Edith STEIN - Los Caminos Del Silencio Interior

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El silencio de Dios en Edith Stein

EZEQUIEL GARCÍA ROJO


Madrid

RESUMEN: La evolución personal de Edith Stein implica la existencia de


momentos en que la vivencia religiosa cobra distintos tonos. Parte de la ado-
lescencia y de la juventud estuvo marcada por la ausencia de Dios, de toda re-
ferencia al credo hebreo. Sin embargo en este mismo período se detectan pre-
sencias esporádicas, pero significativas, del Dios cristiano, culminando en su
aceptación y confesión.
PALABRAS CLAVE: Dios, silencio, presencia, ausencia.

The Silence of God in Edith Stein

SUMMARY: The personal development of Edith Stein implies the existence


of moments when religious experience varies in intensity. Her adolescence and
youth were at times characterized by the absence of God, or of any reference
to Jewish belief. Nonetheless, it is during this period that one can detect
sporadic, but significant, presences of the Christian God, which will culminate
in her acceptance and profession of faith.
KEY WORDS: God, silence, presence, absence.

El psiquismo humano es tan complejo, que su comportamiento


supone la intervención de múltiples elementos dispares no siempre
fáciles de identificar. La noción de ‘presencia’ y la correspondiente
vivencia de la misma ha dado lugar a diversas aplicaciones, entre las
que cabe mencionar una que a primera vista parece contradictoria: la
presencia ausente. Es figura sintáctica conocida como oxímoron. Esta

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 71 (2012), 113-140


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combinación lingüística evoca otras expresiones igualmente ‘ilógicas’


recurrentes en la descripción del fenómeno místico, como no podía
ser menos. Nos estamos refiriendo en concreto a los versos de Juan
de la Cruz ‘la música callada’, ‘la soledad sonora’.
Cuando nos enfrentamos a Dios las categorías humanas son insu-
ficientes, y tanto la lógica como la gramática saltan por los aires, lo
que lleva a forzar el léxico para que ‘de alguna manera’ el sujeto
humano acierte a exponer algo ‘coherente’ del ser divino. Edith Stein
(1891-1942), mujer que aprendió a manejar con soltura el arte del
bien decir, será propulsora de que la educación tenga como meta el
que el alumno domine la ‘expresión adecuada’1, en bien de quien
habla o escribe y en beneficio de quien escucha o lee.
Esta mujer, una vez que abrazó el credo católico y fue admitida
entre las Carmelitas descalzas de Colonia, se inscribirá en la escuela
del místico castellano. Como alumna inteligente supo aprovecharse
de tan esclarecido maestro, hasta convertirse en aventajada discípula.
De Juan de la Cruz aprendió doctrina subida, a la par que saboreó sus
certeras y delicadas expresiones. El rico patrimonio cultural de la ju-
día convertida, al que hay que añadir la similitud de caracteres y de
vida con el santo fontivereño, propició el atractivo que ejerció sobre
la filósofa judía el religioso carmelita.
Pretendemos rastrear, a partir de los testimonios personales de que
disponemos, la ‘presencia de Dios’ en momentos en que parece que
éste se ha ocultado guardando silencio, aunque nunca del todo, si
atendemos a las ‘insinuaciones’ divinas que en este período (1906-
1921) alcanzan a la despierta pensadora. Viene muy bien aquí traer a
colación uno de los principios teologales que expone quien lleva por
nombre Teresa Benedicta de la Cruz, y que ayuda a comprender el
desarrollo del tema en cuestión. Lo hallamos es un estudio redactado
en la celda de Echt (Holanda), y que formula así: “Todo hablar ‘so-
bre’ Dios presupone que Dios hable”2. Lo que a su vez está supo-
niendo para su realización otros complementos: que alguien escuche,
y que comprenda el contenido de lo hablado. Es la estructura básica
interviniente en todo diálogo: emisor, receptor y mensaje. Recurrien-

1
Cfr. E. STEIN, Problemas de la formación de la mujer. OC IV, p. 547.
OC = EDITH STEIN, Obras completas (5 volúmenes). Editorial de Espirituali-
dad – Monte Carmelo – El Carmen. Madrid – Burgos – Vitoria. 2002-2007.
2
E. STEIN, Caminos del conocimiento de Dios. OC V, p. 160.
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do a multitud de modalidades Dios se ha hecho presente al hombre a


lo largo de los tiempos, también a Edith Stein.

I. DE LA AUSENCIA A LA PERCEPCIÓN (DEL SILENCIO AL SILENCIO)

La relación hombre-Dios admite una alegoría fácil de compren-


der: podría compararse a una sinfonía, en la que sobre el pentagrama
se van dando cita una serie de notas, desde las más agudas a las más
graves, sometidas a ritmos e intensidades diversos, y de la que tam-
bién forman parte los silencios. El silencio no es ausencia de música,
dado que su signo forma parte del pentagrama, del compás, como
cualquier otra nota; el silencio sería más bien ausencia de sonido, pe-
ro que intercalado convenientemente con los otros elementos da lugar
a una obra de arte, pudiendo provocar una experiencia sublime en
quien la ejecuta o en quienes la escuchan. La intensidad de los ins-
trumentos suele combinar explosiones de sonoridad y compases de
pocos decibelios, propiciando una mayor atención auditiva.
Algo parecido acontece en el comportamiento entre el ser humano
y Dios. Toda persona es una auténtica obra de arte, cuyo pentagrama
está compuesto por los más variados elementos y combinaciones, y
en el que Dios es pieza importantísima para alcanzar la armonía per-
fecta. Sucede que en ocasiones parece que Dios se ausentase del hori-
zonte humano, cuando en realidad continúa estando presente, solo
que bajo la forma de silencio o mínima tonalidad; lo que no mengua-
ría un ápice a la perfección musical. En ocasiones, el silencio puede
obedecer a que la frecuencia con la que Dios vibra (aparece) excede
el umbral de nuestra percepción auditiva. Dios está, sigue sonando;
sucede que es mi sensibilidad la que no lo percibe3; por lo que urge
echar mano de otra frecuencia más aguda, como es la fe.
Teniendo en cuenta este símil queremos detenernos en los silen-
cios divinos que aparecen en la existencia de Edith Stein, esa especie
de paréntesis surgidos entre manifestaciones sublimes de confesiones
de la fe.
3
Señala un autor: “Dios no se aleja del hombre: lo que sucede en los
momentos de infidelidad humana es que el hombre se aleja de sí mismo, de-
jando a Dios abandonado en el fondo del alma o del ser, esperando la vuelta”.
F. RUIZ SALVADOR, Introducción a san Juan de la Cruz, BAC, Madrid 1968,
p. 385.
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Apuntábamos más arriba que nos interesa el período steiniano que


va de los 15 a los 30 años. ¿Por qué este intervalo? Porque sirven a
encuadrar una etapa de esta mujer judía, que se podría denominar de
‘silencio’ de Dios, en la que el ritmo y la tonalidad irán ‘in crescen-
do’: desde los primeros compases del abandono de toda práctica reli-
giosa (1906), pasando por una búsqueda de la verdad, hasta confesar
la fe en el Dios de Jesucristo (1921).

1. Dios guarda silencio

La autobiografía de Edith Stein admite el símil de la composición


musical en el sentido arriba enunciado. Su arranque es apoteósico en
sonoridad majestuosa y tono subido; Dios se hace presente por do-
quier. A los ascendientes steinianos que discurren por las primeras
páginas (bisabuelos, abuelos, madre) se les define por su fervor reli-
gioso, por sus prácticas hebreas, por el entusiasmo en mantener dicha
herencia en la generación siguiente. Este encendido ‘fortissimo’ irá
perdiendo intensidad a medida que van apareciendo en el relato los
hermanos de quien redacta, se va imponiendo el ‘piano’; el referente
religioso pierde vigor hasta desaparecer del texto. Es el turno del ‘si-
lencio’, que en el caso de Edith Stein ocupa varios compases, hasta
que torne el sonido, y Dios se asome en el pentagrama del devenir de
dicha mujer.
Reportamos un texto de la autora: “Ya he contado cómo perdí mi
fe infantil y cómo, casi al mismo tiempo, comencé a sustraerme, co-
mo ‘persona independiente’, a toda tutela de mi madre y hermanos.
Con catorce años y medio, ya había pasado los nueve cursos de la es-
cuela superior femenina. Era la Pascua del año 1906”4. Es el momen-
to en que el sujeto un tanto aturdido se abre al mundo, a su mundo.
Aspira a sacudirse el amparo de los otros, pues se considera capaz de
organizar la vida por sí misma. Asistimos al afianzarse de un ‘yo’ au-
tosuficiente que se atreve con el protagonismo que le corresponde.
Edith Stein sitúa a esta edad la aparición de la segunda crisis, la de la
adolescencia. (La primera acontece a los 6 años al incorporarse al no-
vedoso ámbito escolar). Ahora irrumpe la pubertad con los cambios

4
E. STEIN, Autobiografía. OC I, p. 257.
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fisiológicos y anímicos que obligan a reinterpretar el propio sujeto y


el entorno. Una cierta perplejidad mezclada con buena dosis de osa-
día, suele desembocar en arriesgadas determinaciones; es la hora de
proyectar la vida.
En tal tesitura el yo despunta reivindicando su papel determinante,
por lo que Dios suele contar poco, pasando a un segundo plano; y Él,
por su parte, prefiere callar, estar ahí, camuflado, ‘escondido’, sin
hacerse notar, a la espera del tiempo oportuno. Cuando lo considere
pertinente romperá este silencio y disfraz, aunque sea de manera es-
porádica, para, pedagógicamente, darnos a entender que sigue estan-
do ahí, que nunca se fue; son las insinuaciones divinas que no van a
faltar en esta época de aparente ausencia o silencio de Dios. Con el
paso de los años, cuando Edith Stein adquiera una mayor capacidad
de reflexión sobre sí y sobre Dios, caerá en la cuenta de que quizás su
devenir no lo sostienen las decisiones personales –incluido el tiempo
de alejamiento religioso-, sino que de manera misteriosa éstas res-
ponden a un proyecto que le supera, pero pleno de coherencia y sen-
tido. A pesar de no contar el sujeto con Él, Dios continúa presidiendo
el desenlace de cada existencia humana de modo imperceptible por
parte nuestra. De ello da buena cuenta en su obra filosófica última:
“Lo que no estaba en ‘mi’ plan, se encontraba en el plan de Dios. Y
mientras más a menudo se me presentan tales acontecimientos, más
viva se hace en mí la convicción de fe de que no existe el ‘azar’ –
visto de la parte de Dios–, que toda mi vida, hasta en sus menores de-
talles, está prevista en el plan de la providencia divina y que ella es,
ante los ojos de Dios que lo ve todo, un nexo pleno. Entonces co-
mienzo a alegrarme de antemano de la luz de gloria en la que me será
descubierto este nexo significante”5.
Así pues, tenemos que la inteligente Edith Stein con el desembar-
co en la adolescencia manda callar a Dios, desvelándonos que el úl-
timo eco de la presencia de Yahvé deja ya de percibirse; es entonces
cuando “tomé conciencia de la oración, abandonándola por decisión
libre”6. Se corta así el frágil hilo que la mantenía conectada a la reli-
gión hebrea en la que se educó desde niña. No obstante, la elegancia
intelectual de la joven universitaria mostrará su respeto hacia las ex-
presiones religiosas de los demás; mas ella no se siente interpelada
5
E. STEIN, Ser finito y ser eterno. OC III, p. 722.
6
E. STEIN, Autobiografía. OC I, p. 266.
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por las mismas. En el itinerario hacia las aulas de la universidad de


Breslau, que frecuentó durante dos años (1911-1913), “elegía con
gusto el camino a través de la isla de la catedral. Allí me sentía como
en un mundo de silencio y paz, como retrotraída a siglos pasados. Sin
embargo, no entraba en estas bellas iglesias y mucho menos en los
momentos de celebración. Yo no tenía nada que buscar allí, y hubiese
sido indelicado el molestar a otros en su celebración”7. Los atisbos re-
ligiosos de entonces no pasan de ser mera curiosidad. Es la hora del
silencio de ambos interlocutores, que no del abandono por parte de
Dios. Y no lo es porque la táctica divina tiene su ‘tempo’ para hacerse
oír, hasta despertar el oído un tanto adormilado. Son los aldabonazos
que de vez en cuando sacuden la inercia de la vida, hasta provocar
cierto aturdimiento.
Es la época en que un pensador de lenguaje incisivo entusiasma a
los jóvenes europeos, siendo leídos sus textos con auténtica devoción.
Nos estamos refiriendo al filósofo F. Nietzsche. No hay constancia de
si Edith Stein tuvo entre sus manos algún escrito nietzscheano, y las
menciones directas al autor son mínimas8; mas no por ello hemos de
desechar el influjo padecido de tan singular personaje. La ‘muerte de
Dios’ que el filósofo proclama, el gran silencio que augura, la ausen-
cia que constata (ya se lo ha enterrado), darían que pensar a la inquie-
ta estudiante en las primeras décadas del siglo XX. Después de todo,
lo que mueve al autor de La Gaya ciencia es su pasión por el hombre,
por descorrer horizontes hasta ahora cerrados por donde el ser huma-
no vislumbre sendas de mayor plenitud; para ello resulta obligado de-
rribar falsos decorados que impedían la mirada hacia alturas elevadas:
Todo esfuerzo será bien empleado con tal de desengañar al hombre
de los quiméricos apoyos sobre los que ha sustentado su devenir hasta
ahora; aspira a propiciar una ’filosofía de la vida’9.

7
E. STEIN, Autobiografía. OC I, p. 316
8
Aparece varias veces su nombre en el artículo: La filosofía existencial
de Martin Heidegger. OC III, pp. 1155, 1176, 1181. También E. STEIN, Auto-
biografía. OC I, p. 252.
9
Edith Stein califica al pensamiento de santo Tomás de Aquino como ‘fi-
losofía de la vida’, en base a que “los hombres sienten que les falta base y
buscan una base en qué apoyarse. Quieren verdades palpables, llenas de con-
tenido, que se acrediten en la vida; quieren una ‘filosofía de la vida’. La en-
cuentran en santo Tomás”. E. STEIN, La fenomenología de Husserl y la filoso-
fía de santo Tomás de Aquino. OC III, p. 206. La misma Edith Stein ensam-
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La obra nietzscheana pone ‘sordina’ a las grandes proclamas de


los filósofos que auguraban un futuro prometedor: el proyecto racio-
nal-ilustrado. La diosa razón sentirá tambalear su pedestal ante los
‘martillazos’ certeros de un filósofo intempestivo. En 1888 había re-
dactado un escrito sintomático: El ocaso (crepúsculo) de los ídolos,
donde arremete contra los grandes valores (reducidos en última ins-
tancia a razón y moralidad) que han sustentando el entramado cultural
europeo: la vida, los instintos, la fuerza, el poder…, a costa de mi-
nusvalorar otros alternativos. Por supuesto que el gran ídolo nietzs-
cheano a destronar es Dios, en especial el Dios de la moral, por en-
carnar el mayor de los impedimentos, el estorbo último (y primero)
para que el hombre disfrute de la vida, sin tener que rendirle cuentas
de sus actuaciones. Dios es ese valor supremo del cual pende la mo-
ral, pero también la metafísica (la concepción del mundo). Sólo si se
lleva a cabo esta gesta iconoclasta amanecerá la nueva ‘aurora’ que
posibilitará el despliegue de todo el potencial humano, la aparición
del ‘superhombre’ y su ‘voluntad de poder’.
Tanto en la vida como en las obras de Edith Stein se constata la
presencia de actitudes agnósticas, de ausencia de Dios (más que de
negación). Simplemente no lo echa de menos; prescinde del mismo
en sus decisiones y triunfos más personales10. Son los ecos del ‘nihi-
lismo’ nietzscheano presentes en buena parte de los universitarios
alemanes, y que forma parte del Zeitgeist (espíritu de la época) de en-
tonces11. La joven estudiante hace suya la tesis nietzscheana: prescin-
dir del Dios de la infancia, optando por la independencia personal y la
indiferencia religiosa. Comenta H-G. Gadamer en referencia a estos
años: “Pero fue sobretodo la filosofía de la vida, detrás de la cual es-

bla filosofía y vida cuando escribe: “Mis trabajos son sólo posos de aquello
que me ha ocupado en la vida”. E. STEIN, Carta 107 (15.X.1921). OC I, p.
721
10
Su piadosa madre aprovechará las ocasiones para manifestar a la hija
menor, que se alegraría mucho si “quisiera pensar en aquél al que debía el
éxito. Pero todavía no había ido tan lejos.” E. STEIN, Autobiografía. OC I, p.
413.
11
Edith Stein hablará del ‘nihilismo pedagógico’ propiciado por un ‘nihi-
lismo metafísico’, al comentar la concepción del ser humano en el pensa-
miento de Martin Heidegger. Cfr. E. STEIN, Estructura de la persona huma-
na. OC IV, p. 568.
120 EZEQUIEL GARCÍA ROJO

taba Friedrich Nietzsche, el ‘acontecimiento’ europeo, lo que impreg-


nó todo nuestro sentimiento cósmico”12.
Eso sí, la ausencia de lo divino no trajo consigo desequilibrios
personales ni desconciertos intelectuales en la universitaria germana.
Se esforzará por comprender la vida, la suya, a partir de posiciona-
mientos netamente humanos. También hay que advertir en honor a la
verdad, que muy pronto caerá en la cuenta de la insuficiencia de tal
planteamiento, y de la necesidad de recurrir a la esfera religiosa para
comprender al hombre, a sí misma.

2. Insinuaciones divinas

Comenta Teresa de Jesús no sin cierta ironía, al hilo de quienes


gustarían de ver directamente a Cristo en su gloria, que más nos con-
viene reconocerlo ‘disfrazado’ en la Eucaristía, puesto que de este
modo nos resulta ‘más tratable’13. El amor lleva a Dios a acomodarse
a nuestra condición, para desde ahí atender a sus reclamos. En el caso
de Edith Stein Dios recurrió a una serie de ‘disfraces’ acomodaticios
a la condición de la receptora; es decir, sintonizó con el tono musical
en el que esta mujer percibía los mensajes.
No hay que olvidar que pese a lo acabado de exponer, el espíritu
de Edith Stein se configuró en buena medida a partir de referentes re-
ligiosos. Durante la infancia vivió con naturalidad su pertenencia al
credo hebreo: aprendió oraciones, participó en celebraciones, respe-
taba las fiestas litúrgicas… (Basta hojear las bellas páginas con que
arranca el relato autobiográfico). Los especialistas saben de la impor-
tancia, así como de la vinculación para el devenir de la vida, de lo
acontecido en los primeros años. Rememorando posiblemente sus an-
danzas infantiles, Edith Stein tratará en su último estudio acerca del
influjo de las primeras vivencias para el desarrollo de los sujetos: “El
alma del niño es blanda y dúctil. Lo que en ella penetra puede fácil-
mente estar dándole forma de por vida. Si los acontecimientos de la

12
H-G. GADAMER, “Autopresentación (1977)”, en: Verdad y método II.
Sígueme, Salamanca 2000, p. 376. Gadamer comenzaba en 1918 sus estudios
precisamente en la universidad de Breslau, que Edith había dejado cinco años
antes.
13
TERESA DE JESÚS. Camino de Perfección (V), 34. 6-9.
EL SILENCIO DE DIOS EN EDITH STEIN 121

historia de la salvación penetran en el alma ya en la tierna infancia y


de forma apropiada, entonces puede haberse asentado fácilmente el
fundamento para una vida santa”14.
Pues bien, Dios se aprovechará de tal presupuesto para sintonizar
mejor con el sujeto que nos ocupa. Lo vivido en la infancia ha creado
un subsuelo donde ir depositando ocasionalmente semillas que evo-
can un pasado fructífero de cara al presente. Para bien o para mal, las
decisiones humanas no tienen tanta fuerza como para hacer ‘tabula
rasa’ de lo aprendido en los años pasados; a lo máximo a lo que pue-
den aspirar es a retener su aparición, a devaluar su significado. As-
pectos que se diluyen ante determinados eventos que actúan cual re-
sortes que nos alertan de lo oculto, que no desaparecido. Pongamos
un ejemplo. Cuando a sus 21 años llega Edith Stein a Gotinga (1913),
le motiva principalmente estar cerca del profesor Edmund Husserl. La
fenomenología centra su atención, sin que sea distraída por cualquier
otro sonido cautivador (ni siquiera el de casarse). Sin embargo, cuan-
do el espíritu se libera de esquemas racionales, concediendo espacio
libre a sus vuelos, entonces puede ser ocasión propicia para que Dios
se asome ‘disfrazado’, conectando con la fibra musical latente en la
joven universitaria. Una montaña y tres árboles en la cercanía de Go-
tinga son suficiente reclamo para que el sonido religioso aflore de lo
hondo de su ser a poco de instalarse en dicha ciudad. Lo acogido en
la infancia aflora, y la sensibilidad religiosa vibra de nuevo. Nos lo
cuenta la interesada: “A la izquierda de Nikolausberg se alzaba una
colina pelada con tres árboles sacudidos por el viento, que a mí me
evocaba siempre las tres cruces del Gólgota”15. Dios simplemente se
insinúa recurriendo a los puntos ‘flacos’ del receptor: una inteligencia
observadora, proveniente de una tradición religiosa, amiga de la natu-
raleza, con predilección por la montaña.
La sensibilidad hacia lo religioso no desapareció con el irrumpir
de la adolescencia. Alguna noción de Dios proveniente del empeño
14
E. STEIN, Ciencia de la Cruz. OC V, p. 207. Con anterioridad había in-
sistido: “Lo que aparece ante los ojos del niño, lo que resuena en su oído, lo
que experimenta en el contacto corporal, incluso antes del nacimiento, puede
dejar impresiones en el alma cuyas consecuencias son imprevisibles en la vi-
da posterior”. E. STEIN. Tarea de la mujer como guía de la juventud hacia la
iglesia. OC IV, p. 410. Cf., E. STEIN, El arte materno de la educación. OC
IV, p. 375.
15
E. STEIN, Autobiografía. OC I, p. 347.
122 EZEQUIEL GARCÍA ROJO

de su fervorosa madre, perdura en el inconsciente de la joven estu-


diante. Aunque solapado por otros intereses, por otras notas, el Dios
de Israel repuntará ocasionalmente en estos tiempos de indiferencia,
en el largo compas del silencio divino. Pero eso sí, a veces lo que le
alcanza, resulta molesto para sus oídos. Una muestra nos la brindan
las páginas autobiográficas: “Cuando más tarde, en Gotinga, comencé
con mis preocupaciones religiosas, le pregunté [a un compañero de
estudios judío] en una ocasión, por carta, cuál era su idea de Dios, si
creía en un Dios personal. Él me contestó escuetamente: Dios es espí-
ritu, más no se podía decir. Y esto fue para mí como haber recibido
una piedra en lugar de pan”16. Fue una nota fuera de tono, que pertur-
ba al oído sensible.
Nuestros semejantes pueden ser instrumentos musicales con los
que Dios atrae nuestra atención hacia él. Lo llevó a cabo en el Anti-
guo Testamento eligiendo patriarcas, profetas, reyes, mensajeros,
como colaboradores suyos; y lo continuará Jesucristo al contar con
discípulos, apóstoles, y otros, cuales anunciadores y testigos del
evangelio por doquier. El hermano ejerce de rostro visible del Dios
invisible, de contrapunto al silencio divino; de cauce por donde la
realidad de Dios llena el vacío del ser humano. Al menos en el caso
de Edith Stein sucedió así. Los testimonios personales actuaron de re-
clamos divinos para abrir el oído a la insistente llamada, a la música
sonora que pugna porque se le preste la debida atención. Una oleada
de notas musicales humanas es capaz de acabar con el largo silencio
de Dios, si la sensibilidad acústica está lo suficientemente afinada. Y
Dios volverá a insinuarse con mayor fuerza por este medio en la que-
rida ciudad de Gotinga (1913-1915): “Tanto para mí como para otros
muchos, la influencia de Scheler en aquellos años fue algo que reba-
saba los límites del campo estricto de la filosofía. Yo no sé en qué
año volvió a la Iglesia Católica. No debió ser mucho más tarde de por
aquel entonces. En todo caso era la época en que se hallaba saturado
de ideas católicas, haciendo propaganda de ellas con toda la brillantez
de su espíritu y la fuerza de su palabra. Este fue mi primer contacto
con este mundo hasta entonces para mí completamente desconocido.
No me condujo todavía a la fe, pero me abrió a una esfera de ‘fenó-
menos’ ante los cuales ya nunca más podía pasar ciega. No en vano

16
E. STEIN, Autobiografía. OC I, p. 322.
EL SILENCIO DE DIOS EN EDITH STEIN 123

nos habían inculcado que debíamos tener todas las cosas ante los ojos
sin prejuicios y despojarnos de toda ‘anteojera’. Las limitaciones de
los prejuicios racionalistas en los que me había educado, sin saberlo,
cayeron, y el mundo de la fe apareció súbitamente ante mí. Personas
con las que trataba diariamente y a las que admiraba, vivían en él.
Tenían que ser, por lo menos, dignos de ser considerados en serio.
Por el momento no pasé a una dedicación sistemática sobre las cues-
tiones de la fe; estaba demasiado saturada de otras cosas para hacerlo.
Me conformé con recoger sin resistencia las incitaciones de mi entor-
no y –casi sin notarlo–, fui transformada poco a poco”17.
Un ser humano sirve de clave para que se descorra el velo y se
vislumbre el mundo de la fe; un mundo más cercano y habitado de lo
que suponía la interesada, dado que está poblado por sujetos próxi-
mos a ella. Mas hay que advertir, que a pesar de la trompetería, el oí-
do aún está más cómodo con otros mensajes. No obstante, el impacto
está acusado. El sonido es demasiado fuerte como para no advertirlo,
aunque de momento trate de rebajar la intensidad de la clamorosa
presencia de Dios. La joven universitaria estaba habituada al silencio,
a la ausencia divina, y ahora no es fácil cambiar de registro.
El espíritu inquieto, el afán por conocer la verdad, el interés por la
historia personal y humana, constituyeron una especie de segunda na-
turaleza en Edith Stein ya desde muy joven. Por estos cauces es por
donde el Dios ausente se irá ‘colando’ casi de manera imperceptible
en la composición steiniana. Las cuestiones que le salen al paso en el
roce diario con los semejantes, los interrogantes que le provocan la fi-
losofía, la historia, son notas estratégicamente ordenadas para que la
sinfonía no pierda atractivo, a pesar de los largos silencios intercala-
dos. Nos situamos en 1917, a cuatro años vista de la conversión. Dios
es capaz de ‘disfrazarse’ de preocupación intelectual con tal de atraer
hacia Él al sujeto concernido. Son las insinuaciones divinas que sal-
pican el período agnóstico de nuestro personaje; detectamos una de
ellas en la correspondencia de principios de 1917: “Me alegro mucho
de que usted se haya topado con problemas religiosos. Entonces tam-
poco se le habrán puesto los pelos de punta a causa de la ‘metafísica’
de mi última carta. Veo que se va de una parte a otra (ignorando to-
talmente la experiencia religiosa), pero es imposible diseñar una teo-

17
E. STEIN, Autobiografia. OC I, p. 365-366.
124 EZEQUIEL GARCÍA ROJO

ría de la persona sin afrontar la cuestión de Dios, como es imposible


saber qué es historia. Evidentemente esto aún no lo tengo claro. Pero
tan pronto como acabe con las Ideas me gustaría ocuparme de estas
cosas. Estas son las cuestiones que me interesan. ¿Sería posible que
leyéramos juntos a Agustín, cuando usted vuelva?”18. Las dos grandes
pasiones de la pensadora alemana: la antropología y el devenir histó-
rico, sirven de apoyo para que Dios asome en su horizonte intelectual.
A estas alturas de la sinfonía los silencios van siendo más breves,
y más elevadas la intensidad y frecuencia de las notas.

3. ‘La’ cuestión que le interesa

Sorprendente el cambio llevado a cabo en esta mujer. Lo que a su


desembarco en Gotinga en 1913 se deja aparcado, como asunto que
no merece una consideración por parte de la universitaria -una espe-
cie de nota suelta del pentagrama personal-, resulta que ahora, cuatro
años más tarde (1917) aspira a convertirse en un ‘continuum’, en el
tema por antonomasia a reproducir sin interrupción. Son ‘las cuestio-
nes que le interesan’. Los silencios de Dios se tornan más esporádi-
cos, su presencia va adquiriendo carta de naturaleza, aunque se cir-
cunscriba al ámbito especulativo. La cuestión de Dios forma parte del
ser humano, de ella, y de la historia. La filósofa se sitúa ante un nue-
vo reto; está dispuesta a agudizar el oído para que no se le escape no-
ta alguna de su sinfonía. A estas alturas, cumplidos los 25 años, la
destreza auditiva le permite sintonizar con el mensaje que emite la
orquesta. Al contrario de lo que aconteció tras escuchar al Max Sche-
ler, es ahora Dios quien desplaza el resto de los intereses. Hemos
asistido a un prolongado silencio divino en la vida de Edith Stein; nos
aproximamos a la sección de la música sin apenas interrupciones.
¿A qué se debe novedad tan acentuada? Sencillamente a que la
vibración musical ha calado tanto que la existencia entera se siente
afectada. Dios solicita permiso para entrar de lleno, para hacerse con
las riendas, para ejercer de protagonista, hasta suplantar al ‘yo’ stei-
niano que con tanto ahínco exaltó en la adolescencia. La música
(Dios) comienza a envolverla por fuera y a invadirla por dentro. La
resistencia a oponer va perdiendo fuelle, hasta el instante de la rendi-
ción definitiva.
18
E. STEIN, Carta 13 (20.II.1917). OC I, p. 574.
EL SILENCIO DE DIOS EN EDITH STEIN 125

¿Qué ha tenido que suceder para que se produzca semejante giro?


Continuando con la alegoría musical, la filósofa ha caído en la cuenta
de quién es el compositor. Detrás de la sinfonía de su vida está al-
guien en persona: Cristo. Como se ha dicho, uno no se convierte por
identificarse con una idea noble, sino por encontrarse con una perso-
na. A Edith Stein le fue presentado tal personaje por mediación de la
amiga Ana Reinach (ante la muerte del marido acaecida en noviem-
bre de 1917), provocando el vuelco de su devenir, al contemplar la
‘presencia’ del Hijo de Dios en la joven viuda. Asistimos a la supera-
ción de lo que constituye el gran escándalo para todo buen judío:
Dios se revela a la filósofa encarnado en el Cristo de la historia, el de
la cruz, el que ‘me’ amó y se entregó por ‘mí’. Aquí radica el funda-
mento de su conversión al cristianismo: en la manifestación de Jesús
como el Mesías, el Hijo de Dios enviado a salvar a los hombres.
Algo del impacto que le produjo la muerte de Adolf Reinach, lo
deja traslucir en carta a su amigo Roman Ingarden un mes después
del suceso, en la que pueden leerse párrafos como estos: “Influida por
los difíciles días que tengo ante mí y detrás de mí, fui incapaz de te-
ner un momento de alegría... No tuve fuerza para ocultar mi sufri-
miento… Lo que ahora busco es tranquilidad y el restablecimiento de
mi autoconciencia, completamente deshecha”19. Y es que la entereza
de la esposa, sostenida por la fe en el misterio de la cruz de Cristo,
había sacudido el mundo interior de la fenomenóloga, resultándole
cada vez más difícil resistirse a los impulsos que pugnan por hacerse
presentes en su espíritu. El Dios de Jesucristo irrumpe en su ajetreada
existencia mediante el testimonio cercano de la amiga; es un aldabo-
nazo demasiado sonoro como para que su ánimo sensible no se aper-
ciba; no es fácil cerrar los oídos a lo que con tanta sonoridad resuena
en su interior20. Edith Stein anota el acuse de recibo; y ya no será la
misma que antes. A corroborar esta apreciación viene lo que nos
cuenta el amigo Roman Ingarden: “¡Vi la reacción de Edith después
19
E. STEIN, Carta 29 (24.XII.1917). OC I, p. 598.
20
A propósito de ‘aldabonazos’ comentará: “Coger la mano de Dios y
sostenerla es la obra que co-constituye el acto de fe. En quien no lo hace, en
quien no oye los aldabonazos y sigue su vida terrenal sin que eso le influya,
el acto de fe no se despliega y el objeto de la fe permanece escondido en él…
Se puede oír perfectamente los aldabonazos y sin embargo no abrir, se puede
negar la obediencia exigida”. E. STEIN, Naturaleza, libertad y gracia. OC III,
p. 124.
126 EZEQUIEL GARCÍA ROJO

de la muerte de Reinach! ¡Qué horrible impresión le causó su muerte!


Pienso que aquello fue el comienzo de ciertas transformaciones que
luego se consumaron en ella”21.
¿Qué presencia divina se le desveló aquí a Edith Stein? Se le hizo
patente a través del testimonio de la joven esposa la fuerza de la fe en
Cristo, capaz de brindar luz y esperanza a un corazón desgarrado por
la pérdida del marido. Quien fuera su confidente espiritual en la últi-
ma etapa -durante su estancia en Echt (Holanda)-, el P. J. Hirschmann
SJ, nos hace llegar el peso decisivo de la experiencia referida: “Ella
misma distinguió el motivo de su conversión al cristia-nismo del
motivo de su entrada en la Iglesia Católica. El motivo decisivo de su
conversión al cristianismo fue, como ella misma me contó, el ver
cómo la señora Reinach fue capaz de asumir, por medio de la fuerza
del misterio de la cruz, la muerte de su marido, caído en el frente
durante la primera guerra mundial”22. El relato de los hechos que nos
brinda su primera biógrafa, la madre Teresa Renata (maestra, priora y
confidente de la que será Teresa Benedicta de la Cruz), aunque con
ciertos tintes escénicos, expresa bien la experiencia teologal allí
acontecida. Pone en labios de la protagonista: “Fue este mi primer
contacto con la Cruz y con la virtud divina que comunica a los que la
llevan. Por primera vez vi palpablemente ante mí a la Iglesia nacida
de la pasión redentora de Cristo en su victoria sobre el aguijón de la
muerte. Fue el momento en que se quebró mi incredulidad, palideció
el judaísmo y apareció Cristo: Cristo en el misterio de la Cruz”23.
Estamos ante el acontecimiento que la arrojó por tierra, como a
Saulo, y se incorporó cual criatura nueva. Cuando apenas han

21
Citado en: A. U. MÜLLER – M. A. NEYER, Edith Stein. Vida de una
mujer extraordinaria. Monte Carmelo, Burgos 2001, p. 115.
22
Texto de Joahnnes Hirschmann SJ, en: E. STEIN, Carta 66, OC, I. p.
654, nota 3. Cf. A. U. MÜLLER – M. A. NEYER, Edith Stein. Vida de una mujer
extraordinaria, p. 119. Contamos también con el testimonio de alguien muy
cercano: la hermana de Adolf Reinach, Paulina: “Yo pude constatar la con-
moción de la Sierva de Dios al ver a mi cuñada aceptar la muerte de su mari-
do con tanta fuerza y abandono. En aquel momento vio ella cuán grande y
divino era el cristianismo. Por entonces, mi cuñada era todavía protestante”.
Canonizationis Servae Dei Teresiae Benedictae a Cruce Positio super Cau-
sae introductione, Roma 1983, p. 438.
23
T. RENATA, Edith Stein. Una gran mujer de nuestro siglo. Monte
Carmelo, Burgos 1998, 2ª ed., p. 89-90.
EL SILENCIO DE DIOS EN EDITH STEIN 127

transcurrido once meses -octubre de 1918- se advierten los cambios


profundos a los que se vio sometida Edith Stein; no estamos ante una
variación musical, asistimos a un auténtico extreno. Lo deducimos a
partir de lo poco que exterioriza sus intimidades; mas en esta ocasión
no puede menos que comunicar a los amigos tanto gozo como la
inunda: “No sé si de mis comunicaciones anteriores ha deducido ya
que tras larga reflexión más y más me he decidido por un cristianismo
positivo. Esto me ha librado de la vida, que me había tirado por tierra,
y, al mismo tiempo, me ha dado fuerza para retomar otra vez, agrade-
cida, la vida. Por tanto, puedo hablar, en el sentido más profundo, de
un ‘renacimiento’. Pero, para mí la nueva vida está tan íntimamente
ligada con los acontecimientos del último año, que ya en cierto senti-
do nunca me desligaré de ellos; para mí serán siempre presencia muy
viva. En ello no puedo ver ninguna desdicha, todo lo contrario, for-
man parte de mi patrimonio más valioso”24.
‘Apareció Cristo’. Esta es la experiencia pascual habida antes del
bautismo25, como acontenció a los discípulos y mujeres del evangelio.
También a la todavía agnóstica Edith Stein se le ‘aparece’ Cristo
muerto en la cruz y resucitado, cual fuerza salvadora para la viuda
Reinach y para cuantos cren en él. Es como si de repente se hubiera
introducido una nueva clave en el pentagrama; de sol pasa fa. A pesar
de mantener las notas la posición anterior, varía la tonalidad. Después
de todo, Cristo es la auténtica ‘clave’ desde la que interpretar a partir
de ahora la existencia steiniana, es el alfa y la omega desde las que
leer la partitura de aquí en adelante. No resulta extraño que después
de unos años de católica le exclame a un amigo: “Cristo es el centro
de mi vida y la Iglesia de Cristo mi patria”26.

4. Al final, vuelve el silencio

En la postrera etapa de la existencia terrenal de Edith Stein, su


partitura recupera el silencio. Pero esta vez el silencio no es ‘ausen-
cia’ de Dios, sino oración; es decir presencia intima de personas, ple-
24
E. STEIN, Carta 66 (10.X.1918). OC I, p. 654-655.
25
Cabría aplicar aquí, lo que tratando acerca de la ‘gracia’ de la contem-
plación, escribe TERESA DE JESÚS, Camino de Perfección (V), 16, 3,4
26
E. STEIN, Carta 133 (13.XII.1925). OC I, p. 761.
128 EZEQUIEL GARCÍA ROJO

nitud de experiencia pascual. Teresa Benedicta de la Cruz optó por el


silencio contemplativo, por estar permanentemente ante Dios por to-
dos, por convertir su vida en ofrenda agradable ante el Señor. A estas
alturas las palabras ceden el protagonismo, dando paso a la experien-
cia de la ‘música callada’. No rigen ya los dictados de la razón lógica
sino la libertad del amor. Algo que la religiosa judía ha elegido y pro-
bado larga e intensamente. O si se prefiere: el Dios-Amor pasa a ser
la palabra última del hombre, Palabra pronunciada en eterno silencio,
y enviada al hombre para ser acogida también en silencio. Desde en-
tonces también el Padre guarda silencio, se quedó mudo27.
La preparación inmediata para inaugurar su vida carmelitana –
abril de 1934- consistió en largos días de silencio y de oración: “Co-
menzaré el viernes por la mañana. A ser posible, preferiría permane-
cer en soledad hasta la mañana de la toma de hábito; pero es posible
que ya el día anterior sea solicitada por los huéspedes que vengan de
fuera. Me alegro mucho pensando en los días de silencio. Amo mu-
cho el Oficio Divino, y muy a mi pesar falto al coro, incluso cuando
se trata de la menor de las horas litúrgicas; sin embargo, el fundamen-
to de nuestra vida son las dos horas de oración que figuran en nuestro
horario. Desde que disfruto de este beneficio comprendo lo mucho
que he carecido de él estando fuera”28.
Los últimos nueve años los transcurrió Edith Stein imbuida de si-
lencio claustral, como preparación a los duros instantes finales de su
andadura, donde su palabra al igual que su vida, se vieron privadas de
todo valor. Será conducida al exterminio “como oveja, fue llevada al
matadero; y como cordero delante de sus trasquiladores enmudeció; y
no abrió su boca” (Is 53,7). En un breve escrito sobre Teresa de Jesús,
resaltará lo fundamental de la vida carmelitana: “La auténtica Carme-
lita no tiene duda de lo que debe acometer en estas horas de solitario
diálogo con Dios: éstas son el punto central de su vida; desde aquí se
fundamenta todo para ella; aquí encuentra ella descanso, claridad y
paz; aquí se solucionan todas las preguntas y dudas; aquí se conoce
ella a sí misma, y conoce aquello que Dios quiere de ella; aquí puede
ella presentar sus intenciones y recibir los tesoros de gracia, de los
que de buena gana podrá hacer partícipes a los demás”29.

27
Cfr. JUAN DE LA CRUZ. 2 Subida 22,
28
E. STEIN, Carta 405 (2-7.IV.1934). OC I, p. 1077.
29
E. STEIN, Una maestra en la educación y en la formación: Teresa de
Jesús. OC I, p. 70.
EL SILENCIO DE DIOS EN EDITH STEIN 129

Lo que Teresa Benedicta de la Cruz saborea agradecida, lo ex-


tiende a las grandes actuaciones de Dios, quien también ha optado por
preceder el silencio a toda actuación. Lo transcribe en este bello pá-
rrafo: “La oración sacerdotal de Jesús desvela el misterio de la vida
interior: la inmanencia recíproca de las personas divinas y la inhabi-
tación de Dios en el alma. En estas secretas profundidades se ha pre-
parado y realizado oculta y silenciosamente la obra de la redención; y
así continuará, hasta que al fin de los tiempos lleguen todos a la per-
fecta unidad. En el eterno silencio de la vida intradivina, se decidió la
obra de la redención. En lo oculto de la silenciosa habitación de Na-
zaret vino la fuerza del Espíritu Santo sobre la Virgen que oraba en la
soledad y realizó la encarnación del Redentor. Reunida en torno a la
Virgen que oraba en silencio, esperó la Iglesia naciente la prometida
nueva infusión del Espíritu, que la debía vivificar para una mayor cla-
ridad interior y para una acción exterior fructuosa. En la noche de la
ceguera, que Dios había impuesto a sus ojos, Saulo esperó en oración
solitaria la respuesta del Señor a su pregunta: ¿Qué quieres que haga?
Y Pedro se preparó en oración solitaria a la misión entre los paganos.
Y así, continúa siendo a través de todos los siglos. Los acontecimien-
tos visibles de la historia de la Iglesia que renuevan la faz de la tierra
se preparan en el diálogo silencioso de las almas consagradas a Dios.
La Virgen, que guardaba en su corazón cada palabra de Dios, es el
modelo de aquellas personas atentas en las que revive continuamente
la oración sacerdotal de Jesús”30.
Ya en el campo de concentración de Westerbork (antesala de
Auschwitz) el silencio interior no se interrumpe; le queda tiempo para
seguir estando ante Dios por todos. Buena fe de ello es que solicita le
envíen el siguiente tomo del Breviario, con esta anotación iluminado-
ra: “Hasta ahora he podido rezar maravillosamente”31. En el entorno
nada propicio hay espacio para la presencia-ausente de Dios, recono-
cible en los pobres y desheredados que la rodean, humillados y des-
pojados de toda dignidad. Ante panorama tan desolador y sabedora de
su vocación carmelitana, reza constantemente por ellos, y se pregun-
ta: “¿Oirá Dios mis oraciones?”32. Olvidando los sufrimientos pro-

30
E. STEIN, La oración de la Iglesia. OC V, p. 115-116. Las cursivas son
mías.
31
E. STEIN, Carta 678 (6.VIII.1942). OC I, p. 1412.
32
THERESIA A MATRE DEI, Edith Stein. En busca de Dios. Verbo Divino,
130 EZEQUIEL GARCÍA ROJO

pios, se conforma con que oiga los lamentos de sus hermanos maltra-
tados.
Ciertamente Dios escucha la voz de sus hijos en peligro, pero
también guarda silencio; como guardó silencio ante la súplica de su
Hijo en Getsemaní y en la cruz (Sal 21). A la postre, el silencio es
siempre el ámbito preferido para la actuación salvadora de Dios-
Padre.
Edith Stein dirigió sus últimos pasos hacia la cámara de gas de
Auschwitz en silencio, sabedora de que Dios había aceptado su ora-
ción, la vida entera por sus hermanos de sangre, de fe, de nación…
por todos. Se sabe en presencia y en las manos del Padre que en mo-
mentos trágicos no abandona a sus hijos, porque también ahora rige la
fuerza del amor. La carmelita no estaría muy de acuerdo con el mi-
drash que su sobrina Susanne le dedica al final del libro Mi tía Edith,
cuando escribe:
“Un día Dios fue a Auschwitz, Los perros le siguieron
estuvo con los cautivos pero perdieron su rastro,
en la rampa… porque Dios se convirtió en
Dios miró alrededor una columna de humo
a las apiñadas sombras y se mezcló con toda la naturalidad,
y después con el humo que subía de las chime-
a los severos, embotados, neas.
uniformados de la raza superior… Un día Dios fue a Auschwitz
Y Dios se dio la vuelta y huyó. y huyó”33.

Pero no; como no huyó del Calvario ante la mayor crueldad


humana, tampoco ahora se retira ante la atrocidad de Auschwitz. Tan-
to allí como aquí prefiere callar, no emitir juicio alguno, sabedor de
que la última palabra suya es Amor. Es la apuesta que la prisionera de
hábito marrón mantiene en el diálogo con un vigilante del campo de
Westerbork: “El mundo se compone de contrastes… Pero al final na-
da quedará de esos contrastes. No quedará otra cosa sino el gran amor
¿Acaso podría ser de otra manera?”34.

Estella 1984, p. 293.


33
S. M. BATZDORFF, Mi tía Edith. La herencia judía de una santa católi-
ca. Editorial de Espiritualidad, Madrid 1998, p. 168-169.
34
THERESIA A MATRE DEI, Edith Stein. En busca de Dios, p. 293
EL SILENCIO DE DIOS EN EDITH STEIN 131

II. PRESENCIAS EN EL TIEMPO DE AUSENCIA (ACORDES EN MEDIO DEL


SILENCIO)

Así como la sección anterior giró en torno a la experiencia habida


entre Edith Stein y Dios, quien a un cierto momento se ausentó de su
vida, y que sin embargo no dejará de aparecer con más o menos fre-
cuencia en tiempos posteriores, hasta entrar para quedarse, en esta se-
gunda parte, nuestro campo de referencia serán los estudios que Edith
Stein elabora en la etapa de indiferencia religiosa; todos ellos de te-
mática netamente filosófica, en la variante de la fenomenología. Nos
detenemos en los escritos surgidos entre 1916 y 1921. (Recordar que
el bautismo tuvo lugar el 1 de enero de 1922). No conviene olvidar
que la reflexión steiniana pivota toda ella entorno a una cuestión: la
verdad del ser humano. Los sucesivos estudios no son sino acometi-
das diferentes desde otras tantas perspectivas, pero siempre apuntan-
do en la misma dirección: la persona humana. Estamos pues ante in-
vestigaciones de hondo calado intelectual, sometidas al exigente con-
trol racional, donde cada afirmación ha de ser sopesada y fundamen-
tada; con lo que no hay espacio a veleidades o sentimentalismos.
Los estudios a los que haremos referencias van desde la tesis doc-
toral, Sobre el problema de la empatía, defendida en 1916, hasta In-
troducción a la filosofía, elaborado entre 1918-1921, pasando por
Causalidad psíquica de 1918, Individuo y Comunidad de 1919, y Una
investigación sobre el Estado concluida a principios de 1921.
Partimos de una confesión epistolar de octubre de 1921: “En los
últimos años he vivido mucho más que he filosofado. Mis trabajos
son sólo posos de aquello que me ha ocupado en la vida, pues ahora
estoy construida de tal modo, que debo reflexionar”35. Atendiendo a
las palabras traídas, bien podría decirse que la vida y la investigación
filosófica caminan de la mano, constatando una estrecha vinculación
entre ambas. Si esto es así, cabe pensar que, aunque el relato autobio-
gráfico de que disponemos alcanza hasta el año 1916, los textos que
irán apareciendo a partir de entonces, contienen significativas refe-
rencias personales, entre las que no faltan párrafos donde la experien-
cia religiosa adquiere peso específico.

35
E. STEIN, Carta 107 (15.X.1921). OC I, p. 721.
132 EZEQUIEL GARCÍA ROJO

1. El recurso a lo religioso

Tras superar brillantemente el examen para la docencia (enero de


1915) en la universidad de Gotinga, le llegan a Edith Stein las corres-
pondientes felicitaciones, entre las que no puede faltar la de su queri-
da y piadosa madre, la señora Auguste Stein. El comentario de la hija
no tiene desperdicio para el tema que no ocupa: “La carta de mi ma-
dre contenía aquel pasaje que ya más arriba recordé: ella se alegraría
mucho si yo quisiera pensar en aquél al que debía ese éxito. Pero to-
davía no había ido tan lejos. Yo había aprendido en Gotinga a tener
respeto ante las preguntas de la fe y por las personas creyentes. Hasta
iba ahora con mis amigas alguna vez a una iglesia protestante; (la
mezcla de religión y política que caracterizaba los sermones no me
podía llevar al conocimiento de una fe pura y me repelía frecuente-
mente); pero todavía no había reencontrado el camino hacia Dios”36.
Ciertamente a sus 24 años no había reencontrado el camino hacia
Dios, pero se hallaba en una buena disposición; le merecían todo el
respeto las personas creyentes. Los estudios de la etapa fenomenoló-
gica son testigos fehacientes de una cierta familiaridad de esta hija de
Israel con el fenómeno religioso. Cuando la autora se adentra en la
‘esencia de la empatía’, la define de manera esquemática como la ex-
periencia de un yo de la conciencia (vivencia) de otro yo. Ciertamente
que estos ‘yoes’ corresponden a diferentes sujetos humanos, mas en
el análisis steiniano uno de ellos puede ser referido a Dios; y no sólo
en el segundo (el del objeto), la autora lo extiende también al prime-
ro: Dios mismo se sirve de la modalidad empática a la hora de cono-
cer al hombre, aunque con algún matiz. Lo leemos en la tesis: “Así
aprehende el hombre la vida anímica de su prójimo, pero así aprehen-
de también, como creyente, el amor, la cólera, el mandamiento de su
Dios; y no de modo diferente puede Dios aprehender la vida del
hombre. Dios, en cuanto poseedor de un conocimiento perfecto, no se
engañará sobre las vivencias de los hombres como los hombres se

36
E. STEIN, Autobiografia. OC I, p. 143. El pasaje materno podría ser:
“Algún tiempo después, cuando yo había perdido mi fe de la infancia, me di-
jo en una ocasión, como una prueba de la existencia de Dios: ‘No puedo ima-
ginarme que todo lo que he conseguido lo deba a mis propias fuerzas’. Y era
cierto. Pero sus cualidades naturales habían colaborado también”. E. STEIN,
Autobiografía. OC I, p. 192.
EL SILENCIO DE DIOS EN EDITH STEIN 133

engañan entre sí sobre sus vivencias. Pero tampoco para Él llegan a


ser propias las vivencias de los hombres ni adoptan el mismo modo
de darse”37.
Del respeto por las personas creyentes del que nos da cuenta en la
Autobiografía, hallamos igualmente confirmación en sus publicacio-
nes filosóficas. Edith Stein es una persona despierta, sensible a cuanto
la rodea, atenta a las más dispares vivencias de que son capaces sus
semejantes. Son muchas y variadas las experiencias humanas que le
alcanzan y que ella somete al método empático. Desde la honestidad
y apertura que le caracteriza, aun no confesando fe alguna, no ve obs-
táculo en aplicar la empatía también a determinadas vivencias del
‘homo religiosus’. Y procede del siguiente modo: “Yo mismo puedo
ser increyente y entender, sin embargo, que otro sacrifique por su fe
todo lo que posee en bienes terrenos. Veo que él obra así y empatizo
una captación de valor, cuyo correlato no me es accesible, como mo-
tivo de su obrar, y le adscribo a él un estrato personal que yo mismo
no poseo. Así es como obtengo empáticamente el tipo del ‘homo reli-
giosus’ que es extraño a mi naturaleza, y lo entiendo, si bien lo que
allí me aparece como nuevo ha de quedar irrealizado”38. Seguramente
que en todo hombre se da una especie de ‘instinto religioso’ natural
que nos capacita para sintonizar y comprender ciertos comportamien-
tos ajenos (altruismo, filantropía, justicia, paz, honestidad…), sin ne-
cesidad de compartir un mismo credo.
La autora aspira a explorar todas las posibles aplicaciones del mé-
todo fenomenológico aprendido de su maestro E. Husserl. Cualquier
fenómeno es digno de ser tenido en cuenta. Curiosamente la tesis
doctoral se cierra con un interrogante: ¿es posible la empatía entre
espíritus carente de corporalidad, dado que las sensaciones corporales
son los medios idóneos para captar las vivencias ajenas?39. ¿Puede
darse en el hombre la vivencia directa, sin mediaciones, de Dios? Le-
jos de desoír la pregunta, se enfrenta con su bagaje filosófico a la
misma, admitiendo que “ha habido hombres que creyeron experimen-
tar la acción de la gracia divina en un cambio repentino de su perso-
na, otros que se sintieron guiados en el obrar por un espíritu protec-
37
E. STEIN, Sobre el problema de la empatía. OC I, p. 88.
38
E. STEIN, Sobre el problema de la empatía. OC I, p. 199.
39
Cfr. E. GARCÍA ROJO, El cuerpo: puente hacia el otro en Edith Stein.
Revista de Espiritualidad 70 (2011) 397-427.
134 EZEQUIEL GARCÍA ROJO

tor… En cualquier caso, el estudio de la conciencia religiosa me pa-


rece el medio más adecuado para la respuesta a nuestra cuestión, co-
mo por otro lado es su respuesta del más alto interés para el terreno
religioso”40.
Las precedentes reseñas ‘religiosas’ del trabajo doctoral ponen de
manifiesto la referencia a Dios, en un período en que quien redacta
optó por el abandono de toda práctica religiosa. Y aunque la autora
aún no haya ‘reencontrado el camino hacia Dios’, estas menciones
delatan la grandeza de un espíritu liberado de ‘prejuicios’ racionales
frente al mundo de la fe; de esas ‘anteojeras’ que le enseñó a des-
prenderse Max Scheler a poco de su desembarque en Gotinga. Esta-
mos ante algunos ‘posos’ que la vida va sedimentando en cada espíri-
tu pensante; es la certificación de la vinculación entre existencia y re-
flexión filosófica en el caso de la pensadora judía.

2. Dando pasos

En la sección anterior quedó constancia de la convulsión personal


en la que se vio envuelta Edith Stein a lo largo de 1917. Una de las
derivas de dicho proceso será el someter a juicio el poder del enten-
dimiento, el rebajar su decidida apuesta por la razón. La filósofa hubo
de atravesar una ‘noche oscura’ personal al tener que revisar las cer-
tezas y argumentaciones sobre las que se asentaban su pensar y exis-
tir. 1917 marca una inflexión en el devenir de esta mujer. Lo vivido
puso en jaque la confianza incuestionada en sí misma, obligando a
buscar en otra parte paz y sosiego.
Durante 1918 la filósofa judía irá reorganizando su existencia a
partir de nuevos parámetros, obteniendo renovado aliento para seguir
caminando por este mundo. En julio puede comunicar a su hermana
Erna el cambio producido: “Gustosamente quisiera transmitiros algo
de lo que a mí, después de cada nuevo golpe, me da nueva energía.
Sólo puedo decir que, después de cuanto he aguantado en el último
año, doy un sí a la vida con más decisión que nunca”41. Imbuida por

40
E. STEIN, Sobre el problema de la empatía. OC II, p. 201-202. Una res-
puesta puede verse en el estudio Introducción a la filosofía. OC II, p. 847-
849.
41
E. STEIN, Carta 47 (6.VII.1918). OC I, p. 631.
EL SILENCIO DE DIOS EN EDITH STEIN 135

sensación tan esperanzadora acomete la redacción de Causalidad psí-


quica; y ¡qué casualidad!, en este texto -netamente filosófico- de vez
en cuando nos sorprende la autora con consideraciones religiosas que
tienen toda la cualificación de ‘confesiones personales’; hay mucho
de autobiográfico en sus investigaciones filosóficas. Buena parte de
los argumentos del filosofar que ha de afrontar, se los brinda la propia
vida.
En este ensayo Dios se le cuela por entre las manos de quien es-
cribe, y éstas se esfuerzan en captarlo, no acabando de encajar del to-
do en el esquema racional, por más que acuse su aparición. Por todo
ello, suena a confidencia sentida el texto que nos deja en medio de
una disquisición acerca de la ‘tomas de posición’: “Yo puedo anhelar
para mí una fe religiosa, puedo esforzarme por ella con todas mis
energías, y puede ser que esa fe no se me conceda”42. Una aclaración
a dicha negativa la ofrece el escrito espiritual último de Teresa Bene-
dicta de la Cruz; la fe no es la consecuencia lógica de nuestro querer,
escapa al rigor de las argumentaciones humanas, para acabar en el
misterio. En palabras de la autora: “La aceptación de la verdad reve-
lada no tiene lugar por una simple decisión de la voluntad. El mensaje
de la fe llega a muchos que no la aceptan. Puede ello obedecer a ra-
zones o motivos naturales; pero también se dan casos en que, en el
fondo, hay como una imposibilidad misteriosa; es que no ha sonado
aún la hora de la gracia”43.
La cuestión de la fe hizo acto de presencia por primera vez en las
conferencias de Max Scheler en Gotinga, entonces ‘no pasé a una de-
dicación sistemática sobre las cuestiones de la fe’, pero ahora en este
estudio sí le merece alguna atención. Quizás evocando aquel encuen-
tro con el filósofo muniqués tres años atrás u otros impactos persona-
les, nos ha dejado este ‘poso’ vital: “O consideremos el caso de un
ateo convencido que, en una vivencia religiosa, siente íntimamente la
existencia de Dios. No es capaz de sustraerse a la fe, pero no se sitúa
en el terreno de la misma. No deja que esa fe llegue a ser eficaz en él;
permanece inmutable en su ‘concepción científica del mundo y de la
vida’, una concepción que caería por tierra, si él aceptara abiertamen-
te la fe”44. Es la actitud adoptada en un principio por la joven Edith
42
E. STEIN, Causalidad psíquica. OC II, p. 261.
43
E. STEIN, Ciencia de la cruz. OC V, p. 363.
44
E. STEIN, Causalidad psíquica. OC II, p. 262. Como había escrito tras
136 EZEQUIEL GARCÍA ROJO

Stein: prefirió seguir amarrada a la seguridad de sus deducciones filo-


sóficas, en lugar de confiarse a la oferta divina.

3. Incursiones de Dios

Avanzando un poco. Más explícito en la cuestión que nos ocupa


es un párrafo –siempre del mismo estudio Causalidad psíquica, re-
dactado en los tiempos de indiferencia religiosa de la autora-, donde
nos transcribe lo que pudo ser una especie de ‘gracia mística’, con el
beneficio que le reportó. El texto está enclavado dentro de la cuestión
de las energías que alimentan la vida del espíritu, de dónde fluyen y
cómo influyen. A un cierto momento se expresa de esta manera:
“Existe un estado de reposo en Dios, de absoluta relajación de toda
actividad espiritual, en el que no se hacen planes de ninguna clase, ni
se toman decisiones y no sólo no se hace en verdad nada, sino que el
entero futuro se deposita en la voluntad divina, ‘abandonándose al
destino’ por completo. -Y ahora viene lo importante-: De este estado
algo se me ha hecho partícipe tras una experiencia que superó mis
fuerzas, consumó del todo mis energías espirituales y me privó de to-
da actividad. Comparado con el cese de actividad por falta de energía,
el reposo en Dios resulta algo totalmente nuevo y peculiar. Aquello es
silencio mortal. En su lugar adviene un sentimiento de seguridad, de
liberación de toda preocupación, responsabilidad y obligación de ac-
tuar. Y cuanto más me entrego a este sentimiento, una nueva vida
comienza a colmarme poco a poco, y, sin tensión alguna de la volun-
tad, me impulsa a una nueva actuación. Este flujo vital aparece como
proveniente de una actividad y de una fuerza que no son las mías, y
sin imponer exigencia alguna a la mía, se hace operativa en mí. El
único presupuesto para este renacer espiritual parece ser una decidida
capacidad de acogida, como la que se fundamenta en la estructura de
la persona, a la que se ha liberado del mecanismo psíquico”45. Es esta

el encuentro con Max Scheler: “Por el momento no pasé a una dedicación


sistemática sobre las cuestiones de la fe; estaba demasiado saturada de otras
cosas para hacerlo”.
45
E. STEIN, Psíquische Kausalität. En: Beiträge zur philosophischen Be-
gründung der Psychologie und der Geisteswissenschaften. Niemeyer, Tubin-
gen 1970, p. 76. La traducción española publicada suena un poco diferente.
E. STEIN, Causalidad psíquica. OC II, p. 298.
EL SILENCIO DE DIOS EN EDITH STEIN 137

una de las raras veces en que Edith Stein, antes de su conversión, da


cuenta explícita de una vivencia religiosa fuertemente sentida. Supo-
niendo el rigor de quien lo transmite, no queda lugar a la duda. El pá-
rrafo encaja con lo explicitado por carta a un amigo filósofo por estas
mismas fechas: “Me de decidido por un cristianismo positivo”46.
Un texto, en cierto modo paralelo con el anterior, se halla en otro
estudio compuesto a partir de año1920, Introducción a la filosofía. La
autora está dilucidando una cuestión pendiente ya desde la redacción
de la tesis doctoral; es decir: la posibilidad o no de una experiencia
empática sin la mediación de manifestaciones externas (corporales).
Su propuesta no deja de sorprender, viniendo de una autora no cre-
yente: “En el sentimiento de seguridad que se apodera a menudo de
nosotros, cuando nos hallamos precisamente en una situación ‘deses-
perada’, cuando nuestro entendimiento no ve ya ninguna salida posi-
ble y cuando sabemos ya que en el mundo entero no hay ninguna per-
sona que tenga la voluntad o el poder de aconsejarnos y ayudarnos,
entonces en ese sentimiento de seguridad nos percatamos de la exis-
tencia de un poder espiritual que ninguna experiencia externa nos en-
seña. No sabemos qué va a ser de nosotros, ante nosotros parece
abrirse un abismo y la vida nos arrastra inexorablemente hacia ade-
lante, porque la vida sigue y no tolera ningún paso atrás. Pero cuando
creemos que vamos a precipitarnos en el abismo, entonces nos senti-
mientos ‘en manos de Dios’, que nos sostiene y no nos deja caer. Y
en tal vivencia no sólo se nos revela la existencia de Dios, sino que
también lo que Él es, su esencia, se hace visible en sus últimas irra-
diaciones: la energía que nos apoya, cuando fallan todas las energías
humanas, que nos regala nueva vida, cuando pensamos que estamos
muertos internamente, que fortalece nuestra voluntad, cuando ésta
amenaza paralizarse -esa energía pertenece a un Ser todopoderoso. La
confianza que nos hace admitir que nuestra vida tiene un sentido,
aunque el entendimiento humano no sea capaz de descifrarlo, nos
hace conocer la sabiduría divina. Y la confianza en que este sentido
es un sentido de salvación, en que todo, aun lo más grave, se halla fi-
nalmente al servicio de nuestra salvación, y en que, además, ese Ser
supremo se apiada de nosotros, cuando los hombres nos abandonan, y
en que ese Ser no conoce en absoluto ninguna depravación, todo eso
nos muestra cuál es su bondad total.
46
E. STEIN, Carta 66 (10.X.1918). OC I, p. 654.
138 EZEQUIEL GARCÍA ROJO

No habrá que decir que el camino, aquí indicado, sea el único ca-
mino para llegar a Dios, y no vamos a dilucidar tampoco ulteriormen-
te qué validez corresponda a esta experiencia -por ejemplo, en com-
paración con el conocimiento de la naturaleza-; porque la conciencia
religiosa como tal no constituye aquí el tema de nuestro estudio. La
hemos aducido únicamente para mostrar que hay vivencias que rei-
vindican el derecho de tener validez como experiencias, y en las que
un ser espiritual -su existencia y su esencia- llega a ser el dato sin la
ayuda de ninguna manifestación externa. Partiendo de ahí nos senti-
mos inclinados, incluso en el caso del conocimiento de personas
humanas, a admitir la posibilidad de conceder fe al hecho de que úni-
camente en nuestro ‘interior’ somos capaces de experimentar algo
que sobrepasa ese conocimiento, sin que haya que añadir manifesta-
ciones externas motivantes”47.
Es posible que Edith Stein sin pretenderlo ofrezca estos párrafos
como punta de iceberg de un continente de mayor calado, y que pug-
na por salir a flote. Para que tal propósito se cumpla es necesario un
empuje vigoroso excepcional. Ante lo que se acaba de exponer, surge
la pregunta: ¿Cabe una experiencia ‘religiosa’ en quien aún no ha
aceptado a Dios en su vida? Una respuesta al respecto puede atisbarse
en otros escritos de la misma autora. En uno de los últimos, en que
trata de los caminos diversos hacia conocimiento de Dios, avalada
seguramente por un itinerario propio, se atisba una pista: “El sólo
contacto de Dios en la sustancia del alma no presupone necesaria-
mente la inhabitación de gracia. Ese contacto puede ser concedido a
almas de todo infieles como medio para excitar la fe y como prepara-
ción para recibir la gracia santificante”48. Defenderá asimismo la po-
sibilidad del “paso del conocimiento natural de Dios a la experiencia

47
E. STEIN, Introducción a la filosofía. OC II, p. 848-849. Aunque Edith
Stein habla en los citados textos filosóficos en primera persona, no debe de-
ducirse que su contenido esté referido siempre a experiencias personales su-
yas. Como escribe Marco Paolinelli: “Es lógico pensar con buena razón que
detrás de los ejemplos aludidos están efectivamente sus experiencias persona-
les, que ella exprese en el fondo su deseo de creer, a la vez que también sus
resistencias a la fe; sin embargo, los textos mismos no lo afirman explícita-
mente, se trata de algo que se puede suponer legítimamente”. M. PAOLINELLI,
Esperienza mistica e conversione. Note a proposito di alcuni testi di Edith
Stein. Teresianum 49 (1998) 531.
48
E. STEIN, Ciencia de la cruz. OC V, p. 358. Cf., p. 362, 363.
EL SILENCIO DE DIOS EN EDITH STEIN 139

sobrenatural sin la mediación de la fe; es decir, como gracia a un no


creyente”49. Según esto, bien pudo ser destinataria de tales privilegios
divinos y que transcribe en sus ensayos la no bautizada Edith Stein.
Desde luego que no hay que poner trabas a la actuación divina, quien
se hace presente de las maneras más sorpresivas en el devenir huma-
no. Dicho de otro modo: el Espíritu sopla donde quiere, cuando quie-
re y a quien quiere; Dios es libre de servirse de los reclamos que juz-
gue oportunos para atraerse a las personas, y poner fin así a las resis-
tencias de éstas. En último término pudo ganarse Dios a Edith Stein
recurriendo a tal estratagema, de la que nos ha dejado constancia en
su legado de la primera etapa como filósofa.
Si Edith Stein se manejó a las mil maravillas ensamblando filoso-
fía y vida, pensar y existir, textos y experiencias, bien puede decirse
que Dios se acomodó a tal proceder para doblegar las últimas resis-
tencias y ganarse definitivamente a la pensadora judía. Lo hizo sir-
viéndose de sus propias armas al ofrecerle al unísono vida y texto,
pensamiento y existencia, con lo que la apasionada lectora ‘cayó’ en
las redes del Señor. El Libro de la Vida de santa Teresa de Jesús, esas
páginas adonde se concita la vida, encandiló de tal manera a Edith
Stein en el verano de 1921, que puso fin a su ‘búsqueda de la verda-
dera fe’. Desde entonces una luz nueva ilumina su inteligencia y su
actuar. A partir de aquí hallará explicación satisfactoria a lo que ella
misma años antes había redactado, sin acabar de comprenderlo del
todo. Ahora Cristo es el centro de su vida; desde tan singular posición
todo adquiere nuevo sentido, comenzando por el propio existir.

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Hemos procedido a un análisis de ese período prolongado de ‘si-


lencio’ (que no de ausencia) de Dios en el decurso de esta mujer, que
va de 1906 a 1921; el método seguido ha consistido en realizar una
serie de catas en el subsuelo steiniano, al hilo de lo que su legado nos
ha permitido, tanto autobiográfico como especulativo. Las pruebas

49
E. STEIN, Caminos del conocimiento de Dios. OC V, p. 151. Cf.
ANGELA ALES BELLO, Fenomenologia dell’essere umano. Lineamenti di una
filosofia femmenile. Hedwig Conrad-Martius, Edith Stein, Gerda Walther,
Città Nuova, Roma 1992, p. 176.
140 EZEQUIEL GARCÍA ROJO

han constatado que los ensayos primeros están plagados de ‘presen-


cias’ de lo divino; que si a los inicios pasaron inadvertidas, irán ga-
nando peso y densidad al ritmo del progreso vital. El prescindir de
Dios no implica que éste se ausente de la vida del hombre; basta afi-
nar el oído para percibir la presencia silenciosa o sonora de Dios. Pa-
ra que esto suceda se requiere reducir el volumen de otros ecos, poner
sordina a nuestras autosuficiencias, abajar nuestros orgullos, y dar pa-
so a la confianza y al abandono en las manos de Dios; es decir, hacer
hueco a la fe. Este proceso conversor hubo de afrontar esta hija de Is-
rael durante la etapa fenomenológica, hasta su culminación en aquel 1
de enero de 1922 en la pila bautismal de Bergzabern.

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