Cuentos Maratón 2023
Cuentos Maratón 2023
Cuentos Maratón 2023
—¡Qué suerte tienen ustedes de vivir en las afueras de Buenos Aires! Allí no hay
hollín, por lo menos. Habrá perros rabiosos y quema de basuras… Miren la
colcha de mi cama. ¿Ustedes creen que es gris? No. Es blanca. Un ampo de
nieve —me tomó del mentón y agregó—: —No te preocupan estas cosas. ¡Qué
edad feliz! Ocho años tienes, ¿verdad? —y dirigiéndose a Casilda; agregó—:
¿Por qué no le coloca una piedra sobre la cabeza para que no crezca? De la
edad de nuestros hijos depende nuestra juventud.
Todo el mundo creía que mi amiga Casilda era mi mamá. ¡Qué risa!
—Me iré en cualquier momento. Hoy día, con los aviones, uno se va cuando
quiere. El vestido tendrá que estar listo. Pensar que allí hay nieve. Todo es
blanco, limpio, y brillante.
—Levante los dos brazos para que le pasemos primero las dos mangas —dijo
Casilda, tomando el vestido y poniéndoselo de nuevo.
Durante algunos segundos Casilda trató inútilmente de bajar la falda, para que
resbalara sobre las caderas de la señora. Yo la ayudaba lo mejor que podía.
Finalmente consiguió ponerle el vestido. Durante unos instantes la señora
descansó extenuada, sobre el sillón; luego se puso de pie para mirarse en el
espejo. ¡El vestido era precioso y complicado! Un dragón bordado de lentejuelas
negras, brillaba sobre el lado izquierdo de la bata. Casilda se arrodilló, mirándola
en el espejo, y le redondeó el ruedo de la falda. Luego se puso de pie y
comenzó a colocar alfileres en los dobleces de la bata, en el cuello, en las
mangas. Yo tocaba el terciopelo: era áspero cuando pasaba la mano para un
lado y suave cuando la pasaba para el otro. El contacto de la felpa hacía
rechinar mis dientes. Los alfileres caían sobre el piso de madera y yo los recogía
religiosamente uno por uno. ¡Qué risa!
—¡Qué vestido! Creo que no hay otro modelo tan precioso en todo Buenos Aires
—dijo Casilda, dejando caer un alfiler que tenía entre sus dientes—. ¿No le
agrada, señora?
—El nardo es mi flor preferida, y sin embargo me hace daño. Cuando aspiro su
olor me descompongo. El terciopelo hace rechinar mis dientes, me eriza, como
me erizaban los guantes de hilo en la infancia y, sin embargo, para mí no hay en
el mundo otro género comparable. Sentir su suavidad en mi mano, me atrae
aunque a veces me repugne. ¡Qué mujer está mejor vestida que aquella que se
viste de terciopelo negro! Ni un cuello de puntilla le hace falta, ni un collar de
perlas; todo estaría de más. El terciopelo se basta a sí mismo. Es suntuoso y es
sobrio.
Casilda la ayudó a quitárselo tomándolo del ruedo de la falda con las dos
manos. Forcejeó inútilmente durante algunos segundos, hasta que volvió a
acomodarle el vestido.
—Tendré que dormir con él —dijo la señora, frente al espejo, mirando su rostro
pálido y el dragón que temblaba sobre los latidos de su corazón—. Es
maravilloso el terciopelo, pero pesa —llevó la mano a la frente—. Es una cárcel.
¿Cómo salir? Deberían hacerse vestidos de telas inmateriales como el aire, la
luz o el agua.
—Ha muerto. ¡Me costó tanto hacer este vestido! ¡Me costó tanto, tanto!
¡Qué risa!