Paseantes Por La Calzada de Guadalupe
Paseantes Por La Calzada de Guadalupe
Paseantes Por La Calzada de Guadalupe
Guadalupe
Relatos
Dedicatoria.
A mis padres: Guadalupe Sánchez y Jorge C. Izquierdo (+), como a mis
hermanos, amigos y vecinos de la Colonia Niños Héroes del Barrio de San
Miguelito, en SLP.
Agradezco también a los varios grupos potosinos que se dedican a la historia
de nuestro Estado y que colectan y difunden preciosas imágenes de su pasado
y presente, enriqueciendo nuestra identidad.
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Tabla de contenido
Introducción .............................................................................................................................. 4
Al salir de la cárcel ..................................................................................................................... 7
Asilados ..................................................................................................................................... 9
El bien y el mal ........................................................................................................................ 11
Cercanías ................................................................................................................................. 12
Sangre de mi sangre ................................................................................................................ 14
Cantemos al amor de los amores ............................................................................................ 17
Novilleros y toreros ................................................................................................................. 20
Unos lindos vecinos ................................................................................................................. 23
El Señor Lupe ........................................................................................................................... 25
El Negro Morales ..................................................................................................................... 27
El Señor Hambre...................................................................................................................... 33
Jando ....................................................................................................................................... 35
Las agallas del Coronel ............................................................................................................ 38
Cuando yo era un eco.............................................................................................................. 40
El hombre–mosca.................................................................................................................... 44
Calzada de Guadalupe ............................................................................................................. 48
De cómo se aprende en el campo ........................................................................................... 50
El trotador de la Calzada de Guadalupe .................................................................................. 53
Capítulo Dos ................................................................................................................................ 58
Yo ya fumaba… ........................................................................................................................ 59
La puerca ................................................................................................................................. 62
Caballo alazán tostado ............................................................................................................ 68
El artilugio de Juan .................................................................................................................. 76
Los esposos de película ........................................................................................................... 78
Aguaceros ................................................................................................................................ 81
Colonia Niños Héroes .............................................................................................................. 84
Cachimba ................................................................................................................................. 87
El enigma ................................................................................................................................. 89
La Gringa.................................................................................................................................. 97
Vocación ................................................................................................................................ 101
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Introducción
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Capítulo I
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Al salir de la cárcel
negaban sus cuerpos. Lo sórdido de sus relatos, se matizaba con las bromas
mutuas, y con los sueños que abrigaban para sus hijos, externos y lejanos. De
Aquella noche también salí feliz de la sesión, de prisa, poniéndome una falda
tarde. Salí deseando buenas noches a los guardias del portón principal,
mientras los silbatos de los centinelas cruzaban sus avisos de alerta desde las
atalayas.
de alguien que debió estar escondido entre los pinos. Apreté el paso para
trotar sin gran prisa, oyendo que también apretaba el paso mi perseguidor.
Nadie estaba a la vista para pedir ayuda. Ninguno de los muchachos amigos
del barrio andaba por ahí. Era necesario correr, pues sentí el apuro del otro a
mis espaldas.
7
La evidente persecución me hizo girar de prisa: el tipo estaba a dos brazos de
alcanzarme.
Con toda ligereza, lancé una patada extendiendo la pierna derecha cuanto
pude, como en las clases de ballet. Oí el golpe seco sobre sus genitales. El
hombre voló por el impulso que traía y cayó a mis pies, inánime, como un feto.
para ayudarle a levantarse, pero una repentina intuición me dijo que había que
Cuando crucé por los arcos del monumento a los Niños Héroes, pude voltear
hacia la Calzada. El fulano seguía tirado sobre las baldosas. A sesenta metros
de él, los guardias de la cárcel dialogaban con sus silbatos: “sin novedad,
seguimos alerta”.
8
Asilados
Frente al asilo sin nombre, una tarde de noviembre se asolea doña Felícitas,
metida en su viejo rebozo. Tiene siete años cuidando a su viejo, asilado por
pues no hay espacio ni cama para ella. A sus setenta años, dice: “todavía estoy
buena”.
los ancianos recluidos, gente que viene unos cuantos días a visitarlos y acaba
vecino Rancho San Isidro. Tenía días sin comer bien, pues yo andaba
una vereda, boca abajo. Ahí se asoleó sin saber de él por dos días. Lo
9
Le sugiero: usted ya está muy grande y no tiene fuerzas para cuidarlo, regrese
–No tengo a dónde ir. Mis hijos y sus esposas, una vez que me vine a
enteré hasta que fui a recoger unas ropas para nosotros. El jacal ya lo
acaricia sus manos, con las que se ajusta permanentemente el rebozo. Camina
lastimera: quedó zamba por tanto cargar agua desde el arroyo hasta la colina
en que tenía su jacal, desde niña. El amor por su viejo la tiene aquí, sobre las
sus huesos, y para calentar sin odio, el hielo que sus hijos le han dejado en las
entrañas.
10
El bien y el mal
Calzada.
Eran de una mujer desesperada, casi anciana, a la que golpeaba con fuerza un
Y con renovadas fuerzas, golpeó al sujeto hasta que lo tumbó por la calle.
Es malo pegar, y es bueno pegar, dijo para sí cierto niño, único testigo
imparcial de la escena.
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Cercanías
ésta hace padre al compadre. Si es la señora que asea la casa del sacerdote,
acaba siendo su mujer, aunque diga que es su hermana. Así me explico las
venía a diario y se pasaba las horas tratando sus asuntos con el Padre. En
visita, en cada palabra al oído, en cada gemido. La malla del confesionario dejó
Era considerado con los pobres, atento con los necesitados, dispuesto a salir
¿Por qué tenía ella que acudir precisamente a confesarse con él, un Padre
cada vez hay menos, que se siguen saliendo jóvenes del seminario, algunos
interesada era ella, que de tanto venir a verlo hacía canal en la Calzada rumbo
llevó a un Padre muy lindo, vicario, casi párroco. Bien podría haber llegado a
Monseñor, de tan formal y propio que era. Yo tengo años quedada, y no ando
Por eso digo que con una confesión al mes, es suficiente. ¿Para qué más?
13
Sangre de mi sangre
carnes, pieles y tripas llenas para morongas que de ahí salían a granel, día con
día.
–Sí mi jefe– solía contestar sumiso, aquel fortachón de 110 kilos y uno
de la mañana, muy aseado, como nunca se le veía en el rastro, pero con rostro
14
próximo llamado, empezaba a temblar con más y más intensidad. Los ojos le
con riatas por pies y manos y que una señorita vestida de blanco y con cofia
sus venas y ésta fluía por canales de vidrio. Sus ayudantes empezaban la
faena de destazarlo por secciones, con sus cuchillos afilados por manos
en la fila. Por eso gritaba con sus gigantes pulmones, cubriendo sus oídos:
–¡Noooo! ¡A mí nooo!
maldecirlo:
–Otra vez huiste, ¡cobarde! Te digo y repito que tú no eres una res,
Eso le juraba y perjuraba. Sin embargo, a pesar del coraje, pasada una hora,
urgencias.
“Pero qué animal es Valente: imaginar que le están abriendo las venas, una por
16
Cantemos al amor de los amores
He sido canterero de toda la vida. Por seis generaciones nos hemos dedicado
cinceles, sobre canteras rosas y cenizas. Por eso es que el canto de los
las iglesias de San Juan y del Santuario de Guadalupe. Esta noche ha salido
ese canto con nuevos colores, de mi voz y de los demás hombres, bajos y
cofradía.
nos hemos distribuido los turnos de velación por grupos de cuatro y cinco, y
sólo al inicio participamos todos juntos de los cantos y rezos, bajo el silencio y
oscuridad que pesan como moles de piedra, sobre la iglesia, sólo suspendidos
por nuestras voces y pasos, como por las velas que portamos. Afuera, gruesas
altar mayor.
camas de tabiques, sobre las que hemos descansado unas horas, entre cobijas
cofradía.
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Iniciamos de rodillas el ritual de adoración, sobre reclinatorios situados frente al
altar mayor. Con lentes leo mi cuadernillo de oraciones, ayudado por una de
intermedio, cuando con tono azul claro se iluminó todo el interior, con luz que
todos los rincones del Santuario, trastornó nuestros sentidos con su escándalo
de mil rocas partidas al unísono con dinamita. Quedó hecho piedra mi cuerpo y
fachadas.
El silencio otra vez nos abrumaba. Nada caía. Volteé con temor hacia los lados
y luego hacia atrás. Las columnas y arquitrabes parecían seguir en su lugar, las
bóvedas articulaban aún firmes sus muros, las nervaduras de las naves
Habían pasado apenas tres segundos, interminables. Los Dioses del Rayo, del
Trueno, de la Oscuridad y de la Luz, como decían mis abuelos, eran los que
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previo, los cuatro veladores cantamos, en un suspiro que volvía a su lugar a
nuestros corazones:
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Novilleros y toreros
Casi todas las bancas vecinas tienen algo que contar de lo que sucede en el
día, pero son tan dormilonas que no se enteran de lo que pasa de noche, con y
sin luna.
Entre ellos estaban Fello, Beto, y otros. Esperaban que la señora que cuidaba
el lado poniente del lienzo, apodada la Cotorra, apagara las luces de su cuarto,
para brincarse a los corrales. Beto había traído un capote viejo que obtuvo de
su tío Julio, torero de pacotilla. Fello era el poste sobre el cual los demás se
apoyarían para brincarse la barda, los demás eran comparsas que a la vez que
sentados sobre de mí, de sus aventuras con un bravo novillo, el que los
carteles pegados con engrudo sobre todas las bardas del rumbo, anunciaban
Fello, en tanto el mayor, y pierna larga, tuvo que poner ejemplo de valor a
todos los demás: se lanzó al corral y alcanzó de lejos a darle cuatro capotazos
al astado, que bufaba con muina a los intrusos con todos sus 300 kilos.
Segundo en el turno era Beto, el más rápido entre ellos, y el más chamaco.
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res brava, entrenado como estaba en los corrales del Rastro de la ciudad. En
su turno logró librar seis lances del novillo, que empezó a bajar su energía,
siguiendo enfurecido, pero con respiración más agitada, las evoluciones del
capote desvaído.
Al ver al torito menos veloz, sus seis compinches tomaron valor y ya con
ciernes.
En su segundo turno, tanto Fello como el Beto se dieron confianza para lanzar
hasta que el torito quedó desinflado. La bilis se había esparcido por todos sus
músculos, ahora débiles, sin brío. Hasta los más miedosos pudieron jalarle la
cola o rosarle los cuernos con sus manos. No daba para más.
El novillo se echó. Ellos que habían salido vivos, sin heridas ni golpes, y
entre ellos sus emociones. Lo hicieron mientras comían unas enchiladas que
habían comprado junto al Santuario, antes de irse cada uno por su lado a
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echado esperaba paciente a reponerse durante los siguientes tres días de su
lidia.
a otra vaca mal parida, que tal parece tu novillo! ¡A ver cómo le haces,
tienes una hora para enviarme a uno de repuesto, pero eso sí, bravo y
22
Unos lindos vecinos
con los dientes y lengua, sin usar las manos, como elegantemente lo hacía mi
abuelo.
que apodaban el Fitos y otro el Manuelote, los gigantes del barrio, alegres y
justicieros.
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Ella era bajita, hermosa, muy blanca, con las chapas rosadas, delgada y de
Los ojos claros de ambos, quizás los únicos de la colonia que estaba a mi
sumergirme en ellos, apacibles los de ella, insondables los de él. De ida hacia
Tangamanga caminaba del lado izquierdo del abuelo para tenerlos más cerca,
serena mirada.
como si me endulzara la boca con jugo del quiote más azucarado, o con sabor
24
El Señor Lupe
era, ágil y acomedido. Era madrugador, raro para un oficinista como él.
Aquella vez hizo otro tanto el Señor Lupe: se puso la camisa, el saco, y se
Volteó la doncella a verlo y con incontenida risita medio oculta entre sus
manos, dejó caer la escoba, viendo hacia abajo y dándole otra vez la espalda.
Eso obligó al Señor Lupe a buscar en su cuerpo el origen de tan obvia burla.
¡Había salido sin pantalones de la casa! ¡Sus calzones rayados era todo lo que
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En un par de zancadas llegó de regreso a su casa, sin voltear para nada, como
mula con cubreojos, por si lo estuvieran viendo otras vecinas. Las llaves se le
Dicen que de ahí salió el dicho: “si sales a coquetear, bien te has de acicalar”.
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El Negro Morales
Gran pítcher de velocidad y control como era, el Negro tenía por diversión
estaba preparado para responder con los puños la rayada de madre del
Parecía feliz con que le buscaran pleito, sonreía mientras sus compañeros de
equipo se preocupaban por los trancazos que vendrían y por el peligro de las
patadas con spikes de fierro que volarían entre ellos. A él le encantaba el flujo
trompo que se iba a dar con el bateador. Cuando alcanzaban a detenerlo antes
O bien:
27
Y luego, mientras trataba de quitarse de encima el cerco de compañeros que lo
alejaban del home, hasta donde había llegado para liarse a trompadas,
Por eso no es de extrañar que aunque era un pitcher dominante, rara vez
terminaba un partido, no por irlo perdiendo, sino por irlo ganando y silbarles
curvas a sus contrincantes, con pelotas que les rondaban las narices. Le
sobraban agallas.
II
El Negro Morales era un joven mecánico muy reconocido por sus trabajos en
autos de todo tipo. Vivía con su hermano y su mamá a dos cuadras del
Santuario. Por razones que no supe de niño, pasó cerca de ocho días debajo
del coche de mi padre, haciéndole un ajuste. Lo que nadie me explicó por esos
días era porqué unas sábanas colgaban de las rejas del portón de nuestra
Porque era evidente que se aseguraba de que nadie de fuera estuviera cerca
del portón cuando salía de debajo del motor, al baño o a comer. Si no, ¿por
qué nos dijeron a todos en casa que si llegaban a preguntar por él deberíamos
decir que no estaba ahí? Eran los días en que estaba en auge el movimiento
28
III
Cuarenta años después respondió mi padre por qué había escondido al Negro
era el Negro Morales. Pero abortó, pues llegó a oídos del gobierno y hubo que
Guadalupe y quedó decepcionado por haber recibido muy poco apoyo cuando
Lourdes, lo golpearon por todo el cuerpo. Aunque lo liberaron, tuvo que salir de
IV
Era una gran mazorca blanca envuelta por su risa abierta, de labios gruesos, y
gigante, sus manos eran fuertes como pinzas para el apretón con que
avisaba con la cabeza que no y que no, hasta que sólo restaba como opción de
tiro la recta pegada al pecho o a la cabeza del bateador. Era un signo claro de
que el Negro se había aburrido de dominar a los contrarios, jugando solo, y que
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ahora quería divertirse y poner a todo el equipo en juego, en la batalla campal a
acción.
V Tensión en la lomilla
–¡No me salgas otra vez con eso, Negro! –le increpaba su manager,
inconforme, mientras sus compañeros empezaban a reír y revolotear a su
alrededor.
–Bueno, pero sólo uno, uno y nada más uno, Negro –condicionaba su
mánager.
Mientras sus compañeros corrían hacia sus destinos, él volteaba a ver uno por
uno, a sus contrincantes, que esperaban ardidos en su dogout o en el círculo
de espera al bate. Los examinaba detenidamente, hasta ir a parar con el
bateador, al que como colofón a su examen, le dedicaba una sonrisa,
murmurado: “ah, contigo estaba”.
Para entonces la furia se había apoderado de todos ellos, obligándolos con su
treta a comprimir y tensar, involuntariamente sus músculos, inhabilitándolos,
mientras el Negro, relajado como sus compañeros, se disponía a lanzar su
mejor pichada, invisible y cargada de humor, también negro. Así ganaba
también, festivamente, sus partidos.
VI
Intervención terrenal del Negro, post mortem.
En el año 1986, Arturo Cipriano, músico potosino, asistía a una ceremonia en
Taos, con los indios Pueblo de Nuevo México. La ceremonia había durado
toda la noche y la mañana siguiente, al terminar, mientras los participantes se
saludaban y daban los buenos días, lo abordó un gringo de talla descomunal, si
bien ya un tanto ajado. Sin más preámbulo, le preguntó a Cipriano:
–¿A qué te dedicas?
– Soy músico.
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– Seguramente músico de protesta, ¿verdad?
– Puede decirse que sí.
– He matado a algunos como tú. Me han pagado para eso.
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El Señor Hambre
Cuando vivía con mis hijos y les preguntaban: ¿qué hace tu papá?, no sabían
ni qué contestar. No sabían que desde entonces mi chamba era hacer hambre.
pan que consigo mendigando. Me los dan con la punta de dos dedos, para no
tocar mis manos, negras como están de levantar migajas, botes y papeles del
A los estudiantes que pasan les invito: ¡llévense esta hambre!, enseña más que
asco.
¡Dispárenle a esta hambre!, ruego a los militares y a los policías, para que
vivan tranquilos. Me dan por loco, fingen no oírme. Dicen que me retire de sus
¡Encierren a esta hambre!, suplico a los carceleros. Contestan que las cárceles
tomando pan ajeno. ¡Vete ya! –ordenan. Aquí no caben más piojosos ni
purulentos.
escarban contestan sin voltear a verme, que sólo entierran a los muertos. “Pero
lo podemos esperar”. Con moribunda voz, imploro: ¿para qué esperar? Soy un
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entierrados. Tomen por cruz cualquiera de las que la gente pone al verme
echado sobre cartones, en mi helada banca de cantera. Pidan una cruz que le
34
Jando
Don Jando era un viejo tartamudo y chimuelo que se mantenía pintando flores
Decía que su misión en el mundo era terminarse todos los venenos que
producían las fábricas de bebidas, para que no dañaran a otros. Por eso cada
estudiada y fina letra le ponía una gran etiqueta roja que cubría totalmente a la
letreros, para demostrar a sus visitas que mucho hacía por el mundo y que
premiados en la fecha del sorteo, para darse sus sorpresas a final de año. Ese
era su regalo personal de navidad, toda una ceremonia que empezaba por
sacar de un baúl los periódicos del año y buscar en ellos los resultados, tarea
que le podía tomar ocho días, considerando que aprovechaba para irse
Al visitarlo los niños del barrio, le adivinaban de qué color eran las flores que
35
–¿Pe–pe–pero co–co–cómo lo–lo saben? – se admiraba o pretendía
admirarse de ellos.
otros.
lengua, ésta se le salía y se le había hecho más larga. Junto con eso, mientras
coloridos ramilletes que engalanaban las cocinas y salas de sus clientes más
éstos y los llevaba a comprarles a cada uno trozos de dulce caña, que todos
recibían de sus manos como regalo. Se sentaba en las bancas circulares del
regla:
que podían, aunque les chorreara el jugo por las comisuras de la boca y por
hacer lo propio.
36
Era un masoquista de gusto cultivado, hasta en la suerte, pues se enteró muy
cerca de morir, que había ganado dos veces la lotería, cuando le faltaban
37
Las agallas del Coronel
Un juego de póker en el casino militar era una buena ocasión para relajar las
tensas relaciones de autoridad entre los oficiales del Batallón de Infantería. Las
ganar una mano a los tres oficiales con los que jugaba. Entre sus
Se hizo un denso silencio en la sala toda. Desde las mesas de billar, al lado,
a la escena, con los giros de sus cuerpos y el reposo de los tacos sobre sus
botas.
puñetazos”.
38
El General, levantándose, sacó su pistola 45, apuntando al pecho del Coronel.
Con todo y el silencio, nadie tuvo oídos para escuchar las campanadas que
hasta entonces atinaron a sugerirles que pararan aquello. Los rijosos no los
a separarlos.
Al tiempo que ordenaba, súbitamente, con ambas manos tomó la pistola del
39
Cuando yo era un eco
Recuerdo que una vez, cuando tenía apenas cinco años, mientras comíamos,
– Dile a tu mamá que me sirva más caldo –yo estaba sentada entre él y
Con mi vocecita repetí el encargo, sin ver a papá. Mis hermanos, Carlos de
De ellos, sólo Carlos tenía el vago recuerdo de pláticas directas entre mis
escuela. Recordaba, eso sí, muy claramente, las palabras que repitió mi mamá
Recordaba bien esa amenaza, porque esa misma vez Carlos le contestó:
Esa vez que comíamos, mirando las gotas de caldo que caían de mi cuchara,
pregunté a mi mamá:
40
–No hijita.
–¿Te acuerdas que una vez que te pregunté por qué no le hablabas a mi
es muy entretenido.
–¡Ya cállate, Licha, deja de decir tonterías! –fue mi madre quien ordenó.
decir?
¡Los ojos que me echaron todos!, hasta mis hermanos, pero ellos aprovecharon
Eso no quitó que por unos años, yo me sintiera muy importante: sin mí, ellos no
podían vivir.
41
Pasaron unos tres años más, y yo de traductora, mejor dicho, de repetidora
entre mis papás. Tan acostumbrada estaba, que no hacía caso de su enojo
inútil, invasor.
para comunicarse? Intrigada, inventé una tarde que iba a salir con mis amigas
avisándoles en voz fuerte, salí por la puerta principal, pero dejé abierta la
ventana de mi cuarto para entrar por el patio. Entré cuando estuve segura de
resolvían sus asuntos sin mi presencia, sobre todo sin mis repeticiones.
–Licha, pregúntale a tu mamá que dónde dejó mis pinzas, ¡no las
Estuve a punto de tomar la palabra para enviar el recado. Toda la vida la había
–¡Dile a tu papá que no me esté jodiendo, que mejor deje las cosas en
Se hizo otra vez el silencio entre ellos. Traté de aguantarme las ganas de
42
mordidos minutos. Me reía también de mí, ya no era tan indispensable como
creía.
Cuando pude calmarme, decidí que haría como mis hermanos, sin habérmelo
propuesto: que mis papás se las arreglaran entre ellos, sin mí. En ese
sólo yo me ordenaría.
43
El hombre–mosca
diciembre, para dar su espectáculo de día, cuando era posible verlo. Subiría
entre las esculturas y columnas de cantera del frontispicio, hasta la cruz de uno
de los campanarios, como habían anunciado con un altavoz por todas las
manzanas aledañas, tanto del lado de San Miguelito como de San Sebastián.
Llegaron además de los peregrinos agotados, los vecinos: niños, jóvenes y sus
El hombre mosca no lo era porque volaba, sino por lo diminuto. Era casi un
gruesos.
Era la hora del ascenso, las cinco de la tarde. Lo anunció un muchacho con voz
de verdulera en el mercado:
– Por única vez en el siglo, llegando desde las nubes de allende el mar,
los enfermos del corazón, tomen sus pastillas los que padecen susto,
oren los que aún tengan saliva, respiren profundo los que padecen de
44
los pulmones. Van a contemplar cómo este ser repta entre santos y
Europa.
su escalada.
Pretendía resbalar cuando apoyaba sus pies. Con eso la gente se asustaba
más y más. Llevaba la cuarta parte de subida, cuando dos muchachos pasaron
entre la gente a pedir una moneda para el valeroso hombre–mosca. “Él vive de
Las cabezas estaban todas alzadas. Los pequeños pedían a sus padres que
los subieran en sus hombros para ver mejor. Llegaba más gente
apretujándose.
En eso hizo un movimiento en falso y quedó suspendido sobre sus dos manos,
45
dramáticamente, sudando. Se limpiaba el sudor con un dedo y aventaba las
gotas al aire, que caían salpicadas sobre la gente, frías como diciembre.
de los campanarios. Los peregrinos olvidaron sus mandas por unos momentos.
–¡No suba más! No tiene permiso del párroco ni del obispo para subir.
Y desapareció de la vista.
hueco estomacal por la angustia. Junto al atrio, a ambos lados, en puestos fijos
46
tomaban jugo de caña. Al terminar, ya para pagar frituras y frutas, se oyó que
muchos gritaban:
buscándolos furiosos.
Volando entre el gentío, desaparecían con los bolsillos llenos, cambiadas las
47
Calzada de Guadalupe
Estoy en la ciudad en que nací y crecí hasta los 18 años. Al cumplirlos la dejé
justo antes de subir su primer escalón, juré volver apenas terminara los cuatro
amigos y familiares.
Treinta y cinco años después, estoy de visita fortuita por sus calles. Decido en
mi único rato libre, caminar mis querencias, recorrerlas a solas para derramar
unas lágrimas cada vez que se suelten. Por alguna razón profunda y
que elijo y nadie me abre. Insisto y el silencio domina, no está la puerta abierta
mientras deslizo mis dedos sobre las canteras rosas que forran las fachadas y
balcones de cada una de las casas vecinas. Son mías como los sueños en
que visito cada una de ellas, a treinta y tantos largos años de dejar de pasar a
48
Queda atrás su casa, aparentemente abandonada, nadie me ha respondido, si
acaso el golpe bruto del silencio que choca de frente con mis recuerdos de
alegres canarios.
Voy a esta casi tercera edad en años, saboreando entre mis dedos los
esta Calzada y que pueblan mis paseos nocturnos desde una enorme
49
De cómo se aprende en el campo
Don Pedro Gómez, vecino de Villa de Zaragoza, tiene cuarenta años vendiendo
madera con dos ruedas, vitrina y sombra integrada para protegerlas, sobre
Campesino como es, disfruta platicar de sus cultivos de maíz y frijol, de cómo
cada que puede riega su milpa bombeándole agua de un pozo, y observa cómo
el agua “pasea por entre los surcos”, y cómo las plantas de maíz “sombrillean”
yunta y a los bueyes. Tenía yo siete años cuando me dije con ésta (señalando
a su cabeza): también puedo hacer surcos y labrar la tierra. Empecé por arriar
surco. Así hice todo un surco largo, pero bien garigoleado, que no acompañaba
50
Pero nadie se divisaba, yo estaba ahí solito entre todas esas milpas.
– Yo –le dije.
Entonces tomó una vara dulce y me golpeó con ella en la espalda y en las
piernas. Me las dejó bien moreteadas. Era una vara de palo azul.
Y así otro día, sin su permiso hice otros surcos. Otro día hice otros tres. Cada
una de esas veces me golpeó con su vara dulce. Hasta las costillas me dolían.
Pero entonces me dije con mi pensamiento: para que el surco vaya parejito con
los otros, algo se tiene qué hacer con los animales y así jalándolos derechito,
Así que alineé a mis animalitos y a la yunta con los otros surcos, y con toda la
más p´allá ni más p´acá. ¡Derechito! Quedaron cuatro surcos bien hechos.
Regresó mi padre de su almuerzo y otra vez más preguntó que quién me ayudó
a hacer los surcos, pues habían quedado bien hechos y parejitos. Le volví a
decir:
Y él me soltó esto:
51
Sin asomo de rencor, cuarenta años después, y con tanta dulzura como la de
a varazos...
52
El trotador de la Calzada de Guadalupe
53
Dos cuadras más adelante, a trote normal, saludaba a los cabos de guardia del
cuartel militar, colocando ahora el mango del bate sobre su sien, muy formal.
Le contestaban reglamentariamente los bisoños guardias, helados por una
larga noche en vela. Pero esta vez él lo hizo con marcialidad exagerada, notó
uno de ellos.
A la altura de la tienda de abarrotes “El Volcán”, junto a la fuente “La
Conchita”, alcanzaba a Don Sebas, que iba empujando su carrito de tamales,
rumbo al centro. Le solía dar una palmada suave sobre la espalda,
comentando:
–¡Hoy los venderá todos, mi amigo!
–¡Dios lo oiga, señor, buen camino!
Esta vez Don Sebas sintió que el corredor fijó su vista un par de segundos más
sobre sus ojos. Para entonces, continuó con trote firme, empezando a sudar
en el frío. Llegó frente a la fábrica de motores, donde dormía diariamente en
una banca Luis, el vagabundo en harapos. Se detuvo para colocarle encima
los periódicos y cartones caídos con que solía taparse, y mitigarle un poco el
aire y la helada. Así lo saludó en silencio.
Al llegar a la Caja de Agua, cambiaba su rutina, girando ciento ochenta grados,
para caminar hacia atrás. A lo lejos podía ver que de las calles vecinas, se
incorporaban a los flancos de la Calzada, ciclistas, obreros de las fábricas y
ferrocarrileros que entre guantes, cubrebocas y gorros de lana, rompían el
viento a su paso.
Llegando al Jardín del Mercado Tangamanga o La Merced, en la primera
banca dejaba el bulto de Doña Chelo, para que ella lo recogiera a su paso,
cuarenta minutos después. Continuaba de frente su trote por la calle
Zaragoza, hasta el zócalo y luego doblaba hacia la calle Venustiano Carranza.
Ahí le daban las 5:00 de la mañana, hora de emprender el regreso, cuando
varias mujeres habían salido a barrer las banquetas de sus casas y a limpiar
las herrerías y vidrios de muy antiguas ventanas.
Dejó de concentrarse en su respiración, como habitualmente, y dio por voltear
a ambos lados de su camino, como bebiendo la ciudad y sus rincones. Decidió
por primera vez dejar el centro de la calle y avanzar esta vez por una banqueta,
54
a trote lento y acariciando muros y ventanas, herrerías y portones con su mano.
Pensó que al tocarlos los tendría por siempre consigo.
Al llegar al zócalo, se liberó del estorbo del bate, compañero de cuarenta años
de correrías, regalándolo a un barrendero. A esa hora ya no le amenazarían
ni pondrían en peligro los perros ni los borrachos envalentonados. Necesitaba
en esa travesía especial, ambas manos para percibir con cada poro su terruño
adoptivo, sus rumbos sagrados, y el bate se lo impedía.
Siguió por Zaragoza y en zigzag, trotó para tocar con sus manos los zaguanes
de ambas aceras. Por ellas pasaron fierros forjados, aceros y bronces;
cedros, mezquites y encinos tallados. Cada sensación material iba dejando
huella única, espiritual, en su cerebro.
Su respiración se había acelerado como nunca: iba acercándose a la euforia.
Entrando a la Calzada, siguió su trote cruzando de la banqueta poniente a la
oriente, y a la inversa, e inició a repegar su cuerpo por el frente, espalda y con
la capucha bajada, con sus cabellos, sobre los muros de las casonas. A
cuantos lo veían les parecía extraviado. Saludaba, eso sí, pero sin detenerse
con sus vecinos cotidianos. Acarició cada una de las casas a los flancos de la
Calzada, cada tienda e institución, cada esquina y fuente, cada aldaba.
Todos los últimos madrugadores de a pié o en bicicleta volteaban a su paso.
Las mujeres que aseaban las banquetas se preguntaban de aquél raro
comportamiento de un hombre toda la vida predecible, por su paso lineal, firme,
puntual, cortés y saludador, al centro de la Calzada, sin desatinos, como ahora.
Hubo entre ellas quien pensara que esa era una nueva manda de peregrino de
la Virgen de Guadalupe; otro corredor aseguró que se trataba de una nueva
rutina apropiada para un atleta nato como él.
Los cabos de guardia del cuartel militar se alertaron al verlo cruzar decidido
hacia su puesto de vigilancia. Se sosegaron cuando volvió a desearles buenos
días con su vocerrón, tocando de paso una columna del edificio. Cruzó luego
hacia el asilo, hizo lo propio por su reja alta y llegó a la Cruz Roja, donde
además rozó con sus manos las ambulancias. Se dirigió luego al Internado
Damián Carmona. Ahí su jardinero se asustó de ver tanta decisión al paso.
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Ahora iba gritando al viento, en todas las direcciones, a plena voz con su gran
caja torácica, febril: ¡buenos días, día! ¡buenos días, árboles! ¡buenos días,
jardín! ¡buenos días, aves! ¡buenos días, vecinas y vecinos!
Volvió a la acera de enfrente para continuar palpando con ternura cada una de
las casas con fachadas de cantera.
Cruzó la Calzada. En la cárcel tomó por sorpresa a los guardias, que a pesar
de conocerlo bien, tuvieron que apuntarle en su carrera. Un “no se apuren,
muchachos, buenos días” les hizo suspender su temor y luego bajar los rifles.
Tocó la torrera del portón y siguió su trote y saludos mañaneros a los que
esperaban enteleridos el camión, por las esquinas de la Calzada, cuando ya
amanecía.
Siguió ahora a paso largo, por la fuente del atrio del Santuario de Guadalupe,
flanqueado por sus palmeras y encinos, que recibieron alegres sus buenos días
y parecieron inclinarse en signo de cortesía, a su paso. Llegado al portón del
Santuario, gritó: ¡gracias, gracias, madre!, dirigiéndose a la Virgen de
Guadalupe. El padre Cornelio y una docena de ancianas, estaban terminando
la misa de las cinco de la mañana. Nunca supieron, admirados, de dónde
provino aquel agradecimiento al que hicieron eco las altas naves de la iglesia.
Avanzó luego con paso normal, de enfriamiento, rumbo a su casa, tras lo que
había sido antaño el Leprosario y luego el Jardín de los Niños Héroes. Estaba
totalmente vacía. Un día antes había venido la mudanza para llevarse su
menaje de toda la vida para llevarlo a una ciudad lejana, donde habría de pasar
sus últimos años.
Se dio su baño de agua caliente y luego fría, frotándose con enérgicamente
todo el cuerpo, como era su costumbre. Se vistió e hizo un último recorrido en
silencio, casi temblando, entrando a cada uno de los cuartos desnudos de la
casa que acababa de malbaratar, construida durante años de sudados y
desmañanados esfuerzos. Tomó su maleta, la subió a su auto y cerrando la
casa, la abrazó del portón, aferrándose a ella. Su sollozo, tan fuerte como sus
pulmones de profesor y mánager de equipos de béisbol, llegó a oídos de sus
vecinos en la privada, que en esos instantes se estaban levantando. Por
primera vez en su vida, la emoción que lo dominaba no le permitió recuperarse
de aquella situación difícil, a su estilo y como era su hábito, que tanto
56
recomendaba: respirar profundo, llevando aire hasta la base del estómago,
mirando a las alturas.
Los vecinos sabían bien de lo que se trataba. Por eso lo dejaron despedirse
así, apretado a sus apegos, a sus años juveniles y de madurez, a sus logros y
pasiones. Al ver su auto enfilar por la Calzada, apenas alcanzaron a desearle
que las lágrimas no nublaran su camino, rumbo a las tierras de su ocaso.
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Capítulo Dos
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Yo ya fumaba…
Los seis primos guardamos silencio. Desde segundos antes, todos excepto
yo, tenían las manos atrás. Su mirada nos recorrió, la sentí muy fuerte.
“Fu fu”, es lo que le contesté, con los dedos de mi mano derecha simulando
detener un cigarro sobre la boca, según dicen mis hermanos, pues yo de esa
“¡Ajá! ¡Con que están fumando!” fue la siguiente frase de mi tía, con expresión
todo esto sí bien me acuerdo. Cada quien escondía en las manos, por la
Lupita, la graciosa amiga de mis tías gemelas y por ellas mismas. Eran los
llegados por Tampico, de donde los traía Lupita para gusto de todas ellas.
En eso sacó de su fina cigarrera de cuero, una cajetilla de las dos que portaba,
y ante nuestros ojos incrédulos, nos fue pasando a cada uno, un cigarro entero,
encendedor de gasolina. ¡Qué increíble tía! Ningún adulto nos había dado en
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la vida tan rico regalo, ni siquiera en navidad. Si ya la admirábamos, con esa
Nos los fue encendiendo amablemente: ándenle, decía. El segundo nos supo
rico, no tanto como el primero, pues tanto silencio le quitaba sabor al mentol,
Pasados unos segundos, uno por uno, empezando por los más chicos, hasta el
mayor que tenía ocho años, nos sentimos mareados. La barda de la cochera
– Ya no tía, siento ganas de vomitar, dijo uno, y los demás, con ojos
juego de fumar.
entonces ya tenía tres años y tres cigarros completos, lo que es mucho más
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Al despertar, esa misma tarde, decidí firmemente dejar de fumar, y no tuve que
hacer una manda de caminar de rodillas por toda la Calzada. Lo bueno es que
no fue con el chisme a mis papás. Por eso admiro más a mi tía. Y porque
mientras están fumando sabores dulces que se vuelven tan amargos y te dan
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La puerca
animales que se comen a los que ya tiene. Cuando están gordos y grandes, en
abuelo nos regala un helado o invita a sus amigos a un gran mole. Él nos dice
árbol de breva, al que nos subimos en junio para bajar hasta diez cubetas
llenas de brevas, con las que mi mamá prepara la más deliciosa mermelada del
apenas se voltea para otro lado, metemos el dedo para probar la mermelada,
En el corral andan sueltos los borregos, las chivas y los guajolotes, pero están
rodeada con una malla de alambre delgado, sostenida por palos. Los puercos
machos se deben separar de las hembras cuando ellas van a parir, pues dice
62
un papá se coma a sus hijos? Por ejemplo, yo no creo que él se pueda comer a
Bueno, tengo que platicarles lo que pasó ayer, cuando estábamos los tres
hermanos mirando cómo mamá puerca daba de comer a sus cerditos. Estaba
echada con toda su barrigota al sol y con los doce puerquitos pegados a su
ubre, empujándola con sus hocicos mientras comían como enojados, repelando
y menos mientras comemos, pues para pronto nos aplaca mi papá. La puerca
de vez en vez les daba de mordiscos y patadas, haciendo tantos gruñidos que
ni parecía su mamá. Yo creo que los puerquitos la mordían y por eso los
De repente la puerca empezó a gruñir muy agudo, con más y más fuerza, que
y ella con un resoplido que aventó polvo para todos lados, se levantó de un
golpe y le dio por tirar o morder todo lo que veía. Tumbó su casa de dormir, la
como si fueran trapos, que trataban de huir de ella pero sin poder escapar.
Acabó a mordidas con cada uno de ellos con una furia que seguía creciendo.
los cerditos sin movernos de miedo. Por suerte que estaba la malla de alambre,
tomando tanto vuelo, que acabó por romperse de los palos. Cuando nos dimos
cuenta del peligro la marrana venía ya corriendo sobre nosotros. Sin pensarlo,
63
huimos los tres hacia el árbol de breva, pues era la protección más cercana, ya
que la puerta del corral estaba lejísimos para nuestros apuros. El primero en
último, por no poder correr tan rápido como ellos, yo, el más chico. Cuando
estiraron sus brazos para subirme al árbol sentí que el hocico de la puerca
bufaba sobre mi pantalón. Volé jalado por las manos de mis hermanos,
hablar de terror. Sólo nos apretábamos a las ramas para no caer del árbol y
Yo creo que eran como las cuatro de la tarde cuando sucedió eso, pues se
acababa de ir a trabajar mi papá. Ahí estuvimos los tres tiritando, sin que nadie
se diera cuenta de lo que pasaba, pues las bardas tan altas del corral no
Como hasta una hora después, mi mamá apareció por la puerta del corral,
extrañada porque no sabía de nosotros. Las mamás dicen que cuando sus
Ella tomó la escoba para defendernos y dio unos pasos hacia nuestro árbol. La
puerca la vio y se lanzó a la carrera contra ella como con ganas de devorarla.
Todos volvimos a gritarle a mamá, esta vez con más fuerza: ¡córrele mamá,
salte rápido! Apenas alcanzó a salir del corral, porque en cuanto cerró la puerta
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Suspiramos contentos de que se había salvado mi mamá, aunque luego nos
volvimos a dar cuenta de que seguíamos atrapados. Así pasó como otra hora o
más, hasta que por fin llegó mi papá. Lo vimos aparecer con su bate de béisbol
entre las dos manos, como si fuera su turno a batear, pero caminando muy
firme hacia nosotros y gritándonos muy valiente: ¡no se apuren mis hijitos!,
¡ahorita los saco de aquí! Él es muy alto y fuerte, por eso pensé: ahora sí se le
cuerpo. Ya iba otra vez contra él y que lo vemos desaparecer corriendito por la
misma puerta que entró. Entonces sí que nos preocupamos mucho, porque si
ni mi papá que es muy fuerte pudo salvarnos, entonces nadie podría. Desde
el tronco en que estábamos oímos sus gritos tras la puerta: ¡no se apuren mis
Creo que se dieron cuenta de que estábamos a punto de llorar, porque pronto
se oyó ruido por la barda que da a la casa y apareció otra vez mi papá trepado
en una escalera, desde donde volvió a animarnos. Esta vez nos dijo que
que sólo así podrían sacarnos del corral. ¿Pero cómo la iban a matar si nadie
barda y a oscuras.
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En eso que entra al corral mi abuelito con su viejo rifle 22, un Remington.
cabeza, muy decidido. Él es famoso por atinarle hasta a las liebres cuando van
corriendo, pero creo que eso no es lo mismo que tirarle a una puerca gigante
corriendo hacia uno, porque mi abuelo sólo alcanzó a hacer un disparo sin
corral. ¡Patas pa´ que las quiero!, dice él mismo cuando cuenta de alguien que
huye de un peligro. Esa es la primera vez que veo correr a mi abuelito, el que
dice ser muy valiente. Mi papá, al ver que la puerca se lanzaba contra mi
feria. Sin darme cuenta, en voz baja le dije: ¡Matadura!, cuando falló el tiro a la
puerca y nos dejó ahí solos en el corral con ella. No sé cómo me atreví a
Yo ya quería regresar a la casa, pero ninguno de los que nos cuidan podía
nuestros brazos de tan fuerte que nos apretábamos a la breva. Una luz larga
cacería. Luego otra con luz como de coche, iluminó hacia nosotros. Era la
lámpara de nuestro vecino, el señor Lozano. Las habían traído para ver bien a
menos de noche.
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Mi papá tomó el rifle y le disparó a la puerca una, dos, tres, cuatro...muchas
veces. Los disparos retumbaban por las bardas, haciendo eco como si otros
a mi papá, viendo que no le hacía nada a la puerca. Ahí aprendí que también
puerca una, dos, tres, cuatro…muchas y más veces que él. Ahí aprendí que
hasta los abuelos se equivocan y fallan, hasta el mío. ¡Matadura!, pensé otra
Dicen que casi se gastaron una caja de tiros. Pero a la puerca no le salía
sangre ni la herían porque las balas se le metían entre las capotas de grasa
que tiene bajo la piel. Eso lo digo porque luego vi por el hoyito de la cerradura
Cuando me bajaron mis papás del árbol, los abracé más fuerte que a la breva,
no los quería soltar, aunque sentía todo el cuerpo encogido. Bueno, también
bajaron a mis hermanos. Creo que estaban apenados porque no nos pudieron
decirle palabrotas a la puerca, jalándose los cabellos. No nos vio a los ojos,
Hoy no paramos de regalar carne a todos los vecinos y la casa sigue oliendo a
chicharrón por todos los cuartos y el patio. El corral amaneció limpio. Ahora
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Caballo alazán tostado
Yo creo que todos los niños quieren tener un caballo y también creo que todos
los padres no quieren que lo tengan. Nunca quieren regalártelo, aunque les
ofrezcas que te dejen de dar domingo hasta que alcance para comprar un
caballo.
entienden los papás. Siempre te salen con que no hay dónde ponerlo, que
necesita espacio, que come mucho, que hace falta darle medicinas. Pues yo le
doy de comer, les digo, pues yo limpio su boñiga, pues yo lo baño, lo aliso, lo
peino y le doy de comer. Todo eso les he dicho y nunca los he podido
cuenta que mi papá prefería a mis hermanos, pues a ellos sí les compró su
Mi abuelito sabía bien que yo quería un caballo, por eso cuando estaba por
¡Me puso feliz mi abuelito! Salté de puro gusto. Serían mis primeras botas, mi
Al día siguiente fuimos con el sastre para que me tomara las medidas, y a
comprar las botas, la corbata de seda de Santa María, lisa, hermosa como
bandera, y una camisa de charro, con sus tarugos de hueso. Ansioso pasé
todos los siguientes días y noches, esperando que el sastre terminara el traje y
me lo probara.
Llegó el día de estrenar el traje. Era elegante, con rayas verticales y color café,
que combinaba muy bien con la camisa y las botas. La cámara estaba
lista. Sólo faltaba rentar el caballo y tomar las fotos. Eso hizo mi abuelito la
espuelas de plata. Tenían cada una su estrella que sonaban como campanitas
firme. Yo no sabía montar, menos desde tanta altura. Nunca me había subido
al alazán, un gigante que siempre estaba furioso, y que sólo podían controlar
su dueño y Neto. Lo bueno que él estaba ahí para que no lo dejara tirarme.
el cuaco encrespado.
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Con la cámara nueva, mi abuelito se colocó por todos lados para tomar las
veinticuatro fotos que traía el rollo. Lo hizo muy alegre, pues sabía que me
estaba dando mi gusto, un gusto que ninguno de mis hermanos podía darse ni
Esa noche dormí feliz, soñando que cabalgaba a galope en el alazán por la
monteses.
Esperamos hasta diez días para que revelaran las fotos. Cada uno de ellos se
me hacía más y más largo. Las fotos tenían que enviarse a México,
sobre.
Nos sentamos mi abuelito y yo, como todas las tardes, en nuestra banca
Sacó la primera foto. Ahí estaba mi cabeza con el sombrero nuevo, pero sin el
caballo. En la segunda se veía muy bien peinada la cabeza del caballo, pero
sin el jinete que era yo. En la tercera sólo aparecían las ancas fuertes y la cola
elegante del caballo, sin su charro, que era yo. En la cuarta aparecieron las
nerviosas patas blancas delanteras del caballo, con una bota y la espuela de
Neto.
70
Así siguió con las demás.
La mejor era una en que salía la mitad delantera de mi cuerpo con la mitad del
Sin voltear a verme, pero apretándome con sus brazos fuertes, contestó como
Yo sabía por su abrazo que me estaba diciendo la verdad, y eso le dolía, por
eso no le volví a pedir montarme en el mejor garañón del Rancho del Charro.
II
Pasó una semana. Yo no le dije a mis papás lo que había pasado con las fotos
ayudante para que aprendas a cuidar y montar caballos todos los días.
Hay una condición: primero debes hacer tus tareas y después ya puedes
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–¡Seguro! Ve con tu abuelito, él te llevará a ponerse de acuerdo con
Neto.
Al día siguiente, empezó mi entrenamiento para criar caballos con don Neto.
Más divertido fue sacarlos a pasear por la ciudad y al monte. Así fui conociendo
a todos los caballos que ahí estaban, unos pintos, otros bayos, otros
palominos, dos tordillos. Bueno no todos, nunca me dejaron montar otra vez al
le tenía.
caballo, mientras todas las demás personas, van allá abajo en el suelo, sin
jamelgo. Luego al trote, que se siente cómo golpean las nalgas sobre la silla, y
si hablas mientras trotas, te sale muy diferente la voz, como cortada. Sentía
salir volando con el trote, por eso casi no me gustaba. Luego me enseñaron el
medio galope, con el que corren los caballos y te sientes muy seguro. El viento
72
respiración agitada, hueles la polvareda que levantan sus patas y los cachetes
patas, cuando camino detrás de él. Otros te amenazan y te tiran una cruel y
la dentadura y a quitarles las garrapatas de las orejas y del cuerpo. ¡Qué lata
para que tengan potrillos fuertes y hermosos hijos de los mejores caballos.
Olvidaba platicarles del paso más peligroso que puede dar un caballo. Se los
las espuelas para que obedezca, ya no las siente, como que se hubiera vuelto
y a veces así se matan solos. Eso puede suceder cuando se asustan mucho.
que venía entrando a la ciudad, cerca del río Españita. Estábamos por cruzar la
las patas traseras, tomó impulso, saltó muy alto y arrancó sin freno por todo un
muy pegadas a su cuerpo, los pies bien metidos en los estribos de la silla, con
mucho miedo, tratando de brincar para bajarme de él, pero sin hacerlo, por
temor a estrellarme.
estábamos llegando a los arcos de los Niños Héroes. Yo esperaba que por ahí
doblara para el Rancho del Charro, hacia su caballeriza, pero siguió de frente.
Un camión venía por la calle hacia nosotros y eso lo hizo virar apenas en
adoquines.
Cuando abrí los ojos, me quemaba todo el cuerpo. Lo tenía lijado por todas
habíamos abierto el sobre con las fotos mi abuelo y yo. Luego oí que bufaba el
pero sin poder lograrlo. Tenía una pata y una mano fracturadas. Sus ojos
74
Entonces llegó a mi lado don Neto: “no se mueva, niño; pronto viene una
Cerré los ojos imaginando que llegaba una ambulancia con su sirena y se
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El artilugio de Juan
Juan tiene uno o dos años más que cada uno de la bolita de vecinos que nos
todos los días y es el más pobre, siempre es bienvenido por sus bromas y
destrezas: es el mejor de todos para tirar con la resortera y para tirarse pedos
Vive a cinco cuadras del Parque, en el barrio de San Juan. Es buen caminante
gatos monteses, al Cerro de la Corona y más allá, hasta la Cañada del Lobo,
perder adrede, pues dice: “¿y luego qué les voy a ganar mañana?”.
del pantalón, su artefacto para echarse pedos. Nos tiene apantallados: ¿cómo
es posible echarlos tan tronados, tantos unos después de otros y cada que se
Entre todos los amigos que hoy nos reunimos, con tal de que nos deje usar su
máquina, le hemos ido subiendo la oferta para que nos la venda o al menos
bonita. Se burló de mí, era muy poquito, “tanto así”, dijo, echándose dos
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gringos, de los mejores que hay en el mundo. Juan contestó: “ya casi” y se
arriesgara todo lo que tenía en el mundo: “te doy 20 canicas, ocho ponches
Todos nos volvimos a hacer las preguntas de siempre: ¿por qué no nos vende
su aparato y se va a comprar otro y otro más, y así gana dinero con cada uno
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Los esposos de película
Hace dos años llegaron a nuestra colonia una muchacha y su esposo. Eran tan
bellos, que a todos nos hacían voltear a verlos por entre las rejas, cada vez
ella “es muy hermosa”. Mi mamá dice que ella es muy linda. Yo no les digo,
Llegaron con un bebé. Su mamá lo sacaba a asolear al patio en una cuna muy
barda de piedra de la esquina del jardín de los Niños Héroes, muy alta,
Desde que llegaron, mis hermanos mayores y sus amigos, en lugar de jugar
fútbol donde siempre, dos cuadras más allá, empezaron a jugar casi frente a la
casa de ellos. Era para verla también, aunque no lo dijeran. Estoy seguro de
eso, porque apenas iba ella a salir con su bebé, todos decían gritando “paren la
Cuando el niño casi tenía dos años ya se parecía a su papá, como en los
cuentos de niños, muy bien vestido y limpiecito, no como nosotros que siempre
al menos nos sonreía un poquito y al irse, nos peleábamos entre todos porque
cada uno decía que le había sonreído a él. Yo digo que muchas veces a mí sí
me sonrió. Para mí era bellísima, no nada más bella, como dicen los nombres
de unas películas.
Luego nació su bebita, era una niña tan hermosa como su mamá, sólo una vez
nos dejó verla. Como a los dos meses, hicieron una fiesta por la llegada de la
pendientes, subidos en la barda para ver quiénes llegaban y se iban. Era una
Nos volteamos a ver, preguntándonos: ¿cómo llegó una piedra a su cuna? Nos
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Volvimos a enfriarnos unos minutos, hasta que les aseguré:
–Pero una bebé no puede tomar una piedra del tamaño de las que
casa.
Cuando al día siguiente mis papás fueron a dar las condolencias a sus papás,
dijo una muchacha. Su portón tenía un moñito delgado, de listón negro. A los
pocos días un camión de mudanzas se llevó todas sus cosas, pero ellos nunca
piedra. La que nos quitó a la más bella de la colonia y a sus bebés de cuentos
de hadas. Mis hermanas dicen: “nos arrebató al hombre más guapo del barrio”.
Días después, la rezandera doña Margarita, al saber por qué estábamos tan
Así la veo desde entonces, como los angelitos del Santuario, con sus bellos
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Aguaceros
Por mucho que llueva en San Luis, no caen más de cinco aguaceros o lluvias al
año, y eso en agosto. Son escandalosos, no duran más de diez minutos. Sus
enormes gotas son del tamaño de una moneda de veinte centavos, duelen al
caerte sobre la tatema. Sin que te des cuenta, de repente, termina el aguacero
escondió.
todo lo que estuviéramos haciendo, hasta las tareas, para hacer nuestros
barquitos. Sabíamos que nos iban a dejar los papás aventar nuestros barcos
de papel por el arroyo que se hacía por toda la calle al lado de la Calzada.
Hacíamos tantos barquitos como tiempo durara el paso del arroyo formado con
el aguacero, con prisa. Entre más, mejor, porque no todos duraban en el agua,
algunos se hundían. Si los hacías mal, pues más pronto iban a parar al fondo
de la calle, por eso teníamos que doblar muy bien sus partes. Los hacíamos
apurados porque la avenida de agua duraría una media hora a lo más. Era toda
el agua que se juntaba desde la Sierra de San Miguelito, y que se salía del Río
abandonados.
tomábamos hojas de revistas como Time. Debían ser ligeros para que no se
hundieran pronto.
Pero además de hacerlos para que navegaran mucho tiempo por la Calzada, el
chiste era que en ellos escribiéramos un deseo secreto, o un recado para que
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alguien lo leyera, alguien que no viera quién lo había escrito, pero que
los secretos de otros barcos, a menos de que se hundieran, por eso debíamos
hacerlos muy bien, y así los hermanos o amigos no los sabrían, y sólo las niñas
o niños que vivían Calzada abajo podrían leerlos, pues hasta allá no nos
Me acuerdo que al primero que hice, le puse un deseo: “que se cure mi mamá”.
señorita Ortiz, por eso puse en mi barquito: “que no me toque ella, la Ortiz”. En
otro puse: “que me suban mi domingo”, y hasta dibujé dos monedas pues sólo
Carlos era mi vecino, de ocho años, como yo. Al otro año puse, después de
pensarlo mucho y sin que nadie me viera: “me gustan Lula y Aurora”. Vivían
cinco cuadras más abajo, sobre la Calzada. ¡Ojalá lo leyeran! Pero no puse mi
A los más grandes les daba coraje que alguno de nosotros pusiéramos, por
ejemplo, “Luis quiere a Manuela”, decían que eran chismes. Pero era la puritita
verdad, no querían que se supiera, o mejor dicho, que no supieran los papás
pista, poniendo como firma mi inicial. Isabel vivía en la calle Zaragoza, por
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Al siguiente aguacero ya no quise botar ningún barco, pero sí ayudé a los niños
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Colonia Niños Héroes
Jacobo habían salido al cine y su hermano no había regresado aún del trabajo.
“Tenemos que apurarnos”, dijo él, para que no lo regañara nadie en su casa al
de su hermano y sólo él podía usarlo, pues los niños sólo servimos para
los ocho seleccionados por él para escuchar el disco que ese verano le habían
Por más que quise asomarme al patio y ver qué había más allá, el jalón que dio
mi hermano Javier a mi camisa me arrastró hacia la sala con todos los demás.
sala, que como en todas las casas del barrio, estaban forradas con sábanas
para protegerlas del polvo. Aunque yo siempre pensé que las protegían de
nosotros los chamacos, pues nunca dejaban que nos sentáramos en ellos.
encargado de oficiar. Yo era monaguillo y fácil supe que ahí el sacerdote era
Jacobo. Su voz se imponía a la de todos los demás, mayores que yo, iguales
en edad que él, incluso a la del capitán del equipo de fut que ahí estaba y era
mi hermano Arturo.
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Jacobo sacó con mucha paciencia el disco de su forro, y se puso a limpiarlo
inglés e iba a explicarnos qué decía. Jacobo colocó el disco y entonces nos
Todos ellos tenían entre 14 y 16 años, yo apenas 10. Era el más pequeño,
pues mi mamá no dejaba salir a mis hermanos sin mí. Yo pagaba mi presencia
con las burlas de todos ellos a mis camisas desfajadas y con los jalones que
siempre me dejara.
Unos estaban hincados, otros sentados sobre sus talones. Cuando uno recargó
grande, pues nadie más en toda la colonia tenía esa posibilidad de escuchar
gustaba esa música, como lo veía en sus ojos agrandados, en las reverencias
que hacían y en los comentarios queditos que cruzaban, señalando tal o cual
los lados, luego lo estiraban con todo y sus brazos. Yo creo que antes la
habían escuchado sin mí, porque se les oía muy parejos, al concelebrar con
los que pasaban con sus bocinas vendiendo colchones junto a la iglesia.
Escandalizan, decía él. Así escandalizarían todos ellos, a no ser porque no les
Miré hacia el patio que no pude conocer, pensando que la siguiente vez
pronunciaban: ¡Camancamancamanbeibi!
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Cachimba
historias, unas vividas, otras inventadas, pero que no sabe cuándo sale de
unas para entrar a las otras. Decimos que le sobran porque debe tener tantas
que hilvana una dentro de otra, y una más dentro de la segunda y la tercera, y
Tenemos muchas ideas de por qué es así Cachimba. Oscar, por ejemplo, cree
que nadie lo escucha en su casa, por eso se repone con nosotros. Carlín,
piensa que Cachimba se siente profesor, que nos enseña y para que sepamos
más, nos va presentando todos los detalles de sus historias como él las ve,
Ruperto, apuesta que siempre está midiendo nuestra paciencia, pues nos tiene
fin.
Cuando discutimos entre nosotros y no está Cachimba, más de una vez hemos
otros, hemos sido encargados por la pandilla para llamarlo al orden, pero por
su magia con las palabras, cuando lo escuchamos, todos olvidamos quién era
siguientes.
Cachimba lo volteó a ver, extrañado. Luego nos vio a los demás. Nos preguntó:
la solución.
–¡Noooo! ¡Por Dios! ¡Qué cosa! ¡Es por demás! ¡Ya déjenlo!
Respondimos así entre unos y otros, cubriéndonos ojos y frente con las manos,
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El enigma
Don Chenchito, celoso sacristán del Santuario, sólo nos permitía subir al
cayéramos desde sus alturas, como hacía muchos años ya había sucedido a
Esa tarde, a la muerte de un anciano vecino, había que doblar las campanas,
sospechando que nos había visto o le habían ido con el chisme, la vez
Subimos gustosos. Tendríamos toda una media hora para explorar los techos y
primera llamada, tristemente, como debía ser, combinando con lentitud los
sentados sobre las cornisas, con las piernas al vacío, decidimos explorar por
las orillas exteriores de las naves, más seguras que las cornisas. El trazo de la
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iglesia era perfecto, hasta por sus techos. Mirábamos para un lado y el otro le
Nuestro recuento iba todo por pares, hasta que saltó a nuestra vista algo que
tenía su pareja del lado oriente. Miramos atentamente y desde varios ángulos,
aquella construcción.
de la vista de quienes circulaban por su piso exterior! El disfraz del murete era
habíamos visto.
allá abajo:
¿Qué era aquello que habíamos descubierto? Las campanadas no nos dejaban
acostados, sacando apenas las cabezas por las cornisas. Así no se verían
90
nuestros cuerpos al vacío. Arriba de nosotros estaban los dos niveles
–¿Crees que nos la preste Don Chenchito? Ahí sólo entra el Padre.
En eso llegó la carroza con la caja del difunto. Debía pesar mucho, pues cuatro
caminando mucha gente por las calles laterales. Todos se veían como
colores oscuros, las señoras con arreglos de flores blancas y veladoras. Casi
nadie hablaba. Era hora de dar la tercera llamada. Lo hicimos muy lentamente,
Al terminar la misa, cuando todos los asistentes se habían ido, nos acercamos
–Ya casi es mes de María y desde ahí reza el rosario el Padre Lucas –
respondí yo.
examinaba mejor.
Como sin querer, las tomamos y fuimos por trapos, escobas, recogedor y nos
dirigimos allá.
–Yo revisaré a los lados del pasillo –ofreció Sergio en voz baja.
la puerta para ver mejor, el pasillo era muy oscuro. Como acariciando los
la entrada.
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–Yo creo que está por aquí cerca –dijo Carlos– en su cabeza de frente
–No se oye que estén limpiando el púlpito –gritó Don Chenchito desde el
altar.
Nos espantó, se nos había olvidado limpiar. Tuvimos que hacerlo, palmo a
palmo, lo que nos permitió confirmar que por ahí no estaba la entrada.
–¡O entre los retablos junto a la puerta del púlpito! –sugirió Carlos.
Salimos del pasillo y ahí estaba enfrente Chenchito, para revisar la limpieza y si
mandamientos.
–Es una buena obra, Don Chenchito –fue otra vez Carlos el más listo a
responder.
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Nos miramos sorprendidos. Le entregamos las llaves. Esa tarde no podríamos
Un martes por la tarde, una hora antes del rosario, cuando casi no había gente
rezando, dejamos a Sergio en la sacristía para que nos avisara si Javier, que
acomodaba las casullas, las estolas y los pañuelos para asear el cáliz, se
Carlos buscaba entre los retablos detrás del altar de la Virgen, yo lo hacía entre
los que están al lado del púlpito. Ninguno notó una puertita o algo así que se
abriera para entrar o salir. Se nos ocurrió entonces golpear la madera para ver
si sonaba hueco, como con un pasillo detrás. Todos los paneles sonaban
hueco, ni uno más que el otro. Una señora volteó a vernos por el ruido que
confesionario, y si fuera necesario, moverlo, aunque era muy pesado para los
dos. La entrada tendría que estar ahí. Inspeccionamos por dentro del
juntos por un lado, hacia el frente y el confesionario se iba para atrás del otro.
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Nos pasamos al otro, empujando para el frente, y quedaba como habíamos
qué lo mueven?
Nos llevó a la sacristía, ahí nos estuvo preguntando varias veces y no nos sacó
Al día siguiente el Padre nos llamó aparte para advertirnos que dejaríamos de
Sólo nos faltaba mover las imágenes sacras de los altares. “Se van a condenar
si hacen eso”.
Tanto cuidado tenían en alejarnos del área, que eso nos convenció de que el
pasadizo iniciaba ahí, debajo del confesionario. Nos dijimos: “algún día lo
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moveremos para probarlo”. Esperaríamos a tener suficiente fuerza y amigos,
para hacerlo sin que nadie se diera cuenta. ¿Pero qué tal si estuviera debajo
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La Gringa
una Harley decían los mayores–, haciendo retumbar el motor para que
camisa y pantalones sudados del viaje. Nos abrazaba, nos daba unos largos
acento gringo empezaba a platicar sobre su viaje de quince días por bosques y
esa gringa.
Sí, era muy diferente. Para empezar, usaba pantalones, lo que ninguna
manuscrita gótica, muy elegante y refinada. Sus cartas llegaban como ella,
decía que debió ser hija de militar muerto en combate, quizás en Vietnam, para
tener todo el tiempo del mundo y viajar protegida, aunque solitaria. Debía tener
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Le gustaba provocarme: tú portarte mucho bien, necesitar portarse mal, y
la mano por su cintura. Yo le huía, sobre todo cuando me encontraba solo, pero
Este verano en que cumplí catorce años, me encontró de camino a comprar las
tortillas. Yo tenía que andar ocho cuadras a pleno sol del mediodía y su
con brazos y manos, porque vamos correr. Pegar piernas a mis nalgas,
Muy didáctica, seguía acelerando por las calles del barrio, solitarias a esa hora.
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–Ahora romper reglas, todas las reglas. Agarrarse bien –fue su segundo
anuncio.
Dejó las calles de tierra y enfiló hacia la Calzada. Tomó adrede en sentido
militar, ahí aprovechó para simular que disparaba hacia el aire, frente a los
cabos de guardia. Luego frente a la cárcel pintó una cruz en el aire, y continuó
acelerando.
Pasó volando junto al Rancho del Charro e hizo cabriolas entre los eucaliptos,
frente al Seminario. Subió al atrio del Santuario por el lado este y avanzó hacia
Ahí grité:
–¡No!, ¡no!
gran fuente, al inicio de la Calzada. La cruzó asustando a los tordos que bebían
calle, a toda velocidad, hacia la Diagonal Sur. Íbamos dejando un terregal como
muladares y provocando a los perros de todas las casas que pasamos por el
con su calorcito entre mis brazos y piernas, y la cara estirada por romper con
camino. Con mucha pena, tuve que pedir fiado. Preguntó el despachador:
para que no quemaran el calor que la Gringa había dejado en mis manos.
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Vocación
El Párroco del Santuario, había ido de visita al Seminario Conciliar. Era noche y
después de tratar sus asuntos, se despidió del Padre Rector. Subió a su auto y
Silencio.
–¿Quieres pasar unos días en tu casa? ¡No te debes salir sin avisar!
Silencio continuado.
–Ya no regreso.
El tono era tan firme que el párroco tuvo que bajar del auto para avisar en la
salía de su mutismo.
lo que no te gustó?
–Todo.
–Nada.
–Mmmm…
al paso de ciclistas que regresaban a sus casas del trabajo. Sobre la Calzada
vivían los padres de Huicho. Eran las ocho y media de la noche. Fue el primero
en bajar del auto, tocó al portón urgido, cuidando los movimientos del Padre,
despidiéndose.
acercando los varios platillos que tenía preparados. El muchacho comió el triple
que de costumbre, a grandes mordiscos. Pidió dos veces chocolate con leche.
Agradeció y deseándoles buenas noches, se fue a bañar, esa primera vez, sin
Desde el baño, se oía un fuerte chorro de agua, tan caliente, que salía vapor
debajo de la puerta.
–¡Buenas noches!
Al cerrar los ojos, sintió nuevamente que el cabello y los cachetes, presionados
Gringa.
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