España y Europa Texto Impreso

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 25

SO RAMIRO DE MAEZTU

pueblo cualquiera —nosotros en el nuestro, que no está


peor que los demás—, y en la extensión dei egoísmo y
desaliento populares, y en la desaparición de las clases
sociales que se imponían la obligación de andar dere¬
chas para marcar el paso a las demás, ¿qué otra cosa
sino el deber puede sujetarnos el deseo de escapar a
una catacumba donde encender en un rincón la lám¬
para, rezar a solas y esperar el día en que Dios quiera
que un alma amigavenga a sacarnos de la soledad?
Quizá engañe, pero se me figura que si el mundo
me
se arregla lo tendrán que arreglar los militares. No
digo que sean estos de ahora. Si no son éstos, serán
otros. Los que lo arreglen serán militares. La caridaJ
un tormento cuando faltan los medios
es
para hacer el
bien que se quisiera. Pero el militar tiene el poder y
tiene también la tradición. Por lo menos nóminalmente
se ha abrazado a una profesión de sacrificio. Ha hecho

votos de algo. No es libre, ni tiene la pretensión de


serlo. Su profesión es un servicio. No necesita recorrer
todo el camino que ha de desandar el paisano antes de
decidirse a considerar como un bien el servicio. Por eso
solía decir a mis amigos, hace diez o doce años, que yo
no confiaba la salvación de España sino a la posibilidad

de que se les ocurriese salvarla a 49 capitanes. Un gru¬


po de hombres que comiencen por disciplinarse y se
adueñen, para empezar, de su propia alma y de su pro¬
pio cuerpo, que vivan en el mundo, que manden en el
mundo, que posean las armas, que sean el ejemplo, que
rechacen de su seno a los incapaces de someterse a la
misma disciplina material y moral... No soñemos, Se¬
ñor, no soñemos. Pero todos los pueblos son cera para
un puñado de hombres que sean a la vez buenos y
duros.

JINETES DEL AMOR

La princesa Violante se ha casado con un aristócra¬


ta de propia nación. Otro tanto h,abía hecho, no hace
su

mucho, otra princesa inglesa, y se dispone a hacerlo


pronto otro príncipe de la gran Inglaterra. Los pueblos
aplauden, y no saben exactamente si lo que les agrada

Biblioteca Nacional de España


ESPAÑA Y EUROPA 81

es que los príncipes se casen con gentes del país o que


se casen con los seres que aman. No se sabe a punto si

se trata de matrimonios de amor o de casamientos de


razón de Estado. Que los príncipes tuvieran la costum¬
bre de casarse entre sí se debía a la existencia, por
encima de los reinos distintos, de una unidad espiritual,
que era la Cristiandad. Y aunque luego se dividió en
católica y protestante, lo mismo aquélla que ésta con¬
servaban el nombre de Europa," como un homenaje a
una unidad pasada y deseable. Hoy Europa ha dejado

de ser. El nacionalismo la ha matado. Cada pueblo


atiende a su juego. Y la boda de príncipes con aristó¬
cratas de su nación puede interpretarse como el saludo
de los reyes al nacionalismo de sus pueblos, y como
otro triunfo de la razón de .Estado.
Esta interpretación me parece, por lo menos, más
noble que la que atribuiría estos casamientos a la vic¬
toria del amor en los palacios de las casas reinantes.
Bien está que proclamen los derechos del amor las can¬
cionistas de variedades, que de eso viven ellas, de los
derechos del amor. "Milonguita: — los hombres te hi¬
cieron mala, — y hoy darías toda tu alma — por vestir¬
te de las amorosas de profesión pue¬
percal." Para que
dan vestirse de seda necesario que los hombres crean
es

que desearían poder vestirse de percal. Ustedes no ha¬


brán oído nunca, porque se me está ocurriendo en este
instante, la absurda historia de aquel poeta a quien se
le ocurrió llevar sus lágrimas a una casa de préstamos
y se encontré con que se las pagaban a precios de dia¬
mantes. Es el símbolo del amor mercantil.
Porque los artistas son también, a su modo, marchan¬
tes del amor, y les conviene alzar el precio de su mer¬
cadería, es por lo que han esparcido la creencia de que
es irresistible su poder. Y lo es, en algunos casos. Áhí

están Hero y Leandro, Abelardo y Eloísa, Tristán e


Isolda y los amantes de Teruel, ¡y desgraciado el pueblo
que no tenga su leyenda de amor! Pero consiste el ne¬
gocio del arte, muy principalmente, en hacer creer al
buen burgués que cada vez que una mujer le encandila
los ojos es porque una pasión devoradora le está que¬
mando el pecho. Y es esta industria de la literatura y
núm. 777 6

Biblioteca Nacional de España


s.t

el teatro lo que ha popularizado la creencia del derecho


al amor. La mentira del arte tiende su velo sobre el
estiércol del deseo y surge la mentira del amor.
Se dice que no podemos resistir al amor. Se quiere
aplicar el ejemplo de los héroes y santos del amor al
pobre caso nuestro. No queremos ciarnos cuenta de que
nada hunde más a un hombre en la mediocridad moral
como esta excesiva piedad hacia sí mismo. Ahora no
basta con que los literatos nos aseguren que el amor es
irresistible, sino que se ha inventado una teoría cien¬
tífica para demostrar que es imposible resistirlo sin
pena de neurosis. La casi totalidad de la literatura de
estos siglos últimos se consagra a persuadir al hombre
de que es impotente contra todo, contra la herencia,
contra el temperamento, contra la sociedad, contra la
naturaleza, contra el clima, contra el amor principal¬
mente. Así ha llegado a hacerse popular la creencia de
que es imposible regir el corazón.
También yo creo que el amor es sustancia preciosa.
El que no logre vivir la vida entera envuelto todo el
cuerpo de un torbellino que lo levante de la tierra, le
saque enajenado de sí mismo y al mismo tiempo le
haga más presentes las cosas que son en torno suyo y
más ansiadas aquéllas que no son; el infeliz que viva
en el mundo sin pena ni gloria,
"ni come, ni bebe, ni
chupa, ni besa". Para hacer cosá que valga, necesitamos
que nos lleve el torbellino del amor. Sólo que es necesa¬
rio que nos lleve adonde hayamos hecho el propósito de
ir. Me diréis que no se puede poner riendas al corcel
del amor. ¡Cómo! ¿No habéis leído el Catecismo? ¡Dios
manda amar! ¿Lo mandaría si no pudiéramos nosotros
mandar sobre el amor?
Por invitación del señor ministro de Portugal asistí
la otra noche a un teatro que ponía en escena el mara¬
villoso madrigal dramático de don Julio Dantas La cena
de los cardenales. El cardenal español refería cómo al
ser estudiante en Salamanca se enamoró de una
actriz,
se peleó con otros veinte estudiantes por estar el prime¬
ro a la salida de su cuarto, y, luego de lograrlo, no llegó
nunca a hablarla. El cardenal francés argüía que debió
haberle dicho: "Perdonad, señora, que hayan sido tan

Biblioteca Nacional de España


ESPAÑA Y EURQPA

pocos", narraba, a su vez, un lejano episodio amoroso


y
en quela fuerza del ingenio se había sobrepuesto a la
antipatía de una dama esquiva. El cardenal portugués,
octogenario, recordaba cómo cuando tenía quince años
se había enamorado, sin darse cuenta de ello, de una
niña de trece, que se murió un buen día, y cómo la
sombra de la niña, que nunca le abandona, le había lle¬
vado a la Iglesia y hecho cardenal, y le conduciría un
día al cielo.
El señor Dantas la vez poeta y hombre de teatro.
es a

Sus cardenales me humedecieron la mirada, y sólo al


cabo de un rato me di cuenta de que acaso faltaban
otros dos a la cena. Uno de ellos contaría una historia
de amor dichoso a la vez. De cómo los años
culpable y
pasaron como meses, y antes de darse cuenta del trans¬
curso del tiempo, se había hallado un día con la juven¬

tud pasada en vano. Y entonces, bruscamente, ante la


idea de que la muerte viene, y de que es preciso apro¬
vechar el tiempo para no haber vivido inútilmente, de
un día para otro, pisoteó el amor, entró en la Iglesia,

desde entonces, al recuerdo de los años malgastados, no


pasa día sin que una ráfaga de odio le haga gritar:
"¡Maldito el amor! ¡Maldito el tiempo que perdí! ¡Mal¬
ditas las horas en que pude estudiar las cosas que no
sé y realizar las obras que para siempre dejaré sin
hacer!"
Y habría entonces un quinto cardenal que le echaría
la mano a la boca para decirle: "Pobre es tu queja,
porque la eternidad repara holgada el tiempo malgasta¬
do. No amaste aún bastante. Un poco más de amor y ha¬
brías conseguido amar al Creador con aquel amor mis¬
mo, pero mayor aún, con que amaste a la criatura. Todo
hombre tiene la obligación de amar con fuerza. Pero,
además, ha de poder amar a quien no ama, o dejar de
amar a quien ama, si es ése su deber. Jinete de su
amor; así ha de ser el hombre."
No sé de qué país procedería este cardenal. Pero es¬
toy cierto de que en el primer consistorio los otros
cuatro le votarían Papa.

Biblioteca Nacional de España


RAMIRO DE MAPZTU

FUNERAL

(EN MEMORIA DE MANUEL ARANAZ CASTELLANOS)

No es lo peor que te matases, sino que te has muerto.


Unos dirán que ésta es la hora de las alabanzas. El pro¬
verbio consigna que no hay amigos para muertos e idos.
Lo peor es morirse, porque la vida es dulce, hasta para
los pobres. Lo decía el gitano Petulengro: el enfermo
puede mirar el Sol, la Luna y las estrellas; y si está
ciego, le queda todavía el murmullo del viento en el zar¬
zal. Matarse no está bien, porque la vida es una deuda.
No te digo que no la hayas pagado, y generosamente.
En los treinta y un años de la amistad
nuestra, siem¬
pre te supe trabajando para sostén o ayuda de los tu¬
yos. Creo que el atropellamiento de un minuto no puede
cancelar los méritos de una vida de honor. Y tampoco
haré corro con los que dicen que matarse es cobarde.
Será valor mal empleado; pero es prueba bastante de
aptitud para afrontar la muerte, y no .creo que los
hombres que no tienen valor para morirse puedan te¬
nerlo para imponer condiciones a la vida y sacarla de
su arrastrado flujo, entre formas
informes, para hacer¬
la animar cuerpos hermosos y pensamientos elevados
que la ennoblezcan y valoren.
Qué misterio es este de la vida, que los primeros
¿
en arriesgarla o en perderla son los que tienen más
motivos para idolatrarla? En los años de guerra vi
salir de las universidades de Inglaterra a los mejores
mozos, los más ricosmás inteligentes, camino de las
y
ametralladoras alemanas, sonrientes y erguidos, en tan¬
to que se quedaban en oficinas y talleres los
cuerpos
miserables, las almas encogidas, agarradas a una vida
sin objeto, como las conchas a la roca. La vida
que se
da y desaparece, ¿será más vida que la que
en sí mis¬
ma se recoge, se niega a los demás
y sólo aspira a pro¬
longarse, honras o sin ellas?
con
Un tiro la sien. Lo pensaste un segundo, no te lo
en

pudiste quitar de la cabeza y te lo diste. No te negaré

Biblioteca Nacional de España


ESPAÑA Y EUROPA 95

que me parece que obraste de ligero. Habrías dejado


pasar veinticuatro horas y no lo hubieras hecho. Una
cierta ligereza es inherente a la elegancia, y eras.un
elegante. No había en Bilbao hombre mejor vestido, ni
más risueño, ni más fuerte, ni más alegre, ni más
guapo. Tu pelo gris no era sino la última de tus coque¬
terías. Sólo el verte era un regalo de los ojos. En la
murria de nuestros montes resaltaba tu estampa como
una flor pomposa o una piña de Cuba en un puesto de
alubias. Por eso eras tan conocido en la ciudad como
una calle o un monumento público. Acaso dentro de
medio siglo se dirán aún las gentes de la villa: "El
año en que Manolo Aranaz se mató..."
Quiero esperar que en ese tiempo se habrá apren¬
dido mucho. Se habrá entendido para entonces que no
hay más fuente de riqueza que el trabajo. Se hablará
de la guerra europea como de una marea de oro que se
entró por la ría del Nervión, enriqueció a las gentes y,
al retirarse, las volvió a dejar pobres. Sobre su cauce
seco se verá alzarse, como un fantasma, tu figura. Las
gentes se pondrán a estudiar, a inventar, a disciplinar¬
se. Las clases gobernantes de la industria y el comer¬
cio dejarán las comilonas para las dominicales de los
obreros más fornidos. Se habrá entendido el sentido
cultural y mundano del ascetismo. Y se habrán escrito
algunos libros sobre los tiempos tuyos, sobre ti mismo,
sobre tus Cuadros vascos.
Se comprenderá bien que, al perder la fortuna, te era
duro volver a subir la cuesta, después de haberte pasa¬
do más de treinta años sin otra aspiración que la de
poder vivir de rentas algún día, y divertirte con la lite¬
ratura. Pero como entonces los ricos, cargados de im¬

puestos, necesitados de justificar socialmente su rique¬


za por la función que desempeñen, no serán sino los
grandes organizadores y los trabajadores máximos de
la vida social, se recordarán los tiempos tuyos como los
de aquella época absurda en que las gentes no se afa¬
naban sino por dejar de afanarse algún día, como si
el afán fuera un abrigo que pudiera colgarse de una
percha, y no la esencia de la vida..

Biblioteca Nacional de España


*• RAMIRO DE MAEZTÜ

Salvaste el honor, y esto es lo principal. No quisiste


fuero, sino la ley común. Tenías la idea errónea de que
el hombre que no puede afrontar sus compromisos debe
pegarse un tiro, y no te has acogido al privilegio de
ser también hombre de letras para sustraerte a lo
que
creías que todo el mundo debe hacer. Tu idea era equi¬
vocada, pero le has sido fiel, y por eso te han llorado
El Liberal, que dirigiste; el Ateneo, que presidiste, y
los amigos, que quisiste. Los que han seguido de cerca
lo ocurrido te fueron a rezar al funeral. Creo que te
habrían sacado también de tus apuros, si te hubieras
decidido a darles cara. En esto fuiste injusto. Toda la
vida habías sido bueno con los otros. ¿Por qué no
habías de esperar correspondencia, grandísimo orgullo¬
so, en la hora de tu angustia?
Es el mal de la simpatía. Los que tenéis la desgracia
de inspirarla camináis por la vida como si todas las
barreras se inclinasen a vuestro paso, al. modo de estan¬
dartes que saludan a su caudillo victorioso. Un día las
vqis alzarse en torno vuestro, y halláis intolerables los
linderos que os acotan el camino. Acaso en la timidez
huraña alumbre más vivamente la esperanza que en
vuestra sonrisa triunfadora.
Ya no veré asomar tus espaldas de atleta por la puer¬
ta del Lyon d'Or, cuando vaya a Bilbao. No me pararás
en el puente del Arenal para darme un abrazo. Pero la

mitad de los amigos que me encuentren me harán pen¬


sar en ti. Te veré entonces con la
imaginación, atlético
y jovial, en tu condición triple de bolsista, escritor y
hombre de armas. La fantasía me permitirá cambiarte
el traje y te erguirás con el uniforme de húsar, al fren¬
te de tu escuadrón, cargando con los tuyos, jinetes de
la muerte, sobre la neblina de la ría. Y, al despertarme
de mi ensueño, los edificios familiares, pensaré que el
aprendizaje de un pueblo a manejar dinero en gran
escala es también una guerra, en la que tiene que ha¬
ber víctimas, por lo cual habrás muerto, la muerte de
un soldado que ha perdido el combate
y no quiere en¬
tregarse al enemigo.

Biblioteca Nacional de España


ESPAÑA Y EUROPA

DOS MARIUCHAS

Las palabras del maestro llegan directamente a mi


pensamiento. Leo en mi despacho el último drama de
Galdós, y como no me estorban las gesticulaciones y
gritos de lós cómicos, ni las luces dela sala, ni el mos¬
coneo de los espectadores, ni hay nada que me impida

cerrar el libro a ratos y abrir el campo visual de los

recuerdos, evoco tu imagen, -Mariucha verdadera, para


contemplar en lo negro de mis párpados cerrados el
conjunto luminoso de tus crenchas rubias, de tu amplia,
pálida y grave frente pensadora, de la mano nerviosa
en que apoyas la cabeza al inclinarla, y de los ojos cla¬

ros, penetrantes y enérgicos con que tu alma curiosa y


altanera se asoma al mundo en actitud de estudio, de
alerta y de reto.
Las dos Mariuchas, la de la vida y la del drama, re¬
volotean por mi espíritu. A veces se abra¬ acercan, se
zan y hasta se funden una en otra, y luego se apartan
para emprender distintos rumbos en el espacio azul de
los ensueños. No son palmeras, cuyas copas casa el
viento en lo alto; mejor las simbolizan dos montañas
que, unidas en la base, muestran en las cumbres su
diferente individualidad.
La base común. Ambas proceden de esas castas
es
dominadoras de España que después de gozar durante
siglos las riquezas acumuladas en las guerras, en la
esclavitud y en el coloniaje, se encuentran hoy reclui¬
das en viejos caserones, bajo la amenaza de que la te¬
chumbre se les venga encima al peso creciente de las hi¬
potecas. Esas clases, en los momentos de congoja, han
exclamado alguna vez con la Mariucha de Galdós: "¡La
muerte, Señor, dame la muerte o enséñame cómo hemos
de vivir!"
Porque hay que vivir y se han acabado las grandes
canonjías coloniales y los españoles se resisten al papel
de colonos. Hay que vivir, y no se sabe cómo. Hay que
vivir, y se vive de la manera que se puede: de limosnas,
de expedientes, de petardos. Pero un día surgen las

Biblioteca Nacional de España


88 RAMIRO DE MAEZTTJ

negativas contundentes y los peticionarios se encuen¬


tran de pronto ante una realidad que les grita colérica:
"No hay derecho a vivir de esa manera." Y entonces,
si el mendigo aristócrata es débil, abdica de su orgullo,
d°sciende otro grado de la escala moral... y sigue vi¬
viendo. Y si conserva un poco de su altivez, trata de con¬
quistar su libertad "aprendiendo a vivir por sí mismo".
Las dos Mariuchas han visto en el mercado cómo
viven los pequeños. Saben que "venden lo que les sobra
y compran lo que necesitan; abrumados llegan, abru¬
mados parten, con el peso de la vida que va y viene,
sube y baia". Y no han olvidado la lección. Son muie-
res, y mujeres españolas. Las ideas llegan difícilmente
hasta ellas; ¡viven tan encerradas'; pero cuando llegan,
como ese encierro les impide salir, hacen presa en el

alma. Es común entre hombres, y más si son jóvenes,


que cambien, al reunirse, grandes proyectos de trans¬
formar el arte, el gobierpo o el mundo; que estos pro¬
gramas daterminen una corriente de mutua simpatía;
que se celebre la amistad en una cena: que el vino ani¬
me las confidencias: las palabras acrecienten la sed,
que
y que, por último, los entusiasmos se malogren en lasti¬
mosos decaimientos. He ahí un medio de dar salida a

las id^as míe desconocen nuestras señoritas, y por eso


es más fácil que sus pensamientos se truequen en pro¬

pósitos. y sus propósitos en actos.


Ya trabaian las dos Mariuchas. Pero lo que empezó
siendo necesidad, ha de convertirse en amor. Es la ley
d° ln<? fuprtes c^rpcteres. Hov es 30 de julio; mañana
31. Pues bien, nuiero oue mañana sea 31. Las dos Ma¬
riuchas viven del trabajo. Pues fr'en, quieren vivir de
su labor: al pan de la esclavitud aiena prefieren el
"amasado en el suelo pobre de su patria, sacrificado con
su trabajo, extraído a pulso, con inmensas fatigas, de
la tierra dura, de la tierra madre en que todos nacimos".
Tienen el amor fati: no se resignan al azar de las cosas,
sino aue aman y cantan su destino; de ahí. su fuerza.
.Ambas Mariuchas han ido juntas hasta ahora. Pero
la del drama se enamora, y el amor obra milagros en
todas las comedias. No así la de la vida. Esta Mariucha
no es posible, sino precisamente porque le falta amor.

Biblioteca Nacional de España


ESPAÑA Y EUROPA 8»

Son las escasas probabilidades de un marido las que la


llevan al trabaio. Sola y sin otro maestro que la nece¬
sidad, ha tenido que aprender la gran lección de la
naturaleza, el esfuerzo que han de realizar todos los
seres por perséverar en su existir.
Y tan pronto esta Mariucha la ha aprendido,
como
le falta tiempo para propagar su descubrimiento. La
libertad para ella es poca cosa; la libertad de la mujer
le parece un propósito más digno de su espíritu. ¡La
libertad por el trabajo! Y
se lanza con pasión a su
apostolado, predica la buena nueva, y pone en prenda
y
de sus palabras su sacrificio personal, porque suya es
la frase: "El antiguo proverbio dice bien: la letra con
sangre entra; pero no con la sangre del discípulo, sino
con la del maestro..." Estas palabras, cuando las veo
puestas en hileras, no son más que una frase; cuando
recuerdo que hay detrás de ellas una vida pura, una
grande alma y un cuerpo de mujer, me entran ganas de
abandonar definitivamente este arte de escribir, que
así evapora cuanto tiene la vida de emoción verdadera.
Esta Mariucha no dirá, como la del drama: "La sa¬
lud me rebosa." No, no le rebosa la salud. Ha puesto
demasiada alma en conseguir su libertad y en preparar
la de sus hermanas para que el cuerpo no se le resista.
El oro de sus cabellos pierde el brillo; los
ojos se le
agrandan bajo un cerco azul; la cabeza, fatigada, se
reclina a menudo en las manos; sus labios están páli¬
dos... Comienza a faltarles la sangre del "maestro".
Mas, ¡quién sabe!... Tal vez las dos Mariuchas sean
una misma, y más fuerte, al menos en lo
físico; tal vez
el novio de la comedia no sea más que un/símbolo. En
todo caso, el apostolado es común a las dos, aunque va¬
ríe la forma de ejercerlo. Galdós, como Zola y como
Tolstoi, al bordear los linderos de la vejez, se cree obli¬
gado a añadir a su literatura un ejemplo moral, y por
medio de una señorita madrileña nos revela el secreto
de sus triunfos: el trabajo. La lección es muy vieja,
pero no pierde oportunidad. Y sólo falta que, como
su
el grano de trigo de
que habla el Evangelio, no caiga
en tierra pedregosa, para que la semilla penetre en la
tierra fecunda y dé su fruto.

Biblioteca Nacional de España


Biblioteca Nacional de España
TERCERA PARTE

TEMAS HISPÁNICOS

Biblioteca Nacional de España


Biblioteca Nacional de España
EL CIRIO DE LA HISPANIDAD

Ha vuelto a arder en la Real Capilla de Granada el


cirio grande de los Reyes Católicos. Está junto al mag¬
nífico sepulcro, que labró en mármol de Carrara maese
Domingo Alejandro Florentín, con las estatuas yacen¬
tes de los reyes, cuyos pies descansan en dos
leones,
esculturas de los cuatro Doctores de la Iglesia en los
ángulos, cuatro esfinges en los de la urna, y nichos y
medallones para los doce apóstoles, San Jorge, Santia¬
go, el Bautismo y la Resurrección. Los restos de I03
reyes no están en el sepulcro, sino en otro lugar de la
capilla, junto a la tierra misma de Granada, por volun¬
tad expresa de los muertos. Pero acaso sea ésta la úni¬
ca cláusula de su mandato
que al pie de la letra se
haya ejecutado.
En la cédula de fundación de la capilla, fechada el
13 de septiembre de 1505, se disponía que "Ha de estar
en la dicha capilla el Sacramento... delante del cual ha
de arder perpetuamente para siempre jamás de día y de
noche, un cirio de de seis libras y dos lámparas
cera
de aceite." También se ordenaba
en otro lugar de dicho
documento que: "Otrosí mandamos que demás de dicho
cirio y lámparas, que han de arder delante del Sacra¬
mento, ardan en todo tiempo que se dijesen las ho¬
ras dos cirios de cada tres libras y dos onzas, y al tiem¬
po que alzaren el Sacramento enciendan más a las mi¬
sas cantadas dos cirios ya las misas rezadas uno del
peso susodicho, los cuales estén en sus candeleros ar¬
diendo hasta que sea consumido el Sacramento, y non
amaten antes los dichos cirios."

Biblioteca Nacional de España


ou _ RAMIRO DE MAEZTU
_

Esta voluntad no ha sido ejecutada sino a medias.


En la capilla ha ardido siempre una lámpara de aceite
y en durante la misa y el oficio divino,
el altar mayor,
velas pequeñas, de las que prescribe la liturgia para
las iglesias pobres —y pobre es la capilla—. "Como
la dotación que para el culto le tiene asignado el Go¬
bierno —aquí habla el arzobispo— no alcanza a cubrir
la mitad de los imprescindibles gastos que ocasiona
aquél, esta Real Capilla ni puede ni debe juzgarse obli¬
gada a sostener ardiendo la segunda lámpara, de día
y de noche, ni los cirios para las misas y el oficio divi¬
no en la forma preceptuada por los fundadores, ni mu¬

cho menos el famoso e histórico cirio de seis libras de


cera que perpetuamente, para siempre jamás, por vo¬
luntad de aquéllos y para dar testimonio de su acen¬
drada fe en el augusto Sacramento del altar, debía
arder entre su sepultura y el Sagrario."
Tan importante era esta cláusula fundacional, que
Carlos V instó cumplimiento, lo que
repetidamente a su
prueba que ya entonces solía descuidarse. Dos siglos
después, Fernando VI se contentaba, pero en ello puso
empeño continuado, con que el cirio ardiese mientras
estuviesen abiertas las puertas del templo. Pero a prin¬
cipios del siglo xix se vió privada la capilla de sus ren¬
tas, con lo que se quedó incumplido este mandato, y en
los tiempos de la desamortización desapareció también
el blandón de plata que sostenía el cirio. De entonces
acá no ha ardido sino ocasionalmente, a veces por
cuenta de una dama americana, la señora Larravide;
otras, por las de un granadino que prefiere guardar el
anónimo.
Otro granadino, el cronista Valladar, se ha quejado
amargamente de este abandono. En su libro sobre la
Real Capilla de Granada, puede leerse: "Ni los monar¬
cas que heredaron el trono más potente y vigoroso de
cuantos se han conocido, ni la nación, que al morir
Fernando e Isabel recibió como ricos presentes un Nue¬
vo Mundo, la unidad de la Patria, la extinción de todo
el feudalismo y la buena semilla de las verdaderas liber¬
tades patrias, tienen voluntad ni dinero para costear
una luz que borre la falta de recuerdos del pasado.'"

Biblioteca Nacional de España


ESPAÑA Y EUROPA
Si

AValladar pudiera contestarse


que la historia del
cirio granadino es en compendio la de España:
que
si Carlos V tiene
que recordar la voluntad de los Reyes
Católicos fué acaso porque con sus ambiciones alema¬
nas la había
olvidado; que si Fernando VI se conten¬
taba con que ardiese de día es
porque su gobierno
estaba ya dejando de ser la
monarquía católica más
que para las grandes ceremonias, y que si el cirio
de arder dejó
desde principios del siglo xix es
porque la
España que sobrevivió a las hambres y desastres de la
ocupación nepoleónica era uno de los pueblos más
po¬
bres de la tierra, tan pobre
que muchos de sus Ayunta¬
mientos quemaban los archivos los inviernos
para que
sus vecinos
pudieran calentarse con sus estanterías y
papeles.
Pero si Valladar, en vez de granadino fuera
rechazaría con indignación estas excusas. En
asiático,
casi toda
el Asia se cree que al morirse el hombre o
lamujer
'queda espíritu vigilando los intereses de la familia
su
a que ha pertenecido. En
China y el Japón ésta es la
religión predominante. Los supervivientes están intere¬
sados en propiciarse la buena voluntad de las
ánimas
ascentrales, y de cuando en.cuando les ofrecen no sólo
oraciones, sino hasta alimentos y dinero. Todavía en el
Japón de hoy en día no hay fiesta tan solemne como la
de los muertos o Bon-Matsuri,
en cuyo día se supone
que parte de su espíritu baja
la tierra para visitar su
a
hogar antiguo. Parte del espíritu, porque la otra está
en continuo acecho en la casa
familiar. Y pocas creen¬
cias podrán concebirse más estremecedoras
qüe la de
suponer que nuestra padre y nuestra madre
y nuestros
abuelos estén presentes en cada uno de nuestros
en cada uno de nuestros
actos,
pensamientos. Un hombre de
credo asiático estaría convencido de
que las desgracias
que España ha padecido fueron las venganzas de los
Reyes Católicos por no haberse cumplido su voluntad
en lo del cirio.
Y no necesitaría ser asiático. Nuestros antepasados
europeos, griegos, romanos y arios, en general, creye¬
ron también
que al morir un hombre se convertía en
dios. "Dad lo que es debido a los dioses manes —decía

Biblioteca Nacional de España


te
RAMIRO DE MAEZTÜ

Cicerón—, son hombres que han abandonado la vida;


tenedlos por seres divinos." Cuando los muertos eran
propicios se les llamaba lares, penates o genios; cuando
hostiles, larvas. En cada casa había un altar consagra¬
do a los muertos, y lo más precioso del altar, lo que
Eneas cuidaba más que las niñas de sus ojos, era el
fuego. El fuego del hogar, que se identificaba con el
alma de los muertos, era el más respetado de los anti¬
guos dioses. Dejarlo apagarse no era sólo sacrilego,
sino la seguridad de la catástrofe.
Las creencias han cambiado. Ya no pensamos que los
muertos son dioses. Se cree ahora que algunos, los san¬
tos, pueden protegernos; que a otros, las ánimas ben¬
ditas, tenemos que ayudarlas, y que otros, los perver¬
sos, nos hacen daño desde muertos con sus obras y con
las consecuencias de sus obras y es posible que también
directamente, de alma a espíritus.
alma, como malos
Mas lo que lo dicen la
está fuera de duda, porque nos
historia universal y el buen sentido, es que todas las
sociedades humanas, lo mismo los imperios y las repú¬
blicas que las órdenes religiosas, los periódicos y las
casas de comercio, han sido la obra de sus fundadores,

que es la razón de aue honren la memoria, en la medida


de méritos y según la importancia de cada institu¬
sus

ción; y cuando se deja de honrarles o no se cumplen


sus voluntades últimas, es que no se tiene respeto a la
memoria de los fundadores o que su fundación no ins¬
pira gran cuidado.
Esta vez se trata, sin embargo', de los Reyes Católi¬
cos, los mejores monarcas que España ha tenido. Lo
que fundaron es la Hispanidad, que definiré otro día
más despacio, pero cuya esencia ya se indica al decir
que esaquello que el lector y yo tenemos en común.
Y comola Hispanidad no podía ser indiferente a la
Unión Iberoamericana, creyó esta sociedad —ello ha
pasado mientras yo me encontraba en Buenos Aires—
que no estaba bien dejara de cumplirse la orden de los
Reyes Católicos respecto del cirio, y pensó al principio
tomar la iniciativa para crear por suscripción un capi¬
tal que lo costease; desechó la idea ante el espanto de
ir por el mundo en busca de dinero y prefirió pagar el

Biblioteca Nacional de España


ESPAÑA Y EUROPA
07

cirio por su cuenta, y la otra lámpara y las velas de


las misas, en tanto pueda hacerlo.
El cirio está encendido, día
y noche, entre el sepul¬
cro y el Sagrario,
que es como decir entre la muerte y
la vida perdurable. A su luz alumbraremos
en estos
artículos algunos valores de la
Hispanidad, unos olvi¬
dados, otros desconocidos, otros mal conocidos, aunque
sean ellos los
que han hecho posible el levantamiento
de los pueblos caídos y la hermandad de
los hombres
sobre el haz de la tierra.
1930

UN TEMPLO DE LA HISPANIDAD. — EL PILAR


Y SU CARÁCTER

No se hundirá, porque no podemos consentirlo. Su


derrumbe sería el símbolo del abandono nacional. No
se hundirá, aunque las grietas son extensas, porque
todos echaríamos el hombro a las pilastras antes de
consentirlo. Pero es lógico
el Ebro se cobre la gran
que
belleza que dan- al templo del Pilar. Vista
sus aguas
desde dentro, la catedral de Zaragoza no descubre su
espíritu más que por la multitud de gentes que no
cesan de entrar. Es una iglesiota muy grande, pero
con unas columnas tan anchas y cuadradas que no la
dejan ver más que a pedazos. Allí hay mármoles y jas¬
pes, cúpulas y retablos; barandales^ y estatuas, pintu¬
ras al fresco de Goya y de Bayeu, herrajes
y bronces
que despiertan admiración, un altar de alabastro de
Damián Forment y otras maravillas,
pero hay que
verlas poco a poco. Por de pronto son las pilastras las
que acaparan la atención, salvo las gentes que entran
y salen, cualquier época del año, en cualquier hora
en
de la mañana o de la tarde, rezan a la
Virgen y besan
el Pilar. Hay muchos zaragozanos que
no dejan pasar
un solo día de su vida sin entrar a rezar a la
Virgen
La Virgen se ve poco, porque la imagen es
pequeña y
la oscurecen las demasiadas velas y lámparas de plata,
y sus reflejos en mármoles y joyas; pero las gentes
rezan y uno llora.
NÚM. 777 7

Biblioteca Nacional de España


JS RAMJRO DE MAEZTU
Desde la orilla izquierda del río se domina el con¬
junto. La mole inmensa del templo se duplica al refle¬
jarse en la superficie de las aguas. Y es una gran masa
de arcilla, el color de la carne morena curtida por el sol.
Las tejas son también color de tierra y otras verdes,
como la hierba. Sus ladrillos no tienen las aristas finas
de los ladrillos sevillanos. Son poco más que arcilla,
casi informes, masa sin contornos, pueblo anónimo. Y
todo el edificio es argamasa popular, que sueña con
la fuerza y la concibe como inmensidad. De lo alto de
las fachadas quieren subir las torres, diez o doce torres
que parecen veinte o treinta y son almas que perezo¬
samente ascienden, como cargadas de pecados y de
tierra, no sin revolverse y enroscarse en sí mismas,
cual si quisieran dejarse caer y hundirse, hasta desapa¬
recer entre las grietas que las filtraciones del Ebro
habrán prendido en los cimientos mismos de las gran¬
des pilastras.
A dos minutos del Pilar se alza la Seo, dedicada a
Nuestro Señor, y tan aristocrática de aspecto como el
Pilar es democrática. las arcadas
Aquí las columnas y
son altas y belleza del atrevimiento.
ligeras,ty tienen la
Parecen saber lo que sostienen y no hacer más fuerza
que la necesaria. No son masas, sino músculos. Esto es
el templo del reino de Aragón, y de los nobles orgullosos
que decían al elegir al rey: "Cada uno de nos, que vale
tanto como vos." Uno se imagina que los sacerdotes
de esta iglesia han de ser teólogos capaces, cuando re¬
ciban el permiso de lo alto, de penetrar con la geome¬
tría en la región de los Misterios. Pero el templo está
vacío, salvo en las grandes solemnidades, como si las
gentes le tuvieran miedo, mientras el río de los peca¬
dores fluye constante hacia el Pilar, a pedir a la Virgen
que interceda por ellos.
Es tradición de la Iglesia española, admitida en la
Iglesia universal, que un 12 de octubre, pocos años
después de la muerte de Nuestro Señor, rezaba el após¬
tol Santiago el Mayor a la orilla del Ebro, cuando se
le apareció Nuestra Señora, rodeada de ángeles que
llevaban consigo un pilar de jaspe. Nuestra Señora
encomendó a Santiago construir una capilla para ella,

Biblioteca Nacional de España


KSPAKA 7 EUROPA 09

que duraría hasta el fin del mundo, desde la cual pro¬


tegería a Zaragoza, al mismo tiempo que fortaleció su
ánimo para la dura empresa de convertir a España.
Esta tradición basta para dar a la Virgen del Pilar
un carácter nacional que la distingue de todas las otras

apariciones de Nuestrá Señora y para colocar su tem¬


plo en una categoría sólo comparable con la del que
guarda en Compostela el cadáver del Apóstol.
Pero el 12 de octubre es el día del descubrimiento de
América. Parece que una voz autorizada ha querido
señalarlo para que España continuase en el Nuevo
Mundo la obra de evangelización que en el territorio
peninsular había empezado el Apóstol que es ahora el
patrono nacional. Y así es como adquiere el templo del
Pilar la plenitud de su significado. Un hombre empieza
allí lo que luego ha de continuar España entera. Es
una misión entre las masas populares. Se ha levantado

el templo con ladrillos apenas cocidos. Estos ladrillos


son el barro del río. No es extraño que se hayan abierto
grietas las grandes pilastras, sino que la masa ca¬
en
tedralicia sostenga. Que el barro vuelva a ser barro
se

parece natural. Lo extraordinario es que pueda ser


templo. Que la naturaleza humana sea naturaleza, y
nada más, también parece natural. Lo milagroso es que
el hombre haya alzado la cabeza de la tierra y mirado
al cielo para aprender las matemáticas del curso de los
astros y cantar con el salmista: "Los cielos declaran
la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de
sus manos."
¿No han de pesar las torres del Pilar? ¿No ha de
pesar la obra de España? ¡Si hubiéramos sido los es¬
pañoles como me figuro que habrán sido los aristócratas
de la Seo; si en vez de cargarnos la cruz de evangelizar
las razas aborígenes nos hubiéramos contentado con
explotarlas: si en vez de proclamar la posibilidad de
salvación de todos los hombres de la Tierra nos hubié¬
ramos dedicado exclusivamente a mejorarnos nosotros

mismos, dejando a los demás en sus supersticiones,


como los ingleses han dejado en las suyas a los pueblos

innumerables que en el Indostán viven, entonces ya

Biblioteca Nacional de España

v
100 RAMIRO DE MAEZTU

no fuera tan difícil hacer de cada uno de nosotros una

columna aérea y esbelta como las de la Seo!


Pero la misión de España ha sido de carácter popu¬
lar. Ha creído en la posibilidad de hacer templos de
barro. Y las razas humanas atrasadas, color de tierra,
color de hierba, han subido lentamente por su impulso,
dando vueltas, resistiéndose todo lo que han podido,
pero han subido como las torres del Pilar y están su¬
biendo todavía. En cambio, quedan inmensas multitu¬
des de almas, color de tierra, color de hierba, en el
Asia y la Malasia, que viven todavía la vida del barro,
que no han subido porque no han encontrado un Após¬
tol Santiago bastante poderoso para levantarlas de sus
légamos, o que se interesara por ellas lo bastante.

1931

UNA OBRA INCOMPARABLE

No hay en la historia universal obra comparable a


la realizada por España, porque hemo$ incorporado
a la civilización cristiana a todas las razas que estu¬
vieron bajo nuestra influencia. Verdad que en estos
dos siglos de enajenación hemos olvidado la significa¬
ción de nuestra historia y el valor de lo que en ella
hemos realizado, para creernos una raza inferior y
secundaria. En el siglo xvn, en cambio, nos dábamos
plena cuenta de la trascendencia de nuestra obra; no
había entonces español educado que no tuviera con¬
ciencia de ser España la nueva Roma y el Israel cris¬
tiano. De ello dan testimonio estas palabras de Solór-
zano Pereira en su Política indiana:
"Si, según sentencia de Aristóteles, sólo el hallar o
descubrir algún arte, ya liberal o mecánica, o alguna
piedra, planta u otra cosa que pueda ser de uso y ser¬
vicio de los hombres les debe granjear alabanza, ¿de
qué gloria no serán dignos los que han descubierto un
mundo en que se hallan y encierran tan innumerables
grandezas? Y no es menos estimable el beneficio de
este mismo descubrimiento habido respecto al propio
mundo nuevo, sino antes de mucho mayores quilates,

Biblioteca Nacional de España


XSPAÑA Y EUROPA 101

pues, además de la luz de la fe que dimos a sus habi¬


tantes, de que luego diré, les hemos puesto en vida
sociable y política, desterrando su barbarismo,
trocan¬
do en humanas sus costumbres ferinas y comunicán¬
doles tantas cosas tan provechosas y necesarias como
se les han llevado de nuestro
orbe, y, enseñándoles la
verdadera cultura de la tierra, edificar casas, juntarse
en pueblos, leer y escribir y otras muchas artes de que
antes totalmente estaban ajenos."
Pero todavía hicimos más,
y no tan sólo España
(porque aquí debo decir obra ha sido continuada
que su
por todos los pueblos hispánicos de América, por todos
los pueblos que constituyen la Hispanidad): no sólo
hemos llevado la civilización a otras razas, sino algo
que vale más que la misma civilización, la concien¬ y es
cia de su unidad moral con nosotros; es decir, la con¬
ciencia de la unidad moral del género humano, gracias
a la cual ha sido posible que todos o casi todos los
pue¬
blos hispánicos de América hayan tenido alguna vez
por gobernantes, por caudillos, por poetas, por direc¬
tores, a hombres de raza de color o mestizos. Y no es
esto sólo: un brasileño eminente, el doctor Oliveira
Lima, cree que en los pueblos hispánicos se está for¬
mando una unidad de raza, gracias a una fusión en
que los elementos inferiores acabarán bien pronto por
desaparecer, absorbidos por el elemento superior, y así
ha podido encararse con los Estados Unidos de la Amé¬
rica del Norte para decirles:
"Cuando entre nosotros ya no haya mestizos, cuando
la sangre negra o india se haya diluido en la sangre
europea, en tiempos pasados y no muy distantes,
que
fuerza recordarlo, recibió contingentes bereberes,
es

númidas, tártaros y de otras procedencias, vosotros


no dejaréis de conservar indefinidamente, dentro de
vuestras fronteras, grupos de población irreductible,
de color diverso y hostiles de sentimientos."
No
garantizo el acierto de Oliveira Lima en esta
profecía. Es posibleque se produzca la unidad de las
razas que hay en América; es posible también
que no
se produzca. Pero lo esencial y lo más importante es

que ya se ha mostrado la unidad del espíritu, y ésta

Biblioteca Nacional de España


KA MIRO DE M A EXT tí

es la obra de España en general y de sus órdenes reli¬


giosas particularmente; mejor dicho, la obra conjunta
de España: de sus reyes, obispos, legisladores, magis¬
trados, soldados y encomenderos, sacerdotes y segla¬
res...; pero en la que el puesto de honor corresponde
a las Órdenes religiosas, porque desde el primer día
de la Conquista aparecen los frailes en América.
Ya en 1510 nos encontramos en la isla Española con
el padre Pedro de Córdova, el padre Antonio de Mon¬
tesinos y el padre Bernardo de Santo Domingo, pre¬
ocupados de la tarea de recordar, desde sus primeros
sermones, que en el testamento de Isabel la Católica se
decía que el principal fin de la pacificación de las Indias
no consistía sino en la evangelización de sus habitan¬

tes, para lo cual recomendaba ella al rey, su marido,


don Fernando, y a sus descendientes, que se les diera
el mejor trato. También aducían la bula de Alejan¬
dro VI, en la cual, al concederse a España los domi¬
nios de las tierras de Occidente y Mediodía, se especi¬
ficaba que era con la condición de instruir a los natu¬
rales en la fe y buenas costumbres. Y fué la acción
constante de las Órdenes religiosas la que redujo a los
límites de justicia la misma codicia de los encomende¬
ros y la prepotencia de los virreyes.

La piedad de estos primeros frailes dominicos fué


la que suscitó la vocación en fray Bartolomé de las
Casas, y le hizo profesar en la Orden de Santo Domin¬
go, hasta convertirle después en el apóstol de los indios
y en su defensor, con una caridad tan arrebatada que
no paraba mientes en abultar, agrandar y ponderar
las crueldades inevitables a la Conquista y en exage¬
rar también las dulzuras y bondades de los indios, con

los cuales nos hizo un flaco servicio a los españoles,


pues fué el originador de la Leyenda Negra, pero al
mismo tiempo el inspirador de aquella reforma de Le¬
yes de Indias a la cual se debe la incorporación de las
razas indígenas a la civilización cristiana.
1934

Biblioteca Nacional de España


ESPAÑA r EUROPA JOS

LA ACCIÓN DE LOS REYES

Ahora bien: al realizar esta función no hacían las


órdenes religiosas sino cumplir las órdenes expresas
de los reyes. En 1534, por ejemplo, al conceder Car¬
los V la capitulación por las tierras del Río de la Plata
a don Pedro de Mendoza, estatuía terminantemente
que
Mendoza había de llevar consigo
religiosos y per¬a
sonas eclesiásticas, de los cuales
había de valer para
se
todos sus avancesí no había de ejecutar acción alguna
que no mereciera previamente la aprobación de estos
eclesiásticos y religiosos, y cuatro o cinco veces insiste
la capitulación en que solamente en el caso de que se
atuviera a estas instrucciones le concedía derecho so¬
bre aquellas tierras, pero que de no atenerse a ellas no
se lo concedía.
Los términos de esta capitulación de 1534 son des¬
pués mantenidos repetidos por todos los monarcas de
y
la Casa de Austria y los dos primeros Borbones. No
concedían tampoco tierras en América como no fuera
con la condición expresa y terminante de contribuir a

la catequesis de los indios, tratándolos de la mejor


manera posible. Y así se logró que los mismos enco¬
menderos, no obstante su codicia de hombres expa¬
triados y en busca de fortuna, se convirtieran realmen¬
te en misioneros, puesto que a la caída de la tarde
se unían a los indios bajo la cruz del pueblo y les adoc¬

trinaban. Y ahí estaban las Órdenes religiosas para


obligarles a atenerse a las instrucciones de los reyes
y respetar el testamento de Isabel la Católica y la
bula de Alejandro VI, que no se cansaron de recordar
en sus sermones en cuantos siglos se mantuvo la do¬

minación española en América.


\ La eficacia, naturalmente, de esta acción civilizado¬
ra dependía de la perfecta compenetración entre los
dos poderes: el temporal y el espiritual; compenetra¬
ción que no tiene ejemplo en la historia y que es la
originalidad característica de España ante el resto del
mundo.

Biblioteca Nacional de España


RAMIRO DE MAEZTU

El militarespañol en América tenía conciencia de


que función esencial e importante era primera so¬
su
lamente en el orden del tiempo, pero que la acción fun¬
damental era la del misionero que catequizaba a los
indios. De otra parte, el misionero sabía qué el soldado
y el virrey y el oidor y el alto funcionario no perse¬
guían otros fines que los que él mismo buscaba. Y, en
su consecuencia, había una perfecta compenetración
entre las dos clases de autoridades, las eclesiásticas y
las civiles y militares, como no se ha dado en país
alguno. El padre Astrain, en su magnífica historia de
la Compañía de Jesús, describe en pocas líneas esta
compaginación de autoridades:
"Al lado de Hernán Cortés, de Pizarro y de otros
capitanes de cuenta, iba el sacerdote católico, ordina¬
riamente religioso, para convertir al Evangelio los in¬
fieles que el militar subyugaba a España, y cuando
los bárbaros atentaban contra la vida del misionero,
allí estaba el capitán español para defenderle y para
escarmentar a los agresores."
Y de lo que era el fundamento de esta compenetra¬
ción nos da una idea un agustino, el padre Vélez, cuan¬
do, hablando de fray Luis de León, nos dice, con rela¬
ción a la Inquisición:
"Para justificar y valorar adecuadamente la Inqui¬
sición española hay que tener en cuenta, ante todo, las
propiedades de carácter nacional, especialmente la
su
unión íntima de la Iglesia y del Estado en España du¬
rantes los siglos xvi y xvii, hasta el punto de ser un
Estado teocrático, siendo la ortodoxia deber y ley de
todo ciudadano, como otra cualquier prescripción civil."
Pues bien: este Estado teocrático —el más ignoran¬
te, el más supersticioso, el más inhábil y torpe, según
el juicio de la prensa revolucionaria— acaba por lo¬
grar lo que ningún otro pueblo civilizado ha consegui¬
do, ni Inglaterra con sus hindúes, ni Francia con sus
árabes, sus negros o bereberes, ni Holanda con sus ma¬
layos en las islas de Malasia, ni los Estados Unidos con
sus negros e indios aborígenes: asimilarse a su propia

civilización cuantas razas de color sometió. Y es que

Biblioteca Nacional de España

También podría gustarte