blake! —sonrió Petunia—, mira, he encontrado a tu marido.
La joven esposa dio dos pasos atrás y negó varias veces. Se le había
hecho extraño que no la encontrara antes, de hecho, estaba segura que él
conocía donde vivía desde que llegó, pero no había encontrado oportunidad.
—No lo es —aseguró Blake.
Petunia ladeó la cabeza y sonrió.
—Yo creo que sí. Incluso tiene el mismo apellido —la mujer se acercó
corriendo en medio de una sonrisa y le tomó las manos a Blake— ¡Me ha
traído en un artefacto increíblemente raro!
—Sí, su automóvil —Blake lo miró incrédula y se acercó para que la
escuchara— ¿Cómo sabías que usaría el apellido de mi padre?
—No soy tonto mi amor, sabía que no usarías el mío si querías estar
aquí, con estas personas —miró a las tres mujeres quienes se habían metido
a la cocina a seguir preparando la cena—, lo cual me parece extraordinario
de tu parte, hiciste todo para dificultarme verte.
—No tanto, aquí estás y eres como una pesadilla.
Calder elevó la ceja y asintió sonriente.
—No sabía que vendría tu esposo querida Blake —dijo de pronto la
señora Hillenburg quién al ver a Calder se quedó momentáneamente
petrificada—… creía que huías de él.
—Lo hago —rodó los ojos— pero es persistente.
Calder miró a la mujer con intensidad.
—Viene de familia —dijo.
—Eso supongo… Y… ¿desea quedarse a cenar?
—De hecho, señora Hillenburg, deseo alquilar una habitación.
—¿Qué? ¡No! —se opuso Blake—¸ no hay espacio, lo siento, tienes
que irte.
—Puedo dormir contigo, sin ningún tipo de problemas.
Blake frunció el ceño y negó rotundamente.
—En realidad, nos hace falta el dinero —dijo Teresa—, pero no creo
que un hombre como usted no tenga una propiedad aquí.
—La tengo —aceptó—, pero resulta que mi esposa se rehúsa a irse,
entonces, me quedaré.
—Le mostraré su habitación —la señora Hillenburg parecía tener
muchos problemas por hablar correctamente.
Blake los siguió con la mirada por la escalera y se volvió frustrada,
haciendo notoria su desesperación con Petunia y Teresa. Las mujeres se
miraron entre sí y se inclinaron de hombros.
—Tu esposo es guapísimo Blake —dijo Petunia—, cuando me habló
en el parque, pensé que me desmayaría, tiene los ojos hermosos, papá los
tenía iguales.
—Sí, ¿Por qué huyes de él? —dijo Teresa—, parece que te quiere
mucho.
—Él… ¡Es un tremendo dolor de cabeza!
La joven subió las escaleras con Kenia en brazos, pero se detuvo al
escuchar la conversación que Calder tenía con la señora Hillenburg.
—… No sé cómo agradecerle lo que ha hecho por nosotras —decía la
mujer—, yo… no actué bien en el pasado, mucho menos con usted… era
sólo un niño.
—Ya no tiene relevancia.
—Sí la tiene —determinó la señora—. Yo fui tan malvada y usted…
nos ha dado casa, nos manda dinero…
—Como he dicho, no haga mención de eso.
—Entonces… sólo respóndame algo.
—Dígame.
—¿Por qué lo hace? Sé que me tenía muchísimo rencor al punto en el
que nos despojó de todos nuestros bienes, pero luego…
—Fue por mi esposa —aceptó—, el verla horrorizada por lo que les
había hecho me hizo sentir tan estúpido que no pude más que ayudarlas.
—Entonces, no la deje ir, si una mujer lo hace mejorar, es que es
bueno para usted. Yo no puedo decir que le hacía bien a Roderick, estaba
cegada en muchas formas, pero ahora estoy más feliz que nunca y vivo una
vida que nunca imaginé.
Blake se recostó contra la pared más cercana y se tocó el pecho,
asegurando que latiera a la velocidad normal. Lastimosamente, Kenia
comenzó a llorar, haciendo notoria su presencia a los de la habitación. La
madre intentó calmar a la pequeña, pero esta no se dio por vencida hasta
que la señora Hillenburg salió de la habitación y su marido se posó a su
lado con una sonrisa, tomando a la niña de sus brazos y calmándola en
seguida.
—No es para nada justo —se quejó la mujer, viendo a Kenia tomar el
dedo de su padre y sonreír.
—¿Quieres pasar?
—No.
—Entonces ¿A qué viniste?
—Yo… eh, creí que querrías ver a tus hijos.
—Sí —besó la cabeza de la niña—, me da gusto verlos de nuevo.
Blake se mostró incomoda y se vio tentada a irse, pero Calder la
detuvo, despidiendo a la señora Hillenburg con la mirada.
—¿Permitirás que hablemos? ¿O prefieres continuar con esta
estupidez? —le dijo una vez que estuvieron solos.
—Tengo cosas que hacer… hay una reunión esta tarde en casa de Sara
Bramson.
—Vaya, ¿Tú tía está de acuerdo?
—Mi tía no está aquí, pero me ha dicho que no le importa si no la
obligo a ir.
—Una respuesta muy Giorgiana —Blake lo miró con curiosidad—, iré
contigo.
—No te lo he pedido.
—Yo tampoco.
Blake sonrió y bajó la cabeza. No podía creer que Calder ocasionara
que se sintiera nerviosa. A lo largo de sus días juntos, ella jamás se intimidó
ante él, pero en ese preciso instante en el que lo tenía de frente, con esa
sonrisa y el aura que lo caracterizaba, no podía hacer otra cosa más que
sucumbir a él y dejarle ganar.
—Entonces, partiré a las cuatro.
Blake tomó a la niña de entre los brazos de su marido y se alejó de él,
encerrándose en su recámara hasta que la señora de la casa le exigió bajar a
comer. Ella no deseaba hacerlo, pero la señora Hillenburg podía ser
terriblemente testaruda cuando quería. La esposa y madre dejó a sus dos
hijos dormidos en la recámara y bajó con todo el aplomo que logró reunir.
Todos ya estaban a la mesa y el único lugar disponible, lo habían dejado
junto a su esposo.
—Al fin bajas Blake, me muero de hambre —se quejó Petunia,
tomando una cucharada de su caldo.
—Espero que le agrade el caldo señor —dijo la señora Hillenburg—,
sé que no es demasiado, pero al menos está caliente.
—No debe preocuparse, siempre me ha gustado este tipo de caldo, lo
hacía mi madre cuando era un niño.
Calder no podía evitar hacer esos comentarios, a pesar de que había
perdonado todo aquello, el tener a la mujer enfrente no le ayudaba a olvidar
a su madre y lo mucho que sufrió hasta la muerte. Dejándolo a él como un
desvalido que tuvo que arreglárselas robando para sobrevivir. Blake miró a
su esposo, notaba lo mucho que estaba intentando estar tranquilo y no
causar un revuelo innecesario, la mujer comenzó a buscar la forma de
sacarlo de ahí y esto llegó de la mano de su hijo menor, el pequeño Max
comenzó a llorar.
—Calder ¿Me acompañas con el niño?
El duque se puso en pie con lentitud y esperó a que ella hiciera lo
mismo. Blake sonrió a la familia, tomó la mano de su marido y subió las
escaleras hacia su habitación, donde el bebé no dejaba de berrear. La madre
llegó apurada, tomó al bebé en brazos y descubrió su seno que rápidamente
fue tomado por el bebé.
—¿Estás bien? —inquirió la madre cuando se hubo cubierto con una
pequeña manta.
—Sí, no deja de ser difícil estar en su presencia, preferiría mil veces la
de mi madre.
Blake se acercó a él y tocó su mejilla con dulzura, sin soltar ni un
momento el cuerpecito aferrado a ella.
—Escuché que las ayudas… —la joven sonrió—, gracias.
Calder soltó un suspiro y la tomó de la cintura, a pesar de que ella traía
el niño en brazos.
—¿Desde cuando hablamos de esta forma? ¿Cómo si fuéramos
extraños? —pegó su frente a la de ella, se inclinó para besarla, pero ella se
apartó.
—Ha terminado —sonrió con vergüenza—, será mejor que lo haga
repetir sino…
Calder la besó, abrazándola con necesidad.
—Nunca pasó nada entre Simoneta y yo, mucho menos cuando estabas
en casa, cuando te dormías cada noche entre mis brazos, abrazada a mi
pecho.
—¡Basta! —pidió Blake con ojos cristalinos— basta.
—Lo extrañas también, lo veo en tu mirar.
—Eso no tiene importancia —ella se acomodó el vestido y colocó al
bebé en su hombro, dándole ligeros golpecitos—, no ahora.
—Tiene toda la importancia, es la razón por la que estoy aquí, Blake,
no lo olvides.
—Lo sé —lo miró—. Pero no estoy dispuesta a regresar.
—¿Por qué razón? —el la miró duramente.
Por alguna razón, Blake sabía que Calder tenía conocimiento de algo,
repentinamente recordó la carta que Víctor le había mandado y sintió
escalofríos, ¿Sabría algo? Sí era así, ¿Por qué no se lo decía? ¿Qué estaba
planeando?
CAPÍTULO 37
Calder caminaba detrás de su esposa mientras ella saludaba a una y
otra persona, con aquella sonrisa inquebrantable y forma de caminar de
princesa. Toda ella era el resultado de una creación divina y no parecía que
nadie tuviera alguna objeción. Por su parte, Calder se sentía feliz de por lo
menos estar ahí, de que ella le permitiese eso. Sabía muy bien que no estaba
enojada, lo de Simoneta era una mera farsa para cubrir un problema mayor,
del cual ya tenía conocimiento.
Quería que ella se lo dijese, que le tuviera la suficiente confianza para
acercarse a él y pedirle ayuda, pero el hecho de que se fuera y estuviera con
la postura de alejarse lo más posible de él, le hacía creer que todos aquellos
días juntos, no tenían relevancia para ella.
—Pero si es Hillenburg —el señor Matthew Bramson le tomó
fuertemente del hombro—, el hombre al que debemos el festejo.
—¿Ah sí? —Blake alzó la ceja— ¿Por qué es eso?
—Bueno, gracias a su bondadoso esposo, señora, hemos podido tener
una buena cosecha, ha invertido en nuestras tierras y al fin nos ha rescatado
de la miseria.
Blake volvió la mirada y negó hacia Calder.
—Me alegra oírlo —sonrió la mujer—, supongo que por esa razón mi
marido venía tan seguido a Lexington, para ver el progreso.
—Supongo señora —asintió el hombre—, pero no le ha quedado dudas
de que podemos manejar la inversión.
Blake empinó un poco de su vino y asintió, todo el tiempo sin dejar de
mirar a su esposo.
—Claro que lo sabía, por una razón lo hizo, no sabe usted que el
corazón de mi marido es inmenso, ayuda a todos “desinteresadamente”.
Calder suspiró.
—Sí, lo notamos —sonrió el señor Bramson sin percatarse de la
pequeña disputa entre la pareja—, espero disfruten la fiesta, avisaré a Sara
que han llegado.
—Gracias —sonrió Blake hasta que el hombre desapareció. Entonces
miró a su marido—, sabía que era por alguna razón desleal como esta.
Ayudando a los Bramson, unos de los que más hicieron sufrir a Giorgiana.
—Coincidencia.
—¿En serio Calder? ¿Quieres que crea que fue coincidencia?
—Como dije, eso fue antes. He cambiado.
—¿Debo aplaudirte?
—Al menos escucharme —le tomó el brazo para que no se alejara—,
si después de oírme, deseas marcharte, no te detendré. Te lo prometo.
Blake lo miró fijamente y miró en dirección a la mano que la mantenía
presa, pidiendo silenciosamente que la soltara y lo hizo.
—Hablaremos en la noche entonces.
—Bien.
Calder rápidamente fue interceptado por hombre importantes que
buscaban a toda costa su atención, dejando en soledad a su esposa quién no
dejaba de pensar y pensar en más situaciones que alejaran a su esposo de
ahí, de ella y del peligro inminente en el que se ponía. Sabía que el deseo de
Guillermo Marfet era hacerla sufrir tanto como lo había hecho él y para ese
demente, la igualdad vendría al matar a Calder, pensando que de esa forma
ella quedaría tan destrozada como él.
—Que haces mi querida sobrina.
—¿Tía?
—Hola —sonrió Giorgiana.
—Pero… creía que tú no, bueno que no te gustaba venir a fiestas de
los Bramson.
—Querida, los Bramson no habían hecho una fiesta en años, quizá
desde que yo me fui de sus tierras —levantó una copa—, supe que lo
lograron por tu marido, debo decir que es listo.
—¿No estás molesta?
—¿Por qué razón? —se extrañó Giorgiana—, ayudó a una familia y se
hizo más rico en el intento.
—Pero… puede que lo haya hecho para molestarte a ti.
—No, me ha dicho antes siquiera de hacerlo.
—Él… ¿Qué?
—Oh, Blake, todos sus errores los enmendó, lo sabes por las cartas que
todos te mandamos, ha ayudado a la familia, incluso mandó a uno de sus
hombres de confianza. Aunque ya habíamos recibido ayuda de parte de
otro, pero el ultimo se notaba con más importancia.
—¿Cómo que a uno de sus hombres?
—Víctor, creo que se llama.
—¿V-Víctor? —la tomó del brazo— ¿Estás segura?
—Sí, ese el hombre que se la ha pasado pegado con Thomas.
—Dios santo —miró en dirección a su marido quién conversaba con
una sonrisa con el resto de sus admiradores y acosadores para sacarle una
inversión.
—No es el hombre que crees, ni siquiera has visto los cambios que ha
hecho sólo por estar enamorado de ti.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó sin volverse.
—¿Qué cosa?
—Qué me ama.
—Porque lo noto a distancia. Nadie haría lo que ha hecho él por ti.
Estaba tan resentido y agobiado con cosas del pasado, hasta que llegaste tú
pudo superarlas.
—No lo sé, creo que lo inventas.
—¿Para qué haría eso? —sonrió Giorgiana— ¿No crees que has
podido juzgarlo antes de tiempo? Además, ambas sabemos que en realidad
no estás molesta con él, si así fuera, no hubieras permitido que se te
acercara, mucho menos que te acompañara a esta fiesta.
—Sé lo que hago.
—Habla con él, probablemente sabe más de lo que piensas.
—¿Le has dicho algo?
—No, claro que no. Pero creo que estás en problemas y el único que
puede ayudarte es él.
—Tengo ayuda, a él lo necesito a salvo —lo miró— y la única forma
de lograrlo es apartándolo de mí.
—Quizá juntos encuentren otra alternativa.
Blake negó.
—Es demasiado impulsivo, si sabe lo que me ocurre, actuará. Lo
quiero a salvo, no en la cárcel por asesinar a un hombre.
—Sí, me enteré que era impulsivo.
—No sabes lo que es capaz de hacer si está molesto —Blake negó con
la cabeza—, es como si nadie lo pudiera controlar.
—¡Giorgiana! —gritó Sara con alegría.
—Demonios —masculló su tía, saludando felizmente a la dueña de la
casa mientras daba pasos hacia atrás—, me marcho antes de que me
capture.
—Lo siento tía, pero Anica viene por el otro lado.
—¡Malditas locas! —se quejó—, sabía que debía faltar.
Blake se rio un poco de su tía cuando ambas mujeres llegaron hasta
ella y la acosaron con miles de preguntas que Giorgiana se las ingeniaba
para evadir. Ella por su parte pudo escabullirse de forma sencilla, puesto
que Anica y Sara sólo estaban enfocadas en su tía y apenas prestaron
atención de que Blake casi corría del lugar.
—No pensé que vendría a esta fiesta —susurró una voz muy cerca de
su oído.
Blake dio un brinco, alejándose del cuerpo acosador y miró mal a
Guillermo Marfet, quién sonreía plácidamente mientras revolvía con el
dedo el contenido de una copa.
—¿Qué hace usted aquí?
—Ya sabe que hago. Vengo a que usted me mantenga y de paso —el
hombre alzó la mano y rozó con delicadeza la mejilla de la mujer, Blake se
apartó con asco—… la toco un poco.
—No se atreva siquiera a acercarse a mí.
—Me he enterado de cosas interesantes —alzó las cejas—, según me
habías dicho, su esposo había mostrado poco interés en usted ya que estaba
enamorado de la bella Simoneta. Sin embargo, yo lo veo aquí, rogando por
su atención, ¿Acaso deseaba mentirme?
—No es así —dijo segura—, él ama a Simoneta, está aquí porque
piensa arrebatarme a los niños.
—Ah sus hijos, pensé que sería en el único lugar donde podría pegarle
y que sintiera dolor, pero recalculando, en realidad ama a su marido
¿verdad? Es que no sé, que pierda a un niño… ya hice que perdiera a uno
—se inclinó de hombros—, no sé si sería reconfortante para mi alma volver
a pagar para que le saquen un niño del vientre o lo maten a los que ya tiene
con vida.
—¿Qué dice? No comprendo.
—Querida Blake, serás tonta —sonrió con suficiencia—, ¿Apoco
creíste que ese estúpido capataz hizo las cosas por qué sí? Piensa pequeña
Blake, piensa. Yo necesitaba entrar a trabajar ahí, así que debía salir
alguien, el capataz era la opción más cercana al capitán y a usted. Hice que
mi querida Luisa se metiera con él y le sacara información como yo lo hice
con Helen a su tiempo y cuando nos dejó de servir, pagamos una buena
cantidad para que te golpeara hasta romperte algunos huesos, fue un extra el
que perdieras a tu hijo, sinceramente no lo vimos venir, pero fue gratificante
verte esas semanas devastada.
Blake tapó su boca con las manos y lo miró anonadada, ¿Todo había
sido así de premeditado?
—¿Ha dicho Luisa?
—Sí, la muchacha esa, hermana de Megan. Era el blanco perfecto,
nadie la notaba, es linda, pero casi un jarrón, lista pero sumisa. Estaba muy
enamorada del capitán, pero su hermana le quitó el puesto y después usted.
Digamos que no estaba contenta.
—Es usted un loco. ¿No se le hace suficiente el dolor que sentí cuando
perdí a mi bebé?
—No. ¿Cómo iba a ser así? Es rica, tiene más hijos, tierras, familia y
un marido que la adora, ¿Sabe cómo termina todo eso? —Blake abrió los
ojos—. Sí. Eliminando a los causantes de todo ello. Adiós a tu esposo e
hijo.
—Calder no me dejaría desprotegida jamás.
—Puede ser, pero estará sola, sin nadie que la acoja.
Blake respiraba con dificultad, sentía que el mundo se le iba encima y
sentía un peso aún más grande al percatarse que su hijo y uno de los blancos
en mira de ese hombre, se encontraba solo en casa de las Hillenburg. Dejó
plantado al hombre frente a ella y corrió en dirección a su marido a quién
tomó de la mano con fuerza para jalarlo fuera del círculo donde estaba
platicando.
—¿Qué pasa? —le dijo extrañado.
—Quiero ir a casa.
—¿Qué? ¿Por qué? —elevó una ceja—, incluso creo haber visto a
Giorgiana por aquí.
—Sí, pero quiero irme —le dijo con frenetismo y casi llanto.
—Bien, nos vamos.
La pareja regresó en el auto de Calder, aquel motorizado instrumento
que había mandado traer su marido desde su primer viaje a Lexington.
Blake no habló en todo el camino, se denotaba nerviosa, movía
constantemente sus piernas y manos. Cuando el auto hubo parado frente a la
residencia de las Hillenburg, Blake dio un brinco y corrió a la entrada.
—¿Señora Hillenburg? ¿Petunia? ¿Teresa?
—¿Han regresado ya? —se extrañó Teresa.
—Es más temprano de lo que pensamos —dijo Petunia.
—¿Los niños? —inquirió con nerviosismo.
—Dormidos —dijo la señora Hillenburg— ¿Por qué?
—Nada, quiero verlos —Blake subió al trote las escaleras.
Calder entró después de un minuto, parecía tan sorprendido como el
resto de las mujeres. Dio un breve saludo y subió a la recámara de su
esposa, donde Blake lloraba aferrada al cuerpo de Max, quién al sentir a su
madre, le abrió el apetito y buscaba con ansias el seno que lo alimentaba.
Ella no dudó en atenderlo y cuando Calder cerró la puerta tras de él, se supo
atrapada.
—¿Qué ha pasado allá en la fiesta?
—Nada.
—¿Nada? Has querido venir volando a casa —elevó una ceja— ¿qué
demonios pasó?
—No tienes derecho a preguntar por mi conducta —lo miró—, eres el
menos indicado.
—Yo estaba ahí, te vi cuando te fuiste de mi lado y estabas bien. De
pronto llegas hecha un mar de nervios, creo que merezco una explicación.
—No me gusta dejar a los niños por demasiado tiempo.
Calder soltó un suspiro cansado y se dejó caer en la cama junto a ella.
Blake tocó la cabecita de su bebé, quién hacía caso omiso a la conversación
de sus padres y proseguía en su necesidad.
—No entiendo tu necesidad de ocultarme las cosas.
—¿Te puedes ir de aquí? —pidió—, me siento extraña contigo en la
habitación.
Calder dejó salir una sonora carcajada.
—Por favor Blake, no es la primera vez que veo a nuestro hijo fundirse
contigo.
—De todas formas, si me incomoda, lo menos que puedes hacer es
retirarte.
Calder asintió y se puso en pie.
—Estoy a dos recámaras si acaso tienes miedo en las noches.
—No lo tengo —mintió.
Calder salió de la habitación, permitiéndole a Blake llorar con su hijo
pegada a ella. Tenía miedo en ese preciso instante, no sería diferente en las
noches. Aún recordaba lo placido que era dormir con su marido, aunque no
la abrazara, incluso cuando no la tocaba, irradiaba una paz que provocaba
en ella la paz necesaria para dormir toda la noche.
Al final de cuentas no importaba más, tomó a los dos pequeños y los
metió en la pequeña cunita donde apenas cabían los dos sin hacerse daño.
Fue a colocarse un pijama y trató con todas sus fuerzas caer dormida,
lastimosamente, no lo lograba, por más que lo intentaba, simplemente los
ojos se le abrían con miedo a que despertara y de pronto sus hijos no
estuvieran ahí. Eran las dos de la mañana cuando se sentó en el borde de la
cama, totalmente enojada consigo misma por no poder controlar sus propios
nervios. Tomó a los dos niños con cuidado inmenso y se los llevó pasando
de largo todo el pasillo hasta abrir la puerta de su marido, lo cual fue más
difícil de lo que pensó al tener a dos bebés en los brazos.
Su esposo estaba dormido, como era de esperarse. Había dejado una
única vela encendida que le facilitó la tarea de caminar hacia la cama, dejar
a los niños en ella y subir después. Un tanto descolocado, el hombre
despertó, intentó moverse, pero el grito de su esposa lo hizo casi caer de la
cama.
—Blake, por todos los demonios, casi aplasto a Kenia.
—Lo sé, por eso grité —dijo como si nada.
—¿Ahora si merezco explicación?
—Ninguna… —rodó los ojos—, los niños te echaban de menos.
—Claro ¿No será que su madre tenía miedo?
—Quizá —se sentó sobre la cama, tomando sus piernas entre sus
brazos—, sólo un poco.
—Vamos a tu habitación para recostarlos en su cuna.
—De acuerdo.
Blake tomó en brazos a Kenia y Calder agarró a Max. Los niños
comenzaron a lloriquear por el movimiento, pero finalmente volvieron a
caer dormidos después de ser mecidos por sus padres. Los dejaron con
cuidado en su cunita y volvieron a la cama de Blake, la cual lastimosamente
era individual.
—Será algo complicado —dijo Blake.
—No si duermes sobre mí.
Calder esperaba que su esposa se quejara, pero ella simplemente
asintió convencida de ello y fue a la cama, él tampoco haría hincapié en
ello, por lo cual no puso queja y se recostó sobre la camita para después
aceptar el cuerpo de su esposa que rápidamente se cómodo sobre él,
satisfecha y tranquila por primera vez desde que había llegado a Lexington.
—No puedo creer que tenga sueño —sonrió Blake—, no puede ser
cierto que vaya a conciliar el sueño tan pronto.
—Eso pasa cuando estás con la persona adecuada.
—Es porque eres hombre, me haces creer que me protegerás.
—¿De verdad? ¿Crees que cualquier hombre podría proporcionarte
seguridad?
Blake quedó callada y negó con la cabeza.
—Aceptaré por esta ocasión que eres tú. Pero sólo porque eres el padre
de mis hijos y sé que no dejarías que nada les ocurriera.
—Ni a ti tampoco Blake, los amo a los tres.
Blake sonrió y cayó dormida al instante en medio de la oscuridad.
Calder no hizo lo mismo, sabía que su esposa no estaba en realidad enojada,
lo de Simoneta había sido una excusa, una muy buena de la cual pudo
departir para poder escapar. Pero si en verdad estuviera celosa o sentida con
él, ni en sus sueños podría tenerla recostada sobre él como en ese momento.
Lo decidió en ese momento. En la mañana, hablaría con su esposa, le
revelaría todo lo que sabía y propondría la forma de ayudarla.
CAPÍTULO 38
Cuando Blake despertó esa mañana, se dio cuenta que Calder ya lo
había hecho también, estaba sentado cerca de la cuna de sus hijos,
viéndolos dormir. La ventana estaba abierta, dejando que el frescor de la
mañana se filtrara a la habitación. La calmosa mirada que tenía en su
semblante al momento de levantar la vista del libro que leía le helo la
sangre.
—Buen día —saludó ella, saliendo de la cama para tomar en brazos a
Max, quién había comenzado a llorar.
Calder no contestó, simplemente la vio caminar hacia la cuna y
regresar a la cama.
—¿Por qué no hablas? ¿Es acaso que no te he dejado dormir? ¿Estás
de mal humor?
—Sé que es lo que te acosa.
Blake negó con la cabeza, era imposible que lo supiera.
—No sé de qué hablas.
—Por favor Blake, no pensaste en serio que podrías ocultármelo.
—Yo…
—Dame al niño, parece que lo vas a tirar.
Blake se aferró al pequeño con fuerza y lo arrulló un poco a pesar de
que Max estaba concentrado en lo que hacía. Caminó por la habitación,
quizá su esposo estuviera mintiendo, queriendo sacarle de esa forma la
información, tenía que mostrarse más relajada, pero la verdad era que no lo
lograba.
—Puedo con mi propio hijo.
—Me informaron que ayer te amenazaron con él —dijo—, esa fue la
razón por la que quisiste regresar tan rápido.
—No es verdad —dijo nerviosa.
—¿Qué más te ha pedido de ese hombre? —se acercó a ella— ¿Es la
razón por la que te has ido de casa?
—No —se exaltó.
—¿Qué quiere de ti? Sé que ha sucedido allá en Londres, pero dime,
¿Cómo se quiere vengar?
—Tú no sabes nada —negó—, nada, sólo me quieres confundir.
Quieres que yo tenga la culpa para zafarte de lo de Simoneta.
—¡Al diablo, Simoneta! Sabes que no tiene relevancia.
—¡No! ¡Te odio por engañarme con ella!
—¿En serio crees que te podría engañar con ella? —la tomó de los
hombros con cuidado— ¿Cómo si quera puedes decirlo?
—No lo sé, es tu necesidad de tener a todas las mujeres, siempre me
dijiste que Simoneta era la mujer más hermosa de esas tierras…
—Hasta que llegaste tú. Ella “era” la más hermosa.
—No juegues con las palabras —se apartó de él.
—Y tú no cambies el tema.
Blake se estaba mostrando acorralada, ese maldito esposo suyo la
hacía trastabillar, no podía ser cierto que le ganara en un debate, jamás lo
permitiría, pero estaba alterada, llevaba días sin dormir bien y tenía un
miedo irracional.
—Saldré —dijo ella de pronto—, tomaré tu auto.
La mujer despegó al bebé de ella lo entregó a su marido y le dio un
beso antes de bajar corriendo las escaleras.
—¿Qué? ¡Blake! ¡BLAKE!
Calder fue tras ella, pero para entonces, la chica había conseguido salir
de la casa y encender el carro. Sabía que había estado aprendiendo a
manejar allá en Nueva York y Giorgiana tenía un carro parecido, pero de
eso a ir sola, había distancia.
—¿Qué sucede? —salió la señora Hillenburg quién rápidamente
recibió a un pequeño bebé entregado por su padre y lo vio desaparecer por
el umbral de la puerta.
No sabía lo que hacía, Blake simplemente salió corriendo de él, no
quería enfrentarlo, no quería ver la desaprobación en su mirada o palabras
duras que la rebajaran hasta lo más horrible de la humanidad, porque nada
quitaría que ella había asesinado y ahora, el amante, la perseguía para
cobrarse su muerte.
Marco la había engañado de la forma más horrible, haciéndola creer en
un amor que no existía, llevándola a ese lugar donde por un momento pensó
que no saldría ilesa y buscando ayuda en el único hombre al que jamás
pensó pedírsela.
Calder había resultado ser la única decisión de la cual no se arrepentía.
A pesar de los motivos principales que la impulsaron a ir tras él, junto en
ese momento huía de su presencia sólo por la vergüenza de enfrentar su
mirada decepcionara, que la mirada diferente, que deseara separarla de sus
hijos por ser una asesina, por protegerlos de aquél hombre que tanto daño le
había hecho, la razón por la que no permitía que Calder se acercara a ella y
por la cual rechazó su declaración pasada.
Lo estaba protegiendo, era la forma en la que aseguraba que no le
tocarán, ahora él se quedaría junto a los niños, como pensó desde un
principio y ese hombre vendría por ella, como había pensado el águila
americana. No lo había visto desde aquella vez, pero de vez en cuando, de
la garra de un águila, le llegaban notas indicando el progreso que se hacía.
Sintió pánico al darse cuenta que no sabía hacia donde se dirigía, pero
entonces, al volver la mirada, se dio cuenta que estaba siendo perseguida. El
corazón se le precipitó al reconocer a Guillermo Marfet a caballo. Sus
manos comenzaron a temblar y el volante ya no era tan controlable como en
un inicio. Intentó hacer los cambios pertinentes, pero para ese momento,
Marfet ya le había dado alcance y la apuntaba con un arma, haciéndola
gritar y moverse en dirección al caballo para destantearlo. Funcionó. Pero
no por mucho.
—Maldita zorra, eres más lista de lo que jamás pensé.
—¡Aléjese de mí!
—Así que has encontrado la forma de proteger a tu familia —el
hombre levantó el arma—, bien, pero ahora ¿Quién te protege a ti?
Blake escuchó un disparo que logró darle en el brazo. Gritó y lloró en
seguida, pero lo más importante fue el hecho de que no pudo mantener el
control sobre el auto y rápidamente se vio fuera del camino, inconsciente y
lastimada. Aquel artefacto que fuera de su marido sería categorizado como
pérdida total, los fierros sacaban humo, se chorreaban líquidos por todas
partes, olía mal y la mujer atrapada entre ellos seguía corriendo peligro.
—Maldita zorra, hasta para huir eres estúpida —dijo bajándose de su
caballo, hablando consigo mismo—, ¿te dio tanto miedo que tu maridito lo
supiera que saliste corriendo?
Marfet sacó a Blake sin ningún cuidado, lastimándola aún más de lo
que ya estaba.
» Pero eres tonta, tonta como tu solita. Tanto querías cuidar de todo
mundo que parecía que te cegabas a momentos. Ah, ¿que se le va a hacer?,
no te podré hacer sufrir con la muerte de uno de tus seres queridos, pero
haré que te sientas tan asqueada contigo misma que no regresarás nunca a tu
casa. Es un buen plan, no tanto como el primero, pero al final serías tú
misma la que causes tu propio fin.
El hombre jaló a Blake hasta un lugar desolado donde nadie los viera
si acaso alguien pasaba. Bajó su cremallera y levantó el vestido de la joven
quién seguía inconsciente.
» Me gustaría que estuvieras despierta, pero no hay tanto tiempo
¿Sabes? Estoy seguro que tu marido viene en camino justo detrás de ti, pero
no llegará a tiempo, para ese momento, tu lindo cuerpecito habrá pasado a
ser mío también —se acercó a su oído—, ¿Sabes que es lo peor? Que ni
siquiera lo voy a disfrutar.
En el momento en el que hombre hizo intromisión en ella, Blake gritó,
despertó por el dolor y por el asco y la agonía de ser ultrajada. La cara de
ese hombre a sólo un paso de la suya, viéndola con odio y disfrutando de
sus lágrimas y sus intentos por apartarle.
—Te sugiero que te separes de ella justo ahora si no quieres tener
verdaderos problemas —una bala resonó en el aire— ¡Qué te alejes!
—Ni siquiera has dejado que me corra, si apenas le penetré.
Fred Johnson disparó al pie del hombre sin ningún predicamento y lo
miró aburrido.
—Viene en camino tu diversión.
—¿Te refieres a su marido? —sonrió el hombre sudando de dolor por
la herida en el pie— Moriré de risa tan sólo verle ¡porque la he tomado! Mi
maldita verga ha estado en ella.
Fred volvió a dispararle, en esa ocasión, en el hombro. El hombre aulló
de dolor y se retorció en el suelo, mientras Blake lloraba sin poder hacer
nada por ella misma, intentando bajar sus faldas a pesar de lo dificultoso y
doloroso que era para ella.
—Es la sobrina del hombre más importante en la organización, si tan
sólo supiera… bueno, con Calder bastará.
—No me importa morir, nunca me importó. No desde que esa puta
mató a Marco.
—Basta, por Dios, basta —lloriqueaba la joven.
Fred Johnson apartó al hombre herido de Blake, quién no paraba de
llorar y la revisó sin moverla.
—Lo siento, te perdí la pista por dos segundos, pero te dije que no
salieras —Fred se veía complicado consigo mismo—, lo siento tanto. En
serio lo lamento.
Se veía terriblemente mal, además de raspada, se notaba que tenía
daños internos y quién sabe, alguna quebradura no podía faltar ante un
accidente como el que tuvo, además del daño que había ocasionado ese
desgraciado, había llegado a tiempo para que no la hiciera sufrir una agonía,
pero seguro aquella pobre mujer lo sentía así en ese momento.
—¡Maldición! —escupió el águila y miró hacia todas partes.
—¡Fred! —gritó de pronto una voz conocida montado a caballo—
¡Maldición! ¿qué demonios?
—¡Eh! —gritó el rubio, aliviado de tener ayuda—, que bueno que
llegas, venga necesito ayuda. Estoy dividido en mi hacer.
Calder analizó rápidamente la situación, no le gustaba la forma en la
que Blake miraba al hombre, no le gustaban los daños que ella tenía y no le
gustaba que el vestido de ella estuviera levantado de esa forma
premeditada. No quería pensarlo, pero en el rápido análisis que había
hecho, las conclusiones eran más que sencillas de obtener.
—Llévala a un hospital —dijo Calder con un tono duro, controlado,
pero al mismo tiempo, fuera de sí.
—No… Calder.
—Llévatela Fred, por favor.
—Bien, te lo dejo a ti —aceptó el hombre, quién conocía bien a Calder
y sabía lo que era capaz de hacer, era mejor que nadie estuviera presente—,
vendrá ayuda para… cuando acabes.
Su marido no regresó la vista hacia ella. Escuchó como se quejaba
mientras Fred Johnson se la llevaba, tomando la carroza medica que
anteriormente había mandado llamar a sabiendas de que algo así sucedería
al verla salir de esa forma de la casa donde se quedaba. Habían sido los
segundos que perdió el águila americana para impedir el abuso hacía
Blake.
Una vez la mujer a salvo con los paramédicos que sólo pensaban que
había sufrido un choque en la carretera. El águila américa regresó a la
escena donde la mujer de aquel despiadado hombre había sido abusada y
ahora torturaba al desgraciado.
—No lo metes —dijo Fred tranquilamente—, tengo que llevarlo a
Londres, Thomas lo necesita para arreglar todo lo del padre.
—Sí, lo imaginé.
—¿Cuándo te enteraste?
—Me parece que demasiado tarde—Calder pateó el rostro del hombre
una vez más y regresó la mirada a Fred— ¿Cuándo te pidió ayuda mi
esposa?
—En mi opinión, se esperó demasiado.
—¿Sufrió?
—Sí, un poco —aceptó el hombre—, le hizo vender muchas de sus
joyas predilectas, amenazó con sus hijos, contigo y con su familia allá en
Londres. Bueno digamos que de alguna forma hizo que muriera aquella
empleada tuya, la madre de la niña que ahora tienen.
—¿Helen?
—Sí —tronó los dedos—, sí, ella. Y bueno, digamos que no hubiera
logrado nada si esa chica de tu casa no estuviera soltando información a
diario, incluso lo dejaba entrar a la habitación de tu esposa todo el tiempo.
—¿Cómo dices?
—Sí, mientras se cambiaba, mientras se bañaba, mientras alimentaba a
alguno de los niños, ya sabes, la acosaba constantemente, le decía cosas
terribles. Yo estaba cerca, pero sabes que cuando estamos investigando lo
mejor es que no nos descubran, ni siquiera pude decirte que también fue el
culpable del aborto que tuvo ella con su primer hijo.
—Maldito Fred ¿Por qué callaste? —dijo furioso el hombre.
—El código —se inclinó de hombros—, lo conoces bien.
—Nunca decepcionan.
—No, estamos bien instruidos Calder, aunque me sorprende que nos
abandonaras.
—Fue lo mejor —suspiró—, no servía para esa vida.
—Siempre fuiste más un hombre de negocios —lo empujó un poco—,
sé que ahora eres muy rico.
Calder y Fred volvieron la cabeza hacia el moribundo hombre que
tosía sangre y se retorcía con dolor, alejándose de los puños del capitán
Satán, quién no parecía tener limite a la hora de tortúralo.
—Te repito que lo necesito con vida —le recordó Fred al ver que
Calder volvía a acercarse al hombre.
—¿Es sumamente necesario? —Calder apretó la quijada—, no creo
que nadie podría notar su ausencia.
—Thomas lo pidió así —aseguró Fred—, sé que estás furioso, pero no
tengo tiempo para dejarte que le quites uña por uña.
—¡Se lo merecía! ¡Mató a Marco! ¡Lo mató! —gritó Marfet.
Calder dio un paso hacia él, pero Fred lo contuvo.
—No deseo pelear contigo por esto —le dijo—, creo que tu esposa te
necesita más que este bastardo, ya son dos ocasiones en las que este imbécil
trata de violar a tu esposa, en esta ocasión, lo logró, en una corta medida,
pero lo hizo.
Calder entrecerró los ojos y apretó los puños.
—Creo que te hace falta que te cuenta la historia completa —asintió
Fred y se puso en pie al ver algunos caballos y carrozas venir—, ha llegado
la ayuda.
CAPÍTULO 39
Blake abrió los ojos con pesadez, le dolía todo el cuerpo, sentía ganas
de vomitar y al mismo tiempo mucha sed. No podía mover su cabeza, le
dolía demasiado por lo que se tuvo que basar en mover los ojos para
analizar la habitación en donde estaba. A unos pasos de ella, se encontraba
sentado su marido, concentrado en un libro, parecía tan apacible que casi no
podía creer que lo había visto furioso cuando se encontró de cara con
Guillermo Marfet.
—Calder…
El hombre elevó la vista y sonrió hacia ella.
—Ey —sonrió—, ¿cómo te sientes?
—Como debería después de un accidente de carro —miró a su
alrededor—, ¿Los niños?
—Giorgiana se los ha llevado.
—¿Ha venido?
—Creo que voló en cuando le llegó el telegrama.
Blake bajó la cabeza, recordando algo penoso que había ocurrido
además del accidente. La cara de ese hombre la acosó, sentirlo cerca,
rememorando la repulsión que sintió cuando… cerró los ojos con fuerza,
reprimiendo lo más que pudo el sentimiento.
—¿Qué pasa? —le tocó la cabeza— ¿Algo duele?
—No, estoy bien —mintió. Parecía que se le había hecho una
costumbre mentir—. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Dos semanas.
—¿Qué dices? —negó—, no puede ser posible.
—Tranquila —le tocó la cabeza con cariño—, no pasa nada.
—Tú… ¿Lo sabes todo verdad?
—Sí —Calder acercó la silla—, quisiera que me lo contarás tú.
Blake asintió.
—Imaginé que dirías eso.
—Pero antes —arqueó una ceja—, me dirás ¿Qué diablos con lo de
Simoneta?
—Sé que no la amas —bajó la mirada, un tanto avergonzada—, era la
forma en la que logré escapar de ti. Pensé… que no me seguirías, al menos
no por mí.
—En serio que no piensas mucho las cosas —sonrió— ¿Por qué no
habría de seguirte?
—Sé que intentarías quitarme a los niños, pero cuando dijiste que me
amabas —elevó una ceja sarcástica—, me descolocaste.
—O te quieres muy poco para pensar que no me iba a enamorar de ti, o
definitivamente eres muy distraída.
—Soy muy distraída, tenía muchas cosas que pensar y tú no dejas las
cosas fáciles, no es como si pudiera descifrarte, así como si nada —lo miró
—, pero la amaste ¿cierto?
—Sí.
—¿Mucho?
—Demasiado.
—¿Te lastimó?
—Pensé que no volvería a amar a una mujer después de ella.
—¿La recámara era para ella?
—Sí, nos íbamos a casar —Calder rio un poco—, digo, se lo había
dicho, pero ella decidió diferente al final.
—El señor Davids era más rico que tú en ese entonces.
—Mucho más rico.
—Supongo que por eso te esforzaste tanto en hacerte más rico.
—En parte sí y desarrollé ese odio terrible para con su clase, desde
antes, creo yo.
—¿Antes? Sí, ¿por qué contra nuestra familia?
—Bueno, te habrás dado cuenta que no tengo un bonito recuerdo de mi
padre el violador o de su esposa la desalmada que nos dejó en la calle y nos
mandó a morir a Estados Unidos. Pero cuando llegué aquí, después de que
mi madre muriera, comencé a tomarle cariño a las tierras, me junté con la
gente que sigue estando a mi lado.
—¿Loren, Víctor, Romelia, Luisa y Megan?
—Sí, todos ellos. Juntos éramos como una familia rara y estúpida que
sobrevivía como podía. Hasta que un día conocí a Thomas, me sacó de las
calles al igual que a los demás, no enseñó a contar, a leer y escribir. Pagaba
a Romelia para cuidarnos cuando él estaba lejos o haciendo uno de sus
“trabajos”, era sólo un muchacho, pero aún en ese entonces era el tío más
inteligente que hubiese conocido en mi vida. Lo admiraba más que nada y
lo seguía para todas partes —Calder miró a su esposa—, él odiaba a los
Bermont y por consecuente, yo los odiaba también, mucho antes de razonar
que mi padre era familiar de ellos y por consecuente, yo igual. Como todo,
las cosas cambiaron, yo había practicado y aprendido mucho de Thomas y
él me veía como un discípulo extraordinario. Él se fue y yo me quedé
cuidado de Estados Unidos junto con otro hombre de Thomas, yo era un
chamaco. Después me encontró tu bisabuelo, quién de alguna forma de
identificó gracias a la esposa de mi padre y claro, que yo era igualito a mi
difunto progenitor. Me hizo algunas preguntas de infancia y como mocoso
que era, contesté.
—Te hizo su heredero.
—Lo supe mucho después. Mientras tanto, de la nada, me había
convertido en un niño rico, que vivía en una bonita casa y que era cuidado
por una mujer de modales impecables y que haría como tutora y ella se
adueñaría del título de madre.
—¿Minerva?
—Sí, maldita vieja como la odie, pero era buena y un consuelo, era
extraño sentir que alguien me cuidaba, pero al tiempo agradable, hacía
travesuras todo el tiempo y me fascinaba tener a alguien que me riñera por
ello. Cuando Thomas se casó con tú tía, yo corté todo lazo con su cofradía.
Me sentía traicionado y lo odié, bueno hasta que me di cuenta que yo
mismo estaba siendo un hipócrita cuando de pronto fui nombrado el duque
de Bermont.
—Y entonces volviste para hacer la vida miserable a todos y me
conociste —sonrió ella.
—Mi mejor decisión, creo yo.
Blake asintió y le apretó la mano. Le hubiera gustado abrazarlo, pero
estaba dolorida y apenas había logrado medio sentarse.
—Bien, con eso en claro —Calder inclinó la cabeza—, comienza
desde el principio.
Blake asintió y suspiró con fuerza, levantó la mirada con vergüenza y
le tomó la mano para acercarlo más a sí, Calder dio un pequeño salto en la
cama y quedó cerca de ella, pero no lo suficiente como para intimidarla.
Blake comenzó a hablar sin mirarlo a los ojos.
—Desde hacía mucho que me veía con Marco, debo admitir que, en un
inicio, cuando iba a la universidad, lo hacía para verte a ti.
—¿A mí?
—Sí —levantó la mirada un momento—, eres muy apuesto si no te has
dado cuenta. Yo te había visto junto con mis primos en una fiesta, después
de todo lo ocurrido con tía Clare, cuando dejó a mi tío. Nuestros padres
estaban furiosos contigo, aunque nosotros nunca supimos la razón hasta
mucho después.
—Clare me pidió ayuda para escapar —esclareció el hombre en
seguida—, sé que puede que no me creas, pero en el momento en el que
acepté, yo no tenía idea de quién era ella. Nunca imaginé que alguien de su
categoría se acercaría a un sucio y peligroso marinero con el apodo de
Satán.
—No creo te enojaras al descubrir de quién era esposa.
—Debo aceptar que pensé que era algo divino que me hubiese tocado
hacer eso, mucho más cuando todos tus atolondrados tíos llegaron a la
cantina para saber de ella. Era tarde, se había marchado hacía unas horas, en
una de mis embarcaciones.
—¿Quién era con el que se fue?
Calder se inclinó de hombros.
—No creo que tuviera relevancia, fue a alguien que se encontró por las
calles, tan deprimido como ella, se cayeron bien, se acostaron y pensaron
que se enamoraron.
—¡Podrías no hablar tan despreocupadamente! —pidió con reproche
—, recuerda que en ese tiempo estaba casada con mi tío.
—Lo sé, pero digo lo que vi. El chico había trabajado un tiempo
conmigo como cargador y Clare estaba por ahí, vagando.
Blake cerró los ojos y asintió.
—¿Tú le mandaste la carta a ella para que volviera?
Calder apretó los labios y asintió.
—No me malentiendas, Gregory me cae mejor de lo que piensas, se
casó con la única persona que considero como de mi familia, adoro a
Amber, no quería verla sufrir y yo sabía la situación de tu tío ¿Qué hubieras
hecho en mi lugar? ¿Qué hubieran hecho tus primos o hermano? ¿Tus tíos?
—Todo lo posible para evitarlo —asintió.
—Intenté protegerla, quería que se diera cuenta que no tenía lugar en
su vida, que la heriría.
—Pero tía Clare no hizo nada durante la boda, no la impidió.
—No tomó el valor, cuando supe que sólo la atosigaría, me arrepentí
de lo que hice, pero las cosas estaban hechas y creo que Amber lo manejó
muy bien.
—Sí, bueno ahí te conocí más, pero la verdad era que yo ya estaba
enamorada de Marco y recuerdo bien cuando me molestabas diciéndome
que era tonta porque Marco estaba en contra del nobiliario.
—Era yo quién lo escuchaba por horas en clase —se quejó.
—Ojalá te hubiera hecho más caso —Blake elevó una ceja cuando él
hizo una cara de suficiencia—, no me dabas material para creerte, la última
vez que nos vimos me dijiste que rogaría porque te casaras conmigo.
—Y lo hiciste.
—¿A caso lo planeaste? —entrecerró los ojos.
—No hizo falta. Lo veía venir, aunque no como sucedieron las cosas.
Más bien lo hice por confiado.
—Eres un narcisista.
—Sólo un poquito.
—Como sea, Marco hizo bien su papel, enamorar a una noble muy
tonta e ingenua para de esa forma sacar algo de dinero y dejar manchada a
toda una familia aristócrata —suspiró—. Nada menos que a un duque, por
Dios, nada menos que a mi padre.
—No eres tonta, ingenua tal vez.
—Gracias querido no sabes cuándo te agradezco tu amabilidad.
—De nada.
Blake entrecerró los ojos y prosiguió.
—Me enamoró, me conocía muy bien, sabía todo lo que me gustaba, a
donde llevarme, era como si hubiese tenido una materia donde sólo
hablaran de mí.
—Como te gustaría que eso fuera verdad.
—Llegamos al punto en el que deseábamos… avanzar.
—¿Avanzar? ¿En qué sentido?
—Pues, como pareja, más que los besos y abrazos… más.
—¿Se querían acostar?
—¡Calder, por el amor de Dios!
—¡Se clara, mujer, si no yo no entiendo!
—Sí —le dijo enojada—, queríamos hacer el amor.
Calder apretó la mandíbula.
—Ese jamás te hubiera hecho el amor.
Blake sonrió enternecida e intentó acariciar la mejilla de su esposo,
cosa que no logró hasta que él se acercó.
—No como tú al menos.
—Cariño, nadie es como yo —levantó una ceja vanidosa—, mucho
menos en la cama.
—¡Uno no puede portarse bien contigo! ¡Maldito engreído!
—¿Lo vas a negar?
—No te contaré nada más —se puso roja—, eres insoportable.
Calder bajó la cabeza con una sonrisa lastimera y suspiró.
—¿Qué esperabas que hiciera, cuando me estás contando de hacer el
amor con otro y de amar a otro?
Blake volvió los ojos hacia él.
—Era una niña tonta —le dijo—, yo… a mí me gustó aprender todo
eso contigo.
—Continua.
—En muchas ocasiones intentó… bueno, que pasara. Pero yo nunca lo
permitía, me daba miedo y menos sin estar cansados, lo convencí.
—¿De casarse?
—Sí. Pero como es obvio él argumentó que mis padres jamás lo
permitirían, así que planeamos un escape. Yo llevaría todas mis joyas y
dinero para poder mantenernos en lo que él encontraba trabajo, todo parecía
perfecto. Hasta esa noche. Esperé a que todos estuvieran dormidos, él me
mandó una carroza, para no tener que usar una con el escudo de armas de
mi familia. Sabía que estaba cometiendo una estupidez, pero de alguna
forma me hacía a la idea de que todo era por amor, así que valía la pena.
Subí a esa carroza sin saber a dónde me llevaría, permití que me llevaran a
donde fuera que él estuviera. Era una tontería ¿cierto? ¿Cómo un hombre
enamorado me dejaría sola en la noche? —se rio de sí misma—, de todas
formas, lo hice.
» Me llevaron por un rato, quizá hasta dieron más vueltas para
confundirme. Llegamos a un espantoso lugar lleno de hombres bebidos, mal
olor e incluso había animales muertos por ahí. Me tragué el asco y proseguí,
siendo guiada por el gran hombre que había conducido la carroza hasta ahí.
Tenía miedo, pensé por un momento que no era un conocido de Marco y
estaba perdida. Pero entonces el hombre abrió una puerta y me encontré de
cara con Guillermo Marfet, como comprenderás, él no parece un maleante y
nunca está sucio, me dio confianza, sobre todo cuando me llamó por mi
nombre y me dijo que Marco me esperaba en la habitación continua, claro
que noté que me miraba de arriba abajo, pero no presentaba mayor
problema para mí…
—Estabas acostumbrada a llamar la atención —dijo Calder.
—Sí —se avergonzó—, Guillermo me llevó hasta la otra habitación y
me hizo entrar a la fuerza. Fue cuando todo mi mundo se vino abajo, vi a
Marco teniendo relaciones con otra mujer. No lo entendía. Se suponía que
aquel hombre me amaba, pero parecía ser que no era así, al menos no
cuando intimaba con esa mujer. Marfet me mantuvo viendo hasta que
terminó todo y Marco al fin me vio. ¿Sabes? No sintió ni un poco de
remordimiento, en lugar de eso, sonrió. Sí, lo hizo, había capturado a la hija
de un rico duque que les daría todo lo que querían con tal de recuperarla.
Una estúpida niña que creyó por un momento en el amor y este la abofeteó.
Me habían quitado mis cosas, mis joyas y mi dinero, estaba en sus manos,
pero eso no era suficiente.
—¿Intentaron…?
Blake lloró.
—Claro que lo hicieron. Sería muy poco hombre si no intentaban
abusar de mí ¿no lo crees? Pero lo más gracioso es que ellos eran pareja,
Marco y Guillermo. Era extraño, pero parecía funcionar, se metían con
mujeres, pero tenían una relación. No lo entendí y no me importó, estaba un
poco más preocupada por mi seguridad. No era suficiente que me hubiese
escapado, sino que deseaban que no pudiera casarme ni siquiera de la forma
más remota, tenían que quitarme la virtud.
» Se turnaron para tocarme, pero en vez de sentir miedo, una ira
incontrolable se centró en mi vientre y cuando menos pensé, había sacado
mi arma del escondite que mi madre me había enseñado, colgada de mi
cintura. La saqué cuando mi cerebro comprendió y a segundos de no
recuperar mi virtud jamás. Los apunté, pero parecieron creer que no era más
que una broma, al menos Guillermo, quién fue quién se adelantó para
volverme a atacar y yo disparé, jamás pensé que Marco se metería en su
lugar. Lo maté, pero no me importó en lo más mínimo y salí corriendo, no
tenía nada para cubrirme y no era la persona con más ropas en el lugar.
—¿Qué pasó con Guillermo Marfet?
—Me siguió y la cantina entera parecía estar enterada de lo que
sucedería, pues al verme bajar muchas bocas se cerraron y me miraron
amenazantes. Entonces dije una tontería que pareció funcionar.
—Estoy casada con Calder Hillenburg, “El capitán Satán”.
Blake asintió con una sonrisa y miró a su impresionado esposo.
—Sí, eras es más influyente de lo que pensé. Tú nombre vino a mi
cabeza por el lugar en el que me encontraba, me acordé de tantas historias
que mis sirvientes contaban de ti, el que todos te miraran con temor y te
respetaran en todas las cantinas conocidas. Eras como un dios en esos
lugares y lo usé a mi favor.
» Dije que me estarías buscando, que yo había dejado una nota de
donde estaría y que no quedaría tranquilo hasta asesinar a todo cuanto no
supiera dar indicios de mi vida. No me creyeron, obviamente, pero
entonces, alguien me ayudó, un hombre se apiadó de mí, seguro algún
conocido tuyo porque su palabra fue suficiente para que nadie me
cuestionara. Fue él quien me llevó a tu casa y desde ahí, jamás lo volví a
ver.
—¿Un hombre que desapareció de mi vida después?
—Sí, no lo he vuelto a ver jamás.
—¿Te dijo su nombre?
—Adler, le decían Adler Scheck.
—¡Adler! ¿Lo dices en serio?
—¿Qué tiene?
—¿Era acaso rubio, ojos azules y alto?
—Sí, parecía alemán o ruso.
—Te salvó un águila. Debí saberlo.
—¿Cuántos de ellos hay?
—Demasiados.
—Debo agradecer a tío Thomas más de lo que pensaba.
—¿Cómo es que te tienen amenazada allá? ¿Qué te decía Marfet?
—Yo… soy una estúpida. Llevé muchas cosas a esa sucia cantina mal
oliente, pero entre mi idiotez, llevé el arma membretada de mi padre. Me la
había regalado en mi cumpleaños y yo la amaba con toda el alma. Tiene su
nombre grabado en el arma y en las balas, es un adorno más que nada
porque si los usas para asesinar serías un estúpido puesto que es fácil
descubrirlo.
—Entonces te tiene amenazada porque olvidaste el arma de tu padre y
reportaron el cuerpo de Marco en las autoridades, les dijeron que tienen
información valiosa que llegaría a su debido tiempo, tienen la bala usada
con el nombre de tu padre, la pistola siamesa y bueno, tu joyería e historial
con el muchacho.
—Sí. Tú me proporcionaste la seguridad que necesitaba ante esos
hombres, nadie se atrevió a hacerme nada debido a eso y al hombre ese
Adler, quién me salvó al decir que era verdad.
—No sólo fue por mi nombre —dijo Calder—, a ese hombre le temen
por ser él.
—¿Adler? Parecía buena gente, me dio una capa y todo, me hizo
muchas preguntas para saber que estaba bien, pero no me preguntó mi
nombre ni nada.
—No lo necesitaba.
—Seguro que no.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—El afectado iba a ser mi padre, Marfet tenía todo previsto por si algo
le pasa, toda la información y evidencia se iba contra mi padre, no podía
hacerle eso. Además, no sabes lo que me decía, no sabía que podía hacerte a
ti o a los niños o a mi familia en Londres. No le importa morir si su muerte
ocasiona sufrimiento a mi familia.
—Y te alejaste de mí.
—Sí, creí que de esa forma él no te haría daño.
—¿Y los niños?
—Mi tía Giorgiana se los llevaría dentro de una semana, desaparecería
con ellos, pero llegaste.
—Y nunca pensaste en ti.
—El problema era mío.
—¡No Blake! ¡Maldita sea, no era tuyo! ¡Era de los dos!
—Hablé con el águila americana, él me ayudó.
—Yo lo pude haber hecho también.
—No, tu eres demasiado explosivo, lo hubieses asesinado.
—¡Quiero asesinarlo ahora!
—¡Ves! —le dijo exasperada, después se calmó y, por último, se aterró
—, por cierto… ¿Dónde está?
—Fred lo lleva de vuelta a Londres, donde le harán un juicio.
—¿Qué?
—Thomas —esa fue toda su explicación—, parece ser que logró
intervenir y ahora lo juzgan a él. Tú padre está fuera de culpas.
—¿Cómo…? —negó—, todo cuadraba con la cuartada de Marfet. “Mi
padre enfurecido porque escapé con Marco lo asesinó”, suena lógico.
—Sí bueno, no cuando la hija está casada con un rico duque que
además vive en Estados Unidos y tienen un hijo en conjunto, además de que
se dijo que nosotros no estábamos en Londres el día que murió, lo cual es
medio cierto porque nos largamos de ahí a mitad de la noche para casarnos.
Blake sonrió y dejó salir una risita.
—Es una locura.
—Sí, al final hiciste tu cuartada muy sólida, más de lo que pensabas —
Calder se aceró y le tocó la mejilla—, sufriste demasiado por nada. Perdiste
al bebé, te alejaste de mí, te extorsionó, te enloqueció por meses y ahora
estás en el hospital por él.
Blake notó que Calder hacía caso omiso de la violación. Quizá no se
hubiese dado cuenta de que eso sucedió, porque cuando él llegó, el águila
americana ya se lo había sacado de encima… tal vez, sólo tal vez, no lo
supiera. Sí él hacía caso omiso, ella lo haría también, al menos, lo intentaría
toda su vida.
CAPÍTULO 40
Pasaron cinco meses completos en los que Blake estuvo en descanso
completo en casa de su marido, en Lexington. Giorgiana había llevado a los
niños tan solo dos días después de que ella fuera dada de alta en el hospital.
Romelia y Minerva se trasladaron a la casa en Lexington el tiempo que fue
necesario hasta ese glorioso día en el que por fin todos podían volver a casa,
en Nueva York. Blake se encontraba bien para ese momento, no le dolía
nada o casi nada. Estaba feliz de regresar a la gran ciudad y, al igual que su
tía Giorgiana, no pensaba regresar a Lexington.
Después de la conversación en el hospital, la pareja parecía estar más
unida que nunca, el haber contado de principio a fin tantas partes
importantes de su vida, había provocado que hablaran de temas íntimos a
cada momento, incluso había ocasiones en las que alguno recordaba algo
que no se habían contado e inmediatamente se lo comunicaban. Era la ley
de cero secretos.
—¿Lista? —preguntó su marido.
Blake asintió. Al mismo tiempo que era feliz de volver, había algo
dentro de ella que también deseaba quedarse. Allá había muchas cosas sin
resolver. El tema de Luisa ayudando a Marfet, la entrañable Megan quién
no hacía más que fastidiarla y Simoneta, de la cual no había tenido ni una
noticia. Ah, y quizá lo más importante, durante esos últimos meses, como
era de esperarse, ella y Calder no habían podido intimar y lo peor era que
Blake lo agradecía. Ambos se habían dicho ya el tema de Marfet abusando
de ella el día que tuvo el accidente, los dos lo conocían, pero desde ahí,
ninguno había vuelto a tocar el tema. Intentó no pensar en ello y se
concentró en la familiaridad de ir en el carruaje recostada en Calder
mientras escuchaba a Minerva y Romelia pelear entre ellas y con sus hijos.
Cuando llegaron a Nueva York y a la conocida casa de su marido,
Blake bajó con recelo y nada de ganas de entrar, cosa que Calder notó en
seguida y se acercó con una sonrisa para susurrar al oído de su esposa.
—Te tengo una sorpresa —le dijo.
—¿Ah sí? ¿Qué es? —le dijo fascinada.
—Bueno, hay que entrar para verlo.
Blake aceptó entonces entrar a la casa, esperando que en cuanto
entrara un gran regalo estuviera ahí, sin embargo, nada. Volvió la cara hacia
Calder y lo miró extrañada, su esposo solo sonrió y se inclinó de hombros,
no la ayudaría ni un poco a descubrir lo que le regalaría. Subió corriendo a
su habitación, quedando anonadada con el cambio, ya no estaban sus cosas
ahí, sino que todo estaba condicionado para los bebés.
—¿Esta era la sorpresa? —lo miró cuando entró— ¿Qué ahora no
tengo habitación?
—No, y si la tienes, dormirás conmigo.
Blake sonrió, era un acto muy dulce de parte de su marido, pero en ese
momento le caía como balde de agua fría.
—¿Entonces qué es la sorpresa?
—Eventualmente dejará de esconderse de ti.
—¿Eh?
—Tiene razón, dejó de divertirme cuando subiste las escaleras.
—¡Sophia! —gritó Blake, corriendo hasta su prima.
—Hola Blake.
—¿Has venido hasta acá tu sola?
—¡Claro que no! Mi padre me mataría en verdad —negó la chica—,
me trajo tu hermano.
—¿Adien? —la joven rebusco en la habitación.
—No está aquí —sonrió Sophi—, ha salido con Ashlyn y Archie,
dijeron que querían medir cuanto podían sacarte de dinero.
—¿Todos están aquí? —sonrió aún más.
—Sí, tus padres vendrán después, pero debes agradecer a tu esposito,
quién nos invitó.
Blake se volvió hacia Calder y negó sorprendida, caminó lentamente
hasta él y lo abrazó con fuerza.
—Te amo —susurró en el oído de su esposo para segundos después,
separarse de él.
Calder la miró sorprendido, era la primera vez que ella se lo decía, a
pesar de que él se lo hubiese dicho hacía mucho, Blake jamás había dicho
que ella sintiese lo mismo y Calder lo había aceptado, pero ahora que al fin
parecía haber cedido ante ello, el corazón del hombre había brincado
traicionero y lo único que deseaba en ese momento era besarla y hacerle el
amor hasta el amanecer.
Blake pasó el día junto a su familia, riendo, jugando y platicando todo
lo ocurrido en Londres con Marfet.
—Parece ser que será ejecutado.
—¿Tanto así?
—Confesó —Sophia se inclinó de hombros.
—Creo que al ver que no cumpliría ninguna venganza, no le dio más
importancia a su vida —dijo Archie.
Blake asintió y sentó correctamente a Kenia en su regazo.
—No puedo creer que tenga sobrinos —dijo Adrien.
—Sería tiempo de que nos dieras tú un sobrino —se quejó Ashlyn.
—Ni loco niñata, ni loco.
—Tu esposo parece un buen hombre —dijo Sophi, tentando el camino
—, parece que te quiere.
Blake asintió y miró hacia el despacho, donde lograba verlo parado
junto a la ventana, hablando con Víctor quién seguro le estaría
comunicando lo mismo que sus primos a ella.
—Sí, lo es. Y yo también lo quiero.
Sophia sonrió.
—Es bonito… digo, para ti que siempre quisiste algo así.
Blake miró a su prima.
—¿Eso quiere decir que tu no?
—Tengo otros ideales ahora —se inclinó de hombros—, mucho más
importantes que casarse y tener una familia.
—Sí, sacarle canas verdes a papá —sonrió Archie.
—No lo hago con esa intensión, además de que se altera de todo.
—Si no quieres casarte ¿Qué quieres hacer? —preguntó Ashlyn.
La joven de cabellos cafés sonrió y miró hacia otro lado.
—A su tiempo.
Blake fue al despacho de su marido después de indicar a su familia por
donde ir a montar y ver una vista esplendida. Ella aún no podía arriesgarse a
acompañarlos por las lesiones anteriores, así que los vio marcharse y en ese
momento de soledad, su esposo resultaba ser un imán para su cuerpo.
Tocó la puerta un par de veces y entró sin esperar a que le indicaran
que pasara. La joven madre abrió los ojos al notar que Calder estaba
haciendo llorar a Luisa y Megan. Blake miró hacia su esposo y elevó una
ceja en son de pregunta.
—Las chicas irán a casa de Simoneta —dijo Calder con seriedad—,
han aceptado a ayudarle ahora que su esposo está en juicio por sospecha del
asesinato de una muchacha.
—¿Una muchacha? ¿Qué quiere decir eso?
—Creo que se trata de una amante que trajo del último viaje a donde lo
mandé —suspiró—, espero que no sea así.
—Simoneta está bien.
—Más que bien —se quejó Megan—, sólo que no sabe administrar
nada. Calder quiere que la ayudemos.
—Loren irá regularmente para cerciorarse.
Las dos jóvenes asintieron y se levantaron, pero Calder retuvo con un
llamado a Luisa. Megan miró extrañada hacia su hermana, pero salió del
lugar como se lo habían indicado. Al final, sonrió, Loren iría seguido a casa
de Simoneta Davids, lo cual le daba la oportunidad de verlo. A pesar de que
ahora él no se mostraba tan entusiasmado con ella, Megan hacía sus
intentos por llamar su atención, sabía que Calder la estaba ayudando y no
creía que Loren la hubiese olvidado del todo. Había sido una tonta por
despreciarlo durante tanto tiempo, ahora que ella lo quería, él no. Sí que era
complicada la vida y mucho más el amor.
—Luisa, no sé qué hacer contigo —negó Calder llamando a su esposa
para que estuviera junto a él.
—Capitán —se le llenaron los ojos de lágrimas—, le juro que… yo…
no sé qué decir.
—¿Por qué traicionar a todos tus amigos?
—No quería traicionarte —dijo—, quería deshacerme de ella.
Blake tomó aire con lentitud y lo dejó salir.
—Marfet te dijo que me alejaría de Calder, lo cual te daba una
oportunidad a ti de entrar —dijo la esposa—, pero, aun así, ahí estaba
Megan, quién también lo deseaba ¿Pensabas deshacerte de ella?
—¡No! —bajó la mirada—, a ella le ha comenzado a gustar Loren.
—Ya veo, tendrías el camino libre —Blake sonrió—, pero eres muy
chica para él, eres como su hermanita.
—¡Usted tampoco es tan grande!
—Eso no importa —irrumpió el hombre—, lo importante aquí es la
traición, Luisa, lo sabes.
La muchacha asintió.
—¿Qué sabe? —preguntó Blake.
—El castigo.
—¿Castigo?
—Tengo que irme —dijo Luisa con tristeza—, regresaré a Londres con
mi tía a cuidar del hostal hasta que el capitán lo decida.
Blake regresó la mirada a su marido, pero no dijo nada. Dejó que la
chica se marchara y hasta entonces preguntó a su esposo.
—¿No le dirás a Megan?
—Seguramente ya se lo imagina —suspiró el hombre—, me pesa
mandarla tan lejos, me aterra que pierda el camino.
—¿Por qué no la pones en un colegio? —Calder frunció el ceño—, así
estaría educándose, mientras vive aquí y está cuidada.
—¿Un colegio?
—Sí, hay instituciones para chicas, ahí aprenderá y estará el tiempo
que necesite estar castigada.
—No parece mala idea —asintió el hombre— ¿Investigarías?
—Sí —sonrió la mujer.
Calder entonces la tomó de la cintura y la sentó sobre él, besando
lentamente sus labios, su quijada y su cuello.
—Hace mucho que no estamos juntos.
—E-Es verdad.
—¿A qué se debe el tartamudeo?
—A-A nada —ella negó con la cabeza—, será mejor que vaya a ver
qué ocurre con mis primos y hermanos, no quiero que empiecen a arruinar
tu propiedad.
Calder asintió y volvió a sus libros. Blake sabía que luego la
cuestionaría largo y tendido por ese comportamiento, pero por el momento,
se había librado de ello.
Pasaron una agradable cena junto a la familia de Blake y los amigos
íntimos de Calder. No había resultado extraño que Sophia y Romelia se
llevaran de maravilla, mientras que Ashlyn lo hizo con Minerva. Adrien y
Archie parecían encantados de la vida preguntando miles de cosas a Calder
sobre cómo hacer una fortuna y Blake estaba más que contenta de atender a
los niños mientras hablaba con Víctor y Loren.
Pasadas las once de la noche, todos fueron a sus habitaciones, costó
mucho trabajo meter a Sophia a la cama, pero al final Romelia lo logró con
un té de pasiflora que la dejó muerta. Los niños estaban dormidos en sus
cunas y Blake no sabía qué hacer cuando no había otra salida más que
volver a la habitación de Calder.
Movió sus pies lentamente hacia la puerta que conectaba las
habitaciones y se entretuvo más de lo pensado en cerrar la puerta con
cuidado. Calder siquiera le ponía atención, estaba enfrascado en un libro y
no parecía interesado en nada más. Blake agradeció eso y comenzó a
colocar su camisón y arregló su peinado para dormir. Nuevamente miró
hacia la cama, Calder seguía en lo mismo, pero ella se obstinaba en no ir a
su lado.
—¿Pasa algo?
—¿Qué? No, ¿Por qué?
—Porque ya me harté de que me voltees a ver cada cinco minutos —
bajó el libro—, parece que quieres decirme algo.
—No, sólo quería ver el título del libro.
—Ajá, puedes preguntarlo —le dijo, subiendo el ejemplar para
continuar su lectura.
Blake suspiró, dejó de lado su bata y se metió en las sabanas con una
rapidez que casi tira a su esposo de la cama.
—¿Qué demonios sucede?
—¡Nada! ¡Tengo frío!
Calder dejó salir un gruñido y se acomodó nuevamente en su lado.
Pasó largo rato en el que Blake comenzó a relajarse y hasta a quedarse
dormida.
—¿Por qué no quieres que hagamos el amor? —preguntó Calder como
si nada, sin bajar el libro.
—¿Qué?
—No agudices tanto la voz, me irrita.
—No lo hice.
—Si lo hiciste.
—Que no.
—Sí y lo sigues haciendo.
Blake suspiró.
—Yo no he dicho nada, jamás dije que no.
—¿Ah sí? —Calder cerró el libro y lo dejó en la mesa de noche—
entonces, hagámoslo.
—Yo… eh, bueno, sería mejor, quizá…
—¿Decías? —sonrió confiado.
—No es que no quiera hacerlo —Blake se sentó en la cama—, en serio
lo deseo, pero…
—Pero ¿qué?
—Calder, ese hombre, él… bueno, logró, cuando yo estaba
inconsciente…
—¿Es por eso? —la faz de Calder se enterneció—, niña tonta.
—¡Oye tampoco te voy a permitir que…!
Calder la besó con intensidad, recorriendo no sólo su boca, sino su
rostro, su cuello, sus hombros y sus brazos.
—Eres tonta —la besó—, yo te amo, te adoro y eso que pasó, no fue tu
culpa.
Blake lloró.
—Sé que no, pero él… ese hombre… al igual que tú estuvo…
—Nada. Él y yo no tenemos nada en común, ni siquiera eso —la besó
de nuevo y no se detuvo más.
En esa ocasión, cuando estaban haciendo el amor, Blake no sintió
vergüenza en gritar y gemir, mucho menos en decirle lo mucho que lo
amaba y no podía dejar de pensar en lo afortunada que era de tenerlo, por
una casualidad, por un corazón roto, había llegado a la persona indicada
para ella, aquél que la haría sumamente feliz en toda la extensión de la
palabra.
Epílogo
Blake seguía en la cama junto a su marido, no era para menos después
de esos días espantosos. Su esposo día con día buscaba recordarle cuanto la
amaba y lo poco que le importaba lo que había pasado anteriormente.
Hacían el amor diariamente, incluso se despedían antes de cada velada con
la intensión de estar lo más posible entre los brazos del otro.
Además de todo, Blake se alegraba de que Calder se llevara bien con
sus primos, sobre todo y contra todo pronóstico, con su gemelo Adrien, era
de esperarse que esos dos se llevaran bien, además de que Calder se
esforzaba en ello y no podía más que agradecerlo.
—Hola —sonrió su esposo cuando se dio cuenta que ella lo observaba.
—Buen día —ella se elevó y besó sus labios lentamente, disfrutando el
momento—, no quisiera levantarme hoy de la cama, quisiera pasarla
contigo eternamente.
Calder sonrió y atrajo su cuerpo hacía el suyo, sintiendo su piel suave
y desnuda contra él, acurrucándola de tal forma que sus piernas se
enredaron y la excitación quería volver a comenzar.
—Tendríamos que estar levantándonos —se quejó Blake—, no
entiendo por qué no han llorado Max o Kenia.
—Quizá sea momento de tomar la oportunidad —su puso sobre ella—
y hacer el amor de nuevo.
—Calder por Dios, están mis primos por aquí.
El hombre sonrió y besó su cuello.
—No en esta habitación —la miró—, además, yo creo que todos se
imaginan que cuando una pareja casada no sale de su habitación es
porque…
Blake levantó su mano y tapó su boca. Calder se la besó, pero entonces
ella lo miró con advertencia, regresando la vista a la puerta.
—Creo que oí algo.
Calder sonrió.
—Es mi corazón, quejándose de que no me dejas continuar.
—Sshh —pidió ella, permitiéndole que se entretuviera en besarle el
cuello, los hombros y cualquier pedazo de piel que se apareciera por su
vista—. Calder… ¡Calder! Creo que alguien está afuera.
—¿Eh?
—Es en serio, alguien está afuera.
Escuchó a su marido bufar y se levantó de la cama, colocándose una
bata para después abrir la puerta con el ceño fruncido.
—Hola Lord Hillenburg, debo disculparme por mi intromisión.
—¿Sophia? —salió Blake, con una bata sobre su desnudez.
—Primita, sé que seguramente estaban ocupados intentando, tener otro
Hillenburg, pero en serio que deberían cambiarse, sobre todo por quiénes
acaban de llegar a esta casa.
Blake se hubiera ruborizado si tan solo su corazón no hubiera dado un
brinco. Miró a su marido con una ilusión solo visa en una niña pequeña y
salió corriendo sin remedio alguno, a pesar de solo tener una bata puesta y
seguramente iba tan desnuda debajo como él.
—¡Blake! ¡Blake! —intentó su esposo, pero ella ya había bajado las
escaleras.
—Oh no debe preocuparse lord Hillenburg, seguro que mis tíos estarán
más que enterados como es que ese bebé suyo vino al mundo.
Calder la miró con extrañeza y elevó una ceja.
—Lord Hillenburg, como verá, no soy una mujer común, debería
saberlo.
—Lo supe desde el momento en el que la vi.
Sophia elevó la ceja.
—Esa es la razón por la cual no me eligió.
—La elegí a ella desde el principio, Lady Pemberton.
—¿Por qué?
Calder se inclinó de hombros.
—Me gustaba. Siempre me gustó, pero debo admitir que la familia de
Wellington era llamativa para mí en ese entonces.
—¿Quiere decir que los Pemberton no? —Sophia sonrió—, no es que
le desee el infortunio a mi familia, pero me da curiosidad.
—Con todo respeto, los Wellington son duques.
—¿El rango? ¿En verdad?
—Me temo que sí.
Sophia entrecerró los ojos y negó varias veces.
—No le creo. Bueno, le creo que le gustaba Blake, digo, a quién no.
Pero lo del título no señor, eso no.
—Resulta señorita, que no necesitaba atribular a su padre, puesto que
usted se encargaba de ello mucho antes.
Sophia elevó la ceja con sorpresa y sonrió.
—Así que fue usted quién le dijo a padre sobre mí.
—En realidad, se lo dije a su madre, era mucho más factible —Calder
bajó la cabeza—, lo lamentó.
—No lo haga —sonrió—, me ha liberado lord Hillenburg, se lo
aseguro.
—¡Calder! ¡Calder! —gritó Blake, corriendo hacia él.
—¿Qué ocurre?
—Han llegado mis padres, claro que mi madre me ha puesto una
reprimenda terrible por bajar así, pero me ha abrazado al igual que mi padre
¿Puedes creerlo?
—Me alegra —sonrió el hombre—, ¿Por qué no te pones algo encima
y vamos con ellos?
Blake le tocó la mejilla y caminó al interior. Calder despidió con la
mirada a la señorita que tenía enfrente, quién no dejaba de tener ojos
extraños y sombríos, parecían pensar algo, quizá fuera que estaba
maquilando algo.
—¡Ellos han querido ver a Nicholas y a Kenia! —dijo emocionada,
colocándose un vestido a todas prisas y lo enfrentó con una cara mucho más
seria—, mi padre quiere hablar contigo.
—Entonces iré —le tocó la mejilla— ¿Cuál es el problema?
—No quisiera que discutirán —dijo la joven.
—Y no lo haremos, somos hombres civilizados.
—Pero padre puede alterarte —caminó de un lado a otro—, sé que eres
impredecible, sobre todo cuando te alteras, no me gusta, en realidad no
quiero que…
Calder la besó dulcemente.
—Deja de parlotear, que me volverás loco —sonrió—, vamos.
Blake, sin embargo, no se rindió ni un segundo hasta que estuvieron
frente a la estancia donde aguardaban sus padres. Calder dejó pasar primero
a su esposa, para después hacerlo él. No pudo evitar notar a la hermosa
pelirroja que rápidamente lo enfocó con aquellos ojos azules que mostraban
sabiduría adquirida por los años de vida, junto a ella, su marido, alto, fuerte,
con canas en aquel cabello negro y ojos verdes tan profundos como los de
su esposa.
—Lord Wellington —Calder inclinó un poco la cabeza.
—Lord Hillenburg —se adelantó Adam y lo miró intensamente—,
espero que podamos tener una plática en privado.
—Por supuesto —Calder miró a su inquieta mujer, él sonrió para
relajarla— ¿Desea pasar a mi despacho?
El hombre, con el caminar de un auténtico rey, salió por aquella puerta
sin decir palabra a su hija o mirar nuevamente a su yerno, no parecía
molesto, pero su faz era tan impenetrable como la de Calder, lo cual dejaba
a ambas esposas en ascuas sobre lo que sucedería.
—Todo estará bien hija —la acogió su madre en seguida de que la
puerta se cerró— ¿Por qué no me enseñas a mis nietos? No sabes que
ilusión me da, aunque no soy tan vieja como para tener nietos, más bien tú
eres demasiado joven.
—Madre —sonrió Blake—, por favor.
—Vamos, vamos, te ves más tensa que cuando fuimos por primera vez
a tu casa —Katherine le tocó la mejilla a si hija— Le amas demasiado
¿Verdad?
La hija miró a su madre y sonrió.
—Sí, como tú a padre.
—¿Y él?
Blake sonrió dulcemente.
—Creo… que me ama también.
—Entonces todo estará bien —le tocó las manos con cariño.
****
Ambos hombres se miraban sin mediar palabra alguna. Un pobre
sirviente había entrado rápidamente a servirles vino y ante tales auras, había
decidido inteligentemente, salir corriendo del lugar.
—Lord Hillenburg, creo que la pregunta que me atosiga tiene una sola
respuesta. Espero que esté dispuesto a dármela.
—Sí. La amo.
Adam asintió.
—Agradezco además lo que ha hecho por ella y… le debo una
disculpa al inculparlo de haberla robado cuando fue ella quien…
—No necesito ninguna de esas palabras Lord Wellington, pero creo
que su hija necesita algunas cuantas.
—¿Qué quiere decir?
—Es verdad que ella escapó, también lo es que yo no era el hombre
con quién lo haría, pero creo que sabe todo lo que tuvo que vivir y ahora
todo aquello ha pasado. Yo la amo y jamás la despreciaría, pero creo
recordar que usted lo hizo.
—Hablas mucho muchacho.
—Sólo por ella, se lo aseguro.
—No puedo negar que eso me complace —Adam se puso en pie—,
debo admitir que mi hija se equivocó y yo como padre, también lo hice.
Tendemos hacerlo Hillenburg, lo verás con tus propios hijos.
Calder asintió.
—Lo sé —el hombre también se puso en pie—, pero espero poder
corregirme, como usted lo hará, lord Wellington.
Adam sonrió y aceptó que el muchacho sabía manejar las palabras y
no podía dejar de admirar la forma indirecta en la que él le exigía que
pidiera perdón a su hija.
—No se preocupe Lord Hillenburg, siempre he sabido que hacer u
como hacerlo.
—Eso lo sé.
Adam caminó hasta el hombre que ahora era el esposo de su hija
mayor y tomó su hombro.
—Cuídala bien muchacho.
—Lo haré.
Adam salió del lugar, dejando la puerta abierta, dándole paso a Víctor,
quién al fin había llegado junto con los padres de Blake, lo cual le daba una
felicidad que no revelaría.
—¿Cómo estuvieron tus días junto al hombre siniestro?
Víctor sonrió.
—Sigue siendo impresionante.
—Seguro que así es.
—Te manda saludos.
—Sí claro.
Blake, Sophia, Ashlyn y Katherine sonreían y mimaban a los dulces
bebés, hijos de la mayor de los Wellington y el Hillenburg. La madre mecía
tiernamente a su hija cuando de pronto la presencia de su padre la asustó lo
suficiente como para dársela a su prima, quién rápidamente la pasó a
Ashlyn, argumentando que ella no era muy buena con los niños.
—Padre…
—Vamos niñas —apuró Katherine—, sería bueno que busquemos a
Adrien y Archivald, seguro estarán incordiando en algún lugar.
Las damas salieron rápidamente, dejando solos a padre e hija. Blake
miró a su padre largamente, mientras él observaba con cuidado la
habitación de los hijos de su hija. Aún recordaba de la sensación que esa
pequeña niña le traía, cuando de repente corría junto a su hermano gemelo y
se le colgaban en los brazos, como dos garrapatas que se negaban a soltarle.
Sonrió ante el recuerdo de su esposa riendo cual niña y la forma en la que
ella misma se subía a su espalda para ayudar a sus hijos a fastidiarlo.
Parecía que había pasado demasiado tiempo y, aunque delante de él tuviera
ahora a la mujer en la que se había convertido, para él seguía siendo su
pequeña hija de ojos vivaces e inteligencia sin igual.
—Tu esposo es un hombre orgulloso.
—Lo es.
—Parece que le gusta imponer su voluntad.
—También a mí.
—¿Y qué hacen?
—Uno sede.
—¿Quién?
Blake sonrió.
—El que piense que las lleva de perder —lo miró—, o quién acepte
que la discusión es tan tonta, que no vale la pena.
—¿Le amas?
—Sí.
Adam dejó salir una pequeña risa por la nariz.
—Él ha dicho lo mismo —Blake levantó la vista— ¿Te sorprende?
Debo admitir que a mí también, no parece un hombre que suele decir la
palabra te amo.
—No la dice seguido —sonrió la joven—, pero lo demuestra.
—Tus hijos son hermosos hija.
Blake palideció.
—¿Tú…?
—Siempre has sido mi hija, aun cuando yo dije… —Adam negó—,
estaba molesto, decepcionado.
—Lo sé.
—Pero te amo.
Blake lloró un poco y asintió.
—Lo sé.
—Y me alegra enormemente verte feliz, realizada, con hijos y…
aparentemente enamorada de tu marido.
—¿Y tú? ¿Lo aceptas a él como yerno?
Adam suspiró.
—Después de todo lo que ha hecho por nosotros —asintió—, él ni
siquiera permite que le dé las gracias por ello. Su única petición fue que
viniera aquí y te dijera lo que ya sabías.
—Papá, te eché tanto de menos.
Blake dejó que las lágrimas se derramaran por sus mejillas mientras
escondía la cara en el hombro de su padre, quién igualmente la abrazaba.
Esa noche, después de una constante diversión en compañía de sus
primos, Blake se encontraba recostando a sus pequeños bebés después de
estar bañados, cambiados y comidos. Sonrió, acariciando la cabecita de
Max, recordando que su padre había dicho que se parecía mucho a ella y a
Adrien cuando eran bebés. Y su linda Kenia, a quién todos adoraban, sobre
todo por sus intentos de hablar y sus muchas sonrisas.
—Te ves cansada.
Blake se volvió hacia su marido con una sonrisa.
—Han sido muchas emociones en un día.
—Espero que en la mayoría fueran positivas.
—Todas lo fueron —asintió, acercándose a él hasta abrazarlo.
—¿Eres feliz?
—Sí —sonrió— ¿Lo eres tú?
—Como nunca lo imaginé.