02 - Monty Jay - The Truths We Burn
02 - Monty Jay - The Truths We Burn
02 - Monty Jay - The Truths We Burn
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The truths we
burn
Monty Jay
A las Sage Donahue del mundo. No te atrevas a
disculparte por convertirte en lo que tuviste que ser para
sobrevivir. Te forjaste a ti misma a partir de las llamas.
No te inclines ante nadie.
“¡Abandonad toda esperanza, los que entráis aquí!”
Dante Alighieri
ADVERTENCIA
Me gusta que los lectores vayan a ciegas por el bien de la trama, sin embargo,
sentí que era necesario decir antes que este es un romance oscuro. Trata temas
delicados, agresiones sexuales, violencia gráfica, gore, cuestiones religiosas,
temas que algunos pueden considerar desencadenantes y otros. Si usted tiene
un problema con cualquiera de estos temas, por favor no continúe.
King of Fools- Rafferty
Devils Backbone- The Civil Wars
Gangsta’s Paradise- Coolio
Jungle- Emma Louise
Get Out Alive- Andrea Russett
Running (Dyin to live)- 2Pac
Animals- Living in Fiction
Runaway- Lil Peep
GO TO HELL- Clinton Kane
Talking Body- Don Vedda
This is War- Matthew Raetzel
Red Roses-Lil Skies
She Thinks of Me- Landon Tewers
Lucifer, My love- The Templars
DiE4u- Bring Me The Horizon
Die With Me- Gemini Syndrome
FEEL NOTHING- The Plot in You
Pretty Poison- Nessa Barrett
Empty Slow- Lil Mavi
Play With Fire- Sam Tinnez
Without Me- Fame on Fire
Wolf in your Darkness Room- Matthew Mayfield
Bajo lo más profundo de Ponderosa Springs yacen secretos que nunca
quisimos que se descubrieran.
La sangre ha empapado las manos de aquellos en quienes más confiábamos.
Intenciones decrépitas por fin salen a la luz.
Y ahora las verdades están listas para ser incineradas a la vista de todos.
Estaba preparado para ver cómo este pueblo que me convirtió en villano se
pudría ante mis ojos, pero parece que los fantasmas tampoco permanecen
enterrados aquí.
La novia favorita de todos ha regresado a Hollow Heights arrastrando tras de sí
nada más que preguntas sin respuestas y sombríos recuerdos.
Una distracción que no puedo permitirme con la policía husmeando.
Un error que quemó mi último pedazo de humanidad.
El pequeño y sucio secreto que ha regresado en busca de un cierre en torno a
la misteriosa muerte de su hermana.
Pero sé que la chica inocente y perdida es una actuación. En el fondo es sólo
otra parte de su espectáculo.
Todos están comiendo de la palma de su mano, son marionetas en su cuerda.
Pero yo no.
La veo por lo que realmente es, siempre lo he hecho.
Una farsante. Una manipuladora. Una mentirosa.
No dejaré que arruine todo por lo que hemos trabajado. Me niego a dejar que
descarrile nuestro plan de venganza.
Ya jugué tu juego una vez, Sage, ahora es tiempo de jugar el mío.
Y no vas a salir sin quemarte.
Acto I
Ruido blanco Los accidentes ocurren,
Génesis ¿verdad?
Diez de espadas
Y Acción Cuando Abel mató a Cain
Tu pasado te llama
El libro de los despechados Es hora de elegir un bando
Punto de ebullición
Terrores nocturnos Castigo
Respira
El que siembra, cosecha
Heridas autoinfligidas El Fénix
De cerca y en persona
El guante
Jardín del Edén Dolor y placer
Lo hecho, hecho está
Cuando se rompe el dique
La pesadilla de una noche de Ódiame pero hazlo sagrado
El fuego que nunca se apaga verano
1 Malebolge o Malabolsas (fraudulentos) es parte del Octavo círculo del Infierno, la primera parte de la Divina comedia de Dante Alighiern.
Grita con fuerza y se echa encima de mí, con las rodillas a ambos lados de mi
pecho, y su puño impacta de lleno en mi cara. Saboreo la sangre de mi labio
partido, el ardor metálico me calienta la lengua.
—Debería haberte matado. Deberías haber muerto, deberías haber sido tú.
Un dolor punzante me atraviesa el cráneo cuando me agarra de la parte
delantera de la camisa y me levanta del suelo para volver a tirarme al suelo.
Maldita sea, eso me va a dar dolor de cabeza.
Una y otra vez, me levanta para volver a dejarme caer. Nado en mi cabeza, las
estrellas bailan en las esquinas de mis ojos. Otra conmoción añadida a la
creciente lista de lesiones recibidas del hombre que me creó.
—¡Entonces hazlo! ¡Mátame! —grito en mi neblina, sintiendo cada onza de esto.
Ahogándome en él. Permitiendo que me sumerja completamente.
Oigo su respiración agitada cuando deja de sacudirme, y miro fijamente al
hombre que una vez me enseñó a lanzar una pelota de béisbol, que me subía a
sus hombros para que pudiera ver por encima de las multitudes, un hombre
que solía mirarme con amor paternal.
Ahora todo lo que veo dentro de sus ojos es la miseria inyectada en sangre que
yo puse allí. La angustia que le regalé. Había matado la parte de él que creía en
la felicidad, en el bien, en todo lo luminoso.
Esta es mi tierra de expiación.
Esto es lo que hace que el dolor se sienta tan jodidamente bien.
Sabiendo que me lo merezco.
—Te odio —dice enfurecido. La saliva vuela de su lengua y me golpea en la
cara—. No eres más que El Diablo. Pagarás por esto, por toda tu maldad.
Ahí está.
Mi querido apodo. Su favorito para mí.
El Diablo.
El Maligno.
Lucifer.
Yo había sido un ángel una vez, cuando era niño, antes de que me echaran de
las buenas gracias y me dejaran arder.
La iglesia solía ser un lugar al que no me importaba ir. Cuando mi madre vivía,
y todos éramos felices. Ahora me prendería fuego entrando por la puerta.
Nos quedamos ahí, mirándonos fijamente con suficiente desprecio y furia como
para hacer funcionar Nueva York durante un maldito apocalipsis. Respirando
hondo y condenando la historia que nunca se borrará de nuestra memoria.
He tomado al hombre que piensa de forma lógica y analítica y lo he convertido
en una bestia impulsiva y descarada. Lo convertí en una versión más vieja de
mí mismo, ambos atrapados en nuestra propia versión del purgatorio.
He arruinado a mi padre.
Y cada día me hace pagar por ello. Con sus manos, sus palabras, su religión.
Un estridente claxon parece devolverle un poco de cordura mientras trago saliva,
intentando expulsar la sequedad de mi garganta.
—Bienvenido al club.
Le quito las manos de encima y él se baja de mi cuerpo, dejándome tumbado y
sin una mano que me ayude a levantarme. No es que pensara que me ayudaría,
pero valía la pena notarlo.
Incluso con diecisiete años, soy más alto que él cuando me pongo en pie. Un par
de centímetros me permiten mirarle fijamente, con el cabello cayéndome un poco
delante de los ojos.
—Al menos ten las bolas de terminar el puto trabajo la próxima vez.
Sus hombros se agitan mientras respira y vuelve a la realidad. Camina hacia la
cocina, agarra el vaso de whisky que hay sobre la mesa, se lo lleva a los labios
y se lo vierte en la garganta.
La ironía de todo esto es que toma su Biblia del mostrador que tiene al lado.
—¿Crees que Dios te va a ayudar mientras ahogas tu hígado? La gula está muy
arriba en su lista de lo que no se debe hacer.
Puede que sea un cabrón, pero al menos no soy un hipócrita.
Ignorando por completo mi afirmación, afirma: —No pongas en duda mi fe, hijo.
Y no quiero que te juntes más con ellos. Quemar ese sauce fue la gota que colmó
el vaso, Rook. No tienes ni idea de los hilos que hubo que mover para exculparte
de eso.
Me río entre dientes y agarro la sudadera del respaldo del sofá. Me la pongo por
la cabeza, tirando de ella hacia abajo.
—La primera gota o la última gota que colmó el vaso. Da igual, viejo —Me giro
hacia él mientras camino hacia atrás y abro los brazos—. No puedes alejarme
de ellos. Nunca sucederá. Igual que no puedo evitar que te acabes toda la botella
esta noche. Recuerda, soy El Diablo. El Diablo hace lo que quiere.
No me molesto en negar lo del árbol. Él sabe que lo hice. Diablos, todos saben
que lo hice. Pero sin ninguna prueba, sin testigos, no hay una mierda que
puedan hacer, y esa es la belleza de todo esto.
Andar por ahí sabiendo que todo el mundo me ve como un pirómano caótico,
desde la policía hasta los profesores, todos saben lo que soy.
El Anticristo es como me llaman. Salido de las entrañas de Satán. El infierno en
el planeta Tierra, o en este caso, el infierno para Ponderosa Springs.
Me encanta.
Cómo se agarran a su rosario cuando paso. Susurran tres Ave Marías porque
mirarme es pecado.
Me encanta que sepan todas las cosas que he hecho y que no puedan hacer
nada para detenerme. Ni ahora, ni nunca.
No hay quien me detenga.
A ninguno de nosotros.
¿Y sabes qué? Que se joda ese árbol.
Me mira, con ojos muertos llenos de disgusto.
—Me das asco —Agarra el cuello de su botella de whisky y se aleja hacia el
estudio, sin dirigirme la palabra antes de salir.
Abro la puerta de un tirón y la cierro tras de mí con un ruido sordo, sin perder
el ritmo mientras camino hacia el auto de Alistair. Los cristales tintados
protegen su odioso culo de mí, pero ya sé que detrás del cristal me espera un
ceño fruncido, aunque esté de buen humor.
Me deslizo en el asiento del copiloto y me recuesto en el reposacabezas
respirando hondo. Hay una pausa de silencio y noto que Alistair me mira
fijamente a un lado de la cara.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte, Caldwell? —pregunto, aun mirando hacia
delante.
—Sí, tienes sangre en la jodida barbilla. Limpia esa mierda —Mete la mano en
la guantera, arrojando servilletas blancas en mi regazo.
Las agarro con facilidad, limpiándome la barbilla. El rojo las mancha casi de
inmediato. Mañana, el corte no será más que un dolor sordo y, en unos días,
probablemente despegaré la costra solo para volver a sentir el dolor.
A menos que me golpee de nuevo y lo abra de nuevo.
De cualquier manera.
—Practico contigo casi todos los días. Puedes devolverle el puto golpe.
Frotándome con más fuerza para asegurarme que no queda nada, respondo:
—Puedo con ello.
Niega con la cabeza, sale del camino de entrada y se dirige hacia el Peak para
reunirse con los demás chicos. Los últimos días del verano se desvanecen, el
último curso del instituto se acerca lentamente, y no tengo muchas ganas de
ver tantas caras.
Paso el noventa por ciento de mi tiempo rodeado de las mismas cuatro personas,
y me gustaría que siguiera siendo así.
Busco en mis pantalones negros mi paquete de Marlboro Rojo y saco uno.
—No se trata de que puedas con ello. Soy consciente de que puedes recibir un
puñetazo. Es el puto principio, Rook. ¿Cómo vas a quedarte sentado mientras
tu padre te da una paliza?
Hago una bola con la servilleta, aprieto el puño y la arrojo al suelo, me reclino y
cierro los ojos. Por costumbre, me paso el Zippo por los dedos, dándole unas
cuantas vueltas antes de encender el pedernal y poner la llama en la punta.
—¿Qué tal si me dejas preocuparme por mi padre, de acuerdo? Estoy bien. Un
año más y nos iremos a la universidad, lejos, muy lejos —Inhalo el humo hasta
el fondo de mis pulmones—. Llevo lidiando con esto desde que era un niño.
Puedo aguantar un año más. Así que déjalo, hermano.
Un gruñido agravado llena el auto antes que le vea pisar más a fondo el
acelerador, y apenas pestañeo cuando llegamos a ochenta y cinco y subiendo.
Si morimos en un accidente, moriremos en un accidente.
Todos acabamos en el mismo sitio en algún momento, a dos metros bajo tierra.
No importa cómo lleguemos allí.
Ya ves, todos sentimos lo mismo. Bueno, todos nosotros excepto el culo
enamorado de Silas.
Thatcher, Alistair y yo queremos salir de esta ciudad tanto que nos abriríamos
camino a través de alambre de púas para llegar allí. Incluso si eso significa
morir. Vamos a salir de este lugar. Cada uno de nosotros tiene diferentes
razones, pero todo se reduce a la historia que está unida a nosotros. Los
recuerdos de los que nunca podremos escapar porque esta ciudad es un ataúd.
Te asfixia con tu pasado, sin dejarte avanzar. Nunca te deja olvidar.
—Odio cuando dices 'hermano'. Es jodidamente molesto.
Me río y me pongo la capucha sobre la cabeza.
—Sí, bueno, odio cuando eres un imbécil gruñón, pero eso no va a cambiar
pronto.
—Como quieras, listillo.
La música ahoga nuestras voces mientras avanzamos por la carretera. Alistair
tiene problemas de control, así que hasta que no lleguemos a nuestro destino,
no me queda más remedio que escuchar metal, lo que está bien de vez en
cuando. Pero mis oídos empiezan a entumecerse después del séptimo solo de
guitarra. Para ser dos personas tan cercanas, nuestros gustos musicales no
podrían ser más diferentes.
Mis ojos encuentran los pinos que se desdibujan fuera de la ventana. Nos
alejamos cada vez más de los límites de la ciudad. Justo antes de entrar en el
siguiente pueblecito de mierda, gira a la derecha y nos lleva por un camino de
tierra escondido entre torres de árboles.
Diviso los vehículos de Thatcher y Silas cuando el sol cae más allá del horizonte,
ya estacionados. Aparcamos junto a ellos y nos bajamos, caminando el resto del
camino hasta el borde del acantilado.
El Peak es un pequeño trozo de tierra en la costa, con vistas a las profundas
olas azules de Black Sands Cove, una pequeña playa donde los lugareños pasan
la mayor parte de los meses de verano. Nuestro lugar está aislado, con vistas a
los que están debajo de nosotros. Es dónde venimos a pasar el rato la mayor
parte del tiempo, porque no nos gusta precisamente estar en casa.
Siempre es mejor estar lejos de nuestros padres. Solos, el uno con el otro.
—¡RVD! Gracias a Dios, Thatcher está a segundos de quemarse las cejas.
Su voz es suave, más suave que cualquiera de las nuestras, y sólo puede
pertenecer a Rosemary Donahue.
La chica rica con suficientes bolas para dejarse ver con nosotros y la única
persona que me llama por mis iniciales. La única persona que conozco dispuesta
a arriesgar su reputación por el chico que ama. Una hermana para todos
nosotros. Se infiltró en nuestro grupo antes que tuviéramos tiempo de darnos
cuenta de que había un intruso entre nosotros. La miro en el regazo de Silas,
ambos sentados en una silla junto a una pila circular de leña.
Su cabello castaño atrapa el viento, golpeándolo en la cara, pero sé que a él no
le importa.
—La falta de confianza en mí es un moretón para mi ego, Rosie —responde
Thatcher, sosteniendo una lata de líquido para encendedores.
—Mentira —se burla Silas—. No hay moretones en ese enorme ego.
A Thatch se le dan bien muchas cosas -salir airoso de un asesinato en masa,
ganarse el corazón de millones de personas, apuñalar cosas-, pero provocar
incendios es demasiado complicado para este maniático de la limpieza.
—Siéntate, Thatch. No necesitamos que arruines tu cabello.
Recibo el dedo corazón mientras le quito el recipiente, dejando que pase junto a
mí hacia su asiento. Colocándome el cigarrillo entre los labios, rocío el líquido
en círculo alrededor de la madera, arremolinándolo en el centro, asegurándome
que cada trozo tenga combustible.
La emoción se acumula en mi estómago, sabiendo lo que va a ocurrir en cuestión
de segundos.
El fuego es un elemento clave de mi existencia. Cada cerilla, cada llama, es una
compulsión. No hay quien lo pare. Siempre estoy pensando en él, soñando,
contemplándolo.
La forma en que algunas personas se sienten impulsadas a matar a otras,
obsesionadas con la limpieza o con cerrar la puerta ocho veces antes de
acostarse, ese picor espasmódico en las manos... eso es lo que me pasa a mí sin
ella.
El fuego es mi carne. Mis huesos. Es mi hogar.
Es mi forma de equilibrarme.
Que me den una paliza como castigo puede ser degradante, pero controlar uno
de los elementos más impredecibles de la naturaleza es una cantidad
desmesurada de poder.
Cada vez que arde, me siento satisfecho. Un calor que me recorre el pecho, baja
por los brazos y llega hasta los dedos de los pies. Me devuelve a una época en la
que mi vida no era un basurero en descomposición.
Y pasaré el resto de mi vida persiguiendo ese subidón.
Mi piromanía es la droga y la cura.
Muevo el cigarrillo en el centro de la madera, observando cómo la cereza conecta
con el líquido del mechero. Ahí está, la chispa que lo inicia todo. Un zumbido
me invade la cabeza mientras se prende, combustionando juntas hasta que las
llamas se vuelven cada vez más altas.
Cada trozo de madera está empapado de naranja oscuro, el calor me hace sudar
la piel mientras las llamas me llegan justo por encima del pecho.
Podría correrme de sólo mirarlo. Pensando en la destrucción que traería a la
ciudad, la gente dentro de ella, la capacidad de daño que tiene. Y en ese
momento, me siento como la única persona que podría controlarlo.
Tomo asiento entre Alistair y Thatcher, inclino la cabeza hacia atrás y cierro los
ojos un momento, escuchando hablar a los demás.
—¿Van a estar los cuatro en la recaudación de fondos antes que empiecen las
clases este año? —Rosemary pregunta ingenuamente.
—Posiblemente —responde Alistair—. Probablemente no de la forma que te
gustaría, pero es una posibilidad.
Sonrío, sabiendo lo que hemos planeado para esa estúpida recaudación de
fondos.
—Nada demasiado ilegal, ¿ok? No me apetece sacar a mi novio de la cárcel.
—Como si nos fueran a pillar —añade Thatcher.
—Quizá puedas unirte a nosotros esta vez, Rose —añado, bromeando
obviamente por su prepotente novio, que resulta ser mi mejor amigo—. Podría
ser divertido.
Prácticamente puedo oír cómo le aprieta la cintura y le rechinan los dientes
desde el otro lado del crepitante fuego.
—Por encima de mi jodido cadáver. Ella se queda fuera de la mierda que
hacemos cuando cae la noche en Ponderosa Springs —dice Silas.
—¿Cuando cae la noche? ¿Es aquí donde nos acercamos y contamos historias
de fantasmas?
—Vete a la mierda, Rook. Sabes lo que quiero decir. No necesita involucrarse
con esa mierda.
—Puedo arreglármelas sola, sabes, y como dijo Rook, podría ser divertido,
amor —argumenta Rose, y yo sé que Silas me va a reñir por haber sacado el
tema, así que mejor sigo.
—¿Ves? Deja vivir a la chica, Si.
—¿Recuérdame otra vez por qué soy tu amigo?
La risa resuena en la noche de cuatro de las personas más cercanas a mí. La
risa es un sonido tan extraño para mí, algo tan normal y humano. Nunca
pensarías que seríamos el tipo de personas capaces de las cosas que hemos
hecho, de las cosas que haríamos.
Somos malas personas que hacen cosas muy malas. Muy bien.
Suspiro, echándome las manos a la cabeza.
—Porque me necesitas —digo—. ¿Quiénes somos el uno sin el otro?
La pregunta se les mete en la piel. Aunque todos tenemos nuestros propios
secretos, unos que nos llevaremos a la tumba, hay un entendimiento mutuo que
nos conecta. Uno que otros nunca comprenderían.
Una oscuridad, un hambre que vive dentro de cada uno de nosotros.
Por separado, no somos más que niños nacidos con la tragedia goteando por
nuestras venas abiertas.
Juntos, somos un caos total.
Y Acción
Sage
—Te enteraste de lo que hizo, ¿verdad? Esa es la razón por la que tenemos un
nuevo director este año. Se estaba follando su camino a todo el segundo año.
Mary lanza los brazos al aire, con un perfecto mohín en los labios, dejando que
su barra de pegamento caiga de sus manos al suelo de mi habitación.
—Mientras tanto, yo estoy aquí rompiéndome el culo. Tomo todas las clases
avanzadas que me permiten, dirijo dos clubes, sin mencionar las porristas.
¡Debería ser presidenta del cuerpo estudiantil, maldita sea!
Durante las últimas dos semanas, todo lo que he oído de ella es cómo Stacy
amañó las votaciones el año pasado, cómo se acostó con el director... creo que
ayer fue un profesor. Está empezando a sonar como clavos en una pizarra, y si
no tengo cuidado, la sangre va a empezar a gotear de mis tímpanos.
—Como si importara, Mary —El poni rubio de Liz se balancea detrás de ella
mientras se concentra en la televisión, algún partido de fútbol detrás de la crisis
personal de nuestra amiga—. Es la presidente del cuerpo estudiantil. No es el
fin del mundo.
—Dios mío, Lizzy sé que no me acabas de decir eso. ¿La chica que lloró durante
tres días después de ganar un partido clasificatorio estatal porque no marcaste?
El interminable juego de quién puede superar a quién. La dirección a la que esto
se dirige es hacia el sur a ochenta millas por hora. Estoy cansada de oírlo, si
sigue insistiendo, se convertirá en su catalizador este año.
—¿Pueden controlarse durante cinco segundos? —digo, mirándoles, haciendo
estallar mi chicle con sabor a fruta—. Eres una jodida Turgid, por el amor de
Dios. Te limpias el culo bronceado con billetes de cien. Supéralo.
El amor duro no siempre es popular, pero te prepara para la vida que vas a llevar
en una ciudad como ésta.
Deberían saberlo.
Sé que Mary quiere replicarme, morderme con algún comentario sarcástico que
aún no se le ha ocurrido, pero no lo hará. Porque por muy mala que sea, sabe
que siempre puedo ser peor.
Porque soy Sage Donahue.
La actitud de perra rica fue bombeada directamente a mi cordón umbilical en el
útero. Soy la capitana de las animadoras y la favorita de todos.
Come-hombres.
Sin corazón.
Me había convertido en todo lo que necesitaba para sobrevivir a las normas de
Ponderosa Springs y algo más.
Lizzy Flannigan y Mary Turgid han sido las amigas perfectas para el mundo en
el que vivo. Superficiales hasta la médula, pero estupendas para proyectar cierta
imagen.
La mayoría de las niñas buscan amigas que tengan gustos similares. Disfrutan
con las mismas muñecas o les gusta jugar a disfrazarse, pero cuando te
preparan para que tengas buen ojo para saber cómo te perciben los demás,
buscas a las que tienen más que perder.
Mi madre me enseñó de muy pequeña que tu imagen lo es todo. Tu reputación
aquí te hará triunfar o fracasar en cualquier sitio. Haces lo que hay que hacer,
sin importar las consecuencias.
Sonríes, no importa lo que te hagan. No importa el dolor que te inflijan, porque
a nadie le importa.
Ni siquiera la mujer que me dio a luz.
Me he vuelto muy buena ocultando mi yo interior a los que me rodean,
permitiéndoles ver sólo lo que yo quiero que vean, haciéndome lo
suficientemente digna de confianza como para convertirme en una especie de
coleccionista.
Una conocedora de secretos, huesos enterrados bajo las tablas del suelo de los
armarios de la gente. Tengo trapos sucios de casi todo el mundo aquí, y saben
que si me traicionan, no tardaré en sacarles a la luz.
En séptimo curso, Lizzy vino llorando, desahogándose sobre cómo su padre es
un alcohólico empedernido que pasa demasiado tiempo extra en sus viajes de
negocios, asegurándose de parar en todos los clubes ilícitos a la vuelta. Estaba
tan colorada, tan frustrada de que su madre se quedara allí sentada, sabiendo
todo esto, al tanto de cada una de sus indiscreciones, y no murmurara ni una
sola palabra.
Esa noche juró que nunca dejaría que un hombre le faltara al respeto,
negándose a casarse con alguien que la pisoteara así. Lo que personalmente no
creo que sea un problema porque también sé que a Lizzy no le gustan nada los
hombres.
Durante una fiesta de pijamas borracha, mientras Mary estaba desmayada, Liz
sintió ganas de compartir más secretos. La respetaba por ser capaz de decirlo y
odiaba que supiera que tenía que ocultarlo. Pero aquí la crucificarían.
¿Y Mary? Oh, Mary.
Es muy lista, probablemente será neurocientífica algún día, si pasa los controles
de drogas. Porque la última vez que lo comprobé, está mal visto tener Adderall
en el organismo cuando no te lo han recetado.
Durante toda su vida se ha preocupado por sus notas, por su inteligencia por
encima de cualquier otra cosa. ¿Si eso alguna vez era amenazado? Sentía pena
por la persona que amenazaba. En primer año, sacó una C en un examen de
matemáticas. No es gran cosa para algunos, ¿pero para ella? ¿Para sus padres?
Bien podría haber sido una expulsión de la escuela.
Así que cuando sus ojos se negaron a permanecer abiertos por las horas de
estudio, encontró su billete dorado. Ahora, desaparece durante los periodos
libres para encontrarse con los traficantes de mala muerte bajo las gradas del
campo de fútbol.
Todos tenemos un peso sobre nuestros hombros, cada uno de nosotros yace
bajo su propio péndulo que se balancea cada vez más cerca cada vez que
cometemos un desliz.
Es la razón por la que nunca intentarán destronarme como Miss Ponderosa
Springs. Están aterrorizados de que revele sus secretos. Porque la Sage que
conocen será despiadada cuando se trate de conseguir lo que quiero.
Hay un poder en eso. Conocer los secretos de todos, todas sus verdades.
Más poder aun sabiendo que ni un alma conoce los míos.
Cuantos más secretos tenga sobre los demás, menos probabilidades hay de que
descubran los míos. Y los míos van a permanecer enterrados.
—Sí, tienes razón —Suspira, sonriendo con fuerza—. Es sólo un pequeño ataque
de nervios. Es angustioso —recoge su barra de pegamento y sigue pegando letras
de plástico en el fino trozo de cartón blanco, maquinando internamente cómo
matarme de alguna manera—. No saber si entraré en Hollow Heights.
Me burlo. —Pues vete a cualquier otra universidad de la Ivy League del país. No
es la única del mundo, Mary.
—Sabes tan bien como yo que podrías especializarte en actividades de
conserjería allí y salir ganando seis cifras. Entrar lo es todo, Sage.
Siento como si tuviera que estirar físicamente la mano y agarrarme los globos
oculares para evitar que rueden.
Dinero, dinero, dinero.
Es el pasatiempo favorito de todos aquí. Es lo único que les importa.
Lo comen, lo cagan, lo respiran.
El dinero lo arreglará todo porque compra el silencio.
—Sí, sí, Hollow Heights esto, Hollow Heights aquello. ¿Nadie quiere ver el sol?
¿Todo el mundo está tan contento viviendo en un lugar siempre gris y húmedo?
—me quejo, rodando de la cama hacia el cuarto de baño contiguo.
Giro el dedo alrededor de unos rizos sueltos de mi cabello, abro el cajón, tomo
mi bálsamo favorito y me lo pongo en los labios. Aunque es de noche, mi
maquillaje sigue perfectamente en su sitio, el delineador de ojos negro como el
carbón crea unos ojos seductores a lo Marilyn Monroe. El color rojo mate se
asienta en mis labios, calentando mi piel. Todo queda ahí, como una máscara
bien pulida.
A las chicas les parezco engreída cuando miro mi reflejo en el espejo, pero es
sólo para ver si encuentro alguna grieta en la fachada.
—Zorra, por favor, tu culo pelirrojo arderá en cuanto salgas de Oregón —bromea
Lizzy, haciéndome sonreír para mis adentros en el espejo.
—¿Qué quieres decir? —Me vuelvo hacia ellas y me pongo la mano en la
cadera—. Al fin y al cabo, el rojo es mi color característico —les digo, guiñándoles
un ojo.
Todos compartimos una risa, una risa falsa llena de plástico. Y el sonido resuena
tan profundo dentro de mi pecho que empiezo a preguntarme si realmente es
tan hueco por dentro como la gente cree que es.
Se oye el fuerte zumbido de los motores de los autos deportivos de alta gama.
Ronronean y retumban al otro lado de la ventana de puertas francesas de mi
habitación, lo que hace que incluso Liz aparte los ojos de la pantalla de plasma
de la pared.
A Mary se le iluminan los ojos.
—Parece que tu lado delincuente está en casa —ríe, saltando del suelo y
corriendo hacia la ventana. La abre lo suficiente para oír lo que ocurre abajo y
mira a través de la abertura—. Y ha traído a sus amigos —canta.
Saco mi teléfono del bolsillo trasero y compruebo la hora.
—Whoa, ellos realmente pueden saber la hora. No llega tarde al toque de queda
esta noche.
Esto nunca deja de ocurrir, y nunca deja de molestarme.
Un recordatorio constante de todas las cosas de las que me he mantenido
alejada, las cosas que me vi obligada a evitar. Todas las libertades que Rosemary
tiene, porque yo soy la que está bajo el microscopio.
Yo soy la que intenta mantenerme en calma. De no desmoronarme.
Liz se acerca a la ventana junto a Mary y, como soy una cotilla vergonzosa, la
sigo y me asomo por encima de sus hombros para ver el jardín delantero y los
tres caros vehículos que han aparcado en línea recta junto a la acera.
—Maldita sea —susurra Mary mientras vemos a mi hermana salir del asiento
del copiloto, esperando a Silas que rodea la parte delantera de su Dodge
Challenger y llega a su lado. Le rodea el hombro con el brazo y la guía hacia la
puerta principal.
—Es realmente injusto lo bueno que está —se queja, admirando la piel dorada
de Silas Hawthorne que es impecable a cualquier hora del día, pero por la noche
con esa camiseta blanca, está para morirse.
—Ese hombre necesita una etiqueta de advertencia —añade Lizzy, sus ojos se
desvían rápidamente hacia mí como para asegurarse que no voy a llamarle la
atención.
—Más bien una camisa de fuerza —murmuro, revolviéndome el cabello por
encima del hombro, molesta.
Verás, esto pasa cada vez que vienen a dejar a Rosemary. Como una manada de
perros hambrientos, nunca hay sólo uno de ellos. Todos se juntan como
vagabundos en busca de sobras. Sin embargo, mis amigas no pueden evitar
pararse junto a esta ventana, ansiosas por echar un vistazo a los criminales y
psicóticamente ardientes de Ponderosa Springs. Por supuesto, no nos pillarían
ni muertas hablando con ellos en persona, tanto por sus actitudes temerarias
como porque ser vista con cualquiera de ellos es un punto negro en la reputación
de cualquiera para toda su vida aquí.
Es un jodido suicidio social.
No son los chicos que llevas a casa con papá y mamá. Son divertidos de ver,
pero no se tocan bajo ninguna circunstancia.
Algo así como admirar a los animales salvajes en la naturaleza. Los observas,
los aprecias y los dejas en paz. No debes llevártelos a casa y tenerlos como
mascotas. Sin embargo, a mi hermana gemela no le importaría ser mutilada por
una de ellas cuando se ponen nerviosas, porque todo el mundo sabe que nunca
se puede domesticar a algunas criaturas.
Apenas podemos oír lo que se dicen en la puerta principal, pero ya han pasado
más de diez minutos y me estoy aburriendo. Por muchas veces que Rose ha
intentado explicármelo, nunca entenderé por qué él.
En realidad, no, es mentira.
Es porque es la única persona a la que se supone que no debe elegir, y ella
siempre ha intentado hacer exactamente lo contrario de lo que se espera de ella,
convirtiendo a su vez mi vida en un infierno. Mis padres se habían dado por
vencidos con ella, decidieron que no valía la pena moldearla, así que hace años,
su atención se desplazó directamente hacia mí.
Soy su joya de la corona.
El bocinazo de un claxon desvía mi atención como una goma elástica contra la
piel húmeda. Veo el cabello rubio platino de Thatcher a kilómetros de distancia,
incluso en la oscuridad. Tener el cabello de ese color rubio natural es el sueño
de cualquier chica.
—Rosie, querida, si te prometo que lo tendré de vuelta en una pieza, ¿me harías
el favor de devolver a nuestro amigo por esta noche? —Su voz es rápida y limpia
como un bisturí contra la piel, cortando el viento.
Oigo la risa suave de mi hermana, y es casi extraño porque es como oír mi propia
risa de verdad, algo que no ha salido de mi garganta en mucho tiempo.
—Vi en un documental sobre crímenes que la psicopatía es genética —dice Lizzy
mientras todos le observamos.
—El gen psicópata es sólo un mito: nunca se ha demostrado científicamente.
Tiene que ver con tu entorno, la forma en que te han educado y algunos
comportamientos mentales, pero no puedes transmitirlos a tus hijos —añade
Mary.
—¿Y cómo crees que era su entorno, Mary? ¿Abrazos y noches de juegos en
familia? —digo— Todo el mundo sabe que Thatcher Pierson se convertirá muy
pronto en papi querido. Sólo estoy esperando a ver si alguien le pilla brillando
al sol.
Se ríen a carcajadas de mi comentario, sabiendo que tengo razón. No creo que
los asesinos en serie transmitan nada a sus hijos aparte del trauma. Pero sé lo
que es ser criado como si fueras un monstruo. Al final, te rindes y te conviertes
en uno.
Las ventanillas del siguiente auto bajan y me permiten ver a Alistair Caldwell en
el asiento del conductor.
—Es una pena que odie tanto el mundo. Habría sido el novio trofeo
perfecto —digo sacudiendo la cabeza. Es decir, su familia es la dueña de casi
toda la ciudad... habríamos estado muy bien si él no hubiera estado tan jodido.
—¿Porque Easton Sinclair no es ya perfecto? ¿Ves a las chicas que le pululan
como moscas, dispuestas a quitártelo de las manos?
—¿Como tú, Mary? —Le arqueo una ceja bien cuidada, y ella se da la vuelta con
el rostro sonrojado, intentando pensar en una forma de echarse atrás y negar.
No se me escapa que Mary ha estado sedienta por Easton desde preescolar, y en
el momento en que nos separemos, estará allí, con las piernas abiertas, lista
para recoger los pedazos. No es que me importe: Easton está ahí por la misma
razón que ellas.
Marcadores de posición hasta que me gradúe.
—Es broma —añado al final, sonriendo un poco.
Entonces, como la explosión que es, Rook Van Doren desliza su cuerpo delgado
a través de la ventanilla del copiloto de Alistair, colgando fuera del auto mientras
se sienta en el marco de la puerta, sonriendo ampliamente, con una cerilla
colgando de sus labios rosados.
—Romeo, Romeo, ¿dónde estás Romeo? —reprende—. Lo verás mañana. Esta
noche tenemos que ocuparnos de una mierda —Su voz bromista resuena en el
aire mientras tamborilea con las manos en el techo del auto. No hay nada que
se tome en serio.
—Sí, imbécil, eso definitivamente va a consolarla esta noche —responde la voz
de Silas.
—Lo siento, ¿tenía que mentir? No es como si fuéramos a hornear magdalenas.
Las luces de la calle rebotan en su pálida piel, el resplandor amarillo anaranjado
calienta su cara. Las llamas industriales brillan a su alrededor. Esos rasgos de
niño bonito le dan un aspecto tan modesto, esa especie de cabello salvaje y esa
mirada descarada que me recuerdan a los mustangs salvajes. Libres,
temerarios, peligrosos. He oído al menos a cinco chicas quejarse de lo celosas
que están de sus largas pestañas que enmarcan sus ojos de fuego infernal.
Nunca los he visto de cerca, pero así los llama todo el mundo.
Color avellana en cualquier otro, ¿pero en los suyos? Te abrasan.
Algo que siempre he admirado y que a la vez me saca de quicio de Rook es lo
impredecible que es.
Nunca sabías lo que obtendrías de él. Una sonrisa, un cóctel molotov, un
cuchillo en la espalda, una carcajada. El único chico de su grupo para el que no
puedes prepararte es él. Todo el mundo sabe que Thatcher es sumamente
inteligente y que, si tiene la oportunidad, podría encerrarte en su sótano y jugar
al Dr. Hannibal con partes de tu cuerpo.
Dios, y si no eras consciente de los problemas de ira de Alistair, sal de debajo
de la puta roca gigante bajo la que estás durmiendo y míralo. Prácticamente se
está bañando en colonia con olor a ira.
Y, por supuesto, todo el mundo es consciente de que Silas es el callado. El
esquizofrénico no dice mucho porque está demasiado ocupado dentro de su
propia cabeza.
Es el que mi hermana fue capaz de descifrar.
Pero Rook, es idéntico al elemento con el que tan cariñosamente se asocia. Nada
de lo que hace es deliberado; siempre es un capricho, probablemente basado en
lo que le parece correcto en ese momento. El chico nunca se ha pensado dos
veces nada.
Lo admiro porque tiene las bolas de hacerlo. Me parece estúpido porque va a
acabar consiguiendo que le maten, y estar tan loco sólo es divertido cuando
tienes el dinero y el poder para evitar las consecuencias.
El Psicópata.
El Vengativo.
El Esquizofrénico.
Y El Diablo.
Los Hollow Boys.
Irritada y harta de fisgonear, me alejo de la ventana.
—Voy por algo de beber. Intenten que no se le caigan las bragas antes que
vuelva.
Al bajar los escalones y atravesar nuestro salón, oigo el eco de la brillante voz
de mi madre. Mis pies van más despacio para que ella no me oiga llegar. Camino
hasta llegar al borde de la entrada de la cocina, escuchándola hablar por
teléfono.
—Ya no sé qué hacer, Sherry. Quiero decir, ¡no tiene remedio! Siempre fue
rebelde de niña, ¿pero acostarse con Silas Hawthorne? Dios, no puedo imaginar
lo que piensa la gente de la iglesia cuando nos ven. Se junta con un chico al que
el pueblo llama El Anticristo —se queja enfáticamente.
Me pitan los oídos mientras continúa.
—Hemos probado a castigarla y se escapa. ¡Uf, y el peso! Deberías ver lo que ha
engordado desde que lo conoció. Es horrible.
El agua empieza a burbujear a mis pies.
Un aviso de inundación suena en mi cabeza y sé lo que viene.
Si se alejara de él como le dije, esto no estaría pasando. Nuestra propia madre
no estaría hablando así de su hija. El agua no estaría subiendo tan rápido, y
mis pulmones no estarían temblando.
—Sage está bien. Quiero decir, al menos tenemos una hija que se preocupa por
la imagen de esta familia. Siempre y cuando se abstenga de arruinarla —Sus
pasos se alejan de mí, indicándome que se dirige al lado opuesto, hacia la sala.
El corazón me late en el pecho, las uñas se me clavan en la palma de la mano.
Cada vez que Rose mete la pata, cada vez que se salta las normas, es como si
me empujaran la cabeza más y más bajo la superficie.
El ahogo se acerca. Puedo sentirlo.
Cuando ocurren cosas horribles, algunas personas se convierten en delicadas y
suaves alhelíes que crecen en los rincones, esperando a ser arrancadas por su
príncipe azul.
Y algunos se convierten en guerreros.
Se forjan con hierro, construyendo capas de armadura para proteger lo que les
queda. Se endurecen.
Crueles.
Enojados.
Celosos de los que son capaces de reconstruirse sin los amargos fragmentos de
cristal de sus traumas.
Se abre la puerta principal y el viento le pasa por detrás de los hombros
alborotando su cabello castaño oscuro, varios tonos más oscuro que el mío por
el tinte. Su sonrisa iluminaría una jodida habitación si se pudiera convertir en
electricidad, y eso debería hacerme feliz.
No es así.
—Huh —digo, cruzando los brazos delante del pecho—. Creía que la basura sólo
venía los martes.
Los ojos de Rosemary se alzan para encontrar los míos. La sudadera con
capucha de gran tamaño que pertenece a su novio se traga su pequeño cuerpo.
Se le borra la sonrisa y suspira.
—Guárdate los comentarios de zorra para tus amigos —Se sube la capucha y
entra en la cocina para evitarme, pero la sigo.
Sé que debería marcharme, irme antes de decir algo peor, pero no puedo
contenerme.
—Gracioso. ¿El Esquizofrénico te está enseñando cómo tener agallas ahora, o
sólo te sientes peleona esta noche?
—No le llames así —dice, dando un portazo a la puerta de la nevera—. ¿Qué
problema tienes con ellos? Nunca te han molestado.
Mi lengua se vuelve rápida, afilada, letal en cuestión de instantes.
¿Cuál es mi problema? ¿Mi problema?
—Son escoria, Rose. ¡Hacen que esta familia parezca sucia! —le grito.
—¿Mamá te ha metido tanto la mano por el culo que ahora te usa como
marioneta? Sabes, si no te conociera mejor, diría que estás celosa.
—¿Celosa? ¿Yo? ¿De qué? ¿De tu pandilla de imbéciles mentalmente inestables?
Por favor —me burlo a la defensiva.
¿De qué tendría que estar celosa? Tengo todo lo que pueda imaginar.
—Celosa de tener amigos de verdad. Una relación de verdad. Mientras tú te
pasas el día con novios falsos y gente de pacotilla que te apuñalaría por la
espalda en cuanto te dieras la vuelta. Todo porque tienes demasiado miedo de
disgustar a tu mami querida —suelta, sacudiendo la cabeza.
—Sabes, quizás no tendría ningún problema si dejaras de abrirte de piernas a
los raros de Ponderosa Springs. Dios, ¿no ves cómo te mira la gente? Eres una
atracción de feria ambulante —me burlo.
Se estremece, retrocede como si le hubiera dado una bofetada, con los ojos llenos
de tristeza. Me digo que se merece que le duela como a mí. Yo me ahogo cada
segundo de mi vida y a ella no le importa nada. Unas palabras duras no la
matarán.
Rose se acerca a mí. —No, ese es tu problema, Sage. Tal vez si dejaras de
preocuparte por lo que la gente piensa de ti, no serías una perra tan
miserable —Caminando directamente en mi dirección, me da un golpe con el
hombro al pasar.
Me deja allí, bajando de mi viaje de mal genio, con el corazón doliéndome dentro
del pecho. Caigo contra la pared, siento que mis piernas van a ceder, pero me
niego a que lo hagan.
El agua helada está justo debajo de mi nariz y trato de evitar que se filtre en mi
boca. Me niego a hacerlo ahora mismo.
Inhalo y exhalo profundamente por la nariz, continuando el proceso hasta que
mi ritmo cardíaco se ralentiza y el agua comienza a residir.
Repito una y otra vez:
Soy Sage Donahue.
Lo tengo todo.
No me ahogaré.
Sobreviviré.
El libro de los despechados
Rook
—Tu puntería apesta —Silas me mira mientras sale humo de la punta de mi
Swisher Sweets2 de sabor tropical.
Me coloco el porro en los labios, lo mantengo ahí y apunto con la pistola de
paintball hacia el marcador del equipo de fútbol. Estamos tumbados a unos
metros de él, el césped artificial me atraviesa los pantalones y prácticamente me
quema el culo.
—Dije que sí al vandalismo. Nunca dije que se me daría bien —Doy una calada
al extremo del porro, dejando que el humo de olor fétido se impregne en mis
pulmones, dándome ese subidón que necesito de vez en cuando.
No se trata de adormecer nada, sino de frenar el impulso. Durante unas horas,
ese picor en la palma de la mano se calma lo suficiente como para permitirme
pasar el día sin hacer explotar a nadie.
Veo a un tipo haciendo el imbécil o simplemente caminando por la calle con una
sonrisa arrogante en la cara, y sólo puedo pensar en lo que haría si estuviera
envuelto en llamas, ahogándose en gasolina. Eso me parece normal. Me extraña
que nadie más piense así.
La hierba evita que sea un homicida.
Además, llena el vacío durante un tiempo. Todo el humo me hace sentir menos
vacío.
3 Pirómano.
Terrores nocturnos
Sage
En la secundaria me molestaba mucho que me hicieran preguntas estúpidas
sobre Rose y yo. Sí, somos gemelas, pero eso no significa que pueda leer su
mente.
La constante ¿Dónde está tu gemela? Siempre se refieren a ti como “las gemelas”,
incluso cuando estás sola.
No fue hasta el instituto cuando nos convertimos en nuestras propias personas,
ella viajaba en una dirección y yo me dirigía hacia la cima de la cadena
alimenticia. Ya no nos llamaban “las gemelas” Sólo Rosemary y Sage.
Y había veces, como ahora, cuando la luna estaba alta y la oscuridad cubría mi
dormitorio, que echaba de menos estar unida a ella. Echaba de menos estar
cerca de ella en público, que siempre me viera como una mitad de un todo.
Como un reloj, los suaves gritos de tristeza de Rose me habían despertado. Esto
ocurre casi todas las noches, y no me sorprende ver que el resplandor verde de
mi reloj marca las 3:34. Suelto un suspiro, me incorporo, estiro los brazos y, al
moverme, el guion de El crisol se desliza fuera de la cama. Con un hábil
movimiento de pies, atravieso mi habitación sin tener que encender la luz, abro
la puerta y me dirijo a la habitación contigua.
Una vez oí que nuestras habitaciones son un reflejo directo de lo que somos por
dentro, y si eso es cierto, mi hermana gemela y yo somos tan diferentes como la
gente cree.
La suya tiene carteles de grupos musicales, plantas en macetas, mucha ropa de
color negro y una lámpara de noche que proyecta estrellas en el techo, mientras
que la mía es rosa, organizada, con mucha luz natural y una mullida alfombra
blanca en el suelo.
Partes de mí que mantengo encerradas no quieren aceptar que nos hayamos
distanciado tanto la una de la otra.
Su voz me recuerda la razón por la que entré aquí en primer lugar.
Con facilidad, me desplazo hasta su cama, deslizándome en el espacio junto a
ella. Las suaves sábanas de algodón me envuelven, el olor a humo y colonia
pegado a la cama de la sudadera con capucha de Silas que lleva puesta.
Con la punta de los dedos, aliso el ceño de su rostro, relajando los músculos de
su frente. Arrastrándolos por su nariz, calmándola despierta, le hago saber que
sea cual sea el monstruo del que huye en su cabeza, no es real.
Se mueve con mis caricias, la conciencia a punto de apoderarse de ella.
—Es sólo un sueño, Ro, estás bien —le susurro, esperando a que se dé cuenta
que en realidad está atrapada en una pesadilla y que en cualquier momento
puede salir de ese lugar.
Lo que hace tras unos minutos más de dibujarle el rostro con mi dedo. Al final
abre los ojos y se toma un momento para adaptarse a la realidad.
—¿Te he des...? —Se queda atrapada en un bostezo—, ¿despertado?
Niego con la cabeza.
—No, iba de camino al baño y te he oído inquieta —miento.
Agarra la parte superior de su edredón y nos lo echa por encima. Nos quedamos
en la oscuridad bajo su manta y vuelvo a la época en que éramos niñas y nos
negábamos a dormir en camas separadas. Cuando no estaba hastiada y el
mundo aún estaba lleno de posibilidades. Y lo está, pero no aquí, no en esta
ciudad. Por la noche, cuando nuestros padres dormían, nos metíamos bajo las
mantas y nos contábamos historias o sueños.
Bajo estas mantas, puedo quitarme la máscara y volver a ser esa niña pequeña.
Nada de mirar por encima del hombro para ver quién me observa, nada de
insultos para rebajar a los demás y seguir en la cima. Ahora no tengo nada que
temer.
—¿De qué se trataba la pesadilla?
—Lo mismo de siempre. Pasillos oscuros, voces extrañas.
Hay veces que envidio tanto lo amable y abierta que es Rose. Hay otras veces
que me odio a mí misma por intentar desmenuzarlo porque estoy celosa.
Celosa de que sea a mí a quien le han pasado cosas malas.
Celosa de que aún tenga la capacidad de preocuparse por los demás. De ver lo
bueno en ellos.
Mientras me sumerjo en una bañera de alquitrán negro que no parece dejarme
ir.
—Siento haber sido mala el otro día y en la cena —susurro, metiendo las manos
bajo la cabeza mientras la miro. La luz de sus estrellas se cuela por los huecos
de su manta, lo que nos da una luz mínima.
Rose sonríe, y me duele un poco el corazón por lo generosa y amable que es.
Con qué facilidad perdona. Es mi mayor preocupación con ella y Silas. ¿Qué
pasa si uno de ellos la lastima? ¿Y si él la lastima? Y ella sigue dejándolo porque
cuando Rosemary ama a alguien o algo, lo ama con tanta fuerza que no importa
cómo la traten.
Nuestros padres son el ejemplo perfecto.
—Está bien, Sage —responde—. Sé que es porque sientes que tienes que ser
mala para salir de este lugar sin que te hagan daño. Es que... no sé por qué.
Solías ser tan feliz y libre, y un día cambiaste. ¿Por qué no me dices qué te pasó?
—¿Podemos no hablar de mí? No puedo expresarte cuánto no quiero hablar de
mí en este momento.
—Echo de menos hablar de ti. De la antigua tú. Ya sabes, ¿a la que no le
importaba si era la reina del baile o lo que el mundo pensara de ella? La que
llevaba guiones hechos jirones y fingía que era Meryl Streep recibiendo un
Oscar. ¿Te acuerdas de ella?
La recuerdo, y un día, volveré a ser esa chica. El día que me vaya de aquí, volveré
a ser la de antes, y todo volverá a ser como antes. Ella no entiende que si estoy
aquí, en esta ciudad de desechos tóxicos, me comerá viva.
Seré completamente consumida por el hollín, ahogada en el negro alquitrán de
la miseria que se filtra por las grietas de aquí.
—Está muerta, ¿bien? ¿Por qué no puedes dejarlo estar, Rose? —digo con una
rabia innecesaria que nunca era dirigida a ella. Siempre había sido hacia los
que me convirtieron en esto.
En estos momentos de hostilidad, me odio más a mí misma por desear que fuera
ella la que pasara por lo mismo que yo. Que fuera yo la que viviera sin
preocupaciones. La que no se había hastiado.
Y esos pensamientos me mantienen despierta por la noche. Me hacen odiarme
aún más. Porque nunca, nunca quiero que mi hermana pase por lo que yo pasé.
—Hablemos de ti, ¿ok? ¿Qué tal estás? ¿Lo estás haciendo bien? Tu pieza parece
que por fin está tomando forma.
Cuando digo “tomando forma”, quiero decir “no tengo ni idea de lo que estas
intentando crear, pero te apoyo de cualquier manera”. A Rosemary le gustan las
esculturas hechas con cristales rotos, de cualquier tipo, pero la mitad de las
veces no tengo ni idea qué demonios se supone que son.
—Yo... —empieza—. Estoy bien. Las esculturas están bien. Aunque Silas y yo
discutimos mucho últimamente.
Mis cejas se disparan alarmadas.
—¿Por qué? ¿Qué ha hecho?
—Cálmate. No ha hecho nada malo —Exhala—. Te juro que sólo buscas razones
para odiarlo.
—Bueno, no lo hace difícil de hacer.
—Estamos peleando porque no quiero que vaya a Hollow Heights. Quiero que se
vaya. Todos los chicos se van a la Costa Este, y yo quiero eso para él. Sabes que
mamá y papá les daría un derrame cerebral antes de que vaya a la universidad
en otro lugar, pero no quiero que él se quede aquí.
Les va a dar algo más que un derrame cerebral cuando se enteren que no voy a
ir a ese infierno, aunque no me den dinero para la universidad. He llegado a la
conclusión de que voy a vivir en una caja antes de ir allí.
—¿Una relación a larga distancia no es una opción? —ofrezco, aunque quiero
decir: “Dile que se vaya a la mierda”. Sé que le quiere, y no quiero verla herida.
Jamás. Incluso cuando soy yo quien hace el daño.
—No quiere hacerlo cuando sabe que podríamos estar juntos, pero temo que me
odie cuando seamos mayores. ¿Y si rompemos? Entonces se quedaría aquí sin
motivo —Incluso en la penumbra, puedo ver las lágrimas resbalando por sus
mejillas, y su voz se quiebra—. Lo amo, Sage. Lo amo tanto que físicamente me
deja sin aliento, y no puedo permitir que me odie.
Me acerco con facilidad y le limpio las lágrimas con el pulgar.
—Nada de lágrimas para los chicos. Somos demasiado guapas para eso.
Se ríe con nostalgia.
—No es gracioso. Me sorprende que no me dijeras que lo dejara.
Me muerdo el labio inferior.
—Buenooo —digo entre dientes.
—¡Sage! —regaña, riendo más fuerte—. Sé que te cuesta creerlo, pero Silas me
hace feliz.
Me abstengo de poner los ojos en blanco. Llevaba diciéndolo desde que se
conocieron en el instituto, siempre intentando convencerme de lo manso que
era, de lo dulce que podía llegar a ser. Tanto que le resultaba fácil pasar por alto
todo el infierno que causaban.
—No se trata de que seas feliz. Se trata de que estés a salvo.
—¿Segura que no es por mi reputación?
Chasqueo la lengua.
—Tu reputación es una parte de estar a salvo. ¿Qué vas a hacer cuando Silas le
diga algo malo a la persona equivoca? ¿Qué vas a hacer cuando el ruidoso de
Rook empuje a alguien demasiado lejos?
Mi mente me envía flashes de la cara de Rook mientras miraba directamente a
Easton con una mirada tan llena de furia que por un segundo temí que se
prendiera fuego. Sus ojos verdes se habían convertido en un incendio forestal,
las copas de los imponentes pinos abrasadas por furiosas llamas anaranjadas.
Nunca había visto nada igual.
Rosemary sonríe. —Creo que podrías gustarle.
Retrocedo, no esperaba eso de ella. —Estuve a segundos de romperle una uña
en el ojo. Iba a desperdiciar un juego de acrílico perfectamente pulido por un
Hollow Boy. Estábamos peleando, Ro. ¿O es que no viste esa parte?
El rubor que me calienta el rostro me irrita.
Rook Van Doren no consigue hacerme sonrojar. Igual que no consigue
enfadarme. No consigue ver nada más que lo que yo le muestro.
Rook Van Doren no me afecta.
—No hay diferencia para él. Coquetear, pelear. Es todo lo mismo para RVD.
No debería importarme, y no me importa.
Esta es sólo una oportunidad para reunir más secretos, para descubrir más
trapos sucios sobre los chicos que son un misterio para todos. Las personas
perfectas para tener ventaja.
—Voy a fingir que no acabas de referirte a él por sus iniciales. ¿Qué significa
eso? Esto no es el jardín de infancia donde los chicos son malos con nosotras si
les gustamos.
Se tumba boca arriba con un suspiro.
—Es el que menos conozco. Sé que su madre murió y que la relación con su
padre es horrible. Pero lo que puedo decirte, por lo que he visto durante todos
estos años, es que disfruta prendiendo fuego a las cosas, y sus emociones son
todas iguales. Rook Van Doren no presta atención a las cosas que considera
aburridas. Si se fija en ti, si le interesas, lo sabrás —Me mira—. Y yo diría que
se fijó en ti.
—Sí, bueno, puede dirigir su atención a otra parte. No tengo ganas de entrar en
contacto con él nunca más.
Nos sumimos en un agradable silencio, la comodidad de estar una junto a la
otra no sólo la tranquiliza a ella, sino también a mí. Bajo esta manta, pienso en
cómo será mi vida dentro de unos años, después de graduarme este año.
Sólo un año escolar más, Sage. Mantén la calma un año más.
Y será tu mejor actuación hasta la fecha.
El que siembra, cosecha
Rook
Regreso a casa.
Donde toda la ciudad sale a la calle y observa a los estudiantes de secundaria
pasear por el centro de la ciudad en excesivas carrozas. Los equipos deportivos,
los asistentes al baile de bienvenida, las empresas locales, los clubes escolares,
cualquier persona y cualquier cosa relacionada con la escuela se sienta en ellas
y saluda al pasar.
Me pregunto si saben lo estúpidos que parecen desde fuera.
A cada cual lo suyo, pero a mí no me divierte sentarme a un lado de la carretera
para ver a los adolescentes saludar y sonreír. Di que culminaste la secundaria
y quédate en casa.
Lo único que hace es aumentar el ya de por sí colosal ego de mis colegas y sus
encaprichamientos con su propia imagen.
La música retumba en mis oídos a través de los auriculares, y la canción actual
rebota violentamente en mi cabeza. Aprieto el puño del acelerador, tirando un
poco más hacia atrás, impulsando mi moto hacia delante con un agudo
estruendo del motor.
El viento me levanta la capucha negra, y el mundo exterior se tiñe de marrón
claro por la visera negra mate que técnicamente es ilegal usar en la carretera,
pero dudo que ningún auto de policía pueda perseguirme en esta cosa.
La conducción es un espacio en blanco. Incluso cuando estoy drogado, sigo lleno
de pensamientos y recuerdos. Pero cuando estoy montando, todo desaparece.
Soy una completa hoja en blanco sin nada garabateado en mí.
Es lo más parecido a volar sin ayuda que nadie conocerá jamás.
La aguja del velocímetro pasa de ochenta y cinco, subiendo cada segundo. Me
emociona saber que si me desvío un centímetro, me convertiré en otro pedazo
de asfalto. Nada más que un panqueque quemado por la carretera.
Eso es lo que pasa con el miedo. En el fondo, es sólo el miedo a morir, ¿verdad?
No tienes miedo de la experiencia en sí, sólo de las secuelas.
Así que el miedo no funciona conmigo. Descubrimos pronto en nuestras vidas
que el miedo no funciona con ninguno de nosotros. No cuando ya estás muerto
por dentro. Cuando estás corriendo contra la Parca hacia la tumba. Cuando no
podría importarte menos si el mundo vuelve a ver tu existencia alguna vez.
Adictos a la adrenalina en una intensa escala.
Para mí, cualquier oportunidad de hacerme daño o de ponerme en una situación
que aumente mis niveles de epinefrina, la aprovecharía al instante. Hay algo en
ese subidón natural que me hace sentir eléctrico. Me hace sentir como si mi
cuerpo estuviera ardiendo, y me encanta esa sensación.
Mi cuerpo se inclina con una curva, emergiendo a través de los altos pinos y
adentrándome en el pueblo de Ponderosa Springs. Es una especie de plaza, y
ahora mismo todo el mundo y sus madres están en el lado este de este pantano
de mierda.
El desfile dura hasta el anochecer, lo que significa que tenemos otros treinta
minutos para hacer lo que hemos venido a hacer y marcharnos antes de que
alguien nos vea.
Como los fantasmas, podías sentirnos en el aire, pero nunca serías capaz de
probarlo.
O demonios que se esconden dentro de tu armario y sólo salen cuando queremos
que nos veas.
Conduzco por la calle vacía en dirección al ayuntamiento. Confeti, globos y
caramelos cubren el asfalto, señal inequívoca de que por este lado ya se ha
pasado.
Mi moto derrapa hasta detenerse cuando me detengo frente al edificio. Lo que
antes era una iglesia católica se ha convertido en el ayuntamiento. Había estado
aquí desde la fundación de la ciudad, mejorado para resistir el paso del tiempo.
Allí trabajaba mi padre el cincuenta por ciento del tiempo.
Apago la moto, doy una patada en el parador lateral con la punta del pie y me
bajo lentamente de la moto. Me quito el casco y lo dejo en el asiento, saco un
cigarrillo y me siento en los escalones de hormigón bajo la fuente que hay frente
al edificio.
Saco el móvil del bolsillo y veo un mensaje de Silas.
Pasando la farmacia ahora.
Eso ha sido hace tres minutos, así que tenemos unos veinte minutos antes que
todo el pueblo se dirija hacia donde estoy sentado. El desfile siempre comienza
y termina en el mismo lugar cada año.
A medio terminar mi cigarrillo, veo las luces de un flamante Range Rover que
viene hacia mí. Mi pierna empieza a rebotar y mis dedos zumban de
expectación.
Bienvenidos a las puertas del infierno. El espectáculo está a punto de comenzar.
—Odio las fiestas de regreso a casa —dice Alistair, saltando del asiento delantero
de un auto que no le pertenece. El maniático del control que lleva dentro no nos
dejaría a Silas y a mí manejar esto solos.
Además, tenemos mentalidad de mafia. Te metes con uno. Te metes con todos.
Me burlo de las cursis palabras blancas escritas en las ventanas, cosas como,
“QB14” “¡Estado!” “#7 Sinclair”
Nunca entendí la obsesión que tiene la gente con los deportes de instituto.
—¿Qué es lo que no odias? —responde Thatcher, deslizándose fuera del asiento
del copiloto. Lo conozco desde hace tiempo y sé que es mezquino, hace bromas,
toca el piano y disfruta cabreando a la gente.
Sin embargo, hay partes de Thatcher que nunca he entendido. Partes de él que
son más oscuras que las mías. Es cuando se queda callado que el mundo
necesita temerle.
El día en que finalmente ceda a su herencia será el día en que el mundo pagará
por lo que hicieron de él.
Incluso a mí se me pone la carne de gallina al pensarlo.
—Golpear a la gente —Alistair sonríe, chocando los hombros con Thatch
mientras se dirigen hacia mí. A los dos se les ha encomendado robar el auto de
Easton y reunirse conmigo aquí, mientras Silas vigila el tráfico.
—Falso —empiezo, tirando el cigarrillo al suelo—. Odias el regreso a casa del
pueblo. La nuestra siempre es divertida.
—¿Tienes cigarrillos?
Me meto la mano en el bolsillo y le lanzo el paquete a Alistair, cuya chaqueta de
cuero se mueve al atraparlo. Abro mi mochila negra, llena de todo lo necesario
para que te metan en la cárcel por incendio provocado, y saco dos botellas vacías
de whisky que había agarrado del cubo de la basura de mi propia casa.
—¿Encendedor?
Levanto los ojos hacia mi amigo de cabello oscuro, Alistair.
Rook
Había visto mucha mierda cuando estaba drogado.
Sage Donahue saliendo de una licorería con una botella de vodka con sabor a
fresa le ganaba a cualquiera.
Se había desmaquillado en el baño de una gasolinera, los ojos de mapache lejos
de la vista, dejando al descubierto hasta la última de sus pecas color canela. El
resplandor de las luces artificiales rebotaba en su piel.
Esto era una completamente nueva, Sage. Una que, por mucho tiempo que
había vivido en Ponderosa Springs, nunca había visto antes.
Bonito veneno, Rook.
Una criatura hecha para el engaño. Hecha para matar.
Cuidado, me recordé a mí mismo.
El trayecto hasta la casa del lago de su familia fue rápido, teniendo en cuenta
que iba pegada a mi oreja, ronroneando: “Más rápido, más rápido, más rápido”.
Pero los momentos parecían pasar volando porque lo único en lo que podía
concentrarme era en la carretera y en cómo la sentía envuelta contra mí.
Sentada en la parte trasera de mi moto, con los brazos agarrándome tan fuerte
que podía sentir sus uñas clavándose en mi sudadera. La burla de su fuerza
contra mi abdomen tonificado me hizo agua la boca ante la perspectiva del
dolor.
Cuando llegamos a la entrada de la casa frente al lago, supe lo que iba a ocurrir.
Hay una razón por la que me trajo aquí. La pregunta es, ¿por qué este lugar?
¿Qué significa para ella?
Sage se había bajado de la moto, pidiéndome que empezara, mencionando algo
sobre el baño antes de desaparecer dentro, dejando la puerta abierta para que
la siguiera.
Me muevo en piloto automático. Mis acciones son las que he hecho muchas
veces antes, la compulsión supura en mis manos crispadas mientras me pongo
a trabajar. Los pasos están calculados; soy un cirujano experto trabajando
cuando abro la cremallera de mi bolso y saco la jarra de gasolina, el líquido para
encendedores y las cerillas de otras marcas. Nunca mis Lucky Stripes.
Es una pena, la verdad. La mansión de dos pisos parece genial para unas
vacaciones familiares. Todos los muebles caros, la vajilla, las fotos
cuidadosamente colocadas, todo se hará humo en la próxima media hora.
Quemando lugares con fantasmas. Con recuerdos. Algo con sustancia: todo eso
es mi talón de Aquiles, ver cómo todos esos recuerdos suspendidos explotan en
un estallido de bruma anaranjada, sucumbiendo a nada más que cenizas que
se hundirían en el suelo.
No hay otra forma de librarse del pasado como prenderle fuego.
Mi teléfono vibra en el bolsillo de la sudadera cuando estoy a punto de echar
gasolina en el suelo de la cocina.
¿Dónde estás?
Es de Alistair. Mi primera reacción es decir algo gracioso, como dándole a una
chica rica la noche de su vida. Pero entonces hago una pausa, mis dedos se
ciernen sobre el teclado.
Supongo que ha tenido un día de mierda en casa y necesita terapia. En cualquier
otro momento diría que sí, me reuniría con él en el sótano donde hace ejercicio
y dejaría que me hiciera papilla.
La mayoría de los amigos tienen cosas que les unen. Las nuestras funcionan de
forma distinta a los demás.
Alistair necesita herir algo de vez en cuando, estampar su puño contra un
cuerpo para que toda la ira salga de él por un instante, ansiando vengarse de
una familia que siempre le trató como “el repuesto”.
Él necesita eso, y yo necesito el dolor.
Así es como trabajamos. Cómo conectamos unos con otros. Entendemos lo que
el otro necesita, por muy oscuro y atormentado que sea. Estamos dispuestos a
hacer cualquier cosa por el otro.
En lugar de mi respuesta inicial, le envío un mensaje diciéndole que he salido a
dar una vuelta y que no volveré hasta más tarde y que me reuniré con él
mañana.
Nunca le he mentido, a ninguno de ellos, pero esto hay que descifrarlo antes que
los chicos lo sepan.
La verdad es que no confío en esta chica.
Pero confié en la chica que tenía delante en la pista. La que parecía rota y
angustiada. Confié en la chica de ese escenario, y hasta que la única versión de
Sage Donahue que tenga sea la real, ella será mi secreto.
Sin embargo, no empezamos con buen pie, ya que me había dicho que iba al
baño y la veo quitarse los zapatos en el patio mientras se dirige al muelle que se
adentra en el agua.
Ya está torciendo la verdad que tan desesperadamente me prometió.
Dejo la jarra sobre la encimera y salgo por la puerta corrediza de cristal para
seguirla. La botella de vodka abierta está a su lado, en el borde de la plataforma
de madera, con los pies colgando. Está oscuro, sólo la luna ilumina el lago opaco
que permanece quieto y tranquilo.
—Sabes, el objetivo de todo esto era que tú prendieras el fuego. Yo sólo soy el
fabricante detrás de él.
Se lleva la botella a los labios y bebe un trago del maloliente líquido. Sonrío
cuando tose un poco y su cuerpo se estremece al intentar rechazar el ardor del
alcohol.
—En las películas parece más fácil hacerlo sin un chupito —Tose y se limpia la
boca con el dorso de la palma de la mano.
—Sí, bueno, en las películas usan agua —gruño mientras me siento a su lado
con la botella entre los dos—. ¿Y si ves a alguien que pueda beberse un vodka
sin un chupito así? Tienen heridas que escuecen más que el alcohol.
Miro a través del lago todas las casas vacías, con sus ventanas libres y sus
porches traseros sin luz.
—Solíamos venir aquí todo el tiempo cuando era joven para las vacaciones de
verano. Rose y yo nos tumbábamos en este muelle después de pasar el día
remando por el agua en el bote, adivinando las formas de las nubes. Nos
tumbábamos aquí tanto tiempo que llegábamos achicharradas. Quién iba a
decir que el sol podía atravesar tanto las nubes —Se ríe, agarra de nuevo el
cuello de la botella y la sujeta entre las piernas.
Hacía mucho tiempo que no oía a nadie hablar de los buenos recuerdos de la
infancia. Hacía aún más tiempo que no sabía lo que se sentía.
Me había convertido en un extraño para mi propia crianza.
Hay veces que recuerdo ver a mi madre podar las rosas del jardín y cómo sabía
su limonada después de que yo me pasara el día corriendo por el patio. O el olor
a pan recién horneado en la cocina y el sonido de las risas.
Los recuerdo, pero es como si le hubieran ocurrido a otra persona.
Como si fuera un fantasma en el hogar, observando a mi yo joven, sin
experimentar nunca realmente esos momentos de alegría.
Ahora, ni siquiera parecen reales. Espejismos que inventé para que mi mente
consciente pudiera lidiar con mi vida hogareña actual.
—Cuando entramos, riéndonos, borrachas de sol, felices, mi madre nos miró
como si hubiéramos cometido traición —Extiende el brazo y señala el agua
sombría, con el ceño fruncido—. Decía: '¡Chicas! Las mujeres pagan millones
para que les curen las arrugas y la piel flácida por exponerse demasiado al sol.
Arruinan esa piel tersa. Y Sage, tú lo sabes bien. La piel de Rosie se va a poner
morena mañana y tú vas a parecer un tomate gigante durante semanas'.
—Así que tuve razón todo el tiempo. Tu madre es una perra.
—Ella lo es. Siempre lo ha sido —Sage se ríe, asintiendo con la cabeza. Se
tranquiliza y continúa—. Esa fue la primera vez que recuerdo haber sentido
celos de mi hermana. La primera vez que esa cosa verde y fea me hizo enfadar
con alguien a quien siempre he admirado.
La dejo hablar libremente, escuchando sus palabras mientras se desahoga y al
mismo tiempo se llena de licor.
—Los celos no hicieron más que crecer con los años. Después de lo que pasó
aquí, después de lo que le dejaron hacerme cuando se apagaron todas las luces
y se acabaron las fiestas, me volví mala y rencorosa. Una vez le puse chicle en
el cabello mientras dormía. Cubrí sus zapatillas de barro. Dije cosas horribles,
todo el tiempo pensando por qué era a mí a quien él tocaba. Por qué pasó de
largo de su habitación, sólo para colarse en la mía —Su voz se ahoga en lágrimas
que no deja caer, negándose a ser tan vulnerable conmigo.
—Fue un círculo vicioso que me llevó hasta este punto de odiarme a mí misma.
En lugar de desear que nunca nos hubiera pasado a ninguna de las dos, estaba
furiosa de que no le estuviera pasando a Rose. Envidia de que ella fuera tan
felizmente inconsciente y feliz. Dios, ¿qué tan horrible es eso? ¿Qué tan horrible
soy?
Mis dedos se aprietan alrededor del Zippo en el bolsillo de mi sudadera al pensar
en una niña inocente condicionada a odiar a su otra mitad, acicalada y
profanada cuando sólo era una niña. Aunque no soy quién para hablar de
buenas acciones o decencia humana, hasta yo sé lo repugnante que fue. Lo
jodidamente repugnantes que son sus padres por permitirlo, por no estrangular
a ese hijo de puta con sus propias manos.
Sage vive una vida sin justicia. Sola.
—Amo a mi hermana, Rook. Sé cómo me sentí, lo que le hice estuvo mal, y haría
cualquier cosa en el mundo para retractarme. Haría cualquier cosa para
protegerla de que algo malo vuelva a suceder, para protegerla de nuestros
padres, de mí...
—No te compares con ellos —interrumpo, mirándola—. Tú eras una niña.
Se encuentra con mi mirada, con el cabello alborotado y anudado por el viaje en
moto hasta aquí.
—Pero ahora no.
—Y todavía hay tiempo para ser diferente, hacer las paces. Rose te ama, defiende
cada una de tus respiraciones. Ahí no hay puentes quemados —le digo.
Nunca les habíamos visto discutir en persona, aparte de en la cafetería, pero
incluso cuando Alistair hacía un comentario sarcástico sobre que Sage era una
zorra, Rose le arrancaba la cabeza.
Son gemelas, después de todo, no importa el dolor que perdure entre ellas.
—No sabría cómo ser diferente. Aquí no. Aquí siento que me ahogo
constantemente, que me asfixio justo debajo de la superficie. Estoy bajo este
lago gritando que alguien me ayude, que alguien me salve, y todos se sientan en
el muelle. Observándome.
La tensión me corroe, dispuesto a darle este pedacito de venganza por los
crímenes cometidos. Listo para destrozar esta casa y todos sus malos
recuerdos.
Tal vez entonces sea capaz de nadar hasta la superficie.
Con un suspiro, se levanta y las piernas le tiemblan al intentar mantenerse en
pie. La agarro por la cintura mientras me levanto de mi asiento y la sujeto para
que no se ahogue en el lago.
—Tranquila. El alcohol no convierte a la gente en las criaturas más coordinadas
del mundo, ya sabes.
La suavidad de su cuerpo se siente extraña bajo mis firmes manos. No se parece
a nada que haya sentido antes. Claro, he tocado a mujeres, pero todas eran
transeúntes buscando obtener su billete, allí por el bien de decir: “Me follé a un
Hollow Boy”.
Puedo sentir realmente a Sage bajo mis palmas, respirar su aliento perfumado
a fresa, contar las pecas de sus mejillas. Para ser una chica que el mundo creía
de plástico, Dios, es tan real.
—No creo que haya hablado tanto de mí o de mi pasado en, bueno, en realidad
nunca —Se ríe—. Esto parece un confesionario. Creo que has perdido tu
vocación, Van Doren. Deberías haberte hecho cura.
—Bueno, tengo malas noticias para ti, friki del teatro —Mis manos se crispan
por una razón diferente de repente, mi agarre se aprieta sobre ella—. Estás
confesando tus verdades a Lucifer. Quién sabe lo que haré con ellas.
Sus ojos son tan jodidamente azules que juro por Dios que brillan, la inclinación
de su cabeza deja al descubierto su cuello mientras el viento le atrapa el cabello.
Me muerdo el labio inferior, con pensamientos silenciosos y sucios subiendo por
mi espalda.
Me gustaría dejar ese cuello morado de marcas. Esa piel roja con la huella de
mi mano. Su interior temblando, lleno, consumido por mí y sólo por mí. La haría
correrse mientras gritaba pidiendo clemencia, suplicando que el placer se
detuviera porque era demasiado.
—Tú les crees, ¿verdad? ¿A toda la gente que te llama El Diablo?
Chica lista, intentando de cambiar las tornas hacia mí.
—Cuando te dicen las cosas tan a menudo, aunque no sean verdad, empiezas a
creértelas —Levanto la mano y le empujo un mechón de cabello detrás de la
oreja—. No te equivoques, Sage. No soy una buena persona. Será bueno que lo
recuerdes.
No soy un caballero de brillante armadura ni un dulce hombro sobre el que
llorar.
Yo podría ser su ajuste de cuentas, ayudarla a buscar venganza, incluso
mostrarle cómo se siente el dolor mezclado con placer, pero no soy el hombre al
final de su felices para siempre.
El fuego que nunca se apaga
Sage
No puedo dejar de pensar en él.
Mientras preparaba el desayuno, me quemé el dedo en la tostadora, pensando
en su tacto.
En la ducha, cuando cierro los ojos, veo su cara. Mandíbula cuadrada, media
melena, ojos vidriosos que a los demás les parecían sin vida, pero que para mí
encierran mucho más.
Cuando Easton me ha puesto hoy el anillo de diamantes en el dedo, he pensado
en él arrancándomelo con cara de asco.
Sólo puedo pensar en lo terriblemente jodida que estoy porque sólo puedo
pensar en Rook Van Doren.
Debería estar pensando en un plan de escape, una manera de salir de este
matrimonio arreglado, uno del que no había sido informada. Uno en el que no
pude opinar, porque no puedo dejar que le hagan esto a Rose.
El único favor que Easton o su familia están dispuestos a hacerme es
mantenerlo en secreto hasta después de la graduación. El acuerdo está hecho,
pero esperaremos a anunciarlo para darme un poco más de tiempo.
Hacía dos noches que me picaba el gusanillo de tocar el cabello de Rook,
clavando las uñas en los deliciosos mechones castaños y tirando un poco, sólo
para ver si le gustaba.
No debería estar pensando en él, no así, no cuando sé que no puedo darle un
futuro. Diablos, no podré darle nada con esta joya en mi dedo.
Pensar en él sólo me llevará a cosas malas, lo sé, pero pensar es todo lo que
tengo.
Imaginar es todo lo que puedo conseguir.
En la vida real, tengo que seguir ignorándole. Lo cual es fácil teniendo en cuenta
que no tiene mi número de teléfono, pero en la escuela, Dios, es difícil evitarlo.
Cuando siento su presencia en el pasillo, me meto en el aula más cercana, corro
en dirección contraria, me escondo detrás de las puertas.
No quiero que me vea porque no quiero decirle la verdad.
Los gritos de alegría rebotan tras la puerta cerrada de nuestra sala de cine en
casa, y mi cabeza cae en los asientos reclinables de cuero negro, con la
esperanza de que, si presiono lo suficiente, desapareceré en su interior.
Lo último que quiero hacer esta noche es organizar una fiesta de Halloween. Por
suerte para mí, Lizzie y Mary están compensando mi ausencia. Ni siquiera
quería organizarla, pero cuando mis amigas se enteraron que mis padres
estarían fuera de la ciudad con Easton y su padre, me rogaron que usara mi
casa.
Me quedé el tiempo suficiente para posar en Facebook e Instagram, pero
enseguida desaparecí en esta habitación del fondo de la casa. Está casi todo
tranquilo y sé que nadie vendrá a buscarme aquí.
Mi desgastado guion de Sueño de una noche de verano necesita un poco de
cariño, pero he hojeado tanto estas páginas que no hay mucho que pueda hacer
por ellas en este momento.
Feliz Halloween para mí.
Las luces de la habitación empiezan a parpadear y resuena el sonido del
interruptor. Entrecierro los ojos y miro a la puerta, confusa por saber quién va
a entrar aquí.
—Me has estado ignorando, FT.
Casi grito al oír su voz, una parte de mí piensa que es producto de mi necesitada
imaginación, hasta que mis ojos lo ven apoyado en el marco de la puerta.
No estaba segura de cuándo las viseras planas y las camisetas Thrasher se
convirtieron en algo que me atraía, pero está ocurriendo. Se trata menos de la
ropa y más de cómo la lleva.
Mechones de su cabello se asoman por debajo de la gorra, los brazos al
descubierto y mostrando sus impresionantes venas que probablemente hagan
que las enfermeras se desmayen.
—¿Qué haces aquí? —siseo, levantándome bruscamente para asegurarme que
nadie le ha visto entrar en la habitación. Casi me había olvidado de mi disfraz
hasta que me está comiendo con la mirada.
—Silas está fuera follándose a tu hermana en alguna parte. Tengo unas horas
libres antes de reunirme con Thatch y Alistair. No quería perderme tu fiesta. Me
entristece no haber recibido una invitación —Ladea la cabeza, burlándose de
mí.
—No puedes estar aquí. No pueden vernos juntos —insisto, esperando que capte
la indirecta y facilite las cosas.
Vete, vete, vete, suplico en silencio. Vete antes de que esto empeore.
—¿Ah, sí? ¿Por qué? —No puedo evitar observar cómo su cerilla recorre sus
labios rosa oscuro.
—Sabes por qué, Rook. Escucha —Me quito el tocado de la cabeza—. La otra
noche estaba disgustada y me emborraché mucho. Dije algunas cosas que...
—No. —Se empuja del marco de la puerta—. No vas a hacer eso.
—¿Hacer qué? ¿Decirte la verdad? ¿No es eso lo que quieres? No puedo ser vista
contigo, no tienes idea del daño que hará. Lo arruinará todo.
—No vas a sentarte ahí y fingir que no viniste a mí la otra noche, llorando, rota,
buscando ayuda. Ni tu novio, ni tu amiga, ni siquiera tú jodida hermana...
viniste a buscarme. No puedes fingir que no me prometiste todas tus verdades.
No hay forma de volver a ponerse la máscara cuando ya he visto lo que hay
debajo.
Tengo el corazón en la garganta, obstruyéndome las vías respiratorias con
violentos latidos. Sé que tiene razón, pero Dios, si Easton se entera... ¿si su
padre se entera? Se desataría el infierno.
—Eso no importa. Sé lo que hice. Fue cosa de una sola vez. Si alguien se entera,
si Easton se entera, no terminará bien.
Sonríe ampliamente, como si le desafiara a poner a prueba a Easton. Algo que
estoy segura que haría en un santiamén, sólo por diversión.
—¿Crees que me asusta tu juguete de gran ego y polla pequeña?
—¡No es el punto, Rook!
—Si fue cosa de una vez, dime ¿por qué no me dejaste quemar la casa del lago?
¿Por qué te echaste atrás? Vamos, FT. Dime lo que dijiste antes de irnos.
Jaque mate.
Me tiene. Ya sabe la respuesta. Se lo había dicho y sé que lo recuerda. Me había
mirado como si nunca fuera a olvidarlo después de que se lo dije.
—N-no me acuerdo. Estaba borracha —Mis mentiras siempre han sido
imposibles de ver, pero es como si todo lo que sabía se fuera por la ventana con
él.
—No, tú te acuerdas —Se acerca a mí, mirándome fijamente, y me recoge unos
mechones de cabello— ¿Cómo era? Algo así como que no podías hacerlo porque
ahora era nuestro. Es tu confesionario, eso es lo que dijiste justo antes de
vomitar sobre mis zapatos.
La vergüenza me calienta las mejillas. Cuando estoy cerca de él surgen
emociones con las que no me había topado en años, y lo odio porque él lo sabe.
—Ensayas líneas en la oscuridad en las fiestas. No eres la chica aburrida y rica
que todos creen que eres. Ya he visto lo que hay debajo, Sage.
Y tú eres el tipo que cree que es malo. Que no merece la felicidad, pienso pero no
lo digo en voz alta. Puede que no lo haya dicho en voz alta, pero lo veo en su
cara.
Frustrada y molesta, me paso una mano por el cabello.
—Cierra la maldita puerta al menos —murmuro, haciéndome a un lado y
cerrando la puerta de la sala de cine, que nos envuelve en una luz tenue.
Se siente como en casa, se deja caer con un ruido sordo mientras ocupa mi
asiento original y agarra mi guion, hojeándolo.
—¿Y de qué se supone que vas disfrazada? ¿La mujer de Hugh Hefner?
Miro mi atuendo. El ceñido vestido de cuero negro y las mallas a juego
desprenden un aire de conejita de Playboy, pero la cruz que llevo al cuello y el
tocado que me he quitado lo hacen bastante evidente.
—Soy una monja. Liz es un demonio, y Mary es un ángel.
—¿No hay un sacerdote que te mantenga en orden? —Enarca una ceja y sonríe
mientras aparta la vista de las páginas.
—Era la actuación de Easton, pero está fuera de la ciudad con su padre.
Camino delante de él y luego tomo el asiento contiguo, asegurándome que haya
mucho espacio entre nosotros.
—¿Por qué no me sorprende que fuera a interpretar el santurrón?
Resoplo, intentando no reírme pero asintiendo sin pronunciar las palabras.
—Déjame adivinar, ¿vas vestido de imbécil? —pregunto, haciendo coincidir su
ceja levantada con una mía. Me tomo un segundo para mirar su atuendo de
arriba abajo.
Con maldad, se pasa la lengua por los dientes superiores, se lleva los dedos
índice a la cabeza y los mueve.
—Nacido con cuernos, FT, nacido con cuernos.
Intento no mirar demasiado mientras se quita la cerilla de la boca y toma el
porro enrollado de detrás de la oreja. Como por arte de magia, enciende el
extremo rojo de la cerilla con los dedos, algo que estoy segura que ha practicado
durante años en su habitación antes de conseguirlo.
El humo sale de la punta al inhalar, su pecho se expande al llenar los pulmones,
el resplandor naranja arde con fuerza.
El olor de la hierba impregna mis sentidos, atrevido y fuerte. Siempre me habían
dicho que huele mal, pero es todo lo contrario. Huele floral y lleno de cítricos,
haciendo que me cosquillee la nariz y se me haga agua la boca por una comida
que no existe.
Espesas nubes de humo caen de sus labios al soltarlo, el humo blanco se filtra
hasta lo alto de la habitación.
—¿Has fumado alguna vez? ¿O sólo te limitas al vodka de fresa? —su voz es más
ronca, más atrevida, pero se siente suave contra mi piel.
—Nunca lo he probado, pero no me opongo. Sólo que nunca he tenido la
oportunidad.
Con movimientos lentos, me mira y se lleva el porro a la boca mientras me señala
con el dedo.
—Ven aquí.
Este es mi último pecado. La serpiente que atrae a Eva al Jardín del Edén para
que pruebe el fruto prohibido. Simplemente no puedo decir si Rook es la
serpiente o la fruta, tal vez ambas cosas.
Hay una razón por la que lo estaba evitando. Sabía que sería malo que
volviéramos a estar juntos. Había bajado la guardia, todos mis muros, y ahora
no tengo defensas contra él o de su mirada que parece atraerme.
Sabía que estar cerca de él me haría sentir bien, igual que en la casa del lago.
Que no querría ser la Sage que todos ven. Sólo querría ser yo.
Culpo a mis hormonas, a mi curiosidad y a cualquier deidad que haya bendecido
a Rook Van Doren con la cara de un ángel y el cuerpo de un dios.
El cuero gime cuando me acerco y nuestras rodillas chocan. Suponer que estaba
lo bastante cerca fue un error. En cuanto estoy a su alcance, me pasa un brazo
por la espalda y me sube a su regazo.
—¿Qué mierda estás haciendo? —Presiono las palmas de las manos contra su
pecho para despegarme de su cuerpo, pero su brazo se queda trabado alrededor
de mi cintura, presionando hacia abajo para que mi culo se clave en su regazo.
—Siéntate —ordena—. Cuando sople, abre esos bonitos labios, ¿ok, muñeca?
El agarre se afloja y mis caderas se relajan. Su mano recorre mi cuerpo, las
yemas de sus dedos rozan mis mallas, suben por mi costado, me recorren como
fantasmas. Mantengo los ojos fijos en los suyos mientras me pasa la mano por
el cabello para agarrarme la nuca.
Da una calada, mantiene el humo dentro de su pecho y utiliza su agarre para
acercarme a su cara. Me muevo poco a poco, como un granito de arena
suspendido en un reloj de arena.
Veo una cicatriz en su labio superior y mi lengua lame el mismo lugar de mi
boca.
Sus labios se fruncen, una corriente de humo los atraviesa. Mi cuerpo actúa por
sí solo, abriéndose como él me dijo. Flotamos uno encima del otro, tan cerca que
casi puedo imaginarme cómo sería su beso. Soy tan consciente de lo cálido que
es, de lo ancho que se siente bajo mis caderas.
Mientras tanto, nos observamos mutuamente.
En cada cambio, en cada estremecimiento, nos respiramos mutuamente.
El humo empieza a llenarme la boca, y los pulmones me escuecen por la
intrusión mientras inhalo hasta que él termina. Lo retengo dentro hasta que no
puedo más, y entonces suelto una nube que envuelve su cara como niebla.
Siento un intenso impulso de apartarme y toser, pero los labios de Rook están
tan cerca, su mano me mantiene firme como si supiera que voy a intentar
apartarme de él. Pasa un rato antes que se lleve el porro a los labios con
movimientos perezosos.
Esto se llama shot-gunning5. Lo había visto en películas y una vez en una fiesta,
pero nunca supe que pudiera sentirse tan bien.
Cómo un acto tan simple, algo descrito como vulgar, puede estar cargado de
tanta tensión.
Nos sentamos a continuar el proceso, una y otra vez.
Y no puedo recordar una sola vez que me haya sentido tan despreocupada. Todo
en lo que estoy concentrada es en cómo se siente, cómo huele, cómo se ve. Estoy
envuelta en el pequeño mundo de Rook, y no quiero irme.
Toda mi vida había girado en torno a relaciones inventadas que apenas
arañaban el nivel exterior de lo que soy. Vivía en un mundo superficial, como
Barbie atrapada en su caja de plástico.
Hasta esto. Hasta él.
6 La revista Thrasher es algo así como los Ramones, que vendían más camisetas que discos. De hecho probablemente haya algunos
despistados que piensen que ambas cosas son marcas de ropa
Mis uñas se clavan en su camisa.
—No podemos decírselo a nadie —termino, intentando levantar las caderas
hacia su tacto.
—Entonces será nuestro pequeño y sucio secreto —respira contra mí mientras
sus dientes me agarran el labio inferior.
Me rindo, me entrego. Siento que mi cuerpo se calienta de necesidad, deseando
algo más que sus hábiles dedos. Se me hace un nudo en la garganta cuando su
pulgar me presiona el sensible capullo con círculos perezosos que hace que los
dedos de mis pies se curven.
Presiono mis manos más allá de sus hombros, sujetando su cuello.
—¿Puedes hacer eso, Rook? ¿Puedes mantener la boca cerrada y ser mi pequeño
y sucio secreto?
Me agarra con fuerza por detrás de la cabeza y junta nuestros labios, sellando
el trato por el tiempo que sea. La sensación de su lengua aterciopelada
enredándose con la mía me hace gemir. Todo me parece caliente, como si
estuviera pegada a un calefactor. Me esfuerzo por mover la boca al mismo ritmo,
igualando su hambre.
Esto está mal, mal, mal.
Te harás daño a ti misma, le harás daño a él. Sabes que no hay luz al final de
este túnel. No hay forma de salir de debajo del pulgar de tus padres sin que se
lleven a Rose.
Excepto que soy egoísta.
Soy tan jodidamente egoísta por ceder a esto, pero todo se siente tan...
Bien.
Aparta mis labios de los suyos con fuerza, mirándome con una mirada
acalorada. Sus labios rosados brillan y me dan ganas de más.
—¿Estas de acuerdo con esto?
Y es esta -esta razón exacta- por la que no puedo mantener mi corazón a salvo
de él. La razón por la que no soy capaz de separarlo de esta situación. Claro,
podría hacer que sólo se tratara de sexo, pero no cuando me pregunta cosas
así.
¿Cómo es que Rook ha sido el único hombre que me ha hecho esa pregunta?
Que sepa por mi cuerpo lo mucho que le deseo pero que aún quiera oír las
palabras.
¿Cómo él es el villano para todos los demás, pero ni un solo hombre
representado como héroe había pedido permiso? Sólo tomaron, tomaron,
tomaron, hasta que no quedó nada de la vieja Sage.
Rook no se daba cuenta, pero me estaba devolviendo esas piezas comentario
sarcástico a comentario.
—Sí, Dios, sí —susurro sin vacilar.
—Siempre supe que tenías un lado oscuro, Sage, ¿pero no llevar
bragas? —respira en mis labios—. Quién iba a decir que eras tan puta.
Al parecer, todo el feminismo ha abandonado mi cuerpo, porque la forma en que
gruñe ese crudo nombre hace que mis muslos se estremezcan de anticipación.
La represión sexual era algo con lo que había vivido durante mucho tiempo, pero
¿esto?
Se siente más como un despertar sexual.
Abro más las piernas para que vea mejor lo mojada que estoy.
—No quería líneas en mi vestido —ofrezco.
—Mmmhhh —tararea mientras deja besos a lo largo del valle de mis senos, su
lengua barriendo por debajo de la tela de cuero, un aviso antes de que sienta un
mordisco agudo a través del material cuando se lleva uno de mis pezones
perlados a la boca—. Admítelo. Querías que alguien te encontrara aquí. Sola,
sin nada que cubriera ese coño rosa. Querías que alguien viera lo expuesta que
estabas. Te gusta, ¿verdad?
La habitación empieza a girar, todos mis sentidos están completamente atados
a él. Sus manos me manosean el culo y lo utilizan como palanca para introducir
su longitud cubierta en mi centro. La deliciosa fricción aumenta y siento
mariposas en el estómago.
Dios, nunca me sentí tan bien.
Con ganas de más, sedienta de algo más que juegos preliminares, dejo caer las
manos sobre su regazo. Mis ágiles dedos trabajan sobre su botón y su
cremallera. Paso las manos por su pantalón, sintiéndole, sabiendo que lo desea
tanto como yo, pero se niega a ayudarme a quitárselos, o al menos a bajárselos
lo suficiente para quedar al descubierto.
—Rook, ¿algo de ayuda? —gruño, odiando lo desesperada que sueno, lo
necesitada.
—No voy a hacer una mierda hasta que me digas lo que quiero oír —Su boca
sigue asaltando mi cuello y mi pecho, el aire frío hace que se me ponga la piel
de gallina al chocar con los lugares calientes de mi garganta donde había estado
su húmeda lengua.
—Quieres que te diga...
—Confiesa —insiste agarrando un puñado de mi cabello—. Quiero que me digas
la verdad. Querías que te encontrara así, ¿verdad? Que te gusta ser mi sucio,
maldito secreto, mi sucia puta. Confiesa todos tus pecados a tu propio Diablo.
Esa palabra de nuevo, frotándome en todos los lugares que nunca supe que
necesitaba. Siendo degradada, empujada bajo su metafórico agarre sobre mí,
mientras también persigo su aprobación, queriendo decirle para hacer que me
desee tan terriblemente como yo a él.
Está todo tan jodido. Tan confuso.
Habría dicho cualquier cosa para tenerlo dentro de mí.
Se me corta la respiración cuando levanto la vista de su cintura y me sumerjo
en sus ojos de fuego infernal, que brillan y chisporrotean en la penumbra. Una
versión tan única del color avellana que me pregunto si su madre realmente lo
concibió con algo de otro mundo.
—Quiero ser tu puta, Rook —le susurro, presionando mi boca contra la suya
para darle un beso que me hace caer. Mi corazón se acelera dentro de mi caja
torácica, latiendo una y otra vez—. Me gusta.
El ruido de la tela al rasgarse se filtra en la habitación, y jadeo al mirar mis
mallas rotas, con una raja en el centro del material ya agujereado.
—Mi polla no cabe dentro de esos agujeros de la malla —gruñe, levantando las
caderas para bajarse los pantalones por la cintura lo suficiente para liberarse.
Ensancho los ojos y miro hacia abajo, donde su polla descansa sobre su vientre.
Mi asombro no procede de su evidente tamaño ni de las venas que envuelven su
tronco, sino de las cuatro esferas de metal brillante que rodean la cabeza: dos
barras atravesadas en la punta, una en vertical y otra en horizontal.
—¿Eso duele? —pregunto, mirándole brevemente.
Sólo he tenido relaciones sexuales con otra persona, y desde luego no tenía
piercing.
—No para ti —Guiña un ojo, sonriendo.
Palmeo su cuerpo, subiendo y bajando lentamente, pensando en todas las
sensaciones que voy a sentir.
—Dime que estás limpio —Irresponsablemente quiero que diga que sí para poder
informarle que tomo la píldora. Nunca lo he hecho sin protección antes, pero
quiero sentirlo.
Todo él.
—No tendría mi polla sin protección tan cerca de tu coño si no fuera así, Sage.
Es todo lo que necesito oír, mi cuerpo cansado de esperar.
Levanto las caderas, dirigiendo su polla hacia mi entrada.
Desciendo sobre él poco a poco y siento cada centímetro penetrarme a mi ritmo.
Gimo al sentir cómo me abre, forzando mis paredes chorreantes. No puedo evitar
mirar hacia abajo, observando el proceso. Viendo lo jodidamente bien que
estamos juntos.
Es casi insoportable la cantidad de placer que me recorre cuando estoy
totalmente sentada en su regazo. Toda su longitud me empala parcialmente, tan
profundo que puedo sentirlo en el estómago.
El sexo siempre ha sido un medio para un fin. Una acción en la que cierro mi
mente, esperando a que termine.
No quiero que esto pare nunca. Esto es más que sexo para mí.
El sonido de sus gemidos vuelve a centrar mi atención en él. Deseo
desesperadamente tener una cámara para poder capturar este momento y
utilizarlo años después, cuando su memoria ya me haya olvidado. Es mejor que
el porno.
Tiene la cabeza y los brazos echados hacia atrás sobre el cojín del asiento, todas
las venas de su garganta bronceada se abultan mientras flexiona la mandíbula
y gruñe: —Maldita sea.
Soy un hervidero de sensaciones en este momento etéreo que no puedo imaginar
con nadie más. Deseosa de complacerle y de liberarme, empiezo a subir y bajar
las caderas.
Es entonces cuando siento todos los efectos de su piercing.
Me roza cada centímetro por dentro, haciéndome cosquillas en ese punto
sensible y en todos los demás. Me toca en todas partes a la vez, en tantos sitios
que es abrumador. Siento que ahogo su longitud en mis jugos. Mis miembros se
sienten ligeros y pesados al mismo tiempo mientras muevo las caderas contra
él.
Con gran facilidad, agarra el porro, lo coloca entre los dedos y disfruta de otra
calada mientras yo lo cabalgo. Un gemido retumba en su pecho, haciéndome
saber que lo que estoy haciendo le está gustando tanto como a mí.
—La putita tiene tan buen aspecto cabalgando sobre mi polla —murmura, lleno
de aspereza, los ojos bajos mirándome a través del humo.
Mi mente se horroriza ante la traición de mi cuerpo. La nueva palabra de
humillación cae sobre mí como lava.
Fuera suena un R&B constante, y mi cuerpo se mueve a su ritmo. El ritmo
retumba en mi estómago mientras subo y vuelvo a bajar por su polla, tomando
cada centímetro dolorosamente delicioso una y otra vez.
Mueve el porro entre sus dedos y me lo acerca a los labios para que le dé una
calada. Inhalo a cámara lenta, dejando que el humo glorifique aún más este
momento.
Manteniéndolo en mis pulmones, me inclino hacia él, presionando mi boca
contra la suya. Besándonos mientras el humo atraviesa nuestros cuerpos,
compartimos algo más que humo, algo más que sexo.
Nos respiramos mutuamente.
Acabamos con el porro hasta que termina tirado en el suelo. Mi coño está
empapado, completamente estirado y perfeccionado para su polla.
Aunque sus movimientos parecen vagos, mi ritmo ya no es suficiente para él.
Me ha dejado jugar, pero ahora es su turno. Me rodea por la cintura y me empuja
hacia abajo. Nuestros cuerpos se desplazan hasta el borde del asiento para que
pueda introducir sus caderas en mi estrecho agujero.
Con furia despiadada, me arranca la parte delantera del vestido, dejando mis
senos al descubierto. No me da tiempo a asimilarlo, porque enseguida tiene el
pezón entre los dientes y su suave lengua gira en círculos alrededor de la punta.
—Rook, Dios mío —jadeo, con el sudor ya pegado a la frente.
Nos movemos sincronizados, balanceando nuestros cuerpos. Siento cada
embestida, dejando que nuestros cuerpos se golpeen una y otra vez. Mi cabeza
se echa hacia atrás y mis dedos se clavan en sus omóplatos.
—Más fuerte —gruñe, mi agarre le empuja a penetrarme a una velocidad mucho
mayor.
Un calor blanco y cegador me abrasa la mente, tan ida que lo único que puedo
hacer es seguir su orden. Clavo mis uñas en su piel, sabiendo que pronto traeré
sangre, tengo que hacerlo.
—Voy a correrme. Haz que me corra, por favor —grito salvajemente, sin
importarme de repente si alguien entra o nos oye.
—Suplícamelo. Suplícamelo, puta.
Asiento con impaciencia. —Por favor, por favor, Rook. Dios, por favor.
Su mano se aferra a mi garganta, apretando.
—Dios no existe aquí. Sólo yo.
Me duele todo el cuerpo. Un fuego líquido se ha vertido directamente en mi
torrente sanguíneo y todo mi cuerpo es un infierno que me consume mientras
asciendo hacia el orgasmo. Las estrellas empiezan a girar en la esquina de mi
campo de visión.
Me estremezco, sin aire en los pulmones, mientras el éxtasis me recorre las
venas. Todo lo que sale de mí son gritos estridentes y entrecortados mientras él
sigue penetrándome, pálpitos y espasmos que me sacuden. El placer me recorre
el cuerpo, los dedos de los pies se me curvan mientras experimento el orgasmo
más intenso de mi vida.
—Preciosa —me dice con voz ronca. Ni siquiera estoy segura de haberlo oído,
demasiado aturdida por la felicidad para comprenderlo.
Mis miembros son gelatina, mis ojos se cierran con fuerza mientras él corre en
busca de su propia liberación, bombeando con implacables embestidas que
hacen que mi núcleo se apriete con un placer indescriptible. Necesito
desesperadamente un trago, pero no me atrevo a parar.
No cuando está viendo cómo mi culo rebota contra su pelvis mientras su polla
se desliza en mis profundidades con tanta fiereza. Los dedos de Rook se
introducen entre mis muslos, encuentran mi clítoris y lo presionan de
inmediato.
—Espera, espera, no puedo. Estoy t-tan sensible —gimoteo, mi mano baja hasta
su muñeca y la agarro para intentar evitar que me haga arder todo el cuerpo.
Es tan intenso que siento que se me humedecen los ojos.
Sus dedos no se detienen, ni tampoco sus caderas: —Uno más. Sé mi buena
putita, nena. Uno más —gime, y su pulgar se acelera al ritmo de sus
embestidas.
Ese impulso familiar me golpea el corazón, y un largo gemido sale de mis labios.
—Joder, no puedo —maúllo, pero mi cuerpo dice lo contrario y mi coño vuelve
a estrecharse en torno a él.
—Tú puedes. Puedes porque yo lo digo.
Y así es.
Me corro de nuevo, succionándolo como un torno, tan apretado que apenas
puede empujar dentro de mí.
Mis gritos son ahogados mientras me hundo en la euforia por segunda vez. El
gruñido entrecortado de Rook, mezclado con un gemido, se desgarra en sus
pulmones mientras empuja más dentro de mí, permaneciendo enterrado
mientras se vacía por completo.
Mi cuerpo se siente pesado, el subidón del orgasmo aún me nubla el cerebro
mientras dejo caer la cabeza sobre su hombro, sintiendo su aliento en mi piel
húmeda y sonrojada. Sus largas pestañas me hacen cosquillas en el rostro.
Apenas noto sus dedos cuando empiezan a jugar con mi cabello, dando vueltas
alrededor de las hebras ya rizadas. Cada respiración está impregnada de su
aroma, que me encierra en este momento.
Tengo tantas ganas de quedarme en este estado de euforia sólo un poco más,
queriendo cerrar esa puerta para siempre y quedarme a salvo dentro, donde
Ponderosa Springs y sus monstruos no puedan alcanzarnos.
En lugar de eso, todo lo que hay es una sensación de terror.
Sabiendo que tendré que mentir a Rook sobre un detalle muy, crucial.
Nunca podremos estar juntos.
¿Y cuándo descubra por qué?
Este secreto que hemos creado va a acabar en una absoluta catástrofe.
Lo que el diablo se merece
Rook
—No, no, tienes que terminarlo. Esta es la mejor parte —Su mano me agarra del
antebrazo, tirando de mí hacia el colchón improvisado en el suelo lleno de
mantas que ella insistía en necesitar.
—Me están saliendo cataratas cuanto más tiempo me siento a ver esto —gruño,
esperando que cuando dice que casi termina esté diciendo la verdad.
La mafia está haciendo todo mal. Si quieren torturar a la gente, no necesitan
hacerlo con ratas y cuchillos. Las películas en blanco y negro sin sonido son
más que suficientes para hacer hablar a alguien, sólo para que pudieran ponerle
fin.
Durante dos meses, he visto más películas que en toda mi vida. Estoy a punto
de decirle a Sage que podemos ver Dieciséis velas por tercera vez si apaga Charlie
Chaplin.
—Espéralo, espéralo —dice hundiendo sus uñas en mi piel a medida que se
emociona más—. Mañana cantarán los pájaros. Sé valiente. Afronta la
vida —Lee las palabras a medida que aparecen en la distorsionada pantalla.
La vieja cámara de película estaba a un suspiro de caerse a pedazos y, al parecer,
no había sido fabricada para tomar imágenes nítidas. Todo el tiempo tuve la
sensación de estar mirando a través de un televisor estático.
—¿Eso es lo que estábamos esperando? —pregunto, levantando la ceja con una
mirada aburrida, burlándome de ella.
Sonríe y me golpea en el pecho con algo de fuerza. —¡Eres un imbécil! ¡Esto vale
oro! Si sólo una de las películas de Charlie pudiera ser reproducida en la
historia, todo el mundo estaría de acuerdo, ¡City Lights es esa!
—Quentin Tarantino posiblemente no estaría de acuerdo.
—Ugh, los hombres y sus malditas películas con autos explosivos —Ella pone
los ojos en blanco, gira el cuerpo para mirarme mientras cruza las piernas, y me
preparo para lo que está a punto de llegar. Esto es algo que he notado que hace,
y la verdad, no son las películas lo que me enfada. Me frustra el hecho de que
no me molestan.
Cómo me he permitido sentarme a verlas, sin prestar atención a nada, sólo para
poder ver lo que está a punto de hacer ahora.
Me he permitido que me importara.
—¡Esto es verdadera sátira, la capacidad de conmover a la gente sin siquiera
usar palabras, Rook! Las películas de época no necesitaban recurrir al impacto
emocional del color para invocar la emoción, para cautivar al público. No
necesitaban sangre carmesí ni joyas doradas. Tenían la suave luz de las velas
reflejándose en sedas brillantes y vestidos de satén. Los viejos westerns, en los
que juro que se puede saborear el polvo arenoso que sopla en el viento, el sol
que destella en las espuelas brillantes, el humo de los cigarrillos filtrado en sepia
y los abrazos apasionados. La gente se quedaba embelesada con la película, con
los sentimientos... —Se calla, esperando a que le llegue su siguiente
pensamiento sobre el cine, moviendo las manos en pequeños círculos como si
intentara enseñar a su cerebro cómo acelerar el proceso de recopilación de
pensamientos.
—¿Así que estás diciendo que prefieres ver estas que The Outsiders o esa con
todos los delincuentes del colegio? —Le ofrezco una frase, dándole otra idea con
la que seguir.
El moño que se había hecho en el cabello se le está cayendo por la cabeza, los
mechones sueltos rebotan mientras habla.
—“The Breakfast Club” Uno pensaría que ya la recordarías. Preferiría no elegir,
me encantan las dos. Pero aquella era una época totalmente diferente para el
cine. El hecho de que hasta ahora no hayas visto algunas de ellas es una
tragedia, una auténtica tragedia. El viejo Hollywood es la base de todas las
películas que se han hecho desde que se extinguió esa era. Pueden cambiar
vidas y moldear sociedades. Quiero decir, Tiburón dio a luz a toda una
generación aterrorizada por el agua y les dio un miedo que llevarán con ellos
para siempre. Una película de terror de bajo presupuesto hizo de uno de los
mejores directores de todos los tiempos un nombre familiar. Hablando de bajo
presupuesto, Rocky, una franquicia monumental para cualquiera que tenga
ojos, sólo costó un millón de dólares y ganó el premio a la mejor película. ¿No
ven el poder de una gran historia? ¿De una gran película? —Espera mi respuesta
con la respiración contenida, sin darse cuenta de que está divagando. Detrás de
esta casa del lago, ha hablado más de las cosas que le apasionan que en toda
su vida.
Me llevo el labio inferior a la boca, saboreando la sangre seca de antes con mi
padre, y la miro con mi camiseta y leggings a rayas.
Sus habituales faldas a la moda y blusas a juego no aparecen por ninguna parte.
En su lugar está la camisa que me haya puesto ese día. Me encanta quitarle
esas prendas tan llamativas y ponerle un conjunto de braguita y sujetador a
juego.
Había pasado todo este tiempo notando pequeñas cosas sobre ella. Aprendiendo
de ella.
Aun no entiendo la razón de tener las uñas del mismo color durante todo un
mes antes de cambiárselas.
—Así que las películas, los guiones, ese es el futuro para ti, ¿no? ¿LA7?
¿Hollywood?
Suspira, mirando los créditos.
—Los guiones son para teatro, que es un amor totalmente diferente para mí. Me
encanta estar en el escenario, encarnar las emociones de un personaje.
Transformarme en lo que la obra necesite que sea. Me encantaría hacer eso en
la universidad, ¿sabes? Sacarme la carrera, licenciarme y quizás pasarme a la
interpretación en pantalla, llegando al punto de hacer mis propias películas o,
como mínimo, dirigirlas.
Hay una tristeza en su voz, que he llegado a reconocer cada vez que habla de lo
que le espera en el futuro. Como si nunca fuera a hacerlo, como si no fuera
capaz.
Este lugar la había tomado y le había cortado las alas antes de que supiera que
las tenía.
—Claro, podría ir a Nueva York, enamorarme de Broadway. Hacer carrera
dirigiendo en la jungla de cemento. Pero por mucho que lo intente, Nueva York
no es Hollywood. No hay un Paseo de la Fama ni años de historia incrustados
en las épocas doradas. Allí todo el mundo es actriz o cineasta, pero ¿hacerlo de
verdad? ¿Tener éxito? ¿Qué otro sueño podrías tener?
Dos meses he pasado aquí sentado, observándola, aprendiendo de ella,
escuchándola. Odiándome por cada segundo que la disfruto. ¿Por qué merezco
disfrutar de algo? Especialmente alguien como Sage.
Cuando la conocí, tenía la idea preconcebida de que era tan cruel por dentro
como por fuera. Un pequeño reto divertido con el que revolcarse en las sábanas,
una chica que me odiaría tanto como yo me odio a mí mismo.
7 Los Angeles
En cambio, encontré a una chica que había estado enterrada viva en las
expectativas de los demás, y cada día que pasamos juntos, se descubre más y
más a sí misma.
Se está convirtiendo en lo que no necesito, haciéndome sentir cosas que no tengo
derecho a sentir.
¿Qué derecho tengo a verla así? Feliz, balbuceante y vulnerable. No he hecho
nada bueno en mi vida para merecer esto.
No merezco una felicidad así, y tomarla se siente mal. No se siente bien.
¿Pero renunciar a ello, decirle que no? Eso es jodidamente peor.
—¿Qué? ¿Qué estás mirando? —me pregunta, haciéndome caer en cuenta que
me había quedado mirando.
—Nada —Niego con la cabeza—. Sólo egoístamente contento de ser la única
persona que te ve así.
Arquea una ceja, se le mueven las pecas, cientos de ellas que una vez intenté
contar mientras se quedaba dormida en mi regazo después de comerse una pizza
entera ella sola. Es una de esas personas a las que les gusta la piña, lo cual es
asqueroso, pero hay algo en las combinaciones saladas y dulces que le gusta.
—¿Sí? ¿Y eso por qué?
Me inclino hacia delante, agarro su nuca y lamo el chocolate de su labio inferior
que ella no había notado, succionándolo en mi boca para limpiarlo. Un gemido
sale de su garganta.
—Porque me convertiría en un asesino en serie tratando de alejar a los hombres
que se enamoran de ti.
Esos ojos azules como llamas podrían calentar un pueblo entero con lo brillantes
que son, su boca ligeramente abierta hacia mí.
Es cierto: la gente tendría que ser estúpida para no amar esta versión de ella, y
me siento como una mierda porque me la está dando, y nunca podré sentirme
así.
No se me permite amar a la gente.
¿Pero pensar en que alguien más lo intente?
Me hierve la sangre.
Esto es mío. Sus verdades. Sus rarezas. Son mías.
Ella es mía. Incapaz de amar o no.
Sus dedos presionan mi piel y siseo: —Maldita sea, ¿por qué siempre tienes
tanto frío?
—Para que puedas calentarme. Ya sabes, yo tengo frío y tú tienes calor.
Simplemente funciona.
Su teléfono vibra antes de que pueda besarla de nuevo, con los ojos desviados
hacia la pantalla. Algo se apaga en su interior cuando lee el mensaje y me dice
que es Easton o sus padres.
—Sólo son estupideces que leo en internet, nada importante.
Se suelta de mi agarre, se levanta y agarra el cuenco vacío que antes había
estado lleno de palomitas, dirigiéndose a la cocina.
Se me desencaja la mandíbula y la tensión se apodera de mi pecho. La observo
mientras tomo mi Zippo, lo muevo entre los dedos y veo cómo baila la llama.
—¿Qué quería? —pregunto, sabiendo que es él.
Se me llena la boca de un sabor amargo y desagradable. Me dan ganas de fumar
para disimular el malestar que me invade.
—Quería saber dónde estaba. Se supone que hemos quedado para cenar esta
noche con mis padres.
Miro la pantalla en blanco, el sonido de la cámara de cine empieza a inquietar
el interior de mi cerebro.
—¿Vas a ir?
Vuelvo la mirada hacia ella y la luz del frigorífico ilumina la culpabilidad de su
rostro. No necesita decir nada para darme mi respuesta. Se me revuelven las
tripas de rabia.
—Por supuesto que irás.
Me levanto del suelo, tomo la sudadera con capucha y el gorro que hay en el
sofá antes de echármelos al cuerpo, y luego me dirijo a la puerta para meter los
pies dentro de los zapatos.
Sage y yo teníamos esos momentos en los que todo parecía detenerse en el
mundo exterior. Dejábamos Ponderosa Springs, veníamos aquí y nos
encerrábamos entre las paredes de esta casa. Momentos en los que ella era
quien quería ser y en los que yo era una persona que tenía esperanza.
Pero siempre hay algo que nos arrastra de nuevo al lodo tóxico, recordándonos
la verdad, nuestro destino.
—No es justo —murmura y cierra la nevera. Oigo sus pies descalzos caminar
por la cocina hacia mi espalda.
—¿Qué no lo es? —le digo bruscamente, volviéndome hacia ella cuando se
acerca, su cuerpo se sobresalta por mi repentino movimiento—. ¿Es el hecho de
que estoy sentado aquí contigo leyendo guiones, viendo películas cada dos días,
y haciendo que tu coño se corra en mi polla, mientras él te pasea por la escuela
como si fueras un pedazo de carne glorificada?
Mi voz está al rojo vivo, una bofetada abrasadora en su delicada piel. Cuando
estamos bien, estamos bien. Somos eléctricos. Un fuego adictivo y cálido
durante las vacaciones al que te puedes acurrucar para calentarte.
Pero cuando estamos mal, cuando discutimos, casi siempre teniendo que ver
con Easton, es malo. Una tormenta de humo y llamas. Un incendio incontrolable
que consume todo a su paso. Ella nunca retrocede ante mi ira, y yo no la mimo.
—¡Sabes que no puedo romper con él! ¡Todavía no, te lo dije! Tengo que esperar
hasta la graduación, Rook. No tienes ni idea de lo que harán mis padres si no
espero. Tenemos que esperar.
—Como quieras. Me voy de aquí —Alcanzo la puerta mientras ella se agarra a
mí, intentando evitar que sea responsable y detenga esta pelea mientras estamos
frente a frente.
—Haces esto cada vez. No puedes irte así como así —levanta la voz—. Es lo
mismo: te enfadas y, en lugar de hablar conmigo de lo que sientes, me cierras
la puerta y te vas. Hiciste lo mismo la semana pasada con las solicitudes para
la universidad. ¿Cómo voy a entender por qué estás enfadado si nunca me
hablas de ello?
Mi cuerpo se vuelve rígido, mi naturaleza relajada se desvanece, se convierte en
piedra.
—Nunca te pedí que hicieras eso. Nunca te pedí que hicieras nada por mí, Sage.
Fuiste tú quien vino a buscarme —Tiro del pomo de la puerta, sólo para que ella
meta las manos en la puerta, el portazo resonando en la casa vacía.
Los latidos de mi corazón retumban en mis oídos y se me eriza la piel. Nunca le
pedí que enviara las putas solicitudes para la universidad. Nunca le pedí que
hiciera nada, que se preocupara por mí o por mi maldito futuro. Nunca le pedí
nada de eso.
No tenía derecho a darme esperanzas, a creer en una persona que no las quería.
Siempre supe que dejaría Ponderosa Springs cuando me graduara, eso no era
una pregunta. Sólo que nunca había pensado en lo que haría fuera de eso.
Pero entonces aparece ella, con planes, hablando de oportunidades en
departamentos de química, ideas, hurgando en mierdas de las que no tiene por
qué formar parte.
Aparece intentando darme esperanzas para un futuro que sé muy bien que
nunca me llegará.
Por eso evitaba las relaciones a toda costa. Por eso confiaba en los chicos y sólo
en los chicos. Porque ellos entienden lo paralizante que puede ser la falsa
esperanza. Entienden que las cosas buenas no están destinadas a pasarle a
gente como nosotros.
—¿Así que soy la mala? ¿Soy la que está equivocada otra vez? Si soy tan
jodidamente terrible, Rook, por no dejar a Easton todavía, ¿entonces qué hay de
ti? ¿Has mencionado siquiera a tus mejores amigos que estás tonteando con la
hija del alcalde? ¿O sigues mintiéndoles?
Ahora sé que está enfadada, así que me ataca donde más me duele. Está
buscando algo que me haga reaccionar, y sabe exactamente dónde encontrarlo.
Me muevo, girando para que estemos frente a frente, y me acerco.
—No se los he dicho porque sigues follándote al enemigo, Sage, y si se enteran
de lo nuestro, si se enteran de que sigues saliendo con él y que eso me cabrea,
lo matarán —Mi tono es escalofriante, plagado de nada más que honestidad—.
Nunca pongas en duda mi lealtad a mis amigos —Hago una pausa, aprieto los
dientes y mis fosas nasales se ensanchan con rabia.
Si piensa que lo que harán sus padres es horrible, no tiene ni idea de lo que le
espera si los chicos se enteran.
No les importa que follemos o lo que sea que estemos haciendo. No les importaría
quién es ella, a diferencia de la mayoría de la gente de aquí.
—¡No he tenido sexo con él desde antes de Halloween, ya te lo dije!
—Sí —Me lamo el labio inferior—. ¿Todavía te besa la boca? —Me burlo,
acercándome mientras ella retrocede, una especie de baile—. ¿Te toca la piel?
¿Te toma la mano como si le pertenecieras?
Su culo choca contra el respaldo del sofá, atrapándola frente a mí, sin lugar
donde huir, sin lugar donde esconderse.
Mi mente es mi peor enemiga cuando reproduce los mejores momentos de lo que
he tenido que soportar estos dos últimos meses. Verlos juntos en los pasillos,
ver cómo él le pone las manos encima y saber que no puedo arrancárselas.
—A los chicos no les importa que seas la hija del alcalde. Decirles no se trata de
eso. No se trata de mí. Se trata de protegerte —recalco, clavándole el dedo en el
pecho—, de lo que puedan hacer. Se preocupan por mí. Aunque dijera que no
me molesta, aunque mintiera descaradamente y les dijera que verlo contigo no
me hace —solo pronunciar esas palabras hace que el sabor de la sangre
burbujee en mi garganta—, querer quemar toda la maldita escuela después de
haberle arrancado las manos del cuerpo, lo sabrían, y el resultado final no sería
bueno para ti.
A través de la mierda más oscura, nos habíamos visto el uno al otro a través de
ella. Nos vimos luchar contra cosas que nadie debería ver. Fuimos testigos de
cómo es realmente el Infierno en la Tierra.
Nos protegemos a toda costa.
No hay nada que no haríamos el uno por el otro.
Ninguna longitud es excesiva.
Incluyendo, pero no limitado a, despellejar vivo a su mimado novio.
—¿Así que esto es lo que se necesita para que te abras a mí? ¿Hablar de cómo
Easton te pone celoso? Te das cuenta de que es la primera vez que me hablas
de tus amigos.
No necesito esta mierda. Que me pinche para que intente entenderme. No
necesito que me entiendan. No necesito ser salvado o arreglado.
Por última vez, me doy la vuelta, con ganas de irme. He terminado con esta
conversación, pero ella no se rinde. No quiere dejarlo.
—¡Te lo he contado todo! Me conoces, Rook, y confié en ti. ¡Ni siquiera me dices
adónde vas cuando no estamos juntos! ¿Por qué no haces lo mismo por mí?
—Deberías haber pensado en eso cuando empezaste a confesar pecados a
alguien como yo. No juego limpio, Sage. Ya te lo dije.
—No, no te vas a ir —Se pone delante de mí, bloqueando la puerta con su cuerpo,
uno que no tendría ningún problema en apartar de mi puto camino, pero ella lo
sabe—. No hasta que me des algo. ¿Por qué siempre apareces con moratones?
¿Por qué tienes el labio partido? —Ella continúa empujándome.
Me arden la carne y los huesos, este fuego abrumador que crece dentro de mi
pecho, cada vez más alto cuanto más me presiona.
—Muévete, Sage —grité con la mandíbula trabada.
—¡No!
Levanto la palma de la mano y la golpeo contra la puerta detrás de su cabeza
con tanta fuerza que uno de los marcos se suelta y cae al suelo.
—¡Deja de intentar de meterte dentro de mi cabeza! Ese no es tu sitio —grito,
con el pecho escocido por la fuerza.
Sage apenas se inmuta, como si supiera que no le haré daño. Al menos no
físicamente.
Confía en mí. No tiene miedo.
Creo que siempre he sabido que no me tenía miedo, y eso era posiblemente lo
que me parecía más interesante de ella en primer lugar.
—Puedes confiar en mí —me responde con la misma pasión, me pone las manos
a los lados de la cara y me obliga a mirarla a los ojos. ¿Cómo pueden ser tan
bonitos? Me suplican que le dé algo, lo que sea—. Puedes confiar en mí,
Rook —Es más suave la segunda vez, una chica tratando de engatusar a un
animal salvaje desde la esquina sin ser mordida.
Nadie, ni un alma, me había hecho esto antes.
Me obligó a abrirme.
Los chicos no necesitan preguntar, porque lo entienden.
Nadie lo había hecho antes, porque no les importaba.
Me enferma pensar en mi padre, en por qué soy como soy.
—Has oído los rumores —Levanto las manos, las enrosco alrededor de sus
muñecas y las alejo de mi cara—. Sabes por qué tengo moratones. Sabes por
qué estoy ensangrentado.
La tristeza se acumula en sus ojos, las lágrimas se posan en la superficie de sus
iris. Ni siquiera soporto mirarla cuando hablo.
—¿Así que tu padre te pega?
—Pegar, golpear, a veces le gustan los látigos los fines de semana. Sí, Sage, mi
padre me pega. Gran cosa. Hay niños que se mueren de hambre —Clásico de
Rook, hacer una broma de ello. Hacer una broma para poder sobrellevar lo que
le he hecho a mi propia familia.
Lo que podría hacerle a Sage si se acerca demasiado.
—¿Y las cicatrices en el pecho? ¿Eso también?
Asiento con la cabeza, sin querer decir las palabras en voz alta.
—Pero, él, él siempre está en la misa del domingo, y siempre parece tan...
—¿Tan qué? ¿Agradable? —Levanto las cejas—. ¿Un hombre piadoso cuya
esposa murió trágicamente? Claro que lo es, fuera de casa. Pero dentro, me hace
pagar por haber nacido. Las máscaras siguen siendo máscaras, por muy
pegadas que estén.
De todas las personas, esperaría que ella lo supiera. Por mucho que conozcas a
alguien por fuera, no tienes ni idea de lo retorcido que puede ser por dentro.
De lo que una persona es realmente capaz.
Y mi padre es capaz de cualquier cosa menos de asesinar. Estoy esperando
pacientemente el día en que ceda a eso.
Acabar con el dolor para ambos.
Las lágrimas caen finalmente por su rostro, mojando sus oscuras pestañas
mientras parpadea.
Niego con la cabeza y aprieto con más fuerza sus muñecas.
—No sientas pena por mí. No la necesito.
—¿P-por qué no se lo dices a alguien? —susurra, congelada frente a mí, tratando
desesperadamente de comprender qué hace que un padre odie tanto a su hijo.
Y ahí está, la pregunta que desvela la auténtica verdad.
¿Por qué no me defiendo? ¿Por qué no se lo digo a alguien?
Cualquier otro estaría luchando por alejarse de un padre como Theodore Van
Doren.
Pero no lo conocen como yo. No saben lo que le hice.
—Porque me lo merezco —Suelto mis manos de ella, mirando fijamente sus ojos
tristes—. Te lo dije, no soy una buena persona. Mi padre solía ser alguien
amable, alguien bueno. Yo le convertí en un monstruo, y me estoy enfrentando
a las consecuencias de ello. Me está castigando. Haciéndome pagar por lo que
he hecho. Es el único que puede hacerlo.
Sé que está confundida. Sé que no entiende lo que digo, no del todo.
Pero eso no le impide hablar de ello.
—No puedo creer que no veas lo que te ha hecho. ¡No puedo creer que pienses
que está justificado que abuse de ti! Nadie merece eso, no importa lo que hayas
hecho. Hay más en tu vida que ser un saco de boxeo para tu padre. Hay más
cosas en tu vida que estar enfadado o ser la mancha negra de una ciudad que
no se toma el tiempo de comprenderte. Puedes tener más —Me suplica que lo
vea, como si sus suaves palabras fueran a curar años de abusos o
condicionamientos.
La admiro por intentarlo, porque es más de lo que nadie ha hecho.
—Te mereces más que eso, Rook.
—No necesito más —Deslizo mi mano sobre su mejilla, acunando su cabeza
mientras limpio con mi pulgar lágrimas que no necesitan caer por mí. Sabiendo
que un día ella mirará atrás y verá que aquellas fueron desperdiciadas en un
chico que no las merecía—. Hice algo terrible, algo deplorable, y de eso no hay
vuelta atrás. Nunca lo superaré. Estoy condenado a llevar una vida miserable
por mis acciones. Estoy maldito. Hay cosas que no merecen perdón, Sage.
Nunca podrá hacerme verlo de otra manera. Porque la única persona que puede
perdonarme está muerta. Nunca encontraré la salvación hasta que esté a dos
metros bajo tierra.
—No me lo creo, Rook —Se agarra a mi camisa, empujándose hacia mi cuerpo,
abrazándome con fuerza. Tratando de exprimir todo el sufrimiento de mí.
Miro hacia la parte superior de su cabeza, mi corazón haciendo esta cosa
extraña, latiendo más rápido, pero dolorido. Herido.
—Me niego a creerlo. Aún hay bondad en ti. Lo veo. Sé que está ahí.
Nadie que me conociera después del accidente me había dicho nunca algo así.
La frase me recorre de arriba a abajo y todos esos sentimientos resurgen. Cosas
que había enterrado.
Aún hay bondad en ti.
Todos los demás hablaban. Hicieron rumores sobre mi nacimiento, llamándome
el Anticristo, un demonio, El Diablo. Tomaron lo sucedido, una tragedia que
vivía dentro de mis venas como veneno, y lo empeoraron.
Tomaron a un niño que ya se odiaba a sí mismo y le hicieron odiar al mundo.
Quiero creerle, y quizá alguna parte de mí que llevaba mucho tiempo enterrada
sí creyó que hay algo bueno en mí.
Que podía tener esperanzas y sueños. Que quizás podría tener a Sage
permanentemente. Que al final funcionaría.
Pero cuando matas a tu propia madre, todo lo bueno que te han dado muere
con ella.
Oh, cómo caen los caídos
Sage
Sólo se puede contar con West Trinity Falls para una cosa buena, y es para
organizar fiestas legendarias. El pueblo adyacente, a treinta minutos de
Ponderosa Springs, es nuestro mayor rival y nuestro polo opuesto, pero saben
cómo divertirse.
Mientras nosotros crecíamos en los tronos de familias ricas y nombres de años
que nos llevaban por la vida, ellos luchaban por cada gramo de dinero que
tenían. Son nuestra versión del lado equivocado de las vías.
Wastelands.
Un lugar donde las chicas buenas como yo nunca deberían ser vistas, pero
cuando creces rico, cuando lo tienes todo, siempre estás buscando más,
empujando los límites un poco demasiado lejos cuando se trata de drogas,
fiestas y bebida.
Venir aquí siempre acaba en algún desastre de pelea o redada policial, pero los
estudiantes siguen viniendo. Es difícil que los chicos que buscan problemas se
mantengan alejados de un lugar construido sobre ellos.
Fiestas, drogas y raves8. Si era divertido e ilegal, West Trinity lo hacía.
Este es el último lugar sobre la faz de la Tierra en el que quiero estar esta noche.
8 Fiesta Electrónica.
Ver a mi “novio” meterse coca mientras estamos rodeados de sus amigos
bárbaros que están igual de jodidos. Ya había estado antes en una de estas
raves, en mi segundo año, y olía igual.
Hierba, alcohol y sexo.
Utilizan para el evento una casa de espejos abandonada, igual que antes. La
entrada principal está repleta de cuerpos en una pista de baile improvisada,
mientras que los pasillos están llenos de laberintos de espejos. Encontrar el
camino al baño estando borracho es básicamente imposible.
Me duele la cabeza por los láseres de colores del arco iris que recorren la sala,
un fino velo de niebla justo por encima de los cuerpos en movimiento. La música
House y los gritos vibran a mí alrededor y, para colmo, estoy completamente
sobria, para disgusto de Easton. Me había traído aquí para que me relajara; me
había dicho que últimamente estaba demasiado estresada y que una fiesta rave
era justo lo que necesitaba.
En resumen, quería que estuviera borracha para poder echar un polvo, teniendo
en cuenta que no le había tocado desde antes de Halloween, y de eso hacía ya
cinco meses.
Aunque no es como si no lo estuviera consiguiendo en otra parte. Si cree que no
me doy cuenta de que se acuesta con otras chicas a mis espaldas, es tan
estúpido como siempre he pensado.
Jugueteo con las pulseras fosforescentes que se apilan en mis brazos, sabiendo
que si me quedo aquí el tiempo suficiente mi mente empezará a distraerse.
Compruebo que Easton está ocupado y saco el móvil. Se me revuelve el estómago
al ver el nombre que aparece en el icono verde de mensajes.
Morning Star.
Rook puso originalmente “El Diablo” como nombre de contacto, pero yo lo
cambié después sin que él lo supiera.
Morning Star: ¿Ya estás lista para irte?
Yo: Ojalá pudiera. Tengo que quedarme hasta el final. Ya se está
preguntando adónde voy últimamente. ¿Me sacas a escondidas más tarde?
Morning Star: Ya lo he planeado.
Estoy escribiendo mi respuesta cuando me vuelve a enviar un mensaje.
Morning Star: Será mejor que no huelas como él.
Resoplo, poniendo los ojos en blanco, sabiendo que probablemente me azotaría
el culo por hacerlo.
Yo: Qué primitivo de tu parte.
Nunca había tenido un secreto tan grande. Sí, mi trauma del pasado es una
verdad oculta, pero si la gente se enterara, a la única persona a la que
perjudicaría sería a mí. Si alguien descubriera lo de Rook, la caída sería
dolorosa.
Una parte de mí lo odia, salir a escondidas, esconderme en la casa del lago.
Quiero tener citas de verdad, ir al cine, cenar algo que no sea para llevar. Quiero
algo más que besos apasionados en el cuarto de las escobas del colegio. Sin
embargo, a pesar de lo reservados y crípticos que tenemos que ser con el mundo
exterior, ésta es la relación más real que he tenido nunca.
Sin embargo, no puedo negar lo divertido que es andar a escondidas. Los roces
robados y las miradas acaloradas. Todo está siempre tan cargado cuando
estamos cerca el uno del otro, aunque nos separe una clase entera.
—Cariño, ven a bailar conmigo —arrulla Easton, agarrándome de la cintura—.
Vas a tener que trabajar en esos dos pies izquierdos antes de nuestro primer
baile de todos modos.
Mis cejas hacen una V mientras me meto el móvil en el bolsillo trasero y miro a
mi alrededor para asegurarme de que no hay nadie lo bastante cerca como para
oírle. Le fulmino con la mirada, observando cómo sus pupilas se dilatan por
momentos.
—¿Quieres bajar la voz? Me dijiste que esperarías para decir algo, Easton.
Me rodea el cuerpo y me arrastra hacia su aroma fuertemente perfumado. No
me había importado antes, hasta que me aficioné al almizcle natural, al humo y
al sudor.
—Ni siquiera importa, Sage. Faltan dos meses para la graduación. Se enterarán
pronto de todos modos.
Se me revuelve el estómago, el vómito pide salir de mi garganta.
Mi fecha límite se acerca más rápido de lo que puedo comprender. Quiero más
días con Rook, pero al mismo tiempo, deseo que todo se congele tal y como está.
Mi egoísmo está a punto de salir a la luz.
Mi decisión de mentirle a la cara no va a ser tomada a la ligera.
Me aterroriza el aspecto que tendrá su cara. Cómo se retorcerá y contorsionará
de ira, con más odio del que cualquier persona tiene derecho a tener. No habrá
explicaciones, no se podrá hablar con él. Me echará a los lobos.
Sólo pensarlo me deja sin aliento.
No quiero darle otra razón para odiar al mundo y a la gente que hay en él.
—No quiero discutir, nena. Ven a bailar —murmura en mi oído, presionando
sus labios contra mi cuello, haciéndome retroceder ante él.
—No estoy de humor. Voy a sentarme —Mis manos presionan su pecho,
poniendo espacio entre nosotros aunque sus manos se niegan a moverse de
alrededor de mi cintura.
Todo esto se siente equivocado.
Él se siente equivocado.
Esos ojos azul bebé que todo el mundo elogia son tan oscuros bajo esta luz que
parece otra persona. Me mira fijamente con el mismo aspecto que su padre,
actuando también como él.
—¿Quieres que mantenga la boca cerrada sobre el compromiso? Entonces vas a
bailar conmigo.
Ahora tiene ventaja sobre mí. Siempre tendrá ventaja. Esto es sólo un atisbo de
lo que sería nuestro futuro. Cada vez que me niegue a hacer algo que él quiera,
usará su poder contra mí.
Easton finalmente se había movido a un lugar de poder, en algún lugar donde
no puedo alcanzarlo.
Dejo que tire de mí hacia la pista de baile y él se abre paso entre la gente, tirando
de mí hacia el patio. Cuando encuentra el sitio que le gusta, me atrae hacia su
pecho, con mi espalda pegada al suyo.
Una lista de reproducción de música House guía nuestros cuerpos, sobre todo
el suyo, y dejo que los movimientos de sus caderas arrullen los míos. Hago el
menor esfuerzo posible sin cabrearle. No sé si es la niebla o que tengo ganas de
llorar, pero me arden los ojos al ver a las demás parejas que apenas se quitan
las manos de encima.
—Te someterás a mí, Sage —susurra por encima de la música—, te domaré
hasta que seas la perfecta esposa domesticada que permanece a mi lado y sigue
cada uno de mis pasos. ¿Lo has entendido? Te someterás.
Intento bloquear su voz, inhalando por la nariz y exhalando por la boca. Le
ignoro por completo y me obligo a ir a otro lugar.
Esta sería mi vida, cerrando los ojos y recordando todos los recuerdos de Rook
porque eso sería todo lo que tendría. Recuerdos. Sólo espero que estos meses
que he pasado con él me duren toda una vida de miseria.
Una canción suena con familiaridad en mis oídos.
Mi cuerpo se hiela de escalofríos. Se me escapa un suspiro al recordar la última
vez que la oí.
Era algo que Rook había puesto por los altavoces de la casa mientras yo estaba
tendida en la isla de la cocina, con su mano enterrada entre mis muslos
desnudos. Tu mente puede ser algo peligrosa a veces, y la mía no es diferente.
La visión es tan real que puedo sentirlo, todo su cuerpo prácticamente absorbe
el mío.
Cuando mis ojos se abren mientras el ritmo cae, pesado y llamativo entre mis
piernas, veo a un hombre a unos metros observándome.
Su rostro me está oculto por una máscara de LED que parpadea con las luces
estroboscópicas. El profundo resplandor naranja me atraviesa el alma, y las X
donde deberían estar los ojos parecen mirar a través de mí.
El pecho se me hincha con un suspiro de sorpresa, un temblor de inquietud me
recorre la columna vertebral, pero sólo permanece un segundo antes de
desvanecerse.
Creo que posiblemente esté mirando a alguna de las otras chicas que me rodean,
pero su forma quieta permanece arraigada en el mar de gente, con los ojos
clavados en mí y sólo en mí, sin moverse de mi cuerpo rígido.
Está cubierto por una sudadera negra con capucha y unos pantalones oscuros,
y no puedo ver ningún rasgo distintivo desde esta distancia. Pero una profunda
sensación vibra en mi estómago y me invade un sentimiento de excitación.
Incluso si no es Rook, podría imaginar que lo es. Podría fingir para que estar en
esta pista de baile no sea tan horrible.
Lenta y burlonamente, inclina un poco la cabeza hacia la izquierda, ajustando
su línea de visión para verme mejor entre la multitud. Pero también es como si
me tentara. Como si levantara su máscara y viera sus cejas levantadas en una
pregunta silenciosa.
“¿Vas a bailar para mí?”
Mi cuerpo se balancea al ritmo de la música, llevado por la ilusión de que Rook
está aquí conmigo. Que es a la vez el hombre que tengo delante y el que tengo
detrás. Bailo como una marioneta con hilos, algunos de mis movimientos
enmascarados por las luces estroboscópicas. Bailo como si Rook estuviera
mirando y él fuera mi titiritero.
Giro la cabeza en un pequeño círculo, dejo que mi cabello caiga por delante de
mis hombros y suelto un suspiro mientras mis manos trazan los contornos de
mi cuerpo. Miro el minivestido blanco, salpicado de pintura brillante de neón,
con remolinos y dibujos que decoran mis muslos y brazos.
Serpenteo de un lado a otro, moviendo la parte superior de mi cuerpo tanto como
la inferior. Unas manos se aferran a la parte delantera de mi cuerpo,
hundiéndose en la suave piel de mi estómago. Pero estas manos se sienten
demasiado necesitadas. No son directas y precisas, no saben adónde ir sin
necesidad de un mapa.
Vuelvo a levantar la cabeza y espero que el enmascarado siga allí, pero, al igual
que mi visión mental, ha desaparecido.
De repente se me seca la boca. La sensación ligera y aireada que tenía
desaparece y vuelvo a sentirme como una roca que se va a hundir en el fondo
del océano.
—Tengo que ir al baño —digo con voz ronca, apartando las manos de Easton de
mi cuerpo e ignorando sus súplicas para que me quede.
Los cuerpos me golpean desde todas las direcciones, lo que aumenta la urgencia
de beber agua. Están pasando demasiadas cosas, hay demasiada gente,
demasiados sonidos. Siento que podría morir de un ataque al corazón justo en
medio de esta pista de baile y nadie se daría cuenta, todos tan consumidos por
sus sensaciones de éxtasis.
Empujo la puerta que da al pasillo, resoplo al atravesarla y siento alivio al
instante. Puedo sentir en el aire que hay menos gente aquí fuera. Es más fresco
en mi piel, ayudando al sudor que rodaba de mi cuerpo.
Unos suaves gemidos de placer llegan a mis oídos y desvían mi atención hacia
varias parejas que se encuentran en el pasillo, con los cuerpos presionados
contra el cristal de los espejos mientras agarran los hombros de sus parejas.
Los LED de neón que iluminan los espejos sólo iluminan las retorcidas caras de
felicidad que están experimentando. Una pareja tiene los pantalones por los
tobillos, mientras el chico la penetra con tanta fuerza que puedo ver cómo se
sacuden sus muslos desde aquí.
De repente me sentí vacía, necesitando algo que sé que sólo una persona podría
darme.
—¡Joder! —La voz de otro hombre retumba entre los paneles de espejos. Su
aliento aparece caliente y vaporoso frente a él mientras golpea el cristal con la
mano. Con la otra palma, enrosca la mano en el cabello de una chica que, con
la boca abierta, se sienta de rodillas y le mira. Su aliento aparece caliente y
vaporoso frente a él.
Es difícil no mirar, no sentir curiosidad.
Me asomo al pasillo y doy un pequeño respingo al ver que el hombre de la
máscara naranja ha regresado.
Nos quedamos allí, mirándonos fijamente mientras los gemidos rebotan entre
nuestros cuerpos.
Vuelve a haber una especie de familiaridad en él, pero no la suficiente como para
que yo tenga una excusa para quedarme aquí escuchando a la gente follar
mientras nos miramos fijamente.
El baile había sido inofensivo, un producto de mi imaginación, había pensado.
Hasta ahora.
Hasta que veo su pie avanzar. Me devuelve a la realidad, recordándome que no
conozco a ese hombre, y quién sabe lo que quiere de mí. Podría hacer un millón
de cosas, incluso convertirme en un traje de piel.
Doy la vuelta, bajando en dirección contraria, caminando más deprisa de lo que
debería por no saber por dónde voy.
Mi cuerpo choca contra uno de los espejos con más fuerza de la que me gustaría
admitir.
—Mierda —siseo, frotándome el hombro que ha recibido la mayor parte del
golpe. El reflejo me indica que sigue siguiéndome, así que no tengo mucho
tiempo para curarme las heridas.
Lucho contra el pánico creciente, diferente del ahogo que siento normalmente.
Esto es totalmente diferente.
Me siento como en arenas movedizas, rodeando mis pies, pululando como las
hormigas a la comida, succionándome más hacia abajo en la tierra granulada y
afelpada.
Eso es lo que hacen las arenas movedizas: devorar a la gente. Las engulle,
negándose a dejar nada atrás hasta que quedas atrapada bajo el peso de la
arena que se convierte en nada más que sedimento.
Puedo ver su cuerpo en todos los espejos. La máscara oscura con LED naranja
se multiplica por cientos y su figura imponente parece bloquear todas mis rutas
de escape. Lo peor es que, mientras yo prácticamente troto con tacones, él
apenas se mueve, como si supiera que no necesita intentar alcanzarme.
Como si ya me hubiera atrapado.
Se me hace un nudo en la garganta, el miedo sube con garras afiladas.
Giro a la izquierda y extiendo la mano, moviéndome con rapidez, pero
asegurándome de no volver a caer en un callejón sin salida. El miedo se me
retuerce en las tripas mientras avanzo más deprisa, con el sonido de sus pies
caminando detrás de mí resonando en mi mente. No sé adónde voy. No tengo un
plan real.
Así que, en lugar de seguir asustándome, decido afrontarlo. Me niego a admitir
la derrota ante este miedo, sabiendo que tipos como él probablemente se
divierten asustándome. Me doy la vuelta y dirijo mi mirada al tipo tras la
máscara.
—Amigo, lárgate. Seguir a la gente es jodidamente cre... —Me detengo, dándome
cuenta que estoy hablando sola porque parece que se ha evaporado de nuevo.
¿Me habían drogado y no me había dado cuenta? ¿Sería todo esto un viaje de
LSD o una alucinación? ¿Había habido alguna vez un hombre con máscara?
Me paso una mano por el cabello, riéndome de mí misma como forma de
sobrellevar lo jodidamente ilusa que estoy siendo.
—Te has vuelto oficialmente loca —Hablar conmigo misma sólo contribuye a ese
hecho. Giro hacia mi dirección original, con la vejiga apretando con fuerza,
empujando mi memoria en cuanto a donde me dirigía.
La sangre se me hiela en las venas, todos mis órganos funcionales se paralizan
cuando siento la brusca presión sobre mi boca. La fuerza de la mano me hace
gemir de dolor. Casi estoy demasiado asustada para apartar los ojos del pecho
de la persona, pero cuando lo hago, se abren de par en par con horror. Siento
punzadas en el cuero cabelludo y me tiemblan los huesos.
La máscara naranja resplandece en mi alma, reteniéndome allí sólo un instante
inmóvil antes de lanzarme hacia atrás con un agarre demasiado agresivo. Mi
garganta intenta convertirse en el hogar de mis gritos, pero solo es una casa
embrujada.
Vacía.
El malestar pincha mi espalda al entrar en contacto con algo sólido, nuestros
dos cuerpos irrumpiendo en una habitación iluminada artificialmente. Mis ojos
se esfuerzan por comprender lo que me rodea.
Las viejas baldosas blancas del suelo, una pared de espejos sobre los lavabos y
filas de cubículos a mi derecha. Morir en el cuarto de baño de una rave de House
es lo último en mi lista de deseos y, una vez pasado el shock del ataque, mi
adrenalina se dispara.
Levanto la pierna y apunto directamente a su polla con la esperanza de pillarle
desprevenido el tiempo suficiente para que se largue, pero es listo. Sabe lo que
voy a hacer antes que lo haga.
La mano que no me tapa la boca me agarra el muslo, impidiendo que mi pierna
haga contacto. Con una fuerza sin esfuerzo, me empuja la pierna hacia el suelo,
levantando un dedo.
La mueve de un lado a otro, como las manecillas del reloj, insultándome sin
siquiera usar palabras.
Me agarra del antebrazo y prácticamente me arrastra hacia uno de los cubículos.
Mientras tanto, me esfuerzo por luchar contra él como un gato salvaje. Mis uñas
le arañan el pecho y los brazos, pero eso solo parece hacer que tire con más
fuerza.
Mi baja estatura no está preparada para esto, para alguien que puede
dominarme tan fácilmente. Apenas forcejea mientras tira de mí hacia el estrecho
espacio del cubículo.
Un dolor punzante y agudo me recorre la mejilla cuando sus grandes manos
golpea la mitad delantera de mi cuerpo contra la puerta. Estoy pegada a la fea
pared verde, con el terror hinchándose en los confines de mi corazón,
comiéndolo vivo igual que las arenas movedizas.
Su cuerpo se apoya en el mío, presionando mi espalda.
—Te dije que no olieras como él —su voz sale caliente y fundida por los agujeros
de la máscara—. Ahora apestas.
El alivio inunda mi sistema; la naturaleza familiar que había sentido antes no
había sido algo que me hubiera inventado. Lo había reconocido. Como si alguna
vez pudiera olvidar cómo sonaba o cómo se sentía.
Sin embargo, aunque me consuela saber que es Rook y que estoy a salvo, ahora
mismo soy el blanco de su ira, y es impredecible cuando se enfada.
—Rook —respiro—. ¿Qué estás haciendo aquí?
En lugar de responderme, me aprieta más. —Me hiciste ver cómo te tocaba.
—¿Te hice ver? ¿De qué estás...?
—Tú lo hiciste. Hiciste que fuera imposible mirar a otro sitio que no fueras tú.
Existiendo sin esfuerzo en una habitación llena de puta basura, pareciendo toda
santa, divina y angelical, prácticamente forzándome a corromperte. Me obligaste
a ver cómo se molía contra ti, cómo te inhalaba —Un rugido bestial brota de su
interior mientras aspira mi aroma, sintiéndose menos hombre y más monstruo.
—Estoy contigo —susurro, con más intención que nunca—. Siempre estoy
contigo. Incluso cuando estoy con él, sigo estando contigo.
—No puedo dejar de mirarte, Sage. Pero no puedo seguir viéndote con él.
Acabaré matándole, marcando mi nombre en tu culo justo antes de degollarle
delante de ti. Estoy harto de verle tocarte.
El poder de su agarre me estremece hasta la médula. Hay tanta severidad en él
ahora mismo que sé que no está bromeando. Le he pedido que haga lo único
que un hombre como él odia hacer: compartir con un tipo al que odia,
escondiéndolo ávidamente en las sombras para que yo pudiera conservar lo que
teníamos sólo un poco más. Sé que está mal, pero ¿es realmente tan malo? ¿Soy
realmente la mala por querer tener una cosa para mí sola?
No puedo seguir haciéndole esto. No puedo seguir mintiendo.
Pero tampoco quiero perderlo.
Así que sólo queda una opción.
La verdad.
—Rook, yo...
Unas risas y voces alborotadas irrumpen en el cuarto de baño, seguidas de la
explosión de la puerta al abrirse. Choca contra la pared, pero al grupo de
hombres que acaba de entrar ni siquiera le importa.
—East, esa chica cabello oscuro que te está mirando ahí fuera es un polvo sólido.
La tuve entre mis sábanas hace unas noches.
—Paso de tus descuidados segundos, D. Soy capaz de engancharme mi propio
coño.
Doy gracias por la presión que ejerce Rook sobre mi espalda, de lo contrario se
me habrían doblado las rodillas. No es así como quería que fuera esta
conversación con él, y lo último que quiero es que Easton nos encuentre y se lo
cuente antes de que pueda explicárselo.
—Parece que tenemos compañía, FT —murmura Rooks en mi oído, el plástico
de la máscara pellizcándome la carne de la mejilla—. ¿Qué tal si les das un
espectáculo como me diste a mí antes?
Mi cuerpo se derrite un poco cuando siento cómo me aprieta el trasero, sintiendo
su endurecida longitud tras la tela de nuestra ropa. Un roer en mi vientre
comienza bruscamente, dando lugar a un pulso que se inicia entre mis muslos.
El vestido se me sube un poco, lo suficiente para dejar al descubierto la parte
trasera de mis piernas. Me estremezco al sentir el roce de sus pantalones. Me
muerdo el labio inferior cuando sus manos se posan en mi parte inferior.
—Quiero que me lo compenses, Sage. Quiero que seas mi bonita putita y te
pongas de rodillas —empieza, construyendo esta fantasía para que yo la
represente, una que tiene mis pezones tensos y mi núcleo goteando—. Y
discúlpate por obligarme a mirarlos a ti y a él. Compénsame con tu boca
caliente.
Me agarra por la cintura y me hace girar suavemente para que me ponga de
frente a él. Detrás de mí, oigo cómo todos se ríen de alguien que no ha hecho
bien una raya de coca. Vuelve el pánico, pero no por miedo a la reacción de
Easton al encontrarme, sino por miedo a perder a Rook antes de tener la
oportunidad de tenerlo de verdad.
Pero Rook me atrae de nuevo hacia nosotros, haciendo que todo lo demás
desaparezca. Me agarra la barbilla con los dedos y me sujeta.
—De rodillas, puta —La máscara hace difícil ver su expresión, pero su voz no
deja lugar a desacuerdos. Prácticamente puedo ver sus ojos ardiendo a través
del disfraz—. Y no te levantes hasta que haya terminado.
No puedo decírselo ahora mismo. Tampoco puedo romper con Easton ahora
mismo. Pero puedo hacer esto, y quiero compensarlo. Quiero darle esto.
Así que hago lo que me dicen.
Me arrastro en cuclillas, cayendo de rodillas de una en una, con la fría baldosa
escociéndome la piel. Levanto los ojos y le miro a través de la máscara porque
sé cuánto le gusta que le mire mientras me folla la boca.
—¿Así? —pregunto inocentemente, lamiéndome el labio inferior, esperando su
respuesta mientras mis palmas recorren sus muslos.
Se me hace la boca agua. El reto de hacerle sentir bien, la oportunidad de recibir
sus elogios, me hace enroscar los dedos de los pies. Le abro rápidamente el
botón y la cremallera y meto la mano en sus pantalones.
Amasando su dura polla a través de los boxers, me burlo tanto de él como de
mí. Tocarla me recuerda lo que siento cuando está dentro de mí, estirándome,
masajeando mis paredes hasta dejarme hecha un charco de felicidad.
Siento escalofríos cuando la saco y mi cuerpo tiembla al admirarla. Mi lengua
tantea el terreno, chasqueando contra los piercings verticales que no hacen sino
aumentar su atractivo sexual. Las marcadas venas que se arremolinan
alrededor de su dureza palpitan mientras me tomo mi tiempo.
—¿Sage sigue sin dejar que la folles? —Oigo el eco de fuera.
—Esa zorra engreída apenas me ha dejado tocarla.
—La perra probablemente se esté follando a otro tipo, amigo.
La mano de Rook cae sobre mi cabeza, escabulléndose hacia la parte posterior
de la misma para agarrar un mechón de mi cabello al que agarrarse. Mi piel está
caliente y hormiguea mientras les escucho hablar mal de mí mientras me
concentro en darle placer.
Seductoramente y sin apartar los ojos de su cara resplandeciente, escupo sobre
la cabeza roja, y con la mano unto mi saliva por toda su longitud. Lo lubrico
todo para que se deslice suavemente por mi garganta.
—A lo mejor follándosela le quita lo perra —bromea Easton, haciendo que los
chicos a su alrededor suelten una carcajada.
Me arde el cuero cabelludo cuando Rook retuerce la muñeca, tirando más fuerte
de mis mechones.
—¿Vas a quitarme lo perra? —pregunto, mi voz un susurro para que sólo él lo
oiga, con los ojos muy abiertos, intentando que se centre en mí para que no
mate a toda la línea ofensiva de Ponderosa Springs.
Estoy acostumbrada a sus comentarios groseros; sus palabras no me hacen
nada. Mi único objetivo es hacer sentir bien a Rook, demostrarle lo poco que me
importa el hombre fuera de este cubículo. Lo mucho que me importa él.
Demostrándole lo digno que es de esto.
Estoy de rodillas donde fácilmente podrían pillarme, sin importarme mientras
consiga hacerle sentir bien.
Le rodeo con la palma de la mano por la base, subiendo y bajando mientras abro
la boca para acogerlo. Lo engullo por completo, deslizando la lengua por los
surcos.
Me aparta de él antes de que pueda hacer nada más, doblándose por la cintura
para que su cara esté cerca de la mía.
—No lo necesito. Sé cómo manejar a la perra que hay en ti.
Un rubor calienta mis mejillas, justo antes de sentir cómo me presiona la cabeza
hacia sus caderas. Empuja su polla más allá de mis labios, dentro de mi boca y
en mi garganta, tomándome completamente desprevenida. Sus piercings me
hacen cosquillas en la garganta y me ahogo, pero él no parece inmutarse porque
me sujeta.
Sin piedad a la vista, mueve las caderas hacia atrás mientras me pone la otra
mano en el cabello, acariciándome de nuevo hacia delante, creando un sonido
descuidado al meterme la polla en la boca.
Tiene la cabeza metida en la barbilla, el neón de la máscara ilumina nuestro
espacio. Incluso sin verle los ojos, sé que están clavados en los míos. Se me hace
un nudo en la garganta, lo expulso con resistencia y mi reflejo nauseoso se
acelera.
—Relaja la garganta, nena. Déjame entrar —gime por lo bajo y me empuja con
las dos manos hacia abajo, hasta que mi nariz se hunde en su pelvis. La
circunferencia obliga a mi garganta a expandirse, presionando dolorosamente
contra el tejido blando de mi tráquea.
Respiro entrecortadamente por la nariz, entrecierro los ojos y me concentro en
no hacer ruido para que no me oigan los de fuera. Trago a su alrededor,
succionándolo con los labios, creando un vacío hermético.
—Eso es. Tan buena puta para mí.
Por difícil que sea, se siente tan bien. Sentirle estirar mi boca, sentirle arraigado
dentro de mí, verle buscar placer en mí.
Soy tan egoísta, porque tomaré todo esto. Todo lo que me da, lo tomaré, lo
tomaré, lo tomaré. Porque podría ser todo lo que obtenga al final.
Cada vez que intento recuperar el aliento, me lo roba con otra fuerte embestida
en la boca, y no tengo más remedio que aguantarlo. Y todo empeora a medida
que pasan los segundos. Me agarra del cabello con fuerza y sus caricias se
vuelven violentas.
Lucho por respirar, tratando desesperadamente de mantener mis arcadas en
silencio. Aunque no puedo hacer nada contra sus suaves gemidos de placer y el
ruido húmedo de su polla llenándome la boca.
Finalmente, el destino decide darme un respiro, porque oigo que el grupo de
chicos empieza a salir en fila del cuarto de baño. Cuando la puerta se cierra, me
atraganto vergonzosamente, apretando las manos contra los muslos de Rook y
obligándole a salir para poder recuperar el aliento.
Un reguero de saliva de mi boca gotea de su pene, bajando por mi barbilla hasta
mi pecho. Noto el calor de mis mejillas enrojecidas, con los ojos llenos de
lágrimas que caen libremente por la fuerza de sus embestidas.
—¿Dije que habíamos terminado, Sage? —se burla, empujándome hacia atrás
para que mi cabeza y sus manos se presionen contra la puerta del baño.
Mi respuesta es nula. Soy incapaz de hablar una vez que vuelve a mi boca,
empujando dentro de mí más profundamente de lo que creía posible. Mi cabeza
contra la puerta le sirve de apoyo para que sus embestidas sean más fuertes y
yo no pueda retirarme.
Giro la cabeza de un lado a otro mientras su polla me asfixia, aplastando la
lengua para que masajee la parte inferior de su longitud, lamiendo la vena
abultada cada vez que me fuerzo a bajar.
Es una euforia caótica. El tipo de éxtasis doloroso que te hace cuestionar tu
cordura.
Mi vista se nubla con las luces LED de su máscara, se empaña con las lágrimas
mientras sigue encontrando placer. Ignorando por completo el dolor de garganta
y mandíbula, mi cuerpo me pide que, como mínimo, me tome un descanso.
Así es como siempre pasa con él. Presiona, presiona, presiona hasta que soy
incapaz de funcionar. Sin pausas. No hay nada fácil con él.
Cada vez me lleva al borde del placer incomprensible.
Quiero esto.
Quiero hacerle sentir bien, así que si no logramos quedarnos juntos, tal vez
piense en esto mientras está en la ducha, acariciándose la polla con la imagen
de mi rostro mientras me follaba la boca en este cubículo de baño.
Quiero este dolor.
Sabiendo que en los días venideros lo recordaré.
Pensaré en el dolor, y mis muslos estarán resbaladizos de calor, porque
recordamos las cosas que nos hacen daño.
La cantidad de gruñidos y gemidos que emite es suficiente para que yo siga
aguantando el dolor. Tengo arcadas y farfullo a su alrededor, la garganta se me
hace un nudo mientras subo la mano para apoyarla en su abdomen. Noto cómo
se le aprieta el estómago, cómo sus fuertes embestidas se vuelven descuidadas
y descontroladas.
Mi otra mano resbaladiza le toca las bolas, provocándole un siseo mientras
aspira aire entre sus dientes rechinantes.
—Joder, nena.
Con mi nombre en los labios, se empuja hasta el fondo de mi boca, vertiendo su
liberación en mi garganta. Trago con avidez, chupando hasta que ha terminado
conmigo. Noto que le tiemblan ligeramente las piernas mientras me acuna la
nuca.
Se separa de mí y me permite inhalar profundamente por primera vez desde que
esto empezó. Apoyo la cabeza contra la puerta, mis hombros caen mientras
relajo los músculos de la mandíbula.
Le oigo quitarse la máscara de la cara, dejando al descubierto esos ojos
brillantes y una fina capa de sudor en la frente. La tira al suelo detrás de
nosotros, se agacha y me toma en sus brazos.
Mi cuerpo se enrolla naturalmente alrededor del suyo, abrazándolo cerca de mí
mientras él empuja mi espalda contra la puerta, sujetándonos allí.
—Ahora, cuando te vayas, quiero que le des un beso de despedida a Easton para
que pruebe mi semen, luego te irás a casa y esperarás a que me escabulla para
que pueda comerte, ¿sí?
Me recorren escalofríos por la espalda, un calor frío me hormiguea entre las
piernas.
—Yo también te he echado de menos —resoplo, con la voz cruda y rasposa.
—Te he echado de menos. Es sólo que... —susurra suavemente—. ¿Te quedarás
conmigo? —Y se me parte el alma por ello.
Quiero que se quede conmigo. Siempre. Quedarme aquí, en este asqueroso baño
en una casa de rave porque me siento más segura, más adecuada, que en
cualquier otro sitio en el que haya estado.
No creía que hubiera un lado suave en alguien como Rook antes de conocerlo.
Siempre pensé que él era sólo bordes quemados e insultos abrasadores. Hasta
que vi la persona que era antes de que este lugar lo convirtiera en algo malvado.
Él no es malvado.
Se ríe y sonríe. Bromea y, literalmente, tiene un promedio más alto que yo. Odia
la lluvia, pero le encanta la niebla que deja porque le recuerda al humo. Odia
que escriba en el interior de sus paquetes de cigarrillos, pero le sorprendo
sonriendo cuando los lee.
Es un ser humano que fue herido por el mundo. Y todo lo que quiero hacer es
ser la razón por la que vuelve a creer en él. Incluso si no puedo hacer lo mismo
por mí.
Aunque al final no terminemos juntos, tiene que saber que se merece algo más
que sufrimiento.
Se merece la felicidad.
Todavía hay algo que me oculta, algo en su pasado que le hace sentirse maldito.
Puedo sentirlo, que aún guarda partes de sí mismo en la sombra. Le impide
entregarse completamente a mí, pero no me importa.
Y quizá eso es lo que da tanto miedo de todo esto.
Que no me importa tener sus secretos.
Sólo lo quiero a él. La persona en él que me hace sentir viva y real.
Me empuja a afrontar la vida como soy y no como otros quieren que sea.
Cuando estoy con él, es como saber cada día que mañana cantarán los pájaros.
Mis dedos rodean los mechones de cabello de la base de su cuello, jugando con
ellos suavemente.
—Me quedaré contigo, Rook.
En ese momento me doy cuenta de que haría cualquier cosa por él. Tanto es así
que voy a contarle lo del acuerdo, a ver si puede ayudarme para que Rose no
esté igual de atrapada. Cualquier cosa que me pida, la haría.
Le deseo. Quiero estar con él y no sólo por unas semanas más.
Y ese es el verdadero poder que puedes tener sobre alguien.
Easton tiene el chantaje, que es algo que podría superar con el tiempo. No es
permanente ni duradero.
Pero el amor... Dios, qué poder sobre alguien. Esa es una verdadera perdición.
Por eso me mantuve alejada de la gente durante tanto tiempo, por eso era
mezquina y amargada, manteniendo a todos a raya para que nunca tuvieran la
oportunidad de conocerme.
Porque le di al mundo una oportunidad de niña, y me destruyó.
Me prometí que no permitiría que esto volviera a suceder. No permitiría que me
hicieran daño, confiar en alguien como confío en él.
Me lo prometí, y lo he roto, porque ahora creo que me he enamorado del Diablo.
Extracción
Rook
—¿Dónde está Thatcher?
Me acerco a la mesa escondida en un rincón de la cafetería y miro a Rose, que
se sienta a mi lado.
—Hola, Rosie —le digo mientras le alboroto el cabello.
Me sonríe, mostrándome su rostro. —Oye, RVD.
Cuanto más descubren mis dedos y mis ojos el cuerpo de su hermana, más
diferentes parecen entre sí.
—Enfermo o algo así, encerrado en su casa. Está cabreado por
eso —responde Alistair antes de mordisquear una manzana como si hubiera
hablado con él antes.
—Sólo está teniendo uno de sus momentos de fobia a los gérmenes. Ya se le
pasará —Me subo la capucha a la cabeza, me hundo en la silla, subo los pies a
la mesa y me pongo las manos detrás de la nuca.
—Hablando de dónde ha estado la gente, ¿dónde demonios has estado tú
últimamente? No estuviste en el Cementerio este fin de semana.
Sé que voy a tener que contarles pronto lo que he estado haciendo, por qué no
he estado tanto por aquí, y también sé que va a tener que ser antes de la
graduación, lo que significa contárselo mientras ella sigue saliendo con Easton.
Menuda tormenta de mierda va a ser.
Sin embargo, no voy a anunciarlo sin que Thatcher esté cerca o en el colegio. Se
lo diré cuando estemos solos; así, si uno de ellos explota por ello, no será para
tanto.
Como le había dicho a Sage, no tengo miedo de que se enteren ni de sus
reacciones.
Claro que se van a enfadar conmigo por ocultárselo, pero se van a molestar aún
más cuando sepan por qué.
—Iba a hacerlo, pero fumé la variedad equivocada y me desmayé en la cama.
Simplemente no estaba de ánimo este fin de semana, amigo —Mentiras, me
estaba follando a la hermana de Rose en la parte trasera de su auto fuera de mi
casa—. No actúen como si nunca los viera, imbéciles. Prácticamente vivo en casa
de Silas la mayor parte del tiempo.
—Alégrate de que mi padre sea inmune a que lleves los boxers en la cocina todas
las mañanas —interviene Silas, y me río.
—Sólo me tolera porque tus hermanos pequeños me quieren. Tu madre, en
cambio —Me chupo los dientes—. Ella me odia.
—Mi padre te tolera porque eres mi amigo, y mi madre no te odia. Odia limpiar
balas de Nerf por la casa después de que has ido a la guerra con Levi y Caleb.
Reconozco que estaba celoso de Silas cuando nos conocimos. Creo que por eso,
cuando conectamos, nuestro vínculo se hizo mucho más estrecho. Tenía una
gran familia, que parecía ser la fuerza que nos unía a mí, a Alistair y a Thatch.
¿Podría su vida ser realmente tan mala? Lo tenía todo: un padre cariñoso que
no se avergonzaba de su enfermedad mental y luchaba por darle lo que
necesitara para que fuera feliz, una madre que creía que caminaba sobre el agua
y dos hermanos que lo admiraban. Por no hablar de que eran millonarios.
¿Dónde encajaba con nosotros? ¿Qué relación podía tener con lo que habíamos
vivido?
Lo supe unos años después, cuando le diagnosticaron oficialmente,
esquizofrenia.
No es que él lo entendiera, es que nosotros éramos los únicos que le
entendíamos.
Sabíamos lo que era que los demonios se comieran nuestras vidas, nuestra
esperanza, nuestra carne. Entendíamos lo reales que parecían sus
alucinaciones porque lo habíamos vivido. Aunque las suyas eran criaturas
ficticias que aparecían en su mente y las nuestras eran seres humanos que
causaban estragos en nuestras vidas, podíamos sentirnos identificados.
Y eso era algo que nadie más podía hacer.
Ni médicos, ni psicólogos, ni siquiera sus padres, que lo intentaron
desesperadamente.
Nunca olvidaré el día que me contó cómo era, cómo a veces, sobre todo por la
noche, aparecían esas figuras de niebla intangibles. Cómo le tiraban de los pies
y le susurraban al oído. No importaba cuántas veces cerrara los ojos y se dijera
a sí mismo que era sólo un sueño, siempre estaban ahí cada vez que los abría.
No había luz nocturna ni cuento que pudiera alejar sus pesadillas. Le
acompañaban siempre.
Fue la misma vez que le conté la verdad sobre mi madre. Era el único que lo
sabía o que me había oído hablar de ello en voz alta.
Después fuimos inseparables.
—Me pregunto si sabe que parece un idiota o si simplemente no le
importa —anuncia Alistair, mirando más allá de mí. Silas esboza una sonrisa,
lo justo para cambiar sus facciones.
Giro la cabeza para ver detrás de mí y veo a Easton entrando en la cafetería con
el brazo sobre los hombros de Sage, abrazándola como si tuviera que estar allí.
Como si tuviera derecho a hacerlo.
—La próxima vez que tu padre haga una visita a su madre, dile que mencione
que Easton es demasiado mayor para que su mami le vista —añade Silas.
Me hace gracia que Easton aún no tenga ni idea de que conocemos las
actividades extraescolares de su madre. Casi siento la tentación de usarlo en su
contra, sólo para ver cómo tiembla de miedo ante la destrucción de su perfecta
reputación familiar.
Porque si la verdad saliera a la luz, los Sinclair serían los únicos a los que les
importaría. Como si a Alistair le importara lo más mínimo lo que hizo su familia
de mierda o a quién se follaron.
Mis muelas rechinan entre sí, mi mandíbula se tensa hasta el punto de ser casi
dolorosa.
No importa cuánto tiempo llevemos juntos o cuántas veces haya visto este
mismo escenario, la punzada de fastidio nunca se atenúa. Cada vez, mi hambre
territorial por Sage se hace más fuerte, y le había advertido que ya no podía
esperar más.
Siento cómo me sudan las palmas de las manos al mirarla, esa sonrisa falsa que
deslumbra la habitación, obligando a todos los hombres a mirarla y a todas las
chicas a poner los ojos en blanco de celos. Esa falda de cuadros hace maravillas
con mi imaginación.
Una colegiala que viene a confesar algunos pecados más, al parecer.
Pasando la lengua y mordiendo con más fuerza mi cerilla, prácticamente puedo
saborear sus jugos goteando en mi boca mientras me la comía por debajo de
aquel endeble material.
Desearla sexualmente no es anormal para mí. Pero sí lo es la necesidad de
protegerla.
No puedo evitar preguntarme si Easton conoce sus secretos. Si actúa en ropa
interior para él o si come Skittles hasta que le duele el estómago cuando está
cerca de él. Si conoce sus sueños y las cosas que la asustan.
En contra de mi buen juicio, me preocupo por ella. La quiero.
Y como a la vida le encanta recordarme lo despiadada que puede ser cuando no
prestas atención, todas mis preocupaciones son absolutamente ciertas.
Porque mientras sigo admirando a la chica en la que nunca debí confiar, veo su
dedo decorado con un brillante anillo de diamantes que le prometía un para
siempre.
—Ojalá pudiera ver lo mucho mejor que se merece, pero hablar con ella de esto
es como hablar con una piraña hambrienta. Sólo odio el hecho de que vaya a
ser mi hermano, aunque sea por matrimonio.
La voz de Rosie es como ruido blanco. Crepita y sisea dentro de mi oído, millones
de pequeñas agujas pinchándome el tímpano una y otra vez.
—¿Desde cuándo están prometidos? —pregunto, esperando que mi tono suene
plano y no molesto.
Se encoge de hombros, mordiendo una rama de apio.
—Mi madre dijo que mucho antes de Navidad. Querían mantenerlo en secreto
hasta la graduación. Parece que se cansaron de esperar.
Asiento a su respuesta, pero también tomo nota.
Siempre había tenido razón. Nunca debí haber tocado la bonita flor, nunca debí
permitir que sus dientes se hundieran en la carne de mi fruta prohibida.
Todo el mundo dice que El Diablo es el corrupto; nadie piensa que pudo ser Eva
la que tentó al problema.
Ella había sido bastante venenosa todo el tiempo, y ahora estoy involucrado.
Mi mente está plagada de recuerdos de ella, de quien creía que era, mi cuerpo
infectado por su sensación.
Está dentro de mí, en todas partes, y la quiero fuera, ahora mismo.
Todas sus palabras, todas sus acciones, todas habían sido sucias y jodidas
mentiras. Hasta la última de ellas.
Estoy sudando, echando humo bajo la ropa, y mis manos tiemblan como nunca.
Estoy seguro que se pueden ver los gases que emanan de mí.
Estoy girando fuera de control, una espiral descendente que no lleva más que a
un final caótico, y necesito salir de aquí. Necesito irme. Necesito ser castigado
por confiar en alguien que sé que es una mentirosa.
—Olvidé mi trabajo de química en casa. Voy a buscarlo antes del próximo
bloque. Nos vemos luego —Dejo caer los pies al suelo, apartándome de la mesa
en la que me había sentado hacía unos instantes, y salgo de allí.
Me voy a ir, eso es lo que me digo mientras mis pies avanzan por el pasillo.
Necesito que me golpeen o hacer explotar algo antes de quemarme.
Excepto que, al pasar por delante de las puertas del teatro, me detengo.
Sé que Sage viene aquí después de comer todos los días por su periodo libre. Me
había sentado aquí muchos días a observarla en la última fila de la sala sin que
ella lo supiera, sólo para verla en lo que yo creía que era su elemento natural.
Me senté allí como un jodido cachorro. Un iluso. Un maldito tonto. Echando
espuma por la boca como si fuera una diosa o un ángel. Me senté y miré,
pensando en todas las cosas que le haría y le diría más tarde. Así pasaba el día
sin destripar a su novio.
Eso me contenía hasta que volvía a verla, porque si he de ser sincero conmigo,
el único lugar real en el que había sentido algo parecido a la felicidad era cuando
estaba cerca de ella. No sólo comodidad, como con los chicos, sino verdadera
felicidad.
Un sentimiento que no había sentido desde que murió mi madre.
Maldita sea, ¿cómo he podido hacerme esto? Cómo pude pensar, por una
fracción de segundo, que era capaz de estar enamorado.
Incluso después de lo que dijo Rose, incluso después del anillo en su dedo, esta
fuerza dentro de mí sigue intentando defenderla. Se pierde en falsas esperanzas,
rogando a mi cerebro que escuche, que sea optimista. Que tal vez todo esto es
un gran malentendido.
Quiere creer en ella.
En lo que sea que éramos.
Empujo las puertas del teatro, maldiciéndome a mí mismo.
—Maldito idiota patético —Mis manos tiran de mi cabello, jalando de los
mechones con dolorosa fuerza.
Incluso cuando no tengo motivos para creerle, sigo esperando. Me apoyo contra
la pared en la oscuridad, y sigo siendo el tipo que cree en ella. Creo en la Sage
que vi aquella noche en El Cementerio.
No hay forma de que pudiera fingir la forma en que sus ojos pedían ayuda.
Ella no podría haber forjado todas esas conversaciones, todas esas divagaciones
y risas nocturnas.
No hay manera.
Me quedo aquí esperando a que pasen los minutos, en guerra conmigo, sin
darme cuenta hasta este mismo momento de que, por una vez, había empezado
a esperar algo bueno.
Algo que no lastimara.
Engañado para pensar que merezco más.
La puerta se abre de nuevo, el sonido de los estudiantes fuera cancelado una
vez que se cierra detrás de ella.
No voy a alargar esto. Quiero respuestas.
Necesito la verdad.
—Te lo concedo, Sage. Eres una gran actriz —Me separo de la pared y me acerco
a ella. Mi cuerpo sobresale por encima del suyo incluso con esos tacones de
tiras.
—Rook...
—Volvamos de nuevo a Pyro, ¿sí? Rook es para gente que no miente
descaradamente en mi maldita cara —Mi guerra interna sale de mi boca, mis
palabras ni siquiera le dan a mi mente un segundo para escucharla.
Miro fijamente esos ojos azules como llamas y busco algo, cualquier cosa. Un
destello de emoción que pueda encender mi esperanza para que no se apague.
Tal vez ira porque estoy dudando de ella. Tristeza porque ella está en algún tipo
de problema.
Habría aceptado el arrepentimiento. Habría aceptado que me mintiera sobre
Easton y que se arrepintiera porque había aprendido a preocuparse por mí.
En cambio, no me encuentro con nada.
Un rostro pasivo con una expresión ilegible.
Miro al techo, mi pecho se hincha al respirar hondo.
—¿Cuánto tiempo ibas a seguir con esto? ¿Planeabas tenerme cerca hasta
después de la recepción o cuando tuvieras que averiguar quién era el padre del
bebé?
Se queda ahí, mirándome sin reaccionar. Normalmente, me gritaría, se pelearía
conmigo, porque así era ella. Así era ella conmigo.
Estoy tan lleno de energía que mis manos quieren alcanzarla y sacudirla. Quiero
gritarle que diga algo, que diga cualquier cosa.
—Dime que es mentira, Sage —digo con tono duro, pero me duele el pecho.
Me dijo que podía quedarse conmigo. Que era mía para quedármela, y aquí estoy
haciendo exactamente lo contrario.
Nunca había podido conservar nada que me importara.
Sólo quiero esta maldita cosa.
—Por favor, joder, dime que el compromiso es un engaño, que no es verdad. Que
esto es lo que tus padres querían para ti. Dime la verdad y te juro que partiré el
mundo por la mitad para salvarte de esto, para protegerte —sigo—. Dime que el
tú que se aferra a mi sudadera cuando duerme es el verdadero tú. Dime que
tengo a la verdadera Sage.
Con la esperanza de que sea la gota que colme el vaso y la saque de su trance,
doy un paso adelante y pongo las manos a ambos lados de su cabeza.
—Sólo dime que es mentira, nena —susurro.
En tres breves movimientos, anula toda la confianza que tenía en ella. Da un
paso atrás, fuera de mi alcance.
—No es así como quería que fuera esto, pero supongo que es mejor arrancar
esta tirita —Se acomoda un mechón de cabello detrás de la oreja
despreocupadamente, como si yo no estuviera a punto de explotar—. Yo sólo,
necesitaba un poco... —Se detiene mientras piensa en la palabra adecuada,
parece rígida y calculadora—, de peligro antes de la graduación, ¿sabes? Lo
entiendes, ¿verdad?
Sus cejas se levantan ante la pregunta retórica, sonando más como un robot
que como un humano. La actitud que empapa cada una de sus palabras me
estremece.
La chica que había empezado a dejar entrar se ha ido. Esta es la antigua Sage,
y ha vuelto con las garras aún más afiladas.
Lo triste es que creo que nunca fue a ninguna parte.
—En realidad no viví toda la experiencia alocada del instituto de la que siempre
habla todo el mundo -tratando de mantener la imagen, las animadoras, el
instituto- y cuando Easton se declaró... —suspira, apartando la mirada de mí
por un momento como si se lo estuviera imaginando, y luego vuelve su mirada
a la mía—. Bueno, yo sólo quería marcar todas las casillas de mi experiencia de
vida, y tú parecías qué harías el trabajo.
Se me contrae el pecho. Me han clavado un gran cuchillo en la espalda,
llenándome los pulmones de sangre.
Las únicas palabras que puedo pronunciar entre dientes apretados son: —¿Es
cierto?
Ella asiente, mostrando los dientes con una sonrisa condescendiente.
—Lo admito, tenía mis dudas cuando me hizo la pregunta —Como para
restregármelo peor, como para echar gasolina sobre mis muñecas abiertas, hace
girar distraídamente el anillo en su dedo—. ¡Pero! Creo que has dejado más que
claro que Easton Sinclair es todo lo que necesito para mi futuro. Quiero decir,
prácticamente estamos hechos el uno para el otro. ¿No crees?
¿Está hablando en serio?
Me acerco a ella y frunzo las cejas en una V de enfado.
—Estás de broma. ¿Tu futuro son orgasmos falsos y gente que te trata como a
una muñeca inflable? Eso es una mierda, Sage. Esto es una mierda. Quieres
decirme que todos los guiones, todas las lágrimas, LA, todo eso fue, ¿qué? ¿Una
actuación? —Nunca había oído mi voz tan llena de intensidad emocional.
Podría sonar amenazador. Podría sonar divertido o sarcástico, claro. Pero esto
es diferente. Cada palabra se siente como hojas de afeitar contra las plantas de
mis pies, porque ella apenas se inmuta ante ellas.
Como si no le molestaran, como si no pudieran importarle menos.
—Te dije lo que necesitabas oír, Rook —Se ajusta la correa de su bolso de libros,
aburrida de esta conversación aparentemente—. Te di una chica que pensaste
que podías salvar. Y tú eras sólo el chico de la piscina del que quería algo sucio.
Yo sólo...
Ella se detiene, y que me jodan si pensaba que se iba a quebrar y retirar todo lo
que ha dicho.
Su risa resuena, pinchándome la piel como balas a corta distancia. Una tras
otra, recibo un impacto tras otro hasta que parezco un queso suizo.
De nuevo vacío y lleno de agujeros.
—No puedo creer que realmente cayeras en la trampa —Termina su risita,
secándose las lágrimas de alegría de debajo de los ojos.
Un nuevo odio fluye por mis venas como adrenalina, un apetito de venganza que
va en aumento. Creía que mi espíritu rencoroso había menguado desde que
estoy con ella, y esto no hace más que echar carne a las fieras hambrientas que
llevo dentro.
Es una mentirosa. Una zorra manipuladora. Una traidora.
El enemigo.
No hay nadie a quien odie más que a ella ahora mismo, y quiero que pague por
esto.
Quiero que le duela como a mí me duele.
Me chupo el labio inferior, sonriendo por la animosidad que llena mi cuerpo,
desbordándose en mí.
—Que sepas que cuando te quedes sola al final de esto, porque has utilizado a
todos los que te rodean, jodidamente te lo has hecho a ti misma. Nadie se
compadece de la zorra sin corazón.
Se burla y se aleja de mí para dirigirse al escenario.
—No necesito compasión, Pyro. Igual que no necesito esto.
—Llevas tanto tiempo jugando a este juego, Sage, que no sabes si estás jugando
tú o está jugando contigo —le digo, y ella solo me mira por encima del hombro
y sonríe.
—No te enfades porque esta vez te la hayan jugado a ti, Van Doren. Estoy segura
que lo superarás. Después de todo, mañana cantarán los pájaros.
Dejo que sus palabras se impregnen en mi piel. Dejo que alimenten mi odio
hacia ella, aunque el único culpable sea yo mismo.
Tendrá su merecido. Me aseguraré de ello.
Salgo de la escuela intentando arrancar las puertas de las bisagras. Sé
exactamente lo que voy a hacer, pero antes tengo que ocuparme de algo.
Acudo a la única persona que haría lo que le pido sin exigir respuestas.
Alguien que anhela el tipo de tormento demente que necesito en este momento.
Los puñetazos en las tripas de Alistair y los gruesos versículos bíblicos
impregnados de malicia de mi padre no van a frenar hoy mis ansias de dolor.
No será suficiente.
Necesito un poco para extraer este veneno.
Ahora.
Con el cuerpo temblando de tanto odio hacia mí mismo, subo a trompicones los
escalones de piedra hasta la puerta principal. La desgastada aldaba me mira
mientras golpeo con el puño, con urgencia en mis movimientos.
Mi cerebro grita, chilla y se ensaña con el puto órgano inútil de mi pecho.
Debería haber seguido muerto. No debería haber vuelto a latir después de todo
lo que había pasado. Sabía que no era así, veía cómo era el mundo y, sin
embargo, esperaba que Sage fuera diferente.
Que no fuera una mentirosa.
Empezó a bombear lodo negro por los conductos cuando me clavó las uñas, el
único líquido que quedaba llenaba mis venas, luchando por funcionar. Luchaba
por creer que podía volver a latir con normalidad, transportar sangre de verdad
en lugar de fluido tóxico.
La pesada puerta gime al abrirse y la luz del sol entra a raudales en la oscura
casa. Sus zapatos Oxford negros chasquean en el suelo mientras se apoya en el
marco y me mira con ojos apagados.
Tiene una voz llena de vida, ingenio sarcástico, bromas inteligentes e incluso
algo de humor, pero sus ojos te hacen saber que todo es una actuación.
Por dentro, es retorcido. No podría importarle menos.
No porque no quiera, sino porque físicamente no puede preocuparse por los
demás. No de la forma en que la gente normal lo hace.
Es leal, me entiende, pero no le importa.
Las emociones humanas son nulas para él.
Aunque Silas comprende las emociones, cómo funcionan y cómo afectan a los
demás, no disfruta con ellas.
Thatcher nunca pudo comprender el concepto de sentimientos porque no puede
sentirlos por sí mismo.
¿Cómo podría?
Sin embargo, Thatcher Pierson puede hacer por mí lo que nadie más haría.
Le miro, mis ojos ardientes se encuentran con los suyos helados.
—Necesito que hagas que duela.
Huida
Sage
La acidez estomacal brota de mi garganta y salpica el inodoro que tengo debajo.
Me agarro a lo que tengo a mi lado, intentando resistir el dolor.
Dentro de mí no queda nada que vomitar. Cada vez que mi pecho se agita, mis
órganos se tensan y se desplazan, expulsando sólo unos cuantos charcos de
bilis amarillo verdoso. Me había acomodado en el suelo de mi cuarto de baño,
tras salir de la escuela y venir directamente aquí, queriendo evitar el contacto
con toda vida humana.
Ningún maquillaje o mordacidad podía ocultar lo que ocurría en mi interior.
Había gastado toda mi energía manteniendo una cara seria con Rook,
manteniéndolo todo metido en lo más profundo, y ahora está forzando su camino
de vuelta hacia arriba.
Mi cuerpo me está castigando por lo que le había hecho.
Otra oleada de náuseas me golpea mientras cálidas lágrimas recorren mi rostro.
Lo único que veo son sus ojos.
Cómo se resquebrajaron y astillaron con tanto dolor y rencor. Fui testigo físico
de cómo quemaba en su cuerpo todos y cada uno de los sentimientos positivos
asociados a mí.
Todo lo bueno que tanto me había costado sacar a la superficie se desvanecía
con cada mentira que salía de mis labios. Con una conversación, me llevé lo que
teníamos y lo enterré a tres metros bajo tierra.
Ahora está muerto. Ahora estoy muerta.
Muerta para él.
Dejada para pudrirme con mi propio pesar y los bichos, sin lápida para marcar
mi tumba, porque sé que nunca volverá. No hay necesidad de que sepa dónde
me van a enterrar.
En ese momento, le demostré lo que siempre había creído que era cierto.
Esta vida no está destinada a tener nada más que desprecio y sufrimiento por
él.
—¿Está hecho?
Levanto los ojos pesados hacia la puerta, apenas le echo un vistazo antes de
intentar fingir que no existe. Espero que si ignoro a Easton el tiempo suficiente,
simplemente desaparezca de la faz de la tierra.
—Sí —Toso—. Ya puedes largarte de mi casa.
Sus pasos se acercan antes de sentir su presencia junto a mi cuerpo encorvado.
Con valentía, sus dedos me apartan unos mechones de cabello del rostro y me
los pasa por encima del hombro. No es que importe ahora, porque ya hay vómito
en ellos.
—¿Me estás mintiendo, Sage? —ronronea suavemente, con voz tranquilizadora,
pero su mano es todo lo contrario. Me toca la nuca con avidez, me agarra un
puñado de cabello y me echa la cabeza hacia atrás para que le mire—. Por tu
bien, será mejor que no me estés mintiendo.
—¡Quítame las manos de encima! —grito, empujando mis manos
profundamente en su pecho. Cae de su posición en cuclillas directamente a su
culo, una extraña sonrisa en su cara todo el tiempo—. Te dije que lo había hecho.
Está hecho, bastardo engreído.
—Tsk, tsk —chasquea, negando con la cabeza—. Hasta ahora nuestra relación
me había parecido bastante vainilla. Creo que esto realmente va a condimentar
las cosas para nosotros en el futuro, cariño.
—Me das asco —le escupo con cara de disgusto.
Una nueva oleada de emociones burbujea en mi interior y deseo
desesperadamente hacerme un ovillo en el suelo y llorar.
Pero no le daré eso a Easton. Se está preparando para quitarme todo lo que soy;
no le daré el placer de ver cómo me rompo más de lo que ya lo he hecho.
¿De verdad había pensado que podría romper con todo esto? ¿Irme y obtener
realmente a Rook? ¿Realmente había permitido que el amor me hiciera tan
ingenua de nuevo?
—¿Sabes lo que me pone enfermo? —Se levanta del suelo y se limpia los
pantalones—. Saber que dejaste que ese maldito delincuente te tocara. Te hace
parecer patética. Deberías estar agradecida de que aún esté de acuerdo en
casarme contigo. Cuando podría fácilmente tomar a Ro...
—Ni se te ocurra, imbécil —le advierto, igualando su postura. Es curioso cómo,
aunque es más alto, su síndrome de polla pequeña hace que parezca que estoy
mirándolo hacia abajo—. Teníamos un trato y cumplí mi parte.
Unos días después de la fiesta rave, Easton me había robado el teléfono.
Imagíname descubriendo que el psicópata se había colado en mi casa mientras
dormía para hacerlo. Según él, estaba siendo un novio considerado y tomando
medidas.
No le fue difícil encontrar los mensajes entre Rook y yo o averiguar de quién
eran.
Cuando se enfrentó a mí al respecto, pensé, qué perfecto. ¿No es estúpido? Pensé
que esto significaba que podría mandarlo a la mierda antes de lo que esperaba.
Que Rook y yo estaríamos juntos públicamente antes de la graduación.
Corrí antes de poder andar. Me emocioné demasiado por el tiempo que nos
esperaba en lugar de centrarme en lo que teníamos delante.
No pueden obligarnos a Rose o a mí a hacer esto. Es ilegal, y ya tenemos
dieciocho años. Podríamos irnos y nunca mirar atrás. Silas lo haría por ella en
un santiamén, y yo había depositado toda mi confianza en Rook.
Que él estaría allí. Que cuando se lo dijera, se negaría a dejarme. Lucharía por
mí.
Easton asiente, frotándose la barbilla con la mano mientras mira a su alrededor.
—Sólo tengo que saber; ¿realmente pensaste que podrías salirte con la tuya?
¿Que no descubriría que te lo estabas follando?
—Lo descubriste porque estás loco y me robaste el teléfono —Le empujo y me
dirijo a mi desastre de habitación, buscando en el suelo de ropa una cosa en
particular—. No te atribuyas el mérito de haberlo descubierto tú solo. No eres
tan listo.
Quiero irme. Quiero que esta conversación termine para hacer la maleta e irme
a la casa del lago. Quedarme allí unos días y fingir que todo va bien.
Si me esforzaba lo suficiente, podía cerrar los ojos, hundirme más en su
sudadera con capucha y sentir que estaba allí.
Yo sólo... yo sólo...
Ojalá supiera que la última vez que lo toqué fue la última.
Que el lunes después de la fiesta rave, cuando me metió en la parte de atrás del
auto en el estacionamiento del instituto, fue la última vez que lo sentiría contra
mí. Sus caderas entre mis piernas, el humo de su porro y nuestra respiración
agitada empañando las ventanillas.
Me agarro el corazón, me meto la mano en la camisa, intentando reconfortar el
órgano que llevo dentro. El agua ya me llegaba al pecho, esperando hambrienta
a que se rompiera la presa para hundirme del todo. Llevaba todo el día luchando,
luchando por mantener la cabeza por encima de las olas, pero estoy tan cansada
de luchar.
El dolor de recordar era la presa, y acababa de romperse.
Aún puedo sentir sus dedos recorriendo mi clavícula mientras su oreja
descansaba sobre mi pecho. Su cabello largo me hacía cosquillas, pero no me
importaba. Me gustaba el calor que sentía al apretarlo contra mí, aunque estaba
pegajoso por el sudor que ambos habíamos producido.
—¿De qué es esta cicatriz? —Su tono perezoso rozó mi piel como terciopelo, las
yemas de sus dedos rozando la piel levantada.
Le conté que de niña me caí de un carrusel y que después mi madre dejó de
dejarme jugar en el parque. Temía que me hiciera daño permanente en el rostro,
y Dios no quiera que no tuviera un aspecto perfecto.
—Rosie cree que me dirá quién es mi alma gemela —terminé—. Creo que sólo me
lo dice para hacerme sentir mejor al respecto.
—¿Por qué piensa eso?
—Silas tiene una cicatriz en su dedo meñique exactamente en el mismo lugar que
su marca de nacimiento. Marcas del alma. Así las llama ella —Mis manos
rastrillaron su cabello, revolviendo algunos mechones, y presioné mis uñas contra
su cuero cabelludo, sabiendo cuánto le gustaba.
Se movió de repente, echándose un poco hacia atrás para que hubiera algo de
espacio entre nosotros. Con movimientos deliberados, giró el extremo encendido
del porro hacia él y me lo acercó a la boca para que pudiera inhalar.
Llené mis pulmones y, cuando terminé, clavó la punta en su piel. El chisporroteo
de la piel hizo temblar mi columna vertebral. Aunque estaba drogada, sabía que
lo que hacía era real.
Jesús, ni siquiera se inmutó. Apenas se movió.
Mis ojos se abrieron brevemente.
—¿Qué mierda estás haciendo? —maldije, arrebatándole la muñeca para apartar
el calor de su cuerpo, asombrada de que una persona pudiera soportar tanto dolor
tan bruscamente. Ni siquiera lo pensó; simplemente lo hizo.
Le quedó una fea quemadura carmesí, justo encima de la clavícula. La enrojecida
marca estaba cubierta de ceniza del humo, y yo sabía que tenía que dolerle, pero
él no reaccionó.
No dejaba de mirarme fijamente, con los ojos ardiendo a través del humo.
—Demostrando que Rose tenía razón.
No hay número de respiraciones profundas que me calme. El agua corre
demasiado alto, demasiado rápido. Estoy acabada.
Busco frenéticamente la sudadera con capucha, pensando que si pudiera olerle,
tan solo una breve respiración, podría aliviar el dolor que siento en el pecho.
Tengo la sensación de que tengo la piel abierta, las terminaciones nerviosas
expuestas al oxígeno.
Nadie te dice lo dolorosos que pueden ser los ataques de pánico.
Me rasco el cuello, sintiendo lo ardiente que está. Me paso la mano por la cicatriz
del cuello, sabiendo que nunca podré volver a mirarla igual en el espejo.
—¿Me has oído? —dice Easton con urgencia, agarrándome del antebrazo sólo
para que intente zafarme de su agarre.
—Deja de tocarme, Sinclair. Te lo dije, hice lo que me pediste. Ahora déjame en
paz.
—Fáltame al respeto todo lo que quieras, Sage —Me agarra con fuerza,
estrechándome contra su cuerpo, haciendo que mi pánico aumente—. En unos
meses, no importará, porque voy a ser tu dueño. Voy a convertirte en un bonito
trofeo, una esposa sumisa, y no me importa si tengo que romper esa boca de
zorra para hacerlo.
De su boca sale saliva que me salpica el rostro. Aprieto los dientes, lo miro y
lucho contra su agarre, pero él solo me aprieta más.
Un gemido intenta salir de mis labios ante el creciente dolor de la presión.
—Será un frío día en el infierno cuando me rompas, pero por todos los medios,
hazlo lo mejor que puedas —grito, luchando por mantener mi fachada con todo
lo que está pasando.
Con el corazón dolorido, la ira desatada y la sensación de asfixia, voy a perder
la cabeza.
—Que Dios te ayude si no le rompiste el corazón, y me refiero a demolérselo
hasta que no quede nada —Easton presiona su frente agresivamente contra la
mía, golpeando nuestros rostros con dureza—. Me aseguraré de que mi padre
cuide de Rose. No le costaría nada tirar de una cuerdecita y puf —Mueve los
dedos de su mano libre—, ella se ha ido. Borrada de la existencia, para no volver
a saber de ella.
Me trago la bilis, sabiendo que esa es la razón exacta por la que acepté hacer
esto en primer lugar. No estoy segura de sí Easton está mintiendo, pero ¿estaría
dispuesta a apostar la vida de Rose por ello?
No puedo. No cuando sé cuánto dinero gana Stephen Sinclair. No cuando sé lo
poderoso que es. No puedo arriesgarme. No puedo arriesgarme a que salga
herida o peor, a que muera por mi egoísmo.
Había sido egoísta toda mi vida.
Es mejor para todos si me callo y hago lo que me dicen. La vida de Rook sería
más fácil, y Rose sería feliz.
Eso es lo que importa.
—No tienes las bolas —siseo.
—Pruébame, perra.
Sin pensármelo dos veces, le doy con la palma de la mano en la mejilla, tan
fuerte que le hago girar la cabeza en dirección contraria.
—No importa lo que me hagas, Easton —Me río en su cara, como hice hoy con
Rook, pero esta vez, lo hago en serio. Quiero decir esta risa amarga y ácida que
brota de mí como veneno—. No importa cuánto dinero de papá tengas o su
control. Nunca serás Rook. Nunca me tendrás como él me tuvo. Ni siquiera
cerca. Así que adelante, rómpeme, porque te abriré las venas mientras lo
intentas.
Mi pecho sube y baja, tomando aire y soltándolo más rápido a medida que pasan
los segundos. Easton ha cambiado, yo he cambiado. Aunque desde que nos
conocimos siempre sentí que llevaba esa oscuridad dentro, antes había sido un
ser humano decente.
El instituto, las expectativas, su padre. Lo convirtieron en algo totalmente
distinto.
A mí me hizo exactamente lo mismo.
Somos iguales, Easton y yo.
Seres humanos intrigantes, falsos, llenos de ego y sin consideración por los
demás.
Tal vez era el destino que hubiéramos acabado aquí juntos.
Me lo esperaba. Sinceramente, lo esperaba.
Le había llevado demasiado lejos, pero aun así, trago saliva cuando le veo
levantar el brazo, dispuesto a golpearme.
Mi cuerpo se tensa, se pone rígido para prepararse para el golpe, pero no llega.
En su lugar, oigo abrirse la puerta y la voz de mi padre.
—Sage, ¿dónde están las llaves de tu auto...? —Se detiene—. ¿Interrumpo algo?
Easton se aclara la garganta, bajando el brazo. —No, señor.
Me retiro de su espacio ahora que mi padre está aquí, envolviéndome en mis
brazos.
—¿Por qué necesitas mis llaves?
Suspira y se pasa una mano por la cara.
—Tengo que ir a Portland, y tu madre quiere el auto con ella. Al parecer, alguien
ha prendido fuego a la casa del lago. Los bomberos están esperando a que llegue
para presentar un informe policial. Quien lo haya hecho obviamente quería que
supiéramos que no fue un accidente.
Y es entonces cuando todo se desmorona de verdad. Cuando toda mi alma se
derrumba en el suelo delante de mí.
Dejo que las lágrimas caigan libremente. Dejo que pasen por mis conductos y
cubran mis mejillas con su calor.
Ni siquiera podía dejarme tener esto.
Le había roto, así que me lo quitó todo. Me dejó sin nada.
La casa del lago era mía antes de ser nuestra. Si alguien merecía quemarla,
debería haber sido yo.
Sé que no tengo derecho a estar enfadada. Le dije cosas horribles; le dije lo que
tenía que decirle para que me creyera y no intentara volver.
Pero pensé... pensé que podría conservar la casa del lago. Podría usarla como
una cápsula del tiempo de nosotros, ir allí cuando necesitara recordar lo que se
sentía estar con él.
Y ahora ni siquiera puedo hacerlo.
No me queda nada.
Lo que había quedado de nosotros había sido incendiado dentro de esa casa.
Le odio por hacer eso, por tomar lo que éramos y hacer que dejara de existir.
Quemar todas las pruebas, todas las risas, todos los recuerdos.
Como si nunca hubieran ocurrido.
Le odio por esto.
Le odio.
Jodidamente le odio.
Pero no tanto como él me odia a mí.
Acto II
El ascenso de un dios del fuego
No sólo tiene ganas de fuego.
Es fuego.
Él es la llama, el mechero, la quemadura.
Como el dios egipcio Ra, engloba todo lo cálido.
Es mi dios del fuego y vivo para arder por él.
Ruido blanco
Sage
—Abre.
Saco la lengua y le muestro a la enfermera el interior de la boca, pasando la
lengua de izquierda a derecha, de arriba abajo. Me ilumina con el pequeño
bolígrafo y asiente con la cabeza cuando está satisfecha.
Después de tres semanas dentro de la Institución de Salud Mental Monarch,
dejé de rechazar la medicación.
Los efectos secundarios, pérdida de apetito, fatiga constante, migrañas, son
mejores que la alternativa.
Todo el mundo tiene una imagen de lo que cree que es un psiquiátrico. La
cultura pop y las películas han dado una imagen bastante condenatoria. El
estigma que rodea a estos lugares es bastante horrible. Quiero decir, todo el
mundo y su madre vieron la segunda temporada de American Horror Story.
Estoy segura que hay centros que se centran en ayudar a los pacientes, tratar
sus problemas y darles esperanzas de rehabilitación y una eventual reinserción
en el mundo real.
Pero esto es Ponderosa Springs.
Y esta es mi vida, y siempre que el destino pueda arrojarme a los lobos, lo hará.
Este lugar es todo lo que tus pesadillas más locas podrían conjurar.
Una prisión cerrada con habitaciones acolchadas y sin pomos.
Te dicen cuando llegas, queriendo o en mi caso sin querer, que todo lo que hacen
es para ayudarte.
Que las correas que me sujetaban en la camilla cuando llegué eran para
protegerme. Su trabajo es mantenerme a salvo con sus batas blancas de
laboratorio y sus portapapeles.
Incluso cuando te niegas a tomar la medicación y te llevan a rastras al
confinamiento solitario, donde tres hombres te sujetan y te inyectan
antipsicóticos. Incluso cuando te tienen allí tres días sin decir una palabra.
Te sentarán en sus sofás de plástico y te dirán que este psiquiátrico, este lugar,
se construyó para ayudarte. Todo esto es por tu propio bien.
Todo el tiempo te preguntan una y otra vez, una y otra vez, ¿por qué intentaste
suicidarte? ¿Tienes ganas de hacerte daño ahora? ¿Estás segura? ¿Estás
absolutamente segura que no tienes malos pensamientos?
Que Dios te ayude si dices que sí; incluso cuando me admitieron por primera
vez, sabía que no debía decir que sí a esas preguntas.
Por desgracia, los médicos y las enfermeras tienen razón.
Están ahí para mantenernos a salvo y seguros.
No para tratarnos realmente nuestra salud mental subyacente ni para hacer
nada que realmente requiera que se esfuercen por mejorar nuestras vidas.
Un cuervo surca el cielo matutino, las nubes grisáceas se enredan en sus alas
mientras se acerca en picado a los árboles. Me empieza a gotear la nariz por el
aire que me pellizca la piel. Aquí, enero siempre es el más frío.
Más allá de las puertas de acero que mantienen el recinto seguro, hay un río
que se puede ver desde el jardín. Bueno, es más bien maleza muerta y fuentes
rotas, pero seguro que en algún momento hubo flores plantadas aquí en alguna
parte.
—Tienes visita esperándote en el comedor —Una de las enfermeras del turno de
día, Shonda creo que se llama, se inclina sobre mí donde estoy sentada en el
suelo húmedo.
El frío rocío se adhiere a mi uniforme azul descolorido, pero disfruto de la
sensación. Dentro no se siente nada. Ni siquiera la temperatura. Todo es
intermedio y adormecedor.
Por unos momentos por la mañana, me siento aquí fuera y realmente me siento
como un ser humano. Escucho el graznido de los cuervos, el lento murmullo del
río y el aullido del viento que hace gemir a los árboles.
Dentro de esos muros, no hay días malos ni días buenos.
Sólo días.
Sin propósito.
El tiempo es irrelevante. Es un borrón o una pista de carreras. Nunca sé cuándo
duermo o cuándo estoy despierta. Lo peor es que cuando estoy despierta, lo
único que quiero es dormir.
Si mi yo del último año pudiera ver la persona que soy ahora, se desmayaría.
Uñas mordidas, bolsas moradas permanentes bajo mis ojos.
Ya no soy quien solía ser y, sinceramente, nunca descubrí quién quería ser. Así
que eso me deja cementada en el limbo.
Perdida.
Olvidada.
Todo sentido del yo se ha evaporado.
Me he convertido en una especie de pozo hueco. Las únicas monedas que caen
dentro son píldoras que resuenan entre las paredes de mi núcleo, recordándome
que lo único que me llena es el vacío.
—¿Visitas? ¿Para mí?
Llevaba aquí ocho meses. Doscientos cuarenta y tres días. Treinta y cuatro
semanas. Y cinco mil ochocientas cuarenta horas.
Nunca ha venido a visitarme ni un alma.
Ni mi ex prometido arreglado, ni mis amigos maniquíes, mi padre seguro que no
había cruzado esas puertas, y mi madre, bueno, lo último que supe es que
estaba comprometida con alguien con más dinero y una pequeña esperanza de
vida.
Nadie se preocupó lo suficiente como para pasar a ver cómo estaba. Una vez que
me metieron en este lugar, tiraron la llave.
Después de lo que había descubierto, por lo que sé ahora, me había preparado
mentalmente para pasar aquí toda mi vida. No me dejarán salir, e incluso si
salgo, me matarán antes de tener la oportunidad de hacer algo con mi vida.
La triste verdad es que me parece bien.
Mientras estoy aquí dentro, al menos puedo convencerme de que Rose está viva.
La muerte se había colado en nuestras vidas y había roto el vínculo que nos
unía.
Un segundo era una gemela y al siguiente, ya no.
Nadie te prepara para eso. Para lo que se siente cuando muere la otra mitad de
tu alma. Cuando la persona con la que viniste a este mundo se va antes que tú.
Es difícil de explicar, pero es como si hubiera un teléfono sonando
constantemente dentro de mi pecho sin nadie que atienda la otra línea.
Lo único que me queda es la culpa. Es lo que me atormenta por las noches,
manteniendo mi insomnio.
Culpa incesante por estar viva mientras ella se pudre bajo tierra.
Me sirven avena fría todas las mañanas, juego a las damas conmigo misma,
mientras los gusanos consumen lo que queda de su cadáver.
—Sage, ¿hola? Sage, ¿te encuentras bien? —La enfermera chasquea los dedos
delante de mí—. Dije que sí, tienes visitas. Tu padre y su amigo. Te han traído
el desayuno. Deberías estar emocionada.
¿Mi padre? ¿Y su amigo?
Es casi una contradicción.
Mi padre no tiene amigos y sabe que no debe visitarme. Aunque quisiera, sabe
que lo apuñalaría.
Fue lo último que le prometí. Lo último que le prometí a Rose aunque no hubiera
estado viva para oírlo.
Si alguna vez me dieran la oportunidad, no dudaría en acabar con su vida, y
sería brutal.
He tenido mucho tiempo para pensar cómo lo haría. Esos pensamientos son lo
único que me produce verdadera alegría.
Pensando en su mirada, suplicando por su vida mientras le presiono el cuchillo
en la garganta. Daría cualquier cosa por ver cómo se desvanece la luz de sus
ojos mientras mis manos le aprietan la garganta.
Hay millones de maneras de hacerlo y reducirlas es prácticamente imposible.
Ninguna de ellas me parece correcta: la muerte me parece una recompensa
demasiado grande por lo que le hizo a Rosie.
Aunque nuestro acceso a Internet aquí está restringido, podemos leer, y yo había
hecho todo lo posible por utilizar la biblioteca de las instalaciones para averiguar
cuál es la forma más lenta de matar a alguien. La más dolorosa, la más gráfica,
la más agresiva.
Por muy oscuro o retorcido que fuera, nada de eso parecía ser la respuesta a lo
que había hecho. Incluso ser comido vivo por los perros parecía demasiado
humano.
—¿Segura que es mi padre y no te has confundido?
—Sólo hay un alcalde de Ponderosa Springs, y su cara está pegada en una valla
publicitaria en el centro. No hay forma de confundirlo con tu familia. ¿No
deberías estar emocionada?
¿Por ver al hombre que mandó matar a mí hermana?
—Contentísima —digo sarcásticamente.
Me lleva de vuelta al interior y mi uniforme azul desgastado me roza los muslos
mientras recorremos el aburrido pasillo.
Aquí siempre huele a esterilizador, a toallitas con alcohol y guantes de látex. Me
enfada que, de todas las cosas, sea a lo único a lo que no me acostumbro.
El vestíbulo es ruidoso hoy, algo caótico para un lugar destinado a promover la
tranquilidad.
Casi todos mis compañeros pacientes son más peligrosos para sí mismos que
para los demás. Esta noción de que la enfermedad mental es una señal de
advertencia de comportamiento psicótico fue un mito desmentido hace años. Leí
sobre ello cuando entré aquí por primera vez. He leído sobre muchas cosas que
nunca pensé que leería desde que dejé el mundo exterior.
Sin embargo, hay veces en que algunas sacudidas o alucinaciones se nos van
de las manos. Por lo general, siempre que una persona tiene un mal día, eso
desencadena a todos los que están a su alrededor.
Oigo a Harry Hallmark dentro de su habitación, cantando Humpty Dumpty
repetidamente. Se llamaba así por la misma razón por la que las mujeres lloran
en el sofá en Navidad: le encantan las películas de Hallmark.
Un paciente aporrea la puerta exigiendo una ducha; otro se pelea con una
enfermera porque la CIA le vigila a través de las radios, radios rotas que ni
siquiera tienen antenas.
Reagan, en el 3B, está tranquila esta mañana, durmiendo por los sedantes que
le dieron anoche. Algunas personas nunca aprenden, y ella es una de ellas. Lleva
aquí más tiempo que yo, pero cada noche oigo sus gritos.
Escalofriantes.
Hacen que me duelan los dientes.
Doy vueltas en mi estado de insomnio, tapándome los oídos con la endeble
sábana mientras espero a que llegue la enfermera del turno de noche y la deje
inconsciente con la medicación.
Es el peor efecto secundario de los medicamentos.
El insomnio.
Las pesadillas.
Estar despierto oyendo los llantos, los gritos, y sabiendo que no pertenezco a
este lugar.
Llegamos al comedor, donde el olor a canela sale de la cocina.
Las mesas circulares, la decoración en escala de grises y un señor mayor cuya
silla de ruedas está situada junto a la única ventana.
Se llama Eddison y tiene esquizofrenia.
No se había tratado hasta bien entrada la treintena, y ahora lo tienen tan dopado
que su cerebro ni siquiera puede formar frases completas. Hay raras ocasiones
en las que no parece diferente de mí, pero la mayor parte del tiempo permanece
en silencio, atrapado en su cabeza.
A veces, me gusta pensar que está mejor ahí dentro, que es feliz y no está
encerrado en un centro, pero sé que no es la verdad.
Hablé con él una vez, y en esa única conversación juré que no volvería a decir
esquizofrénico nunca más, aunque fuera en broma.
—Pip.
El trauma clava sus garras en mi corazón.
Con mis ataques de pánico rutinarios, es una zambullida gradual en diferentes
masas de agua. A veces es un lago; otras, el océano. Últimamente, es más a
menudo un lodo negro que me absorbe, devorándome miembro a miembro hasta
que desaparezco.
Esto es cualquier cosa menos gradual.
Siento sus manos pegajosas sobre mí, justo antes de que me empuje
completamente bajo la superficie. La brusca agua que inhalan mis pulmones me
pilla por sorpresa, tanto que mis ojos empiezan a llorar.
Sentados uno junto al otro, al otro lado de la habitación, están dos de los
hombres que más odio en este mundo.
Dos caras que no quería volver a ver, dos caras que quiero borrar de la faz de
este puto planeta.
Me da rabia que incluso puedan respirar oxígeno ahora mismo.
Uno de ellos se levanta y se acerca un poco más, de modo que cuando extiende
la mano hacia delante, su dedo índice con el anillo de graduación hace girar un
mechón de mi cabello a su alrededor.
—¿Qué te has hecho en el cabello, Pip? —Su cara está llena de pena, y sé que
es porque realmente le importa. Recuerdo lo mucho que le gustaba mi cabello.
—Robé unas tijeras para vendajes de un carrito médico y me lo corté antes que
la enfermera me sedara —digo, con la mirada perdida—. Y si no me quitas la
mano de encima, te arrancaré el dedo de un mordisco.
Cain McKay era lo que algunos podrían considerar un tipo honorable. En su
tiempo fue agente de un pequeño pueblo, Ponderosa Springs, y había ascendido
hasta llegar al FBI. Todo el mundo aquí no podía estar más orgulloso, sin
embargo, el día que partió para el entrenamiento había sido como despertar de
una pesadilla de tres años.
Un sueño lúcido que no controlaba. Era plenamente consciente de que estaba
atrapada en él y no podía hacer nada para despertarme.
—Te has hecho más grande —murmura, haciéndome sentir viscosa por dentro.
Probablemente piense que estoy bromeando sobre arrancarle el dedo con los
dientes. Lo que no sabe es que esa no sería la mayor locura que he visto por
aquí. Sería otro día en el psiquiátrico del Monarch.
Me acaricio la mejilla con la lengua y me doy cuenta que los años han empezado
a envejecer su cara. La mayoría de las mujeres que no lo conocen lo
considerarían guapo con su camisa abotonada, su corbata bien anudada y sus
pantalones de vestir.
La mayoría de las mujeres no saben que no le gustan las mujeres ni los
hombres.
Prefiere a las niñas sobre las que tiene poder. Las que no se lo dirían a nadie,
las que no podrían.
Niñas que tienen todas las de perder.
—¿De cuando tenía trece años? —Cruzo los brazos delante del pecho, queriendo
escudarme. Antes era demasiado joven para enfrentarme a él, tenía demasiado
miedo, pero ahora no tengo nada que perder—. Sí, fue más o menos cuando
dejaste de venir a mi habitación, ¿no? Pensé que te habías aburrido, pero es
porque llegué a la pubertad, ¿no?
Observo cómo cambia su cara, cómo hace un momento estaba sereno y parecía
un familiar que venía a verme. Veo cómo la suciedad y las arañas que supuran
bajo su piel empiezan a salir.
El número de veces que había pensado en el momento de pura alegría que me
recorrería mientras lo castraban públicamente era infinito.
La máscara que llevaba era la que menos me gustaba.
Uno de los protectores, el guardián, el que se supone que te mantiene a salvo
del monstruo de debajo de la cama.
Sin embargo, el único hombre del saco al que me enfrenté en la vida fue él.
—¿Así es como va a ser? ¿Después de todo lo que he hecho? Me querías tanto
cuando eras pequeña.
Inclino la cabeza. —¿Esperabas que fuera diferente?
—Sage, puedes sentarte, por favor. Cain ha conducido mucho y tenemos mucho
de qué hablar.
Mi padre habla por primera vez desde que llegaron, ignorando mi anuncio de los
avances sexuales de Cain hacia mí. Pero no se inmuta, ¿por qué iba a hacerlo?
Uno, probablemente ya lo sabía.
Dos, había vendido a su hija como esclava sexual sin pestañear.
Tres, no le importa.
Tiene el mismo aspecto que el día que me llevaron. Ni un ápice de culpa o
remordimiento ha afectado a su capacidad de sonreír para la gente de Ponderosa
Springs.
Apuesto a que incluso lo utiliza en su beneficio.
Apuesto a que el acto de “pobre de mí” le está haciendo ganar toneladas de
simpatía. El hombre que había perdido a su mujer por una aventura, el padre
que había perdido a una hija por muerte y a la otra por un defecto mental.
Qué jodidamente triste.
—No me voy a sentar —Le miro fijamente, mirándole realmente a los ojos para
que pueda ver el reflejo de lo que ha hecho. Quiero que lo sienta, que vea lo que
sus acciones han causado—. ¿Qué quieres?
No soy estúpida, él no vino aquí a ver cómo estaba. Él es la razón por la que
estoy encerrada aquí en primer lugar. La razón por la que nunca saldré.
Tampoco porque esté enferma o necesite ayuda. Me metió aquí para que me
callara y no pudiera contarle a nadie lo que había descubierto.
Lo que sé que hizo.
Frank Donahue me había pintado como la hija loca que perdió la cabeza tras la
muerte accidental de su hermana gemela.
Aunque me dejaran salir, nadie creería una palabra de lo que dijera, y eso es
exactamente lo que él quiere.
—Por favor.
Escalofríos decoran mi espina dorsal, pequeñas protuberancias de irritación a
lo largo de mi piel.
—¿Por favor? —Escupo—. Debería darte una patada en las bolas ahora mismo
por pensar siquiera que puedes decir esa palabra cerca de mí. ¿Por favor? No
mereces pedir nada.
—Siempre tuviste un don para el drama, incluso de niña —murmura Cain
mientras pasa junto a mí, volviendo a su asiento junto a mi donante de
esperma—. Siéntate. Es por tu propio bien.
Una cosa que este lugar me ha enseñado o, bueno, lo que he aprendido es que
ya no me importa una mierda. No me importa lo que la gente piense de mí, cómo
me ven los demás o lo que se espera de mí. No me importa nadie más que yo
misma.
Así que no me importa mostrar mi enfado o mi disgusto cuando se trata de estos
dos. No hay cámaras para las que actuar, y aunque las hubiera, haría lo mismo.
Golpeo la mesa con las manos, echando humo bajo mi fría apariencia. Me
asombra las agallas que tienen. El hombre que abusó de mí cuando era niña y
el que mandó matar a mi gemela para saldar su deuda, ¿cómo pueden pensar
que haría algo por ellos? No tienen nada que sostener sobre mi cabeza, nada
con lo que sobornarme.
Mis dientes empiezan a rechinar mientras escupo: —O me dicen qué es lo que
han venido a buscar o los mato a los dos a puñaladas con un tenedor de plástico.
No estoy jugando. No estoy inventando.
Mi padre me mira los brazos extendidos. Cohibida, miro también hacia abajo
para asegurarme de que mi horrible sudadera naranja con cremallera las cubre.
Entonces pienso: ¿por qué tengo que ocultar las cicatrices que me ha hecho?
Rosemary murió el veintinueve de abril y, casi un mes después, me ingresaron
en Monarch tras sufrir un “brote psicótico”.
A todo el mundo le dijeron que se debía a la pérdida de Rose y al abrupto divorcio
de mis padres. Había sido demasiado para una chica de dieciocho años, y el
pueblo pensó que por fin me había vuelto loca.
Lo que había ocurrido en realidad era algo mucho más siniestro. Había entrado
inocentemente en el despacho de mi padre con la intención de imprimir un
trabajo para el colegio. Algo que había hecho millones de veces antes, esperando
ver la misma imagen ampliada de nuestro retrato familiar en el monitor.
Pero aquella vez fue diferente.
Cuando me conecté al ordenador, apareció un vídeo, ya a medio reproducir, y
recuerdo que pensé que parecía una película de Jason Statham.
Mi padre estaba atado a una silla, con el cabello revuelto y la ropa sucia,
mientras Greg West, un profesor de Hollow Heights, le interrogaba por el dinero
que debía a su jefe. Dinero que había pedido prestado a una red de prostitución,
y ahora, les faltaba producto.
Y cuando no hubo posibilidad de pago, le dio a mi padre una opción.
—Te mueres, o vendes a una de tus hijas como forma de pago.
Quería sorprenderme, pero no lo había hecho. Sabía que mi padre era capaz de
cosas corruptas. Dispuesto a hacer lo que fuera para mantener las apariencias.
Para mantenerse en la cima.
Con facilidad, eligió a Rose.
Como si ella no fuera un ser humano, su propia carne y sangre, como si ella
fuera sólo un nombre.
Ojalá me hubiera elegido a mí.
Mi hermana había sido asesinada para saldar la deuda de mi padre, y nunca
antes había sentido una ira tan amarga en la boca.
Represalia. Venganza. El hambre de hacerle pagar.
Haría cualquier cosa por hacerlo.
—Necesitamos un favor, Sage —dice Frank suavemente como si las palabras
suaves me hicieran perdonarle.
Me burlo. —Vete a la mierda.
—Quería ser civilizado con esto, Pip. Recuérdalo —Cain junta las manos con
calma—. Tu padre te lo está pidiendo amablemente. Yo no. Vas a cooperar con
nosotros, o te enviaré a algún sitio mucho peor que una institución mental.
Pip.
Odio ese nombre.
—¿Cómo dónde, una red de tráfico sexual? —Me río, sin necesidad de ocultarle
a ninguno de los dos que lo sé—. Sabes, ni siquiera me sorprende que estés
involucrado en esto, Cain —Me inclino más hacia él, el olor de su aftershave me
da náuseas. Es el mismo que se pegó a mis sábanas en la casa del lago—. ¿Les
compras niñas? ¿Hay algún vídeo tuyo chantajeándote por ahí también? ¿Es así
como tienen al agente malo del FBI en el bolsillo?
Unos ojos como pozos se clavan en los míos, su mandíbula se tensa y su
compostura se desvanece lentamente.
—Nunca te hice daño. Te quería, Sage.
—¿Es esa la clase de mentira enfermiza que te dices a ti mismo? ¿Es así como
eres capaz de mirarte al espejo?
Se me retuercen las tripas, totalmente perpleja ante lo jodida de la cabeza que
debe estar una persona para justificar lo que hizo.
—Independientemente de lo que pasó en el pasado, nos ayudarás, o estarás
deseando haberlo hecho. Hay gente ahí fuera capaz de cosas mucho peores que
yo, créeme —Su voz es desdeñosa, algo que probablemente utiliza con los
criminales a diario. Cree que podrá asustarme para que le ayude.
—Vete —Le fulmino con la mirada—. No hay nada que pueda hacer para
ayudarte y nada que puedas decir que cambie mi...
—Rook Van Doren.
Un bolígrafo cae en una esquina de la habitación.
Y me atraganto con todo lo que quería decir antes de este momento.
Mi agitación se convierte en combustible por su recuerdo.
Estar atrapada entre paredes acolchadas sin nada de tu vida pasada significa
que tu mente es tu mejor amiga y, para mí, mi peor enemiga.
Lo siento como una quemadura de tercer grado en todo el cuerpo. Mi piel se
ampolla al recordarlo. Mis huesos carbonizados traquetean al convertirse de
nuevo en ceniza.
Su nombre, un pensamiento de su cara, una pesadilla, me empuja a un
incinerador cada vez.
Lo peor es que es el único alivio al escozor.
La llama y el extintor.
—¿Qué voy a saber yo de un Hollow Boy? —Me interesa, pero me lo guardo para
mí.
—Easton tuvo la amabilidad de informarnos sobre tu... relación con él el año
pasado. Sabemos que estabas involucrada.
Maldito imbécil.
—Aunque lo estuviera —Meto las manos en el bolsillo de la chaqueta—, no veo
qué tiene que ver con ustedes dos o con sus jodidas vidas.
Si se enteraron de lo de Rook, tendría que jugar inteligentemente. No pueden
descubrir lo mucho que me preocupaba por él. Lo usarían como ventaja, y él es
lo último que tienen.
Es lo último que tengo en consideración.
—Ciertos miembros del Halo...
—¿El Halo? Estás de broma, ¿verdad? ¿Has llamado Halo a una organización de
tráfico sexual? —El asombro se dibuja en mi rostro, pero ninguno de los dos
pestañea.
Todas esas chicas desaparecidas, sus vidas acabadas por dinero, y no hay nadie
buscándolas, mientras estos bastardos se pasean llamándolo Halo como si fuera
un negocio más.
—El nombre es trivial, Sage. Han desaparecido miembros. Uno de ellos acaba
de aparecer muerto —Se aclara la garganta, empujando una carpeta crema
hacia mí para que la mire—. Greg West, su cuerpo completamente desmembrado
y empapado en lejía, abandonado en el mismo lugar donde se encontró el
cadáver de tu hermana. Quien lo haya hecho está intentando enviar un mensaje.
Tardo unos instantes en escuchar realmente lo que intenta decirme.
Estoy confundida por qué esto tiene algo que ver conmigo, por qué me están
diciendo esto. Una parte de mí se alegra que esté muerto, es lo menos que se
merece.
Abro la carpeta, estremeciéndome un poco al ver las fotos. Uno cree que está lo
bastante insensibilizado como para que la muerte no le moleste hasta que ves
de lo que son capaces ciertas personas.
El cuerpo de Greg está en el suelo de madera podrida, perfectamente colocado
a pesar de que sus miembros no están unidos a su torso. Piernas, brazos,
muslos, cabeza, todo está cortado en secciones.
Me estremezco al ver los ojos, que no son más que cuencas vacías con manchas
de color rojo oscuro, completamente arrancados.
Más que el espantoso estado del cuerpo, me doy cuenta de lo metódico que es
todo.
Está cortado de forma prístina, no parecen cortados con un hacha. Parecen casi
quirúrgicos. Y no hay sangre; el cuerpo es casi blanco.
Se tomaron su tiempo y sabían lo que hacían, menos el traumatismo en los ojos,
que parece hecho con agresividad.
Es entonces cuando todo encaja.
Desvío la mirada hacia mi padre.
—Lo descubrieron, ¿no?
No dice nada, sólo me mira fijamente con ojos que se agrandan de miedo. Cuanto
más se agrandan, más se parecen a una fruta madura.
La lengua me hormiguea de expectación y mi cuerpo es incapaz de contener la
sonrisa que se dibuja en mis labios.
Apuesto a que ha pasado cada segundo mirando por encima del hombro. El
corazón le late con fuerza, las manos le sudan de anticipación. La espera le está
matando, preguntándose constantemente cuándo van a sacar su libra de carne
de su cuerpo.
No hay nada más agradable que ver a un hombre que siempre pensó que era un
lobo convertirse en el cordero asustado y asustadizo del prado.
Los lobos de verdad vienen por él ahora.
—Oh, sí que estás jodido —añado, riendo casi con alegría.
—Sí, creemos que tus amigos se han enterado de la organización y eso nos ha
planteado un problema —Cain parece querer empezar a discutir la logística de
lo que necesita de mí, pero no le dejo llegar tan lejos.
—No —Sacudo la cabeza, riendo—. Descubrieron lo que le hiciste a Rose. Ahora
no puedo hacer nada para ayudarlos. Silas Hawthorne no es sólo un novio con
el corazón roto. Masacrará a cualquiera que haya tenido una fracción de
participación, y sus amigos estarán justo detrás de él —Me paso la lengua por
el labio inferior y miro a mi padre—. Mataste a la gemela equivocada, papá.
Una llamarada de esperanza se enciende en mi estómago, al saber que aunque
no pueda hacer nada dentro de este lugar, hay alguien ahí fuera haciendo
justicia por mi hermana.
Silas lo sabía. Conocía a Rosie, y ella no habría tenido una sobredosis, y ahora
podía probarlo.
—Nadie habría pestañeado si me hubieras elegido a mí. Easton habría estado
casado con Rose. Aún habrías recibido tu dinero de los Sinclair. Mamá no te
habría abandonado. Nunca habrías estado en esta situación si me hubieras
elegido a mí —continúo, con la rabia en mi voz aumentando.
En la boca del estómago se me acumulan los celos, la envidia de no poder
ayudarles a darle su merecido.
Que no puedo ser yo quien acabe con el hombre que me había dado la vida.
—Ahora tienes sabuesos del infierno viniendo por tu garganta, papá. Y no se van
a detener, hagas lo que hagas —Miro a Cain, haciéndole entender mi punto—.
No hasta que todos los que lastimaron a Rose estén muertos.
Ambos me miran fijamente, uno asustado por la muerte que sabe que le llegará
pronto y el otro con recelo, sin saber si mis palabras son verdaderas o estoy
jugando.
—Buena suerte —termino, retirándome de la mesa para pedirle a la enfermera
que me lleve a mi habitación por hoy. No hay nada más que decir.
—No tan rápido, Sage —habla Cain—. No matarán a nadie más. Porque vas a
ayudarnos a ponerlos entre rejas.
Niego con la cabeza. —Oh, ¿tú crees?
Deben ser jodidamente estúpidos para pensar que yo ayudaría a detenerlos.
Están haciendo el trabajo que me gustaría estar haciendo.
—Si quieres salir de aquí, entonces vas a volver a Hollow Heights y trabajar para
nosotros. Vas a conseguir que confíen en ti y descubrir su plan. Nos
proporcionarás las pruebas que necesitamos para condenarlos, y luego habrás
terminado. Eres libre de hacer lo que quieras con tu vida. Aquí podemos
ayudarnos mutuamente —me ofrece, sobornándome con una libertad que ya no
quiero.
—No te ayudaré. He aceptado mi destino de quedarme aquí.
La presión es excesiva. Se levanta bruscamente, la silla chirría y las enfermeras
le miran con extrañeza. Intenta sonreírles, pero está demasiado molesto para
hacer control de daños.
Camina hacia mí, rodea mi cuerpo con sus brazos y me atrae hacia su pecho,
un abrazo unilateral que me hace querer vomitar sobre su camisa.
—Entonces te sacaremos y te pondré en subasta —dice con tono grave y
peligroso—. En cualquier caso, cooperarás. Ayúdanos en nuestra investigación
o te venderé muy barata a los que no les importa el aspecto de las chicas. A los
que sólo les importa la tortura. La elección es tuya.
Esto podría ser.
Mi camino para vengar a Rose.
Todo lo que tengo que hacer es actuar, fingir, engañarles para que crean que
estoy cooperando.
Cuando en realidad, tengo la oportunidad de trabajar con cuatro personas igual
de resentidas. Tengo la oportunidad de ayudarles, de ayudar a Rosie.
El único problema es...
—No va a confiar en mí. Nunca va a confiar en mí.
—Eres una chica lista, Sage. Lo vas a resolver.
Diez de espadas
Rook
La paciencia nunca ha sido mi virtud.
Nunca he tenido activamente una virtud, si he de ser sincero. Me relaciono más
con el lado opuesto que incluye cosas como la lujuria, la ira y el orgullo.
La espera es algo que detesto. Soy un animal que funciona por instinto y
adrenalina. Alguien que no se detiene a pensar en la acción, sólo funciona con
el impulso primario de destruir cosas.
Sin embargo, mi primer semestre en la universidad me ha enseñado menos
sobre ecuaciones químicas y más sobre que, a la hora de planear una cadena
de asesinatos y asaltos, esperar es la clave.
Especialmente ahora.
Todos sabíamos que una vez que esto empezara, no habría forma de parar hasta
que cada una de las personas involucradas en la muerte de Rosie se desangrara
o se hiciera pedazos. También sabíamos el peligro, las consecuencias que eso
conllevaba.
El FBI ha estado husmeando mucho últimamente, haciendo preguntas,
reuniendo información. Aún no han entrevistado ni detenido a ninguno de
nosotros, pero no somos estúpidos. Sabemos lo que este pueblo piensa de
nosotros, y ante la pregunta: “¿Quién crees que es capaz de asesinar?” la
respuesta de todos seríamos nosotros. Es la reputación que nos hemos forjado
a lo largo de los años lo que nos ayuda y nos perjudica.
Incluso con el aumento de la concienciación policial, sigue sin importarme.
Durante casi un año, había visto cómo mi mejor amigo se parecía cada vez más
a un cadáver. Para empezar, Silas nunca fue muy animado, pero todos sabíamos
que había algo dentro de él, más de lo que aparentaba.
Ahora, todo ha desaparecido.
Arrancado directamente de su alma y triturado en una batidora.
Me muerdo el interior de la mejilla en carne viva, intentando no recordar cómo
fueron aquellos primeros meses. Aquellos en los que se negaba a salir de su
habitación y yo me pasaba días enteros tirado en el suelo frente a su puerta.
Cuando oía llorar a su madre, aterrorizada de perder a su hijo mayor por
suicidio, porque la luz que llevaba dentro había muerto.
Ni siquiera tuve tiempo de llorar a Rose.
No de la forma que yo quería.
Estaba tan ocupado intentando mantener a Silas con vida que no había
aceptado del todo el hecho de que se había ido. Que se la habían arrebatado,
tanto a él como a mí. A todos nosotros.
No había nadie más que me llamara RVD ni nadie a quien pudiera despeinar.
Perdí a una hermana pequeña y a un hermano el día que ella murió.
Me invade la rabia, incluso más que al principio, porque sé quién está implicado,
de quién es la culpa.
Cuando Alistair nos contó lo que había en el video que encontró con Briar, quise
actuar de inmediato. Quería filetear a Greg West como a un pez y convertirlo en
comida para perros, y luego tomarme un día para pensar en la forma más
dolorosa de torturar a alguien antes de probar las teorías con Frank Donahue.
Me atormenta, para siempre, la forma tan fácil en que eligió a Rose. Cómo tan
egoístamente fue capaz de elegir entre dos seres humanos que había creado, a
los que había visto crecer.
Greg recibió su merecido. Había admitido ser quien le inyectó las drogas que le
causaron la reacción alérgica. Él había sido el causante de su muerte, y lo
habíamos manejado en consecuencia.
Pero Frank, sigue ahí fuera, respirando.
Caminando, sonriendo, actuando como si sus acciones no hubieran matado a
su hija. Él es la razón por la que toda esta gente tiene que morir.
Mis manos empiezan a crisparse por tentaciones irracionales. Si no tengo
cuidado, dejaré que mi rabia supure tanto que yo mismo me cargaré a Frank, y
sé que aún no puedo hacerlo.
Como dijo Alistair, tenemos que ser pacientes para estar seguros.
Hubo momentos en los que quise decirle que se lo metiera por su culo
controlador, sólo porque no me importaba mi propia seguridad. La cárcel no me
asusta, ¿qué podrían hacerme que no me hubieran hecho ya aquí?
Pero los chicos.
No quiero eso para ellos.
Así que guardo paciencia por ellos.
Siempre por ellos.
Me inclino hacia delante, agarro la manguera que hay sobre la mesa y me meto
la punta en la boca.
Estoy en Vervain, un bar de narguile 9 en West Trinity Falls que es tan sórdido
como el pueblo en el que se encuentra. No hay nadie que odie Ponderosa Springs
más que los pueblerinos de Wasteland. Algo que tenemos en común.
9 Hookah es el nombre con el que se conoce en inglés a un dispositivo usado para fumar tabaco. En español se emplea con más frecuencia
el término “narguile”. También se le llama cachimbo o shisha, aunque la forma original en árabe es huqqa.
Doy una calada larga y constante al narguile, sintiendo cómo el humo se
apodera de mis pulmones. Al exhalar, una densa nube de humo sale de mis
labios y le doy otra calada antes de volver a dejar la manguera en la mesa.
Para empezar, habría preferido nacer en este lado de las vías.
Aquí es comer o ser comido, manadas de perros salvajes luchando por las
sobras, sangrando por una oportunidad de una vida mejor. Así se forja el
carácter, así se elimina a los débiles.
Me crie entre los ricos, donde era corromperse o ser corrompido.
Pero Vervain, es la encarnación de West Trinity.
Es sucio, crudo y me da un respiro del dolor de cabeza que supone el maldito
prestigio constante. La limpieza cegadora y la estética de moda.
Música sale de los viejos altavoces, una combinación de lánzate por un barranco
y rap.
Justo lo que me gusta.
A través de la bruma de humo con aroma a Fumari Ambrosia, vislumbro a mi
camarera.
Me reclino en la cabina, hundiéndome más en el asiento y apoyando los brazos
en el respaldo. La sigo con los ojos entrecerrados mientras se mueve entre las
mesas y hombres que le doblan la edad le miran el culo.
La sangre corre hacia el sur y mi mandíbula se tensa.
Su rostro queda oculto por la iluminación oscura, pero de vez en cuando se
cruza con un poco de luz tenue que deja al descubierto el color de su cabello.
No es natural, lo sé porque se desvanece justo antes de que se lo retoquen,
dejando al descubierto sus raíces.
Pero esta noche, está recién teñido del color del champán y el cobre, llamas
rubias fresa que caen en cascada por su espalda, balanceándose mientras
camina y gira.
No hay una sola característica que me haya llamado la atención de esta chica.
Creo que ni siquiera he leído la etiqueta con su nombre. No sé el color de sus
ojos o si le faltan dientes. Nada de eso importa.
Todo lo que necesito es el cabello.
La cremallera se me clava en la polla con tanta agresividad que resulta doloroso.
Palpita, retorciéndome las tripas mientras suplica que la libere. Me duelen las
bolas de la pesadez, mi erección es tan dura que haría llorar a algunos hombres.
Hace meses que no me doy el placer de liberarme.
Mi polla no había estado dentro del cuerpo o la boca de nadie. Apenas había
tocado mi propia mano.
Si algo hizo mi padre en esta vida fue inculcarme la necesidad de tener
repercusiones.
Disciplina.
Sanciones para cuando hagas cosas fuera de lugar.
Me golpea y predica las escrituras por lo que le hice a mi madre.
Y hago esto como una forma de castigarme por Sage y en lo que me permití
convertirme con ella. Me había permitido creer que el mundo no era un lugar
cruel, que no era un maldito pozo negro.
Me lo merezco por creer en ella.
Así que, aquí, en el rincón oscuro de este bar sombrío y lleno de humo, observo
a esta camarera de cabello rubio fresa y pienso en Sage.
El único lugar donde me permito pensar en ella.
Cómo se sentía contra mi cuerpo, pequeña y cálida. Cómo se sentía mi polla en
el interior de sus mejillas huecas y dentro de sus paredes apretadas. Pensé en
su olor en mi ropa después, azucarado como un caramelo.
Dulce como el sirope.
Siempre hablaba de cómo sentía que se ahogaba constantemente.
Ahora soy yo quien la empuja bajo la superficie de mi memoria.
Lo bloqueo cuando estoy con los chicos, cuando planeamos un homicidio o nos
escabullimos por el campus. Dejo esta forma de tortura para cuando estoy solo.
Vengo aquí, sabiendo que la pelirroja va a estar trabajando, y la observo desde
las sombras como una especie de depredador. Me empujo a mí mismo al borde
de la locura hasta que estoy tan excitado que apenas puedo respirar, y me siento
allí en ese sufrimiento, hasta que creo que he tenido suficiente. Hasta que mi
cuerpo deja de jugar a mis enfermizos juegos mentales.
—No se puede fumar hierba aquí —dice, con los brazos cruzados mientras se
balancea incómoda como si lo último que quisiera fuera decirme lo que tengo
que hacer. Hace un gesto hacia el narguile, que normalmente es sólo tabaco
aromatizado, pero yo le he puesto lechuga del diablo 10.
Al parecer, se habían cansado de que incumpliera las normas y enviaron al
cordero a la boca del lobo.
Me inclino hacia delante, levantando una ceja hacia ella, ofreciéndole un
desafío.
—Mh, vas a detenerme —Dejo caer mis ojos a su pecho—, ¿Emma?
Mi castigo se arruina ahora que tengo que mirar algo más que su cabello.
Aunque su rostro es bonito, no es lo que necesito ni lo que quiero.
10 Cannabis
Mantenemos contacto visual directo durante unos dos segundos, y pienso que
podría encontrarse con mi confrontación. Me pregunto si me reprochará que la
mire constantemente. Si me dirá que en secreto le gusta.
En lugar de eso, hace lo que hacen todos. Retrocede, apartando la mirada de
mí.
—Yo... yo...
—Escúpelo —le exijo.
—Lo siento. Mi jefe odia el olor. No me importa, es ge-genial —Tartamudea sobre
sus palabras como si la respuesta fuera la diferencia entre la vida y la muerte.
—Dile a tu jefe que si tiene algún problema, puede hablarlo conmigo la próxima
vez, ¿ok?
Me pongo en pie, busco dinero en el bolsillo de atrás y tiro cincuenta sobre la
mesa para su propina.
Esto no es más que un brutal recordatorio de lo jodidamente vacío y aburrido
que me ha dejado este último año.
No puedo conservar nada. Parece que nunca puedo retener a la gente que me
importa. Cada vez que dejo entrar a las mujeres, o mueren o me joden. Nunca
lo volveré a hacer.
Rose siendo asesinada. El desastre con Sage. Matar a esos tipos.
No sé si soy sólo yo, pero cuanta más sangre derramamos, más vacío me siento.
No porque me importe, sino porque aún no ha desaparecido el dolor de perder
a Rose.
Cada vez que miro a Silas, es otro golpe en las tripas.
Está muerta y no va a volver, no importa cuántas gargantas o cuerpos cortemos.
Y odio admitir cuánto duele esa mierda.
Era demasiado buena para este mundo, demasiado pura, y la vida se la tragó
con sus desagradables dientes podridos.
Necesito hierba más fuerte.
Necesito otra cosa que me saque de mis casillas.
Para olvidar.
Atravieso las otras mesas y el humo, salgo por la puerta principal y me
encuentro con una lluvia fría que cae a cántaros.
—Jodidamente fantástico —maldigo, sabiendo que la lluvia se sentirá como
balas en mi cuerpo cuando esté de camino a casa, incluso a través de mi ropa.
Me subo la capucha a la cabeza y empiezo a correr por la calle hasta donde he
aparcado. Subo a la acera y miro a mi izquierda solo un instante antes de
empezar a caminar en dirección contraria.
Mi cuerpo choca con otro, mi atención atraída hacia la persona con la que he
chocado porque no estaba prestando atención.
—Mierda —gruño, mirando hacia abajo para ver que algunas de sus cosas se
han caído de su bolso.
La hierba me hace reír un poco mientras me agacho para ayudarla. Soy lo
bastante amable para ser educado, pero capaz de asesinar a la gente.
Qué ironía.
Extiendo los dedos para agarrar unos cuantos objetos al azar: un rapstick11,
Advil y una piedra de color rojo.
Pero ella me detiene, sus botas marrones mojadas chasquean mientras levanta
la mano hacia mí, pidiéndome en silencio que detenga mis acciones.
11 Instrumento musical.
—¿Hasta dónde estás dispuesto a viajar en la oscuridad antes de ver que no
queda nada bueno allí?
Retrocedo, con las cejas fruncidas. —¿Eh?
—El diablo —dice un poco más alto, recogiendo tres cartas que se habían caído
de entre sus pertenencias sobre el cemento mojado—. Has permitido que el
mundo sentara la maldad sobre tus hombros, cariño, convirtiéndote en esta
imagen porque es lo que querían, pero ¿es eso lo que realmente quieres? ¿Es eso
lo que eres?
Sostiene una carta decorada en dorado y negro, cuya imagen central representa
a un hombre con cuernos sobre un trono en ruinas.
La confusión se apodera de mi mente hasta que mis ojos ven la tienda de la que
había salido. El letrero de neón dice Trinity Spiritually. Lecturas de manos, tarot,
necesidades espirituales.
Devuelvo la mirada a su cabello rubio y rizado que se desprende de su gorro y a
sus ingeniosos ojos que parecen saber exactamente cómo voy a reaccionar ante
lo que me ha dicho.
—No voy a pagar por una lectura psíquica —murmuro, recogiendo el resto de
sus pertenencias antes de dar un paso atrás, dispuesto a dejar en paz a esa
loca.
—No puedo evitar a quién o de quién hablan las cartas. No te preguntan, te
advierten.
¿Tengo un cartel en la frente que dice que fuerces tu religión y espiritualidad?
—Bueno, puedes decirles que no me interesa nada de lo que tengan que decir.
Tal vez deberías guardarte estas cosas para ti de ahora en adelante, ¿sí?
No debería estar entreteniéndome con esto. No quiero hacerlo.
La miro fijamente. Con el chal ceñido a los hombros, se mantiene impasible bajo
la lluvia.
—Chico testarudo —Arquea una ceja—. Te digo que la gran sacerdotisa —da un
golpecito a la carta del centro—, viene por ti. No puedes huir mucho antes de
encontrarte de frente con tu pasado. Tendrás que enfrentarte a ella, a ese dolor,
a esa angustia. Pronto. Encubrirlo sólo es enterrarte más en tu tumba.
Enfrentarte a ella puede darte la redención que necesitas.
¿Cómo demonios he acabado aquí? ¿Por qué demonios atraigo mierda como
esta?
Me arde el estómago de irritación.
Ya oigo hablar bastante de estas cosas en casa, sólo que en un formato
diferente.
Espiritualidad, religión. Todo es lo mismo con sus profecías autocumplidas. No
se utiliza para el bien o para ayudar a la gente, sólo para controlar las mentes,
para mantener a la gente a raya.
Se creó para asustar a la gente y obligarla a seguir unas normas que no
acatarían si no temieran a un gran hombre en el cielo.
¿Viene por ti? Me estás tomando el pelo.
—He terminado con esto —Me alejo de sus ojos, colocando las manos sobre mi
moto y echando la pierna por encima del asiento.
Al parecer, no le ha llegado el memorándum, porque me sigue, caminando a mi
lado.
—No quiero tus tonterías de bruja. No me lo creo —digo con un poco más de
fuerza para que quede claro. Me pongo el casco de un tirón, jugueteando con las
correas.
—Y no estoy mintiendo —Con un movimiento tranquilo, extiende hacia mí la
última tarjeta junto con una tarjeta de presentación, dejando caer ambas sobre
mi regazo.
—Diez de espadas, chico. Si no te replanteas el camino que llevas, prepárate
para un final doloroso. Uno lleno de pérdidas, traiciones... será brutal y
desagradable. No saldrás de esta. Tómate esto con precaución, y si alguna vez
te curas de lo que te hizo la religión, pásate por aquí y deja que te lea la palma
de la mano. Tengo la sensación de que tienes una gran historia que contar.
Luego se va, como si no acabara de soltarme una sarta de estupideces
psicológicas, alejándose bajo la lluvia, con el chasquido de sus botas al
desaparecer.
Miro mi regazo.
El rectángulo blanco lleva impreso su nombre y un número de teléfono.
Bliss St. James.
Y la de al lado tiene el mismo patrón de negro y dorado que las otras cartas.
En ésta, un hombre se encuentra boca abajo en la tierra, con múltiples espadas
atravesándole la espalda y hundiéndole aún más en el suelo. Tiene los brazos
extendidos para pedir una ayuda que no parece llegar.
El viento se levanta y la lluvia empieza a caer con más fuerza. Escalofríos me
recorren los brazos ante el agua amarga que empapa mi ropa.
Rápidamente racionalizo que la única forma en que ella sabía lo que siento por
la religión era por mi lenguaje corporal. La gente como ella es buena leyendo ese
tipo de cosas, captando los pequeños detalles. Así es como consiguen timar a
sus clientes.
Pues no me lo creo.
Arrojo ambas cartas al suelo sin ningún miramiento, dejando que el agua las
absorba hasta convertirlas en un desastre empapado.
Giro rápidamente la llave de la moto y dejo que el motor retumbe entre mis
muslos. La potencia que me recorre mientras retumba me calienta el cuerpo.
Me bajo la pantalla del casco sobre la cara, oscureciendo más la zona que me
rodea.
A la mierda la intervención divina. No necesito redención.
Si Dios tiene un problema conmigo, sabe dónde venir a buscarme.
Hasta entonces, seguiré arrancando cabezas hasta que todos los asesinos de
Rose ardan vivos en el Infierno.
Tu pasado te llama
Sage
Universidad de Hollow Heights.
Invita al éxito.
La universidad de todas las universidades.
Si asistes y te gradúas aquí, no hay trabajo que no consigas. No importa si tus
competidores son graduados de Harvard, siempre conseguirás el puesto antes
que ellos.
Porque aquí, se trata de legado. Se trata de dinero.
El mero hecho de entrar significa que vales más que la mayoría.
Es una universidad infame a la que la gente sueña con asistir toda su vida y el
único lugar en el que nunca quise acabar.
Había olvidado lo bien que difuminaba las líneas de lo distinguido y lo macabro.
El enorme campus es un revoltijo de torres y edificios, todos aislados y plagados
de pinos verde oscuro. La niebla parece ser un miembro más de la universidad,
siempre revoloteando cerca, merodeando por encima.
Es extraño llevar mi ropa habitual, una que me queda un poco más holgada
debido al peso que había perdido. Sin embargo, casi desnuda envuelta en ropas
que encajan con la imagen de una chica que solía ser una abeja reina y ahora
es sólo una historia de fantasmas. Me araña la piel en lugares extraños, con una
sensación muy diferente a la de los uniformes que me habían exigido llevar
antes. Mis zapatos chasquean debajo de mí, haciéndome daño en los oídos
mientras recorro los pasillos en busca de mi primera clase.
La cabeza me da vueltas ante los altos techos y la arquitectura gótica, recubierta
de motivos arremolinados que enmarcan oscuras vidrieras que rompen la poca
luz que se cuela en el interior.
Odio estar aquí.
Pero no estoy nerviosa.
Tengo un trabajo que hacer. Tengo un plan, un papel que representar.
No se trata de los deberes ni de recibir una educación; se trata de joder a los
idiotas que me dejaron salir de mi prisión psiquiátrica. Me impulsa la imagen
de la muerte de mi padre, ver cómo se le va toda la vida de los ojos mientras lo
miro fijamente en su tumba.
Es lo último que puedo hacer por Rose. Lo único bueno que puedo hacer por
ella, y es lo menos que se merece.
Después de todo lo que le hice pasar en vida, al menos puedo asegurarme de
que su asesino sea llevado ante la justicia. No importa cuán sangrienta sea.
Su muerte, ese hospital psiquiátrico, me cambió.
Solía mirarme en el espejo y ver a una chica esperando a desplegar sus alas.
Esperando a vivir su verdad.
Ahora no veo nada.
Sólo una cáscara de persona.
No tengo ni idea de quién soy. De lo que me gusta, de lo que me hace feliz. Sólo
respiro, moviéndome a través de las fases de la vida como una pequeña
ondulación en un estanque. Insignificante.
Mis sueños se habían desvanecido tan rápido que empecé a preguntarme si
habían existido.
Estoy perdida y me conformo con esa sensación.
—Esta es su primera clase del día. Si necesitas ayuda con el horario o tienes
algún problema para encontrar algo, pasa por mi despacho, ¿bien?
Mi consejero escolar, Conner Godfrey, es agradable. Había pasado la mayor
parte de nuestro tiempo juntos ignorándolo, pero es agradable, no obstante.
—Gracias —Le dedico una pequeña sonrisa antes de que desaparezca por los
pasillos.
Miro las placas que hay junto a cada puerta y leo debajo el número de aula y el
nombre del profesor. Echo un vistazo a mi horario, respiro hondo y me detengo
frente al aula veinticuatro.
Latín Uno es mi primera clase del día. Por suerte, no necesito empezar en el
primer semestre debido a los créditos universitarios que había adquirido en el
instituto. Podría volver al semestre de primavera de mi primer año junto con
todos los demás estudiantes que regresan.
La blusa blanca con cuello parece apretarme la garganta, y ya me estoy
arrepintiendo de la decisión de ponerme esta falda negra. El aire se siente
demasiado cerca de mis muslos desnudos, y siento demasiado frío, incluso con
la americana roja cubriéndome los hombros.
Respiro hondo, lo justo para prepararme para las miradas que voy a recibir.
Sage Donahue ha vuelto, y si antes pensaban que era mala, se van a llevar un
duro despertar.
¿Porque ahora? Me importa una mierda.
Abro la puerta y mis zapatos llenan el silencio que se ha apoderado de la clase.
Siento que todos me miran, la mayoría alumnos con los que me gradué, pero
también algunas caras nuevas.
Esos son los que susurran y hacen preguntas, preguntándose qué hay en mí
que aparentemente había congelado a toda una clase.
Incluso la profesora, que se supone que debe mantener la profesionalidad, ha
dejado de hacer lo que estaba haciendo para mirarme fijamente. Dejo que todos
se queden boquiabiertos, que saquen las conclusiones que quieran, que
construyan historias en su cabeza sobre dónde he estado y qué ha pasado.
Puedo garantizar que nada de lo que formulen sus cerebros de guisante será
peor que la verdad.
—Srta. Donahue —Nuestra profesora se aclara la garganta—. Por favor, tome
asiento, y absténgase de llegar tarde la próxima vez para no perturbar nuestra
lección.
Esto parece traer a todos de vuelta a la tierra, recordándoles dónde estamos y
qué es lo que están haciendo.
Vuelven a sus conversaciones y sus ojos se posan en sus mesas. Aprovecho este
momento para buscar un asiento en la sala, buscando entre las filas de sillas
ocupadas una sola vacía. Preferiblemente una apartada del resto.
En lugar de eso, me encuentro con unos ojos a media asta y ardientes.
Los que no me dejan dormir.
Sabía que lo vería. Sabía que mi trabajo era ponerme en su camino, y pensé que
estaría preparada para ello.
Pensé que me había preparado para ver cómo se vería, para ver lo que los
últimos meses le habían hecho. Había pasado por tantas situaciones en mi
cabeza, pero no hay nada que realmente podría prepararme para Rook.
Nunca lo había habido.
El tiempo había sido bueno con él.
Antes era delgado, pero ahora es mucho más grande. Su pecho es más ancho,
estirando el material de su manga larga negra. Los brazos, bien cubiertos de
tela, parecen más gruesos, y ha añadido tatuajes en las manos a su lista de
autodecoración.
Me da un espasmo en el pecho al ver cómo se le revuelve el cabello, ese estilo
que sólo él sabe llevar. La luz capta el pequeño piercing plateado que le atraviesa
la ceja, creando una hendidura en el pelo.
Está drogado, me doy cuenta por la lentitud con la que me mira. No con interés
o lujuria, sino con asco. Odio.
Ni siquiera la hierba puede suavizar lo que siente por mí.
Y eso es lo que hace que esto duela.
No es ver su cara o que había cambiado.
Es verlo mirarme con tanta animosidad que puedo sentir físicamente cómo me
toca la piel. Revivo de nuevo aquella ruptura, sufro la angustia de volver a
romper su confianza.
Sé lo que está pensando, cómo desearía no haberme conocido nunca, no haberse
permitido hacer lo que hicimos. El dolor que me recorre es casi insoportable
porque sé que, por mucho que me odie, se odia más a sí mismo por confiar en
mí. Y yo nunca quise eso para él.
Inconscientemente, me llevo la mano a la clavícula, frotándome la cicatriz que
tengo debajo de la ropa. Lo había hecho tantas veces para reconfortarme,
intentando ver si podía evocar buenos recuerdos y sentimientos tocando la
marca que ahora compartimos.
Me mira durante un segundo y, cuando vuelve a levantar la vista, lo siento como
una bofetada.
Está alarmantemente vacía, sin ningún sentimiento hacia mí. Ya ni siquiera
detecto desagrado u odio en su interior. Ha perdido toda emoción hacia mí, y
eso es lo que más duele. Saber que no siente absolutamente nada hacia mí.
El Rook que una vez conocí.
El que tan desesperadamente había querido retenerme.
El chico que pensé que podría amarme...
Se ha ido.
La lluvia caía del cielo con fuerza, a cántaros. La vi caer desde mi lugar en el patio
cubierto de Thatcher. Los relámpagos iluminaron las nubes durante un segundo
singular, mostrando el fascinante jardín de esculturas justo más allá de la
piscina, antes que la oscuridad volviera a apoderarse de todo.
Cerré los ojos justo cuando el trueno sacudía la tierra, dejándome sucumbir al
suave repiqueteo.
—Vamos, dulce niño. Vamos a bailar.
Miré la lluvia torrencial y luego a mi madre. Sus ojos se arrugaban en las
comisuras, como siempre que sonreía. Unas oscuras ondas de cabello castaño le
caían por encima de los hombros, rozándole la parte baja de la espalda.
Hoy no quería bailar.
Estaba triste y lo único que quería era quedarme dentro, lejos del resto del mundo.
—Pero mamá, está lloviendo —murmuro.
Se puso en cuclillas, bajando hasta mi altura. Me colocó un mechón de cabello
detrás de la oreja y me frotó la mejilla con la palma de la mano. Me daba sueño
cuando hacía eso porque era lo que hacía todas las noches justo antes de dormir.
—Hoy has tenido un día duro, ¿no?
Asentí con la cabeza.
Los niños de la iglesia habían sido muy malos hoy. Se habían puesto todos a mí
alrededor, gritando cosas desagradables sobre mi marca de nacimiento,
metiéndose conmigo porque era diferente a ellos. Si hubiera sabido que iban a ser
tan crueles, no habría compartido nada en la escuela dominical.
Me habría quedado callado.
—La lluvia lavará todo eso. Toda la tristeza y el dolor se deslizarán por tus
hombros, limpiándote por completo. El mejor momento para bailar es bajo la
lluvia.
—Papá dice que sólo necesito endurecerme.
Se echó a reír. —Tu padre debe de haber olvidado lo que era que se metieran con
él, porque te voy a contar un secreto, dulce niño. Tu padre no siempre fue tan duro.
Antes era un niño, como tú, y llevaba unas gafas de las que los niños se burlaban.
Sólo porque era diferente. Pero eso es lo que me gustaba de él, lo que me gusta de
ti. Ser diferente significa que a veces te sentirás solo. Pero cuando encuentres a
las personas que aceptan esas diferencias, estarán contigo toda la vida.
Y luego bailamos bajo la lluvia.
Dejamos que la lluvia se derramara sobre nuestra piel, y recuerdo que me sentí
como si estuviera nadando en lugar de bajo un aguacero. No entré hasta que me
calé hasta los huesos.
Sentí muchas cosas cuando murió mi madre.
Pero soledad no era una de ellas.
Porque los tenía, y desde el momento en que nos conocimos, sentí que me
comprendían. Nunca tuve que dar explicaciones para encajar; simplemente me
entendían. Me aceptaban. Con cicatrices, traumas y todo. Y como dijo mi madre,
estarían conmigo toda la vida.
—¿Cuánto tiempo12? —Alistair pregunta mientras camina hacia el patio, con
Thatcher y Silas cerca.
—Nueve pulgadas —Me quito el cigarrillo de los labios—. Eso es estando duro.
¿Necesitas saber las medidas cuando está blando también?
Pone los ojos en blanco, me quita el cigarrillo de la mano y da una larga calada
antes de volver a hablar.
—¿Cuánto tiempo has estado follando con Sage?
Dejo caer la cabeza contra la pared, sabiendo que esta conversación tenía que
producirse. Sé que es hora de decírselo, pero no sé por dónde empezar.
Rook
Sabía que no estaba bien.
Lo sabía mucho antes de este momento.
Lo supe mucho antes que me dijera que intentó besar a Sage en medio de una
alucinación.
Sabía que no estaba bien y no hice nada porque le veía tomar su medicación. Lo
veía tomarla y confiaba en que hicieran su trabajo. Para protegerle de las voces
de las que yo no podía protegerle.
Pero estuvo tomando putas vitaminas durante quién sabe cuánto tiempo. No
podía entender por qué haría algo tan imprudente. Por qué se arriesgaría a caer
en su enfermedad aún más, además del duelo por Rose. Pensé que había hecho
lo suficiente, leído lo suficiente al respecto. Pensé que estaba preparado para
este posible resultado que venía con la esquizofrenia.
No lo estaba.
—Silas...
—¡Cállate de una puta vez! Cállate —oigo gritar a mi amigo—. Sé lo que hiciste.
Ellos lo saben. Nosotros lo sabemos. Y tengo que hacer algo al respecto. Si lo
hago, la recuperaré, ¿entiendes? Puedo recuperarla.
Está de espaldas a mí, pero puedo ver a Frank tendido en el suelo del salón, con
sangre goteándole de la frente. Levanta las manos casi en posición de rezo.
—Se ha ido —Su voz tiembla—. Siento lo que hice, pero ella se ha ido. Matarme
no hará nada.
Equivocado.
Matarlo alimentará al sabueso infernal de nuestras almas. Frank lleva el
presagio de la muerte como una colonia espesa. Su tiempo ha terminado. Ha
corrompido y engañado a suficientes personas, y es hora que los portadores de
la muerte cumplan su propósito.
Pero no será el final, ¿verdad?
No puede ser.
No podemos entregar esta información al FBI o a la policía como habíamos
planeado en un principio. No cuando sabíamos que Cain estaba sucio; no
tenemos ni idea de cuántos de ellos estaban implicados en el Halo. Sería un
error acudir a ellos.
Sin embargo, eso planteó la cuestión de qué hacemos con las chicas
desaparecidas.
Podíamos vivir nuestras vidas con las manos empapadas de sangre, con el hedor
de la muerte adherido a nuestras almas para siempre. Era una decisión que
todos habíamos asumido, pero ¿podíamos mirar hacia otro lado a sabiendas de
que más niñas eran secuestradas y vendidas como esclavas sexuales?
No puedo hablar por todos, pero sé cuál es mi respuesta.
—No, no —murmura Silas, el arma temblando en sus manos—. Lo sé, sé lo que
hizo. Sé lo que hice. Sí, sé lo que tengo que hacer, sólo... —Se lleva las manos a
la cabeza—. Quédate en silencio. Cállate.
Es como si mantuviera una conversación con varias personas y no supiera a
quién responder primero. Todas sus palabras se mezclan y todo lo que dice no
tiene sentido. Está atrapado en una guerra dentro de su propia mente, y no
tengo ni idea de cómo ayudarle en esta batalla.
No hay espada. Ni escudo. Ni arma.
No tengo nada.
—Silas —digo con calma, dando un paso más en el espacio, Thatcher cerca
detrás de mí—. Sólo soy yo, hombre.
Odio tratarlo como a un animal salvaje porque no lo es. Sólo está atrapado y no
puede ver una salida.
Sólo necesita ayuda.
De repente, se da la vuelta, me mira fijamente, pero parece que no me está
viendo.
—Rook —expresa—, no me dejaron esperar. No podía esperar más. Se nos
acababa el tiempo.
Asiento con la cabeza.
—No pasa nada. No tenemos que esperar. Tú no tienes que esperar.
Me acerco más a él, necesitando quitarle el arma de la mano. Me había parado
frente a múltiples objetivos mientras Silas disparaba a objetos a mí alrededor.
Nunca dudaría de su puntería, y no voy a negarle la muerte de Frank, pero tengo
miedo de lo que hará cuando termine de dispararle.
—Déjanos ayudarte, ¿ok? Para eso estamos aquí. Estamos aquí para
ayudar —Trato de mantener mi voz nivelada, a pesar de mis nervios.
Sigo caminando hasta que estoy justo delante de él, sólo concentrándome en él.
Nunca he estado dentro de la casa de los Donahue, sólo la he visto desde fuera
cuando dejábamos a Rosie y cuando sacaba a Sage a escondidas por la noche.
Se podría pensar que estoy acostumbrado que los lugares normales alberguen
cosas siniestras.
—No dejes que me mate, por favor. Ha perdido la cabeza, no puedes dejar que
me mate. Tienes que ayudarme —grita Frank desde su lugar en el suelo.
Silas sacude la cabeza con agresividad, mirando a mi derecha, donde no hay
nadie, sólo un diván.
—Él es mi amigo. Él no haría eso —dice—. Él no lo haría.
—Eh, eh, Silas, mírame —le digo, intentando mantenerlo aquí, en la realidad,
con miedo de tocarlo porque no estoy seguro de si eso le ayudará o le
perjudicará.
—¿Qué están diciendo? Háblame.
—Ellos... —Aprieta los ojos, encogiéndose como si le doliera—. Me están diciendo
que vas a detenerme. Que no quieres que recupere a Rose. Quieren
que... —Vuelve a abrir los ojos, me mira y juro que lo único que veo es a él
pidiendo ayuda a gritos—. Quieren que te mate.
Siento que Thatcher se mueve detrás de mí, los dos de espaldas a la cocina.
—Si pudiera traer a Rosie de vuelta, juro por Dios que lo haría, Silas. Haría
cualquier cosa —digo, con toda mi intención—. Pero no puedo. No hay nada que
nadie pueda hacer para traerla de vuelta. Las voces, es tu mente jugando
contigo. No son reales, ¿bien? Sólo están dentro de tu cabeza.
Estoy tan enfadado porque esas cosas dentro de su mente me lo están
arrebatando, y no hay nada que pueda hacer. No puedo luchar contra ellas. No
puedo luchar contra ellas por él, y me siento inútil. No en este momento.
Prometí que cuidaría de él. Me prometí que no dejaría que le pasara nada.
Y mira lo que dejé que pasara.
—No puedes hacer esto. No te dejarán...
Mis manos se crispan un par de veces antes de girar la cabeza en dirección a
Frank.
—Si vuelves a abrir la boca, te quemaré los putos ojos, ¿está
claro? —gruño.
—Por favor, Rook. Me conoces desde que eras un niño. No hagas esto. Si me
dejas vivir, te diré todo lo que sé. Hay más gente involucrada aquí en Ponderosa
Springs. Tantas, que no tienes la menor idea. Yo sólo fui una víctima de su
organización. Hay gente más poderosa a cargo. Puedes meterlos a todos en la
cárcel, a mí incluido, pero no me mates.
—Frank —me enfurezco, mirándole fijamente—. ¿qué es lo que no entiendes?
No necesitamos que nos digas nada de eso. No me sirves de nada vivo,
¿entiendes? Lo mejor que puedes hacer por mí ahora mismo es morir.
Sacude la cabeza, con gruesas lágrimas cayendo por su cara hinchada.
—Por favor, nunca quise que Rose muriera, era mi pequeña…
—¡Ha dicho que te calles! —grita Silas, lanzando la culata de la pistola contra la
cabeza de Frank, provocando un fuerte golpe, seguido de su caída al suelo. Tiene
los ojos cerrados y el cuerpo inerte, pero su pecho se mueve para hacerme saber
que sigue vivo.
La duda me golpea como una ola, ¿podríamos averiguar quién más estaba
vinculado a Halo sin una información privilegiada? Quiero decir que habíamos
llegado hasta aquí.
Habíamos ido demasiado lejos.
Y si tuviera que adivinar, no necesitaríamos ir a buscar a nadie más involucrado.
Vendrían por nosotros.
Muy pronto.
Silas sigue caminando, murmurando incoherencias para sí mismo y para
quienquiera que vea ahora mismo en esta habitación. Me acerco un poco más y
le tiendo la mano tímidamente.
—Se acabó, Silas. Se acabó, ¿ok? Frank se ha ido, ¿ves? —Señalo hacia el suelo
donde el alcalde reelegido de Ponderosa Springs yace rígidamente inmóvil. Sé
que está inconsciente, pero Si no lo necesita saber.
—Lo hemos conseguido. Todo ha terminado, y ahora podemos conseguirte
ayuda —digo fácilmente—. Sólo dame el arma y te prometo que todo irá bien.
Sólo necesito que confíes en mí.
Parece sufrir dolor físico, su cuerpo tiembla y su cabeza se agita, y no hay nada
que pueda hacer para calmarle de la angustia que siente en estos momentos.
—No, no, esto no está bien. Se suponía que iba a volver. —Se pasa la mano por
la cara, volviendo a mirar a mi derecha en lugar de mirarme a mí—. ¿Qué quieres
decir? —dice, con las cejas fruncidas—. ¿Me lo prometes? Sí, si lo prometes, lo
haré.
Todo mi mundo parece detenerse cuando Silas vuelve a mirarme y lo único que
veo es un vacío en su interior. Nada más que un duro vacío que me devuelve la
mirada mientras levanta el cañón del arma hacia su cabeza.
Se me seca la boca y se me revuelven las tripas.
Lágrimas redondas y pesadas se filtran por los bordes de sus ojos.
—No me hagas esto, Silas —exijo, entrando en su espacio—. Déjame ayudarte.
Lágrimas caen al suelo mientras sacude la cabeza, tomándose el labio inferior
entre los dientes.
—No puedes ayudarme. La única forma en que puedes ayudarme es si me mato.
Tienes que entender que tengo que hacerlo.
—No —me ahogo, agarrándome a su hombro—. No me vas a dejar. No te dejaré.
Tienes que saber que esto no eres tú, que eso no es real. Esto es real, Silas.
Nosotros somos reales.
Algo dentro de él se rompe, porque en cuanto su mano se estremece, le quito el
arma de los dedos y la empuño yo.
Su cabeza cae sobre mi hombro y su cuerpo casi se deshace en mis brazos.
—Estoy tan cansado, Rook —susurra.
—Lo sé —le digo, frotándole la espalda.
Cansado de las voces.
Cansado de su enfermedad.
Cansado de todo.
En algún momento, tengo que preguntarme si le estábamos haciendo más mal
que bien mientras estábamos detrás de lo que le pasó a Rose. Sabíamos que la
venganza no iba a traerla de vuelta, no haría que ninguno de nosotros la
extrañara menos, y lo único que parece estar haciendo ahora mismo es destrozar
aún más a Silas.
—Hijo, voy a necesitar que bajes esa arma y que todos levanten las manos.
Tienes que estar jodiéndome.
Con el arma aún en mi poder, la levanto mientras giro, encontrándome con los
ojos del detective Finn Breck que sujeta su propia arma al lado de la cabeza de
Thatcher, con el brazo enroscado alrededor de su cuello, tirando de él hacia su
pecho para mantenerlo quieto.
Thatcher sigue siendo ligeramente más alto, haciendo que esta situación
parezca bastante cómica si su vida no estuviera en peligro.
—¿Por qué la gente siempre me apunta con armas? —Thatcher suspira,
poniendo los ojos en blanco como si solo fuera un inconveniente menor y no una
cuestión de vida o muerte.
Están frente a la cocina abierta, Finn ha venido por la puerta trasera, supongo.
Seguramente porque Frank lo llamó antes que Silas lo sometiera.
Mantengo el arma apuntando a Finn, plenamente consciente de que si hace un
movimiento, lo más probable es que le dé un puñetazo.
—O la bajas y vienes voluntariamente, o voy a disparar a tu amigo aquí.
Estaríamos a mano por mi compañero —dice, con los ojos brillando
maliciosamente.
No me molesto en negarlo, porque sólo uno de los dos va a salir de ésta, y yo no
me voy a acobardar.
—Aquí estaba yo pensando que eras uno de los buenos todo el tiempo. ¿Hay
algo en el agua aquí que hace que todos se conviertan en pedazos de mierda
traicioneros? ¿O es que todos han nacido para la esclavitud sexual y la pedofilia?
—pregunto inclinando la cabeza.
Quiero sorprenderme que estuviera en esto con su compañero más que muerto.
El que había sido convertido en sopa. El ácido sulfúrico hace milagros para
deshacerse de un cadáver.
Pero no me escandaliza. Todo el mundo tiene un pie en algo inmoral. Esta ciudad
se está ahogando en ello.
—No me desprecies por una mierda que no puedes comprender, chico.
La puerta trasera se abre silenciosamente y la veo por el rabillo del ojo. Nunca
había sido una damisela en apuros, y nunca había necesitado que me
rescataran, pero no me opongo a un poco de ayuda en este momento.
—Tienes razón. No puedo comprender cómo un hombre con una familia la tiraría
por la borda por qué, ¿un poco de dinero sucio rápido? ¿Quién parece el chico
ahora?
—Es mucho más que eso. Ni siquiera has tocado la superficie de hasta dónde
llega el Halo o a quién tiene clavadas sus garras. Incluso si pudieras encontrar
una manera de salir de esto, no se detendrán hasta que estén todos muertos.
Saben quiénes son. Conocen sus nombres. Sus familias, sus vidas. Les estoy
haciendo un favor —ríe—. Terminándolos aquí y ahora, antes que gente mucho
más temible que yo venga a darles caza.
—Esto no va a acabar como tú crees —le digo, rodeando a Silas con el brazo
para evitar que se mueva.
—¿Sí? ¿Quién parece tener más control aquí? —Se burla, estrangulando un
poco más a Thatch, lo que hace que mí amigo entorne los ojos
amenazadoramente, cansado de que alguien a quien no conoce le toque—. ¿El
federal cuyo compañero fue asesinado por un grupo de universitarios
enloquecidos? ¿O el oficial condecorado que intentaba proteger al alcalde de la
ciudad?
Ocurren cosas malas cuando se deja que la gente enfadada sufra. Cosas aún
peores ocurren cuando las buenas personas se ven obligadas a proteger a los
que quieren.
—Apuesto por la chica con el cuchillo.
Lyra envía el filo plateado de la hoja al costado del cuello de Finn, hundiéndose
en la vena como si cortara una fruta madura. La pérdida de sangre es inmediata.
Brota a borbotones de la herida abierta cuando la saca del agujero.
Un líquido escarlata que apesta a metal cae en cascada por el hombro de
Thatcher y se derrama por la parte delantera de su camisa como una catarata.
En sus ojos hay una mirada salvaje, una que nunca había visto antes, mientras
observa cómo le gotea, resbalando por el cuello de la camisa.
La mano de Lyra es firme cuando deja caer el cuchillo al suelo. No hay miedo ni
pánico en su rostro; parece la de siempre: pasiva e indiferente a lo que ocurre
en el mundo. Sangre cubre su pequeña y pálida mano, y en lugar de mirar al
hombre que acaba de matar mientras cae al suelo, simplemente da un paso
atrás, dejando que su cuerpo se deslice por el suelo, y se queda fija en Thatcher.
Su mirada no se aparta de él ni un segundo.
—Esta era una camisa nueva —respira, con el pecho agitado mientras se gira
para mirarla, un cadáver es lo único que hay entre ellos.
—Era fea. La sangre le dio mejor aspecto —dice ella, levantando su mirada hacia
él. Con la mano ensangrentada y las bolsas moradas bajo sus ojos por la falta
de sueño, me recuerda a un personaje de Tim Burton: cabello encrespado, ojos
demasiado grandes para su rostro, piel pálida.
—¿Está muerto? —Oigo venir de la cocina, y basta su voz para que dirija toda
mi atención en su dirección.
Nunca creí en el Cielo ni en el Infierno.
Destino o suerte.
Nunca me quedé fuera deseando que cayeran estrellas.
No, nunca he creído en algo así, pero creo en ella.
—¿Ha muerto mi padre? —susurra, sus ojos bailan con pequeños demonios
inocentes, y nunca había visto el caos en un estado tan hermoso.
Un tono de azul tan llamativo, enredado con el fuego con el que me encanta
jugar.
¿Es la suerte? ¿Es el destino?
De niño, incluso antes de la muerte de mi madre, me pasaba horas sentado
mirando las llamas, negándome a apartar los ojos de ellas. Demasiado
consumido, demasiado cautivado por la forma en que el humo salía en remolinos
y las brasas picaban mi piel.
Y esas mismas llamas bailan en las comisuras de sus ojos. Tan calientes, tan
jodidamente azules, y quiero asarme vivo dentro de ellos.
Quizá siempre la había visto dentro del fuego.
O tal vez yo había nacido en la hoguera.
—Todavía no —dice Thatcher—. Tenemos que limpiar esto, Rook
—Toma a Silas, vete con Lyra y lárgate de aquí. Cuando aparezca la policía, no
puedo tenerte cubierto de sangre —digo, avanzando hacia Sage.
—¿Qué vas a hacer?
—Lo que haya que hacer. Sólo te necesito fuera de aquí antes que eso ocurra.
Me acerco a ella, aprisiono su rostro entre mis manos y atraigo sus labios hacia
los míos. Me ahogo en su tacto durante un momento solitario entre el caos. Mi
pedazo de cielo dentro de mi propio infierno.
—¿Confías en mí? —susurro contra su boca.
Ella asiente, rodeando mi muñeca con sus dedos.
—Siempre.
La conduzco a la cocina y busco el material que necesito. Pongo una sartén de
cobre en el fuego, abro la nevera y tomo un trozo de carne congelada al azar
antes de agarrar el aceite vegetal.
No tenemos tiempo para deshacernos de dos cuerpos. No tenemos tiempo para
limpiar nuestras pruebas de estar dentro de este lugar. Hay demasiadas
variables involucradas, y necesitamos deshacernos de este desastre ahora.
—¿Qué vamos a hacer? —me pregunta, observándome mientras enciendo todos
los quemadores al máximo y coloco la sartén en uno de los abiertos junto con la
carne.
Vierto toda la botella de aceite por la encimera, la sartén y el mostrador. Lo mejor
que podemos hacer es que el incendio parezca un accidente, que las personas
que murieron dentro no fueron asesinadas, sino que simplemente quedaron
atrapadas por las llamas.
Era esto.
El momento que tanto habíamos esperado.
Roma no se construyó en un día, eso me decía Alistair cuando me
impacientaba.
Pero se quemó en uno.
—Quémalo. Todo. Hasta los putos cimientos. Y no sé trata de nosotros —digo,
mirándola, sabiendo que si algo saliera mal ahora mismo, haría cualquier cosa
para protegerla de ello.
Nunca había sido la inocente Eva del jardín.
Siempre había sido mi Lilith. Mi igual. Mi reina. Un fénix.
Me meto la mano en el bolsillo delantero y saco las cerillas.
—Esta es tu venganza. Para generar tus brasas y resurgir de tus cenizas. Nunca
necesitaste nada más que la cerilla.
Dolor y placer
Sage
Me siento contra la pared de las muchas habitaciones libres de los Pierson.
Ingenuamente, pensé que el interior de este lugar se parecería más a una
morgue que a un hogar. Esperaba encontrar un ataúd en el dormitorio de
Thatcher. Tenía sentido que durmiera dentro de uno. Coincidiría con la criatura
con la que a la gente le encantaba compararlo.
Me había equivocado.
La extravagante casa a la que llamaba hogar era todo lo que cabría esperar de
alguien con tanto dinero como él. La primera vez que había estado aquí, hacía
unas semanas, estaba demasiado distraída para prestar atención a cuánto
dinero tenían los Pierson.
Mientras todos estábamos acomodados, Thatcher se bañaba en riqueza. El duro
trabajo de su bisabuelo como pionero de una empresa inmobiliaria había
asegurado la vida de su familia mucho más allá de sus años. Aunque Thatcher,
sus hijos y sus nietos no volvieran a trabajar ni un solo día más, nunca les
faltaría nada.
Los techos altísimos y la arquitectura inspirada en Gatsby hacían que la casa
de mi familia pareciera un cuarto de servicio. Al igual que Alistair, Thatcher vivía
en una propiedad.
Nos alojábamos en el ala oeste, donde nos dijeron que se alojaba la mayoría de
los huéspedes. Y se me hizo raro alojarme en una casa tan casualmente cara
después de lo que acabábamos de hacer.
Cierro los ojos y apoyo la cabeza contra la pared, sin ver nada más que humo y
un remolino de llamas anaranjadas. Me había quedado helada en el jardín de
mi casa, con las sirenas parpadeando como un quejido sordo en el fondo de mi
mente.
Mi mano se enroscaba entre las hendiduras de los dedos de Rook, los dos de
pie, tomados de la mano, mientras las luces azules parpadeantes se reflejaban
en nuestros rostros. Mis vecinos habían salido a examinar el caos. Sería la
comidilla de la ciudad durante tres meses.
Las lágrimas corrían por mi rostro, no por lo que había perdido dentro, porque
mientras ese fuego ardía, sentía que se había acabado. Por primera vez desde la
muerte de Rosie, esa paz se había apoderado de mí, aunque todos a nuestro
alrededor vieran todo lo contrario.
Mi padre, el detective Breck, todos los recuerdos dolorosos que esa casa me
había traído a lo largo de una vida se estaban convirtiendo ahora en nada más
que ceniza y polvo. Hollín que los bomberos lavaban de sus botas por la
mañana.
Ahora, sentada aquí, sigo sin poder arrepentirme de lo que hice.
Sé que se supone que matar a alguien es esa marca en tu alma que se queda
contigo para siempre, algo que corroe la humanidad que llevas dentro hasta que
finalmente te quiebras y le cuentas al mundo lo que has hecho.
Pero no se siente así.
Y tal vez eso me convierta en una especie de psicópata o algo así, pero todo lo
que siento es alivio de que se haya ido. Que el hombre responsable del dolor
más agudo que jamás había sentido ya no respiraba, era nada más que un
montón de huesos carbonizados y piel chamuscada. Su cuerpo estaba
destruido, y esperaba que su alma se dirigiera a alguna forma de tortura interna.
Donde pasaría sus años sufriendo por lo que le hizo a su propia carne y sangre.
Rook hizo referencia al Infierno de Dante cuando le pregunté si creía que mi
padre estaba en el Infierno. Dijo que los que eligen el pecado de la avaricia son
asignados al cuarto círculo del Infierno. Aquellos que atesoran demasiado dinero
o eligen la riqueza por encima de cualquier otra cosa. Pero él creía que eso era
demasiado fácil para él.
Dijo que estaría en el último Anillo, el noveno círculo, los que traicionan a sus
propios parientes. Donde mi padre pasará la eternidad alojado de cabeza en el
lago helado. Contrariamente a la mayoría de las enseñanzas religiosas, Dante
dijo que el pozo del infierno era frío y sin amor.
Rook me lo había contado mientras esperábamos a que llegaran la policía y los
bomberos, y recuerdo perfectamente haber sonreído, recordando las veces que
mi padre subía el termostato de nuestra casa porque no soportaba pasar frío.
—¿Por qué estás en el suelo?
Abro los ojos y veo a Rook sin nada más que una toalla blanca alrededor de la
cintura. Tiene el cabello mojado y le cae por la frente, gotitas de agua le caen
sobre el pecho.
Mi cuerpo estaba cansado, mentalmente agotado por todo lo que acabábamos
de soportar las últimas horas. Del incendio a la policía, al hospital después. Pero
de alguna manera, mis piernas encuentran la fuerza para levantarse y avanzar
hacia él.
Su piel tiene ampollas rojas. Seguro que se ha dejado caer bajo el chorro de agua
caliente hasta que se ha enfriado. Le acaricio el omóplato con los dedos, con
tristeza en los ojos.
—Rook —murmuro,
—No Sage —Me interrumpe, tensando la mandíbula—. Estoy sosteniendo mi
promesa por un hilo aquí.
—Lo que le ha pasado a Silas esta noche no ha sido culpa tuya —le digo de todos
modos, aunque él no quiera oírlo.
Enfadado por mis palabras, pasa a mi lado, caminando hacia nuestra cama para
pasar la noche, y se deja caer en el borde del colchón. Con un suspiro, deja caer
la cabeza entre los hombros, mirando al suelo.
Sé que no está enfadado conmigo. La verdad es que no. Está enfadado consigo
mismo porque siente que si alguien hubiera podido detener esto, habría sido él.
—¿Entonces de quién fue la culpa? ¿Hmm? —gruñe, la emoción ahogando su
garganta. Rook había sido tan fuerte en el hospital. Se mantuvo firme incluso
cuando la madre de Silas, Zoe, rompió a llorar en sus brazos.
La abrazó con fuerza, con la columna rígida y la mandíbula tensa en la sala de
espera del hospital. Por primera vez desde que le conocía, había sido capaz de
eliminar toda la emoción de sí mismo. La emoción que le impulsa había
desaparecido.
Sabía que en algún momento tendría que derrumbarse. Sólo podía ser fuerte
durante un tiempo. Y cuando vio cómo metían a su mejor amigo en una
ambulancia para llevarlo a un centro, pude ver la grieta en sus ojos.
Esto le había destrozado.
—Sabía que no estaba bien —Aprieta los dedos contra su pecho—. Lo sabía,
joder, y no hice nada. Es mi mejor amigo, Sage, y casi dejo que se mate.
Sus dedos se convierten en duros puños, los golpea contra su pecho
repetidamente. Persiguiendo el alivio que produce hacerse daño.
Me arrodillo entre sus piernas, le agarro las muñecas, odio verle así.
Mi dios del fuego.
El que arde tan brillante y tan feroz, se apagaba por segundos.
—Rook, mírame —susurro—, mírame —repito hasta que por fin levanta sus ojos
llorosos hacia los míos.
No hay fuego del infierno dentro de ellos en este momento. Sólo un brillante tono
de avellana. No hay Diablo, no hay Lucifer. Sólo un hombre con el alma rota que
no sabe cómo arreglarla.
—Esquizofrenia —digo—: Es de quién es la culpa. Ni tuya, ni mía, ni de nadie.
Silas está enfermo y sólo necesita ayuda. No había nada que pudieras haber
hecho para evitar que dejara su medicina.
Intento racionalizar con él. Hacerle ver que esta era la enfermedad que vivía
dentro de Silas. Una contra la que se había cansado demasiado para luchar.
Pero debería haber sabido que eso sería imposible, no cuando la herida estaba
tan fresca.
Todo lo que podía hacer ahora era mantener la presión y esperar que no se
desangrara antes de poder suturarlo.
—Necesito hacerme daño, FT. —Se atraganta—. Necesito el dolor. Joder, lo
necesito tanto ahora mismo. Alguien tiene que hacerme pagar por esto. Ve a
buscar a Thatcher. Llama a Alistair. Quién sea. Por favor, nena, necesito que me
duela.
Me sentía como si me hubieran envuelto en alambre de púas, que se tensaba
lentamente a mí alrededor cuanto más hablaba. No había forma de escapar sin
cortarme en pedazos. No podía dejar que se hiciera daño. No podía dejar que
saliera de esta habitación al sótano de Thatcher y que se cortara.
Estaba indecisa entre dejar que otra persona le hiciera daño, dejar que se hiciera
daño a sí mismo o tomarme la justicia por mi mano. Pero la idea de causarle
angustia física o mental me revolvía las tripas.
Bajo las manos y las apoyo en sus muslos, me chupo los labios secos y acerco
mí frente a la suya, nuestras narices se tocan. El aroma de su loción para
después del afeitado, una mezcla de humo y menta, me invade la cabeza. Mis
ojos recorren su cara, rastreando las gotas de agua que la toalla no ha captado.
Se vuelve hacia mí, la proximidad entre nuestros cuerpos se reduce a escasos
centímetros, y de repente el aire es abrasador. Como si inhalar solo inundara
tus pulmones de humo, un calor que te quemaría desde dentro hacia fuera.
Mis manos suben y se deslizan bajo la toalla. Mis dedos se acercan a su
entrepierna y le oigo aspirar entre dientes.
—¿Qué estás haciendo? —gime, y el sonido hace chisporrotear una chispa
dentro de mi vientre.
—Lo único que sé que puedo hacer por ti ahora mismo —murmuro—. Confía en
mí.
Esas palabras me ponen nerviosa. Pedirle que haga eso, sabiendo todo lo que
habíamos pasado.
Le rodeo su polla semierecta con los dedos. El calor de su cuerpo en la ducha
me calienta la mano. El corazón se me sube a la garganta al sentir cómo se
endurece entre mis dedos.
—Esto es lo contrario de lo que necesito ahora —Inhala bruscamente cuando mi
pulgar pasa por la punta—. Mierda —Sisea de placer.
No podía hacerle daño. No de la forma que él quería, pero sabía que necesitaba
algo que lo tranquilizara, algo para hacerlo pisar tierra. Sólo quiero ser lo que
necesita en este momento. Tal vez sea mi forma de compensarle por todas las
veces que no estuve ahí antes.
Rápidamente levanto la toalla, dejando su polla al aire, y me pongo de rodillas
para estar más cómoda entre sus piernas. Me acerco el miembro palpitante a
los labios, dejando que mi lengua gire alrededor de las bolas plateadas que
perforan la parte superior. Recorro su patrón repetidamente hasta que sé que
se siente miserable por las burlas.
Se me encogen los dedos de los pies cuando me mete las manos por detrás del
cabello, agarrándome con ambas un mechón. Puedo sentir la pasión en su
agarre. Me irradia desde el cráneo hasta los dedos de los pies.
—Sage... —Me dice en un tono de advertencia, puedo sentir como intenta
presionar mi cabeza hacia abajo, puedo sentir lo mal que se le antoja toda mi
garganta. Quiere llenarla y estirarla hasta que me ahogue.
Pero eso no va a ocurrir esta noche, aunque lo deseo desesperadamente.
Me alejo ligeramente, retirando la lengua. Agarro con fuerza su polla. Tanteo el
terreno para ver cuánto puede aguantar antes que gima en una retorcida mezcla
de incomodidad y placer.
—Sólo recibes lo que yo te doy, ¿entendido? —le digo, levantando la vista para
que pueda verme a los ojos. Hay un vórtice agitándose detrás de esos ojos,
girando tan rápido y tan caliente que me tragaría entera si se lo permitiera. Sabía
que si íbamos a hacerlo, sería según mis reglas. Tomaría su control por el
momento.
Por mucho que me gustara arrodillarme a sus pies, renunciar a mi control en
aras del placer, había algo poderoso en estar al mando.
—¿Qué...?
Giro mi muñeca, apretando bruscamente: —¿Quieres hacer daño? Entonces
hagámoslo bajo mis condiciones.
No tiene oportunidad de responder porque me meto la punta de su polla en la
boca, jugando con las bolas de su piercing. Me burlo de él durante otro doloroso
instante, antes de bajar más por su polla y meterme más en la boca.
Siento las venas abultadas haciéndome cosquillas en la garganta mientras mis
manos y mi lengua trabajan al unísono. Trabajo a un ritmo rápido que hace
girar la habitación. Sus gemidos me provocan oleadas de necesidad por todo el
cuerpo.
Se me desencaja la mandíbula y me lo meto hasta el fondo en la garganta, con
la nariz presionada contra su pubis mientras me esfuerzo por respirar. Lucho
contra las ganas de toser, pero disfruto de la sensación. Esforzándome por darle
lo que quiere. Lo que necesita.
Tengo hambre en la boca del estómago. Un deseo de demostrar algo. De hacerle
comprender. Continúo subiendo y bajando, acelerando el ritmo justo cuando mi
mano libre toca sus pesadas bolas, haciéndolas rodar alrededor de mis dedos
antes de apretarlas.
—Mierda —maldice—. Sage, voy a...
Sabía que ésta sería la parte difícil. Porque cuando miro hacia arriba, él se ve
tan malditamente hermoso mientras persigue su liberación, la forma en que su
cabeza cae hacia atrás y las venas de su cuello sobresalen de la piel. Su
mandíbula tensa hace que toda mi alma tiemble de excitación. No dejaba de
asombrarme lo guapo que era Rook Van Doren.
Me duele físicamente hacer lo que necesito, pero lo hago de todos modos. Chupo
la punta con demasiada fuerza antes de dejar de tocarla por completo. Me aparto
de su polla con un sonoro chasquido.
Me paso la lengua por el labio inferior, sintiendo lo hinchado que está.
—¿Pero qué...? —Me mira con las cejas fruncidas, frustrado por su orgasmo
perdido.
La punta de mi dedo tira deliberadamente de los piercings. Sé que debe
resultarle al menos incómodo, pero con su tolerancia al dolor, probablemente
apenas le moleste.
—Esto no fue culpa tuya. Nada de esto fue culpa tuya. No hay nada más que
pudieras haber hecho, Rook —le digo—. ¿Me entiendes?
—Maldita sea, Sage, esta no es la conversación que quiero cuando mi polla está
en tus manos —Intenta empujar hacia mí, sus caderas se sacuden, aun
necesitando correrse.
De repente, el aire es abrasador. Como si inhalar sólo inundara mis pulmones
de humo, un calor que me quemaría desde dentro hacia fuera. Mi aliento se
detuvo, atrapado en mis pulmones.
Tiro del metal un poco más fuerte: —Dime que lo entiendes. Dime que sabes que
no fue culpa tuya y te dejaré correrte.
Una oleada de poder me cala hasta los huesos. Le haría ver la verdad, la verdad
que siempre había tenido delante. Que se estaba castigando a sí mismo por
cosas que no eran culpa suya como una forma de lidiar con el dolor que le
habían causado.
En lugar de culpar al mundo como el resto de nosotros, Rook siempre se eligió
a sí mismo.
—Joder —dice, bajando la cabeza para mirarme.
Su pecho sube y baja repetidamente. Veo la arraigada fragilidad que siempre
supe que tenía. La que tanto intenta sofocar y matar de hambre hasta que
muere. Ahora mismo, es un trozo de cristal quebradizo. Si lo apretara
demasiado, podría romperse en mi agarre, astillándome con los bordes
dentados.
Y la cosa es que yo se lo permitiría.
Me cortaría los dedos hasta dejarme las palmas en carne viva para recoger los
trozos rotos. Sólo para poder ayudarle a recomponerlo todo. Haría cualquier
cosa por él, aunque tuviera que hacerme daño.
Era mi dios del fuego.
Y vivo para arder por él.
—¿Quieres correrte, Rook? —Levanto una ceja, acercándome peligrosamente a
la punta de su polla.
Siento cómo se sacude. —Sí, nena, por favor. Necesito... —Suelta un gemido que
hace vibrar todo su cuerpo—. Por favor, déjame correrme.
—Lo haré —murmuro—. Quiero hacer que te corras, cariño. Dime la verdad.
Dime que lo sabes.
Toda mi vida había tenido ese peso aplastante de la soledad sobre mi alma.
Soporté años de soledad, a pesar de estar rodeada de gente. El peso de estar
sola, de no tener más que a mí misma para confiar, me mantuvo bajo el agua
durante tanto tiempo.
Casi había olvidado lo que era respirar.
Ese era el poder que la soledad tenía sobre una persona. Te hace desesperar por
el contacto humano, por un alma a la que aferrarte.
Y aquí, con él, sé lo que se siente al respirar. Por primera vez, sé lo que se siente
al ser deseada. Todo lo que quiero es inhalarlo. No respirar nada más que a él
en mis pulmones hasta que sea lo único que me quede.
—Es... —Aprieta los dientes—. Sé que no es culpa mía. Sé que nada de esto fue
culpa mía.
—Bien, buen chico —ronroneo, sonriendo un poco por las palabras que he
usado, y vuelvo a acercar mi boca a su polla.
Muevo la mano arriba y abajo mientras succiono la punta y muevo la lengua.
Me agarra con fuerza por detrás de la cabeza y noto cómo sus caderas se
introducen en mi boca, forzándome la garganta.
Volvemos a encontrar el ritmo y no tarda en gemir con fuerza, mientras trago
todo lo que me da. El sabor ligeramente salado se desliza por mi garganta y no
hace nada por calmar el hambre que siento por él.
Me aparto, jadeando, mientras me limpio la saliva de la boca con el dorso de la
mano y vuelvo a sentarme sobre el respaldo de mis piernas. Viéndole descender
de su momento de clímax.
Cuando me mira a los ojos, la parte izquierda de su boca se inclina ligeramente.
—Me toca a mí, pero como dijiste —dice—, vas a tener que confiar en mí.
La toalla cae al suelo y lo miro, admirando las curvas y los pliegues de su cuerpo.
Cuando se inclina hacia mí, dejo que me ayude a levantarme del suelo. Solo
para que Rook me haga girar y me presione contra la cama, con el culo colgando
del borde.
Puedo sentir sus dedos recorriendo mi columna vertebral a través del material
de mi camisa. Presiono mi rostro en el fresco material del edredón, necesitando
un alivio del calor que recorre mis venas.
—Quítate los pantalones. Necesito ir a buscar algo, pero déjate las bragas.
Quiero quitártelas yo —murmura, dejándome un beso en la nuca antes de
dirigirse al baño.
—¿Estás empezando una colección de mi ropa interior, Van Doren? —pregunto,
refiriéndome a las bragas que me faltan de la vez en el teatro, mientras me quito
los pantalones, pateándolos por la habitación cuando ya no están en mis
piernas.
—Tal vez.
Me gustaba la idea que estuviera tan obsesionado conmigo como yo con él.
Quería que comiéramos, durmiéramos y respiráramos el uno por el otro. La
pareja que se volvió inherentemente molesta con lo locos que estábamos el uno
por el otro.
Quería estar vergonzosamente enamorada de él el resto de mi vida.
Cuando vuelve, estoy en la misma posición en la que me dejó. Colgando del
borde de la cama, con el culo al aire hacia él.
Su mano se desliza por el hueso de mi cadera, acercándome a su cuerpo. Sus
dedos juegan con el material de mis bragas antes de quitármelas.
—¿Confías en mí, Sage? —me pregunta, el tono bajo de su voz retumba muy
dentro de mí.
—Siempre —murmuro, necesitándole de todas las formas en que se puede
necesitar a una persona.
—Bien. —Su mano roza la parte interior de mi muslo, haciéndome abrir más las
piernas para él—. Pero después, todo el mundo sabrá que eres mía. Ponderosa
Springs, el destino, no habrá duda de a quién perteneces, FT.
Mi mente se acelera, intentando averiguar qué significa esto para mí, pero de
repente todo se queda en blanco. Porque el placer me lame el cerebro cuando
sus dedos se sumergen entre mis piernas.
Me separa los labios con los dedos, mientras los suyos rodean mi clítoris con
cuidado, deliberados pero suaves. Gimo y muevo las caderas contra sus caricias,
pidiéndole que me dé más. Estoy tan necesitada. Lo deseo tanto que podría
llorar. Necesito que me llene hasta que no haya nada más que Rook.
Dejo que juegue conmigo, que se burle de mí, que extienda mis jugos hasta
convertirme en un desastre. Todo mi cuerpo está al límite, necesita un
empujoncito para caer en un charco de euforia eléctrica.
—Rook, por favor —le ruego, con la voz entrecortada.
—Lo sé nena, lo sé.
Es entonces cuando introduce dos dedos en mi interior y mis paredes se
estrechan al instante. Agradezco la intrusión mientras balanceo las caderas
contra él, impetuosa y desesperada.
Mis uñas desgarran la sábana que tengo debajo, mi aliento atrapado en los
pulmones. No hay sentimiento como este. Ningún sentimiento como él.
Mi cuerpo tiembla mientras él entra y sale de mí, alcanzando ese punto que sólo
él puede alcanzar. Mente, cuerpo, alma, todo se puso a mil por hora.
—Me aprietas tanto, ojalá pudiera sentir esto en mi polla, nena —gruñe—. Te
vas a correr pronto, ¿verdad? Sí, puedo sentirte cada vez más mojada, tus
caderas se mueven más rápido, estás tan cerca.
Gimo, largo y quebrado, —Sí, Rook. Joder, sí.
Mi corazón podría dar un vuelco ante la prisa de esto.
Estoy tan cerca, justo ahí, cuando retira los dedos. Creo que es su forma de
devolverme lo que le hice antes, pero siento sus labios en el borde de mi oreja.
—Recuerda, sólo dolerá unos instantes, luego serás mía para siempre —gruñe.
Es entonces cuando lo siento.
Un intenso y repentino destello de calor me abrasa la piel de la parte de atrás
de la cadera. Suelto un grito gutural y entierro el rostro en el colchón mientras
él mantiene el calor pegado a mi cuerpo antes de retirarlo cuando termina.
El aire frío hace que la quemadura se intensifique. Me estaba marcando con
algo, pero lo sentí hasta dentro de mi alma.
Justo cuando el dolor ya era demasiado, sus dedos volvieron a mi centro. Se
hundieron profundamente en mi canal, donde continuaron al mismo ritmo que
antes. Su dedo acosando mi punto G repetidamente hasta que estoy de vuelta
en el borde.
Como por arte de magia, me saca el orgasmo del cuerpo.
—Córrete por todos mis dedos, nena. Sé mi chica buena, sé buena para
mí —susurra, bombeando dentro de mí con más fuerza hasta que me tiemblan
las piernas.
Todo se siente tan intenso.
El escozor contrasta directamente con las oleadas de placer que hacen vibrar mi
cuerpo. No puedo concentrarme en uno u otro por lo bien que se mezclan. Eso
es lo que Rook y yo siempre hemos sido.
Una mezcla constante de dolor y placer. Nunca podríamos tener uno sin el otro,
porque sin el dolor nunca entenderíamos lo bien que se siente la dicha.
—Eso es, dulzura, eso es. Déjate llevar —Su voz me hace cosquillas mientras
hunde su cara en mi cuello y me da cálidos besos en la piel.
La réplica de mi clímax me hace temblar y noto el dolor agudo de lo que sea que
haya hecho. Mi cuerpo y mi alma estaban tan agotados que ni siquiera
importaba.
Siento que abandona mi cuerpo por un instante, para volver segundos después.
Siento la fría toallita presionando mi piel, haciéndome sisear.
—Joder, eso duele —murmuro, girándome para mirarle por encima del hombro
con los ojos medio entornados—. ¿Qué me has hecho?
Baja la mirada hacia su obra, algo parecido al orgullo nadando dentro de sus
ojos. Luego toma la pieza de un Zippo roto. Es sólo la tapa de latón del
encendedor y puedo ver sus iniciales grabadas en ella.
—La mayoría de la gente lo llamaría una marca —murmura—. Pero es más que
eso.
Algo se aferra a mi pecho y acelera mi corazón en llamas. El amor que siento por
él me corroe por dentro.
—Somos nosotros.
Nuestras miradas se cruzan y, aunque estoy a punto de desmayarme de
cansancio, no me pierdo cómo se enciende el fuego de sus ojos, la llama
constante que arde otra vez en su interior.
Encendida nuevamente y lista para arder eternamente.
—Sí, nena. Somos nosotros.
Ódiame pero hazlo sagradamente
Rook
Rook,
Si estás leyendo esto, Frank está muerto, y yo he seguido su ejemplo.
Sólo llevo una frase y ya es ñoña. Ni siquiera quería dejar una nota. Pensé que mi
suicidio sería bastante sencillo.
Me siento miserable sin ella, y saber que su asesino está bajo tierra ha calmado
algo en mí, pero no me parece suficiente.
No dejé una nota para nadie más que para ti, y necesito decirte por qué.
En primer lugar, eres el único que le cae bien a mis padres. Nunca lo dirían en voz
alta porque adoran y apoyan mis amistades. Mi padre todavía no ha perdonado
a Alistair por hacer un agujero en la pared de yeso, y a mi madre Thatcher le pone
los pelos de punta (sus palabras, no las mías).
Pero les gustas, y sé que cuando me vaya, estarás ahí para ellos. Me gustaría que
les recordaras que hicieron todo bien.
Me dieron amor. Un hogar. Una vida.
Hicieron todo lo que pudieron para ayudarme con mi esquizofrenia, y se lo
agradezco. Diles que los quiero, y que esta decisión no fue tomada egoístamente.
Creo sinceramente que florecerán sin mí. Después que hagan el duelo y empiecen
a dejarme marchar, sentirán que se les quita el peso de mi enfermedad mental.
Se acabaron los médicos, los medicamentos programados y las preocupaciones
constantes. Serán libres.
Igual que yo.
No tienes que hacerlo, pero sé que vigilarás a Levi y Caleb. Sólo asegúrate que no
se metan en demasiada mierda, y si lo hacen, enséñales cómo no ser atrapados
la próxima vez.
Thatcher y Alistair no recibieron una carta porque sabían que esto ocurriría, y creo
que ya se habían preparado para ello.
Lo intentaste todo para negártelo a ti mismo. Para evitarlo.
No recibieron una carta porque, aunque llorarán y sufrirán por mi pérdida, no se
culparán a sí mismos.
No como tú.
Por eso tenías que ser tú, porque quiero, necesito que sepas que esto no fue culpa
tuya.
No fue culpa tuya que yo tuviera esquizofrenia, no fue culpa tuya que Rose
muriera, y sé que lucharás contra ello, pero no podías haber hecho nada para
evitarlo.
Hiciste todo lo que pudiste y, aunque era más que suficiente, nunca iba a serlo.
No te castigues por mi muerte. Eras una de las únicas cosas por las que merecía
la pena vivir, y si me jodes mi recuerdo con tu culpa, te patearé el culo.
Tienes que saber que estoy en paz. Que soy feliz. Soy libre, Rook, y estoy con ella.
Y un día, cuando tengas más de noventa años, yo también volveré a estar contigo.
No te pierdas tratando de buscar el por qué, sobre todo después de haber escrito
toda esta ñoñeria.
Nunca pierdas el fuego.
Nos vemos en el Styx.
-Silas
Releo la carta una vez más, agradecido de no tener que seguir nunca nada de lo
que contiene.
Enciendo mi Zippo y dirijo la llama naranja hacia el papel, observando cómo se
aferra al fino material y empieza a devorar los bordes.
Se quema rápido, incluso más rápido cuando la tiro en la papelera al lado de mi
cama.
Una semana.
Ese es el tiempo que Silas ha estado fuera. Todavía vivo, pero todavía se ha ido.
Me había negado a que su familia lo enviara a las instalaciones de Monarch
después de lo que Sage me había contado sobre aquel lugar, y habían accedido
con entusiasmo a enviarlo a algún lugar cerca de Portland. No para alejarlo de
la humillación de Ponderosa Springs, sino para asegurarme que recibía los
cuidados que se merecía.
No estábamos seguros de cuánto tardaría Silas en recuperarse de su psicosis ni
de cuánto tiempo necesitaría estar hospitalizado. Podían ser unas semanas,
unos meses o un año. Lo único que sabíamos era que estábamos dispuestos a
estar a su lado hasta que recibiera la ayuda que necesitaba.
Los médicos tenían la esperanza de que, con terapia cognitiva y un nuevo
conjunto de medicamentos, volvería a ser el de antes en poco tiempo, pero
siempre cabía la posibilidad de que se perdiera en las alucinaciones y delirios
que asolan su mente.
Intento no pensar demasiado en eso.
Cuando el fuego se apaga y de la carta no quedan más que escombros y cenizas,
tomo la chaqueta de la cama y bajo los escalones.
Mi padre está sentado a la mesa, con unos cuantos papeles esparcidos delante
de él y un vaso de whisky a su izquierda.
El sonido de mis pies atrae su atención hacia mi presencia.
—¿Adónde vas? —me pregunta, el tono de su voz me dice que tiene ganas de
desahogarse.
—Fuera —gruño.
—Si te hago una pregunta, Rook, espero una respuesta real. No una de
listillo —Empuja la silla de su lugar en la mesa, encontrándose conmigo en
medio de mi camino hacia la puerta.
—Voy al funeral de Frank, a presentar mis respetos, a llorar a los muertos, a
cumplir con mi deber cristiano.
—No le faltes el respeto a Dios en esta casa, hijo. No cuando sé lo que hiciste, lo
que sigues haciendo.
—No voy a quedarme aquí sentado escuchando tus idioteces de
santurrón —murmuro, esquivando su cuerpo para poder irme sin pelear, pero
parece que eso es lo que le apetece hoy.
—Te quedarás aquí todo el tiempo que yo quiera —Me agarra de la camisa y me
acerca a él para que pueda oler el licor de su aliento.
Podría dejar que me pegara. Podría dejar que me hiciera daño por no haber
hecho algo antes con Silas. Podría quedarme aquí y dejar que descargara su
dolor en mi cuerpo y siguiera siendo el chivo expiatorio de la muerte de nuestra
madre.
Por un momento, quiero hacerlo. El ansia de sentir la aguda punzada del dolor
aún vive bajo la superficie de mi piel, esperando a ser expuesta.
Pero no lo hago. Porque ella me espera y le di mi palabra. Lucho contra ese
impulso porque quiero ser la persona que ella necesita. La persona a la que
acude cuando el mundo le hace daño, no al revés.
—Me cansé de dejar que me castigues por algo que fue un accidente —Envuelvo
mis manos alrededor de su muñeca, apretando dolorosamente mientras las
arranco del material de mi camisa—. No puedes jugar a ser Dios sólo porque
echas de menos a mamá.
La expresión de su cara sólo puede describirse como de asombro absoluto y
miedo. Sabe que le mataría en una pelea; sabe lo que me ha estado haciendo
todos estos años, lo que le he dejado hacer sin consecuencias.
—¿Un accidente? Si te hubieras comportado, sólo esa vez, ¡ella todavía estaría
aquí! —Se burla—. Incluso de niño, no podías seguir las reglas, y así que te juro,
aprenderás disciplina en esta casa.
Levanta la mano para abofetearme.
—Será mejor que estés preparado para lo que suceda después que aterrices eso.
Sé que puedo aguantar un puñetazo tuyo, ¿estás seguro que podrías aguantar
que te devolviera el golpe? —le advierto—. O darles a mis amigos el permiso que
han estado esperando.
—No lo harías —escupe.
—Oh, lo haría —sonrío—. Y deberías saber que no les gustan los padres que
tratan a sus hijos como una mierda. Así que antes de pegarme otra vez,
pregúntate, ¿estás listo para responder por tus pecados, papá?
Esta vez, cuando paso junto a él, me deja ir, parado en su propio miedo al
castigo.
Había pensado en lo que pasaría si él cambiara, si yo pudiera perdonarle todos
los malos tratos que me ha infligido a lo largo de los años. Creo que llevaría
tiempo, pero lo haría porque se lo había permitido durante demasiado tiempo.
Casi le había dado permiso para hacerlo. Se lo había permitido.
Pero los tigres no cambian de rayas, no de la noche a la mañana, y ese sería un
puente que cruzaría si algún día se construyera.
Cuando la puerta se cierra detrás de mí, lo dejo todo allí.
Porque hay algo mucho más importante que requiere mi atención.
Sage está apoyada en el capó de su auto, con los brazos cruzados y unas gafas
de sol negras en la nariz. Una falda se ciñe a su cintura, mostrando sus bonitas
piernas, que me encanta sentir cómo me aprietan cuando estoy enterrado dentro
de ella.
Se me hace agua la boca al ver sus labios pintados de rojo brillante.
Una manzana envenenada.
Tengo unas ganas irrefrenables de comérselos a besos. De dejárselo untado en
la barbilla por mi beso, por todas las obscenidades que me encantaría hacerle
en esa boca recubierta de veneno.
Así que eso es lo que hago porque ya tengo un bajo control de mis impulsos, y
cerca de ella, parece absoluto.
Presiono mis labios contra los suyos, sin preocuparme por la mancha que dejará
en mi propia piel. La bebo como si fuera aire, sintiendo cómo cobra vida bajo mi
contacto. Mi fuego del infierno y mi agua bendita. A veces es dulce y a veces
podría quemar el mundo.
Y me encanta despertarme sin saber cuál me tocaría.
Mis manos caen bajo su falda, masajeando con los pulgares antes de moverlos
suavemente hacia arriba, mis dedos rozando la piel levantada justo encima de
su nalga izquierda. El orgullo me invade.
—¿Cómo se está curando esto? —murmuro, alejándome lo suficiente para
dejarla responder.
Se me encogen los dedos de los pies al saber que ha quedado marcada por mí
de más formas que físicamente.
Mis iniciales están marcadas en la parte superior de su culo, tal y como le dije
que haría. Lleva la delicada tipografía gótica como una joya reluciente, y cada
vez que la veo se me llenan las entrañas de emoción.
—Bien. Aún me duele un poco, pero me gusta —Me muerde el labio inferior,
tirando de él juguetonamente.
—¿Sí? Te gusta un poco de dolor, ¿verdad, FT? —Sonrío, mirándola por debajo
de la nariz, extendiendo una de mis manos hacia arriba para empujar las gafas
y apoyarlas en la parte superior de su cabeza para poder ver sus ojos.
—Sólo cuando sepa que lo lamerás mejor.
Siempre había pensado que enamorarme de Sage era el peor error de mi vida.
Que me debilitaría. Que apagaría la llama que siempre había ardido dentro de
mí.
Pero ella es oxígeno, me alimenta constantemente, para bien o para mal. Ella
me construyó más alto, me hizo arder más caliente, me dio fuerza.
Había pasado por un infierno -habíamos pasado por un infierno-, pero lo
agradecía. Porque nunca había sido capaz de reconocer su gracia, nunca había
sabido lo que era el pecado.
Nunca sabes realmente lo dañado que estás hasta que intentas amar a alguien.
Sus ojos brillan de un azul intenso que me hace ladear la cabeza.
—¿En qué estás pensando? —pregunto, prácticamente viendo las ruedas de su
mente girar.
—Tus ojos —murmura—. Fue lo primero que noté cuando volví aquí. Parecían
tan vacíos, pero ahora son diferentes. Menos vacíos.
—Esa es la cosa, nena —Le acomodo un mechón de cabello detrás de la oreja—
. Cuando terminamos, me recordaste lo vacío que estoy. Lo malditamente vacío
que siempre he estado. Lo único que me llena eres tú, y se nota.
Es verdad.
Todo.
—¿Qué tal ha ido? —me pregunta rodeándome la cintura con los brazos.
—No estoy sangrando, así que es un comienzo —me río—. Aunque no estoy
preocupado por mí. ¿Estás lista para esto?
Levanta las manos para juguetear suavemente con sus dedos mi cabello.
—Me jode que vaya a ser enterrado junto a mi hermana, pero creo que estoy
preparada para todo contigo a mi lado.
Una sonrisa se dibuja en sus mejillas, se inclina hacia mí y sus labios rozan los
míos.
—Mi dios del fuego.
—Dios del fuego, ¿eh?
—Sip —tararea, sonriéndome tras sus largas pestañas—. Siempre listo para
arder. Tan brillante. Si pasa algo, sé que estarás ahí para pasarme la cerilla.
El collar de oro que lleva brilla al sol.
—Siempre estaré ahí. Siempre. Pase lo que pase, siempre me tendrás.
—¿Porque decidiste quedarte conmigo? —susurra.
Tenemos montañas por delante, cosas que están fuera de nuestro control, y
aunque nos hayamos ocupado de todo por nuestra parte, hay gente ahí fuera
que sabe de nosotros. Que saben que vamos tras ellos.
No tardarán en enviar más obstáculos para detenernos. Para intentar
destrozarnos. Ya no somos los cazadores; pronto nos convertiremos en la presa.
Pero estamos preparados para lo que venga.
Aunque no vinieran por nosotros, nos aseguraríamos que las familias de esas
chicas desaparecidas obtuvieran respuestas. Por muy desagradable que fuera,
nos aseguraríamos que las personas adecuadas se enteraran de lo que estaba
ocurriendo aquí y pudieran detenerlo. Incluso si eso significaba acabar con
nosotros mismos en el proceso.
Fue una pequeña victoria. Acabar con la vida de la persona que había metido a
Rose en este lío, pero no era el final. No con todo lo que sabíamos ahora. Había
demasiadas vidas en juego y aunque nunca me había considerado un héroe, era
un ser humano decente, a pesar de mi reputación.
Trajeran el infierno que trajeran, nosotros siempre traíamos más. No hay nadie
que pueda superarnos. No cuando habíamos nacido de él, ni cuando vivíamos
en él.
Haría cualquier cosa para proteger a mi familia. No importa lo jodidos y
disfuncionales que sean, son míos. Y no hay nada que no haría por ellos.
Y joder, sé que Sage y yo nos juntamos en un huracán de decisiones precipitadas
y desorden lujurioso, pero lo que hemos encontrado debajo de todo ese dolor,
todas las mentiras, todas las verdades, era algo real.
Es un amor que sería pintado en una luz espantosa, y los susurros hablarían
de lo pecaminoso que era, la narrativa deletreada simplemente como el hijo
malvado de Satanás corrompiendo al ángel más querido de Ponderosa Springs.
Dirían que entré en su habitación por la noche y me la llevé a mi reino de
condenación eterna, reteniéndola aquí para siempre.
Nuestra historia sería de villanos mientras viviéramos aquí.
Pero no saben lo que hicimos.
No saben que ella es algo más que un ángel endeble.
Es una fuerza capaz de destruir todo lo que se interponga en su camino. Un
fénix que renace de sus cenizas.
La Lilith de mi Lucifer.
Por la que quemaría todo el maldito planeta.
En la opaca oscuridad, encontramos un amor que nunca pudo contenerse.
Así que para algunos, nuestro amor sería visto como impío, un acto contra Dios
mismo, pero ¿para nosotros?
Es más.
Es nuestro.
Ella tenía razón. Mañana los pájaros cantarán, y seguirán haciéndolo mientras
estemos juntos.
—Porque eres lo único digno de conservar.
Llama eterna
Sage
Miro el agujero excavado en la tierra húmeda, lleno de un ataúd marrón castaño
y cubierto de una fina capa de flores.
Pensé que era una pérdida de dinero enterrar a una persona que ya había sido
incinerada gratuitamente, pero en su testamento estaba escrito que iba a ser
enterrado en la parcela que ya había comprado hacía años.
Los funerales son un lugar donde se supone que debes sentir emociones. Me
había sentido rota y vacía en el de Rosemary, con tanta tristeza dentro de mí
que apenas podía respirar.
Pero hoy, no siento nada.
Es otro viernes en Ponderosa Springs.
Quizá porque mi padre había muerto para mí mucho antes de dejar de respirar.
Había matado todo lo que le unía hacía mucho tiempo, probablemente antes de
descubrir el trato que había hecho.
Hoy, la gente ha llorado a un hombre al que creían un héroe. Uno que había
muerto tras quedarse dormido mientras cocinaba.
Hoy ha perdido el malo. Dos de ellos.
Pero para la ciudad, fue un trágico accidente, que el detective Finn Breck había
tratado valientemente de evitar, pero había quedado atrapado entre las llamas
mientras intentaba salvar a mi padre. O al menos, eso es lo que le dije a la policía
cuando aparecieron.
Le dije exactamente lo que me había dicho Rook, que mi padre había invitado a
Finn junto con Cain, que no había podido venir, y que había recibido una alerta
en mi teléfono del sistema de seguridad de la casa que se había detectado un
incendio.
Condujimos tan rápido como pudimos, pero cuando llegamos, la casa estaba
envuelta en llamas. No podíamos hacer nada.
Me preocupaba lo que pudiera mostrar una autopsia, pero al parecer el doctor
Howard Discil, el funerario de nuestra ciudad, les debía un favor a los chicos.
Nunca se informó de traumatismo por objeto contundente o heridas de arma
blanca.
Se me humedecieron los ojos con lágrimas de cocodrilo y sollocé como si fuera
a ganar el Oscar a la mejor película.
Hoy no he actuado, he mantenido una mirada pasiva durante todo el servicio
mientras Rook permanecía a mi lado, tomándome de la mano. Para los demás,
era un novio comprensivo, que se mantenía firme junto a una chica en estado
de shock. Para ellos, yo lo había perdido todo.
Mi madre, mi padre, mi hermana.
Todos se habían ido; podían entender mi entumecimiento. Yo era la chica a la
que no le quedaba nada.
Pero estaban equivocados.
Rook no me tomo de la mano para apoyarme.
Yo sostuve la suya.
Porque me sentí bien al pararme frente a toda la gente que lo había condenado
y reclamarlo como mío. Cada pedazo roto y retorcido. Era mío.
Y sí, lo había perdido todo. Pero había ganado mucho más.
—¿Estás bien?
Miro a Briar y a Lyra, veo una amistad que había necesitado desesperadamente
durante tanto tiempo. Dos personas que habían estado a mi lado, que me
apoyaban. Una de las cuales había apuñalado a un hombre en el cuello. Si eso
no era una prueba de lealtad, no estaba segura de lo que era.
Asiento con la cabeza. —¿Tú estás bien?
Lyra no se había apuntado a nada de esto, y sin embargo ahora tenía las manos
manchadas de sangre, viviendo para siempre con el hecho de que había quitado
una vida para proteger a la gente que le importaba.
—Apenas pestañeé —murmura, mordiéndose el interior de la mejilla—. Ni
siquiera lo pensé antes de hacerlo. Simplemente...
—Hiciste lo que tenías que hacer —La tranquilizo, frunciendo las cejas—. No
tienes que disculparte por hacer lo necesario para sobrevivir, Lyra.
—No lo lamento. No es algo que lamente. Sólo me sorprendió... —Ella toma
aire—. Lo fácil que fue.
Lyra siempre se había representado a sí misma como la tímida nerd de los bichos
que disfrutaba de su vida de invisibilidad. Era un fantasma y, para los demás,
eso era todo. Flotando alrededor, revoloteando, mezclándose.
Pero empezaba a deducir que eso era sólo lo que ella quería que la gente
pensara.
—No puedo creer que Pierson ni siquiera te lo haya agradecido —resopla Briar,
cruzando los brazos delante del pecho—. Lo entiendo, está un poco jodido de la
cabeza, pero no es difícil decir: 'Oye, gracias por salvarme la vida'.
—Es Thatcher. No tiene ninguna emoción. Habría sido raro si hubiera dado las
gracias —digo riéndome, viviendo un extraño momento de felicidad a pesar de
estar sobre la tumba de mi padre.
—Las tiene —dice Lyra, meciéndose un poco sobre los talones—. La muerte tiene
corazón cuando se lleva a los que sufren o a los que son malos. Si la muerte
tiene emociones, entonces él también.
Se hace un momento de silencio.
—Bueno, sigue siendo un idiota —murmura Briar por lo bajo, y todas hacemos
algo que nos resulta tan extraño pero tan bueno.
Nos reímos.
Es extraño que una de mis únicas risas reales ocurra mientras estoy de pie
sobre la tumba de mi padre. Pero así es nuestra amistad.
Felicidad incluso en los momentos de oscuridad.
Hago girar la flor entre mis dedos, la que se supone que debo dejar caer dentro
de su tumba, pero en lugar de eso, camino unos pasos hacia la derecha,
parándome frente a la tumba de Rose, mirando su lápida. Arrastro los dedos por
la parte superior y suspiro.
A pesar de todo, lo único que había permanecido constante era mi deseo de que
Rosie estuviera aquí. Había tantas cosas que quería decirle, tantas cosas que
nunca llegué a decirle. Lyra tenía razón: la muerte puede ser misericordiosa,
pero también fría.
Se lleva a los que no estamos dispuestos a perder sin compasión.
Con delicadeza, deposito la rosa blanca sobre su lápida porque la otra tumba no
se la merece.
Unos dedos se entrelazan con los míos, y no me molesto en apartarme porque
conozco ese tacto. Nuestra piel se funde como la arcilla, moldeándose en una
pieza de arte cohesiva.
—Rose sabía que te gustaba —le digo, girándome para mirar la atractiva cara
de Rook.
—¿Le hablaste de nosotros? —Sus cejas se fruncen, y el dolor golpea mis
entrañas.
—No, yo nunca... —Me muerdo el labio inferior—. Nunca tuve la oportunidad de
decírselo. Pensé que tendría más tiempo.
Odio haber pensado que tenía más tiempo. Que nunca supiera lo que sentía por
él. El hombre que había devuelto a la vida a la vieja Sage y dado sentido a una
nueva.
—Pero ella sabía que yo te gustaba. Después de ese día en donde Tilly, dijo que
no muestras interés en cosas que no te provocaran. Creo que lo supo antes que
nosotros —Miro su lápida—. Era buena sabiendo lo que la gente necesitaba
antes que ellos mismos se dieran cuenta.
—Sí, lo era —murmura, dándome un fuerte apretón en la mano.
Nos quedamos allí de pie y puedo sentir cómo la recuerda, igual que yo. Nos
regodeamos en su recuerdo, dejando que su luz nos cubra en un segundo de
felicidad. Sé que no estaría enfadada conmigo por lo que le pasó a Silas, pero sí
sé que querría que estuviera a su lado.
Cosa que pienso hacer, pase lo que pase.
Silas Hawthorne no morirá como un hombre triste.
Ella no habría querido que estuviera solo el resto de su vida, y por muy perfectos
que fueran juntos, sabía que había alguien ahí fuera que podría amarlo, igual
que lo había hecho Rosie. Me aseguraría que, pasara lo que pasara, se cumpliera
su deseo.
Que pase lo que pase, aunque sea sin ella, será feliz.
—¿Qué pasa con todas esas chicas desaparecidas, Rook? No podemos
quedarnos aquí sentados con todo lo que sabemos y no hacer nada. Van a seguir
llevándoselas. Chicas como Rose, robadas de sus vidas —respiro, imaginando
cuántas familias no podrán encontrar la paz hasta que encuentren a sus hijas.
—Vamos a hacer algo. Sólo tenemos que averiguar en quién podemos confiar,
FT. Cuando lo hagamos, diremos todo lo que sabemos.
—Pero qué pasa con...
—Incluso si eso significa que nos atrapen por lo que hicimos. No dejaremos que
se salgan con la suya. Te lo prometo —me dice, y sus ojos arden con la única
verdad que jamás necesitaré.
Confiaba en él. Pasara lo que pasara, confiaba en él.
—Cuando estemos muertos, ¿podemos ser enterrados juntos? —pregunto.
Una expresión de asombro recorre sus facciones.
—¿Planeas morir pronto?
Me río. —No, pero cuando eso pase, ¿nos pueden enterrar juntos con las manos
así? —Levanto nuestras palmas unidas en el aire.
—Aunque me encantaría sentirme en un ataúd, me van a incinerar, Friki del
Teatro.
Por supuesto que quiere irse ardiendo.
Sin embargo, no lo tendría de otra forma.
—Bueno, entonces quiero que estemos juntos. Cómo se encarguen de mi
después de morir no importa, sólo que no quiero estar sola —Le miro, atrapando
las brasas de sus ojos con el corazón—. Lo que más lamento es saber que Rosie
murió sola. Vinimos juntas al mundo y lo dejamos por separado. No quiero estar
sola.
Se lleva nuestras manos a la boca y me da un beso abrasador en la punta de los
dedos.
—Nunca volverás a estar sola. Jamás. Nuestras cenizas se unirán —Me acerca
haciendo palanca con su agarre, y puedo oler su aroma ahumado en mi
lengua—. Así, no importa dónde resucitemos de ellas, lo haremos juntos. Puede
que el destino no me haya elegido para llevar la marca de tu alma, pero me
aseguraré de que sepa que en esta vida y en todas las demás, siempre seré tuyo.
Siempre lo he sido.
En algún lugar, puedo oír a Shakespeare llorando porque hemos desafiado sus
probabilidades. Somos los amantes cruzados que estaban condenados desde el
principio, y aquí estamos.
Mano a mano.
Todos los poetas muertos que escribieron sobre el amor dulce y suave gritan de
disgusto ante nuestra versión enferma y retorcida de la emoción.
Pero somos nosotros.
Y nosotros somos la llama eterna.
Para siempre.
Dentro de la mente de un asesino
Thatcher
Mi padre me escribe cartas.
Relatos articulados y bien estructurados de cómo son sus días. Cómo
transcurren y a qué dedica el tiempo libre. A veces, da la sensación que sólo está
pasando unas vacaciones superficiales varado en una isla.
Así de regular es la conversación.
Si alguien las tomara y siguiera su escritura cursiva hasta la última línea, nunca
sospecharía que está encerrado en una caja de hormigón esperando su momento
en el corredor de la muerte.
Así de normal es. Lo normal que siempre ha sido.
¿Cuándo aprenderá la sociedad que los monstruos del mundo no son los que
tienen dientes amarillos y garras afiladas? ¿Cuántos documentales tendremos
que ver hasta que veamos la verdad, hasta que nos veamos como realmente
somos?
Somos los líderes del mundo libre. Tu vecina que organiza barbacoas de verano,
maridos con familia, políticos, médicos.
No vivimos debajo de tu cama ni en tu armario, eso es demasiado fácil. No es lo
bastante complejo para nosotros.
No, estamos a la luz del día en nuestras casas, a la intemperie. Examinando sus
vidas, aprendiendo cada día cómo camaleonearnos para convertirnos en lo que
consideran una “buena persona”. La clase de persona en la que confíen, la
persona a la que dejan entrar en casa a tomar café, la persona de la que menos
esperan que los asesine despiadadamente en el suelo de su habitación.
Cuanto más tarde la humanidad en comprender estas cosas, más ventaja
tendremos sobre ellos.
La tierra cede bajo el peso de mí caminar. El barro tiñe los laterales de mis
zapatos derby Dior, y ya estoy pensando en tirarlos en cuanto pueda quitármelos
de los pies.
No me gusta contaminarme. El desorden y la suciedad me repugnan
físicamente.
Vivo para la limpieza. Organización. Estructura.
Sábanas blancas de satén, manta blanca que se blanquea los domingos
exactamente a las diez de la mañana. Un entrenamiento estricto que tiene lugar
todos los días justo antes del amanecer. El mismo desayuno, la misma rutina,
una agenda inquebrantable de la que nunca me salgo.
Mi vida es una serie de momentos hábilmente diseñados. Todo lo que hago, todo
lo que digo, tiene un objetivo.
¿Por qué perder tiempo, aliento y dinero en algo que no lo es?
Muy a mi pesar, vadeo entre los árboles de todos modos. Porque hay algo que
necesito... diseccionar.
Percibo una brisa de verano que me roza la cara, una pizca de aroma floral que
se ve invadida por el almizclado aroma del pino. Son cosas que noto pero no
siento. No como la mayoría de la gente.
El bosque comienza a abrirse, el mausoleo fechado atrapa el sol. Toda esa gente
está olvidada, pudriéndose dentro. Es una pena que nunca sacaran los cuerpos.
Justo al otro lado de la puerta de la macabra estructura, veo lo que he venido a
buscar.
Está arrodillada en el suelo mojado, con unas pequeñas botas de lluvia amarillas
asomando por debajo. Ese horrible gorro de pescador que lleva adorna la parte
superior de su cabeza, haciendo un trabajo terrible en la contención de esos
rizos desobedientes que muy claramente no mantiene.
Lyra Abbott me da náuseas.
Siempre anda por ahí con la ropa sucia, los dedos pegajosos por esas cerezas
que devora por docenas, y tiene esa extraña fijación con los insectos que me
pone enfermo. Todo lo que hace, todo lo que es, me contrarresta.
Ella es sodio y yo soy potasio.
Ella es hidróxido de amonio, y yo soy ácido acético.
Verla vivir tan orgullosa con sus hábitos mugrientos y sus intereses
contaminados me da ganas de ahogarme en lejía. Frotarme los ojos con ella
hasta que no pueda verla. Hasta que la borre por completo de mí.
No me gusta cómo me mira y cómo cada vez me hace sentir mancillado.
La forma en que se puso a mi lado mientras la sangre de Finn brotaba de su
yugular me inquietó, empapándome de ese líquido espeso, decadente y carmesí
que tanto me gusta. Podría haber disfrutado de ese momento si no hubiera visto
la expresión de su rostro.
La gente no debería tener ese tipo de reacción después de matar a alguien.
Debería haber entrado en shock, llorado, desmayado.
Ella no.
No, Lyra parecía aliviada. El placer brillaba en su rostro y una sensación de
calma descendía sobre sus hombros. Disfrutó matándolo y creo que, si tuviera
la oportunidad, volvería a hacerlo. Fue esa expresión la que me hizo necesitar
respuestas.
Había hecho un trabajo bastante bueno ignorándola descaradamente, incluso
cuando podía detectarla cerca de mí, sentir su mirada en mi piel. Ahora tengo
demasiada curiosidad para ignorarla.
¿Podría estar al otro lado de mi espectro?
¿Podría mi padre haber creado otra versión de mí con el atroz crimen que había
cometido contra su madre?
Yo era un psicópata nato. Ya lo sabía. Lo había aceptado hacía mucho tiempo.
Pero ella, ¿podría contrarrestarlo?
La sociópata creada.
Naturaleza frente a crianza.
¿Haber estado abandonada durante todo un día junto al cuerpo sin vida y
manchado de sangre de su madre la había convertido en algún tipo de anomalía?
¿Nos había conectado mi padre sin saberlo a través de su horripilante afición?
Una rama cruje bajo mis pies y ella se gira para investigar el sonido.
Su cuerpo se congela y sonrío fríamente.
Todos estamos a seis minutos de la muerte cada vez que nos despertamos.
Respirar reinicia ese reloj.
Yo soy las manos que lo detienen.
—Creo que es hora de que por fin tengamos una charla, mi querida fantasma.