Hest T2
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Anónimo
4º Grado en Turismo
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Reservados todos los derechos. No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
1. LOS VIAJES EN LA PREHISTORIA
Desde sus orígenes, los seres humanos han desarrollado hábitos viajeros, relacionados
con la búsqueda de alimentos.
En el Paleolítico, las sociedades se dedicaban a la caza, la pesca y la recolección y
practicaban el nomadismo para obtener recursos.
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El Neolítico (c. 8000 a.C.) supuso una sedentarización, posibilitada por la invención de la
agricultura y la ganadería. Sin embargo, la difusión del Neolítico en el Mediterráneo
demuestra la intensa movilidad en la región.
Los egipcios desarrollaron la navegación por el Nilo en barcos monóxilos como los baris.
Los faraones enviaban emisarios a otros países para entablar relaciones comerciales y
culturales con ellos.
También están documentadas las primeras expediciones de carácter comercial y
científico, como la organizada por la reina Hatsepshut (1498-1493 a. C.) hacia el país de
Punt, en el cuerno de África.
Los egipcios practicaron el turismo religioso hacia los oráculos adivinatorios y ciudades
santas, como Abidos. En Zóser hay una inscripción sobre una excursión para “descansar
al este de Menfis”.
El náufrago: manuscrito del siglo XIX a.C.
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Los fenicios se organizaron como una talasocracia. Crearon rutas en el Mediterráneo y
llegaron al Pacífico y los mares Rojo y Negro.
Los cartagineses, establecidos en el norte de África, trataron de controlar el
Mediterráneo, enfrentándose a los romanos. Algunas de sus expediciones, como la de
Hannón, se cree pudo circunnavegar África y llegar a las Islas Canarias.
Los griegos desarrollaron un activo turismo religioso y cultural. Muchos griegos visitaban
templos y santuarios, como el oráculo de Delfos, el teatro de Epidauro o el templo de
Zeus en Dodona.
Los juegos olímpicos alumbraron una industria turística. Los asistentes participaban en
competiciones deportivas, banquetes y celebraciones musicales y teatrales y se alojaban
en tiendas de campaña. En Corinto se celebraban los juegos ístmicos y en Delfos, los
pitios.
En Epidauro, dedicado al dios de la Medicina, Asclepio, se ha documentado un hotel de
180 habitaciones.
Los griegos dieron forma a una cultura turística. Fijaron las siete maravillas del mundo
(S. III a. de C.), lugares que había que visitar: la Gran Pirámide de Guiza, el Faro de
Alejandría, los Jardines Colgantes de Babilonia, el Templo de Artemisa en Éfeso, la
Estatua de Zeus en Olimpia, el Mausoleo de Halicarnaso y el Coloso de Rodas.
Algunos viajes míticos fueron narrados en la literatura, como la Ilíada, la Odisea y los
viajes de Jasón y los Argonautas.
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Los romanos distinguían entre otium (ocio) y negotium (trabajo), lo que permitía el
desarrollo de una industria del ocio de cierta entidad.
Para la élite de una sociedad fuertemente jerarquizada como la romana, el ocio
proporcionaba estatus. Los patricios romanos cultivaron numerosas prácticas
recreativas, como los banquetes, el termalismo y los espectáculos multitudinarios
(carreras de carros, espectáculos con fieras, naumaquias, circo, teatro).
La red de calzadas creada por los romanos permitió a la población desplazarse con
facilidad por el imperio. En ella había paradas de posta, paradores y posadas.
Los patricios solían refugiarse en sus villae campestres para escapar del ajetreo y el calor
de la ciudad en verano. Las villae contenían una domus y una explotación agrícola, que
trabajaban esclavos o siervos. Con el tiempo, muchos romanos acomodados
abandonaron la ciudad y se instalaron definitivamente en sus lujosas villae.
El termalismo dio lugar a importantes rutas turísticas hacia Ostia o Baiae (hoy Bayas –
Golfo de Nápoles-), importante ciudad vacacional que ofrecía a los turistas hoteles,
termas y diversión de todo tipo.
Fuera de Italia, Bath (Gran Bretaña) y Baden-Baden (Alemania) también fueron ciudades
termales.
Para los romanos, Grecia ejercía una fuerte fascinación intelectual, que se reflejaba en
sus viajes a sus lugares emblemáticos.
Los griegos eran muy conscientes del valor económico de turismo. Por ejemplo, los
romanos que iban a Delfos (Grecia), no sólo hacían ofrendas en el templo, lo que
redundaba en el beneficio de la ciudad, sino que compraban recuerdos, pagaban en las
tabernas y hoteles, comían y bebían y presumiblemente holgaban con prostitutas. Todo
eso dejaba una buena cantidad de dinero en la ciudad, y por ello, el gobierno municipal
ofrecía todas las facilidades posibles a los viajeros, y realizaba incluso campañas de
publicidad para atraer aún a más gente.
Muchos de estos viajeros eran formalmente peregrinos, que acudían a lugares como
Delfos, pero en realidad actuaban como turistas modernos, alojándose en hoteles y
realizando prácticas de ocio.
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Pausanias, en su Periegesis, describió con detalle estos viajes. Su obra, de 10 volúmenes,
es considerada la primera guía de viajes de la Historia.
Además de Pausanias, hubo otros viajeros romanos que plasmaron sus experiencias
viajeras por el Mediterráneo.
Algunos, como Polibio (siglo II a. C.), llegaron a Hispania, elaborando un pormenorizado
relato sobre los pueblos que habitaban la Península antes de la romanización, su cultura
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y sus formas de organización.
En el siglo I a. C., el geógrafo grecolatino Estrabón nos legó una de las más completas
reconstrucciones de la Historia y la Geografía hispanas, aunque no se basaba en su
experiencia, ya que nunca visitó la Península, sino en obras de viajeros anteriores.
Los viajes de placer perdieron importancia en una sociedad rural y agraria, pues la
población carecía de tiempo de ocio, al no poder abandonar la labor agraria, y de dinero.
Sin embargo, muchos oficios eran ambulantes. Desde los buhoneros y mercaderes, a los
juglares, recorrían las ciudades y pueblos europeos para vender sus productos y
amenizar la anodina vida de sus habitantes.
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Algunas de las prácticas religiosas más extendidas eran las peregrinaciones y las
romerías, que eran obligatorias en el mundo musulmán (La Meca) y tuvieron una gran
importancia en el cristianismo, donde muchos fieles acudieron a la llamada de los reyes
y Papas para recuperar los lugares sagrados del cristianismo en Palestina (Cruzadas).
Pronto surgió el interés por viajar a Jerusalén, donde los cristianos buscaban la tumba
de Cristo y el pesebre donde nació, en Belén.
La primera Cruzada se desarrolló a finales del siglo XI, cuando el Papa Urbano II hizo un
llamamiento a todo el occidente cristiano, en el que participaron unos 40.000 fieles.
Muchos cristianos acudían a otras ciudades para visitar las reliquias de algún santo y
ganar indulgencias. Además de Jerusalén, Roma, Compostela (tumba del apóstol
Santiago) o Colonia (tumba de los Reyes Magos) recibieron peregrinos.
Los peregrinos contaban con guías de viaje, como las que se confeccionaron para instruir
a los peregrinos a Roma y Jerusalén.
La ciudad fue el centro de predicación de Mahoma y en ella hay un santuario con una
piedra sagrada, la kaaba, en torno a la cual, los peregrinos dan siete vueltas. En los días
siguientes, los peregrinos realizan varios rituales, como el desplazamiento al monte
Arafat. Las peregrinaciones propiciaron el surgimiento de una industria turística, y el
desarrollo de la cultura viajera entre los musulmanes.
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Mohammed Ibn Batuta (1304-1377) fue un viajero nacido en Tánger que recorrió el
mundo musulmán durante 40 años, vertiendo sus experiencias de viaje en varios textos.
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