Ruido de Fondo

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"Ruido de fondo", de José Tomás Labarthe

Poemas, crónicas, canciones. LOM ediciones. 79 págs. 2023.

Por Juan Mihovilovich

.. .. .. .. ..

“Frivolidad, melancolía, violencia. Nuestros días se revelan como un paisaje


de fondo.” (pág. 59)
-Nuestras vidas no son historias largas ni bien contadas-.
José T. Labarthe

José Tomás Labarthe ha elaborado una propuesta literaria en base a poemas,


crónicas y canciones que, en definitiva, se traduce en una obra inmersa en una
suerte de narración poética sobre temáticas tan diversas y actuales, como las
relaciones íntimas, la observación del medio al que se accede, las desventuras
humanas en un tiempo atosigante y la inevitable desintegración de una sociedad
desechable, que avanza a tropezones hacia un difuso intersticio de esperanza.

Ya la sola idea del título es una especie de postulado sobre el que construye la
trama –si cabe el término- de la narrativa poética. Esos ruidos que se traducen
en que, casi sin percibirlos con la totalidad de los sentidos, alteran
inevitablemente la vida presente, la desvirtúan, la hacen pender de esos hilos
invisibles que mediatizan las conductas, que provocan cambios a veces
inaudibles –una paradoja- en el accionar humano y que van consolidando una
transformación de la propia sensibilidad y de la ajena.

Así, cuestiona su razón de ser y estar en el mundo a través de una dramática


alegoría acusatoria:

/Soy solamente un muchacho triste / ¿Y si esta vida es verdadera? / ¿Y si esto es


pura fantasía? / Mamá, acabo de matar a un hombre/ Puse una pistola contra
su sien/ Jalé el gatillo / desapareció/. (Un extraño vive dentro de mí,
fragmentos –pág. 9)

O bien, en una evidente alusión a una reconocida canción de Franco Simone


refiere:
/En el camino/ son los kilómetros/ una línea amarilla corta la nieve sobre el
asfalto/ Visto por el retrovisor y en perspectiva/ no debemos de pensar que
ahora es diferente/ El horizonte tiende a la deriva/. (No se piensa en el verano
cuando cae la nieve – pág. 12)

Las interrogantes que subyacen a medida que el lector se va adentrando en la


lectura son variadas y equívocas en ocasiones, como si en el tránsito existencial
se efectuara en el límite de lo real, de lo onírico, de los atajos que el individuo
pretende hacia un destino a menudo incierto, ecléctico, sin otros derroteros que
el simple y atroz hecho de vivir una vida que, si no fuera por la certeza de su
propuesta, pareciera una vida prestada, sobre la que no hay más alternativas que
seguir andando hacia un final que parece ya cincelado en una fragilidad que
incomoda.

Y da la impresión que de pronto se es un esclavo de los juegos de artificio que –


otro supuesto contrasentido- son tan reales que obnubilan la conciencia, la
necesidad de ver la naturaleza tal cual es, no encajonada, no vestida con
atuendos de ocasión, con los despilfarros de un mundo que chorrea soledad por
doquier y que se ampara como un náufrago en los estertores del éxito:
/ ¿Cómo superar la superficialidad profunda del paisaje? / ¿En qué consiste
aquella súbita y renovada confianza en las imágenes? /Repasa la hoja de ruta /
Estepa/ Páramo/ Puesta de sol/ Penumbra /…/Este fraseo en la soledad de la
cabina se tornó psicodelia/ Su misma voz, pero distinta/. Su propia imagen ya
desteñida/. Soñaba despierto/ La muerte escogía la música/ Todas las posibles
palabras fueron cediendo a la larga ante las calcomanías veraniegas/ las
animitas y un perro policía en el pick-up de una camioneta/ (Greatest hit on the
road, fragmentos –pág. 42)

O bien, esa confluencia de factores externos o internos que van consolidando


ese “ambioma” familiar donde el poeta configura su historia, la de su entorno, la
del hijo, la madre, y esa secuencia que ha obturado las escenas dispersas, el
paneo en que ellas se multiplican, en un solo abrir y cerrar de ojos de la extinta
batería de un celular, en la sublime derrota del instante que se ha pretendido,
ilusoriamente, eternizar:

/Mantiene un solo video en el carrete de su teléfono y lo mira casi siempre al


despertar/. Es un paneo. / …/La cámara avanza: un velamen enciende la
galería en tinieblas. / el teléfono pincha la tele/. Dos o tres huellitas dactilares
se reflejan sobre la pantalla de cristal líquido/. Gritos provienen desde el baño/
…/Hay un niño pálido al interior de una tina imitando a un relator…/ Los
alaridos de una criatura se distinguen con vehemencia: definitivamente no
quiere que le sequen el pelo/. El padre entra en la habitación principal. / La
madre forcejea con el bebé para encasquetarle un pijama. / Ella descubre que
la están grabando y pide con la palma de la mano que por favor se apague la
cámara.” (Ejercicio de cámara, fragmentos, pág. 44)

Y en la trastienda de los ruidos ambientales, la figura del padre ronda como un


fantasma que se atesora en esas ausencias que duelen y alteran, casi como un
ruego no asumido, la conformación filial:

En 1994 mi padre era: una camioneta cargada con frutas, un cajón de camisas
de segunda selección, un cenicero colmado de monedas. No hay muchos más
datos confiables en la tarjeta madre; A lo más se rescatan tres cartas sin fecha.,
recibidas desde México, escritas con una escasez de palabras
encomiable: “Quiebra, Deuda, Familia.” (Tres cartas. Pág. 49)

Luego esboza su equivalencia cinematográfica en una certera simbiosis con que


el legendario Andréí Tarkovsky filma un reencuentro con su hijo, luego de una
larga separación por la guerra y el exilio. En su caso, el poeta alude a un viaje
en taxi con su madre y hermanas a ver, supuestamente, una reversión
de Esperando a Godot:

Pero el efecto dramático en realidad era una coartada, una moratoria: nuestro
padre retornaba a Chile tras años de destierro en aeropuertos cargueros y
ahora lucía los mismos bigotes (aunque Tarkovsky casi no hablaba, ni se
levantaba de la cama siquiera; daba abrazos con la mano derecha y con la
izquierda tomaba vodka de a sorbitos en una taza de cerámica).

He ahí el desgarro interior que se consolida con la pérdida, con “el no estar” y
sentir que el sarcasmo hacia Godot es la clara imposibilidad de la espera inútil,
aunque se tiña de pálida e hiriente esperanza. (Película Casera, fragmentos de
la pág. 50)

En suma, y sólo tomando fragmentos de estos textos escritos con una


rigurosidad y belleza encomiables, José Tomás Labarthe ha reconstruido un
universo que nos muestra las facetas ocultas de la cotidianeidad, esos sonidos
ambientales que no alcanzan a obstruir del todo los recuerdos personales, más
bien los reafirman en su subjetividad e incluso avizoran reminiscencias de lo
que somos o hemos sido a pausas, de nuestras inviolables carencias, de los
afectos desmenuzados como partículas atómicas, de esos encuadres donde la
imagen se relativiza en una retina que parpadea cada instante con asombro,
queriendo capturarlo para siempre.

Quizás por ello este poeta, narrador y cronista de nuestra época, haya descifrado
hace tiempo con pasmosa lucidez que, a nuestro pesar y con toda esa pesada
carga a cuestas: “Todo acaba. Incluso la calle San Martín muere, al llegar a la
Alameda.” (sic)

______________________________________
José Tomás Labarthe, 1984. Editor, Escritor.
Dirige la editorial de la Universidad Católica del Maule.
En no-ficción, publicó los volúmenes de entrevistas “Jaguar: conversaciones
con narradores chilenos 1990-2019” y “La Viga Maestra: conversaciones con
poetas chilenos 1973-1989” (Ediciones UDP 2019 & 2021), en lo que
constituye casi medio siglo de conversaciones con la literatura chilena.
En poesía, acaba de publicar “Ruido de fondo: poemas crónicas, canciones"
(LOM, 2023). El 2019 debutó con el poemario “Perro verbal” (Pequeño Dios
editores). Edita la revista Medio Rural. Trabajó en la página cultural del diario
La Nación.
. .

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"Ruido de fondo", de José Tomás Labarthe.
Poemas, crónicas, canciones. LOM ediciones. 79 págs. 2023.
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