El Derecho Natural Clásico

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 6

EL DERECHO NATURAL CLÁSICO

La filosofía del derecho natural está dominada, como cualquier filosofía del
derecho, por una doble problemática: por un lado, por el problema de la fundamentación, y
por el de la realización práctica, por otro. Desde el punto de vista de la fundamentación se
plantea, tanto respecto de la historia de la filosofía como de la sistemática, la pregunta
importante por la vinculación interna del derecho natural y de la metafísica. Desde el punto
de vista práctico se debe formular la pregunta si una orientación normativa del derecho
natural es «positivizable» y, particularmente, si esto es posible de manera liberal cara a la
moderna crítica ideológica. La historia del derecho natural da respuestas muy diversas a las
dos preguntas. Simplificando, parece que se puede observar que el primer complejo de
preguntas haya sido tratado especialmente en la doctrina clásico-universalista del derecho
natural, y el segundo ante todo en el derecho natural individualista y racionalista. Como
veremos, una contemplación tan reducida pasa por alto el hecho de que el derecho natural
clásico propugnó, a pesar de la exclusividad de su división del derecho en derecho natural y
derecho positivo, todo menos un dualismo estricto.

Basta recordar que es fundamental para el derecho natural de índole metafísica


encontrar su concreción en el derecho positivo. En lo que sigue y basándose en las posturas
histórico-filosóficas del derecho natural clásico y moderno, quiero esbozar los eslabones
sistemáticos desde la fundamentación metafísica del derecho natural hasta la problemática
de su realización práctica. Los tres problemas siguientes constituyen el núcleo: primero, la
definición del derecho, segundo, la distinción entre derecho natural y derecho positivo que
emana de esta definición y, tercero, la realización de un orden social liberal fundamentado
por el derecho natural. Vayamos con el primer problema de la definición conceptual del
derecho. El derecho es por definición una norma concreta de la actuación social imponible
coactivamente. Ese carácter coactivo debe formar parte integrante de la norma, por tanto no
se debe equiparar con la ejecución forzosa, hecho en el que insiste Kelsen. Sin embargo, la
ejecución forzosa es una consecuencia necesaria, sin la cual no sería visible la eficacia de la
norma. La sociología del derecho ha destituido de su carácter ontológico-metafísico el
concepto de «naturaleza de las cosas» y por tanto también de derecho natural, reduciendo
las relaciones jurídicas a procesos sociales o a contenidos de conciencia socialmente
válidos. A partir de un enfoque de la sociología del derecho, no se llega más allá de una
conciencia social general, que surge del contexto de la actuacióri social reconocido
normativamente por cada uno, por asi decir, en el sentido de un rol que le es otorgado
dentro del cuerpo social. Pero no se hace visible una fundamentación de la normatividad de
la conciencia social. En este orden de ideas una reconsideración de la doctrina clásica del
derecho natural de Tomás de. Aquino ofrecería un complemento considerable. Pues Santo
Tomás ha reconocido plenamente la conciencia social como poder normativo en su doctrina
del jus gentium. Opinó que la conciencia social posee validez jurídica con la condición de
que en el contexto de la actuación social se realice una valoración por vía racional que esté
encaminada a encontrar 10 racional y por tanto adecuado en el sentido de una evolución
consecuente de los principios éticos generales para un orden social concreto La doctrina
clásica del derecho natural fundamentada de forma metafísico-transcendente sin duda no es
capaz de establecer una norma social concreta, que derive lógicamente de una primera
norma universalmente válida en relación con la experiencia. La experiencia recibe en ella
carácter normativo en tanto en cuanto corresponde a principios generales. Tenemos que ver
aquí con un derecho de la razón que a la vez es capaz de apreciar en su justo valor la
persona humana con su libertad. Para la praxis en una sociedad ideológicamente dividida,
en la cual no puede haber apenas un consenso de valores, uno se encuentra sin embargo
ante el dilema de tener que decidir quién, es decir, qué razón será competente para la
determinación adecuada de la realidad concreta, es decir, qué razón práctica puede
reivindicar validez universal. La doctrina del derecho natural con orientación clásica
responde ciertamente con el argumento de la disposición natural de la razón humana que es
capaz de analizar las circunstancias concretas a base de los conocimientos universales. Pero
en la realidad empírica la razón práctica fundada en principios y la realidad social.
estructurada según un pluralismo de valores no concuerdan. Esta es la razón por la cual se
plantea el problema de si la doctrina metafísico-transcendente puede establecer un
compromiso con el pluralismo de valores de nuestra sociedad. En principio se puede
contestar afirmativamente la pregunta, pero sólo dentro de ciertos límites. Santo Tomás
también ha reconocido que en el enjuiciamiento de circunstancias concretas los juicios de
vator discrepan, incluso que deben discrepar parcialmente. Por eso ha determinado la
autoridad éticamente legitimada como motivo decisivo de la norma social, es decir del
derecho, de modo que el derecho natural tiende siempre de alguna manera hacia el derecho
positivo. Si a pesar de la exclusividad de la división del derecho en derecho natural y
derecho positivo algún escolástico ha rechazado el dualismo de derecho natural y derecho
positivo ha sido Santo Tomás. Pero es precisamente esta tendencia necesaria del derecho
natural hacia el derecho positivo lo que hace surgir la pregunta: ¿a quién podemos atribuir
el juicio autoritativo sin correr el peligro de un orden social dictatorial? Los numerosos
abusos de la autoridad estatal nos han vuelto escépticos frente al · poder estatal. La
mentalidad social exige por tanto el reconocimiento legal del pluralismo de valores. La
concepción metafísico-transcendente del derecho natural, que encuentra la norma jurídica
concreta en el análisis de la naturaleza de las cosas, es por tanto capaz de entender este
compromiso racionalmente, es decir adecuadamente y por tanto de legitimarlo.

El padre del derecho natural clásico se tiene anotado, fue Santo Tomás de Aquino el
primero en formular la propuesta de mutabilidad del Derecho Natural, la cual se producía
por adición o sustracción. (Müller-Schmid, s.f.)

Cuando hablamos del Derecho Natural clásico no hablamos de la “ley natural” sino que el
oficio de descubrir el Derecho –en los mundos agonales del “poder” de la política y del
“haber” de los mercados– es una tarea propia de laicos. Subalternada si se quiere a muchos
otros saberes, incluso a la teología por sus fines y principios, pero fundamentalmente obra
de jurisprudentes.

Cuando hablamos del Derecho Natural clásico tampoco hablamos de ese derecho racional y
matemáticamente deductivo del que se hablaba en los círculos intelectuales europeos al
tiempo de la codificación decimonónica, que no resulta más que el devengamiento de los
intereses del cartesianismo católico y del gran capital supérstite de la cristiandad medieval
europea.

Cuando hablamos del Derecho Natural clásico tampoco estamos hablando de los “derechos
naturales” que pueblan nuestras modernísimas constituciones. Las libertades de la
Declaración de 1789 suponían un Estado existente al que se exige el respeto de algunas
regiones interiores supuestamente excluidas del pacto social, o “libertades”, si se quiere
llamar así. El problema con este mito estoico que reflotan los filósofos modernos como
Hobbes, Rousseau, Locke, etcétera, ¿dónde queda si el contrato social no ha existido? Es
una teoría indemostrable. Una teoría que nada tiene que ver con la realidad es una mala
teoría y debe abandonarse. Pero el asunto es peor si estos Derechos Naturales aparecen
como expresiones del individuo aislado, como sucede con la visión contemporánea, en la
ordenación del hombre a su fin, con-fundiéndose el orden ético y antropológico con una
cadena de llamados “derechos” o, peor aún, llevados a la noción de “garantías”, como en el
Estatuto orgánico de esta Ciudad de Buenos Aires.

Si bien existió un abuso, tanto en el Iluminismo como en la Escolástica, sobre el tema del
Derecho Natural, resulta clara su relación. En el Iluminismo se llamó “Derecho Natural” a
una serie de principios racionales prácticos –en el sentido de que impulsan a la acción– que
se pensaron como punto de partida para que luego, mediante el uso racional de la
deducción, se fueran sacando conclusiones cada vez más cercanas a la realidad. Así, de los
tres principios clásicos de Grocio –cumplir con la palabra empeñada, abstenerse de la
propiedad de otro y reparar los daños producidos por culpa– se pretendió sacar, por vía de
conclusión, verdaderos códigos de “Derecho Natural”. También la Escolástica –y la
escolástica hispano-americana– pretendió un Derecho Natural que fuera conclusión de
principios conocidos por los teólogos a partir de ciertos principios de la ley eterna.

Así, el “Derecho Natural” terminó convertido en ley natural, ley racional o norma moral
revestida de coacción pública por el poder temporal. Es en ese contexto y a través de esas
claves que aparece el fenómeno de la codificación, presentado no ya como una
consolidación o sistematización de normas positivas, sino como una construcción
autónoma, autosuficiente, con absoluta coherencia. Expresión del legislador, como vocero
de una supuesta “voluntad general”, surgida de la concurrencia cívica y organizada “more
geométrico”.

Hoy, todo ese andamiaje de mitos y creencias es insostenible. No existe el hipotético


“estado de naturaleza” –mito estoico, renovado en la modernidad–, ni las relaciones
sociales son fruto de un contrato social. Ni la ley concreta es expresión de una razón
universal –que suponía conocer el filósofo o el teólogo–, ni una voluntad cívica expresada
por los Parlamentos y aplicada por los jueces.

La crítica de la posmodernidad, en este sentido, ha sido sanamente iconoclasta en su fase


destructiva; el problema es que, al derribar los mitos del Estado iluminista, no ha ofrecido,
en cambio, un sistema de vigencias sociales realistas y veraces que sirviera de sostén a la
convivencia, que termina siendo para estas corrientes rupturistas un “hecho” o una
“construcción” racional sin que medien “criterios objetivos” de bien y de mal, de verdad y
falsedad, de justo o de injusto. Así, esta cultura posiluminista termina dejando a las
comunidades sin conciencia histórica de pertenencia cultural, y sometidas a fuerzas
económicas poderosísimas: el mercado, la opinión de los medios, el interés corporativo de
los políticos y la mera voluntad de los jueces y mandatarios sociales. Esto es, retomando el
tema sofístico de que la justicia es la voluntad del más fuerte.

De allí, en medio del yermo en que nos ha dejado la “de-construcción” de la


posmodernidad, nace la necesidad de relanzar el legado de la tradición, el legado de lo que
hemos llamado el “Derecho Natural clásico”.

La educación es, precisamente, la entrega de las herramientas para hacer la valoración del
pasado y del presente y de organizar el futuro. Entonces, no cabe pensarse en una
educación a-valorativa; puramente técnica, aséptica axiológicamente.

La sociedad en la que nacemos tiene una determinada estructura política. Cada nación tiene
una historia y una trayectoria, en la cual el pasado determina el presente y la lanza hacia el
futuro.

La revolución, como ruptura con el pasado, no existe. Los hombres que hacen las llamadas
revoluciones son hombres con la cultura del pasado y, superado el estado de inestabilidad,
las sociedades siguen su curso sin grandes variaciones. Si el principio aristotélico nos dice
natura non facit saltus, esto también se da en la naturaleza de las cosas sociales. La
Revolución Francesa terminó en Napoleón, luego de un lapso de desconcierto. La
Revolución Rusa contra los zares terminó en Stalin y luego en la disgregación del imperio a
la espera de una nueva forma de grandeza.

El Derecho Natural clásico del que hablamos es el que busca reflejar en los asuntos
humanos el orden del “cosmos” (la creación en cristiano) y hacer de la Ciudad una entidad
ordenada que ayude e impulse a los hombres a vivir en la virtud, en la amistad cívica (como
lo entendían los antiguos) y les posibilite buscar a Dios, el sentido de su vida y de su
muerte.
El Derecho Natural clásico entiende el Derecho como la mejor disposición posible, en un
tiempo y en un espacio determinados, de los grupos sociales y de los hombres que los
conforman y que tiene como resultado la paz social.

BIBLIOGRAFÍA

Sanz, C.R. (2020). “La respuesta del Derecho Natural clásico a los desafíos del siglo
XXI”. Prudentia Iuris, N. Aniversario, pp. 19-29. DOI:
https://doi.org/10.46553/prudentia.aniversario.2020.pp.19-29

También podría gustarte