16941-Texto Del Artículo-144814486131-1-10-20191113
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Occidente está erigido sobre una lógica falogocéntrica, cuya base es la anatomía
del cuerpo masculino. Derrida califica de logocéntrica (logos: palabra, verdad,
razón y ley) a la tradición occidental, siendo el falo su representante simbólico
(Blanca Cabral, 2009: 269). El símbolo fálico se constituye de significados
auto‑afirmantes de la virilidad: grandiosidad, fuerza, dominación, entre otros.
Siempre orientados a realzar al sujeto masculino y, en consecuencia,
a subordinar a la mujer.
1 “Los otros de las mujeres son cualquier persona o espacio vital, y su contenido – fundado en
la relación materna de la mayoría de las mujeres, primero con hijos y cónyuges, y extendida a
cualquier otra-, consiste en la relación particular de las mujeres con su entorno vital: los otros
son depositarios del interés vital de las mujeres, que se concreta en sus cuidados vitales”
(Marcela Lagarde, 2005: 249).
La virginidad asegura que la mujer “no tiene dueño”, y el himen sella la propiedad
de quien lo “desflora”. No obstante, éste no constituye una prueba suficiente para
determinar que una mujer no ha experimentado la penetración, ya que puede ser
tan flexible –lo que se llama “himen complaciente”- que inclusive, dice José López
Gómez (1984) puede permanecer intacto hasta el momento del parto.
Dentro del imaginario patriarcal se dice que hay una “telita” o “mallita” que cubre por
completo la vagina, eso es lo que garantiza que una mujer no ha experimentado el coito.
Pero el himen es un “tejido horadado” que cubre parcialmente al canal vaginal y deja
escurrir hacia el exterior las secreciones de esta, del útero y de las trompas de Falopio”
[Cursivas añadidas] (Nelson Velásquez, Noramaikas Briñez y Delgado Roxana, 2012: 58).
Para Ferdinand de Saussure, 1994, citado por Victorino Zecchetto, 2002, el signo es una
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entidad lingüística con dos caras: “una sensible llamada Significante (…) siempre
es algo material. Otra es inmaterial: la idea o concepto evocado en nuestra mente,
y se llama Significado”. (Victorino Zecchetto, 2002: 68). En nuestro caso el himen
es el signo, cuyo significante es la forma física, el himen como tal. Pero el problema
radica en el significado, que está ligado a la función social, al concepto mental:
la virginidad. Este significado lleva consigo una gran carga cultural, desde la palabra,
asociada a la religión, hasta la concreción material que es el ideal de las mujeres
buenas como la Virgen María, lo que deviene en el ocultamiento del placer.
Mientras que para Ferdinand de Saussure, 1994, citado por Victorino Zechetto,
2005, la semiosis -proceso donde algo funciona como signo- es una díada, donde
el significante y el significado tienen una relación puramente psíquica, para Charles
Peirce, 1986, citado por Victorino Zechetto el proceso de semiosis es tríadico, cuyos
elementos son el representamen, el objeto y el interpretante. El representamen
es el signo en sí mismo, es lo que representa el objeto y que posteriormente
se convierte en la imagen mental (interpretante) (Victorino Zecchetto, 2005: 57-59).
embargo, “no existe por tanto contradicción alguna en afirmar que todo signo tiene
un designatum pero que no todo signo alude a algo realmente existente” (Charles
Morris, 1985: 29). La rotura del himen no alude siempre a la pérdida de la virginidad,
por tanto, esa toma en consideración se produce sin que necesariamente existan
las características que se consideran.
La función social del himen nos ofrece datos sobre la cultura patriarcal, porque
refleja que la mujer ha sido calificada como un objeto del cual el hombre debe
apropiarse. A diferencia del himen, el significado del clítoris no se halla en su función,
sino más bien en la negación o invisibilización de éste. La sexualidad femenina
se encuentra atada únicamente a la vagina, la cual el patriarcado ha especializado
78 como un conducto de procreación. El clítoris como elemento autónomo del placer
femenino, ha sido desplazado. Como la cultura patriarcal ha trasladado el erotismo
del clítoris a la vagina, al canal que da placer al otro mediante el coito, se produce
lo que denomina Marcela Lagarde (2005: 215): La mutilación simbólica del clítoris.
La mujer ha sido pensada a partir de los parámetros masculinos, la analogía sirve sólo
para la mujer, el hombre no tiene que compararse con ella, porque él es el modelo,
es quien posee el símbolo privilegiado.
El clítoris ha sido ignorado por la comunidad científica, apenas en 1998 fue cuando
la uróloga Helen O’Conell publicó la anatomía precisa del clítoris, exponiendo que
lo que conocemos como el clítoris, es decir, el glande que se aprecia en la vulva,
es apenas la punta del iceberg, pues, el clítoris es mucho más interno que externo.
El glande se conecta con el cuerpo, el cual se abre y forma dos pilares que pueden
En el 2008 Odile Buisson y Pierre Foldés2 muestran la primera ecografía del clítoris
estimulado, y en 2010 publican la primera ecografía del coito. Con estos materiales
corroboraron las sospechas de Helen O’Conell, ciertamente el clítoris es un órgano
móvil que arropa la uretra y la vagina, por ello, decidieron nombrar este proceso como
el Complejo clítoris-uretro-vaginal. Desmitificando el supuesto orgasmo clitoridiano
y el orgasmo vaginal, pues, en el fondo conforman uno solo.
En la unión de las dos caras que realiza Ferdinand de Saussure (1994), la relación
siempre es lógica y, por tanto, hay un olvido del operador. No hay lugar en la semiosis
ni para el operador, ni menos aún para el cuerpo. Para Jacques Fontanille (2008)
el cuerpo es el operador de la semiosis, porque es el mediador entre el sujeto
y el mundo, es decir, percibe contenidos pero también proyecta valores, es susceptible
de testimoniar sus experiencias porque las ha vivido.
2 Vea la presentación de Odile Buisson en: Le clitoris cet inconnu Médiathèque de l'Université
Paris Diderot [Video en línea]. Disponible: https://www.youtube.com/watch?v=Y-4hbbQ3q4g
3 “El Mí correspondería, en el caso particular de un actante que habla, al “locutor en
cuanto tal” (Ducrot), al individuo concreto que articula, que farfulla, que grita, etcétera (…)”
(Jacques Fontanille, 2008: 33).
El cuerpo propio de la mujer no pasa por las mismas tensiones que el del hombre.
Lo que la mujer logra interiorizar para posteriormente manifestar, lo va constru
yendo desde su niñez, donde aprende que sólo debe tocar su cuerpo al momento
de la higiene. Por lo cual, la carne se constituye por una extrañez interna del cuerpo
femenino, lo que deviene en un cuerpo propio que lucha por resolver el problema
del Mí: la negación del placer y el querer obtener placer.
Recuerdo cuando mi mamá me dijo: “¡Ay! el Niño Jesús te trajo una muñeca”.
Me molesté mucho, porque yo pedí una carreta con un caballo; y me dijo:
4 “El Sí sería, (…) la fuente de las “miras”, el operador de las “captaciones”” (Ídem).
“¿Cuál carreta con caballo? Tú no puedes estar montándote en eso” (…) ella
me recalcaba una y otra vez: “tienes que jugar con muñecas, porque las niñas
juegan con muñecas” (Blanca, 53 años).
Descubrí el clítoris desde chiquita, cuando comencé a lavarme sentía eso ahí,
lo manipulaba, lo tocaba. Claro, uno no sabía en el momento que se llamaba
clítoris, porque estaba muy pequeña y todavía no tenía esa información (…) no te
explicaban, uno se sentía un fenómeno y mencionaba “¡Ay! ¿Qué tengo aquí?”
y mi mamá lo que decía era: “Eso no es nada, usted no tiene nada que tocar,
usted se lavó y ya está” (Blanca, 53 años).
El silencio y los regaños funcionaban para que Blanca aprendiera a tocarse sin
intencionalidad erótica, y sin ninguna clase de preguntas, porque allí “no hay nada”.
La prohibición de tocar el cuerpo sólo por placer o por explorar lo que te constituye,
forma parte de los elementos de los cuales se sirve la cultura patriarcal para legitimar
el aseo como el único vínculo entre la niña y su cuerpo. Al no explicarnos qué es eso
que sentimos y vemos, nos van mutilando nuestros órganos sexuales, y la madre que
ha crecido con esa mutilación, se convierte en la encargada de extenderla a su hija.
Definitivamente mis embarazos han sido los momentos que me han marcado
como mujer, (…) son sensaciones únicas en donde tú dices: ¡Wow! tengo
una vida dentro de mí, soy una mujer, o sea, ya soy una mujer (Ana, 30 años).
Ana ha internalizado que ser mujer implica ser madre. La mujer es reducida
a ser matriz, a un cuerpo que está al servicio de otros. Al internalizarse
la procreación como característica irrenunciable, la maternidad se construye como
el ideal inherente de cada mujer. Por tanto, aquella que no experimente la maternidad
será considerada como una mujer incompleta:
Yo me imagino que las mujeres que no logran ser madres en su vida, porque
genéticamente no pueden o tienen alguna dificultad, no son personas completas,
transcurren como con una vida vacía (Ana, 30 años).
Un cuerpo desconocido
Con la prohibición de tocar el cuerpo por placer o exploración, la mujer crece con un
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cuerpo que en su interior desconoce, ya que es un cuerpo expropiado y al servicio
de otros. Ana y Eliza desconocen sus órganos sexuales, ya que al preguntarle:
¿Qué es la vulva? Respondieron:
¿La vulva? ¡Oye! Pequeño detalle, no me sé esa parte (...) Para mí la vagina es la
parte donde el pene se mete para poder hacer la fricción (…) esa es la parte
donde está el clítoris (Eliza, 21 años).
Estas mujeres confunden su vulva con su vagina. Ese extrañamiento que recorre
la corporalidad femenina se debe al silencio y al engaño; cómo no van a desconocer
su zona genital, si siempre se les dijo “Ahí no hay nada”, “usted se lavó y ya está”. Por ello,
la mujer internaliza que efectivamente allí no hay nada, pues, lo importante es limpiar
y embellecer su cuerpo. Como se prohibió la etapa de exploración, la mujer crece con
un cuerpo desconocido, donde ha sido conveniente que aprendiese sólo a nombrar
a la vagina, la cual ha sido especializada como el conducto ocupado por los otros.
Siempre fue por la forma en que se han dirigido desde niña, siempre fue tu
“totonita”, tu “rabito”, ¡Vamos para lavarte la totonita! ¡Vamos para lavarte el
rabito! ¿Sabes? y siempre fue así desde niña, cuando mi mamá me bañaba
siempre fue: “Vamos a echarte agüita en esa totonita” (Ana, 30 años).
La mutilación también implica no llamar a los órganos sexuales por sus nombres,
porque como es algo que no le incumbe a la niña, ha sido conveniente colocarle otras
Las expresiones gráficas y verbales de Eliza y Ana, indican que su sexualidad ha sido
construida sobre la base de la maternidad obligatoria y la prohibición del placer, las cuales
aparecen como las principales causas del desconocimiento de sus órganos sexuales.
Como no se les dice a las niñas cómo son realmente sus órganos sexuales,
ellas crecen con un cuerpo que desconocen:
En los relatos de Eliza y Ana se puede apreciar que ambas “descubrieron” el clítoris
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en sus primeros encuentros sexuales, siendo el hombre el encargado del aprendizaje.
No obstante, este aprendizaje está impregnado por la lógica falocéntrica que sitúa
al clítoris como un pene incompleto, pequeño o atrófico:
Un himen intacto
Para el imaginario colectivo con la penetración hay rotura del himen. La funcionalidad
de esta creencia es la de sellar la propiedad de quien “desflore” el himen, por esa
razón, la mujer debe tener la vagina cerrada con un “himen intacto”, hasta que llegue
el propietario al cual debe “entregarse”:
Mi primera experiencia sexual fue muy dolorosa, muy dolorosa (…) Pero al final
es por algo que todas debemos pasar, todas debemos pasar por el dolor (…)
yo duré tres días sangrando y donde no me podía sentar con comodidad. Si te
soy sincera, tuve la sensación de haber sido violada, porque hubo un momento
en el acto donde yo sentía mucho dolor y estaba muy asustada y no quería
continuar. Pero recuerdo que mi pareja me dijo: “aguanta, falta poquito”. Pero,
ya no quería aguantar más, ya no quería seguir sintiendo ese dolor. Me decía:
“aguanta, ya falta poco, ya vamos a salir de esto”. Recuerdo que era más por
romper el taponcito (…) lo hice con la persona que quería (…) deseaba darle
mi virginidad a esa persona, entregársela como sinónimo de importancia (…)
Yo me preparé psicológicamente, quería entregarme a esa persona, pero
ignoraba por completo el dolor. Pensé que iba a entregar mi amor y mi cuerpo
y, ya (Ana, 30 años).
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Consideraciones finales
Dentro de la cultura patriarcal, el himen es socialmente visible porque es el sello
de garantía de la posesión del hombre, que al “desflorar” la vagina obtiene el cuerpo
de la mujer. Pero a diferencia del himen, el clítoris es invisibilizado porque carece
de utilidad para el órgano masculino. Ambos signos entran en relación porque
representan la prohibición del placer femenino, el himen porque “duele” y el clítoris
porque se mutila.
Los relatos de las mujeres entrevistadas nos muestran que el paso necesario que
todas debemos dar es el del conocimiento de nuestro cuerpo. Digo nuestro porque
este es un proceso colectivo, que no solamente incluye a las mujeres, sino también
a los hombres. Es necesario redefinir la sexualidad, donde ya no se someta un género
al otro, y donde no haya un modelo único de sexualidad.
Es necesario que a las niñas se les hable de sus órganos sexuales, que se le enseñe
sus funciones, para que al crecer no sean parte de aquellas que crecemos
con un total desconocimiento de nuestro interior. En la medida en que las mujeres
vayan conociendo su sexualidad, podrán transmitir sus conocimientos a las demás.
Allí, encontraremos una nueva forma de vivir nuestra sexualidad, que no será
86 más nunca fragmentada, porque habremos reconocido su pluralidad. Pero, exilia
das de nuestro cuerpo difícilmente podremos construir subjetividades autónomas,
y seguiremos tomando las que nos han otorgado como respuesta a los intereses
masculinos. Salir del reducido ámbito de la reproducción, y vivenciar nuestro
cuerpo como centro de placer, es una de las herramientas que tenemos
para construir nuevas sexualidades.
Referencias bibliográficas
Berger, Peter y Luckmann, Thomas. (1998). La construcción social de la realidad.
Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Cabral, Blanca. (2009). Sexo, poder y género. Tomo I. Caracas: Fundación Editorial
El Perro y la Rana.
Fontanille, Jacques. (2008). Soma & Sema. Figuras semióticas del cuerpo. Lima:
Universidad de Lima.
Freud, Sigmund. (1930). Sobre la sexualidad femenina, Obras completas, Tomo III.
En Numhauser Tognola, J. (1993). (3ª. ed.). Madrid: Editorial biblioteca nueva.
Irigaray, Luce. (1992). Yo, tú, nosotras. Universitat de Valencia, Instituto de la mujer:
Ediciones Cátedra.