CENoposiciones 2010 - Filosofia - 50 - 13 - Unlocked
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50 FILOSOFÍA
La naturaleza en Aristóteles.
28-14661-13
Temario 1993
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INTRODUCCIÓN
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XX La materia es naturaleza
Los objetos artificiales son «naturales» en el sentido de que «están hechos de piedra o de tierra o de
una mezcla de ellas», mas sólo de una forma accidental. Podemos mantener que la cama mantiene
una tendencia natural al cambio, pero sólo desde la perspectiva de su materia, nunca de su forma.
Este principio interno de tendencia al cambio es lo que distingue a las plantas, a los animales y a los
humanos de las cosas artificiales. Los artefactos carecen por definición de tal principio. En conse-
cuencia, envejecer es distinto para una cama que para un hombre.
Este argumento daría la razón exclusiva a los filósofos naturalistas previos a Aristóteles que consi-
deraban que la materia, bien desde un punto de vista informe, bien tomando uno o varios de sus
elementos, sería su «naturaleza» y su «sustancia». Esto pondría en grave peligro la consideración
metafísica de que la forma es «lo que una cosa particular es» (Met. 1030a3): la «naturaleza» de cama
sería exclusivamente su «materia». Aristóteles recoge una idea de Antifonte que apoyaría este argu-
mento: «si se plantase una cama y la materia en putrefacción cobrase fuerza hasta echar un brote, no
se generaría una cama, sino madera, lo que muestra que la disposición de las partes según las reglas
y el arte sólo le pertenecen accidentalmente, mientras que la sustancia es aquello que permanece
aunque esté afectado continuamente por esa disposición» (Fís., II, 1, 193a13-16).
Parecería que el tema ha quedado resuelto. Pero la materia, pese a ser lo que subsiste si se la despro-
vee de todo lo demás, carece de forma y por tanto sólo es potencialidad. Por contra, esta cama que
vemos y tocamos es actual, no meramente potencial. La consecuencia de considerar en exclusiva la
materia como «naturaleza» (y por tanto como raíz fundamental de la sustancia) sería la negación de
la existencia de los objetos concretos singulares. La materia llega a ser de manera efectiva al dispo-
ner de una forma que in-forma esa materia. Si la naturaleza fuera pura potencialidad, las sustancias
físicas sólo serían posibilidades de ser, nunca seres concretos. Luego la naturaleza no puede ser sólo
materia.
XX La forma es naturaleza
La siguiente analogía permite comprender la insuficiencia ontológica de la materia para ser conside-
rada naturaleza: «Y así como no diríamos de algo que es conforme al arte, o que es arte, si sólo fuera
una cama en potencia y no tuviese todavía la forma específica de la cama, tampoco lo diríamos de
lo constituido por naturaleza, pues lo que es carne o hueso en potencia, ni tiene todavía su propia
naturaleza antes de tomar la forma específica según la definición, determinando la cual decimos
que es carne o hueso, ni es por naturaleza» (Fís., II, 1, 193a33-35). La naturaleza de las cosas que en
sí mismas tienen el principio del movimiento es la forma, que «es más naturaleza que la materia,
porque decimos que una cosa es lo que es cuando existe actualmente más que cuando existe en
potencia» (Fís., 193b6-8).
Los hombres nacen de los hombres, los perros de los perros, pero las camas no nacen de las camas,
sino que, en todo caso y retomando a Antifonte, de la madera puede germinar madera o de los
hongos más hongos. Es decir, la madera «es naturaleza», pero una cama no es naturaleza porque no
hay en ella un principio interno de generación o crecimiento de las camas. En ella reside únicamente
el principio de la degeneración de la materia. Por el contrario, en un hombre o en un geranio sí que
reside ese principio.
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En su origen, el libro I de la Física fue una lección separada que probablemente se tituló Sobre los
principios ( ̃). Redactada en la época más temprana de Aristóteles, delimita su posición
filosófica frente a la doctrina platónica de la naturaleza, siendo fundamental para ello enfrentarse al
que fue, probablemente, el principal reto del pensamiento filosófico antiguo: la aparente contradic-
ción entre la evidencia intelectual de la unidad del ser y la evidencia empírica del devenir.
Es comprensible, pues, que la doctrina de los principios de la generación constituya un pilar maestro
de toda la estructura de la física: solucionando aquel reto, los cimientos del pensamiento filosófico
quedarán asegurados, permitiéndonos conocer los principios de los objetos físicos: «[…] es evidente
que tendremos que examinar cuanto se refiere a la generación y la destrucción y a todo cambio na-
tural, a fin de que, conociendo sus principios, podamos intentar referir a ellos cada una de nuestras
investigaciones» (Fís., II, 3, 194b15-23). Aristóteles cifra el objetivo en el conocimiento de «los princi-
pios del llegar a ser [de la generación] de las cosas naturales y en qué sentidos son tantos» (Fís., I, 7,
191a3) y para ello tendrá que enfrentarse con la filosofía eleática, especialmente, con el legado de
Parménides. Su punto de partida a este respecto es meridiano: «damos por supuesto que las cosas
que son por naturaleza, o todas o algunas, están en movimiento; esto es claro por inducción» (Fís.,
185a13-14; cf. Fís.., 193a3; cf. Cael., 425a13-427a16). Finalizando ya los libros de la Física, Aristóteles se
expresará con mayor rotundidad a este respecto:
Pretender que todas las cosas están en reposo y apoyarse para ello en la razón rechazando el testimonio de
los sentidos es debilidad intelectual, y es poner en duda todas las cosas, no sólo una parte. Y no sólo es opo-
nerse a los físicos, sino a todas las ciencias y las opiniones recibidas, ya que todos hacen uso del movimiento
(Fís., VIII, 3, 252a33-36).
Es evidente que un dato originario dado a la observación es que los entes que son «por naturaleza»,
como el fuego, un árbol o un animal cualquiera, están afectados por el movimiento y el cambio.
Esta consideración, que para Parménides hubiera supuesto la aceptación de la vía de los sentidos y,
por lo tanto, la del no-ser en sentido absoluto, representa para Aristóteles el verdadero comienzo
de la investigación natural (cf. Fís., I, 1, 184a17-21). Esto sólo tiene sentido si sucede tras múltiples
experiencias del mundo sensible y, por supuesto, por inducción de las mismas, ambos conceptos
recogidos en el original griego epagogé (̃).
Pese a todo, la explicación del devenir habrá de subsanar el problema fundamental de dar razón
de la aparición de cualidades nuevas en la sustancia sensible, verdadero sustento del cambio y del
devenir. Por ello, Aristóteles se apoya en la estructura antitética de toda generación: hay algo que
desaparece y algo que aparece. En el ejemplo de un hombre que quisiera ser músico, pasaría del
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2. Principio formal. Este principio responde a la nueva cualidad adquirida, siendo aquello que pro-
piamente define el cambio en tanto que detectado, precisamente, por la emergencia de ese
nuevo componente. El principio formal se corresponde en consecuencia con la noción de «na-
turaleza como forma».
3. Principio de privación. Este principio tiene en consideración el momento previo a la adquisición
de la nueva cualidad, cantidad, etc., sólo que como opuesto a la forma nueva que se va a adquirir
en el proceso, es decir, como «privación de forma». Con esto soluciona Aristóteles el problema
parmenídeo del monismo ontológico, pues se hace arrancar la doctrina de la actualización de la
materia por la forma y de la existencia de una «privación de forma» previa que se corresponde
con el «contrario» de la cualidad adquirida. Dicho de otro modo, el «hombre inculto» que quiere
llegar a ser «hombre culto», tras haber estudiado, tras haberse formado y haber superado una
serie de pruebas intelectuales, académicas, etc., puede considerarse «culto». El problema estri-
baba en la dificultad de introducir el «no» en el «ser», aspecto solventado con la distinción entre
la propiedad «culto» (principio formal) y la propiedad de «in-culto» (principio de la privación de
la forma), que no es sino el mismo sujeto anterior sin la propiedad adquirida. Dice Aristóteles:
«También nosotros afirmamos que en sentido absoluto nada llega a ser de lo que no es, pero que
de algún modo hay un llegar a ser de lo que no es, a saber, por accidente; pues una cosa llega a
ser de la privación, que es de suyo un no-ser, no de un constitutivo suyo» (Fís., I, 8, 191b12-17). En
efecto, uno de las principales conclusiones de todo este apartado radica en haber desvelado la
confusión dada entre la noción de «no ser» en términos absolutos y la privación como una forma
de «no ser» accidental. Es decir, la privación es una forma de «no ser», pero es un «no ser» relativo
a la propiedad, al «de tal modo» de la sustancia. Con esta teoría no sólo se da razón suficiente de
la generación natural, sino que se salva, acaso más importante para el Estagirita, la integridad
del principio de no contradicción: «Con esto no negamos que toda cosa es o no es» (Fís., I, 8,
191b26).
En Sobre los principios avanza Aristóteles que ésta no es sino «una manera de resolver la dificultad.
Pero hay otra, ya que podemos hablar de una misma cosa con respecto a su potencialidad y con
respecto a su actualidad; esto se ha determinado con más precisión en otro lugar» (Fís., I, 8, 191b26-
29). En el siguiente subapartado trataremos la doctrina del movimiento desde la perspectiva de la
potencia y del acto.
Ha quedado asentado que la naturaleza es un principio del movimiento y del cambio. El punto de
partida es este: «no hay movimiento fuera de las cosas» (Fís., III, 1, 200b31). Según esto, las entidades
hilemórficas son las que propiamente están sujetas a cambio y movimiento, puesto que las esferas
del mundo son inmóviles y tampoco se mueve el motor inmóvil, como tendremos tiempo de com-
probar más adelante. Además de la generación natural, el movimiento y el cambio pueden resolver-
se mediante la distinción entre el acto y la potencia. El movimiento y el cambio se definirían como la
actualidad de lo potencial en cuanto tal. Esta doctrina se une a la consideración de los tres principios
de la materia (substrato), de la forma y de la privación, en especial con este último. Así, decimos
que el estado de la privación en que se encuentra la cualidad «músico» respecto del hombre que
es «a-músico» es, al margen de la doctrina de la generación y desde la perspectiva de la explicación
del movimiento, algo «privado» y que, sin embargo, está en potencia (en efecto, cualquier hombre
puede ser músico). Cuando el hombre a-músico se hace músico, entonces decimos que la potencia
se ha actualizado, o que lo que estaba en potencia se ha realizado en acto.
Ahora bien, el movimiento y el cambio considerados en sí mismos no son propiamente «lo que está
en acto», como tampoco «lo que está en potencia», sino que más bien son el «estar actualizándose».
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El movimiento dado no reside ni en el bronce en potencia, ni en el bronce en acto, del que diríamos
que su movimiento ya ha concluido. Lejos de ello, el movimiento se da desde el momento en que
estaño, zinc y cobre son fundidos en las proporciones adecuadas hasta que conforman el bronce
como una entidad completamente nueva, que a su vez supone la adquisición por parte del objeto
de «forma». El movimiento propio de la ciencia de la metalurgia, consistente en este caso en llevar a
cabo una mezcla de materiales metálicos, es la aleación.
Dice Aristóteles a este respecto: «Cuando lo construible, en tanto que decimos que es tal, está en
actualidad, entonces está siendo construido: tal es el proceso de construcción; y lo mismo en el caso
de la instrucción, la medicación, la rotación, el salto, la maduración y el envejecimiento» (Fís., III, 1,
200b15-20)
En el marco aristotélico conocer las causas de un objeto es una condición de posibilidad para obte-
ner conocimiento de ese objeto: «no creemos conocer algo si antes no hemos establecido en cada
caso el porqué (lo cual significa captar la causa primera)» (Fís., II, 3, 194b17). Si el objeto de la física
es la «naturaleza de las cosas [que son actualmente]» (Fís., 191a25) y para ello hemos de estudiar
sus manifestaciones empíricas, sujetas a múltiples tipos de movimientos, habremos de estudiar las
causas primeras o próximas de cada una de las cosas que estén en movimiento y sujetas a devenir
(Reale: 125). Conocer las causas es disponer de los posibles «modos en que podemos entender el
porqué de las cosas» (Fís., II, 7, 16).
XX Causa material
La causa material es «la materia inmanente de la que algo se hace; por ejemplo, el bronce es causa
de la estatua, y la plata, de la copa, y también los géneros de estas cosas» (Met., V, 2, 1013a24-26;
cf. Fís., II, 3, 194b23-25). El estudiante podrá oponer a este ejemplo que, según lo que dijimos a
propósito de las sustancias físicas artificiales, éstas no eran «por naturaleza» y caerían, salvo si las
consideramos exclusivamente desde el punto de vista de su materia, fuera de las consideraciones
de la naturaleza. Por lo tanto, el recurso aristotélico a ejemplos de producciones artificiales parecería
ir en contra de su propia doctrina. Como aclaración a este punto, pese a que lo que verdaderamente
interesa al Estagirita es ante todo la causación natural, lo cierto es que «la producción artificial sumi-
nistra útil material ilustrativo, porque en ella los cuatro aspectos se distinguen con mayor claridad»
(Guthrie: 238). Por lo tanto, es de notar que los ejemplos de producciones artificiales serán siempre
ilustrativos.
Imaginemos una bola de bronce. La causa material sería el bronce, mientras que la causa formal
sería la condición de ser una esfera, la esfericidad. Sin embargo, si fundiéramos esa bola de bronce
eliminando del concreto singular su forma (la forma «en sí misma» es indestructible), nos encontra-
ríamos con un bloque de bronce que, al endurecerse nuevamente, no tendría una forma definida.
Sin embargo, seguiría disponiendo de alguna forma: la forma del «ser bronce». Además, el bronce
no es sino una aleación que toma como base elementos periódicos como estaño, cobre y en no
pocas ocasiones zinc. Por tanto, éstos serían las causas materiales de la aleación «bronce» y la causa
formal sería la de «ser bronce». Si los separáramos y buscáramos, a su vez, sus respectivas causas
materiales, convendríamos con Aristóteles en que son los elementos las partes últimas de la realidad
sensible (fuego, aire, agua y tierra) y, por debajo de éstos, las cualidades de «lo ligero y lo pesado», «lo
húmedo y lo seco», «lo frío y lo caliente», etc., es decir, los contrarios. Todos ellos, en sus respectivas
modificaciones y uniones, darían razón del «zinc», del «estaño» y del «cobre».
Ahora bien, ¿hay una causa material de los últimos elementos de la realidad? Dicho de otro modo,
¿hay algo más allá de los elementos o sería, por el contrario, la materia primera sustancial el substrato
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último que representan los elementos? Lo cierto es que en este punto Aristóteles no es concluyente.
Al explicar que, de conocerse, la naturaleza subyacente sólo podría serlo por analogía, parece enten-
der que hay algo más allá que llega a ser incluso el substrato de los elementos y, por ende, de toda
sustancia física: «Porque así como el bronce es con respecto a la estatua, o la madera con respecto
a la cama, o la materia y lo informe antes de adquirir forma con respecto a cualquier cosa que tenga
forma, así es también la naturaleza subyacente con respecto a una sustancia o a una cosa individual
o a un ente.» (Fís., I, 7, 191a7-12). Si los elementos de la naturaleza son cognoscibles directamente
por comprobación empírica, entonces es evidente que existe algo incognoscible, de no existir con-
tradicción en las palabras de Aristóteles, y que subyace a los mismos elementos. Esta idea (Guthrie,
1988: 241ss) se encuentra recogida en De la generación y de la corrupción (329a24-b1): «Nuestra con-
cepción es que efectivamente existe una materia de los cuerpos sensibles. […] De ella se ha genera-
do lo que se llama los elementos. De ellos hemos tratado con detalles más precisos en otros lugares,
pero, dado que derivan también de este modo de la materia, debemos decir también algo de ellos,
asumiendo como principio primario la materia que no es separable, sino que subyace a los contra-
rios (lo caliente no es la materia de lo frío, ni lo frío de lo caliente, sino que el substrato es la materia
de ambos.) En primer lugar, pues, tenemos como principio originador lo que es potencialmente
cuerpo perceptible, en segundo lugar, los contrarios como calor y frío y, en tercer lugar, llegamos
al fuego, al agua y los demás, porque ellos se cambian entre sí.» Según esto, existiría una suerte de
niveles de concreción de la materia que se iniciarían en su modo de ser fundamental y puramente
potencial o «amorfo», donde la materia es únicamente «potencialidad de un cuerpo perceptible». El
siguiente nivel de concreción sería el de las cualidades afectivas, en este caso denominadas como
contrarios, a saber, lo caliente y lo frío, lo húmedo y lo seco, etc. Por último, desembocaríamos en el
nivel de los elementos y las combinaciones de los mismos. En cualquier caso, insistimos sobre la os-
curidad de la idea y remitimos al estudiante a la bibliografía sumaria del tema en caso de que desee
profundizar más sobre la misma.
XX Causa formal
La causa formal «es la especie o el modelo; y éste es el enunciado de la esencia y sus géneros (por
ejemplo, de la octava musical, la relación de dos a uno, y, en suma, el número) y las partes que hay
en el enunciado» (Met., V, 2, 1013a26-29; cf. Fís. II, 3, 194b26-28). Se trata aquí de la forma de las cosas,
acto por el que una cosa es lo que es realmente. La causa formal es lo que hace que el hombre sea
hombre y las causas formales accidentales son las que propiamente confieren al hombre sus deter-
minaciones concretas, o dicho de otro modo, las que hacen que este hombre sea este hombre. Pese a
que no pueda rechazarse de ningún modo el estudio de la materia (Fís., II, 194a16-27) y, por lo tanto,
de la causación material, lo cierto es que la forma cobra una importancia sobresaliente como ya pu-
dimos comprobar a la hora de establecer su superioridad ontológica respecto de la materia debido,
precisamente, a su capacidad de actualizar la propia materia. En este sentido, pese a la relevancia de
la causación material, sólo por la forma conocemos «aquello que la cosa resulta ser» tras todo proceso
de movimiento: «es hacia la forma hacia donde se dirige el cambio, y la materia no es más que un sim-
ple soporte o substrato que se conoce y se define por su relación con la forma» (Queraltó, 1983: 50).
La forma o esencia, sinónimos en este caso para Aristóteles (Met. VII, 4, 1030a6), es lo que nos per-
mite conocer lo que una cosa particular es. Las diferencias existentes entre los objetos concretos
individuales serán accidentales, no obedeciendo a norma alguna aparente, de tal manera que lo
que verdaderamente preocupa al científico de la naturaleza es la forma específica. Con cualquier
caso con el que nos enfrentemos, la esencia será siempre la «substancia (, ousía) sin materia
( , áneu hýles)» (Met., VII, 7, 1032b14), es decir, lo que propiamente concede a la materia
la posibilidad de actualizarse en una substancia, en un compuesto concreto e individual. Es lo que
servirá como definición del sujeto (hombre), por encima, incluso, de sus peculiaridades accidentales
(Sócrates, médico, negro, blanco, etc.).
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XX Causa eficiente
La causa eficiente es «aquello de donde procede el principio primero del cambio o de la quietud;
por ejemplo, el que aconsejó es causa de la acción, y el padre es causa del hijo, y, en suma, el agente,
de lo que es hecho, y lo que produce el cambio, de lo que lo sufre» (Met., V, 2, 1013a29-32; cf. Fís, II,
3, 194b29-32). La causa eficiente se corresponde con el agente del cambio. Es importante señalar
que en el caso de la generación, tanto natural como artificial, la causa eficiente es idéntica a la forma
de aquello que se está generando y está siempre presente en otra entidad: «en general, aquello por
obra de lo cual se genera [algo] es la naturaleza llamada específica, que es de la misma especie (pero
ésta está en otro); pues un hombre genera a otro hombre» (Met., VII, 7, 1032a24-25). Aquello por obra
de lo cual remite al agente, que siempre será, en el campo de la naturaleza, un ente natural y que
participa de la misma naturaleza que aquello generado.
A este respecto, ya tratamos que la consideración acerca de las cosas generadas eran bien «por na-
turaleza», bien «artificialmente» (producciones). En este último caso, la forma ha de estar presente,
en primer lugar, en la mente del artífice, o dicho de otro modo, «aquello» que ha de llegar a ser «la
materia» sobre la que el artífice se dispone a trabajar ha de estar, de alguna manera, en su mente:
«puesto que la salud es esto, necesariamente, para que algo esté sano, tendrá que haber esto, por
ejemplo, equilibrio, y, para que haya esto, calor; y así seguirá pensando hasta llegar a aquello que él
puede finalmente producir. A partir de aquí, el movimiento tendente a la salud se llama producción.
Así sucede que, en cierto modo, la salud se genera de la salud, y la casa, de una casa; la que tiene
materia, de la que no la tiene; pues las artes curativa y edificativa son la forma de la salud y de la casa»
(Met., VII, 7, 1032b6-15). Por lo tanto, el procedimiento del productor es el siguiente:
1. Dispone de una definición de aquello que quiere producir.
2. Desarrolla un argumento transitivo por el que a tiende a b, b tiende a c, etc., hasta conseguir x,
todo ello mediante sus propios descubrimientos que tienen que ver con el conocimiento de las
definiciones de «a», «b», «c», etc.
3. La aplicación de uno u otro paso sobre la «materia» viene regulado, en todo momento, por la
dirección marcada desde el primer punto, a saber, la definición de aquello que se busca producir
(x).
En el ejemplo del médico, caso que nos ocupa, al concluir que en cierto modo «la salud (S2) [se
genera] de la salud (S1)», S2 está jugando aquí el papel de producción de la actividad del médico, en
cuya mente disponía con anterioridad de la definición de S1, que es, propiamente, la forma que hace
las veces de causa formal y la misma forma de que dispone el médico en su mente y que hace las
veces de causa eficiente. Y así con el ejemplo de la casa, a saber, «la casa (C2) [se genera] de una casa
(C1)», donde C2 es la producción resultante de la actividad del arquitecto, en cuya mente disponía de
antemano de la definición de C1, ejerciendo aquí el papel de forma que, a su vez, hace las veces de
causa formal y, en cierto modo, de causa eficiente. Sin embargo, tal y como señala Guthrie, es una
identidad que, pese a su aparente importancia, «apenas si se la puede dar más relevancia» (Guthrie,
1988: 245). La conclusión más importante la encontramos en la Ética a Nicómaco (1112b20-23), don-
de nos vuelve a mostrar el mismo proceso de deliberación, indicando la coincidencia dada entre el
último paso del análisis intelectual y el primer paso del proceso propiamente eficiente.
XX Causa final
La causa final es «lo que es como el fin (, télos); y esto es aquello para lo que algo se hace, por
ejemplo, del pasear es causa la salud. ¿Por qué, en efecto, se pasea? Decimos: para estar sano. Y, ha-
biendo dicho así, creemos haber dado la causa.» (Met., 1013a32-35). Nosotros podemos decir que
algo es «para» algo, por ejemplo que el colorido de algunos insectos es para que puedan camuflarse.
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En este sentido, la causa final sería servir de camuflaje, y en última instancia la propia supervivencia.
Pero no podría decirse con la misma rotundidad que el camuflaje de algunos insectos sirve para
aumentar la belleza del mundo.
Existen ejemplos mucho más problemáticos donde se comprueba el alto riesgo de introducir en su
sistema un principio de teleologismo natural. La asignación de causas finales implica siempre una
gran dificultad y un gran peligro. Alguien podría decir que las redes peer-to-peer funcionan «para»
destruir la industria musical, y no nos cuesta imaginar a algún político diciendo que los inmigran-
tes ilegales vienen «para» quitar el trabajo; razonamientos que ejemplifican la falacia non causae ut
causae, llamada por Aristóteles «razonamiento desviado» (Ref. Sof., 167b21-23) y que se caracteriza
por tomar como causa lo que no es causa. Estos problemas fueron abordados mediante un ejemplo
brillante: «cuando el trigo se pudre sobre la era, no ha llovido para que se pudra, sino que eso ha
ocurrido por accidente» (Fís., II, 8, 198b21). Se da la posibilidad de que el efecto no se corresponda
con esa causa o que, simplemente, aquello señalado como causa no sea causa, en realidad, de nin-
gún efecto.
Una de las conclusiones más evidentes del estudio de la doctrina de las cuatro causas radica en
la falta de distinción aristotélica entre causa cognoscendi y causa essendi, o lo que es lo mismo, la
diferencia entre la pregunta por la razón de algo y y la pregunta acerca de la generación de algo. En
realidad, a nuestros ojos sólo la causa eficiente ejercería las funciones reales de «causa» en el sentido
moderno del término, mientras que el resto es un conjunto de dos «principios» (causas formal y ma-
terial) y un «fin» (causa final). Por otro lado, se da una coincidencia metafísica entre las consideradas
por Aristóteles causas formal, eficiente y final, que abordaremos en el tercer subapartado de este
punto del tema.
Tratada la doctrina de las causas, Aristóteles pasa a estudiar en los siguientes capítulos del libro II de
la Física el problema del azar y de la fortuna y de si pueden considerarse causas o «concausas» de
determinados fenómenos. Para él, en términos absolutos, el azar no es causa de nada en absoluto.
En realidad, es el modo como nosotros camuflamos un tipo de causación accidental como si fuera
esencial (Fís., II, 5, 197a7-20). Azar, suerte y casualidad presuponen siempre una actividad previa que
establece el orden causal, dándose así la posibilidad de que los mismos procesos naturales puedan
ser debidos a este tipo de actividad previa. Según esto, la naturaleza funcionaría azarosamente. La
solución más rápida frente a esta interpretación sería la de interpretar la naturaleza mecánicamente,
lo cual, sin embargo, acabaría por conducir a una interpretación ciega y absolutamente irracional del
plan de la naturaleza, algo que Aristóteles no estaba dispuesto a aceptar (Fís., VIII, 1, 256a34-35).
La primera clave para introducir la teleología frente al mecanicismo radica en la siguiente conclusión
de Aristóteles, acerca de la necesidad por parte del físico de conocer las cuatro causas:
Y puesto que las causas son cuatro, es tarea propia del físico conocerlas todas, pues para explicar físicamente
el por qué tendrá que remitirse a todas ellas, esto es, a la materia, a la forma, a lo que hace mover y al fin. Las
tres últimas se reducen en muchos casos a una, pues la esencia y el fin son una misma cosa, y aquello de lo
que primeramente proviene el movimiento es específicamente lo mismo que éstas, pues el hombre engen-
dra al hombre; en general, esto es así para todas las cosas que son movidas al mover a otras. En cuanto a las
que se mueven sin ser movidas, no son competencia de la física, ya que no mueven porque posean en sí el
movimiento o el principio del movimiento, sino porque son inmóviles (Fís., II, 7, 198a21-28).
En el texto nos está informando de la coincidencia entre las causas formal, eficiente y final en los
procesos naturales, y afirma, con rotundidad, que el fin y la esencia (aquello que la cosa es) son una
misma cosa. Por lo que respecta a la causa eficiente, ya vimos en el desarrollo de la misma que ésta
era, en cierto modo, la que iniciaba el cambio y/o movimientos. Así, la esencia de una cosa en movi-
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miento hacia una forma específica se identifica con el fin, pues el fin es la forma; y, asimismo, puede
darse el hecho de que la misma forma, en virtud del efecto conseguido, sea en cierto modo causa
eficiente. En la naturaleza nada se hace ni azarosa, ni aleatoria, ni arbitrariamente, pero tampoco se
producen las cosas sólo por necesidad, sino que ha de haber, en el orden del ser y del devenir aristo-
télico, una razón para todo… y la causación final es la que, parece, podría responder, en un ascenso
por el orden del ser hasta las causas últimas, a esa pregunta: «puesto que la naturaleza es para lago,
hay que conocer también esa causa.» (Fís., II, 7, 198b4). Aristóteles asienta con claridad la necesidad
de explicar el porqué en todos los sentidos y apunta, por fin, al teleologismo de todo proceso natu-
ral, asumiendo la necesidad de remontarnos desde las causas concretas de los entes físicos hasta las
causas primeras, enlazando así la física con la metafísica.
1. Es necesario ver «que esto se sigue necesariamente de aquello (siguiéndose o absolutamente o
en la mayoría de los casos)», es decir, es necesario identificar la causa eficiente.
2. Es necesario ver «que si esto ha de ser entonces tendrá que ser aquello (como en el caso de las
premisas, de las que se sigue la conclusión)», es decir, es necesario identificar la causa material o,
en otros términos, el material o substrato sobre el que se ha efectuado el proceso del movimien-
to.
3. Es necesario ver «que esto es la esencia de la cosa» o, dicho de otro modo, que el resultado del
proceso patentiza la esencia a la que estaba destinado el proceso del devenir.
4. Es necesario ver «por qué es mejor así (mejor no absolutamente, sino con respecto a la sustancia
de cada cosa)», que es tanto como decir que la forma adquirida «es fin del mismo en tanto que
realiza lo mejor en el orden del ser en referencia a la cosa concreta en movimiento» (Queralto,
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La segunda clave para introducir la teleología en los procesos naturales la ha anunciado el mismo
Aristóteles con anterioridad, señalando que existen en el por qué del movimiento y del cambio dos
principios que mueven físicamente o, en términos generales, dos tipos de movientes: aquél cuya
forma es causa eficiente y causa final de su movilidad, y, en segundo lugar, uno que «no es físico,
pues no tiene en sí el principio del movimiento; tal es lo que mueve sin ser movido, como en el caso
de lo que es totalmente inmóvil y lo primero de todas las cosas, lo cual es también la esencia y la
forma, pues es el fin y el para qué» (Ibid., II, 7, 198a35-b3). Como veremos en el tercer subapartado del
siguiente capítulo, la causa final de todo proceso natural y de la naturaleza entera será, justamente,
esta sustancia inmóvil y separada que es el «motor inmóvil».
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¿Cómo se da efectivamente el movimiento? Sabemos los tipos de causas, sabemos las dos dimen-
siones de la potencia y del acto, pero, ¿cómo se hace el movimiento?
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El «motor inmóvil» es eterno, uno e inmóvil, siguiendo así las características jonias relativas al ser,
sólo que aplicadas aquí a la entidad que asegura la pervivencia y el orden de la maquinaria celeste.
La razón de su inmovilidad la encontramos en el hecho de que es «acto puro», «forma pura» y, por
lo tanto, «pura actualidad». Al ser «pura actualidad», no está sometido a ningún tipo de movimiento,
que forzosamente implicaría un paso de la potencia al acto y, por lo tanto, dejaría automáticamente
de ser moviente inmóvil para ser moviente móvil. Debido a estas peculiaridades, no es conveniente
que el estudiante se imagine la figura de un «motor» sensu stricto, dado que cualquier motor, diésel
o gasolina, para hacer mover el vehículo necesita unas correas, un sistema de transmisión, en defini-
tiva, necesita estar en contacto con algo para poder ejercer su movimiento. Lejos de ello, en la con-
figuración del mundo, el «motor inmóvil» no está en contacto con nada. La pregunta, entonces, es
clara: ¿cómo mueve el «motor inmóvil»? Para aclarar esta cuestión y evitar malentendidos, el análisis
del universo aristotélico puede servirnos.
Habitualmente se suele decir que el cosmos del Estagirita es como una gran cebolla. Cada una de
las esferas concéntricas translúcidas, compuestas del elemento más ligero, el «éter», gira en torno a
la tierra que queda en el centro del universo, representado uno de los cuatro elementos. Por encima
de ella quedan los mares, el conglomerado de los aires y, por último, una ardiente bola de fuego, re-
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presentados así los cuatro elementos en continuo movimiento y que progresivamente sufren muta-
ciones, generando el devenir y dando así razón de la multiplidad de los seres. Por encima de la última
esfera de los elementos, la que corresponde al fuego, está la esfera de la Luna, de ahí que hablemos
del Mundo Sublunar y de Mundo Supralunar. El movimiento natural de los cuerpos terrestres es
rectilíneo, ascendente (fuego-aire) y descendente (agua-tierra). Cuando se produce un movimiento
no rectilíneo o contrario al habitual de los elementos, evidentes por observación empírica en la na-
turaleza, se deberá siempre a un movimiento violento.
Por lo que respecta al Mundo Supralunar, no hay cambio, corrupción ni degeneración, como suce-
de en el Mundo Sublunar, porque en lugar de los cuatro elementos, es la «quintaesencia» o «éter»,
un material sutil, óptimo, transparente, imponderable e incorruptible, lo que compone no sólo las
esferas, sino igualmente los cuerpos celestes. Su movimiento aparente se debe a las esferas, nueve
en total (Tierra, Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno y la esfera de las estrellas fijas o
constelaciones), que, por contraposición al de los elementos, es circular y uniforme.
El motor inmóvil, generador último de todo movimiento, queda, sorprendentemente, fuera del uni-
verso: es trascendente, pero su efecto es inmanente. El movimiento ejercido no será «por contacto».
Según Aristóteles, «todas las cosas están coordinadas hacia una» (Met., XII, 10, 1075a18-19), lo cual
nos da ya una pista sobre cómo el motor inmóvil genera el movimiento. Valdría decir que el motor
inmóvil no hace, no ejerce, no efectúa movimiento alguno, sino que en todo caso «suscita» todos
los movimientos, haciendo que todas las cosas se coordinen, es decir, se ordenen unas con otras y
consigo mismas hacia la encarnación en sí mismas de las características de esa causa final absoluta,
fundamento último de la teleología y de su propia teología. Valdría decir: el movimiento de las cosas
hacia la máxima actualización (entelequia) de sus potencialidades viene dado por el deseo en ellas
suscitado por parte del motor inmóvil, que es lo máximamente deseable, lo máximamente ejemplar,
lo máximamente aspirado por todas las criaturas en sus distintos niveles y grados de ser. Esta primera
substancia es «eterna e inmóvil y separada de las cosas sensibles», «no cabe que esta substancia ten-
ga ninguna magnitud, sino que carece de partes y es indivisible (pues mueve durante tiempo infini-
to, y nada finito tiene potencia infinita; y, puesto que toda magnitud es infinita o finita, no puede, por
la razón mencionada, tener magnitud finita; pero tampoco infinita, porque no hay absolutamente
ninguna magnitud infinita). Y también queda demostrado que es impasible e inalterable; pues todos
los demás movimientos son posteriores al movimiento local» (Met., 1073a3-13). El proceso natural de
la generación y la corrupción no responde en Aristóteles a una fuerza o voluntad de vivir irracional y
sin sentido, sino que en la naturaleza todo aspira a su perfección, a la actualización de sus potencia-
lidades y a la conversión de sus actualidades en entelequias, es decir, máximas cotas de aspiración
formal. Esa aspiración de las cosas es la que asegura el movimiento del universo.
Por lo que respecta a la actividad del motor inmóvil, ésta se cifra en la continua intelección de sí
mismo, siendo, como es, intelección pura. No se centra en nada más que en sí mismo, en la pura y
más excelente virtud, como es la de la pura y absoluta intelección de la inmovilidad de su actividad
y de su actividad inmóvil.
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CONCLUSIÓN
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BIBLIOGRAFÍA
Fuentes
ARISTÓTELES (1998): Acerca de la generación y la corrupción. Tratados breves de historia natural. Madrid:
Gredos.
ARISTÓTELES (2003): Acerca del alma. Madrid: Gredos.
ARISTÓTELES (1996): Acerca del cielo. Meteorológicos. Madrid: Gredos.
ARISTÓTELES (2002): Física. Madrid: Gredos.
ARISTÓTELES (1998): Metafísica de Aristóteles. Ed. trilingüe. Madrid: Gredos.
ARISTÓTELES (2007): Tratados de lógica. 2 vols. Madrid: Gredos.
CENCILLO, L. (1958): Hyle. Origen, concepto y funciones de la materia en el Corpus Aristotelicum. Madrid: CSIC.
Completísimo estudio sobre la dimensión de la materia en el Corpus Aristotelicum, abundante en citas y referen-
cias textuales. Claro en su exposición y dotado de una buena estructura.
GIACON, C. (1947): Il divenire in Aristotele. Padua: Cedam.
Análisis sistemático de todas las doctrinas vinculadas con el problema de la unidad del ser y la multiplicidad de
los seres sujetos al devenir. Gran cantidad de textos comentados.
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HEIDEGGER, M. (2007): «Sobre la esencia y el concepto de . Aristóteles, Física B, 1». En M. Heidegger,
Hitos. Madrid: Alianza.
Escrito en 1939, sigue siendo un clásico de obligada consulta, donde Heidegger desentraña el concepto de
phýsis aristotélico presentado en el libro II de la Física. Sus observaciones son de mucha utilidad para los distin-
tos sentidos del concepto en Aristóteles.
QUERALTÓ MORENO, R. (1983): Naturaleza y finalidad en Aristóteles. Sevilla: Universidad de Sevilla.
Obra centrada en el tema de la naturaleza y el problema del teleologismo en Aristóteles. Aborda con rigor y
claridad razonamientos muy abstrusos, sin faltar a la fidelidad a las fuentes. Sin bibliografía.
ROBIN, L. (1910): «Sur la conception aristotélicienne de la causalité», Archiv für Geschichte der Philosophie,
XXIII, pp. 1-28, 184-210.
Desarrolla el concepto aristotélico de causalidad, vinculándolo con el problema del movimiento y los principios
de la generación.
SOLMSEN, F. (1969): Aristotle’s System of the Physical World: A Comparison with his Predecessors. Ithaca: Cor-
nell University Press.
Profundo estudio comparativo entre la física de los presocráticos, la platónica y la aristotélica. Se centra en
las obras Acerca del cielo y De la generación y la corrupción, entre otros de menor interés para el desarrollo del
presente tema.
WOORDBRIDGE, F. J. E. (1965): Aristotle’s Vision of Nature. Nueva York: Columbia University Press.
Su perspectiva analítica facilita el acercamiento a postulados de alta complejidad conceptual y terminológica.
No obstante, en algunos casos, como en el análisis de los primeros principios, el razonamiento tiende a la ex-
cesiva simplificación.
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RESUMEN
La naturaleza en Aristóteles.
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AUTOEVALUACIÓN
1. Según Aristóteles, la definición de naturaleza que presuponen lógicamente todos los sentidos del
término es:
a. La sustancia de las cosas que tienen el principio en sí mismas «como otras».
b. La sustancia de las cosas que tienen el principio del movimiento en sí mismas «en cuanto tales».
c. La sustancia de las cosas que pueden ejercer algún cambio sobre otras sin cambiar ellas mismas.
d. Ninguna de las anteriores respuestas es correcta.
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8. Según la doctrina del acto y de la potencia, ¿qué son el cambio y el movimiento considerados en sí
mismos?
a. Lo que está en acto.
b. Lo que está en potencia.
c. Un estar actualizándose.
d. Lo que está privado de forma.
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