Sacks, Oliver - El Hombre Que Confundio A Su Mujer
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Postdata
—Ya no veo «cosas» —dijo—. Parecía tan real, parecía tan vivo antes.
¿Todo parecerá muerto con el tratamiento?
Los dibujos de pacientes con parkinsonismo, cuando se los
«despierta» con L-Dopa, constituyen una analogía instructiva. El
parkinsoniano, cuando se le pide que dibuje un árbol, tiende a dibujar
una cosa pequeña y escuálida, raquítica, empobrecida, un árbol
deshojado en invierno. Cuando se «calienta», se «recupera», se anima
con L-Dopa, el árbol adquiere vigor, vida, imaginación... y follaje. Si se
pone demasiado excitado, demasiado exaltado, debido a la L-Dopa, el
árbol puede adquirir una exuberancia y una complicación fantásticas,
estallando en una frondosidad de follaje y ramas nuevas con pequeños
arabescos, volutas, etcétera, hasta que por último su forma original
queda completamente perdida bajo estos primores enormes, barrocos.
Estos dibujos son también bastante característicos de los pacientes del
síndrome de Tourette (la forma original, el pensamiento original, queda
perdido en una selva de adornos) y en el llamado «arte veloz» del
anfetaminismo. Primero la imaginación despierta, luego se excita, cae
en un frenesí y desemboca en lo interminable, en el exceso.
Qué paradoja, qué crueldad, qué ironía hay aquí... ¡La vida interior y
la imaginación pueden permanecer apagadas y adormecidas si no las
libera, si no las despierta, una intoxicación o una enfermedad!
Es precisamente esta paradoja la que constituye el corazón de
Awakenings; es responsable también de la seducción del síndrome de
Tourette (ver los capítulos diez y catorce) y asimismo, sin duda, de esa
inseguridad peculiar que puede acompañar a una droga como la
cocaína (de la que se sabe que, como la L-Dopa y el síndrome de
Tourette, eleva la cuantía de dopamina en el cerebro). De ahí el
comentario sorprendente de Freud sobre la cocaína, de que la sensación
de bienestar y euforia que provoca «... no difiere en modo alguno de la
euforia normal de la persona sana... En otras palabras, estás
sencillamente normal, y pronto resulta difícil de creer que se halla uno
bajo la influencia de una droga».
Esta misma valoración paradójica se puede aplicar también a las
estimulaciones eléctricas del cerebro: hay epilepsias que son
estimulantes y adictivas... y pueden autoprovocárselas, repetidamente,
los que son propensos a ellas (lo mismo que las ratas con electrodos
cerebrales implantados se estimulan compulsivamente los «centros de
placer» del cerebro); pero hay otras epilepsias que aportan paz y
bienestar genuino. El bienestar puede ser genuino aunque lo provoque
una enfermedad. Y este bienestar paradójico puede otorgar incluso un
beneficio perdurable, como en el caso de la señora O'C. y su extraña
«reminiscencia» convulsiva (capítulo quince).
Nos adentramos aquí en aguas desconocidas donde pueden cambiar
completamente de sentido todas las consideraciones habituales... donde
enfermedad puede ser bienestar, y normalidad enfermedad, donde la
excitación puede ser una esclavitud o una liberación, y donde la
realidad puede residir en la ebriedad, no en la sobriedad. Es el reino de
Cupido y Dioniso.