Protágoras 2023
Protágoras 2023
Protágoras 2023
Protágoras
Marisa Divenosa (Draft)
¿Qué es un sofista?
Durante los siglos V-IV a.C. los campos disciplinares que hoy podemos
discriminar con cierta claridad -la filosofía, la política, la oratoria, la
literatura, etc.-, todavía no aparecían diferenciados con nitidez, porque
estaban constituyéndose, cada uno en su particularidad. Es por esto que no
debe asombrarnos que muchas veces Gorgias aparezca adjetivado de sofista,
pero otras se lo ubique entre los oradores. Veremos que de ningún modo su
propuesta -como la de los demás sofistas- es extraña al campo de la filosofía.
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los philo-sophoí -ávidos/amigos de sabiduría- y los sophistaí, sin que en un
principio pudiera establecerse entre ellos demasiada diferencia conceptual.
Así, los poetas, los músicos o los profetas son igualmente sophistaí, con lo
que comprobamos que el término no tiene en principio -como tendrá
posteriormente- connotación negativa alguna.
Si lo supieras todo, Sócrates, verías que, por así decirlo, [la oratoria]
abraza y tiene bajo su dominio la potencia de todas las artes. Voy a
darte una prueba convincente. Me ha sucedido ya muchas veces que,
acompañando a mi hermano y a otros médicos a casa de uno de esos
enfermos que no quieren tomar la medicina o confiarse al médico
para una operación o cauterización, cuando el médico no podía
convencerle, yo lo conseguí sin otro auxilio que el de la retórica. Si
un médico y un orador van a cualquier ciudad y se entabla un debate
en la asamblea o en alguna otra reunión sobre cuál de los dos ha de
ser elegido como médico, yo te aseguro que no se hará ningún caso
del médico, y que, si él lo quiere, será elegido el orador. Del mismo
modo, frente a otro artesano cualquiera, el orador conseguiría que se
le eligiera con preferencia a otro, pues no hay materia sobre la que no
pueda hablar ante la multitud con más persuasión que otro alguno,
cualquiera que sea la profesión de éste. Tal es la potencia de la
retórica y hasta tal punto alcanza; no obstante, Sócrates, es preciso
utilizar la retórica del mismo modo que los demás medios de
combate. (Gorg. 456a-d)
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En el diálogo Protágoras de Platón también aparece caracterizada la
actividad sofística. El personaje ‘Protágoras’ nos dice que, antes que él, los
sofistas evitaban ser descubiertos como tales.
Pues yo sostengo que la técnica sofística es antigua, pero que los que
la practicaban entre los antiguos, temiendo su aspecto odioso, le
pusieron una máscara y la ocultaron, unos, con la poesía, al estilo de
Homero, de Hesíodo y de Simónides, y otros hicieron a su vez lo
mismo con los misterios religiosos y oráculos, como Orfeo y Museo; y
tengo entendido que algunos también la ocultaron en la técnica de la
gimnasia, como Icos de Tarento, y como hace ahora mismo Heródico
de Selimbria, la antigua Megara, que no es en nada inferior a un
sofista. Lo mismo que Agátocles, el conciudadano de ustedes, que
siendo un gran sofista lo enmascaró con la música, así como
Pítoclides de Ceos y muchos otros. Todos, como digo, temiendo la
envidia, utilizaron estas técnicas como una máscara. (Prot. 316d-e)
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hoy la crítica considera que hay unidad entre ellos- se interesó por
establecer características diferenciadoras de lo natural y de lo convencional,
y parece haber escrito una obra sobre la retórica. Sin dudas, todas las listas
de sofistas están encabezadas por Protágora de Abdera y por Gorgias de
Leontini, los dos referentes de este grupo de pensadores que, en opinión de
George Kerferd -El movimiento sofistico (publicado en 1981 en la versión
inglesa, pero desde este año ya circula en castellano)- son sus mejores
representantes. Este crítico sostiene que, a pesar de la heterogeneidad del
grupo, a pesar de que no existe una escuela de sofistas que unifique su perfil
ni existe unidad doctrinal entre ellos, es posible señalar un cierto núcleo de
características, que hace posible considerarlos parte de un movimiento.
Uno de los puntos sobre los que el crítico erige esta idea del
movimiento, es que son intelectuales que aparece en Atenas como respuesta
a necesidades de un escenario caracterizado por el proceso de
democratización instalado por Pericles en el siglo V a.C. Era necesario estar
preparados para las exigencias de que el pueblo conservara el poder y de que
los más aptos ocuparan los cargos públicos. Sin dudas la realidad del
momento introdujo numerosas innovaciones y colocó a los ciudadanos en
situaciones inéditas hasta entonces. Una Atenas en la que el hombre común
debía tomar necesariamente responsabilidades políticas, debía hacerse cargo
de sus acusaciones o defensas en el tribunal y dirimir cuestiones públicas se
perfiló como el lugar ideal para estos maestros de virtud y de oratoria. En
este sentido, como G. Kerferd declara, esta elite que aparece en la vida
política responde a una necesidad social y política concreta y comienza a
delimitar su rol a partir de las actividades ya existentes cercanas a sus
objetivos: poetas, oradores y todo personaje portador de saber reconocido
socialmente.
Al tratar de delimitar un núcleo de lo sofístico, hay cierto acuerdo en
los puntos mínimos que vamos a enumerar. En primer lugar, no son
atenienses, sino que son maestros itinerantes, extranjeros de Atenas.
Provienen de otras ciudades o de islas cercanas al continente, y esto ya
induce a pensar que tendrían miradas heterogéneas sobre las cosas. El
hecho de visitar ciudades diferentes debió darles elementos para considerar
que las leyes y costumbres son fruto de convención, de factores particulares
de cada grupo, lo cual se convierte en la levadura de un relativismo que
suele señalarse también como parte de lo sofístico. Por otro lado, el hecho de
cobrar por sus enseñanzas también es un rasgo que los hermana. Es parte
de lo que L. Brisson (2000:117), por ejemplo, señala como su
profesionalización. El crítico nos recuerda que, en esta perspectiva, en el
Protágoras (315a) se hace patente que el sofista tiene un discípulo, Antímero
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de Mendes, interesado en volverse sofista, pero que hay otros que
simplemente aprenderá el contenido de sus lecciones para devenir mejores
en cuestiones políticas. Esta profesionalización implicó que las enseñanzas a
veces fueran impartidas en las casas de los alumnos y quedaran en la esfera
privada, siempre a cambio de una suma importante de dinero. Las fuentes
antiguas refieren que cobraban en general sumas muy altas por sus clases,
razón por la cual es evidente que sus enseñanzas no podían ser alcanzadas
por todos. Por otro lado, se ha visto en este hecho del cobro la razón por la
cual eran vistos críticamente. Pero A. Nightingale y L. Brisson nos dicen que
el problema principal tal vez no fue ni el cobro ni la pretensión oratoria, sino
el sentimiento de resistencia de la sociedad ateniense, acerca del hecho de
que hombres provenientes de otra cultura, se encargaran de aconsejar y de
dictaminar cuál era el mejor modo de vivir ateniense.
Lo que es indiscutible es que en los diálogos de Platón las prácticas
sofísticas aparecen evaluadas y se pone a prueba lo que estos intelectuales
proponen. Pero es elocuente que el filósofo se ocupe tanto de ellos y haya
puesto como interlocutores del personaje Sócrates a ‘Gorgias’, ‘Protágoras’,
‘Hipias’, ‘Trasímaco’, ‘Pródico’, todos personajes que traían a la escena a los
sofistas de los que toman sus nombres. Podríamos ver esta presencia en los
diálogos de Platón casi como un homenaje, porque un contrincante de poca
monta no merecería ni siquiera nuestra refutación. En el caso de Protágoras,
por otro lado, el filósofo lo presenta muy respetuosamente, tanto en el
Protágoras como en Teeteto, y por momentos parece mostrar su valor.
Otro rasgo común entre los sofistas era que realizaban exégesis de
producciones poéticas. Conocían bien el contenido de los poemas
tradicionales griegos, y los utilizaban como instrumento de enseñanza. Lo
mismo aparece con la interpretación o referencias a mitos o a personajes
míticos, como veremos en Gorgias.
La preocupación por la naturaleza de la virtud y de su enseñanza es
otro de los elementos compartidos en este núcleo común. Y en esto se
amalgaman con la preocupación socrática que aparece repetidamente en los
llamados diálogos tempranos de Platón -Eutifrón, Laques, Protágoras, etc.-:
¿la virtud es enseñable?
Sumemos a estos rasgos el de la presencia de cierta preocupación por
la retórica y una reflexión sobre el lenguaje, que también aparece en la
generalidad de estos maestros. Diógenes Laercio (80A1) nos dice que
Protágoras fue el primero en preocuparse por el kairós. El kairós, el
‘momento oportuno’, es un concepto nodal en la oratoria de la época. El
orador tiene que saber cuál es el momento justo para hablar y para callar,
tiene que saber cuál es el registro que debe utilizar en cada caso, debe saber
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cuánto debe hablar y qué no mencionar, etc. Todo esto es parte del kairós,
que parece haber sido objeto de la reflexión del Abderita.
Una variable importante a tener en cuenta, especialmente respecto de
esto último, es que en el siglo V a.C. la escritura comienza a tener una
circulación mayor que en épocas precedentes, lo cual cambia la forma de
percibir y de interpretar la realidad. El discurso se hace objeto de reflexión,
porque la escritura permite objetivar el pensamiento. En una cultura de
oralidad pura, la organización de la información con la que se construye el
mundo está supeditada a sostener lo que E. Havelock -La Musa aprende a
escribir, 1996:103- llama “el habla almacenada”: un reservorio tradicional,
para que cada cultura no se disuelva en cada generación. En ella, se
desarrollan estrategias sumamente importantes para maximizar la
capacidad memorística -las producciones tienen ritmo, hay una musicalidad
en la forma y en el contenido, una sintaxis específica, etc.-. Con la escritura
se abre un espacio potencialmente infinito de almacenamiento y los temas de
producción también se independizan de los contextos de producción. Pero,
sobre todo, la escritura posibilita una distancia respecto del pensamiento del
aquí y del ahora, generándose así un espacio para la reflexión. Y
precisamente lo primero sobre lo que recae la reflexión es sobre el
‘instrumento lenguaje’, sus potencialidades, sus límites. El lógos mismo se
vuelve contenido del lógos. Esto nos da pistas para comprender por qué se
da este auge de la oratoria.
Lo que venimos diciendo hasta aquí nos instala completamente en el
terreno filosófico. De hecho, L. Brisson pasa revista a diferentes frentes
especulativos que constituyeron el contenido de la paideía o la propuesta
educativa sofística, y que han interpelado a Platón y a Aristóteles,
precisamente por tratarse de cuestionamientos filosóficos:
a. Problemas lingüísticos: La corrección de los nombres (orthótes
onomáton), el estilo correcto (orthoépeia), la preocupación por
establecer con minuciosidad la significación de un término son
cuestiones atribuidas a las preocupaciones de Protágoras y de Pródico,
por ejemplo. Platón se ha encargado de criticar vivamente sus
posiciones en el Fedro y en el Crátilo.
b. Cuestionamientos retóricos: Como veremos en lo que sigue, el Encomio
de Helena gorgiano se vuelve un punto obligado de atención sobre este
tema. Desde el punto de vista de Platón, tenemos en el tipo de oratoria
que propone el sofista una práctica que permite persuadir en base a
opiniones desentendidas de la verdad. Así lo discute largamente en el
diálogo Gorgias. El juego constante con lo verosímil delinea una
retórica engañosa, cercana a la erística, repleta de azar, en lugar de
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una propuesta metodológica que permitan llegar fehacientemente a la
verdad, como es el caso de la dialéctica propuesto por Platón.
c. Planteos erísticos: El término remite a éris, ‘disputa’, y se refiere a las
disputas verbales en las que lo único que cuenta es dejar al
interlocutor sin respuestas. Muchas veces se identifica a los erísticos
con los antilógicos -anti: ‘contra’, ‘opuesto’; lógos: ‘discurso’-, aunque
estos últimos son quienes sostendrían que sobre toda cosa hay
discursos opuestos. La estrategia para desarticular al interlocutor es,
partiendo de su posición, lograr que asuma la contraria, de modo que
debe admitir contradicción en sus dichos. Platón se ha ocupado de
poner en escena situaciones erísticas y antilógicas, para desarmar sus
mecanismos, en Teeteto y en Eutidemo.
d. Problemas epistemológicos: El problema de la percepción, del abordaje
cognoscitivo de la realidad, de los límites de nuestro conocimiento
como parte de la preocupación sofística está atestiguado claramente
en el relativismo de Protágoras -al menos tal como lo discute Platón en
el Teeteto. Veremos esto en detalle cuando nos ocupemos del sofista,
pero adelantemos ya que el planteo deriva en un profundo
cuestionamiento ontológico. ¿Lo percibido se percibe tal cual es? ¿Las
cualidades percibidas tienen existencia más allá del perceptor? Estas
preguntas muestran las derivas del planteo epistemológico, que no
solo preocupó a Protágoras, sino también a Gorgias.
e. Planteos teológicos: Algunos sofistas hicieron extenso al ámbito
teológico, el límite que marcaron respecto de la posibilidad general de
conocer lo real. De hecho, Protágoras manifestó su agnosticismo en el
fragmento 4 que se le atribuye: “Sobre los dioses no puedo tener la
certeza de que existen ni de que no existen, (…) por la imprecisión del
asunto y por la brevedad de la vida humana”.
f. Reflexiones etico-políticas: En planteos de Hipias, de Antifonte, del
Trasímaco del libro I de República, del Calicles de Gorgias, entre otras
fuentes, aparece una controversia que canónicamente se ha
presentado como propia de la sofística: la oposición phýsis-nómos. En
términos simples, se trata de dos órdenes en pugna: el propio de lo
natural -necesario, expansivo y que busca la propia satisfacción-, y el
de lo convencional -contingente y cambiante según el momento y la
sociedad, que debe imponer límites para cuidar/respetar la integridad
del otro-. Los argumentos que tematizan esta tensión se abocan a
cuestiones políticas, centrados en la pregunta sobre el origen y la
organización de la sociedad, sobre el concepto de justicia y el de
libertad.
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Como puede verse en esta rápida revisión, los sofistas no han sido
menos filósofos que los consagrados por la tradición bajo tal nombre.
No quisiera terminar este apartado sin recordar que las fuentes del
pensamiento sofístico son, como en el caso de los llamados presocráticos,
fragmentarias. Esto conlleva el gran problema de encontrarnos no solo con
un rompecabezas que debe ser interpretado muy minuciosamente, sino
también con el hecho de que estamos siempre frente a un pensamiento que
está en estado de problema o, dicho de otro modo, que necesita siempre de
una nueva revisión. Como en el caso de los presocráticos, encontramos el
material organizado por H. Diels y W. Kranz en testimonios (A), fragmentos
(B) e imitaciones (C), en número y calidad variable, respecto de cada sofista.
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de los contextos de análisis diversos, aparece puntualmente el fragmento 1
(= 80B1):
«el hombre es medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son
y de las que no son, en cuanto no son”.
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pensando en el hombre universalmente concebido; lo entiende en términos
generales, alude al genérico “hombre”, al Hombre con mayúsculas. “El
Hombre es medida” en tanto construye su mundo de manera diferente, por
ejemplo, de la manera que tienen otros seres vivos de hacerlo. El hombre
construye el mundo humano, y vive en el mundo que le corresponde.
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La enfermedad es mala para el enfermo pero buena para el médico; la
muerte es mala para el que muere pero es buena para las empresas
funerarias y para los sepultureros; el obtener una buena cosecha de la
agricultura es bueno para los agricultores, pero es malo para los
comerciantes; que las embarcaciones se caigan y choquen y naufraguen
es malo para el armador, pero bueno para el constructor.
las cosas en las que estamos comprometidos (…); es decir, cosas con las
que estamos decididamente relacionados. Entonces no tiene sentido
hablar de manera grandilocuente sobre lo que las cosas pueden o no
pueden ser en sí mismas. Lo que tenemos que tener en cuenta, y sobre
lo que tenemos que concentrarnos, es en lo que ellas son para nosotros
en el mundo en el que vivimos, en el mundo en el cual nuestra relación
con las cosas, nuestras vivencias, son decisivas.
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D. El cuarto elemento del fragmento que demanda interpretación es una
expresión: hos ésti, “que es/son”, y hos oúk ésti, “que no es/son”. En
general, hay consenso en considerar el valor existencial de ese verbo ésti, por
lo cual la dificultad no estaría tanto en el verbo, sino en la partícula
adverbial hos: “como”, “que”. Sin duda estos dos son los valores más
frecuentes de la partícula, pero ella puede tener también un sentido
temporal: “tanto tiempo como”, “al mismo tiempo que”, que realza los rasgos
de relatividad que aportados por las interpretaciones de los conceptos
anteriores. Recordemos asimismo un dato transmitido por Diógenes Laercio
en su primer testimonio sobre la vida de Protágoras, referido a una
dimensión temporal que le interesó: el sofista -nos dice Laercio- fue el
primero en haber dado importancia al kairós, “momento justo”, “momento
oportuno”, “ocasión”. Este concepto fue muy querido a la oratoria: el orador
tiene que conocer el momento justo para hablar y para callar, y tiene que
conocer muy bien también qué decir y qué no decir; el kairós determina el
contenido y la forma del discurso. Por supuesto que esto no significa
deshonestidad intelectual por parte del orador; se trata de lograr eficacia y
persuasión, adecuando el discurso a la ocasión presente. Conocer cómo
hacer esto es conocer el kairós, el momento adecuado. Si le creemos a
Diógenes Laercio respecto de la sensibilidad de Protágoras hacia el kairós, tal
vez podamos explicarnos su idea de que las cosas se delimitan para cada
cual en cada momento, en cada ocasión en que devienen útiles para él, en
su contexto cultural y social, y que en esta dinámica se va dibujando
nuestro mundo, siempre provisorio y cambiante.
Si hacemos ahora el ensayo de traducir el fragmento en base a lo
analizado, tendríamos que “el hombre culturalmente contextualizado es el
parámetro de todas las cosas (o los asuntos), que existen tanto tiempo como
/ mientras son (útiles o convenientes) para él”.
Con los elementos teóricos revisados hasta aquí, veamos cómo
podemos ampliar nuestro conocimiento del relativismo de Protágoras, a
partir de los aporte de Platón, en su Teeteto y su Protágoras. Sepamos que,
mientras que en primero de estos diálogos el interés primordial del filósofo es
de naturaleza epistemológica, en el segundo toma matices más claramente
ético-políticos.
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Hemos seleccionado cuatro pasajes del Teeteto donde aparece
reconstruida la voz de Protágoras. Recordemos que, aunque es un diálogo de
datación discutida, hay consenso suficiente como para ubicarlo en la vejez o
madurez tardía de Platón. El problema que aborda allí, más allá de los
pasajes que nosotros vamos a leer, es el de la episteme: cuando hablamos de
conocimiento, ¿de qué hablamos?
En el primer pasaje aquí propuesto (151d-154b), Teeteto define que
“el conocimiento es percepción”. El personaje dice:
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El filósofo entiendo ánthropos de acuerdo con la primera de las
propuestas que referimos arriba: como un hombre particular, singular,
concreto. Como vimos, esta forma de pensar al hombre es problemática
respecto de la pretensión de Protágoras de ser maestro; pero Sócrates parece
estar hablando aquí de manera rápida y un poco desprolija, porque al llegar
al pasaje Teet. 168a, él mismo amplía la perspectiva:
...lo que parece a cada uno es, en efecto, así para él, ya sea un
particular o una ciudad.
¿No es verdad que, cuando sopla el mismo (autós) viento, para uno de
nosotros es frío y para otro no? (…) ¿Diremos, entonces, que el viento es
en sí mismo frío o no? (Teet. 152b)
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argumenta E. Schiappa (Protagoras and Logos, 2003), que sostiene que
Protágoras continúa en la misma línea que el efesio, porque para ambos las
cosas están constituidas por contrarios. De hecho, Platón mismo introduce a
Heráclito en el marco de la argumentación de Teeteto. Schiappa observa que
en tiempos de Protágoras habría empezado a verse un uso de adjetivos
neutros sustantivados, acompañados por el artículo que los sustantivan: lo
frío, lo caliente, lo blanco, lo negro. Esto evidencia que la cualidad -“blanco”
o “negro”, “frío” o “caliente”- empieza a pensarse con distinción de la cosa en
la cual aparece. Lo frío, lo caliente, no hablan de la mesa fría y del viento
caliente; por esto, Schiappa afirma que hay una mayor conceptualización,
una actividad analítica más profunda, en Protágoras, que en Heráclito, pero
que en el fondo no hay una diferencia sustancial entre la línea de reflexión
presentada por uno y por el otro. “Cada par de contrarios” -dice Schiappa-
“es coinstanciado en cada cosa” -es decir, es ejemplificado por cada cosa- “y
es eso lo que constituye la unidad de los contrarios”; la unidad es la cosa
misma, es un continuo que abarca, contiene dos cualidades contrarias. De
acuerdo con Schiappa, Protágoras dio una extensión lógica al planteo de
Heráclito, y agregó una reflexión importante sobre la relación entre lenguaje
y realidad. En este sentido, se volvió un eslabón fundamental para que luego
Platón y Aristóteles pudieran dar un salto cualitativo en la manera de
presentar tal relación entre lenguaje y realidad. De modo que, a partir de
Protágoras, las cualidades que residen en los objetos se entienden como
separables, como otras respecto de aquello en lo que se apoyan. Cada
hombre percibe, en el marco de su experiencia, ciertas cualidades y no capta
otras, incluso si están ahí. Consecuentemente, un lógos expresa la
ocurrencia de una experiencia determinada, mientras que su contrario dice
la de la experiencia contraria. Por eso, cada lógos a su turno, en diferentes
circunstancias y para diferentes sujetos, tiene sentido, y por eso no es
posible contradecir (80B6a). Sobre la base de una realidad que incluye
contradicción, diferentes lógoi organizan versiones diferentes de ella. Y aquí
nos encontramos otra vez con la posición de Untersteiner, que piensa que
para Protágoras la realidad es contradictoria; y que el lógos -entendido como
“razón humana”, tanto como “discurso”- organiza esa realidad. En
Protágoras también tendríamos que pensar -retoma Untersteiner- en un
concepto de lógos que no se cierra en un discurso o argumento, sino que
implica una racionalidad, una forma racional de organizar y ver el mundo
que en sí está -según estas interpretaciones- plagado, constituido por,
esencialmente contradictorio.
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Pero volvamos al pasaje de Teeteto. Sócrates no pone en duda la
existencia del viento, sino que se empeña en explicar cómo obtenemos sus
cualidades; en lo que sigue nos orientará respecto de cómo ellas se
constituyen. Una vez establecido que “lo que parece cada cosa” <a cada uno>
y “lo que es cada cosa” son lo mismo (tautón), y que la percepción
(=conocimiento) es lo que se aparece a cada uno, nadie puede tener
“sensaciones/percepciones” falsas; el conocimiento así entendido es
entonces infalible.
Sóc. -En consecuencia, la percepción es siempre de algo que es infalible
(apseudés), como saber que es. (Teet. 152c)
Nada tiene un ser “único”, hén, ni es “en sí” y “por sí” mismo, autó y
kath’ autó. Las cosas no son de ninguna manera determinada; ellas son tal y
como se le aparecen a cada uno de los hombres. Acordémonos del fragmento
1: el hombre es medida; va determinando cosas (khrémata) durante su vida
que, en conjunto, caracterizan, conforman su mundo. Y esas
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determinaciones no tienen nada de estabilidad ni de ser en ellas mismas,
sino que son resultado de un proceso -insiste Sócrates-. Aquí menciona la
traslación, el movimiento y la mezcla, para ilustrar la inestabilidad de lo que
llamamos -impropiamente- ser; y es impropio hablar de ‘ser’, porque sólo
hay devenir: las cosas devienen, gígnetai -este término utilizado en el pasaje
significa “devenir”, “volverse (algo)”, “producirse”. Nada es de una manera
determinada; se perfila entonces una ontología relativa: un orden del mundo
donde no hay nada que sea en sí mismo, propiamente. Todo está todo el
tiempo en “proceso de llegar a ser” (152e). Por la naturaleza deviniente de las
cosas, no las denominamos correctamente (152d), porque el lenguaje fija lo
que en realidad fluye. De modo que, en esta manera de interpretar el
pensamiento de Protágoras, el lenguaje miente, porque da cualidad de
estabilidad a lo que en la realidad es constantemente diferente. Dicho en
términos prácticos, si hablo de la mesa que tengo frente a mí, un segundo
después de mencionarla ya no será la mesa que estaba frente a mí. Sócrates
explicará que hay movimiento más rápidos y más lentos, y estos a veces se
hacen imperceptibles; pero no por eso tenemos que desconocer que todo
cambia todo el tiempo. El hombre va variando -porque todo está sumido en
este devenir y fluir- y también las cosas, que no podemos llamar “cosas”;
llamar a lo fluyente con algo que lo fije es un error.
Relevemos otras dos cosas de este primer pasaje. La primera es el
concepto de disposición (héxis) adecuada, de la que nos habla el personaje
Sócrates en 153b: la disposición es lo que nos hace percibir una u otra
cualidad, en cada momento del devenir. Dependiendo del modo en que cada
uno se encuentre, la percepción -es decir, el conocimiento- será diferente.
Esto es lo que hace posible que una persona perciba frío, donde otra percibe
caliente. Por otro lado, en el ejemplo de este proceso descripto en 153d-154a
vemos claramente que la percepción es el resultado de un encuentro
(homilía):
Soc. - Así es, mi buen Teeteto, como debes entenderlo. En primer lugar,
por lo que se refiere a los ojos, lo que llamas color blanco no es algo que
en sí mismo (autó) tenga una realidad independiente fuera de los ojos,
ni en los ojos, [e] y no le puedes asignar espacio alguno, ya que, sin
duda, al ocupar una posición determinada, permanecería inmóvil y no
podría llegar a ser en el devenir.
Teet. - Naturalmente.
Soc. - Sigamos, una vez más, aquella doctrina <de Protágoras> y demos
por sentado que ninguna cosa tiene un ser único en sí misma y por sí
misma. Así resulta evidente que el negro y el blanco y cualquier otro
color no se engendra sino por el encuentro (homilía) de los ojos con el
movimiento adecuado. [154a] Lo que decimos que es cada color no será
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ni aquello que se dirige al encuentro, ni lo encontrado, sino una
realidad intermedia (metaxý) que se engendra específicamente para
cada uno. ¿O estarías dispuesto a afirmar que cada color te aparece a ti
como le aparece a un perro o a cualquier otro animal?
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Así es que la blancura y la percepción correspondiente, que nace con
ella, se producen en cuanto se aproximan el ojo y cualquier otro objeto
que sea conmensurable (sýmmetron) respecto a él. (Teet. 156d)
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porque los hombres comunes no sabemos bien cómo es la realidad. Pero los
sabios, es decir quienes la conocen fehacientemente, saben que no tiene
nada de estable; pueden ponderar la equívoca relación que tiene con el
lenguaje:
… ni hay que aceptar términos que, como “algo”, “de alguien”, “mío”,
“esto”, “aquello” o cualquier otra palabra, atribuyan estabilidad a las
cosas. Al contrario, hay que hablar de ellas de acuerdo con la
naturaleza, y hay que decir que están en proceso de llegar a ser y en
vías de hacerse, destruirse o alterarse, pues si uno, al hablar, atribuye
estabilidad a las cosas, se verá fácilmente refutado. (Teet. 157b)
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Sócrates y Teeteto se ven ahora en la necesidad de repensar la
propuesta de Protágoras, especialmente si no van a hacer del sofista una
figura ridícula. Si recordamos cómo comenzaba toda esta disquisición en el
primero de los pasajes de Teeteto que tomamos, Sócrates dejaba claro ahí
que no se trata de una doctrina vulgar; Platón parece respetar
filosóficamente a Protágoras, de modo que no puede mostrarlo con un grado
de ingenuidad inverosímil. Tiene lugar, consiguientemente, la “defensa de
Protágoras”, que consiste en presentar los argumentos que él mismo hubiera
desarrollado, si estuviera presente (166a). Su -hipotética- queja es que están
haciendo de él una caricatura tan básica -Sócrates lo ha “expuesto al
ridículo en sus razonamientos”-, que es muy fácil demostrar la inviabilidad
de su posición. Protágoras rectifica entonces, toma la palabra, y confirma
que
cada uno de nosotros es, en efecto, medida de lo que es y de lo que no
es. Pero entre unas y otras personas hay una enorme diferencia
precisamente en esto, en que, para unos, son y aparecen unas cosas y,
para otros, otras diferentes. Y estoy muy lejos de decir que no exista
la sabiduría ni un hombre sabio; al contrario, empleo la palabra 'sabio'
para designar al que puede efectuar un cambio en alguno de nosotros,
de tal manera que, en lugar de parecerle y ser para él lo malo, le
parezca y sea lo bueno. Pero no vayas a atenerte a la forma puramente
verbal de mi razonamiento y entérate de lo que digo. (Teet. 166d-e)
hay que efectuar un cambio hacia una situación distinta, porque una
disposición (héxis) es mejor que la otra. Esto es lo que ocurre también
en la educación, donde el cambio debe producirse de una disposición a
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la que es mejor. Ahora bien, mientras que el médico produce este
cambio con drogas (phármaka), el sofista lo hace por medio de discursos
(lógoi).
desde luego que conozco muchas cosas que son inútiles a los hombres,
comidas, bebidas, fármacos, entre otras miles, así como otras que son
ciertamente útiles. Y otras son indiferentes para los hombres, pero no
para los caballos. Algunas son útiles para los bueyes solamente, otras,
para los perros. Y otras para ninguna especie de ésas, pero sí para los
árboles. Y las que son beneficiosas para las raíces del árbol son
perjudiciales para sus brotes; el estiércol, por ejemplo, es bueno para
todas las plantas si se echa junto a las raíces, mas, si pretendes echarlo
sobre las yemas o los tiernos rebrotes, acaba con todos ellos. Como el
aceite que es también sumamente nocivo para todas las plantas y
enormemente pernicioso para el pelo de todos los animales, salvo el del
hombre, al que da protección así como al resto del cuerpo. El bien es,
por tanto, algo complejo (poikílon) y multiforme (pantodapón), de
tal modo que, también en el caso del aceite, es bueno para las partes
exteriores del hombre, mientras que ese mismo aceite es malísimo para
sus partes internas. Y por ello todos los médicos prohíben a los
enfermos el uso del aceite, salvo una parte, lo más pequeña posible, en
los alimentos que van a comer, lo suficiente para eliminar el disgusto
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que se produce por las sensaciones que penetran por las narices
procedentes de los alimentos y las comidas cocinadas.
los oradores sabios y honestos procuran que a las ciudades les parezca
justo lo beneficioso (tà khrestá) en lugar de lo perjudicial. Pues lo que a
cada ciudad le parece justo y recto, lo es, en efecto, para ella, en tanto
(héos) lo juzgue así. Pero la tarea del sabio es hacer que lo beneficioso
(tà khrestá) sea para ellas lo justo y les parezca así, en lugar de lo que
es perjudicial.
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modo que es fácil comprender que “lo beneficioso” se define, no eternamente,
sino “mientras”, “tanto tiempo como” (héos) la ciudad lo considere
beneficioso. La continuidad con 80B1 es flagrante.
Agreguemos que es conocida la cercanía de Protágoras con Pericles -que
incluso parece haberle solicitado la redacción de las leyes de la colonia
panhelénica Turios-, y la simpatía del sofista por la igualdad de los
ciudadanos y la naturaleza democrática del gobierno. Esto da sentido a lo
que encontramos en el cuarto pasaje seleccionado de Teeteto (170d-173b).
Presentada una nueva crítica al sofista, el corolario vuelve a señalar la
inestabilidad de los valores y decisiones en el marco político:
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que antes no prevalecía, lo vuelve fuerte, lo instala en la pólis, porque es
ahora el que beneficia.
Esto explica que en el diálogo Protágoras el sofista argumente que la
educación tiene que llegar hasta el último día de nuestras vidas, porque “lo
conveniente” se redefine constantemente, y hay que poder re-aprenderlo,
reflexionar sobre ello, entenderlo mejor. En una perspectiva cambiante y
deviniente, donde nada es sino que todo está llegando a ser (Teet. 153e), la
definición de los valores -de lo justo y piadoso, es decir de lo establecido por
consenso como conveniente-, debe actualizarse conforme el tiempo pasa.
Tanto para ‘Protágoras’ de Protágoras con para el de Teeteto, la realidad toda
en general -y la realidad política en particular- cambia constantemente, está
en un fluir continuo. Así, si esa realidad cambia, no es posible definir la
excelencia (areté) de una vez y para siempre. Por eso, siempre hará falta un
sofista, un sabio, que ayude al político y al ciudadano a cambiar su
disposición y hacerla mejor para su pólis. El sabio determinará que lo más
beneficioso para ella en ese momento determinado es “x”. Pero no es “x” para
todas las póleis, ni para esa pólis siempre. Se impone la constante
redefinición de lo bueno, lo justo, lo útil.
Aunque en el momento de la adultez y la emancipación, “la ciudad
escribe <en los hombres> las leyes -invención de los legisladores buenos y
antiguos–, y los fuerza a gobernar y a ser gobernados por ellas” (Prot. 326d),
la educación no ha terminado. En una realidad cambiante, las necesidades
son siempre resignificadas, los valores son siempre redefinidos, y las leyes
deben ser reformuladas. El compromiso de Protágoras es enseñar
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Guía de lectura:
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