Cartas Epicuro
Cartas Epicuro
Cartas Epicuro
(D. L ., X, 1 2 2 - 1 3 5 )
Epicuro a Meneceo, salud.
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Un recto conocimiento de estos deseos sabe, en efec
to, supeditar toda elección o rechazo a la salud del
cuerpo y a la serenidad del alma, porque esto es la
culminación de la vida feliz. En razón de esto todo
lo hacemos, para no tener dolor en el cuerpo ni tur
bación en el alma. Una vez lo hayamos conseguido,
cualquier tempestad del alma amainará, no teniendo
el ser viviente que encaminar sus pasos hacia algu
na cosa de la que carece ni buscar ninguna otra cosa
con la que colmar el bien del alma y del cuerpo. Pues
entonces tenemos necesidad del placer, cuando su
frimos por su ausencia, pero cuando no sufrimos ya
no necesitamos del placer. Y por esto decimos que
el placer es [129] principio y culminación de la vida
feliz. Al placer, en efecto, reconocemos como el bien
primero, a nosotros connatural, de él partimos para
toda elección y rechazo y a él llegamos juzgando todo
bien con la sensación como norma. Y como éste es
el bien primero y connatural, precisamente por ello
no elegimos todos los placeres, sino que hay ocasio
nes en que soslayamos muchos, cuando de ellos se
sigue para nosotros una molestia mayor.
También muchos dolores estimamos preferibles a
los placeres cuando, tras largo tiempo de sufrirlos, nos
acompaña mayor placer. Ciertamente todo placer es
un bien por su conformidad con la naturaleza y, sin
embargo, no todo placer es elegible; así como tam
bién todo dolor es un mal [130], pero no todo dolor
siempre ha de evitarse. Conviene juzgar todas estas
cosas con el cálculo y la consideración de lo útil y de
lo inconveniente, porque en algunas circunstancias
nos servimos del bien como de un mal y, viceversa,
del mal como de un bien.
También a la autosuficiencia la consideramos un
gran bien, no para que siempre nos sirvamos de poco
sino para que, si no tenemos mucho, nos contentemos
con poco, auténticamente convencidos de que más
agradablemente gozan de la abundancia quienes me
nos tienen necesidad de ella y de que todo lo natural es
fácilmente procurable y lo vano difícil de obtener. Ade
más los alimentos sencillos proporcionan igual placer
que una comida excelente, una vez que se elimina del
todo el dolor [131] de la necesidad, y pan y agua pro
curan el máximo placer cuando los consume alguien
que los necesita. Acostumbrarse a comidas sencillas y
sobrias proporciona salud, hace al hombre solícito en
las ocupaciones necesarias de la vida, nos dispone me
jor cuando alguna que otra vez accedemos a alimentos
exquisitos y nos hace impávidos ante el azar.
Cuando, por tanto, decimos que el placer es fin no
nos referimos a los placeres de los disolutos o a los que
se dan en el goce, como creen algunos que desconocen
o no están de acuerdo o mal interpretan nuestra doctri
na, sino al no sufrir dolor en el cuerpo ni turbación en
el [132] alma. Pues ni banquetes ni orgías constantes ni
disfrutar de muchachos ni de mujeres ni de peces ni de
las demás cosas que ofrece una mesa lujosa engendran
una vida feliz, sino un cálculo prudente que investigue
las causas de toda elección y rechazo y disipe las falsas
opiniones de las que nace la más grande turbación que
se adueña del alma. De todas estas cosas, el principio y
el mayor bien es la prudencia. Por ello la prudencia es
incluso más apreciable que la filosofía; de ella nacen to
das las demás virtudes, porque enseña que no es posi
ble vivir feliz sin vivir sensata, honesta y justamente, ni
vivir sensata, honesta y justamente sin vivir feliz. Las
virtudes, en efecto, están unidas a la vida feliz y el vivir
feliz es inseparable de ellas.
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