Mandrake 777

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“Tengo que ser Mandrake”.


Táctica y estrategia legal en las
fiscalías de El Alto
Jorge C. Derpic Burgos

Los abogados que sentimos la profesión no somos los corruptos.


Funcionario del Ministerio de Justicia, 2015

INTRODUCCIÓN
Durante más de seis décadas, Miguel Najdorf, polaco nacionaliza-
do argentino, mantuvo el récord de partidas simultáneas de ajedrez
jugadas a ciegas. En enero de 1947, en una visita a San Pablo, Bra-
sil, el ajedrecista jugó 45 partidas (ganó 39) contra 83
contrincantes quienes, durante 22 horas, se turnaban a medida que
les ganaba el cansancio. En su obituario de 1997, el New York
Times (Pace, 1997) recordaba que Najdorf realizó la exhibición
con la esperanza de que algún familiar suyo en Rusia, Polonia o
Alemania reconociera su nombre en los periódicos y lo contactara.
Después de huir del holocausto y perder a su esposa y a su hijo en
los campos de con- centración, el ajedrecista había también
perdido todo contacto con sus raíces polacas. Tuvieron que pasar
64 años para que, en 2011, el alemán Marc Lang superara el récord
de partidas de ajedrez simul- táneas jugadas a ciegas.1
Aunque Najdorf era claramente superior a sus rivales, su figu-
ra frente a decenas de contrincantes se asemeja a la de los fiscales.
Sus partidas simultáneas sirven aquí de analogía para analizar dos
importantes cuestiones sobre la justicia en Bolivia. En primer
lugar, la obligación de los fiscales, jugadores relativamente
experimentados,

1 Jugó 46 partidas en 21 horas (Barden, 2011).


108 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

de participar en una enorme cantidad de partidas simultáneas. Y,


segundo, las estrategias y los recursos que en cada una de esas partidas
sus oponentes, los abogados, y sus defendidos les plantean. De esta
manera, tomando el espacio físico de los juzgados y del Ministerio
Público como un tablero de dimensión deforme en el que se
desatan confrontaciones, encuentros y negociaciones entre fiscales,
abogados y ciudadanos, este ensayo busca analizar los repertorios y las
movidas que estos actores realizan para ganar, adelantar o dilatar
los procesos que se desarrollan en la justicia.
Concretamente, este trabajo busca explicar cómo los repre-
sentantes del Ministerio Público de El Alto y sus pasantes perciben
la labor de los abogados con los que se enfrentan cotidianamen-
te. Se concentra en cómo estos funcionarios estatales interpretan
sus intercambios, sus limitaciones y sus ventajas con relación a los
intermediarios legales que intervienen en las investigaciones de la
Fiscalía. A partir de 13 entrevistas con seis fiscales, seis pasantes y
un asistente fiscal,2 desarrolladas en el lapso de tres meses, se pre-
tende, finalmente, caracterizar la profesión legal e identificar las
principales prácticas de los abogados en el avance o la dilación de las
etapas investigativas llevadas adelante por el Ministerio Público en
la ciudad de El Alto. Los argumentos aquí desarrollados surgieron,
en buena parte, de esas entrevistas; por otra parte, están basados
en la revisión bibliográfica sobre la reforma judicial producida en
los últimos años, así como en algunas leyes promulgadas y
decretos firmados por el Gobierno desde 2012.

NORMAS, éTICA e INSTITUCIONeS. eL ANÁLISIS De LA jUSTICIA


eN BOLIVIA

El sistema judicial boliviano arrastra, desde hace varios años,


diver- sas y profundas crisis marcadas, esencialmente, por el
vaciamiento moral de sus principales representantes. Con
frecuencia cada vez menos asombrosa, los medios de
comunicación reportan inciden- tes de corrupción que involucran
tanto a jueces y a fiscales como,

2 Para resguardar el anonimato de todos los entrevistados, en el texto estos


serán distinguidos únicamente mediante números.
“Tengo que ser Mandrake” |

incluso, a policías. Extorsiones, sobreseimientos y rechazos incom-


prensibles, autoridades detenidas o, cuando menos, destituidas, son
noticia permanente. A pesar de los esfuerzos recientes por
reformar- la, la justicia, hoy, aparece ante los ojos de la opinión
pública y de sus usuarios como un producto en oferta que beneficia
a quienes tienen mayor capital económico, político o social.
A la crisis moral se añaden otras crisis, como la de credibilidad
o la de eficiencia. De acuerdo a una encuesta del Barómetro de las
Amé- ricas (Ciudadanía y LAPOP, 2014), solo el 38% de la
población confía en el sistema judicial boliviano. Gran parte de
esta desconfianza se debe, precisamente, a la vigencia de formas de
corrupción endémica, la desorganización y la ineficiencia de las
instituciones estatales para ofrecer a los ciudadanos condiciones
equitativas de acceso a la justicia. Estas percepciones determinan
que la sociedad busque alternativas para evitar caer en los
tentáculos del sistema judicial. Así, estrategias más sutiles, como
arreglos extrajudiciales (Barragán et al., 2006) o actos espectaculares
(Goldstein, 2004), como la protesta movilizada o la justicia por mano
propia, forman parte de un repertorio orientado a salir de los
procesos, evitar su descarrilamiento o esquivarlos completamente. En
el último tiempo, otras alternativas, como la movilización
colectiva, aparecen cada vez con más frecuencia para resolver asuntos
individuales. Estas acciones sugieren dos posibilidades. Por un
lado, que la desconfianza absoluta de la población en los
representantes de la justicia y en el sistema en general está
abriendo vías de reso- lución desde fuera del propio sistema; y,
por otro, que los usuarios saben de la importancia de la
movilización colectiva –mejor si es con atención de la prensa–
para influir en el desarrollo y el resultado de los procesos. Aun sin
desenlaces del todo exitosos, algunos casos recientes de
feminicidio o de violencia sexual, amparados en la Ley Nº 348
(Ley Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de
Violencia), por ejemplo, muestran el rol crucial que los medios y la
acción colectiva movilizada tienen para presionar a jueces y fiscales
para no desviarse del curso legal.3

3 Los casos de Renee Gurley en Samaipata (Santa Cruz) y de Andrea Aramayo


en La Paz, durante 2014 y 2015, demuestran la importancia del activismo
colectivo para contrarrestar la posibilidad de parcialización de la justicia.
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Pero, la desconfianza en los operadores de justicia es solo uno


entre tantos otros problemas que enfrenta el sistema judicial boliviano.
En términos de eficiencia, hasta 2013, Bolivia tenía el peor índice
en cuanto al porcentaje de detenidos preventivos en América: el
84% de los internos de las cárceles no tenía sentencia (Comisión
Interamerica- na de Derechos Humanos, 2013). Reportes recientes
sugieren que el porcentaje bajó al 72% (PIeB, 2015). Sin embargo,
aunque significativo en el corto plazo, este descenso mantiene al
país entre los de peor desempeño en el rubro, por detrás de
Paraguay y solo asumiendo que el país vecino mantuvo su índice
del 73% de detenidos preventivos en 2013 (Comisión
Interamericana de Derechos Humanos, 2013). Las autoridades
gubernamentales bolivianas atribuyen el descenso porcentual
reciente a las disposiciones favorables al indulto que se llevaron
adelante en los últimos tres años (PIeB, 2015).
Como respuesta a tales crisis, el Gobierno lanzó una serie de
medidas orientadas a cubrir los huecos de la justicia. No obstante,
su efecto ha sido limitado, cuando no un reconocido fracaso
(Erbol, 2016). En su gran mayoría, estas medidas no arrojaron los
resultados esperados y, en otros casos, antes que mejorar el sistema, lo
empeora- ron. Como ejemplo, la elección de jueces por voto
popular (art. 182 de la Constitución Política del Estado) fue una
medida celebrada en su momento por su potencial para liquidar las
redes clientelares y de corrupción de la justicia. A cuatro años de la
primera elección, sin embargo, tal innovación aparece como un
fracaso que no ha resuelto los problemas morales y éticos en los
juzgados (Pásara, 2014).
A pesar de esos esfuerzos, la crisis continúa y se ha agudizado
tanto que la corrupción judicial y las deficiencias del aparato legal
marcan la agenda del debate público y gubernamental sobre la
refor- ma de la justicia. La mayoría considera que el pesado andar
de las investigaciones tiene que ver con la ineficiencia, la falta de
interés y la corrupción de las autoridades, lo que determina que las
propuestas y las soluciones apunten casi exclusivamente a
cuestiones de orden institucional, ético y normativo. Aunque
primordiales, estos ámbitos son simplemente la cara más
superficial de un problema que tiene raíces mucho más profundas y
que normalmente pasan inadvertidas. En particular, es alarmante la
“Tengo que ser Mandrake” |
ausencia de políticas para resolver la
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falta de recursos técnicos, económicos y humanos que enfrentan


los operadores judiciales o del Ministerio Público en sus tareas
cotidianas. Estas deficiencias, a pesar de ser de conocimiento general,
no reciben la atención que deberían para ser resueltas.
A partir de esta constatación, este texto pretende ampliar el
hasta ahora casi exclusivo énfasis en la corrupción y en la
modificación del aparato legal del sistema judicial. Así, con el
énfasis puesto en el trabajo del Ministerio Público en El Alto, se
analizan los efectos y el peso que la falta de recursos y de personal
tiene en las funciones de los operadores de justicia de dicha ciudad.
Asimismo, se analiza cómo la acción intencional de actores no-
estatales, capaces de sacar ventaja de estos huecos, exacerba el
impacto de las deficiencias estructurales de la justicia. Juristas
experimentados, conocedores de las limitaciones del Poder Judicial,
manejan a su gusto sus reglas para lograr desis- timientos o penas
mínimas. A pesar de su relevancia en el ámbito profesional
boliviano, prácticamente no existen estudios recientes sobre las
tácticas y las estrategias que los abogados utilizan en el terreno
legal y en sus intercambios cotidianos. Cabe destacar que se
abordan estos temas desde la palabra y la mirada de los operadores
de la Fiscalía de El Alto.

ABOGADOS: PeRSONAjeS, INTeRMeDIARIOS O TINTeRILLOS


Los estudios sobre la función profesional de la abogacía en Bolivia
son, hoy en día, reducidos. A pesar de la clara presencia de los
abo- gados en la historia política (Mesa Gisbert, 2003) y en la
literatura (Chirveches, 1964 y Spedding, 2015), y de su rol como
intermedia- rios durante la Colonia y durante buena parte de la
República, en la actualidad, los trabajos empíricos sobre estos
profesionales son prácticamente inexistentes. Es casi como si su
presencia cotidiana y, tal vez, el desprecio hacia su figura hubieran
llevado a que los abo- gados terminasen exiliados en el
subconsciente como personajes de novela o como un dato más
sobre la formación de los políticos que nos gobiernan. Revisando
la producción actual sobre este personaje, parece que las lecturas
de décadas pasadas los hubieran congelado como intermediarios,
no siempre con título legal, que siempre sirven a los poderosos y
que toman ventaja de los pobres.
“Tengo que ser Mandrake” |

Esta tendencia, salvo raras excepciones, se reproduce en los diag-


nósticos y propuestas provenientes desde organizaciones no guber-
namentales, agencias de cooperación y del Gobierno central en los
últimos 20 años. Estos documentos no se acercan al desempeño de
los abogados y concentran su atención en dos tipos de propuestas.
Por un lado, plantean estrategias orientadas a la reforma normativa
e institucional (Ministerio Público y Fiscalía General del Estado,
2015). Por otro, intentan evaluar el avance de la transición
constitucional iniciada en 2010 (Comisión Andina de Juristas,
2012). Los pocos trabajos que abordan el tema de la abogacía
apuntan a la deficiente formación universitaria y a la exagerada
oferta académica de las carreras de derecho que existe en Bolivia
(Mayta y Delgadillo, 2015; Peres Velasco, 2011; y Rojas, 2015).4
Al margen de esas publicaciones, los estudios más relevantes
sobre los abogados en el país parten de análisis sobre su rol en la
historia. Ese enfoque analiza la intermediación legal como
herramienta que favorece a las élites locales y perjudica a los
indígenas (Irurozqui, 1993 y Muratorio, 1977). Por otra parte,
analiza el rol que los defen- sores legales cumplen para defender
los derechos de las poblaciones indígenas sobre sus territorios
(Mendieta, 2006 y Platt, 2014). En el contexto actual, son
igualmente escasos los estudios sobre la práctica profesional de la
abogacía, con alguna que otra referencia a los servicios que ofrecen a
través de ciertas instituciones, como el asesoramiento legal popular
y gratuito (Derpic, 2014).

eL DeSBORDe eN BOLIVIA: LA ABOGACÍA


El reducido número de estudios sobre los abogados llama la
atención porque, como mencionan algunos autores, hay una amplia
oferta y demanda por estudiar y graduarse de la carrera de derecho.
En el Sistema de la Universidad Boliviana, que incluye a todas las
univer- sidades públicas y a otras cuatro privadas, 5 existen 35
facultades de derecho y algo más de 45 mil matriculados (CeUB,
2015: 20). Si bien

4 Uno de los ejes de la Cumbre Nacional de Justicia para Vivir Bien, que se
realizó en junio de 2016, fue precisamente la formación de los abogados.
5 Universidad Católica Boliviana, Escuela Militar de Ingeniería, Universidad
Andina Simón Bolívar y Universidad Policial.
114 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

el número de egresados es bastante inferior al número de inscritos


(2.700 por año, en promedio), es evidente que muchos bachilleres
aspiran a obtener el título profesional como abogados y que la
oferta cubre ampliamente tal demanda.
Una vez titulados, si pretenden litigar, los juristas deben
inscribirse en el Registro Público de Abogacía, dependiente del
Ministerio de Justicia. Hasta hace poco, también debían hacerlo en
el Colegio de Abogados de cada departamento. Sin embargo, desde
la aprobación de la Ley Nº 387 (del Ejercicio de la Abogacía), en
2013, la afilia- ción a la organización profesional ya no es un
requisito para ejercer. Hasta agosto de 2015, algo más de 50 mil
abogados se registraron en el sistema instaurado por el Ministerio
de Justicia en todo el país, de los cuales 17.382 correspondían al
departamento de La Paz,6 un número bastante mayor a los 11.328
del Colegio de Abogados de La Paz (Ilustre Colegio de Abogados
de La Paz, 2015).

jUGANDO SIMULTÁNeAS: eL fISCAL


Los datos anteriores contrastan enormemente con el número de fis-
cales de materia del departamento de La Paz que, hasta el 2013,
eran 124 (Ministerio Público, 2014). De mantenerse estos números,
la relación sería de 135 abogados registrados en el Ministerio de
Jus- ticia y 91 en el Colegio de Abogados, por cada fiscal que
trabaja en el departamento. La brecha podría estirarse si se incluye
a aquellos egresados de derecho que trabajan sin haber obtenido el
título y que, por tanto, no están registrados en ninguna de las dos
instituciones. De esta manera, los fiscales se encuentran en una
situación de clara desventaja numérica frente a los abogados, en su
función de directo- res de las investigaciones de hechos de acción
penal pública (Código de Procedimiento Penal). Lo es más en el
caso de El Alto, donde solo existen 22 fiscales de materia, un
número claramente inferior a los 75 u 80 que tiene la ciudad de La
Paz (Rivas, 2015).
Además de la carga procesal que enfrentan (en promedio 1.200
casos por fiscal en El Alto), estos representantes deben confrontar
dificultades en tres otros frentes. En primer lugar, deben realizar
sus
“Tengo que ser Mandrake” |
6 Datos del Registro Público de Abogacía al 31 de diciembre de 2015.
116 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

tareas cotidianas con reducidos recursos materiales, económicos y de


personal, lo que muchas veces implica retrasos o incapacidad total
para entregar informes. En segundo lugar, deben responder a
instruc- ciones administrativas superiores que pueden solicitar la
presentación de un informe sobre el número de procesos atendidos
y, entre otras, pueden consistir en interminables búsquedas de
cuadernos entre los archivos (pasante 4, 2015). En tercer lugar, los
fiscales se encuentran en una situación de relativa inestabilidad
laboral, la cual beneficia concretamente a las partes más
interesadas en dilatar los procesos (pasante 1 y fiscal de materia 1,
2015).
Cuando se produce un cambio de fiscal, los procesos se detienen
casi irremediablemente, incluso si otro fiscal recibe la asignación
para asumir funciones de suplencia legal. En tales instancias, se
pre- sentan dos problemas. Por un lado, el personal asistente se
encarga de realizar un inventario de todos los procesos que lleva
adelante la Fiscalía para entregárselos al siguiente fiscal. Sin
embargo, durante esta etapa, la oficina deja de prestar atención al
público porque los procesos quedan detenidos, incluso si tienen
conminatorias o plazos perentorios. Por otro lado, cuando el nuevo
fiscal toma posesión de la oficina asignada, encuentra cientos de
procesos que debe atender y, sobre todo, entender de inmediato.
Confrontado con abogados que conocen los procesos con mucha
mayor profundidad, lo más probable es que el fiscal termine
actuando agobiado por plazos y conminatorias, así como otorgando
medidas salomónicas que no siempre se ajustan estrictamente a lo
que establece la ley (fiscal de materia 3, 2015).

DIBUjANDO eL (NUeVO) TABLeRO. MeDIDAS PARA ReGIR LA


ABOGACÍA

En los últimos años, el Gobierno promulgó varias leyes y aprobó


muchos decretos orientados a regular la abogacía y a reducir la
carga procesal de fiscalías y juzgados. Dos de esas leyes, en particular,
tienen un impacto directo sobre el trabajo de los intermediarios
legales y de los funcionarios del Ministerio Público: la Ley Nº 387
(de Ejercicio de la Abogacía), de 9 de julio de 2013, y la Ley Nº
586 (de Descon- gestionamiento y Efectivización del Sistema
Procesal Penal), de 30 de
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octubre de 2014. Ambas ponen límites a los Colegios de


Abogados, establecen sanciones para procedimientos antiéticos e
intentan frenar estrategias dilatorias dentro de los procesos que se
llevan adelante tanto en fiscalías como en juzgados.
La Ley Nº 387, con el antecedente del Decreto Supremo Nº
100 (de creación del Registro Público de Abogados), reduce el
monopolio de los Colegios de Abogados en cuanto al registro y a la
sanción de sus afiliados. Lo hace respetando las atribuciones que
estos gremios tienen para sancionar a sus afiliados, pero
promoviendo al mismo tiempo un nivel mínimo de colaboración
con el Ministerio de Justi- cia en los procesos disciplinarios. Al
plantear la libre afiliación a las organizaciones profesionales y el
registro obligatorio en el Ministerio de Justicia, por otra parte, esas
disposiciones, además de poner la profesión libre bajo vigilancia
del Estado, parecen proyectar la lenta extinción de los gremios
profesionales.
Entre las disposiciones más importantes de la Ley Nº 387 figuran
aquellas referidas a los procesos por faltas a la ética en el ámbito
del gremio profesional, de carácter privado, o en el Ministerio de
Justi- cia, si se producen en la función pública. Así, cuando un
abogado comete una infracción –leve, grave o gravísima–, puede
recibir desde llamadas de atención, si las faltas son leves, o la
suspensión hasta de un año, si se trata de faltas graves, o de dos, si
las faltas son gravísi- mas. Adicionalmente, en todos los casos, se
estipulan multas que se mueven en el rango de uno a seis salarios
mínimos nacionales (Ley Nº 387, Capítulo II).
Las sanciones económicas no son exclusivas de la Ley de
Ejercicio de la Abogacía. La Ley Nº 586, de
“descongestionamiento”, iden- tifica y sanciona un mecanismo
clave en la dilación de los procesos en los juzgados: la
presentación de excepciones y de incidentes. Esta ley (art. 8)
modifica algunos artículos del Código de Procedimiento Penal (art.
314), estableciendo, por ejemplo, que si los incidentes o las
excepciones son manifiestamente “dilatorios, maliciosos y/o
temerarios”, estos no afectarán los plazos de la acción penal. En otras
palabras, si antes se presentaban incidentes7 con el fin de retardar
los
118 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica
7 Los incidentes son recursos que el Código de Procedimiento Penal establece
para reclamar errores de la Fiscalía. La presentación de incidentes es posible,
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procesos, afectando la posibilidad de realizar actuados, cuyas pruebas


posteriormente servirían de base para futuras resoluciones, con la
Ley Nº 586 –si se demuestra la mala intención de los incidentes–, los
plazos vuelven a contarse desde cero. Asimismo, para evitar otras
dilaciones en el proceso, dicha ley faculta al juez para que sancione
con dos salarios mínimos nacionales o suspenda definitivamente al
abogado que presenta estos incidentes.
Consecuentemente, tales leyes modificaron el desempeño
profe- sional de los juristas en alguna medida y aceleraron la
resolución de un buen porcentaje de los procesos. 8 Sin embargo, no
cambiaron la dinámica de la relación que los abogados tienen tanto
con sus clientes como con los representantes de la justicia. Al
contrario, precisamente por su rol de intermediario entre el polo
social y el estatal, el abogado tiene una indudable ventaja frente al
resto de los actores involucrados en los procesos de la justicia.
Desde el punto de vista de los fiscales, una situación bastante
común se da cuando el abogado extrae dinero a su cliente,
supuestamente para pagar al fiscal, y al mismo tiempo aprovecha
el marco legal para amedrentar a las autoridades con pro- cesos
disciplinarios que le permitirán obtener una resolución favorable “sin
pagar un peso” (fiscal de materia 3, 2015).

ABOGADOS Y CLIeNTeS. ALIADOS Y eNeMIGOS

Durante una jornada de capacitación sobre la Ley de Ejercicio de


la Abogacía para juristas registrados en el Ministerio de Justicia, en
noviembre de 2015, se proyectó una presentación en Power Point
sobre una pantalla blanca. Una de las diapositivas llevaba como
títu- lo: “Situación de la Abogacía en Bolivia” y uno de los puntos
a tratar era el descrédito de la profesión. El encargado de la
presentación recordó en este punto un incidente que tuvo lugar en
una ciudad al sur del

de acuerdo al art. 308 del Código de Procedimiento Penal, en situaciones de


prejudicialidad, incompetencia, falta de acción, extinción de la acción penal,
cosa juzgada y litisdependencia.
8 Hasta agosto de 2015, las resoluciones de rechazo, imputación,
sobreseimien- to, acusación y salidas alternativas en el Ministerio Público, a
nivel nacional, superaban casi por 20 mil a las de 2014, que fueron cercanas
120 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica
a 27 mil (Fiscalía General del Estado, 2015).
“Tengo que ser Mandrake” |

país. Aquella vez, un colega le prometió a un cliente resolver un


caso que el presentador calificó como “imposible”. El cliente había
introducido en el país un automóvil por vía de contrabando y la
Aduana se lo había secuestrado. La narración continuó así: el abo-
gado, experto en “labia” y persuasivo, había convencido a su
cliente de que recuperarían el automóvil. Pero el funcionario
repetía que esto era imposible y lo único que quería el abogado era
extorsionar a su cliente.
Esta es precisamente una de las formas en las que, según
fiscales y otros colegas del rubro, los abogados establecen
relaciones con los clientes. Los intermediarios legales prometen a
los ciudadanos que el proceso se puede ganar y cobran por realizar
actuaciones que no llevarán a ninguna parte, hasta que llega el
momento en que es evidente que el proceso no avanzará más. En ese
instante, muchos abogados desaparecen en un santiamén, mientras
que otros deciden entregar el pase profesional a algún colega9 que,
probablemente, empezará con el ciclo de nuevo. En esta línea, uno de
los fiscales entrevistados para este trabajo afirmaba: “Se puede decir
que son estafadores que actúan con engaños y argucias” (fiscal de
materia 3, 2015), pues deciden dejar los procesos en cuanto sus
clientes se dan cuenta de que su insistencia para lograr resoluciones
favorables no los llevará a ningún lado.
La segunda estrategia de los abogados consiste en decirles a
los clientes que el fiscal –o el juez– pidió determinado monto para
emitir una resolución favorable. Romper este círculo es casi imposible,
pues requiere que el cliente contacte directamente a la autoridad
para preguntarle si recibió el dinero. En uno de los casos descritos por
otro fiscal, un día, al salir de la Fiscalía, un abogado decidió
acompañarlo y empezó a hablarle de temas “superficiales”, como el
estado del clima. Cuando llegaron a una esquina en La Ceja, el
centro comercial y político más importante de la urbe alteña, el
abogado se despidió del fiscal y volvió por la misma calle por
donde habían caminado juntos. Días después, el cliente del abogado
se aproximó al fiscal, con temor, para preguntarle si, efectivamente,
en el encuentro de días pasados

9 En la nueva Ley del Ejercicio de la Abogacía, el juez tiene la facultad de


acep- tar o de determinar el cambio de abogados de las partes sin necesidad
del pase profesional.
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el abogado le había entregado mil dólares. “[Al abogado] le tuve


que hacer devolver el dinero. Toda la conversación había sido para
que el cliente viera desde el frente que nos encontramos. [El
cliente] había pensado que como estábamos charlando, su abogado
me había pagado” (fiscal de materia 2, 2015).
Estas situaciones son comunes para los fiscales. La idea de que
los abogados les echan la culpa de cobros indebidos –que ellos
nunca realizaron–, refuerza su defensa de la ética y la honradez
con la que se desenvuelven. Sin embargo, la existencia de casos
concretos, con procesos abiertos en contra de fiscales, sugieren lo
contrario. Entre el 2012 y el 2015, 80 fiscales fueron removidos de
sus funciones en todo el país, muchos de ellos por procesos penales
ocasionados por corrupción (Cuiza, 2015). Uno de esos casos, por
ejemplo, propició la creación de una asociación de víctimas que
reclaman por los actos de corrupción y acoso sexual de un fiscal
(Erbol, 2015a); otras dos autoridades fueron destituidas en El Alto
por ser parte de una red de extorsión (Donoso, 2015); y, asimismo,
hubo denuncias y movilizaciones contra otro fiscal por extorsión ( ATB
Red Nacional, 2015) y también contra un pasante por un supuesto
acoso sexual (Erbol, 2015b). Por tales razones, hoy, una denuncia en
contra de un fiscal que pidió dinero resulta cuando menos plausible
y, como las denuncias suceden con alarmante frecuencia, la idea
de que cualquier fiscal sea corrupto está totalmente naturalizada.
Esta situación permite pensar, por otra parte, que los abogados
intentan premeditadamente sacar ventaja de la mellada imagen de
estas autoridades para beneficio propio.

LA OfeNSIVA. AMeDReNTANDO fISCALeS


Un domingo por la tarde, un fiscal cumplía su turno mensual y
aten- día a tres ciudadanos que llegaron en el lapso de una hora a la
ofi- cina de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen
(feLCC) de El Alto. Mientras escuchaba las explicaciones sobre el
motivo de la presencia de estos ciudadanos, instruía a sus jóvenes
asistentes para que prepararan los requerimientos adecuados para
cada caso. Entretanto, afirmaba: “Hemos pasado de una legislación
inquisiti- va a una más garantista” (fiscal de materia 5, 2015). En
efecto, en
“Tengo que ser Mandrake” |

los últimos años, se han introducido importantes reformas judicia-


les orientadas a reducir la discrecionalidad de jueces y fiscales. En
el caso del Ministerio Público, la Ley Orgánica (Nº 260, de 12 de
julio de 2012) establece, por ejemplo, una sección de régimen
disci- plinario mediante la cual un fiscal puede ser sancionado por
faltas leves, graves y muy graves.10 Las sanciones van desde una
llamada de atención hasta la destitución del cargo y la pérdida de
los años acumulados en la trayectoria de la carrera fiscal.
Dichas medidas ponen al ciudadano en una situación de menor
vulnerabilidad frente a la justicia. Anteriormente, según los propios
fiscales, los policías en tareas de patrullaje urbano podían
aprehender individuos sin orden judicial y su palabra tenía
precedencia sobre la de los sospechosos (fiscal de materia 3,
2015). Actualmente, por el contrario, existen recursos legales que
permiten a los ciudadanos cuestionar las decisiones que consideren
injustas y fuera de la ley, entre ellas, por ejemplo, una arbitrariedad
policial. A partir de los cambios mencionados, jueces, fiscales y
policías deben pensar dos veces antes de cometer cualquier abuso en
contra de los usuarios del sistema, pero, además, deben ser mucho
más cuidadosos y conscientes de las decisiones que adoptan.
No cabe duda de que estas disposiciones fueron clave para
frenar abusos administrativos y legales que afectaban los derechos
humanos de la ciudadanía. Sin embargo, en el contexto de un sistema
legal defi- ciente, con funcionarios que desarrollan sus funciones en
condiciones precarias, las medidas producen un doble efecto: si
bien por un lado ponen de manifiesto la mala praxis de algunos
funcionarios judiciales, por el otro otorgan a los abogados y a las
partes que los contratan una poderosa herramienta que les permite
aprovecharse del sistema. “Un mal paso dado [es igual a] un
proceso más ganado”, afirmaba otro entrevistado (fiscal de materia
5, 2015), sintetizando un sentimiento generalizado entre sus colegas.
Aunque esta frase podría leerse como un intento por reconocer la
urgencia de mejorar la eficiencia en las fiscalías, en realidad se
refiere a que estos representantes toman

10 La gravedad de las faltas dependerá de la intención o de los efectos de alguna


mala práctica.
124 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

decisiones con el temor de ganarse un proceso en contra si afectan


más a una parte que a otra.
En tal sentido, los fiscales terminan obligados a aplicar la ley
de una manera que continúa siendo discrecional, pero con una
gran diferencia respecto a las experiencias del pasado. Si antes, con
sus decisiones, los fiscales podían afectar solo a una de las partes
litigantes –generalmente la más débil–, en este nuevo escenario
deben buscar congraciarse tanto con los denunciantes como con
los denunciados:
Nos tratan de forzar a que los delitos sean [tipificados] de cierta manera.
Lo hacen a través de procesos disciplinarios, del amedrentamiento contra
los fiscales. Básicamente, intentan que el fiscal favorezca a una de las partes.
Pero la otra parte busca lo mismo, entonces el fiscal se ve ante la necesidad
de dar medidas intermedias que no favorezcan ni perjudiquen
completamente a ninguna de las partes. Un ejemplo es, en el caso de
robo, si hay detención,
¿doy aprehensión? No la doy, pero tampoco lo suelto inmediatamente,
buscamos medidas sustitutivas. No en todos los casos se puede, pero
tengo que ser Mandrake (fiscal de materia 4, 2015).

La forma más palpable de intimidar a un fiscal consiste en la


presentación de una demanda ante la Fiscalía Departamental. Sin
embargo, la intimidación puede producirse también de maneras
más sutiles: mediante memoriales escritos o incluso en conversaciones
cara a cara. Por medio de estas estrategias, los abogados pueden
argumen- tar que los fiscales cometieron “errores fatales”,
“incumplieron sus deberes” o firmaron “resoluciones erróneas”.
Para los representantes del Ministerio Público, estas demandas buscan
resoluciones favorables antes que lograr el desarrollo adecuado de
los procesos. Por tanto, si las partes no obtienen el resultado que
esperaban con estos intentos, llevan los “errores” a instancias
superiores dentro del propio Minis- terio Público o hacia otras que
supervisan el trabajo de la institución, como el entonces Ministerio
de Transparencia. En esas instancias, los fiscales están obligados a
defenderse de los procesos disciplinarios, cargando sobre sus
espaldas –y sobre su ya apretada agenda– el peso emocional de una
posible sanción.
Lógicamente, esto no implica asumir que el trabajo de los fiscales
sea impecable y que esté libre de errores. Muchas de las denuncias
que las partes elevan en su contra tienen sustento. Si no, basta ver
“Tengo que ser Mandrake” |
el
126 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

número de fiscales que fueron retirados de sus cargos en los


últimos años por ineficiencia o por corrupción. Sin embargo,
cuando los procesos disciplinarios dejan de cumplir la función para la
que fueron creados –esto es, para evitar el descarrilamiento de los
procesos–, se convierten más bien en meras herramientas que
sirven para que las partes consigan el favor de las autoridades
judiciales. De esta manera, las quejas contra los fiscales por su mal
proceder, antes que corregir los abusos sufridos o evitarlos, dan como
resultado una justicia maleable, flexible y casi desprovista de todo
poder.

LA AGUjA DeL ReLOj. DILACIÓN Y fALLAS eN eL SISTeMA


Los procesos en el Ministerio Público siguen varios plazos, etapas
y actuados. Dentro de estos últimos, las audiencias que se realizan
al principio, durante o al final de la etapa investigativa son
cruciales, dado que en ellas se define si los sindicados serán
detenidos, dónde cumplirán su detención, si serán imputados o si el
fiscal los acusará. También son importantes para recolectar
pruebas, en particular las inspecciones técnicas oculares, seguidas de la
reconstrucción de los hechos. Es probable que, por su extrema
importancia, sea precisamente en las audiencias donde los
abogados despliegan la mayor parte de su arse- nal dirigido a
dilatar los procesos.
Los fiscales identifican tres estrategias utilizadas por los juristas
para entorpecer el trabajo del Ministerio Público cuando llega el
momento de llevar a cabo las audiencias. Por lo general, los
abogados recurren a ausencias repetidas y, sin previo aviso, exigen
mayor precisión en la tipificación de los delitos y presentan una serie
de incidentes. Mediante esas estrategias, las partes, a través de sus
representantes legales, preten- den cansar a sus oponentes civiles –si
estos intervienen en el proceso– o a los fiscales. El objetivo es que
los costos y la duración de la etapa investigativa terminen por
agotar a las otras partes o, directamente, provoquen en ellas y en la
Fiscalía el deseo de olvidarse de los procesos.
Este cansancio, sumado a la incapacidad de atender
debidamente las investigaciones, se manifiesta de manera
cotidiana. Como parte de su trabajo, los fiscales pasan mucho
tiempo en los juzgados: casi todos los días deben asistir a varias
“Tengo que ser Mandrake” |
audiencias que, en ocasiones, se programan de manera consecutiva
o en distintos momentos durante
128 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

un mismo día. Cuando las audiencias se cruzan, porque sus


horarios son simultáneos pero deben llevarse a cabo en juzgados
diferentes, los fiscales están obligados a excusarse por su
inasistencia y deben justificar esta excusa para que el juez
disponga un nuevo día y hora para llevar a cabo la audiencia.
Debido a la sobrecarga procesal que actualmente enfrentan los
fiscales, con un promedio de cien a 150 procesos “en movimiento”
al mismo tiempo (fiscales de materia 1 y 3, y asistente fiscal, 2015),
una audiencia cancelada supone un efecto positivo momentáneo,
puesto que la suspensión alivia el trabajo del fiscal porque puede
volver a su oficina y seguir trabajando en resoluciones o decretos.
Empero, las cancelaciones también tienen efectos negativos, pues
en unos días el representante del Ministerio Público se verá otra
vez sobrepasado por la cantidad de audiencias programadas a las
que deberá asistir. Igualmente, el resultado de esta sobrecarga no
solo implica que el fiscal deberá pasar en el juzgado varias horas,
sin atender sus otras funciones, sino que, además de ello, por la
cantidad de audiencias en un mismo día, tendrá menos tiempo para
prepararse adecuadamente para cada una de ellas (pasante 3, 2015).
En la postergación de las audiencias, por tanto, los abogados
tienen a la mano una poderosa herramienta que les permite pro-
vocar el error de sobrecargados fiscales. Tipificaciones erróneas
del delito, retrasos en los plazos procesales y justificaciones pobres de
las resoluciones son solo algunas de las observaciones más comunes
que remarcan los abogados. Cuando las audiencias finalmente se
llevan a cabo, esos errores les permiten tomar ventaja para
demandar desde correcciones hasta extinciones de los procesos:
Como estrategia legal, se exige a los fiscales una amplia dosis de precisión
en algunos términos. Por ejemplo, cuando se trata de precisar la violencia de
un hecho de “robo agravado” […] nos piden que digamos en qué sentido
se dio la violencia, contra quién o contra qué objeto. Esta estrategia,
sumada a la enorme carga procesal, muchas veces nos lleva a cometer el
error. Así, cuando los fiscales deben tipificar los delitos para hacer las
imputaciones y las acusacio- nes, se encuentran con abogados que en las
audiencias dicen: “El fiscal no ha individualizado, no nos dice qué
características tiene la violencia, no responde a la doctrina”. Esta doctrina
puede ser alemana, inglesa, pero los abogados no esclarecen de qué
doctrina están hablando (fiscal de materia 6, 2015).
“Tengo que ser Mandrake” |

Las demandas por mayor precisión en la tipificación del delito


de parte de los abogados van acompañadas de la presentación de
incidentes cuando el fiscal, por ejemplo, no presentó una acusación
dentro del término que establece la ley (180 días). El juez decidirá
si admite o rechaza el recurso, con la facultad de sancionar econó-
micamente al abogado o de pedir su cambio, por razones de pobre
fundamentación. Sin embargo, en la práctica, esas medidas casi nunca
se aplican, probablemente por la importancia que tanto fiscales
como abogados le atribuyen a la necesidad de mantener buenas
relaciones dentro de la profesión (fiscal de materia 4, 2015): uno
nunca sabe en qué lado de la escalera se encontrará mañana.

eL BUeNO, eL MALO Y eL CHICANeRO


Todas estas prácticas, en apariencia insignificantes y que están
orientadas a la dilación de los procesos –maliciosas o tendenciosas,
como las define el Código de Procedimiento Penal–, se refieren al
término más coloquial de “chicana”. Ángel Ossorio (1942),
abogado legalista que reflexionó sobre la función ética del
abogado, define la chicana como una institución jurídica que puede
ser utilizada para hacer el bien, pero cuyo uso está mal visto por la
opinión generali- zada. El autor argumenta que la chicana no es
mala en sí misma y que si el fin último es bueno, es decir, cuando
sirve para identificar y luchar contra la iniquidad, su uso se
justifica. Esta visión se inscribe en la propuesta de
instrumentalización del derecho (Kelsen, 1949), sobre la cual
varios autores han debatido, principalmente en cuanto a los fines,
los medios, los procedimientos y la estructura del derecho (Hart,
1958; Fuller, 1969; y Rawls, 1971).
Esta contradicción moral está muy presente en las opiniones
que abogados, asistentes y pasantes de la Fiscalía tienen sobre la
chicana y acerca del abogado chicanero. Cuando se pregunta sobre
el tema, aparecen las imágenes del buen y del mal abogado, del
buen y del mal chicanero:
El abogado chicanero es el que interpone una serie de pretextos y peros
en todo. No le gusta un requerimiento, lo observa, vuelve a reiterar,
entonces quiere sí o sí salir a veces con su gusto. A veces se desenmarcan de
lo que es la ley. Entonces, o ven alguna situación también paralela, una
influencia [que]
130 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

podría existir también, o cualquier otro pretexto para poder dilatar o hacer
ver que no ha existido delito, que no es el delito (fiscal de materia 5,
2015).

Quienes trabajan en las fiscalías perciben al abogado chicane-


ro como un profesional que a veces sale de los márgenes de lo
legal y trata de ganarse el favor del fiscal mediante regalos
(pasante 2, 2015). En el discurso de los fiscales, aunque no deben
aceptarlas de ninguna manera, estas “dádivas” son un
reconocimiento a su labor que se produce luego, nunca antes, de
emitir cualquier resolución (pasante 1, 2015). En otras ocasiones,
el abogado chicanero intenta ganar los procesos solo mediante
ofertas de dinero a las autoridades (pasante 2, 2015). Sin embargo,
este abogado, a los ojos de los fisca- les y de los asistentes, tiene
que recurrir a estas estrategias porque no tiene una formación
profesional adecuada y solo tiene a mano este tipo de recursos
(fiscal de materia 2, 2015).
Por otra parte, la valoración de los abogados como buenos o
malos no se da únicamente por el amplio o pobre conocimiento que
tienen de las leyes y de la jurisprudencia. Se da asimismo, tal vez
fundamentalmente, porque ganan procesos, logran meter a alguien
a la cárcel o logran liberarlo cuando hacerlo parecía imposible. A
los ojos de sus colegas y de buena parte del público, los abogados
que logran estas proezas legales son “buenos” porque cumplen con
el fin para el que fueron contratados:
Obviamente que, a veces, cuando uno quiere comportarse de una manera
que no sea lo leal y lo legal, obviamente va a aprender de malos abogados
y son los malos abogados [los] que aparentemente pueden ser los
mejores, pero tal vez también son los malos abogados [de los] que a veces
uno apren- de, [a los que uno] acepta ¿no? Simplemente el hecho de que
una persona dice [que] cuando [el abogado] saca a su cliente de la
cárcel, es un buen abogado […]. Esa idea tiene la sociedad. O al revés
también […]. Cuando [el abogado] mete una persona a la cárcel, [se] dice:
“Ese es buen abogado” (fiscal de materia 1, 2015).

Estos abogados representan, así, una contradicción entre fines


y medios que los ubica en una situación de ventaja frente a los
fiscales. Por un lado, tienen la posibilidad de entorpecer el trabajo
de los representantes del Ministerio Público, sobre todo cuando les
impiden avanzar con los procesos. Por otro lado, aun en el caso de ser
calificados como chicaneros, los abogados tienen un blindaje que
“Tengo que ser Mandrake” |
los protege de
132 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

la crítica pública. El fiscal, por ejemplo, nunca es considerado


como chicanero, sino como ineficiente, incapaz, parcializado o
corrupto, ya sea porque no logra realizar una imputación o una
acusación, o porque el proceso está estancado. Este representante
estatal no tiene a su favor –como sí lo tiene el abogado chicanero–
ningún margen que le permita extraer algo favorable de su imagen
negativa. En pocas palabras, el chicanero acumula su capital simbólico
sin que realmente importe si se maneja o no dentro del marco de la
ética.

CONCLUSIONeS
Los fiscales, como Najdorf, juegan partidas simultáneas, pero, a dife-
rencia del ajedrecista, corren permanentemente contra el tiempo y
contra su propio cansancio. En sus batallas diarias, postergan
movidas en un tablero porque deben atender un ataque más
apremiante en otro. Juegan a ciegas porque no tuvieron tiempo de
leer el cuaderno de investigaciones o porque acaban de iniciar sus
funciones. Mien- tras tanto, sus contrincantes de turno, abogados y
ciudadanos, saben cómo manejar el juego. Se aprovechan de la
ansiedad de los fisca- les y los exprimen hasta llevarlos a entregar
sus fichas por descuidos incomprensibles, a rogar por hacer tablas
o a voltear a su rey sobre el tablero para firmar la derrota. Estos
oponentes rozan y hasta cruzan el extremo de la ilegalidad para
distraer a los funcionarios estatales o lograr que estos muevan las
fichas que más los favorecen. A veces, parecería que incluso no
quieren jugar o que esperan a que el fiscal olvide la partida
mientras se concentra en muchas otras. Si esto no ocurre, los
abogados se sientan a la mesa y mueven algunas piezas con
displicencia, esperando que la bandera roja del reloj estatal caiga
para finalmente hacerse con el triunfo.
La posición de ventaja relativa que tienen los abogados frente a
los representantes del Ministerio Público también aparece en su
relación con los clientes. Los abogados son quienes, al final de
cuentas, conocen el tablero, las reglas del juego y el impacto que
tendrá en el desarrollo de la partida mover tal o cual pieza. También
saben del poder que, gracias a la implementación de normas
garantistas, tienen sus clientes y, por intermedio suyo, ellos mismos.
Pero, además, saben perfectamente que el juego se desarrolla contra un
“Tengo que ser Mandrake” |
tipo de adversarios, los funcionarios del
134 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

Ministerio Público, que tienen una reputación funesta entre la


opinión pública; una reputación que permite a algunos abogados
convencer a sus clientes para que inviertan en la “compra” de
resoluciones favorables. Tal contexto expone a los fiscales a una
situación de vulnerabili- dad y de fatigas administrativas, legales o
disciplinarias y psicológicas. Cualquier proceso iniciado en su contra
añade una pesada carga que deben sobrellevar en medio de los
cientos de procesos que dirigen. Es evidente que las medidas del
Gobierno para frenar la corrupción o para mejorar el armazón
institucional y normativo de la justicia son importantes, pero
también deberían serlo aquellas orientadas a mejo- rar la precaria
posición en la que se encuentran los representantes del Ministerio
Público debido a las dificultades que enfrentan hasta en sus más
simples tareas cotidianas. Es decir, corresponde evaluar y actuar
seriamente sobre la posición de vulnerabilidad que los fiscales tienen
hoy en día en los procesos investigativos, la magnitud de la carga
procesal que deben manejar y el tipo de recursos materiales,
económicos y de
personal con los que desarrollan sus funciones.
Para terminar, es preciso mencionar algunos aspectos que deberían
servir para matizar lo expuesto hasta aquí sobre la función y el rol
de los abogados en los procesos judiciales.11 En principio, es
preciso abordar la idea de que la justicia está en oferta y que, por
tanto, es maleable. Esta percepción forma parte central de una
cultura jurídica, la boliviana, de la que participan tanto clientes
como abogados. En tal sentido, las propuestas o acciones concretas de
los juristas para comprar el favor de autoridades judiciales no son solo
el producto de su propia iniciativa, sino que también provienen de la
ciudadanía. En segundo lugar, es necesario reconocer la existencia de
abogados honestos y con sólida formación legal, algunos de ellos en
la función pública. Los propios fiscales y los asistentes reconocen
que es más preocupante un abogado bien preparado que un
chicanero, y, aunque los primeros no son la mayoría, su presencia
puede inspirar a otros a manejarse en la profesión bajo preceptos
éticos. Finalmente, parece también

11 Estas precisiones surgieron como resultado del evento “Presentación de


Resul- tados de la Investigación sobre Abogacía y Justicia en Bolivia”,
“Tengo que ser Mandrake” |
llevado a cabo el 24 de febrero de 2016 y realizado en los ambientes de la
Vicepresidencia del Estado Plurinacional.
136 | “Doctorcitos”. Ensayos de sociología y antropología jurídica

importante mencionar el rol trascendental que algunos abogados


todavía pueden jugar para frenar los abusos de poder de cualquier
textura y procedencia. La práctica del asesoramiento legal popular
en favor de poblaciones desaventajadas, que tuvo gran vigencia
durante las décadas de 1980 y 1990, y que generalmente estuvo
guarecida en organizaciones no gubernamentales,12 dio muestra de
una práctica legal absolutamente comprometida con la lucha en
contra de la desigualdad. Tal práctica profesional debería ser no
solo reconocida por su contribución para lograr una sociedad más
igualitaria, sino que debería servir como modelo para pensar los
cambios que la justicia requiere en la actualidad.

12 Los casos del Centro de Estudios Jurídicos e Investigación Social (CejIS), en


el Oriente boliviano, y de la organización Investigacion Social y
Asesoramiento Legal Potosí (ISALP), en Potosí ‒en temas laborales y
agrarios‒, o las varias oficinas que brindan asesoramiento jurídico gratuito
a las mujeres víctimas de violencia en el país son algunos de los ejemplos
más emblemáticos en este sentido.

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