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23, Nº 50, enero-junio 2018

Signos de la construcción social


de la sexualidad femenina
Anniuska Perdomo Resumen
[email protected] Al ser el falo el símbolo privilegiado dentro de la cultura
patriarcal, la mujer es el objeto que garantiza el reflejo
Socióloga con mención y la representación del sujeto masculino. Este artículo pre­
ho­norífica Magna Cum senta un análisis sobre la construcción social de la sexualidad
Laude en la Universidad femenina, a través del estudio del clítoris y el himen
Central de Venezuela (2015). como signos corporales. Corresponde a una investigación
Actualmen­te es estudiante en cualitativa, se realizaron entrevistas en profundidad
la Escuela de Psicología de la que reflejaron que las entrevistadas viven en un cuerpo
Universidad Central de Vene- desconocido, donde el clítoris es ignorado o concebido como
zuela. un pene incompleto, y el himen es visto como el garante
de la virginidad que sella la posesión del hombre.
palabras clave: sexualidad femenina, signos, construcción
social, cultura patriarcal
Abstract
Being the phallus the privileged symbol within the patriarchal
culture, the woman is the object that insures the reflection
and representation of the male subject. This article presents
an analysis of the social construction of female sexuality,
through the study of the clitoris and hymen as bodily signs. It
corresponds to a qualitative investigation, in-depth interviews
were taken, which revealed that the interviewees inhabiting
in an unknown body, where the clitoris is ignored or seen
as an incomplete penis, while the hymen is viewed as the
guarantor of virginity that seals the man’s possession.
keywords: female sexuality, signs, social construction,
patriarchal culture
Artículos Anniuska Perdomo | Signos de la construcción social de la sexualidad femenina

La construcción social de la sexualidad


El alcance de la sexualidad es tan amplio que trasciende al cuerpo y al individuo.
Constituye un conjunto de complejidades que comprende las relaciones sociales,
las instituciones, lenguajes, visiones del mundo, entre otras. Las construcciones
sociales se sirven de las diferencias somáticas para atribuir roles diferenciales
de género y, desde ahí, establecer la clasificación social de la sociedad.

La sexualidad es el conjunto de experiencias humanas atribuidas al sexo


y defi­nidas por éste (…) es un complejo cultural históricamente determi­
nado consis­tente en relaciones sociales, instituciones sociales y políticas,
así como en concepciones del mundo, que define la identidad básica
de los sujetos (…) implica rangos y prestigio y posiciones en relación al poder.
(Marcela Lagarde, 2005: 184)

La sexualidad humana es una construcción sociocultural y no algo dado por naturaleza.


Con Peter Berger y Thomas Luckmann (1998: 209) se aprecia que la suprema reali­dad –
del mundo Occidental– configura ciertos patrones de conductas que tipifican diferencial­
mente a hombres y mujeres. Estas tipificaciones que han pasado por el proceso
74 de externalización, han de objetivarse. Por lo que usted, en su proceso de socialización,
va leyendo y actuando sobre el guión que le han adjudicado. Una vez internalizado
cuál es su posición en la realidad, cualquier cuestiona­mien­to es filtrado por economía
de esfuerzos, ya que usted da por sentado, por “natural” esas tipificaciones:

La sexualidad humana está dirigida y a veces estructurada rígidamente


en cada cul­tura particular. Toda cultura tiene una configuración sexual distin­
tiva, con sus propias pautas especializadas de comportamiento sexual
y sus propios supues­tos “antropológicos” en el campo sexual. La relatividad
empírica de estas confi­gura­­ciones, su enorme variedad y rica inventiva,
indican que son producto de las propias formaciones socio-culturales
del hombre más que de una naturaleza humana establecida biológicamente
(Peter Berger y Thomas Luckmann, 1998: 70)

La sexualidad es el elemento por excelencia de organización y clasificación de las


sociedades, no es ahistórica; varía de acuerdo al contexto y una cultura determinada.
Al ser el elemento central y definitorio para cada sujeto es la encargada de modelar
la identidad de grupos y de cada persona.

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La sexualidad femenina en la cultura patriarcal


El orden social que se ha venido describiendo está fundado en el patriarcado, siendo
éste un sistema que se caracteriza por la exaltación del sujeto masculino, el cual
detenta el poder para ejercerlo en dos focos de sometimiento: las mujeres, niños
y niñas. Las culturas patriarcales están definidas por el intercambio de mujeres
entre los hombres. “El patriarca posee mujeres y útiles como bienes generalmente
marcados por el género femenino” (Luce Irigaray, 2005: 124).

La cultura patriarcal ha reducido a las mujeres a la maternidad. La función materna


está asociada a la reproducción social. Marcela Lagarde (2005: 202) nos dice
que la sexualidad femenina posee dos vertientes: la procreación y el erotismo.
La primera es genérica, asumida como la característica natural y esencial de todas
las mujeres. Allí se construye la maternidad como elemento inherente e irrenunciable,
es el lado positivo de la mujer. A diferencia de la procreación, el erotismo como
característica no es genérica, porque sólo está a disposición de un grupo de mujeres:
las putas. El erotismo está presente en todas las mujeres, pero a diferencia
de las putas, en las demás el erotismo está subordinado y al servicio de la procreación.

Debido a la separación del erotismo y la procreación, contamos con una especialización


de la sexualidad femenina, consecuencia: una sexualidad escindida. El elemento 75
que se encuentra en todas es el de un cuerpo al servicio de los otros; en las madres
su cuerpo es materialmente un espacio vital para ser ocupado, mientras
que en las putas, su cuerpo es un espacio vital para dar placer a otros1. El cuerpo
de la mujer es el instrumento y el depositario del cual se sirven los otros para
su existencia, “Las mujeres son los únicos seres que se reproducen a sí mismas.
Los otros las tienen a ellas para lograr su reproducción” (Marcela Lagarde, 2005: 110).

Occidente está erigido sobre una lógica falogocéntrica, cuya base es la anatomía
del cuerpo masculino. Derrida califica de logocéntrica (logos: palabra, verdad,
razón y ley) a la tradición occidental, siendo el falo su representante simbólico
(Blanca Cabral, 2009: 269). El símbolo fálico se constituye de significados
auto‑afirmantes de la virilidad: grandiosidad, fuerza, dominación, entre otros.
Siempre orientados a realzar al sujeto masculino y, en consecuencia,
a subordinar a la mujer.

1 “Los otros de las mujeres son cualquier persona o espacio vital, y su contenido – fundado en
la relación materna de la mayoría de las mujeres, primero con hijos y cónyuges, y extendida a
cualquier otra-, consiste en la relación particular de las mujeres con su entorno vital: los otros
son depositarios del interés vital de las mujeres, que se concreta en sus cuidados vitales”
(Marcela Lagarde, 2005: 249).

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Si el falo es el símbolo reinante en la cultura patriarcal, ¿qué pasa con lo femenino?


Pues, carece de valoraciones, ya que toda la preeminencia la tiene el sujeto mas­culino,
quedando la mujer como la atrofia, lo negativo, el objeto. Luce Irigaray (2007:43) nos va
a decir que en nuestra cultura, donde reina el falogo­­cen­trismo, lo feme­nino no es re­
presentable, porque es la significación de la falta. El término freudiano “envidia del
pene”, implica que la sexualidad femenina se define como la caren­cia de, ausencia de:
El Dios-Falo. Para la teoría freudiana la envidia del pene significa el desprecio de la niña
hacia su placer, desprecio que garantiza apaciguar la angustia de castración en el
hombre. Esta “envidia” no sólo le asegura al hombre que posee lo que ella tanto desea,
sino que a su vez constituye un miedo para él, pues teme que ella pueda arrancárselo.

El clítoris y el himen como signos del cuerpo femenino


El proceso de encubrimiento del placer femenino, dentro de la cultura patriarcal, puede
mostrarse a partir del significado del himen y el clítoris -entendiéndolos como signos
que representan una realidad-. Los signos expresan un significado que sirven como
instrumentos de comunicación: “el signo ofrece datos sobre la realidad representada
(…) es una interpretación de la realidad representada (…) es siempre también
una herme­néutica, es decir, la interpretación de algún sentido que tiene la realidad
76 conocida” (Victorino Zeccheto, 2002: 66). El signo es como un espejo que muestra
el reflejo, la realidad representada y, al mismo tiempo, es hermenéutico.

La cultura patriarcal encubre el poder de la vagina, porque la coloca sólo como


el conducto que da placer al sujeto masculino y, que además, está ligada esencialmente
a la reproducción. El himen representa un obstáculo para el falo, pero a través
del imaginario de la virginidad, éste logra derrumbarlo para “apropiarse” de la vagina.

La virginidad asegura que la mujer “no tiene dueño”, y el himen sella la propiedad
de quien lo “desflora”. No obstante, éste no constituye una prueba suficiente para
determinar que una mujer no ha experimentado la penetración, ya que puede ser
tan flexible –lo que se llama “himen complaciente”- que inclusive, dice José López
Gómez (1984) puede permanecer intacto hasta el momento del parto.

El himen o membrana de la virginidad es un pliegue de tejido conjuntivo,


que parcialmente cierra el orificio externo de la vagina (…) un himen roto
no constituye evidencia contundente de que la muchacha no es virgen; por
otro lado, existen casos en los que el himen es tan flexible o plegable, que
puede realizarse el coito en forma repetida sin ocasionar la ruptura de esta
membrana (…) el tejido del himen en forma habitual no sella la vagina por
completo (James Leslie McCary, citado en José López Gómez, 1984: 28).

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Dentro del imaginario patriarcal se dice que hay una “telita” o “mallita” que cubre por
completo la vagina, eso es lo que garantiza que una mujer no ha experimentado el coito.
Pero el himen es un “tejido horadado” que cubre parcialmente al canal vaginal y deja
escurrir hacia el exterior las secreciones de esta, del útero y de las trompas de Falopio”
[Cursivas añadidas] (Nelson Velásquez, Noramaikas Briñez y Delgado Roxana, 2012: 58).

La fisiología del himen ha sido controversial, generalmente se estima que la función


de esta membrana es proteger la vagina de infecciones y microorganismos, pero
en la pubertad pierde su utilidad con el desarrollo de la microbiota vaginal. No obstante,
la posible función del himen es cuestionada porque durante el embarazo las hormonas
maternas se traspasan al feto, por lo cual, la composición de la microbiota en las
recién nacidas refleja la de su madre. Y, como la vagina en las niñas premenárquicas
presenta una mucosa donde escasean los nutrientes, la protección deriva
de la microbiota de la piel (Juan Suárez, 2013). Como vemos, el himen pudiese no
tener una función biológica, no obstante, dentro de nuestra cultura su función social
(virginidad) no es cuestionada. Era necesaria una explicación biológica para controlar
el goce femenino, controlar el “desenfreno sexual” de las mujeres y someterlas
a la sujeción de un hombre.

Para Ferdinand de Saussure, 1994, citado por Victorino Zecchetto, 2002, el signo es una
77
entidad lingüística con dos caras: “una sensible llamada Significante (…) siempre
es algo material. Otra es inmaterial: la idea o concepto evocado en nuestra mente,
y se llama Significado”. (Victorino Zecchetto, 2002: 68). En nuestro caso el himen
es el signo, cuyo significante es la forma física, el himen como tal. Pero el problema
radica en el significado, que está ligado a la función social, al concepto mental:
la virginidad. Este significado lleva consigo una gran carga cultural, desde la palabra,
asociada a la religión, hasta la concreción material que es el ideal de las mujeres
buenas como la Virgen María, lo que deviene en el ocultamiento del placer.

Mientras que para Ferdinand de Saussure, 1994, citado por Victorino Zechetto,
2005, la semiosis -proceso donde algo funciona como signo- es una díada, donde
el significante y el significado tienen una relación puramente psíquica, para Charles
Peirce, 1986, citado por Victorino Zechetto el proceso de semiosis es tríadico, cuyos
elementos son el representamen, el objeto y el interpretante. El representamen
es el signo en sí mismo, es lo que representa el objeto y que posteriormente
se convierte en la imagen mental (interpretante) (Victorino Zecchetto, 2005: 57-59).

Para Charles Morris el designatum es lo que se toma en consideración y el


interpretante es la consideración de algo. Para que un objeto sea un signo, es
necesario que haya un designatum y que un intérprete lo considere como signo. Sin

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embargo, “no existe por tanto contradicción alguna en afirmar que todo signo tiene
un designatum pero que no todo signo alude a algo realmente existente” (Charles
Morris, 1985: 29). La rotura del himen no alude siempre a la pérdida de la virginidad,
por tanto, esa toma en consideración se produce sin que necesariamente existan
las características que se consideran.

El himen es un signo porque la idea mental (interpretante) de quien lo interpreta


alude a la virginidad. El himen designa la virginidad, esto quiere decir que puede
denotar, pero no siempre denota, porque “cuando cualquier objeto o situación
satisface las condiciones requeridas, se considera denotado por «x»” (Ibíd.: 59).
Las condiciones requeridas son: 1) una mujer virgen posee un himen “intacto” y 2)
con la penetración se produce la ruptura de esta membrana. Estas condiciones
no son satisfechas, por tanto, el himen como todo signo posee un designatum, pero
no siempre un denotatum, ya que puede no denotar la virginidad.

La función social del himen nos ofrece datos sobre la cultura patriarcal, porque
refleja que la mujer ha sido calificada como un objeto del cual el hombre debe
apropiarse. A diferencia del himen, el significado del clítoris no se halla en su función,
sino más bien en la negación o invisibilización de éste. La sexualidad femenina
se encuentra atada únicamente a la vagina, la cual el patriarcado ha especializado
78 como un conducto de procreación. El clítoris como elemento autónomo del placer
femenino, ha sido desplazado. Como la cultura patriarcal ha trasladado el erotismo
del clítoris a la vagina, al canal que da placer al otro mediante el coito, se produce
lo que denomina Marcela Lagarde (2005: 215): La mutilación simbólica del clítoris.

El clítoris no es el único mutilado, la mutilación también se extiende a la vagina,


porque se le especializa como el conducto para los otros (cónyuges e hijos),
negando la posibilidad del goce en la mujer. Para Sigmund Freud (1930: 3077) la
sexualidad femenina está definida sobre la base de los parámetros masculinos,
de allí, que en el devenir de una mujer “normal”, el clítoris deba ceder su sensibilidad
a la vagina. El clítoris es definido como el “equivalente” al órgano masculino, pero
un equivalente a medias, porque es un pene pequeño, es un pene atrofiado.

La mujer ha sido pensada a partir de los parámetros masculinos, la analogía sirve sólo
para la mujer, el hombre no tiene que compararse con ella, porque él es el modelo,
es quien posee el símbolo privilegiado.

El clítoris ha sido ignorado por la comunidad científica, apenas en 1998 fue cuando
la uróloga Helen O’Conell publicó la anatomía precisa del clítoris, exponiendo que
lo que conocemos como el clítoris, es decir, el glande que se aprecia en la vulva,
es apenas la punta del iceberg, pues, el clítoris es mucho más interno que externo.
El glande se conecta con el cuerpo, el cual se abre y forma dos pilares que pueden

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medir en promedio 9 centímetros de largo. En 1970 se había estudiado la red


de nervios en el órgano masculino mediante resonancia magnética, la uróloga
se percató del olvido del clítoris y se propuso a investigar mediante la misma técnica
la anatomía de este órgano desconocido, publicando en 2005, Anatomy of de Clitoris,
junto a Kalavampara Sanjeevan y John Hutson.

En el 2008 Odile Buisson y Pierre Foldés2 muestran la primera ecografía del clítoris
estimulado, y en 2010 publican la primera ecografía del coito. Con estos materiales
corroboraron las sospechas de Helen O’Conell, ciertamente el clítoris es un órgano
móvil que arropa la uretra y la vagina, por ello, decidieron nombrar este proceso como
el Complejo clítoris-uretro-vaginal. Desmitificando el supuesto orgasmo clitoridiano
y el orgasmo vaginal, pues, en el fondo conforman uno solo.

En el proceso de semiosis los signos se entrelazan, “el signo en cuestión entra en


relación con otros signos” (Charles Morris, 1985: 32). El himen sella la propiedad
del hombre, y el clítoris como es útil sin que interfiera el hombre, es invisibilizado.
Por tanto, estos dos signos se entrelazan bajo la premisa de que la mujer es un cuerpo
para otros en la cultura patriarcal. Tanto clítoris como himen designan en la cultura
patriarcal el no-goce, el primero porque se mutila y el segundo porque “duele”. En una
sociedad donde la mujer tiene como destino irrenunciable la reproducción, el clítoris
carece de utilidad, y el himen es el garante de que los hijos venideros realmente sean 79
del hombre que se ha “apropiado” de la mujer.

En la unión de las dos caras que realiza Ferdinand de Saussure (1994), la relación
siempre es lógica y, por tanto, hay un olvido del operador. No hay lugar en la semiosis
ni para el operador, ni menos aún para el cuerpo. Para Jacques Fontanille (2008)
el cuerpo es el operador de la semiosis, porque es el mediador entre el sujeto
y el mundo, es decir, percibe contenidos pero también proyecta valores, es susceptible
de testimoniar sus experiencias porque las ha vivido.

La mediación entre lo exteroceptivo y lo interoceptivo se da a través del cuerpo


propio, siendo “la única entidad común al yo y al mundo” (Jacques Fontanille,
2008: 31) La identidad del actante surge a partir de la mediación de los impulsos
y tensiones que hace el cuerpo propio a través de la carne. “La carne es al mismo
tiempo la sede del núcleo sensoriomotor de la experiencia semiótica” (Ibíd.: 33).
La carne es el sustrato del Mí3 del actante, toma posición y hace referencia, en ella

2 Vea la presentación de Odile Buisson en: Le clitoris cet inconnu Médiathèque de l'Université
Paris Diderot [Video en línea]. Disponible: https://www.youtube.com/watch?v=Y-4hbbQ3q4g
3 “El Mí correspondería, en el caso particular de un actante que habla, al “locutor en
cuanto tal” (Ducrot), al individuo concreto que articula, que farfulla, que grita, etcétera (…)”
(Jacques Fontanille, 2008: 33).

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se encuentra la experiencia interoceptiva (sensoriomotriz), llena de impulsos,


tensiones y emociones. El cuerpo propio es la expresión de la carne en el exterior
y el soporte del Sí4, es en la mediación con las pulsiones de la carne donde logra
mostrarse al mundo.

El cuerpo propio de la mujer no pasa por las mismas tensiones que el del hombre.
Lo que la mujer logra interiorizar para posteriormente manifestar, lo va constru­
yendo desde su niñez, donde aprende que sólo debe tocar su cuerpo al momento
de la higiene. Por lo cual, la carne se constituye por una extrañez interna del cuer­po
femenino, lo que deviene en un cuerpo propio que lucha por resolver el problema
del Mí: la negación del placer y el querer obtener placer.

Vivencias compartidas: Análisis de la sexualidad femenina


Esta investigación es cualitativa, porque busca conocer e interpretar la subjetividad
de las personas. La técnica utilizada fue la de entrevistas en profundidad, realizada
a tres mujeres, cuyo propósito fue comprender la experiencia que ellas tienen
sobre su sexualidad y los significados que construyen de su cuerpo. Las mujeres
entrevistadas fueron seleccionadas por su género, edad e interés en participar
en la investigación. Se escogió una alrededor de los 20 años, otra de los 30 años
80
y una de entre 50- 60 años; esto con la intención de ver las experiencias en mujeres
de distintas generaciones. La última condición fue que la entrevistada estuviese
dispuesta a compartir s  intimidad; de antemano se le hizo saber la confidencialidad,
por lo cual, sus nombres fueron modificados para garantizar el anonimato.
Como técnica complementaria a sus relatos, las informantes realizaron un dibujo,
lo que permitió visualizar el conocimiento que tienen sobre su cuerpo, específicamente
sobre su zona genital externa.

Socialización primaria: “Las niñas juegan con muñecas”


Como se ha venido describiendo, en nuestra sociedad se ha concebido los roles
de las mujeres y los hombres como algo natural y, por tanto, invariables. La familia
es el principal agente de transmisión de la realidad, que mediante mecanismos
como los juguetes y la vestimenta les comunican al niño y a la niña cuál debe ser
su única identidad de género. Para la niña jugar con muñecas implica internalizar
y comunicarle a los demás el grado en el que es niña, y posteriormente mujer:

Recuerdo cuando mi mamá me dijo: “¡Ay! el Niño Jesús te trajo una muñeca”.
Me molesté mucho, porque yo pedí una carreta con un caballo; y me dijo:

4 “El Sí sería, (…) la fuente de las “miras”, el operador de las “captaciones”” (Ídem).

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“¿Cuál carreta con caballo? Tú no puedes estar montándote en eso” (…) ella
me recalcaba una y otra vez: “tienes que jugar con muñecas, porque las niñas
juegan con muñecas” (Blanca, 53 años).

En este relato observamos que la esfera doméstica es la imperante en los juegos


de las niñas, éstos serán uno de los primeros mecanismos para especializar
la sexualidad femenina en procreadora. La familia como el principal agente
de transmisión del lenguaje, le va comunicando a la niña que el rol de toda mujer es la
maternidad, siendo el único posible y, por tanto, irrenunciable. La madre mediante
estas respuestas le inculca a su hija que tiene que identificarse con la versión femenina
(jugar con muñecas), sin apenas acercarse a la versión masculina. de darse algún
acercamiento a eso denominado socialmente como masculino, la madre recurrirá
a los regaños para reafirmarle a la hija cuál es su rol dentro del mundo. Los regaños
no sólo se dirigen a la hija, sino que también sirven para que la madre se convenza
a sí misma sobre la facticidad del orden social. La realidad queda incuestionada tanto
para la hija como para la madre.

En la socialización primaria la niña va interiorizando que debe restringir cualquier


exploración sobre su cuerpo. Los órganos sexuales han de ser invisibilizados, pues,
la niña sólo puede tocarlos para la higiene: 81

Descubrí el clítoris desde chiquita, cuando comencé a lavarme sentía eso ahí,
lo manipulaba, lo tocaba. Claro, uno no sabía en el momento que se llamaba
clítoris, porque estaba muy pequeña y todavía no tenía esa información (…) no te
explicaban, uno se sentía un fenómeno y mencionaba “¡Ay! ¿Qué tengo aquí?”
y mi mamá lo que decía era: “Eso no es nada, usted no tiene nada que tocar,
usted se lavó y ya está” (Blanca, 53 años).

El silencio y los regaños funcionaban para que Blanca aprendiera a tocarse sin
intencionalidad erótica, y sin ninguna clase de preguntas, porque allí “no hay nada”.
La prohibición de tocar el cuerpo sólo por placer o por explorar lo que te constituye,
forma parte de los elementos de los cuales se sirve la cultura patriarcal para legitimar
el aseo como el único vínculo entre la niña y su cuerpo. Al no explicarnos qué es eso
que sentimos y vemos, nos van mutilando nuestros órganos sexuales, y la madre que
ha crecido con esa mutilación, se convierte en la encargada de extenderla a su hija.

Cuerpo ocupado (para otros)


Para el patriarcado el deseo femenino es sospechoso desde ese primer: “¡Ay! ¿Qué
tengo aquí?”, por eso, se establece el autodominio como característica femenina.

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Exiliada de su cuerpo, sólo deberá conformar su sexualidad en función de los otros,


siendo la maternidad el valor reinante en toda mujer:

Definitivamente mis embarazos han sido los momentos que me han marcado
como mujer, (…) son sensaciones únicas en donde tú dices: ¡Wow! tengo
una vida dentro de mí, soy una mujer, o sea, ya soy una mujer (Ana, 30 años).

Ana ha internalizado que ser mujer implica ser madre. La mujer es reducida
a ser matriz, a un cuerpo que está al servicio de otros. Al internalizarse
la procreación como característica irrenunciable, la maternidad se construye como
el ideal inherente de cada mujer. Por tanto, aquella que no experimente la maternidad
será considerada como una mujer incompleta:

Yo me imagino que las mujeres que no logran ser madres en su vida, porque
genéticamente no pueden o tienen alguna dificultad, no son personas completas,
transcurren como con una vida vacía (Ana, 30 años).

Un cuerpo desconocido
Con la prohibición de tocar el cuerpo por placer o exploración, la mujer crece con un
82
cuerpo que en su interior desconoce, ya que es un cuerpo expropiado y al servicio
de otros. Ana y Eliza desconocen sus órganos sexuales, ya que al preguntarle:
¿Qué es la vulva? Respondieron:

¿No es la misma vagina? es lo mismo que la vagina (Ana, 30 años).

¿La vulva? ¡Oye! Pequeño detalle, no me sé esa parte (...) Para mí la vagina es la
parte donde el pene se mete para poder hacer la fricción (…) esa es la parte
donde está el clítoris (Eliza, 21 años).

Estas mujeres confunden su vulva con su vagina. Ese extrañamiento que recorre
la corpo­ralidad femenina se debe al silencio y al engaño; cómo no van a desconocer
su zona genital, si siempre se les dijo “Ahí no hay nada”, “usted se lavó y ya está”. Por ello,
la mujer internaliza que efectivamente allí no hay nada, pues, lo importante es limpiar
y embellecer su cuerpo. Como se prohibió la etapa de exploración, la mujer crece con
un cuerpo desconocido, donde ha sido conveniente que aprendiese sólo a nombrar
a la vagina, la cual ha sido especializada como el conducto ocupado por los otros.

En el relato de Eliza se refleja claramente la extrañez de sus órganos sexuales, porque


en la vagina no está el clítoris. Si bien es cierto que el clítoris internamente abraza a

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la vagina, éste externamente se encuentra en la vulva.


¡Claro! Eliza dijo que no sabe qué es la vulva, por tanto,
no podría saber que el clítoris se encuentra en ésta.

A las informantes se les pidió que dibujaran su zona


genital externa, que le colocaran un título y señalaran
sus partes. “Parte Reproductiva externa” es el título
que le colocó Eliza a su dibujo (Ver Figura 1), aquí
vemos un primer elemento, en el cual desde la palabra
se asume el cuerpo desde su función reproductiva.
de igual forma, se aprecia que ella no sabe dónde
se halla el clítoris ni cuál es su forma, a pesar
de haber manifestado en sus relatos que sabe que
Figura 1. Parte Reproductiva externa.
posee clítoris. Al estar ligada su zona genital externa
Elaborada por Eliza, 21 años.
a la reproducción, el clítoris es mutilado. En nuestra
cultura el destino irrenunciable de toda mujer es la
maternidad, por lo que el clítoris carece de utilidad y,
por tanto, no es relevante que la mujer aprenda donde
se encuentra, debe permanecer oculto, desconocido.
83
En el dibujo de Ana aparecen varios elementos
para el análisis (Ver Figura 2), el primero de ellos
es que al pedirle que nombrara las partes de su dibujo,
nombró a su vulva como: “totonita”, siendo éste uno
de los nombres que se ha popularizado en Venezuela
para designar a la vulva ¿o quizá a la vagina?, ya que
como se ha dicho, dentro de la cultura patriarcal,
los órganos sexuales de las mujeres se redujeron
a uno: la vagina. Desde la socialización primaria
Ana aprendió a designar sus órganos sexuales con Figura 2. Zona genital femenina.
pala­bras o expre­siones sustitutas. En este sentido, Elaborado por Ana, 30 años
su dibujo refleja lo que ha internalizado desde la niñez:

Siempre fue por la forma en que se han dirigido desde niña, siempre fue tu
“totonita”, tu “rabito”, ¡Vamos para lavarte la totonita! ¡Vamos para lavarte el
rabito! ¿Sabes? y siempre fue así desde niña, cuando mi mamá me bañaba
siempre fue: “Vamos a echarte agüita en esa totonita” (Ana, 30 años).

La mutilación también implica no llamar a los órganos sexuales por sus nombres,
porque como es algo que no le incumbe a la niña, ha sido conveniente colocarle otras

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denominaciones. Otro de elementos que se aprecian en el dibujo de Ana, es que ella


confunde su vulva con su vagina, y su apertura vaginal con el cuello uterino, el cual
no puede ser apreciado en la vulva, porque se encuentra en la parte inferior del útero
y al fondo de la vagina.

Las expresiones gráficas y verbales de Eliza y Ana, indican que su sexualidad ha sido
construida sobre la base de la maternidad obligatoria y la prohibición del placer, las cuales
aparecen como las principales causas del desconocimiento de sus órganos sexuales.

Como no se les dice a las niñas cómo son realmente sus órganos sexuales,
ellas crecen con un cuerpo que desconocen:

El clítoris es la parte sensible donde uno se masturba, (risas) así de sencillo.


Lo descubrí a los diecisiete años, gracias a mi primer novio, ese hijo de madre
me enseñó, él me dijo: “¡Oye! ¿Sabes masturbarte y la cosa?” y yo: “no vale”,
entonces me dice: “bueno, te pasas tu mano por tu cosita en circulitos”, me
dijo así: “eso se llama clítoris” (…) Lo hice por curiosidad y porque él me estaba
explicando (Eliza, 21 años).

En los relatos de Eliza y Ana se puede apreciar que ambas “descubrieron” el clítoris
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en sus primeros encuentros sexuales, siendo el hombre el encargado del aprendizaje.
No obstante, este aprendizaje está impregnado por la lógica falocéntrica que sitúa
al clítoris como un pene incompleto, pequeño o atrófico:

Descubrí mi clítoris cuando tenía diecisiete años, después de mi primera


relación sexual (…) esa parte de mi cuerpo la desconocía por completo. Yo nunca
había tenido esa malicia de tocarme, de masturbarme, nunca lo había hecho
hasta después de tener mi primera relación sexual. y ahí fue cuando lo descubrí,
yo me decía: ¿Qué es esto? ¿Por qué siento esto? y mi pareja fue la que me dijo
que ese era el clítoris, que era como un mini pipicito, era como la contraparte
del pene (Ana, 30 años).

El hombre muestra la sexualidad desde su reflejo, le hace ver a la mujer que


él sí posee un órgano sexual completo, mientras que ella sólo posee un “mini
pipicito”. Como consecuencia, ella internaliza que efectivamente posee un pene que
no se pudo desarrollar completamente, y que es tan pequeño que apenas puede
imaginarlo viendo al órgano masculino. La mutilación simbólica del clítoris se sigue
perpetuando en el coito, donde el hombre se sirve de su sexualidad para explicar
la de la mujer, por lo que, el clítoris es definido como un pene pequeño (mini pipicito),
como un equivalente atrófico.

re v i s t a ve n e z o l a n a de estudios de la mujer | vol. 23, n° 50, enero-junio 2018


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Un himen intacto
Para el imaginario colectivo con la penetración hay rotura del himen. La funcionalidad
de esta creencia es la de sellar la propiedad de quien “desflore” el himen, por esa
razón, la mujer debe tener la vagina cerrada con un “himen intacto”, hasta que llegue
el propietario al cual debe “entregarse”:

Mi primera experiencia sexual fue muy dolorosa, muy dolorosa (…) Pero al final
es por algo que todas debemos pasar, todas debemos pasar por el dolor (…)
yo duré tres días sangrando y donde no me podía sentar con comodidad. Si te
soy sincera, tuve la sensación de haber sido violada, porque hubo un momento
en el acto donde yo sentía mucho dolor y estaba muy asustada y no quería
continuar. Pero recuerdo que mi pareja me dijo: “aguanta, falta poquito”. Pero,
ya no quería aguantar más, ya no quería seguir sintiendo ese dolor. Me decía:
“aguanta, ya falta poco, ya vamos a salir de esto”. Recuerdo que era más por
romper el taponcito (…) lo hice con la persona que quería (…) deseaba darle
mi virginidad a esa persona, entregársela como sinónimo de importancia (…)
Yo me preparé psicológicamente, quería entregarme a esa persona, pero
ignoraba por completo el dolor. Pensé que iba a entregar mi amor y mi cuerpo
y, ya (Ana, 30 años).
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Este relato muestra la cosificación de la mujer, su cualidad como persona se pierde


porque ella internaliza que debe entregarse a otro. Su cuerpo deja de pertenecerle
para ser entregado al hombre; ella termina siendo el objeto y él su propietario. Por ello,
a pesar de sentirse violada ella debe obedecer al hombre, por más que le duela
y ya no quiera continuar debe “aguantar un poquito más”. Los delitos cometidos
en el ámbito privado, como la violencia sexual, muchas veces son desapercibidos
porque se ha legitimado como un “deber” conyugal el acto sexual y, con este,
el sometimiento de las mujeres. de esta forma, la mujer no reconoce la violencia,
porque ha internalizado que debe servir a su esposo en todos los sentidos.

La violencia que se ejerce dentro de la esfera doméstica es invisibilizada. Ana estuvo


sangrando durante tres días, no obstante, el dolor se lo adjudica como algo inherente
a su cuerpo. El engaño arropa las sensaciones de Ana, ella le atribuye al himen
el dolor experimentado durante el coito y no a la violencia ejercida sobre ella. de esta
manera, el dolor queda constituido como otro elemento constituyente de la mujer,
porque garantiza que el propietario ha abierto su posesión, ha roto “el taponcito”.
El himen puede denotar la virginidad, pero para Ana el himen es un signo que denota,
porque para ella la “virginidad” existe como algo referido al himen.

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Consideraciones finales
Dentro de la cultura patriarcal, el himen es socialmente visible porque es el sello
de garantía de la posesión del hombre, que al “desflorar” la vagina obtiene el cuerpo
de la mujer. Pero a diferencia del himen, el clítoris es invisibilizado porque carece
de utilidad para el órgano masculino. Ambos signos entran en relación porque
representan la prohibición del placer femenino, el himen porque “duele” y el clítoris
porque se mutila.

Los relatos de las mujeres entrevistadas nos muestran que el paso necesario que
todas debemos dar es el del conocimiento de nuestro cuerpo. Digo nuestro porque
este es un proceso colectivo, que no solamente incluye a las mujeres, sino también
a los hombres. Es necesario redefinir la sexualidad, donde ya no se someta un género
al otro, y donde no haya un modelo único de sexualidad.

Es necesario que a las niñas se les hable de sus órganos sexuales, que se le enseñe
sus funciones, para que al crecer no sean parte de aquellas que crecemos
con un total desconocimiento de nuestro interior. En la medida en que las mujeres
vayan conociendo su sexualidad, podrán transmitir sus conocimientos a las demás.
Allí, encontraremos una nueva forma de vivir nuestra sexualidad, que no será
86 más nunca fragmentada, porque habremos reconocido su pluralidad. Pero, exilia­
das de nuestro cuerpo difícilmente podremos construir subjetividades autónomas,
y seguiremos tomando las que nos han otorgado como respuesta a los intereses
masculinos. Salir del reducido ámbito de la reproducción, y vivenciar nuestro
cuerpo como centro de placer, es una de las herramientas que tenemos
para construir nuevas sexualidades.

Referencias bibliográficas
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re v i s t a ve n e z o l a n a de estudios de la mujer | vol. 23, n° 50, enero-junio 2018

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