Texto: La Imagen Inconsciente Del Cuerpo Autor: Francoise Dolto Capitulo 1. Esquema Corporal e Imagen Del Cuerpo
Texto: La Imagen Inconsciente Del Cuerpo Autor: Francoise Dolto Capitulo 1. Esquema Corporal e Imagen Del Cuerpo
Texto: La Imagen Inconsciente Del Cuerpo Autor: Francoise Dolto Capitulo 1. Esquema Corporal e Imagen Del Cuerpo
Dibujos, efusión de colores, formas, son medios espontáneos de expresión en la mayor parte
de los niños. Les complace entonces contar lo que sus manos han traducido de sus fantasmas,
verbailizando de este modo ante quien lo escuchan aquello que han dibujado y modelado. A
veces esto que cuentan carece de relación lógica (para el adulto) con lo que el adulto creería
estar viendo. Pero lo más sorprendente fue lo que poco a poco se mi impuso como una
evidencia: que las instancias de la teoría freudiana, ello, yo y superyó son localizables en
cualquier composición libre, ya sea grafica (dibujo), plástica (modelando), etc. Estas
producciones del niño son, pues, autentico fantasmas representados, desde las que se pueden
descifrar las estructuras del inconsciente. Tan solo son descifrables como tales por las
verbalizaciones del niño, quien antropomorfiza, da vida a las diferentes partes de sus dibujos
en cuanto se pone a hablar de ellos al analista.
IMAGEN DEL CUERPO: es el mediador de estas tres instancias psíquicas (ello, yo, superyó) en
las representaciones alegóricas que el sujeto aporta. La imagen del cuerpo no es la imagen
dibujada o representada en el modelado: ha de ser revelada por el dialogo analítico con el
niño. A ello se debe el que, contrariamente a lo que suele creerse, el analista no puede
interpretar de entrada el material grafico, plástico, que el niño le trae; es este quien,
asociando su trabajo, proporciona los elementos de una interpretación psicoanalítica de sus
síntomas. Hablar de imagen del cuerpo no quiere decir que esta sea únicamente el orden
imaginario, puesto que es asimismo libidinal expuesta a un conflicto que va a ser desanudado
mediante la palabra del niño.
Lo que permite comprender como se puede hacer psicoanálisis de niños es el hecho de que el
propio niño aporta los elementos de la interpretación con lo que dice acerca de sus dibujos
fantasmagóricos;
La energía que se encuentra puesta en juego con los argumentos imaginarios que estos dibujos
o modelados constituyen, no es otra cosa que la libido misma que se expresa por medio de su
cuerpo, de una manera pasiva o de una manera activa, pasivamente en su equilibrio
psicosomático, activamente en su relación con los otros.
Cualquier composición libre se representa la imagen del cuerpo: y las asociaciones que el niño
proporciona vienen a actualizar la articulación conflictiva de las tres instancias del aparato
psíquico.
Cundo un niño se ve atacado por una invalidez, es indispensable que su déficit físico le sea
explicitado, referenciado a su pasado no invalido o, si este es el caso, a la diferencia congénita
él y los demás niños. Asimismo, tendrá que poder con el lenguaje mímico y la palabra, expresar
y fantasmizar sus deseos sean estos realizables o no según este esquema corporal lisiado.
Hablar así de sus deseos con alguien que acepta con él este juego proyectivo, permite al sujeto
integrar dichos deseos en el lenguaje a pesar de la realidad, de la invalidez de su cuerpo. Y el
lenguaje le aporta el descubrimiento de medios personales de comunicación.
La evolución sana de este sujeto, simbolizada por una imagen del cuerpo no invalida, depende
de la relación emocional de los padres con su persona: de que muy precozmente éstos le
ofrezcan, en palabras, informaciones verídicas relativas a su estado físico de lisiado. Estos
intercambios humanizadores dependerán de lo que los padres hayan aceptado la invalidez del
cuerpo de su hijo. Si se lo reconoce como sujeto de sus deseos, símbolo de la palabra
conjuntamente acordada de dos seres humanos tutelares, que son responsables de su
nacimiento y que lo aman con todo lo que su realidad implica, que no intentan hacérsela
olvidar, sus padres (y luego sus educadores) podrán dar a sus preguntas, por mediaciones de
lenguaje y en forma para ellos inconsicente, la estructura de una imagen del cuerpo sana.
Y estos niños sin brazos ni piernas llegan a pintar con la boca tan bien como los que tienen
manos; y los que solo tienen pies, se vuelven tan diestros con ellos con lo son otros con las
manos. Pero esto solo es posible si se los ama y sostiene de acuerdo con los recursos creativos
que conservan y que operan como representantes de sus pulsiones en los intercambios con el
prójimo.
Un ser humano puede no haber estructurado su imagen del cuerpo en el transcurso del
desarrollo de su esquema corporal. Como acabamos de observar, ello se puede deber a
lesiones, a enfermedades orgánicas neurovegetativas o musculares precoces; también a
enfermedades neonatales, secuelas de accidentes obstétricos o de infecciones que han
destruido zonas de percepción sutil de la primera infancia.
Pero cabe formular la hipótesis de que la no estructuración de la imagen del cuerpo se debe en
gran parte al hecho de que la instancia tutelar, desorientada por no obtener nunca las
respuestas habitualmente esperadas de un niño de esta edad, ya no intenta comunicarse con
él de otra manera que mediante un cuerpo a cuerpo dirigido solo a la satisfacción de sus
necesidades y abandono su humanización. Es más que probable que un ser humano como
éste, puesto que su cuerpo sobrevive, sería capaz de elaborar, tarde o temprano, una imagen
del cuerpo con raíz en el leguaje según unas modalidades que le serian propias, por mediación
de referentes relacionales sensoriales y de su complicidad afectividad con alguien que lo ama,
que lo introduce en una relación triangular y que así le permite advertir a la relación simbólica.
Especifica al individuo en cuanto representante La imagen del cuerpo es propia de cada uno:
de la especie, sean cuales fueran el lugar, la está ligada al sujeto y a su historia. Es específica
época o las condiciones en que vive. Este de una libido en situaciones, de un tipo de
esquema corporal será el interprete activo o relación libidinal. De ello resulta que el Esquema
pasivo de la imagen del cuerpo, en el sentido Corporal es en parte inconsciente, pero también
de que permite la objetivación de una preconsciente y consciente, mientras que la
intersubjetividad, de una relación fundada en imagen del cuerpo es eminentemente
el lenguaje, relación con los otros y que, sin él,
inconsciente; puede tornarse en parte
sin el soporte que él representa, seria para preconsciente, y solo cuando se asocia al
siempre, un fantasma no comunicable. lenguaje consciente, el cual utiliza metáforas y
metonimias referidas a la imagen del cuerpo,
El esquema corporal es el mismo para todos los tanto en las mímicas, fundadas en el lenguaje,
individuos, de una misma edad o viviendo bajo como en el lenguaje verbal.
un mismo clima, poco más o menos.
La imagen del cuerpo es la síntesis viva de
El esquema corporal que es una abstracción de nuestras experiencias emocionales, vividas
una vivencia del cuerpo en las tres dimensiones sensorialmente a través de las sensaciones
de la realidad, se estructura mediante el erógenas electivas, arcaicas o actuales. Se la
aprendizaje y la experiencia, mientras que la puede considerar como la encarnación simbólica
imagen del cuerpo se estructura mediante la inconsciente del sujeto deseante y ello, antes
comunicación entre sujetos y huellas, día tras inclusive de que el individuo en cuestión sea
día tras días memorizada, del gozar frustrado, capaz de designarse por el pronombre yo, antes
coartado o prohibido. Por lo cual ha de ser de que sepa decir yo. Lo que quiero decir es que
referida exclusivamente a lo imaginario, a una el sujeto inconsciente deseante en relación con
intersubjetividad imaginaria marcada de entrad el cuerpo existe ya desde la concepción. La
en el ser humano por la dimensión simbólica. imagen del cuerpo es a cada momento memoria
En la técnica Psicoanalítica, la neutralización del esquema corporal por la posición acostada del
paciente es lo que justamente permite el despliegue de la imagen del cuerpo. La imagen del
cuerpo queda puesta en juego, mientras al mismo tiempo por la visión del cuerpo (y sobre
todo de la expresión del rostro) del analista es imposible, lo cual provoca en el analizante una
representación imaginaria del otro y no una captación de su realidad visible. Hay pues una
ausentizacion del gozar de las pulsiones escopicas y una frustración del gozar de las pulsiones
auditivas (puesto que es el analizante el que habla y el analista muy poco). En cierto modo, sin
saberlo, Freud se sirvió de la imagen del cuerpo e incluso se sirvió de ella más de lo que hoy en
día lo hacemos nosotros, porque frustraba a sus pacientes de toda satisfacción genital durante
el tiempo de cura.
Invitar a dibujar o modelar al niño que se encuentra en sesión analítica no significa jugar con
él. Para el psicoanalista, la regla es no compartir activamente el juego del niño, es decir, no
mezclar activamente sus fantasmas con los del niño en cura; lo cual significa que el analista no
erotiza su relación con el paciente, ni que persigue ninguna clase de reparación. Se trata de un
trabajo, de una puesta en palabras de los fantasmas del niño, a los que se suele ver en las
primeras entrevistas expresarse tan solo por miradas y no por el juego. Al igual que los adultos,
los niños no vienen al consultorio del psicoanalista a distraerse, a divertirse. Vienen a
expresarse de verdad.
Las interpretaciones que realizan los padres son preguntas relativas a la reviviscencia de tal o
cual fantasma y sobre todo paralelos entre sus asociaciones, en lo tocante a tal o cual etapa
cumplida de su vida.
En sesión, es una invitación a la comunicación con el analista, a lo cual conviene añadir que,
cuando el niño habla en sesión (igual que sucede con el adulto), si alude a su padre, su madre,
sus hermanos, no habla de la realidad de estas personas sino d este padre en él, de esta madre
en él, de estos hermanos en él; es decir, lisa y llanamente de una dialéctica de su relación con
estas personas reales que, en sus verbalizaciones están ya fantasmatizadas. Se pode en juego
su propia subjetividad y estas experiencias resultan de superposiciones en el curso de su
historia en relación con los adultos. De ahí deriva la posibilidad de proyección de esta vivencia
relacional en la representación plástica que ya hemos descrito en términos de
antropormofizacion.
Solo con la castración edipica y la entrada en el orden simbólico de la Ley, la misma para todos,
se hará posible la relación directa real. Hasta entonces, un señor es referenciado al padre,
presente o ausente, una señora a la madre, presente o ausente. Así pues, solo por la
observación de sus interpretaciones proyectivas vemos hasta que punto un niño presenta una
parte o la totalidad de su imagen del cuerpo a objetos, animales, personas, etc. y es en el
momento en que se cumple esta proyección cuando comunica su vida inconsciente.
La imagen del cuerpo, previamente al Edipo, puede proyectarse en toda representación, sea
cual fuere, y no solamente en representaciones humanas. Es así como un dibujo o modelado
de cosa, vegetal, animal o humano es a la par imagen de aquel que dibuja o modela e imagen
de aquellos a los que dibujan o modela tales como él los querría, conformes con lo que él se
permite esperar de ellos.
Todas las representaciones están simbólicamente enlazadas a las emociones que han marcado
su persona en el curso de su historia y aluden a las zonas erógenas que fueron prevaleciendo
en él sucesivamente. Las zonas erógenas evolucionan en función del crecimiento del sujeto y
del desarrollo de su esquema corporal y supone que está estructurada por el temor de la
relación interpsiquica con el otro, en particular con la madre y de ello es testimonio la imagen
del cuerpo.
Solo con la entrada en el orden simbólico, por obra de la castración edipica, la relación
verdadera en la palabra podrá expresar claramente a aquel que habla, en cuanto sujeto
responsable del obrar de su yo, que su cuerpo manifiesta. Hasta ahí, e deseo propio del niño,
sea olfativo, oral, anal, uretral o genital, no puede expresarse directamente de una manera,
fundada en el lenguaje, autónoma, referida particularmente a las instancias tutelares y
dependientes de estas: instancias que, focalizando el deseo, definen el mundo relacional del
niño. Este solo puede expresar su deseo por el sesgo de deseos parciales, a través de las
proyecciones representadas de que aquél ofrece. De ahí la importancia teórica y práctica (en
el psicoanálisis) de la noción de imagen del cuerpo en los niños de edad preedipica. El deseo
del niño se expresa frente a cualquier hombre o mujer (incluido el analista) con la prudencia
defensiva necesaria para la preservación de la estructuración en curso.
Cuando un niño se encuentra en tratamiento, más aun que para cualquier niño en trance de
evolución en familia hacia el Edipo y hacia la castración del deseo incestuoso genital, es
importante que los padres asuman su puesto de responsables del niño y de su castración,
afirmando su deseo autónomo de adultos, con su confianza en sí mismos tal como se sienten,
adultos entre los adultos de edad; en síntesis, ese narcisismo que tienen que conservar.
La regresión posible de los adultos tutelares, padres, como cualquier adulto, ante los deseos
arcaicos del niño, explica porque es impensable formar un psicoanalista que sean únicamente
psicoanalista del niño. Un analista de niños debe ser obligatoriamente primero y también aun
psicoanalista de adultos.
De ahí la necesidad para nosotros, analistas, de asumir en ciertos casos la escucha del discurso
o del silencio de un determinado niño y el trabajo de la sesión en presencia de uno de sus
padres, mientras el niño tenga deseo de una presencia protectora en relación con la persona
adulta que somos (sin la pretensión de separarlo de ellos cuando a ellos está fijado, ni de
modificar sus comportamientos respecto de él).
El interés de descifrar la imagen del cuerpo a través de las ilustraciones graficas y plásticas que
de ella proporciona el niño, radica en comprender de que manera puede entrar en
comunicación del lenguaje, expresarse de verdad con un adulto sin por ello hablarle.
Una persona que le exige hablar, siendo que él no la conoce y que aun está sumido en la
primacía de su relación con sus padres, esta persona es sentida como violadora, raptora,
respecto del deseo del niño y de palabras que éste no tiene para darle.
Para un ser humano, la imagen del cuerpo es a cada instante la representación inmanente
inconsciente donde se origina su deseo. Siguiendo a Freud, las pulsiones tendentes al
cumplimiento del deseo son de vida y de muerte. Las pulsiones de vida, siempre ligadas a una
representación, pueden ser activas o pasivas, mientras que las pulsiones de muerte, reposo del
sujeto, carecen siempre de representación y no son ni activas ni pasivas. Se las vive en una
falta de ideación.
Desde el momento de nacer, los contactos percibidos por el cuerpo del niño ya han estado
acompañados de palabras y fonemas. Las palabras, con las cuales pensamos, fueron en un
principio palabras y grupos de palabras que acompañaron a las imágenes del cuerpo en
contacto con el cuerpo de otro. Estas palabras serán oídas y comprendidas por el niño de una
manera que diferirá según el estadio que haya alcanzado. Es necesario, por tanto, que
nosotros, psicoanalistas, lo comprendamos, que las palabras empleadas con los niños sean
palabras que correspondan a una experiencia sensorial ya simbolizada o en vías de serlo.
Hay palabras que no son portadoras de una referencia de la imagen del cuerpo al esquema
corporal.
La imagen del cuerpo está del lado del deseo, no ha de ser referida a la mera necesidad. Da
testimonio de la falta en ser que el deseo apuntar a colar, allí donde la necesidad apunta a
saturar una falta en tener (o hacer) del esquema corporal. El estudio de la imagen del cuerpo,
en cuanto que es substrato simbólico, podría contribuir a esclarecer el término de ello. El ello
siempre esta en relación con un objeto parcial necesario para la supervivencia del cuerpo, en
relación, asociativa con una precedente relación con un objeto total, relación que ha sido
transferido de este objeto a otro, parcial o total. La imagen del cuerpo es un ello tomado ya en
un cuerpo situado en el espacio, autonomizado en cuanto masa espacial, un Ello del cual una
parte constituye un pre-YO: el de un niño capaz de sobrevivir temporalmente separado
sepradao del cuerpo del otro. Las pulsiones, que emanan del substrato biológico estructurado
en forma de esquemas corporal, no pueden, en efecto, pasar a la expresión en el fantasma,
como en relación transferencial, sino por intermedio de la imagen del cuerpo.
No obstante, la elaboración de esta imagen del cuerpo puede ser estudiada tan solo en el niño,
en el curso de la estructuración de su esquema corporal, en relación con el adulto educador:
porque lo que llamamos imagen del cuerpo queda después reprimido, en particular por el
descubrimiento de la imagen escopica del cuerpo y luego por la castración edipica.
Cuando no hay nadie, cuando hay una experiencia sensorial nueva en ausencia de testigo
humano, se trata, teóricamente, del esquema corporal solo. Pero en la práctica, esta
experiencia sensorial está, por el propio sujeto, recubierta por el recuerdo de una relación
simbólica ya conocida.
Tan pronto como hay un testigo humano real o memorizado, el esquema corporal, lugar de la
necesidad que el cuerpo en su vitalidad orgánica constituye, se entrecruza con la imagen del
cuerpo, lugar del deseo. Y será ese tejido de relaciones el que permitirá al niño estructurarse
como humano. Más adelante, las relaciones humanas así introyectados posibilitaran la relación
narcisista consigo mismo (narcisismo secundario)
La repetición permanente de las modalidades de la necesidad, seguida por el olvido casi total
de las tensiones que la acompañaban, subraya el hecho de que el ser humano vive mucho más
narcisistamente las emociones de deseo, asociadas a su imagen del cuerpo, que las
sensaciones de placer y de sufrimiento ligadas a las excitaciones de su esquema corporal.
El vivir con un esquema corporal sin imágenes del cuerpo sea un vivir mudo, solitario,
silencioso, narcisisticamente insensible, rayado con el desamparo humano: el sujeto autista o
psicótico permanece cautivo de una imagen incomunicable, imagen animal, etc. donde no
puede manifestarse más que un ser animal, un ser vegétal o ser cosa, respirante y pulsátil, sin
placer ni sufrimiento.
Solo por la palabra deseos pretéritos han podido organizarse en imágenes del cuerpo, solo la
palabra recuerdos pasados han podido afectar zonas del esquema corporal, convertidas por
este hecho en zonas erógenas, aun cuando el objeto del deseo ya no esté.
DEBILIDAD MENTAL EN CUESTION. LA ESQUIZOFRENIA EN CUESTION.
Es posible que sea decir demasiado hablar de debilidad mental porque no estamos seguros de
que esta debilidad efectiva exista. Lo que existe es la interrupción de la comunicación por
razones que, cada historia, quedan por descifrar. Incluso cuando hay palabras, sonidos… si
para el sujeto – niño no significan la comunicación de una persona con su persona, puede
haber una suerte de brecha en la simbolización, que puede culminar en la esquizofrenia.
Se retira en sí mismo y establece consigo mismo un código de lenguaje delirante para nosotros
mientras que, para él, este código presta sentido a lo que él vive; o bien deshabla, emitiendo
fonemas que no son reuniones sensatas de palabras.
LA IMAGEN DEL CUERPO Y LA INTELIGENCIA DEL LEGUAJE DE LOS GESTOS, DE LAS PALABRAS.
El mimo que mediatiza imagen del cuerpo es inmediatamente inteligible para el psicótico, para
el esquizofrénico, precisamente porque éste no descifra lingüísticamente el espectáculo del
mimo, no pone, como el público habitual, palabras en lo que ve. El espectáculo del mimo habla
directamente a su imagen del cuerpo.
De una manera general, la comprensión de una palabra depende a la vez del esquema corporal
de cada uno y de la constitución de su imagen del cuerpo, ligada a los intercambios vivientes
que secundaron, para él, la integración, la adquisición de esta misma palabra.
La palabra tiene un sentido simbólico en sí misma, es decir que reúne, más allá del espacio y
del tiempo, en una comunicación por el lenguaje hablado, registrado, escrito, a seres humanos
que, aun sin experiencia adquirida en común, puede transmitirse, si se tienen confianza, los
frutos con base en el lenguaje adquiridos por ellos en el cruzamiento de su imagen del cuerpo
con su esquema corporal. Pero aquel que no tiene, bien sea la imagen del cuerpo, bien sea el
esquema corporal correspondiente a la palabra emitida, oye la palabra sin comprenderla, por
carecer de la relación corporal (imagen sobre esquema) que permite darle sentido.
Nadie puede saber, aun entre los videntes, cuando alguien habla de azul, de que azul está
hablando. Solo cuando dos interlocutores buscan, entre varios azules, el azul del que habla
cada uno de ellos, pueden comprobar si están o no hablando de un azul diferente.
En cuanto al ciego de nacimiento, él no tiene imagen del cuerpo por lo que respecta a sus ojos,
tiene el esquema corporal; él sabe que tiene unos ojos – órganos, pero no tiene imagen
relacional por la vista. Lo cual no le impide hablar sirviéndose de los significantes de la visión.
Aunque no pueda representarse un color, el ciego ha oído a la gente hablar de los colores, de
colores fríos y cálidos, de la intensidad, de la belleza, la tristeza o la alegría que los videntes
asocian a su visión de los colores; el ciego se forma una representación auditiva y emocional
de los colores en su relación con los otros.
El caso del ciego de nacimiento nos permite entender indirectamente lo que sucede con un
niño que, por causa de un esquema corporal todavía inmaduro, no ha podido registrar,
mediante el encuentro de percepciones efectivas con su imagen del cuerpo, la experiencia
sensorial subyacente a ciertas palabras pronunciadas por los adultos. El oye estas palabras y, a
invitación de los padres, las repite.
Las palabras, para cobrar sentido, ante todo deben tomar cuerpo, ser al menos metabolizadas
en una imagen del cuerpo relacional. Cuando el niño retoma en su lenguaje las palabras de
adulto que oye, para él son representadas de otra erogeneidad, distintas de aquellas a las que
el adulto podía hacer alusión.
De todos los fonemas, de todas las palabras oídas por el niño, hay una que ostentará una
importancia primordial, asegurando la cohesión narcisista del sujeto: su nombre. El nombre
contribuye una manera decisiva a la estructuración de las imágenes del cuerpo, incluidas las
más arcaicas. Su nombre es el primero y último fonema en relación con su vida para él y con
otro, y el que la sostiene, porque fue asimismo, desde su nacimiento, el significante de su
relación con su madre. Si el nombre acompaña al sujeto más allá de la castración edipica y es
retomado por todos en sociedad, el sobrenombre eventualmente aplicado por la madre a su
bebe debería ser abandonado.
La pregnancia de los fonemas más arcaicos, de los que el nombre es el ejemplo tipo,
demuestra que la imagen del cuerpo es la huella estructural de la historia emocional de un ser
humano. Ella es el lugar inconsciente en el cual se elabora toda expresión del sujeto; lugar de
emisión y de recepción de las emociones interhumanas fundadas en el lenguaje. Es una
estructura que emana de un proceso intiuitivo de organización de los fantasmas, de las
relaciones afectivas y eroticas pregenitales. Aquí fantasmas significa memorización olfativa,
auditiva, gustativa, visual, táctil, barestesica y cenestésica de percepciones sutiles, debile os o
intensas, experimentadas como lenguaje de deseo del sujeto en relación con otro,
percepciones que han secundado la variación de las tensiones substanciales experimentadas
en el cuerpo y especialmente, entre estas últimas, las sensaciones de aplacamiento y tensión
nacidas de las necesidades vitales.
LOS TRES ASPECTOS DINAMICOS DE UNA MISMA IMAGEN DEL CUERPO:
Es preciso estudiar de qué manera la imagen del cuerpo se construye y se modifica a lo largo
del desarrollo del niño. Lo cual nos conducirá a distinguir tres modalidades de una misma
imagen del cuerpo: imagen de base, imagen funcional e imagen erógena, constituyendo y
asegurando todas ellas juntas, la imagen del cuerpo viviente y el narcisismo del sujeto en cada
estadio de su evolución. Estas imágenes se hallan ligadas entre sí, en todo momento, por algo
que las mantiene cohesiva y que llamaremos imagen (substrato) dinámico, designando con ello
la metáfora subjetiva de las pulsiones de vida que, originadas en el ser biológico, son
continuamente sustentadas por el desarrollo del sujeto de comunicarse con otro sujeto, con
ayuda de un objeto parcial sensorialmente significado.
Se puede decir que las dificultades que encuentra la evolución de las imágenes del cuerpo son
siempre reductibles a un mismo argumento. El deseo, obrando en la imagen dinámica, procura
cumplirse gracias a la imagen funcional y a la imagen erógena, donde se focaliza para alcanzar
un placer por captación del objeto. Pero, en su búsqueda, el deseo encuentra obstáculos para
su realización: bien sea porque el sujeto no tiene un deseo suficiente, bien porque el objeto
está ausente, o aun porque está prohibido.
Sin embargo, preciso es decir que es ante todo el juego de presencia – ausencia del objeto de
satisfacción del deseo, que no estaba agotado, el que instituyó a tal o cual zona como erógena.
De hecho, como el deseo desborda siempre a la necesidad, los lugares de percepciones sutiles
del cavum, el oído, de la vista y más tarde del ano, de la vagina, del pene, se convierten en
zonas erógenas debido por una parte a su contacto con un objeto parcial de apaciguamiento
en relacion con la madre y por otra a la ausencia mediatizada por el lenguaje, cuando el objeto
parcial falta. La madre es quien, por medio de la palabra, hablándole a su hijo de lo que éste
querría pero que ella no le da, le mediatiza la ausencia de un objeto o la no satisfacción de una
demanda de placer parcial, al tiempo que valoriza, por el hecho mismo de hablar de ello y por
tanto de reconocerlo como valido, este deseo cuya satisfacción es denegada, situación que ella
lamenta. La zona erógena no puede ser introducida al lenguaje de la palabra sino tras haber
sido privada totalmente del objeto especifico mediante el cual había sido iniciada en la
comunicación erótica. Y esto no es posible más que si el mismo objeto total (madre) vocaliza
los fonemas de palabras que especifiquen esta zona erógena. Palabras que permiten que la
boca y la lengua recobren su valor de deseo. Y ello, porque el objeto parcial erótico es evocado
por el objeto total (madre) que priva al niño del pecho que él desea, pero un niño cuya hambre
y cuya sed ya han sido aplacados por otro medio, un niño que ya no tiene necesidad de él.
En un proceso normal de elaboración subjetiva de las imágenes del cuerpo hay intercambios
de palabras; esto es lo que permite la simbolización de los objetos de goce pasado.
De las palabras cuyo vocabulario el niño posee, el objeto transicional es tal vez el léxico no
descifrable, promovido a representar la enteridad del sujeto que se intuye en su relación del
objeto - cuerpo potencialmente erógeno y en su relación funcional todavía fusional con la
madre.
Los niños que tienen bastantes palabras de amor y de libertades lúdicas motrices, no necesitan
objetos transicionales.
El objeto transicional es un objeto que articula a los niños con las imágenes táctiles de las
zonas de base, funcional y erógena, oral y olfativa; y con las imágenes manipuladoras
funcionales anales de la época en que, antes de ser autónomos para la marcha, son
deambuladores por el adulto. Sobre los objetos transicionales, ellos desplazan la relación
pasada de los adultos con ellos cuando, de estos adultos, se sentían objetos parciales.
Los objetos Transicionales le son necesarios si un peligro amenaza separarlos del lugar de
seguridad materna y cuando pierden su imagen funcional anal, y por tanto la motricidad y
deambulación, es decir, cuando se los mete en la cama.
Tiene entonces necesidad de este objeto transicional, uno entre varios, que representa la
relación rememorada de sí mismo siendo pequeños con el adulto asegurado: adulto de quien
poseen su omnipotencia potencial frente a esa cosa que es el objeto transicional, fetiche
antipeligro.
La imagen del cuerpo del niño, reestablecida así en su integridad, conserva, del sufrimiento
pasado, una experiencia simbolizada de sus pulsiones de vida de sujeto coexistencial con su
cuerpo, las cuales han conseguido prevalecer sobre las pulsiones de muerte. El niño, como
asistido por su madre, debido a que se siente objeto elegido en unos brazos que ha vuelto a
encontrar tras la difícil prueba, se vacuna contra la angustia que, en la próxima prueba, lo
hallará mejor armado que el bebe a quien hasta entonces ningún incidente ha venido a
perturbar.
El narcisismo, que al comienzo de la vida parece estar ligado a la euforia de una buena salud,
en realidad se encuentra, desde el nacimiento, entrecruzado con la relación sutil del lenguaje,
creadora de sentido humano, originado en la madre y mantenido por ella.
EL CASO DE AGNES
El narcisismo fundamental del sujeto (que permite al cuerpo vivir) echa raíces en las primeras
relaciones repetitivas que acompañan a la vez la respiración, la satisfacción de las necesidades
nutritivas y la satisfacción de deseos parciales, olfativos, auditivos, visuales, táctiles que
ilustran, podríamos decir, la comunicación de psiquismo a psiquismo del sujeto - bebe con el
sujeto – madre.
Sobre el fondo de esta indiferenciación de zonas corporales en ese lugar real que es el cuerpo
del niño, ciertos funcionamientos corporales son elegidos por la repetición de las sensaciones
que le procuran y estos lugares sirven de centro al narcisismo primario. Son aquellos lugares
de su cuerpo en los que el niño reconoce día tras día de tensión - privación en relajación –
satisfacción seguida de saciedad, una mismidad sentida como reencuentro de ser y de
funcionar. Cuando entre el niño y su madre nutricia adviene una separación, el deseo se
frustra, pero el niño solo se percata de ello al reaparecer la necesidad que va única al deseo y
entonces la necesidad es satisfecha por cualquier persona, con lo que el deseo no puede
reconocer la audición, la visión, la olfacción de la persona que antes venia enlazada a estas
satisfacciones. El lugar donde las tensiones del deseo y de la necesidad se confunden ha
pasado a ser lugar de goce prometido, espera, satisfecho o no. Este lugar es zona erógena. A
cada separación le sigue el sueño y a cada acceso de hambre del niño le sigue un reencuentro,
que le hace continuar experimentando como erógeno el lugar y el conjunto de lugares que lo
enlazan a su madre. Las pulsiones parciales de deseo continúan focalizándose en la boca y el
cavum del bebe, mientras esperan estos reencuentros.
La privación por algún tiempo, cuando el bebe se halla bajo su tensión, suscita todas las
potencialidades sustitutivas de que él es capaz, asociadas a la sensorialidad substancial del
objeto parcial, el pecho, para un encuentro con el otro el fantasmtiza con cualquier
sensorialidad liminar asociada a los encuentros pasados y quizás esto sea una promesa del
otro.
Más allá de la distancia del cuerpo a cuerpo entre el bebe y su madre nutricia cuando esta ha
salido de su campo visual, las percepciones sutiles de su olor y de su voz siguen constituyendo
para el niño el lugar en que él acecha el retorno de su madre, es decir, el lugar de su vinculo
narcisizante con ella y la continuación de esa sensación de vivir en seguridad que con ella
experimenta.
Las nuevas vías de relación humana del bebe, vías sutiles a través del tiempo, más allá de la
distancia, y no ya relaciones substanciales de un cuerpo a cuerpo, deberán ser preservadas,
para que el narcisismo del sujeto no experimente demasiadas fracturas: esto es, para sostener
la seguridad de su mismidad, conocida y reconocida por estar en relación con ese primer otro,
el objeto total conocido, su madre nutricia, que le permite reconocerse humano y amarse vivo.
Objetos mamaizados, es decir, objetos que hacen surgir en el niño, por asociación de
fantasmas, la presencia aseguradora memorizada de su madre. El niño, gracias a este vinculo
introyectao, símbolo de su narcisismo fundamental, es entonces, en todo momento en su
cuerpo integro, cohesado.
Su imagen del cuerpo, única por la relación simbólica continua, asume percepciones que, si
esta relación no existiera o llegar a faltar por demasiado tiempo, serian despedazantes para él.
Las pruebas, las castraciones, como las llamamos, van a posibilitar la simbolización y al mismo
tiempo contribuirá a modelar la imagen del cuerpo en la historia de sus reelaboraciones
sucesivas.
El fruto de la castración oral (privación del cuerpo a cuerpo nutricio) es la posibilidad para el
niño de acceder a un lenguaje que no sea comprensible únicamente por la madre: lo cual le
permitirá no seguir dependiendo exclusivamente de ella.
El fruto de la castración anal (ruptura del cuerpo a cuerpo tutelar madre – hijo) priva al niño
del placer manipulatorio compartido con la madre. Aunque ya no tenga necesidad del adulto
para lavarse, vestirse, comer, limpiarse, deambular, su deseo sufre por la privación del retorno
a intimidades compartidas en contactos corporales de placer.
Gracias ya al lenguaje verbal, fruto del destete (si la castración respectiva ha sido soportada)
el desarrollo del esquema corporal ha permitido sumar el lenguaje mimimo y gestual a la
destreza física, acrobática y manuel. La castración anal, una vez brindada por la madre a su
hijo, su asistencia verbal, tecnológica, sin angustia, da seguridad al niño listo para asumirse en
el espacio tutelar, para realizar sus propias experiencias, para adquirir una autonomía
expresiva, motriz, en lo tocante a sus necesidades y a muchos de sus deseos.
Tanto el destete (prohibición del mamar, de mucosa a mucosa, de la cooperación bebe boca
madre alimento, en síntesis, prohibición del placer de captación caníbal) la separación física, la
prohibición del placer del cuerpo del niño al placer del cuerpo de la madre, esta castración
llamada anal es la condición de la humanización y de la socialización del niño de 24 a 28 meses.
Es también el comienzo de la autonomía para el niño, con respecto a lo que era una tutelar,
donde él dependía de los solos deseos de su madre, que primaba sobre todas sus otras
relaciones. Siente ahora la posibilidad de colocarse en el lugar del otro, sobre todo de los niños
o animales o de un débil en relación con los fuertes y de este modo desarrollar los basamentos
de una ética humana.
El niño no puede obrar de otra manera que imitando lo que percibe y luego identificándose
con los seres humanos que lo rodean. A estas personas modelo, de las que él depende para
sobrevivir, el niño las inviste con el derecho de limitar su agresividad o su pasividad en
beneficio de su pertenencia al grupo familiar y social. La castración simboligena es dada así
nuevamente, de un modo o de otro, por alguien en quien el niño tiene confianza por causa de
su pertenencia al grupo. Con su aceptación de estas prohibiciones, el niño cobra valor de
elemento vivo del grupo.
El niño desarrolla una identificación con los hermanos mayores de su mismo sexo y la
experiencia demuestra que cuando estos, así como los adultos a quienes frecuenta, han
recibido igualmente la castración de sus pulsiones arcaicas, el niño se desarrolla sanamente
hacia su Edipo acorde con la moral vigente en su ámbito cultural. Presenta por el contrario,
signos inmediatos de angustia ante adultos y hermanos mayores cuyas pulsiones arcaicas
están mal castradas y por tanto mal sublimadas, y que, por este hecho, sienten atracción por
los niños, porque no han acabado con su propia infancia.
La verbalización de la prohibición del incesto pero también y sobre todo la imposibilidad real
experimentada de lograr éxito con sus picardías seductoras respecto del progenitor del otro
sexo y otro tanto frente al adulto rival homosexual, harán que el niño reciba la castración
edipica. El fruto de esta castración es su adaptación a todas las situaciones de la sociedad. Las
pulsiones orales, anales, uretrales, que ya fueron castradas en la etapa del destete y después
en la de autonomía del cuerpo, van a metaforizarse en la manipulación de esos objetos sutiles
que son las palabras, la sintaxis, las reglas de todos los juegos. Al final del Edipo, el niño vive no
ya para complacer a papá o a mamá, sino para si mismo y para sus compañeros y amigos.
DESPUES DEL EDIPO:
Una castración que cuenta con todas las posibilidades de éxito es la que se da a tiempo, ni
demasiado temprano ni demasiado tarde, por parte de un adulto o hermano mayor a quien el
niño estima y que lo ama y lo respeta no solo en su persona sino de tal manera que a través de
él el niño siente que son respetados sus genitores.
Fruto de la recepción del decir castrador, al principio siempre penosa de aceptar, es, tras la
difícil prueba, el renunciamiento de los actos prohibidos mediante los cuales el niño quisiera
procurarse un placer aun mayor que aquel que ya había gustado, así fuese solo con la
imaginación, en sus proyectos. Es el duelo en la realización de sueños de placeres, que el niño
reconoce como irrealizables, para el que ama adulto interdicto y que desea identificarse con él.
Es el renunciamiento a las pulsiones canibalisticas, perversas, asesinas, vandálicas, etc.
En psicoanálisis la palabra castración da cuenta del proceso que se cumple en un ser humano
cuando otro ser humano le significa que el cumplimiento de su deseo con la forma que él
querría darle, está prohibido por la Ley. Esta significación pasa por el lenguaje, bien sea
gestual, mímico o verbal.
Las pulsiones así reprimidas experimentan una reestructuración dinámica, y el deseo, cuyo fin
inicial ha sido prohibido aborda su realización por medios nuevos, sublimaciones: medios que
exigen, para su satisfacción, un proceso de elaboración que no exigía el objeto primitivamente
tenido en vista. Solo este último proceso lleva el nombre de simbolización, emanado de una
castración entendida en el sentido psicoanalítico.
Una castración puede conducir a la sublimación, pero también puede desembocar en una
perversión, en una represión de desenlace neurótico. La perversión es una simbolización pero
una simbolización que no corresponde a la ley para todos. Puede haber un desvió de las
pulsiones hacia una satisfacción que no introduce la progresión del sujeto hacia la asunción de
la ley.
Una castración que induce el deseo de satisfacerse con el sufrimiento en lugar de con el placer
entonces es una perversión.
Una simbolización patógena suscita una dirección perversa en el cumplimiento del deseo. El
sujeto puede caer entonces en el engaño del placer que ha descubierto, por ejemplo, donde el
narcisismo quedara entrampado porque la búsqueda de su deseo está detenida en el cuerpo,
lugar parcial o total del gozar, pero objeto para la muerte.
La función simbólica, de la que está dotado todo ser humano al nacer, permite a un recién
nacido diferenciarse, en cuanto sujeto deseante y prenombrado, de un representante
anónimo de la especie humana.
Gracias a la castración, la comunicación sutil, a distancia de los cuerpos, deviene creadora, de
un sujeto a sujeto, por medio de la comunicación, a través de la imagen del cuerpo actual y del
lenguaje, en el curso de cada estadio evolutivo de la libido.
El destete, primera castración oral, no apunta más que a una modalidad de satisfacción del
deseo, en cuanto parcial. El pecho forma parte de él. Queda pues separado de una parte de él
mismo, ciertamente ilusoria, pero si hace esta experiencia es porque sobrevive a la prueba y
tal experiencia es simboligena según la manera en que la madre dé el destete promocionante
en su relación de lenguaje, de ternura y de intercomprensión.
Se puede decir que el niño privado del pecho, del mamar, erogeniza tanto más lo sutil que
percibe de su madre. La erogenización de lo sutil, olfato, audición, vista, es ya un simboligeno
más de lenguaje que la de lo substancial, la leche deglutida, el placer de la succión; porque lo
substancial está ligado a la necesidad repetitiva de sus modalidades de placer sin sorpresa.
Gracias a las separaciones de efecto simboligeno de este tipo que son las castraciones
sucesivas, las zonas erógenas ligadas a la tactilidad, antes de la separación de los cuerpos,
podrá tornarse lugares de deseo y de placer, tanto recibido como dado a otro y signo de
alianza.
El goce y el placer pasa a ser, simbólicamente, fruto de un encuentro a la vez imaginario y real,
en el tiempo y en el espacio, asociado al cuerpo del niño en sus sensaciones parciales, pero
también al cuerpo en su totalidad gracias a la presencia sutil y expresiva de la madre:
presencia cuyas modalidades de percepción permanecen en la memoria, sin eliminarse, como
sucede con lo substancial.
Se trata de una modificación de valor simbólico, nueva todos los días, de la presencia materna,
y no de una desaparición del objeto – madre. De un afinamiento del conocimiento que el niño
tiene de ella y de si, en el placer de acordarse de ella, de esperarla y reencontrarla, similar y
sorprendentemente, en algo diferente. En cambio, si el objeto desaparece para siempre, la
castración ya no es ni valorizada del deseo, ni portadora de vida conocida, ni apertura a una
llamada de comunicación interhumana. Es, tras un cierto tiempo de espera, un agotamiento
del deseo y una detención de la dinámica del deseo, la mutilación de la imagen del cuerpo que
se había desarrollado en la relación del lactante con su madre; sucede a ello una imposibilidad
de simbolización de un vinculo desaparecido y por tanto de la sublimación en relaciones
sutiles, fundadas en el lenguaje, que otras personas podrían oír. Por mediación de lo cual,
estas pulsiones desligadas bruscamente de la relación con la única persona por la cual el niño
se sabe existir, retornan al cuerpo del niño ahora anónimo en relación con su deseo. El niño
cumple una regresión como uno anterior a su nacimiento, sin poseer ya las referencias
anteriores al nacimiento. Es el autismo.
El niño no es suficientemente llevado hacia aquello que le atrae, hacia lo que desea toca (por
el hecho de que su deseo de motricidad es imaginariamente más precoz que la capacidad real
de su esquema corporal). La angustia del octavo mes procede de que el adulto no mediatiza en
el espacio los objetos que el niño ve y a los que viéndolos, desea acceder con su cuerpo o su
tacto, con su prensión. Se trata de un sentimiento de impotencia que proviene de la falta de
mediatización por parte de la madre; falta de socialización que en este momento el bebe se
habría necesitado; entonces se aburre, algo se debilita por no ejercitarse, algo de su lenguaje
de deseo no es comprendido.
Para que las castraciones adquieran su valor simboligeno es necesario que el esquema
corporal del niño esté en condiciones de soportarlas. Hay un momento preciso para aportar
cada castración; este momento es aquel en que ya las pulsiones, aquellas que están en curso,
han aportado cierto desarrollo del esquema corporal que hace al niño capaz de obtener placer
de otra manera que en la satisfacción del contacto cuerpo a cuerpo, el cual ha dejado de ser
absolutamente necesario a este espécimen de la especie humana que representa el organismo
cuerpo, para que sobreviva en cuanto ser de necesidad.
Existe otra condición necesaria para asegurar la dimensión simboligena del proceso de
castración. Reside en las cualidades del adulto colocado en posición de tener que dar la
castración. Un niño acepta una limitación y una temporización para la satisfacción de sus
deseos, e incluso una prohibición de satisfacerlos alguna vez, si la persona que se los prohíbe
es una persona amada, a cuyo poder y saber sabe que tiene derecho a acceder. Aun no se sabe
como hará para encontrar el camino hacia el placer; pero, dado que este guía ya lo ha
encontrado ¿Por qué razón él mismo, escuchándolo, presentándole confianza ( y no sumisión)
no habría de hallarlo?
Es bien comprensible que el niño que está creciendo experimente a veces el peligro de
retornar a la antecastracion, puesto que al mismo tiempo perdería las adquisiciones que,
gracias a esta castración, ha podido obtener. Antes de ser absolutamente asegurado respecoto
de las nuevas modalidades culturales adquiridas, es peligros para un niño mirar para atrás e
identificarse con el que era él mismo antaño.
A ello corresponde las actitudes fóbicas de pequeños que, colocados en un espacio nuevo, se
refugian en las faldas de su madre, con una mímica primero más o menos ansiosa pero que
puede llegar a serlo gravemente y son susceptibles hasta de llegar a perder el lenguaje: debido
a que, justamente, el lenguaje utiliza las pulsiones orales de una manera civilizada, mientras
que la fobia proyecta estas pulsiones sobre la idea de un peligro en el espacio, que tendría
forma de mandíbula dental, destinada a devorar toda o parte del cuerpo de quien busca goce.
Cuando, por el contrario, un niño ha alcanzado el nivel de la castración anal, o sea que ya es
capaz, mediante su esquema corporal, de utilizar pulsiones motrices enteramente sublimadas
en la soltura del cuerpo, soltura en todas las modulaciones de sus pulsiones de una manera ya
cultural, en ese momento ya no teme identificarse consigo mismo tal como era de pequeño. Ya
no sienten celos de las familiaridades de que los bebes son objetos por parte de las personas
amadas.
Cuando la castración anal es mal asumida, bien sea porque fue mal dada por el adulto, bien
porque el adulto que la ha dado en palabra no es un modelo a imitar por el sujeto, jamás aquel
al que educa podrá sublimar suficientemente, es decir, hablar, fantasmatizar en broma sus
pulsiones anales. El adulto tutelar confunde imaginario y realidad; no es ni tolerante, ni
indulgente, ni permisivo frente a sus propios fantasmas, que deben permanecer inconscientes,
coartados o reprimidos, los de sus pulsiones orales y anales. Es una triste evidencia comprobar
que son muchos los adultos incapaces de dar una castración simboligena de los estadios
arcaicos, porque ellos mismo lamentan haber dejado de ser niño o lamentan que su hijo crezca
y experimente deseos de autonomía a su respecto. Impide al niño alzarse a un nivel que le
permite sobrepasar aquel estadio ético arcaico en el cual tuvo que permanecer algún tiempo y
del que la edad lo sacará casi espontáneamente si tiene junto a él unos padres felices, quiero
decir padres que viven de una libido genital mucho más que en el nivel libidinal de consumo y
trabajo.
LA CASTRACION UMBILICAL
No cabe duda de que el nacimiento es ante todo, en apariencia, obra de la naturaleza; pero su
papel simboligeno para el recién nacido resulta indeleble, y sella con modalidades emocionales
primeras su llegada al mundo en cuanto ser humano, hombre o mujer, acogido según el sexo
que su cuerpo atestigua por vez primera y según la manera en que se la acepta tal como es,
frustrante o gratificante.
Lo que separa el cuerpo del niño del cuerpo de su madre, y lo hace viable, es el
seccionamiento del cordón umbilical y su ligadura.
La censura umbilical origina el esquema corporal de los límites de la envoltura constituida por
la piel, separada de la placenta y de las envolturas contenidas en el útero y a él dejadas. La
imagen del cuerpo, originada parcialmente en los ritmos, el calor, las sonoridades, las
percepciones fetales, se ve modificada por la variación brusca de estas percepciones; en
particular la pérdida, para las pulsiones pasivas auditivas, del doble latido del corazón que in
útero el niño oía.
En lugar de la sangre placentaria que alimentaba pasivamente la vida simbiótica del feto en el
organismo materno, la vida carnal se incorpora, podríamos decir, al aire nuevo elemento
común a todas las criaturas terrestres y cuyo flujo y reflujo responden al fuelle pulmonar. Con
el fuelle aparece la modificación del ritmo pulsatil cardiaco, que ahora no es pendular sino
obediente a un ritmo, como lo era, en la vida fetal, el corazón de ritmo ondulatorio de la
madre.
Así pues, bruscamente, brutalmente, el niño descubre percepciones de las que hasta entonces
no tenia noción: luz, olores, sensaciones táctiles, sensaciones de presión y de peso, y los
sonidos fuertes y nítidos que hasta ahora solo había percibido sordamente. El elemento
auditivo más destacado será, por su repetición, el de su nombre, significante de su ser en el
mundo por sus padres. Significante de su sexo, igualmente, porque esto es lo primero que oye:
es un varón! Es una mujer!
Es el lenguaje el que simboliza la castración del nacimiento que llamamos castración umbilical;
Las silabas primeras que nos han significado son para cada uno de nosotros el mensaje
auditivo símbolo de nuestro nacimiento, sinónimo del presente en el doble sentido de actual y
de don que es el vivir afectivo para este niño que, de imaginario que era para los padres, pasa
a ser realidad. Realidad irreversible, femenina o masculina, así es él y así será, como se
presento ante todos, ante sus padres y ante los representantes de la sociedad que lo
acogieron. Con lo cual, en este asunto también éstos sufren una castración. La castración de
ellos es la inscripción del niño en el registro civil, que asigna su estatuto de ciudadano, suceda
a sus padres lo que suceda.
Los proyectos fantasmaticos de nombre y de sexo se acaban con la fijación de esta inscripción
en el Registro Civil, incluida la pertenencia a quien lo reconoce legal o adulterio, o a quien se
niega a reconocerlo legalmente o, más aún, efectivamente. Ya no hay fantasmas posibles, una
vez cumplido este acto en el Registro; el niño ha ingresado en una realidad de la cual no podrá
desprenderse, salvo obedeciendo a la Ley. Estas estructuras cuyas huellas son dejadas en el
Registro Civil, unidas a un patronímico le procura para toda su vida el significante mayor de su
ser en el mundo, aquel que su cuerpo llevara consigo hasta la muerte.
Así pues, hay dos fuentes de vitalidad simboligena que promueve la castración umbilical: una
se debe al impacto orgánico del nacimiento en el equilibrio de la salud psicosomática de la
madre y con ello de la pareja de cónyuges en su relación genital; la otra es el impacto afectivo
que la viabilidad del niño aporta, en más narcisismo o en menos narcisismo, a cada uno de los
dos genitores, quienes por ello, van a adoptarlo con las características de su emoción del
momento y a introducirlo en su vida como el portador del sentido que en ese momento él ha
tenido para ellos.
Estas dos fuentes de potencia simboligena, resultantes de la castración umbilical del niño y de
la castración imaginaria de los padres, son bien visibles cuando una u otra de ellas ha sido
agotada en el momento del nacimiento. La muerte o morbidez de la madre marca
Con esta simbolización fundadora del ser en masculino o en femenino que sigue al nacimiento
y a la nominación del niño éste ingresa en el periodo oral. Entonces, aquellos que han sido
heridos en su vida simbolica presentan precoces trastornos relacionados con estos mismos
agujeros que se han abierto a los intercambios substanciales con el mundo exterior en el
momento de nacer, es decir:
La entrada del tubo digestivo, ligado en la cabeza al cavum y en la pelvis , la salida del tubo
digestivo, donde los excrementos, en sus dos formas, liquido y solido, están estrechamente
ligados por contigüidad táctil al desarrollo de las sensaciones genitales.
Sabemos también en qué grado la rivalidad fraterna puede invalidar la potencia simbólica de
un bebe, a causa de las pulsiones de un hermano mayor que se niega a admitir en el hogar la
existencia del menor. En lo tocante al mayor, el drama que vive con ocasión del nacimiento del
menor debe ser considerado en relación con su situación edipica. El sexo del recién nacido
pone en juego lo que le falta a él, falta de la que él hace responsable, culpable, al recién
nacido, la niña o el varón. El nacimiento de un bebe en una familia despierta las castraciones
de los hijos mayores.
LA CASTRACION ORAL:
El destete, esa castración del bebe implica que la madre también acepta la ruptura del cuerpo
a cuerpo en que el niño se hallaba y que había pasado del seno interno a los senos lactíferos y
al regazo, en absoluta dependencia de su propia presencia física. Esta castración oral de la
madre implica que ella misma es capaz de comunicarse con su hijo de otra manera que
dándole de comer, tomándole sus excrementos y devorándolo con besos y caricias: en
palabras y en gestos que son lenguaje.
La castración oral tanto del niño, del bebe destetado como de la madre, también ella privada
de su relación erótica, donante, con la boca del niño, como igualmente de su relación erótica
táctil y prensiva con el trasero de éste, se prueba por el hecho de que la madre misma alcanza
un placer aun mayor hablándole a su hijo, guiando sus fonemas hasta que se hacen perfectos
en la lengua materna, tanto como su motricidad en lo que respecta a tomar y arrojar los
objetos que ella entrega y recoge, en un comenzó del lenguaje motor. Si el niño puede
entonces simbolizar las pulsiones orales y anales en un comportamiento con base de lenguaje,
es porque su madre disfruta viéndolo capaz de comunicarse con ella y con otros; él percibe el
placer que ella experimenta asistiendo a su alegría de identificarse con ella, en sus
intercambios lúdicos, con base en el lenguaje, con otras personas. Lo que esta castración ha
promovido en el inconsciente y en el psiquismo de su hijo son posibilidades de relación
simbólica.
No se debe olvidar que el cuerpo a cuerpo de una madre con su bebe erotizante. Por otra
parte, así debe ser: esto forma parte de la relación madre – hijo. Pero el destete ha de venir a
imprimir aquí una etapa diferente, de mutación, de comunicación para el placer, a distancia
del cuerpo a cuerpo: una comunicación gestual que ya no es posesión del niño y que lo deja
identificarse con su madre en su relación con los demás y con el medio circundante.
Desde el punto pulsional, objetal, la castración oral es para el niño la separación respecto de
una parte de él mismo que se hallaba en el cuerpo de la madre: la leche que él, el niño, había
hecho brotar de sus pechos. El se separa de este objeto parcial, el pecho de la madre, pero
también de este primer alimento lácteo, para abrirse e iniciarse en un alimento variado y
solido. Traslada por un tiempo, si la madre no está atenta, sus pulsiones canibalisticas a sus
propias manos, chupándose el pulgar o el puño, con la ilusión de que así continua estando al
pecho de su madre. Hay un destete fallido, al menos en parte en el niño que sigue
ilusionándose con una relación con la madre mediante la instauración de una relación
autoerotica entre su boca y sus manos. El niño llena el agujero abierto que crea la ausencia del
pecho en su boca, poniendo en él su pulgar. Alcanza con ello un placer desprovisto de
alimento, que es también placer de asegurarse que su boca misma no se ha marchado.
Cuando el destete sale bien sucede, entre otras cuestiones, que se le procura las palabras que
significan lo que de este modo él experimenta con la tactilidad, por ejemplo, esto es un
sonajero, es frio, es metal, etc., todas estas palabras, cuando ella no está, hacen que él la
rememore y busque repetir los sonidos que la acompañaban
Así pues, el efecto simboligeno de la castración oral es la introducción del niño, en cuanto
separado de la presencia absolutamente necesaria de su madre, a la relación con otro: el niño
ha accedido a modalidades de comportamiento, fundadas en el lenguaje, que le hacen aceptar
la asistencia de cualquier persona con la cual la madre se encuentre en buenos términos, con
lo cual él mismo desarrolle posibilidades de comunicación, esbozadas con su madre o su padre
y desarrolladas con otros.
Es importante que tras cada mamada, en el momento en que el niño, muy animado antes de
dormirse, gusta de entablar ya una conversación, la madre le nombre todos los objetos que él
se pone en la boca, que indique su nombre, su gusto, su tactilidad, su color. Aquí la metáfora
del estomago es el desplazamiento de tirar por la borda, del hacer desaparecer de la cuna. El
niño se llena de júbilo si la madre recoge entonces las cosas arrojadas, justamente porque se
trata de cosas y no de objetos parciales de consumición. No estamos aquí en el orden anal del
arrojar; esto puede surgir, pero el arrojar comienza bajo el modo de la deglución, del hacer
tragar por el espacio.
Si la madre practica intercambios mímicos y verbales con su hijo a distancia, el niño goza
auténticamente y aplaude con las manos. Golpea según su ritmo, que la mama juega a
secundar poniéndole palabras, a veces modulándolas y esto pasa a ser una canción: es
fantástico, todo cobra sentido.
He aquí de lo que es capaz un niño que aun no camina pero que jamás se desespera porque su
madre (o una persona amiga que la sustituya) esté presente o no, siempre que no se
encuentre demasiado lejos, al alcance de su voz. El niño no se aburre porque los frutos
simbólicos de la castración oral ya han hecho de él un individuo humano, que posee una vida
interior relacionada con las alegrías de su madre, asociadas a sus propias alegrías; alegrías de
su madre que también son para él la certeza de que su padre y los adultos del entorno de su
madre están orgullosos de él; y, si tiene hermanos mayores, de que está ascendiendo los
peldaños que lo harán igual a ellos.
Es electivamente por el olfato como la madre puede, de un objeto parcial mamario, llegar a ser
singularizada como objeto total: porque, precisamente, el olfato no forma parte de un lugar
preciso para el niño. Es importante comprender que, como la necesidad de respirar no está
sometida a temporización, la olfacción va acompañar a cada inspiración nasal. Así pues, el
deseo y la discriminación del placer debido a la presencia de la madre tiene lugar por
mediación del olfato, mientras que la necesidad de respirar se satisface con cualquier aire,
llegado por la boca como por la nariz y cualquiera que sea su olor.
El destete puede constituir un acontecimiento euforizante para el bebe y para la madre si,
sobre un fondo conocido de comunicación substancial (es decir, ahora la mamada del biberón)
y de imagen funcional de succión (deglución de leche y de alimentos líquidos o semilíquidos
antes de que sean sólidos, todos de un gusto diferente al de la leche materna) el niño y la
madre conservan juntos lo que sigue siendo especifico de su vinculo psíquico, manifestado por
su presencia conjugada. Es lazo sensoriopsiquico para el bebe el olor del cuerpo de la madre
próxima, su voz, su vista, su mirada, sus ritmos, todo lo que se desprende de ella para él
cuando lo tiene en sus brazos y que él puede percibir en el contacto cuerpo a cuerpo; al mismo
tiempo, para la madre nada ha cambiado en su bebe que ya no toma el pecho cuya gracia y
desarrollo ella admira todos los días.
Inversamente, preciso es decirlo, una madre que no habla a su hijo mientras le da de mamar
acariciándolo constantemente, o que, mientras le presta cuidados, por depresión, se muestra
totalmente indiferente, no promueve en el niño un destete favorable a la socialización ulterior,
a una expresión verbal y una motricidad correctas.
Menos aun una madre que, tras haber destetado a su hijo, no puede evitar devorarlo
constantemente con sus besos y agobiarlo con toqueteos acariciadores. Ella misma ha sido la
niña herida de una relación hija – madre perturbada, que intenta curar desesperadamente. Su
hijo es para ella el fetiche de aquel pecho materno arcaico del que ella misma fue privada de
manera traumática.
LA CASTRACION ANAL:
Hay dos acepciones del término castración anal. La primera, que se designa como un segundo
destete, es sinónimo de la separación entre el niño, ahora capaz de motricidad voluntaria y
ágil, y la asistencia auxiliar de su madre para todo lo que constituye el hacer necesario para la
vida en el grupo familiar: es la adquisición de la autonomía: es la adquisición de la autonomía
“yo solo”, “yo, tu no”. Esta castración asumida por el niño depende de la tolerancia parental al
hecho de que el niño, día tras día, desarrolla su autonomía dentro del espacio de seguridad
ofrecido a su libertad a través de lo útil, del juego, del placer. El niño, que se está haciendo
sujeto, deja de ser un objeto parcial retenido en la dependencia de la instancia tutelar,
sometido a su posesividad y a su total vigilancia (para la alimentación, el vestido, el aseo, el
acostarse, la deambulación.
La otra acepción del término castración anal es (entre estas dos personas que son el niño
ahora autónomo en su actuar y el adulto educador) la prohibición significada al niño de todo
actuar dañoso, de hacer a otro lo que no le gustaría que otro le hiciera.
Todo niño con madre y padre no castrados analmente de él y que pretenden inculcarle, en lo
que le dicen o le hacen, la prohibición de hacer daño (mientras que ellos mismo dañan su
humanización al considerarlo como objeto de adiestramiento) significa en palabras lo contrario
del ejemplo que dan. Estos padres no dan la castración anal. Adiestra a un animal domestico.
Por consiguiente, solo es posible hablar de castración anal si el niño es reconocido como
sujeto, aunque su cuerpo sea todavía inmaduro y sus actos jamás sean confundidos con la
expresión del sujeto en él, mientras no haya adquirido la total autonomía de su persona en el
grupo familiar.
Este control de las pulsiones motrices dañinas, esta iniciación al placer de la comunicación
basada en el lenguaje y al control de la motricidad, a la mesura y al dominio de la fuerza,
empleada en actividades útiles y agradables, todo esto permite al sujeto advenir al cuidado de
sí mismo, su conservación, la deambulación en el espacio y luego la creatividad industriosa o
lucida. Al mismo tiempo queda abierto el camino a otros placeres, que se descubrirán en
estadios ulteriores, uretrales y vaginales, que lo conducirán, varón o niña, al estadio genital.
¿Por qué llamarla anal, si todo cuanto acabo de decir parece indicar una deprivación de
placeres agresivos motores que serian perjudiciales para el propio niño o para los demás, y una
iniciación al placer de una motricidad controlada, así como al comercio con el otro? Porque
aquí se sitúa, en el niño todavía inmaduro motor, la primera motricidad de la que tiene
pruebas que es agradable para él mismo y de que en general da satisfacción a su madre,
puesto que ella viene a cambiarlo y se lleva a lo que él ha producido.
A través de sus excrementos, el niño rechaza a la madre imaginaria incorporada con la forma
de un objeto parcial oral que, después de la deglución que lo ha hecho desaparecer, y después
de su recorrido por el tubo digestivo, se anuncia para exteriorizarse en el trasero. El ha comido
de mamá por un placer ligado al canibalismo imaginario y expulsa ahora lo que, de mamá, por
placer, se des-corporiza de él en excreciones solidas y liquidas. Lo que el toma y expulsa, lo que
él recibe y da es una mama imaginaria, mientras que la madre real le ha dado el objeto
alimentario parcial y le sustrae el objeto digestivo excremencial. Los excrementos del niño son
valorizados en cuanto objetos supuestamente de alimento y placer para la madre.
El esquema corporal se desarrolla entrecruzado con la imagen del cuerpo: ligada al do erógeno
excremencial y al placer funcional de la fuerza muscular motriz, placer que expresan las
jubilosas palpitaciones de sus miembros, su cuerpo, su boca, sus sonrisas, sus borborigmos, sus
sueños sonoros y los gritos, significado a la madre su aflicción o su alegría.
La castración anal es posible, de una manera simboligena que hace industriosa al niño solo
cuando hay identificación motriz con el objeto total que representa cada uno de los padres y
de los hermanos mayores en su motricidad intencional observable por el niño.
El niño retorna, por la falta de castración anal simboligena, a la comunicación liminar inicial
que tenia con la madre interior; es decir, jugar a retener por estreñimiento, o a exteriorizar las
heces, eventualmente en forma de diarrea, en cualquier caso de manera incontinente, no
controlada. Y después se aburre, a veces se excita con cualquier cosa, y se aburre otra vez. La
madre sigue siendo imaginariamente interior, en vez de estar representada inconscientemente
por todos los objetos exteriores que ella ha nombrado y que ella debe permitir manipular.
Así pues, el estreñimiento puede ser un signo de inhibición de la relación motriz con el mundo
exterior: porque el niño no ha sido iniciado por la madre en esta relación porque el niño no ha
sido iniciado por la madre en esta relación porque se encuentra en maña armonía con ella en
lo que atañe a la función excremencial.
Decía, pues, que la castración motriz, portadora de la ley de la prohibición del crimen, del daño
vandálico tanto a sí mismo como al prójimo y a los objetos investidos por el prójimo como su
posesión, es una parte de la castración anal. Y digo que todos los seres humanos, cualquiera
que sea su edad, son capaces de dar esta castración anal a seres mas jóvenes, siempre que,
más desarrollados que el sujeto a castrar, sean modelos para su devenir, por el anhelo que
tiene el más pequeño de imitarlos para valorizarse narcisisticamente, alcanzando una imagen
más desarrollada y más armoniosa, más adaptada al grupo que la que ahora posee. Este
anhelo se orienta a su desarrollo en sociedad, hacia el adulto, de varón o de niña; porque el
niño tiene, gracias al lenguaje, el conocimiento de su sexo, pero también lo tiene
intuitivamente, por su deseo de imitar a los que siente, sin que sepamos muy bien como, como
sus semejantes sexuados.
El caso de Francisco:
Recibir la castración de un hermano mayor de diferente sexo, sin que se refiera nunca esta
castración a comportamientos de su propio sexo, puede desviar el devenir del niño.
La castración debe ser dad por aquellos que sostienen, en aquel quien la dan, lo que nosotros
llamamos identificación con su sexo.
El niño, por experiencia descubre que las prohibiciones son aseguradoras desde el momento
en que, si las trasgrede, acarrean para él un sufrimiento real.
Los adultos, padres o no, capaces de dar a un niño la castración anal con el máximo de eficacia
simboligena tanto para su poder lúdico, industrioso, artístico y utilitario como para su sentido
social y su respeto al prójimo, son aquellos que no proyectan a cada paso una angustia sobre
las acciones de los pequeños que tienen bajo su responsabilidad. Son aquellos que están listos
para responder a las preguntas que el niño formule, sin ir más allá de lo que él pregunta.
Muchas modalidades educativas, en la etapa de la castración anal son origen de trastornos del
carácter en la familia y la sociedad. Estos trastornos se deben ya sea a la inhibición, ya sea a la
inexistencia de respeto por toda la regla de conducta. La no socialización del niño proviene de
que los educadores no han respetado día a día sus deseos de iniciativas motrices, aun cuando
no comportan ningún peligro real, simplemente porque estas eran un poco ruidosas, etc.
Una castración anal sanamente dada, es decir, no centrada en el pipi y la caca sino en la
valorización de la motricidad manual y coroporal, permitirá al niño sustituir los placeres
cremenciales (limitados) por la alegría de hacer, de manipular los objetos de su mundo, tanto
para objetener placer como para promocionarse por la identificación a los hermanos mayores
y a los padres. Las manos son, en efecto, lugar de desplazamiento de la zona erógena oral tras
el destete. Actúan como boca prensiva sobre los objetos: como los dientes, como la pinza de
las mandíbulas, los dedos se hunden en los objetos blandos a su alcance, arañándolos,
despedazándolos, palpándolos, apreciandoloso. Entonces, a través de estos juegos de
desplazamiento del deseo oral y después anal, el niño se hace diestro e inteligente, observa
las leyes físicas según referencias sensoriales adquiridas por la experiencia y en particular las
leyes de la pesadez, que él aprende a negociar.
Solo de los niños a quienes se exigió demasiado pronto la continencia salen los que
manifiestan retraso en relación con el esquema corporal en la imagen del cuerpo. Porque para
ellos la única manera de seguir siendo sujetos es oponerse a las órdenes apremiantes de la
madre y privarlas de este placer que ella encuentra en ocuparse del pipi- caca y de las heces,
esa región a la vez vergonzosa y sagrada donde necesidades y deseos son origen de valores
éticos contradictorios. El niño del estadio anal se vuelve civilizado para hacer sus necesidades y
continente durante el sueño.
La continencia natural es siempre espontanea en un niño criado sobre la base de confianza, del
respeto a su dignidad de hombre, en medio de niños mayores y de adultos con los que tiene
derecho a identificarse apenas se configura la respectiva posibilidad neurológica, sin que se le
reprenda.
Un niño que sea hecho continente en forma espontanea jamás incomoda a los adultos, a
menos que estos sean intolerantes ante sus preguntas, sus demandas, sus pruebas, sus
iniciativas de acción. Sus demandas que, a veces, cansan a los padres, son siempre inteligentes;
y los adultos cuando lo ven impotente para realizar un deseo, más bien deberían alentar a
reiniciar más tarde la misma experiencia, antes que soltarle “ya ves, te lo había dicho”. La
insuficiencia y la torpeza se debe a la vez a su inexperiencia, a su falta de concentración, a su
insuficiente observación y sobre todo a la falta de palabras explicativas procedentes de estos
adultos cuyas actividades el gusta observar.
Desde su nacimiento, sus excrementos son necesariamente objetos de interés para los padres:
ya que su emisión regular y su aspecto satisfactorio permiten al médico y a la madre juzgar,
con el funcionamiento digestivo, la buena salud del bebe. Ella, la madre, es quien
tomándoselos durante la limpieza, suprimiendo por tanto una sensación táctil en el trasero, al
mismo tiempo que él percibe un olor característico, añade apreciaciones mímicas que jamás
pasan desapercibidas para el niño.
De allí la importancia del estilo de respuesta que aportara a ello el adulto, en especial la
madre. Si ella concede a la recepción, a la visión o no visión del objeto parcial excremencial
tanta importancia como al niño entero, da valor de lenguaje a las necesidades, a los
excrementos, como tales, mientras que para el niño se trata de algo muy distinto. Ahora bien,
los excrementos como tales no pueden ser un regalo. Pasan a serlo para el niño si la madre los
celebra más de lo que celebra sus actividades lúdicas manuales y vocales. De algún modo el
ano se convierte entonces en un sustituto de la boca, puesto que el significado anal le resulta
valorizado por ella. Esto es lo que hace susceptible a la caca de convertirse caca – regalo. Y él
ya pervertible, intenta complacer aún más a su madre mostrándose exhibiendo su talento.
Para el niño de nueve a diez meses la entrada en el estadio anal activo del placer motor de
todo su cuerpo supone el advenimiento del deseo y del placer de los descubrimientos motores
voluntarios: primero del tronco, de los miembros superiores, después de la pelvis, de los
miembros inferiores, que se forman capaces de deambulacion voluntaria, sentado o a cuatro
patas, de una destreza manual cada vez más satisfactoria para él. Finalmente, hacia el año el
niño se incorpora para la marcha, momento de enorme alegría para avanzar solo sobre sus dos
pies.
Obtenido por fin la destreza del estadio anal y el control muscular generalizado, el niño realiza
un descubrimiento mucho más preciso del conjunto de todo lo que, de su cuerpo, conocía, en
la tactilidad que hasta ahí su madre había impuesto. Ahora el centro de su interés son sus
propios descubrimientos. Necesita palabras para especificar todas estas regiones de
exploración sensible de su cuerpo; y es preciso que estas palabras le hagan comprender que él
está hecho como todos los otros seres humanos.
No se entenderá la importancia que es preciso asignar a la puesta en juego de la castración
anal, si no se comprende que ella es quien permite la obtención de un dominio adecuado y
humanizado de la motricidad.
El carácter decisivo para el porvenir del niño de la castración anal, estriba, en síntesis, en que
ella es el desfile que va a permitir (o no) la sublimación de las manifestaciones excremenciales
bajo la forma del hacer industrioso y creativo.
Es fácil, en esta etapa intermedia entre el niño pequeño que es y la persona grande que desea
ser, introyectar el fracaso y el éxito como efectos mágicos debidos a la malicia de las cosas; a
un deseo dañino de las criaturas animales o vegetales o incluso de las cosas inertes, que el
niño antropomorfiza según el modelo de su madre omnipotente. El niño de este estadio
proyecta intenciones antropormofizadas de devoración, o re rechazo, o de daño, sobre todo lo
que le resiste, sobre todo lo que lo angustia, con razón o sin ella, en sus contactos con los
objetos.
Toda herida narcisista impele al niño a replegarse sobre placeres conocidos y por tanto nada
riesgoso para su esquema corporal. A esta edad, todos los placeres corporales se focalizan
esencialmente en el cavum, la boca, el ano; en cuanto al varón: la verga; en cuanto a la niña: la
vulva y el clítoris; placeres que se producen por intermediación de sus manos. Prohibiciones en
exceso numerosas de tocar objetos exteriores como peligrosas y si se le prohíbe tocar su
propio cuerpo, acaba creyéndose en su cuerpo un objeto de peligro, seccionable, devorable y
creyendo que su sexo está expuesto al peligro de sus propias manos, las cuales son
inquietantes por sí mismas para ciertos niños a quienes se les dice sin parar ¡no toques!
Cualquier atractivo hace surgir en la imagen del cuerpo la imagen funcional motriz.
Inteligentemente utilizado, el deseo lo promocionaría a buscar un placer que, si él lo obtuviera,
lo iniciaría en una autonomía mayor.
Ante un fracaso, el niño siempre necesita palabras que le expliquen su causa, sin censurarlo y
lo reconcilien así con su intención “desmagicizando” el peligro que ha corrido y que creyó
puesto ahí intencionalmente por sus padres. Es necesario establecer claramente con el niño la
tecnología de su fracaso; tecnología a la cual los adultos están tan sometidos como él, porque
se trata de las leyes de la realidad de las cosas.
Ante sus fracasos, el niño se siente humillado a sus propios ojos y pide consuelo, bien sea
gritando, bien yendo a quejarse a su madre con tono llorón y regresivo. Sin embargo, muy a
menudo este niño que viene a pedir socorro a los adultos porque ha cometido una torpeza,
siendo incluso que quería promocionarse, recibe una actitud de rechazo, con respuestas
agresivas: ¡Cállate, dejamos tranquilo! O incluso el adulto lo estupidiza con su propia angustia,
recogiéndolo en sus brazos en vez de ponerlo de nuevo ante el obstáculo y de mostrarle con
sus propias manos o con sus pies a la par que se le explica en palabras, la manera en que
habría podido llevar la experiencia a buen término. Digamos también que si los adultos hacen
por él lo que él no puedo hacer, lo que él no consiguió, es tan grave como si no hiciera nada
porque al proporcionar el resultado inmediato se suprimiré el deseo de la experiencia. De ahí
una dependencia mayor, siendo que el niño intentaba hacerse independiente de su madre.
Ya cuando el niño, para su placer, gusta de permanecer sentado manipulando pequeños
objetos y después cuando deambula a cuatro patas o sobre el trasero y más aun cuando
camina y gusta de explorarlo todo, la manera en que se comporta el adulto presente es
decisiva para el desarrollo de este niño. El papel de esta presencia adulta es garantizar la
seguridad en el medio circundante, a fin de que el niño se sienta lo más libre posible de actuar
como está tentado de hacerlo. Hay que aceptar el desorden, los objetos desacomodados, los
que el niño tira al suelo y allí deben quedar. Todo esto implica una tolerancia que muchos
adultos no tienen.
Este narcisismo que impele al niño a identificarse con los adultos por él admirados se expresa
en el hecho de que se ha vuelto capaz de maternarse a sí mismo cuando tiene hambre, capaz
de darse de comer, de servirse, de ponerse alguna ropa, de ponerse los calcetines, aunque
todavía no pueda enrollarlos o anudar sus cordones. Es capaz de resguardar su cuerpo de
disgustos, exactamente como lo habría hecho su madre: de salvar tensiones y necesidades
siempre que, evidentemente, haya comida a su disposición. También puede ayudar a un niño
más pequeño que él, imitando el papel de madre y padre de manera adecuada. Se conduce
entonces frente a este objeto humano en forma tal de evitarle peligro y sufrimiento. En
psicoanálisis, nosotros decimos que este niño ha elaborado ya un pre – superyó concerniente a
todo lo que se relaciona con el cuerpo y con su supervivencia, tanto los suyos como los de
otro. Salvo estados emocionales perturbadores, el niño ya no supone riesgos para el prójimo,
como tampoco puede olvidarse de comer o de ir al baño. A lo sumo, presta a cualquier otra
persona los mismos deseos que los propios: lo cual provocara incidentes que, precisamente,
serán útiles para lo que atañe a la castración anal.
En efecto, la diferencia entre lo imaginario del hacer con otro supuestamente semejante a él y
la realidad donde el otro no tiene nada de ganas de comportarse como él esperaba, instruye al
niño de lo siguiente: de que su deseo imaginario no corresponde al deseo imaginario de
cualquiera. Si el otro se niega a ser un objeto, o su colaborador, por ejemplo para jugar con él,
para el niño significa una contrariedad. Pero si la instancia tutelar le explica que cada cual tiene
sus deseos, y que solo hay placer para ambos cuando los deseos coinciden, el niño habrá
descubierto la clave de la vida en sociedad. Por desgracia, muy a menudo los adultos obligan a
un niño más grande a jugar con uno pequeño, siendo que esto no les causa ningún placer y no
tiene nada de necesario para el más joven. Nunca es sano enseñar a un niño a obtener placer
al precio de displacer del otro. Habrá que inculcárselo con palabras o darle el ejemplo.
Otra situación frecuente: el niño por el que el adulto tutelar se “deja hacer” como se dice,
como si fuera un muñeco, y satisfacer todos sus deseos, es un niño que se encuentra en
peligro y que después en la sociedad de los niños de su edad será frágil ¿Por qué? porque no
estará castrado en la castración anal en cuanto esta lleva a la distinción entre lo imaginario de
una actividad motriz soportada o ejercida sobre otro, y la realidad del encuentro con otro cuyo
deseo no se aviene para nada a esa manipulación de los demás a la que sus padres le
habituaron.
Lo mismo sucede cuando un hermano mayor recibe el consejo pervertidor de darle el gusto a
su hermanito/a con el pretexto de que es pequeño.
Por castración anal entiendo la prohibición de hacer lo que se le ocurra, por placer erótico. Han
de imponerse a los actos prohibiciones limitativas si este hacer pudiese provocar displacer o
peligro para los demás, si el uso de la libertad en realidad turba la libertad de actuar de otro.
La castración anal debe enseñar al niño la diferencia entre lo que es su posesión de la que es
enteramente libre y lo que es la posesión de otro, cuyo uso para él debe pasar por la palabra
que demanda a otro prestarle objetos de lo que él querría disponer y que acepta que este otro
se los rehúse.
Lo formativo es discutirlo con el niño, pero nunca que los padres continúen sintiéndose
poseedores de lo que han dado a su hijo, como tampoco que no aprecien el valor afectivo que
éste asigna o no a un regalo.
¿SADIMOS ANAL?
En mi opinión, cuando se habla del sadismo anal como si el placer de dañar estuviese
normalmente ligado a las pulsiones de este estadio, se comete un grave error. De lo que se
habla es de niños que fueron educados de una manera perversa, sin el respeto debido a su
persona. Porque el niño que recibe, a medida que se manifiesta su deseo de motricidad,
limitaciones por razones de autentico prejuicio a la par que se ve sostenido y consolado por
una instancia tutelar que le asegura que más adelante saldrá exitoso, este niño apoyado más
allá de su sentimiento de impotencia con palabras confortables, no desarrolla en absoluto un
deseo de destrucción sobre el otro, como tampoco comprendería que exista placer de
destruir. El niño no tiene sadismo nunca, salvo muy al principio, en los inicios de su primera
dentición. El sadismo es oral, no anal. La ética pervertida de un estadio por causa de una
castración inexistente o mal dad (aquí, el destete) puede contaminar de perversión el estadio
siguiente del desarrollo. Toda conducta coercitiva del adulto sobre el niño es iniciación en el
sadismo e incita al niño a identificarse con este modelo.
Puede así observarse que la castración anal no es otra cosa que la prohibición (tanto para el
niño como para los demás) del deterioro tanto como del rapto de los objetos de otro y de todo
daño en detrimento del cuerpo. La verbalización de estas prohibiciones por parte del adulto,
quien da el ejemplo ajustando sus actos a estas prohibiciones, es también castración anal.
Un chiquillo de 24 a 32/3 meses que se encuentra de lleno en el apogeo de la edad anal, y por
tanto de la motricidad voluntaria, tampoco recibe la castración anal, que debe ser simboligena
en el sentido psicoanalítico, si todo le está prohibido y si su libertad de buscar, de manera
intensiva y autoerotica, el placer de sus movimientos, de su acrobacia, de su manipulación
desplazadora de los objetos que puede manipular, no tiene cabida en el tiempo de su jornada
ni en el espacio del lugar en que vive. No puede sublimar sus pulsiones de una manera social si
tampoco tiene un compañero con quien jugar. Solo gracias a compañeros de su misma edad,
algo mayores o algo menores que él, en un aprendizaje por la experiencia, logra el niño evitar
tanto los episodios desagradables causados por la fuerza de otro, si se trata de niños más
grandes, como los que él mismo causaría a los más pequeños únicamente para disfrutar de su
fuerza sobre ellos.
Es de desear que toda actividad libremente emprendida por él en aquello que le place sea
respetada por el adulto cuando no perjudica a nadie; y cuando el niño juega con interés, es
importante que el adulto no lo moleste nunca. Así como tampoco tiene el niño derecho a
molestar al adulto ocupado. Aquí es donde el ejemplo es más eficaz que las palabras.
Es educativo, en la actitud y los decires del adulto tutelar, todo lo que va a propiciar el
encuentro del esquema corporal, ahora completado, con la imagen del cuerpo, mucho más
que lo que impulsará una dependencia del niño respecto de las pulsiones escópicas, auditivas y
lisonjeras del entorno inmediato.
Las personas mayores ejercer una importante tarea cívica en el desarrollo de un pequeño,
pues cuando un niño pide que lo miren cuando ejecutan lo que cree una hazaña, le es
necesario contar con la confianza del adulto y estar seguro de que éste lo autoriza a estas
proezas.
El sadismo es entonces una regresión de las pulsiones uretrales o genitales sobre el estadio
anal. Pero en el estadio anal, no lo hay cuando el niño cuenta con un sosten para realizar su
actividad motriz
Sostener y valorizar la curiosidad unida a la observación forma parte del principio mismo de la
educación humanista.
La simbolización aleja progresivamente al sujeto del recurso al placer del cuerpo a cuerpo, que
eclipsa la relación del sujeto a sujeto.
Volver a lo simboligeno de las castraciones que permiten a las pulsiones una expresión distinta
del mero e inmediato goce del campo, el cual hacía desaparecer la tensión del deseo,
suprimiendo al mismo tiempo la búsqueda enriquecedora del oro destinado a comunicar y
compartir las emociones del corazón y los cuestionamientos de la inteligencia.
ESPEJO:
Lo que permite al sujeto la integración motriz por el sujeto de su propio cuerpo es aquel
momento narcisistico que la experiencia psicoanalítica permitió aislar como estadio del espejo.
Por otra parte, hablar de estadio es en sí abusivo, pues más bien se trata de una asunción del
sujeto en su narcisismo; asunción que permite y recubre el campo de la castración propia del
estadio anal y que deja sentir sus efectos más allá, en la realización de la diferencia de sexos
(castración primaria, como se verá más adelante)
Lo que puede ser dramático es que un niño al que le falta la presencia de su madre o de otro
ser vivo que se refleje con él, acabe perdiéndose en el espejo. Ciertos niños pueden caer así en
el autismo, por la contemplación de su imagen en el espejo, trampa ilusoria de relación con
otro niño. No estoy hablando de los que se fragmentan en cantidades de cristales, sino de los
que tienen un espejo a su disposición. Esta imagen de ellos mismos no les aporta más que la
dureza y el frio de un cristal, o la superficie de un agua durmiente en la cual, atraídos al
encuentro del otro, como narciso, no encuentra a nadie: una imagen solamente. Es, en el niño,
un momento de invalidación del sentimiento de existir.
Si el otro llega a faltar por un tiempo excesivamente largo, hay obligatoriamente esbozo de
regresión, solo observable entonces en una exagerada somnolencia del bebe. Si se trata de
una regresión traumática, surgen en la imaginación del niño pulsiones disociadas de todo
fantasma de imágenes de funcionamiento. Entonces comienza a predominar las pulsiones de
muerte del sujeto. A la inversa, el pre-yo del niño se origina en la dialéctica de la presencia –
ausencia materna.
La imagen del cuerpo se ha elaborado como una red de seguridad con la madre fundada en el
lenguaje. Esta red personaliza las experiencias del niño, en cuanto al olfato, la vista, la
audición, las modalidades del tacto, según los ritmos especifico del habitus materno. Pero no
individualiza al niño en cuanto a su cuerpo; porque los límites espaciales de sus percepciones
con base en el lenguaje son imprecisos: él es también su madre, su madre es también él;
puesto que ella es su paz, su aflicción o su alegría. Podemos decir que las cesuras, las
particiones (las castraciones orales y anales) que representan el destete y la motricidad
autónoma, han operado ya una relativa individuación que permitió al esquema corporal del
niño separarse del de su madre y, por sustitución, ligar su propio esquema corporal en
elaboración con su imagen inconsciente del cuerpo. Esta vinculación del sujeto al cuerpo se
cumple mediante la elaboración de un narcisismo preyoico, garante a la vez, para el sujeto, de
su existencia y de su relación continua con su cuerpo, a través de una ética que perenniza la
aseguración tras la prueba ansiogena que toda castración implica.
En la constitución de la imagen del cuerpo, las pulsiones escopicas ocupan un lugar muy
modesto, incluso totalmente ausente para la organización del narcisismo primario. El espejo va
a aportar esta experiencia: la experiencia de otro desconocido, la imagen de un bebe como el
sujeto ha podido ver otras en el espacio y que él ignora como suya; esta imagen escopica debe
entonces superponerse para él a la experiencia, ya conocida, de cruzamiento de su esquema
corporal con su imagen del cuerpo inconsciente. Quiero decir que el niño ve ahí una imagen de
la que, frente al espejo, aprende que él solo es la causa, puesto que no encuentra más que una
superficie fría y no a otro bebe y, además, si se aparta del frente de esta fría superficie, la
imagen desaparece. El lenguaje mímico y afectivo que el niño ha establecido con el mundo
ambiente no le aporta ninguna respuesta acerca de esta imagen que encuentra ene l espejo,
contrariamente a todas las experiencias que tiene del otro. Ello explica que si la madre, o una
persona conocida, no está cerca de él, dentro de su espacio hay riesgo de que a causa del
espejo su imagen del cuerpo desaparezca sin que la imagen escópica haya cobrado un sentido
para él. La imagen escópica cobra sentido de experiencia viva tan solo por la presencia, al lado
del niño, de una persona con la cual su imagen del cuerpo y su esquema corporal se
reconocen, al mismo tiempo que él reconoce a esta persona en la superficie plana de la
imagen escopica: ve el niño desdoblado en el espejo lo que él percibe de ella a su lado y puede
entonces avalar la imagen escopica como la suya propia, pues esta imagen le muestra, al lado
de la suya, la del otro. Se descubre entonces con la forma de un bebe como otros a los que ve,
mientras que hasta ahora, su único espejo era el otro con quien él se hallaba en comunicación:
lo cual podía inducirle a creer que él era este otro, pero sin que sepa o sepa realmente que
este otro tenía una imagen escópica y él lo mismo.
Únicamente la experiencia del espejo posibilita al niño el choque de captar que su imagen del
cuerpo no bastaba para responder de su ser para los otros, por ellos conocidos. Y que por ello
su imagen del cuerpo no es total. Lo cual no significa que la imagen escopica responda a él. A
esta herida irremediable de la experiencia del espejo se la puede calificar de agujeros
simbólico del que deriva para todos nosotros, la inadaptación de la imagen del cuerpo al
esquema corporal, cuyo irreparable daño narcisistico muchos síntomas apuntaran en lo
sucesivo a reparar.
El espejo permite al niño observarse como si él fuera otro al que nunca encuentra. El se ve
pero aquí todo su deseo de comunicarse con otro se frustra.
La imagen en el espejo pasa a ser una experiencia concomitante de su presencia, pero una
experiencia únicamente escopica, sin respuesta, sin comunicación. En este sentido esta imagen
es alienante, si no hay, en el espacio, una persona por él conocida y que, con él, frente al
espejo, le muestre que también ella responde a estas mismas curiosas condiciones de reflexión
sobre la superficie plana y fría.
Todo bebe que ve su imagen de lejos en un espejo, sobre todo la primera vez, experimenta
una jubilosa sorpresa, corre al espejo y exclama, si sabe hablar: ¡un bebe!, mientras que,
cuando habla de sí mismo, ya se nombra pronunciando los fonemas de su nombre. Es decir
que no se reconoce. A partir de aquí será llevado a descubrir su apariencia y a jugar con ella;
hasta aquí, cuando existía la imagen del cuerpo en la relación del sujeto a lo deseado, era
siempre inconsciente y se hallaba en intuitiva referencia al deseo de otro.
A partir de la experiencia del espejo, las cosas ya no serán como antes. El niño sabe que ya no
puede confundirse con una imagen fantasmática de él mismo, que ya no puede jugar a ser el
otro que falta a su deseo. En estos juegos imaginarios en lo que gusta fantasmatizar una
identidad diferente aparece en su hablar el condicional: yo sería un avión. Tu serian.
Antes de la experiencia del espejo plano, era el esquema corporal de la madre, su cuerpo en la
realidad, el que daba sentido a las referencias del narcisismo primordial o fundamental de su
hijo y las sostenía. Solo después de la experiencia del espejo es cuando la imagen del cuerpo
del bebe da forma a su propio esquema corporal, según el lenguaje que constituye ya la
imagen del cuerpo para el sujeto, en referencia al sujeto madre. El niño solo descubre su
aparente integridad o no, su carácter euforizante o no, si su narcisismo se satisface con la
imagen que ve en el espejo y que cualquier otro podría ver.
El narcisismo del niño, esta vez como sujeto, se construye así en su relación, día a día, con los
deseos de la elegida de su deseo y con sus familiares, con su padre genitor o cualquier adulto
que, por ser el compañero habitual de su madre, cualquiera que sea su sexo, cobra a sus ojos
valor de cónyuge de la madre.
Reflexionemos: hasta ahora, el niño no ha visto, con sus propios ojos, más que la cara anterior
de su cuerpo, torax, abdomen, mientras superiores e inferiores. Ha sentido los volúmenes de
su cuerpo, agujeros, saliencias, relieves, rostros, cuello, espalda, por el contacto con las manos
de su madre primero, después por el contacto de las suyas con aquellas partes de su cuerpo
que pueden alcanzar y por sensaciones de placer o de dolor. Pero, hasta ahora, no se conocía
rostro ni expresividad propia. Se palpaba la cabeza, sabía señalar con el dedo orejas, ojos, bica,
nariz, frente, mejillas, cabellos, en esos juegos que las madres gustan de practicar con sus
hijos; pero no sabía que su rostro es visible para otro como lo es para él el rostro de los demás.
Esto lo aprende sobre todo por el espejo como demostraba yo más arriba, contrariamente al
ciego que lo sabe ero que no lo ha visto.
Sin embargo, el niño se siente cohesivo ya antes del estadio del espejo, gracias a las
referencias viscerales, por ejemplo:
Hay casos en que el niño no puede integrar con orgullo la particularidad de su sexo, varón o
niño. No se siente valioso por ser varón o por ser niña a causa de una referencia al falo propia
de su familia, a causa de su lugar en la serie de hermanos o de la importancia relativa del padre
o de la madre dentro de la familia. En estos casos, los niños se sientan o bien con su rostro
correspondiente a lo que son, varón o niña, pero con un sexo anatómico cuyas sensaciones
deniegan, no aceptando más que el placer de los funcionamientos de necesidad o bien por el
contrario, con un sexo que corresponde cabalmente al suyo pero que su manera de hablar, de
comportarse, no asume. Estos niños no puede, en sociedad, hacer concordar su rostro y su
sexo.
O rostro humano o derecho al sexo: esta contradicción procede de lo que no pudo ser castrado
y simbolizado en el momento de las diferentes castraciones y en particular de la castración
primaria, en la época del estadio del espejo.
La castración primaria, en tanto que en ella deben conjugarse a la vez la experiencia, iniciática
para lo imaginario, del espejo, y la asunción simbolica del sujeto, cuyo rostro es garante de un
deseo en concordancia con su sexo y con el porvenir tal como él lo intuye, merece que le
prestemos brevemente nuestra atención. La castración primaria llega después de las
integraciones mentales conscientes de las leyes éticas orales y anales que articulan al
narcisismo del niño el orgullo o la vergüenza de actuar, según que sea ético o no. La castración
primaria hace puente entre castración anal y la castración genital edipica que la sucede
directamente.
Después del estadio del espejo y de la castración primaria, las muecas, las mascaras, los
disfraces, se convierten en recursos para negociar, camuflándolos, los sentimientos de
impotencia o de vergüenza que el niño experimenta al sentir pulsiones que podrían hacerle
perder las apariencias o denegar el valor de su sexo genital.
Cuando la experiencia del espejo queda integrada, sea cual fuere el modo de esta integración,
la representación de personas se modifica. La intuición que el niño poseía de su verdad y de la
primacía de su imagen inconsciente del cuerpo, del orden de lo invisible pero que él
representaba en sus dibujos y modelados, da paso a representaciones de imágenes
conscientemente valiosas y visibles. El niño dibuja personajes que son como él querría que el
espejo le devolviese la imagen de su cuerpo: en una apariencia acorde de su narcisismo. Presta
a las figuras humanas características reconocibles y atributos simbólicos masculinos o
femeninos si él está orgulloso del sexo que posee.
En efecto, la ética que desde nuestra primera infancia centra nuestro narcisismo, garante de
nuestra cohesión, tiene como momentos cruciales aquellos en que nos defendemos de la
perdida de las ilusiones que se refieren a nuestro cuerpo, a nuestro rostro, a nuestro sexo, a
nuestra potencia, siempre asociado a la angustia de castración.
El narcisismo es necesario para defender la cohesión del sujeto en su relación con su Yo (su
cuerpo) y a través de él, con la experiencia que ofrece, la cual, en ciertas situaciones
relacionales debe desdeñar en mayor o menor medida su identidad deseante subyacente
(imagen del cuerpo inconsciente) para no exponerse a riesgos de retorsión. Todo esto planea
serios problemas. En el curso del Edipo y aun durante toda la vida, nos complacemos en
conquistar identificaciones sucesivas y en perseguir su exaltación. Estas identificaciones
proceden, sencillamente, del desplazamiento del valor atribuido al falo; pero ninguna de estas
identificaciones puede responder de nuestra identidad deseante desconocida que, por su
parte, después de la castración primaria, carece de imagen inconsciente del cuerpo. Esta
identidad desconocida de cada uno de nosotros, tanto varón como niña, sin duda está
amarrada a la liminar y luminosa percepción del primer rostro inclinado sobre el nuestro.
Hemos visto al niño llegar, después de los treinta meses, al nivel de desarrollo que le permite
la motricidad, la deambulación, esté bien o mal educado, hable o no. Debido a que tiene
manos y una laringe, manifiesta en sus juegos, en sus intercambios con los otros, las
suficientes sublimaciones concernientes a las pulsiones de la época oral como para realizara
observaciones y experiencias sensoriales personales.
Ciertamente ha conocido el espejo y observado todas las regiones corporales homologas a las
suyas en el prójimo, se le hayan procurado o no las palabras que las significan.
Solo una vez que ha conocido la cara posterior del cuerpo del otro se interesa al niño por la
cara anterior de la pelvis: tanto la suya, en el espejo, como la del otro.
Al suscitarse este interés por los pechos y el pene, interés que el niño traduce con las palabras
que se hallan a su disposición, el niño, mujer o varón, se plantea la cuestión de la diferencia de
formas entre el cuerpo de los hombres y el de las mujeres, entre el de los varones y el de las
niñas.
No hay duda de que la diferencia ya está expresada en las frases. “eres una niñita”, “eres un
niño” pero aun no ha sido referenciada al cuerpo; a lo sumo a maneras conformes con lo que
se espera de una niña o de un varón. El niño descubre la diferencia a través de preguntas
relativas al cuerpo diferente que presentan sus padres; pero, para eso, también es preciso que
advierta que del lado posterior del cuerpo no hay diferencia entre chicas y varones. Esto trae
aparejada la curiosidad por la delantera diferente.
La primera visión clara, para un niño, de lo curioso que es el sexo de una niña, significa un
choque, así como la primera visión clara, para una niña, del sexo de un niño. No hay caso en el
que, si los niños pueden hablar con libertad, no reaccionen abruptamente a esta primera
visión. El chico piensa que las nenas tienen un pene, pero que está escondido,
momentáneamente, para adentro; y las niñas, todas, realizan de inmediato un gesto raptor,
irreflexivo. Precisamente en conexión con esta experiencia del descubrimiento y las preguntas
indirectas o directas tocantes a la diferencia sexual, deben darse respuestas verdaderas al niño
de ambos sexos, que confirmen el acierto de su observación y lo feliciten por haberse
percatado de una diferencia que siempre existió. Las palabras verdaderas que expresan la
conformidad de su sexo con un futuro de mujer o de hombre, proporcionan valor de lenguaje
y valor social a su sexo y al propio niño; y prepararan un porvenir sano para su genitalidad, a
una edad en que las pulsiones genitales no son aun predominantes. Desde pequeño el niño
oye que es varón o chica; pero se trata de una referencia puramente verbal, lo que no haya
correspondencia con su observación.
Muchos adultos siguen sin tener, para designar sus órganos sexuales, más que palabras
infantiles, en las cuales la función sirve para denominar el órgano, o motes en definitiva
peyorativos, picarescos o agoticos.
Hacia los treinta meses, acabando el periodo anal, la pulsión epistemológica del niño sitia en el
“para que sirve” y respecto de lo que fuere, buscando respuestas sobre lo útil, lo inútil, lo
agradable o lo que desagradable, a corto o a largo plazo; en síntesis sobre lo que suministraba
ya los criterios de satisfacción o de renunciamiento ante los peligros de las pulsiones orales y
anales. Uno de estos peligros, bien corriente, es disgustar a mama y este displacer el niño lo
constata en torno al placer que a él procuran sus excrementos.
La constatación de este displacer es uno de los medios con que cuenta el niño para discriminar
lo que corresponde a lo sexual en relación con lo excremencial, mientras que al principio
ambos están confundidos. Confundido sobre todo en el varon, dado que hasta los 28 o 30
meses no puede orinar sin erección. Solo después de las erecciones independientes de la
micción hacen de este órgano, que se mueve solo y sin finalidad funcional, un problema. En
cuando a la niña, muy tempranamente la función urinaria pierde relación con el placer de las
sensaciones clitoridianas y vaginales. Se trata de sensaciones intimas, sin correspondencia
visible con el testimonio de que ellas podrían dar.
Por introyeccion de las palabras del adulto, de las conductas del adulto que el niño observa y
de las que depende para sobrevivir, la imagen inconsciente del cuerpo se estructura desde la
primera castración umbilical, luego el destete y luego la independencia motriz. Se estructura
informando el esquema corporal con los dichos parentales en cuanto que limitan las iniciativas
del niño, porque estas pondrían en peligro la cohesión del sujeto y de su cuerpo por la que se
mediatiza su relación con su objeto de amor: madre, padre, persona tutelar.
El niño hacia los tres años según la iniciación verbal y los ejemplos recibidos conoce ya su
apellido, su dirección, su pertenencia familiar. Sabe automáticamente lo suficiente como para
no morir de hambre o de frio si tiene que comer y con qué abrigarse dentro del espacio que lo
circunda, sabe encontrar interés y placer en todo cuanto lo rodea sin excesivos riesgos, y si
conoce el espacio en el que su familiares lo han introducido, sabe ya conducirse, es decir,
autopaternarse. Este niño, nena crece deseoso de identificarse con los adultos tutelares,
progenitores y hermanos mayores. Y es entonces cuando su observación y su deseo de saber le
permiten descubrir claramente la diferencia sexual, sorprendente descubrimiento
inmediatamente referido al placer específico que esta región, al ser excitada procura.
De manera que hacer estas preguntas tiene algo, misteriosamente, de malo, de prohibido. Lo
que sucede es que los padres, adultos que han olvidado por completo la manera de pensar y
sentir de su primera infancia se sienten cuestionados en lo más intimo de sí mismos; y quedan
pasmados y se sienten casi molestos al revelárseles que su hijo experimenta un placer que
ellos creían reservado a los adultos, en relación con emociones que imaginaban ligadas a un
sexo completamente desarrollado, en un cuerpo de caracteres sexuales secundarios
enteramente visibles. Para un adulto el deseo y el amor antes de la pubertad son impensables
y la posibilidad de un orgasmo sexual aun más. El adulto interrogado piensa, pues, que es inútil
responder a preguntas que les parecen desprovistas del fundamento. Pero el niño comprende
el malestar de los padres de una manera bien distinta.
Así pues el inconveniente de las no respuestas o de las respuestas inadecuadas a las preguntas
del niño sobre el sexo es el de confirmar su hipótesis: fueron los padres los que cortaron algo o
tramaron aquello.
La niña acepta más fácilmente que el varón la castración uroanal, es decir, el renunciamiento
al placer erótico con el objeoto excremencial.
La niña se dedica a juegos de desplazamiento de objeto parcial anal con los que se ejercita en
la maternidad y el niño a juegos de desplazamiento de objeto sexual parcial anal y uretral
donde expresa su virilidad en devenir.
Todo niño de tres años o más cuando pregunta ¿el sexo para qué sirve? Debe oír claramente
expresado lo que constituye la fecundidad de los seres humanos, es decir, la responsabilidad
humana de paternidad y maternidad en la unión de los sexos.
Responder claramente la verdad se traduce por una alusión implícita o mejor explicita a la
unión sexual de los genitores, acto deliberado o no durante el cual el niño ha sido concebido, y
a menudo a espaldas del deseo consciente o del goce de los genitores. Si no se les dice esta
verdad, los inocentes imaginan el acto sexual como estrictamente funcional, animal, zoológico,
operacional. Y con ello se los induce a una incomprensión total y cada vez mayor, al crecer, de
sus emociones sentimentales y de los deseos experimentados en su cuerpo, al evocar y/o ver a
aquellos o aquellas a quienes desean y aman.
Que la llegada al mundo de un niño sea asunto de un deseo y de placer recíprocos de sujetos
que se buscan, se hablan y en el encuentro concertado han llamado hacia si al ser que han
concebido, sabiéndolo o no, esto es lo que, dicho con palabras que el niño percibe como
verídicas, la revela la humanización de la sexualidad genital, lenguaje de la vida y no solo
proceso funcional.
Se me dirá que el niño de entre tres y cuatro años no comprende nada de todo esto. No es
verdad; él intuye su sentido, si las palabras acotan una realidad que él ha experimentado;
palabras justas para el adulto y que él siente justas, lo construye como ser humano.
Es preciso decir la realidad de los hechos y, de ser posible, aportar precisiones sobre el
apellido, sobre la familia misma del genitor, sobre las razones que llevaron a los padres a
unirse y después a separarse.
Al conocer la verdad de la unión sexual de sus padres, que ha sido origen de su vida, la
inteligencia de los niños hace eclosión, reforzada por el conocimiento de su filiación,
permitiéndoles dar sentido a los sentimientos que les inspiran su madre, su padre y sus
respectivos linajes, si tienen la suerte de tenerlos. Pero para la mentalidad de un niño se trata
de un deseo que no es más que verbalmente genital por el momento. La responsabilidad,
aceptada o esquivada, de sus padres, de asumirlo parcialmente, totalmente o nada en
absoluto al traerlo al mundo, esto él todavía no puede comprenderlo y además no hay
discurso moral que hacerle oír actualmente sobre los hechos verídicos de su historia.
La escuela debería enseñar a los niños a discriminar entre las necesidades que sin irreprimibles
y los deseos que son domeñables y que esta distinción es la que singulariza a los seres
humanos en relación con los animales. La vida social de los seres humanos implica el dominio
de los deseos según la ley, la misma para todos; y a partir de los tres o cuatro años en la
escuela se puede verbalizar perfectamente que no es posible casarse con el padre o con la
madre, entre hermanos y hermanas, al mismo tiempo que los niños juegan y siguen
fantaseando, porque el complejo de Edipo se vive y se resuelve en fantasmas, sostenido por el
saber consciente de su prohibición en la realidad. La única ley común a toda la especie
humana, y de la cual nunca se habla en las escuelas, es la prohibición del incesto, homosexual
y heterosexual. En la escuela se debería enseñar a los niños que esta prohibición se aplica
tanto a su deseo respecto de su padre como al de sus padres respecto de ellos, así como a las
relaciones sexuales entre hermanos.
La manera en que el adulto creíble responde a las preguntas del niño, explícitamente
manifestadas entre los tres o los cinco años, determina la apertura o no de una inteligencia
humana, quiero decir de una inteligencia ligada a la ley social.
Cuando no ha obtenido respuesta a las preguntas sobre su vida, sobre su genitud, el niño deja
de preguntar, al menos en el ámbito familiar de la familia. Cuando llega a la escuela, se las
debe promover de nuevo, a fin de instruirlo, responderle y hacer de él no un cachorro
anónimo de la especie humana sino un sujeto a quien se restituye la responsabilidad de su
historia y de su deseo, al mismo tiempo que se reconoce su deseo en sus miras masculinas y
femeninas lejanas, cuando sea grande, con las leyes de este deseo en las sociedades humanas
y particularmente en aquellas de la que el niño forma parte.
Cada etapa se vive según la manera en que fue vivida y superada la etapa precedente. Los
niños de hoy, sobre todo en las ciudades, reciben tan poca enseñanza de sus padres que este
papel educativo incumbe cada vez más a los maestros.
La castración primaria, es decir, el descubrimiento de su sexo por el niño y de que solo a este
sexto pertenece y de lo que ello significa para el futuro, puede fallar completamente en cuanto
a sus efectos simboligenos a causa de la falta de información, de las reprimendas, que
acompañan las reacciones de los adultos ante las preguntas que el niño formula respecto de lo
que ha observado, oído decir, sentido.
La escuela debe cambiar, la escuela debe responder con un vocabulario preciso a todas las
preguntas del niño, en particular: ¿Por qué aquel niño lleva el apellido de soltera de su madre,
o el de su padre genitor que no es lo mismo que el de su madre o el de su hermano o el de su
amante de su madre, casado después con ésta y que lo ha reconocido pero que no es su
padre? Todo esto debería ser aclarado en la escuela, ya que es en la escuela donde todo esto
se la aparece
El periodo que sucede al momento en que los niños han descubierto su pertenencia un sexo es
aquel en el cual ingresan en lo que el psicoanálisis denomina complejo de Edipo. Desde que el
niño tiene conocimiento de esta definitiva pertenencia a un solo sexo, la imagen de su cuerpo
cambia para él; esta imagen ya no es inconsciente, sino que es conscientemente aquella que
debe ponerse en concordancia con un cuerpo que más tarde será el de una mujer o el de un
hombre. En cuanto al sujeto y al deseo que éste tiene en lo que respecta a dicho futuro, es un
deseo de identificación al ser que más ama en ese momento de su vida. Y por eso es tan
importante, a causa de su función, ejercida o no, de iniciador en la Ley, como espero haber
demostrado ampliamente que el niño haya obtenido respuesta en lo que atañe al papel que le
cupo a su padre en su concepción y después en su nacimiento: rol de acuerdo con la
naturaleza de la unión sexual, según la ley en el reconocimiento del niño ante el registro civil, y
papel afectivo en la toma a cargo del niño.
Si su genitor falta, otro hombre, compañero de su madre, puede servirle de padre tutelar.
Sus padres les pueden causar problemas (pareja desavenida, criado por solo el hombre o la
mujer); pero para poder seguir desarrollándose acorde con el orden de su genitud debe ser
sostenido, esforzándose por confiar en él como su hijo o hija. Es lo que llamo en psicoanálisis
“sostener el narcisismo de este niño” su narcisismo primario, el gusto por la vida y su
narcisismo secundario, el interés por sí mismo.
EL VARON
Las pulsiones genitales activas, que como hemos visto se arraigan en lo uretral, siguen siendo
pulsiones parciales penianas, de sentido centrifugo en dirección al objeto del deseo. Se trata
de las pulsiones que el varón traspone sobre los objetos parciales que representan, a su vez,
imágenes parciales de su cuerpo, el sexo peniano en particular, que él desplaza sobre todos los
instrumentos percutientes, las armas destinadas al ataque.
Cuando el niño está en pleno periodo edipico, la vida y la muerte son la cuestión más
importante. Renunciara entonces a sus juegos agresivos penianos, al menos a los que no están
reglamentados en juegos casi sociales. Y ello gracias a la prohibición del incesto, que debe ser
pronunciado tanto en relación con los hermanos como con las hermanas, es decir, tanto
homosexual como heterosexual.
Cuando esto es dicho por el padre a su hijo, se trata de la iniciación del hijo para la vida
humana. La castración edipica es eso “te prohíbo tu madre, porque es mi mujer y te ha traido
al mundo. Las dos cosas son importantes. Tus hermanas te están prohibidas sexualmente igual
que tu madre.
Carencia del padre, inepto para dar la castración. Si el padre o alguien no imparte esta
educación en el dominio del deseo prohibido el incesto, el varón puede seguir toda su vida con
la idea de una elección exclusivamente narcisista del objeto elegido, que tal vez no sea su
hermana o su madre pero que estará destinado exclusivamente a sus placeres parciales
genitales: objeto elegido eventualmente para ser mantenido bajo su dependencia por
intimidación y violencia.
Los que son agresivos, los que en la familia son odiosos para convivir o se emborrachan, los
que cuando vuelven a casa pegan a su mujer, los que son irresponsables y no hablan con sus
hijos, ninguno de estos los forman con vistas a su desarrollo efectivo. Asimismo, hombres que
non procuran ninguna alegría a su familia sino a quienes sus hijos ven poseyendo
violentamente a la madre, son patógenos, porque de cualquier forma el hijo joven los admira.
Su conducta viril aparece ante los niños cuando son pequeños como mágico, podemos decir:
narcisista, oral, anal, fascinante. La reivindicación de dominación y hasta de desprecio del
varón por la niña, que para él forma más o menos parte, momentáneamente, de su desarrollo
normal desde la castración primaria hasta el final del Edipo, es dada en estos casos por el
ejemplo de la conducta del padre respecto de la madre.
LA NIÑA
Para ellas, que se remiten al falo, los hombres tienen pene y las mujeres tienen niños, está
claro. Su deseo de identificación a su madre conduce a la niña, si la pareja parental se
entiende, a desear disponer de las prerrogativas que el padre reconoce a la madre. Pero la
niña solo puede entrar en el Edipo a condición de que intente trasgredir la prohibición del
incesto, haciendo caer a su padre en la trampa de su seducción. Las pulsiones son centrípetas.
Ella atrae hacia si.
Su deseo de gustar la lleva a desarrollar cualidades femeninas que puede utilizar para el éxito
social. De aquí resulta que la actitud perversa de las niñas es más manifiesta y visible que la de
los varones, en el Edipo. Las niñas son perversas en el sentido de seductoras, para desviar al
otro de la ley luego que esta les ha sido significada. Si lo complazco mas que mama, si soy más
valiosa que mama, él vera que soy yo quien mejor lo comprende, que su mejor esposa seria yo;
las actitudes perversas de la niña son mucho más verbalizadas que las actitudes perversas del
varón, que son mucho más vividas sin ser verbalizadas.
Esto se debe a que las niñas han descubierto que su poder de seducción reside en su
aceptación de no tener el pene y en su deseo de que otro se lo dé: no para tener el pene sino
para ser dueñas de quien lo tiene y puede así satisfacerlas.
Sería muy importante el papel de la escuela en cuanto a dar a los niños la ley de la prohibición
de relaciones sexuales entre adultos y niños, a fin de que pueda distinguir entre sus fantasmas
y la realidad y de que, si el niño se ve sometido realmente a una situación tan perturbadora
para él, sepa decir al adulto.
El decir de la prohibición del incesto saca al varón del Edipo y al contrario introduce en él a la
niña, sobreexcitando su lenguaje y las sublimaciones orales y anales del decir y del hacer que le
permiten trasgredir la prohibición o más bien conseguir que la transgreda el adulto.
El narcisismo de las niñas respecto de la feminidad que tienen que mostrar se vive mucho más
en superficie que el de los varones, cuya vivencia del Edipo es mucho más profundo, tanto en
las emociones que experimentan respecto de su madre como en la rivalidad que siente
respecto de su madre, al que aman.
Varon o mujer, el niño se fragiliza en el momento de la resolución sana del Edipo, porque, haga
lo que haga, al varon no le es posible seducir a la madre ni a la niña al padre, pues estos dos
adultos tienen sus deseos ocupados por objetos sexuales que están en otra parte. No por ello
ha disminuido la necesidad que aún tiene el niño de la protección de sus padres.
Muchos niños han vivido mal su Edipo o su salida del Edipo por falta de una castración, quiero
decir cuando queda sin verbalizar la prohibición de la realización del deseo sexual en familia, la
cual libera el deseo para su realizaicion fuera del medio familiar.
Después del Edipo, en el periodo de latencia, el papel de los adultos, padres, educadores,
radicalmente diferente del de los amigos y compañeros sigue siendo muy importante para los
niños en las situaciones de fracaso, de contrariadades narcisisticas, de difíciles trances en sus
amistades y amores.
Esta confianza, este afecto y este interés casto, podemos decir, de los padres hacia su hijo, sin
irremplazables después del Edipo el difícil papel de los adultos es contribuir a este progreso
liberador por mediación de su autentico afecto.
Para indicar a las claras los efectos narcisisticos propios del choque del deseo con la ley de
prohibición del incesto, es decir, cuando es aceptada la castración genital edipica, se denomica
narcisismo secundario al vinel de relación consigo mismo que el sujeto alcanza en el momento
en que ha franqueado esta etapa estructurante de la última de las castraciones. Esta última
castración es iniciadora de la vida social. Es procurada por los padres cuando pueden y saben
hacerlo, sostenidos como están, en esta difícil prueba, tanto para ellos como para su hijo, por
su ideal del yo parental y su amor casto por sus hijos.
Es importante el papel de la sociedad, de los educadores como auxiliares de los padres para
sostener al niño en su superación de los modos preedipicos y edipicos de razonamiento y
afectividad.
Lo que caracteriza la dinámica del deseo de los niños que mezclan fantasma y realidad, era el
ser sostenidos sin saberlo por su deseo incestuoso, dirigiéndose, sin saberlo, hacia la
exclusividad del deseo genital del padre del sexo opuesto, sin renunciar por ello ni a su
narcisismo fundamental de sujetos ni a su destino futuro de fecundidad como individuos.
En su lucha por conservar a su manera la semejanza con el adulto, por conquistar su estatus
humano, el neurótico reprime las pulsiones no castradas de los diferentes estadios, sin poder
ni actuarlas ni fantasmatizarlas, hasta aplastar con ellas el deseo mismo. Ello constituye, a la
vez, su sufrimiento y su dignidad. Aquí reside también la diferencia con los psicóticos cuyo
narcisismo ya no sufre de la perdida de una semejanza humana concerniente al placer de
actuar sus pulsiones. Para él ya no juega la distinción entre fantasmatizar y pensar,
fantasmatizar y actuar en la realidad.
Cuando el niño se encuentra en la castración edipica, la imagen de lo que él creía tener que
advenir para afirmar su identidad, deja de ser la semejanza y ahora es una total identificación
al padre de su sexo, tomando su lugar, poderes y prerrogativas. Advierte entonces que, hasta
ahí, se había engañado. A lo que tiene que identificarse es a la identificación de la sumisión del
progenitor a la ley, y no a la imagen del progenitor ni a su modo efectivo de presentarse ante
los otros y ante él mismo.
Es de otro sujeto, castrado como él en relación con sus deseos incestuosos, de quien el sujeto
niño debe recibir el reconocimiento anticipatorio del valor erótico de su cuerpo, de su sexo, de
su persona, de su dignidad de hombre o mujer en devenir: porque haga lo que haga no puede
cumplir sus deseos, hasta entonces incestuosos y para él inseparables del hecho de amar sus
padres o de ser amado por ellos. Ya no sabe ya no comprende lo que es el placer de amar y de
ser amado.
Ahora bien, la castración edipica sobreviene en la vida de los niños en el momento de la caída
de los dientes de leche.
La caída de los dientes, esos dientes mediadores de las pulsiones orales activas y sadicas, ha
signado en el esquema corporal la aceptación edipica, la mutación del narcisismo primario en
narcisismo secundario.
El superyó que se constituye en el narcisismo secundario tiene el efecto dinamizador de
impulsar al niño a salir del círculo estrechamente familiar para conquistar en la realidad social
objetos lícitos o más bien no prohibidos a su deseo amoroso y sensual de connotación genital.
Así pues es la barra bien puesta pro el padre y la madre sobre el deseo de su hijo o hija como
incestuoso lo que libera las energías libidinales del niño para su vida fuera de la familia.
Las aptitudes tecnológicas y culturales, adquiridas durante el periodo de latencia para el placer
narcisista y también en ocasiones para triunfar sobre un o una rival, se reestructuran y se
orientan hacia lo que llaman vocación. Es el deseo de meta mas lejana de consagrar sus
fuerzas o de armarse para desempeñar un papel en la sociedad.