El documento presenta las reflexiones de Ramiro de Maeztu sobre la situación de España y el papel que podrían jugar los militares en su salvación. Maeztu argumenta que los militares, al estar acostumbrados a la disciplina y el servicio, podrían imponer orden en un país donde se ha extendido el egoísmo. También comenta varios matrimonios recientes de la realeza europea con miembros de la aristocracia local, viéndolos como un triunfo del nacionalismo por encima de la unidad espiritual de la cristiand
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El documento presenta las reflexiones de Ramiro de Maeztu sobre la situación de España y el papel que podrían jugar los militares en su salvación. Maeztu argumenta que los militares, al estar acostumbrados a la disciplina y el servicio, podrían imponer orden en un país donde se ha extendido el egoísmo. También comenta varios matrimonios recientes de la realeza europea con miembros de la aristocracia local, viéndolos como un triunfo del nacionalismo por encima de la unidad espiritual de la cristiand
El documento presenta las reflexiones de Ramiro de Maeztu sobre la situación de España y el papel que podrían jugar los militares en su salvación. Maeztu argumenta que los militares, al estar acostumbrados a la disciplina y el servicio, podrían imponer orden en un país donde se ha extendido el egoísmo. También comenta varios matrimonios recientes de la realeza europea con miembros de la aristocracia local, viéndolos como un triunfo del nacionalismo por encima de la unidad espiritual de la cristiand
El documento presenta las reflexiones de Ramiro de Maeztu sobre la situación de España y el papel que podrían jugar los militares en su salvación. Maeztu argumenta que los militares, al estar acostumbrados a la disciplina y el servicio, podrían imponer orden en un país donde se ha extendido el egoísmo. También comenta varios matrimonios recientes de la realeza europea con miembros de la aristocracia local, viéndolos como un triunfo del nacionalismo por encima de la unidad espiritual de la cristiand
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SO RAMIRO DE MAEZTU
pueblo cualquiera —nosotros en el nuestro, que no está
peor que los demás—, y en la extensión dei egoísmo y desaliento populares, y en la desaparición de las clases sociales que se imponían la obligación de andar dere¬ chas para marcar el paso a las demás, ¿qué otra cosa sino el deber puede sujetarnos el deseo de escapar a una catacumba donde encender en un rincón la lám¬ para, rezar a solas y esperar el día en que Dios quiera que un alma amigavenga a sacarnos de la soledad? Quizá engañe, pero se me figura que si el mundo me se arregla lo tendrán que arreglar los militares. No digo que sean estos de ahora. Si no son éstos, serán otros. Los que lo arreglen serán militares. La caridaJ un tormento cuando faltan los medios es para hacer el bien que se quisiera. Pero el militar tiene el poder y tiene también la tradición. Por lo menos nóminalmente se ha abrazado a una profesión de sacrificio. Ha hecho
votos de algo. No es libre, ni tiene la pretensión de
serlo. Su profesión es un servicio. No necesita recorrer todo el camino que ha de desandar el paisano antes de decidirse a considerar como un bien el servicio. Por eso solía decir a mis amigos, hace diez o doce años, que yo no confiaba la salvación de España sino a la posibilidad
de que se les ocurriese salvarla a 49 capitanes. Un gru¬
po de hombres que comiencen por disciplinarse y se adueñen, para empezar, de su propia alma y de su pro¬ pio cuerpo, que vivan en el mundo, que manden en el mundo, que posean las armas, que sean el ejemplo, que rechacen de su seno a los incapaces de someterse a la misma disciplina material y moral... No soñemos, Se¬ ñor, no soñemos. Pero todos los pueblos son cera para un puñado de hombres que sean a la vez buenos y duros.
JINETES DEL AMOR
La princesa Violante se ha casado con un aristócra¬
ta de propia nación. Otro tanto h,abía hecho, no hace su
mucho, otra princesa inglesa, y se dispone a hacerlo
pronto otro príncipe de la gran Inglaterra. Los pueblos aplauden, y no saben exactamente si lo que les agrada
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ESPAÑA Y EUROPA 81
es que los príncipes se casen con gentes del país o que
se casen con los seres que aman. No se sabe a punto si
se trata de matrimonios de amor o de casamientos de
razón de Estado. Que los príncipes tuvieran la costum¬ bre de casarse entre sí se debía a la existencia, por encima de los reinos distintos, de una unidad espiritual, que era la Cristiandad. Y aunque luego se dividió en católica y protestante, lo mismo aquélla que ésta con¬ servaban el nombre de Europa," como un homenaje a una unidad pasada y deseable. Hoy Europa ha dejado
de ser. El nacionalismo la ha matado. Cada pueblo
atiende a su juego. Y la boda de príncipes con aristó¬ cratas de su nación puede interpretarse como el saludo de los reyes al nacionalismo de sus pueblos, y como otro triunfo de la razón de .Estado. Esta interpretación me parece, por lo menos, más noble que la que atribuiría estos casamientos a la vic¬ toria del amor en los palacios de las casas reinantes. Bien está que proclamen los derechos del amor las can¬ cionistas de variedades, que de eso viven ellas, de los derechos del amor. "Milonguita: — los hombres te hi¬ cieron mala, — y hoy darías toda tu alma — por vestir¬ te de las amorosas de profesión pue¬ percal." Para que dan vestirse de seda necesario que los hombres crean es
que desearían poder vestirse de percal. Ustedes no ha¬
brán oído nunca, porque se me está ocurriendo en este instante, la absurda historia de aquel poeta a quien se le ocurrió llevar sus lágrimas a una casa de préstamos y se encontré con que se las pagaban a precios de dia¬ mantes. Es el símbolo del amor mercantil. Porque los artistas son también, a su modo, marchan¬ tes del amor, y les conviene alzar el precio de su mer¬ cadería, es por lo que han esparcido la creencia de que es irresistible su poder. Y lo es, en algunos casos. Áhí
están Hero y Leandro, Abelardo y Eloísa, Tristán e
Isolda y los amantes de Teruel, ¡y desgraciado el pueblo que no tenga su leyenda de amor! Pero consiste el ne¬ gocio del arte, muy principalmente, en hacer creer al buen burgués que cada vez que una mujer le encandila los ojos es porque una pasión devoradora le está que¬ mando el pecho. Y es esta industria de la literatura y núm. 777 6
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s.t
el teatro lo que ha popularizado la creencia del derecho
al amor. La mentira del arte tiende su velo sobre el estiércol del deseo y surge la mentira del amor. Se dice que no podemos resistir al amor. Se quiere aplicar el ejemplo de los héroes y santos del amor al pobre caso nuestro. No queremos ciarnos cuenta de que nada hunde más a un hombre en la mediocridad moral como esta excesiva piedad hacia sí mismo. Ahora no basta con que los literatos nos aseguren que el amor es irresistible, sino que se ha inventado una teoría cien¬ tífica para demostrar que es imposible resistirlo sin pena de neurosis. La casi totalidad de la literatura de estos siglos últimos se consagra a persuadir al hombre de que es impotente contra todo, contra la herencia, contra el temperamento, contra la sociedad, contra la naturaleza, contra el clima, contra el amor principal¬ mente. Así ha llegado a hacerse popular la creencia de que es imposible regir el corazón. También yo creo que el amor es sustancia preciosa. El que no logre vivir la vida entera envuelto todo el cuerpo de un torbellino que lo levante de la tierra, le saque enajenado de sí mismo y al mismo tiempo le haga más presentes las cosas que son en torno suyo y más ansiadas aquéllas que no son; el infeliz que viva en el mundo sin pena ni gloria, "ni come, ni bebe, ni chupa, ni besa". Para hacer cosá que valga, necesitamos que nos lleve el torbellino del amor. Sólo que es necesa¬ rio que nos lleve adonde hayamos hecho el propósito de ir. Me diréis que no se puede poner riendas al corcel del amor. ¡Cómo! ¿No habéis leído el Catecismo? ¡Dios manda amar! ¿Lo mandaría si no pudiéramos nosotros mandar sobre el amor? Por invitación del señor ministro de Portugal asistí la otra noche a un teatro que ponía en escena el mara¬ villoso madrigal dramático de don Julio Dantas La cena de los cardenales. El cardenal español refería cómo al ser estudiante en Salamanca se enamoró de una actriz, se peleó con otros veinte estudiantes por estar el prime¬ ro a la salida de su cuarto, y, luego de lograrlo, no llegó nunca a hablarla. El cardenal francés argüía que debió haberle dicho: "Perdonad, señora, que hayan sido tan
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ESPAÑA Y EURQPA
pocos", narraba, a su vez, un lejano episodio amoroso
y en quela fuerza del ingenio se había sobrepuesto a la antipatía de una dama esquiva. El cardenal portugués, octogenario, recordaba cómo cuando tenía quince años se había enamorado, sin darse cuenta de ello, de una niña de trece, que se murió un buen día, y cómo la sombra de la niña, que nunca le abandona, le había lle¬ vado a la Iglesia y hecho cardenal, y le conduciría un día al cielo. El señor Dantas la vez poeta y hombre de teatro. es a
Sus cardenales me humedecieron la mirada, y sólo al
cabo de un rato me di cuenta de que acaso faltaban otros dos a la cena. Uno de ellos contaría una historia de amor dichoso a la vez. De cómo los años culpable y pasaron como meses, y antes de darse cuenta del trans¬ curso del tiempo, se había hallado un día con la juven¬
tud pasada en vano. Y entonces, bruscamente, ante la
idea de que la muerte viene, y de que es preciso apro¬ vechar el tiempo para no haber vivido inútilmente, de un día para otro, pisoteó el amor, entró en la Iglesia,
desde entonces, al recuerdo de los años malgastados, no
pasa día sin que una ráfaga de odio le haga gritar: "¡Maldito el amor! ¡Maldito el tiempo que perdí! ¡Mal¬ ditas las horas en que pude estudiar las cosas que no sé y realizar las obras que para siempre dejaré sin hacer!" Y habría entonces un quinto cardenal que le echaría la mano a la boca para decirle: "Pobre es tu queja, porque la eternidad repara holgada el tiempo malgasta¬ do. No amaste aún bastante. Un poco más de amor y ha¬ brías conseguido amar al Creador con aquel amor mis¬ mo, pero mayor aún, con que amaste a la criatura. Todo hombre tiene la obligación de amar con fuerza. Pero, además, ha de poder amar a quien no ama, o dejar de amar a quien ama, si es ése su deber. Jinete de su amor; así ha de ser el hombre." No sé de qué país procedería este cardenal. Pero es¬ toy cierto de que en el primer consistorio los otros cuatro le votarían Papa.
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RAMIRO DE MAPZTU
FUNERAL
(EN MEMORIA DE MANUEL ARANAZ CASTELLANOS)
No es lo peor que te matases, sino que te has muerto.
Unos dirán que ésta es la hora de las alabanzas. El pro¬ verbio consigna que no hay amigos para muertos e idos. Lo peor es morirse, porque la vida es dulce, hasta para los pobres. Lo decía el gitano Petulengro: el enfermo puede mirar el Sol, la Luna y las estrellas; y si está ciego, le queda todavía el murmullo del viento en el zar¬ zal. Matarse no está bien, porque la vida es una deuda. No te digo que no la hayas pagado, y generosamente. En los treinta y un años de la amistad nuestra, siem¬ pre te supe trabajando para sostén o ayuda de los tu¬ yos. Creo que el atropellamiento de un minuto no puede cancelar los méritos de una vida de honor. Y tampoco haré corro con los que dicen que matarse es cobarde. Será valor mal empleado; pero es prueba bastante de aptitud para afrontar la muerte, y no .creo que los hombres que no tienen valor para morirse puedan te¬ nerlo para imponer condiciones a la vida y sacarla de su arrastrado flujo, entre formas informes, para hacer¬ la animar cuerpos hermosos y pensamientos elevados que la ennoblezcan y valoren. Qué misterio es este de la vida, que los primeros ¿ en arriesgarla o en perderla son los que tienen más motivos para idolatrarla? En los años de guerra vi salir de las universidades de Inglaterra a los mejores mozos, los más ricosmás inteligentes, camino de las y ametralladoras alemanas, sonrientes y erguidos, en tan¬ to que se quedaban en oficinas y talleres los cuerpos miserables, las almas encogidas, agarradas a una vida sin objeto, como las conchas a la roca. La vida que se da y desaparece, ¿será más vida que la que en sí mis¬ ma se recoge, se niega a los demás y sólo aspira a pro¬ longarse, honras o sin ellas? con Un tiro la sien. Lo pensaste un segundo, no te lo en
pudiste quitar de la cabeza y te lo diste. No te negaré
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ESPAÑA Y EUROPA 95
que me parece que obraste de ligero. Habrías dejado
pasar veinticuatro horas y no lo hubieras hecho. Una cierta ligereza es inherente a la elegancia, y eras.un elegante. No había en Bilbao hombre mejor vestido, ni más risueño, ni más fuerte, ni más alegre, ni más guapo. Tu pelo gris no era sino la última de tus coque¬ terías. Sólo el verte era un regalo de los ojos. En la murria de nuestros montes resaltaba tu estampa como una flor pomposa o una piña de Cuba en un puesto de alubias. Por eso eras tan conocido en la ciudad como una calle o un monumento público. Acaso dentro de medio siglo se dirán aún las gentes de la villa: "El año en que Manolo Aranaz se mató..." Quiero esperar que en ese tiempo se habrá apren¬ dido mucho. Se habrá entendido para entonces que no hay más fuente de riqueza que el trabajo. Se hablará de la guerra europea como de una marea de oro que se entró por la ría del Nervión, enriqueció a las gentes y, al retirarse, las volvió a dejar pobres. Sobre su cauce seco se verá alzarse, como un fantasma, tu figura. Las gentes se pondrán a estudiar, a inventar, a disciplinar¬ se. Las clases gobernantes de la industria y el comer¬ cio dejarán las comilonas para las dominicales de los obreros más fornidos. Se habrá entendido el sentido cultural y mundano del ascetismo. Y se habrán escrito algunos libros sobre los tiempos tuyos, sobre ti mismo, sobre tus Cuadros vascos. Se comprenderá bien que, al perder la fortuna, te era duro volver a subir la cuesta, después de haberte pasa¬ do más de treinta años sin otra aspiración que la de poder vivir de rentas algún día, y divertirte con la lite¬ ratura. Pero como entonces los ricos, cargados de im¬
puestos, necesitados de justificar socialmente su rique¬
za por la función que desempeñen, no serán sino los grandes organizadores y los trabajadores máximos de la vida social, se recordarán los tiempos tuyos como los de aquella época absurda en que las gentes no se afa¬ naban sino por dejar de afanarse algún día, como si el afán fuera un abrigo que pudiera colgarse de una percha, y no la esencia de la vida..
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*• RAMIRO DE MAEZTÜ
Salvaste el honor, y esto es lo principal. No quisiste
fuero, sino la ley común. Tenías la idea errónea de que el hombre que no puede afrontar sus compromisos debe pegarse un tiro, y no te has acogido al privilegio de ser también hombre de letras para sustraerte a lo que creías que todo el mundo debe hacer. Tu idea era equi¬ vocada, pero le has sido fiel, y por eso te han llorado El Liberal, que dirigiste; el Ateneo, que presidiste, y los amigos, que quisiste. Los que han seguido de cerca lo ocurrido te fueron a rezar al funeral. Creo que te habrían sacado también de tus apuros, si te hubieras decidido a darles cara. En esto fuiste injusto. Toda la vida habías sido bueno con los otros. ¿Por qué no habías de esperar correspondencia, grandísimo orgullo¬ so, en la hora de tu angustia? Es el mal de la simpatía. Los que tenéis la desgracia de inspirarla camináis por la vida como si todas las barreras se inclinasen a vuestro paso, al. modo de estan¬ dartes que saludan a su caudillo victorioso. Un día las vqis alzarse en torno vuestro, y halláis intolerables los linderos que os acotan el camino. Acaso en la timidez huraña alumbre más vivamente la esperanza que en vuestra sonrisa triunfadora. Ya no veré asomar tus espaldas de atleta por la puer¬ ta del Lyon d'Or, cuando vaya a Bilbao. No me pararás en el puente del Arenal para darme un abrazo. Pero la
mitad de los amigos que me encuentren me harán pen¬
sar en ti. Te veré entonces con la imaginación, atlético y jovial, en tu condición triple de bolsista, escritor y hombre de armas. La fantasía me permitirá cambiarte el traje y te erguirás con el uniforme de húsar, al fren¬ te de tu escuadrón, cargando con los tuyos, jinetes de la muerte, sobre la neblina de la ría. Y, al despertarme de mi ensueño, los edificios familiares, pensaré que el aprendizaje de un pueblo a manejar dinero en gran escala es también una guerra, en la que tiene que ha¬ ber víctimas, por lo cual habrás muerto, la muerte de un soldado que ha perdido el combate y no quiere en¬ tregarse al enemigo.
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DOS MARIUCHAS
Las palabras del maestro llegan directamente a mi
pensamiento. Leo en mi despacho el último drama de Galdós, y como no me estorban las gesticulaciones y gritos de lós cómicos, ni las luces dela sala, ni el mos¬ coneo de los espectadores, ni hay nada que me impida
cerrar el libro a ratos y abrir el campo visual de los
recuerdos, evoco tu imagen, -Mariucha verdadera, para
contemplar en lo negro de mis párpados cerrados el conjunto luminoso de tus crenchas rubias, de tu amplia, pálida y grave frente pensadora, de la mano nerviosa en que apoyas la cabeza al inclinarla, y de los ojos cla¬
ros, penetrantes y enérgicos con que tu alma curiosa y
altanera se asoma al mundo en actitud de estudio, de alerta y de reto. Las dos Mariuchas, la de la vida y la del drama, re¬ volotean por mi espíritu. A veces se abra¬ acercan, se zan y hasta se funden una en otra, y luego se apartan para emprender distintos rumbos en el espacio azul de los ensueños. No son palmeras, cuyas copas casa el viento en lo alto; mejor las simbolizan dos montañas que, unidas en la base, muestran en las cumbres su diferente individualidad. La base común. Ambas proceden de esas castas es dominadoras de España que después de gozar durante siglos las riquezas acumuladas en las guerras, en la esclavitud y en el coloniaje, se encuentran hoy reclui¬ das en viejos caserones, bajo la amenaza de que la te¬ chumbre se les venga encima al peso creciente de las hi¬ potecas. Esas clases, en los momentos de congoja, han exclamado alguna vez con la Mariucha de Galdós: "¡La muerte, Señor, dame la muerte o enséñame cómo hemos de vivir!" Porque hay que vivir y se han acabado las grandes canonjías coloniales y los españoles se resisten al papel de colonos. Hay que vivir, y no se sabe cómo. Hay que vivir, y se vive de la manera que se puede: de limosnas, de expedientes, de petardos. Pero un día surgen las
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negativas contundentes y los peticionarios se encuen¬
tran de pronto ante una realidad que les grita colérica: "No hay derecho a vivir de esa manera." Y entonces, si el mendigo aristócrata es débil, abdica de su orgullo, d°sciende otro grado de la escala moral... y sigue vi¬ viendo. Y si conserva un poco de su altivez, trata de con¬ quistar su libertad "aprendiendo a vivir por sí mismo". Las dos Mariuchas han visto en el mercado cómo viven los pequeños. Saben que "venden lo que les sobra y compran lo que necesitan; abrumados llegan, abru¬ mados parten, con el peso de la vida que va y viene, sube y baia". Y no han olvidado la lección. Son muie- res, y mujeres españolas. Las ideas llegan difícilmente hasta ellas; ¡viven tan encerradas'; pero cuando llegan, como ese encierro les impide salir, hacen presa en el
alma. Es común entre hombres, y más si son jóvenes,
que cambien, al reunirse, grandes proyectos de trans¬ formar el arte, el gobierpo o el mundo; que estos pro¬ gramas daterminen una corriente de mutua simpatía; que se celebre la amistad en una cena: que el vino ani¬ me las confidencias: las palabras acrecienten la sed, que y que, por último, los entusiasmos se malogren en lasti¬ mosos decaimientos. He ahí un medio de dar salida a
las id^as míe desconocen nuestras señoritas, y por eso
es más fácil que sus pensamientos se truequen en pro¬
pósitos. y sus propósitos en actos.
Ya trabaian las dos Mariuchas. Pero lo que empezó siendo necesidad, ha de convertirse en amor. Es la ley d° ln<? fuprtes c^rpcteres. Hov es 30 de julio; mañana 31. Pues bien, nuiero oue mañana sea 31. Las dos Ma¬ riuchas viven del trabajo. Pues fr'en, quieren vivir de su labor: al pan de la esclavitud aiena prefieren el "amasado en el suelo pobre de su patria, sacrificado con su trabajo, extraído a pulso, con inmensas fatigas, de la tierra dura, de la tierra madre en que todos nacimos". Tienen el amor fati: no se resignan al azar de las cosas, sino aue aman y cantan su destino; de ahí. su fuerza. .Ambas Mariuchas han ido juntas hasta ahora. Pero la del drama se enamora, y el amor obra milagros en todas las comedias. No así la de la vida. Esta Mariucha no es posible, sino precisamente porque le falta amor.
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Son las escasas probabilidades de un marido las que la
llevan al trabaio. Sola y sin otro maestro que la nece¬ sidad, ha tenido que aprender la gran lección de la naturaleza, el esfuerzo que han de realizar todos los seres por perséverar en su existir. Y tan pronto esta Mariucha la ha aprendido, como le falta tiempo para propagar su descubrimiento. La libertad para ella es poca cosa; la libertad de la mujer le parece un propósito más digno de su espíritu. ¡La libertad por el trabajo! Y se lanza con pasión a su apostolado, predica la buena nueva, y pone en prenda y de sus palabras su sacrificio personal, porque suya es la frase: "El antiguo proverbio dice bien: la letra con sangre entra; pero no con la sangre del discípulo, sino con la del maestro..." Estas palabras, cuando las veo puestas en hileras, no son más que una frase; cuando recuerdo que hay detrás de ellas una vida pura, una grande alma y un cuerpo de mujer, me entran ganas de abandonar definitivamente este arte de escribir, que así evapora cuanto tiene la vida de emoción verdadera. Esta Mariucha no dirá, como la del drama: "La sa¬ lud me rebosa." No, no le rebosa la salud. Ha puesto demasiada alma en conseguir su libertad y en preparar la de sus hermanas para que el cuerpo no se le resista. El oro de sus cabellos pierde el brillo; los ojos se le agrandan bajo un cerco azul; la cabeza, fatigada, se reclina a menudo en las manos; sus labios están páli¬ dos... Comienza a faltarles la sangre del "maestro". Mas, ¡quién sabe!... Tal vez las dos Mariuchas sean una misma, y más fuerte, al menos en lo físico; tal vez el novio de la comedia no sea más que un/símbolo. En todo caso, el apostolado es común a las dos, aunque va¬ ríe la forma de ejercerlo. Galdós, como Zola y como Tolstoi, al bordear los linderos de la vejez, se cree obli¬ gado a añadir a su literatura un ejemplo moral, y por medio de una señorita madrileña nos revela el secreto de sus triunfos: el trabajo. La lección es muy vieja, pero no pierde oportunidad. Y sólo falta que, como su el grano de trigo de que habla el Evangelio, no caiga en tierra pedregosa, para que la semilla penetre en la tierra fecunda y dé su fruto.
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Biblioteca Nacional de España TERCERA PARTE
TEMAS HISPÁNICOS
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Biblioteca Nacional de España EL CIRIO DE LA HISPANIDAD
Ha vuelto a arder en la Real Capilla de Granada el
cirio grande de los Reyes Católicos. Está junto al mag¬ nífico sepulcro, que labró en mármol de Carrara maese Domingo Alejandro Florentín, con las estatuas yacen¬ tes de los reyes, cuyos pies descansan en dos leones, esculturas de los cuatro Doctores de la Iglesia en los ángulos, cuatro esfinges en los de la urna, y nichos y medallones para los doce apóstoles, San Jorge, Santia¬ go, el Bautismo y la Resurrección. Los restos de I03 reyes no están en el sepulcro, sino en otro lugar de la capilla, junto a la tierra misma de Granada, por volun¬ tad expresa de los muertos. Pero acaso sea ésta la úni¬ ca cláusula de su mandato que al pie de la letra se haya ejecutado. En la cédula de fundación de la capilla, fechada el 13 de septiembre de 1505, se disponía que "Ha de estar en la dicha capilla el Sacramento... delante del cual ha de arder perpetuamente para siempre jamás de día y de noche, un cirio de de seis libras y dos lámparas cera de aceite." También se ordenaba en otro lugar de dicho documento que: "Otrosí mandamos que demás de dicho cirio y lámparas, que han de arder delante del Sacra¬ mento, ardan en todo tiempo que se dijesen las ho¬ ras dos cirios de cada tres libras y dos onzas, y al tiem¬ po que alzaren el Sacramento enciendan más a las mi¬ sas cantadas dos cirios ya las misas rezadas uno del peso susodicho, los cuales estén en sus candeleros ar¬ diendo hasta que sea consumido el Sacramento, y non amaten antes los dichos cirios."
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ou _ RAMIRO DE MAEZTU _
Esta voluntad no ha sido ejecutada sino a medias.
En la capilla ha ardido siempre una lámpara de aceite y en durante la misa y el oficio divino, el altar mayor, velas pequeñas, de las que prescribe la liturgia para las iglesias pobres —y pobre es la capilla—. "Como la dotación que para el culto le tiene asignado el Go¬ bierno —aquí habla el arzobispo— no alcanza a cubrir la mitad de los imprescindibles gastos que ocasiona aquél, esta Real Capilla ni puede ni debe juzgarse obli¬ gada a sostener ardiendo la segunda lámpara, de día y de noche, ni los cirios para las misas y el oficio divi¬ no en la forma preceptuada por los fundadores, ni mu¬
cho menos el famoso e histórico cirio de seis libras de
cera que perpetuamente, para siempre jamás, por vo¬ luntad de aquéllos y para dar testimonio de su acen¬ drada fe en el augusto Sacramento del altar, debía arder entre su sepultura y el Sagrario." Tan importante era esta cláusula fundacional, que Carlos V instó cumplimiento, lo que repetidamente a su prueba que ya entonces solía descuidarse. Dos siglos después, Fernando VI se contentaba, pero en ello puso empeño continuado, con que el cirio ardiese mientras estuviesen abiertas las puertas del templo. Pero a prin¬ cipios del siglo xix se vió privada la capilla de sus ren¬ tas, con lo que se quedó incumplido este mandato, y en los tiempos de la desamortización desapareció también el blandón de plata que sostenía el cirio. De entonces acá no ha ardido sino ocasionalmente, a veces por cuenta de una dama americana, la señora Larravide; otras, por las de un granadino que prefiere guardar el anónimo. Otro granadino, el cronista Valladar, se ha quejado amargamente de este abandono. En su libro sobre la Real Capilla de Granada, puede leerse: "Ni los monar¬ cas que heredaron el trono más potente y vigoroso de cuantos se han conocido, ni la nación, que al morir Fernando e Isabel recibió como ricos presentes un Nue¬ vo Mundo, la unidad de la Patria, la extinción de todo el feudalismo y la buena semilla de las verdaderas liber¬ tades patrias, tienen voluntad ni dinero para costear una luz que borre la falta de recuerdos del pasado.'"
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ESPAÑA Y EUROPA Si
AValladar pudiera contestarse
que la historia del cirio granadino es en compendio la de España: que si Carlos V tiene que recordar la voluntad de los Reyes Católicos fué acaso porque con sus ambiciones alema¬ nas la había olvidado; que si Fernando VI se conten¬ taba con que ardiese de día es porque su gobierno estaba ya dejando de ser la monarquía católica más que para las grandes ceremonias, y que si el cirio de arder dejó desde principios del siglo xix es porque la España que sobrevivió a las hambres y desastres de la ocupación nepoleónica era uno de los pueblos más po¬ bres de la tierra, tan pobre que muchos de sus Ayunta¬ mientos quemaban los archivos los inviernos para que sus vecinos pudieran calentarse con sus estanterías y papeles. Pero si Valladar, en vez de granadino fuera rechazaría con indignación estas excusas. En asiático, casi toda el Asia se cree que al morirse el hombre o lamujer 'queda espíritu vigilando los intereses de la familia su a que ha pertenecido. En China y el Japón ésta es la religión predominante. Los supervivientes están intere¬ sados en propiciarse la buena voluntad de las ánimas ascentrales, y de cuando en.cuando les ofrecen no sólo oraciones, sino hasta alimentos y dinero. Todavía en el Japón de hoy en día no hay fiesta tan solemne como la de los muertos o Bon-Matsuri, en cuyo día se supone que parte de su espíritu baja la tierra para visitar su a hogar antiguo. Parte del espíritu, porque la otra está en continuo acecho en la casa familiar. Y pocas creen¬ cias podrán concebirse más estremecedoras qüe la de suponer que nuestra padre y nuestra madre y nuestros abuelos estén presentes en cada uno de nuestros en cada uno de nuestros actos, pensamientos. Un hombre de credo asiático estaría convencido de que las desgracias que España ha padecido fueron las venganzas de los Reyes Católicos por no haberse cumplido su voluntad en lo del cirio. Y no necesitaría ser asiático. Nuestros antepasados europeos, griegos, romanos y arios, en general, creye¬ ron también que al morir un hombre se convertía en dios. "Dad lo que es debido a los dioses manes —decía
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te RAMIRO DE MAEZTÜ
Cicerón—, son hombres que han abandonado la vida;
tenedlos por seres divinos." Cuando los muertos eran propicios se les llamaba lares, penates o genios; cuando hostiles, larvas. En cada casa había un altar consagra¬ do a los muertos, y lo más precioso del altar, lo que Eneas cuidaba más que las niñas de sus ojos, era el fuego. El fuego del hogar, que se identificaba con el alma de los muertos, era el más respetado de los anti¬ guos dioses. Dejarlo apagarse no era sólo sacrilego, sino la seguridad de la catástrofe. Las creencias han cambiado. Ya no pensamos que los muertos son dioses. Se cree ahora que algunos, los san¬ tos, pueden protegernos; que a otros, las ánimas ben¬ ditas, tenemos que ayudarlas, y que otros, los perver¬ sos, nos hacen daño desde muertos con sus obras y con las consecuencias de sus obras y es posible que también directamente, de alma a espíritus. alma, como malos Mas lo que lo dicen la está fuera de duda, porque nos historia universal y el buen sentido, es que todas las sociedades humanas, lo mismo los imperios y las repú¬ blicas que las órdenes religiosas, los periódicos y las casas de comercio, han sido la obra de sus fundadores,
que es la razón de aue honren la memoria, en la medida
de méritos y según la importancia de cada institu¬ sus
ción; y cuando se deja de honrarles o no se cumplen
sus voluntades últimas, es que no se tiene respeto a la memoria de los fundadores o que su fundación no ins¬ pira gran cuidado. Esta vez se trata, sin embargo', de los Reyes Católi¬ cos, los mejores monarcas que España ha tenido. Lo que fundaron es la Hispanidad, que definiré otro día más despacio, pero cuya esencia ya se indica al decir que esaquello que el lector y yo tenemos en común. Y comola Hispanidad no podía ser indiferente a la Unión Iberoamericana, creyó esta sociedad —ello ha pasado mientras yo me encontraba en Buenos Aires— que no estaba bien dejara de cumplirse la orden de los Reyes Católicos respecto del cirio, y pensó al principio tomar la iniciativa para crear por suscripción un capi¬ tal que lo costease; desechó la idea ante el espanto de ir por el mundo en busca de dinero y prefirió pagar el
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ESPAÑA Y EUROPA 07
cirio por su cuenta, y la otra lámpara y las velas de
las misas, en tanto pueda hacerlo. El cirio está encendido, día y noche, entre el sepul¬ cro y el Sagrario, que es como decir entre la muerte y la vida perdurable. A su luz alumbraremos en estos artículos algunos valores de la Hispanidad, unos olvi¬ dados, otros desconocidos, otros mal conocidos, aunque sean ellos los que han hecho posible el levantamiento de los pueblos caídos y la hermandad de los hombres sobre el haz de la tierra. 1930
UN TEMPLO DE LA HISPANIDAD. — EL PILAR
Y SU CARÁCTER
No se hundirá, porque no podemos consentirlo. Su
derrumbe sería el símbolo del abandono nacional. No se hundirá, aunque las grietas son extensas, porque todos echaríamos el hombro a las pilastras antes de consentirlo. Pero es lógico el Ebro se cobre la gran que belleza que dan- al templo del Pilar. Vista sus aguas desde dentro, la catedral de Zaragoza no descubre su espíritu más que por la multitud de gentes que no cesan de entrar. Es una iglesiota muy grande, pero con unas columnas tan anchas y cuadradas que no la dejan ver más que a pedazos. Allí hay mármoles y jas¬ pes, cúpulas y retablos; barandales^ y estatuas, pintu¬ ras al fresco de Goya y de Bayeu, herrajes y bronces que despiertan admiración, un altar de alabastro de Damián Forment y otras maravillas, pero hay que verlas poco a poco. Por de pronto son las pilastras las que acaparan la atención, salvo las gentes que entran y salen, cualquier época del año, en cualquier hora en de la mañana o de la tarde, rezan a la Virgen y besan el Pilar. Hay muchos zaragozanos que no dejan pasar un solo día de su vida sin entrar a rezar a la Virgen La Virgen se ve poco, porque la imagen es pequeña y la oscurecen las demasiadas velas y lámparas de plata, y sus reflejos en mármoles y joyas; pero las gentes rezan y uno llora. NÚM. 777 7
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JS RAMJRO DE MAEZTU Desde la orilla izquierda del río se domina el con¬ junto. La mole inmensa del templo se duplica al refle¬ jarse en la superficie de las aguas. Y es una gran masa de arcilla, el color de la carne morena curtida por el sol. Las tejas son también color de tierra y otras verdes, como la hierba. Sus ladrillos no tienen las aristas finas de los ladrillos sevillanos. Son poco más que arcilla, casi informes, masa sin contornos, pueblo anónimo. Y todo el edificio es argamasa popular, que sueña con la fuerza y la concibe como inmensidad. De lo alto de las fachadas quieren subir las torres, diez o doce torres que parecen veinte o treinta y son almas que perezo¬ samente ascienden, como cargadas de pecados y de tierra, no sin revolverse y enroscarse en sí mismas, cual si quisieran dejarse caer y hundirse, hasta desapa¬ recer entre las grietas que las filtraciones del Ebro habrán prendido en los cimientos mismos de las gran¬ des pilastras. A dos minutos del Pilar se alza la Seo, dedicada a Nuestro Señor, y tan aristocrática de aspecto como el Pilar es democrática. las arcadas Aquí las columnas y son altas y belleza del atrevimiento. ligeras,ty tienen la Parecen saber lo que sostienen y no hacer más fuerza que la necesaria. No son masas, sino músculos. Esto es el templo del reino de Aragón, y de los nobles orgullosos que decían al elegir al rey: "Cada uno de nos, que vale tanto como vos." Uno se imagina que los sacerdotes de esta iglesia han de ser teólogos capaces, cuando re¬ ciban el permiso de lo alto, de penetrar con la geome¬ tría en la región de los Misterios. Pero el templo está vacío, salvo en las grandes solemnidades, como si las gentes le tuvieran miedo, mientras el río de los peca¬ dores fluye constante hacia el Pilar, a pedir a la Virgen que interceda por ellos. Es tradición de la Iglesia española, admitida en la Iglesia universal, que un 12 de octubre, pocos años después de la muerte de Nuestro Señor, rezaba el após¬ tol Santiago el Mayor a la orilla del Ebro, cuando se le apareció Nuestra Señora, rodeada de ángeles que llevaban consigo un pilar de jaspe. Nuestra Señora encomendó a Santiago construir una capilla para ella,
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que duraría hasta el fin del mundo, desde la cual pro¬
tegería a Zaragoza, al mismo tiempo que fortaleció su ánimo para la dura empresa de convertir a España. Esta tradición basta para dar a la Virgen del Pilar un carácter nacional que la distingue de todas las otras
apariciones de Nuestrá Señora y para colocar su tem¬
plo en una categoría sólo comparable con la del que guarda en Compostela el cadáver del Apóstol. Pero el 12 de octubre es el día del descubrimiento de América. Parece que una voz autorizada ha querido señalarlo para que España continuase en el Nuevo Mundo la obra de evangelización que en el territorio peninsular había empezado el Apóstol que es ahora el patrono nacional. Y así es como adquiere el templo del Pilar la plenitud de su significado. Un hombre empieza allí lo que luego ha de continuar España entera. Es una misión entre las masas populares. Se ha levantado
el templo con ladrillos apenas cocidos. Estos ladrillos
son el barro del río. No es extraño que se hayan abierto grietas las grandes pilastras, sino que la masa ca¬ en tedralicia sostenga. Que el barro vuelva a ser barro se
parece natural. Lo extraordinario es que pueda ser
templo. Que la naturaleza humana sea naturaleza, y nada más, también parece natural. Lo milagroso es que el hombre haya alzado la cabeza de la tierra y mirado al cielo para aprender las matemáticas del curso de los astros y cantar con el salmista: "Los cielos declaran la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos." ¿No han de pesar las torres del Pilar? ¿No ha de pesar la obra de España? ¡Si hubiéramos sido los es¬ pañoles como me figuro que habrán sido los aristócratas de la Seo; si en vez de cargarnos la cruz de evangelizar las razas aborígenes nos hubiéramos contentado con explotarlas: si en vez de proclamar la posibilidad de salvación de todos los hombres de la Tierra nos hubié¬ ramos dedicado exclusivamente a mejorarnos nosotros
mismos, dejando a los demás en sus supersticiones,
como los ingleses han dejado en las suyas a los pueblos
innumerables que en el Indostán viven, entonces ya
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no fuera tan difícil hacer de cada uno de nosotros una
columna aérea y esbelta como las de la Seo!
Pero la misión de España ha sido de carácter popu¬ lar. Ha creído en la posibilidad de hacer templos de barro. Y las razas humanas atrasadas, color de tierra, color de hierba, han subido lentamente por su impulso, dando vueltas, resistiéndose todo lo que han podido, pero han subido como las torres del Pilar y están su¬ biendo todavía. En cambio, quedan inmensas multitu¬ des de almas, color de tierra, color de hierba, en el Asia y la Malasia, que viven todavía la vida del barro, que no han subido porque no han encontrado un Após¬ tol Santiago bastante poderoso para levantarlas de sus légamos, o que se interesara por ellas lo bastante.
1931
UNA OBRA INCOMPARABLE
No hay en la historia universal obra comparable a
la realizada por España, porque hemo$ incorporado a la civilización cristiana a todas las razas que estu¬ vieron bajo nuestra influencia. Verdad que en estos dos siglos de enajenación hemos olvidado la significa¬ ción de nuestra historia y el valor de lo que en ella hemos realizado, para creernos una raza inferior y secundaria. En el siglo xvn, en cambio, nos dábamos plena cuenta de la trascendencia de nuestra obra; no había entonces español educado que no tuviera con¬ ciencia de ser España la nueva Roma y el Israel cris¬ tiano. De ello dan testimonio estas palabras de Solór- zano Pereira en su Política indiana: "Si, según sentencia de Aristóteles, sólo el hallar o descubrir algún arte, ya liberal o mecánica, o alguna piedra, planta u otra cosa que pueda ser de uso y ser¬ vicio de los hombres les debe granjear alabanza, ¿de qué gloria no serán dignos los que han descubierto un mundo en que se hallan y encierran tan innumerables grandezas? Y no es menos estimable el beneficio de este mismo descubrimiento habido respecto al propio mundo nuevo, sino antes de mucho mayores quilates,
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pues, además de la luz de la fe que dimos a sus habi¬
tantes, de que luego diré, les hemos puesto en vida sociable y política, desterrando su barbarismo, trocan¬ do en humanas sus costumbres ferinas y comunicán¬ doles tantas cosas tan provechosas y necesarias como se les han llevado de nuestro orbe, y, enseñándoles la verdadera cultura de la tierra, edificar casas, juntarse en pueblos, leer y escribir y otras muchas artes de que antes totalmente estaban ajenos." Pero todavía hicimos más, y no tan sólo España (porque aquí debo decir obra ha sido continuada que su por todos los pueblos hispánicos de América, por todos los pueblos que constituyen la Hispanidad): no sólo hemos llevado la civilización a otras razas, sino algo que vale más que la misma civilización, la concien¬ y es cia de su unidad moral con nosotros; es decir, la con¬ ciencia de la unidad moral del género humano, gracias a la cual ha sido posible que todos o casi todos los pue¬ blos hispánicos de América hayan tenido alguna vez por gobernantes, por caudillos, por poetas, por direc¬ tores, a hombres de raza de color o mestizos. Y no es esto sólo: un brasileño eminente, el doctor Oliveira Lima, cree que en los pueblos hispánicos se está for¬ mando una unidad de raza, gracias a una fusión en que los elementos inferiores acabarán bien pronto por desaparecer, absorbidos por el elemento superior, y así ha podido encararse con los Estados Unidos de la Amé¬ rica del Norte para decirles: "Cuando entre nosotros ya no haya mestizos, cuando la sangre negra o india se haya diluido en la sangre europea, en tiempos pasados y no muy distantes, que fuerza recordarlo, recibió contingentes bereberes, es
númidas, tártaros y de otras procedencias, vosotros
no dejaréis de conservar indefinidamente, dentro de vuestras fronteras, grupos de población irreductible, de color diverso y hostiles de sentimientos." No garantizo el acierto de Oliveira Lima en esta profecía. Es posibleque se produzca la unidad de las razas que hay en América; es posible también que no se produzca. Pero lo esencial y lo más importante es
que ya se ha mostrado la unidad del espíritu, y ésta
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es la obra de España en general y de sus órdenes reli¬
giosas particularmente; mejor dicho, la obra conjunta de España: de sus reyes, obispos, legisladores, magis¬ trados, soldados y encomenderos, sacerdotes y segla¬ res...; pero en la que el puesto de honor corresponde a las Órdenes religiosas, porque desde el primer día de la Conquista aparecen los frailes en América. Ya en 1510 nos encontramos en la isla Española con el padre Pedro de Córdova, el padre Antonio de Mon¬ tesinos y el padre Bernardo de Santo Domingo, pre¬ ocupados de la tarea de recordar, desde sus primeros sermones, que en el testamento de Isabel la Católica se decía que el principal fin de la pacificación de las Indias no consistía sino en la evangelización de sus habitan¬
tes, para lo cual recomendaba ella al rey, su marido,
don Fernando, y a sus descendientes, que se les diera el mejor trato. También aducían la bula de Alejan¬ dro VI, en la cual, al concederse a España los domi¬ nios de las tierras de Occidente y Mediodía, se especi¬ ficaba que era con la condición de instruir a los natu¬ rales en la fe y buenas costumbres. Y fué la acción constante de las Órdenes religiosas la que redujo a los límites de justicia la misma codicia de los encomende¬ ros y la prepotencia de los virreyes.
La piedad de estos primeros frailes dominicos fué
la que suscitó la vocación en fray Bartolomé de las Casas, y le hizo profesar en la Orden de Santo Domin¬ go, hasta convertirle después en el apóstol de los indios y en su defensor, con una caridad tan arrebatada que no paraba mientes en abultar, agrandar y ponderar las crueldades inevitables a la Conquista y en exage¬ rar también las dulzuras y bondades de los indios, con
los cuales nos hizo un flaco servicio a los españoles,
pues fué el originador de la Leyenda Negra, pero al mismo tiempo el inspirador de aquella reforma de Le¬ yes de Indias a la cual se debe la incorporación de las razas indígenas a la civilización cristiana. 1934
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LA ACCIÓN DE LOS REYES
Ahora bien: al realizar esta función no hacían las
órdenes religiosas sino cumplir las órdenes expresas de los reyes. En 1534, por ejemplo, al conceder Car¬ los V la capitulación por las tierras del Río de la Plata a don Pedro de Mendoza, estatuía terminantemente que Mendoza había de llevar consigo religiosos y per¬a sonas eclesiásticas, de los cuales había de valer para se todos sus avancesí no había de ejecutar acción alguna que no mereciera previamente la aprobación de estos eclesiásticos y religiosos, y cuatro o cinco veces insiste la capitulación en que solamente en el caso de que se atuviera a estas instrucciones le concedía derecho so¬ bre aquellas tierras, pero que de no atenerse a ellas no se lo concedía. Los términos de esta capitulación de 1534 son des¬ pués mantenidos repetidos por todos los monarcas de y la Casa de Austria y los dos primeros Borbones. No concedían tampoco tierras en América como no fuera con la condición expresa y terminante de contribuir a
la catequesis de los indios, tratándolos de la mejor
manera posible. Y así se logró que los mismos enco¬ menderos, no obstante su codicia de hombres expa¬ triados y en busca de fortuna, se convirtieran realmen¬ te en misioneros, puesto que a la caída de la tarde se unían a los indios bajo la cruz del pueblo y les adoc¬
trinaban. Y ahí estaban las Órdenes religiosas para
obligarles a atenerse a las instrucciones de los reyes y respetar el testamento de Isabel la Católica y la bula de Alejandro VI, que no se cansaron de recordar en sus sermones en cuantos siglos se mantuvo la do¬
minación española en América.
\ La eficacia, naturalmente, de esta acción civilizado¬ ra dependía de la perfecta compenetración entre los dos poderes: el temporal y el espiritual; compenetra¬ ción que no tiene ejemplo en la historia y que es la originalidad característica de España ante el resto del mundo.
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El militarespañol en América tenía conciencia de
que función esencial e importante era primera so¬ su lamente en el orden del tiempo, pero que la acción fun¬ damental era la del misionero que catequizaba a los indios. De otra parte, el misionero sabía qué el soldado y el virrey y el oidor y el alto funcionario no perse¬ guían otros fines que los que él mismo buscaba. Y, en su consecuencia, había una perfecta compenetración entre las dos clases de autoridades, las eclesiásticas y las civiles y militares, como no se ha dado en país alguno. El padre Astrain, en su magnífica historia de la Compañía de Jesús, describe en pocas líneas esta compaginación de autoridades: "Al lado de Hernán Cortés, de Pizarro y de otros capitanes de cuenta, iba el sacerdote católico, ordina¬ riamente religioso, para convertir al Evangelio los in¬ fieles que el militar subyugaba a España, y cuando los bárbaros atentaban contra la vida del misionero, allí estaba el capitán español para defenderle y para escarmentar a los agresores." Y de lo que era el fundamento de esta compenetra¬ ción nos da una idea un agustino, el padre Vélez, cuan¬ do, hablando de fray Luis de León, nos dice, con rela¬ ción a la Inquisición: "Para justificar y valorar adecuadamente la Inqui¬ sición española hay que tener en cuenta, ante todo, las propiedades de carácter nacional, especialmente la su unión íntima de la Iglesia y del Estado en España du¬ rantes los siglos xvi y xvii, hasta el punto de ser un Estado teocrático, siendo la ortodoxia deber y ley de todo ciudadano, como otra cualquier prescripción civil." Pues bien: este Estado teocrático —el más ignoran¬ te, el más supersticioso, el más inhábil y torpe, según el juicio de la prensa revolucionaria— acaba por lo¬ grar lo que ningún otro pueblo civilizado ha consegui¬ do, ni Inglaterra con sus hindúes, ni Francia con sus árabes, sus negros o bereberes, ni Holanda con sus ma¬ layos en las islas de Malasia, ni los Estados Unidos con sus negros e indios aborígenes: asimilarse a su propia
civilización cuantas razas de color sometió. Y es que