Trabajo de Historia Empresarial
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“Acá el Estado nos dejó solos”, repiten los campesinos, describiendo el reasentamiento
como un proceso que les arrebató la tranquilidad y los mantiene en vilo. Por eso en este
poblado a dos horas de Valledupar, la capital del Cesar, la comunidad cuida sus
palabras. Son pocos los que quieren hablar del asesinato de Aldemar Parra García,
ocurrido el 7 de enero de 2017, y de las amenazas que comenzaron en el 2014 contra
los líderes que participaban en las mesas de concertación con las empresas mineras. El
riesgo se intensificó en el 2016 cuando presentaron una acción de tutela por la demora
en el reasentamiento, al punto que la Defensoría del Pueblo -la entidad a cargo de velar
por los derechos humanos de los colombianos- incluyó sus nombres en el informe que
alertó sobre la vulnerabilidad de 80 líderes sociales de la región.
La situación no mejoró. “El peligro es latente”, afirma uno de los ocho líderes que
cuenta con un esquema de protección provisto por el Estado colombiano, quien pide no
revelar su nombre por temor. Durante los próximos cinco años la comunidad entrará en
un nuevo proceso: la implementación del llamado Plan de Acción de Reasentamiento
(PAR), un documento que les tomó seis años de negociación con las mineras y que
finalmente firmaron el 29 de noviembre de 2018. Para los líderes de Hatillo, lo
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fundamental es que los compromisos pactados en sus 700 páginas no queden en el
papel y, sobre todo, que existan garantías de seguridad para reconstruir sus vidas en
otro lugar.
El campo que nunca fue, José del Carmen Correa habla con nostalgia mientras camina
por las calles destartaladas y polvorientas de El Hatillo y evoca escenas de su infancia,
corriendo con libertad por ese campo verde que de un lado es un cráter y del otro, una
montaña de sedimentos que crece con la explotación del carbón. Es descendiente de
colonos que llegaron a esta zona en el siglo pasado para cultivar maíz, plátano,
algodón, sin que les preocupara si tenían o no títulos de propiedad sobre la tierra. Por
tratarse de baldíos o tierras de la Nación tenían derecho a pedirlas en adjudicación tras
algunos años de trabajo, pero los campesinos vivían entonces tranquilos cultivando su
alimento, criando animales y pescando en el río Calenturitas.
Ese paisaje agrícola cambió a finales de la década de los 80, cuando el Gobierno
colombiano concesionó gran parte de las tierras para la minería y comenzó el auge de
la palma africana de aceite. Hoy El Hatillo está rodeada no solo por la mina que lleva
ese nombre, sino por otras cuatro más: las de Calenturitas, La Francia, El Descanso y
Pribbenow-La Loma. Su explotación ha convertido al centro del Cesar en la primera
región con mayor producción de carbón en Colombia, con exportaciones principalmente
a Turquía, Corea del Sur, Brasil, Israel, Chile, Estados Unidos, España, Polonia, Puerto
Rico y Portugal, según datos del Ministerio de Minas y Energía. La primera de ellas la
opera Prodeco, filial de la multinacional anglo-suiza Glencore Xstrata. La segunda es
propiedad de Colombia Natural Resources (CNR), que pertenecía al banco de inversión
Goldman Sachs y fue vendido al Murray Energy Group en el 2015. Y las dos últimas
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son de la minera estadounidense Drummond. La mina homónima de El Hatillo ha rotado
por varios dueños: la Empresa Promotora y Explotadora de Carbón del Cesar y La
Guajira (Emcarbón), Carbones del Caribe (hoy Sator, del Grupo Argos), la brasileña
Vale Do Rio Doce y luego CNR. Al igual que la mina La Francia, la mina El Hatillo fue
comprada por Murray Energy Group en el 2015, pero siguió operando bajo el nombre
de CNR
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“Era una comunidad cien por ciento campesina. Con la llegada de la minería pues todo
cambió”
La larga espera
Así fue como en mayo de 2010, el Ministerio de Ambiente concluyó –al final del
gobierno del presidente Álvaro Uribe- que el incremento en las emisiones de material
particulado, que resulta de la minería de carbón, “ha generado graves afectaciones a la
salud y a la calidad de vida de los habitantes de los centros poblados ubicados en la
zona de influencia de los proyectos mineros”. Junto con ese diagnóstico venía una
orden a las empresas mineras Prodeco, CNR, Drummond y Vale Coal de reasentar de
inmediato a las poblaciones de Plan Bonito, Boquerón y El Hatillo (Lea Resolución 0970
del 20 de mayo de 2010).
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Las mineras apelaron la decisión y en una nueva resolución del 5 de agosto del mismo
año el Ministerio reiteró su orden perentoria, atribuyendo a cada minera porcentajes
precisos de responsabilidad en el reasentamiento de las tres comunidades. Según la
decisión del Gobierno, las empresas debían financiar el proceso y contratar un operador
para formular y luego ejecutar un Plan de Acción de Reasentamiento (PAR), que
incluyese un diagnóstico de la población, un análisis regional y unas propuestas para el
reasentamiento, además de una interventoría que vigilara el proceso. El plazo para
terminar el reasentamiento era de dos años, que vencieron en septiembre de 2012 Sin
embargo, eso no ocurrió.
La Secretaría de Salud de la Gobernación del Cesar alertó sobre el agua “no apta para
consumo humano” de El Hatillo
En El Hatillo, los campesinos relatan que las empresas se demoraron en acatar las
órdenes del Ministerio y en garantizar la participación de los habitantes. La ONG
Pensamiento y Acción Social (PAS), que acompañó jurídicamente a la
comunidad, documentó que en marzo de 2011 el Ministerio impuso una medida
preventiva de amonestación escrita a las empresas por no haber contratado al
operador. Un mes después, la Secretaría de Salud de la Gobernación del Cesar alertó
sobre el agua “no apta para consumo humano” de El Hatillo y sobre la prevalencia de
enfermedades respiratorias, de piel y oculares en el 51,48 por ciento de la población
local.
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Tras la amonestación, las empresas mineras contrataron a mediados de 2011 al Fondo
Nacional de Desarrollo (Fonade) del Gobierno central como operador del plan y a la
Corporación para Estudios Interdisciplinarios y Asesoría Técnica (Cetec), una
organización sin ánimo de lucro de Cali, como interventora. En el Hatillo, la comunidad
decidió organizarse para comenzar a negociar el llamado Plan de Acción
Reasentamiento (PAR), de manera que en abril de 2012 crearon un Comité de
Concertación.
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En junio de 2014, el entonces gerente de la Cooperativa de Trabajadores Multiactivos
de la Vereda El Hatillo recibió varias llamadas telefónicas amenazantes. En septiembre
del mismo año aparecieron panfletos amenazando a los líderes de la comunidad por la
demora en el proceso de reasentamiento. En diciembre, se reanudaron las llamadas al
gerente de la cooperativa, instándolo a retirarse de la negociación.
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En su tutela, los locales exigían el cumplimiento de sus derechos a la vida, la vivienda
digna, la salud, el territorio y la alimentación campesina, haciendo énfasis en el riesgo
que sufrían los líderes en ese momento. “En la actualidad, 11 líderes y lideresas del
proceso de reasentamiento han sufrido amenazas contra su integridad y su vida y las
de sus grupos familiares. Todo lo anterior en consecuencia de su actividad como
representantes de los Comités de Concertación y Transición en el proceso de
reasentamiento de la vereda El Hatillo”, señalaron en su acción jurídica.
Ese final de 2016 fue una pesadilla para los líderes. En las noches comenzaron a ver
hombres armados y vestidos de negro, con botas de caucho y pasamontañas, que
rondaban por las calles y cerca de sus casas. Continuaron las llamadas a los miembros
del Comité, incluido al único integrante que hasta entonces no había recibido
amenazas.
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insistía en la necesidad de generar empleo para la comunidad. “A él le gustaba mucho
trabajar en ese proyecto. En diciembre sacaron una buena cantidad de miel, 17
pimpinas, de la cual, sacando cuentas, él decía que les iba bien, porque a una pimpina
le estaban sacando casi un millón de pesos”, dice Suárez.
Al preguntar a CNR sobre cuál era la situación laboral de Parra, la empresa respondió -
por intermedio del Equipo Técnico de Reasentamiento de las empresas mineras- que
era empleado de la compañía y estaba afiliado a un sindicato de la industria minera. “Al
momento de su muerte, llevaba varios años sin trabajar en la mina debido a
recomendación médica, aunque se mantenía su contratación vigente. No existía una
demanda laboral contra la empresa”, señala.
“Las presiones eran muchísimas, uno lloraba. Estábamos en una reunión para
prepararnos, antes de llegar a la mesa, para defenderse ante las empresas porque la
negociación era empresa-comunidad, cuando nos llamaban y nos decían que nos iban
a picar los hijos, que sabían dónde estudiaban. Hubo tanta presión que algunos
compañeros se retiraron”, cuenta un líder.
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Los miembros del Comité de Concertación concuerdan en que ese periodo fue el más
tenso porque en él se abordaron los aspectos más estructurales del reasentamiento,
como el de acceso a tierras, vivienda y proyectos productivos. Varios reconocen que las
empresas dispusieron transporte y presencia del Ejército para garantizar su movilidad
segura hasta las mesas de reunión. Sin embargo, las autoridades no investigaron
quiénes eran los autores de las amenazas ni los hostigamientos y –según cuenta uno
de los líderes- “ya no nos querían recibir las denuncias en la Fiscalía de Chiriguaná ni
en Bosconia”, dos municipios vecinos en el Cesar.
Tras más de 200 mesas de trabajo y de una negociación sobre 151 puntos, el 29 de
noviembre de 2018 la comunidad y las empresas mineras firmaron el PAR. Después de
seis años de negociación, ocho de los once líderes del Comité de Concertación
recibieron medidas de protección por las amenazas. Varios creen que la angustia y la
presión de tantos años tuvo efectos sobre la salud de los líderes Alberto Mejía y Alfonso
Martínez, quienes fallecieron por enfermedad durante ese período. Otros decidieron
desplazarse a otras ciudades por temor, agotamiento y la incertidumbre sobre las
garantías de seguridad de los próximos años.
Para los hatillanos, en noviembre pasado comenzó un nuevo proceso que no está
exento de nuevos riesgos.
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De las 191 familias que integran originalmente la comunidad, ya 111 habían expresado
participar del reasentamiento colectivo, lo que significa que las empresas mineras
deben construirles un nuevo centro poblado en otro lugar. El predio donde proyectan
ese reasentamiento se llama Mata de Palma, tendrá 400 hectáreas, está ubicado en el
vecino corregimiento de Potrerillo y actualmente está en proceso de compra. Además
de las viviendas, la infraestructura vial y el acceso a servicios públicos, cada familia
deberá recibir un proyecto productivo.
“El riesgo sigue porque ahora es exigir que nos cumplan”, repiten varios miembros del
Comité.
Según el PAR, las empresas tendrán un plazo de cinco años en el ahora llamado Plan
de Transición, por lo que la comunidad espera que esta vez sí tenga acompañamiento
del Estado.
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“El Plan de Transición nos preocupa, porque el traslado significa que en realidad debe
mejorar la calidad de vida de la comunidad”, dice Jesualdo Vega, secretario de la Junta
de Acción Comunal.
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“El Plan de Transición nos preocupa, porque el traslado significa que en realidad debe
mejorar la calidad de vida de la comunidad”
Jesualdo Vega
Sobre la situación de riesgo de los líderes sociales, el Ministerio de Minas y Energía
indica que formuló una política de Derechos Humanos del Sector Minero-Energético y
que en la actualidad desarrolla planes de acción para su implementación. También que
participa del Grupo de Trabajo de Derechos Humanos y Carbón, que firmó una
declaración conjunta de rechazo a las amenazas a la vida e integridad de las personas,
con el apoyo de las organizaciones de la sociedad civil como el Centro Regional de
Empresas y Emprendimientos Responsables (CREER-IHRB) y la Fundación Ideas para
la Paz.
Al preguntar a Drummond, Prodeco y CNR sobre las acciones que tomaron para
responder las situaciones de amenaza o riesgo de los líderes de El Hatillo, explicaron
que sugirieron a los afectados presentar las denuncias, en varios casos los
acompañaron a instaurarlas y desarrollaron talleres en competencias de seguridad,
dirigidas a los representantes de la comunidad, con el Programa de Desarrollo y Paz
del Cesar.
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involucra al menos dos Ministerios y tres agencias del Gobierno central, además de la
Defensoría del Pueblo y los gobiernos regional y local. “Algunos de estos actores
seguirán presentes durante el proceso de traslado y posterior acompañamiento de la
comunidad en su sitio de reasentamiento”, afirman.
“Los riesgos están relacionados con la situación de falta de seguridad que vive la región
y el país, por múltiples causas”.
En El Hatillo han sido las empresas mineras las que han fungido como Estado y la
incertidumbre se debe a que una vez firmado el PAR, por ejemplo, al pueblo no
volvieron el profesor de educación física ni la enfermera. Ambos eran pagados por las
compañías.
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“Formando líderes para la construcción de un nuevo país en paz”
Universidad de Pamplona
Pamplona - Norte de Santander - Colombia 15
Tels: (7) 5685303 - 5685304 - 5685305 - Fax: 56827
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“Formando líderes para la construcción de un nuevo país en paz”
Universidad de Pamplona
Pamplona - Norte de Santander - Colombia 16
Tels: (7) 5685303 - 5685304 - 5685305 - Fax: 56827
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