La Filosofia Romantica - DLF 68
La Filosofia Romantica - DLF 68
La Filosofia Romantica - DLF 68
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Romina Caja
La filosofía romántica
Arte, religión y crítica
Descubrir la filosofía - 68
ePub r1.0
Titivillus 10.05.23
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Título original: Filosofia romantica, arte, religione e critica
Romina Caja, 2016
Traducción: Juán Escribano
Ilustración de portada: Nacho García
Diseño y maquetación: Kira Riera
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Índice de contenido
Cubierta
La filosofía romántica
Introducción
El círculo de los románticos
¿Qué es el romanticismo?
Influencia
El hombre y la interioridad
Schlegel y el arte romántico. Ironía, crítica e historia
La evolución
El estilo y el fragmento
La ironía
El arte: crítica, historia y genio
Novalis y Schleiermacher. Poesía y sentimiento religioso
Novalis y el romanticismo estético
Schleiermacher: romanticismo religioso
Schelling. El filósofo del romanticismo
Los primeros pasos de una filosofía romántica: spinozismo y mitología de
la razón
El sistema: la unificación artística
APÉNDICES
Bibliografía
Cronología
Notas
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Introducción
Cada vez que se aborda el tema del romanticismo, se choca
irremediablemente con un demonio: el del tópico. Los románticos son
retratados, según los casos, como artistas geniales, como locos que aspiraban
a descubrir los misterios del universo, como apasionados que rechazaban
todas las normas, como un movimiento místico que quería consagrarse a los
secretos de la alquimia. Su imagen se ha calcado a menudo según el trillado
estereotipo del hombre de letras excéntrico únicamente atento a sus propios
sentimientos y a su interioridad, que rehúye cualquier contacto con el mundo.
Es de sobras sabido cómo los ha usado la industria cultural. Pensemos por
ejemplo en el profesor ecléctico que entusiasma a sus alumnos rasgando las
páginas de un manual de retórica, que considera desfasado y polvoriento, y
los insta a explorar las emociones propias, sus pasiones íntimas.
Sin embargo, como todos los tópicos, también los relacionados con el
romanticismo conservan a fin de cuentas un núcleo de verdad. El
romanticismo fue, en efecto, una corriente cultural dedicada al culto del
genio, que elevó el arte al ápice de todos los saberes humanos, que buscó en
lo inefable lo más sustancial para el ser humano y que tuvo en la máxima
consideración la esfera emotiva del sujeto. Los románticos rechazaron de
plano la idea de que el arte deba imitar una norma, que lo que transmite el arte
sea el mero resultado de la aplicación de un concepto. Pero las motivaciones
que les llevaron a este tipo de consideraciones tenían en realidad las raíces
bien hundidas en el terreno cultural en el que se formó el movimiento. La
descripción del romanticismo como la corriente oscurantista opuesta al grito
liberador de la Ilustración, si bien es fruto de una simplificación excesiva, está
abonada por los hechos. Los románticos reaccionaron con insatisfacción ante
la solución que en aquella época presentaba la Ilustración, especialmente la
francesa. Se opusieron al mecanicismo, al materialismo, al atomismo, y
trataron de concebir la naturaleza como organismo vivo; se opusieron a la
idea negativa de libertad, de mera representación parlamentaria, y adoptaron
una concepción de la política fundada en una comunidad unida y homogénea
de creencias y aspiraciones.
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Por todo ello, a fin de obtener una visión del romanticismo que pueda
considerarse satisfactoria, es preciso seguir con paciencia el modo en que se
desarrolló un pensamiento difícilmente apresable en la precisión de una
fórmula. El romanticismo fue una corriente profundamente contradictoria, lo
cual no hace sino aumentar la dificultad. El deseo de liberación progresiva de
la humanidad, tan unido a la búsqueda de un origen ancestral de la verdad, les
llevó incluso a estudiar la antigua religión de la India. La búsqueda de una
naturaleza orgánica y pensada de un modo ideal se plasmó en una mentalidad
profundamente empírica en la ciencia. El rechazo de las reglas poéticas,
además, se equilibró con una reflexión obsesiva sobre la obra de arte en sí, y
el libertinaje extremo en las costumbres se transformó, por último, en una
conversión común al catolicismo y a sus valores tradicionales.
No resulta sencillo dar razón de todo ello en un solo libro, de ahí que
optemos por un corte interpretativo preciso. Nos ocuparemos de los
principales protagonistas de lo que se considera el círculo de los primeros
románticos de Jena, que tuvo como guía a Friedrich Schlegel. Si bien este
enfoque puede ser criticable, hay que admitir que cualquier otro lo sería
también, a menos que se quisiera componer una obra monumental. La
selección impone siempre, ciertamente, algún grado de arbitrariedad, y
nuestra elección ha sido mostrar en primer plano a quienes encendieron la
chispa inicial de todo el movimiento romántico, tratando de comprender su
sustancia y, así, el impulso formativo.
Sin olvidar toda esta insigne tradición literaria, nos ocuparemos de ese
episodio cultural extraordinario y único que fue el primer romanticismo
alemán, resaltando las figuras de Schlegel, Novalis, Schleiermacher y
Schelling. De hecho, estamos convencidos de que como mejor puede
comprenderse la gran corriente europea del romanticismo es siguiendo
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aquellos pocos años que vieron surgir al pequeño pero fervoroso círculo de
Jena. Su pasión por la composición estilística, en la que la prosa va
acompañada de la poesía y la crítica ensayística se aúna con la lucidez
aforística del fragmento, puede dar razón de un movimiento entero, en el que
la idea de volver romántico el mundo, de «romantizar», según escribió
Novalis, guio a toda una generación.
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El círculo de los románticos
¿Qué es el romanticismo?
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Entre los principales adversarios y al mismo tiempo receptores de la
temática romántica, sin duda, hay que mencionar a Hegel. El gran filósofo
alemán, que vivió en Jena en los primeros años del siglo XIX, en un período en
el que mantuvo una estrecha colaboración con Schelling, el pensador
romántico por excelencia, describe el movimiento de un modo a menudo
despectivo. Se refiere a los románticos en general como «almas hermosas», es
decir, figuras hasta tal punto concentradas en sí mismas y en la pureza de su
corazón que renuncian a cualquier posibilidad de contacto con el mundo
exterior, lo cual les empuja a la inactividad. «Un alma bella» —según la
descripción de Hegel— «arde consumiéndose en sí misma y se evapora como
una nube informe que se disuelve en el aire.»[3] Estar activo significaría
ensuciarse las manos, tener que tratar con el material del mundo. El
engreimiento romántico sería, pues, del tipo de la altanería que caracteriza al
alma que no sabe descender a negociar con lo real. Del mismo modo, Hegel la
emprende con la ironía romántica, que considera como uno de los mayores
males morales.[4] Trataremos más adelante este rasgo característico.
Si bien no hay que tomar estas críticas como descripciones precisas del
ambiente romántico, cada una de ellas captura algo de lo que fue ese
ambiente, de lo que fueron sus tendencias de fondo y sus aspiraciones, tanto
en el campo político y filosófico como en el más genéricamente estético. Pero
un intento de definir el romanticismo no puede en absoluto detenerse en estos
pocos puntos, por muy centrales que sean para el debate. Son también otras
las ideas que circulaban en su seno.
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1800. Tres años en los que maduró una de las experiencias culturales más
relevantes de la modernidad. Entre los animadores del círculo del primer
romanticismo hay que mencionar sin duda a los hermanos August Wilhelm y
Friedrich Schlegel, ambos imbuidos de pasión por la crítica literaria y por la
filología. Mucho más imaginativo y teórico el segundo, más serio y erudito el
primero, que después sería docente en la Universidad de Berlín. Hay que
añadirles al filósofo Friedrich Schelling, mente teórica indiscutible de los
románticos, al teólogo Friedrich Schleiermacher, a Caroline Schlegel
Schelling y a Dorothea Mendelssohn. Y junto con ellos, el escritor Ludwig
Tieck y el poeta Friedrich von Hardenberg, mucho más conocido por el
seudónimo de Novalis. En los primeros años, otros se acercaron de varios
modos al círculo. Hegel, por ejemplo, que compartió alojamiento con
Schelling en Jena, participó sin duda de aquel clima, igual que Hölderlin,
poeta genial y sutil pensador que pronto tuvo que retirarse a una vida privada
debido a graves problemas de salud. Por otro lado, se puede señalar que las
fechas de nacimiento de estas personalidades que acabamos de mencionar se
sitúan en torno a 1770: el mayor, A. W. Schlegel, nació en 1767; el más
joven, Schelling, en 1775. Hölderlin y Hegel, en 1770; Novalis, en 1772;
Tieck, en 1773. Se trata, pues, de un grupo dotado de cierta homogeneidad en
cuanto a la edad. Algo así como una generación de treintañeros que intentaba
modificar desde la pequeña ciudad de Jena la marcha cultural de toda Europa.
Pero si se desea obtener una imagen lo más completa posible de lo que fue
el romanticismo, es necesario renunciar de entrada a la tentación de encerrarlo
en una fórmula. La inspiración romántica se resiste a la fórmula. Resulta, sin
duda, más provechoso tratar de describir las líneas que lo conformaron, lo que
significa, en resumidas cuentas, comprender las influencias que dieron vida a
la corriente romántica, que, como todas, no nace del vacío, sino que tiene las
raíces bien hundidas en su época.
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Influencia
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romanticismo la imagen que este tenía de la naturaleza. Era lo opuesto a la
visión mecanicista y newtoniana del mundo natural. El romanticismo presenta
la naturaleza como organismo, como forma viviente, cuyas raíces pueden
buscarse en Herder. En Herder, sí, pero también en Kant. En Crítica del
juicio, como veremos, Kant describe una naturaleza bastante alejada de la
imagen que de ella había dado en la primera de las tres Críticas, la dedicada a
la razón pura. En esta, la concepción de la naturaleza respondía a la idea de la
mecánica newtoniana; en la obra dedicada al juicio, en cambio, se habla de
una naturaleza como una organización pensada con vistas a un fin y, por
consiguiente, como de un organismo.
A partir de esta base, podemos deducir que, si es cierto que el ser humano
es incomprensible al margen del lenguaje, y si el lenguaje, su expresión, es
incomprensible al margen de aquello que lo vincula a una cierta cultura,
entonces debemos afirmar que no se puede alcanzar una comprensión objetiva
del modo en que los hombres actúan. Bien mirado, significa que no es posible
situarse a distancia y en tercera persona respecto a la cultura y a la humanidad
en su conjunto. La única vía para comprender al ser humano es la de una
perspectiva interior, que sea capaz de respetar la forma cultural particular en
la que el significado de la acción adquiere un sentido. Todavía se percibe una
decidida forma de antimecanismo y de antinaturalismo en la actitud de estos
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pensadores. Lo que el ser humano tenga de específico no puede ser concebido
como si se tratara de un experimento de física. El hecho de que la pelota
ruede a cierta velocidad si se la coloca sobre un plano inclinado no me indica
nada del modo en que la humanidad se define en cuanto cultura. El esquema
de sesgo científico de la física se revela del todo ineficaz y aun engañoso
cuando se desciende al interior de la historia y de las vivencias de la
humanidad.
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bandidos, Don Carlos y María Estuardo, pero —literalmente fulminado por
la filosofía kantiana— decidió apartarse durante cinco años de la producción
literaria y dedicarse con toda calma a la especulación filosófica. En la que tal
vez sea su obra más célebre, Cartas sobre la educación estética del hombre,
trata de elaborar una definición de la formación humana basada en el
concepto de belleza. En las Cartas, Schiller define de hecho el instrumento
para la educación del hombre y escribe: «Heme ahora llegado al punto hacia
donde tendían todas mis consideraciones anteriores. Aquel instrumento es el
arte bello y estos manantiales brotan en sus modelos inmortales».[5] Lo bello
es, pues, el medio capaz de suavizar el excesivo rigor de la ética kantiana. Y
el elemento cuyo contacto y contemplación llevan al hombre a la experiencia
de la armonía. La armonía, de hecho, es la principal característica que busca
Schiller: la posibilidad de que el hombre satisfaga todos sus impulsos, tanto
los materiales y sensibles como los intelectuales y abstractos. La sensibilidad
no debe abrumar al intelecto, el intelecto no debe oprimir a la sensibilidad, y
lo bello se instituye como su equilibrio armónico. Pero no lo bello en sentido
indeterminado, según escribe Schiller, sino lo bello artístico. La obra de arte
que tiene sus «modelos inmortales» en los ejemplos del clasicismo. Es así
como el artista, figura central de la concepción romántica, es elevado a una
posición que nunca antes había ocupado en la historia del pensamiento. El
artista, en Schiller, se convierte en educador, en maestro de la humanidad.
Se dibuja así otro rasgo central del romanticismo: al lado de la crítica del
mecanicismo, encontramos ahora el carácter de la nostalgia. El romanticismo,
de hecho, es un movimiento cultural claramente nostálgico. Nostalgia de las
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cosas y del mundo antiguos, de la solidez de un universo que ya no existe. Sin
embargo, al mismo tiempo, está la conciencia de que aquel mundo perdido
solo pueden contemplarlo con claridad los ojos modernos, aunque siempre
sumidos en la nostalgia.
Pero Schiller, Herder, Kant y Goethe no fueron los únicos que influyeron
en los románticos. Jena era la ciudad en la que estalló el denominado debate
postkantiano, que no era sino la querella surgida a raíz de la publicación de
las tres obras principales de Kant Crítica de la razón pura (1781,1787),
Crítica de la razón práctica (1788) y finalmente la ya mencionada Crítica del
juicio (1790). En síntesis, autores como Jacobi y Reinhold se preguntaban de
qué manera se podía devolver un cierto orden al interior de un sistema, como
el kantiano, del que parecía casi imposible salir. La primera crítica plantea
qué podemos conocer; la segunda, el modo en el que debemos actuar; la
tercera se interroga sobre la forma en que expresamos juicios concernientes a
lo bello y a la naturaleza en su conjunto.
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pureza del Yo, del sujeto, del alma interior que se siente incómoda en
cualquier contacto con el mundo.
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instaura con un sujeto, no se limita a ser rememorado como si fuera el
resultado de un experimento. La vía por la que nos hacemos una imagen del
mundo, o bien lo describimos como mundo, es, precisamente, el resultado de
los actos de espontaneidad del hombre. En un sentido muy significativo, es
fruto de sus actos creativos, de los actos imaginativos. Por este motivo es
posible sostener que los primeros románticos de algún modo habían
radicalizado y generalizado la concepción kantiana del juicio estético. El
juicio estético, la imagen de una visión activa de la relación con el mundo, ya
no se aplica solo al reducido ámbito del arte. Está implicada también la
experiencia que el hombre tiene de sí mismo y del mundo en general.
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inevitablemente una respuesta al mundo. No nos limitamos a crear
descripciones propias que prescinden de cómo está hecho realmente el
mundo. Si, por ejemplo, nos fijamos en los juicios estéticos —o, más en
general, en la experiencia estética, que incluye también la creación— vemos
que en estas experiencias estamos en condiciones de obtener algo que va más
allá incluso de nuestra propia espontaneidad, algo que, por citar las palabras
de Kant, «no es naturaleza y tampoco libertad, pero aun así está conectado
con el fundamento de esta última, es decir, con lo suprasensible».[7] La
experiencia estética, radicalizando la enseñanza kantiana, nos permite llegar
al fundamento incondicionado que está por encima tanto de la naturaleza
como de la libertad.
Según los románticos, el modo en que Fichte define este problema tiene el
inconveniente de acentuar excesivamente el aspecto subjetivo del
conocimiento. Surge la impresión de que el Yo —que según las palabras de
Fichte pone el No-Yo—[8] pueda resultar señor absoluto del mundo. En este
sentido, valdría menos que el modo que tiene el hombre de dar una respuesta
al mundo, de respetar la constitución de la realidad pese a ser creativo en su
interior. Para los románticos, lo decisivo en su concepción y en el modo de
entender el mundo se forma alrededor de dos precisos órdenes de cuestiones:
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integrándolas en el interior de otra concepción. Se trata de un
pensamiento al que Kant se refiere muy de pasada en Crítica del
juicio. Al parecer, el hombre, para poder tener fe y respetar su
verdadera vocación humana, debe considerarse dirigido por la idea de
algo como la totalidad de la naturaleza. Se trataría de una suerte de
comprensión preconceptual, de algo innato en el hombre, que hace
posible su experiencia particular. La imagen de la naturaleza como una
totalidad orgánica: un organismo global, que, además de su aspecto
finalístico y, por tanto, en general, benévolo, contiene también una
dimensión aterradora que demuestra el carácter finito y frágil del
hombre frente a la inmensa potencia de la creación. Este elemento ha
sido elaborado a partir de la teoría kantiana de lo sublime y ha tenido,
como es lógico, una plena realización en el ámbito pictórico.
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El hombre y la interioridad
Uno de los mayores intereses del grupo que recibe el nombre de primer
romanticismo consiste en la intuición —percibida como particularmente
apremiante— de la necesidad, o incluso la urgencia, del hombre de desarrollar
y expresar la propia individualidad más íntima. La sensación claustrofóbica
generada por la beatería conformista de la sociedad alemana de la época se
basaba en gran parte situación política fragmentada. Bismarck y la unidad de
la nación alemana estaban aún lejos, y ninguno de los románticos tendría
nunca a posibilidad de ver realizarse Alemania como Estado unitario.
Conviene recordar además la maltrecha situación económica que mantenía a
Alemania en dependencia de otras naciones. Estos aspectos contribuían a
generar el consiguiente provincialismo, percibido tanto en la vertiente de la
política como en el de la cultura media de la generación anterior. La
sensación era que todo aquello tenía por efecto una supresión de la
individualidad.
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importantes, hasta las populares, no hacía sino subrayar aún más su sensación
de alienación.
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los palacios. Estas ideas les llevaron a repensar las cuestiones filosóficas
centrales del pensamiento kantiano y postkantiano, y a proyectar una teoría
del arte, de la literatura y de la vida en sociedad centrada en el binomio de
problemas de los que surgía su teoría: la necesidad de poner en valor la
espontaneidad del sujeto y, al mismo tiempo, la importancia de concebir el
mundo como algo a lo que el ser humano da una respuesta.
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Como hemos visto, en el círculo del primer romanticismo existía una
fuerte atracción por el modo en que Fichte pensaba fundar sobre el Yo toda
existencia y todo conocimiento posibles; del mismo modo, se podía percibir
una cierta insatisfacción respecto a lo que se sentía como abstracción de la
noción fichteana del Yo. Un Yo que tenía en la actividad pura su virtud, y si
se nos permite el juego de palabras, en la excesiva pureza de aquella actividad
su propio límite. Este género de reflexiones, asociado a una verdadera
radicalización del problema de la individualidad, que hemos visto que poseía
un valor propio, alejó al círculo romántico de las posiciones de Fichte.
Sentían la exigencia de pensar en un Yo que pudiera constituirse en norma de
la actuación, pero que no por eso liquidase el mundo. Volvemos, pues, a los
temas de normatividad y de capacidad de respuesta a lo real. El Yo,
constituyéndose a medida del significado en general y por tanto de la acción,
no debe, sin embargo, olvidar que fuera de él hay un mundo y que este mundo
necesita una respuesta por parte del sujeto. Y es así como en el primer
romanticismo empiezan a filtrarse temáticas vinculadas a la existencia
concreta que, intencionadamente o no, tendrán una influencia decisiva en el
conjunto del existencialismo. La existencia, en verdad, es una categoría
problemática para ellos. No es una simple fuente de poder para el individuo.
Es también fuente de sufrimiento y de dolor. Por eso, muchos pensadores
existencialistas que quisieron criticar la tendencia totalizante de Hegel se
refirieron precisamente a muchos esquemas de pensamiento típicos del
romanticismo, cuando no incluso a los propios románticos.
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mismo me sucede con los otros: valoro comparativamente su capacidad. Si,
en cambio, debo comprender o estar seguro de una sensación personal mía,
como, por ejemplo, la del dolor, entonces los criterios comparativos pierden
eficacia. Puedo intentar comprender el sufrimiento de los demás observando
las muecas, pero no podré nunca hacerlo mío. Del mismo modo, otro no
podrá hacerlo respecto a mí. Las pasiones, los acontecimientos privados
permanecen encerrados en mi interior, como persona, y en mi existencia
individual e interior.
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pensamiento. Pensar el Yo como se piensan los objetos, pues, no es una
actividad capaz de restituirme su imagen concreta. Reformulando estos
pensamientos, podemos decir lo siguiente: la filosofía oficial ha pensado
poder conocer el sujeto del mismo modo que conocía los objetos externos. Ha
creído que pensar el sujeto sería suficiente para conocerlo de verdad. La
respuesta de los románticos concierne a la imposibilidad de esta operación:
¿cómo puedo pensar aquello que, en ese momento, estoy pensando? ¿Cómo
puedo pensar el Yo si, cada vez, es precisamente ese Yo lo que está activo en
el pensamiento? Si lo trato como un objeto, perderé lo que tiene de específico.
El elemento inefable constituido por la experiencia privada e interior del Yo
se extravía en la concepción de Kant y de Fichte. La filosofía trata el sujeto
con la misma abstracción con que conoce los objetos, y así —aquí radica la
especifidad del discurso romántico— no llega ni a sí mismo ni al objeto. El
mundo del conocimiento está hecho de experiencias creativas y espontáneas;
la imaginación responde al mundo y, al mismo tiempo, garantiza la pureza del
Yo, que en la actividad de crear se conoce a sí mismo simultáneamente.
Tal es, en suma, la línea esencial de los problemas que nacieron en los
años de transición entre los siglos XVIII y XIX y tal es, pues, la respuesta que
los románticos trataron de dar mediante el impulso de un proyecto colectivo y
alejado de los dictados de escuela. Su discurso se basa, a fin de cuentas, en el
rechazo del modelo mecanicista de las ciencias, cuyas premisas fueron
examinadas en Alemania durante aquellos años. Se encuentran en Goethe, se
encuentran en Herder, pero se encuentran también en el Kant de Crítica del
juicio, que por primera vez había tratado de ampliar el reino de la crítica
filosófica transcendental más allá del ámbito de los fenómenos cognoscibles
por el intelecto. Y es precisamente en Kant donde hallamos algunas ideas que
veremos enseguida, como, por ejemplo, la del genio, figura central de la
estética romántica y de otras. Con Schiller, después, se acercan a la impresión
de que lo bello —y por tanto la producción artística— puede ser pensado no
exclusivamente como una unificación armónica de la naturaleza y de la
libertad, no solo como instrumento de educación del pueblo, sino también
como fundamento de saber y de lo que es más específicamente humano. En
este sentido, lo que los románticos buscarán con más pasión y vigor será un
fundamento para explicar el mundo, un fundamento que se sitúe más acá de la
simple reflexión intelectual. Algo que podamos connotar como prerreflexivo.
Algo que funde la reflexión misma, pero que no sea a su vez una reflexión.
Algo, en pocas palabras, que «no es naturaleza y tampoco libertad, pero aun
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así está conectado con el fundamento de esta última, es decir, con lo
suprasensible».
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Schlegel y el arte romántico. Ironía,
crítica e historia
La evolución
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Friedrich. August Wilhelm, el mayor, tuvo sin duda un papel decisivo,
especialmente en el estudio filológico de la antigua lengua de la India, pero es
a Friedrich a quien le debemos la producción más osada e iluminadora; y no
menos importante, la elaboración de la categoría crítica de la ironía, que será
central para el romanticismo en su conjunto.
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protagonista del romanticismo de signo religioso, y Ludwig Tieck, que muy
bien podemos considerar el más relevante de los escritores propiamente
considerados del primer romanticismo.
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Dorothea se unió con Schlegel en Jena casi de inmediato y se convirtió
enseguida en una suerte de personalidad en el seno del círculo romántico. De
1799 data la publicación de la novela Lucinda, de Schlegel. En el argumento,
que en principio debía ser ficticio, Friedrich recurría, sin embargo, mucho a la
propia biografía y, de hecho, se puede encontrar una suerte de resumen
literario de su relación con Dorothea Mendelssohn. Schlegel obtuvo una gran
notoriedad con el libro. Los temas que en él trataba estaban ligados a la
sensualidad y a la pasión de dos amantes, y carecían por completo de la
censura propia de lo que hoy llamaríamos novela rosa. Se trataba de una
relación clandestina en un mundo que, efectivamente, la juzgaba así. El
varapalo de los tradicionalistas, escandalizados por la exaltación erótica de lo
prohibido, se unió al entusiasmo de los partidarios, lo cual convirtió al libro
en una especie de causa literaria.
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Alemania fiel a la Iglesia de Roma. Al año siguiente, los dos resolvieron
trasladarse a Austria, un territorio marcadamente católico. En el nuevo país,
Schlegel se comprometió en la defensa del nacionalismo de Metternich y se
opuso a la oleada revolucionaria que, a través de Napoleón, se abalanzaba
hacia los imperios centrales. Así, el romanticismo, justo en uno de sus
principales exponentes, el joven y brillante Friedrich Schlegel, mostraba ya
los rasgos que lo llevarían al conservadurismo. Algo había fallado en su
proyecto vanguardista. Los románticos no habían sido capaces de encontrar
una vía de salida de las ideas que los habían movido al principio, y por eso
buscaban refugio en las antiguas imágenes de la tradición. La Iglesia, pero
también la monarquía, el imperio, parecían poder amparar a su aparente
fracaso. De nuevo se pone de manifiesto lo que hemos dicho al principio: el
romanticismo es un movimiento imposible de definir de modo concluyente.
Nació progresista y murió reaccionario; nació artístico y murió religioso.
Mientras tanto, abrasándose durante cuatro años en el fuego de su inicio
crepitante, se transformó quizás en otra cosa. Para entender este proceso, es
preciso seguir paso a paso su compleja evolución, tratando de poner en primer
plano los personajes que lo animaron.
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El estilo y el fragmento
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de la que nace el espíritu romántico: aquello que no puede ser representado en
la conciencia, aquel algo suprasensible que funda la unión de la libertad y de
la naturaleza, es aun así algo a lo que el arte puede aludir. Téngase en cuenta
que aquí el término aludir no se emplea casualmente. La alusión es, de hecho,
la estrategia mediante la cual los románticos tratan de decir lo que no puede
ser dicho con palabras. La obra de arte, gracias a la creatividad que conserva,
es capaz de indicar más allá de sí misma, hacia algo que debe ser mostrado,
sin que sea posible decirlo. Aquello a lo que aluden la obra de arte y el
fragmento es por eso algo que solo y con gran dificultad puede exponerse de
manera indirecta. El fragmento es la forma del decir indirectamente, del
indicar con el rabillo del ojo, del aludir con agudeza. Empleando una fórmula
que recuerda el modo de expresarse de Novalis, Schlegel afirma
enfáticamente que «filosofar significa buscar en común la omnisciencia»;[14]
buscar algo que, en su idea, solo el carácter fragmentario de la poética y del
arte en su conjunto eran capaces de ofrecer al hombre, en su constante
búsqueda de individualidad.
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que se explayó tanto Hegel, cuya Fenomenología es la obra más temprana. Es
un espíritu entendido casi como ocurrencia, como agudeza, como sutileza.
«Hay que tener espíritu, pero no querer tenerlo; de otro modo, salen chistes, el
estilo alejandrino del espíritu»,[16] sostiene Schlegel siempre en sus
fragmentos. Así pues, el espíritu que buscan los románticos es una cualidad
del alma que no debe buscarse como una obsesión, de lo contrario resulta fría
y mecánica. Es preciso abandonarse a las sensaciones mismas que se
encuentran en la interioridad, y es en este tesoro de sensaciones donde hay
que buscar el espíritu capaz de recoger la unidad que lo abarca todo. En el
caso opuesto, se puede a lo sumo lograr hacer un chiste una ocurrencia estéril
y plana que como mucho puede despertar la risa, sin acercarse ni un ápice a la
crítica.
Siempre en los fragmentos, a propósito del se lee que «la poesía romántica
es, entre las artes, lo que es el espíritu [Witz] para la filosofía, y lo que la
sociedad, las relaciones, la amistad y el amor son para la vida».[17] La vida es
vivificada por las relaciones sociales y por el amor; mientras que la filosofía
lo es por el espíritu y la poesía por su ser romántica. Pero una filosofía, claro
está, que no es competencia entre pensadores, sino conjunto de espíritus que
trabajan hombro con hombro con vistas a la composición fragmentaria de la
experiencia humana; una filosofía de conjunto, pues, que, como la sinfonía
musical lograda, se compone de un concierto de voces en el que cada uno
aporta lo que le es propio: «los filósofos que no están enfrentados
generalmente están unidos solo por la simpatía, no por la sinfilosofía».[18] El
verdadero pensamiento fragmentario de la filosofía, y esta es una de las
numerosas contradicciones que marcan el romanticismo, se efectúa en una
armonía que resulta vivificada por el choque. Un choque leal y sincero, que
sin embargo, no anula las diferencias específicas y que justamente en estas
diferencias garantiza la realización del conjunto.
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las formas de arte con la más pura materia cultural de cada especie y
animarlas con los impulsos del humor.[19]
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La ironía
Entre los motivos que hacen de Schlegel el más brillante y ecléctico de los
románticos, está, sin duda, su gran aportación teórica: la noción de ironía, la
ganzúa con la que el primer círculo romántico quería oponerse
conceptualmente a la filosofía y a la literatura imperantes.
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Lo único que puede rescatarnos de esta contradicción dolorosa, que se
corresponde bien con la idea del fragmento, es la ironía. El término ironía
tiene un claro origen socrático. Sócrates, como es sabido, se paseaba por
Atenas interrogando a la gente. Es célebre el lema del padre de la filosofía,
cuando decía que «solo sé que no sé nada». A la vez, con esta actitud,
mantenía un coloquio con su interlocutor en el que extraía las respuestas que
buscaba. El esclavo, por ejemplo, podía demostrar el teorema de Pitágoras.
Pero ¿cómo era posible? Precisamente por la ironía, que traducida a partir de
su raíz griega significa ‘disimulo' y 'hacerse el ignorante'. Sócrates se hacía el
ignorante, y gracias a esta disimulación, ayudaba al que no sabía a encontrar
respuestas por sí mismo. Así, los románticos simulaban el propio carácter
subjetivo y se distanciaban del mundo. Así, mediante la ironía la persona se
arranca del contacto con el mundo, lo cual fue especialmente criticado por
Hegel.
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Schlegel concibió la ironía. El ser humano, el Yo del individuo, está en todo
momento inmerso en lo que desea hacer, pero al mismo tiempo siempre podrá
sustraerse a las propias intenciones: el hombre puede crear y abandonar sus
propios proyectos. El Yo, en conclusión, no puede identificarse con ellos.
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El proyecto irónico del romanticismo es por tanto un proyecto infinito: la
tensión hacia la realización de algo que no está garantizado.
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El arte: crítica, historia y genio
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incapacidad de indicar la verdad de la vida humana. Schlegel afirma con
tonos polémicos que solo un arte que pueda definirse como de verdad
romántico es capaz de cumplir esta tarea. Solo un arte que respire el espíritu
romántico puede capturar, en efecto, el significado de la finitud del hombre y,
a la vez, justificar el hecho de que este participa, mediante el Yo, en la
infinitud de la naturaleza y de la libertad. Pero Schlegel se opone a la idea de
que pueda existir un modo de establecer de una vez por todas el fundamento
para nuestras creencias; por consiguiente rechaza la posibilidad de que este
fundamento resida, en el sentido fichteano, en la libertad del Yo que se da a sí
mismo sus propias reglas. En el recuadro «La poesía romántica» (véase más
adelante) reproducimos por entero el fragmento 116 publicado en Athenaeum,
uno de los pasajes más célebres escritos por Friedrich Schlegel.
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La poesía romántica
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verdadera esencia, que es siempre en el proceso de llegar a ser y
no puede ser completada. No puede ser agotado por ninguna
teoría, y solo una crítica adivinatoria se atrevería a querer
caracterizar su ideal. La poesía romántica solo es infinito, al igual
que por sí sola es libre y reconoce como su primera ley que la
voluntad poética no se somete a ninguna otra ley. El tipo
romántico de la poesía es el único que es más que una especie:
es la poesía misma. Porque, en cierto sentido, toda poesía es o
debería ser romántica.
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Así entra en el léxico de los románticos una palabra que en adelante
describirá la naturaleza de la estética como disciplina: la crítica. Con todo lo
que se ha dicho hasta ahora en cuanto a la esencia del romanticismo y a su
tendencia a definirse como movimiento de tipo artístico, no es difícil
comprender de qué modo la actitud crítica se colocaría en una posición
destacada en el seno de este proyecto. El término crítica, como es sabido,
empieza a asumir un papel dominante justamente en la filosofía alemana, y el
causante de esta ascensión fue, de nuevo, Kant, a quien la cultura alemana
debe gran parte de su profundidad. Las obras más conocidas de Kant, las que
constituyen el fundamento mismo de su sistema, llevan esta palabra en el
mismo título. Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica y Crítica
del juicio —a las que se añaden en el corpus kantiano Metafísica de las
costumbres, Fundamentación de la metafísica de las costumbres y otros
tratados como Respuesta a la pregunta. ¿Qué es la Ilustración? y La religión
dentro de los límites de la mera razón— constituyen un excepcional elemento
de novedad en el panorama de la filosofía moderna, al extremo de plantear la
cuestión, habitual en los manuales de historia de la filosofía, de si Kant debe
ser Considerado como el último de los modernos o el primero de los
contemporáneos.
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razón ante un tribunal instituido por la propia razón.[22] El filósofo deviene,
por tanto, juez, y su cometido consiste en aplicar escrupulosamente la ley,
observando y censurando los impulsos que empujan a la razón a violar esta
legalidad. El sistema kantiano está repleto de metáforas judiciales. La
deducción misma de los conceptos del intelecto, una de las argumentaciones
más complejas que la filosofía había producido jamás, se funda en la idea de
la deducción jurídica de la ley. No se trata, pues, de deducir al modo de la
matemática —que a partir de las premisas infiere las conclusiones—, sino de
establecer vínculos de legitimidad a partir de algunas leyes establecidas de
modo cierto.
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Una vez más, el romanticismo se muestra refractario a la mentalidad
clasificatoria, que espera entrar en posesión de un concepto para aplicarlo al
mundo. Las normas de la vida establecen su legitimidad solo cuando se han
realizado en el mundo, no como pretendía la sociedad ligada a la tradición,
que creía haber recibido leyes transmitidas. La crítica romántica, según la
establece Schlegel, no puede basarse en «criterios escolásticos», sino que
corresponde a la idea de «juzgar y al mismo tiempo no juzgar». Se trata de
una operación que no aspira, entre otras cosas, a establecer jerarquías. No hay
una obra más bella que otra: cuando el crítico ha demostrado el carácter
artístico de un producto, este ingresa en aquella suerte de empíreo del arte en
el que toda obra reside con plena legitimidad. ¿Quién podrá decir jamás, por
ejemplo, que la Divina comedia de Dante es mejor que la Virgen de las rocas
de Leonardo, o bien que esta última supera en calidad al Hamlet de
Shakespeare y que este sea superior al David de Miguel Ángel? El reino del
arte, al que el crítico confiere relevancia y estabilidad, es un mundo en el que
las obras viven una al lado de otra sin luchar por la supremacía.
En última instancia, este esquema podría tener algo que ver con la idea de
la redención. El crítico —y también este aspecto forma parte de cierta retórica
romántica— se asemeja, según la descripción de Schlegel, a una suerte de
redentor de la obra de arte. Es aquel que tiene el poder de salvar la obra, de
incluirla en un conjunto de otras obras y, al hacerlo, darle la vida eterna que
necesita. La cuestión religiosa tiene importancia para los románticos y,
aunque sea complejo demostrarlo, el esquema de la religión describe con
claridad el modelo de crítica que tenían en mente los románticos. No es
casualidad, a este propósito, que cuando Schlegel quiere describir
cualitativamente la crítica romántica la llame «crítica de adivinación».[24] El
crítico debe adivinar la obra, su carácter artístico propio, como un clarividente
escruta en el futuro.
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Otro tema nacido de la reflexión romántica es, pues, el de la historia del
arte como acontecimiento unitario.[26] Siempre según Friedrich Schlegel, «el
arte se basa en el saber y la ciencia del arte es su historia».[27] Antes que nada
debe tenerse en cuenta lo que hemos dicho ya acerca de las principales
fuentes para la elaboración del proyecto romántico, el Herder del que se ha
comentado que proponía concebir la historia humana como historia de la
cultura. Integrando estas ideas en el seno del discurso romántico, podremos
comprender qué significa pensar el arte según su historia o, mejor dicho y de
modo más radical, concebir el conocimiento artístico, que según hemos visto
es un conocimiento crítico, a la luz del hecho de que el arte se despliega de
modo histórico. El saber artístico consiste en la crítica, la crítica de arte
corresponde a la ciencia del arte, la ciencia del arte se define como historia
del arte; por lo tanto, el modelo histórico es aquello capaz de dar razón del
producto artístico en el significado que asume para el conjunto de la
humanidad.
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férreamente alineado en el bando del arte moderno, que Hegel incluso
equipara al arte romántico a secas. Por el bando opuesto estaría el considerado
clasicismo, que a finales del siglo XVIII, especialmente en Alemania, había
perdido los rasgos rígidos que lo caracterizaban solo cincuenta años antes. Lo
alemán de los años que nos interesan es, de hecho, el clasicismo de Weimar
un clasicismo cuyos animadores eran Goethe, Schiller y en cierta medida
también Herder y que, por tanto, se caracterizaba por una sensibilidad y un
refinamiento culturales claramente más avanzados de lo que presenta su
versión casi paródica. Y no olvidamos que el padre de este clasicismo fue
Wincklemann, cuyas Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en
la pintura y en la escultura habían forjado toda una generación de estudiosos.
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En efecto, este es el espíritu con el que Schlegel, en las páginas del
«Prefacio» antepuestas a su escrito Sobre el estudio de la poesía griega,
afirmaba que su objetivo no era otro que «zanjar el largo conflicto entre los
facciosos amigos de los antiguos y los nuevos poetas», intentado así
restablecer «la concordia entre cultura natural y cultura artificial».[28] En esta
cita resuenan las palabras y los conceptos de Schiller. El tratado de Schlegel,
de hecho, data de 1795, mientras que el «Prefacio» es de dos años después, ya
que se escribió para la publicación de 1797. El escrito de Schiller Sobre la
poesía ingenua y sentimental, a su vez, apareció entre 1795 y 1796, y
Schlegel no podía haberlo leído mientras redactaba su tratado. Sí lo había
leído en el momento de escribir el «Prefacio», en el que cita precisamente
aquellas páginas de Schiller, y del ensayo dice que «si lo hubiese leído antes
de dar a la imprenta este escrito […], este habría sido mucho menos
imperfecto».[29]
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históricamente existe, que, por tanto, tiene una función y una realidad propias
en el panorama del desarrollo de la historia, pero que en ningún caso puede
pensarse como eterno. El romántico, cuyo espíritu es un espíritu de
reconciliación, debe por ello realizarse a fin de apartar este elemento molesto
que opone torpemente la Grecia clásica, sobre cuya excelencia no se insistirá
nunca lo bastante, y la modernidad, cuya grandeza en términos de sensibilidad
y enriquecimiento no puede negarse.
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romanticismo, escarnece justamente su idea de genio. Habla de la exaltación
de la juventud y se refiere a un poeta que se habría encerrado a escribir en una
cantina rodeado de botellas de champán, para obtener la inspiración; «con el
champán —dice— se puede producir una viva vitalidad; pero con esto no
basta» para crear arte,[32] y cuando dice estas palabras piensa exactamente en
la retórica del genio alimentada en los ambientes románticos.
El genio, sin embargo, es un asunto serio. Una vez más, había sido Kant,
en Crítica del juicio, quien había establecido los términos de la cuestión. El
genio, para Schlegel, y para los románticos, encuentra su propia colocación en
su típica consideración de un sujeto irónico animado por el Witz, por la
agudeza y el ingenio. La ironía del distanciamiento del mundo y el Yo que
sabía encontrar dentro de sí las fuerzas para crear la obra cooperan para dar
una descripción del genio que consigue asemejarle a una semidivinidad capaz
de obtener autónomamente el significado universal. En este sentido, el genio
tiende a recordar una vía media entre la figura del profeta y la del demiurgo
de la que hablaba Platón. Se establece, de hecho, como una individualidad
capaz tanto de prever las formas de la obra de arte lograda cuanto de dar a
estas una realidad concreta con su creación. El genio es poeta, intelectual y
estudioso, pero también artesano, homo faber, creador concreto de una obra
única que puede coordinar en un solo gesto el pensamiento sobre el arte y el
movimiento de la mano que se efectúa sobre la materia dura de la realidad. A
este respecto, August Schlegel afirma que «el genio no difiere del gusto más
que por un mayor grado de actividad», y aun, «el genio no es sino gusto
productivo».
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Estas son, pues, las características esenciales de la concepción romántica
de Friedrich Schlegel, fundador y gran animador de un reducido círculo que,
en la pequeña y apartada Jena, concibió y desarrolló una teoría que en poco
tiempo invadió todo el continente. Después de la Ilustración, el romanticismo
fue la primera gran corriente cultural europea.
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Novalis y Schleiermacher. Poesía y
sentimiento religioso
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Según el estilo romántico, Novalis era un personaje de varios talentos. En
la Universidad de Jena estudió jurisprudencia y filosofía, al tiempo que
desarrollaba una intensa pasión por la química, la ciencia más en auge en
aquellos años. Los descubrimientos de Lavoisier; que habían refutado
definitivamente la teoría del flogisto, estaban dando nuevos impulsos a la
disciplina. En este contexto surgió un nuevo interés, del que Novalis
participó, por la antigua alquimia y las teorías de Paracelso. El sueño, que
hallará expresión en las páginas del Fausto goethiano, era dominar los
elementos y su composición. Nacía así en aquellos años la imagen del
organismo como depositario de los secretos de la naturaleza, en un contexto
en el que todavía no había surgido la división entre química orgánica y
química inorgánica como hoy la conocemos. Personajes como Alexander von
Humboldt se lanzaron de cabeza en la disputa entre Galvani y Volta sobre la
electricidad animal y sobre la importancia de esta en la definición del proceso
químico, que parecía ser el único fenómeno capaz de oponerse a la
explicación mecanicista de la naturaleza realizada por Newton.
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Estudioso precoz de las obras de Fichte, tan precoz tal vez para
desinteresarse pronto de la filosofía, a los veintitrés años conoció a la persona
que más le iba a marcar: Sophie von Kühn, una niña de solo doce años de la
que se enamoró y con la que inició un noviazgo clandestino. Apenas dos años
más tarde, la joven murió al cabo de una larga enfermedad. La pérdida de la
amada sumió a Novalis en un inconsolable desánimo que lo empujó a
componer la colección de poemas que le haría célebre: Himnos a la noche. En
aquellos versos, Novalis describe la visita a la tumba de Sophie, frente a la
que el poeta se abandona a numerosas observaciones sobre el carácter de la
vida, de las pasiones y del amor; y da salida a todo su impulso romántico.
Todo esto lo permiten los Celestiales hasta un límite; mas luego acuden en persona y en verdad,
y a la dicha los hombres se habitúan, y al día y a mirar el rostro de los Revelados, de aquellos
que hace tiempo se llamaron el Todo, y la Unidad, y hondamente llenaron de libre plenitud los
pechos acallados.[33]
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Gracias a la noche, además, el ser humano se ve obligado a enfrentarse a
la muerte, que tiene en las tinieblas su lugar predilecto. A raíz de este
enfrentamiento tan terrorífico como necesario, el hombre comprende su
propia finitud. Por eso sale de él de alguna manera reforzado, porque llega a
reconocer la importancia del infinito justamente gracias al conocimiento de su
ser finito. El simbolismo al que llega la poesía de Novalis es una suerte de
mezcla entre la tradición cristiana y la de la antigua Grecia. La mitología
clásica, si bien se entiende como una forma imaginística excelente, queda
superada por la conciencia cristiana, la única capaz de sobrevivir a la muerte,
a pesar de mirarla siempre a la cara.
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intuir que su idea fuera la de un fundamento aislado de la conciencia, un
fundamento desprovisto de relaciones con el exterior, pero que genera la
forma de conciencia que tenemos en mente, es decir; la que se relaciona con
el exterior. Se lee: «el Yo debe dividirse para ser Yo —solo el impulso a ser
Yo lo unifica—, lo incondicionado ideal del Yo puro y, por tanto, la
característica del Yo en general».[34] La reflexión sobre la autoconciencia que
se estaba desarrollando en los años de transición entre los dos siglos tenía
como objetivo clarificar las reacciones entre el Yo y el mundo. Autores como
Hölderlin, por ejemplo, pensaban que las contradicciones que vivifican la
autoconciencia, en su intento de revelar lo que él denominaba «Uno y Todo»,
podían mantenerse en equilibrio. En este sentido, reelaborando el discurso de
Schiller, concebía el amor y lo bello como dos vías por las que podía
revelarse el ser. Novalis, en cambio, de quien se comprende su gusto por lo
nocturno, estaba convencido de que el sentido de la existencia, expresado
siempre en la idea del ser que ya hemos esbozado, permanecía en todo caso
más allá de nuestra posible comprensión efectiva. El aspecto necesariamente
finito de la existencia humana impediría, pues, un acceso real y completo al
ser mismo. El modo en el que nos acercamos y tratamos de hacernos una idea
del «ser», cosa que solo nuestra existencia puede permitir, se define, según
Novalis, como algo del pasado. Algo que se ha producido en un tiempo que
ya no es el nuestro. Y así emerge otro tema del romanticismo: la nostalgia por
un origen pleno y cohesionado que el hombre ha perdido para siempre.
Por este motivo, el ser originario que garantiza el sentido del mundo y de
la existencia es pensado como algo no plenamente accesible en el ahora. El
presente, la modernidad desgarrada, impide una plena comprensión del ser,
pero ello no significa que deba ser así también en las épocas futuras. La
nostalgia por el pasado se une, así, a otro topos romántico: el anhelo por un
futuro en el que pueda reconstituirse el sentido del ser. El romanticismo, así,
se enriquece con un rasgo que lo individualiza en sus rasgos constitutivos.
Solo es posible mantener la imagen del pasado áureo mediante la idea ya
mencionada de una tendencia infinita hacia la realización de la unidad. Es
como si para los románticos lo que agobia al hombre fuera justamente el
presente, es decir; su vida contingente. Ha habido un mundo realizado y
volverá a haberlo, pero no ahora. Resulta bastante evidente, en este punto, el
injerto de dos concepciones culturales centrales en Occidente: el mito de la
caída y la espera del Mesías. La pérdida del Edén es solo redimida por la
garantía de la salvación, no obstante esta salvación sea remitida al tiempo
bíblico, y no al mundo finito.
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En el presente, la sensación de que el Yo posee existencia propia en carne
y hueso sigue siendo algo problemático, precisamente debido a nuestra
temporalidad. La existencia concreta, en efecto, se subdivide en los instantes
del pasado, del presente y del futuro, en los que el presente, es decir, el
momento en el que vivimos siempre en todo instante, resulta ser el más
doloroso. El idealismo alemán de aquellos años —eso parece poder decirse
según Novalis— es un movimiento necesario que, sin embargo, contiene el
germen de su propio fracaso: el hecho de ser criaturas finitas y contingentes
nos empuja a buscar un fundamento absoluto, y este es el aspecto necesario
de las reflexiones de Fichte. Un impulso para tratar de explicarse nuestro ser
en el mundo, el intento de encontrar un fundamento. Este, sin embargo —y
aquí reside la derrota de la filosofía idealista—, como es un fundamento
infinito, resulta incompatible con nuestra realidad finita. De ello surge un
impulso, una tendencia continua, hacia lo que no podemos obtener,
justamente uno se consume por lo que ya no existe.
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relámpago y esa intuición del infinito. En palabras de Novalis, vivimos
constantemente la exigencia del fundamento, que no llegaremos nunca a
satisfacer. Así, la existencia es un «tender hacia la quietud» —pero
justamente por eso un tender infinito, hasta que el sujeto [en tanto que
opuesto al objeto], deviene yo puro—, lo que no sucede hasta que el Yo es
Yo.[35]
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ser fundamental al que no podremos tener nunca un acceso directo, sino que a
lo sumo podremos llegar a entrever. Nuestra vida consciente se define como
«vida cotidiana», dicho en sentido casi despectivo, y «consiste en simples
actos concretos constantes y siempre recurrentes». Se trata de una vida
inauténtica, que es vivida por aquellos que «viven solamente una vida
cotidiana» y que Novalis define como «filisteos». Estos individuos, «la poesía
la intercalan solo en caso de necesidad, puesto que están acostumbrados
también a una cierta interrupción de su programa cotidiano».[36] El filisteo,
por tanto, lleva una existencia aferrada a las pequeñas cosas cotidianas y cerca
de la propia satisfacción en el adecuarse al mundo. El término filisteo, de
claro origen bíblico, ha tenido una gran fortuna en la filosofía alemana, como
metáfora del individuo de mentalidad estrecha y superficial. De los filisteos
habla Hegel,[37] por ejemplo, pero también se referirá a ellos el pensamiento
marxista para identificar a la persona que podemos denominar
pequeñoburguesa.
En vez de ser un «filisteo», Novalis propone esforzarse por vivir una vida
auténtica, desear ser una persona que en su integridad puede definirse como
auténtica. Se trata de vivir fuera de lo ordinario, más allá de lo que la realidad
superficial nos ofrece. Esto no significa desinteresarse de la realidad, sino más
bien transformarlo ordinario en algo mágico. Leyendo los fragmentos
filosóficos que nos ha dejado Novalis, podemos encontrar la siguiente
descripción de la vida del hombre:
tal vez por eso, habitualmente y en general, tenemos necesidad de tanta fuerza y tanto esfuerzo,
puesto que para el hombre auténtico no hay nada más inhabitual, más fuera de lo común, que la
mísera rutinaria ordinariez.[38]
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Siempre en palabras de Novalis, «la filosofía es en rigor nostalgia,
impulso de estar en casa en todas partes».[39] De este modo, Novalis es como
mínimo poco amable con el pensamiento filosófico. De hecho, la exigencia de
estar en su casa se transforma en una existencia inauténtica. El hombre, en el
mundo, no está en su casa; está arrojado a una existencia dolorosa. Su tarea,
en vez de construirse un recinto protegido en el sistema conceptual, es hacerse
cargo de este dolor y de esta nostalgia:
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infundir el deseo de tener una plena posesión sobre esta, sino aceptar la
necesidad de responder de un modo fiel a su naturaleza incompleta y finita,
siempre, sin embargo, con vistas a aquel indicio del infinito que concede lo
bello natural y artístico. El de Novalis es un espíritu plenamente romántico, y
la vertiente en la que se manifiesta es la estética: es preciso saberse dentro de
un mundo y de una existencia, que Novalis llama «estar», y cómo vivimos en
este estar debe tener la forma de la creatividad, existir como si fuéramos obras
de arte: «la vida no debe ser una novela que viene dada, sino que hacemos
nosotros».[42]
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Himnos a la noche
Antaño,
cuando yo derramaba amargas lágrimas;
cuando, disuelto en dolor, se desvanecía mi esperanza;
cuando estaba en la estéril colina,
que, en angosto y obscuro lugar albergaba la imagen de mí
—solo, como jamás estuvo nunca un solitario,
hostigado por un miedo indecible—,
sin fuerzas, pensamiento de la miseria solo.
Cuando entonces buscaba auxilio por un lado y por otro
—avanzar no podía, retroceder tampoco—
y un anhelo infinito me ataba a la vida apagada que huía:
entonces, de horizontes lejanos azules
—de las cimas de mi antigua beatitud—,
llegó un escalofrío de crepúsculo,
y, de repente, se rompió el vínculo del nacimiento,
se rompieron las cadenas de la Luz.
Huyó la maravilla de la Tierra, y huyó con ella mi tristeza
—la melancolía se fundió en un mundo nuevo, insondable
ebriedad de la Noche, Sueño del Cielo—,
tú viniste sobre mí,
el paisaje se fue levantando dulcemente;
sobre el paisaje, suspendido en el aire, flotaba mi espíritu,
libre de ataduras, nacido de nuevo.
En nube de polvo se convirtió la colina,
a través de la nube vi los rasgos glorificados de la Amada
—en sus ojos descansaba la eternidad—.
Novalis, Himnos a la noche Traducción de Eustaquio Barjau.
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Schleiermacher: romanticismo religioso
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Friedrich Schleiermacher.
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contradicciones románticas, una de aquellas antinomias que lo han
caracterizado siempre: el empeño por aceptar el carácter finito y fragmentario
del mundo, su rechazo a la fundamentación conceptual y filosófica del
sistema, debía volcarse en la carrera entusiasta entre las ramas de la Iglesia de
Roma, que daba la impresión de poder ser aquella «morada» que Novalis
juzgaba imposible de alcanzar.
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Schleiermacher se había sentido atraído por las ideas de la Ilustración y, por
consiguiente, durante una época atravesó una fuerte crisis de fe en nombre de
los propósitos públicos y explícitos de la Razón. Pero con el tiempo regresó al
cauce de la creencia religiosa, y se convirtió en uno de sus principales
exponentes.
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De izquierda a derecha, la reina Luisa y su marido, el rey Federico Guillermo
III de Prusia, Schleiermacher, Fichte, Hegel, y el físico Johann Carl Friedrich
Gauss. Friso en relieve en la Galería Nacional de Berlín.
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concepto romántico por excelencia. La religión, pues, tiende a asemejarse a
determinada visión del mundo, a la manera en que el ser humano se forma
una imagen de la realidad, según ve e intuye el ser que es su fundamento. En
este sentido, también el discurso de Schleiermacher se aproxima a lo que
decía Herder. Si, en efecto, la religión es una cuestión de imágenes y de
intuiciones, se sigue que el individuo concibe su propio estar en el mundo a
través de una operación que solo puede juzgar él mismo, según una operación
irreductible. Por este orden de razones, la argumentación conceptual fracasa
necesariamente en la consideración de la individualidad de la fe. Así como
para Schlegel la obra de arte debía considerarse solo a posteriori, y como la
noche a la que descendía Novalis era olvidada en lo hondo del inconsciente,
para Schleiermacher la fe es un hecho interior que solo la vida del individuo
puede demostrar: «la religión», dice Schleiermacher, puede aferrar al hombre
solo «desde el punto de vista en cuyo marco debe ser lo que es, quiera o no».
[48]
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cuando se divide un concepto tanto como se quiere y hasta lo infinito, nunca se llega de este
modo a los individuos, sino siempre tan solo a conceptos menos generales, que están
contenidos bajo aquellos, a especies y subdivisiones que, a su vez, pueden comprender bajo sí
una muchedumbre de individuos muy diferentes.[49]
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del ser. En este sentido, cómo el ser humano plantee sus relaciones y su vida
está determinado esencialmente por la vida a través de la que se relaciona con
la realidad de aquel «hecho». Se trata de algo que se le impone al individuo y
a lo que el individuo debe reaccionar
De nuevo, esta vez por vía del carácter individual de las intuiciones de lo
divino, vuelve el tema del fragmento. Ningún sistema deductivo es capaz de
aferrar la realidad y la concreción de las intuiciones privadas; al contrario, el
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sistema las mutila y las reprime. Es necesaria la honestidad del diálogo, la
eficacia del monólogo para llevar a cabo este género de ideas, cuyo objetivo
es expresar las intuiciones religiosas. Solo dirigiéndose a alguien afín, que
comparta el espíritu de aquella sinfilosofía teorizada por Schlegel en la revista
de Jena, solo si mi interlocutor es un espíritu próximo a mí, puedo yo pensar
en comunicar mi intuición. Pero esta no debe pensarse como si fuera la
verdad. Sería un error entender el discurso de Schleiermacher en este sentido.
Más bien, lo que ocurre en el diálogo amistoso entre hombres libres es la
demostración de la pluralidad de las visiones, cada una con su propia
coherencia y la propia capacidad efectual basada en la intuición religiosa
privada. De ahí, pues, que lo único que pueda entenderse como verdad sea el
hecho de que, en el ámbito de las cosas que cuentan de veras, es decir, en el
ámbito de la visión del Uno y el Todo que asegura la sensatez del mundo, la
única verdad es justamente la ausencia de una verdad cierta.
No les toméis a mal que este vínculo celeste, el resultado más perfecto de la sociabilidad
humana, resultado que esta solo puede alcanzar si es conocida desde el punto de vista más
elevado en su ser más íntimo, tenga más valor para ellos que vuestro vínculo político terreno.
[52]
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la infinita tarea y el infinito anhelo romántico hacia una realización de la que
no se puede pensar un éxito garantizado. Casi una obra de difusión mesiánica:
Esta solicitud en difundir la religión no es más que la nostalgia piadosa que el extranjero siente
de su suelo natal, el esfuerzo por llevar consigo su patria y de contemplar por doquier las leyes
y costumbres de la misma.[53]
En este punto se impone, sin embargo, una pregunta que resultará central
para todo el romanticismo: ¿qué ocurre con el cristianismo? Si seguimos hasta
las últimas consecuencias las ideas de Schleiermacher, debemos admitir una
forma nada leve de relativismo religioso. Resulta bastante evidente que una
teoría como la que hemos expuesto impide pensar en las religiones como algo
sometido a un único corpus de doctrinas. Pluralidad de las religiones y
carácter privado de las intuiciones de la divinidad pueden significar, en rigor
lógico, una pérdida de coherencia de cualquier carácter absoluto de una
determinada forma religiosa. El romanticismo fue a la búsqueda de la verdad
divina también en el seno de las religiones orientales, cuyos textos habían
sido traducidos del sánscrito al latín por August Schlegel en los primeros
veinte años del siglo XIX. El problema, sin embargo, es que el cristianismo es
una religión que, por su naturaleza, tiende a los absolutos. El mensaje de
Cristo, de hecho, no tiene nada de cerrado y sectario, sino que se dirige a la
humanidad en general, y la salvación es salvación de todos los hombres.
Schleiermacher llega a hablar de la necesidad de tener no una única Biblia,
sino también en este caso una pluralidad de textos. Un modo de salir de este
callejón estriba de nuevo en la idea de la pluralidad como verdad: la
verdadera religión es, precisamente, aquella pluralidad fragmentaria de las
religiones, cada una de las cuales capta algo de lo divino, pero ninguna puede
arrogarse la verdad definitiva. En este sentido, el cristianismo, justamente por
su vocación universalista, se presta a encarnar un modelo: religión auténtica y
un respeto cristiano por el carácter divino, por la encarnación divina, de
cualquier ser humano en la propia intuición privada.
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afortunada, Schleiermacher describe el aspecto esencial de la religión
cristiana llamándola «sacra melancolía», definiendo así un sentimiento
característico propio de la actitud cristiana que «acompaña a toda alegría y
todo dolor».[54] La sacra melancolía, en verdad, corresponde a la idea de que
la universalidad del mensaje cristiano está ligado por su propia naturaleza a
un riesgo, que equivale al riesgo de corrupción. Para ser explícitos, la idea de
que cada hombre sea un pecador corresponde a la observación de que, en la
pluralidad de las visiones, ninguno puede arrogarse la verdad: en esto, la
intuición de lo divino está siempre manchada por la contingencia del hombre
que, por eso mismo, está expuesto a la corrupción del pecado. Un cristianismo
como religión auténtica corresponde a la aceptación de esta dimensión
necesariamente individual, particular y finita de cada hombre y de cada
visión. Existe, pues, una religión de las religiones, la que afirma que cada
realización de lo divino está manchada por la culpa de la finitud. Por eso, el
cristianismo corresponde a un modelo para las propias religiones.
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¿cómo podría comprender el conjunto de reglas mismo? Tal vez con otro
conjunto de reglas más amplio, pero así caería en una regresión al infinito.
Y aun:
solo se puede estar seguro de haber encontrado la unidad interna cuando se puede establecer la
totalidad de todos los modos de uso. Pero esta totalidad no está nunca acabada; por lo tanto, la
tarea, en rigor, es infinita y puede realizarse únicamente por aproximación.[55]
Sin insistir más en ello, lo que para Schleiermacher tiene un papel esencial
en la definición del romanticismo es precisamente su carácter incansable en la
búsqueda de la individualidad. Su vocación religiosa, tan en sintonía con el
movimiento romántico, será además su fortuna, y su visión de la
hermenéutica le convertirá en un hombre relevante más allá del reducido
círculo del primer romanticismo propiamente dicho.
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Schelling. El filósofo del romanticismo
Dejar para el final la figura de Friedrich Schelling no significa en absoluto
que no sea importante. Todo lo contrario: justamente el carácter complejo y
más marcadamente conceptual de su pensamiento requiere examinarlo
después de adquirir al menos cierta familiaridad con las líneas maestras del
pensamiento romántico. Una vez hemos tomado contacto con de Friedrich
Schlegel, Novalis y Schleiermacher, podemos enfrentarnos a una vertiente
más articulada del universo romántico. Schelling, a diferencia de los autores
tratados hasta ahora, y de los demás adeptos al círculo de los primeros
románticos, legó su nombre al conjunto de los grandes clásicos de la filosofía
alemana. Junto con Kant, Fichte y Hegel fue protagonista de aquella etapa
filosófica única en la cultura europea, y hay que examinarlo con la debida
atención.
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Los primeros pasos de una filosofía romántica:
spinozismo y mitología de la razón
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En 1795, con diecinueve años, publicó un libro titulado Del Yo como
principio de la filosofía o Sobre lo incondicionado en el saber humano, a
menudo mencionado simplemente como Vom Ich (Del yo). Antes de cumplir
los treinta, ya había entregado a la imprenta un sistema de la filosofía y un
corpus de obras lo bastante voluminoso para poder constituir la bibliografía
de un prolífico profesor que se aproxima a la jubilación. La cátedra que,
jovencísimo, ocupó en Jena era la de Fichte, que muy poco antes había tenido
que renunciar a la docencia a raíz de una acusación de ateísmo y de la
polémica subsiguiente. Schelling continuó publicando toda la vida, siempre
con el propósito de pulir y poner a punto su sistema filosófico. El que
presentó en 1800 con el título de Sistema del idealismo trascendental no llegó
a satisfacerlo por completo, y sintió la necesidad de seguir escribiendo
incesantemente nuevas obras y nuevos conceptos, de afrontar nuevos
problemas. El Yo de Schelling, por así decirlo, es en verdad un Yo romántico,
que no puede contentarse con lo que ya ha conseguido y que debe renovarse
continuamente. En esta descripción, no obstante, trataremos solo la primera
fase del pensamiento de Schelling, aproximadamente la que abarca hasta la
publicación del sistema. Son los años en los que participó activamente en el
debate del círculo romántico y estrechó relaciones con sus animadores.
Página 83
años, en una suerte de aislamiento intelectual en el que a menudo buscaba el
contacto con los amigos del seminario. Precisamente gracias a la preciosa
correspondencia con Schelling y Hölderlin podemos recuperar gran parte de
su fervor intelectual de aquellos años, mientras los dos jóvenes se
encontraban en Jena para asistir en persona a las lecciones del padre de la
filosofía de aquel período, Fichte.
¡Oh, los grandes kantianos que ahora están por todas partes! Se han quedado atados a la letra y
hacen el signo de la cruz al ver tantos textos ante sí. […] Fichte elevará la filosofía a una altura
tal que provocará vértigo incluso a la mayor parte de los actuales kantianos.[57]
Página 84
erigido en el pensamiento lo que la Revolución Francesa estaba realizando en
el mundo: el principio de la igualdad de todos los individuos. Por eso, lo que
estaba en juego no era simplemente alguna palabra o algún concepto escrito
en papel verjurado.
Página 85
Las líneas que llevarán a Hegel a desmarcarse del romanticismo —lo cual
aún tardará en suceder— están ya presentes en estos pocos renglones: el Yo
que para Schelling es fundamento de todas las cosas y en el que es preciso
insistir es, para él, un punto de tránsito, en cuanto que aquello que por lo que
luchará siempre con vigor es la historia de los pueblos, la libertad realizada
como humanidad en conjunto, y la vida del espíritu como realización y
desarrollo de la libertad humana en el mundo. Pero de momento la ruptura
todavía no se ha producido.
Página 86
jóvenes filósofos. Hölderlin había escrito, en referencia al Lessing de Jacobi y
por tanto a Spinoza, que «las concepciones ortodoxas de la divinidad no eran
adecuadas para él. No las soportaba. Ἓν καὶ Πᾶν [hen kai pan]. No quería
saber nada más».[61] En kai pan: Uno y Todo. Vuelve, así una imagen que ya
hemos visto para designar lo incondicionado y que muestra tener su propio
origen en estos mismos problemas filosóficos que se dirigen, partiendo de
Kant y Fichte, nuevamente al pensamiento de Spinoza.
Página 87
cuando se reunió con Schelling y Hölderlin, escribió aquellas dos caras, que
podían valer, de algún modo, como una demostración común de intenciones.
Pero ¿qué hay de extraño en aquel manuscrito? Antes que nada, lo que se
ha titulado El más antiguo programa sistemático del idealismo alemán hace
un llamamiento a la posibilidad de hallar «un ser absolutamente libre»,[62] es
decir, justamente aquel incondicionado del que hablaban los tres jóvenes
pensadores en sus cartas, lo que demuestra una gran continuidad con sus
reflexiones. En segundo lugar se percibe un intento claramente
revolucionario, en cuanto el autor afirma que el Estado, más que ser
reformado, «debe desaparecer».[63] Por último, cuando se aproxima a los
aspectos más concretos de sus ideas, habla de la posibilidad de unificar todas
las fuerzas y la calidad del hombre y piensa hacerlo con un instrumento que
ya hemos visto en acción en las reflexiones de Schiller, cuyas Cartas eran de
solo dos años antes; este instrumento es la belleza artística, precisamente la
poesía, que debe convertirse, o mejor dicho, volver a ser, lo que fue en un
tiempo, es decir, «maestra de la humanidad».[64] Aquí se precisan las
concepciones de este breve sistema, que tantos quebraderos de cabeza ha
causado a los estudiosos:
Monoteísmo de la razón y del corazón, politeísmo de la imaginación y del arte, ¡esto es lo que
necesitamos! Hablaré aquí primero de una idea que, en cuanto yo sé, no se le ocurrió a nadie:
debemos tener una nueva mitología, pero esta mitología tiene que estar al servicio de las ideas,
tiene que transformarse en una mitología de la razón.
Página 88
las que hay entre los doctos y el pueblo, entre individuos libres e individuos
no libres, entre moralidad y conocimiento, entre lo divino y lo real.
Página 89
Conversación sobre la poesía
De hecho, es casi incomprensible cómo se puede ser poeta sin honrar a Spinoza,
sin amarlo y sin ser de los suyos. (…) En Spinoza, sin embargo, ustedes
encuentran el comienzo y el fin de toda fantasía, el fundamento general y el suelo
sobre el cual descansa la particularidad de cada uno. (…) Traten de mirar por una
vez la antigua mitología llena de Spinoza y de aquellos puntos de vista que la
física actual ha de suscitar en todo aquel que reflexione. Todo se les presentará
con nuevo brillo y vida.
Página 90
Friedrich Schlegel, Conversación sobre la poesía, trad. de
Laura S. Carugati y Sandra Girón, Buenos Aires, Biblos, 2005.
Página 91
El sistema: la unificación artística
Página 92
Como los otros románticos, Schelling no fue ajeno a los tormentos de la
vida. En los primerísimos años del siglo XIX, cuando dirigía en Jena la Revista
crítica de filosofía junto con Hegel, se enamoró de Caroline Schlegel, de
quien ya hemos hablado y que se había casado con August Wilhelm Schlegel,
el mayor de los dos hermanos del círculo romántico. Las crónicas presentan a
Caroline como una mujer dotada de un intelecto refinadísimo y de una
capacidad literaria extraordinaria. También pertenecía al círculo romántico y
estaba convencida de vivir en una época de profunda revolución espiritual.
Doce años mayor que Schelling, ya había tenido una vida de aventuras. En su
juventud había quedado viuda de un primer esposo, se había adherido al
movimiento jacobino dominante en la ciudad de Maguncia, entonces bajo
control francés, y había mantenido una relación pública con un oficial del
ejército revolucionario. Embarazada, fue encarcelada cuando los alemanes
reconquistaron la ciudad. August Schlegel se ofreció entonces para desposarla
a fin de protegerla.
Página 93
Ideas presenta un sistema de filosofía de la naturaleza en el que Schelling
lleva a las últimas consecuencias lo que Kant exponía en Crítica del juicio.
Según Kant, y lo decimos de un modo algo tosco, la naturaleza, más allá de la
dimensión estrictamente cognoscitiva de sus leyes mecánicas, debe ser
entendida conforme a un fin. Aquí se trata del implante teológico de la tercera
Crítica, según el cual quien observa la naturaleza siente necesariamente el
impulso de concebirla según unos fines bien precisos, que, sin embargo, no
deben entenderse como objetivamente presentes en la propia naturaleza. La
naturaleza, así, se presenta de modo orgánico, es decir, como si todas sus
partes tuviesen una función bien definida en la economía del todo. En esta
descripción, es central la expresión «como si»; para Kant, la teleología de la
naturaleza debe tener el valor de un «como si», sin afirmar un significado
empírico a su finalidad. Para nosotros, necesariamente, la naturaleza aparece
como si fuera un organismo, como si estuviera dirigida a un fin. En realidad,
este mecanismo debería resultarnos familiar. También en la teoría de la
evolución de Darwin las cosas funcionan casi de idéntico modo: el progreso
natural no es objetivamente el fin de la naturaleza, es más bien lo que
nosotros reconstruimos a posteriori como su fin. La naturaleza, por sí misma,
es ajena a él. Las especies se seleccionan según la supervivencia, y somos
nosotros, con nuestras facultades cognoscitivas, los que vemos en ella algo
parecido a un desarrollo.
Página 94
en cuyo interior el sujeto puede tener ante los ojos un objeto dentro del cual se
reconoce, si bien este objeto tiene los rasgos marcados del inconsciente. La
naturaleza, en efecto, procede siempre por su camino, sin preocuparse por las
relaciones que mantiene con el ser humano. Esta faceta la convierte, al mismo
tiempo, en algo que respecto al hombre carece de intelecto, pero que excede
en lo que podríamos entender como una ingenua franqueza. El hombre tiene
en la libertad aquello que le sitúa en lo más alto de la naturaleza. El hombre
elige su propia conducta, elabora estrategias, proyectos. Pero esta
característica es también lo que le hace dudar, aquello por lo que no se siente
en paz con el mundo. La naturaleza, en cambio, no presenta estas últimas
características. No tiene dudas, solo certezas. Prosigue su obra y nada puede
desviarla de la dirección que ha tomado. Pero sin el hombre, la naturaleza no
sería nada: sin seres humanos, nadie comprendería la naturaleza y esta
permanecería muda.
Página 95
tercera parte como una auténtica unificación de las anteriores. En sus
términos, se trataba sencillamente de tender un puente en aquel «abismo
inmenso»,[69] en aquella sima inconmensurable, que separa naturaleza y
libertad.
Unir real y objetivamente los dos ámbitos significaba, pues, pensar una
naturaleza en la que irrumpía la libertad (el organismo) o, dicho de otro modo,
entender un acto libre que sea, en todo y para todo, natural (la obra de arte).
La concepción de Kant, como hemos visto, es siempre la del «como si»; una
naturaleza como si fuese libertad y una creación libre como si fuese natural: el
sistema natural pensado según un fin —categoría que pertenece a la acción
libre e intencional— y la obra de arte como naturaleza. La unificación
objetiva de ambos, tratándose del rigor de la filosofía trascendental de Kant,
es una operación que vulnera los límites que la razón debe imponerse a sí
misma.
Página 96
En la última sección del Sistema, Schelling logra finalmente identificar
este principio precisamente buscando el principio unificador que explica
aquella división entre la libertad del sujeto en cuanto agente moral y la
resistencia que el sujeto siente cuando se concibe como sumido en el interior
del mundo. Según él, el producto unificador de estas experiencias es la obra
de arte. Esta es, en efecto, un producto creado por el hombre, que se presenta
como autónomo respecto a él y que, además, no puede ser explicado
conceptualmente, sino intuido. La intuición es el único órgano capaz de hacer
presentir o, como decía Novalis, capaz de ofrecer un escorzo del fundamento
que unifica la realidad.
En la misma última sección del Sistema se lee que esta intuición «debe
reunir lo que existe separado en el fenómeno de la libertad y en la intuición
del producto natural, a saber, identidad de lo consciente y de lo no consciente
en el Yo y conciencia de esta identidad». Por este motivo, el producto de la
intuición que interesa a Schelling tendrá algo en común con el «producto
natural», y también algo en común con el «producto de la libertad, y deberá
reunir los caracteres de ambos». Procediendo en la descripción de este objeto
cuya intuición debe proporcionar el vislumbre de la unión de lo finito —una
vez más, la naturaleza objetiva— y lo infinito —de nuevo, la libertad del
hombre—, Schelling afirma que «el producto tendrá esto en común con el
producto de la libertad, que sea un elemento creado con conciencia; con el
producto natural, que sea creado inconscientemente».[71] Se trata, pues, de un
producto que al ejecutarse asume el gesto de una acción libre, y por tanto
humana, pero cuyo éxito mantiene un elemento inconsciente, que el ser
humano percibe como proveniente del mundo y, vista la descripción,
Schelling puede muy bien afirmar de qué producto se trata: «el producto
postulado no es, pues, sino el producto genial, es decir, puesto que el genio es
posible solo en el arte, el producto artístico».[72]
Página 97
libre se acopla aquel algo que él no sabe explicar con los conceptos y que le
permite crear obras de arte, sin que se le ocurra aplicar una regla exterior; y
unión de lo ingenuo y lo sentimental, que Schiller todavía presenta como
separados, porque su nostalgia por el fundamento que siente en su interior va
unida a la capacidad ingenua de expresarla en el interior de un producto del
que todos pueden tener experiencia; por último, es unión de todas las
separaciones del mundo, desde el momento en que aquello a lo que da vida es
un elemento que no puede ser disecado y definido por una regla, sino
solamente intuido.
Por cuanto hemos dicho, podemos afirmar que Schelling, como mínimo
en los años que hemos tomado en consideración, había dado, del modo más
claro y evidente, un enfoque genuinamente filosófico a las cuestiones en las
que se había fundado el proyecto romántico. En este sentido, intentó dar
respuesta a aquella desorientación que la época parecía poner de relieve con
tanta perentoriedad y urgencia. La obra de arte, el genio, la nueva mitología
de la belleza artística son percibidos así por Schelling como el único modo
posible de dar una respuesta intuitiva a la exigencia de fundamento que la
filosofía de Kant parece exigir y respecto a la cual Schiller, Goethe, pero
sobre todo Fichte, habían empezado a apuntar soluciones; soluciones, sin
embargo, percibidas todavía como insatisfactorias.
[…] El poeta puede aprender poco del filósofo, y este, en cambio, mucho del poeta. Además, es
de temer que la lumbre nocturna del sabio extravíe de la vía a los que están acostumbrados a
caminar a la luz de la revelación.[73]
Página 98
bastante distinta. En la fenomenología del espíritu, especialmente en el
«Prefacio», critica duramente al grupo de románticos. De los místicos, lo
llama, que como una secta deseaban crear un saber esotérico. Para Hegel, en
cambio, el saber debe ser abierto, divulgado y accesible para todos.[74] A la
luz de estas consideraciones, procede a demoler de modo sistemático
cualquier teoría de la intuición, a la que Schelling se había consagrado. La
intuición es transitoria, efímera, pasajera. Solo el concepto, con su
universalidad, puede dar respuesta al mundo moderno y a su crisis.
Página 99
El producto artístico
Corolarios
Si la intuición estética solo es la trascendental objetivada, es
evidente que el arte es el único órgano verdadero y eterno y a la
vez el documento de la filosofía […]. La visión que el filósofo se
Página 100
hace artificialmente de la naturaleza es para el arte la originaria y
natural. […]
Página 101
APÉNDICES
Página 102
Bibliografía
Fuentes primarias
Página 103
SCHLEGEL, A. W., «Vorlesungen über schöne Literatur und Kunst», en A. W.
Schlegel, Vorlesungen über Ästhetik I, Padeborn-Mónaco-Viena-Zúrich,
1989.
SCHLEGEL, F., Sobre el estudio de la poesía griega, Madrid, Akal, 1996.
SCHLEGEL, F., Frammenti, en Athenaeum [1798-1800], Milán, 2008.
SCHLEGEL, F., Conversación sobre la poesía, Buenos Aires, Biblos, 2005.
SCHLEGEL, F., «Philosophische Vorlesungen (1800-1807). Erster Teil», en
Kritische Friedrich-Schlegel-Ausgabe, Mónaco-Paderborn-Viena, 1964.
SCHLEIERMACHER, F. D. E., Sobre la religión. Discursos a sus
menospreciadores cultivados, Madrid, Tecnos, 1990.
SCHLEIERMACHER, F. D. E., «Ermeneutica generale del 1809-1810», en
Ermeneutica, edición italiana a cargo de M. Marassi, Rusconi, Milán,
2000.
Estudios
Página 104
Cronología
Página 105
1793 Friedrich Schlegel conoce a 1793 Ejecución de Luis XVI.
Caroline Böhmer.
Página 106
Schlegel publica la novela
Lucinda. Friedrich
Schleiermacher publica Sobre la
religión. Discursos a sus
menospreciadores cultivados.
1815 Napoleón es
definitivamente derrotado en
Waterloo; Luis XVIII de Borbón
sube al trono de Francia.
Página 107
1817 Georg Wilhelm Friedrich
Hegel publica la Enciclopedia de
las ciencias filosóficas en
compendio.
Página 108
Notas
Página 109
[1]
F. De Sanctis, Storia della letteratura italiana, vol. II, Milán, 1930, pág.
349. <<
Página 110
[2]
G. W. F. Hegel, carta a Schelling, 2 de noviembre de 1800, en G. W. F.
Hegel, Epistolario I. <<
Página 111
[3]G. W. F. Hegel, Fenomenología del espíritu, trad. de Wenceslao Roces y
Ricardo Guerra, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1985, pág. 384.
En las citas de fragmentos en alemán cuya traducción directa al castellano se
ha podido localizar, se hará constar, como en este caso, el nombre del
traductor, así como la editorial y el año de publicación. (N. del E.). <<
Página 112
[4]G. W. F. Hegel, Fundamentos de la Filosofía del Derecho, Madrid,
Tecnos, 2017. <<
Página 113
[5]
F. Schiller, Cartas sobre la educación estética del hombre, trad. de Martín
Zubiria, Mendoza, Argentina, Universidad Nacional de Cuyo, 2016. <<
Página 114
[6]
F. Schiller, Sobre poesía ingenua y poesía sentimental, Madrid, Verbum,
2013. <<
Página 115
[7] I. Kant, Crítica del juicio, § 59. <<
Página 116
[8] J. G. Fichte, Doctrina de la ciencia, Madrid, Akal, 1999. <<
Página 117
[9] Véase D. Henrich, Der Grund im Bewußtsein, Untersuchungen zu
Hölderlins Denken (1794-1795). Klett-Cotta, Stoccarda, 1991; y M. Frank,
Selbstbewußtsein un Setbsterkenntnis, Stoccarda, 1991. El primer estudio es
una investigación prolongada y exhaustiva de lo ocurrido en torno a Hölderlin
en los años en que se formó su pensamiento; el segundo reconstruye cuáles
pudieron ser las influencias recíprocas y externas en el seno del círculo de los
primeros románticos. <<
Página 118
[10] El inicio de la disputa se produjo en 1785, cuando Jacobi publicó una
serie de cartas enviadas a Moses Mendelssohn, en las que partía de la
declaración que hizo justo antes de morir Lessing al propio Jacobi, en el
sentido de que siempre había sido spinozista: F. H. Jacobi, «Cartas sobre la
doctrina de Spinoza al señor Moses Mendelssohn», en El ocaso de la
Ilustración: La polémica del spinozismo, trad. de María Jiménez Solé, Bernal,
Universidad Nacional de Quilmes, 2013. <<
Página 119
[11] Para esta cita, T. Pinkard, Hegel. A Biography, Cambridge, 2000, pág. 98.
<<
Página 120
[12]Estas palabras de Dorothea Mendelssohn se pueden encontrar en el
volumen J. M. Raich (hrsg.), Dorothea von Schlegel geb. Mendelssohn und
deren Söhne Johannes und Philip Veit, Briefwechsel, Magonza, 1881, I, pág.
19 <<
Página 121
[13] Hegel es «el único de los filósofos “clásicos” alemanes que dejó un
sistema filosófico completo y desarrollado contenido en un volumen.»
(Claudio Cesa, «Introducción», en G.W.F. Hegel, Enciclopedia delle scienze
filosofiche, Roma, Editorial Laterza, 2002). <<
Página 122
[14] F. Schlegel, «Frammenti», en Athenaeum [1798-1800], op. cit. pág. 203.
<<
Página 123
[15] Ibid. pág. 155. <<
Página 124
[16] Ibid. pág. 159. <<
Página 125
[17] Ibid. pág. 168 <<
Página 126
[18] Ibid, pág. 167. <<
Página 127
[19] Ibid. <<
Página 128
[20]F. Schlegel, Philosophische Vorlesungen (1800-1807). Erster Teil, en
Kritische Friedrich-Schlegel-Ausgabe, Bd. 12, hrsg. Von J-J. Anstett,
Mónaco-Paderborn-Viena 1964, pág. 334. <<
Página 129
[21] F. Schlegel, Frammenti, op. cit, pág. 168. <<
Página 130
[22]Para la cita referente al tribunal de la razón, véase I. Kant, Crítica de la
razón pura• <<
Página 131
[23] Supra, cap. 1. <<
Página 132
[24] Ibid. <<
Página 133
[25]
F. Schlegel, Conversación sobre la poesía, trad. de Laura S. Carugati y
Sandra Girón, Buenos Aires, Biblos, 2005. <<
Página 134
[26] Aquí un estudioso hegeliano podría tener algo que objetar, y en rigor
tendría sus motivos: el modelo de la estética de Hegel, que ha dominado la
crítica artística durante casi dos siglos, es, de hecho, un modelo histórico.
Según Hegel, el arte se define por su historia. Aun así, podría demostrarse que
la estética hegeliana, cuya formulación completa data como mínimo de 1817,
es en buena medida deudora de estas ideas del romanticismo, que fueron
escritas y publicadas cuando Hegel era todavía un pensador casi desconocido
que buscaba un puesto en el mundo académico. Mientras Schlegel escribía
estas palabras, Hegel trabajaba como preceptor en Fráncfort y justamente
empezaba a proyectar su traslado al «vórtice literario» de Jena, vórtice creado
por la actividad de Schlegel y los primeros románticos. <<
Página 135
[27] F. Schlegel, Conversación sobre la poesía. <<
Página 136
[28] F. Schlegel, Sobre el estudio de la poesía griega. <<
Página 137
[29] Ibid. <<
Página 138
[30]
A. W. Schlegel, Vorlesungen über Schone Literatur und Kunst, en A. W.
Schlegel, Vorlesungen über Ästhetik I, hrsg v. Ernst Behler, vol. I, Padeborn-
Mónaco-Viena-Zúrich, 1989, pág. 24. <<
Página 139
[31] Ambos fragmentos se citan en P. D’Angelo, La estética del romanticismo.
<<
Página 140
[32]G.W.F. Hegel, Filosofía del arte o estética, 1826. hrsg. v., A. Gethmann-
Siefert u. B. Collenberg-Plotnikov, Mónaco, 2004, pág. 63. <<
Página 141
[33]F. Hölderlin, «Pan y vino», en Friedrich Hölderlin, Antología poética,
edición y traducción de Federico Bermúdez-Cañete, Madrid, Cátedra, 2016
<<
Página 142
[34] Ibid. <<
Página 143
[35] Ibid. <<
Página 144
[36] Ibid. <<
Página 145
[37]Cuando habla del fracaso del héroe en la novela moderna, Hegel describe
lo que hoy podríamos llamar el aburguesamiento final de quien en su
juventud se opuso al mundo: «el mundo se le aparece como filisteísmo,
deviene [él mismo] un filisteo como los demás» (G. W. F. Hegel, Filosofía
del arte o estética, 1826). <<
Página 146
[38] Novalis, Opera filosofica. Editorial Einaudi, Turín,1993. <<
Página 147
[39] Ibid. <<
Página 148
[40] Ibid. <<
Página 149
[41] Ibid. <<
Página 150
[42] Ibid. <<
Página 151
[43] Himnos a la noche, trad. de Eustaquio Barjau, Barcelona, Orbis, 1983. <<
Página 152
[44]F. D. E. Schleiermacher, Sobre la religión. Discursos a sus
menospreciadores cultivados, trad. de Arsenio Ginzo Fernández, Madrid,
Tecnos, 1990. <<
Página 153
[45] G. W. F. Hegel, Fundamentos de la filosofía del derecho, op. cit. <<
Página 154
[46] F. D. E. Schleiermacher, Sobre la religión, op. cit. <<
Página 155
[47] Ibid. <<
Página 156
[48] Ibid. <<
Página 157
[49] Ibid. <<
Página 158
[50] Ibid. <<
Página 159
[51] Ibid. <<
Página 160
[52] Ibid. <<
Página 161
[53] Ibid. <<
Página 162
[54] Ibid. <<
Página 163
[55]F. D. E. Schleiermacher, «Ermeneutica generale del 1809-1810», en F.
Schleiermacher, Ermeneutica. <<
Página 164
[56] G. W. F. Hegel, carta a Schelling, 2 de noviembre de 1800, op. cit. <<
Página 165
[57]
F. W. J. Schelling, carta a Hegel, noche de Reyes de 1795, en G. W. F.
Hegel, Epistolario I, op. cit. <<
Página 166
[58]
G. W. F. Hegel, carta a Schelling, finales de enero de 1795, en G. W. F.
Hegel, Epistolario I. <<
Página 167
[59]
F. W. J. Schelling, carta a Hegel, 4 de febrero de 1795, en G. W. F. Hegel,
Epistolario I. <<
Página 168
[60]
G. W. F Hegel, carta a Schelling, 16 de abril de 1795, en G. W. F. Hegel,
Epistolario I, op. cit. <<
Página 169
[61]F. Hölderlin, Ensayos, trad. de Felipe Martínez Marzoa, Madrid,
Hiperión, 2008. <<
Página 170
[62]
Las traducciones de los fragmentos de este texto están extraídas de Hegel,
Escritos de juventud, trad. de Zoltán Szankay y José María Ripalda, México,
FCE, 1981. <<
Página 171
[63] Ibid. <<
Página 172
[64] Ibid. <<
Página 173
[65] Ibid. <<
Página 174
[66] F. Schlegel, Conversación sobre la poesía, op. cit. <<
Página 175
[67]Para ambos episodios remitimos al valioso trabajo biográfico de 1844
escrito por Karl Rosenkranz, joven alumno de Hegel que animó el debate
sobre la derecha y la izquierda hegelianas y obtuvo la cátedra de Königsberg
que antes ocupara Kant; K. Rosenkranz, Georg Wilhelm Friedrich Hegels
leben, Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1972. <<
Página 176
[68]F. W. J. Schelling, «Ideen zu einer Philosophie der Natur», en Friedrich
Wilhelm Joseph von Schelling: Werke, Bd. 1, Leipzig, 1907, pág. 113. Los
principales textos de Schelling sobre la naturaleza han sido compilados,
comentados y traducidos por Arturo Leyte en F. W. J. Schelling, Escritos
sobre filosofía de la naturaleza, Madrid, Alianza, 1996. <<
Página 177
[69] I. Kant, Crítica del juicio, op. cit. <<
Página 178
[70]E W. J. Schelling, Sistema del idealismo trascendental, traducción,
prólogo y notas de Jacinto Rivera de Rosales y Virginia López Domínguez,
Rubí (Barcelona), Anthropos, 2005. <<
Página 179
[71] Ibid. <<
Página 180
[72] Ibid. <<
Página 181
[73] F. Schlegel, Frammenti, op. cit. <<
Página 182
[74]Al método esotérico de los románticos, Hegel responde en el «Prefacio»
de la Fenomenología con la exigencia de que el saber sea algo exotérico, y
por tanto volcado hacia el exterior «Solo lo que se determina de un modo
perfecto es a un tiempo exotérico, concebible y susceptible de ser aprendido y
de llegar a convertirse en patrimonio de todos», trad. de Wenceslao Roces y
Ricardo Guerra, op. cit. <<
Página 183
[75] G. W. F. Hegel, Epistolario I, op. cit. <<
Página 184
[76]Véase la carta: «Aus Busens Berufungsschreiben an Schelling», en F. W
J, Schelling, Philosophie der Offenbarung, 18413/42, hrsg. v. M. Frank,
Fráncfort s. M, 1977, pág. 486. <<
Página 185
Página 186