De Certeau Que Es Un Seminario

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE RIO CUARTO

FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS


DEPARTAMENTO DE HISTORIA
PROFESORADO EN HISTORIA
LICENCIATURA EN HISTORIA

CÁTEDRAS:

SEMINARIO DE HISTORIOGRAFÍA (6711)


SEMINARIO POLITICO Y CULTURAL (5412)

MATERIAL DE TRABAJO:

“¿Qué es un Seminario?” – Michel de Certeau

- Año 2009 -
UNRC – Facultad de Ciencias Humanas – Departamento de Historia
“¿Qué es un seminario?” – Michel de Certeau

“¿Qué es un seminario?”
seminario?”, por Michel de Certeau (1)

UN CONVERSADERO

Un seminario es un laboratorio común que permite a cada uno de los


participantes articular sus prácticas y sus propios conocimientos. Es
como si cada uno aportara el “diccionario” de sus materiales, de sus
experiencias, de sus ideas, y que por efectos de intercambios
necesariamente parciales y de hipótesis teóricas necesariamente provisorias,
le fuera imposible producir frases con ese rico vocabulario, es decir “bordar”
o poner en discurso sus informaciones, sus preguntas, sus proyectos, etc. Ese
lugar de intercambios instauradores podrá ser comparado a lo que en el
Loiret se llama un cacareo: una cita semanal en la plaza mayor,
laboratorio plural, en donde “los pasantes” se detienen el domingo para
producir, a la vez, un lenguaje común y discursos personales. Un
seminario consiste también en una política de la palabra, sobre la que
volveremos más adelante. Pero con relación al “conversadero”, el Seminario
presenta esta diferencia que no es la cita del palabreo, sino solo un lugar de
lenguaje, entre muchos otros, en una red que ya no implica una plaza mayor
ni un centro.
De esta forma, los efectos de producción discursiva que engendra
no son más que tangenciales en relación a la riqueza proliferante y
silenciosa de los viajeros que se detienen un rato en esta estación. Me
parece que la primera tarea en un Seminario es la de respetar lo que no se
dice, y más aún, lo que sucede allí sin que sepamos, y moderar las
ganas de articular, de empujar, de coordinar uno mismo las
intervenciones de cada quien: ellas vienen de demasiado lejos para poder
ser interpretadas; van demasiado lejos para ser circunscritas a un “lugar
común”.
Si el “conversadero” de Paris VII crea acontecimientos, como tú
decías, es probablemente porque buscamos, y por mi parte yo busco “tenerlo”
(como se “tiene” una dirección) entre dos maneras de dar a un Seminario
una identidad repetitiva que excluye la experiencia del tiempo: una,
didáctica, supone que el lugar está constituido por un discurso profesoral o

1
En: RICO DE SOTELO, Carmen (Coord.): Relecturas de Michel de Certeau. Universidad
Iberoamericana, México, 2006, pp. 41-51.
Aclaración: se han eliminado las notas y referencias presentes en el texto citado. Este
material es un fragmento seleccionado, para un uso exclusivamente didáctico, por el Lic.
Eduardo A. ESCUDERO (UNRC).

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“¿Qué es un seminario?” – Michel de Certeau

por el presagio de un maestro, es decir por la fuerza de un texto por la


autoridad de una voz; la otra, festiva y cuasi extática, pretende producir
el lugar por el mero intercambio de los sentimientos y las convicciones y
finalmente por la búsqueda de una experiencia de la expresión común.
Ambas maneras suprimen las diferencias al trabajar en un colectivo – la
primera aplastándolas bajo la ley de padre, la segunda borrándolas de
manera ficticia en el lirismo indefinido de una comunión casi maternal –.
Estos son dos tipos de unidad impuesta, uno demasiado “frio” (puesto que
excluye la palabra de los participantes), el otro demasiado caliente
(excluye las diferencias de lugares, de historias y de métodos que resisten
al fervor de la comunicación).
La experiencia del tiempo comienza en un grupo con la explicación
de su pluralidad. Es necesario reconocerse diferentes (de una diferencia
que no puede ser superada por ninguna posición magisterial, por
ningún discurso particular, por ningún fervor festivo) para que un
Seminario se transforme en una historia común y parcial (un trabajo sobre y
entre diferencias), y para que la palabra se vuelva el instrumento de una
política (el elemento lingüístico de conflictos, de contratos, de sorpresas, en
suma, de procedimientos “demo-cráticos”.
Ciertamente nuestro seminario ha conocido momentos de euforia
comunicante o de dinámica de grupo y también momentos en los que
veían el pedido de que, desde mi lugar particular, situara y recogiera,
en un discurso las intervenciones de los participantes. Si bien es
normal que ello suceda, no debe ser norma, pues ella comprometería lo que,
en un grupo, puede ser experiencia política de la palabra (relaciones
discretas de fuerzas), creación de acontecimientos en el tiempo
(“nacimientos”, gracias a la relación con el otro) y producción de un lenguaje
dialogal (una comunicación relativa a diferencias mantenidas) – tres
elementos que se dan de manera conjunta.
Mi posición seria, más bien, de explicitar mi lugar particular en vez
de camuflarlo bajo un discurso supuestamente capaz de englobar a los
otros, de ofrecer la mayor cantidad de efectos posibles, teóricos y
prácticos, a la discusión del grupo, y recíprocamente reaccionar a
quienes intervienen, con un modo interrogativo que los incite a decir su
diferencia y a encontrar en las sugerencias que yo puede hacer el medio de
formularla más fuertemente. Los “modelos” teóricos propuestos tienen por
función recortar los límites (la particularidad de mis preguntas) y
hacer posibles unas desviaciones (la expresión de experiencias y de otras
preguntas). Por allí comienza el trabajo común que crea acontecimientos:

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una serie de diferenciaciones permite a cada uno especificar, paso a


paso, su propio camino en la masa de informaciones intercambiadas.

TRABAJOS PRÁCTICOS

¿Qué es un Seminario, en el fondo?, ¿Qué fue el nuestro?,


¿Cómo pensar nuestra práctica?
Oscilando en la historia de lo que ya hemos hecho y la utopía de lo
que restaría por hacer, zigzagueando en este entre-dos, quisiera solo
determinar algunos puntos que sobre el mapa, son las referencias de nuestro
viaje.
1) Parto del postulado de que, en lo que concierne a nuestro trabajo, la
Universidad no es más el lugar ni siquiera un lugar de investigación. Ella
no es para ninguno de nosotros, el campo de una confrontación técnica y
profesional con un real, ni el objeto de implicaciones políticas,
intelectuales o amorosas. En nuestro grupo, las prácticas efectivas de cada
uno se despliegan fuera de Paris VII. Por el contrario, en el espacio público y
marginal en el que se ha convertido la Universidad, regularmente pueden
efectuarse encuentros, capaces de apartarnos de los diferentes lugares
de donde venimos y donde trabajamos. Dicho de otra manera, un seminario
puede producir maneras de tomar distancia respecto de nuestras tareas
y posibilidades de volver a ellas de otro modo. En el trabajo de cada
uno, él abre una puerta de salida y de entrada. Es una suerte de
bastidor que cambia discretamente el o los lugares de nuestras
prácticas efectivas en escenarios de los cuales podemos apartarnos para
pensar y revisar la acción. Ella permite, así, un trabajo de bordes
(sobre los bordes). Ese bastidor no sabría convertirse en un doblete
especular de los lugares habitados, en un espacio en donde podrían ser
proyectados y expresados: no es ni el revés ni el espejo de la escena, sino un
margen que hace posible algunas operaciones correctoras sobre el texto.
Menos aún, es un lugar autónomo en donde un saber podría construirse
en paz. Ella solo introduce algo de juego en la opaca normatividad de los
lugares de trabajo. Este juego de (y sobre los) lugares abre un espacio
crítico. Tiene una doble condición de posibilidad: a) para no convertirse
en un señuelo, un espectáculo ilusorio, en simulacro de saber, la
práctica del grupo debe estar determinada por la elaboración de sus
relaciones con la “exterioridad”, o más bien por su situación de no ser más
que u procedimiento de salidas y de entradas relativas a localizaciones
sociales, profesionales, familiares, etc.; b) pero él “mantiene” esta noción
de distancia crítica por el cruce de las experiencias que entran y salen de

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allí, es decir, por un trabajo de confrontaciones entre investigaciones que el


seminario no crea. Dicho de otro modo, los discursos del grupo están
definidos, a la vez, por el hecho de un estar separados o privados de las
prácticas y de los lugares que analizamos juntos, y por una práctica de
palabra, por una gestión común de nuestros intercambios socio-lingüísticos.
2) En este lugar retirado (esta sala de trabajo, casi insular, en el 5º
piso de parís VII), ¿Cuáles eran o Cuáles pueden ser nuestras prácticas?
Generalmente hablando, ellas tienen por característica conservar en
este sitio su rol de ser un lugar de tránsito. No tienen por finalidad
construir un saber con las piedras aportadas por cada uno y edificar así un
lugar propio. Por el contrario, al modo de los intercambiadores en las rutas
o de shifters lingüísticos, son los procedimientos de “pasajes al otro” o
alteraciones. Ellos apuntan a restaurar, en el lugar (supuestamente propio y
limpio) del saber, de sus relaciones con su contrario, que acarrea a la vez
una desapropiación y una suciedad. En suma, ensuciamos el lugar
propio/limpio”, como los niños que reintroducen su historia en el texto del
alumno puntuándolo con manchas y borrones. Sobre esa operación hay un
modelo proporcionado por Freud con el retorno de lo inhibido: en el lugar
que se pretendió propio y “limpio” gracias a una eliminación del otro,
he aquí que el expulsado reaparece como un espectro que altera,
“ensucia” y anda en los lugares. Este modelo sirvió de punto de partida a
nuestro Seminario de este año, pues el supone cantidad de
implicaciones que cuestionan suertes diversas de lugares propios (el lugar
propio del sujeto de saber con relación al objeto estudiado, el lugar propio de
una cientificidad con relación a las prácticas sociales o literarias, etc.), y
permite analizar los retornos del otro al lugar mismo que se había creído
propio. Dos momentos de este proceso están, además, netamente
articulados; por una parte, una distinción o separación entre lo propio
y lo no-propio; por la otra, la mezcla y como la “bastardía” de lo que
pasa en el espacio adonde llegan los espectros que no deberían
encontrarse allí.
Nuestro método podría tener por fundamento una teoría de la
bastardía. Y no porque tenga por finalidad trasgredir y atravesar las
fronteras establecidas. Se trata más bien de dar cuenta de lo que se produce
efectivamente: la implicación del sujeto en su estudio, el retorno de la ficción
en la cientificidad, la porosidad entre los procedimientos “técnicos” y las
maneras de hacer ”comunes”, las ambivalencias de los lugares, etc.
Fenómenos de tránsitos, de combinaciones, de relaciones entre elementos
diferentes en el mismo espacio, etc., requieren ser analizados por ellos
mismos, a fin de que una teoría explicite las reglas y los modelos

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conformes a lo que realmente la experiencia de la investigación. Hay que


encontrar un rigor proporcionado a esta “mixidad” o bastardía de hecho, y
dejar de yuxtaponer a la experiencia de trabajo una definición onírica y
atópica de campos propios y “limpios”.
En la práctica del Seminario, se ponían en evidencia procedimientos
de análisis y modos de interrogación que habría que especificar: la
alternancia entre las sesiones dedicadas a conferencias sobre modelos
teóricos y las sesiones reservadas a relatos o historiografías de
investigaciones concretas (ello permite efectos de unas sobre las otras sin
confundirlas); el privilegio acordado a la narratividad como instrumento
de análisis, en cuanto ella es una imbricación de datos observados y de
implicancias subjetivas y también la combinación de una teoría explicativa
referencial y de sus excepciones; el examen de los conflictos de poder
implicados en el intercambio de palabras; la explicación de la historia
(una pluralidad de estratos de interacción) que está replegada en un mismo
lugar, y que hace en realidad de todo lugar una experiencia ambivalente del
tiempo; la heterogeneidad en el acto de enunciación y el sistema de
enunciados en donde se produce, etcétera.
Todos estos modos nos remiten al objeto de nuestra investigación. Es
que las prácticas de nuestro análisis no pueden ser heterogéneas a las
prácticas socioculturales que estudiamos. Al menos esta posición de
principio está ligada al hecho que el Seminario no constituye un lugar
“propio” y que los procedimientos de la investigación no son
fundamentalmente distintos de los procedimientos o de las “maneras de
hacer” comunes. Solo desde el punto de vista metodológico era
importante que el Seminario viajara fuera de Paris VII – como lo
hemos hecho, por ejemplo, encontrándonos en otros diversos lugares –
o que hubiera exceso de reuniones, no previstas por el calendario
universitario. Además de que esas “salidas” permitían experiencias más
concretas e intercambios más libres, rompían la ficción seductora de un
lugar y un tiempo propios. Explicitaban o restauraban la relación de nuestro
trabajo con su “exterioridad”. Al atravesar la frontera artificial entre las
prácticas de un Seminario y otras prácticas que en principio están
excluidas de él (comer, beber, charlar sobre la historia personal
invertida en un trabajo, hacer una experiencia de red local en la que se
inscribe una investigación, etc.), ellas nos facilitaban una elucidación de
reciproca de nuestras “maneras” de estudiar y de las maneras de hacer que
nosotros estudiábamos. Nos quitaban así la ilusión de una especificidad
científica que se sostiene, en gran parte, por el mero hecho de reunirse en
un lugar universitario y estimulaban, por la percepción de aspectos

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desatendidos, la exigencia de analizar la complejidad intrincada de las


prácticas más simples.
3) En cuanto a esas prácticas socio-culturales, objeto del
Seminario, no designaban, evidentemente, comportamientos objetivos,
sino operaciones transformadoras: maneras de leer (de producir sentido
al atravesar un texto), de enunciarse en un idioma que no es el
propio, de maquillarse (de hacerse un rostro con el código de las
simulaciones sociales), de organizarse trayectorias en un orden urbano
construido, de “dar golpes” en el imbroglio de una política local o de un
sistema familiar, etc. Cada una de esas prácticas es un arte de jugar en un
espacio impuesto (un orden) y con una coyuntura (“oportunidades”). He
denominado tácticas a esas maneras de “dar vueltas” a los datos impuestos
por un sistema dominante y de crear allí un juego con otras combinaciones
temporales. Las distingo de las estrategias, que definen la capacidad de
aislar un mundo autónomo de poder, de explicar un querer propio y de
calcular relaciones de fuerza con un “ambiente” distinto. Nuestro
propósito era analizar esas tácticas, manipulaciones inestables de
relaciones estables, astucias ligadas a un no-poder y al instante,
operaciones complejas basadas en un “olfato”, y preguntarnos cuales
modelos teóricos y que tipos de escritura pueden dar cuenta de ellas.
Pregunta tanto más importante cuanto que esas “tácticas” constituyen la
inmensa mayoría de las prácticas sociales, y cuanto que la observación
científica no retiene, a menudo, más que lo que se conforma a sus
esquemas operativos, supuestamente más racionales y en todo caso
simplificadores.
Surgido sobre investigaciones sobre la cultura popular y en el
funcionamiento efectivo de las representaciones, este trabajo plantea
numerosas cuestiones: la creatividad de los “consumidores”, poetas y
artistas desconocidos; la relación de este arte de “dar golpes” mediante el
sistema dentro del cual él se desarrolla; la homología de las “acciones
puntuales” sociales y políticas; la experiencia del tiempo que implica una
pertinencia del instante de esas tácticas; la relación de esas astucias
con los lugares donde ellas se producen y que se pueden analizar con
rompecabezas de fragmentos estratificados que juegan unos sobre otros;
la función de esas tácticas, susceptibles de ser consideradas como
articulaciones operacionales entre sistemas (codificaciones producidas) y
cuerpos (lugares opacos de determinismos, de necesidades y de gozos);
las revoluciones silenciosas que produce esa actividad hormigueante,
etc. Pero todas estas cuestiones componen el bochinche de nuestro
conversadero.

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LUGARES DE LA INVESTIGACIÓN

Por otra parte, es necesario señalar que, con relación al Centro


Nacional de Investigación Cientifica {CNRS, por sus siglas en francés} o a
otras instituciones a menudo constituidas en campos encerrados entre
paredes de una erudición para privilegiados, sin responsabilidad social
y sin relaciones regulares con el flujo de investigaciones de los
estudiantes, las universidades ofrecen espacios de confrontaciones
permanentes con demandas e innovaciones que los “investigadores”
patentados ya no perciben. Me siento a gusto en Paris VII a causa de ello. A
las grandes escuelas “familiares” o a las estructuras insulares de la
investigación, homes para una intelligentsia finalmente tranquila en casa,
yo prefiero estos lugares universitarios (además, lentamente
proletarizados respecto a la elite que vive en frente): aquí es posible una
colaboración viva con todos aquellos que, aunque su presencia ya es por
si misma una selección, llegan como viajeros a los anfiteatros con
exigencias, experiencias y ambiciones venidos de todas partes, desde muy
lejos. Es cierto que la “miseria” alcanza esos lugares. Pero por esta
misma razón, probablemente, el intelectual puede encontraren esta
colaboración otra figura social y otro papel técnico, mucho más que en las
células con aire acondicionado desde donde se juzga, con altura, la
degradación de las universidades.
Dicho esto, las universidades no sabrían ser trasformadas en
casas cerradas del saber o de un poder del saber. Por otra parte, hace ya
mucho tiempo que, al menos en las unidades de Estudio e investigación
(UER) de ciencias humanas, lo saben los estudiantes y buen número de
docentes. Lo decíamos a propósito de un Seminario particular; se trata más
bien de buscar como el trabajo que allí se hace, público y marginal, puede
articularse sobre el conjunto de las prácticas sociales. Esta conexión
resultará de limitaciones económicas, de experiencias científicas y de
confrontaciones políticas. Para terminar, subrayaré solo tres puntos que se
desprenden de nuestra investigación particular.
a) Un trabajo teórico y técnico (la crítica ideológica no basta)
debe combatir el corte social sobre el cual se articula la constitución
de campos intelectuales “propios”: la separación entre lo que es “científico”
y lo que no lo es. Así, el análisis de las prácticas o “maneras de hacerlo” tal
como lo emprendimos, muestra, de un lado y del otro de esta frontera, la
presencia del mismo tipo de “tácticas”: aquí y allí, las mismas astucias

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“ocasionales”, las mismas maneras de otra cosa que lo hace, los mismos
“golpes” relativos a una coyuntura y a unos destinatarios, etc. Pero la
apariencia de las instituciones científicas (y todas las iniciaciones
necesarias a una agregatura) hace pasar las prácticas internas por
cualitativamente superiores a las prácticas “externas” y protege esta
diferencia. Quizá en esta perspectiva y a pesar del terrorismo primario al
que dio lugar en asunto de Lyssenko, haya que volver al principio
inicial de la “ciencia proletaria”: a saber que hay una ciencia de las
prácticas en el obrero o en el
alma de casa tanto como en el investigador, y que no se puede
jerarquizar su competencia según criterios sociales.
b) El trabajo de devolver su legitimidad socio-cultural y de dar
estatuto teórico a estas “maneras de hacer” comunes de alcance político, en
la medida en que ello contribuye a proveer referentes a la una acción
colectiva. La concientización política de experiencias sociales reducidas
por largo tiempo al silencio, ha tenido siempre como condición de
posibilidad la producción de análisis técnicos y revalorizaciones
simbólicas. Así ha sido para las culturas oprimidas o para conductas
reprimidas. Desde este punto de vista, nuestra investigación, ligadas a
otras, no es directamente, sin duda alguna, una acción política, pero
ella le prepara los instrumentos. Se inscribe necesariamente, por otra
parte, en una red de compromisos políticos previos y conjuntos.
c) Por su objeto preciso como por sus expectativas, este proyecto
no sabría circunscribirse a un lugar universitario. Implica un juego
sobre una pluralidad de lugares. El paisaje periódico por una escala
universitaria no representa más que una puntuación de momentos críticos
en el texto de nuestras actividades sociales. Esta operación universitaria
no puede, me parece, ser “mantenida”, en su función marginal, por la
sola autocrítica ni por la sola elucidación de sus necesarios vínculos con
las experiencias que la atraviesan de tanto en tanto; le es necesario
relacionarse de un modo más estructural con lugares de acción y con
colectividades efectivas. Habría que apuntar a relaciones más estrechas
entre unidades universitarias y núcleos sociales fuertemente implantados
– unas, más abiertas, otros más estables. No por una confusión de
géneros, que es siempre nefasta, sino con miras a conexiones para el
mantenimiento de las diferencias. Y hemos hablado de los propósitos
de relaciones posibles entre la UER de etno-antropología y otros
lugares. Hay muchas otras fórmulas. Si, como lo creo, la teoría se
aloja siempre en un apartado respecto a la institución, encontrará, por
esta estructura plural, su condición de posibilidad.

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