Prólogo Agamenon
Prólogo Agamenon
Prólogo Agamenon
La primera imagen que Eurípides nos proporciona de Agamenón, en la apertura de la obra, sigue siendo la de quien
se debate con el eterno DILEMA - desistir de la campaña o sacrificara a Ifigenia, esta vez el Atrida cuenta con un
interlocutor, un confidente y receptor del conflicto de emociones que lo sacude, ahora más complejo ante la nueva
personalidad del heredero de Atreo. Y si, como el Viejo siervo se esfuerza por hacerle sentir, Agamenón es un
aristócrata, con todas las responsabilidades que esa condición le impone, valorizándole por lo tanto el rango y la
intervención pública, la verdad es que las preocupaciones que dominan al comandante de los aqueos en este momento
destacan al marido y al padre sobre el general. Colocado ante la exigencia de un oráculo transmitido indirectamente
por Calcas, el comandante, de forma espontánea toma una decisión y esa es en favor de Ifigenia "Al escuchar el
oráculo, le ordené yo que Taltibio, en una proclamación clara, desmovilizara al ejército, porque yo nunca sería capaz
de matar a mi hija". Y, en el entretanto, a pesar de esta victoria de los sentimientos de padre sobre las ambiciones del
general, Agamenón cedió a los argumentos de los que lo rodeaban, Menelao en primero, dándole prioridad a sus
intereses. Clitemnestra, por su parte, gana ahora, en las aprensiones de Agamenón, un protagonismo desconocido.
Con ella, el rey busca dialogar a distancia, a través de una carta que le envió, cargada de sombras y falsedades para
obtener de la mujer y madre una anuencia que la verdad nunca consentiría: bajo la capa de una boda de Ifigenia con
Aquiles, capaz de entusiasmar a cualquier madre aristócrata, Agamenón le solicita que envíe a su hija a Áulide.
Menelao, que conoce bien las debilidades de su hermano, hará un diagnóstico correcto de los motivos que le dictan
las decisiones vacilantes y los subterfugios malévolos, en los momentos cruciales. De hecho, en el dilema que le
aflige, no solo el Atrida teme la reacción de Clitemnestra, sino que sabe manipular argumentos para disuadirle
resistencias: la posibilidad de una boda con el primer héroe de Grecia es, para los pergaminos de la hija de Tíndaro,
un motivo decisivo. El relacionamiento conyugal de la pareja real de Micenas tiene aquí una primera definición;
impotente ante la personalidad fuerte de su mujer, Agamenón no tiene coraje para mantener con ella un diálogo
abierto y directo; "usa de persuasión" se refugia en un juego de argumentos, para mantenerla alejada de una decisión
que él mismo reconoce como criminosa y repugnante. Porque esa "legitimidad" que el general encontraba en la
satisfacción de sus deberes públicos no engaña al nuevo Atrida. Él es crítico con el sentido de su decisión usa como
argumentos de defensa para su cambio de opinión: matar a Ifigenia "no está bien"), merece vivas recriminaciones:
"Ay de mí, ¡he perdido la cabeza! ¡He caído en la locura!"). Por eso, Agamenón se apresura a remitir una segunda
carta que anule la primera, o sea, abandona la decisión que le fue inspirada por Menelao para recobrar su propia
voluntad. En las recomendaciones que le hace al portador de la segunda carta, la que tiene que impedir que Ifigenia
venga en dirección a la muerte, Agamenón persiste, sin embargo, en demonstrar algún alejamiento en relación a la
actitud expectable por parte de Clitemnestra. En las recomendaciones que le hace al Viejo, para que no se distraiga y
deje escapar, de entre otros viajeros con los que se cruce, a los que traen a la princesa de Micenas, el Atrida nunca
refiere sino "la carroza que conduce a mi hija" , o "el séquito que la acompaña" , sin nunca imaginar la presencia de la
madre. Y, sin embargo, ¿cómo podría Clitemnestra ausentarse de la boda de su primogénita y con semejante novio?
Lo que antes era un contacto a distancia, por carta, con la madre de la víctima, es ahora, con el sorprendente anuncio
de la llegada de la reina, un confronto directo, la necesidad de un diálogo cara a cara para que el marido de
Clitemnestra no está psicológicamente preparado. Y, de igual modo que, por escrito, Agamenón había forjado
mentiras, la presión del momento vuelve a exigir simulaciones para que la confusión entre ritual de sacrificio y de
bodas persista. Porque es una inseguridad aterrada la que se apodera de Agamenón en este momento, cogido de
sorpresa, pero teniendo aun así de reconocer el motivo que ocasiona la presencia de una madre en tal momento de la
vida de una hija .Luego la falsedad de su propia posición se hace evidente, no solo por la causa principal - el crimen
oculto bajo tanta aparente felicidad -, sino también por la falta de adecuación de sus suposiciones a lo que son las
normas de la familia, de las que la reina se muestra una atenta defensora. En consecuencia, una reacción institucional
parece ser la única salida para el comandante del ejército - la de hacer valer su autoridad pública -, que ahora no
necesita ni censura el sacrificio como un acto que antes le había parecido criminoso, antes lo asume como un deber
ineludible ante sus hombres. Tal vez este sea un intento de afirmación frente a una voluntad que reconoce más grande
que la suya - la de la siempre temida Clitemnestra -, a quien irá confrontar con las prerrogativas de un decisor
público, terreno donde una mujer no puede tomar lugar. Hay que reconocer, por otra parte, que un otro temor se va
imponiendo, el que el comandante prevé en resultado de la manipulación que, entre sus hombres, Calcas y Ulises, el
adivino y el sofista codiciosos, van haciendo en nombre de tremendas ambiciones. Por lo tanto, es evidente que esa
decisión, ahora obstinada, de realizar el sacrificio es la respuesta al miedo que de él se adueña cuando llega la reina,
el momento para una decisión definitiva. Para empezar, Agamenón se obstina en mantener a Clitemnestra en el
desconocimiento de sus decisiones, hasta que la coloque frente al hecho consumado Un momento de expansión
afectiva, ante Ifigenia, su hija preferida, no pasa de una tregua en la batalla que tiene que lidiar en este momento, ante
una adversaria pesada, Clitemnestra. Y, como que para encerrar el proceso de mentiras con el que conduce el
relacionamiento con su mujer, hasta que la denuncia evidente de sus intenciones le desenmascare, Agamenón vencido
por las razones legítimas de una madre de familia y por la determinación natural en la personalidad de Clitemnestra,
tiene que reconocer lo cuan inútiles son sus eternos subterfugios, tanto los que expresó a distancia en una carta, como
los que esgrimió en vivo "Tanto invento sofismas y crio artificios frente a quienes quiero, que termino totalmente
derrotado". Le resta un suspiro de lamento por una alianza tan poco a su medida, cuando era una mujer "virtuosa y
buena" lo que la prudencia le recomendaba. Pero, al final ¿qué es para Agamenón lo que se dice una esposa "virtuosa
y buena"?