02 - Monty Jay - The Truths We Burn

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Just Read.
The truths we
burn
Monty Jay
A las Sage Donahue del mundo. No te atrevas a
disculparte por convertirte en lo que tuviste que ser para
sobrevivir. Te forjaste a ti misma a partir de las llamas.
No te inclines ante nadie.
“¡Abandonad toda esperanza, los que entráis aquí!”
Dante Alighieri
ADVERTENCIA

Me gusta que los lectores vayan a ciegas por el bien de la trama, sin embargo,
sentí que era necesario decir antes que este es un romance oscuro. Trata temas
delicados, agresiones sexuales, violencia gráfica, gore, cuestiones religiosas,
temas que algunos pueden considerar desencadenantes y otros. Si usted tiene
un problema con cualquiera de estos temas, por favor no continúe.
King of Fools- Rafferty
Devils Backbone- The Civil Wars
Gangsta’s Paradise- Coolio
Jungle- Emma Louise
Get Out Alive- Andrea Russett
Running (Dyin to live)- 2Pac
Animals- Living in Fiction
Runaway- Lil Peep
GO TO HELL- Clinton Kane
Talking Body- Don Vedda
This is War- Matthew Raetzel
Red Roses-Lil Skies
She Thinks of Me- Landon Tewers
Lucifer, My love- The Templars
DiE4u- Bring Me The Horizon
Die With Me- Gemini Syndrome
FEEL NOTHING- The Plot in You
Pretty Poison- Nessa Barrett
Empty Slow- Lil Mavi
Play With Fire- Sam Tinnez
Without Me- Fame on Fire
Wolf in your Darkness Room- Matthew Mayfield
Bajo lo más profundo de Ponderosa Springs yacen secretos que nunca
quisimos que se descubrieran.
La sangre ha empapado las manos de aquellos en quienes más confiábamos.
Intenciones decrépitas por fin salen a la luz.
Y ahora las verdades están listas para ser incineradas a la vista de todos.
Estaba preparado para ver cómo este pueblo que me convirtió en villano se
pudría ante mis ojos, pero parece que los fantasmas tampoco permanecen
enterrados aquí.
La novia favorita de todos ha regresado a Hollow Heights arrastrando tras de sí
nada más que preguntas sin respuestas y sombríos recuerdos.
Una distracción que no puedo permitirme con la policía husmeando.
Un error que quemó mi último pedazo de humanidad.
El pequeño y sucio secreto que ha regresado en busca de un cierre en torno a
la misteriosa muerte de su hermana.
Pero sé que la chica inocente y perdida es una actuación. En el fondo es sólo
otra parte de su espectáculo.
Todos están comiendo de la palma de su mano, son marionetas en su cuerda.
Pero yo no.
La veo por lo que realmente es, siempre lo he hecho.
Una farsante. Una manipuladora. Una mentirosa.
No dejaré que arruine todo por lo que hemos trabajado. Me niego a dejar que
descarrile nuestro plan de venganza.
Ya jugué tu juego una vez, Sage, ahora es tiempo de jugar el mío.
Y no vas a salir sin quemarte.
Acto I
Ruido blanco Los accidentes ocurren,
Génesis ¿verdad?
Diez de espadas
Y Acción Cuando Abel mató a Cain
Tu pasado te llama
El libro de los despechados Es hora de elegir un bando
Punto de ebullición
Terrores nocturnos Castigo
Respira
El que siembra, cosecha
Heridas autoinfligidas El Fénix
De cerca y en persona
El guante
Jardín del Edén Dolor y placer
Lo hecho, hecho está
Cuando se rompe el dique
La pesadilla de una noche de Ódiame pero hazlo sagrado
El fuego que nunca se apaga verano

Lo que el diablo se merece Espinazo del diablo Llama eterna

Oh, cómo caen los caídos


Espadas de doble filo Dentro de la mente de un
Extracción asesino
Perdóname padre
Huida
Acto II Todos nuestros secretos
Acto I
Estrella de la mañana
La mayoría dice que Lucifer cayó por su rebelión.
Yo digo que el favorito de Dios de todos los ángeles se enamoró.
Cautivado, embelesado, consumido por la única mujer que nunca podría tener.
La única mujer que existe.
La primera esposa de Adán, Lilith.
Observaba desde el cielo, furioso porque Adán la había hecho inferior. Se negó a
hacerla su igual, aunque habían sido creados de la misma fosa.
Oh, la furia que ardió dentro de Lucifer cuando Dios castigó a Lilith por su
rebelión contra su marido, convirtiéndola en demonio.
Y así, Lucifer cayó.
Cayó como un rayo del cielo.
Para poder levantar el reino en el inframundo. Esculpiendo un trono de las
cenizas del Infierno, convirtiéndose en rey.
Creando un hogar para Lilith. Un lugar donde pudiera hacer de ella algo más
que una igual.
Un lugar donde la convertiría en su reina.
Génesis
Rook
Pasado
Masoquismo.
Placer en ser abusado o dominado. Gusto por el sufrimiento.
Siempre me ha gustado esa definición: el gusto por el sufrimiento. Es casi
poética, y no sabía que el diccionario Merriam-Webster pudiera ser otra cosa
que convencional.
Aunque ser dominado no es algo que necesariamente me guste en la cama o en
la vida, siempre me gusta un poco de acción de arañar y morder. Al menos para
mí, no se trata tanto de dominar como de hacer daño.
Algunos lo llaman sadomasoquismo. Eso es lo que me gusta.
Verás, me encanta el dolor.
Dios, es como la cura para todo. La bala mágica. El escape definitivo.
La forma en que los moratones se ciernen sobre mi cuerpo y me duelen durante
días. A veces me gusta presionarlos cuando aún están morados, solo para
recordar de dónde vienen, ¿sabes?
Me encanta la forma en que el dolor explota dentro de mi piel, recordándome
todas las cosas por las que merezco un castigo. El recordatorio constante de
que, incluso en la Tierra, todos debemos pagar por nuestros pecados.
El infierno solo sería un paseo por el parque.
Prácticamente ya lo goberné.
—Todo es culpa tuya, Rook —Su voz escuece como carbones contra las plantas
de mis pies—. El Señor evalúa a los justos, pero a los malvados, a los que aman
la violencia, los odia con pasión.
—¿Entonces no debería odiarte tanto como me odia a mí? —escupo de vuelta.
Se supone que un hijo es el mayor orgullo de su padre. Yo soy su
reconocimiento.
El abogado recto y santurrón había desaparecido en cuanto cruzó el umbral de
esta casa. Se ha aflojado la corbata, lleva el cabello revuelto de tanto caminar y
puedo oler su aliento a whisky mientras me alejo de la cocina hacia la puerta
principal.
—¡No te atrevas a alejarte de mí, bastardo!
A veces ni siquiera es el dolor físico lo que necesito. Disfruto con el abuso verbal;
me muerde igual de profundo, igual de brutal, haciendo que se me enrosquen
los dedos de los pies, que mi cuerpo se ilumine con escalofríos. Es el único
momento en que me siento normal.
Y nada ha sido normal desde que tenía siete años.
Antes de ser excomulgado por mi propio padre.
Me arde el cuero cabelludo cuando me enrosca los dedos en la nuca, me agarra
del espeso cabello y me empuja hacia su espacio. Joder, debería cortarme estos
mechones.
El versículo bíblico anterior me eriza la piel, abrazando mis huesos. La violencia
hecha sin el nombre de Dios es algo espantoso, pero mientras cites las
Escrituras antes de pegar a tu hijo, no pasa nada.
Es sagrado, obra de profetas.
Si nos rigiéramos por las reglas de Dante, yo caería justo encima de mi padre,
pasando la eternidad en el río de sangre hirviendo del séptimo círculo del
Infierno, mientras él camina durante eones por las fosas del infierno, bailando
en el sexto foso de Malebolge1.
¿Algo de eso era cierto?
¿Eran peores los pecados en el inframundo? ¿Se aplicaban castigos diferentes
según los crímenes contra la humanidad?
—¿Jalando mi jodido cabello? ¿Qué estamos haciendo ahora? ¿Estamos en una
pelea de zorras? —Mis palabras no hacen más que avivar el fuego que ya arde
en su interior.
Podría luchar contra él cuando me tira al suelo, hacer algo más que agarrarme
mientras mis palmas se clavan en el suelo de madera, evitando que me golpee
la cabeza contra la dura superficie, pero no lo hago.
Su zapato de punta de ala me golpea las costillas, haciéndome gruñir por la
brusquedad del malestar. Ruedo sobre mi espalda, exhalando con una sonrisa
y mirando al techo, preguntándome si Dios se estará riendo de cómo estoy ahora
mismo, feliz de que el diablo sea castigado en la tierra.
Mi risa sale fría y sin aliento.
Es increíble lo que encuentras divertido cuando has visto lo que yo. Cuando has
pasado por lo que he pasado. Las comedias con Seth Rogan y Will Ferrell ya no
me hacen gracia.
—Te estás haciendo viejo —me ahogo—. Apenas puedo sentirlas. Deberías ir al
gimnasio.

1 Malebolge o Malabolsas (fraudulentos) es parte del Octavo círculo del Infierno, la primera parte de la Divina comedia de Dante Alighiern.
Grita con fuerza y se echa encima de mí, con las rodillas a ambos lados de mi
pecho, y su puño impacta de lleno en mi cara. Saboreo la sangre de mi labio
partido, el ardor metálico me calienta la lengua.
—Debería haberte matado. Deberías haber muerto, deberías haber sido tú.
Un dolor punzante me atraviesa el cráneo cuando me agarra de la parte
delantera de la camisa y me levanta del suelo para volver a tirarme al suelo.
Maldita sea, eso me va a dar dolor de cabeza.
Una y otra vez, me levanta para volver a dejarme caer. Nado en mi cabeza, las
estrellas bailan en las esquinas de mis ojos. Otra conmoción añadida a la
creciente lista de lesiones recibidas del hombre que me creó.
—¡Entonces hazlo! ¡Mátame! —grito en mi neblina, sintiendo cada onza de esto.
Ahogándome en él. Permitiendo que me sumerja completamente.
Oigo su respiración agitada cuando deja de sacudirme, y miro fijamente al
hombre que una vez me enseñó a lanzar una pelota de béisbol, que me subía a
sus hombros para que pudiera ver por encima de las multitudes, un hombre
que solía mirarme con amor paternal.
Ahora todo lo que veo dentro de sus ojos es la miseria inyectada en sangre que
yo puse allí. La angustia que le regalé. Había matado la parte de él que creía en
la felicidad, en el bien, en todo lo luminoso.
Esta es mi tierra de expiación.
Esto es lo que hace que el dolor se sienta tan jodidamente bien.
Sabiendo que me lo merezco.
—Te odio —dice enfurecido. La saliva vuela de su lengua y me golpea en la
cara—. No eres más que El Diablo. Pagarás por esto, por toda tu maldad.
Ahí está.
Mi querido apodo. Su favorito para mí.
El Diablo.
El Maligno.
Lucifer.
Yo había sido un ángel una vez, cuando era niño, antes de que me echaran de
las buenas gracias y me dejaran arder.
La iglesia solía ser un lugar al que no me importaba ir. Cuando mi madre vivía,
y todos éramos felices. Ahora me prendería fuego entrando por la puerta.
Nos quedamos ahí, mirándonos fijamente con suficiente desprecio y furia como
para hacer funcionar Nueva York durante un maldito apocalipsis. Respirando
hondo y condenando la historia que nunca se borrará de nuestra memoria.
He tomado al hombre que piensa de forma lógica y analítica y lo he convertido
en una bestia impulsiva y descarada. Lo convertí en una versión más vieja de
mí mismo, ambos atrapados en nuestra propia versión del purgatorio.
He arruinado a mi padre.
Y cada día me hace pagar por ello. Con sus manos, sus palabras, su religión.
Un estridente claxon parece devolverle un poco de cordura mientras trago saliva,
intentando expulsar la sequedad de mi garganta.
—Bienvenido al club.
Le quito las manos de encima y él se baja de mi cuerpo, dejándome tumbado y
sin una mano que me ayude a levantarme. No es que pensara que me ayudaría,
pero valía la pena notarlo.
Incluso con diecisiete años, soy más alto que él cuando me pongo en pie. Un par
de centímetros me permiten mirarle fijamente, con el cabello cayéndome un poco
delante de los ojos.
—Al menos ten las bolas de terminar el puto trabajo la próxima vez.
Sus hombros se agitan mientras respira y vuelve a la realidad. Camina hacia la
cocina, agarra el vaso de whisky que hay sobre la mesa, se lo lleva a los labios
y se lo vierte en la garganta.
La ironía de todo esto es que toma su Biblia del mostrador que tiene al lado.
—¿Crees que Dios te va a ayudar mientras ahogas tu hígado? La gula está muy
arriba en su lista de lo que no se debe hacer.
Puede que sea un cabrón, pero al menos no soy un hipócrita.
Ignorando por completo mi afirmación, afirma: —No pongas en duda mi fe, hijo.
Y no quiero que te juntes más con ellos. Quemar ese sauce fue la gota que colmó
el vaso, Rook. No tienes ni idea de los hilos que hubo que mover para exculparte
de eso.
Me río entre dientes y agarro la sudadera del respaldo del sofá. Me la pongo por
la cabeza, tirando de ella hacia abajo.
—La primera gota o la última gota que colmó el vaso. Da igual, viejo —Me giro
hacia él mientras camino hacia atrás y abro los brazos—. No puedes alejarme
de ellos. Nunca sucederá. Igual que no puedo evitar que te acabes toda la botella
esta noche. Recuerda, soy El Diablo. El Diablo hace lo que quiere.
No me molesto en negar lo del árbol. Él sabe que lo hice. Diablos, todos saben
que lo hice. Pero sin ninguna prueba, sin testigos, no hay una mierda que
puedan hacer, y esa es la belleza de todo esto.
Andar por ahí sabiendo que todo el mundo me ve como un pirómano caótico,
desde la policía hasta los profesores, todos saben lo que soy.
El Anticristo es como me llaman. Salido de las entrañas de Satán. El infierno en
el planeta Tierra, o en este caso, el infierno para Ponderosa Springs.
Me encanta.
Cómo se agarran a su rosario cuando paso. Susurran tres Ave Marías porque
mirarme es pecado.
Me encanta que sepan todas las cosas que he hecho y que no puedan hacer
nada para detenerme. Ni ahora, ni nunca.
No hay quien me detenga.
A ninguno de nosotros.
¿Y sabes qué? Que se joda ese árbol.
Me mira, con ojos muertos llenos de disgusto.
—Me das asco —Agarra el cuello de su botella de whisky y se aleja hacia el
estudio, sin dirigirme la palabra antes de salir.
Abro la puerta de un tirón y la cierro tras de mí con un ruido sordo, sin perder
el ritmo mientras camino hacia el auto de Alistair. Los cristales tintados
protegen su odioso culo de mí, pero ya sé que detrás del cristal me espera un
ceño fruncido, aunque esté de buen humor.
Me deslizo en el asiento del copiloto y me recuesto en el reposacabezas
respirando hondo. Hay una pausa de silencio y noto que Alistair me mira
fijamente a un lado de la cara.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarte, Caldwell? —pregunto, aun mirando hacia
delante.
—Sí, tienes sangre en la jodida barbilla. Limpia esa mierda —Mete la mano en
la guantera, arrojando servilletas blancas en mi regazo.
Las agarro con facilidad, limpiándome la barbilla. El rojo las mancha casi de
inmediato. Mañana, el corte no será más que un dolor sordo y, en unos días,
probablemente despegaré la costra solo para volver a sentir el dolor.
A menos que me golpee de nuevo y lo abra de nuevo.
De cualquier manera.
—Practico contigo casi todos los días. Puedes devolverle el puto golpe.
Frotándome con más fuerza para asegurarme que no queda nada, respondo:
—Puedo con ello.
Niega con la cabeza, sale del camino de entrada y se dirige hacia el Peak para
reunirse con los demás chicos. Los últimos días del verano se desvanecen, el
último curso del instituto se acerca lentamente, y no tengo muchas ganas de
ver tantas caras.
Paso el noventa por ciento de mi tiempo rodeado de las mismas cuatro personas,
y me gustaría que siguiera siendo así.
Busco en mis pantalones negros mi paquete de Marlboro Rojo y saco uno.
—No se trata de que puedas con ello. Soy consciente de que puedes recibir un
puñetazo. Es el puto principio, Rook. ¿Cómo vas a quedarte sentado mientras
tu padre te da una paliza?
Hago una bola con la servilleta, aprieto el puño y la arrojo al suelo, me reclino y
cierro los ojos. Por costumbre, me paso el Zippo por los dedos, dándole unas
cuantas vueltas antes de encender el pedernal y poner la llama en la punta.
—¿Qué tal si me dejas preocuparme por mi padre, de acuerdo? Estoy bien. Un
año más y nos iremos a la universidad, lejos, muy lejos —Inhalo el humo hasta
el fondo de mis pulmones—. Llevo lidiando con esto desde que era un niño.
Puedo aguantar un año más. Así que déjalo, hermano.
Un gruñido agravado llena el auto antes que le vea pisar más a fondo el
acelerador, y apenas pestañeo cuando llegamos a ochenta y cinco y subiendo.
Si morimos en un accidente, moriremos en un accidente.
Todos acabamos en el mismo sitio en algún momento, a dos metros bajo tierra.
No importa cómo lleguemos allí.
Ya ves, todos sentimos lo mismo. Bueno, todos nosotros excepto el culo
enamorado de Silas.
Thatcher, Alistair y yo queremos salir de esta ciudad tanto que nos abriríamos
camino a través de alambre de púas para llegar allí. Incluso si eso significa
morir. Vamos a salir de este lugar. Cada uno de nosotros tiene diferentes
razones, pero todo se reduce a la historia que está unida a nosotros. Los
recuerdos de los que nunca podremos escapar porque esta ciudad es un ataúd.
Te asfixia con tu pasado, sin dejarte avanzar. Nunca te deja olvidar.
—Odio cuando dices 'hermano'. Es jodidamente molesto.
Me río y me pongo la capucha sobre la cabeza.
—Sí, bueno, odio cuando eres un imbécil gruñón, pero eso no va a cambiar
pronto.
—Como quieras, listillo.
La música ahoga nuestras voces mientras avanzamos por la carretera. Alistair
tiene problemas de control, así que hasta que no lleguemos a nuestro destino,
no me queda más remedio que escuchar metal, lo que está bien de vez en
cuando. Pero mis oídos empiezan a entumecerse después del séptimo solo de
guitarra. Para ser dos personas tan cercanas, nuestros gustos musicales no
podrían ser más diferentes.
Mis ojos encuentran los pinos que se desdibujan fuera de la ventana. Nos
alejamos cada vez más de los límites de la ciudad. Justo antes de entrar en el
siguiente pueblecito de mierda, gira a la derecha y nos lleva por un camino de
tierra escondido entre torres de árboles.
Diviso los vehículos de Thatcher y Silas cuando el sol cae más allá del horizonte,
ya estacionados. Aparcamos junto a ellos y nos bajamos, caminando el resto del
camino hasta el borde del acantilado.
El Peak es un pequeño trozo de tierra en la costa, con vistas a las profundas
olas azules de Black Sands Cove, una pequeña playa donde los lugareños pasan
la mayor parte de los meses de verano. Nuestro lugar está aislado, con vistas a
los que están debajo de nosotros. Es dónde venimos a pasar el rato la mayor
parte del tiempo, porque no nos gusta precisamente estar en casa.
Siempre es mejor estar lejos de nuestros padres. Solos, el uno con el otro.
—¡RVD! Gracias a Dios, Thatcher está a segundos de quemarse las cejas.
Su voz es suave, más suave que cualquiera de las nuestras, y sólo puede
pertenecer a Rosemary Donahue.
La chica rica con suficientes bolas para dejarse ver con nosotros y la única
persona que me llama por mis iniciales. La única persona que conozco dispuesta
a arriesgar su reputación por el chico que ama. Una hermana para todos
nosotros. Se infiltró en nuestro grupo antes que tuviéramos tiempo de darnos
cuenta de que había un intruso entre nosotros. La miro en el regazo de Silas,
ambos sentados en una silla junto a una pila circular de leña.
Su cabello castaño atrapa el viento, golpeándolo en la cara, pero sé que a él no
le importa.
—La falta de confianza en mí es un moretón para mi ego, Rosie —responde
Thatcher, sosteniendo una lata de líquido para encendedores.
—Mentira —se burla Silas—. No hay moretones en ese enorme ego.
A Thatch se le dan bien muchas cosas -salir airoso de un asesinato en masa,
ganarse el corazón de millones de personas, apuñalar cosas-, pero provocar
incendios es demasiado complicado para este maniático de la limpieza.
—Siéntate, Thatch. No necesitamos que arruines tu cabello.
Recibo el dedo corazón mientras le quito el recipiente, dejando que pase junto a
mí hacia su asiento. Colocándome el cigarrillo entre los labios, rocío el líquido
en círculo alrededor de la madera, arremolinándolo en el centro, asegurándome
que cada trozo tenga combustible.
La emoción se acumula en mi estómago, sabiendo lo que va a ocurrir en cuestión
de segundos.
El fuego es un elemento clave de mi existencia. Cada cerilla, cada llama, es una
compulsión. No hay quien lo pare. Siempre estoy pensando en él, soñando,
contemplándolo.
La forma en que algunas personas se sienten impulsadas a matar a otras,
obsesionadas con la limpieza o con cerrar la puerta ocho veces antes de
acostarse, ese picor espasmódico en las manos... eso es lo que me pasa a mí sin
ella.
El fuego es mi carne. Mis huesos. Es mi hogar.
Es mi forma de equilibrarme.
Que me den una paliza como castigo puede ser degradante, pero controlar uno
de los elementos más impredecibles de la naturaleza es una cantidad
desmesurada de poder.
Cada vez que arde, me siento satisfecho. Un calor que me recorre el pecho, baja
por los brazos y llega hasta los dedos de los pies. Me devuelve a una época en la
que mi vida no era un basurero en descomposición.
Y pasaré el resto de mi vida persiguiendo ese subidón.
Mi piromanía es la droga y la cura.
Muevo el cigarrillo en el centro de la madera, observando cómo la cereza conecta
con el líquido del mechero. Ahí está, la chispa que lo inicia todo. Un zumbido
me invade la cabeza mientras se prende, combustionando juntas hasta que las
llamas se vuelven cada vez más altas.
Cada trozo de madera está empapado de naranja oscuro, el calor me hace sudar
la piel mientras las llamas me llegan justo por encima del pecho.
Podría correrme de sólo mirarlo. Pensando en la destrucción que traería a la
ciudad, la gente dentro de ella, la capacidad de daño que tiene. Y en ese
momento, me siento como la única persona que podría controlarlo.
Tomo asiento entre Alistair y Thatcher, inclino la cabeza hacia atrás y cierro los
ojos un momento, escuchando hablar a los demás.
—¿Van a estar los cuatro en la recaudación de fondos antes que empiecen las
clases este año? —Rosemary pregunta ingenuamente.
—Posiblemente —responde Alistair—. Probablemente no de la forma que te
gustaría, pero es una posibilidad.
Sonrío, sabiendo lo que hemos planeado para esa estúpida recaudación de
fondos.
—Nada demasiado ilegal, ¿ok? No me apetece sacar a mi novio de la cárcel.
—Como si nos fueran a pillar —añade Thatcher.
—Quizá puedas unirte a nosotros esta vez, Rose —añado, bromeando
obviamente por su prepotente novio, que resulta ser mi mejor amigo—. Podría
ser divertido.
Prácticamente puedo oír cómo le aprieta la cintura y le rechinan los dientes
desde el otro lado del crepitante fuego.
—Por encima de mi jodido cadáver. Ella se queda fuera de la mierda que
hacemos cuando cae la noche en Ponderosa Springs —dice Silas.
—¿Cuando cae la noche? ¿Es aquí donde nos acercamos y contamos historias
de fantasmas?
—Vete a la mierda, Rook. Sabes lo que quiero decir. No necesita involucrarse
con esa mierda.
—Puedo arreglármelas sola, sabes, y como dijo Rook, podría ser divertido,
amor —argumenta Rose, y yo sé que Silas me va a reñir por haber sacado el
tema, así que mejor sigo.
—¿Ves? Deja vivir a la chica, Si.
—¿Recuérdame otra vez por qué soy tu amigo?
La risa resuena en la noche de cuatro de las personas más cercanas a mí. La
risa es un sonido tan extraño para mí, algo tan normal y humano. Nunca
pensarías que seríamos el tipo de personas capaces de las cosas que hemos
hecho, de las cosas que haríamos.
Somos malas personas que hacen cosas muy malas. Muy bien.
Suspiro, echándome las manos a la cabeza.
—Porque me necesitas —digo—. ¿Quiénes somos el uno sin el otro?
La pregunta se les mete en la piel. Aunque todos tenemos nuestros propios
secretos, unos que nos llevaremos a la tumba, hay un entendimiento mutuo que
nos conecta. Uno que otros nunca comprenderían.
Una oscuridad, un hambre que vive dentro de cada uno de nosotros.
Por separado, no somos más que niños nacidos con la tragedia goteando por
nuestras venas abiertas.
Juntos, somos un caos total.
Y Acción
Sage
—Te enteraste de lo que hizo, ¿verdad? Esa es la razón por la que tenemos un
nuevo director este año. Se estaba follando su camino a todo el segundo año.
Mary lanza los brazos al aire, con un perfecto mohín en los labios, dejando que
su barra de pegamento caiga de sus manos al suelo de mi habitación.
—Mientras tanto, yo estoy aquí rompiéndome el culo. Tomo todas las clases
avanzadas que me permiten, dirijo dos clubes, sin mencionar las porristas.
¡Debería ser presidenta del cuerpo estudiantil, maldita sea!
Durante las últimas dos semanas, todo lo que he oído de ella es cómo Stacy
amañó las votaciones el año pasado, cómo se acostó con el director... creo que
ayer fue un profesor. Está empezando a sonar como clavos en una pizarra, y si
no tengo cuidado, la sangre va a empezar a gotear de mis tímpanos.
—Como si importara, Mary —El poni rubio de Liz se balancea detrás de ella
mientras se concentra en la televisión, algún partido de fútbol detrás de la crisis
personal de nuestra amiga—. Es la presidente del cuerpo estudiantil. No es el
fin del mundo.
—Dios mío, Lizzy sé que no me acabas de decir eso. ¿La chica que lloró durante
tres días después de ganar un partido clasificatorio estatal porque no marcaste?
El interminable juego de quién puede superar a quién. La dirección a la que esto
se dirige es hacia el sur a ochenta millas por hora. Estoy cansada de oírlo, si
sigue insistiendo, se convertirá en su catalizador este año.
—¿Pueden controlarse durante cinco segundos? —digo, mirándoles, haciendo
estallar mi chicle con sabor a fruta—. Eres una jodida Turgid, por el amor de
Dios. Te limpias el culo bronceado con billetes de cien. Supéralo.
El amor duro no siempre es popular, pero te prepara para la vida que vas a llevar
en una ciudad como ésta.
Deberían saberlo.
Sé que Mary quiere replicarme, morderme con algún comentario sarcástico que
aún no se le ha ocurrido, pero no lo hará. Porque por muy mala que sea, sabe
que siempre puedo ser peor.
Porque soy Sage Donahue.
La actitud de perra rica fue bombeada directamente a mi cordón umbilical en el
útero. Soy la capitana de las animadoras y la favorita de todos.
Come-hombres.
Sin corazón.
Me había convertido en todo lo que necesitaba para sobrevivir a las normas de
Ponderosa Springs y algo más.
Lizzy Flannigan y Mary Turgid han sido las amigas perfectas para el mundo en
el que vivo. Superficiales hasta la médula, pero estupendas para proyectar cierta
imagen.
La mayoría de las niñas buscan amigas que tengan gustos similares. Disfrutan
con las mismas muñecas o les gusta jugar a disfrazarse, pero cuando te
preparan para que tengas buen ojo para saber cómo te perciben los demás,
buscas a las que tienen más que perder.
Mi madre me enseñó de muy pequeña que tu imagen lo es todo. Tu reputación
aquí te hará triunfar o fracasar en cualquier sitio. Haces lo que hay que hacer,
sin importar las consecuencias.
Sonríes, no importa lo que te hagan. No importa el dolor que te inflijan, porque
a nadie le importa.
Ni siquiera la mujer que me dio a luz.
Me he vuelto muy buena ocultando mi yo interior a los que me rodean,
permitiéndoles ver sólo lo que yo quiero que vean, haciéndome lo
suficientemente digna de confianza como para convertirme en una especie de
coleccionista.
Una conocedora de secretos, huesos enterrados bajo las tablas del suelo de los
armarios de la gente. Tengo trapos sucios de casi todo el mundo aquí, y saben
que si me traicionan, no tardaré en sacarles a la luz.
En séptimo curso, Lizzy vino llorando, desahogándose sobre cómo su padre es
un alcohólico empedernido que pasa demasiado tiempo extra en sus viajes de
negocios, asegurándose de parar en todos los clubes ilícitos a la vuelta. Estaba
tan colorada, tan frustrada de que su madre se quedara allí sentada, sabiendo
todo esto, al tanto de cada una de sus indiscreciones, y no murmurara ni una
sola palabra.
Esa noche juró que nunca dejaría que un hombre le faltara al respeto,
negándose a casarse con alguien que la pisoteara así. Lo que personalmente no
creo que sea un problema porque también sé que a Lizzy no le gustan nada los
hombres.
Durante una fiesta de pijamas borracha, mientras Mary estaba desmayada, Liz
sintió ganas de compartir más secretos. La respetaba por ser capaz de decirlo y
odiaba que supiera que tenía que ocultarlo. Pero aquí la crucificarían.
¿Y Mary? Oh, Mary.
Es muy lista, probablemente será neurocientífica algún día, si pasa los controles
de drogas. Porque la última vez que lo comprobé, está mal visto tener Adderall
en el organismo cuando no te lo han recetado.
Durante toda su vida se ha preocupado por sus notas, por su inteligencia por
encima de cualquier otra cosa. ¿Si eso alguna vez era amenazado? Sentía pena
por la persona que amenazaba. En primer año, sacó una C en un examen de
matemáticas. No es gran cosa para algunos, ¿pero para ella? ¿Para sus padres?
Bien podría haber sido una expulsión de la escuela.
Así que cuando sus ojos se negaron a permanecer abiertos por las horas de
estudio, encontró su billete dorado. Ahora, desaparece durante los periodos
libres para encontrarse con los traficantes de mala muerte bajo las gradas del
campo de fútbol.
Todos tenemos un peso sobre nuestros hombros, cada uno de nosotros yace
bajo su propio péndulo que se balancea cada vez más cerca cada vez que
cometemos un desliz.
Es la razón por la que nunca intentarán destronarme como Miss Ponderosa
Springs. Están aterrorizados de que revele sus secretos. Porque la Sage que
conocen será despiadada cuando se trate de conseguir lo que quiero.
Hay un poder en eso. Conocer los secretos de todos, todas sus verdades.
Más poder aun sabiendo que ni un alma conoce los míos.
Cuantos más secretos tenga sobre los demás, menos probabilidades hay de que
descubran los míos. Y los míos van a permanecer enterrados.
—Sí, tienes razón —Suspira, sonriendo con fuerza—. Es sólo un pequeño ataque
de nervios. Es angustioso —recoge su barra de pegamento y sigue pegando letras
de plástico en el fino trozo de cartón blanco, maquinando internamente cómo
matarme de alguna manera—. No saber si entraré en Hollow Heights.
Me burlo. —Pues vete a cualquier otra universidad de la Ivy League del país. No
es la única del mundo, Mary.
—Sabes tan bien como yo que podrías especializarte en actividades de
conserjería allí y salir ganando seis cifras. Entrar lo es todo, Sage.
Siento como si tuviera que estirar físicamente la mano y agarrarme los globos
oculares para evitar que rueden.
Dinero, dinero, dinero.
Es el pasatiempo favorito de todos aquí. Es lo único que les importa.
Lo comen, lo cagan, lo respiran.
El dinero lo arreglará todo porque compra el silencio.
—Sí, sí, Hollow Heights esto, Hollow Heights aquello. ¿Nadie quiere ver el sol?
¿Todo el mundo está tan contento viviendo en un lugar siempre gris y húmedo?
—me quejo, rodando de la cama hacia el cuarto de baño contiguo.
Giro el dedo alrededor de unos rizos sueltos de mi cabello, abro el cajón, tomo
mi bálsamo favorito y me lo pongo en los labios. Aunque es de noche, mi
maquillaje sigue perfectamente en su sitio, el delineador de ojos negro como el
carbón crea unos ojos seductores a lo Marilyn Monroe. El color rojo mate se
asienta en mis labios, calentando mi piel. Todo queda ahí, como una máscara
bien pulida.
A las chicas les parezco engreída cuando miro mi reflejo en el espejo, pero es
sólo para ver si encuentro alguna grieta en la fachada.
—Zorra, por favor, tu culo pelirrojo arderá en cuanto salgas de Oregón —bromea
Lizzy, haciéndome sonreír para mis adentros en el espejo.
—¿Qué quieres decir? —Me vuelvo hacia ellas y me pongo la mano en la
cadera—. Al fin y al cabo, el rojo es mi color característico —les digo, guiñándoles
un ojo.
Todos compartimos una risa, una risa falsa llena de plástico. Y el sonido resuena
tan profundo dentro de mi pecho que empiezo a preguntarme si realmente es
tan hueco por dentro como la gente cree que es.
Se oye el fuerte zumbido de los motores de los autos deportivos de alta gama.
Ronronean y retumban al otro lado de la ventana de puertas francesas de mi
habitación, lo que hace que incluso Liz aparte los ojos de la pantalla de plasma
de la pared.
A Mary se le iluminan los ojos.
—Parece que tu lado delincuente está en casa —ríe, saltando del suelo y
corriendo hacia la ventana. La abre lo suficiente para oír lo que ocurre abajo y
mira a través de la abertura—. Y ha traído a sus amigos —canta.
Saco mi teléfono del bolsillo trasero y compruebo la hora.
—Whoa, ellos realmente pueden saber la hora. No llega tarde al toque de queda
esta noche.
Esto nunca deja de ocurrir, y nunca deja de molestarme.
Un recordatorio constante de todas las cosas de las que me he mantenido
alejada, las cosas que me vi obligada a evitar. Todas las libertades que Rosemary
tiene, porque yo soy la que está bajo el microscopio.
Yo soy la que intenta mantenerme en calma. De no desmoronarme.
Liz se acerca a la ventana junto a Mary y, como soy una cotilla vergonzosa, la
sigo y me asomo por encima de sus hombros para ver el jardín delantero y los
tres caros vehículos que han aparcado en línea recta junto a la acera.
—Maldita sea —susurra Mary mientras vemos a mi hermana salir del asiento
del copiloto, esperando a Silas que rodea la parte delantera de su Dodge
Challenger y llega a su lado. Le rodea el hombro con el brazo y la guía hacia la
puerta principal.
—Es realmente injusto lo bueno que está —se queja, admirando la piel dorada
de Silas Hawthorne que es impecable a cualquier hora del día, pero por la noche
con esa camiseta blanca, está para morirse.
—Ese hombre necesita una etiqueta de advertencia —añade Lizzy, sus ojos se
desvían rápidamente hacia mí como para asegurarse que no voy a llamarle la
atención.
—Más bien una camisa de fuerza —murmuro, revolviéndome el cabello por
encima del hombro, molesta.
Verás, esto pasa cada vez que vienen a dejar a Rosemary. Como una manada de
perros hambrientos, nunca hay sólo uno de ellos. Todos se juntan como
vagabundos en busca de sobras. Sin embargo, mis amigas no pueden evitar
pararse junto a esta ventana, ansiosas por echar un vistazo a los criminales y
psicóticamente ardientes de Ponderosa Springs. Por supuesto, no nos pillarían
ni muertas hablando con ellos en persona, tanto por sus actitudes temerarias
como porque ser vista con cualquiera de ellos es un punto negro en la reputación
de cualquiera para toda su vida aquí.
Es un jodido suicidio social.
No son los chicos que llevas a casa con papá y mamá. Son divertidos de ver,
pero no se tocan bajo ninguna circunstancia.
Algo así como admirar a los animales salvajes en la naturaleza. Los observas,
los aprecias y los dejas en paz. No debes llevártelos a casa y tenerlos como
mascotas. Sin embargo, a mi hermana gemela no le importaría ser mutilada por
una de ellas cuando se ponen nerviosas, porque todo el mundo sabe que nunca
se puede domesticar a algunas criaturas.
Apenas podemos oír lo que se dicen en la puerta principal, pero ya han pasado
más de diez minutos y me estoy aburriendo. Por muchas veces que Rose ha
intentado explicármelo, nunca entenderé por qué él.
En realidad, no, es mentira.
Es porque es la única persona a la que se supone que no debe elegir, y ella
siempre ha intentado hacer exactamente lo contrario de lo que se espera de ella,
convirtiendo a su vez mi vida en un infierno. Mis padres se habían dado por
vencidos con ella, decidieron que no valía la pena moldearla, así que hace años,
su atención se desplazó directamente hacia mí.
Soy su joya de la corona.
El bocinazo de un claxon desvía mi atención como una goma elástica contra la
piel húmeda. Veo el cabello rubio platino de Thatcher a kilómetros de distancia,
incluso en la oscuridad. Tener el cabello de ese color rubio natural es el sueño
de cualquier chica.
—Rosie, querida, si te prometo que lo tendré de vuelta en una pieza, ¿me harías
el favor de devolver a nuestro amigo por esta noche? —Su voz es rápida y limpia
como un bisturí contra la piel, cortando el viento.
Oigo la risa suave de mi hermana, y es casi extraño porque es como oír mi propia
risa de verdad, algo que no ha salido de mi garganta en mucho tiempo.
—Vi en un documental sobre crímenes que la psicopatía es genética —dice Lizzy
mientras todos le observamos.
—El gen psicópata es sólo un mito: nunca se ha demostrado científicamente.
Tiene que ver con tu entorno, la forma en que te han educado y algunos
comportamientos mentales, pero no puedes transmitirlos a tus hijos —añade
Mary.
—¿Y cómo crees que era su entorno, Mary? ¿Abrazos y noches de juegos en
familia? —digo— Todo el mundo sabe que Thatcher Pierson se convertirá muy
pronto en papi querido. Sólo estoy esperando a ver si alguien le pilla brillando
al sol.
Se ríen a carcajadas de mi comentario, sabiendo que tengo razón. No creo que
los asesinos en serie transmitan nada a sus hijos aparte del trauma. Pero sé lo
que es ser criado como si fueras un monstruo. Al final, te rindes y te conviertes
en uno.
Las ventanillas del siguiente auto bajan y me permiten ver a Alistair Caldwell en
el asiento del conductor.
—Es una pena que odie tanto el mundo. Habría sido el novio trofeo
perfecto —digo sacudiendo la cabeza. Es decir, su familia es la dueña de casi
toda la ciudad... habríamos estado muy bien si él no hubiera estado tan jodido.
—¿Porque Easton Sinclair no es ya perfecto? ¿Ves a las chicas que le pululan
como moscas, dispuestas a quitártelo de las manos?
—¿Como tú, Mary? —Le arqueo una ceja bien cuidada, y ella se da la vuelta con
el rostro sonrojado, intentando pensar en una forma de echarse atrás y negar.
No se me escapa que Mary ha estado sedienta por Easton desde preescolar, y en
el momento en que nos separemos, estará allí, con las piernas abiertas, lista
para recoger los pedazos. No es que me importe: Easton está ahí por la misma
razón que ellas.
Marcadores de posición hasta que me gradúe.
—Es broma —añado al final, sonriendo un poco.
Entonces, como la explosión que es, Rook Van Doren desliza su cuerpo delgado
a través de la ventanilla del copiloto de Alistair, colgando fuera del auto mientras
se sienta en el marco de la puerta, sonriendo ampliamente, con una cerilla
colgando de sus labios rosados.
—Romeo, Romeo, ¿dónde estás Romeo? —reprende—. Lo verás mañana. Esta
noche tenemos que ocuparnos de una mierda —Su voz bromista resuena en el
aire mientras tamborilea con las manos en el techo del auto. No hay nada que
se tome en serio.
—Sí, imbécil, eso definitivamente va a consolarla esta noche —responde la voz
de Silas.
—Lo siento, ¿tenía que mentir? No es como si fuéramos a hornear magdalenas.
Las luces de la calle rebotan en su pálida piel, el resplandor amarillo anaranjado
calienta su cara. Las llamas industriales brillan a su alrededor. Esos rasgos de
niño bonito le dan un aspecto tan modesto, esa especie de cabello salvaje y esa
mirada descarada que me recuerdan a los mustangs salvajes. Libres,
temerarios, peligrosos. He oído al menos a cinco chicas quejarse de lo celosas
que están de sus largas pestañas que enmarcan sus ojos de fuego infernal.
Nunca los he visto de cerca, pero así los llama todo el mundo.
Color avellana en cualquier otro, ¿pero en los suyos? Te abrasan.
Algo que siempre he admirado y que a la vez me saca de quicio de Rook es lo
impredecible que es.
Nunca sabías lo que obtendrías de él. Una sonrisa, un cóctel molotov, un
cuchillo en la espalda, una carcajada. El único chico de su grupo para el que no
puedes prepararte es él. Todo el mundo sabe que Thatcher es sumamente
inteligente y que, si tiene la oportunidad, podría encerrarte en su sótano y jugar
al Dr. Hannibal con partes de tu cuerpo.
Dios, y si no eras consciente de los problemas de ira de Alistair, sal de debajo
de la puta roca gigante bajo la que estás durmiendo y míralo. Prácticamente se
está bañando en colonia con olor a ira.
Y, por supuesto, todo el mundo es consciente de que Silas es el callado. El
esquizofrénico no dice mucho porque está demasiado ocupado dentro de su
propia cabeza.
Es el que mi hermana fue capaz de descifrar.
Pero Rook, es idéntico al elemento con el que tan cariñosamente se asocia. Nada
de lo que hace es deliberado; siempre es un capricho, probablemente basado en
lo que le parece correcto en ese momento. El chico nunca se ha pensado dos
veces nada.
Lo admiro porque tiene las bolas de hacerlo. Me parece estúpido porque va a
acabar consiguiendo que le maten, y estar tan loco sólo es divertido cuando
tienes el dinero y el poder para evitar las consecuencias.
El Psicópata.
El Vengativo.
El Esquizofrénico.
Y El Diablo.
Los Hollow Boys.
Irritada y harta de fisgonear, me alejo de la ventana.
—Voy por algo de beber. Intenten que no se le caigan las bragas antes que
vuelva.
Al bajar los escalones y atravesar nuestro salón, oigo el eco de la brillante voz
de mi madre. Mis pies van más despacio para que ella no me oiga llegar. Camino
hasta llegar al borde de la entrada de la cocina, escuchándola hablar por
teléfono.
—Ya no sé qué hacer, Sherry. Quiero decir, ¡no tiene remedio! Siempre fue
rebelde de niña, ¿pero acostarse con Silas Hawthorne? Dios, no puedo imaginar
lo que piensa la gente de la iglesia cuando nos ven. Se junta con un chico al que
el pueblo llama El Anticristo —se queja enfáticamente.
Me pitan los oídos mientras continúa.
—Hemos probado a castigarla y se escapa. ¡Uf, y el peso! Deberías ver lo que ha
engordado desde que lo conoció. Es horrible.
El agua empieza a burbujear a mis pies.
Un aviso de inundación suena en mi cabeza y sé lo que viene.
Si se alejara de él como le dije, esto no estaría pasando. Nuestra propia madre
no estaría hablando así de su hija. El agua no estaría subiendo tan rápido, y
mis pulmones no estarían temblando.
—Sage está bien. Quiero decir, al menos tenemos una hija que se preocupa por
la imagen de esta familia. Siempre y cuando se abstenga de arruinarla —Sus
pasos se alejan de mí, indicándome que se dirige al lado opuesto, hacia la sala.
El corazón me late en el pecho, las uñas se me clavan en la palma de la mano.
Cada vez que Rose mete la pata, cada vez que se salta las normas, es como si
me empujaran la cabeza más y más bajo la superficie.
El ahogo se acerca. Puedo sentirlo.
Cuando ocurren cosas horribles, algunas personas se convierten en delicadas y
suaves alhelíes que crecen en los rincones, esperando a ser arrancadas por su
príncipe azul.
Y algunos se convierten en guerreros.
Se forjan con hierro, construyendo capas de armadura para proteger lo que les
queda. Se endurecen.
Crueles.
Enojados.
Celosos de los que son capaces de reconstruirse sin los amargos fragmentos de
cristal de sus traumas.
Se abre la puerta principal y el viento le pasa por detrás de los hombros
alborotando su cabello castaño oscuro, varios tonos más oscuro que el mío por
el tinte. Su sonrisa iluminaría una jodida habitación si se pudiera convertir en
electricidad, y eso debería hacerme feliz.
No es así.
—Huh —digo, cruzando los brazos delante del pecho—. Creía que la basura sólo
venía los martes.
Los ojos de Rosemary se alzan para encontrar los míos. La sudadera con
capucha de gran tamaño que pertenece a su novio se traga su pequeño cuerpo.
Se le borra la sonrisa y suspira.
—Guárdate los comentarios de zorra para tus amigos —Se sube la capucha y
entra en la cocina para evitarme, pero la sigo.
Sé que debería marcharme, irme antes de decir algo peor, pero no puedo
contenerme.
—Gracioso. ¿El Esquizofrénico te está enseñando cómo tener agallas ahora, o
sólo te sientes peleona esta noche?
—No le llames así —dice, dando un portazo a la puerta de la nevera—. ¿Qué
problema tienes con ellos? Nunca te han molestado.
Mi lengua se vuelve rápida, afilada, letal en cuestión de instantes.
¿Cuál es mi problema? ¿Mi problema?
—Son escoria, Rose. ¡Hacen que esta familia parezca sucia! —le grito.
—¿Mamá te ha metido tanto la mano por el culo que ahora te usa como
marioneta? Sabes, si no te conociera mejor, diría que estás celosa.
—¿Celosa? ¿Yo? ¿De qué? ¿De tu pandilla de imbéciles mentalmente inestables?
Por favor —me burlo a la defensiva.
¿De qué tendría que estar celosa? Tengo todo lo que pueda imaginar.
—Celosa de tener amigos de verdad. Una relación de verdad. Mientras tú te
pasas el día con novios falsos y gente de pacotilla que te apuñalaría por la
espalda en cuanto te dieras la vuelta. Todo porque tienes demasiado miedo de
disgustar a tu mami querida —suelta, sacudiendo la cabeza.
—Sabes, quizás no tendría ningún problema si dejaras de abrirte de piernas a
los raros de Ponderosa Springs. Dios, ¿no ves cómo te mira la gente? Eres una
atracción de feria ambulante —me burlo.
Se estremece, retrocede como si le hubiera dado una bofetada, con los ojos llenos
de tristeza. Me digo que se merece que le duela como a mí. Yo me ahogo cada
segundo de mi vida y a ella no le importa nada. Unas palabras duras no la
matarán.
Rose se acerca a mí. —No, ese es tu problema, Sage. Tal vez si dejaras de
preocuparte por lo que la gente piensa de ti, no serías una perra tan
miserable —Caminando directamente en mi dirección, me da un golpe con el
hombro al pasar.
Me deja allí, bajando de mi viaje de mal genio, con el corazón doliéndome dentro
del pecho. Caigo contra la pared, siento que mis piernas van a ceder, pero me
niego a que lo hagan.
El agua helada está justo debajo de mi nariz y trato de evitar que se filtre en mi
boca. Me niego a hacerlo ahora mismo.
Inhalo y exhalo profundamente por la nariz, continuando el proceso hasta que
mi ritmo cardíaco se ralentiza y el agua comienza a residir.
Repito una y otra vez:
Soy Sage Donahue.
Lo tengo todo.
No me ahogaré.
Sobreviviré.
El libro de los despechados
Rook
—Tu puntería apesta —Silas me mira mientras sale humo de la punta de mi
Swisher Sweets2 de sabor tropical.
Me coloco el porro en los labios, lo mantengo ahí y apunto con la pistola de
paintball hacia el marcador del equipo de fútbol. Estamos tumbados a unos
metros de él, el césped artificial me atraviesa los pantalones y prácticamente me
quema el culo.
—Dije que sí al vandalismo. Nunca dije que se me daría bien —Doy una calada
al extremo del porro, dejando que el humo de olor fétido se impregne en mis
pulmones, dándome ese subidón que necesito de vez en cuando.
No se trata de adormecer nada, sino de frenar el impulso. Durante unas horas,
ese picor en la palma de la mano se calma lo suficiente como para permitirme
pasar el día sin hacer explotar a nadie.
Veo a un tipo haciendo el imbécil o simplemente caminando por la calle con una
sonrisa arrogante en la cara, y sólo puedo pensar en lo que haría si estuviera
envuelto en llamas, ahogándose en gasolina. Eso me parece normal. Me extraña
que nadie más piense así.
La hierba evita que sea un homicida.
Además, llena el vacío durante un tiempo. Todo el humo me hace sentir menos
vacío.

2 Tipo de cigarro que contiene nicotina y marihuana.


Disparo las bolas de pintura verde lima sobre el tablero, creando más desorden
en el objeto ya recubierto. Apenas se ve lo que hay debajo de la pintura amarilla
y verde, y con el fútbol ya metido en pretemporada, no les va a hacer ninguna
gracia.
—Parece un rito de iniciación, ¿verdad? La última travesura del equipo de
fútbol —digo, tosiendo un poco, con la cabeza ligera y el cuerpo zumbando de
conciencia. El aire cálido del verano empieza a ser más frío cada día que nos
acercamos al otoño—. Odio este sitio, joder, pero es el último año de todos
juntos. El último de todo.
Silas permanece distante, mostrando pocas emociones, no porque no las tenga,
sino porque no le gusta expresarlas. Rara vez reacciona ante cosas que haría la
gente normal, y aunque sé que quiere a Rose y se preocupa por nosotros, sé que
las relaciones son duras para él.
Relacionarse con las personas. Comprenderlas.
Es diferente: ve el mundo desde una perspectiva distinta a la de los demás, y a
veces parece que todo le da igual, siempre parece sin humor o emocionalmente
frío.
Incluso cuando está con Rose y ella sonríe, es tal vez un movimiento de sus
labios, pero nunca muestra realmente que está feliz, a menos que le mires a los
ojos.
Creo que así fue como Rosemary se abrió camino hasta su corazón. Podía leer
en sus ojos lo que su cara nunca expresaría. Vio todo su interior y tomó esa
información y trató de entenderla.
La verdad es que nadie sabrá nunca lo que hay en la mente de Silas. Nunca
seríamos capaces de entenderlo, pero puedo intentar protegerlo de ello. Aunque
odie que lo moleste para que tome sus medicinas.
Porque él me protege.
Bueno, a una verdad mía.
—Hay autos —dice mientras el silbido de las balas retumba en mis oídos, más
pintura estallando contra la señal—. Aviones. Trenes. Metros. Muchas formas
de viajar, Rook. No es lo último de nada, sólo tenemos que conseguir trabajo y
ya no podrás quemar edificios.
Me río y siento que se me revuelve el estómago cuando los efectos de la hierba
empiezan a hacer mella en mí. Tiene razón y sé que estoy pensando demasiado
por culpa de la hierba, pero me sigue dando miedo.
La palabra “familia” se perdió el día que murió mi madre.
Y encontrado de nuevo en un club de campo mientras intentaba explotar
petardos.
Dejar Ponderosa Springs nunca fue una cuestión, pero dejarlos, eso es un
sentimiento diferente.
—¿Y sigues empeñado en quedarte? ¿No puedo disuadirte? —pregunto, aunque
sé que no tiene motivos para irse, no como yo.
—No, estoy aquí hasta que Rose se gradúe. Quiere ir a Hollow Heights, así que
estaré con ella hasta el final —Hay una franqueza en su voz, tranquila, tan firme
que incluso un extraño que pasara por delante sabría que lo que dice va en
serio.
—¿Tus padres van a estar de acuerdo con eso?
—Llevan intentando que me vaya desde que me diagnosticaron —Suspira—. Me
quieren, así que lo entiendo. Nunca quisieron verme hacer el ridículo aquí -
todavía no quieren-, pero no voy a dejar a Rose. Así que también saben que no
hay forma de convencerme. Además, será más fácil hacer prácticas en la
empresa de mi padre en Portland.
Es el único con buenos padres. Grandes padres, incluso. Scott y Zoe tienen
éxito, son felices con tres hijos y los quieren como deben querer los padres.
Es una locura que incluso alguien con un entorno estable pueda seguir
ansiando la destrucción, ¿verdad?
Le doy otro golpe, lo termino y arrojo la colilla al campo, sabiendo que
chamuscará la hierba falsa.
—¿Hemos terminado de ser nostálgicos? Me duele la cabeza y tenemos que ir a
recoger a Rose.
—¿Dónde está? —pregunto con un movimiento de cabeza, haciéndole saber que
estoy listo para irme.
—Está donde Tilly, estudiando, pero apareció el novio de su hermana y su
enjambre de amigos, y no me gusta que esté cerca de ellos.
—¿Una oportunidad de cagar en Easton y que me den una hamburguesa?
¿Dónde firmo? —Levanto los brazos por encima de mi cabeza, estirándome
mientras me pongo de pie.
—Vamos a recoger a Rose, y eso es todo. Sin peleas —gruñe, caminando a mi
lado.
—Sí, nada de peleas. Entendido —Sonrío mientras rebusco en mi bolsillo
trasero, tomo una de mis cerillas Lucky Strike y me la pongo entre los dientes.
Yo no empezaría nada. Normalmente nunca lo hago.
Pero lo terminaría.
La Cafetería de Tilly está a un corto trayecto en auto desde el instituto y, cuando
voy en mi moto, tardo unos seis minutos en llegar al estacionamiento con el
letrero de neón iluminando el asfalto.
Me sacudo el cabello de los ojos cuando me pongo el casco en la cabeza y
balanceo la pierna sobre la moto mientras Silas aparca en el puesto contiguo al
mío. Tilly está lleno. No es de extrañar, teniendo en cuenta que es sábado y que
aquí se reúnen todos los tipos con colonia Axe y las chicas dispuestas a
cotillear.
Lo siento por Rose, por el hecho de que su hermana gemela sea una malvada
rabiosa y llena de ego. Y como Rose odia conducir, la mayoría de las veces tiene
que acompañarla. Aunque no quiera.
Sus padres, supongo, piensan que si rodean a Rose de la gente “correcta” verá
lo malos que somos para ella. Creen que se aburrirá, que verá lo que podría ser
su vida si acabara con la gente del lado correcto de la escala moral, en lugar de
estar con los chicos que son la mancha empañada de Ponderosa Springs.
En los años que llevamos vivos, hemos dañado la reputación de este pueblo y
de su gente. Hemos tomado su jerarquía y la hemos hecho pedazos. Los
Donahue temen que su preciosa niña se haya pasado completamente al lado
oscuro.
Tienen razón.
Y no la van a recuperar.
Silas abre la puerta de cristal, pisando el suelo ajedrezado, y cuando cruzamos
el umbral, todas las voces dejan de existir. El comedor, lleno a rebosar, se vuelve
más silencioso que los pasos de un ratón.
Somos lo que no deben entrar en un lugar donde no somos bienvenidos.
Es como si acabáramos de entrar en una iglesia o en un lugar de culto.
Y todo el mundo sabe que la tierra santa quema los pies de los condenados.
Agarro el hombro de Silas.
—¿Qué? ¿Tengo algo en la cara? —Mi voz resuena en el espacio, crepitando y
chasqueando en sus oídos.
Algunos se quedan mirando abiertamente, asombrados; otros esconden la
mirada, temiendo que hagamos contacto visual con ellos y los poseamos o
hagamos algo perverso. Las mujeres se agarran los bolsos, los hombres
entrecierran los ojos, las chicas aprietan los muslos y los chicos intentan
hacerse los duros.
Silas empieza a moverse, acechando a su chica con determinación. Está metida
en un pequeño reservado. No bromeaba cuando dijo que quería entrar y salir,
odia estar rodeado de tanta gente. Aunque no lo haya dicho en voz alta, lo noto
en su forma de comportarse.
Le sigo por detrás, observando cómo sus tiernos ojos se alzan, encontrándose
con los de su novio. Todo se desvanece para los dos, la ansiedad cae de los
hombros de ella y el alivio baña la espalda de él como el agua.
Celos no es la palabra para lo que siento por ellos. No me gusta Rose así, y puedo
admitir cuando los chicos son atractivos, pero Silas no lo hace para mí de esa
manera.
Pero a veces, muy pocas veces, me pregunto qué se sentiría si alguien me mirara
así.
Como si yo fuera más que un problema. Un error. Un monstruo. Lucifer.
Alguien que me mire como si fuera humano.
Rose recoge sus cosas rápidamente, deslizándose desde su lugar en la cabina,
atrayendo mi atención a los demás a su alrededor. Los miembros del equipo de
fútbol se sientan juntos, algunos de ellos encima de las propias cabinas, con su
sabor de la semana colgado del brazo.
En todos los sentidos, además del monetario, son nuestros opuestos.
Todos somos ricos, y ahí se acaban las similitudes.
Si hubiera un lado equivocado de las vías en Ponderosa Springs, estaríamos allí.
Todo el tiempo nos miran desde sus balcones y sus céspedes perfectamente
recortados, como si nuestra ropa no costara lo mismo, como si nuestras familias
no fueran igual de acomodadas.
Nada de eso importa porque nuestra riqueza está cubierta por el hedor del
peligro. Alboroto. Violencia.
Somos las personas de las que te advirtieron tus padres cuando eras pequeño,
los hombres del saco debajo de tu cama. Somos abominaciones para esta ciudad
de carrusel en la que cada uno desempeña su papel.
Y nadie interpreta mejor sus papeles que el príncipe de todo lo alto y poderoso
y su querida princesita que se sienta a su lado.
—Hola, chicos, ¿listos para irnos? —murmura Rose, echándose la mochila sobre
los hombros mientras Silas la atrae hacia su pecho, estrechándola contra su
cuerpo.
—Hola, Rosie. —Me acerco a ella y le alboroto el cabello—. Vamos a buscar algún
problema en el que meternos, ¿ok?
Estoy bromeando, obviamente. Bromear es la forma que tengo de tapar el vacío
de mi pecho. Nadie sabe cómo resuenan las risas dentro de mí. Porque no me
queda nada.
Se oye un ligero carraspeo, seguido de un “delincuentes”. Es bajo, amortiguado,
y hace que el grupo se ría por lo bajo.
Me paso la cerilla por la fila superior de dientes, sonriendo a su alrededor.
—Lo siento, no podía oírte con esas pollas en la boca. ¿Quieres decirlo un poco
más alto, Sinclair? —Paso junto a mis amigos hacia su lado de la cabina.
Easton es tan pretencioso como las sandalias de Gucci.
Lo he odiado desde que lo conocí, todos lo odiamos. Esa mentalidad que tiene
de que es un dios entre los demás. La forma en que la gente piensa que camina
sobre el agua, y él alimenta ese tipo de atención.
Jodidas felicitaciones.
Su padre es el decano de una universidad sobrevalorada que se hunde en la
tierra empapada. Difícilmente algo de lo que presumir. Pero como la mayoría,
Easton sabe cómo jugar con la gente de aquí.
Sonríe para los periódicos, gana partidos de fútbol, finge que está bueno.
Pero incluso lo perfecto tiene grietas, y él está lleno de ellas.
—Rook —Rose me agarra del antebrazo, haciendo lo que mejor sabe hacer e
intentando mantener la paz.
Me río de ella.
—No, Rosie, no pasa nada —empiezo, poniendo las manos sobre la mesa y
mirando a Easton—. Sólo estoy teniendo una conversación amistosa con mi
buen amigo Sinclair aquí. ¿No es así?
Mis ojos se clavan en los suyos, desafiándole a que me mire. Espero que lo haga
para que vea lo que todo el mundo ve: el infierno. Cómo lo asaré vivo si vuelve a
insultarme a mí o a mi familia.
Excepto que hace lo que hacen los cobardes y ve a todas partes menos a mi
mirada.
—Dije... —Se aclara la garganta, sonriendo a través de esta incómoda
posición—. Que te diviertas —Se encoge de hombros como algo desenfadado.
Él y yo sabemos lo que dijo.
Atrevido por decirlo en primer lugar.
Inteligente por no repetírmelo a la cara.
—Eso es lo que pensaba, campeón —Le doy una fuerte palmada en la espalda,
haciéndole caer un poco hacia delante. Cuando se hace el silencio, decido darle
a Rose lo que quiere y marcharme.
—Vaya broma —Zumba en mis oídos una voz más suave y burlona—. Traer a la
pandilla de payasos locos en público, ¿en serio, Rose? ¿Podrías ser más
vergonzosa?
La presión cae sobre la cerilla en mi boca mientras aprieto la mandíbula.
—Me pregunto qué dice eso de ti y tu pandilla de Abercrombie y perras.
Nos miramos directamente a los ojos, y sus iris azules como llamas luchan con
los míos. Ni por un segundo se inmuta, sin apartar su mirada de la mía.
Sage Donahue.
Qué divertido sería hacerte girar alrededor de mi dedo.
Se ríe burlonamente.
—Ja, eso es bueno. Sobre todo para un tipo que pensé que tenía la inteligencia
de alguien de quinto de primaria —Sus uñas azul pálido se arremolinan en su
vaso alto, lleno hasta el borde de un batido de color rosa—. El hecho de que ella
insista en defenderlos a ustedes cuatro, me pregunto, ¿es ingenua o
simplemente le gusta arruinarse la vida?
Rose y Sage son gemelas biológicamente, con un color de cabello y pecas
similares. Pero las de Sage son más esporádicas, esparcidas salvajemente por
su rostro, y las de Rose parecen más compactas en su nariz. Así como Rose
intenta pasar desapercibida, Sage hace todo lo posible por destacar.
Es raro que me enfrente a la novia de Ponderosa Springs. La chica con un notorio
don de la palabra. Por supuesto, nos conocemos; ¿cómo no? Es un pueblo
pequeño, además mi mejor amigo está saliendo con su hermana.
Pero nunca nos desviamos de nuestro camino para cruzarnos.
—Puede ser que no tenga miedo de vivir su vida fuera de su mundo envuelto en
burbujas. Quizá le guste no tener que fingir. El lado oscuro te permite hacer
cosas que nunca pensarías hacer en la luz.
Mi mirada sigue sus labios pintados de escarlata, la forma en que los envuelve
alrededor de su pajita, manchando el material blanco. Bebe unos sorbos y se
retira para responder: —¿Se supone que eso es un insulto?
Sonrío.
—No —Me encojo de hombros, el sarcasmo cubriendo mi tono—. Cada par de
gemelos tiene una oveja. Nada de lo que avergonzarse. Me alegro de que lo
asumas, Sage.
—¿Oveja?
—Sí, ya sabes, la que se somete a las expectativas de todos. La mansa. La
endeble —Me tomo mi tiempo con cada palabra, inclinando un poco la cabeza
para ver cómo reacciona a ellas—. Impotente. Gemela débil.
Sage Donahue es capaz de acabar con todo y con todos con una sola frase de
esos labios rojos. Todos se inclinan ante ella, la siguen y nadie la cuestiona.
Easton Sinclair puede creer que dirige el espectáculo, pero ella siempre ha
estado moviendo los hilos.
La ira chisporrotea en sus ojos y mi sonrisa no hace más que crecer.
Arde de rabia ante mi respuesta, lucha por mantener intacto su exterior frío e
imperturbable, pero esa piel blanca como la nieve empieza a derretirse bajo la
presión de mis palabras.
El impulso me invade, algo que normalmente sólo ocurre cuando prendo fuego
físicamente, pero esta vez, la fuerza me invade, sabiendo que he prendido fuego
en la boca de su estómago.
—¿Y esa soy yo? ¿La oveja? —Arquea una ceja y se echa esa cortina de cabello
rubio fresa por encima del hombro.
—Si el zapato encaja, princesa.
Algo en su interior se rompe. Lo veo, las llamas se transforman en un incendio
de emociones. Su boca se abre, dispuesta a soltar todas las palabras duras que
se le ocurran.
Estoy listo, listo para verla estallar y explotar sobre mí, sólo para que lo arruine
su novio, que ha aparecido para salvar el día.
—De acuerdo, imbécil, ya basta. Lo estás llevando demasiado lejos —Easton se
levanta, pero no me molesto en moverme de mi posición encorvada sobre la
mesa.
Simplemente miro por encima del hombro, mirándole de arriba abajo,
pasándome la lengua por el interior de la mejilla.
—¿Sí? ¿Y qué vas a hacer al respecto, deportista?
Puede que intente contratar a alguien con el dinero de papá para pelear conmigo,
pero nunca lo haría él mismo. Demasiado malo para su reputación, demasiado
cobarde, y sabe que lo pondría a dos metros bajo tierra.
—Rook —dice Silas detrás de mí—, no delante de Rose.
—Sí, ya le has oído, perro. Sigue a tu líder y a su perra —dice Easton, haciendo
que Sage jadee mientras le agarra del antebrazo, tirando de él hacia su asiento.
Esta vez no soy yo quien se mueve. Silas se mueve para estar a mi lado. Hay
ciertos botones que no se pulsan cuando se trata de mí y de mis amigos. Todos
son diferentes, pero cuando los pulsas, obtienes reacciones similares.
—Cuidado con lo que dices.
Aparentemente, Easton se había llenado de testosterona hoy porque tiene
suficientes bolas para responder.
—Cuidado con lo que dices —imita, poniendo los ojos en blanco—. ¿Te crees
muy duro? ¿Vas por ahí poniendo música emo y vistiendo de negro? Son
jodidamente patéticos. Monstruos. Nadie les tiene miedo.
—Chicos, por favor, sólo quiero irme —susurra Rose, tirando de nuestros
brazos.
La cerilla de mi boca se rompe mientras Easton sigue cavando su tumba cada
vez más hondo.
—Un hijo de un asesino en serie, un mocoso malcriado, un esquizofrénico, y un
tipo con una madre muerta que aparentemente rezaba a Satanás. Felicitaciones,
han logrado convertirse en el show de fenómenos de Ponderosa Springs.
Nunca se me dio bien controlarme.
No mi hambre, mi lujuria, mi ira, mis impulsos.
Siento unas uñas clavándose en la carne de mi brazo, tirando de mí hacia atrás,
pero todo lo que puedo ver es a Easton Sinclair sofocándose sobre un fuego,
rogándome que lo apague.
—Aquí no —murmura Silas cerca de mi oído—. Más tarde.
Dejar pasar esto es lo último que quiero hacer. No quiero echarme atrás. No
quiero irme mientras él siga con esa sonrisa de suficiencia en la cara. Pero sé lo
que le pasará.
Siempre obtenemos nuestra revancha.
Cubro mi rabia con una sonrisa.
—Si alguna vez quieres callar esa boca de maricón, Easton, ya sabes dónde
encontrarme.
Mi mirada se dirige a Sage, ignorando al saco de mierda de su novio.
—Y tú —empiezo—. Ha sido divertido, muñeca. Deberíamos repetirlo —Le guiño
un ojo antes de apartar la cerilla, arrancar la cereza de su batido y metérmela
en la boca.
Mastico la dulce fruta y observo cómo su mandíbula de diamante se tensa al
mirarme. He estado a punto de romper su máscara, la he presionado demasiado,
y mentiría si dijera que no estoy preparado para ver las consecuencias. Durante
unos segundos, esos ojos se desvían hacia mis labios, observando cómo cae el
jugo de mi boca.
Ideas compulsivas, amenazadoras e imprudentes rondan mi mente. Sé que no
debería. Debería dejarla en paz. Es la única chica con la que no debería follar,
pero eso la hace mucho más tentadora.
Sage es una manzana envenenada. Demasiado bonita para su propio bien, pero
podría matarte con un solo mordisco. Incluso pensando en eso, sigo dispuesto
a hincarle el diente.
Nunca he sido de los que piensan las cosas. Sólo actúo por impulso, y ahora
mismo, lo único que tengo en mente es mostrarle exactamente lo que se ha
estado perdiendo.
—Estoy deseando que llegue el día en que vengas en busca de problemas,
princesa. Me voy a divertir mucho contigo.
El crujido de piel contra piel resuena en el espacio, mi mejilla arde por el
contacto que ha hecho con ella. Aún noto cómo me araña con las uñas. El dolor
persiste en mi piel, mi pecho palpita pidiendo más.
Me paso la lengua por la mejilla y sonrío con suficiencia.
—Sobre mi jodido cadáver, Pyro3 —dice hirviendo de rabia.
Sí, voy a disfrutar tanto viendo a su noviecito arder bajo mis pies mientras me
llevo a su chica delante de su puta nariz.

3 Pirómano.
Terrores nocturnos
Sage
En la secundaria me molestaba mucho que me hicieran preguntas estúpidas
sobre Rose y yo. Sí, somos gemelas, pero eso no significa que pueda leer su
mente.
La constante ¿Dónde está tu gemela? Siempre se refieren a ti como “las gemelas”,
incluso cuando estás sola.
No fue hasta el instituto cuando nos convertimos en nuestras propias personas,
ella viajaba en una dirección y yo me dirigía hacia la cima de la cadena
alimenticia. Ya no nos llamaban “las gemelas” Sólo Rosemary y Sage.
Y había veces, como ahora, cuando la luna estaba alta y la oscuridad cubría mi
dormitorio, que echaba de menos estar unida a ella. Echaba de menos estar
cerca de ella en público, que siempre me viera como una mitad de un todo.
Como un reloj, los suaves gritos de tristeza de Rose me habían despertado. Esto
ocurre casi todas las noches, y no me sorprende ver que el resplandor verde de
mi reloj marca las 3:34. Suelto un suspiro, me incorporo, estiro los brazos y, al
moverme, el guion de El crisol se desliza fuera de la cama. Con un hábil
movimiento de pies, atravieso mi habitación sin tener que encender la luz, abro
la puerta y me dirijo a la habitación contigua.
Una vez oí que nuestras habitaciones son un reflejo directo de lo que somos por
dentro, y si eso es cierto, mi hermana gemela y yo somos tan diferentes como la
gente cree.
La suya tiene carteles de grupos musicales, plantas en macetas, mucha ropa de
color negro y una lámpara de noche que proyecta estrellas en el techo, mientras
que la mía es rosa, organizada, con mucha luz natural y una mullida alfombra
blanca en el suelo.
Partes de mí que mantengo encerradas no quieren aceptar que nos hayamos
distanciado tanto la una de la otra.
Su voz me recuerda la razón por la que entré aquí en primer lugar.
Con facilidad, me desplazo hasta su cama, deslizándome en el espacio junto a
ella. Las suaves sábanas de algodón me envuelven, el olor a humo y colonia
pegado a la cama de la sudadera con capucha de Silas que lleva puesta.
Con la punta de los dedos, aliso el ceño de su rostro, relajando los músculos de
su frente. Arrastrándolos por su nariz, calmándola despierta, le hago saber que
sea cual sea el monstruo del que huye en su cabeza, no es real.
Se mueve con mis caricias, la conciencia a punto de apoderarse de ella.
—Es sólo un sueño, Ro, estás bien —le susurro, esperando a que se dé cuenta
que en realidad está atrapada en una pesadilla y que en cualquier momento
puede salir de ese lugar.
Lo que hace tras unos minutos más de dibujarle el rostro con mi dedo. Al final
abre los ojos y se toma un momento para adaptarse a la realidad.
—¿Te he des...? —Se queda atrapada en un bostezo—, ¿despertado?
Niego con la cabeza.
—No, iba de camino al baño y te he oído inquieta —miento.
Agarra la parte superior de su edredón y nos lo echa por encima. Nos quedamos
en la oscuridad bajo su manta y vuelvo a la época en que éramos niñas y nos
negábamos a dormir en camas separadas. Cuando no estaba hastiada y el
mundo aún estaba lleno de posibilidades. Y lo está, pero no aquí, no en esta
ciudad. Por la noche, cuando nuestros padres dormían, nos metíamos bajo las
mantas y nos contábamos historias o sueños.
Bajo estas mantas, puedo quitarme la máscara y volver a ser esa niña pequeña.
Nada de mirar por encima del hombro para ver quién me observa, nada de
insultos para rebajar a los demás y seguir en la cima. Ahora no tengo nada que
temer.
—¿De qué se trataba la pesadilla?
—Lo mismo de siempre. Pasillos oscuros, voces extrañas.
Hay veces que envidio tanto lo amable y abierta que es Rose. Hay otras veces
que me odio a mí misma por intentar desmenuzarlo porque estoy celosa.
Celosa de que sea a mí a quien le han pasado cosas malas.
Celosa de que aún tenga la capacidad de preocuparse por los demás. De ver lo
bueno en ellos.
Mientras me sumerjo en una bañera de alquitrán negro que no parece dejarme
ir.
—Siento haber sido mala el otro día y en la cena —susurro, metiendo las manos
bajo la cabeza mientras la miro. La luz de sus estrellas se cuela por los huecos
de su manta, lo que nos da una luz mínima.
Rose sonríe, y me duele un poco el corazón por lo generosa y amable que es.
Con qué facilidad perdona. Es mi mayor preocupación con ella y Silas. ¿Qué
pasa si uno de ellos la lastima? ¿Y si él la lastima? Y ella sigue dejándolo porque
cuando Rosemary ama a alguien o algo, lo ama con tanta fuerza que no importa
cómo la traten.
Nuestros padres son el ejemplo perfecto.
—Está bien, Sage —responde—. Sé que es porque sientes que tienes que ser
mala para salir de este lugar sin que te hagan daño. Es que... no sé por qué.
Solías ser tan feliz y libre, y un día cambiaste. ¿Por qué no me dices qué te pasó?
—¿Podemos no hablar de mí? No puedo expresarte cuánto no quiero hablar de
mí en este momento.
—Echo de menos hablar de ti. De la antigua tú. Ya sabes, ¿a la que no le
importaba si era la reina del baile o lo que el mundo pensara de ella? La que
llevaba guiones hechos jirones y fingía que era Meryl Streep recibiendo un
Oscar. ¿Te acuerdas de ella?
La recuerdo, y un día, volveré a ser esa chica. El día que me vaya de aquí, volveré
a ser la de antes, y todo volverá a ser como antes. Ella no entiende que si estoy
aquí, en esta ciudad de desechos tóxicos, me comerá viva.
Seré completamente consumida por el hollín, ahogada en el negro alquitrán de
la miseria que se filtra por las grietas de aquí.
—Está muerta, ¿bien? ¿Por qué no puedes dejarlo estar, Rose? —digo con una
rabia innecesaria que nunca era dirigida a ella. Siempre había sido hacia los
que me convirtieron en esto.
En estos momentos de hostilidad, me odio más a mí misma por desear que fuera
ella la que pasara por lo mismo que yo. Que fuera yo la que viviera sin
preocupaciones. La que no se había hastiado.
Y esos pensamientos me mantienen despierta por la noche. Me hacen odiarme
aún más. Porque nunca, nunca quiero que mi hermana pase por lo que yo pasé.
—Hablemos de ti, ¿ok? ¿Qué tal estás? ¿Lo estás haciendo bien? Tu pieza parece
que por fin está tomando forma.
Cuando digo “tomando forma”, quiero decir “no tengo ni idea de lo que estas
intentando crear, pero te apoyo de cualquier manera”. A Rosemary le gustan las
esculturas hechas con cristales rotos, de cualquier tipo, pero la mitad de las
veces no tengo ni idea qué demonios se supone que son.
—Yo... —empieza—. Estoy bien. Las esculturas están bien. Aunque Silas y yo
discutimos mucho últimamente.
Mis cejas se disparan alarmadas.
—¿Por qué? ¿Qué ha hecho?
—Cálmate. No ha hecho nada malo —Exhala—. Te juro que sólo buscas razones
para odiarlo.
—Bueno, no lo hace difícil de hacer.
—Estamos peleando porque no quiero que vaya a Hollow Heights. Quiero que se
vaya. Todos los chicos se van a la Costa Este, y yo quiero eso para él. Sabes que
mamá y papá les daría un derrame cerebral antes de que vaya a la universidad
en otro lugar, pero no quiero que él se quede aquí.
Les va a dar algo más que un derrame cerebral cuando se enteren que no voy a
ir a ese infierno, aunque no me den dinero para la universidad. He llegado a la
conclusión de que voy a vivir en una caja antes de ir allí.
—¿Una relación a larga distancia no es una opción? —ofrezco, aunque quiero
decir: “Dile que se vaya a la mierda”. Sé que le quiere, y no quiero verla herida.
Jamás. Incluso cuando soy yo quien hace el daño.
—No quiere hacerlo cuando sabe que podríamos estar juntos, pero temo que me
odie cuando seamos mayores. ¿Y si rompemos? Entonces se quedaría aquí sin
motivo —Incluso en la penumbra, puedo ver las lágrimas resbalando por sus
mejillas, y su voz se quiebra—. Lo amo, Sage. Lo amo tanto que físicamente me
deja sin aliento, y no puedo permitir que me odie.
Me acerco con facilidad y le limpio las lágrimas con el pulgar.
—Nada de lágrimas para los chicos. Somos demasiado guapas para eso.
Se ríe con nostalgia.
—No es gracioso. Me sorprende que no me dijeras que lo dejara.
Me muerdo el labio inferior.
—Buenooo —digo entre dientes.
—¡Sage! —regaña, riendo más fuerte—. Sé que te cuesta creerlo, pero Silas me
hace feliz.
Me abstengo de poner los ojos en blanco. Llevaba diciéndolo desde que se
conocieron en el instituto, siempre intentando convencerme de lo manso que
era, de lo dulce que podía llegar a ser. Tanto que le resultaba fácil pasar por alto
todo el infierno que causaban.
—No se trata de que seas feliz. Se trata de que estés a salvo.
—¿Segura que no es por mi reputación?
Chasqueo la lengua.
—Tu reputación es una parte de estar a salvo. ¿Qué vas a hacer cuando Silas le
diga algo malo a la persona equivoca? ¿Qué vas a hacer cuando el ruidoso de
Rook empuje a alguien demasiado lejos?
Mi mente me envía flashes de la cara de Rook mientras miraba directamente a
Easton con una mirada tan llena de furia que por un segundo temí que se
prendiera fuego. Sus ojos verdes se habían convertido en un incendio forestal,
las copas de los imponentes pinos abrasadas por furiosas llamas anaranjadas.
Nunca había visto nada igual.
Rosemary sonríe. —Creo que podrías gustarle.
Retrocedo, no esperaba eso de ella. —Estuve a segundos de romperle una uña
en el ojo. Iba a desperdiciar un juego de acrílico perfectamente pulido por un
Hollow Boy. Estábamos peleando, Ro. ¿O es que no viste esa parte?
El rubor que me calienta el rostro me irrita.
Rook Van Doren no consigue hacerme sonrojar. Igual que no consigue
enfadarme. No consigue ver nada más que lo que yo le muestro.
Rook Van Doren no me afecta.
—No hay diferencia para él. Coquetear, pelear. Es todo lo mismo para RVD.
No debería importarme, y no me importa.
Esta es sólo una oportunidad para reunir más secretos, para descubrir más
trapos sucios sobre los chicos que son un misterio para todos. Las personas
perfectas para tener ventaja.
—Voy a fingir que no acabas de referirte a él por sus iniciales. ¿Qué significa
eso? Esto no es el jardín de infancia donde los chicos son malos con nosotras si
les gustamos.
Se tumba boca arriba con un suspiro.
—Es el que menos conozco. Sé que su madre murió y que la relación con su
padre es horrible. Pero lo que puedo decirte, por lo que he visto durante todos
estos años, es que disfruta prendiendo fuego a las cosas, y sus emociones son
todas iguales. Rook Van Doren no presta atención a las cosas que considera
aburridas. Si se fija en ti, si le interesas, lo sabrás —Me mira—. Y yo diría que
se fijó en ti.
—Sí, bueno, puede dirigir su atención a otra parte. No tengo ganas de entrar en
contacto con él nunca más.
Nos sumimos en un agradable silencio, la comodidad de estar una junto a la
otra no sólo la tranquiliza a ella, sino también a mí. Bajo esta manta, pienso en
cómo será mi vida dentro de unos años, después de graduarme este año.
Sólo un año escolar más, Sage. Mantén la calma un año más.
Y será tu mejor actuación hasta la fecha.
El que siembra, cosecha
Rook
Regreso a casa.
Donde toda la ciudad sale a la calle y observa a los estudiantes de secundaria
pasear por el centro de la ciudad en excesivas carrozas. Los equipos deportivos,
los asistentes al baile de bienvenida, las empresas locales, los clubes escolares,
cualquier persona y cualquier cosa relacionada con la escuela se sienta en ellas
y saluda al pasar.
Me pregunto si saben lo estúpidos que parecen desde fuera.
A cada cual lo suyo, pero a mí no me divierte sentarme a un lado de la carretera
para ver a los adolescentes saludar y sonreír. Di que culminaste la secundaria
y quédate en casa.
Lo único que hace es aumentar el ya de por sí colosal ego de mis colegas y sus
encaprichamientos con su propia imagen.
La música retumba en mis oídos a través de los auriculares, y la canción actual
rebota violentamente en mi cabeza. Aprieto el puño del acelerador, tirando un
poco más hacia atrás, impulsando mi moto hacia delante con un agudo
estruendo del motor.
El viento me levanta la capucha negra, y el mundo exterior se tiñe de marrón
claro por la visera negra mate que técnicamente es ilegal usar en la carretera,
pero dudo que ningún auto de policía pueda perseguirme en esta cosa.
La conducción es un espacio en blanco. Incluso cuando estoy drogado, sigo lleno
de pensamientos y recuerdos. Pero cuando estoy montando, todo desaparece.
Soy una completa hoja en blanco sin nada garabateado en mí.
Es lo más parecido a volar sin ayuda que nadie conocerá jamás.
La aguja del velocímetro pasa de ochenta y cinco, subiendo cada segundo. Me
emociona saber que si me desvío un centímetro, me convertiré en otro pedazo
de asfalto. Nada más que un panqueque quemado por la carretera.
Eso es lo que pasa con el miedo. En el fondo, es sólo el miedo a morir, ¿verdad?
No tienes miedo de la experiencia en sí, sólo de las secuelas.
Así que el miedo no funciona conmigo. Descubrimos pronto en nuestras vidas
que el miedo no funciona con ninguno de nosotros. No cuando ya estás muerto
por dentro. Cuando estás corriendo contra la Parca hacia la tumba. Cuando no
podría importarte menos si el mundo vuelve a ver tu existencia alguna vez.
Adictos a la adrenalina en una intensa escala.
Para mí, cualquier oportunidad de hacerme daño o de ponerme en una situación
que aumente mis niveles de epinefrina, la aprovecharía al instante. Hay algo en
ese subidón natural que me hace sentir eléctrico. Me hace sentir como si mi
cuerpo estuviera ardiendo, y me encanta esa sensación.
Mi cuerpo se inclina con una curva, emergiendo a través de los altos pinos y
adentrándome en el pueblo de Ponderosa Springs. Es una especie de plaza, y
ahora mismo todo el mundo y sus madres están en el lado este de este pantano
de mierda.
El desfile dura hasta el anochecer, lo que significa que tenemos otros treinta
minutos para hacer lo que hemos venido a hacer y marcharnos antes de que
alguien nos vea.
Como los fantasmas, podías sentirnos en el aire, pero nunca serías capaz de
probarlo.
O demonios que se esconden dentro de tu armario y sólo salen cuando queremos
que nos veas.
Conduzco por la calle vacía en dirección al ayuntamiento. Confeti, globos y
caramelos cubren el asfalto, señal inequívoca de que por este lado ya se ha
pasado.
Mi moto derrapa hasta detenerse cuando me detengo frente al edificio. Lo que
antes era una iglesia católica se ha convertido en el ayuntamiento. Había estado
aquí desde la fundación de la ciudad, mejorado para resistir el paso del tiempo.
Allí trabajaba mi padre el cincuenta por ciento del tiempo.
Apago la moto, doy una patada en el parador lateral con la punta del pie y me
bajo lentamente de la moto. Me quito el casco y lo dejo en el asiento, saco un
cigarrillo y me siento en los escalones de hormigón bajo la fuente que hay frente
al edificio.
Saco el móvil del bolsillo y veo un mensaje de Silas.
Pasando la farmacia ahora.
Eso ha sido hace tres minutos, así que tenemos unos veinte minutos antes que
todo el pueblo se dirija hacia donde estoy sentado. El desfile siempre comienza
y termina en el mismo lugar cada año.
A medio terminar mi cigarrillo, veo las luces de un flamante Range Rover que
viene hacia mí. Mi pierna empieza a rebotar y mis dedos zumban de
expectación.
Bienvenidos a las puertas del infierno. El espectáculo está a punto de comenzar.
—Odio las fiestas de regreso a casa —dice Alistair, saltando del asiento delantero
de un auto que no le pertenece. El maniático del control que lleva dentro no nos
dejaría a Silas y a mí manejar esto solos.
Además, tenemos mentalidad de mafia. Te metes con uno. Te metes con todos.
Me burlo de las cursis palabras blancas escritas en las ventanas, cosas como,
“QB14” “¡Estado!” “#7 Sinclair”
Nunca entendí la obsesión que tiene la gente con los deportes de instituto.
—¿Qué es lo que no odias? —responde Thatcher, deslizándose fuera del asiento
del copiloto. Lo conozco desde hace tiempo y sé que es mezquino, hace bromas,
toca el piano y disfruta cabreando a la gente.
Sin embargo, hay partes de Thatcher que nunca he entendido. Partes de él que
son más oscuras que las mías. Es cuando se queda callado que el mundo
necesita temerle.
El día en que finalmente ceda a su herencia será el día en que el mundo pagará
por lo que hicieron de él.
Incluso a mí se me pone la carne de gallina al pensarlo.
—Golpear a la gente —Alistair sonríe, chocando los hombros con Thatch
mientras se dirigen hacia mí. A los dos se les ha encomendado robar el auto de
Easton y reunirse conmigo aquí, mientras Silas vigila el tráfico.
—Falso —empiezo, tirando el cigarrillo al suelo—. Odias el regreso a casa del
pueblo. La nuestra siempre es divertida.
—¿Tienes cigarrillos?
Me meto la mano en el bolsillo y le lanzo el paquete a Alistair, cuya chaqueta de
cuero se mueve al atraparlo. Abro mi mochila negra, llena de todo lo necesario
para que te metan en la cárcel por incendio provocado, y saco dos botellas vacías
de whisky que había agarrado del cubo de la basura de mi propia casa.
—¿Encendedor?
Levanto los ojos hacia mi amigo de cabello oscuro, Alistair.

4 Quarterback: Posición de ataque en fútbol americano.


—¿Quieres que lo fume por ti también? —bromeo, lanzándole mi Zippo—. No me
robes ese, joder. Es mi favorito.
Inspecciona la parte delantera del encendedor, arqueando una ceja, y enciende
su cigarrillo antes de devolvérmelo.
—¿Tu Zippo favorito de toda esa enorme colección es el que lleva tus iniciales?
Te tienes un poco de cariño, ¿no?
Pongo los ojos en blanco mientras echo un chorro de alcohol isopropílico en el
interior de las botellas de whisky.
—Lo dice el que le gusta dejar huellas de sus propias iniciales en la cara de la
gente.
Compartimos unas risas mientras hago mi magia pirómana, empapando unos
cuantos trapos en el alcohol antes de introducirlos en las tapas de las botellas,
dejando unos centímetros colgando de ellas.
—Míralo, nuestro pequeño nerd de química —Thatcher me alborota el cabello, y
me abstengo de sacarle la mierda de un golpe.
—Esto no tiene absolutamente nada que ver con la química. Podrías literalmente
googlear esto. Un niño de cuatro años de edad podría hacerlo.
—Bueno, vamos a acelerar este proceso. Se dirigen de vuelta, y quiero conseguir
un buen lugar para ver la cara de Easton cuando aparezca.
Asiento con la cabeza, hago caso de su advertencia y trabajo con rapidez. Agarro
las dos botellas, saco las cerillas, enciendo una y veo cómo la parte naranja se
desprende del palo. Me sangre hierve al tocar con la llama los trapos que cuelgan
del cuello de las botellas. Mientras las enciendo, espero que cada vez que
Sinclair vea su auto recuerde las palabras que escupió en aquel restaurante.
Se lo pensará dos veces antes de presionarme demasiado la próxima vez.
Cuidará su boca cuando se trate de Rose, cuando se trate de mis amigos.
Esto es una advertencia.
Ahora estoy quemando su auto, pero la próxima vez, será a él a quien vea arder.
Con ágiles movimientos, retrocedo y tiro una botella a la vez por las ventanas
del Range Rover. Una cae en el asiento trasero y la otra en el delantero. No falta
mucho para que comience la verdadera acción.
Dos fuertes explosiones, como un látigo contra la piel mojada, chisporrotean en
el aire cuando las botellas de cristal estallan en el interior del auto, envolviendo
el vehículo en un infierno de venganza.
—Que empiece el espectáculo, chicos.
Se me hace la boca agua mientras subo con la moto por la colina que pasa junto
al ayuntamiento, una pequeña loma desde donde no nos verán pero que tiene
una vista perfecta del desorden que estamos a punto de causar.
Mi pie rebota mientras meto la mano en el bolsillo y tomo otro cigarrillo para
fumármelo mientras observo. Veo cómo toda la ciudad se reúne ante el auto
incendiado de su quarterback estrella.
Todo el vehículo está completamente lleno de humo, cubierto de atrás hacia
adelante.
Se me pone la piel de gallina al ver las llamas bailar, arremolinarse y girar con
fascinación, viendo en ellas todos y cada uno de los pecados que he cometido.
Las brasas que flotan al aire libre me recuerdan los pedacitos que quedan de mi
alma.
Cuando era joven, oía pasar los camiones de bomberos por delante de mi casa
e intentaba desesperadamente perseguirlos, corriendo detrás de sus sirenas
para ver qué era lo que intentaban apagar.
Sólo había conseguido llegar a tres, pero cada vez me sentía celoso por no haber
sido yo el creador de aquella llamarada. A veces estaba fuera de mi control.
Una enfermedad.
Una que corría por mis venas y giraba alrededor de cada cordón de mi ADN. Me
infectó por todas partes. Una enfermedad que me negué a curar.
El corazón me late con fuerza en el pecho y me sudan las palmas de las manos
mientras sonrío desde nuestro lugar en la colina y miro sus caras horrorizadas.
Easton está perdiendo la puta cabeza mientras la gente intenta
desesperadamente apagar el fuego.
Es un caos total.
Padres reuniendo a sus hijos.
Estudiantes gritando.
El equipo de fútbol usa sus chaquetas para aplastar el mar de llamas.
Y luego está ella.
Bonito veneno en su ajustado uniforme de animadora que la envuelve como una
segunda piel. Un top de manga larga que presiona sus pechos turgentes y deja
que su aro de diamantes en el vientre brille en lo que queda del atardecer. El
verde bosque de su atuendo es totalmente opuesto a su cabello rojo rizado, lo
que hace que destaque aún más.
Hundo los dientes en mi labio inferior, muriéndome por saber qué hay debajo
de esa falda.
Por naturaleza, está hecha a la perfección.
Diseñada para el engaño.
Te enseñan a mantenerte alejado de las cosas hermosas en la naturaleza. Ranas
de colores exquisitos con dibujos de neón, impresionantes medusas que brillan
con su bioluminiscencia, orugas exóticas que parecen lo bastante amistosas
como para acariciarlas... todo está diseñado para llamar la atención y alejar el
peligro.
Otras criaturas saben que deben mantenerse alejadas de las cosas bonitas del
mundo. Los humanos sentimos la necesidad de ignorar esas advertencias,
sentimos la necesidad de tocar incluso cuando no deberíamos.
Deja las cosas hermosas en paz, te dicen.
Dicen lo mismo sobre el fuego.
Y, bueno, ya vemos lo bien que he escuchado esas advertencias.
De cerca y en persona
Sage
—¡Malditos desquiciados mentales!
Mi novio de elección grita mientras patea el neumático de su Range Rover
quemado. Para empezar, odiaba ese auto, así que esto casi me parece una
mejora.
Nuestro desfile de bienvenida se ha esfumado oficialmente.
La locura y la confusión se apoderan de la alborotada multitud que se ha
reunido para ver a sus alumnos de instituto celebrar antes del partido de fútbol
rival de mañana. Los niños gritan llamando a sus padres, los estudiantes se
alejan lo más rápido posible.
Claro, es sólo un auto en llamas, pero todo el mundo sabe quienes son los
responsables, y nadie, ni un alma, quiere esperar a ver si tienen más guardado.
Mis amigos, o la falta de ellos, me habían abandonado en cuanto detectaron el
peligro, y teniendo en cuenta que me había traído el blanco de su ira, voy a tener
que encontrar quien me lleve a casa.
Mientras la gente pasa corriendo a mi lado y los espectadores susurran, me
quedo aturdida viendo cómo el fuego naranja alcanza el vehículo, sintiendo en
el fondo de mi estómago las crueles intenciones de los que prendieron el fuego.
Esto es una advertencia.
Un mensaje.
Una que no debe tomarse a la ligera.
—Cuida tu lenguaje en público, hijo.
La voz de Stephen Sinclair habla en serio, como siempre. Tiene que hacerlo,
siendo el decano de una universidad de renombre mundial conocida por formar
a algunos de los adultos con más éxito del mundo. No hay muchas cosas que se
le escapen o que deje escapar a su hijo.
Salir con Easton hizo mucho por mi reputación, pero la misma energía no es
recíproca cuando se trata de algo ajeno a la imagen pública.
Se acobarda en situaciones en las que debería mantenerse firme. Siempre
desvaneciéndose en el borrón de la normalidad. Nada de lo que hacía me
emocionaba.
Me encendía.
Sí, es cegador a la vista, pero nunca me ha hecho saltar el corazón ni revolotear
las mariposas entre mis muslos. Lo que significa que romper con él después de
la graduación será pan comido.
Hasta entonces, seguiré dejando que me lleve a todas partes como un Pomerania
metido dentro de un bolso de Prada.
—Papá, pero mi jo... —Easton comienza pero detiene su frase cuando los ojos
de Stephen lo atraviesan con un láser. Una mirada que dice que si dices otro
insulto, te arrepentirás.
La gente merodea, observando desde una distancia segura pero lo
suficientemente cerca como para escuchar cualquier forma de drama que
puedan captar. Su padre lo sabe; siempre está atento a las miradas indiscretas
y los oídos abiertos.
—¡Mi auto está destrozado, y no actúes como si no supieras quién lo hizo! No
voy a dejar que su padre lo saque de esta —Está furioso. El buen chico que lleva
corbata los días de partido se ha ido.
Hay un momento de silencio, uno que cuelga como un péndulo en el aire,
balanceándose de un lado a otro, acercándose a la garganta de Easton.
Stephen se lleva el teléfono a la oreja con una sonrisa tensa, mientras con la
otra mano limpia el polvo de la chaqueta de su hijo antes de apoyar allí los
dedos.
—Deja que yo me ocupe del auto y de quién es el responsable. Y no se te ocurra
tomar represalias, ¿entendido? —advierte con tono severo, apretando con más
fuerza el hombro de Easton.
Luego, como un interruptor, su sonrisa es genuina cuando se vuelve hacia el
resto de la multitud.
—Además, tenemos un partido de fútbol que ganar mañana por la noche, ¿no
es así? —dice en voz alta.
La gente aplaude y vitorea, el fuego completamente apagado y olvidado. Este
lugar es muy bueno encubriendo la mierda con falsa felicidad.
Mi novio se ve superado por su equipo de fútbol, todos le suben a hombros como
si fuera un cordero de sacrificio, le suben el ego y reavivan su ya enorme
complejo de Dios.
El sol se ha puesto casi por completo y me empieza a picar el uniforme. Hay un
pote de helado de cereza García y una repetición de Dieciséis velas llamando mi
nombre.
Saco mi teléfono del bolso, sabiendo que Rose no conducirá hasta aquí, y que
mi madre está recibiendo un tratamiento de spa, así que sólo queda mi padre.
—Eh, ¿qué haces? —Easton se me acerca con una sonrisa, todavía riéndose de
sus amigos mientras le empujan en mi dirección.
—Bueno, considerando que tu auto se parece a los intentos de cocinar de mi
madre, voy a necesitar que me lleven. Le he mandado un mensaje a mi padre
para que me recoja —Le muestro el teléfono, sonriendo durante un breve
minuto.
—¿Te importaría dejar esa actitud? —dice—. Creía que las novias debían
consolar a sus novios tras sucesos trágicos, no actuar como mocosas
malcriadas. Creí que me habías dicho que vendrías a la fiesta.
—Tu Range Rover se ha incendiado, no es como si tu perro hubiera muerto —le
contesto con tono insolente. Si quiere una actitud, eso es lo que le daré—. No,
Easton, ya te dije que no iba a ir. Tengo deberes y estoy agotada.
—Nena, vamos —gime mientras me agarra de la cintura y me atrae hacia su
cuerpo—. Será divertido. Es nuestra última fiesta de bienvenida antes de la
universidad, ¿y te vas a escapar? —Me arrastra la nariz por el cuello.
—Son divertidas para ti —señalo, apoyando la mano en su pecho y empujándolo
un poco hacia atrás—. Siempre acabo asegurándome de que llegas al baño antes
de vomitar y llevándote a casa. Esta noche no me interesa. Te mando un mensaje
luego.
Me agarra con fuerza, como una pitón dispuesta a devorar a su presa, y sus ojos
azules se vuelven demasiado oscuros.
Esta es la verdad de este lugar.
Todo el mundo lleva máscaras. Algunas son más visibles que otras.
Odio esto de él más que nada. Es lo más difícil de soportar.
No es que el sexo dure tres minutos o que siempre hable de sí mismo. Es cuando
su padre se enfada con él, se convierte en la peor versión de sí mismo. El hombre
en el que su padre lo convirtió.
Que yo sepa, Stephen nunca le pega, pero es capaz de controlarle con la más
simple de las palabras. Hace que su hijo se sienta débil e inferior a él.
Así que, como Easton se niega a enfrentarse a su padre, se desquita con la gente
que le rodea cuando no consigue lo que quiere, y soy yo quien se lleva la peor
parte la mayoría de las veces.
—¿No te interesa? —repite, bajando la voz para que no le oigan los demás—.
Deja que te aclare algo, Sage. Soy el quarterback del equipo de fútbol, el futuro
de Ponderosa Springs. Soy la estrella de los ojos de todos en este pueblo y, en
una fracción de segundo, podría echar por tierra esa reputación de chica
perfecta a la que te aferras con tanta fuerza. Si quiero que vean a mi novia
conmigo en una fiesta, entonces ella irá.
Me rechinan las muelas mientras sigue hablando.
—Así que por qué no haces lo que mejor sabes hacer: colgarte de mi brazo,
sonreír y ponerte guapa, ¿bien?
Esas palabras desencadenan algo en lo más profundo de mí -acontecimientos
que guardé bajo llave muy, muy, muy lejos-, sacándolos a la superficie.
Siéntate quieta, sonríe y ponte guapa, Sage, oigo en el fondo de mi mente,
susurrando a lo largo de mi clavícula y contoneándose bajo mi piel como
gusanos. Estoy infestada de momentos embrujados, miles de pequeños flashes
de cámara dentro de mi cabeza para representar todos esos días y noches
miserables.
Miro a mi alrededor, a los curiosos, los observadores, sabiendo que no puedo
hacer nada excesivo. Si lo hiciera, no dudo que en dos horas todo el mundo lo
sabría, y se convertiría en algo dramático.
Noticias de última hora
La estrella Easton Sinclair y Miss Ponderosa Springs han terminado.
Así que para evitar más daños por incendio hoy, hago lo que mejor sé hacer.
Actúo.
Una sonrisa dulce como la miel se dibuja en mi rostro. Inclino mi cuerpo hacia
el suyo, con su aroma flotando sobre mí, y con dedos suaves subo la mano por
su pecho, posándola allí.
Mi aliento se calienta en su cuello cuando acerco mis labios a su oreja y me
ayudo de mis zapatillas de tenis para ponerme de puntillas.
Es un abrazo cálido, lleno de amor juvenil y mariposas. Estoy casi segura de
que oigo pasar a una pareja murmurando sobre lo preciosos que somos juntos.
—Si no me quitas las manos de encima en los próximos tres segundos, Easton
Sinclair, te enseñaré cómo es realmente arruinar la vida de alguien. No
subestimes el daño que puedo hacer con esta bonita sonrisa.
Contrastando nuestra apariencia exterior a un extremo cruel, mi voz es mortal.
Fría.
Despiadada.
Carente de cualquier emoción aparte del resentimiento.
Mi sonrisa se ensancha cuando sus brazos se retraen y caen a sus costados al
escuchar mi advertencia.
Que creo que es lo más inteligente que ha hecho en toda la noche.
—Sage, lo siento —respira, no porque lo diga en serio, sino porque sabe que no
estoy jugando. Ni siquiera un poco.
Muevo mi rostro hacia él y le doy un beso rápido, casto y directo. El punto final
a esta conversación.
Aunque mi padre aún no ha contestado a mi mensaje, sigo retrocediendo.
—¡Te mando un mensaje más tarde, amor!
Necesito salir de aquí. Lejos de él. Lejos de las presunciones.
A pesar de que mi casa está a varios kilómetros de Main Street, espero con
impaciencia el paseo.
El aire fresco, la tranquilidad, la soledad.
Atravieso la ciudad, saludo con la mano a los que me miran y observo lo que
queda de la celebración, los adornos caídos y la basura que desaparecerá por la
mañana.
En tiempos como estos, si tomas el camino de Main Street en el momento
adecuado, casi parece un lugar abandonado tras una guerra apocalíptica.
Vacío. Aislado. Olvidado.
Hace décadas, esta ciudad dejó de ser un hogar, cada vez más, hasta convertirse
en lo que es ahora.
Un fantasma.
Solitario y con el corazón roto.
Un fantasma de todo lo que podría haber sido y lo que nunca fue.
Lo peor es que no nos persigue como la mayoría de la gente argumentaría.
No se esconde en la oscuridad bajo tu cama ni dibuja mensajes en tu espejo
empañado.
Está presente, está vivo, porque nos negamos a dejarlo ir. Seguir adelante.
Olvidarlo.
Me pitan los oídos al oír el ruido de un cortacésped, o lo que parece serlo.
El zumbido se hace cada vez más fuerte antes que mi curiosidad me haga
girarme justo a tiempo para ver cómo la moto gris pasa zumbando a mi lado, el
piloto aparta la cabeza de la carretera con temerario abandono para mirarme
mientras me detengo en la orilla.
Su casco mate me impide verle los ojos, pero sé de quién es la cara que hay
debajo.
Me abstengo de mostrarle el dedo del medio justo a tiempo antes que sus luces
de freno se enciendan en rojo intenso.
Nunca me he adherido a ninguna religión organizada, aunque voy a misa los
domingos todas las semanas, pero en este mismo instante estaría dispuesta a
convertirme a casi cualquier cosa si eso significara que Rook Van Doren seguiría
conduciendo.
Por desgracia, sea cual sea el dios o los dioses que están entre nosotros, no
hicieron un carril expreso a la misericordia o la gracia.
—He escuchado lo del auto de tu novio —dice con arrogancia mientras se quita
el casco de la cabeza, con mechones de cabello castaño liso cayéndole delante
de la cara—. Una pena, de verdad. Nadie debería meterse con el auto de un
hombre.
La sonrisa que aparece en su cara me pone enferma de irritación. Molesta, como
una mosca que no deja de revolotear sobre tu picnic bien planeado.
Intento no mirar cómo se flexionan sus muslos montado a horcajadas a la moto,
lo grandes y fuertes que parecen agarrando la máquina. Es un defecto en mí por
ceder a la tentación, pero solo soy humana, y es difícil teniendo en cuenta que
incluso cuando lleva esa gruesa sudadera con capucha, se nota su cuerpo
musculoso por debajo.
—¿Has escuchado? —Cruzo los brazos delante del pecho— Oh, por favor, dame
un respiro.
Si cree que va a actuar como si no estuviera detrás de eso, se lo tiene que pensar
mejor. Soy la Reina en ver más allá de la mierda de la gente.
—Debe haber cabreado a alguien, parece. No es difícil de entender cuando se
piensa en ello, tiene una boca bastante grande. Probablemente se metió con la
persona equivocada esta vez.
—Corta el rollo, Van Doren. Los dos sabemos que fuiste tú y tus amigos del
manicomio. No hay necesidad de mentir.
Su cerilla se mueve a través de sus labios, cambiando con su sonrisa.
—No estoy seguro de lo que estás hablando. Ni siquiera sabía que el desfile de
bienvenida era hoy.
Me muerdo el interior de la mejilla y me echo los rizos por encima del hombro
mientras me acerco a su cuerpo inmóvil.
—¿Te excita? ¿Por eso es que lo hacen todos? —le molesto, queriendo ver hasta
dónde puedo inclinar la balanza de su temperamento. Ver lo que se necesita
para entrar en el lado malo de uno de los infames Hollow Boys.
—Leí en alguna parte que causar daño es la única forma que tienen los
psicópatas de excitarse. ¿Vuelven todos a sus espeluznantes mansiones a
masturbarse pensando en toda la mierda esquizoide que hacen?
Hay un tic.
Es leve, y apenas lo capto, pero su mano se sacude un poco mientras hablo.
También está en su cuadrada mandíbula, cerca del pómulo; se tensa antes de
que la suelte, lo que significa que di en el blanco.
Paso de ser una chica que no le cae bien a una chica que realmente no le cae
bien.
Sigo con la mirada su lengua, que se desliza por delante de sus dientes, y su
pierna se balancea sobre la moto, de modo que se levanta en toda su estatura.
—Cuidado, princesa —Levanta el casco hacia arriba, apunta en mi dirección y
lo baja antes de acercarse—. Tus amigos y tu novio no están cerca para
defenderte. Estás sola, al anochecer, cerca del bosque. No es un lugar ideal para
alguien como tú.
La forma en que sus ojos entrecerrados se fijan en mí, observando cada uno de
mis movimientos, la suciedad que cruje bajo sus zapatos... Si intentara correr,
me atraparía incluso antes que me diera la vuelta.
Y yo no corro.
No de él. Ni de nadie.
—No necesito que nadie me proteja. Puedo encargarme de ti yo sola.
—¿Sí? —Mueve la cabeza hacia la derecha con condescendencia—. ¿Crees que
una niña buena como tú puede conmigo? —Sus ojos bajan por los niveles de mi
cuerpo con cada palabra—. Sospecho que nunca has hecho daño ni a una
mosca, nunca te has escabullido ni has hecho algo que no estuviera ya
preparado para ti. ¿Cómo esperas defenderte de alguien tan fuera de sí como
yo?
Trago saliva visiblemente cuando deja de caminar. Un paso más y nuestras
rodillas chocarían. Me niego a retroceder incluso cuando levanta la mano, un
dedo. La sensación áspera de su piel sobre mí cuando arrastra la punta por la
línea de mi mandíbula me hace apartarme bruscamente de él.
—No me toques.
No me sorprende que no me escuche y siga hablando.
—Quiero decir, tú eres la profesional, ¿correcto? ¿Has leído sobre ello, sobre
mí? —se burla de mí, sus palabras me cortan, tratando de enterrarme, pero su
tacto se siente como carbones calientes—. Dime, ¿qué dicen de los sádicos
pirómanos con mal genio a los que la gente llama El Diablo? ¿Te dijeron tus
libros lo que te haré, lo que me gusta?
Su dedo traza un camino desde mi mandíbula hasta la columna de mi cuello,
las yemas de su mano recorren las venas y los músculos que forman mi
garganta. Se detiene justo encima de mi clavícula y su pulgar roza mi pulso.
Puedo olerlo, una mezcla de todas las cosas explosivas, y me está quemando por
dentro.
Esto es lo más cerca que he estado de uno de ellos.
Hay una razón por la que se te advierte que mantengas la distancia.
Porque una vez que estás a su alcance, ya no controlas nada.
Mente, cuerpo, alma.
Son tus dueños.
—¿Me estás amenazando ahora mismo? —Me enorgullece lo firme que suena mi
voz, teniendo en cuenta que mi respiración sale en exhalaciones temblorosas,
Mi lengua tocando mi labio superior mientras mantengo el contacto visual
directo. Eso suele intimidar a la gente lo suficiente como para que retrocedan,
pero no a él. Iguala mi energía y se niega a dejarla escapar.
Se quita la cerilla de la boca y me golpea el labio inferior con la punta roja antes
de encender la llama entre el pulgar y el índice. Arde a gran altura, parpadeando
directamente frente a mí, tan cerca que puedo sentir su calor.
Su rostro parpadea en la oscuridad, luciendo con orgullo el brillo anaranjado.
—No —Es en ese momento que comprendo la gravedad de esta situación, de lo
que está sucediendo, cuando la mano de Rook se endurece en mi garganta, sus
dedos enroscándose a mi alrededor como lianas alrededor de la base de un
árbol.
Y no es un agarre pervertido en el que presionas los lados del cuello para inducir
placer. No, es doloroso, me aprieta la tráquea. Su mano tiene un objetivo, y no
es excitarme, sino matar.
Si cualquier otro hombre en el mundo me estuviera tocando así, ya estaría lista
para matarlo. Sin embargo, su agarre es diferente a todo lo que he
experimentado antes. Hay algo en esta sensación, como si estuviera derritiendo
cualquier rastro de alguien anterior a él, crea una sensación totalmente nueva
dentro de mí mientras me sostiene aquí.
Inclina la cerilla hacia mi rostro, sus ojos de fuego infernal brillan con hostilidad.
—Pero si sigues hablando de cosas de las que no sabes una mierda, lo haré.
Se me seca la boca e intento apartar el rostro de su agarre, pero él me aprieta
aún más. Mi reserva de aire disminuye a medida que pasan los segundos.
No va a quemarme de verdad, ¿verdad?
—Y puedo prometerte, princesa, que no hay forma de manejarme sin quemarse.
Una sonrisa se dibuja en su cara cuando me suelta, dando un paso atrás. Sin
miedo, saca la lengua y presiona contra ella el palo aun ardiendo. El
chisporroteo atraviesa mi confusión.
Estoy traumatizada y asombrada de cómo ni siquiera se inmuta. Como si fuera
algo cotidiano para él apagar una cerilla con la boca.
Es entonces cuando me fijo en el auto que se dirige hacia nosotros, el que debe
haber oído que le impidió continuar lo que anteriormente había sido agresión en
su camino a homicidio.
—Ya sabes dónde encontrarme cuando te des cuenta de lo aburrida que estás
en tu casa de cristal, Sage —dice con tono de burla, montando de nuevo en su
moto.
—Que te jodan, imbécil —consigo balbucear por encima del rugido de su moto
al arrancar.
Después no murmura ni una palabra más, me da la espalda y vuelve a la
carretera, adentrándose en la oscuridad, y tengo que preguntarme si he
alucinado con lo que acaba de ocurrir.
Llevo mis propios dedos a la garganta y presiono en los lugares que acaba de
tocar, sintiendo aún su presencia en mi piel.
¿Había tenido miedo? Tal vez.
Pero era algo más que miedo.
Se sentía como libertad.
El espacio entre lo que se espera que sea y lo que quiero ser, y él me había
empujado a ese lugar. Un lugar en el que no sabía lo que vendría después, algo
que no podía controlar, un lugar en el que podía liberarme de cargar con el peso
de lo que la gente pensaba de mí.
Un escape de la mente.
Me hormiguea el cuerpo desde la punta de la cabeza hasta la planta de los pies.
Lo siento en todas partes.
Y al igual que el fuego, persiste mucho después de perderse de vista.
Jardín del Edén
Rook
Pasa un mes entero para que mi camino se vuelva a cruzar con el de Sage
Donahue.
La semilla de la curiosidad se había plantado en su cerebro, y yo sabía que
cuando llegara el momento adecuado, iba a resquebrajarse y a venir corriendo
a buscar la emoción que le faltaba a su vida.
Bajo ese exterior, sé que hay una chica que se muere por escapar. Pude verlo en
la forma en que trataba a Rose, en cómo se ponía verde de envidia. Quiere la
libertad que tiene su hermana, pero por alguna razón tiene miedo de
perseguirla.
Me dirijo a clase, con el labio palpitante por el nuevo corte que había recibido
antes incluso de comerme la avena, cuando oigo una voz que rebota en los
casilleros.
Los pasillos están vacíos, los alumnos ya están en sus pupitres para ir a clase,
dejándome a solas con la voz.
Normalmente, seguiría andando, iría a clase y acabaría con la mirada.
Continuaría mi día como si nunca hubiera sucedido.
Pero hay algo en ese tono suave pero firme que me resulta familiar.
La sigo hasta el final del pasillo. Mi mano presiona con cuidado la puerta del
auditorio. Estos viejos cabrones crujen cuando respiras sobre ellos.
Varias filas de asientos vacíos de tela roja llenan el teatro. Todas las luces que
normalmente iluminan el escenario están apagadas excepto un único haz.
Se proyecta desde el balcón sobre el escenario de madera oscura, sin dejar ver
en ninguna dirección más que lo que alcanza la luz.
Sólo está ella.
Está sola, ella y la luz, con esta falda escolar a cuadros que hace que sus piernas
parezcan recorrer kilómetros.
En silencio, me acomodo en uno de los asientos del fondo, me reclino y me saco
el porro recién enrollado de detrás de la oreja. Lo enciendo con la cerilla,
procurando que mis movimientos no molesten a la actriz.
—¡Caramba, casi había olvidado lo fuerte que eres, John Proctor! —dice con
seguridad, con los ojos muy abiertos y algo soñadores, como una mujer
enamorada.
Decir que es una buena actriz sería quedarse corto, porque pensaba que era
imposible que Sage Donahue pareciera tan enamorada.
Hace una pausa para que su coprotagonista imaginario diga su frase antes de
que su cuerpo se mueva y continúe.
—Oh, sólo se ha vuelto tonta de alguna manera —se ríe literalmente.
El humo sale de mis labios mientras la veo moverse por el escenario.
Impresionante, como si fuera un cisne nacido en el agua.
Agraciada, cómoda, perteneciente.
Casi me hace olvidar lo que dijo la última vez que hablamos o lo cerca que estuve
de demostrarle lo que es realmente cabrearme.
—Oh, señorito —Agita la mano y se acerca al hombre con el que supongo que
está hablando. La delicadeza de su lenguaje corporal me hace sonreír—. Anoche
estábamos bailando en el bosque y mi tío se nos echó encima. Se asustó, eso es
todo.
Murmura las siguientes líneas, tanto las suyas como las de su compañero,
paseándose de un lado a otro en el centro de atención como si algo se estuviera
gestando en su interior.
No soy de los que se interesan por cosas que no me excitan, pero hay algo en lo
real que parece ahí arriba que me está jodiendo.
—¡Está manchando mi nombre en el pueblo! —Lo dice como si lo hubiera
jurado—. ¡Está diciendo mentiras sobre mí! Es una mujer fría y llorona, y
tú... —Sus cejas se fruncen, la tristeza le sube por la garganta—. ¡Te doblegas
ante ella!
Odio el teatro, y creo que he estado dentro de este quizás dos veces, pero no
habría mucho que me moviera de este asiento.
Sacude la cabeza con agresividad, como si su compañero hubiera dicho algo que
no soportara oír. Me inclino hacia delante en mi asiento y entrecierro los ojos
para ver las lágrimas que brillan en su pálido rostro.
—¡Busco a John Proctor que me sacó de mi sueño y puso conocimiento en mi
corazón! Nunca supe lo que era el fingimiento de Salem, ¡nunca supe las
lecciones de mentira que me enseñaron todas esas mujeres cristianas y sus
hombres pactados! —escupe, su voz chisporrotea de emoción, como una mujer
traicionada y dolorida.
—Me querías, John Proctor —Se acerca al frente del escenario, los ojos
suplicantes sin siquiera pronunciar las palabras—. ¡Y sea cual sea el pecado me
amas todavía!
Inhalo, el humo intenta hacerme toser, pero me contengo, apoyando el porro en
los labios mientras levanto las manos.
—¡Bravo! —grito, aplaudiendo despacio, resonando en la habitación que, por lo
demás, está llena de silencio—. Menuda actuación.
Se queda paralizada, atrapada en el acto de ser algo más que la abeja reina por
la única persona a la que no puede mandar.
Me levanto del asiento y avanzo por el pasillo hacia la parte delantera del
escenario con pasos pesados.
—¿Qué ha sido eso? —Pongo las manos en el escenario y me elevo hasta quedar
en la sombra mientras ella sigue mirándome desde el foco—. ¿Romeo y Julieta?
Tarda un momento en darse cuenta de lo que está pasando. La chica vulnerable
que parecía estar disfrutando en este escenario se retira, y sale su protectora.
Todos nos convertimos en algo aterrador para proteger nuestro verdadero yo y
a nuestros seres queridos.
Veo su máscara. Y estoy cansado que se la ponga cuando está cerca de mí.
Quiero ver el horrible dolor que hay debajo. Las cicatrices secretas que cubre,
los monstruos que devoran su carne. Son reales, y la vida es demasiado corta
para centrarse en lo falso.
—¿Qué haces aquí, Rook? —dice, doblando las páginas del libro en su mano
hasta cerrarlas, agitándolo para barrer el humo lejos de ella—. ¡No puedes fumar
aquí! Es un maldito peligro de incendio.
—Seamos sinceros, Sage. Soy un peligro de incendio —bromeo, pero no hace el
efecto que quería.
Un público duro.
—Hagamos como si no me hubieras visto aquí —murmura, se coloca un mechón
de cabello detrás de la oreja y se dispone a marcharse.
—Ah, ah, ah —empiezo—. No tan rápido. ¿Qué estabas haciendo? —Mi cuerpo
bloquea el suyo desde los escalones, impidiendo que se vaya.
—Realizando una cirugía a corazón abierto —dice—. ¿Qué te parece, idiota?
Chasqueo la lengua y vuelvo a inhalar profundamente la hierba antes de
apagarla con mis pantalones.
—No te habría tomado por una friki del teatro.
—No me llames así —sisea, apuntándome con sus uñas rojo oscuro—. Si le
cuentas a alguien lo que has visto, te arrepentirás, Pyro.
La testosterona me llena. El reto que me plantea es casi demasiado para mí. ¿Me
está amenazando? ¿Cree que puede hacerme lo que hace con los demás?
¿Cortarme el rollo con palabras amenazadoras?
Aparentemente, no se ha enterado de con quién está trabajando aquí.
—¿Sí? ¿Qué vas a hacer al respecto, FT?
FT. Me gusta. Friki del teatro. Se siente como un pequeño secreto en la parte
superior de un secreto que podría colgar sobre su cabeza.
Hace una pausa, intentando pensar qué podría decir para asustar a alguien
como yo y hacer que guarde silencio. Disfruto viéndola buscar algo, cualquier
cosa que pueda usar contra mí en esta situación.
—Ese es el problema. No tienes nada sobre mí. No tienes rumores, ni secretos,
nada que derramar sobre mí. Y ese es tu único poder en este lugar. Sin eso, no
tienes absolutamente nada.
Todo lo cual es cierto.
¿Cómo asustas al tipo sin miedo?
Le he quitado su única moneda de cambio. Así es como mantiene a la gente a
distancia, porque ella tiene el poder sobre ellos. Nadie sabe nada de Sage excepto
lo que ella quiere que sepas.
Ahora, está atrapada en mi red.
—Rook, escucha...
—Oh, ¿ahora es Rook? ¿Qué pasó con Pyro?
La frustración la sacude, pero debajo de ella está el miedo.
Su piel enrojecida por la ansiedad hace que sus pecas color canela sean aún
más oscuras. El mes pasado le puse una cerilla caliente en el cuello. Con su
frágil cuello en mis manos, podría haberla matado, pero ni siquiera pestañeó.
Aquel día no era miedo, era excitación.
Son dos emociones diferentes, y puedes sentir la diferencia. Está en la forma en
que su corazón se agitó contra mi palma y sus ojos se abrieron de par en par.
Conozco el miedo y conozco la exhalación.
Pero ahora tiene miedo, miedo de que hable de ella en el teatro. Algo que hasta
ahora no sabía que era privado.
—Deja de hacerte el imbécil. ¿Crees que me gusta pedirte favores? —dice,
apretándose los ojos con los dedos antes de suspirar—. Sólo —respira—, por
favor, no se lo digas a nadie, ¿ok? No es algo que todo el mundo sepa.
Hago una pausa, ladeo la cabeza, esperando a ver si debo presionarla más o
dejar que se quede con ésta.
Sus ojos hacen eso que hicieron antes en el escenario, donde se suavizan y el
color azul no es tan duro, pero siguen brillando como llamas de gas. El truco
está en averiguar si todo esto es un espectáculo o si está siendo sincera.
De cualquier manera, no me iré hasta que consiga alguna forma de influencia
sobre ella.
—Mantendré la boca cerrada, con una condición —Me acerco a ella. El olor de
su perfume mezclado con mi marihuana crea una especie de aroma de sueño
febril que hace que mi subidón sea más intenso.
Se pasa la lengua por el labio superior.
—¿Qué cosa?
Me agacho hasta su altura, mi cara a la altura de la suya, nuestros ojos creando
una línea directa.
—Dime la verdad. ¿Por qué te importa?
—¿Sobre qué? —Está dando rodeos, tratando de evitar la pregunta.
—No te hagas la tonta, Sage. No queda bien en una chica como tú. ¿Por qué te
importa que la gente se entere de tu afición? No es algo que esté mal visto o que
manche tu imagen, así que ¿por qué te importa?
Mis ojos se desvían hacia su cuerpo y veo sus puños tan apretados que sus
manos parecen fantasmales. Aun así, se mantiene firme, sin apartar los ojos de
los míos. Como si estuviera tan segura de que no veré a través de ella, dentro de
ella.
—Porque cuando le das a la gente de aquí pedazos genuinos de lo que eres, los
mezclan y se lo beben con su desayuno matutino. Acabarán con cualquier
esperanza que hayas tenido. Cuando Ponderosa Springs conoce tus secretos, te
mantiene cautivo para siempre. No hay salida, y no voy a permitir que eso
ocurra.
Mentiría si dijera que su respuesta no me sorprendió.
Me hace preguntarme si Sage ya ha visto de cerca y en persona los malos
caminos de esta ciudad, si la dulzura que todo el mundo conoce alberga algo
desastroso y retorcido entre las paredes de su mente.
—¿Qué te ha pasado? —pregunto accidentalmente, con la intención de decirlo
en mi cabeza.
—Lo suficiente para saberlo bien.
Un timbre suena bruscamente, el sonido de los estudiantes llena los pasillos y
toda autenticidad desaparece. Recoge su bolso del escenario, pasa junto a mí y
baja los escalones.
Ahora tiene sentido cómo me miró cuando la amenacé a un lado de la carretera.
Cómo no tenía miedo.
Sólo hay dos personas capaces de mirar a los pozos del infierno a los ojos y no
acobardarse.
Los que están en el Infierno y los que ya han salido de él.
Cuando se rompe el dique
Sage
Supe que algo iba mal en cuanto entré en casa de los Sinclair. En realidad, creo
que me di cuenta cuando mis padres me dijeron que íbamos a cenar allí.
Nos han invitado a fiestas todos los años, a cumpleaños e incluso a uno de los
almuerzos de campaña de mi padre en su patio trasero.
Pero nunca sólo la cena.
Easton se sienta directamente a mi izquierda, su padre en la cabecera de la
mesa. Su madre se sienta frente a su hijo y mis padres a su lado. Sólo se oye el
ruido de los cubiertos al chocar contra los platos mientras comen en un silencio
apacible.
Noto cómo la mano de Easton se desliza hasta mi muslo, se posa allí y me da
un suave apretón mientras vuelve a sentarse en la silla de madera.
—Así que, Sage, ¿has recibido otra nominación este año? Ya van cuatro años
seguidos —Stephen me pregunta directamente, mi columna se pone rígida
cuando usa mi nombre. Cada vez que habla, lo hace con un tono de disciplina,
incluso cuando está charlando.
Asiento cortésmente.
—Sí, señor. Los cuatro años de instituto.
—Está siendo modesta, papá. Ya es una victoria para ella. Sage ha ganado todos
los años. Como si fueran a elegir a otra —Easton me golpea el hombro con el
suyo.
—A algunas personas les gusta ser humildes, hijo. No todo el mundo necesita
alardear de sus logros. Podrías aprender un par de cosas de ella —se burla,
levantando su copa y dando un sorbo al líquido rojo oscuro.
Es un curso intensivo sobre cómo tratar a alguien con condescendencia. El
padre de Easton es un profesional en ello, tan bueno que todos los que están
alrededor se ríen de lo que creen que es una buena broma.
Aunque no le tengo cariño a mi novio todo el tiempo, también sé lo que es estar
prisionera en tu propia casa. Que te menosprecien las personas que se supone
que más te importan.
Me acerco y le arreglo con cariño un mechón de cabello rubio suelto.
—Siento discrepar, Sr. Sinclair. Su hijo me ha enseñado más de lo que usted
cree a lo largo de los años. No sería quien soy sin él.
Todo lo cual es cierto: me ayudó a ver lo que podía ser y lo que no. Easton me
enseñó a tener poder; es culpa suya que lo tomara todo para mí.
—Eres muy amable, cariño. Me hace sentir orgullosa de mi pequeño —dice
Lena.
Lena Sinclair, su madre, es una mujer despampanante. La edad la ha dotado de
más y más belleza con el paso de los días. Su corte pixie rubio corto me hace
sentir celosa de su estructura ósea, toda ángulos y dimensiones mientras que
la mía se asienta neutralmente redonda, y mi frente siempre parece más larga
incluso después de haber aprendido lo que era el contouring.
Tampoco soy la única persona que se ha fijado en la belleza de Lena.
La mayor vergüenza familiar de Easton es que Wayne Caldwell disfrutó
ayudándose a sí mismo con la belleza de Lena todos los sábados en el club de
campo durante dos años enteros antes de que alguien se diera cuenta.
Me mataría si alguna vez murmuraba una palabra al respecto, porque si Alistair
Caldwell se enteraba, se llevaría a Easton a la tumba con la desgracia. El pueblo
les sonreiría en la cara, pero formarían parte del molino de rumores durante
años.
Sólo lo sé porque Easton se había emborrachado después de una fiesta en
nuestro primer año. Lo soltó cuando estaba maldiciendo a los Hollow Boys y su
prominencia de ratas.
Es uno de mis mayores secretos dentro de mi tarro de chantajes, y él sabe que
si da un paso demasiado lejos conmigo, se lo contaré a todo el mundo.
—No soy un niño pequeño, mamá.
—Lo sé, cariño. Yo sólo...
—Hablando de ser un hombre, creo que ya es hora, Easton, ¿no crees?
Sabía que algo iba mal cuando entramos en esta casa.
Pero al parecer eso se debía a que sería la única a la que no se le había dicho lo
que estaba a punto de ocurrir.
—¿Hora de qué? —pregunto en voz baja, tomando un trago de mi agua, mirando
a mi alrededor a todos los ojos que están sobre mí.
Hay una incómoda quietud que me hace moverme en la silla. Dejo el vaso en la
mesa.
—¿Hay algo que me esté perdiendo o...? —Me río para intentar aligerar el ánimo
que se ha instalado en la habitación por sus descaradas miradas.
¿Sabes cuándo no quieres darte la vuelta porque sabes que el acuchillador de
la película de terror está ahí de pie, así que intentas evitarlo?
Eso es lo que hago al oír chillar la silla de al lado. Sostengo la mirada con mi
padre, que intenta mirar a todas partes menos a mí.
—¿Sage? —Easton se aclara la garganta, intentando captar mi atención.
Los ojos de mi madre se iluminan, atenuándose cuanto más me niego a girarme
para mirarle. Mis oídos se llenan de líquido, que se agita con movimientos
atronadores. Puedo saborear el agua de mis pulmones cada vez más alta, las
ganas de toser pesadas, la necesidad de respirar sin que mi pecho parezca
comprimido por un semirremolque.
Giro, dolorosamente despacio, como un reloj roto en su última rotación, para
encontrarme al novio con el que sólo salgo por estatus arrodillado sosteniendo
un diamante de un tamaño impío que va a provocarme un ataque epiléptico.
Olas y olas de agua me sumergen.
Agua oscura y turbia que me devora, alejándome de la luz.
Me estoy ahogando delante de toda esta gente, y ni uno solo se preocupa lo
suficiente como para sacarme a respirar.
—¿Sage? —vuelve a decir—. ¿Has oído lo que he dicho?
No sé qué es peor, si el silencio o su aspecto confiado. No tiene ni una gota de
sudor en la frente y no tiembla. Es como si supiera que no voy a negarme.
—¿Me estás proponiendo matrimonio ahora mismo? —digo con el oxígeno que
me queda dentro.
—Bueno, tengo el anillo, y estoy de rodillas, así que... —Sonríe, asintiendo con
la cabeza.
Había estado impecable toda la noche. Mantuve la compostura, hice lo necesario
para pasar la cena, ¿pero esto? Esto es demasiado, incluso para mí.
—Tenemos dieciocho años, East. Ni siquiera hemos terminado el instituto. No
creo que este sea el... —Aprieto los dientes, se me escapa una risita nerviosa—,
el momento adecuado para esto.
—Nena, vamos. —Ignora todas mis señales de advertencia—. Hemos estado
juntos desde la secundaria. Esto no es gran cosa.
Entonces me toma la mano y la acerca a su pecho para ponerme el anillo en el
dedo, pero yo se la quito de un tirón como si hubiera intentado quemarme.
—Mamá, papá, no puedo —Miro a mis padres, observando sus rostros, viendo
la verdad frente a mis ojos en grandes, audaces y parpadeantes luces de neón.
—Sabían que esto iba a pasar hoy, ¿verdad? —Me dirijo hacia ellos, desviando
la mirada hacia los padres de Easton. Su madre parece nerviosa, y su padre
parece molesto por mi falta de entusiasmo.
—No puedo hacer esto ahora. No puedo hacerlo. Lo siento. —Mis palmas se
clavan en la mesa del comedor mientras me empujó hacia atrás, y el vómito se
asienta en mi garganta.
Casi me caigo cuando me levanto, me tiemblan las piernas, pero no me voy a
quedar aquí. No me voy a quedar aquí.
Esto no puede estar pasando ahora. ¿He interpretado tan bien este papel que
me he encontrado en esta situación? Queda todo un año de escuela, esto no
debería pasar tan pronto.
Habría podido decir que no sin problemas en la graduación, pero ahora no
puedo. ¿Por qué iba a hacerlo? Todo el mundo piensa que estamos obsesionados
el uno con el otro, ¿no debería ser feliz?
Mis tacones ahogan el ruido de las sillas moviéndose y las voces alzadas, todas
menos la de Stephen, que pone la bala en mi ataúd.
—Será mejor que resuelvas esto, Frank. Teníamos un trato. No olvidemos que
tú necesitas esto más que yo.
Mis manos tiran de la puerta principal y doy gracias por haber conducido hasta
aquí esta tarde. El aire fresco casi me sienta peor. Estoy desesperada por salir
a la superficie, pero parece que todos se empeñan en mantenerme bajo el agua.
—Sage, detente —La voz de mi padre me obliga a hacerlo, como si me agarrara
de la nuca y me sujetara allí para morir.
Giro, la grava de la calzada cruje bajo mis pies.
—¡Me has engañado con esto! —acuso—. Mamá, no me habría sorprendido,
¿pero tú? Siempre has sido sincero conmigo.
La relación con mi padre no es muy buena. Hablamos de su trabajo y de la
escuela. No somos la viva imagen de una relación padre-hija, pero, como ya he
dicho, nunca me ha mentido.
Ni una sola vez.
Siempre ha sido brutalmente honesto en todo.
—Estamos arruinados —dice, pasándose una mano por el cabello canoso antes
de arrastrarla por la cara en señal de frustración—. En la quiebra. No tenemos
nada.
Arrugo las cejas.
—¿Y eso tiene algo que ver con mi compromiso a la madura edad de dieciocho
años?
—¡No tenemos dinero, Sage! —grita antes de darse cuenta de que todavía hay
gente dentro que podría estar escuchando y baja el tono—. No nos queda nada.
La única razón por la que podemos pagar la hipoteca es gracias a Stephen. Lleva
años financiándome como alcalde. ¿Pero ahora? Es dinero que estamos usando
para sobrevivir. Estuvo de acuerdo en continuar la financiación siempre y
cuando tu relación y la de Easton terminara en matrimonio
—¿Qué? ¿Por qué? Eso ni siquiera tiene sentido. A Easton no le faltarían
relaciones si le dijera que no.
—Stephen sabe lo que Easton necesita, y eso eres tú. Quiere que esté con
alguien... —Lo alarga, tratando de encontrar las palabras.
—Alguien a quien cree poder controlar —termino, negando con la cabeza con
incredulidad.
—No, no es...
—¿Cuánto hace que hiciste este trato? —Interrumpo.
Yo fui la que sacó el extremo corto de este palo. Todos los que estaban en esa
casa lo sabían y me dejaron fuera en pleno invierno, con el culo desnudo.
Lo habían hecho a mis espaldas, quitándome el control.
Cuando no contesta, lo digo más alto.
—¡Cuánto tiempo!
—Hace cua-cuatro años. Tu madre y yo pensamos que era la voluntad de Dios
que acabaran saliendo, ¡que esto no sería un problema, Sage! Son jóvenes y
están enamorados; ¿qué hay de malo en estar prometidos, en casarse cuando
se está enamorado?
Le miró fijamente a los ojos, al mismo azul que se arremolinaba alrededor de
mis propios iris, y no puedo creer que yo haya sido creada a partir de alguien
así. Que esas dos personas hayan sido las que me hicieron. Que incluso yo, tan
joven como soy, sé que nunca haría esto a mis propios hijos.
Que esto, por más que lo giren o lo disfracen como lo disfracen, es otro agravio
que me han hecho.
—¡Cuál es tu problema! —grito—. ¡Merezco poder elegir! ¿Y si Easton me pega?
¿Y si no quiero casarme? ¿Y si no le quiero? Aun así me obligarías a casarme
con él, ¿verdad?
Las lágrimas corren por mi rostro y noto cómo el rímel me resbala por las
mejillas. Todo se desmorona, y lo peor es que a ellos les da igual.
Mi padre está ahí de pie, mirándome sin un ápice de arrepentimiento, dolor o
herido. Solo frustración y ansiedad porque no le estoy diciendo lo que quiere
oír.
Que ya no estoy interpretando el papel.
—No te importa, ¿verdad? —Toso, alejándome de él y acercándome a mi auto.
—Me importa, Sage. Quiero una buena vida para ti, y Easton puede
proporcionártela, pero...
Las olas suben, las criaturas de las profundidades roen mis piernas y empiezan
a subir. Cuando te ahogas, tus instintos te dicen que des patadas, que saltes,
que hagas lo que sea porque estás desesperado por llegar a la superficie.
Me quedo quieta, dejando que ocurra.
—Si dices que no, entonces haré que Rose lo haga. Y sabes que lo hará. Rosie
tiene el corazón blando, no es calculadora como tú. Lo hará porque te quiere y
no quiere verte infeliz. Igual que sé que si quieres a tu hermana, no le harás lo
mismo a ella. Rose no sobrevivirá en un estilo de vida así, pero tú, Sage, puedes
prosperar en él —La forma en que lo dice es tan tranquila, como si hubiera
practicado este discurso en el espejo. Como si este hubiera sido el plan todo el
tiempo.
Todo está ardiendo.
Mis oídos, mis pulmones, mi piel.
Estoy fuera, pero me falta oxígeno.
Agarro el pomo de la puerta de mi auto. No tengo ni idea de adónde iría, pero sé
que necesito salir de aquí.
Abro la puerta del auto y meto las llaves en el contacto. Justo antes de cerrar la
puerta, miro a mi padre.
—Te odio —grito—. Te odio por usar en mí contra lo único que me importa en
este pueblo dejado de la mano de Dios. Jodidamente te odio —Me enfurezco.
Piso a fondo el acelerador, el velocímetro sube mientras me como la grava bajo
el auto, sin importarme si alcanzo una velocidad demencial y vuelco este
cacharro o lo envuelvo contra un árbol.
La muerte parece más fácil que esto ahora mismo.
Tiro del cuello de la camisa, abro los botones y me rasco la garganta mientras
intento recuperar el aliento. Me duele el pecho mientras la realidad de mi vida
me abre en canal con una hoja sin filo. Los pinchazos en los pies casi me
distraen del palpitar dentro de mi cerebro.
Llevaba teniendo episodios de este tipo desde la escuela secundaria, y una vez
utilicé el ordenador del colegio para buscar en Google mis síntomas porque
pensaba que estaba embarazada, solo para descubrir que se llamaban ataques
de pánico.
¿Yo, teniendo ataques de pánico? Era imposible. Hasta que siguieron
sucediendo, una y otra vez.
Ya estoy acostumbrada a tenerlos, pero no así. Nunca tan fuertes. Siento como
si hubiera algo dentro de mi cuerpo que me ataca para salir, dejando nada más
que jirones de piel desgarrada y restos de intestinos como animales atropellados
a un lado de la jodida carretera.
Me estoy volviendo loca. Tengo que estarlo.
¿De qué otra forma explicaría donde terminé? Si no, ¿cómo explicaría que al
entrar en el camino oculto me encontrara con un descampado en el que hay
aparcados al menos otros setenta autos?
Loca es la única forma en que podía explicar por qué había aparecido aquí,
buscándole.
“Ya sabes dónde encontrarme cuando te des cuenta de lo aburrida que estás en
tu casa de cristal, Sage”
Pensar con claridad se ha esfumado mientras subo la colina de hierba, con los
tacones hundiéndose en el barro a cada paso. Noto que la gente me mira y
susurra casi tan fuerte como los motores de los autos. Todos piensan lo mismo:
¿qué demonios estoy haciendo en El Cementerio?
El Cementerio es un hipódromo abandonado en las afueras de Ponderosa
Springs, un lugar donde las chicas como yo no tenemos derecho a estar. Todo
lo que ocurre aquí es ilegal, clandestino y poco limpio. La gente corre sobre el
asfalto roto y se pelean entre sí hasta hacerse papilla sangrienta en el centro.
Las drogas se intercambian como caramelos y el humo de los cigarrillos
sustituye al oxígeno.
Vienes aquí si buscas problemas.
El viento me pellizca los talones mientras paso junto a la desvencijada valla
metálica que impide a los transeúntes entrar en la pista. Mis ojos recorren los
boxes donde los autos y las motos esperan su turno. Sé que estará allí. Está
aquí todos los fines de semana. Nunca se pierde una carrera y nunca pierde.
Habría que estar sordo para no oír hablar de su reputación en la pista.
Lo localizo sin tener que esforzarme. Lleva la capucha puesta, le sale humo de
la boca, está solo y aislado. Incluso cuando intenta mantenerse alejado de la
gente, ésta parece observarle. Es difícil no mirarle.
Sin importarme las normas ni dónde se supone que debo estar, cruzo la pista
en dirección a los boxes, haciendo una línea recta hacia él, aunque haya un
grupo de vehículos corriendo en dirección a otra curva y dando vueltas hacia
mí.
—¡Chica, no puedes estar ahí detrás! —me grita alguien, pero yo sigo ignorando
a todos los demás menos a él.
No hay miedo. Sólo la sensación de que cuando entre en el reino de los malvados
de Rook Van Doren, me quedaré allí un tiempo.
Un ángel que busca la libertad de Lucifer.
—¡Van Doren! —llamo por encima del sonido de las máquinas rugiendo, mis pies
saliendo de la pista lejos del tráfico entrante.
Rook tenía razón cuando me dijo que me aburría en mi casa de cristal. Estoy a
dos respiraciones de morir por falta de emoción en mi vida. Siempre los mismos
hombres, con sus trajes planchados y sus conversaciones de negocios. Los
mismos cotilleos en los almuerzos, las mismas caras, las mismas mentiras. Todo
es mierda reciclable, y estoy tan cansada de todo eso.
Estoy harta.
Tengo miedo porque esa sería mi vida. No sólo por el resto del año, sino por el
resto de mi existencia. Me quedaría atrapada en la vida de casados de Ponderosa
Springs para siempre, y todo porque mis padres están arruinados y no quiero
que mi hermana sufra.
Excepto en este momento. Tengo este momento.
Y Rook es de todo menos aburrido.
Sus ojos siguen el sonido de su nombre hasta que encuentran su objetivo.
Yo.
Dios, quiero arrancarle la sonrisa de suficiencia de la cara. Esa mirada de “sabía
que vendrías a buscarme” que se come toda su presencia. Pero odio más la
sensación de ahogarme que el hecho de que tenga razón sobre mí.
Se detiene bruscamente, se baja de la moto y se encuentra conmigo en medio.
Me mira el rostro, fijándose en mi rímel corrido y mis ojos llenos de lágrimas.
Algo cambia en su lenguaje corporal, que pasa de la satisfacción a la tensión.
—¿Qué hizo?
La forma en que se desplaza más hacia mí, examinando los contornos de mi
rostro. Vuelvo a ver de cerca esos ojos a los que todo el mundo teme.
Resulta casi poético ver cómo los bordes exteriores son de un verde puro, como
la tierra nueva, pero a medida que uno se acerca, la parte interior es un estallido
de fuego ámbar, que se arremolina y devora el verde, todo en espiral hacia una
sólida pupila negra.
Y eso es lo que vio Lucifer cuando fue expulsado del Cielo. El verde de nuestro
planeta antes de entrar en las llamas del Infierno. La historia detrás del
catastrófico apodo de Rook se relaciona cada vez más con él.
Sé que se refiere a Easton, y esa es la última persona del mundo de la que quiero
hablar ahora mismo. Intento reírme y me limpio el rostro.
—No, no, no es nada de eso. Yo-
—¿Entonces para qué mierda estás aquí?
Me sorprende la dureza de su voz, la forma en que atraviesa mi intento de ocultar
mi dolor, haciendo trizas mi fachada.
¿Hice algo mal? ¿He hecho algo para que se enfade?
¿Me equivoqué al venir aquí?
Suspiro, encogiéndome de hombros.
—Buscando un cambio de ritmo, supongo —Ofrezco una pequeña sonrisa
bromista, con la esperanza de que podamos pasar por alto la razón por la que
estoy aquí.
De todas las personas a las que acudir en esta ciudad, vine a buscarle a él.
—La verdad —me exige, igual que hizo en el teatro, negándose a dejarme
marchar sin robarme una parte de mí que nadie consigue.
—¿La verdad? Creo que no se la he dicho a nadie en mucho tiempo —digo,
sabiendo que no me dará nada a menos que sea sincera con él.
Mi corazón se agita dentro de su jaula, un animal salvaje cansado de estar
encerrado entre las paredes de mi propio pecho, dispuesto a enseñar los dientes,
a mostrar al mundo de qué está hecho.
Cuando no dice nada, sólo me mira expectante y le da otra calada a su cigarrillo,
le digo lo que necesita oír.
La verdad.
—Porque te necesito —Mis palabras se quedan atrapadas en una ráfaga de
viento mientras los motores rugen detrás de mi cabeza. Mi cuerpo empuja hacia
arriba desde el fondo de la superficie, emergiendo del agua con una bocanada
de aire mientras continúo.
—Necesito que me ayudes a quitarme la máscara. Eres la única persona que
conozco que no se esconde del mundo. Ardes por ello. Este lugar, me está
comiendo viva, convirtiéndome en una persona que no reconozco. Muéstrame
anarquía, muéstrame algo violento —Sacudo la cabeza, necesitando sentir esa
huida—. Muéstrame todas tus verdades, Rook. Y yo te mostraré las mías.
Sus ojos se convierten en un infierno, ardiendo tan brillantes, tan verdes, que
hipnotizan.
—¿Quieres quitarte la máscara? —Agarra su casco y lo empuja hacia mí, el frío
material presionándome el estómago—. Entonces llévame al lugar que más odias
en el mundo, y te enseñaré cómo hacer que se ahogue con las cenizas de la chica
que dejaron arder.

Rook
Había visto mucha mierda cuando estaba drogado.
Sage Donahue saliendo de una licorería con una botella de vodka con sabor a
fresa le ganaba a cualquiera.
Se había desmaquillado en el baño de una gasolinera, los ojos de mapache lejos
de la vista, dejando al descubierto hasta la última de sus pecas color canela. El
resplandor de las luces artificiales rebotaba en su piel.
Esto era una completamente nueva, Sage. Una que, por mucho tiempo que
había vivido en Ponderosa Springs, nunca había visto antes.
Bonito veneno, Rook.
Una criatura hecha para el engaño. Hecha para matar.
Cuidado, me recordé a mí mismo.
El trayecto hasta la casa del lago de su familia fue rápido, teniendo en cuenta
que iba pegada a mi oreja, ronroneando: “Más rápido, más rápido, más rápido”.
Pero los momentos parecían pasar volando porque lo único en lo que podía
concentrarme era en la carretera y en cómo la sentía envuelta contra mí.
Sentada en la parte trasera de mi moto, con los brazos agarrándome tan fuerte
que podía sentir sus uñas clavándose en mi sudadera. La burla de su fuerza
contra mi abdomen tonificado me hizo agua la boca ante la perspectiva del
dolor.
Cuando llegamos a la entrada de la casa frente al lago, supe lo que iba a ocurrir.
Hay una razón por la que me trajo aquí. La pregunta es, ¿por qué este lugar?
¿Qué significa para ella?
Sage se había bajado de la moto, pidiéndome que empezara, mencionando algo
sobre el baño antes de desaparecer dentro, dejando la puerta abierta para que
la siguiera.
Me muevo en piloto automático. Mis acciones son las que he hecho muchas
veces antes, la compulsión supura en mis manos crispadas mientras me pongo
a trabajar. Los pasos están calculados; soy un cirujano experto trabajando
cuando abro la cremallera de mi bolso y saco la jarra de gasolina, el líquido para
encendedores y las cerillas de otras marcas. Nunca mis Lucky Stripes.
Es una pena, la verdad. La mansión de dos pisos parece genial para unas
vacaciones familiares. Todos los muebles caros, la vajilla, las fotos
cuidadosamente colocadas, todo se hará humo en la próxima media hora.
Quemando lugares con fantasmas. Con recuerdos. Algo con sustancia: todo eso
es mi talón de Aquiles, ver cómo todos esos recuerdos suspendidos explotan en
un estallido de bruma anaranjada, sucumbiendo a nada más que cenizas que
se hundirían en el suelo.
No hay otra forma de librarse del pasado como prenderle fuego.
Mi teléfono vibra en el bolsillo de la sudadera cuando estoy a punto de echar
gasolina en el suelo de la cocina.
¿Dónde estás?
Es de Alistair. Mi primera reacción es decir algo gracioso, como dándole a una
chica rica la noche de su vida. Pero entonces hago una pausa, mis dedos se
ciernen sobre el teclado.
Supongo que ha tenido un día de mierda en casa y necesita terapia. En cualquier
otro momento diría que sí, me reuniría con él en el sótano donde hace ejercicio
y dejaría que me hiciera papilla.
La mayoría de los amigos tienen cosas que les unen. Las nuestras funcionan de
forma distinta a los demás.
Alistair necesita herir algo de vez en cuando, estampar su puño contra un
cuerpo para que toda la ira salga de él por un instante, ansiando vengarse de
una familia que siempre le trató como “el repuesto”.
Él necesita eso, y yo necesito el dolor.
Así es como trabajamos. Cómo conectamos unos con otros. Entendemos lo que
el otro necesita, por muy oscuro y atormentado que sea. Estamos dispuestos a
hacer cualquier cosa por el otro.
En lugar de mi respuesta inicial, le envío un mensaje diciéndole que he salido a
dar una vuelta y que no volveré hasta más tarde y que me reuniré con él
mañana.
Nunca le he mentido, a ninguno de ellos, pero esto hay que descifrarlo antes que
los chicos lo sepan.
La verdad es que no confío en esta chica.
Pero confié en la chica que tenía delante en la pista. La que parecía rota y
angustiada. Confié en la chica de ese escenario, y hasta que la única versión de
Sage Donahue que tenga sea la real, ella será mi secreto.
Sin embargo, no empezamos con buen pie, ya que me había dicho que iba al
baño y la veo quitarse los zapatos en el patio mientras se dirige al muelle que se
adentra en el agua.
Ya está torciendo la verdad que tan desesperadamente me prometió.
Dejo la jarra sobre la encimera y salgo por la puerta corrediza de cristal para
seguirla. La botella de vodka abierta está a su lado, en el borde de la plataforma
de madera, con los pies colgando. Está oscuro, sólo la luna ilumina el lago opaco
que permanece quieto y tranquilo.
—Sabes, el objetivo de todo esto era que tú prendieras el fuego. Yo sólo soy el
fabricante detrás de él.
Se lleva la botella a los labios y bebe un trago del maloliente líquido. Sonrío
cuando tose un poco y su cuerpo se estremece al intentar rechazar el ardor del
alcohol.
—En las películas parece más fácil hacerlo sin un chupito —Tose y se limpia la
boca con el dorso de la palma de la mano.
—Sí, bueno, en las películas usan agua —gruño mientras me siento a su lado
con la botella entre los dos—. ¿Y si ves a alguien que pueda beberse un vodka
sin un chupito así? Tienen heridas que escuecen más que el alcohol.
Miro a través del lago todas las casas vacías, con sus ventanas libres y sus
porches traseros sin luz.
—Solíamos venir aquí todo el tiempo cuando era joven para las vacaciones de
verano. Rose y yo nos tumbábamos en este muelle después de pasar el día
remando por el agua en el bote, adivinando las formas de las nubes. Nos
tumbábamos aquí tanto tiempo que llegábamos achicharradas. Quién iba a
decir que el sol podía atravesar tanto las nubes —Se ríe, agarra de nuevo el
cuello de la botella y la sujeta entre las piernas.
Hacía mucho tiempo que no oía a nadie hablar de los buenos recuerdos de la
infancia. Hacía aún más tiempo que no sabía lo que se sentía.
Me había convertido en un extraño para mi propia crianza.
Hay veces que recuerdo ver a mi madre podar las rosas del jardín y cómo sabía
su limonada después de que yo me pasara el día corriendo por el patio. O el olor
a pan recién horneado en la cocina y el sonido de las risas.
Los recuerdo, pero es como si le hubieran ocurrido a otra persona.
Como si fuera un fantasma en el hogar, observando a mi yo joven, sin
experimentar nunca realmente esos momentos de alegría.
Ahora, ni siquiera parecen reales. Espejismos que inventé para que mi mente
consciente pudiera lidiar con mi vida hogareña actual.
—Cuando entramos, riéndonos, borrachas de sol, felices, mi madre nos miró
como si hubiéramos cometido traición —Extiende el brazo y señala el agua
sombría, con el ceño fruncido—. Decía: '¡Chicas! Las mujeres pagan millones
para que les curen las arrugas y la piel flácida por exponerse demasiado al sol.
Arruinan esa piel tersa. Y Sage, tú lo sabes bien. La piel de Rosie se va a poner
morena mañana y tú vas a parecer un tomate gigante durante semanas'.
—Así que tuve razón todo el tiempo. Tu madre es una perra.
—Ella lo es. Siempre lo ha sido —Sage se ríe, asintiendo con la cabeza. Se
tranquiliza y continúa—. Esa fue la primera vez que recuerdo haber sentido
celos de mi hermana. La primera vez que esa cosa verde y fea me hizo enfadar
con alguien a quien siempre he admirado.
La dejo hablar libremente, escuchando sus palabras mientras se desahoga y al
mismo tiempo se llena de licor.
—Los celos no hicieron más que crecer con los años. Después de lo que pasó
aquí, después de lo que le dejaron hacerme cuando se apagaron todas las luces
y se acabaron las fiestas, me volví mala y rencorosa. Una vez le puse chicle en
el cabello mientras dormía. Cubrí sus zapatillas de barro. Dije cosas horribles,
todo el tiempo pensando por qué era a mí a quien él tocaba. Por qué pasó de
largo de su habitación, sólo para colarse en la mía —Su voz se ahoga en lágrimas
que no deja caer, negándose a ser tan vulnerable conmigo.
—Fue un círculo vicioso que me llevó hasta este punto de odiarme a mí misma.
En lugar de desear que nunca nos hubiera pasado a ninguna de las dos, estaba
furiosa de que no le estuviera pasando a Rose. Envidia de que ella fuera tan
felizmente inconsciente y feliz. Dios, ¿qué tan horrible es eso? ¿Qué tan horrible
soy?
Mis dedos se aprietan alrededor del Zippo en el bolsillo de mi sudadera al pensar
en una niña inocente condicionada a odiar a su otra mitad, acicalada y
profanada cuando sólo era una niña. Aunque no soy quién para hablar de
buenas acciones o decencia humana, hasta yo sé lo repugnante que fue. Lo
jodidamente repugnantes que son sus padres por permitirlo, por no estrangular
a ese hijo de puta con sus propias manos.
Sage vive una vida sin justicia. Sola.
—Amo a mi hermana, Rook. Sé cómo me sentí, lo que le hice estuvo mal, y haría
cualquier cosa en el mundo para retractarme. Haría cualquier cosa para
protegerla de que algo malo vuelva a suceder, para protegerla de nuestros
padres, de mí...
—No te compares con ellos —interrumpo, mirándola—. Tú eras una niña.
Se encuentra con mi mirada, con el cabello alborotado y anudado por el viaje en
moto hasta aquí.
—Pero ahora no.
—Y todavía hay tiempo para ser diferente, hacer las paces. Rose te ama, defiende
cada una de tus respiraciones. Ahí no hay puentes quemados —le digo.
Nunca les habíamos visto discutir en persona, aparte de en la cafetería, pero
incluso cuando Alistair hacía un comentario sarcástico sobre que Sage era una
zorra, Rose le arrancaba la cabeza.
Son gemelas, después de todo, no importa el dolor que perdure entre ellas.
—No sabría cómo ser diferente. Aquí no. Aquí siento que me ahogo
constantemente, que me asfixio justo debajo de la superficie. Estoy bajo este
lago gritando que alguien me ayude, que alguien me salve, y todos se sientan en
el muelle. Observándome.
La tensión me corroe, dispuesto a darle este pedacito de venganza por los
crímenes cometidos. Listo para destrozar esta casa y todos sus malos
recuerdos.
Tal vez entonces sea capaz de nadar hasta la superficie.
Con un suspiro, se levanta y las piernas le tiemblan al intentar mantenerse en
pie. La agarro por la cintura mientras me levanto de mi asiento y la sujeto para
que no se ahogue en el lago.
—Tranquila. El alcohol no convierte a la gente en las criaturas más coordinadas
del mundo, ya sabes.
La suavidad de su cuerpo se siente extraña bajo mis firmes manos. No se parece
a nada que haya sentido antes. Claro, he tocado a mujeres, pero todas eran
transeúntes buscando obtener su billete, allí por el bien de decir: “Me follé a un
Hollow Boy”.
Puedo sentir realmente a Sage bajo mis palmas, respirar su aliento perfumado
a fresa, contar las pecas de sus mejillas. Para ser una chica que el mundo creía
de plástico, Dios, es tan real.
—No creo que haya hablado tanto de mí o de mi pasado en, bueno, en realidad
nunca —Se ríe—. Esto parece un confesionario. Creo que has perdido tu
vocación, Van Doren. Deberías haberte hecho cura.
—Bueno, tengo malas noticias para ti, friki del teatro —Mis manos se crispan
por una razón diferente de repente, mi agarre se aprieta sobre ella—. Estás
confesando tus verdades a Lucifer. Quién sabe lo que haré con ellas.
Sus ojos son tan jodidamente azules que juro por Dios que brillan, la inclinación
de su cabeza deja al descubierto su cuello mientras el viento le atrapa el cabello.
Me muerdo el labio inferior, con pensamientos silenciosos y sucios subiendo por
mi espalda.
Me gustaría dejar ese cuello morado de marcas. Esa piel roja con la huella de
mi mano. Su interior temblando, lleno, consumido por mí y sólo por mí. La haría
correrse mientras gritaba pidiendo clemencia, suplicando que el placer se
detuviera porque era demasiado.
—Tú les crees, ¿verdad? ¿A toda la gente que te llama El Diablo?
Chica lista, intentando de cambiar las tornas hacia mí.
—Cuando te dicen las cosas tan a menudo, aunque no sean verdad, empiezas a
creértelas —Levanto la mano y le empujo un mechón de cabello detrás de la
oreja—. No te equivoques, Sage. No soy una buena persona. Será bueno que lo
recuerdes.
No soy un caballero de brillante armadura ni un dulce hombro sobre el que
llorar.
Yo podría ser su ajuste de cuentas, ayudarla a buscar venganza, incluso
mostrarle cómo se siente el dolor mezclado con placer, pero no soy el hombre al
final de su felices para siempre.
El fuego que nunca se apaga
Sage
No puedo dejar de pensar en él.
Mientras preparaba el desayuno, me quemé el dedo en la tostadora, pensando
en su tacto.
En la ducha, cuando cierro los ojos, veo su cara. Mandíbula cuadrada, media
melena, ojos vidriosos que a los demás les parecían sin vida, pero que para mí
encierran mucho más.
Cuando Easton me ha puesto hoy el anillo de diamantes en el dedo, he pensado
en él arrancándomelo con cara de asco.
Sólo puedo pensar en lo terriblemente jodida que estoy porque sólo puedo
pensar en Rook Van Doren.
Debería estar pensando en un plan de escape, una manera de salir de este
matrimonio arreglado, uno del que no había sido informada. Uno en el que no
pude opinar, porque no puedo dejar que le hagan esto a Rose.
El único favor que Easton o su familia están dispuestos a hacerme es
mantenerlo en secreto hasta después de la graduación. El acuerdo está hecho,
pero esperaremos a anunciarlo para darme un poco más de tiempo.
Hacía dos noches que me picaba el gusanillo de tocar el cabello de Rook,
clavando las uñas en los deliciosos mechones castaños y tirando un poco, sólo
para ver si le gustaba.
No debería estar pensando en él, no así, no cuando sé que no puedo darle un
futuro. Diablos, no podré darle nada con esta joya en mi dedo.
Pensar en él sólo me llevará a cosas malas, lo sé, pero pensar es todo lo que
tengo.
Imaginar es todo lo que puedo conseguir.
En la vida real, tengo que seguir ignorándole. Lo cual es fácil teniendo en cuenta
que no tiene mi número de teléfono, pero en la escuela, Dios, es difícil evitarlo.
Cuando siento su presencia en el pasillo, me meto en el aula más cercana, corro
en dirección contraria, me escondo detrás de las puertas.
No quiero que me vea porque no quiero decirle la verdad.
Los gritos de alegría rebotan tras la puerta cerrada de nuestra sala de cine en
casa, y mi cabeza cae en los asientos reclinables de cuero negro, con la
esperanza de que, si presiono lo suficiente, desapareceré en su interior.
Lo último que quiero hacer esta noche es organizar una fiesta de Halloween. Por
suerte para mí, Lizzie y Mary están compensando mi ausencia. Ni siquiera
quería organizarla, pero cuando mis amigas se enteraron que mis padres
estarían fuera de la ciudad con Easton y su padre, me rogaron que usara mi
casa.
Me quedé el tiempo suficiente para posar en Facebook e Instagram, pero
enseguida desaparecí en esta habitación del fondo de la casa. Está casi todo
tranquilo y sé que nadie vendrá a buscarme aquí.
Mi desgastado guion de Sueño de una noche de verano necesita un poco de
cariño, pero he hojeado tanto estas páginas que no hay mucho que pueda hacer
por ellas en este momento.
Feliz Halloween para mí.
Las luces de la habitación empiezan a parpadear y resuena el sonido del
interruptor. Entrecierro los ojos y miro a la puerta, confusa por saber quién va
a entrar aquí.
—Me has estado ignorando, FT.
Casi grito al oír su voz, una parte de mí piensa que es producto de mi necesitada
imaginación, hasta que mis ojos lo ven apoyado en el marco de la puerta.
No estaba segura de cuándo las viseras planas y las camisetas Thrasher se
convirtieron en algo que me atraía, pero está ocurriendo. Se trata menos de la
ropa y más de cómo la lleva.
Mechones de su cabello se asoman por debajo de la gorra, los brazos al
descubierto y mostrando sus impresionantes venas que probablemente hagan
que las enfermeras se desmayen.
—¿Qué haces aquí? —siseo, levantándome bruscamente para asegurarme que
nadie le ha visto entrar en la habitación. Casi me había olvidado de mi disfraz
hasta que me está comiendo con la mirada.
—Silas está fuera follándose a tu hermana en alguna parte. Tengo unas horas
libres antes de reunirme con Thatch y Alistair. No quería perderme tu fiesta. Me
entristece no haber recibido una invitación —Ladea la cabeza, burlándose de
mí.
—No puedes estar aquí. No pueden vernos juntos —insisto, esperando que capte
la indirecta y facilite las cosas.
Vete, vete, vete, suplico en silencio. Vete antes de que esto empeore.
—¿Ah, sí? ¿Por qué? —No puedo evitar observar cómo su cerilla recorre sus
labios rosa oscuro.
—Sabes por qué, Rook. Escucha —Me quito el tocado de la cabeza—. La otra
noche estaba disgustada y me emborraché mucho. Dije algunas cosas que...
—No. —Se empuja del marco de la puerta—. No vas a hacer eso.
—¿Hacer qué? ¿Decirte la verdad? ¿No es eso lo que quieres? No puedo ser vista
contigo, no tienes idea del daño que hará. Lo arruinará todo.
—No vas a sentarte ahí y fingir que no viniste a mí la otra noche, llorando, rota,
buscando ayuda. Ni tu novio, ni tu amiga, ni siquiera tú jodida hermana...
viniste a buscarme. No puedes fingir que no me prometiste todas tus verdades.
No hay forma de volver a ponerse la máscara cuando ya he visto lo que hay
debajo.
Tengo el corazón en la garganta, obstruyéndome las vías respiratorias con
violentos latidos. Sé que tiene razón, pero Dios, si Easton se entera... ¿si su
padre se entera? Se desataría el infierno.
—Eso no importa. Sé lo que hice. Fue cosa de una sola vez. Si alguien se entera,
si Easton se entera, no terminará bien.
Sonríe ampliamente, como si le desafiara a poner a prueba a Easton. Algo que
estoy segura que haría en un santiamén, sólo por diversión.
—¿Crees que me asusta tu juguete de gran ego y polla pequeña?
—¡No es el punto, Rook!
—Si fue cosa de una vez, dime ¿por qué no me dejaste quemar la casa del lago?
¿Por qué te echaste atrás? Vamos, FT. Dime lo que dijiste antes de irnos.
Jaque mate.
Me tiene. Ya sabe la respuesta. Se lo había dicho y sé que lo recuerda. Me había
mirado como si nunca fuera a olvidarlo después de que se lo dije.
—N-no me acuerdo. Estaba borracha —Mis mentiras siempre han sido
imposibles de ver, pero es como si todo lo que sabía se fuera por la ventana con
él.
—No, tú te acuerdas —Se acerca a mí, mirándome fijamente, y me recoge unos
mechones de cabello— ¿Cómo era? Algo así como que no podías hacerlo porque
ahora era nuestro. Es tu confesionario, eso es lo que dijiste justo antes de
vomitar sobre mis zapatos.
La vergüenza me calienta las mejillas. Cuando estoy cerca de él surgen
emociones con las que no me había topado en años, y lo odio porque él lo sabe.
—Ensayas líneas en la oscuridad en las fiestas. No eres la chica aburrida y rica
que todos creen que eres. Ya he visto lo que hay debajo, Sage.
Y tú eres el tipo que cree que es malo. Que no merece la felicidad, pienso pero no
lo digo en voz alta. Puede que no lo haya dicho en voz alta, pero lo veo en su
cara.
Frustrada y molesta, me paso una mano por el cabello.
—Cierra la maldita puerta al menos —murmuro, haciéndome a un lado y
cerrando la puerta de la sala de cine, que nos envuelve en una luz tenue.
Se siente como en casa, se deja caer con un ruido sordo mientras ocupa mi
asiento original y agarra mi guion, hojeándolo.
—¿Y de qué se supone que vas disfrazada? ¿La mujer de Hugh Hefner?
Miro mi atuendo. El ceñido vestido de cuero negro y las mallas a juego
desprenden un aire de conejita de Playboy, pero la cruz que llevo al cuello y el
tocado que me he quitado lo hacen bastante evidente.
—Soy una monja. Liz es un demonio, y Mary es un ángel.
—¿No hay un sacerdote que te mantenga en orden? —Enarca una ceja y sonríe
mientras aparta la vista de las páginas.
—Era la actuación de Easton, pero está fuera de la ciudad con su padre.
Camino delante de él y luego tomo el asiento contiguo, asegurándome que haya
mucho espacio entre nosotros.
—¿Por qué no me sorprende que fuera a interpretar el santurrón?
Resoplo, intentando no reírme pero asintiendo sin pronunciar las palabras.
—Déjame adivinar, ¿vas vestido de imbécil? —pregunto, haciendo coincidir su
ceja levantada con una mía. Me tomo un segundo para mirar su atuendo de
arriba abajo.
Con maldad, se pasa la lengua por los dientes superiores, se lleva los dedos
índice a la cabeza y los mueve.
—Nacido con cuernos, FT, nacido con cuernos.
Intento no mirar demasiado mientras se quita la cerilla de la boca y toma el
porro enrollado de detrás de la oreja. Como por arte de magia, enciende el
extremo rojo de la cerilla con los dedos, algo que estoy segura que ha practicado
durante años en su habitación antes de conseguirlo.
El humo sale de la punta al inhalar, su pecho se expande al llenar los pulmones,
el resplandor naranja arde con fuerza.
El olor de la hierba impregna mis sentidos, atrevido y fuerte. Siempre me habían
dicho que huele mal, pero es todo lo contrario. Huele floral y lleno de cítricos,
haciendo que me cosquillee la nariz y se me haga agua la boca por una comida
que no existe.
Espesas nubes de humo caen de sus labios al soltarlo, el humo blanco se filtra
hasta lo alto de la habitación.
—¿Has fumado alguna vez? ¿O sólo te limitas al vodka de fresa? —su voz es más
ronca, más atrevida, pero se siente suave contra mi piel.
—Nunca lo he probado, pero no me opongo. Sólo que nunca he tenido la
oportunidad.
Con movimientos lentos, me mira y se lleva el porro a la boca mientras me señala
con el dedo.
—Ven aquí.
Este es mi último pecado. La serpiente que atrae a Eva al Jardín del Edén para
que pruebe el fruto prohibido. Simplemente no puedo decir si Rook es la
serpiente o la fruta, tal vez ambas cosas.
Hay una razón por la que lo estaba evitando. Sabía que sería malo que
volviéramos a estar juntos. Había bajado la guardia, todos mis muros, y ahora
no tengo defensas contra él o de su mirada que parece atraerme.
Sabía que estar cerca de él me haría sentir bien, igual que en la casa del lago.
Que no querría ser la Sage que todos ven. Sólo querría ser yo.
Culpo a mis hormonas, a mi curiosidad y a cualquier deidad que haya bendecido
a Rook Van Doren con la cara de un ángel y el cuerpo de un dios.
El cuero gime cuando me acerco y nuestras rodillas chocan. Suponer que estaba
lo bastante cerca fue un error. En cuanto estoy a su alcance, me pasa un brazo
por la espalda y me sube a su regazo.
—¿Qué mierda estás haciendo? —Presiono las palmas de las manos contra su
pecho para despegarme de su cuerpo, pero su brazo se queda trabado alrededor
de mi cintura, presionando hacia abajo para que mi culo se clave en su regazo.
—Siéntate —ordena—. Cuando sople, abre esos bonitos labios, ¿ok, muñeca?
El agarre se afloja y mis caderas se relajan. Su mano recorre mi cuerpo, las
yemas de sus dedos rozan mis mallas, suben por mi costado, me recorren como
fantasmas. Mantengo los ojos fijos en los suyos mientras me pasa la mano por
el cabello para agarrarme la nuca.
Da una calada, mantiene el humo dentro de su pecho y utiliza su agarre para
acercarme a su cara. Me muevo poco a poco, como un granito de arena
suspendido en un reloj de arena.
Veo una cicatriz en su labio superior y mi lengua lame el mismo lugar de mi
boca.
Sus labios se fruncen, una corriente de humo los atraviesa. Mi cuerpo actúa por
sí solo, abriéndose como él me dijo. Flotamos uno encima del otro, tan cerca que
casi puedo imaginarme cómo sería su beso. Soy tan consciente de lo cálido que
es, de lo ancho que se siente bajo mis caderas.
Mientras tanto, nos observamos mutuamente.
En cada cambio, en cada estremecimiento, nos respiramos mutuamente.
El humo empieza a llenarme la boca, y los pulmones me escuecen por la
intrusión mientras inhalo hasta que él termina. Lo retengo dentro hasta que no
puedo más, y entonces suelto una nube que envuelve su cara como niebla.
Siento un intenso impulso de apartarme y toser, pero los labios de Rook están
tan cerca, su mano me mantiene firme como si supiera que voy a intentar
apartarme de él. Pasa un rato antes que se lleve el porro a los labios con
movimientos perezosos.
Esto se llama shot-gunning5. Lo había visto en películas y una vez en una fiesta,
pero nunca supe que pudiera sentirse tan bien.
Cómo un acto tan simple, algo descrito como vulgar, puede estar cargado de
tanta tensión.
Nos sentamos a continuar el proceso, una y otra vez.
Y no puedo recordar una sola vez que me haya sentido tan despreocupada. Todo
en lo que estoy concentrada es en cómo se siente, cómo huele, cómo se ve. Estoy
envuelta en el pequeño mundo de Rook, y no quiero irme.
Toda mi vida había girado en torno a relaciones inventadas que apenas
arañaban el nivel exterior de lo que soy. Vivía en un mundo superficial, como
Barbie atrapada en su caja de plástico.
Hasta esto. Hasta él.

5 La práctica de inhalar humo y luego exhalarlo en la boca de otra persona.


Diez años después, seguiría sin encontrarle las palabras.
A pesar de lo que todos dijeron, de lo que seguirán diciendo, a pesar del caos
que crea, Rook Van Doren es lo que se siente al vivir de verdad. Esa fuerza
sustancial y nebulosa que nunca podría diluirse ni apagarse.
—El fuego que nunca se apaga —susurro en voz alta, sin pensarlo del todo.
Siento la cabeza ligera, zumbando en una longitud de onda diferente a la normal.
Todo me parece más intenso: la música de la fiesta retumbando en mis oídos,
la forma en que los muslos de Rook se mueven debajo de mí, el olor de la hierba.
Coloca el porro a medio fumar en el portavasos, con la punta aun ardiendo.
—¿Vas a ser la persona que se pone filosófica cuando está drogada? —Su boca
se inclina hacia arriba en la esquina, dándome una sonrisa ladeada.
—No, no. —Sacudo la cabeza, con el cabello cayendo delante de mí—. Homero,
escribió en La Ilíada sobre los gases naturales que brotan de las grietas de la
piedra caliza en las montañas cercanas al Olimpo. Los llamó 'el fuego que nunca
se apaga'. Creo que ese eres tú.
Me reclino sobre él y dejo que mi cabeza cuelgue hacia atrás. Mis manos siguen
apoyadas en su pecho mientras balanceo mi cuerpo, experimentando algo que
parece fuera de mi control. Estoy volando, elevándome por encima de las nubes.
Siento la piel como un zumbido de Pop Rocks. Siento una presión en las caderas
y mis ojos se posan en las manos de Rook, que me aprietan y me mantienen
peligrosamente quieta. Este punto me hace sentir cuánto le afecta esta posición.
El palpitar se extiende hasta mi centro al sentir el calor de su erección
presionada contra mí. Las mariposas revolotean en mi centro, los latidos de mi
corazón caen directamente desde mi pecho.
La intensidad aumenta en mi interior y mi lujuria empieza a perseguir más
placer, mis caderas se mueven a pesar de su agarre mortal, balanceándome
hacia delante y luego hacia atrás.
Una vez, dos veces.
—Sage —gruñe entre dientes apretados—. o dejas de moverte o te voy a follar.
En cualquier otra situación normal, me habría detenido. Habría vuelto a la
realidad y me habría dicho que esto sólo iba a empeorar mucho las cosas.
Pero no es normal.
Es él.
Así que me balanceo una vez más. Trazo el contorno de sus labios con la punta
de la lengua. Con solo saborearlo, mi sangre se acelera.
—Tengo muchas ganas de besarte ahora mismo —murmuro, con un tono
susurrante y profundo. Sin el consentimiento de mi mente, mis manos
aprisionan su camiseta Thrasher6 entre mis ágiles dedos.
—Entonces bésame.
Luchando con los últimos pedazos de mi resolución, respondo: —No estamos
hechos el uno para el otro. Esto va a acabar trágicamente. Al final no
acabaremos juntos.
Me estremezco cuando sus ásperas palmas me frotan los muslos de arriba abajo,
su dedo índice desesperadamente cerca de subir mi vestido. Ni siquiera me
había dado cuenta de cuánto me había subido el cuero por el cuerpo, con el culo
prácticamente al aire.
—Puedo mostrarte lo bien que podemos sentirnos juntos.
—No podemos decir-oh! —Caigo en un grito ahogado cuando descubre lo
expuesta que estoy realmente. No quería que se me marcaran las bragas con
este vestido, así que no me las puse esta noche. Ahora siento su pulgar
frotándome de arriba abajo, manchando mi humedad.

6 La revista Thrasher es algo así como los Ramones, que vendían más camisetas que discos. De hecho probablemente haya algunos
despistados que piensen que ambas cosas son marcas de ropa
Mis uñas se clavan en su camisa.
—No podemos decírselo a nadie —termino, intentando levantar las caderas
hacia su tacto.
—Entonces será nuestro pequeño y sucio secreto —respira contra mí mientras
sus dientes me agarran el labio inferior.
Me rindo, me entrego. Siento que mi cuerpo se calienta de necesidad, deseando
algo más que sus hábiles dedos. Se me hace un nudo en la garganta cuando su
pulgar me presiona el sensible capullo con círculos perezosos que hace que los
dedos de mis pies se curven.
Presiono mis manos más allá de sus hombros, sujetando su cuello.
—¿Puedes hacer eso, Rook? ¿Puedes mantener la boca cerrada y ser mi pequeño
y sucio secreto?
Me agarra con fuerza por detrás de la cabeza y junta nuestros labios, sellando
el trato por el tiempo que sea. La sensación de su lengua aterciopelada
enredándose con la mía me hace gemir. Todo me parece caliente, como si
estuviera pegada a un calefactor. Me esfuerzo por mover la boca al mismo ritmo,
igualando su hambre.
Esto está mal, mal, mal.
Te harás daño a ti misma, le harás daño a él. Sabes que no hay luz al final de
este túnel. No hay forma de salir de debajo del pulgar de tus padres sin que se
lleven a Rose.
Excepto que soy egoísta.
Soy tan jodidamente egoísta por ceder a esto, pero todo se siente tan...
Bien.
Aparta mis labios de los suyos con fuerza, mirándome con una mirada
acalorada. Sus labios rosados brillan y me dan ganas de más.
—¿Estas de acuerdo con esto?
Y es esta -esta razón exacta- por la que no puedo mantener mi corazón a salvo
de él. La razón por la que no soy capaz de separarlo de esta situación. Claro,
podría hacer que sólo se tratara de sexo, pero no cuando me pregunta cosas
así.
¿Cómo es que Rook ha sido el único hombre que me ha hecho esa pregunta?
Que sepa por mi cuerpo lo mucho que le deseo pero que aún quiera oír las
palabras.
¿Cómo él es el villano para todos los demás, pero ni un solo hombre
representado como héroe había pedido permiso? Sólo tomaron, tomaron,
tomaron, hasta que no quedó nada de la vieja Sage.
Rook no se daba cuenta, pero me estaba devolviendo esas piezas comentario
sarcástico a comentario.
—Sí, Dios, sí —susurro sin vacilar.
—Siempre supe que tenías un lado oscuro, Sage, ¿pero no llevar
bragas? —respira en mis labios—. Quién iba a decir que eras tan puta.
Al parecer, todo el feminismo ha abandonado mi cuerpo, porque la forma en que
gruñe ese crudo nombre hace que mis muslos se estremezcan de anticipación.
La represión sexual era algo con lo que había vivido durante mucho tiempo, pero
¿esto?
Se siente más como un despertar sexual.
Abro más las piernas para que vea mejor lo mojada que estoy.
—No quería líneas en mi vestido —ofrezco.
—Mmmhhh —tararea mientras deja besos a lo largo del valle de mis senos, su
lengua barriendo por debajo de la tela de cuero, un aviso antes de que sienta un
mordisco agudo a través del material cuando se lleva uno de mis pezones
perlados a la boca—. Admítelo. Querías que alguien te encontrara aquí. Sola,
sin nada que cubriera ese coño rosa. Querías que alguien viera lo expuesta que
estabas. Te gusta, ¿verdad?
La habitación empieza a girar, todos mis sentidos están completamente atados
a él. Sus manos me manosean el culo y lo utilizan como palanca para introducir
su longitud cubierta en mi centro. La deliciosa fricción aumenta y siento
mariposas en el estómago.
Dios, nunca me sentí tan bien.
Con ganas de más, sedienta de algo más que juegos preliminares, dejo caer las
manos sobre su regazo. Mis ágiles dedos trabajan sobre su botón y su
cremallera. Paso las manos por su pantalón, sintiéndole, sabiendo que lo desea
tanto como yo, pero se niega a ayudarme a quitárselos, o al menos a bajárselos
lo suficiente para quedar al descubierto.
—Rook, ¿algo de ayuda? —gruño, odiando lo desesperada que sueno, lo
necesitada.
—No voy a hacer una mierda hasta que me digas lo que quiero oír —Su boca
sigue asaltando mi cuello y mi pecho, el aire frío hace que se me ponga la piel
de gallina al chocar con los lugares calientes de mi garganta donde había estado
su húmeda lengua.
—Quieres que te diga...
—Confiesa —insiste agarrando un puñado de mi cabello—. Quiero que me digas
la verdad. Querías que te encontrara así, ¿verdad? Que te gusta ser mi sucio,
maldito secreto, mi sucia puta. Confiesa todos tus pecados a tu propio Diablo.
Esa palabra de nuevo, frotándome en todos los lugares que nunca supe que
necesitaba. Siendo degradada, empujada bajo su metafórico agarre sobre mí,
mientras también persigo su aprobación, queriendo decirle para hacer que me
desee tan terriblemente como yo a él.
Está todo tan jodido. Tan confuso.
Habría dicho cualquier cosa para tenerlo dentro de mí.
Se me corta la respiración cuando levanto la vista de su cintura y me sumerjo
en sus ojos de fuego infernal, que brillan y chisporrotean en la penumbra. Una
versión tan única del color avellana que me pregunto si su madre realmente lo
concibió con algo de otro mundo.
—Quiero ser tu puta, Rook —le susurro, presionando mi boca contra la suya
para darle un beso que me hace caer. Mi corazón se acelera dentro de mi caja
torácica, latiendo una y otra vez—. Me gusta.
El ruido de la tela al rasgarse se filtra en la habitación, y jadeo al mirar mis
mallas rotas, con una raja en el centro del material ya agujereado.
—Mi polla no cabe dentro de esos agujeros de la malla —gruñe, levantando las
caderas para bajarse los pantalones por la cintura lo suficiente para liberarse.
Ensancho los ojos y miro hacia abajo, donde su polla descansa sobre su vientre.
Mi asombro no procede de su evidente tamaño ni de las venas que envuelven su
tronco, sino de las cuatro esferas de metal brillante que rodean la cabeza: dos
barras atravesadas en la punta, una en vertical y otra en horizontal.
—¿Eso duele? —pregunto, mirándole brevemente.
Sólo he tenido relaciones sexuales con otra persona, y desde luego no tenía
piercing.
—No para ti —Guiña un ojo, sonriendo.
Palmeo su cuerpo, subiendo y bajando lentamente, pensando en todas las
sensaciones que voy a sentir.
—Dime que estás limpio —Irresponsablemente quiero que diga que sí para poder
informarle que tomo la píldora. Nunca lo he hecho sin protección antes, pero
quiero sentirlo.
Todo él.
—No tendría mi polla sin protección tan cerca de tu coño si no fuera así, Sage.
Es todo lo que necesito oír, mi cuerpo cansado de esperar.
Levanto las caderas, dirigiendo su polla hacia mi entrada.
Desciendo sobre él poco a poco y siento cada centímetro penetrarme a mi ritmo.
Gimo al sentir cómo me abre, forzando mis paredes chorreantes. No puedo evitar
mirar hacia abajo, observando el proceso. Viendo lo jodidamente bien que
estamos juntos.
Es casi insoportable la cantidad de placer que me recorre cuando estoy
totalmente sentada en su regazo. Toda su longitud me empala parcialmente, tan
profundo que puedo sentirlo en el estómago.
El sexo siempre ha sido un medio para un fin. Una acción en la que cierro mi
mente, esperando a que termine.
No quiero que esto pare nunca. Esto es más que sexo para mí.
El sonido de sus gemidos vuelve a centrar mi atención en él. Deseo
desesperadamente tener una cámara para poder capturar este momento y
utilizarlo años después, cuando su memoria ya me haya olvidado. Es mejor que
el porno.
Tiene la cabeza y los brazos echados hacia atrás sobre el cojín del asiento, todas
las venas de su garganta bronceada se abultan mientras flexiona la mandíbula
y gruñe: —Maldita sea.
Soy un hervidero de sensaciones en este momento etéreo que no puedo imaginar
con nadie más. Deseosa de complacerle y de liberarme, empiezo a subir y bajar
las caderas.
Es entonces cuando siento todos los efectos de su piercing.
Me roza cada centímetro por dentro, haciéndome cosquillas en ese punto
sensible y en todos los demás. Me toca en todas partes a la vez, en tantos sitios
que es abrumador. Siento que ahogo su longitud en mis jugos. Mis miembros se
sienten ligeros y pesados al mismo tiempo mientras muevo las caderas contra
él.
Con gran facilidad, agarra el porro, lo coloca entre los dedos y disfruta de otra
calada mientras yo lo cabalgo. Un gemido retumba en su pecho, haciéndome
saber que lo que estoy haciendo le está gustando tanto como a mí.
—La putita tiene tan buen aspecto cabalgando sobre mi polla —murmura, lleno
de aspereza, los ojos bajos mirándome a través del humo.
Mi mente se horroriza ante la traición de mi cuerpo. La nueva palabra de
humillación cae sobre mí como lava.
Fuera suena un R&B constante, y mi cuerpo se mueve a su ritmo. El ritmo
retumba en mi estómago mientras subo y vuelvo a bajar por su polla, tomando
cada centímetro dolorosamente delicioso una y otra vez.
Mueve el porro entre sus dedos y me lo acerca a los labios para que le dé una
calada. Inhalo a cámara lenta, dejando que el humo glorifique aún más este
momento.
Manteniéndolo en mis pulmones, me inclino hacia él, presionando mi boca
contra la suya. Besándonos mientras el humo atraviesa nuestros cuerpos,
compartimos algo más que humo, algo más que sexo.
Nos respiramos mutuamente.
Acabamos con el porro hasta que termina tirado en el suelo. Mi coño está
empapado, completamente estirado y perfeccionado para su polla.
Aunque sus movimientos parecen vagos, mi ritmo ya no es suficiente para él.
Me ha dejado jugar, pero ahora es su turno. Me rodea por la cintura y me empuja
hacia abajo. Nuestros cuerpos se desplazan hasta el borde del asiento para que
pueda introducir sus caderas en mi estrecho agujero.
Con furia despiadada, me arranca la parte delantera del vestido, dejando mis
senos al descubierto. No me da tiempo a asimilarlo, porque enseguida tiene el
pezón entre los dientes y su suave lengua gira en círculos alrededor de la punta.
—Rook, Dios mío —jadeo, con el sudor ya pegado a la frente.
Nos movemos sincronizados, balanceando nuestros cuerpos. Siento cada
embestida, dejando que nuestros cuerpos se golpeen una y otra vez. Mi cabeza
se echa hacia atrás y mis dedos se clavan en sus omóplatos.
—Más fuerte —gruñe, mi agarre le empuja a penetrarme a una velocidad mucho
mayor.
Un calor blanco y cegador me abrasa la mente, tan ida que lo único que puedo
hacer es seguir su orden. Clavo mis uñas en su piel, sabiendo que pronto traeré
sangre, tengo que hacerlo.
—Voy a correrme. Haz que me corra, por favor —grito salvajemente, sin
importarme de repente si alguien entra o nos oye.
—Suplícamelo. Suplícamelo, puta.
Asiento con impaciencia. —Por favor, por favor, Rook. Dios, por favor.
Su mano se aferra a mi garganta, apretando.
—Dios no existe aquí. Sólo yo.
Me duele todo el cuerpo. Un fuego líquido se ha vertido directamente en mi
torrente sanguíneo y todo mi cuerpo es un infierno que me consume mientras
asciendo hacia el orgasmo. Las estrellas empiezan a girar en la esquina de mi
campo de visión.
Me estremezco, sin aire en los pulmones, mientras el éxtasis me recorre las
venas. Todo lo que sale de mí son gritos estridentes y entrecortados mientras él
sigue penetrándome, pálpitos y espasmos que me sacuden. El placer me recorre
el cuerpo, los dedos de los pies se me curvan mientras experimento el orgasmo
más intenso de mi vida.
—Preciosa —me dice con voz ronca. Ni siquiera estoy segura de haberlo oído,
demasiado aturdida por la felicidad para comprenderlo.
Mis miembros son gelatina, mis ojos se cierran con fuerza mientras él corre en
busca de su propia liberación, bombeando con implacables embestidas que
hacen que mi núcleo se apriete con un placer indescriptible. Necesito
desesperadamente un trago, pero no me atrevo a parar.
No cuando está viendo cómo mi culo rebota contra su pelvis mientras su polla
se desliza en mis profundidades con tanta fiereza. Los dedos de Rook se
introducen entre mis muslos, encuentran mi clítoris y lo presionan de
inmediato.
—Espera, espera, no puedo. Estoy t-tan sensible —gimoteo, mi mano baja hasta
su muñeca y la agarro para intentar evitar que me haga arder todo el cuerpo.
Es tan intenso que siento que se me humedecen los ojos.
Sus dedos no se detienen, ni tampoco sus caderas: —Uno más. Sé mi buena
putita, nena. Uno más —gime, y su pulgar se acelera al ritmo de sus
embestidas.
Ese impulso familiar me golpea el corazón, y un largo gemido sale de mis labios.
—Joder, no puedo —maúllo, pero mi cuerpo dice lo contrario y mi coño vuelve
a estrecharse en torno a él.
—Tú puedes. Puedes porque yo lo digo.
Y así es.
Me corro de nuevo, succionándolo como un torno, tan apretado que apenas
puede empujar dentro de mí.
Mis gritos son ahogados mientras me hundo en la euforia por segunda vez. El
gruñido entrecortado de Rook, mezclado con un gemido, se desgarra en sus
pulmones mientras empuja más dentro de mí, permaneciendo enterrado
mientras se vacía por completo.
Mi cuerpo se siente pesado, el subidón del orgasmo aún me nubla el cerebro
mientras dejo caer la cabeza sobre su hombro, sintiendo su aliento en mi piel
húmeda y sonrojada. Sus largas pestañas me hacen cosquillas en el rostro.
Apenas noto sus dedos cuando empiezan a jugar con mi cabello, dando vueltas
alrededor de las hebras ya rizadas. Cada respiración está impregnada de su
aroma, que me encierra en este momento.
Tengo tantas ganas de quedarme en este estado de euforia sólo un poco más,
queriendo cerrar esa puerta para siempre y quedarme a salvo dentro, donde
Ponderosa Springs y sus monstruos no puedan alcanzarnos.
En lugar de eso, todo lo que hay es una sensación de terror.
Sabiendo que tendré que mentir a Rook sobre un detalle muy, crucial.
Nunca podremos estar juntos.
¿Y cuándo descubra por qué?
Este secreto que hemos creado va a acabar en una absoluta catástrofe.
Lo que el diablo se merece
Rook
—No, no, tienes que terminarlo. Esta es la mejor parte —Su mano me agarra del
antebrazo, tirando de mí hacia el colchón improvisado en el suelo lleno de
mantas que ella insistía en necesitar.
—Me están saliendo cataratas cuanto más tiempo me siento a ver esto —gruño,
esperando que cuando dice que casi termina esté diciendo la verdad.
La mafia está haciendo todo mal. Si quieren torturar a la gente, no necesitan
hacerlo con ratas y cuchillos. Las películas en blanco y negro sin sonido son
más que suficientes para hacer hablar a alguien, sólo para que pudieran ponerle
fin.
Durante dos meses, he visto más películas que en toda mi vida. Estoy a punto
de decirle a Sage que podemos ver Dieciséis velas por tercera vez si apaga Charlie
Chaplin.
—Espéralo, espéralo —dice hundiendo sus uñas en mi piel a medida que se
emociona más—. Mañana cantarán los pájaros. Sé valiente. Afronta la
vida —Lee las palabras a medida que aparecen en la distorsionada pantalla.
La vieja cámara de película estaba a un suspiro de caerse a pedazos y, al parecer,
no había sido fabricada para tomar imágenes nítidas. Todo el tiempo tuve la
sensación de estar mirando a través de un televisor estático.
—¿Eso es lo que estábamos esperando? —pregunto, levantando la ceja con una
mirada aburrida, burlándome de ella.
Sonríe y me golpea en el pecho con algo de fuerza. —¡Eres un imbécil! ¡Esto vale
oro! Si sólo una de las películas de Charlie pudiera ser reproducida en la
historia, todo el mundo estaría de acuerdo, ¡City Lights es esa!
—Quentin Tarantino posiblemente no estaría de acuerdo.
—Ugh, los hombres y sus malditas películas con autos explosivos —Ella pone
los ojos en blanco, gira el cuerpo para mirarme mientras cruza las piernas, y me
preparo para lo que está a punto de llegar. Esto es algo que he notado que hace,
y la verdad, no son las películas lo que me enfada. Me frustra el hecho de que
no me molestan.
Cómo me he permitido sentarme a verlas, sin prestar atención a nada, sólo para
poder ver lo que está a punto de hacer ahora.
Me he permitido que me importara.
—¡Esto es verdadera sátira, la capacidad de conmover a la gente sin siquiera
usar palabras, Rook! Las películas de época no necesitaban recurrir al impacto
emocional del color para invocar la emoción, para cautivar al público. No
necesitaban sangre carmesí ni joyas doradas. Tenían la suave luz de las velas
reflejándose en sedas brillantes y vestidos de satén. Los viejos westerns, en los
que juro que se puede saborear el polvo arenoso que sopla en el viento, el sol
que destella en las espuelas brillantes, el humo de los cigarrillos filtrado en sepia
y los abrazos apasionados. La gente se quedaba embelesada con la película, con
los sentimientos... —Se calla, esperando a que le llegue su siguiente
pensamiento sobre el cine, moviendo las manos en pequeños círculos como si
intentara enseñar a su cerebro cómo acelerar el proceso de recopilación de
pensamientos.
—¿Así que estás diciendo que prefieres ver estas que The Outsiders o esa con
todos los delincuentes del colegio? —Le ofrezco una frase, dándole otra idea con
la que seguir.
El moño que se había hecho en el cabello se le está cayendo por la cabeza, los
mechones sueltos rebotan mientras habla.
—“The Breakfast Club” Uno pensaría que ya la recordarías. Preferiría no elegir,
me encantan las dos. Pero aquella era una época totalmente diferente para el
cine. El hecho de que hasta ahora no hayas visto algunas de ellas es una
tragedia, una auténtica tragedia. El viejo Hollywood es la base de todas las
películas que se han hecho desde que se extinguió esa era. Pueden cambiar
vidas y moldear sociedades. Quiero decir, Tiburón dio a luz a toda una
generación aterrorizada por el agua y les dio un miedo que llevarán con ellos
para siempre. Una película de terror de bajo presupuesto hizo de uno de los
mejores directores de todos los tiempos un nombre familiar. Hablando de bajo
presupuesto, Rocky, una franquicia monumental para cualquiera que tenga
ojos, sólo costó un millón de dólares y ganó el premio a la mejor película. ¿No
ven el poder de una gran historia? ¿De una gran película? —Espera mi respuesta
con la respiración contenida, sin darse cuenta de que está divagando. Detrás de
esta casa del lago, ha hablado más de las cosas que le apasionan que en toda
su vida.
Me llevo el labio inferior a la boca, saboreando la sangre seca de antes con mi
padre, y la miro con mi camiseta y leggings a rayas.
Sus habituales faldas a la moda y blusas a juego no aparecen por ninguna parte.
En su lugar está la camisa que me haya puesto ese día. Me encanta quitarle
esas prendas tan llamativas y ponerle un conjunto de braguita y sujetador a
juego.
Había pasado todo este tiempo notando pequeñas cosas sobre ella. Aprendiendo
de ella.
Aun no entiendo la razón de tener las uñas del mismo color durante todo un
mes antes de cambiárselas.
—Así que las películas, los guiones, ese es el futuro para ti, ¿no? ¿LA7?
¿Hollywood?
Suspira, mirando los créditos.
—Los guiones son para teatro, que es un amor totalmente diferente para mí. Me
encanta estar en el escenario, encarnar las emociones de un personaje.
Transformarme en lo que la obra necesite que sea. Me encantaría hacer eso en
la universidad, ¿sabes? Sacarme la carrera, licenciarme y quizás pasarme a la
interpretación en pantalla, llegando al punto de hacer mis propias películas o,
como mínimo, dirigirlas.
Hay una tristeza en su voz, que he llegado a reconocer cada vez que habla de lo
que le espera en el futuro. Como si nunca fuera a hacerlo, como si no fuera
capaz.
Este lugar la había tomado y le había cortado las alas antes de que supiera que
las tenía.
—Claro, podría ir a Nueva York, enamorarme de Broadway. Hacer carrera
dirigiendo en la jungla de cemento. Pero por mucho que lo intente, Nueva York
no es Hollywood. No hay un Paseo de la Fama ni años de historia incrustados
en las épocas doradas. Allí todo el mundo es actriz o cineasta, pero ¿hacerlo de
verdad? ¿Tener éxito? ¿Qué otro sueño podrías tener?
Dos meses he pasado aquí sentado, observándola, aprendiendo de ella,
escuchándola. Odiándome por cada segundo que la disfruto. ¿Por qué merezco
disfrutar de algo? Especialmente alguien como Sage.
Cuando la conocí, tenía la idea preconcebida de que era tan cruel por dentro
como por fuera. Un pequeño reto divertido con el que revolcarse en las sábanas,
una chica que me odiaría tanto como yo me odio a mí mismo.

7 Los Angeles
En cambio, encontré a una chica que había estado enterrada viva en las
expectativas de los demás, y cada día que pasamos juntos, se descubre más y
más a sí misma.
Se está convirtiendo en lo que no necesito, haciéndome sentir cosas que no tengo
derecho a sentir.
¿Qué derecho tengo a verla así? Feliz, balbuceante y vulnerable. No he hecho
nada bueno en mi vida para merecer esto.
No merezco una felicidad así, y tomarla se siente mal. No se siente bien.
¿Pero renunciar a ello, decirle que no? Eso es jodidamente peor.
—¿Qué? ¿Qué estás mirando? —me pregunta, haciéndome caer en cuenta que
me había quedado mirando.
—Nada —Niego con la cabeza—. Sólo egoístamente contento de ser la única
persona que te ve así.
Arquea una ceja, se le mueven las pecas, cientos de ellas que una vez intenté
contar mientras se quedaba dormida en mi regazo después de comerse una pizza
entera ella sola. Es una de esas personas a las que les gusta la piña, lo cual es
asqueroso, pero hay algo en las combinaciones saladas y dulces que le gusta.
—¿Sí? ¿Y eso por qué?
Me inclino hacia delante, agarro su nuca y lamo el chocolate de su labio inferior
que ella no había notado, succionándolo en mi boca para limpiarlo. Un gemido
sale de su garganta.
—Porque me convertiría en un asesino en serie tratando de alejar a los hombres
que se enamoran de ti.
Esos ojos azules como llamas podrían calentar un pueblo entero con lo brillantes
que son, su boca ligeramente abierta hacia mí.
Es cierto: la gente tendría que ser estúpida para no amar esta versión de ella, y
me siento como una mierda porque me la está dando, y nunca podré sentirme
así.
No se me permite amar a la gente.
¿Pero pensar en que alguien más lo intente?
Me hierve la sangre.
Esto es mío. Sus verdades. Sus rarezas. Son mías.
Ella es mía. Incapaz de amar o no.
Sus dedos presionan mi piel y siseo: —Maldita sea, ¿por qué siempre tienes
tanto frío?
—Para que puedas calentarme. Ya sabes, yo tengo frío y tú tienes calor.
Simplemente funciona.
Su teléfono vibra antes de que pueda besarla de nuevo, con los ojos desviados
hacia la pantalla. Algo se apaga en su interior cuando lee el mensaje y me dice
que es Easton o sus padres.
—Sólo son estupideces que leo en internet, nada importante.
Se suelta de mi agarre, se levanta y agarra el cuenco vacío que antes había
estado lleno de palomitas, dirigiéndose a la cocina.
Se me desencaja la mandíbula y la tensión se apodera de mi pecho. La observo
mientras tomo mi Zippo, lo muevo entre los dedos y veo cómo baila la llama.
—¿Qué quería? —pregunto, sabiendo que es él.
Se me llena la boca de un sabor amargo y desagradable. Me dan ganas de fumar
para disimular el malestar que me invade.
—Quería saber dónde estaba. Se supone que hemos quedado para cenar esta
noche con mis padres.
Miro la pantalla en blanco, el sonido de la cámara de cine empieza a inquietar
el interior de mi cerebro.
—¿Vas a ir?
Vuelvo la mirada hacia ella y la luz del frigorífico ilumina la culpabilidad de su
rostro. No necesita decir nada para darme mi respuesta. Se me revuelven las
tripas de rabia.
—Por supuesto que irás.
Me levanto del suelo, tomo la sudadera con capucha y el gorro que hay en el
sofá antes de echármelos al cuerpo, y luego me dirijo a la puerta para meter los
pies dentro de los zapatos.
Sage y yo teníamos esos momentos en los que todo parecía detenerse en el
mundo exterior. Dejábamos Ponderosa Springs, veníamos aquí y nos
encerrábamos entre las paredes de esta casa. Momentos en los que ella era
quien quería ser y en los que yo era una persona que tenía esperanza.
Pero siempre hay algo que nos arrastra de nuevo al lodo tóxico, recordándonos
la verdad, nuestro destino.
—No es justo —murmura y cierra la nevera. Oigo sus pies descalzos caminar
por la cocina hacia mi espalda.
—¿Qué no lo es? —le digo bruscamente, volviéndome hacia ella cuando se
acerca, su cuerpo se sobresalta por mi repentino movimiento—. ¿Es el hecho de
que estoy sentado aquí contigo leyendo guiones, viendo películas cada dos días,
y haciendo que tu coño se corra en mi polla, mientras él te pasea por la escuela
como si fueras un pedazo de carne glorificada?
Mi voz está al rojo vivo, una bofetada abrasadora en su delicada piel. Cuando
estamos bien, estamos bien. Somos eléctricos. Un fuego adictivo y cálido
durante las vacaciones al que te puedes acurrucar para calentarte.
Pero cuando estamos mal, cuando discutimos, casi siempre teniendo que ver
con Easton, es malo. Una tormenta de humo y llamas. Un incendio incontrolable
que consume todo a su paso. Ella nunca retrocede ante mi ira, y yo no la mimo.
—¡Sabes que no puedo romper con él! ¡Todavía no, te lo dije! Tengo que esperar
hasta la graduación, Rook. No tienes ni idea de lo que harán mis padres si no
espero. Tenemos que esperar.
—Como quieras. Me voy de aquí —Alcanzo la puerta mientras ella se agarra a
mí, intentando evitar que sea responsable y detenga esta pelea mientras estamos
frente a frente.
—Haces esto cada vez. No puedes irte así como así —levanta la voz—. Es lo
mismo: te enfadas y, en lugar de hablar conmigo de lo que sientes, me cierras
la puerta y te vas. Hiciste lo mismo la semana pasada con las solicitudes para
la universidad. ¿Cómo voy a entender por qué estás enfadado si nunca me
hablas de ello?
Mi cuerpo se vuelve rígido, mi naturaleza relajada se desvanece, se convierte en
piedra.
—Nunca te pedí que hicieras eso. Nunca te pedí que hicieras nada por mí, Sage.
Fuiste tú quien vino a buscarme —Tiro del pomo de la puerta, sólo para que ella
meta las manos en la puerta, el portazo resonando en la casa vacía.
Los latidos de mi corazón retumban en mis oídos y se me eriza la piel. Nunca le
pedí que enviara las putas solicitudes para la universidad. Nunca le pedí que
hiciera nada, que se preocupara por mí o por mi maldito futuro. Nunca le pedí
nada de eso.
No tenía derecho a darme esperanzas, a creer en una persona que no las quería.
Siempre supe que dejaría Ponderosa Springs cuando me graduara, eso no era
una pregunta. Sólo que nunca había pensado en lo que haría fuera de eso.
Pero entonces aparece ella, con planes, hablando de oportunidades en
departamentos de química, ideas, hurgando en mierdas de las que no tiene por
qué formar parte.
Aparece intentando darme esperanzas para un futuro que sé muy bien que
nunca me llegará.
Por eso evitaba las relaciones a toda costa. Por eso confiaba en los chicos y sólo
en los chicos. Porque ellos entienden lo paralizante que puede ser la falsa
esperanza. Entienden que las cosas buenas no están destinadas a pasarle a
gente como nosotros.
—¿Así que soy la mala? ¿Soy la que está equivocada otra vez? Si soy tan
jodidamente terrible, Rook, por no dejar a Easton todavía, ¿entonces qué hay de
ti? ¿Has mencionado siquiera a tus mejores amigos que estás tonteando con la
hija del alcalde? ¿O sigues mintiéndoles?
Ahora sé que está enfadada, así que me ataca donde más me duele. Está
buscando algo que me haga reaccionar, y sabe exactamente dónde encontrarlo.
Me muevo, girando para que estemos frente a frente, y me acerco.
—No se los he dicho porque sigues follándote al enemigo, Sage, y si se enteran
de lo nuestro, si se enteran de que sigues saliendo con él y que eso me cabrea,
lo matarán —Mi tono es escalofriante, plagado de nada más que honestidad—.
Nunca pongas en duda mi lealtad a mis amigos —Hago una pausa, aprieto los
dientes y mis fosas nasales se ensanchan con rabia.
Si piensa que lo que harán sus padres es horrible, no tiene ni idea de lo que le
espera si los chicos se enteran.
No les importa que follemos o lo que sea que estemos haciendo. No les importaría
quién es ella, a diferencia de la mayoría de la gente de aquí.
—¡No he tenido sexo con él desde antes de Halloween, ya te lo dije!
—Sí —Me lamo el labio inferior—. ¿Todavía te besa la boca? —Me burlo,
acercándome mientras ella retrocede, una especie de baile—. ¿Te toca la piel?
¿Te toma la mano como si le pertenecieras?
Su culo choca contra el respaldo del sofá, atrapándola frente a mí, sin lugar
donde huir, sin lugar donde esconderse.
Mi mente es mi peor enemiga cuando reproduce los mejores momentos de lo que
he tenido que soportar estos dos últimos meses. Verlos juntos en los pasillos,
ver cómo él le pone las manos encima y saber que no puedo arrancárselas.
—A los chicos no les importa que seas la hija del alcalde. Decirles no se trata de
eso. No se trata de mí. Se trata de protegerte —recalco, clavándole el dedo en el
pecho—, de lo que puedan hacer. Se preocupan por mí. Aunque dijera que no
me molesta, aunque mintiera descaradamente y les dijera que verlo contigo no
me hace —solo pronunciar esas palabras hace que el sabor de la sangre
burbujee en mi garganta—, querer quemar toda la maldita escuela después de
haberle arrancado las manos del cuerpo, lo sabrían, y el resultado final no sería
bueno para ti.
A través de la mierda más oscura, nos habíamos visto el uno al otro a través de
ella. Nos vimos luchar contra cosas que nadie debería ver. Fuimos testigos de
cómo es realmente el Infierno en la Tierra.
Nos protegemos a toda costa.
No hay nada que no haríamos el uno por el otro.
Ninguna longitud es excesiva.
Incluyendo, pero no limitado a, despellejar vivo a su mimado novio.
—¿Así que esto es lo que se necesita para que te abras a mí? ¿Hablar de cómo
Easton te pone celoso? Te das cuenta de que es la primera vez que me hablas
de tus amigos.
No necesito esta mierda. Que me pinche para que intente entenderme. No
necesito que me entiendan. No necesito ser salvado o arreglado.
Por última vez, me doy la vuelta, con ganas de irme. He terminado con esta
conversación, pero ella no se rinde. No quiere dejarlo.
—¡Te lo he contado todo! Me conoces, Rook, y confié en ti. ¡Ni siquiera me dices
adónde vas cuando no estamos juntos! ¿Por qué no haces lo mismo por mí?
—Deberías haber pensado en eso cuando empezaste a confesar pecados a
alguien como yo. No juego limpio, Sage. Ya te lo dije.
—No, no te vas a ir —Se pone delante de mí, bloqueando la puerta con su cuerpo,
uno que no tendría ningún problema en apartar de mi puto camino, pero ella lo
sabe—. No hasta que me des algo. ¿Por qué siempre apareces con moratones?
¿Por qué tienes el labio partido? —Ella continúa empujándome.
Me arden la carne y los huesos, este fuego abrumador que crece dentro de mi
pecho, cada vez más alto cuanto más me presiona.
—Muévete, Sage —grité con la mandíbula trabada.
—¡No!
Levanto la palma de la mano y la golpeo contra la puerta detrás de su cabeza
con tanta fuerza que uno de los marcos se suelta y cae al suelo.
—¡Deja de intentar de meterte dentro de mi cabeza! Ese no es tu sitio —grito,
con el pecho escocido por la fuerza.
Sage apenas se inmuta, como si supiera que no le haré daño. Al menos no
físicamente.
Confía en mí. No tiene miedo.
Creo que siempre he sabido que no me tenía miedo, y eso era posiblemente lo
que me parecía más interesante de ella en primer lugar.
—Puedes confiar en mí —me responde con la misma pasión, me pone las manos
a los lados de la cara y me obliga a mirarla a los ojos. ¿Cómo pueden ser tan
bonitos? Me suplican que le dé algo, lo que sea—. Puedes confiar en mí,
Rook —Es más suave la segunda vez, una chica tratando de engatusar a un
animal salvaje desde la esquina sin ser mordida.
Nadie, ni un alma, me había hecho esto antes.
Me obligó a abrirme.
Los chicos no necesitan preguntar, porque lo entienden.
Nadie lo había hecho antes, porque no les importaba.
Me enferma pensar en mi padre, en por qué soy como soy.
—Has oído los rumores —Levanto las manos, las enrosco alrededor de sus
muñecas y las alejo de mi cara—. Sabes por qué tengo moratones. Sabes por
qué estoy ensangrentado.
La tristeza se acumula en sus ojos, las lágrimas se posan en la superficie de sus
iris. Ni siquiera soporto mirarla cuando hablo.
—¿Así que tu padre te pega?
—Pegar, golpear, a veces le gustan los látigos los fines de semana. Sí, Sage, mi
padre me pega. Gran cosa. Hay niños que se mueren de hambre —Clásico de
Rook, hacer una broma de ello. Hacer una broma para poder sobrellevar lo que
le he hecho a mi propia familia.
Lo que podría hacerle a Sage si se acerca demasiado.
—¿Y las cicatrices en el pecho? ¿Eso también?
Asiento con la cabeza, sin querer decir las palabras en voz alta.
—Pero, él, él siempre está en la misa del domingo, y siempre parece tan...
—¿Tan qué? ¿Agradable? —Levanto las cejas—. ¿Un hombre piadoso cuya
esposa murió trágicamente? Claro que lo es, fuera de casa. Pero dentro, me hace
pagar por haber nacido. Las máscaras siguen siendo máscaras, por muy
pegadas que estén.
De todas las personas, esperaría que ella lo supiera. Por mucho que conozcas a
alguien por fuera, no tienes ni idea de lo retorcido que puede ser por dentro.
De lo que una persona es realmente capaz.
Y mi padre es capaz de cualquier cosa menos de asesinar. Estoy esperando
pacientemente el día en que ceda a eso.
Acabar con el dolor para ambos.
Las lágrimas caen finalmente por su rostro, mojando sus oscuras pestañas
mientras parpadea.
Niego con la cabeza y aprieto con más fuerza sus muñecas.
—No sientas pena por mí. No la necesito.
—¿P-por qué no se lo dices a alguien? —susurra, congelada frente a mí, tratando
desesperadamente de comprender qué hace que un padre odie tanto a su hijo.
Y ahí está, la pregunta que desvela la auténtica verdad.
¿Por qué no me defiendo? ¿Por qué no se lo digo a alguien?
Cualquier otro estaría luchando por alejarse de un padre como Theodore Van
Doren.
Pero no lo conocen como yo. No saben lo que le hice.
—Porque me lo merezco —Suelto mis manos de ella, mirando fijamente sus ojos
tristes—. Te lo dije, no soy una buena persona. Mi padre solía ser alguien
amable, alguien bueno. Yo le convertí en un monstruo, y me estoy enfrentando
a las consecuencias de ello. Me está castigando. Haciéndome pagar por lo que
he hecho. Es el único que puede hacerlo.
Sé que está confundida. Sé que no entiende lo que digo, no del todo.
Pero eso no le impide hablar de ello.
—No puedo creer que no veas lo que te ha hecho. ¡No puedo creer que pienses
que está justificado que abuse de ti! Nadie merece eso, no importa lo que hayas
hecho. Hay más en tu vida que ser un saco de boxeo para tu padre. Hay más
cosas en tu vida que estar enfadado o ser la mancha negra de una ciudad que
no se toma el tiempo de comprenderte. Puedes tener más —Me suplica que lo
vea, como si sus suaves palabras fueran a curar años de abusos o
condicionamientos.
La admiro por intentarlo, porque es más de lo que nadie ha hecho.
—Te mereces más que eso, Rook.
—No necesito más —Deslizo mi mano sobre su mejilla, acunando su cabeza
mientras limpio con mi pulgar lágrimas que no necesitan caer por mí. Sabiendo
que un día ella mirará atrás y verá que aquellas fueron desperdiciadas en un
chico que no las merecía—. Hice algo terrible, algo deplorable, y de eso no hay
vuelta atrás. Nunca lo superaré. Estoy condenado a llevar una vida miserable
por mis acciones. Estoy maldito. Hay cosas que no merecen perdón, Sage.
Nunca podrá hacerme verlo de otra manera. Porque la única persona que puede
perdonarme está muerta. Nunca encontraré la salvación hasta que esté a dos
metros bajo tierra.
—No me lo creo, Rook —Se agarra a mi camisa, empujándose hacia mi cuerpo,
abrazándome con fuerza. Tratando de exprimir todo el sufrimiento de mí.
Miro hacia la parte superior de su cabeza, mi corazón haciendo esta cosa
extraña, latiendo más rápido, pero dolorido. Herido.
—Me niego a creerlo. Aún hay bondad en ti. Lo veo. Sé que está ahí.
Nadie que me conociera después del accidente me había dicho nunca algo así.
La frase me recorre de arriba a abajo y todos esos sentimientos resurgen. Cosas
que había enterrado.
Aún hay bondad en ti.
Todos los demás hablaban. Hicieron rumores sobre mi nacimiento, llamándome
el Anticristo, un demonio, El Diablo. Tomaron lo sucedido, una tragedia que
vivía dentro de mis venas como veneno, y lo empeoraron.
Tomaron a un niño que ya se odiaba a sí mismo y le hicieron odiar al mundo.
Quiero creerle, y quizá alguna parte de mí que llevaba mucho tiempo enterrada
sí creyó que hay algo bueno en mí.
Que podía tener esperanzas y sueños. Que quizás podría tener a Sage
permanentemente. Que al final funcionaría.
Pero cuando matas a tu propia madre, todo lo bueno que te han dado muere
con ella.
Oh, cómo caen los caídos
Sage
Sólo se puede contar con West Trinity Falls para una cosa buena, y es para
organizar fiestas legendarias. El pueblo adyacente, a treinta minutos de
Ponderosa Springs, es nuestro mayor rival y nuestro polo opuesto, pero saben
cómo divertirse.
Mientras nosotros crecíamos en los tronos de familias ricas y nombres de años
que nos llevaban por la vida, ellos luchaban por cada gramo de dinero que
tenían. Son nuestra versión del lado equivocado de las vías.
Wastelands.
Un lugar donde las chicas buenas como yo nunca deberían ser vistas, pero
cuando creces rico, cuando lo tienes todo, siempre estás buscando más,
empujando los límites un poco demasiado lejos cuando se trata de drogas,
fiestas y bebida.
Venir aquí siempre acaba en algún desastre de pelea o redada policial, pero los
estudiantes siguen viniendo. Es difícil que los chicos que buscan problemas se
mantengan alejados de un lugar construido sobre ellos.
Fiestas, drogas y raves8. Si era divertido e ilegal, West Trinity lo hacía.
Este es el último lugar sobre la faz de la Tierra en el que quiero estar esta noche.

8 Fiesta Electrónica.
Ver a mi “novio” meterse coca mientras estamos rodeados de sus amigos
bárbaros que están igual de jodidos. Ya había estado antes en una de estas
raves, en mi segundo año, y olía igual.
Hierba, alcohol y sexo.
Utilizan para el evento una casa de espejos abandonada, igual que antes. La
entrada principal está repleta de cuerpos en una pista de baile improvisada,
mientras que los pasillos están llenos de laberintos de espejos. Encontrar el
camino al baño estando borracho es básicamente imposible.
Me duele la cabeza por los láseres de colores del arco iris que recorren la sala,
un fino velo de niebla justo por encima de los cuerpos en movimiento. La música
House y los gritos vibran a mí alrededor y, para colmo, estoy completamente
sobria, para disgusto de Easton. Me había traído aquí para que me relajara; me
había dicho que últimamente estaba demasiado estresada y que una fiesta rave
era justo lo que necesitaba.
En resumen, quería que estuviera borracha para poder echar un polvo, teniendo
en cuenta que no le había tocado desde antes de Halloween, y de eso hacía ya
cinco meses.
Aunque no es como si no lo estuviera consiguiendo en otra parte. Si cree que no
me doy cuenta de que se acuesta con otras chicas a mis espaldas, es tan
estúpido como siempre he pensado.
Jugueteo con las pulseras fosforescentes que se apilan en mis brazos, sabiendo
que si me quedo aquí el tiempo suficiente mi mente empezará a distraerse.
Compruebo que Easton está ocupado y saco el móvil. Se me revuelve el estómago
al ver el nombre que aparece en el icono verde de mensajes.
Morning Star.
Rook puso originalmente “El Diablo” como nombre de contacto, pero yo lo
cambié después sin que él lo supiera.
Morning Star: ¿Ya estás lista para irte?
Yo: Ojalá pudiera. Tengo que quedarme hasta el final. Ya se está
preguntando adónde voy últimamente. ¿Me sacas a escondidas más tarde?
Morning Star: Ya lo he planeado.
Estoy escribiendo mi respuesta cuando me vuelve a enviar un mensaje.
Morning Star: Será mejor que no huelas como él.
Resoplo, poniendo los ojos en blanco, sabiendo que probablemente me azotaría
el culo por hacerlo.
Yo: Qué primitivo de tu parte.
Nunca había tenido un secreto tan grande. Sí, mi trauma del pasado es una
verdad oculta, pero si la gente se enterara, a la única persona a la que
perjudicaría sería a mí. Si alguien descubriera lo de Rook, la caída sería
dolorosa.
Una parte de mí lo odia, salir a escondidas, esconderme en la casa del lago.
Quiero tener citas de verdad, ir al cine, cenar algo que no sea para llevar. Quiero
algo más que besos apasionados en el cuarto de las escobas del colegio. Sin
embargo, a pesar de lo reservados y crípticos que tenemos que ser con el mundo
exterior, ésta es la relación más real que he tenido nunca.
Sin embargo, no puedo negar lo divertido que es andar a escondidas. Los roces
robados y las miradas acaloradas. Todo está siempre tan cargado cuando
estamos cerca el uno del otro, aunque nos separe una clase entera.
—Cariño, ven a bailar conmigo —arrulla Easton, agarrándome de la cintura—.
Vas a tener que trabajar en esos dos pies izquierdos antes de nuestro primer
baile de todos modos.
Mis cejas hacen una V mientras me meto el móvil en el bolsillo trasero y miro a
mi alrededor para asegurarme de que no hay nadie lo bastante cerca como para
oírle. Le fulmino con la mirada, observando cómo sus pupilas se dilatan por
momentos.
—¿Quieres bajar la voz? Me dijiste que esperarías para decir algo, Easton.
Me rodea el cuerpo y me arrastra hacia su aroma fuertemente perfumado. No
me había importado antes, hasta que me aficioné al almizcle natural, al humo y
al sudor.
—Ni siquiera importa, Sage. Faltan dos meses para la graduación. Se enterarán
pronto de todos modos.
Se me revuelve el estómago, el vómito pide salir de mi garganta.
Mi fecha límite se acerca más rápido de lo que puedo comprender. Quiero más
días con Rook, pero al mismo tiempo, deseo que todo se congele tal y como está.
Mi egoísmo está a punto de salir a la luz.
Mi decisión de mentirle a la cara no va a ser tomada a la ligera.
Me aterroriza el aspecto que tendrá su cara. Cómo se retorcerá y contorsionará
de ira, con más odio del que cualquier persona tiene derecho a tener. No habrá
explicaciones, no se podrá hablar con él. Me echará a los lobos.
Sólo pensarlo me deja sin aliento.
No quiero darle otra razón para odiar al mundo y a la gente que hay en él.
—No quiero discutir, nena. Ven a bailar —murmura en mi oído, presionando
sus labios contra mi cuello, haciéndome retroceder ante él.
—No estoy de humor. Voy a sentarme —Mis manos presionan su pecho,
poniendo espacio entre nosotros aunque sus manos se niegan a moverse de
alrededor de mi cintura.
Todo esto se siente equivocado.
Él se siente equivocado.
Esos ojos azul bebé que todo el mundo elogia son tan oscuros bajo esta luz que
parece otra persona. Me mira fijamente con el mismo aspecto que su padre,
actuando también como él.
—¿Quieres que mantenga la boca cerrada sobre el compromiso? Entonces vas a
bailar conmigo.
Ahora tiene ventaja sobre mí. Siempre tendrá ventaja. Esto es sólo un atisbo de
lo que sería nuestro futuro. Cada vez que me niegue a hacer algo que él quiera,
usará su poder contra mí.
Easton finalmente se había movido a un lugar de poder, en algún lugar donde
no puedo alcanzarlo.
Dejo que tire de mí hacia la pista de baile y él se abre paso entre la gente, tirando
de mí hacia el patio. Cuando encuentra el sitio que le gusta, me atrae hacia su
pecho, con mi espalda pegada al suyo.
Una lista de reproducción de música House guía nuestros cuerpos, sobre todo
el suyo, y dejo que los movimientos de sus caderas arrullen los míos. Hago el
menor esfuerzo posible sin cabrearle. No sé si es la niebla o que tengo ganas de
llorar, pero me arden los ojos al ver a las demás parejas que apenas se quitan
las manos de encima.
—Te someterás a mí, Sage —susurra por encima de la música—, te domaré
hasta que seas la perfecta esposa domesticada que permanece a mi lado y sigue
cada uno de mis pasos. ¿Lo has entendido? Te someterás.
Intento bloquear su voz, inhalando por la nariz y exhalando por la boca. Le
ignoro por completo y me obligo a ir a otro lugar.
Esta sería mi vida, cerrando los ojos y recordando todos los recuerdos de Rook
porque eso sería todo lo que tendría. Recuerdos. Sólo espero que estos meses
que he pasado con él me duren toda una vida de miseria.
Una canción suena con familiaridad en mis oídos.
Mi cuerpo se hiela de escalofríos. Se me escapa un suspiro al recordar la última
vez que la oí.
Era algo que Rook había puesto por los altavoces de la casa mientras yo estaba
tendida en la isla de la cocina, con su mano enterrada entre mis muslos
desnudos. Tu mente puede ser algo peligrosa a veces, y la mía no es diferente.
La visión es tan real que puedo sentirlo, todo su cuerpo prácticamente absorbe
el mío.
Cuando mis ojos se abren mientras el ritmo cae, pesado y llamativo entre mis
piernas, veo a un hombre a unos metros observándome.
Su rostro me está oculto por una máscara de LED que parpadea con las luces
estroboscópicas. El profundo resplandor naranja me atraviesa el alma, y las X
donde deberían estar los ojos parecen mirar a través de mí.
El pecho se me hincha con un suspiro de sorpresa, un temblor de inquietud me
recorre la columna vertebral, pero sólo permanece un segundo antes de
desvanecerse.
Creo que posiblemente esté mirando a alguna de las otras chicas que me rodean,
pero su forma quieta permanece arraigada en el mar de gente, con los ojos
clavados en mí y sólo en mí, sin moverse de mi cuerpo rígido.
Está cubierto por una sudadera negra con capucha y unos pantalones oscuros,
y no puedo ver ningún rasgo distintivo desde esta distancia. Pero una profunda
sensación vibra en mi estómago y me invade un sentimiento de excitación.
Incluso si no es Rook, podría imaginar que lo es. Podría fingir para que estar en
esta pista de baile no sea tan horrible.
Lenta y burlonamente, inclina un poco la cabeza hacia la izquierda, ajustando
su línea de visión para verme mejor entre la multitud. Pero también es como si
me tentara. Como si levantara su máscara y viera sus cejas levantadas en una
pregunta silenciosa.
“¿Vas a bailar para mí?”
Mi cuerpo se balancea al ritmo de la música, llevado por la ilusión de que Rook
está aquí conmigo. Que es a la vez el hombre que tengo delante y el que tengo
detrás. Bailo como una marioneta con hilos, algunos de mis movimientos
enmascarados por las luces estroboscópicas. Bailo como si Rook estuviera
mirando y él fuera mi titiritero.
Giro la cabeza en un pequeño círculo, dejo que mi cabello caiga por delante de
mis hombros y suelto un suspiro mientras mis manos trazan los contornos de
mi cuerpo. Miro el minivestido blanco, salpicado de pintura brillante de neón,
con remolinos y dibujos que decoran mis muslos y brazos.
Serpenteo de un lado a otro, moviendo la parte superior de mi cuerpo tanto como
la inferior. Unas manos se aferran a la parte delantera de mi cuerpo,
hundiéndose en la suave piel de mi estómago. Pero estas manos se sienten
demasiado necesitadas. No son directas y precisas, no saben adónde ir sin
necesidad de un mapa.
Vuelvo a levantar la cabeza y espero que el enmascarado siga allí, pero, al igual
que mi visión mental, ha desaparecido.
De repente se me seca la boca. La sensación ligera y aireada que tenía
desaparece y vuelvo a sentirme como una roca que se va a hundir en el fondo
del océano.
—Tengo que ir al baño —digo con voz ronca, apartando las manos de Easton de
mi cuerpo e ignorando sus súplicas para que me quede.
Los cuerpos me golpean desde todas las direcciones, lo que aumenta la urgencia
de beber agua. Están pasando demasiadas cosas, hay demasiada gente,
demasiados sonidos. Siento que podría morir de un ataque al corazón justo en
medio de esta pista de baile y nadie se daría cuenta, todos tan consumidos por
sus sensaciones de éxtasis.
Empujo la puerta que da al pasillo, resoplo al atravesarla y siento alivio al
instante. Puedo sentir en el aire que hay menos gente aquí fuera. Es más fresco
en mi piel, ayudando al sudor que rodaba de mi cuerpo.
Unos suaves gemidos de placer llegan a mis oídos y desvían mi atención hacia
varias parejas que se encuentran en el pasillo, con los cuerpos presionados
contra el cristal de los espejos mientras agarran los hombros de sus parejas.
Los LED de neón que iluminan los espejos sólo iluminan las retorcidas caras de
felicidad que están experimentando. Una pareja tiene los pantalones por los
tobillos, mientras el chico la penetra con tanta fuerza que puedo ver cómo se
sacuden sus muslos desde aquí.
De repente me sentí vacía, necesitando algo que sé que sólo una persona podría
darme.
—¡Joder! —La voz de otro hombre retumba entre los paneles de espejos. Su
aliento aparece caliente y vaporoso frente a él mientras golpea el cristal con la
mano. Con la otra palma, enrosca la mano en el cabello de una chica que, con
la boca abierta, se sienta de rodillas y le mira. Su aliento aparece caliente y
vaporoso frente a él.
Es difícil no mirar, no sentir curiosidad.
Me asomo al pasillo y doy un pequeño respingo al ver que el hombre de la
máscara naranja ha regresado.
Nos quedamos allí, mirándonos fijamente mientras los gemidos rebotan entre
nuestros cuerpos.
Vuelve a haber una especie de familiaridad en él, pero no la suficiente como para
que yo tenga una excusa para quedarme aquí escuchando a la gente follar
mientras nos miramos fijamente.
El baile había sido inofensivo, un producto de mi imaginación, había pensado.
Hasta ahora.
Hasta que veo su pie avanzar. Me devuelve a la realidad, recordándome que no
conozco a ese hombre, y quién sabe lo que quiere de mí. Podría hacer un millón
de cosas, incluso convertirme en un traje de piel.
Doy la vuelta, bajando en dirección contraria, caminando más deprisa de lo que
debería por no saber por dónde voy.
Mi cuerpo choca contra uno de los espejos con más fuerza de la que me gustaría
admitir.
—Mierda —siseo, frotándome el hombro que ha recibido la mayor parte del
golpe. El reflejo me indica que sigue siguiéndome, así que no tengo mucho
tiempo para curarme las heridas.
Lucho contra el pánico creciente, diferente del ahogo que siento normalmente.
Esto es totalmente diferente.
Me siento como en arenas movedizas, rodeando mis pies, pululando como las
hormigas a la comida, succionándome más hacia abajo en la tierra granulada y
afelpada.
Eso es lo que hacen las arenas movedizas: devorar a la gente. Las engulle,
negándose a dejar nada atrás hasta que quedas atrapada bajo el peso de la
arena que se convierte en nada más que sedimento.
Puedo ver su cuerpo en todos los espejos. La máscara oscura con LED naranja
se multiplica por cientos y su figura imponente parece bloquear todas mis rutas
de escape. Lo peor es que, mientras yo prácticamente troto con tacones, él
apenas se mueve, como si supiera que no necesita intentar alcanzarme.
Como si ya me hubiera atrapado.
Se me hace un nudo en la garganta, el miedo sube con garras afiladas.
Giro a la izquierda y extiendo la mano, moviéndome con rapidez, pero
asegurándome de no volver a caer en un callejón sin salida. El miedo se me
retuerce en las tripas mientras avanzo más deprisa, con el sonido de sus pies
caminando detrás de mí resonando en mi mente. No sé adónde voy. No tengo un
plan real.
Así que, en lugar de seguir asustándome, decido afrontarlo. Me niego a admitir
la derrota ante este miedo, sabiendo que tipos como él probablemente se
divierten asustándome. Me doy la vuelta y dirijo mi mirada al tipo tras la
máscara.
—Amigo, lárgate. Seguir a la gente es jodidamente cre... —Me detengo, dándome
cuenta que estoy hablando sola porque parece que se ha evaporado de nuevo.
¿Me habían drogado y no me había dado cuenta? ¿Sería todo esto un viaje de
LSD o una alucinación? ¿Había habido alguna vez un hombre con máscara?
Me paso una mano por el cabello, riéndome de mí misma como forma de
sobrellevar lo jodidamente ilusa que estoy siendo.
—Te has vuelto oficialmente loca —Hablar conmigo misma sólo contribuye a ese
hecho. Giro hacia mi dirección original, con la vejiga apretando con fuerza,
empujando mi memoria en cuanto a donde me dirigía.
La sangre se me hiela en las venas, todos mis órganos funcionales se paralizan
cuando siento la brusca presión sobre mi boca. La fuerza de la mano me hace
gemir de dolor. Casi estoy demasiado asustada para apartar los ojos del pecho
de la persona, pero cuando lo hago, se abren de par en par con horror. Siento
punzadas en el cuero cabelludo y me tiemblan los huesos.
La máscara naranja resplandece en mi alma, reteniéndome allí sólo un instante
inmóvil antes de lanzarme hacia atrás con un agarre demasiado agresivo. Mi
garganta intenta convertirse en el hogar de mis gritos, pero solo es una casa
embrujada.
Vacía.
El malestar pincha mi espalda al entrar en contacto con algo sólido, nuestros
dos cuerpos irrumpiendo en una habitación iluminada artificialmente. Mis ojos
se esfuerzan por comprender lo que me rodea.
Las viejas baldosas blancas del suelo, una pared de espejos sobre los lavabos y
filas de cubículos a mi derecha. Morir en el cuarto de baño de una rave de House
es lo último en mi lista de deseos y, una vez pasado el shock del ataque, mi
adrenalina se dispara.
Levanto la pierna y apunto directamente a su polla con la esperanza de pillarle
desprevenido el tiempo suficiente para que se largue, pero es listo. Sabe lo que
voy a hacer antes que lo haga.
La mano que no me tapa la boca me agarra el muslo, impidiendo que mi pierna
haga contacto. Con una fuerza sin esfuerzo, me empuja la pierna hacia el suelo,
levantando un dedo.
La mueve de un lado a otro, como las manecillas del reloj, insultándome sin
siquiera usar palabras.
Me agarra del antebrazo y prácticamente me arrastra hacia uno de los cubículos.
Mientras tanto, me esfuerzo por luchar contra él como un gato salvaje. Mis uñas
le arañan el pecho y los brazos, pero eso solo parece hacer que tire con más
fuerza.
Mi baja estatura no está preparada para esto, para alguien que puede
dominarme tan fácilmente. Apenas forcejea mientras tira de mí hacia el estrecho
espacio del cubículo.
Un dolor punzante y agudo me recorre la mejilla cuando sus grandes manos
golpea la mitad delantera de mi cuerpo contra la puerta. Estoy pegada a la fea
pared verde, con el terror hinchándose en los confines de mi corazón,
comiéndolo vivo igual que las arenas movedizas.
Su cuerpo se apoya en el mío, presionando mi espalda.
—Te dije que no olieras como él —su voz sale caliente y fundida por los agujeros
de la máscara—. Ahora apestas.
El alivio inunda mi sistema; la naturaleza familiar que había sentido antes no
había sido algo que me hubiera inventado. Lo había reconocido. Como si alguna
vez pudiera olvidar cómo sonaba o cómo se sentía.
Sin embargo, aunque me consuela saber que es Rook y que estoy a salvo, ahora
mismo soy el blanco de su ira, y es impredecible cuando se enfada.
—Rook —respiro—. ¿Qué estás haciendo aquí?
En lugar de responderme, me aprieta más. —Me hiciste ver cómo te tocaba.
—¿Te hice ver? ¿De qué estás...?
—Tú lo hiciste. Hiciste que fuera imposible mirar a otro sitio que no fueras tú.
Existiendo sin esfuerzo en una habitación llena de puta basura, pareciendo toda
santa, divina y angelical, prácticamente forzándome a corromperte. Me obligaste
a ver cómo se molía contra ti, cómo te inhalaba —Un rugido bestial brota de su
interior mientras aspira mi aroma, sintiéndose menos hombre y más monstruo.
—Estoy contigo —susurro, con más intención que nunca—. Siempre estoy
contigo. Incluso cuando estoy con él, sigo estando contigo.
—No puedo dejar de mirarte, Sage. Pero no puedo seguir viéndote con él.
Acabaré matándole, marcando mi nombre en tu culo justo antes de degollarle
delante de ti. Estoy harto de verle tocarte.
El poder de su agarre me estremece hasta la médula. Hay tanta severidad en él
ahora mismo que sé que no está bromeando. Le he pedido que haga lo único
que un hombre como él odia hacer: compartir con un tipo al que odia,
escondiéndolo ávidamente en las sombras para que yo pudiera conservar lo que
teníamos sólo un poco más. Sé que está mal, pero ¿es realmente tan malo? ¿Soy
realmente la mala por querer tener una cosa para mí sola?
No puedo seguir haciéndole esto. No puedo seguir mintiendo.
Pero tampoco quiero perderlo.
Así que sólo queda una opción.
La verdad.
—Rook, yo...
Unas risas y voces alborotadas irrumpen en el cuarto de baño, seguidas de la
explosión de la puerta al abrirse. Choca contra la pared, pero al grupo de
hombres que acaba de entrar ni siquiera le importa.
—East, esa chica cabello oscuro que te está mirando ahí fuera es un polvo sólido.
La tuve entre mis sábanas hace unas noches.
—Paso de tus descuidados segundos, D. Soy capaz de engancharme mi propio
coño.
Doy gracias por la presión que ejerce Rook sobre mi espalda, de lo contrario se
me habrían doblado las rodillas. No es así como quería que fuera esta
conversación con él, y lo último que quiero es que Easton nos encuentre y se lo
cuente antes de que pueda explicárselo.
—Parece que tenemos compañía, FT —murmura Rooks en mi oído, el plástico
de la máscara pellizcándome la carne de la mejilla—. ¿Qué tal si les das un
espectáculo como me diste a mí antes?
Mi cuerpo se derrite un poco cuando siento cómo me aprieta el trasero, sintiendo
su endurecida longitud tras la tela de nuestra ropa. Un roer en mi vientre
comienza bruscamente, dando lugar a un pulso que se inicia entre mis muslos.
El vestido se me sube un poco, lo suficiente para dejar al descubierto la parte
trasera de mis piernas. Me estremezco al sentir el roce de sus pantalones. Me
muerdo el labio inferior cuando sus manos se posan en mi parte inferior.
—Quiero que me lo compenses, Sage. Quiero que seas mi bonita putita y te
pongas de rodillas —empieza, construyendo esta fantasía para que yo la
represente, una que tiene mis pezones tensos y mi núcleo goteando—. Y
discúlpate por obligarme a mirarlos a ti y a él. Compénsame con tu boca
caliente.
Me agarra por la cintura y me hace girar suavemente para que me ponga de
frente a él. Detrás de mí, oigo cómo todos se ríen de alguien que no ha hecho
bien una raya de coca. Vuelve el pánico, pero no por miedo a la reacción de
Easton al encontrarme, sino por miedo a perder a Rook antes de tener la
oportunidad de tenerlo de verdad.
Pero Rook me atrae de nuevo hacia nosotros, haciendo que todo lo demás
desaparezca. Me agarra la barbilla con los dedos y me sujeta.
—De rodillas, puta —La máscara hace difícil ver su expresión, pero su voz no
deja lugar a desacuerdos. Prácticamente puedo ver sus ojos ardiendo a través
del disfraz—. Y no te levantes hasta que haya terminado.
No puedo decírselo ahora mismo. Tampoco puedo romper con Easton ahora
mismo. Pero puedo hacer esto, y quiero compensarlo. Quiero darle esto.
Así que hago lo que me dicen.
Me arrastro en cuclillas, cayendo de rodillas de una en una, con la fría baldosa
escociéndome la piel. Levanto los ojos y le miro a través de la máscara porque
sé cuánto le gusta que le mire mientras me folla la boca.
—¿Así? —pregunto inocentemente, lamiéndome el labio inferior, esperando su
respuesta mientras mis palmas recorren sus muslos.
Se me hace la boca agua. El reto de hacerle sentir bien, la oportunidad de recibir
sus elogios, me hace enroscar los dedos de los pies. Le abro rápidamente el
botón y la cremallera y meto la mano en sus pantalones.
Amasando su dura polla a través de los boxers, me burlo tanto de él como de
mí. Tocarla me recuerda lo que siento cuando está dentro de mí, estirándome,
masajeando mis paredes hasta dejarme hecha un charco de felicidad.
Siento escalofríos cuando la saco y mi cuerpo tiembla al admirarla. Mi lengua
tantea el terreno, chasqueando contra los piercings verticales que no hacen sino
aumentar su atractivo sexual. Las marcadas venas que se arremolinan
alrededor de su dureza palpitan mientras me tomo mi tiempo.
—¿Sage sigue sin dejar que la folles? —Oigo el eco de fuera.
—Esa zorra engreída apenas me ha dejado tocarla.
—La perra probablemente se esté follando a otro tipo, amigo.
La mano de Rook cae sobre mi cabeza, escabulléndose hacia la parte posterior
de la misma para agarrar un mechón de mi cabello al que agarrarse. Mi piel está
caliente y hormiguea mientras les escucho hablar mal de mí mientras me
concentro en darle placer.
Seductoramente y sin apartar los ojos de su cara resplandeciente, escupo sobre
la cabeza roja, y con la mano unto mi saliva por toda su longitud. Lo lubrico
todo para que se deslice suavemente por mi garganta.
—A lo mejor follándosela le quita lo perra —bromea Easton, haciendo que los
chicos a su alrededor suelten una carcajada.
Me arde el cuero cabelludo cuando Rook retuerce la muñeca, tirando más fuerte
de mis mechones.
—¿Vas a quitarme lo perra? —pregunto, mi voz un susurro para que sólo él lo
oiga, con los ojos muy abiertos, intentando que se centre en mí para que no
mate a toda la línea ofensiva de Ponderosa Springs.
Estoy acostumbrada a sus comentarios groseros; sus palabras no me hacen
nada. Mi único objetivo es hacer sentir bien a Rook, demostrarle lo poco que me
importa el hombre fuera de este cubículo. Lo mucho que me importa él.
Demostrándole lo digno que es de esto.
Estoy de rodillas donde fácilmente podrían pillarme, sin importarme mientras
consiga hacerle sentir bien.
Le rodeo con la palma de la mano por la base, subiendo y bajando mientras abro
la boca para acogerlo. Lo engullo por completo, deslizando la lengua por los
surcos.
Me aparta de él antes de que pueda hacer nada más, doblándose por la cintura
para que su cara esté cerca de la mía.
—No lo necesito. Sé cómo manejar a la perra que hay en ti.
Un rubor calienta mis mejillas, justo antes de sentir cómo me presiona la cabeza
hacia sus caderas. Empuja su polla más allá de mis labios, dentro de mi boca y
en mi garganta, tomándome completamente desprevenida. Sus piercings me
hacen cosquillas en la garganta y me ahogo, pero él no parece inmutarse porque
me sujeta.
Sin piedad a la vista, mueve las caderas hacia atrás mientras me pone la otra
mano en el cabello, acariciándome de nuevo hacia delante, creando un sonido
descuidado al meterme la polla en la boca.
Tiene la cabeza metida en la barbilla, el neón de la máscara ilumina nuestro
espacio. Incluso sin verle los ojos, sé que están clavados en los míos. Se me hace
un nudo en la garganta, lo expulso con resistencia y mi reflejo nauseoso se
acelera.
—Relaja la garganta, nena. Déjame entrar —gime por lo bajo y me empuja con
las dos manos hacia abajo, hasta que mi nariz se hunde en su pelvis. La
circunferencia obliga a mi garganta a expandirse, presionando dolorosamente
contra el tejido blando de mi tráquea.
Respiro entrecortadamente por la nariz, entrecierro los ojos y me concentro en
no hacer ruido para que no me oigan los de fuera. Trago a su alrededor,
succionándolo con los labios, creando un vacío hermético.
—Eso es. Tan buena puta para mí.
Por difícil que sea, se siente tan bien. Sentirle estirar mi boca, sentirle arraigado
dentro de mí, verle buscar placer en mí.
Soy tan egoísta, porque tomaré todo esto. Todo lo que me da, lo tomaré, lo
tomaré, lo tomaré. Porque podría ser todo lo que obtenga al final.
Cada vez que intento recuperar el aliento, me lo roba con otra fuerte embestida
en la boca, y no tengo más remedio que aguantarlo. Y todo empeora a medida
que pasan los segundos. Me agarra del cabello con fuerza y sus caricias se
vuelven violentas.
Lucho por respirar, tratando desesperadamente de mantener mis arcadas en
silencio. Aunque no puedo hacer nada contra sus suaves gemidos de placer y el
ruido húmedo de su polla llenándome la boca.
Finalmente, el destino decide darme un respiro, porque oigo que el grupo de
chicos empieza a salir en fila del cuarto de baño. Cuando la puerta se cierra, me
atraganto vergonzosamente, apretando las manos contra los muslos de Rook y
obligándole a salir para poder recuperar el aliento.
Un reguero de saliva de mi boca gotea de su pene, bajando por mi barbilla hasta
mi pecho. Noto el calor de mis mejillas enrojecidas, con los ojos llenos de
lágrimas que caen libremente por la fuerza de sus embestidas.
—¿Dije que habíamos terminado, Sage? —se burla, empujándome hacia atrás
para que mi cabeza y sus manos se presionen contra la puerta del baño.
Mi respuesta es nula. Soy incapaz de hablar una vez que vuelve a mi boca,
empujando dentro de mí más profundamente de lo que creía posible. Mi cabeza
contra la puerta le sirve de apoyo para que sus embestidas sean más fuertes y
yo no pueda retirarme.
Giro la cabeza de un lado a otro mientras su polla me asfixia, aplastando la
lengua para que masajee la parte inferior de su longitud, lamiendo la vena
abultada cada vez que me fuerzo a bajar.
Es una euforia caótica. El tipo de éxtasis doloroso que te hace cuestionar tu
cordura.
Mi vista se nubla con las luces LED de su máscara, se empaña con las lágrimas
mientras sigue encontrando placer. Ignorando por completo el dolor de garganta
y mandíbula, mi cuerpo me pide que, como mínimo, me tome un descanso.
Así es como siempre pasa con él. Presiona, presiona, presiona hasta que soy
incapaz de funcionar. Sin pausas. No hay nada fácil con él.
Cada vez me lleva al borde del placer incomprensible.
Quiero esto.
Quiero hacerle sentir bien, así que si no logramos quedarnos juntos, tal vez
piense en esto mientras está en la ducha, acariciándose la polla con la imagen
de mi rostro mientras me follaba la boca en este cubículo de baño.
Quiero este dolor.
Sabiendo que en los días venideros lo recordaré.
Pensaré en el dolor, y mis muslos estarán resbaladizos de calor, porque
recordamos las cosas que nos hacen daño.
La cantidad de gruñidos y gemidos que emite es suficiente para que yo siga
aguantando el dolor. Tengo arcadas y farfullo a su alrededor, la garganta se me
hace un nudo mientras subo la mano para apoyarla en su abdomen. Noto cómo
se le aprieta el estómago, cómo sus fuertes embestidas se vuelven descuidadas
y descontroladas.
Mi otra mano resbaladiza le toca las bolas, provocándole un siseo mientras
aspira aire entre sus dientes rechinantes.
—Joder, nena.
Con mi nombre en los labios, se empuja hasta el fondo de mi boca, vertiendo su
liberación en mi garganta. Trago con avidez, chupando hasta que ha terminado
conmigo. Noto que le tiemblan ligeramente las piernas mientras me acuna la
nuca.
Se separa de mí y me permite inhalar profundamente por primera vez desde que
esto empezó. Apoyo la cabeza contra la puerta, mis hombros caen mientras
relajo los músculos de la mandíbula.
Le oigo quitarse la máscara de la cara, dejando al descubierto esos ojos
brillantes y una fina capa de sudor en la frente. La tira al suelo detrás de
nosotros, se agacha y me toma en sus brazos.
Mi cuerpo se enrolla naturalmente alrededor del suyo, abrazándolo cerca de mí
mientras él empuja mi espalda contra la puerta, sujetándonos allí.
—Ahora, cuando te vayas, quiero que le des un beso de despedida a Easton para
que pruebe mi semen, luego te irás a casa y esperarás a que me escabulla para
que pueda comerte, ¿sí?
Me recorren escalofríos por la espalda, un calor frío me hormiguea entre las
piernas.
—Yo también te he echado de menos —resoplo, con la voz cruda y rasposa.
—Te he echado de menos. Es sólo que... —susurra suavemente—. ¿Te quedarás
conmigo? —Y se me parte el alma por ello.
Quiero que se quede conmigo. Siempre. Quedarme aquí, en este asqueroso baño
en una casa de rave porque me siento más segura, más adecuada, que en
cualquier otro sitio en el que haya estado.
No creía que hubiera un lado suave en alguien como Rook antes de conocerlo.
Siempre pensé que él era sólo bordes quemados e insultos abrasadores. Hasta
que vi la persona que era antes de que este lugar lo convirtiera en algo malvado.
Él no es malvado.
Se ríe y sonríe. Bromea y, literalmente, tiene un promedio más alto que yo. Odia
la lluvia, pero le encanta la niebla que deja porque le recuerda al humo. Odia
que escriba en el interior de sus paquetes de cigarrillos, pero le sorprendo
sonriendo cuando los lee.
Es un ser humano que fue herido por el mundo. Y todo lo que quiero hacer es
ser la razón por la que vuelve a creer en él. Incluso si no puedo hacer lo mismo
por mí.
Aunque al final no terminemos juntos, tiene que saber que se merece algo más
que sufrimiento.
Se merece la felicidad.
Todavía hay algo que me oculta, algo en su pasado que le hace sentirse maldito.
Puedo sentirlo, que aún guarda partes de sí mismo en la sombra. Le impide
entregarse completamente a mí, pero no me importa.
Y quizá eso es lo que da tanto miedo de todo esto.
Que no me importa tener sus secretos.
Sólo lo quiero a él. La persona en él que me hace sentir viva y real.
Me empuja a afrontar la vida como soy y no como otros quieren que sea.
Cuando estoy con él, es como saber cada día que mañana cantarán los pájaros.
Mis dedos rodean los mechones de cabello de la base de su cuello, jugando con
ellos suavemente.
—Me quedaré contigo, Rook.
En ese momento me doy cuenta de que haría cualquier cosa por él. Tanto es así
que voy a contarle lo del acuerdo, a ver si puede ayudarme para que Rose no
esté igual de atrapada. Cualquier cosa que me pida, la haría.
Le deseo. Quiero estar con él y no sólo por unas semanas más.
Y ese es el verdadero poder que puedes tener sobre alguien.
Easton tiene el chantaje, que es algo que podría superar con el tiempo. No es
permanente ni duradero.
Pero el amor... Dios, qué poder sobre alguien. Esa es una verdadera perdición.
Por eso me mantuve alejada de la gente durante tanto tiempo, por eso era
mezquina y amargada, manteniendo a todos a raya para que nunca tuvieran la
oportunidad de conocerme.
Porque le di al mundo una oportunidad de niña, y me destruyó.
Me prometí que no permitiría que esto volviera a suceder. No permitiría que me
hicieran daño, confiar en alguien como confío en él.
Me lo prometí, y lo he roto, porque ahora creo que me he enamorado del Diablo.
Extracción
Rook
—¿Dónde está Thatcher?
Me acerco a la mesa escondida en un rincón de la cafetería y miro a Rose, que
se sienta a mi lado.
—Hola, Rosie —le digo mientras le alboroto el cabello.
Me sonríe, mostrándome su rostro. —Oye, RVD.
Cuanto más descubren mis dedos y mis ojos el cuerpo de su hermana, más
diferentes parecen entre sí.
—Enfermo o algo así, encerrado en su casa. Está cabreado por
eso —responde Alistair antes de mordisquear una manzana como si hubiera
hablado con él antes.
—Sólo está teniendo uno de sus momentos de fobia a los gérmenes. Ya se le
pasará —Me subo la capucha a la cabeza, me hundo en la silla, subo los pies a
la mesa y me pongo las manos detrás de la nuca.
—Hablando de dónde ha estado la gente, ¿dónde demonios has estado tú
últimamente? No estuviste en el Cementerio este fin de semana.
Sé que voy a tener que contarles pronto lo que he estado haciendo, por qué no
he estado tanto por aquí, y también sé que va a tener que ser antes de la
graduación, lo que significa contárselo mientras ella sigue saliendo con Easton.
Menuda tormenta de mierda va a ser.
Sin embargo, no voy a anunciarlo sin que Thatcher esté cerca o en el colegio. Se
lo diré cuando estemos solos; así, si uno de ellos explota por ello, no será para
tanto.
Como le había dicho a Sage, no tengo miedo de que se enteren ni de sus
reacciones.
Claro que se van a enfadar conmigo por ocultárselo, pero se van a molestar aún
más cuando sepan por qué.
—Iba a hacerlo, pero fumé la variedad equivocada y me desmayé en la cama.
Simplemente no estaba de ánimo este fin de semana, amigo —Mentiras, me
estaba follando a la hermana de Rose en la parte trasera de su auto fuera de mi
casa—. No actúen como si nunca los viera, imbéciles. Prácticamente vivo en casa
de Silas la mayor parte del tiempo.
—Alégrate de que mi padre sea inmune a que lleves los boxers en la cocina todas
las mañanas —interviene Silas, y me río.
—Sólo me tolera porque tus hermanos pequeños me quieren. Tu madre, en
cambio —Me chupo los dientes—. Ella me odia.
—Mi padre te tolera porque eres mi amigo, y mi madre no te odia. Odia limpiar
balas de Nerf por la casa después de que has ido a la guerra con Levi y Caleb.
Reconozco que estaba celoso de Silas cuando nos conocimos. Creo que por eso,
cuando conectamos, nuestro vínculo se hizo mucho más estrecho. Tenía una
gran familia, que parecía ser la fuerza que nos unía a mí, a Alistair y a Thatch.
¿Podría su vida ser realmente tan mala? Lo tenía todo: un padre cariñoso que
no se avergonzaba de su enfermedad mental y luchaba por darle lo que
necesitara para que fuera feliz, una madre que creía que caminaba sobre el agua
y dos hermanos que lo admiraban. Por no hablar de que eran millonarios.
¿Dónde encajaba con nosotros? ¿Qué relación podía tener con lo que habíamos
vivido?
Lo supe unos años después, cuando le diagnosticaron oficialmente,
esquizofrenia.
No es que él lo entendiera, es que nosotros éramos los únicos que le
entendíamos.
Sabíamos lo que era que los demonios se comieran nuestras vidas, nuestra
esperanza, nuestra carne. Entendíamos lo reales que parecían sus
alucinaciones porque lo habíamos vivido. Aunque las suyas eran criaturas
ficticias que aparecían en su mente y las nuestras eran seres humanos que
causaban estragos en nuestras vidas, podíamos sentirnos identificados.
Y eso era algo que nadie más podía hacer.
Ni médicos, ni psicólogos, ni siquiera sus padres, que lo intentaron
desesperadamente.
Nunca olvidaré el día que me contó cómo era, cómo a veces, sobre todo por la
noche, aparecían esas figuras de niebla intangibles. Cómo le tiraban de los pies
y le susurraban al oído. No importaba cuántas veces cerrara los ojos y se dijera
a sí mismo que era sólo un sueño, siempre estaban ahí cada vez que los abría.
No había luz nocturna ni cuento que pudiera alejar sus pesadillas. Le
acompañaban siempre.
Fue la misma vez que le conté la verdad sobre mi madre. Era el único que lo
sabía o que me había oído hablar de ello en voz alta.
Después fuimos inseparables.
—Me pregunto si sabe que parece un idiota o si simplemente no le
importa —anuncia Alistair, mirando más allá de mí. Silas esboza una sonrisa,
lo justo para cambiar sus facciones.
Giro la cabeza para ver detrás de mí y veo a Easton entrando en la cafetería con
el brazo sobre los hombros de Sage, abrazándola como si tuviera que estar allí.
Como si tuviera derecho a hacerlo.
—La próxima vez que tu padre haga una visita a su madre, dile que mencione
que Easton es demasiado mayor para que su mami le vista —añade Silas.
Me hace gracia que Easton aún no tenga ni idea de que conocemos las
actividades extraescolares de su madre. Casi siento la tentación de usarlo en su
contra, sólo para ver cómo tiembla de miedo ante la destrucción de su perfecta
reputación familiar.
Porque si la verdad saliera a la luz, los Sinclair serían los únicos a los que les
importaría. Como si a Alistair le importara lo más mínimo lo que hizo su familia
de mierda o a quién se follaron.
Mis muelas rechinan entre sí, mi mandíbula se tensa hasta el punto de ser casi
dolorosa.
No importa cuánto tiempo llevemos juntos o cuántas veces haya visto este
mismo escenario, la punzada de fastidio nunca se atenúa. Cada vez, mi hambre
territorial por Sage se hace más fuerte, y le había advertido que ya no podía
esperar más.
Siento cómo me sudan las palmas de las manos al mirarla, esa sonrisa falsa que
deslumbra la habitación, obligando a todos los hombres a mirarla y a todas las
chicas a poner los ojos en blanco de celos. Esa falda de cuadros hace maravillas
con mi imaginación.
Una colegiala que viene a confesar algunos pecados más, al parecer.
Pasando la lengua y mordiendo con más fuerza mi cerilla, prácticamente puedo
saborear sus jugos goteando en mi boca mientras me la comía por debajo de
aquel endeble material.
Desearla sexualmente no es anormal para mí. Pero sí lo es la necesidad de
protegerla.
No puedo evitar preguntarme si Easton conoce sus secretos. Si actúa en ropa
interior para él o si come Skittles hasta que le duele el estómago cuando está
cerca de él. Si conoce sus sueños y las cosas que la asustan.
En contra de mi buen juicio, me preocupo por ella. La quiero.
Y como a la vida le encanta recordarme lo despiadada que puede ser cuando no
prestas atención, todas mis preocupaciones son absolutamente ciertas.
Porque mientras sigo admirando a la chica en la que nunca debí confiar, veo su
dedo decorado con un brillante anillo de diamantes que le prometía un para
siempre.
—Ojalá pudiera ver lo mucho mejor que se merece, pero hablar con ella de esto
es como hablar con una piraña hambrienta. Sólo odio el hecho de que vaya a
ser mi hermano, aunque sea por matrimonio.
La voz de Rosie es como ruido blanco. Crepita y sisea dentro de mi oído, millones
de pequeñas agujas pinchándome el tímpano una y otra vez.
—¿Desde cuándo están prometidos? —pregunto, esperando que mi tono suene
plano y no molesto.
Se encoge de hombros, mordiendo una rama de apio.
—Mi madre dijo que mucho antes de Navidad. Querían mantenerlo en secreto
hasta la graduación. Parece que se cansaron de esperar.
Asiento a su respuesta, pero también tomo nota.
Siempre había tenido razón. Nunca debí haber tocado la bonita flor, nunca debí
permitir que sus dientes se hundieran en la carne de mi fruta prohibida.
Todo el mundo dice que El Diablo es el corrupto; nadie piensa que pudo ser Eva
la que tentó al problema.
Ella había sido bastante venenosa todo el tiempo, y ahora estoy involucrado.
Mi mente está plagada de recuerdos de ella, de quien creía que era, mi cuerpo
infectado por su sensación.
Está dentro de mí, en todas partes, y la quiero fuera, ahora mismo.
Todas sus palabras, todas sus acciones, todas habían sido sucias y jodidas
mentiras. Hasta la última de ellas.
Estoy sudando, echando humo bajo la ropa, y mis manos tiemblan como nunca.
Estoy seguro que se pueden ver los gases que emanan de mí.
Estoy girando fuera de control, una espiral descendente que no lleva más que a
un final caótico, y necesito salir de aquí. Necesito irme. Necesito ser castigado
por confiar en alguien que sé que es una mentirosa.
—Olvidé mi trabajo de química en casa. Voy a buscarlo antes del próximo
bloque. Nos vemos luego —Dejo caer los pies al suelo, apartándome de la mesa
en la que me había sentado hacía unos instantes, y salgo de allí.
Me voy a ir, eso es lo que me digo mientras mis pies avanzan por el pasillo.
Necesito que me golpeen o hacer explotar algo antes de quemarme.
Excepto que, al pasar por delante de las puertas del teatro, me detengo.
Sé que Sage viene aquí después de comer todos los días por su periodo libre. Me
había sentado aquí muchos días a observarla en la última fila de la sala sin que
ella lo supiera, sólo para verla en lo que yo creía que era su elemento natural.
Me senté allí como un jodido cachorro. Un iluso. Un maldito tonto. Echando
espuma por la boca como si fuera una diosa o un ángel. Me senté y miré,
pensando en todas las cosas que le haría y le diría más tarde. Así pasaba el día
sin destripar a su novio.
Eso me contenía hasta que volvía a verla, porque si he de ser sincero conmigo,
el único lugar real en el que había sentido algo parecido a la felicidad era cuando
estaba cerca de ella. No sólo comodidad, como con los chicos, sino verdadera
felicidad.
Un sentimiento que no había sentido desde que murió mi madre.
Maldita sea, ¿cómo he podido hacerme esto? Cómo pude pensar, por una
fracción de segundo, que era capaz de estar enamorado.
Incluso después de lo que dijo Rose, incluso después del anillo en su dedo, esta
fuerza dentro de mí sigue intentando defenderla. Se pierde en falsas esperanzas,
rogando a mi cerebro que escuche, que sea optimista. Que tal vez todo esto es
un gran malentendido.
Quiere creer en ella.
En lo que sea que éramos.
Empujo las puertas del teatro, maldiciéndome a mí mismo.
—Maldito idiota patético —Mis manos tiran de mi cabello, jalando de los
mechones con dolorosa fuerza.
Incluso cuando no tengo motivos para creerle, sigo esperando. Me apoyo contra
la pared en la oscuridad, y sigo siendo el tipo que cree en ella. Creo en la Sage
que vi aquella noche en El Cementerio.
No hay forma de que pudiera fingir la forma en que sus ojos pedían ayuda.
Ella no podría haber forjado todas esas conversaciones, todas esas divagaciones
y risas nocturnas.
No hay manera.
Me quedo aquí esperando a que pasen los minutos, en guerra conmigo, sin
darme cuenta hasta este mismo momento de que, por una vez, había empezado
a esperar algo bueno.
Algo que no lastimara.
Engañado para pensar que merezco más.
La puerta se abre de nuevo, el sonido de los estudiantes fuera cancelado una
vez que se cierra detrás de ella.
No voy a alargar esto. Quiero respuestas.
Necesito la verdad.
—Te lo concedo, Sage. Eres una gran actriz —Me separo de la pared y me acerco
a ella. Mi cuerpo sobresale por encima del suyo incluso con esos tacones de
tiras.
—Rook...
—Volvamos de nuevo a Pyro, ¿sí? Rook es para gente que no miente
descaradamente en mi maldita cara —Mi guerra interna sale de mi boca, mis
palabras ni siquiera le dan a mi mente un segundo para escucharla.
Miro fijamente esos ojos azules como llamas y busco algo, cualquier cosa. Un
destello de emoción que pueda encender mi esperanza para que no se apague.
Tal vez ira porque estoy dudando de ella. Tristeza porque ella está en algún tipo
de problema.
Habría aceptado el arrepentimiento. Habría aceptado que me mintiera sobre
Easton y que se arrepintiera porque había aprendido a preocuparse por mí.
En cambio, no me encuentro con nada.
Un rostro pasivo con una expresión ilegible.
Miro al techo, mi pecho se hincha al respirar hondo.
—¿Cuánto tiempo ibas a seguir con esto? ¿Planeabas tenerme cerca hasta
después de la recepción o cuando tuvieras que averiguar quién era el padre del
bebé?
Se queda ahí, mirándome sin reaccionar. Normalmente, me gritaría, se pelearía
conmigo, porque así era ella. Así era ella conmigo.
Estoy tan lleno de energía que mis manos quieren alcanzarla y sacudirla. Quiero
gritarle que diga algo, que diga cualquier cosa.
—Dime que es mentira, Sage —digo con tono duro, pero me duele el pecho.
Me dijo que podía quedarse conmigo. Que era mía para quedármela, y aquí estoy
haciendo exactamente lo contrario.
Nunca había podido conservar nada que me importara.
Sólo quiero esta maldita cosa.
—Por favor, joder, dime que el compromiso es un engaño, que no es verdad. Que
esto es lo que tus padres querían para ti. Dime la verdad y te juro que partiré el
mundo por la mitad para salvarte de esto, para protegerte —sigo—. Dime que el
tú que se aferra a mi sudadera cuando duerme es el verdadero tú. Dime que
tengo a la verdadera Sage.
Con la esperanza de que sea la gota que colme el vaso y la saque de su trance,
doy un paso adelante y pongo las manos a ambos lados de su cabeza.
—Sólo dime que es mentira, nena —susurro.
En tres breves movimientos, anula toda la confianza que tenía en ella. Da un
paso atrás, fuera de mi alcance.
—No es así como quería que fuera esto, pero supongo que es mejor arrancar
esta tirita —Se acomoda un mechón de cabello detrás de la oreja
despreocupadamente, como si yo no estuviera a punto de explotar—. Yo sólo,
necesitaba un poco... —Se detiene mientras piensa en la palabra adecuada,
parece rígida y calculadora—, de peligro antes de la graduación, ¿sabes? Lo
entiendes, ¿verdad?
Sus cejas se levantan ante la pregunta retórica, sonando más como un robot
que como un humano. La actitud que empapa cada una de sus palabras me
estremece.
La chica que había empezado a dejar entrar se ha ido. Esta es la antigua Sage,
y ha vuelto con las garras aún más afiladas.
Lo triste es que creo que nunca fue a ninguna parte.
—En realidad no viví toda la experiencia alocada del instituto de la que siempre
habla todo el mundo -tratando de mantener la imagen, las animadoras, el
instituto- y cuando Easton se declaró... —suspira, apartando la mirada de mí
por un momento como si se lo estuviera imaginando, y luego vuelve su mirada
a la mía—. Bueno, yo sólo quería marcar todas las casillas de mi experiencia de
vida, y tú parecías qué harías el trabajo.
Se me contrae el pecho. Me han clavado un gran cuchillo en la espalda,
llenándome los pulmones de sangre.
Las únicas palabras que puedo pronunciar entre dientes apretados son: —¿Es
cierto?
Ella asiente, mostrando los dientes con una sonrisa condescendiente.
—Lo admito, tenía mis dudas cuando me hizo la pregunta —Como para
restregármelo peor, como para echar gasolina sobre mis muñecas abiertas, hace
girar distraídamente el anillo en su dedo—. ¡Pero! Creo que has dejado más que
claro que Easton Sinclair es todo lo que necesito para mi futuro. Quiero decir,
prácticamente estamos hechos el uno para el otro. ¿No crees?
¿Está hablando en serio?
Me acerco a ella y frunzo las cejas en una V de enfado.
—Estás de broma. ¿Tu futuro son orgasmos falsos y gente que te trata como a
una muñeca inflable? Eso es una mierda, Sage. Esto es una mierda. Quieres
decirme que todos los guiones, todas las lágrimas, LA, todo eso fue, ¿qué? ¿Una
actuación? —Nunca había oído mi voz tan llena de intensidad emocional.
Podría sonar amenazador. Podría sonar divertido o sarcástico, claro. Pero esto
es diferente. Cada palabra se siente como hojas de afeitar contra las plantas de
mis pies, porque ella apenas se inmuta ante ellas.
Como si no le molestaran, como si no pudieran importarle menos.
—Te dije lo que necesitabas oír, Rook —Se ajusta la correa de su bolso de libros,
aburrida de esta conversación aparentemente—. Te di una chica que pensaste
que podías salvar. Y tú eras sólo el chico de la piscina del que quería algo sucio.
Yo sólo...
Ella se detiene, y que me jodan si pensaba que se iba a quebrar y retirar todo lo
que ha dicho.
Su risa resuena, pinchándome la piel como balas a corta distancia. Una tras
otra, recibo un impacto tras otro hasta que parezco un queso suizo.
De nuevo vacío y lleno de agujeros.
—No puedo creer que realmente cayeras en la trampa —Termina su risita,
secándose las lágrimas de alegría de debajo de los ojos.
Un nuevo odio fluye por mis venas como adrenalina, un apetito de venganza que
va en aumento. Creía que mi espíritu rencoroso había menguado desde que
estoy con ella, y esto no hace más que echar carne a las fieras hambrientas que
llevo dentro.
Es una mentirosa. Una zorra manipuladora. Una traidora.
El enemigo.
No hay nadie a quien odie más que a ella ahora mismo, y quiero que pague por
esto.
Quiero que le duela como a mí me duele.
Me chupo el labio inferior, sonriendo por la animosidad que llena mi cuerpo,
desbordándose en mí.
—Que sepas que cuando te quedes sola al final de esto, porque has utilizado a
todos los que te rodean, jodidamente te lo has hecho a ti misma. Nadie se
compadece de la zorra sin corazón.
Se burla y se aleja de mí para dirigirse al escenario.
—No necesito compasión, Pyro. Igual que no necesito esto.
—Llevas tanto tiempo jugando a este juego, Sage, que no sabes si estás jugando
tú o está jugando contigo —le digo, y ella solo me mira por encima del hombro
y sonríe.
—No te enfades porque esta vez te la hayan jugado a ti, Van Doren. Estoy segura
que lo superarás. Después de todo, mañana cantarán los pájaros.
Dejo que sus palabras se impregnen en mi piel. Dejo que alimenten mi odio
hacia ella, aunque el único culpable sea yo mismo.
Tendrá su merecido. Me aseguraré de ello.
Salgo de la escuela intentando arrancar las puertas de las bisagras. Sé
exactamente lo que voy a hacer, pero antes tengo que ocuparme de algo.
Acudo a la única persona que haría lo que le pido sin exigir respuestas.
Alguien que anhela el tipo de tormento demente que necesito en este momento.
Los puñetazos en las tripas de Alistair y los gruesos versículos bíblicos
impregnados de malicia de mi padre no van a frenar hoy mis ansias de dolor.
No será suficiente.
Necesito un poco para extraer este veneno.
Ahora.
Con el cuerpo temblando de tanto odio hacia mí mismo, subo a trompicones los
escalones de piedra hasta la puerta principal. La desgastada aldaba me mira
mientras golpeo con el puño, con urgencia en mis movimientos.
Mi cerebro grita, chilla y se ensaña con el puto órgano inútil de mi pecho.
Debería haber seguido muerto. No debería haber vuelto a latir después de todo
lo que había pasado. Sabía que no era así, veía cómo era el mundo y, sin
embargo, esperaba que Sage fuera diferente.
Que no fuera una mentirosa.
Empezó a bombear lodo negro por los conductos cuando me clavó las uñas, el
único líquido que quedaba llenaba mis venas, luchando por funcionar. Luchaba
por creer que podía volver a latir con normalidad, transportar sangre de verdad
en lugar de fluido tóxico.
La pesada puerta gime al abrirse y la luz del sol entra a raudales en la oscura
casa. Sus zapatos Oxford negros chasquean en el suelo mientras se apoya en el
marco y me mira con ojos apagados.
Tiene una voz llena de vida, ingenio sarcástico, bromas inteligentes e incluso
algo de humor, pero sus ojos te hacen saber que todo es una actuación.
Por dentro, es retorcido. No podría importarle menos.
No porque no quiera, sino porque físicamente no puede preocuparse por los
demás. No de la forma en que la gente normal lo hace.
Es leal, me entiende, pero no le importa.
Las emociones humanas son nulas para él.
Aunque Silas comprende las emociones, cómo funcionan y cómo afectan a los
demás, no disfruta con ellas.
Thatcher nunca pudo comprender el concepto de sentimientos porque no puede
sentirlos por sí mismo.
¿Cómo podría?
Sin embargo, Thatcher Pierson puede hacer por mí lo que nadie más haría.
Le miro, mis ojos ardientes se encuentran con los suyos helados.
—Necesito que hagas que duela.
Huida
Sage
La acidez estomacal brota de mi garganta y salpica el inodoro que tengo debajo.
Me agarro a lo que tengo a mi lado, intentando resistir el dolor.
Dentro de mí no queda nada que vomitar. Cada vez que mi pecho se agita, mis
órganos se tensan y se desplazan, expulsando sólo unos cuantos charcos de
bilis amarillo verdoso. Me había acomodado en el suelo de mi cuarto de baño,
tras salir de la escuela y venir directamente aquí, queriendo evitar el contacto
con toda vida humana.
Ningún maquillaje o mordacidad podía ocultar lo que ocurría en mi interior.
Había gastado toda mi energía manteniendo una cara seria con Rook,
manteniéndolo todo metido en lo más profundo, y ahora está forzando su camino
de vuelta hacia arriba.
Mi cuerpo me está castigando por lo que le había hecho.
Otra oleada de náuseas me golpea mientras cálidas lágrimas recorren mi rostro.
Lo único que veo son sus ojos.
Cómo se resquebrajaron y astillaron con tanto dolor y rencor. Fui testigo físico
de cómo quemaba en su cuerpo todos y cada uno de los sentimientos positivos
asociados a mí.
Todo lo bueno que tanto me había costado sacar a la superficie se desvanecía
con cada mentira que salía de mis labios. Con una conversación, me llevé lo que
teníamos y lo enterré a tres metros bajo tierra.
Ahora está muerto. Ahora estoy muerta.
Muerta para él.
Dejada para pudrirme con mi propio pesar y los bichos, sin lápida para marcar
mi tumba, porque sé que nunca volverá. No hay necesidad de que sepa dónde
me van a enterrar.
En ese momento, le demostré lo que siempre había creído que era cierto.
Esta vida no está destinada a tener nada más que desprecio y sufrimiento por
él.
—¿Está hecho?
Levanto los ojos pesados hacia la puerta, apenas le echo un vistazo antes de
intentar fingir que no existe. Espero que si ignoro a Easton el tiempo suficiente,
simplemente desaparezca de la faz de la tierra.
—Sí —Toso—. Ya puedes largarte de mi casa.
Sus pasos se acercan antes de sentir su presencia junto a mi cuerpo encorvado.
Con valentía, sus dedos me apartan unos mechones de cabello del rostro y me
los pasa por encima del hombro. No es que importe ahora, porque ya hay vómito
en ellos.
—¿Me estás mintiendo, Sage? —ronronea suavemente, con voz tranquilizadora,
pero su mano es todo lo contrario. Me toca la nuca con avidez, me agarra un
puñado de cabello y me echa la cabeza hacia atrás para que le mire—. Por tu
bien, será mejor que no me estés mintiendo.
—¡Quítame las manos de encima! —grito, empujando mis manos
profundamente en su pecho. Cae de su posición en cuclillas directamente a su
culo, una extraña sonrisa en su cara todo el tiempo—. Te dije que lo había hecho.
Está hecho, bastardo engreído.
—Tsk, tsk —chasquea, negando con la cabeza—. Hasta ahora nuestra relación
me había parecido bastante vainilla. Creo que esto realmente va a condimentar
las cosas para nosotros en el futuro, cariño.
—Me das asco —le escupo con cara de disgusto.
Una nueva oleada de emociones burbujea en mi interior y deseo
desesperadamente hacerme un ovillo en el suelo y llorar.
Pero no le daré eso a Easton. Se está preparando para quitarme todo lo que soy;
no le daré el placer de ver cómo me rompo más de lo que ya lo he hecho.
¿De verdad había pensado que podría romper con todo esto? ¿Irme y obtener
realmente a Rook? ¿Realmente había permitido que el amor me hiciera tan
ingenua de nuevo?
—¿Sabes lo que me pone enfermo? —Se levanta del suelo y se limpia los
pantalones—. Saber que dejaste que ese maldito delincuente te tocara. Te hace
parecer patética. Deberías estar agradecida de que aún esté de acuerdo en
casarme contigo. Cuando podría fácilmente tomar a Ro...
—Ni se te ocurra, imbécil —le advierto, igualando su postura. Es curioso cómo,
aunque es más alto, su síndrome de polla pequeña hace que parezca que estoy
mirándolo hacia abajo—. Teníamos un trato y cumplí mi parte.
Unos días después de la fiesta rave, Easton me había robado el teléfono.
Imagíname descubriendo que el psicópata se había colado en mi casa mientras
dormía para hacerlo. Según él, estaba siendo un novio considerado y tomando
medidas.
No le fue difícil encontrar los mensajes entre Rook y yo o averiguar de quién
eran.
Cuando se enfrentó a mí al respecto, pensé, qué perfecto. ¿No es estúpido? Pensé
que esto significaba que podría mandarlo a la mierda antes de lo que esperaba.
Que Rook y yo estaríamos juntos públicamente antes de la graduación.
Corrí antes de poder andar. Me emocioné demasiado por el tiempo que nos
esperaba en lugar de centrarme en lo que teníamos delante.
No pueden obligarnos a Rose o a mí a hacer esto. Es ilegal, y ya tenemos
dieciocho años. Podríamos irnos y nunca mirar atrás. Silas lo haría por ella en
un santiamén, y yo había depositado toda mi confianza en Rook.
Que él estaría allí. Que cuando se lo dijera, se negaría a dejarme. Lucharía por
mí.
Easton asiente, frotándose la barbilla con la mano mientras mira a su alrededor.
—Sólo tengo que saber; ¿realmente pensaste que podrías salirte con la tuya?
¿Que no descubriría que te lo estabas follando?
—Lo descubriste porque estás loco y me robaste el teléfono —Le empujo y me
dirijo a mi desastre de habitación, buscando en el suelo de ropa una cosa en
particular—. No te atribuyas el mérito de haberlo descubierto tú solo. No eres
tan listo.
Quiero irme. Quiero que esta conversación termine para hacer la maleta e irme
a la casa del lago. Quedarme allí unos días y fingir que todo va bien.
Si me esforzaba lo suficiente, podía cerrar los ojos, hundirme más en su
sudadera con capucha y sentir que estaba allí.
Yo sólo... yo sólo...
Ojalá supiera que la última vez que lo toqué fue la última.
Que el lunes después de la fiesta rave, cuando me metió en la parte de atrás del
auto en el estacionamiento del instituto, fue la última vez que lo sentiría contra
mí. Sus caderas entre mis piernas, el humo de su porro y nuestra respiración
agitada empañando las ventanillas.
Me agarro el corazón, me meto la mano en la camisa, intentando reconfortar el
órgano que llevo dentro. El agua ya me llegaba al pecho, esperando hambrienta
a que se rompiera la presa para hundirme del todo. Llevaba todo el día luchando,
luchando por mantener la cabeza por encima de las olas, pero estoy tan cansada
de luchar.
El dolor de recordar era la presa, y acababa de romperse.
Aún puedo sentir sus dedos recorriendo mi clavícula mientras su oreja
descansaba sobre mi pecho. Su cabello largo me hacía cosquillas, pero no me
importaba. Me gustaba el calor que sentía al apretarlo contra mí, aunque estaba
pegajoso por el sudor que ambos habíamos producido.
—¿De qué es esta cicatriz? —Su tono perezoso rozó mi piel como terciopelo, las
yemas de sus dedos rozando la piel levantada.
Le conté que de niña me caí de un carrusel y que después mi madre dejó de
dejarme jugar en el parque. Temía que me hiciera daño permanente en el rostro,
y Dios no quiera que no tuviera un aspecto perfecto.
—Rosie cree que me dirá quién es mi alma gemela —terminé—. Creo que sólo me
lo dice para hacerme sentir mejor al respecto.
—¿Por qué piensa eso?
—Silas tiene una cicatriz en su dedo meñique exactamente en el mismo lugar que
su marca de nacimiento. Marcas del alma. Así las llama ella —Mis manos
rastrillaron su cabello, revolviendo algunos mechones, y presioné mis uñas contra
su cuero cabelludo, sabiendo cuánto le gustaba.
Se movió de repente, echándose un poco hacia atrás para que hubiera algo de
espacio entre nosotros. Con movimientos deliberados, giró el extremo encendido
del porro hacia él y me lo acercó a la boca para que pudiera inhalar.
Llené mis pulmones y, cuando terminé, clavó la punta en su piel. El chisporroteo
de la piel hizo temblar mi columna vertebral. Aunque estaba drogada, sabía que
lo que hacía era real.
Jesús, ni siquiera se inmutó. Apenas se movió.
Mis ojos se abrieron brevemente.
—¿Qué mierda estás haciendo? —maldije, arrebatándole la muñeca para apartar
el calor de su cuerpo, asombrada de que una persona pudiera soportar tanto dolor
tan bruscamente. Ni siquiera lo pensó; simplemente lo hizo.
Le quedó una fea quemadura carmesí, justo encima de la clavícula. La enrojecida
marca estaba cubierta de ceniza del humo, y yo sabía que tenía que dolerle, pero
él no reaccionó.
No dejaba de mirarme fijamente, con los ojos ardiendo a través del humo.
—Demostrando que Rose tenía razón.
No hay número de respiraciones profundas que me calme. El agua corre
demasiado alto, demasiado rápido. Estoy acabada.
Busco frenéticamente la sudadera con capucha, pensando que si pudiera olerle,
tan solo una breve respiración, podría aliviar el dolor que siento en el pecho.
Tengo la sensación de que tengo la piel abierta, las terminaciones nerviosas
expuestas al oxígeno.
Nadie te dice lo dolorosos que pueden ser los ataques de pánico.
Me rasco el cuello, sintiendo lo ardiente que está. Me paso la mano por la cicatriz
del cuello, sabiendo que nunca podré volver a mirarla igual en el espejo.
—¿Me has oído? —dice Easton con urgencia, agarrándome del antebrazo sólo
para que intente zafarme de su agarre.
—Deja de tocarme, Sinclair. Te lo dije, hice lo que me pediste. Ahora déjame en
paz.
—Fáltame al respeto todo lo que quieras, Sage —Me agarra con fuerza,
estrechándome contra su cuerpo, haciendo que mi pánico aumente—. En unos
meses, no importará, porque voy a ser tu dueño. Voy a convertirte en un bonito
trofeo, una esposa sumisa, y no me importa si tengo que romper esa boca de
zorra para hacerlo.
De su boca sale saliva que me salpica el rostro. Aprieto los dientes, lo miro y
lucho contra su agarre, pero él solo me aprieta más.
Un gemido intenta salir de mis labios ante el creciente dolor de la presión.
—Será un frío día en el infierno cuando me rompas, pero por todos los medios,
hazlo lo mejor que puedas —grito, luchando por mantener mi fachada con todo
lo que está pasando.
Con el corazón dolorido, la ira desatada y la sensación de asfixia, voy a perder
la cabeza.
—Que Dios te ayude si no le rompiste el corazón, y me refiero a demolérselo
hasta que no quede nada —Easton presiona su frente agresivamente contra la
mía, golpeando nuestros rostros con dureza—. Me aseguraré de que mi padre
cuide de Rose. No le costaría nada tirar de una cuerdecita y puf —Mueve los
dedos de su mano libre—, ella se ha ido. Borrada de la existencia, para no volver
a saber de ella.
Me trago la bilis, sabiendo que esa es la razón exacta por la que acepté hacer
esto en primer lugar. No estoy segura de sí Easton está mintiendo, pero ¿estaría
dispuesta a apostar la vida de Rose por ello?
No puedo. No cuando sé cuánto dinero gana Stephen Sinclair. No cuando sé lo
poderoso que es. No puedo arriesgarme. No puedo arriesgarme a que salga
herida o peor, a que muera por mi egoísmo.
Había sido egoísta toda mi vida.
Es mejor para todos si me callo y hago lo que me dicen. La vida de Rook sería
más fácil, y Rose sería feliz.
Eso es lo que importa.
—No tienes las bolas —siseo.
—Pruébame, perra.
Sin pensármelo dos veces, le doy con la palma de la mano en la mejilla, tan
fuerte que le hago girar la cabeza en dirección contraria.
—No importa lo que me hagas, Easton —Me río en su cara, como hice hoy con
Rook, pero esta vez, lo hago en serio. Quiero decir esta risa amarga y ácida que
brota de mí como veneno—. No importa cuánto dinero de papá tengas o su
control. Nunca serás Rook. Nunca me tendrás como él me tuvo. Ni siquiera
cerca. Así que adelante, rómpeme, porque te abriré las venas mientras lo
intentas.
Mi pecho sube y baja, tomando aire y soltándolo más rápido a medida que pasan
los segundos. Easton ha cambiado, yo he cambiado. Aunque desde que nos
conocimos siempre sentí que llevaba esa oscuridad dentro, antes había sido un
ser humano decente.
El instituto, las expectativas, su padre. Lo convirtieron en algo totalmente
distinto.
A mí me hizo exactamente lo mismo.
Somos iguales, Easton y yo.
Seres humanos intrigantes, falsos, llenos de ego y sin consideración por los
demás.
Tal vez era el destino que hubiéramos acabado aquí juntos.
Me lo esperaba. Sinceramente, lo esperaba.
Le había llevado demasiado lejos, pero aun así, trago saliva cuando le veo
levantar el brazo, dispuesto a golpearme.
Mi cuerpo se tensa, se pone rígido para prepararse para el golpe, pero no llega.
En su lugar, oigo abrirse la puerta y la voz de mi padre.
—Sage, ¿dónde están las llaves de tu auto...? —Se detiene—. ¿Interrumpo algo?
Easton se aclara la garganta, bajando el brazo. —No, señor.
Me retiro de su espacio ahora que mi padre está aquí, envolviéndome en mis
brazos.
—¿Por qué necesitas mis llaves?
Suspira y se pasa una mano por la cara.
—Tengo que ir a Portland, y tu madre quiere el auto con ella. Al parecer, alguien
ha prendido fuego a la casa del lago. Los bomberos están esperando a que llegue
para presentar un informe policial. Quien lo haya hecho obviamente quería que
supiéramos que no fue un accidente.
Y es entonces cuando todo se desmorona de verdad. Cuando toda mi alma se
derrumba en el suelo delante de mí.
Dejo que las lágrimas caigan libremente. Dejo que pasen por mis conductos y
cubran mis mejillas con su calor.
Ni siquiera podía dejarme tener esto.
Le había roto, así que me lo quitó todo. Me dejó sin nada.
La casa del lago era mía antes de ser nuestra. Si alguien merecía quemarla,
debería haber sido yo.
Sé que no tengo derecho a estar enfadada. Le dije cosas horribles; le dije lo que
tenía que decirle para que me creyera y no intentara volver.
Pero pensé... pensé que podría conservar la casa del lago. Podría usarla como
una cápsula del tiempo de nosotros, ir allí cuando necesitara recordar lo que se
sentía estar con él.
Y ahora ni siquiera puedo hacerlo.
No me queda nada.
Lo que había quedado de nosotros había sido incendiado dentro de esa casa.
Le odio por hacer eso, por tomar lo que éramos y hacer que dejara de existir.
Quemar todas las pruebas, todas las risas, todos los recuerdos.
Como si nunca hubieran ocurrido.
Le odio por esto.
Le odio.
Jodidamente le odio.
Pero no tanto como él me odia a mí.
Acto II
El ascenso de un dios del fuego
No sólo tiene ganas de fuego.
Es fuego.
Él es la llama, el mechero, la quemadura.
Como el dios egipcio Ra, engloba todo lo cálido.
Es mi dios del fuego y vivo para arder por él.
Ruido blanco
Sage
—Abre.
Saco la lengua y le muestro a la enfermera el interior de la boca, pasando la
lengua de izquierda a derecha, de arriba abajo. Me ilumina con el pequeño
bolígrafo y asiente con la cabeza cuando está satisfecha.
Después de tres semanas dentro de la Institución de Salud Mental Monarch,
dejé de rechazar la medicación.
Los efectos secundarios, pérdida de apetito, fatiga constante, migrañas, son
mejores que la alternativa.
Todo el mundo tiene una imagen de lo que cree que es un psiquiátrico. La
cultura pop y las películas han dado una imagen bastante condenatoria. El
estigma que rodea a estos lugares es bastante horrible. Quiero decir, todo el
mundo y su madre vieron la segunda temporada de American Horror Story.
Estoy segura que hay centros que se centran en ayudar a los pacientes, tratar
sus problemas y darles esperanzas de rehabilitación y una eventual reinserción
en el mundo real.
Pero esto es Ponderosa Springs.
Y esta es mi vida, y siempre que el destino pueda arrojarme a los lobos, lo hará.
Este lugar es todo lo que tus pesadillas más locas podrían conjurar.
Una prisión cerrada con habitaciones acolchadas y sin pomos.
Te dicen cuando llegas, queriendo o en mi caso sin querer, que todo lo que hacen
es para ayudarte.
Que las correas que me sujetaban en la camilla cuando llegué eran para
protegerme. Su trabajo es mantenerme a salvo con sus batas blancas de
laboratorio y sus portapapeles.
Incluso cuando te niegas a tomar la medicación y te llevan a rastras al
confinamiento solitario, donde tres hombres te sujetan y te inyectan
antipsicóticos. Incluso cuando te tienen allí tres días sin decir una palabra.
Te sentarán en sus sofás de plástico y te dirán que este psiquiátrico, este lugar,
se construyó para ayudarte. Todo esto es por tu propio bien.
Todo el tiempo te preguntan una y otra vez, una y otra vez, ¿por qué intentaste
suicidarte? ¿Tienes ganas de hacerte daño ahora? ¿Estás segura? ¿Estás
absolutamente segura que no tienes malos pensamientos?
Que Dios te ayude si dices que sí; incluso cuando me admitieron por primera
vez, sabía que no debía decir que sí a esas preguntas.
Por desgracia, los médicos y las enfermeras tienen razón.
Están ahí para mantenernos a salvo y seguros.
No para tratarnos realmente nuestra salud mental subyacente ni para hacer
nada que realmente requiera que se esfuercen por mejorar nuestras vidas.
Un cuervo surca el cielo matutino, las nubes grisáceas se enredan en sus alas
mientras se acerca en picado a los árboles. Me empieza a gotear la nariz por el
aire que me pellizca la piel. Aquí, enero siempre es el más frío.
Más allá de las puertas de acero que mantienen el recinto seguro, hay un río
que se puede ver desde el jardín. Bueno, es más bien maleza muerta y fuentes
rotas, pero seguro que en algún momento hubo flores plantadas aquí en alguna
parte.
—Tienes visita esperándote en el comedor —Una de las enfermeras del turno de
día, Shonda creo que se llama, se inclina sobre mí donde estoy sentada en el
suelo húmedo.
El frío rocío se adhiere a mi uniforme azul descolorido, pero disfruto de la
sensación. Dentro no se siente nada. Ni siquiera la temperatura. Todo es
intermedio y adormecedor.
Por unos momentos por la mañana, me siento aquí fuera y realmente me siento
como un ser humano. Escucho el graznido de los cuervos, el lento murmullo del
río y el aullido del viento que hace gemir a los árboles.
Dentro de esos muros, no hay días malos ni días buenos.
Sólo días.
Sin propósito.
El tiempo es irrelevante. Es un borrón o una pista de carreras. Nunca sé cuándo
duermo o cuándo estoy despierta. Lo peor es que cuando estoy despierta, lo
único que quiero es dormir.
Si mi yo del último año pudiera ver la persona que soy ahora, se desmayaría.
Uñas mordidas, bolsas moradas permanentes bajo mis ojos.
Ya no soy quien solía ser y, sinceramente, nunca descubrí quién quería ser. Así
que eso me deja cementada en el limbo.
Perdida.
Olvidada.
Todo sentido del yo se ha evaporado.
Me he convertido en una especie de pozo hueco. Las únicas monedas que caen
dentro son píldoras que resuenan entre las paredes de mi núcleo, recordándome
que lo único que me llena es el vacío.
—¿Visitas? ¿Para mí?
Llevaba aquí ocho meses. Doscientos cuarenta y tres días. Treinta y cuatro
semanas. Y cinco mil ochocientas cuarenta horas.
Nunca ha venido a visitarme ni un alma.
Ni mi ex prometido arreglado, ni mis amigos maniquíes, mi padre seguro que no
había cruzado esas puertas, y mi madre, bueno, lo último que supe es que
estaba comprometida con alguien con más dinero y una pequeña esperanza de
vida.
Nadie se preocupó lo suficiente como para pasar a ver cómo estaba. Una vez que
me metieron en este lugar, tiraron la llave.
Después de lo que había descubierto, por lo que sé ahora, me había preparado
mentalmente para pasar aquí toda mi vida. No me dejarán salir, e incluso si
salgo, me matarán antes de tener la oportunidad de hacer algo con mi vida.
La triste verdad es que me parece bien.
Mientras estoy aquí dentro, al menos puedo convencerme de que Rose está viva.
La muerte se había colado en nuestras vidas y había roto el vínculo que nos
unía.
Un segundo era una gemela y al siguiente, ya no.
Nadie te prepara para eso. Para lo que se siente cuando muere la otra mitad de
tu alma. Cuando la persona con la que viniste a este mundo se va antes que tú.
Es difícil de explicar, pero es como si hubiera un teléfono sonando
constantemente dentro de mi pecho sin nadie que atienda la otra línea.
Lo único que me queda es la culpa. Es lo que me atormenta por las noches,
manteniendo mi insomnio.
Culpa incesante por estar viva mientras ella se pudre bajo tierra.
Me sirven avena fría todas las mañanas, juego a las damas conmigo misma,
mientras los gusanos consumen lo que queda de su cadáver.
—Sage, ¿hola? Sage, ¿te encuentras bien? —La enfermera chasquea los dedos
delante de mí—. Dije que sí, tienes visitas. Tu padre y su amigo. Te han traído
el desayuno. Deberías estar emocionada.
¿Mi padre? ¿Y su amigo?
Es casi una contradicción.
Mi padre no tiene amigos y sabe que no debe visitarme. Aunque quisiera, sabe
que lo apuñalaría.
Fue lo último que le prometí. Lo último que le prometí a Rose aunque no hubiera
estado viva para oírlo.
Si alguna vez me dieran la oportunidad, no dudaría en acabar con su vida, y
sería brutal.
He tenido mucho tiempo para pensar cómo lo haría. Esos pensamientos son lo
único que me produce verdadera alegría.
Pensando en su mirada, suplicando por su vida mientras le presiono el cuchillo
en la garganta. Daría cualquier cosa por ver cómo se desvanece la luz de sus
ojos mientras mis manos le aprietan la garganta.
Hay millones de maneras de hacerlo y reducirlas es prácticamente imposible.
Ninguna de ellas me parece correcta: la muerte me parece una recompensa
demasiado grande por lo que le hizo a Rosie.
Aunque nuestro acceso a Internet aquí está restringido, podemos leer, y yo había
hecho todo lo posible por utilizar la biblioteca de las instalaciones para averiguar
cuál es la forma más lenta de matar a alguien. La más dolorosa, la más gráfica,
la más agresiva.
Por muy oscuro o retorcido que fuera, nada de eso parecía ser la respuesta a lo
que había hecho. Incluso ser comido vivo por los perros parecía demasiado
humano.
—¿Segura que es mi padre y no te has confundido?
—Sólo hay un alcalde de Ponderosa Springs, y su cara está pegada en una valla
publicitaria en el centro. No hay forma de confundirlo con tu familia. ¿No
deberías estar emocionada?
¿Por ver al hombre que mandó matar a mí hermana?
—Contentísima —digo sarcásticamente.
Me lleva de vuelta al interior y mi uniforme azul desgastado me roza los muslos
mientras recorremos el aburrido pasillo.
Aquí siempre huele a esterilizador, a toallitas con alcohol y guantes de látex. Me
enfada que, de todas las cosas, sea a lo único a lo que no me acostumbro.
El vestíbulo es ruidoso hoy, algo caótico para un lugar destinado a promover la
tranquilidad.
Casi todos mis compañeros pacientes son más peligrosos para sí mismos que
para los demás. Esta noción de que la enfermedad mental es una señal de
advertencia de comportamiento psicótico fue un mito desmentido hace años. Leí
sobre ello cuando entré aquí por primera vez. He leído sobre muchas cosas que
nunca pensé que leería desde que dejé el mundo exterior.
Sin embargo, hay veces en que algunas sacudidas o alucinaciones se nos van
de las manos. Por lo general, siempre que una persona tiene un mal día, eso
desencadena a todos los que están a su alrededor.
Oigo a Harry Hallmark dentro de su habitación, cantando Humpty Dumpty
repetidamente. Se llamaba así por la misma razón por la que las mujeres lloran
en el sofá en Navidad: le encantan las películas de Hallmark.
Un paciente aporrea la puerta exigiendo una ducha; otro se pelea con una
enfermera porque la CIA le vigila a través de las radios, radios rotas que ni
siquiera tienen antenas.
Reagan, en el 3B, está tranquila esta mañana, durmiendo por los sedantes que
le dieron anoche. Algunas personas nunca aprenden, y ella es una de ellas. Lleva
aquí más tiempo que yo, pero cada noche oigo sus gritos.
Escalofriantes.
Hacen que me duelan los dientes.
Doy vueltas en mi estado de insomnio, tapándome los oídos con la endeble
sábana mientras espero a que llegue la enfermera del turno de noche y la deje
inconsciente con la medicación.
Es el peor efecto secundario de los medicamentos.
El insomnio.
Las pesadillas.
Estar despierto oyendo los llantos, los gritos, y sabiendo que no pertenezco a
este lugar.
Llegamos al comedor, donde el olor a canela sale de la cocina.
Las mesas circulares, la decoración en escala de grises y un señor mayor cuya
silla de ruedas está situada junto a la única ventana.
Se llama Eddison y tiene esquizofrenia.
No se había tratado hasta bien entrada la treintena, y ahora lo tienen tan dopado
que su cerebro ni siquiera puede formar frases completas. Hay raras ocasiones
en las que no parece diferente de mí, pero la mayor parte del tiempo permanece
en silencio, atrapado en su cabeza.
A veces, me gusta pensar que está mejor ahí dentro, que es feliz y no está
encerrado en un centro, pero sé que no es la verdad.
Hablé con él una vez, y en esa única conversación juré que no volvería a decir
esquizofrénico nunca más, aunque fuera en broma.
—Pip.
El trauma clava sus garras en mi corazón.
Con mis ataques de pánico rutinarios, es una zambullida gradual en diferentes
masas de agua. A veces es un lago; otras, el océano. Últimamente, es más a
menudo un lodo negro que me absorbe, devorándome miembro a miembro hasta
que desaparezco.
Esto es cualquier cosa menos gradual.
Siento sus manos pegajosas sobre mí, justo antes de que me empuje
completamente bajo la superficie. La brusca agua que inhalan mis pulmones me
pilla por sorpresa, tanto que mis ojos empiezan a llorar.
Sentados uno junto al otro, al otro lado de la habitación, están dos de los
hombres que más odio en este mundo.
Dos caras que no quería volver a ver, dos caras que quiero borrar de la faz de
este puto planeta.
Me da rabia que incluso puedan respirar oxígeno ahora mismo.
Uno de ellos se levanta y se acerca un poco más, de modo que cuando extiende
la mano hacia delante, su dedo índice con el anillo de graduación hace girar un
mechón de mi cabello a su alrededor.
—¿Qué te has hecho en el cabello, Pip? —Su cara está llena de pena, y sé que
es porque realmente le importa. Recuerdo lo mucho que le gustaba mi cabello.
—Robé unas tijeras para vendajes de un carrito médico y me lo corté antes que
la enfermera me sedara —digo, con la mirada perdida—. Y si no me quitas la
mano de encima, te arrancaré el dedo de un mordisco.
Cain McKay era lo que algunos podrían considerar un tipo honorable. En su
tiempo fue agente de un pequeño pueblo, Ponderosa Springs, y había ascendido
hasta llegar al FBI. Todo el mundo aquí no podía estar más orgulloso, sin
embargo, el día que partió para el entrenamiento había sido como despertar de
una pesadilla de tres años.
Un sueño lúcido que no controlaba. Era plenamente consciente de que estaba
atrapada en él y no podía hacer nada para despertarme.
—Te has hecho más grande —murmura, haciéndome sentir viscosa por dentro.
Probablemente piense que estoy bromeando sobre arrancarle el dedo con los
dientes. Lo que no sabe es que esa no sería la mayor locura que he visto por
aquí. Sería otro día en el psiquiátrico del Monarch.
Me acaricio la mejilla con la lengua y me doy cuenta que los años han empezado
a envejecer su cara. La mayoría de las mujeres que no lo conocen lo
considerarían guapo con su camisa abotonada, su corbata bien anudada y sus
pantalones de vestir.
La mayoría de las mujeres no saben que no le gustan las mujeres ni los
hombres.
Prefiere a las niñas sobre las que tiene poder. Las que no se lo dirían a nadie,
las que no podrían.
Niñas que tienen todas las de perder.
—¿De cuando tenía trece años? —Cruzo los brazos delante del pecho, queriendo
escudarme. Antes era demasiado joven para enfrentarme a él, tenía demasiado
miedo, pero ahora no tengo nada que perder—. Sí, fue más o menos cuando
dejaste de venir a mi habitación, ¿no? Pensé que te habías aburrido, pero es
porque llegué a la pubertad, ¿no?
Observo cómo cambia su cara, cómo hace un momento estaba sereno y parecía
un familiar que venía a verme. Veo cómo la suciedad y las arañas que supuran
bajo su piel empiezan a salir.
El número de veces que había pensado en el momento de pura alegría que me
recorrería mientras lo castraban públicamente era infinito.
La máscara que llevaba era la que menos me gustaba.
Uno de los protectores, el guardián, el que se supone que te mantiene a salvo
del monstruo de debajo de la cama.
Sin embargo, el único hombre del saco al que me enfrenté en la vida fue él.
—¿Así es como va a ser? ¿Después de todo lo que he hecho? Me querías tanto
cuando eras pequeña.
Inclino la cabeza. —¿Esperabas que fuera diferente?
—Sage, puedes sentarte, por favor. Cain ha conducido mucho y tenemos mucho
de qué hablar.
Mi padre habla por primera vez desde que llegaron, ignorando mi anuncio de los
avances sexuales de Cain hacia mí. Pero no se inmuta, ¿por qué iba a hacerlo?
Uno, probablemente ya lo sabía.
Dos, había vendido a su hija como esclava sexual sin pestañear.
Tres, no le importa.
Tiene el mismo aspecto que el día que me llevaron. Ni un ápice de culpa o
remordimiento ha afectado a su capacidad de sonreír para la gente de Ponderosa
Springs.
Apuesto a que incluso lo utiliza en su beneficio.
Apuesto a que el acto de “pobre de mí” le está haciendo ganar toneladas de
simpatía. El hombre que había perdido a su mujer por una aventura, el padre
que había perdido a una hija por muerte y a la otra por un defecto mental.
Qué jodidamente triste.
—No me voy a sentar —Le miro fijamente, mirándole realmente a los ojos para
que pueda ver el reflejo de lo que ha hecho. Quiero que lo sienta, que vea lo que
sus acciones han causado—. ¿Qué quieres?
No soy estúpida, él no vino aquí a ver cómo estaba. Él es la razón por la que
estoy encerrada aquí en primer lugar. La razón por la que nunca saldré.
Tampoco porque esté enferma o necesite ayuda. Me metió aquí para que me
callara y no pudiera contarle a nadie lo que había descubierto.
Lo que sé que hizo.
Frank Donahue me había pintado como la hija loca que perdió la cabeza tras la
muerte accidental de su hermana gemela.
Aunque me dejaran salir, nadie creería una palabra de lo que dijera, y eso es
exactamente lo que él quiere.
—Por favor.
Escalofríos decoran mi espina dorsal, pequeñas protuberancias de irritación a
lo largo de mi piel.
—¿Por favor? —Escupo—. Debería darte una patada en las bolas ahora mismo
por pensar siquiera que puedes decir esa palabra cerca de mí. ¿Por favor? No
mereces pedir nada.
—Siempre tuviste un don para el drama, incluso de niña —murmura Cain
mientras pasa junto a mí, volviendo a su asiento junto a mi donante de
esperma—. Siéntate. Es por tu propio bien.
Una cosa que este lugar me ha enseñado o, bueno, lo que he aprendido es que
ya no me importa una mierda. No me importa lo que la gente piense de mí, cómo
me ven los demás o lo que se espera de mí. No me importa nadie más que yo
misma.
Así que no me importa mostrar mi enfado o mi disgusto cuando se trata de estos
dos. No hay cámaras para las que actuar, y aunque las hubiera, haría lo mismo.
Golpeo la mesa con las manos, echando humo bajo mi fría apariencia. Me
asombra las agallas que tienen. El hombre que abusó de mí cuando era niña y
el que mandó matar a mi gemela para saldar su deuda, ¿cómo pueden pensar
que haría algo por ellos? No tienen nada que sostener sobre mi cabeza, nada
con lo que sobornarme.
Mis dientes empiezan a rechinar mientras escupo: —O me dicen qué es lo que
han venido a buscar o los mato a los dos a puñaladas con un tenedor de plástico.
No estoy jugando. No estoy inventando.
Mi padre me mira los brazos extendidos. Cohibida, miro también hacia abajo
para asegurarme de que mi horrible sudadera naranja con cremallera las cubre.
Entonces pienso: ¿por qué tengo que ocultar las cicatrices que me ha hecho?
Rosemary murió el veintinueve de abril y, casi un mes después, me ingresaron
en Monarch tras sufrir un “brote psicótico”.
A todo el mundo le dijeron que se debía a la pérdida de Rose y al abrupto divorcio
de mis padres. Había sido demasiado para una chica de dieciocho años, y el
pueblo pensó que por fin me había vuelto loca.
Lo que había ocurrido en realidad era algo mucho más siniestro. Había entrado
inocentemente en el despacho de mi padre con la intención de imprimir un
trabajo para el colegio. Algo que había hecho millones de veces antes, esperando
ver la misma imagen ampliada de nuestro retrato familiar en el monitor.
Pero aquella vez fue diferente.
Cuando me conecté al ordenador, apareció un vídeo, ya a medio reproducir, y
recuerdo que pensé que parecía una película de Jason Statham.
Mi padre estaba atado a una silla, con el cabello revuelto y la ropa sucia,
mientras Greg West, un profesor de Hollow Heights, le interrogaba por el dinero
que debía a su jefe. Dinero que había pedido prestado a una red de prostitución,
y ahora, les faltaba producto.
Y cuando no hubo posibilidad de pago, le dio a mi padre una opción.
—Te mueres, o vendes a una de tus hijas como forma de pago.
Quería sorprenderme, pero no lo había hecho. Sabía que mi padre era capaz de
cosas corruptas. Dispuesto a hacer lo que fuera para mantener las apariencias.
Para mantenerse en la cima.
Con facilidad, eligió a Rose.
Como si ella no fuera un ser humano, su propia carne y sangre, como si ella
fuera sólo un nombre.
Ojalá me hubiera elegido a mí.
Mi hermana había sido asesinada para saldar la deuda de mi padre, y nunca
antes había sentido una ira tan amarga en la boca.
Represalia. Venganza. El hambre de hacerle pagar.
Haría cualquier cosa por hacerlo.
—Necesitamos un favor, Sage —dice Frank suavemente como si las palabras
suaves me hicieran perdonarle.
Me burlo. —Vete a la mierda.
—Quería ser civilizado con esto, Pip. Recuérdalo —Cain junta las manos con
calma—. Tu padre te lo está pidiendo amablemente. Yo no. Vas a cooperar con
nosotros, o te enviaré a algún sitio mucho peor que una institución mental.
Pip.
Odio ese nombre.
—¿Cómo dónde, una red de tráfico sexual? —Me río, sin necesidad de ocultarle
a ninguno de los dos que lo sé—. Sabes, ni siquiera me sorprende que estés
involucrado en esto, Cain —Me inclino más hacia él, el olor de su aftershave me
da náuseas. Es el mismo que se pegó a mis sábanas en la casa del lago—. ¿Les
compras niñas? ¿Hay algún vídeo tuyo chantajeándote por ahí también? ¿Es así
como tienen al agente malo del FBI en el bolsillo?
Unos ojos como pozos se clavan en los míos, su mandíbula se tensa y su
compostura se desvanece lentamente.
—Nunca te hice daño. Te quería, Sage.
—¿Es esa la clase de mentira enfermiza que te dices a ti mismo? ¿Es así como
eres capaz de mirarte al espejo?
Se me retuercen las tripas, totalmente perpleja ante lo jodida de la cabeza que
debe estar una persona para justificar lo que hizo.
—Independientemente de lo que pasó en el pasado, nos ayudarás, o estarás
deseando haberlo hecho. Hay gente ahí fuera capaz de cosas mucho peores que
yo, créeme —Su voz es desdeñosa, algo que probablemente utiliza con los
criminales a diario. Cree que podrá asustarme para que le ayude.
—Vete —Le fulmino con la mirada—. No hay nada que pueda hacer para
ayudarte y nada que puedas decir que cambie mi...
—Rook Van Doren.
Un bolígrafo cae en una esquina de la habitación.
Y me atraganto con todo lo que quería decir antes de este momento.
Mi agitación se convierte en combustible por su recuerdo.
Estar atrapada entre paredes acolchadas sin nada de tu vida pasada significa
que tu mente es tu mejor amiga y, para mí, mi peor enemiga.
Lo siento como una quemadura de tercer grado en todo el cuerpo. Mi piel se
ampolla al recordarlo. Mis huesos carbonizados traquetean al convertirse de
nuevo en ceniza.
Su nombre, un pensamiento de su cara, una pesadilla, me empuja a un
incinerador cada vez.
Lo peor es que es el único alivio al escozor.
La llama y el extintor.
—¿Qué voy a saber yo de un Hollow Boy? —Me interesa, pero me lo guardo para
mí.
—Easton tuvo la amabilidad de informarnos sobre tu... relación con él el año
pasado. Sabemos que estabas involucrada.
Maldito imbécil.
—Aunque lo estuviera —Meto las manos en el bolsillo de la chaqueta—, no veo
qué tiene que ver con ustedes dos o con sus jodidas vidas.
Si se enteraron de lo de Rook, tendría que jugar inteligentemente. No pueden
descubrir lo mucho que me preocupaba por él. Lo usarían como ventaja, y él es
lo último que tienen.
Es lo último que tengo en consideración.
—Ciertos miembros del Halo...
—¿El Halo? Estás de broma, ¿verdad? ¿Has llamado Halo a una organización de
tráfico sexual? —El asombro se dibuja en mi rostro, pero ninguno de los dos
pestañea.
Todas esas chicas desaparecidas, sus vidas acabadas por dinero, y no hay nadie
buscándolas, mientras estos bastardos se pasean llamándolo Halo como si fuera
un negocio más.
—El nombre es trivial, Sage. Han desaparecido miembros. Uno de ellos acaba
de aparecer muerto —Se aclara la garganta, empujando una carpeta crema
hacia mí para que la mire—. Greg West, su cuerpo completamente desmembrado
y empapado en lejía, abandonado en el mismo lugar donde se encontró el
cadáver de tu hermana. Quien lo haya hecho está intentando enviar un mensaje.
Tardo unos instantes en escuchar realmente lo que intenta decirme.
Estoy confundida por qué esto tiene algo que ver conmigo, por qué me están
diciendo esto. Una parte de mí se alegra que esté muerto, es lo menos que se
merece.
Abro la carpeta, estremeciéndome un poco al ver las fotos. Uno cree que está lo
bastante insensibilizado como para que la muerte no le moleste hasta que ves
de lo que son capaces ciertas personas.
El cuerpo de Greg está en el suelo de madera podrida, perfectamente colocado
a pesar de que sus miembros no están unidos a su torso. Piernas, brazos,
muslos, cabeza, todo está cortado en secciones.
Me estremezco al ver los ojos, que no son más que cuencas vacías con manchas
de color rojo oscuro, completamente arrancados.
Más que el espantoso estado del cuerpo, me doy cuenta de lo metódico que es
todo.
Está cortado de forma prístina, no parecen cortados con un hacha. Parecen casi
quirúrgicos. Y no hay sangre; el cuerpo es casi blanco.
Se tomaron su tiempo y sabían lo que hacían, menos el traumatismo en los ojos,
que parece hecho con agresividad.
Es entonces cuando todo encaja.
Desvío la mirada hacia mi padre.
—Lo descubrieron, ¿no?
No dice nada, sólo me mira fijamente con ojos que se agrandan de miedo. Cuanto
más se agrandan, más se parecen a una fruta madura.
La lengua me hormiguea de expectación y mi cuerpo es incapaz de contener la
sonrisa que se dibuja en mis labios.
Apuesto a que ha pasado cada segundo mirando por encima del hombro. El
corazón le late con fuerza, las manos le sudan de anticipación. La espera le está
matando, preguntándose constantemente cuándo van a sacar su libra de carne
de su cuerpo.
No hay nada más agradable que ver a un hombre que siempre pensó que era un
lobo convertirse en el cordero asustado y asustadizo del prado.
Los lobos de verdad vienen por él ahora.
—Oh, sí que estás jodido —añado, riendo casi con alegría.
—Sí, creemos que tus amigos se han enterado de la organización y eso nos ha
planteado un problema —Cain parece querer empezar a discutir la logística de
lo que necesita de mí, pero no le dejo llegar tan lejos.
—No —Sacudo la cabeza, riendo—. Descubrieron lo que le hiciste a Rose. Ahora
no puedo hacer nada para ayudarlos. Silas Hawthorne no es sólo un novio con
el corazón roto. Masacrará a cualquiera que haya tenido una fracción de
participación, y sus amigos estarán justo detrás de él —Me paso la lengua por
el labio inferior y miro a mi padre—. Mataste a la gemela equivocada, papá.
Una llamarada de esperanza se enciende en mi estómago, al saber que aunque
no pueda hacer nada dentro de este lugar, hay alguien ahí fuera haciendo
justicia por mi hermana.
Silas lo sabía. Conocía a Rosie, y ella no habría tenido una sobredosis, y ahora
podía probarlo.
—Nadie habría pestañeado si me hubieras elegido a mí. Easton habría estado
casado con Rose. Aún habrías recibido tu dinero de los Sinclair. Mamá no te
habría abandonado. Nunca habrías estado en esta situación si me hubieras
elegido a mí —continúo, con la rabia en mi voz aumentando.
En la boca del estómago se me acumulan los celos, la envidia de no poder
ayudarles a darle su merecido.
Que no puedo ser yo quien acabe con el hombre que me había dado la vida.
—Ahora tienes sabuesos del infierno viniendo por tu garganta, papá. Y no se van
a detener, hagas lo que hagas —Miro a Cain, haciéndole entender mi punto—.
No hasta que todos los que lastimaron a Rose estén muertos.
Ambos me miran fijamente, uno asustado por la muerte que sabe que le llegará
pronto y el otro con recelo, sin saber si mis palabras son verdaderas o estoy
jugando.
—Buena suerte —termino, retirándome de la mesa para pedirle a la enfermera
que me lleve a mi habitación por hoy. No hay nada más que decir.
—No tan rápido, Sage —habla Cain—. No matarán a nadie más. Porque vas a
ayudarnos a ponerlos entre rejas.
Niego con la cabeza. —Oh, ¿tú crees?
Deben ser jodidamente estúpidos para pensar que yo ayudaría a detenerlos.
Están haciendo el trabajo que me gustaría estar haciendo.
—Si quieres salir de aquí, entonces vas a volver a Hollow Heights y trabajar para
nosotros. Vas a conseguir que confíen en ti y descubrir su plan. Nos
proporcionarás las pruebas que necesitamos para condenarlos, y luego habrás
terminado. Eres libre de hacer lo que quieras con tu vida. Aquí podemos
ayudarnos mutuamente —me ofrece, sobornándome con una libertad que ya no
quiero.
—No te ayudaré. He aceptado mi destino de quedarme aquí.
La presión es excesiva. Se levanta bruscamente, la silla chirría y las enfermeras
le miran con extrañeza. Intenta sonreírles, pero está demasiado molesto para
hacer control de daños.
Camina hacia mí, rodea mi cuerpo con sus brazos y me atrae hacia su pecho,
un abrazo unilateral que me hace querer vomitar sobre su camisa.
—Entonces te sacaremos y te pondré en subasta —dice con tono grave y
peligroso—. En cualquier caso, cooperarás. Ayúdanos en nuestra investigación
o te venderé muy barata a los que no les importa el aspecto de las chicas. A los
que sólo les importa la tortura. La elección es tuya.
Esto podría ser.
Mi camino para vengar a Rose.
Todo lo que tengo que hacer es actuar, fingir, engañarles para que crean que
estoy cooperando.
Cuando en realidad, tengo la oportunidad de trabajar con cuatro personas igual
de resentidas. Tengo la oportunidad de ayudarles, de ayudar a Rosie.
El único problema es...
—No va a confiar en mí. Nunca va a confiar en mí.
—Eres una chica lista, Sage. Lo vas a resolver.
Diez de espadas
Rook
La paciencia nunca ha sido mi virtud.
Nunca he tenido activamente una virtud, si he de ser sincero. Me relaciono más
con el lado opuesto que incluye cosas como la lujuria, la ira y el orgullo.
La espera es algo que detesto. Soy un animal que funciona por instinto y
adrenalina. Alguien que no se detiene a pensar en la acción, sólo funciona con
el impulso primario de destruir cosas.
Sin embargo, mi primer semestre en la universidad me ha enseñado menos
sobre ecuaciones químicas y más sobre que, a la hora de planear una cadena
de asesinatos y asaltos, esperar es la clave.
Especialmente ahora.
Todos sabíamos que una vez que esto empezara, no habría forma de parar hasta
que cada una de las personas involucradas en la muerte de Rosie se desangrara
o se hiciera pedazos. También sabíamos el peligro, las consecuencias que eso
conllevaba.
El FBI ha estado husmeando mucho últimamente, haciendo preguntas,
reuniendo información. Aún no han entrevistado ni detenido a ninguno de
nosotros, pero no somos estúpidos. Sabemos lo que este pueblo piensa de
nosotros, y ante la pregunta: “¿Quién crees que es capaz de asesinar?” la
respuesta de todos seríamos nosotros. Es la reputación que nos hemos forjado
a lo largo de los años lo que nos ayuda y nos perjudica.
Incluso con el aumento de la concienciación policial, sigue sin importarme.
Durante casi un año, había visto cómo mi mejor amigo se parecía cada vez más
a un cadáver. Para empezar, Silas nunca fue muy animado, pero todos sabíamos
que había algo dentro de él, más de lo que aparentaba.
Ahora, todo ha desaparecido.
Arrancado directamente de su alma y triturado en una batidora.
Me muerdo el interior de la mejilla en carne viva, intentando no recordar cómo
fueron aquellos primeros meses. Aquellos en los que se negaba a salir de su
habitación y yo me pasaba días enteros tirado en el suelo frente a su puerta.
Cuando oía llorar a su madre, aterrorizada de perder a su hijo mayor por
suicidio, porque la luz que llevaba dentro había muerto.
Ni siquiera tuve tiempo de llorar a Rose.
No de la forma que yo quería.
Estaba tan ocupado intentando mantener a Silas con vida que no había
aceptado del todo el hecho de que se había ido. Que se la habían arrebatado,
tanto a él como a mí. A todos nosotros.
No había nadie más que me llamara RVD ni nadie a quien pudiera despeinar.
Perdí a una hermana pequeña y a un hermano el día que ella murió.
Me invade la rabia, incluso más que al principio, porque sé quién está implicado,
de quién es la culpa.
Cuando Alistair nos contó lo que había en el video que encontró con Briar, quise
actuar de inmediato. Quería filetear a Greg West como a un pez y convertirlo en
comida para perros, y luego tomarme un día para pensar en la forma más
dolorosa de torturar a alguien antes de probar las teorías con Frank Donahue.
Me atormenta, para siempre, la forma tan fácil en que eligió a Rose. Cómo tan
egoístamente fue capaz de elegir entre dos seres humanos que había creado, a
los que había visto crecer.
Greg recibió su merecido. Había admitido ser quien le inyectó las drogas que le
causaron la reacción alérgica. Él había sido el causante de su muerte, y lo
habíamos manejado en consecuencia.
Pero Frank, sigue ahí fuera, respirando.
Caminando, sonriendo, actuando como si sus acciones no hubieran matado a
su hija. Él es la razón por la que toda esta gente tiene que morir.
Mis manos empiezan a crisparse por tentaciones irracionales. Si no tengo
cuidado, dejaré que mi rabia supure tanto que yo mismo me cargaré a Frank, y
sé que aún no puedo hacerlo.
Como dijo Alistair, tenemos que ser pacientes para estar seguros.
Hubo momentos en los que quise decirle que se lo metiera por su culo
controlador, sólo porque no me importaba mi propia seguridad. La cárcel no me
asusta, ¿qué podrían hacerme que no me hubieran hecho ya aquí?
Pero los chicos.
No quiero eso para ellos.
Así que guardo paciencia por ellos.
Siempre por ellos.
Me inclino hacia delante, agarro la manguera que hay sobre la mesa y me meto
la punta en la boca.
Estoy en Vervain, un bar de narguile 9 en West Trinity Falls que es tan sórdido
como el pueblo en el que se encuentra. No hay nadie que odie Ponderosa Springs
más que los pueblerinos de Wasteland. Algo que tenemos en común.

9 Hookah es el nombre con el que se conoce en inglés a un dispositivo usado para fumar tabaco. En español se emplea con más frecuencia
el término “narguile”. También se le llama cachimbo o shisha, aunque la forma original en árabe es huqqa.
Doy una calada larga y constante al narguile, sintiendo cómo el humo se
apodera de mis pulmones. Al exhalar, una densa nube de humo sale de mis
labios y le doy otra calada antes de volver a dejar la manguera en la mesa.
Para empezar, habría preferido nacer en este lado de las vías.
Aquí es comer o ser comido, manadas de perros salvajes luchando por las
sobras, sangrando por una oportunidad de una vida mejor. Así se forja el
carácter, así se elimina a los débiles.
Me crie entre los ricos, donde era corromperse o ser corrompido.
Pero Vervain, es la encarnación de West Trinity.
Es sucio, crudo y me da un respiro del dolor de cabeza que supone el maldito
prestigio constante. La limpieza cegadora y la estética de moda.
Música sale de los viejos altavoces, una combinación de lánzate por un barranco
y rap.
Justo lo que me gusta.
A través de la bruma de humo con aroma a Fumari Ambrosia, vislumbro a mi
camarera.
Me reclino en la cabina, hundiéndome más en el asiento y apoyando los brazos
en el respaldo. La sigo con los ojos entrecerrados mientras se mueve entre las
mesas y hombres que le doblan la edad le miran el culo.
La sangre corre hacia el sur y mi mandíbula se tensa.
Su rostro queda oculto por la iluminación oscura, pero de vez en cuando se
cruza con un poco de luz tenue que deja al descubierto el color de su cabello.
No es natural, lo sé porque se desvanece justo antes de que se lo retoquen,
dejando al descubierto sus raíces.
Pero esta noche, está recién teñido del color del champán y el cobre, llamas
rubias fresa que caen en cascada por su espalda, balanceándose mientras
camina y gira.
No hay una sola característica que me haya llamado la atención de esta chica.
Creo que ni siquiera he leído la etiqueta con su nombre. No sé el color de sus
ojos o si le faltan dientes. Nada de eso importa.
Todo lo que necesito es el cabello.
La cremallera se me clava en la polla con tanta agresividad que resulta doloroso.
Palpita, retorciéndome las tripas mientras suplica que la libere. Me duelen las
bolas de la pesadez, mi erección es tan dura que haría llorar a algunos hombres.
Hace meses que no me doy el placer de liberarme.
Mi polla no había estado dentro del cuerpo o la boca de nadie. Apenas había
tocado mi propia mano.
Si algo hizo mi padre en esta vida fue inculcarme la necesidad de tener
repercusiones.
Disciplina.
Sanciones para cuando hagas cosas fuera de lugar.
Me golpea y predica las escrituras por lo que le hice a mi madre.
Y hago esto como una forma de castigarme por Sage y en lo que me permití
convertirme con ella. Me había permitido creer que el mundo no era un lugar
cruel, que no era un maldito pozo negro.
Me lo merezco por creer en ella.
Así que, aquí, en el rincón oscuro de este bar sombrío y lleno de humo, observo
a esta camarera de cabello rubio fresa y pienso en Sage.
El único lugar donde me permito pensar en ella.
Cómo se sentía contra mi cuerpo, pequeña y cálida. Cómo se sentía mi polla en
el interior de sus mejillas huecas y dentro de sus paredes apretadas. Pensé en
su olor en mi ropa después, azucarado como un caramelo.
Dulce como el sirope.
Siempre hablaba de cómo sentía que se ahogaba constantemente.
Ahora soy yo quien la empuja bajo la superficie de mi memoria.
Lo bloqueo cuando estoy con los chicos, cuando planeamos un homicidio o nos
escabullimos por el campus. Dejo esta forma de tortura para cuando estoy solo.
Vengo aquí, sabiendo que la pelirroja va a estar trabajando, y la observo desde
las sombras como una especie de depredador. Me empujo a mí mismo al borde
de la locura hasta que estoy tan excitado que apenas puedo respirar, y me siento
allí en ese sufrimiento, hasta que creo que he tenido suficiente. Hasta que mi
cuerpo deja de jugar a mis enfermizos juegos mentales.
—No se puede fumar hierba aquí —dice, con los brazos cruzados mientras se
balancea incómoda como si lo último que quisiera fuera decirme lo que tengo
que hacer. Hace un gesto hacia el narguile, que normalmente es sólo tabaco
aromatizado, pero yo le he puesto lechuga del diablo 10.
Al parecer, se habían cansado de que incumpliera las normas y enviaron al
cordero a la boca del lobo.
Me inclino hacia delante, levantando una ceja hacia ella, ofreciéndole un
desafío.
—Mh, vas a detenerme —Dejo caer mis ojos a su pecho—, ¿Emma?
Mi castigo se arruina ahora que tengo que mirar algo más que su cabello.
Aunque su rostro es bonito, no es lo que necesito ni lo que quiero.

10 Cannabis
Mantenemos contacto visual directo durante unos dos segundos, y pienso que
podría encontrarse con mi confrontación. Me pregunto si me reprochará que la
mire constantemente. Si me dirá que en secreto le gusta.
En lugar de eso, hace lo que hacen todos. Retrocede, apartando la mirada de
mí.
—Yo... yo...
—Escúpelo —le exijo.
—Lo siento. Mi jefe odia el olor. No me importa, es ge-genial —Tartamudea sobre
sus palabras como si la respuesta fuera la diferencia entre la vida y la muerte.
—Dile a tu jefe que si tiene algún problema, puede hablarlo conmigo la próxima
vez, ¿ok?
Me pongo en pie, busco dinero en el bolsillo de atrás y tiro cincuenta sobre la
mesa para su propina.
Esto no es más que un brutal recordatorio de lo jodidamente vacío y aburrido
que me ha dejado este último año.
No puedo conservar nada. Parece que nunca puedo retener a la gente que me
importa. Cada vez que dejo entrar a las mujeres, o mueren o me joden. Nunca
lo volveré a hacer.
Rose siendo asesinada. El desastre con Sage. Matar a esos tipos.
No sé si soy sólo yo, pero cuanta más sangre derramamos, más vacío me siento.
No porque me importe, sino porque aún no ha desaparecido el dolor de perder
a Rose.
Cada vez que miro a Silas, es otro golpe en las tripas.
Está muerta y no va a volver, no importa cuántas gargantas o cuerpos cortemos.
Y odio admitir cuánto duele esa mierda.
Era demasiado buena para este mundo, demasiado pura, y la vida se la tragó
con sus desagradables dientes podridos.
Necesito hierba más fuerte.
Necesito otra cosa que me saque de mis casillas.
Para olvidar.
Atravieso las otras mesas y el humo, salgo por la puerta principal y me
encuentro con una lluvia fría que cae a cántaros.
—Jodidamente fantástico —maldigo, sabiendo que la lluvia se sentirá como
balas en mi cuerpo cuando esté de camino a casa, incluso a través de mi ropa.
Me subo la capucha a la cabeza y empiezo a correr por la calle hasta donde he
aparcado. Subo a la acera y miro a mi izquierda solo un instante antes de
empezar a caminar en dirección contraria.
Mi cuerpo choca con otro, mi atención atraída hacia la persona con la que he
chocado porque no estaba prestando atención.
—Mierda —gruño, mirando hacia abajo para ver que algunas de sus cosas se
han caído de su bolso.
La hierba me hace reír un poco mientras me agacho para ayudarla. Soy lo
bastante amable para ser educado, pero capaz de asesinar a la gente.
Qué ironía.
Extiendo los dedos para agarrar unos cuantos objetos al azar: un rapstick11,
Advil y una piedra de color rojo.
Pero ella me detiene, sus botas marrones mojadas chasquean mientras levanta
la mano hacia mí, pidiéndome en silencio que detenga mis acciones.

11 Instrumento musical.
—¿Hasta dónde estás dispuesto a viajar en la oscuridad antes de ver que no
queda nada bueno allí?
Retrocedo, con las cejas fruncidas. —¿Eh?
—El diablo —dice un poco más alto, recogiendo tres cartas que se habían caído
de entre sus pertenencias sobre el cemento mojado—. Has permitido que el
mundo sentara la maldad sobre tus hombros, cariño, convirtiéndote en esta
imagen porque es lo que querían, pero ¿es eso lo que realmente quieres? ¿Es eso
lo que eres?
Sostiene una carta decorada en dorado y negro, cuya imagen central representa
a un hombre con cuernos sobre un trono en ruinas.
La confusión se apodera de mi mente hasta que mis ojos ven la tienda de la que
había salido. El letrero de neón dice Trinity Spiritually. Lecturas de manos, tarot,
necesidades espirituales.
Devuelvo la mirada a su cabello rubio y rizado que se desprende de su gorro y a
sus ingeniosos ojos que parecen saber exactamente cómo voy a reaccionar ante
lo que me ha dicho.
—No voy a pagar por una lectura psíquica —murmuro, recogiendo el resto de
sus pertenencias antes de dar un paso atrás, dispuesto a dejar en paz a esa
loca.
—No puedo evitar a quién o de quién hablan las cartas. No te preguntan, te
advierten.
¿Tengo un cartel en la frente que dice que fuerces tu religión y espiritualidad?
—Bueno, puedes decirles que no me interesa nada de lo que tengan que decir.
Tal vez deberías guardarte estas cosas para ti de ahora en adelante, ¿sí?
No debería estar entreteniéndome con esto. No quiero hacerlo.
La miro fijamente. Con el chal ceñido a los hombros, se mantiene impasible bajo
la lluvia.
—Chico testarudo —Arquea una ceja—. Te digo que la gran sacerdotisa —da un
golpecito a la carta del centro—, viene por ti. No puedes huir mucho antes de
encontrarte de frente con tu pasado. Tendrás que enfrentarte a ella, a ese dolor,
a esa angustia. Pronto. Encubrirlo sólo es enterrarte más en tu tumba.
Enfrentarte a ella puede darte la redención que necesitas.
¿Cómo demonios he acabado aquí? ¿Por qué demonios atraigo mierda como
esta?
Me arde el estómago de irritación.
Ya oigo hablar bastante de estas cosas en casa, sólo que en un formato
diferente.
Espiritualidad, religión. Todo es lo mismo con sus profecías autocumplidas. No
se utiliza para el bien o para ayudar a la gente, sólo para controlar las mentes,
para mantener a la gente a raya.
Se creó para asustar a la gente y obligarla a seguir unas normas que no
acatarían si no temieran a un gran hombre en el cielo.
¿Viene por ti? Me estás tomando el pelo.
—He terminado con esto —Me alejo de sus ojos, colocando las manos sobre mi
moto y echando la pierna por encima del asiento.
Al parecer, no le ha llegado el memorándum, porque me sigue, caminando a mi
lado.
—No quiero tus tonterías de bruja. No me lo creo —digo con un poco más de
fuerza para que quede claro. Me pongo el casco de un tirón, jugueteando con las
correas.
—Y no estoy mintiendo —Con un movimiento tranquilo, extiende hacia mí la
última tarjeta junto con una tarjeta de presentación, dejando caer ambas sobre
mi regazo.
—Diez de espadas, chico. Si no te replanteas el camino que llevas, prepárate
para un final doloroso. Uno lleno de pérdidas, traiciones... será brutal y
desagradable. No saldrás de esta. Tómate esto con precaución, y si alguna vez
te curas de lo que te hizo la religión, pásate por aquí y deja que te lea la palma
de la mano. Tengo la sensación de que tienes una gran historia que contar.
Luego se va, como si no acabara de soltarme una sarta de estupideces
psicológicas, alejándose bajo la lluvia, con el chasquido de sus botas al
desaparecer.
Miro mi regazo.
El rectángulo blanco lleva impreso su nombre y un número de teléfono.
Bliss St. James.
Y la de al lado tiene el mismo patrón de negro y dorado que las otras cartas.
En ésta, un hombre se encuentra boca abajo en la tierra, con múltiples espadas
atravesándole la espalda y hundiéndole aún más en el suelo. Tiene los brazos
extendidos para pedir una ayuda que no parece llegar.
El viento se levanta y la lluvia empieza a caer con más fuerza. Escalofríos me
recorren los brazos ante el agua amarga que empapa mi ropa.
Rápidamente racionalizo que la única forma en que ella sabía lo que siento por
la religión era por mi lenguaje corporal. La gente como ella es buena leyendo ese
tipo de cosas, captando los pequeños detalles. Así es como consiguen timar a
sus clientes.
Pues no me lo creo.
Arrojo ambas cartas al suelo sin ningún miramiento, dejando que el agua las
absorba hasta convertirlas en un desastre empapado.
Giro rápidamente la llave de la moto y dejo que el motor retumbe entre mis
muslos. La potencia que me recorre mientras retumba me calienta el cuerpo.
Me bajo la pantalla del casco sobre la cara, oscureciendo más la zona que me
rodea.
A la mierda la intervención divina. No necesito redención.
Si Dios tiene un problema conmigo, sabe dónde venir a buscarme.
Hasta entonces, seguiré arrancando cabezas hasta que todos los asesinos de
Rose ardan vivos en el Infierno.
Tu pasado te llama
Sage
Universidad de Hollow Heights.
Invita al éxito.
La universidad de todas las universidades.
Si asistes y te gradúas aquí, no hay trabajo que no consigas. No importa si tus
competidores son graduados de Harvard, siempre conseguirás el puesto antes
que ellos.
Porque aquí, se trata de legado. Se trata de dinero.
El mero hecho de entrar significa que vales más que la mayoría.
Es una universidad infame a la que la gente sueña con asistir toda su vida y el
único lugar en el que nunca quise acabar.
Había olvidado lo bien que difuminaba las líneas de lo distinguido y lo macabro.
El enorme campus es un revoltijo de torres y edificios, todos aislados y plagados
de pinos verde oscuro. La niebla parece ser un miembro más de la universidad,
siempre revoloteando cerca, merodeando por encima.
Es extraño llevar mi ropa habitual, una que me queda un poco más holgada
debido al peso que había perdido. Sin embargo, casi desnuda envuelta en ropas
que encajan con la imagen de una chica que solía ser una abeja reina y ahora
es sólo una historia de fantasmas. Me araña la piel en lugares extraños, con una
sensación muy diferente a la de los uniformes que me habían exigido llevar
antes. Mis zapatos chasquean debajo de mí, haciéndome daño en los oídos
mientras recorro los pasillos en busca de mi primera clase.
La cabeza me da vueltas ante los altos techos y la arquitectura gótica, recubierta
de motivos arremolinados que enmarcan oscuras vidrieras que rompen la poca
luz que se cuela en el interior.
Odio estar aquí.
Pero no estoy nerviosa.
Tengo un trabajo que hacer. Tengo un plan, un papel que representar.
No se trata de los deberes ni de recibir una educación; se trata de joder a los
idiotas que me dejaron salir de mi prisión psiquiátrica. Me impulsa la imagen
de la muerte de mi padre, ver cómo se le va toda la vida de los ojos mientras lo
miro fijamente en su tumba.
Es lo último que puedo hacer por Rose. Lo único bueno que puedo hacer por
ella, y es lo menos que se merece.
Después de todo lo que le hice pasar en vida, al menos puedo asegurarme de
que su asesino sea llevado ante la justicia. No importa cuán sangrienta sea.
Su muerte, ese hospital psiquiátrico, me cambió.
Solía mirarme en el espejo y ver a una chica esperando a desplegar sus alas.
Esperando a vivir su verdad.
Ahora no veo nada.
Sólo una cáscara de persona.
No tengo ni idea de quién soy. De lo que me gusta, de lo que me hace feliz. Sólo
respiro, moviéndome a través de las fases de la vida como una pequeña
ondulación en un estanque. Insignificante.
Mis sueños se habían desvanecido tan rápido que empecé a preguntarme si
habían existido.
Estoy perdida y me conformo con esa sensación.
—Esta es su primera clase del día. Si necesitas ayuda con el horario o tienes
algún problema para encontrar algo, pasa por mi despacho, ¿bien?
Mi consejero escolar, Conner Godfrey, es agradable. Había pasado la mayor
parte de nuestro tiempo juntos ignorándolo, pero es agradable, no obstante.
—Gracias —Le dedico una pequeña sonrisa antes de que desaparezca por los
pasillos.
Miro las placas que hay junto a cada puerta y leo debajo el número de aula y el
nombre del profesor. Echo un vistazo a mi horario, respiro hondo y me detengo
frente al aula veinticuatro.
Latín Uno es mi primera clase del día. Por suerte, no necesito empezar en el
primer semestre debido a los créditos universitarios que había adquirido en el
instituto. Podría volver al semestre de primavera de mi primer año junto con
todos los demás estudiantes que regresan.
La blusa blanca con cuello parece apretarme la garganta, y ya me estoy
arrepintiendo de la decisión de ponerme esta falda negra. El aire se siente
demasiado cerca de mis muslos desnudos, y siento demasiado frío, incluso con
la americana roja cubriéndome los hombros.
Respiro hondo, lo justo para prepararme para las miradas que voy a recibir.
Sage Donahue ha vuelto, y si antes pensaban que era mala, se van a llevar un
duro despertar.
¿Porque ahora? Me importa una mierda.
Abro la puerta y mis zapatos llenan el silencio que se ha apoderado de la clase.
Siento que todos me miran, la mayoría alumnos con los que me gradué, pero
también algunas caras nuevas.
Esos son los que susurran y hacen preguntas, preguntándose qué hay en mí
que aparentemente había congelado a toda una clase.
Incluso la profesora, que se supone que debe mantener la profesionalidad, ha
dejado de hacer lo que estaba haciendo para mirarme fijamente. Dejo que todos
se queden boquiabiertos, que saquen las conclusiones que quieran, que
construyan historias en su cabeza sobre dónde he estado y qué ha pasado.
Puedo garantizar que nada de lo que formulen sus cerebros de guisante será
peor que la verdad.
—Srta. Donahue —Nuestra profesora se aclara la garganta—. Por favor, tome
asiento, y absténgase de llegar tarde la próxima vez para no perturbar nuestra
lección.
Esto parece traer a todos de vuelta a la tierra, recordándoles dónde estamos y
qué es lo que están haciendo.
Vuelven a sus conversaciones y sus ojos se posan en sus mesas. Aprovecho este
momento para buscar un asiento en la sala, buscando entre las filas de sillas
ocupadas una sola vacía. Preferiblemente una apartada del resto.
En lugar de eso, me encuentro con unos ojos a media asta y ardientes.
Los que no me dejan dormir.
Sabía que lo vería. Sabía que mi trabajo era ponerme en su camino, y pensé que
estaría preparada para ello.
Pensé que me había preparado para ver cómo se vería, para ver lo que los
últimos meses le habían hecho. Había pasado por tantas situaciones en mi
cabeza, pero no hay nada que realmente podría prepararme para Rook.
Nunca lo había habido.
El tiempo había sido bueno con él.
Antes era delgado, pero ahora es mucho más grande. Su pecho es más ancho,
estirando el material de su manga larga negra. Los brazos, bien cubiertos de
tela, parecen más gruesos, y ha añadido tatuajes en las manos a su lista de
autodecoración.
Me da un espasmo en el pecho al ver cómo se le revuelve el cabello, ese estilo
que sólo él sabe llevar. La luz capta el pequeño piercing plateado que le atraviesa
la ceja, creando una hendidura en el pelo.
Está drogado, me doy cuenta por la lentitud con la que me mira. No con interés
o lujuria, sino con asco. Odio.
Ni siquiera la hierba puede suavizar lo que siente por mí.
Y eso es lo que hace que esto duela.
No es ver su cara o que había cambiado.
Es verlo mirarme con tanta animosidad que puedo sentir físicamente cómo me
toca la piel. Revivo de nuevo aquella ruptura, sufro la angustia de volver a
romper su confianza.
Sé lo que está pensando, cómo desearía no haberme conocido nunca, no haberse
permitido hacer lo que hicimos. El dolor que me recorre es casi insoportable
porque sé que, por mucho que me odie, se odia más a sí mismo por confiar en
mí. Y yo nunca quise eso para él.
Inconscientemente, me llevo la mano a la clavícula, frotándome la cicatriz que
tengo debajo de la ropa. Lo había hecho tantas veces para reconfortarme,
intentando ver si podía evocar buenos recuerdos y sentimientos tocando la
marca que ahora compartimos.
Me mira durante un segundo y, cuando vuelve a levantar la vista, lo siento como
una bofetada.
Está alarmantemente vacía, sin ningún sentimiento hacia mí. Ya ni siquiera
detecto desagrado u odio en su interior. Ha perdido toda emoción hacia mí, y
eso es lo que más duele. Saber que no siente absolutamente nada hacia mí.
El Rook que una vez conocí.
El que tan desesperadamente había querido retenerme.
El chico que pensé que podría amarme...
Se ha ido.

Es increíble cómo cambian las cosas mientras estás fuera.


Cómo el mundo sigue girando y moviéndose incluso después de que la gente
muera o, en mi caso, sea enviada al exilio.
La clase de esta mañana había sido incómoda durante unos diez minutos
después de sentarme, pero Rook se había excusado rápidamente para ir al baño
y no había vuelto. Entonces había procedido a ahogar la conferencia, cayendo
en un agujero de conspiración.
Intentando comprender cómo demonios voy a ponerlos de mi lado. Cómo voy a
conseguir que me crean cuando les diga que estoy de su lado y que quiero formar
parte de su venganza. Nunca me dejarán ayudar si no confían en mí. Pero tengo
que intentarlo.
Mi mejor apuesta, mi única apuesta, es ir a Silas.
Si de algún modo pudiera hablar con él el tiempo suficiente, podría explicarle
que lo único que quiero es arruinar a mi padre. Aplastarlo bajo mis pies hasta
que ya no exista. Ayudar a acabar con su vida, y entonces estaré fuera de su
vista. Nunca volveré a molestar a ninguno de ellos.
Él entendería más que cualquiera de los otros chicos lo importante que es esto
para mí.
Me había convertido en la comidilla del campus, tal como sospechaba que
ocurriría, pero mientras ellos están ocupados participando en la rumorología,
yo escuchaba cosas.
Escuchaba todas las cosas que me había perdido cuando la gente pensaba que
sólo susurraban. Es increíble la mierda que dice la gente cuando tienes los
auriculares puestos, pensando que estás escuchando música cuando solo estás
esperando a que hablen.
Había oído en una de mis clases que Jason Ellis organizó la fiesta de bienvenida
del año pasado y que le habían quitado la tarjeta negra porque después su casa
estaba jodida. También se había disparado una pistola en el partido de
orientación de primer año, y el infierno se había congelado porque al parecer
uno de los Hollow Boys estaba fuera del mercado.
Hace años, esa última información me habría hecho reír. ¿Cómo podría alguien
querer salir con tipos tan psicóticos? Tan jodidamente llenos de caos y mala
reputación. No habría tenido sentido para mí.
Pero ahora, no parece tan difícil de creer. Si son como Rook, todos tienen
secretos bajo su exterior. Una vez que ves partes de ellos, una vez que los
entiendes aunque sea un poco, es difícil no encariñarse con ellos y con la
oscuridad que llevan.
Lo triste era que ni siquiera sabía todo lo que Rook guardaba en su interior.
Todavía había traumas y secretos que me había ocultado, y aun así me enamoré
de él.
Es una idea aterradora saber que la única persona en Ponderosa Springs que
tiene trapos sucios sobre mí es Rook Van Doren, un Hollow Boy notoriamente
despiadado. La información que él posee no sólo me dañaría si alguien se
enterara, sino que me rompería el corazón de nuevo.
Me ciño más el largo abrigo sobre los hombros mientras atravieso el recinto a
toda velocidad. Enero en Oregón significa nieve, y hoy no es una excepción. El
campus cubierto de blanco es inquietante incluso con el regreso de los
estudiantes de las vacaciones de invierno.
Las gárgolas que te miran fijamente, que algunos creen que en realidad son
cámaras. Las fuentes de agua helada frente a algunos de los salones. La nieve
que cubre las puntas afiladas de las torres, y los vientos ásperos que soplan
sobre tu piel por la brisa marina debido a que está en la costa mientras caminas
por espacios abiertos.
Llego al comedor Salvatore justo antes de que se me congelen los pezones,
presiono las manos contra las puertas y siento el calor del interior rozándome
las mejillas. Me pongo las manos delante de la boca y soplo mientras paso junto
a otros estudiantes que no reconozco.
Pensaba que estaría acostumbrada a los edificios exagerados y a lo que albergan
en su interior, pero cada espacio que visito en Hollow Heights me recuerda por
qué es tan codiciado. El comedor es enorme, los techos increíblemente altos con
candelabros circulares de dos pisos, cada uno con bombillas transparentes que
casi parecen velas. Filas y filas de mesas horizontales de seis sillas de largo se
juntan dentro del espacio.
Me tomo un segundo para contemplar el techo, pintado de forma similar a la
Capilla Sixtina en honor al histórico edificio, y me abro paso a través de la cola
para tomar comida para el almuerzo. Trato desesperadamente de mezclarme con
los demás, algo que nunca habría hecho antes, pero que ahora siento como si
tuviera que hacer para sobrevivir.
Agacho la cabeza y golpeo mi oreja derecha para que mis AirPods reproduzcan
música con el fin de bloquear los sonidos de risas y amigos regocijándose. Los
Righteous Brothers suenan suavemente dentro de mi cabeza, calentando lo poco
que me queda de alma.
Una vez que he recogido mi comida, busco rápidamente una mesa vacía en un
rincón, lejos de miradas indiscretas, y me pongo cómoda antes de empezar a
meter la comida en las distintas esquinas de mi bandeja. Me había
acostumbrado tanto a los separadores del pabellón que la sola idea de que mi
comida se toque me da ganas de vomitar.
Había estado fuera demasiado tiempo, tanto que el pabellón me parecía más mi
casa que este lugar. Sólo espero que esto no tarde mucho para poder irme por
fin. No sé adónde iría, pero sé que quiero irme.
Antes soñaba con Hollywood o Los Ángeles, pero ahora, cuando pienso en ir allí,
me siento vacía. No me siento bien. Ya nada me parece bien.
—¿Sage?
A la mierda mi vida.
—Había oído que habías vuelto, ¡pero no me lo creía! ¡No puedo creer que hayas
vuelto! Te hemos echado de menos.
Levanto los ojos hacia los de Mary, apuñalando simultáneamente una uva con
el tenedor antes de metérmela en la boca mientras me reclino en la silla. Lizzy
está junto a ella, saludando torpemente.
Las palabras de Mary no coinciden con la expresión de su rostro. Está llena de
triunfo, como si hubiera ganado mi lugar en el trono de Ponderosa Springs, y
hasta cierto punto, definitivamente lo ha hecho.
—Qué dulce —Mastico la fruta—. Lo mismo digo. En lo único que pensaba
mientras estaba encerrada en un psiquiátrico era en mis dos mejores amigas
—Sonrío dulcemente, parpadeando demasiadas veces de las necesarias.
—Quería ir a visitarte —empieza Liz, y Mary la golpea rápidamente con la cadera
como si no me fuera a dar cuenta. Lizzy suelta un suspiro frustrada antes de
continuar—. Queríamos visitarte, pero tu padre dijo que era mejor que
dejáramos que te pusieras mejor primero.
Lizzy, creo que habría sido una buena amiga para mí si le hubiera dado la
oportunidad, pero como me siguió a ciegas, ahora está bajo una nueva
dirección.
Me burlo un poco. —Seguro que sí. Diría que ha funcionado, ¿eh? ¿No me veo
mejor? —pregunto, sin querer realmente una respuesta—. Además, seguro que
estaban ocupadas con la graduación.
—Escucha, Sage —empieza Mary, sacudiéndose el cabello perfectamente rizado
por encima del hombro, dándome ganas de arrancarle la goma de cabello de la
cabeza y golpearla con ella—, quería hablarte de East. Fue muy duro después
de todo lo que pasó, y encontramos consuelo el uno en el otro. Te echábamos de
menos. Fue...
Esta era la parte que más ilusión me hacía: no tener que ocultar lo que
realmente siento.
Interrumpo su disculpa que no necesito. —Me importa una mierda que te folles
a mi ex. Estoy muy contenta que tengas mis sobras, Mary. Así me dejará en paz
de una puta vez.
No podría importarme menos Easton Sinclair. No me importa con quién se
acueste mientras no sea conmigo.
—Quiero decir, eso es lo que siempre quisiste, ¿no? ¿Por qué eras amiga mía?
¿Para qué pudieras tener lo que yo tenía? —añado.
Sabía que Mary estaba hambrienta de la atención que yo conseguía sin esfuerzo
en el instituto. Esperaba el momento en que yo me estrellara para ocupar mi
lugar.
Y no la culpo.
Este lugar te educa para ser un buitre. Haces lo que tienes que hacer para
sobrevivir, y es más fácil arreglárselas cuando vives la vida en la cima de la
cadena alimentaria.
—No te enredes las bragas porque has caído en desgracia. Nadie quiere estar
cerca de una chica que necesita una camisa de fuerza.
—Oh, qué voy a hacer sin la aprobación de los pueblerinos fracasados —Exagero
llevándome el dorso de la mano a la frente como si quisiera comprobar mi
temperatura—. ¡Me temo que no lo conseguiré!
No sé qué le molesta más, si mi sarcasmo o el hecho de que me importe una
mierda lo que diga.
—Sabes, me das pena —Me dedica una sonrisa—. Perdiste la cabeza, perdiste a
tu madre, perdiste a tu hermana. Por eso sientes que puedes ser tan
desagradable conmigo, porque ¿qué más tienes que perder? No te queda nada.
Rechino los dientes con tanta fuerza que puedo oírlo.
—Tienes razón. No lo tengo.
Parece orgullosa de sí misma, bajándome los humos y demostrándome quién
manda aquí ahora.
—Mis trapos sucios están aireados y colgados en el porche. Eso significa que no
tienes nada que usar contra mí —continúo, lamiéndome el labio inferior
mientras inclino la cabeza—. Pero los tuyos, en cambio, siguen ocultos, y yo los
conozco. Conozco todos y cada uno de los escándalos y secretos que ambas
tienen. Así que, si vuelves a hablar de mi hermana, haré algo más que contárselo
a la gente. Acabaré contigo. ¿Entendido, cariño? —Termino encantadoramente.
Mi amenaza flota en el aire entre nosotras, ambas repasan la lista de trapos
sucios que tengo colgando sobre sus cabezas. Saben que tampoco estoy
mintiendo: nada me impide desenmascararlas a las dos.
Sus ojos se abren ligeramente lo suficiente para hacerme saber que lo que he
dicho le ha impactado.
No estaban en mi lista de cosas de las que ocuparme -tengo cosas más
importantes de las que ocuparme-, pero si se interponen en mi camino, si Mary
empieza a hablar de cosas que no entiende, las añadiré a la lista.
Mary abre la boca, dispuesta a cavar aún más su tumba, a seguir metiéndose el
pie hasta la garganta, pero es rápidamente interrumpida.
—¿Todo bien por aquí?
Miro a la persona de la que ha salido la nueva voz y me doy cuenta de que no la
reconozco ni a ella ni a la chica que está a su lado.
Lizzy intenta apartar a Mary por el brazo.
—Ven, vámonos—murmura.
Pero Mary no ha terminado; se ríe sarcásticamente.
—En realidad esto es perfecto. Nos estás reemplazando con el bicho raro y la
nueva puta de los Hollow Boys. Deberías tener cuidado, Briar, la última chica
que estuvo cerca de ellos terminó muerta. ¿No es así, Sage?
Aprieto las manos contra la mesa y mi silla chirría al levantarme.
—Perra, no te lo voy a decir otra vez. Mantén a mi hermana fuera de tu boca.
Nunca en mi vida había estado en una pelea física.
Así que puede que me toque las narices.
No tengo ni idea de cómo dar un puñetazo a alguien sin romperme la mano en
el proceso. Pero sé jalar el cabello, morder y jugar sucio.
—Ya basta, chicas. La gente está mirando. Vámonos —Lizzy tira más fuerte de
Mary, forzándola a alejarse de mí y de esta acalorada situación.
Desaparecen a su lado del comedor, y yo me quedo con este ardor en el pecho.
Este doloroso recordatorio de que Rosie se ha ido, y todo el mundo lo sabe. Todos
lo han aceptado excepto yo.
Me dejo caer en el asiento, agacho la cabeza y me paso las manos por el cabello
con disgusto.
¿Qué hago aquí?
Ya no pertenezco aquí, y eso está muy claro. No hay forma de que Silas o
cualquiera de los otros chicos me escuchen lo suficiente, y mucho menos que
confíen en mí.
Mi primer día y todo esto parece inútil. Sólo me está mostrando que el mundo
entero ha avanzado mientras yo estoy atrapada pisando el agua.
—Bueno, eso fue divertido.
—Me pregunto cuándo se enterarán de que las chicas malas pasaron de moda
hace diez años.
Briar -creo que así se llama- se sienta frente a mí, y su amiga de cabello oscuro
se sienta a su lado, ambas dejan la comida frente a ellas como si estuvieran
invitadas.
Una parece la versión femenina de un leñador con su camisa de cuadros y su
gorro gris que le cubre el cabello rubio oscuro, mientras que la otra me transmite
serias vibraciones de Coraline. No estoy segura de cuándo se puso de moda
llevar botas de lluvia y gorro de pescador, pero a ella le queda genial.
Ambas parecen una extraña pareja, pero son tan diferentes que combinan a la
perfección. Parecen equilibrarse mutuamente. Como deberían ser los buenos
amigos.
Levanto una ceja hacia las dos.
—¿Puedo ayudarles? —Suena más duro de lo que quería, pero un tigre no
siempre puede cambiar sus rayas, y la gente me da más miedo que antes.
—Oh lo siento, soy Briar. —La que parece leñador señala su pecho—. La puta
de los Hollow Boys.
—Y yo soy Lyra, bicho raro —Sus rizos rebotan un poco mientras habla, y eso
me hace mirarla al rostro un poco más de cerca que antes, ahora que el drama
se ha calmado.
—Espera, te conozco. Eres Lyra Abbott, ¿verdad? Creo que tuve Inglés contigo
en el primer año. ¿Te sentabas junto a la ventana?
Ella asiente. —En realidad has tenido muchas clases conmigo, pero está bien.
Me sorprende que te acuerdes de esa. No se fijan en mí a menudo.
La forma en que lo dice no es triste; es sólo un hecho. Un hecho que ella ha
aceptado.
Me guardo mis palabras, porque la verdad es que la única razón por la que me
fijé en ella en aquella clase de inglés fue que me había enterado de lo que le
había pasado a su madre cuando era niña.
Mi atención se desvía hacia Briar. —¿Y tú? ¿Sales con Alistair Caldwell? ¿Eres
increíblemente valiente o simplemente ingenua?
Ella no es de Ponderosa Springs. Probablemente esté al tanto de su historia con
sus amigos, pero no estaba cerca mientras la hacían.
Una parte de ella se pone a la defensiva. Puedo verlo en la forma en que sus
hombros se tensan y su mandíbula se mueve un poco. La chica tiene lucha,
puedo verlo. No tuvo miedo de intervenir con Mary y Lizzy, su estatus no la
afectó. Y ahora mismo, no va a echarse atrás a la hora de defender su relación.
¿Fue eso lo que hizo caer al infame e iracundo Alistair Caldwell? ¿O hay algo
más?
Chasquea la lengua, asintiendo un poco.
—He oído eso unas cuantas veces desde que me mudé aquí. La respuesta es
ninguna de las dos cosas. Simplemente me encontré en su camino y nunca me
fui. A veces, uno no sabe lo que quiere hasta que lo tiene delante. Él no es como
todo el mundo dice, no conmigo.
—Sí, eso es lo que... —Me detengo en seco.
Eso es lo que Rose trató de decirme sobre Silas. Lo que había aprendido sobre
Rook.
Si alguien entiende lo que es enamorarse de las cosas que acechan en la
oscuridad, esa soy yo.
Las miro de nuevo mientras empiezan a comer, preguntándome cuánto sabe
Briar de lo que trama Alistair. Si Lyra tiene algo que ver. Estoy tan fuera de onda
que no tengo forma de saberlo.
—Escucha, en realidad no estoy buscando hacer amigos —digo con sinceridad,
sin necesidad de añadir amistad a mi plato vacío. Me había acostumbrado a lo
ligero que era sin nada en él.
—No preguntamos si estabas buscando —habla Lyra—. Ya no encajas en los
espacios de Ponderosa Springs. Caíste de sus estándares, y ahora eres uno de
los olvidados. Pero eso no significa que tengas que estar sola. Los solitarios
también necesitan amigos.
Tiene razón. Ya no encajo, y una parte de mí odia oírlo en voz alta. Pero la otra
parte de mí sabe que nunca pertenecí a ese lugar.
—A veces se pone profunda. Te acostumbras —Briar se ríe—. Pero tiene razón.
No tienes amigos, y podrías hacerlo peor que nosotras. La universidad es para
conocer gente nueva, hacer nuevos lazos, ¿no?
—Yo…
No sé cómo ser una amiga.
Eso es lo que quería decir.
No estoy segura de cómo ser amiga de alguien, no realmente. Estas dos no son
algo superficial puesto para encajar en una determinada imagen. Son el tipo de
amigas que comparten secretos y lágrimas. Nunca he hecho eso. Nunca he sido
eso para alguien, y no estoy segura de poder serlo.
Pero aunque no pueda, esto podría ayudarme.
Podrían ponerme al día de todo lo que había cambiado. Y lo que es más
importante, Briar podría acercarme lo suficiente a Alistair para hablar con
Silas.
Y tal vez, no sé, tal vez podría…
No, Sage.
Tienes un objetivo, y construir relaciones no lo es. Ni siquiera estarás aquí el
tiempo suficiente para construir confianza con ellas. Te irás y dejarás de molestar
a todos tan pronto como tu padre termine de respirar. Eso es todo.
—Soy Sage. Sage Donahue —les ofrezco, consciente de que ya me conocen, pero
siento que necesito decirlo en voz alta para mí.
—Encantada de conocerte, oficialmente —dice Lyra—. Bienvenida a la Sociedad
Solitaria, Sage.
Punto de ebullición
Rook
—¿Hay alguna razón por la que estés tan malhumorado hoy, Rook?
El filo del hacha atraviesa el centro de la madera, enviando dos trozos separados
que vuelan en direcciones opuestas. El sudor resbala por mi espalda descubierta
mientras levanto los ojos hacia Thatcher, que está sentado sobre su trasero
excesivamente vestido.
Dejo caer el arma al suelo y me froto las manos mojadas en los pantalones para
secármelas. Me había partido el culo partiendo leña para el puto fuego que
íbamos a hacer. Sentados como si todo hubiera vuelto a la normalidad y todo
estuviera bien.
Como si estuviéramos en el instituto haciendo esto cada fin de semana para
pasar el rato, como si nuestras vidas no hubieran cambiado drásticamente
desde entonces.
—No estoy de mal humor —gruño, recogiendo los troncos y tirándolos al
pozo—. Sólo necesito desahogarme. Esperar y juguetear con los pulgares parece
que sólo me molesta a mí.
—Eso no es cierto, y lo sabes —replica Alistair, levantándose de su sitio—.
Queremos su cabeza en una estaca tanto como tú. Deja de actuar como si no lo
hiciéramos.
Me paso una mano por el cabello húmedo y niego con la cabeza.
—Entonces, ¿por qué no hemos hablado de ello? ¿Pensado en un plan? Ni una
maldita vez desde que Thatcher cortó a Greg en pedacitos. Han pasado dos
meses y el descanso ha terminado. Dos putos meses, Alistair.
Mi temperamento está hirviendo por encima de su límite, alcanzando su
capacidad, y está listo para explotar en el blanco más cercano. Están pasando
demasiadas cosas dentro de mí. Demasiadas cosas que últimamente me han
sumido en una espiral de ira.
—¿O has estado demasiado ocupado con tu cabeza en el coño de Briar para
darte cuenta?
Tres segundos.
Eso es todo lo que hace falta para que uno de mis mejores amigos esté en mi
cara, su altura justo por encima de la mía probablemente le haga sentirse
superior, tan cerca el uno del otro que nuestros pechos chocan a la fuerza.
Había cruzado una línea. Sabía lo que hacía cuando lo dije, y eso era
exactamente lo que quería. Que hiciera algo, que me golpeara en las tripas o que
me diera un puñetazo en la cara. Lo quiero. Lo necesito ahora mismo.
—Cuida tu jodida boca, Rook. Te lo advierto —Se ríe, sus ojos marrones se
vuelven de un imposible tono negro—. No te voy a patear el culo porque sé que
todos estamos alterados por esto, y apuesto a que una parte de ti quiere que lo
haga. No creas que te importa más que a mí conseguir justicia para Rose.
Tuerzo la mandíbula, pongo las manos en su pecho y lo empujo hacia atrás con
fuerza suficiente para sacudirlo.
—Deja de intentar controlar todo. Estoy harto de recibir órdenes tuyas,
Caldwell.
Un tornado de emociones se arremolina dentro de mí, demasiadas para
controlarlas. No soy bueno en esto, en mantener todo a raya y bajo una hoja.
Soy una criatura de explosión y bajo impulso. No puedo seguir así. Todo se está
volviendo demasiado.
—¿Estás seguro que es conmigo con quien estás realmente molesto? ¿O estás
cansado de dejar que tu maldito padre te pisotee?
La presa que llevo dentro se rompe. Se rompe por la mitad, y toda mi ira
descontrolada sale disparada, dispuesta a causar estragos en todo lo que se
cruza en mi camino.
Me abalanzo sobre él, le rodeo la cintura con los brazos y le clavo el hombro en
las tripas. De su boca sale una bocanada de aire cuando lo estrello contra el
suelo y nuestros cuerpos caen sobre la nieve helada.
El frío muerde mi piel desnuda mientras Alistair utiliza su peso para hacernos
rodar. Los cortes curativos de mi espalda escuecen de dolor cuando me presiona
contra el suelo. Nuestras respiraciones son visibles mientras caemos uno junto
al otro.
Pero aún no me ha dado ni un puñetazo, lo que empeora las cosas. Quiero que
me haga daño. Lo necesito ahora mismo.
—Rook —gruñe, pero yo sigo adelante, empujando su cuerpo, mi puño lanzando
el primer puñetazo sólido en el costado de sus costillas.
Le había fallado a mi madre, y ahora le estoy fallando a Rosie. Le estoy fallando
a Silas.
¿Por qué no puedo ayudar a los que me importan? ¿Por qué no puedo quedarme
con ellos?
Cada día, Silas se aleja más y más, y todo lo que puedo hacer es mirar. No
importa cuántas veces le diga que tome sus medicinas, sigue alejándose de mí,
y eso me está matando.
Todos están...
Dejándome.
—¡Rook! —Esta vez es más fuerte, y con las dos manos me agarra por los
hombros y me levanta de la nieve antes de volver a golpearme contra el suelo.
Mi cuerpo se sacude, los huesos vibran en mi interior y mi cabeza rebota contra
el duro suelo.
—Ah —toso al sentir que mis cortes empiezan a abrirse, hilillos de sangre y nieve
derretida resbalan por mi espalda. Esos cortes se hicieron hace solo unos días,
y ahora solo tardarán más en curarse.
Una gran mano se aferra a mi nuca y me empuja hacia delante. Mi cabeza choca
contra su pecho y él me sujeta. Mi cuerpo está rígido y tenso. Lucho contra su
agarre, pero él se limita a apretarme más.
—¡Maldita sea! —gruño.
Antes de venir al Peak, me había pasado por la gasolinera por combustible para
encendedores, y ese monstruoso bastardo de Frank Donahue tuvo las bolas de
hablarme en la cola. Preguntando si la universidad iba bien, teniendo el descaro
de murmurar el nombre de Silas con respecto a cómo le iba.
Todo lo que podía imaginar era arrancarle la lengua directamente de la boca por
pensar siquiera en Silas o Rose. Nunca había practicado un autocontrol como
aquel, y había sido casi imposible alejarme sin hacer explotar aquella gasolinera
con él dentro.
Había sido la guinda del pastel de mierda.
No puedo soportarlo más.
No puedo esperar más.
—Lo entiendo. Sé lo que sientes —murmura—. Yo también la echo de menos. Sé
que no parece que estemos haciendo nada y que estamos dejando que ese
pedazo de mierda se pasee sin preocupaciones, pero ya llegará su momento. Su
momento llegará, te lo prometo, Rook.
En los años que conocía a Alistair, nunca me había roto una promesa. Jamás.
Incluso cuando me acerqué a él y le pedí que fuera duro conmigo en el ring
cuando entrenábamos. Las primeras veces en la colchoneta, me di cuenta que
se lo tomaba con calma, y yo no quería eso.
No lo necesitaba.
Y él había sido el primero en darse cuenta. El que sabía que lo que yo necesitaba
era dolor y castigo para poder sobrellevar los días. Especialmente ahora, no
importa cuántos golpes reciba, no hay forma de detener la culpa constante que
inunda mi sistema cada momento que estoy vivo y ella no.
Alistair siempre parece saber lo que todo el mundo necesita.
Pero lo que él no sabe es que, además de todo esto, alguien que debería haber
permanecido muerta y enterrada ha resucitado y ha entrado en mi clase de latín
con su cabello rubio fresa y sus pecas color canela, con tres kilos menos y veinte
veces más mortífera.
No tiene nada aquí, así que la pregunta es ¿por qué carajos ha vuelto? Sabía
que la habían internado en el psiquiátrico Monarch, pero no es que me
importara, es lo que había escuchado. Pero si la habían dejado salir, ¿por qué
demonios volvió aquí?
¿No debería estar ya en Los Ángeles?
¿Por qué mierda no podía quedarse lejos?
—¿Se llevan bien alguna vez? —interviene Thatcher.
Pongo las manos en su pecho, presionando contra él, y él se desliza fuera de mi
cuerpo. Me tiende el brazo, lo tomo y le permito que me ayude a levantarme. Nos
ponemos a prueba a menudo, más que los otros chicos.
Nuestras emociones son demasiado fuertes, nuestra sangre demasiado caliente.
Silas y Thatcher pueden ocultar fácilmente sus emociones. Demonios, Thatch
ni siquiera las siente.
Alistair y yo, vivimos en la ira. En el sentimiento. Lo usamos como combustible.
—En realidad no, pero funciona —digo—. Lo siento —dirijo hacia Ali.
Me golpea con la palma de la mano abierta en la cabeza.
—No vuelvas a decir algo así de Briar. Le estás empezando a caer bien.
—¿En comparación a qué? ¿A mí?
Ambos miramos a Thatcher, que tiene la osadía de hacerse el tonto cuando sabe
que Briar Lowell no le soporta ni un poco y, por alguna razón, no tiene ningún
problema en asegurarse de que siga así.
Oigo pasos que se acercan por detrás de mí, y ya me doy cuenta de quién es
antes de que aparezca en mi visión periférica.
Silas está de pie, mirando fijamente la silla al este de la hoguera, aquella en la
que solía sentarse con Rosemary en el regazo. Tiene las manos metidas en los
bolsillos y la mirada perdida. Daría cualquier cosa por saber lo que está
pensando, pero todos lo sabemos.
Siempre es ella.
—Hola, hombre —le llamo—. ¿Has estado con tus padres?
Es entonces cuando vuelve su atención hacia nosotros, quitándose la capucha
de la cabeza y dejando al descubierto su cabeza rapada.
—Sí.
—¿Todavía intentando sobornarte para que te vayas de aquí?
—Nunca se detuvieron. Sólo empeoró desde Rose.
Sé que le aman, su padre especialmente, pero no necesita irse. Ni siquiera
necesita apoyo. Sólo necesita que entiendan que no va a ir a ninguna parte y
que lo acepten. La insistencia constante en que se vaya a otro estado o a otra
universidad solo empeora las cosas.
Sólo le duele más. Sabe que en algún momento tendrá que irse de Ponderosa
Springs, pero irse es como dejarla a ella ahora. Teniendo en cuenta que no puede
trasladar su tumba con él -créeme, lo intentaría-, ella se quedaría aquí mientras
él sigue adelante.
Eso es lo último que quiere ahora. No está preparado para eso.
Nadie lo está.
—Muy bien, Dios del Fuego, danos un poco de luz —menciona Thatcher,
sentándose de nuevo ahora que los ánimos se han calmado.
Asiento con la cabeza, respirando hondo. Empiezo a caminar hacia la pila de
leña que había reunido, usando el mechero y la cerilla de mi boca para encender
el fuego. Contemplar cómo crecen las llamas alivia las ampollas que tengo
dentro, aunque sólo sea durante unos segundos.
Inclino la cabeza hacia atrás, dejo que el fuego me caliente la piel, inhalando el
espeso humo de la leña que sale de la fosa. Estando tan cerca, puedo sentir las
pequeñas brasas crepitando contra ella, pequeños besos de gasolina contra mi
pecho que hacen que se me enrosquen los dedos de los pies.
Los cuatro tomamos asiento y permanecemos allí en silencio.
No necesitamos hablar, nunca lo hemos hecho. No aparecemos aquí para
charlar sobre nuestros días o hablar de cotilleos de peluquería.
Venimos aquí para existir.
Es el único lugar en esta ciudad donde podemos simplemente ser. Una pequeña
muestra de cómo será el mundo fuera de este lugar. Cuando nos vayamos, la
gente no se detendrá en la calle para mirar y susurrar. Los padres no agarrarán
con más fuerza las manos de sus hijos cuando nos vean. A nadie le importará,
porque no nos conocen.
Para los demás, sólo somos unos tipos cualquiera viviendo la vida.
Aquí, no somos más que las manzanas podridas a las que pueden culpar de sus
problemas.
Y al fin y al cabo, lo único que queremos es existir en un mundo que no nos
pinte como villanos.
Unos faros se dispersan entre los árboles, proyectando un resplandor sobre
Thatcher, que se sienta frente a mí. Me giro en la silla como si fuera a ser capaz
de ver a la persona que sale de su vehículo y se dirige hacia nosotros en la
oscuridad.
—¿Invitaste a la mascota? —le pregunta Thatcher a Alistair.
—Te dije que si seguías llamándola así te iba a romper el cráneo, Thatch. Déjalo
de una puta vez —gruñe—. Y no, ella está con Lyra estudiando en su dormitorio
esta noche.
Me pongo de pie y miro hacia el bosque que tendrán que atravesar, con la mente
en modo de defensa.
Este lugar no se encuentra por casualidad. Tienes que saber que está aquí para
encontrarlo. Lo que significa que quienquiera que se dirija en esta dirección
sabía que estaríamos aquí.
Esperamos, con el puño apretado en el silencio. Solo el crepitar del fuego llena
el aire hasta que oímos el crujido de la nieve, y pronto nuestro visitante atraviesa
los árboles hacia la luz y abandona las sombras.
—Bueno, no me lo esperaba —murmura Thatcher, probablemente tan
sorprendido como el resto de nosotros.
De entre los árboles asoma una melena pelirroja que se balancea justo por
debajo de su barbilla. Se mete las manos en los bolsillos de la chaqueta mientras
se acerca al borde del Peak, donde estamos todos, casi demasiado aturdidos
para hablar.
Pronto esa conmoción se disipa, y rápidamente me acaloro de irritación.
—¿Cómo jodidos has llegado aquí?
Sage ni siquiera se inmuta ante la voz de Alistair, simplemente mantiene la
cabeza alta y continúa su camino en nuestra dirección.
Después de todo lo que había pasado, el manicomio aún no había quebrado ese
espíritu luchador. El que se negaba a dejarla retroceder ante nadie.
Bien. Me alegro que todavía tenga agallas.
Será aún más satisfactorio cuando se la arranque directamente de su carne,
rompiendo ese espíritu de una vez por todas. La aplastaré completamente bajo
mis pies hasta que no sea más que polvo que pueda empujar a la tierra.
—Necesito hablar con Silas —dice simplemente.
—Eso no responde a mi pregunta.
—Tu novia, Briar, me dijo que estaban aquí. Aunque ella no sabe que he venido.
¿Es una respuesta suficientemente buena, Alistair?
Cuando nadie le responde, se vuelve hacia Silas, que sigue sentado en su
asiento, mirándola. Tiene los ojos vidriosos, sumido en una especie de trance.
—Sé lo que están tramando —respira, como si fuera un alivio decirlo por fin en
voz alta—. Y quiero ayudar.
Abro la boca para protestar, para decirle que no tiene ni puta idea de lo que está
hablando, pero no soy lo bastante rápido.
—No va a pasar —murmura Silas con un fuerte movimiento de cabeza—. Vete,
Sage.
—No. —Ella se mantiene firme—. Sé lo de la red sexual. Sé lo que realmente le
pasó a Rosemary, y sé que ustedes cuatro están cortando cuerpos en represalia.
Sé lo que hizo mi padre, y merezco hacerle sangrar por ello.
Mis dientes rechinan hasta casi romperse.
—Pisa el puto freno, Nancy Drew. ¿Te lo mereces? —Alistair escupe, con un tono
áspero burlón en su garganta—. Trataste a Rose como una mierda cuando todo
lo que ella hizo fue preocuparse por ti. No te lo mereces sólo porque te sientas
culpable.
—¿Y no crees que eso no me come viva? —Su cabeza se gira bruscamente en su
dirección, los ojos ardiendo como esas llamas azules que una vez me abrasaron
la piel—. Claro que me siento culpable, pero eso no significa que conocieras mi
relación con mi hermana. No tienes ni idea de lo mucho que me preocupaba por
ella. Era mi maldita gemela.
—Perdona, olvidaste mencionarlo, ¿cómo sabes exactamente todo esto? —Los
agudos ojos de Thatcher analizan cada uno de sus movimientos, esperando a
que mienta.
—Vi el video —susurra—. Estaba en su ordenador para chantajearle, supongo.
Lo vi accidentalmente yo... —Su voz se entrecorta mientras sus dedos se acercan
a su clavícula, rozándola por encima del lugar donde se encuentra su cicatriz,
en el mismo sitio donde yo tengo una.
—Tú, tú, ¿qué? No tengo todo el día.
—Amenacé con contárselo a la policía, y al día siguiente estaba inmovilizada y
me dirigía a un psiquiátrico. Frank es un cobarde, pero es inteligente. Sabía que
si la gente pensaba que estaba loca, aunque saliera, nunca me creerían —Sus
ojos se dirigen de nuevo a Silas y se suavizan al suplicarle.
—Por favor, puedo ayudarte. Puedo acercarte a mi padre, y eso es lo que
necesitas ahora, ¿verdad? ¿Una manera que no levante sospechas a todos los
policías de por aquí? Puedo ayudarlos si están dispuestos a ayudarme.
Me paro con la mandíbula tensa.
Una vez me creí que era otra actuación, otra máscara que se ponía encima para
conseguir lo que quería de la gente. Nada de eso es auténtico. No hay una
verdadera Sage, porque, para empezar, ni siquiera sabe quién es.
Esta es ella tratando de tejer su red alrededor de Silas, alrededor de todos
nosotros, pero ahora lo sé mejor, y no importa lo que Silas le diga, no voy a dejar
que se acerque a los chicos, a mí, nunca más.
—No necesitamos tu ayuda y no tienes por qué involucrarte —responde
mirándola fijamente.
—Pero yo...
—Dije que no, Sage.
—¿Por qué? —grita, su postura es firme, aunque sus ojos están húmedos, se
niega a llorar.
Hay una pausa antes que Silas se levante, mirando al cielo y de nuevo hacia
abajo.
—Porque no es lo que Rose hubiera querido.
Nadie dice nada más, y ella se da cuenta rápidamente de que no le hará cambiar
de opinión. Dirige su atención a los otros chicos, suplicándoles sin decir las
palabras, pero todos se mantienen firmes, sin ceder a sus deseos.
Entonces, me mira por primera vez.
Hasta este punto, ella me había estado evitando completamente, por una buena
razón. Yo soy el que necesita hablar con ella. Habría sido demasiado duro y
brusco, y los chicos se habrían dado cuenta de que pasaba algo.
Me guardé muy bien lo que me hizo Sage. Nadie lo sabía porque no quería que
supieran que me la habían jugado. Que me habían traicionado.
—¿Rook? —dice suavemente, y se me revuelve el estómago.
Tiene la boca ligeramente entreabierta, el viento le agita el cabello y, por un
segundo, juro que puedo olerla. Tiene el mismo aspecto que en la casa del lago.
Sólo una chica con sueños.
Una chica con alas que este pueblo había cortado.
Pero sé lo que hay debajo.
Qué tóxica y podrida es en realidad.
—¿Por qué sigues aquí? Te estás avergonzando a ti misma —Trato de mantener
mi voz nivelada, monótona, tratando de no mostrar ninguna emoción.
A diferencia de su reacción ante Silas, ante Alistair, su armadura se quiebra.
Veo cómo mis palabras se rompen en su rostro y el dolor brota de las grietas.
Mis palabras han hecho exactamente lo que yo quería: herirla.
Quiero que me invada una oleada de excitación, que la adrenalina corra por mis
venas. Quiero sentirme bien por vengarme, por darle un poco de lo que me ha
hecho.
No siento nada de eso.
Me siento igual que cuando vi arder la casa del lago.
Vacío y con tanto puto dolor.
Pero a la mierda con eso.
Que se joda. Sé que tiene intenciones ocultas -siempre las tiene- y no dejaré que
dañe aquello por lo que hemos trabajado.
—Vete a la mierda de aquí. Vuelve de donde diablos hayas venido. No te
queremos aquí.
Respira
Sage
Siempre me había gustado la nieve.
Es fría pero suave, y la gente no asocia esas cosas.
Las cosas frías nunca se consideran amables. Siempre se ven como brutales y
amargas, a diferencia del sol, que siempre se describe como alegre y radiante.
El frío te muerde la piel, te escuece con sus bajas temperaturas y te deja una
sensación de vacío.
Pero eso siempre me ha gustado.
Me gusta cómo el frío lo mantiene todo congelado, dejándolo como un recuerdo
permanente.
Cuando era joven, me despertaba antes que los demás. Justo antes de que el
sol se elevara por encima de las nubes, entraba de puntillas en la habitación de
Rosemary, despertándola suavemente con una simple petición: Vamos fuera a
jugar con la nieve.
En secreto, me sentaba junto a la ventana a esperar desesperadamente a que
cayera el primer copo de nieve y se fundiera en el suelo para salir corriendo de
mi casa y caer al frío. La sensación de crudeza en las mejillas cuando el viento
las rozaba, el dolor en los dedos cuando el frío empapaba mis guantes. Era algo
que esperaba con impaciencia todos los años, o quizá fuera por Rose.
Ella siempre mejoraba las cosas así, convirtiendo los pequeños momentos en
grandes recuerdos.
La nieve ya no parece la misma.
Lo veo caer del cielo sobre mi parabrisas calefactado y disolverse casi de
inmediato. El resplandor de las luces de neón atraviesa los copos blancos que
se cuelan por mi ventanilla trasera. En el retrovisor veo a Tilly en todo su
esplendor invernal.
Estamos en febrero, y te garantizo que aún tienen las luces de navidad
encendidas dentro y que Jingle Bells sigue sonando por los altavoces. El dueño
cree que la Navidad empieza el 1 de noviembre hasta que los clientes empiezan
a quejarse de toda la mierda navideña.
—¿Escuchaste lo que te pregunté, Pip?
Asiento con la cabeza, todavía con la mirada fija en la cafetería del retrovisor,
sintiéndome bastante mal por estar en el mismo auto que este hombre. Mirarle
puede ser el dedo que me meta en la garganta y desencadene mi reflejo
nauseoso. El olor de su loción de afeitar se pega a mi auto; tendré que pasar
horas limpiando eso de aquí.
—Sí. Es que no sentía la necesidad de responderte. Ya te lo he dicho, sólo llevo
aquí un mes. No he visto ni oído nada. Ni una puta palabra —Como si te lo fuera
a decir, maldito idiota.
Quiero que deje de llamarme Pip. Había odiado ese puto apodo la primera vez
que lo pronunció en voz alta, poniéndomelo asquerosamente porque era
pequeña. No lo había visto desde que tenía trece años, y ahora lo he visto dos
veces en menos de dos meses.
—¿Me estás mintiendo? ¿Nadie ha hablado de haberlos visto cerca de Greg West
antes de su muerte? ¿O a Chris Crawford, que sigue desaparecido? Este es un
pueblo muy pequeño y lleno de rumores, Sage. Lo sé, también crecí aquí, y me
cuesta creer...
—No ha habido nada, Cain. No voy a seguir repitiéndome. O me crees o no me
crees. A mí me da igual —interrumpo, necesitando que esta conversación
termine.
Me había mandado un mensaje pidiéndome que nos viéramos aquí para
comprobar mis progresos, y como le acababa de decir, no ha habido ninguno.
Después que Silas me echara como a un perro con el rabo entre las piernas y
que Rook básicamente me mandara a la mierda, no había llegado más lejos.
Me pregunto si sus amigos se dieron cuenta de lo hostil que era conmigo. Lo
duras que habían sido sus palabras, como si estuvieran arraigadas en algo más
profundo. Era el primer destello de emoción que me mostraba desde que había
vuelto. Aquellos ojos ardían y crepitaban. Había despertado los sentimientos que
le quedaban hacia mí, aunque fueran malos.
Fue como encender una cerilla. Una pequeña llama, pero mejor que nada.
Me odio por aferrarme a su resentimiento. Me hace sentir débil y patética, pero
no puedo negar, al menos no ante mí misma, que aceptaría su ira y su odio
antes que nada. Porque incluso eso, sólo eso, significa que existo dentro de él,
aunque sólo sea un poco.
Después de esa noche, no había habido otra oportunidad de hablar con ninguno
de ellos, no realmente.
Silas siempre está con uno de los chicos, y sé que los otros tres no me van a dar
ni la hora. Lo que también significa que estar cerca de Lyra y Briar no tiene
sentido.
Pero no he dejado esa relación.
Había empezado a disfrutar de su compañía. Aunque Lyra sea un poco... rara.
Lyra tiene una colección de insectos, desde mariposas hasta escarabajos. Están
clavados dentro de vitrinas que expone en la pared, o dentro de cúpulas
transparentes en sus estanterías. Hay fotos de saltamontes y mantis religiosas
esparcidas por su escritorio. Es su afición y la respeto. Pero no voy a mentir, me
asustan un poco. Sin embargo, también tengo una mejor visión de la gente
después de estar dentro de ese pabellón. Todo el mundo tiene algo que le ayuda
a sobrellevar el daño que ha sufrido.
Además, me gusta que sea rara. Acepta lo diferente que es. Ambas lo hacen, y a
veces no puedo evitar sentir celos. Cuando se sientan a hablar de las cosas que
les gustan, de lo que quieren en la vida, siempre se giran para hacerme las
mismas preguntas, y yo me quedo sentada con los pensamientos vacíos.
¿Qué me gusta? ¿Qué es lo que quiero? ¿Recuerdo siquiera qué se siente al
disfrutar de las cosas? ¿Sentir pasión?
—Aceptaré esa respuesta esta vez, Sage. Pero la próxima vez, será mejor que
tengas algo para mí, ¿me oyes? Tú no tienes el control aquí. Yo lo tengo.
Siento que se mueve, percibo cuando su mano se acerca a un lado de mi rostro.
Sus dedos buscan un mechón suelto de mi cabello.
—Odio ver que te cortaste el cabello. Siempre era tan bonito cuando lo tenías
largo.
Me alejo de él de un tirón.
—Sal de mi maldito auto antes que te mate —Sigo negándome a mirarle—. Y
deja de llamarme Pip o te arrancaré las bolas.
Se ríe cruelmente. —Eres una flor gentil, Sage. Una muñeca de porcelana. Eres
todo ladrido y nada de mordida. No serías capaz de herir ni a una mosca, digas
lo que digas.
Aquí termina la conversación. Sale de mi auto, cierra la puerta y cruza el
estacionamiento hasta su vehículo tintado.
No suelto el aliento hasta que sale del estacionamiento. Me aprieto el cuero
cabelludo con las manos, clavando el cráneo en el reposacabezas de felpa, y
empiezo a sentir cómo me caen lágrimas heladas por el rostro.
Cada vez que se va, me quedo temblando.
Nunca dejaría que ni él ni nadie lo viera, pero tiene razón. Podría atacar a la
gente, podría amenazarla, pero por dentro soy demasiado blanda. Por eso quiero
mantener a todo el mundo lo más lejos posible: sé lo fácil que sería hacerme
daño.
Verle siempre me devuelve a cuando no tenía a nadie que me ayudara. Vuelvo a
las noches solitarias en las que miraba la puerta con la esperanza de que
alguien, cualquiera, entrara y lo detuviera, solo para sentirme defraudada.
Ahora estoy intentando desesperadamente recoger los pequeños fragmentos de
mí misma, abriéndome los dedos de par en par, atascándome los pedazos en las
manos. Ya no hay pegamento ni cinta adhesiva que me recomponga.
Así que lo recojo todo entre mis manos y aprieto los fragmentos contra mi pecho.
Podrían haber sido inútiles para cualquier otra persona, pero estoy tan
desesperada por aferrarme a lo que queda de mí, a lo que queda de lo que fui,
porque sin esas astillas rotas, no tengo nada.
Dicen que tocar fondo es el mejor lugar para reconstruir los cimientos. ¿Dónde
reconstruir cuando no hay fondo? Cuando sólo hay una caída constante, más
profunda en un olvido sin fin, hundiéndose por la eternidad en un agua sin
límites.
¿Qué haces entonces?
Thud. Thud.
Muevo la cabeza para mirar por la ventanilla del conductor y veo una mano
enguantada sin dedos que me saluda. La bajo y dejo que una ráfaga de aire
gélido me deje sin aliento.
—Feliz día de San Valentín. ¿Era tu Valentín? —Briar me saluda con una
pequeña sonrisa, moviendo las cejas, acogedora y amable—. Si es que eso existe.
—Sabías que el Día de San Valentín se celebra gracias a un romano llamado
Valentín, que consideraba injusto que el emperador prohibiera el matrimonio,
así que empezó a organizar bodas en secreto, casando a sus amantes en la
sombra hasta que lo descubrieron. Así que justo antes de que lo mataran, el
catorce de febrero, escribió una última carta a su amante y la firmó 'de tu
Valentín' —nos informa Lyra, con la nieve atrapada en su alborotada
melena—. Así que básicamente todos estamos celebrando la muerte de un
hombre. Es como un gran memorial. Un poco deprimente cuando lo piensas.
Se mece de un lado a otro mientras la miramos abiertamente, frunciendo los
labios antes de darse cuenta. —¿Qué? ¿Por qué me miran así?
Suelto una risita mientras Briar se echa a reír. —No sé dónde guardas todo esto.
Eres como una enciclopedia.
Encogiéndose de hombros, responde: —Me gusta pensar que es como un
archivador y mi cerebro se limita a enviar trabajadores de un lado a otro
tomando la información que necesito.
—Claro que sí —digo sonriendo—. Y no, no era nadie —respondo a la pregunta
anterior de Briar.
—Bueno, déjame invitarte a una hamburguesa o... —Me mira de arriba abajo en
el auto—. ¿Eres de las que comen ensalada?
—¡San Valentín para las chicas! —Lyra lanza su opinión.
Jugueteo con los dedos en mi regazo. No porque quiera rechazarla, sino porque
en realidad quiero decir que sí. Quiero hacerlo, y eso me pone nerviosa. Querer
cosas. Cuando quieres cosas, te expones a que te las quiten.
Quizá no me duela tanto cuando me vaya. Estaría bien al menos disfrutar de la
amistad antes de que todo esto acabe, ¿no?
—Como hamburguesas —Subo la ventanilla, saco las llaves del contacto y abro
la puerta—. ¿No vas a pasar este día ñoño con Alistair? Aunque ahora que lo
pienso, no parece el tipo de chico de rosas y chocolate.
Entramos juntas a Tilly. Tal y como sospechaba, dentro la Navidad sigue en
plena efervescencia. El calor me golpea en el rostro y Lyra gime, se frota las
manos y busca un reservado.
—A Alistair no le gustan las festividades —dice Briar, sonriendo un poco—. En
vez de eso, jugamos.
Levanto las cejas mientras nos deslizamos hasta nuestra mesa.
—¿Juegan?
Me encanta cómo ni siquiera se ruboriza. Es dueña de su relación en todos los
aspectos. No hay nada de lo que avergonzarse; está orgullosa de ellos. Quiero
preguntarle si sabe lo sucias que están sus manos ahora. ¿Sabe lo que ha estado
haciendo? ¿Lo que todos han estado haciendo?
—Sí. Esta vez al escondite. Y me dejó ser el buscador esta vez.
—Qué caballeroso por su parte —Lyra pone los ojos en blanco juguetonamente,
empujando el cuerpo de Briar con el codo.
Este divertido movimiento atrae mi atención hacia la parte inferior de Briar,
captando la tinta oscura marcada en su dedo corazón. Las iniciales de Alistair
están grabadas en negrita en su delgado dedo. Me duele la cicatriz de la clavícula
mientras la miro.
—Supongo que ya te ha hablado del Gauntlet —pregunto, quitándome la
chaqueta de los hombros y dejándola a mi lado—. ¿Van a jugar este año?
—¿El qué?
Levanto la mirada.
—¿El Gauntlet? ¿Nunca te lo dijo? Es como el partido más importante del año.
Los Hollow Boys juegan todos los años... espera, no, ganan todos los años.
Como sigue con cara de confusión, continúo.
—El primer día de primavera, West Trinity Falls y Ponderosa Springs entran en
guerra. Se llama el Gauntlet desde que yo era niña. Suelen jugar estudiantes de
instituto y universitarios, que viven por la rivalidad que existe entre nosotros.
Básicamente, si eres el anfitrión, puedes elegir el lugar del partido, y si no lo
eres, puedes elegir el partido. Lyra, no puedo creer que no lo hayas mencionado.
Se quita el gorro, su cabello vuela en un millón de direcciones, la estática fuera
de control.
—Ha sido un año... lleno de acontecimientos. No estaba en mi lista de
prioridades. Probablemente porque nunca he jugado
Un año lleno de acontecimientos.
Quiero que me explique, para ver hasta qué punto Alistair confía en Briar, si
saben lo que le ocurrió a mi hermana, si conocen los asesinatos y a las chicas
desaparecidas. Sin embargo, sé que no puedo preguntarles directamente, no sin
parecer sospechosa.
—Yo tampoco he jugado nunca. Sólo he oído hablar de ello.
—Deberíamos jugar todos este año, entonces. Será la primera vez para cada una
de nosotras —dice Briar, sonriendo—. ¿Alguien conoce el juego de este año?
—Esa es la mejor parte: nadie lo sabe hasta que apareces la noche del evento.
Pero este año seremos los anfitriones. He estado fuera un tiempo, así que no he
oído mucho sobre el lugar.
—Lochlan Daniels. Le oí presumir en biología que su padre le había dado las
llaves de Roaring Spring. Bueno, las robó, pero por lo que he oído, es ahí donde
lo van a hacer —comparte Lyra, siempre tan buena captando las pequeñas
cosas. Siempre escuchando, siempre observando.
—Hagámoslo, entonces. El primer día de primavera, nos enfrentamos al
Gauntlet —Briar sonríe, ya emocionada por el desafío.
—¿Segura? He oído que la gente de los Wastelands juega sucio. La gente acaba
en el hospital por heridas en estas cosas.
Se encoge de hombros.
—Después de este último año, creo que podemos manejar casi cualquier cosa.
Sus ojos se cruzan con los míos y sé que cuando dijo “podemos” se refería a
todas nosotras. Saben que Rosemary murió y que yo estoy en un psiquiátrico,
aunque eso sea todo lo que saben.
—Me apunto —digo.
—Te das cuenta de que si este juego requiere correr, estoy jodida,
¿verdad? —Lyra nos mira a ambas, antes de suspirar—: Bien, hagámoslo.
Celebramos su decisión pidiendo demasiada comida. Mojo mis patatas fritas en
mi batido, mirando a los grupos de adolescentes que hay dentro de este local.
Meses atrás, habría estado metida en un reservado con los más influyentes, los
que me hacían quedar bien, rodeada de conversaciones que no me interesaban
y amigos que pasaban más tiempo juzgando a los demás que estrechando lazos.
Esto se siente tan diferente. Mejor.
Es un vínculo genuino que se está formando, y temo por mí, temo herirlas como
herí a Rook, herirme a mí misma.
Porque sé lo que soy capaz de hacer a la gente que se acerca demasiado.
—Así que me dije que no iba a preguntar, pero no puedo evitarlo. Se siente raro
guardármelo para mí cuando estás más involucrada que yo o Lyra. No tienes
que responder si no quieres, pero... —Briar dice, dejando su hamburguesa—.
¿Qué pasó en el Peak la otra noche con los chicos? Alistair me dijo que
apareciste.
Pasa un rato de silencio y las miro a las dos.
—Ustedes lo saben, ¿verdad?
Lyra se muerde el interior de la mejilla, algo que he notado que hace cuando se
siente ansiosa o incómoda.
—Sí. Lo sabemos.
—¿Cómo?
—Fue un accidente. Estábamos en el lugar equivocado en el momento
equivocado, o supongo que, según se mire, en el lugar adecuado. Pero en cuanto
vimos lo que habían hecho, nos vimos implicadas, nos gustara o no. Al principio
no fue bonito. Pensaba, pensábamos, que ellos estaban detrás de la desaparición
de las chicas. Que sólo estaban matando. Quiero decir, ¿quién podría culparnos
con su reputación?
Se coloca un mechón de cabello detrás de la oreja y continúa.
—Pero una vez que supimos lo de tu hermana, lo que realmente le pasó, las
cosas cambiaron. Los sentimientos cambiaron y…
—Y yo tuve que participar en la quema de un árbol. Así que Briar está unida por
el amor y yo estoy unida por un incendio provocado —interviene Lyra,
arrancando la cereza de mi bebida y metiéndosela en la boca.
Briar pone los ojos en blanco.
—No siempre es genial. Sobre todo porque tengo que aguantar a Thatcher, pero
ahora estamos en ello. No hay vuelta atrás, y ha sido duro no decírtelo, pero
estamos aquí. Estoy segura de que ha sido solitario, Sage. Aguantar todo eso,
saber todas esas cosas y no tener a nadie a quien contárselas. Me sentí mal al
no decírtelo.
Y por primera vez desde que volví, siento que puedo respirar. No es mucho, una
pequeña bocanada de aire, pero es suficiente. Suficiente para recordarme que
la superficie está justo fuera de mi alcance, y que si lo intentara, si nadara lo
suficiente, podría vencerla.
Esa sensación de ser comprendida, de tener gente a mí alrededor que no sólo
conocía mi situación sino que, de alguna manera, podía identificarse con ella.
Nunca había experimentado esto aparte de Rosemary y Rook. Ellas habían sido
las personas que habían conectado con mi yo real. Quienquiera que fuera esa
persona, se habían unido a ella, y ahora estas dos chicas se enredan con la
persona que soy ahora.
—Gracias —murmuro, con la voz cruda—. Fui al Peak para preguntarles si podía
ayudarles de alguna manera. Es mi padre quien nos hizo esto. A Rose, a Silas,
a mí. Quería participar. Quería hacerle pagar por lo que hizo.
Me guardo para mí la información sobre Cain y mi padre, sólo por un tiempo.
No quiero que se preocupen, y por ahora lo tengo bajo control. Es mejor que
ambas partes no sepan lo que hace la otra. Además, no importará porque es
imposible que los chicos -Rook- me dejen participar.
No confían en mí.
Él no confía en mí.
—Pero Silas dijo que no, y los chicos le cubren las espaldas. No hay forma de
cambiar su opinión. Él dice que es porque Rosemary no habría querido que me
involucrara, pero yo sé que es porque no confían en mí, y no les culpo.
—Sé que probablemente no lo creas, pero tal vez sea lo mejor. Este podría ser
tu momento de sanar, y me doy cuenta de que no te conozco tan bien, pero no
quieres un asesinato en tu conciencia —dice Briar.
—No me voy a sanar. Es una herida abierta para siempre, pero podré seguir
adelante, una vez que mi padre haya muerto —digo con sinceridad.
El aire que me habían dado había sabido bien a mis cansados pulmones, pero
nada sentaría mejor que saber que Frank Donahue estaba a dos metros bajo
tierra.
Heridas autoinfligidas
Rook
De niño me bautizaron con gasolina.
Nacido para encenderse. Nacido para vivir y caer en llamas.
Criado en la casa del Señor pero bautizado por un toque de rebeldía.
El rumor de mi linaje, de que yo era el vástago del Gobernante del Infierno,
surgió tras un día cualquiera en la escuela dominical. Yo era lo bastante mayor
para entenderlo, pero demasiado joven para comprender lo que los rumores iban
a suponer para mi vida.
Nos habían pedido que compartiéramos algo con la clase: un dato interesante,
un talento genial, una extraña combinación de alimentos que nos gustara. Un
fragmento de nosotros mismos para que nuestros compañeros nos conocieran
mejor y pudiéramos hacer amigos.
Había un niño que tenía como mascota un pez llamado Flipper con una sola
aleta. Un niño daltónico y una niña a la que le gustaba comer bocadillos de
mantequilla de cacahuete y mayonesa, lo cual creo que era más blasfemo que
todo lo que yo había dicho.
Cuando llegó mi turno, me puse de pie y me levanté la camiseta, dejando al
descubierto el lado de la parte baja de la espalda donde tenía la marca de
nacimiento. Ahora es más pequeña, pero en mi pequeño cuerpo era bastante
grande. La coloración creaba esta forma de X o lo que yo creía que era esa forma.
Para mí era genial, como si la X marcara el lugar, ¿sabes? Y como a mí me
encantaba Piratas del Caribe, pensé que estaría bien compartir este dato con
mis compañeros.
Pero no lo vieron como el marcador de un tesoro enterrado, ni siquiera como la
vigesimocuarta letra del alfabeto.
Lo veían como una cruz al revés.
El Anticristo.
La marca de la bestia.
Nuestro profesor de la escuela dominical intentó acallar los murmullos de los
niños y las bromas que hacían, pero el daño ya estaba hecho. Después de
aquella lección, aquellos niños corrieron a sus padres y les contaron todo sobre
mi marca de nacimiento.
Creció, creció, creció, hasta que se convirtió en el monstruo que es hoy. Hasta
que me convertí en el monstruo que soy hoy.
Desde una simple coloración de la piel hasta que mi madre había rezado a la
deidad equivocada. Hablaban de ello como si se tratara de una leyenda o una
historia de miedo alrededor de una hoguera.
Así que cuando me rendí al caos y me convertí exactamente en lo que ellos
querían, todos actuaron como si lo vieron venir. Yo estaba marcado por el diablo;
sólo tenía sentido que actuara como él.
Al igual que mis amigos, llegó un momento en mi vida en el que renuncié a
intentar ser otra cosa que sus rumores. Cedí a la reputación y me convertí en
algo mucho peor de lo que podían imaginar.
No me convertí en el hijo del Diablo. No, me negué a inclinarme bajo los pies de
nadie. Ya no.
Ellos querían esto, ¿verdad? Querían derribar lo que quedaba de un chico sin
esperanza y convertirlo en un monstruo al que odiar.
Querían el mal, así que me convertí en su rey.
El gobernante de todo.
Me había convertido en el mismísimo Lucifer.
Hice llover fuego del infierno y viví en pecado.
—Cambia la puta música, hermano. Esto es peor que el screamo de
Alistair —me quejo, apretando la parte delantera de la silla de madera en la que
estoy a horcajadas. Mis uñas cortas clavándose en el material.
Thatcher aumenta la presión sobre mi espalda. Me golpea con fuerza. El feroz
dolor me hace palpitar los dientes. Es agudo, y puedo sentir mi piel abriéndose,
la sangre corriendo hacia abajo. Es extraño lo caliente que se siente.
—Mi sótano. Mis reglas. Mi música —afirma.
Respiro por la nariz y cierro los ojos. El subidón de éxtasis por la tortura infligida
me hace temblar de satisfacción, alcanzando por fin el subidón terminal del
castigo.
Cada nuevo corte es un pago. La compensación brota de la piel desgarrada en
forma de sangre. Todo el arrepentimiento y la culpa reprimida caen de mí. El
estrés de mi vida, la culpa, mis fracasos, Sage. Cae en cascada por mi columna
vertebral y abandona mi cuerpo.
Llevaba años pensando en hacerme esto.
Cortarme. Autolesionarme. Como demonios lo llamaría un terapeuta.
Podría haberlo hecho yo mismo, llevarme una cuchilla de afeitar a los muslos o
a las muñecas. Pero sabía que Thatcher necesitaba cortar. Habría sido egoísta
por mi parte guardármelo para mí. El impulso que alimenta mi alma para
quemar cosas es el mismo que fluye dentro de él. En lugar de necesitar fuego,
necesita ver carmesí.
Necesita poner su mierda de música clásica en su sótano de American Psycho
que huele a hospital y a cortadas. Entonces, ¿por qué lo haría yo mismo cuando
podría darle esto a Thatch?
Todos tenemos diferentes motivaciones para saber por qué necesitamos estas
cosas para afrontar nuestras vidas.
No se trata de conocer la razón ni siquiera de entenderla. No se trata de nada de
eso. Se trata de estar ahí para el otro. Ser lo que el otro necesita para salir
adelante. Hicimos un juramento tácito cuando éramos jóvenes. Que no
importaba lo lejos o lo oscuro que tuviéramos que ir, si uno de los chicos
necesitaba algo, siempre estaríamos allí. Seríamos eso para ellos, costara lo que
costara.
El resto del mundo se había cagado en nosotros. Nos había tirado como basura.
Nos había olvidado. Nos dejaron pudrirnos.
Sólo nos tenemos los unos a los otros, y eso siempre será suficiente.
—Muy bien, ya son diez —dice, apartando el bisturí de mi cuerpo. Le oigo
empujar su silla rodante lejos de mí.
—Dos más.
—Voy a tener que ir más abajo. Los de arriba aún no se han curado de nuestra
última sesión.
—Entonces ve más abajo. Dame más.
Lo había estado haciendo a menor escala desde que empecé a luchar con
Alistair. Exponerme a la agonía y la angustia, todavía lo hago. Pero el año
pasado, era vital que tuviera más.
Acudí a Thatcher aquel día, después de Sage, después de haberme puesto
estúpidamente en una situación en la que nunca debería haber estado,
buscando disciplinarme para no volver a confiar nunca jamás en alguien así.
Los golpes de Alistair no me habrían dado lo que necesitaba. Sólo eran
superficiales, como los de mi padre. Sólo magullaron el exterior. No liberé nada,
y necesito asegurarme de liberar todo.
Mi cuerpo estaba desesperado. Necesitaba purgar mi torrente sanguíneo por
completo de Sage Donahue, y él era el hombre para el trabajo. Conozco a
Thatcher, y sé de lo que es capaz.
Es capaz de perforar mi cuerpo y extraerla. Es un cirujano experto que utiliza
bisturíes para extirpar un virus que se había apoderado de todo mi sistema y,
en cada sesión, la extrae más y más.
Pero ella es un maldito tumor. Cada vez que me arranca un pedazo de ella,
vuelve a crecer diez veces más.
—Siempre había sentido curiosidad por saber por qué apareciste en mi puerta
aquel día, Van Doren —dice de repente, iniciando otra amplia línea desde un
lado de mi espalda—. Y creo que ahora tengo una teoría sólida. ¿Quieres que la
comparta? ¿O quieres contármela tú mismo?
Giro un poco la cabeza, mirando por encima del hombro.
—No vengo aquí a hablar, Thatcher. No sobre esto. Esa es la regla: sin
preguntas.
—Oh, esto no es una pregunta. Es una afirmación —La música cambia a otra
melodía de piano, cargada y sombría—. Sólo te estoy dando la oportunidad de
admitirlo ante ti mismo primero.
—¿A dónde quieres llegar, hombre?
—Bueno —empieza, tocando un punto especialmente sensible y haciéndome
sisear de incomodidad—, nunca tuvo sentido. No había nada que te llevara al
límite. Te conformabas con ser el saco de boxeo de Alistair y de tu padre. ¿Cuál
fue el clavo en el ataúd que te llevó a mí? ¿A esto?
El sabor del vodka de fresa y la traición.
Dejo caer la cabeza sobre los brazos que tengo delante, mirando el suelo de
cemento.
Mi última esperanza en la humanidad había sido incendiada por unos ojos azul
neón y una bonita boca envenenada.
—No tenía sentido. No hasta la otra noche.
Mi cuerpo se congela, se vuelve sólido. Es imposible que se haya dado cuenta.
No pudo haberlo hecho.
Detrás de mí, le oigo dejar caer el bisturí en un cuenco, haciendo ruido metálico.
El corte ha terminado y ahora empieza la limpieza. El sonido del papel
rasgándose resuena mientras se prepara para vendarme.
—La preciosa Sage Donahue —dice con entusiasmo, siempre tan engreído, sobre
todo cuando sabe que tiene razón en algo—. ¿Cuánto tiempo planeabas
ocultárnosla?
Me pongo pálido y no sólo por la pérdida de sangre.
Me pasa un paño húmedo por la espalda, haciéndome aspirar aire entre los
dientes. Inclino un poco la columna y dejo caer la cabeza hacia atrás mientras
me limpia la herida con alcohol.
—No sé de qué estás hablando —digo con frialdad, sacudiendo un poco la
cabeza, esperando que mi carácter tranquilo le despiste.
—No insultes mi inteligencia o mis instintos, Rook. Vi la forma en que la miraste
cuando apareció en el Peak. La forma en que ella hubiera seguido
preguntándonos, sin importarle su orgullo o nuestra oposición. Pero tan pronto
como dijiste algo, ella estaba acabada. Sé lo que es que una persona se rompa,
y tus simples palabras la desintegraron.
Thatcher conoce el cuerpo humano y sus reacciones mejor que la mayoría de la
población. Conoce las arterias y venas que recorren sus extremidades por su
nombre, los órganos y sus funciones, pero también es la única persona que no
lo entiende más allá de un nivel químico.
Es observador; no se le escapa nada. Capta el lenguaje corporal, los cambios de
tono, cómo difieren ciertos gestos de una persona a otra. Observa y puede
reproducirlo casi a la perfección, pero no es real.
Puede fingirlo. Incluso puede hacer que otros lo crean.
Sin embargo, la realidad es que Thatcher no tiene empatía.
Al parecer, esa parte de su cerebro no había recibido el memorándum, porque
no siente absolutamente nada. No entiende nada de emociones del corazón ni
de emociones en general. No tiene con quién compararse.
Así que, aunque podría hablar durante horas y horas sobre cómo funciona el
sistema respiratorio con todo lujo de detalles, nunca entendería lo que se siente
al respirar por otra persona. Nunca sería capaz de comprender lo poderosas que
son la traición y el desamor.
Por eso, sí, creo que valoraba a Rose como humana, igual que a nosotros. Le
une la lealtad y sólo eso. Es el más lúcido en esta situación porque no tiene
ningún apego emocional. Es simplemente una transacción de negocios. Se
llevaron a Rose, y él va a hacer lo que necesita para reemplazar ese activo o al
menos llenar su vacío.
Así que es la última persona con la que quiero tener esta conversación. Sin
embargo, de alguna manera, sabía que sería él.
—Así que te lo preguntaré de nuevo, y sólo una vez más, Van Doren —advierte,
con tono frío y distante—. ¿Qué tiene que ver Sage con esto? ¿Por qué te estás
castigando esta vez?
—A la mierda con esto, hombre —Me separo de él de un tirón, levantándome de
la silla y tirándola hacia delante—. No tienes ni idea de lo que estás hablando,
y yo no me apunté a tu mierda de psicología.
Agarro la camisa que descansa sobre la brillante mesa de acero en el centro de
la habitación, me la paso por los hombros y hago que la cinta tire contra mi piel,
las heridas que hay debajo palpitando con un dolor sordo.
—Si ella va a ser un problema para nosotros, si nos pone en riesgo por lo que
estamos haciendo -si ella es tu problema- entonces es mi asunto saberlo. No
permitiré que arruines esto porque no puedes controlar tus hormonas
impulsivas.
Me doy la vuelta, me acerco a su cara, pero él apenas parpadea, bajándose las
mangas blancas de la camisa por los brazos. Tan técnico, tan preciso que no
tiene ni una gota de sangre.
—No me vengas con esas, bastardo pretencioso —le digo—. Nunca haría nada
que nos pusiera a todos en peligro. Ella no es nada, siempre ha sido nada.
El ácido me corroe las entrañas, la forma que tiene mi cuerpo de llamarme
mentiroso. Mentir a alguien a quien llamo amigo, uno de mis mejores amigos.
Quiero creerlo, que ella no es nada. Maldita sea, daría cualquier cosa por que
no fuera nada.
Pero sigue viviendo dentro de mí como un parásito, alimentándose de mí.
La calma de sus movimientos casi me enfada más. La forma en que arrastra
perezosamente sus ojos hasta los míos, estableciendo un contacto directo.
—No estoy diciendo que lo harías, Rook —Hace una pausa—. No
intencionadamente.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Significa que eres impetuoso. Actúas precipitadamente y te dejas llevar por
tus deseos. Yo confío en ti. No confío en tus emociones.
Me paso la lengua por los dientes, asintiendo con sarcasmo.
—Vete a comer otro diccionario, jodido imbécil —gruño—. No necesito ser un
robot para tener el control.
He terminado con esta conversación. He terminado con esta sesión.
Me doy la vuelta y me dirijo a los escalones que conducen a la parte superior de
la casa, donde todo es cálido y hogareño, a diferencia de lo que hay debajo, ese
lugar frío y carente de emociones en el que habita Thatcher.
—Si yo lo descubrí, no pasará mucho tiempo antes de que los demás lo hagan.
No dejes que ellos, nosotros, nos enteremos por otra persona, Rook. Si no
tenemos confianza, entonces no tenemos nada —me dice a la espalda, haciendo
que me detenga en lo alto de las escaleras.
Giro la cabeza, lo justo para mirar por encima del hombro, cuesta abajo, al
hombre bien plantado que hay al fondo.
—Thatcher, ¿por qué demonios te importa? —le pregunto—. Seamos sinceros:
no te importa nada. Para ti es lealtad, eso es todo. Entonces, ¿por qué jodidos
te preocupas por mí y mi mierda personal?
No soy el único que tiene secretos, y estoy harto de que actúe como si yo los
tuviera. Alistair los tiene, Silas, y también Thatch. Probablemente tiene más que
cualquiera de nosotros. Una vez en nuestra amistad había abierto la bóveda y
nos habló de su padre.
Sobre cómo se enteró, lo que vio de pequeño.
Cómo había tropezado con el garaje de su padre y todas las cosas que había
dentro. Y una vez que eso ocurrió, una vez que su padre lo atrapó, Thatcher se
había convertido en un protegido. Henry Pierson es un hombre inteligente y creó
una forma de que él y su legado vivieran para siempre: convertir a su inocente
hijo en un asesino en serie prodigio.
Thatch nunca nos dijo lo que su padre le obligaba a hacer, lo que le obligaba a
ver, pero puedo garantizar que no eran dibujos animados.
El silencio se prolonga hasta que oigo su voz, calmada y firme.
—Puedo hacerte daño. Alistair puede hacerte daño. Incluso Silas puede. Pero
nadie más —Se detiene un momento antes de continuar—. Nadie más puede
hacerte daño, Van Doren. Nadie más.
El Gauntlet
Sage
—Alistair me va a matar.
No me molesto en estar en desacuerdo con ella. Cuando descubra que mentía
sobre dónde estaba, podría matarnos a todas.
—Estará bien. No es tu problema que no va a participar este año. No significa
que tengamos que perdernos la diversión —le digo.
Según Briar, los Hollow Boys están optando por no participar en el juego de este
año. Briar tuvo las bolas de mentirle, diciéndole que estaría en su dormitorio
con Lyra toda la noche. Espero, por su bien y el mío, que nunca sepa lo
contrario.
—¿Están seguras de esto? —pregunta Lyra—. El año pasado, la gente acabó en
el hospital.
—No te asustes. Es sólo un juego. ¿Qué tan malo puede ser?
Dejo la pregunta de Briar en el aire.
No estoy segura de cómo responder, porque sé que una vez que los Wastelands
se enteren de que los chicos no participan, se ensañarán aún más en su
búsqueda de la victoria.
El viento me golpea con fuerza en el rostro, haciéndome temblar. Puede que sea
el primer día de primavera en el calendario, pero con este frío no florecerán las
flores. La nieve cesó hace semanas, pero el frío persiste y persistirá durante
varias semanas más.
La primavera significa colores brillantes y sol fresco. Aquí solo significa un tono
diferente de gris.
Camino en medio de Briar y Lyra, todas abrigadas: botas, gorros e incluso una
bufanda rojo oscuro. No sabemos cuánto durarán estos juegos, pero sabemos
que la temperatura bajará cuanto más tiempo estemos fuera.
Vemos cómo varias personas delante de nosotras se amontonan a través de las
puertas de seguridad inactivas que normalmente te escanean en busca de
objetos ilegales. Esta noche son un obstáculo más. Aprieto las manos contra el
frío metal y salto por encima de las barras hasta el otro lado, dispuesta a seguir
a la pequeña multitud que se adentra en el parque.
Recibo un fuerte golpe en el costado por parte de un grupo de chicos alborotados
que saltan y se empujan unos a otros.
—Cuidado, imbécil —siseo.
Uno de ellos se vuelve hacia mí, sonriendo mientras echa un lento vistazo a mi
cuerpo.
—Ese palo en el culo no te ayudará esta noche, princesa. Si ese codazo es
demasiado para ti, creo que será mejor que te vayas antes de que tú y tus amigas
ricas acaben heridas.
Entrecierro los ojos. —Es una pena que hayan venido sólo para perder. Otra vez.
Se ríe, lleno de maldad, lleno de promesas. —Es un cheque muy grande el que
estás cobrando. Será mejor que tengas algo para respaldarlo. No quiero que esa
mierda rebote.
Se adentran más en la oscuridad, sus cuerpos desaparecen pero sus palabras
perduran. Esto es un juego, pero al fin y al cabo, es una batalla. Una por la que
se luchará con sangre y agresividad, resentimiento acumulado que ha estado
alimentando una rivalidad centenaria.
Los ricos contra los pobres.
Los Wastelands contra el dinero de papi.
—Odio a los idiotas engreídos —resopla Briar mientras salta por encima.
—Estás saliendo literalmente con uno —bromeo, sonriendo un poco.
Lyra se ríe a carcajadas, aligerando el ambiente, quitándole pesadez a la
situación. Odié que Briar tuviera que mentirle a Alistair. Sé que le mató hacerlo,
pero él no la habría dejado ir. Y creo que ella siente lo mismo que yo, lo que
todas sentimos.
Esto es especial.
Es diferente.
Nuestra forma de solidificar nuestro vínculo. Algo para nosotras y sólo para
nosotras.
—Tienen razón —El sonido de clavos en una pizarra llena mis oídos—. No
deberías estar aquí.
No necesito darme la vuelta para saber de quién se trata, ni siquiera para
preguntarme a quién iba dirigida esa afirmación. Llevaba oyendo el mismo
barítono pomposo desde que estaba en la guardería. Una de las únicas cosas
buenas de estar encerrada en un psiquiátrico era alejarme de Easton.
Hay una emoción singular que siento hacia él: pura rabia sin filtro. No hay nada
que desee más que verlo desmoronarse bajo mis pies. Tengo una lista de
personas a las que voy a destruir antes de irme de Ponderosa Springs esta vez,
y justo debajo de mi padre está mi ex novio y su corona corrupta.
—Qué inoportuno para ti, entonces, porque estoy aquí —digo, girando sobre mí
misma para mirar hacia East por primera vez en casi un año—. Y pienso
quedarme.
Ya no tiene nada sobre mí. Ni Rook, ni Rose. Había cedido a sus deseos, los
deseos de su padre, para salvar a mi hermana. Para proteger a Rook. Ahora que
ya no tengo que hacer eso, me niego a inclinarme ante un imbécil que está por
debajo de mí.
Que siempre había estado por debajo de mí.
—Encantado de verte de nuevo, Sage. —Me mira detenidamente, haciéndome
sentir físicamente enferma por haber dejado que me tocara. Dejarle entrar en
mi cuerpo.
—Demasiado pronto, si me preguntas —le respondo.
Casi me río de él, de cómo incluso en pantalones y camiseta sigue apestando a
esa actitud prestigiosa de la que estaba tan orgulloso. Su pequeño grupo de
amigos le sigue de cerca y, por un segundo, me odio por haberme permitido
hacer eso mismo alguna vez.
Nunca más, pienso. Nunca.
—Veo que te has hecho nuevas amigas. ¿Sabe tu padre con quién
andas? —Levanta una ceja, demasiado perfecta para ser natural—. Supongo que
ya no importa, ¿verdad? Ya eres mercancía contaminada, más vale que te juntes
con quienes comparten ese rasgo.
—Mercancía contaminada que intentabas follarte el semestre
pasado —interviene Briar, erguida a mi lado. Lyra se acerca, con la mandíbula
tensa y la mirada dura.
Parece que no soy la única persona con mal sabor de boca después de tratar
con Easton Sinclair. El calor se extiende por mi cuerpo al saber que tengo gente
que me cubre las espaldas, incluso en esta pequeña situación de
enfrentamiento. Sé que podría manejarlo por mi cuenta, pero aun así sienta bien
tenerlas ahí.
Tener a alguien allí.
—¿Sabe tu padre que estás invadiendo una propiedad, a punto de romper Dios
sabe cuántas leyes esta noche? Sé que le gusta tenerte bien atado.
Rechina los dientes. —Ten cuidado.
—¿Qué? ¿He dado en el clavo con papi querido, East? —Hago un mohín
malicioso.
Da pasos decididos y bruscos antes de acercarse, mirándome fijamente por
encima del hombro. Me mantengo firme, levantando la barbilla. Nunca le había
tenido miedo y no pienso tenerlo ahora.
Los hombres poderosos no necesitan demostrar nada, pero los débiles
arremeten cuando su reputación se ve amenazada. Y Easton siempre ha sido
débil, cumpliendo las órdenes de su padre, ocupándose de sus trapos sucios.
—Deberías haberte quedado fuera —sisea—. ¿Voy a tener que asegurarme de
que acabes muerta como tu hermana para poder librarme de ti?
Mi reacción instintiva es abofetearlo por siquiera mencionarla. Estoy harta de
que la gente tome su nombre en vano. Hablando de ella tan
despreocupadamente, usando su muerte como un arma contra mí. Daría
cualquier cosa por arrancárselo de la boca, por tomar represalias contra todos
ellos, hasta que no sean más que polvo.
Sólo deseo que los chicos vean eso. Que tenemos el mismo motivo.
Alistair, Thatcher, Silas y Rook.
Hace años, habría dicho que éramos una especie totalmente distinta, y ahora
no podríamos parecernos más. Pero nunca lo crearán, me creerán.
Reúno toda mi furia, toda mi rabia desenterrada, todas las cosas que nunca
antes le había dicho, y escupo sobre sus zapatos. Mi saliva blanca se pega a sus
caras zapatillas de diseño.
—¿Quieres librarte de mí? Pues hazlo, maricón— le suelto—. Pero mejor
asegúrate de matarme primero, Sinclair. Porque voy por tu puta cabeza.
Había esperado años para expresar mi desagrado por el chico de oro de
Ponderosa Springs, al aire libre, donde cualquiera pudiera oírme. Quiero que
todos sepan cuánto odio al que adoran. Quiero que todos sepan que no es más
que goma de mascar bajo mis pies. Que no es más que un peón en el ajedrez de
su padre.
Más gente inunda las puertas, causando un alboroto a nuestro alrededor, pero
nos mantenemos firmes, mirándonos fijamente. Mi amenaza flota en el aire
como un péndulo que va y viene.
Briar me agarra suavemente del antebrazo. —Él no vale la pena. No dejes que
arruine esta noche. Vamos.
Le miro fijamente un poco más antes de dejar que me aparte, no porque no me
pasaría todo el día frente a frente con él, sino porque tiene razón. Él no va a
arruinar esto.
—Dios, lo odio. Me encantaría darle de comer a las hormigas de fuego —dice
Lyra, sacudiendo la cabeza.
—Lyra, lo digo como un cumplido —le digo suavemente—, pero a veces me das
miedo.
Levanta un poco la boca, dedicándome una sonrisa de lado.
—Gracias.
Unimos nuestros brazos, dejando atrás a Easton y sus seguidores. Intento no
pensar en que estamos todos en el mismo equipo y que, en algún momento,
puede que tengamos que trabajar juntos con ellos esta noche.
Esta es la marca de algo nuevo, algo bueno. El encendido de un fuego que no
había sentido en mucho tiempo. Briar y Lyra se sienten como una conexión real,
verdaderas amigas, y me avergüenza admitir que nunca había tenido eso antes.
Y cuanto más estoy con ellas, más lo deseo.
Es extraño lo normales que habían sido las cosas, lo sencillas que me habían
parecido las últimas semanas: ir a clase juntas, sesiones de estudio, noches de
cine. Incluso me apunté a una clase de teatro, una pasión que había enterrado,
pensando que había muerto cuando me enviaron lejos, sólo para descubrir que
estaba esperando que volviera todo el tiempo.
Me había convertido en miembro de su Sociedad de Solitarios, y me sentía bien.
Sigo viviendo, existiendo, e intento no sentirme culpable cuando disfruto de ello,
sin miedo a si se enteran de mis secretos o no, porque básicamente todo sobre
mí se había aireado.
No puedo pasar dos días sin pensar en lo mucho que le hubiera gustado esto a
Rose. Cómo habría florecido en la universidad y con estas chicas. Ellas la
habrían amado. Ella las habría amado. Hay tantas cosas que Rosie no tuvo la
oportunidad de amar.
Easton, Cain, mi familia, ya habían arruinado bastante lo bueno en mi vida, y
me niego a que me quiten nada más.
La música resuena en el parque y algunas atracciones se encienden,
despertando de su hibernación. Esto no hace más que aumentar el entusiasmo
de todo el mundo, recordándonos a todos por qué habíamos venido en primer
lugar.
Para ganar.
Sólo de pensarlo se me dispara la adrenalina. Los nervios zumban en mi
estómago mientras intento adivinar qué juego jugaremos. Estoy lista para jugar;
aunque sé que West Trinity juega sucio, estoy preparada.
Incluso con las luces iluminando partes del parque, sigue estando oscuro. Sin
agua corriente durante el invierno, este lugar parece desolado y espeluznante,
preparando el escenario para un juego notoriamente traicionero que no podemos
evitar jugar. El viento aúlla como un aviso de sirena, los árboles se ciernen sobre
nosotros y la niebla empieza a asentarse.
Durante el verano, rebosa de lugareños y sus hijos, pero ahora, sólo se siente
como otra pieza olvidada que Ponderosa Springs había dejado de lado. Otro
fantasma.
Juntas, llegamos hasta donde se ha congregado el resto del grupo, agrupándose
en torno a un pequeño escenario de madera donde a veces realizan espectáculos
de temática acuática para niños pequeños. Esta noche, es el punto de partida,
donde descubriremos a qué nos enfrentamos.
Nos situamos cerca del fondo y, cuando la música se atenúa y el sonido de las
botas la sustituye, observamos cómo cuatro figuras camufladas suben a la
plataforma. Permanecen inmóviles, todos mirando al frente, mientras uno de
ellos sostiene una antorcha en la mano derecha.
Nos miran desde arriba, esperando. Todos apaciguan sus voces, la masa se
silencia. Todos llevan máscaras antigás, nos ocultan su identidad. El corazón
me late en los oídos y la sangre me recorre el cuerpo a toda velocidad.
—Bienvenidos al Gauntlet —habla uno de ellos, con voz potente. No es algo
fuerte u odioso; es opaco y amenazador. Es una advertencia tácita de que,
aunque esto puede ser divertido, no será fácil.
La aprensión se apodera de mí y mis ojos observan a nuestros adversarios y
compañeros de equipo. Algunos de ellos van equipados con bolsas de libros que
contienen quién sabe qué, lo que me hace sentir desprevenida.
Es esa sensación de justo antes de entrar en una casa embrujada: parece una
idea divertida cuando estás al final de la cola, pero ahora que eres el siguiente,
parece mucho más aterradora.
Una de las figuras enciende una cerilla, con el eco del silbido de la llama, justo
antes de encender el extremo de la antorcha y sostenerla en el aire con
determinación.
—Como manda la tradición, Ponderosa Springs seleccionó la ubicación, y ahora
West Trinity debe compartir el juego que ha seleccionado —afirma.
Esta vez habla otro. —El juego de este año será Capturar la bandera.
—¡Vamos, joder!
—¡Claro que sí!
Resuenan cánticos y gritos. La energía de la zona está cargada, electrizante,
como si estuvieras agarrado a un cable con corriente. Nos atraviesa a todos.
Miro a Briar y Lyra. —Bastante simple, ¿verdad?
—Sencillo —tranquiliza Briar.
—Las banderas ya se han escondido en las zonas que han dirigido. Pueden jugar
como una unidad o por separado, pero el objetivo es el mismo. Conseguir la
bandera del otro equipo antes de que consigan la suya. West Trinity empezará
en el norte y Ponderosa Springs en el sur. Cuando lleguen al lugar de partida,
una sirena les avisará que el juego ha comenzado.
Treinta y cinco acres de atracciones acuáticas rodeadas de pinos, todo juego
limpio. Podrían estar en cualquier parte.
Era mucho espacio para cubrir. Casi demasiado.
—Todo vale. Sin normas. Sin reglas —afirman—. El ganador se lo lleva todo y,
como siempre, intenten no morir.

—Chicas —resopla Lyra—, no puedo respirar —Se sujeta el costado,


inclinándose un poco mientras aspira aire profundamente.
—Shh —susurro, con una fina línea de sudor pegada a la frente y el pecho
dolorido de tanto respirar aire frío.
Estamos escondidas detrás de un tanque de agua, el tanque nos protege del
frente. Estamos en su territorio y llevamos así veinte minutos, sin suerte para
encontrar la bandera. Un silbido agudo me taladra los oídos cuando veo caer
otra bengala a unos metros delante de nosotras.
Me pican los ojos por el humo que sueltan; al parecer, han traído todo un arsenal
para impedir que ganemos: granadas de humo, bengalas, trampas explosivas de
todo tipo. Vi cómo rociaban a un tipo con gas pimienta.
Tengo miedo porque es evidente que harán cualquier cosa para ganar. Incluso
si eso significa causar daño.
Me duele todo el cuerpo de correr.
Nos habíamos ceñido al plan: pasar desapercibidas. No somos lo bastante
fuertes ni estamos equipadas con nada que pueda defendernos de nuestros
oponentes. Así que decidimos que ir por su bandera era mejor plan que
encontrar la nuestra y protegerla.
Nos habíamos abierto paso por el parque, esquivando a los jugadores del West
Trinity.
—Todas las atracciones interiores están cerradas. Es imposible que esté dentro.
Tiene que estar en algún lugar alto —murmura Briar, manteniendo la voz baja.
—El único lugar elevado en esta área es la Drop Zone. Está un poco por delante
de nosotras, pero todo lo demás por aquí está bajo tierra.
—Vamos en esa dirección, entonces. Tenemos que darnos prisa, dudo que
Easton y su pelotón sean capaces de defenderse de West Trinity por mucho más
tiempo.
Escudriño la zona una vez más antes de salir de nuestro escondite, caminando
lentamente e intentando no hacer ruido. Gritos y sonidos ominosos resuenan
en la distancia. Cada crujido o aullido del viento me pone de los nervios.
La adrenalina enmascara mi miedo, manteniéndome en movimiento incluso
cuando mi cerebro empieza a entrar en pánico. Somos tres chicas separadas del
grupo en territorio enemigo. Enemigos que están dispuestos a llegar tan lejos
como sea necesario para derrotarnos.
Trato de no pensar en ello, dejando que me impulse el deseo de ganar.
Mi aliento sale en bocanadas visibles, y estas capas de ropa sólo me hacen sudar
más. La Drop Zone está a la vista, las serpenteantes escaleras de madera que
conducen al enorme tobogán sobresalen del resto de atracciones.
Tiene que estar ahí.
—Oigan —susurra Briar—. ¿Qué es eso?
Señala a nuestra izquierda, donde la piscina de olas permanece estancada.
Probablemente sea lo único con agua dentro de este lugar durante esta estación.
La estructura empieza ancha, estrechándose cuanto más te acercas al muro de
hormigón que mantiene toda el agua dentro, y almacena la maquinaria que hace
las olas. Apenas queda agua en la entrada poco profunda de la piscina; toda ella
se ha acumulado en la parte más profunda, donde permanece oscura y turbia.
Es entonces cuando me fijo en el gran cartel que hay en lo alto del saliente del
muro de hormigón, en el que se lee Wave Lagoon. En la parte superior del cartel
hay una pancarta con cintas que ondean en el aire y, en el centro, una bandera
naranja atada.
—Joder, la encontramos —murmuro, con una sonrisa en el rostro, demasiado
abrumada por el orgullo como para darme cuenta del peligro que se avecina.
—Gracias a los dioses —jadea Lyra.
—¿Dioses? —Me río.
—Soy agnóstica —Se encoge de hombros—. Me parece mal mencionar sólo uno.
Antes que podamos ponernos en marcha hacia la bandera, oigo un agudo silbido
que atraviesa el aire, seguido de una brillante luz roja que surca el cielo antes
de rodar frente a nosotras. La bengala lanza chispas y humo que me queman
los ojos.
El grupo de tipos de antes sale de las sombras, cada uno desde una dirección
diferente, rodeándonos en círculo. Encienden dos bengalas más y las envían
hacia nosotras. El irritante humo me hace toser y me tapo la nariz con el brazo.
—Esperaba encontrarlas de nuevo esta noche —dice uno de ellos, balanceando
amenazadoramente un palo de hockey en círculo—. Se lo advertimos, chicas.
Estábamos tan cerca, y ahora se siente tan lejos.
—¿Qué hacemos? —dice Lyra, su voz nerviosa mientras se acercan.
Odio no tener una respuesta. ¿Qué podríamos hacer? Ellos son tres y nosotras
tres, pero también llevan armas. No hay mucho que podamos hacer excepto
correr.
—Tenemos que separarnos. Tenemos que correr —dice Briar, tosiendo mientras
lo hace—. Sage, ve por la bandera. Lyra, corre en la dirección opuesta.
—¿Y tú? —pregunto, nerviosa por su respuesta.
—No te preocupes. Sólo ve.
Es un movimiento arriesgado, una apuesta, y no me gusta. Podrían atraparnos
incluso antes que escapemos, podrían atraparnos en general. Pero tenemos que
correr ese riesgo. Tenemos que hacer algo.
Cada una de nosotras respira, este momento se detiene en el tiempo, los
depredadores se acercan.
Salgo corriendo primero, abriéndome paso entre dos de ellos mientras Lyra hace
lo mismo en dirección contraria. Mis pies me empujan hacia delante, mis botas
golpean el suelo mientras ignoro cualquier lógica y dejo que mi cuerpo me
impulse. Es pura adrenalina, y en lo único que pienso es en agarrar esa
bandera.
Terminar esto.
Ganar esto.
Sólo cuando estoy a varios metros de distancia me doy la vuelta y veo a Briar,
que no había corrido. Se había quedado allí como un cebo. El tipo del palo de
hockey tira hacia atrás y la golpea en la parte posterior de las piernas con el
extremo romo. Su grito de dolor me hace detenerme, e inmediatamente quiero
volver corriendo hacia ella.
Mientras cae de rodillas, con su cabello rubio meciéndose delante de su rostro,
grita: —¡Sage, ve!
Es una inyección de motivación, sabiendo que si alcanzo la bandera, todo esto
habrá terminado. Uno de los otros chicos se dirige hacia mí, y es entonces
cuando empiezo a correr de nuevo.
—¡No dejes que agarre la bandera!
Bombeo mis brazos, forzando a mis piernas a trabajar más rápido, para superar
el ardor en mis pulmones.
Subo corriendo por el lateral de la piscina, trepando por la verja que me sitúa
en el lado en el que sólo pueden entrar los empleados. Oigo sus pasos
acercándose, sus manos moviéndose contra la verja mientras se acerca a mí.
Miro a mí alrededor, tratando de averiguar mi próximo movimiento, lo que voy
a hacer a continuación.
—¿Adónde vamos ahora, chica? —murmura sombríamente.
—Arriba —respiro.
Me agarro a la pared, levantándome sobre ella, viendo que hay espacio suficiente
para ponerme de pie con los dos pies, pero sólo en esta zona. Voy a tener que
caminar de lado, de espaldas a la piscina de olas que hay debajo, sin nada a lo
que agarrarme.
Me vuelvo hacia el hombre que se me acerca y hacia la piscina llena de lodo. El
agua es oscura, negra como el carbón, con trozos de hielo flotando en la
superficie debido al frío. O pierdo y me matan a golpes o me arriesgo a caer
dentro.
La caída no me matará, no es tan alta como para hacerlo, pero mi miedo al agua
lo empeora todo.
Me recorren escalofríos por los brazos cuando apoyo el pie derecho en el saliente
y presiono las manos y el rostro contra el frío cartel. Me quema la piel caliente,
pero no me atrevo a moverme demasiado deprisa. El viento me golpea con fuerza,
haciéndome apoyarme más en el cartel, intentando que no me empuje.
Tengo la garganta tan seca que me resulta imposible tragar, respirar en realidad.
Mi otro pie se tambalea, pero le sigo, y pronto estoy contoneándome, con los
talones colgando del borde mientras los dedos de los pies intentan mantenerme
en equilibrio.
No te caigas. No te caigas. No te caigas.
Me acerco al centro, donde cuelga la bandera, ondeando salvajemente.
Mi corazón golpea contra mi pecho cuanto más me acerco, la presión pesa sobre
mi hombro, tratando de trabajar nada más que por instinto y no por Briar, por
Lyra.
Al llegar al centro del cartel, miro hacia arriba, el material naranja justo encima
de mí. La línea de meta está justo ahí, la victoria tan cerca que puedo saborearla.
Me hormiguean los dedos mientras me pongo de puntillas.
Dentro de mi cabeza, me siento pausada. Todo se pausado: me siento lenta,
como si me moviera a cámara lenta.
Mi mano se enrosca alrededor del material, sintiéndolo en la palma. Tiro de él y
me lo llevo al pecho, sosteniéndolo como si fuera un recién nacido.
Lo hice. Nosotras lo hicimos.
—¡Maldita sea! —grita alguien, justo antes de que una mano se estrelle contra
el cartel, haciéndolo temblar. Me desequilibra y no puedo hacer nada para evitar
caer hacia atrás. Mis brazos se agitan, buscando desesperadamente algo a lo
que agarrarme.
Pero no hay nada.
La caída no es gradual como en las películas.
No, caigo rápido, con fuerza, estrellándome en el agua helada como una estrella
del cielo a un millón de kilómetros por hora y quemándome viva cuando
aterrizo.
Pedazos de hielo sólido golpean mi espalda antes de que el agua me atrape. Me
sumerge casi al instante, engulléndome como una bestia hambrienta.
Me envuelven las gélidas manos de la muerte, que se enroscan a mí alrededor
como un abrazo indeseado, y me abruma la intensidad del frío. Me rodea, se
hunde en mi piel, penetra en mis huesos, y sigue hundiéndose más cada
segundo.
Y no hay nada más que oscuridad. Incluso cuando abro los ojos bajo la
superficie, está llena de nada más que negro tinta.
Quiero nadar hasta la superficie. Quiero que desaparezca el escozor de mis
pulmones, pero mis extremidades... Quiero luchar, hacer algo, pero nada
funciona. Mi cerebro se ha estancado y mi cuerpo no sabe qué hacer. No siento
nada en ninguna parte.
Estoy paralizada. Demasiado congelada para moverme, para salvarme.
El miedo se ha apoderado de mí.
El miedo a morir y no poder evitarlo. Está completamente fuera de mi control.
El miedo a no saber qué me espera a continuación. El miedo a lo desconocido.
De repente, oigo música. La música de Rosie.
Las canciones que solía tocar en su habitación cuando trabajaba en una
escultura, y me pregunto si esto era lo que sentía justo antes de morir.
Quiero llorar por ella porque espero que no sintiera miedo, pero sé que lo tenía.
Estaba sola, preguntándose cuándo apareceríamos para salvarla, pero nunca
llegamos, no a tiempo. Murió pensando que la íbamos a rescatar, y ni siquiera
nos dimos cuenta que había desaparecido.
No hasta que fue demasiado tarde.
Murió sola y asustada.
Abandonó la tierra de forma exactamente opuesta a cómo vivió.
Siempre fue la valiente, la que estaba rodeada de felicidad y de gente que la
quería.
Y ahora moriríamos igual.
Solas sin nadie que nos salve.
Aspiro demasiada agua por la nariz y la boca. Me consuela saber que volveré a
verla. Las manchas llenan mi visión, todo se vuelve brumoso de repente, y me
siento somnolienta. Pierdo el conocimiento, me alejo cada vez más de mí misma.
Cediendo finalmente al dolor, al agua que sabía que acabaría viniendo por mí.
El calor se enrolla a mí alrededor y pienso que ya está. Me estoy muriendo.
Pero me encuentro brutalmente con el aire despiadado. Choca contra mi piel,
me recorre una brusca sensación de energía y me invade una violenta necesidad
de toser.
Me tiembla el cuerpo por el jadeo y el frío.
No estoy segura de sí estoy feliz de estar viva o simplemente conmocionada.
Me aferro a lo que sea que me sostiene, mis manos se aferran a ello, me aferro
a ello con todo lo que tengo porque se siente como lo opuesto a la muerte. Se
siente como la vida, como el aire.
—No puedes morir —oigo—. No tan fácilmente.
Incluso a través de mis nublados sentidos, incluso empantanada por el agua,
puedo olerlo. Como a cannabis y humo. A gasolina y cuero viejo. Lo siento firme
bajo mis dedos, caliente bajo la capa de humedad que nos cubre a los dos.
Mis ojos se abren de golpe y, a través de mi turbia visión, le veo.
Rook.
Tiene el cabello mojado pegado a la cara, las mejillas sonrojadas y la mandíbula
cuadrada tensa mientras intenta dejar de temblar.
Parece tan arruinado y a la vez tan hermoso.
Un chico tan lindo, pero incluso Lucifer fue lindo alguna vez.
El más hermoso.
Un ángel.
Lo hecho, hecho está
Rook
Sabía que su regreso no sería más que un peligro.
No haría más que distraernos y ponernos más en peligro. Sage siempre había
sido impredecible. Un veneno lento que te corrompía incluso antes de que
supieras que estabas infectado.
Problemas.
—Alistair, espera, Alistair, por favor, estoy bien... —suplica Briar, intentando
sin suerte frenarle. La sangre le gotea de las manos, los nudillos partidos y
supurantes. El daño que le había hecho a ese tipo en la cara sería permanente.
Sage está sentada en la acera, con una chaqueta envuelta alrededor de los
hombros mientras intenta combatir el frío. Su cabello mojado le roza la barbilla
cuando levanta la cabeza hacia el tren de carga que se dirige en su dirección.
Alistair tira de Sage por la parte delantera de su chaqueta, las manos aprietan
el material con fuerza mientras la presiona contra el lateral de su auto con
agresividad.
—¿En qué mierda estabas pensando? —gruñe, sacudiéndole el cuerpo mientras
habla—. No eres más que una puta egoísta. Casi consigues que la maten.
Sus ojos azules están tan apagados, los labios del mismo color. Probablemente
ni siquiera entiende lo que está pasando ahora, todavía mareada por la falta de
oxígeno. Y ahora tiene un monstruo fuera de control en la cara.
Cuando Briar no estaba en su dormitorio como le había dicho a Alistair, se puso
en modo guerra.
Después de todo lo ocurrido el semestre pasado con su hermano Dorian y el
secuestro de Briar, supuso lo peor. Alistair nunca tiene miedo, nunca, a menos
que tenga que ver con perder a Briar. Eso es lo único que teme en la vida. Ni
siquiera la muerte tiene prioridad sobre ella.
Menos mal que Silas puso un rastreador en su teléfono para tranquilidad de
Alistair, y cuando vio dónde estaban, nada le impidió encontrarla.
Habíamos llegado justo después de que Briar recibiera un palo de hockey en la
parte posterior de las piernas y un gancho de derecha en la boca. Había sido
brutal verlo, no sólo para mí sino también para mi amigo. Pensaba agarrar a
uno de los imbéciles que la había golpeado para ayudarle, pero me había
distraído.
Por una chica con las alas rotas.
Había caído con fuerza, tan rápido que ni siquiera estaba seguro de haberla
visto.
La observé, con el puño cerrado, esperando a que resurgiera, y cuando no lo
hizo, fui tras ella.
Estaba tan pálida cuando salimos a la superficie, tan rota. Como si ya se hubiera
rendido a la muerte cuando se hundió en el agua. Y eso me cabreó, no se le
permite morir. No así, no sin luchar.
No podía verla morir, no en ese momento. Porque todo lo que vi fueron momentos
falsos.
Todo lo que podía ver era la chica que había fingido ser cuando estaba conmigo,
debajo de mí, a mí alrededor, y no quien era en realidad. Cedí a esa debilidad, a
su debilidad. Volví a caer en la tentación y me lancé estúpidamente tras ella.
Me había rendido igual que cuando supe que estaba internada. Cuando conduje
al azar hasta la Institución de Salud Mental Monarch y me aseguré de que
estaba allí. Que estaba viva y no estaba muerta.
Fui patético.
Una lamentable excusa para un hombre, porque no podía dejar ir la mentira.
Incluso cuando ella me había mostrado sus verdades, todas las desagradables
y feas verdades, yo seguía queriendo esas mentiras. Todas esas mentiras
venenosas, las quería y no podía dejarlas morir.
Y joder, me odiaba por eso.
—Lo siento. No esperaba...
—¿No esperabas qué? ¿Qué le dieran una paliza a mi novia mientras tú te
preocupabas por ganar un juego?
—¡Alistair! —grita Briar, tirando de su chaqueta de cuero—. ¡Bájala! Ha sido
culpa mía. ¡Yo era la que quería ir! Fui yo, no fue Sage.
Su mandíbula se vuelve sólida, el músculo le palpita un par de veces. Sus ojos
oscuros se clavan en los azules y vacíos de Sage.
—Si vuelves a ponerla en peligro, te mataré.
Mis pies se mueven antes que mi cerebro se dé cuenta y me acerco a ellos. La
amenaza no es ligera: Alistair nunca dice nada que no sienta.
Y no me gusta cómo me hace sentir ahora.
Haciéndome sentir algo más que respeto por mi mejor amigo.
Haciéndome sentir hostil hacia él.
Me pongo a su lado y le apoyo una mano en el pecho.
—Tranquilízate. Briar está bien. Concéntrate en tu chica.
Me mira, ladeando la cabeza con desconfianza. Me mantengo firme, apretándole
el pecho para que entienda que tiene que dejarla ir.
Con una última mirada acalorada a Sage, suelta el agarre e inmediatamente se
vuelve hacia Briar, se aleja del auto y le toma el rostro entre las manos. Todavía
está tan enfadado que prácticamente puedo ver el vapor que sale de sus orejas,
pero se ablanda un poco cuando la mira. Levanta el pulgar ensangrentado y le
frota el labio inferior hinchado.
—Esto no ha terminado, Ladronzuela.
Ella asiente, aceptando su ira antes de rodearle la cintura con el brazo y
hundirse en su cuerpo.
—Lo siento —la oigo susurrar antes de que su voz se desvanezca en algo que
solo ellos pueden oír.
Me vuelvo hacia Sage, que está desplomada contra el auto, mirando al suelo.
Me meto las manos en los pantalones mojados, esperando que el material
pegajoso impida que mis dedos hagan algo que no quiero que hagan.
Algo idiota como alcanzarla.
La forma en que se aferraba a mí en el agua, cómo me buscaba
desesperadamente, robando mi energía. Como si fuera a morir si la dejaba ir.
Me jodió la cabeza.
Los meses de celibato que había soportado no eran nada comparados con el
dolor de aquel momento.
Sólo tengo que recordarme y a mi corazón que todo es un espejismo. Ella había
estado comprometida con otro tipo todo el tiempo que estuve follándomela,
conociéndola, inhalándola. Yo había sido un experimento.
Eras un juego, Rook.
Eso es lo que era.
—Parece que se han divertido sin nosotros —Thatcher cierra la puerta del lado
acompañante de Silas, caminando hacia nosotros.
—¿Qué ha pasado? —Silas pregunta, mirando a Briar, luego se detiene para
mirar a Sage. Se queda mirando durante mucho más tiempo del necesario.
Su regreso fue duro para mí, pero también sé que fue duro para él por una razón
totalmente distinta.
Sage y Rosemary eran gemelas, así que el parecido está ahí. Siempre había
estado ahí, pero cuando una de ellas estaba muerta, y desde hace casi un año,
las similitudes son más evidentes.
—Jugaron al Gauntlet. Sage se cayó en la piscina de olas y Briar la
golpearon —les informo a ambos, rechinando los dientes. ¿Tan ingenuas eran?
Tenían que haberlo sabido. Todos los años hay gente que sale herida del
Guantlet. No es algo que se juegue sin experiencia.
Nosotros lo sabríamos. Solemos ser los que hacemos daño.
—¿Y tú? —Thatcher se dirige hacia una Lyra sentada. Escondida en el asfalto,
con la cabeza apoyada en las rodillas, se estremece cuando él le habla. Su voz
la saca de su pequeño mundo interior y sus ojos penetran en los de ella—. ¿Qué
te ha pasado?
—Eh nada. —Tartamudea—. E-estoy bien.
Él la sigue mirando fijamente antes de asentir bruscamente y chuparse los
dientes.
—¿Al menos ganamos?
—Thatcher, cierra la boca.
—Sí —responden Briar y Alistair al mismo tiempo, demostrando una vez más
por qué hacen tan buena pareja.
—Bien —Thatcher camina hacia Briar, flotando sobre su cuerpo. Una mano
helada avanza, le agarra la barbilla y le inclina la cabeza hacia la izquierda y
hacia la derecha—. Ponle hielo a eso y deberías vivir... por desgracia —añade
por si acaso.
Su conversación pasa a un segundo plano porque es en ese momento cuando
Silas se acerca a Sage. La mira fijamente durante un momento y empieza a
quitarse la sudadera. Una vez se la quita de los brazos, se detiene.
—Levanta los brazos —gruñe.
La inquietud se instala en mi estómago cuando por fin levanta la mirada hacia
él.
¿Por qué mierda la mira así? Sé que probablemente lo hace por respeto a Rosie,
pero me está poniendo ansioso.
Me hace enfadar.
Conmigo mismo. Con ella. Con él.
—No lo quiero —responde ella, con la mirada perdida.
—Te vas a morir de frío. Póntela —Le mete la sudadera en el pecho, insistiendo.
Sin embargo, ella se niega a reaccionar.
Sólo soy capaz de ver esto. No puedo decir una sola palabra como mi mejor
amigo habla más con ella de lo que lo ha hecho con nadie en un año.
La envidia me revuelve las tripas.
¿Ves lo que me está haciendo? Arruinando mi vida de nuevo. Poniéndome en
contra de mis propios amigos. Por su culpa, me había enojado con Alistair, le
había mentido a Thatcher, y ahora estoy celoso de Silas.
Envidia de que tengan una conexión que nunca podré entender, y no hay nada
que pueda decir al respecto.
¿Qué se supone que debo hacer? ¿Acercarme y mear sobre ella como un perro
territorial?
Sage Donahue había sido muchas cosas, pero ser mía nunca fue una de ellas.
No tengo derecho a hablar de lo que estoy viendo, pero eso no significa que no
quiera hacerlo.
—¿Por qué? ¿Para poder salvarme? ¿Para sentirte mejor? —dice fríamente, sin
ningún rastro de emoción en su tono. Aquí está, la zorra de corazón cruel que
había llegado a conocer tan bien. La que podía destrozarte justo después de
haberte levantado—. ¿Así puedes compensar el no haber estado ahí para Rose?
—Sólo intento asegurarme de que no mueres —él responde.
—¿Sí? ¿Y por qué no hiciste lo mismo con mi hermana?
Sabía de lo que era capaz cuando se trataba de esa lengua. Lo imprudente que
era con sus palabras cuando estaba enfadada. Con qué facilidad podía herir a
alguien sólo con su voz.
No voy a dejar que eso le pase a él. No cuando no se lo merece.
—Sage, para —le advierto, acercándome a su espacio, situándome cerca de ellos.
—No —Me ignora—. Se suponía que tenías que estar allí, pero la dejaste caminar
sola a casa desde la biblioteca.
Aquí viene ella arrastrando recuerdos rotos, unos que Silas no necesita que le
recuerden porque nunca los olvida. Cuando Sage sufre, tiene que hacer que
todos los demás sufran a su alrededor.
—¡Tenías que estar ahí! —Su voz se ha convertido en un grito mientras le golpea
en el pecho. Sin embargo, él se mantiene firme como una estatua, inmóvil,
dejando que sus palabras golpeen su duro exterior.
—¡Se suponía que debíamos protegerla! —La primera lágrima corre por su
rostro, de sus ojos se filtra un dolor que nadie puede curar.
Y si alguien entiende eso, es Silas.
Podrían encontrar puntos en común en su dolor, al haber perdido a la misma
persona. Podrían comprender las emociones del otro, algo que yo nunca podré
hacer por ninguno de los dos. Especialmente Silas.
No importa lo cercano que era con Rose; no tenía un vínculo con ella como él.
No puedo ayudarlo como quisiera. No puedo hacer que esto sea mejor para él,
no importa cuántas veces al día lo compruebe.
No puedo hacer nada para ayudarle a curarse de ella, pero lo que sí puedo hacer
es asegurarme de que se vengue por ello.
—¡Y ahora mira, está muerta! ¡Murió, Silas, completamente sola! ¿Por qué no la
protegiste? ¿Por qué no pudimos salvarla?
Su armadura se rompe: una de las duras balas penetra a través del metal y se
hunde en el hueso. Lo veo en la forma en que se encoge, como si fuera algo más
que un trauma emocional. Es un malestar físico que circula por él.
Cierra los ojos durante un breve segundo antes de volver a abrirlos y se acerca
para tocar a Sage.
—Rosie, yo...
—¿Qué? —Ella se estremece, sorprendida por sus palabras—. ¿Acabas de
llamarme Rosie?
Una señal de socorro llega a mi cerebro. Un pánico universal.
Intento disipar el miedo. Intento decirme a mí mismo que ha sido un error, una
confusión. Ha estado tomando sus medicinas, lo he vigilado todos los días.
Está bien. Sólo fue una cagada. Eso fue todo.
Pero con su diagnóstico, es difícil olvidarse de esas cosas cuando soy consciente
constantemente de sus síntomas y de que las cosas empeoran. Quiero que sea
una coincidencia. Quiero creer que fue un error.
—Ya basta —interrumpo, interponiéndome entre los dos. No estoy seguro de a
quién estoy protegiendo. ¿Estoy bloqueando a Sage? ¿O estoy protegiendo a
Silas?
Todo lo que sé es que Sage tiene ganas de herir a alguien. Cuando está
angustiada, se desquita con los que la rodean. Nunca quiere ser la única
lastimada.
Así que si quiere herir a alguien, que sea a mí, no a Silas.
Nunca Silas.
—Jódete —escupe, mirándome—. Que se jodan todos. Actuando como si
merecieran una venganza más que yo. Como si ella no significara nada para mí.
¡Como si no fuera mi maldita gemela!
—No tiene nada que ver con eso. Sabemos que no lo merecemos, pero también
sabemos que no nos fiamos una mierda de ti —argumento, sin echarme atrás
ante su indignación.
Si ella quiere ser desagradable, entonces bien, podemos ser desagradables.
—No, tú —me golpea el pecho con el dedo índice—, no confías en mí, Rook. Y
eso es mucho decir viniendo de alguien que miente a sus amigos —Me mira
fijamente a los ojos, avisándome. Advirtiéndome de que si no tengo cuidado,
podría hacerme mucho daño.
Podría eliminarnos aquí y ahora. Tampoco me extrañaría, no le importa lo
profundo que tenga que cavar para arruinar a alguien.
Está jugando con fuego volviendo aquí e intentando joderme la vida de nuevo.
Pero no dejaré que eso vuelva a ocurrir.
Esta vez, no será una casa del lago lo que queme. Será su piel pálida la que
quede en un montón de cenizas.
Respiro por la nariz, con la mandíbula tensa.
—Sabía que salvarte era una puta pérdida de tiempo. Debería haber dejado que
te ahogaras.
—Si lo sabías, ¿por qué lo hiciste? ¿Eh? —Acerca su nariz a la mía, con las
manos cerradas en puños a los lados—. Para un tipo que actúa como el villano,
seguro que te encanta jugar al héroe, ¿no? Eso es lo que te gusta, ¿verdad, Rook?
¿Salvar a los rotos? ¿Quieres ser el héroe?
—¿Parezco un maldito héroe? —La agarro por la cintura con las dos manos,
aprieto su carne con fuerza mientras la arrastro a lo largo de mi cuerpo y me
paso su húmedo cuerpo por el hombro para que cuelgue de mi espalda.
—Esto se acabó —le digo mientras ella se resiste todo el camino como sabía que
haría.
Necesita cerrar su rosada boca, aprender que sus comentarios tienen
consecuencias.
Dejé que me golpeara la espalda, empujando para zafarse de mi agarre, haciendo
que me dolieran las marcas en carne viva bajo la camisa.
La rodeo con un brazo y con el otro agarro la manilla de la puerta del auto, la
abro de un tirón y la arrojo bruscamente al asiento trasero. Su cuerpo se
desparrama por la felpa, su pecho sube y baja con una emoción desenfrenada
que estoy dispuesto a absorber.
Me quedaría con su ira, sus sentimientos irracionales... me los quedaría todos.
Pongo las dos manos en el marco de la puerta, tratando desesperadamente de
ignorar el recuerdo de la última vez que la vi así. Tumbada en su asiento trasero,
desnuda. Fumándose mi porro, mirándome fijamente con esa mirada de
“fóllame”.
Ahora sólo son ojos de “jódete”.
Es difícil decir cuál me gusta más.
Como una gata salvaje, se mueve rápidamente, sentándose sobre sus rodillas y
usando las palmas de las manos para empujarme en el pecho, empleando una
fuerza suave para intentar moverme.
—Déjame salir de una puta vez —grita, cada vez más agitada por mi inmovilidad.
Sí, eso es. Déjalo salir, Sage.
Haz que duela.
—No —digo con aspereza, empeorando las cosas. Miro su cabello mojado, que
se balancea con sus movimientos.
Su presión se convierte en golpes, sus pequeños puños no me hacen nada
mientras golpea mi pecho, deseando que me mueva. Lo único que consigue es
cansarse y hacerme desear más. Esto es pan comido comparado con lo que
necesito. Un anticipo de lo que necesito para saciar mi hambre.
—¿Eso es lo mejor que tienes? Realmente eres todo ladrido y nada de mordida,
¿verdad? —La pongo al límite—. Vamos, pégame.
Digo exactamente lo que diría si fuera Alistair, empujándola aún más a su propia
furia, sacando golpes más violentos. Empiezan a generar más fuerza, y ella cae
más bajo, golpeándome en la carne blanda de las tripas unas cuantas veces,
sacándome el aire de los pulmones. No es nada que no pueda soportar. No es
suficiente para hacerme mover.
—¡Pégame! —le grito en el rostro, lleno de locura tóxica y emociones reprimidas
que no he resuelto del todo. Cosas que enterré muy, muy hondo cuando
terminamos. Todas están siendo desenterradas, haciéndome querer hacer la
única cosa en la que no he dejado de pensar desde que ella volvió.
Arruinarla.
Romperla.
Hacer que se cuestione quién es, como había hecho conmigo.
—¡Golpéame, joder!
La presa se rompe. Es la cerilla en el barril de pólvora. El colmo para ella.
Me da un fuerte puñetazo en la mandíbula, que me roza el labio. Con la fuerza,
mi cabeza sale despedida hacia la derecha, y noto inmediatamente cómo la
sangre se filtra en mi boca. El sabor ácido y metálico cubre mis papilas
gustativas, y el pinchazo del corte hace que me duela el labio.
Echo la cabeza hacia atrás, fijándome en sus ojos, viéndolos abiertos y llenos de
lágrimas mientras se tapa la boca con las manos. Está sorprendida de haber
sido capaz de algo así, de haber sido empujada hasta ese punto.
Todo el mundo es capaz de hacer algo despreciable. Todo depende del momento
oportuno, la motivación y las emociones adecuadas.
—¿Qué te pasa? —murmura—. ¿Por qué me dejaste hacer eso?
No preveo que esa pregunta me provoque una reacción.
No espero que me corte la garganta como cuchillas de afeitar y queme todo lo
que hay dentro de mi alma, sin dejar nada más que honestidad sin filtrar.
Me pasan muchas cosas.
Pero ahora mismo, sólo hay una cosa que me está jodiendo de verdad.
Le agarro la nuca con los dedos, recojo un mechón de cabello y acerco su rostro
al mío. Nuestras narices chocan amargamente, tan cerca que no tengo más
remedio que olerla, inhalarla por primera vez en meses.
—Tú —gruño, odiando el sabor de esa verdad en mi lengua—. Tú eres lo que me
pasa. Que hayas vuelto. Tú caminando por el campus, apareciendo en el Peak.
Tú jodidamente existiendo.
Mi aliento recorre su rostro, haciéndola jadear. Una carga de fricción chasquea
entre nuestras bocas.
—No tienes que hacer esto. Basta con eso —le digo—. ¿Quieres estar triste?
¿Quieres llorar a tu hermana? Hazlo, pero no puedes causar estragos en los
demás, Sage. No puedes hacer daño a Silas ni a nadie porque estés enfadada y
dañada. Nosotros también la perdimos. Todos la perdimos.
No le dejo tiempo ni espacio para responderme. Quiero que se sienta así, que
sienta esto, para que la próxima vez que eche de menos a Rose no se desquite
con gente que no se lo merece.
Porque ella es mejor que eso.
Sé lo que es ser el blanco del dolor y el luto de alguien. Sé lo que se siente al ser
el chivo expiatorio, el saco de boxeo de alguien que ha perdido una parte de sí
mismo.
Me niego a que se convierta en mi padre porque ella es mejor.
Se deja caer en el asiento cuando la suelto y salgo de su espacio. Miro la
sudadera de Silas en su regazo, con las manos jugueteando nerviosamente con
ella.
—Y no te vas a poner esto, joder—añado para nada más que ayudar a mis celos
irracionales, arrebatándole el material de las manos y cerrando la puerta de un
portazo.
Estoy cabreado, tengo frío y quiero largarme de este sitio. Necesito alejarme de
ella, de las locuras que me hace querer hacer y de cómo me hace sentir. Tomo
una bocanada de aire lejos de ella y me froto la nuca con fuerza.
Sé lo que necesito. Necesito dejar salir algo de agresividad. Quería entrenar con
Alistair. Ir a dar una vuelta. Ser cortado por Thatcher. Cualquier cosa que la
haga desaparecer, aunque sea por un segundo.
Briar y Lyra se despiden, conduciendo ellas y Sage de vuelta a los dormitorios y
dejándonos aquí para asimilar todo lo que acababa de suceder.
—¿Qué demonios ha sido eso, Van Doren? —me acusa Alistair mientras arranco
la moto, dejando que el motor se caliente con este frío.
—Era yo protegiendo a Silas, ¿qué otra cosa iba a ser? —respondo, demasiado
al borde para añadir su actitud a la lista de cosas con las que tengo que lidiar.
—No necesito que me protejas.
—¿Sí? ¿Igual que no necesitas que me asegure de que tomas tus medicinas? ¿O
te parece bien llamar a alguien por el nombre de tu novia muerta? —Mis ojos se
centran en Silas mientras le devuelvo la sudadera.
¿No se da cuenta de que todo lo que he estado haciendo desde que Rose murió
es protegerlo? ¿Vigilarlo? ¿Pasar cada segundo que estoy despierto
asegurándome de que está bien, de que está vivo?
—Que todo el mundo se calme —interviene Thatcher—. Ha sido una larga noche,
y todo el mundo sólo tiene que relajarse, ¿de acuerdo?
Tiene razón. Como siempre. La única voz de la razón cuando nuestros ánimos
se caldean.
Pero es imposible controlarme cuando se trata de ella. Es como si cada
sentimiento, cada emoción que tengo se intensificara cuando ella está cerca,
cuando se le menciona. No importa cuántas veces intente arrancarla de mi
sistema, ella encuentra la manera de volver, convirtiéndome en alguien que no
reconozco, alguien que se enfada con sus amigos porque la miran de cierta
manera o la amenazan.
Se suponía que era un juego para mí, para romper la bonita, pequeña
animadora. Y al final fui yo el jodido.
A la mierda los sentimientos.
Al diablo con todo esto.
—Toma. —Alistair me lanza un paquete de cigarrillos—. Todos necesitamos
uno.
Saco uno de los bastoncillos blancos del interior y me lo pongo en los labios
antes de pasárselo a Silas. Enciendo el extremo con mi Zippo e inhalo en mis
pulmones el humo que alivia el estrés.
—Seis minutos —dice Thatcher—. Cada cigarrillo te quita seis minutos de vida,
¿lo sabías?
No puedo evitar reírme un poco. —Seis minutos más cerca de la meta.
El humo sale en aros, arremolinándose en la noche. Tengo la cabeza
congestionada por el ligero zumbido que me produce el subidón de nicotina. Hay
veces que pienso en cuando éramos más jóvenes, teníamos catorce años y
fumábamos en el Peak, pensando en todas las cosas caóticas que queríamos
hacerle a Ponderosa Springs antes de irnos.
Pensando, ¿cómo demonios hemos acabado aquí?
Todos nosotros estamos aún más atormentados y retorcidos de lo que
estábamos antes, pasando cada día más y más cerca de la tumba.
—Un poco tarde para el juego de esta noche, chicos. Lo único en lo que eran
buenos, y miren, ahora podemos ganar sin ustedes. Parece que es la forma que
tiene este sitio de decirles que es hora de largarse.
Justo cuando pensaba que la velada empezaba a calmarse, el rey de las
agitaciones decide asomar su prestigiosa cabeza.
La última persona que necesita hablar mierda conmigo esta noche.
Nuestra historia es larga y desordenada, se remonta a la escuela primaria, y sí,
era tan molesto entonces como ahora.
Miro por encima del hombro y veo a Easton entrando en el estacionamiento
como si esto también fuera suyo. Camina así por todas partes, como si todo lo
que pisa fuera suyo, como si ya lo poseyera.
El sentido del derecho que lleva apesta a kilómetros de distancia.
—Parece que la única razón por la que ganaste fue por una chica. No sólo
necesitas a tu padre para que te respalde, ¿ahora necesitas a señoritas para
librar tus batallas? Si lo que quieres es parecer un patético desperdicio de
espacio, lo estás consiguiendo, Sinclair —comenta Thatcher, apoyándose en el
auto de Silas y metiendo las manos dentro de los pantalones.
Easton hace una mueca, no le gusta que alguien amenace su ego.
—Es cierto, olvidé preguntar, ¿cómo está Sage? ¿Tuvimos suerte y nos hizo un
favor ahogándose? ¿O es verdad lo que he oído: que Rook se metió para salvar
a su damisela en apuros?
Y es entonces cuando empieza el temblor en mi mano.
El impulso persistente e irresistible de hacer algo imprudente. Algo violento.
Se agita en mis entrañas, apoderándose de mí, el impulso de causarle graves
daños en la médula espinal o grabar sus gritos mientras lo quemo vivo para mi
nuevo tono de llamada.
Esa maldad con la que me habían maldecido de niño empieza a mezclarse con
mi temperamento inquieto, convirtiéndose en una mezcla aterradora.
Dinamita esperando a que se encienda la mecha.
No es el principal objetivo de nuestras represalias -nunca lo ha sido- pero, de
alguna manera, siempre se encuentra justo en el puto medio, metiendo las
narices donde no le llaman, diciendo estupideces sobre cosas que no debería.
Le miro, inseguro de si sabe lo de Sage y yo. Sabiendo que si los chicos se
enteraran por una escoria como él, Thatcher volvería a tener razón: no confiarían
en mí. Lo que significa que tendré que decírselos pronto o seguir esperando que
los que lo sepan mantengan la boca cerrada.
Pero esa es la cosa con Ponderosa Springs, nada permanece enterrado. Ni una
maldita cosa.
—¿Solo esta noche, East? ¿Sin cabezas huecas que te respalden? —pregunto,
escéptico de cómo puede confiar en su seguridad cuando se está metiendo en la
boca del lobo. Un grupo de leones que no han comido en meses y están listos
para alimentarse de cualquier cosa.
Incluso un imbécil ricachón en zapatillas.
—No necesito viajar en un grupo constante como las adolescentes que van al
baño, ya sabes. A diferencia de ti —Empieza a pasar junto a nosotros, pulsando
el botón de desbloqueo de su auto, que casualmente está aparcado cerca de mi
moto, pero decide añadir otro comentario idiota—. Pronto limpiaré esta ciudad
de ustedes. De todos ustedes. Sacando la basura, como hicimos con la zorra de
tu novia. Rose.
Me hormiguean los dedos de los pies y el temblor empeora. Muerdo el cigarrillo
que tengo en la boca mientras mi pulgar golpea rápidamente mi muslo. Mis
impulsivos deseos empiezan a apoderarse de mí, empiezan a ganar.
Oírle decir su nombre, oírle aludir a algún tipo de implicación, hace que nuestro
plan de espera salga volando por la puerta para mí. Sólo puedo controlarme
durante un tiempo antes de estallar.
Silas avanza en su dirección en silencio, cargando sobre los hombros el peso de
sus asuntos pendientes y de la culpa. Le sigo, no porque necesite apoyo, sino
porque quiero un trozo de la carne que Si le arranque.
Están frente a frente. —Si descubro que tuviste algo que ver con Rose, Easton,
te haré rogar de rodillas que te mate.
La nuez de Adán de Easton se balancea en su garganta mientras traga, sin que
su boca corresponda con su pose.
—Malditas amenazas vacías. Están llenos de ellas. Siempre lo han estado.
¿Cuándo van a hacer algo que no sea hablar con el culo? —Se inclina cerca de
la cara de Silas, haciendo que el mechero dentro de mí explote. No hay forma de
apagarlo ahora, no hasta que consiga lo que necesito.
—Sabes, si tuviera algo que ver con la muerte de la pequeña
Rosie —susurra—, al menos habría probado el producto primero para
asegurarme de que valía la pena.
Tic, tac, boom.
No pienso mucho en las consecuencias ni en la repercusión de mis actos cuando
agarro a Easton por la nuca, lo sujeto como a un conejo atrapado en una trampa
y siento cómo su corazón se acelera a través de las yemas de mis dedos.
Todo lo que puedo ver son brillantes llamas anaranjadas y una oscuridad
cautivadora, controladas por nada más que el instinto primario.
Un carrete de película de todo lo torcido que me había dicho o hecho a mí, a mis
amigos, parpadea dentro de mi mente. La crueldad hacia Rose, los comentarios
de imbécil, las veces que le vi manosear a Sage delante de mí.
Son gasolina para mi fuego.
Ahora, el mundo lo verá por lo que realmente es. Será tan repugnante por fuera
como por dentro. Ya no se esconderá detrás de su imagen de chico de oro.
Es hora de que Easton sea castigado.
—¿Qué demonios estás haciendo? —grita lo bastante alto como para romper un
cristal, intentando apartarme, pero mi agarre resiste.
—Cumpliendo todas esas malditas amenazas vacías.
Le doy con la rodilla en las tripas, haciéndole doblarse con un gruñido de dolor.
No lo hago para hacerle daño, solo lo suficiente para hacer palanca.
Extiende la mano hacia mi antebrazo, sus uñas clavándose en mi cuerpo, su
débil intento de defenderse. Acerco su cuerpo a mi moto de un tirón,
prácticamente arrastrándolo los pocos centímetros que necesito que recorra.
Para ser tan duro, es un debilucho.
—Rook.
No estoy seguro de quién dice mi nombre, pero es demasiado tarde para ello.
Demasiado tarde para hablar. Ya pasé esa etapa, y no hay nada que me detenga.
No habré terminado hasta que alimente el mal que llevo dentro. Hasta que le dé
lo que se merece.
El Diablo está recibiendo su dosis, repartiendo castigo.
Empujo el lado izquierdo de su cara directamente sobre mi tubo de escape,
pegándolo al lado del humeante metal caliente. Mi cuerpo tiembla de placer
cuando siento que intenta apartarse y le oigo empezar a gritar desesperado.
El olor me hace inhalar profundamente e inclino la cabeza hacia el cielo mientras
cierro los ojos, deleitándome en esta sensación de poder. Los músculos y los
tejidos consumidos por el calor desprenden una fragancia inigualable. El carbón
y el cabello chamuscado se mezclan, creando este olor a azufre de la piel
derritiéndose.
Puedo oír el chisporroteo de la carne en una plancha justo debajo de sus gritos
de miseria mientras suplica incoherentemente cualquier forma de piedad, pero
no va a conseguir nada de eso aquí. No esta noche.
Le doy unos segundos más antes de soltarle, sus pies le fallan y cae al asfalto
con un fuerte golpe. Veo cómo se le arranca la cara del tubo de escape, con
pedazos de piel aún pegados al metal brillante.
Hago una nota mental para limpiarlo.
Con manos temblorosas, levanta la mano para intentar evaluar los daños. Su
piel parece de plástico derretido y fibroso, con los tejidos y el líquido amarillo
que rezuma de la grasa descompuesta. Grandes quemaduras de tercer grado
cubren toda su mejilla. El daño es irreparable.
Llevará esa cicatriz para siempre, un recordatorio de lo jodidamente asqueroso
que es bajo la superficie. La verá y sabrá que no hay más jodidas amenazas
vacías.
Y así...
El temblor se detiene.
La pesadilla de una noche de verano
Sage
Por alguna razón, pensé que cuando la temperatura empezara a subir, este lugar
se volvería menos espeluznante. Creo que cuanto más tiempo estoy aquí, más
sospechoso se vuelve. Los crujidos de las paredes por la noche, las sombras que
parecen aparecer en los pasillos cuando se va el sol... es difícil no creer que este
lugar está embrujado o que hay pasadizos secretos que conducen a alguna sala
de reuniones de una secta.
Camino por las zonas comunes, pisando el césped húmedo y cuidado donde los
estudiantes se reúnen entre clase y clase o para comer. Mi mirada se encuentra
con el árbol talado del centro, el que habían talado después que se incendiara
misteriosamente el semestre pasado.
Una vez que mis pies vuelven a pisar el camino empedrado, me dirijo al teatro.
El lugar que en algún momento se sintió como un hogar.
Mis ataques de pánico habían sido graves en los últimos días, mis pesadillas
aún peores. Ahora que sé lo que se siente al ahogarse, mi mente lo utiliza en mi
contra. Ahora todo parece mucho más real.
Tardé un minuto en enfrentarme a Briar y Lyra, y aunque Briar insistió en que
estaba bien, que lo ocurrido no era culpa mía, sigo sintiendo esa pesada
punzada de culpabilidad en el estómago cada vez que vislumbro su moratón
amarillento.
Intento olvidar esa noche por completo, pero no parece posible.
—Justo la chica de la que hablaba —oigo mientras me agarro a la puerta del
edificio—. Finn, te presento a Sage Donahue. Esta es la hija de Frank. Y, Sage
este es Finn, mi compañero.
Cain camina a mi lado, acercándose más de lo que me gustaría. Me aferro el
guion con fuerza al cuerpo mientras el hombre que está a su lado se dirige a
mí.
—Encantado de conocerte —dice, ofreciendo su mano—. Lamento enterarme del
fallecimiento de tu hermana.
Acepto su apretón de manos, curiosa por saber si, como en todas las series
policíacas, le molesta que le emparejen con un detective más joven. Su bigote
blanco le roza la parte superior del labio, se riza al llegar a los bordes y me
recuerda al hombre de los cacahuetes.
Tiene una particular presencia. Como si hubiera visto mucho, hubiera pasado
por mucho más, pero sigue siendo bueno en lo que hace. ¿Sabe que su
compañero no sólo está sucio y trabaja con una red de prostitución, sino que
también es un pedófilo?
¿Seguiría trabajando con él? ¿Este policía es tan corrupto como el que está a su
lado?
—Gracias. Encantada de conocerte —digo simplemente, insegura de cuánto
sabe, si está involucrado.
—Seguro que estás de camino a clase, pero quería darte mi tarjeta —Mete la
mano en el interior de su traje—. Por si oyes o ves algo que pueda ayudarnos en
la muerte de Greg West y la desaparición de Chris Crawford.
Tomo el rectángulo blanco, miro las palabras impresas y me muerdo el labio
inferior, tratando de guardarme mis pensamientos, pero no puedo evitarlo.
—Color blanquecino sutil, grueso con gusto. Incluso tiene una marca de
agua —Giro la tarjeta entre los dedos y me la meto en el bolsillo—. Paul Allen
estaría impresionado.
Finn tiene un exterior severo, pero se rompe cuando una sonrisa se apodera de
él, haciéndole parecer menos de Miami Vice y más como el abuelo de alguien.
—¿American Pyscho fan?
Niego con la cabeza. —Fan de películas. Las libertades tomadas de la novela
eran necesarias, lo que no ocurre a menudo en las adaptaciones
cinematográficas. La sátira estaba más allá de su tiempo, una comedia estilizada
ambientada en la ciudad de Manhattan, que es traicionera y en busca
beneficios —Hago girar las manos—. Y Christian Bale, bueno, ¿hace falta que
diga más sobre su interpretación de Patrick Bateman?
—Chica lista.
Me encojo de hombros. —Como en las películas. Te avisaré si me entero de algo.
Mentira.
—Gracias, Sage —responde.
Miro a Cain, asintiendo con la cabeza. —Cain.
—Antes que te vayas, Pip —Me agarra del antebrazo y mi reacción instintiva es
apartarme, pero me quedo muy quieta—. Tu padre me dijo que no habías
llamado desde que empezaste la universidad. Sé que estás ocupada, pero te echa
de menos. Llámalo pronto, ¿bien?
Me abstengo de poner los ojos en blanco. —Sí, lo haré.
Me zafo de su agarre y desaparezco en el vestíbulo del teatro, presionando la
espalda contra la puerta cerrada y respirando hondo unas cuantas veces.
Inspiro por la nariz y exhalo por la boca, me tomo mi tiempo y reagrupo mis
pensamientos.
Hoy es mi momento, y no dejaré que esa inmundicia me lo arruine. Había estado
tomando clases de teatro, pero hacía meses que no pisaba uno. Aprender sobre
guiones y dramaturgia en un pupitre no es nada comparado con la vida real.
Tiro de los hombros hacia atrás, caminando en silencio por el pasillo, más allá
de las filas de asientos de madera. Los altos techos están tallados con complejos
diseños, construidos para llevar los sonidos hasta el fondo del auditorio. Llego
a las escaleras laterales del escenario y mis pasos resuenan al atravesar el
suelo.
La iluminación es tenue, lo justo para ver las primeras filas desde donde estoy,
pero eso no importa. No se trata de los focos, ni siquiera del teatro en sí.
Es la sensación de los suelos de vinilo bajo las plantas de mis pies. La forma en
que mi voz hace vibrar la madera cuando me sumerjo en el personaje. Sentirse
absolutamente superada por un papel, por la escritura. Te absorbe hacia un
mundo completamente nuevo, alejado de la realidad.
Tiro el bolso a un lado y me quito la chaqueta, dejándome al descubierto con mi
vestido negro de escote festoneado que combina a la perfección con mis botas
rojas de gamuza. Hace tiempo había amado estos zapatos. Eran de mi color
característico, y Rosie me las había comprado para mi cumpleaños hacía años.
Siempre había sido muy buena haciendo regalos, capaz de notar y recordar las
pequeñas cosas que la gente disfrutaba sin que siquiera hablaran de ello.
Me paro en medio del escenario, meneo los dedos de los pies en los zapatos, dejo
caer la cabeza a la derecha y de nuevo a la izquierda, y me estiro antes de mirar
mi guion, viendo dónde dejé la lectura anoche.
Sueño de una noche de verano.
Shakespeare.
Un rey entre los muros del teatro, él es el modelo. La persona que la gente aspira
a ser, a superar cuando se trata de escribir obras de teatro.
Releo la escena varias veces, absorbiendo la estructura, queriendo abarcar toda
la emoción, todo el personaje. Cierro los ojos, me despojo de mí misma y me
reconstruyo como Hermia. Me olvido de la existencia de Sage y me convierto en
la muchacha que está perdidamente enamorada de Lisandro, a pesar que su
padre desea que se case con otro.
Encarno esta emoción de una chica tan ferozmente cautivada por un hombre
que considera perfecto, uno que no se permite anhelar. Siento ese dolor en las
entrañas, el anhelo del alma de una persona, más que sus atributos físicos o lo
que me da materialmente.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, ya no soy la gemela loca.
Soy Hermia.
¿Qué sucede, mi amor? ¿Por qué está tan pálida tu mejilla? ¿Por qué las rosas se
marchitan tan rápido?
Oigo a Lisandro en mi cabeza, interpretando su papel, su cuerpo es más una
figura suelta que una persona real.
—Tal vez por falta de lluvia, que bien podría creerles por la tempestad de mis
ojos.
El inglés antiguo es sencillo, cuando se lee lo suficiente. Para ella es tan sencillo
decir que el color se ha ido porque yo lo digo, pero podría hacer que las rosas
volvieran a crecer de las lágrimas que he llorado por nuestro amor. Pero es mucho
más divertido codificarlo, leer entre líneas el vocabulario romántico.
¡Ay de mí! Por lo que he podido leer, o escuchar en cuentos o en la historia, el
curso del verdadero amor nunca fue tranquilo. Pero, o era diferente en la sangre...
—¡Oh cruz! Demasiado alto para ser cautivado por lo bajo —Lanzo las manos
dramáticamente, con una sonrisa socarrona en el rostro mientras bromeamos
sobre los requisitos de los demás para amar. Las reglas para el corazón, cuando
en verdad, lo único que nunca debería tener reglas es el amor.
O bien tergiversado con respecto a los años.
¡Oh, despecho! Demasiado viejo para estar comprometido con una joven.
—O si no, dependía de la elección de los amigos.
¡Oh infierno! Elegir el amor por los ojos de otro.
La escena va más allá, hablando de lo rápido que el amor puede ser destruido
por los que te rodean. Por las expectativas de la familia y los amigos. Cómo se
espera que nos casemos dentro de nuestros propios estándares sociales. Que si
debes estar con alguien que sea justo para ti a los ojos del mundo. Ni demasiado
joven, ni demasiado mayor.
Es la historia de amantes cruzados en un escenario diferente, un espacio
diferente. Pero el dolor sigue siendo el mismo. El aguijón de querer lo que nunca,
nunca podrás tener.
Es un aguijón que conozco. Un aguijón tan agudo que empiezo a resquebrajar
el carácter de Hermia. Mi dolor, como Sage, fluye dentro del acto.
Sal de la casa de tu padre mañana por la noche; y en el bosque, a una legua de
la ciudad, donde te encontré una vez con Helena, para celebrar una mañana de
mayo, allí te esperaré.
Lisandro hace un plan para reunirse conmigo y poder huir juntos. Libres para
estar el uno con el otro el resto de nuestras vidas, lejos de lo que todos quieren,
lejos de mi padre que necesita que me case con Demetrio, el hombre que me
dará riqueza y estatus. Un hombre al que mi alma se niega a amar.
Ya no estoy en este escenario. Sigo en un auditorio, pero es el de mi universidad.
Estoy allí con Rook, enfrentándome a su ira después de haberse enterado de lo
de Easton y yo, del compromiso. Todo es igual, los cuchillos en mi pecho
mientras me suplicaba que le dijera que estaba mintiendo, que había sido un
malentendido. Todos esos sentimientos están aquí y vivos, arremolinándose a
mi alrededor.
Excepto que es diferente. Esta vez, en lugar de mentir, en lugar de destrozarle
el corazón con mis mentiras despiadadas, le digo la verdad. Le digo lo que
siempre quise decirle: que me obligaron a comprometerme para proteger a mi
hermana, todo para nada.
—¡Mi buen Lisandro! Te lo juro, por el arco más fuerte de Cupido, Por su mejor
flecha de punta dorada, Por la sencillez de las palomas de Venus, Por aquello
que une las almas y prospera los amores, Y por aquel fuego que quemó a la reina
de Cartago —Hago una pausa, la escena es tan visceral, demasiado real. Me deja
sin aliento.
Sacudo la cabeza, tomo aliento y continúo. —Cuando se vio a la falsa Troya
navegando, Por todos los votos que jamás los hombres han roto, En número
mayor que jamás las mujeres hablaron. En ese mismo lugar me has
designado —Hago otra pausa, con la voz entrecortada—. Mañana me reuniré
contigo.
Hermia promete reunirse con él para que puedan huir juntos, una promesa que
ojalá hubiera podido hacerle a Rook. Palabras que ojalá hubiera podido decir.
Me duele no haber podido decirle cómo me sentía realmente, no haberle podido
dar mis verdades cuando más importaba.
Dicen que nunca te das cuenta de cuánto te importa una persona hasta que se
ha ido.
¿Y cuándo se fue? Me llevó con él.
Pero el humo permaneció.
Persistió, llenando los espacios vacíos.
El yo que siempre había querido ser, le pertenecía, y sé que nunca lo
recuperaré.
Pensar en él, volver a ponerme allí, hace que mis sentidos se estremezcan. Puedo
olerle de nuevo, o mejor dicho, el humo. Puedo oler la hierba, afrutada y
almizclada, asaltando mi nariz.
De repente se oye un aplauso, un sonido atronador que me saca de la escena,
del pasado, y me devuelve de golpe a la realidad.
—Me alegra saber que aún sabes mentir —Su voz me hace estremecer—. Lo
siento, actuar.
Entrecierro los ojos, busco su cara en los asientos, encuentro su sombra cerca
del fondo, pero está avanzando por el pasillo, acercándose a la luz.
Se me retuercen las tripas cuando veo el corte en su labio. Uno que no es de
Alistair ni de su padre, sino mío. Yo le había hecho eso. Mientras me ahogaba
en autocompasión y rabia, me había desquitado con él, con Silas. Y Rook, me
dejó. Me dejó lastimarlo.
Tiene un porro liado en los labios y el humo se arremolina en su cabeza mientras
me mira desde el frente del escenario. La forma en que le ha crecido el cabello
me hace querer medirlo con los dedos. Está bien recogido detrás de las orejas,
pero sigue pareciendo salvaje.
—¿Qué quieres de nosotros?
Franco y directo al grano.
Tonta de mí al pensar que estaría aquí por otra razón que no fuera cuestionar
mis motivos.
—Ya te lo dije. Quiero ayudar a atrapar a Frank. Haré lo que necesiten. Quiero
que se vaya. Una vez que haya terminado, me iré de aquí —respondo con
sinceridad.
—¿Y qué? ¿Se supone que debo creer en tu palabra?
—Silas lo hizo.
Esto le hace detenerse.
Después del Gauntlet, Silas se presentó en mi dormitorio para hablar. Me había
disculpado por las cosas que dije sobre Rose. Sé que no fue su culpa, pero
necesitaba culpar a alguien en ese momento. Había sido egoísta de mi parte
hacerlo. Había continuado diciéndome que ya estaba involucrada aunque no le
gustara. Que prefería que les ayudara a que lo hiciera por mi parte y me
mataran. Porque, obviamente, a la gente a la que nos enfrentamos no le importa
matar a mujeres inocentes.
Había aceptado mis condiciones, me permitió ser parte de los planes futuros.
Pero dejó muy claro que después de la muerte de Frank, tengo que irme. Él no
me quiere aquí.
Yo tampoco me quiero aquí.
Y aunque estoy segura que Thatcher y Alistair no estaban contentos con ello,
apoyaron su decisión. Pero Rook no.
—Silas está dejando que su culpa le nuble el juicio —me asegura—. Silas no
sabe que eres una serpiente en la hierba. Que siempre estás interpretando un
papel. No te conoce. No como yo.
Sé que no hay forma de arreglar lo que se rompió entre nosotros dos, el daño ya
está hecho. Pero estoy harta de fingir que le odio, aunque él me desprecie de
verdad.
Sigo enfadada porque nunca conseguí más de él, y yo le había dado todo de mí.
Pero no le odio. Nunca le odié.
No hay manera de que pudiera.
Durante mucho tiempo, pensé que odiarle sería más fácil. Era una forma de
mantener su fuego cerca de mi corazón. Una forma de evitar llorar su pérdida,
la nuestra. Ahora, estoy demasiado cansada para fingir. Para fingir nada.
No quiero que estemos peleando todo el tiempo mientras esté involucrada, sobre
todo teniendo en cuenta que él sigue empeñado en ocultar lo que fuimos a sus
amigos.
Suspiro pesadamente y camino hasta el borde del escenario, donde me dejo caer
hasta quedar sentada. Mis piernas cuelgan a un lado y me froto las manos por
los muslos antes de decir: —¿Qué necesitas que te diga, Rook? ¿Qué tengo que
decir para que esto sea lo menos doloroso posible?
Se saca el porro de la boca y se humedece la boca seca con la lengua.
—Nada entre nosotros dejará de ser doloroso, Sage —Su mirada me quema—.
Pero podrías empezar por decirme con quién estabas hablando antes de entrar
aquí.
Me burlo, negando con la cabeza.
—¿Ahora me acosas? —Arqueo una ceja en señal de pregunta.
—No, pasaba por aquí. Sólo me parece sospechoso que aparezcas por aquí,
mágicamente liberada de un psiquiátrico en el que te metió tu padre —Sopla un
anillo de humo en mi dirección, ladeando la cabeza—. Ahora estás charlando
con dos tipos que se parecen mucho a los federales.
Pienso en contárselo, ahora mismo, pero aunque lo hiciera, no me creería. Creo
que creería menos esa historia que la mentira que estoy a punto de contar.
Cualquier cosa y todo lo que le diga a Rook Van Doren nunca será tomado como
verdad.
Nunca más.
—Son amigos de mi padre. Creo que están en la junta aquí. Nos encontramos y
nos saludamos. ¿Te parece bien? ¿Se me permite saludar a la gente? ¿O sólo
estás celoso?
No debería ser tan sarcástica con él, no cuando sé por qué me lo pide, pero no
puedo evitarlo. No puedo evitar probar esta teoría irracional de que su pregunta
proviene de algún tipo de celos.
Se acaricia la mejilla con la lengua, respira hondo por la nariz y se acerca un
poco más a mí. Su cuerpo me roza las rodillas.
—¿Celoso? ¿De qué exactamente? ¿De una chica con la que me acostaba? Si ese
fuera el caso, estaría celoso de casi todas las mujeres del campus.
A través de la bruma del humo, veo sus iris.
Ojos de fuego infernal.
Tan jodidamente brillante y siempre ardiendo.
Hace que su comentario me duela aún más. Saber que ha mirado a otras chicas
con esos ojos, que ha estado dentro de ellas, y más que eso, que le han tocado.
Eso me enferma.
Pensar en ellas pasándole los dedos por la clavícula y preguntándole de dónde
se ha hecho esa cicatriz. Me pregunto si les dirá la verdad.
Que en un momento pensó que éramos almas gemelas e intentó forzar al destino
para que nos diera la razón. Que coincide con una chica que le gustaba.
—Bueno, si eso es todo, entonces puedes irte. He respondido a tu
pregunta —Presiono mis manos en el suelo, dispuesta a levantarme para agarrar
mis cosas, pero él me detiene.
Su palma golpea contra mi muslo, sus dedos se enganchan a través de mi
vestido y se hunden en mi piel. Jadeo al ver lo alto que está, y su dedo corazón
roza la parte interior de mi muslo desnudo bajo el vestido.
Peligrosamente cerca de un lugar que no ha tocado en casi un año.
—Yo me iré cuando quiera, y tú te irás cuando yo te lo diga, ¿ok? —Aprieta la
mandíbula y deja el porro apagado a mi lado—. He venido para que sepas que
te estoy vigilando.
—¿Vigilas a todas las chicas que te has follado?
—Sólo las que son una amenaza para mi familia.
Siento una palpitación indescriptible en el pecho. Lo destrocé tan jodidamente
fuerte que realmente cree que haría algo para lastimar a sus amigos. Cuando
dice familia, se refiere a los chicos. Son la única familia que ha conocido.
Y soy un peligro para ellos.
—Rook...
—Pyro, ¿recuerdas? —interviene mirándome despacio de arriba abajo—. Así
solías llamarme cuando pensabas que era un psicópata con problemas con su
madre que iba a matarte.
Puede que siga siendo cierto, pienso. En realidad, definitivamente sigue siendo
cierto.
—Ahora lo sé mejor —murmuro—. Te conozco mejor.
Su agarre se tensa con rabia, su cuerpo se acerca al mío y se abre paso entre
mis muslos. Los aprieto por instinto, y el calor que irradia me empieza a doler.
El destello de su Zippo capta la luz y, en cuestión de segundos, una llama
naranja ardiente sale disparada de la parte superior.
Me tenso. Con Rook, nunca sabes lo que pasa por su mente, lo que hará por
capricho sólo porque le apetece.
—¿Crees que no te mataré? —pregunta retóricamente, mientras su mano
izquierda sube por mi muslo, empujando la tela de mi vestido hacia arriba y
dejando al descubierto mis bragas rojas. El endeble material de encaje es lo
único que le oculta mí ya húmedo centro—. ¿Crees que no te quemaré viva si
percibo una pizca de traición por tu parte?
—Yo…
—Esta vez no dudaré en enterrarte para siempre, Sage. En un agujero tan
jodidamente profundo, que nunca serás capaz de arrastrarte fuera —continúa,
queriendo decir cada palabra.
Me aparto bruscamente de él, o lo intento, cuando jala de la tela lateral de mi
ropa interior para separarla de mi cuerpo. Él se mantiene en su sitio, con la
mano sujetándome dolorosamente. Está tan cerca, su olor me envuelve. Y Dios,
sus ojos me están incinerando, sin apartarse de mi mirada preocupada.
¿Qué está haciendo? ¿Qué me está haciendo?
Mi mente y mi cuerpo están enfrentados.
Mi cuerpo, que sólo había recibido placer de él en el pasado, confía en él, pero
mi mente sabe hasta dónde está dispuesto a llegar por venganza.
—¿Qué estás...?
El corazón se me sube a la garganta cuando arrastra la llama abrasadora del
Zippo hacia el material, apenas lo toca con la llama antes de que se rompa en
dos. Siento el calor del fuego en la sensible piel de mi cadera. Se alivia casi al
instante cuando la aparta, el aire frío ayuda a aliviar el escozor.
—Si nos traicionas, si pones en peligro a mis amigos, si los perjudicas, te
arruinaré. Como debí hacerlo hace un año. Te dejé salir ilesa la última vez.
Nunca más.
Creo ha terminado. Quiero que termine, me está matando tenerlo tan cerca.
Puedo saborearlo en mi lengua, y aun así, no puedo tocarlo. Pero también
extrañaba tenerlo tan cerca. Pensé tantas noches en tenerlo así de cerca.
—Yo... —me atraganto cuando mueve los dedos hacia el otro lado de mi cuerpo,
metiendo un dedo entre mi cuerpo y mi ropa interior, jugando con ella—. No soy
la misma persona que era entonces. Cambié allí dentro. Fue...
Snap.
Suelta la tela, haciéndola crujir contra mí. Me meto el labio inferior en la boca,
mordiéndolo con fuerza.
—Ahórrame la triste historia. Pobrecita Sage encerrada en un manicomio,
supéralo. Bienvenida al club de los traumas —Sus palabras son más
contundentes que sus acciones.
Está jugando conmigo, tirando de mí sólo para poder dejarme caer de bruces.
Lo sé. Sé lo que está haciendo.
Pero sigo queriéndolo.
Quiero todo lo que me da porque esto me hace sentir bien. Incluso cuando sé
que terminaría con él yéndose, todavía enojado conmigo.
Es tan bueno. Demasiado bueno.
La forma en que su aliento furioso salpica mis labios, cómo sus dedos vuelven
a mis bragas, rozando mi carne lo suficiente para ponerme caliente y sin aliento.
Puede pensar que no me conoce, que mentí. Pero Rook, conocía mi cuerpo.
Eso era lo único que nunca podría mentirle, aunque quisiera.
Pero tampoco soy la chica que se tumbaría y aguantaría. Cuando se trata de él,
mi lucha siempre sale a jugar con sus demonios.
—No tienes ni puta idea de lo que pasé dentro de ese sitio, Van Doren. No actúes
como si lo hubiera tenido fácil ahí dentro. Mientras tú estabas fuera, libre,
intentando sacarme de tu memoria.
Ese Zippo se acerca peligrosamente a mi piel, tanto que la quemadura empieza
a dolerme. Presiona su contra mi frente con agresividad, pasando la lengua por
los dientes.
—¿Ahora quién está celosa?
Siento que el material de mis bragas cede, y ahora ambos lados yacen flácidos
sobre el escenario. Mi núcleo está desnudo y muy cerca de su cuerpo. Me
estremezco cuando el aire roza mi clítoris extremadamente sensible.
—¿Lloraste cuando estabas ahí dentro? —pregunta—. ¿Te dio miedo, FT?
¿Rodeada de toda esa gente loca, atrapada en un lugar al que no pertenecías?
¿Fue horrible?
Ahora me trata con condescendencia.
Está siendo un bastardo condescendiente.
Aprieto los dientes, levanto un poco la cabeza y rozo su nariz con la mía.
—Apuesto a que querías salir. Suplicabas escapar y cuando no podías. Te
acostabas dentro de esas cuatro paredes blancas, mirando al techo, fantaseando
con todas esas veces que yo estaba a nueve pulgadas de profundidad dentro de
tu coño, ¿verdad?
Su cuerpo se mueve, haciendo contacto con mi centro, e intento amortiguar el
gemido, pero no funciona muy bien. Un pequeño gemido sale de mis labios y
mis caderas se sacuden, buscando más fricción en él, necesitando alguna forma
de liberación.
—Sí, sé que lo hiciste. Apuesto a que incluso deslizaste esos dedos entre tus
muslos pálidos y te corriste pensando en mi lengua en tu coño.
La forma en que habla es tan vulgar, pero saliendo de su boca, suena como
música. Acariciando todo mi cuerpo, envolviéndome de pasión.
Rook es afrodisíaco. Desde su dura mirada hasta su intenso aroma, es
embriagador.
Es sexo ambulante.
Le miras, y no tiene que decirlo, pero sabes que sabe cómo follarte. Cómo llegar
a ese punto que nadie más puede.
Intento acercar las caderas, pero entonces él opta por retroceder, alejándose por
completo de mí y dejándome de nuevo en blanco. Recoge el porro de mi lado, lo
vuelve a encender y se guarda el Zippo en el bolsillo.
—Bien —dice mientras inhala—, me alegro que lo recuerdes. Me alegra que lo
hayas pensado, porque eso es todo lo que obtendrás de mí, Sage.
Suelta el humo de sus pulmones, me mira fijamente y se retira por el pasillo.
—Recuerdos.
No es hasta que sale por la puerta que vuelvo a respirar.
Y también me doy cuenta, ¿mis bragas rotas?
No se encuentran en ninguna parte.
Espinazo del diablo
Rook
—Vamos, Silas, contesta.
El tono de llamada sigue y sigue hasta que obtengo el mismo resultado: un
mensaje de voz que me dice que su bandeja de entrada está demasiado llena.
—Maldita sea.
Miro los múltiples mensajes que he enviado y que aún no han recibido
respuesta.
El pavor hierve en mis entrañas.
Cuando salí de clase y fui a nuestro dormitorio para encontrarme con que se
había ido, supe que algo iba mal. Algo no iba bien, y aunque para algunas
personas es normal alejarse de sus amigos de vez en cuando, él siempre me hace
saber adónde se dirige.
Él sabe lo que me hace cuando no lo sé.
Cuando me quedo con mi propia mente durante demasiado tiempo.
Ni Alistair ni Thatcher habían sabido nada de él en todo el día, y a pocos días
del aniversario de la muerte de Rosemary, estoy convencido de que está
haciendo algo que no debería.
Algo de lo que tal vez no se arrepienta, pero que sería mi fin.
Y tal vez eso me hace un maldito amigo egoísta, sabiendo que quiere morir pero
no dejándolo. Yo sólo... no puedo hacerlo.
No puedo dejarlo ir así.
Me pongo la gorra hacia atrás y me meto el casco bajo el brazo mientras corro
hacia mi moto. Enseguida me doy cuenta que hay dos personas paradas cerca
de ella, inspeccionándola, y no deberían. Odio que toquen mi moto.
—¿Puedo jodidamente ayudarles? —digo con sequedad, irritado con el mundo.
Preocupado por Silas.
Cabreado por lo de Sage.
Estos imbéciles van a recibir el extremo romo de mi frustración.
Ambos se giran para mirarme. Uno es claramente mayor que el otro, luce un
grueso bigote con canas y un aburrido traje gris que no le queda bien. Los
sueldos del gobierno son una mierda.
Parece endurecido, como si no le gustara demasiado la actitud que pienso darle.
Lo que, por supuesto, me hace querer subir la apuesta.
El otro parece de la edad de mi padre, quizá un poco más joven, y lleva una
pistola en la cintura. Un chico de fraternidad adulto con un arma... qué
encantador. Aunque yo le tendría más miedo a un niño hambriento que a él.
—Sólo admiro sus ruedas —dice el más joven—. Soy el detective McKay, y este
es mi compañero, el detective Breck.
Se mete la mano en la chaqueta y saca una llamativa placa con la palabra “FBI”
escrita en letras grandes en la parte superior.
Podría haber una multitud de razones de por qué están aquí esperándome.
Había hecho muchas cosas ilegales en los últimos años, pero si tengo que
adivinar, es porque Easton no mantuvo la boca cerrada.
Después que le quemara un lado de la mejilla, lloró y gritó sobre contárselo a su
padre. Cómo íbamos a pudrirnos todos en la cárcel. Pero Alistair le informó de
que si se lo contaba a alguien, todo el pueblo se enteraría que la madre de Easton
seguía visitando al padre de Alistair.
Un secreto de la familia Sinclair que no sabían que conocíamos, ¿y si se supiera?
Arruinaría la reputación del decano para siempre. No podían tener a un hombre
que apenas controlaba a su mujer a cargo de las grandes mentes del futuro,
¿verdad?
Perdería su puesto. El dinero. Su nombre.
Todo se derretiría igual que la carne de Easton, y eso era lo último que quería.
Pero al parecer, no había sido suficiente para asustarlo.
—¿Así que una placa significa que puedes registrar mi propiedad sin una
orden? —Arqueo una ceja.
Tener un abogado como padre tiene sus ventajas. Yo sería el primero en
admitirlo.
¿Valían la pena esas ventajas por lo que pasó a puerta cerrada con mi viejo?
Absolutamente no.
—¿No sabía que te dedicabas a la abogacía, siguiendo los pasos del viejo?
Me tiembla la mandíbula mientras miro con atención a McKay. ¿Ha sido una
indirecta? No es que sepa nada de mi relación con mi padre, pero la forma en
que me mira me dice que ha sido algo más que un comentario al azar.
No estoy de humor para jugar a esta mierda del poli bueno/poli malo. No tengo
tiempo para eso. Si van a arrestarme, tienen que hacerlo de una vez.
—Si tienes algo que preguntarme, te sugiero que lo preguntes.
—¿Te gusta el fuego, Rook? —El tipo mayor, el detective Breck, se dirige a mí
por primera vez. Puedo sentir sus ojos clavándose en mi cráneo, así que vuelvo
mi atención hacia él. Me encuentro con su mirada, inmóvil, dándole lo que
quiere: un desafío.
Si cree que me intimida, que se lo piense otra vez.
Arqueo una ceja, haciendo rodar la cerilla que tengo en la boca hacia el lado
izquierdo.
—El fuego es uno de los descubrimientos que más me han cambiado la vida.
Reconozco cuando algo necesita cierto... aprecio.
—Creo que haces algo más que apreciarlo —Mete la mano en el interior de su
traje y saca una bolsita Ziplock—. ¿Quieres decirme por qué encontramos esto
en la iglesia de Saint Gabriel?
Miro el contenido, que contiene lo que solía ser mi Zippo favorito. El fuego había
convertido el brillante metal en una mancha de carbón. La rueda se ha derretido
por completo y la parte superior está desprendida. Pero todavía puedo ver
débilmente RVD tallado en la parte delantera.
—Así que ahí estaba —digo sarcásticamente—. Quiero decir, he asistido
regularmente a ese lugar desde que era un niño. Debe haberse caído de mi
bolsillo.
Miro el grabado un poco más fijamente.
RVD.
Haría cualquier cosa por volver a oír a Rose llamarme así. Aunque sólo fuera
una vez.
Había quemado esa iglesia después de su muerte. Después de su funeral, donde
se celebró. Donde se negaron a cumplir los deseos de Rosie. Ella nunca quiso
ser enterrada; quería ser incinerada y entregada a la gente que la amaba.
Pero sus padres estaban convencidos por la iglesia Saint Gabriel de que era un
pecado eterno. Así que el pedazo de mierda hipócrita de su padre, que había
sido la razón de su muerte, la enterró bajo tierra. Toda esa gente se amontonó
dentro de la catedral, sosteniendo pañuelos, llorando lágrimas falsas.
Ni siquiera la conocían. Ni siquiera les caía bien.
Todos los que estaban en la iglesia no sabían lo especial que era Rosie, porque
la mitad de ellos no le habían dirigido la palabra. Sin embargo, a sus amigos,
los que conocían sus miedos y sus sueños, no se les permitieron entrar.
Nos habían prohibido asistir a su funeral, a su entierro. El hombre que la amaba
más que a la vida no pudo despedirse.
Me tiembla el pulgar.
Ese dolor, esa amargura, empieza a llenarme de nuevo, y si tuviera la
oportunidad, incendiaría ese lugar de nuevo. Sólo desearía que todos se
hubieran quemado con él.
Puedo sentir cómo se me encogen los dedos de los pies. Puedo oler cómo se
derrite la tela del interior. Viendo cómo los cimientos se deshacían pieza a pieza
bajo el calor del fuego. Me sentí como un niño delante de una hoguera, dejando
que me calentara.
Cada recuerdo que tenía de Rose bailaba en el humo como un holograma. Y
cuando el humo se disipó, también lo hizo ella.
Cuando el fuego alcanzó su punto álgido, tiré el Zippo con él, porque no quería
otro recordatorio de que nunca volvería a oír “RVD”.
—¿Así que simplemente se te cayó? ¿No tendría nada que ver con el incendio
que ocurrió allí hace un año?
—¿El FBI está investigando incendios ahora?
Así que no están aquí por Easton, pero dudo mucho que estén aquí sólo para
hablarme de un incendio.
Me están provocando.
—La mayoría de la gente como tú habría usado gasolina —Breck elige sus
palabras con cuidado. Todo lo que dice es metódico, y soy muy consciente de
que quiere sacarme de quicio.
Quiere que sea impulsivo, llevarme más allá del punto de preocuparme. Porque
por mucho que lo odie, los pirómanos son predecibles en su imprevisibilidad.
—¿Gente como yo? —Muerdo el cebo, como un pez en un anzuelo, dándole lo
que quiere de mí.
—Niños pequeños con problemas con su madre que creen que el mundo es el
culpable de todos sus problemas y lo afrontan prendiendo fuego. ¿Cuántos años
tenías cuando murió tu madre? ¿Seis o siete? ¿Los impulsos empezaron antes
o después?
Hay algo que respeto en un hombre dispuesto a decir lo que siente sin miedo a
las repercusiones. Sonrío, disfrutando de la forma en que se queda ahí pensando
que me tiene en sus manos.
Siempre he sentido fascinación por el fuego, siempre he estado demasiado cerca
de la chimenea, jugando con cerillas. Nací con ese deseo; la muerte de mi madre
no hizo más que confirmarlo.
Pero lo que no tiene en cuenta es que no hay nadie que haga piromanía como
yo.
—Vaya, ¿se te ha ocurrido a ti solo?
Breck me regaña con la mirada, probablemente molesto con mi falta de reacción,
con mi actitud.
—Incendio provocado son tres años de prisión, listillo, ¿lo sabías?
Suspiro, tomo el casco de debajo del hombro y me lo pongo en la cabeza. Me
acerco a mi moto, hacia ellos.
Cuanto más tiempo pase aquí, más tiempo Silas estará solo.
—Menos mal que no hice nada, entonces.
—Escucha —McKay me pone la mano en el hombro mientras cuelgo la pierna
sobre la moto, a horcajadas sobre el asiento—. No nos importa si lo hiciste o no.
No te queremos. Eres un buen chico con un futuro brillante, sobresalientes en
tu primer semestre. Eso es algo difícil de hacer en Hollow Heights.
Bajo la mirada hacia su mano y me paso la lengua por la mejilla mientras vuelvo
a mirarle.
—No nos importas. Queremos saber sobre Thatcher Pierson.
La cerilla que tengo en la boca se parte en dos, el brusco chasquido de mi
mandíbula ejerce demasiada fuerza sobre el débil palito.
¿A Thatcher?
Si quieren ir por mí, bien. Puedo soportarlo, sobre todo cuando sé que no tienen
nada que hacer. Pero ir por ellos no va a suceder.
Asumiría la culpa de todo antes que le pasara algo a alguno de ellos.
—¿No lo hacemos todos? —digo, apartando su mano de mi cuerpo—. ¿Qué te
parece esto? Que tú y tu viejo compañero se vayan al infierno, ¿sí?
Giro la llave de mi moto, pero sólo funciona unos segundos antes de que Breck
se incline y pulse el interruptor de apagado, haciendo que apriete mi
mandíbula.
—Corta el rollo, mocoso. Si quieres ir a la cárcel por incendio provocado, me
parece bien. Te estamos dando una salida. Un testigo se ha presentado, diciendo
que Thatcher estuvo involucrado en el asesinato de Greg West, y todo lo que
queremos saber es si hay algo de verdad en eso.
¿Un testigo?
¿Por un crimen cometido en medio de la nada?
Pura mierda.
Si eso fuera cierto, nos habrían visto a todos allí. No querrían saber sólo de
Thatch. Lo que me lleva a creer que están jugando a las adivinanzas.
Encontraron un cadáver descuartizado y fueron con el tipo cuyo padre era
conocido por el mismo tipo de crímenes, intentando ver si la manzana caía cerca
del árbol.
Espera. Espera un momento.
La realidad me golpea como un autobús.
Tardé más de lo que me hubiera gustado, pero conozco a estos dos. Son los
mismos hombres con los que vi a Sage hablando fuera del teatro el otro día.
¿Testigo? Querrán decir una sucia y jodida soplona.
Una vez mentirosa, siempre mentirosa.
—¿Quieres la verdad? —ofrezco, asintiendo con la cabeza—. Si vuelves a
tocarme a mí o a mi moto, te romperé las putas manos. No tienes nada contra
mí ni contra nadie. Me tienes por pirómano, entonces ven —Levanto las
manos—. Arréstame.
Se podría oír caer un alfiler mientras ambos se me quedan mirando, duros como
estatuas, mientras intentan encontrar otra forma de hacerme hablar.
—Eso es lo que pensé. He terminado aquí. La próxima vez que quieras hablar,
hazlo con mi abogado.
Giro la llave, acelerando el motor con fuerza y tirando de la muñeca hacia atrás
para calentar el motor antes de salir del estacionamiento, dejándolos atrás.
Mi mente se acelera, la ira palpita en mis venas.
Sabía que no debíamos confiar en ella. Sabía que no estaba bien, que mentía.
Intenté convencer a Silas de que no la dejara participar en nada, pero él insistió.
Tiro con fuerza del acelerador cuando salgo de las puertas de Hollow Heights.
Ahora necesito asegurarme que Silas está bien, que él está a salvo.
Y luego me ocuparé de Sage.

No creo en el Cielo ni en el Infierno.


Lo cual es una extraña revelación para el tipo que todos creen que es producto
de la adoración a Satán.
Creo que cuando morimos, morimos. Eso es todo.
Dejamos de existir y empezamos a descomponernos hasta que no somos más
que otro pedazo de la Tierra.
No hay condenación eterna ni puertas celestiales.
Sólo oscuridad.
Eso es lo que yo creo.
Sin embargo, mi madre no pensaba eso.
Me arrastraba al cementerio cada día festivo, cada cumpleaños, para presentar
mis respetos a los abuelos que ni siquiera había conocido. Porque creía que
visitar las tumbas era una forma de hacer saber a los muertos que no nos
habíamos olvidado de ellos en la tierra de los vivos.
Al obligarme a ir, era su forma de transmitir su recuerdo, con la esperanza de
que algún día yo hiciera lo mismo con mis hijos, de modo que, aunque se
hubieran ido hace tiempo, su memoria siguiera respirando.
Le entristecería saber que ya no visito a mis abuelos. Dejé de hacerlo cuando
ella murió, pero la visito, y visito a Rosie.
Mi madre fue enterrada en el cementerio familiar de mi padre, pero Rose fue
enterrada en el local de Ponderosa Springs. Donde dejan que todos los cuerpos
de este pueblo se pudran.
Todo está mojado.
El suelo es denso bajo mis zapatos, y el aire se siente húmedo cuando inhalo,
toda la niebla que parece pegarse a mi ropa dejando residuos de agua. La niebla
rueda con las colinas, tejiendo dentro y fuera de las tumbas no recordadas como
una manta de lana.
Los visitantes son escasos a esta hora del día, justo antes del anochecer, cuando
el sol empieza a ponerse. Personalmente, creo que es el mejor momento para ir.
Es casi como si la tierra de los vivos se retirara y los que están lejos se
despertaran.
Silas está de espaldas a mí, apoyado contra su lápida, con un ramo de peonías
en el suelo a su lado.
Me despreocupo porque sé que respira. Que está vivo.
Pero el dolor no se va porque sé que está sufriendo.
—Algunos días estás aquí —le oigo susurrar, con la voz quebrada por la
pena—. Puedo sentirte, olerte en el aire. Oigo tu risa en mis oídos y me doy la
vuelta esperando que estés ahí, pero no estás. No como yo quiero que estés. A
veces, por la noche, te veo y hablamos, pero sé que no eres realmente tú. Es mi
mente jugando trucos.
Trago saliva nerviosamente, sabiendo que no es el momento de interrogarle
sobre su medicación, pero no dejaré que esta enfermedad se lo lleve. No cuando
sé que con el tratamiento adecuado puede vivir mucho tiempo.
—Les gusta verme sufriendo. Así que me envían visiones tuyas. Se alimentan de
mi dolor, nena. Y se hacen más fuertes cada día que estoy aquí sin ti. Intentan
salir —Se lleva las manos a los lados de la cabeza—. Y ya no sé cómo detenerlos.
Así que necesito que vuelvas, ¿ok? Por favor, necesito que vuelvas. Nena,
necesito que me salves.
Baja la cabeza y sus hombros tiemblan, vibrando con el peso de su tristeza.
Es entonces cuando me acerco a él, cayendo sobre el suelo mojado y dejando
que empapen mis pantalones. No tiene que levantar la vista para saber que estoy
aquí. Siente mi presencia.
Miro hacia su lápida, con los ojos ardiendo de emoción.
Rosemary Paige Donahue
Amada hija, hermana y amiga.
La han limpiado hace poco, el mármol blanco brilla en comparación con las
lápidas más erosionadas por la intemperie. Una pequeña muestra de cuánta luz
ponía en el mundo cuando estaba en él.
¿Cómo había pasado un año sin ella?
Creo que habíamos llenado nuestras vidas de tanto caos para evitar el dolor de
su pérdida, y hoy nos hemos visto obligados a parar, a reflexionar sobre la
persona que habíamos perdido.
En este momento, me siento obligado a retirar las vendas que había puesto sobre
esa herida emocional, sólo para descubrir que sigue abierta y sucia. No hay
sanación, sigue siendo sólo una herida sucia en mi alma.
Es difícil pensar en otra cosa que no sea el dolor. No puedo pensar en Frank ni
en Sage, sólo en este sentimiento melancólico que me ahoga.
La muerte es inevitable, y siempre lo supe. Es un rito de paso, pero piensas que
te ocurrirá cuando seas mayor. La muerte cuando eres tan joven, no es más que
una tragedia enfermiza. Es una forma totalmente distinta de duelo.
Silas levanta la cabeza, mirando al cielo, y veo las lágrimas que recorren su cara.
—¡Rose, vuelve! —Lanza un grito que hace que me den escalofríos en la piel. Es
su corazón rogando por ella. Suplicando por ella—. ¿Por qué no me llevaste
contigo? —grita—. Me habría ido contigo.
Le paso el brazo por el hombro, lo acerco a mi lado y lo envuelvo en mis brazos.
Siento su cuerpo temblar por los gritos, los alaridos que rebotan en mi cuerpo
una y otra vez. Y absorbo cada uno de ellos.
Es todo lo que puedo hacer. Abrazarlo mientras está ahí sentado reviviendo la
pesadilla de hace un año. Una de la que aún estamos esperando despertar.
Recuerdo la agonía que sentí cuando ayudé a Alistair a apartarlo de su cuerpo,
viendo cómo la llevaban por última vez a la ambulancia.
Cómo después sólo empeoró. Mucho peor.
Me senté frente a su puerta, sintiéndome inútil, sólo escuchando
desesperadamente el sonido de su respiración. Cualquier cosa que me dijera
que estaba vivo. No podía soportarlo más. Estaba allí esperando a que muriera.
Cuando derribé la puerta, astillando las bisagras, lo encontré tumbado boca
arriba.
No había tocado nada de su habitación; simplemente había entrado y se había
tumbado en el suelo. Allí estaba, en el suelo, con una de sus chaquetas apretada
contra el pecho. Ni siquiera se había cambiado la ropa que llevaba cuando la
encontramos.
Y no hacía más que murmurar, de todo y de nada. Murmuraba para sí mismo,
como si tuviera una conversación con su propia mente.
Le obligué a ducharse. Le hice comer y le metí la medicación por la garganta.
Hice eso durante semanas, hasta que fue capaz de hacerlo por sí mismo otra
vez.
Lo volvería a hacer, lo volvería a hacer por él, porque no voy a perderlo a él
también.
Me quedo con él. Me quedo con todos los chicos.
Había perdido a demasiada gente que me importaba, y no voy a perder a nadie
más.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí fuera? —pregunto, hablando por primera vez una
vez que sus hombros dejan de temblar.
—Desde que te fuiste a clase. Quería ver el amanecer con ella, pero llegué
tarde —Traga saliva—. Siempre llego jodidamente tarde.
—Silas, sabes que nunca te mentiría, así que no voy a decir que a partir de ahora
será más fácil. Pero sé que, con el tiempo, sanarás. No será tan duro como lo es
ahora.
—Creo que eso podría ser peor —Levanta la cabeza, mirándome fijamente—. El
tiempo no cura. Te ayuda a olvidar, y ella no merece ser olvidada. Dentro de diez
años, ¿recordaré cómo olía? ¿O cómo era cuando sonreía? No. Se convertirá en
un recuerdo, y ella era más que un recuerdo, Rook.
Eso es el dolor. Es un arma de doble filo.
—Sé que lo era. Y siempre será más para nosotros. Lo superaremos, juntos.
Siempre lo superamos.
Se hace el silencio, una brisa nos envuelve y observo cómo el viento levanta uno
de los pétalos de las peonías.
Flota en el aire, fluyendo con la corriente.
Gratis y con alas.
Y creo que es la forma que tiene Rosie de decirnos que lo superaremos y que ella
está bien.
Espadas de doble filo
Sage
Todos los días del año son malos para alguien.
El 24 de junio podría ser tu cumpleaños, el mejor día de tu vida, y en algún
lugar del mundo alguien está siendo asesinado.
El 10 de octubre podría ser el día de tu boda o compromiso. Un día que no
podrías soñar mejor. Sin embargo, tres casas más abajo, hay una niña que
perdió a sus padres en un accidente de auto.
Tu mejor día siempre será igual al peor de alguien.
Nunca me lo había planteado. No creo que mucha gente lo haga hasta que lo
experimenta por sí misma.
El veintinueve de abril pasó de ser un día normal, normalmente soleado,
dedicado en su mayor parte a la escuela, un día que pasaría volando y del que
seguiría adelante sin pensármelo dos veces, a ser uno que nunca olvidaré.
Hoy, la división de mi alma duele un poco más. Los nervios que habían sido
seccionados palpitan en busca de conexión. Mi cerebro me recuerda un poco
más insistentemente que la persona con la que vine a este mundo ya no está.
Esta mañana fui a su tumba y vi que alguien ya había dejado peonías, su flor
favorita, pero decidí dejar también las que yo había comprado. Se merece todas
las flores. Quería sentarme, quedarme y hablar. Ponerla al día de mi vida, pero
todo era tan negativo que no quería agobiarla con eso.
Qué tontería. No quería cargar una lápida con mis problemas.
Quería quedarme allí, cerrar los ojos y sentirme como si estuviéramos bajo las
sábanas en su cama. Hablando de nuestras vidas, riendo, soñando con nuestro
futuro. Quería sentir esa conexión que tenía cuando ella estaba viva.
Pero no pude hacerlo. No podía sentirla allí.
Era sólo una lápida con su nombre. No había ninguna Rose.
Pensé, ¿quizás estoy rota? Se supone que debes sentir algo en el cementerio,
¿verdad? Así que si no podía sentirla allí, ¿dónde iba a hacerlo? ¿Iba a volver a
sentir ese vínculo?
Así es como me he sentido hoy. Buscándola constantemente y sabiendo que
nunca iba a encontrarla.
Empujo la puerta de mi dormitorio, agradecida de que mi compañera esté en
clase. Así podré acurrucarme en la cama y llorar sin que nadie me haga
preguntas. Me quito los zapatos despreocupadamente, me dirijo a la cama y me
meto bajo las mantas.
Giro el cuerpo hacia la pared y suelto un suspiro tembloroso que no me había
dado cuenta de que había estado reteniendo. Las lágrimas caen lentamente,
goteando sobre las sábanas blancas. Soy un manojo de emociones diferentes,
todas arremolinándose en mi interior como una niña pintando con los dedos.
Culpabilidad. Tristeza. Ira.
Pero la que golpeó más fuerte fue la indignación.
Yo había sido la gemela de mierda. Yo era la del equipaje, la hastiada y
mezquina. No merecía la vida, y Rose sí. Ella habría hecho mucho más con su
futuro de lo que yo iba a hacer. Sus sueños eran más brillantes, más alcanzables
que los míos.
El mundo se detuvo cuando ella murió. Y si hubiera sido yo, habría seguido
girando.
Debería haber sido yo.
Eso es lo que le había gritado a mi padre después de ver ese vídeo. Cuando lo vi
elegir a Rosemary tan fácilmente sobre mí.
Debería haber sido yo.
Y como eligió mal, decidí que no se quedara con su mina de oro. Él me la quitó,
así que yo iba a quitarle su dinero.
Originalmente había planeado matarlo después de verlo, pero quería que
sufriera. Quería que conociera ese dolor, que viviera sus días arruinado,
hambriento y vacío.
Así que me enfrenté a él en nuestra sala e hice lo que hizo que me echaran. Era
conveniente para él, la excusa perfecta para encerrarme y mantenerme callada.
Pero no esperaba vivir. Había leído que si lo hacías de cierta manera, no habría
forma de sobrevivir.
Las cicatrices verticales de mis dos muñecas palpitaban.
Al parecer, no había hecho lo suficiente porque los médicos pudieron suturarme
justo antes de enviarme atada a una camilla. Quería morir porque Rose no
estaba aquí, porque me parecía injusto que no estuviéramos juntas, porque mi
padre no tenía derecho a elegir algo así.
Ahora me quedan estas cicatrices como recuerdo de que ni siquiera pude morir
correctamente. Pasé mucho tiempo en el psiquiátrico planeando salir y
devolverle a mi padre lo que me había hecho, conjurando formas de destruirle,
porque me di cuenta que él haría cualquier cosa por dinero.
Aunque hubiera conseguido matarme, él habría seguido haciendo cosas
horripilantes para mantenerse en la cima de la cadena alimenticia de Ponderosa
Springs.
La única forma de detenerlo era matarlo, y no podía esperar a que llegara ese
día.
Un sollozo brota de mi pecho como un veneno. Me quema y me desgarra la
garganta a medida que se acumula. Me tapo la boca con la mano, que tiembla
mientras lloro, y las lágrimas se derraman un poco más deprisa.
Esta dura realidad que nunca quise aceptar me ha golpeado hoy como un tren.
Es darte cuenta que eres mayor que tu gemela. Esta monumental puñalada en
el estómago porque han pasado 365 días sin ella. Es un cumpleaños, una
Navidad, todos esos recuerdos que ella nunca llegó a crear. Otro recordatorio de
que cuando ella murió, yo también. Simplemente seguí existiendo.
—¿Sage?
Me doy la vuelta en la cama y miro hacia la puerta.
Lyra y Briar están de pie en el arco, con una bolsa de caramelos y películas en
las manos.
—Dijiste que te gustaban Dieciséis Velas, ¿verdad? No recordábamos si habías
dicho Skittles ácidos o normales, así que trajimos los dos —dice Lyra moviendo
la bolsa en el aire.
—¿Cómo han entrado aquí?
Briar saca una horquilla de su bolsillo.
—Estas cerraduras son pan comido y ... —Mete la mano en la parte delantera
de su camisa de cuadros y saca un porro—, lo tomé de Rook el otro día.
Aunque realmente no quiero, sonrío un poco.
—Ladronzuela empieza a tener sentido ahora —le digo.
Se encoge de hombros. —Mi habilidad como ladrona ha empezado a ser bastante
útil por aquí.
Me paso la mano por debajo de la nariz, limpiándome los mocos y las lágrimas
que han caído allí. Las dos parecen tan esperanzadas, viniendo aquí con la
intención de animarme, o al menos darme un respiro de la tristeza.
Saben lo que representa el día de hoy.
—Gracias, chicas, pero no estoy de humor. Me imaginé que estarían con los
chicos
—Están pasando el fin de semana en la cabaña de los padres de Silas en
Portland. Necesitaban algo de tiempo, necesitaban un espacio para estar en
algún lugar con Silas. Y pensamos... —Briar mira a Lyra en busca de ayuda.
—Pensamos que podríamos hacer lo mismo por ti —termina por ella.
—Es que... —tarareo, intentando no seguir llorando, odiando esta sensación de
ser demasiado vulnerable—. Sólo creo que necesito estar sola hoy. No hay
mucho que crea que pueda mejorar esto, no hoy.
Creo que por eso me gusta actuar. Estando en el escenario, puedo liberar mis
emociones libremente a través de un personaje, y nadie lo cuestiona porque
creen que es sólo parte del guion. Puedo ser vulnerable, suave, gentil.
No esta persona constantemente sarcástica y amargada.
—Sabemos que no podemos mejorarlo. Esa no es la cuestión —Lyra se adentra
en mi habitación—. Se trata de no dejarte estar triste, sola. De hacerlo más
llevadero. No sé lo que se siente al perder a un gemelo, pero yo perdí a mi madre.
La miro y veo comprensión en sus ojos. No es lástima ni compasión, sino
conocimiento mutuo de un dolor similar.
—Nadie puede traerlos de vuelta. Por mucho que lo deseemos. Pero no tienes
que sentirte tan sola. No tenemos que hablar de ella, o podemos hacerlo.
Haremos lo que quieras hoy, incluso si sólo quieres que nos sentemos aquí
contigo en silencio. Pasé por la muerte de mi madre completamente sola, sin
nadie que estuviera a mi lado, y me niego a dejar que te hagas eso a ti misma.
No cuando nos tienes aquí.
Amistad.
Siempre había sido un concepto extraño para alguien como yo.
Una chica a la que enseñaron que las relaciones que mantienes cerca de ti sólo
sirven para impulsarte más en la vida. Nunca se trata de la conexión real.
Siempre fui sólo un peón en la vida de la gente, utilizada por lo que podía
aportarles.
Nunca nadie estuvo conmigo porque yo era Sage.
Nunca nadie fue mi amigo por ser Sage.
Se involucraron conmigo por mi estatus, por mi nombre, por mi dinero.
Y aquí estoy, sin ninguna de esas cosas, y estas dos chicas eligen ser mis amigas
de todos modos. A pesar de lo que estar cerca de mí hará que la gente diga de
ellas.
Alguien me elige por mí.
Me ven igual que Rosemary: como la chica que era más que su reputación.
—¿Dijiste que trajiste Dieciséis Velas? —pregunto amablemente.
Briar sonríe. —¡Y no puedes comprar mi amor!
Decidimos que sería mejor mudarnos a su habitación, teniendo en cuenta que
mi compañera de piso podría entrar en cualquier momento e intentar echarnos.
Pero hago algo que nunca hago: les dejo entrar.
Dejo que me apoyen a su manera.
Juntas, unimos las camas de Briar y Lyra, desplazamos el televisor al centro de
la habitación y abrimos una ventana. Nos amontonamos en los colchones,
ponemos la primera película y encendemos el porro robado a Rook.
No había fumado desde la última vez que salí con Rook, que fue hace más de un
año. Los efectos de la hierba me golpean con fuerza. Como más de lo que he
comido en meses, y Dios, me río.
Risas de verdad que no experimentaba desde que era muy pequeña.
Nos reímos porque Lyra es esa persona filosófica cuando está drogada. Habla de
bichos, por supuesto, de cómo sus vidas afectan a nuestra existencia cotidiana,
lo que se convierte en la creación de la vida humana y la religión.
En esos momentos descubro muchas cosas sobre las dos.
Su forma de ver el mundo, sus sentimientos ante determinados temas, sus
pasiones.
Se siente extraño tener un día como este. Cómo entre toda esta oscuridad y
caos, somos capaces de crear algo bueno y luminoso.
Hay momentos en los que la culpa me atacaba, intentando asomar su fea
cabeza.
¿Cómo podrías disfrutar de este día? ¿cuándo sabes todo lo que representa?
Pero intento pensar en Rosemary, en que ella no querría que me deprimiera sola
en mi habitación. Pienso en lo que quería para mí en la vida, que querría que
fuera feliz aunque fuera sin ella.
Pienso en cómo me sentiría si se invirtieran los papeles.
No querría que sufriera. Querría que experimentara la alegría, la risa, el amor,
incluso el día de mi muerte.
—Escucha —anuncia Briar, poniéndose boca abajo y llevándose un trozo de
chocolate a la boca—. No tienes que decírmelo, pero tengo que saberlo. ¿Qué
pasa contigo y Van Doren?
Estoy drogada, y la última persona en el mundo en la que quiero pensar ahora
mismo es él.
Me trago el bocado de Skittles que tengo y la miro con indiferencia.
—¿Qué quieres decir?
Levanta las dos cejas. —Nací de noche, pero no anoche, Sage.
—Esa pequeña charla que te dio en el asiento trasero después del Gauntlet
parecía bastante acalorada por lo que pude ver —añade Lyra, haciendo girar el
tallo de su cereza en el aire.
—Él sólo estaba... —Hago una pausa—. Sólo me estaba alejando de Silas. Le
dije algunas cosas jodidas. Si no lo hubiera hecho Rook, habría sido Alistair o
Thatcher.
No quiero mentirles sobre él, pero ¿qué les diría? No tengo palabras para
describir lo que Rook y yo éramos. Nunca he hablado de nosotros en voz alta a
nadie, y ni siquiera sabría cómo empezar.
Se miran un momento antes de que Briar hable.
—Te mira como si tuviera dolor físico. No creo que se dé cuenta que lo hace,
pero le duele mirarte.
Estoy segura que a ella le parece dolor. Como dolor retorcido.
En un momento dado, me miraba con anhelo y necesidad, con deseo y pasión,
pero ahora es sólo odio.
—No es dolor —digo—. Es asco. Rook me odia, y esa es la única emoción que
siente hacia mí ahora.
—¿Ahora? ¿Así que hubo un antes?
Exhalo un suspiro, me paso las manos por el cabello y dejo que me acunen el
cuello mientras miro hacia la cama. Podría decírselo, ¿verdad? No dirán nada.
La única persona a la que protejo ahora es a Rook.
Defendiendo al Diablo.
Incluso después de toda la mierda que ha dicho, sigo protegiéndolo, guardando
nuestro secreto para que sus amigos no se sientan traicionados por haberles
ocultado la verdad. Me ha dado tanta mierda sobre mentir, y ahora, sólo hay
uno de nosotros que está mintiendo.
Y no soy yo. Ya no.
—El año pasado, antes que Rosie muriera, Rook y yo, nosotros... —¿Nosotros
qué? ¿Follamos? ¿Caímos en algún tipo de amor tóxico infundido de
hierba?—. Estuvimos tonteando durante unos meses. Se suponía que era sólo
una pequeña aventura secreta. Ni siquiera se suponía que fuera eso. Sólo iba a
ser una noche de libertad de la que nadie sabía nada. No esperaba que se
convirtiera en lo que fue. No esperaba que...
—¿Terminaras enamorada? —Lyra interviene, sus pupilas oscuras y dilatadas.
¿Fue amor?
Creo que fue lo más cercano que había estado. Sé que cuando las cosas se ponen
oscuras dentro de mi cabeza, revivo el tiempo que pasamos juntos. Pienso en
todas las cosas que nunca llegamos a hacer y en cómo sería mi vida si hubiera
seguido con él.
Me encojo de hombros.
—Ni siquiera estoy segura que fuera eso. Al final, supe que quería estar con él.
Quería más, y no se me permitía tenerlo. Estaba saliendo con Easton en ese
momento o, debería decir, comprometida con Easton.
—Lo siento. ¿Dijiste que sí a una vida con Easton Sinclair? —Briar me mira,
visiblemente encogida, haciéndome reír un poco.
—No por voluntad propia. Su padre lo organizó y mi familia aceptó para que
Stephen Sinclair siguiera pagando nuestras facturas y financiando a mi padre.
Me iba a ir después de la graduación. Yo no iba a seguir adelante con el
compromiso. Había planeado contarle todo a Rook y marcharme con él. Pero...
Su cara parpadea en mi cabeza, su voz, la forma en que olía.
Todo era tan real.
—Pero Easton se enteró, y amenazó con llevarse a Rose en mi lugar. Me dijo que
tenía que terminar con Rook o arruinaría a Rosie. Tenía que tomar una decisión,
y no podía dejar que nada le pasara a mi hermana. No cuando su futuro era
mucho más brillante que el mío. Ella no habría salido viva si hubiera tenido que
vivir una vida así. Obligué a Rook a alejarse para salvar a Rose, y al final, los
perdí a los dos.
Ambas se sientan allí con diferentes versiones de shock.
Me quité un peso de encima con las palabras, con decirlas en voz alta.
Briar es la primera en decir algo. —¿Y todavía no sabe la verdad?
Niego con la cabeza.
—Tienes que decir algo, Sage. ¡Estás dejando que vaya por ahí odiándote!
¿Valdría la pena a estas alturas? Después de todo lo que había dicho, todo lo
que había pasado, ¿merecería la pena?
Dudo que me crea. Podría decirle que el cielo es azul y seguiría pensando que le
miento. Una relación sin confianza es un desastre a punto de ocurrir. Todo lo
que habíamos construido en esos meses fue destruido, y no creo que podamos
recuperarlo.
Somos dos personas que nunca deberían haberse tocado. Los dos somos
demasiado testarudos, demasiado obstinados, dos llamas que intentan
constantemente arder más alto que la otra. No estamos hechos para la
longevidad.
Lo había deseado muy rápido. Demasiado. No habría sido sano; nunca habría
funcionado. No importa cuántas veces mi corazón trate de decirme lo contrario.
Tal vez todo lo que estábamos destinados a ser era eso.
Dos amantes cruzados que salieron antes de que Shakespeare tuviera tiempo
de matarnos.
Me toco la cicatriz de la clavícula, un recuerdo, un regalo.
—Creo que es mejor que no lo sepa. Hay demasiado daño hecho para reconstruir
nada. Sería un desperdicio.
—Me cuesta creer que sólo sienta hostilidad hacia ti. Rook es... —Lyra balancea
sus brazos en el aire, tratando de encontrar las palabras—. Él no presta atención
a las cosas que no le importan. Sin embargo, cada vez que están juntos, lo único
en lo que puede concentrarse es en ti.
Respiro, subo las rodillas hacia el pecho y recuerdo la conversación que tuve
con Rose justo antes de caer en el fuego de Rook.
“Rook Van Doren no presta atención a las cosas que considera aburridas. Si se
fija en ti, si le interesas, lo sabrás” Sus ojos me miraron. “Y yo diría que se fijó en
ti”
Me pregunté si ella siempre había tenido una inclinación por nosotros dos, pero
no dije nada por miedo a que yo lo negara o me enfadara porque ella supusiera
algo así.
—Sólo me vigila porque no confía en mí. Cree que en cualquier momento voy a
hacer algo que los ponga en peligro. Soy un lastre para él, eso es todo.
Siento que mi teléfono vibra a mi lado, la pantalla se ilumina mostrándome que
tengo un nuevo mensaje.
Al recogerlo, lo abro y me encuentro con lo último que quería ver.
Pip, reúnete conmigo en Saint Gabriel, mañana al mediodía. Y esta vez,
será mejor que tengas información.
—Entonces, ¿eso es todo? ¿Ni siquiera consideras hablar con él?
Apago el teléfono y me muerdo el interior de la mejilla, con el estómago revuelto
por la ansiedad. Una brisa fría me roza desde la ventana abierta, me cala la piel
y me hiela los huesos.
—No. Morimos ese día, y él pretende que siga siendo así —Me empujo del lado
de la cama—. ¿Puedo tomar prestada una sudadera de alguna de ustedes?
Espero que eso sea suficiente para alejarme de este tema. El día de hoy ya me
ha quitado suficiente energía emocional, y seguir hablando de Rook no es más
que un amargo recordatorio de todo lo que he perdido y nunca recuperaré.
—Sí, toma una de las mías. Briar consiste en tener ropa de Alistair, y nadie
quiere oler como su colonia almizclada —dice Lyra—. Bueno, quiero decir,
aparte de ti —ofrece hacia Briar con una sonrisa.
Me río, abriendo la pequeña puerta del muy desorganizado armario de Lyra. Ya
está entreabierta por la cantidad de ropa que se amontona al fondo, y me doy
cuenta que creo que preferiría ponerme la sudadera con capucha de Alistair
antes que ir a explorar por el armario de Lyra.
No sé si es porque estoy drogada o porque me hace gracia, pero no dejo de
imaginarme que es aquí donde guarda el espécimen vivo que no quiere que
descubramos. Empiezo a reírme un poco, pensando en ello.
Me pongo de puntillas para agarrar la sudadera morada oscura que hay en lo
alto de la estantería, tiro de la manga y se cae junto con otros objetos pesados
que caen al suelo.
—Mierda, Lyra, lo siento —me disculpo mientras me agacho, intentando
asegurarme de no haber roto nada. Rápidamente intento reordenar la ropa y la
caja que han caído para volver a dejarlas donde las encontré.
La caja de zapatos de tamaño mediano se sienta de lado frente a mí. Al principio
pienso que son recuerdos de su madre o incluso de sus experiencias positivas
hasta ahora en la universidad. Pero entonces veo el caro jersey de punto blanco
roto que parece demasiado grande para Lyra.
También hay una botella de jabón líquido Armani para hombres medio vacía,
varias notas escritas a mano que no coinciden con la caligrafía de mi amiga,
fotografías espontáneas y la pieza más condenatoria del rompecabezas: un
gemelo, un pasador de corbata diseñado para mantener unidos los bordes de
un traje en la muñeca, y que había sido diseñado con la forma de las letras T.
P.
—No es... —Se levanta, su rostro se vuelve blanco como un fantasma—. No es
lo que parece.
Tomo un pañuelo blanco con una mancha roja en el centro.
—¿Estas no son las pertenencias de Thatcher en una caja dentro de tu armario?
Lyra siempre se había representado a sí misma como la tímida friki de los bichos
que disfrutaba de su vida de invisibilidad. Pero empezaba a deducir que eso era
solo lo que ella quería que la gente pensara.
—Sólo —respira—, déjame explicarte.
Perdóname padre
Rook
Se dice en el folclore occidental que puedes utilizar una encrucijada para invocar
al Diablo o a un demonio. Depende del trato que quieras hacer.
Se les aclama con objetos rituales que se dice que están enterrados en el centro
de donde se cruzan los caminos. Allí puedes negociar un deseo al precio de tu
alma. Se te puede conceder cualquier cosa que tu corazón desee, pero en una
fecha fija a elección del demonio, los sabuesos infernales desenterrarán del
inframundo, listos para reclamar esa alma.
Me habían llamado para vengarme, para repartir karma a alguien con quien
había estado esperando mi momento. Alguien con quien una vez había hecho
un acuerdo, y yo le había dejado ir intacto, impune.
Pero ahora, es el momento de cobrar.
Me apoyo en un alto pino, el sonido de mi cigarrillo ardiendo perturba el
silencio.
Durante todo un año, había estado intentando sacarla de mi torrente sanguíneo.
Tratando de eliminarla como si fuera una enfermedad carnívora, tratando de
castigarme por tener fe en alguien como ella. Ahora me doy cuenta que no puedo
eliminarla.
Voy a tener que curar la raíz de la infección.
Eliminar el virus en su origen.
Y eso es justo lo que pensaba hacer al encontrarme aquí, en el cruce frente a la
iglesia de Saint Gabriel, mirando fijamente el cristal trasero del auto de Sage
que se encuentra junto a un sedán negro.
No sé qué estaba pensando cuando decidió negociar con los federales. Cuando
decidió convertirse en uno de los enemigos.
Mi mayor enemigo.
Pero había desatado un grado completamente nuevo de maldad dentro de mí.
Intenté racionalizar después de dejar a Silas en el cementerio. Intenté calmarme
y darle un poco de margen. Quizá realmente eran amigos de su padre y ella no
sabía lo que tramaban.
Una vez más, le había concedido el beneficio de la duda. Mi corazón iba en contra
de mi instinto y trataba de convencerme una vez más que todo había sido un
malentendido. Algo en ella sigue retorciéndose bajo mi piel, dándome vueltas a
todos los tornillos y haciéndome depositar en ella una confianza que no merece.
Cuando alguien te muestra su verdadera cara, tienes que creerle.
Y Sage lo está demostrando muy bien hoy.
No la había estado acosando; en realidad había planeado enfrentarme a ella por
eso, pero cuando la vi salir sola de los dormitorios, decidí seguirla. Conduje
detrás de ella una buena distancia, a un ritmo lento, pero lo suficientemente
rápido como para mantener sus luces traseras a la vista.
Cuando entró en lo que quedaba de la iglesia, donde ya la esperaba un auto, fue
entonces cuando supe lo que realmente había estado tramando todo este
tiempo.
Por qué había decidido volver, su plan desde el principio.
Llevo aquí de pie unos treinta minutos, empezando a impacientarme, cuando
veo al detective McKay salir por las puertas quemadas de la iglesia donde habían
estado charlando. Donde ella estaba hablando de todo lo que habíamos estado
haciendo, informando, siendo la buena rata que es.
Se me hace la boca agua y me pican las manos de venganza. Me adentro más
en los árboles mientras él sube a su vehículo, gira la llave y retrocede lentamente
fuera del espacio.
Espero hasta estar seguro que no va a volver, complacido al ver que Sage sigue
dentro del edificio al que una vez prendí fuego. Tiro el cigarrillo al suelo y lo piso
mientras camino hacia la entrada.
Me invade una sensación extraña. No estoy crispado ni enfurecido. Estoy
tranquilo; no me invade el impulso. Es como si mi cuerpo supiera exactamente
a qué hemos venido. De qué venimos a ocuparnos.
La puerta gime al abrirse, arrojando un rayo de sol sobre lo que queda del
interior de la catedral. Hay cenizas y hollín pegados al suelo, bancos quemados
y adornos rotos. Tiene exactamente el aspecto que siempre había deseado.
Como el infierno.
Este lugar de tierra sagrada me quema los pies. Siento cómo chisporrotea a
través de mis zapatos, abrasando mis plantas.
Me gusta esa sensación, entrar en un lugar al que sé que no pertenezco sólo
porque me da la puta gana.
Quizá porque siempre me he sentido más cómodo en el caos.
Sage está situada delante, con las manos apoyadas en uno de los únicos bancos
que quedan y la cabeza metida entre los hombros. Desde esta distancia, casi
parece que está rezando.
—Dios no habla con la gente que hace tratos con el Diablo —le digo—. ¿No lo
sabes?
Se estremece, como si mis palabras le hirieran, y mueve el cuerpo para ponerse
frente a mí. Toda la pigmentación de su rostro se desvanece cuando su peor
pesadilla cobra vida. La he pillado in fraganti. No se puede mentir, no hay nada
que pueda ayudarla a salir de esta situación.
—¿Qué haces aquí? —pregunta con las cejas fruncidas.
Avanzo lentamente, mirando a mí alrededor el daño que mis llamas habían
hecho a este lugar sagrado. El lugar que había iniciado el rumor de mi linaje
diabólico. El primer lugar que me convirtió en un monstruo.
—Te dije, Sage, que te vigilaría, ¿verdad? Y menos mal que lo hice —Me río
cruelmente—, o me habría perdido tu reunión con el detective McKay. ¿Desde
cuándo tu padre es amigo del FBI?
El pánico se apodera de ella. La red que había tejido se desmorona a su
alrededor, y ella se aferra a algo que decir, una mentira que conjurar.
—Rook, déjame explicarte. No estoy...
—¿No estás qué? —escupí, con el labio superior curvado, lleno hasta el borde
de rabia porque tuviera las putas agallas de mentirme directamente a la cara
después de haberla pillado con las manos en la masa.
—¿No estás delatando sobre nuestros planes a los federales? —Mis pasos son
pesados golpes. Cada movimiento hacia adelante sólo aumenta mi furia.
—No, eso no es lo que está pasando. Sé que es lo que parece, pero no lo es. Mi
padre vino a las instalaciones con Cain, el detective McKay, e intentaron
hacerme un trato.
—Así es como saliste, ¿no? ¿Hiciste un puto trato? ¿Para hacer qué? ¿Fisgonear,
acercarte a nosotros, sólo para poder apuñalarnos por la espalda? ¿Hacer que
nos enviaran a todos a prisión antes que pusiéramos la cabeza de tu padre en
una estaca?
Me acerco a ella mientras mueve rápidamente la cabeza de un lado a otro,
alejándose de mí con cada paso en su dirección. El miedo burbujea en sus ojos
y se me hace la agua boca.
No importa. Ella puede retroceder todo lo que quiera. Puede huir si quiere. No
importará una mierda, porque ahora está en mis garras.
Y de ninguna manera la dejaré escapar.
—¡No! —grita—. Quiero decir sí, pero no iba a hacerlo. Sólo necesitaba que me
dejaran salir para poder ayudarlos a ustedes a llegar hasta mi padre. Iba a
traicionarlos a ellos, no a ti. Sólo necesitaba que me creyeran lo suficiente como
para dejarme salir. Eso es todo.
Me muerdo el labio inferior, sonriendo.
—Y eres buena en eso, ¿verdad? Haciendo que la gente te crea.
Su espalda choca contra la parte delantera del confesionario. La robusta madera
que lo compone ha luchado contra el calor del fuego, dejando la mayor parte
intacta. Prácticamente puedo sentir los latidos de su corazón acelerándose en
su pecho.
—No estoy mintiendo, no a ti. Juro que es la verdad. Cain está trabajando con
este grupo llamado el Halo. Todos ellos son... son la gente a la que mi padre
debía dinero. Se llevan a chicas de Ponderosa Springs y las venden —Extiende
las manos hacia delante, las palmas hacia fuera, como si eso fuera a detenerme,
a impedirme hacer lo que quiero hacer—. Sólo quiero detener a mi padre, y luego
me iré. Te lo juro. Como aquella primera noche en la casa del lago, digo la
verdad. Siempre has tenido todas mis verdades, todas.
Tantas preguntas pasan por mi cerebro, abrumado por la información que acaba
de vomitar. ¿Qué mierda es el Halo? ¿Están los dos federales corruptos? ¿Me
está diciendo la verdad?
Intento asimilar la información. Intento procesar, asimilar lo que dice y escuchar
sus palabras, pero físicamente no puedo.
La temperatura de mi cuerpo es tan alta que está a punto de derretir mi ropa.
Me hierve el cerebro, y el color carmesí empieza a filtrarse por los rincones de
mi visión. He esperado un año para hacerle sentir este dolor que me había
dejado. Esta traición. Quiero hacerle daño. Hacerla pagar.
Pero los flashes de la chica en aquel muelle, rota y destrozada por su pasado,
me golpean. Atraviesan mi memoria a gran velocidad, el órgano de mi pecho
intenta atarse a ella. Vuelvo a ser el tonto otra vez.
Pero me niego a hacerlo.
Me acerco a ella, golpeando con la palma de la mano tan fuerte contra la fachada
del confesionario que me escuece la mano.
—Todo. Lo. Que. Jodidamente. Haces. Es. Mentir —rechino los dientes como un
lobo rabioso hambriento de comida.
Sus manos me presionan el pecho mientras niega con la cabeza con agresividad.
—¡Por eso no te lo dije para empezar, maldito imbécil! No importa lo que diga,
¡no me creerás! No hay nada que pueda decir para que confíes en mí.
Estoy al límite. Estoy empezando a funcionar mal.
Por sus ojos.
Están jodidamente brillantes. Azul brillante como llamas ardientes, brillando
como lo hacían cuando estábamos juntos. Cuando pensaba que ella era algo
más. Cuando las palabras que salían de su boca estaban cubiertas de agua
bendita.
Son tan malditamente hermosas, y duele.
Duele más que los cortes de Thatcher, más que los golpes de Alistair, que las
palabras de mi padre. Me duele jodidamente tanto que me impide respirar. Cada
inhalación se siente como agujas en mi garganta.
Y por primera vez en mi vida, quiero que pare el dolor. Necesito que pare, joder.
No, no, no, me repito.
—Porque todo lo que eres es un maldito veneno traicionero. Confié en ti, y mira
lo que jodidamente hizo.
No dejes que te haga esto otra vez, Rook. No caigas en esto. Es un maldito truco.
Bonito veneno, es el veneno que aún bombea por tus venas.
Agarro su frágil cuello y hago palanca para acercarla a mí. Su aroma llega hasta
mi nariz, haciéndome estremecer. Presiono mi cintura contra la suya, sintiendo
lo suave que es contra mí. Sintiendo lo fácil que sería romperla.
Mi polla se pone rígida, presionando duro contra mis pantalones.
Una vez pensé que se sentía angelical en mis brazos. Un ángel que se había
alejado demasiado de casa y se había encontrado en las garras de algo siniestro.
Ahora, sólo se siente como un pecado.
El pecado.
Primitivo, ardiente e inmoral.
Esta es la única cosa de la que he estado privando a mi cuerpo desde hace un
año. Rechazando la tentación, castigándome por lo que ahora tengo delante. Y
no sé cómo voy a mantener el control.
—Nunca te mentí, Rook. No de la forma que piensas —Ella jadea contra mi
agarre—. Quería matenert...
—Lo más bajo, lo más negro y lo más alejado del Cielo —la interrumpo,
apretando los dedos para que se calle—. Ahí es donde van los traidores. ¿Lo
sabías? Ahí es donde jodidamente te voy a mandar.
No quiero oír sus excusas. No quiero oír más mentiras.
Es mi turno de hacerla sufrir. Es su turno de ser castigada.
—Las putas traidoras como tu merecen ser castigadas —gruño, y mi mano se
acerca a su rostro, obligándola a fruncir los labios mientras mis dedos se clavan
en sus mejillas.
—Suenas jodidamente mojigato para un hombre al que llaman Lucifer. ¿No se
supone que premias el pecado? —bromea, con voz espesa y pegajosa como
jarabe para la tos, dejándome amargado.
Luchando conmigo como yo quiero que lo haga.
No quiero que ya esté destrozada. Quiero que sea una jodida luchadora para
sentirme aún mejor cuando la destroce.
Mi cinturón se clava en la suave carne de su vientre mientras llevo la mano libre
a su culo, haciendo que se levante esa falda de jean tan corta. Mis dedos se
introducen entre sus piernas y se ciernen sobre su coño, justo por encima de
las bragas.
El calor que irradia entre sus piernas hace que me flaqueen las rodillas.
—No, Sage, este es mi infierno. Mi reino. Mis putas reglas. Sólo recompenso a
las putas buenas.
Como sabía que haría, jadea y abre la boca. Escupo directamente sobre su
lengua rosada y le pongo la mano en la cara para cerrarle la mandíbula y
obligarla a tragar.
Mis labios chocan con los suyos, el deseo se acumula en mis entrañas. Todo son
dientes y lengua. Su veneno sabe dulce, demasiado dulce. Me empuja y mueve
su boca contra la mía, satisfaciendo mi hambre salvaje.
Vierto todo mi odio en ella, curándola con mi lengua, condenándola con mi boca.
Muerdo con fuerza su labio inferior, arrancándolo a duras penas mientras subo
la mano de entre sus muslos, bañándola con los jugos que se pegan a mi piel.
—Jodidamente patético. Mira lo mojada que estás. ¿Cuánto tiempo has estado
pensando en esto? ¿En mí?
Su rostro se calienta, sus mejillas brillan con una mezcla de placer y vergüenza.
Dejo caer la mano de su rostro a la parte delantera de su escotada camisa,
agarro el material y tiro de él hacia abajo. El desgarro de la tela resuena en el
aire y me quedo mirando sus jugosas tetas, que se derraman por encima del
sujetador negro.
Mi cabeza cae e inhalo profundamente, llenando mis pulmones con su olor. Sigo
una larga y lenta lamida desde el valle de sus senos hasta la cicatriz que recorre
su clavícula. La misma cicatriz de mi cuerpo empieza a palpitar.
Un año privándome de esto, y ahora la fruta prohibida se derrite en mis manos.
Sólo puedo pensar en darme un festín. Mi autocontrol es inexistente en este
momento.
Muevo su cuerpo, haciéndola girar e inmovilizándola de frente contra el
confesionario. Ella levanta los brazos y se agarra a los barrotes de madera que
separan las dos cabinas. Le levanto la falda con las dos manos y se la subo por
la cintura hasta que se le ve todo el trasero.
—Rook... —ella susurra.
—Esto es un confesionario, Sage. Así no es como empieza esto —siseo, pasando
una mano por su espina dorsal y recogiendo un puñado de su cabello corto en
mi mano. Sacudiéndolo hacia atrás para que arquee el culo hacia mi polla—. ¿O
has caído tan bajo que no te acuerdas?
Le aprieto el culo con la palma de la mano, le doy unos instantes para que
responda antes de retirar mi mano, azotando su carne. Me escuece la mano por
el impacto, y miro hacia abajo y veo que la sangre ya aflora a la superficie de su
pálida piel.
Chilla sorprendida y el ruidito me llega directamente a la entrepierna,
haciéndome sujetarla con más fuerza.
—Contéstame.
—Vete al infierno. No importa lo que diga, tienes tantas ganas de follarme que
pareces idiota —me dice, aunque sé lo que quiere.
Sonrío, aunque ella no pueda verlo.
Me desea tanto que ni siquiera puede ver bien, pero nunca cede tan fácilmente.
Por eso es más divertido.
Conozco su cuerpo, lo que le hace temblar, lo que le hace explotar. Los detalles
de su coño. Ella puede hacer frente a todo lo que quiera, eso está bien para mí.
Sólo hará que el resultado final sea mucho mejor.
—Vivo en el infierno, FT. ¿Te acuerdas? —tarareo—. Tú ayudaste a enviarme allí
Vuelvo a levantar de la mano y le doy otro fuerte golpe en la piel, que la hace
saltar. Noto que intenta apartarse del dolor, pero la sujeto por el cabello y no la
dejo moverse.
Ella sentirá este dolor. Lo sentirá todo el tiempo que yo le diga.
Me he pasado un año castigándome por ella, y ahora le toca a ella.
—No te muevas a menos que yo lo diga.
Smack.
Smack.
Smack.
Tres golpes más en su sensible piel la dejan temblando en mis manos. Se me
hace la boca agua al ver su culo hinchado y palpitante. Levanto la mano para
asestarle otro golpe, pero oigo su dulce voz, azucarada y errática.
—Yo... —tartamudea—. Perdóname, porque he pecado.
Paso la mano por la piel dolorida, frotando suavemente en círculos lentos.
—Mmmm, qué buena putita.
Deslizo mis dedos hasta su centro y descubro que está completamente
empapada hasta la ropa interior. Gotea para correrse, gotea para mí. Hago a un
lado la ropa interior y masajeo su clítoris con las yemas de los dedos.
Gime con fuerza, presionando las caderas contra mi mano. Las muevo hacia
atrás y deslizo suavemente dos dedos por su estrecha abertura. Mis dedos
entran y salen de ella, curvándose al desaparecer dentro de su coño, rozando
ese punto tan profundo que nadie más podrá tocar como yo.
Es aquí, mientras está inclinada sobre un confesionario dentro de los restos de
una iglesia chamuscada, cuando me doy cuenta que nunca había sido Eva.
No me había deslizado hasta el Jardín del Edén y la había robado,
coaccionándola con la fruta. No, eso habría sido demasiado fácil.
Siempre había sido mi Lilith.
La razón por la que caí en desgracia, dando tumbos por las nubes y arrojado a
las fosas del infierno. Condenado a vivir una eternidad en las llamas por su
culpa.
—Confiesa —gruño, con la mano trabajando para desabrocharme el cinturón y
la cremallera—. Dime lo que ya sé. Que te encanta ser mi sucia puta.
—Rook, por favor. Necesito...
—Lo sé. Sé lo que necesitas. Pero primero vas a darme lo que yo necesito.
Ralentizo el ritmo de mis dedos, provocándola, dándole lo justo para que sienta
placer, pero no lo suficiente para que disfrute realmente de la sensación.
Saco mi polla de mis pantalones y uso la mano libre para acariciarme mientras
la someto a una tortura deliberada. De mi punta palpitante gotea pre-semen,
que cae sobre su culo.
—Me encanta ser tu sucia puta —gimotea—. Quiero que me folles, que me
rompas, que me uses.
Ya no me contengo más.
Sustituyo los dedos por la polla y empujo dentro de ella sin previo aviso. Ambos
gemimos cuando la penetro, deslizándome por sus sedosas paredes hasta que
no puedo más. Ella palpita a mí alrededor, succionándome como una prensa.
—Tu coño me toma tan jodidamente bien.
Su espalda se arquea, su columna se estira mientras me empuja más dentro.
Tan apretado y tan cálido.
Empiezo a acelerar el ritmo, gruñendo. Violentos golpes llenan el aire perverso
del interior mientras mi polla entra y sale con facilidad. Mis ásperas manos se
extienden para aferrarse a sus dos brazos, manteniendo los míos estirados,
usando este nuevo agarre para penetrarla con más fuerza.
Sus gritos y gemidos echan leña al fuego. Veo cómo su culo se sacude con la
fuerza de mis embestidas. Cada vez que me deslizo dentro de ella, siento como
si me inyectara su sangre en las venas. Una inyección de adrenalina en mi
organismo.
Es tan jodidamente embriagadora.
—Rook, yo... —gime, intentando formar palabras, pero yo ya sé lo que quiere
decir.
Este ángulo tiene mis fríos piercing haciéndole cosquillas en su punto G una y
otra vez.
—Lo sé. Córrete sobre mi polla. Sé una buena puta para mí y córrete.
Se rompe y se derrumba sobre mí. Su coño me rodea con fuerza, apretándome
y negándose a soltarme. Sage empapa mi polla con sus jugos.
Sigo forzando mi entrada en su cuerpo, aunque ella tiembla en mis brazos,
gimiendo por la sobrecarga de placer. El sudor cae de mi frente, mi cuerpo
persiguiendo ese subidón.
Mi propia liberación desgarra mi cuerpo, golpeándome como una ola.
Gimo con fuerza mientras la estática me recorre, calándome los huesos mientras
me derramo en su calor, llenándola de mí hasta el borde, tanto que estoy
goteando por su cuerpo.
El cuerpo de Sage se afloja en mis brazos, agitado por la oleada de su clímax.
Respiro con fuerza y recupero el aliento por un momento antes de apartarme de
su cuerpo. Salgo de ella y deslizo sus bragas para recoger el semen que empieza
a gotear de su tierna abertura.
Siento que mi polla empieza a ponerse tiesa de nuevo sólo de pensar en ella
paseando con mi semen manchando su ropa interior.
Me estoy abrochando el cinturón antes de darme cuenta que se ha girado para
mirarme, con el cuerpo relajado contra el confesionario y sus ojos azules como
llamas clavados en mí.
Espera a que diga algo, espera a que explique lo que acaba de pasar entre
nosotros dos.
—¿Qué? —suelto.
Una punzada de dolor pasa por su rostro, pero lo disimula rápidamente. Asiente
con la cabeza y se toma el labio inferior entre los dientes. Se arregla la camisa
lo mejor que puede y se baja la falda.
—¿Así que puedes follarme, pero no confiar en mí?
—Bueno, tu coño no me miente. Tu boca sí.
Se hace el silencio en el espacio. Nuestra adrenalina baja, nuestra tensión se
va.
Me meto la mano en el bolsillo, tomo mis cigarrillos, me pongo uno en los labios
y lo enciendo.
—Tienes razón. Te he mentido —dice, pasándose el cabello por detrás de las
orejas y dejando al descubierto sus mejillas sonrojadas.
—Ahórratelo...
—No, me toca hablar a mí —me interrumpe—. Sí mentí. El día en el teatro
cuando te dije que Easton y yo éramos perfectos el uno para el otro. Cuando te
dije que sólo te estaba utilizando. Todo eso fue mentira.
Esto había sido lo que deseaba cuando sucedió. Estas palabras habían sido lo
que esperaba cuando me enteré de su compromiso.
Ahora, me importa una mierda menos. No cambiaría nada ahora. Todo ese daño
ya estaba hecho.
Sage se acerca más a mí: —El compromiso fue en beneficio de mi padre. Stephen
Sinclair le daba dinero y, para seguir recibiéndolo, Stephen quería un
matrimonio entre Easton y yo. Supongo que porque quería tener el control de
todo. Cuando empecé a enamorarme de ti, juré por mi hermana que iba a dejar
toda esta mierda atrás después de la graduación y estar contigo.
Se le llenan los ojos de lágrimas mientras se aferra a los últimos pedazos de su
orgullo.
—Quería tanto estar contigo, Rook —Las primeras lágrimas caen, su voz se
quiebra—. Pero Easton se enteró de lo nuestro. Se enteró y me dejó muy claro
que si no seguía adelante con el matrimonio, se lo impondrían a Rosie, y yo no
podía hacerle eso.
Intenta limpiarse las mejillas, pero le caen demasiado rápido, no tiene sentido.
—Ya me había arruinado. Cain ya me había roto. Me había acostumbrado a lo
que ocurre en ese tipo de vida. Rosemary no, era libre y feliz. No había razón
para que yo arruinara eso porque quería ser egoísta. Ya lo había hecho bastante.
Sólo estaba tratando de protegerla. Tratando de protegerte.
Dudo de todo. Mi instinto, mi corazón, mi cerebro.
Las líneas de la honestidad y el engaño son borrosas, la maldad y la rectitud se
confunden una vez más por la suciedad que se filtra de los terrenos de
Ponderosa Springs. Me hace preguntarme si alguna vez me mintió de verdad, si
pasé un año de mi vida odiando a la única mujer que había despertado mi
interés y lo había mantenido.
No me importa.
No me importa.
No me…
—¿Qué hizo Cain? —exclamo, frunciendo las cejas, dando un paso adelante.
Dejo que mi ira tome la delantera, ensombreciendo el dolor en mi pecho por
ahora. No quiero enfrentarme a lo que podría ser la verdad. Ahora no.
Es demasiado para asimilarlo de una vez, y ni siquiera estoy seguro de creerla.
Nunca sé qué creerle.
—Eso es lo que tú...
—Sage —gruño—. Si alguna vez te importé una mierda, responde a la puta
pregunta. ¿Qué te hizo Cain?
Hay un entumecimiento que se instala en su rostro. Como si separara sus
emociones de su mente para decirlo.
—El hombre del que te hablé en la casa del lago, el que me tocó de niña —Ella
asiente con la cabeza—. Era Cain.
Siento como si me echaran aceite caliente directamente sobre la piel, haciéndola
chisporrotear y silbar. Mi torrente sanguíneo corre tan rápido que empiezo a
marearme. Cuanto más sube mi ira, más baja mi dolor, y necesito que
desaparezca.
Porque este dolor, el que siento por ella, quiero que desaparezca.
Necesito que se detenga.
Todo este tiempo, intentaba apartarla de mí cuando, en realidad, sólo intentaba
cortar la conexión que había creado con ella. Cada vez que Thatcher clavaba el
bisturí en mi piel, yo intentaba no sentir su dolor.
Su dolor. Su pena. Su ira.
Lo sentía todo como si fuera mío, y hasta cierto punto, lo era.
Y la odié por arruinar algo tan poderoso. Un vínculo que mi corazón intentaba
desesperadamente argumentar que no podía fingirse. Que lo que teníamos era
real.
Y aunque Sage permanece impasible ante su trauma, yo no.
—Todas las noches desde los diez hasta los trece años, cuando se fue a la
academia —Hace una pausa—. Pero él no es lo que importa. Ya no me importa.
Se ha vuelto tan hastiada de su propio trauma que no le importa lo que le ocurra
a quien le hizo daño, sólo al hombre que se llevó a su hermana. Ha sucumbido
a la aceptación, obligada a trabajar con un hombre que le arrebató la inocencia
antes incluso de saber lo que era.
El hombre que le robó las alas.
Ahora no estoy seguro de casi nada, excepto de que quiero llevar las entrañas
de Cain como collar.
—Vas a venir conmigo.
—¿Por qué? ¿Adónde vamos? —pregunta.
Encuentro sus ojos, veo a una mujer que se construyó a sí misma a partir de la
última chispa de sus brasas moribundas.
Un fénix.
Una que no pone excusas por lo que ha hecho de sí misma, sin disculpas si te
acercas demasiado a ella y te encuentras chamuscado.
Le habían arrancado las alas de la espalda, pero ella las sustituyó por cenizas y
alas eternas hechas de la llama azul más ardiente.
Y para que pueda volar, voy a cortar las cadenas que la mantienen arraigada al
suelo.
Pero primero...
—Hay una teoría que necesito probar.
Todos nuestros secretos
Rook
—Tenemos que hablar.
La puerta que abrí de un empujón rebota contra la pared.
Miro a Thatcher, que está encaramado encima de su cama, con las piernas
cruzadas y callado mientras levanta una ceja por encima de su libro.
—No hace falta dar portazos —dice Alistair mientras se echa hacia atrás en su
silla, volviéndose del escritorio sobre el que había estado encorvado antes de que
hiciéramos nuestra ruidosa entrada—. ¿Por qué ella está aquí?
Miro a mi lado y veo a Sage cruzada de brazos, con cara de frustración y
confusión.
—Yo también quisiera saberlo —murmura.
Después de amenazarla con rajarle las cuatro ruedas y arrastrarla hasta aquí
contra su voluntad, accedió a venir conmigo.
Sabe que no miento y no iba a aceptar un no por respuesta.
Necesito esto.
Necesito ver si soy inmune a su falta de honestidad o si realmente decía la
verdad. No puedo correr otro riesgo con ella. No sobreviviría a otra traición de
sus manos, no otra vez, y ella tampoco.
—¿Estás bien? —murmura Silas, escudriñándole el rostro antes de mirarla de
arriba abajo. No es un acto sexual; sólo está comprobando si tiene alguna
herida, pero me irrita. Da pasos deliberados en su dirección y, como por instinto,
me interpongo en su camino.
Se detiene y sus zapatos tocan las puntas de los míos. Nuestras miradas se
cruzan y se produce un desafío tácito entre los dos. No me pelearía con él, no
por algo así, porque sé que no nace del deseo, sino de la nostalgia.
Sin embargo, aún no voy a dejar que acune a Sage porque le recuerde a Rose.
—Está bien —gruño—. ¿Estás tomando tus medicinas? —No puedo contenerme.
No podía preguntárselo en el cementerio, las emociones eran demasiado crudas,
demasiado frescas.
Pero este no es él.
Me sostiene la mirada, inmóvil. —No necesito una niñera, Rook.
—No voy a preguntar de nuevo. ¿Estás tomando...?
—Sí.
Esto no ha terminado. Sé que no lo ha hecho, y planeo resistir esto tan pronto
como termine lo que vine a hacer aquí.
Miro a Sage por encima del hombro. —Quiero que les cuentes exactamente lo
que me contaste de Cain. Todo.
—¿Por qué debería...?
—Sage —susurro su nombre como un maleficio mortal y hermoso. Una
maldición oscura y solitaria—. Por una vez, haz lo que te digo.
Sé que quiere luchar contra mí; es lo que mejor sabe hacer. Pero siempre quiere
probarse a sí misma, probarme que por fin dice la verdad. Tarda un momento,
pero hace lo que le pido.
Me hago a un lado y observo cómo mueve la boca. Cómo mueve la lengua cuando
dice palabras que contienen la letra M. Trato de captar un cambio en el color de
sus ojos, cualquier cosa que me muestre lo que quizá no vi la primera vez.
Nunca me había sentido tan tranquilo. Tan calculador. Esta no es una decisión
en la que podría actuar explosivamente. Aunque quiera. Aunque lo único que
quiero es creerle para arrancarle el corazón a Cain McKay del interior de su
pecho y comérmelo crudo.
Esta es la teoría que quería probar.
Quería ver si Alistair sería capaz de detectar la traición en su tono o si Thatcher
podría ver a través de las paredes que había construido a su alrededor para ver
su verdadero motivo. Incluso Silas... tal vez notara un hábito genético en Sage
que Rose también tenía cuando contaba una pequeña mentira.
Necesito ver si fui yo el único que no percibió las señales. Si estaba tan cegado
por las pecas canela de sus mejillas o por su arco de cupido curvado, tan
distraído por nuestra conexión que ni siquiera tuve la oportunidad de percibir
sus mentiras.
Tienen una visión imparcial de ella.
Ellos no comparten el vínculo que yo tenía con ella, y quizá eso les baste para
saber si realmente dice la verdad o si está jugando con nosotros.
Jugando conmigo.
Les cuenta todo sobre Cain. Sobre su padre. Y cuando llega a la parte de su
infancia, ese dolor vuelve.
—Una historia triste, de verdad —Thatcher es el primero en hablar,
reajustándose las gafas mientras se sienta en el borde de la cama
blanca—. Pero porque sea triste no significa que tenga que creerte. Esto podría
ser una gran telaraña que estás tejiendo para que confiemos en ti, y aunque mis
amigos, muy a su pesar, tienen corazón... —Hace una pausa—. Yo no lo tengo.
Sage se mantiene erguida. Fuerte. Inquebrantable incluso cuando Thatcher
intenta cuestionarla.
—No se los digo por lástima o porque sea triste. No necesito eso de ninguno de
ustedes —Se asegura de mirarme por última vez después de decir eso—. Se los
cuento para poder ayudar. Para que todos podamos conseguir lo que queremos
al final de esto. Justicia para mi hermana.
—¿Por qué nos ayudaste? ¿Por qué no aceptaste el trato, nos entregaste y te
escondiste?
Es la pregunta que todos nos hacemos. Lo que he estado pensando desde que
me lo dijo. No éramos precisamente amigos en el instituto, y ella siempre había
expresado su desagrado por nosotros y nuestra anarquía.
—Por Rosie —Ella suspira—. Ella vio algo en cada uno de ustedes, incluso si
trataron de enterrarlo profundamente. Incluso si yo misma no puedo verlo. Ella
era buena en eso, ver cosas debajo de los escombros. Lo hizo conmigo, y no fue
una sorpresa que lo hiciera contigo. En múltiples ocasiones, me pidió que viera
esas cosas por mí misma, y yo la ignoré. Escuché lo que el pueblo y su gente de
mierda decían, en lugar de ver las cosas yo misma. No estoy aquí para ser su
amiga o hacer lazos. Estoy aquí porque es lo que ella hubiera querido, y estoy
obligada a hacerlo. Le debo la paz que se merece, y le debo proteger a los que le
importaban, y esos son ustedes. Todos ustedes.
El aguijón del recuerdo es agudo.
Vibra en el aire, cortando a cada uno de nosotros de forma diferente. La memoria
de Rosemary está viva y respira en la sala. Su energía, su presencia, es la razón
por la que estamos haciendo todo esto. Porque es un puto crimen que esa
energía haya sido arrebatada de este planeta.
Una de las últimas cosas buenas de este mundo enfermo y retorcido,
desaparecida en un abrir y cerrar de ojos.
Miro a su hermana, sus ojos vidriosos y su columna vertebral erguida, tan fuerte
a pesar de que puedo ver las ganas que tiene de desmoronarse. Y mis manos
tiemblan porque quieren alcanzarla. Quiero negarlo, pero no puedo.
Estoy desesperado por volver a ver a la chica que hay detrás de la máscara.
Desprender esas capas endurecidas y empaparme de ella.
Pero no puedo.
Ahora no.
—Cain tiene que irse —digo—. Lo quiero muerto.
—Y tienes que mantenerte protegida hasta entonces —añade Silas, clavando su
mirada en el rostro de Sage.
Mi mandíbula se tensa. Silas no necesita protegerla. No tiene que protegerla.
—No necesito a nadie que me proteja. Puedo encargarme de Cain. Involucrarlo
sólo pondrá más presión en ustedes de la necesaria.
Thatcher se levanta. —Si hay sangre, cuenten conmigo.
Mi sangre empieza a bombear caliente. La calma que antes me abrazaba se
diluye. Empieza a aflorar mi rabia, mi necesidad de castigar. Todas las formas
en que podría romperle empiezan a filtrarse por mi mente.
—No estamos haciendo nada irracional en este momento —Alistair interviene,
haciendo lo que sabe hacer: controlar—. No estoy diciendo que no tiene que
suceder. Sólo tenemos que asegurarnos de que vamos a ello con la cabeza clara
y no alimentados por nuestras emociones.
Sus ojos oscuros parpadean hacia mí.
Es en ese momento cuando me doy cuenta de lo metido que estoy en mi propia
mierda. Porque a pesar de que Alistair tiene razón, no quiero escuchar. Incluso
si tengo que ir tras esa escoria por mi cuenta, lo haré. Aunque no quiera, aunque
los necesite.
Torturaré a esa lamentable excusa de hombre hasta que llore por su madre y
me suplique que le dé la misericordia de la muerte.
Incluso si eso significa tomar la caída por mi cuenta. Lo haría.
Porque nadie, ni siquiera yo, merece el dolor que Sage alberga en su alma por lo
que él le hizo.
—Vamos a hacerlo —insiste Silas—, y quiero que te quedes en casa de mis
padres hasta que esté hecho.
La habitación se queda inmóvil y mi tensión se dispara.
—Eso no va a pasar —gruño—. No se va a quedar contigo.
Su cabeza gira hacia mí, tan rápido que casi la oigo crujir.
—No lo olvides, Rook. Es mi novia la que murió, mi novia a la que estamos
vengando.
Camino hacia él, tratando de recordarme que está sufriendo. Que está pasando
por algo increíblemente desafortunado, pero no funciona.
—No lo olvides, Silas —siseo—, tu novia no es Sage, y no necesita que la
protejas.
—¿Sí? ¿Tú lo vas a hacer?
Me alejo de él. ¿Qué mierda está diciendo ahora?
Sé que perdió a Rose y está tratando de agarrar los pedazos de ella que aún
quedan. Pero esto, esto es cruzar una línea que no me di cuenta que tenía.
Hay una fiereza que chisporrotea en su mirada, una que no recuerdo haber visto
antes, y le está haciendo sentir más como una amenaza que como un hermano.
Puede que Sage no sea nuestra amiga, puede que nos odiemos, pero es nuestra.
Y ella es mía.
—Maldito...
—Basta —dice Sage en voz alta, mirándonos a los dos—. Voy a dejar esto claro
para todos. No soy una damisela en apuros, y no dejaré que te pongas en peligro
por algo que yo puedo manejar. Puedo matar a mis propios demonios, y no
necesito que tú ni nadie me pase un cuchillo para hacerlo.
El fénix.
Ahí está, resplandeciente, brillante, destructiva.
Intentaron convertirla en polvo, y mírala ahora.
Una maldita fuerza.
—Cálmense todos, joder. Podemos hablar de esto cuando todos tengan la
oportunidad de procesarlo —dice Alistair—. Yo creo que quedarse con Silas es
una buena idea. Es la mejor manera de vigilarte.
—No necesito...
—No se trata de protegerte —suelta, con los ojos oscuros. Sé que es porque no
ha superado lo que le pasó a Briar—. Eso está al final de mis putas prioridades.
Aún no sé si deberíamos confiar plenamente en ti. Esto es una póliza de seguro.
Podemos vigilar todos tus movimientos, así que si se te ocurre trabajar con ese
federal, lo sabremos.

La lluvia caía del cielo con fuerza, a cántaros. La vi caer desde mi lugar en el patio
cubierto de Thatcher. Los relámpagos iluminaron las nubes durante un segundo
singular, mostrando el fascinante jardín de esculturas justo más allá de la
piscina, antes que la oscuridad volviera a apoderarse de todo.
Cerré los ojos justo cuando el trueno sacudía la tierra, dejándome sucumbir al
suave repiqueteo.
—Vamos, dulce niño. Vamos a bailar.
Miré la lluvia torrencial y luego a mi madre. Sus ojos se arrugaban en las
comisuras, como siempre que sonreía. Unas oscuras ondas de cabello castaño le
caían por encima de los hombros, rozándole la parte baja de la espalda.
Hoy no quería bailar.
Estaba triste y lo único que quería era quedarme dentro, lejos del resto del mundo.
—Pero mamá, está lloviendo —murmuro.
Se puso en cuclillas, bajando hasta mi altura. Me colocó un mechón de cabello
detrás de la oreja y me frotó la mejilla con la palma de la mano. Me daba sueño
cuando hacía eso porque era lo que hacía todas las noches justo antes de dormir.
—Hoy has tenido un día duro, ¿no?
Asentí con la cabeza.
Los niños de la iglesia habían sido muy malos hoy. Se habían puesto todos a mí
alrededor, gritando cosas desagradables sobre mi marca de nacimiento,
metiéndose conmigo porque era diferente a ellos. Si hubiera sabido que iban a ser
tan crueles, no habría compartido nada en la escuela dominical.
Me habría quedado callado.
—La lluvia lavará todo eso. Toda la tristeza y el dolor se deslizarán por tus
hombros, limpiándote por completo. El mejor momento para bailar es bajo la
lluvia.
—Papá dice que sólo necesito endurecerme.
Se echó a reír. —Tu padre debe de haber olvidado lo que era que se metieran con
él, porque te voy a contar un secreto, dulce niño. Tu padre no siempre fue tan duro.
Antes era un niño, como tú, y llevaba unas gafas de las que los niños se burlaban.
Sólo porque era diferente. Pero eso es lo que me gustaba de él, lo que me gusta de
ti. Ser diferente significa que a veces te sentirás solo. Pero cuando encuentres a
las personas que aceptan esas diferencias, estarán contigo toda la vida.
Y luego bailamos bajo la lluvia.
Dejamos que la lluvia se derramara sobre nuestra piel, y recuerdo que me sentí
como si estuviera nadando en lugar de bajo un aguacero. No entré hasta que me
calé hasta los huesos.
Sentí muchas cosas cuando murió mi madre.
Pero soledad no era una de ellas.
Porque los tenía, y desde el momento en que nos conocimos, sentí que me
comprendían. Nunca tuve que dar explicaciones para encajar; simplemente me
entendían. Me aceptaban. Con cicatrices, traumas y todo. Y como dijo mi madre,
estarían conmigo toda la vida.
—¿Cuánto tiempo12? —Alistair pregunta mientras camina hacia el patio, con
Thatcher y Silas cerca.
—Nueve pulgadas —Me quito el cigarrillo de los labios—. Eso es estando duro.
¿Necesitas saber las medidas cuando está blando también?
Pone los ojos en blanco, me quita el cigarrillo de la mano y da una larga calada
antes de volver a hablar.
—¿Cuánto tiempo has estado follando con Sage?
Dejo caer la cabeza contra la pared, sabiendo que esta conversación tenía que
producirse. Sé que es hora de decírselo, pero no sé por dónde empezar.

12 Juego de palabras. Se puede interpretar también como ¿Qué tan largo?


Ocultársela nunca fue con mala intención o porque no quisiera que lo supieran.
Creo que era porque tenía miedo de decirlo en voz alta. Si hablaba de nuestra
historia, de ella, entonces lo hacía real.
Y eso hace que su pérdida sea aún más real.
—Queríamos esperar a que nos lo dijeras en tu propio momento, pero
necesitamos saber qué es esto para ti antes de matar a alguien por ella. No voy
a añadir otro cuerpo a mi lista por un polvo rápido.
No me sorprende que ya lo supieran.
Cuando te conoces al nivel que nos conocemos, no pasas mucho desapercibido.
Conocemos el lenguaje corporal del otro, los gestos, nuestras emociones. Todo
está conectado: nos sentimos mutuamente. Ha sido así desde que tengo uso de
razón.
—No vamos a matar a alguien por ella. Como dijo Silas, esto es por Rose
también.
—Pero para ti no lo es —dice Thatcher—. Esto es por Sage, y por favor, no
intentes negarlo. Estoy cansado de fingir que no lo sé.
Miro a Silas, que tiene los hombros relajados. Su mirada desquiciada de antes
ha desaparecido, pero no la sensación que tengo en el estómago.
Le vi tomar las pastillas en el aniversario de Rosie y todas las mañanas
anteriores en los dormitorios. Las tomaba a la hora prevista, pero algo sigue
fallando, y convencerle que vaya al médico para que le recete una nueva
medicación no va a ser fácil.
Pero nada con él había sido siquiera.
—Cuánto tiempo —vuelve a decir Alistair, pero esta vez no es una pregunta.
Respiro, me rasco la nuca, sé lo que tengo que decir pero no sé cómo explicarlo.
—Comienzo del último año. No se suponía que fuera nada serio, sólo quería
retorcer a la princesa en un pequeño nudo de caos. Mostrarle que ella no era
mejor que yo, que nosotros. Pero entonces ella empezó a cambiar, todo empezó
a cambiar. Ella era diferente de lo que yo esperaba. Mejor.
Intentar consolidar lo que fuimos es difícil. ¿Cómo explicar que alguien lo era
todo y nada al mismo tiempo?
Que ella había sido la primera persona desde los chicos y Rose que había querido
verme. Que viera todo de mí, que lo supiera todo. Porque había pensado que ella
lo aceptaría.
Pensé...
—¿No estuvo comprometida con Easton durante el último año?
Rechino los dientes. —Sí, pero no lo supe hasta el final. Sabía que seguía
saliendo con él y lo dejé pasar porque ella necesitaba esperar hasta la
graduación para romper. Sus padres se habrían vuelto locos, pero yo no sabía
por qué. Pensé que era por mí. No tengo exactamente la reputación de Easton.
—Así que por eso el palo en el culo ha sido extra molesto —Alistair se burla—.
Entonces, ¿qué pasó?
Todo.
Nada.
—Me enteré del compromiso, y ella... —Me destrozó—. Ella terminó las cosas
conmigo. Escupiendo alguna mierda sobre que yo sólo era una fase, que ella
nunca planeó dejar Easton.
—¿Por eso apareciste en mi puerta? ¿Te he estado cortando por ella? —dice
Thatcher, en un tono cercano a la ira, pero con él, nunca se sabe.
—Sí —Me arrastro las manos por la cara en señal de frustración—. Intenté
sacarla de mi sistema. Quería castigarme por ser tan jodidamente estúpido, por
confiar en ella. Pero ella es como veneno, un maldito tumor, hombre. No para
de crecer —Suelto un suspiro pesado—. Ahora no sé qué creer o pensar. Me
confesó lo de Cain y me dijo que la obligaron a comprometerse. Al parecer, su
padre recibía dinero de Stephen y, a cambio de eso, quería una esposa para su
hijo. Entonces Easton se enteró de lo nuestro y amenazó con llevarse a Rose.
Así que ella tomó una decisión, y desde entonces nos odiamos.
Y ahí está.
Mi verdad se hace humo.
Mi bonito veneno al descubierto.
Decirlo en voz alta hace exactamente lo que pensaba.
Me hace sentir aún más idiota.
El tonto que se había enamorado de una chica a la que él no le importaba una
mierda, y lo peor es que yo lo sabía. Sabía que Sage era una criatura peligrosa.
Que estaba envuelta en cinta de precaución.
Impecablemente elaborada.
Diseñada para el engaño.
La rana exquisitamente coloreada con dibujos de neón, la impresionante
medusa con brillo bioluminiscente, la exótica oruga. Todas diseñadas para
llamar la atención y alejar el peligro.
Sé lo que es, y aun así la persigo de todos modos sin tener ni idea del daño que
me causaría.
—¿Qué sentido tenía ocultárnoslo? —pregunta Alistair.
Le devuelvo el cigarrillo a Alistair, llenando mis pulmones con el alquitrán.
—¿Qué sentido tiene que mientas sobre Dorian?
No son los únicos que pueden ver a través de las mentiras.
—¿Qué vas a hacer cuando salga de rehabilitación por un problema de drogas
que nunca tuvo? Tus padres no pueden tenerlo encerrado para siempre. ¿Qué
le vas a decir a Briar cuando descubra la verdad? Todos tenemos nuestros
secretos, y salen cuando están preparados para hacerlo, pero no te quedes ahí
y actúes como si tú tampoco tuvieras ninguno.
—No seas imbécil —dice—. No estoy cabreado por lo tuyo con Sage. Estoy
cabreado porque sentiste que necesitabas ocultarlo.
—Sólo pensé que no lo entenderían.
—No necesitamos hacerlo, Rook. Nunca lo hemos necesitado.
La lluvia cae más rápido, cubos de agua caen del cielo. La tormenta se ha estado
gestando durante todo el día, y por fin ha llegado con relámpagos y truenos.
—Si digo que no, todavía vas a matar a Cain, ¿no?
Los miro, a todos.
Cada uno de ellos representa una parte de mi vida sin la que no sabría qué
hacer.
Es disfuncional y no siempre estamos de acuerdo. Nos peleamos probablemente
más que cualquier otra cosa. Pero son mi hogar. Una casa oscura, sangrienta y
embrujada, pero mi hogar.
Me detengo ante Alistair y le miro fijamente. El hermano mayor que nunca tuve.
—¿Si fuera Briar?
—Ya estaría muerto.
Asiento con la cabeza, sabiendo que esa sería su reacción, conociendo su
respuesta antes de decirla.
—Esto significa que será mi problema. Yo asumiré la culpa si todo se va a la
mierda. Los protegeré a todos de las consecuencias, si las hay.
—No vas a matar a nadie solo —dice Thatcher—. Compartir es cuidar, pero para
que quede claro, no me gusta Sage, y no confío en ella.
—¿Hay alguien que te guste? —Levanto una ceja, divertido.
—No. La especie humana me da asco.
Me río un instante antes de mirar a Silas, que no ha dejado de mirarme desde
que salió.
—Sí, lo sé...
—¿La amas? —pregunta sin rodeos.
Sé lo que es el amor. Lo sentí por mi madre y en un momento dado por mi padre;
a veces lo sigo sintiendo. Lo siento por los chicos, aunque nunca se lo haya dicho
en voz alta a ninguno de ellos. Soy consciente de lo que se siente.
Pero nada se siente como Sage. Nunca he experimentado nada como ella en mi
vida, y eso hace que esta pregunta sea difícil.
—No sé qué es lo que siento hacia Sage —Un rayo cae con fuerza, haciendo
temblar el suelo—. Pero sea lo que sea, es mía.
Los accidentes ocurren, ¿verdad?
Sage
—¿Qué haces aquí?
Me aparto de la maleta abierta y veo a dos dobles de Silas más bajitos, de piel
morena clara y cabello oscuro peinado de forma diferente. Uno lleva una pelota
de baloncesto bajo el brazo y el otro me mira con los brazos cruzados.
—Pues parece que me estoy colando en su habitación de invitados —digo con
humor, esperando que mi broma rompa de algún modo el hielo entre estos
adolescentes que me observan como un halcón y yo.
Cuando no se ríen ni sonríen, me meto un mechón de cabello detrás de la oreja.
—Soy... —digo a trompicones—, amiga de Silas. Me voy a quedar aquí hasta que
arreglen mi dormitorio. El moho es una mierda.
Decido que decirles la misma mentira piadosa que les dijimos a los padres de
Silas es lo mejor. Seguro que no entenderían que les dijera que me quedo aquí
para que me vigilen. Que me habían considerado un estorbo y que ahora toman
precauciones en cuanto a mis motivos.
—Silas no tiene amigos —dice el de la pelota de baloncesto—. No amigos como
tú, al menos.
—Touché —admito— Hace poco que nos hemos hecho amigos. Ha sido un
proceso lento.
—Eres la gemela de Rosie, ¿verdad? —pregunta el otro—. Te pareces a ella.
Creo que ese es el que se llama Caleb, y el otro es Levi. Pero no estoy segura
porque se parecen mucho, sólo que uno es unos centímetros más alto que el
otro.
Hacía mucho tiempo que nadie me hacía una pregunta así.
¿Eres gemela? ¿Eres la gemela de Rosemary?
Asiento con la cabeza. —Sí, así es.
Sus hombros parecen relajarse, dejándolos menos tensos, como si se hubieran
dado cuenta que no soy una amenaza gracias a mi hermana.
—Solía llevarnos con ella al depósito de chatarra cuando buscaba materiales
que necesitaba para sus esculturas.
—Y luego tomábamos yogur helado. Que es mucho mejor que el helado —añade
Levi, esbozando una impresionante sonrisa al recordarlo.
—¿Te enseñó nuestra combinación super-secreta de froyo?
Sus ojos se iluminan un poco. —¡No!
—Bueno, supongo que eso significa que tenemos que ir pronto para poder
traspasar la tradición.
Nuestro secreto es una combinación bastante común, creo, pero a nosotras de
pequeñas nos parecía una genialidad. Es yogur helado con sabor a bizcocho y
ositos de gominola. Solíamos ser capaces de comer litros de esa cosa.
Esta casa me recuerda una época más sencilla entre Rosemary y yo. Cuando
éramos niñas pequeñas y las posibilidades del mundo eran infinitas.
Todo en la casa de Silas me sorprende. Es un hombre tranquilo, melancólico y
enfadado, mientras que su casa es todo lo contrario. Su madre estaba en la
cocina preparando la cena cuando entré, y su padre acababa de bajar las
escaleras después de quitarse el traje. Eran cálidos y acogedores.
Zoe y Scott siempre habían sido amables conmigo de pasada. En eventos, en la
escuela cuando estaban cerca, partidos de fútbol. Tristemente había pensado
que eran como todos los demás, interpretando un papel, fingiendo. Pero puedo
sentir que hay amor verdadero en esta casa.
Y me había sentado mal que Silas tuviera que mentirles sobre por qué me quedo
aquí. Les habían dicho que mi compañera de piso se había puesto enferma y
que mi padre estaba tan ocupado en el trabajo que no quería quedarme sola en
casa. Creo que pensaron que era por Rose y mi madre. Que estaba triste porque
me sentía sola allí dentro, no porque estuviera tramando la muerte de mi propio
padre.
—¿La echas de menos? —me pregunta Levi.
—Sí, lo hago —Asiento suavemente, con una sonrisa en el rostro—. Mucho.
Levi frunce los labios. —Nosotros también.
Parecía que todos los chicos de la familia Hawthorne tenían dos rasgos en
común. Eran hombres de pocas palabras. Y también como su hermano mayor y
todos los demás, les gustaba Rosemary.
Lo cual no es inesperado. Nunca lo ha sido.
Rose siempre había sido el tipo de persona de la que uno no puede evitar
enamorarse. Su energía empática y su alma tranquila parecían llamar a la gente.
Cualquiera que la conociera, que la conociera de verdad, era consciente de lo
especial que era.
—Caleb, Levi, déjenla en paz.
Silas sube las escaleras, se coloca detrás de ellos y se eleva por encima de sus
crecientes cuerpos, y por la forma en que le miran, es más que por su altura.
Realmente le admiran.
—Nos vemos —dicen los dos al mismo tiempo antes de desaparecer por el
pasillo.
Silas sigue su rastro mientras se marchan antes de volver a concentrarse en mí.
A pocos pasos de la habitación, se apoya en el marco de la puerta con los brazos
cruzados sobre el pecho. No sabía que tuviera tatuajes porque la mayor parte
del tiempo lleva manga larga. Últimamente se parece mucho a mí.
Excepto que yo escondo cicatrices, y él sólo, bueno, se esconde.
Me inquieta el silencio incómodo que se establece entre nosotros, así que intento
entablar una conversación sencilla. Necesito que esto sea un proceso indoloro.
Unas semanas dentro de su casa para demostrar que no soy una soplona, unas
semanas hasta que mi padre esté muerto y podamos seguir cada uno por
nuestro camino.
Y eso sería todo.
—¿Son gemelos? —pregunto, refiriéndome a sus hermanos, agarrando parte de
mi ropa de la maleta y acercándola al armario contra la pared.
—No, tienen un año y medio de diferencia. Caleb es el mayor, sólo que nunca
actúa como tal.
—¿Es Levi al que le gusta el baloncesto? ¿O es sólo por aparentar? —Deslizo la
ropa dentro del cajón, miro por encima del hombro y me encuentro con que ya
me está mirando.
—Sí, y es bueno. Mejorará cuando aprenda a disciplinarse y cuando se dé cuenta
que pegar a su descoordinado hermano no le hace grande.
Me río, sin pensar realmente antes de hablar.
—¿Sabías que Rosemary intentó ser animadora cuando éramos pequeñas? Nos
pasábamos toda la noche repasando rutinas y al día siguiente aún se le olvidaba
cada uno de los movimientos.
No sé por qué esperaba que se riera o incluso que sonriera. Es que es agradable
hablar de ella de forma positiva. Recordarla por lo que era y no por lo que le
pasó.
Pero ella siempre es un tema delicado, una herida abierta, y hablar de ella
probablemente empeora las cosas para él.
—Lo siento, no quería mencionarla.
—No pasa nada. No me importa. Me gusta oír los recuerdos de otras personas
sobre ella.
Pero no es tan sencillo, ¿verdad? Nunca es tan sencillo.
—Sé que probablemente es difícil para ti —digo—. Tenerme aquí. Viéndome. No
ignoro nuestras similitudes. Podría haberme quedado en un hotel o en la
residencia. No tengo por qué estar aquí si es demasiado para ti.
No dice nada de inmediato, lo que me vuelve loca preguntándome qué demonios
estará pasando por su cabeza ahora mismo.
Soy el recuerdo vivo de lo que perdió, y para un hombre de luto, no soy alguien
a quien quiera ver todos los días. Eso lo sé.
—Todo es duro. Despertarse. Respirar —suspira—. Tenerte aquí no es difícil. Es
lo único fácil en mi vida. Porque te miro y sé que una parte de su alma sobrevivió.
Que una parte de ella vive en ti.
Se me seca la garganta como si me estuvieran metiendo algodón en la boca.
Estoy medio muda y medio preocupada. Sé que esa mentalidad no puede ser
sana, no para él. Pero no me atrevo a decir otra cosa.
—Yo…
Me detengo bruscamente al darme la vuelta, encontrando allí a Silas. Sus
movimientos sigilosos me tienen sorprendida, pero su distancia de mí me
incomoda. Mi espalda choca contra las asas del armario y siento cómo la madera
se clava en mi piel mientras intento poner algo de espacio entre nosotros.
Está cerca.
Demasiado cerca.
—Y haré lo que sea para proteger esa parte —su voz me hace cosquillas en el
rostro, e intento decidir la mejor ruta para salir de esta situación en la que me
he encontrado.
—Silas, ¿qué estás haciendo? —pregunto en voz baja, preocupada por él.
Esos ojos endurecidos se derriten, los rasgos de su cara se suavizan
visiblemente, y por un momento pienso que es porque podría llorar por mi
hermana.
Me equivoqué.
—Nena —dice, y la propia palabra suena como si se la hubieran arrancado de
dentro del pecho. Tan gutural y dolorosa, pero yo no soy su nena—. Te he echado
tanto de menos.
Se inclina más hacia mi cuerpo, alejándose de la realidad y adentrándose en
una fantasía que nunca será real.
Entro en pánico y le pongo las manos en el pecho, empujándolo hacia atrás con
toda la fuerza que soy capaz.
—¡Silas! ¡No soy Rose! —grito.
Me parece cruel decírselo en voz alta; me siento cruel por el mero hecho de existir
en el mismo espacio que él ahora mismo. No voy a fingir que entiendo lo que
está luchando en su interior, pero sé que no es él. Es su mente jugándole una
mala pasada, su cerebro sometiéndole a una lenta forma de tortura.
Parpadea varias veces, se agarra la cabeza y la presiona demasiado para estar
cómodo.
—Para, para, para —murmura—. ¡No! Eso no está bien. No está bien. No puedes
hacer eso...
Sé que no es a mí a quien habla; es algo mucho más oscuro.
Nunca pensé que mi estancia en las instalaciones de Monarch sería otra cosa
que una pesadilla. Quiero olvidar que estuve allí, pero ahora mismo, estar allí
me ayuda en esta situación.
Porque pienso en Eddison, el viejo que se sentaba junto a la ventana.
Cuando sufría alucinaciones graves, las enfermeras hacían algo llamado
“conexión a tierra”. Intentaban ayudarle a centrarse en las cosas que eran reales
en lugar de en las que no lo eran para evitar un episodio psicótico.
Mantengo la distancia para que no se sienta más atrapado de lo que ya está.
—Silas, soy yo, Sage —digo suavemente—, estamos en tu casa y estás a salvo.
Sé que parece real, pero no lo es. No son reales.
Su respiración es irregular, aprieta los dientes y empieza a caminar.
Sé lo perjudicial que sería para él un episodio completo. Podría quedarse
atrapado en él durante unos meses, incluso años. No quiero que llegue tan lejos,
pero lo único que puedo hacer es intentar que vuelva. Recordarle que es su
enfermedad y no el mundo real.
—Estamos en tu casa, Silas. Con tu mamá, tu papá, Caleb y Levi. Somos reales,
y estamos aquí para ti, ¿entiendes?
Silas Hawthorne es el mejor ejemplo de que el amor no es suficiente.
Si el amor fuera suficiente, no buscaría problemas ni oscuridad. El amor de sus
padres debería haber sido suficiente para mantenerlo con los pies en la tierra.
Mantenerlo a raya. Pero no lo es.
Si el amor fuera suficiente, Rosie seguiría viva. Porque aunque me quitaras todo
el amor que siento por ella, todo el amor de Rook, Thatcher y Alistair, Silas
tendría suficiente almacenado en su interior para durar un tiempo infinito.
Habría sido suficiente para salvarla.
Si sólo el amor fuera suficiente.
Me duele físicamente verle luchar contra ello. Y no puedo hacer nada más que
mirar y esperar que pueda alejarse de ello. Que pueda volver en sí y no aceptar
su delirio como realidad.
Su ritmo se ralentiza, inhala por la nariz y exhala por la boca una y otra vez
hasta que su respiración se regula. El agotamiento mental de su cara es
evidente, y puedo ver lo cansado que está.
—Silas —digo suavemente, con las cejas fruncidas.
—Estoy bien —respira—. Estoy bien. Sólo necesito... —Deja de frotarse las
sienes.
—¿Puedo ayudar? ¿Qué necesitas?
—Dormir. Necesito dormir un poco. ¿Qué hora es? —Mete la mano en el bolsillo
delantero, saca el teléfono y enciende la pantalla—. Tengo que tomar mis
medicinas.
Suelto el aliento que estaba conteniendo, aliviada de que siga tomando su
medicación. Sabía que las alucinaciones formaban parte de su vida cotidiana, y
que a veces eran peores que otras, pero sigo preocupada.
—¿Quizá deberías pensar en hablar con tu médico sobre una nueva medicación
o un horario diferente? O incluso hablarlo con tus padres. ¿Rook?
Levanta la cabeza hacia mí y me mira a los ojos. —No es la medicación.
—Entonces...
—Sólo estoy cansado. Hace tiempo que no duermo. Las alucinaciones empeoran
cuando no he descansado. No es la medicina, Sage. Funcionan bien. Estoy
bien —me asegura—. Lo siento. No fue... —Hace una pausa—. Sé que no eres
Rose. Lo sé.
Las pesadas bolsas bajo sus ojos respaldan en parte esa historia, y no tengo ni
idea de los detalles de su diagnóstico. Sé que el estrés abrumador de todo esto
puede hacer que empeoren, y quiero aceptar que está bien.
Pero temo por él.
Todo lo que se necesita es una mala alucinación.
—Está bien, lo entiendo —digo, sintiendo lo rápido que late mi corazón dentro
de mi pecho—. Ve a dormir un poco.
Asiente, se mete las manos en los bolsillos y camina hacia la puerta. Se detiene
y se agarra al marco.
—Sage —murmura—. Me gustaría que esto quedara entre nosotros. Todo el
mundo tiene suficiente en su plato ahora mismo, y no quiero que se preocupen
por mí a causa de una alucinación. Especialmente Rook. Ya se preocupa
bastante.
No me siento bien ocultándoselo. Ya le oculté suficientes secretos a Rook, y no
quiero volver a hacerlo.
Apenas me cree tal y como están las cosas ahora. No necesito darle otra razón
para que no confíe en mí. No me perdonaría si algo le pasara a Silas, sabiendo
que no hice nada para evitarlo. Rosie nunca me lo perdonaría.
—No se lo diré —le digo—. Lo harás tú. Te daré unos días, Silas, pero si no se lo
dices. Lo haré yo.
—¡Vamos, Sage!
Su voz me hace cosquillas en los oídos, su risa resuena entre los árboles. Me doy
la vuelta y miro la gruesa capa de nieve que cubre el suelo.
—¿Rosie? —susurro, entrecerrando los ojos para adaptarme al brillo de la luz que
se refleja en la nieve. Me rodeo con los brazos; una camiseta de manga corta y
unos pantalones cortos son lo único que me protege de los elementos.
Mi aliento sale en bocanadas visibles cuando miro más allá de la línea de árboles
para ver a Rosie de pie en medio del río Tambridge. Solo había estado aquí un
puñado de veces, la mayoría durante el verano en fiestas diurnas cuando estaba
en el instituto.
Tropiezo con la orilla del río y veo una gruesa capa de hielo sobre el caudaloso río.
Frunzo el ceño, confundida, y alzo la vista.
—¡Ro! Vuelve aquí. Ahí fuera no es seguro.
Pero ella no dice nada. Permanece inmóvil, con los brazos colgando a los lados.
Su cabello oscuro destaca sobre el vestido pálido que lleva. Pronto empieza a girar
en círculo, despacio al principio, pero va cogiendo velocidad.
—¡Rosemary! —la llamo de nuevo, pero sigue sin oírme.
Respiro bruscamente cuando el suelo cede bajo sus pies y ella cae al agua. Oigo
cómo su cuerpo cae al agua y la adrenalina me recorre las venas.
Sin preocuparme por mi propia seguridad, atravieso el río helado sin darme cuenta
que tengo los pies descalzos. El aire frío me quema los pulmones con cada
bocanada de aire y acelero los brazos para impulsarme.
Me siento como si corriera en mi sitio. Por mucho que me esfuerce, sigo estando
muy lejos de ella.
Se va a ahogar.
Va a morir.
—¡Rosie! —grito, alcanzando por fin el agujero en el hielo, sin encontrar nada más
que agua negra como el carbón. El corazón me late en los oídos y el sudor me corre
por la frente. Caigo de rodillas, gateando frenéticamente, buscando por dónde la
ha podido arrastrar la corriente.
El pánico se apodera de mí, pinchándome la piel como agujas.
Me arden las manos al pasarlas por la escarcha, buscándola bajo la superficie.
No dejes que se ahogue.
No la dejes morir.
La esperanza parpadea cuando vislumbro su cabello. Levanta una mano y la
presiona contra el hielo como si estuviera atrapada al otro lado de una pared de
cristal.
Empiezo a golpear compulsivamente el agua helada con los puños. La sangre
brota de mis nudillos, el rojo carmesí contrasta con el blanco crudo, y sigue
brotando.
—Puedes hacerlo. Puedes salvarla.
Levanto los puños por encima de la cabeza y los bajo. Los brazos empiezan a
dolerme y a sufrir espasmos. Mis pulmones no son capaces de inspirar lo bastante
rápido y el dolor abrasador que siento en las manos me recorre todo el cuerpo.
Pero sigo adelante, golpeando mis manos una y otra vez, hasta que finalmente se
hace añicos.
El agua burbujea e inmediatamente me sumerjo en la gélida corriente,
extendiendo las manos a los lados para alcanzarla. Le hago saber que estoy aquí
y que voy a salvarla. Que va a estar bien.
Pero nunca siento su cuerpo.
No hasta que sale disparada del agua, con el cabello pegado al cuero cabelludo y
unos ojos que no parecen humanos. Están podridos y negros, gotean lodo oscuro
de las cuencas, y lo único que puedo hacer es gritar mientras sus uñas se clavan
en mis brazos como puñales.
—Deberías haber sido tú —sisea con la boca llena de hollín negro, rezumante
como el alquitrán.
—¡Rose! —jadeo, saltando de las almohadas, mi mano agarrando mi camiseta
justo por encima de mi corazón.
Mi respiración es irregular y noto que el sudor me resbala por la parte baja de
la espalda. Me quito la manta de encima, presiono mis ojos con las palmas de
las manos y los froto para quitarme el sueño. No había tenido una pesadilla
desde que estaba en el psiquiátrico.
Miro el reloj y veo que los números verdes parpadean para indicarme que son
las tres de la mañana.
Había pensado que mi subconsciente por fin me había dado un respiro. Que mi
cerebro había acabado con las pesadillas repetitivas, para las que, por muchas
veces que las tuviera, seguía sin estar preparada.
Al parecer, me equivoqué.
Tiro los pies por encima del borde de la cama y muevo los dedos sobre el frío
suelo de madera. Siento la boca como si hubiera estado haciendo gárgaras de
arena y necesito agua desesperadamente. Espero no haber despertado a ningún
Hawthorne.
Tomo la chaqueta que me he puesto hoy por si acaso hay alguien despierto.
Estoy demasiado agotada para intentar explicarle las cicatrices de mis muñecas
al padre de Silas, si es que se ha levantado para ir a trabajar.
La puerta gime al abrirla, lo que me hace estremecerme. Recorro el pasillo, hasta
las escaleras y atravieso el salón hasta llegar a la cocina de diseño abierto. Tan
silenciosamente como puedo, abro casi todos los armarios en busca de un vaso
y me agarro a la puerta del último antes de encontrarlo.
—Por supuesto —susurro. ¿Por qué todo en mi vida tiene que ser tan
jodidamente difícil? Ni siquiera puedo encontrar la vajilla sin un desafío.
Abro el grifo y me aseguro que esté frío antes de llenar el vaso hasta el borde.
Me llevo el borde a los labios y miro por la ventana mientras bebo la mitad del
agua. La lluvia hace suaves ruidos contra el cristal, y espero que continúe
porque siempre duermo mejor cuando llueve.
Vuelvo a llenar el vaso y giro sobre la planta del pie para dar un paso, pero
entonces lo veo allí de pie. Rook está envuelto en la oscuridad, apoyado en la
puerta de la nevera, mirándome fijamente. Suelto el vaso, que cae al suelo y se
estrella contra las baldosas. Grandes y pequeños trozos de cristal se esparcen
por el espacio, y el sonido unido a su presencia en las sombras me hace dar un
respingo.
Un pinchazo como una aguja me hace levantar el pie del suelo, maldiciendo de
molestia al hacerlo. Con la poca luz que hay en la cocina, veo que un trozo de
cristal brillante me ha abierto la planta del pie.
Oigo sus pasos acercarse a mí, conozco el sonido de su caminar. Levanto la vista
para ver cómo la luz de la luna proyecta un tenue resplandor sobre su cara, y
todo mi ser empieza a dolerme.
Tiene el cabello castaño revuelto por el sueño, los ojos entrecerrados y nublados,
pero de algún modo su mirada sigue siendo aguda y perspicaz. Las sombras de
la noche contrastan con su torso desnudo, resaltando cada corte y surco. Las
estrechas líneas de su cuerpo parecen grabadas en piedra. Desde los hombros
hasta el bajo vientre, que se flexiona cada vez que respira, todo es duro y
definido.
Mi corazón palpita tanto que podría llorar.
Me paso la lengua por los labios agrietados cuando empieza a acercarse, y
extiendo la mano para detenerlo antes que pise los trozos afilados que hay entre
nosotros.
—No lo hagas —susurro, pero él hace lo que mejor sabe hacer Rook.
Me ignora.
Da otro paso, sin inmutarse por el cristal, y me rodea la cintura con un brazo,
arrastrándome hacia su cálido cuerpo. Mis ojos siguen el tatuaje de serpiente
que adorna el lateral de su cuello y desaparece por su espalda.
Hundo los dientes en el labio inferior, tengo que contenerme físicamente para
no presionar la nariz contra su piel e inhalar su aroma. Los restos de colonia
del día y el olor a tierra del cannabis se le pegan como un guante.
Sus sudaderas solían ser mi prenda favorita para dormir, por el olor, por el calor,
por la comodidad. Con sorprendente delicadeza, me coloca en la isla, con los
pies colgando del borde.
—Quédate aquí —ordena, con la voz rasposa probablemente por acabarse de
despertar o porque había estado fumando. En cualquier caso, quería escucharlo
más.
Cuando se aparta de mí, la luz de la luna capta su espalda, y esta vez no son
los músculos tonificados lo que me pilla desprevenida.
Ni siquiera es el tatuaje que abarca de omóplato a omóplato. Las alas del ángel
que besan cada punta de su hombro y el cuerpo del hombre atado al que están
unidas están entintados por el centro de su columna vertebral.
No, no es la forma en que se ajusta maravillosamente a su cuerpo.
Son las cicatrices.
Algunas están completamente curadas, hundidas y ligeramente descoloridas.
Otras son de color rosa pálido, lo que indica que acaban de empezar el proceso
de cicatrización. Pero hay unas cuantas que aún son de color rojo escarlata por
la irritación, apenas tienen costras y parece que van a abrirse en cualquier
momento.
Se extienden desde debajo del tatuaje hasta la depresión de la columna
vertebral. Múltiples, algunas parecen haber sido reabiertas demasiadas veces
para estar sanas.
Cuando vuelve, trae un botiquín ya abierto, que desliza a mi lado mientras saca
algunos materiales de su interior.
—Estoy bien. No necesitas hacer eso.
—Cállate. Es culpa mía que se te cayera el vaso. Déjame arreglarlo —Se agacha,
enrosca los dedos alrededor de mi tobillo y lo levanta para poder examinar mejor
el daño.
Se hace el silencio entre nosotros. No es incómodo ni tenso. Es cómodo.
Con los dientes, rasga una gasa con alcohol, cuyo penetrante olor hace que me
arda la nariz. Odio tanto ese olor que me estremezco.
—¿Estás bien?
Asiento con la cabeza.
—Sí. Odio ese olor. Me recuerda a Monarch. Juro que empapaban los pasillos
con esa mierda todas las noches —Me frota la gasa contra la piel, haciendo que
un escozor me zumbe en el pie. Le miro—. ¿Qué haces aquí?
—Asegurándome que estás a salvo.
Me late un poco el corazón.
—No sabía que te importaba.
—Ojalá no fuera así.
Ouch. Supongo que me lo merezco.
—Pareces ser bastante bueno en esto. ¿Acostumbrado a limpiar heridas?
Una sonrisa de satisfacción aparece en su cara.
—Alistair se ha roto los nudillos bastantes veces en los años que hemos sido
amigos. Tuve que aprender en algún momento, o probablemente se desangraría.
—¿Y las cicatrices de tu espalda? ¿También las limpias? —pregunto, sabiendo
que no tengo ningún derecho a saber la verdad sobre ellas, pero deseándolo de
todos modos.
Presiona un poco más fuerte en mi herida fresca, haciendo que me sacuda un
poco.
—No hagas preguntas de las que no estés preparada para oír las respuestas,
friki del teatro.
Mi pecho se contrae al oírle llamarme así. En un momento dado, había odiado
oírlo, pero cuando estaba entre aquellas cuatro paredes, habría dado cualquier
cosa por oírselo decir de nuevo.
—¿Quién dice que no estoy preparada para ellas? Te rogué por ellas en un
momento y apenas obtuve algo de ti. Siempre he estado lista para tus verdades,
Rook.
Cuanto más nos habíamos acercado el año pasado, más sentía que se escondía
de mí, que sólo me daba las piezas que quería mientras que yo le había mostrado
todos mis esqueletos en el armario. Para empezar, creo que nunca había
confiado en mí.
Pero lo único que había querido era entenderle mejor. Conocerle y no sólo su
nombre, como todo el mundo. Quería saber qué le motivaba. Sus sueños, si es
que le quedaba alguno. Sus pesadillas.
Sólo quería conocerle.
—¿Qué te ha pasado? —pregunto, esperando que me diga algo. Cualquier cosa.
—No me ha pasado nada. Me lo hice yo mismo —gruñe, agarrando la gasa a mi
lado—. Bueno, Thatcher hizo el corte, pero yo me lo busqué.
—¿Qué? ¿Por qué? —Arrugo las cejas, confusa.
Cuando las vi por primera vez, pensé que los malos tratos de su padre habían
llegado a algo más que unos labios rotos y unos ojos morados. No esperaba que
dijera que uno de sus mejores amigos...
Sus relaciones mutuas son un enigma. No importa cuánto te cuenten, nunca
serás capaz de comprender hasta dónde están dispuestos a llegar el uno por el
otro.
Y Rook es el más complicado de todos.
Un rompecabezas que sólo se vuelve más confuso con las piezas añadidas.
Pero aun así, quiero entenderlo. Indagar y descifrar cada parte de él, buscando
respuestas a su misterio cada día, porque eso es lo que se merece.
Alguien que nunca abandonaría la búsqueda para encontrarlo.
Con movimientos suaves, envuelve la gasa alrededor de mi pie unas cuantas
veces, atando los extremos en la parte superior cuando termina.
—Fue un castigo —me dice, aun resistiéndose antes de devolver el botiquín al
lugar donde lo tomo antes. Vuelve a la cocina y se apoya en la encimera, frente
a mí, cruzando los brazos delante del pecho.
—¿Por qué Thatch necesitaría castigarte? ¿Qué le has hecho?
—¿Además de molestarlo mucho? Nada. —Ladea la cabeza hacia la izquierda,
crujiéndose el cuello violentamente—. Quería castigarme. Quería que me
cortara. Podría haberlo hecho yo solo, pero me parecía egoísta. Así que dejé que
lo hiciera.
Un escalofrío me cala los huesos y la piel se me pone de gallina.
—¿Por qué?
Me mira fijamente a los ojos, e incluso en la oscuridad, siguen siendo tan
jodidamente luminosos.
—Tú.
El vacío en mi pecho palpita. No creía que fuera posible que nada más dentro de
mí se rompiera, pero algo lo hizo. Se hizo añicos.
—Le pedí que me cortara porque necesitaba ser castigado por confiar en ti. Por
permitirme ser débil.
—Rook, no lo entiendo —murmuro.
—Si algo me enseñó mi padre es que todos tenemos pecados por los que
debemos responder. Repercusiones por nuestras acciones. Prefiero controlar el
castigo que me sucede por las cosas que he hecho.
Hay cosas que no merecen perdón, Sage.
Todo este tiempo, ¿se había estado haciendo daño a sí mismo por qué? ¿Porque
confiaba en mí? ¿Por las cosas que había hecho?
—¿Por eso dejaste que te golpeara?
—Me gusta el dolor. Vivo para ello —Se encoge de hombros, y su admisión me
deja en carne viva. Lleva toda la vida haciéndose daño para pagar errores que ni
siquiera cometió. Está tan dañado, tan roto, que el dolor era la única liberación
que tenía.
—No lo creo. Esa no puede ser la razón...
—Porque maté a mi madre —Sus fosas nasales se ensanchan—. ¿Es eso lo que
quieres que te diga? ¿Quieres esa fea y amarga puta verdad, Sage? Maté a mi
madre.
Suelta un suspiro sombrío, pasándose los dedos por el cabello.
—Volvíamos a casa del colegio. Hablaba por teléfono con mi padre de comprar
comida tailandesa para cenar. Era un día tan normal que nunca pensé que algo
malo pudiera ocurrir en un día como ese —Niega con la cabeza—. Se supone
que no debería pasar. No a gente como ella.
Me siento allí, congelada, absorbiendo cada palabra, sintiendo cada pedacito de
su pasado dentro de mis huesos.
—Estaba siendo un idiota, pateando el respaldo de su asiento. Y ella se dio la
vuelta para regañarme por ello —Su voz ronca se quiebra un poco—. No había
forma de que viera que el auto de delante frenaba. No hubo tiempo de frenar.
Todo estaba borroso porque me dolía la cabeza, pero recuerdo que alguien me
había sacado del asiento trasero del auto y me había puesto a salvo justo antes
que todo el vehículo ardiera en llamas. Se consumió en una llamarada naranja
y humo, tanto que ni siquiera pude verla dentro. Creía que había salido. Que
alguien la había salvado.
Eso es lo que ha estado cargando sobre sus hombros la mayor parte de su vida.
El pecado que creía haber cometido. Esa es la raíz de todo su dolor, culparse a
sí mismo por la muerte de su madre.
—Yo lo hice —Se golpea en el pecho—. Le quité la vida a mi madre, y merezco
pagar por ello. Así que sí, dejé que él me golpeara. Pero es un pequeño precio a
pagar cuando soy la razón por la que perdió al amor de su vida.
Me deslizo fuera del mostrador, caminando hacia él, sin importarme que ahora
mismo no le guste. Sin importarme nada de lo que ha pasado antes de este
momento.
Cuando estaba dentro de las instalaciones de Monarch, había una chica joven
en uno de mis grupos. Había luchado contra la depresión y se había
autolesionado gravemente, utilizando los muslos y las muñecas para tratar los
problemas que tenía en su interior.
Es una batalla desagradable de librar, sobre todo cuando estás solo.
Rook, había ido a la guerra contra él, sin saber siquiera quién era el enemigo.
Pero dejar que su padre le pegue, hacer que Alistair se pelee con él, hacer que
Thatcher lo corte, es lo mismo que ella sentada en su habitación con una
cuchilla de afeitar clavada en la piel. Él quiere ver el dolor en su interior reflejado
en el exterior.
Se había vuelto adicto a las heridas autoinfligidas como forma de sobrellevar la
muerte de su madre, de sobrellevar todo lo que había perdido. Incluyéndome a
mí.
—Rook —casi susurro, estirando los dedos para tocarlo—, tú no mataste a tu
madre. ¿Fue un horrible accidente? Sí, pero eso es exactamente lo que fue. Un
accidente.
Con rápidos reflejos, me toma la muñeca con la mano y me aprieta con fuerza.
—No me pongas excusas. Sé lo que hice —Su mandíbula se crispa mientras
aprieta los dientes, y capto una única lágrima filtrarse por el rabillo de su
ojo—. Sé lo que soy.
Uso mi otra mano para tocarlo, la gota húmeda empapa la punta de mi dedo.
Un ángel despreciado, lleno de tanta ira y odio, pero por dentro, sigue siendo el
mismo ángel. Uno que lo había perdido todo cuando fue expulsado del cielo, de
la gracia de su padre.
Porque Rook no sólo había perdido a su madre, también había perdido a su
padre ese día. Todo lo que una vez había conocido se había quemado con ese
auto, e hizo lo mejor que pudo con lo que tenía.
Se construyó a sí mismo en el caos y el dolor, sintiendo que era mejor gobernar
en la oscuridad que ser condenado en la luz.
—Eres humano, eso es lo que eres. Uno que siente dolor y pena. Uno que no
merece lo que has estado permitiendo que otros te hagan pasar. No eres El
Diablo, Rook
Los muros se derrumban y, por primera vez, no veo más que su vulnerabilidad.
Sus ojos son tan puros y tan crudos que me dejan sin aliento. Lo veo tal y como
es, y es tan hermoso.
Me suelta la muñeca y me agarra la nuca. Me recoge el cabello en la base y
presiona hacia arriba, dejando su mano allí. Con poca fuerza, me arrastra hacia
su pecho, reteniéndome allí, envolviéndome en su olor.
—Nunca quise serlo —susurra.
Nos quedamos en silencio.
Por primera vez en mucho tiempo.
No hay nada que decir. Ninguna discusión que ganar. Conozco la dura realidad
que nos espera fuera de este espacio, pero no hace falta que llegue hasta
mañana. Por ahora, dejo que me abrace. Me dejo amarlo.
Desvergonzadamente enamorada aunque nunca seré capaz de decirlo en voz
alta.
Y no es perfecto. Es feo, roto, y cuando el sol atraviese las nubes, muy bien
podría volver a odiarme. Eso lo sé.
Pero somos nosotros, y por ahora, en este momento brutal de desesperación,
eso es suficiente.
Cuando Abel mató a Cain
Rook
El Cementerio.
Los fines de semana está animado y apesta a actividades ilícitas. Es el lugar
donde los niños ricos consiguen su dosis, viviendo la vida tan peligrosamente
como pueden sin cosechar ninguna consecuencia. El caos entre la multitud ruge
casi tan fuerte como los motores en la pista.
Es una bestia viva que se alimenta de adrenalina.
Peleas. Drogas. Sexo.
El único lugar donde encontrar problemas cuando los buscas activamente.
—No me apunté para ser una mula de carga —se queja Thatcher mientras ayuda
a Alistair a arrastrar el cuerpo inconsciente de Cain hasta la pista vacía.
—Deja de quejarte —maldice Alistair entre dientes apretados.
Juntos lo dejan caer sobre el asfalto, con la cabeza sin apoyo golpeando contra
el duro suelo y los ojos parpadeando cuando empieza a estar más alerta. El
puñetazo que Alistair le había dado en un lado de la cabeza había sido suficiente
para noquearlo, dándonos el tiempo justo para traerlo aquí sin problemas...
bueno, aparte del hecho de que es un peso muerto y pesado.
Esta noche, El Cementerio está vacío. Pero sigue teniendo ese persistente olor a
goma quemada y aceite que tanto me gusta. Es un miércoles normal, y todo el
mundo está fuera viviendo sus ordenadas vidas, deseando que llegue el
momento de escapar aquí, en la anarquía, pero para nosotros, el caos convive
en nuestra vida cotidiana.
Esta noche, El Cementerio es el altar de un monstruo que responderá por sus
crímenes. Aunque no quiera confesarlos voluntariamente. Pagará con su vida el
precio de haberla tocado.
Al despertarse, se da cuenta al instante que está atado. Las cuerdas que anudan
sus manos y pies lo mantienen en el suelo. Y dudo que sea capaz de escabullirse
de mí lo bastante rápido. Ya se había salido con la suya con su enfermizo crimen
durante demasiado tiempo.
Alistair camina hacia mí y me pone la mano en el hombro.
—Es todo tuyo.
Muerdo la cerilla que tengo en la boca, con el pulgar dándome golpecitos en el
muslo. No necesito su aprobación, pero agradezco su apoyo.
Thatcher respira hondo y escupe sobre el pecho de Cain antes de mirarme.
—Será mejor que le hagas sangrar por intentar dispararme.
Me burlo, sonriendo ligeramente mientras niego con la cabeza.
Bien, puede que sacar a Cain de su apartamento no fuera tan fácil. Había
apuntado con un arma a Thatch, justo antes que lo dejaran inconsciente. Y
tengo la sensación que Thatcher no va a dejarlo ir en cualquier momento
pronto.
Cain intenta gritar detrás de la cinta adhesiva que tiene en la boca, pero sólo
consigue recordarme que sigue respirando el mismo aire que ella. Estoy
atrapado entre querer que muera rápidamente y prolongar su tortura todo lo
que su cuerpo humano pueda soportar.
Giro la cabeza y veo a Silas. Se queda quieto durante un buen rato,
observándome, antes de recoger unas cadenas del suelo y acercarlas a mí.
—Haz que te lo suplique —dice simplemente, dejando caer los pesados eslabones
en mis manos.
Asiento con la cabeza, sabiendo lo que me está diciendo sin necesidad de una
explicación completa. Respiro hondo y me trueno el cuello para concentrarme
en el cuerpo de Cain.
No es estúpido, puedo verle intentando calcular formas de salir de esta. Eso
hace que sea aún mejor para mí, porque no importa qué solución se le ocurra,
no hay forma de escapar de mí. Soy su ajuste de cuentas.
Cada vez que lo miro, la locura que llevo dentro se agita con más violencia. La
presión dentro de mi cabeza aumenta, y todo lo que puedo ver son imágenes de
una versión pequeña de Sage. Su diminuto cuerpo acurrucado en un apretado
capullo mientras llora en silencio entre sus sábanas, sintiéndose mancillada y
hueca.
Le habían robado todos sus sueños de futuro, toda la alegría que se siente al
desconocer la oscuridad que te espera en la vida.
Necesitaba un salvador.
Y cuando nunca llegó uno, ella se convirtió en lo que necesitaba, forjada a partir
de la maldad que le habían hecho. Se convirtió en lo que tenía que ser para
resistir.
Yo “nosotros” sabemos lo que es eso.
Mejor que nadie.
Sage no necesita a nadie para matar sus demonios. Eso ya lo sé.
Pero su niña interior sí lo hizo, y aunque probablemente rezó por un ángel en
lugar de por un hombre enfadado con cuernos, yo voy a hacer lo que nadie había
sido capaz de hacer.
Protegerla.
Mis zapatos repiquetean contra la pista mientras me dirijo a su cuerpo. Me tomo
mi tiempo para mirarlo de arriba abajo antes de hablar.
—Antes de quitarte la cinta de la boca, quiero aclarar algunas preguntas —Me
pongo en cuclillas a la izquierda de su cabeza—. ¿Por qué estoy aquí? Bueno,
Cain McKay, eres un puto pedófilo asqueroso.
Sus ojos se abren de par en par, su cabeza se agita inmediatamente mientras
intenta negar mis afirmaciones contra él.
—No, no. —Ladeo la cabeza mientras chasqueo la lengua—. Mentir no te va a
ayudar. Nada te va a ayudar. Así que cuando te quite esto, no malgastes tus
últimas palabras en intentar convencerme de lo contrario.
Me meto la mano en el bolsillo trasero y saco dos de los objetos que había traído
específicamente para este momento. Uno de ellos es mi Zippo, y el otro es un
juego de pinzas que he agarrado de la colección de herramientas de Thatcher.
No le va a gustar que estén a punto de ensuciarse mucho, mucho.
—A ver, qué más... No hagas esto, bla, bla. No tienes que hacer esto, bla,
bla —Le golpeo el pecho con las pinzas—. ¿Qué me vas a hacer? Buena pregunta,
Cain. Es mi favorita.
Acciono mi Zippo, el satisfactorio swoosh llena el aire, haciendo que mis dedos
hormigueen de anticipación.
La llama arde firme, sin vacilar, paciente.
—Te voy a matar —Le miro directamente a los ojos mientras lo digo porque,
aunque no se merece salir como un hombre, quiero que vea lo oscura que es mi
alma. Quiero que sepa que esto va a ser doloroso.
—Ahora que hemos respondido a todas esas preguntas —Le arranco la cinta de
la boca con dureza—. Pongámonos a trabajar.
Empezó a gritar, como esperaba, tan alto y nasal que me zumbaron los oídos.
—Así que estamos gritando, ¿eh? —Abro la boca, expandiendo los pulmones y
soltando un grito atronador. El mío está lleno de rabia y hambre, mientras que
el suyo gotea miedo. La mezcla en el aire me hace sonreír.
—Creciste aquí, Cain no seas estúpido. Sabes que no importa lo ruidoso que se
ponga El Cementerio. Nadie vendrá por ti.
Tarda un momento en dejar de gritar, pero esta noche tengo ganas de ser
paciente. Miro la placa que lleva en el pecho, la que está sujeta a una cadena de
plata, y la levanto, tirando de la cadena hasta que se desprende de su cuello.
—No le quites la placa a un hombre, puto delincuente —sisea, con la voz
quebrada de tanto usarla.
—No eres un maldito hombre. Eres un cerdo asqueroso que se aprovecha de
niñas —escupo—. Así que tomaré lo que me de la puta gana.
Me la meto en el bolsillo de la sudadera, dejándola allí junto con una idea de lo
que voy a hacer con ella cuando esto acabe.
—¿Eso es lo que te dijo? —Se ríe temblorosamente—. Ella ha hecho casi todo
para llamar más la atención que Rose. Incluyendo mentir. Eso es lo que hace,
miente. Monta un gran espectáculo para que el mundo coma a sus pies. Tú sólo
eres otro peón en su juego.
Aprieto los dientes y no le permito que hable mal de una víctima de la que ha
abusado. No voy a permitir que hable así de ella.
Nunca podrá siquiera murmurar su nombre de nuevo.
—¿Qué he dicho de mentir, Cain? —Le doy con la palma de la mano en la frente,
golpeándole la cabeza contra el asfalto.
—Vendrán por ella. No importa si me matan o no. Ellos saben que ella está
involucrada. No dejarán que ninguno de ustedes salga vivo de esto.
Utilizo las pinzas para arrebatarle la lengua, presionando la empuñadura para
que apriete la esponja húmeda antes de sacársela de la boca.
—Déjalos. Correrán la misma suerte —siseo—. Y espero que la próxima vez
envíen algo más que a ti.
Vuelvo a encender el Zippo y arrastro la llama hasta su lengua. Naturalmente,
empieza a forcejear, intentando huir del calor, pero dejo caer la rodilla sobre su
pecho, clavándole la rótula en el cuerpo con tanta fuerza que sé que le cuesta
respirar.
El Zippo quema su saliva rápidamente, secando el tejido antes que el proceso
de chamuscado entre en acción. La llama directa al músculo rosado hace que
se queme, cambiando el color a un blanco flácido. Aúlla en una miseria
insoportable.
—Hay miles de terminaciones nerviosas que estoy asando ahora mismo, y eso
no es ni una fracción de lo que le has causado —añado el insulto a la injuria,
mi cuerpo se mantiene firme mientras abraso su carne.
El olor es rancio, pero me encanta.
Las bolsas de pus empiezan a hervir, su líquido amarillo empieza a gotear por el
exceso de calor demasiado rápido. Se filtra por su garganta, ahogándole con su
propia infección. Sus ojos se llenan de lágrimas mientras patalea, luchando
contra mí.
Pero no puede hacer nada.
Soy la llama que nunca se apaga, y no pararé hasta que él no sea más que
ceniza.
Cuando el músculo empieza a ennegrecerse, retiro el encendedor y noto lo
caliente que está el metal contra mi palma, pero aprovecho esa breve ráfaga de
dolor para avivar mi afán de venganza.
Pedazos de su lengua caen sobre su barbilla, trozos literales de tejido derretido
gotean sobre su cuello.
Me levanto, me deshago de las pinzas y vuelvo a guardar el encendedor en mis
pantalones. Le dejo que sufra mientras me tomo mi tiempo para caminar hacia
las cadenas y el candado.
Tintinean y suenan mientras las arrastro por la pista detrás de mí.
Cain gime y trata de apartarse, luchando contra el destino, sin comprender aún
cómo va a acabar esto. Supongo que puedo entenderlo; cuando estás mirando
la muerte a la cara, es natural mirar hacia otro lado.
No puedo creer a este pueblo y a la gente que ponen en sus tronos. Coronando
a los corruptos y malvados.
Mientras tanto, me habían difamado de niño.
Escondiendo a un violador. Encubriendo a traficantes de sexo, joder.
Y sin embargo, el niño que había visto a su madre quemarse viva delante de él,
era el antagonista. Él era Lucifer. Él era el villano.
Esta noche no.
—D-Dios, p-por f-fa-favor —se queja, pidiendo ayuda a un espíritu santo
mientras cometía tales actos infernales.
Es hipócrita y me enfada.
—No te escucha —gruño, agarrando un extremo de las cadenas y empezando a
rodearle las piernas cruzadas—. Te ha dejado para que me ocupe de ti ahora.
Una vez que las he enrollado suficientes veces, coloco el candado sobre los
soportes y las bloqueo en su sitio. Miro mi trabajo como un orgulloso Eagle Scout
que acaba de conseguir su primera insignia de nudos.
Me pongo una vez más sobre él, con los pies a ambos lados de su cuerpo. Solo
con mirarlo mientras tiembla con lágrimas, balanceando la cabeza de un lado a
otro, suplicándome en silencio, arqueo una ceja y me burlo al ver una gran
mancha de humedad extendida por sus pantalones.
—¿Estás listo? —pregunto, ladeando la cabeza juguetonamente—. El infierno ha
estado esperando.
Alejándome de su cuerpo, me doy la vuelta mientras sujeto el otro extremo de
las cadenas con la mano izquierda, sintiendo cada pizca de maldad mientras me
dirijo a mi moto.
Una vez allí, encajo el garfio que está conectado al extremo de los eslabones en
la estructura de mi moto, volviendo la vista hacia él para ver por última vez su
aspecto intacto, antes de subirme y arrancar el motor.
La adrenalina golpea mi cráneo como un tambor. Mis piernas vibran con la
fuerza de lo que tengo debajo. Miro brevemente a un lado y veo a todos los chicos
apoyados en la valla metálica, mirándome con fijeza.
Miro hacia delante, hacia las cuatro curvas de la pista, sabiendo que Cain
probablemente no sobrevivirá a una vuelta, pero deseando en silencio que lo
haga para que su sufrimiento sea prolongado.
Al girar la muñeca hacia atrás, el combustible llega directamente al motor y la
moto avanza. Sólo pasan unos segundos antes de que la cadena ceda y pueda
sentir el peso del cuerpo de Cain siendo arrastrado detrás de mí.
Sus gritos duran más de lo que esperaba, pero los ahogo con pensamientos
sobre ella.
La otra noche me había dejado ablandar. En el espacio silencioso de aquel
momento, mi guardia había caído por completo frente a Sage, y una parte de mí
deseaba poder permanecer allí más tiempo. Dentro de las grietas del caos, donde
había una sensación de paz.
Aún podía sentir su cálida piel apretada contra mi cuerpo mientras estábamos
en la cocina. No era sexual. Ni siquiera era físico.
Era algo muy, muy dentro de mí que estaba siendo sacado, reconfortado por el
olor de su cabello recién lavado. Era lo más cerca que había estado nunca del
perdón. Y aunque haría falta más que una noche oscura en una cocina para
curar mis heridas internas, para ayudarme a superar mis demonios y aprender
a perdonarme, en aquel momento fue suficiente.
Sin embargo, no podía quedarme allí. No para siempre. No vivo en un mundo
donde eso fuera posible.
No importaba lo que fuéramos. Lo que había pasado esa noche o lo blando que
había sido. Porque ahora mismo, soy cada pedacito de mi reputación. Un alma
grotesca y vil hambrienta de venganza. Eso es todo lo que me importa.
Asegurándome que nadie volviera a manchar sus alas nunca más.
Mi respiración es irregular cuando cruzó la línea de meta y me detengo en el
mismo punto en el que había arrancado. El pulso se me acelera en la garganta
al bajar el soporte y dejar el motor ronroneando.
El cuerpo de Cain había rodado mientras yo conducía, saltando y rebotando
contra el pavimento por la fuerza de la jalada. Me sorprende ver que todas sus
extremidades siguen unidas a su torso. Al acercarme, puedo ver cuánto daño
había hecho el pago implacable.
Un largo y grueso rastro de sangre y piel marca el camino detrás de él,
serpenteando todo el camino alrededor de la pista. Partes de su cuero cabelludo
se han desprendido del hueso y le cuelgan de la cabeza. Me agacho y examino
su forma temblorosa y desfigurada.
Sus ropas habían sido arrancadas y destrozadas por las rozaduras de la
carretera; la carne descubierta se había chamuscado por la fricción. Una parte
de la tibia le ha atravesado la piel y el carnoso hueso blanco ha salido
desprendido. Hay extensas manchas de tejido y músculo desgarrados por todo
su cuerpo, pero aún puedo ver cómo su pecho intenta subir y bajar.
No parece suficiente, pero el cuerpo humano no puede soportar tanto. Si
pudiera, lo sanaría una y otra vez, solo para encontrar nuevas formas de
destrozarlo.
—P-por f-f-favor... —Gorgotea, asfixiándose y ahogándose con el líquido carmesí
que mana del interior de sus pulmones. Se ahoga.
Me invade una oleada de victoria.
Silas me había pedido una cosa.
Hacerle rogar por ello, y yo había hecho precisamente eso.
Le he hecho pasar tantas penurias que implora la muerte, pero como le gusta
decir a Thatcher, la muerte hay que ganársela.
—Una última vuelta.
Es hora de elegir un bando
Sage
Es sólo un día. Puedes manejar un día.
Me digo esto sabiendo que he pasado por cosas más duras que esta. Pasé meses
de mi vida atrapada en un psiquiátrico, donde me maltrataron y abusaron de
mí. Había perdido a mi hermana gemela en un espantoso asesinato, y había
pasado por lo peor que se podía imaginar cuando era joven.
Había sobrevivido a todas estas cosas traumáticas y, sin embargo, este almuerzo
de primavera en celebración de mi padre me parece la gota que colma el vaso.
—Sage —oigo, preparada para instalarme en otra aburrida conversación con
otra persona a la que no le importaba una palabra de lo que tenía que decir.
Es lo mismo para cada nuevo grupo de personas.
¿Qué tal?
¿Cómo te trata la universidad? ¿En qué te estás especializando?
Algunos incluyen un chiste que consideran original sobre cómo la universidad
son los mejores años de tu vida. De vez en cuando, mi padre elogiaba mi
excelencia académica y hablaba de lo brillante que iba a ser mi futuro.
Pero puedo ver en sus ojos lo que realmente quieren preguntarme. No les
importa nada de esto.
Quieren saber si estoy mentalmente estable, cómo llevo que Rosie se ha ido,
cómo me ha afectado como mujer perder a mi madre. Puedo leerlos; son papel
mojado bajo esta luz. Pero en lugar de preguntarme, se callan, esperando a sacar
sus propias conclusiones cuando me vaya.
Parpadeo y, al girar la cabeza, veo a Conner Godfrey, mi consejero escolar, de
pie junto a mí, con una sonrisa en la cara y una copa de champán.
—Te ves miserable, y pensé que esto podría ayudar.
—Gracias —digo simplemente, presionando el borde de la copa de champán
contra mis labios.
Asistir a este ridículo evento no había sido idea mía. Había sido una condición
cuando hablé con Cain en la iglesia. No había averiguado nada nuevo y, para no
caerle mal, tenía que presentarme, ponerme algo bonito e interpretar el papel de
hija comprensiva.
—No sabía que fueras amigo de mi padre —digo, entablando conversación, sin
querer suponer nada sobre él, pero también confundida sobre por qué está aquí.
Por lo que sé de él, vive tranquilamente con su mujer y sus dos hijos, ya que se
mudó aquí hace pocos años.
—Hemos charlado de pasada. Stephen y yo estudiamos juntos —dice, sonriendo
con encanto—. De hecho, él me consiguió el trabajo en Hollow Heights. Yo no
venía necesariamente de una familia con este tipo de riqueza.
—No lo habría pensado con el apellido Godfrey.
—Oigo eso más a menudo de lo que te imaginas.
Sin poder contenerme y sin importarme lo más mínimo, digo lo que pienso.
—¿Stephen siempre fue un imbécil pomposo? —Le miro y veo cómo mantiene la
sonrisa y se ríe.
—Siempre ha sido... —Piensa un momento—. Motivado. Pero no, había veces, lo
creas o no, que entraba borracho en nuestro piso compartido. Pero su padre era
muy estricto con él en cuanto a hacerse cargo del negocio familiar. Creo que con
los años ha hecho lo que todos nos esforzamos por hacer: enorgullecer a
nuestros padres.
Tiene razón. No creo que Stephen sea capaz de otra cosa que no sea aplomo y
disciplina. Sin embargo, parece que transmitió esa tradición a su hijo,
convirtiéndolo en otro hombre alimentado por la masculinidad tóxica y el
derecho.
—No todos nos esforzamos por eso —digo sinceramente—. A veces es lo
contrario.
No tengo ninguna razón para mentir o mantener una imagen. Y aunque no iría
por ahí gritando que mi padre está involucrado en una red de tráfico sexual y
que es la razón por la que murió mi hermana, para proteger a Rook, no fingiré
que me cae bien. Ya no.
Esto le hace detenerse un segundo antes de asentir, aceptando mi respuesta y
tomándosela mucho mejor de lo que lo haría cualquier otra persona.
—Todos tenemos algo que nos motiva, y no importa lo que sea, siempre que al
final nos haga mejores personas.
—Es un buen consejo. ¿Has pensado alguna vez en ser consejero? —Le enarco
una ceja, sonriendo, y él sonríe, mostrando su blanca sonrisa.
Puede que no sepa del todo quién soy o lo que quiero para mí -creo que eso ya
no tiene sentido, porque se supone que debemos crecer, cambiar, sanar-, pero
sí sé lo que me motiva.
En asegurarme que nunca me vuelva como ellos, toda esa gente que me rodea.
Me niego a convertirme en lo que ellos quieren que sea. Nunca más permitiré
que nadie intente moldearme a su imagen.
Y eso me parece mucho más importante que no saber quién soy.
—Ahí estás —oigo decir a mi padre—. Mi preciosa hija. Te compré ese vestido en
París cuando cumpliste dieciséis años, ¿verdad?
Miro el vestido negro de gasa estilo Hepburn. Se derrite contra mí porque ha
sido hecho a medida para mi cuerpo y también por el calor de estar fuera todo
el día. Sabía que las mangas largas me iban a hacer sudar, pero supongo que
cuando las mangas cortas y los tirantes finos están descartados, trabajas con lo
que tienes.
Además, me había puesto este vestido por una razón.
—No te des ese tipo de crédito. Rosemary me lo compró —Vuelvo a mirarle con
una mirada tan dura que podría degollarle.
—Los dejo a solas —dice Conner antes de aclararse la garganta—. Sage, ha sido
un placer hablar contigo.
Le veo desaparecer en la fiesta, dejándome a solas con mi padre por primera vez
en más de un año.
Miro a Frank con su americana rosa empolvado y sus pantalones color crema,
avergonzada de ser pariente de este hombre. No me parece bien estar a su lado,
dándole ánimos, cuando sé quién es en el fondo.
Un asesino. Un fraude. Un cerdo hambriento de dinero.
Este es un papel que no quiero representar más. Mi familia murió el día que
Rosie murió, y cuando todo esto esté dicho y hecho, quiero tener todos los lazos
cortados de mi linaje Donahue.
—No tienes que hacer esto tan difícil, Sage —suspira, abriendo la puerta del
patio trasero—. Sigo siendo tu padre.
Le miro, sin poder apartar la mirada de asco.
—¿Mi padre? —Me burlo—. Un padre es un hombre que haría cualquier cosa
para proteger a la familia que construyó. Tú eres un hombre tacaño, débil y sin
ninguna espina dorsal. No eres nada para mí, excepto el hombre que asesinó a
mi hermana.
Busco en sus ojos algún tipo de arrepentimiento o tristeza, pero no veo nada.
No había hecho nada más que darme la mitad de sus cromosomas y arruinarme
la vida. Eso es todo. Y pronto, ni siquiera será eso.
Será un cadáver.
—¡Ah, veo que la has encontrado! —Stephen Sinclair hace su aparición, con una
sonrisa en la cara mientras entra en mi espacio como si le estuviera permitido
y me besa en la mejilla—. Me alegro mucho de verte, ha pasado demasiado
tiempo. Siento no haberme pasado a charlar por el campus. Con todos los
disturbios del semestre pasado, he estado apagando incendios a diestra y
siniestra.
Levanto el lado izquierdo de la boca en una media sonrisa, sin pasar por alto la
afirmación implícita sobre los literales incendios que se habían provocado. No
estoy segura de la implicación de Stephen en todo esto, pero sería ingenua si
pensara que al menos no estaba al tanto de lo que tramaban Rook y sus amigos.
—Un gran poder conlleva una gran responsabilidad —digo burlonamente.
—Citando a Voltaire. Siempre le dije a Easton que eras demasiado lista para tu
propio bien. Odio que las cosas no hayan funcionado entre ustedes dos. Eran
tan buenos juntos.
¿No funcionó? ¿Así es como le va decir?
Quiero decir que si alguien estaba agradecido por terminar la relación con
Easton, era yo, pero que no funcionara...
Actúa como si no me hubiera puesto en la lista negra en cuanto me llevaron al
manicomio. Mi episodio de salud mental habría sido una mancha en la
reputación de su familia, y él no podía tener eso.
—Es de Spiderman, en realidad —Inclino la cabeza, dando un sorbo a mi
bebida—. Mary es más lista que yo. Creo que encajan mejor que nosotros. Es
mucho más dócil.
Sabía dónde se originó la cita, pero estoy de humor para ser una listilla. Él,
junto con su familia, no merecen ni una pizca de mi respeto.
Stephen no es la única persona en este espacio que puede jugar sucio. Si quiere
hacer excavaciones, más le vale que tome una puta pala, porque le garantizo
que mi agujero será más profundo que el suyo al final. Perdí muchas cosas este
año; mi afilada lengua no fue una de ellas.
Se ríe, y parece de verdad. Como si yo desafiándole fuera lo más gracioso que
ha experimentado en años.
—Quizá tengas razón —dice, un poco más sobrio—. Sin embargo, tengo algunos
asuntos que atender en la Costa Este en las próximas semanas. Le he pedido a
tu padre que nos acompañe a Easton y a mí. Creo que deberías pensar en venir.
Podrían ser unas buenas vacaciones, y tal vez Easton y tú podrían volver a
reencontrarse.
Mi cerebro se pone en alerta máxima. Ya no es un juego de quién puede burlar
a quién.
¿Qué va a hacer con mi padre?
Cruzo los brazos delante de mí con desconfianza.
—¿Negocios? —pregunto, tratando de mantener mi voz ligera mientras miro
entre los dos—. ¿Qué negocios? Eres el decano de una universidad. Pensaba que
tu negocio consistiría en presupuestar las matrículas y planificar los almuerzos
escolares.
Me mira con atención. —No sabía que te interesara tanto el funcionamiento
interno de lo que hago, Sage. ¿Planeas aceptar mi trabajo algún día?
—Sólo mantengo mis opciones abiertas.
Te estoy vigilando, quiero decir.
Y por la forma en que su lenguaje corporal cambia, sólo un poco, puedo decir
que lo sabe.
Que Dios me ayude, si descubro que estuvo involucrado en lo que le pasó a
Rosie, no habrá que esperar como estamos haciendo con mi padre.
Lo mataré frente al departamento de policía y me esposaré yo misma.
—Si quieres saberlo —exhala—, es una oportunidad de financiación. Estamos
buscando más donaciones de becas para que estudiantes jóvenes y brillantes de
hogares desfavorecidos puedan asistir sin preocuparse por la carga financiera.
Como tu amiga Briar.
Abro los ojos cuando dice su nombre. Está tan lleno de mierda que empieza a
salirle por las orejas. Los hombres Sinclair son un puñado de imbéciles
generacionales.
—Qué humanitario de tu parte, Stephen —digo—. Ha sido agradable ponernos
al día, pero tengo que ir al baño de damas —Inclino mi copa de champán hacia
los dos antes de girar sobre mis talones y dirigirme en la dirección opuesta.
Me alejo de él y me dirijo hacia las puertas francesas, por donde se cuelan todos
los camareros.
Todos parecen miserables caminando con sus chalecos blancos y sus bandejas
plateadas. Reconozco a uno de ellos como uno de los tipos que nos habían
atrapado a mí, a Briar y a Lyra en el Gauntlet.
No es raro que la gente de West Trinity Falls trabaje para la gente de Ponderosa
Springs. Para ellos, no son más que nuestros sirvientes, la gente que recoge
nuestros desastres. Es extraño que nunca me hubiera fijado en eso antes, en
cuántos de ellos trabajaban para los ricos, tratando de procurarse una vida.
Me imagino lo que piensan de nosotros. Seguro que se sientan a hablar de lo
afortunados que somos, de lo fácil que lo tenemos y, hasta cierto punto,
probablemente tengan razón.
Pero la tragedia no discrimina entre pobres y ricos. Viene por todos, y le da igual
que vivas en una mansión o en un piso lleno de cucarachas. Nos devora a todos.
Sin prisa por volver a la fiesta, deambulo por los pasillos. Conozco esta casa
como si fuera la mía propia, ya que he pasado aquí más tiempo del que me
hubiera gustado.
Entro en el estudio, mis dedos se deslizan por los libros polvorientos antes de
salir a la terraza. Me quedo quieta, mirando desde mi lugar en el segundo piso
a todos los invitados que se mezclan en el jardín trasero. Una clara
representación de todo lo que despreciaba de mi educación.
Puedo oler los frescos arreglos florales en la brisa, ramos de hortensias, violetas
y orquídeas. Todos están colocados con elegancia alrededor del espacioso y verde
césped, y el sol poniente refleja el color en sus pétalos.
Hay grandes toldos blancos estratégicamente colocados para proteger a los
invitados mientras comen. Las mesas circulares han sido decoradas a la
perfección por un diseñador al que nunca se le reconocerá el mérito. Todas las
mujeres con sus sombreros de gran tamaño y los hombres con sus trajes de
chaqueta contribuyen a la estética como adornos perfectamente arreglados.
Todo está en orden. No hay niños correteando alegremente tomando el sol ni
risas que suenan demasiado alto.
Todo está orquestado para que suene y parezca riqueza.
Todos estos rostros familiares con los que crecí y con los que, sin embargo,
nunca había tenido una sola conversación genuina. Veo a Lizzy junto a su madre
y su padre y me pregunto si la noche anterior él llegó borracho y oliendo a
perfume de otra mujer. Siento curiosidad por saber si ella sigue ocultando quién
es en realidad bajo ese vestido blanco hecho a medida.
Cada nombre influyente en Ponderosa Springs está presente hoy, todos aquí
para celebrar la reelección de mi padre.
Una que había conseguido con lástima y dinero manchado de sangre.
Mientras los miro fijamente con sus joyas y su ropa de diseño, me parece que
es la primera vez que los veo tal y como son. Un gran espejismo de éxito y
felicidad. Desde la distancia, puede que veas una vida con la que la gente
soñaría, pero en realidad, cuando te acercas, la imagen se vuelve más clara.
Todo es una actuación.
Un espectáculo que montan mientras se dedican a cavar agujeros de dos metros
de profundidad para enterrar sus secretos. Empujando todos sus esqueletos,
formas corruptas, y escándalos desagradables en la tumba, dejando que el suelo
absorba toda esa maldad.
No creo en fantasmas ni embrujos.
Pero si algún pueblo está maldito por las fechorías de sus civiles, ése es
Ponderosa Springs. Obliga al suelo a absorber su maldad, enriqueciendo la
tierra con siniestro fertilizante. Ahora es tan evidente para mí que puedo sentirlo
mientras camino.
—Te besé por primera vez allí mismo.
La repulsión me golpea como un autobús.
—Me amenazaste con cortarme el cabello a tijeretazos si no lo hacía —digo
mientras me doy la vuelta para mirar a Easton. Lleva una camisa abotonada
almidonada y pantalones azul marino, el cabello rubio peinado hacia atrás con
pulcritud, logrando parecer un tipo de guapo sin esfuerzo, que sería capaz de
reconocer si no supiera ya lo horrible que es como ser humano.
—Parece que recordamos las cosas de forma diferente —bromea, metiéndose las
manos en los bolsillos.
—Recordamos muchas cosas de forma diferente.
Hay tanta historia entre nosotros dos, emparejados por una relación antes de
que supiéramos lo que eso significaba. Cuando éramos jóvenes, él era diferente.
Nos llevábamos bien como amigos. Era divertido e inteligente, siempre se le
ocurría algo que hacer. Trepar a los árboles, montar en bici, comer helados.
Crecimos juntos.
Y no estoy segura de cuándo cambió, cuándo se convirtió en lo que es ahora.
Habíamos pasado de ser amigos desde que nacimos a estar aquí como
enemigos.
Tal vez las cosas habrían sido diferentes si hubiera sido capaz de amarle. Tal
vez no habría luchado en esta vida tanto como lo hice. Tal vez habría cedido y
me habría convertido en lo que él necesitaba, pero incluso siendo una
adolescente, sabía que no quería eso para mí.
Doy un sorbo a mi burbujeante bebida.
—¿Qué te ha pasado en la cara?
En el lado izquierdo de la cara lleva un llamativo vendaje que protege algún tipo
de herida de la infección.
Aprieta los dientes, extiende la mano para tocar la gasa y se chupa los dientes.
—¿Pensé que habías terminado de hacerte la tonta, Sage?
Arrugo las cejas, sin tener ni idea de lo que está hablando.
—¿De verdad no lo sabes? —pregunta, burlándose un poco—. Rook, tu maldito
amigo psicótico, me quemó media cara. Hicieron falta dos injertos de piel para
arreglarlo, y aun así, andaré por ahí como un bicho raro.
—¿Por qué tengo la sensación de que hiciste algo para merecerlo?
Empiezo a alejarme cuando siento que la mano de Easton me agarra por el
antebrazo y me arrastra hacia su espacio. Pierdo un poco el equilibrio y me
apoyo en su pecho.
Hay flashes de nuestra relación pasada que me golpean como latigazos y, por
instinto, quiero romperle los dedos por tocarme.
No tiene derecho.
Nunca lo hizo, y me avergüenzo que en un momento pensé que sí.
Su boca se acerca a mi oreja y me revuelve el estómago.
—Solíamos estar bien juntos. Éramos felices. Todavía puedes tener eso, Sage.
El estilo de vida que siempre has querido, la atención, la notoriedad. Todavía
puedes tener todo eso. Todo lo que tienes que hacer es volver a mí.
No hay nada a lo que volver porque nunca hubo nada de lo que fui. Todo lo que
era con Easton era falso. Un fraude. Una persona que tenía que ser para
soportar la presión de vivir en esta ciudad.
—Suéltame, Easton. —gruño.
Por un segundo, hay un breve momento en el que veo al chico que solía conocer.
Aquel del que solía ser amiga. Antes de que se despertara un día como una
persona diferente, un hombre que pensaba que yo era una propiedad, uno al
que sólo le importaba cómo le percibían.
—Hubo un tiempo en que me rogaste que te tocara, Sage Donahue. Un tiempo
antes de Rook, antes de todo esto. Me conoces, creciste conmigo. Sé que
podríamos ser felices, si me dejaras entrar. Déjame mostrarte.
El pánico se apodera de mí cuando se acerca y mi brazo intenta zafarse de su
agarre, pero éste se hace más fuerte.
—Será mejor que le quites las manos de encima, Sinclair. —Conozco esa voz—.
Antes que se te derrita el otro lado de la cara.
Rook.
Su presencia es una nube oscura en este día cálido, y me sorprende lo mucho
que echaba de menos la sombra. La forma en que se apoya en la entrada, con
los brazos cruzados, desafiando mis expectativas de hasta dónde está dispuesto
a llegar para provocar el caos.
Mientras que el padre de Rook asiste como en la mayoría de estas reuniones, su
hijo nunca había mostrado su rostro entre este tipo de multitud. Él no se ajusta
a esta sociedad en la que todos viven. En la que yo había vivido.
Aparto el brazo de Easton, alejándome de él.
—Me enteré de tu accidente, Toasty13. Tienes que aprender a tener más cuidado
con las motos, se calientan —Rook sonríe, echando más leña al fuego.
Mi corazón da un pequeño salto al mirarle.
Su collar de plata capta la luz del sol, mi atención se dirige a su pecho expuesto,
donde unos cuantos botones de su camisa están desabrochados. La tinta que
adorna su piel es parcialmente visible, lo suficiente para hacerme relamer los
labios, lo suficiente para hacerme desear más.
Arquea una ceja oscura, haciéndome saber que es muy consciente de que le
estoy follando con los ojos.
La camisa de vestir púrpura oscura que le cubre sus anchos hombros, los
pantalones negros de vestir a juego que se tensan contra los tonificados
músculos de sus muslos... no es algo que esté acostumbrada a verle llevar. Pero
empieza a ser algo a lo que podría acostumbrarme.
—Ay —Easton hace un mohín—. ¿Todavía celoso que me la follara primero, o
sigues enfadado de que esté aquí donde debe estar en vez de jugando a fingir
contigo?

13 Crujiente, tostado, bien cocido.


Rook se aparta del marco de la puerta y se adentra en el espacio, llenando la
habitación con su presencia. No me pierdo la forma en que Easton retrocede
mientras lo hace.
—Ahí es donde estás equivocado, Sinclair —dice—. Nunca ha tenido que fingir
que disfruta de nada conmigo.
Su rebelión me duele.
Toda su vida le habían dicho que era El Diablo. Era un papel que había
aceptado, uno que podía protegerle de su dolor y del resto del mundo. Siempre
sería eso; eso nunca cambiaría.
Y había aprendido a aceptar los demonios que llevaba dentro.
Sin embargo, eso no significa que no sea capaz de más.
Easton se vuelve hacia mí.
—¿Es esa la vida que quieres? ¿Vivir en los barrios bajos? ¿Ser una marginada?
Sé que no quieres eso para ti, Sage. Elígeme a mí, sabes que tengo razón.
Elígeme a mí y todos tus problemas desaparecerán, pero si te vas con él, no
puedo garantizarte que no quedes atrapada en el fuego cruzado.
Desde que volví, me han dicho que había caído en desgracia. Cómo me había
convertido en alguien completamente diferente de lo que solía ser. Pero creo que
es porque me estoy convirtiendo en la persona que siempre debí ser.
Y quiero hacerlo, de pie junto a la persona con la que siempre estuve destinada
a estar.
Este momento es la historia del origen de mi condena eterna. En lugar de
ocultarlo, reconozco por primera vez públicamente qué es lo que quiero. Le
muestro exactamente lo que quiero para mí.
Paso en silencio junto a Easton, sabiendo que mis acciones bastarán para darle
su respuesta. Siento que sus juiciosos ojos me fulminan al echarme de su
santurrón cielo una vez más.
Pero no podían echarme de un lugar del que descendí voluntariamente. No esta
vez.
Me coloco junto a Rook, insegura de lo que significa mi lugar a su lado, pero
sabiendo que quiero estar allí de cualquier manera.
Lo miro, con ojos de fuego infernal, sabiendo que si volviera a caer del cielo,
como un rayo, yo sería el trueno que lo persiguiera. Me quedaría allí con él, en
llamas eternas mientras fuera su fuego el que lamiera mi cuerpo.
Él es mi Lucifer, y es hora de que yo le demuestre que puedo ser su Lilith.
Castigo
Rook
Nunca he tenido miedo de nada.
Me dije que si alguna vez surgía el miedo, lo afrontaría de frente con una sonrisa
y una cerilla.
Pero en cuanto me asaltó un ápice de inquietud, hice todo lo contrario. Giré en
la otra dirección y corrí.
Nunca he tenido miedo de nada.
Hasta ella.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí?
La puerta de la sala de billar se cierra ruidosamente tras ella, atrapándonos en
el interior del espacio que huele a madera de teca. Oigo crujir la chimenea, que
necesita ser atizada, pero la ignoro.
—¿Qué clase de hombre soy si dejo que te presentes en la fiesta de celebración
de tu padre sin una cita? —pregunto bromeando.
—Rook —regaña, con los brazos cruzados delante de ella a la defensiva.
No había planeado aparecer.
Pero ese miedo había empezado a supurar. Es una emoción tan rara que lo supe
casi de inmediato.
Pensaba en que su padre estaba aquí, Easton, en toda la gente de la que una
vez se rodeó como un escudo y que le había dado la espalda, y no temía lo que
pudieran hacerle. Son débiles. Cobardes.
Estaba nervioso por lo que ella pudiera hacerles.
Qué pasaría si su padre la hubiera presionado un poco más, si Easton hubiera
continuado lo que sé que quería hacer en esa habitación. Conozco el tsunami
de emociones que la recorren, lo mucho que está poniendo a prueba su paciencia
estando aquí. Todo lo que se necesitaría es una pequeña chispa, y ella se
convertiría en un imparable incendio forestal.
Chamuscando todo y a todos a su paso.
Puedo sentirlo.
Su ira. Su autocontrol resquebrajado. Su desesperación.
Así que pensé, qué mejor manera de alimentar la animosidad que lleva dentro
que darle exactamente lo que ansía.
—Hay algo que necesito decirte. Unas cuantas cosas.
Camino en su dirección, tomándome mi tiempo, haciendo que se pregunte qué
es lo que estoy tramando. Me observa con ojos escépticos, lo que no me
sorprende. Soy conocido por mi volubilidad.
—¿Y no podía esperar hasta más tarde?
Se me dibuja una sonrisa en la cara y mis pies se detienen al tocar la punta de
sus tacones. El olor de su perfume me golpea directamente en la cara y hace
que me duela la entrepierna.
—Eso es todo lo que hemos estado haciendo, FT —digo en voz baja, sacándome
la cerilla de la boca—. Esperando a hacer nuestro movimiento, esperando a los
federales, esperando a matar a tu padre.
Acerco la punta roja de la cerilla a su piel, arrastrando el extremo áspero por su
clavícula, justo donde se asienta su cicatriz. La misma que yo llevo.
La que me hice para que el destino supiera que estábamos juntos en esta vida.
Está nerviosa.
Puedo sentir cómo se desprende de ella en oleadas mientras se pregunta qué
podría estar tramando esta vez. ¿Voy a hacerle daño? ¿Voy a acabar con esto de
una vez por todas? Y mi pregunta favorita, ¿voy a tocarla?
—Me cansé de esperar.
—¿Qué pasa con la policía? ¿Y Cain? —Sus cejas se fruncen de preocupación,
pero sus ojos arden de emoción.
—Eso ya está solucionado —respiro, trazando una línea desde su cicatriz hacia
el centro de su pecho—. Nada nos va a detener ahora.
—¿Es eso lo que has venido a decirme?
—Esa es una de las cosas.
—¿Y la otra?
Disfruto de las veces que puedo pillarla así.
Mejillas sonrojadas e insegura de sí misma. Sólo yo puedo ponerla tan ansiosa.
Quiero que el mundo la vea como la mujer fuerte que es. Como una maldita
fuerza a la que hay que enfrentarse.
Se me pone dura viendo cómo la gente se acobarda a su alrededor. Aunque ella
no lo vea, yo sí. A pesar del poder que cree haber perdido, la gente sigue
temiéndole, y eso es algo que me encanta de ella.
Me encanta ser el único que puede romperla. El único capaz de arrastrarme bajo
su piel y enterrarme dentro de ella.
Mis manos descienden sobre su cuerpo, se deslizan bajo los globos de su culo y
la levantan suavemente, arrastrándola hasta mi cintura.
Su boca apenas se separa, un grito ahogado sale de sus labios.
—¿Q-qué estás haciendo?
La acerco a la mesa de billar y la apoyo en el borde del suave fieltro verde.
—Disculpándome —murmuro, poniendo una pulgada de espacio entre nosotros,
mirándola fijamente con dureza.
—Rook, no hay nada por lo que tengas que disculparte.
Me tomo mi tiempo, dejo caer una rodilla al suelo con un ruido sordo y la otra
le sigue, preparándome para lo que tengo que hacer. Bajo mis manos por sus
piernas, acunando sus pantorrillas en mi palma y masajeo suavemente con el
pulgar.
—Lo hay —digo, mirándola desde mi lugar en el suelo.
Mi altar.
Mi salvación.
—Por no creer en ti, por no creer en nosotros. Por no ver a través de la mentira
y luchar para mantenerte, como debería haber hecho —Me abro los botones de
la camisa, me la bajo por los hombros y la dejo caer al suelo.
—Haz que duela. Hazme pagar.
Me había consumido tanto mi propio miedo a ser traicionado, a que me hicieran
daño, a perderla, que me permití odiarla. No me dejé llevar por lo que mi corazón
había estado tratando de decirme todo el tiempo: que ella era diferente.
Que era mía.
Me permití odiarla, y ella pasó un infierno sola por ello.
Esta es la única manera que conozco de enmendar eso.
Espero un segundo antes de sentir la punta de su tacón bajo mi barbilla,
levantándome la cabeza. La miro, enarcando una ceja y clavando mis ojos en los
suyos.
Rezuma control, con los hombros erguidos mientras me mira fijamente.
Mi fénix.
—No necesito tu dolor, Rook Van Doren. Quiero que me des tu palabra.
Nunca he deseado nada más de lo que la deseo ahora. Quiero jodidamente
devorarla. Haría cualquier cosa por tenerla.
—Dime qué es —le digo—, y es tuyo. Es todo tuyo, nena.
Como una seductora, sube las dos piernas a la mesa y las abre, haciendo que
el vestido se le suba por las caderas, dejándola totalmente expuesta ante mí.
—Quiero que me prometas que dejarás de hacerte daño.
El aire es denso y pesado en mis pulmones ardientes. Su dulce aroma es
suficiente para ahogarme, marearme y aturdirme. Sigo sus pálidos dedos hasta
que encuentran su centro, frotando arriba y abajo su abertura cubierta.
—¿Quieres compensarme? ¿Quieres tocarme, Pyro?
Rogaría a Dios poder tocarla ahora mismo.
—Entonces prométemelo. No más cortes. No más dolor —Presiona más fuerte
su coño, un pequeño gemido se escapa de su boca—. Prométeme que vendrás a
mí. Podemos ayudarnos mutuamente. Yo puedo ayudarte.
Una mancha oscura y húmeda aparece en sus finas bragas, y se me hace agua
la boca, me duele el pecho. Sus senos suben y bajan a un ritmo constante
mientras su respiración empieza a ser más errática.
La lujuria y la angustia se arremolinan en mi cabeza.
¿Podría ser suficiente para llevarme al perdón? ¿Podría ser suficiente para
ayudarme a liberarlo?
No soy tonto. No creo en cuentos de hadas y, durante mucho tiempo, me negué
a caer en la retorcida ilusión de que ella me correspondiera.
Pero el dolor que persigo no es nada comparado con el dolor de no poder tocarla.
No poder tenerla. Podría aprender a perdonarme, pero no quiero estar sin ella.
Otra vez no.
—No será bonito —digo, con la voz ronca—. Mi dolor es una bestia fea y
consumidora, Sage. ¿Puedes soportar algo así?
—No eres la única persona que se hace daño cuando es demasiado, Rook.
Sigo sus manos mientras las quita de su centro y las extiende por detrás para
bajar la cremallera del vestido que la protege de mí. Se toma su tiempo para
desvestirse, sacando los brazos de las mangas y empujando la tela negra hacia
abajo hasta que le rodea la cintura.
Me paso la lengua por el labio inferior mientras ella se lo quita seductoramente
de las piernas, tirándolo al suelo con el pie cuando termina. Mis ojos no saben
dónde mirar primero. El ardiente azul de sus ojos, las delicadas curvas que se
extienden por sus caderas o sus flexibles tetas del tono perfecto de rosa, que
suplican por mi boca.
Ella había sido mi mayor dolor. La que había abierto un agujero tan profundo
dentro de mí que nunca pensé que sería capaz de llenarlo. Me había
acostumbrado al valle hueco dentro de mi alma.
Pero también es mi única salvación.
El único altar que me atrevería a venerar.
Por fin encuentro donde quiero mirar, porque deja caer los brazos delante de
ella, mostrando las cicatrices blanquecinas que yacen allí.
Empiezan en la base de la muñeca y suben verticalmente por los brazos hasta
detenerse justo debajo del pliegue del codo.
—Mi padre tomó una decisión, y yo también —susurra—. Él quería quedarse
conmigo, pero yo quería asegurarme que no se quedara con ninguna de las dos.
No tenemos que sufrir solos, Rook.
Me pongo de pie.
Nunca podrá llevarme al Jardín del Edén ni a las puertas del Cielo. Es
demasiado tarde para eso.
Pero podríamos crear nuestra propia paz. Nuestra propia salvación en nuestros
términos. Nuestra propia ciudad celestial en el reino de las llamas eternas.
Le agarro las muñecas, enrosco los dedos y examino la piel hundida. Todos esos
puntos, toda la sangre que debe haber perdido. Estaba sola, tan jodidamente
miserable que quería acabar con todo. Nunca la habría vuelto a ver. La habría
perdido para siempre.
Es como una patada en las bolas, una dura puñalada en las tripas.
—Ya no eres un pájaro que no vuela, Sage. Eres un fénix. Intentaron extinguirte,
pero no se lo permitiste. Te construiste a ti misma de esas cenizas sin mi ayuda
ni la de nadie. Sólo tú.
Meto la mano en mi bolsillo delantero, saco la delicada cadena dorada y el pájaro
del centro capta la luz.
—Morir es fácil. ¿Puedes quemarte por mí?
No sólo pregunto.
Se lo ruego.
Extiende la mano, agarra el amuleto que cuelga y frota con el dedo la criatura
alada chapada.
—¿De dónde has sacado esto? —susurra, con una sola lágrima cayendo por su
mejilla, y siento el impulso carnal de lamérsela. De atrapar su tristeza y
tragármela toda para que nunca tenga que volver a sentirla.
—Lo fundí de la placa de Cain —digo—. Como recordatorio de que nunca podrá
volver a tocarte. Nadie podrá. No a menos que tú se lo permitas.
Veo la pregunta en sus ojos. Quiere saber qué pasó, qué hice, pero sabe que es
mejor no decirlo ahora.
Tomo la cadena y se la pongo alrededor del cuello, enganchándolo por detrás
para que caiga perfectamente en el centro de su clavícula. Lo mira fijamente por
un momento, y al principio no sé si le gusta. Es un regalo macabro.
Pero cuando vuelve a mirarme, con los labios ligeramente entreabiertos, me da
su respuesta.
—Rook, me gustaría que me tocaras ahora.
No necesito que diga nada más. Es el único permiso que necesito.
Acerco mi cuerpo al suyo, me arrastro por encima de la mesa y me pongo sobre
ella. Mi cintura está entre sus muslos y dejo caer mi boca sobre la suya, tomando
el color rojo de su boca hasta que se hincha por mis besos.
Gime dentro de mí mientras nuestras lenguas se entrelazan, devorándose la una
a la otra, derramando todas y cada una de esas crudas emociones en la boca
del otro. Todo el tormento, todo el sufrimiento a solas, todo el amor.
Me duele el pecho. Mi corazón palpita, cobra vida por primera vez en más de un
año. Me siento bien recompensándome a mí mismo en lugar de lo contrario.
Estas cadenas calientes y fundidas que han estado aferradas a mi cuerpo
durante años empiezan a soltarse.
Necesitada, deseosa y toda mía.
Muevo la boca hacia abajo, sin saber si la piel sensible de su cuello sabe más a
fresas o a miel, pero en cualquier caso, el sabor de mi lengua es uno que nunca
querré olvidar.
Cuanto más bajo, más marcas moradas y rojas dejo en ella. Quiero marcar cada
centímetro cuadrado de ella hasta que esté cubierta de mí. No pasaría ni un día
más sin que todo el maldito mundo supiera que es mía.
—Qué bien se siente tu boca —gime mientras mis manos toquetean sus senos.
Suaves y turgentes, cálidos y atractivos para mis dedos curiosos. Juego
tortuosamente con sus pezones.
Había pasado demasiado tiempo negando la verdad de que ella siempre había
sido mía. Y ahora me estoy volviendo loco ante la idea de poseerla por completo,
de adueñarme de cada centímetro.
—Está a punto de sentirse aún mejor —susurro, dejando un beso persistente
justo por encima de sus bragas—. Joder, echaba de menos esto.
—¿A mí?
—A ti. Echaba de menos saborearte —muevo la boca por su cuerpo desnudo—,
echaba de menos follarte, no he pensado en otra cosa desde que te fuiste. No he
tocado a nadie más. Sólo jodidamente a ti.
Le quito la ropa interior y las bajo por sus piernas de un tirón.
Estoy absolutamente hambriento de ella. Se me hace la boca agua al ver su coño
rosado y brillante, húmedo y listo para mí. Llevo demasiado tiempo privándome
de su coño en mi lengua. Quiero mi dosis.
Coloco mi cuerpo entre sus piernas, obligando a sus muslos a ensancharse para
dejar sitio a mis hombros, y deslizo la lengua desde la cima de su montículo
hasta su abertura. Ella se sacude contra mí, tratando de empujar su goteante
centro hacia mi cara, persiguiendo la fricción, persiguiendo el placer.
Feliz de complacerla, acerco mi boca a su clítoris y chupo el sensible capullo con
la presión justa para que ella lo sienta. Lo rodeo lentamente con la punta de la
lengua, provocándonos a los dos. Sólo puedo jugar unos segundos antes de
empezar a devorar la fruta prohibida entre sus muslos.
Sus dedos se hunden en mi cabello, empujándome más hacia el centro, deseosa
de más. Mi caliente lengua recorre sus pliegues resbaladizos y la chupo como si
fuera mi última comida en la tierra.
Con dos de mis dedos, aprovecho sus jugos para deslizarlos fácilmente dentro
de su apretado agujero, sintiendo cómo se aprieta a mí alrededor mientras los
introduzco y los saco de su canal.
—¿Todos esos ruidos sucios para mí? —gimo en su sexo, mi voz vibra contra su
sensible capullo—. Qué dulce eres, nena.
Presiono la lengua contra su clítoris, dejo que se apriete contra mí, que controle
la presión y el ritmo. Dejo que me use hasta que esté lista para romperse.
Se le forman pequeñas arrugas en la frente, sus gemidos salen con más fuerza,
todo su cuerpo se retuerce y se enrosca, su columna vertebral se levanta de la
mesa. Mi polla palpita con fuerza, desesperada por sentir cómo sus paredes se
aprietan a mí alrededor.
Sé que está cerca.
Siempre lo sé.
Porque conozco a mi chica.
Siento sus jugos bajando por mi barbilla, cubriéndome de su líquido, tan
sagrado que podría bastar para limpiar el mundo de sus pecados. Con la mano
libre, le unto el lubricante en el culo, masajeando el apretado orificio con la yema
del dedo.
—¿Vas a ser una buena puta y dejarme follar este agujero también?
Una parte de mí bromea.
La otra parte de mí está hambrienta por reclamar cada agujero con cero
restricciones.
Ella gime, asintiendo con la cabeza mientras yo sigo tocando, metiendo la punta
del dedo y gimiendo por lo apretada que está.
—Dilo. Pídemelo.
Se levanta sobre los codos, con el rostro rojo de placer, y me mira entre sus
muslos.
—Quiero que me folles el culo —Sus ojos azules están llenos de tanta necesidad
que no puedo decirle que no—. Por favor.
—Joder —gimo mientras vuelvo a acercarme a sus labios, meto mi lengua en su
boca y le permito saborearse en mí—. Soy tan malditamente débil por ti, Sage.
Bajo la mano por mi cuerpo, despojándome de los pantalones, y me siento sobre
las rodillas. Enrollo la palma de la mano a mí alrededor y bombeo mi longitud,
observo cómo unas gotas de presemen gotean de la punta.
—Rook, por favor, cariño. Te necesito —gime frotándose contra mí.
Con cuidado, abro mucho más sus piernas, apretándolas contra mis caderas, y
deslizo las manos por debajo de su culo para levantarlo hacia mí.
Instintivamente, sus piernas se apoyan en mis hombros, con los tacones aún
adornando sus pies.
Utilizo sus jugos para lubricar mi polla antes de guiarme hasta su culo.
—¿Has dejado a alguien más follarte aquí, puta? —pregunto, rechinando los
dientes mientras me introduzco en su interior. Siento que sus paredes intentan
expulsarme, rechazando mi tamaño, pero sigo empujando.
—N-no, no, sólo tú —Menea la cabeza con agresividad, los ojos cerrados con
fuerza mientras se esfuerza por encajarme—. Joder, quema.
Utilizo el pulgar para estimular su clítoris, tratando que se relaje y me deje
entrar.
—Tienes que relajarte, nena. Déjame entrar —susurro, acercándome más y más
a su interior cuanto más le follo el clítoris con el pulgar—. Eso es, esa es mi
chica. Joder, te sientes increíble. ¿Sientes cómo estiro tu culo? ¿Moldeando tus
paredes para mi polla?
—Me siento... —La atrapa un gemido que se apodera de todo su cuerpo—. Tan
llena, tan bien.
Una vez que estoy completamente dentro de su culo, no estoy seguro de cómo
voy a ser capaz de tirar hacia fuera debido a la fuerza con que se aprieta a mi
alrededor.
Pero poco a poco empiezo a mover las caderas y el pulgar un poco más deprisa.
No puedo evitar la sonrisa que se me dibuja en la cara, la sensación de que ella
se afloja a mi alrededor lo suficiente como para que yo me mueva más deprisa.
—Eres una putita tan bonita, Sage. Me tomas tan bien.
No tardo en penetrarla con más fuerza, y veo cómo se le va acumulando la
tensión en su rostro. Mis muslos golpean su piel, una y otra vez, mientras me
introduzco más dentro de ella.
Mi propia liberación me está lamiendo los talones, retorciéndome las tripas, pero
no me importa. Sólo quiero verla correrse.
Quiero ver cómo la euforia estalla en su piel, explotando a través de ella de pies
a cabeza. No me importaría no volver a correrme si con ello pudiera ver ese rostro
el resto de mi vida.
Con eso bastaría.
—Joder, joder —maldice, clavando sus uñas en mis caderas—. ¡Rook!
—Tan apretada, tan jodidamente bueno —gruño mientras mis caricias se
vuelven más erráticas, fuera de control, sintiendo sus espasmos debajo de mí.
No es suficiente. Quiero más. Lo quiero todo.
La quiero rota y completamente jodida. Tan débil que tenga que sacarla de esta
estúpida fiesta donde nadie la entiende.
Rodeada de toda esa gente que la metió en una jaula porque tenían miedo de lo
que podía hacer si la dejaban rienda suelta.
—Córrete otra vez —gruño, agarrándole las piernas por los tobillos y
separándolas para que caigan sobre la mesa, dejándola abierta para mí.
Le meto el dedo corazón y el anular en el coño, sin dejar de penetrarle el otro
agujero.
—Demasiado —se atraganta—. Mierda, es demasiado.
Meto y saco los dedos, acelerando el ritmo, y me aseguro de frotar ese punto
esponjoso por todo su interior.
—He dicho que te corras —le ordeno, sintiendo cómo mi orgasmo me atraviesa
justo cuando ella lanza un grito silencioso, el placer la domina por completo.
Su espalda se arquea sobre la mesa, intentando separarse de mí, pero yo sigo
bombeando mi semilla en sus profundidades, sin dejar de mover los dedos.
Su coño derrama un fluido transparente que se escurre sobre el inferior de mi
abdomen mientras su segundo orgasmo la destroza. Gimo con dureza mientras
ella me aprieta.
La habitación se llena de respiraciones entrecortadas mientras ambos
permanecemos en este estado de éxtasis, su cuerpo cabalgando la réplica de su
clímax.
Me mantengo dentro de ella mientras me inclino y beso suavemente la piel
destrozada de su cuello. La emoción se mezcla con el subidón de mi lujuria
mientras mi lengua se arremolina alrededor de las marcas que he dejado,
saboreando el sudor salado de su piel.
En lugar de preguntar como hice la última vez, hago una declaración que no
está sujeta a negociación.
—Voy a quedarme contigo —digo con la voz seca y desesperadamente necesitada
de hidratación.
Sus dedos se hunden en mi cabello, tirando ligeramente de las puntas, y noto
cómo sus labios esbozan una sonrisa.
—Siempre me has tenido, Rook. Siempre.
El Fénix
Sage
Un día más.
Teníamos un plan y por fin ha llegado el momento de ejecutarlo.
Hacía mucho tiempo que esto iba a ocurrir, y la finalidad de esto se queda en el
aire como carne podrida. Me sigue a todas partes, regañándome.
Quería terminarlo hoy, pero tuvimos que esperar a Alistair, que pasaba el día
con Briar en casa de su tío por su cumpleaños. Tenía que asegurarme que había
un equilibrio entre la venganza y el amor.
Durante el tiempo que pasé con ellos, aprendí que Alistair necesitaba estar cerca
cuando las cosas iban mal. No sólo porque tuviera problemas de control o
necesitara estar al mando, sino porque si las cosas iban mal, quería ser él quien
asumiera la culpa. Ser el que los sacara de los problemas y los alejara de
cualquier daño. Eso es lo que él es para ellos.
El hermano mayor.
El protector.
Su sombra constante.
Y le respeto por ello, aunque todavía no seamos cercanos. En realidad, no soy
cercana con ninguno de ellos, especialmente Thatcher. Ha dejado muy claro que
no es fan mío.
Pero eso está bien porque Rook lo ha hecho.
Para mí, Rook está ardiendo, y pretendo ser el oxígeno que siga avivando esas
llamas.
Habían pasado unos días desde el almuerzo de primavera y creo que no había
pasado ni un momento fuera de mi cuerpo. Y yo estaba más que bien con eso.
Incluso en medio de toda la confusión y el caos que nos rodeaba, habíamos
encontrado nuestro pequeño refugio entre las grietas, viviendo y respirando en
los momentos en los que sólo estábamos nosotros.
No me había dado cuenta de lo mucho que me estaba perdiendo antes porque
no podíamos salir juntos en público. Ahora puedo mirarle abiertamente cuando
entra en una habitación o sentarme a su lado en clase si quiero.
Estamos juntos.
Y nunca me he sentido más viva, incluso en una época en la que estaba pasando
por tantas penas. Sé que le tengo a él, y ya no tengo que enfrentarme sola a la
oscuridad, porque él es la luz que nunca se apaga. Y es todo mío.
Me asombra que sigamos llevando una vida tan normal, mientras se preparan
planes tan siniestros. A pesar de la maldad que está ocurriendo, somos capaces
de hacer algo hermoso de ello.
—Sólo será un minuto, lo prometo. Solo tengo que cambiarme de ropa —le digo
a Lyra, que sube detrás de mí por la acera hasta la casa de Silas.
Rook todavía quiere que me quede allí, sólo hasta que Frank llegue a su fin.
—¿Qué tiene de malo el conjunto que llevas? Sólo vamos a donde Tilly.
—Llevo todo el día con esta falda y estoy desesperada por un par de leggings.
Serán dos segundos como mucho.
Lo que encontré en el armario de Lyra era algo que sabía que me llevaría a la
tumba. Era su secreto para guardar, su verdad para quemar. Sabía que en algún
momento saldría a la luz, pero hasta que llegara ese momento, mantendría su
obsesión cerca de mi pecho, tal y como había prometido.
Todo había ido tan bien en los últimos días que debería haber esperado que algo
saliera terriblemente mal.
Debería haberlo visto venir.
Pero no había nada que pudiera prepararme para lo que nos esperaba ni para
lo drásticamente que cambiaría el curso de todo.
Cuando la puerta se abre, suceden tres cosas.
Uno.
La madre de Silas, Zoe, está sentada en el sofá con Caleb y Levi flanqueándola
a los lados, consolándola mientras grandes lágrimas corren por su rostro.
Dos.
Scott Hawthorne, un padre sofisticado y apacible, se pasea por un agujero en el
suelo. Quienquiera que esté al otro lado de la llamada telefónica que está
recibiendo se enfrenta a una tormenta de la que no quiero formar parte.
Tres.
Hay sangre en el suelo que lleva a la puerta. No la suficiente para justificar la
muerte de alguien, pero sí para preocuparte.
—¡Sage! —jadea Zoe, poniéndose de pie—. ¿Sabes algo de Si?
—No, ¿qué pasa? ¿Está bien? —pregunto, la preocupación se apodera de mí.
Oh, no.
No, no, no.
Es ahora cuando me doy cuenta que Scott lleva un vendaje blanco en la mano,
uno que está permitiendo que la sangre se filtre a través de él.
—¿Qué ha pasado? —digo, casi temiendo oír la respuesta.
—Silas se encuentra en medio de un episodio psicótico, uno de los primeros
desde que era joven. Se ha rendido a su psicosis y ha empezado a creer que esa
es su realidad.
—Pero su medicina, pensé que estaba ayudando-
—Lo estaba —solloza Zoe—. Pero ha dejado de tomarlas. No teníamos ni idea
hasta hoy, cuando su padre se enfrentó a él por el empeoramiento de sus
síntomas, y admitió que había cambiado las pastillas por un suplemento
vitamínico. Era imposible que lo supiéramos.
Me vuelvo hacia Lyra. Mi primer instinto es llamar a Rook, él sabría qué hacer,
¿verdad?
La culpa se me acumula en las tripas.
Esto es en parte culpa mía. Le di demasiado tiempo para confesarle a Rook lo
que pasó entre nosotros. Pero él había estado bien los últimos días. Parecía estar
bien, y ahora estamos aquí.
Bastaba con chasquear un dedo.
—Intenté impedir que se fuera, pero estaba demasiado metido en su cabeza.
Luché contra él, tratando de mantenerlo en la casa el tiempo suficiente para
llamar a una ambulancia, pero él... —Scott levanta su mano herida, diciéndolo
con acciones en lugar de palabras—. No paraba de hablar de cómo las voces le
decían lo que tenía que hacer para poder... —Se atraganta con las palabras, la
tristeza de un padre preocupado apoderándose de él—. Para poder recuperar a
Rose.
Hay tantas cosas que podrían significar, y al mismo tiempo, podríamos no tener
ni idea, porque lo que sea que esté sucediendo dentro de Silas en este momento
es entre Silas y sus demonios, algo que ninguno de nosotros es capaz de
comprender.
La esquizofrenia es una enfermedad mental impredecible, que no tiene piedad
de sus víctimas, y Si no es una excepción.
Me tiemblan las manos mientras saco el teléfono del bolsillo.
—No sabemos dónde está, hacia dónde se dirige, qué es capaz de
hacerse —Scott se pasa una mano con frustración por la cara.
—Mi bebé —grita Zoe, las lágrimas siguen fluyendo mientras camina hacia su
marido en busca de un consuelo que sólo puede venir de que Silas esté a salvo
en casa—. Scott, nuestro bebé.
Él la atrae hacia su pecho, estrechándola contra su cuerpo como si sus brazos
pudieran protegerla del dolor que hay fuera de ellos.
—Voy a llamar a Rook —digo nerviosa—. Tal vez él tenga una mejor idea de
dónde puede estar.
Hago clic en su nombre en mi teléfono, todavía titulado Lucifer.
—Ya le hemos llamado. Fue la primera persona con la que contactamos —dice
Scott justo cuando oigo que termina el tono de llamada.
Puedo oír la respiración de Rook en el otro extremo.
Puedo sentir su pánico. Su preocupación. Su dolor.
—Vamos a traerlo de vuelta —les digo, sin saber qué más puedo decir que mejore
la situación.
—No les digas cosas de las que no estés segura, FT —me dice Rook al oído,
haciendo que mi pecho palpite.
Lyra y yo salimos de casa y nos dirigimos al auto.
—Rook, tengo que decirte algo —murmuro—. Debería haber dicho algo antes, lo
sé, y esto es culpa mía. Sé que es culpa mía...
Tengo miedo de decir lo que necesito.
Porque sé que cuando lo haga, me va a odiar.
Y no puedo volver a hacerlo. No puede odiarme.
Acabo de recuperarlo.
Una de las últimas cosas de las que Rose me habló fue de su miedo a que Silas
la odiara, y pensé lo loco que era eso. Que tenga miedo de algo tan tonto.
Pero ahora lo entiendo.
—Lo siento mucho, pero Silas...
—Él me lo dijo.
Me invaden el alivio y la confusión.
—¿Te dijo todo? —balbuceo.
—Todo. Incluso incluyó la parte de que le diste el ultimátum —Exhala—. No es
culpa tuya.
Me deslizo en el asiento del copiloto del auto de Lyra, deseando nada más que
estar frente a él para que pudiera verme decir esto.
—Y no es tu culpa, Rook. Pensaste que estaba tomando su medicina. No había
forma de que tú o alguien más supiera que las había cambiado.
Sé dónde está mentalmente. Sé que lo único que hace es culparse por lo que no
pudo ver venir. Se está castigando, quiere hacerse daño por no haber visto las
señales o por no haberlo reconocido antes.
—No es culpa tuya —murmuro por el altavoz, esperando que pueda entenderlo
por sí mismo.
—Es mi mejor amigo, Sage. Sabía que algo iba mal, pero no quería aceptarlo. Y
ahora...
Se oye un fuerte golpe de fondo, como un puño contra algo duro, seguido de la
voz de Thatcher murmurando algo sobre calmarse.
—No hay nada que podamos hacer al respecto ahora, Rook. Pero tienes razón,
es tu mejor amigo. Lo conoces mejor que nadie. ¿A dónde se dirige? ¿A dónde
iría ahora mismo?
Es una posibilidad remota porque no sabemos quién es Silas cuando está dentro
de su psicosis, pero si alguien lo sabría, sería Rook. Tomaría las represalias de
lo que sea que venga del dolor que Rook necesita en este momento, pero necesito
que se concentre en encontrar a Silas primero.
Porque sí, es su mejor amigo.
Pero también es el único amor de mi hermana. Ella nunca me perdonaría si algo
le pasara, y yo nunca me lo perdonaría.
—Rook —digo con un poco más de fuerza—. ¿Dónde iría Silas?
Hay un latido de silencio.
—Frank. Va por Frank.

Rook
Sabía que no estaba bien.
Lo sabía mucho antes de este momento.
Lo supe mucho antes que me dijera que intentó besar a Sage en medio de una
alucinación.
Sabía que no estaba bien y no hice nada porque le veía tomar su medicación. Lo
veía tomarla y confiaba en que hicieran su trabajo. Para protegerle de las voces
de las que yo no podía protegerle.
Pero estuvo tomando putas vitaminas durante quién sabe cuánto tiempo. No
podía entender por qué haría algo tan imprudente. Por qué se arriesgaría a caer
en su enfermedad aún más, además del duelo por Rose. Pensé que había hecho
lo suficiente, leído lo suficiente al respecto. Pensé que estaba preparado para
este posible resultado que venía con la esquizofrenia.
No lo estaba.
—Silas...
—¡Cállate de una puta vez! Cállate —oigo gritar a mi amigo—. Sé lo que hiciste.
Ellos lo saben. Nosotros lo sabemos. Y tengo que hacer algo al respecto. Si lo
hago, la recuperaré, ¿entiendes? Puedo recuperarla.
Está de espaldas a mí, pero puedo ver a Frank tendido en el suelo del salón, con
sangre goteándole de la frente. Levanta las manos casi en posición de rezo.
—Se ha ido —Su voz tiembla—. Siento lo que hice, pero ella se ha ido. Matarme
no hará nada.
Equivocado.
Matarlo alimentará al sabueso infernal de nuestras almas. Frank lleva el
presagio de la muerte como una colonia espesa. Su tiempo ha terminado. Ha
corrompido y engañado a suficientes personas, y es hora que los portadores de
la muerte cumplan su propósito.
Pero no será el final, ¿verdad?
No puede ser.
No podemos entregar esta información al FBI o a la policía como habíamos
planeado en un principio. No cuando sabíamos que Cain estaba sucio; no
tenemos ni idea de cuántos de ellos estaban implicados en el Halo. Sería un
error acudir a ellos.
Sin embargo, eso planteó la cuestión de qué hacemos con las chicas
desaparecidas.
Podíamos vivir nuestras vidas con las manos empapadas de sangre, con el hedor
de la muerte adherido a nuestras almas para siempre. Era una decisión que
todos habíamos asumido, pero ¿podíamos mirar hacia otro lado a sabiendas de
que más niñas eran secuestradas y vendidas como esclavas sexuales?
No puedo hablar por todos, pero sé cuál es mi respuesta.
—No, no —murmura Silas, el arma temblando en sus manos—. Lo sé, sé lo que
hizo. Sé lo que hice. Sí, sé lo que tengo que hacer, sólo... —Se lleva las manos a
la cabeza—. Quédate en silencio. Cállate.
Es como si mantuviera una conversación con varias personas y no supiera a
quién responder primero. Todas sus palabras se mezclan y todo lo que dice no
tiene sentido. Está atrapado en una guerra dentro de su propia mente, y no
tengo ni idea de cómo ayudarle en esta batalla.
No hay espada. Ni escudo. Ni arma.
No tengo nada.
—Silas —digo con calma, dando un paso más en el espacio, Thatcher cerca
detrás de mí—. Sólo soy yo, hombre.
Odio tratarlo como a un animal salvaje porque no lo es. Sólo está atrapado y no
puede ver una salida.
Sólo necesita ayuda.
De repente, se da la vuelta, me mira fijamente, pero parece que no me está
viendo.
—Rook —expresa—, no me dejaron esperar. No podía esperar más. Se nos
acababa el tiempo.
Asiento con la cabeza.
—No pasa nada. No tenemos que esperar. Tú no tienes que esperar.
Me acerco más a él, necesitando quitarle el arma de la mano. Me había parado
frente a múltiples objetivos mientras Silas disparaba a objetos a mí alrededor.
Nunca dudaría de su puntería, y no voy a negarle la muerte de Frank, pero tengo
miedo de lo que hará cuando termine de dispararle.
—Déjanos ayudarte, ¿ok? Para eso estamos aquí. Estamos aquí para
ayudar —Trato de mantener mi voz nivelada, a pesar de mis nervios.
Sigo caminando hasta que estoy justo delante de él, sólo concentrándome en él.
Nunca he estado dentro de la casa de los Donahue, sólo la he visto desde fuera
cuando dejábamos a Rosie y cuando sacaba a Sage a escondidas por la noche.
Se podría pensar que estoy acostumbrado que los lugares normales alberguen
cosas siniestras.
—No dejes que me mate, por favor. Ha perdido la cabeza, no puedes dejar que
me mate. Tienes que ayudarme —grita Frank desde su lugar en el suelo.
Silas sacude la cabeza con agresividad, mirando a mi derecha, donde no hay
nadie, sólo un diván.
—Él es mi amigo. Él no haría eso —dice—. Él no lo haría.
—Eh, eh, Silas, mírame —le digo, intentando mantenerlo aquí, en la realidad,
con miedo de tocarlo porque no estoy seguro de si eso le ayudará o le
perjudicará.
—¿Qué están diciendo? Háblame.
—Ellos... —Aprieta los ojos, encogiéndose como si le doliera—. Me están diciendo
que vas a detenerme. Que no quieres que recupere a Rose. Quieren
que... —Vuelve a abrir los ojos, me mira y juro que lo único que veo es a él
pidiendo ayuda a gritos—. Quieren que te mate.
Siento que Thatcher se mueve detrás de mí, los dos de espaldas a la cocina.
—Si pudiera traer a Rosie de vuelta, juro por Dios que lo haría, Silas. Haría
cualquier cosa —digo, con toda mi intención—. Pero no puedo. No hay nada que
nadie pueda hacer para traerla de vuelta. Las voces, es tu mente jugando
contigo. No son reales, ¿bien? Sólo están dentro de tu cabeza.
Estoy tan enfadado porque esas cosas dentro de su mente me lo están
arrebatando, y no hay nada que pueda hacer. No puedo luchar contra ellas. No
puedo luchar contra ellas por él, y me siento inútil. No en este momento.
Prometí que cuidaría de él. Me prometí que no dejaría que le pasara nada.
Y mira lo que dejé que pasara.
—No puedes hacer esto. No te dejarán...
Mis manos se crispan un par de veces antes de girar la cabeza en dirección a
Frank.
—Si vuelves a abrir la boca, te quemaré los putos ojos, ¿está
claro? —gruño.
—Por favor, Rook. Me conoces desde que eras un niño. No hagas esto. Si me
dejas vivir, te diré todo lo que sé. Hay más gente involucrada aquí en Ponderosa
Springs. Tantas, que no tienes la menor idea. Yo sólo fui una víctima de su
organización. Hay gente más poderosa a cargo. Puedes meterlos a todos en la
cárcel, a mí incluido, pero no me mates.
—Frank —me enfurezco, mirándole fijamente—. ¿qué es lo que no entiendes?
No necesitamos que nos digas nada de eso. No me sirves de nada vivo,
¿entiendes? Lo mejor que puedes hacer por mí ahora mismo es morir.
Sacude la cabeza, con gruesas lágrimas cayendo por su cara hinchada.
—Por favor, nunca quise que Rose muriera, era mi pequeña…
—¡Ha dicho que te calles! —grita Silas, lanzando la culata de la pistola contra la
cabeza de Frank, provocando un fuerte golpe, seguido de su caída al suelo. Tiene
los ojos cerrados y el cuerpo inerte, pero su pecho se mueve para hacerme saber
que sigue vivo.
La duda me golpea como una ola, ¿podríamos averiguar quién más estaba
vinculado a Halo sin una información privilegiada? Quiero decir que habíamos
llegado hasta aquí.
Habíamos ido demasiado lejos.
Y si tuviera que adivinar, no necesitaríamos ir a buscar a nadie más involucrado.
Vendrían por nosotros.
Muy pronto.
Silas sigue caminando, murmurando incoherencias para sí mismo y para
quienquiera que vea ahora mismo en esta habitación. Me acerco un poco más y
le tiendo la mano tímidamente.
—Se acabó, Silas. Se acabó, ¿ok? Frank se ha ido, ¿ves? —Señalo hacia el suelo
donde el alcalde reelegido de Ponderosa Springs yace rígidamente inmóvil. Sé
que está inconsciente, pero Si no lo necesita saber.
—Lo hemos conseguido. Todo ha terminado, y ahora podemos conseguirte
ayuda —digo fácilmente—. Sólo dame el arma y te prometo que todo irá bien.
Sólo necesito que confíes en mí.
Parece sufrir dolor físico, su cuerpo tiembla y su cabeza se agita, y no hay nada
que pueda hacer para calmarle de la angustia que siente en estos momentos.
—No, no, esto no está bien. Se suponía que iba a volver. —Se pasa la mano por
la cara, volviendo a mirar a mi derecha en lugar de mirarme a mí—. ¿Qué quieres
decir? —dice, con las cejas fruncidas—. ¿Me lo prometes? Sí, si lo prometes, lo
haré.
Todo mi mundo parece detenerse cuando Silas vuelve a mirarme y lo único que
veo es un vacío en su interior. Nada más que un duro vacío que me devuelve la
mirada mientras levanta el cañón del arma hacia su cabeza.
Se me seca la boca y se me revuelven las tripas.
Lágrimas redondas y pesadas se filtran por los bordes de sus ojos.
—No me hagas esto, Silas —exijo, entrando en su espacio—. Déjame ayudarte.
Lágrimas caen al suelo mientras sacude la cabeza, tomándose el labio inferior
entre los dientes.
—No puedes ayudarme. La única forma en que puedes ayudarme es si me mato.
Tienes que entender que tengo que hacerlo.
—No —me ahogo, agarrándome a su hombro—. No me vas a dejar. No te dejaré.
Tienes que saber que esto no eres tú, que eso no es real. Esto es real, Silas.
Nosotros somos reales.
Algo dentro de él se rompe, porque en cuanto su mano se estremece, le quito el
arma de los dedos y la empuño yo.
Su cabeza cae sobre mi hombro y su cuerpo casi se deshace en mis brazos.
—Estoy tan cansado, Rook —susurra.
—Lo sé —le digo, frotándole la espalda.
Cansado de las voces.
Cansado de su enfermedad.
Cansado de todo.
En algún momento, tengo que preguntarme si le estábamos haciendo más mal
que bien mientras estábamos detrás de lo que le pasó a Rose. Sabíamos que la
venganza no iba a traerla de vuelta, no haría que ninguno de nosotros la
extrañara menos, y lo único que parece estar haciendo ahora mismo es destrozar
aún más a Silas.
—Hijo, voy a necesitar que bajes esa arma y que todos levanten las manos.
Tienes que estar jodiéndome.
Con el arma aún en mi poder, la levanto mientras giro, encontrándome con los
ojos del detective Finn Breck que sujeta su propia arma al lado de la cabeza de
Thatcher, con el brazo enroscado alrededor de su cuello, tirando de él hacia su
pecho para mantenerlo quieto.
Thatcher sigue siendo ligeramente más alto, haciendo que esta situación
parezca bastante cómica si su vida no estuviera en peligro.
—¿Por qué la gente siempre me apunta con armas? —Thatcher suspira,
poniendo los ojos en blanco como si solo fuera un inconveniente menor y no una
cuestión de vida o muerte.
Están frente a la cocina abierta, Finn ha venido por la puerta trasera, supongo.
Seguramente porque Frank lo llamó antes que Silas lo sometiera.
Mantengo el arma apuntando a Finn, plenamente consciente de que si hace un
movimiento, lo más probable es que le dé un puñetazo.
—O la bajas y vienes voluntariamente, o voy a disparar a tu amigo aquí.
Estaríamos a mano por mi compañero —dice, con los ojos brillando
maliciosamente.
No me molesto en negarlo, porque sólo uno de los dos va a salir de ésta, y yo no
me voy a acobardar.
—Aquí estaba yo pensando que eras uno de los buenos todo el tiempo. ¿Hay
algo en el agua aquí que hace que todos se conviertan en pedazos de mierda
traicioneros? ¿O es que todos han nacido para la esclavitud sexual y la pedofilia?
—pregunto inclinando la cabeza.
Quiero sorprenderme que estuviera en esto con su compañero más que muerto.
El que había sido convertido en sopa. El ácido sulfúrico hace milagros para
deshacerse de un cadáver.
Pero no me escandaliza. Todo el mundo tiene un pie en algo inmoral. Esta ciudad
se está ahogando en ello.
—No me desprecies por una mierda que no puedes comprender, chico.
La puerta trasera se abre silenciosamente y la veo por el rabillo del ojo. Nunca
había sido una damisela en apuros, y nunca había necesitado que me
rescataran, pero no me opongo a un poco de ayuda en este momento.
—Tienes razón. No puedo comprender cómo un hombre con una familia la tiraría
por la borda por qué, ¿un poco de dinero sucio rápido? ¿Quién parece el chico
ahora?
—Es mucho más que eso. Ni siquiera has tocado la superficie de hasta dónde
llega el Halo o a quién tiene clavadas sus garras. Incluso si pudieras encontrar
una manera de salir de esto, no se detendrán hasta que estén todos muertos.
Saben quiénes son. Conocen sus nombres. Sus familias, sus vidas. Les estoy
haciendo un favor —ríe—. Terminándolos aquí y ahora, antes que gente mucho
más temible que yo venga a darles caza.
—Esto no va a acabar como tú crees —le digo, rodeando a Silas con el brazo
para evitar que se mueva.
—¿Sí? ¿Quién parece tener más control aquí? —Se burla, estrangulando un
poco más a Thatch, lo que hace que mí amigo entorne los ojos
amenazadoramente, cansado de que alguien a quien no conoce le toque—. ¿El
federal cuyo compañero fue asesinado por un grupo de universitarios
enloquecidos? ¿O el oficial condecorado que intentaba proteger al alcalde de la
ciudad?
Ocurren cosas malas cuando se deja que la gente enfadada sufra. Cosas aún
peores ocurren cuando las buenas personas se ven obligadas a proteger a los
que quieren.
—Apuesto por la chica con el cuchillo.
Lyra envía el filo plateado de la hoja al costado del cuello de Finn, hundiéndose
en la vena como si cortara una fruta madura. La pérdida de sangre es inmediata.
Brota a borbotones de la herida abierta cuando la saca del agujero.
Un líquido escarlata que apesta a metal cae en cascada por el hombro de
Thatcher y se derrama por la parte delantera de su camisa como una catarata.
En sus ojos hay una mirada salvaje, una que nunca había visto antes, mientras
observa cómo le gotea, resbalando por el cuello de la camisa.
La mano de Lyra es firme cuando deja caer el cuchillo al suelo. No hay miedo ni
pánico en su rostro; parece la de siempre: pasiva e indiferente a lo que ocurre
en el mundo. Sangre cubre su pequeña y pálida mano, y en lugar de mirar al
hombre que acaba de matar mientras cae al suelo, simplemente da un paso
atrás, dejando que su cuerpo se deslice por el suelo, y se queda fija en Thatcher.
Su mirada no se aparta de él ni un segundo.
—Esta era una camisa nueva —respira, con el pecho agitado mientras se gira
para mirarla, un cadáver es lo único que hay entre ellos.
—Era fea. La sangre le dio mejor aspecto —dice ella, levantando su mirada hacia
él. Con la mano ensangrentada y las bolsas moradas bajo sus ojos por la falta
de sueño, me recuerda a un personaje de Tim Burton: cabello encrespado, ojos
demasiado grandes para su rostro, piel pálida.
—¿Está muerto? —Oigo venir de la cocina, y basta su voz para que dirija toda
mi atención en su dirección.
Nunca creí en el Cielo ni en el Infierno.
Destino o suerte.
Nunca me quedé fuera deseando que cayeran estrellas.
No, nunca he creído en algo así, pero creo en ella.
—¿Ha muerto mi padre? —susurra, sus ojos bailan con pequeños demonios
inocentes, y nunca había visto el caos en un estado tan hermoso.
Un tono de azul tan llamativo, enredado con el fuego con el que me encanta
jugar.
¿Es la suerte? ¿Es el destino?
De niño, incluso antes de la muerte de mi madre, me pasaba horas sentado
mirando las llamas, negándome a apartar los ojos de ellas. Demasiado
consumido, demasiado cautivado por la forma en que el humo salía en remolinos
y las brasas picaban mi piel.
Y esas mismas llamas bailan en las comisuras de sus ojos. Tan calientes, tan
jodidamente azules, y quiero asarme vivo dentro de ellos.
Quizá siempre la había visto dentro del fuego.
O tal vez yo había nacido en la hoguera.
—Todavía no —dice Thatcher—. Tenemos que limpiar esto, Rook
—Toma a Silas, vete con Lyra y lárgate de aquí. Cuando aparezca la policía, no
puedo tenerte cubierto de sangre —digo, avanzando hacia Sage.
—¿Qué vas a hacer?
—Lo que haya que hacer. Sólo te necesito fuera de aquí antes que eso ocurra.
Me acerco a ella, aprisiono su rostro entre mis manos y atraigo sus labios hacia
los míos. Me ahogo en su tacto durante un momento solitario entre el caos. Mi
pedazo de cielo dentro de mi propio infierno.
—¿Confías en mí? —susurro contra su boca.
Ella asiente, rodeando mi muñeca con sus dedos.
—Siempre.
La conduzco a la cocina y busco el material que necesito. Pongo una sartén de
cobre en el fuego, abro la nevera y tomo un trozo de carne congelada al azar
antes de agarrar el aceite vegetal.
No tenemos tiempo para deshacernos de dos cuerpos. No tenemos tiempo para
limpiar nuestras pruebas de estar dentro de este lugar. Hay demasiadas
variables involucradas, y necesitamos deshacernos de este desastre ahora.
—¿Qué vamos a hacer? —me pregunta, observándome mientras enciendo todos
los quemadores al máximo y coloco la sartén en uno de los abiertos junto con la
carne.
Vierto toda la botella de aceite por la encimera, la sartén y el mostrador. Lo mejor
que podemos hacer es que el incendio parezca un accidente, que las personas
que murieron dentro no fueron asesinadas, sino que simplemente quedaron
atrapadas por las llamas.
Era esto.
El momento que tanto habíamos esperado.
Roma no se construyó en un día, eso me decía Alistair cuando me
impacientaba.
Pero se quemó en uno.
—Quémalo. Todo. Hasta los putos cimientos. Y no sé trata de nosotros —digo,
mirándola, sabiendo que si algo saliera mal ahora mismo, haría cualquier cosa
para protegerla de ello.
Nunca había sido la inocente Eva del jardín.
Siempre había sido mi Lilith. Mi igual. Mi reina. Un fénix.
Me meto la mano en el bolsillo delantero y saco las cerillas.
—Esta es tu venganza. Para generar tus brasas y resurgir de tus cenizas. Nunca
necesitaste nada más que la cerilla.
Dolor y placer
Sage
Me siento contra la pared de las muchas habitaciones libres de los Pierson.
Ingenuamente, pensé que el interior de este lugar se parecería más a una
morgue que a un hogar. Esperaba encontrar un ataúd en el dormitorio de
Thatcher. Tenía sentido que durmiera dentro de uno. Coincidiría con la criatura
con la que a la gente le encantaba compararlo.
Me había equivocado.
La extravagante casa a la que llamaba hogar era todo lo que cabría esperar de
alguien con tanto dinero como él. La primera vez que había estado aquí, hacía
unas semanas, estaba demasiado distraída para prestar atención a cuánto
dinero tenían los Pierson.
Mientras todos estábamos acomodados, Thatcher se bañaba en riqueza. El duro
trabajo de su bisabuelo como pionero de una empresa inmobiliaria había
asegurado la vida de su familia mucho más allá de sus años. Aunque Thatcher,
sus hijos y sus nietos no volvieran a trabajar ni un solo día más, nunca les
faltaría nada.
Los techos altísimos y la arquitectura inspirada en Gatsby hacían que la casa
de mi familia pareciera un cuarto de servicio. Al igual que Alistair, Thatcher vivía
en una propiedad.
Nos alojábamos en el ala oeste, donde nos dijeron que se alojaba la mayoría de
los huéspedes. Y se me hizo raro alojarme en una casa tan casualmente cara
después de lo que acabábamos de hacer.
Cierro los ojos y apoyo la cabeza contra la pared, sin ver nada más que humo y
un remolino de llamas anaranjadas. Me había quedado helada en el jardín de
mi casa, con las sirenas parpadeando como un quejido sordo en el fondo de mi
mente.
Mi mano se enroscaba entre las hendiduras de los dedos de Rook, los dos de
pie, tomados de la mano, mientras las luces azules parpadeantes se reflejaban
en nuestros rostros. Mis vecinos habían salido a examinar el caos. Sería la
comidilla de la ciudad durante tres meses.
Las lágrimas corrían por mi rostro, no por lo que había perdido dentro, porque
mientras ese fuego ardía, sentía que se había acabado. Por primera vez desde la
muerte de Rosie, esa paz se había apoderado de mí, aunque todos a nuestro
alrededor vieran todo lo contrario.
Mi padre, el detective Breck, todos los recuerdos dolorosos que esa casa me
había traído a lo largo de una vida se estaban convirtiendo ahora en nada más
que ceniza y polvo. Hollín que los bomberos lavaban de sus botas por la
mañana.
Ahora, sentada aquí, sigo sin poder arrepentirme de lo que hice.
Sé que se supone que matar a alguien es esa marca en tu alma que se queda
contigo para siempre, algo que corroe la humanidad que llevas dentro hasta que
finalmente te quiebras y le cuentas al mundo lo que has hecho.
Pero no se siente así.
Y tal vez eso me convierta en una especie de psicópata o algo así, pero todo lo
que siento es alivio de que se haya ido. Que el hombre responsable del dolor
más agudo que jamás había sentido ya no respiraba, era nada más que un
montón de huesos carbonizados y piel chamuscada. Su cuerpo estaba
destruido, y esperaba que su alma se dirigiera a alguna forma de tortura interna.
Donde pasaría sus años sufriendo por lo que le hizo a su propia carne y sangre.
Rook hizo referencia al Infierno de Dante cuando le pregunté si creía que mi
padre estaba en el Infierno. Dijo que los que eligen el pecado de la avaricia son
asignados al cuarto círculo del Infierno. Aquellos que atesoran demasiado dinero
o eligen la riqueza por encima de cualquier otra cosa. Pero él creía que eso era
demasiado fácil para él.
Dijo que estaría en el último Anillo, el noveno círculo, los que traicionan a sus
propios parientes. Donde mi padre pasará la eternidad alojado de cabeza en el
lago helado. Contrariamente a la mayoría de las enseñanzas religiosas, Dante
dijo que el pozo del infierno era frío y sin amor.
Rook me lo había contado mientras esperábamos a que llegaran la policía y los
bomberos, y recuerdo perfectamente haber sonreído, recordando las veces que
mi padre subía el termostato de nuestra casa porque no soportaba pasar frío.
—¿Por qué estás en el suelo?
Abro los ojos y veo a Rook sin nada más que una toalla blanca alrededor de la
cintura. Tiene el cabello mojado y le cae por la frente, gotitas de agua le caen
sobre el pecho.
Mi cuerpo estaba cansado, mentalmente agotado por todo lo que acabábamos
de soportar las últimas horas. Del incendio a la policía, al hospital después. Pero
de alguna manera, mis piernas encuentran la fuerza para levantarse y avanzar
hacia él.
Su piel tiene ampollas rojas. Seguro que se ha dejado caer bajo el chorro de agua
caliente hasta que se ha enfriado. Le acaricio el omóplato con los dedos, con
tristeza en los ojos.
—Rook —murmuro,
—No Sage —Me interrumpe, tensando la mandíbula—. Estoy sosteniendo mi
promesa por un hilo aquí.
—Lo que le ha pasado a Silas esta noche no ha sido culpa tuya —le digo de todos
modos, aunque él no quiera oírlo.
Enfadado por mis palabras, pasa a mi lado, caminando hacia nuestra cama para
pasar la noche, y se deja caer en el borde del colchón. Con un suspiro, deja caer
la cabeza entre los hombros, mirando al suelo.
Sé que no está enfadado conmigo. La verdad es que no. Está enfadado consigo
mismo porque siente que si alguien hubiera podido detener esto, habría sido él.
—¿Entonces de quién fue la culpa? ¿Hmm? —gruñe, la emoción ahogando su
garganta. Rook había sido tan fuerte en el hospital. Se mantuvo firme incluso
cuando la madre de Silas, Zoe, rompió a llorar en sus brazos.
La abrazó con fuerza, con la columna rígida y la mandíbula tensa en la sala de
espera del hospital. Por primera vez desde que le conocía, había sido capaz de
eliminar toda la emoción de sí mismo. La emoción que le impulsa había
desaparecido.
Sabía que en algún momento tendría que derrumbarse. Sólo podía ser fuerte
durante un tiempo. Y cuando vio cómo metían a su mejor amigo en una
ambulancia para llevarlo a un centro, pude ver la grieta en sus ojos.
Esto le había destrozado.
—Sabía que no estaba bien —Aprieta los dedos contra su pecho—. Lo sabía,
joder, y no hice nada. Es mi mejor amigo, Sage, y casi dejo que se mate.
Sus dedos se convierten en duros puños, los golpea contra su pecho
repetidamente. Persiguiendo el alivio que produce hacerse daño.
Me arrodillo entre sus piernas, le agarro las muñecas, odio verle así.
Mi dios del fuego.
El que arde tan brillante y tan feroz, se apagaba por segundos.
—Rook, mírame —susurro—, mírame —repito hasta que por fin levanta sus ojos
llorosos hacia los míos.
No hay fuego del infierno dentro de ellos en este momento. Sólo un brillante tono
de avellana. No hay Diablo, no hay Lucifer. Sólo un hombre con el alma rota que
no sabe cómo arreglarla.
—Esquizofrenia —digo—: Es de quién es la culpa. Ni tuya, ni mía, ni de nadie.
Silas está enfermo y sólo necesita ayuda. No había nada que pudieras haber
hecho para evitar que dejara su medicina.
Intento racionalizar con él. Hacerle ver que esta era la enfermedad que vivía
dentro de Silas. Una contra la que se había cansado demasiado para luchar.
Pero debería haber sabido que eso sería imposible, no cuando la herida estaba
tan fresca.
Todo lo que podía hacer ahora era mantener la presión y esperar que no se
desangrara antes de poder suturarlo.
—Necesito hacerme daño, FT. —Se atraganta—. Necesito el dolor. Joder, lo
necesito tanto ahora mismo. Alguien tiene que hacerme pagar por esto. Ve a
buscar a Thatcher. Llama a Alistair. Quién sea. Por favor, nena, necesito que me
duela.
Me sentía como si me hubieran envuelto en alambre de púas, que se tensaba
lentamente a mí alrededor cuanto más hablaba. No había forma de escapar sin
cortarme en pedazos. No podía dejar que se hiciera daño. No podía dejar que
saliera de esta habitación al sótano de Thatcher y que se cortara.
Estaba indecisa entre dejar que otra persona le hiciera daño, dejar que se hiciera
daño a sí mismo o tomarme la justicia por mi mano. Pero la idea de causarle
angustia física o mental me revolvía las tripas.
Bajo las manos y las apoyo en sus muslos, me chupo los labios secos y acerco
mí frente a la suya, nuestras narices se tocan. El aroma de su loción para
después del afeitado, una mezcla de humo y menta, me invade la cabeza. Mis
ojos recorren su cara, rastreando las gotas de agua que la toalla no ha captado.
Se vuelve hacia mí, la proximidad entre nuestros cuerpos se reduce a escasos
centímetros, y de repente el aire es abrasador. Como si inhalar solo inundara
tus pulmones de humo, un calor que te quemaría desde dentro hacia fuera.
Mis manos suben y se deslizan bajo la toalla. Mis dedos se acercan a su
entrepierna y le oigo aspirar entre dientes.
—¿Qué estás haciendo? —gime, y el sonido hace chisporrotear una chispa
dentro de mi vientre.
—Lo único que sé que puedo hacer por ti ahora mismo —murmuro—. Confía en
mí.
Esas palabras me ponen nerviosa. Pedirle que haga eso, sabiendo todo lo que
habíamos pasado.
Le rodeo su polla semierecta con los dedos. El calor de su cuerpo en la ducha
me calienta la mano. El corazón se me sube a la garganta al sentir cómo se
endurece entre mis dedos.
—Esto es lo contrario de lo que necesito ahora —Inhala bruscamente cuando mi
pulgar pasa por la punta—. Mierda —Sisea de placer.
No podía hacerle daño. No de la forma que él quería, pero sabía que necesitaba
algo que lo tranquilizara, algo para hacerlo pisar tierra. Sólo quiero ser lo que
necesita en este momento. Tal vez sea mi forma de compensarle por todas las
veces que no estuve ahí antes.
Rápidamente levanto la toalla, dejando su polla al aire, y me pongo de rodillas
para estar más cómoda entre sus piernas. Me acerco el miembro palpitante a
los labios, dejando que mi lengua gire alrededor de las bolas plateadas que
perforan la parte superior. Recorro su patrón repetidamente hasta que sé que
se siente miserable por las burlas.
Se me encogen los dedos de los pies cuando me mete las manos por detrás del
cabello, agarrándome con ambas un mechón. Puedo sentir la pasión en su
agarre. Me irradia desde el cráneo hasta los dedos de los pies.
—Sage... —Me dice en un tono de advertencia, puedo sentir como intenta
presionar mi cabeza hacia abajo, puedo sentir lo mal que se le antoja toda mi
garganta. Quiere llenarla y estirarla hasta que me ahogue.
Pero eso no va a ocurrir esta noche, aunque lo deseo desesperadamente.
Me alejo ligeramente, retirando la lengua. Agarro con fuerza su polla. Tanteo el
terreno para ver cuánto puede aguantar antes que gima en una retorcida mezcla
de incomodidad y placer.
—Sólo recibes lo que yo te doy, ¿entendido? —le digo, levantando la vista para
que pueda verme a los ojos. Hay un vórtice agitándose detrás de esos ojos,
girando tan rápido y tan caliente que me tragaría entera si se lo permitiera. Sabía
que si íbamos a hacerlo, sería según mis reglas. Tomaría su control por el
momento.
Por mucho que me gustara arrodillarme a sus pies, renunciar a mi control en
aras del placer, había algo poderoso en estar al mando.
—¿Qué...?
Giro mi muñeca, apretando bruscamente: —¿Quieres hacer daño? Entonces
hagámoslo bajo mis condiciones.
No tiene oportunidad de responder porque me meto la punta de su polla en la
boca, jugando con las bolas de su piercing. Me burlo de él durante otro doloroso
instante, antes de bajar más por su polla y meterme más en la boca.
Siento las venas abultadas haciéndome cosquillas en la garganta mientras mis
manos y mi lengua trabajan al unísono. Trabajo a un ritmo rápido que hace
girar la habitación. Sus gemidos me provocan oleadas de necesidad por todo el
cuerpo.
Se me desencaja la mandíbula y me lo meto hasta el fondo en la garganta, con
la nariz presionada contra su pubis mientras me esfuerzo por respirar. Lucho
contra las ganas de toser, pero disfruto de la sensación. Esforzándome por darle
lo que quiere. Lo que necesita.
Tengo hambre en la boca del estómago. Un deseo de demostrar algo. De hacerle
comprender. Continúo subiendo y bajando, acelerando el ritmo justo cuando mi
mano libre toca sus pesadas bolas, haciéndolas rodar alrededor de mis dedos
antes de apretarlas.
—Mierda —maldice—. Sage, voy a...
Sabía que ésta sería la parte difícil. Porque cuando miro hacia arriba, él se ve
tan malditamente hermoso mientras persigue su liberación, la forma en que su
cabeza cae hacia atrás y las venas de su cuello sobresalen de la piel. Su
mandíbula tensa hace que toda mi alma tiemble de excitación. No dejaba de
asombrarme lo guapo que era Rook Van Doren.
Me duele físicamente hacer lo que necesito, pero lo hago de todos modos. Chupo
la punta con demasiada fuerza antes de dejar de tocarla por completo. Me aparto
de su polla con un sonoro chasquido.
Me paso la lengua por el labio inferior, sintiendo lo hinchado que está.
—¿Pero qué...? —Me mira con las cejas fruncidas, frustrado por su orgasmo
perdido.
La punta de mi dedo tira deliberadamente de los piercings. Sé que debe
resultarle al menos incómodo, pero con su tolerancia al dolor, probablemente
apenas le moleste.
—Esto no fue culpa tuya. Nada de esto fue culpa tuya. No hay nada más que
pudieras haber hecho, Rook —le digo—. ¿Me entiendes?
—Maldita sea, Sage, esta no es la conversación que quiero cuando mi polla está
en tus manos —Intenta empujar hacia mí, sus caderas se sacuden, aun
necesitando correrse.
De repente, el aire es abrasador. Como si inhalar sólo inundara mis pulmones
de humo, un calor que me quemaría desde dentro hacia fuera. Mi aliento se
detuvo, atrapado en mis pulmones.
Tiro del metal un poco más fuerte: —Dime que lo entiendes. Dime que sabes que
no fue culpa tuya y te dejaré correrte.
Una oleada de poder me cala hasta los huesos. Le haría ver la verdad, la verdad
que siempre había tenido delante. Que se estaba castigando a sí mismo por
cosas que no eran culpa suya como una forma de lidiar con el dolor que le
habían causado.
En lugar de culpar al mundo como el resto de nosotros, Rook siempre se eligió
a sí mismo.
—Joder —dice, bajando la cabeza para mirarme.
Su pecho sube y baja repetidamente. Veo la arraigada fragilidad que siempre
supe que tenía. La que tanto intenta sofocar y matar de hambre hasta que
muere. Ahora mismo, es un trozo de cristal quebradizo. Si lo apretara
demasiado, podría romperse en mi agarre, astillándome con los bordes
dentados.
Y la cosa es que yo se lo permitiría.
Me cortaría los dedos hasta dejarme las palmas en carne viva para recoger los
trozos rotos. Sólo para poder ayudarle a recomponerlo todo. Haría cualquier
cosa por él, aunque tuviera que hacerme daño.
Era mi dios del fuego.
Y vivo para arder por él.
—¿Quieres correrte, Rook? —Levanto una ceja, acercándome peligrosamente a
la punta de su polla.
Siento cómo se sacude. —Sí, nena, por favor. Necesito... —Suelta un gemido que
hace vibrar todo su cuerpo—. Por favor, déjame correrme.
—Lo haré —murmuro—. Quiero hacer que te corras, cariño. Dime la verdad.
Dime que lo sabes.
Toda mi vida había tenido ese peso aplastante de la soledad sobre mi alma.
Soporté años de soledad, a pesar de estar rodeada de gente. El peso de estar
sola, de no tener más que a mí misma para confiar, me mantuvo bajo el agua
durante tanto tiempo.
Casi había olvidado lo que era respirar.
Ese era el poder que la soledad tenía sobre una persona. Te hace desesperar por
el contacto humano, por un alma a la que aferrarte.
Y aquí, con él, sé lo que se siente al respirar. Por primera vez, sé lo que se siente
al ser deseada. Todo lo que quiero es inhalarlo. No respirar nada más que a él
en mis pulmones hasta que sea lo único que me quede.
—Es... —Aprieta los dientes—. Sé que no es culpa mía. Sé que nada de esto fue
culpa mía.
—Bien, buen chico —ronroneo, sonriendo un poco por las palabras que he
usado, y vuelvo a acercar mi boca a su polla.
Muevo la mano arriba y abajo mientras succiono la punta y muevo la lengua.
Me agarra con fuerza por detrás de la cabeza y noto cómo sus caderas se
introducen en mi boca, forzándome la garganta.
Volvemos a encontrar el ritmo y no tarda en gemir con fuerza, mientras trago
todo lo que me da. El sabor ligeramente salado se desliza por mi garganta y no
hace nada por calmar el hambre que siento por él.
Me aparto, jadeando, mientras me limpio la saliva de la boca con el dorso de la
mano y vuelvo a sentarme sobre el respaldo de mis piernas. Viéndole descender
de su momento de clímax.
Cuando me mira a los ojos, la parte izquierda de su boca se inclina ligeramente.
—Me toca a mí, pero como dijiste —dice—, vas a tener que confiar en mí.
La toalla cae al suelo y lo miro, admirando las curvas y los pliegues de su cuerpo.
Cuando se inclina hacia mí, dejo que me ayude a levantarme del suelo. Solo
para que Rook me haga girar y me presione contra la cama, con el culo colgando
del borde.
Puedo sentir sus dedos recorriendo mi columna vertebral a través del material
de mi camisa. Presiono mi rostro en el fresco material del edredón, necesitando
un alivio del calor que recorre mis venas.
—Quítate los pantalones. Necesito ir a buscar algo, pero déjate las bragas.
Quiero quitártelas yo —murmura, dejándome un beso en la nuca antes de
dirigirse al baño.
—¿Estás empezando una colección de mi ropa interior, Van Doren? —pregunto,
refiriéndome a las bragas que me faltan de la vez en el teatro, mientras me quito
los pantalones, pateándolos por la habitación cuando ya no están en mis
piernas.
—Tal vez.
Me gustaba la idea que estuviera tan obsesionado conmigo como yo con él.
Quería que comiéramos, durmiéramos y respiráramos el uno por el otro. La
pareja que se volvió inherentemente molesta con lo locos que estábamos el uno
por el otro.
Quería estar vergonzosamente enamorada de él el resto de mi vida.
Cuando vuelve, estoy en la misma posición en la que me dejó. Colgando del
borde de la cama, con el culo al aire hacia él.
Su mano se desliza por el hueso de mi cadera, acercándome a su cuerpo. Sus
dedos juegan con el material de mis bragas antes de quitármelas.
—¿Confías en mí, Sage? —me pregunta, el tono bajo de su voz retumba muy
dentro de mí.
—Siempre —murmuro, necesitándole de todas las formas en que se puede
necesitar a una persona.
—Bien. —Su mano roza la parte interior de mi muslo, haciéndome abrir más las
piernas para él—. Pero después, todo el mundo sabrá que eres mía. Ponderosa
Springs, el destino, no habrá duda de a quién perteneces, FT.
Mi mente se acelera, intentando averiguar qué significa esto para mí, pero de
repente todo se queda en blanco. Porque el placer me lame el cerebro cuando
sus dedos se sumergen entre mis piernas.
Me separa los labios con los dedos, mientras los suyos rodean mi clítoris con
cuidado, deliberados pero suaves. Gimo y muevo las caderas contra sus caricias,
pidiéndole que me dé más. Estoy tan necesitada. Lo deseo tanto que podría
llorar. Necesito que me llene hasta que no haya nada más que Rook.
Dejo que juegue conmigo, que se burle de mí, que extienda mis jugos hasta
convertirme en un desastre. Todo mi cuerpo está al límite, necesita un
empujoncito para caer en un charco de euforia eléctrica.
—Rook, por favor —le ruego, con la voz entrecortada.
—Lo sé nena, lo sé.
Es entonces cuando introduce dos dedos en mi interior y mis paredes se
estrechan al instante. Agradezco la intrusión mientras balanceo las caderas
contra él, impetuosa y desesperada.
Mis uñas desgarran la sábana que tengo debajo, mi aliento atrapado en los
pulmones. No hay sentimiento como este. Ningún sentimiento como él.
Mi cuerpo tiembla mientras él entra y sale de mí, alcanzando ese punto que sólo
él puede alcanzar. Mente, cuerpo, alma, todo se puso a mil por hora.
—Me aprietas tanto, ojalá pudiera sentir esto en mi polla, nena —gruñe—. Te
vas a correr pronto, ¿verdad? Sí, puedo sentirte cada vez más mojada, tus
caderas se mueven más rápido, estás tan cerca.
Gimo, largo y quebrado, —Sí, Rook. Joder, sí.
Mi corazón podría dar un vuelco ante la prisa de esto.
Estoy tan cerca, justo ahí, cuando retira los dedos. Creo que es su forma de
devolverme lo que le hice antes, pero siento sus labios en el borde de mi oreja.
—Recuerda, sólo dolerá unos instantes, luego serás mía para siempre —gruñe.
Es entonces cuando lo siento.
Un intenso y repentino destello de calor me abrasa la piel de la parte de atrás
de la cadera. Suelto un grito gutural y entierro el rostro en el colchón mientras
él mantiene el calor pegado a mi cuerpo antes de retirarlo cuando termina.
El aire frío hace que la quemadura se intensifique. Me estaba marcando con
algo, pero lo sentí hasta dentro de mi alma.
Justo cuando el dolor ya era demasiado, sus dedos volvieron a mi centro. Se
hundieron profundamente en mi canal, donde continuaron al mismo ritmo que
antes. Su dedo acosando mi punto G repetidamente hasta que estoy de vuelta
en el borde.
Como por arte de magia, me saca el orgasmo del cuerpo.
—Córrete por todos mis dedos, nena. Sé mi chica buena, sé buena para
mí —susurra, bombeando dentro de mí con más fuerza hasta que me tiemblan
las piernas.
Todo se siente tan intenso.
El escozor contrasta directamente con las oleadas de placer que hacen vibrar mi
cuerpo. No puedo concentrarme en uno u otro por lo bien que se mezclan. Eso
es lo que Rook y yo siempre hemos sido.
Una mezcla constante de dolor y placer. Nunca podríamos tener uno sin el otro,
porque sin el dolor nunca entenderíamos lo bien que se siente la dicha.
—Eso es, dulzura, eso es. Déjate llevar —Su voz me hace cosquillas mientras
hunde su cara en mi cuello y me da cálidos besos en la piel.
La réplica de mi clímax me hace temblar y noto el dolor agudo de lo que sea que
haya hecho. Mi cuerpo y mi alma estaban tan agotados que ni siquiera
importaba.
Siento que abandona mi cuerpo por un instante, para volver segundos después.
Siento la fría toallita presionando mi piel, haciéndome sisear.
—Joder, eso duele —murmuro, girándome para mirarle por encima del hombro
con los ojos medio entornados—. ¿Qué me has hecho?
Baja la mirada hacia su obra, algo parecido al orgullo nadando dentro de sus
ojos. Luego toma la pieza de un Zippo roto. Es sólo la tapa de latón del
encendedor y puedo ver sus iniciales grabadas en ella.
—La mayoría de la gente lo llamaría una marca —murmura—. Pero es más que
eso.
Algo se aferra a mi pecho y acelera mi corazón en llamas. El amor que siento por
él me corroe por dentro.
—Somos nosotros.
Nuestras miradas se cruzan y, aunque estoy a punto de desmayarme de
cansancio, no me pierdo cómo se enciende el fuego de sus ojos, la llama
constante que arde otra vez en su interior.
Encendida nuevamente y lista para arder eternamente.
—Sí, nena. Somos nosotros.
Ódiame pero hazlo sagradamente
Rook
Rook,
Si estás leyendo esto, Frank está muerto, y yo he seguido su ejemplo.
Sólo llevo una frase y ya es ñoña. Ni siquiera quería dejar una nota. Pensé que mi
suicidio sería bastante sencillo.
Me siento miserable sin ella, y saber que su asesino está bajo tierra ha calmado
algo en mí, pero no me parece suficiente.
No dejé una nota para nadie más que para ti, y necesito decirte por qué.
En primer lugar, eres el único que le cae bien a mis padres. Nunca lo dirían en voz
alta porque adoran y apoyan mis amistades. Mi padre todavía no ha perdonado
a Alistair por hacer un agujero en la pared de yeso, y a mi madre Thatcher le pone
los pelos de punta (sus palabras, no las mías).
Pero les gustas, y sé que cuando me vaya, estarás ahí para ellos. Me gustaría que
les recordaras que hicieron todo bien.
Me dieron amor. Un hogar. Una vida.
Hicieron todo lo que pudieron para ayudarme con mi esquizofrenia, y se lo
agradezco. Diles que los quiero, y que esta decisión no fue tomada egoístamente.
Creo sinceramente que florecerán sin mí. Después que hagan el duelo y empiecen
a dejarme marchar, sentirán que se les quita el peso de mi enfermedad mental.
Se acabaron los médicos, los medicamentos programados y las preocupaciones
constantes. Serán libres.
Igual que yo.
No tienes que hacerlo, pero sé que vigilarás a Levi y Caleb. Sólo asegúrate que no
se metan en demasiada mierda, y si lo hacen, enséñales cómo no ser atrapados
la próxima vez.
Thatcher y Alistair no recibieron una carta porque sabían que esto ocurriría, y creo
que ya se habían preparado para ello.
Lo intentaste todo para negártelo a ti mismo. Para evitarlo.
No recibieron una carta porque, aunque llorarán y sufrirán por mi pérdida, no se
culparán a sí mismos.
No como tú.
Por eso tenías que ser tú, porque quiero, necesito que sepas que esto no fue culpa
tuya.
No fue culpa tuya que yo tuviera esquizofrenia, no fue culpa tuya que Rose
muriera, y sé que lucharás contra ello, pero no podías haber hecho nada para
evitarlo.
Hiciste todo lo que pudiste y, aunque era más que suficiente, nunca iba a serlo.
No te castigues por mi muerte. Eras una de las únicas cosas por las que merecía
la pena vivir, y si me jodes mi recuerdo con tu culpa, te patearé el culo.
Tienes que saber que estoy en paz. Que soy feliz. Soy libre, Rook, y estoy con ella.
Y un día, cuando tengas más de noventa años, yo también volveré a estar contigo.
No te pierdas tratando de buscar el por qué, sobre todo después de haber escrito
toda esta ñoñeria.
Nunca pierdas el fuego.
Nos vemos en el Styx.
-Silas
Releo la carta una vez más, agradecido de no tener que seguir nunca nada de lo
que contiene.
Enciendo mi Zippo y dirijo la llama naranja hacia el papel, observando cómo se
aferra al fino material y empieza a devorar los bordes.
Se quema rápido, incluso más rápido cuando la tiro en la papelera al lado de mi
cama.
Una semana.
Ese es el tiempo que Silas ha estado fuera. Todavía vivo, pero todavía se ha ido.
Me había negado a que su familia lo enviara a las instalaciones de Monarch
después de lo que Sage me había contado sobre aquel lugar, y habían accedido
con entusiasmo a enviarlo a algún lugar cerca de Portland. No para alejarlo de
la humillación de Ponderosa Springs, sino para asegurarme que recibía los
cuidados que se merecía.
No estábamos seguros de cuánto tardaría Silas en recuperarse de su psicosis ni
de cuánto tiempo necesitaría estar hospitalizado. Podían ser unas semanas,
unos meses o un año. Lo único que sabíamos era que estábamos dispuestos a
estar a su lado hasta que recibiera la ayuda que necesitaba.
Los médicos tenían la esperanza de que, con terapia cognitiva y un nuevo
conjunto de medicamentos, volvería a ser el de antes en poco tiempo, pero
siempre cabía la posibilidad de que se perdiera en las alucinaciones y delirios
que asolan su mente.
Intento no pensar demasiado en eso.
Cuando el fuego se apaga y de la carta no quedan más que escombros y cenizas,
tomo la chaqueta de la cama y bajo los escalones.
Mi padre está sentado a la mesa, con unos cuantos papeles esparcidos delante
de él y un vaso de whisky a su izquierda.
El sonido de mis pies atrae su atención hacia mi presencia.
—¿Adónde vas? —me pregunta, el tono de su voz me dice que tiene ganas de
desahogarse.
—Fuera —gruño.
—Si te hago una pregunta, Rook, espero una respuesta real. No una de
listillo —Empuja la silla de su lugar en la mesa, encontrándose conmigo en
medio de mi camino hacia la puerta.
—Voy al funeral de Frank, a presentar mis respetos, a llorar a los muertos, a
cumplir con mi deber cristiano.
—No le faltes el respeto a Dios en esta casa, hijo. No cuando sé lo que hiciste, lo
que sigues haciendo.
—No voy a quedarme aquí sentado escuchando tus idioteces de
santurrón —murmuro, esquivando su cuerpo para poder irme sin pelear, pero
parece que eso es lo que le apetece hoy.
—Te quedarás aquí todo el tiempo que yo quiera —Me agarra de la camisa y me
acerca a él para que pueda oler el licor de su aliento.
Podría dejar que me pegara. Podría dejar que me hiciera daño por no haber
hecho algo antes con Silas. Podría quedarme aquí y dejar que descargara su
dolor en mi cuerpo y siguiera siendo el chivo expiatorio de la muerte de nuestra
madre.
Por un momento, quiero hacerlo. El ansia de sentir la aguda punzada del dolor
aún vive bajo la superficie de mi piel, esperando a ser expuesta.
Pero no lo hago. Porque ella me espera y le di mi palabra. Lucho contra ese
impulso porque quiero ser la persona que ella necesita. La persona a la que
acude cuando el mundo le hace daño, no al revés.
—Me cansé de dejar que me castigues por algo que fue un accidente —Envuelvo
mis manos alrededor de su muñeca, apretando dolorosamente mientras las
arranco del material de mi camisa—. No puedes jugar a ser Dios sólo porque
echas de menos a mamá.
La expresión de su cara sólo puede describirse como de asombro absoluto y
miedo. Sabe que le mataría en una pelea; sabe lo que me ha estado haciendo
todos estos años, lo que le he dejado hacer sin consecuencias.
—¿Un accidente? Si te hubieras comportado, sólo esa vez, ¡ella todavía estaría
aquí! —Se burla—. Incluso de niño, no podías seguir las reglas, y así que te juro,
aprenderás disciplina en esta casa.
Levanta la mano para abofetearme.
—Será mejor que estés preparado para lo que suceda después que aterrices eso.
Sé que puedo aguantar un puñetazo tuyo, ¿estás seguro que podrías aguantar
que te devolviera el golpe? —le advierto—. O darles a mis amigos el permiso que
han estado esperando.
—No lo harías —escupe.
—Oh, lo haría —sonrío—. Y deberías saber que no les gustan los padres que
tratan a sus hijos como una mierda. Así que antes de pegarme otra vez,
pregúntate, ¿estás listo para responder por tus pecados, papá?
Esta vez, cuando paso junto a él, me deja ir, parado en su propio miedo al
castigo.
Había pensado en lo que pasaría si él cambiara, si yo pudiera perdonarle todos
los malos tratos que me ha infligido a lo largo de los años. Creo que llevaría
tiempo, pero lo haría porque se lo había permitido durante demasiado tiempo.
Casi le había dado permiso para hacerlo. Se lo había permitido.
Pero los tigres no cambian de rayas, no de la noche a la mañana, y ese sería un
puente que cruzaría si algún día se construyera.
Cuando la puerta se cierra detrás de mí, lo dejo todo allí.
Porque hay algo mucho más importante que requiere mi atención.
Sage está apoyada en el capó de su auto, con los brazos cruzados y unas gafas
de sol negras en la nariz. Una falda se ciñe a su cintura, mostrando sus bonitas
piernas, que me encanta sentir cómo me aprietan cuando estoy enterrado dentro
de ella.
Se me hace agua la boca al ver sus labios pintados de rojo brillante.
Una manzana envenenada.
Tengo unas ganas irrefrenables de comérselos a besos. De dejárselo untado en
la barbilla por mi beso, por todas las obscenidades que me encantaría hacerle
en esa boca recubierta de veneno.
Así que eso es lo que hago porque ya tengo un bajo control de mis impulsos, y
cerca de ella, parece absoluto.
Presiono mis labios contra los suyos, sin preocuparme por la mancha que dejará
en mi propia piel. La bebo como si fuera aire, sintiendo cómo cobra vida bajo mi
contacto. Mi fuego del infierno y mi agua bendita. A veces es dulce y a veces
podría quemar el mundo.
Y me encanta despertarme sin saber cuál me tocaría.
Mis manos caen bajo su falda, masajeando con los pulgares antes de moverlos
suavemente hacia arriba, mis dedos rozando la piel levantada justo encima de
su nalga izquierda. El orgullo me invade.
—¿Cómo se está curando esto? —murmuro, alejándome lo suficiente para
dejarla responder.
Se me encogen los dedos de los pies al saber que ha quedado marcada por mí
de más formas que físicamente.
Mis iniciales están marcadas en la parte superior de su culo, tal y como le dije
que haría. Lleva la delicada tipografía gótica como una joya reluciente, y cada
vez que la veo se me llenan las entrañas de emoción.
—Bien. Aún me duele un poco, pero me gusta —Me muerde el labio inferior,
tirando de él juguetonamente.
—¿Sí? Te gusta un poco de dolor, ¿verdad, FT? —Sonrío, mirándola por debajo
de la nariz, extendiendo una de mis manos hacia arriba para empujar las gafas
y apoyarlas en la parte superior de su cabeza para poder ver sus ojos.
—Sólo cuando sepa que lo lamerás mejor.
Siempre había pensado que enamorarme de Sage era el peor error de mi vida.
Que me debilitaría. Que apagaría la llama que siempre había ardido dentro de
mí.
Pero ella es oxígeno, me alimenta constantemente, para bien o para mal. Ella
me construyó más alto, me hizo arder más caliente, me dio fuerza.
Había pasado por un infierno -habíamos pasado por un infierno-, pero lo
agradecía. Porque nunca había sido capaz de reconocer su gracia, nunca había
sabido lo que era el pecado.
Nunca sabes realmente lo dañado que estás hasta que intentas amar a alguien.
Sus ojos brillan de un azul intenso que me hace ladear la cabeza.
—¿En qué estás pensando? —pregunto, prácticamente viendo las ruedas de su
mente girar.
—Tus ojos —murmura—. Fue lo primero que noté cuando volví aquí. Parecían
tan vacíos, pero ahora son diferentes. Menos vacíos.
—Esa es la cosa, nena —Le acomodo un mechón de cabello detrás de la oreja—
. Cuando terminamos, me recordaste lo vacío que estoy. Lo malditamente vacío
que siempre he estado. Lo único que me llena eres tú, y se nota.
Es verdad.
Todo.
—¿Qué tal ha ido? —me pregunta rodeándome la cintura con los brazos.
—No estoy sangrando, así que es un comienzo —me río—. Aunque no estoy
preocupado por mí. ¿Estás lista para esto?
Levanta las manos para juguetear suavemente con sus dedos mi cabello.
—Me jode que vaya a ser enterrado junto a mi hermana, pero creo que estoy
preparada para todo contigo a mi lado.
Una sonrisa se dibuja en sus mejillas, se inclina hacia mí y sus labios rozan los
míos.
—Mi dios del fuego.
—Dios del fuego, ¿eh?
—Sip —tararea, sonriéndome tras sus largas pestañas—. Siempre listo para
arder. Tan brillante. Si pasa algo, sé que estarás ahí para pasarme la cerilla.
El collar de oro que lleva brilla al sol.
—Siempre estaré ahí. Siempre. Pase lo que pase, siempre me tendrás.
—¿Porque decidiste quedarte conmigo? —susurra.
Tenemos montañas por delante, cosas que están fuera de nuestro control, y
aunque nos hayamos ocupado de todo por nuestra parte, hay gente ahí fuera
que sabe de nosotros. Que saben que vamos tras ellos.
No tardarán en enviar más obstáculos para detenernos. Para intentar
destrozarnos. Ya no somos los cazadores; pronto nos convertiremos en la presa.
Pero estamos preparados para lo que venga.
Aunque no vinieran por nosotros, nos aseguraríamos que las familias de esas
chicas desaparecidas obtuvieran respuestas. Por muy desagradable que fuera,
nos aseguraríamos que las personas adecuadas se enteraran de lo que estaba
ocurriendo aquí y pudieran detenerlo. Incluso si eso significaba acabar con
nosotros mismos en el proceso.
Fue una pequeña victoria. Acabar con la vida de la persona que había metido a
Rose en este lío, pero no era el final. No con todo lo que sabíamos ahora. Había
demasiadas vidas en juego y aunque nunca me había considerado un héroe, era
un ser humano decente, a pesar de mi reputación.
Trajeran el infierno que trajeran, nosotros siempre traíamos más. No hay nadie
que pueda superarnos. No cuando habíamos nacido de él, ni cuando vivíamos
en él.
Haría cualquier cosa para proteger a mi familia. No importa lo jodidos y
disfuncionales que sean, son míos. Y no hay nada que no haría por ellos.
Y joder, sé que Sage y yo nos juntamos en un huracán de decisiones precipitadas
y desorden lujurioso, pero lo que hemos encontrado debajo de todo ese dolor,
todas las mentiras, todas las verdades, era algo real.
Es un amor que sería pintado en una luz espantosa, y los susurros hablarían
de lo pecaminoso que era, la narrativa deletreada simplemente como el hijo
malvado de Satanás corrompiendo al ángel más querido de Ponderosa Springs.
Dirían que entré en su habitación por la noche y me la llevé a mi reino de
condenación eterna, reteniéndola aquí para siempre.
Nuestra historia sería de villanos mientras viviéramos aquí.
Pero no saben lo que hicimos.
No saben que ella es algo más que un ángel endeble.
Es una fuerza capaz de destruir todo lo que se interponga en su camino. Un
fénix que renace de sus cenizas.
La Lilith de mi Lucifer.
Por la que quemaría todo el maldito planeta.
En la opaca oscuridad, encontramos un amor que nunca pudo contenerse.
Así que para algunos, nuestro amor sería visto como impío, un acto contra Dios
mismo, pero ¿para nosotros?
Es más.
Es nuestro.
Ella tenía razón. Mañana los pájaros cantarán, y seguirán haciéndolo mientras
estemos juntos.
—Porque eres lo único digno de conservar.
Llama eterna
Sage
Miro el agujero excavado en la tierra húmeda, lleno de un ataúd marrón castaño
y cubierto de una fina capa de flores.
Pensé que era una pérdida de dinero enterrar a una persona que ya había sido
incinerada gratuitamente, pero en su testamento estaba escrito que iba a ser
enterrado en la parcela que ya había comprado hacía años.
Los funerales son un lugar donde se supone que debes sentir emociones. Me
había sentido rota y vacía en el de Rosemary, con tanta tristeza dentro de mí
que apenas podía respirar.
Pero hoy, no siento nada.
Es otro viernes en Ponderosa Springs.
Quizá porque mi padre había muerto para mí mucho antes de dejar de respirar.
Había matado todo lo que le unía hacía mucho tiempo, probablemente antes de
descubrir el trato que había hecho.
Hoy, la gente ha llorado a un hombre al que creían un héroe. Uno que había
muerto tras quedarse dormido mientras cocinaba.
Hoy ha perdido el malo. Dos de ellos.
Pero para la ciudad, fue un trágico accidente, que el detective Finn Breck había
tratado valientemente de evitar, pero había quedado atrapado entre las llamas
mientras intentaba salvar a mi padre. O al menos, eso es lo que le dije a la policía
cuando aparecieron.
Le dije exactamente lo que me había dicho Rook, que mi padre había invitado a
Finn junto con Cain, que no había podido venir, y que había recibido una alerta
en mi teléfono del sistema de seguridad de la casa que se había detectado un
incendio.
Condujimos tan rápido como pudimos, pero cuando llegamos, la casa estaba
envuelta en llamas. No podíamos hacer nada.
Me preocupaba lo que pudiera mostrar una autopsia, pero al parecer el doctor
Howard Discil, el funerario de nuestra ciudad, les debía un favor a los chicos.
Nunca se informó de traumatismo por objeto contundente o heridas de arma
blanca.
Se me humedecieron los ojos con lágrimas de cocodrilo y sollocé como si fuera
a ganar el Oscar a la mejor película.
Hoy no he actuado, he mantenido una mirada pasiva durante todo el servicio
mientras Rook permanecía a mi lado, tomándome de la mano. Para los demás,
era un novio comprensivo, que se mantenía firme junto a una chica en estado
de shock. Para ellos, yo lo había perdido todo.
Mi madre, mi padre, mi hermana.
Todos se habían ido; podían entender mi entumecimiento. Yo era la chica a la
que no le quedaba nada.
Pero estaban equivocados.
Rook no me tomo de la mano para apoyarme.
Yo sostuve la suya.
Porque me sentí bien al pararme frente a toda la gente que lo había condenado
y reclamarlo como mío. Cada pedazo roto y retorcido. Era mío.
Y sí, lo había perdido todo. Pero había ganado mucho más.
—¿Estás bien?
Miro a Briar y a Lyra, veo una amistad que había necesitado desesperadamente
durante tanto tiempo. Dos personas que habían estado a mi lado, que me
apoyaban. Una de las cuales había apuñalado a un hombre en el cuello. Si eso
no era una prueba de lealtad, no estaba segura de lo que era.
Asiento con la cabeza. —¿Tú estás bien?
Lyra no se había apuntado a nada de esto, y sin embargo ahora tenía las manos
manchadas de sangre, viviendo para siempre con el hecho de que había quitado
una vida para proteger a la gente que le importaba.
—Apenas pestañeé —murmura, mordiéndose el interior de la mejilla—. Ni
siquiera lo pensé antes de hacerlo. Simplemente...
—Hiciste lo que tenías que hacer —La tranquilizo, frunciendo las cejas—. No
tienes que disculparte por hacer lo necesario para sobrevivir, Lyra.
—No lo lamento. No es algo que lamente. Sólo me sorprendió... —Ella toma
aire—. Lo fácil que fue.
Lyra siempre se había representado a sí misma como la tímida nerd de los bichos
que disfrutaba de su vida de invisibilidad. Era un fantasma y, para los demás,
eso era todo. Flotando alrededor, revoloteando, mezclándose.
Pero empezaba a deducir que eso era sólo lo que ella quería que la gente
pensara.
—No puedo creer que Pierson ni siquiera te lo haya agradecido —resopla Briar,
cruzando los brazos delante del pecho—. Lo entiendo, está un poco jodido de la
cabeza, pero no es difícil decir: 'Oye, gracias por salvarme la vida'.
—Es Thatcher. No tiene ninguna emoción. Habría sido raro si hubiera dado las
gracias —digo riéndome, viviendo un extraño momento de felicidad a pesar de
estar sobre la tumba de mi padre.
—Las tiene —dice Lyra, meciéndose un poco sobre los talones—. La muerte tiene
corazón cuando se lleva a los que sufren o a los que son malos. Si la muerte
tiene emociones, entonces él también.
Se hace un momento de silencio.
—Bueno, sigue siendo un idiota —murmura Briar por lo bajo, y todas hacemos
algo que nos resulta tan extraño pero tan bueno.
Nos reímos.
Es extraño que una de mis únicas risas reales ocurra mientras estoy de pie
sobre la tumba de mi padre. Pero así es nuestra amistad.
Felicidad incluso en los momentos de oscuridad.
Hago girar la flor entre mis dedos, la que se supone que debo dejar caer dentro
de su tumba, pero en lugar de eso, camino unos pasos hacia la derecha,
parándome frente a la tumba de Rose, mirando su lápida. Arrastro los dedos por
la parte superior y suspiro.
A pesar de todo, lo único que había permanecido constante era mi deseo de que
Rosie estuviera aquí. Había tantas cosas que quería decirle, tantas cosas que
nunca llegué a decirle. Lyra tenía razón: la muerte puede ser misericordiosa,
pero también fría.
Se lleva a los que no estamos dispuestos a perder sin compasión.
Con delicadeza, deposito la rosa blanca sobre su lápida porque la otra tumba no
se la merece.
Unos dedos se entrelazan con los míos, y no me molesto en apartarme porque
conozco ese tacto. Nuestra piel se funde como la arcilla, moldeándose en una
pieza de arte cohesiva.
—Rose sabía que te gustaba —le digo, girándome para mirar la atractiva cara
de Rook.
—¿Le hablaste de nosotros? —Sus cejas se fruncen, y el dolor golpea mis
entrañas.
—No, yo nunca... —Me muerdo el labio inferior—. Nunca tuve la oportunidad de
decírselo. Pensé que tendría más tiempo.
Odio haber pensado que tenía más tiempo. Que nunca supiera lo que sentía por
él. El hombre que había devuelto a la vida a la vieja Sage y dado sentido a una
nueva.
—Pero ella sabía que yo te gustaba. Después de ese día en donde Tilly, dijo que
no muestras interés en cosas que no te provocaran. Creo que lo supo antes que
nosotros —Miro su lápida—. Era buena sabiendo lo que la gente necesitaba
antes que ellos mismos se dieran cuenta.
—Sí, lo era —murmura, dándome un fuerte apretón en la mano.
Nos quedamos allí de pie y puedo sentir cómo la recuerda, igual que yo. Nos
regodeamos en su recuerdo, dejando que su luz nos cubra en un segundo de
felicidad. Sé que no estaría enfadada conmigo por lo que le pasó a Silas, pero sí
sé que querría que estuviera a su lado.
Cosa que pienso hacer, pase lo que pase.
Silas Hawthorne no morirá como un hombre triste.
Ella no habría querido que estuviera solo el resto de su vida, y por muy perfectos
que fueran juntos, sabía que había alguien ahí fuera que podría amarlo, igual
que lo había hecho Rosie. Me aseguraría que, pasara lo que pasara, se cumpliera
su deseo.
Que pase lo que pase, aunque sea sin ella, será feliz.
—¿Qué pasa con todas esas chicas desaparecidas, Rook? No podemos
quedarnos aquí sentados con todo lo que sabemos y no hacer nada. Van a seguir
llevándoselas. Chicas como Rose, robadas de sus vidas —respiro, imaginando
cuántas familias no podrán encontrar la paz hasta que encuentren a sus hijas.
—Vamos a hacer algo. Sólo tenemos que averiguar en quién podemos confiar,
FT. Cuando lo hagamos, diremos todo lo que sabemos.
—Pero qué pasa con...
—Incluso si eso significa que nos atrapen por lo que hicimos. No dejaremos que
se salgan con la suya. Te lo prometo —me dice, y sus ojos arden con la única
verdad que jamás necesitaré.
Confiaba en él. Pasara lo que pasara, confiaba en él.
—Cuando estemos muertos, ¿podemos ser enterrados juntos? —pregunto.
Una expresión de asombro recorre sus facciones.
—¿Planeas morir pronto?
Me río. —No, pero cuando eso pase, ¿nos pueden enterrar juntos con las manos
así? —Levanto nuestras palmas unidas en el aire.
—Aunque me encantaría sentirme en un ataúd, me van a incinerar, Friki del
Teatro.
Por supuesto que quiere irse ardiendo.
Sin embargo, no lo tendría de otra forma.
—Bueno, entonces quiero que estemos juntos. Cómo se encarguen de mi
después de morir no importa, sólo que no quiero estar sola —Le miro, atrapando
las brasas de sus ojos con el corazón—. Lo que más lamento es saber que Rosie
murió sola. Vinimos juntas al mundo y lo dejamos por separado. No quiero estar
sola.
Se lleva nuestras manos a la boca y me da un beso abrasador en la punta de los
dedos.
—Nunca volverás a estar sola. Jamás. Nuestras cenizas se unirán —Me acerca
haciendo palanca con su agarre, y puedo oler su aroma ahumado en mi
lengua—. Así, no importa dónde resucitemos de ellas, lo haremos juntos. Puede
que el destino no me haya elegido para llevar la marca de tu alma, pero me
aseguraré de que sepa que en esta vida y en todas las demás, siempre seré tuyo.
Siempre lo he sido.
En algún lugar, puedo oír a Shakespeare llorando porque hemos desafiado sus
probabilidades. Somos los amantes cruzados que estaban condenados desde el
principio, y aquí estamos.
Mano a mano.
Todos los poetas muertos que escribieron sobre el amor dulce y suave gritan de
disgusto ante nuestra versión enferma y retorcida de la emoción.
Pero somos nosotros.
Y nosotros somos la llama eterna.
Para siempre.
Dentro de la mente de un asesino
Thatcher
Mi padre me escribe cartas.
Relatos articulados y bien estructurados de cómo son sus días. Cómo
transcurren y a qué dedica el tiempo libre. A veces, da la sensación que sólo está
pasando unas vacaciones superficiales varado en una isla.
Así de regular es la conversación.
Si alguien las tomara y siguiera su escritura cursiva hasta la última línea, nunca
sospecharía que está encerrado en una caja de hormigón esperando su momento
en el corredor de la muerte.
Así de normal es. Lo normal que siempre ha sido.
¿Cuándo aprenderá la sociedad que los monstruos del mundo no son los que
tienen dientes amarillos y garras afiladas? ¿Cuántos documentales tendremos
que ver hasta que veamos la verdad, hasta que nos veamos como realmente
somos?
Somos los líderes del mundo libre. Tu vecina que organiza barbacoas de verano,
maridos con familia, políticos, médicos.
No vivimos debajo de tu cama ni en tu armario, eso es demasiado fácil. No es lo
bastante complejo para nosotros.
No, estamos a la luz del día en nuestras casas, a la intemperie. Examinando sus
vidas, aprendiendo cada día cómo camaleonearnos para convertirnos en lo que
consideran una “buena persona”. La clase de persona en la que confíen, la
persona a la que dejan entrar en casa a tomar café, la persona de la que menos
esperan que los asesine despiadadamente en el suelo de su habitación.
Cuanto más tarde la humanidad en comprender estas cosas, más ventaja
tendremos sobre ellos.
La tierra cede bajo el peso de mí caminar. El barro tiñe los laterales de mis
zapatos derby Dior, y ya estoy pensando en tirarlos en cuanto pueda quitármelos
de los pies.
No me gusta contaminarme. El desorden y la suciedad me repugnan
físicamente.
Vivo para la limpieza. Organización. Estructura.
Sábanas blancas de satén, manta blanca que se blanquea los domingos
exactamente a las diez de la mañana. Un entrenamiento estricto que tiene lugar
todos los días justo antes del amanecer. El mismo desayuno, la misma rutina,
una agenda inquebrantable de la que nunca me salgo.
Mi vida es una serie de momentos hábilmente diseñados. Todo lo que hago, todo
lo que digo, tiene un objetivo.
¿Por qué perder tiempo, aliento y dinero en algo que no lo es?
Muy a mi pesar, vadeo entre los árboles de todos modos. Porque hay algo que
necesito... diseccionar.
Percibo una brisa de verano que me roza la cara, una pizca de aroma floral que
se ve invadida por el almizclado aroma del pino. Son cosas que noto pero no
siento. No como la mayoría de la gente.
El bosque comienza a abrirse, el mausoleo fechado atrapa el sol. Toda esa gente
está olvidada, pudriéndose dentro. Es una pena que nunca sacaran los cuerpos.
Justo al otro lado de la puerta de la macabra estructura, veo lo que he venido a
buscar.
Está arrodillada en el suelo mojado, con unas pequeñas botas de lluvia amarillas
asomando por debajo. Ese horrible gorro de pescador que lleva adorna la parte
superior de su cabeza, haciendo un trabajo terrible en la contención de esos
rizos desobedientes que muy claramente no mantiene.
Lyra Abbott me da náuseas.
Siempre anda por ahí con la ropa sucia, los dedos pegajosos por esas cerezas
que devora por docenas, y tiene esa extraña fijación con los insectos que me
pone enfermo. Todo lo que hace, todo lo que es, me contrarresta.
Ella es sodio y yo soy potasio.
Ella es hidróxido de amonio, y yo soy ácido acético.
Verla vivir tan orgullosa con sus hábitos mugrientos y sus intereses
contaminados me da ganas de ahogarme en lejía. Frotarme los ojos con ella
hasta que no pueda verla. Hasta que la borre por completo de mí.
No me gusta cómo me mira y cómo cada vez me hace sentir mancillado.
La forma en que se puso a mi lado mientras la sangre de Finn brotaba de su
yugular me inquietó, empapándome de ese líquido espeso, decadente y carmesí
que tanto me gusta. Podría haber disfrutado de ese momento si no hubiera visto
la expresión de su rostro.
La gente no debería tener ese tipo de reacción después de matar a alguien.
Debería haber entrado en shock, llorado, desmayado.
Ella no.
No, Lyra parecía aliviada. El placer brillaba en su rostro y una sensación de
calma descendía sobre sus hombros. Disfrutó matándolo y creo que, si tuviera
la oportunidad, volvería a hacerlo. Fue esa expresión la que me hizo necesitar
respuestas.
Había hecho un trabajo bastante bueno ignorándola descaradamente, incluso
cuando podía detectarla cerca de mí, sentir su mirada en mi piel. Ahora tengo
demasiada curiosidad para ignorarla.
¿Podría estar al otro lado de mi espectro?
¿Podría mi padre haber creado otra versión de mí con el atroz crimen que había
cometido contra su madre?
Yo era un psicópata nato. Ya lo sabía. Lo había aceptado hacía mucho tiempo.
Pero ella, ¿podría contrarrestarlo?
La sociópata creada.
Naturaleza frente a crianza.
¿Haber estado abandonada durante todo un día junto al cuerpo sin vida y
manchado de sangre de su madre la había convertido en algún tipo de anomalía?
¿Nos había conectado mi padre sin saberlo a través de su horripilante afición?
Una rama cruje bajo mis pies y ella se gira para investigar el sonido.
Su cuerpo se congela y sonrío fríamente.
Todos estamos a seis minutos de la muerte cada vez que nos despertamos.
Respirar reinicia ese reloj.
Yo soy las manos que lo detienen.
—Creo que es hora de que por fin tengamos una charla, mi querida fantasma.

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