(ISN) Watashi No Shiawase Na Kekkon Volumen 2

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Watashi No Shiawase Na Kekkon

Ilusion Shuri Novels X Frikigami


Watashi No Shiawase Na Kekkon

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Watashi No Shiawase Na Kekkon

PRÓLOGO
La dura luz del sol le golpeaba, abrasándole la piel.

La capital imperial, atestada de grandes y modernos edificios, ya era suficientemente sofocante.


Pero cuando miró la neblina de calor que se desprendía del pavimento, se sintió aún más asqueado
por el clima.

Con la camisa sudada pegada incómodamente a la piel, Arata volvió la mirada hacia delante.

Una sombrilla blanca… ¿Es ella?

Delante de él había una joven que sostenía una sombrilla, envuelta en un veraniego kimono con un
bonito estampado de flores rosas con flecos sobre su fresca tela blanca y azul. Por su rostro
extremadamente pálido, que parecía que iba a derrumbarse en cualquier momento, Arata supo
que era la persona que estaba buscando.

Dicho esto, no tenía ningún asunto particular con ella en ese instante;

Simplemente quería echar un vistazo a la chica -Miyo Saimori- de la que tanto había oído hablar.

No tenía mucho sentido investigarla, ya que no importaba qué clase de persona fuera, eso no
cambiaba sus planes en absoluto. Era un simple acto de curiosidad, nada más.

Después de tanta anticipación. Pero mientras tenga mi misión, con eso me basta.

Lo importante era la propia humana que poseía el Don. Eso y el deber encomendado a él y a su
familia, su ferviente deseo.

En lugar de plantearse qué clase de persona era esta Miyo Saimori, esperaba que su personalidad
no resultase una molestia, y simplemente venía a confirmarlo por sí mismo.

En cualquier caso… Yo diría que tiene un aspecto bastante normal. Sencilla, incluso. Aunque algo
sombría.

Un poco más y parecería un fantasma. Había oído que su compromiso con el jefe de la familia
Kudou había empezado a transformarla, tanto interna como externamente, pero no veía signos de
ello.

Suspiró abatido. De repente, la mujer perdió el equilibrio mientras caminaba en su dirección.

Iba a caerse.

A pesar de su fría apatía, Arata extendió los brazos con desgana.

–Alto ahí.

Sonaba totalmente desvergonzado mientras fingía coincidencia.

Ahora desplomada en sus brazos, la mujer no traicionaba su primera impresión: era bastante
esbelta y ligera. No era de extrañar que su resistencia se agotara con sólo estar de pie bajo el sol
abrasador.

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–¡Mis disculpas!

Se inclinó, encogiéndose de miedo, lo que hizo que Arata la mirara con lástima. Mientras la
observaba, sintió una ligera compasión y una extraña satisfacción por proteger a aquella mujer en
el futuro.

Dada su fragilidad, sin duda necesitaba protección.

Aunque, después de todo, parecía tener una personalidad adusta y miserable.

–Está bien, por favor, levante la cabeza.

En cualquier caso, todo estaba ya en marcha.

Él la absorbería, se la arrebataría, y luego finalmente encontraría valor en sí mismo.

Arata esbozó una sonrisa exenta de malevolencia y la miró fijamente a los ojos.

El amplio salón estaba completamente silencioso.

El interior de la habitación, decorada con adornos, casi no tenía muebles, salvo un futón colocado
en medio del suelo. Allí, tumbado bajo las sábanas, había un anciano.

–Horrible. Una verdadera monstruosidad.

Murmuró el hombre con veneno, mirando con sus ojos demacrados y hundidos. Sin embargo, su
cuerpo se había marchitado como un árbol moribundo, por lo que el único sonido que escapaba
débilmente de sus labios equivalía a poco más que un suspiro.

Era venerado como el hombre más exaltado del imperio y, hasta hacía poco, siempre le
acompañaba un enjambre de gente. Que ahora se sintiera tan solo era una cruel ironía.

–Majestad, ¿puedo pasar?

De repente, una voz le llamó desde fuera de la habitación. Tras un brusco “sí”, la puerta corredera
se abrió y un refinado joven entró en silencio.

El anciano volvió a girar los ojos y miró fijamente a su visitante.

Vestido con un traje de tres piezas bien ajustado, el hombre de pelo castaño era un poco difícil de
tratar, pero un peón necesario para los planes actuales del anciano.

–¿De qué se trata?

–Le solicito humildemente su aprobación respecto al incidente en cuestión.

El hombre ahora recordaba. Había puesto a este peón en espera por el momento.

Desenterró los recuerdos, que últimamente se le escapaban con frecuencia, hasta que por fin
encontró la razón por la que el joven había acudido a él.

–Ya veo.

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Respondió sin rodeos al visitante que se inclinaba junto a su cama.

Pronto terminarían los preparativos. Sólo un poco más, un poco más hasta que pudiera erradicar
todas sus preocupaciones e inquietudes.

–Por favor, Majestad, le pido su aprobación. Simplemente no puedo esperar más. Las cosas deben
estar donde deben estar. Por favor, concédanos la oportunidad de cumplir nuestro ferviente deseo.

–Cuida tus palabras. Dices demasiado.

–…Mis disculpas.

Fue una débil reprimenda, pero fue más que suficiente para calmar a su impertinente joven
invitado.

Aunque su cuerpo se había marchitado, la autoridad con la que el hombre había nacido aún
permanecía sana y vigorosa.

–Las cosas empezarán a moverse pronto. Yo también autorizaré tus acciones.

Mientras hablaba, el hombre rechinaba los dientes de humillación y frustración.

¿Por qué tenía que ocuparse de cachorros y chicas? Normalmente, se resistía a que gente tan
intrascendente le forzara a esta confusión emocional.

Detestable. Atroz. Odioso.

Sin embargo, si se daba por vencido aquí, todo sería en vano.

Todo esto era para que su sangre se transmitiera a las generaciones venideras.

Para que nadie pudiera amenazarle. Para dejar atrás las instituciones que había mantenido fuertes.
Las amenazas serían eliminadas.

–No malinterpretes tu oportunidad.

–…Entendido. Entonces comenzaré nuestra operación como estaba previsto.

El joven hizo una reverencia y salió de la habitación con pasos silenciosos.

El silencio se apoderó de nuevo de la sala con suelo de tatami.

El hombre pensó en el futuro. Incluso cuando cerraba los ojos, ya no podía verlo.

Desde luego, ni una sola vez los dioses le habían mostrado el futuro de sus descendientes.

Precisamente por eso necesitaba hacer sus propios movimientos, para poder apoderarse del
futuro que imaginaba.

El hombre hizo sonar la campanilla que había junto a su cama y un chambelán asomó la cabeza en
la habitación.

–¿Me llamaba, Majestad?

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–…Llevar a los fantasmas del Cementerio al campo. Independientemente de cuántos vivan o


mueran.

–Entendido.

El chambelán aceptó solemnemente las órdenes del hombre, sin mostrar ni un atisbo de emoción
en su rostro.

–Aplastaré ese Don, pase lo que pase… No sería necesario en el país sobre el que su hijo iba a
reinar.

Bajando lentamente los párpados, el hombre cayó en un profundo sueño.

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CAPÍTULO 1: Pesadillas y sombras inquietantes


Durante el verano, las cosas se calentaban en cuanto pasaba la mañana.

El aire, antes refrescante, se calentaba y las temperaturas se disparaban, trayendo en un abrir y


cerrar de ojos un tiempo sofocante y empapado de sudor.

Terminando de lavar la ropa, Miyo Saimori suspiró a la sombra, agotada.

Parece que hoy va a ser otro día abrasador.

En las afueras de la ciudad había una pequeña casa, en la que Miyo vivía de forma poco auspiciosa
con su prometido, Kiyoka Kudou.

Tranquila y poco sofisticada, la casa estaba rodeada de serenidad natural.

Aunque la abrasadora luz del sol no era tan dura aquí como en la ciudad, en pleno verano seguía
siendo agotador.

En medio del calor, Miyo oyó el silbido de algo que cortaba con fuerza el aire desde el jardín
delantero.

Cuando fue detrás de la casa para comprobar el origen del ruido, encontró a Kiyoka practicando
con una espada de madera.

Su suave cabello ondulaba mientras blandía el arma. Sus ojos azulados se entrecerraban con
intensidad, y sus movimientos eran tan gráciles que parecerían hermosos incluso a un aficionado.
El señor de la casa tenía unos rasgos prácticamente impecables: gracia femenina mezclada con
galantería masculina.

Nunca descuidaba su práctica, ni siquiera en días como estos, cuando no estaba de servicio.

Oh no, no puedo estar perdiendo el tiempo así. Debería terminar pronto.

Sonrojada por el calor o por su propia vergüenza, Miyo se cubrió las mejillas con ambas manos y
regresó al interior por el momento.

Cuando volvió a entrar en el jardín, llevando una toalla de mano cuidadosamente doblada y agua
fría, Kiyoka acababa de detenerse para tomarse un descanso.

–Aquí tienes, Kiyoka.

–Oh, gracias.

Sus mejillas se encendieron ante su amable sonrisa.

Kiyoka era abrumadoramente hermosa. Por eso su pecho latía con fuerza cada vez que él le
sonreía. Nada podía ser peor para su corazón.

–Miyo, tienes la cara roja. ¿Estás bien?

–¡Ah!

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Miyo retrocedió instintivamente medio paso cuando él la miró.

Pero Kiyoka, sin importarle su reacción, le llevó la mano a la frente.

–No pareces tener fiebre.

–Sí, estoy bien. Perfectamente bien.

–¿De verdad?

Retiró la mano, y la tensión que había estado manteniendo en su cuerpo se drenó con alivio. Su
pulso, sin embargo, todavía latía en sus oídos.

–Voy a lavarme. Descansa si no te encuentras bien.

–Lo haré.

Al ver cómo Kiyoka desaparecía dentro de la casa, Miyo soltó un suspiro.

Últimamente las cosas se repetían una y otra vez. Incluso hace unos días… ¡Puedo pensar en esto
más tarde!

Casi sonrojada de nuevo al recordarlo, Miyo volvió a recoger los utensilios de la lavandería hecha
una furia.

Unos minutos después, un invitado apareció en su puerta.

–Disculpe.

De pie en la entrada había una mujer vestida con un atuendo ligeramente incongruente con la
austera casa.

–Encantada de conocerte. Tú debes de ser Miyo. Soy Hazuki Kudou, la hermana mayor de Kiyoka.

La mujer -Hazuki- se había acercado corriendo a Miyo con ojos brillantes en cuanto vio a su futura
cuñada. A Miyo le pilló desprevenida.

–Encantada de conocerte…. Todavía abrumada por la presencia de Hazuki, Miyo se las arregló para
devolverle el saludo.

La mujer que decía ser la hermana de Kiyoka era hermosa y daba una impresión alegre y brillante.

Aunque sus rasgos se parecían a los de Kiyoka en algunas partes, su comportamiento general era
gentil y femenino. Era alta para ser mujer, con el pelo castaño suelto que le caía hasta los hombros.
Debajo de su vestido vaporoso sobresalían unas piernas de porcelana que parecían no haber visto
nunca el sol. Podría haber sido una de esas “chicas modernas”.

Aunque parecía ligera de ropa, la calidad de las prendas y los accesorios occidentales que llevaba
demostraban claramente su elevada posición social.

–Me alegro de volver a verla, señorita Hazuki.

Su criada, Yurie, entró en el vestíbulo para saludar a su invitada, radiante mientras hacía una
reverencia. Hazuki tomó la mano de la sirvienta entre las suyas y la estrechó con fuerza.

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–¡Yurie! Cuánto tiempo sin verte. ¿Cuántos años han pasado ya?

Me alegra ver que sigues bien.

–Gracias, señorita.

Allí de pie, atónita, a Miyo le preocupaba que un apretón de manos tan intenso pudiera arrancarle
el brazo a la pobre Yurie.

Pero cuando vio la cara sonriente y brillante de la criada, la preocupación le pareció innecesaria.

–Sinceramente… nunca cambias, ¿verdad, hermanita?.

Ya terminada de lavarse, Kiyoka apareció para saludar a su hermana con una mirada hosca.

–Oh, Kiyoka. ¿Qué, no trabajas duro?

–Fuera de servicio.

–Sinceramente. Estás tan hosco como siempre. Incluso después de haberte conseguido una
prometida tan adorable.

–Métete en tus asuntos.

A pesar de ser mayor que su hermano, Hazuki se mostraba juvenil mientras le hacía pucheros; la
chiquillería de sus ademanes era extrañamente apropiada.

–Bien, bien. Más importante, Miyo querida. Oh, ¿te parece bien sólo ‘Miyo’?.

–S-sí.

–Kiyoka me pidió que fuera tu maestra. ¿Eras consciente de ello?

–Umm… Ella sabía que tenían una invitada, por supuesto. La propia Miyo le había pedido a Kiyoka
una profesora, pero no había oído nada de que su tutora fuera la propia hermana de Kiyoka.

Todavía nerviosa, recordó brevemente los acontecimientos que minutos antes habían cruzado su
mente.

La disputa entre los Saimoris, los Tatsuishis y los Kudous se había resuelto por el momento, y la
tranquilidad había vuelto. Como antes, Miyo pasaba los días ocupándose de las tareas domésticas.

Siempre había anhelado una vida cotidiana tranquila y sin sobresaltos, así que no tenía
absolutamente nada de lo que quejarse. Era tan feliz que le aterraba.

Pero en algún rincón de su mente se filtraba la vaga ansiedad de que la situación actual no era
aceptable.

Su posición como esposa de Kiyoka significaba que su principal deber era cuidar de su hogar y
apoyar a su marido. Sabía que eso solo no bastaría.

Etiqueta perfecta, familiaridad con la ceremonia del té, los arreglos florales y el koto. El
conocimiento, las habilidades conversacionales y las formas de danza necesarias para las reuniones
sociales.

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Normalmente consideradas fundamentales para la educación de cualquier joven de sangre noble,


estas habilidades eran indispensables cuando se mezclaba con otras familias. Y Miyo no era una
excepción, ya que iba a casarse con el cabeza de familia de la excelsa familia Kudou.

Por eso, una noche, tras picotear lentamente durante toda la cena, dejó los palillos y se decidió a
abordar el tema.

–¿Quieres rehacer tu educación?

–Sí. ¿Es… un problema?.

Cuando hizo memoria, Miyo se dio cuenta de que durante un tiempo había sido educada como la
hija aristocrática de la familia Saimori. Pero su madrastra había interrumpido sus estudios muy
pronto, dejándola con conocimientos básicos.

Sin ninguna oportunidad de hacer uso de lo poco que había aprendido, sus habilidades acabaron
desapareciendo por completo de su memoria.

Kiyoka nunca mencionó este hecho. Pero como futura esposa, sabía que era inaceptable. No podía
dejar que la mimara para siempre.

–No es necesariamente un problema, pero… ¿estás decidida?

Kiyoka estaba ensimismado, con el ceño fruncido.

Pensó que probablemente estaba siendo considerado con la carga que supondría para ella. Ni las
gracias sociales ni la hospitalidad eran su fuerte, y era un poco torpe. Aunque no lo pedía a la
ligera, cabía la posibilidad de que fuera una responsabilidad mayor de lo que había imaginado y
afectara a su vida diaria.

Pero Miyo no podía echarse atrás ahora.

–Sí, lo haré. Encontraré mi propio tutor y no te causaré ningún problema, Kiyoka… Por favor.

–………… Miyo bajó la cabeza profundamente, y entonces sintió un suspiro que venía de arriba.

–Siempre haciendo reverencias contigo, ¿verdad? Además.

Sospechando que se había callado de repente, Miyo levantó la cabeza para encontrarlo mirándola
fijamente.

La punta de su dedo, ligeramente rígida y de tez clara, estaba estirada hacia la mejilla de ella.

–Estás un poco pálida. ¿No te estás esforzando ya bastante?.

–……!

Su cara se calentó de vergüenza. Nerviosa, negó con la cabeza.

–¡No me estoy esforzando demasiado! Estoy perfectamente sana.

–Bueno, con tu cara lo suficientemente roja como para sugerir fiebre, no me inclino a estar de
acuerdo.

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–¡¿Qué?! Es que…. Kiyoka se rió mientras Miyo se apresuraba a intentar explicarse.

No estaba acostumbrada a que se burlaran de ella. Aunque sólo sentía cariño por él, sus burlas la
molestaban un poco.

–K-Kiyoka…

–No me mires con tanto reproche. Perdóname… Supongo que está bien, entonces. Conozco a
alguien que podría ser un buen profesor. Me pondré en contacto y haré que venga aquí.

–¿Qué?

Miyo se sobresaltó al ver con qué ligereza su prometido había dicho que “haría que vinieran aquí”.

–No hace falta reservar. Sólo será emplear a alguien sin nada mejor que hacer.

–¿Sin nada mejor que hacer…?

En ese momento, él había abandonado el tema antes de que ella pudiera decir nada más. Miyo se
preguntó qué habría querido decir, pero…

…Nunca habría imaginado que sería… la hermana mayor de Kiyoka.

Miyo estaba prácticamente doblándose bajo el nerviosismo y la ansiedad que sentía hacia la
radiante mujer que tenía delante.

–Seguro que Kiyoka no te ha explicado nada, ¿verdad?.

–N-no…

–No te preocupes. Asumiré la responsabilidad de convertirte en una magnífica noble, ¿Bien?.

Declaró con una sonrisa, cerrando la mano en un puño.

Una vez zanjada la conversación, llevaron rápidamente a Hazuki al salón para servirle el té.

El criado que acompañaba a la hermana de Kiyoka entraba y salía de la casa descargando el


equipaje que había traído. Yurie también se retiró de la habitación en algún momento, dejando a
Miyo, Kiyoka y Hazuki solas.

–Bien, entonces me gustaría pasar al tema que nos ocupa. Miyo, quieres estudiar, ¿verdad?.

–Sí.

Miyo asintió ante la pregunta de Hazuki.

–Bueno, no solo conseguí graduarme en la escuela de chicas, sino que, como puedes suponer, he
tomado muchas clases desde que era joven, así que seguro que podré enseñarte lo básico… ¿Te
parece bien?.

Hazuki frunció el ceño con un poco de aprensión.

¿Te parece bien?

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Mientras Hazuki pudiera enseñarle, Miyo no tenía absolutamente nada de qué quejarse.

Cuando ella desvió brevemente los ojos hacia Kiyoka, él le devolvió la mirada en silencio. Por el
momento, no parecía dispuesto a decir ni pío.

Miyo se volvió directamente hacia Hazuki.

–No tengo ningún problema. ¿Por qué lo preguntas?.

–Bueno, ya he tenido un matrimonio que acabó en fracaso. Y tratar con tu cuñada tiene que ser
molesto, ¿no?.

Aunque había tardado en darse cuenta, ahora Miyo lo comprendía.

La hermana de Kiyoka se había presentado como Hazuki Kudou. A su edad, las hijas de familias
acomodadas no deberían ser solteras. Eso significaba que se había casado una vez y había vuelto
con su familia. Miyo se dio cuenta de que el comentario de Hazuki sobre las cuñadas provenía de
sus propias experiencias.

Miyo estaba consternada por haber formulado accidentalmente una pregunta insensible.

–Ese tipo de cosas… no me molestan en absoluto.

–¿De verdad? ¿Estás segura?

–Sí.

–¡Genial!

Hazuki esbozó una gran sonrisa y abrazó con entusiasmo a la otra mujer. Una fragancia ligeramente
dulce le hizo cosquillas en la nariz.

El repentino abrazo pilló a Miyo completamente por sorpresa.

–¡¿Eh?! U-um…

–¡Qué chica tan maravillosa! Kiyoka, ¿puedo llevármela a casa?

–Por supuesto que no.

Se cruzó de brazos indignado.

–No es divertido. Llevarla conmigo le permitiría centrarse de verdad en sus estudios.

–…No.

–Es justo, supongo. Después de todo, si me llevara a Miyo, te sentirías muy solo, ¿no?.

Parecía que el hermano menor no podía seguir el ritmo de las burlas de su hermana mayor.

A pesar de que frunció el ceño con fastidio, estaba claro que no estaba del todo enfadado. Ver esta
faceta tan poco común de él calentó el corazón de Miyo.

Pero me pregunto por qué… Involuntariamente, se llevó la mano al pecho.

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En lo más profundo de su pecho, sintió soplar un viento frío. Kiyoka era amable, como siempre.
También Hazuki, aunque era la primera vez que se veían. Sin embargo, Miyo se sentía sola. ¿Por
qué?

–¿Te pasa algo, Miyo?

Se dio cuenta de que Kiyoka la miraba fijamente. Hazuki también había ladeado la cabeza en señal
de confusión, lo que hizo que Miyo entrara en pánico.

–N-nada va mal en absoluto.

–¿De verdad? Si te sientes mal…

–No pasa nada. Estoy bien.

–No te esfuerces demasiado ahora, ¿De acuerdo?

Kiyoka se había preocupado mucho por la salud de Miyo últimamente. Aunque había varias
explicaciones posibles, quizá él ya lo sabía.

Pero todo eso significaba que no podía permitirse detenerse aquí. Quería desprenderse de sus
pocas cualidades inconvenientes y seguir adelante.

Después de insistir en que estaba bien, Kiyoka no insistió más.

Con Hazuki sonriendo también aliviada, volvieron al tema de los estudios de Miyo.

–Bueno, entonces creo que es importante tener una meta en mente, ¿no te parece?.

–¿Una meta?

Hazuki sacó varios libros de texto de su equipaje y los colocó frente a ella.

–Así es. Con un objetivo en mente, será más fácil aplicarse, ¿verdad? Las cosas no irán tan bien si
aspiras a algún tipo de ideal elevado.

Para Miyo tenía sentido cuando se planteaba así. Esforzarse por alcanzar una meta que se puede
lograr con un poco de esfuerzo le permitiría medir su progreso.

–Dentro de dos meses habrá una fiesta muy bonita. Kiyoka y yo estamos invitados, así que
podemos empezar por que asistas con nosotros.

–¿Qué?

El repentino giro sobresaltó a Miyo.

Nunca había asistido a ningún tipo de reunión social. Su etiqueta básica ya era dudosa, así que no
podía creer que estuviera preparada para asistir a una reunión en apenas dos meses.

Hazuki sonrió como si se diera cuenta de la preocupación de Miyo.

–No tienes por qué preocuparte. Conozco al organizador desde hace mucho tiempo y es alguien
con quien ambos nos sentimos cómodos. Y para ser sincera, la fiesta es una simple reunión.

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–Pero… Kiyoka intervino mientras Miyo se esforzaba por digerir la situación.

–No hace daño intentarlo, ¿verdad?.

–Pero… Kiyoka…

–De nada sirve estudiar si no puedes ponerlo en práctica, ¿verdad?.

Era una forma dura de decirlo, pero tenía toda la razón. Si no podía armarse de valor ahora, todos
sus esfuerzos serían inútiles.

Ella quería cambiar. Eso significaba que tenía que hacerlo.

–Entiendo… Por favor, permítame asistir a la fiesta también.

Miyo era consciente de la expresión rígida de su rostro. El solo hecho de decir que se uniría a la
reunión la ponía terriblemente nerviosa. Sentía como si el corazón le diera un vuelco en el pecho.

–Estarás bien. No voy a decirte que te pongas un vestido y empieces a bailar de la nada, ¿Bien? Los
dos lo haremos lo mejor que podamos hasta entonces, ¿entendido?.

–De acuerdo.

Hazuki fue amable. Aunque su locuacidad era totalmente distinta a la de Kiyoka, la generosidad
que mostraba era similar a la suya.

Estaba realmente agradecida a su prometido por haber llamado a su hermana para que le sirviera
de instructora.

Tras esbozar a grandes rasgos lo que iban a hacer en adelante, Hazuki dejó una montaña de libros
de texto para Miyo y se marchó a casa, a la residencia principal de los Kudou.

Aunque todos los libros estaban un poco descoloridos por la luz del sol, probablemente porque
Hazuki los había utilizado en la escuela de niñas, por lo demás estaban tan impolutos que parecía
difícil creer que hubieran pertenecido a otra persona. Miyo los contempló alegremente.

Kiyoka vio un brillo poco común en sus ojos y la observó con sentimientos encontrados.

…Sé que las cosas no pueden seguir así.

¿No iba siendo hora de que la obligara a dejar de estudiar?

A pesar de su preocupación, cuando vio la expresión de felicidad en la cara de Miyo, no pudo decir
ni una palabra.

Aquella noche, se despertó con una extraña sensación.

Un sentimiento con el que Kiyoka estaba muy familiarizado rezumaba, recorriendo la casa en
medio de la oscuridad, como la tinta que se lava en un charco de agua fresca.

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Otra vez no, pensó, pero le resultaba difícil ignorarlo.

Levantándose lentamente de su futón y procurando no hacer demasiado ruido, se plantó fuera de


la habitación que le habían proporcionado a su prometida.

Ahora que lo pensaba, había habido señales desde el principio. Desde que ella llegó a su casa. Pero
al principio, habían sido demasiado débiles incluso para que Kiyoka las detectara, así que él no las
había notado.

La presencia de habilidades sobrenaturales.

Como el olor de la pólvora después de disparar una pistola, la sensación que quedaba después de
usar habilidades sobrenaturales le rodeaba.

Su voz débilmente angustiada, demasiado familiar también, se filtró a través de la puerta


mosquitera.

……Miyo.

Kiyoka deslizó lentamente la mosquitera y entró.

La presencia de las habilidades sobrenaturales se hizo notablemente más densa. Un cosquilleo le


recorrió la piel, y la respiración se le entrecortó en la garganta como si se estuviera ahogando.

Acercándose lentamente al futón dispuesto en el centro de la habitación, se sentó a su lado.

–N-no… Para, por favor… No importaba cuántas veces viera a Miyo así, murmurando débilmente
con delirio, con el sudor goteándole por la frente, a Kiyoka le dolía el corazón.

–No pasa nada… Ya estás bien.

Rodeó con fuerza una mano de ella, helada a pesar de la calurosa noche de verano, y con la otra le
apartó el flequillo de la frente.

Kiyoka permaneció a su lado hasta que por fin oyó su respiración tranquila y sosegada.

Al amanecer, Miyo abrió los ojos sombríamente encima de su futón.

Su rostro estaba endurecido y rígido, con restos de sudor y lágrimas aún en sus mejillas.

Había tenido otra pesadilla.

Habían pasado varios meses desde que se trasladó aquí desde la finca Saimori.

La estación había pasado de la primavera al verano. Sin embargo, durante todo ese tiempo, Miyo
se había visto acosada por pesadillas noche tras noche.

Aunque había veces en las que recordaba todo lo que había ocurrido en sus sueños, había otras en
las que lo olvidaba todo inmediatamente.

Al principio, había parecido que la mayoría de sus visiones se referían a recuerdos amargos y
dolorosos de su estancia en casa de los Saimori, pero ahora había otras. En algunos sueños, un
grupo de personas que no conocía la menospreciaba, mientras que en otros, estaba encerrada en

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un espacio estrecho y oscuro. Había pesadillas en las que monstruos la perseguían, o visiones de
gente muriendo, así como…

—Sueños. Son sólo sueños… A veces, Kiyoka y Yurie también se le aparecían. Esas noches, le dolía
aún más el corazón.

Miyo estaba acostumbrada a despertarse llorando, pero también le aterrorizaban tanto sus
pesadillas que dudaba en irse a dormir. En consecuencia, no descansaba lo suficiente, hasta el
punto de que su estado físico empezaba a resentirse.

Su cuerpo, al que los cuidados y la preocupación de su prometido habían devuelto temporalmente


la salud, estaba de nuevo en declive.

…no puedo causarle problemas a Kiyoka.

Aún le quedaba mucho por hacer. No tenía tiempo para descansar ni para tumbarse en la cama.

Miyo se frotó brevemente la cara con las manos antes de vestirse como de costumbre y correr
hacia la cocina.

—Hasta luego.

—Que tengas un buen día.

Tras despedir a Kiyoka en la puerta, Miyo dejó escapar un profundo suspiro.

Por segundo día consecutivo, la temperatura había subido gradualmente a medida que avanzaba la
mañana. Junto con la humedad extra, el calor volvía el aire pegajoso y húmedo. En este ambiente,
no podía evitar sentir que su resistencia se agotaba rápidamente.

Fue un gesto casual, pero Yurie frunció ligeramente el ceño cuando la miró.

—Señorita Miyo, por favor, no se esfuerce. El calor del verano mina la energía del cuerpo… —Estoy
bien, se apresuró a afirmar Miyo, antes de volver a entrar.

Tanto Kiyoka como Yurie la vigilaban atentamente, y ambas eran muy perspicaces. Ella comprendía
mejor que nadie lo maravilloso que era tener a alguien preocupándose por ella, pero no podía
dejar que la mimaran eternamente.

Aunque tal vez no fuera suficiente, dormía algo cada noche, así que no creía que el tiempo fuera a
afectarla mucho. Sólo estaba un poco aletargada; eso era todo.

Si puedo soportarlo, estoy segura de que todo volverá a la normalidad.

Convenciéndose a sí misma, volvió a la cocina y terminó de fregar los platos.

No tendría ningún problema en calmarse mientras se ocupaba de las tareas domésticas que había
realizado durante muchos años. Las tareas estaban tan arraigadas en ella que su cuerpo
prácticamente se movía solo.

Cuando terminó de limpiar la cocina, pasó a la colada.

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El agua fría de la fuente era agradable en una mañana de verano. Mientras fregaba la ropa, el
líquido salpicaba el lavabo y parecía como si estuviera enjuagando su propia cabeza confusa y
distraída.

Una vez escurrida la humedad, Miyo colgó la ropa bien lavada en el tendedero para que se secara.
Aunque era una tarea cotidiana, siempre sentía una ligera sensación de logro una vez que todo se
había secado.

—…Uf

Estaba bien. Podía seguir adelante.

Comparado con lo que había hecho en su anterior residencia, esta cantidad de esfuerzo ni siquiera
se le habría pasado por la cabeza.

Golpeándose las mejillas con ambas manos, Miyo se animó una vez más.

Hazuki volvería más tarde para darle clases. Antes de que llegara, Miyo quería repasar algo del
libro que le habían prestado el día anterior.

—Um, Yurie. Voy a prepararme un poco para las clases en mi habitación, si no te importa.

—Sí, sí, por supuesto. Puedes dejarme la limpieza a mí.

Sosteniendo la bañera en brazos mientras volvía a la casa, Miyo llamó a la criada, y Yurie asintió
alegremente con la cabeza.

Aunque se sentía culpable por agobiar a Yurie, cogió uno de los libros de texto de su habitación.

Un estímulo para el hogar.

Un título extremadamente directo.

El contenido parecía centrarse en los aspectos básicos de las tareas domésticas. Comenzaba con un
largo y extenso tratado a lo largo de varias páginas sobre el significado de la frase buena esposa,
madre sabia, así como el deber de una como esposa y madre, y cómo mantener el hogar con su
marido.

Incluso los puntos más obvios estaban minuciosa y escrupulosamente expuestos, como si se
tratara de grabar las palabras en el cerebro del lector.

Oh, no… Cuanto más leía, más aumentaba su ansiedad.

Miyo quería convertirse en una esposa digna de Kiyoka. ¿Significaba eso ser una buena esposa,
una madre sabia? ¿O significaba convertirse en una dama sobresaliente que siempre estaba
preparando comida, ropa y otras necesidades para su marido?

Si ese era el caso, ¿en qué se diferenciaba de cómo eran ya las cosas?

La esposa aristocrática con la que Miyo estaba más familiarizada era su madrastra, Kanoko.
Pensando que necesitaba hacer tanto como Kanoko, había decidido pedirle a alguien que fuera su
tutor.

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La esposa ideal, una esposa digna de Kiyoka. Estas ambiguas ideas se aferraban a la mente de Miyo
como sombras borrosas e informes. Ahora lo único que le quedaba era la ansiedad por saber si ése
era el camino correcto, el que había elegido para sí misma.

Miyo dejó de pasar las páginas. El tiempo avanzaba mientras ella permanecía aturdida por la
incertidumbre.

Al cabo de un rato, Hazuki llegó como estaba previsto y la clase comenzó de inmediato.

—Bien, Miyo. ¿Con qué empezamos primero?

Hazuki estaba tan radiante como el día anterior.

A pesar del comportamiento alegre y hablador de la mujer, cuando Miyo se fijó bien, se dio cuenta
de que los gestos y el comportamiento de Hazuki eran igual de exquisitos.

Miyo no podía imaginar qué aspecto tendría ella después de conseguir imitar esos gestos a tiempo
para la fiesta.

Hazuki levantó una ceja mientras Miyo se hundía cada vez más.

—No tienes por qué poner esa cara. Por lo que he visto hasta ahora, creo que tu porte es más que
elegante.

—¿Eso crees…?

—Lo creo. Recibiste clases de etiqueta cuando eras joven, ¿verdad? Me pregunto si esos modales
fundamentales ya se han convertido en un hábito para ti.

Aunque la trataban como a una sirvienta, Miyo había cuidado su comportamiento y sus modales
para no mancillar el nombre de la familia Saimori. Las cosas que había aprendido estaban dando
sus frutos…

Cuando consideró que algo que había recogido durante aquellos días de penuria y crueldad era
ahora beneficioso para ella, se sintió a punto de echarse a llorar.

—Dejemos los arreglos florales y la ceremonia del té para más tarde, ya que estamos preparando
una fiesta. Kiyoka también dijo que tampoco necesitas lecciones de tareas domésticas…
Priorizaremos los modales y las habilidades de conversación, entonces. Dame un momento para
buscar algo, ¿Bien?.

Hazuki empezó a rebuscar en la pila de libros de texto del día anterior.

Sus movimientos parecían casi infantiles, totalmente opuestos al cómodo y pausado


amaneramiento de momentos antes, lo que ayudó a Miyo a ahogar las lágrimas.

—S-S-Señorita Hazuki…. En el instante en que Miyo se dirigió a ella, la mano de Hazuki se quedó
inmóvil, y se giró con los ojos muy abiertos, conmocionada.

—¿Qué ha sido eso?

—¿Eh?

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¿Había dicho algo extraño?

Hazuki se llevó suavemente la mano a la boca y aclaró su comentario a la desconcertada Miyo.

—Mi nombre. ¿Cómo acabas de llamarme?

—Oh, um… Te he llamado, señorita Hazuki….

—¡No, no, no!

Los hombros de Miyo temblaron de asombro ante su mordaz reprimenda.

—Oh, lo siento… No debería haber gritado así de la nada.

_No pasa nada.

—Joder, ya estoy otra vez…, dijo Hazuki, suspirando.

La repentina reprimenda sacudió a Miyo, recordándole su época anterior al encuentro con Kiyoka.

A juzgar por la reacción de Hazuki, parecía que Kiyoka le había hablado del trato que Miyo sufría en
su anterior hogar.

En todo caso, Miyo sintió pena por obligar a Hazuki a tener más cuidado con ella.

La otra mujer volvió a disculparse brevemente antes de intentar aligerar el ambiente, tomando las
manos de Miyo entre las suyas con una sonrisa.

—La cosa es, Miyo. Si te parece bien, me gustaría que me trataras como a tu hermana mayor.

—…¿Perdona?

La brusquedad de la petición tomó a Miyo totalmente desprevenida.

—Verás, siempre he querido tener una hermana pequeña tan linda como tú. Pero en lugar de eso,
me tocó un hermano pequeño, ¡y no es nada lindo! Es una tragedia, de verdad.

—Um…

—Miyo. Eres linda, tienes muy buenos modales, por qué, eres perfecta. Kiyoka nunca ha sido
divertido. Siempre lo consideré un mocoso testarudo, pero le reconozco el mérito de haber elegido
a una chica maravillosa como tú para ser su novia.

—…Ya veo.

Miyo no pudo articular palabra mientras Hazuki deliraba y sus ojos empezaban a brillar
lentamente.

—Quiero conocerte mejor. Al fin y al cabo, vamos a ser familia, ¿no? Deja que te mime; ¡apóyate
en mí todo lo que quieras! Kiyoka es hosco y taciturno, así que es difícil saber qué pasa por su
cabeza, pero estoy segura de que siente lo mismo.

—…Familia.

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—Así es, familia. Así que no hay necesidad de ninguna formalidad, ¿de acuerdo? Me encantaría
que me llamaras ‘hermana’. Por supuesto, no tienes que hacerlo si no quieres.

—¿Hermana…?

Hermana.

Miyo estaba segura de que esbozaría la misma sonrisa inocente e infantil de placer si la llamaba
así… Pero.

—Mi querida hermana.

Se quedaba helada cada vez que alguien la llamaba así. Le aterrorizaba.

Esa chica ya no estaba. Pero Miyo aún no podía evitar recordar.

No podía evitar recordar a su familia y a su única hermana pequeña.

Mientras una imagen de su hermana parpadeaba ante sus ojos, Miyo dudó en llamar a Hazuki por
el título que le había pedido.

—…¿Te parece bien que te llame Hazuki?.

Ante esto, la otra mujer sonrió y contestó: —Por supuesto.

Miyo se alegró de que Hazuki tuviera la consideración de ocultar por completo su decepción.

La estación de la Unidad Especial Antigrotesquerie. Una sección de la capital.

Kiyoka, como comandante de la unidad, volvía a centrarse únicamente en ocuparse del papeleo en
su despacho.

—Commaaander.

—¿Qué?

Kiyoka mantuvo los ojos fijos en su escritorio mientras respondía a la voz de su subordinado de
confianza, Godou, que asomaba la cabeza en el despacho.

—El general de división ha venido a verte.

—…Llega pronto.

Frunció el ceño al enterarse del visitante, que había llegado antes de lo previsto.

Sin embargo, su invitado era su superior directo, y un hombre extremadamente ocupado. No le


correspondía a Kiyoka quejarse.

Se apresuró a ir a la sala de recepción.

—Mis disculpas por el retraso, mayor general Ookaito, señor.

—No pasa nada. He llegado demasiado pronto. Siento haber interrumpido tu trabajo, Kiyoka.

—En absoluto.

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Sentado en el sofá de la sala de recepción, el gigantón vestido con uniforme militar esbozó una
sonrisa forzada. Dejaba una impresión un tanto grosera.

Masashi Ookaito. Era un oficial del Estado Mayor del Ejército Imperial con el rango de general de
división. A sus cuarenta años, era de los más jóvenes entre los principales actores de la capital,
pero como heredero de la familia Ookaito, conocida por producir muchos militares, se esperaba
que hiciera grandes cosas en el futuro.

Además, también ejercía el mando formal sobre la Unidad Especial Antigrotesquerie, a la que el
resto de los militares miraba con desdén.

—Hay algo de lo que quería hablarte antes de que nos dirijamos al Palacio Imperial.

—¿De qué se trata, señor?

Kiyoka se sentó frente a él y preguntó. Una mezcla de emociones pasó por el rostro de Ookaito
antes de responder sin rodeos.

—Ha habido un grave robo.

—…¿En serio, señor?

—Así es.

Kiyoka no pudo evitar reaccionar con algo más que el ceño fruncido.

—Creo que ese es un trabajo para la policía.

Deshacerse de los seres comúnmente denominados fantasmas caía en gran medida bajo la
jurisdicción de la Unidad Especial Anti-Grotesquerie.

Sorprendentemente, sin embargo, los cementerios no albergaban espíritus malévolos que


requirieran exterminio. El hecho de que hubiera tumbas significaba que los difuntos allí enterrados
habían recibido los servicios funerarios adecuados. Que desenterraran unas cuantas no causaría
mayores problemas.

Por supuesto, había casos atípicos en los que se habían producido problemas por el robo de
tumbas, así que Kiyoka sabía que aún tenía que pedir a su superior una explicación más detallada.

—Estoy al tanto. No es que haya pasado nada, en sí, pero…. La respuesta extrañamente ambigua
de Ookaito demostró que, efectivamente, estaba un poco perdido.

—Parece que han conseguido entrar en la Tierra Prohibida, a las afueras de la ciudad, añadió el
mayor general.

—…¿Perdón?

Incapaz de creer lo que oía, Kiyoka permaneció perplejo durante unos instantes.

Como su nombre indicaba, la Tierra Prohibida era una región fuera de la ciudad, lejos de los
asentamientos humanos, donde el acceso estaba estrictamente controlado. A primera vista, no
parecía más que un bosque, pero en realidad estaba bajo la jurisdicción del Ministerio de la Casa

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Imperial -es decir, el dominio de generaciones de emperadores y sus familias- y, como todos sus
secretos, su verdadero propósito no podía revelarse al público.

Si Ookaito se refería a esta zona, entonces por tumba debía de querer decir… —No, estás
bromeando.

—Hablo muy en serio. El Cementerio fue profanado.

—¡Hng!

Jadeó.

Sólo había un cementerio en la Tierra Prohibida. Era conocido como el Cementerio.

En pocas palabras, era un cementerio para los usuarios de regalos.

Las personas con el Don o la Visión Espiritual generalmente poseían una gran cantidad de poder
espiritual. Por eso, cuando fallecían, sus almas se volvían aún más fuertes, lo que significaba que
un servicio funerario normal no era suficiente para darles sepultura.

El Cementerio era donde los espíritus de esos usuarios de Regalos eran sellados.

Pero si había sido profanado, entonces… Muchos usuarios de dones perecían en batalla, resentidos
y guardando odio y angustia en sus corazones. Si sus fantasmas se despiertan de su letargo y son
liberados, hay muchas razones para preocuparse de que puedan dirigir su odio contra la población
en general.

Kiyoka se llevó la mano a la barbilla mientras sus pensamientos se agolpaban en su cabeza.

Los espectros no poseen razón ni intelecto. Si los espíritus liberados lograban salir de la Tierra
Prohibida, no se sabía qué clase de daño causarían.

Imagino que el Ministerio de la Casa Imperial está haciendo lo que puede… No sería fácil devolver
a los fantasmas fugitivos a la Tierra Prohibida y sellarlos de nuevo. Llevaría tiempo resolver el
problema, independientemente de cómo lo hicieran.

—¿Cuál es la situación? ¿Cuántos de los sellos fueron levantados?

—Aparentemente, los profesionales del Ministerio de la Casa Imperial lo tienen casi todo bajo
control. Dicho esto, no nos dan mucha información. Incluso cuando les preguntamos directamente,
se mostraron tímidos. Sinceramente, nos pone en un aprieto.

Ookaito suspiró, con expresión sombría. La noticia hizo que Kiyoka quisiera suspirar con él.

—En cualquier caso, si el Ministerio de la Casa Imperial está evitando el tema, debe de significar
que no han sido capaces de mantener bajo control todos los sellos que hay allí. No podemos dejar
que le pase nada a la ciudadanía, así que también nos mantendremos en guardia.

—Te lo agradezco.

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Kiyoka no era un fan de cómo el Ministerio de la Casa Imperial estaba manejando las cosas, pero
no había nada que pudiera hacer al respecto. Lo único que él y sus hombres podían hacer era rezar
para que les pidieran colaboración antes de que el público sufriera algún daño.

Con el dolor de cabeza fuera del camino, Ookaito se levantó del sofá.

—Muy bien, ¿estás listo para ir? Pensé que nos dirigiríamos al Palacio Imperial ahora.

—Sí, no habrá problema.

Saliendo de la estación como estaba previsto, Kiyoka subió al interior del automóvil del general de
división, donde uno de los subordinados de Ookaito iba al volante. Desde allí, los dos hombres se
dirigieron al Palacio Imperial, residencia del emperador.

No faltaron temas de conversación en el interior del coche durante el trayecto.

Aunque sus conversaciones casi siempre versaban sobre su trabajo, los dos hombres tenían tratos
tanto en su vida privada como en la pública, y disfrutaban de una relación estrecha y de confianza.
Como estaban tan ocupados que rara vez tenían ocasión de pasar un rato juntos, había muchas
cosas de las que ponerse al día.

—Kiyoka, he oído que estás prometido. ¿Cómo han ido las cosas?

—Nada digno de mención, la verdad, respondió evasivamente a la inevitable pregunta. Ookaito


continuó, imperturbable ante el rostro inexpresivo y el tono cortante del comandante.

—Teniendo en cuenta lo opuesto que has sido a sentar la cabeza, debes de llevarte muy bien con
ella, ¿eh?.

—…No estaba evitando el matrimonio a propósito, ya sabes.

Como cabeza de la familia Kudou, se vería obligado a casarse en algún momento, y nunca había
tenido problemas con ese hecho. Simplemente, nunca había encontrado una pareja adecuada.

En ese sentido, podía decir que se llevaba bien con Miyo.

—Aun así, debió de ser un momento duro, dado todo lo que pasó. Debes de ir muy en serio con
ella, ya que te quedaste a su lado después de todo.

—Ella no tuvo la culpa de nada.

—…Parece que lo que decías de que odiabas a las mujeres también estaba completamente
equivocado.

—Eres libre de pensar lo que quieras.

Ookaito se guardó discretamente una risita en la garganta tras la cortante respuesta.

Evidentemente, todos los detalles sobre el alboroto que había provocado el incendio de la casa de
los Saimori también habían llegado a oídos del mayor general.

Sintiendo de repente que le costaba respirar, Kiyoka se aclaró la garganta y aprovechó la


oportunidad para cambiar de tema.

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—¿Crees que Tatsuishi ya está allí?

—Sí. Parece que es inesperadamente diligente con su trabajo.

—No me sorprende, la verdad. Esa familia no puede permitirse perder más reputación.

Los verdaderos sentimientos de Kiyoka al respecto eran que sólo habría más problemas para él si
Tatsuishi no estaba.

Debido a los crímenes del anterior cabeza de familia, Minoru Tatsuishi, el papel de cabeza de
familia había pasado a su hijo mayor, Kazushi Tatsuishi.

Sin embargo, este Kazushi era un tipo un poco raro. Ni Kiyoka ni Ookaito esperaban realmente que
mantuviera la posición de su familia ahora que su reputación había caído tan bajo, pero
aparentemente estaba cumpliendo sin problemas su papel como sucesor de la familia. Manejaba
procedimientos complicados sin dificultad y se sometía de buen grado a las investigaciones
militares y policiales.

La mitad de los asuntos que trataban en el Palacio Imperial tenían que ver con él, y planeaban
reunirse cuando llegaran.

En poco tiempo, su automóvil atravesó la puerta del castillo perteneciente a la familia de mayor
alcurnia de todo el país.

Un foso se extendía alrededor de los vastos terrenos, y junto al camino de piedra se alzaban hileras
de verdes árboles, desde cerezos en flor hasta pinos. Había varias residencias diseminadas por el
terreno, cada una de las cuales albergaba a un miembro de la familia imperial, pero el grupo de
Kiyoka estaba visitando la mayor de ellas, situada en el centro exacto del recinto.

Tras aparcar el coche frente a la entrada, los dos hombres recorrieron el familiar camino que
conducía al interior de la residencia.

—Su otro acompañante le espera por aquí, por favor.

Su criado guía abrió la puerta corredera, y tras ella vieron a Kazushi Tatsuishi, que se les había
adelantado.

—Hola, Sr. Kudou, Sr. Ookaito.

El joven libertino, envuelto en un ostentoso kimono, les miró y esbozó una sonrisa dudosa.

—…Tatsuishi, ¿piensas presentarte así ante Su Excelencia?.

Kiyoka se apretó las sienes, sintiendo el comienzo de un dolor de cabeza.

Por desgracia, dado que los Tatsuishis eran ahora un clan subordinado de los Kudou, Kiyoka era
responsable de supervisarlos. No podía dejar escapar a Kazushi sin una severa reprimenda.

—No soy militar, y he oído que los usuarios de regalos eran todos así.

Kazushi respondió con indiferencia, sin mostrar deferencia alguna.

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Kiyoka admitió que lo que había dicho era cierto. La única norma que debían seguir los usuarios de
dones era servir al emperador. Para los usuarios de dones que no eran militares, eso significaba
que no estaban sujetos a ningún requisito de vestimenta en particular. El atuendo de Kazushi no
planteaba ningún problema.

Esta costumbre databa de antes de la Restauración, de tiempos inmemoriales. También servía


como prueba de lo especiales que eran los usuarios de regalos para el país.

Sin embargo, Kiyoka quería que siguiera las normas mínimas de etiqueta. Los chillones colores
amarillo y rojo de la ropa de Kazushi resultaban desagradables a la vista.

—Esta es mi ropa formal, por así decirlo, señor Kudou. No hace falta que se ponga tan tenso.

—…Sólo esta vez. Hazlo de nuevo, y tu cabeza estará en el suelo.

Ver la mirada de conmiseración en los ojos de Ookaito hizo que Kiyoka deseara haber terminado
ya.

A pesar de su momentánea disputa, se reunieron con Kazushi, y entonces llegó el momento de


encontrarse finalmente con la persona a la que estaban allí para ver.

Aunque el ambiente era grandioso e imponente, Kiyoka y Ookaito ya se habían acostumbrado.

Llegaron a la zona más interior de la residencia. Al otro lado de la puerta corredera de diseño
extravagante estaba la cámara que los nobles que vivían allí utilizaban para celebrar audiencias con
los invitados.

—Con permiso. Ookaito, Kudou y Tatsuishi han llegado.

—Pueden entrar.

Ookaito anunció su presencia en nombre del grupo, y enseguida llegó una respuesta desde el otro
lado de la puerta corrediza.

—Ha pasado demasiado tiempo, Príncipe Takaihito.

Entraron en la sala y se encontraron con que el noble residente estaba sentado justo delante de
ellos, frente a una alcoba empotrada.

Labios rojos brillantes sobre piel blanca como la nieve. Cualquier emoción quedaba
completamente oculta bajo sus ojos almendrados. A pesar de tener una edad cercana a la de
Kiyoka, la figura de aquel hombre era tan de otro mundo que algunos podrían tomarlo por un
chico o incluso por una chica. Al mismo tiempo, poseía un aura intimidatoria que hacía que los
demás se pusieran en guardia.

No tenía apellido. Sólo tenía un nombre: Takaihito.

Esto significaba que era hijo del emperador. En otras palabras, era un príncipe imperial, el siguiente
en la línea de sucesión al trono imperial.

—Gracias por venir, Masashi, Kiyoka. Y al nuevo jefe de los Tatsuishis.

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Los tres invitados se pusieron en fila y se postraron ante el príncipe. Incluso Kazushi sabía lo
suficiente como para comportarse bien aquí.

Takaihito se sentó apoyado en un reposabrazos, con lo que parecía una sonrisa en los labios.

—Por favor, levantad la cabeza y descansen.

—Gracias, Majestad.

Tras la respuesta de Ookaito, Kiyoka y Kazushi levantaron la cabeza y enderezaron la postura.


Aunque ninguno de los presentes era tan tonto como para relajarse del todo, las palabras de
Takaihito sirvieron para relajar ligeramente el tenso ambiente.

Kiyoka intercambió una rápida mirada con Ookaito, y ambos intercambiaron posturas.

El tema en cuestión tenía que ver con las habilidades sobrenaturales y, por tanto, era competencia
de Kiyoka. Aunque Ookaito era el superior de Kiyoka, siendo él mismo Giftless, había acompañado
a su subordinado simplemente como una formalidad.

Kiyoka agachó ligeramente la cabeza y empezó a hablar.

—…Príncipe Takaihito, me gustaría darle a Kazushi la oportunidad de presentarse.

—Muy bien. Oigámoslo.

Ante la indicación de Kiyoka, el joven se adelantó ligeramente e inclinó la cabeza.

—Me llamo Kazushi Tatsuishi, Majestad. He comenzado a servir como nuevo cabeza de la familia
Tatsuishi. Permítame ofrecerle mis más profundas palabras de gratitud por concederme una
audiencia, a pesar de los recientes crímenes de nuestra familia, cometidos desafiando los Dones
que el cielo nos envió.

—No le prestes atención. Tú también lo pasaste bastante mal, ¿verdad?

—Gracias, Majestad, soy indigno de tal amabilidad. La familia Tatsuishi está ahora a las órdenes de
la familia Kudou, y tengo la intención de hacer todo lo posible para restaurar el honor y la
confianza en el mancillado nombre de mi clan.

—Perdono tu línea en lugar del emperador. Asegúrate de no faltar a tus palabras.

—Por supuesto, Majestad, respondió Kazushi antes de postrarse de nuevo ante Takaihito.

Los usuarios de regalos se sometían únicamente al emperador. Así, aunque fueran juzgados y
obligados a expiar sus culpas de acuerdo con las leyes de la sociedad, no podrían justificar su
existencia sin un perdón oficial de la Corona.

Ahora los tatsuishis habían recibido permiso para volver a servir al emperador.

—Tú también lo pasaste mal, Kiyoka. Es una pena lo que le ocurrió a la familia Saimori.

Aunque la posición de los Saimori había ido en declive, aún así habían perdido a una familia
heredera del Don. Fue un gran golpe tanto para el emperador como para el propio Japón. Lo
suficiente como para normalmente impulsar una investigación sobre quién era el responsable final.

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Dado que no hubo muertos en el último incidente, y que todos los malos actores de la familia
Saimori habían sido debidamente castigados, las cosas habían quedado pendientes. Eso era todo.

Kiyoka bajó los ojos con abatimiento.

—Perdóname por no haberlo impedido.

—No importa. El suyo era un destino predeterminado.

Takaihito sonrió, asintiendo magnánimamente. Kiyoka relajó los hombros y dejó escapar un suspiro
de alivio.

Dado que el príncipe imperial y el preeminente usuario de dones del imperio habían estado en
contacto desde una edad temprana, compartían un vínculo especialmente estrecho; iba más allá
de la formalidad y la costumbre.

—Gracias por su indulgente manejo de la situación. Además, Príncipe Takaihito, he oído que has
recibido una Revelación Divina.

—En efecto. Eres consciente de que el sello alrededor del Cementerio se ha roto, ¿verdad?

Así que de eso se trata. Kiyoka frunció las cejas.

La Revelación Divina era un tipo de habilidad sobrenatural transmitida a través de la línea imperial
directa.

Este don permitía al usuario recibir avisos anticipados de los dioses sobre los desastres que
acaecerían a la nación.

En otras palabras, precognición.

Gracias a su don, los emperadores de todas las épocas se enteraban de las amenazas que se
cernían sobre su país y las evitaban o se esforzaban por reducir al mínimo el número de víctimas.

En realidad, no había forma de saber si estos mensajes divinos eran realmente obra de los dioses.
Lo que sí era cierto, sin embargo, era la historia de los usuarios de regalos que obedecían estas
Revelaciones Divinas como parte de sus obligaciones y utilizaban la información para combatir a
los Grotescos.

Takaihito era el segundo hijo del emperador reinante, pero como el mayor no había heredado la
Revelación Divina, era casi un hecho que Takaihito ocuparía el trono. Tal era la importancia del Don
de la Revelación Divina.

En la actualidad, el emperador reinante estaba delicado de salud. Takaihito estaba usando la


Revelación Divina en su lugar para dar directrices a Kiyoka y a los demás.

—Tengan cuidado… Se avecina una batalla. Si las cosas van mal, se perderán vidas.

Kiyoka asimiló solemnemente las palabras de Takaihito, alarmado.

La muerte era inevitable en una batalla, pero que Takaihito le llamara aquí y le advirtiera
directamente significaba que el peligro era realmente grave. Esto casi nunca ocurría.

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—Cuando dices que algunos perecerán, ¿quiénes serán exactamente?

—Hmm. Como aún no he ascendido al trono, mis poderes son aún inestables. Eso es todo lo que se
me mostró.

—…Entendido. En cualquier caso, ¿la amenaza en sí es cierta?

—Sí.

Kiyoka sabía que esta situación debía tratarse con la máxima cautela.

Si él y los demás presentes estaban en peligro, eso significaba que los ciudadanos inocentes e
inconscientes corrían un peligro mucho mayor.

Ookaito y Kazushi tragaron saliva mientras escuchaban, templando los nervios.

—Me pondré en contacto con usted si tengo alguna otra visión.

—Muchas gracias, príncipe Takaihito.

—Ah, sí. Una cosa más, Kiyoka.

Justo cuando Kiyoka pensaba que su reunión había terminado, Takaihito le detuvo.

—¿Qué pasa?

—He oído que estás prometido. Por fin.

Otra vez no. Kiyoka se había cansado un poco del tema. Al igual que con Ookaito, este tema salía
siempre que se encontraba con un conocido.

Estaba harto de repetir la misma conversación una y otra vez.

—Tu prometida… Bueno, estoy seguro de que las cosas serán bastante difíciles de aquí en
adelante.

—¿Problemáticas?

—Pero conociéndote, confío en que estarás bien.

Takaihito habló con una risita divertida.

—¿Es otra Revelación Divina?

El precognitivo príncipe imperial no dio respuesta a la pregunta de Kiyoka.

Dada su larga relación juntos, Kiyoka sabía que Takaihito no era apto para explicarle cada cosa.

—…Lo tendré en cuenta.

Con estas palabras, la audiencia de los tres hombres con Takaihito terminó. Sus mentes
consumidas por pensamientos sobre todos los posibles futuros en el horizonte, dejaron atrás la
residencia imperial.

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CAPÍTULO 2: El hombre de pelo castaño

La tutela de Hazuki era bastante estricta; normalmente venía cada dos días.

—Ya está, no encorves la espalda así. Concéntrate en intentar que tu cuerpo no parezca más
pequeño.

Siguiendo su sugerencia, Miyo estiró inmediatamente la espalda. Tiró ligeramente de los hombros
hacia atrás para intentar inflar el pecho, y luego practicó a caminar por los pasillos de la casa, con
cuidado de mantener la postura.

Miyo siempre tenía tendencia a agachar la cabeza y no tardaba en mirar al suelo. Cuando lo hacía,
su cuerpo se inclinaba naturalmente con ella, lo que le daba una impresión general sombría y
melancólica.

—Una fiesta es un lugar para mezclarse. No puedes hacerlo si das una impresión sombría y lúgubre
a cualquiera con quien hables. Primero, tenemos que cambiar esa postura tuya. Para ser honesta,
simplemente grita ‘falta de confianza’.

—De acuerdo.

Miyo le había pedido a Hazuki que le preparara un espejo de cuerpo entero, que estaba instalado
en su habitación.

Cada vez que tenía un momento libre, Miyo examinaba su postura en el espejo, siempre
comprobando que se comportaba como Hazuki le había indicado.

—Cuando hables con alguien, si el tema gira en torno a algo que desconoces por completo, asiente
con la cabeza y sonríe. Sobre todo si al hombre con el que estás le encanta hablar. La mayoría de
las veces, les da igual mientras alguien les escuche… Cuando hagas esto, levanta las comisuras de
los labios y entrecierra un poco los ojos. Una sonrisa sutil es más que suficiente.

—¿Así?

—Estás demasiado rígida, respondió Hazuki al instante con su crítica mientras Miyo intentaba
seguir sus instrucciones.

—Piensa en cuando sonreías de verdad. Si pones una expresión poco natural, podrías herir los
sentimientos de la persona con la que estás conversando

—De acuerdo.

Entonces, durante otra de sus lecciones… Platos utilizados para la comida occidental, tenedores,
cuchillos, cucharas y vasos estaban dispuestos en su habitual mesa baja de comedor.

—Se supone que en esta fiesta tendremos una comida ligera. Necesitarás un conocimiento mínimo
de cómo utilizar los utensilios, ¿De acuerdo?.

Inmediatamente, Hazuki empezó a enumerar diferentes instrucciones y advertencias.

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Miyo debía evitar hacer ruido al utilizar los utensilios. Además, tendría que asegurarse de no volcar
su vaso por el peso de la bebida en su interior.

—Asegúrate de no tomar nada de alcohol ese día, ¿vale? Si no estás acostumbrada, te estás
buscando un fiasco.

—De acuerdo.

Miyo asintió y memorizó todo lo que le dijeron.

Hazuki también le enseñó otras cosas.

Desde saludos sencillos en lenguas extranjeras hasta técnicas para enfrentarse a alguien que te
acorrala, pasando por métodos para presentarse y las normas establecidas para mantener una
conversación educada. Cada una de ellas estaba llena de sutiles matices, y aprenderlas todas a la
vez era bastante difícil.

Miyo anotaba lo que aprendía en un cuaderno para no olvidarlo. Se aseguraba de repasarlo


siempre que tenía un momento libre, recreando las situaciones una y otra vez en su cabeza.

Sin embargo, su tiempo era limitado. Aunque Yurie venía a casa a ayudar, Miyo tampoco podía
abandonar del todo sus tareas domésticas.

Durante el día, estudiaba por su cuenta mientras terminaba sus quehaceres y, en cuanto Hazuki
pasaba por casa, era hora de seguir con su estricta instrucción. Repasar lo aprendido y prepararse
para la siguiente lección solía ser por la noche.

Con sus constantes pesadillas, cada vez dormía menos horas.

—…¿Miyo?

—…Oh, um, ¿s-sí…?

La voz de Hazuki hizo que Miyo volviera en sí.

Miyo y Hazuki, junto con Yurie, habían salido a la ciudad un día de principios de agosto.

Hazuki afirmaba que serviría para cambiar de aires, pero el verdadero objetivo de la excursión era
proporcionar a Miyo algo de práctica fuera de casa para aprovechar lo que había aprendido.

Miyo tenía la intención de rumiar sus lecciones mientras viajaban en coche a la ciudad, pero en
lugar de eso se había quedado con la mirada perdida.

—Tienes la cara muy pálida. ¿Te encuentras mal?”ñ

—Sí, no, quiero decir… estoy bien.

Miyo se devanó los sesos y consiguió responder.

Sus pesadillas no hacían más que empeorar, y parecía que su diligente estudio las había agravado
aún más.

—Es inútil intentar repasar ahora.

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—Nadie va a aceptar a una noble farsante como tú.

Todos la reprendían en sus sueños. Su padre, su madrastra, Kaya -a veces incluso Yurie, Hazuki y
Kiyoka- le daban la espalda. Por mucho que negara lo que le decían, se aferrara a ellos y les
suplicara con lágrimas en los ojos, nada podía disuadirlos.

Para ser sincera, el abatimiento que sentía al despertar no era algo que pudiera soportar
fácilmente. Parecía como si toda su existencia careciera de sentido; a veces, incluso pensaba que
todo sería más fácil si estuviera muerta.

Sin embargo, no todo es inútil… Puedo hacerlo. Lo sé… Cada vez que la rechazaban en sueños, se
entregaba más a sus estudios, creyendo que tenía que demostrar que sus pesadillas estaban
equivocadas. Aunque todo volviera a atormentarla en sueños más tarde, no podía rendirse ahora.

—Miyo. Seguro que te sonará raro viniendo de tu profesor, pero no deberías esforzarte demasiado,
¿de acuerdo? La impaciencia no te llevará a ninguna parte. Estás haciendo grandes progresos, te lo
prometo. Así que no te exijas demasiado ahora, ¿entendido?

—…lo entiendo.

—Yo también estoy preocupado, señorita Miyo. No has estado comiendo mucho. Necesitas comer
para mantenerte sana.

—Lo siento.

Miyo agachó la cabeza ante sus sucesivas reprimendas.

Era consciente de que su cuerpo gritaba de dolor y de que sus dolorosas pesadillas eran
anormales.

Pero, al mismo tiempo, era plenamente consciente de que no era muy lista. Sólo quedaba un mes y
medio para la fiesta, y no sería capaz de mantener la más mínima de las apariencias sin estudiar
todo lo que pudiera.

El verano en la capital imperial era sofocante. La luz del sol resplandecía sobre las calzadas
pavimentadas.

A los lados de las calles se veían pancartas que anunciaban helados, bebidas gaseosas y otros
artículos para refrescarse. Personas ligeras de ropa y kimonos occidentales blancos y de colores
pastel destacaban entre la multitud, mientras que otras se tomaban un respiro a la sombra bajo los
aleros de los edificios.

Sus automóviles se detuvieron fuera del casco urbano. El aire caliente y cargado envolvió a Miyo al
salir. Se había sentido agradable y fresca con la ventanilla abierta mientras habían estado en el
coche, pero era obvio que no sería así una vez que se detuvieran. Una sombrilla o un abanico
serían indispensables.

Cuando los tres salieron del vehículo, el chófer declaró que volvería más tarde a recogerlos y se
marchó.

—De acuerdo entonces, terminemos rápido y volvamos rápido a casa.

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—Um, ¿Hazuki? Estoy bien, lo prometo… Miyo indirectamente dio a entender que no quería dejar
que la rara oportunidad se desperdiciara, pero Hazuki la rechazó de inmediato.

—De ninguna manera. No engañas a nadie con esa cara tan pálida que tienes. Te tomarás un buen
y largo descanso cuando vuelvas, ¿entendido?.

—…Así es.

Miyo asintió a regañadientes ante el enfático recordatorio.

Los tres caminaron juntos sin rumbo por la ciudad.

Caminar sin rumbo implicaba cierto grado de despreocupación, pero las circunstancias reales eran
cualquier cosa menos eso. Miyo centraba toda su atención en cada paso que daba, obligándose a
mantener una postura correcta.

También se asomaba de vez en cuando a las tiendas que había por las calles, intercambiando
ligeros saludos con el personal y haciendo preguntas sencillas, asegurándose de no llamar
demasiado su atención. Así practicaba la conversación sonriente con desconocidos.

—Bueno, eso estuvo muy bien, diría yo. Bien hecho.

Después de pasear un rato, entraron en una de las tiendas para tomarse un descanso. Miyo suspiró
aliviada ante la valoración que Hazuki hizo al entrar.

—Muchas gracias.

—Pero aún te estabas esforzando mucho, ¿no? Ya te lo he dicho antes, pero no puedes
impacientarte. Si caes enferma antes de la fiesta importante, todo habrá sido en vano.

La advertencia de Hazuki era razonable, y en su mente, Miyo sabía que lo que decía era cierto.

Tal vez se debiera al calor, pero sus pensamientos estaban más dispersos y desordenados que de
costumbre. Le costaba decir lo que pensaba.

Gotas de sudor resbalaban suavemente por su sien.

—…No sé. Lo intento una y otra vez, pero sigo sin tener confianza, y….

Tengo que decir algo.

Mientras intentaba expresar sus pensamientos, sucedió. Durante un breve y repentino instante,
todo ante sus ojos se volvió negro.

—¿Miyo?

La voz interrogante de Hazuki. Aunque Miyo podía oírla, la otra mujer sonaba distante.

Miyo no sabía qué estaba pasando. Le temblaban las piernas y estaba perdiendo el equilibrio. No
podía mantenerse erguida.

Ah…… Preparándose para su colapso, apretó los ojos con fuerza.

—Alto ahí.

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Sin embargo, su cuerpo inclinado chocó con algo duro. La voz de un hombre joven llegó desde
detrás de ella.

Envuelta en un refrescante aroma a perfume, se dio cuenta de que alguien sostenía su cuerpo para
evitar que se cayera, e instantáneamente se puso pálida.

—¡Mis disculpas!

Separándose en un arrebato, Miyo hizo una profunda reverencia sin mirar siquiera a la cara de la
persona que había detenido su caída.

Oh, no. ¡Ahora mis despistes también causan problemas a los desconocidos…!

Su corazón latía con fuerza. Sujetándose frenéticamente los dedos para que no le temblaran, volvió
a disculparse.

—Está bien, por favor, levanta la cabeza.

Su tono era nervioso. Aliviada de que la persona no estuviera enfadada con ella, Miyo enderezó
tímidamente la parte superior de su cuerpo.

Ante ella estaba exactamente quien la voz había sugerido: un hombre joven.

Aunque no era alto, su figura era esbelta y delgada, y su pelo castaño, ligeramente ondulado,
estaba bien peinado. Por su camisa blanca cubierta con un chaleco y atada con una corbata,
parecía ser un oficinista de algún tipo.

Tenía rasgos bondadosos y, de momento, le dedicó una sonrisa incómoda.

—Estoy bien. Simplemente me alegro de que no parezcas herida.

—…Fue mi propio descuido el que hizo que esto sucediera. Siento mucho haberte causado
problemas.

—Por favor, permíteme disculparme también.

Hazuki se adelantó desde al lado de Miyo y le hizo una hermosa reverencia.

—Muchas gracias por detener su caída. No me atrevo a pensar qué habría pasado si no hubieras
pasado.

—Por favor, por favor, estás exagerando. Nadie resultó herido, así que no pasa nada.

Sin inmutarse por la educada gratitud de Hazuki, el joven hizo gala de un decoro igualmente cortés.

—Por favor, ten cuidado. Ha sido peligroso. Podrías acabar herida la próxima vez.

—Tienes razón. Gracias.

—Seguiré mi camino, entonces.

El amable joven hizo una ligera reverencia y se marchó.

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Miyo lo vio partir con sentimientos de gratitud y pesar. A su lado, Hazuki susurró: —Me pregunto
quién habrá sido.

—¿Qué?

—Llevaba un traje bien cortado y parecía acostumbrado a la situación. Yo no le conozco, pero tal
vez proceda de una familia noble…. ¡Espera, eso no es importante ahora! Miyo, ¿estás bien? ¿Estás
herida? ¿Te duele algo?

—Ahora mismo estoy bien… Como siempre, había una intensa diferencia entre el aire elegante y
refinado de Hazuki y los momentos en que se comportaba como una niña inocente.

Aunque ya estaba mucho más acostumbrada, Miyo se sintió abrumada por el brusco y magistral
cambio, así que se limitó a asentir.

—¡Sinceramente, me has asustado! Todo esto es culpa mía, llevándote así bajo el sol abrasador sin
tener en cuenta tu salud…

—¡En absoluto! Tropecé por mi propio descuido, así de simple.

—Pero aún así.

Dada la situación, era demasiado difícil creer que simplemente había tropezado.

Miyo no quería creer que su estado fuera tan malo como para provocar un colapso. Estaba
estudiando con Hazuki. Descansar aquí un rato sería una pérdida de tiempo.

Su intención era mostrarse firme y decidida, pero los ojos de Hazuki estaban llenos de ansiedad y
dudas.

Se hizo el silencio por un momento.

—Señorita Miyo, señorita Hazuki.

En medio del ajetreo de la ciudad, oyeron a Yurie romper el silencio del grupo con una voz
desapasionada y desprovista de emoción. No se parecía en nada a algo que Miyo hubiera oído
antes.

—Hay algo de lo que me gustaría hablar con ustedes dos. Me escucharían, por supuesto, ¿sí?.

Su tono tenía la misma dulzura de siempre, pero su ira mal disimulada se filtraba.

Al instante, Miyo y Hazuki se prepararon para el sermón.

—Encantado de conocerle, Comandante Kudou. Me llamo Arata Tsuruki.

Ookaito había utilizado sus contactos para enviar a alguien a recibir a Kiyoka por el Ministerio de la
Casa Imperial.

Cuando Kiyoka se reunió con él en la sala de recepción, el joven se presentó con una sonrisa
inocua. Kiyoka le miró el tiempo suficiente para no ser considerado descortés y pensó para sí.

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Arata Tsuruki. Veinticuatro años.

Su familia dirigía una empresa comercial de tamaño medio. Tsuruki Trading, establecida tras la
Restauración, se había recuperado del borde de la quiebra tras el declive del negocio veinte años
atrás y ahora disfrutaba de estabilidad. Como hijo de aquella distinguida familia, a este hombre no
le faltaba ni educación ni otras facetas de su persona.

Aunque Kiyoka había indagado un poco más sobre el hombre, aparte de la información que le
había proporcionado Ookaito, no había encontrado nada acerca de que Arata estuviera empleado
en la Casa Imperial. Las investigaciones de Kiyoka terminaron antes de que pudiera comprender
qué conexión había hecho que le enviaran aquí.

En persona, la primera impresión de Arata no fue mala.

La sonrisa amable de sus finas facciones disipaba toda desconfianza. Su pelo castaño ondulado
combinaba bien con su traje de alta calidad. Le quedaba muy natural.

A pesar de ello, algo en aquel hombre era incoherente, e hizo sospechar a Kiyoka que algo en él
estaba distorsionado y torcido.

—Kiyoka Kudou. Soy el comandante en funciones de esta Unidad Especial Antigrotesquerie.

—Estoy al tanto. Eres muy conocido en la alta sociedad… Dicen que eres más frío que el Ártico, que
nunca dejas que las mujeres se te acerquen.

Kiyoka entrecerró los ojos en silencio ante la forma ligeramente descortés de hablar de Arata.

O era una provocación barata, o estaba probando algo. También era posible que no hubiera
ninguna implicación más profunda, pero Kiyoka fue incapaz de captar nada en la sonrisa candorosa
del hombre.

—Ahórrame los cotilleos. Sólo quiero oír hablar del Cementerio.

—Ah, sí, claro. Disculpe. En ese caso… Con una disculpa impenitente, Arata abordó de inmediato el
tema principal de su reunión.

—Alguien levantó los sellos del Cementerio hace unas dos semanas, en mitad de la noche. Desde
entonces, el Ministerio de la Casa Imperial se ha apresurado a identificar al culpable y recuperar las
almas liberadas. Sin embargo, sólo se ha recuperado el setenta por ciento de los espíritus
liberados, y aún no estamos seguros de quién puede haber sido el culpable.

—…¿Por qué el Ministerio de la Casa Imperial ha decidido de repente darnos información sobre
esto? Normalmente, sus labios estarían sellados.

—Hay muy pocos practicantes en el Ministerio de la Casa Imperial. Como deja claro la tasa de
recuperación del setenta por ciento, no tienen gente suficiente. Supongo que finalmente se dieron
cuenta los altos mandos del Ministerio.

Una explicación terriblemente complaciente.

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El Ministerio habría sido consciente de que carecían del personal necesario desde el principio. Las
almas de casi todos los usuarios de los dones que no pasaron a mejor vida fueron reunidas y
enterradas en el Cementerio. Tanto si todos los espíritus del Cementerio habían escapado de la
Tierra Prohibida como si no, había un gran número de ellos que sí lo habían hecho.

Ahora había muchas posibilidades de que esas almas, llenas de odio, atacaran en masa los
asentamientos poblados y dejaran víctimas a su paso.

—¿Dices que el Ministerio por fin ha renunciado a tratar esto en secreto y nos pide ayuda?.

—Claro. Eres libre de interpretar las cosas así.

—Ya veo, respondió Kiyoka tibiamente, antes de lanzarle a Arata la pregunta que le había estado
molestando.

—Entiendo lo que pasa aquí. Vamos a cooperar. Hay vidas en juego. Dicho esto, y perdón por la
pregunta grosera, pero ¿qué circunstancias te han traído hasta aquí? Que yo sepa, usted no es
personal del Ministerio.

Desde luego, no estaba relacionado con el ejército, y Kiyoka no había oído nada acerca de que la
familia Tsuruki, o el propio Arata, poseyeran el Don.

Era lo único que Kiyoka no podía desterrar de su mente.

Aunque conocía a grandes rasgos los antecedentes de Arata, Kiyoka no podría confiar en el hombre
sin antes confirmar qué tipo de posición ocupaba en todo esto.

—Pensé que lo preguntarías, respondió Arata con una sonrisa insincera.

—Bueno, supongo que sólo un verdadero idiota indefenso no sentiría curiosidad… Soy lo que se
llamaría un negociador. Normalmente participo en negociaciones para la empresa comercial de mi
familia, pero de vez en cuando algún amigo me llama para que me encargue también de este tipo
de trabajos. Mi función principal es transmitir lo que a otros les cuesta decir.

—Si ese es el caso, pareces estar muy bien informado sobre los cementerios y los usuarios de
regalos.

—Son mis habilidades de negociación. Ya sea un farol o un engaño, es vital que haga creer a la otra
parte que estoy bien informado. No puedo hacer mi trabajo si la gente me desprecia por ignorante.

—Ya veo.

Al ver que Kiyoka asentía, Arata sonrió.

—Investigar con quién vas a negociar es el aspecto más fundamental del oficio. Yo también sé algo
de usted, comandante Kudou. Por ejemplo, que se ha prometido hace poco. Aunque, por
supuesto, ese chisme ya ha circulado por ahí, así que no me costó mucho investigarlo.

—Ya lo creo.

Aunque no asistía a muchas fiestas, incluso Kiyoka tenía una buena idea de lo extendida que se
había hecho la noticia.

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—La verdad es que me da mucha envidia. Me encantaría encontrar una buena pareja para mí y
sentar la cabeza, pero nunca es tan fácil… El matrimonio es un asunto difícil, me temo.

Por un instante, la mirada de Arata se tornó penetrante.

Kiyoka sintió un pinchazo en el tono de lo que aparentemente era una conversación inofensiva.
Sintió una especie de antagonismo rebelde dirigido hacia él, no hasta el grado de hostilidad
abierta, pero… al momento siguiente, la anterior sonrisa inocua volvió a su rostro.

A pesar de esta inexplicable sensación, Kiyoka intuía que la diferencia de información entre ambos
le ponía en desventaja, así que dejó pasar el momento sin hacer ningún comentario.

—En cualquier caso, puesto que hemos recibido el encargo oficial, la Unidad Especial
Antigrotesquerie tomará parte en el tratamiento de este asunto. ¿Tiene el Ministro de la Casa
Imperial alguna especificación para recuperar las almas perdidas?

—Para recuperarlas se utiliza un aparato mágico especializado. Pero parece que hay muchas almas
con un rencor agresivo que todo lo consume vagando por ahí, así que, dependiendo de la
situación, se permite tanto luchar con habilidades sobrenaturales como extinguir a los espectros.
En todo caso, el Ministerio y el emperador parecen preferir lo segundo. Dejar a esos irritantes por
ahí sólo conducirá a incidentes más serios como éste más adelante… Los detalles están esbozados
en este documento, así que, por favor, échale un vistazo. El decreto está aquí. Ahora es una orden
militar oficial, dictada por el general de división Ookaito.

Arata sacó varios documentos de la bolsa que tenía a su lado.

Puesto que iban a enfrentarse a los espíritus de los usuarios de dones, eso significaba
naturalmente que los antepasados de los hombres de Kiyoka se contaban entre ellos. Sin embargo,
los muertos que quedaban en el mundo de los vivos no eran más que una molestia. No era extraño
que el emperador ordenara exterminarlos a todos.

Era a los vivos a quienes había que tener en alta estima siempre que fuera posible, no a los
muertos.

—Entendido.

Kiyoka recorrió brevemente con la mirada los documentos alineados frente a él, y los aceptó
cortésmente.

—Además, planean que actúe como su enlace, así que me asomaré de vez en cuando. Estoy
deseando trabajar con usted.

—Ah, claro. Será un placer.

Tras intercambiar algunas palabras más, Arata se puso en marcha.

Aunque el ambiente entre ellos había sido amistoso y sin problemas de principio a fin, las últimas
palabras de Arata al marcharse fueron: —Bueno, comandante Kudou, le deseo la mejor de las
suertes. Hasta la próxima.

Tenían un sutil filo para los oídos de Kiyoka.

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Cuando regresó a su despacho desde la sala de recepción, le esperaba una pila de papeles bien
encuadernados.

Esto va a ser duro.

Además de sus tareas habituales, con el incidente del cementerio había hecho que los miembros
de su unidad hicieran turnos de patrulla y recopilación de información todas las noches.

Incapaz de endosárselo todo a sus subordinados, Kiyoka también hacía todo lo que podía, lo que le
suponía una gran carga.

Además.

También está la situación de la familia Usuba.

Era desgarrador ver a Miyo sufrir en sueños noche tras noche. La fatiga mental también empezaba
a hacer mella en Kiyoka.

Quería hacer algo por ella. Pero no tenía ni idea de cómo abordar el problema. Para empeorar las
cosas, la propia Miyo no hablaba de ello en absoluto, lo que le dejaba perdido.

Su impaciencia empeoraba a medida que ella se debilitaba; le preocupaba que pudiera morir en
cualquier momento.

Kiyoka cogió una de las hojas del legajo de documentos: un informe provisional sobre una
investigación de la familia Usuba que él mismo había encargado a un investigador privado.

De momento, su objetivo era ponerse en contacto con los Usuba. Quería saber dónde estaban.

No podía comprobar los registros oficiales ni preguntar por ahí, así que su única opción era
seguirles la pista a través de sus relaciones personales. En consecuencia, dispuso que el
investigador privado investigara los antecedentes de la madre de Miyo, Sumi Usuba.

—Necesitaré algo de tiempo

El investigador privado había dicho con cara agria cuando aceptó el encargo de Kiyoka.

El apellido Usuba estaba envuelto en el misterio, así que era inútil indagar en él. Sin otra opción,
Kiyoka pidió al investigador privado que primero buscara en los directorios de las escuelas
femeninas a las alumnas llamadas Sumi.

Había algo más de veinte.

A continuación, el investigador privado redujo este grupo teniendo en cuenta el periodo de tiempo
en el que probablemente Sumi recibía clases. Tras restringir la búsqueda a las escuelas de la capital
imperial, investigaron ampliamente los antecedentes de las Sumi restantes. Esa lista estaba ahora
en manos de Kiyoka.

Por desgracia, los resultados fueron menos que ideales.

Sus características físicas resultaron poco fiables. Una descripción de “pelo negro y rasgos
refinados” encajaba por sí sola con demasiadas de las otras chicas. Además, no había ninguna

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prueba concluyente de que Sumi Usuba viviera en la capital imperial en primer lugar, ni de que
hubiera asistido a una escuela femenina, lo que hacía imposible su identificación directa.

De repente, el joven con el que Kiyoka acababa de reunirse apareció en el fondo de su mente.

¿Tsuruki? Un momento, creo recordar… Al darse cuenta de algo, Kiyoka hojeó la lista. Encontró la
página que buscaba y la leyó detenidamente.

Tenía razón… ¿Todo esto era una coincidencia o estaba orquestado a propósito?

Aunque no podía estar seguro de nada, parecía importante investigar la extraña conexión.

Pasaron unos días desde que Miyo estuvo a punto de desmayarse en las calles de la ciudad.

El calor era insoportable como siempre, y sus pesadillas seguían robándole el sueño.

Desde aquel día en la ciudad, mi tiempo de estudio también se ha reducido un poco… Cuando
volvieron a casa aquel día, Yurie regañó tanto a Miyo como a Hazuki por la importancia de cuidar el
cuerpo. Como resultado, la tutela de Hazuki se volvió un poco más indulgente.

El insomnio provocado por las pesadillas continuaba, y la fatiga acumulada hacía que su cuerpo
siguiera una trayectoria descendente. Últimamente, sus pensamientos se habían vuelto vagos y sus
momentos de distracción eran cada vez más frecuentes.

No puedo quedarme así. Es hora de hacer la comida.

Miyo sacudió ligeramente la cabeza y se concentró en lo que hacían sus manos.

Yurie, Miyo y Hazuki se sentaron alrededor de la mesa del comedor.

Con el apetito agotado por el calor, Miyo preparó un sencillo plato de chazuke.

Repartió el arroz frío sobrante del desayuno entre los cuencos, colocó encima trozos de salmón a la
parrilla, vertió caldo de bonito caliente y sazonó ligeramente el plato con sal y salsa de soja. Para
terminar, espolvoreó un poco de alga seca rallada. Después, los adornó con las ciruelas en
escabeche que había preparado Yurie y colocó los cuencos sobre la mesa.

—¡Caramba, esto tiene una pinta deliciosa!

—Siento que sea tan sencillo.

—No me importa en absoluto. Gracias, Miyo.

Aunque la comida era claramente chapucera, los ojos de Hazuki brillaron alegremente al verla.

—Es usted realmente una cocinera muy hábil, señorita Miyo.

—Estás exagerando…. Miyo sacudió la cabeza, incapaz de soportar los excesivos elogios de Yurie.
Pero Hazuki se hizo eco entonces de las palabras de la criada mientras contemplaba el contenido
de su cuenco.

—¿A que sí? Es increíble, de verdad. Odio admitirlo, pero no sé cocinar por mi vida.

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Juntando las manos, los tres dieron gracias por la comida antes de coger sus cucharas.

El arroz estaba completamente empapado en el caldo, y cuando se lo llevaron a la boca junto con
los trozos sueltos de salmón, el suave calor y el sabor salado se filtraron por todo el cuerpo. El
sabor ácido de la ciruela en escabeche añadía más complejidad al plato, por lo que era fácil engullir
la comida sin descanso, incluso con el calor estival que quitaba el hambre.

—¡Mmm! Tan delicioso como pensaba.

—Me alegro de que sea de tu agrado.a

—Las talentosas habilidades culinarias de la Srta. Miyo también me enorgullecen.

—E-estás exagerando… Los elogios eran excesivos por simplemente verter caldo de bonito sobre
un cuenco de arroz.

Miyo tuvo la reacción contraria y sospechó que había algún motivo oculto tras el elogio. Aunque
sabía que Yurie y Hazuki no eran de las que pensaban cosas tan desagradables.

Hazuki se quejó de sí misma mientras tomaba deliberadamente el sabor del chazuke.

—Realmente soy horrible en la cocina. Esto puede parecer sencillo para ti, Miyo, pero no creo que
yo sea capaz de hacer lo mismo.

—¿De verdad?

—Así es. Incluso en el colegio de chicas, mis notas en cocina eran tan malas que arrastraban con
ellas a mis otras asignaturas.

Yurie forzó una sonrisa mientras asentía con la cabeza: —Ah, sí, lo recuerdo, ahora que lo dices.

—Chamuscaba todo lo que asaba, hacía papilla con lo que tenía que hervir y convertía en
aguanieve todo lo que mezclaba. Siempre acababa con cortes en los dedos a los pocos minutos de
coger un cuchillo.

Hazuki suspiró. —Increíble, ¿verdad?

Miyo no sabía qué decir en respuesta al fracaso culinario de Hazuki.

Según Hazuki, los estudios domésticos ocupaban gran parte de las asignaturas, y entre ellas, la
labor de aguja era la más prioritaria.

No eran del todo infrecuentes los estudiantes inexpertos con las labores de aguja, pero eran muy
escasos y poco frecuentes.

Por el contrario, en los cursos de cocina o de otras materias, había bastante diferencia de habilidad
de una alumna a otra.

Aunque la mayoría de las mujeres que asistían a la escuela femenina procedían de familias
acomodadas, no eran muchos los hogares que empleaban a sus propios sirvientes. Las hijas de
familias con criados no tenían muchas oportunidades de utilizar las habilidades que tanto les había
costado aprender en la escuela y, por tanto, no las retenían bien. En cambio, las hijas de familias

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sin criados se ocupaban a diario de las tareas domésticas y dominaban de forma natural las
habilidades aprendidas.

En el caso de los Kudous, Hazuki era un firme ejemplo de lo primero.

—Por supuesto, siempre hay algunas excepciones. Una mujer de una familia de clase muy alta
disfrutaba cocinando para sí misma como hobby.

—De verdad… Eso es bastante.

—Lo es. Aún así, siempre es mejor si puedes ocuparte de la casa. Me he arrepentido muchas veces
de no haber sido más diligente a la hora de practicar lo que aprendí.

—¿En serio?

—…¿Lista para oír los detalles sucios?

Hazuki sonrió pícaramente a Miyo, ladeando la cabeza.

Miyo sabía que se refería a su matrimonio fallido. El divorcio no era algo habitual y Hazuki
seguramente lo había pasado mal antes y después.

Miyo no le habría preguntado por curiosidad. Pero como ahora tenía la oportunidad de conocer a
una veterana del matrimonio, quiso aprovecharla.

—¿Estás segura de que no pasa nada si pregunto?.

—Por supuesto. No me importa.

La conversación derivó inesperadamente hacia un breve recuento del pasado de Hazuki.

—Tenía diecisiete años cuando me casé.

Para Hazuki Kudou, el matrimonio había sido una obligación, al igual que para muchas hijas de
familias respetables. Y naturalmente, no importaba a quién eligieran sus padres para ella, no se
quejaba.

Hazuki tenía fama de habladora e impulsiva desde muy joven, pero rendía muy bien en la escuela y
demostraba habilidad en cualquier arte u oficio que aprendía, y tampoco había nada que criticar
de su aspecto. Su única carencia, es decir, que no era muy buena en las tareas domésticas -siendo
sus habilidades culinarias especialmente catastróficas-, no se percibía como una deficiencia crítica.

Ni en sus sueños más salvajes nadie habría imaginado que su matrimonio fracasaría.

—Yo tampoco consideré nunca esa posibilidad. Los otros sirvientes y yo presumíamos de servir a
una dama como ella.

Yurie se puso una mano en la mejilla, recordando días pasados, lo que provocó una risita de
Hazuki.

—Oh, vamos, Yurie. ¿De verdad?

—¡Sí, claro!

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Al ver a Yurie extrañamente radiante de orgullo, Miyo no pudo evitar sonreír ella misma.

—De todos modos, mi matrimonio fue valioso políticamente, y la casa de mi marido también me
recibió con los brazos abiertos al principio.

Miyo no tenía mucha experiencia interactuando con otras personas hasta ahora, así que no podía
entender cómo las cosas acabaron yendo tan mal.

El anterior marido de Hazuki había sido militar y era diez años mayor que ella.

Un matrimonio político para fortalecer las relaciones entre una familia de usuarios de dones y
militares. Aunque no podía rechazar el acuerdo, Hazuki afirmó que le parecía bien de cualquier
manera.

—Mi marido no era gran cosa, pero era muy amable. Un hombre bueno y honesto. Incluso me
sentí afortunada. Había oído tantas historias horribles de chicas a las que enviaban a casarse con
auténticos cerdos.

Una expresión de pena apareció en el rostro de Hazuki mientras murmuraba: —Fui feliz.

—¿Te llevabas bien con él?.

Preguntó Miyo sin pensar, incitando a Hazuki a responder.

—Por supuesto. Me caía muy bien. Tampoco creo que yo le cayera mal, precisamente. Nunca nos
peleábamos.

—Eso suena muy bien.

—Gracias.

Hazuki vivía con su marido y la familia de éste en su residencia.

Y aunque su vida matrimonial había transcurrido sin problemas al principio, poco a poco se fue
resquebrajando.

—Bueno, la familia de mi marido empezó a molestarse con mi forma de ver las cosas y mi
incapacidad para hacer las tareas domésticas. Empezaron a acribillarme a quejas puntillosas.

—No…

—Oía: ‘¿Nunca te callas?’ o ‘Es ridículo que no sepas cocinar’, cosas así. Nunca pensé que las cosas
acabarían así, así que estaba más deprimida que nunca. Pensé que se había acabado para mí.

Los roces entre una esposa y su suegra eran una historia común, y así le ocurrió a Hazuki.

La familia de su marido tenía grandes expectativas puestas en ella. Pero incluso Hazuki tenía sus
propios defectos. Sus expectativas de una esposa prístina y perfecta hacían que sus defectos
fueran aún más evidentes.

Hazuki tuvo un hijo al cabo de dos años. En el entusiasmo por dar a luz a un heredero para su
marido, y aunque el entusiasmo era grande, la paz también llegó a Hazuki, pero cuando el
entusiasmo se calmó, todo volvió a ser como antes. Con el tiempo, ya no pudo soportar la presión

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de criar a un hijo por primera vez junto con el duro trato que recibía de los padres y parientes de
su marido.

—Todas las noches me echaba a llorar sin motivo. Mi marido me consolaba, pero la situación no
cambiaba. Entonces, un día, mi marido me dijo… Hazuki interrumpió por un momento su relato
desapasionado, sonriendo ligeramente.

—¿Sabes lo que me dijo? Nos vamos a divorciar’. No es que debamos, es que nos vamos a
divorciar. Cuando lo oí, me enfureció que lo decidiera por sí mismo. Nos gritamos el uno al otro, y
al final, fue una gran pelea. Me dejé llevar, y antes de darme cuenta, nuestra separación era oficial.

—No sé qué decir… A Miyo le sorprendió oír que Hazuki ya era madre de un hijo a tan temprana
edad, pero el drama del divorcio relámpago también fue un shock.

Pero cuando Miyo consideró cómo Hazuki hablaba y actuaba con ella hasta ahora, todo empezó a
cuadrar.

—Volví con mi propia familia y me calmé un poco, pero me arrepentía de muchas cosas. Había
abandonado a mi propio marido y a mi hijo, sólo porque alguien me dijo que quería divorciarse.
Debería haber trabajado más. Si hubiera practicado más, incluso podría haber aprendido a cocinar,
pero…

—…………

—Por eso te tengo mucho respeto, Miyo. No intentas pasar por alto tus defectos, sino superarlos
antes de casarte. Eso no es fácil.

Sin saber qué responder, Miyo bajó la mirada.

Ahora que había oído la historia de Hazuki, su confianza se reducía cada vez más rápido. En su
mente, ella estaba llena de defectos y deficiencias mucho más allá de cualquiera de los defectos de
Hazuki.

—Miyo.

—…¿Sí?

Al oír su nombre, Miyo levantó la cabeza. La esperaba una sonrisa cálida y amable.

—Creo que lo más importante es hacer lo que puedas en el momento, dar todo lo que tienes, pero
luego ser fiel a tus propios sentimientos. Como siempre pones todo tu corazón en lo que haces, lo
primero es evidente, ¿no? Pues piensa más en lo segundo. ¿Qué quieres hacer en el futuro?
¿Cómo quieres vivir?.

Tanto la expresión optimista de Hazuki como las palabras que pronunció deslumbraron a Miyo con
su resplandor.

Ojalá pudiera parecerse más a ella. Entonces podría estar más cerca de ser una mujer adecuada
para permanecer al lado de Kiyoka. Pero ahora estaba tan llena de defectos y carencias que no
estaba segura de que eso fuera a suceder.

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De hecho, se había dado cuenta de algo mientras escuchaba la historia de Hazuki.

Era importante para ella cubrir sus puntos débiles. De eso no había duda. Pero había algo más allá
de sus propios defectos de lo que Miyo aún carecía.

Ni siquiera entendía lo que era realmente la familia.

Miyo nunca había vivido con una familia de verdad. ¿Qué pasaría si, en el futuro, se casara con
Kiyoka y conociera a sus padres o parientes? ¿Y si tuvieran un hijo?

¿De qué serviría entonces, si ni siquiera con su propia sangre las cosas habían ido bien?

Antes, Hazuki le había dicho a Miyo que confiara en ella ahora que iban a ser familia. Pero… ¿Cómo
hacerlo?

No tenía ni idea de cómo se suponía que eran las “familias”.

Era natural que le costara entender conceptos como buena esposa, madre sabia o esposa ideal. La
palabra familia significaba poco para ella.

Nada más que un trozo hueco de vocabulario, una fantasía fuera de su alcance.

No estaba en una de sus pesadillas, y sin embargo sentía como si todo ante sus ojos estuviera
pintado de oscuridad.

—¿Miyo?

Forzó una sonrisa al responder a la mirada interrogante de Hazuki hacia ella.

—Yo… la verdad es que nunca he pensado en nada de eso. Pero hay una cosa que sé con certeza.

—¿Qué cosa?

—Quiero quedarme aquí. Quedarme aquí con Kiyoka, afirmó conscientemente en voz alta. Para no
ceder a su mente oscurecida.

Era lo único en lo que no vacilaría en absoluto. Haría cualquier cosa para asegurarse de que podía
quedarse. Aunque aún no tuviera nada que ofrecerle, no quería rendirse.

—Una respuesta fantástica. Ese chico tiene mucha suerte de que te preocupes tanto por él.

Hazuki sonrió con el rostro sereno de una mujer madura.

—Muy bien, entonces, ¿volvemos a estudiar? Esta conversación ha acabado siendo muy larga,
¿verdad?.

—De acuerdo.

Miyo se levantó para prepararse para su lección.

Las noches de verano eran agradables y frescas.

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Watashi No Shiawase Na Kekkon

Después de quitarse el sudor del día en el baño, Miyo vio una figura en el porche cuando volvía a
su habitación. Kiyoka, pulcramente vestido con un veraniego kimono de estilo yukata, llevaba el
pelo largo suelto, colgando por la espalda.

No es habitual en él.

Realmente parece agotado.

Con la mirada perdida en la distancia, parecía fuera de sí.

Aunque antes había hecho turnos de noche, las tardes que pasaba fuera de casa habían
aumentado en número últimamente, y las pocas palabras que le dirigía eran cada vez más
infrecuentes. Con Kiyoka constantemente agotado y suspirando, no se atrevía a mencionarle sus
pesadillas, así que siguió dando largas al asunto.

Tengo que aguantar.

Desde luego, no podía transmitir su propio dolor y sufrimiento a alguien que parecía tan agotado.

Miyo se decidió y, tras terminar rápidamente los preparativos en la cocina, se acercó en silencio a
Kiyoka mientras contemplaba la luna ligeramente menguante.

—¿Puedo acompañarte?

—Sí.

Sintiéndose un poco aliviada por su aprobación, dejó la bandeja que había traído y se sentó a su
lado.

Sólo entonces Kiyoka se volvió para mirar a Miyo.

—…¿Qué es eso?

—Um, ¿té y verduras en escabeche…?.

Kiyoka examinó la bandeja antes de preguntar, haciendo que Miyo ladease la cabeza al responder.

Empezaba a arrepentirse del gesto hacia su exhausto prometido y había asumido que a él le había
parecido improcedente, pero parecía que estaba equivocada.

—…Tomaré un poco.

—Oh, toma.

Confiando en la luz de la luna, vertió líquido caliente de la tetera en sus tazas. La fragancia de la
cebada flotaba a su alrededor.

Esta vez había intentado cambiar el té verde que servía habitualmente.

—¿Té de cebada?

—Así es. Pensé que era una buena oportunidad para disfrutar de algo veraniego. Los pepinos y las
berenjenas en escabeche también están muy buenos, así que… ¿Los probarías?.

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Había oído que había sido un buen año de cosecha, así que se había hecho con montones de
verduras frescas. Entre estudio y estudio, Miyo había trabajado diligentemente con Yurie para
encurtirlas y conservarlas.

Las verduras estaban casi listas, así que Miyo pensó en añadirlas poco a poco a sus comidas,
empezando por el desayuno del día siguiente.

Kiyoka se llevó una rodaja de pepino a la boca, con un sonoro crujido resonando con cada
mordisco.

—Sabroso.

—… Me alegra oírlo.

El tiempo fluyó lentamente mientras permanecían brevemente sentados en silencio.

Kiyoka fue el primero en romper la quietud. Parecía vacilante e inseguro de sí mismo.

—Miyo, bueno…

—¿Qué pasa?

—Siento estar tan ocupado. He estado hasta arriba de trabajo.

—No hace falta que te disculpes… Kiyoka era el comandante de su unidad, una posición
espléndida. El cargo conllevaba mucha responsabilidad, lo que Miyo estaba segura de que le tenía
muy ocupado. Había olvidado que no hacía mucho que había llegado aquí.

Dicho esto, Miyo mentiría si dijera que no se había sentido sola. Era difícil lidiar con las pesadillas
que la atormentaban cada noche, agonizaba al sentir que se abría camino en la oscuridad. Estar
sola hacía que le doliera el corazón.

Se apretó las yemas de los dedos, amargamente frías. Un dolor sordo le palpitaba en la cabeza.

—Sigue trabajando duro. Estoy bien sola.

—¿Estás segura?

—¿Qué?

—¿Te preocupa algo? Si quieres hablarme de algo, te escucharé.

Sentía como si su estrecha mirada la atravesara.

¿Debo hablar con él ahora…? No, no puedo.

Consiguió apartarse de su momentánea inclinación.

Miyo sabía que si se lo decía, Kiyoka intentaría hacer algo para ayudarla.

Pero no debía cargar con esa responsabilidad a alguien que ya lo estaba pasando mal.

Lo único que tenía que hacer era aguantar lo mejor que pudiera. Sólo un poco más, hasta que
Kiyoka no estuviera tan ocupado.

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—Estoy… bien. Nada me molesta.

—…Ya veo.

De repente, Kiyoka desvió la mirada y bebió de su taza de té.

Miyo creyó vislumbrar un destello de decepción en sus ojos. Su corazón latió con un golpe
nervioso.

—U-um, Kiyoka. Hoy temprano, um, Hazuki me contó su historia.

Asustada, cambió rápidamente de tema.

Dejando escapar un suspiro, Kiyoka aceptó el cambio de tema.

—¿La historia de mi hermana? No te referirás a su divorcio, ¿verdad?.

—Sí, sobre su divorcio. Y, bueno, había algo que quería preguntarte. ¿Qué clase de persona es
Hazuki para ti, Kiyoka?

Era una pregunta que quería hacer de verdad, no sólo una forma de superar el incómodo cambio
de tema.

Hermano y hermana unidos por la sangre. En última instancia, Miyo nunca había sido capaz de
entender a su hermanastra, Kaya. Pero, ¿y Kiyoka? Había estado pensando en eso después de
escuchar la historia de Hazuki.

—¿Qué clase de persona? Hmm, supongo que nunca te he hablado de ello.

Kiyoka devolvió su taza, casi vacía de su contenido, a la bandeja.

Mientras servía más té de la tetera, la fragancia de la cebada volvió a recorrer el aire que les
rodeaba.

—Mi hermana y yo nunca nos hemos llevado bien. Como sabes, es un poco revoltosa, así que
cuando yo era más joven siempre estaba molestándome. A veces, me ponía de los nervios.

—Me lo imagino.

Le vino a la mente una imagen de la pequeña Kiyoka y Hazuki haciendo el tonto. Estaba segura de
que hacían una pareja adorable.

—Querernos, odiarnos, ese tipo de sentimientos nunca han entrado en la ecuación. Nacimos y
crecimos en el mismo entorno; Entendemos cómo piensa el otro, lo que significa que no somos
reservados o considerados el uno con el otro. Nuestras personalidades son como el agua y el
aceite, pero sigo pensando que es una buena persona a su manera... ¿Respondía eso a tu
pregunta?.

—…Sí.

Celos. Miyo lo sentía desde el fondo de su corazón.

Simplemente le daba envidia que Kiyoka pudiera hablar así de otra persona.

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Realmente soy estúpida, ¿verdad?

Debería haber sabido que oír su respuesta sólo aumentaría su soledad.

No había salida para la repentina y abrumadora sensación de aislamiento que sintió surgir en su
interior. ¿Seguiría así toda su vida, aferrándose a relaciones fugaces, sin saber nunca lo que
significaba tener padres y hermanos de verdad, una familia con la que se sintiera segura y en casa?

Había mucha gente sin familia en el mundo. Miyo no era la única excepción.

Lo sé. Desde que llegué aquí, he aprendido lo que se siente al tener un lugar al que perteneces.

Antes, enfrentada a su madrastra y a Kaya en la finca Saimori, pensaba que le bastaría con tener un
lugar donde quedarse en la residencia de Kiyoka, primero como su prometida y luego, con el
tiempo, como su esposa.

Pero, ¿y ahora? Su avaricia no tenía límites. Había empezado a anhelar no sólo un lugar al que
pertenecer, sino también su amor. Pensar que tal vez podría conseguir de verdad una familia
propia, al margen de cualquier oferta matrimonial o compromiso.

—Miyo. Acércate un poco más.

—¿Más cerca? De acuerdo.

Tal y como le dijo, apartó la bandeja que había entre ellos y se acercó a él.

Entonces le agarró la muñeca, asomándose por la manga de su yukata.

—¿K-Kiyoka?

—…Si te sientes sola, dime que te sientes sola. Si te duele algo, dímelo.

—¡Hng!

—No lo sabré a menos que me lo transmitas.

Miyo se quedó sin palabras.

Quería dejarlo todo al descubierto. Miyo sentía exactamente lo mismo.

Pero en la situación actual, no podía permitirse hacer eso.

Miyo no quería estresar más a Kiyoka, ni molestarle o hacerle sufrir innecesariamente. Peor aún,
no quería que él pensara que era molesta y se resintiera con ella.

—¿Solitaria? No, en absoluto…

—¿En serio? Lo estoy.

—¡¿Eh?!

No puede ser. Miyo debe haberle oído mal.

¿Kiyoka se siente solo? ¿Por qué no puede verme? Imposible.

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Por mucho que lo negara, una voz en el fondo de su mente le decía que no había oído nada mal.

La vergüenza se apoderó rápidamente de ella y no pudo enfrentarse al rostro serio y directo que su
prometido le dirigía.

—¿No?

—I…

—I?

Me rindo.

Miyo sucumbió a su insistencia.

—Me siento sola… Por fin, dejó escapar un pequeño fragmento de sus sentimientos más
verdaderos. Entonces, al devolverle la mirada por un pelo… sus mejillas ardieron más de lo que
podía ocultar.

Kiyoka, mucho más cerca de ella de lo que había imaginado, esbozaba una amplia y hermosa
sonrisa.

Su corazón latía como un tambor en su pecho.

Su sonrisa, iluminada por la pálida luz de la luna, era tan encantadora que creía que nada en el
mundo podía compararse a su belleza.

—Entonces dilo desde el principio.

—…Lo siento.

Kiyoka soltó una ruidosa risita ante su instintiva disculpa.

—Aún no has arreglado ese hábito tuyo, ¿verdad…? Aún así, ¿cuándo empezó?

—¿Qué?

—Siempre solías decir: ‘Lo siento mucho’, pero ahora es un simple ‘Lo siento’.

—¡Oh…!

Miyo jadeó, poniéndose la mano sobre la boca.

Lo había dicho por reflejo. Había cambiado en algún momento.

Miyo estaba convencida de que nunca antes se había disculpado tan a la ligera con él.

—¿Qué voy a hacer…?.

—No hace falta que hagas nada, ¿verdad? Está bien como está.

—¿No suena infantil? Es un poco extraño decirlo.

—La disminución de la formalidad sólo significa que te estás acostumbrando a vivir aquí. No tiene
nada de malo hablar así en la casa.

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En todo caso, podría relajarse aún más.

Mientras hablaba, Kiyoka acercó el hombro de Miyo a él.

—Puedes confiar en mí. No reprimas tanto tus sentimientos. Sé egoísta.

Así, podré estar aquí para ti, asimilarlo todo.

Miyo no fue capaz de responder.

En su lugar, su punzante dolor de cabeza hizo acto de presencia en su conciencia.

—¿Hay alguien en casa?

La voz de la entrada resonó justo cuando la sesión de estudio con Hazuki había llegado a un punto
muerto, y estaban hablando de tomar un breve descanso.

—Bueno, me pregunto quién podría ser.

—Iré a saludarlos.

—Señorita Miyo, por favor, permítame.

—Está bien. Yo iré.

Deteniendo a Yurie cuando intentaba salir del salón, Miyo se apresuró hacia la entrada.

—Por favor, disculpen el retraso… Al abrir la puerta, hizo una mueca de vértigo antes de que sus
ojos se abrieran de sorpresa.

Allí de pie había un joven extremadamente apuesto. Era delgado, tenía el pelo castaño ondulado y
vestía elegantemente con camisa y chaleco.

Miyo estaba familiarizada con su sonrisa cordial.

—Usted es…

—Ah, ¿qué? No me equivoco; ésta es la casa de Kiyoka Kudou, ¿verdad?.

—Así es.

Sorprendida, Miyo no fue capaz de responder.

¿Realmente ocurrían coincidencias como ésta? Miyo nunca esperó reencontrarse con el hombre
que la había salvado de caerse en la ciudad.

El joven frunció las cejas, confundido, y ladeó ligeramente la cabeza.

—¿Está el comandante Kudou ahora mismo?.

—Lo siento, hoy está en el trabajo….

—¡¿Eh?! Qué extraño; creía que hoy no estaba de servicio.

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El joven gimió pensativo, rascándose la nuca con la mano.

—En realidad, eso me recuerda, que se suponía que hoy tenía el día libre, pero me dijo que las
cosas están tan ocupadas que se dirigiría hoy de todos modos.

—¿Ah, sí? Le pido disculpas. Debería haberlo comprobado.

La visita del joven parecía estar relacionada con el trabajo de su prometido. Últimamente, Kiyoka
había estado trabajando sin descanso. Probablemente ambos se habían echado de menos.

—En ese caso, el comandante debe de estar en la estación.

El joven tenía aspecto lastimero, bajando los hombros con decepción bajo el ardiente sol del
verano. Miyo le llamó.

—Si lo desea, es más que bienvenido a descansar un momento dentro.

Tras entrar en la sala de estar, el joven se bebió de un trago el vaso de agua que le proporcionó
Miyo, mientras se enfrentaba a las miradas curiosas de Hazuki y Yurie.

—Gracias. Ha sido de gran ayuda.

—De nada. Debería darte las gracias por ayudarme en la ciudad el otro día.

Un simple vaso de agua era una forma barata de expresar su gratitud.

Ante las palabras de Miyo, el joven ajustó repentinamente su postura, como si recordara algo
importante.

—Me llamo Arata Tsuruki. Encantado de conocerle.

—Yo soy Miyo Saimori.

Ella agarró tímidamente la mano que el joven -Arata- le tendía. La palma que le devolvía el apretón
era cálida y suave.

Pero aunque hubiera jurado que le había oído decir: “Es tan delgado…”, en voz lo bastante alta
como para que se oyera, se convenció de que estaba equivocada.

—Señorita Miyo, entonces. Usted debe ser la famosa prometida de Kudou.

—¿Famosa…?

—Ciertamente. Hace tiempo que corren rumores de su compromiso entre la alta sociedad. Sabía
que una mujer vivía con él.

—¿Es así…? Contestó Miyo, bajando ligeramente los ojos.

Era una sensación extraña, tener a gente por ahí hablando de ella. Se sentía un poco avergonzada.

—Dicho esto…

—¿Eh?

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—…estoy decepcionado con el comandante Kudou, la verdad.

Arata murmuró de repente en voz baja. Incapaz de creer lo que oía, Miyo volvió a levantar
rápidamente la cabeza.

—¿Por qué dices eso?.

—Me gustaría preguntarlo a mí. Eso que dices es de muy mala educación.

Hazuki también frunció el ceño ante el comentario, sintiéndose obligada a intervenir.

Arata no se inmutó en absoluto. En lugar de eso, entrecerró los ojos, evaluándola con su mirada
penetrante.

—Señorita Miyo, ¿comprende qué tipo de semblante tiene ahora mismo?.

—Bueno… Cierto, Arata ya lo sabía. La vio casi desmayarse en la calle. Su estado sólo había
empeorado desde entonces. Estaba segura de que su complexión también debía de ser tan pobre
como él insinuaba.

Tenía sentido que desconfiara de su prometido, ya que vivían bajo el mismo techo.

—…No es culpa de Kiyoka. La culpa es mía.

—Miyo… Hazuki la llamó por su nombre, ansiosa.

Arata resopló, como si le molestara la respuesta.

—Fui demasiado lejos. Aun así, no creo que nada de lo que dije fuera incorrecto.

Molesto, echó un vistazo a todos los rincones de la habitación, que estaban llenos de pilas de libros
de texto y cuadernos, antes de continuar.

—Es absurdo hacerte trabajar tanto para que acabes así de enfermo.

—…………

—Un completo disparate. Seguro que tienes muchas cosas de las que eres capaz. No es en
absoluto necesario que te apresures a dominar un montón de habilidades nuevas como ésta.

Hablaba como si supiera todo lo que había que saber sobre la situación.

Algo se rompió dentro de ella.

—¡Para, por favor!

—¿Qué pare qué?

—Esto es algo que quiero hacer, y tanto Hazuki como Kiyoka sólo están accediendo a mi petición.
Por favor, no hables mal de ellos.

Eso era cierto. Todo esto era producto de su propia insistencia egoísta.

Todo el mundo seguía sus deseos, y tanto si se sentía mal como si no, era su responsabilidad.

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No podía quedarse sentada y dejar que Arata hablara como si Miyo estuviera siendo educada en
contra de su voluntad a pesar del deterioro de su salud.

Volver a alzar la voz le provocó un dolor punzante en la cabeza.

Afortunadamente, Arata dejó escapar un profundo suspiro y se echó atrás.

—Perdóname. He agriado el ambiente, ¿verdad? Qué imperdonable por mi parte decir esas cosas
mientras me dejas cortésmente descansar en tu casa… Me marcho.

Se levantó rápidamente y se dirigió a toda prisa hacia la entrada.

—Sinceramente, ¿cuál era el problema de ese hombre? Venir aquí y decir lo que le da la gana…
¿Espera, Miyo?.

Mientras escuchaba las quejas de Hazuki, Miyo también se levantó.

—Iré a despedirlo.

—¡¿Qué?! No tienes por qué hacer eso. Es un desperdicio con un hombre como él.

—No puedo hacerlo.

Con pasos débiles y tambaleantes, siguió a Arata. Cuando llegó a la entrada, él acababa de ponerse
los zapatos.

—¿Señorita Miyo?

—Perdóneme. No quería perder los nervios en el salón.

—No hace falta que te disculpes; quién estaba siendo grosero era yo. Por favor, no te preocupes.

Cuando Arata se puso de pie para mirar a Miyo, siguió hacia delante, acercándole la cara a la oreja.

—Sin embargo, puedo darte un papel que sólo tú puedes desempeñar. Si te interesa, puedes
ponerte en contacto conmigo cuando quieras.

Estupefacta, Miyo fue incapaz de responder antes de que Arata se marchara sin decir una palabra
más.

¿Un papel que sólo yo puedo desempeñar…?

Distraída por sus desconcertantes palabras, Miyo no se dio cuenta.

El otro regalo de despedida que se había colado en la manga de su yukata.

Después, tanto Hazuki como Yurie permanecieron bastante calladas, y como a Miyo le costaba
interesarse por el estudio, levantaron la sesión de tutoría antes de tiempo.

Declinando cortésmente la oferta de Yurie de ayudar a preparar la cena, Miyo la envió a casa y se
quedó sola en la cocina.

Un papel… sólo para mí. La verdad es que no lo entiendo en absoluto.

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Las palabras de despedida de Arata ocuparon la cabeza de Miyo, junto con un dolor sordo.

Creyó que se refería a que, en lugar de esforzarse por dominar la conducta de una noble, Miyo
debería centrarse en realizar las tareas domésticas y otras actividades similares como es debido.
Sin embargo, cuanto más pensaba en ello, más extraño le parecía que él supiera tanto sobre ella.

No era natural que alguien que aparecía por casualidad, con quien sólo se había cruzado dos veces,
mencionara haberle dado una invitación y le ofreciera ese consejo. Por la forma en que había
actuado, era como si estuviera insinuando que él encajaba mejor con ella que Kiyoka.

—…yo.

¿Le conocía de antes? No, eso no podía ser posible. Dado el escaso número de amigos y conocidos
de Miyo, ella le recordaría si lo hubiera hecho.

—…Miyo.

Sin embargo, no importa lo que Arata le diga, Miyo no podía permitirse abandonar sus clases. No
iba a aceptar ser la única incapaz de manejar cosas que los demás podían manejar.

No quería ser una carga para sus seres queridos. En cambio, anhelaba ser alguien de quien Kiyoka
dijera que se alegraba de tener a su lado. ¿Era tan malo desear ese futuro?

—Miyo.

—¡Eek!

Al oír su nombre por detrás, Miyo casi saltó por los aires.

Cuando se dio la vuelta, encontró a su prometido de rostro severo apoyado en la puerta de la


cocina.

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CAPÍTULO: 3 A la casa Usuba

Poco antes.

Kiyoka fulminó con la mirada a Arata, que había llegado tarde a la reunión.

—Llegas tarde.

—Sí, lo siento.

Arata se sentó en el sofá de la sala de recepción, su rostro sonriente no mostraba ni el más mínimo
atisbo de culpabilidad.

—Tienes mucho valor para presentarte con retraso.

La reunión no era especialmente importante. Quizá no fuera razonable quejarse por un retraso de
unos minutos, pero Kiyoka estaba irritado.

—No tengo excusas. El calor me ha vuelto un poco descuidado, creo.

—…Aún así me gustaría oír una razón, si es que tienes alguna.

—Hubo un pequeño malentendido por mi parte. Me enteré de que hoy no estabas de servicio,
comandante Kudou, así que primero visité tu casa.

Kiyoka abrió los ojos, sorprendido.

Efectivamente, hoy no estaba de servicio. Sin embargo, con los movimientos de los espíritus del
cementerio aún poco claros, no podía permitirse el lujo de relajarse. Por ello, había renunciado a
sus días libres para venir a trabajar.

Supuso que también se lo había comunicado a Arata.

—Ya veo, alguien debe haber olvidado informarte.

Al parecer, no sólo los hombres de Kiyoka sobre el terreno habían caído en la confusión, sino
también Ookaito y el Ministerio de la Casa Imperial.

Kiyoka suspiró.

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No recordaba cuándo había pasado tiempo en casa por última vez. En cambio, regresaba
momentáneamente al atardecer para descansar un rato antes de volver a la estación en mitad de
la noche, y no volvía a casa hasta la tarde siguiente.

Avistamientos de una extraña muñeca, encuentros con fantasmas… y otros informes por el estilo.

El gran número de relatos de testigos presenciales y de quejas, ya tuvieran que ver con el
Cementerio o con alguna otra entidad, mantenía ocupada a la unidad de Kiyoka. Respondían a
toda la gama de informes uno por uno, y luego separaban el grano -la información sólida- de la
paja y reunían las pruebas necesarias. Informar de todos los detalles a los superiores era agotador.

A pesar de ello, seguía dando prioridad a enviar a sus subordinados a casa o a hacerles descansar,
lo que suponía una carga cada vez más pesada sobre los hombros de Kiyoka. Esta era en gran
medida la causa de su irritado estado de ánimo.

Le avergonzaba que el mero hecho de estar ocupado pudiera hacerle sentir tan irritado.

—Bueno, eso es básicamente todo. Ah, sí, también conocí a su prometida, comandante.

Kiyoka sintió que se estremecía ante la despreocupada revelación.

Arata sonrió con un brillo rencoroso y burlón en los ojos.

—Me recibió con cortesía. No me sorprende que hayas tomado como prometida a una persona tan
fantástica.

—¿Eso es sarcasmo?

—En absoluto, sólo constato un hecho… Dicho esto, aunque soy consciente de que puede que esto
no sea asunto mío, desapruebo de corazón que trates a una mujer tan buena como tú lo estás
haciendo ahora.

—¿Perdona?

Kiyoka no entendía qué insinuaba Arata. Arrugó las cejas.

—Anteriormente… aunque, en realidad, fue hace sólo unos días, me crucé de hecho con Miyo.

—¿Y?

—En aquel momento, parecía a punto de desmayarse en el acto. También parecía totalmente
enferma.

—…………

—De hecho estuvo a punto de caerse. Por suerte, la salvé en el arcén. Y aunque entonces no
parecía estar bien, cuando la he visto hoy, parece que su estado no ha hecho más que empeorar.

Era la primera vez que oía que Miyo conocía a Arata, y a Kiyoka le disgustó que un hombre al que
apenas conocía hablara así de ella.

Sin embargo, el comentario de Arata hizo que Kiyoka se diera cuenta de que no recordaba cómo
era el cutis de Miyo la noche anterior.

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¿Cómo era aquella noche de luna? ¿O la noche anterior?

Las pesadillas diarias habían desgastado a Miyo hasta los huesos. Parecía lo bastante demacrada
como para marchitarse en cualquier momento. A pesar de buscar a la familia Usuba para intentar
hacer algo por ella en cuanto pudiera, no había habido ningún progreso en ese frente, y con el
trabajo acosándole, simplemente volver a casa para verla era casi imposible.

Un sudor frío le recorrió la frente.

—Tanto si estás ocupado en el trabajo como si no, ¿no deberías preocuparte más por tu
prometida? Pregúntale qué le pasa, como mínimo… Personalmente, nunca dejaría que mi
prometida acabara así.

En circunstancias normales, Kiyoka le habría gritado que se metiera en sus asuntos. Los extraños
no deberían hablar así de su prometida.

Pero esas palabras nunca salieron de su boca.

Una vez concluida la reunión con Arata, Kiyoka terminó su trabajo con la poca concentración que
pudo reunir, obtuvo nueva información concluyente de un investigador privado y se dirigió a casa.

Las cosas que Arata le había dicho aquella tarde se le habían quedado grabadas en la mente desde
entonces. Pero después de escuchar los hechos que el investigador había sacado a la luz, ahora
estaba seguro de todo.

Lo único que no podía seguir el ritmo de la situación era el propio corazón de Kiyoka.

Cuando por fin llegó a casa, la habitual visión de Miyo saliendo a la entrada para saludarle estaba
ausente por alguna razón. Sin embargo, no tardó mucho en encontrarla dentro de la casa.

—Miyo.

La llamó desde atrás mientras trabajaba afanosamente en la cocina. Pero parecía que su mente
estaba en otra parte, así que no se dio cuenta.

—Miyo.

—…………

Después de que él la llamara por su nombre por tercera vez, sus manos finalmente dejaron de
moverse, y ella se dio la vuelta con una mirada profundamente sorprendida en su rostro.

—¿K-Kiyoka?

Una mirada fue todo lo que Kiyoka necesitó para darse cuenta de que no se había percatado de su
regreso a casa.

¿Tan absorta estaba en lo que hacía? No, no era eso.

—…Estoy en casa.

—B-bienvenido. Siento no haber venido a saludarte…!

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—No me importa.

Kiyoka miró fijamente a Miyo mientras corría a toda prisa hacia donde él estaba.

Envuelta en un kimono turquesa pálido con hojas de arce esparcidas, parecía realmente una noble.
Cualquiera que la viera ahora la aplaudiría como una dama encantadora, gentil y elegante.

Mientras pasaba cada vez más tiempo fuera de casa, la devoción de Miyo por estudiar con su
hermana mayor había hecho que la figura que tenía delante pareciese tan notablemente diferente
que casi no la reconocía.

Y sin embargo, a pesar de todo… —Miyo, ¿por qué…?.

No pudo hilar bien sus siguientes palabras.

Kiyoka recordó los últimos meses.

Cuando Miyo llegó, había estado en un estado terrible.

Su cuerpo había estado enfermizamente demacrado, nada más que piel y huesos. Su piel y su pelo
estaban desgastados y maltratados.

Pero se suponía que todo había cambiado para mejor. Llevar una vida normal aquí debería haber
evitado que volviera a entrar en ese miserable estado.

Sin embargo, se trataba de una regresión total.

Había perdido el color de las mejillas y tenía ojeras. No era producto de la imaginación de Kiyoka
que la carne de sus mejillas y muñecas, que tanto había tardado en desarrollarse, se estuviera
consumiendo. Parecía incluso más pronunciada ahora que en aquella tarde de luna.

Así que, después de todo, todo lo que había dicho Arata era cierto.

Algo empezó a bullir en el interior de Kiyoka, subiendo lentamente a la superficie.

—¿Um…?

—¿Las sesiones de estudio de mi hermana han sido bastante estrictas, entonces?.

Miyo negó con la cabeza ante su pregunta mordaz.

—No, um, Hazuki siempre es… Es muy considerada…

—¿Entonces qué es?.

Irritado, exigió cáusticamente una respuesta.

Kiyoka no entendía por qué estaba tan molesto. Antes de darse cuenta, se había agarrado al brazo
de Miyo.

—Kiyoka, yo…

—¿Por qué has adelgazado tanto? ¿Por qué estás tan despistada que ni siquiera te das cuenta de
que he vuelto a casa?.

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—Es porque… Su descontento se intensificó al ver que ella evitaba su mirada.

—Nunca me dijiste que habías conocido a Arata Tsuruki.

—U-um… Kiyoka.

—Eso tampoco es todo. ¿Crees que no sé nada de los horribles sueños que has tenido noche tras
noche?.

Ese fue el comentario que hizo que Miyo se pusiera rígida y abriera los ojos.

No, no, no era así como quería abordar esta conversación.

Una mezcla contradictoria de emociones se arremolinó en el pecho de Kiyoka.

Definitivamente, no había querido reprenderla, ni por su encuentro con Arata, ni por sus
pesadillas. Kiyoka había querido cuidarla, no herirla, y sacar el tema de otra manera.

Pero en el momento en que expresó los pensamientos que se habían ido amontonando en su
mente, ya no pudo contenerse.

—Ya te lo he dicho, ¿no? Háblame de cualquier cosa. Confía en mí. Depende de mí. Y sin embargo,
por mucho tiempo que llevemos juntos, sigues sin confiar en mí para nada.

—…………

—¿Entonces no confías en mí? ¿Por eso no me cuentas nada?

—No, claro que no… La voz de Miyo temblaba con fuerza. Cuando levantó la vista hacia Kiyoka,
éste pudo ver cómo grandes lágrimas brotaban de sus ojos.

—No quería molestarte con nada. Ya parecías muy ocupado y agotado, y no quería preocuparte
con mis propios problemas encima.

—No estoy agotado en absoluto. No lo decidas tú.

—¡Hng!

Era una mentira descarada. Estaba tan agotado que hasta su despreocupado subordinado, Godou,
se había dado cuenta y le había ordenado que no volviera a la estación en lo que quedaba de
noche.

Tal y como Kiyoka veía las cosas, el hecho de que hiciera la vista gorda ante la salud de Miyo y que
le interrogara con mano dura eran consecuencias del agotamiento que debilitaba su juicio y su
moderación.

Sin embargo, atrapado en su ímpetu, dejó escapar las siguientes palabras:

—Si las cosas iban a acabar así, no debería haberte dado la oportunidad de estudiar.

—____ Atónita, las lágrimas brotaron de los ojos de Miyo, y Kiyoka se dio cuenta por fin de su
metedura de pata verbal.

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El aprendizaje que la propia Miyo le había dicho que quería hacer. La luz en sus ojos cuando miraba
las pilas de libros de texto que le había prestado Hazuki.

Cuando estaba con su hermana, siempre parecía divertirse.

Y él acababa de rechazarlo todo.

—Eso es cruel, Kiyoka.

Sus lágrimas fluyeron una tras otra por su rostro, empapando el suelo de abajo.

Kiyoka lamentó enormemente sus palabras. Atónito ante sus propios actos, no pudo responder.

—Yo… yo sólo…. Su voz se entrecortó torpemente.

Miyo se estremeció violentamente antes de desplomarse en sus brazos. Era ligera como una
pluma; un escalofrío le recorrió la espalda.

Soy horrible.

Había herido a su prometida.

Cualquier excusa sobre que había sido un accidente, o que se había dejado llevar por sus
emociones, carecía totalmente de sentido. Ella estaba exhausta y más herida que nadie que él
hubiera conocido, pero él la había herido igualmente.

Había hecho lo peor que podía hacer.

¿Acaso era diferente del trato que le habían dado los saimoris?

Recogió a la inconsciente Miyo entre sus brazos.

Sintiéndose culpable, empezó a llevarla a su habitación cuando su mirada se posó en un papel


desconocido que había en el suelo.

—¿Qué es esto…?.

Las palabras escritas en el papel confirmaron plenamente las sospechas de Kiyoka.

No dudó en absoluto en su decisión. Éste era el único camino para salvar a Miyo y expiar sus duras
palabras.

Cuando retiró los párpados ligeramente hinchados, la recibió el techo de su habitación.

¿Ya es de día? ¿Ya…?

Una tenue luz iluminaba la habitación. Oyó el trinar de los pájaros en el exterior.

Pero Miyo no recordaba haberse acostado y dormido anoche.

Cuando hizo memoria, preguntándose qué había pasado, se quedó pálida.

Es verdad. ¿Cómo pude hacerle eso a Kiyoka?

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No sólo había arremetido contra él y le había llamado groseramente cruel, sino que además se
había desmayado y le había hecho llevarla en brazos a su habitación.

Por descuido, había acabado dándole vueltas a las palabras de Arata. Miyo siempre estaba segura
de oír el sonido del motor del coche de Kiyoka, pero con su mala salud y sus pesados
pensamientos, había estado más despistada y distraída que nunca.

Era la primera vez que veía a Kiyoka tan enfadado.

Al principio, pensó que estaba enfadado con ella por no haber acudido a la puerta a saludarle, pero
no era eso. Su rostro se contorsionó con melancolía, como si estuviera a punto de echarse a llorar
en cualquier momento.

...Kiyoka estaba esperando a que yo misma hablara con él.

Era una tonta.

Al fin y al cabo, Kiyoka sabía lo de las pesadillas que la atormentaban y estaba esperando a que se
lo contara. Ver cómo Miyo se encargaba de todo ella sola sin decir una palabra a nadie, a pesar de
sus insuperables dificultades, hacía pensar que no confiaba en nadie, ni siquiera en él.

Si lo hubiera pensado un momento, se habría dado cuenta enseguida. Pero en lugar de eso, sólo se
había centrado en sí misma.

Miyo estaba segura de que aquella noche en la terraza había sido su última oportunidad de oro. Y
la había desperdiciado.

Kiyoka era amable. Lo suficientemente amable como para que el estúpido comportamiento de
Miyo le preocupara.

¿Qué voy a hacer…?

¿La perdonaría si se disculpaba? A este paso, ella no tenía lugar para quejarse si esta era la gota
que colmaba el vaso.

Sus horribles visiones eran ahora realidad.

Como si la estuviera privando de cualquier oportunidad de disculparse, Kiyoka no dijo ni una


palabra en toda la mañana.

Aunque Miyo sabía que era culpa suya, su conducta seguía provocándole dolor en el pecho, como
si hubiera vuelto a sus primeros días en la casa.

Además, estaba molesta consigo misma por esperar inconscientemente que la amabilidad de
Kiyoka significara que sería perdonada.

Normalmente, Yurie aclararía las cosas en estas situaciones, pero, por desgracia, era su día libre.

Tras terminar su adusto y aparentemente interminable desayuno juntos, Miyo empezó a asearse.
Fue entonces cuando Kiyoka anunció: —Prepárate para salir.

En lugar de sentirse aliviada al oírle dirigirse a ella, se sintió embargada por la ansiedad.

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Éste podría ser realmente el final.

Anoche no era el momento de centrar su atención en lo que le había dicho Arata.

La relación entre ella y Kiyoka podía venirse abajo, y no podía culpar a nadie más que a sí misma
por destruirlo todo.

Se había esforzado tanto porque quería permanecer al lado de su prometido. Pero, ¿y si su propia
estupidez hacía sufrir a Kiyoka? ¿Y si él le decía que ya no la necesitaba? Eran problemas mucho
más importantes de lo que cualquier esfuerzo podría resolver.

Por el momento, siguió sus instrucciones, se cambió de ropa y se preparó para salir.

Kiyoka también permaneció en silencio durante el viaje. A causa del tenso ambiente, Miyo
tampoco habló hasta que llegaron a su destino.

—¿Qué es este lugar…?

Parecía una corporación de algún tipo. Un edificio de ladrillos de dos plantas situado en un terreno
de la ciudad imperial, con un gran almacén anexo. Encima de las puertas dobles de la entrada, con
los cristales relucientes y limpios encajados en sus marcos, había un gran letrero que rezaba
COMERCIO TSURUKI.

Kiyoka miró a Miyo, que sólo podía permanecer allí en silencio, y la instó a entrar con un brusco
'Vamos'.

Cuando entraron, un vestíbulo inmaculado y prístino se extendía ante ellos.

Kiyoka se dirigió directamente al joven empleado sentado en el mostrador de recepción.

—¿Qué asuntos tiene hoy, señor?.

—Pido disculpas por venir sin avisar. Me gustaría reunirme con uno de sus empleados, Arata
Tsuruki.

Miyo tragó saliva al oír el nombre salir de sus labios.

Ese hombre no podía estar aquí, ¿verdad? Si era así, Miyo no sabía cómo debía reaccionar al verle.

—Disculpe, pero ¿puedo preguntar quién pregunta?.

—Dígale que está aquí el comandante Kudou, de la Unidad Especial Antigrotesquerie. No tengo
cita.

—Por favor, espere un momento mientras lo consulto con él.

El empleado entró en la habitación tras él y volvió a salir corriendo.

—Tsuruki le verá inmediatamente. Por aquí, por favor.

Les llevaron a la segunda planta del edificio. En marcado contraste con el ambiente de la primera
planta, donde se percibía la presencia de laboriosos obreros trabajando, la segunda era
extremadamente tranquila y silenciosa.

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Su destino era una habitación al final del pasillo, con una placa en la que se leía NEGOCIADOR
SENIOR en la puerta.

—Hemos llegado. Por favor, pasen

Kiyoka asintió a la reverencia del empleado y llamó a la puerta. Inmediatamente después siguió un
“Adelante".

En el interior, esperaba un joven elegante sentado despreocupadamente en una silla.

—Bienvenido, comandante Kudou. Gracias por su tiempo ayer.

—…En efecto.

No era bueno echar la culpa a los demás. Aunque Miyo era plenamente consciente de ello, no
pudo evitar mirar a Arata con resentimiento.

El hombre desvió la mirada de Kiyoka a Miyo y sonrió.

—También ha pasado un día desde la última vez que nos vimos, señorita Miyo.

—Ha pasado… Quería preguntar a Kiyoka y a Arata qué demonios estaba haciendo allí.

—Tenemos mucho que repasar. ¿Cambiamos de sitio? Me gustaría evitar hablar de asuntos
personales en la oficina.

—Claro. Yo también tengo muchas cosas que preguntar.

Kiyoka se quedó mirando a Arata con un brillo agudo en los ojos. Miyo seguía sin saber qué estaba
pasando exactamente y se mordió el labio, con las emociones agitándose en su pecho.

Los tres salieron de la oficina y se dirigieron a una residencia situada a pocos minutos.

Era una casa moderna de madera, pintada de blanco. En la placa de la entrada se leía TSURUKI.
Cuando preguntaron por ella, Arata les dijo que se había criado aquí.

—Aquí hay gente que quiere conocerte, Miyo. Y no te preocupes, aquí no te va a pasar nada malo.

Aunque la fachada parecía moderna, muchas de las habitaciones del interior estaban revestidas
con el familiar suelo de tatami; el lugar era una hábil fusión de estilos japonés y occidental. En ese
momento no parecía haber nadie más, y el silencio era total, salvo por el bullicio apenas audible de
la ciudad exterior.

Kiyoka y Miyo siguieron a Arata, en completo silencio, igual que antes. Les dijeron que esperaran
en un salón de unos diez tatamis. Arata regresó unos instantes después.

Detrás de él había un anciano desconocido, con la espalda recta y firme.

—Ah, te pareces a Sumi…

—…¿Sumi?

El anciano acababa de murmurar con nostalgia el nombre de la madre de Miyo.

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Miyo estaba cada vez más confusa. A su lado, Kiyoka permanecía en silencio, con los ojos cerrados.
No podía entender lo que estaba pensando.

—Ya tenemos a todos los jugadores reunidos. Por fin están todos.

Arata sonrió. Sin embargo, incluso esta sonrisa desarmante, también, no parecía más que un acto
superficial, y sólo estaba despertando más ansiedad en Miyo.

—Comandante Kudou, supongo que ya se habrá dado cuenta. Quiénes somos, quiero decir.

—…Busqué por todas partes, pero nunca esperé que fuera así como finalmente llegaría a una
respuesta.

—No dejamos que nadie nos encuentre tan fácilmente. No se nos permite existir públicamente. El
mero hecho de encontrarnos contigo cara a cara como ahora roza la violación de nuestro código.

Miyo había perdido toda esperanza de encontrarle sentido al intercambio que estaba teniendo
lugar entre Kiyoka y Arata.

¿Quizás esta reunión esté relacionada con lo que discutieron ayer?

Guardándose sus preguntas, permaneció callada y observó la escena que se desarrollaba ante ella.

Pero si habían quedado para hablar de trabajo, ¿por qué Kiyoka se había asegurado de traerla?
Cuando empezaba a darle vueltas a la cabeza, la verdad salió a la luz.

—Ahora, permítanme que nos presentemos como es debido. Bienvenidos a la casa de la familia
Usuba.

—¿Usu…ba…?

Esa era mi madre… Todos los pensamientos del cerebro de Miyo volaron por los aires.

No podía estar equivocada. Aquella era la casa donde había nacido y crecido su madre, Sumi
Saimori. ¿Y ahora se encontraba en el mismo lugar?

Arata entrecerró los ojos y miró a Miyo, que se había quedado muda.

El primero en romper el incómodo silencio fue el anciano, que había permanecido callado hasta
entonces.

—Así es. Ésta es la casa de los Usuba. Soy el anterior cabeza de familia, Yoshirou Usuba. Soy tu
abuelo, Miyo.

—Y mi verdadero nombre es en realidad Arata Usuba. Yo sería tu primo… Aunque como Tsuruki es
nuestra identidad de cara al público, siempre me presento así.

—No puede ser… Abuelo. Primo.

Inconscientemente se tapó la boca con la mano y bajó la mirada.

Miyo prácticamente nunca había conocido a uno de sus parientes.

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Sus abuelos por parte de los Saimori se habían ido desde que tenía memoria. Como sus tíos y sus
hijos no poseían el Don, llevaban una vida modesta lejos de la capital, y Miyo nunca había tenido la
oportunidad de conocerlos. Y aunque los padres y hermanos de su madrastra visitaban a menudo
la residencia Saimori porque Kaya les tenía afecto, no estaban unidos a Miyo por la sangre y, por
tanto, eran poco más que extraños para ella.

En cuanto a los Usuba, aunque sabía de su existencia, apenas sabía nada más de ellos.

—Comandante Kudou. La razón por la que ha venido hoy es porque quiere acabar con las
pesadillas de Miyo, ¿verdad?

—Así es. A Miyo se le dijo durante mucho tiempo que no tenía el Don. Pero ese no puede ser el
caso. Por eso contactaste conmigo en primer lugar, ¿no? Aceptaste intencionadamente encargarte
de las negociaciones de la situación del cementerio y apareciste ante Miyo para traernos a los dos
aquí ante ti.

Kiyoka sacó un trozo de papel de su bolsillo y se lo mostró a los dos hombres.

En él estaba escrita, presumiblemente, la dirección de Tsuruki Trading, junto con el nombre de


Arata Tsuruki. Los caracteres de Usuba estaban garabateados en el reverso.

—Encontré esto en el suelo de nuestra casa. Se lo debiste de pasar a escondidas a Miyo cuando
nos visitaste ayer. Antes, el nombre de Sumi Tsuruki apareció cuando contraté a un investigador
privado para que investigara a unas alumnas de un colegio femenino que también se llamaban
Sumi. Cuando hice que indagaran más en la historia de los Tsurukis, encontré un registro de hace
unos veinte años en el que recibían fondos del clan Saimori. Pero me tendiste una trampa para
encontrar este registro, ¿verdad? Para atraernos aquí de esta manera.

—¿Qué te hace decir eso?

Kiyoka, indiferente a la fingida inocencia de Arata, prosiguió.

—De todas mis averiguaciones, he deducido que la chica llamada Sumi, de la familia Tsuruki, murió
de causas naturales más o menos al mismo tiempo que el declive de su clan. Dado que los Usuba
estaban en crisis entonces, no sería extraño que renunciaran al tratamiento médico de su hija, lo
que a su vez provocaría que su muerte no quedara registrada. Dadas las circunstancias, nada de
eso parecía ni remotamente sospechoso. Como resultado, mi investigación llegó brevemente a un
callejón sin salida… Hasta ayer, cuando mi investigador privado me informó abruptamente de que
había conseguido nueva información, para lo cual presentó registros de apoyo financiero. El
momento era demasiado oportuno. El declive de los negocios de Tsuruki Trading, la muerte de
‘Sumi Tsuruki’, la ayuda financiera de los Saimori, y el matrimonio de ‘Sumi Usuba’ con el clan
Saimori… El mero hecho de saber que esta serie de acontecimientos se sucedieron casi uno tras
otro facilitó el encaje de las piezas. Este trozo de papel fue sólo el golpe de gracia.

—Ja, ja, me impresionas. Me alegro de que hayas sido capaz de encontrar la respuesta después de
todo. Verás, no podíamos permitirnos sentarnos y esperar mucho tiempo. No estaba seguro de si
encontrarías ese trozo de papel, así que sinceramente, me preguntaba cuántas veces más tendría
que imponerme en tu casa.

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Arata suspiró ligeramente. —Me has hecho un favor, de verdad.

Kiyoka le miró con el ceño fruncido, y el aire de la habitación se volvió gélido.

—Por favor, no hace falta que me mires con tanto miedo… Es exactamente como dijiste: Miyo tiene
un don. Además, es uno valioso, poderoso y excepcionalmente problemático.

El shock golpeó tan fuerte a Miyo que sintió como si fuera a desmayarse.

¿Tenía una habilidad sobrenatural? No, eso no podía ser cierto. Carecía de visión espiritual, y los
que carecían de ella nunca despertaban sus poderes especiales.

Por eso los Saimori siempre la habían menospreciado. Que le dijeran que había despertado su don
sin que nadie se diera cuenta, ni siquiera ella misma, sonaba totalmente inverosímil.

Pero, ¿y si tal vez, sólo tal vez, realmente tenía una habilidad sobrenatural? Ignorando el estupor
de Miyo, Yoshirou intercambió miradas con Arata y continuó hablando en su lugar.

—Sólo tenemos un objetivo.

Declaró, con una severidad que se apoderaba de su arrugado semblante.

—Kiyoka Kudou. Nos entregarás a Miyo.

Sus ojos se abrieron lentamente.

¿Por qué?

…Esto debía de ser lo que la gente entendía por “un rayo caído del cielo”.

Una sorpresa comparable a un relámpago cayendo del cielo azul. Y en este caso, varias veces.

Circunstancias que iban en contra de su propia concepción de sí misma, pero que aún la
involucraban mucho, habían sido expuestas una tras otra y con la misma rapidez decididas por ella.
Mientras tanto, la conmoción de la mujer de la que todos hablaban había quedado completamente
sin resolver.

Miyo luchó desesperadamente contra el impulso de gritar en ese momento.

Cuando oí eso, me enfureció que decidiera eso por sí mismo. Eso debió de sentir Hazuki cuando la
obligaron a divorciarse.

La mente de Miyo hacía tiempo que se había quedado en blanco. No podía seguir con esto.

Desde el día anterior, había estado a merced de las palabras de los demás.

Primero la habían traído aquí sin previo aviso, luego le habían dicho que era la casa familiar de su
madre y, sin darle ninguna justificación clara, la conversación continuó bajo la premisa de que Miyo
poseía habilidades sobrenaturales. Para colmo, había descubierto que la habían intercambiado
como si fuera una mercancía.

Miyo no sabía si sentirse indignada o desconsolada. Incapaz incluso de asentar sus propios
sentimientos, se quedó sumida en el estupor.

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Su prometido también parecía estar al tanto de todo.

—Me imaginaba que dirías eso. No hay duda de que Miyo posee la capacidad única de los Usubas
de afectar al estado mental de los demás. Sea como fuere, sin embargo, ¿creías que iba a aceptarlo
sin más?.

—Lo admito, no pensé que fueras de los que acceden fácilmente a nuestras demandas. Intentar
sobornarte con dinero y poder sería una pérdida de tiempo.

—¿Entonces por qué?

—Las habilidades a disposición de Miyo son muy especiales para nosotros. No habrá concesiones.

El tono de Yoshirou era categórico y decisivo.

Su voluntad, y la de la propia familia Usuba, era firme. Intentaban que Kiyoka se estremeciera ante
su posición absoluta e inamovible.

—Ella posee el poder de la Visión del Sueño. Poder omnipotente sobre el sueño de una persona.
Incluso comparado con los poderes especiales del clan Usuba, ostenta una fuerza excepcional.

El término Dream-Sight no tenía mucho sentido para Miyo; la palabra sueño, sin embargo, estaba
relacionada con las pesadillas que la asolaban.

—La visión del sueño es un don que se ha manifestado sólo en un selecto número de mujeres
usuarias del don a lo largo de la dilatada historia de la familia. Las personas con esta habilidad
pueden entrar en los sueños de cualquier persona dormida, incluidas ellas mismas, y manipular
sus visiones. Dado que todo el mundo necesita dormir en algún momento, el usuario es capaz de
manipular la mente de cualquiera con sólo usar Dream-Sight, por muy fuerte que sea. Incluso es
posible lavarle el cerebro a la gente con esta habilidad. Dependiendo de lo capaz que sea el
usuario, puede ver todo el pasado, el presente y el futuro mientras duerme; en otras palabras, la
habilidad supera incluso a la propia Revelación Divina del emperador… Si no es el Don más fuerte
de todos, ¿entonces cuál es?.

Parecía como si Yoshirou estuviera describiendo los hechos de un mundo muy alejado del de la
propia Miyo. Su explicación en sí era como un sueño fantástico, carente de todo sentido de la
realidad.

Omnipotente. El más fuerte.

Le parecía totalmente imposible que algo oculto en su interior pudiera describirse de ese modo.

En lo que a Miyo se refería, aquello era sólo cosa de otros. Así lo entendía ella, fuera cierto o no.

Sin embargo, Kiyoka pareció tomarse la noticia de otra manera.

—¿Existe realmente un Don capaz de todo eso?.

Murmurando con inexpresiva sorpresa, se puso algo pálido.

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—Por supuesto que sí. Por eso, los Usubas no podemos presentarnos en público. Si mostráramos
abiertamente nuestro poder, sólo se nos vería como una amenaza. Nuestras habilidades
generarían conflicto y desorden.

—¿Y dices que por eso quieres mantener a Miyo bajo tu control?

—Piénsalo tú mismo. ¿Crees que sería feliz como está ahora, atormentada por pesadillas e incapaz
de controlar sus propios poderes sobrenaturales, con sólo un hombre incapaz de resolver sus
problemas a su lado? Está claro que estaría mejor viviendo en esta casa, donde conocemos sus
circunstancias y tenemos conocimiento de su Don. Además…

—…………

—La familia Usuba no puede tolerar que la sangre de semejante Don pase a otro clan.

¿A qué conclusión llegaría Kiyoka?

Yo… Hasta hace sólo un par de días, seguro que Miyo les habría dicho allí mismo que no tenía
intención de vivir con los Usuba. No tenía ninguna intención de separarse de Kiyoka, y confiaba en
que él la dejaría quedarse.

Pero ahora las cosas eran diferentes. Si Kiyoka la rechazaba, no tendría más remedio que
resignarse a su decisión. Había pisoteado tontamente sus sentimientos. Si él estaba decidido a
entregarla, la única forma de demostrarle su sinceridad era obedeciendo sus deseos.

—…Hay algo que me gustaría preguntarte.

—¿Qué?

Sumido en sus pensamientos, Kiyoka parecía estar buscando las palabras adecuadas.

—¿Por qué se tardó tanto tiempo en descubrir que Miyo tenía una habilidad sobrenatural?.

—Su Don probablemente fue descubierto en algún momento. Sumi debió de sellar el suyo poco
después de que naciera. Puedo adivinar qué la motivó a considerarlo necesario.

Yoshirou lo explicó así:

Al revisar los registros de usuarios de dones con Visión del Sueño, se hizo evidente que sólo nacía
uno cada pocas décadas. Ni una sola vez un individuo con la habilidad la había transmitido a la
generación siguiente. Además de eso, su madre también poseía otro poder sobrenatural.

—Telepatía.

Un don que unía el corazón de una persona con el de otra.

Podía usarse para expresar los pensamientos de la cabeza y los sentimientos del corazón sin
recurrir a vías de comunicación verbales o corporales.

Aunque nadie sabía por qué, las madres de los bendecidos con la Visión del Sueño siempre
poseían esta habilidad sobrenatural, independientemente de la fuerza de los poderes de sus
madres. Sumi no había sido una excepción.

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—Hacía mucho tiempo que no nacía un usuario de la Visión del Sueño. Los nacimientos de
usuarios de dones ya estaban disminuyendo, y las niñas nacidas con Telepatía rara vez aparecían.
Fue entonces cuando las estrellas se alinearon y nació Sumi, lo que entusiasmó a toda la familia.

Frágil pero poseedora del poder de la Telepatía, se esperaba que Sumi diera a luz a una usuaria de
dones con Visión del Sueño. Aunque nadie se lo había revelado directamente, había vivido bajo
una intensa presión.

Al parecer, el propio Yoshirou la casó con un pariente lejano para intentar aumentar al máximo las
posibilidades de que diera a luz a un usuario de dones con Visión del Sueño.

—Pero no funcionó. El negocio de Tsuruki Trading decayó, nuestra familia vivía al borde de la
inanición y ya no podíamos pensar en casarnos.

Justo antes de que toda la familia se viera abocada a la calle, el cabeza de familia de los Saimori se
enteró de su difícil situación y les ofreció un matrimonio a cambio de ayuda económica.

—Sinceramente, en aquel momento ya podía ver que los Saimori se dirigían a la decadencia.
Nunca quise entregar a mi preciosa hija a una familia como ellos, pero… Fueron persistentes y la
persiguieron tenazmente.

Un clan desamparado, y los Saimori, firmes en que sólo les interesaba Sumi.

Al final, para salvar a su familia, Sumi superó las objeciones de Yoshirou y se fue con los Saimori.

Yoshirou hizo una mueca de tristeza al recordar aquella época.

—Teniendo en cuenta lo mucho que persiguieron a Sumi, el antiguo jefe de su familia seguramente
debía de conocer el poder de la Visión del Sueño. Estoy seguro de que si les hubiera nacido una
niña con esa capacidad, la habrían explotado todo lo que hubieran podido; no habría tenido
ninguna esperanza de vivir una vida normal y feliz. Seguramente Sumi lo entendía muy bien,
porque desde pequeña se enfrentó a expectativas poco razonables.

Por eso selló los poderes sobrenaturales de Miyo y fingió que no los tenía.

Mientras escuchaba la explicación de su abuelo, Miyo era incapaz de encontrar las palabras que
necesitaba decir.

Siempre estaba sola.

Hasta cierto punto, comprendía los sentimientos de su madre. El sueño de su madre que había
tenido cuando se mudó por primera vez a la residencia de Kiyoka no contradecía el pasado del que
hablaba Yoshirou.

Pero las acciones de Sumi también hicieron que el valor social de Miyo cayera en picado tras su
muerte. De hecho, dado que las miserables experiencias infantiles de Miyo eran producto de la
decisión de su madre, a Miyo le resultaba difícil perdonar a Sumi después de todo.

Si Miyo tuviera realmente el don y su madre no lo hubiera sellado, ¿la habrían querido los Saimori?
¿No podría haber construido una buena relación con su madrastra y su padre, sin vivir a la sombra
de Kaya? ¿No habría podido formar parte de la familia?

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Aunque ya era demasiado tarde para hacer nada con respecto a su pasado, no podía dejar de
imaginar la vida feliz que habría podido llevar si las cosas hubieran sido diferentes.

Cuando consideró las posibilidades, le pareció que tal vez no habría resultado tan tonta como era
ahora. Tal vez habría sido una joven maravillosa como Hazuki.

Las emociones oscuras y viles que había reprimido durante tanto tiempo salieron a la superficie.

—…Con toda probabilidad, la llave del sello se encontraba dentro de los límites de la finca Saimori.
Pero cuanto más tiempo pasaba tras la muerte de la mujer que lanzó el sello, más se deterioraba.
Si a eso le sumamos la marcha de Miyo de la residencia Saimori, finalmente desapareció por
completo.

—Ya veo. En resumen, aunque sospechabas que Miyo podía tener Visión del Sueño, el sello de su
difunta madre te hizo pensar lo contrario y, en consecuencia, no pudiste rescatarla de los Saimori.
¿Es eso?

—Así es, respondió Yoshirou con disgusto mientras Kiyoka exponía sin piedad los errores de los
Usuba.

—Miyo Saimori no poseía el Don; por mucho que lo investigáramos, siempre obteníamos la misma
respuesta. Fue un gran alivio para todos nosotros. Eso significaba que el poder de Dream-Sight no
había pasado a otra línea. Dado que nos vemos obligados a ocultarnos así para seguir viviendo,
necesitábamos evitar el contacto con extraños como miembros de la familia Usuba. Dejamos a
Miyo al cuidado de los Saimori y nos lavamos las manos.

—¿Y ahora ignoras sus propios deseos y exiges que te la entreguen? No me hagas reír.

—Ah, pero señor Kudou. ¿Qué opina usted de todo esto?, intervino Arata, borrando la sonrisa de
su rostro.

Un brillo agudo había aparecido en sus ojos; su inocua máscara ya había empezado a despegarse.

—¿Estás diciendo que puedes proteger a Miyo? No sólo la secuestraron ante tus ojos y la hirieron
durante el disturbio con los saimoris, sino que ahora sigue sufriendo porque no puedes impedir
que sus poderes rebeldes le provoquen pesadillas. Después de todo eso, ¿todavía puedes decir
que eres capaz de protegerla?.

—…………

—¿Qué piensas, Miyo?

No estaba segura de cómo responder a la abrupta pregunta.

Miyo aún quería permanecer al lado de Kiyoka. Pero si él ya no la quería, entonces ella no tenía
más remedio que rendirse. Porque era ella quien le había hecho sentirse así.

Kiyoka insistía en que no la entregaría a los Usuba. Lo que sentía por Miyo, sin embargo, era un
asunto completamente distinto.

—…cederé a lo que diga mi prometido.

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—¿Cuáles son tus propios sentimientos al respecto?

Si digo que quiero quedarme a su lado, Kiyoka no podrá deshacerse de mí.

Su opinión no deseada acabaría entorpeciéndole. En ese caso… —A mí… me da igual.

Mirando a Arata directamente a los ojos, apagó sus propias emociones en su respuesta, sin darse
cuenta de que Kiyoka la miraba con asombro, jadeando ante su respuesta.

—En ese caso, señor Kudou. Parece que no vamos a coincidir, así que ¿por qué no nos batimos en
un duelo justo, y el ganador se llevará a Miyo con él?, propuso Arata con una refrescante sonrisa.

—Me parece bien.

Miyo no podía mirar a Kiyoka mientras aceptaba impasible la absurda propuesta de Arata.

No tengo ningún derecho a preguntarle por qué… Apretó los puños sobre su regazo con tanta
fuerza que casi le sale sangre.

—Gracias. Ahora, qué tal una pelea honesta y caballerosa para ver quién es más fuerte. ¿Lo
comprobamos?

La voz extrañamente alegre de Arata pasó por un oído y salió por el otro.

Yoshirou no dijo ni una palabra, sin involucrarse a propósito.

Kiyoka se levantó y se dirigió al exterior, su figura se hacía cada vez más pequeña a medida que
avanzaba. Ya estaba muy lejos.

—Kiyoka. Insegura de si quería que se volviera para mirarla, o si quería evitar que se marchara…
Miyo gritó su nombre, con sentimientos enredados en el pecho. Pero él ni se giró ni se detuvo en
seco.

Pero después de que su súplica fuera ignorada, el sentimiento que surgió en su interior no fue de
desesperación.

…Tonta, de pocas luces, y más allá de toda ayuda, yo… -podría no haber sido ya de ningún valor
para él.

Entraron en el jardín, que era sorprendentemente grande para una casa de ese tamaño. La grava
se extendía a sus pies, y había pocas plantas de jardín. Era un lugar lúgubre, como si hubiera sido
construido para los duelos.

Junto a Miyo, Yoshirou estaba de pie con los brazos cruzados, mirando fijamente a los dos
hombres.

—Tanto las habilidades sobrenaturales como las armas están permitidas. Aunque no queremos
quemar la casa, así que nada de usar nuestras habilidades más poderosas en un área amplia.

—Me parece bien.

Miyo podía distinguir fragmentos de su conversación desde donde estaba.

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En ese momento, Kiyoka no llevaba el sable que solía llevar encima. En ese momento, sin embargo,
sacó una espada corta que llevaba a escondidas. Arata se sorprendió.

—Sí, ¿siempre vas por ahí con esa cosa tan peligrosa?.

—…Para defensa propia.

—Qué alivio. Parece que no tendré que contenerme.

Arata sacó un revólver.

Incluso una aficionada como Miyo podía saber cuál de los dos estaba en desventaja.

Kiyoka desenvainó su espada y la mantuvo preparada. Arata, que sujetaba el revólver con soltura,
no parecía perturbado en absoluto, y mostraba su habitual sonrisa.

—Me alegra tener la oportunidad de enfrentarme al reputado comandante de la Unidad Especial


Antigrotesquerie, aunque tengamos que mantenernos a raya. Acérquese a mí como quiera,
comandante Kudou.

—Le tomo la palabra.

Aceptando la invitación sin reservas, Kiyoka dio una patada en el suelo y lanzó un tajo cegador con
su espada. Arata esquivó el golpe con ligereza, sin mostrar el menor atisbo de angustia.

Los feroces intercambios que siguieron a su choque inicial fueron totalmente incomprensibles para
Miyo.

Kiyoka parecía estar haciendo retroceder a su oponente con una andanada continua de tajos, pero
Arata los esquivaba todos. De hecho, por alguna razón, era como si los tajos de la espada de Kiyoka
no hubieran alcanzado al hombre ni una sola vez.

……¿Huh?

De repente, había dos Aratas más.

La pareja, claramente duplicados de Arata, se movieron de forma independiente.

Al instante siguiente, se produjo un fuerte estallido, y la parte superior del brazo derecho de Kiyoka
se abrió de par en par. La sangre salpicó el suelo.

—¡Eek……!

La mente de Miyo se quedó totalmente en blanco.

Kiyoka… Kiyoka, está…

Le habían disparado. Le habían disparado y le salía sangre a borbotones.

Se le fue el color de la cara mientras la cabeza le daba vueltas. Después de todo, ¿de quién era la
culpa? ¿Quién tenía la culpa de que las cosas acabaran así?

Fui yo… Yo lo hice todo… Aún aturdida, inconscientemente intentó correr hacia su prometido, pero
Yoshirou la agarró del brazo y la detuvo.

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Pudo oír la voz de Arata.

—Uy, no he dado en el blanco. Estaba apuntando a la empuñadura de tu espada.

—………… Tratando de aprovechar la momentánea apertura de Kiyoka tras ser herido, Arata disparó
otra ronda. Sin embargo, una especie de barrera bloqueó su siguiente ataque.

—Maldita sea.

—¿Qué te parece? Parece que ya no puedes fiarte de tus propios ojos.

Los dos conversaban con normalidad, pero Miyo no podía creer lo que estaba viendo.

Antes de darse cuenta, las lágrimas llenas sólo de arrepentimiento y terror se desbordaron,
nublándole la vista.

Lo siento, Kiyoka… Su prometido seguía con la espada corta en alto. Una corriente eléctrica
sobrenatural había envuelto la hoja.

—Un don eléctrico, ¿eh? Si a eso hemos llegado… Enfrentándose al belicoso y radiante Arata,
Kiyoka se acercó y blandió su espada infundida de rayos.

Atravesó limpiamente la figura de Arata, otra ilusión clónica. Aunque el doppelgänger se había
dispersado, una descarga eléctrica de la espada de Kiyoka estalló alrededor del Arata real en ese
mismo instante, enviando muchos pilares de luz a toda velocidad por el cielo.

—¡Sí, eso escuece!

Uno de los rayos apenas rozó a Arata. Incluso Miyo fue testigo de cómo la crepitante chispa de
electricidad se clavaba en él.

Aunque el ataque no le había dado de lleno, estaba claro que le había herido.

El oponente de Kiyoka hizo una mueca de dolor y una quemadura roja apareció en su brazo.

La luz crepitó en la superficie de la espada de Kiyoka.

—Caray, nunca había habido nadie que se enfrentara tan rápido a mis ilusiones.

Arata refunfuñó, con lágrimas en los ojos.

—…Debes estar flojeando, entonces. Hay un montón de hombres en mi unidad que pueden
manejar ilusiones como ésta.

—Eso parece.

—¿Te rindes?

—Cielos, no. Aguantaré un poco más.

Secándose ligeramente el sudor de la frente, Kiyoka volvió a preparar su espada corta.

—¡Hyah!

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En cuanto gritó, aparecieron varios Aratas fantasma. Esta vez eran muchos más, más de veinte en
total.

Incluso desde lejos, la extraña visión de tantos rostros compartidos, cada uno con exactamente la
misma sonrisa, era suficiente para provocar náuseas a Miyo.

—Ahora bien, me pregunto cuál es mi verdadero yo.

—¡Basta de trucos mezquinos!

Como si fuera un dragón, Kiyoka invocó un vórtice de llamas y lo lanzó contra el conjunto de
rostros compartidos. Sin embargo, sólo consiguió que los fantasmas desaparecieran lentamente,
uno a uno.

De repente, uno de los Aratas rodeó a Kiyoka por detrás. Al recibir el ataque, Kiyoka invocó una
bola de fuego con sus habilidades sobrenaturales y se preparó para lanzarla inmediatamente
detrás de él, cuando- ……¿Qué?

Arata se había convertido en Miyo.

Su punzante y palpitante dolor de cabeza se intensificó. Totalmente desconcertada, Miyo ya no


podía entender lo que estaba ocurriendo.

No había error: frente a Kiyoka estaba nada menos que la propia Miyo. Una imagen especular.
Todo era exactamente igual, desde su cara y su cuerpo hasta el refrescante kimono azul claro que
llevaba.

¿Otra… ilusión?

-¡Bang!

Un tercer disparo.

La bala alcanzó con precisión la empuñadura de la espada de Kiyoka, haciéndola volar de sus
manos. El arma aterrizó fuera del alcance de Kiyoka, y el propio hombre gimió por la conmoción y
el dolor en sus manos.

Por favor, basta.

Miyo era la culpable. Por eso…

Una tibia sensación recorrió sin cesar sus mejillas.

—Yo gano.

Arata apuntó el cañón de su arma directamente a la cabeza de su prometido.

No, no puedes, Kiyoka no… No le dispares. No le mates.

—Estoy sorprendido. No pensé que un truco tan barato funcionaría contigo.

Kiyoka apartó los ojos de la mirada ligeramente desdeñosa de Arata. La sangre seguía manando sin
cesar de su brazo derecho herido.

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—Bueno, aunque, en realidad, no hay nada de qué avergonzarse por haber perdido contra mí.
Siempre iba a acabar así. Un Usuba nunca debería perder una pelea contra otro Usuario de
Regalos. Un resultado predecible.

—…………

—Eres fuerte. Pero proteger a Miyo es mi deber.

Bajando la cabeza, Kiyoka torció el rostro para contener las lágrimas.

La agonía, el amargo dolor, la ansiedad. Miyo había llegado a su límite.

—¡Kiyoka!

Sacudiendo su brazo libre del agarre de Yoshirou, Miyo corrió a su lado. Miyo se encontró
estirando el brazo una vez más hacia su mano manchada de sangre y extendida, y no consiguió
alcanzarla. Tropezó cuando Arata tiró de ella por el hombro.

—Por favor, no pongas esa cara, Miyo. Teníamos un acuerdo, así que estarás bajo la protección de
la familia Usuba… Comandante, ya puedes irte. Además, es probable que tu trabajo en la Unidad
Especial Antigrotesquerie sea aún más ajetreado a partir de ahora. Mucha suerte.

Las lágrimas de Miyo no paraban. Todo, todo, había sido culpa suya. No podía perdonarse no haber
confiado en su prometido, haberle causado tantas heridas.

La figura de Kiyoka empezó a desdibujarse; supuso que era por las lágrimas de sus ojos.

—¡Miyo……!

Creyó oírle pronunciar su nombre, pero, de repente, todo fue absorbido por un aire distorsionado
frente a ella y se desvaneció.

Tras ser repelido desde el interior de la barrera de la casa Usuba y expulsado a la fuerza, Kiyoka
regresó a casa completamente aturdido, sentado sin hacer nada hasta que amaneció.

¿Siempre hacía tanto frío en una casa vacía?

La escena de su derrota se repetía una y otra vez en el fondo de su mente.

Rumiaba cómo habrían cambiado las cosas si hubiera hecho esto o aquello, antes de darse cuenta
de que era inútil.

Aun así, pensó que su afirmación principal había sido correcta. La declaración de la pareja Usuba
era egoísta; en última instancia, sólo buscaban el Don de Miyo, al igual que los Saimori. Afirmaban
que la estaban protegiendo mientras priorizaban sus propios sentimientos por encima de los de
ella.

Por eso Kiyoka no podía permitirse perder.

Entregó su cuerpo a su arrepentimiento, lo suficiente como para vomitar su estómago vacío y sin
comida. Cuando cerró los ojos en silencio, el rostro lloroso de Miyo estaba allí esperándole.

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Al cabo de un rato, oyó un grito de Hazuki, que había llegado para las clases de Miyo.

—¡¿Kiyoka?! Vaya, ¡mírate! ¿Qué ha pasado?

Cuando su hermana, con los ojos muy abiertos, exigió respuestas, Kiyoka le contó las
circunstancias con tristeza. Lo hizo sin añadir sus propios sentimientos, sólo los hechos.

Cuando terminó la explicación, recibió una fuerte bofetada en la cara.

Hazuki se pellizcó la frente mientras temblaba de rabia.

—Y una vez que perdiste, ¿te escabulliste de vuelta aquí con el rabo entre las piernas? Increíble.

—…………

—¿No tienes nada que decir en tu defensa? Eres tan patético que dan ganas de llorar a tu
hermana.

Hazuki arremangó con brusquedad la manga de la camisa de Kiyoka y miró la herida de su brazo.

La sangre ya se había secado, pero la herida sin tratar estaba roja y caliente al tacto.

—Mira esto; es horrible. ¿No tienes fama de duro?.

—……Hgh!

Ella agarró el área alrededor de la herida, y el dolor se disparó a través de él.

Aunque la herida en sí era poco profunda, la mezcla de piel quemada, arañazos y laceraciones se
había convertido en un desastre.

Hazuki puso las manos sobre la lesión y cerró los ojos.

Cuando lo hizo, una sustancia pulverulenta de luz tenue flotó desde las palmas de sus manos y se
fundió suavemente en la herida. Se curó en un abrir y cerrar de ojos.

Hazuki poseía el don de la curación sobrenatural.

Aunque su habilidad tenía el poder de tratar cualquier tipo de herida al instante, no tenía efecto
sobre el veneno o la enfermedad. Esta habilidad era menos un producto de la familia Kudou y más
una herencia de Kiyoka y la madre de Hazuki.

—……Lo siento.

—No es eso, mi estúpido hermanito. ¿Quién te ha dicho que te disculpes? Date prisa y trae a Miyo
aquí ahora mismo.

Hazuki golpeó su miembro recién curado, con la mirada de un demonio en sus ojos.

—¿Para qué más te he curado?

—No podría intentar volver por ella.

—¿Por qué no?

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—…Perdí el duelo. No tengo derecho a traerla a casa.

Había sido un combate justo. Las quejas y protestas a posteriori sobre el resultado estaban fuera
de lugar.

Pero, sobre todo, Kiyoka no tenía valor para enfrentarse a Miyo.

La negativa de Miyo a elegirle había hecho una herida más profunda en el corazón de Kiyoka de lo
que había pensado en un principio. A pesar de que había sido él quien se había ensañado con ella
y la había acosado en la cocina en busca de respuestas.

Hazuki le golpeó con el puño en la cabeza.

—¡Ay…!

—Idiota. Esto es lo que hay: no me importa lo que sienta un inútil como tú, ¿Bien? Pero si las cosas
siguen así, será la pobre Miyo quien me preocupe.

—…Miyo lo dijo ella misma. No le importaba si estaba aquí o en casa de los Usuba.

—¡Idiota!

Su puño volvió a caer. Supuso que no había mucha fuerza detrás del golpe, pero su cabeza seguía
hormigueando de dolor.

—Párate a pensar un momento. ¿De verdad crees que Miyo diría algo así si estuviera enfadada
contigo por regañarla? O mejor aún, ¿estaría enfadada en primer lugar?.

—Pero…

—Obviamente se culparía de todo a sí misma, ¿no? Miyo pensaría que fue culpa suya por no ser
capaz de captar tus sentimientos.

Kiyoka podía imaginarse fácilmente a Miyo llorando por la situación y cargándose con mucha más
culpa de la necesaria.

—Esa chica no tiene confianza en sí misma. ¿No lo sabes? Piensa que, por mucho que quiera estar
a tu lado, todo se acaba si te alejas de ella. Por eso quería mejorar, para convertirse en alguien que
tú necesitabas.

—…………

—En serio, claro que no podía confiar en ti. Y olvídate de hablar conmigo o con Yurie, eso está
totalmente descartado. Nunca ha tenido a nadie en quien confiar hasta ahora.

Kiyoka no tenía nada que decirle a Hazuki. Todo aquello daba en el clavo.

Sólo después de venir a su residencia, Miyo había aprendido a expresar sus propias emociones y a
dejar que la gente se preocupara por ella. Antes de eso, todo el mundo la había ignorado y ella no
había sido capaz de creer en sí misma. Ni siquiera había tenido la opción de confiar en otra
persona.

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Lo único que Kiyoka podía hacer era cuidar devotamente de su prometida y seguir calentando su
corazón. Debería haber comprendido algo tan sencillo.

—Así que realmente es culpa mía…

—No hay tiempo para lamentarse. Deja la fiesta de lástima para más tarde. Tenemos que darnos
prisa con Miyo y… Hazuki cortó de repente.

Había sentido que una presencia se deslizaba dentro de la barrera que rodeaba la casa.
Naturalmente, Kiyoka también se había dado cuenta.

Revoloteando desde la ventana había una hoja de papel con forma de persona. La insignia
estampada en su cuerpo pertenecía a la Unidad Especial Antigrotesquerie. Se parecía a los
familiares que Godou enviaría.

El ser de papel retorció su cuerpo y vibró. Cuando lo hizo, la voz de Godou resonó en la sala, no
con su habitual tono despreocupado, sino como si estuviera entre la espada y la pared.

—¡Comandante, acuda a la estación en cuanto oiga esto! Es una emergencia.

La comunicación unidireccional terminó ahí.

Al parecer, no había habido tiempo para mantener una conversación en condiciones. Debía de ser
una emergencia si él más que nadie tenía prisa.

De todos los tiempos.

Esto tenía que pasar tan pronto como sintiera el impulso de dejarlo todo y rescatar a Miyo.

¿Qué debía priorizar? No pudo evitar una risita amarga al ver lo rápido que había llegado a una
respuesta sin pensárselo un momento.

—Realmente podría ser de corazón frío después de todo.

Sin corazón y con sangre fría. La decisión que estaba tomando no podía describirse de otra
manera.

Si dejaba pasar esta oportunidad, perdería a Miyo para siempre. Si no acudía a ella ahora, estaba
seguro de que la familia Usuba se la arrebataría por completo.

Sin embargo… —Guárdate tus estúpidos comentarios. Si vas a ir a trabajar, entonces date prisa y
vuelve pronto.

—……Sis

—¿Qué? Estoy del lado de Miyo, ya sabes. No esperes palabras de ánimo de mi parte.

Tras terminar su comentario con un resoplido altivo, Kiyoka suspiró por su hermana y se quitó la
camisa sucia en su propia habitación.

Pasando los brazos por las familiares mangas de su uniforme, cambió sus pensamientos hacia su
trabajo.

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No había renunciado a Miyo. Ni estaba prefiriendo su trabajo a ella.

Simplemente tenía la sensación de que si abandonaba su deber aquí, realmente lo perdería todo y
cualquier cosa.

—Ten cuidado. Si te haces daño, puedo curar cualquiera de tus heridas, pero Miyo se quedaría
destrozada si te pasara algo.

—Lo sé.

—¡Sinceramente, te juro que eres el hermanito menos encantador del mundo entero!.

Resoplando insatisfecha todo el camino, Hazuki se dirigió a la entrada para despedir a Kiyoka.

Tenía razón. No estaba escrito en piedra que no llegaría a tiempo.

Kiyoka arreglaría todo el desaguisado y llevaría a Miyo de vuelta a casa sin ningún miedo ni
vacilación. No había comprendido cuánta tranquilidad le daba tenerla esperándole aquí. No era un
hogar para él sin ella.

—La llevaré de vuelta. Pase lo que pase.

Recuperar todo.

Mientras que una persona normal describiría seguramente la vida cotidiana en la casa de los
Usuba como agradable, Miyo no lo hacía.

Le dieron una habitación de estilo occidental en el segundo piso. Como complemento de la


alfombra azul marino de alta calidad estaban las paredes blancas, pintadas con un toque de
amarillo para que no resultaran demasiado brillantes. Casi todos los muebles eran de madera, pero
sus detallados diseños los hacían parecer piezas de estilo occidental. Una lámpara de cristal
impecablemente pulido iluminaba el interior, impregnando la estancia de un ambiente relajado.

A diferencia de la primera planta, que consistía principalmente en habitaciones con suelo de


tatami, la segunda tenía el estilo de las casas occidentales. Miyo no estaba acostumbrada a dormir
en una cama elevada y a sentarse en sillas. Cuando preguntó si había algo que pudiera hacer en la
casa para ser útil, los Usuba le informaron de que no había nada. De hecho, llegaron a decirle: “No
tienes que hacer nada”. Uno o dos criados se encargaban hábilmente de las tareas, así que Miyo no
tenía ninguna oportunidad de involucrarse.

Su vida diaria de inactividad era sombría y deprimente.

Se levantaba por la mañana, se cambiaba de ropa y comía sola en su habitación. Los criados traían
casi exclusivamente platos de estilo occidental.

El desayuno consistía en pan y guarniciones -carnes ahumadas, huevos revueltos, queso y


similares-, junto con sopa de verduras y algo de fruta fresca. Para el almuerzo y la cena, servían
gachas al estilo occidental, hechas con leche, además de algún tipo de carne, que se cocinaba a la

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plancha o se hervía. A pesar de que los olores y las texturas dejaban claro que todo debía de estar
delicioso, ella no probaba nada y le costaba retenerlo en el estómago.

Miyo terminaba su comida mecánicamente, vacía y distraída. Después de repetir lo mismo varias
veces, el día llegaba a su fin.

Extrañamente, no había tenido pesadillas desde que llegó a la casa. Ahora, incluso el sueño pasaba
de largo, completamente disuelto en el flujo del tiempo.

—Pareces decaída, Miyo.

Arata había dejado de dirigirse a ella como señorita en algún momento.

Aunque Miyo no albergaba ninguna reserva especial hacia su único interlocutor durante estos días
de aburrimiento vacuo, tenía la sensación de que algo no iba bien.

Arata, que estaba sentado al otro lado de la mesa, siempre tenía una sonrisa en la cara y era
bastante guapo. Estaba segura de que la mayoría de las mujeres lo encontrarían irresistible. Eso
hacía que el hecho de que siempre se quedara al lado de Miyo y la observara fuera aún más
confuso.

¿Se debía a que tenía la Visión del Sueño, que tenía un gran valor para los Usuba?

Si ese era el caso, la relación era fría e impersonal.

—¿Sigues enfadada? Conmigo, quiero decir.

Miyo negó con la cabeza.

Echarle la culpa a Arata no serviría de nada. Sus acciones no habían sido más que un detonante; su
relación se habría roto tarde o temprano. Y todo porque Miyo no entendía nada.

—Si no es eso, entonces… ¿quizá tu habitación no es de tu agrado?.

—……No, está bien.

—Entonces, ¿no te gusta la comida?

—No es eso.

—Ah, ya veo. Entonces debe ser que tu ropa no es de tu gusto. ¿Es eso?

—Um, sobre mi kimono…

—No puedo devolvértelo.

Arata se llevó con elegancia la taza de té negro a la boca. Aunque su actitud era amistosa por fuera,
su respuesta no dejaba lugar a discusiones.

Después de derrotar a Kiyoka y expulsarlo de la casa, Miyo había sido acogida en el hogar de los
Usuba.

No recordaba lo que había ocurrido después; en cuanto vio las heridas de Kiyoka, no había podido
dejar de llorar de preocupación por él. Cuando se recuperó, estaba en su habitación, con la mirada

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perdida. Le habían proporcionado un kimono del tipo hakama, el que llevaría una doncella de
santuario, para que se lo pusiera. El kimono que llevaba ese día se lo habían llevado y aún no se lo
habían devuelto.

Cuando preguntó por qué le habían dado el atuendo de doncella de santuario, le dijeron que era
porque a los usuarios de regalos con Visión del Sueño se les solía llamar Médiums de Visión del
Sueño. Como un vestigio de aquellos días, era costumbre que aquellos con Visión del Sueño
vistieran el mismo estilo de atuendo que sus antepasados.

—Por supuesto, si la usuaria se niega, no la obligamos. Simplemente no sabía qué tipo de ropa
preferías.

Arata había puesto cara de disculpa al decirlo, y ella no tenía ningún deseo de quejarse,
sencillamente porque mientras no pudiera ponerse el kimono que Kiyoka le había comprado, daba
igual con qué se vistiera.

—No sé qué hacer. ¿Qué puedo hacer para hacerte feliz?

—………… Miyo se quedó mirando el grano de madera de la mesa en silencio.

No era cuestión de ser feliz o infeliz.

Desde que vio cómo herían a Kiyoka en el duelo, sólo sentía remordimientos. Estaba arrepentida
de haber mentido sobre sus propios sentimientos en lugar de decidir las cosas por sí misma.

Ahora que lo pensaba, Kiyoka siempre la había aceptado.

Hacía varios meses, cuando llegó a su puerta como posible compañera de matrimonio, la dejó
entrar en su casa. Le mostró un mundo abierto. Le dio muchas cosas. La rescató cuando se la
llevaron a la finca Saimori. Incluso luchó y se lesionó por ella.

Después de todo eso, ¿por qué no había creído en él?

Realmente soy una completa tonta sin remedio, ¿verdad?

Aunque por fin había comprendido la verdad, sabía que ya era demasiado tarde.

Pero… —…Sólo una vez más. Quiero hablar con Kiyoka una vez más.

—¿Por qué?

—Porque me equivoqué en absolutamente todo. Por eso. Quiero disculparme, y entonces…

—¿Entonces qué? ¿Dirás que quieres irte de aquí?.

En los ojos de Arata brilló un destello de frialdad.

Miyo se tragó el resto de sus palabras.

—No te dejaré. ¿Sabes cuánto te hemos esperado, o mejor dicho, cuánto te he esperado yo? ¿Lo
afortunado que me siento ahora mismo? No lo sabes. Ni un poquito.

—Um, no entiendo… ¿Por qué te sientes tan fuerte?

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—Quiero protegerte. Juntos, quiero cumplir con nuestra obligación familiar- el deber del clan
Usuba.

—¿El deber de los Usuba?

Sus palabras y su mirada, serena pero llena de intensa pasión, la conmovieron.

Eran un testimonio de la fuerza de sus convicciones.

—¿Sabías que las habilidades sobrenaturales del clan Usuba tienen todas algo en común? Influyen
en la mente de los demás.

—…No, no lo sabía.

—Sin excepción, todos los usuarios de dones de la familia Usuba poseen poderes que pueden
afectar a la mente de las personas de algún modo. Tu Visión del Sueño es un ejemplo, al igual que
mi habilidad para controlar ilusiones. Otros incluyen apoderarse de la conciencia de alguien o
manipular recuerdos… Hay bastantes variaciones. Este rasgo único sólo se manifiesta en los
usuarios de dones de nuestra familia.

—Entiendo lo que dices, creo.

Era difícil de creer, pero los Regalos convirtieron en realidad lo que normalmente era imposible.
Después de su experiencia anormal de terrores nocturnos, y de ver a Kiyoka siendo guiado por
fantasmas, no tuvo más remedio que creerlo.

—Ahora, ¿puedes adivinar por qué estos poderes están restringidos a la línea Usuba?

—…En absoluto.

Por desgracia, con la escasa cognición de Miyo y su falta de conocimientos sobre Dones, no tenía ni
la menor idea.

Arata sonrió irónicamente, sacudiendo ligeramente la cabeza.

—Los dones normales sirven para derrotar a los monstruos. Aunque a veces se utilizan en la
guerra, están pensados para eliminar demonios, espíritus y similares, todos los seres que hacen
daño a la gente. Por el contrario, los Dones de la familia Usuba están dirigidos a los humanos. Son
habilidades sobrenaturales creadas para enfrentarse a personas, no a grotescos. Y funcionan tanto
con personas normales como con usuarios de dones.

La mayoría de los usuarios de dones se encargaban de exterminar a los monstruos que dañaban a
la gente. Como los regalos eran lo único que podía derrotar a esos seres, eran absolutamente
necesarios.

En ese caso, ¿a qué se dedicaba exactamente la familia Usuba?

¿Para qué servía la gente que podía manipular a los demás a su antojo?

—¿Usan sus Dones para hacer algo con la gente en su lugar?

—Están cerca. No con cualquier persona, sino con usuarios de Dones específicamente.

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Usando habilidades sobrenaturales en usuarios de regalos. Miyo no pudo ver inmediatamente a


dónde quería llegar.

—Nuestro deber es detener a otros usuarios de dones cuando sea necesario. Servimos como
elemento disuasorio contra las personas con habilidades sobrenaturales, que de otro modo
podrían ejercer su tremendo poder para llevarnos a todos a la ruina.

—¿Un elemento disuasorio……?

—Así es. En resumen, las habilidades sobrenaturales de nuestra línea son para derrotar a otros
usuarios de dones.

Miyo por fin ató cabos.

Arata continuó.

—Por ejemplo, digamos que un usuario de dones que posee un poder basado en el fuego decide
quemar una ciudad en algún lugar. Al percibir sus intenciones, se envía a un usuario de dones
basado en el agua para detenerlo. Pero, ¿y si ese usuario de dones de fuego es más fuerte que el
usuario de dones de agua? Se verían obligados a contemplar En silencio cómo la ciudad arde hasta
los cimientos, incapaces de apagar las llamas de su oponente. Por lo tanto, surge la necesidad de
una fuerza dedicada que se especialice en detener a los Gift-users fuera de control.

—Especialistas que detienen a otros usuarios de Regalos…

—Todo tiene sentido, ¿no? Parece que no tienes visión espiritual, Miyo. Pero aquí, en la familia
Usuba, es bastante normal que los usuarios de dones carezcan de ella.

De repente, miró directamente a Arata.

—¿Es porque los usuarios de regalos Usuba no necesitan ver Grotesqueries…?

—Básicamente es eso. Sin embargo, aunque sirvamos como elemento disuasorio, somos tan
poderosos que al final tendría que venir alguien que pudiera mantenernos a raya, y así
sucesivamente, sin fin. Por eso hay un estricto código impuesto a la familia Usuba. Este código se
ha mantenido firme desde el principio, y el castigo para aquellos que lo rompen es
extremadamente severo.

Vivir en secreto; ocultar sus nombres. Estas restricciones inconvenientes y autoimpuestas


demostraron que los Usuba no tenían intención de rebelarse. Para mostrar total obediencia al
emperador, ocultaron su existencia al público.

Dicho esto, la lealtad de otros usuarios de dones, además de los Usuba, a su país y al emperador
era, por lo general, muy fuerte. Si no fuera por la protección del emperador, era muy probable que
los usuarios de dones dejaran de ser héroes que protegían al país y se convirtieran en herejes.
Estos temores sólo crecerían más en la era actual, donde los avances en la ciencia habían
comenzado a hacer que la gente cuestionara tanto a los Grotesqueries como a los usuarios de
Regalos.

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Por lo tanto, habían disminuido notablemente los momentos en los que se ordenaba a los Usubas
que cumplieran con su deber.

—Hemos protegido fielmente el voto hecho por nuestros antepasados… No debemos usar
nuestros nombres reales. No podemos usar nuestros Dones fuera. Sólo se nos permite casarnos
entre nuestros parientes. No podemos hacer amigos o amantes particularmente cercanos. No
podemos comprar nada caro sin permiso. También tenemos prohibido beber alcohol fuera de casa.
Esto es sólo una pequeña muestra de nuestro código de conducta; hay muchas, muchas más reglas
que seguir.

—Dios mío…

—Ya lo creo. Pero desde que alcancé la mayoría de edad, ni una sola vez se me ha ordenado
trabajar como miembro de la familia Usuba. En casi todos los casos, la Unidad Especial
Antigrotesquios o familias poderosas como los Kudous acaban resolviendo la situación. Nunca nos
toca hacer acto de presencia. No importa lo modestos que vivamos, lo devotos que seamos a
nuestro código, al final no tiene sentido.

—…………

Quiero un papel. Un deber para mí y sólo para mí.

Al oír a su primo bajar la voz, como si estuviera soportando algo doloroso, Miyo se dio cuenta de
que debía de haberse visto obligado a tragarse una serie de duras realidades durante su vida hasta
ahora.

Había sido capaz de desenvolverse bien contra Kiyoka gracias a su estricto entrenamiento y a su
continuo trabajo duro. Pero, ¿hasta qué punto sería frustrante no aprovechar nunca todo ese
esfuerzo, no tener que recurrir nunca a él, a pesar de imponerse tantos inconvenientes?

Miyo sólo podía imaginárselo. Sin embargo, podía comprender que había vivido una vida llena de
irritación e impaciencia.

—En los códigos de la familia Usuba se dice que si aparece una usuaria de la Visión del Sueño,
debe ser protegida y apoyada por toda la familia. De hecho, durante generaciones, un usuario del
Don elegido por la familia tiene el papel de proporcionarles cuidados constantes y dar su vida para
protegerlos.

—¡Hng!

—Ahora mismo, ese trabajo probablemente recaerá sobre mí… Mientras también actúo como tu
cónyuge, imagino.

Miyo se puso rígida por la inesperada conmoción.

Arata como su cónyuge. Nunca se había planteado esa posibilidad.

Sentía la angustia como si tuviera algo atrapado en el pecho.

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Pero es obvio, en realidad… Mientras la reconocieran como usuaria de dones, ya no tenía la opción
de permanecer soltera. Si Kiyoka dejaba de ser su prometido, entonces algún otro se presentaría.
Era prácticamente un hecho.

—Incluso dentro de la familia Usuba, ha habido un descenso significativo de usuarios de dones.


Amplía la red para incluir a nuestros parientes lejanos, y todavía hay sólo unos pocos dispersos. Mi
propio padre no tenía Don, y yo sólo he vivido aquí con el Abuelo desde muy joven para aprender
a usar mi Don. Creo que el Abuelo planea hacer que nos casemos.

—…Ya veo.

—La razón por la que sufriste esas pesadillas es porque tus habilidades sobrenaturales estaban
fuera de control. Pero mientras estés en esta casa, una barrera mágica especial las mantendrá a
raya. Por favor, Miyo. Quédate aquí así. Con gusto te protegeré. Es mi misión y sólo mía. No quiero
delatarte, pase lo que pase. No me importa si tu corazón permanece fuera de mi alcance. Déjame
apoyarte. Déjame protegerte. Por favor.

—Protégeme y apóyame… Cuando se enfrentó a sus ojos sinceros y claros, que brillaban con
pasión, el corazón de Miyo vaciló.

¿De verdad no podía hacer nada más?

Quería ver a Kiyoka una vez más. Verle, disculparse y rogarle que le diera la oportunidad de volver
a hacer las cosas. Decirle que había sido una tonta.

Pero no podía. Como había sido tan estúpida como para decir: “Me da igual”, Kiyoka
probablemente pensaría que no sentía nada por él. Si le suplicaba una segunda oportunidad, él
seguiría dudando de ella, y eso sería todo.

Me lo merezco de verdad.

Se burló Miyo en su fuero interno.

Intentando enfriar su apasionada cabeza, Arata salió de la habitación de Miyo.

¿Por qué? ¿Por qué me puse así…?

Quería un papel. No había duda de que esos eran sus sentimientos más verdaderos.

Era algo que siempre había anhelado. Cumplir con su deber como usuario del Don Usuba. Si su
trabajo luchando contra otros usuarios de dones se consideraba innecesario, entonces, como
mínimo, esperaba que apareciera una chica con el poder de la Visión del Sueño.

De lo contrario, Arata no podría descubrir su propia razón de ser. Sin ella, sentía que nunca llegaría
a ser un hombre de sociedad.

Pero nunca había revelado a nadie estos sentimientos tan bien guardados. Aunque es probable
que su abuelo los hubiera percibido, Arata nunca se había preocupado de revelarlos él mismo.

Supongo que estoy más extasiado de lo que pensaba.

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Apretó los puños con fuerza.

Por fin se había cumplido el ferviente deseo de los Usubas: la aparición de una mujer con el poder
de la Visión del Sueño… Y con ello llegó otro deber para Arata: protegerla.

Corrió por el pasillo y descendió al primer piso.

La majestuosa casa estaba miserablemente vacía. Faltaba gente y pertenencias. El exterior era
decente, pero un paso dentro y era obvio que el lugar estaba vacío.

Arata aún era joven cuando llegó, y ni siquiera recordaba cuándo había empezado a decaer la casa.
Sabía que antes había más gente, con muchos muebles y pertenencias… Pero ambas cosas
empezaron a desaparecer lentamente con el paso del tiempo, y el último clavo en el ataúd llegó
hace veinte años.

Cuando se enteró del papel que le habían asignado, Arata pensó que era como si la casa fuera un
reflejo de sí mismo.

Puede que la fachada esté bien cuidada, pero no hay nada dentro. Tampoco vale nada.

Aunque por fuera era un miembro honrado de la familia Tsuruki y su empresa comercial, su yo
interior, el que pertenecía al clan Usuba, era completamente hueco. Aunque su estatus como
usuario de regalos Usuba estaba bien establecido, la verdad era que nunca se le había dado un solo
trabajo del que ocuparse.

Era simplemente un recipiente vacío.

Como no quería que la gente percibiera esta carencia, Arata mantenía su yo externo lo mejor que
podía.

Una personalidad, una primera impresión y una apariencia creadas para hacerse querer por los
demás. Todo ello no era más que un farol velado. Una ilusión que le proporcionaba la insignificante
sensación de orgullo de que tenía algo, lo que fuera, para lo que la gente le necesitaba.

Y sin embargo, cuanto más magnífica se volvía su persona exterior, más crecía el vacío en su
interior.

Si tan sólo pudiera llenar ese vacío en su interior… Acabaría aferrándose a él como fuera.

Cuando vio por primera vez a su prima, Miyo Saimori, su primera impresión de ella fue que era
adusta y sombría. En aquel momento, pensó sinceramente que era una especie de broma cruel.

Sus expectativas le hicieron sentirse terriblemente desilusionado. Tiranizada por sus parientes de
sangre hasta el punto de perder el sentido de sí misma, Miyo estaba tan vacía como Arata y la casa
vacía en la que había crecido. Por eso pensó que la aburrida y sombría chica encajaría bien… Era
una sensación comparable a la desesperación más absoluta.

Sin embargo, entonces.

—¡Para, por favor!

Había sido un shock.

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Ella se había opuesto abiertamente a Arata en su cara mientras él criticaba a cada miembro de la
familia Kudou.

A pesar de lo demacrada que estaba, hizo oír su voz.

¿Tendría algo que proteger con tanta desesperación?

En cuanto lo pensó, llegó rápida y fácilmente a un no. Una persona hueca como él no podía tener
nada que quisiera o necesitara salvaguardar.

¿Pero qué hay de Miyo, entonces?

Según su investigación, ella también debería haber estado tan vacía como él, ya que había crecido
sin nadie que la validara: una chica solitaria que había soportado que su familia repudiara su
existencia.

Sin embargo, ya no estaba vacía. La idea de Arata de que eran parecidos había sido un grave
malentendido.

Al darse cuenta de ello, sintió una punzada de celos en lo más profundo de su ser.

La deseo. La deseo tanto… El deseo de retenerla arde en mi interior.

Lo que le colmaría. Un deber, y la persona que le permitiría cumplirlo.

Ahora estaba un poco agradecido de que esta persona acabara siendo Miyo. Al estar libre de su
vacío, podía imaginar un futuro en el que se sintiera realizado, en lugar de estar lamiéndose
mutuamente las heridas emocionales.

Calmando su corazón y convirtiéndose rápidamente en vértigo, Arata se dirigió a su despacho,


dejando atrás la casa vacía.

—¿Podemos hablar?, preguntó su abuelo, Yoshirou, asomando la cabeza en su habitación.

Era el cuarto día que Miyo pasaba en la casa.

Los monótonos días de inactividad, en los que no había hecho nada salvo comer, dormir y
conversar con Arata, empezaban a vaciarla por dentro. El tiempo pasaba indistintamente. En
algunos momentos se ralentizaba, mientras que en otros pasaba en un abrir y cerrar de ojos.

Al volver en sí por la voz de Yoshirou, Miyo se sorprendió al ver que era casi mediodía. Parecía
como si hubieran pasado sólo unos minutos desde que había desayunado.

Cuando Miyo asintió en silencio, Yoshirou pronunció un cortés “Perdón” y se sentó en la silla
habitual de Arata, frente a ella.

—Siento no haber venido antes. No debería haber esperado tanto para hablar contigo.

—……No hace falta que te disculpes.

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La primera vez que vino, Yoshirou le había parecido muy severo y estricto, pero ahora parecía un
anciano cualquiera. Sin aura intimidatoria ni nada por el estilo. Hasta cierto punto, sus disculpas le
hacían parecer impotente.

—¿Has tenido algún inconveniente desde que llegaste aquí?

—No especialmente.

—Ya veo. Díselo a Arata si alguna vez lo tienes. Ese chico estaría dispuesto a dedicarlo todo a su
deber contigo.

—No me hace muy feliz oír eso… Nada la incomodaba más que tener a su servicio a un hombre
bueno y honrado como él. Haber estado en el lado servicial de la relación hasta ahora, en todo
caso, se sentía como una carga.

Bajando los ojos y mirándose las manos en el regazo, Miyo asintió a las palabras de Yoshirou.

—No hay mucho que pueda contarte. Imagino que Arata ya te habrá explicado la mayoría de las
cosas que necesitas saber. Si hay algo que pueda decirte, supongo que sería sobre Sumi.

—Madre, susurró Miyo en voz baja.

Naturalmente, le interesaba saber de su propia madre. Sin embargo, desde que Miyo se había
enterado de que Sumi era la responsable de sellar su Don, se había sumido en sentimientos
encontrados.

—En lugar de mi madre, hay algo más que me gustaría preguntarte.

—¿Qué cosa?

—Me gustaría volver a ver a Kiyoka… ¿Sería posible acceder a mi petición?.

Aunque resultara inútil, era mejor preguntar que quedarse callado. Después de que ella abordara
el tema, Yoshirou gimió mientras una mirada severa aparecía en su rostro, tal y como ella había
esperado.

Como su apellido público era Tsuruki, se decía que el padre de Arata actuaba como cabeza de la
familia Usuba, pero el que realmente dirigía la familia era Yoshirou. Es decir, él decidía en última
instancia cómo se trataba a Miyo. Esto significaba, obviamente, que él iba a ser siempre quien
decidiera si se le permitía ver a Kiyoka.

Aunque sus expectativas no eran altas para empezar, cuando Miyo sintió su respuesta, su ánimo se
hundió.

—Yo mismo creo que estaría bien concederte tu deseo, pero el caso es que tenemos las manos
atadas en ciertos aspectos. Tal y como están las cosas ahora, no puedes. Probablemente no
podrías reunirte con él aunque te fueras a verlo.

—¿Eh? ¿Qué significa eso…?

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—Sé que la Unidad Especial Anti-Grotesqueries se ha quedado atascada con una verdadera carga
de una misión gracias a una Revelación Divina del emperador. Ahora mismo están metidos de lleno
en ella.

Recordó que Arata se había enfrentado a Kiyoka y le había dicho que las cosas se pondrían más
ajetreadas. Esto debía de ser lo que había querido decir.

Así que Kiyoka seguía ocupado. Estaría bien, ya que Yurie seguía cerca, pero a Miyo le frustraba no
poder estar a su lado para apoyarle en los momentos de necesidad, independientemente de que
su ayuda fuera estrictamente necesaria.

—¿Quieres ver a ese joven lo suficiente como para llorar por ello?

Se tocó las mejillas sorprendida y las encontró húmedas de cálidas gotas de lágrimas.

—Esto, no, no es eso…

—¿Qué es, entonces?

—…Sólo pensé en que siempre soy tan impotente, y me sentí tan lamentable… Con un breve “Ya
veo”, Yoshirou asintió.

Sus verdaderos sentimientos se filtraron junto a sus lágrimas bulbosas.

—Nunca soy lo suficientemente fuerte cuando es más importante. Cuando llega el momento,
nunca tengo lo que se necesita… Ni un Don ni las habilidades de una noble. Si hubiera estado
equipada con esas habilidades, habría tendido una mano para ayudar, incluso si sus talentos
hubieran demostrado ser escasos. Pero tal y como estaban las cosas, para cuando pudiera hacer
algo de eso, ya sería demasiado tarde. ¿Qué sentido tenía adquirir nuevas habilidades cuando ya
había pasado el momento de utilizarlas?

Un don: era lo único que había deseado desde muy joven. Aunque Miyo había descubierto
recientemente que poseía uno, no le hacía ni pizca de gracia. Kiyoka le había dicho que no
necesitaba ninguna habilidad sobrenatural. Aparte de eso, Miyo tampoco tenía oportunidad de
usarlas. Ni siquiera la familia Usuba dependía de sus poderes. Su aparentemente valioso talento
sobrenatural era en realidad un albatros alrededor de su cuello.

—Hmm, eres un poco parecida a Arata, entonces.

—¿Eh?

—No sabes qué hacer contigo mismo. Tu entorno y tus habilidades están reñidos. Aunque en
última instancia somos nosotros, las personas de tu vida, los responsables de eso.

—Pero…

—Te he hecho pasar por terribles dificultades. Si me hubiera fijado antes en cómo te trataban los
saimoris, no habrías tenido que soportar ese tormento.

Yoshirou hizo una profunda reverencia.

Miyo estaba nerviosa, sin saber qué hacer ante la inesperada disculpa.

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Sin embargo, cuando pronunció sus siguientes palabras, se quedó paralizada.

—Me imagino que no te adaptarás rápidamente a la vida aquí, ya que es un cambio tan repentino
para ti. Pero que sepas que, en el fondo, somos parientes de sangre. Espero que no dudes en
confiar en nosotros a partir de ahora.

Quería que confiara en ellos. Porque eran familia.

Recordó a Hazuki diciéndole lo mismo. Kiyoka también la había instado a que dejara que él se
ocupara de ella, a que fuera más egoísta.

Bajó los ojos mientras una neblina oscura se apoderaba lentamente de sus pensamientos.

—…Decirme que somos familia de la nada sólo me pone las cosas más difíciles.

—Lo sé. Me lo imaginaba.

—Cuando vi lo que tenían mi padre, mi madrastra y mi hermanastra, era lo que siempre quise.
Esperaba que tal vez alguien con quien pudiera pasar mi vida así viniera por mí algún día.

—…………

—Pero nunca lo hicieron. Al poco tiempo, me di por vencida… y a estas alturas, puedes decirme
que somos familia y pedirme que confíe en ti, pero sencillamente no sé lo que eso implica.

Miyo sabía que una parte de ella se había desesperado y que ya no le importaba lo que pudiera
ocurrirle, que debía de ser la razón por la que había sido capaz de desnudar los sentimientos que
mantenía ocultos ante Hazuki y Kiyoka ante alguien como Yoshirou.

Quería vomitar todos esos pensamientos que eran demasiado para ella.

—Hace mucho tiempo, había una sirvienta que actuaba como sustituta de mi madre, pero estoy
segura de que eso era diferente de ‘familia’. Quizá lo entendería si me casara y fuera madre. ¿Qué
es exactamente ‘familia’?

—…………

—Todos deben de estar hartos de mi incapacidad para conseguir algo tan básico como eso. Por eso
Kiyoka también se enfadó conmigo.

—¿Es así?

—Um, mis disculpas. No pretendía hacerte escuchar mis tonterías.

Estaba desahogando todos sus pensamientos a la vez, lo cual no era justo para la persona que la
escuchaba. Miyo se sentía tan avergonzada que no podía soportarlo.

Sin embargo, cuando levantó la vista hacia Yoshirou, éste sonrió amablemente.

—No, no pasa nada. Me alegro de haber escuchado tus verdaderos sentimientos.

—¿Qué……?

—Si no te importa, me gustaría hablar como tu abuelo un momento.

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—……Okay.

—¿No dirías que poder compartir las cosas que no podemos soportar solos, como estamos
haciendo ahora, es de lo que se trata la familia?.

¿Compartir?

Ella ladeó la cabeza, incapaz de entenderlo del todo.

—Llegados a este punto, ya no puedes reprimir tus emociones. Por eso las dejas salir
abiertamente, ¿no?.

—S-sí, eso es verdad……

—Eso es básicamente lo que quiero decir. Depender de los demás no significa que eches todos tus
problemas sobre sus hombros. Creo que es trasladar a los demás parte del equipaje que es
demasiado pesado de llevar. De ese modo, ambos pueden apreciar la dificultad de la carga y, una
vez que hayan terminado de llevarla, podrán compartir la alegría de superarla juntos. Ser capaz de
hacer eso sin ninguna contención ni vacilación, eso es la familia, ¿no? Exasperarles, enfadarles, no
pasa nada. Los lazos de la familia no se rompen tan fácilmente.

—…¿Incluso cuando mi madre dejó esta casa?

Su madre, con todas las expectativas de su familia puestas sobre sus hombros.

Miyo sabía que toda la familia Usuba debía de estar muy disgustada con ella cuando prácticamente
les obligó a dejarla casarse con los Saimori.

Yoshirou se agarró la barbilla, pensándoselo un momento.

—Tienes razón; en aquel momento me dejé llevar por la ira. Ver cómo los saimori se llevaban a la
hija que tanto me había costado criar me hizo hervir la sangre. Juré que nunca la perdonaría por
ser tan desagradecida.

—¿Terminaste resentido con ella…?

—No. Pensé que nunca la perdonaría, pero Sumi era demasiado valiosa para mí. Ahora, por
supuesto, hay algunos padres que repudian a sus hijos y cortan todos los lazos por completo. Pero
si mi hija estuviera herida y sufriendo, yo querría estar ahí para ayudarla, y si supiera con certeza
que vive feliz, eso también me alegraría.

Oh, así que debe de ser eso, pensó Miyo, convencida por sus palabras.

Hasta ahora, no había habido nadie en la vida de Miyo con quien pudiera compartir sus
sentimientos, que pudiera considerar las cosas desde su punto de vista.

Siempre estaba lidiando con sus emociones ella sola.

Kiyoka había dicho lo mismo. Que consideraba a Hazuki alguien que podía entender lo que él
pensaba y viceversa.

—Miyo, siento lo mismo por ti.

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—¿Sobre mí…?

—Así es. Después de que Sumi se fuera para casarse, nuestra familia sobrevivió, y tú naciste. Estoy
realmente feliz de haber podido conocerte así.

—……!

Cuando captó el brillo en el rabillo de los ojos de Yoshirou, comprendió que sus palabras habían
salido realmente del corazón.

El hecho de que sus poderes de Dream-Sight fueran tan preciados y valiosos era sin duda parte de
ello. Pero más que eso, los Usuba habían querido que Miyo formara parte de la familia desde el
principio. Habían deseado conocerla desde el fondo de sus corazones.

—Gracias… a ti.

—No es necesario. Somos nosotros los que debemos estar agradecidos, Miyo. Me alegro de haber
podido hablar contigo.

—Yo también… Pero… Se dio cuenta durante la conversación. Realmente no era aquí donde Miyo
debía estar.

Tenía a alguien con quien quería formar una familia. Una persona con la que quería vivir, con la que
podía cargar y que la apoyaría.

Quería creer que no era demasiado tarde.

Cuando Miyo se levantó inconscientemente de la silla, sucedió.

La puerta se abrió de golpe, como si la hubieran derribado de una patada, y Arata entró con una
mirada intensa.

—¿Qué pasa, Arata?.

Preguntó Yoshirou con el ceño fruncido, intuyendo que algo iba mal.

—Me he enterado hace poco, pero…. Se interrumpió un momento y miró a Miyo, con una
expresión de dificultad en el rostro.

El silencio se apoderó de la habitación.

—Un momento.

Al darse cuenta de algo, Yoshirou salió de la habitación con su nieto.

Fueran cuales fuesen las noticias, no parecían ser buenas; Miyo sintió que una vaga sensación de
temor crecía en su pecho. Aunque dudó un instante, se decidió y siguió a los dos hombres.

Cuando continuó por el pasillo, asegurándose de ocultar el sonido de sus pasos, encontró a los dos
conversando en voz baja junto a la escalera.

—-…¿Ise?

—Kudou… entonces… estaba… Sí.

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¿Qué acaba de decir?

A pesar de estar demasiado lejos para captar la conversación, tuvo un mal presentimiento sobre lo
que estaban discutiendo, así que puso más cuidado en escuchar a escondidas a la pareja.

—¿Lo sabes seguro?

—Sí. La información procede de una fuente fiable.

—…¿Cuáles son los detalles de la situación?

—No ha cambiado mucho respecto a lo que nos dijeron de antemano. Los espíritus de los
cementerios se acercaron a una aldea agrícola, y como un transeúnte perdió la vida, la Unidad
Especial Antigrotescos decidió emprender una operación de sometimiento al por mayor. Durante la
batalla… En cuanto oyó “Unidad Especial Antigrotescos”, Miyo se quedó paralizada. El pánico latía
en sus oídos.

—Nadie más de la unidad parece haber sufrido heridas. Fue sólo su comandante, Kiyoka Kudou,
quien… Concentró al máximo cada nervio de su cuerpo en la conversación, olvidándose incluso de
respirar.

Justo cuando la siguiente afirmación de Arata estaba a punto de salir de sus labios, su cuerpo se
precipitó fuera de su escondite por voluntad propia.

—¿Qué dices que le ha pasado a Kiyoka…?.

—¡¿Miyo…?!

Los ojos de Yoshirou y Arata se abrieron de par en par; estaban claramente cegados al enterarse de
que Miyo había estado escuchando.

—Una vez más… Dilo una vez más. ¿Qué ha pasado…?

Aunque sabía que era su propia voz la que salía de su boca, no parecía real. Le temblaban las
piernas. Tenía miedo de oírlo. Pero tenía que estar segura.

De pie ante Miyo, cuyos ojos se clavaron inquebrantablemente en él incluso mientras temblaba,
Arata tragó saliva.

—Miyo, vuelve a tu habitación.

No podía volver. No en esta situación.

Miyo negó con la cabeza.

—Por favor, vuelve.

—No puedo.

—¡Vete!

—………… Por mucho que le gritara, Miyo no se echó atrás.

Miró fijamente y sin pestañear a Arata, dejando claras sus intenciones.

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Después de mirarse en silencio durante unos instantes, Arata se alborotó el flequillo, un gesto poco
habitual en él.

—…El enemigo derrotó a Kiyoka y lo eliminó.

Su clara reafirmación de lo que había dicho antes disipó cualquier posibilidad de que ella le
hubiera oído mal.

Sin embargo, era tan difícil de creer que Miyo simplemente rumiara sus palabras. No pudo
procesarlas.

—¿Derrotado…? ¿Acabado…?

—Así es. Kiyoka Kudou fue derrotado en combate contra un oponente.

Ahora desafiante, Arata se lo comunicó desapasionadamente con expresión inexpresiva, mientras


Yoshirou permanecía en silencio a su lado, cruzado de brazos.

En contraste con la pareja demasiado tranquila, Miyo descendió inconscientemente a un estado de


pánico.

—¡……! ¿De qué estás hablando…?

Su voz salió de su boca como un grito.

¿Derrotado? ¿Qué significa eso?

Su mente se quedó en blanco mientras los mismos pensamientos daban vueltas una y otra vez en
su cabeza. El corazón le latía como un tambor y le costaba respirar.

Congelada hasta la punta de los dedos, dirigió una mirada de desconcierto a Arata.

—Si me preguntas qué pasó, no conozco los detalles. Un ataque enemigo debió de herirle durante
la misión… Se desplomó y aún no ha recuperado el conocimiento.

—Imposible. No puede ser verdad.

Tenía que haber algún error. Ella no podía creerlo. No quería creerlo.

—Es absolutamente cierto. Es información concluyente.

Arata repudió sin piedad las divagaciones de Miyo.

Reuniéndose con Kiyoka una vez más. Pedirle perdón hasta que la perdonara y vivir con él para
siempre esta vez… Esos pensamientos habían llenado su mente momentos antes.

¿Iba a perder algo de nuevo? ¿Las personas y las cosas que más le importaban?

Este dolor, ¿seguiría hasta que se vaciara por dentro, hasta que no le quedara nada?

Intentando disipar aquellas horribles visiones, Miyo cerró los ojos con fuerza y se tapó los oídos
con las manos.

Era otra pesadilla. Estaba segura de que tenía que serlo. No era más que un sueño terrible.

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Esperaré así hasta que me despierte. Si lo hago, entonces… Debería despertar de nuevo en la
cálida casa que una vez conoció.

—Miyo.

Escuchar su nombre la devolvió a la realidad. Cuando levantó los párpados, se encontró con el
rostro preocupado de Yoshirou.

Él era un Usuba. Ésta era la casa de los Usuba.

El paisaje cotidiano que ella anhelaba estaba a punto de perderse para siempre.

—Kiyoka no podría… Él no podría ser derrotado… Él era fuerte.

Su lucha contra Arata era la única vez que había visto a su prometido en combate.

La presencia de Kiyoka había sido sobrecogedora, deslumbrante incluso mientras veía cómo Arata
le hería. Era imposible imaginar que esa luz se borrara para siempre.

En el mundo de Miyo, la presencia de Kiyoka era casi como el sol o la luna.

Era absolutamente imposible que desapareciera. No podía imaginar un mundo sin él.

De repente, Miyo levantó la cabeza.

…Todavía no hay nada escrito en piedra.

Arata no le había dicho que Kiyoka había muerto.

Ella ya había decidido aferrarse a él pasara lo que pasara, ¿no? No había oído nada concluyente
sobre su prometido. Si simplemente se lamentaba y se rendía ahora, estaría igual que antes.

Se olvidó por completo de sí misma. Antes de darse cuenta, había echado a correr.

—¡Miyo!

Aunque oyó que Yoshirou y Arata la llamaban por su nombre, sus piernas no dejaron de moverse.

Prácticamente cayendo por las escaleras, se apresuró a salir de la casa con sólo la ropa que llevaba
puesta.

—¡Miyo! Espera.

Justo cuando llegaba a la entrada, Arata la alcanzó y la agarró por el hombro.

Sorprendida, jadeó. Cuando se giró lentamente, se dio cuenta de que estaba llorando.

—Arata…

—Por favor, no te vayas. Quédate aquí.

La fiebre que la había impulsado imprudentemente hacia delante se fue enfriando poco a poco.

Aunque no lo suficiente como para que se quedara rígida en su sitio. Sólo se volvió un poco más
sensata.

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Era imposible que su corazón no vacilara ante la súplica de Arata. Había expresado perfectamente
su impaciencia y frustración. Si Miyo desaparecía de su lado, este hombre que poseía poder pero
no podía hacer nada con él, tendría que sofocar de nuevo sus sentimientos para seguir viviendo.

Sin embargo, Miyo tenía algo en lo que tampoco transigiría.

—No puedo hacerlo.

—¿Por qué no?

—Quiero estar con Kiyoka. No quiero renunciar a él.

—¿De verdad tiene que ser él y sólo él? ¿No soy lo suficientemente bueno?

Arata actuaba como un niño a punto de ser abandonado. Pero no era necesario.

Miyo respiró hondo. Si se derrumbaba ahora, casi con toda seguridad sería incapaz de llegar al lado
de Kiyoka.

—Por supuesto que eres lo bastante bueno. Creo que eres un hombre encantador.

—Entonces, ¿no estarías igual de bien conmigo?

—…No. Kiyoka es a quien quiero. Estar aquí me ha hecho darme cuenta de que nadie más lo hará.

La familia que ella anhelaba también podía encontrarse en esta casa. Tanto Yoshirou como Arata
habían recibido a Miyo con los brazos abiertos.

Antes de esto, lo único que quería era escapar de los Saimori y encontrar un lugar al que
pertenecer. Si podía vivir una vida tranquila, no importaba con quién acabara casándose. Si su
cónyuge acababa siendo una persona tranquila y amable, nada la habría hecho más feliz. Miyo
habría estado encantada de vivir con los Usuba si la hubieran acogido entonces.

Pero ahora, lo único que sentía en esta casa era una constante y persistente sensación de
incomodidad.

Levantarse temprano, preparar el desayuno. Despidiendo a Kiyoka, lavando la ropa, limpiando.


Remendando kimonos deshilachados y estudiando en el tiempo libre que tenía. El día se convertía
en noche, saludaba a Kiyoka cuando volvía a casa y se sentaban a cenar. Le encantaba relajarse
tomando una taza de té con él después de bañarse.

Ésa era la felicidad que Miyo anhelaba. La vida cotidiana que no quería abandonar.

Mientras permaneciera en esta casa, haría comparaciones. Cada vez que lo hacía, oía el eco de un
grito implacable dentro de su corazón.

Que esto no estaba bien. Que no era aquí donde debía estar o donde quería estar.

—Perdóname por negarme egoístamente a honrar el resultado de tu duelo. Pero por favor…
Déjame ir.

Bajó la cabeza hacia el suelo.

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Por el rabillo del ojo, vio que Arata apretaba los puños con fuerza.

—Yo… No, es imposible. No puedo permitirme que te vayas así.

La impaciencia se apoderó de ella cuando le vio negar con la cabeza.

Tenía que correr al lado de Kiyoka lo más rápido posible. Aunque tal vez no pudiera hacer nada por
él si se marchaba, la sola idea de perder sin saberlo a alguien tan preciado para ella era
aborrecible.

El impulso de llegar a él más rápido, y más rápido aún, la espoleó.

—Volveré aquí otra vez. Tampoco tengo que estar fuera mucho tiempo. Por favor, déjame ir.

—De verdad que no es posible… Aunque quiero detenerte, no soy yo quien desea mantenerte
encerrada dentro de esta casa.

Miyo recordó que Yoshirou había dicho lo mismo. Que había recibido órdenes estrictas de no dejar
que Kiyoka y Miyo se vieran. Alguien quería mantenerla encerrada… ¿Era eso?

No podía creer que alguien pudiera beneficiarse llegando a tales extremos.

—No me importa lo que acabe pasándome. Mientras pueda ir a ver a Kiyoka.

—Sí, pero… aprovecharé esta oportunidad para confesar. He hecho un trato con cierto individuo.

—¿Un trato?

—Así es, respondió, con la mirada rota.

Miyo se enfrentó a Arata de frente, escuchando los detalles que estaba a punto de divulgar.

—…La persona con la que he hecho un trato es el emperador.

—¡¿Qué…?!

Se quedó sin palabras ante la increíble sorpresa.

Eso no puede ser cierto, ¿verdad? El emperador… El exaltado, el hombre que estaba en la cúspide
de la nación.

Era un individuo demasiado distinguido para hacer tratos equitativos con él. Para empezar,
conocerlo parecía imposible; su primo era mucho más aterrador de lo que jamás hubiera
imaginado.

—¿Qué clase de trato exactamente?

—…Quería invitarte a esta casa. Pero los Kudous te protegían a la perfección, así que no tenía ni
medios físicos ni sociales para hacerlo. Fue entonces cuando Su Majestad me convocó.

Según Arata, el emperador también tenía algún motivo oculto en mente.

Con sus intereses alineados, colaboraron para lograr los objetivos de ambos.

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—Su Majestad también preveía que pronto se produciría un incidente que causaría importantes
problemas a la Unidad Especial Antigrotescos. Al oír esto, utilicé la información como pretexto para
contactar con Kiyoka Kudou.

—…¿Así que estás diciendo que la persona que no me deja marchar es…?

—Su Majestad. Tampoco estoy al tanto de lo que intenta hacer. Simplemente accedió a prestarme
su ayuda después de que yo dijera que quería acogerte como miembro de la familia Usuba... Arata
frunció el ceño antes de continuar con una advertencia.

—Su Majestad es bastante implacable. Es probable que me castigue si le desobedezco.

—…Y al resto de los Usuba también, ¿verdad?

Desafiar al emperador. Hacer eso era un crimen grave e imperdonable, independientemente de


que sus órdenes fueran oficiales. Ella no podía imaginar qué castigo resultaría de ello.

—I… Si Miyo hubiera sido la única que sufriría en este escenario, no habría ninguna necesidad de
dudar. Sin embargo, si los Usubas también iban a verse envueltos en ello…

—Miyo. Sirvo al portador de la Visión del Sueño. Eso es lo que deseo hacer.

No me traería mayor satisfacción que involucrarme en tus asuntos.

—Pero… Los vacilantes ojos de Arata estaban ahora claramente fijos.

—Quieres ir, ¿verdad? Al lado de Kiyoka Kudou. Yo también me he decidido.

—Eh…

—Por favor, ve con él. A cambio, iré contigo.

—¡Hng!

Los ojos de Miyo se abrieron de par en par ante la respuesta totalmente inesperada de su primo.

Si iba a ir con ella, eso significaba…

—…¿Estás seguro? Um, ¿vas a romper el código de tu familia?.

—Oh, casi seguro, diría yo. También existe la posibilidad de que se revele mi identidad como
miembro de los Usubas. Pero igual que tú no puedes renunciar a Kiyoka Kudou, yo tampoco puedo
renunciar a ti.

—¿Es así…?

—Así es. Además, no puedo dejarte ir sola.

Avergonzada, Miyo bajó la mirada.

Ahora que lo pensaba, no sabía adónde ir ni cómo llegar sola. Estaba a punto de salir corriendo de
casa, pero no sabía qué hacer a continuación.

—…Así es, ¿no? ¿Tú también estás de acuerdo, abuelo?

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Arata se dio la vuelta y vio a Yoshirou detrás de él. Con una expresión seria en el rostro, el anciano
dio un profundo suspiro.

—¿Qué otra opción tengo? Son mis preciosos nietos, los dos. Es mi deber como su abuelo
apoyalos.

—Gracias.

—¡Muchas gracias…!

Junto con Arata, Miyo echó a correr, dejando atrás la casa de los Usuba.

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CAPÍTULO 4: Luz en la oscuridad

Ya no tenían tiempo que perder.

Incluso mientras se apresuraban al máximo, la mente de Miyo seguía saltando inquieta de una
cosa a otra.

—¿Hacia dónde deberíamos dirigirnos…?

—Si Kiyoka Kudou sigue inconsciente, no creo que esté en la estación de la Unidad Especial
Antigrotesquios. El hospital es una posibilidad, pero personalmente, apostaría a que está en la
finca principal de los Kudou o en la casa donde ambos vivían juntos.

Confiando en estas predicciones, se dirigieron hacia la anterior casa de Miyo, con Arata al volante
del automóvil de la familia Tsuruki.

Aunque Arata afirmaba que no estaba muy acostumbrado a conducir, se las arreglaba para ir a
toda velocidad por las calles sin ningún atisbo de peligro.

Desde el asiento del copiloto, Miyo rezaba por la seguridad de Kiyoka.

Por favor, por favor… Quería que recobrara el conocimiento. Quería verle bien.

—Sé que puede resultar raro oír esto de mí, pero…. Arata empezó mansamente mientras seguía
conduciendo.

—Estoy seguro de que se pondrá bien. Kiyoka es realmente fuerte. Si hubiera estado en plena
forma, yo no habría sido capaz de derrotarle en una hazaña. Aunque supongo que es problemático
admitirlo, ya que soy parte de la familia encargada de disuadir a otros usuarios de dones… Luego
añadió con confianza: —Es imposible creer que unos espíritus errantes pudieran matarlo.

Miyo no podía imaginarse cómo eran esas almas rencorosas de los muertos a las que se
enfrentaba la unidad de Kiyoka. Por eso, lo único que podía hacer era creer firmemente en la
palabra de Arata.

Tras despejar la zona central de la capital, atestada de edificios y gente, continuaron poco a poco
hacia los tranquilos suburbios.

Pero las calles familiares amplificaron la ansiedad de Miyo en lugar de calmarla.

Lo quisiera o no, le hacían recordar tanto su tranquila existencia cotidiana como la desesperación
que había sentido cuando lo perdió todo.

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—En cualquier caso, no deberías atormentarte. Ahora que estamos fuera de las instalaciones de
Usuba, la barrera que impedía que tu Don se descontrolara también ha desaparecido. Si tus
poderes de Visión del Sueño empiezan a descontrolarse de nuevo, pondrán a prueba tu cuerpo.

—…Gracias por preocuparte por mí, Arata.

Cuando Miyo respondió en agradecimiento, una sonrisa se dibujó en su rostro.

Probablemente no habría podido hacer nada si hubiera estado sola.

Su primo era alguien en quien podía confiar incluso después de saber a lo que se enfrentaba, así
que tenerlo aquí era muy tranquilizador.

—Siempre estaré de tu lado pase lo que pase.

Desde su primer encuentro, nunca había vacilado. A pesar de su descontento con su situación,
Arata debía de mantenerse firme porque estaba orgulloso de sus habilidades, de su papel, de su
familia… y de su propio esfuerzo.

Yoshirou le había dicho que Miyo y Arata eran parecidos, pero él era mucho más íntegro que ella.
Él brillaba mucho más.

—Pase lo que pase.

Ella podía decir que esas eran precisamente sus intenciones. No había exagerado.

—Te creo.

—Démonos prisa.

El automóvil aceleró.

Seguramente el coche estaba atrayendo miradas extrañas ya que estaba destrozando los tranquilos
caminos rurales con una velocidad aterradora. Sin embargo, gracias a su ritmo llegaron a la casa en
un abrir y cerrar de ojos.

En cuanto el coche se detuvo, Miyo corrió hacia la entrada.

En ese momento, justo cuando ponía la mano en la puerta principal, sucedió.

Oyó un fuerte estruendo procedente del interior de la casa.

¿Eh? ¿Qué podía ser…?

Era un ruido bastante fuerte, como si algo pesado chocara de lleno contra algo duro. Además, se
oían voces enfadadas, así que parecía que había gente dentro.

—Yo entraré primero. Quiero que me sigas por detrás.

—De acuerdo.

Asintiendo a la oferta de Arata mientras le seguía, Miyo se adentró en la entrada y vio… …a dos
hombres conocidos luchando entre sí.

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—¡Pequeño! ¿Cómo que no puedes curar al comandante?.

El grito de enfado procedía del subordinado de Kiyoka, Godou. A su lado estaba Kazushi Tatsuishi,
que se mostraba impasible mientras Godou le agarraba por el cuello y le llenaba de furia.

—Quiero decir exactamente lo que he dicho. No puedo hacer nada por él, así que ¿qué más
quieres que te diga?.

—¡Tienes mucho valor para decir eso con cara seria! ¡¿No dijiste que eras bueno desencantando?!

—Por favor, lo has entendido todo mal. Dije que era hábil disipando, no desencantando.

—¡A la mierda tu semántica!

Godou había perdido la calma por completo, algo que Miyo jamás habría imaginado, dado su típico
comportamiento despreocupado. Por el contrario, Kazushi estaba tan relajado e imperturbable
como siempre.

—No es semántica. ¿Eres su ayudante y ni siquiera lo sabes?

Increíble.

—¡Cállate! ¿Quién demonios te crees que eres? Después de que tu familia se salvara, gracias a Su
Excelencia y a la buena voluntad de Kiyoka, ¡ni siquiera apareciste cuando te mandamos llamar!

—No soy yo quien tiene que callarse, creo que… Miyo no tenía la menor idea de lo que había
llevado a estos dos a estar discutiendo así.

De momento, pasó por delante del salón para intentar no interrumpir a la pareja y se dirigió al
estudio y al dormitorio de Kiyoka.

Le dolía el pecho de la tensión. Las manos le temblaban tanto que no podía apoyar los dedos en la
puerta corredera.

Está bien… Todo va… a ir bien.

Respiró hondo por un momento.

Olvidando anunciarse, tiró de la puerta corredera con todo lo que tenía.

—¿Miyo…?

Lo primero que vio fue a Hazuki, con el rostro inexpresivo por la sorpresa.

Desvió la mirada hacia abajo para encontrarse con una visión tan impactante que el mundo
prácticamente se volvió negro ante sus ojos.

—¿K-Kiyoka…?

Su prometido yacía absolutamente inmóvil en su futón. Su tez de porcelana se había vuelto aún
más pálida, como si le faltara la vida.

Ella no quería pensar en ello. En ese estado, estaba tan lejos de la fragilidad que parecía un
muñeco de cera.

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Luchando por mover su cuerpo antes de que se desplomara sin vida, Miyo se sentó a su lado.

—Kiyoka.

Todavía embargada por la desesperación, Miyo estrechó inconscientemente la mano helada de


Kiyoka. Pudo sentir un débil pulso cuando rodeó su muñeca con la mano.

Estaba vivo… Respiraba. Aún no lo había perdido.

Lágrimas de alivio brotaron de sus ojos. De repente, sintió que unos cálidos brazos la rodeaban
suavemente por detrás.

—Miyo. Miyo, gracias. Me alegro mucho de que estés aquí. Me preocupaba tanto que nos
separaran la una de la otra cuando llegara el momento de despediros para siempre.

—Yo… Hazuki, lo siento mucho… La voz llorosa de Hazuki le dejó claro lo preocupada, lo ansiosa
que había estado la hermana de Kiyoka.

Culpable pero feliz de que Hazuki hubiera creído en ella, Miyo volvió a emocionarse hasta las
lágrimas.

—No te disculpes. No pasa nada. Kiyoka me lo contó todo.

—Pero todo acabó así porque no confié en él… Las palabras no pueden expresar lo arrepentida que
estoy.

En su situación actual, ella no podía hacer nada para arreglar las cosas.

Se alegraba de que Kiyoka estuviera viva. Pero, ¿y si seguía inconsciente y simplemente…? El


aterrador camino por el que vagaba su mente la abrumaba de pena y remordimiento.

—Ya veo, así que estaba sumido en el intenso rencor de un espíritu.

De repente, la voz del primo al que había dejado completamente atrás llegó desde las cercanías.

Hazuki se giró para mirarle y gritó sorprendida.

—¡Tú…!

—Cierto, gracias por su ayuda el otro día, señorita Hazuki Kudou.

Arata esbozó una sonrisa cordial mientras la saludaba con disimulo.

—¿Qué significa esto exactamente, Miyo?.

—U-um, bueno, verás…

—Vine con ella… Soy su primo, después de todo.

Reveló sin rodeos toda la verdad ante la turbada mirada de Miyo.

Hazuki vaciló un instante antes de que pareciera recordar algo. Entonces se sobresaltó, se tapó la
boca con la mano y se puso rígida.

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—Es una broma. Eso significa que eres….

—Exactamente quien te imaginas que soy, lo más probable. Pero, por favor, no te hagas una idea
equivocada. No tengo intenciones hostiles hacia ti ni hacia Kiyoka, y no busco entrometerme en la
situación en absoluto. Mi trabajo es simplemente proteger a Miyo y apoyarla.

—Bueno, entonces… Hazuki renunció de buena gana a hacer más preguntas, y Yurie, que había
estado sentada en silencio en un rincón de la habitación y manteniéndose al margen de la
conversación, intervino para poner fin a todo.

—¡Señorita Hazuki! ¿Seguro que le parece bien?.

—A mí me parece bien, diría yo.

—…Me encuentro preocupada.

Al ver que la criada suspiraba, Miyo intervino.

—Yurie. Arata prometió que sería mi aliado. Por favor, confía en él.

—…Señorita Miyo…

—Es muy de fiar. Muchas gracias por preocuparte por mí.

Sonrió mientras hablaba, haciendo que Yurie se secara apresuradamente los ojos llorosos con la
manga.

—Señorita Miyo, se ha convertido en una mujer tan espléndida….

—Estás exagerando.

No estaba espléndida en absoluto. Lo único que había hecho era quitarse algunas dudas.

Una vez que había decidido creer en Arata, era importante que mantuviera su creencia. Los
últimos acontecimientos habían dejado muy clara esta lección.

Como no confiaba en que Kiyoka la aceptara, Miyo no sólo no le había contado sus
preocupaciones, sino que había decidido evitarle por completo.

Gracias a eso, ahora ni siquiera estaba segura de si sería capaz de disculparse con él o no.

Albergar dudas sobre tu pareja era una receta para que sus sentimientos se alejaran de ti.

—Si me permites un momento. Hay algo que me gustaría discutir.

Arata levantó la mano en medio de la habitación momentáneamente silenciosa.

—¿Y qué podría ser, Sr. Primo de Miyo?

—…Esto es sólo una suposición, eso sí. Pero creo que hay una forma de despertar a Kiyoka.

Sus palabras dejaron a todos en shock. Y no sólo a las tres mujeres, ya que incluso Godou se
separó de su refriega en el salón para aparecer y preguntarle a Arata si decía la verdad.

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—Sí. Dicho esto, sin duda será difícil… Es un milagro en sí mismo que aún respire después de haber
sido bañado en el rencor que todo lo consume de los muertos.

—¿Kiyoka puede salvarse…?

—Con el poder de la Visión del Sueño.

Miyo tragó saliva.

La capacidad sobrenatural de Dream-Sight podía sacar a Kiyoka del abismo. En otras palabras, Miyo
tenía la vida de Kiyoka en sus manos.

—De ninguna manera.

Pero no puedo usar mi poder.

Ella nunca había usado su Don conscientemente. Hasta ahora, sólo se había descontrolado.
Controlarlo por voluntad propia y usarlo para salvar a Kiyoka era una tarea completamente
imposible.

Mientras contemplaba las miradas de todos los allí reunidos, un sudor frío se formó en su frente.

—Miyo. ¿Qué vas a hacer? ¿Lo intentarás o te rendirás?.

—Yo… yo nunca podría hacer eso…. Los ojos tranquilos de Arata la inquietaron. Casi parecía que la
estuviera poniendo a prueba.

¿Aprovecharía Miyo esta oportunidad o la desperdiciaría?

La tensión que sentía ahora era incomparable con la de antes.

Cargada con las expectativas de todos, tenía la vida de su amado en la palma de su poco fiable
mano.

¿Realmente puedo usarlo? ¿Mi don?

Siempre había deseado despertar un Don en su interior. Sin embargo, ahora que había llegado el
momento de usarlo, sus manos temblaban sin parar y apenas podía respirar.

Miyo no podía soportar lo avergonzada que se sentía. Sin embargo.

—Arata, ¿de verdad crees que seré capaz de salvar a Kiyoka…?.

La idea de perderlo todo sin mover un dedo para impedirlo era demasiado para ella.

Si se rendía ahora, se sentiría culpable por dejar que Arata traicionara al mismísimo emperador
acompañándola, y toda una vida de remordimientos no expresaría adecuadamente su propio
arrepentimiento.

—No puedo decir nada con seguridad. No es más que una hipótesis. Dicho esto, creo que vale la
pena intentarlo.

Aunque sólo fuera la menor de las posibilidades, mientras hubiera esperanza, ella tenía que
intentarlo.

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Miyo asintió con la cabeza, conteniendo las lágrimas que amenazaban con desbordarse.

—…Entiendo. Lo haré.

Con Miyo ya decidida, Hazuki le apretó la mano.

—No te esfuerces demasiado. Obviamente, todos estamos preocupados por Kiyoka, pero también
por ti. Porque eres importante para nosotros. Porque te queremos, ¿entiendes? No lo olvides.

—Gracias. No lo olvidaré.

Qué palabras tan maravillosas eran de oír.

Una sonrisa brotó del corazón de Miyo. Luego, apretó suavemente la mano de Hazuki.

—A mí también. Los quiero a todos.

Pasó los ojos uno a uno por Yurie y Godou, que la miraban fijamente, y luego por Kazushi, que se
había unido a ellos hacía unos instantes. Como una confirmación de lo que Hazuki había dicho,
Miyo pudo percibir en los ojos de cada uno su preocupación por ella.

Le brotaron sentimientos cálidos del corazón. Así debían de sentirse la amabilidad y el afecto.

—Por favor, enséñame, Arata. ¿Cómo puedo usar mi don?

Arata, que había estado observando en silencio la decisión de Miyo, se volvió hacia Yurie con un
pequeño suspiro de alivio.

—¿Podría prepararme un juego de futón? Por favor, póngalo aquí.

—…¿Un futón?

—Así es. Te haremos dormir allí, Miyo. Cuando uses tu Don, apuesto a que separará tu conciencia
de tu cuerpo.

Siguiendo las instrucciones de Arata, se extendió otro futón junto al de Kiyoka, y Miyo se tumbó
encima.

—A continuación, cuando emplees tu Don, tocar la piel de la persona sobre la que lo uses hará que
sea más fiable. Miyo, agarra su mano.

—De acuerdo.

Tocó la mano blanca como la nieve de Kiyoka. Aunque estaba lo bastante fría como para
convertirse en hielo, Miyo la sintió casi cálida, ya que su propia mano se había vuelto frígida por la
ansiedad.

Cuando cerró los ojos, sintió como si una turbia sustancia negra hubiera viajado a través de las
palmas unidas y fluyera hacia ella.

—¿Qué es esto?

—¿Lo sientes? Es parte del rencor del fantasma. Aunque ahora se ha convertido en un veneno que
roe el alma humana.

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Veneno. La forma en que Arata lo describía tenía mucho sentido.

Tuvo la vaga impresión de que esa turbia presencia había envuelto a Kiyoka, tragándose su corazón
y su conciencia. Miyo necesitaba deshacerse de ella u obligar a la conciencia envuelta de su
prometido a volver a la superficie.

Poco a poco, tanto los sonidos a su alrededor como la presencia de la gente en la habitación
empezaron a alejarse en la distancia. En medio de todo aquello, la tranquila voz de su primo era lo
único que permanecía alto y claro.

—Miyo, concéntrate e imagínatelo con claridad. Has dejado atrás tu carne y has entrado en el
cuerpo del señor Kudou como nada más que un alma. Vas a localizar su alma.

—De acuerdo… Miyo se visualizó a sí misma como nada más que un ágil alma flotante volando
dentro de Kiyoka, que estaba completamente envuelta en el rencor que todo lo consume de un
fantasma. Luego, deseó que se hiciera realidad.

Cuando lo hizo, sintió de repente que su cuerpo se volvía ligero como una pluma y flotaba en el
aire.

Increíble.

Cuando abrió los ojos, no vio un techo sobre ella, sino una oscuridad total que se extendía hasta
donde alcanzaba la vista.

Miyo se rodeó inconscientemente con ambos brazos. Interminable, infinito… aquel mundo
cubierto de negro en todas direcciones era aterrador. Sentía como si ella también fuera a ser
engullida por él.

Pero tengo que seguir.

Apretando los dientes con fuerza, dio un paso adelante.

No tenía ni idea de dónde estaba, pero por el momento siguió avanzando.

La voz de Arata ya no le llegaba. Estaba realmente sola.

De repente, todo el coraje que había reunido se marchitó; en su lugar aparecieron los recuerdos de
cuando era joven y estaba encerrada en el almacén.

Asustada y desesperanzada, Miyo contempló el mundo a través de una cortina de lágrimas.

Se dio cuenta de lo poco que había cambiado. Siempre había estado sola y nadie había venido a
salvarla. Sola en una oscuridad que se extendía hasta el infinito.

¿Dónde estás, Kiyoka…?

Miyo caminaba penosamente por la oscuridad. Quería creer que estaba avanzando, pero al estar
rodeada de nada más que negrura, no tenía nada en lo que basar su creencia.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que llegó aquí?

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Su noción del tiempo era vaga. Sentía que habían pasado tanto unos minutos como varias horas.
Justo entonces, sin embargo, Miyo oyó un débil ruido.

¿Ese sonido procede del mundo exterior? ¿O procede de la oscuridad?

A medida que se acercaba a la fuente del ruido, un paisaje indistinto iba apareciendo poco a poco.

Es el cielo nocturno… Arriba, un cielo nocturno claro y lleno de estrellas se extendía ante sus ojos.

Cuando miró a sus pies, se encontró con un camino de tierra nivelado, exactamente igual al que
vería en el mundo real. Había montañas cerca, la vegetación crecía espesa a lo largo del camino y
los sonidos de los insectos empezaron a filtrarse en sus oídos.

¿Dónde estamos?

El brusco cambio de escenario la dejó perpleja.

Aunque el paisaje se parecía mucho a los alrededores de la casa que compartía con Kiyoka, aquel
lugar le resultaba en general desconocido. Sin embargo, no estaba completamente despistada
sobre su ubicación, ya que sabía que se encontraba dentro de los límites del imperio.

Aun así, ¿por qué demonios había acabado en un lugar así?

Los olores de la naturaleza eran tan reales que no podía determinar al instante si estaba en el
mundo de la realidad o en el de la ilusión.

Pero mi cuerpo debería estar durmiendo en la casa ahora mismo… En ese caso, ella tenía que estar
dentro de un mundo ilusorio que había brotado dentro de la oscuridad.

Mientras permanecía congelada en su asombro, un sonido de algo moviéndose sobre la hierba -


probablemente alguien calzado pisando entre el follaje- llegó hasta ella a través de la sutil brisa.

Había alguien allí. Miyo sabía quién era.

—¡Kiyoka!

No podía verle. Sin embargo, corrió en la dirección del ruido.

Su cuerpo era ligero, y era fácil respirar. Así podría seguir corriendo hasta el fin del mundo.

Tiene que ser… no, sin duda es Kiyoka.

Estaba segura, fuera racional o no.

Kiyoka luchaba solo contra algo en este mundo nocturno.

Ese algo tenía que ser lo mismo que le había engullido: el intenso rencor de los muertos.

Quería verle lo antes posible.

Miyo esprintó por el camino nocturno con todo lo que tenía.

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Emitiendo luces apagadas de color rojo, negro y púrpura, un sinfín de espíritus turbios se
acercaban a él mientras se movía entre los árboles.

Aunque los espíritus tenían una forma vagamente humana, Kiyoka apenas podía distinguir el sexo
de estas figuras de arcilla fundida, parecidas a muñecas, mientras las convertía en cenizas con su
fuego sobrenatural.

¿Cuánto tiempo llevaba así?

Kiyoka se dio cuenta entonces de que había estado luchando sin parar en este bosque nocturno,
derrotando a las interminables oleadas de espíritus que avanzaban hacia él.

Realmente pensé que había muerto allí, pero… Kiyoka pensó en lo que había sucedido antes de
acabar aquí solo.

Aquella noche.

La Unidad Especial Antirrotesquerías estaba llevando a cabo una operación a gran escala para
erradicar a los espíritus que habían sido liberados del Cementerio.

Desgraciadamente, esto se debió a que un civil entró accidentalmente en contacto con uno de los
espíritus en una carretera por la noche y perdió la vida. Por eso Kiyoka había sido llamado en su día
libre.

Ahora que había víctimas, no tenía tiempo que perder.

Con el consenso tanto del Ministerio de la Casa Imperial como de los militares, la Unidad Especial
Antigrotescos se puso en marcha para iniciar su operación de supresión.

En primer lugar, Kiyoka tomó el mando desde el cuartel general operativo junto a Godou.

Sin embargo, las almas vengativas de los usuarios de regalos fallecidos eran formidables y
abrumadoras en número, lo que obligó a su unidad a un enfrentamiento muy difícil.

Kiyoka no podía dejar que este incidente le mantuviera ocupado demasiado tiempo. Quería
resolverlo rápidamente y acudir al lado de Miyo. Por eso, mientras era su comandante, Kiyoka dejó
el cuartel general operativo a Godou y se unió él mismo al frente.

Probablemente había sido una decisión acertada.

Supongo que mi verdadero fallo fue juzgar mal el poder de esos espíritus vengativos.

Los usuarios de dones seguían poseyendo sus poderes incluso en la muerte. Liberadas de los
grilletes de sus cuerpos físicos, sus almas habían crecido hasta superar el nivel de fuerza que
habían alcanzado en vida.

Aunque los espíritus no eran en absoluto imbatibles debido a sus lentos movimientos, que
carecían tanto de pensamiento como de voluntad, el poder de su odio suponía sin duda una
amenaza. Incluso en su unidad, la lucha haría mella en cualquiera que estuviera remotamente
débil.

No había sido más que una coincidencia.

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Kiyoka vio que una de sus tropas que luchaba contra un espíritu cercano estaba a momentos de
caer presa de su intenso rencor.

—¡Cuidado!

Gritando, Kiyoka saltó de repente entre el ataque de malicia y el miembro de la unidad para barrer
el ataque con su Don, llevándose por delante a todos los espíritus de la zona. Incapaces de hacer
frente a su poder, las almas vengativas se dispersaron como cenizas, completamente extinguidas.

Sin embargo, aunque había logrado erradicar a los espíritus vengativos de un solo golpe, justo
antes de usar su habilidad sobrenatural, Kiyoka había entrado accidentalmente en contacto directo
con el rencor.

No puedo llamarlo otra cosa que descuido.

Mientras blandía sus habilidades sobrenaturales a diestra y siniestra contra los espíritus que se
acercaban, Kiyoka soltó un suspiro, recordando su metedura de pata.

Normalmente, nunca habría permitido que aquellas almas vengativas acabaran con él.

La sociedad de los usuarios de regalos no era tan débil como para enorgullecerse de ser el más
fuerte entre ellos y aun así perder ante aquellas cosas.

Aun así, la realidad era que el rencor había envuelto instantáneamente su mente. Lo siguiente que
supo fue que había sido recibido por esta constante batalla nocturna que lo envolvía todo. Creía
que se había ocupado de la mayoría de los espíritus y que su unidad había podido mantenerse
firme sin incidentes, pero… ¿Estoy en un sueño? ¿O esto es el infierno?

Kiyoka había perdido el conocimiento y había acabado aquí. De eso estaba seguro. Pero no tenía ni
idea de cómo volver a su mundo.

Aunque seguía existiendo la posibilidad de que no hubiera forma alguna de regresar, tampoco
podía estar seguro de ello.

Era casi como si estuviera continuando su operación aquí, o al menos recreándola.

Pero, a diferencia del mundo real, aquí los espíritus vengativos no cesaban de brotar y, por muchas
horas que pasaran, la luna nunca bajaba de su lugar en lo alto del cielo. Mientras el anormal paso
del tiempo continuaba, se le pasó por la cabeza la posibilidad de que aquello pudiera durar para
siempre. Extrañamente, no sentía ningún agotamiento físico, pero el hecho de que no pareciera
haber un final a la vista le deprimía.

Recubriendo su sable desnudo con un rayo sobrenatural, Kiyoka erradicó a los fantasmas de lento
movimiento de un solo golpe.

—¡Maldita sea!

Nada más borrar a los espíritus, éstos recuperaron sus formas uno tras otro.

Kiyoka estaba tan agotado mentalmente que ya no podía disimular su fastidio. Se dio cuenta de
que su respiración se había vuelto un poco agitada.

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No en un lugar como éste… Abandonado, con todo sin terminar.

¿Qué pensaría Miyo si muriera? ¿Volvería a llorar? ¿O viviría feliz con los Usubas? Olvidándose de
él.

Cerró los ojos y apretó los dientes con amargura mientras una sola línea de sudor recorría su
rostro.

—Kiyoka.

…De repente, le pareció oír la voz de Miyo.

Era imposible. Estaba claro que éste no era el mundo real. Si podía distinguir su voz aquí, o sus
oídos le estaban jugando una mala pasada o un Grotesquerie estaba intentando confundirle.

Se le escapó una risita de autodesprecio.

¿Tan desanimado estaba? Tanto como para añorar inconscientemente a su prometida.

—Kiyoka.

Ahí estaba otra vez.

Cuando se preguntó si siempre había sido tan débil, se indignó consigo mismo y su sonrisa se
desvaneció.

—Kiyoka. Por favor, no luches más.

—¿Miyo?

La voz que oyó fue tan clara y cercana que se giró sorprendido.

Cabello negro suelto y luz que brillaba en sus ojos claros como la obsidiana.

Era imposible confundir a su prometida, vestida con el kimono de una doncella de santuario, de pie
ante él.

Miyo le miró fijamente y agarró la mano vacía de Kiyoka… Su palma, ligeramente rugosa, se sentía
cálida al tacto.

—Kiyoka.

—…¿Eres realmente tú, Miyo?

—Sí.

Miyo asintió definitivamente.

Realmente debía de estar perdiendo la cabeza para creerse aquella ilusión. A pesar de ello, el
cuerpo de Kiyoka se movió por sí solo, pidiéndole que arrojara su sable a un lado y envolviera
firmemente su delicada figura entre sus brazos.

—Miyo… Miyo.

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—¿Kiyoka?

Ahora se daba cuenta.

Aunque no quería admitirlo ante sí mismo, parecía que realmente había estado asustado.
Totalmente concentrado en luchar, sin saber si estaba vivo o muerto.

Sólo el calor de su cuerpo le trajo mucha paz.

—…Miyo. ¿Eres realmente tú?

—Así es.

—¿Por qué estás aquí?

—He venido a buscarte.

—¿No estoy muerto?

—¡Claro que no!

Kiyoka no pudo evitar reírse de su tono, tan contundente y fuerte.

—¿Claro que no?

—Así es. Si murieras, estaría tan triste que no podría hacer otra cosa que seguirte.

—Bueno, no te precipites.

Sin embargo, se alegró mientras ni él ni Miyo estuvieran realmente muertos.

Kiyoka se separó de ella, cogió su sable y volvió a acribillar a los espíritus vengativos que se
acercaban tras ellos.

En cualquier caso, tenía que hacer algo con el flujo constante de fantasmas, o los dos no podrían
hablar tranquilamente entre ellos.

—…Ya he tenido bastante de estas cosas. Miyo, ¿conoces alguna forma de disiparlos y devolvernos
al mundo real?.

—Sí… tal vez.

Aunque su aire autoritario casi la había hecho irreconocible para él, Miyo frunció el ceño con
incertidumbre. Esto, también, duró sólo un breve momento antes de que ella se moviera hacia
adelante para estar lado a lado con Kiyoka.

—¿Qué debemos hacer?

Le avergonzaba admitirlo, pero ahora mismo, Kiyoka no era capaz de idear un plan para salir del
atolladero. Incluso mientras planteaba esta pregunta a Miyo, apareció un nuevo grupo de espíritus
vengativos.

Miyo se llevó las manos al pecho y miró fijamente a los fantasmas. Luego, le susurró con una voz
tan imperceptiblemente tranquila que él pensó que desaparecería.

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—Kiyoka, ¿me tomarias de la mano?

—Entendido.

Cuando lo hizo, la sintió aliviar la tensión de sus hombros.

De pie, en silencio, bajo la luz de la luna, su prometida tenía un aspecto hermoso y divino. Le
sorprendió que tuviera esos pensamientos.

Entonces Miyo hizo algo extremadamente simple.

—Desaparecer.

Una sola palabra. Sin embargo, el efecto fue tremendo.

La miríada de espíritus se volvió brumosa de inmediato antes de desaparecer lentamente como el


humo. Los fantasmas contra los que Kiyoka se había agotado luchando durante tanto tiempo se
habían desvanecido en un instante.

Atónito, Kiyoka se quedó sin palabras.

—Miyo, ¿qué ha sido eso?.

—…Ni yo misma lo entiendo. Parece ser el poder de la Visión del Sueño.

Un don que ejercía un poder omnipotente en los sueños de una persona.

Tenía sentido que, si esta situación estaba ocurriendo en la mente inconsciente de Kiyoka,
estuviera dentro del ámbito de los poderes de la Visión del Sueño.

No era de extrañar, entonces, que Miyo hubiera sido capaz tanto de venir aquí como de borrar a
los espíritus vengativos.

Sin embargo, se preguntaba cuándo había dominado esa técnica.

—Supongo que te has convertido en una auténtica usuaria de los dones.

Murmuró Kiyoka para sí, lo que hizo que los ojos de Miyo se abrieran de par en par.

—¿Eh?

—¿Qué es?

—O-oh, no, es que… Me resulta un poco extraño oírme llamar así.

Miyo ladeó ligeramente la cabeza, con las cejas pensativamente fruncidas.

Al parecer, no había pensado demasiado en ello. Kiyoka sintió como si tuviera una presencia
drásticamente distinta a ella, pero al parecer, se había equivocado.

Dejó escapar un largo suspiro de alivio.

Miyo caminaba por la carretera completamente despejada sin soltar la mano de Kiyoka.

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La luz de la luna era lo único con lo que contaban, pero no se sentía aprensiva en lo más mínimo.
Aunque no había sentido más que ansiedad cuando había recorrido el camino sola, el mero hecho
de tener a Kiyoka a su lado le levantó el ánimo más de lo que hubiera imaginado.

Sintió un consuelo profundo y sincero por haber podido reunirse con él y acudir a su rescate.

—Tranquilo, ¿verdad?.

Kiyoka comentó en voz baja.

No había nadie más que ellos dos. Lo único que podían oír eran los sonidos de los insectos y el fluir
del agua del río.

Aunque las circunstancias eran completamente distintas, Miyo recordó la noche anterior. La noche
en que los dos se habían sentado uno al lado del otro y habían contemplado la luna.

—Pero es un poco solitario.

—…Lo es. Este lugar, ¿es el interior de mis sueños?.

—Um, bueno. Probablemente sea algo así, creo. Yo mismo no lo comprendo del todo.

No sólo había tantas cosas que aún no entendía, sino que tampoco sentía como si realmente
hubiera usado su Don. Miyo simplemente había rezado.

Rezó porque quería salvar a Kiyoka.

Por eso, incluso cuando su prometido se refirió a ella como usuaria de un don, sintió como si las
palabras fueran para otra persona.

—…Kiyoka.

—¿Qué pasa?

Había una cosa que Miyo necesitaba expresarle por encima de todo.

Tenía que hacerlo ahora. Ahora era la única oportunidad que tendría para decírselo.

—Lo siento.

Miyo dejó de caminar e hizo una profunda reverencia.

Se había equivocado en tantas cosas.

Que Kiyoka era amable y la aceptaría pasara lo que pasara. Miyo había estado tan preocupada por
sí misma que no había comprendido sus sentimientos. En el fondo, una parte de ella incluso había
sospechado que Kiyoka no podía comprender sus sentimientos.

¿Cómo había podido ser tan tonta? Estaba tan irritada que le hacía odiarse a sí misma.

Aterrorizada por la respuesta que iba a oír, Miyo cerró los ojos.

Pero sólo oyó un profundo suspiro desde arriba.

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—Soy yo quien debe disculparse.

—¿Eh?

—Lo siento.

Cuando levantó la cabeza, Miyo vio que Kiyoka movía torpemente los ojos de un lado a otro.

—Perdí la cabeza y te dije cosas poco razonables. Aunque sé que decirte que no quería hacerte
daño no es excusa.

—¡No!

Miyo negó enérgicamente con la cabeza.

—Me equivoqué. Me has mostrado mucha amabilidad y yo simplemente la desperdicié.

—Eso no es cierto.

—No vi lo que era realmente importante. Me pasó exactamente lo mismo con mis estudios.
Además de insistir egoístamente en ellos, me obligué obstinadamente a seguir con ellos, hasta que
acabé ignorando todo lo que me rodeaba. Intenté hacerlo todo yo sola, pero al final no sirvió de
nada…. Oírse a sí misma deletrearlo todo deprimió a Miyo.

Quería una familia. Quería convertirse en familia. Pero a pesar de su deseo, la persona que peor
entendía lo que realmente significaba la familia era la propia Miyo. Cargándolo todo sobre sus
hombros y sin decir lo que había que decir, había desperdiciado las oportunidades que Hazuki y
Kiyoka le brindaron de acercarse y compartir sus cargas con ellos.

Los lazos no se formaban con acercamientos unilaterales, sino entre dos personas que intentaban
acercarse la una a la otra.

—Lo siento. Cuando dije que no me importaba si me quedaba contigo o con los Usuba, era todo
mentira. Si me perdonas, quiero estar contigo. Te lo ruego. Déjame estar a tu lado a partir de
ahora.

Haciendo acopio de todo el valor que pudo reunir, Miyo confesó sus verdaderos sentimientos.

Temía que Kiyoka la odiara o la considerara molesta. Le preocupaba no poder recuperarse nunca si
lo confesaba todo y acababa siendo rechazada.

Pero nunca sería capaz de construir una relación de confianza con la gente negándose a avanzar y
manteniéndose estancada.

Kiyoka guardó silencio un momento, pero al cabo de un rato suspiró mientras intentaba ordenar
sus pensamientos.

—Ésa fue siempre mi intención, aunque no me lo pidieras.

—Kiyoka…

—Si te parece bien alguien como yo, me gustaría que volvieras. ¿Puedes elegirme a mí antes que a
los Usubas?

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Sus ojos se llenaron de lágrimas.

¿De verdad estaba bien que todo saliera exactamente como Miyo quería? ¿Era esto una prueba de
que simplemente estaba en un sueño en el que todo lo que quería se hacía realidad? No pudo
evitar sospechar.

Pero aunque todo fuera un sueño, sólo tenía una respuesta.

—Sí. Si me aceptas.

Poco a poco se había ido acercando a los dos hombres del clan Usuba. Pero todavía quería algo
diferente. Un lugar diferente al que quisiera llamar hogar y una persona diferente con la que
quisiera estar.

Miyo moqueó entre lágrimas y sintió que una mano grande y cálida se posaba suavemente sobre
su cabeza.

—Me alegro. No sabía qué iba a hacer si me decías que ya no querías estar conmigo.

—Yo-yo absolutamente nunca diría algo así.

—Eso me pregunto yo. Kiyoka sonrió. —…Aun así.

—¿Eh?

—En realidad tenía la intención de ir yo mismo a los Usuba para llevarte de vuelta, pero que en vez
de eso vengas tú a por mí me hace parecer un completo tonto…. Miyo no pudo evitar sonreír un
poco al ver cómo Kiyoka hundía los hombros, abatido.

Sintió como si hubiera sido testigo de una rara desviación de su porte típicamente señorial y digno.

—No pasa nada, Kiyoka. Siempre eres encantador, hagas lo que hagas.

—…¿Ahora en serio?, preguntó con suspicacia.

Los dos se agarraron aún más fuerte de la mano, avanzando por la oscuridad con pasos seguros.

Cuando por fin levantó sus pesados párpados, un techo de madera marrón se extendía sobre su
borrosa visión.

Su mente estaba embotada y todo su cuerpo se sentía tan pesado como sus párpados.

Durante unos instantes, Miyo mantuvo la mirada perdida en el techo.

—¿Estás despierta?

Kiyoka la miró bruscamente con su hermoso rostro, que seguía siendo bello incluso recién salido
del sueño. Su corazón dio un vuelco por la sorpresa.

—K-Kiyoka… ¡Tose!

—Cálmate. Tómate un segundo antes de intentar hablar.

Frotó suavemente la espalda de Miyo después de que empezara a toser por sentarse de golpe.

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—¿Estás bien ahora, Kiyoka?

Estudió a su prometido de pies a cabeza mientras hablaba.

Parecía que no había pasado mucho tiempo desde que Kiyoka se había despertado, pues aún
llevaba su yukata de noche con el pelo suelto. Su tez era pálida, claramente la de un hombre
enfermizo. Sin embargo, tanto su tono como su expresión eran firmes, y parecía que había
recuperado totalmente la conciencia.

—Me encantaría decir que estoy bien, pero es difícil afirmarlo cuando estoy así de débil.

Kiyoka soltó un suspiro preocupado y se recogió el pelo.

Sus movimientos lentos demostraban exactamente lo que quería decir y, aunque no parecía haber
vuelto a la normalidad, Miyo se sintió aliviada de que tuviera mejor aspecto.

—Me alegro mucho.

—Siento haberte preocupado.

—Sniff.

No pudo evitar que se le saltaran las lágrimas.

El miedo y la ansiedad le habían oprimido tanto el pecho hasta ahora que casi no podía respirar.
Finalmente, por fin, podía sentirse viva de nuevo.

—No llores ahora… De verdad.

Al momento siguiente, Miyo sintió su abrazo y su mano acariciando sus mejillas, como si estuviera
calmando a un niño pequeño… Seguramente recordaría el momento más tarde, avergonzada y
horrorizada, pero por ahora, Miyo se aferró al abrazo de Kiyoka y rompió a llorar.

—Muy bien, ya está bien de llorar.

—K-Kiyoka.

—¿Qué pasa?

—Um, tratarme como a una niña es un poco embarazoso… Empezando a controlar sus lágrimas,
Miyo se sintió acosada por un intenso sentimiento de vergüenza. Aunque intentó levantar la cara
del pecho de Kiyoka, no se atrevía a hacerlo ni a separarse de él.

Sin embargo, las modestas protestas de Miyo no tuvieron absolutamente ningún efecto en él.

—Pero deja de llorar si hago esto.

—Eso… eso no es verdad.

Ahora que lo pensaba, le parecía recordar otra ocasión en la que él la había consolado mientras
ella sollozaba de forma muy parecida.

Qué vergüenza.

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Realmente era una niña pequeña si el hecho de que la envolviera en sus brazos y le acariciara la
cabeza era suficiente para calmar sus lágrimas. Ya tenía diecinueve años y le había pasado dos
veces. Realmente increíble.

Miyo sintió ganas de enterrarse en algún agujero.

—Ummm, ¿Les importa si interrumpo, ustedes dos?

Hazuki, que estaba conteniendo la risa, interrumpió a la pareja. Su voz devolvió instantáneamente
a Miyo a sus sentidos.

Oh, no.

Lo había olvidado por completo. Si ésta era su casa en el mundo real, obviamente todos seguían
allí. En otras palabras, justo delante de los ojos de todos, ella… En el instante en que cayó en la
cuenta, un calor vergonzoso le recorrió desde la parte superior de la cabeza hasta la punta de los
pies, lo que no hizo más que reforzar las ganas de Miyo de soltar un grito avergonzado.

—Tee-hee-hee. Está claro que han hecho las paces. Qué alivio.

—Ya lo creo. Me alegro mucho.

Godou aceptó mansamente después de que Yurie y Hazuki hablaran.

—Pero esto es demasiado para un soltero como yo.

—¿Qué es esto, Godou, no estás acostumbrado a tontear? Entonces, ¿esa actitud frívola tuya es
todo una actuación?.

—………… Tras el innecesario comentario de Kazushi, los dos estuvieron a punto de estallar en otra
trifulca, pero cuando Kiyoka les espetó un severo “Tranquilos”, se detuvieron al instante.

—Cállense, los dos. Miyo se está poniendo nerviosa.

—Yo… no… Aunque no estaba nerviosa, se sentía como si nunca fuera a recuperarse de la
vergüenza de toda una vida.

—Miyo.

Su primo, que hasta entonces la había observado en silencio, la llamó con rotundidad.

—Arata…

—Parece que me han relevado de mis obligaciones, así que ahora me voy a casa.

Miyo no supo qué decirle ante su desapasionada declaración, ausente su habitual rostro sonriente.

En realidad, quería que se quedara allí un poco más, pero también le parecía que no estaba bien
insistir en que se quedara.

—Si me disculpa.

—Arata. Muchas gracias.

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Miyo se acomodó en una posición adecuada e hizo una reverencia con toda la gratitud que poseía.
Arata se dio la vuelta y forzó una sonrisa.

—No necesito ningún agradecimiento. Simplemente hacía lo que quería hacer.

—Lo sé… Y siento no poder volver contigo. Pero si te castigan por esto, te ruego que me lo hagas
saber. Si eso ocurriera, como miembro de la familia Usuba que soy, lo aceptaré contigo.

—Tienes mi palabra.

Arata asintió, retirando el biombo antes de que Kiyoka también le llamara.

—Arata Tsuruki.

—¿Qué pasa?

—…Tarde o temprano, te desafío a la revancha. No perderé la próxima vez.

—¿Lo harás ahora? Bueno, te deseo suerte con eso.

Arata sonrió antes de salir finalmente de la habitación.

CAPÍTULO 5

Fiesta reveladora de la verdad

Había pasado poco tiempo desde el día en que Miyo regresó a la casa y despertó a Kiyoka de su
letargo.

El húmedo agosto se había ido y había llegado septiembre. Aunque algunos días seguían
soportando el persistente calor veraniego, la ocasional brisa fresca indicaba que el otoño estaba en
camino.

Por fin llegó el día de la fiesta. Los preparativos estaban en pleno apogeo en la habitación de Miyo
en la residencia Kudou.

—¡Vaya! Te queda muy bien, Miyo. Estás muy guapa, te lo prometo.

El excitado grito procedía de la profesora de Miyo y futura cuñada, Hazuki.

Un kimono de manga larga, con mariposas revoloteando y grandes pétalos de flores amarillas y
blancas elegantemente florecidas sobre un tejido carmesí ligeramente más oscuro. Envuelta en su
lujoso fajín de hilos de oro y con un maquillaje que combinaba con brillantez la ostentación y la
compostura, el acabado de Miyo la hacía parecer mucho más madura de lo normal.

Keiko, la propietaria de la tienda de kimonos Suzushima’s, que había entregado en mano la pieza
recién confeccionada para la fiesta, y Yurie, que había ayudado a vestir a Miyo, sonreían orgullosas.

—Aunque lleva bastante bien los colores más pálidos, de repente adquiere la belleza de una mujer
en la flor de la vida cuando la pones en tonos más profundos.

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—Sí, sí, qué cierto. Señorita Miyo, es usted tan hermosa que me deja sin aliento.

Miyo sólo podía mirar y sonreír lo mejor que podía mientras las dos mujeres mayores, cada una
una generación mayor que ella, charlaban alegremente.

Al fin y al cabo, no sabía si estaba guapa o no. Lo que realmente le preocupaba era si parecía que el
kimono la vestía a ella y no al revés. Con sus rasgos sencillos, parecía apta para ser engullida por la
magnificencia de su atuendo.

—Y ya sabes, Miyo no podrá llevar un kimono de manga larga durante mucho más tiempo. Ahora
es su única oportunidad de lucir esa perfecta combinación de madurez e inocencia.

—¡Sabía que lo entendería, señorita Hazuki! Tienes toda la razón. Es un poco decepcionante
pensar que esto desaparecerá pronto, pero esa reticencia a desprenderse de la juventud y lo
efímero la hace aún más hermosa, ¿verdad?.

Saltando ante las palabras de Hazuki, Keiko respondió con pasión. Era normal en ella, así que su
celo ya no sorprendió a Miyo.

En cambio, cuando se enteró de que no llevaría kimono de manga larga durante mucho más
tiempo, sintió que un ligero rubor acudía a sus mejillas al darse cuenta de que pronto se casaría.

—Tú también eres muy guapa, Hazuki.

—Oh, gracias, Miyo. ¿Tú crees?

Habían quedado para reunirse después de que Miyo estuviera lista y dirigirse directamente a la
fiesta, así que Hazuki ya estaba completamente ataviada.

Su vestido naranja claro, decorado con encaje, era ligeramente más fino que el vestido medio.
Combinaba muy bien con el esbelto cuerpo de Hazuki y, con el pelo claro recogido en lo alto de la
cabeza, su cuello desnudo resultaba cautivador. Era como si estuviera declarando al mundo que así
era la belleza de una mujer adulta. Incluso siendo otra mujer, Miyo se sintió cautivada.

Una vez terminados los preparativos, los cuatro se dirigieron al salón. Cuando llegaron, Kiyoka
estaba allí esperando, ya vestido con su uniforme militar.

En el transcurso del último mes, se había recuperado totalmente. Había recuperado el ánimo en
mucho menos tiempo del que Miyo esperaba, lo suficiente para que empezara a entrenar todos los
días, ya que había insistido en que no soportaba lo flojo y débil que se sentía su cuerpo.

Y aunque su piel de porcelana casi transparente permanecía inalterada, su complexión enfermiza y


convaleciente había desaparecido.

—Estoy listo, Kiyoka.

—Entendido…… Tras responder con displicencia y darse la vuelta, Kiyoka se quedó helado y sin
aliento al vislumbrar a Miyo.

—¿Qué es esto? ¿Mi tonto hermanito, incapaz de apartar los ojos de su prometida? Bueno, ¿qué
te parece, Kiyoka? ¿No es despampanante?

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—……Sí.

Kiyoka asintió con la cabeza vacía ante la sonrisa burlona de Hazuki.

—Eres preciosa, Miyo.

—Gracias.

Oír un elogio tan directo la hizo sentir tímida. Todavía estaba un poco nerviosa sobre si su kimono
realmente le sentaba bien, pero ahora se alegraba de llevarlo.

—…Nuestro coche ya está aquí. Vámonos.

Kiyoka le tendió la mano. Miyo hizo exactamente lo que Hazuki le había enseñado: colocó su mano
sobre la de él.

Fue entonces cuando recordó algo que había olvidado decir.

—Kiyoka.

—¿Qué?

—Tú también estás muy guapo.

—………… Miyo estaba convencida de que él respondería con un simple “Ya veo”, pero en lugar de
eso desvió la mirada por alguna razón y se llevó la mano libre a la frente.

Permaneció en completo silencio hasta que hubieron salido de la casa; justo cuando estaba a
punto de subir al automóvil, por fin pareció dispuesto a decir algo y- —No puedes decir cosas así
sin avisarme antes… -fue lo que murmuró en voz baja.

—¿Hmm? Lo siento.

—No te preocupes, Miyo. Sólo está avergonzado; olvídate de él.

Cuando Miyo se disculpó, insegura de qué era exactamente lo que le pasaba, Hazuki apareció por
detrás de ellas y redujo sin piedad a su hermano. Kiyoka frunció el ceño con amargura ante su
comentario.

—Cállate, Hazuki.

—¿Qué? Tengo razón, ¿no?.

—Está bien, está bien. Dejen las discusiones para después de la fiesta.

Yurie intervino, y ambos se callaron al instante.

Miyo no pudo evitar encontrarlo todo divertido y sonrió. Se dio cuenta de que ya no sentía la
misma envidia y los mismos celos que antes.

Por aquel entonces, anhelaba tener una familia.

Solía sentirse un poco melancólica cada vez que veía las peleas verbales sin reservas entre Hazuki y
Kiyoka. Pero ahora esas emociones no aparecían por ninguna parte.

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Se sentía aliviada. Ahora Miyo podía decirlo con seguridad: iba a formar parte de su familia.

—Suspiro… Bien entonces, nos vamos. Vete pronto a casa, Yurie.

—Adiós, Yurie.

—Nos vamos ya.

—Sí, sí, disfrútenlo.

Yurie y Keiko despidieron a los tres y se dirigieron hacia el local. Uno de los sirvientes de la familia
Kudou las conducía.

—¿Estás nerviosa, Miyo?

—Sí… Muy nerviosa.

Tras regresar de la casa de los Usuba, Miyo se había volcado de nuevo en sus estudios mientras se
aseguraba de descansar adecuadamente por el camino. Además, Kiyoka la vigilaba de cerca para
asegurarse de que no se esforzaba demasiado mientras él se recuperaba en casa.

Cuando mostraba el menor indicio de sobrepasar sus límites, él la obligaba a descansar, así que no
habría podido forzarse aunque hubiera querido.

Pero gracias a esto, había progresado bastante sin destrozar su cuerpo en el proceso. Hazuki
también le había dado su aprobación, declarando que había enseñado a Miyo todo lo que podía.

Pero aunque había ganado algo de confianza, no había nada que pudiera calmar sus nervios.

—No tienes que preocuparte; la fiesta de hoy no es un asunto formal. No habrá ningún tipo de
etiqueta estirada que seguir; así que mientras estés con nosotros dos, no habrá muchas
oportunidades de que te pongan en un aprieto.

—Cierto, cierto. Aparte de saludos y presentaciones, no deberías tener que hablar mucho, la
verdad.

Aunque había una pequeña parte de ella que deseaba utilizar todas las reglas de etiqueta que
había estudiado, seguía siendo su primera vez en una fiesta, así que lo mejor sería que se
concentrara en pasarla sin problemas.

Con eso en mente, decidió observar en silencio la escena y tomar notas mentales de las
interacciones de todos.

El lugar de la fiesta era un pequeño hotel de la capital.

Como no habría baile, no se necesitaba un espacio demasiado grande. Sería una cena tipo bufé, de
las que se ven a menudo en países extranjeros, donde los invitados pueden disfrutar de la comida
y la bebida mientras charlan unos con otros.

—De todos modos, si eres capaz de hacer todo lo que te he enseñado hasta ahora, estarás bien.
No hace falta que estés tan inquieta.

—De acuerdo, lo haré lo mejor que pueda.

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Miyo apretó el puño y se mentalizó.

—…Como acaba de decir, no hay por qué preocuparse tanto.

—Supongo que llegados a este punto, lo que tenga que pasar, pasará.

Llegaron al local mientras conversaban.

Miyo se quedó sorprendida cuando bajó del coche y miró el edificio.

Se trataba de un… ¿pequeño hotel?

Era totalmente distinto de lo que había imaginado.

El edificio de dos plantas de estilo occidental era grandioso y extravagante.

En la pared exterior, de un blanco puro, había un par de robustas puertas dobles.

Había adornos dorados incrustados en varios lugares, y las gigantescas ventanas de cristal bien
pulido brillaban por la luz reflejada. Una mullida alfombra se extendía a sus pies, y del techo
colgaba una lámpara de araña cuyo diseño era tan delicado que parecía que fuera a romperse al
menor roce.

Todo lo que veía le resultaba totalmente desconocido. Aunque le habían dado una visión general
de la fiesta, no podía evitar sentirse intimidada ahora que la veía en persona por primera vez.

—Vamos, Miyo. Ya estamos en el lugar. Asegúrate de actuar exactamente como te he enseñado.

Un ligero golpecito de Hazuki devolvió a Miyo a la realidad.

Tenía razón; Miyo no podía distraerse ahora. Había otros invitados a su alrededor y ya la estaban
mirando.

Infla el pecho, endereza la espalda… Muévete despacio. Tener confianza.

A pesar de los extraños que la miraban, avanzó con compostura, medio paso por detrás del paso
digno de Kiyoka.

Aunque no hacía más que caminar, le preocupaba no estar haciendo las cosas correctamente. Pero
el alivio llegaba cada vez que surgía un paso ocasional hacia arriba o hacia abajo, y Kiyoka la cogía
suavemente de la mano para apoyarla.

—Esto es todo.

—Estoy lista.

Asintiendo firmemente a Kiyoka, Miyo dio su primer paso en el vestíbulo.

Vaya… Un mundo completamente distinto se extendía ante sus ojos.

El techo era enorme. Desde fuera, parecía un edificio de dos plantas, pero al entrar, se dio cuenta
de que no eran dos plantas separadas, sino dos pisos de espacio abierto dentro de la sala. Delante
de ella había un escenario con las cortinas echadas y un balcón que rodeaba los tres lados
opuestos de la sala.

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Había mesas por todas partes, cubiertas con manteles de un blanco puro y preparadas con comida
y bebida lujosas y de gran calidad, como nunca había visto.

Los asistentes ya estaban disfrutando de sus comidas.

Al entrar en la sala, todos los invitados clavaron sus ojos en los tres.

—Miyo. Tranquila.

Ella estaba bien. Había trabajado muy duro para este momento. Sólo tenía que hacer lo que le
habían enseñado.

—Ahora bien, Miyo. Mientras ustedes dos vayan saludando a todo el mundo, yo también
terminaré la mayoría de mis saludos, así que estaremos separados un poco. Pero puedes
manejarlo, ¿verdad?

Era un poco desalentador estar separada de Hazuki, pero era necesario.

Miyo asintió con firmeza.

—Estaré bien… hermanita.

—¡Ja!

Hazuki sonrió con las mejillas sonrojadas ante la nueva forma de dirigirse a Miyo, que había
hablado con ojos tímidos y respingones.

—Me alegro de que me llames así, pero me da un poco de vergüenza oírlo de repente… Escucha,
Kiyoka, no puedes dejar a Miyo a su suerte. ¿Entendido?

—Sí, sí. Ya lo sé.

Cuando Hazuki terminó de sermonear a su hermano, Miyo y Kiyoka observaron un momento cómo
se alejaba, con aspecto galante incluso ella sola, cuando… —¡Oh, comandante!

—…Godou.

El subordinado de Kiyoka, que ya disfrutaba de la fiesta, les saludó mientras se acercaba.

Su aire despreocupado, junto con la expresión repugnante que se dibujó en el rostro de Kiyoka
cuando Godou le llamó, eran los mismos de siempre.

Miyo olvidó por un momento dónde estaba y esbozó una sonrisa.

—¡Oooh! Estás preciosa, señorita Miyo.

—Gracias.

—Por favor, sólo estoy constatando un hecho real. Lo tiene realmente bien, comandante. Estoy
celoso.

—…Escucha, tú… Como de costumbre, Godou no prestó atención a las amenazas de su superior e
intervino con un “Oh, es verdad”, antes de juntar las manos.

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—Aún no has saludado al mayor general Ookaito, ¿verdad? Le he visto por allí.

—¿De verdad? Gracias.

—Ah, tampoco le has visto aún, ¿verdad?.

—¿A quién?

Miyo ladeó la cabeza mientras escuchaba su conversación. Kiyoka, sin embargo, captó de
inmediato a quién se refería Godou.

—¿Te refieres a Tatsuishi?

—¡Por favor, por favor, no digas ese nombre en voz alta! ¿Y si te oye?

—…Huh. Ustedes sí que no lo soportan.

El recuerdo de los dos forcejeando estaba fresco en la mente de Miyo.

Dado que ambos hombres parecían playboys, al menos por lo que ella podía ver, supuso que se
llevarían bien. A eso debía de referirse la gente cuando hablaba de que no le gustaban las personas
a las que más se parecían.

—Es un experto en sacar de quicio a la gente. ¿Un tipo como él, un especialista en disipar? Eso es
un montón de tonterías, si me preguntas.

—No digas eso. Sólo vas a trabajar más con él de aquí en adelante.

—Vamos, Comandante, ¡déme un respiro!

Dejando atrás los lastimeros gemidos de Godou, Miyo y Kiyoka se dirigieron en dirección a
Ookaito.

—Conoces al general de división Ookaito, si no recuerdo mal.

—Sí. Aunque sólo he oído hablar de él por Godou. Es tu jefe, ¿verdad?

—Correcto. Actúa como un perro guardián para la Unidad Especial Anti-Grotesquies.

También es el organizador de la reunión de hoy.

Los Ookaitos, una distinguida familia conocida por producir muchos militares, habían organizado
todo este evento. Miyo acababa de conocerlos a través de Hazuki.

El cabeza de familia, Masashi Ookaito, también parecía tener una relación pública y privada con
Kiyoka. Como tal, siempre se mostraba complaciente con él, sin importar las circunstancias.

—Estoy nerviosa.

—Bueno, parece severo, lo admito. Pero es un tipo amable, así que no hay por qué preocuparse.

—…De acuerdo.

A pesar de sus palabras tranquilizadoras, el nerviosismo de Miyo no mostraba signos de disminuir.

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Mientras tanto, oyó la voz de un niño llamándoles desde algún lugar.

—¡Tío Kiyoka!

¿Tío?

Era la primera vez que oía referirse a Kiyoka de ese modo.

Sorprendida, miró hacia el lugar de donde procedía la voz.

Se acercaba corriendo un niño de unos diez años. Iba bien vestido para su edad, con una
americana negra y pantalones cortos. Cuando miró a Kiyoka, sus grandes ojos brillaron de alegría.

...Espera. Se parece muchísimo a alguien que conozco… ¿Quién era?

Miyo se sintió un poco descorazonada por no poder decirlo inmediatamente.

—Ah, Asahi. Hacía tiempo que no te veía.

Estaba claro que el chico era alguien con quien su prometido estaba familiarizado. Kiyoka esbozó
una sutil pero rara sonrisa mientras se agachaba y le ponía una mano en la cabeza.

—¡No desde Año Nuevo!

—Supongo que tienes razón.

—¡Asahi! ¡¿Qué dije sobre correr durante la fiesta?!

Un hombre corpulento con uniforme militar le seguía por detrás, con el ceño fruncido.

Parecía ser su padre, pero los dos no tenían mucho parecido.

—Mayor General Ookaito, señor.

—Lo siento, Kiyoka. Asahi no causó ningún problema, ¿verdad?

—No, sólo estábamos charlando un poco. Perdóname por no haber venido a saludarte antes.

—No te preocupes. Acabas de llegar.

Miyo miró desde detrás de Kiyoka al hombre corpulento que tenía delante, procurando no ser
grosera.

Parecía tener unos cuarenta años. Con su altura, sus anchos hombros y su robusto físico, era una
figura espectacular. Aunque no era necesariamente guapo, sus rasgos faciales eran intensos y
masculinos.

Miyo comprendió por qué algunas mujeres le temían.

—Señor. Esta es mi prometida, Miyo Saimori.

—Un placer conocerla.

Ante la presentación de Kiyoka, hizo una lenta y cortés reverencia.

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Aunque no parecía un hombre implacable, se sentiría mortificada si un descuido por su parte


provocaba que el superior de Kiyoka se fuera con una mala impresión de ella.

O eso pensaba Miyo, pero su temor resultó ser infundado.

—Por favor, levanta la cabeza. Odio no poder ver la cara de mi interlocutor.

—Por supuesto.

—Encantado de conocerte. Soy Masashi Ookaito. Este es mi hijo, Asahi. Venga, preséntate.

—Hola. Soy Asahi Ookaito.

Asahi se presentó con un tono de voz infantil y ligeramente agudo.

Aunque se había calmado, un fuerte contraste con su energía momentos antes, Miyo todavía no
podía evitar sentirse calmada por sus adorables encantos.

—Soy Miyo Saimori… Encantada de conocerte.

Poco acostumbrada a interactuar con niños, le dedicó una sonrisa algo torpe.

Hazuki le había enseñado que no había que ser demasiado formal con los niños, pero a la hora de
la verdad, no sabía muy bien dónde estaba el límite.

—Hmph. Has encontrado una dama muy hermosa, Kiyoka. Me alegro por ti.

—……¿Y qué significa eso?.

Kiyoka respondió con desagrado al comentario burlón de Ookaito.

Incluso Miyo, con lo despistada que era, podía entender que la pareja estaba muy unida al verlos
interactuar.

Sin embargo, ninguno de los dos parecía ser un hábil conversador, por lo que su discusión fue
escandalosamente fragmentada.

—Kiyoka. ¿Cómo te has sentido después de lo ocurrido?

—Afortunadamente, he recuperado la salud.

—Siento no haber podido pasar a visitarte personalmente.

—En absoluto, señor. El regalo que me envió fue suficiente. Muchas gracias.

Kiyoka tenía razón; mientras se recuperaba, llegó a la casa un número inesperadamente grande de
regalos. Los remitentes eran de lo más variopinto: algunos eran conocidos militares, otros tenían
vínculos familiares y otros eran socios personales de Kiyoka.

Sin embargo, el gran número de regalos hacía que a Miyo le resultara difícil ocuparse de todos
ellos.

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Miyo recordó que Ookaito les había regalado una toalla de mano de elegante diseño. Un artículo
mucho más práctico que el tipo de postres de gelatina y otros regalos de comida que había
recibido su prometido.

A ella le había parecido un detalle propio de alguien de su categoría.

—Ya veo… Estoy seguro de que has estado ocupado ahora que has vuelto, pero yo también he
estado agobiado últimamente. Hubo momentos en los que me preocupaba si esta fiesta se
celebraría.

—…No estaba al tanto de esto.

—Había muchas cosas sobre las que no podía ser demasiado abierto. Podría darte los detalles,
pero probablemente me regañarían por ello. En cualquier caso, pregúntame más tarde.

Ookaito puntuó sus palabras con un “Santo cielo”, y sus hombros se hundieron.

Miyo no entendía de qué hablaba el general, y parecía que Kiyoka estaba en la misma situación.
Los dos intercambiaron miradas por reflejo.

Justo entonces, Asahi gritó.

—¡Oh, es mamá!

—Eh, no te muevas.

Ookaito agarró a su hijo por la nuca mientras echaba a correr de nuevo. Detenido en seco, Asahi
hizo un visible mohín de disgusto.

—Pero, padre, mamá está allí.

—Lo sé, lo sé, pero no corras. Tampoco trotes, ¿entendido?.

—……Okaaay.

Todavía agarrado al cuello de su hijo, Ookaito suspiró. —El pícaro siempre me está dando
problemas. Sinceramente, ¿a quién demonios te has parecido?.

—Bueno, es obvio… Kiyoka entrecerró los ojos de repente.

—¿A quién, señor? Tiene que ser su madre…

—Oh, ¿de qué estamos hablando ahora?.

Una voz muy familiar para Miyo interrumpió bruscamente la conversación.

Cuando se dio la vuelta, encontró a Hazuki de pie con una hermosa sonrisa en su rostro.

—¡Madre!

¿Eh?

Tras escapar del agarre de Ookaito, Asahi abrazó a Hazuki con alegría. Ella le devolvió el abrazo.

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—Asahi, ¿te has portado bien?

—Ajá. Me va bien tanto con los estudios como con el entrenamiento.

—¿Ahora sí? Qué niño tan bueno.

Hazuki era madre, y Asahi su hijo. En otras palabras, eso significaba… Por cierto, Miyo había tenido
la sensación de que Asahi se parecía a alguien que conocía, pero ahora que los dos estaban juntos,
el parecido era tan evidente como el día. No se podía negar.

Así que ya está. El ex marido de Hazuki es el señor Ookaito, entonces.

Y Asahi era su hijo. Todo concordaba con lo que Hazuki le había dicho.

Aunque, para ser sincera, a Miyo aún le costaba creer que Hazuki fuera madre. Sin embargo, verla
actuar como tal delante de ella era extrañamente convincente.

—……Kiyoka.

Miyo tiró sutilmente de su manga y se dirigió a él en voz baja para asegurarse de que los demás no
se dieran cuenta.

—¿Qué pasa?

—Hazuki y Asahi se parecen mucho, ¿verdad?.

—Sí… Y su picardía definitivamente viene de la misma persona de la que sacó su aspecto.

Tenía razón en que Hazuki parecía haber sido una niña traviesa. Incluso de adulta, había momentos
en los que tenía tanto inocencia infantil como demasiada energía.

—Bueno, entonces, Hazuki. ¿Te mantienes bien?

Preguntó Ookaito, paseando los ojos por el vestíbulo. Esto hizo que Hazuki batiera las pestañas y
sonriera.

—¡Pero claro! Aunque en realidad debería preguntártelo a ti. ¿Duermes lo suficiente? ¿Comes
bien? Mantenerte ocupado está muy bien, pero arruinar tu salud hará que todo ese trabajo se
eche a perder.

—¿Estás preocupada por mí?

—¿Por qué no iba a estarlo? ¿Te parezco tan insensible?

—No, no, no quería decir eso…

—No te preocupes, madre, me estoy asegurando de vigilar de cerca a padre.

—Oh, gracias, Asahi. El pequeño ayudante de confianza de mamá, ¿verdad?

La charla desenfadada y sin reservas entre los tres era la típica conversación familiar. Una familia
feliz, sin preocupaciones. Desde fuera era imposible saber que Ookaito y Hazuki estaban
divorciados.

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Miyo recordaba que cuando Hazuki había hablado de su pasado, ni una sola vez había dicho que
estuviera amargada o resentida con su ex marido. Ahora comprendía que, en todo caso, los
remordimientos de Hazuki provenían enteramente de lo mucho que le importaba su ex pareja.

—¿Qué te pasa, Miyo?.

La preocupación de Kiyoka, que llegó a pesar de no haber dicho nada, la cogió desprevenida antes
de calar lentamente en su corazón.

Miyo luchó por contener unas lágrimas que no tenían por qué brotar.

—Nada, nada de nada.

—¿Seguro?

—Es que me alegra que todos parezcan contentos…. Ver las miradas de Hazuki, Asahi y Ookaito le
hizo comprender.

Puede que su familia se saliera un poco de la norma. Pero éste era el arreglo que más les convenía.

Un matrimonio chapucero no bastaba para anular los lazos familiares. Miyo sabía que era así
porque seguían queriéndose.

—Los lazos familiares no se rompen tan fácilmente.

Yoshirou tenía razón.

La familia no era tan frágil. Ante la prueba irrefutable de ese hecho, Miyo no pudo evitar sentirse
profundamente conmovida.

La fiesta se animó considerablemente. Ahora que ya se habían tomado unas copas, todos los
invitados charlaban alegremente.

Hacia la mitad de la velada se habían presentado varios artistas en el escenario, así que el
banquete estaba en pleno apogeo.

Aunque siempre estaba con Kiyoka o Hazuki y se dedicaba exclusivamente a escuchar su


conversación, Miyo también se había acostumbrado mucho más al ambiente, así que poco a poco
empezaba a divertirse.

—¿Qué te había dicho? Ahora las fiestas no son tan malas, ¿verdad?.

—Tienes razón. Son divertidas una vez que te acostumbras a ellas.

Miyo asintió vertiginosamente mientras se colocaba junto a Hazuki y daba un sorbo a su vaso de
agua.

A pesar de estar de acuerdo, Miyo aún no tenía la confianza necesaria para caminar sola por el
pasillo como Hazuki.

A medida que se iba haciendo con el control, se dio cuenta de que era una buena oportunidad
para identificar las áreas que necesitaba pulir a continuación.

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En ese sentido, le sorprendió la frecuencia con la que hombres que no conocía habían entablado
conversación con ella, así que definitivamente tenía algunos ejemplos con los que trabajar.

—Oh, Kiyoka va a venir.

—Eso parece… Kiyoka se había entremezclado con algunos hombres durante un breve rato, pero
Miyo pudo ver ahora cómo se acercaba.

Agitó un poco la mano, lo que hizo que él desviara repentinamente la mirada, pero cuando
consideró que era simplemente por vergüenza, su respuesta le pareció divertida más que
insultante.

—Miyo. ¿Qué te parece la fiesta?

—Es exactamente lo mismo que le acabo de preguntar antes de que vinieras.

Hazuki parecía exasperada. No estaba segura de cuántas veces había sucedido ese día, pero Miyo
sonrió ante la preocupación que ambas sentían por ella.

—Gracias por preocuparse por mí. He ido entrando en calor poco a poco, así que estoy bien.

—¿Ah, sí? Me alegro… Hermana, ¿te importa si tomo prestada a Miyo un momento?

—Por mí, perfecto. Diviértanse.

Kiyoka volvió a llevar a Miyo mientras avanzaban por el recinto de la fiesta.

—¿Adónde vamos?

—A encontrarnos con alguien que puede darnos detalles sobre unos asuntos.

Miyo comprendió de inmediato que los “pocos asuntos” de los que hablaba Kiyoka se referían a los
recientes sucesos con la familia Usuba y el cementerio.

Pero, ¿quién era esa persona que estaba bien informada de todo? Si se refería a Ookaito, deseó
que hubiera dicho algo antes de que fueran a saludarle.

Tal vez tuviera que ver con la razón por la que el mayor general había mencionado que estaba tan
ocupado.

Mientras pensaba en ello, se sorprendió al ver que habían abandonado por completo el vestíbulo y
habían rodeado la parte trasera del edificio.

Siguieron caminando unos instantes antes de toparse con un gran ventanal al otro lado de una
terraza.

¿Dónde está…?

El sol ya se había puesto, pero la terraza parecía bastante luminosa, ya que estaba iluminada por
lámparas de gas.

Vio gente cerca del sofá del patio. Una estaba sentada mientras otra permanecía de pie a su lado.
Desde donde estaban ella y Kiyoka, Miyo sólo podía ver sus espaldas.

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—Príncipe Takaihito.

Como de costumbre, el nombre que pronunció Kiyoka no le sonó en absoluto. Aunque le parecía
haber oído ese nombre en alguna parte antes, por desgracia Miyo seguía siendo muy ignorante del
mundo en general.

A pesar del ambiente relajado, había una ligera tensión en el aire, lo que le dejaba claro, al menos
a ella, que la situación era seria.

—Ya estás aquí. Por favor, ven aquí.

—Como desee.

La persona sentada en el sofá les hizo señas para que se acercaran.

Sus ojos se aclimataron poco a poco a la oscuridad y, al acercarse, pudo verles bien la cara.

Eran increíblemente bellos. Ni grandes ni pequeños, parecían a la vez un niño y una niña. Su
imponente presencia cautivó a Miyo. Por su kimono, sin adornos pero de gran calidad, apenas
pudo deducir que era un hombre.

Puede que no fuera de este mundo. El hombre que inspiraba tanto asombro sonrió mientras bebía
de su copa de sake.

—Esta debe ser la chica Saimori, ¿verdad?

—Así es. Esta es mi prometida, Miyo Saimori.

—Es un placer conocerla.

Era el mismo saludo que había repetido una y otra vez aquel día, y sin embargo no le salían bien las
palabras. El ambiente tenso la había afectado más de lo que pensaba.

Sólo podía respirar porque tenía a Kiyoka a su lado.

Su incondicional prometido le susurró suavemente al oído.

—Éste es el segundo hijo del emperador y portador de la habilidad de la Revelación Divina, el


príncipe Takaihito.

—¡¿Su Majestad…?!

Ella no podía creerlo. No era de extrañar que le pareciera haber oído ese nombre antes.

No cabía duda de que cualquier ciudadano del país había espiado a menudo ese nombre en las
páginas de revistas y periódicos.

El rostro de Miyo palideció notablemente.

—Por favor, por favor, dijo Takaihito con una leve sonrisa.

—No hay necesidad de formalidades. Como puedes ver, ante ti no está sentado el hijo del
emperador, sino simplemente el amigo de la infancia de Kiyoka, Takaihito.

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—Pero aún así…

—Miyo. No pasa nada.

—De acuerdo.

Aunque asintió, no pudo evitar sentirse inquieta por su inexperiencia. Le preocupaba cometer sin
querer alguna grave descortesía.

Miyo decidió en silencio hacer todo lo posible por guardar silencio.

Fue entonces cuando finalmente tuvo la presencia de ánimo para mirar a la otra persona que
permanecía en silencio detrás de Takaihito.

Entonces era el señor Ookaito.

Saludó con la mirada al corpulento militar, a quien había conocido por primera vez aquel mismo
día.

Con lo tarde que era, Asahi ya debía de haberse dirigido a casa. Ookaito era un oficial militar, por lo
que era fácil esperar que sirviera como guardaespaldas de Takaihito.

La seguridad del príncipe imperial seguía siendo demasiado escasa. Aunque podría haber sido una
necesidad para él moverse de incógnito.

—Vengan, siéntense los dos.

Siguiendo su sugerencia, Kiyoka se sentó junto a Takaihito, mientras Miyo se sentaba en una silla.

Resultaba extraño sentarse de igual a igual con alguien como él, pero rechazar su sugerencia sería
igual de malo. En cualquier caso, aquello no hacía más que tensar aún más su tenso corazón.

—¿Un trago, Kiyoka?

—Gracias.

Kiyoka cogió la taza con deferencia y se llevó el sake a la boca.

—¿Una copa para ti también, hija de los Saimori?.

—Oh, um, yo, bueno. Hazuki le había advertido que no bebiera alcohol. Pero una oferta de la
realeza era difícil de rechazar.

Cuando tropezó con sus palabras, Kiyoka la rescató.

—Príncipe Takaihito, Miyo no está acostumbrada al alcohol, así que le pediría otra cosa, si es
posible.

—Ya veo. En ese caso, déjame prepararle otra bebida dulce.

Habiendo conseguido salir de aquel enigma, Miyo suspiró aliviada.

No tardaron en traerle su bebida.

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El vaso estaba lleno de un líquido ámbar ligeramente espeso. Cuando dio un sorbo, parecía una
especie de zumo de fruta espeso, amargo y dulce a la vez, rebajado con agua y endulzado con miel.
Su sabor empapó su cansado cuerpo.

—Ahora bien, ¿por dónde empezamos…?.

—¿Sabe usted de todo, Príncipe Takaihito?

—En su mayor parte, diría. No conozco los sentimientos que laten en el pecho de una persona, así
que no diría que lo entiendo todo.

Dijo Takaihito, mirando hacia Miyo.

—…Te hemos causado mucho dolor. Los Usubas, los Saimoris… por culpa de mi padre, el camino
que debían seguir se desbarató.

Sus palabras no encajaron con Miyo.

El padre de Takaihito era el emperador. Dejando a un lado a los Usuba y su pacto con el
emperador, ¿qué quería decir con que los Saimori también se habían descarriado? Además, ¿a qué
demonios se refería cuando dijo que “nosotros” le habíamos causado dolor?

Kiyoka parecía dudar si hablar o no.

—En otras palabras, y perdón por mi frase irreverente, ¿el cerebro detrás de todo… era en realidad
el emperador?.

—Así es. Una verdadera desgracia.

Era totalmente absurdo afirmar que el emperador había estado detrás de todo. La escala era tan
imposiblemente grande que era difícil de aceptar de repente.

Takaihito jugueteaba con la copa de sake en sus manos mientras miraba a lo lejos.

—Padre temía especialmente el Don de la Visión del Sueño. Desde que era príncipe heredero.

La habilidad sobrenatural de la Visión del Sueño podía incluso superar al Don de la Revelación
Divina, dependiendo del grado de habilidad y talento que poseyera el usuario.

Tanto Kiyoka como Miyo lo habían oído en la finca Usuba.

El emperador había estado atenazado por una sensación de peligro durante mucho tiempo: si la
Revelación Divina era inferior a la Visión del Sueño, ¿no serían él y su familia expulsados de su
cargo?

—Pero mientras nadie naciera con la Visión del Sueño, no suponía ninguna amenaza para él.
Aunque mi padre temiera a los Usuba, dudo que pensara en hacer algo al respecto. Pero entonces,
Sumi Usuba nació en la familia.

Con su despertar al don de la telepatía, los Usuba esperaban con impaciencia que su hijo naciera
con la visión del sueño.

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Pero desde la perspectiva del emperador, era casi como si sus ansiedades de un posible usuario del
don de la visión del sueño se hubieran manifestado y le hubieran atacado. De repente, sus temores
se tiñeron de realidad.

Miyo no podía creerlo.

¿Había algo de hacía tanto tiempo realmente relacionado con este reciente incidente?

—Es probable que Padre haya tramado debilitar aún más el poder de los Usubas.

Básicamente, aunque naciera un usuario de dones con Visión del Sueño, no supondría una
amenaza mientras la familia Usuba estuviera al borde de la ruina. El poder de los Usuba ya había
sido suprimido en gran medida, pero el emperador seguía considerándolo insuficiente.

Los ojos de Kiyoka se abrieron ligeramente por la sorpresa.

—En ese caso, el periodo de recesión económica de Tsuruki Trading…

—Parece que fue obra de mi padre, sí. Utilizó su influencia entre bastidores para asegurarse de que
los negocios fueran mal para Tsuruki Trading. A fondo, en eso.

—Y debido a eso, la familia Usuba cayó en tiempos difíciles y apenas podía mantenerse a sí misma,
¿es eso?

—Eso parece.

La familia Usuba fue empujada al borde de la extinción tal y como el emperador había esperado.
Pero eso no fue suficiente para satisfacerlo.

—Además de esto, Padre temía que Sumi Usuba se casara con otro miembro de la familia Usuba y
produjera un hijo lleno de sangre Usuba.

—¿Le preocupaba que cuanta más sangre Usuba tuviera el niño, más fuerte sería el poder de la
Visión del Sueño en él?.

—Al menos, mi padre parecía pensar lo mismo. Por eso necesitaba impedir que se casara con un
miembro de su clan.

Sin embargo, el emperador no fue tan insensato como para vincular el linaje Usuba a una familia
carente por completo de habilidades sobrenaturales. Entonces llegaron los Saimori, que carecían
casi por completo de usuarios de dones, y cuya caída de la nobleza estaba claramente en el
horizonte.

—El emperador reveló el poder de la Visión del Sueño a los Saimori, les pasó una fuerte suma y los
incitó a perseguir a Sumi Usuba. Lo único que le importaba era separar a la mujer de su familia; no
podía importarle menos si los Usuba se recuperaban o se desvanecían después. O quizás todo fue
premeditado desde el principio. No puedo asegurarlo… Aunque es mi padre, no puedo evitar
sentirme impresionado por su venganza.

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—Yoshirou Usuba nos dijo que no sabían de dónde había salido el dinero. Así que estás diciendo
que era porque venía de Su Majestad… Desde la perspectiva de los Saimori, el acuerdo no fue más
que beneficioso.

Ganaban dinero y una valiosa línea de sangre, y como la propuesta había sido transmitida por el
propio emperador, cualquiera pensaría que no tenían más remedio que acatarla.

—A partir de ahí, es como ambos ya saben.

Sumi Usuba se casó con Shinichi Saimori y dio a luz a Miyo. Entonces, su Don de la Visión del Sueño
quedó oculto, por lo que todos, aparte de Sumi, estaban convencidos de que carecía de poderes…
Incluso el propio emperador.

Takaihito hizo una pausa, se sirvió más sake frío y se lo bebió de un trago.

—Creo que entiendo lo esencial. Cuando Miyo fue expulsada de la finca Saimori, el sello de sus
habilidades se rompió, y Su Majestad también se dio cuenta del Don que poseía. ¿Fui yo el objetivo
del incidente del cementerio, entonces?

Kiyoka suspiró mientras hablaba antes de apurar el sake que quedaba en su taza.

—En efecto, confirmó Takaihito, volviendo hacia arriba sus finos labios en forma de luna creciente.

—Una vez finalizado tu acuerdo matrimonial, padre te añadió como uno de sus objetivos. En su
opinión, la unión de los Kudous con el poder de la Visión del Sueño suponía la mayor amenaza de
todas. Liberar el sello en el Cementerio era una estratagema para distanciarlos físicamente a
ambos y culpar del incidente a la Unidad Especial Antigrotescos y obligarla a abandonar su posición
de poder. Y si las cosas hubieran salido bien, también habría buscado tu muerte.

—…En realidad corría el peligro de que me ocurriera precisamente eso. ¿Pero por qué forzó a Arata
Usuba a cooperar con su plan?

—Simplemente le estaba utilizando temporalmente para separarlos a los dos, nada más. Aunque
estoy seguro de que también imaginó que podría crear hábilmente fricciones entre los Usuba y los
Kudous para fomentar su destrucción mutua.

Miyo seguía teniendo la sensación de que algo no iba bien.

Mientras escuchaba la explicación de Takaihito, no podía evitar tener la impresión de que el


emperador parecía estar terriblemente ansioso. Era como si quisiera matar dos o tres pájaros de
un tiro.

Todos los presentes parecían tener la misma sensación de que algo no cuadraba.

—Tienen razón. Mi padre estaba entrando en pánico… Le pediría que la siguiente parte no saliera
de esta terraza.

—……?

—Mi padre, el emperador reinante, ya ha perdido su Revelación Divina.

Un silencio atónito cayó sobre todos ellos.

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Poseer la Revelación Divina era un requisito necesario para ser emperador. Si ya la había perdido,
iría más allá de un simple escándalo familiar imperial.

Nadie de los presentes podía decir una palabra de esta información a nadie más.

—También está muy enfermo; incluso levantarse de la cama le resulta difícil. Simplemente pasa sus
días tirado en el suelo.

Su Revelación Divina se había perdido, y su cuerpo se estaba marchitando.

Era natural que entrara en pánico. Estaba a punto de perder su estatus y su vida.

—Como la abdicación no puede ser sancionada, mi padre no abandonará el trono por el momento.
En cuanto a la Revelación Divina, la única opción es que yo le sustituya.

Miyo recordó de repente lo que había dicho su primo.

En aquel momento, Arata había dicho que el emperador se había puesto en contacto con él y le
había dicho que la Unidad Especial Antigubernamental tendría mucho trabajo con su Revelación
Divina. Tenía sentido, ya que aunque el emperador hubiera perdido su Revelación Divina, él había
sido quien había movido los hilos de todos modos.

Todo encajaba en su sitio.

Al mismo tiempo, se hizo evidente que Arata no le había dicho la verdad sobre nada de eso.

—…Um.

Miyo habló de repente, y tanto Kiyoka como Takaihito volvieron los ojos hacia ella.

—Príncipe Takaihito.

—Hmm. ¿Qué pasa, entonces?

Dejó el vaso, cuyo contenido se había vuelto completamente tibio.

Miyo no entendía conversaciones complejas como ésta. Supuso que tampoco comprendía del todo
ciertos elementos de todo lo que habían discutido hasta ese momento. Sin embargo, había algo
que tenía que decir.

—…¿Habrá algún castigo para la familia Usuba o para mi primo?

—¿Castigo, dices?

—Sí. Mi primo hizo un trato con Su Majestad y actuó según sus órdenes. Pero al final, fue en contra
de esas órdenes y cooperó para ayudarme… Eso sería traición, ¿no?.

El emperador mantendría su posición hasta su fallecimiento. Eso significaba que seguiría


manteniendo la autoridad. El hecho de que Arata no hubiera seguido sus órdenes no cambiaría.

—Eso es cierto, Takaihito estuvo de acuerdo.

—Los Usuba no tienen la culpa. Yo simplemente estaba siendo egoísta y les obligué a actuar en mi
nombre, así que por favor… por favor…

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—Lo comprendo.

El hermoso príncipe imperial, de rostro bien esculpido, rió suavemente.

—No hay por qué preocuparse; ni usted ni su linaje han cometido delito alguno. Los Usuba son
claramente las víctimas de todo esto. Víctimas de las maquinaciones egoístas de mi padre.
Además, sería el colmo de la estupidez castigar a la parte perjudicada y dañar a un linaje tan
preciado en el proceso. Una propuesta bastante ridícula, ¿no estás de acuerdo?

—P-pero si el emperador no nos perdona…

—No temas. No pasará mucho tiempo antes de que me nombren oficialmente príncipe heredero.
Pronto, todo recaerá sobre mis hombros, incluidos los deberes del emperador. Con el pretexto de
su recuperación, a mi padre se le ha cortado toda comunicación con el mundo exterior, por lo que
no puede hacer nada.

No habría castigo.

Como el propio príncipe imperial lo había declarado, Miyo suspiró aliviada.

Sin embargo, justo entonces, Kiyoka intervino.

—Creo que es obvio que los Usubas no serán acusados de nada, pero en el caso de Su Majestad…
efectivamente ha sido confinado en sus aposentos. ¿No hay posibilidad de que la gente que no
está contenta con este acuerdo se presente?

—Hmm. Algunas de las personas en el saber de hecho han expresado esos sentimientos.

—Razón de más…

—Kiyoka. Aunque pueda parecer lo contrario, este último incidente me ha hecho hervir la sangre.

Al instante, una frialdad irradió de Takaihito, que hizo que tanto Miyo como Kiyoka -incluso
Ookaito- tragaran saliva.

—Civiles inocentes fueron sacrificados sin sentido por las acciones interesadas de mi padre. No
puede haber país sin pueblo, pero él olvidó esta verdad y se burló de él para servir a sus deseos
egoístas. Cualquiera capaz de semejante locura no tiene derecho a seguir sentado en el trono.

Miyo vio una ira feroz en la mirada de Takaihito mientras dejaba claros sus juicios.

Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, ocultó ese fuego, volviendo a su agradable sonrisa de
antes mientras se levantaba.

—Perdonenme. Parece que me he acalorado demasiado. Es hora de que me vaya.

—Permíteme despedirte.

—Hmm. ¿Debería un anfitrión dejar atrás a sus invitados, Ookaito?

—No te preocupes. Volveré después.

—Entonces acepto tu oferta.

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Ookaito siguió de cerca a Takaihito.

Tras avanzar unos pasos, el bello príncipe se volvió hacia Miyo y Kiyoka, que se quedaron sin habla.

—Estoy encantado de que hayamos podido hablar esta tarde. Volvamos a vernos.

—Sí, te lo prometo.

Junto a Kiyoka, Miyo se inclinó en silencio.

EPÍLOGO

El pescado chisporroteaba al asarse.

Cuando quitó la tapa de la olla caliente, la fragancia de la sopa de miso recorrió el vapor que se
escapaba para llenar la cocina.

Arroz recién cocido y una sopa de miso compuesta de jengibre japonés y tofu. Colocó en el plato la
aromática caballa seca que acababa de terminar de cocer, la adornó con taro hervido brillante y de
bellos colores, añadió algunos de sus encurtidos caseros y los colocó en la mesa de servir.

Al mismo tiempo, llenó una gran fiambrera con guarniciones.

Se había retado a sí misma a cocinar una de esas “croquetas” que estaban de moda, y le habían
salido bastante bien.

Todo listo.

Después de echar un rápido vistazo al desayuno terminado y a la fiambrera, llevó la mesa al salón.

Yurie volvía a estar libre hoy.

Como ya no estaba rejuveneciendo y Miyo se había acostumbrado por completo a la vida en la


casa, habían empezado a pedirle a Yurie que viniera más tarde como forma de darle más tiempo
libre.

Aunque Miyo pensó que estaría consternada por la pérdida de salario cuando le dieron la noticia,
Yurie en cambio dijo: “Vaya, cómo han crecido tanto la señorita Miyo como el joven amo”. En todo

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caso, se había alegrado del acuerdo, como si los dos fuesen sus propios hijos partiendo por su
cuenta.

—Buenos días, Kiyoka.

—Buenos días.

Kiyoka no llevaba su chaqueta militar, leía el periódico sólo con la camisa.

Era la misma escena de todas las mañanas. La casa de los Kudou había vuelto por completo a su
rutina diaria.

—El desayuno está listo.

—Tiene un aspecto delicioso, como siempre.

Cuando levantó los ojos del periódico, la amplia sonrisa de Kiyoka era tan encantadora que la
desconcertó.

Mientras Miyo tartamudeaba y evitaba su mirada, él le quitó la mesa de servir de las manos.

—Hora de comer.

—Por supuesto.

Los dos se dieron palmadas, dieron las gracias por la comida y se llevaron a la boca el desayuno
recién preparado.

—Este taro está increíble.

—¿De verdad? Me alegra oírlo.

—…Es verdad, hoy es cuando viene Hazuki, ¿no?.

—Ah, sí, así es.

Sus sesiones con Hazuki habían disminuido en frecuencia, pero aún continuaba con sus lecciones.
Sólo eran dos o tres veces a la semana, pero disfrutaba del tiempo que pasaba aprendiendo cosas
nuevas, y le alegraba charlar con la hermana de Kiyoka.

—Debe de ser divertido.

—¿Eh?

—Tu cara. Estás radiante.

Miyo se llevó las manos a las mejillas por reflejo, pero en realidad no se lo podía decir a sí misma.

Al ver su reacción, Kiyoka soltó una pequeña risita.

—Ah, bueno, no pasa nada. Pero no te presiones.

—Por supuesto que no.

—¿De verdad? Pues adelante.

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En ese momento, Miyo había aprendido que nada bueno venía de presionarse demasiado.

Nada era más valioso para ella que su vida cotidiana, el tiempo que pasaban charlando
ociosamente mientras comían.

Por alguna razón, sus pesadillas habían cesado últimamente. Miyo se preguntaba si era porque
había despertado a su Don.

Fuera cual fuese el motivo, se alegraba de no haberse rendido en aquel momento crucial. En lugar
de eso, había elegido esta casa, Kiyoka, para ella. Se alegraba de haber hecho algo. Miyo estaba
realmente agradecida de no haber perdido para siempre esta rutina.

—Que tengas un buen día.

Una vez terminado el desayuno, Miyo despidió a Kiyoka. Iba completamente vestido con su
atuendo militar.

Un ligero frío flotaba en el aire de la mañana, y no había ni una nube en el cielo.

El clásico tiempo de principios de otoño la hizo consciente del cambio de estación.

Tenía la impresión de que hacía unos días hacía un calor abrasador, pero el paso del tiempo parecía
haberse acelerado desde que llegó a la casa.

—Me voy. Volveré por la tarde, pero… Dale recuerdos a Hazuki.

—De acuerdo. Oh, Kiyoka.

—¿Qué?

—Se te ha soltado el lazo del pelo. Agáchate y te lo haré otra vez.

—Gracias, perdona.

Él se agachó, y ella ajustó con fuerza el cordón que se aflojaba.

El lazo morado que le había regalado cumplía su función en otra ocasión. Kiyoka la llevaba todos
los días, así que había decidido en secreto hacerle una nueva.

—Ya he terminado.

—Gracias, apa…

—¡Hnh!

Ella jadeó.

—…………

—…………

Kiyoka se había girado despreocupadamente para acercar su rostro al de ella mucho más de lo que
ella esperaba. Lo bastante cerca como para sentir el aliento del otro en sus mejillas, las puntas de
sus narices casi tocándose.

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Ambos se quedaron inmóviles, sin palabras.

El corazón de Miyo latía con fuerza en sus oídos.

Sorprendida por el inesperado giro de los acontecimientos, se puso rígida. Ni siquiera pudo mover
un dedo.

Ambos se miraron fijamente. Pero, ¿por qué se sentía tan nerviosa?

—Miyo.

Kiyoka levantó lentamente la mano y le tocó la mejilla. Entonces-

—¡Ejem!

De repente, el sonido de alguien aclarándose la garganta las interrumpió.

Tanto Kiyoka como Miyo habían estado en su propio mundo, así que prácticamente se levantaron
de un salto antes de poner automáticamente algo de espacio entre ellos.

Ahora se sentía demasiado incómoda y avergonzada para mirar a Kiyoka a la cara. Apartó la
mirada.

—Perdonenme. Estar aquí en silencio mirándoos a las dos era demasiado para soportarlo.

Para su sorpresa, la persona que se acercaba desde la calle mientras hablaba no era otra que el
primo de Miyo, Arata Usuba. Él había sido quien les interrumpió.

Con su traje de alta calidad y su habitual sonrisa desarmante, Arata era el mismo joven pulcro y
apuesto de siempre.

—Arata. ¿Qué haces aquí…?

—Me alegro de volver a verte. Aunque supongo que no ha pasado tanto tiempo, la verdad. Hola,
Miyo.

Había pasado más de un mes desde el día en que Kiyoka recobró el conocimiento, y no había
vuelto a saber nada de los Usuba.

Takaihito le había dicho que no se preocupara, pero eso había sido en relación con el castigo del
emperador. La cuestión de si la familia Usuba en su conjunto sería castigada o no por la violación
de Arata de su código de conducta era un asunto totalmente distinto.

Le habían dicho que las consecuencias por quebrantar sus normas eran severas, así que se
preguntaba cómo lo llevaría él.

—Te agradecería que no actuaras como si acabaras de ver un fantasma, dijo encogiéndose de
hombros. —Sólo mira toda la energía que tengo.

—Quiero decir, estaba preocupado, ya que pensé que tal vez estabas castigado de alguna manera.

—Lo fui. Arresto domiciliario voluntario, durante unas tres semanas.

—¿Voluntario?

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Debía querer decir que se había encerrado por su cuenta. Eso no era exactamente lo que ella había
imaginado.

—Así es. Al final pasaron muchas cosas. Pero todo terminó involucrando el Don de la Visión del
Sueño, y el mismo Príncipe Takaihito se desvió de su camino para visitar nuestra casa y decir que
intentaría repensar la forma de vida actual de nuestra familia. Creo que también habrá cambios en
nuestro código dentro de poco.

—Ya veo.

Sus normas actuales le parecían un poco estrictas. Era natural que, al igual que la sociedad y las
leyes cambiaban con los tiempos, las normas impuestas a su familia también lo hicieran.

En contraste con la expresión de alivio de Miyo al comprender la situación, la mirada de Kiyoka era
fría como el hielo.

—Bueno, ¿a qué has venido?

—Por favor, no te enfades. No me pasaría por aquí sin una razón adecuada

—Y yo te pregunto cuál es

Su brusquedad era un claro indicio de que consideraba a Arata una molestia.

La evidente impaciencia que mostraba su prometido hizo que Miyo ladease la cabeza. ¿De verdad
Kiyoka despreciaba tanto a Arata?

—¿No deberías ir a trabajar, comandante Kudou? Vas a llegar tarde.

—¿Crees que puedo irme y dejarlos atrás así?

—No tengo ningún problema con eso.

—Bueno, yo sí.

Por alguna razón, saltaban chispas entre los dos hombres.

—Todo un preocupón, ¿verdad? Simplemente he venido a hacer una propuesta.

Al oír las palabras de Arata, una profunda arruga se dibujó en el ceño de Kiyoka.

—¿Qué clase de propuesta?

—Veamos. Por decirlo sin rodeos… ¿Me contratarías como guardaespaldas de Miyo?.

—¡¿Eh?!

—¿Qué has dicho?

Miyo soltó un grito ahogado, algo bastante atípico en ella.

Para ser justos, cualquiera se asombraría al oír de repente a alguien ofrecer sus servicios como
guardaespaldas.

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—A mí también me parece una idea bastante buena. De aquí en adelante, Miyo tendrá que
llevarse bien con su Dream-Sight. Puede haber sinvergüenzas que quieran abusar de ese poder
para sí mismos. Pasas mucho tiempo lejos de ella debido al trabajo, ¿verdad? Aunque sólo sea para
cuando tú no estás, ¿no te parecería útil tener cerca a alguien que pudiera protegerla?.

—…………

—Además, soy primo de Miyo, así que no tienes que preocuparte de que ocurra nada vulgar
conmigo a su lado, ¿verdad? ¿Y bien? Yo diría que son condiciones bastante buenas, ¿no crees?.

—¿Pero qué pasa con tu carrera? Eres negociador, ¿no?.

—Mi trabajo me da bastante libertad. No trabajo para ninguna empresa en particular, y sólo
acepto encargos de negociación si me interesan.

Como buen vendedor, Arata les había explicado todas las ventajas del acuerdo y les había dado la
impresión de que no había ningún inconveniente.

—Me lo pensaré. De momento me reservo mi respuesta.

—Como quieras. Normalmente, te haría decidir las cosas en el acto, pero tengo la sensación de
que si lo hiciera, sólo conseguiría disgustarte aún más.

—Tendrías razón.

Miyo se sintió aliviada al ver que las cosas parecían acabar pacíficamente.

Justo entonces, el sonido del motor de un coche se acercó. Era el coche de la residencia principal
de los Kudou con Hazuki a remolque.

—Bueno, ahora, Hazuki comentó después de salir del automóvil.

—Si es el primo de Miyo. ¿Tú también estás aquí?

—Hola. Me llamo Arata. Preferiría que usaras mi nombre.

—¿De verdad? Entonces, en ese caso, siéntete libre de usar el mío también.

Hazuki y Arata intercambiaron palabras amablemente.

—Genial, otro hablador. Kiyoka suspiró, poniéndose una mano en la frente con una ojerosa
expresión de cansancio en el rostro.

Un pensamiento asaltó a Miyo.

¿Qué clase de palabras ofrecían las esposas del mundo a sus maridos en momentos así? ¿Qué les
decían para consolarlos?

Por desgracia, ella no estaba al tanto de esa información.

Sin embargo, como su prometida, se sentía un poco reacia a despedir a Kiyoka tan agotado como
estaba. A fin de cuentas, el trabajo de una esposa era apoyar a su marido en su vida personal.

Algo que haga feliz a Kiyoka… Algo que le anime.

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Es inútil. No tengo ni idea.

Aunque Miyo no sabía qué hacer, era plenamente consciente, por experiencia propia, de que si no
demostraba sus sentimientos de algún modo, no pasaría nada.

De acuerdo.

Ya decidida, Miyo susurró en voz baja a su prometido.

—Kiyoka. ¿Podrías arrodillarte ante mí una vez más?

—¿Hmm? Ah, ¿así?

Ella extendió la mano hacia su cabeza agachada. Luego colocó suavemente su mano allí e intentó
moverla; en otras palabras, Miyo estaba acariciando la cabeza de Kiyoka en ese momento.

En realidad, espera. ¿A los hombres adultos les gusta que les acaricien la cabeza?

Poco a poco se fue preocupando por Kiyoka, que se había quedado en silencio y había abierto los
ojos bruscamente.

Obviamente, a los niños les encantaba que les acariciaran la cabeza, y la propia Miyo se sentía
increíblemente cálida por dentro sólo con que Kiyoka le diera ligeros golpecitos en la suya. Era
lógico, entonces… Bueno, eso era lo que había pensado, pero era posible que se hubiera
equivocado en algunas cosas.

—¿Kiyoka?

—…Miyo.

—¿Sí?

Murmuró mientras miraba distraídamente a lo lejos.

—¿Por qué elegiste eso?

—¿Eh? Uh, bueno, no sé si yo, um, lo elegí, pero… pensé que tal vez si hacía esto, tú, um, te
animarías un poco… Oh, ¿no te gusta? Lo s-siento.

—No me molesta.

Miyo retiró bruscamente la mano, pero él la agarró de inmediato y atrajo todo su cuerpo hacia sí.

Algo suave le tocó la frente.

Pero fue sólo un instante; antes de que pudiera comprender lo que ocurría, él ya había soltado su
mano.

Sin saber qué había pasado exactamente, se llevó una mano a la frente. Le pareció notar un ligero
calor.

—Eso me ha animado. Me voy, entonces.

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—S-sí, por supuesto… Que tengas un buen día…. Miyo vio cómo Kiyoka se alejaba alegremente,
con una sonrisa fresca y alegre en el rostro.

Mientras Miyo permanecía aturdida, Hazuki y Arata la observaban con una enorme sonrisa.

AFTERWORD

Me alegro de volver a verlos. Soy la escritora que alcanzó notoriedad tras la venta del Volumen 1
por su seudónimo difícil de escribir/difícil de leer/difícil de recordar en japonés, Akumi Agitogi.

Me siento profundamente aliviada de haber podido entregarles a ustedes, los lectores, el


volumen 2 de Mi matrimonio feliz.

Eso se debe a que preparé la narración de forma que la verdad que se esconde tras los misterios
que quedaron pendientes en el Volumen 1 no se desvelara sin más. En ese sentido, apuesto a que
os habré puesto a todos muy impacientes y ansiosos. Me alegro de verdad de que me hayan dado
la oportunidad de seguir escribiendo esta historia… Dicho esto, la historia de este volumen trataba
del descubrimiento por parte de Miyo y Kiyoka de por qué se produjo exactamente la situación del
primer volumen. ¿Qué os ha parecido a todos? En el fondo, yo misma soy un manojo de nervios.
Este volumen, que podría considerarse una “respuesta” a los misterios del primero, ha puesto en
primer plano los elementos fantásticos de los Dones y similares, y tiemblo de miedo mientras
escribo esto, preguntándome si todos vosotros apreciaréis ese cambio o no… Aunque creo que
puede que algunos de vosotros también estéis leyendo la versión web de la novela, para la edición
impresa de este volumen he hecho algunas revisiones seriamente sustanciales y drásticas. He
reducido muchas de las secciones explicativas más bizantinas (sí, se han reducido) de la novela
web, y creo que las emociones de los personajes son mucho más fáciles de entender ahora.

Hablando de versiones web, la aplicación Gangan Online de Square Enix incluye la versión manga
de la historia, dibujada por Rito Kousaka. El pulido de alta calidad de la versión manga es
magnífico, ¡así que no dejéis de echarle un vistazo! Ahora, a mi editor, al que he incomodado en
todo momento, incluso más que con el Volumen 1: le estoy verdaderamente agradecido por su
ayuda. Siento haber sido tan difícil de tratar. Tendré más cuidado.

A Tsukiho Tsukioka, que dibujó la ilustración de la portada: Tu obra es tan hermosa que casi me
apresuro a enmarcarla y colgarla en la pared en cuanto la veo. Te doy las gracias por ello.

Por último, a todos ustedes, los lectores, que tienen este libro en sus manos: He podido seguir
escribiendo esta historia gracias a vuestro apoyo y aliento.

Os lo agradezco de todo corazón. Muchísimas gracias.

Que nos volvamos a encontrar.

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