El Onanismo - Samuel Auguste Tissot

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El Onanismo

Ensayo sobre las enfermedades que


produce la masturbación

Autor: Dr J. Tissot
Editor: Franco Galeano

0 PROLOGO

No bastan, sin duda, al hombre las enfermedades a las que sin cesar se
ve expuesto en todos los países y en todas las edades; no amargan bastante su
mísera existencia los padecimientos físicos y morales que entristecen sus días
y consumen su juventud, ya que no ponen término fatal a su vida, como por
desgracia frecuentemente sucede; necesita, al parecer, mayor cantidad de
sufrimientos, por sus propias manos preparados y por su culpa fraguados,
cuando vergonzosamente se entrega a una pasión que le embrutece a sus ojos
y a los ojos de sus semejantes. ¡Pasión no sólo vergonzosa sino criminal, pues
que crimen es, que nadie se atrevería a negar, el suicidio al que por su propia
voluntad se condena el onanista [1] . ¡ Veanlo, sino; dirijan una mirada
compasiva a su pálido y demacrado rostro: falto de color, de animación, de
vida; con los ojos tristes, en los que se retrata la vergüenza y hasta el temor;
con los labios descoloridos, ronca y débil la voz, acusando desaliento y fatiga
al menor movimiento, debilidad en la visión, dolores de cabeza continuos,
inapetencia, dolores en diversos puntos del cuerpo, repugnancia a los placeres
legítimos que la sociedad y las personas honradas proporcionan ¿No les
indica esto que allí hay algo más que una afección, algo más que no es
material, que no depende de su constitución física? ¿No les indica esto, no les
refleja ese rostro de criminal confeso, que el enfermo tiene el íntimo
convencimiento de la maldad con que procede y de lo culpable de su vicio?
Es por esto que, cualquier obra, como la del Sr. Tissot, que venga a poner de
manifiesto los desgraciados efectos, los desórdenes y trastornos inherentes a
esa pasión; toda obra que con vivos colores ponga de forma palpable el
sombrío cuadro de los efectos y exponga luego los medios más adecuados
para corregir y transformar a un ser enclenque y enfermizo, un miembro
inútil de la sociedad, en uno vigoroso y robusto, un joven a quien no
avergüencen las miradas de sus semejantes, que con la frente erguida y
mirada desenvuelta pretenda ocupar un sitio más o menos humilde en la
misma sociedad que aborrecía y odiaba, es una obra meritoria y de
misericordia. Y… «Si es triste ocuparse de los crímenes de nuestros
semejantes, porque su consideración aflige y humilla, como el mismo Tissot
dice en su Prefacio, en cambio podemos tener el consuelo de que así
contribuimos a disminuir sus estragos y a endulzar las miserias de los daños
de sus actos. »
Y no se pretenda que obras de esta naturaleza, encargadas de relatar
vicios e historias repugnantes; no se diga que semejantes obras, en las que ese
vicio, esa pasión criminal y vergonzosa, se retrata en toda su desnudez y con
los vivos colores con las que naturalmente se encuentran, son motivo de
escándalo, páginas indecentes que sólo el ludibrio [2] de los hombres
merecen. Pues aunque los médicos, son los únicos casi que a su lectura
dedicarán breves momentos, ningún peso tiene esta consideración, podríamos
decir como San Agustín: «Si lo que escribimos escandaliza a las personas
impúdicas, deberían acusar, no a las palabras y a las expresiones que nos
vemos obligados a emplear para explicar nuestro pensamiento, sino a lo bajo
e infame de su podrido corazón.»
Y este vicio, esta pasión, conocida con los nombres de onanismo,
queiromania o masturbación, que es al que debiera darse la preferencia, por
que expresa la idea de una manera exacta y pone de manifiesto a la vez su
odiosidad. Ya se conocía al parecer en tiempos antiguos, como en distintos
pasajes de las obras de Hipócrates, Galeno, Celso, Areteo, Plinio el
naturalista, Boerhave, Senac, Ludwig, y otros muchos célebres médicos nos
lo indican y como en la obra del Sr. Tissot se demuestra con citas de estos
diferentes autores, siendo tan horribles los estragos que se le atribuyen, que
parece increíble que después de tales descripciones, quede un solo onanista
en toda la redondez de la tierra. ¡Es que la pasión ciega hasta el extremo de
conducir al suicidio sin dejar al ánimo un momento de reposo y de calma
para considerar los desafortunados estragos que a las personas acarrea! ¡Es
que la pasión ciega hasta el punto de hacernos perder la conciencia de
nosotros mismos!
No entraremos ahora -puesto que ni espacio ni tiempo tenemos para
ello- en averiguar las causas físicas o morales que originan el onanismo. No
enumeraremos tampoco las afecciones que acarrea a los desgraciados que en
la oscuridad de su hogar arrastran un resto de vida abatida y material; ni
hablaremos de las grandes cantidades de fluido nervioso que se consumen en
cada uno de esos actos tenidos como epileptiformes por algunos; ni de las
grandes pérdidas de semen, de esa flor de la sangre más pura, como le
llamaba Pitágoras; de esa porción del cerebro, como le consideraba su
discípulo Alemæon; parte del alma y del cuerpo, como pretendía Epicuro,
que se pierden y que necesariamente generan desgaste y todo su triste efecto
sintomático; Nos limitaremos únicamente a decir cuatro palabras acerca de su
tratamiento, o mejor acerca de uno de los puntos que a esta corresponde
dilucidar.
Cuando ni la higiene, ni los medios morales, religiosos y coercitivos, ni
aun el castigo son suficientes para atajar el mal que tan penosos estragos
produce, ¿Qué partido hemos de tomar? ¿Qué haremos con un adolescente,
que burlando la más exquisita y hasta inquisitorial vigilancia, se entrega con
furor a un vicio que aniquila su salud? Esta misma pregunta formula el doctor
A. Grisolle, catedrático de la Facultad de Medicina de París, y no vacila en
contestar diciendo que debe adoptarse un medio que es sin duda un mal, pero
mucho menor que el que tratamos de combatir; medio admirablemente
descrito por el gran filósofo J. J. Rousseau en su excelente tratado sobre La
Educación, con las siguientes frases: «Muy peligroso seria que enseñase a su
alumno a alucinar sus sentidos, y a suplir las ocasiones de satisfacerlos, pues
si llega a conocer este peligroso suplemento, está perdido: siempre su cuerpo
y su corazón quedarán enervados hasta el sepulcro conservará los tristes
efectos de este hábito, el más nefasto al que se puede exponer un joven.
Mejor fuera sin duda.... Si llegan a hacerse invencibles los arrebatos de un
temperamento ardiente, te compadezco mi amado Emilio; sin embargo no
dudare un momento, no consentiré que se eluda el fin de la naturaleza. Si te
ha de subyugar un tirano, primero te entrego a aquel de quien te puedo librar;
sea como fuere, más fácilmente te sacaré de manos de las mujeres que de ti
propio; » opinión que adoptan la mayoría de los prácticos, entre los cuales
debemos citar por su ingenuidad a los señores Deslandes y Lallemand, que
sin embargo, creen, como creemos nosotros, que a tal extremo llega a veces
la perversión del instinto genital, que es impotente e inútil ese medio, puesto
que se mira a todas las mujeres con indiferencia, aversión y hasta
repugnancia.
Y ahora, lector, dos palabras, para terminar, acerca de mi humilde
persona. Te extrañará, sin duda, que mi oscuro y desconocido nombre, que
mi pobre y raquítica imaginación, que mi tosca y desabrida pluma, se haya
atrevido a trazar el prólogo que sólo a privilegiadas inteligencias y a
escritores distinguidos estaba reservado, siguiendo generalizada costumbre.
Me culparas de haberte privado de conceptos brillantes y elevados, y de
períodos elocuentes que te hubieran regalado plumas autorizadas; y de estas
culpas, por ser sincero, necesito que me absuelves. Si por un momento se
hubiese apartado de mi mente la veneración con la que profeso la amistad; si
hubiera podido olvidar que sólo por estar guiado y para nada teniendo en
cuenta la escasez de mis fuerzas, me encomendó mi excelente amigo y
redactor de vuestro periódico, el aventajado jóven Sr. Carreras, el prólogo de
esta obra; si el cariño que me une al doctor Peset, a quien está dedicada, no
me hubieran además atraído, puedes tener el íntimo convencimiento, la
seguridad más completa, de que ni siquiera en sueños hubiéramos incurrido
en tal pensamiento, en desarmonía con la pobreza y mezquindad de mis
recursos, y con la debilidad de mi inteligencia, más débil aun que la
amarillenta luz de la luciérnaga. Por esto no dudo, benévolo lector, que
habrás de perdonar tan inconcebible atrevimiento. - RAMON SERRET
0.1 INTRODUCCIÓN.

Nuestro cuerpo está sufriendo continuamente y en virtud del ejercicio


de las distintas funciones, pérdidas más o menos considerables, que si no se
reparan, darían lugar muy pronto a una debilidad mortal. Dicha reparación la
verifican los alimentos, los cuales deben sufrir en nuestro organismo
diferentes preparaciones que se comprenden bajo el nombre de nutrición.
Cuando esta no se lleva a cabo o se efectúa de un modo incompleto, todos
estos alimentos se hacen inútiles y no impiden que se produzcan los mismos
síntomas que se presentan en los que nada comen.
Entre las numerosas causas que pueden impedir la nutrición, ninguna
más común que las evacuaciones abundantes.
El mecanismo de nuestra máquina es tal, que comúnmente, para que los
alimentos adquieran este grado de preparación necesaria para reparar las
pérdidas del cuerpo, se necesita que quede cierta cantidad de líquidos ya
elaborados o naturalizados, si se me permite esta frase. Cuando esta
condición falta, la digestión y la cocción de los alimentos se hace imperfecta,
y mucho más, cuanto mayor sea la importancia del líquido que falta y cuanto
más elaborado esté.
Una nodriza robusta, que sufriría un completo aniquilamiento por la
pérdida de algunas libras de sangre, puede suministrar impunemente al niño
la misma cantidad de leche; y es que la leche es, entre todos las sustancias del
organismo, el que menos elaboraciones sufre; es un líquido casi extraño,
mientras que la sangre es un líquido esencial. De este mismo carácter es el
licor espermático, el cual influye de una manera tan notable sobre las fuerzas
del cuerpo y sobre la perfección de las digestiones, que los médicos antiguos,
al igual que los modernos, han creído unánimemente que la pérdida de una
onzá [3] de aquel fluido debilitaba mucho más que la de cuarenta onzas [4] de
sangre. Para comprender con exactitud la importancia del esperma, basta
recordar los fenómenos que se verifican cuando aquel líquido empieza a
formarse. La voz y la fisonomía cambia, aparece la barba, todo el cuerpo
toma otro aire característico del cambio producido por la pubertad; porque los
músculos adquieren un tamaño, grosor y consistencia que forman un gran
contraste entre el cuerpo de un adulto y el de un joven que apenas haya
pasado la pubertad.
Todos estos cambios producidos en el organismo pueden impedirse o
detenerse dirigiendo nuestra acción sobre el aparato genital; y hay varias
observaciones que prueban que la amputación de los testículos en la edad
viril, puede dar lugar a la caída de la barba y determinar la nueva aparición de
la voz infantil. Después de todo lo que dejamos dicho, no se puede dudar de
la energía de su acción sobre todo el cuerpo, y conocer, por lo mismo,
cuántos males debe de procurar la pérdida abundante de un líquido tan
precioso. Su destino determina el único medio legítimo para evacuar el
semen; pero también pueden dar lugar a dicho flujo varias enfermedades,
perdiéndose algunas veces involuntariamente en los sujetos que suelen tener
sueños lujuriosos. El autor del Génesis nos ha dejado la historia del crimen de
Onan, sin duda para enseñarnos su castigo; y Galeno, dice que Diógenes [5]
se suicidó cometiendo el mismo crimen.
Si las peligrosas consecuencias de la pérdida abundante de este líquido
no dependen sino de su cantidad, importa poco que la evacuación tenga lugar
de cualquiera de los modos que acabamos de indicar. Sin embargo, la forma
importa aquí tanto como el fondo. Una cantidad considerable de esperma,
derramada por los medios naturales, puede dar lugar a grandes peligros; pero
estos son muchos mayores cuando la expulsión del esperma es provocada por
medios contranaturales. En una palabra, los accidentes que vienen a
consecuencia de un coito, son terribles; pero los que ocasiona la
masturbación, son muchos mayores.
Estos últimos son los que constituyen propiamente el objeto de esta
obra; pero la relación íntima que existe entre ellos y los primeros, impide
establecer un límite. El cuadro que vamos a presentar con los caracteres
comunes, formará el primer capitulo; este irá seguido de la explicación de las
causas, segundo capitulo en el cual se expondrán las consecuencias peligrosas
de la masturbación, Para terminar la obra, citaremos los medios de curación y
algunas observaciones sobre enfermedades análogas; citando para esto las
opiniones de los mejores autores sobre el tema en particular.
1 LOS SÍNTOMAS: EXTRACTO SACADO DE
LAS OBRAS DE LOS MÉDICOS.

Hipócrates, el más atento y antiguo de los observadores, ha descrito los


males producidos por los placeres del amor bajo el nombre de agotamiento
dorsal (.« El dice, que esta enfermedad, nace de la médula espinal. Ataca a
los jóvenes recién casados, a los que se entregan a los placeres sexuales; estos
no padecen fiebre, y aun cuando coman bien, se enflaquecen y consumen.
Creen sentir un hormigueo que desciende desde la cabeza a lo largo de la
espina.» Siempre que defecan u orinan, pierden en abundancia un licor
seminal muy líquido: son impotentes para la reproducción y tienen sueños de
carácter sexual. Los paseos, sobre todo cuando son penosos, les cansan, les
debilitan, produciendo pesadez de cabeza y zumbido de oídos; en fin, una
fiebre aguda termina sus días (lipyria [6] ). » Ya hablaré en otra parte de esta
especie de fiebre.
Algunos médicos han atribuido a la misma causa y han llamado
segunda consunción dorsal de Hipócrates a una enfermedad descrita por este
y que tiene alguna relación con la primera. Pero la conservación de las
fuerzas, que él especifica particularmente, me parece una prueba convincente
de que esta enfermedad no depende de la misma causa que la primera. Ella
parece ser más bien una afección reumática [7] .
«Estos placeres, dice Celso en un excelente libro sobre la conservación
de la salud, suelen perjudicar en gran manera a las personas débiles y su
frecuente uso debilita a los fuertes. »
Nada más terrible que los apuntes que nos ha dejado Areteo 6 , de los
males producidos por la excesiva secreción de semen. «
Los jóvenes, dice él, toman el aire y las propiedades de los viejos, se
ponen pálidos, afeminados, perezosos, adelgazan, aquejan flojedad en todo su
cuerpo, se sienten estúpidos y hasta imbéciles; su cuerpo se encorva; sus
piernas no pueden soportar el peso ordinario, tienen un disgusto general, son
inhábiles para todo y muchos caen en la parálisis. » En una palabra, incluye
los placeres del amor en el número de las seis causas que producen la
parálisis.
Galeno, ha visto que la misma causa ocasiona enfermedades del
cerebro y de los nervios y destruye las fuerzas, y recuerda la historia de un
hombre que no estando aún curado de una violenta enfermedad, murió la
misma noche que pagó el tributo conyugal a su mujer.
Plinio, el naturalista, nos enseña que Cornelio Galo, antiguo pretor, y
Tito Etherius, caballero romano, murieron en el mismo acto del coito. «
El estómago se altera, dice Aecio, todo el cuerpo se debilita; aparecen
la palidez, el enflaquecimiento y el hundimiento de los ojos. ».
Estas ideas de los antiguos están confirmadas por otras no menos
importantes, de los médicos modernos. Santorio, que ha examinado con el
mayor cuidado todas las causas que obran sobre nuestro cuerpo, ha observado
que la que nos ocupa debilita el estómago, dificulta las digestiones, impide la
transpiración insensible, dando lugar a derrames peligrosos, produce dolores
en el hígado y los riñones, predispone al cálculo, disminuye el calor natural, y
entraña ordinariamente la pérdida o alteración de la vista.
Lommio, en sus bellos comentarios sobre los pasajes de Celso que he
citado, toma la teoría de este autor para hacer sus propias observaciones. «
Las emisiones frecuentes de semen, relajan, desecan, debilitan, enervan y
producen una multitud de males; las apoplejías, los letargos, epilepsias, las
pérdidas de la visión, los temblores y parálisis, espasmos, y todas las especies
más dolorosas de gotas.
No se lee sin horror la descripción que nos ha dejado Tulpio, ese
célebre burgomaestre y médico de Amsterdam. « No solamente, dice él, se
reblandece la médula espinal, sino que el cuerpo y el espíritu pierden la
energía del mismo modo y el hombre perece miserablemente. Samuel
Versprecio fue atacado de una fluxión de un líquido excesivamente acre, que
se presentó al principio detrás de la cabeza y en la nuca, pasó a la espina
dorsal, los lomos, el sacro y la articulación de la rodilla, e hizo sufrir a este
desgraciado dolores tan vivos, que se fue desfigurando poco a poco, y cayó
en una fiebre héctica que le consumía, pues nunca encontraba descanso con
ella, y su estado era tal, que invocó más de una vez la muerte, antes que ella
viniera a poner fin a sus padecimientos.
Nada, dice un médico célebre de Louvain, debilita y acorta tanto la
vida.
Blancrad ha visto gonorreas simples, agotamientos y acumulación de
líquidos que dependían de esta causa; y Muys ha visto un hombre, todavía de
buena edad, atacado de una gangrena espontánea del pié, que él atribuyó a
excesos venéreos.
En Las memorias de los curiosos de la naturaleza (Las Memoires des
Curieux de la Natuve), hablan de un caso de pérdida de la visión, cuya
observación merece tenerse en cuenta. Se ignora, dice el autor, qué simpatía
puedan tener los órganos que segregan el esperma con todo el cuerpo, pero
particularmente con los ojos. Salmuth ha visto un sabio hipocondriaco que se
volvió loco, y otro hombre, cuyo cerebro se secó tan prodigiosamente, que lo
creía vacilar en el cráneo: uno y otro pueden ser atribuidos a excesos del
mismo género. Yo mismo he visto un hombre de cincuenta y nueve años,
que, tres semanas después de haber contraído matrimonio con una joven,
cayó en la más caracterizada vejez y murió al cabo de cuatro meses.
«La disipación de los espíritus animales debilita el estómago, agota el
apetito; y dificultán de este modo la nutrición, se hacen menos enérgicos los
movimientos del centro circulatorio, todas las partes decaen y suele aparecer
la epilepsia, » dice un autor ( Schelammer ) . Nosotros ignoramos si los
espíritus animales y el licor genital [8] son la misma cosa; pero la observación
nos ha enseñado, como se verá más adelante, que estos dos fluidos tienen una
gran similitud y que la pérdida de uno u otro produce los mismos efectos.
El doctor Hoffman ha visto los terribles accidentes que se generan
como consecuencia de la disipación del semen.
« Después de repetidas poluciones nocturnas, dice, no sólo se pierden
las fuerzas, el cuerpo se desnutre, la cara palidece, la memoria se debilita, se
aprecia en todos los miembros una sensación continua de frío, la vista se
oscurece, la voz se pone ronca, todo el cuerpo se destruye poco a poco, el
sueño se concilia difícilmente у está turbado por ensueños inquietos, y se
notan a veces dolores parecidos a los que se presentan después de un golpe .»
En una consulta que tuvo con Hoffman un joven que entre otros males
había adquirido por medio de la masturbación una debilidad total de la visión,
le dijo que « Es muy frecuente que estos órganos ofrezcan inflamaciones y
hasta dolores extremadamente vivos, y es también muy frecuente la debilidad
de la visión, en términos que a duras penas se puede leer y escribir.»
Suponemos que el lector verá con gusto la historia del enfermo que dio
lugar a esta consulta: « Un joven se había entregado a la masturbación desde
la edad de 15 años hasta los 23. Cayó durante este período en una debilidad
tan marcada en los órganos cerebrales y de la visión, que muchas veces se
presentaban en estos últimos violentos espasmos cuando se llevaba a cabo la
emisión del semen. Cuando quería leer o fijar su vista en algún objeto, notaba
un aturdimiento semejante al de la borrachera; la pupila se dilataba
considerablemente, aquejaba dolores excesivos en las órbitas, los párpados
ofrecían una pesadez marcada; los ojos estaban muchas veces bañados de
lágrimas y se presentaba en los puntos lagrimales una materia blanquecina.
Aunque comía bastante, estaba extremadamente débil, y después de haber
comido, caía en una especie de hipnotismo. »
El mismo autor tiene publicada otra observación, que creo oportuno
colocar en este sitio. « Un joven de 18 años, que se entregaba a los goces
carnales con una sirvienta, cayó poco a poco en una notable debilidad, con
temblor general de todos los miembros y pulso muy débil. Pasaba tal estado
al cabo de una hora, pero luego padecía una extenuación general. El mismo
síntoma reaparecía frecuentemente con una fuerte angustia, y al cabo de ocho
días se presentó una contracción y tumor del brazo derecho con dolor al codo,
que aumentaba muchas veces en cada ocasión. El mal iba aumentando
progresivamente a pesar del tratamiento, pero al cabo de un tiempo,
Hoffmman lo curó. »
Boerhaave pinta estas enfermedades con la fuerza y precisión que
caracteriza a sus trabajos:
« La pérdida considerable del semen produce la laxitud, la debilidad, la
inmovilidad, las convulsiones, el enflaquecimiento, dolores en las membranas
del cerebro, alteraciones en los sentidos, y sobre todo, en la vista, y todo esto
da lugar al agotamiento dorsal, a la indolencia у a diversas enfermedades que
tienen relación con estas. »
Las observaciones que este grande hombre comunicó a sus oyentes,
explicando este aforismo y que versan sobre los diferentes medios de
evacuación, no deben ser omitidas: « Yo he visto un enfermo en el cual la
dolencia comenzó por una laxitud y una debilidad en todo el cuerpo, sobre
todo hacia los lomos; y fue acompañado de contracciones en los tendones,
espasmos periódicos y enflaquecimiento, de manera que se destruía poco a
poco todo el cuerpo: sentía asimismo dolor en las membranas del cerebro,
dolores que los enfermos llaman ardor seco. >>
« He visto igualmente un joven atacado de la extenuación dorsal. Era
de agradable presencia, y a pesar de que se le advertía frecuentemente que no
debía entregarse a los placeres sensuales, no por eso los abandonaba, y
degeneró antes de su muerte en una figura deforme. Hasta el mismo cerebro
parece irse consumiendo en estos casos, y en fin, los enfermos se vuelven
estúpidos. La inamovilidad en que queda sumido su cuerpo es muy
considerable. Los ojos pierden la facilidad en la importante función que
desempeñan. »
M. de Senac pinta en la primera edición de sus Ensayos, los graves
peligros de la masturbación y anuncia las más graves enfermedades a las
víctimas de esta infamia, pronosticándoles una debilitada vejez en la flor de
su juventud.
M. Ludivig, al descubrir los males que sobrevienen a toda evacuación
muy abundante, no olvida la espermática. Los jóvenes de uno u otro sexo que
se entregan a los placeres lascivos, arruinan su salud, disipando las fuerzas
que estaban destinadas a llevar el cuerpo al mayor grado de vejez, y por fin,
caen en la consunción.
M. Gorter detalla también los tristes accidentes que dependen de esta
causa; pero su artículo sería muy largo de copiar, y citaremos la obra ( De
Insensi bil . persp . , cap . últ . ) para que la estudien los aficionados a esta
clase de trabajos.
El doctor N. Robinson, en su obra sobre la consunción, ha dedicado un
capítulo, tan largo como bien escrito, a la consunción dorsal que no puedo
insertar aquí. La constipación, la tristeza, el temor que tienen algunos de no
curarse nunca, aunque la curación está asegurada, el dolor fijo en la región
renal, una gran debilidad, los dolores pasajeros de todas las articulaciones, la
disminución de las facultades y de los sentidos, las poluciones nocturnas, la
gonorrea simple, que son los caracteres que, según él, distinguen esta especie
de las otras.
Después de haber hecho mérito de la descripción de la consunción
dorsal de Hipócrates tal como se ha leído más arriba, añade M. Van Luzéten.
« Yo he visto todos estos eventos, y muchos otros, en los enfermos que lo
están como consecuencia de los excesos en la masturbación. He empleado
inútilmente, durante tres años, todos los recursos de la medicina para un
joven, que había adquirido, como efecto de esta infame práctica, dolores
vagos, atroces y generales, con una sensación de calor, lo mismo que de frío,
muy incómoda por todo el cuerpo, pero sobre todo, en los lomos. Después,
cuando estos dolores disminuyen un poco, sentía un gran frío en las piernas y
en los muslos, aunque al tacto parecía que estas partes conservaban su calor
natural, que se calentaba continuamente después de acercarse al fuego o en
los grandes calores de la estación. Yo admiraba, sobre todo durante este
tiempo, un movimiento continuo de rotación de los tubérculos en el escroto, y
el enfermo acusa en los lomos la sensación de un movimiento semejante.
Todos estos accidentes duraron el tiempo antes mencionado. » Este detalle no
nos explica si aquel desgraciado falleció al cabo de los tres años o si continuó
padeciendo después de aquel período
M. Kloekof, en una magnífica obra sobre las enfermedades del espíritu
que dependen del cuerpo, confirma, por sus observaciones, las que se acaban
de leer: « Una gran disipación de semen debilita el funcionamiento de todas
las partes sólidas; de allí nacen la debilidad, la pereza, la inercia, las tisis, las
consunciones dorsales, la alteración y depravación de los sentidos, la
estupidez, la locura, los desvanecimientos y convulsiones. »
M. Roffian ha dejado consignado que los jóvenes que se entregan a la
masturbación, pierden poco a poco todas las facultades intelectuales, sobre
todo la memoria, y acaban por ser inhábiles para el estudio.
M. Lervis describe todos estos males. Yo no trascribiré aquí de su obra
más que lo que tenga relación con los del alma. « Todos los males que nacen
de excesos, con las mujeres, siguen más rápido y de un modo más notable y
en una edad tierna, a la práctica abominable de la masturbación; vicio
demasiado vergonzoso para que pueda pintarse con los colores que se
merecen; práctica peligrosa a la cual se suelen entregar todos los jóvenes sin
conocer cuán enorme es su crimen y cuán considerables los males a que da
lugar. El alma se resiente de todos los males del cuerpo, pero sobre todo, de
los que nacen de esta causa. La más negra melancolía, la indiferencia para
todos los placeres (mejor se diría la aversión), la imposibilidad de tomar parte
en las conversaciones de sus compañeros, el sentimiento de su propia miseria,
la necesidad de renunciar a los goces matrimoniales, son las consecuencias de
tan feo vicio. »
Nuevas observaciones confirman más adelante la verdad de este triste
cuadro. Lo que ha hecho Stork en su bella obra sobre la historia y tratamiento
de estas enfermedades, no es menos terrible; pero me remito a la misma obra
por falta de extensión en la presente.
Antes de pasar a las observaciones que me han sido comunicadas,
terminaré esta sección por el bello capítulo que se encuentra en el excelente
libro con que Ganbins ha enriquecido la literatura médica. No solamente
pinta en él los males, sino que indica las causas, con cierta fuerza, cierta
verdad, cierta sagacidad y cierta precisión, que no pertenecen más que a un
gran maestro. Es un trozo precioso, que no he traducido por conservarle con
todo su colorido, tal como el autor lo ha escrito:
“Una profusión descontrolada del semen, no sólo por la pérdida de este
flujo útil, sino también por el movimiento muy convulsivo con que se libera,
muchas veces repetido, daña al individuo. En efecto, soy el placer universal
del hombre, la resolución de las fuerzas que no se pueden llevar al cerebro sin
agotar. Pero mientras más se emulsionan los filtros del cuerpo, más fluidos
atraen hacia sí mismos de otra parte, y los jugos se derivan así a los genitales,
las partes restantes se agotan. De ahí vienen fatiga, debilidad, inmovilidad,
quebrantamiento de los lomos, dolores encefálicos, convulsiones de todos los
sentidos, especialmente desgaste de la vista, ceguera, desmayos,
convulsiones, fiebre, sequedad, demacración, debilidad pulmonar y dorsal, y
afeminación. Estos males se acrecientan por una perpetua complacencia en
las cosas venéreas, que la mente, no menos que el cuerpo, va contrayendo
poco a poco, probado muy livianamente, y aun sin esto, de las manos
relajadas de las apsaras [9] . Está claro por qué este exceso daña tanto a la flor
en la adolescencia.

1.1 OBSERVACIONES COMUNICADAS.

Para exponerlas, lo haré en el mismo orden con que las he recibido. He


visto, me dice mi ilustre amigo Zimmermann, un hombre de 23 años que se
hizo epiléptico después de haberse debilitado considerablemente por
frecuentes masturbaciones. Siempre que tenía poluciones nocturnas, caía en
un gran periodo de epilepsia. Igual accidente le surgía después de las
masturbaciones, de las cuales no se abstenía, a pesar de los sucesos que le
ocurrían y de todo cuanto se le decía. Cuando el periodo pasaba, el sujeto
acusaba dolores muy fuertes en la región renal у alrededor del coxis,
habiendo cesado temporalmente de estas prácticas, se le curaron las
poluciones y esperaba también curar la epilepsia, cuyos episodios habían
desaparecido. Él había recobrado las fuerzas perdidas, el apetito, el sueño y el
color, que antes parecía al de un cadáver. Pero habiendo vuelto a sus
masturbaciones, que iban seguidas de nuevos ataques, le atacaban los
episodios de la misma forma, y una mañana se le encontró muerto en la
cama, acostado aun en su lecho у bañado en su propia sangre.
Cuando leo ésta historia se me ocurre una observación: los que ponen
fin a su existencia con un arma homicida, los que se ahogan, etc., ¿son más
suicidas que este individuo? Sin entrar en detalles, añade mi amigo, que
conoce otro sujeto que está en el mismo caso y del cual he sabido
posteriormente que murió de igual manera. Yo he conocido (es aún
Zimmermann el que habla), un hombre de un bello carácter, muy apreciado y
cuyo saber era, casi universal y el cual, a consecuencia de grandes y
frecuentes poluciones, perdió toda la actividad de su espíritu, y su cuerpo
pasó al estado de aquel enfermo que cita Boerhave, ( I. Consult . Med . , cap .
II , pág . 36 ).
Debo los dos hechos siguientes a M. Bast, hijo, célebre médico de
Lyon, con el cual he tenido el gusto de pasar algunos meses en Montpellier.
Un joven de Montpellier, estudiante de medicina, murió por consecuencia de
esta suerte de exceso. La idea de un crimen produjo tan honda sensación en
su espíritu, que murió en una especie de desesperación, creyendo ver el
infierno a sus pies, próximo a recibirle. Un niño de esta villa, de edad de seis
a siete años, instruido según creo, por una criada, se masturbó desde muy
pronto con gran frecuencia, así fue como la fiebre lenta, que lo atacó muy
pronto, comenzó a consumirle. Su furor, por este acto, era tan grande, que no
se le pudo contener hasta los últimos días de su vida. Cuando se le presentaba
el peligro de la muerte, contestaba diciendo que así iría más pronto y al cabo
de algunos meses, a ver a su padre muerto.
M. Mieg, célebre médico de Bale, conocido en el mundo médico por
sus excelentes trabajos y lecciones, me ha comunicado una carta del profesor
Stehelin, hombre apreciado en el terreno de las letras, en la cual encuentro
algunas observaciones interesantes у útiles.
Me reservo algunas para el transcurso de esta obra, donde serán mejor
colocadas, y he aquí dos de ellas: « El hijo de M..., de edad de 14 a 15 años,
ha muerto de convulsiones y de una especie de epilepsia, cuyo origen era
únicamente la masturbación, y fue tratado por los médicos más
experimentados de nuestra ciudad. Conozco también una joven de 12 a 13
años, que por esta detestable práctica adquirió una consunción con el vientre
grueso y tenso, una pérdida blanca y una incontinencia de orina. Aunque se
emplearon grandes remedios, se debilitó considerablemente y me temo
consecuencias nefastas». Algunas observaciones no menos notables
publicaron varios autores, cuyas obras he ojeado; pero las escogidas por el Sr.
Tissot son más que suficientes para formar un cuerpo de doctrina. En una de
las sesiones del presente curso, celebradas en la Academia Médico -
Quirúrgica Española, se dio cuenta de una observación no menos notable, que
luego ha visto la luz en los periódicos profesionales por lo cual no la
insertamos aquí. Se trataba de un joven que padeció una corea [10] , a
consecuencia del vicio solitario, cuya enfermedad fue bastante rebelde al
tratamiento.

1.2 CUADRO SACADO DE LA ONANIA.

Después de la publicación de esta obra he aprendido, por el conducto


más respetable, que no se debe tributar una entera creencia a los hechos de la
colección inglesa y que por esta razón, algunas calumnias y obscenidades que
contiene y la suposición de un privilegio imperial, han hecho prohibir la
traducción alemana en el imperio. Estos motivos me hubieran determinado a
suprimir lo que he conservado de esta obra; pero ciertas consideraciones me
han inducido a conservarlas con la modificación de este aviso. La primera es
que algunas de estas razones sólo aparecen en la edición alemana. La segunda
es, que aunque puedan encontrarse algunos hechos supuestos, y otros parecen
llevar verdaderamente este carácter, está probado que el gran número de ellos
es muy verdadero. En fin, una tercera consideración que me ha decidido, es la
que encuentro en la misma carta de Stehelin. He recibido, dice, una carta de
M. Hoffmann, de Maestricht, en la cual se consigna haber visto un
masturbador que adquirió una consunción dorsal, que él trató sin
consecuencias, y que fue curado por los remedios citados en La Onania (cuyo
autor debe ser el doctor Bekkers, de Londres), tan perfectamente, que tuvo
cuatro hijos y se puso completamente robusto.
La Onania inglesa es un verdadero caos y la obra más indigesta que se
ha escrito en algún tiempo. No se puede leer más que las observaciones;
todas las reflexiones del autor no son más que trivialidades teológicas y
morales. Yo no tomaré de toda esta obra, que es muy larga, más que un
bosquejo de los efectos más ordinarios de los que son víctimas los enfermos:
la incapacidad, la expresión enérgica de dolor que se encuentran en un
pequeño número de cartas, y que no pueden encontrarse en el extracto, no
deben debilitar la impresión de horror que su lectura inspira, porque esta
impresión depende de los hechos.
Yo dividiré en seis capítulos los males que acusan los enfermos
ingleses, empezando por los más peligrosos, los del alma.
1. Todas las facultades intelectuales se debilitan, la memoria se pierde,
las ideas se oscurecen, los enfermos algunas veces caen e n una ligera
demencia, tienen sin cesar una especie de inquietud interior, una
angustia continua, a veces remordimientos de conciencia tan vivos, que
les hacen estallar en lágrimas. Están sujetos a vértigos todos sus
sentidos; pero sobre todo, la vista y el oído se debilitan, y su sueño, si
es que puede dormir, está turbado por ensueños penosos.
2. Las fuerzas del cuerpo disminuyen enteramente; el crecimiento de los
que se entregan a estos abominables vicios, antes que él mismo pueda
ser completo, queda interrumpido. Algunos no duermen, mientras que
otros tienen un sopor casi continuo. Casi todos se hacen hipocondríacos
e histéricos, y están expuestos a todos los efectos que acompañan a
estas peligrosas enfermedades; tristeza, suspiros, lágrimas,
palpitaciones, sofocaciones y síncopes . Se les ha visto escupir materias
calcáreas. La tos, la fiebre lenta, la consunción, etc., son los castigos
que otros encuentran a sus propios crímenes.
3. Los más vivos dolores son el objeto de la queja de los enfermos.
Algunos lo sienten en la cabeza, otros en el pecho, en el estómago, en
los intestinos, otros dicen sentir dolores parecidos a los reumáticos.
Algunas veces se presenta un adormecimiento doloroso en todas las
partes del cuerpo, cuando apenas se comprime ligeramente.
4. Se ha visto, no solamente erupciones en la cara, lo cual es un síntoma
de los más comunes, sino también verdaderas pústulas supurantes en
aquella región, en la nariz, en el pecho, en las piernas, con los dolores
crueles de estas mismas partes. Uno de los enfermos presentaba
excrecencias carnosas en la frente.
5. Los órganos de la procreación llevan también su parte en las miserias,
de las cuales han sido ellos la causa primera. Muchos enfermos se
hacen incapaces de la erección; en otros, por el contrario, se derrama el
semen al momento del más ligero deseo o de la más débil erección, o
en los esfuerzos de la defecación. Gran número de ellos es atacado de
una gonorrea habitual que abate enteramente sus fuerzas, y dan una
materia parecida a la sanies fétida o a una mucosidad. Otros son
atormentados por priapismos dolorosos. Las disurias [11] , las
estrangurias [12] , los ardores de orina, la dificultad de su expulsión,
hacen sufrir cruelmente a algunos enfermos. Hay algunos que tienen
tumores dolorosos en los testículos, pene, vejiga y cordón espermático.
En fin, por el abuso del coito o por la depravación del licor genital,
quedan estériles casi todos los que se entregan a este crimen.
6. Las funciones de los intestinos son algunas veces grandemente
alteradas, y algunos enfermos se quejan de constipaciones persistentes ,
otros de hemorroides, algunos de deposiciones fétidas, etc. Esta última
observación me recuerda al joven del que habla Hoffmann, que
después de cada masturbación era atacado de la diarrea, generando la
pérdida de sus fuerzas.

1.3 OBSERVACIONES DEL AUTOR.


El cuadro que ofrece mi primera observación es terrible; y yo mismo
me horrorice la primera vez que vi al infortunado al que se refiere, y entonces
sentí más que ahora la necesidad de enseñar a los jóvenes todos los horrores
del precipicio al que voluntariamente se arrojan.
L. D ..., relojero, era sabio y había gozado de buena salud hasta la edad
de 17 años. A esta edad se entregó a la masturbación, que él repetía todos los
días a menudo hasta tres veces, y la eyaculación era siempre precedida y
acompañada de una ligera pérdida del conocimiento y de un movimiento
convulsivo de los músculos extensores de la cabeza, que la retiraba
fuertemente hacia atrás, mientras que el cuello se hinchaba
considerablemente. Así pasó un año, hasta que comenzó a sentir una gran
debilidad después de cada acto. Este aviso no fue suficiente para retirarlo de
la senda del crimen; su alma, entregada a estos excesos, no era capaz de otras
ideas; y las repeticiones de su crimen continuaron hasta que se vio en un
estado en que la muerte era inminente. Era ya muy tarde, el mal había hecho
ya tantos progresos, que él no pudo ser curado y las partes genitales quedaron
tan irritadas, tan débiles, que no le era necesario un nuevo acto para hacer
salir el semen. La irritación más ligera producía inmediatamente una erección
imperfecta, que era inmediatamente seguida de una evacuación de este licor,
que aumentaba diariamente su debilidad.
Este espasmo, que no se presentaba más que en el tiempo del acto
venéreo y que cesaba al mismo tiempo, se había hecho habitual y lo atacaba a
menudo sin ninguna causa aparente, y de una manera tan violenta, que
durante todo el tiempo del suceso, que duraba algunas veces quince horas y
nunca menos de ocho, iba acompañado al mismo tiempo de dolores en la
parte posterior del cuello, tan violentos, que sólo tenía tiempo para dar
quejidos lastimeros, y se veía imposibilitado durante este tiempo de tomar
ningún alimento ni bebida Su voz se había hecho apagada; pero este síntoma
se hacía más notable al momento de la actividad. Perdió totalmente sus
fuerzas; obligado a renunciar a su profesión, incapaz para cualquier cosa y
lleno de miseria, se fue debilitando considerablemente durante algunos
meses, de tal manera, que la única facultad intelectual que le quedaba, la
memoria, sólo servía para recordar la causa de su desgracia y hacer venir a su
imaginación los más horribles remordimientos. Habiendo tenido noticia de su
lastimoso estado, me presente en su casa; mejor que un ser viviente encontré
tan sólo un cadáver agitándose sobre el lecho, pálido, débil, presentando un
olor pestilente y casi incapaz para ningún movimiento. Perdía además por la
nariz una sangre pálida y acuosa, una baba le salía continuamente de la boca:
atacado de una pertinaz diarrea, iban a pasar los excrementos a la cama antes
de que el sujeto tuviera tiempo de darse cuenta; el flujo de semen era
continuo, sus ojos estaban turbios, el sujeto no tenía movimiento, el pulso
estaba extremadamente pequeño, vivo y frecuente, la respiración muy
agitada, el enflaquecimiento excesivo, exceptuando en los pies que
comenzaban a hacerse edematosos. El desorden del espíritu no era menor, sin
ideas, sin memoria, incapaz de ligar sus palabras, sin reflexión, sin quietud
sobre su mente, no presentaba otro sentimiento que el de dolores que se
presentaban con todos los episodios, por lo menos cada tres días.
Convertido en ser muy parecido al bruto, presentando un espectáculo
que no podía concebirse sin horror, daba trabajo el recordar que aquel
desgraciado pertenecía a la especie humana. Para el tratamiento de este
infeliz, recurrí a la ayuda de remedios fortificantes, para destruir estos
violentos episodios espasmódicos, que se presentaban muchas veces con
violentos dolores; él murió al cabo de algunas semanas, en Junio de 1757,
edematoso por todo el cuerpo.
Todos los que se entregan a este odioso y criminal vicio, no son
castigados tan cruelmente; pero muchas veces se resiente poco más o menos.
La frecuencia de los actos, la variedad de los temperamentos y muchas y
extrañas circunstancias, ocasionan diferencias considerables. Los males que
he visto más a menudo son:

1. Un desorden total del estómago, que se anuncia en algunos como


pérdida del apetito o por apetitos irregulares; mientras que en otros, por
dolores vivos, sobre todo en el tiempo de la digestión, por vómitos
habituales, que resisten a todos los remedios, mientras el sujeto
continúe en sus perniciosos hábitos.
2. Una debilidad de los órganos de la respiración, de donde resultan a
menudo toses secas, alteraciones en la voz, cansancio cuando se da un
movimiento un poco violento.
3. Una relajación total del sistema nervioso.

No es necesario conocer mucho la economía animal para comprender


que estas tres causas pueden producir todas las enfermedades que hemos
mencionado y las que más adelante veremos; y la experiencia prueba que
unas y otras se presentan todos los días.
Los primeros accidentes que resultan en los masturbadores, son,
además de los que acabamos de indicar, una disminución considerable en las
fuerzas, una palidez más o menos considerable, algunas veces un color
ligeramente amarillento; otras, erupciones en forma de botón que no pasan
sino para ser sucedidos por otros y que se reproducen considerablemente por
toda la cara; pero sobre todo, en la frente, en las sienes y cerca de la nariz;
una debilidad considerable, una sensibilidad asombrosa a los cambios de
temperatura y estación, sobre todo al frío; un decaimiento marcada en la
visión, una disminución considerable de todas las facultades, sobre todo de la
memoria. « Yo conozco muy bien, me escribe un paciente, que este
pernicioso vicio me ha disminuido la fuerza de las facultades, y sobre todo, la
memoria. » Me permitiré insertar aquí los fragmentos de algunas cartas, que
reunidas, forman un cuadro bastante completo de los desórdenes físicos
producidos por la masturbación y que no pude insertar en las primeras
ediciones de esta obra por la lengua en la que escribía: «Yo he tenido la
desgracia, como otros jóvenes (es en la edad madura en la que escribe), de
entregarme a un vicio tan maligno para el cuerpo como para el alma; la edad,
ayudada de la razón, ha corregido, después de algún tiempo, este miserable
vicio; pero el mal está hecho. A la afección y sensibilidad extraordinaria del
sistema nervioso, y a los accidentes que él ocasiona, se añaden una debilidad,
un malestar, un estado especial que me iba deteriorando continuamente; yo
estoy minado por una pérdida de semen casi continua, mi cara se hace casi
cadavérica, pues está pálida y plomiza. La debilidad de mi cuerpo hace
difíciles todos los movimientos, la de mis piernas es a menudo tal, que
muchas veces apenas puedo sostenerme derecho, y no me atrevo a salir de mi
habitación. Las digestiones se hacen tan mal, que la nutrición apenas es
posible; y muchas veces arrojo por medio del vómito lo que pocas horas antes
he introducido en el estómago. El pecho se llena de flemas, cuya presencia
me coloca en un estado de angustia , y la expectoración es su consecuencia.
He aquí un cuadro recopilado de mis dolencias, aun aumentadas por la triste
certeza de que el día que viene será tan peligroso como el que pasó. En una
palabra, yo no creo que jamás una criatura humana haya sido afligida de
tantos males como yo. Si la Providencia no lo remedia, muy pronto la muerte
pondrá término a tan gran desventura. »
También se lee con horror la carta de otro enfermo, escrita con palabras
terribles, que me recuerdan las de la Onania: « Si la religión no me detuviera,
había terminado ya mi vida tan cruel. » No hay en el mundo en efecto, peor
estado que el que ocasiona los excesivos abusos de la masturbación. El dolor
no es nada en comparación suya, y como quiera que esto se junte a una
porción de otros males, no es extraño que un enfermo desee la muerte como
un gran bien, y mire la vida como una desgracia real, si es que se puede
llamar vida a un estado tan triste.

Cuando no pueda vivir, que sea posible morir; Los miserables


mueren dulcemente, pero la muerte retrocede cuando se desea. M.

La descripción siguiente es más corta y menos terrible: « Yo tuve la


desgracia en mi tierna juventud ( entre 8 y 10 años ) de contraer este
pernicioso hábito, que en buena hora ha arruinado mi temperamento; pero
sobre todo, desde hace algunos años noto en mi una debilidad extraordinaria;
tengo los nervios extremadamente débiles; mis manos están sin fuerza,
muchas veces temblorosas y con un sudor continuo; tengo violentos
episodios de mal de estómago, dolores en los brazos, en las piernas, algunas
veces en los riñones y en el pecho, a menudo se presenta tos, mis ojos están a
menudo pálidos, mi apetito es devorador; pero a pesar de esto tengo todos los
días mal aspecto de cara y estoy adelgazando mucho. » Ya se verá en la
sección del tratamiento, el resultado de los remedios empleados en este caso.
Yo no detallaré la cura del primero, a causa de la mucha extensión.
«La naturaleza, escribía un tercero, me ha indicado la causa del estado
lamentable en el que me encuentro y el peligro del abismo al que
voluntariamente me precipite; pues en la parte que sirve de instrumento a mi
crimen, se han desarrollado unas pápulas de mal carácter. » Otro sujeto me ha
dicho varias veces que « durante el acto de la masturbación se presentaba un
dolor intenso en la cara. Los primeros síntomas morbosos fueron algunas
erupciones en dicha región, en el pecho y los lomos, con inquietud general y
continua; bien pronto la debilidad del cuerpo, y sobre todo de las facultades
intelectuales, le colocó en un estado horrible acompañado de profunda
melancolía, durante siete años estuvo incapaz para toda ocupación y sin gozar
un sólo instante de alegría y felicidad. Yo vivo continuamente, dice él, presa
de la angustia, la inquietud y la agitación más cruel; los sentimientos más
vergonzosos, y un aturdimiento tan terrible, que cuando se me hablaba no
comprendía algunas veces la ilación de las ideas. Yo tenía dolores vivos en el
cerebro, en el cuello y una especie de rigidez en todo el cuerpo... »
Aquí podríamos añadir un gran número de relaciones de enfermos, por
los cuales he sido consultado después de las primeras ediciones de esta obra;
pero de hacerlo así caería en repeticiones inútiles, por lo cual me limitaré a
dos o tres de los más recientes.
Un hombre que está en la flor de su edad, me escribió hace pocos días
lo siguiente: « Yo he contraído desde muy joven una horrible costumbre que
ha arruinado mi salud; estoy embestido de aturdimientos y otros síntomas
cerebrales que me hacen temer la apoplejía [13] , y por lo cual se me ha tenido
que sangrar; pero bien pronto he tenido la triste ocasión de apreciar lo que en
mi ocurría. Sentía cierta opresión en el pecho, y por consiguiente, la
respiración se hacía fatigosa; tengo frecuentemente dolores de estómago y así
sucesivamente va sufriendo todo el cuerpo, estoy todo el día aturdido e
inquieto, durante la noche mi sueño es penoso y agitado y no repara el débil
estado en que me encuentro Tengo a menudo deseos, estoy pálido, los ojos
debilitados y dolorosos, la tez amarillenta y mal olor en la boca, etc.»
« Yo no puedo andar, me escribe un segundo, 200 pasos sin descansar;
mi debilidad es extrema, tengo dolores continuos en todo el cuerpo; pero
sobre todo, en las espaldas; sufro mucho del pecho; he conservado el apetito;
pero esto no deja de ser un nuevo mal, pues se presentan los dolores de
estómago después que he comido acompañados de vómitos que me hacen
arrojar cuantos alimentos he ingerido. Si leo una o dos páginas, mis ojos se
llenan de lágrimas y me hacen sufrir; a menudo se presentan movimientos
involuntarios. »
El hilo flácido del escroto, todo aquel que es incapaz de tener una
erección, en efecto deja salir el semen, al tocarlo con la mano, pero no
eyacula en absoluto, estando tan reducido y manipulado, que los ojos pueden
juzgar de la fuerza del sexo
Se encontrarán en el transcurso de esta obra los detalles y resultados del
tratamiento en este caso, uno de los más notables de todos los enfermos que
he visto. Un tercero, que se había entregado a la masturbación a la edad de
doce años, parecía más bien atacado de las facultades intelectuales que en la
salud corporal. « Yo siento, decía el mismo enfermo, disminuir mi calor
considerablemente; el sentimiento es considerable en mí, el fuego de la
imaginación ha disminuido notablemente, el sentimiento de la existencia es
infinitamente menos vivo; todo lo que me sucede me parece un sueño, apenas
puedo concebir ni menos recordar las ideas, en una palabra, me siento
desfallecer aun conservando el sueño, el apetito y bastante buen semblante.»
Una consecuencia no rara, es la hipocondría, y si los hipocondriacos se
entregan a esta práctica, empeora todos los síntomas del mal y se hace
totalmente incurable. Yo he visto presentarse los síntomas convulsivos más
enmarcados como consecuencia de la reunión de estas dos causas, y las
observaciones reiteradas, me han demostrado que muchos de los ataques de
delirio у de manía que se presentan en los hipocondríacos, son debidos a la
masturbación. El cerebro, debilitado por esta doble causa, pierde insensible y
gradualmente todas sus facultades, y los enfermos caen al fin en una
imbecilidad que sólo se suspende en algunos ataques de frenesí. En las
memorias de los curiosos de la naturaleza(Las Memoires des Curieux de la
Nature) hablan de un hombre melancólico, que, siguiendo el consejo de
Horácio, buscaba algunas veces en el vino el modo de disipar sus tristezas, y
que habiéndose entregado luego a otro género de placeres en los primeros
días de un segundo casamiento, cayó en una manía tan terrible que falleció al
cabo de algunos días.
Jakin nos ha comunicado, en sus comentarios a las obras de Rhazés, la
historia de un melancólico, al cual los excesos del mismo género le hicieron
caer en una extenuación acompañada de manías que en poco tiempo pusieron
fin a su existencia.
Se sabe que los arrebatos epilépticos, acompañados de una efusión de
licor seminal, producen resultados más terribles que los otros. El coito excita
los efectos del mal de los que están sufriendo las secuelas de los excesos
venéreos, y esta es la causa a la que atribuye Van Swieten, el gran
desfallecimiento en que caen los enfermos si los episodios son frecuentes. M.
Didier nos refiere la historia de un comerciante, que siempre que se entregaba
a los placeres de Venus padecía inmediatamente un ataque de epilepsia.
Galeno presenta una observación semejante, y Enrique Van Heers
consigna igual opinión. El Sr. Van Swieter, nos da noticia de un epiléptico
que fue atacado del evento la noche de sus nupcias. M. Hoffmann conocía
una mujer de vida bastante airada, que con frecuencia era acometida por
episodios de epilepsia después de los actos venéreos. Se puede colocar aquí
lo que decía Boerhaave, en su Tratado de las enfermedades de los nervios.
Para ello presentó el ejemplo de una mujer que caía después de cada coito en
un síncope bastante largo, y el de un hombre que murió después del primer
coito; la fuerza del espasmo le había producido inmediatamente una parálisis
total, y finalmente, encuentro en la excelente obra con que M. Sauvages
acaba de enriquecer la literatura médica, la observación muy singular, y quizá
única, de un hombre que en medio del acto (el mal ha durado doce años) se
vio atacado de un espasmo que comprendía todo el cuerpo, con pérdida de
sentimiento y de conocimiento. De tal manera que su esposa se vio obligada a
empujarlo al otro lado de la cama por su impotencia; y la difícil evacuación
de los espermatozoides fue seguida por ésta, finalmente, se alivió la rigidez
del cuerpo. Yo conozco muchos hechos análogos, de los cuales ha indicado
un gran número M. Haller, en sus apuntes sobre las instituciones de
Boerhaave; y los observadores nos dan cuenta de otros mucho.
Ya se ha visto más arriba que la masturbación produce la epilepsia, y
esta se presenta con más frecuencia de lo que ordinariamente se cree, siendo
muy común que cada acto haga aparecer los signos, como yo he visto más de
una vez en los que a ellos están sujetos. ¿Pero esta enfermedad es por
casualidad incurable?
Esta rigidez total del cuerpo, de la que habla Boerhaave, es uno de los
síntomas más raros. Yo no lo he visto más que una vez; pero en el grado más
completo. La enfermedad había comenzado por una rigidez del cuello y de la
región dorsal, e invadió sucesivamente los miembros, en términos que este
infortunado, joven aun, a quien vi algún tiempo antes de su muerte, sólo
podía guardar en la cama el decúbito supino, sin que de nada le sirvieran las
manos ni los pies; estaba incapaz para cualquier movimiento y sólo podía
tomar los alimentos que se le introducían en la boca. Este enfermo vivió
algunos meses en tan triste estado, y murió, o mejor dicho, se extinguió casi
sin sufrimiento.
Posteriormente he visto otro caso no menos terrible de esta rigidez total
y mortal, y que también merece ser publicado. En cierta ocasión fui llamado
al campo para asistir a un hombre de 40 años que había sido de constitución
fuerte y robusta; pero que a consecuencia de los excesos alcohólicos y
venéreos, había notado algunos desórdenes en las fuerzas: su mal comenzó
por una debilidad que le hacía vacilar cuando andaba: muchas veces caía a
pesar de que andaba por terrenos llanos; no podía bajar los peldaños de una
escalera, sino con grandes molestias, por cuya razón apenas podía salir de su
habitación. Sus manos temblaban igualmente: no podía escribir algunas
palabras sino con gran dificultad y bastante mal.
Su memoria no ofrecía ningún desorden, y sólo se podía suponer alguna
lesión en sus facultades por el temblor, que se hacía notable, cuando jugaba a
las damas: la fisonomía del enfermo había cambiado. Tenía apetito, dormía
bien, pero le eran algo difíciles los movimientos cuando estaba en el lecho.
Me pareció que los excesos alcohólicos y venéreos fueron la causa
primera del mal y los esfuerzos musculares que antes había hecho, dieron
lugar a que la enfermedad comenzara por los músculos. La estación no era la
más favorable para administrarle los remedios oportunos; sin embargo, el
enfermo buscaba con avidez un modo de oponerse a los progresos del mal.
Yo le aconsejé fricciones con una franela en todo el cuerpo y algunos tónicos
al interior; y me propuse aumentar las dosis y añadir el uso de un baño frío,
en el principio del verano: al cabo de algunas semanas el temblor de las
manos parecía haber disminuido un poco.
Hubo una consulta en el mes de Abril. Se atribuyó el mal a que el
enfermo había escrito mucho durante algunos meses, hacía dos años, en una
habitación recientemente construida.
Creyendo, pues, algún profesor, que la enfermedad sería reumática, se
emplearon los baños tibios, algunas fricciones grasosas y los polvos
diaforéticos y antiespasmódicos. No ocurrió, sin embargo, ningún cambio
notable en el estado general del enfermo.
En el mes de junio, una segunda consulta decidió que fuera a tomar las
aguas de Leuk, en Valais .
Al regresar de estos baños había más temblor y más rigidez. Durante
los tres o cuatro años que transcurrieron, sólo lo he visto unas tres o cuatro
veces. Se hicieron venir de Francfort los remedios marcados en la Onania y
los cuales no produjeron ningún resultado. Consultó el último año a un
médico extranjero; pero con muy pocas ventajas. El mal ha hecho, desde el
principio, progresos lentos, aunque graduales, y muchos meses antes de su
muerte no podía sostenerse sobre sus piernas ni mover los brazos ni las
manos. La dificultad en la lengua aumentó y perdió de tal modo la voz, que
no se le podía entender lo que hablaba sino a duras penas. Los músculos
extensores de la cabeza le hacían caer continuamente sobre el pecho; había
dolor gravativo en la región lumbar; el sueño y el apetito disminuían
sucesivamente, los últimos meses de su vida apenas podía ya moverse,
viniendo después una sensación de opresión, con fiebre irregular; la vista se
extinguió singularmente. Cuando yo le vi por última vez, en el mes de Enero,
estaba el enfermo que nos ocupa recostado sobre un colchón todo el día y
gran parte de la noche, las piernas extendidas sobre una silla, la cabeza caía a
cada instante sobre el pecho. Era necesario que una persona, continuamente
permaneciera a su lado, para ocuparse de hacerle cambiar de actitud, moverle
la cabeza, alimentarlo, darle de fumar, sonarle y observar con atención todo
lo que decía.
A los pocos días estaba reducido a pronunciar las palabras letra por
letra, escribiéndolas a medida que las pronunciaba. Viendo que yo no le daba
ya ninguna esperanza y que no empleaba más que algunos sedantes para la
opresión y la fiebre, dominado por el deseo de vivir, hizo a uno de sus
amigos, para que este me la comunicara, la confidencia de la causa a la cual
atribuía todos sus males, explicándole que esta era la masturbación, cuya
infamia había consumado algunos años antes y que había continuado tanto
tiempo como pudo. También reveló que él había sentido crecer sus males a
medida que continuaba tan pernicioso vicio. El mismo enfermo me confirmó
esta revelación algunos días después.
Los excesos de los placeres del amor no producen solamente las
enfermedades crónicas, pues se engendran a veces las dolencias agudas; no
siendo raro que compliquen o hagan cambiar perjudicialmente las
enfermedades debidas a cualquier otra causa.
Hipócrates nos ha dejado en sus historias de las enfermedades
epidémicas, la observación de un joven que después de haberse entregado a
los excesos alcohólicos у venéreos, fue atacado de una fiebre acompañada de
los síntomas más peligrosos e irregulares, y por fin murió.
Todo lo que dice Hoffmann sobre este tema en particular merece ser
publicado. Después de haber hablado de los peligros de los placeres del amor
para los heridos, comienza por citar una observación de Fabricio de Hilden,
en la cual se expone que un hombre cohabitó el décimo día de una infección
que había terminado el séptimo por sudores abundantes, y fue atacado de una
intensa fiebre y un temblor considerable, muriendo el enfermo tres días
después. El mismo autor refiere en seguida la historia de un hombre de 50
años, gotoso y entregado a los placeres sexuales y alcohólicos, que
hallándose al principio de la convalecencia de una falsa pleuresía, fue atacado
inmediatamente después del coito de un temblor general y una rubicundez
excesiva en la cara, con fiebre y todos los síntomas de la enfermedad, de la
que se había casi curado, pero mucho más intensa que en la primera vez, y
corrió su vida un gran peligro. Habla también de un hombre que siempre que
se entregaba a los excesos sensuales, padecía sucesos de fiebre durante
muchos días. Concluye con una observación de Bartholin, que vio un recién
casado acometido al siguiente día de su casamiento, después de los excesos
conyugales, de una fiebre aguda con grande abatimiento, desfallecimientos,
arcadas en el estómago y una sed inmoderada, desvaríos, insomnio y bastante
inquietud. Se curó por el reposo y algunos tónicos.
N. Chesnean vio a dos jóvenes esposos atacados, la primera semana de
sus matrimonios, de una violenta fiebre continua, con rubicundez e hinchazón
considerable de la cara. Uno de ellos tenía un dolor violento en el coxis y
ambos perecieron al cabo de pocos días.
M. Vandermonde describe una fiebre producida por la misma causa,
que fue también muy larga y acompañada de los más terribles accidentes;
pero cuyo éxito fue más feliz que en el enfermo citado por Hipócrates. Yo no
copiaré aquí la descripción que él da, porque es un poco larga; pero aconsejo
a los médicos que la lean en su misma obra, que es bastante común. Hablaré
más adelante del tratamiento. M. de Sauvages describe esta enfermedad bajo
el nombre de fiebre ardiente de los novios. El pulso es bastante frecuente y
lleno, las orinas encendidas, la piel se pone seca y fría, presentando además
una sed intensa, náuseas e insomnio.
He visto desde 1761 a 1762, dos jóvenes muy sanos, fuertes y
vigorosos, que fueron atacados, el primero en su día inicial, mientras que el
segundo el día dos de su matrimonio, sin escalofrío alguno, de una gran
fiebre, con el pulso fuerte y duro, desvaríos, frecuentes; pero ligeros
movimientos convulsivos, una inquietud constante y la piel muy seca. El
segundo presentaba desórdenes en la función urinaria . Yo pensé desde luego
que los excesos alcohólicos podrían haber tenido alguna parte en estos
accidentes, pero quedé disuadido, al menos con respecto al segundo. Curaron
ambos al cabo de dos días; circunstancia que, unida a la época de la
enfermedad y a su índole, no dejan ninguna duda sobre su causa. Otras
observaciones me han demostrado que las enfermedades agudas de los
masturbadores eran más peligrosas; su marcha es ordinariamente irregular,
sus síntomas más marcados, sus períodos desordenados. No se encuentran
recursos en el temperamento, el arte está obligado a hacerlo todo, y como no
existen nunca crisis perfectas, sucede que después de bastante trabajo, el
sujeto cae en un estado de postración en lugar de restauración, que exige la
continuación de cuidados más persistentes para impedir que no recaiga en
una enfermedad crónica. El doctor Fonseca ha publicado algunos escritos
sobre este tema. Muchos jóvenes robustos, dice, que se entregan a excesos
con las mujeres, son atacados de una fiebre aguda que los devora, o padecen
enfermedades peligrosas, de las cuales curan con dificultad; porque cuando el
cuerpo está debilitado por los excesos venéreos, si es atacado de alguna
enfermedad aguda, presenta pocas probabilidades para la curación.
Un muchacho que apenas tenía seis años, se entregó con tanto furor a la
masturbación, que al fin, en lugar de esperma no podía obtenerse sino sangre,
cuyo derrame fue bien pronto seguido de agudos dolores y de una
inflamación excesiva de todos los órganos de la fecundación. Hallándome por
casualidad en el campo, se me consultó sobre aquel enfermo, y ordené las
cataplasmas emolientes, que produjeron el efecto que yo esperaba; pero he
sabido poco tiempo después, que ha muerto a consecuencia de la falsa
viruela, y producto de los excesos a los que se había entregado en su infancia,
contribuyeron en gran manera a la funesta terminación de esta enfermedad.
¡Qué aviso a los jóvenes!
Todos los que tienen frecuente ocasión de tratar las enfermedades
venéreas, saben que en los sujetos gastados por la frecuencia de los excesos,
es más fácil que venga la terminación desastrosa. He visto los más infamantes
espectáculos en este género.
M. Morgagni dice que los frecuentes excesos carnales son suficientes
para producir varicoceles [14] e hidroceles [15] que son, como todos sabemos,
enfermedades bastante peligrosas.
1.4 RESULTADOS DE LA MASTURBACIÓN EN
LAS MUJERES.

Las observaciones precedentes, si se exceptúa la de M. Stehilin,


parecen referirse principalmente a los hombres; y seria tratar
incompletamente esta materia el hacer caso omiso del bello sexo, siendo así
que la mujer que se entrega a estos criminales actos, se expone a casi los
mismos peligros que el hombre. No deja de ser frecuente ver en las mujeres
todos los males que acabo de describir, y todos los días vemos que perecen
miserablemente algunas mujeres víctimas de la lujuria. La Onania inglesa
está llena de detalles que no se pueden leer sin horror y compasión; puesto
que de ellas resulta que el mal reviste más actividad en este sexo que en los
hombres.
Además de todos los síntomas que ya hemos dejado indicados, se
observa con frecuencia que las mujeres están particularmente expuestas a los
episodios de histerismo otras afecciones en relación con su organismo
especial e ictericias [16] incurables, calambres crueles del estómago y del
dorso, vivos dolores en la nariz; flujos blancos y además dolores más o
menos continuos en la región lumbar; prolapsos y ulceraciones en la matriz y
a todas las enfermedades que estos órganos entrañan; a los tumores y
pitiriasis [17] del clítoris, a la ninfomanía que, quitándoles el pudor y la razón
a la vez, las rebajan al nivel de los brutos más sátiros, hasta que una muerte
desesperada viene a poner fin a su poco envidiable existencia.
El semblante, espejo fiel del estado del alma y del cuerpo, es el primero
que da a entender las alteraciones internas. El buen color y el estado de las
carnes, cuya reunión dan a la mujer ese aire de juventud, en el que sólo cabe
la belleza y sin el cual esta misma belleza no produciría otra impresión que la
de una admiración fría, desaparecen para ser suplidos por adelgazamiento y
coloración plomiza de la cara, y una disminución en el color general de la
piel; los ojos pierden su brillo, se debilita la visión y no tardan en presentarse
alteraciones más o menos notables en todo el organismo. Los labios pierden
su rubicundez, los dientes su blancura y no es raro que el conjunto sufra un
desorden considerable por la deformación total de la talla. La raquitis, que se
llama comúnmente en Francia nouure y en España encanijamiento, es una
enfermedad que tal como la ha descrito Boerhaave no ataca nunca después de
la edad de tres años.
Se ven comúnmente jóvenes de uno y otro sexo; pero sobre todo
mujeres, que, después de haber sido bien formados hasta los 8, 10, 12, 14 y
aun 16 años, caen poco a poco en un desarreglo de la talla, por la encorvadura
de la espina dorsal, y el desorden es algunas veces por demás considerable.
No es este el lugar para dar detalles de esta enfermedad ni enumerar las
causas que la producen. Hipócrates indicó ya dos. Yo podría haber tenido la
ocasión de publicar en otro trabajo lo que muchas observaciones me han
enseñado; pero lo que debo decir es que entre estas causas ocupa uno de los
primeros lugares la masturbación.
M. Hoffman había ya dicho que las jóvenes que se entregan a los
placeres del amor antes de haber llegado al completo crecimiento, se
debilitaron y no llegaron a adquirir la estatura ordinaria; y se aprecia que una
causa que puede impedir el crecimiento, debe, con mucha más razón, turbar
el orden y producir esas perturbaciones en su marcha, que contribuyen a la
enfermedad de que me ocupo.
Un síntoma común a los dos sexos y que coloco en este artículo porque
se presenta con más frecuencia en las mujeres, es la indiferencia que esta
infamia deja para los placeres legítimos del matrimonio, puesto que entonces
las fuerzas y los deseos no son suficientes para ejercer las funciones de
generación con toda la regularidad debida; indiferencia que no solamente se
observa en los célibes, sino que con frecuencia prosigue hasta el lecho
nupcial. El doctor Bekker, cita la observación de una mujer en la cual esta
perniciosa maniobra ha tomado tanto imperio sobre sus sentidos, que detesta
los medios legítimos de calmar los estímulos sexuales.
Yo conozco a un hombre que, instruido en estas abominaciones por un
preceptor, obtuvo el mismo resultado al principio de su casamiento; y la
angustia de esta situación junto al aniquilamiento en que le habían colocado
sus acciones, le redujo a una profunda melancolía, que cedió al uso de los
medicamentos nervinos y fortificantes.
Antes de ir más lejos, he de permitirme invitar a los padres y madres a
que reflexionen sobre la causa de la melancolía que a veces presentan los
jóvenes; pues estamos seguros que en la inmensa mayoría de casos se deben a
los excesos venéreos, y principalmente a la masturbación, todos aquellos
accidentes que minan su existencia.
Si se teme ser engañado en la elección de aquellos a quienes se confía
el importante encargo de formar el espíritu y el corazón de los jóvenes, se les
deberá recomendar gran vigilancia sobre ellos у si esto no es posible, acudir a
los criados para que estos la ejerzan directamente. Sin embargo, en algunas
ocasiones es necesario vigilar al mismo tiempo a los niños de ambos sexos y
a los criados, pues hay ocasiones en la que los sirvientes instruyeron a los
jóvenes en aquel pernicioso vicio, y en este caso se encuentra el enfermo
citado por Rast. La colección inglesa está llena de ejemplos parecidos, y
nosotros podríamos citar un gran número de ellos, que se referían a tiernas
plantas que se perdieron por los malos consejos del jardinero a quien se las
confió. ¿Qué remedios se podrán oponer a estos males?
La respuesta sale de mi esfera, por lo cual será corta, además de que ya
antes la hemos indicado. Vigilar a ambos, si bien esta vigilancia sólo puede
confiarse a un padre de familia observador e ilustrado; y debe ejercerse hasta
los puntos más recónditos de la casa, que son los que suelen elegir los
jóvenes para entregarse a sus perniciosas maniobras. Por más que esto
parezca imposible, no lo es en la mayor parte de los casos.

Porque la historia le enseñó al maestro a ver más en sus asuntos. –


Phoed.

Cuando uno de los criados sea sospechoso, no se le dejará sólo con el


niño, y nunca se consentirá a este que entable relaciones amistosas con ellos.
No hace mucho tiempo que una joven de 18 años, que había gozado
siempre de muy buena salud, cayó en una debilidad espantosa: sus fuerzas
disminuyeron paulatinamente: durante el día estaba acometida de sopor y por
la noche presentaba un insomnio bastante marcado; no tenía apetito y se veía
una hinchazón edematosa extendida por todo el cuerpo. Alarmados sus
padres por el lamentable estado en que aquella joven se encontraba,
acudieron a un notable cirujano, que después de asegurarse de que no existía
ningún desorden menstrual, atribuyó a la masturbación el origen de la
enfermedad. El efecto que produjo la primera pregunta confirmó la certeza de
su suposición, y ya no hubo ninguna duda cuando la enferma confesó su
propio delito.
El profesor, a cuyos cuidados se había confiado la enferma, hizo
comprender a esta el peligro de dichas prácticas, cuya finalización y algunos
remedios han atajado en pocos días el progreso del mal y producido algún
resultado favorable.
Además de la masturbación o vicio solitario manual, hay otro goce que
se puede llamar clitoridiano y cuyo origen se remonta hasta la segunda Safo
[18] :

Lesbianas, me habéis hecho infame, amadas; (Lesbides, infamem


que me fecistis, amatæ)

cuya costumbre, bastante arraigada en Roma, en época en que todas las


costumbres estaban depravadas, fue más de una vez objeto de los epigramas y
de las sátiras de este siglo.
Lenonum ancillas posita Lanfella corona Provocat, et tollit
pendentis præmnia coxæ. Ipsa Medullina frictum crișsantis adorat.
Palmam inter domis virtus notalibus æquat.

Las sirvientas de Lennon le colocan la corona a Lanfella. Provoca, y


le quita los amuletos que cuelgan de su cadera. Medullina misma
adora los crêssantes fritos. Entre las casas de la palmera, la virtud es
igual a la de los naturales

La naturaleza da a algunas mujeres cierta semejanza con los hombres,


la cual, examinada mal, ha hecho creer durante algunos siglos en la quimera
de los hermafroditas.
El tamaño sobrenatural de un órgano (clítoris) que ordinariamente es
pequeño y sobre el mal ha publicado una sabia disertación el Sr. Tronchin, y
el abuso odioso de esta parte, ha producido el mal. Presuntuosa parece ser
esta semejanza, y algunas mujeres se entregan con aquellos órganos a cierto
género de placeres sexuales.
El peligro al que estos dan lugar no es menor que el producido por los
otros goces, y sus consecuencias son igualmente ofensivas. Todos estos
vicios dan lugar al enflaquecimiento, languidez, dolores y aun la muerte. Este
último género merece mucha atención, porque es frecuente en nuestros días,
y no sería raro encontrar una Lanfelia o una Medullina, que como estas
romanas, estiman demasiado los dones de la naturaleza, para creer que no
deben existir las diferencias arbitrarias del nacimiento.
Se han visto algunas mujeres que amaban a otras con el mismo
entusiasmo que los jóvenes más apasionados, y que llegaron a concebir celos
contra los que amaban a estas.
Tiempo es ya de que demos fin a tan tristes detalles, pues me canso de
describir las torpezas y miserias de la humanidad.
No acumularé aquí mayor número de hechos; los que me faltan
encontrarán naturalmente su puesto en otro lugar; y paso al examen de las
causas, después de esta observación general; que los jóvenes nacidos con una
constitución delicada, tienen en igualdad de circunstancias muchas más
probabilidades de enfermar que los que nacen vigorosos. Nadie evita el
castigo, todos lo experimentan de forma igualmente severa. Sobre todo,
aquellos que han adquirido de sus padres la herencia de algunas
enfermedades, que están amenazados de gota, de cálculos, de la tisis [19] , de
escrofulosis [20] , que han tenido algunos ataques de tos, de asma, de esputos
sanguíneos, de hemicráneas [21] , de epilepsia, que han llevado consigo ese
raquitismo [22] del que ya he hablado antes; todos estos infortunados, digo,
deben estar íntimamente persuadidos que cada uno de esos actos afrentosos,
produce gran perjuicio en su constitución, muy a propósito para que se
presenten los males que ellos temen, hará que los efectos sean mucho más
peligrosos, y los sujetará en la flor de la edad, a todos los padecimientos de
una vejez por demás enfermiza.
Tartareas vivum constat inire vias. Tartareas divum constat inire
pias.

Tartarus accedió a salir vivo a las calles. Los tártaros accedieron a


entrar en la piedad devota.
2 LAS CAUSAS E IMPORTANCIA DEL LICOR
SEMINAL.

¿En qué consiste que las emisiones considerables del semen producen
los terribles efectos que acabamos de describir? Esto es lo que vamos a
examinar a continuación.
Las causas de la masturbación pueden reducirse a dos: la falta de este
licor y las circunstancias que acompañan a la emisión. Podríamos detenernos
aquí en algunos detalles anatómicos acerca de los órganos genitales, y en
teorías más o menos probables que se refieren al modo de efectuarse esta
reacción; pero para no apartarnos un momento de la senda que nos hemos
propuesto, nos limitaremos a explicar algunas particularidades que
demuestran su utilidad, es poniendo de pasó sus efectos sobre el cuerpo. En
otra sección examinaremos los resultados que deben producir los eventos que
acompañan a la emisión.
Hipócrates creía que el esperma era elaborado en todo el cuerpo, pero
sobre todo en la cabeza. El semen del hombre proviene, según dice, de todos
los flujos de nuestro cuerpo, constituyendo su parte más importante, y en
prueba de su opinión hace notar la gran debilidad que presentan aquellos
sujetos que pierden una cantidad más o menos considerable de aquel líquido.
Hay venas y nervios que desde todas las partes del cuerpo terminan en los
órganos genitales. Cuando estos están en el pleno goce de sus funciones,
atribuyen aquellos una especie de prurito que, comunicándose a todo el
cuerpo, produce en él una sensación de calor y de placer; las sustancias
entran en una especie de fermentación en virtud de la cual se separa su parte
más preciosa y balsámica; y esta porción, eliminada del resto del líquido, va a
parar a los órganos genitales siguiendo el conducto de la médula espinal.
Galeno adopta las siguientes ideas: Este líquido, dice, no es otra cosa
que la parte más sutil de todos los demás, y hay venas y nervios que lo llevan
desde todo el cuerpo justo a los testículos. Perdiéndose el semen, dice
después, se pierde al mismo tiempo el espíritu vital, por lo cual no deben
extrañar los fatídicos efectos del coito repetido, dado que este priva al cuerpo
de lo que tiene de más puro. El mismo autor nos ha proporcionado la ocasión
de conocer las opiniones que diferentes filósofos antiguos que profesaban
sobre este tema en particular, y de ellas voy a permitirme tomar algunos
datos. Aristóteles, cuyas obras físicas son siempre estimadas en atención al
valor de sus observaciones y a las dificultades que tuvo que vencer para
comenzar la materia, le llama el residuo del último alimento ( lo cual
significa en términos más claros, que es la parte más perfeccionada de
nuestros alimentos ) que tiene la facultad de producir cuerpos semejantes al
del que lo ha elaborado. Pitágoras dice que es la flor de la sangre más pura.
Su discípulo Alcmoeon de Crotona, físico y médico distinguido, uno de los
primeros que reconocieron la importancia de las discusiones anatómicas, y
filósofo pagano que parece haber profesado las ideas más verosímiles acerca
del alma, considera al esperma como una porción del cerebro, opinión que
hace pocos años ha admitido y explicado un célebre médico. Indica el camino
que sigue aquel líquido para pasar desde el cerebro a los testículos, y
considera a estos como ganglios y no como glándulas; explicando de este
modo todos los fenómenos que suceden al excesivo derrame del licor
seminal.
Platón la consideraba como un flujo de la médula espinal.
Demócrito pensaba del mismo modo que Hipócrates y Galeno. Epicuro,
hombre respetable que ha conocido que el hombre solo es dichoso por los
placeres; pero que al mismo tiempo ha establecido las reglas a que dichos
placeres deben sujetarse, consideraba al semen como una pequeña parte del
alma y del cuerpo, y fundado en esta creencia, estableció varios preceptos
para conservar cuidadosamente tan precioso licor.
Aunque como hemos visto hay una multitud de pareceres con respecto
a este asunto, todos los autores coinciden en la importancia del esperma.
Se ha preguntado: ¿es el esperma análogo a algún otro líquido? ¿Es lo
mismo que ese líquido que bajo el nombre de espíritus animales, recorre los
nervios, concurre a todas las funciones algo importantes del organismo
animal, y cuya profusión determina una infinidad de males tan frecuentes
como pertinentes? Para responder positivamente a esta cuestión, es preciso
conocer la naturaleza íntima de estas dos sustancias, para lo cual podemos
proponer conjeturas más o menos ingeniosas y probables.
Se comprende fácilmente, dice Hoffmann, que hay una relación muy
íntima entre el cerebro y los testículos, puesto que estos dos órganos separan
de la sangre la linfa más pura y exquisita, que está destinada a dar la fuerza y
los movimientos a las distintas partes y a servir también para las funciones
del alma.
También se concibe que una pérdida excesiva de estos licores aniquila
las fuerzas del alma y del cuerpo. El líquido seminal, dice en otro lugar, se
distribuye, como los espíritus animales preparados por el cerebro, por todos
los nervios del cuerpo; parece ser de la misma naturaleza: de esto resulta que,
cuanto más se disipa, menos cantidad se separa de estos espíritus. M. de
Gorter es de la misma opinión. El esperma es el más perfecto e importante de
los líquidos animales, el resultado de todas las digestiones; su íntima relación
con los espíritus animales, prueba que, como ellos, tiene su origen en los
flujos más perfectos. En una palabra, parece deducirse de estos testimonios y
de otros muchos que sería prolijo enumerar, que es un licor por demás
importante, que se podría llamar el aceite esencial de los líquidos animales, o
mejor el espíritu rector, cuya disipación perjudica en gran manera a los otras
sustancias.
Cualquiera que sea, se dirá, la importancia de este líquido, puesto que
está depositado en sus reservorios, ¿qué uso se puede hacer de él? Se sabe
que las grandes evacuaciones de los flujos que circulan por los vasos y que
favorecen la nutrición, tales como la sangre, la serosidad, la linfa, etc., deben
debilitar; pero es más difícil de comprender cómo un líquido que no circula,
que está aislado, puede producir los mismos resultados. Para destruir esta
objeción se podrían presentar algunos ejemplos semejantes y muy frecuentes,
que por lo mismo son conocidos por todos. Nadie ignora los desórdenes que a
la mujer ocasiona la excesiva secreción del líquido que segregan sus
glándulas mamarias, cuyos efectos duran algunas veces toda la vida, como se
observa muchas veces en las nodrizas de oficio. Fácilmente se comprende
que en estos casos; vaciándose con frecuencia los reservorios destinados a
contener el líquido, fluye este de nuevo, necesitando por lo mismo que la
secreción sea más abundante para que pueda establecerse la compensación;
de esto resulta que las otras funciones se modifican y que la nutrición
participa del desorden funcional. Pero en segundo lugar, existe para el semen
una explicación que no cabe para la leche. La leche es un licor simplemente
nutritivo y cuya excesiva secreción daña tan sólo por que disminuye la
cantidad de los líquidos; el esperma es un licor activo cuya presencia produce
los efectos necesarios al juego de los órganos, que cesan si se le evacua: un
licor, por lo tanto, cuya emisión superflua daña por dos conceptos. Me
explicaré: hay dos flujos, -el sudor y la transpiración cutánea, -que abandonan
al cuerpo en el momento en que son separados de los otros flujos y
expulsados de los vasos por cuyo interior circulan.
Existen otros, como la orina, que después de esta separación y
expulsión, son retenidos durante un cierto tiempo en los reservorios
destinados a tal objeto y de los cuales no salen más que cuando se han
acumulado en gran cantidad, para producir en estos reservorios una irritación
que les obliga mecánicamente a vaciarse.
Hay otros terceros que son segregados y retenidos, como los segundos,
en sus reservorios, no son nunca enteramente evacuados, sino que adquieren
una perfección tal en sus reservorios que les hace propios para desempeñar
nuevas funciones, cuando vuelven a la masa de los líquidos: tal es, entre otros
muchos, el licor seminal. Elaborado en los testículos, sale de ellos por un
canal bastante largo llamado conducto deferente, va a parar a las vesículas
seminales, y es recogido continuamente por los vasos absorbentes, y de
tiempo en tiempo, vuelve a la masa total de las sustancias. Esta es una verdad
que se demuestra por un sin número de experimentos.
En un hombre sano, la elaboración de este líquido se hace
continuamente en los testículos; se queda en sus reservorios ésta cantidad de
líquido que no tiene límites, y no pueden contener todo el que se segrega
durante un día; sin embargo, hay hombres continentes que no la evacuan
durante años enteros. ¿Qué le sucedería al esperma si no volviera
continuamente al torrente circulatorio, regreso que es sumamente fácil por la
estructura de todos los órganos que sirven para la secreción, circulación y la
conservación de esta sustancia? Las venas son más numerosas que las arterias
y están en mayor proporción que en ninguna otra parte del cuerpo. También
es probable que esta absorción no se haga sólo en las vesículas seminales,
que haya tenido lugar en los testículos, en el epidídimo, que es una especie de
primer reservorio adherente a los testículos y en el conducto deferente, por el
cual el esperma marcha de los testículos a las vesículas seminales.
Galeno sabía que el organismo se enriquecía con el semen detenido,
aunque ignoraba su mecanismo. « Todo está lleno, dice, en los hombres que
no comercian con las mujeres; no se ve lo mismo en los que se entregan con
frecuencia a los actos venéreos. » Se propone en seguida averiguar cómo una
pequeña cantidad de este líquido puede dar tanta energía al organismo; por
fin dice « que es de una virtud exquisita, y que puede comunicar rápidamente
su fuerza a todas las partes del cuerpo. Prueba en seguida con multitud de
ejemplos, que una causa pequeña produce con frecuencia grandes efectos, y
concluye por fin: « ¿Es pues, seguro, que los testículos producen un licor
propio para repartir nuevo vigor sobre todo el cuerpo? El cerebro determina
las sensaciones y movimientos, y el corazón da a las arterias la fuerza del
latido. » Yo adopto o parezco adoptar aquí el sistema común de que las venas
ordinarias absorben. Segun M. Hunter, que cree que la absorción sólo puede
verificarse por los vasos linfáticos, las partes genitales son también propicias
para una grande absorción, puesto que aquellos vasos son también allí
bastante abundantes. Concluiré esta sección recordando lo que dijo del
esperma uno de los más grandes hombres de este siglo. El semen se conserva
en las vesículas seminales hasta que el hombre hace uso de él o las
poluciones nocturnas lo consumen. Durante todo este tiempo, la cantidad
acumulada excita al animal al acto venéreo; pero la mayor cantidad de este
semen, la más volátil, la más esencial, aquella que tiene más poder, es
trasladada a la sangre, y allí produce ya en ella cambios bien sorprendentes;
la barba, los pelos y las producciones córneas en los animales, cambia la voz
y las costumbres; porque no es la edad la que produce en los animales estas
mudanzas, pues sólo el esperma las determina y no se encuentran jamás en
los eunucos.
¿Cómo determina el esperma estos efectos? He aquí uno de los
problemas cuya resolución no se ha determinado todavía. Lo que entre tanto
se resuelve podemos decir, con bastantes probabilidades de certeza, es que
este licor es un estímulo, un aguijón que irrita las partes que toca; su fuerte
olor y la irritación evidente que ejerce sobre los órganos de la generación, no
dejan duda alguna sobre esto y se comprende que las partículas acres, estando
en continuo trasladados y absorbidas por los otras sustancias, irritan
ligeramente, pero sin descanso, los vasos que, por lo mismo, se contraen con
más energía. La acción sobre los fluidos es más eficaz, la circulación es más
agitada, la nutrición más exacta; todas las demás funciones se ejercen de un
modo más perfecto. Cuando estos estímulos faltan, muchas funciones no se
verifican ya nunca: este es el caso de los eunucos; todas se hacen mal.
Se presenta aquí una cuestión muy natural; y es, ¿por qué los eunucos
no experimentan las mismas enfermedades que los que expulsan este licor
por los excesos carnales? Sólo es posible responder exactamente a esta
cuestión al final del siguiente artículo.
2.1 EXÁMEN DE LAS EVENTOS QUE
ACOMPAÑAN A LA EMISIÓN.

Hay muchas secreciones que se llevan a cabo sin que el sujeto lo


perciba: todas las demás se experimentan en el estado de perfecta salud, con
una facilidad que hace que no tenga influencia alguna sobre el resto del
organismo; el más ligero movimiento del órgano que contiene a la materia
basta para la expulsión. No sucede lo mismo con la evacuación espermática.
Bastan los movimientos venéreos, una especie de convulsión de todas las
partes, sin aumento de fuerza en los movimientos de todos los humores o
líquidos, para conmoverle у darle salida. ¿Se arriesgará mucho con decir que
se puede considerar este proceso necesario de todo el organismo, como una
prueba evidente de la influencia que tiene sobre todo el cuerpo? El coito, dijo
Demócrito, es una especie de epilepsia. Es, dijo M. de Haller, una acción
violenta, muy parecida a la convulsión, y que, por lo mismo, debilita
considerablemente y daña a todo el sistema nervioso. Se ha visto en las
observaciones que he citado anteriormente y en algunas otras, que la emisión
iba acompañada de verdaderas convulsiones, de una especie de epilepsia; y la
misma observación nos suministra las pruebas evidentes de la influencia que
estos movimientos enérgicos tienen sobre la salud del desgraciado que a ellos
se entrega.
La prontitud con que la debilidad sigue al acto del coito ha parecido a
todos, y con razón, prueba clara de que no podía ser sólo la privación del
esperma la que la motivaba; pero sobre todo, lo que prueba evidentemente
que el espasmo debe debilitar, es el quebrantamiento, la flojedad que tienen
todos los enfermos que tienen episodios convulsivos: lo que sigue a los
periodos epilépticos es con frecuencia excesiva.
Sólo a un espasmo puede atribuirse el efecto que el coito producía en
un vecino de una ciudad de Suiza cuya historia nos ha referido F. Platorus, y
que, habiendo contraído segundas nupcias siendo ya viejo, fue atacado, al
querer practicar el coito, de una sofocación tan violenta, que se vio obligado a
desistir. El mismo síntoma se repitió en todas las veces que intentaba el
mismo ensayo. Se aconsejó de muchos curanderos y charlatanes; uno le
ofreció, después de haberle hecho tomar muchos remedios, que no había
peligro alguno en que continuase como antes. Arriesgó una nueva tentativa,
fiado en la palabra de su esculapio: el resultado fue desde luego el mismo;
pero, lleno de confianza, quiso repetir de nuevo y murió en el mismo acto
entre los brazos de su mujer.
Las palpitaciones violentas que acompañan con frecuencia al coito, son
también un síntoma convulsivo. Hipócrates habla de un joven a quien los
excesos alcohólicos y venéreos le habían producido, entre otros síntomas,
palpitaciones continuas; y Dolous ha visto a uno atacado en el acto mismo de
una palpitación tan violenta, que hubiera muerto asfixiado, de no ser por
haber desistido de su loca quimera. En las obras de Hoffmann se hallan otros
hechos semejantes.
La observación del niño ya citado, es todavía una prueba que no ha
pasado desapercibida a M. Rast, del poder de la causa convulsiva, puesto que
a esta edad tan solo podía evacuar el líquido prostático y no un verdadero
esperma.
Estos hechos han sido sacados de un gran número de recomendables
autores, que han escrito sobre este tema. Los deseos voluptuosos, dice
Galeno, bastan para debilitar las fuerzas vitales. M. Fleminy no ha omitido
esta causa en su bello poema sobre las enfermedades de los nervios.
Por más que los nervios se tensan por el placer
Sanctorius estableció positivamente que los movimientos debilitan más
que la emisión espermática, y es asombroso que M. Gorter, su comentador, se
empeñe en demostrar lo contrario. La razón que da para asegurar que estos
movimientos debilitan lo mismo que cualquier otro, porque no son
convulsivos, no convencerá a nadie. Un ejemplo, si puede citarlo, no hace
ley. Lister, Noguez, Quinay, que han comentado la misma obra antes que él,
atribuyen una parte del mal a la postración que resulta de las convulsiones. El
coito, dice Noguez, es una convulsión; predispone a los nervios a los
movimientos convulsivos, y éstos se presentan por la más leve causa.
J. A. Borelli, uno de los principales fisiólogos antiguos, no los
consideraba como M. Gorter. Este acto va acompañado de una especie de
afección convulsiva, que acarrea los mayores perjuicios al cerebro y sistema
nervioso.
M. Senac atribuye positivamente a los nervios la debilidad consiguiente
al coito. La causa más verosímil del síncope que ocurre cuando un absceso se
abre en el interior del abdomen, es, dice, la acción de los nervios que entran
entonces en juego. Esto se halla consignado por el abatimiento o por el
letargo que acarrea la efusión del esperma, porque tan solo a los nervios
puede hacer responsable este desfallecimiento.
M. Levis atribuye a la causa que nos ocupa, como Sanctorius, todos los
fenómenos que acabamos de exponer.
Desde que empieza la convulsión el sistema nervioso se encuentra en
un estado de tensión, o mejor dicho, con un poder de acción extraordinario,
cuyo resultado necesario es una relajación excesiva. Todo órgano que trabaja
con exceso cae en el extremo opuesto; por lo mismo las funciones que
ejecutan se hacen mal necesariamente, y como los nervios influyen sobre
todos sufren algún perjuicio cuando se debilitan.
Una causa que contribuye eficazmente a la relajación del sistema
nervioso, es el aumento de la cantidad de sangre en el cerebro durante el acto
venéreo, aumento bien demostrado, y que es propicio en muchas ocasiones
para determinar la apoplejía. Se encuentran muchos ejemplos en los
observadores, y Hoffmann recuerda el de un soldado que, entregado con furor
a los vicios venéreos, murió apoplético en el acto mismo del coito y se le
encontró el cerebro lleno de sangre. Por estas congestiones sanguíneas se
explican el por qué estos mismos tumores producen la manía. Este absceso de
sangre, distendiendo los nervios, los debilita, resisten menos las impresiones,
y esto es lo que produce su debilidad.
Reflexionando sobre los efectos de estas dos causas, la pérdida del
semen y los movimientos convulsivos, falta explicar los desórdenes que
deben resultar en la economía animal. Se les puede dividir en tres clases: la
dificultad de las digestiones, la debilidad del cerebro y sistema nervioso, las
perturbaciones de la transpiración. Se verá que no existe ninguna enfermedad
crónica, que no se puede deducir de esta triple causa.
La relajación en que los excesos, que sirven de tema a esta obra,
colocan al individuo, altera más ó menos notablemente las funciones de todos
los órganos, según dice uno de los autores que mejor han tratado la materia; y
la digestión, la cocción, la transpiración y las evacuaciones, no se llevan a
cabo de forma ordinaria, sino que en unas y otras suelen penetrar
modificaciones cuyo resultado es una disminución sensible de las fuerzas, de
la memoria y hasta del entendimiento; una debilidad de la vista, toda clase de
dolencias nerviosas, las distintas especies de gota y reumatismos, una
debilidad considerable en los huesos, la consunción, la debilidad de los
órganos de la generación, orinas sanguinolentas, una disminución y
perversión del apetito, cefalalgias y un gran número de enfermedades que es
inútil detallar aquí. En una palabra, nada acorta tanto la vida como el abuso
de los placeres del amor.
El estómago es el primero que se resiente de las causas debilitantes, y
esto se explica porque en él se llevan a cabo las funciones de mayor
perfección en el órgano. La mayor parte de las otras vísceras son algunas
veces activas y otras pasivas. El estómago es casi enteramente activo, y
cuando sus fuerzas disminuyen, sus funciones se alteran; verdad de
observación que unida a la marcha y variedad de las impresiones primeras y
frecuentemente peligrosas, que lo que se ingiere produce en esta víscera, da
razón a la frecuencia, la intensidad y la pertinacia de sus enfermedades. Es de
todas las partes del cuerpo la que recibe mayor número de nervios.
Lo que debilita la acción de los unos y disminuye la cantidad o altera la
calidad de los otros, debe, pues, disminuir la fuerza de esta víscera más que la
de ninguna otra; esto es lo que sucede en los excesos venéreos. La
importancia de la función a que está destinada hace que en el momento en
que las lleva a cabo de una manera incorrecta todas las otras se resienten.
Desde que las digestiones se verifican mal, toman los líquidos un
carácter de crudeza que les hace impropios para todos sus usos; y de aquí el
que se dificulte sobre todo la nutrición, de la cual depende la reparación de
las fuerzas. Basta para asegurarse de la influencia general del estómago,
observar el estado de una persona a quien aqueja una enfermedad crónica de
aquella víscera; las fuerzas se pierden en algunos minutos; un malestar
general hace que la debilidad sea mayor; los órganos de los sentidos se
debilitan, y hasta el alma ejerce sus funciones imperfectamente; la memoria,
y sobre todo la imaginación, parecen deprimidas; en una palabra, nada
produce mayor decaimiento del espíritu que una digestión penosa.
Una buena observación recogida por el doctor Payva, médico
portugués, vecino de Roma, derramó mucha luz sobre el abatimiento en que
los excesos de este género dejan al estómago. Cuando los deseos venéreos,
dice, han llegado en los jóvenes a su más alto grado, sienten una especie de
sensación agradable en el orificio del estómago; pero si satisfacen estos
deseos de un modo excesivo, acusan en el mismo punto una sensación
desagradable y peligrosa que no pueden resistir, y pagan muy caros sus
excesos con el adelgazamiento y el marasmo [23] en qué queda su organismo.
Areteo había conocido ya esta verdad, y Boerhaave emplea las mismas
expresiones que Payva, aseguran que esta sensación dolorosa se disipa a
medida que el sujeto recobra sus fuerzas. En otro lugar confirma la misma
opinión, añadiendo una regla útil para la práctica y es que cuando llegan
episodios de epilepsia, después de los excesos venéreos, importa ante todo
fortificar los nervios del estómago.
La debilidad del sistema nervioso, que predispone a todos los
accidentes paralíticos y espasmódicos, es producida, como ya hemos dicho,
por los movimientos convulsivos que acompañan a la emisión, y en segundo
lugar, por la perversión de las digestiones; los nervios sufren los resultados de
estos desórdenes.
Finalmente, lo que aumenta esta debilidad es la evacuación de un
humor análogo a los espíritus animales, y que por lo mismo, no se le puede
evacuar sin disminuir la fuerza del sistema nervioso.
Por otra parte, independientemente del peligro que resulta de esta
evacuación, relativamente a la cantidad de espíritus animales, daña por lo que
priva a los vasos de esa sensación de escozor que produce el esperma
reabsorbido, y que contribuye de una manera tan notable a la cocción. Daña
también sustrayendo una parte de los espíritus animales, o al menos, de un
líquido muy precioso, y disminuyendo, la cocción, sin la cual estos espíritus
sólo se preparan de una manera imperfecta e insuficiente.
Entre las enfermedades del estómago y las de los nervios, existe un
círculo vicioso. Las primeras son origen de las segundas, y esta, una vez
engendradas, contribuyen a que aumenten las otras. Si no estuviera
demostrado todo lo que estamos diciendo por la observación diaria, bastaría
para convencernos, la inspección anatómica del estómago. La cantidad de
nervios que por él se distribuyen, demuestra cuán necesarios son aquellos
para el mejor desempeño de las funciones del estómago, y que por lo mismo
serán de alguna utilidad los desórdenes que en este importante órgano se
presentan, cuando las funciones del sistema nervioso están alteradas.
Finalmente, la transpiración se verifica en estado anormal. Sanctorius
ha determinado la cantidad en que aquella disminuye; y esta evacuación, la
más considerable de todas, no puede suprimirse sin que sobre venga
inmediatamente una multitud de síntomas diferentes.

Se comprende fácilmente que no hay enfermedad que no pueda ser


producida por esta triple causa. No entraré en la explicación de todos los
síntomas particulares, porque de hacerlo así, daríamos demasiada extensión a
esta pequeña obra. No creyéndonos en el caso de hacerlo así, nos limitaremos
a llamar la atención de nuestros lectores sobre la obra de Gorter.
Clifton Wintringhan ha detallado perfectamente los peligros de esta
evacuación, relativamente a los gotosos, y su explicación es digna de ser
leída.
Gunzius, arrebatado a nuestra profesión en la flor de su juventud, dio
una explicación mecánica y muy ingeniosa de los inconvenientes que los
excesos que nos ocupan originan en la respiración, y habla, con este motivo,
de un hombre que adquirió una tos continua, síntoma que nosotros hemos
visto igualmente en un joven que murió víctima del onanismo. Vino a
Montpellier para hacer sus estudios, y a consecuencia de los excesos
venéreos, quedó tísico; y recuerdo que su tos era tan fuerte y continua que
incomodaba a los vecinos. Se practicaron algunas sangrías con el objetivo,
sin duda, de calmar sus sufrimientos. En una consulta le ordenó que tomara
los caldos de tortuga, prometiéndole una curación completa; sin embargo,
murió dos horas después.
Lo más difícil de explicar es la debilidad asombrosa de las facultades
anímicas. La solución de este problema nos conduce a la cuestión, irresoluble
para nosotros, de la influencia de las dos sustancias, una sobre otra, y
quedamos reducidos a la observación de los fenómenos. Ignoramos la
naturaleza del espíritu y la del cuerpo; pero sabemos que estas dos partes del
organismo están íntimamente unidas, y que todos los cambios que una sufra
van a modificar a la otra: una circulación más o menos acelerada, una sangre
más o menos espesa, algunas onzas de ciertos alimentos que sean más
nutritivos que otros, una taza de café ó un poco de vino, un sueño más o
menos largo y tranquilo, las evacuaciones abundantes, la transpiración, etc. ,
constituyen un sinnúmero de circunstancias que modifican la manera de ser y
de juzgar los objetos. Basta a veces una hora para que el organismo sufra
notables modificaciones, comunicándo nuevas virtudes o nuevos vicios,
como se desprende de los siguientes versos del primer escritor satírico
moderno:
Todo, dentro del intelecto, cambia de orden y de rango: Así es la
naturaleza y flujo de las personas, Y no la cualidad, lo que hace
buenas las cosas, Es un mal muy extraño en el cerebro humano.

También es exacto y digno de leerse el siguiente verso, que explica


bastante bien esta relación íntima:
Nacemos al mismo tiempo que el cuerpo, y lo sentimos crecer, y la
mente envejece al mismo tiempo. así sigue la fina frase de la mente.
Por lo tanto, cuando la edad se fortalece con la fuerza, el consejo es
también mayor, y la fuerza de la mente es mayor: Cojea su
intelecto, enloquece su lengua y su mente; Todas las cosas fallan y
faltan a la vez.

Además, incluso con enfermedades en el cuerpo, la mente vaga en


la cerca; porque es demente, y delirante con el destino

Las observaciones nos demuestran igualmente que entre todas las


enfermedades no hay ningún grupo de ellas que afecten tan profundamente al
alma como las del sistema nervioso: una prueba de ello tenemos en los
epilépticos, que al cabo de algunos años caen ordinariamente en un lastimoso
estado de imbecilidad. Ahora bien, como quiera que los actos carnales son
considerados por algunos autores como verdaderos episodios ligeramente
epilépticos, es fácil comprender la gran debilidad del cerebro y por
consiguiente de sus facultades, que ocasionan aquellos excesos.
La debilidad del cerebro y del sistema nervioso va seguida de la de los
sentidos, y esto es natural. Sanctorius, Hoffmann y algunos otros autores, han
pretendido investigar la causa de que generalmente se altere la vista; pero
aunque sus razones son fundadas, no nos parecen suficientes. Las principales
que son peculiares a este órgano, son la multitud de partes que componen el
ojo, y que por lo mismo, siendo todas ellas susceptibles de diferentes
desórdenes, está infinitamente más expuesto a padecer que las otras partes del
cuerpo. En segundo lugar, los nervios sirven en este punto para desempeñar
diferentes funciones y están en mayor número que en el resto del organismo.
Por último, el aflujo de líquidos en esta parte durante el acto del coito,
produce al principio una debilidad en los vasos e inmediatamente vienen los
infartos, cuya consecuencia necesaria es la pérdida, o por lo menos, la
debilidad de la visión.
Al llegar a este punto creemos ya oportuno contestar a la pregunta que
anteriormente hemos planeado: ¿Por qué los eunucos, que no segregan semen
no están expuestos a las enfermedades que acabamos de describir?
Hay dos razones suficientes. La primera es que ellos no gozan de las
ventajas que produce este líquido cuando ha sido segregado y reabsorbido;
por otro lado, no pierden la parte preciosa de la sangre destinada a producir
esperma. No experimentan las alteraciones que son debidas al semen
segregado y que he indicado antes; por lo tanto no están expuestos a las
afecciones que provienen de la privación de este líquido (no elaborado). Se
podría dividir el esperma (y permítaseme emplear estos términos
metafísicos,) en semen sin elaborar o en potencia, y semen elaborado, o en el
acto. Si el primero no se segrega, el organismo no sufre los notables cambios
que dicha secreción ocasiona, pero tampoco empobrece; no aumenta, pero
tampoco disminuye: en una palabra, el sujeto continúa como en la edad de la
infancia. Cuando el semen es segregado y eliminado, hay ya una privación,
un empobrecimiento real. La segunda razón es que los eunucos no
experimentan el espasmo al que he atribuido una parte de los daños que
siguen a los excesos.
Los efectos que cargan las mujeres se explican como los de los
hombres. Como el líquido que ellas pierden es menos precioso y menos
trabajado que el esperma del hombre, su pérdida no las debilita tan pronto;
pero cuando se entregan con exceso a los placeres sexuales, el sistema
nervioso, que es más débil en ellas y naturalmente expuesto al espasmo,
ocasiona accidentes más violentos, llegando a verse algunos ejemplos
análogos a los que hemos citado en el transcurso de esta obrita.
En 1746 una joven de 23 años, desafió a seis dragones españoles [24] , y
estuvo cohabitando con ellos durante una noche. A la mañana siguiente se la
llevó a su casa; estaba moribunda, a tal punto que falleció; por la tarde
bañada en su propia sangre que en abundancia fluía de la matriz. Ignoramos
si esta hemorragia sería consecuencia de una hemorragia de la matriz o si
dependería tan sólo de la dilatación de los vasos, producida por la excitación
de este órgano.

2.2 CAUSAS DE LOS PELIGROS QUE SON


PECULIARES A LA MASTURBACIÓN.

Se ha visto anteriormente que la masturbación era mucho más


perniciosa que los excesos venéreos propiamente dichos, o sea los coitos con
las mujeres. Los autores filósofos, que quieren explicarlo todo por una
providencia particular, creen que el señor lo ha dispuesto así para castigar tan
lamentable crimen. Yo, por mi parte, persuadido de que la materia de nuestro
organismo, está sujeta desde la creación a las mismas leyes que rigen
necesariamente todos los movimientos y que la divinidad sólo influye en la
economía en un pequeño número de casos, creo que únicamente se debe
recurrir a las causas milagrosas cuando se encuentren en abierta oposición
con las causas físicas. El asunto que en este momento tratamos se puede
explicar perfectamente por las leyes de la mecánica del cuerpo, O por las de
su unión con el alma: El hábito de recurrir a las causas sobrenaturales fue ya
combatido por Hipócrates, que hablando de una enfermedad que los escitas
atribuían a un castigo particular impuesto por Dios, hizo la siguiente
reflexión: Es cierto que esta enfermedad emana de Dios, pero viene como
todas las demás, pues todas son una consecuencia de las leyes de la
naturaleza, que todo lo rige.
Sanctorius, en sus observaciones, dice lo siguiente:
Un coito moderado es útil cuando lo reclama la naturaleza: si
únicamente fue solicitado por la imaginación, debilita las facultades del alma
y sobre todo la memoria, lo cual se explica fácilmente. La naturaleza en el
estado de salud sólo inspira los deseos venéreos cuando las vesículas
seminales están llenas de una cantidad de licor que ha adquirido un espesor
que haría más difícil la reabsorción, y esto denota que dicha evacuación no
debilitará el cuerpo sencillamente. Pero la organización de las partes genitales
es tal, que su acción y los deseos que la siguen, entran en juego, no sólo bajo
la influencia del liquido seminal, sino también bajo el influjo de la
imaginación, pues esta puede en algunos casos, inducirnos a practicar los
actos sexuales, que sólo debían llevarse a cabo cuando lo reclamara la
naturaleza. El hambre y la sed indican la necesidad de tomar alimentos y
bebidas, y no hay duda alguna que si se come o se bebe más de lo natural, se
debilita el cuerpo en vez de nutrirse. Lo mismo podemos decir de las
necesidades de defecar y orinar.
Finalmente, como resultado de esa ley de la economía, en virtud de la
cual los líquidos se dirigen de preferencia hacia el punto en que existe una
irritación, ocurre muchas veces a consecuencia de la masturbación, que al
cabo de algún tiempo hay un aflujo continuo de semen hacia aquellas partes,
constituyendo entonces el estado que quiso describir Hipócrates, al decir:
Cuando un hombre experimenta el coito con mucha frecuencia, se dilatan las
venas seminales y aumenta la secreción del esperma.
Se puede añadir aquí que el onanismo ofrece un peligro particular para
los niños antes de la pubertad, si bien son poco frecuentes los casos de esta
naturaleza.
Una segunda causa es el imperio que esta maniobra odiosa ejerce sobre
los sentidos y que se halla perfectamente descrita en la obra inglesa titulada
La Onania. Este pernicioso vicio, dice, no ha subyugado todavía al corazón y
ya persigue al criminal por todas partes; se apodera de él y le preocupa en
todo tiempo y lugar.
Nada debilita tanto como esa tendencia continuada del espíritu,
embargado siempre por las mismas ideas carnales. El masturbador, entregado
únicamente a sus obscenas meditaciones, experimenta, bajo este punto de
vista, los mismos desastrosos efectos que el hombre de ciencia que fija sus
sentidos en una sola cuestión. La parte del cerebro, que se encuentra siempre
en acción, verifica un trabajo análogo al de un músculo fuertemente
contraído, de donde resultaría una inmovilidad tal que no sería posible que el
músculo recobrara sus funciones. Lo mismo sucede en los masturbadores;
extenuados al fin por una fatiga continua, se hallan expuestos a todas las
enfermedades del cerebro, como la melancolía, catalepsia [25] , epilepsia,
imbecilidad, pérdida de los sentidos, debilidad del sistema nervioso, etc., etc.
Esta causa origina un gran perjuicio a muchos jóvenes, que por lo menos
suelen atribuir alguna perversión en sus funciones.
Por otra parte, cualquiera que sea su vocación para una carrera o
profesión, arte u oficio, no suelen hacer generalmente nada de provecho por
carecer de la atención necesaria que les roba el vicio solitario. Lo propio
sucede en los que no se dedican a ningún trabajo; pero estos ofrecen
desgraciadamente un estudio más lastimoso, convirtiéndose en seres
incapaces de alternar con la sociedad. ¡Triste situación que coloca al hombre
al nivel de las bestias y sólo sirve para captar el desprecio de sus semejantes!
De estas dos causas que acabamos de exponer, resulta necesariamente
una tercera, que es la frecuencia misma de los actos: el alma у el cuerpo
concurren para llevar a cabo tan pernicioso vicio, una vez se le ha adquirido.
El alma, asediada siempre por pensamientos lujuriosos, predispone en cierto
modo al individuo para entregarse al onanismo. ¡Ojalá estas máximas que
estamos sentando fueran suficientes para disuadir a los jóvenes
masturbadores! Si ellos se convencieran de que un primer acto engendra
necesariamente otro segundo, que casi siempre son atraídos por la tentación a
medida que aumentan los motivos de seducción, de tal forma que, se debilita
la razón que debía contenerles; y que, finalmente, dentro de poco se verán
sumergidos en un mal de miserias, es seguro que procurarían contenerse
desde el principio.
Si alguna enfermedad les llega a avisar de las desastrosas
consecuencias del vicio solitario, se entregan con furor a este tan pronto
como se cura la masima, así es que bien se puede decir como un escritor
latin:
Déjalos ver el poder, y déjalos quemarse.
O también:
Seréis cenizas y restos, y se convertirán en historia. Miren el recuerdo
de la muerte: la hora vuela: de esto les hablo.

Cuando yo estudiaba filosofía, tuve la ocasión de ver a uno de mis


condiscípulos, el cual demostraba tan gran afición, que el profesor le tuvo
que prohibir que se abstuviera de masturbarse, al menos mientras duraban las
lecciones; desgraciadamente aquel infeliz no atendió los consejos de su
preceptor y falleció poco tiempo después. En el libro La Onania se encuentra
otro caso parecido. El ingenioso autor que ha publicado el extracto de la
edición latina de esta obra, refiere también que todos los alumnos de un
colegio se entregaban al onanismo para evitar el sueño que les inspiraban las
lecciones de un viejo profesor de metafísica; y más adelante dice que se había
reunido una sociedad entera de bribonzuelos de 14 a 15 años para la práctica
de este vicio.
Nosotros podríamos también añadir aquí algunas observaciones de
igual naturaleza; pero las juzgamos improcedentes y no queremos abusar de
la benevolencia del lector.
Por lo que hace referencia a la mujer, recordaremos el caso citado en el
libro La Onania, y que se refiere a una mujer que a fuerza de repetir aquellos
actos, cayó en la más completa ninfomanía.
Todos sabemos que cuando nuestra imaginación es presa de una idea,
es imposible que aquella se ocupe de ningún otro asunto de distinta índole.
Haciendo referencia de nuevo al tema particular que hace referencia esta
obra, diremos que los órganos irritados sin cesar forman una disposición a
producir enfermedades, independiente de toda causa externa. Así como
algunas enfermedades de las partes urinarias ocasionan frecuentes deseos de
orinar, así también la irritación repetida de los órganos de la reproducción
produce una enfermedad análoga.
Una cuarta causa de los fatídicos resultados que observamos en los
masturbadores, es que, además de la emisión del semen, las erecciones
frecuentes, aunque imperfectas, debilitan al sujeto. Toda parte que se halla en
un estado de tensión, produce una depresión de las fuerzas, y estas no pueden
menos que perderse: los espíritus se segregan en mayor cantidad; pero en
cambio se disipan muy pronto, lo cual dificulta las demás funciones, y por lo
mismo debilita al cuerpo. Otro accidente que esta cuarta causa suele acarrear,
a los masturbadores, es una especie de parálisis de los órganos de la
generación de dónde nace la impotencia por falta de erección, y la gonorrea
simple, porque las partes relajadas dejan escapar el verdadero semen
conforme se va acumulando, y sale también continuamente el líquido que
segrega la próstata.
Un hábil cirujano me habló hace algún tiempo de un hombre que,
entregado por un gusto especial a los placeres sexuales con las Vénus de la
clase baja, con las cuales cohabitaba en las esquinas de las calles y de pié,
padeció muy pronto una marcada debilidad, acompañada de dolores en los
riñones y de una especie de atrofia de los miembros inferiores, con parálisis
de estas partes. Murió después de haber guardado cama por espacio de seis
meses, en un estado que a la vez inspiraba compasión y horror.
Esta curiosa observación nos hace admitir inmediatamente una quinta
causa de los peligros peculiares a la masturbación y cuya causa es muy fácil
de comprender. Cuando se pierden las fuerzas por dos medios a la vez, la
debilidad aumenta notablemente, de lo cual podríamos citar curiosos y
variados ejemplos, bastando a nuestro propósito decir que el mismo acto
sexual, siendo análogas todas las circunstancias, provocará peores resultados
en los que cohabitan derechos que en los que se acuestan, y esto es lo más
común, para entregarse a los placeres venéreos. Sanctorius habia dicho ya
acerca de esta materia lo siguiente: El uso de las relaciones sexuales, lesiona;
porque disminuye la transpiración útil de los músculos y del corazón.
Hay otra causa que, aunque de menos peso, ha sido inspirada por
algunas observaciones, y que varios físicos distinguidos no se han atrevido a
desmentir. Todos los cuerpos vivos transpiran, y refiriéndonos al hombre,
vemos que a cada instante se exhala por la mitad (tal vez) de los poros de
nuestro cuerpo, un flujo extremadamente tenue y que es mucho más
considerable que todas las demás evacuaciones. Al mismo tiempo hay otra
especie de poros que admite una parte de los fluidos que nos rodean y los
conduce a los vasos. Estos son los torrentes invisibles (llamados así por
Séneca) que salen de nuestro cuerpo y entran en él. Está demostrado que
dicha inspiración es en algunos casos muy considerable. Las personas
robustas espiran más; las débiles, que apenas poseen atmósfera propia,
inspiran también más y esta parte espirada, o sea esa transpiración de las
personas robustas, contiene un principio de nutrición y fuerza, que inspirado
por otro sujeto, contribuye a darle más vigor.
Se transpira más durante el coito que en cualquier otra época, porque
entonces está aumentada la fuerza de la circulación. Esta transpiración es
acaso más activa y más espirituosa que en cualquier otro tiempo; pero sin
embargo, constituye una pérdida real que viene siempre, cualquiera que sea el
modo empleado para la emisión del esperma, en virtud de la agitación que
acompaña a los actos venéreos. Durante el coito, dicha acción es recíproca, y
entonces uno inspira lo que otro transpira, cuyo cambio está fuera de duda
por numerosas observaciones. Yo he visto a un hombre que a pesar de no
tener gonorrea ni ningún síntoma venéreo, comunicó un terrible flujo a una
mujer con quien había cohabitado. Vemos, pues, que durante el coito,
compensa uno de los dos que en él intervienen las pérdidas que sufre el otro;
por lo contrario, el masturbador pierde mucho y no recobra nada.
Observando los efectos de las pasiones, se descubre una séptima
diferencia entre los masturbadores y los que se entregan a las mujeres, cuya
diferencia es bastante desventajosa para los primeros. El goce que
experimenta el alma y que es preciso distinguir de esa voluptuosidad pasajera
y puramente corporal que colocan al hombre al nivel de los animales, ayuda
las digestiones, anima la circulación, favorece todas las funciones, restablece
las fuerzas y las sostiene. Si aquel goce se encuentra reunido con los placeres
del amor, contribuye a reparar las fuerzas, como lo demuestra la observación.
Sanctorius ya dijo: Después de un coito excesivo con una mujer a quien se
ama y desea, no se experimenta esa debilidad que al parece debía surgir,
porque el goce que el alma experimenta aumenta la fuerza del corazón,
favorece las funciones y repara lo que se ha perdido. Venett ha escrito,
fundado en este principio, un buen capítulo sobre el peligro de los placeres
sexuales excesivos, estableciendo que la unión con una mujer fea debilita
mucho más que con una hermosa. La belleza tiene algunos encantos que
dilatan nuestro corazón y multiplican los espíritus. San Juan Crisóstomo dice
que excitándose contra las leyes de la naturaleza, es el crimen mucho mayor.
¿Y se puede dudar que la naturaleza no nos cause mayores goces por los
medios que están en armonía con sus leyes?
Una octava y última causa que aumenta los peligros de la masturbación,
está constituida por la dificultad con que algunas veces se ejecuta, y también
debemos colocar aquí el horror con que, bien a pesar suyo, se entregan
algunos a este pernicioso vicio, después de conocer sus nefastos efectos.
Miserables tienen alegrías en el crimen.
Y si alguno hay que se encuentre en este caso, son sin duda, los
masturbadores. Cuando ya se descubre el velo que ocultaba el triste cuadro de
su conducta, se presenta este revistiendo las fases más terribles: entonces
comprenden la culpabilidad del crimen que la justicia Divina no quiso dejar
sin castigo; hasta los mismos paganos consideraron como tal.
Crees que esto no es nada: es un crimen, créeme, pero enorme.
MART

La vergüenza que les persigue aumenta mucho su lamentable estado,


así es que en muchos capítulos de La Onania se lee: < Yo quisiera mejor
morir que presentarme ante usted en tal estado. >
Inútil me parece el extenderme por más tiempo estudiando los peligros
peculiares a la masturbación, pues todos son reales y demostrados, y por lo
mismo pasaremos a ocuparnos de los medios de curación.

3 LA CURACIÓN. MEDIOS DE CURACIÓN


PROPUESTOS POR OTROS MÉDICOS.

Hay algunas enfermedades en las cuales se está casi seguro del éxito de
los medicamentos. Las que vienen a consecuencia de los excesos venéreos y
de la masturbación, no entran en esta categoría, y el pronóstico que de ellas
se puede hacer cuando llegan a cierta altura, es bastante terrible. Hipócrates
anunciaba en estos casos la muerte. Boerhaave dice que es una enfermedad
que nunca ha podido curar. El Dr. Van Swieten trató sin éxito, durante tres
años, al enfermo del que habla en su obra. Yo he visto a un hombre que
murió miserablemente de esta enfermedad. Sin embargo, no por eso debemos
desesperar en vista de semejantes resultados, pues la ciencia registra otros
más felices en la colección de La Onania, en las observaciones de los
médicos y en mi propia práctica.
Hipócrates, después de citar el caso que anteriormente hemos indicado,
señala algunos medios que pueden seguirse para procurar la curación: «
Cuando el enfermo, dice, se encuentra en tal estado, se prescribirán algunos
fomentos por todo el cuerpo, dando en seguida un remedio que le haga
vomitar, después otro que purgue la cabeza y finalmente un purgante. Es muy
importante acudir en tiempo oportuno. Después de algunos días, se sujetará al
enfermo a la dieta láctea, administrando después caldos sustanciosos; pero no
carne. Pasados cuarenta días, se le nutrirá con carnes tiernas, empezando por
una cantidad pequeña, y aumentándola progresivamente. Se evitará todo
exceso y todo ejercicio inmoderado, limitándose a dar algunos paseos por
puntos donde no haga frio ni sol. »
Como se ve, Hipócrates comenzaba administrando al enfermo los
vomitivos y los purgantes. Su autoridad es innegable; pero sin embargo,
dicha práctica sería perjudicial en la inmensa mayoría de los casos. Por otra
parte, en la disertación de Hoffmann, que ya he citado otras veces, se
encuentran dos observaciones que demuestran cuán circunspectos debemos
ser en la administración del medicamento. Un hombre de 50 años de edad, se
había entregado durante mucho tiempo a los excesos carnales, y a
consecuencia de ello, cayó en una extenuación, adelgazamiento y consunción
notables; su vida disminuía insensiblemente, hasta que por fin veía los
objetos como a través de una nube. En esta época tomó un medicamento para
prevenir la fiebre que tenía, y este medicamento le produjo graves
desórdenes. Una prostituta, cuya vista se oscurecía cada vez que cohabitaba,
perdió por completo tan importante función a consecuencia del uso del
medicamento.
Boerhaave parece que ha querido indicar las dificultades de la curación
en vez de los medios para obtenerla. « Hay en aquellos enfermos, dice, pocas
probabilidades de curación: el ejercicio a caballo no les proporciona ninguna
ventaja, al contrario, determina un aumento en la secreción del semen, y
aniquila al mismo tiempo sus fuerzas. Cuando despiertan, encuentran la
cama bañada de sudor; y no pueden soportar los aromáticos, cuyos efectos
son tan peligrosos; el único recurso al que en tales casos conviene acudir, son
los buenos alimentos, un ejercicio moderado, los baños de pies y las
fricciones hechas con precaución. »
Haller dice respecto al mismo particular lo siguiente: « Consulta. - Un
hombre de unos 30 años presenta tal debilidad en los órganos de la
generación, que el esperma fluye apenas comienza la erección; porque esta no
es completa: el semen no es lanzado con fuerza, sino que se derrama gota a
gota, lo cual le hace impotente: la memoria, el estómago, los riñones y las
piernas, están totalmente debilitados. »
« Respuesta. Estas enfermedades son siempre muy difíciles de curar, y
cuando se declaran con todas sus manifestaciones, suelen ser ineficaces todos
los remedios. Se pueden ensayar, sin embargo, los siguientes:

1. Un régimen seco y ligero, compuesto de pajarillos, carne de buey, de


carnero, etc., asada mejor que hervida; una pequeña cantidad de buena
cerveza, un poco de vino, pero vino fortificante.
2. Mucho ejercicio, que aumentará poco a poco.
3. Fricciones con una franela perfumada con incienso sobre los riñones,
el bajo vientre, el pubis, las nalgas y el escroto, y practicadas por la
mañana y tarde.
4. Es preciso tomar cada dos horas, durante el día, media dracma de
opiado. Bebiendo además media onza de vino medicinal.
Yo espero, añadía Boerhaave, que el enfermo se cure después de haber
consumido uno de estos medicamentos en el lapso de dos meses. Sin
embargo, no sucedió así у murió al cabo de algunas semanas a consecuencia
de una disentería [26] maligna. ¿Cuál ha sido el efecto de semejante
medicación? Esto es lo que no se puede adivinar.
El doctor Zimmermann me ha dicho que había recurrido a ellos por
espacio de dos meses, administrándolo a enfermos, sin éxito. El doctor
Hoffmann indica las precauciones que es preciso tomar y los medios cuyo
empleo es conveniente: « Se evitará, dice, la administración de todos los
remedios que no convienen a las personas débiles y que puedan debilitar a un
cuerpo ya debilitado: tales son los astringentes, los que son muy refrescantes,
los saturninos, los nitrosos, los ácidos y, sobre todo, los narcóticos.
« El objetivo que debemos proponernos, añade, es restablecer las
fuerzas y devolver a las fibras toda la tonicidad que han perdido. Los
medicamentos calientes, volátiles, aromáticos, los que tienen un olor fuerte,
desagradable, no convienen en semejantes casos; y sólo deberán
administrarse algunos alimentos que puedan reparar esa sustancia nutritiva
gelatinosa, que las evacuaciones inmoderadas han destruido; tales son los
caldos de buey, vaca, capón, con un poco de vino, la sal común, la nuez
moscada, el clavo de especie. A esta serie de alimentos se debe añadir el uso
de los medicamentos que favorecen la transpiración y que reaniman la
tonicidad de las fibras. »
Sería inútil citar aquí los preceptos y las observaciones de otros autores,
y por lo mismo me contentaré con publicar aquí un caso muy útil, tal como se
encuentra en una tesis de Wespremi, que contiene 14 interesantes
observaciones.
W. Conybearo, de 30 años de edad, tenía desde los 24 la vista tan
oscurecida, que veía todos los objetos como a través de una nube espesa.
Había estado sucesivamente en los tres hospitales más célebres de Londres, a
saber, Santo Tomás, San Bartolomé y San Jorge; y finalmente, se vino al
nuestro hace dos años. Ante todo, se había propuesto experimentar si la
salivación mercurial podría curarle esta especie de gota serena.
Interrogándole particularmente y, con mucho cuidado sobre su enfermedad,
me dijo que desde algún tiempo antes, sentía su mal a lo largo de la región
dorsal, sobre todo cuando se encorvaba para tomar cualquier cosa, que sus
piernas se hallaban tan débiles, que apenas podía estar un minuto apoyado
sobre ellas; además le temblaban y se presentaban en ellas una especie de
vértigo y adormecimiento; que su memoria estaba tan alterada que algunas
veces se creía ser un idiota, y por último, pude observar un notable
adelgazamiento. Todo esto me hizo suponer que la gota serena podría muy
bien ser un síntoma de otra enfermedad más peligrosa y que el enfermo
estaba atacado de una verdadera consunción dorsal.
Yo le interrogué varias veces con el objetivo de averiguar si tan
lamentable estado era debido al crimen del onanismo; y por último, la
respuesta del enfermo confirmó mis sospechas. Le ordené que tomara por la
tarde dos píldoras mercuriales, cada una de las cuales contuviera seis granos
de mercurio, y al día siguiente una onza de sal purgante, repitiendo esta
medicación cuatro veces en los quince días. Al cabo de este tiempo le sujeté a
la dieta láctea durante 40 días, conforme a los preceptos de Hipócrates. Al
mismo tiempo le ordené algunas fricciones, dos o tres veces por semana, al
acostarse. Pasado algún tiempo regresó del campo en mejor estado que
cuando partió. En seguida le aconsejé el baño frío durante tres semanas.
También tomó por espacio de dos meses y dos veces por día el electuario
mineral y el julepe volátil, en compañía con las fricciones y los baños de pies.
Semejantes remedios restablecieron de tal modo su salud, que el
enfermo quería recobrar su oficio, que era el de panadero; pero le aconsejé
que tomara otro, temiendo que la inspiración de las harinas podrían dañar su
estómago y pecho, todavía delicados.
El doctor Stehelin prescribió al enfermo del que hemos hablado en la
sección segunda, los baños tónicos, la tintura de Mars de Ludovic y los
caldos sustanciosos.
En cuanto a los remedios que principalmente están aconsejados en la
obra inglesa La Onania, se ve , por lo general, y esta observación es muy
importante, que no se emplea ningún derivativo y que la base de la
medicación son los tónicos, bajo el nombre de tintura fortificante y polvo
prolífico. Obran sin que su acción produzca ningún efecto sensible; pero
valiéndonos de la expresión del autor, enriquecen, fortifican y nutren las
partes genitales de uno y otro sexo; les dan una nueva fuerza, favorecen la
elaboración del esperma, dan energías a las fuerzas; en una palabra, curan,
como todos los específicos, todo lo que se les pide. Hay además un tercer
medicamento desconocido, llamado poción restauradora, que funciona
también muy eficazmente. Además de estos tres arcano: se ven en las obras
que nos ocupan algunas fórmulas: una de ellas es una poción compuesta de
ámbar, aromáticos y algunas otras sustancias de la misma clase; la segunda es
un linimento, en cuya composición entran los aceites esenciales, bálsamos y
tinturas acres. Ambas me parecen demasiado estimulantes, y como no se
apoyan en ningún experimento, omito su descripción, indicando en cambio
otras dos que me parecen más convenientes.
Los que quieran leer más detalles referentes a la enfermedad de que me
estoy ocupando, pueden leer una obra recientemente publicada, que lleva de
título: Tratado elemental de medicina práctica, por el doctor Lientand,
médico de los niños en Francia, que después de haber conseguido una
envidiable reputación entre los anatómicos y fisiólogos, acaba de conquistar
por sólo esta obra un excelente lugar entre los médicos prácticos. Los
capítulos relativos a consunción dorsal, son los que llevan por título: Calor
morboso, enfermedad muy frecuente y de la cual nadie se había ocupado
hasta la fecha en que el doctor Lieutaud ha explicado sus síntomas, naturaleza
у tratamiento.
Lewis se extiende también bastante sobre los medios de curación, y he
tenido el gusto de ver que, tanto él como yo, profesamos las mismas ideas y
empleamos los mismos medicamentos, sobre todo, la quina y los baños fríos,
cuya conformidad habla bastante bien, en mi concepto, a favor del método
que ambos hemos seguido. He aquí dos afirmaciones que servirán para dar
una idea de su doctrina:
« La curación de esta enfermedad, dice aquel hábil médico, depende de
dos series de causas: lo que es preciso evitar y lo que conviene hacer, y los
remedios serán ineficaces si no estudiamos con atención todo lo que se
refiere a las cosas no naturales y al régimen. Es indispensable respirar un aire
sano. La dieta debe ser fortificante. El sueño no debe ser muy largo, y es
preciso dormir en las horas convenientes. El ejercicio será moderado, y es útil
hacerlo a caballo. Se procurará que haya el mayor orden en las evacuaciones
naturales. El enfermo procurará distraerse por la campiña o los placeres
inocentes. Los medicamentos deben ser de dos clases, balsámicos у tónicos.
>>
El mismo autor recomienda mucho en vez del té, que casi siempre es
perjudicial a los nervios, la infusión de melisa o de menta, añadiendo a cada
taza una cucharada de una mixtura balsámica, compuesta de crema y de yema
de huevos batidas, y mezclada con dos o tres gotas de aceite de canela: todo
esto constituye una bebida agradable al paladar y de fácil digestión, y este
medicamento es a la vez balsámico y tónico. Sin embargo, debo decir aquí
que el doctor Lewis indica, entre los tónicos que aconseja los preparados de
plomo, y que, en mi concepto, el uso excesivo de esta serie de medicamentos,
es un verdadero veneno, cuyos tristes efectos he tenido ocasión de observar,
especialmente en algunos casos, en que los enfermos se fiaban de la impericia
de los charlatanes.
Para concluir esta sección, daré una idea del método preconizado por
Storck en el tratamiento de estas enfermedades, el cual es a la vez sencillo y
eficaz.
Comparando estos métodos se verá que todos ellos están fundados en
los mismos principios, que tienden al mismo objetivo y que se hace uso de
medicamentos bastante semejantes. « Se comienza, dice Storck, por
administrar caldos sustanciosos. El arroz, la avena o la cebada, cocidas con
caldo o leche, y aun la leche misma, son muy útiles, pero se deben tomar
poco y a menudo. Si el estómago está muy debilitado, como sucede algunas
veces cuando la enfermedad ha hecho grandes progresos, en términos de que
aquella víscera no pueda soportar los alimentos, se dará al enfermo una
niñera, y con este medio se ha conseguido salvar de la muerte a algunos
enfermos. Para devolver su acción a las fibras relajadas, se puede emplear el
hierro, la quina y la canela. Cuando el enfermo tenga ya fuerzas para caminar,
serán muy útiles los paseos por el campo o la montaña. »
3.1 PRÁCTICA DEL AUTOR.

Hay algunas enfermedades en las cuales es difícil conocer exactamente


la causa y por lo mismo determinar la indicación y establecer el tratamiento;
sin embargo, estas curan algunas veces con gran facilidad. No sucede lo
mismo con la consunción dorsal; en ella se sabe qué es la enfermedad, se
conoce su causa; es, como dice el Sr. Lewis, una especie particular de
consunción, cuya causa próxima es una debilidad general de los nervios. Es
fácil formar la indicación y basar sobre ella lo más esencial del tratamiento, y
sin embargo, fracasan los mejores medicamentos; razón por la cual debe
llamar la atención del práctico. La relajación general de las fibras, la
debilidad del sistema nervioso y la alteración de los fluidos, son las causas de
la enfermedad. Esto depende de las pérdidas de las fuerzas en todas las
partes: y por lo mismo la única indicación consiste en devolverles estas
mismas fuerzas. Dicha indicación es susceptible de algunas subdivisiones que
se refieren a las diferentes partes debilitadas; pero como los mismos
medicamentos sirven para todos estos casos, es inútil detallarlos aquí; pues ya
nos hemos ocupado de este asunto en el transcurso de la presente obra.
Los que ignoran por completo la medicina, y que sin embargo, hablan
más de ella que la profesan, creen que es muy fácil llenar esta indicación a
beneficio de una buena alimentación y de algunas sustancias medicinales: por
el contrario, algunos experimentos han demostrado a los médicos, que no hay
nada más difícil que conseguir tan favorable éxito.
Es bastante fácil, dice Gorter, disminuir las fuerzas; pero no hay casi
ningún medio para repararlas; lo cual se comprenderá fácilmente, al
considerar que los alimentos y los remedios no son otra cosa que
instrumentos de los cuales se sirve el organismo para sostenerse y reparar sus
pérdidas. Y ¿qué es el organismo? El agregado de las fuerzas del cuerpo,
distribuidas armónicamente. Es la fuerza vital distribuida respectivamente en
las diferentes partes. Cuando las fuerzas se aniquilan notablemente, deja de
funcionar la máquina humana; los alimentos no reparan y los medicamentos
ya no obran. Yo he visto algunos estómagos tan debilitados, que los
alimentos no recibían en ellos más preparación que en un vaso de madera;
algunas veces recorren el tubo digestivo siguiendo las leyes de la gravedad; y
finalmente, cuando una nueva dosis irrita al estómago, se les ve salir
sucesivamente al menor esfuerzo. Otras veces, activando tan sólo sobre ellos
las leyes físicas químicas, se corrompen y se les vomita, como si hubieran
estado por espacio de algún tiempo en una vasija cualquiera. ¿Qué se puede
esperar de los alimentos que llegan a tal estado?
El aniquilamiento no es igual en todos los sujetos; en algunos están las
fuerzas debilitadas, pero no destruidas por completo, y aquí aún podemos
contar con los recursos de la bromatología [27] y farmacología. La naturaleza
saca algún provecho de la primera, y en cuanto a la segunda, deben escogerse
medicamentos propios para reanimar las fuerzas.
La debilidad producida por la masturbación ofrece una dificultad en el
empleo de los medicamentos tónicos, que no se observa en otros casos:
consiste en que algunas sustancias ejercen una acción irritante, que daña en
vez de favorecer. Es una ley de la mecánica animal que cuando los
movimientos aumentan, el aumento es más considerable en las partes más
susceptibles que en los masturbadores son los órganos genitales; por lo
mismo, el efecto de los medicamentos se hará patente principalmente en
ellos, y esto nos obliga a ser muy prudentes en los remedios que se emplean.
¿Cuáles pueden ser estos? Los que estudiaré después de haberme ocupado en
cuanto a lo que se refiere al régimen. Para esto seguiré la división ordinaria
de las seis cosas naturales, como lo son: el aire, los alimentos, el sueño, los
movimientos, las evacuaciones naturales y las pasiones.

3.2 AIRE
El aire ejerce en nuestro organismo la misma influencia que el agua
sobre los peces y de forma más considerable. Los que saben hasta qué punto
llega semejante, lo han expresado así en todos tiempos por medio de sus
obras.
Y por lo mismo dicen también lo importante que es para los enfermos
el respirar un aire puro. Los que durante su vida hayan entrado alguna vez en
una habitación mal ventilada, los que hayan vivido en las inmediaciones de
un lago pantanoso durante el verano o en un valle rodeado por todas partes
por montañas, etc., comprenderán perfectamente la influencia que el aire
puede ejercer en la salud.

El cuerpo y el alma son ayudados por la templanza del culto.


Ovidio.

Los sujetos débiles necesitan mucho más que los robustos la influencia
de un aire puro; este es un remedio que obra sin el concurso de la naturaleza,
sin emplear sus fuerzas, y que, por lo mismo, debe llamar toda nuestra
atención. Los que presenten una atonía general deben respirar un aire seco y
templado, pues el húmedo y caliente es muy dañino. Yo conozco un enfermo
de esta especie, a quien aniquilaron notablemente los grandes calores, y cuyo
estado general variaba diariamente en el verano, según que hiciera más o
menos calor. Un aire frío es mucho menos temible, lo cual se comprende muy
bien: en efecto el calor relaja las fibras que ya estaban laxas y disuelve los
líquidos; el frío, por el contrario, no presenta ninguno de estos
inconvenientes, así es que, si no es excesivo, su acción puede ser beneficiosa.
Otra cualidad importante del aire es que no vaya cargado de partículas
perjudiciales, y que no haya perdido, sobre todo en los lugares muy
habitados, esa cualidad vivificante, a la cual se le puede atribuir toda su
eficacia, y que se le podría llamar el espíritu vital, tan necesario para las
plantas como para los animales. En una palabra, el aire preferible es el que se
respira en un campo bien ventilado y provisto de abundante vegetación. Las
exhalaciones que esta desprende y el goce que despierta la contemplación de
un bonito paisaje, fortifican al alma, animan las fuerzas y restablecen la vida.
El aire de una población, inspirado y espirado sin cesar, reúne los
inconvenientes de tener menos espíritu vital (oxígeno) e ir cargado de
partículas nocivas; el del campo posee las dos cualidades opuestas, es un aire
puro e impregnado de todo lo más volátil y agradable que reúnen las plantas.
Pero sería inútil gozarse, algunos instantes en medio de un aire puro si no se
le respirara. El aire de las habitaciones, sino se renueva continuamente, es
casi el mismo en todos los casos, y no hay diferencia notable entre una
habitación cerrada de una ciudad y otra habitación también cerrada, pero en
medio del campo; y sólo se puede respirar una atmósfera perfectamente pura
en medio de los campos. Si las enfermedades o la debilidad no permiten
trasladar a los lugares que reúnan estas condiciones, se procurará renovar
muchas veces el aire contenido en la habitación, no abriendo una ventana o
una puerta, sino haciendo pasar por la habitación una corriente de aire fresco,
abriendo a la vez dos o tres puntos opuestos. No hay ninguna enfermedad que
no exija tal precaución y siempre conviene despojar al enfermo a los efectos
de una brusca alteración.
También es muy importante respirar el aire de la mañana; los que se
privan de él para quedar en una atmósfera rodeada por cuatro paredes,
renuncian al más agradable y probablemente el más fortificante de todos los
medicamentos. El fresco de la noche ha hecho que recobrara todo su espíritu
vivificante, y el rocío que se evapora poco a poco, y el aroma que desprenden
las flores, le hacen verdaderamente medicinal; pues se nada en medio de la
esencia de las plantas que se inspira continuamente, y cuyos buenos efectos
es difícil reemplazar. El bienestar, la frescura, la fuerza y el apetito que se
experimentan durante el resto del día, son la prueba más evidente que puedo
señalar. He visto hace poco sus notables efectos en personas seniles, sobre
todo las que estaban hipocondriacas.

3.3 ALIMENTOS

Para la elección de los alimentos deben guiarnos las dos reglas


siguientes: tomar tan sólo aquellos alimentos que en pequeño volumen
contengan muchos principios nutritivos y se digieran fácilmente, siguiendo el
aforismo de Sanctorius: El coito desmedido requiere poca comida y poca
nutrición. (Coitus immoderatus postulat cibos paucos et brui nutrimenti). Es
importante devolver al estómago todas sus fuerzas; y nada hay que destruya
tanto la fuerza de las fibras animales, como una prolongación forzada: así, si
se dilata el estómago, por la excesiva cantidad de alimentos, se le debilitaría
diariamente; por otra parte, si se le llena demasiado, experimenta el enfermo
una sensación de malestar, angustia, debilidad y melancolía, que aumenta
todos sus males. Se previenen estos dos inconvenientes, eligiendo los
alimentos que antes he indicado y tomando una pequeña porción de ellos
cada vez, pero con frecuencia, pues lo esencial es que den a la economía
todos sus principios nutritivos. El estómago no está en aptitud para digerir lo
que se digiere difícilmente, así es que los alimentos duros destruirían su
acción extremadamente disminuida.
Conocidos estos principios, se puede formar fácilmente el catálogo de
los alimentos que deben emplearse en estos casos, y de los que conviene
eliminar. En la última clase debemos colocar las carnes duras e indigestas,
tales como las de cerdo y otros animales viejos; que han sido endurecidas
artificialmente por la sal o el ahumado, las que son muy grasas, todas las
demás grasas que relajan las fibras del estómago, disminuyen la acción ya
debilitada de los tubos digestivos, los hace indigestos, pues disponen a las
obstrucciones y adquieren por su permanencia un carácter de acidez que,
irritando continuamente, da lugar a la inquietud, dolores, insomnio, angustia
y fiebre. En una palabra, deben abstenerse principalmente del empleo de las
sustancias grasas. Las pastas no fermentadas, y sobre todo cuando están
mezcladas con las grasas, son otra especie de alimentos que debemos
eliminar. También son nocivas las herzas, que producen la hinchazón del
estómago, la distienden y dificultan al mismo tiempo la circulación de las
partes mediatas, sobre todo cuando son acres.
Los frutos, cuyo uso es tan saludable en las enfermedades agudas e
inflamatorias, en las obstrucciones del hígado, etc., no convienen jamás en el
caso que nos ocupa, pues debilitan, relajan y enervan las fuerzas del
estómago; aumentan el estado de disolución de la sangre, que ya es bastante
acuosa; son mal digeridos, fermentan en el estómago y en los intestinos, y
esta fermentación desarrolla una cantidad considerable de aire que produce
distensiones enormes y que dificultan la circulación. Yo he tenido ocasión de
observar estos efectos en una mujer que comió una excesiva cantidad de
frutos después de un parto feliz. El vientre estaba excesivamente terso y
lívido; la mujer presentaba un marcado sopor, y su pulso era casi
imperceptible. Los frutos dejan además en las primeras vías un principio
ácido, que puede ocasionar accidentes muy peligrosos, por lo cual conviene
privarse de ellos.
Aunque el catálogo de los alimentos que deben excluirse es bastante
numeroso, el de los que pueden emplearse es bastante mayor. Comprende
todas las carnes de animales jóvenes, robustos y nutridos en buenos puntos;
tales son las de ternera, carnero, pollo, pichón, perdiz, etc. En cambio hay
algunos animales que no pueden emplearse diariamente.
No solo se deben elegir cuidadosamente las carnes, sino también es
necesario prepararlas convenientemente. Lo mejor es asarlas a fuego lento, de
modo que conserven su jugo y éste no se deseque, o cocerlas ligeramente.
Cuando se las hace hervir con mucha agua dan al caldo todos sus principios
nutritivos y por lo mismo son incapaces para la digestión, pues con
frecuencia no son otra cosa que fibras carnosas desprovistas de sus jugos,
cargadas de agua, y por lo mismo insípidas. Es común ver algunas personas
debilitadas a quienes se administran las carnes en tal estado, que no pueden
comerlas sin que el estómago experimente alguna repugnancia.
Se debe preparar convenientemente la carne que ha de administrarse a
las personas que no pueden digerirla; para ello conviene añadirle un poco de
pan y una pequeña cantidad de jugo de limón, o un poco de vino; de este
modo se constituye una mezcla esencialmente nutritiva.
Podríamos extendernos mucho más sobre este tema en particular, pero
para no molestar por más tiempo la atención del lector y no incurrir en
repeticiones, nos limitaremos a decir que aunque el pan y otras sustancias no
ofrecen la ventaja de reunir muchos principios nutritivos en un pequeño
volumen, su uso, sobre todo el del pan, es indispensable para prevenir no sólo
la incomodidad que ocasiona al enfermo el empleo de un régimen
exclusivamente animal, sino también ese estado que nos presentan los que
para nada recurren a los vegetales. Yo he visto los más terribles accidentes
que se presentaron a consecuencia de aquel régimen en algunas personas
debilitadas, a las cuales se les había ordenado. Uno de los efectos más
ordinarios es el siguiente: los enfermos se ven obligados a beber y esta bebida
les debilita, además, se mezcla difícilmente con los humores, porque esta
mezcla depende de la acción de los vasos, que es muy débil, y si a esto se une
el poco ejercicio, disminuye la acción de los riñones, los líquidos pasan al
tejido celular у forman edemas e hidropesías.
Para prevenir estos accidentes es mejor mezclar el régimen vegetal con
el animal. Las mejores hierbas son las raíces tiernas y las hierbas chicoráceas,
los cardos y los espárragos. Hay otras que aunque muy tiernas, son
perjudiciales, porque refrescan demasiado y amortizan la fuerza del
estómago.
Los granos harinosos preparados y cocidos con el caldo, constituyen un
alimento que no se debe despreciar, pues en él se encuentran los principios
más nutritivos de los dos reinos ( vegetal y animal ) y la mezcla de ellos,
quita el peligro que cada uno de ellos ofrece: el caldo impide que se agrie la
harina y ésta evita que aquel se pudra.
Examinando detenidamente las estadísticas de mortalidad en las
diferentes naciones, se nota que las enfermedades son más malignas en el
Norte de Europa que en el resto de esta parte del mundo. ¿No dependerá esto
de que allí se coma más carne y menos sustancias vegetales?
A pesar de lo que he dicho más arriba acerca de las frutas, no impide el
que se las administre en pequeña cantidad cuando el estómago conserve
algunas, y teniendo presente que las más acuosos son las preferibles.
Los huevos constituyen un alimento del reino animal extremadamente
útil fortifican mucho y se digieren con facilidad, siempre que estén poco
cocidos, pues en el caso contrario se endurece la albúmina y no se disuelve,
haciéndose pesada, indigesta y no nutritiva. La mejor manera de cocerlos
consiste en introducirlos dos o tres veces en el agua hirviendo o licuarlos en
un caldo caliente que no hierva.
Finalmente, hay una última especie de alimento que es la leche; esta
reúne todas las cualidades apetecibles y no presenta ninguno de los
inconvenientes que se le han atribuido. Es el más sencillo y más fácil de
asimilar, el que repara con más prontitud; tiene algo de alimento y de bebida,
predispone a un sueño tranquilo; en una palabra, llena todas las indicaciones
que existen en el caso que nos ocupa, y el doctor Lewis ha demostrado varias
veces sus buenos resultados. Zacuto Lusitano obtuvo con su uso el éxito más
satisfactorio en un joven que a consecuencia de los excesos venéreos
presentaba una fiebre lenta, acompañada de síntomas de consunción, en
términos que el enfermo parecía más bien un esqueleto. En resúmen, y para
abreviar, se debe tener presente que si bien la leche es un alimento de fácil
digestión, en cambio es muy peligroso cuando se indigesta, y por lo mismo
debemos ser muy circunspectos en su administración, sobre todo en los
enfermos graves
Ya se han visto anteriormente las dificultades que el doctor Boerhaave
encontraba en su uso; pero por grandes que sean, las ventajas que pueden
obtenerse son bastante considerables para que se le deba abandonar, si bien
conviene tener presentes algunas reglas que en pocas palabras vamos a
enumerar:
1. La elección de la leche, procurando que el animal que la suministre
esté sano.
2. Es preciso evitar mientras se la toma todos los alimentos que puedan
agriarla, tales son los frutos crudos o ácidos, y en general, todos
aquellos que presenten alguna acidez.
3. Se pueden tomar al mismo tiempo otros alimentos, pero a diferentes
horas.
4. Se tomará muy poca leche cada vez.
5. Moderar la cantidad de alimentos que se hayan de administrar, sin
cuya precaución serían inútiles todos los demás.
Mientras el enfermo esté sujeto a la dieta láctea se deben vigilar mucho
las funciones del estómago, pues la más pequeña indigestión podría
desarrollar inmediatamente un principio de corrupción que alteraría la leche y
la convertiría en un veneno violento.
¿Qué leche merece la preferencia? Para responder a esta pregunta no
entraré en el examen de las diferentes especies de leche, pues de hacerlo así,
se haría demasiado larga esta obra. Por otra parte, poco cosas nuevas
podriamos decir después de la excelente disertación del doctor Applés, doctor
en medicina у catedrático de griego y de moral, cuyo trabajo es notable
merece llamar la atención de los que se dediquen a esta clase de estudios. En
la actualidad se emplea casi siempre la leche de mujer, la de burra, la de
cabra y la de vaca. Cada una ofrece cualidades diferentes y de la comparación
de estas у las indicaciones que ofrece la enfermedad, sacará el profesor la
elección de la que deba emplear. La de vaca es preferida en algunas
ocasiones. Se cree generalmente que la de mujer es la más fortificante, y así
opinan los mejores maestros; pero dicha creencia se apoya sobre una base
poco sólida: en efecto, se atribuyen sus ventajas a la buena alimentación de
que suele hacer uso la mujer, sin reflexionar que al mismo tiempo dan la
preferencia a la de una robusta campesina que come muy poco y cuya
alimentación se reduce algunas veces a mal pan y algunos vegetales. A pesar
de todo esto, yo creo que se la debe ensayar con esperanza de buen éxito,
pues de este modo se han llegado a obtener bastantes curaciones; pero hay un
inconveniente que le es peculiar, es decir, que la leche no se debe tomar
inmediatamente del pezón que la suministra (precaución que ya aconsejaba
Galeno) , sino que se debe tomar como la leche de burra, es decir en un vaso.
¿Pero esto no excitará los deseos que se desean amortiguar, y expondrá al
paciente a nuevas aventuras como la de cierto príncipe cuya historia publicó
Capivaccio?
Se cree que la leche de burra es la más análoga a la de la mujer; pero en
nuestro concepto esta opinión es más bien teórica que práctica. Es más serosa
y por lo mismo más relajante, por lo cual es un error creer que es la más
tónica. Observaciones diarias demuestran lo contrario y prueban que no sólo
no es la más eficaz, sino que acaso sea la menos tónica.
Por mi parte, no siempre he podido obtener los buenos efectos que se le
atribuyen, y en esto no estoy yo solo. El mismo Haller decía que la leche de
burra produce rara vez resultados apetecibles. Semejante inutilidad es un gran
defecto en un remedio, en el cual se funda la curación de las más graves
enfermedades.
Antes de terminar lo que se refiere a los alimentos, creo oportuno citar
aquí la opinión de Horacio, es decir, que no se hagan mezclas de varias
sustancias a la vez:
Como se ve, es muy difícil, y casi imposible, que cuando se
administran diferentes alimentos sufran todos ellos una digestión perfecta.
Esta mezcla es una de las causas que arruinan los organismos más robustos у
los debilitan notablemente.
Otro punto no menos digno de atención y que también se olvida
algunas veces, es la masticación, que debe ser completa; pues en el caso
contrario se dejan sentir bien pronto los efectos de la digestión imperfecta,
aun en los estómagos más rigurosos. Sólo después de observaciones
repetidas, puede convencerse el profesor de la importancia que tiene este acto
de la digestión, pues yo he visto algunas rebeldes enfermedades del estómago
que se presentaron en varios individuos que no podían masticar bien. Por otra
parte, he tenido ocasión de observar varias personas robustas que adquirieron
algunas enfermedades más o menos graves, cuando sólo podían masticar de
un modo imperfecto a consecuencia de una lesión de los dientes, cuyos
sujetos sólo recobraron la salud cuando después de la pérdida total de sus
dientes adquirieron las encías cierta dureza que les permitía desempeñar las
mismas funciones que aquellos.
Nos parece conveniente citar aquí el siguiente verso de Procope:
Vivir de acuerdo con nuestras leyes es más miserable.
Vivre selon nos lois, c'est viore misérable.

No nos extenderemos mucho en demostrar la influencia que estos


trastornos suelen ejercer en nuestro organismo. « Sin la salud, dice
Hipócrates, no se puede gozar de ningún bien; los honores y las riquezas son
inútiles. »
Las bebidas son una parte del régimen no menos importante que los
alimentos.
Entre ellas se deben separar todas las que puedan aumentar la debilidad
y la relajación, disminuir las pocas fuerzas digestivas que quedan, aumentar
la acrimonia de los humores y predisponer al sistema nervioso a una
movilidad que ya es muy considerable. Todas las aguas calientes adolecen
del primer defecto; el té los reúne todos, el café tiene los dos últimos, así es
que se debe prohibir su uso, con el mayor rigor, a los enfermos que nos
ocupan. El doctor Thierry , autor anónimo de la Medicina experimental( p.
335 ), ha trazado en esta obra un completo cuadro, que de seguro alarmaría a
todos los que hacen uso de esta clase de bebidas, sin considerar los peligros a
que están expuestos.
Los licores espirituosos que a primera vista parecen convenientes y
cuyo uso será sólo beneficioso cuando se les toma en pequeña cantidad,
asociados a las aguas calientes, reúnen otros inconvenientes que nos obligan
a rechazarlos o al menos emplearlos muy rara vez. Su acción es demasiado
violenta y pasajera; irritan aunque no entonan; la debilidad que les sucede es
mucho mayor que la que existía antes de hacer uso de ellos; por otra parte,
comunica a las papilas del estómago una dureza que les quita ese grado de
sensibilidad necesaria para tener apetito y además quitan á los jugos
digestivos ese grado de fluidez que necesitan poseer para ayudar esta
sensación, así es que los bebedores carecen de ella.
La mejor bebida de que puede hacerse uso, es una agua muy pura,
mezclada con partes iguales de un vino que no sea ni espirituoso, ni ácido; el
primero irrita sensiblemente el sistema nervioso, y produce en los humores
una rarefacción pasajera, cuyo efecto es distender los vasos para dejarlos en
seguida más laxos, y aumentar la disolución de los humores; el segundo
debilita la digestión, irrita y da lugar a una secreción abundante de orinas que
contribuye a aniquilar al enfermo. Los mejores vinos son los que tienen
menos alcohol y sales, tales son los vinos tintos de Borgoña, Rhone,
Neufchatel, los vinos blancos de Grave, de Pontac, los de Jerez y Málaga (
España ), y los de Oporto ( Portugal ), los de Canarias, y si es posible el vino
de Tokai, que en mi concepto es superior a todos los del mundo, siendo a la
vez saludable y agradable.
Para uso ordinario, son más convenientes los de Neufchatel.
En los puntos en que por desgracia no haya buenas aguas, se puede
obviar este inconveniente filtrándola, añadiendo polvos de hierro, o haciendo
con ella infusión de algunos aromáticos agradables, tales como la canela, el
anís, la corteza de cidra.La cerveza ordinaria es bastante perjudicial.
Entre las bebidas útiles se debe colocar el chocolate que algunos
autores clasifican como verdadero alimento; pues el cacao contiene muchas
sustancias nutritivas, y su mezcla con el azúcar previene cuanto pudiera tener
de perjudicial. « El chocolate con leche, dice Lewis, tomado a una dosis que
no pueda cansar al estómago, es un excelente desayuno para las personas
cuyas fuerzas están aniquiladas. Conozco un niño de tres años, que se hallaba
en el último grado de la consunción, al cual devolvió la vida su madre,
después de estar abandonado por el médico, administrándole repetidas dosis
de chocolate.
Para concluir, nos parece oportuno manifestar que siempre es
conveniente evitar que la cantidad de bebida que se administre sea excesiva,
pues debilitaría las digestiones y relajaría al estómago, alterando los jugos
digestivos y precipitando los alimentos antes que estén digeridos; - relaja
todas las partes, disuelve los humores y predispone a una hipersecreción de
las orinas y del sudor, que contribuye a aniquilar las fuerzas del enfermo. Yo
he visto algunas enfermedades, producidas por la atonía, que calmaron
considerablemente disminuyendo la dosis de las bebidas.
3.4 Sueño.

Lo que puede decirse sobre el sueño, se reduce a tres artículos, su


duración, el tiempo en que conviene entregarse á él y las precauciones
necesarias para gozar de un sueño tranquilo.
Cuando el hombre llega a la edad adulta, le bastan siete horas, o a lo
más ocho, para dedicarlas al sueño. Hay algún peligro en dormir más, pues
esto tiene los mismos inconvenientes que un exceso de reposo. Si algunos
sujetos pueden dedicar algunas horas más al sueño, son aquellos cuya vida es
activa y que durante el día han trabajado mucho; pero nunca puede aplicarse
esto a los individuos de vida sedentaria. Así pues, no es conveniente exceder
el límite que hemos señalado, a no ser que el enfermo haya adquirido tal
debilidad que no pueda estar mucho tiempo levantado.
Está demostrado que el aire de la noche es menos saludable que el del
día, y que los enfermos débiles están más susceptibles por la tarde que por la
mañana; es pues, necesario, consagrar al sueño todo aquel tiempo en que el
aire es menos sano, acostándose a una hora regular y levantándose bastante
temprano; este precepto es tan conocido que podría parecer trivial a los
lectores, pero en nuestro concepto es muy importante, sobre todo para las
personas con la salud debilitada.
Si el individuo se acuesta a las diez de la noche dice el doctor Lewis,
que en nuestro concepto es una hora regular, debe levantarse en verano a las
cinco de la mañana y en invierno de seis a siete. Es absolutamente necesario,
añade el mismo autor, impedir que los individuos permanezcan por más
tiempo en la cama. El mismo Lewis quisiera que el enfermo contrajera el
hábito de levantarse después del primer sueño, y dice que aunque este hábito
es algo molesto en los primeros días, deja de serlo cuando se va
acostumbrando el enfermo, citando en apoyo de su consejo algunos ejemplos
observados en su práctica. Hay muchas personas delicadas que se sienten
perfectamente bien al despertar del primer sueño, dulce y profundo, y que
notan cierto malestar si vuelven a dormir; así es que, estando seguros de
pasar bien el resto del día, se levantan, a cualquiera hora que sea, después del
primer sueño.
El sueño sólo es tranquilo cuando no hay ninguna causa de irritación,
así es que se debe procurar prevenirlas. Las tres indicaciones más importantes
en este caso, son:
1. No estar en medio de una atmósfera caliente, y no estar ni muy
cubierto ni demasiado descubierto.
2. No tener frío en los pies al acostarse, accidente muy común en las
personas débiles y acerca del cual llamó la atención el mismo
Hipócrates;
3. Y esto es lo más importante, no tener lleno el estomago; pues nada hay
que altere tanto el sueño, haciéndolo inquieto, como una digestión
penosa durante la noche. El abatimiento, la debilidad, el disgusto y la
incapacidad mental durante el día siguiente, suelen ser consecuencias
inevitables.
Vides ut pallidus omnis Cena desurgat dubia ? quin corpus onnstum
Hesternis vitiis animum quoque degradat una, Atque afligit humo divinæ
particulam aure. HORACIO .
¿Ves la palidez que cada cena genera? No sea que el cuerpo, cargado
con los vicios de ayer, degradé también la mente y aflija el oído con una
partícula de la tierra divina. Horacio
Por el contrario, nada hay que contribuya mejor a un sueño dulce,
tranquilo y continuo, que una cena ligera, y sus consecuencias necesarias son
la frescura, la agilidad y la alegría en el día siguiente.
Alter, ubi dicto citius curata sopori Membra dedit , vegetus prescripta
ad munia surgit. HORACIO.
El otro, cuando había adormecido los miembros mucho antes se había
curado, se levantó a sus deberes según lo prescrito por la vegetación. Horacio
El tiempo del sueño, dice el doctor Lewis, es el de la nutrición y no de
la digestión; así es que dicho autor exige en sus enfermos la mayor severidad
para la cena; prohíbe el comer carne en dicha comida y sólo les permite un
poco de leche y algunas sopas de pan, y esto dos horas antes de acostarse, con
objeto de que la primera digestión esté terminada antes de entregarse al
sueño.
Los atlantes, que no conocían la dieta animal, eran famosos por la
tranquilidad de su sueño.

3.5 LOS MOVIMIENTOS.

El ejercicio es de una necesidad absoluta; sin embargo, es difícil en


algunas personas débiles, especialmente cuando estas se entregan a la tristeza.
No obstante, no hay nada que aumente los males que provienen de la
debilidad como la inacción; las fibras del estómago, de los intestinos y de los
vasos, están laxas; los liquidos se detienen por todas partes, porque los
sólidos carecen de la fuerza necesaria para imprimirles el movimiento: de
aquí los éxtasis, infartos, obstrucciones, derrames, etc.; la cocción, la
nutrición y las secreciones no se experimentan bien, la sangre queda acuosa,
las fuerzas disminuyen y todos los síntomas de la enfermedad aumentan. El
ejercicio previene todos estos males aumentando las fuerzas de la circulación;
todas las funciones se verifican como si hubiera fuerzas reales: en resumen, el
efecto de los movimientos es levantar las fuerzas y restaurarlas cuando ya se
han perdido. Otra de sus ventajas, independiente del aumento de la
circulación, consiste en hacer respirar al sujeto un aire saludable: en cambio,
los sujetos que se abstienen de pasear y están mucho tiempo encerrados en
una habitación, enrarecen el aire que respiran y este fluido les es perjudicial.
También debemos consignar que hay algunos autores que creen que todos los
remedios del mundo no producen ningún resultado sino van asociados a un
movimiento bien dirigido.
El cansancio que en los primeros días experimentan los enfermos, es un
obstáculo contra la práctica de nuestros consejos; pero bien pronto cesa el
mismo y tienen momento de notar su benéfico influjo. Yo mismo me he
asombrado varias veces al ver las fuerzas que algunos enfermos adquirían por
el ejercicio; y he visto algunas personas que al principio no podían dar un
paseo por un jardín y que luego caminaban dos leguas seguidas sin
experimentar el menor cansancio, y encontrándose perfectamente bien al día
siguiente.
El ejercicio a pié no es el único favorable, pues la equitación vale
todavía mucho más para las personas extremadamente débiles o que tienen
las vísceras del bajo vientre y el pecho algo afectados: si la debilidad es
mayor todavía, se puede aconsejar el paseo en carruaje, procurando ante todo
que el movimiento de este sea suave. Cuando la estación no permite los
paseos, debe el enfermo dedicarse al ejercicio en su propia casa, entregándose
a ocupaciones poco penosas.
Como consecuencia del movimiento, el enfermo recobra el apetito, el
sueño y la alegría; pero, conviene advertir que el ejercicio no debe ser muy
violento después de la comida, y que no se debe comer cuando el individuo
se haya cansado; pues en uno y otro caso podrían sobrevenir todos los
síntomas de una mala digestión.

3.6 LAS EVACUACIONES.

Las evacuaciones se alteran con las otras funciones y su alteración


aumenta el desorden del organismo. Por esto es importante fijar nuestra
atención sobre este asunto, para remediar oportunamente tales desórdenes.
Las evacuaciones que exigen principalmente nuestra atención, son las fecales,
las orinas, la transpiración y los esputos. La mejor manera de sostenerlas o de
colocarlas en el punto en que deben estar, es atenerse a los preceptos que ya
hemos dado al hablar del régimen; pues, como es sabido, la mayor o menor
regularidad de las evacuaciones es el barómetro del estado de las digestiones.
El médico deberá vigilar preferentemente la transpiración, que es la que con
mayor facilidad se altera en las personas débiles. Para ayudarla, se frotará la
piel con una franela o con la mano, y en algunos casos será conveniente
envolver todo el cuerpo con un vestido de lana. Se debe evitar el excesivo
abrigo, pues este daña bastante a la transpiración, y también el extremo
opuesto, porque entonces se detiene toda evacuación cutánea. La parte que
todos deben tener más abrigada, y particularmente las personas débiles, son
los pies; y es seguro que nadie abandonaría este precepto, tan fácil de
cumplir, si todos estuvieran convencidos de su importancia. El frío en los
pies dispone a las más peligrosas enfermedades crónicas, y hay un gran
número de personas en las cuales produce prontamente malos efectos, como
enfermedades del pecho, cólicos, obstrucciones, etc. En los libros antiguos se
lee que los sacerdotes que andaban siempre con los pies descalzos por el
interior del Templo, eran atacados muchas veces por violentos cólicos.
La saliva se segrega algunas veces en abundancia en las personas
débiles, sin duda por la relajación de los órganos salivares. Si los enfermos
escupen continuamente, resultan dos males:
1. Que se aniquilan por esta evacuación;
2. Que esta sustancia tan necesaria para la digestión falta, y por
consiguiente esta es penosa y perjudicial.
Todos conocen los peligros de una mala digestión, y por lo mismo no
insistiremos mucho sobre este tema; por la misma razón prohíbe Lewis que
fumen los enfermos, pues el acto de fumar origina una salivación abundante,
por la irritación que determina sobre las glándulas encargadas de la secreción
de la saliva.
La inspiración que se hace de una persona a otra, y de la cual me he
ocupado anteriormente, ¿no podría citarse aquí como medio de curación?
Capivaccio creyó útil acostar a un enfermo entre dos nodrizas y es probable
que la inspiración de su expiración contribuyera tanto como la leche a
restablecer las fuerzas. Elidous, contemporáneo de Capivaccio y preceptor de
Forestus, aconsejó a un joven, que estaba en el desfallecimiento más
completo, la leche de burra y acostarse con su nodriza, que era una hermosa
joven en la flor de su edad: este consejo produjo excelentes resultados y sólo
se interrumpió cuando el enfermo notó que no podía resistir a la tentación que
fácilmente comprenderá el lector. El remedio que nos ocupa puede ser útil y
prevenir el peligro, procurando no reunir los dos sexos.

3.7 Pasiones.

Hemos visto anteriormente la estrecha unión del alma y del cuerpo; y


por lo mismo habrá comprendido el lector la maravillosa influencia que la
primera ejerce sobre el segundo: se han visto los nefastos efectos de la
tristeza, etc. , etc. , por lo mismo nos parece casi inútil añadir una palabra a lo
que ya hemos dicho respecto a este importante asunto: las sensaciones tristes
del alma dan lugar con frecuencia a desastrosos efectos para la salud del
sujeto, y por lo mismo el profesor aconsejará que sólo se proporcionen a los
individuos enfermos sensaciones agradables, sobre todo en algunas
afecciones, tales como la consunción dorsal, que predisponen por sí mismas a
la tristeza, tristeza que por un círculo vicioso aumenta considerablemente la
gravedad del mal. Pero, y esta es una dificultad del tratamiento, muchas veces
los enfermos están dominados por este síntoma y son inútiles todos los
esfuerzos del médico y de la familia para destruir este obstáculo. Por lo
mismo, no debemos hacernos ilusiones y creer que se puede aconsejar la
alegría como pudiera administrarse un medicamento, y lo único que puede
exigirse a los enfermos, es que se presten a los remedios contra la tristeza,
como pudieran prestarse a otros. El cambio continuo de objetos forma una
sucesión de ideas que les distrae, y que les es necesaria. Nada hay más
perjudicial que la ociosidad y la inacción. Los ejercicios moderados y los
trabajos del campo les distraen mucho más que otras ocupaciones. El doctor
Lewis aconseja que el enfermo sólo vea personas de su sexo, si es posible.
Porque no hay mayor firmeza de los oídos, que apartar las venerables y
ciegas espuelas del amor. VIRG.

Nam nor ulla magis oires industria firmat, Quam venerem et cæci
stimulos avertere amoris. VIRG.
El mismo autor recomienda que los enfermos no estén nunca
absolutamente solos, que no se les deje entregarse a sus reflexiones, que no se
les permita leer, ni ninguna ocupación en que trabaje el espíritu; pues estas
son, dice, otras tantas causas que retardan la curación. Yo no opino que se
deba prohibir absolutamente toda lectura; y lo único que aconsejo respecto a
este tema en específico, es prohibir que lean muchas horas al día y evitar la
lectura de obras que puedan despertar en la imaginación algunos recuerdos
que se quieren borrar; pero en cambio hay libros que distraen agradablemente
y producen excelentes resultados.
3.8 REMEDIOS.
En este capítulo seguiré el mismo orden que en los anteriores,
ocupándome primero de los remedios que se deben evitar, antes de hablar de
los que se deben seguir. Ya anteriormente he tenido la ocasión de indicar los
que se deben excluir, tales son los que irritan, las sustancias calientes y
volátiles. Hay otro grupo muy opuesto, pero igualmente perjudicial,
constituido por los evacuantes. Ya he dicho que los sudores, la salivación, las
orinas abundantes aniquilan al enfermo. No hablaré de nuevo de estas
evacuaciones, pues es fácil comprender que deberemos abstenernos de todos
los medios que las provocan. Siendo la indicación despertar las fuerzas, para
juzgar si convienen sólo se trata de saber si estas evacuaciones son oportunas.
Hay dos casos en los cuales la sangría restablece las fuerzas, en los restantes
las aniquila: o cuando hay demasiado sangre, y esto no sucede en las
personas en consunción; o cuando la sangre ha adquirido una densidad
inflamatoria, que haciéndola impropia para sus usos, destruye prontamente
las fuerzas: esta es la enfermedad de los hombres vigorosos, de los que tienen
un buen temperamento y una circulación fuerte. Nuestros enfermos están
precisamente en el caso contrario, y por consiguiente la sangría debe
dañarles. Cada gota de sangre que se pierda, dice Gichrist, es de inmenso
valor para las personas que padecen consunción: la fuerza asimilante que la
repasa está destruida, y por consiguiente no pueden sostener la circulación. El
doctor Lobb, que ha examinado perfectamente los efectos de la evacuación,
dice que estas son perjudiciales para los individuos débiles. « En los
individuos, añade dicho autor, que no tienen la cantidad necesaria de sangre,
si se le disminuye por la sangría o por otras evacuaciones, se destruyen las
fuerzas, se alteran las secreciones y se producen muchas enfermedades. » El
doctor Senac dice lo siguiente respecto a este mismo asunto: « Si la materia
densa o roja falta, las sangrías son inútiles o perniciosas; se las debe, pues,
prohibir a los sujetos extenuados, cuya sangre está en pequeña cantidad o
tiene poca consistencia; pues sólo sale de los vasos un licor que apenas puede
dar color a un lienzo» . Ya hemos visto que el estado de la sangre de los
masturbadores, es el mismo que el de las personas débiles y enfermas.
Los remedios que evacuan las primeras vías, fortifican cuando en ellas
se encuentran detenidos algunos alimentos que por su masa dificultan las
funciones de las primeras vísceras, o cuando hay en el estómago y en los
primeros intestinos materias pútridas, cuyo efecto ordinario es una gran
debilidad. En estos casos se pueden emplear los evacuantes, si nada los
contraindica, y si no hay otros medios para desembarazar las primeras vías, o
si hay peligro en no evacuarlas prontamente. Estas tres condiciones se
encuentran rara vez en las personas que padecen una marcada consunción, y
en las cuales la debilidad y la atonía de las primeras vías son una
contraindicación para los purgantes o los eméticos. Hay con frecuencia otro
medio para procurar la evacuación sucesiva, y consiste en emplear los tónicos
no astringentes: tales son un gran número de amargos, que devolviendo su
energía a los órganos, produce el doble efecto de digerir lo que es susceptible
de sufrir este cambio y evacuar lo superfluo. Finalmente, rara vez hay peligro
de no evacuarlos prontamente, pues esto sólo sucede en algunas
enfermedades agudas, en las cuales la acidez de las materias, que el calor
aumenta, y la prodigiosa reacción de las fibras, pueden ocasionar debilidades
violentas, que nunca aparecen en los sujetos anémicos. Resulta, pues, de lo
manifestado anteriormente, que los evacuantes propiamente dicho no son casi
nunca necesarios, y que por el contrario, están muchas veces contraindicados.
La flojera y la falta de acción son algunas veces la causa de que se
detengan en las vías digestivas los materiales ingeridos, y por lo mismo, a
beneficio de los evacuantes, se disipa el efecto, pero la causa continúa
obrando con mayor actividad, y entonces tendremos que remediar el mal que
antes existía y el que ha producido una medicación intempestiva. Si esto no
se hace oportunamente, el efecto se reproducirá más pronto que antes; y si se
emplean de nuevo los purgantes se aumenta por segunda vez la enfermedad,
pues entonces se hace contraer a los intestinos una atresia que les impide el
verificar sus funciones: en una palabra, se puede decir que los purgantes sólo
producen una disminución en el efecto, aumentando la causa; sólo alivian
momentáneamente, pero después empeoran. Para que el lector pueda
comprender en pocas palabras la idea que queremos expresar, diremos que en
medicina, como en moral, es muy importante sacrificar el presente al
porvenir, y que la negligencia de esta ley puebla al mundo de seres
desgraciados y decadentes. Convendría también mucho inculcar a los
médicos y a los enfermos las ideas contenidas en la patología de Gembuil,
respecto a los males que produce el abuso de los purgantes.
¿No hay casos, se dirá, en los cuales pueden administrarse los
purgantes y los medicamentos a los enfermos de los que estamos hablando?
Los hay, sin duda alguna, pero son muy raros, y es preciso examinarlos con
atención para no dejarnos engañar por ciertos signos que parecen indicar los
evacuantes, y que con frecuencia dependen de una causa que se debe atacar
por otros remedios.
No entraré ahora en más detalles respecto a estas distinciones, pues
serían inoportunos; basta a nuestro propósito el haber consignado que rara
vez están indicados los evacuantes en el tratamiento de la enfermedad que
nos ocupa. El doctor Lewis cree que un medicamento suave puede preparar
útilmente las primeras vías para los otros remedios; pero no quiere que se
vaya más allá.
Después de haber indicado lo que se debe evitar, ¿qué es lo que se debe
hacer? Ya he dicho anteriormente los caracteres que deben tener los
remedios, fortificar sin irritar. Hay algunos que pueden llenar estas dos
indicaciones; sin embargo, el catálogo es bastante corto, y los dos más
eficaces son, sin duda alguna, la quina y los baños fríos. El primero de estos
remedios está considerado desde hace algún tiempo, además de su virtud de
reducir la fiebre, como uno de los mejores fortificantes y como calmante.
Los más célebres médicos modernos consideran al mismo medicamento
como específico en las enfermedades de los nervios. Boerhaave hacía
frecuente uso de él; y el Sr. Vandermonde se sirvió de él, con muy buen
éxito, en el tratamiento de un joven a quien los excesos con las mujeres lo
habían colocado en un lamentable estado.
El doctor Lewis lo prefiere a todos los demás medicamentos; y el Sr.
Stehelin, en la carta que ya he citado otras veces, lo considera también como
de suma eficacia.
Veinte siglos de experimentos exactos y razonados han demostrado que
los baños fríos poseen las mismas cualidades. El doctor Baynard ha
aconsejado finalmente su uso en los desórdenes producidos por la
masturbación y los excesos venéreos, sobre todo en un caso en que además
del aniquilamiento y de una gonorrea simple, había una debilidad tan notable,
aumentada por las sangrías y los purgantes, que se consideraba al enfermo
como al borde de la tumba .
El doctor Lewis, a quien tantas veces he citado como una autoridad en
el transcurso de esta obra, no teme afirmar todavía más positivamente la
eficacia de los baños. « Entre todos los medicamentos, dice, los internos y
externos, no hay ninguno que iguale en ventajas a los baños fríos. Estos
refrescan, fortifican los nervios y ayudan a la transpiración más eficazmente
que ningún remedio interior; bien administrados, son más eficaces en la
consunción dorsal, que todos los demás remedios reunidos ». También se
debe notar que los baños fríos tienen una ventaja particular, es decir, que su
acción depende menos de la reacción de las fuerzas de la naturaleza que la de
los otros remedios: estos no obran más que sobre los órganos vivos; los baños
fríos producen también su acción sobre las fibras muertas.
La unión de la quina y de los baños fríos está indicada por la analogía
de sus virtudes; pues producen los mismos efectos: así es que, estando
combinados, curan algunas enfermedades que sin duda se hubieran
empeorado administrando otros medicamentos. Fortificantes, sedantes y
febrífugos, disminuyen el calor febril y nervioso y calman los movimientos
irregulares producidos por la disposición espasmódica del sistema nervioso.
Remedian la debilidad del estómago y disipan prontamente los síntomas que
son su consecuencia. Devuelven el apetito, facilitan la digestión y la
nutrición, restablecen todas las secreciones y principalmente la transpiración,
lo cual los hace tan eficaces en todas las enfermedades catarrales y cutáneas;
en una palabra, constituyen un excelente remedio para todas las
enfermedades causadas por la debilidad; a no ser que el enfermo esté atacado
de obstrucciones indisolubles, o de inflamaciones, o de abscesos, o úlceras
internas, condiciones que tampoco excluyen necesariamente los baños fríos, y
que aún permiten la administración de la quina.
He visto, hace algunos años, un extranjero de 23 ó 24 años de edad, que
desde su más tierna infancia se hallaba atormentado por crueles dolores de
cabeza y casi continuos, por la frecuencia y duración de estos episodios. El
mal había empeorado considerablemente por el uso de las sangrías, los
evacuantes, las aguas purgantes, los baños calientes, los caldos y un
sinnúmero de otros medicamentos. Yo le aconsejé los baños fríos у la quina.
A los pocos días los episodios eran más débiles y mucho menos frecuentes.
El enfermo se creyó casi completamente curado al cabo de un mes; la
interrupción de los remedios y la mala estación, renovaron los sucesos, pero
con mucha menos violencia que antes; a la primavera siguiente comenzó de
nuevo la curación, y, el enfermo mejoró de tal modo, que creyó que no
necesitaba ningún medicamento. Estoy persuadido que empleando de nuevo
los mismos remedios, se llegaría a conseguir una curación radical.
Un hombre de 28 años estaba atormentado algunos años por un dolor
de cabeza sumamente intenso y que le ocasionaba alarmantes desórdenes de
la visión. Había consultado a muchos médicos y ensayado remedios de
muchas especies, y últimamente un vino medicinal, compuesto de sustancias
aromáticas infundidas en vino de España. Todos estos medicamentos y
principalmente el último, habían aumentado el mal: se le habían aplicado
vejigatorios en las piernas, que ocasionaron síntomas violentos, y en esta
época es cuando me hice cargo del mencionado enfermo. Le aconsejé una
fuerte decocción de quina y de manzanilla, que tomó durante seis semanas y
que le colocó en mejor estado que muchos años antes. Sería inútil citar ahora
más ejemplos, sobre todo extraños a la materia, para demostrar la virtud
fortificante de estos remedios, también demostrada hace ya algún tiempo, y
cuyo uso está tan indicado en la enfermedad que nos ocupa.
Cuando he empleado la quina en forma líquida, he administrado un
cocimiento de una onza de este medicamento por doce de agua, colocando
esta disolución en una vasija perfectamente cerrada para tomar tres onzas
cada día en tres dosis. En cuanto a los baños, siempre los dispongo para por
la tarde, cuando ya está completamente terminada la digestión de la comida,
contribuyendo a procurar un sueño tranquilo. Yo he visto un joven
masturbador que pasaba las noches con el insomnio más inquieto, y que por
las mañanas se hallaba bañado por un sudor colicuativo [28] ; la noche que
siguió al sexto baño durmió cinco horas, y a la mañana siguiente se levantó
sin haber sudado y encontrándose mucho mejor.
El hierro constituye un tercer remedio, muy empleado en todos los
casos de debilidad, para que sea necesario insistir aquí en su virtud como
fortificante. Como no tiene nada de incitante, es muy apropiado para nuestros
enfermos. Se le da en sustancia o en infusión, pero la mejor preparación son
las aguas marciales preparadas por la naturaleza, y sobre todos las aguas de
Spa, uno de los más poderosos tónico, que se conocen, y un tónico que lejos
de irritar, dulcifica todo lo que los tumores pueden tener de acre. También se
usan las gomas, la mirra, los amargos y los aromáticos más suaves: las
circunstancias serán las únicas que deban hacernos decidir en la elección de
estos distintos remedios. Los primeros que he indicado merecen igualmente
la preferencia; pero pueden existir algunos casos que exijan el empleo de los
demás: en general se les puede elegir entre todos los nervinos, teniendo
siempre presentes las precauciones que antes he indicado. Si es una
enfermedad de los nervios, se la debe tratar como tal, y con frecuencia se les
ha administrado, aún sin conocer la causa. Es cierto, y observaciones
incontestables me lo han demostrado, que la ignorancia de esta causa, y por
lo mismo, la negligencia de las precauciones que exige, ha hecho otras veces
infructuosos los tratamientos mejor indicados en apariencia, sin que los
médicos pudieran conocer la causa de la falta de éxito.
Yo ordené a un joven, cuyo caso he descrito en esta misma obra,
píldoras, cuya base fue la mirra, y una decocción de quina, que produjeron el
más satisfactorio éxito.
Una hora antes de almorzar, comer y cenar, con tres onzas de la bebida.
« Estoy sumamente convencido, » me escribía el enfermo dieciséis días
después de haber comenzado a hacer uso del tratamiento, « del gran beneficio
que sus remedios me han producido: los dolores de cabeza no son ni tan
frecuentes, ni tan violentos, y apenas los experimento por la noche; el
estómago va mejor, y rara vez siento dolores en los miembros. Al cabo de un
mes la curación era completa, y no hay duda que hubiera sido duradera, si el
mismo joven no se hubiera entregado nuevamente a los excesos con las
mujeres.
Conviene advertir que muchas veces estos medicamentos, lo mismo
que otros que aconsejan los prácticos, no producen ningún beneficio para el
porvenir, es decir, que en los sujetos de alguna edad, aunque se reanime la
nutrición, nunca puede el éxito ser completo.
Para que nuestros lectores formen una idea clara de lo que queremos
decir, citaremos el siguiente pasaje de las obras de Linneo : « La juventud,
dice este célebre naturalista, es la edad más importante para constituir una
organización robusta. Nada hay más temible que el uso prematuro o excesivo
de los placeres de amor, pues de él nacen la debilidad de la visión, vértigos,
disminución del apetito y aun la debilidad del alma y de la razón. Un cuerpo
enervado en la juventud, difícilmente vuelve a su estado normal; la vejez es
pronta y decadente y la vida es corta. »
Dieciséis siglos antes de este gran naturalista, Plutarco, en su bella obra
sobre la educación de los niños, había recomendado la formación de un
temperamento como una cosa de suma importancia, y he aquí uno de los
párrafos más culminantes de su obra: « No se debe descuidar ningún medio
que pueda contribuir a fomentar la elegancia y la fuerza del cuerpo ( los
excesos de que nos ocupamos dañan tanto a una como a otra); pues el
fundamento de una vejez feliz, es una buena constitución en la juventud: la
templanza y la moderación en esta edad son, digámoslo así, un pasaporte para
vivir felizmente en la vejez, »
A la observación precedente, cuyo éxito parece debido a la quina,
podemos añadir otra, en la cual los baños fríos fueron el principal remedio.
Un joven de temperamento iracundo, que se dedicaba al abominable vicio del
onanismo desde los diez años, estaba desde entonces débil, fatigado y
esquelético, y se hallaba afectado por algunas enfermedades biliosas, de
difícil curación, y que le ponían delgado, pálido, débil у como triste. Le
ordené los baños fríos y unos polvos, en cuya composición entraba el hierro y
un poco de canela para tomar tres veces al día. En menos de seis semanas
adquirió unas fuerzas que no había conocido antes.
Las aguas de Spa y algunas otras, lo mismo que la quina, ofrecen la
ventaja de que su administración es compatible con la de la leche.
La debilidad del estómago, que hace que la digestión sea lenta, los
ácidos у la роса actividad de la bilis, los infartos en las vísceras del bajo
vientre, son las principales causas que impiden la digestión de la leche y que
no permiten su uso. Las sustancias que remedian todas estas causas no
pueden menos de facilitar la digestión, y la quina, que llena las mismas
indicaciones, debe asociarse igualmente a la leche. Se pueden emplear estos
remedios algún tiempo antes para preparar las vías, lo cual es muchas veces
necesario, o al mismo tiempo.
Yo tuve la ocasión de visitar hace algunos años a un extranjero, que se
había entregado de tal modo a los placeres venéreos con una cortesana, que
era incapaz de ningún acto de virilidad: su estómago estaba también
debilitado, y la falta de nutrición y de sueño le había enflaquecido
notablemente. A las seis de la mañana tomaba seis onzas de cocimiento de
quina, a la cual se añadió una cucharada de vino de Canarias; una hora
después, tomaba diez onzas de leche de cabras que se acaba de ordeñar, y a la
cual se añadía un poco de azúcar y una onza de agua de azahar.
Comía un pollo asado, con poco pan y un vaso de excelente vino de
Borgoña con partes iguales de agua. A las seis de la tarde tomaba una
segunda dosis de quina, a las seis y media entraba en un baño frío en el cual
permanecía diez minutos y pocos momentos después se acostaba, a las ocho
tomaba la misma cantidad de leche, y se levantaba desde las nueve hasta las
diez. Tal fue el efecto de estos remedios, que al cabo de ocho días me dijo
con mucha alegría, cuando entraba en su habitación, que había recobrado el
signo exterior de la virilidad, al cabo de un mes, había recobrado casi por
completo sus primeras fuerzas.
Algunos polvos absorbentes, algunas cucharadas de agua de menta, a
veces la sola adición de un poco de azúcar, algunas píldoras con la quina,
pueden también contribuir a prevenir la degeneración de la leche. También se
puede emplear una goma, hace muchos años introducida en algunos puntos
de Inglaterra, con el nombre del gummi rubrum Gumbriense, y acerca de la
cual se encuentra una pequeña disertación en la excelente colección que
publicó la sociedad de médicos formada en Londres: dicha sustancia fortifica
y suaviza, y por lo mismo llena perfectamente las dos grandes indicaciones
que hay que cumplir en la enfermedad que nos ocupa.
Finalmente, si fuera imposible sostener la administración de la leche de
ovejas o cabras, se puede ensayar la de burras, y yo mismo la aconsejé con
éxito a un joven que no podía hacer uso de aquellas. Los individuos biliosos
la beben con placer, y se la debe preferir siempre que haya algo de calor, un
poco de fiebre, una disposición erisipelatosa y principalmente cuando los
excesos venéreos han producido una fiebre aguda, en cuyo caso, a pesar de la
debilidad, los tónicos dañarían y la sangría es sumamente peligrosa. Los que
deseen encontrar más detalles sobre este tema en particular, pueden consultar
la obra de Jonstom, barón de Ziebendorf.

Después de la última edición de esta obra, hecha hace siete años, he


sido consultado por muchos sujetos que se hallaban debilitados como
consecuencia de los excesos sexuales y de la masturbación, objeto principal
de este libro; algunos de ellos han curado, otros han notado una considerable
mejoría, otros no han obtenido ningún beneficio; cuando la enfermedad ha
llegado a adquirir ciertas proporciones, lo único que puede esperarse de los
medicamentos es que se detenga su desarrollo.
La leche, en casi todos los casos de curación, ha sido el alimento
principal, y como medicamentos, hemos empleado la quina, el hierro, las
aguas marciales y el baño frío. A algunos enfermos llegué a ordenarles que
bebieran leche a todo pasto, mientras que otros la tomaban tan sólo una o dos
veces por día.
El enfermo, cuya historia he detallado en el capítulo 1.5, y cuyo
tratamiento indiqué entonces, sólo tomó durante tres meses leche, pan
bastante cocido, uno o dos huevos y agua fresca en el momento que se le traía
de la fuente. Tomaba leche cuatro veces por día, dos de ellas recién ordeñada,
sin pan; y otras dos caliente, pero con pan. El medicamento del que hice uso,
era un opiado compuesto de quina, conserva de corteza de naranja y jarabe de
menta. Tenía el estómago cubierto con un emplasto aromático, se le frotaba
todo el cuerpo con una franela por la mañana y paseaba por el aire libre, a
veces a pie, y otras a caballo. La debilidad que presentaba y el estado de sus
vísceras no fueron obstáculo para aconsejarle los baños fríos en esta época. El
éxito de este tratamiento fue tal, que el enfermo recobró las fuerzas, el
estómago se restableció y al cabo de un mes pudo andar una legua de camino
a pié; los vómitos cesaron por completo, los dolores en el pecho
disminuyeron considerablemente, y hace tres años continúa en un estado
bastante favorable, si se tiene en cuenta el que presentaba antes de ponerse
bajo nuestros cuidados, viéndose acostumbrado poco a poco al uso de toda
clase de alimentos, pues la leche le era ya casi insoportable.
Las partes genitales son siempre las que recobran más lentamente sus
funciones; algunas veces no llegan a adquirirlas, aunque el resto del cuerpo
haya conservado las suyas, y esto ha dado lugar a que algunas personas
místicas digan que la parte que ha pecado es la que debe morir.
Debo hacer ahora una advertencia que creo de suma utilidad: yo
siempre he tenido más facilidad en curar a aquellos que se han aniquilado a
consecuencia de grandes excesos en poco tiempo, que a los que se han
entregado a la masturbación, o a la cópula menos veces, pero casi desde la
infancia, porque en estos se ha detenido el crecimiento y no han podido
adquirir nunca todas sus fuerzas. Se puede considerar a los primeros, como
afectados de una enfermedad aguda y muy violenta que ha consumido todas
sus fuerzas; pero como dado que los órganos han adquirido toda su
perfección, por mucho que haya sufrido, la suspensión de la causa, el tiempo,
el régimen y los remedios pueden restablecerlas. Los segundos no han dejado
formar su temperamento, ¿cómo lo han de restablecer? Era necesario para
esto, que el arte operará en la edad madura, lo que los mismos sujetos han
impedido que se llevara a cabo en la infancia y en la pubertad; se comprende
fácilmente que esta esperanza es quimérica, pues la observación diaria me
demuestra que los jóvenes que se entregan a esta clase de vicios en la infancia
y en la época de la pubertad, no deben esperar el ser vigorosos y robustos, y
pueden considerarse muy dichosos con gozar de una salud mediana, exenta
de grandes enfermedades y de dolores.
Los que se arrepienten más tarde, en una época en que el organismo se
conserva estacionario cuando se halla bien organizado, no deben abrigar
grandes esperanzas, pues más allá de los treinta o cuarenta años es raro
rejuvenecer.
Cuando administro la quina con el vino, ordeno que se tome este
medicamento por la mañana y leche por la tarde. Yo he encontrado algunos
enfermos en los cuales ha sido preciso cambiar este orden, pues el vino por la
mañana les hacía vomitar constantemente.
Si se hace uso de las aguas minerales, recomiendo que se tomen
algunas botellas puras antes de mezclarlas con la leche.
Si el mal es viejo, degenera ordinariamente en cacoquimia o
desnutrición, y es preciso comenzar por destruirla antes de dedicarse al
restablecimiento de las fuerzas; en estos casos son indispensables los
evacuantes cuya acción es sumamente eficaz. Los tónicos reconstituyentes,
ordenados en esta circunstancia, hacen perder las fuerzas y producen una
fiebre lenta.
Cuando los excesos repetidos en poco tiempo dan lugar a una debilidad
considerable que pueda comprometer la vida del enfermo, se puede recurrir a
los cordiales activos, dándoselo con un poco de vino de España al enfermo en
la cama y aplicarle sobre el estómago franelas empapadas en vino caliente
con triaca [29] .
En los casos en que los excesos venéreos han ocasionado una fiebre
aguda, sólo se debe emplear la sangría cuando esté indicada por la plenitud y
la dureza del pulso; y en este caso vale más hacer dos sangrías pequeñas que
una grande. El cocimiento blanco de cebada con un poco de leche, algunas
dosis de nitro, algunos baños fríos de pies, los caldos de vaca, etc., etc , son
remedios verdaderamente indicados y de los cuales he obtenido bastante
buenos resultados en ciertos casos.
Los síntomas rara vez reclaman un tratamiento particular, dado que por
lo general suelen ceder. Sin embargo, algunas veces se pueden unir los
fortificantes externos a los internos, cuando se quiere fortificar más
particularmente una parte, y yo he aconsejado muchas veces con éxito las
unturas o los emplastos aromáticos sobre el estómago; y no es inútil cubrir
los testículos con una franela fina empapada en algún líquido fortificante у
sostenerla con un suspensorio.
Creo oportuno colocar en este sitio las siguientes líneas, tomadas de la
obra de Goster: « He curado algunas veces la gota serena, ocasionada por los
excesos carnales, empleando los fortificantes internos y los polvos nasales
cefálicos, que por la irritación ligera que producen, determinan un gran aflujo
de espíritus animales sobre el nervio óptico »
Será inútil entrar en mayores detalles sobre la cura: cualquier extensión
que les diese, nunca podría servir de guía para los enfermos sin el recurso del
médico, por lo que no entraré en más pormenores. Me he extendido sobre el
régimen, porque cuando el mal no ha hecho grandes progresos, puede
verificarse la curación en cuanto desaparece la causa, y cada uno puede
abstenerse de ella sin riesgo alguno. Sólo me resta, para terminar esta parte,
añadir lo concerniente al tratamiento preservativo: he sentido que este
artículo faltase en la primera edición de esta obra, por ser muy esencial. Un
hombre célebre en la república de las letras por sus obras, y todavía más
respetable por su talento, sus conocimientos y cualidades personales, que por
su nombre y las posiciones que tan dignamente llenó en una de las primeras
villas de Suiza, M. Iselim, secretario de Estado en Bále (me permitirá que le
nombre), me ha hecho notar este vacío. Citaré el fragmento de su carta, con
mucho placer, ya que marca precisamente lo que conviene practicar:
«Quisiera, me escribe, tener una obra de usted que me explicara los
medios más seguros y menos peligrosos, por los cuales los padres, durante el
tiempo de la educación, y los jóvenes, cuando están abandonados a su propia
conducta, pudieran preservarse de esta violencia de los deseos que les
conduce a los excesos, de los que nacen las enfermedades más horribles, los
desórdenes que turban el bienestar social y el suyo propio. No dudo que haya
un régimen que favorezca particularmente la continencia; creo que una obra
que nos lo enseñara junto con la descripción de las enfermedades producidas
por la lujuria, valdría más que los mejores tratados de moral sobre esta
materia.»
Sin duda que tiene mucha razón; nada será tan importante como esta
adición que desea; pero nada más difícil separándose de las otras partes de la
educación, no sólo médica sino también moral.
Para tratar de este artículo aparte, si se quisiera tratar bien, sería
necesario establecer un gran número de principios que prolongarían mucho
esta obra. Algunos preceptos generales, aislados de los principios y
divisiones necesarias, no sólo serían poco útiles, sino también peligrosos; así
es que los lectores podrían ver en otros tratados algunas consideraciones
sobre la necesidad de formar un buen temperamento y de dar a los jóvenes
una organización robusta. Esta materia, aunque importante, no está todavía
bastante tratada, pues quedan aún muchos puntos importantes que discutir.
Con todo, a pesar de nuestros deseos, no nos ocuparemos más sobre este
asunto en específico. Lo único que podemos decir es que la ociosidad, la
inacción, la permanencia prolongada en la cama, una cama demasiado
blanda, una dieta suculenta, aromática, salada, vinosa, la amistad con sujetos
libertinos, etc., etc., son las causas más propias para estos excesos, y que por
lo mismo se les debe evitar con gran cuidado. La dieta es de una gran
importancia, y se la debe vigilar con gran atención; así es que San Gerénimo
decía lo siguiente:
« Las forjas de Vulcano, los volcanes del Vesubio y el monte Olimpo,
no arrojan más llamas que los jóvenes que hacen uso de una alimentación
suculenta у beben vino en abundancia. »
Menjot, uno de los médicos de Luis el Grande, habla de algunas
mujeres a las cuales los excesos que nos ocupan ocasionaron el éxtasis
venéreo. El uso del vino у de ciertos alimentos, es mucho más peligroso ya
que aumenta la fuerza de los aguijones de la carne y debilita la de la raza, que
debía resistir. « El vino y las carnes enervan el alma, » dice Plutarco en su
Tratado de la comida, obra poco conocida y que debería leerse detenidamente
por las máximas que encierra. Los médicos más antiguos ya conocían esta
influencia, y Galeno escribió sobre este punto una pequeña obra, que es quizá
lo mejor que se ha escrito hasta nuestros días.
Antes de terminar el artículo del tratamiento, me creo en el caso de
advertir a los enfermos (y este aviso se refiere igualmente a todos los que
padecen enfermedades crónicas, sobre todo, cuando van acompañadas de
debilidad) que no deben esperar que se puedan reparar en algunos días los
males que sufren como consecuencia de los excesos prolongados por espacio
de muchos años, y que es indispensable someterse a un tratamiento
prolongado, guardando escrupulosamente el régimen más severo. Yo creo
que muchas enfermedades son curables; y si no se ven coronadas del más
próspero éxito, es porque el tratamiento estuvo mal dirigido, y no extraño que
la rebeldía del enfermo se haga incurable a pesar de los cuidados más
exquisitos por parte del médico.
Hipócrates exigía, para que el éxito fuera más satisfactorio, que el
enfermo, el médico y los asistentes cumplieran a la vez su deber: si siempre
pudiera suceder así, las curaciones serían mucho más frecuentes.

4 ENFERMEDADES ANÁLOGAS. LAS


POLUCIONES NOCTURNAS.

Acabamos de demostrar los peligros de una evacuación demasiado


abundante de semen, por los excesos venéreos y la masturbación, y ya he
dicho al principio de esta obra, que dicho licor espermático se derramaba
también por poluciones nocturnas en los sueños húmedos y por ese flujo
conocido con el nombre de espermatorrea o gonorrea simple. Vamos, pues, a
examinar brevemente estas dos enfermedades.
Las leyes que unen al alma con el cuerpo son tales, que aun cuando los
sentidos están embotados por el sueño, se ocupa de las ideas que se le han
trasmitido durante el día.
Las cosas que los hombres usan en la vida, piensan, cuidan y dan, y lo
que dicen, mirando y actuando, como si le pasaran a un desvelado, es menos
sorprendente.
Otra ley que depende de esta unión, es que sin alterar ese embotamiento
de los sentidos, o sin comunicarles la sensibilidad a las impresiones externas,
el alma puede, durante el sueño, dar lugar a los movimientos necesarios para
la ejecución de los actos que le sugieren las ideas de las que se ocupa. Si el
alma recuerda ideas relativas a los placeres del amor, se entrega a los sueños
lujuriosos, y los objetos en que piensa, producen en los órganos de la
generación los mismos movimientos que si se llevan a cabo durante la vigilia,
y el acto se consuma físicamente como resultado de la imaginación. Se sabe
lo que sucedió a Horacio en uno de sus viajes a Brindes.
Heme aquí, el más necio de los mentirosos, hasta que la muchacha
espera la medianoche: el sueño, sin embargo, quita la intención de venir:
luego los sueños inmundos a la vista, manchan el vestido de la noche, y el
vientre en la espalda.

Por otra parte, estos mismos órganos irritados, despiertan algunas veces
la imaginación y dan lugar a sueños que terminan como los precedentes.
Estos principios sirven para explicar las diferentes especies de poluciones.
La primera es la que viene a consecuencia de la excesiva abundancia
del semen, y ésta se presenta en algunos jóvenes en la flor de su edad, que
son sanguíneos, vigorosos y castos. El calor de la cama viene a enrarecer los
flujos, principalmente el licor seminal; y a consecuencia de este fenómeno la
imaginación se entrega de lleno a los placeres venéreos, y la idea del coito,
produce el efecto final, la eyaculación. En este caso, semejante evacuación no
es una enfermedad, sino más bien una crisis favorable, un movimiento de la
naturaleza, que desembaraza al individuo de una sustancia que, de
permanecer mucho tiempo detenido, podría dañar, y aunque algunos médicos
lo niegan, es lo cierto que la incontinencia prolongada puede determinar los
diferentes desórdenes del priapismo o del furor uterino.
Y ya que de este asunto nos ocupamos, nos vamos a permitir un ligero
paréntesis que creemos oportuno.
Galeno habla de un hombre y de una mujer, a los cuales hizo enfermar
el exceso de semen, y que se curaron renunciando a la incontinencia que se
habían impuesto, y considera la retención de este líquido como capaz de
producir los accidentes más peligrosos. Yo he visto en Montpellier una
observación semejante por completo a la de la mujer de la cual habla ese gran
hombre. Una mujer muy robusta, de cerca de 40 años de edad, que en su
juventud había gozado bastante de los placeres del amor y que se había
privado de ellos algunos años antes, presentaba de vez en cuando episodios
histéricos tan violentos, que perdía el uso de los sentidos, y ningún remedio
podía disipar los sucesos, y sólo terminaban practicando fuertes fricciones en
las partes genitales; determinando de este modo un temblor convulsivo,
seguido de abundante eyaculación, y en el mismo instante recobraba sus
sentidos. Después de la primera edición de esta obra, se han publicado tres
observaciones completamente análogas, una de Weber, médico de Waslrode
(Hanover), y las otras dos de Betbeder, médico de Burdeos, que se pueden
ver en el periódico que publicaba Richard. Estas observaciones tienden a
demostrar que los médicos no deben perder de vista estas causas de
enfermedad que se presentan algunas veces.
Zacuto Lusitano publica una observación muy semejante. Una joven,
dice, estaba en un paroxismo convulsivo muy violento, caía, y en el momento
quedaba sin conocimiento, presentando un temblor general, los ojos
hundidos, etc. Todos los remedios que se emplearon fueron inútiles; mandé
aplicar un pesario acre que produjo una abundante evacuación espermática, y
la enferma recobró en seguida sus sentidos.
Hoffmann cita también la historia de una monja a quien sólo se podía
sacar del paroxismo histérico, excitando la misma evacuación; y Zacuto, en la
misma obra que acabo de citar, habla de dos hombres a los cuales dañó
extraordinariamente la supresión de los placeres del amor; el uno fue atacado
de un tumor en el ombligo, que ningún remedio pudo disminuir, y que sólo
desapareció por el coito repetido; el segundo, debilitado por sus excesos de
este género, los abandonó de repente; seis meses después, tuvo vértigos, y
muy pronto ataques de verdadera epilepsia, que se atribuyeron a un vicio del
estómago: se le trató por los medicamentos apropiados para esta dolencia;
pero aquellos agravaron el mal y el enfermo murió en un violento modo.
Practicada la autopsia, se encontraron todas las vísceras en estado normal,
excepto las vesículas seminales y el conducto deferente, que estaban llenas de
un esperma verde, y ulceradas en muchos puntos.
Un médico respetable por su ciencia y por su edad, que durante mucho
tiempo ha seguido a las armadas austriacas en Italia, me dice haber notado
que los soldados alemanes que no se habían casado y cuya vida era sobria,
padecían con frecuencia verdaderos ataques de epilepsia, priapismo o
poluciones nocturnas; accidentes que sin duda provenían de una secreción
demasiado abundante de semen, y quizá de que este semen tenía otros
caracteres más irritantes en aquel país caliente, cuya dieta es más suculenta.
También se debe al Dr. Jacques, a quien he citado en el segundo
artículo de esta misma obra, una excelente tesis, cuya traducción publicó
poco tiempo después el Sr. de la Mettrie, en la cual cita muchas
enfermedades producidas por la privación de los placeres venéreos, y el Sr.
de la Mettrie, indica otra titulada la Virginidad claustral, cuyo objeto es el
mismo.
El Dr. Zindel publicó también en 1745 una disertación en la cual
recogió las observaciones producidas por una excesiva cantidad, y también
puede colocarse en este lugar lo que dice Sauvages, respecto a esta virtud mal
entendida, en las mujeres cuyo temperamento es ardiente. El mismo autor
añade una observación que constituye el ejemplo más notable de todo lo que
venimos refiriendo. Se trataba de una joven, que devorada por su fuego, y
queriendo conservar su pureza, estaba sujeta a grandes poluciones, aun al
mismo tiempo que lamentaba su desgracia a los pies de un confesor viejo y
feo.
« Una joven que se casa con un marido viejo, decía una recién casada a
una amiga suya, hubiera hecho mejor con arrojarse a un río con una piedra al
cuello. »
Finalmente, sin hablar de algunos otros autores, Gaubius coloca la
continencia excesiva entre las causas de las enfermedades, enumerando en
seguida los males que produce. No se debe, pues, negar su existencia; pero
tampoco se debe desconocer su rareza, sobre todo en este siglo, que parece
ser el siglo de la debilidad; así es que todos los días se engañan algunos
profesores, atribuyendo indistintamente a esta causa todas las enfermedades
que afligen a las personas púberes de ambos sexos, aconsejándoles como
único remedio el matrimonio; remedio que con frecuencia está mal indicado
y algunas veces es perjudicial, porque no puede destruir los vicios que
sostenían la enfermedad, y no hacen otra cosa que añadir a los males pasados
los que son peculiares al embarazo у al parto.
Se ha visto por los párrafos anteriores que las poluciones producidas
por una excesiva abundancia de semen, aunque por sí solas no constituyen
una verdadera enfermedad, pueden convertirse en tales al ser muy frecuentes.
Se ha observado también que una evacuación predispone a las siguientes,
llegando a adquirir los órganos genitales una especie de hábito en este
sentido. Téngase, pues, presente esta circunstancia, que, como fácilmente
comprenderá el lector, es de mucha trascendencia; pues como ya hemos
dicho en otra ocasión, estas mismas evacuaciones llegan a hacerse excesivas
y a producir considerables trastornos en la salud. En apoyo de esta opinión
podríamos citar muchos casos prácticos que, sin embargo, creemos
innecesarios.
Zimmermann habla de un hombre de muy buena constitución, el cual, a
consecuencia de las poluciones, había perdido toda la actividad de su espíritu,
y su cuerpo había quedado en un estado lamentable. Los síntomas más
frecuentes, cuando el mal no ha hecho todavía grandes progresos, son una
debilidad continua, más considerable por la mañana, y dolores en los riñones.
Hace algunos meses se me llamó para visitar a un campesino de 50 años de
edad, que había sido siempre muy robusto y que se había debilitado de un
modo tan notable a consecuencia de las poluciones nocturnas que sólo podía
trabajar algunas horas cada día, viéndose con frecuencia molestado por
intensos dolores lumbares, que le obligaban a permanecer en la cama, y
adelgazaba cada vez más. Ignoro el éxito que producirían algunos
medicamentos que le ordené y ciertos consejos que le di.
También asistí hace algún tiempo a un hombre sordo, que cuando
presentaba las poluciones nocturnas, estaba mucho más sordo que en los días
anteriores, sufriendo además una molestia general y otros síntomas, que le
quitaban el buen humor y el apetito; y otro, que después de cada polución
quedaba como paralítico por espacio de una hora y muy debilitado durante
las veinticuatro siguientes.
Se pueden colocar en esta primera clase las poluciones de los que,
habiéndose acostumbrado a frecuentes emisiones, las suspenden
repentinamente. Galeno cita un ejemplo muy notable de esta especie: Se
trataba de un hombre que, habiendo abusado del coito hasta entonces,
abandonó por espacio de algún tiempo los placeres del amor; algunos meses
después, la retención del esperma dio lugar a varios síntomas de los órganos
genitales, y durante el sueño padecía movimientos convulsivos de los lomos,
brazos y piernas, seguidos de una emisión abundante de esperma espeso, con
la misma sensación voluptuosa que durante el coito. Una bailarina de vida
algo airada fue herida casualmente cerca de la mama izquierda; el cirujano
prescribió una dieta bastante severa y ordenó a la enferma que se abstuviera
de los placeres venéreos, a los cuales se había entregado excesivamente. La
tercera noche de esta privación, a la cual se sometió, tuvo una polución que,
apareciendo de nuevo en las noches siguientes, la debilitaba a simple vista, y
le causaba violentos dolores en la región lumbar. La herida se iba
cicatrizando; pero a pesar de esto, el cirujano, firme en sus principios,
continuó la prohibición; la sangró y administró una purga. La enferma,
debilitada y aburrida, no tomó en lo sucesivo ningún medicamento; comió y
bebió, y no contenta con esto, se entregó de nuevo a la vida libertina: aquella
debilidad y aquellos dolores desaparecieron bastante pronto.
Pero no se crea con esto que es infundada la opinión de los cirujanos
que prohíben el coito a los heridos; antes al contrario, la experiencia y la
práctica han demostrado que les es sumamente perjudicial en la inmensa
mayoría de los casos, como de ello pueden leerse numerosas observaciones
en las obras de los mejores prácticos. Por mi parte pudiera citar un caso en el
cual la masturbación causó la muerte a un herido, aunque la lesión no era de
gravedad; y en las obras de Fabricio de Hilden, se encuentra otra observación
enteramente igual. Slotan habla de un hombre a quien cortó la mano a
consecuencia de una herida por arma de fuego. Le prohibió severamente todo
comercio con su mujer, la cual también conocía el peligro que en ello hubiera
corrido la vida del enfermo; pero cuando se disiparon todos los efectos y la
curación estaba ya próxima, sintiendo el enfermo algunos deseos eróticos, a
los cuales no quiso responder su mujer, se entregó al onanismo; poco tiempo
después padeció una violenta fiebre, delirio, convulsiones y otros accidentes,
muriendo dicho sujeto al cabo de cuatro días.
Por mi parte, he visto también a una joven recién casada, que habiendo
caído de un carruaje, sufrió una violenta contusión, y al cabo de cinco días,
encontrándose perfectamente bien, se entregó a los placeres del amor como si
nada hubiera sucedido. Dos horas después, se hinchó toda la pierna y
aparecieron agudos dolores y una fiebre bastante intensa, que duró cerca de
treinta horas.
Lo que he dicho al principio de esta sección, acerca de la relación que
existe entre los sueños y las ideas de que se ha ocupado el alma durante el
día, sirve para explicar por qué los masturbadores están sujetos a las
poluciones nocturnas; su alma, ocupada durante todo el día por las ideas
venéreas, tiene presentes durante la noche (materializando la cuestión) los
mismos objetivos, y el sueño lascivo va seguido de una evacuación que es
siempre fácil cuando los órganos han adquirido un grado considerable de
irritabilidad.
Es importante prevenir oportunamente los progresos del hábito, y
cualquiera que sea la causa de las poluciones, no dejar que se hagan antiguas.
Cuando han durado mucho tiempo, curan difícilmente. « No hay ninguna
afección, dice Hoffman, que atormente más a los enfermos y de más trabajo a
los médicos que las poluciones nocturnas que han durado mucho tiempo, y
que se han hecho habituales, sobre todo si aparecen todos los días. Sucede
muchas veces en estos casos, que los mejores remedios causan más mal que
bien. »
Todos los médicos que han escrito acerca de esta enfermedad han dicho
que su curación es difícil, y todos los que han tenido ocasión de tratarla lo
han experimentado por sí mismos; por lo cual no debemos sorprendernos. A
no ser que se pueda dar de repente a los órganos su fuerza y disminuir su
irritabilidad durante el tiempo que transcurre entre dos poluciones, lo cual es
imposible, o prevenir los sueños lascivos, y esto no es menos difícil, debe
esperar que reaparezca la polución, y que esta destruya la pequeña cantidad
de medicamentos que haya podido administrarse. De una polución a otra se
puede ganar muy poco y es preciso obrar con gran constancia para poder
obtener un efecto sensible.
Celio Aureliano ha recopilado todo lo que de bueno dijeron los
antiguos sobre el tratamiento. Quiere que:
1. El enfermo evite en cuanto le sea posible, toda idea lujuriosa.
2. Que se acueste en una cama dura y fresca; que se aplique a los riñones
una tenue placa de plomo, como también esponjas empapadas en agua
y vinagre sobre todas las partes que sean asiento de la enfermedad, o
cosas refrescantes como las baláusticas (granado silvestre), acacia,
hipocisto, etc .
3. Que sólo haga uso de alimentos y bebidas atemperantes.
4. Se aconseja los fortificantes.
5. El uso del baño frío.
6. No acostarse nunca sobre el dorso y sí sobre un lado o sobre el vientre.
Este consejo es muy bueno; pero veamos ante todo cuál es la verdadera
indicación que se presenta: disminuir la cantidad de semen y prevenir los
malos ensueños.
La dieta y el régimen general son más propios para llenar este fin que
los remedios farmacológicos. Los alimentos más convenientes son los que
proceden del reino vegetal, las legumbres y los frutos; entre las carnes, las
menos sustanciosas. En una y otra clase de alimentos es necesario hacer uso
de los que no poseen ninguna acción acre. Se ha visto ya la gran influencia de
este régimen sobre la tranquilidad del sueño, y no se puede no recomendarlo
a los que sufren las poluciones nocturnas, que tanto necesitan del mismo.
Deben, sobre todo, renunciar a la cena, o al menos cenar tan sólo alguna cosa
ligerísima; esta circunstancia contribuye más a la curación que todos los
remedios.
He visto hace muchos años, a un individuo que tenía casi todas las
noches una polución y había tenido ya algunos episodios de pesadilla. Un
ministrante le ordenó que bebiese agua caliente, al acostarse algunos vasos de
té que, sin disminuir las poluciones, aumentaron aquellas; los dos males se
reunieron y repetían todas las noches; el fantasma de la pesadilla era una
mujer, cuya presencia ocasionaba también la polución. Debilitado por esta
doble enfermedad y por la privación de un sueño tranquilo, caminaba a
grandes pasos hacia la consunción. Le ordené que sólo cenara un poco de pan
y algunas frutas, si tenía fuerte apetito, y que al entrar en la cama se bebiera
un vaso de agua fresca con quince gotas del licor anodino mineral de
Hoffmann. No tardó en recobrar la tranquilidad de su sueño; las dos
enfermedades desaparecieron por completo y recobró bien pronto sus
pérdidas fuerzas.
Las carnes indigestas, como son todas las negruzcas, sobre todo por la
tarde, son un verdadero veneno para este mal; y, repito, si no se toma el
partido de cenar poco y sin carne, los otros remedios serán ineficaces. El
vino, los licores, el café, dañan por muchos conceptos. La mejor bebida es el
agua pura, pudiéndose añadir a cada botella de esta una dracma de nitro. Sin
embargo, he visto no hace mucho tiempo a un enfermo a quien dañaba el
nitro, provocando frecuentes y copiosas poluciones: atribuí este efecto a dos
causas: La primera, que tenía el sistema nervioso muy débil, en cuyos
individuos obra el nitro como irritante; la segunda, que esta sustancia, como
diurética aumentó considerablemente la cantidad de orina. La vejiga se
llenaba con más facilidad durante la noche, y ya se sabe que su distensión es
una de las causas determinantes de las poluciones.
El precepto dado por Celio de evitar las camas muelles, es de la mayor
importancia; no se puede resistir la pluma; la paja es más preferible que el
crin, y he visto enfermos que se encuentran mucho mejor cuando cubren el
colchón con un cuero.
El consejo de no adoptar de noche la posición supina, es igualmente
necesario; esta posición daña, pues contribuye a hacer agitado el sueño y
excitar demasiado los órganos genitales. En fin, como la costumbre tiene en
esto grande influencia, no es conveniente romperla; y la observación
siguiente podrá servir de alguna utilidad. Se refiere a un italiano respetable
por sus virtudes, y hombre de los más excelentes que recuerdo haber visto.
Me consultó, para una enfermedad muy diferente; pero con el objeto de
instruirme mejor, me conto toda la historia de su salud. Había sido molestado,
cinco años antes, de poluciones frecuentes que le debilitaron por completo.
Tomó la fuerte resolución de despertarse en el momento en que la idea de
mujer acudiese a su pensamiento, dedicando luego ratos muy largos en
meditar sobre los riesgos a los que se exponía. El remedio tuvo un éxito
favorable; la idea del peligro y la voluntad de despertarse; siempre a tiempo,
precaución reiterada por muchas veces, disipó el mal.
Pero estos dos últimos casos no inspiran mucha seguridad, y las
mejores indicaciones se frustran en ellos; el que M. Hoffman indica es un
ejemplo, debiéndose dar de antemano a los enfermos el aviso que este médico
comunicó al suyo: se reduce a que, sin una larga perseverancia en el uso de
los remedios, no se debe esperar efecto alguno, o mejor, cuando la cuestión
del régimen es la más esencial, sucede con frecuencia que no se experimenta
alivio sensible hasta, haber pasado mucho tiempo practicando lo ordenado. Si
se emplean los remedios terapéuticos, deben estar fundados sobre la misma
indicación que el régimen. No hace mucho tiempo que he visto reaparecer el
mal a consecuencia de una sangría bastante copiosa. Los polvos nitrosos,
limonada, los espíritus ácidos, las leches de almendras, pueden ser usados.
M. Hoffrnan empleó para el masturbador que, después de quitado el
vicio presentó la espermatorrea [30] , un polvo.
Del que tomaba una dracma todas las noches, con el agua de cerezas
negras; por la mañana agua de Selter y la leche; para bebida una tisana de
sándalo, de raíz de china, de achicoria, de escorzonera y de canela.
Mezclando estos remedios con una dieta conveniente, curó al enfermo en
algunas semanas. M. Zimmermann ha curado con el uso del mismo polvo, «
poluciones muy frecuentes seguidas de la extenuación ordinaria, y que había
durado algunos años, en un joven de veintiuno de edad. » No es fácil explicar
cómo este polvo, que sólo es un simple absorbente, obra tan bien; pero he
visto los buenos efectos del alcanfor.
Otra clase de espermatorrea es la que padecen los hipocondriacos. La
circulación se hace en ellos lentamente, sobre todo en las venas del bajo
vientre; por lo que se hallan infartados frecuentemente los órganos de donde
aquellos sacan la sangre; la actividad nerviosa aumenta; los líquidos poseen
cierta acritud muy propia para producir irritaciones; la noche se halla turbada
por ensueños: he aquí, pues, claramente las causas de la polución. « La
imaginación, dice M. Boerhaave, produce con frecuencia durante el sueño,
emisiones de esperma. Los hombres de letras у los enfermos del bazo, están
sujetos a este accidente; y la eyaculación del semen es tan considerable, que
les produce la atrofia (1). » Esta enfermedad tiene por lo tanto dos fases muy
peligrosas y no se entregan a excesos de ningún género, sin sentirse por
demás molestados.
Sólo existe un medio de curación que estriba en atacar la enfermedad
principal. Se empieza por destruir los infartos, empleando en seguida los
baños fríos, y esa saludable corteza que Dios nos quiere conservar. Entonces
es verdaderamente la ocasión de emplear los dos poderosos remedios, a los
que se puede añadir el hierro. Si meditar mucho la elección de los alimentos
es necesario siempre, en este caso lo es mucho más. Los hipocondriacos
hacen generalmente malas digestiones; los alimentos mal digeridos producen
hinchazones flatulentas que, impidiendo la circulación, disponen a la
polución de dos maneras: primero impidiendo el regreso de la sangre de las
venas genitales; segundo impidiendo también la tranquilidad de la noche
agitada por los ensueños. Se comprende por esto que Pitágoras contradijera a
sus discípulos el uso de las sustancias flatulentas, que consideraba con razón
como dañinas, así para la limpieza y fuerza de las funciones del alma, como
para la castidad. Además de las dos razones dadas, podría indicar una tercera
que he tenido ocasión de sospechar en dos enfermos. ¿Es la expansión del
aire desprendido de los fluidos en los cuerpos cavernosos, lo que da margen a
la erección y prurito venéreo? Nadie ignora que todos nuestros flujos están
impregnados de este fluido; pero mientras estén en el estado normal, se
hallará el mismo como encarcelado y desprovisto de toda elasticidad.
Grandes físicos han creído que sólo existen dos medios de quitarlo: un grado
considerable de calor que no se observa nunca en el cuerpo humano y la
putrefacción. Pero muchas observaciones de enfermedades producidas por el
aire así dilatado, han dado a conocer que independientemente de estos dos
casos, existen otras alteraciones en los fluidos que determinan el mismo
efecto; y estas alteraciones parecen más frecuentes entre los hipocondriacos:
así, no es asombroso que los cuerpos cavernosos sean el asiento de este
desarrollo de aire maléfico, antes por el contrario, no hay punto más expuesto
a tal desarrollo, y si no ha llamado mucho la atención, ha sido más bien por
falta de observadores que de observaciones. Es necesario, pues, evitar los
alimentos que, más cargados de aire que los demás, incomodan mucho, por el
que se separa en las primeras vías y por el que es arrastrado a la sangre. Todo
el mundo sabe que la cerveza nueva, que es extremadamente flatulenta,
ocasiona fuertes erecciones; y yo he visto, después de la última edición de
esta obra, que M. Thiery, uno de los más sabios médicos y consumado
práctico de Francia, ha conocido también a estas erecciones flatulentas.
Se puede colocar aquí, como análoga a esta última especie de
poluciones, porque ataca a los sujetos melancólicos, una enfermedad que
podríamos llamar furor genital y difiere del priapismo y de la satiriasis. La
describiré por medio de una observación que publiqué en la primera edición
latina de esta obra у quedó olvidada en la francesa. Un hombre de 50 años de
edad y enfermo más de 24, en cuyo largo período no había podido pasarse sin
mujer o los excesos del onanismo ni siquiera 24 horas, por el contrario,
repetía los actos muchas veces por día. El esperma era acre, estéril; la
evacuación rápida. Tenía el sistema nervioso sumamente debilitado,
episodios de melancolía y de flato, ambos muy violentos, las facultades
embrutecidas, el oído muy duro y los ojos extremadamente débiles; murió en
el más triste estado. No le aconsejé remedio alguno, pues había tomado ya
muchos sin resultado; los que estaban calientes le dañaban у sólo la quina
infundida en el vino, como le ordenó M. Albinus, le había aliviado algo; la
autoridad de este célebre médico es un nuevo testimonio bien respetable en
pro de dicho remedio. Se encuentra entre las consultas de M. Hoffmann un
caso muy parecido; el prurito venéreo, era casi continuo, y el alma y el
cuerpo se hallaban igualmente debilitados.
4.1 GONORREA SIMPLE.

La gonorrea, dijo Galeno, que sólo conocía la simple, es una


eyaculación de semen sin erección. Muchos autores de todos los siglos
hablan de ella, incluso Moisés, el más antiguo de todos. Se encuentra en las
observaciones de Hipócrates el ejemplo de un montañés en el que parecía la
enfermedad haber sido un marasmo, y que presentaba un derramamiento
involuntario de orina y esperma. M. Boerhaave, sin embargo, duda de la
existencia de esta enfermedad. « Se lee, dice, en ciertas obras de medicina,
que el semen es algunas veces eyaculado sin que el paciente lo note. Pero esta
enfermedad debe ser muy rara, y no creo que el esperma se eyacule sin
placer, sin cosquilleo alguno, a no ser que fuera otro líquido diferente del
elaborado por los testículos, pues he visto eyaculaciones del líquido
prostático. » Esta autoridad es sin duda alguna muy respetable; pero mientras
que M. Boerhaave no se decide por completo, discrepan de su opinión todos
los demás médicos; y, para no salirnos de su escuela, citaremos a uno de sus
más ilustres discípulos, M. Gaubius, que admite la evacuación del esperma
sin que vaya acompañada de sensación alguna. Mis propias observaciones no
me dejan duda alguna sobre la existencia de ambos estados morbosos. He
visto hombres que tras una gonorrea virulenta, después de los excesos,
venéreos o en la masturbacion, presentaron un derrame continuado por el
miembro; pero que no les hacía incapaces de nuevas erecciones y
eyaculaciones: se quejaban, sin embargo, de que una sola eyaculación les
debilitaba más que el derrame de muchas semanas; prueba evidente de que el
líquido de ambas evacuaciones no era idéntico у de que el causante de la
gonorrea procede de la próstata, de algunas glándulas que rodean al conducto
uretral, de los folículos repartidos en toda su longitud, o , en fin, de los vasos
exhalantes dilatados. He visto otros que presentaban, como los primeros, un
derrame que les debilitaba mucho más, que les hacía incapaces de todo acto
venéreo por la falta de prurito, incapaces de toda erección y por lo mismo de
toda eyaculación, porque sus testículos no eran ajenos a la enfermedad. Creo
haber demostrado que en estos últimos enfermos se derramaba sin sensación
el verdadero esperma testicular: y como se conoce la estructura de las partes
genitales, se comprende muy bien que la primera enfermedad debe de ser
mucho más frecuente que la última, sin que por esto dejen de estar ambas
bien caracterizadas. Los autores más exactos han llamado gonorrea verdadera
a aquella en la que han creído que la materia derramada era el mismo
esperma, y a la otra gonorrea bastarda o catarral. M. Morgagni, cuya opinión
es de gran peso, admite el derrame de uno y otro líquido, y yo creo que nadie,
en conciencia, puede oponerse a ello.
Los peligros de este derrame son muy considerables; se ha visto en las
primeras páginas la descripción hecha por Areteo: « ¿Cómo, dice en el
mismo sitio, no han de debilitarse, si pierden continuamente lo que da la
fuerza de la vida? El esperma tan sólo es el que da vigor al hombre. » Celso,
que vivió antes que Areteo, dijo positivamente que la pérdida de semen sin
sensación venérea conduce a la consunción. Juan, hijo de Zacarias, y más
conocido con el nombre de Actuario, en la obra que escribió para el
embajador que el sultán de Constantinopla envió al Norte, opina como los
autores antes citados. « Si el derrame de esperma llevado a cabo sin erección
ni sensación dura algún tiempo, ha de producir necesariamente la consunción
y la muerte, porque se disipa la parte más balsámica de los líquidos y
espíritus animales.
Los autores más modernos piensan como los antiguos. « Todo el cuerpo
enflaquece, dice Seunert, y la espalda sobre todo, los enfermos se tornan
débiles, secos, pálidos; se abaten, tienen dolores en los riñones y se les
hunden los ojos. » M. Boerhaave, coloca esta gonorrea entre las causas de la
parálisis; y bueno es advertir que en este sitio de su obra admite el derrame
verdaderamente espermático. « La parálisis, dice, procedente de la gonorrea,
es incurable, porque el cuerpo se halla por demás debilitado.» Se encuentran
en una erudita Memoria de M. Koempf, observaciones muy interesantes.
Esta afección puede depender de muchas causas distintas. La causa
próxima es casi siempre un vicio en los líquidos eyaculados, que son muy
tenues y con frecuencia muy acres, como también una gran relajación de los
órganos. El vicio humoral denota un defecto en su elaboración que depende
de la debilidad general, y exige la medicación tónica reconstituyente. Sería
fuera de lugar entrar ahora en grandes detalles, sobre los que podrán hallarse
cosas muy buenas en muchos autores, sobre todo en Seunert, autor del mejor
compendio de medicina práctica que se conoce. Los mismos remedios
indicados en el curso de esta obra contra las otras formas de la polución, se
indican contra la gonorrea; el baño frío, la quina y demás corroborantes. M.
Boerhaave refiere que la hierba hepática produce excelentes resultados (claro
que el uso es excelente: egregios sané præstat usus ) en la gonorrea
tradicional dependiente del relajamiento de los órganos. Algunas veces, y
para quitar esa mala tendencia de los líquidos, se puede comenzar por
algunos laxantes: algunos médicos notables les han atribuido una eficacia
casi específica contra esta enfermedad. La experiencia, más aún que la razón,
me ha probado lo contrario; y los que se tomen la molestia de consultar a los
autores que he citado más arriba, verán cómo ellos no ordenan laxante
alguno.
Actuario prescribe las sustancias que fortifican sin calentar.
Areteo, que al ver los riesgos que amenazan al paciente, quería
remediarlo a toda costa, ordena los tónicos, la abstinencia de los placeres del
amor y el baño frío. Celso ordena las fricciones y sobre todo el baño
extremadamente frío (y nadar cuando tenga frío: natationesque quan frigidissi
me); quiere que todo cuanto se coma o se beba lo sea en frío, que se eviten
todos los alimentos que puedan dar lugar a indigestiones, vientos o aumentar
la acritud del esperma. Fernel prescribe la alimentación suculenta fácil de
digerir y los electuarios restantes.
Si la promesa de Langius, que « se atrevió a jurar que los purgantes y la
dieta curaban esta enfermedad, es verdadera, sólo puede serlo en el caso en
que reconozca por causa de un mal régimen que haya dado lugar a
obstrucciones en el bajo vientre y hecho degenerar todos los líquidos del
organismo, sin que los sólidos hayan sufrido todavía de un modo
considerable: sólo existe este caso particular, pues si estos han sufrido de un
modo mayor, los purgantes deberán necesariamente ir acompañados de los
tónicos. Tal era la gonorrea observada por Regis y de la que nos ha
participado los detalles M. Craanen. « Un hombre, dice, de temperamento
pituitoso, que había hecho uso por mucho tiempo de alimentos húmedos, fue
atacado por derrame de un líquido acuoso, crudo, viscoso, que salía sin
conocimiento del paciente. Este adelgazó, sus ojos se tornaron cóncavos y
perdió poco a poco sus fuerzas. Regis empezó por los purgantes para evacuar
aquellos líquidos pituitosos; enseguida administró los corroborantes y
alimentos desecantes; y en fin, si todo esto no bastaba, aconsejaba también un
cáustico a cada muslo. Pero este método de los purgantes no puede convenir
nunca cuando la enfermedad es consecuencia de los excesos venéreos, y
depende, como dice Sennert, « de la debilidad que las vesículas seminales
han contraído por las alteraciones tan frecuentes de plenitud e inanición. »
El detalle de algunos casos hará comprender mejor cuál sea el
tratamiento más adecuado.
Timée cita uno que no puede colocarse en otro sitio mejor que en este.
« Un jóven, dice, estudiante de derecho, de temperamento sanguíneo, se
masturbaba dos o tres veces por día, y a veces con más frecuencia: se le
presentó la gonorrea acompañada de debilidad general. Consideró la gonorrea
como una consecuencia del relajamiento producido en los vasos seminales, y
la debilidad de la frecuente pérdida del semen, que había disipado el calor
natural, producido las indigestiones, lesionado el sistema nervioso,
embrutecido al alma, debilitado todo el organismo. » Le recetó un vino
reconstituyente, con los astringentes у aromáticos en infusión en el vino rojo;
un opiado de la misma naturaleza y un ungüento compuesto de aceite de
rosas, de almáciga, de nitro, de bolar ménico, tierra lemnie ( ó sigilada ) y
cera blanca. « El enfermo curó al cabo de un mes de padecimiento, y »le
advertí que se abstuviera de tan infame como asqueroso vicio, por el riesgo
de caer en la amenaza del Eterno, que excluye a los pecadores del reino de los
cielos. » ( Cor . I , c . VI ) .«
Uno de los mejores médicos de Suiza, dice monsieur Zimmermann, M.
G. M. Wepfer, de Schaffonse, cuya autoridad es de gran peso, asegura haber
curado un derrame continuo de esperma, consecuencia de la masturbación,
con el auxilio de la tintura ferruginosa de Ludovici. M. Weslim, de Zurzach,
me ratificó lo mismo, fundado en su experiencia. Para mí, añade mi buen
amigo, no he visto tan buenos efectos. »
El profesor M. Stehelin, habla de un hombre de letras que era víctima
de una evasión involuntaria de esperma, sin ideas lujuriosas, y que ha curado
con el uso de un vino de quina ferruginoso. Los demás remedios, entre otros
las aguas de Swalbach у las duchas de agua fría sobre el pubis y el periné, no
tuvieron el mismo éxito en un joven que se había acarreado el mal a causa de
la masturbación. Añade que el doctor Bongars, famoso práctico de Maseyck,
ha curado a dos personas atacadas de debilidad de las vesículas seminales,
haciéndolas tomar tres veces por día ocho o diez gotas de láudạno líquido de
Sydenham en una taza de vino de Pontac y además una decocción de
zarzaparrilla para bebida. M. Stehelin, dice que sí bien el opio es un
medicamento contrario a las indicaciones, ha sido, no obstante, aconsejado
por Ettmuller contra la eyaculación rápida, dependiente de un semen harto
espirituoso. Me he permitido añadir que examinando con detención el
consejo de este famoso práctico, y comparando la naturaleza del mal en
ciertos casos con los efectos del opio, se comprende muy bien que este agente
farmacológico puede ser útil en ocasiones, pero no en los casos en que se le
aconseja. Distingue con minuciosidad las diferentes especies de derrames y
asigna luego a cada una su etiología y terapéutica; y pasando enseguida a la
eyaculación que proviene desde el principio de la erección, demasiado para
citar, de dos causas:

1. El relajamiento de las vesículas seminales.


2. Un esperma sobrado ardiente, espirituoso y abundante;.
Este es el caso en que ordena la administración del opio. Pero ¿A que
dosis?
El opio, cuya propiedad afrodisíaca está tan bien demostrada; propiedad
que el mismo Ettmuller indica en su obra y en el pasaje en que comenta este
remedio, genera un aumento de la causa de la enfermedad, y por lo tanto,
agrava su síndrome. El caso en que puede ser útil, es por el contrario cuando
los líquidos son crudos, tenues, acuosos, y al mismo tiempo los nervios
excesivamente irritables. Se sabe que remedia estos diversos accidentes, que
suspende la irritabilidad y reprime todas las evacuaciones, a excepción de la
transpiración cutánea. Pero no sé le puede censurar, debe administrarse
cuando esté verdaderamente indicado, por el peligro de que produzca
perjuicios. M. Tralles, en su excelente tratado sobre este agente terapéutico,
nos suministra una observación, y se hallan bastantes parecidas a ellas, por lo
que se ha de proceder con mucha circunspección. Un hombre, refiere, que
desde su juventud se vió acongojado por las poluciones, lo que le traía
sumamente debilitado, nunca tomaba el opio, a veces para moderar una tos o
cohibir una diarrea, y otras veces con cualquier otro objetivo, sin que tuviera
por la noche, con gran riesgo suyo, fantasías sexuales acompañados de una
emisión espermática. Me permitiré una reflexión que naturalmente se
presenta, o sea que el error de Ettmuller prueba hasta la evidencia :
● Cuánta influencia tiene una teoría exacta sobre la práctica que, sin este
recurso, sólo es con frecuencia falsa y errónea;
● Como también por eso mismo el hombre que reúne una y otra
experiencia, tiene grandes ventajas sobre el que sólo se guía por
algunas observaciones o se entrega a una teoría sistemática; en fin…
● Que asimismo la lectura de los mejores prácticos, despojados de esa
teoría tan exacta, debida a nuestro siglo, pueden engañar a los que les
leen; pues nunca sacarán más que una idea vaga, ya que ignoran los
principios que deben servir de piedra de toque para discernir en
medicina lo que es de buena o mala ley.
Concluiré con dos observaciones más; mayor número sería superfluo.
Un joven de 20 años, que había tenido el vicio de la masturbacion, fue
atacado al cabo de dos meses de un derrame mucoso continuo y de
poluciones nocturnas de vez en cuando, acompañadas de considerable
extenuación; tenía frecuentes y violentos dolores de estómago; se notaba el
pecho sumamente débil y sudaba у con mucha frecuencia. Le ordené una
receta de opiado.
Tomaba un cuarto de onza dos veces por día. Al cabo de tres semanas
se hallaba bien, bajo todo concepto, y el derrame sólo tenía lugar con las
poluciones nocturnas, que eran mucho menos frecuentes: el mismo
tratamiento continuó por quince días más, el cual le curó por completo.
Dos esposos extranjeros fueron atacados, casi al mismo tiempo, de un
derrame acompañado de debilidad y dolores a lo largo de la espina dorsal, sin
que existiera la presencia de virus alguno, sino debido más bien a los excesos
conyugales; el derrame era bastante más considerable en el marido. Habían
ensayado inútilmente un sin número de remedios, entre otros, las píldoras
mercuriales que aumentaron el padecimiento. Les prenscribí los baños fríos,
un vino de quina, de hierro y rosas rojas, que tomaron regularmente. Esto
sucedió durante el verano de 1758; las continuadas lluvias hacían bastante
difícil el uso de los baños en las playas; la mujer sólo tomó dos o tres y unos
doce el marido; al cabo de cinco semanas me dijeron que se hallaban casi
totalmente restablecidos y les ordené que continuaran con lo mismo hasta la
perfecta curación, que no se hizo esperar.
Estos satisfactorios éxitos no pueden servir para fundar un pronóstico
general favorable, pues esta enfermedad es frecuentemente muy rebelde y en
ocasiones incurable. Solo expondré un ejemplo, pero bastante evidente. Uno
de los más grandes prácticos que en la actualidad existen en Europa y cuyas
excelentes producciones enriquecen la medicina, se ve afligido desde hace
quince años por una gonorrea simple, que toda su ciencia y la de muchos
médicos amigos a quienes ha consultado, no ha sido suficiente para hacerla
desaparecer; esta triste incomodidad le consume poco a poco y es de temer su
temprana pérdida.
Sería inútil extenderme más, pues he tratado tan sólo de abrir los ojos a
los jóvenes, mostrándoles el abismo en el que caen con sus vicios. He
indicado los medios más oportunos de remediar los daños que se generan, y
termino repitiendo lo que llevo dicho en el curso de esta obra, que algunos
resultados más o menos felices no son suficientes para hacerse ilusiones: el
mejor curado recobra con dificultad su antiguo vigor y sólo a fuerza de
cuidados sin cuento, puede gozar de una regular salud; el número de los que
quedan en la debilidad es diez veces mayor que el de los curados; y algunos
ejemplos de individuos que, o estuvieron poco enfermos o su vigoroso
temperamento venció la dolencia, no deben en manera alguna ser
considerados como regla general.
..... El banco no es de mucha confianza; El propio Aries ahora está
secando su ropa.

..... Non bene ripa creditur; Ipse aries etiam nune vellera siccat .

[1] Término utilizado para referirse a la persona que se masturba. Dicho término surge de la
biblia, puntualmente de un personaje llamado Onan. Él fue obligado a casarse con la viuda de su
hermano para generar descendencia, pero Onan interrumpió el coito y no embarazó a su cuñada.
[2] Escarnio, burla cruel cuya finalidad es humillar a alguien.
[3] Una onza es el equivalente a casi 30 mililitros de agua.
[4] Casi 1.30 litros de sangre.
[5] Filosofo Cinico, que se masturbaba en la via publica.
[6] Palabra proveniente del Griego, en castellano es Lipiria y se refiere a una fiebre continua o
intermitente en la que se siente calor por dentro pero frio por fuera, principalmente en las
extremidades.
6 Areteo de Capadocia, descubridor de la celiaquía, contemporáneo de Galeano:
https://es.wikipedia.org/wiki/Areteo_de_Capadocia
[7] Conjunto de dolencias del aparato locomotor:https://inforeuma.com/enfermedades-
reumaticas/reuma/
[8] Es interesante ver la similitud aquí, de la idea oriental acerca del chig qi. Tanto en el Taoísmo
como en la medicina tradicional China, el ching qi es esencia misma en forma de esperma (en el caso
del hombre) y el organismo gasta hasta un 40% de la energía en producirla.
[9] Las apsaras eran diosas de la mitología Hindu encargadas de seducir mortales, reyes, y sabios, con
el objetivo de disminuir su buen karma. Véase mas en:https://es.wikipedia.org/wiki/Apsar%C3%A1
[10] Enfermedad neurológica que implica movimientos involuntarios. Vease mas aqui:
https://es.wikipedia.org/wiki/Corea_(enfermedad)
[11] Ardor y molestias al orinar.
[12] Cuando se lleva a cabo la orina,se hace de forma lenta, dolorosa y gota por gota.
[13] Ataque cerebrovascular: lesión en el cerebro ocasionada por la interrupción de la irrigación
sanguínea.
[14] El varicocele es una enfermedad que genera el engrosamiento de las venas del escroto que
transportan sangre por esa zona.Puede generar la reducción de esperma e infertilidad.Para más
info:https://www.mayoclinic.org/es-es/diseases-conditions/varicocele/symptoms-causes/syc-20378771
[15] Inflamación que ocurre en el escroto cuando se genera una acumulación de líquido en la zona
fina que rodea a los testículos. Mas info aqui: https://www.mayoclinic.org/es-es/diseases-
conditions/hydrocele/symptoms-causes/syc-20363969
[16] Piel amarillenta producto del aumento de la bilirrubina en sangre.
[17] Manchas blancas.
[18] Poeta Griega: https://es.wikipedia.org/wiki/Safo_de_Mitilene
[19] Tuberculosis que afecta a los pulmones.
[20] Enfermedad generada en los ganglios linfaticos del cuello:http://www.scielo.cl/scielo.php?
script=sci_arttext&pid=S0716-
10182014000400013#:~:text=Escr%C3%B3fula%20o%20escrofulosis%20era%20el,identific%C3%B3%20como%20li
[21] Dolores de cabeza intensos y variables.
[22] Debilitamiento y ablandamiento de los huesos.
[23] También entendido como desnutrición, cuando las calorías, macronutrientes (Proteína, grasa,
carbohidratos) y micronutrientes (vitaminas y minerales) no son los suficientes, se produce la pérdida
de masa muscular, magra y grasa.
[24] Soldados de caballería que entonces llevaban ese nombre - nota de Tissot.
[25] Estado en el que una persona yace inmovil, sin signos vitales pero consciente.Es una aparente
muerte.
[26] Infección de bacterias o parásitos.
[27] Ciencia que estudia los alimentos.
[28] Sustancia o flujo que causa el enflaquecimiento del organismo por licuar las partes solidas del
mismo.
[29] Preparado polifarmico:https://es.wikipedia.org/wiki/Triaca
[30] La pérdida de semen sin estimulación alguna.

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