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SUMARIO
(*) Una versión anterior de este trabajo fue presentada como comunicación en el III Congreso
Español de Ciencia Política y de la Administración, celebrado en Salamanca del 2 al 4 de octubre de
1997.
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Revista de Estudios Políticos (Nueva Época)
Núm. 100. Abril-Junio 1998
RAFAEL DURAN MUÑOZ
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EL ESTADO COMO EXPLICACIÓN EN EL CAMBIO DK. RÉGIMEN DURANTE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA
no radicalizaron sus formas de lucha hasta el punto de implicar una inédita subver-
sión del sistema social y económico vigente; inédita, en relación al tiempo transcu-
rrido desde el inicio de la dictadura. En España no se puso nunca en cuestión ni el
espacio ni el poder empresariales. Huelgas parciales o totales con asambleas, mani-
festaciones, concentraciones y encierros siguieron configurando —casi en exclusi-
va— el repertorio de formas de lucha obrera.
En modo alguno debe inferirse de mi argumento que desestimo la relevancia que
tuvieron las presiones populares en la determinación del cambio de régimen, y
concretamente el movimiento obrero como globalidad (2). Sencillamente, centro mi
atención en unas relaciones causales distintas: las que explican el carácter, no las
consecuencias, de las movilizaciones sociales, obreras aquí. En palabras de Sidney
Tarrow (1995a, 206), las opciones políticas se adoptan tanto por las masas como por
las élites. Nosotros nos detendremos en las de las masas.
¿Por qué los trabajadores no percibieron en España que la oportunidad que les
brindaba la transición para la movilización también lo era para la transgresión (de la
ley y del orden social y económico)? Para responder este interrogante han de consi-
derarse, al menos, cinco grandes factores explicativos: el tipo de cambio de régimen
y la cultura política de las sociedades y de los colectivos movilizados, por una parte;
por otra, más directamente relacionados con la conflictividad laboral, las motivacio-
nes y reivindicaciones de los movilizados, así como el grado de institucionalización
de canales de resolución pacífica de conflictos (existencia y hábito) y el papel de las
organizaciones formales. En mi tesis doctoral (Duran, 1997b) he tenido en cuenta
también la incidencia de la ubicación geográfica de las empresas, los sectores
productivos a que pertenecían y el tamaño de sus plantillas.
No puedo detenerme en esta exposición en cada uno de ellos, pero sí manifestar
que, tras la debida reflexión y una cuidadosa revisión de la evidencia empírica, he
constatado la importancia de los mismos en el acaecimiento y desarrollo de las
movilizaciones en cuestión y aun su influencia sobre los cursos de la acción colectiva
(sobre su continuidad o discontinuidad con respecto a los precedentes), pero también
la medida en que no ayudan a discriminar entre las formas de lucha moderadas y las
transgresoras. Son insuficientes tanto individualmente como en conjunto. Así se
deducede la utilización del método de la diferencia de John Stuart Mili (vide Skoc-
pol, 1986, 378-9).
Un elemento se revela de ineludible atención en todo intento comprehensivo del
distinto discurrir de las movilizaciones sociales en tales coyunturas. Entiendo que el
repertorio de formas de lucha susceptibles de emprenderse en un contexto de cambio
de régimen político viene determinado por la percepción que puedan tener los
colectivos sociales inmersos en situaciones conflictivas respecto de oportunidades o
(2) Entiendo que tales movilizaciones/presiones son analíticamente insoslayables en todo intento
comprehensivo del acaecimiento y aun de la forma como se dio la transición española (vide MARAVALL,
1985; PRESTON, 1986b; BALFOUR, 1989; FOWERAKF.R, 1989; MARAVALL y SANTAMARÍA, 1989; FISHMAN,
1990b; TARROW, 1995; MOLINERO C YSÁS, 1997).
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(3) Probablemente el autor que más lo ha desarrollado sea Sidney Tarrow (vide 1989a, 1989b, 1994a,
1994b, 1996a, 1996b). Trabajos ineludibles para la comprensión del modelo son, asimismo, los de TILLY
(1978) y MCADAM (1982). Entre los trabajos recientes, cabe citar el de MCADAM el al. (1996).
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El. ESTADO COMO EXPLICACIÓN EN El. CAMBIO DE RÉGIMEN DURANTE I.A TRANSICIÓN ESPAÑOLA
(4) No pretendo hacer un análisis jurídico ni exhaustivo. Tan sólo referir aquellos artículos que
aparecen tanto en la prensa clandestina como en la legal y/o permitida susceptibles de coartar la movili-
zación de los trabajadores.
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POTESTAD SANCIONADORA
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EL ESTADO COMO EXPLICACIÓN EN EL CAMBIO DE RÉGIMEN DURANTE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA
(7) Se incluyen como manifestaciones las marchas que tienen por finalidad una concentración,
independientemente de que sea ésta la acción colectiva resaltada por la fuente consultada y siempre que
haga referencia a ellas.
(8) Se consideran concentraciones también las sentadas en las instalaciones de las empresas siempre
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tos) (9) que protagonizaron los trabajadores con motivo de conflictos laborales,
siempre de acuerdo con la información aportada por el diario El País (10). Primero
se da el dato de las acciones que tuvieron lugar en conflictos de empresa (sombrea-
do); a continuación (sobre fondo blanco), los de rama o sector de actividad; ambos
datos se ven acompañados, tras la barra oblicua, por el número de veces en que
intervinieron las fuerzas del orden público para disolver las manifestaciones y con-
centraciones o desalojar a los encerrados, así como, seguidamente —separadas por
un guión— y cuando se dé el caso, las disoluciones y desalojos pacíficos que se
dieran por la sola presencia o conminación de las fuerzas del orden público despla-
zadas al lugar de la acción. Debe tenerse en cuenta que se trata de movilizaciones
que llegaron a producirse, es decir, no se consideran aquellas que —incluidas las
asambleas— no acontecieron por no ser autorizadas previamente o porque la anterior
presencia o intervención de la policía la hiciera desaconsejable o inviable.
Encierros
Meses Manifestaos Concentracs
Empr IGL Otros
Toial . 88/30-1 49/15-1 81/30-7 36/22-1 50/18-2 1/0-1 30/14 11/4 2/0-1 2/1-1
Total (Suárez) . 75/26-1 42/15-1 76/28-6 36/22-1 47/17-2 1/0-1 24/10 9/4 1/0 2/1-1
Total (%) 35% 33% 46% 64% 40% 100% 47% 36% 50% 100%
Toial (%, Suárez)... 36% 38% 45% 64% 40% 100% 42% 44% 0% 100%
y cuando su objeto no fuese permanecer encerrados en ellas, sino que se pueda comparar con otro tipo
de acciones como las manifestaciones o las concentraciones propiamente dichas. Dado su carácter
específico, las asambleas no se contabilizan como concentraciones.
(9) Los trabajadores se encerraban sobre todo en las iglesias y en las instalaciones empresariales; en
menor medida, en los locales del Sindicato y otros. Se consideran encierros en empresas, a los efectos de
la tabla, tanto los encierros propiamente dichos —fueran de trabajadores o sólo de sus representantes e
independientemente de la zona de las instalaciones en que se practicara— como las huelgas de brazos
caídos, que implicaba la permanencia de los huelguistas en los locales de la empresa sólo durante la
jornada de trabajo correspondiente.
(10) A los datos debe conferírsele un carácter básicamente orientativo. Difícilmente podía un diario
nacional abarcar, no ya todos los conflictos producidos en el país, sino ni siquiera todos los acontecimien-
tos de los que refiere o trata. Ahora bien, en modo alguno la información de que se dispone resulta
insuficiente para corroborar cualitativa y cuantitativamente la hipótesis de trabajo que se mantiene, y una
mayor disponibilidad de datos no haría sino consolidar aún más tal hipótesis.
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EL ESTADO COMO EXPLICACIÓN EN EL CAMBIO DE RÉGIMEN DURANTE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA
(11) Según DENARDO, la coacción física estatal tiene el potencial de producir una reacción política
capaz de hacer peligrar la supervivencia del régimen en cuestión (1985, 217; vide TARROW, 1994b, 92-3).
El estudio comparado de DELLA PORTA (1995) sobre la violencia política resulta muy esclarecedor:
comprueba cómo la evolución del comportamiento del movimiento libertario en Italia y Alemania entre
los 50 y los 80. con episodios de violencia política, estuvo íntimamente ligada (entre otros desencadenan-
tes) a las tácticas represivas estatales (vide REINARES, 1995). Para una aproximación al tema desde el
enfoque de la opción racional, véanse OPP y ROEIIL (1990) y OPP (1994).
(12) De acuerdo con las fuentes utilizadas, de las huelgas contabilizadas en los 294 conflictos
manifestados durante el período de gobierno de Suárez referido, tan sólo 12 (un 4%) fueron legales, es
decir, estuvieron autorizadas por la autoridad gubernativa competente. La primera de ellas tuvo lugar en
agosto de 1976, y sólo en un mes hubo más de una (seis, en mayo de 1977).
(13) De las 90 manifestaciones contabilizadas que no fueron disueltas por la intervención o presencia
de la fuerza pública entre mayo de 1976 y junio de 1977, tan sólo tenemos constancia de que once (tres
sectoriales) fueran autorizadas, es decir, un 12 por 100. Si excluimos los meses del gobierno Arias, 74 y
8 respectivamente (11 por 100).
(14) TRABA, M.: «Primer Congreso...», Autonomía. Revista Sindical. Órgano de la USO-Región
Centro, primera quincena de junio, 1977, pág.10. Hemeroteca de la Fundación l . ° d e Mayo.
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(16) Para detalles de huelgas, manifestaciones, etc., y la reacción gubernamental y empresarial ante
ellas durante los últimos años de la dictadura, véanse v. gr. ELLWOOD (1978), MARÁ VALÍ. (1978, 70-2),
FOWERAKER (1989, cap. 10), BALFOUR (1989, cap. 6).
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SUSCEPTIBILIDAD DE LA COERCIÓN
(17) El País, 29 de septiembre de 1976, pág. 1 (a partir de ahora, 29-9-76/1/EP). La noticia apareció
en primera página.
(18) En la tabla I aparecen separadas por un guión de las intervenciones efectivas, tras la barra
oblicua.
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(19) 18-5-76/45/EP.
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abundante fuerza pública concentrada (...) desde las primeras horas de la mañana no
intervino en ningún momento» (20). Se resalta asimismo en ocasiones que, no obs-
tante la disolución y dispersión a que hubieran procedido los efectivos policiales, no
se produjeran detenciones (21). Es más: la prensa subraya, no ya que no intervinie-
ran, sino incluso que no estuvieran presentes (22) o que su presencia fuera discreta,
como en el caso de una manifestación, autorizada, en la que el diario madrileño
resalta que la policía vigilara a varios centenares de metros (23).
Con tales afirmaciones no pretendo decir en modo alguno que siempre que los
trabajadores percibieran la posibilidad de ser reprimidos por sus acciones optasen
por moderarlas, por limitarlas en el tiempo o por no acometerlas (24). Aun habién-
dose dado y constatado tales casos, no cabe duda de que los trabajadores que
participaron en muchas de las movilizaciones reprimidas que se recogen en la tabla
1 eran conscientes de la susceptibilidad de ser objeto de intervenciones policiales.
Mi tesis es que los trabajadores sopesaban la decisión de actuar de una u otra forma
en función de los riesgos a que se exponían, los intereses que perseguían y la
posibilidad que vislumbraban de verlos satisfechos, es decir, de acuerdo con su
percepción o valoración subjetiva (pero fundada en realidades) de la relación cos-
tes-beneficios que de ahí se derivaría.
Por otra parte, y en cuanto a los conflictos en general (más que en cuanto a las
formas de lucha específicas que en ellos se desarrollaban), bien es cierto también
que, no obstante la coacción, e incluso contra y debido a ella, los trabajadores se
movilizaban y/o perpetuaban sus acciones de protesta. Así se planteaba continua-
mente en los escritos y declaraciones tanto de los propios trabajadores con motivo
de los conflictos concretos como de las organizaciones sindicales en una amplia
variedad de situaciones:
(20) 22-7-76/29/EP. Cuando unas 100 despedidas de MASA se presentaron en las instalaciones de
la fábrica en Madrid para informar a las compañeras que estaban trabajando sobre la marcha del conflicto,
y después de sufrir agresiones físicas por parte de jefes de la empresa, fueron conminadas por la fuerza
pública a desalojar las instalaciones, y, observa El País, «abandonaron pacíficamente» (21-8-76/25/EP).
En la misma línea, el rotativo madrileño matiza que, poco después de concentrarse las trabajadoras de
Induyco ante las puertas de la fábrica en demanda de solidaridad por parte de las compañeras que seguían
trabajando, fueron «invitadas» a dispersarse por la fuerza pública, «lo que realizaron de forma pacífica
[y] sin que se produjeran incidentes» (3-9-76/33/EP).
(21) 11-1 -77/38/EP; 12-1 -77/37/EP.
(22) En el caso de la manifestación que celebraron los mineros asturianos con motivo de la muerte
de un compañero en accidente de trabajo El País matizó: «sin que en ningún momento apareciese la
policía» (10-9-76/32/EP).
(23) 21-8-76/25/EP.
(24) Ni siquiera imperaba el siempre cuando la posibilidad se tornaba realidad: no son excepcionales
los casos en que los trabajadores reincidían frecuentemente en sus acciones después de ser reprimidos por
ellas, sobre todo tratándose de manifestaciones, concentraciones y encierros en iglesias, pero incluso en
las empresas; el caso extremo y único fue el de los trabajadores de Gráficas Ibarra, que intentaron
encerrarse hasta seis veces en enero de 1977, tantas como fueron desalojados por la fuerza pública, para
cobrar los dos meses y la paga de Navidad que les adeudaba la empresa (19-1-77/33/EP, 21-1 -77/37/EP).
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EL ESTADO COMO EXPLICACIÓN EN EL CAMBIO DE RÉGIMEN DURANTE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA
«Quienes aún siguen gobernando por la fuerza (...) han de saber que la represión
no ha conseguido ni conseguirá jamás doblegar a nuestra organización en su justa
lucha» (25).
«Se equivoca el Gobierno si cree que con la represión, por fuerte que sea, va a
impedir la respuesta de los trabajadores. Al contrario, la agresión abierta y descarada
de que están siendo víctimas va a potenciar su lucha» (26).
Fueran los textos de este tenor un desafío arrogante a las autoridades o un
incentivo a los propios trabajadores para la movilización, no implicaban ni en el
objetivo ni en su frecuente realización que las acciones colectivas experimentaran
alteración cualitativa alguna (27). No ser doblegados significaba no cejar en la lucha:
prolongar el conflicto y/o reiterar las acciones reprimidas; a lo sumo, extender el
conflicto vía participación en protestas de solidaridad; en modo alguno radicalizarla
hasta el punto de llevarla mucho más allá de la franja de tolerancia.
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del asesinato de otro joven en Madrid, Carlos González Ramírez, estudiante, por los
integrantes de un comando de extrema derecha; en fin, diversas acciones en el
aniversario de los graves y luctuosos acontecimientos del 3 de marzo de 1976 (28).
Las Brigadas Antidisturbios demostraron en todo momento, no ya su capacidad,
sino incluso su efectividad y eficacia represivas. Los trabajadores, o al menos
pretendidamente en su nombre las organizaciones sindicales, comprendían y com-
prendieron el mensaje:
«Queda claro que las clases en el poder (...) no van a permitir jamás una postura
de fuerza por parte de las clases explotadas. Cuando los trabajadores, conscientes de
su condición, se unen (...) lo hacen como respuesta a unas posiciones de clase bien
definidas. Unas posiciones que de ninguna manera puede admitir el orden establecido,
el poder económico y político, el capitalismo en definitiva» (29).
Ciertamente, ni el órgano de la USO ni ninguna otra publicación militante
—cualquiera que fuese el sindicato o el partido político que la editara— representaba
stricto sensu el parecer de los trabajadores, tanto menos cuanto que no existe como
unívoco ni homogéneo tal parecer o sentir. Pero no es menos cierto que en tales
publicaciones, y en otras no periódicas, sí se recogía una constatación común a todos
los participantes en las acciones colectivas objeto de estudio: la realidad constrictiva
que los limitaba e incluso los inhibía.
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CONSTRICCIÓN POSITIVA DE LA ACCIÓN SINDICAL
Cualquiera que sea el grado de organización de que se hayan dotado los traba-
jadores en el momento de movilizarse y cualquiera que sea el grado de autonomía
de éstos respecto de las organizaciones sindicales en cuanto al eventual acaecimiento
de las movilizaciones, los dirigentes sindicales, los miembros más activos de las
centrales en general, son en todo momento abanderados de la acción colectiva. Y,
por ello, un punto de referencia tanto para las autoridades gubernativas y los empre-
sarios como para sus compañeros. De ahí la importancia de dedicar un espacio,
siquiera reducido, a las consecuencias derivadas de la militancia sindical ajena a la
participación de estas personas en conflictos obreros concretos (30).
Las autoridades gubernativas siguieron restringiendo la actividad sindical a los
márgenes establecidos por su propia interpretación de la legalidad vigente aún
después de constituirse la comisión de los nueve (31) y de pasar a formar parte de
ella las tres centrales sindicales nacionales integrantes de la COS (32). Pese incluso
a que ya habían tenido lugar algunas reuniones de la ponencia económica de la
comisión, así como que el debate sobre el proyecto de ley de asociación sindical
estaba muy avanzado, el Gobierno siguió ejerciendo su autoridad coercitiva sobre la
militancia sindical, y en particular sobre CC.OO., tal y como reconoció el propio
Ministro de Relaciones Sindicales, a (y desde) principios de febrero (33). Ante todo
(30) J. S. VAU:NZUELA (1979) ha abordado el tema, si bien con una intención analítica distinta: ha
destacado las pautas de represión o reconocimiento por parte del Estado y los empresarios en la determi-
nación del resultado del proceso social de selección del liderazgo y formación del movimiento obrero.
Fishman ha constatado la validez del argumento en el caso español de transición a la democracia (1984,
69-71: 1990b, 45 ss.).
(31) Tras el referéndum de diciembre de 1976 para la aprobación de la Ley para la Reforma Política,
el proceso democratizador español experimenta un avance sustancial: se inician entonces las negociaciones
entre el Gobierno y la oposición democrática, representada ésta por una comisión política de nueve
miembros (vide PRESTON, 1986; MORODO, 1988, cap. 3; MARAVALL y SANTAMARÍA, 1989).
(32) El 9 de julio se hacía público el nacimiento de la COS (Coordinadora de Organizaciones
Sindicales), integrada por CC.OO, UGT, USO y ELA (STV). En marzo se había creado la primera, en
VÍ7.caya, sobre la base de la «acción unitaria, hoy más que nunca, de la clase trabajadora, para cambiar
este estado de cosas, siendo para ello imprescindible la consecución de las libertades y la construcción
de un sindicalismo de clase, libre y democrático» («Comunicado conjunto de la COS», en ARIZA, 1976,
161).
En cuanto a las negociaciones con el Gobierno, los contactos con las centrales sindicales, como de
los partidos políticos de oposición, comenzaron antes de la constitución de la comisión de los nueve: con
UGT, el 19 de agosto; con la USO, el 27 del mismo mes; con CC.OO. y con ELA/STV, el 7 y el 21 de
septiembre, respectivamente, y con el SOC, el 19 de octubre. El 8 de diciembre el ministro Enrique de
la Mata se entrevistó con Nicolás Redondo; el 7 de febrero, con el secretario de CC.OO., y el 23 de
febrero, con una delegación de USO compuesta entre otros por Zufiaur, Zaguirre y Zapata, de USO. Las
negociaciones se encuentran ampliamente documentadas en los nueve informes del Ministerio de Traba-
jo/Instituto de Estudios Laborales y de Seguridad Social (1976 y 1977), que van desde noviembre de 1975
hast.i mayo de 1977.
(33) Vide 8-2-77/46/EP.
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(34) Ni siquiera la legalización de las centrales sindicales permitió la celebración del Primero de
Mayo que hubieran deseado y solicitaron los sindicatos. Ni siquiera la autorización por parte del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas para que el 4 de mayo se celebrara en su sede el coloquio
organizado por CNT, UGT, USO y CC.OO. sobre la sindicación de los trabajadores de la Administración
Pública impidió que los asistentes fueran desalojados por la policía.
(35) El 67,6 por 100 de los líderes obreros entrevistados por Robert Fishman afirman que los
empresarios aceptaron o incluso favorecieron la transición política (1990b, 200; vide PF.RFZ D(AZ, 1979
y 1980; BAI.FOUR, 1989, 144-6). Por su parte, R. Martínez halló que en su muestra de empresarios y
organizaciones empresariales un 70,4 por 100 creía que no existió otra alternativa en 1976 distinta de la
reforma pactada (1984, 224, en Fishman, 1990b, 200).
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EL ESTADO COMO EXPLICACIÓN EN EL CAMBIO DE RÉGIMEN DURANTE I.A TRANSICIÓN ESPAÑOLA
encerrarse en las instalaciones empresariales (36). ¿Por qué, por ejemplo, los traba-
jadores despedidos no se rebelaron contra las medidas punitivas de que fueron objeto
acometiendo acciones colectivas más radicales que las que tuvieron lugar o por qué
no lo hicieron cuando los empresarios entraban en una espiral de sanciones que en
no pocas ocasiones acababa con el despido de toda la plantilla?
Los empresarios solían respaldar sus medidas con la legalidad de las mismas, si
no con la ilegalidad de las acciones obreras contra las que se adoptaban (37). Incluso
se esgrimió en ocasiones el «principio de autoridad» (38). Como representante de la
literatura tradicional sobre relaciones industriales y conflictividad laboral, sobre el
conflicto social en la sociedad industrial desarrollada, Dahrendorf ha indicado que
la imposición de sanciones por parte de las empresas es consustancial a ellas, toda
vez que, así como el Estado, también ellas son asociaciones de dominación (1962,
191-2). Sin descartar la importancia que la existencia de la ley y la naturaleza de la
empresa en el sistema capitalista de producción puedan tener en la configuración de
las relaciones sociales y en la jerarquización de las mismas, conviene en cualquier
caso recordar que también los empresarios portugueses disponían de una legalidad
en materia laboral sobre negociación colectiva, despido, sanciones, cierre patronal,
etcétera, y que sus empresas eran tan capitalistas como las españolas.
A mi juicio, ningún análisis explicativo de la naturaleza de las acciones colecti-
vas —y, en última instancia, tanto de la dominación del empresario como sobre todo
de la vigencia positiva de los marcos legislativos que las delimitan jurídicamente—
puede obviar la existencia de un Estado que haga efectivas tales autoridad y marcos,
y en consecuencia tales límites. Como se evidencia tanto a través de las entrevistas
como de las fuentes escritas consultadas, los trabajadores españoles, a diferencia de
los portugueses, tampoco dudaron de la capacidad estatal en este ámbito de su
actuación.
En España, los trabajadores y las organizaciones sindicales explicaron las repre-
salias empresariales por la permisividad y apoyo gubernamentales y, a la inversa, la
(36) La propia terminología es por sí misma expresiva: en España no se habla de ocupación, sino
de encierro y aun de reclusión (vicie v. gr. 17-7-76/29/EP, 21-6-77/15/£7 Correo de Andalucía). He
abordado la distinción en Acciones colectivas y transiciones a la democracia (DURAN, 1997b, cap. 1.2).
(37) Ello no obsta para que procedieran en ocasiones ilegalmente, una muestra más de la impunidad
en que actuaban según denunciaran los trabajadores movilizados.
(38) En mayo de 1976, la Compañía Telefónica respondió a los trabajadores reafirmándose en su
postura de «aplicar las vigentes normas en materia de disciplina laboral». La situación no se había visto
alterada a este respecto con motivo de la liberalización ni lo iba a ser con la democratización, muy al
contrario de lo que ocurriera en Portugal. Más aún: aunque el Delegado del Gobierno en la Telefónica
haría gestiones para que las sanciones fueran suaves, afirmó asimismo que tendría que haberlas, «en
cumplimiento del principio de autoridad» (7-5-76/29/EP). El mismo «principio de autoridad» es invocado
en noviembre de 1976, bajo presidencia de Suárez, por un directivo de las empresas Confecciones Rock
y H.D. Lee al afirmar, con motivo de la huelga de los trabajadores, que no están dispuestos a «declinar»
el mismo, y «que esto se convierta en la verbena de San Isidro» (18-11 -76/44/EP; ver conflicto de Induyco,
15-2-77/46/EP).
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RAFAEL DURAN MUÑOZ
(39) Vide, v. gr., «El porqué de la huelga de carteros», cuadernillo firmado por Jerónimo Lorente y
Andrés Martín Moya, Presidente y Secretario del Comité Ejecutivo Sindical de Carteros Urbanos de
Madrid respectivamente. Octubre 1976. Archivo Histórico de la Fundación Primero de Mayo, Fondo:
Coordinadora Sindical de Comisiones Obreras (Serie: Gaceta Sindical)/14/12. Puede consultarse, asimis-
mo, el comunicado enviado por los trabajadores de la Sociedad Privada Municipal de Autobuses de
Barcelona a los trabajadores de la Empresa Municipal de Transportes de Madrid, octubre de 1976 (Archivo
Histórico de la Fundación Largo Caballero/314/3; vide ¡I., para la denuncia de la «contradicción» entre
las medidas democratizadoras y la represión empresarial, v. gr., el documento de la comisión de trabaja-
dores de tres empresas madrileñas conflictivas, 23-7-76/29/EP, manifestándose en los mismos términos
que los enlaces de la Junta Sindical malagueña de Citesa en los primeros días de junio del mismo año,
6-6-76/13/Swr).
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EL ESTADO COMO EXPLICACIÓN EN EL CAMBIO DE RÉGIMEN DURANTE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA
percibida seguía favoreciendo al Estado, desde el que indudablemente (así era per-
cibido y denunciado por los trabajadores y desde las organizaciones sindicales) se
controlaba la transición.
El aumento de la conflictividad en España y la duración de muchas de sus
huelgas respondía a la decisión de los trabajadores —cualquiera que fuesen las
razones— de no cejar en su lucha, ya fuera por reivindicaciones estrictamente
laborales o inscritas en la dinámica del cambio político en marcha y propiciado. Ello
no se contradice con la conclusión que extraemos de la evidencia empírica: tanto la
dialéctica coacción estatal-acción colectiva como las interpretaciones y juicios de
valor que le merecieron a trabajadores y sindicatos las actitudes y comportamientos
de las autoridades gubernativas vienen a corroborar que los trabajadores se veían
limitados respecto de sus posibilidades de movilización por la no existencia de vacío
de poder alguno, es decir, por la capacidad y disposición de quienes ostentaban el
poder político a hacer uso de todos aquellos recursos estatales a su alcance para
imponer el orden que defendían (no el orden público, sino, particularmente, el orden
social y económico); es más: la percepción que de esta realidad tenían los trabaja-
dores, la interiorización que hacían de sus propias posibilidades y de lo que les sería
tolerado los llevó a no extender más allá los límites de sus acciones, e incluso a no
plantear muchas de ellas. Las percepciones se fundan en realidades, y la realidad
española no permitía percibir la democratización como una libertacdo; se transitaba
hacia la democracia, pero desde la legalidad vigente, controlando el proceso herede-
ros del régimen autoritario y, en última instancia, sin merma de su capacidad repre-
siva. La actuación policial experimentada o conocida directa e indirectamente, di-
suasoria según el lenguaje de las propias autoridades, junto con la capacidad no
menos coercitiva de los empresarios, coadyuvó significativamente a la no radicali-
zación de sus movilizaciones más allá de un límite que, siendo el de la transgresión
del orden socio-económico de que se decían garantes quienes ostentaban el poder
estatal, les supondría a buen seguro una respuesta coercitiva indeseable, al tiempo
que la imposibilidad de ver satisfechas sus reivindicaciones. En relación a lo ocurrido
en Portugal, en España las autoridades no dieron motivo alguno para percibir falta
de unidad y coherencia en y entre los distintos órganos de poder estatal, confusión
respecto de la jerarquización de los mismos ni, finalmente, dieron muestras de recelar
del recurso coactivo a las fuerzas del orden público.
En definitiva, el comportamiento de los colectivos obreros movilizados, más
concretamente, la continuidad sustancial de sus formas de lucha, no fue (sólo)
resultado del tipo de transición ni pudo preverse con antelación el desarrollo ulterior
de los acontecimientos a partir del conocimiento que se tenía de la cultura cívica
(concebida como algo estático), de los objetivos perseguidos o de los recursos
instrumentables. Factores explicativos todos ellos, se demuestran insuficientes para
la comprensión última de la conflictividad laboral, tanto más si la observamos en
comparación con las experiencias lusa y griega. Determinante fue, de acuerdo con
el argumento desarrollado, que el Estado no se viera afectado en el ejercicio de las
funciones que le son propias como consecuencia del cambio de régimen. A diferencia
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