Cuestionario - Capítulo Pecado

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Tratado de Gracia

Cuestionario sobre el Capítulo “EL «PECADO ORIGINAL». LA CONDICIÓN PECADORA DE LA


HUMANIDAD, CONSECUENCIA DEL RECHAZO DE LA GRACIA ORIGINAL”

Barba Macías, Jesús Emmanuel.


23. Oct. 23

¿En qué consiste el pecado según el contexto del capítulo 3 del Génesis? (Spoiler: No
fue robarse una manzana). El pecador es aquel que «no es cucha la voz de Dios», el que actúa
contra la alianza y contra la paz que es consecuencia de aquélla. El pecado es así, a la vez que
ruptura con Dios, ruptura con la comunidad y destrucción de la armonía que en ella reina. El
concepto veterotestamentario de pecado implica inevitablemente una relación con la comunidad. De
ahí que al hecho del pecado acompañen unas consecuencias que no se limitan al pecador concreto.
Al pecado sigue la «culpa», aquella situación en que el pecador se coloca y a la que inevitablemente
arrastra a otros, de modo particular, aunque no único, a los descendientes.
¿Con qué argumentos afirma el Antiguo Testamento la universalidad del pecado? La
universalidad del pecado se afirma también sin necesidad de buscar el origen del mal en uno o unos
pecados históricos que siguen siendo, en parte al menos, determinantes de la situación presente. En
general encontramos esta concepción en la literatura sapiencial. Las constataciones de que ningún
hombre es justo ante Dios son muy frecuentes en ella: «¿Quién puede decir: purifiqué mi corazón,
estoy limpio de mi pecado?» (Prov 20,9); «no hay ningún justo en la tierra que haga el bien sin
pecar nunca» (Ecl 7,20), cf también Job 4,17; 14,4; Sal 143,2. Ha sido tradicionalmente un lugar
clásico en los estudios sobre el pecado original Sal 51,7: «en la culpa nací, pecador me concibió mi
madre». Es la expresión del alejamiento de Dios en que el salmista sabe encontrarse aunque no se
mencione específicamente lo que ha dado origen a tal estado.

¿Qué quiere decir el Antiguo Testamento afirmando que “todos los hombres se
encuentran en una situación de pecado”? ¿No hay contradicción con el “Y vio Dios
que era bueno”…? El origen del pecado y del mal pode mos afirmar que es bastante general la
convicción de que el pecado es universal, afecta a todos los hombres, y que esta situación no es
fruto del destino ni es directamente querida por Dios, sino que tiene una razón histórica, el pecado y
la infidelidad del hombre, que ha sido desobediente al mandato divino y ha rechazado la amistad
que Dios le ha ofrecido Ello es así tanto si se toma como punto de refe rencia la humanidad entera
como si se considera exclusivamente la historia del pueblo de Israel Todos los hombres se
encuentran en una situación de «pecado», es decir, de alejamiento de Dios, en una situación que
Dios no quiere, aunque no siempre sea fácil calibrar el grado de responsabilidad moral que a cada
uno corresponde Todos están así necesitados del perdón y de la misericordia divina.

Los evangelios se refieren al concepto de la “solidaridad en el pecado”, ¿qué significa?


En concreto se nos abre al misterio de la solidaridad y de la comunión de todos los hombres, que
tiene en el pecado su aspecto negativo de que no podemos prescindir, es impo sible que el hombre
considere su vida y su relación con Dios pres cindiendo de los que le rodean y aun de la humanidad
entera Naturalmente, sólo a la luz de la salvación que en Cristo se ofrece a todos los hombres se
podrán calibrar todas las características del pecado de que nos libra y toda la profundidad de la
fraternidad humana a la que nos llama y de la que constituye el fundamento.
¿En qué consiste el pecado para el Nuevo Testamento? Las lineas de explicación del origen
del pecado y de su universa lidad en los escritos neotestamentanos se mueven, en una gran me dida,
en la misma dirección que las que hace poco hemos examina do Junto a la clara afirmación del
principio de la responsabilidad individual, según el cual cada uno es juzgado según sus obras (cf p
ej Mt 16,27, Jn 5,29, Rom 2,6, etc), se manifiesta también la convicción de que el pecado humano
no afecta solamente a aquel que lo comete Aparece en varias ocasiones el tema del pecado de los
padres que hace pecar a los hijos o del que éstos con su actuación se hacen solidarios; la idea
aparece ya en boca de Jesús: así los escribas y fariseos muestran que son hijos de los que mataron a
los profetas, y no pueden decir que ellos en su lugar no habrían hecho lo mismo (cf. Mt 23,29-36).

¿Cuál es, según la Carta a los Romanos, la relación entre el pecado de Adán y los
pecados de todos? El uso del verbo «pecar» en la carta a los Romanos parece abonar esta
interpretación, ya que parece referirse a los pecados concretos que los hombres realizan (cf. Rom
2,12; 3,23). La fuerza del pecado, manifestada en la muerte, tiene como consecuencia las decisiones
personales pecaminosas de todos los hombres; éstas no pueden verse aisladas de la historia que les
precede, y en concreto del pecado del primer hombre. Nos podemos preguntar si los pecados
personales de todos los hombres son conse cuencia de la muerte que a todos llega, o si más bien esta
última es consecuencia de los pecados de todos que, a su vez, dependen de la fuerza de pecado que
el primer hombre ha desencadenado. Las dos soluciones son posibles y tal vez no se trate de dos
alternativas que mutuamente se excluyan; la muerte y el poder del pecado vienen a identificarse en
sus efectos: tanto el pecado de Adán como el de los otros son causa de muerte, y tanto el poder de
ésta como el del pe cado hacen pecar.

Rasgos más importantes de la doctrina del pecado para:

Los Padres apostólicos: no han desarrollado mucho el tema del pecado de Adán y Eva en relación
con la actual situación de la hu manidad; se encuentran algunas alusiones a la entrada de la muerte
en el mundo a causa del pecado de Adán y Eva en la L aCarta de Clemente y en la Epístola de
Bernabé.

Los Padres apologetas: Entre los escritos de los apologetas despierta especial interés un texto de
san Justino: «...el género humano que había caído desde Adán en la muerte y el error de la serpiente
haciendo el mal cada uno de ellos por su propia culpa». Con frecuencia se ha pensado que se habla
aquí del mal del que cada cual es responsable; pero puede tratarse también del mal que realizan
Adán y la serpiente, causantes de que todos los hombres estén bajo la muerte y el error.

Ireneo de Lyon: Ireneo se ha inspirado sin duda en Pablo para su doctrina del pecado original, pero
no parece que sea este factor el único que ex plique su gran insistencia en el tema, que contrasta con
el relativa mente escaso interés que despierta en su época. Corren, en cambio, entre los heterodoxos
y algunos eclesiásticos, v.gr. Orígenes, ideas platónicas según las cuales el simple contacto del alma
con la mate ria ya impurifica a aquélla. Por esta razón los niños son bautizados para el perdón de los
pecados, es decir, para que se les borre esta impureza, mancha, sordes, que en la teología del
alejandrino se dis tingue en rigor del pecado.

Tertuliano y el bautismo de los niños: el problema del pecado original ligado al bautismo de los
niños, aunque con formulaciones que no permiten reconocer una doctrina definida sobre la cuestión.
Por una parte, el hecho de que los párvulos no tengan necesidad de perdón podría hablar en contra
de la necesidad de tal bautismo; pero es ya significativo el hecho de que el problema se mencione.
Tertuliano afirmará también que toda alma es impura mientras esté adherida a Adán y no se adhiera
a Cristo; el no bautizado lleva además la imagen del hombre terreno, Adán (cf. 1 Cor 15,45ss), «per
collegium transgresionis, per consortium mortis». La muerte y la transgresión están más
yuxtapuestas que relacionadas; si se habla del origen de la pri mera en el pecado, queda en el aire el
alcance de la relación que existe entre el pecado de Adán y el de los demás hombres.

Los Padres Orientales: la idea del pecado de Adán como causante de la «corrupción» (es la
expresión que mu chos escritores griegos prefieren) de la naturaleza, aunque los con ceptos con que
se expresan son distintos de los occidentales. La relación entre el pecado de Adán y los pecados de
los hombres no se desarrolla todavía en Atanasio. La herencia de males que vienen del pecado de
Adán es conocida por Basilio Magno; Gregorio Nacianceno insiste en repetidas ocasiones en la
unidad de todos en Adán; todos hemos muerto en él, en él hemos sido engañados; las conse
cuencias de su pecado se transmiten a los hombres sus descendien tes: la concupiscencia, y de ella
viene el odio, la guerra, etc. Pero no se coloca en la línea de la evolución siguiente en la cuestión
del bautismo de los niños; en su opinión, los niños no serán ni glorifica dos ni castigados; no tienen
culpa, no han merecido ningún castigo, pero ello no basta para merecer el premio.

San Ambrosio: parece interpretar también el final de Rom 5,12 como la afirmación del pecado de
todos en Adán. Toda la humanidad pue^ de ser considerada como un todo, y por ello en Adán
estábamos todos y en él perecimos todos; de Adán pasa el pecado a todos nosotros. Con referencia a
la culpa de Adán y en contraste con núes- tros pecados personales, habla Ambrosio de los «pecados
hereda dos»; hasta los niños llega la universalidad de la culpa: «nadie está sin culpa, ni siquiera el
niño de un solo día»; pero es el pecado de todos el que se subraya, no el de los niños, que son
mencionados para dar más relieve a la afirmación del pecado de los adultos. De nuevo hallamos
indicaciones dispersas sobre el pecado de Adán y sus repercusiones en los demás hombres, pero
todavía no tenemos una sistematización completa.

Principales rasgos de la controversia entre San Agustín y los Pelagianos: Ya en los años
anteriores a la controversia pelagiana Agustín ha desarrollado en una cierta medida su doctrina del
pecado original; pero ha sido en la confrontación con Pelagio y sus seguidores cuan do el obispo de
Hipona ha dado a esta doctrina sus perfiles definiti vos. De ahí la necesidad de exponer brevemente
las doctrinas frente a las que Agustín ha reaccionado. Pelagio trata ante todo de salva guardar la
bondad de la creación y de la naturaleza, la libertad huma na, la capacidad de bien que el hombre
tiene. La gracia y derivada mente el pecado, en cuanto son elementos que parecen «interferir» en
esta libertad, se encuentran en el centro de su interés. Por ello es especialmente importante para
nosotros el comentario que el monje irlandés hace de Rom 5,12ss.

Aportes a la doctrina del pecado original de los Sínodos de Cartago (411 y 418): Un
primer sínodo de Cartago del año 411, en el que Agustín no participó, condenó a Celestio, seguidor
de Pelagio. Otro sínodo cele brado en Dióspolis en el año 415 rehabilitó a Pelagio. Este hecho
provoca la reacción de los obispos africanos en los dos sínodos de Cartago y Mileve en el 416. A
los congregados en esta última ciudad se dirige el papa Inocencio 1, que, a la vez que insiste en el
primado de la sede romana, afirma la necesidad del bautismo de los niños para que puedan adquirir
el premio de la vida eterna. Más importancia que los anteriores reviste el nuevo sínodo celebrado en
Cartago el año 418 (concilio Cartaginense XV o XVI), que volverá a ocuparse de la cuestión;
conocemos ya el canon 1, que afirma la posibilidad de no morir que tuvo Adán antes del pecado, y
por con siguiente el carácter de castigo del pecado que tiene la muerte física; aunque se hable sólo
de Adán, es claro que las afirma ciones se refieren a todo el género humano.
Aportes a este campo de la teología Medieval:

Pedro Lombardo: El pecado origi nal es para él una culpa, que se transmite por los padres a todos
los que son engendrados concupiscentialiter. La concupiscencia, fomes peccati, parece de hecho
identificada con el pecado mismo.

San Anselmo: ha introducido otra manera más abstracta de razo nar, que ha sido también rica en
consecuencias. El pecado, como es sabido, es para él una ofensa contra el honor de Dios. Adán, al
pecar, se hizo reo de este delito. Esto, como es evidente, le afecta en primer lugar a él
personalmente, pero además, en cuanto es cabeza de la humanidad y dado que de él teníamos que
nacer todos, este pecado es de todos. Esto significa en concreto que nosotros recibimos la naturaleza
tal como él la ha teni do después del pecado, es decir, con la privación de la justicia origi nal
debida.

Santo Tomás: significará una síntesis entre las dos corrientes. Para él, el pecado original consistirá
formalmente en la privación (defectus) de la justicia original, pero materialmente en la concupis
cencia. Como consecuencia de esta privación de la justicia, el hombre tiene una radical incapacidad
para la recepción de la gracia. El pecado original es así un «hábito», una disposición de la natura
leza que viene de la disolución de la armonía en que consistía el estado de justicia original. Se trata
de un «pecado de la naturaleza», que sólo es de cada persona en la medida en que recibe la natu
raleza del primer padre; Adán perdió la justicia original para toda la naturaleza.

Duns Scoto: piensa que el pecado original es la carencia de la justicia original, pero esta privación
no se considera pecado de «naturaleza»; si el hombre no recibe la justicia que debía poseer es
porque Dios decretó que su concesión iba condicionada a la respuesta positiva a la gracia por parte
de Adán 1,6. Se va abriendo paso una tendencia extrinsecista, según la cual la unión de todos los
hombres en Adán deriva de un mandato divino, se pierde en cambio, en general, el sentido de la
solidaridad entre los hombres y del influjo que unos ejercen sobre otros. Permanecen las diferencias
de opinión sobre la esencia del pecado original. Hasta la crisis de la Reforma no habrá aportaciones
especialmente nuevas a la teología del pecado.

¿Cuál es la visión de Lutero sobre el pecado original? Lutero tenderá a ver al hombre bajo
el peso del pecado como internamente corrompido, ne cesitado, desde lo más profundo de su ser, de
la gracia y la salvación de Cristo. No en vano será Agustín su principal fuente de inspi ración. En
efecto, después de un inicio de su carrera teológica en continuidad con la teología precedente, la
preocupación de Lutero será la de expresar en términos «existenciales» la doctrina del peca do
original, reducida por la escolástica a la noción abstracta de «privación de la justicia original». El
hombre pecador es el que existe en concreto, y el pecado es la fuerza que lo opone a Dios y le hace
resistirse a él; es la condición «camal» (en sentido bíblico) del hom bre, que se reduce, en último
término, a la falta de fe.

Aportes principales de los 5 cánones de la sesión V del Concilio de Trento sobre el


pecado original: La doctrina del concilio de Trento sobre el pecado original no es
sustancialmente nueva en relación con los estadios anteriores de la tradición. Hemos visto
que se hace amplio uso de textos de los con cilios de Cartago y Orange. Tampoco eran
necesarias muchas nue vas precisiones en el contexto histórico concreto. Sólo el canon 5
significa de algún modo una «novedad» en el sentido de precisión doctrinal, y la
formulación es más bien negativa: en el justificado no permanece propia y estrictamente el
pecado. Pero sí es «pecado» el estado del hombre previo a la justificación.

¿Qué efecto tiene sobre el pecado la unidad de todos los hombres en Cristo? Las
declaraciones conciliares sobre la situación de pecado en que se halla el hombre antes de la
justificación no se han de ver sin referencia a la necesidad que todos tenemos de Cristo para la
salva ción y la redención.

¿En qué medida es necesaria la cooperación de todos los hombres en la salvación?


¿No basta la mediación de Cristo? Nuestra vocación a la unión con Jesús significa, lo hemos
puesto de relieve, la solidaridad entre los hombres. Ahora bien, ésta pide la cooperación de todos. El
cuerpo de Cristo se construye en la diversidad de dones que cada uno recibe para el bien común. La
solidaridad entre los hombres en el bien y el mal no resulta de un simple automatismo sin relación
con el ser del hombre, sino que tiene sus raíces en nuestra condición de seres so ciales. La
contribución de cada cual en el cumplimiento de su misión es necesaria para el bien del conjunto, y,
de la misma manera, el incumplimiento de esta función para bien de todos determina conse cuencias
negativas para los demás y para el conjunto.

¿Qué es, en general, la experiencia de pecado? ¿De dónde surge? (No en términos
bíblicos, sino antropológicos): Los aspectos positivos y negativos de esta vinculación de los
hombres entre sí se hallan indisociablemente uni dos. Decíamos al hablar del «estado original» que
éste significaba una posibilidad concreta que Dios dio al hombre de realizar su vida en armonía con
el designio divino en Cristo, y de ser mediador para otros de esta posibilidad. El pecado significa
que esta cooperación a la obra de Dios no ha sido aceptada, y que, en consecuencia, no existe esta
situación de presencia de Dios y de gracia que nos impul saría hacia el bien.

¿Qué se entiende por “estructuras de pecado”? En su origen no pueden ciertamente ser


separadas de las culpas personales; pero des pués, en su crecimiento y desarrollo, producen
situaciones de difícil superación y control aun por parte de quienes las han iniciado, y se convierten
a su vez en fuente de nuevos pecados.

Define el pecado original “originado”: La experiencia de ruptura interna y con el mundo y la


creación es tal que el hombre se siente como encadena do, incapaz de superar los asaltos del mal.
Cada uno sufre las conse cuencias de esta ruptura interna y externa, pero ésta afecta también, según
el concilio, a toda la vida humana, individual y colectiva.

¿El pecado original se transmite de padres a hijos por generación? ¿Sí? ¿No? ¿Por
qué? Si a todos afecta la fuerza del pecado, también los niños lo son, también son ellos víctimas de
este poder del mal. Si todo hombre se halla en la incapacidad para el bien, en la privación de gracia
y de amistad con Dios que se va a manifestar en sus opciones por el mal y sus pecados personales,
esto es también una realidad ya para el niño desde el momento en que viene al mundo. Su situación
es también de «pecado», ya que ésta no responde al designio de Dios. Está, por tanto, abocado al
mal y a la perdición como toda la humanidad.

¿Por qué se argumenta que también en los niños (inocentes, inconscientes) está
también presente el pecado original? ¿Cómo se libran de él y por qué? El caso de los
niños no debe constituir el eje del estudio del pecado original. Es en el pecado personal del adulto
donde se manifiesta en el mayor grado la falta de media ción positiva de gracia, la solidaridad
negativa en Adán; es la fuerza del pecado manifestada en los pecados personales la perspectiva que
domina en la Escritura y la que hay que tratar siempre de recuperar.

¿Qué decir de los niños muertos sin bautismo? Con san Agustín el problema se plantea
explícitamente y recibe la respuesta que ya conocemos: los niños muertos sin bautismo van al
infierno, aunque las penas que allí sufren son muy suaves. El concilio de Cartago camina en la
misma línea al negar un estado intermedio entre salvación y condenación.

¿Por qué no se sostiene una explicación del pecado original (originante) en clave de
evolución? El pecado tiene, por tanto, raíces y formas primarias en todos los niveles del universo,
aunque aparez ca como tal sólo cuando existe la libertad. Pero tiene en común con todas estas
fuerzas, que de algún modo lo explican, el hecho de ser antievolutivo, de oponerse a la
recapitulación de todo en Cristo.

¿A qué se refiere la expresión “pecado del mundo”? En las concepciones tradicionales del
pecado original se ha dado una importancia casi exclusiva al pecado de Adán para explicar el estado
de «pecado» en que el niño viene al mundo. Son suficiente mente claros al respecto los datos del
magisterio que hemos aducido y que no necesitamos repetir.

Relación entre el “pecado de Adán” y el “pecado del mundo”: La incidencia de toda la


historia de pecado en la situación del hombre que viene al mundo es algo comúnmente aceptado en
la teo logía católica actual, sin que esto tenga que implicar el desconoci miento de la importancia
del primer pecado.

Consecuencias del pecado original después del bautismo: En el bautismo, el hombre es


plenamente renovado y desaparece de él todo lo que tenga razón de pecado. Es la afirmación clara
del concilio de Trento, a la que ya nos hemos referido. Este constituye evidentemente un punto
indiscutido de partida para nuestra refle xión. Por otra parte, tenemos la experiencia cotidiana del
pecado de los bautizados.

A partir de Cristo, ¿puede ser definitiva la situación de “desgracia” en la que el


hombre se encuentra? La carencia de mediación de gracia, la situación de «desgracia» en la que
el hombre se encuen tra, no es nunca la única determinante de su relación con Dios. Está también la
mediación de la gracia de Cristo; el amor de Dios nunca abandona al hombre en esta vida. La
mediación superadora de la gracia se realiza y se hace visible de modo especial en la Iglesia y en los
sacramentos, y sobre todo en el del bautismo.

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