El Onanismo - Samuel Auguste Tissot
El Onanismo - Samuel Auguste Tissot
El Onanismo - Samuel Auguste Tissot
Autor: Dr J. Tissot
Editor: Franco Galeano
0 PROLOGO
No bastan, sin duda, al hombre las enfermedades a las que sin cesar se
ve expuesto en todos los países y en todas las edades; no amargan bastante su
mísera existencia los padecimientos físicos y morales que entristecen sus días
y consumen su juventud, ya que no ponen término fatal a su vida, como por
desgracia frecuentemente sucede; necesita, al parecer, mayor cantidad de
sufrimientos, por sus propias manos preparados y por su culpa fraguados,
cuando vergonzosamente se entrega a una pasión que le embrutece a sus ojos
y a los ojos de sus semejantes. ¡Pasión no sólo vergonzosa sino criminal, pues
que crimen es, que nadie se atrevería a negar, el suicidio al que por su propia
voluntad se condena el onanista [1] . ¡ Veanlo, sino; dirijan una mirada
compasiva a su pálido y demacrado rostro: falto de color, de animación, de
vida; con los ojos tristes, en los que se retrata la vergüenza y hasta el temor;
con los labios descoloridos, ronca y débil la voz, acusando desaliento y fatiga
al menor movimiento, debilidad en la visión, dolores de cabeza continuos,
inapetencia, dolores en diversos puntos del cuerpo, repugnancia a los placeres
legítimos que la sociedad y las personas honradas proporcionan ¿No les
indica esto que allí hay algo más que una afección, algo más que no es
material, que no depende de su constitución física? ¿No les indica esto, no les
refleja ese rostro de criminal confeso, que el enfermo tiene el íntimo
convencimiento de la maldad con que procede y de lo culpable de su vicio?
Es por esto que, cualquier obra, como la del Sr. Tissot, que venga a poner de
manifiesto los desgraciados efectos, los desórdenes y trastornos inherentes a
esa pasión; toda obra que con vivos colores ponga de forma palpable el
sombrío cuadro de los efectos y exponga luego los medios más adecuados
para corregir y transformar a un ser enclenque y enfermizo, un miembro
inútil de la sociedad, en uno vigoroso y robusto, un joven a quien no
avergüencen las miradas de sus semejantes, que con la frente erguida y
mirada desenvuelta pretenda ocupar un sitio más o menos humilde en la
misma sociedad que aborrecía y odiaba, es una obra meritoria y de
misericordia. Y… «Si es triste ocuparse de los crímenes de nuestros
semejantes, porque su consideración aflige y humilla, como el mismo Tissot
dice en su Prefacio, en cambio podemos tener el consuelo de que así
contribuimos a disminuir sus estragos y a endulzar las miserias de los daños
de sus actos. »
Y no se pretenda que obras de esta naturaleza, encargadas de relatar
vicios e historias repugnantes; no se diga que semejantes obras, en las que ese
vicio, esa pasión criminal y vergonzosa, se retrata en toda su desnudez y con
los vivos colores con las que naturalmente se encuentran, son motivo de
escándalo, páginas indecentes que sólo el ludibrio [2] de los hombres
merecen. Pues aunque los médicos, son los únicos casi que a su lectura
dedicarán breves momentos, ningún peso tiene esta consideración, podríamos
decir como San Agustín: «Si lo que escribimos escandaliza a las personas
impúdicas, deberían acusar, no a las palabras y a las expresiones que nos
vemos obligados a emplear para explicar nuestro pensamiento, sino a lo bajo
e infame de su podrido corazón.»
Y este vicio, esta pasión, conocida con los nombres de onanismo,
queiromania o masturbación, que es al que debiera darse la preferencia, por
que expresa la idea de una manera exacta y pone de manifiesto a la vez su
odiosidad. Ya se conocía al parecer en tiempos antiguos, como en distintos
pasajes de las obras de Hipócrates, Galeno, Celso, Areteo, Plinio el
naturalista, Boerhave, Senac, Ludwig, y otros muchos célebres médicos nos
lo indican y como en la obra del Sr. Tissot se demuestra con citas de estos
diferentes autores, siendo tan horribles los estragos que se le atribuyen, que
parece increíble que después de tales descripciones, quede un solo onanista
en toda la redondez de la tierra. ¡Es que la pasión ciega hasta el extremo de
conducir al suicidio sin dejar al ánimo un momento de reposo y de calma
para considerar los desafortunados estragos que a las personas acarrea! ¡Es
que la pasión ciega hasta el punto de hacernos perder la conciencia de
nosotros mismos!
No entraremos ahora -puesto que ni espacio ni tiempo tenemos para
ello- en averiguar las causas físicas o morales que originan el onanismo. No
enumeraremos tampoco las afecciones que acarrea a los desgraciados que en
la oscuridad de su hogar arrastran un resto de vida abatida y material; ni
hablaremos de las grandes cantidades de fluido nervioso que se consumen en
cada uno de esos actos tenidos como epileptiformes por algunos; ni de las
grandes pérdidas de semen, de esa flor de la sangre más pura, como le
llamaba Pitágoras; de esa porción del cerebro, como le consideraba su
discípulo Alemæon; parte del alma y del cuerpo, como pretendía Epicuro,
que se pierden y que necesariamente generan desgaste y todo su triste efecto
sintomático; Nos limitaremos únicamente a decir cuatro palabras acerca de su
tratamiento, o mejor acerca de uno de los puntos que a esta corresponde
dilucidar.
Cuando ni la higiene, ni los medios morales, religiosos y coercitivos, ni
aun el castigo son suficientes para atajar el mal que tan penosos estragos
produce, ¿Qué partido hemos de tomar? ¿Qué haremos con un adolescente,
que burlando la más exquisita y hasta inquisitorial vigilancia, se entrega con
furor a un vicio que aniquila su salud? Esta misma pregunta formula el doctor
A. Grisolle, catedrático de la Facultad de Medicina de París, y no vacila en
contestar diciendo que debe adoptarse un medio que es sin duda un mal, pero
mucho menor que el que tratamos de combatir; medio admirablemente
descrito por el gran filósofo J. J. Rousseau en su excelente tratado sobre La
Educación, con las siguientes frases: «Muy peligroso seria que enseñase a su
alumno a alucinar sus sentidos, y a suplir las ocasiones de satisfacerlos, pues
si llega a conocer este peligroso suplemento, está perdido: siempre su cuerpo
y su corazón quedarán enervados hasta el sepulcro conservará los tristes
efectos de este hábito, el más nefasto al que se puede exponer un joven.
Mejor fuera sin duda.... Si llegan a hacerse invencibles los arrebatos de un
temperamento ardiente, te compadezco mi amado Emilio; sin embargo no
dudare un momento, no consentiré que se eluda el fin de la naturaleza. Si te
ha de subyugar un tirano, primero te entrego a aquel de quien te puedo librar;
sea como fuere, más fácilmente te sacaré de manos de las mujeres que de ti
propio; » opinión que adoptan la mayoría de los prácticos, entre los cuales
debemos citar por su ingenuidad a los señores Deslandes y Lallemand, que
sin embargo, creen, como creemos nosotros, que a tal extremo llega a veces
la perversión del instinto genital, que es impotente e inútil ese medio, puesto
que se mira a todas las mujeres con indiferencia, aversión y hasta
repugnancia.
Y ahora, lector, dos palabras, para terminar, acerca de mi humilde
persona. Te extrañará, sin duda, que mi oscuro y desconocido nombre, que
mi pobre y raquítica imaginación, que mi tosca y desabrida pluma, se haya
atrevido a trazar el prólogo que sólo a privilegiadas inteligencias y a
escritores distinguidos estaba reservado, siguiendo generalizada costumbre.
Me culparas de haberte privado de conceptos brillantes y elevados, y de
períodos elocuentes que te hubieran regalado plumas autorizadas; y de estas
culpas, por ser sincero, necesito que me absuelves. Si por un momento se
hubiese apartado de mi mente la veneración con la que profeso la amistad; si
hubiera podido olvidar que sólo por estar guiado y para nada teniendo en
cuenta la escasez de mis fuerzas, me encomendó mi excelente amigo y
redactor de vuestro periódico, el aventajado jóven Sr. Carreras, el prólogo de
esta obra; si el cariño que me une al doctor Peset, a quien está dedicada, no
me hubieran además atraído, puedes tener el íntimo convencimiento, la
seguridad más completa, de que ni siquiera en sueños hubiéramos incurrido
en tal pensamiento, en desarmonía con la pobreza y mezquindad de mis
recursos, y con la debilidad de mi inteligencia, más débil aun que la
amarillenta luz de la luciérnaga. Por esto no dudo, benévolo lector, que
habrás de perdonar tan inconcebible atrevimiento. - RAMON SERRET
0.1 INTRODUCCIÓN.
¿En qué consiste que las emisiones considerables del semen producen
los terribles efectos que acabamos de describir? Esto es lo que vamos a
examinar a continuación.
Las causas de la masturbación pueden reducirse a dos: la falta de este
licor y las circunstancias que acompañan a la emisión. Podríamos detenernos
aquí en algunos detalles anatómicos acerca de los órganos genitales, y en
teorías más o menos probables que se refieren al modo de efectuarse esta
reacción; pero para no apartarnos un momento de la senda que nos hemos
propuesto, nos limitaremos a explicar algunas particularidades que
demuestran su utilidad, es poniendo de pasó sus efectos sobre el cuerpo. En
otra sección examinaremos los resultados que deben producir los eventos que
acompañan a la emisión.
Hipócrates creía que el esperma era elaborado en todo el cuerpo, pero
sobre todo en la cabeza. El semen del hombre proviene, según dice, de todos
los flujos de nuestro cuerpo, constituyendo su parte más importante, y en
prueba de su opinión hace notar la gran debilidad que presentan aquellos
sujetos que pierden una cantidad más o menos considerable de aquel líquido.
Hay venas y nervios que desde todas las partes del cuerpo terminan en los
órganos genitales. Cuando estos están en el pleno goce de sus funciones,
atribuyen aquellos una especie de prurito que, comunicándose a todo el
cuerpo, produce en él una sensación de calor y de placer; las sustancias
entran en una especie de fermentación en virtud de la cual se separa su parte
más preciosa y balsámica; y esta porción, eliminada del resto del líquido, va a
parar a los órganos genitales siguiendo el conducto de la médula espinal.
Galeno adopta las siguientes ideas: Este líquido, dice, no es otra cosa
que la parte más sutil de todos los demás, y hay venas y nervios que lo llevan
desde todo el cuerpo justo a los testículos. Perdiéndose el semen, dice
después, se pierde al mismo tiempo el espíritu vital, por lo cual no deben
extrañar los fatídicos efectos del coito repetido, dado que este priva al cuerpo
de lo que tiene de más puro. El mismo autor nos ha proporcionado la ocasión
de conocer las opiniones que diferentes filósofos antiguos que profesaban
sobre este tema en particular, y de ellas voy a permitirme tomar algunos
datos. Aristóteles, cuyas obras físicas son siempre estimadas en atención al
valor de sus observaciones y a las dificultades que tuvo que vencer para
comenzar la materia, le llama el residuo del último alimento ( lo cual
significa en términos más claros, que es la parte más perfeccionada de
nuestros alimentos ) que tiene la facultad de producir cuerpos semejantes al
del que lo ha elaborado. Pitágoras dice que es la flor de la sangre más pura.
Su discípulo Alcmoeon de Crotona, físico y médico distinguido, uno de los
primeros que reconocieron la importancia de las discusiones anatómicas, y
filósofo pagano que parece haber profesado las ideas más verosímiles acerca
del alma, considera al esperma como una porción del cerebro, opinión que
hace pocos años ha admitido y explicado un célebre médico. Indica el camino
que sigue aquel líquido para pasar desde el cerebro a los testículos, y
considera a estos como ganglios y no como glándulas; explicando de este
modo todos los fenómenos que suceden al excesivo derrame del licor
seminal.
Platón la consideraba como un flujo de la médula espinal.
Demócrito pensaba del mismo modo que Hipócrates y Galeno. Epicuro,
hombre respetable que ha conocido que el hombre solo es dichoso por los
placeres; pero que al mismo tiempo ha establecido las reglas a que dichos
placeres deben sujetarse, consideraba al semen como una pequeña parte del
alma y del cuerpo, y fundado en esta creencia, estableció varios preceptos
para conservar cuidadosamente tan precioso licor.
Aunque como hemos visto hay una multitud de pareceres con respecto
a este asunto, todos los autores coinciden en la importancia del esperma.
Se ha preguntado: ¿es el esperma análogo a algún otro líquido? ¿Es lo
mismo que ese líquido que bajo el nombre de espíritus animales, recorre los
nervios, concurre a todas las funciones algo importantes del organismo
animal, y cuya profusión determina una infinidad de males tan frecuentes
como pertinentes? Para responder positivamente a esta cuestión, es preciso
conocer la naturaleza íntima de estas dos sustancias, para lo cual podemos
proponer conjeturas más o menos ingeniosas y probables.
Se comprende fácilmente, dice Hoffmann, que hay una relación muy
íntima entre el cerebro y los testículos, puesto que estos dos órganos separan
de la sangre la linfa más pura y exquisita, que está destinada a dar la fuerza y
los movimientos a las distintas partes y a servir también para las funciones
del alma.
También se concibe que una pérdida excesiva de estos licores aniquila
las fuerzas del alma y del cuerpo. El líquido seminal, dice en otro lugar, se
distribuye, como los espíritus animales preparados por el cerebro, por todos
los nervios del cuerpo; parece ser de la misma naturaleza: de esto resulta que,
cuanto más se disipa, menos cantidad se separa de estos espíritus. M. de
Gorter es de la misma opinión. El esperma es el más perfecto e importante de
los líquidos animales, el resultado de todas las digestiones; su íntima relación
con los espíritus animales, prueba que, como ellos, tiene su origen en los
flujos más perfectos. En una palabra, parece deducirse de estos testimonios y
de otros muchos que sería prolijo enumerar, que es un licor por demás
importante, que se podría llamar el aceite esencial de los líquidos animales, o
mejor el espíritu rector, cuya disipación perjudica en gran manera a los otras
sustancias.
Cualquiera que sea, se dirá, la importancia de este líquido, puesto que
está depositado en sus reservorios, ¿qué uso se puede hacer de él? Se sabe
que las grandes evacuaciones de los flujos que circulan por los vasos y que
favorecen la nutrición, tales como la sangre, la serosidad, la linfa, etc., deben
debilitar; pero es más difícil de comprender cómo un líquido que no circula,
que está aislado, puede producir los mismos resultados. Para destruir esta
objeción se podrían presentar algunos ejemplos semejantes y muy frecuentes,
que por lo mismo son conocidos por todos. Nadie ignora los desórdenes que a
la mujer ocasiona la excesiva secreción del líquido que segregan sus
glándulas mamarias, cuyos efectos duran algunas veces toda la vida, como se
observa muchas veces en las nodrizas de oficio. Fácilmente se comprende
que en estos casos; vaciándose con frecuencia los reservorios destinados a
contener el líquido, fluye este de nuevo, necesitando por lo mismo que la
secreción sea más abundante para que pueda establecerse la compensación;
de esto resulta que las otras funciones se modifican y que la nutrición
participa del desorden funcional. Pero en segundo lugar, existe para el semen
una explicación que no cabe para la leche. La leche es un licor simplemente
nutritivo y cuya excesiva secreción daña tan sólo por que disminuye la
cantidad de los líquidos; el esperma es un licor activo cuya presencia produce
los efectos necesarios al juego de los órganos, que cesan si se le evacua: un
licor, por lo tanto, cuya emisión superflua daña por dos conceptos. Me
explicaré: hay dos flujos, -el sudor y la transpiración cutánea, -que abandonan
al cuerpo en el momento en que son separados de los otros flujos y
expulsados de los vasos por cuyo interior circulan.
Existen otros, como la orina, que después de esta separación y
expulsión, son retenidos durante un cierto tiempo en los reservorios
destinados a tal objeto y de los cuales no salen más que cuando se han
acumulado en gran cantidad, para producir en estos reservorios una irritación
que les obliga mecánicamente a vaciarse.
Hay otros terceros que son segregados y retenidos, como los segundos,
en sus reservorios, no son nunca enteramente evacuados, sino que adquieren
una perfección tal en sus reservorios que les hace propios para desempeñar
nuevas funciones, cuando vuelven a la masa de los líquidos: tal es, entre otros
muchos, el licor seminal. Elaborado en los testículos, sale de ellos por un
canal bastante largo llamado conducto deferente, va a parar a las vesículas
seminales, y es recogido continuamente por los vasos absorbentes, y de
tiempo en tiempo, vuelve a la masa total de las sustancias. Esta es una verdad
que se demuestra por un sin número de experimentos.
En un hombre sano, la elaboración de este líquido se hace
continuamente en los testículos; se queda en sus reservorios ésta cantidad de
líquido que no tiene límites, y no pueden contener todo el que se segrega
durante un día; sin embargo, hay hombres continentes que no la evacuan
durante años enteros. ¿Qué le sucedería al esperma si no volviera
continuamente al torrente circulatorio, regreso que es sumamente fácil por la
estructura de todos los órganos que sirven para la secreción, circulación y la
conservación de esta sustancia? Las venas son más numerosas que las arterias
y están en mayor proporción que en ninguna otra parte del cuerpo. También
es probable que esta absorción no se haga sólo en las vesículas seminales,
que haya tenido lugar en los testículos, en el epidídimo, que es una especie de
primer reservorio adherente a los testículos y en el conducto deferente, por el
cual el esperma marcha de los testículos a las vesículas seminales.
Galeno sabía que el organismo se enriquecía con el semen detenido,
aunque ignoraba su mecanismo. « Todo está lleno, dice, en los hombres que
no comercian con las mujeres; no se ve lo mismo en los que se entregan con
frecuencia a los actos venéreos. » Se propone en seguida averiguar cómo una
pequeña cantidad de este líquido puede dar tanta energía al organismo; por
fin dice « que es de una virtud exquisita, y que puede comunicar rápidamente
su fuerza a todas las partes del cuerpo. Prueba en seguida con multitud de
ejemplos, que una causa pequeña produce con frecuencia grandes efectos, y
concluye por fin: « ¿Es pues, seguro, que los testículos producen un licor
propio para repartir nuevo vigor sobre todo el cuerpo? El cerebro determina
las sensaciones y movimientos, y el corazón da a las arterias la fuerza del
latido. » Yo adopto o parezco adoptar aquí el sistema común de que las venas
ordinarias absorben. Segun M. Hunter, que cree que la absorción sólo puede
verificarse por los vasos linfáticos, las partes genitales son también propicias
para una grande absorción, puesto que aquellos vasos son también allí
bastante abundantes. Concluiré esta sección recordando lo que dijo del
esperma uno de los más grandes hombres de este siglo. El semen se conserva
en las vesículas seminales hasta que el hombre hace uso de él o las
poluciones nocturnas lo consumen. Durante todo este tiempo, la cantidad
acumulada excita al animal al acto venéreo; pero la mayor cantidad de este
semen, la más volátil, la más esencial, aquella que tiene más poder, es
trasladada a la sangre, y allí produce ya en ella cambios bien sorprendentes;
la barba, los pelos y las producciones córneas en los animales, cambia la voz
y las costumbres; porque no es la edad la que produce en los animales estas
mudanzas, pues sólo el esperma las determina y no se encuentran jamás en
los eunucos.
¿Cómo determina el esperma estos efectos? He aquí uno de los
problemas cuya resolución no se ha determinado todavía. Lo que entre tanto
se resuelve podemos decir, con bastantes probabilidades de certeza, es que
este licor es un estímulo, un aguijón que irrita las partes que toca; su fuerte
olor y la irritación evidente que ejerce sobre los órganos de la generación, no
dejan duda alguna sobre esto y se comprende que las partículas acres, estando
en continuo trasladados y absorbidas por los otras sustancias, irritan
ligeramente, pero sin descanso, los vasos que, por lo mismo, se contraen con
más energía. La acción sobre los fluidos es más eficaz, la circulación es más
agitada, la nutrición más exacta; todas las demás funciones se ejercen de un
modo más perfecto. Cuando estos estímulos faltan, muchas funciones no se
verifican ya nunca: este es el caso de los eunucos; todas se hacen mal.
Se presenta aquí una cuestión muy natural; y es, ¿por qué los eunucos
no experimentan las mismas enfermedades que los que expulsan este licor
por los excesos carnales? Sólo es posible responder exactamente a esta
cuestión al final del siguiente artículo.
2.1 EXÁMEN DE LAS EVENTOS QUE
ACOMPAÑAN A LA EMISIÓN.
Hay algunas enfermedades en las cuales se está casi seguro del éxito de
los medicamentos. Las que vienen a consecuencia de los excesos venéreos y
de la masturbación, no entran en esta categoría, y el pronóstico que de ellas
se puede hacer cuando llegan a cierta altura, es bastante terrible. Hipócrates
anunciaba en estos casos la muerte. Boerhaave dice que es una enfermedad
que nunca ha podido curar. El Dr. Van Swieten trató sin éxito, durante tres
años, al enfermo del que habla en su obra. Yo he visto a un hombre que
murió miserablemente de esta enfermedad. Sin embargo, no por eso debemos
desesperar en vista de semejantes resultados, pues la ciencia registra otros
más felices en la colección de La Onania, en las observaciones de los
médicos y en mi propia práctica.
Hipócrates, después de citar el caso que anteriormente hemos indicado,
señala algunos medios que pueden seguirse para procurar la curación: «
Cuando el enfermo, dice, se encuentra en tal estado, se prescribirán algunos
fomentos por todo el cuerpo, dando en seguida un remedio que le haga
vomitar, después otro que purgue la cabeza y finalmente un purgante. Es muy
importante acudir en tiempo oportuno. Después de algunos días, se sujetará al
enfermo a la dieta láctea, administrando después caldos sustanciosos; pero no
carne. Pasados cuarenta días, se le nutrirá con carnes tiernas, empezando por
una cantidad pequeña, y aumentándola progresivamente. Se evitará todo
exceso y todo ejercicio inmoderado, limitándose a dar algunos paseos por
puntos donde no haga frio ni sol. »
Como se ve, Hipócrates comenzaba administrando al enfermo los
vomitivos y los purgantes. Su autoridad es innegable; pero sin embargo,
dicha práctica sería perjudicial en la inmensa mayoría de los casos. Por otra
parte, en la disertación de Hoffmann, que ya he citado otras veces, se
encuentran dos observaciones que demuestran cuán circunspectos debemos
ser en la administración del medicamento. Un hombre de 50 años de edad, se
había entregado durante mucho tiempo a los excesos carnales, y a
consecuencia de ello, cayó en una extenuación, adelgazamiento y consunción
notables; su vida disminuía insensiblemente, hasta que por fin veía los
objetos como a través de una nube. En esta época tomó un medicamento para
prevenir la fiebre que tenía, y este medicamento le produjo graves
desórdenes. Una prostituta, cuya vista se oscurecía cada vez que cohabitaba,
perdió por completo tan importante función a consecuencia del uso del
medicamento.
Boerhaave parece que ha querido indicar las dificultades de la curación
en vez de los medios para obtenerla. « Hay en aquellos enfermos, dice, pocas
probabilidades de curación: el ejercicio a caballo no les proporciona ninguna
ventaja, al contrario, determina un aumento en la secreción del semen, y
aniquila al mismo tiempo sus fuerzas. Cuando despiertan, encuentran la
cama bañada de sudor; y no pueden soportar los aromáticos, cuyos efectos
son tan peligrosos; el único recurso al que en tales casos conviene acudir, son
los buenos alimentos, un ejercicio moderado, los baños de pies y las
fricciones hechas con precaución. »
Haller dice respecto al mismo particular lo siguiente: « Consulta. - Un
hombre de unos 30 años presenta tal debilidad en los órganos de la
generación, que el esperma fluye apenas comienza la erección; porque esta no
es completa: el semen no es lanzado con fuerza, sino que se derrama gota a
gota, lo cual le hace impotente: la memoria, el estómago, los riñones y las
piernas, están totalmente debilitados. »
« Respuesta. Estas enfermedades son siempre muy difíciles de curar, y
cuando se declaran con todas sus manifestaciones, suelen ser ineficaces todos
los remedios. Se pueden ensayar, sin embargo, los siguientes:
3.2 AIRE
El aire ejerce en nuestro organismo la misma influencia que el agua
sobre los peces y de forma más considerable. Los que saben hasta qué punto
llega semejante, lo han expresado así en todos tiempos por medio de sus
obras.
Y por lo mismo dicen también lo importante que es para los enfermos
el respirar un aire puro. Los que durante su vida hayan entrado alguna vez en
una habitación mal ventilada, los que hayan vivido en las inmediaciones de
un lago pantanoso durante el verano o en un valle rodeado por todas partes
por montañas, etc., comprenderán perfectamente la influencia que el aire
puede ejercer en la salud.
Los sujetos débiles necesitan mucho más que los robustos la influencia
de un aire puro; este es un remedio que obra sin el concurso de la naturaleza,
sin emplear sus fuerzas, y que, por lo mismo, debe llamar toda nuestra
atención. Los que presenten una atonía general deben respirar un aire seco y
templado, pues el húmedo y caliente es muy dañino. Yo conozco un enfermo
de esta especie, a quien aniquilaron notablemente los grandes calores, y cuyo
estado general variaba diariamente en el verano, según que hiciera más o
menos calor. Un aire frío es mucho menos temible, lo cual se comprende muy
bien: en efecto el calor relaja las fibras que ya estaban laxas y disuelve los
líquidos; el frío, por el contrario, no presenta ninguno de estos
inconvenientes, así es que, si no es excesivo, su acción puede ser beneficiosa.
Otra cualidad importante del aire es que no vaya cargado de partículas
perjudiciales, y que no haya perdido, sobre todo en los lugares muy
habitados, esa cualidad vivificante, a la cual se le puede atribuir toda su
eficacia, y que se le podría llamar el espíritu vital, tan necesario para las
plantas como para los animales. En una palabra, el aire preferible es el que se
respira en un campo bien ventilado y provisto de abundante vegetación. Las
exhalaciones que esta desprende y el goce que despierta la contemplación de
un bonito paisaje, fortifican al alma, animan las fuerzas y restablecen la vida.
El aire de una población, inspirado y espirado sin cesar, reúne los
inconvenientes de tener menos espíritu vital (oxígeno) e ir cargado de
partículas nocivas; el del campo posee las dos cualidades opuestas, es un aire
puro e impregnado de todo lo más volátil y agradable que reúnen las plantas.
Pero sería inútil gozarse, algunos instantes en medio de un aire puro si no se
le respirara. El aire de las habitaciones, sino se renueva continuamente, es
casi el mismo en todos los casos, y no hay diferencia notable entre una
habitación cerrada de una ciudad y otra habitación también cerrada, pero en
medio del campo; y sólo se puede respirar una atmósfera perfectamente pura
en medio de los campos. Si las enfermedades o la debilidad no permiten
trasladar a los lugares que reúnan estas condiciones, se procurará renovar
muchas veces el aire contenido en la habitación, no abriendo una ventana o
una puerta, sino haciendo pasar por la habitación una corriente de aire fresco,
abriendo a la vez dos o tres puntos opuestos. No hay ninguna enfermedad que
no exija tal precaución y siempre conviene despojar al enfermo a los efectos
de una brusca alteración.
También es muy importante respirar el aire de la mañana; los que se
privan de él para quedar en una atmósfera rodeada por cuatro paredes,
renuncian al más agradable y probablemente el más fortificante de todos los
medicamentos. El fresco de la noche ha hecho que recobrara todo su espíritu
vivificante, y el rocío que se evapora poco a poco, y el aroma que desprenden
las flores, le hacen verdaderamente medicinal; pues se nada en medio de la
esencia de las plantas que se inspira continuamente, y cuyos buenos efectos
es difícil reemplazar. El bienestar, la frescura, la fuerza y el apetito que se
experimentan durante el resto del día, son la prueba más evidente que puedo
señalar. He visto hace poco sus notables efectos en personas seniles, sobre
todo las que estaban hipocondriacas.
3.3 ALIMENTOS
3.7 Pasiones.
Nam nor ulla magis oires industria firmat, Quam venerem et cæci
stimulos avertere amoris. VIRG.
El mismo autor recomienda que los enfermos no estén nunca
absolutamente solos, que no se les deje entregarse a sus reflexiones, que no se
les permita leer, ni ninguna ocupación en que trabaje el espíritu; pues estas
son, dice, otras tantas causas que retardan la curación. Yo no opino que se
deba prohibir absolutamente toda lectura; y lo único que aconsejo respecto a
este tema en específico, es prohibir que lean muchas horas al día y evitar la
lectura de obras que puedan despertar en la imaginación algunos recuerdos
que se quieren borrar; pero en cambio hay libros que distraen agradablemente
y producen excelentes resultados.
3.8 REMEDIOS.
En este capítulo seguiré el mismo orden que en los anteriores,
ocupándome primero de los remedios que se deben evitar, antes de hablar de
los que se deben seguir. Ya anteriormente he tenido la ocasión de indicar los
que se deben excluir, tales son los que irritan, las sustancias calientes y
volátiles. Hay otro grupo muy opuesto, pero igualmente perjudicial,
constituido por los evacuantes. Ya he dicho que los sudores, la salivación, las
orinas abundantes aniquilan al enfermo. No hablaré de nuevo de estas
evacuaciones, pues es fácil comprender que deberemos abstenernos de todos
los medios que las provocan. Siendo la indicación despertar las fuerzas, para
juzgar si convienen sólo se trata de saber si estas evacuaciones son oportunas.
Hay dos casos en los cuales la sangría restablece las fuerzas, en los restantes
las aniquila: o cuando hay demasiado sangre, y esto no sucede en las
personas en consunción; o cuando la sangre ha adquirido una densidad
inflamatoria, que haciéndola impropia para sus usos, destruye prontamente
las fuerzas: esta es la enfermedad de los hombres vigorosos, de los que tienen
un buen temperamento y una circulación fuerte. Nuestros enfermos están
precisamente en el caso contrario, y por consiguiente la sangría debe
dañarles. Cada gota de sangre que se pierda, dice Gichrist, es de inmenso
valor para las personas que padecen consunción: la fuerza asimilante que la
repasa está destruida, y por consiguiente no pueden sostener la circulación. El
doctor Lobb, que ha examinado perfectamente los efectos de la evacuación,
dice que estas son perjudiciales para los individuos débiles. « En los
individuos, añade dicho autor, que no tienen la cantidad necesaria de sangre,
si se le disminuye por la sangría o por otras evacuaciones, se destruyen las
fuerzas, se alteran las secreciones y se producen muchas enfermedades. » El
doctor Senac dice lo siguiente respecto a este mismo asunto: « Si la materia
densa o roja falta, las sangrías son inútiles o perniciosas; se las debe, pues,
prohibir a los sujetos extenuados, cuya sangre está en pequeña cantidad o
tiene poca consistencia; pues sólo sale de los vasos un licor que apenas puede
dar color a un lienzo» . Ya hemos visto que el estado de la sangre de los
masturbadores, es el mismo que el de las personas débiles y enfermas.
Los remedios que evacuan las primeras vías, fortifican cuando en ellas
se encuentran detenidos algunos alimentos que por su masa dificultan las
funciones de las primeras vísceras, o cuando hay en el estómago y en los
primeros intestinos materias pútridas, cuyo efecto ordinario es una gran
debilidad. En estos casos se pueden emplear los evacuantes, si nada los
contraindica, y si no hay otros medios para desembarazar las primeras vías, o
si hay peligro en no evacuarlas prontamente. Estas tres condiciones se
encuentran rara vez en las personas que padecen una marcada consunción, y
en las cuales la debilidad y la atonía de las primeras vías son una
contraindicación para los purgantes o los eméticos. Hay con frecuencia otro
medio para procurar la evacuación sucesiva, y consiste en emplear los tónicos
no astringentes: tales son un gran número de amargos, que devolviendo su
energía a los órganos, produce el doble efecto de digerir lo que es susceptible
de sufrir este cambio y evacuar lo superfluo. Finalmente, rara vez hay peligro
de no evacuarlos prontamente, pues esto sólo sucede en algunas
enfermedades agudas, en las cuales la acidez de las materias, que el calor
aumenta, y la prodigiosa reacción de las fibras, pueden ocasionar debilidades
violentas, que nunca aparecen en los sujetos anémicos. Resulta, pues, de lo
manifestado anteriormente, que los evacuantes propiamente dicho no son casi
nunca necesarios, y que por el contrario, están muchas veces contraindicados.
La flojera y la falta de acción son algunas veces la causa de que se
detengan en las vías digestivas los materiales ingeridos, y por lo mismo, a
beneficio de los evacuantes, se disipa el efecto, pero la causa continúa
obrando con mayor actividad, y entonces tendremos que remediar el mal que
antes existía y el que ha producido una medicación intempestiva. Si esto no
se hace oportunamente, el efecto se reproducirá más pronto que antes; y si se
emplean de nuevo los purgantes se aumenta por segunda vez la enfermedad,
pues entonces se hace contraer a los intestinos una atresia que les impide el
verificar sus funciones: en una palabra, se puede decir que los purgantes sólo
producen una disminución en el efecto, aumentando la causa; sólo alivian
momentáneamente, pero después empeoran. Para que el lector pueda
comprender en pocas palabras la idea que queremos expresar, diremos que en
medicina, como en moral, es muy importante sacrificar el presente al
porvenir, y que la negligencia de esta ley puebla al mundo de seres
desgraciados y decadentes. Convendría también mucho inculcar a los
médicos y a los enfermos las ideas contenidas en la patología de Gembuil,
respecto a los males que produce el abuso de los purgantes.
¿No hay casos, se dirá, en los cuales pueden administrarse los
purgantes y los medicamentos a los enfermos de los que estamos hablando?
Los hay, sin duda alguna, pero son muy raros, y es preciso examinarlos con
atención para no dejarnos engañar por ciertos signos que parecen indicar los
evacuantes, y que con frecuencia dependen de una causa que se debe atacar
por otros remedios.
No entraré ahora en más detalles respecto a estas distinciones, pues
serían inoportunos; basta a nuestro propósito el haber consignado que rara
vez están indicados los evacuantes en el tratamiento de la enfermedad que
nos ocupa. El doctor Lewis cree que un medicamento suave puede preparar
útilmente las primeras vías para los otros remedios; pero no quiere que se
vaya más allá.
Después de haber indicado lo que se debe evitar, ¿qué es lo que se debe
hacer? Ya he dicho anteriormente los caracteres que deben tener los
remedios, fortificar sin irritar. Hay algunos que pueden llenar estas dos
indicaciones; sin embargo, el catálogo es bastante corto, y los dos más
eficaces son, sin duda alguna, la quina y los baños fríos. El primero de estos
remedios está considerado desde hace algún tiempo, además de su virtud de
reducir la fiebre, como uno de los mejores fortificantes y como calmante.
Los más célebres médicos modernos consideran al mismo medicamento
como específico en las enfermedades de los nervios. Boerhaave hacía
frecuente uso de él; y el Sr. Vandermonde se sirvió de él, con muy buen
éxito, en el tratamiento de un joven a quien los excesos con las mujeres lo
habían colocado en un lamentable estado.
El doctor Lewis lo prefiere a todos los demás medicamentos; y el Sr.
Stehelin, en la carta que ya he citado otras veces, lo considera también como
de suma eficacia.
Veinte siglos de experimentos exactos y razonados han demostrado que
los baños fríos poseen las mismas cualidades. El doctor Baynard ha
aconsejado finalmente su uso en los desórdenes producidos por la
masturbación y los excesos venéreos, sobre todo en un caso en que además
del aniquilamiento y de una gonorrea simple, había una debilidad tan notable,
aumentada por las sangrías y los purgantes, que se consideraba al enfermo
como al borde de la tumba .
El doctor Lewis, a quien tantas veces he citado como una autoridad en
el transcurso de esta obra, no teme afirmar todavía más positivamente la
eficacia de los baños. « Entre todos los medicamentos, dice, los internos y
externos, no hay ninguno que iguale en ventajas a los baños fríos. Estos
refrescan, fortifican los nervios y ayudan a la transpiración más eficazmente
que ningún remedio interior; bien administrados, son más eficaces en la
consunción dorsal, que todos los demás remedios reunidos ». También se
debe notar que los baños fríos tienen una ventaja particular, es decir, que su
acción depende menos de la reacción de las fuerzas de la naturaleza que la de
los otros remedios: estos no obran más que sobre los órganos vivos; los baños
fríos producen también su acción sobre las fibras muertas.
La unión de la quina y de los baños fríos está indicada por la analogía
de sus virtudes; pues producen los mismos efectos: así es que, estando
combinados, curan algunas enfermedades que sin duda se hubieran
empeorado administrando otros medicamentos. Fortificantes, sedantes y
febrífugos, disminuyen el calor febril y nervioso y calman los movimientos
irregulares producidos por la disposición espasmódica del sistema nervioso.
Remedian la debilidad del estómago y disipan prontamente los síntomas que
son su consecuencia. Devuelven el apetito, facilitan la digestión y la
nutrición, restablecen todas las secreciones y principalmente la transpiración,
lo cual los hace tan eficaces en todas las enfermedades catarrales y cutáneas;
en una palabra, constituyen un excelente remedio para todas las
enfermedades causadas por la debilidad; a no ser que el enfermo esté atacado
de obstrucciones indisolubles, o de inflamaciones, o de abscesos, o úlceras
internas, condiciones que tampoco excluyen necesariamente los baños fríos, y
que aún permiten la administración de la quina.
He visto, hace algunos años, un extranjero de 23 ó 24 años de edad, que
desde su más tierna infancia se hallaba atormentado por crueles dolores de
cabeza y casi continuos, por la frecuencia y duración de estos episodios. El
mal había empeorado considerablemente por el uso de las sangrías, los
evacuantes, las aguas purgantes, los baños calientes, los caldos y un
sinnúmero de otros medicamentos. Yo le aconsejé los baños fríos у la quina.
A los pocos días los episodios eran más débiles y mucho menos frecuentes.
El enfermo se creyó casi completamente curado al cabo de un mes; la
interrupción de los remedios y la mala estación, renovaron los sucesos, pero
con mucha menos violencia que antes; a la primavera siguiente comenzó de
nuevo la curación, y, el enfermo mejoró de tal modo, que creyó que no
necesitaba ningún medicamento. Estoy persuadido que empleando de nuevo
los mismos remedios, se llegaría a conseguir una curación radical.
Un hombre de 28 años estaba atormentado algunos años por un dolor
de cabeza sumamente intenso y que le ocasionaba alarmantes desórdenes de
la visión. Había consultado a muchos médicos y ensayado remedios de
muchas especies, y últimamente un vino medicinal, compuesto de sustancias
aromáticas infundidas en vino de España. Todos estos medicamentos y
principalmente el último, habían aumentado el mal: se le habían aplicado
vejigatorios en las piernas, que ocasionaron síntomas violentos, y en esta
época es cuando me hice cargo del mencionado enfermo. Le aconsejé una
fuerte decocción de quina y de manzanilla, que tomó durante seis semanas y
que le colocó en mejor estado que muchos años antes. Sería inútil citar ahora
más ejemplos, sobre todo extraños a la materia, para demostrar la virtud
fortificante de estos remedios, también demostrada hace ya algún tiempo, y
cuyo uso está tan indicado en la enfermedad que nos ocupa.
Cuando he empleado la quina en forma líquida, he administrado un
cocimiento de una onza de este medicamento por doce de agua, colocando
esta disolución en una vasija perfectamente cerrada para tomar tres onzas
cada día en tres dosis. En cuanto a los baños, siempre los dispongo para por
la tarde, cuando ya está completamente terminada la digestión de la comida,
contribuyendo a procurar un sueño tranquilo. Yo he visto un joven
masturbador que pasaba las noches con el insomnio más inquieto, y que por
las mañanas se hallaba bañado por un sudor colicuativo [28] ; la noche que
siguió al sexto baño durmió cinco horas, y a la mañana siguiente se levantó
sin haber sudado y encontrándose mucho mejor.
El hierro constituye un tercer remedio, muy empleado en todos los
casos de debilidad, para que sea necesario insistir aquí en su virtud como
fortificante. Como no tiene nada de incitante, es muy apropiado para nuestros
enfermos. Se le da en sustancia o en infusión, pero la mejor preparación son
las aguas marciales preparadas por la naturaleza, y sobre todos las aguas de
Spa, uno de los más poderosos tónico, que se conocen, y un tónico que lejos
de irritar, dulcifica todo lo que los tumores pueden tener de acre. También se
usan las gomas, la mirra, los amargos y los aromáticos más suaves: las
circunstancias serán las únicas que deban hacernos decidir en la elección de
estos distintos remedios. Los primeros que he indicado merecen igualmente
la preferencia; pero pueden existir algunos casos que exijan el empleo de los
demás: en general se les puede elegir entre todos los nervinos, teniendo
siempre presentes las precauciones que antes he indicado. Si es una
enfermedad de los nervios, se la debe tratar como tal, y con frecuencia se les
ha administrado, aún sin conocer la causa. Es cierto, y observaciones
incontestables me lo han demostrado, que la ignorancia de esta causa, y por
lo mismo, la negligencia de las precauciones que exige, ha hecho otras veces
infructuosos los tratamientos mejor indicados en apariencia, sin que los
médicos pudieran conocer la causa de la falta de éxito.
Yo ordené a un joven, cuyo caso he descrito en esta misma obra,
píldoras, cuya base fue la mirra, y una decocción de quina, que produjeron el
más satisfactorio éxito.
Una hora antes de almorzar, comer y cenar, con tres onzas de la bebida.
« Estoy sumamente convencido, » me escribía el enfermo dieciséis días
después de haber comenzado a hacer uso del tratamiento, « del gran beneficio
que sus remedios me han producido: los dolores de cabeza no son ni tan
frecuentes, ni tan violentos, y apenas los experimento por la noche; el
estómago va mejor, y rara vez siento dolores en los miembros. Al cabo de un
mes la curación era completa, y no hay duda que hubiera sido duradera, si el
mismo joven no se hubiera entregado nuevamente a los excesos con las
mujeres.
Conviene advertir que muchas veces estos medicamentos, lo mismo
que otros que aconsejan los prácticos, no producen ningún beneficio para el
porvenir, es decir, que en los sujetos de alguna edad, aunque se reanime la
nutrición, nunca puede el éxito ser completo.
Para que nuestros lectores formen una idea clara de lo que queremos
decir, citaremos el siguiente pasaje de las obras de Linneo : « La juventud,
dice este célebre naturalista, es la edad más importante para constituir una
organización robusta. Nada hay más temible que el uso prematuro o excesivo
de los placeres de amor, pues de él nacen la debilidad de la visión, vértigos,
disminución del apetito y aun la debilidad del alma y de la razón. Un cuerpo
enervado en la juventud, difícilmente vuelve a su estado normal; la vejez es
pronta y decadente y la vida es corta. »
Dieciséis siglos antes de este gran naturalista, Plutarco, en su bella obra
sobre la educación de los niños, había recomendado la formación de un
temperamento como una cosa de suma importancia, y he aquí uno de los
párrafos más culminantes de su obra: « No se debe descuidar ningún medio
que pueda contribuir a fomentar la elegancia y la fuerza del cuerpo ( los
excesos de que nos ocupamos dañan tanto a una como a otra); pues el
fundamento de una vejez feliz, es una buena constitución en la juventud: la
templanza y la moderación en esta edad son, digámoslo así, un pasaporte para
vivir felizmente en la vejez, »
A la observación precedente, cuyo éxito parece debido a la quina,
podemos añadir otra, en la cual los baños fríos fueron el principal remedio.
Un joven de temperamento iracundo, que se dedicaba al abominable vicio del
onanismo desde los diez años, estaba desde entonces débil, fatigado y
esquelético, y se hallaba afectado por algunas enfermedades biliosas, de
difícil curación, y que le ponían delgado, pálido, débil у como triste. Le
ordené los baños fríos y unos polvos, en cuya composición entraba el hierro y
un poco de canela para tomar tres veces al día. En menos de seis semanas
adquirió unas fuerzas que no había conocido antes.
Las aguas de Spa y algunas otras, lo mismo que la quina, ofrecen la
ventaja de que su administración es compatible con la de la leche.
La debilidad del estómago, que hace que la digestión sea lenta, los
ácidos у la роса actividad de la bilis, los infartos en las vísceras del bajo
vientre, son las principales causas que impiden la digestión de la leche y que
no permiten su uso. Las sustancias que remedian todas estas causas no
pueden menos de facilitar la digestión, y la quina, que llena las mismas
indicaciones, debe asociarse igualmente a la leche. Se pueden emplear estos
remedios algún tiempo antes para preparar las vías, lo cual es muchas veces
necesario, o al mismo tiempo.
Yo tuve la ocasión de visitar hace algunos años a un extranjero, que se
había entregado de tal modo a los placeres venéreos con una cortesana, que
era incapaz de ningún acto de virilidad: su estómago estaba también
debilitado, y la falta de nutrición y de sueño le había enflaquecido
notablemente. A las seis de la mañana tomaba seis onzas de cocimiento de
quina, a la cual se añadió una cucharada de vino de Canarias; una hora
después, tomaba diez onzas de leche de cabras que se acaba de ordeñar, y a la
cual se añadía un poco de azúcar y una onza de agua de azahar.
Comía un pollo asado, con poco pan y un vaso de excelente vino de
Borgoña con partes iguales de agua. A las seis de la tarde tomaba una
segunda dosis de quina, a las seis y media entraba en un baño frío en el cual
permanecía diez minutos y pocos momentos después se acostaba, a las ocho
tomaba la misma cantidad de leche, y se levantaba desde las nueve hasta las
diez. Tal fue el efecto de estos remedios, que al cabo de ocho días me dijo
con mucha alegría, cuando entraba en su habitación, que había recobrado el
signo exterior de la virilidad, al cabo de un mes, había recobrado casi por
completo sus primeras fuerzas.
Algunos polvos absorbentes, algunas cucharadas de agua de menta, a
veces la sola adición de un poco de azúcar, algunas píldoras con la quina,
pueden también contribuir a prevenir la degeneración de la leche. También se
puede emplear una goma, hace muchos años introducida en algunos puntos
de Inglaterra, con el nombre del gummi rubrum Gumbriense, y acerca de la
cual se encuentra una pequeña disertación en la excelente colección que
publicó la sociedad de médicos formada en Londres: dicha sustancia fortifica
y suaviza, y por lo mismo llena perfectamente las dos grandes indicaciones
que hay que cumplir en la enfermedad que nos ocupa.
Finalmente, si fuera imposible sostener la administración de la leche de
ovejas o cabras, se puede ensayar la de burras, y yo mismo la aconsejé con
éxito a un joven que no podía hacer uso de aquellas. Los individuos biliosos
la beben con placer, y se la debe preferir siempre que haya algo de calor, un
poco de fiebre, una disposición erisipelatosa y principalmente cuando los
excesos venéreos han producido una fiebre aguda, en cuyo caso, a pesar de la
debilidad, los tónicos dañarían y la sangría es sumamente peligrosa. Los que
deseen encontrar más detalles sobre este tema en particular, pueden consultar
la obra de Jonstom, barón de Ziebendorf.
Por otra parte, estos mismos órganos irritados, despiertan algunas veces
la imaginación y dan lugar a sueños que terminan como los precedentes.
Estos principios sirven para explicar las diferentes especies de poluciones.
La primera es la que viene a consecuencia de la excesiva abundancia
del semen, y ésta se presenta en algunos jóvenes en la flor de su edad, que
son sanguíneos, vigorosos y castos. El calor de la cama viene a enrarecer los
flujos, principalmente el licor seminal; y a consecuencia de este fenómeno la
imaginación se entrega de lleno a los placeres venéreos, y la idea del coito,
produce el efecto final, la eyaculación. En este caso, semejante evacuación no
es una enfermedad, sino más bien una crisis favorable, un movimiento de la
naturaleza, que desembaraza al individuo de una sustancia que, de
permanecer mucho tiempo detenido, podría dañar, y aunque algunos médicos
lo niegan, es lo cierto que la incontinencia prolongada puede determinar los
diferentes desórdenes del priapismo o del furor uterino.
Y ya que de este asunto nos ocupamos, nos vamos a permitir un ligero
paréntesis que creemos oportuno.
Galeno habla de un hombre y de una mujer, a los cuales hizo enfermar
el exceso de semen, y que se curaron renunciando a la incontinencia que se
habían impuesto, y considera la retención de este líquido como capaz de
producir los accidentes más peligrosos. Yo he visto en Montpellier una
observación semejante por completo a la de la mujer de la cual habla ese gran
hombre. Una mujer muy robusta, de cerca de 40 años de edad, que en su
juventud había gozado bastante de los placeres del amor y que se había
privado de ellos algunos años antes, presentaba de vez en cuando episodios
histéricos tan violentos, que perdía el uso de los sentidos, y ningún remedio
podía disipar los sucesos, y sólo terminaban practicando fuertes fricciones en
las partes genitales; determinando de este modo un temblor convulsivo,
seguido de abundante eyaculación, y en el mismo instante recobraba sus
sentidos. Después de la primera edición de esta obra, se han publicado tres
observaciones completamente análogas, una de Weber, médico de Waslrode
(Hanover), y las otras dos de Betbeder, médico de Burdeos, que se pueden
ver en el periódico que publicaba Richard. Estas observaciones tienden a
demostrar que los médicos no deben perder de vista estas causas de
enfermedad que se presentan algunas veces.
Zacuto Lusitano publica una observación muy semejante. Una joven,
dice, estaba en un paroxismo convulsivo muy violento, caía, y en el momento
quedaba sin conocimiento, presentando un temblor general, los ojos
hundidos, etc. Todos los remedios que se emplearon fueron inútiles; mandé
aplicar un pesario acre que produjo una abundante evacuación espermática, y
la enferma recobró en seguida sus sentidos.
Hoffmann cita también la historia de una monja a quien sólo se podía
sacar del paroxismo histérico, excitando la misma evacuación; y Zacuto, en la
misma obra que acabo de citar, habla de dos hombres a los cuales dañó
extraordinariamente la supresión de los placeres del amor; el uno fue atacado
de un tumor en el ombligo, que ningún remedio pudo disminuir, y que sólo
desapareció por el coito repetido; el segundo, debilitado por sus excesos de
este género, los abandonó de repente; seis meses después, tuvo vértigos, y
muy pronto ataques de verdadera epilepsia, que se atribuyeron a un vicio del
estómago: se le trató por los medicamentos apropiados para esta dolencia;
pero aquellos agravaron el mal y el enfermo murió en un violento modo.
Practicada la autopsia, se encontraron todas las vísceras en estado normal,
excepto las vesículas seminales y el conducto deferente, que estaban llenas de
un esperma verde, y ulceradas en muchos puntos.
Un médico respetable por su ciencia y por su edad, que durante mucho
tiempo ha seguido a las armadas austriacas en Italia, me dice haber notado
que los soldados alemanes que no se habían casado y cuya vida era sobria,
padecían con frecuencia verdaderos ataques de epilepsia, priapismo o
poluciones nocturnas; accidentes que sin duda provenían de una secreción
demasiado abundante de semen, y quizá de que este semen tenía otros
caracteres más irritantes en aquel país caliente, cuya dieta es más suculenta.
También se debe al Dr. Jacques, a quien he citado en el segundo
artículo de esta misma obra, una excelente tesis, cuya traducción publicó
poco tiempo después el Sr. de la Mettrie, en la cual cita muchas
enfermedades producidas por la privación de los placeres venéreos, y el Sr.
de la Mettrie, indica otra titulada la Virginidad claustral, cuyo objeto es el
mismo.
El Dr. Zindel publicó también en 1745 una disertación en la cual
recogió las observaciones producidas por una excesiva cantidad, y también
puede colocarse en este lugar lo que dice Sauvages, respecto a esta virtud mal
entendida, en las mujeres cuyo temperamento es ardiente. El mismo autor
añade una observación que constituye el ejemplo más notable de todo lo que
venimos refiriendo. Se trataba de una joven, que devorada por su fuego, y
queriendo conservar su pureza, estaba sujeta a grandes poluciones, aun al
mismo tiempo que lamentaba su desgracia a los pies de un confesor viejo y
feo.
« Una joven que se casa con un marido viejo, decía una recién casada a
una amiga suya, hubiera hecho mejor con arrojarse a un río con una piedra al
cuello. »
Finalmente, sin hablar de algunos otros autores, Gaubius coloca la
continencia excesiva entre las causas de las enfermedades, enumerando en
seguida los males que produce. No se debe, pues, negar su existencia; pero
tampoco se debe desconocer su rareza, sobre todo en este siglo, que parece
ser el siglo de la debilidad; así es que todos los días se engañan algunos
profesores, atribuyendo indistintamente a esta causa todas las enfermedades
que afligen a las personas púberes de ambos sexos, aconsejándoles como
único remedio el matrimonio; remedio que con frecuencia está mal indicado
y algunas veces es perjudicial, porque no puede destruir los vicios que
sostenían la enfermedad, y no hacen otra cosa que añadir a los males pasados
los que son peculiares al embarazo у al parto.
Se ha visto por los párrafos anteriores que las poluciones producidas
por una excesiva abundancia de semen, aunque por sí solas no constituyen
una verdadera enfermedad, pueden convertirse en tales al ser muy frecuentes.
Se ha observado también que una evacuación predispone a las siguientes,
llegando a adquirir los órganos genitales una especie de hábito en este
sentido. Téngase, pues, presente esta circunstancia, que, como fácilmente
comprenderá el lector, es de mucha trascendencia; pues como ya hemos
dicho en otra ocasión, estas mismas evacuaciones llegan a hacerse excesivas
y a producir considerables trastornos en la salud. En apoyo de esta opinión
podríamos citar muchos casos prácticos que, sin embargo, creemos
innecesarios.
Zimmermann habla de un hombre de muy buena constitución, el cual, a
consecuencia de las poluciones, había perdido toda la actividad de su espíritu,
y su cuerpo había quedado en un estado lamentable. Los síntomas más
frecuentes, cuando el mal no ha hecho todavía grandes progresos, son una
debilidad continua, más considerable por la mañana, y dolores en los riñones.
Hace algunos meses se me llamó para visitar a un campesino de 50 años de
edad, que había sido siempre muy robusto y que se había debilitado de un
modo tan notable a consecuencia de las poluciones nocturnas que sólo podía
trabajar algunas horas cada día, viéndose con frecuencia molestado por
intensos dolores lumbares, que le obligaban a permanecer en la cama, y
adelgazaba cada vez más. Ignoro el éxito que producirían algunos
medicamentos que le ordené y ciertos consejos que le di.
También asistí hace algún tiempo a un hombre sordo, que cuando
presentaba las poluciones nocturnas, estaba mucho más sordo que en los días
anteriores, sufriendo además una molestia general y otros síntomas, que le
quitaban el buen humor y el apetito; y otro, que después de cada polución
quedaba como paralítico por espacio de una hora y muy debilitado durante
las veinticuatro siguientes.
Se pueden colocar en esta primera clase las poluciones de los que,
habiéndose acostumbrado a frecuentes emisiones, las suspenden
repentinamente. Galeno cita un ejemplo muy notable de esta especie: Se
trataba de un hombre que, habiendo abusado del coito hasta entonces,
abandonó por espacio de algún tiempo los placeres del amor; algunos meses
después, la retención del esperma dio lugar a varios síntomas de los órganos
genitales, y durante el sueño padecía movimientos convulsivos de los lomos,
brazos y piernas, seguidos de una emisión abundante de esperma espeso, con
la misma sensación voluptuosa que durante el coito. Una bailarina de vida
algo airada fue herida casualmente cerca de la mama izquierda; el cirujano
prescribió una dieta bastante severa y ordenó a la enferma que se abstuviera
de los placeres venéreos, a los cuales se había entregado excesivamente. La
tercera noche de esta privación, a la cual se sometió, tuvo una polución que,
apareciendo de nuevo en las noches siguientes, la debilitaba a simple vista, y
le causaba violentos dolores en la región lumbar. La herida se iba
cicatrizando; pero a pesar de esto, el cirujano, firme en sus principios,
continuó la prohibición; la sangró y administró una purga. La enferma,
debilitada y aburrida, no tomó en lo sucesivo ningún medicamento; comió y
bebió, y no contenta con esto, se entregó de nuevo a la vida libertina: aquella
debilidad y aquellos dolores desaparecieron bastante pronto.
Pero no se crea con esto que es infundada la opinión de los cirujanos
que prohíben el coito a los heridos; antes al contrario, la experiencia y la
práctica han demostrado que les es sumamente perjudicial en la inmensa
mayoría de los casos, como de ello pueden leerse numerosas observaciones
en las obras de los mejores prácticos. Por mi parte pudiera citar un caso en el
cual la masturbación causó la muerte a un herido, aunque la lesión no era de
gravedad; y en las obras de Fabricio de Hilden, se encuentra otra observación
enteramente igual. Slotan habla de un hombre a quien cortó la mano a
consecuencia de una herida por arma de fuego. Le prohibió severamente todo
comercio con su mujer, la cual también conocía el peligro que en ello hubiera
corrido la vida del enfermo; pero cuando se disiparon todos los efectos y la
curación estaba ya próxima, sintiendo el enfermo algunos deseos eróticos, a
los cuales no quiso responder su mujer, se entregó al onanismo; poco tiempo
después padeció una violenta fiebre, delirio, convulsiones y otros accidentes,
muriendo dicho sujeto al cabo de cuatro días.
Por mi parte, he visto también a una joven recién casada, que habiendo
caído de un carruaje, sufrió una violenta contusión, y al cabo de cinco días,
encontrándose perfectamente bien, se entregó a los placeres del amor como si
nada hubiera sucedido. Dos horas después, se hinchó toda la pierna y
aparecieron agudos dolores y una fiebre bastante intensa, que duró cerca de
treinta horas.
Lo que he dicho al principio de esta sección, acerca de la relación que
existe entre los sueños y las ideas de que se ha ocupado el alma durante el
día, sirve para explicar por qué los masturbadores están sujetos a las
poluciones nocturnas; su alma, ocupada durante todo el día por las ideas
venéreas, tiene presentes durante la noche (materializando la cuestión) los
mismos objetivos, y el sueño lascivo va seguido de una evacuación que es
siempre fácil cuando los órganos han adquirido un grado considerable de
irritabilidad.
Es importante prevenir oportunamente los progresos del hábito, y
cualquiera que sea la causa de las poluciones, no dejar que se hagan antiguas.
Cuando han durado mucho tiempo, curan difícilmente. « No hay ninguna
afección, dice Hoffman, que atormente más a los enfermos y de más trabajo a
los médicos que las poluciones nocturnas que han durado mucho tiempo, y
que se han hecho habituales, sobre todo si aparecen todos los días. Sucede
muchas veces en estos casos, que los mejores remedios causan más mal que
bien. »
Todos los médicos que han escrito acerca de esta enfermedad han dicho
que su curación es difícil, y todos los que han tenido ocasión de tratarla lo
han experimentado por sí mismos; por lo cual no debemos sorprendernos. A
no ser que se pueda dar de repente a los órganos su fuerza y disminuir su
irritabilidad durante el tiempo que transcurre entre dos poluciones, lo cual es
imposible, o prevenir los sueños lascivos, y esto no es menos difícil, debe
esperar que reaparezca la polución, y que esta destruya la pequeña cantidad
de medicamentos que haya podido administrarse. De una polución a otra se
puede ganar muy poco y es preciso obrar con gran constancia para poder
obtener un efecto sensible.
Celio Aureliano ha recopilado todo lo que de bueno dijeron los
antiguos sobre el tratamiento. Quiere que:
1. El enfermo evite en cuanto le sea posible, toda idea lujuriosa.
2. Que se acueste en una cama dura y fresca; que se aplique a los riñones
una tenue placa de plomo, como también esponjas empapadas en agua
y vinagre sobre todas las partes que sean asiento de la enfermedad, o
cosas refrescantes como las baláusticas (granado silvestre), acacia,
hipocisto, etc .
3. Que sólo haga uso de alimentos y bebidas atemperantes.
4. Se aconseja los fortificantes.
5. El uso del baño frío.
6. No acostarse nunca sobre el dorso y sí sobre un lado o sobre el vientre.
Este consejo es muy bueno; pero veamos ante todo cuál es la verdadera
indicación que se presenta: disminuir la cantidad de semen y prevenir los
malos ensueños.
La dieta y el régimen general son más propios para llenar este fin que
los remedios farmacológicos. Los alimentos más convenientes son los que
proceden del reino vegetal, las legumbres y los frutos; entre las carnes, las
menos sustanciosas. En una y otra clase de alimentos es necesario hacer uso
de los que no poseen ninguna acción acre. Se ha visto ya la gran influencia de
este régimen sobre la tranquilidad del sueño, y no se puede no recomendarlo
a los que sufren las poluciones nocturnas, que tanto necesitan del mismo.
Deben, sobre todo, renunciar a la cena, o al menos cenar tan sólo alguna cosa
ligerísima; esta circunstancia contribuye más a la curación que todos los
remedios.
He visto hace muchos años, a un individuo que tenía casi todas las
noches una polución y había tenido ya algunos episodios de pesadilla. Un
ministrante le ordenó que bebiese agua caliente, al acostarse algunos vasos de
té que, sin disminuir las poluciones, aumentaron aquellas; los dos males se
reunieron y repetían todas las noches; el fantasma de la pesadilla era una
mujer, cuya presencia ocasionaba también la polución. Debilitado por esta
doble enfermedad y por la privación de un sueño tranquilo, caminaba a
grandes pasos hacia la consunción. Le ordené que sólo cenara un poco de pan
y algunas frutas, si tenía fuerte apetito, y que al entrar en la cama se bebiera
un vaso de agua fresca con quince gotas del licor anodino mineral de
Hoffmann. No tardó en recobrar la tranquilidad de su sueño; las dos
enfermedades desaparecieron por completo y recobró bien pronto sus
pérdidas fuerzas.
Las carnes indigestas, como son todas las negruzcas, sobre todo por la
tarde, son un verdadero veneno para este mal; y, repito, si no se toma el
partido de cenar poco y sin carne, los otros remedios serán ineficaces. El
vino, los licores, el café, dañan por muchos conceptos. La mejor bebida es el
agua pura, pudiéndose añadir a cada botella de esta una dracma de nitro. Sin
embargo, he visto no hace mucho tiempo a un enfermo a quien dañaba el
nitro, provocando frecuentes y copiosas poluciones: atribuí este efecto a dos
causas: La primera, que tenía el sistema nervioso muy débil, en cuyos
individuos obra el nitro como irritante; la segunda, que esta sustancia, como
diurética aumentó considerablemente la cantidad de orina. La vejiga se
llenaba con más facilidad durante la noche, y ya se sabe que su distensión es
una de las causas determinantes de las poluciones.
El precepto dado por Celio de evitar las camas muelles, es de la mayor
importancia; no se puede resistir la pluma; la paja es más preferible que el
crin, y he visto enfermos que se encuentran mucho mejor cuando cubren el
colchón con un cuero.
El consejo de no adoptar de noche la posición supina, es igualmente
necesario; esta posición daña, pues contribuye a hacer agitado el sueño y
excitar demasiado los órganos genitales. En fin, como la costumbre tiene en
esto grande influencia, no es conveniente romperla; y la observación
siguiente podrá servir de alguna utilidad. Se refiere a un italiano respetable
por sus virtudes, y hombre de los más excelentes que recuerdo haber visto.
Me consultó, para una enfermedad muy diferente; pero con el objeto de
instruirme mejor, me conto toda la historia de su salud. Había sido molestado,
cinco años antes, de poluciones frecuentes que le debilitaron por completo.
Tomó la fuerte resolución de despertarse en el momento en que la idea de
mujer acudiese a su pensamiento, dedicando luego ratos muy largos en
meditar sobre los riesgos a los que se exponía. El remedio tuvo un éxito
favorable; la idea del peligro y la voluntad de despertarse; siempre a tiempo,
precaución reiterada por muchas veces, disipó el mal.
Pero estos dos últimos casos no inspiran mucha seguridad, y las
mejores indicaciones se frustran en ellos; el que M. Hoffman indica es un
ejemplo, debiéndose dar de antemano a los enfermos el aviso que este médico
comunicó al suyo: se reduce a que, sin una larga perseverancia en el uso de
los remedios, no se debe esperar efecto alguno, o mejor, cuando la cuestión
del régimen es la más esencial, sucede con frecuencia que no se experimenta
alivio sensible hasta, haber pasado mucho tiempo practicando lo ordenado. Si
se emplean los remedios terapéuticos, deben estar fundados sobre la misma
indicación que el régimen. No hace mucho tiempo que he visto reaparecer el
mal a consecuencia de una sangría bastante copiosa. Los polvos nitrosos,
limonada, los espíritus ácidos, las leches de almendras, pueden ser usados.
M. Hoffrnan empleó para el masturbador que, después de quitado el
vicio presentó la espermatorrea [30] , un polvo.
Del que tomaba una dracma todas las noches, con el agua de cerezas
negras; por la mañana agua de Selter y la leche; para bebida una tisana de
sándalo, de raíz de china, de achicoria, de escorzonera y de canela.
Mezclando estos remedios con una dieta conveniente, curó al enfermo en
algunas semanas. M. Zimmermann ha curado con el uso del mismo polvo, «
poluciones muy frecuentes seguidas de la extenuación ordinaria, y que había
durado algunos años, en un joven de veintiuno de edad. » No es fácil explicar
cómo este polvo, que sólo es un simple absorbente, obra tan bien; pero he
visto los buenos efectos del alcanfor.
Otra clase de espermatorrea es la que padecen los hipocondriacos. La
circulación se hace en ellos lentamente, sobre todo en las venas del bajo
vientre; por lo que se hallan infartados frecuentemente los órganos de donde
aquellos sacan la sangre; la actividad nerviosa aumenta; los líquidos poseen
cierta acritud muy propia para producir irritaciones; la noche se halla turbada
por ensueños: he aquí, pues, claramente las causas de la polución. « La
imaginación, dice M. Boerhaave, produce con frecuencia durante el sueño,
emisiones de esperma. Los hombres de letras у los enfermos del bazo, están
sujetos a este accidente; y la eyaculación del semen es tan considerable, que
les produce la atrofia (1). » Esta enfermedad tiene por lo tanto dos fases muy
peligrosas y no se entregan a excesos de ningún género, sin sentirse por
demás molestados.
Sólo existe un medio de curación que estriba en atacar la enfermedad
principal. Se empieza por destruir los infartos, empleando en seguida los
baños fríos, y esa saludable corteza que Dios nos quiere conservar. Entonces
es verdaderamente la ocasión de emplear los dos poderosos remedios, a los
que se puede añadir el hierro. Si meditar mucho la elección de los alimentos
es necesario siempre, en este caso lo es mucho más. Los hipocondriacos
hacen generalmente malas digestiones; los alimentos mal digeridos producen
hinchazones flatulentas que, impidiendo la circulación, disponen a la
polución de dos maneras: primero impidiendo el regreso de la sangre de las
venas genitales; segundo impidiendo también la tranquilidad de la noche
agitada por los ensueños. Se comprende por esto que Pitágoras contradijera a
sus discípulos el uso de las sustancias flatulentas, que consideraba con razón
como dañinas, así para la limpieza y fuerza de las funciones del alma, como
para la castidad. Además de las dos razones dadas, podría indicar una tercera
que he tenido ocasión de sospechar en dos enfermos. ¿Es la expansión del
aire desprendido de los fluidos en los cuerpos cavernosos, lo que da margen a
la erección y prurito venéreo? Nadie ignora que todos nuestros flujos están
impregnados de este fluido; pero mientras estén en el estado normal, se
hallará el mismo como encarcelado y desprovisto de toda elasticidad.
Grandes físicos han creído que sólo existen dos medios de quitarlo: un grado
considerable de calor que no se observa nunca en el cuerpo humano y la
putrefacción. Pero muchas observaciones de enfermedades producidas por el
aire así dilatado, han dado a conocer que independientemente de estos dos
casos, existen otras alteraciones en los fluidos que determinan el mismo
efecto; y estas alteraciones parecen más frecuentes entre los hipocondriacos:
así, no es asombroso que los cuerpos cavernosos sean el asiento de este
desarrollo de aire maléfico, antes por el contrario, no hay punto más expuesto
a tal desarrollo, y si no ha llamado mucho la atención, ha sido más bien por
falta de observadores que de observaciones. Es necesario, pues, evitar los
alimentos que, más cargados de aire que los demás, incomodan mucho, por el
que se separa en las primeras vías y por el que es arrastrado a la sangre. Todo
el mundo sabe que la cerveza nueva, que es extremadamente flatulenta,
ocasiona fuertes erecciones; y yo he visto, después de la última edición de
esta obra, que M. Thiery, uno de los más sabios médicos y consumado
práctico de Francia, ha conocido también a estas erecciones flatulentas.
Se puede colocar aquí, como análoga a esta última especie de
poluciones, porque ataca a los sujetos melancólicos, una enfermedad que
podríamos llamar furor genital y difiere del priapismo y de la satiriasis. La
describiré por medio de una observación que publiqué en la primera edición
latina de esta obra у quedó olvidada en la francesa. Un hombre de 50 años de
edad y enfermo más de 24, en cuyo largo período no había podido pasarse sin
mujer o los excesos del onanismo ni siquiera 24 horas, por el contrario,
repetía los actos muchas veces por día. El esperma era acre, estéril; la
evacuación rápida. Tenía el sistema nervioso sumamente debilitado,
episodios de melancolía y de flato, ambos muy violentos, las facultades
embrutecidas, el oído muy duro y los ojos extremadamente débiles; murió en
el más triste estado. No le aconsejé remedio alguno, pues había tomado ya
muchos sin resultado; los que estaban calientes le dañaban у sólo la quina
infundida en el vino, como le ordenó M. Albinus, le había aliviado algo; la
autoridad de este célebre médico es un nuevo testimonio bien respetable en
pro de dicho remedio. Se encuentra entre las consultas de M. Hoffmann un
caso muy parecido; el prurito venéreo, era casi continuo, y el alma y el
cuerpo se hallaban igualmente debilitados.
4.1 GONORREA SIMPLE.
..... Non bene ripa creditur; Ipse aries etiam nune vellera siccat .
[1] Término utilizado para referirse a la persona que se masturba. Dicho término surge de la
biblia, puntualmente de un personaje llamado Onan. Él fue obligado a casarse con la viuda de su
hermano para generar descendencia, pero Onan interrumpió el coito y no embarazó a su cuñada.
[2] Escarnio, burla cruel cuya finalidad es humillar a alguien.
[3] Una onza es el equivalente a casi 30 mililitros de agua.
[4] Casi 1.30 litros de sangre.
[5] Filosofo Cinico, que se masturbaba en la via publica.
[6] Palabra proveniente del Griego, en castellano es Lipiria y se refiere a una fiebre continua o
intermitente en la que se siente calor por dentro pero frio por fuera, principalmente en las
extremidades.
6 Areteo de Capadocia, descubridor de la celiaquía, contemporáneo de Galeano:
https://es.wikipedia.org/wiki/Areteo_de_Capadocia
[7] Conjunto de dolencias del aparato locomotor:https://inforeuma.com/enfermedades-
reumaticas/reuma/
[8] Es interesante ver la similitud aquí, de la idea oriental acerca del chig qi. Tanto en el Taoísmo
como en la medicina tradicional China, el ching qi es esencia misma en forma de esperma (en el caso
del hombre) y el organismo gasta hasta un 40% de la energía en producirla.
[9] Las apsaras eran diosas de la mitología Hindu encargadas de seducir mortales, reyes, y sabios, con
el objetivo de disminuir su buen karma. Véase mas en:https://es.wikipedia.org/wiki/Apsar%C3%A1
[10] Enfermedad neurológica que implica movimientos involuntarios. Vease mas aqui:
https://es.wikipedia.org/wiki/Corea_(enfermedad)
[11] Ardor y molestias al orinar.
[12] Cuando se lleva a cabo la orina,se hace de forma lenta, dolorosa y gota por gota.
[13] Ataque cerebrovascular: lesión en el cerebro ocasionada por la interrupción de la irrigación
sanguínea.
[14] El varicocele es una enfermedad que genera el engrosamiento de las venas del escroto que
transportan sangre por esa zona.Puede generar la reducción de esperma e infertilidad.Para más
info:https://www.mayoclinic.org/es-es/diseases-conditions/varicocele/symptoms-causes/syc-20378771
[15] Inflamación que ocurre en el escroto cuando se genera una acumulación de líquido en la zona
fina que rodea a los testículos. Mas info aqui: https://www.mayoclinic.org/es-es/diseases-
conditions/hydrocele/symptoms-causes/syc-20363969
[16] Piel amarillenta producto del aumento de la bilirrubina en sangre.
[17] Manchas blancas.
[18] Poeta Griega: https://es.wikipedia.org/wiki/Safo_de_Mitilene
[19] Tuberculosis que afecta a los pulmones.
[20] Enfermedad generada en los ganglios linfaticos del cuello:http://www.scielo.cl/scielo.php?
script=sci_arttext&pid=S0716-
10182014000400013#:~:text=Escr%C3%B3fula%20o%20escrofulosis%20era%20el,identific%C3%B3%20como%20li
[21] Dolores de cabeza intensos y variables.
[22] Debilitamiento y ablandamiento de los huesos.
[23] También entendido como desnutrición, cuando las calorías, macronutrientes (Proteína, grasa,
carbohidratos) y micronutrientes (vitaminas y minerales) no son los suficientes, se produce la pérdida
de masa muscular, magra y grasa.
[24] Soldados de caballería que entonces llevaban ese nombre - nota de Tissot.
[25] Estado en el que una persona yace inmovil, sin signos vitales pero consciente.Es una aparente
muerte.
[26] Infección de bacterias o parásitos.
[27] Ciencia que estudia los alimentos.
[28] Sustancia o flujo que causa el enflaquecimiento del organismo por licuar las partes solidas del
mismo.
[29] Preparado polifarmico:https://es.wikipedia.org/wiki/Triaca
[30] La pérdida de semen sin estimulación alguna.