Travesuritis Aguda

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Travesuritis

aguda

Rafael Barajas
(El Fisgón)
Primera edición, 2006
Segunda reimpresión, 2007
Primera edición electrónica, 2010

Distribución mundial

© 2006, Rafael Barajas Durán (texto e ilustraciones)

D. R. © 2006, Fondo de Cultura Económica


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derecho de autor.

ISBN 978-607-16-0463-7

Hecho en México - Made in Mexico


Acerca del autor

Rafael Barajas (El Fisgón) nació en la ciudad de México (1954). Es


curador, muralista, pintor, investigador, escritor y entrevistador,
además de uno de los caricaturistas políticos más conocidos en
México. Además de haber ilustrado varios títulos para niños en el
Fondo de Cultura Económica, como Los casibandidos que casi roban
el sol y otros cuentos (Triunfo Arciniegas), La espada del general
(Lourenço Cazarré), Vico y Boa (Anna Feinberg), La peor señora del
mundo, Aníbal y Melquiades, Hoja de Papel (Francisco Hinojosa),
Historia medio al revés (Ana María Machado), entre otros, ahora es el
autor e ilustrador de esta “contagiosa” historia.
La familia Gómez estaba conformada por papá Gómez, mamá Gómez
de Gómez, las gemelas de cinco años Lola Gómez Gómez y Lilia
Gómez Gómez, y su perro Firuláis Gómez Gómez Gómez y Gómez.
Papá y Mamá estaban muy orgullosos de Lola y Lilia, pues eran
cariñosas y bien portadas… de hecho, se portaban demasiado bien.
¡Nunca hacían travesuras! En más de una ocasión sus padres
lamentaron que sus chamacas fueran tan poco traviesas y hasta las
alentaban a portarse un poco mal. “¡Anímense!”, les decía Papá
Gómez, “Pinten un poquito las paredes, desordenen algo sus juguetes.
No sean tímidas”.
Pero las gemelas se reían y seguían ordenando su cuarto.

Pobre Papá Gómez… Si hubiera sabido la que le esperaba, no se


hubiera lamentado de que sus hijas fueran tan tranquilas.
Todo empezó un domingo por la mañana, cuando los papás Gómez se
despertaron y descubrieron que, durante la noche, sus hijas habían
pintarrajeado las paredes del pasillo.

Al principio, Papá Gómez se puso mesuradamente contento, pero


luego se molestó un poco al ver que la sala y el comedor y la cocina y
los baños y la fachada de la casa y el coche y el perro también estaban
pintarrajeados: “Les pedí que pintaran un poquito las paredes, pero se
les pasó la mano”.

Todo el domingo, Lola y Lilia se la pasaron haciendo travesuras:


brincaron sobre las camas, se dieron almohadazos, se echaron
plastilina en el pelo e hicieron un montón de cosas que no vamos a
contar para no darles ideas a los niños traviesos. El caso es que, para la
noche, cuando Lola y Lilia se durmieron, Papá y Mamá Gómez
estaban agotados.
A la mañana siguiente, una ruidosísima orquesta despertó de un
sobresalto a los papás Gómez; eran las gemelas que desfilaban por el
cuarto de sus padres tocando cornetas, cazuelas, botes de basura y
demás instrumentos musicales improvisados. Ponerles el uniforme fue
toda una hazaña. Llevarlas a la escuela Musas de la Grecia Antigua —
cuyo lema era “Nada con exceso, todo con medida”— fue otro lío. Y
cuando las fueron a recoger, las maestras se quejaron de que las
hermanas, que siempre eran un modelo de buen comportamiento, se
la habían pasado echando relajo todo, todo, todo el tiempo. Ya en
casa, las niñas hicieron una guerra de espagueti durante la comida y
toda, toda la tarde, siguieron incontenibles, haciendo cosas tremendas
que no vamos a contar para no darles ideas a los niños traviesos.
Al otro día, las niñas volvieron a levantar a sus papás con otra
travesura. Por primera vez, Papá y Mamá Gómez perdieron la
paciencia y agarraron a Lilia y a Lola para darles de nalgadas. Pero
cuando les iban a cachetear las pompas, se dieron cuenta de que sus
hijas tenían unas manchitas rojas en la piel.
No cabía duda de que sus hijas tenían sarampión o varicela y que
por eso estaban actuando tan raro. Mamá Gómez les tomó la
temperatura a sus niñas y trató de acostarlas, pero fue imposible: las
chamacas no paraban de brincar y echar relajo. Papá llamó al doctor
Pérez, quien le dio cita para esa tarde, a las cinco.
Los padres Gómez trataron de apaciguar a las enfermas, pero todo
fue en vano: no dejaban de hacer bulla. Poco a poco algo muy extraño
comenzó a ocurrir. Las manchas en la piel de Lilia y Lola empezaron a
crecer y a cambiar de forma; por momentos eran círculos, luego
triángulos, cuadrados, estrellas, espirales. Lo peor era que además
crecían, se achicaban y hasta se movían de lugar. Era como si las
manchas también se hubieran puesto a hacer travesuras.
Cuando llegaron con el doctor Pérez, las niñas tenían las
manchitas más extrañas y no paraban de jugar y hacer bromas. El
doctor las examinó cuidadosamente y luego les preguntó a los papás
Gómez si, normalmente, sus niñas eran demasiado bien portadas.
Cuando respondieron que sí, el médico, cauteloso, consultó varios
libros e hizo algunas llamadas a sus colegas antes de soltar su
diagnóstico:

“Es un caso muy raro. En toda la historia de este país nunca se


había visto algo así. Sólo en las islas Papanoa del Pacífico Sur se ha
registrado un brote parecido. El origen de la enfermedad está en el
exagerado buen comportamiento de sus hijas; la ciencia ha probado
que todo exceso es malo. Es natural que los niños hagan travesuras, el
cuerpo se los pide. Cuando los chamacos se portan excesivamente bien
por mucho tiempo, puede suceder que todas las travesuras salgan de
golpe. Aquí los síntomas son muy claros: el paciente se vuelve
impaciente, tiene un deseo irrefrenable de hacer travesuras, presenta
reacciones traviesas como estas manchas rojas y siente cosquillas en
todo el cuerpo.

”Sus hijas padecen un síndrome muy extraño llamado travesuritis


aguda. Esta enfermedad no es grave, desaparece sola y sus hijas se
curarán muy pronto, tal vez en unos días, tal vez en unas horas.
Nunca se sabe con este virus. La enfermedad es muy contagiosa en los
menores y, hasta hoy, nunca le ha dado a un adulto. Así que, en
principio, las niñas podrán ir a la escuela en cuanto desaparezcan las
manchas de la piel. Este mal no es peligroso, pero tengan cuidado
pues es impredecible y travieso.”
Durante tres interminables días, Papá y Mamá Gómez tuvieron
que lidiar con la enfermedad de sus hijas y con las travesuras que ésta
les desencadenaba.
Por supuesto, no vamos a contar todo lo que hicieron las niñas en
esos tres días para no darles ideas a los niños traviesos. Todo era un
relajo y la casa, un desbarajuste. Para colmo, el perro Firuláis Gómez
Gómez Gómez y Gómez se contagió y se puso a hacer travesuras.
Llenaba de baba el trasero de las visitas, les jalaba la ropa, les
mordisqueaba los zapatos y demás chanzas perrunas que no vamos a
contar para no darles ideas a los perros traviesos.
La enfermedad de las mellizas resultó ser extraordinariamente
contagiosa. Los pájaros que anidaban en el árbol del jardín chiflaban
“Las mañanitas” a medianoche.
Incluso los aparatos electrodomésticos de la casa parecían haber
contraído travesuritis: el refrigerador calentaba el helado, la estufa
enfriaba la sopa y el horno de microondas tocaba una canción de
moda. Cuando Papá Gómez ponía un programa en la televisión,
aparecía otro y cuando trataba de apagarla, se subía el volumen.
Cuando Mamá Gómez ponía una película en la videograbadora, ésta
la pasaba al revés, reproducía escenas de otras películas y contaba al
principio el final de las cintas de misterio.
El caso de travesuritis aguda de las niñas Gómez se hizo célebre.
Decenas de doctores importantes vinieron de toda la ciudad, el país y
el mundo para estudiar este extraño brote, y Lola y Lilia les hacían
todo tipo de bromas y chanzas a las eminencias médicas más
circunspectas.
Papá y Mamá Gómez ya no sabían qué hacer, estaban agotados y a
punto de enloquecer cuando, una mañana, de repente y sin avisar, las
manchas rojas desaparecieron del cuerpo de sus hijas y éstas volvieron
a ser las niñas bien portadas de siempre. Afortunadamente, Firuláis
también se curó ese mismo día. Sin pensarlo mucho, los padres
llevaron a sus criaturas a la escuela y se regresaron a dormir a casa.
Lo que sucedió en la escuela Musas de la Grecia Antigua fue
increíble: Lola y Lilia se portaron muy bien. Pero, exactamente a la
hora del recreo, algunos de sus compañeros empezaron a presentar
manchas rojas y todos, todos empezaron a hacer travesuras terribles…
Eran travesuras tan traviesas que no vamos a contar para no darles
ideas a las escuelas traviesas.
Las maestras trataban de controlar a sus alumnos, pero
todo era en vano. Si hacer entrar en razón a dos niñas serias
con travesuritis fue imposible, calmar los ánimos de 37 niños
traviesos contagiados del mal era tarea para un ejército de tres
mil papás, niñeras, maestras, prefectos y directores.
Lo peor es que después del recreo, cuando los alumnos regresaron
a los salones, las maestras, todas, tenían manchas de color rojo.
Elia y Marcela, las muy respetables profesoras del salón de letras,
se pusieron a bailar ballet, a cantar óperas y a inventar canciones con
una guitarrita de juguete; la maestra Norma, de artes plásticas se pintó
la cara de payaso y pintarrajeó a sus pupilos. Paty, la maestra
responsable del salón de bebés, hizo una pataleta fenomenal; Liliana,
la encargada de cambiarle los pañales a los de maternal, le puso
pañales a los del quinto grado; en el cuarto de música, doña Lety hizo
puras trompetillas y ruidos raros con la boca; en manualidades, la
maestra Claudia se bañó en pegamento y después rodó sobre confeti;
la profesora Luz, responsable de teatro, hizo eso, puro teatro, y
Valentina, la encargada de las conferencias, se puso a decir palabras
que nadie entendía como “Chuntafla la camela, Rodrigo; no
parlanchongues el gongo”.

Las gemelas Gómez fueron a ver a la señora Gabriela, la titular de


ciencias y directora de la escuela, pero cuando llegaron a su oficina, se
encontraron a la venerable maestra haciendo experimentos para
fabricar bombas pestilentes.
Pero eso no fue todo; las maestras, todas, continuaron haciendo
cosas tremendas. Tan tremendas que no vamos a contar para no
darles ideas a las maestras traviesas. Lo más curioso de todo es que,
ese día, los niños no sólo echaron más relajo que nunca, sino que
también aprendieron como nunca.
A la hora de la salida, Lola y Lilia estaban contentas de ver a sus
papás, pero se asustaron mucho cuando vieron que, tanto papá como
mamá, tenían una sonrisa burlona en los labios y unas tenues
manchas rojas en la piel. De regreso a casa, los papás se la pasaron
echando relajo y llegar fue toda una faena. Cuando lo hicieron, las
gemelas llamaron al doctor Pérez para que les dijera qué hacer. El
médico les dijo que no se movieran, que iría enseguida para allá y,
efectivamente, en menos de veinte minutos tocó el timbre de los
Gómez. Al abrir la puerta, las niñas se quedaron paralizadas. El doctor
Pérez traía el pelo pintado de azul, bajo su bata blanca vestía un tutú
de bailarina y estaba lleno de manchas rojas y de todas las formas
posibles. Papá y Mamá Gómez y su invitado armaron un rebumbio de
Dios Padre e hicieron unas travesuras terribles, tan terribles que no las
vamos a contar para no darles ideas a los adultos traviesos.

Quisiéramos terminar esta historia diciéndoles que, desde


entonces, Lola y Lilia no han vuelto a hacer travesuras… pero sería
una mentira. La verdad es que, desde entonces, Lola y Lilia y sus
papás y Firuláis y sus compañeros y sus maestras y el doctor ya no son
tan serios; hacen algunas travesuras y la pasan muy bien.

Aunque no vamos a contar qué travesuras hacen para no dar ideas


a los lectores traviesos.

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