Desde El Corazon - James Allen
Desde El Corazon - James Allen
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James Allen
Desde el corazón
ePub r1.0
Castii114 06.12.15
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Título original: Out from the heart
James Allen, 1904
Traducción: Margarita Díaz Mora & Martha Escalona de la Vega
Diseño: Castii114
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EL CORAZÓN Y LA VIDA
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hermosa y sagrada; y tarde o temprano, se liberará de todo mal, confusión y
sufrimiento, ya que es imposible que un ser humano no sienta la liberación, la
iluminación y la paz si cuida con diligencia incansable la puerta de su corazón.
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LA NATURALEZA Y EL PODER
DE LA MENTE
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Todo lo que está en el exterior se amolda y surge desde nuestro interior, y nunca
sucede de manera contraria. La tentación no surge de objetivos del exterior, sino del
deseo que la mente tiene para llevar a cabo estos objetivos. Tampoco la pena ni el
sufrimiento pertenecen por naturaleza a los sucesos externos de la vida, sino a la
actitud indisciplinada de la mente hacia esas cosas y hacia esos acontecimientos.
La mente que está disciplinada conforme a un modelo de Pureza y que se ha
fortalecido gracias a la Sabiduría evita todos esos apetitos y deseos que se encuentran
inseparablemente ligados con la aflicción. De esta forma, llega a la iluminación y a la
paz.
Considerar que son los demás los que actúan con maldad y echar a las
condiciones externas la culpa de ser la fuente de todo mal aumenta, y nunca
disminuye, el sufrimiento y los disturbios que ocurren en el mundo. Lo externo no es
más que la sombra y la consecuencia de lo interior. Cuando el corazón está lleno de
pureza, todas las cosas externas son puras.
Toda la vida y su movimiento se dan de dentro hacia fuera; toda la decadencia y
la muerte se presentan de fuera hacia dentro. Esta es la ley universal. Toda la
evolución proviene del interior. Todo ajuste debe tener lugar en el interior. El que
deja de luchar contra los demás y emplea sus poderes en la transformación,
regeneración y desarrollo de su propia mente conserva sus energías y se protege a sí
mismo. Y cuando logra armonizar su propia mente es capaz, por medio de la
consideración y la caridad, de conducir a los demás a un estado lleno de bendiciones.
El camino de la iluminación y la paz no se encuentra asumiendo autoridad y
control sobre otras mentes, sino ejerciendo una autoridad legítima sobre nuestra
propia mente y llevándonos a nosotros mismos a recorrer caminos de inquebrantable
y noble virtud.
La vida de un hombre se gesta en su mente y en su corazón. Él conforma esa
mente con sus propios pensamientos y acciones. Tiene la capacidad de elegir volver a
adaptar esa mente usando el poder del pensamiento. En este sentido, puede
transformar su vida. Veamos cómo puede hacerse esto.
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LA FORMACIÓN DE LOS
HÁBITOS
Todas las actitudes mentales que creamos son hábitos que hemos adquirido debido a
la repetición continua del pensamiento. El abatimiento y la alegría, el enojo y la
tranquilidad, la avaricia y la generosidad, en realidad todos ellos son estados
mentales, son hábitos que hemos elegido crear, hasta que se han hecho automáticos.
Un pensamiento que se repite de una forma constante al final termina siendo un
hábito que se fija en la mente, y de ese tipo de hábitos, se deriva nuestra vida.
En la naturaleza de la mente está llegar a adquirir conocimientos por medio de la
repetición de sus experiencias. Un pensamiento que al principio es muy difícil tener y
mantener, al final acaba convirtiéndose en una práctica habitual y natural después de
mantenerlo de una manera constante en la mente.
Cuando un joven está aprendiendo un oficio, ni siquiera sabe manejar bien sus
herramientas, y mucho menos puede usarlas de una forma correcta, pero después de
la repetición y de la práctica, las llega a manejar con pericia y facilidad. Esto mismo
sucede con un estado mental que al principio parece no poder realizarse, pero que por
medio de la perseverancia y de la práctica llega a adquirirse y a incorporarse al
carácter como una condición natural y espontánea.
En este poder de la mente para formar y reformar hábitos y comportamientos está
basada la salvación del hombre. Es la puerta abierta a la libertad perfecta por medio
del dominio del ego. Porque, así como el hombre tiene el poder de crear hábitos
nocivos, también lo tiene para crear hábitos que son esencialmente buenos. Y aquí
llegamos a un punto que requiere de más aclaración y que le pide al lector un
pensamiento profundo y juicioso.
En términos generales, se dice que es más fácil hacer el mal que el bien, que es
más sencillo cometer un pecado que mantener la santidad. A nivel universal, esto es
considerado como una verdad evidente.
Un gran maestro como el Buda dijo: «Las malas acciones y las que nos dañan a
nosotros mismos son fáciles de llevar a cabo; lo que es bueno y benéfico es muy
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difícil de hacer».
En general, con respecto a la humanidad esto es verdad, pero solo como una
experiencia pasajera, un factor fugaz en la evolución humana. No es una condición
permanente de las cosas. No es la naturaleza de una verdad eterna. Para los hombres
es más fácil hacer el mal que hacer el bien debido al predominio de la ignorancia y
porque, hasta hoy, no se ha llegado a comprender la verdadera naturaleza de las
cosas, la esencia y el significado de la vida.
Cuando un niño está aprendiendo a escribir, es algo normal que al sostener la
pluma adopte una postura incorrecta y escriba mal; por lo tanto, para él es un proceso
muy difícil. Esto se debe a que el niño todavía ignora el arte de la escritura y esta
ignorancia desaparece con el esfuerzo y la práctica persistentes, hasta que por fin
adquiere la habilidad para sostener la pluma de una manera natural y fácil, y entonces
lo difícil, así como innecesario, es hacerlo mal.
Y este aprendizaje también se puede comparar con las cosas esenciales de la
mente y de la vida. Pensar y hacer las cosas correctamente requiere de mucha práctica
y esfuerzo renovado. Pero llega el momento en que, por fin, cuando se obtiene el
hábito y la facilidad de tener pensamientos y acciones buenas, se hace difícil y al
mismo tiempo se considera totalmente innecesario hacer aquello que es malo.
Así como un artesano logra su destreza a través de la práctica, así también tú
puedes obtener la bondad. Es solo una cuestión de formar nuevos hábitos de
pensamiento. Y aquel que logra tener buenos pensamientos con facilidad y
naturalidad, y consigue que sus pensamientos y malos actos sean difíciles de llevar a
cabo, ha logrado la virtud más elevada y el conocimiento espiritual puro.
Es fácil y natural para los hombres pecar porque han creado, a través de una
repetición incesante, hábitos de pensamiento dañinos y basados en la ignorancia. Es
muy difícil para el ladrón abstenerse de robar cuando se le presenta la oportunidad,
porque ha vivido siempre con pensamientos de codicia y de envidia.
Pero no existe este problema para el hombre honrado que siempre ha vivido con
pensamientos correctos y honestos. Este hombre se ha convertido en un ser tan
iluminado con respecto a la errónea inutilidad del acto de robar que incluso ni la más
remota idea de tomar lo que no es suyo llega a su mente. El pecado de robo es un acto
grave, y lo he tomado como ejemplo para ilustrar más claramente cómo se puede
crear y fortalecer un hábito. Pero todos los pecados y virtudes se crean de la misma
manera.
El enojo y la impaciencia son comportamientos naturales y fáciles para miles de
personas debido a que, de una manera constante, están repitiendo pensamientos y
actos de impaciencia y de enojo. Y, con cada repetición, se va formando un hábito
que se va estableciendo y arraigando cada vez más firme y profundamente.
La calma y la paciencia son comportamientos que se pueden obtener de una
forma similar ya que si, a través del esfuerzo, los pensamientos de calma y de
paciencia llegan a presentarse en todos los momentos de nuestra vida, entonces
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viviremos en ellos, hasta que «la costumbre se convierte en una segunda naturaleza»,
y el enojo y la impaciencia se alejarán para siempre. De esta forma, cada pensamiento
negativo puede expulsarse de la mente, cada actitud errónea puede destruirse, cada
pecado puede superarse.
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EL HACER Y EL SABER
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Espirituales que son inmanentes en el hombre y en el universo solo puede adquirirse
después de una larga disciplina en la búsqueda y en la práctica de la Virtud.
Los detalles menores deben ser entendidos y alcanzados por completo antes de
que pueda conocerse lo más importante. La práctica siempre precede al conocimiento
real.
El maestro de escuela nunca intenta enseñar a sus alumnos al inicio del curso los
principios abstractos de las matemáticas. Sabe que este método de enseñanza sería
inútil y que el aprendizaje resultaría imposible. Por lo tanto, primero les muestra a los
estudiantes una simple suma, la explica y deja que la practiquen. Cuando han tenido
éxito después de fallidos intentos y de un renovado esfuerzo, les da una tarea más
difícil y después otra, y así sucesivamente. Y solo cuando se asegura de que sus
alumnos han dominado todas las lecciones de aritmética a través de muchos años de
esmero, intenta enseñarles los principios matemáticos más profundos.
Cuando un joven comienza a aprender un oficio, digamos el de mecánico, no se
empieza por enseñarle los principios de la mecánica, sino que se le da una
herramienta y se le muestra cómo usarla debidamente. Después se le deja hacerlo con
esfuerzo y práctica. Cuando tiene éxito al manejar sus herramientas correctamente, se
le dan tareas cada vez más difíciles, hasta que después de varios años de práctica
exitosa, está preparado para estudiar y aprender los principios de la mecánica.
En una casa bien dirigida, primero se les enseña a los niños a ser obedientes, a
conducirse con propiedad en cualquier circunstancia. Al niño ni siquiera se le da una
explicación de por qué debe hacerlo, simplemente se le ordena que lo haga. Solo
después de que ha obtenido el hábito de hacer lo que es correcto y apropiado, se le
explica por qué debe hacerlo. Ningún padre intentaría enseñarle a su hijo los
principios de la ética antes de exigirle la práctica de los deberes familiares y sociales.
Así, la práctica siempre precede al conocimiento, incluso en los asuntos más
ordinarios de la vida, y esta ley es rígida en las cuestiones espirituales, para llegar a
vivir una Vida más Elevada.
La Virtud solo puede conocerse a través de la práctica, y únicamente se puede
llegar al conocimiento de la Verdad perfeccionándonos en la práctica de la Virtud.
Perfeccionarse en la práctica y en la adquisición de la Virtud es perfeccionarse en el
conocimiento de la Verdad.
Solo se puede llegar a la Verdad practicando continuamente las lecciones de la
Virtud, empezando con la más simple, y llegando hasta las más difíciles. Un niño
aprende sus lecciones en la escuela con paciencia y obediencia, con una práctica
constante, y esforzándose hasta llegar a vencer todos los fracasos y las dificultades.
Lo mismo sucede con el hijo de la Verdad, quien sin dejarse vencer por el fracaso, y
fortalecido por las dificultades, llega a hacer lo correcto en pensamiento y acción.
Cuando tiene éxito en adquirir la Virtud, expande su mente al conocimiento de esta
Verdad y se puede apoyar firmemente en este conocimiento.
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LOS PRIMEROS PASOS PARA
LLEGAR A UNA VIDA MÁS
ELEVADA
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Paso 7: el diálogo crítico, capcioso o acusador.
Los dos vicios del cuerpo y los cinco vicios de la lengua se llaman así porque se
manifiestan en el cuerpo y en la lengua. También será de gran ayuda para el lector
clasificarlos así, tan definidamente. Pero se debe entender claramente que estos vicios
surgen primero en la mente, y que son condiciones erróneas del corazón que se
desarrollan en el cuerpo y en la lengua.
La existencia de estas condiciones tan caóticas es una indicación de que la mente
ignora por completo el significado real y el propósito de la vida, por lo cual su
erradicación sería el principio de una vida iluminada, virtuosa e inquebrantable.
Pero ¿cómo deben erradicarse y superarse estos vicios? Antes que nada, se deben
identificar y después controlar para que no se manifiesten en el exterior, de tal
manera que se llegue a desarraigar esta actitud errónea. Esto estimulará a la mente a
la vigilancia y a la reflexión hasta que, a través de la práctica repetida, llegue a
percibir y a entender las oscuras y erróneas condiciones mentales de las que se
derivan estas actitudes. Entonces la mente las abandonará por completo.
El primer paso que se debe dar en la disciplina de la mente es el de superar la
indolencia o la pereza. Este es el paso más sencillo y, hasta que se lleve totalmente a
cabo, no se podrán dar los siguientes. El aferramiento a la indolencia crea una barrera
total en el Camino de la Verdad. La indolencia consiste en darle al cuerpo más
facilidades y más sueño del que requiere, aplazando, esquivando y descuidando los
asuntos que deben recibir atención inmediata.
Debemos superar este comportamiento de pereza. Para dejarla atrás hemos de
empezar por despertar a nuestro cuerpo a una hora temprana y darle solo la cantidad
de sueño que requiere para su recuperación completa, y realizar rápida y
vigorosamente cada tarea, cada labor, cuando se presente, sin importar lo pequeña
que sea.
En ninguna circunstancia se debe beber o comer en la cama. Permanecer en la
cama después de que se ha despertado, dando paso a la comodidad y al ensueño, es
un hábito fatal para forjar un carácter y purificar la mente. En esos momentos,
también se deben evitar los pensamientos. Es imposible que exista un pensamiento
poderoso, puro y verdadero bajo tales circunstancias. Un hombre tiene que ir a la
cama a dormir, y no a pensar. Debe levantarse a pensar y a trabajar, y no a dormir.
El próximo paso es el de superar la autoindulgencia o la glotonería. El glotón es
el que come solo por satisfacción animal, sin considerar el verdadero fin y el objetivo
de alimentarse. Come más de lo que su cuerpo requiere, y siente una gran ansiedad
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por los alimentos dulces y las raciones abundantes.
Este deseo de rebeldía solo se puede superar reduciendo la cantidad de comida y
el número de alimentos por día, siguiendo una dieta básica y simple. Deben fijarse
horas regulares para las comidas y, con una actitud firme, se debe evitar comer en
otros momentos. Las cenas se deberán suprimir, debido a que son totalmente
innecesarias y provocan la aparición de sueño pesado y pereza mental.
La búsqueda de este método de disciplina nos enseñará muy rápido a controlar
nuestras ansias de comer que una vez fueron ingobernables y, mientras el pecado
sensual de la autoindulgencia se extrae de la mente, la adecuada selección de
alimentos será instintiva y se adaptará infaliblemente a la purificada condición
mental.
Se debe tener bien presente que lo que se necesita es un cambio en el corazón, y
que cualquier cambio en la dieta que no persiga este fin, será inútil. Cuando se come
por placer, se es glotón. Debemos purificar el corazón de antojos y ansiedades
gustativas.
Cuando el cuerpo se controla bien y se dirige con firmeza; cuando lo que debe
hacerse se hace con ánimo; cuando nunca se pospone ninguna tarea o labor; cuando
levantarse temprano se ha convertido en un deleite; cuando se establecen con un
carácter firme la frugalidad, la simplicidad, la templanza y la abstinencia; cuando uno
está satisfecho con los alimentos que come, sin importar lo escasos y sencillos que
sean, y ha desaparecido ese deseo incontrolable de los placeres gustativos, en ese
momento los dos primeros pasos en la Vida más Elevada se habrán cumplido. Y, en
ese mismo instante, es cuando ya se ha aprendido la primera gran lección de la
Verdad. Por consiguiente, los cimientos de una vida virtuosa, ecuánime y de
autocontrol se crean en el corazón.
La siguiente lección es la lección del lenguaje virtuoso, en la que existen cinco
pasos ordenados. El primero consiste en superar el hábito de la conversación basada
en la calumnia. La calumnia radica en inventar o repetir informes crueles e injustos
sobre los demás, en exponer y magnificar las faltas de otras personas o de los amigos
ausentes y en hacer insinuaciones indignas. Los sentimientos mal canalizados como
la falta de consideración, la crueldad, la falta de sinceridad y la falsedad intervienen
en cada acto calumniador.
Aquella persona que tenga el deseo de llegar a tener una vida correcta debe
empezar por detener la cruel palabra de la calumnia antes de que salga de sus labios.
Entonces, descubrirá y eliminará el pensamiento falso que dio lugar a esta calumnia.
Tendrá cuidado de no denigrar o difamar a alguien. Se abstendrá de desacreditar,
maldecir y condenar al amigo ausente al que acaba de extender su mano, al que hace
poco besó o le regaló una sonrisa. No dirá de otra persona lo que no se atreva a
decirle cara a cara. De esta manera, cuando llegue a pensar sagradamente en el
carácter y en la reputación de los demás, destruirá esas actitudes erróneas de la mente
que le abren la puerta a la calumnia.
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El siguiente paso es superar el chisme y la conversación ociosa. Esta última
consiste en hablar sobre los asuntos privados de los demás, en charlar únicamente
para pasar el tiempo y en involucrarse en conversaciones irrelevantes y sin propósito
alguno. Este proceder incontrolable en la forma de hablar es el resultado de una
mente mal dirigida.
El hombre de virtud se amarrará la lengua, y así aprenderá a controlar de una
manera correcta su mente. No permitirá que su lengua se suelte para emitir palabras
ociosas y alocadas. Hará que su conversación sea alentadora y clara, con el
conocimiento de que debe hablar con un propósito o permanecer callado.
El lenguaje abusivo y cruel es el siguiente vicio que debe superarse. El hombre
que abusa de los demás y los acusa, ha perdido por completo el Camino Correcto.
Lanzar palabras y calificativos crueles a los demás es hundirse profundamente en la
tontería. Cuando un hombre tiende a abusar, a maldecir y a condenar a sus
semejantes, debe frenar su lengua y mirar en su interior. El virtuoso se abstiene de
cualquier lenguaje que pueda ser abusivo y de discordia. Emplea solo palabras que
son útiles, necesarias, honestas y verídicas.
El sexto paso consiste en superar la plática frívola o irreverente. La charla frívola
y ligera, la repetición de bromas pesadas, las historias vulgares que no tienen otro
propósito más que el de provocar risas superficiales, la familiaridad ofensiva y el
empleo de palabras despectivas e irrespetuosas cuando se habla con o de otras
personas, y particularmente de los mayores y de aquellos que tienen un rango
superior como maestros, tutores o superiores, todo esto será eliminado por la persona
amante de la Virtud y de la Verdad.
A menudo, colocamos en el altar de la irreverencia a los amigos y a los
compañeros ausentes y los llevamos al sacrificio por la efímera emoción de una risa
momentánea, y toda la integridad de nuestra vida se sacrifica en aras de lo ridículo.
Cuando se abandona la consideración hacia los demás y se deja de respetar lo que
debe ser respetado, se abandona la Virtud. Cuando la modestia, la dignidad y lo que
es importante se eliminan de la conversación y del comportamiento, se pierde la
Verdad. Sí, incluso su puerta de entrada se esconde y se olvida.
La irreverencia es degradante incluso en los jóvenes, pero cuando acompaña a las
cabelleras grises y aparece en la conducta del predicador, es sin duda un espectáculo
patético. Y cuando esto se imita y persiste después, se trata de ciegos conduciendo a
ciegos; de manera que todos aquellos que se expresan con irreverencia, incluyendo a
las personas mayores y a los predicadores, son individuos que se han desviado del
camino correcto.
El virtuoso siempre tendrá un diálogo serio y reverente. Pensará y hablará del
ausente como piensa y habla de los muertos, con cariño y de una forma venerable.
Eliminará la falta de consideración y tendrá cuidado de no sacrificar su dignidad para
satisfacer un impulso pasajero que lo lleve a la frivolidad y a la superficialidad.
Conducirá su conversación con un ingenio honesto y transparente, su voz se
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escuchará armoniosa y tenue, su alma se llenará de gracia y de dulzura cuando logre
comportarse como un hombre de la Verdad.
El último paso en la segunda lección es superar el diálogo crítico, capcioso o
acusador. Este vicio de la lengua consiste en magnificar e insistir en los errores
pequeños o aparentes, en lanzar ironías y sarcasmos, en defender vanos argumentos
basados en suposiciones, creencias y opiniones que carecen de fundamento.
La vida es corta y real; y el pecado, el dolor y el sufrimiento no se remedian con
la crítica y la disputa. El hombre que está siempre pendiente de escuchar las palabras
de los demás para contradecir y crear un desacuerdo, tiene todavía que recorrer el
elevado camino de la compasión para llegar a una vida auténtica basada en la
autorrendición. Aquella persona que siempre está pendiente de sus propias palabras
para ablandarlas y purificarlas, encontrará el camino más elevado y una vida más
íntegra. Conservará sus energías, mantendrá su tranquilidad mental y atesorará en su
interior el espíritu de la Verdad.
Cuando la lengua se controla bien y se domina con sabiduría; cuando los
impulsos egoístas y los pensamientos indignos ya no apresuran a la lengua exigiendo
su réplica; cuando la conversación se ha vuelto inocua, pura, afable, cordial y con un
propósito determinado; cuando no se pronuncian palabras si no es con sinceridad y
honestidad, entonces se han llevado a cabo con éxito los cinco pasos para un lenguaje
virtuoso. La segunda gran lección de la Verdad se ha aprendido y se ha dominado.
Algunos se preguntarán: «Pero ¿por qué toda esta disciplina del cuerpo y el freno
a la lengua? ¿Se puede alcanzar y entender una Vida más Elevada sin la necesidad de
llevar a cabo una labor tan extenuante, un esfuerzo y una vigilancia tan incesantes?».
No, no se puede. Tanto en el aspecto espiritual como en el aspecto material, nada se
hace sin esfuerzo y lo más elevado no podrá conocerse hasta que se lleguen a superar
los niveles más bajos.
¿Puede un hombre construir una mesa antes de que haya aprendido cómo manejar
una herramienta y clavar un clavo? ¿Puede un hombre moldear su mente de acuerdo
con la Verdad antes de haber superado la esclavitud de su cuerpo?
Así como las intrincadas sutilezas del lenguaje no pueden entenderse y manejarse
antes de dominar el alfabeto y las palabras más simples, así tampoco las profundas
sutilezas de la mente pueden comprenderse y purificarse antes de que se adquiera a la
perfección el ABC de la conducta correcta.
¿Acaso un joven al iniciarse en su trabajo no se entrega con alegría y paciencia a
un aprendizaje de siete años para poder dominar un oficio? ¿Y acaso este joven, día a
día, cuidadosa y fielmente no lleva a cabo cada detalle de las instrucciones de su
maestro y espera que llegue el momento en el que también él pueda tener la habilidad
de un maestro al perfeccionar su trabajo a través de la obediencia y de la práctica?
¿Dónde está el hombre que pretende con sinceridad alcanzar la excelencia en la
música, en la pintura, en la literatura o en cualquier otro oficio, negocio o profesión
que no esté dispuesto a dar la vida entera para poder llegar a adquirir esa perfección
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en particular? ¿Podemos entonces darle importancia al esfuerzo cuando se trata de la
excelencia más elevada de todas, la excelencia de la Verdad?
Aquella persona que dice: «El Camino que me has trazado es demasiado difícil;
debo obtener la Verdad sin trabajo, la salvación sin esfuerzo» no encontrará su
camino fuera de las confusiones y de los sufrimientos que provoca el ego. No
encontrará la calma, ni la mente bien fortalecida ni una vida ordenada con sabiduría.
Ama las cosas fáciles y el placer, no ama la Verdad.
La persona que en lo más profundo de su corazón adora la Verdad y aspira a
conocerla, no considerará ningún trabajo demasiado difícil, sino que lo adoptará con
alegría y lo llevará a cabo con paciencia. Podrá llegar al conocimiento de la Verdad
con perseverancia en su práctica.
Se percibirá más claramente la necesidad de adquirir esta disciplina preliminar
para el cuerpo y la lengua cuando se comprenda por completo que todas estas
condiciones erróneas del exterior son meramente las expresiones de las condiciones
erróneas del corazón. Un cuerpo indolente significa que la mente es indolente; una
lengua mal dirigida revela una mente mal dirigida, y el proceso de remediar la
condición que se manifiesta, en realidad es un método para rectificar el estado
interior.
Es más, la superación de estas actitudes solo es una pequeña parte de lo que, sin
lugar a dudas, está involucrado en el proceso. Evitar el mal conlleva la práctica del
bien y está inseparablemente conectado con ella. Cuando un hombre está tratando de
superar la pereza y la autoindulgencia, en realidad está cultivando y desarrollando las
virtudes de la abstinencia, de la templanza, de la puntualidad y de la abnegación. Está
adquiriendo la fuerza, la energía y la resolución que son indispensables para el logro
exitoso en tareas más importantes. Cuando está superando los vicios del lenguaje, al
mismo tiempo está desarrollando las virtudes de la honestidad, de la sinceridad, de la
reverencia, de la bondad y del autodominio. Este hombre está ganando esa firmeza
mental y esa fijeza de propósito sin las cuales no pueden regularse las más remotas
sutilezas de la mente, y no pueden alcanzarse los niveles más elevados de conducta e
iluminación.
Cuando un hombre tiene que hacer las cosas bien, su conocimiento se profundiza
y su visión se intensifica. Así como el corazón de un niño se alegra cuando ya ha
dominado una tarea escolar, de la misma manera el hombre de virtud, con cada
victoria conquistada, experimenta una dicha que nunca podrá conocer aquella persona
que va tras el placer y las emociones.
Y ahora llegamos a la tercera lección de la Vida más Elevada, que consiste en
practicar y dominar tres grandes virtudes fundamentales en nuestra vida cotidiana:
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Si ya se ha preparado la mente para que desaparezcan las condiciones tan
superficiales y caóticas que se mencionaron en las primeras dos lecciones, si se está
preparado para la búsqueda de la Virtud y de la Verdad, ahora el hombre ya está listo
también para emprender tareas cada vez más grandes y difíciles, y para controlar y
purificar los más profundos motivos de su corazón.
Si no tenemos un correcto desempeño en nuestros deberes, no podremos conocer
las virtudes más elevadas y tampoco podremos llegar a la Verdad. Por lo general, el
trabajo que se hace por obligación es considerado como una tarea tediosa, un
quehacer obligatorio en el que se debe trabajar arduamente o que, de alguna manera,
se tiene que evitar. Esta costumbre de dar este calificativo a las tareas proviene de un
comportamiento egoísta de la mente y de un entendimiento erróneo de la vida.
Cualquier tipo de trabajo debe considerarse como sagrado, y su desempeño fiel y
desinteresado es una de las reglas principales de la conducta humana. Todas las
consideraciones personales y egoístas deben apartarse y erradicarse en el momento de
realizar nuestras labores y, cuando esto suceda, dejarán de ser tediosas y se
convertirán en algo placentero. Los deberes solo son aburridos para aquellas personas
que buscan un goce egoísta o su propio beneficio. Si a ese hombre que está molesto
por lo tedioso de su trabajo se le permite mirar en su interior, encontrará que su
cansancio no proviene de la tarea misma, sino de su deseo egoísta de escapar de ella.
Aquel que descuida sus labores, ya sean grandes o pequeñas, ya sean de
naturaleza pública o privada, está descuidando la Virtud. El que en su corazón se
rebela contra estas tareas, se rebela contra la Virtud. Cuando el trabajo se hace con
amor y cuando cada tarea en particular se realiza con precisión, con fe y objetividad,
mucho es lo que se elimina del corazón, mucho es lo que se elimina del egoísmo sutil
y, como resultado, se da un gran paso hacia las alturas de la Verdad. El hombre que es
virtuoso concentra su mente en la realización perfecta de su propia tarea y no
interfiere con el trabajo de los demás.
El noveno paso es la práctica de la rectitud inquebrantable o integridad moral.
Esta Virtud debe mantenerse en la mente con firmeza y ha de estar implicada en todos
los detalles de la vida de un hombre. Toda deshonestidad, intriga, engaño y falsedad
tienen que erradicarse para siempre, y el corazón deberá purgarse de todo vestigio de
mentira y engaño. La menor desviación en el camino de la rectitud o de la honestidad
implica desviarse de la Virtud.
Debe dejar de existir la extravagancia y la exageración en las conversaciones;
solo debe pronunciarse la simple Verdad. Participar en el engaño, sin importar lo
insignificante que este pueda parecer, solo con el fin de satisfacer nuestra vanidad o
con la esperanza de obtener alguna ventaja personal, es una especie de artimaña que
se debe eliminar con esfuerzo. Al hombre de Virtud se le exige no solo que practique
la honestidad más rígida en pensamiento, palabra y acción, sino también que sea
exacto en sus declaraciones, sin omitir ni agregar nada a la auténtica Verdad.
Si moldeas tu mente con los principios de rectitud o de integridad moral, poco a
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poco llegarás a tratar todo lo que te rodea con un espíritu justo e imparcial,
considerando la equidad antes que a ti mismo y te alejarás de todo prejuicio personal,
de toda pasión y de toda parcialidad. Cuando se practican y se comprenden por
completo estas virtudes de la rectitud, hasta tal punto que toda la tentación a la
falsedad y la falta de sinceridad hayan desaparecido, en ese momento, el corazón se
purifica y se hace más noble. Entonces es cuando se fortalece el carácter y se
acumulan los conocimientos, y es cuando la vida adquiere un nuevo significado y un
nuevo poder. Así es como se logra el éxito del noveno paso.
El décimo paso es la práctica del perdón ilimitado. Consiste en superar la
sensación del daño que surge de la vanidad, del egoísmo y del orgullo. En llevar a la
práctica la caridad desinteresada y tener un buen corazón hacia los demás. Los
sentimientos de represalias, de venganza y de odio carecen totalmente de nobleza;
son tan mezquinos, tan insignificantes e irracionales que no merece la pena tomarlos
en cuenta ni albergarlos. Nadie que fomente estas actitudes en su corazón podrá
superar la insensatez y el sufrimiento, ni será capaz de conducir su vida
correctamente. Solo podrán abrirse los ojos de un hombre ante el verdadero camino
de la vida si estos sentimientos se erradican y se dejan de fomentar. Solo aquel que
haya desarrollado un espíritu caritativo y que tenga la capacidad de perdonar, puede
acercarse y percibir la fuerza y la belleza de una vida bien ordenada.
En el hombre que tenga un corazón virtuoso no puede surgir ningún sentimiento
de injuria personal, porque ya ha dejado atrás todo resentimiento y no tiene enemigos.
Si otros hombres lo consideran su enemigo, los tratará con amabilidad, entenderá su
ignorancia y los perdonará.
Cuando se llega a este estado del corazón, se ha llevado a cabo el décimo paso en
la disciplina de las inclinaciones egoístas. Entonces, la tercera gran lección de la
Virtud y del Conocimiento se ha aprendido y se ha dominado.
Después de haber expuesto los diez primeros pasos y las tres primeras lecciones
de los conocimientos y las acciones correctas, dejo que mis lectores se preparen para
llegar a aprenderlas y a dominarlas en su vida cotidiana.
Por supuesto, antes de alcanzar el estado más elevado de dicha y de
conocimiento, tenemos que adquirir y comprender una disciplina más elevada del
cuerpo, una disciplina más difícil de alcanzar con respecto a la lengua y las grandes
virtudes que lo abarcan todo. Pero no es mi propósito tratar este tema ahora. He
expuesto solo las primeras y las más sencillas lecciones hacia un Camino más
Elevado y, cuando llegue el momento en que estas hayan sido dominadas en su
totalidad, tú, lector, te sentirás tan purificado, tan fortalecido y tan iluminado que en
el futuro ya no tendrás que permanecer en la oscuridad.
Cuando mis lectores hayan terminado estas tres lecciones, estarán listos para
percibir, en todos los aspectos, los estrechos y escarpados senderos que los
conducirán a los niveles más elevados de la Verdad; por lo tanto, tú decidirás si
deseas seguir adelante.
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Cualquier persona puede recorrer el Camino recto que ya he señalado y, como
resultado, obtendrá grandes beneficios para sí mismo y para los demás. Incluso
aquellos que no aspiren a llegar a la Verdad, si siguen este Camino a la perfección,
desarrollarán una mayor fuerza intelectual y moral, un mejor juicio y una paz mental
más profunda. No se verá afectada la prosperidad material debido a este cambio en el
corazón, por el contrario, se hará más verdadera, más pura y más duradera. Porque si
existe alguien que es capaz de triunfar y de desarrollar más aptitudes para obtener
logros, es aquel que ha abandonado las pequeñas debilidades y los vicios cotidianos
de su especie y es lo suficientemente fuerte para gobernar su cuerpo y su mente. Es
aquel que sigue con firme resolución el camino de la integridad inquebrantable y de
la excelencia de la Virtud.
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LAS ACTITUDES MENTALES Y
SUS EFECTOS
Sin entrar en detalles sobre los pasos y las lecciones más importantes dentro de una
vida correcta (tarea fuera del alcance de este pequeño trabajo), me parece adecuado
dar algunos consejos con respecto a aquellas actitudes mentales de las que proviene la
vida en su totalidad. Estos consejos llegarán a ser de gran utilidad para todas aquellas
personas que están listas y dispuestas a adentrarse más en el reino interior del corazón
y de la mente, donde el Amor, la Sabiduría y la Paz esperan al estudiante de la vida
que va progresando con rapidez.
Todo pecado es ignorancia. Se trata de un estado de oscuridad y de falta de
desarrollo. El que piensa y actúa mal en la escuela de la vida se encuentra en la
misma situación que el alumno ignorante en la escuela del aprendizaje. Tiene que
aprender todavía cómo se debe pensar y actuar correctamente, es decir, de acuerdo
con la Ley. Cuando un alumno está iniciando su aprendizaje, no se siente satisfecho
cuando hace mal sus lecciones. Igualmente, no se puede escapar de la desdicha
mientras el pecado siga ganando las batallas.
La vida es una serie de lecciones. Algunos tienen la capacidad de aprenderlas
rápidamente y se convierten en personas íntegras, sabias y totalmente felices. Otros
siguen siendo negligentes y no se aplican. Permanecerán siendo deshonestos,
ignorantes e infelices.
Todas las formas de desdicha surgen de una actitud mental errónea. La felicidad
es inherente a las actitudes correctas de la mente. La felicidad es la armonía mental;
la desdicha, la falta de armonía mental. Mientras un hombre viva con conductas
erróneas en la mente, vivirá una vida equivocada y su sufrimiento será continuo.
El sufrimiento está arraigado en el error. La dicha es inherente a la iluminación.
La salvación del hombre está solo en la destrucción de su propia ignorancia, errores y
autoengaños. Cuando se mantienen actitudes erróneas en la mente, existe la
esclavitud y la inquietud. Cuando se mantienen actitudes correctas en la mente, existe
la libertad y la paz.
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Aquí te muestro algunas de las principales actitudes erróneas de la mente y sus
efectos desastrosos en la vida del hombre:
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10. Autoconquista - Nos conduce a la iluminación, a la sabiduría, a una clara visión
y a una profunda paz.
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EXHORTACIÓN
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cuando puede observar cómo crecen en su corazón las divinas flores de la Pureza, de
la Sabiduría, de la Compasión y del Amor.
El que vive sin disciplina no puede escapar del dolor y del sufrimiento. La mente
indisciplinada se desploma, débil e impotente, ante el fiero ataque de la pasión.
Preparad bien la mente, amantes de la Verdad. No dejéis de vigilar, sed
considerados y resueltos. La salvación está cerca; solo necesitáis disposición y
esfuerzo. Si fracasáis diez veces, no os descorazonéis. Si os caéis cien veces,
levantaos y seguid adelante. Aunque fracaséis mil veces, no os desesperéis. Cuando
se entra en el Camino correcto, si este camino no se abandona, el éxito es seguro.
Primero la lucha y después la victoria. Primero el trabajo y después el descanso.
Primero la debilidad y luego la fuerza. Al principio la vida inferior, la confusión y el
fragor de la batalla; al final, la Vida Hermosa, el Silencio y la Paz.
Longfellow
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James Allen (28 de noviembre de 1864 a 1912) fue un escritor filosófico británico
conocido por sus libros de inspiración y poesía, considerado como un pionero del
movimiento de autoayuda. Su trabajo más conocido, Como un hombre piensa, ha sido
impreso en masa desde su publicación en 1902. Ha sido una fuente de inspiración a
los autores de motivación y autoayuda.
Nacido en Leicester, Inglaterra, en una familia de clase obrera, Allen era el mayor de
dos hermanos. Su madre no sabía leer ni escribir, mientras que su padre, William, era
un tejedor de fábrica. En 1879, tras una caída en el comercio textil de la región
central de Inglaterra, el padre de Allen viajó solo a Estados Unidos para encontrar
trabajo y establecer un nuevo hogar para la familia. A los dos días de haber llegado,
su padre fue declarado muerto en el Hospital de Nueva York, presuntamente por un
caso de robo y asesinato. A los quince años, con la familia enfrentando ahora un
desastre económico, se vio obligado a abandonar la escuela y encontrar trabajo.
Durante gran parte de la década de 1890, trabajó como secretario y oficinista en
varias industrias británicas. En 1893, se trasladó a Londres donde conoció a Lily
Louisa Oram, con quien luego se casó en 1895. En 1898, Allen encontró una
ocupación en la que pudo mostrar sus intereses espirituales y sociales, como escritor
para la revista The Herald of the Golden Age (El Heraldo de la Edad de Oro). En este
momento, Allen entró en un período creativo en el que se publicó su primero de
muchos libros, De la pobreza al poder; o la realización de la prosperidad y la paz
(1901). En 1902, comenzó a publicar su propia revista, Light of Reason, más adelante
retitulado The Epoch.
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En 1902, publicó su tercer y más famoso libro Como un hombre piensa. Basado
libremente en el proverbio bíblico: «Como un hombre piensa en su corazón, así es
él», la pequeña obra llegó a ser leída en todo el mundo y trajo Allen póstuma fama
como uno de los pioneros del pensamiento moderno de autoayuda.
El pequeño público que le granjeó el libro le permitió dejar su trabajo de oficinista y
dedicarse a su carrera de escritor y editor. En 1903, la familia de Allen se retiró a la
ciudad de Ilfracombe donde pasó el resto de su vida. Continuando con la publicación
de The Epoch, él produjo más de un libro por año hasta su muerte en 1912. Allí
escribió durante nueve años un total de 19 obras.
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